Full text of "Obras"
OBRAS
DR
FR. LUIS DE GRANADA
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Esta edición délas Obras de Fr. Luis de Granada consta
de los tomos siguientes:
I. GxjÍA DE Pecadores.
II. Libro de la Oración y Meditación.
III. Memorial de la Vida Cristiana.
IV. Adiciones al Memorial de la Vida Cristiana.
V-IX. Introducción del Símbolo de la Fe.
X. Guía de Pecadores (texto primitivo).
Tratado de la Oración y Meditación (compendio).
XI. Manual de Oraciones.
Manual de Oraciones (ampliado).
Memorial de lo que debe hacer el cristiano.
Tratado de algunas Oraciones.
Vita Christi.
Tratado de Meditación.
Recopilación del Libro de la Oración.
XII. Imitación de Cristo.
Escala Espiritual. •
Oraciones y Ejercicios Espirituales.
XIII. Compendio de Doctrina Cristiana (trad. del P. Cuervo).
XIV. Doctrina Espiritual.
Diálogo de la Encarnación.
Sermón de la Redención.
Vida del B. Juan de Ávila.
Vida del V. D. Fr. B vrtolomé de los Mártires.
Vida del Cardenal D. Enrique, rey de Portugal.
Vida de Sor Ana de la Concepción, franciscana.
Vida de Doña Elvira de Mendoza.
Vida de Meliciv Hernández.
Cartas.
Sermón en las Caídas Públicas.
Vida de Fr. Luis de Granada, por el P. Fr. Justo Cuervo.
Bibliografía Granadina, por el mismo.
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OBRAS
DE
FR. LUIS DE GRANADA
DE LA ORDEN DE SANTO DOMINGO
EDICIÓN CRITICA Y COMPLETA
POR
FR. JUSTO CUERVO
DE LA MISMA ORDEN
DUCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS
LECTOR DE TEOLOGÍA
TOMO I
me.
DEC 9 1988^;,!
MADRID
IMPRENTA DE LA VIUDA E HIJA DE GÓMEZ FUENTENEBRO
CALLE DE BORDADORES, NÚM. 10
1906
AL EXCMO. SEÑOR
MARQUÉS DE QUINTANAR
CONDE DE SANTIBÁÑEZ DEL RÍO
GRANDE DE ESPAÑA
GENTILHOMBRE DE CÁMARA DE SU MAJESTAD
CON EJERCICIO Y SERVIDUMBRE
ETC., ETC.
Exento. Señor:
Después de Dios, d la generosidad de V. E. deben
las letras españolas esta Edición Crítica y Completa
DE LAS Obras de Fr. Luis de Granada, el sueño dorado
de mi vida.
Dígnese V. E. aceptar benignamente este tomo
primero, que con el cor a son le ofrece y le dedica
Su a. s. y c.
FR. JUSTO CUERVO
PRÓLOGO
I JAR el texto definitivo y auténtico de las Obra.<=i de
Fr. Luis de Gr miada, profundamente alterado en
todas las ediciones, aumentar su caudal con libros
antiguamente impresos, pero hoy desconocidos, y salvar de
ruina cierta y segura preciosos manuscritos, en su mayor
parte autógrafos, diseminados en diferentes archivos y bi-
bliotecas de España é Italia, tal es el objeto de esta edición.
Para fijar el texto he tomado el único camino que juzgo
derecho. Reproduzco fiel y escrupulosamente la primera edi-
ción de cada tratado, desde la primera línea de la portada
hasta la última del colofón. La dificultad estaba en lograr
ejemplares de las ediciones príncipes, atendida la populari-
dad inmensa del autor, el consumo enorme de ediciones,
y la prohibición inquisitorial fulminada contra tres libros
granadinos. Pero con la ayuda de Dios, con tiempo y con
paciencia, esos ejemplares (únicos en bastantes casos) vinie-
ron á mis manos, acompañados de numerosos autógrafos
inéditos. Todos se reproducen en esta edición, para bien de
las almas y regocijo de los espíritus generosos. He pensado
no faltar á la fidelidad corrigiendo las erratas evidentes, las
cuales se anotan en lugar oportuno. En caso de duda respe-
to siempre el texto primitivo.
Se ha adoptado la ortografía moderna, pero conservando
siempre la fonética de las primeras ediciones, donde está es-
crito, por ejemplo: Hieronymo, charidad^ quanto, intelli-
gencia, auer, vm'era, poseya, aora, etc., que aquí se escri-
ben: Hürómmo, caridad, cuanto, inteligencia, haber, hu-
biera, poseía, ahora, variando la ortografía, no los sonidos.
PRÓLOGO VII
En algunos casos el sentido de la frase es el que determi-
na la escritura, como en ay, ya, caya, oya, allegar, diminu-
ya, etc., que se escribirán, según el valor gramatical, de
muy distinta manera. Ay equivale á ¡ay! hay y ahí; ya, á
ya é hia; caya, á caía y caya (por caiga)] oya, á oía y oya (por
oiga); allegar, á alegar y allegar; diminuya, á diminuya y
diminuía, según la naturaleza de cada palabra.
Muchas veces, algunas en una misma página, el lector
hallará vocablos escritos de distinta manera, como Jesús y
Jesú, duda y dubda, hierro y fierro, mismo y mesmo, pare-
ce y paresce, conoció y conosció, ahora y agora, desde y
dende, mientras y mientra, desahuciado, desafuciado y des-
afiduciado, y otra multitud de palabras diferentemente es-
critas, cuya enumeración es imposible. Esta variedad de-
muestra el propósito firme de conservar la fonética grana-
dina en toda su pureza. Así, quien leyere en alta voz por
esta edición, puede estar seguro de que oirá los mismos so-
nidos que si leyese por alguna edición príncipe, ú oyese ha-
blar al mismo Fr. Luis de Granada.
Tres son las obras antiguamente impresas, que no se ha-
llan en ninguna colección granadina: el Libro llamado Guía
de Pecadores, en dos tomos, y el doble Manual de Diversas
Oraciones y Espirituales Ejercicios, á las cuales se puede
agregar el Libro de la Oración y Meditación, cuyo texto pri-
mitivo era del todo desconocido. Todas estas obras se repro-
ducen fielmente, como las demás, por las ediciones prínci-
pes, no existiendo ya los motivos que el inquisidor Valdés
tuvo para incluirlas en su Cathalogus librorum qui prohi-
bentur, el año de 1559. La piedad nada perderá, y las letras
ganarán mucho recobrando joyas de tan subido valor .
Los manuscritos y autógrafos que por vez primera ahora
salen á luz, forrrian casi un volumen, el XIV, y en él podrá
saborear el lector un precioso Sermón de la Redención, cua-
tro biografías bellísimas, y más de cincuenta cartas inéditas
donde se refleja el alma pura y hermosa de Fr. Luis de
Granada.
VIH PRÓLOGO
I
En la distribución de las materias se ha seguido el orden
lógico. Los nueve primeros tomos contienen las cinco obras
fundamentales; el X y XI, los compendios ú obras menores;
el XII, las traducciones áe Xa Imitación de Cristo y de la
Escala Espiritual. En el tomo XIII se hallará el Compendio
de la Doctrina Cristiana, escrito en clásico portugués, tra-
ducido de nuevo al castellano. En el tomo XIV se han agru-
pado el Compendio de Doctrina espiritual, el Diálogo de la
Encarnación, la Vida del B. Juan de Ávila y del V. Don
Fr. Bartolomé de los Mártires, las obras inéditas y el Ser-
món en las Caídas Públicas. No me extiendo en considera-
ciones particulares, porque las reservo para el principio de
cada tomo.
En este primero va la célebre Guia de Pecadores, primor
de ciencia, de celo y de elocuencia, tan leída en todo el
mundo con tanto provecho de las almas. La única variante
introducida por su autor en la edición de Salamanca, 1571 ,
y adoptada en ésta, hállase en el libro II, cap. III, pág. 342-5.
La primera edición dice asi: Délas principales armas con
que hahemos de pelear contra los vicios. Capítulo II I. ^
Presupuestos ya estos dos preámbulos, comencemos á tra-
tar de los vicios y de sus remedios, y primero de aquellos
siete que llaman capitales (que son cabezas y raíces de
todos los otros) y después, de otros que hay muy usados en
el mundo, así mortales como veniales: para que el que se
viere muy tentado y acosado de algún vicio, acuda á esta
doctrina como á una espiritual botica,» etc., página 345,
línea 32.
En todo lo demás se reproduce exactamente la edición
príncipe hecha en Salamanca, en casa de Andrea de Porto-
nariis, impresor de su Católica Majestad, 1567, de la cual
sólo se conoce un ejemplar, que poseo y guardo con amor.
Fr. Justo Cuervo
GUIA
DE PECADORES
EN LA CUAL SE TRATA COPIOSAMENTE
DE LAS GRANDES RIQUEZAS Y HEHMOSURA DE LA YIPJUD
Y DLL CAMINO QUE SE HA DE LLEVAR PARA ALCANZARLA
COMPUESTO POR
EL R. P. FRAY LUIS DE GRANADA
de la Orden de Sancto Domingo
y^ Este libro, cristiano lector, sale agora á luz añadido y
emendado y cuasi hecho nuevo por su mismo autor: impreso
con aprobación y licencia este año de i^óy, y por eso puede
correr y ser leído de todos
EN SALAMANCA
EN CASA DE ANDREA DE PORTONARIJS
Impresor de su Real Católica Majestad
1567
Con privilegio de Castilla y de Aragón
Está tasado en cinco blancas el pliego
'*'/^ ON Felipe por la gracin de Dios, Rey de Castilla, de León, de Arag-dn,
jT- Y de las (los S.ciLa.s. de Hiru -ilén, de Navarra, de Granada, de Toledo,
tfT^^ de Valencia. d< G'licia.d- M 'Uorcis, de Sevilla, Oe Cer'Uña, de ( 'rtr-
d()t)a, de Crtrrega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algccira, de Gi-
braltar, Ccnde üe ^"land^s, y dt Tirol, &c. Por cuanto j or pane de vos An-
drea de Forionarijs, nos fué hecha relación diciendo, que vos hibíades impreso
un libro intitulado Guía de Pecador s, compuesto por Fray Luis de Granada, de
la orden de los Predicadores, con licencia nuestra, y en cumplimiento de apre-
mática fecha sobre la impresión hacíades presentación del dicho libro impreso
con el original, para que nos le m-indasemos corregir y tasar y daros licencia
para lo vender, y corregido nos suplicabadcs os diéremos nueva licencia para
lo tornar á imprimir otra vez conforme al mismo oriijinal, ó como la nuestra
merced fuese: lo cual visto por los del nuestro consejo y como por su man-
dado se hicieron las diligencias que la premática por nos nuevamente hecha
dispone, fué acordado que debíamos mandar dar esta nuestra carta para vos en
la dicha raz-^n, y nos tuvímoslo por bien Y por la presente os damos licencia y
facultad para que por esta vez podáis imprimir el dicho libro, sin que por ello
caigáis ni incurráis en pena alguna, con que después de impreso no se pueda
vender ni venda, sin que primero se traiga al nuestro consejo, jutitamente con el
original que en él se vio que va rubricado y firmado de Pedro del Marmol,
nuestro escrib«no de Cámara, de los que residen en el nuestro consejo, para que
se vea si la dicha impresión está conforme al original, y se os dé licencia para
lo poder vender, y se tase el precio que por cada volum- n hubiéredes de haber,
so pena de caer é incurrir en las penas contenidas en la dicha pragmática y
leyes de nuestros Reinos Dada en Madrid á catorce dias del mes de Agosto,
de mil y quioientOi y seseuta y siete años. — El Licenciido l)i-g<< Drspinosa. —
El Licenciado Hirviese* oe Mañatones,-El Doctor Suirfz de Toledo — Ei Licen-
ciado Mcncnac*. — El Licenciado Pedro G.*sco. — El Doctor Francisco Fernan-
dez de Liebana.
Yo Pedro del Mármol, escribano de «^ámira de su Católica Majestad, la fice
escribir por su mandado, con acuerdo de los de su Consejo.
\^!^iÉNDoME cometida la examinacián deste libro que se intitula Guía de Pe-
^j^!^^ tadoies, porlos señores del cons jo real de su Majestad, y habiéndole
/■^•ftj visto con much j es.udio y diligencia hallo ser muy caióuco y de gran
provecho para lodos los que tn el se ejercitaren, porque contiene doctrina grave,
y juntamente apacible, muy conforme a la divina escripiura (de la cual tiene
buena partea y á la docirÍLa dt los sánelos: y ailende Oesto se hallarán en él
cosas dificultosas declaradas por razones llanas de mucha eficacia. Y en su
lugar y tiempo trae el auior y se aprovecha de la Filosofía natural y moral bien
á propósito. Lleva con esto un estilo no nada afeitado ni curioso, que suele
ser causa de obscuridad, sino llano, cumplido y elegante. Conforme á lo cual
podran sacar frucio deste libro, todo géaeio de personaa, así Icrados como
simples, asi los buenos Cristianos para confirmación y aprovechamiento de su
virtud, como todos los otros para convenirse á D¡os. Obra es que meicsce ser
alabada y favorescida para que los hambres sabios y celosos de religión em-
prendan de buena gana sfmejantes ocupaciones y trabajos en favor de la
Cristiandad y virtud. Y porque esto me parece ansí, lo firmé de mi nombre en
nuestro monasterio de San Hieróuimo ti real en Madnd á ( uatro de Mayo de
mil 7 quinientos y sesenta y siete años.=FRAY Rodríguez de Yepes.
EL REY
^I^^OR cuanto por parte de vos Fray Luis de Granada de la orden de Predi-
Jjr^ cadores nos ha sido htcha rclaciáa que vos habíadcs hecho tres libros
/¿^ que trataban déla Oración, Devoción, y Ayuno y Limosna, y otro que
se intitula, Guía de Pecadores, los cuales eran muy ütil es y provechosos, por
ende que nos suplicábades os diésemos licencia y facultad páralos poder imprimir
y vender, y privilegio para que nadie pudiese imprimirlos sino vos, ó quien
vuestro poder hobiese por el tiempo que fuésemos servido. Lo cual visto por los
del nuestro consejo, y como por su manóado se hicieron las diligencias que
la prémálica por nos hech» sobre la impresión de los libros dispone, por ha-
ceros bien y merced, fué acordado que debíamos mandar dar esta nuestra
cédula en la dich^ razón. E por la presente vos damos licencia y facultad para
que por tiempo de diez años primeros siguientes que corren y se cuenten desdel
dia de la fecha de sta nuestra cédula tn adelante vos, 6 la persona que vuestro
poder hobiere, podáis imprimir y vender los dichos libros que de suso se hace
mención: y mandamos que durante el dicho tiempo cualquier impresor destos
nuestros Reinos y señoríos que vos quisiéredes y señaláredes, imprima los dichos
libros, y que otra persona ninguna no los pueda imprimir ni vender sin
vuestra licencia, so pena de la nuestra merced y de veinte mil maravedís para
la nuesua cámara al que lo contrario hiciere, y más que haya perdido y pierda
todos y cualesquier libros y moldes que imprimieren, ó vendieren, con que primero
que se vendan los hayáis de traer y presentar ante los del nuestro constjo,
juntamente con los originales que en él se vieron, que van rubricados y firma-
dos al cabo de Pedro de Mármol nuestro escribano de cámara, y de los que
residen en el nuestro consejo para que se vea si la dicha impresión está conforme
á los originales. Y se os tase el precio que por cada volumen bubiértdts de
haber. E mandamos á los del nuestro consejo. Presidentes y Oidores de las
nuestras audiencias, Alcaldes, Alguaciles de la nuestra casa y corte y Chancille-
ría'!, y á todos los Corregidor s. Asistente, Gobernadores, Alcaldes mayores y
ordinarios y otros jueces y justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y
lugares de los nuestros Reinos y Señoríos, así á los que agora son, como á los
que serán de aquí adelante que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y
merced que ansí vos hacemos y contra el tenor y forma della, ni de lo en ella
contenido vos no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar por alguna manera, so
la dicha pena. Hecha en Madrid á doce dias del mes de Enero, año del Señor de
mil y quinientos y sesenta y seis años.=YO EL REY. = Por mandado de Su
Majestad, Pedro de Hoyo.
?^^^0N Felipe por la gracia de Dios Rey ds Castilla, de Aragón, de las doá
JII^Y Sicilias, de Hi'-rasaléa, de Hungría, de Dalm»cia, de Croacia, de León,
*f^ de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorl
cas, de Sevilla, de Córdoba, de Cerdena, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los
Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Islas Indias
y tierra firme del mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de
Brabante, y de Milán, Conde de Barcelona, de Flandes y de Tirol, Señor de
Vizcaya, y de Molina, Duque de Atenas, y de Neopatria, Conde de Rosellón, y
Cerdaña, Marqués de Oristán y de Gociano, &c. Por cuanto por parte de vos,
Fray Luis de Granada, de la orden de Predicadores, nos ha sido hecha relación
que habéis hecho tres libros, que tratan de la Oración, Devoción, Ayuno, y
Limosna, y otro que se intitula Guía de Pecadores, los cuales según decís son
muy útiles y provechosos, y que los qumades hacer imprimir en los Reinos de la
corona de Ararán: suplicándonos que por(|ue en esto se ofrecerán muchos gastos
fuésemos servido de mandar dar licencia que vos y no otro alguno los pueda
hacer imprimir y vender en los dichos Reinos de la Corona de Aragón por el
titmpo que fuésemos serviao. E nos teniendo respecto á lo susodicho, y á que
los dichos libros esiáa reconocidos por personas expertas, de las cuales habemos
tenido bastante información: porque de vuestros trabajos alcancéis alguna
utilidad con tenor de las presentes de nuestra cierta sciencia deliberadamente y
consulta damos licencia, permiso y facultad á vos el dicho Fray Luis de Granada
que por tiempo de diez años contaderos d^sde el día de la data de las presentes en
adelante vos, 6 la. persona, ó personas que vuestro poder tuviere y no otro alguno
podáis y pued«n hacer imprimir y vender los d.chos libros, que tratan de la
Oración, Devoción, Ayuno, y Limosna, y el otroiniitulado Guía de Pecadores ea
los dichos Reinos de la corona de Aragón, con que primero que se venda hayáis
de traer y prestntar ante los del nuestro sacro supremo Real Consejo los primeros
libros imprimidos juntamente con los originales, para que se vea si la dicha
impresión esiá conionue á los dichos originales que han sido aprobados, y se os
tase el precio que por cada volumen hut>iéredesde haber: prohibiendo y vedando
que ningunas otras personas lo puedan hacer sin vuestra licencia, permiso y
voluntad por tod» el dicho tiempo, ni los puedan entrar en los dichos Reinos
para vender de otros Reinos, donde se hubieren imprimido. Y si después de pu-
blicadas las presentes, hubiere alguno, ó algunos que durante el dicho tiempo
intentaren imprimir, ó vender los dichos libros, ni mecerlos imprimidos para
vender como dicho es, incurra en pena de trescientos florines de oro de
Aragón divididos en tres partes, á sabrr es, la primera pirte para nuestros
cofres reales, y la segunda parte para vos el dicho Fray Luis de Granada, y la
tercera al acusador, y demás de la dicha pena si fuere impresor, pierda los
moldes y libros que así hubiere imprimido. Por tanto decimos y mandamos á
cualesquierVisoreyeslngartenientes, Capitanes generales nuestros portantes veces
de General Gobernador, Alguaciles y otros cuaksquiír oficiales nuestros en los
dichos Reinos de la corona df- Aragón consiiiuídos v cocstiiuideros y á sus lu-
gares, &c. y Regentes dichos oficios so incurrimiento de nuestra ira iudig-
nación, y pena de mil floriuí'S de oro de Aragón á nuestros cofres reales
aplicaderos que la presente nuestra licencia, gracii y prohibición y iodo lo en ella
contenido tengan, guarden y observen tener guardar y observar hagan sin
contradición alguna, y lo hagan pregonar por los lagares acostumbrados,
porque ninguno pue-la alegar ignorancia, guardándose de hacer ni permitir
que se haga lo contrario en manera alguna si demás de la ira é indignación
nuestra la pena susodicha desean no incurrir. En testimonio de lo cuil manda-
mos despachar las presentes con nuestro sello real común en el dorso selladas.
Daiis en nuestra Señora desperanza, á seis días del mes de Enero, año del
Nascimiento de nuestro Señor JesuCristo, de mil y quinientos y sesenta y cinco
años.=YO EL REY.
Dominus Rex mandavit mihi Joanni de Losilla visa per don Beraardum Vi-
cecancellarium Coraitem generalera thesaurarium, Sentís, et Sora Regentes can-
ceilariam et me pro Cooservatore gcnerali.
Vidit Seniis. R. Vidit Losilla pro conservatore generali. Vidit don Ber-
nardas Vicecancellarius. Vidit comes generahs thesaurarius. Vidit Sora. R.
A LA MUY MAGNÍFICA SEÑORA
LA SEÑORA DOÑA ELVIRA DE MENDOZA
EN MONTE MAYOR EL NUEVO
CARTA DEL AUTOR
1^
r^OR muchas razones me moví á enviar á v. m. este
. . ^ i^ libro, y particularmente por tener entendido con
^ \M(^^ cuan alegre rostro suele v. m. recebir semejantes
presentes: como quien la mayor parte del tiempo y de la vida
gasta en ellos. Porque aunque el estado de casada, y el cargo
de la casa y familia sean cosas que muchas veces distrayan el
ánimo destos sanctos ejercicios: pero á v. m. (por singular gracia
y privilegio de Dios) cupo en suerte la compañía de tal marido,
que no solamente no desfavoresce los piadosos ejercicios de virtud
y cristiandad, sino antes tiene ésta por suma y verdadera gloria
de la nobleza cristiana: como en hecho de verdad lo es. Y lo
mismo ha querido nuestro Señor que tengan otros muchos se-
ñores desta noble casa y familia, con lo cual hacen más ilus-
tre su sangre, que con todos los otros títulos y blasones del
mundo: los cuales como son de mundo, así mueren y acaban
con él. Por tanto reciba v. m. este pequeño presente para sí, y
para todos esos señores sus sobrinos y deudos: en quien (confío
en nuestro Señor) será muy bien empleado. Y si algo hay en
esto de servicio, no quiero por él otro galardón, sino alguna
pequeña parte de las continuas oraciones de v. m. Cuya vida y
estado nuestro Señor prospere por largo tiempo en su servicio.
PROLOGO
ICITE justo qnoniam bene (i). Quiere decir: Decid
al justo que bien. Ésta es una embajada que envió
Dios con el profeta Isaías á todos los justos, la más
breve en palabras, y la más larga en mercedes, que se pudiera
enviar. Los hombres suelen ser muy largos en prometer, y muy
cortos en cumplir; mas Dios, por el contrario, es tan largo y tan
magnífico en el cumplir, que todo lo que suenan las palabras de
sus promesas, queda muy bajo en comparación de sus obras.
Porque ,j'qué cosa se pudiera decir más breve que la sentencia
susodicha: Decid al justo que bien? Mas ¡cuánto es lo que está
encerrado debajo desta palabra Bien! La cual pienso que por
eso se dejó así sin ninguna extensión, ni distinción, para que
entendiesen los hombres que ni esto se podía extender como
ello era, ni era necesario hacer distinción destos, ni de aquellos
bienes; sino que todas las suertes y maneras de bienes que se
comprehenden debajo desta palabra Bien, se encerraban aquí
sin alguna limitación. Por donde así como preguntando Moisén
á Dios por el nombre que tenía, respondió que se llamaba (2):
El que es, sin añadir más palabra, para dar á entender que su
ser no era limitado y finito, sino universal (el cual comprehendía
en sí todo género de ser y toda perfección que sin imperfección
pertenesce al mismo ser) así también aquí puso esta tan breve
palabra Bien, sin añadirle otra alguna especificación, para dar
á entender que toda la universidad de bienes que el corazón
humano puede bien desear, se hallaban juntos eii este bien: el
cual promete Dios al justo en premio de su virtud.
Pues éste es el principal argumento que con el favor de
nuestro Señor pretendo tratar en este libro, ayuntando á esto
los avisos y reglas que debe el hombre seguir para ser virtuoso.
Y según esto se repartirá este Hbro en dos partes principales.
(i) Isai.m. {2} Exod. III.
Í-RÓLOGÓ
En la primera se declararán las obligaciones grandes que tenemos
á la virtud, y los fructos y bienes inestimables que se siguen
della; y en la segunda trataremos de la vida virtuosa, y los
avisos y documentos que para ella se requieren. Porque dos
cosas son necesarias para hacer á un hombre virtuoso: la una,
que quiera de verdad serlo, y la otra, que sepa de la manera
que lo ha de ser: para la primera de las cuales servirá el primer
libro, y para la otra el segundo. Porque (como dice muy bien
Plutarco) los que convidan á la virtud, y no dan avisos para
alcanzarla, son como los que atizan un candil, y no le echan
aceite para que arda.
Mas con ser esta segunda parte tan necesaria, todavía lo es
mucho más la primera; porque para conocer lo bueno y lo malo,
la misma lumbre y ley natural, que con nosotros nasce, nos
ayuda: mas para amar lo uno, y aborrecer lo otro, hay grandes
contradicciones y impedimientos (que nascieron del pecado
así dentro como fuera del hombre. Porque como él sea compuesto
de espíritu y carne, y cada cosa destas naturalmente apetezca
su semejante, la carne quiere cosas carnales (donde reinan los
vicios) y el espíritu cosas espirituales (donde reinan las virtudes)
y desta manera padece el espíritu grandes contradicciones de
su propria carne, la cual no tiene cuenta sino con lo que deleita.
Cuyos deseos y apetitos, después del pecado original, son
vehementísimos, pues por él se perdió el freno de la justicia
original con que estaban enfrenados. Y no sólo contradice al
espíritu la carne, sino también el mundo, que (como dice Sant
Juan) está todo armado sobre vicios: y contradice también el
demonio, enemigo capital de la virtud, y contradice otrosí el
mal hábito, y la mala costumbre (que es otra segunda naturaleza)
á lo menos en aquellos que están de mucho tiempo mal habitua-
dos. Por lo cual romper por todas estas contradicciones y dificul-
tades, y á pesar de la carne y de todos sus aliados desear de
veras y de todo corazón la virtud, no se puede negar sino que
es cosa de grande dificultad, y que ha menester socorro.
Pues por acudir en alguna manera á esta parte, se ordenó el
primero destos dos tratados, en el cual trabajé con todas mis
fuerzas por juntar todas las razones que la cualidad desta escrip-
tura sufría en favor de la virtud, poniendo ante los ojos los
grandes provechos que andan en su compañía, así en esta vida
guía de pecadores
como en la otra, y asimismo las grandes obligaciones que á ella
tenemos, por mandarla Dios, á quien estamos tan obligados, así
por lo que Él es en sí como por lo que es para nosotros.
Movíme á tratar este argumento por ver que la mayor parte
de los hombres, aunque alaban la virtud, siguen el vicio; y pa-
recióme que entre otras muchas causas deste mal, una dellas
era no entender los tales la condición y naturaleza de la virtud,
teniéndola por áspera, estéril y triste: por lo cual amancebados
con los vicios (por parescerles más sabrosos) andaban descasados
de la virtud, teniéndola por desabrida. Por tanto, condoliéndome
deste engaño, quise tomar este trabajo en declarar aquí cuan
grandes sean las riquezas, los deleites, los tesoros, la dignidad y
la hermosura desta esposa celestial, y cuan mal conoscida sea
de los hombres; porque esto los ayudase á desengañarse, y ena-
morarse de una cosa tan preciosa. Porque si es verdad que una
de las cosas más excelentes que hay en el cielo y en la tierra,
y más digna de ser amada y estimada, es ella, gran lástima es
ver á los hombres tan ajenos deste conoscimiento, y tan alejados
deste bien. Por lo cual gran servicio hace á la vida común quien-
quiera que trabaja por restituir su honra á esta señora, y asen-
tarla en su trono real; pues ella es reina y señora de todas las
cosas.
§. I.
Mas primero que esto comience, declararé por un ejemplo el
intento con que esta escriptura se ha de leer. Escriben los gen-
tiles de aquel su famoso Hércules, que como llegase á los pri-
meros años de su mocedad (que es el tiempo en que los hombres
suelen escoger el estado y manera de vida que han de seguir)
se fué á un lugar solitario á pensar en este negocio con grande
atención, y que allí se le representaron dos caminos de vida,
el uno de la virtud, y el otro de los deleites; y que después de
haber pensado muy profundamente lo que había en la una parte
y en la otra, finalmente se determinó seguir el de la virtud, y
dejar el de los deleites. Por cierto, si cosa hay en el mundo
merecedora de consejo y determinación, ésta es. Porque si tantas
veces tratamos de las cosas que pertenecen al uso de nuestra
vida, ¿cuánto más será razón tratar de la misma vida, especial-
PRÓLOGO §
mente habiendo en el mundo tantos nortes y maneras de vivir?
Pues esto es, hermano mío, lo que al presente querría yo
que hicieses, y á lo que aquí te convido; conviene saber, que
dejados por este breve espacio todos los cuidados y negocios
del mundo, entrases agora en esta soledad espiritual, y te pusieses
á considerar atentamente el camino y manera de vida que te
conviene seguir.
Acuérdate que entre todas las cosas humanas, ninguna hay
que con mayor acuerdo se deba tratar, ninguna sobre que más
tiempo convenga velar, que es sobre la elección de vida que
debemos seguir. Porque si en este punto se acierta, todo lo demás
es acertado; y por el contrario, si se yerra, cuasi todo lo demás
irá errado. De manera que todos los otros acertamientos y yerros
son particulares; mas éste solo es general, que los comprehende
todos. Si no, dime: ¿qué se puede bien edificar sobre mal ci-
miento? ¿ Qué aprovechan todos los otros buenos sucesos y acer-
tamientos, si la vida va desconcertada? Y ¿qué pueden dañar
todas las adversidades y yerros, si la vida es bien regida? ¿Qué
aprovecha al hombre (dice el Salvador) que sea señor del
mundo, si después V'iene á perderse, ó á padescer detrimento
en sí mismo? De manera que debajo del cielo no se puede tra-
tar negocio mayor que éste, ni más proprio del hombre, ni en
que más le vaya; pues aquí no va hacienda, ni honra, sino la
vida del alma, y la gloria perdurable. No leas, pues, esto de co-
rrida (como sueles otras cosas) pasando muchas fojas y deseando
ver el fin de la escriptura, sino asiéntate como juez en el tri-
bunal de tu corazón, y oye callando y con sosiego estas pala-
bras. No es éste negocio de priesa, sino de espacio, pues en él se
trata del gobierno de toda la vida, y de lo que después della de-
pende. Mira cuan cernidos quieres que vayan los negocios del
mundo, pues no te contentas en ellos con una sola sentencia,
sino quieres que haya vista y revista de muchas salas y jueces,
porque por ventura no se yerren. Y pues en este negocio no se
trata de tierra, sino de cielo, ni de tus cosas, sino de ti mismo,
mira que no se debe considerar esto durmiendo, ni bostezando,
sino con mucha atención. Si hasta aquí has errado, haz cuenta
que nasces agora de nuevo, y entremos aquí en juicio, y corte-
mos el hilo de nuestros yerros, y comencemos á devanar esta
madeja por otro camino. Quién me diese agora que me creyeses
fb GUÍA DE PECADORES
y que con oídos atentos me escuchases, y que como buen juez
según lo alegado y probado sentenciases. ¡Oh qué dichoso acer-
tamiento! ¡oh qué bien empleado trabajo! Bien sé que deseo
mucho, y que no es bastante ninguna escriptura para esto; mas
por eso suplico yo agora en el principio dcsta á Aquél que es
virtud y sabiduría del Padre (el cual tiene las llaves de David,
para abrir y cerrar á quien él quisiere) que se halle aquí pre-
sente, y se envuelva en estas palabras, y les dé espíritu y vida
para mover á quien las leyere. Mas con todo esto, si otro fructo
no sacare deste trabajo más que haber dado á mi deseo este
contentamiento, que es hartarme una vez de alabar una cosa
tan digna de ser alabada como es la virtud (que es cosa que
muchos tiempos he deseado) sólo esto tendré por suficiente
premio de mi trabajo. Procuré en esta escriptura (como en todas
las otras) de acomodarme á toda suerte de personas espirituales
y no espirituales, para que pues la causa y la necesidad era co-
mún, también lo fuese la escriptura. Porque los buenos leyendo
esto se confirmarán más en el amor de la virtud, y echarán más
hondas raíces en ella, y los que no lo fueren, por ventura por
aquí podrán entender lo que pierden por no serlo. En esta
escriptura podrán criar los buenos padres á sus hijos cuando
chiquitos; porque dende estos primeros años se habitúen á tener
grande veneración y respecto á la virtud, 3' á ser muy devotos
della: pues uno de los grandes contentamientos que un buen
padre puede tener, es ver virtud en el hijo que ama.
Y señaladamente aprovechará esta doctrina á los que tienen
por oficio en la Iglesia enseñar al pueblo, y persuadir la virtud;
porque aquí se ponen por su orden los principales títulos y
razones que á ella nos obligan, á las cuales se puede reducir
(como á lugares comunes) cuasi todo cuando desta materia está
escripto. Y porque aquí se trata de los bienes de gracia que
de presente se prometen á la virtud (donde se ponen doce sin-
gulares privilegios que ella tiene) y sea verdad que todas estas
riquezas y bienes nos vinieron por Cristo, de aquí es que apro-
vecha también mucho esta doctrina para entender mejor aquellos
libros de la Escriptura divina que señaladamente tratan del mis-
terio de Cristo, y del beneficio inestimable de nuestra redemp-
ción: de que muy en particular tratan el profeta Isaías, y Salo-
món en el libro de los Cantares, y otros semejantes.
ARGUMENTO
DESTE PRIMER LIBRO
S TE primer libro, cristiano lector, contiene una larga
exhortación á la virtud, que es á la guarda y obe-
diencia de los mandamientos de Dios, en la cual
consiste la verdadera virtud. Va repartido en tres partes princi-
pales. La primera persuade la virtud, alegando para esto todas
las razones más comunes que en esta materia suelen traer los
sanctos, que son las obligaciones grandes que tenemos á Dios
nuestro Señor, así por lo que Él es en sí, como por lo que es
para nosotros por razón de sus inestimables beneficios; y junta-
mente con esto, por lo que nos importa la misma virtud, lo cual
bastantemente se prueba por las cuatro postrimerías del hom-
bre, que son muerte, juicio, paraíso y infierno, de que en esta
primera parte se trata.
En la segunda se persuade esto mismo, alegando otras nue-
vas razones, que son los bienes de gracia que de presente en
esta vida se prometen á la virtud. Donde se ponen doce singu-
lares privilegios que ella tiene, y se trata de cada uno en par-
ticular. Los cuales privilegios, aunque algunas veces tocan bre-
vemente los sanctos, declarando la paz, y la luz, y la verdadera
libertad y alegría de la buena consciencia, y las consolaciones del
Espíritu Sancto (de que gozan los justos) que consigo trae co-
múnmente la virtud; pero hasta agora no he \ isto yo quien de
propósito tratase esta materia extendidamente y por su orden.
Y por esto fué necesario un poco de más trabajo, para entresa-
car y recoger todas estas cosas de diversos lugares de las sanctas
Escripturas, y llamarlas por sus nombres, y ponerlas en orden,
y explicar y acompañar cada una dellas con diversos testi-
monios de las mismas Escripturas y dichos de sanctos. La cual
diligencia fué muy necesaria para que los que no se mueven al
amor de la virtud con la esperanza de los bienes advenideros,
por parescerles que están muy lejos, se moviesen siquiera con
12 GUÍA DE PECADORES
la utilidad inestimable de los que de presente andan en su com-
pañía.
Mas porque no basta alegar todas las razones que hay para
justificar una causa, si no se deshacen las de la parte contraria,
para esto sirve la tercera parte deste libro, en la cual se res.
ponde á todas las excusas que los hombres viciosos suelen alegar
para dar de mano á la virtud.
Y porque no se confunda el cristiano lector, sepa que este
primer libro responde al primero de nuestro Memorial de la vida
cristiana, el cual también contiene una exhortación á la virtud,
pero allí muy breve, como convenía á Memorial; mas aquí muy
copiosa, donde se trata muy de propósito este tan necesario y
noble argumento, al cual sirve todo lo bueno que en el mundo
está escrito. Mas el segundo libro responde á la regla que allí
escribimos brevemente de vida cristiana, la cual aquí va mucho
más extendida y acrecentada. Y porque la materia destos dos
hbros es la virtud, advierta el lector que por este vocablo no
sólo entendemos el hábito de la virtud, sino también los actos
y oficios dalla, á los cuales este noble hábito se ordena; porque
muy conocida figura es significar el efecto por el nombre de la
causa, y el de la causa por su efecto.
COMIENZA EL PRIMER LIBRO
DE LA
GUIA DE PECADORES
EL CUAL CONTIENE
UNA LARGA Y COPIOSA EXHORTACIÓN Á LA VIRTUD
Y GUARDA DE LOS MANDAMIENTOS DIVINOS
DEL PRIMER TÍTULO QUE NOS OBLIGA Á LA VIRTUD Y SERVICIO DE DIOS, QUE ES
SER ÉL QUIEN ES, DONDE SE TRATA DE LA EXCELENCIA DK LAS PERFECCIONES
DIVINAS.
CAPÍTULO I.
[os cosas señaladamente suelen mover las voluntades
de los hombres, cristiano lector, á cualquier honesto
trabajo. Una es la obligación que por título de jus-
ticia tienen á él, y otra el fructo y provecho que se sigue del. Y
así es común sentencia de todos los sabios, que estas dos cosas,
conviene saber, honestidad y utilidad, son las dos principales
espuelas de nuestra voluntad, las cuales la mueven á todo lo que
ha de hacer. Entre las cuales aunque la utilidad es comúnmente
más deseada, pero la honestidad y justicia de suyo es más po-
derosa. Porque ningún provecho hay en este mundo tan grande^
que se iguale con la excelencia de la virtud; así como ninguna
pérdida hay tan grande, que el varón sabio no deba antes esco-
ger, que caer en un vicio, como i\ristóteles enseña. Por lo cual,
siendo nuestro propósito en este libro convidar y aficionar los
hombres á la hermosura de la virtud, será bien comenzar por
esta parte más principal, declarándoles la obligación que tenemos
á ella por la que tenemos á Dios; el cual, como sea la misma bon-
dad, ninguna otra cosa quiere, ni manda, ni estima, ni pide más
^ este mundo c^ue la virtud. Veamos, pues, agora con todg es-
M
GUÍA DE PECADORES
tudio y diligencia los títulos que este Señor tiene para pedirnos
este tan debido tributo.
Mas como éstos sean innumerables, solamente tocaremos aquí
seis de los más principales, por cada uno de los cuales le debe
de derecho el hombre todo lo que puede y es, sin ninguna ex-
cepción. Entre los cuales el primero y el mayor, y el que menos
se puede declarar, es ser Él quien es; donde entra la grandeza
de su majestad y de todas sus perfecciones: esto es, la inmen-
sidad incomprehensible de su bondad, de su misericordia, de su
justicia, de su sabiduría, de su omnipotencia, de su nobleza, de
su hermosura, de su fideHdad, de su verdad, de su benignidad,
de su felicidad, de su majestad y de otras infinitas riquezas y
perfecciones que hay en Él. Las cuales son tantas y tan grandes,
que (como dice un doctor) si todo el mundo se hinchiese de
hbros, y todas las criaturas del fuesen escriptores, y toda el agua
de la mar tinta, antes se hinchiría el mundo de libros, y se can-
sarían los escriptores, y se agotaría la mar, que se acabase de
explicar una sola destas perfecciones como ella es. Y añade más
este doctor, diciendo que si triase Dios un nuevo hombre con
un corazón que tuviese la grandeza y capacidad de todos los
corazones del mundo, y éste llegase á entender una destas per-
fecciones con alguna grande y desacostumbrada luz, corría gran
peligro no desfalleciese del todo ó reventase con la grandeza de
la suavidad y alegría que en él redundaría, si no fuese para esto
especialmente confortado de Dios.
Ésta es, pues, la primera y la más principal razón por la cual
estamos obligados á amar, servir y obedescer á este Señor. Lo
cual es en tanto grado verdad, que hasta los mismos filósofos
epicúreos, destruidores de toda la filosofia (pues niegan la divi-
na Providencia y la inmortalidad del ánima) no por eso niegan
la religión, que es el culto y veneración de Dios. Porque á lo
menos, disputando uno dellos en los libros que Tulio escribió de
la naturaleza de los dioses, confiesa y prueba eficacísimamente
que hay Dios, y confiesa también la alteza y soberanía de sus
perfecciones admirables, por las cuales dice que meresce ser ado-
rado y venerado; porque esto se debe á la alteza y excelencia
de aquella nobilísima substancia por solo este título, aunque más
no haya. Porque si acatamos y reverenciamos un rey, aunque
■^sté fuera de su reino, donde ningún beneficio recibimos del, por
LIBRO I. C.\PÍTULO í. I 5
sola la dignidad real de su persona, ¿ cuánto más se deberá esto á
aquel Señor, que como dice S. Juan (i), trae broslado en su ves-
tidura y en su muslo, Rey de los reyes, y Señor de los señores?
Él es el que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tie-
rra; el que dispone las causas, mueve los cielos, muda los tiem-
pos, altera los elementos, reparte las aguas, produce los vientos,
engendra las cosas, influ}'e en los planetas, y como Rey y Señor
universal da de comer á todas las criaturas. Y lo que más es,
que este reino y señorío no es por sucesión, ni por elección, ni
por herencia, sino por naturaleza. Porque así como el hombre
naturalmente es mayor que una hormiga, así aquella nobilísima
substancia sobrepuja tanto todas las otras substancias criadas,
de tal manera, que todas ellas y todo este mundo tan grande,
apenas es una hormiga delante del. Pues si esta verdad reco-
nosció y confesó un tan bárbaro y tan mal filósofo, ¿qué será
razón que confiese la filosofía cristiana? Ésta, pues, nos en-
seña que, aunque haya innumerables títulos por donde estamos
obligados á Dios, éste es el mayor de todos, y el que solo, aun-
que más no hobiera, merecía todo el amor y servicio del hom-
bre, aunque él tuviera infinitos corazones y cuerpos que emplear
en él. Lo cual procuraron siempre cumplir todos los sanctos, cuyo
amor era tan puro y tan desinteresado, que dice del S. Ber-
nardo: El verdadero y perfecto amor, ni toma fuerzas con la
confianza, ni siente los daños de la desconfianza. Queriendo decir
que ni se esfuerza á servir á Dios por lo que espera que le han
de dar, ni desmayaría aunque supiese que nada le habían de
dar; porque no se mueve á esto por interese, sino por puro amor
debido á aquella infinita bondad.
Mas con ser este título el más obligatorio, es el que menos
mueve á los menos perfectos. Lo uno, porque tanto más los mue-
ve su interese, cuanto más parte en ellos tiene el amor proprio; y
lo otro, porque como aun rudos y ignorantes, no alcanzan á en-
tender la dignidad y hermosura de aquella soberana bondad.
Porque si desto tuviesen más entera noticia, sólo este resplandor
de tal manera robaría sus corazones, que contentos con solo él,
no buscarían más que á él. Por lo cual no será fuera de propósito
darles aquí un poco de luz para que puedan conoscer algo más
^l) Apoc. XIX,
l6 GUÍA DÉ PECADORES
de la grandeza y dignidad deste Señor. Esta es tomada de aquel
sumo teólogo S. Dionisio, el cual en su mística Teología nin-
guna otra cosa más pretende, que darnos á entender la diferen-
cia del Ser divino á todo otro ser criado; enseñándonos (si que-
remos conoscer á Dios) á desviar los ojos de las perfecciones de
todas las criaturas, para que no nos engañemos queriendo medir
y sacar á Dios por ellas; sino que, dejándolas todas acá bajo, nos
levantemos á contemplar un ser sobre todo ser, una substancia
sobre toda substancia, una luz sobre toda luz, ante la cual toda
luz es tinieblas: y una hermosura sobre toda hermosura, en cuya
comparación es fealdad toda hermosura. Esto nos significa aquella
escuridad en que entró Moisén á hablar con Dios, la cual le cu-
bría la vista de todo lo que no era Dios (i), para que así pudiese
mejor conoscer á Dios. Y esto mismo nos declara aquel cubrirse
Elias (2) los ojos con su palio cuando vio pasar delante de sí la
gloria de Dios; porque á todo lo de acá ha de cerrar el hombre los
ojos (como á cosa tan baja y desproporcionada) cuando quisiere
contemplar la gloria de Dios.
Esto se verá más claro, si consideramos la diferencia gran-
dísima que hay de aquel ser no criado á todo otro ser criado,
que es del Criador á sus criaturas; porque todas ellas vemos que
tuvieron principio, y pueden tener fin: mas El ni tiene principio
ni pueden tener fin. Todas ellas reconoscen superior, y depen-
den de otro: El ni reconosce superior, ni depende de nadie. To-
das ellas son variables y subjectas á mudanzas: en El no cabe
mudanza ni variedad. Todas ellas son compuestas cada cual de
su manera: mas en El no hay composición por su suma simpli-
cidad; porque si fuera compuesto de partes, tuviera componedor
que fuera primero que Él, lo cual es imposible. Todas ellas pue-
den ser más de lo que son, y tener más de lo que tienen, y saber
más de lo que saben: mas El ni puede ser más de lo que es,
porque en El está todo el ser: ni tener más de lo que tiene,
porque Él es el abismo de todas las riquezas: ni saber más de
lo que sabe, por la infinidad de su saber, y por la excelencia de
su eternidad, á la cual todo está presente. Por la cual causa lo
llama iVristóteles acto puro, que quiere decir, última y suma per-
(I) Ejcod. XXIV. (3) lU. Reg. XÍX.
LffiRO I. C\PÍTULO i. 17
fección, tal que no sufre añadidura: porque no es posible ser más
de lo que es, ni imaginarse cosa que le falte. Todas las cria-
turas militan debajo la bandera del movimiento, para que
como pobres y necesitadas se puedan mover á buscar lo que les
falta; mas Él no tiene para qué moverse, pues ninguna cosa le
falta, y porque en todo lugar está presente. En todas las otras
cosas, así como hay diversas partes, así se distinguen las unas de
las otras; mas en Él no puede haber distinción de partes diver-
sas por su suma simplicidad. De manera que su seres su esencia,y
su esencia es su poder, y su poder es su querer, y su querer es
su voluntad, y su voluntad es su entendimiento, y su entendi-
miento es su entender, y su entender es su ser, y su ser es su
sabiduría, y su sabiduría es su bondad, y su bondad es su justi-
cia, y su justicia es su misericordia, la cual aunque tiene contra-
rios efectos que la justicia (cuales son perdonar y castigar) mas
realmente en Él son tan una cosa, que su misma justicia es su
misericordia, y su misericordia es su justicia. Y así en El caben
obras y perfecciones al parescer contrarias y admirables, como
dice Sant Augustín. Porque El es secretísimo y presentísimo, her-
mosísimo y fortísimo, estable y incomprehensible, sin lugar y en
todo lugar, invisible y que todo lo ve, inmutable y que todo lo
muda, el que siempre obra y siempre está quieto, el que todo
lo hinche sin estar encerrado, y todo lo provee sin quedar dis-
traído; el que es grande sin cuantidad, y por eso inmenso, y
bueno sin cualidad, y por eso verdadera y sumamente bueno;
antes ninguno es bueno, sino solo Él. Finalmente, por abreviar,
todas las cosas criadas, así como tienen limitada esencia que las
comprehende, así tienen limitado poder á que se extienden, y
Hmitadas obras en que se ejercitan, y hmitados lugares adonde
moran, y limitados nombres con que se significan, y particulares
difiniciones con que se declaran, y señalados predicamentos, ó
géneros donde se encierran. Mas aquella soberana substancia, así
como es infinita en el ser, así también lo es en el poder, y en
todo lo demás; y así ni tiene difinición que la declare, ni género
que la encierre, ni lugar que la determine, ni nombre que la sig-
nifique por su proprio concepto. Antes, como dice S. Dionisio,
con no tener nombre, tiene todos los nombres, porque en sí con-
tiene todas las perfecciones significadas por esos nombres. Da
donde se infiere que todas las criaturas, como son limitadas, así
OBRAS DE GRANADA I — %
ig GUÍA DE PECADORES
son comprehensibles; mas sólo aquel ser divino, así como es
infinito, así es incomprehensible á todo entendimiento criado.
Porque, como dice Aristóteles, lo que es infinito, como no tiene
cabo, así con ningún entendimiento puede ser comprehendido
ni abarcado sino es con solo aquel que todo lo comprehende.
<]Qué otra cosa nos significan aquellos dos serafines que vio
Isaías (i) puestos al lado de la majestad de Dios, que estaba sen-
tado en un trono muy alto, cada uno con seis alas, con las dos de
las cuales cubrían el rostro de Dios, y con las otras dos los pies
del mismo Dios (según declara un intérprete) sino dar á enten-
der que ni aun aquellos espíritus soberanos que tienen el más
alto lugar en el cielo, y están más vecinos á Dios, pueden com-
prehender todo cuanto hay en Dios, ni llegar de cabo á cabo á co-
noscerle, puesto caso que claramente le vean en su misma esencia
y hermosura? Porque como el que está á la orilla de la mar, real-
mente ve la mar en sí misma, mas no llega á ver, ni la profundi-
dad, ni la largura della, así aquellos espíritus soberanos, con
todos los otros escogidos que moran en el cielo, realmente ven
á Dios, mas no pueden comprehender ni el abismo de su gran-
deza, ni la longura de su eternidad. Y por esto mismo se dice
que está Dios sentado sobre los querubines (en quien están en-
cerrados los tesoros de la sabiduría divina) mas con todo eso
está sobre ellos, porque no le pueden ellos alcanzar ni com-
prehender.
Éstas son aquellas tinieblas que el profeta David dice que
puso Dios alderredor de su tabernáculo (2), para dar á entender lo
que el Apóstol significó más claramente cuando dijo (3) que Dios
moraba en una luz inaccesible, adonde nadie podía llegar; lo cual
el profeta llama tinieblas, que impiden la vista y comprehensión
de Dios. Porque, según dijo muy bien un filósofo, así como nin-
guna cosa hay más clara, ni más visible que el sol, pero con todo
esto ninguna hay que menos se vea por la excelencia de su
claridad y por la flaqueza de nuestra vista, así ninguna hay que
de suyo sea más inteligible que Dios, y ninguna que menos en
esta vida se entienda, por esta misma razón.
Por donde el que en alguna manera le quisiere conoscer,
después que haya llegado á lo último de las perfecciones que él
(i) Isai. VI. (2) Psalin. XVII. (3) I Tim. VI.
Libro i. capítulo i. 19
pudiere entender, conozca que aun le queda infinito camino que
andar, porque es infinito mayor de lo que él ha podido com-
prehender: y cuanto más entendiere esta incomprehensibilidad,
tanto más habrá entendido dél. Por donde sant Gregorio, so-
bre aquellas palabras de Job (i): El que hace cosas grandes y in-
comprehensibles sin número, dice así: Entonces hablamos con
mayor elocuencia las obras de la omnipotencia divina, cuando
quedando maravillados y atónitos, las callamos: y entonces el
hombre alaba convenientemente callando, lo que no puede con-
venientemente significar hablando. Y así nos aconseja S. Dio-
nisio que honremos el secreto de aquella soberana deidad, que
trasciende todos los entendimientos, con sagrada veneración del
ánima, y con un inefable y casto silencio. En las cuales palabras
parece que alude á aquellas del profeta David (2), según la trans-
lación de S. Hierónimo, que dicen: A ti calla el alabanza. Dios,
en Sión. Dando á entender que la más perfecta alabanza de Dios
es la que se hace callando, que es con este casto y inefable si-
lencio, entendiendo nuestro no entender, y confesando la incom-
prehensibiUdad y soberanía de aquella inefable substancia, cuyo
ser es sobre todo ser, cuyo poder es sobre todo poder, cuya
grandeza es sobre toda grandeza, y cuA^a substancia sobrepuja
infinitamente, y se diferencia de toda otra substancia, así visible
como invisible. Conforme á lo cual dice S. Augustín: Cuando yo
busco á mi Dios, no busco forma de cuerpo, ni hermosura de
tiempo, ni blancura de luz, ni melodía de canto, ni olores de flo-
res, ni ungüentos aromáticos, ni miel, ni maná deleitable al gusto,
ni otra cosa que pueda ser tocada y abrazada con las manos: nada
desto busco cuando busco á mi Dios. Mas con todo esto busco
una luz sobre toda luz, que no ven los ojos; y una voz sobre toda
voz, que no perciben los oídos; y un olor sobre todo olor, que no
sienten las narices; y una dulzura sobre toda dulzura, que no co-
nosce el gusto; y un abrazo sobre todo abrazo, que no siente el
tacto; porque esta luz resplandesce donde no hay lugar, y esta
voz suena donde el aire no la lleva, y este olor se siente donde
el viento no le derrama, y este sabor deleita donde no hay pala-
dar que guste, y este abrazo se recibe donde nunca jamás se
aparta.
(i) Job, V. (2) Psalm. LXIV.
20 GUÍA Í)É PECADORES
§.I.
Y si quieres por un pequeño ejemplo barruntar algo desta
incomprehensible grandeza, pon los ojos en la fábrica deste
mundo, que es obra de las manos de Dios, para que por la con-
dición del efecto entiendas algo de la nobleza de la causa. Pre-
suponiendo primero lo que dice S. Dionisio, que en todas las
cosas hay ser, poder y obrar, las cuales están de tal manera pro-
porcionadas entre sí, que cual es el ser de las cosas, tal es su
poder, y cual el poder, tal el obrar. Presupuesto este principio,
mira luego cuan hermoso, cuan bien ordenado y cuan grande es
este mundo, pues hay algunas estrellas en el cielo, que según
dicen los astrólogos, son ochenta veces mayores que toda la tie-
rra y agua juntas. Mira otrosí cuan poblado está de infinita va-
riedad de cosas que moran en la tierra, y en el agua, y en el aire,
y en todo lo demás; las cuales están fabricadas con tan grande
perfección, que (sacados los monstruos aparte) en ninguna hasta
hoy se halló, ni cosa que sobrase, ni que le faltase para el cum-
plimiento de su ser. Pues esta tan grande y tan admirable má-
quina del mundo (según el parecer de Sant Augustín) crió Dios
en un momento, y sacó de no ser á ser; y esto sin tener mate-
riales de que la hiciese, ni oficiales de que se a3^udase, ni herra-
mienta de que se sirviese, ni modelos ó debujos exteriores en
que la trazase, ni espacio de tiempo en que prosiguiendo la aca-
base, sino con sola una simple muestra de su voluntad, salió á
luz esta grande universidad y ejército de todas las cosas. Y mira
más, que con la misma facilidad que crió este mundo, pudiera
criar, si quisiera, millares de cuentos de mundos, muy más grandes
y más hermosos y más poblados que éste; y acabándolos de hacer,
con la misma facilidad los pudiera anihilar y deshacer, sin nin-
guna resistencia.
Pues dime agora, si como se presupuso de la doctrina de Sant
Dionisio, por los efectos y obras de las cosas conoscemos el po-
der de las cosas, y por el poder el ser, ¿cuál será el poder de donde
esta obra procedió? Y si tal y tan incomprehensible es este po-
der, ¿cuál será el ser que se conosce por tal poder? Esto sin dubda
sobrepuja todo encarecimiento y entendimiento. Donde aun hay,
más que pensar, que estas obras tan grandes, así las que son
Libro i. capítulo t. i'í
como las que pueden ser, no igualan con la grandeza deste divi-
no poder, antes quedan infinitamente más bajas, porque infinita-
mente más es á lo que se extiende este infinito poder. Pues
I quién no queda atónico y pasmado, considerando la grandeza
de tal ser y tal poder? El cual, aunque no vea con los ojos, á lo
menos no puede dejar de barruntar por esta razón, cuan grande
sea y cuan incomprehensible.
Esta inmensidad infinita de Dios declara Sancto Tomás en el
compendio de la Teología, por este ejemplo. Vemos (dice él)
que entre las cosas corporales, cuanto una es más excelente, tan-
to es mayor en cuantidad. Y así vemos ser mayor el agua que
la tierra, y mayor el aire que el agua, y mayor el fuego que el
aire, y mayor el primer cielo que el elemento del fuego, y mayor
el segundo cielo que el primero, y mayor el tercero que el se-
gundo; y así subiendo hasta la décima esfera y hasta el cielo
Empíreo, que es de inestimable y incomparable grandeza. Lo
cual se vé claro por cuan pequeña es la redondez de la tierra
y del agua en comparación de los cielos; pues los astrólogos di-
cen que es un punto á respecto del cielo. Lo cual demuestran
claramente, porque estando el cerco del cielo repartido en doce
signos por do anda el sol, de cualquier parte de la tierra se ven
los seis perfectamente; porque la altura y eminencia de la tierra
no ocupa más de lo que ocuparía una hoja de papel, ó una tabla
que estuviese en medio del mundo, de donde sin impedimento
se vería la mitad del cielo. Pues siendo el cielo Empíreo, que es
el primero y el más noble cuerpo del mundo, de tan inestimable
grandeza sobre todos los otros cuerpos, por aquí se entiende
(dice Sancto Tomás) cómo Dios, que sin ninguna Hmitación es
el primero, y el mayor, y el mejor de todas las cosas, así espiri-
tuales como corporales, y el hacedor dellas, ha de sobrepujar á
todas ellas con infinita grandeza, no en cuantidad (porque no es
cuerpo) sino en la excelencia y nobleza de su perfectísimo ser.
Pues descendiendo agora á nuestro propósito, por aquí po-
drás en alguna manera entender cuales sean las perfecciones y
grandezas deste Señor; porque tales es necesario que sean, cual
es su mismo ser. Asilo confiesa el Eclesiástico (i) de su miseri-
cordia, diciendo: Cuan grande es el ser de Dios, tan grande es la
i^i) Eccli. XI.
52 GUÍA DE PECADORES
misericordia de Dios, y no menos lo son todas las otras perfec-
ciones suyas; de manera que tal es su bondad, su benignidad,
su majestad, su mansedumbre, su sabiduría, su dulzura, su noble-
za, su hermosura, su omnipotencia, y tal también su justicia. Y
así es infinitamente bueno, infinitamente suave, infinitamente
amoroso, y infinitamente amable, y infinitamente digno de ser
obedescido, temido, acatado y reverenciado. De suerte que si en
el corazón humano pudiese caber amor y temor infinito y obe-
diencia y reverencia infinita, todo esto era debido en ley de
justicia á la dignidad y excelencia deste Señor. Porque si cuanto
una persona es más excelente y más alta, tanto se le debe mayor
reverencia, necesariamente se sigue que siendo la excelencia de
Dios infinita, se le debe reverencia infinita. De donde se infiere
que todo lo que falta á nuestro amor y reverencia para llegar á es*
ta medida, falta para lo que se debe á la dignidad desta grandeza.
Pues siendo esto así, ^qué tan grande es la obligación que
nos pide sólo este título (aunque más no hobiera) al amor y
obediencia deste Señor? ^Qué ama quien á esta bondad no ama?
¿Qué teme quien á esta Majestad no teme? ¿A quién sirve quien
á este Señor no sirve? ^jParaqué se hizo la voluntad, sino para
abrazar y amar al bien? Pues si éste es el sumo bien, ¿cómo no
lo abraza nuestra voluntad sobre todos los bienes? Y si tan
grande mal es no amarlo y reverenciarlo sobre todas las cosas,
¿qué será tenerlo en menos que todas ellas? ¿Quién pudiera creer
que hasta aquí pudiese llegar la maldad del hombre? Pues real-
mente hasta aquí llegan los que por un deleite bestial, ó por un
pundonor de honra, ó por dos maravedís de interese, despre-
cian y ofenden esta bondad. Y aun más adelante pasan los que
pecan de balde, que es por sola maldad y costumbre, sin haber
por eso algún interese: á tanto ha llegado el desalmamiento del
mundo. ¡Oh ceguedad incomparable! ¡Oh insensibilidad masque
de bestias! ¡Oh atrevimiento digno de los demonios! ¿Qué me-
rece quien esto hace? ¿Con qué se castigará dignamente el des-
precio de tan grande Majestad? Claro está que con ninguna
pena menor que con la que está á los tales aparejada, que es
arder para siempre en los fuegos del infierno, y con todo esto
no se castiga dignamente.
Éste es, pues, el primer título por donde estamos obligados
al amor y servicio deste Señor; la cual obligación es tan grande,
LIBRO I. CAPÍTULO I. 2 5
que todas cuantas obligaciones podemos tener en el mundo á
diversos géneros de personas por razón de' sus excelencias y
perfecciones, no se pueden llamar obligaciones, comparadas con
ésta. Porque así como todas las otras perfecciones criadas, com-
paradas con las divinas, no son perfecciones, así todas las obli-
gaciones que nascen destas mismas excelencias y perfecciones
no se llaman obligaciones en presencia désta; como tampoco
todas las ofensas hechas á puras criaturas se llaman ofensas, com-
paradas con la que se hace al Criador. Por lo cual dijo David
en el psalmo de la penitencia (i) que contra solo Dios había
pecado; como quiera que también había pecado contra Urías, á
quien mató, y contra su mujer, á quien deshonró, y contra todo
su reino, á quien escandalizó. Mas con todo esto dice que había
pecado contra solo Dios, porque sabía él muy bien que todas
estas ofensas y deformidades eran nada en comparación de la
fealdad que este pecado tenía, por ser contra lo que Dios mandó.
Y así la consideración desta deformidad lo afligía tanto, que no
hacía caso de todas las otras en comparación désta. Porque así
como Dios es infinitamente mayor que toda otra criatura, así es
infinitamente mayor en su manera la obligación que le tenemos
y la ofensa que le hacemos: y de finito á infinito no puede haber
proporción.
(l) Psalm. L.
DEL SEGUNDO TÍTULO QUE NOS OBLIGA A LA VIRTUD Y SERVICIO DE NUESTRO
SEÑOR, Pi. R RAZÓN DEL BENEFICIO DE LA CREACIÓN.
CAPÍTULO n.
,0 sólo estamos obligados á la virtud y obediencia
de los mandamientos divinos, por lo que Dios es en
sí, sino también por lo que es para nosotros: que es
por razón de sus innumerables beneficios. De los cuales, aunque
habemos tratado en otros lugares para otros propósitos, pero
aquí trataremos dellos, para que por ellos veamos las grandes
obligaciones que tenemos al servicio del dador.
Entre estos beneficios el primero es el de la creación: del
cual, por ser tan conocido, solamente diré que por este bene-
ficio está el hombre obligado á emplearse todo en el servicio
del Señor que le crió, porque según toda la le}-, es el hombre
deudor de todo lo que ha recibido. Y pues por este beneficio
recibió el ser que tiene (que es el cuerpo con todos sus sentidos,
y el ánima con todas sus potencias) sigúese que todo esto está
obligado á emplear en su manera en el servicio del Hacedor,
so pena de ser ladrón y desconocido á quien tanto bien le hizo.
Porque si un hombre hace una casa, ;á quién hade servir esta
casa, sino al dueño que la hizo? Y si planta una viña, jcúyo ha
de ser el fructo della, sino del que la plantó? Y si un padre tiene
un hijo ¿á cuyo servicio está más obligado, que al del padre que
le engendró ? Y por esta causa dicen las leyes que es inestimable
el poder del padre sobre sus hijos, el cual se extiende á tanto,
que por derecho los puede vender estando en necesidad; porque
por haberles dado el ser que tienen, queda hecho tan señor
dellos, que puede dellos disponer en esta forma. Pues si tan
grande es el señorío que el padre tiene sobre su hijo, ¿cuál será
el que tiene Aquél de quien se deriva todo el ser de padres en
el cielo y en la tierra? Y si como dice Séneca, los que recibie-
ron beneficios son obligados á imitar las tierras fértiles, las cua-
LIBRO I. CAPÍTULO IL 2$
les dan mucho más de lo que recibieron, ^cómo responderemos á
Dios con esta manera de agradescimiento, pues no le podemos
dar más de lo que del recibimos, por mucho que le demos? Y
si no guarda esta ley el que no da más de lo que recibió, ^iqué
diremos del que aun no da lo que recibió? Y si como dice
Aristóteles, á los dioses y á los padres no se puede pagar ente-
ramente la deuda que se les debe, ^-qué se podrá pagar á Dios
que tanto más nos tiene dado que todos los padres del mundo?
Y si tan grande mal es ser un hijo rebelde y desobediente á su
padre, ; qué será serlo á Dios, que por tantos títulos es padre, en
cuya comparación ninguno meresce título de padre? Por esto
con mucha razón se queja Él de los tales por un profeta, di-
ciendo (i): Si yo soy vuestro Padre, ¿dónde está la honra que
me debéis? Y si soy vuestro Señor, ;qué es del temor que me
tenéis? Y contra estos mism^os se indigna otro profeta con pa-
labras más encendidas diciendo (2): Generación mala y adúltera,
pueblo loco y nescio, ;ésta es la paga de tantos beneficios que
das átu Señor? ;|Por ventura no es Él tu padre, que te hizo y te
crió? Éstos son los que ni levantan los ojos al cielo, ni los vuel-
ven á si mismos acordándose de sí: porque si esto hiciesen,
preguntarían á sí por sí y procurarían saber su primer origen y
principio: que es, quién los hizo, y para qué los hizo, y por aquí
entenderían lo que Hebían hacer. Mas porque esto no hacen, vi-
ven como si ellos mismos se hubieran hecho: como vivía aquel
malaventurado rey de Egipto, á quien amenaza Dios por un pro-
feta diciendo (3): Contigo lo habré yo, dragón grande, que estás
tendido en medio de tus ríos, y dices: míos son los ríos, yo me
hice á mí mismo. Las cuales palabras, á lo menos por la prác-
tica, dicen todos aquellos que así viven descuidados de su Cria-
dor, como si ellos mismos se hubieran hecho, y no reconoscieran
hacedor. Mejor lo hacía el bienaventurado Sant Augustín, el
cual por este conoscimiento de su principio, vino en conosci-
miento de su Criador. Y así dice él en un soliloquio: Volví á mí,
y entré en mí, y preguntóme: tú, ¿quién eres? Y respondíme:
hombre racional y mortal. Y comencé á inquirir lo que esto
era, y dije: ¿de dónde tuvo principio, Dios mío, este animal? ¿De
dónde sino de Ti? Tú eres el que me heciste, y no yo. Tú eres
(1) Mdach. L (2) Deut. XXXIIL (3) Ezech. XXIX.
26 guIa de pecadores
por quien yo vivo, y por quien todas las cosas son y viven.
Porque <ipor ventura puede ser alguno artífice de sí mismo? ¿Por
ventura hay otro de quien se derive el ser y el vivir, sino de
Ti? ¿Por ventura no eres Tú el sumo Ser de quien mana todo
ser? ¿No eres fuente de vida de quien procede toda vida? Tú,
pues, Señor, me heciste, sin el cual nada se hace. Tú eres ha-
cedor mío, y yo obra tuya. Gracias, pues, sean dadas á Ti, Se-
ñor, por quien yo vivo, y todas las cosas viven. Gracias á Ti,
formador mío, porque tus manos me formaron y hicieron. Gra-
cias á Ti, luz mía, porque con tu luz hallé á Ti, y hallé también
á mí.
Éste es, pues, el primero de los beneficios divinos, y el fun-
damento de todos los otros. Porque todos ellos presuponen ser,
el cual por este beneficio se nos da; y así se comparan todos
con él, como accidentes con la substancia donde se subjectan:
para que por aquí veas cuan grande sea este beneficio, y cuan
digno de ser agradescido. Pues si tanto cuidado tiene Dios de
pedir agradescimiento por sus beneficios (aunque esto no por
su provecho , sino por el nuestro) ¿qué pedirá por éste, que es
el fundamento de todos los otros? Mayormente siendo ésta la
condición de Dios, que así como es liberalísimo en hacer merce-
des, así es estrechísimo (si así se puede llamar) en pedir agra-
descimiento; no por razón de su provecho, sino por la obliga-
ción de nuestro oficio. Y así leemos en el Testamento Viejo
que apenas acababa de hacer á su pueblo un beneficio cuando
luego daba orden cómo hubiese perpetua memoria y agrades-
cimiento del. Y así en sacando su pueblo de Egipto, luego á la
hora, antes aun de la salida, mandó que se hiciese una fiesta
solemnísima cada año en memoria del (i). Mató también para
este fin todos los primogénitos de los egipcios, y luego mandó
que todos los primogénitos del pueblo, que de ahí adelante na-
ciesen, se le ofreciesen en memoria deste beneficio (2). Proveyó-
les luego de maná cuarenta años en el desierto, y en comen-
zándolo á enviar, mandó que se cogiese cierta cuantidad del en
un vaso, y se guardase en el Sanctuario (3), para que todas las
generaciones advenideras tuviesen memoria de aquel benefi-
cio (4). De ahí á poco dióles una victoria muy señalada contra
(i) Exod. XII. (2) Ibid. XIII. (3) Ibid. XVI. (4) Ibid. XVI.
LIBRO I. CAPÍTULO II. 2^
Amalee: y acabada la victoria, dijo luego á Moisén (i): Escribe
esta victoria en un libro para perpetua memoria della, y entré-
galo á Josué. Pues si tan especial cuidado tuvo este Señor de
proveer cómo hubiese en la memoria de su pueblo eterno agra-
descimiento de beneficios temporales, <i qué pedirá por este be-
neficio inmortal, pues el ánima que él nos dio es inmortal? De
aquí procedía el cuidado que los sanctos patriarcas tenían de
edificar altares (2), y hacer memorias cada vez que recibían al-
gún particular beneficio de Dios de tal manera, que aun en los
nombres de los mesmos hijos que les daba (3), escribían la
memoria de los beneficios que recibían, para nunca jamás olvi-
darse dellos. Por donde concluye un sancto que no había el
hombre de respirar tantas veces, cuantas se había de acordar de
Dios. Porque así como siempre es, así siempre había de estar
dando gracias por el ser inmortal que del recibió.
Es tan grande el vínculo desta obligación, que hasta los
mismos filósofos deste mundo dan voces á los hombres que no
sean ingratos á Dios. Y así Epicteto, noble filósofo entre los
estoicos, dice así: Oh hombre, no seas ingrato á aquella sobe-
rana potestad, sino por el sentido del ver y del oir, y mucho
más por la vida que te dio, y por las cosas con que ella te sus-
tenta, por los fructos maduros, por el vino, y por el aceite, y por
todo lo demás le da gracias; y mucho más porque te dio razón
para que supieses usar de todas esas cosas, y conoscer el valor
dellas. Pues si este agradescimiento nos pide un filósofo gentil
por estos comunes beneficios, ¿qué será razón que sienta un
un cristiano que tanto mayor lumbre tiene de fe, y tanto más
recibió?
Mas por ventura dirás: Esos comunes beneficios más pare-
cen obras de naturaleza que beneficios de Dios. ¿ Qué debo yo,
pues, particularmente por la orden y disposición de las cosas,
que se van siempre por su curso? No es ésta voz de cristiano,
sino de gentil: ni aun de gentil, sino de bestia. Y porque más
claramente lo veas, mira cómo la reprehende este mismo filó-
sofo, diciendo así: Dirás por ventura que la naturaleza te hace
estos beneficios. <iOh desconoscido, no entiendes cuando esto
dices que mudas el nombre á Dios? ¿Qué otra cosa es la natura-
(1) Exod, XVII. {2) Gen. XII, XIII, XXII. (3) Ibid. XLIl.
28 GUÍA DE PECADORES
leza sino Dios, que es principal naturaleza? Así que, hombre des-
agradescido, no te excusas con decir que esta deuda la debes á
la naturaleza, y no á Dios; pues no hay naturaleza sin Dios. Si
hubieses recebido prestado algo de Lucio Séneca, y dijeses que
quedabas obligado á Lucio, y no á Séneca, no por esto se mu-
daba el acreedor, sino sólo el nombre del.
De otra razón por do estamos obligados al servicio de nuestro
Señor, por ser El nuestro Criador.
§. II.
^^k S AS no sólo esta obligación de justicia, sino también nuestra
Pl\/ SÍ ,
1^1^^ misma necesidad y pobreza nos obliga atener esta cuenta
con nuestro Criador, si queremos después de criados alcanzar
nuestra misma felicidad y perfección. Para lo cual es de saber
que, generalmente hablando, todas las cosas que nascen, no nas-
cen luego con toda su perfección. Algo tienen y algo les falta que
después se ha3^a de acabar; y el cumplimiento de lo que falta, ha
de dar el que comenzó la obra: de manera que á la misma causa
pertenesce dar el cumplimiento del ser que dio principio del. Y
por esto todos los efectos generalmente se vuelven á sus causas para
recibir dellas su última perfección. Las plantas trabajan por buscar
el sol y arraigarse todo cuanto pueden en la tierra que las produjo:
los pesces no quieren salir fuera del agua que los engendró. El
pellico que nasce, luego se pone debajo las alas de la gallina, y la
sigue por doquiera que vaya; y lo mismo hace el corderico, que
luego se junta con los ijares de su madre, y entre mil madres
que sean de una misma color la reconosce, y siempre anda co-
sido con ella, como quien dice: Aquí me dieron lo que tengo,
aquí me darán lo que me falta. Esto acaesce universalmente en
las cosas naturales, y lo mismo acaescería en las artificiales, si
tuviesen algún sentido ó movimiento. Si un pintor, acabando de
pintar una imagen dejase por acabar los ojos, y aquella imagen
sintiese lo que le falta, ¿qué haría? ¿adonde iría? No iría, cierto, á
casas de reyes ni príncipes, porque ésos (en cuanto tales) no
pueden satisfacer á su deseo, sino irse hía ala casa de su maes-
LffiRO í. CAPITULO lí. ¿g
tro, y suplicarle hía la acabase de perfeccionar. Pues, oh criatura
racional, ^qué otra causa es la tuya sino ésta? No estás aún
acabada de hacer. Mucho es lo que te falta para llegar al cum-
plimiento de tu perfección. Apenas está acabado el debujo. Todo
el lustre y hermosura de la obra queda por dar. Lo cual clara-
mente muestra el apetito continuo de la misma naturaleza, que
como quien se siente necesitada, no reposa, sino siempre está
piando y sospirando por más. Quiso Dios tomarte por hambre,
y que las mismas necesidades te metiesen por sus puertas y te
llevasen á El. Por eso no te quiso acabar dende el principio; por
eso no te enriqueció dende luego: no por escaso, sino por amo-
roso: no porque fueses pobre, sino porque fueses humilde: no
porque fueses necesitado, sino por tenerte siempre consigo. Pues
si eres pobre, y ciego, y menesteroso, ^por qué no te vas al padre
que te crió, y al pintor que te comenzó, para que él acabe lo
que te falta? Mira como lo hacía así el profeta David (r): Tus
manos (dice él) me hicieron y me criaron: dame entendimiento
para que aprenda tus mandamientos. Como si más claramente
dijera: Tus manos, Señor, hicieron todo lo que hay en mí; mas
no está aun acabada esta obra: los ojos de mi ánima, entre otras
partes, quedan por acabar: no tengo lumbre para saber lo que
me conviene: (jpues á quién pediré lo que me falta, sino á quien
me ha dado lo que tengo? Pues dame. Señor, esta lumbre; cla-
rifica los ojos deste ciego dende su nascimiento, para que con
ellos te conosca, y así se acabe lo que comenzaste en mí.
Pues así como á este Señor pertenesce dar su última per-
fección al entendimiento, así también le pertenesce darla á la
voluntad, y á todas las otras potencias del ánima, para que así
quede acabada la obra por el mismo que la comenzó. Éste,
pues, solo harta sin defecto, engrandesce sin estruendo, enri-
quece sin aparato y da descanso cumpHdo sin la posesión de
muchas cosas. Con Él está la criatura pobre y contenta, rica y
desnuda, sola y bienaventurada, desposeída de todas las cosas
y señora de todas ellas. Por lo cual con mucha razón dijo el Sa-
bio (2): Hay un hombre que vive como rico, no teniendo nada;
y hay otro que vive como pobre teniendo muchas riquezas.
Porque muy rico es el pobre que tiene á Dios, como lo era Sant
[^i) Psaliu CKVm. (2) rrov.XVlí.
^ó GUÍA DÉ PECADORES
Francisco; y muy pobre á quien falta Dios, aunque sea señor del
mundo. Porque ¿qué le aprovechan al rico y poderoso todas sus
riquezas, si con todo esto vive con mil maneras de cuidados y
apetitos, que no puede cumplir con cuanto tiene? Y <jqué parte
es la vestidura preciosa, y la mesa delicada, y el arca llena, para
quitar la congoja que está en el ánima? En la cama blanda da
el rico muchos vuelcos en la noche larga, los cuales no puede
excusar su rica bolsa. Resulta, pues, de todo lo dicho, cuan obli-
gados estamos todos al servicio de nuestro Señor, no sólo por
la deuda deste beneficio, sino también por lo que toca al cum-
plimiento de nuestra felicidad y remedio.
DEL TERCERO TÍTULO PORQUE FSTAMOS OBLIGADOS Á DIOS, QUE ES EL BENEFICIO
DE LA CONSERVACIÓN Y GOBERNACIÓN.
CAPÍTULO m
í I o sólo está obligado el hombre á Dios por el bene-
ficio de la creación, sino también por el de la con-
servación; porque Él es el que te hizo y el que
te conserva después de hecho. De manera que tan colgado estás
agora de la mano de Dios, y tan poca parte eres para vivir sin
Él, como lo fuiste para ser sin Él. No es menor beneficio éste
que el pasado; sino que aquél se hizo una vez, más éste siem-
pre, porque siempre te está criando, pues siempre está conser-
vando lo que crió; y no es menester menor poder ni menor amor
para lo uno que para lo otro. Pues si tanto le debes porque en
un punto te crió, ¿cuánto le deberás porque en tantos te con-
serva? No das un paso que no te mueva Él para eso; no abres
ni cierras los ojos, que no ponga Él ahí su mano. Porque si tú
no crees que Dios mueve tus miembros cuando tú los mueves,
no eres cristiano; y si crees que Él te hace esa merced, y con
todo eso le ofendes, no acertaré á decir lo que eres. Dime agora:
si estuviese un hombre en una torre altísima, y tuviese fuera de
las almenas otro hombre colgado de un pequeño cordel, ¿osaría
por ventura éste que así estuviese, desmandarse en palabras con-
tra aquél que lo sostiene? Pues si tú estás colgado como de un
hilico de la voluntad sola de Dios, de tal manera que si Él te
soltase, en un punto te volverías en nada, ¿cómo tienes atrevi-
miento para provocar á ira los ojos desa tan alta IVIaj estad que
te sostiene aun en ese mismo tiempo que le ofendes? Porque
como dice S. Dionisio: Es tan excelente la virtud del sumo
bien, que aun cuando las criaturas le contradicen, de su inmensa
virtud reciben el ser yelpoder con quele contradicen. Pues siendo
esto así, ¿cómo osas con todos esos miembros y sentidos ofen-
der el mismo Señor que los conserva? ¡Oh rebeldía y ceguedad
3á guía de pecadores
increíble! ¿Quién nunca vio tal conjuración, que los miembros se
levanten contra su cabeza, siendo cosa tan natural ponerse á mo-
rir por ella? Día vendrá que se deshaga este agravio, y que sean
oídas ajusticia las querellas de la honra divina (i). ¿Conjurastes
contra Dios? Justo es que conjure toda la universidad del mun-
do contra vosotros, y arme Dios todas sus criaturas para vengar
sus injurias, y pdee toda la redondez de la tierra contra los des-
conoscidos; porque justo es que los que no quisieron abrir los
ojos, convidados con tanta muchedumbre de beneficios, cuando
tuvieron tiempo, los vengan á abrir con la muchedumbre de los
azotes, cuando no tengan remedio.
¿Pues qué será juntar con esto toda esta mesa tan rica y tan
abundosa del mundo, que crió este Señor para tu servicio? Todo
cuanto hay debajo del cielo, ó es para el hombre, ó para cosas
de que se ha de servir el hombre. Porque si él no come el mos-
quito que vuela por el aire, cómelo el pájaro de que él se man-
tiene; y si él no pasee la yerba del campo, páscela el ganado de
que él tiene necesidad. Tiende los ojos por todo ese mundo, y
verás cuan anchos y espaciosos son los términos de tu hacienda,
y cuan rica y abundosa tu heredad. Lo que anda sobre la tierra,
y lo que nada en las aguas, y lo que vuela por el aire, y lo que
resplandece en el cielo, tuyo es. Ca todas esas cosas son benefi-
cios de Dios, obras de su providencia, muestras de su hermosu-
ra, testimonios de su misericordia, centellas de su caridad, y pre-
dicadores de su largueza. Mira cuántos predicadores te envía
Dios para que le conozcas. Todas cuantas cosas ha}^ (dice Sant
Augustín) en el cielo y en la tierra me dicen, Señor, que te ame,
y no cesan de decirlo á todos, porque nadie se pueda excusar.
¡ Oh, si tuvieses oídos para entender las voces de las criatu-
ras; sin dubda verías cómo todas ellas á una te dicen que ames
á Dios! Porque todas ellas callando dicen que fueron criadas pa-
ra tu servicio, porque tú amases y sirvieses por tí y por ellas al
común Señor. El cielo dice: yo te alumbro de día y de noche
con mis estrellas, porque no andes á escuras, y te envío diversas
influencias para criar las cosas, porque no mueras de hambre. El
aire dice: yo te doy aliento de vida, y te refresco, y templo el
calor de las entrañas, para que no te consuma, y tengo en mí
(•<) Sap. V,
Libro i. capítulo iil 33
muchas diferencias de aves, para que deleiten tus ojos con su
hermosura, y tus oídos con su canto, y tu paladar con su sabor.
El agua dice: yo te sirvo con las lluvias tempranas y tardías á
sus tiempos, y con los ríos y fuentes, para que te refresquen, y
te crío infinitas diferencias de peces para que comas; riego tus
sembrados y arboledas con que te sustentes, y doite camino
breve y compendioso por los mares, para que te puedas servir
de todo el mundo, y juntar las riquezas ajenas con las tuyas.
Pues la tierra ¿qué dirá, que es la común madre de todas las co-
sas, y como una general oficina de todas las causas naturales?
Ésa, pues, también con mucha razón dirá: yo como madre te
traigo á cuestas; yo te crío los mantenimientos, y te sustento con
los fructos de mis entrañas; yo tengo tratos 3^ comunicación con
todos los elementos y con todos los cielos, y de todos recibo in-
fluencias y beneficios para tu servicio; yo, finalmente, como bue-
na madre, ni en vida, ni en muerte te desamparo; porque en
vida te traigo á cuestas y te sustento, y en la muerte te doy
lugar de reposo, y te recibo en mi regazo. Finalmente, todo el
mundo á muy grandes voces te está diciendo: mira cuánto es lo
que te amó mi Señor y Hacedor, que por ti crió á mí, y por El
quiere que sirva á ti, porque tú sirvas y ames á Aquél que crió
á mí por ti, y á ti por sí.
Éstas son, cristiano, las voces de todas las criaturas; mira que
no puede ser mayor sordedad, que estar á tales voces sordo y
á tales beneficios ingrato. Si recibes el beneficio, paga la deuda
del agradescimiento, porque no pases por la pena del ingrato.
Ca toda criatura (según dice un doctor) da estas tres voces al
hombre: Accipe, redde, cave. Hoc est: Accipe benejicium; Redde
debitiiin; Cave [nisi reddideris) snppliciiim. Que quiere decir: re-
cibe, paga y teme. Esto es: recibe el beneficio, paga la deuda del
agradescimiento, y teme (si no la pagares) el castigo.
Y para que más aun te maravilles, mira cómo esta misma
teología llegó á alcanzar Epicteto filósofo (de quien arriba heci-
mos mención) el cual quiere que en todas las cosas criadas
oyamos y veamos al Criador, diciendo así: Cuando el cuervo da
voces, y con ellas te da á entender alguna mudanza del aire, no
es el cuervo el que te avisa, sino Dios. Y si por las voces y pa-
labras humanas eres avisado de algo, ¿no es también Dios el que
crió ese hombre, y le dio esa facultad para poderte avisar, para,
OBRAS DE GRANADA I— 1
34 GUÍA DE PECADORES
que supieses que aquel divino poder usa de unos y otros me-
dios para lo que quiere? Porque cuando las cosas de que nos
quiere avisar son grandes, éstas envía El á decir por más
altos y nobles mensajeros. Y al cabo añade diciendo: Finalmen-
te, cuando acabares de leer estos mis consejos, di entre ti mismo:
estas cosas no me las ha dicho Epicteto el filósofo, sino Dios;
porque ¿de dónde tenía él facultad para decillas? Pues no es él,
sino Dios el que me las dijo por él. Hasta aquí son palabras de
Epicteto. Pues ¿ cuál cristiano no se afrentará de no llegar adon-
de un filósofo gentil llegó? Gran vergüenza es por cierto que
los ojos esclarescidos con lumbre de fe, no vean lo que veían los
que estaban asentados en las tinieblas de la razón.
Colige de lo dicho cuan indigna cosa sea no servir á nuestro Señor.
§. I.
i
¡UES siendo esto así, ¿qué linaje de desconoscimiento es
andar nadando entre tantos beneficios de Dios, y no
acordarse de quien los da? Dice Sant Pablo (i) que el que hace
buenas obras á su enemigo, le echa carbones de fuego sobre la
cabeza, para encenderlo en su amor. Pues si todas cuantas cria-
turas hay en este mundo son beneficios de Dios, ¿ qué será todo
este mundo, sino un fuego de tanta leña, cuantas criaturas hay
en él? Pues ¿cuál es el corazón que andando en medio de un tan
grande fuego, no solamente no se quema, mas aun no siente
calor? ¿ Cómo recibiendo á la continua tantos beneficios, no al-
zarás alguna vez los ojos al cielo á ver quién es ése que te hace
tanto bien? Dime: si andando tu camino, y asentándote al pie
de una torre cansado y muerto de hambre, estuviese uno dende
lo alto proveyéndote benignamente de todo lo necesario, ¿ cómo
te podrías contener, que no levantases alguna vez los ojos á ver
quién es ése que así te provee? Pues ¿qué otra cosa hace Dios
contigo dende lo alto, sino estar lloviendo siempre beneficios
sobre tí? Dame una sola cosa de cuantas hay en el mundo, que
no venga por especial providencia del cielo. Pues ¿ cómo no le-
(i) Rom. XII.
LIBRO I. CArÍTULÜ III. 35
yantarás alguna vez los ojos para conoscer y amar á tan liberal
y tan continuo bienhechor? ¿Qué es esto, sino haber perdido ya.
los hombres su misma naturaleza, y héchose más insensibles que
bestias ? Gran vergüenza es decir á quien somos en esto seme-
jantes; mas también es razón que oiga el hombre su mcrescido.
Somos semejantes en esto á los animales brutos que están de-
bajo la encina, los cuales cuando les está su dueño dende lo
alto vareando la bellota, ocupados ellos en comer y gruñir unos
con otros sobre la comida, no miran á quien se la da, ni saben
que cosa es levantar los ojos para ver por cuya mano se les
hace este beneficio. ¡Oh bestial ingratitud de los hijos de Adán,
que teniendo demás de la razón la figura de vuestro cuerpo
derecha, y los mismos ojos enderezados al cielo, no queréis que
los del ánima tiren tras ellos para ver á quien os hace tanto
bien!
Y aun pluguiese á Dios que no nos hiciesen ventaja las bes-
tias en esta parte. Porque es tan general la ley del agradesci-
miento, y es Dios en tanta manera amigo del, que aun en las
mismas fieras imprimió esta tan noble inclinación, como pare-
ce por muchos ejemplos que hallamos escriptos en esta materia.
Porque ¿qué cosa más fiera que el león? Pues deste escribe
Apión, autor griego, que porque un hombre que estaba escon-
dido en una cue\'a le sacó vma espina que traía hincada en un
pie, el león partía con él cada día la carne que cazaba; y des-
pués de muchos días, siendo este hombre por sus maleficios echa-
do á este mismo león en la plaza de Roma, el león se puso á mi-
rarlo, y le reconosció, y se llegó á él, y amorosamente, haciéndole
los mismos halagos que hace un perro á su señor' cuándo viene
de fuera. Y después desto se andaba tras él, sin hacer mal ana-
die, por las calles de Roma. De otro león también leemos que
por el mismo beneficio que había recebido de un hombre que
desembarcó en Afi"ica, el león le traía cada día de la carne que
cazaba, con que él y sus compañeros se mantenían, hasta que se
tornaron á embarcar. Y no es de menor admiración lo que se
escribe de otro león, que estando peleando con una sierpe (la
cual lo tenía muy apretado y puesto en peligro de muerte) un
caballero que por aquel lugar andaba monteando, socorrió al
león, matando la sierpe: por el cual beneficio el león lo siguió
siempre, y andando á caza le servía de lebrel; y embarcándose
3 6 GUÍA DE PECADORES
una vez el caballero, dejan^lo el león en tierra, él se echó á nado
en pos de su bienhechor, y sin poder ser socorrido se ahogó.
Pues (jque diré de la lealtad y agradesci miento de los caballos?
Plinio escribe de algunos que después de muertos sus señores
sintieron tanto sus muertes, que vinieron á derramar lágrimas
por ellos; y de otros dice que se dejaron morir de hambre por
esta causa: y de otros, que tomaron venganza de los matadores
de sus señores, despeñándolos, ó despedazándolos á bocados.
Pues ¿qué diré del agradescimiento de los perros, de quien el
mismo autor cuenta cosas extrañas? De un perro escribe que
muerto su señor por unos ladrones, después de haber por él pe-
leado fuertemente contra ellos, se juntó con el cuerpo muerto
guardándolo y ojeando las aves y las bestias porque no lo co-
miesen. De otro escribe que viendo muerto á Jasón Lucio su
señor, nunca más quiso comer, y así se dejó morir de hambre.
Y en su tiempo escribe haber acaecido en Roma otra cosa más
memorable: porque habiendo sido condenado un hombre á muer-
te, un perro que tenía, ni en la cárcel se apartó jamás del, ni
después de muerto le desamparó, antes se estaba siempre á par
de él dando tristes aullidos: y (lo que más es) arrojándole un pe-
dazo de pan, lo tomó en la boca, y lo llevó á la de su señor, y
echado el cuerpo en el Tibre, el perro se arrojó tras él, y se
ponía debajo del para sustentarlo, porque no se fuese á fondo.
¿Qué cosa más admirable, ni de mayor agradescimiento que és-
ta? Pues si las bestias que no tienen razón, sino una sola cente-
lla de instincto natural con que reconoscen el beneficio, así lo
agradescen, y así lo sirven, y acompañan á sus bienhechores: el
hombre que tiene tanta mayor lumbre para conoscer el bien que
recibe, ¿cómo vive tan olvidado de quien tanto bien le hace?
¿Cómo se deja vencer de las bestias en ley de humanidad, de
lealtad y de agradescimiento, especialmente siendo tanto más
lo que el hombre recibe de Dios, que cuanto pueden recibir las
bestias de los hombres, y siendo tanto más excelente la persona
que lo da, y el amor con que lo da, y la intención con que lo da,
que no es por interese, sino por sola gracia y amor? Cosa es esto
cierto de grande admiración, y que manifiestamente declara ha-
ber demonios que cieguen nuestros entendimientos, y endurezcan
nuestras voluntades, y estraguen nuestras memorias para no
acordarse de tal bienhechor.
LIBRO I. CAPÍTULO IIÍ. ^/^
Y si tan grande mal es olvidarse de este Señor, ^cuánto ma-
yor será ofenderle, y ofenderle con sus mismos beneficios?
El primer grado de ingratitud dice Séneca que es no respon-
der al bienhechor con beneficios; el segundo, olvidarlos de
corazón; el tercero es hacer mal á quien te hizo bien, y éste pa-
resce el mayor. Pues ¿qué será hacer mal y ofender al bienhe-
chor con los mismos bienes que él te dio? No sé si ha habido
hombre en el mundo que haya hecho con otro hombre lo que
los otros hombres hacen con Dios. ¿Qué hombre habría (por
inhumano que fuese) que acabando de recibir de un príncipe
grandes mercedes, fuese luego á emplear todas aquellas mer-
cedes en hacer gente contra él? Y tú, malaventurado, con esos
mismos bienes que Dios te dio, nunca cesas de hacer guerra
contra Él. Pues ¿qué cosa más abominable? ¿Cuál sería la
traición de una mujer casada, si las joyas que su marido le en-
viase para honrarla y provocarla más á su amor, las diese ella
á un adúltero para ganarle la voluntad y tener más segura su
afición ? Si alguna cosa fea se pudiese en el mundo pintar, ésta
parece que lo sería: y aquí la injuria no es más que de hombre
á hombre, que es de un igual á otro igual. Pues ¿cuánto mayor
mal es, cuando esta misma injuria se hace contra Dios? Pues
¿qué otra cosa hacen los hombres, cuando las fuerzas y la salud,
y los bienes que Dios les dio, emplean en malas obras? Con
las fuerzas se hacen más soberbios, con la hermosura más vanos,
con la salud más olvidados de Dios, con la hacienda más pode-
rosos para tragarse los flacos y competir con los mayores, y
para regalar su carne, y comprar la castidad de la inocente don-
cella, y hacer que ella venda como otro Judas el precio de la
sangre de Cristo, y ellos la compren por dinero, como hicieron
los judíos. Pues ¿qué diré del abuso de todos los otros benefi-
cios? De la mar se sirven para sus gulas, de la hermosura de
las criaturas para sus lujurias, de los fructos y bienes de la tierra
para sus avaricias, de las habilidades y gracias naturales para sus
soberbias. Con las prosperidades se enloquescen, y con las adver-
sidades desmayan. De la noche se sirven para encubrir sus hur-
tos, y del día para tender sus redes, como se escribe en Job (i).
(f) Job. XXiil.
"^8 GUÍA DE PECADORES
Finalmente, todo lo que Dios crió en este mundo para gloria
suya, han ellos ofrescido á los antojos de su locura.
Pues ^quc diré de sus aguas de olores, de sus perfumes, de sus
vestidos, de sus labrados, de sus potajes y diferencias de guisados,
de que están por nuestros pecados, no solamente escriptos, sino
también impresos libros? tanto ha crescido la desvergüenza y el
regalo. De todas estas cosas tan preciosas, por quien habían de
dar á Dios alabanzas, usan para cebo de sus lujurias; pervertiendo
todas las criaturas de Dios, y haciendo instrumentos de vanidad
lo que había de ser instrumento de virtud. Finalmente, todas las
cosas del mundo tienen dedicadas para regalo de su carne, y
ninguna para el prójimo por Dios tan encomendado. Para solo
éste son pobres, para solo éste se les acuerda que tienen deudas:
para todo lo demás ni deben, ni les falta.
No aguardes, pues, hermano, á que á la hora de la muerte se
te haga este cargo tan peligroso, que cuanto es mayor, tanto
será más estrecha la cuenta que se te pedirá Linaje de juicio
es dar mucho á quien lo agradesce poco; y señal de reprobación
es darlo á quien siempre usa mal dello. Tengamos por último
linaje de afrenta que las bestias nos hagan ventaja en esta vir-
tud; pues ellas son agradescidas á sus bienhechores, y nosotros
no. Porque si los varones de Nínive se levantarán en juicio, y
condenarán á los judíos porque no hicieron penitencia con la
predicación de Cristo, miremos no nos condene este mismo
Señor con el ejemplo de las bestias; pues ellas amaron á sus
bienhechores, y nosotros no.
DEL CUARTO TÍTULO POR DONDE ESTAMOS OBLIGADOS Á LA VIRTUD, QUE ES EL
BENEFICIO INESTIMABLE DE NUESTRA REDEMPCIÓN,
CAPÍTULO IV
ENGAMOS al beneficio inestimable de nuestra redemp-
ción. Para hablar deste misterio, verdaderamente
yo me hallo tan indigno, tan corto y tan atajado,
que ni sé por dó comience, ni dónde acabe, ni qué deje, ni qué
tome para decir. Si no tuviera la torpeza del hombre necesidad
destos estímulos para bien vivir, mejor fuera adorar en silen-
cio la alteza deste misterio, que borrallo con la rudeza de nues-
tra lengua. Cuentan de un famoso pintor, que habiendo pintado
en una tabla la muerte de una doncella hija de un rey, y de-
bujado en torno della los deudos con rostros en gran manera
tristes, y á la madre mucho más triste, cuando vino á querer
debujar el rostro del padre, cubriólo de industria con una som-
bra, para dar á entender que allí ya faltaba el arte para exprimir
cosa de tan gran dolor. Pues si todo lo que sabemos no basta
para explicar sólo el beneficio de la creación, ¿qué elocuencia
bastará para engrandescer el de la redempción? Con una simple
muestra de su voluntad crió Dios todas las cosas del mundo, y
quedáronle las arcas llenas, y el brazo sano acabándolo de criar;
mas para haberlo de redimir, sudó treinta y tres años, y derramó
toda su sangre, y no quedó en Él miembro ni sentido que no
padesciese su dolor. Menoscabo paresce de tan grandes miste-
rios ser con lengua de carne manifestados. Pues ¿ qué haré ?
¿Callaré, ó hablaré? Ni debo callar, ni puedo hablar. ¿Cómo ca-
llaré tan grandes misericordias? Y ¿cómo hablaré misterios tan
inefables? Callar es desagradescimiento, y hablar paresce teme-
ridad. Por esto suplico yo agora. Dios mío, á vuestra infinita
piedad, que entretanto que yo estuviere apocando vuestra gloria
con mi rudeza, por no saber más, deseando engrandescella y
declaralla, estén allá en el cielo glorificándoos los que os saben
4o GUÍA DE PECADORES
alabar: y ellos compongan lo que yo descompongo, y doren
ellos lo que el hombre desdora con su poco saber.
Después de criado el hombre, y puesto por mano de Dios
en aquel lugar de deleites en tan grande dignidad y gloria, es-
tando tan obligado al servicio de su Criador cuanto más del
había recibido, alzóse con todo, y de donde había de tomar
mayores motivos para más amarle, de ahí los tomó para hacerle
traición. Por esta causa fué lanzado del Paraíso en el destierro
deste mundo, y sobre esto condenado á las penas del infierno;
para que, pues había sido compañero del demonio en la culpa,
también lo fuese en la sentencia. Dijo el Profeta á su criado
Giezi, después que tomó los dones de Naamán leproso (i): ^To-
maste la hacienda de Naamán? Pues la lepra de Naamán se
pegará á ti y á todos tus descendientes eternalmente. Este fué
el juicio de Dios contra el hombre: que pues él quiso la riqueza
de Lucifer, que fué la culpa de su soberbia, también se le pe-
gase la lepra de Lucifer, que fué la pena della. Pues cata aquí
al hombre comparado con el demonio, imitador de su culpa y
compañero de su pena.
Estando, pues, el hombre tan caído en los ojos de Dios, y en
tanta desgracia suya, tuvo por bien aquel Señor (no menos grande
en la misericordia que en la majestad) de mirar, no á la injuria
de su bondad soberana, sino á la desventura de nuestra miseria;
y teniendo más lástima de nuestra culpa, que ira por su deshonra,
determinó remediar al hombre por medio de su Unigénito Hijo,
y reconciliarle consigo. Mas ^cómo le reconcilió? ¿Cómo lo po-
drá eso hablar lengua mortal ? Hizo tan grandes amistades entre
Dios y el hombre, que vino á acabar, no sólo que Dios perdo-
nase al hombre, y le restituyese en su gracia, y se hiciese una
cosa con El por amor, sino (lo que excede todo encarescimien-
to) llegó á hacerle tan una cosa consigo, que en todo lo que
tiene criado no hay cosa más una que son ya los dos; porque
no solamente son uno en amor y gracia, sino también en per-
sona. <: Quién nunca jamás pensara que así se había de soldar
esta quiebra? ¿Quién imaginara que estas dos cosas, entre quien
la naturaleza y la culpa habían puesto tan grande distancia,
habían de venir á juntarse, no en una casa, ni en una mesa, ni
(i) IVReg. V.
Libro i. capítulo iv. 4í
en una gracia, sino en una persona? (¡Qué cosas más distantes
que Dios y el pecador? ¿Qué cosa agora más junta que Dios y el
hombre? Ninguna cosa hay (dice S. Bernardo) más alta que Dios,
y ninguna más baja que el cieno de que el hombre fué formado.
Mas con tanta humildad descendió Dios al cieno, y con tanta
dignidad subió el cieno á Dios, que todo lo que hizo Dios, se
diga que lo hizo el cieno; y todo lo que sufrió el cieno, se diga
que lo padesció Dios.
¿Quién dijera al hombre cuando tan desnudo y tan enemis-
tado se sintió con Dios, que andaba buscando los rincones del
Paraíso terrenal para esconderse, que tiempo vendría en que se
juntase aquella tan baja substancia en una persona con Él? Fué
tan estrecha esta junta y tan fiel, que cuando hubo de quebrar,
que fué al tiempo de la pasión, antes quebró que despegó;
porque no faltó por la juntura, sino por lo sano. Ca pudo la
muerte apartar el ánima del cuerpo, que era junta de natura-
leza; mas no pudo apartar á Dios, ni del ánima, ni del cuerpo,
que era junta de la persona divina: porque lo que una vez por
nuestro amor tomó, nunca más lo dejó.
Estas son las paces, y éste el remedio que nos vino por
manos de nuestro salvador y medianero. Y aunque le seamos
tan deudores por este remedio cuanto ninguna lengua criada
puede explicar, no menos lo somos por la manera del remediar-
nos, que por el mismo remedio. Mucho os debo. Dios mío,
porque me librastes del infierno, y me reconciliastes con Vos:
mas mucho más os debo por la manera en que me librastes, que
por la libertad que me distes. Todas vuestras obras en todo son
maravillosas, y cuando le paresce al hombre que no le queda
espíritu para mirar sola una, deshácese esta maravilla cuando
alza los ojos y mira otra. No es deshonra. Señor, de vuestras
grandezas que se deshagan las unas con las otras, sino muestra
de vuestra gloria.
Pues ¿qué medio tomastes. Señor, para remediarme? Infinitos
medios había con que pudiérades darme cumplida salud sin tra-
bajo, y sin costa vuestra; pero fué tan grande y tan espantosa
vuestra largueza, que por mostrarme más claro la grandeza de
vuestra bondad y amor, quisistcs remediarme con tan grandes
dolores, que sólo pensarlos bastó para haceros sudar sangre, y el
padescerlos para hacer despedazar á las piedras de dolor. Alá-
¿}2 GUÍA DE PECADORES
benos, Señor, los cielos, y los ángeles prediquen siempre vues-
tras maravillas. ¿Qué necesidad teníades Vos de nuestros bienes?
¿ni qué perjuicio os venía de nuestros males? Si pecares, dice
Job (i), ¿qué mal le harás? Y si se multiplicaren tus maldades,
¿en qué le dañarás? Y si bien hicieres, ¿qué le darás? ¿ó qué
podrá Él recibir de tus manos? Pues aquel Dios tan rico y
tan exempto de males, aquel cuyas riquezas, cuyo poder, cuya
sabiduría ni puede crescer, ni ser más de lo que es; aquel
que ni antes de la creación del mundo, ni agora después de
criado, es mayor ni menor de lo que era: ni porque todos los
áno-eles y hombres se salven v le alaben, es en sí más honrado:
ni porque todos se condenen y le blasfemen, menos glorioso:
este tan gran Señor, no por necesidad, sino por caridad, siendo
nosotros sus enemigos y traidores, tuvo por bien de inclinar los
cielos de su grandeza, y descendir á este lugar de destierro, y
vestirse de nuestra mortalidad, y tomar sobre sí todas nuestras
deudas, y padescer por ellas los mayores tormentos que jamás
se padescieron ni padescerán. Por mí. Señor, naciste en un esta-
blo, por mí fuiste reclinado en un pesebre, por mí circuncidado
al octavo día, por mí desterrado en Egipto, y por mí finalmente
perseguido y malbatado con infinitas maneras de injurias. Por
mí ayunaste, velaste, caminaste, sudaste, lloraste y probaste por
experiencia todos los males que había merescido mi culpa, no
siendo Tú el culpado, sino el ofendido. Por mí finalmente fuiste
preso, desamparado, vendido, negado, presentado ante unos y
otros tribunales y jueces; y ante ellos acusado, abofeteado, infa-
mado, escupido, escarnecido, azotado, blasfemado, muerto y se-
pultado. Finalmente remediástesme muriendo en una cruz, y
acabando la vida en presencia de vuestra sanctísima madre, con
tan grande pobreza, que no tuvistes una sola gota de agua en la
hora de vuestra muerte, y con tan gran desamparo de todas las
cosas, que de vuestro mismo Padre fuistes desamparado. Pues
¿ qué cosa de mayor espanto que venir un Dios de tan grande
majestad á acabar así la vida en un madero, con título de mal-
hechor?
Cuando un hombre, por bajo que sea, viene por su culpa á
parar en este lugar, si por caso le conoscías antes, y te llegas
(i; Job. XXXV.
LIBRO I. CAPÍTULO IV. 4J
á él de cara para mejor verle, apenas acabas de maravillarte,
considerando á cuan baja suerte le trajo su miseria, que así vi-
niese á acabar. Pues si es cosa de admiración ver un hombre
bajo en tal lugar, ¿qué será ver en el mismo al Señor de todo
lo criado? ¿Qué será ver á Dios en tal lugar, que para un mal-
hechor es abaddo? Y si cuanto la persona justiciada es más alta
y más conoscida, tanto mayor espanto nos pone su caída, vos-
otros, ángeles bienaventurados, que tan bien conoscéis la alteza
deste Señor, ;qué sentistes, cuando allí lo vistes? Mirándose están
uno á otro los querubines que mandó Dios poner á los dos lados
delarca del Testamento (i), vueltos los rostros al propiciatorio,
con semblante de maravillados, para dar á entender cuan es-
pantados están aquellos espíritus soberanos, considerando esta
obra de tanta piedad, que es mirando á Dios hecho propicia-
torio del mundo en aquel sancto madero. Como atónita queda
la misma naturaleza, suspensas están todas las criaturas, espán-
tanse los principados y potestades del cielo de tan inestimable
bondad como por aquí conoscen en Dios. Pues ¿quién no cae
debajo de la ola de tan grandes maravillas? ¿Quién no se ahoga
en este piélago de tanta piedad? ¿Quién no sale fuera de sí,
como hizo Aloisén en el monte, cuando mostrándole Dios la fi-
gura deste misterio, daba voces y decía (2): Misericordioso,
piadoso, sufridor. Dios de gran misericordia; sin saber decir otra
cosa más que proclamar á gritos aquella gran misericordia que
Dios allí le había representado? ¿Quién no cubre aquí sus ojos
como Elias (3) cuando ve pasar á Dios, no con pasos de ma-
jestad, sino de humildad: no trastornando los montes, y que-
brantando las piedras con su omnipotencia, sino derribado ante
los malos, y haciendo despedazar á las piedras de compasión?
Pues ¿quién no cerrará aquí los ojos de su entendimiento, y
abrirá los senos de su voluntad, para que ella sienta la grandeza
deste amor y beneficio, y ame cuanto pudiere, sin tasa y sin
medida? ¡Oh alteza de caridad! ¡Oh bajeza de humildad! ¡Oh
grandeza de misericordia! ¡Oh abismo de incomprehensible
bondad !
Pues si tanto. Señor, os debo porque me redemistes, ¿ cuánto
os deberé por esta manera de remedio? Redemístesme con
(i) Exod, XXV. (2) Ibid. XXXIV. (3) 111 Keg. XIX.
44 GUÍA DE PECADORES
inestimables dolores y deshonras, y con venir á ser oprobrío de
los hombres y desecho del mundo; con estas deshonras me
honrastes, con estas acusaciones me defendistes, con esta sangre
me lavastes, con esta muerte me resuscitastes, y con esas lágri-
mas vuestras me librastes de aquel perpetuo llanto y crujir de
dientes. ¡Oh buen padre, que así amáis á vuestros hijos! ¡Oh
buen pastor, que así os dais en pasto y mantenimiento á vuestro
ganado! ¡Oh fiel guardador, que así os entregáis á la muerte
por los que os encargastes de guardar! Pues ¿con qué dádivas
responderé á esta dádiva? ¿Con qué lágrimas á esas lágrimas?
¿Con qué vida pagaré esa vida? ¿Qué va de vida de hombre á
vida de Dios, y de lágrimas de criatura á lágrimas de Criador?
Y si por ventura te parece, hombre, que no le debes tanto
porque no padesció por ti solo, sino también por todos los otros,
no te engañes; porque realmente de tal manera padesció por
todos, que también padesció por cada uño. Porque con su sabidu-
ría infinita Él tuvo todos aquellos por quien padescía tan presentes
ante sus ojos, como si fueran un solo: y con su caridad inmensa
abrazó á todos y á cada uno, y derramó su sangre por él como
por todos. Finalmente tan grande fué su caridad, que (como
dicen los sanctos) si uno solo entre todos los hombres fuera cul-
pado, por él solo padesciera lo que padesció por todos. Mira,
pues, agora cuánto debes á este Señor, que tanto hizo por ti: y
que tanto más hiciera de lo que hizo, si te fuera necesario.
Colige de ¡o diclio cuan gran mal sea ofender á nuestro Señor.
§•1.
i
|UES díganme agora todas las criaturas si puede ser be-
^ neficio mayor, ni obligación mayor, ni gracia mayor.
Digan todos los coros de los ángeles si ha hecho Dios otro
tanto por ellos. Pues ¿ quién no se ofrescerá del todo al servicio
de tal Señor? Tres veces (dice Sant Anselmo) te debo, Señor,
todo lo que soy; porque me criaste, te debo todo lo que hay
en mí; y porque después me redemiste, te debo aun con más
justo título la misma deuda; y porque después de todo esto te
Libro i. capítulo Iv. 4^
me prometes en galardón, también me debo todo. Pues ^cómo
no me entregaré yo una vez á quien por tantos títulos me
debo? ¡Oh ingratitud y dureza de corazón humano, si con tales
beneficios no se vence! No hay cosa tan dura que por algún
artificio no se pueda ablandar. Los metales se regalan con el
fuego, el hierro se ablanda en la fi-agua, la dureza del diamante
se doma y labra con sangre de animales. Mas ¡ oh corazón más
que de piedra, más que de hierro, más que de diamante, á quien
ni ablanda el fuego del infierno, ni el regalo de padre tan pia-
doso, ni la sangre del Cordero sin mancilla derramada por ti !
Pues habiendo Vos, Señor, descubierto á los hombres tal
bondad y misericordia, ¿ es cosa tolerable que haya quien no os
ame; que haya quien deste beneficio se olvide; que haya quien
con todo esto os ofenda? ¿A quién ama quien á Vos no ama?
<iQué beneficios agradesce quien los vuestros no agradesce?
^ Cómo no serviré yo á quien así me amó, así me buscó, así me
remedió? Si yo, dice el Salvador (i), fuere levantado de la tierra,
todas las cosas traeré á mí. ¿Con qué fuerzas? ¿con qué cadenas?
Con fuerzas de amor, y con cadenas de beneficios. Con las cuer-
das de Adán lo traeré á mí, dice el Señor (2), y con ataduras
de amor. Pues ¿quién no será llevado por estas cuerdas? ¿Quién
no se dejará prender destas cadenas? ¿Quién no será vencido
con tales beneficios?
Y si tan grande culpa es no amar este Señor, ¿qué será
ofenderle y quebrantar sus mandamientos? ¿Cómo puedes tener
manos para ofender aquellas manos que tan liberales fueron para
contigo, hasta ponerse en una cruz? Cuando aquella mala mujer
sóUcitaba al sancto patriarca Josef para que hiciese traición á su
señor, defendióse el sancto mozo con estas palabras (3): Mira
que todas cuantas cosas tiene mi señor, ha puesto en mis manos,
sacando á ti sola, que eres su mujer: pues ¿cómo podré yo co-
meter tan gran maldad contra él, y pscar contra Dios? Como
si dijera: Si mi señor ha sido tan bueno y tan largo para co-
migo; si todo cuanto tiene ha puesto en mis manos; si así me
ha honrado y fiado de mí todas sus cosas, ¿cómo podré yo (es-
tando preso con tantas cadenas de beneficios) tener manos para
ofender á tan buen señor? Y es de notar que no se contentó con
(1) Juan. XII. (3) O^e. XI. (3) Gen. XXXIX,
4Í^ GUÍA DE PECADORES
decir: no debo, ó no es razón ofenderle; sino ¿cómo podré
ofenderle? Dando á entender que la grandeza de los beneficios
no sólo debe quitar la voluntad, sino también en su manera las
fuerzas, y la facultad para ofender al bienhechor. Pues si esta
manera de agradssci miento merescían aquellos beneficios, ¿qué
merecerán los de Dios? Aquel hombre puso en las manos de
Josef cuanto teñía: Dios ha puesto en tus manos cuasi todo
cuanto tiene. Alira, pues, cuánto es más lo que Dios tiene, que
lo que aquél tenía; porque tanto más es lo que tú tienes recebido
que lo que aquél recibió. Si no, dime: ¿qué hacienda tiene Dios
que no la haya puesto en tus manos? El cielo, la tierra, el sol,
la luna, las estrellas, los ríos, los mares, las aves, los pesces, los
árboles, los animales, y finalmente todo cuanto hay debajo del
cielo, en tus manos está puesto. Y no sólo cuanto ha}^ debajo
del cielo, sino también cuanto hay sobre el cielo: que es la
gloria de allá, y las riquezas y bienes de allá. Todas las cosas,
dice el Apóstol (i), son vuestras: sea Patilo,sea Apolo, sea Pedro,
sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo
venidero: todo es vuestro; porque todo ayuda á vuestra salva-
ción. Y no sólo lo que está sobre los cielos, sino también el
mismo Señor de los cielos se nos ha dado en mil maneras, en
padre, en tutor, en salvador, en maestro, en médico, en precio,
en ejemplo, en mantenimiento, en remedio y en galardón. Fi-
nalmente, el Padre nos dio á su Hijo, el Hijo nos meresció al
Espíritu Sancto, y el Espíritu Sancto nos hace merescer al
mismo Padre, y Hijo, de quien manan todos los bienes.
Pues si es verdad que cuanto Dios tiene, ha puesto en
tus manos: ¿ cómo tienes tú manos para ofender á tan larguísimo
y piadosísimo bienhechor? Extremo mal paresce no agradescer
tan grandes bienes: pues ¿quesera añadir al desagradescimiento
menosprecio y ofensas del bienhechor? Si aquel mancebo se
hallaba tan capti\'o y tan impotente para ofender á quien le
había puesto en las manos toda su casa: ¿cómo tienes tú fuerzas
para ofender á quien el cielo, y la tierra, y á sí mismo puso en
tus manos? ¡Oh más ingrato que los brutos animales, más fiero
que las fieras, y más insensible que todas las cosas insensibles,
si no sientes este mal! Porque ¿qué fiera, qué león, qué tigre
(i) 1 Cor. III.
LIBRO I. CAPÍTULO IV. Á,']
se desmandó en hacer mal á quien bien le hace ? De un perro
escribe Sant Ambrosio que estuvo toda una noche llorando y
aullando á su señor, porque se lo había muerto un su contrario.
Y como otro día por la mañana se llegase mucha gente á ver
el muerto, y también entre ellos el matador, arremetió luego
contra él, y á bocados y ladridos dio á entender la culpa se-
creta del malhechor. Pues si los perros por un pedazo de pan tal
amor y fe tienen con sus señores, ;cómo serás tú tan ingrato,
que en ley de agradescimiento y humanidad te dejes vencer de
un perro? Y si aquel animal tanto se indignaba contra quien le
mató su señor, ¿cómo no te indignarás tú contra los que mata-
ron al tuyo ? Y ; quién son (si piensas) los que le mataron, sino
tus pecados? Éstos fueron los que le prendieron, éstos los que
le ataron, azotaron y pusieron en cruz: tus pecados, digo, fueron
la causa. Porque no fueran los verdugos poderosos para esto, si
tus pecados no lo fueran. Pues ¿porqué no te embravescerás
contra estos tan crueles homicidas que quitaron la vida á tu
Señor? ¿Porqué \'iéndole muerto ante ti y por ti, no crecerá
más en ti el amor para con Él, y el aborrecimiento contra el
pecado que le mató?
Especialmente sabiendo que todo lo que Él en este mundo
hizo, dijo y padesció, fué por causar en nuestros corazones abo-
rrecimiento del. Por matar el pecado murió: y por echarle cla-
vos en pies y en manos se dejó Él enclavar en los suyos. Pues
¿porqué quieres tú hacer para ti vanos todos los trabajos y su-
dores de Cristo, pues te quieres quedar en aquella misma ser-
vidumbre de que Él con su sangre te libró? ¿Cómo no temblarás
de solo el nombre del pecado, pues ves á Dios hacer tan extra-
ñas cosas por destruirlo? ¿Qué más había que hacer para retraer
á los hombres de pecar, que ponérseles el mismo Dios delante
atravesado en un madero ? ¿ Quién osaría ofender á Dios, si viese
el paraíso y el infierno abierto delante de sí? Pues sin dubda
;nayor cosa es ver á Dios puesto en cruz, que todo esto. Por
donde, á quien no mueve esta hazaña tan grande, no sé qué
otra cosa le pueda mover.
DEL QUINTO TÍTULO POR DO ESTAMOS OBLIGADOS Á LA VIRTUD, QUE ES EL BE-
NEFICIO DE NUESTRA JUSTIFICACIÓN.
CAPÍTULO V.
AS ¿qué nos aprovechara el beneficio de laredemp-
ción, si no se siguiera el de la justificación, mediante
la cual se nos aplica la virtud deste soberano be-
neficio? Porque así como no aprovechan las medicinas cuando
no se aplican á las dolencias; así no aprovechara esta celestial
medicina, si por medio deste beneficio no se nos aplicara. El
cual oficio señaladamente pertenece al Espíritu Sancto, á quien
se atribuye la sanctificación del hombre; porque Él es el que
previene al pecador con su misericordia: y prevenido, le llama: y
-llamado, le justifica: y justificado, le guía derechamente por las
sendas de la justicia; y así le lleva hasta el cabo con el don de
la perseverancia, y después le da la corona de la gloria: porque
todos estos beneficios comprehende este tan grande beneficio.
§.I.
Entre los cuales el primero es el de la vocación y justificación:
que es cuando por virtud deste Espíritu divino, quebradas las
cadenas y lazos de nuestros pecados, sale el hombre de la tira-
nía y subjección del demonio, y resuscita de muerte á vida, y de
pecador se hace justo, y de hijo de maldición hijo de Dios. Lo
cual en ninguna manera se puede hacer sin especial socorro y
favor divino, como claramente lo testificó el Salvador dicien.-
do (i): Nadie puede venir á Mí, si mi Padre no le trae. Dando á
entender que ni el libre albedrío del hombre, ni todo el caudal
de la naturaleza humana basta por sí solo para levantar á un
hombre del pecado á la gracia, si no entreviniere aquí el brazo
(I) Joao, VI.
LtBRO I. CAPÍTL'LO V. 49
de la potencia divina. Sobre las cuales palabras dice Sancto To-
más que así como la piedra de su propria naturaleza se mueve
á lo bajo, y no puede por sí subir á lo alto, si no hay alguna
cosa de fuera que la levante: así también el hombre por la co-
rrupción del pecado (cuanto es de su cosecha) siempre tira para
bajo, que es al amor y deseo de las cosas terrenas: mas si se
ha de levantar á lo alto, que es al amor y deseo sobrenatural de
las cosas del cielo, es necesaria la mano y socorro del cielo. La
cual sentencia es mucho para notar, y aun para llorar: para que
por ella conozca el hombre á sí mismo, y entienda la corrup-
ción de su naturaleza, y la necesidad que tiene de pedir conti-
nuamente el socorro y favor divino.
Pues tornando al propósito, por esta causa no puede por sí
el hombre levantarse del pecado á la gracia, si la omnipotente
mano de Dios no le levanta. Mas ¿quién podrá explicar cuántos
beneficios encierra en sí este beneficio? Porque como sea ver-
dad que por este medio es desterrado el pecado del ánima, y
el pecado cause innumerables males en ella, ¿qué tan grande será
aquel bien que todos estos males echa fuera? Y porque la con-
sideración deste beneficio incita mucho al agradescimiento del
y al deseo de la virtud, declararé aquí en pocas palabras los
grandes bienes que trae consigo este bien.
Porque primeramente por él es el hombre reconciliado con
Dios, y restituido en su amistad. Porque el primero y el mayor
de todos los males que el pecado mortal hace en un ánima, es
hacer á Dios enemigo della: el cual, como sea infinita bondad,
conforme á esto tiene el aborrescimiento á la maldad. Y así dice
el Profeta (i): Aborreciste á todos los que obran maldad, y des-
truirás á los que hablan mentira; y al varón derramador de san-
gre y engañoso abominarlo ha el Señor. Éste es el ma}^or de
todos los males del mundo, y el causador de todos ellos; así co-
mo, por el contrario, el amarnos Dios es el mayor de todos los
bienes, y la causa dellos. Pues deste mal tan grande somos libra-
dos por el beneficio de la justificación, por el cual somos recon-
ciliados con Dios, 3^ de enemigos hechos amigos; y no en cual-
quier grado de amistad, sino en uno de los mayores que puede
haber, que es amor de padre á hijos. Lo cual con mucha razóa
(I) Psalm. V,
Q»R AS DB GRANABA I~4
5 o GUÍA DE PECADORES
encarece el amado evangelista S. Juan, diciendo (i): Mirad qué
tan grande es el amor que Dios nos tiene, pues nos levantó á
tanta honra, que nos llamemos hijos de Dios, y lo seamos. No se
contentó con decir que nos llamásemos, sino añadió también
que lo fuésemos, para que clara y distinctamente conociese la
bajeza y desconfianza humana la largueza de la gracia divina, y
que no sólo era esta honra de nombre y de título, sino también
de obras y de hecho. Pues si tan grande mal es estar en odio de
Dios, ¿qué tan grande bien será estar en gracia con Dios? Pues
como dicen los filósofos, tanto una cosa es más buena, cuanto
más mala es su contraria: por donde aquella será sumamente
buena, que contradice á la sumamente mala, cual es ser el
hombre aborrecido de Dios. Y si acá en el mundo se tiene en
tanto estar en gracia el hombre con su señor, con su padre, con
su príncipe, con su perlado, y con su re}^ cQ"'-^^ ^^^^ estar en
gracia con aquel sumo príncipe, y soberano padre, y altísimo
señor, con quien comparadas todas las dignidades y principados
de la tierra, así son como si no fuesen? La cual gracia tanto es
mayor, cuanto más graciosamente se da: pues es cierto que así
como antes del beneficio de la creación no pudo el hombre hacer
cosa por donde mereciese el ser (pues entonces no era) así des-
pués de caído en pecado, no pudo hacer cosa merecedora
deste tan grande bien: no porque no era, sino porque era malo
y desagradable á Dios.
11. Otro beneficio es, después déste, librar al hombre de la
condenación de las penas eternas, á que por el pecado estaba
obligado. Porque así como el pecado hace al hombre aborre-
cible á Dios (según dijimos) y nadie pueda ser aborrecido del
sin grandísimo daño suyo, de aquí es que porque los malos pe-
cando se apartan de Dios y le desprecian, merecen por esto
ser ellos despreciados y desechados de la vista, y de la compa-
ñía, y de la casa hermosísima de Dios. Y porque apartándose
de Dios, amaron desordenadamente las criaturas, es justo sean
atormentados por todas ellas, y condenados á penas eternas: con
las cuales comparadas todas las desta vida, más parecen pinta-
das que verdaderas. Y con estos males se juntará aquel gusano
inmortal que siempre roerá y despedazará las entrañas y cons-
ol; I Joan. III.
Libro i. CArÍTULO \'
ciencias de los malos. Pues ¿qué diré de la compañía de todos
aquellos perversos espíritus, y de todos los condenados, y de
aquella tristísima y escurísima región llena de tinieblas y confu-
sión, donde ningún orden ha}^, ninguna alegría, ningún reposo,
ninguna paz, ningún descanso, ninguna satisfacción, ninguna es-
peranza, sino eterno llanto, eterno crujir de dientes, eterna rabia
y eternas blasfemias 3^ maldiciones? Pues de todos estos males
tan grandes libra Dios á los que justifica, los cuales después de
reconciliados con El, y admitidos á su gracia, están libres desta
ira y del castigo desta venganza.
III. Otro beneficio más espiritual es la renovación y refor-
mación del hombre interior, que por el pecado quedó estragado
y deformado. Porque el pecado primeramente despoja al ánima,
no solamente de Dios, sino también de todas las fuerzas sobrena-
turales y de todas las riquezas y dones del Espíritu Sancto, con
los cuales estaba ella hermoseada, armada y enriquescida; y sien-
do privada destos bienes de gracia, es luego herida y lisiada
en las habihdades y dotes de naturaleza. Porque como el hom-
bre sea criatura racional, y el pecado sea obra contra razón, y
sea cosa tan natural destruir un contrario á otro contrario, de
aquí es que cuanto más se multiplican los pecados, tanto más se
estragan las potencias del ánima, no en sí mismas, sino en las ha-
bilidades que tienen para obrar. Y así los pecados hacen el áni-
ma miserable, enferma, tardía y instable para todo lo bueno, y
inclinada á todo lo malo; flaca para resistir á las tentaciones, y
pesada para andar por el camino de los mandamientos divinos,
Prívanla también de la verdadera libertad y señorío del espíritu.
y hácenla captiva del demonio, del mundo, y de la carne, y de
sus proprios apetitos: y así vive en un muy más duro y miserable
captiverio que fué el de Babilonia y de Egipto. Y juntamente
con esto entorpecen y hacen botos todos los sentidos espirituales
de las ánimas, de tal manera que ni 03'en las voces y inspiracio-
nes de Dios, ni ven los grandes males que les están aparejados,
ni perciben el olor suavísimo de las virtudes y ejemplos de los
sanctos, ni gustan cuan suave es el Señor, ni sienten los azotes
ni los beneficios con que son provocados á su amor; y sobre to-
do esto, quitan la paz y alegría de la consciencia, apagan el fer-
vor del espíritu y dejan al hombre sucio, feo y abominable en el
íicatamiento de Dios y de sus sanctos,
52 GUÍA t»E PECADORES
Pues de todos estos males nos libra este beneficio, porque no
se contenta aquel abismo de misericordia con perdonar los peca-
dos, y recibirnos en su gracia, sino destierra también todos es-
tos males que consigo acarreó la culpa, reformando y renovan-
do nuestro hombre interior. Y así cura nuestras llagas, lava
nuestras inmundicias, rompe las ataduras de los pecados, sacude
el yugo de los malos deseos, líbranos de la servidumbre y cap-
tiverio del demonio, mitiga el furor de nuestras malas inclina-
ciones, restituyenos la verdadera libertad y hermosura del ánima,
vuélvenos la pa,z y alegría de la buena consciencia, aviva los
sentidos interiores, hácenos ligeros para el bien, tardíos y pesa-
dos para el mal, fuertes y constantes para resistir las tentaciones,
y con esto nos enriquece de buenas obras. Finalmente, de tal
manera repara nuestro hombre interior con todas sus potencias,
que llama el Apóstol á los que así están justificados, renovados
y nuevas criaturas (i). La cual renovación es tan grande, que
cuando se hace por el baptismo se llama regeneración, y cuando
por la penitencia, resurrección: no sólo porque resuscita al áni-
ma de la muerte del pecado á la vida de gracia, sino porque
también imita en su manera la hermosura de la resurrección ad-
venidera. Lo cual es en tanto grado verdad, que ninguna len-
gua basta para declarar la hermosura de un ánima justificada,
sino sólo aquel Espíritu divino que la hermosea, y hace templo
y morada suya. Por donde si quisiéremos comparar todas las ri-
quezas de la tierra, todas las honras del mundo, todas las gracias
naturales, y todas las virtudes acquisitas con la hermosura y ri-
queza desta ánima, todas parecerán escurísimas y vilísimas en
presencia della. Porque la ventaja que hace el cielo á la tierra,
y el espíritu al cuerpo, y la eternidad al tiempo, ésa hace la vida
de gracia á la vida de naturaleza, y la hermosura del ánima
á la hermosura del cuerpo, y las riquezas interiores á las exte-
riores, y la fortaleza espiritual á la natural. Ca todas estas co-
sas son limitadas y temporales, y hermosas á solos los ojos cor-
porales, para las cuales basta el concurso general de Dios; mas para
estotras es menester concurso especial y sobrenatural, y no se
pueden llamar temporales, pues nos llevan á la eternidad: ni tam-
poco del todo finitas, pues son merecedoras de Dios, en cuyos
^i) Galat. VI.
I.IRRO I. CAPÍTLXO V. ^\
ojos son tan preciosas y de tanto valor, que lo enamoran de su
hermosura. Y pudiendo Dios obrar todas estas cosas con sola su
asistencia y voluntad, no quiso sino adornar el ánima con todas
las virtudes infusas y siete dones del Espíritu Sancto, con los
cuales no sólo la esencia del ánima, pero todas sus potencias
quedan vestidas y ataviadas con todos estos hábitos celestiales.
IV. Y sobre todos estos beneficios añade otro aquella infinita bon-
dad y largueza, que es la presencia y asistencia del Espíritu Sanc-
to y de toda la Sanctísima Trinidad, que desciende á morar en
el ánima del justificado, para enseñarle á usar de toda esta ha-
cienda, como hace el buen padre, que no contento con dar su
hacienda á su hijo, dale también un tutor y gobernador para
que la sepa administrar. De manera que así como en el ánima
del que está en pecado, moran víboras, dragones y serpientes,
que es la muchedumbre de los espíritus malignos que en ella ha-
cen su habitación, com.odice el Salvador por Sant Mateo (i), así
por el contrario, en el ánima del justificado entra el Espíritu
Sancto y toda la Sanctísima Trinidad, y desterrados todos estos
monstruos y fieras infernales, hace allí su templo y su habitación,
como expresamente lo testificó el Salvador, diciendo (2): Si al-
guno me ama, guardará mis mandamientos, y mi Padre le amará,
y á él vendremos 3^ en él haremos nuestra morada. Por virtud
de las cuales palabras confiesan todos los doctores sanctos, jun-
tamente con los escolásticos, que el Espíritu Sancto por una
especial manera mora en el ánima del justificado, haciendo dis-
tinción'entre el Espíritu Sancto y sus dones, y confesando que no
sólo se dan á los tales los dones del Espíritu Sancto, sino también
el mismo Espíritu Sancto, el cual entrando en la tal ánima, la
hace templo y morada suya: y para esto Él mismo la limpia, y
sanctifica, y adorna con sus dones, para que sea morada digna
de tal huésped.
V. A todos estos beneficios se añade otro maravilloso, que es
hacerse todos los justificados miembros vivos de Cristo: los cua-
les antes eran miembros muertos que no recibían sus influencias.
De donde nascen otras grandes y nuevas prerogativas y exce-
lencias: porque de aquí procede que el mismo Hijo de Dios los
ama como á sus miembros, y mira por ellos como por sus miem-
{i) Matth. XII; Luc. XI. ^2) Joan XIV,
'^4 tíÜlA DTE PECADORES
bros, y tiene solícito cuidado dellos como de sus proprios miem-
bros, y influye en ellos continuamente su virtud como cabeza en
sus miembros: y finalmente el Padre Eterno los mira con amo-
rosos ojos, porque los mira como miembros vivos de su Unigé-
nito Hijo, unidos y encorporados con El por la participación
de su Espíritu; y así sus obras le son ap^radables y meritorias, por
ser obras de miembros vivos de su Hijo, el cual obra en ellos
todo lo bueno. De la cual dignidad procede que cuando los ta-
les piden mercedes á Dios, las piden con muy grande confian-
za: porque entienden que no piden tanto para sí, cuanto para el
mismo Hijo de Dios, que en ellos y con ellos es honrado. Porque
como sea verdad que el bien que se hace á los miembros, se ha-
ce á la cabeza, teniendo ellos á Cristo por cabeza, entienden que
pidiendo para sí piden para ella. Porque si es verdad, como el
Apóstol dice, que los que pecan contra los miembros de Cristo,
pecan contra el mismo Cristo, y el mismo Cristo se tiene por
perseguido, cuando por El son sus miembros perseguidos, como
El lo dijo al mismo Apóstol cuando perseguía á la Iglesia (i),
^qué maravilla es que siendo esos miembros honrados sea el
mismo Cristo honrado en ellos? Y siendo esto así, ¿qué confian-
za llevará el justo en la oración, cuando considera que pidiendo
para sí pide en su manera mercedes al Padre Eterno para su
amantísimo Hijo? Pues nos consta que cuando se hacen merce-
des á uno por amor de otro, á aquél principalmente se hacen por
cuyo amor se hacen: como vemos que el que sirve al pobre
por amor de Dios, no sirve tanto al pobre cuanto á Dios.
VI. A todos estos beneficios se añade el postrero á quien
los otros se ordenan, que es el título y derecho que se da á los
justificados de la vida eterna. Porque nuestro inmenso Dios (en
quien tanto resplandece la justicia juntamente con la misericor-
dia) así como obliga á todos los pecadores impenitentes á los
tormentos eternos, así acepta á todos los verdaderos penitentes
á la vida perdurable, y pudiendo Él perdonar los pecados, y
admitir los hombres á su amistad y gracia, sin levantarlos á la
participación de su gloria, no lo quiso hacer así; sino á los que
misericordiosamente perdonó, justificó: y á los que justificó, hizo
hijos: y á los que hizo hijos, hizo tanrbién herederos y particio-
(i) Act. IX.
LlliKU 1. CAI'ÍTL'LÓ V. '§S
ñeros en su misma heredad y hacienda con su Unigénito Hijo.
Y de aquí nasce la esperanza viva que los alegra en todas sus
tribulaciones con la prenda deste incomparable tesoro. Porque
aunque se vean cercados de todas las angustias, enfermedades
y miserias desta vida, saben cierto que no igualan las pasiones
deste siglo con la gloria advenidera que en ellos será revela-
da (i).i\ntes las tribulaciones momentáneas y livianas que pade-
cen, les son causa de un inestimable peso de gloria sobre todo lo
que se pueble encarecer.
Éstos, pues, son los beneficios que comprehende en sí este
inestimable beneficio y obra de la justificación: la cual S. Au-
gustín con mucha razón tiene en más que la creación del mundo,
pues con una palabra crió Dios el mundo; mas para sanctificar
al hombre derramó su sangre, y padesció tantos y tan grandes
tormentos. Pues si tanto debemos á este Señor por el beneficio
de la creación, ¿cuánto más le deberemos por el de la justifica-
ción, que cuanto más le costó, tanto más con El nos obligó ?
Y aunque nadie pueda saber con evidencia si está justificado,
pero puede tener desto grandes conjecturas: entre las cuales no
es la menos principal la mudanza de la vida, cuando el que en
un tiempo cometía con gran facilidad mil mortales pecados, agora
por todo el mundo no cometerá uno. Vea, pues, el que así se
halla, cuan obligado está al servicio de su sanctificador, que de
tantos males le libró, y tantos bienes le hizo, cuantos aquí se
han declarado. Mas si por ventura se halla en mal estado, no
sé con qué lo pueda más mover á salir del, que con la repre-
sentación de tan grandes males como aquí ha visto que consigo
trae el pecado, y con el tesoro de tan grandes bienes como
consigo acarrea este incomparable beneficio.
De los otros efectos que el Espíritu Sancto obra en el ánima del
justificado, y del Sacramento de la Eucaristía.
§. II.
I AS no paran aquí los beneficios y obras del Espíritu
Sancto. Porque no se contenta este divino Espíritu con
ayudarnos á entrar por la puerta de la justicia; mas ayúdanos
(i) II Cor. IV.
^b GUÍA DE PECADORES
también después de entrados á andar por los caminos della,
hasta llevarnos salvos y seguros por todas las ondas deste mar
tempestuoso al puerto de la salud. Porque entrando mediante el
beneficio susodicho en el ánima del justificado, no está allí ocioso;
porque no se contenta con honrar la tal ánima con su presencia,
sino también la sanctifica con su virtud, obrando en ella y con
ella todo lo que conviene para su salud. Y así está allí como
padre de familia en su casa, gobernándola; y como maestro en
su escuela, enseñándola; y como hortelano en su huerta, culti-
vándola; y como rey en su proprio reino, rigiéndola; y como el
sol en este mundo, alumbrándola; y finalmente, como el ánima
en su cuerpo, dándole vida, sentido y movimiento: aunque no
como forma en materia, sino como padre de familia en su casa.
Pues, i qué cosa más rica ni más para desear que tener dentro
de sí tal huésped, tal gobernador, tal guía, tal compañía, tal tutor
y ayudador? El cual, como sea todas las cosas, todo lo obra en
las ánimas donde mora. Porque Él primeramente como fuego
alumbra nuestro entendimiento, inflama nuestra voluntad, y nos
levanta de la tierra al cielo. Él otrosí como paloma nos hace
sencillos, mansos, tratables y amigos unos de otros. El también
como nube nos defiende de los ardores de nuestra carne y tem-
pla el furor de nuestras pasiones, y Él, finalmente, como \ñento
vehementísimo mueve y inclina nuestra voluntad á todo lo bueno,
y apártala y desaficiónala de todo lo malo. De donde vienen los
justificados á aborrecer tanto los vicios que antes amaban, y á
amar tanto las virtudes que antes aborrecían, como claramente
lo representa en su persona el sancto rey David (i), el cual en
una parte dice que aborrecía y abominaba toda maldad, y en
otra dice (2) que amaba y se deleitaba en la le\' de Dios, como
en todas las riquezas del mundo. Y la causa desto era, porque
el Espíritu Sancto (como buena madre) le había puesto acíbar
en los pechos del mundo, y miel suavísima en los mandamien-
tos de Dios.
En lo cual parece claro cómo todos nuestros bienes y todo
nuestro aprovechamiento se deben á este Espíritu divino: de tal
manera, que si nos apartamos del mal, por Él nos apartamos, y
si hacemos bien, por Él lo hacemos, y si perseveramos en él,
(i) Psalm. CXVIIT. (2) Tsalm. CXVIII.
I.IISUO í. CAPÍTUI/) V, !
a
por Él perseveramos, y si nos dan galardón por este bien, Él
mismo es el que lo da. Por donde se ve claro lo que dice Sant
Augustín, que cuando Dios paga nuestros servicios, galardona
sus beneficios, y así por una gracia nos da otra gracia, y por una
merced otra merced. El sancto patriarca Josef (i) no se contentó
con dar á sus hermanos el trigo que venían á comprar en Egipto;
pero mandó también que á la boca de los costales en que lo
llevaban, les pusiesen el dinero que traían para comprarlo; y lo
mismo hace en su manera con los suyos este Señor, porque El
les da la vida eterna, y también la gracia, y la buena vida con
que se compra. Conforme á lo cual dice muy bien Ensebio
Emiseno: Qui ideo colitur, iit misereatur, jam miserhis esf, id
coleretur. Quiere decir: el que es servido y venerado porque use
con nosotros de su misericordia, ya usó de misericordia cuando
nos dio que así le sirviésemos y venerásemos.
Ponga, pues, el hombre los ojos en su vida, y mire (como
dice este mismo doctor) cuántos bienes ha hecho, y de cuántos
males, de cuántos engaños, de cuántos adulterios, de cuántos
robos, de cuántos sacrilegios el Señor le ha librado; y por aquí
verá cuánto le debe por todo esto. Porque (como dice S. Au-
gustín) no es menor misericordia haber prevenido Él estos males
para que no los hiciese, que perdonárselos después de hechos,
sino mucho mayor. Y así dice él escribiendo auna virgen: todos
los pecados ha de hacer cuenta el hombre que le perdonó el
que le dio gracia para que no los cometiese: y por tanto, no
quieras amar poco, como si te perdonaran poco; mas antes ama
mucho, porque te fué dado mucho. Ca si ama mucho aquél á
quien fué concedido que no pagase, (¡cuánto más debe amar
aquél á quien fué dado que poseyese? Porque quienquiera que
dende el principio de su vida perseveró casto, por El es regido:
y quien de deshonesto se hizo honesto, por Él es corregido: y
quien hasta el fin permanece deshonesto, por El es justamente
desamparado. Pues siendo esto así, (¡qué resta sino que con el
Profeta digamos (2): sea llena, Señor, mi boca de alabanza, para
que cante tu gloria todo el día? Sobre las cuales palabras dice
el mismo S. Augustín: (¡qué cosa es todo el día? Perpetuamente
y sin cesar. En las prosperidades os alabaré, Señor, porque me
(1; Gen. XLII. (%) Psalm. LXX.
%^ i;uL\ DÉ Pecadores
consoláis: y en las adversidades, porque me castigáis. Antes que
fuese, porque me hecistes: y después que soy, porque me distes
ser. Cuando pequé, porque me perdonastes: cuando me volví á
Vos, porque me ayudastes: y cuando perseveré hasta el fin de
la vida, porque me coronastes. Por esto será mi boca llena de
alabanza, y cantaré vuestra gloria todo el día.
Aquí se ofrecía materia para tratar del beneficio de los Sa-
cramentos (que son los instrumentos de nuestra justificación) y
señaladamente del sancto Baptismo, y de la lumbre de fe y-
gracia que con él se nos dio. Mas porque desta materia tratamos
en otros lugares, al presente no diré más; aunque no se puede
callar aquella gracia de gracias, y sacramento de sacramentos,
por el cual quiso Dios morar en la tierra con los hombres, y
dárseles cada día en mantenimiento y en remedio. Una vez fué
ofrecido en sacrificio por nosotros en la cruz; mas aquí cada día
se ofrece en el altar por nuestros pecados. Cada vez (dice El) que
esto hiciéredes, hacedlo en memoria de Mí. ¡Oh memorial de sa-
lud! ¡Oh sacrificio singular, hostia agradable, pan de vida, mante-
nimiento suave, manjar dere3'^es, y maná que en sí contiene to-
da suavidad! ^Quién te podrá cumplidamente alabar ? ^Quién dig-
namente recibir? ^ Quién con debido acatamiento venerar? Des-
fallece mi ánima pensando en ti: no puede mi lengua hablar
de ti, ni puedo cuanto deseo engrandescer tus maravillas.
Y si este beneficio concediera el Señor á solos inocentes y
limpios, aun fuera dádiva inestimable; mas ¿ qué diré, que por
el mismo caso que se quiso comunicar á éstos, se obligó á pasar
por las manos de muchos malos ministros, cuyas ánimas son
moradas de Satanás, cuyos cuerpos son vasos de corrupción,
cuya vida se gasta en torpezas y vicios? Y con todo esto por
visitar y consolar á sus amigos, consiente ser tratado déstos, y
tratado con sus manos sucias, y recibido en sus bocas sacrilegas,
y sepultado en sus cuerpos hediondos. Una sola vez fué vendido
su cuerpo, mas millares de veces lo es en este Sacramento; una
vez fué escarnescido y menospreciado en su pasión, mas mil ve-
ces lo es de los malos en la mesa del altar; una vez se vio
puesto entre dos ladrones, y mil veces se ve aquí envuelto en
manos de pecadores.
Pues ^ con qué podremos servir á un Señor que por tantas
vías y maneras pretende nuestro bien? ¿Qué le daremos por es-
í.tBRO T. CAPÍTULO V. 55
te tan admirable mantenimiento? Si los criados sirven á sus
amos porque les den de comer; si los hombres de guerra se
meten por hierro y por fuego por esta misma causa, ¿qué debere-
mos al Señor por este pasto celestial? Y si tanto agradesci miento
pedía Dios en la Ley por aquel maná que envió de lo alto, que
era manjar corruptible, (¡qué pedirá por este manjar que no sólo
es incorruptible, sino que también hace incorruptibles (i) á los
que dignamente lo reciben? Y si el mismo Hijo de Dios da gra-
cias en el Evangelio á su Padre por una comida de pan de ce-
bada, iqné gracias deben los hombres dar por este pan de vida?
Si tanto debemos por el mantenimiento con que se sustenta el
ser, ¿cuánto más por aquel con que se conserva el buen ser'?
Porque no alabamos al caballo por caballo, sino por buen caba-
llo; ni al vino por vino, sino por excelente vino; ni al hombre
por hombre, sino por buen hombre. Pues si tanto debes al que
te hizo hombre, ¿cuánto le deberás porque te hizo buen hom-
bre? Si tanto por los bienes del cuerpo, ¿cuánto por los bienes
del ánima? Si tanto por los bienes de naturaleza, ¿cuánto por los
bienes de gracia? Finalmente, si tanto le debes porque te hizo
hijo de Adán, ¿cuánto más le deberás porque te hizo hijo de
Dios? Pues es cierto (como dice Ensebio Emiseno) que mucho
mejor es el día en que nascemos para la eternidad, que aquel
en que nascemos para los peligros del mundo.
Cata aquí pues, hermano, otro nuevo título, que es otra nue-
va cadena; la cual juntamente con las pasadas prende tu cora-
zón, 3' te obliga más á la virtud y al servicio deste Señor.
(i) Joan. VI.
DEL SEXTO TITULO POR DONDE F.STAM'^S OBI ICADOS ATA VIRTUD, QUE ES EL
BENEFICIO IXEbTlMABLK DE LA DIVINA PREDEST'.NACIÓN.
Cx\PÍTULO VI.
TODOS estos beneficios se añade el de la elección,
que es de solos aquellos que Dios ab eterno esco-
gió para la vida perdurable. Por el cual beneficio
el Apóstol da gracias en nombre suyo y de todos los escogidos,
escribiendo á los de Éfeso, por estas palabras (i): Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual nos bendijo con
todo género de bendiciones espirituales por Cristo; así como por
ti nos escogió antes de la creación del mundo para que fuése-
mos santos y limpios en sus ojos divinos; y nos predestinó por
hijos suyos adoptivos por Jesucristo su Hijo. Este mismo bene-
ficio engrandesce el Profeta real cuando dice (2): Bienaventura-
do, Señor, aquél que Tú escogiste y tomaste para Ti; porque
este tal morará con tus escogidos en tu casa. Este, pues, con
mucha razón se puede llamar beneficio de beneficios, y gracia
de gracias. Es gracia de gracias, porque se da ante todo me-
rescimiento por sola la infinita bondad y largueza de Dios; el
cual, no haciendo injuria á nadie, antes dando á cada uno sufi-
ciente ayuda para su salvación, extiende para con otros la in-
mensidad de su misericordia, como liberalísimo y absoluto señor
de su hacienda.
Es otrosí beneficio de beneficios, no sólo porque es el ma-
yor de los beneficios, sino porque es el causador de todos los
otros. Porque después de escogido el hombre para la gloria por
medio deste beneficio, luego le provee el Señor de todos los
otros beneficios y medios que se requieren para conseguirla;
como Él mismo lo testificó por un profeta diciendo (3): Yo te
amé con perpetua caridad, y por eso te traje á Mí: conviene
saber, llamándote á mi gracia, para que por ella alcanzases mi
(i) Ephes. I. (2) Psalm. LXIV. (3) Jerem, XXXI.
LlbRU i. CAPÍTULO Vi. 6l
gloria. Pero más claramente significó esto el Apóstol, cuando
'dijo (i): Los que el Señor predestinó para que fuesen confor-
mes á la imagen de su Hijo (el cual es primogénito entre mu-
chos hermanos) á éstos llamó: y á los que llamó, justificó: y á
los que justificó, finalmente glorificó. La razón desto es, porque
como Dios disponga todas las cosas ordenada y suavemente,
después que tiene por bien escoger á uno para su gloria, por
esta gracia le hace otras muchas gracias: porque por esto le pro-
vee de todo lo que para conseguir esta primera gracia se re-
quiere. De manera que así como el padre que cría un hijo para
clérigo, ó letrado, dende niño le comienza á ocupar en cosas de
iglesia, ó en ejercicios de letras, y todos los pasos de su vida
endereza á este fin: así también después que aquel eterno Pa-
dre escoge un hombre para su gloria (á la cual nos lleva el ca-
mino de la justicia) siempre procura guiarlo por este camino,
para que así alcance el fin determinado.
Pues por este tan grande y tan antiguo beneficio deben dar
gracias al Señor los que en sí reconoscieren señales del. Porque
dado caso que este secreto esté encubierto á los ojos de los
hombres, todavía como hay señales de la justificación, las hay
también de la divina elección. Y así como entre aquéllas la prin-
cipal es la emienda de la vida, así entre éstas lo es la perse-
verancia en la buena vida. Porque el que ha muchos años
que vive en temor de Dios, y con solícito cuidado de huir todo
pecado mortal, piadosamente puede creer que, como dice el
Apóstol (2), le guardará Dios hasta el fin sin pecado para el día
de su venida, y acabará en él lo que comenzó.
Verdad es que no por esto se debe nadie tener por seguro:
pues vemos que aquel tan gran sabio Salomón, después de ha-
ber tanto tiempo bien vivido, al fin de la vida fué engañado. Pe-
ro éstas son excepciones particulares de la costumbre general,
que es la que el Apóstol dice, y la que el mismo Salomón en
sus Proverbios enseñó diciendo: Proverbio es, que el mancebo
no desamparará en la vejez el camino que siguió en la moce-
dad. De manera que si fué virtuoso siendo mozo, también lo se-
rá cuando viejo. Pues con estas y con otras semejantes conjec-
turas que los sanctos escriben, puede uno húmilmente presumir
(1) Rom. VIH. {2) I Cor. I.
52 r.UÍA DE PECADORES
de la infinita bondad de Dios que le tendrá puesto en el núme-
ro de sus escogidos. Y así como espera en la misericordia deste
Señor que se ha de salvar, así puede húmilmente presumir
que es del número de los que se han de salvar, pues lo uno
presupone lo otro.
Siendo esto así, ¡ cuan oblig-ado estará el hombre á servir á
Dios por un tan grande beneficio como es estar escripto en aquel
libro de que el Señor dijo á sus Apóstoles (i): No os alegréis
porque los espíritus malos os obedescen: sino alegraos porque
vuestros nombres están escriptos en los cielos ! Pues ¡ qué tan
grande beneficio es ser amado y escogido ab eterno, dende que
Dios es Dios, y estar aposentado en su pecho amoroso dende los
años de la eternidad, y ser escogido por hijo adoptivo de Dios,
cuando fué engendrado el hijo natural de Dios entre les res-
plandores de los sanctos, que en el entendimiento divino estaban
presentes!
Mira, pues, atentamente todas las circunstancias desta elec-
ción, y verás cómo cada una dellas por sí es un grande be-
neficio y una nueva obligación. Mira cuan digno es el elector
que te escogió, que es el mismo Dios infinitamente rico y biena-
venturado y que ni de ti, ni de nadie tenía necesidad. Mira
cuan indigno por sí era el electo, que es una criatura miserable
y mortal, subjecta á todas las pobrezas, enfermedades y mise-
rias desta vida, y obligada á las penas eternas de la otra por su
culpa. Mira cuan alta es la elección, pues fuiste elegido para un
fin tan soberano, que no puede ser otro mayor, que es para
ser hijo de Dios, heredero de su reino, y particionero de su glo-
ria. Mira también cuan graciosa fué esta elección, pues fué (como
dijimos) ante todo merescimiento, por solo el beneplácito de la
divina voluntad, y como el Apóstol dice (2), para gloria y ala-
banza de la inmensa liberalidad de Dios y de su gracia; porque
cuanto es el beneficio más gracioso, tanto deja al hombre más
obligado. Mira otrosí la antigüedad desta elección: pues no co-
menzó con el mundo, antes es más antigua que el mundo, pues
corre á la pareja con Dios, el cual así como es ab eterno, así ab
eterno amó sus escogidos, y dende entonces los tuvo y tiene
delante, y los mira con ojos paternales y amorosos, estando
(1) Luc. X. (a) Ephes. T.
LIBRO I. CAPÍTULO VL 63
siempre determinado de hacerles un tan grande bien. Mira otrosí
la singularidad desta merced, pues entre tanta infinidad de bár-
baras naciones y de condenados, quiso Él que te cupiese á ti
esta suerte tan dichosa en el número de los escogidos: y así te
apartó y entresacó de aquella masa dañada del género humano
por el pecado, y hizo pan de ángeles lo que era levadura de
corrupción. En esta circunstancia hay poco que se deba escri-
bir, pero mucho que se pueda sentir y considerar, para saber
agradecer al Señor la singularidad deste beneficio, tanto mayor,
cuanto es menor el número de los escogidos, y mayor el de los
perdidos, que como dice Salomón, es infinito (i). Y si nadades-
to te moviere, muévate á lo menos la grandeza de las expen-
sas que este soberano elector determinó hacer en esta demanda,
que fué gastar en ella la vida y sangre de su Unigénito Hijo,
el cual ab eterno determinó enviar al mundo para que fuese el
ejecutor desta divina determinación.
Pues siendo esto así, ¿qué tiempo bastará para pensar tantas
misericordias? ¿Qué lengua para manifestarlas? ¿Qué corazón
para sentirlas? ¿Qué servicios para pagarlas? ¿Con qué amor
responderá el hombre á este amor eterno de Dios? ¿Quién
aguardará á amar en la vejez á Aquél que le amó dende la
eternidad? ¿Quién trocará este amigo por otro cualquier amigo?
Porque si en la Escriptura divina es tan preciado el amigo an-
tiguo, ¿cuánto más lo será el eterno? Y si por ningún ami-
go nuevo se debe trocar el viejo, ¿quién trocará la posesión y
gracia deste amador tan antiguo por todos los amigos del mun-
do ? Y si la posesión de tiempo inmemorial da derecho á quien
no lo tiene, ¿qué hará la de la eternidad á quien nos tiene po-
seídos por título desta amistad, para que así nos tengamos por
suyos?
Pues según esto, ¿ qué bienes hay en el mundo que se deban
trocar por este bien? ¿y qué males que no se deban padescer ale-
gremente por él? ¿Qué hombre habría tan desalmado, que si su-
piese por revelación de Dios de un pobre mendigo que pasa
por la calle, que estaba así predestinado, que no besase la tierra
que él hollase? ¿que no se fuese en pos del, y puesto de rodillas
no le diese mil bendiciones, y le dijese: ¡Oh, dichoso tú; oh, bien-
al) Eccles, I.
64 GülA DÉ rECADORÜS
aventurado tú! ^Es posible que tú seas de aquel felicísimo nú-
mero de los escogidos? ¿Es posible que tú hayas de ver á Dios
en su misma hermosura? ¿Tú has de ser compañero y herma-
no de todos los escogidos ? ¿ Tú has de estar entre los coros de
los ángeles? ¿Tú has de gozar de aquella música celestial? ¿Tú
has de reinar en los siglos de los siglos? ¿Tú has de ver la cara
resplandesciente de Cristo y de su sanctísima Madre? ¡Oh, bien-
aventurado el día en que naciste, y mucho más aquel en que
morirás, pues entonces para siempre vivirás ! ¡ Bienaventurado el
pan que comes, y la tierra que huellas, pues tiene sobre sí un
tan incomparable tesoro: y mucho más bienav^enturados los tra-
bajos que padesces, y las menguas que sufres, pues ésas te abren
camino para el descanso de la eternidad! Porque ¿qué nublado
habrá tan triste, qué tribulación tan grave, que no se deshaga
con las prendas desta esperanza?
Con estos ojos, pues, miraríamos un predestinado, si conos-
ciésemos que lo es. Porque si cuando pasa un príncipe herede-
ro de un gran reino por la calle, salen todos á mirarle, maravi-
llándose de la suerte tan dichosa (según el juicio del mundo) que
á aquel mozo le cupo, nasciendo heredero de un grande reino;
¿cuánto más será para maravillar esta tan dichosa suerte, que
es nascer un hombre ante todo merescimiento escogido, no para
ser rey temporal de la tierra, sino para reinar eternalmente en el
cielo ?
Por aquí, pues, podrás ver, hermano, la obligación que tienen
los escogidos al Señor por este tan grande beneficio, del cual
ninguno se debe tener por excluido, si quiere hacer lo que es de
su parte; antes cada uno trabaje, como dice S. Pedro (i), por
hacer cierta su elección con buenas obras; porque sabemos cier-
to que el que las hiciere se salvará, y sabemos también que el
favor y gracia divina á nadie faltó jamás, ni faltará, Y con la fir-
meza destas dos verdades, continuemos las buenas obras; y así
seremos de este número tan glorioso.
(i) II Petr. I.
DEL SÉPTIMO TÍTULO POR DONDE EL HOMRRE ESTÁ OBt.IGADO A LA VIRTUD, POR
RAZÓN DE LA PRIMERA DK SOS CUATRO POSTRIMERÍAS, QUE ES LA MUERTE.
CAPÍTULO VIL
'UALQUIERA de todos estos títulos susodichos era bas-
tante para que el hombre se emplease todo en el
servicio de un Señor á quien por tantas y tan gran-
des razones está obligado. Alas porque la mayor parte áz los
hombres más se mueve por el interese de la ganancia, que por
obligación de justicia, por tanto añadiremos á lo dicho los pro-
vechos grandes que de presente y de futuro se prometen á la
virtud; y primero los dos mayores entre todos, que es la gloria
que por ella se da, y la pena que por ella se excusa. Estos son
los dos principales remos de esta navegación, y las dos principales
espuelas con que se anda este camino. Por la cual causa el bien-
aventurado S. Francisco en su regla, y nuestro padre Sancto
Domingo en la suya, ambos con un mismo espíritu y con unas
mismas palabras, mandan á sus predicadores que no prediquen
más que vicios y virtudes, pena y gloria: lo uno para enseñar-
nos á bien vivir, y lo otro para inclinarnos al deseo de bien
vivir. Sentencia es otrosí común de ñlósofos, que las dos pesas
con que se mueve ordenadamente el reloj de la vida humana,
son castigo y galardón. Porque es tan grande nuestra miseria, que
nadie quiere la v^irtud desnuda, si no viene, ó apremiada con cas-
tigo, ó acompañada con provecho. Y porque ningún castigo ni
galardón puede ser mayor que pena y gloria para siempre, por
eso trataremos aquí destas dos cosas, á las cuales añadiremos
otras dos que preceden á éstas, que son la muerte y el juicio
universal; porque cada cosa déstas bien considerada sirve mucho
para amar la virtud y aborrecer el vicio, según aquello del Sa-
bio que dice (i): Acuérdate de tus postrimerías, y nunca jamás
(i) EccH. VII.
gB&AS I>K GRANAPA I— §
66 GUÍA DE PECADORES
pecarás. Por las cuales postrimerías entiende estas cuatro que
aquí habernos nombrado, de que al presente para nuestro pro-
pósito nos conviene tratar.
§•1.
Comenzando, pues, por la primera, que es la muerte, ésta es
tanto más poderosa para movernos cuanto es más cierta, más
cuotidiana y más familiar. Mayormente si consideramos el juicio
particular que en ella ha de haber de nuestra vida, el cual no
se ha de alterar en el universal: porque lo que entonces fuere
de nosotros, eso será para siempre. Mas cuan estrecho haya de
ser este juicio y la cuenta que en él se ha de pedir, no quiero
yo que lo creas á mí, sino á una historia que S. Juan Clímaco
(como testigo de vista) refiere, que sin dubda es una de las más
temerosas que yo he leído. Escribe pues él, que en un cierto
monesterio de su tiempo, había un monje descuidado en su vida:
el cual llegando á punto de muerte, fué arrebatado en espíritu
por un grande espacio, donde vio el rigor y severidad espantosa
deste particular juicio. Y como después por especial dispensa-
ción de Dios alcanzase espacio de penitencia, rogó á todos los
monjes que presentes estábamos, que nos saliésemos de su cel-
da: y cerrando él la puerta á piedra y lodo, quedóse dentro hasta
el día que murió; que fué por espacio de doce años, sin salir
jamás de allí, ni hablar palabra á nadie, ni comer otra cosa todo
aquel tiempo, sino sólo pan y agua. Y asentado en su celda,
estaba como atónito, revolviendo en su corazón lo que había
visto en aquel arrebatamiento. Y tenía tan fijo el pensamiento
en ello, que así también tenía el rostro fijo en un lugar, sin vol-
verlo á una parte ni á otra, derramando á la continua muy fer-
A'ientes lágrimas, las cuales corrían hilo á hilo por sus ojos. Y
llegada la hora de su muerte, rompimos la puerta, que estaba
(como dije) cerrada, y entramos todos los monjes de aquel de-
sierto en su celda, y rogámosle con toda humildad nos dijese
alguna palabra de edificación; y no dijo más que sola ésta: Dígoos
de verdad, padres, que si los hombres entendiesen cuan espan-
toso es este último trance y juicio de la muerte, estarían muy
lejos de ofender á Dios. Todas estas son palabras de S. Juan
Clímaco, que se halló presente á este negocio, y da testimonio
l.IÜRO I. CAl'í'ILI.') \\\. 67
de lo que vio. De manera que en el hecho (aunque parezca in-
creíble) no hay que dudar, pues tan fiel es el testigo; y en lo de-
más hay mucho por que temer, considerando la vida que este
sancto hizo, y mucho más la grandeza de aquella visión que vio,
de donde procedió esta manera de vida. Lo cual bastantemente
nos declara cuan verdadera sea aquella sentencia del Sabio que
dice (i): Acuérdate de tus postrimerías, y eternalmente nunca
pecarás. Pues si tanto nos ayuda esta consideración para no pe-
car, corramos agora brevemente por todos los pasos y trances
della para alcanzar tan grande bien.
Acuérdate, pues, agora, hermano mío, que eres cristiano, y
que eres hombre: por la parte que eres hombre, sabes cierto que
has de morir, y por la que eres cristiano, sabes también que has
de dar cuenta de tu vida acabando de morir. En esta parte no
nos deja dudar la fe que profesamos, ni en la otra la experien-
cia de lo que vemos. Así que no puede nadie excusar este tra-
go, que sea rev, que sea papa. Día vendrá en que amanezcas, y
no anochezcas, ó anochezcas, y no amanezcas. Día vendrá (y no
sabes cuándo, si hoy, si mañana) en el cual tú mismo que estás
agora leyendo esta escriptura, sano y bueno de todos tus miem-
bros y sentidos, midiendo los días de tu vida conforme á tus nego-
cios y deseos, te has de ver en una cama con una vela en la mano,
esperando el golpe de la muerte y la sentencia dada contra todo el
linaje humano, de la cual no hay apelación ni suplicación. Consi-
dera, pues, primeramente, cuan incierta sea esta hora, porque ordi-
nariamente suele venir al tiempo que el hombre está más descui-
dado, y menos piensa que ha de venir, echando sus cuentas y
haciendo sus trazas para adelante. Y por esto se dice que viene
como ladrón, el cual suele venir al tiempo que los hombres es-
tán más seguros y más dormidos. Antes de la muerte precede
la enfermedad grave que la ha de causar, con todos los acci-
dentes, dolores, hastíos, tristezas, medicinas, molestias y noches
largas que aUí nos han de fatigar: lo cual todo es camino y dis-
posición para morir. Porque así como antes de entrarse por
fuerza un castillo, suele preceder una recia batería que atormen-
ta y finalmente derriba los muros por tierra, y tras desto es
luego entrado y conquistado, así suele preceder á la muerte una^
(i) Eccli. VII,
68 GUÍA DE PECADORES
gravísima enfermedad, la cual de tal manera bate noche y día
sin parar las fuerzas naturales y los miembros principales de
nuestro cuerpo, que el ánima, no pudiéndose ya más defender
ni conservar en ellos, los desampara y se va.
Pues cuando ya la enfermedad pasa más adelante, y ó el mé-
dico ó ella nos desengañan y quitan la esperanza de la vida,
¡cuáles suelen ser entonces las angustias que allí nos aprietan!
Porque allí luego se representa la salida desta vida y el aparta-
miento de todas las cosas que amábamos en ella: hijos, mujer,
amigos, parientes, hacienda, honra, títulos 3=' oficios que se acaban
con la misma vida. Después de lo cual se siguen los postreros
accidentes que entrevienen en la misma muerte, que son aun
mayores que los pasados. Porque luego se mueren los pies, afí-
lanse las narices, y la lengua no acierta }-a á hacer su oficio; y
finalmente, con la priesa de la partida, todos los miembros y sen-
tidos se comienzan á turbar, Desta manera viene el hombre á
pagar en la salida de la vida las angustias ajenas con que entró
en ella, padesciendo los dolores al tiempo del salir, que su madre
padesció al tiempo del parir. Y así concuerda muy bien la entrada
con la salida, pues la una y la otra es con dolores: aunque la una
con los ajenos, y la otra con los proprios.
Aquí, pues, se representa luego el agonía de la muerte, el
término de la vida, el horror de la sepultura, la suerte del cuer-
po, que vendrá á ser manjar de gusanos, y mucho más la del
ánima, que entonces está dentro del cuerpo, y de ahí á dos ho-
ras no sabes dónde estará. Aquí, pues, te parecerá que estás
ya presente en el juicio de Dios, y que todos tus pecados te
están acusando, y poniendo demanda delante del. Aquí vieras
abiertamente cuan grandes males eran los que tú tan fácilmente
cometías: y maldirás muchas veces el día en que pecaste, y el
deleite que te hizo pecar. Aquí no acabarás de maravillarte de
ti mismo, viendo cómo por cosas tan livianas (cuales eran las que
desordenadamente amabas) te pusiste en peligro de padecer
dolores tan grandes como allí comenzarás á sentir. Porque como
los deleites sean ya pasados, y el juicio dellos comience ya á
parecer, lo que de suyo era poco, y deja de ser, paresce nada: y
lo que de suyo es mucho, y está presente, paresce más claro lo
que es. Pues como tú veas que por cosas tan vanas estás en
término de perder tanto bien, y mirando á todas partes te veas
l.IBRC) r. CAPÍTULO Vlí. íx)
de todas cercado y atribulado (porque ni queda más tiempo de
vida, ni hay más plazo de penitencia, y el curso de tus días es .
ya fenescido, y ni los amigos ni los ídolos que adoraste te pue-
den allí valer, antes las cosas que más amabas y preciabas te
han de dar allí mayor tormento) dime, ruégote: cuando te veas
en este trance, ;qué sentirás? ^dónde irás? (jqué harás? ¿á quién
llamarás? Volver atrás es imposible, pasar adelante es intolera-
ble, estarte así no se concede: pues ^qué harás? Entonces, dice
Dios por el Profeta (i), se pondrá el sol á los malos en medio
del día: y haré que se les escurezca la tierra en día claro: y con-
vertiré sus fiestas en llanto, y sus postrimerías en día amargo.
¡Qué palabras éstas tan para temer! Entonces (dice) se les pon-
drá el sol en medio del día: porque representándose á los malos
en aquélla hora la muchedumbre de sus pecados, y viendo que
la justicia de Dios les comienza ya á cerrar los términos de la
vida, vienen muchos dellos á tener tan grandes temores y des-
confianzas, que les paresce que están ya desahuciados y despe-
didos de la misericordia divána. Y estando aun en medio del día
(esto es, dentro del término de la vida, que es tiempo de meres-
cer y desmerescer) les parescerá que para ellos no hay lugar de
mérito ni de demérito, sino que todo les está ya como cerrado.
Poderosa es la pasión del temor, la cual de las cosas pequeñas
hace grandes, y de las ausentes presentes. Y si esto hace á las
veces un temor liviano, ¿"qué hará entonces el temor de tan
justo y verdadero peligro? Vense en esta vida aun entre sus
amigos, 3' parésceles que ya comienzan á sentir el dolor de los
condenados. Juntamente les parece que están vivos y muertos:
y doliéndose de los bienes presentes que dejan, comienzan á pa-
descer los males venideros que barruntan. Tienen por di-
chosos á los que acá se quedan, y crésceles con esta envidia la
causa de su dolor. Pues entonces se les pondrá el sol en medio
del día, cuando á doquiera que volvieren los ojos, les parescerá
que por todas partes les está cerrado el camino del cielo, y que
ningún rayo se les descubre de luz. Porque si miran á la mise-
ricordia de Dios, parésceles que la tienen desmerescida: si á la
justicia, parésceles que viene ya á dar sobre su cabeza: y que
hasta allí ha sido su día, y que dende allí comienza ya á ser el
(i) Amos, VIII.
^ GUIA DE PECADORES
día de Dios. Si miran á la vida pasada, cuasi todo ella los está
acusando: si al tiempo presente, ven que se están muriendo: si
un poco más adelante, paréceles que ven al Juez que los está
esperando. Pues entre tantos objectos y causas de temor, ^qué
harán? ^-adonde irán?
Dice más, que se les convertirá en tinieblas la luz en el día
claro. Quiere decir, que las cosas que les solían dar antes ma}'or
alegría, entonces les darán mayor dolor. Alegre cosa es para el
que vive la vista de sus hijos, y de sus amigos, y de su casa y
hacienda, y de todo lo que ama. Mas entonces se conv^ertirá esta
luz en tinieblas; porque todas estas cosas darán allí mayor tor-
mento, y serán más crueles verdugos de sus amadores. Porque
natural cosa es que así como la posesión 3' presencia de lo que
se ama, da alegría, así el apartamiento y la pérdida da dolor. Y
por esto quitan á los dulces hijos de la presencia del padre que
se está muriendo, y se esconde la buena mujer en este tiempo,
por no dar y tomar tan crueles dolores con su presencia. Y con
ser la partida para tan lejos, y la despedida para tan largo ca-
mino, no deja guardar el dolor los términos de la buena crian-
za, ni da lugar al que se parte para decir á los amigos: quedaos
á Dios. Si tú has llegado á este punto, en todo esto verás que digo
verdad: mas si aun no has llegado á él, cree á los que por aquí
han pasado: pues como dice el Sal)io, los que navegan la mar,
cuentan los peligros dcUa.
§.n.
Y si tales son las cosas que pasan antes de la salida, ; qué
serán las que pasarán después della? Si tal es la víspera y la \i-
gilia, ¿qué tal será la fiesta y el día? Porque luego después de
la muerte se sigue la cuenta y la tela de aquel juicio divino: el
cual cuánto sea para temer, no lo has de preguntar á los hom-
bres del mundo, los cuales así como moran en Egipto, que
quiere decir tinieblas, así \ivea en intolerables errores }• cegue-
dades: sino pregúntalo á los sanctos que moran en la tierra de
Jesé (i), donde resplandece siempre la luz de la verdad, y ésos
te dirán no sólo por palabras, sino por obras, cuánto sea esta
^1; Exod. X,
LIBRO I. CAPÍTULO Vlí. f\
cuenta para temer. Porque sancto era David, y con todo
esto era tan grande el temor que tenía desta cuenta, que hacía
oración á Dios diciendo (i): No entres, Señor, enjuicio con tu
siervo, porque no será justificado ante Ti ninguno de los vi-
vientes. Y sancto era también Arsenio, el cual estando ya para
morir cercado de sus discípulos, comenzó á temer este trance
de tal manera, que los discípulos entendiendo su temor, le di-
jeron: Padre, ;y tú agora temes? A los cuales respondió el sancto
varón: Hijos, no es nuevo en mí este temor, porque siempre vi-
ví con él. Y del bienaventurado Agatón se escribe que estando
en este paso con este mismo temor, y preguntado por qué te-
mía habiendo vivido con tanta inocencia: respondió que por-
que eran muy diferentes los juicios de Dios de los de los hom-
bres. Y no es menos temeroso el ejemplo que Sant Juan Clímaco,
varón sanctísimo, escribe de otro sancto monje, el cual (por ser
cosa mucho para notar) referiré aquí por sus mismas palabras.
Un religioso (dice él) que moraba en este lugar, llamado Esté-
fano, deseó mucho la vida quieta y solitaria: el cual, después de
haberse ejercitado en los trabajos de la vida monástica muchos
años, y alcanzado gracia de lágrimas y de ayunos, con otros
muchos privilegios de virtudes, edificó una celda á la raíz del
monte donde Elias en los tiempos pasados vio aquella sagrada
visión. Este padre de tan religiosa vida, deseando aun mayor
rigor y trabajo de penitencia, pasóse de ahí á otro lugar llamado
Sidey, que era de los monjes Anacoritas, que viven en sole-
dad. Y después de haber vivido con grandísimo rigor en esta
manera de vida (por estar aquel lugar apartado de toda huma-
na consolación, y desviado setenta millas de poblado) al fin de
la vida vínose de allí, deseando morar en la primera celda de
aquel sagrado monte. Tenía él ahí dos discípulos muy religio-
sos de la tierra de Palestina, que tenían en guarda la dicha cel-
da. Y después de haber vivido unos pocos días en ella, cayó
en una enfermedad de que murió. Un día, pues, antes de su muer-
te, súbitamente quedó atónito: y teniendo los ojos abiertos, mi-
raba á la una parte del lecho, y á la otra: y como si estuvieran
allí algunos que le pidieran cuenta, respondía él en presencia de
todos los que allí estaban, diciendo algunas veces: Así es cier-
(1) P-alm. CXl.n.
)?:5 GUÍA DE PECADORES
to: mas por eso ayuné tantos años. Otras veces decía: No es así:
mentís: no hice tal cosa. Otras decía: Así es verdad: mas lloré, y
serví tantas veces á los prójimos por eso. Y otra vez decía: Ver-
daderamente me acusáis: así es: y no tengo que decir, sino que
hav en Dios misericordia. Y era por cierto espectáculo horrible
V temeroso ver aquel invisible y riguroso juicio. ¡Miserable de
mí! <:Qué será de mí, pues aquel tan grande seguidor de sole-
dad y quietud en algunos de sus pecados decía que no tenía
qué responder, el cual había cuarenta años que era monje, y
había alcanzado gracia de lágrimas ? Algunos hubo que de verdad
me afirmaron que estando este padre en el yermo, daba de co-
mer á un león pardo por su mano. Y siendo tal, partió desta vi-
da pidiéndosele tan estrecha cuenta, dejándonos inciertos cuál
fuese su juicio, cuál su término, y cuál la sentencia de su causa.
Hasta aquí son palabras de S. Juan Clímaco. Las cuales asaz de-
claran cuánto deban temer esta salida los descuidados y negli-
gentes, pues en tanto estrecho se vieron en ella tan grandes
sanctos.
Y si preguntares cuál sea la causa por dónde los sanctos tu-
vieron tan gran temor en este paso, á esto responde S. Grego-
rio en el cuarto libro de los Morales, diciendo: Los sanctos
varones, considerando atentamente cuan justo sea el Juez que
les ha de tomar cuenta, cada día ponen ante los ojos el término
de su vida, y examinan con cuidado qué es" lo que podrán res-
ponder al Juez en esta demanda. Y si por ventura se hallan li-
bres de todas las malas obras en que pudieron caer, temen si
por ventura lo están de los malos pensamientos que en cada mo-
mento el corazón humano suele representar. Porque aunque sea
fácil cosa vencer las tentaciones de las malas obras, no lo es
defenderse de la guerra continua de los malos pensamientos. Y
como quiera que en todo tiempo teman los secretos juicios deste
tan justo Juez, entonces señaladamente los temen, cuando se
llegan ya á pagar la común deuda de la naturaleza humana, y se
ven acercar á la presencia de su Juez. Y cresce aun este temor,
cuando el ánima se quiere ya desatar de la carne. Porque en
este tiempo cesan los vanos pensamientos y fantasías de la
imaginación, y ninguna cosa deste siglo se representa al que
está ya cuasi fuera del siglo. De manera que entonces los que
están muriendo solarnente miran á sí y á Dios, ante quien se ha-
i.iHRu I. capItClo \ii.
lian presentes, y todo lo demás (como ya no necesario) vienen
á echar en olvido. Y si en este paso se acuerdan que nunca de-
jaron de hacer los bienes que entendían: temen si por ventura
dejaron de hacer los que no entendían, porque no saben juzgarse
ni conoscerse perfectamente. Y por esto al tiempo de la salida son
combatidos con mayores y más secretos temores: porque ven
que de ahí á un poquito espacio hallarán lo que para siempre
nunca mudarán.
Hasta aquí son palabras de S. Gregorio, las cuales bastante-
mente nos declaran cuánto más para temer sea esta cuenta y es-
ta hora, de lo que los hombres mundanos imaginan.
Pues si tan riguroso es este juicio, y si tanto y con tanta ra-
zón le temieron los sanctos, ;:qué será justo que hagan los que
no lo son, los que la mayor parte de la vida gastaron en va-
nidades, los que tantas veces despreciaron á Dios, los que
tan olvidados vivieron de su salud, y tan poca cuenta tuvieron
con aparejarse para esta hora? Si tanto teme el justo, ¿qué debe
hacer el pecador? ;Qué hará la vara del desierto, cuando así se
estremece el cedro del monte Líbano? Y si como dice S. Pe-
dro (i), el justo apenas se salvará, ¿el pecador y malo dónde pa-
recerán? Dime, pues: ;qué sentirás en aquella hora, cuando salido
ya desta vida, entres en aquel divino juicio, solo, pobre y des-
nudo, sin más valedores que tus buenas obras y sin más com-
pañía que la de tu propria consciencia, y esto en un tribunal
tan riguroso, donde no se trata de perder la vida temporal, sino
de vida y muerte perdurable? Y si en la tela deste juicio te
hallares alcanzado de cuenta, ¡cuáles serán entonces los desma-
yos de tu corazón! ¡Cuan confuso te hallarás, y cuan arrepen-
tido! Grande fué el desmayo de los príncipes de Judá (i), cuan-
do vieron la espada vencedora de Sesach, rey de Egipto, volar
por las plazas de Hierusalem: cuando por la pena del castigo
presente conocieron la culpa del _\'erro pasado. Mas ¿qué es todo
esto en comparación de la confusión en que allí los malos se
verán? ¿Qué harán? ¿Dónde irán? ¿Con qué se defenderán? Lá-
grimas allí no valen: arrepentimientos allí no aprovechan: ora-
ciones allí no se o}en: promesas para adelante allí no se admi-
ten: tiempo de penitencia allí no se da: porque acabado el pos-
eí) í Petr. 1\'. (2) III Keg. XXV; II Par. XII.
te.
4 (;RÍA l>li PKCAl>()k1ÍK
trer punto de la vida, ya no hay más tiempo de penitencia. Pues
riquezas, y linaje, y favor de mundo, mucho menos aprovecharán:
porque como dice el Sabio (i), no aprovecharán las riquezas
en el día de la venganza; más la justicia sola Hbrará de la muer-
te. Pues cuando el ánima miserable, se vea cercada de tantas
angustias, ^qué hará sino decir con el Profeta (2): Cercado me
han gemidos de muerte, y dolores del infierno me han rodeado?
¡Oh miserable de mí, y en qué cerco me han puesto agora mis
pecados! ¡Cuan súbitamente me ha salteado esta hora! ¡Cuan
sin pensarlo se ha llegado! <jQué me aprovechan agora todas
mis honras y dignidades pasadas? ¿Qué todos mis amigos y cria-
dos? ^Qué todas las riquezas y bienes que poseí, pues agora me
han de hacer pago con siete pies de tierra, y con una pobre
mortaja? Y lo que peor es, que las riquezas han de quedar acá
para que las desperdicien otros: y los pecados que hice en mal
ganarlas, han de ir comigo allá, para que los pague yo. <iQué
me aprovechan otrosí agora todos mis deleites y contentamien-
tos pasados, pues ya los deleites se acabaron, y no quedan agora
más que las heces dellos, que son los escrúpulos y el remordi-
miento de la consciencia, las espinas que atraviesan agora mi
corazón, y para siempre lo atormentarán? jCómo no me aparejé
esta hora? ¡Cuántas veces me avisaron desto, y me hice sordo!
¿Porqué aborrecí la disciplina, y no quise obedecer á mis maes-
tros (3), ni hice caso de las voces de los que me enseñaban? En
todo género de pecados he vivido en medio de la iglesia y del
pueblo.
Éstas, pues, serán las ansias, las congojas y las considera-
nes de los malos en esta hora. Pues porque tú, hermano mío, no
te veas en este aprieto, ruégote agora quieras de todo ló que
hasta aquí está dicho, considerar y retener estos tres puntos en
la memoria. El primero sea, considerar qué tan grande ha de
ser la pena que á la hora de la muerte recibirás por todas las
ofensas que heciste contra Dios. El segundo, qué tanto es lo que
allí desearas haberle servido y agradado, para tenerle para
aquella hora propicio. El tercero, qué linaje de penitencia desearas
allí hacer, si para esto se te diese tiempo: porque de tal manera
trabajes por vivir agora como entonces desearas haber vivido.
(1) Prov, XI. (2] Poalm CXIV. (j") Piov. V.
DEL OCTAVO TÍTULO POR DONDE EL HOMBRE ESTÁ OBLIGADO A LA VIRTUD, POR
CAUSA DE LA SEGUNDA POSTRIMERÍA, QUE ES EL JUICIO FINAL.
CAPITULO VIII
^^^ESPUÉS de la muerte se sigue el juicio particular de
cada uno: y después déste, el universal de todos,
cuando se cumplirá aquello que dice el Apóstol: To-
dos conviene que seamos presentados ante el tribunal de Cris-
to, para que dé cada uno cuenta del bien ó mal que hizo en este
cuerpo. Y porque de las señales terribles que han de preceder
á este juicio, y de toda la historia del tratamos en otro lugar;
al presente no diré más que del rigor de la cuenta que se ha de
pedir en él, y lo que después della se ha de seguir, para que por
aquí vea el hombre cuánta obligación tiene á la virtud.
Lo primero es tanto para sentir, que una de las cosas de que
aquel sanctísirao Job más se maravillaba, es ver cómo siendo el
hombre una criatura tan liviana y tan mal inclinada, se pone un
tan grande Dios en tanto rigor con ella, que no hay palabra, ni
pensamiento, ni movimiento desordenado que no lo tenga es-
cripto en los libros y procesos de su justicia para pedir de ello
muy menuda cuenta. Y así prosigue él á la larga esta materia,
diciendo: ¿Porqué, Señor, escondes tu cara de mí, y me tratas
como á enemigo? ^i Porqué quieres declarar la grandeza de tu
poder contra una hoja que se mueve á cada viento, y persigues
una paja tan liviana? ^i Porqué escribes en tus libros contra mí
las penas amarguísimas con que me has de castigar, y quieres
consumirme por los pecados de mi m.ocedad? Pusiste mis pies
en un cepo (prendiendo mis apetitos con la ley de tus manda-
mientos) y miraste con grande atención todas las sendas de mi
vida, y consideraste el rastro de mis pisadas, siendo yo como
una cosa podrida que dentro de sí se está consumiendo, y como
una vestidura que se gasta con la polilla. Y prosiguiendo la mis-
ma materia añade luego >' dice asi: El hombre nasce de mujer,
-f) CUtA DK PlíCADORVíS
vive poco tiempo, está lleno de mucbas miserias, sale como una
flor, y luego se marchita, y huye como sombra, y nunca perma-
nece en un mismo estado. Y con ser el hombre éste, ¿tienes por
cosa digna de tu grandeza traer los ojos tan abiertos sobre to-
dos los pasos de su vida, y ponerte con él á juicio? <: Quién pue-
de hacer limpia una criatura concebida de masa sucia, sino Tú
solo? Todas estas palabras dice el sancto Job, maravillándose
grandemente de la severidad de la divina Justicia para con una
criatura tan frágil, tan mal inclinada, y que tan fácilmente bebe
los pecados como agua. Porque si este rigor fuera con ángeles
(que son criaturas espirituales y muy perfectas) no era tanto de
maravillar; pero ser con hombres, cuyas malas inclinaciones son
innumerables, y que con todo esto sea tan estrecha la cuenta de
sus vidas, que no se les disimule una sola palabra ociosa, ni un
punto de tiempo mal gastado, esto es cosa que sobrepuja toda
admiración. Porque ^lá quién no espa:ntan aquellas palabras del
Salvador (i): En verdad os digo que de cualquier palabra ocio-
sa que hablaren los hombres, darán cuenta el día del juicio?
Pues si destas palabras (que á nadie hacen mal) se ha de pedir
cuenta, (iqué será de las palabras deshonestas, y de los pensa-
mientos sucios, y de las manos sangrientas, y de los ojos adúl-
teros, y finalmente de todo el tiempo de la vida expendido en
malas obras? Si esto es verdad (como lo es) ¿qué se puede de-
cir del rigor deste juicio, que no sea menos de lo que es ? ¡ Cuan
asombrado quedará el hombre cuando en presencia de un tan
gran senado se le haga cargo de una palabrilla que tal día ha-
bló sin propósito! ¿A quién no pone en admiración esta tan
nueva demanda? ¿Quién osara decir esto, si Dios no lo dijera?
¿Qué rey jamás pidió cuenta á alguno de sus criados de un cabo
de una agujeta? ¡Oh alteza de la religión cristiana, cuan grande
es la pureza que enseñas, y cuan estrecha la cuenta que pides, y
con cuan riguroso juicio la examinas!
¿ Cuál será también la vergüenza que allí los malos pasarán
cuando todas las maldades que ellos tenían encubiertas con las
paredes de sus casas, y todas las deshonestidades que cometie-
ron dende sus primeros años, con todos los rincones y secretos
de sus consciencias, sean pregonadas en la plaza y ojos de todo
(i) Matlh. XII,
i.Timo I. CAMTÜI.n Y 11 1. 77
el mundo? Pues ¿quién tendrá la consciencia tan limpia que no
comience dende agora á mudar las colores, 3^ temer esta ver-
güenza? Porque si descubrir el hombre sus culpas á un confesor
en un fuero tan secreto como el de la confesión, es cosa tan
vergonzosa, que algunos por esto se tragan el pecado y lo en-
cubren, ¿ qué hará allí la vergüenza de Dios, y de todos los siglos
presentes, pasados y venideros ? Será tan grande esta vergüenza,
que como el Profeta dice (i), darán voces á los montes, dicien-
do: ¡Oh montes! caed sobre nosotros, y sumidnos en los abis-
mos, donde nunca más parezcamos con tan grande vergüenza y
confusión.
Pues (¡qué será sobre todo esto esperar el rayo de aquella
sentencia final que dirá (2): Id, malditos, al fuego eterno, que
está aparejado para Satanás y para sus ángeles? (jQué sentirán
los malaventurados con esta palabra? Si apenas podemos, dice
el sancto Job (3), oir la más pequeña de sus palabras, ¿quién
podrá esperar aquel espantoso trueno de su grandeza? Esta pa-
labra será tan espantosa y de tanta virtud, que por ella se abri-
rá la tierra en un momento, y serán sumidos y despeñados en
los abismos los que, como dice el mismo Job (4), tañían aqui el
dandero y la vihuela, y se holgaban con la suavidad y música
de los órganos, y gastaban todos sus días y horas en deleites.
Esta caída describe S. Juan en el Apocalipsi por estas pala-
bras (5): Vi, dice él, un ángel que descendía del cielo con gran
poder, y con tanta claridad, que hacía resplandecer toda la tie-
rra, y dio una grande voz diciendo: Cayó, cayó aquella gran
ciudad de Babilonia, y es hecha morada de demonios, y cárcel
de todos los espíritus sucios, y de todas las aves sucias y abomi-
nables. Y añade luego el sancto Evangelista, diciendo que tomó
el ángel una gran piedra de molino, y dejándola caer dende lo
alto en la mar, dijo: Con este ímpetu será arrojada aquella gran
ciudad de Babilonia en el profundo: y nunca más volverá á ser.
Desta manera, pues, caerán los malos en aquel despeñadero y
en aquella cárcel de tinieblas y confusión, que es aquí entendida
por Babilonia.
Mas ¿qué lengua podrá explicar la muchedumbre de penas
que allí padescerán? AlH arderán sus cuerpos en vivas llamas
{l) Ose. X '2} Mat. XXV (3) Job. XXVI. ^4) Job. XXI. fí) Apoo. XVIII.
;8 GUÍA Dlí PEi'ADORFlS
que nunca se apagarán. Allí estarán sus ánimas carcomiéndose y
despedazándose con aquel gusano remordedor de la consciencia,
que nunca cesará de morder. Allí será aquel perpetuo llanto y
crujir de dientes, con que tantas veces nos amenazan las Escrip-
turas divinas. Allí los malaventurados con una cruel desesperación
y rabia volverán las iras contra Dios y contra sí, comiendo sus
carnes á bocados, rompiendo sus entrañas con sospiros, quebran-
tando sus dientes á tenazadas, y despedazando rabiosamente
sus carnes con sus uñas, y blasfemando siempre del Juez que así
los mandó penar. Allí cada uno dellos maldirá su desastrada suer-
te y su desdichado nascimiento, repitiendo siempre aquellas tris-
tes lamentaciones y palabras de Job, aunque con muy diferente
corazón (l): Perezca el día en que nascí, y la noche en que fué
dicho: concebido es este hombre. Aquel día se vuelva en tinie-
blas; no tenga Dios cuenta con él, ni sea alumbrado con lumbre.
Escurézcanlo las tinieblas y sombra de muerte: sea llenó de es-
curidad y amargura. En aquella noche corra un torbellino tene-
broso, no sea contado en el número de los días ni de los meses
del año. ^Porqué no me tomó la muerte en el vientre de mi
madre? ^Porqué luego como acabé de nascer no perecí? ¿Por-
qué rae recibieron en el regazo? ¿Porqué me dieron leche á los
pechos? Ésta será la música, éstas las canciones, estos los maiti-
nes continuos que aquellos malaventurados eternalmente canta-
rán. ¡ Oh desdichadas lenguas, que ninguna otra palabra hablaréis
sino blasfemias! ¡Oh miserables oídos, que ninguna otra cosa
oiréis sino gemidos! ¡Oh desventurados ojos, que ninguna otra
cosa veréis sino miserias! ¡Oh tristes cuerpos, que ninguno otro
refrigerio tendréis sino llamas ! ¡ Cuáles estarán entonces los que
toda su vida gastaron en deleites y pasatiempos! ¡ Oh cuan breve
delectación hizo tan larga soga de miserias ! ¡ Oh locos y desven-
turados! ¿Qué os aprovechan agora todos aquellos pasatiempos
de que tan poco espacio gozastes, pues agora eternalmente llo-
raréis? ¿Qué se hicieron vuestras riquezas? ¿Dónde están vues-
tros tesoros? ¿Dónde vuestros deleites y alegrías? Pasáronse los
siete años de fertilidad (2), y sucedieron otros siete de tanta este-
rilidad, que se tragaron toda la abundancia de los pasados, sin
que quedase della rastro ni memoria. Peresció ya vuestra
(i) Job,m. iZ) Genes, XLl.
LÍBRO i. CAPÍTULO VUI.
gloria, y hundióse vuestra felicidad en ese piélago de dolor. A
tanta esterilidad sois venidos, que ni una sola gota de agua se
os concede para templar esa tan rabiosa sed que os atormenta.
Y no sólo no os aprovechará esa prosperidad, mas antes ésa es
una de las cosas que más cruelmente os atormentará. Porque
ahí se cumplirá aquello que se escribe en el libro de Job (i), con-
viene saber, que la dulcedumbre de los malos vendría á parar en
gusanos: cuando (como declara S. Gregorio) la memoria de los
deleites pasados les haga sentir más el amargura de los dolores
presentes: acordándose de la manera que un tiempo se vieron,
y de la que agora se ven, y cómo por lo que tan presto se aca-
bó, padescen lo que nunca se acabará. Entonces claramente co-
nocerán la burla del enemigo, y caídos ya en la cuenta (aunque .
tarde) comenzarán á decir aquellas palabras del libro de la Sa-
biduría (2): ¡ Desventurados de nosotros ! ¡ Cómo se ve agora que
erramos el camino de la verdad, y que la lumbre de justicia no
nos alumbró, y que el sol de inteligencia no salió sobre nos-
otros! Aperreados anduvimos por el camino de la maldad y
perdición, y nuestros caminos fueron ásperos y dificultosos, y el
camino del Señor tan llano nunca supimos atinarlo. Estas serán
las querellas, éste el arrepentimiento, ésta la penitencia perpetua
que allí los malaventurados harán: la cual nada les aprovechará,
porque 3'a pasó el tiempo de aprovechar.
Todas estas cosas bien consideradas son un grande estímu-
lo y despertador de la virtud, y así por este medio nos incita
muchas veces á ella el bienaventurado Sant Crisóstomo en mu-
chos lugares de sus Homilías, donde dice así: Porque trabajes
que tu ánima sea templo y morada de Dios, acuérdate de aquel
terrible y espantoso día en que todos habemos de asistir ante
el trono de Cristo, para dar razón de todas nuestras obras.
Mira, pues, de la manera que este Señor viene á juzgar vivos y
muertos. Mira cuántos millares de ángeles le vienen acompa-
ñando, y haz cuenta que tus oídos oyen ya el sonido de aque-
lla temerosa voz de Cristo que ha de sentenciar al mundo.
Mira cómo después desta sentencia unos son echados en las
tinieblas exteriores: otros despedidos de las puertas del cielo,
después del mucho trabajo de su virginidad: otros, atados
(i) j>b, XK[V. (2; Sap, V.
8o Gl"ÍA DE rtíCAbORtíS
como haces de mala ^erba, son lanzados en el fuego, y otros
entregados al gusano que nunca muere, y al perpetuo llanto y
crujir de dientes. Pues siendo esto así, ¿porqué no clamaremos
agora con el Profeta diciendo (i): ¿Quién dará agua á mi cabeza,
V á mis ojos fuentes de lágrimas, y lloraré día y noche? Por
tanto, venid agora, hermanos, que es tiempo, 3' prevengamos al
Juez con la confesión de nuestras culpas, pues está escripto:
En el infierno, Señor, ¿quién se confesará á Tí?
Miremos atentamente que nos dio nuestro Señor dos ojos,
dos oídos, dos pies y dos manos: por donde si perdemos el uno
destos miembros, con el otro nos remediamos: pero ánima no
nos dio más que una: pues si ésta se condena, ¿con qué vivire-
mos aquella inmortal y gloriosa vida? Tengamos, pues, sumo
cuidado della, pues ella es la que juntamente con el cuerpo ha
de ser juzgada ó defendida, y la que ha de parecer ante el tri-
bunal de Cristo: donde si te quisieres excusar, diciendo que los
dineros te engañaron, responderte ha el Juez que ya te había
Él avisado diciendo (2): ¿Qué aprovecha al hombre alcanzar el
señorío de todo el mundo, si viene á perder su ánima y pades-
cer detrimento en sí mismo? Si dijeres: el diablo me engañó,
decirte ha ¥A también que no le aprovechó á Eva decir: la ser-
piente me engañó.
Lee las Escripturas sagradas y mira cómo el profeta Hie-
remías vio primero una vara que velaba (3): y después una
gran caldera de metal puesta sobre las brasas, que hervía: para
darnos á entender de la manera que procede Dios con el hom-
bre, primero amenazando, y después castigando. Mas el que no
quisiere recibir la corrección de la vara que amenaza, padesce-
rá después el tormento de la caldera que hierve. Lee también
las escripturas del Evangelio, y ahí verás cómo nadie ayudó á
todos aquellos que por el Señor fueron condenados: no herma-
no á hermano, ni amigo á amigo, ni hijo á padre, ni padre
á hijo. ¿Mas qué digo déstos, que son hombres pecadores: pues
ni aunque vengan Noé, Daniel y Job, serán poderosos para mu-
dar la sentencia del Juez? Si no, mira tú aquél que fué des-
echado del convite de las bodas, cómo ninguno habló palabra,
(i) Jerem. IX. (2) Matth. XVI; Marc. VIIlj Luc. IX. (3) Hierem. I.
LIBRO I. CAPÍTULO VIH. 8l
por él (i). Mira también cómo nadie rogó por aquél que había
recebido el talento de su señor, y no quiso negociar con él (2).
Mira otrosí las cinco vírgines despedidas de las puertas del cie-
lo, sin que nadie abogase por ellas: las cuales Cristo llamó locas,
porque después de haber despreciado los deleites de la carne y
mortificado el fuego de la concupiscencia, en cabo fueron teni-
das por locas, porque habiendo guardado el consejo grande de
la virginidad, no guardaron el mandamiento pequeño de la hu-
mildad, pues se ensoberbescieron con la gloria de su virginidad.
También habrás oido cómo aquel rico avariento (3) que nunca
tuvo compasión de Lázaro, estando ardiendo en el lugar de la
venganza, deseó una gota de agua: y no por eso el sancto Pa-
triarca quiso mitigar con tan pequeño socorro el tormento de su
pasión. Pues siendo esto así, ¿porqué no nos ayudaremos con
caridad unos á otros? ¿Porqué no daremos gloria á Dios antes
que se nos ponga el sol de justicia y se nos cierre el día? Mejor
es traer aquí un poco la lengua seca á poder de ayunos, que
trayéndola contenta y regalada desear allí una gota de agua y
no alcanzarla. Y si somos tan delicados que apenas podemos
sufrir aquí una calentura de tres días, ¿cómo sufriremos aUí el
fuego de una eternidad? Si nos espanta una sentencia de muer-
te de un juez de la tierra que nos priva de cuarenta ó cincuenta
años de vida, ¿cómo no temeremos la sentencia de aquel Juez
que priva de vida perdurable? Espántanos ver algunas maneras
de justicias rigurosas que se hacen acá en la tierra contra los
malhechores, cuando vemos cómo los verdugos los llevan por
fuerza, cómo los azotan, descoyuntan, desmiembran, despedazan
y abrasan con planchas de fuego. Pues ¿qué es todo esto sino
risa y sombra en comparación de los tormentos de la otra vida?
Porque todo esto finalmente con la vida se acaba: mas allí ni
el gusano muere, ni la vida fenece, ni el atormentador se cansa,
ni el fuego se apagará jamás. De manera que todo cuanto qui-
sieres comparar con estas penas, sea fuego, sea hierro, sean
bestias, sea otro cualquier tormento, todo es como sueño y som-
bra en su comparación.
Pues los malaventurados que despedidos de aquellos tan
grandes bienes fueren condenados á estos males, ¿que harán?
(1) Matth XXU; XVIIL (2) Ibid. XXV, (3) Luc. XVI.
QBRAS oa GRANADA, ^— ^
82 GUÍA DE PECADORES
¿qué dirán? ¿cómo se acusarán? ¿cómo gemirán y sospirarán? Y
todo en vano. Porque ni los marineros después de sumido el
navio sirven para nada, ni los médicos después que el enfermo
acabó la vida. Pues entonces vendrán (aunque tarde) á caer en
la cuenta de sus yerros, y allí será decir: esto ó lo otro nos con-
venía hacer, y bien fuimos muchas veces avisados dello y no
nos aprovechó. Porque también entonces los judíos conocerán
al que vino en el nombre del Señor: mas no les aprovechará
este conocimiento, porque no lo tuvieron en su tiempo. Mas ¿qué
podremos, miserables de nosotros, alegar en este día, cuando el
cielo, y la tierra, y el sol, y la luna, los días y las noches, y todo el
mundo estará dando voces contra nosotros y testificando nues-
tros males: y donde (aunque todas las cosas callen) nuestra mis-
ma consciencia se levantará contra nosotros, y nos acusará? Cuasi
todas estas son palabras de Sant Crisóstomo, por las cuales verá el
hombre el temor que debe siempre tener deste día, si se halla
alcanzado de cuenta. Así muestra que lo tenía S. Ambrosio (aun-
que estaba tan bien apercebido) el cual escribiendo sobre Sant
Lucas, dice así: ¡ Ay de mí, si no llorare mis pecados ! ¡ ay de mí
si no me levantare á la media noche á confesar. Señor, tu sancto
nombre! ¡ay de mí, si engañare á mi prójimo, si no hablare
verdad! Porque ya está puesto el cuchillo á la raíz del árbol.
Por tanto, trabaje por dar fructo el que pudiere, de gracia, y el
que es deudor, de penitencia. Porque el Señor está cerca, que
viene á buscar el fructo, el cual dará vida á los fieles trabajado-
res y condenará los estériles y negligentes.
DEL NOVENO TÍTULO QUE NOS OBLIGA Á LA VIRTUD, QUE ES LA TERCERA DE
NUESTRAS POSTRIMERÍAS, LA CUAL ES LA GLORIA DEL PARAÍSO.
CAPÍTULO IX
f ASTABA cualquier cosa de las susodichas para inclinar
nuestros corazones al amor á la virtud. Mas porque
¿^ es tan grande la rebeldía del corazón humano, que
muchas veces ni con todo esto se vence, añadiré aquí otro mo-
tivo no menos eficaz que los pasados, que es la grandeza del
premio que se promete á la virtud, que es la gloria del Paraíso.
Donde se nos ofrecen dos cosas señaladas que considerar: la
una es la hermosura y excelencia deste lugar (que es el cielo
impíreo) y la otra es la hermosura y excelencia del Rey que
mora en él con todos sus escogidos.
Y cuanto á lo primero, qué tan grande sea la hermosura y
riquezas deste lugar, no hay lengua mortal que lo pueda expli-
car. Mas todavía por algunas conjecturas podremos como de le-
jos barruntar algo de lo que esto es. Entre las cuales la primera
es el fin desta obra; porque ésta es una de las circunstancias que
más suelen declarar la condición y excelencia de las cosas. Pues
el fin para que nuestro Señor edificó y aparejó este lugar, es
para manifestación de su gloria. Porque, aunque todas las cosas
haya criado este Señor para su gloria, como dice Salomón (i),
pero ésta señaladamente se dice haber criado para este fin: por-
que en ella singularmente resplandece la grandeza y magnifi-
cencia del. Por donde así como aquel grande rey Asuero, que
reinó en Asia sobre ciento y veinte y siete provincias (2), celebró
un convite solemnísimo en la ciudad de Susa por espacio de
ciento y ochenta días, con toda la opulencia y grandeza que se
puede imaginar, para descubrir por este medio á todos sus rei-
nos la grandeza de su poder y de sus riquezas, así también este
Rey soberano determinó hacer en el cielo otro convite solem-
(1) Prov. XVI. (2) Esth. I.
84 GUÍA DÉ PECADORES
nísinio, no por espacio de ciento y ochenta días, sino de toda
la eternidad: para manifestar en él la inmensidad de sus rique-
zas, de su sabiduría, de su largueza y de su bondad. Este es el
convite de que habla Isaías cuando dice (i): Hará el Señor en
este monte un solemne convite á todos los pueblos, de vinos y
manjares muy delicados, esto es, de cosas de grandísimo valor
y suavidad. Pues si este tan solemne convite hace Dios á fin de
que por él sea manifestada la grandeza de su gloria, y esta glo-
ria es tan grande, (¡qué tal será la fiesta y las riquezas que para
este propósito servirán?
Esto se entenderá aun más claramente, si consideramos la
grandeza del poder y de las riquezas deste Señor. Es tan grande
su poder, que con una sola palabra crió toda esta máquina tan
admirable del mundo, y con otra sola la podría destruir; y no
sólo un mundo, mas mil cuentos de mundos podría El criar en
una sola palabra, y tornarlos á deshacer con otra. Y demás des-
to, lo que hace, hácelo tan sin trabajo, que con la faciUdad que
crió la menor de las hormigas, crió el mayor de los serafines;
porque no gime, ni suda debajo de la carga mayor, ni se alivia
con la menor; porque todo lo que quiere puede, y todo lo que
quiere obra con sólo querer. Pues dime agora: si la omnipoten-
cia deste Señor es tan grande, y la gloria de su sancto nombre
tan grande, y el amor della tan grande, ,jcuál será la casa, la
fiesta y el convite que tendrá aparejado para este fin? (jQué fal-
ta aquí para que no sea perfectísima esta obra ? Falta de manos
aquí no la hay, porque el Hacedor es infinitamente poderoso.
Falta de cabeza aquí no la hay, porque es infinitamente sabio.
Falta de querer aquí no la hay, porque es infinitamente bueno.
Falta de riquezas aquí no la hay, porque El es el piélago de
todas ellas. Pues luego, ¿qué tal será la obra donde tales apare-
jos hay para que sea tan grande? ¿Qué tal será la obra que sal-
drá desta oficina, donde concurren tales oficiales como son la
omnipotencia del Padre, la sabiduría del Hijo, y la bondad del
Espíritu Sancto: donde la bondad quiere, la sabiduría ordena,
y la omnipotencia puede todo aquello que quiere la infinita bon-
dad, y ordena el infinito saber, aunque todo esto sea uno en
todas las divinas Personas?
(i; Isai. XXV.
IIBRO I. CAPÍTULO l"^. '^t
n. Hay otra consideración para este propósito, semejante á
ésta. Porque no sólo aparejó Dios esta casa para honra suya, sino
también para honra y gloria de todos sus escogidos. Pues qué
tan grande sea el cuidado que este Señor tiene de honrarlos, y
de cumplir aquello que Él mismo dijo: Yo honro á los que
me honran, claramente se ve por los obras, pues aun viviendo
ellos en este mundo, puso debajo de su obediencia el señorío de
todas las cosas. ^ Qué cosa es ver al sancto Josué (i) mandar al
sol que se parase en medio del cielo, y que como si él tuviera
en la mano las ruedas de toda la máquina del mundo, así lo
hiciese detener, obedeciendo (como dice la Escriptura) Dios á la
voz de un hombre? ¿Qué cosa es ver al profeta Isaías dar á es-
coger al rey Ezequías, qué quería que hiciese del mismo sol (2),
si quería que le mandase ir adelante, ó que volviese atrás, que
con la misma facilidad que haría lo uno, haría lo otro? ¿Qué
cosa es ver al profeta Elias suspender las aguas y las nubes del
cielo por todo el tiempo que quiso, y mandarlas otra vez volver
con la virtud y palabra (3) de su oración? Y no sólo en vida,
sino también en muerte los honró tanto, que dio este mismo
señorío y poder á sus huesos y cenizas. ¿Quién no alaba á Dios
viendo que los huesos de Elíseo muerto resuscitaron un muerto
que acaso unos ladrones echaron (4) en su sepulcro ? ¿ Quién no
ve el regalo de Dios para con sus sanctos, cuando lee que el día
de la pasión de S. Clemente m^ártir se abría la mar por espacio
de tres millas, para que entrasen los hombres á ver los huesos
de un hombre que padesció trabajos por su amor? A la cadena
de S. Pedro quiso Dios que se hiciese fiesta general en toda la
Iglesia: para que se vea en cuánto estima Él los cuerpos de los
sanctos, pues las cadenas infames de las cárceles, por haber toca-
do en ellos, quiere que se tengan en tanta veneración. Mas ¿qué
es todo esto en comparación de aquella honra tan grande que
hizo Dios, no ya á la cadena deste Apóstol, ni á sus huesos, ni á
su cuerpo, sino á la sombra de su cuerpo, pues le dio aquella
virtud que escribe S. Lucas en los Actos de los xYpóstoles (5),
que todos los enfermos que tocaban en ella, sanaban? ¡Oh ad-
mirable Dios! ¡Oh sumamente bueno y honrador de buenos,
pues dio á este hombre lo que para sí no tomó! Porque no se
(I) Jos, X. (3; Isai. 38. (3) IIlKeg. 17, 18. (4) IV Reg.13. (S) Act. V.
^ñ nÜÍA DE tECADORÍCS
lee de Cristo que con su sombra sanase á los enfermos, como se
lee de S. Pedro. Pues si en tanta manera es amigo Dios de
honrar sus sanctos (aun en el tiempo y lugar que no es proprio
de galardonar, sino de trabajar) ¿ qué tal podremos entender que
será la gloria que Él tiene deputada para honrarlos, y para ser
honrado Él en ellos? Quien tanto desea honrarlos, y tanto pue-
de y sabe hacer en que los honre, ^qué es lo que les debe tener
allá aparejado para esto?
III. Considera otrosí, demás desto, cuan largo sea este Señor
en pagar los servicios que se le hacen. Mandó Dios al patriarca
Abraham que le sacrificase un hijo que tanto amaba (i): y es-
tando él para sacrificarlo, díjole Dios: No lo sacrifiques, porque
ya tengo vista tu lealtad y obediencia. Mas yo te juro por quien
yo soy, de darte por ese hijo tantos hijos cuantas estrellas hay
en el cielo, y arenas en la mar: y entre ellos uno, que sea Sal-
vador del mundo: el cual sea juntamente hijo tuyo, y Hijo de
Dios. ^Parécete que es buena paga ésta? Esta es paga digna de
Dios: porque Dios en todas las cosas ha de ser Dios: Dios en
pagar, y Dios en castigar, y Dios en todo lo demás.
Púsose David una noche á pensar cómo él tenia casa, y el
arca de Dios no la tenía: y trató en su pensamiento de edificarle
una casa (2). Otro día por la mañana envióle Dios un Profeta
que le dijese: Porque trataste en tu corazón de edificarme una
casa, yo te juro de edificar para ti y para tus descendientes una
casa eterna y un reino perpetuo, de quien nunca jamás apartaré
mi misericordia. Así lo dijo, y así lo cumplió: porque hasta que
vino Cristo, reinaron hombres de la familia de Da\id en la casa
de Israel; y luego nasció Cristo, hijo de David, que en siglos de
los siglos reinará en ella. Pues si no es otra cosa la gloria del
Paraíso sino una gratificación y paga universal de los servicios
de todos los sanctos, y tan largo es este Señor en esta parte,
(jqué tal podremos por aquí conjecturar que será esta gloria? Aquí
hay mucho que pensar y que ahondar.
IV. Hay también otra conjectura para esto, que es conside-
rar cuan grande sea el precio que Dios pide por esta gloria,
siendo Él tan liberal y tan magnífico como es. Pues para darnos
esta gloria no se contentó con otro menor precio, después del
(I) Gen. XXII. (2) II Reg. VII.
LIBRO I. CAPllÜLÜ rXN ^f
pecado, que la sangre y muerte de su Unigénito Hijo. De ma-
nera que por la muerte de Dios se da al hombre vida de Dios,
por las tristezas de Dios se le da alegría de Dios, y porque es-
tuvo Dios en la cruz entre dos ladrones, se da al hombre que
esté entre los coros de los ángeles. Pues dime agora (si se puede
decir) ^cuál es aquel bien que para que se te diese, fué menes-
ter que sudase Dios gotas de sangre, y que fuese preso, azota-
do, escupido, abofeteado y puesto en cruz? jQué es lo que ten-
drá Dios aparejado (siendo como es tan magnífico) para dar por
este precio ? Quien supiese ahondar en este abismo, más enten-
dería por aquí la grandeza de la gloria, que por todos los otros
medios que se pueden imaginar.
Y demás desto nos pide este Señor, como por añadedura, lo
último que se puede á un hombre pedir, esto es, que tomemos
nuestra cruz á cuestas (i), y que saquemos el ojo derecho si nos
escandalizare (2), y que no tengamos ley con padre ni madre, ni
con otra cosa criada, cuando se encontrare con lo que manda Dios.
Y sobre todo esto que por nuestra parte hacemos, dice aquel so-
berano Señor que nos da la gloria de gracia. Y así dice por
Sant Juan (3): Yo soy principio y fin de todas las cosas: Yo
daré al que tuviere sed, á beber agua de vida de balde. Pues
dime agora: ¿qué tal bien será aquel por quien tanto nos pide
Dios: y después de todo esto dado, dice que nos lo da de balde?
Y digo de balde, mirando lo que nuestras obras por sí valen, no
por el valor que por parte de la gracia tienen. Pues dime: si este
Señor es tan largo en hacer mercedes; si su divána magnificen-
cia concedió en esta vida á todos los hombres tantas diferencias
de cosas; si á todos indiferentemente sirven las criaturas del cie-
lo y de la tierra, y de los justos y injustos es común la pose-
sión deste mundo, ¿qué bienes tendrá guardados para solos los
■justos? Quien tan graciosamente dio tan grandes tesoros sin de-
berlos, ¿qué dará á quien los tuviere debidos? Quien tan liberal
es en hacer mercedes ¿cuánto más lo será en pagar servicios?
Si tan inestimable es la largueza del que da, ¿cuánta será la mag-
nificencia del que restituye? Sin duda no se puede con palabras
declarar la gloria que dará á los agradescidos, pues tales cosas
dio aun á los ingratos.
(i) Matth. X. (2) Matth.V. (3) Apoc. XXII.
B8 GUÍA DE PECADORES
§.n.
También declara algo desta gloria el sitio y alteza del lugar
deputado para ella, que es el cielo impíreo: el cual, así como es
el mayor de todos los cielos, así es el más noble y más hermo-
so y de mayor dignidad. Llámase en la Escriptura tierra de los
que viven (i): por donde entenderás que ésta en que aquí mo-
ramos, es tierra de los que m.ueren. Pues si en esta tierra de
muertos hay cosas tan excelentes y tan vistosas, ¿que habrá en
aquella tierra de los que para siempre viven? Tiende los ojos
por todo este mundo visible, y mira cuántas y cuan hermosas
cosas hay en él. ¡ Cuánta es la grandeza de los cielos, cuánta la
claridad y resplandor del sol, 3' de la luna, y de las estrellas!
¡ Cuánta la hermosura de la tierra, de los árboles, de las aves y
de todos los otros animales ! ¡ Qué es ver la llanura de los cam-
pos, la altura de los montes, la verdura de los valles, la frescura
de las fuentes, la gracia de los ríos repartidos como venas por
todo el cuerpo de la tierra, y sobre todo la anchura de los mares
poblados de tantas diversidades y maravillas de cosas! <|Qué
son los estanques y lagunas de aguas claras, sino unos como
ojos de la tierra, ó como espejos del cielo? ¿Qué son los prados
verdes entretejidos de rosas y flores, sino como un cielo estre-
llado en una noche serena? ¿Qué diré de las venas de oro y
plata, y de otros tan ricos y tan preciosos metales? <;Qué de los ru-
bíes, y esmeraldas, y diamantes, y otras piedras preciosas, que pa-
recen competir con las mismas estrellas en claridad y hermosura?
¿Qué de las pinturas y colores de las aves, de los animales, de las
flores y de otras cosas infinitas ? Juntóse con la gracia de la natu-
raleza también la del arte, y doblóse la hermosura de las cosas.
De aquí nacieron las vajillas de oro resplandecientes, los debujos
perfectos 3^ acabados, los jardines bien ordenados, los edificios
de los templos 3' de los palacios reales, vestidos de oro 3^ már-
mol, con otras cosas innumerables. Pues si en este elemento que
es el más bajo de todos (según dijimos) y tierra de los que mue-
(1; Psalm. XXVI.
LIBRO I. CAPÍTULO i:^, ^9
ren, hay tantas cosas que deleitan, ^qué habrá en aquel supremo
lugar, que cuanto está más alto que todos los cielos y elemen-
tos, tanto es más noble, más rico y más hermoso? Especialmente
si consideramos que estas cosas del cielo que se descubren á
nuestros ojos (como son las estrellas, el sol y la luna) sobrepujan
en claridad, virtud, hermosura y perpetuidad á todas las cosas
de acá con tan grandes ventajas: (¡pues qué será lo que desotra
banda está descubierto á los ojos inm^ortales? Apenas se puede
esto bastantemente conjecturar.
VI. Sabemos también que tres maneras de lugares convie-
nen al hombre en tres diferencias de tiempos que tiene de
vida. El primero es el vientre de su madre después de conce-
bido: el segundo es este mundo después de nascido: el tercero
es el cielo después de muerto, si hobiere bien vivido. Entre es-
tos tres lugares hay esta orden y proporción: que la ventaja que
hace el segundo al primero, ésa hace el tercero al segundo, así
en la duración como en la grandeza y hermosura y en todo lo
demás. Y en la duración está claro; porque la duración de la vida
del primero es de nueve meses: la del segundo á veces pasa de
cien años: mas la del tercero dura para siempre. ítem la gran-
deza del primero es del tamaño del vientre de una mujer: la
del segundo es todo este mundo visible: mas la del tercero se-
gún esta proporción es tanto mayor que la del segundo, cuan-
to la del segundo es mayor que la del primero. Y la ventaja
que en esto le hace, esa misma le hace en la riqueza, en la her-
mosura y en todo lo demás. Pues si este mundo es tan grande
y tan hernioso (como habernos dicho) y estotro le excede con
tan grandes ventajas (como agora decimos) ¿qué tanta podremos
por aquí entender que será la grandeza y hermosura del?
VIL También nos declara esto la diferencia de los morado-
res destos dos lugaass; porque la forma y excelencia de los edi-
ficios ha de ser conforme á la condición de los moradores dellos.
Ésta es pues (como decíamos) tierra de los que mueren, aquélla
de los que viven; ésta de pecadores, aquélla de justos; ésta de
hombres, aquélla de ángeles; ésta de penitentes, aquella de per-
donados; ésta de los que pelean, aquélla de los que triunfan; fi-
nalmente, ésta de amigos y enemigos, aquélla de solos amigos
y escogidos. Pues siendo tan diferentes los moradores destos dos
lugares, ¿qué tanto lo serán los mismos lugares, pues todos los
ip CÜÍA DE PKCADOKES
lugares crió Dios conforme á los moradores dellos? Verdade-
ramente gloriosas cosas nos han dicho de ti, ciudad de Dios (i).
Grande eres en tu anchura, hermosísima en la hechura, preciosí-
sima en la materia, nobilísima en la compañía, suavísima en los
ejercicios, riquísima en todos los bienes, y libre y exempta de to-
dos los males. En todo eres grande, porque es grandísimo el que
te hizo, y altísimo el fin para que te hizo, y nobilísimos aquellos
bienaventurados moradores para quien te hizo.
§. III.
Todo esto pertenece á la gloria accidental de los sanctos.
Mas hay aun otra gloria sin comparación mayor, que es la que
llaman esencial: la cual consiste en la visión y posesión del mis-
mo Dios, de la cual dice Sant Augustín: El premio de la virtud
será el mismo que dio la virtud, el cual se verá sin fin, y se ama-
rá sin hastío, y se alabará sin cansancio. De manera que este ga-
lardón es el mayor que puede ser; porque ni es cielo, ni tierra,
ni mar, ni otra alguna criatura, sino el mismo Criador y Señor
de todo: el cual, aunque sea uno y simplicísimo bien, en El está
la suma de todos los bienes.
Para cuyo entendimiento es de saber que una de las gran-
des maravillas que ha}^ en aquella divina substancia, es que con
ser una y simplicísima, encierra en sí con infinita eminencia las
perfecciones de todas las cosas criadas. Porque como El sea el
hacedor y criador dellas, y el que las gobierna y encamina á sus
últimos fines y perfecciones, no puede E) carecer de lo que
da, ni estar falto en sí de lo que parte con los otros. De donde
nasce que todos aquellos bienaventurados espíritus en El solo
gozarán y verán todas las cosas, cada uno según la parte que
le cupiere de gloria. Porque así como agora las criaturas son es-
pejo en que en alguna manera se ve la hermosura de Dios, así
entonces Dios será espejo en que se v^ea la de las criaturas; y
esto muy más perfectamente que si se v^iesen en sí mismas. De
manera que allí será Dios bien universal de todos los sanctos, y
perfecta felicidad y cumplimiento de todos sus deseos. Allí será
espejo á nuestros ojos, música á nuestros oídos, miel á nuestro
(I) Psalm. LXXXIIl.
LIBRO I. CAPÍTULO IX. 91
gusto, y bálsamo suavísimo al sentido del oler. Allí veremos la
variedad y hermosura de los tiempos, la frescura del verano, la
claridad del estío, la abundancia del otoño, y el descanso y re-
poso del invierno; y allí finalmente estará todo lo que á todos
estos sentidos y potencias de nuestra ánima puede alegrar. Allí
(como dice S. Bernardo) será Dios plenitud de luz á nuestro en-
tendimiento, muchedumbre de paz á nuestra voluntad, y conti-
nuación de eternidad á nuestra memoria. Allí parecerá igno-
rancia la sabiduría de Salomón, y fealdad la hermosura de Ab-
solón, y flaqueza la fortaleza de Sansón, y mortalidad la vida
de los primeros hombres del mundo, y pobreza la riqueza de to-
dos los reyes de la tierra.
Pues, oh hombre miserable, si esto es así (como de verdad
lo es) ¿en qué te andas por la tierra de Egipto (i) buscando pa-
jas, y bebiendo en todos los charquillos de agua turbial, dejando
aquella vena de felicidad y fuente de aguas vivas? ¿Porqué an-
das mendigando y buscando á pedazos lo que hallarás recogido
y aventajado en este todo? Si deleites deseas, levanta tu cora-
zón, y considera cuan deleitable será aquel bien que contiene en
sí los deleites de todos los bienes. Si te agrada esta vida cria-
da, ¿cuánto más aquella que todo lo crió? Si te agrada la salud
hecha, ¿cuánto más aquella que todo lo hizo? Si es dulce el
conocimiento de las criaturas, ¿cuánto más el del mismo Cria-
dor? Si te deleita la hermosura, El es de cuya hermosura el
sol y la luna se maraxillan. Si el linaje y la nobleza, Él es el
primer origen y solar de toda nobleza. Si larga vida y sani-
dad, allí hay sanidad y longura de días. Si hartura y abundan-
cia, allí está la suma de todos los bienes. Si música y melodía,
allí cantan los ángeles, y suenan dulcemente los órganos de los
sanctos en la ciudad de Dios. Si te deleitan las amistades y la
buena compañía, allí está la de todos los escogidos, hechos una
ánima y un corazón. Si honras y riquezas, gloria y riquezas hay
en. la casa del Señor. Finalmente, si deseas carecer de todo gé-
nero de trabajos y penas, allí es donde está la Hbertad y exemp-
ción de todas ellas. Al octavo día mandó Dios celebrar el sa-
cramento de la Circuncisión en la vieja Ley (2): para dar a en-
tender que al octavo día de la resurrección general (que sucederá
(i) Exod. V; Jerem. II. (2) Gen. XVII, Lev. XII.
^2 ■ CUÍA DE PECADORES
á la semana desta vida) circuncidará Dios todos los trabajos y pe-
nas de aquellos que por su amor hubieren circuncidado todas
sus demasías y culpas. Pues ¿qué cosa más bienaventurada que
una tal manera de vida, tan libre de todo género de miserias:
donde (como dice Sant Augustín) no habrá jamiás temor de po-
breza, no flaqueza de enfermedades; donde ninguno se aira, nin-
guno tiene envidia de otro, ninguna necesidad de comer ni de
beber, ninguna ambición de honras ni de poderes mundanos,
ningunas asechanzas del demonio, ningún temor de penas de
infierno, muerte, ni de cuerpo ni de ánima, sino vida siempre
alegre con gracia de inmortalidad? No habrá allí jamás discordia,
porque todas las cosas están en suma paz y concordia.
A todo esto se añade el vivir en compañía de los ángeles,
y gozar de la vista de todos aquellos soberanos espíritus, y ver
los ejércitos de los sanctos, más claros que las estrellas del cie-
lo, resplandeciendo con la sanctidad y obediencia de los pa-
triarcas, con la esperanza de los profetas, con las coronas colo-
radas de los mártires, y con las guirnaldas blancas y floridas de
las vírgines. Mas del Rey soberano que en medio dellos reside,
¿qué lengua podrá hablar? Ciertamente si nos fuese necesario
padecer cada día tormentos, y sufrir por algún tiempo las
mismas penas del infierno por ver á este Señor en su gloria, y
gozar de la compañía de sus escogidos, ¿no sería bien empleado
pasar todo esto por gozar de tanto bien? Hasta aquí son pala-
bras de S. Augustín.
Pues si tan grande y tan universal es este bien, ¿ cuál será la
felicidad y gloria de aquellos bienaventurados ojos que en él se
apascentarán? ¿Qué será ver la hermosura de aquella ciudad, la
gloria de aquellos ciudadanos, la cara del Criador, la gracia
de aquellos edificios, la riqueza de aquellos palacios y el ale-
gría común de aquella patria? ¿Qué será ver las órdenes de aque-
llos bienaventurados espíritus, y la autoridad de aquel sacro se-
nado, y la majestad de aquellos nobles ancianos que vio S. Juan
asentados en sus tronos (i) en presencia de Dios? ¿Qué será oír
aquellas voces angélicas, y aquellos cantores y cantoras, y aque-
lla música tan acordada, no de cuatro voces, como la de acá,
sino de tantas diferencias de voces, cuanto es el número de los
(i) Apoc. IV,
LÍERO r. CAPÍTULO IX. g%
escogidos? ,jQué alegría será oírles cantar aquella suavísima can-
ción que les oyó S. Juan en el Apocalipsi, cuando decían (i): Ben-
dición, y claridad, y sabiduría, y hacimiento de gracias, honra, y
virtud, y fortaleza sea á nuestro Dios en los siglos de los siglos
Amén ? Y si es tan deleitable cosa oír esta consonancia y har-
monía de voces, ¿cuánto más lo será ver la concordia de los cuer-
pos y ánimas tan conformes? Y ¿cuánto más la de los hombres
y ángeles? Y ¿cuánto más la de los hombres y Dios? Y sobre
todo esto, ¿qué será ver aquellos campos de hermosura, aque-
llas fuentes de vida, aquellos pastos abundosos sobre los mon-
tes de Israel? ¿Qué será asentarse á aquella mesa, y tener silla
entre tales convidados, y meter la mano con Dios en un plato,
que es gozar de su misma gloria? Allí descansarán, y gozarán, y
cantarán, y alabarán: y entrando, y saliendo hallarán pastos de
inestimable suavidad. Pues si tales y tan grandes bienes prome-
te nuestra santa fe católica en premio de la virtud, ¿cuál es el
ciego y desatinado que no se mueve á ella con la esperanza de
tan grande galardón?
(i) Apoc. VII.
DEL DÉCIMO TÍTULO POR EL CUAL ESTAMOS OBLIGADOS Á LA VIRTUD, QUE ES LA
CUARTA. POSTRIMERÍA DEL HOMBRE, DONDE SE TRATA DE LAS PENAS DEL
INFIERNO.
CAPÍTULO X.
y>f§|)' ASTABA la menor parte deste galardón para mover
nuestros corazones al amor de la virtud, por la cual
tanto bien se alcanza. Pues ¿qué será, si con la gran-
deza desta gloria juntamos también la grandeza de la pena que
está á los malos aparejada? Porque no se puede aquí el malo
consolar diciendo: si fuere malo, todo lo hace no ir á gozar de
Dios: y en lo demás ni tendré pena ni gloria. No es así: sino
que forzadamente nos ha de caber una destas dos suertes tan
desiguales: porque ó habemos de reinar para siempre con Dios,
ó arder para siempre con los demonios: ca no se da medio en-
tre estos dos extremos, sino es el limbo, ó el purgatorio. Éstas
son en figura aquellas dos canastas que mostró Dios al profeta
Hieremías ante las puertas del templo en una visión (i): la una
llena de higos buenos, en gran manera buenos, 3^ la otra de
higos malos, y tan malos, que no se podían comer. En lo cual
quiso significar Dios al Profeta dos maneras de personas, unas
con quien había de usar de misericordia, y otras con quien ha-
bía de usar de justicia; y la suerte de los unos era tan buena,
que no podía ser mejor, y la de los otros tan mala, que no po-
día ser peor; pues la suerte de los buenos es ver á Dios, que
es el mayor bien de los bienes, y la de los malos carecer eter-
nalmente de Dios, que es el mayor mal de los males.
Esto debían considerar los que se atreven á cometer un pe-
cado mortal, para ver la carga que toman sobre sí. Los hombres
que viven de llevar y traer cargas á cuestas, cuando son alqui-
lados para llevar alguna, primero la miran muy bien, y prueban
(i) Jerem. XXIV.
LtBRO i. CAPÍTLl-O X. 95
á levantarla, para ver si podrán con ella. Pues tú, miserable, que
estás cebado en la golosina del pecado, y que por ese precio te
obligas á llevar sobre tí la carga del, mira, ruégote, primero lo
que esa carga pesa (que es la pena que por él se da) para ver
si tienes hombros en que llevarla. Y porque mejor puedas hacer
esto, quiero ponerte aquí algunas consideraciones, por las cuales
podrás entender algo de la grandeza desta pena: para que más
claro veas la grandeza de la carga que sobre ti tomas cuando
pecas. Y aunque desta materia tratamos en otros lugares, pero
aquí la trataremos por otros medios diferentes (que es por al-
gunas razones y consideraciones que esto nos declaren) porque
ella es tan copiosa, que da motivo para todo esto, y mucho
más,
I. Entre las cuales la primera es considerar la inmensidad y
grandeza de Dios, que ha de castigar el pecado: el cual en to-
das sus obras es Dios: quiero decir, en todas grande y admi-
rable, no sólo en la mar, y en la tierra, y en el cielo, sino tam-
bién en el infierno y en todo lo al. Pues si este Señor en todas
sus obras es Dios, y parece Dios, no menos lo parecerá en la ira,
y en la justicia, y en- el castigo del pecado. Por esta considera-
ción dijo el mismo Señor por Hieremias (i): ¿A Mí no te-
meréis, y de Mí no temblaréis? Pues Yo soy el que puse las
arenas por término de la mar con tan fijo y perpetuo manda-
miento, que nunca más lo traspasará. Y aunque se embra-
vezcan sus olas, y se levanten hasta el cielo, no serán podero-
sas para pasar la raya que Yo les tengo señalada. Como si más
claramente dijera: (jNo será razón que temáis el brazo de un
Dios tan poderoso, cuanto declara la grandeza desta obra, el
cual así como es grande y admirable en todas sus obras, así tam-
bién lo será en sus castigos: y que así como por lo uno es dignísimo
de ser engrandecido y adorado, así por lo otro merece ser te-
mido y reverenciado? Pues por esto temía y temblaba este mis-
mo Profeta (aunque era inocente y sanctificado en el vientre de
su madre) cuando decía (2): ¿Quién no temblará de Ti, Rey de
las gentes? Porque tuya, Señor, es la gloria. Y en otro lugar (i):
Estaba yo (dice él) solo y apartado de la compañía de los hom-
bres, por estar, Señor, mi corazón lleno de temor de vuestras
^i) Jerem, V. (2) Jerem. X. (3) Ibid. JíV,
g6 GUÍA DE PECADORES
amenazas. Y aunque sabía muy bien este Profeta que las ame-
nazas no eran contra él, todavía ellas eran tales que le hacían
temblar. Y por esta causa se dice con razón que tiemblan las
estrellas y las columnas del cielo ante la majestad de Dios, y que
tremen otrosí delante del aquellos grandes principados y poderes
soberanos: no porque no están seguros de su gloria, sino porque
les pone espanto y admiración la grandeza de la majestad divina.
Pues si éstos no carecen de temor, ¿ qué deben hacer los culpa-
dos, los menospreciadores de Dios, pues éstos son sobre quien Él
ha de descargar el torbellino de su ira? Esta es, pues, una de las
principales causas que hay para temer la grandeza deste casti-
go, como claramente nos lo enseña S. Juan en su Apocalipsi,
donde (hablando de los castigos y azotes de Dios) dice así (i): En
un día vendrán sobre Babilonia todas sus plagas: muerte, llanto,
hambre, y fuego: porque fuerte es Dios que la ha de juzgar. Y
porque conoscía muy bien el Apóstol la fortaleza deste Señor,
dijo (2) que era cosa horrible caer en las manos de Dios. No es
cosa horrible caer en las manos de los hombres: porque ni son
tan poderosas, que nadie se puede escapar dellas, ni tan fuertes,
que basten para echar una ánima en el infierno. Por donde decía
el Salvador á sus discípulos (3): No queráis temer aquellos que
no pueden hacer más que matar el cuerpo, y después no les
queda que hacer. Quiéroos Yo mostrar á quien hayáis de temer.
Temed á Aquél que después de muerto el cuerpo, tiene poder
para echar el ánima en el infierno. Este os digo Yo que es para
temer. Estas, pues, son las manos, en las cuales con mucha razón
dice el Apóstol que es horrible cosa caer. Y así parece que te-
nían bien conoscido á qué sabían estas manos, aquellos que en el
Eclesiástico decían (4): Si no hiciéremos penitencia, caeremos en
las manos de Dios, y no de los hombres. Las cuales cosas todas
dan bien á entender que así como Dios es grande en el poder,
y en la majestad, y en todas sus obras, así también lo será en
la ira, en la justicia y en el castigo de los malos.
Lo mismo paresce aun más claro, considerando en especial
la grandeza de la divina justicia, cuya obra es este castigo.
Esta se nos trasluce algún tanto por sus efectos, que es por los
castigos espantosos de Dios, de que están llenas las Escripturas
(1) Apoo. XVIII, (a) Hebr. X. (3) Matth. X. (4) Ecclí. II.
LIBRO I. CAPÍTULO X. 9;
divinas. ¿Qué castigo tan espantoso fué aquel de Datan y Abi-
rón (i) y de todos sus consortes, los cuales tragó la tierra vi-
vos, y sumió en el profundo de los infiernos, porque se levan-
taron contra sus perlados? ¿Quién jamás oyó tal linaje de ame-
nazas y maldiciones como aquellas que leemos en el Deuterono-
mio contra los quebrantadores de la ley? Donde (entre otras te-
rribles y espantosas amenazas) dice Dios así (2): Enviaré contra
vosotros ejércitos de enemigos, los cuales cercarán vuestras ciu-
dades y os pondrán en tan grande aprieto y necesidad, que la
señora delicada que no se podía tener en los pies por su grande
delicadeza y ternura, cuando pariere, vendrá á comer las pares,
y la sangre, y las heces en que salió envuelta la criatura, y esto
á escondidas de su marido, por no darle parte dellas: tan grande
será la hambre que padescerá. Espantosos castigos son estos.
Mas así estos, como todos los que se ejecutaron en esta vida, no
son más que una pequeña sombra y figura de los que están
guardados para la otra, que es el tiempo en que ha de resplan-
decer la divina justicia en aquellos que aquí despreciaron su
misericordia. Pues si tal y tan temerosa es la sombra, ¿cuál será
la misma verdad? Y si agora cuando la justicia anda tan tem-
plada con la misericordia, y el cáliz de la ira del Señor se da tan
aguado, es tan desabrido, ¿qué hará cuando se dé puro, y cuan-
do se haga juicio sin misericordia con los que no hubieren usa-
do de misericordia, aunque sea siempre menor el castigo de lo
que meresce el pecado ?
III. Alas no sólo la grandeza de la justicia, sino también la
de la misma misericordia (con quien tanto se favorecen los ma-
los) nos da á entender la grandeza deste castigo. Porque ¿qué
cosa de mayor espanto que ver á Dios vestido de carne padecer
en ella todos los tormentos y deshonras que padesció, hasta aca-
bar la vida en un madero? ¿Qué mayor misericordia que des-
cender Él á tomar sobre sí todas las deudas del mundo, para
descargar dellas al mundo, y derramar su sangre por aquellos
mismos que la derramaban? Pues así como son espantables las
obras de la divina misericordia, así también lo han de ser las de
su justicia, porque como en Dios no haya cosa mayor ni menor
(pues todo lo que hay en Dios, es Dios) cuan grande es su mi*
(i) Num. XVI. (2) Deut. XXVIII.
OBRAS DE 6RANA0A I->.|
98 ;' GUÍA DE PECADORES
sericordia, tan grande es necesario que sea su justicia, cuanto es
de parte della. Por donde así como por la cuantidad de un brazo
sacamos la del otro, así por la grandeza del brazo de la mise-
ricordia se conosce la del brazo de la justicia; pues ambos son
. de una misma manera. Pues ruégote agora me digas: si en el
tiempo que Dios quiso mostrar al mundo la grandeza de su mi-
sericordia, hizo cosas tan admirables y tan increíbles al mundo,
que el mismo mundo las vino á tener por locura: cuando se lle-
gare el tiempo de la segunda venida, diputado para declarar la
grandeza de su justicia, ^qué te paresce que hará, mayormente
habiendo tantas causas para usar de justicia cuantas son las mal-
dades del mundo ? Porque la misericordia no tuvo quien de fue-
ra así la ayudase, pues no había de parte de nuestra humanidad
cosa que la meresciese: mas la justicia tendrá tantas ayudas y
estímulos para declararse cuantos pecados ha habido en el mun-
do: para que por aquí puedas conjecturar qué tan espantable se-
rá. Esto declara muy bien Sant Bernardo en un sermón del ad-
viento por estas palabras: Así como en la primera venida se
mostró el Señor muy fácil para perdonar, así en la segunda
será muy riguroso en castigar. Y como agora ninguno hay que
no se pueda reconciliar con El, así entonces ninguno habrá que
lo pueda hacer. Porque así como la benignidad en la primera
venida se descubrió sobre toda manera, así será el rigor de la
justicia que en la postrera se mostrará. Ca inmenso es Dios, y
infinito en la justicia, así como en la misericordia. Grande para
perdonar, y grande para castigar: aunque la misericordia tiene el
primer lugar, si nosotros procuráremos que no halle la justicia
sobre qué descargue su rigor. Hasta aquí son palabras de Sant
Bernardo, por las cuales vemos cómo la misma misericordia de
Dios nos declara cuan grande será su justicia: y lo uno y lo otro
divinamente expHcó el Psalmista cuando dijo (i): Nuestro Dios
es Dios, cuyo oficio es salvar los hombres y librarlos de las puer-
tas de la muerte; mas con todo eso. Él quebrantará las cabezas
de sus enemigos, hasta el postrer pelo de los que perseveran en
sus delictos. Ves luego cómo siendo tan blando para los que á
El se convierten, es tan riguroso para los endurecidos y re-
beldes.
(I) Paalm. LJ^VU.
LIBRO I. CAPÍTULO X. 99
IV. Lo mismo también nos declara la paciencia de Dios así
para con todo el mundo, como para con cada uno de los malos.
Porque vemos muchos hombres tan desalmados, que dende que
abrieron los ojos de la razón hasta los postreros años de su vi-
da, la mayor parte della gastaron en ofender á Dios y despre-
ciar sus mandamientos, sin hacer caso ni de sus promesas, ni de
sus amenazas, ni de sus beneficios, ni de sus avisos, ni de otra
cosa alguna. Y en todo este tiempo los aguardó aquella suma
bondad y paciencia, sin cortarles el hilo de la vida y sin dejar
de llamarlos por muchas vías á penitencia, sin ver en ellos emien-
da. Pues cuando acabada toda esta tan larga paciencia suelte Él
contra ellos la represa de su ira (que por tantos años se ha ido
poco á poco recogiendo en el seno de su justicia) ¿con qué ím-
peto, con qué fuerza vendrá á dar sobre ellos? ¿Qué otra cosa
quiso significar el Apóstol cuando dijo (i): ¿No miras, hombre,
que la benignidad de Dios te aguarda y te llama á penitencia?
Mas tú, por tu gran dureza, y por ese corazón tan cerrado á pe-
nitencia, atesoras contra ti ira para el día del justo juicio de Dios,
el cual dará á cada uno según sus obras. Pues ¿ qué quiere decir
atesoras ira, sino dar á entender que como el que allega tesoro,
va cada día añadiendo dineros á dineros, y riquezas á riquezas,
para que así crezca el montón: así también Dios va cada día y
cada hora acrescentando más y más el tesoro de su ira, así como
el malo con sus malas obras va siempre acrescentando las cau-
sas della? Pues dime agora: si un hombre se diese tanta priesa
á juntar tesoro, que no se pasase día ni hora que no acrescentase
algo en él, y esto por espacio de cincuenta ó sesenta años;
cuando después de este tiempo abriese sus arcas, j qué tan gran
tesoro hallaría? Pues ¡oh miserable de ti, que apenas hay día ni
hora que se te pase sin acrescentar contra ti el tesoro desta
ira divina, la cual crece á cada hora con cada uno de tus peca-
dos! Porque aunque no hubiese más que las vistas deshonestas
de tus ojos, y los malos deseos y odios de tu corazón, y las pala-
bras y juramentos de tu boca, esto solo bastaba para hinchir
un mundo. Pues cuando con esto se juntare todo lo de-
más, ¿qué tesoro de ira tendrás allegado contra ti á cabo de tan*
tos años?
(i) Rom, II.
íoo guía de pecadores
V. La ingratitud también de los malos y su malicia (si
bien se mira) da á entender por su parte cuan grande haya de
ser este castigo. Si no, ponte á considerar por una parte la
inmensa benignidad y largueza de Dios para con los hombres;
lo que en este mundo tiene hecho, y dicho, y padescido por
ellos; los aparejos y oportunidades que para bien vivir les ha
dado; lo que les ha disimulado y perdonado; los bienes que les
ha hecho; los males de que los ha librado, con otras muchas
maneras de favores y beneficios que cada día les hace. Mira
por otra parte el olvido de los hombres para con Dios, su in-
gratitud, su rebeldía, su deslealtad, sus blasfemias, el menos-
precio del y de sus mandamientos: el cual es tan grande, que
no sólo por cualquier interese que se les ofrezca, sino muchas
veces de balde y sin propósito, por sola maldad y desver-
güenza ponen debajo los pies todo cuanto manda Dios. Pues
quien desta manera despreció aquella tan grande majestad
como si fuera un Dios de palo; quien tantas veces, como dice
S. Pablo (i), pisó al Hijo de Dios, y despreció la sangre de su
testamento; quien tantas veces lo crucificó y abofeteó con
peores obras que hiciera un pagano, ¿qué puede esperar sino
que cuando llegue la hora de la cuenta, se haga á costa del
malo tan grande recompensa de la honra de Dios cuan grande
fué la injuria hecha contra Él? Porque pues Dios es justo juez,
á Él pertenesce hacer igualdad y recompensa suficiente entre el
castigo del que injurió, con la deshonra del injuriado. Pues si
Dios es aquí el injuriado, ¿qué entrega se hará en el cuerpo y
ánima del condenado, para que del cuero salgan las correas, y
de sus dolores la recompensa de tales injurias.^ Y si fué menes-
ter la sangre del Hijo de Dios para hacer recompensa de las
ofensas de Dios (supliéndose con la dignidad de la persona lo
que faltaba de rigor á la pena) ¿qué será donde se haya de
hacer esta recompensa, no con la dignidad de la persona, sino
con sola la grandeza de la pena?
VI. Considera otrosí (demás de la condición del juez)
también la del verdugo que ha de ejecutar su sentencia (que
es el demonio) para que por aquí veas lo que de tales
manos puedes esperar. Y para entender algo de la crueldad
^i) Hebr. X.
LIBRO I. CAPÍTULO X. lÓf
deste ejecutor, mira cuál paró á un hombre sobre quien
le fué dado poder, que fué el sancto Job (i). Porque todo
cuanto fué posible hacerse contra una criatura racional, hizo:
sin tener respecto á ningún género de blandura ni piedad.
Quemóle las ovejas, robóle todos los otros ganados mayo-
res, captivóle los criados, derribóle las casas, matóle todos
los hijos, cubrióle de pies á cabeza de cáncer y de gusanos,
sin dejarle otro refrigerio más que un muladar en que se
asentase, y un pedazo de teja con que rayese la materia que
de sus llagas corría: y sobre todo esto dejóle la mujer, y los
a migos (á quien con mayor crueldad perdonó, que matara)
para que ellos con sus palabras le fuesen otros gusanos más
crueles, que llegasen hasta roerle las entrañas. Esto hizo con el
sancto Job. Mas ¿qué hizo con el Salvador del mundo en aquella
dolorosa noche en que fué entregado al poder de las tinieblas?
Esto no se puede explicar en pocas palabras.
Pues si este enemigo y todos sus consortes son tan fieros, tan
inhumanos, tan carniceros, tan amigos de sangre, tan enemigos
del linaje humano, y tan poderosos para dañar, cuando tú, mi-
serable, te veas en sus manos para que ejecuten en ti todas las
crueldades que quisieren (según la dispensación de la Divina
justicia) y esto no por una noche y un día, sino por todos los
siglos de los siglos, ¿parécete que estarás bien librado en tales
manos? ¡Oh, qué día tan escuro será aquel, cuando así te veas
en poder de tales lobos ! •
Y porque mejor entiendas el tratamiento que destas manos
puedes esperar, referiré aquí un ejemplo memorable que escribe
S. Gregorio en sus Diálogos: donde cuenta que en un moneste-
rio suyo acaesció llegar á punto de muerte un religioso, mance-
bo no menos en las costumbres que en los años. Y como los
religiosos del monesterio acudiesen este tiempo á ayudarle á
morir, y se pusiesen todos al derredor de su cama haciendo ora-
ción por él, comenzó él á dar voces y decir: ios, ios de aquí,
padres, ios, y dejad á este dragón que me acabe de tragar.
Porque ya me tiene metida la cabeza entre sus gargantas en-
cendidas, y con sus escamas (como con unos dientes de sierra)
me aprieta y atormenta grandemente. los luego todos, y apar-
(i) Job. 1. & II.
ÍOá GUÍA DE PECADORES
taos de aquí: porque por vuestra presencia no me acaba de
matar, y así me atormenta más cruelmente. Y como dijesen los
religiosos que hiciese la señal de la cruz, respondió diciendo:
¿Cómo la podré hacer, que me tiene enroscados los pies y las
manos con las vueltas de su cola, y no soy señor de mí? En-
tonces los religiosos, no por eso desmayando, comenzaron á
hacer oración por él con grandes gemidos y con mayor ins-
tancia: con la cual el Padre de las misericordias, movido á su
acostumbrada piedad, libró al enfermo de aquella tan grande
agonía: con la cual quedó tan escarmentado, que de ahí en de-
lante ordenó su vida de tal manera que no mereciese verse otra
vez en tal aprieto.
De los mismos demonios habla aun por más horribles figuras
S. Juan en su Apocalipsi, diciendo (i): Vi una estrella que cayó
del cielo en la tierra, á la cual fueron dadas las llaves del pozo
del abismo. Y abriendo la puerta deste pozo, salió del una
grande humareda, como las que suelen salir de los grandes hornos
de fuego: 3^ del humo deste pozo saltaron unas langostas en
tierra, á las cuales fué dado poder para herir como hieren los
escorpiones, y fuéles mandado que no hiciesen daño en el feno
de la tierra, ni en los árboles, ni en cosa verde, sino en solos
aquellos que no tuviesen la señal de Dios en su frente. En este
tiempo andarán los hombres buscando la muerte, y no la hallarán:
y la figura destas langostas era como de caballos armados para
pelear: y sobre sus cabezas tenían unas coronas de oro, y las
caras eran como caras de hombres, y los cabellos como cabellos
de mujeres, y los dientes como dientes de leones, y tenían vesti-
das unas lorigas como lorigas de hierro, y el estruendo que ha-
cían con sus alas era el de muchos carros y caballos cuando arre-
meten á pelear. Y tenían las colas como de escorpiones, y en
ellas traían sus aguijones para herir. Hasta aquí son palabras de
S. Juan. Ruégote, pues, agora me digas: ¿qué pretendía el Es-
píritu Sancto (que es el autor desta escriptura) cuando debajo
destas tan horribles figuras nunca oídas nos quiso dar á enten-
der la grandeza de los azotes déla divina Justicia? ¿Qué pre-
tendía sino avisarnos por el horror espantable destas cosas
cuáles sean las iras de Dios, cuáles los instrumentos de su
(1) Apoc. IX.
LIBRO I. CAPlTlTO X. lOJ
justicia, cuáles los castigos de los malos, cuáles las fuerzas de
nuestros adversarios, para que con el horror de tan grandes
cosas temblásemos de ofender á Dios? Porque (jqué estrella es
ésta que cayó del cielo, á quien fueron dadas las llaves del
abismo, sino aquel ángel tan resplandesciente que de allí cayó, á
quien fué dado el principado de las tinieblas? Y ^ quién son
aquellas langostas tan fieras y tan armadas, sino las furias y
armas de los otros sus coadjutores y ministros, que son los de-
monios? (jQuién las plantas verdes, á quien ellos no pueden
dañar, sino los justos que florecen con el humor de la divina
gracia y dan fructos de vida eterna? ^ Quién los que no tienen
sobre sí la señal de Dios, sino los que carecen de su espíritu,
que es la señal de sus siervos y de las ovejas de su manada?
Pues contra estos miserables se apareja aquel ejército de la di-
vina Justicia: para que en esta vida y en la otra (en cada cual de
su manera) sean atormentados por los mismos demonios á quien
sirvieron: así como los egipcios fueron atormentados por las
moscas y mosquitos á quien ellos adoraban (i). Pues ^qué
será ver en aquel lugar estos monstruos y máscaras tan horri-
bles? ¿Qué será ver allí aquel dragón hambriento, y aquella cu-
lebra enroscada, y aquel grande Behemoth, de que se escribe
en Job (2) que aprieta la cola como cedro, que bebe los ríos y
pasee los montes?
Todas estas cosas bien consideradas nos declaran asaz qué
tan grandes hayan de ser las penas de los malos. Porque ¿qué
otra cosa se puede esperar de todas estas grandezas que aquí se
han dicho, sino grandísimos castigos? ¿Qué se puede esperar de
la inmensidad y grandeza de Dios, y de la grandeza de su justi-
cia para castigar los pecados, y de la grandeza de su paciencia
para sufrir los pecadores, y de la muchedumbre de los benefi-
cios con que tantas veces los procuró traer á sí, y de la grande-
za del odio con que aborrece al pecado (pues por ser ofensivo
de infinita majestad, merece odio infinito) y de la grandeza del
furor de nuestros enemigos, tan poderosos para atormentarnos y
tan rabiosos para mal querernos? ¿Qué se puede, pues, esperar
de todas estas causas de grandeza, sino grandísimo castigo del
pecado ? Pues si tan grande es la pena que está aparejada para
(i) Exod. VIII. (2; Job. XL.
t04 f^'UÍA DE PECADORES
el pecado, y en esto no puede haber falta (pues, así nos lo pre-
dica la fe) ¿por qué causa los que esto creen y confiesan, no mira-
rán la carga que sobre sí toman cuando pecan, pues por el mis-
mo caso que cometen un pecado, se obligan á una pena que por
tantos títulos se prueba ser tan grande?
De la dtiración destas penas,
§.I.
AS aunque todas estas consideraciones sean mucho para
causar temor, mucho más lo es si consideramos la du-
ración destas penas. Porque si en ellas hubiera alguna manera
de término ó de alivio á cabo de muchos millares de años, toda-
vía fuera éste gran consuelo para los malos. Mas ¿qué diré de la
eternidad que ningún término reconosce, sino que iguala por una
parte con la misma duración de Dios? El cual espacio es tan
grande, que (como dice un doctor) si uno de aquellos malaven-
turados en cada mil años derramase una sola lágrima material,
más agua saldría de sus ojos que cupiese en todo el mundo. Pues
¿qué cosa más para temer? Verdaderamente cosa es ésta tan
grande, que si todas cuantas penas hay en el infierno no fueran
más que una sola punzada de un alfiler (habiendo de durar para
siempre) solo esto debiera bastar para que los hombres se pu-
siesen á todos los trabajos del mundo por evitar esta pena. ¡Oh
si esta duración, oh si este para siempre hiciese manida en tu
corazón, cuánto provecho te haría! De un hombre del mundo
leemos que poniéndose una vez á pensar muy de propósito en
esta duración de penas, y espantado de cosa tan prolija, hizo en-
tre sí esta consideración: ningún hombre cuerdo hay que acep-
tase el imperio del mundo con condición que le obligasen á es-
tar acostado en una cama (aunque fuese de rosas y flores) por
espacio de treinta ó cuarenta años. Pues siendo esto así, ¿qué
desatino es, por cosas tanto menores, ponerse en ventura de estar
acostado en una cama de fuego por siglos infinitos? Esta sola
consideración cavó tanto, y obró tanto en este hombre, que le
hizo mudar la vida, y tan mudada, que vino después á ser
LIBRO I. CAPÍTULO X. ÍOi^
grande sancto y perlado de una iglesia. Pues ^qué responden á
esto los regalados, los que con el zumbido de un mosquito están
toda la noche desvelados, cuando se vean tendidos en esta cama
de fuego, cercados de llamas por todas partes, y esto no por
una sola noche de verano, sino por una eternidad? Esta pregunta
hace el profeta Isaías diciendo (i): ¿Quién de vosotros podrá
morar con los ardores eternos? ¿Quién se atreverá á hacer vida
con el fuego tragador? ¿Qué espaldas habrá tan duras que pue-
dan sufrir esta calda por espacio tan largo? ¡Oh gentes sin seso!
I Oh hombres embaucados por aquel antiguo engañador y tras-
tornador del mundo! Porque ¿qué cosa más ajena de razón que
siendo los hombres tan solícitos en proveerse para todas las no-
nadas de esta vida, ser por otra parte tan insensibles para
cosas de tanta importancia? ¿Qué vemos, si esto no vemos? ¿Qué
tememos, si esto no tememos? ¿Qué proveemos, si esto no pro-
veemos?
Pues siendo esto así, ¿cómo no seguiremos de buena gana
el partido de la virtud, aunque fuese muy trabajoso, por huir de
tanto mal? Porque es cierto que si hiciese agora Dios este par-
tido con un hombre, que le dijese: tú has de tener todo el tiem-
po que vivieres un dolor de gota, ó de una sola muela, pero tan
agudo que no te deje reposar noche ni día: ó si quieres ahorrar
este dolor, has de ser fraile cartujo ó descalzo, y hacer la peni-
tencia que ellos hacen toda la vida: mira, ¿cuál destas dos cosas
quieres? No hay hombre tan perdido que usando de buena ra-
zón, siquiera por el amor que tiene á sí mismo, no escogiese
cualquier profesión destas, antes que padecer este martirio por
este espacio. Pues siendo tanto mayores los tormentos de que ha-
blamos, 3^ siendo tanto mayor el espacio que duran, y siendo
tanto menos lo que Dios nos pide, que ser fraile descalzo ó car-
tujo, ¿cómo no aceptamos un tan pequeño trabajo por evitar un
tan prolijo tormento? ¿Quién no ve ser éste el mayor de todos
los engaños del mundo?
Mas la pena del será que pues el hombre no quiso con un
poco de penitencia redimir aquí tanto mal, que haga allí eterna
penitencia, y nada le aproveche. En figura de lo cual leemos (2)
que aquel horno de fuego que encendió Nabucodonosor en Ba-
(i) Isai. XXXIII. (2) Dan. III.
ío5 GUÍA DE PECADORES
bilonia, con levantar las llamas cuarenta y nueve cobdos en al-
to, por falla de un cobdo no llegó al número de cincuenta (que
hace año de jubileo) para dar á entender que la llama de aquel
eternal horno de Babilonia (que es el infierno) aunque arde
tanto y atormenta tan gravemente aquellos malaventurados, no
por eso les alcanza la remisión y gracia del jubileo verdadero.
¡ Oh penas infructuosas ! ¡ Oh estériles lágrimas ! ¡ Oh rigurosa pe-
nitencia, y sin ninguna esperanza! ¡Cuan poquito de lo que allí
padecen sin fructo, si se tomara aquí de voluntad, bastara para
darles remedio! ¡Cuan fácilmente se podrían aquí redimir tan-
tos males con tan livianos trabajos! Salgan, pues, fuentes de
agua por nuestros ojos, y no cesen los gemidos de nuestro co-
razón. Por eso plantearé, y lloraré (dice el Profeta) y salirme he
por esos caminos despojado y desnudo. Haré llanto como de
dragones, y sentimiento como de avestruces: porque 3^a está
desahuciada su llaga, y no tiene cura este mal.
Y si los hombres no tuviesen todas estas cosas por verdad,
ó no por tan gran verdad, no era mucho caer en ellos este
descuido. Mas teniendo todo esto por fe, y sabiendo cierto que
(como dice el Salvador) antes faltará el cielo y la tierra, que de-
jar esto de ser: y que con todo esto vivan los que esto creen
con tan extraño descuido, esto es cosa que excede toda admi-
ración. Dime, hombre ciego y perdido, ;qué miel puedes tú ha-
llar en todas las riquezas y bienes del mundo, que merezca ser
comprada por este precio? Si tuvieses (dice Sant Hierónimo) la
sabiduría de Salomón, y la hermosura de Absalón, y las fuerzas
de Sansón, y los años y vida de Enoch, y las riquezas de Creso,
y el poder de Octaviano, ,jqué te pueden aprovechar todas es-
tas cosas, si al fin de la vida el cuerpo se entregare á los gusa-
nos, y el ánima á los demonios para ser atormentada con el ri-
co avariento en los tormentos eternos?
Esto baste cuanto á la primera parte de la exhortación á la
virtud. Agora trataremos de los privilegios singulares que en
esta vida se le prometen.
SEGUNDA PARTE DESTE LIBRO
EN LA CUAL SE TRATA
DE LOS BIENES ESPIRITUALES Y TEMPORALES
QUE EX ESTA VIDA SE PROMETEN Á LA VIRTUD,
Y SEÑALADAMENTE
DE DOCE SINGULARES PRIVILEGIOS QUE TIENE.
TÍTULO XI, POR EL CUAL ESTAMOS OBLIGADOS Á. SEGUIR LA VIRTUD, POR
CAUSA DE LOS BIENES INESTIMABLES QUE DE PRESENTE SE LE PROMETEN
EN ESTA VIDA.
CAPÍTULO XI.
^
f O sé qué linaje de excusas pueden alegar los hom-
Á bres para dejar de seguir la virtud, pues tantas ra-
'^^ zones se nos presentan por parte della. Porque no
es pequeña cosa alegar por esta parte lo que Dios es, lo que
merece, lo que nos ha dado, lo que nos promete, y lo que nos
amenaza. Por lo cual hay mucha razón para preguntar cuál sea
la causa por donde entre los cristianos que todo esto creen y
confiesan, haya tantos que se den tan poco por la vártud. Porque
los infieles que no conoscen su valor, no es maravilla que no
precien lo que no conoscen, como hace el rústico cavador, que
si halla una piedra preciosa, no hace caso della, porque no co-
nosce lo que vale. Mas que el cristiano que sabe todo esto, viva
como si nada desto creyese, tan olvidado de Dios, tan captivo
de los vicios, tan subjecto á sus pasiones, tan aficionado á las co-
sas visibles, tan olvidado de las invisibles, y tan suelto en todo
género de pecados, como si no esperase muerte, ni juicio, ni pa-
raíso, ni infierno, esto es cosa que pone grande admiración. Por
donde (como dije) hay razón para preguntar de dónde nasca
este pasmo, esta modorra, y (si decirse puede) esta manera de
encantamiento.
í<^^ GUÍA DE PECADORES
Este mal tan grande no tiene una sola raíz, sino muchas y
diversas. Entre las cuales no es la menor un general engaño en
que los hombres del mundo viven, creyendo que todo lo que
promete Dios á la virtud, se guarda para la otra vida, y que de
presente no se le da nada. Porque como los hombres sean tan
mteresales, y se muevan tanto con la presencia de los obiectos,
como no ven nada de presente, hacen poco caso de lo futuro.
Así parece que lo hacían en tiempo de los Profetas. Porque cuan-
do el profeta Ezequiel les proponía grandes promesas ó amenazas
de parte de Dios, burlábanse ellos diciendo: Las revelaciones
que éste predica, son para de aquí á muchos días, y sus profe-
cías son para de aquí á largos tiempos. Y escarneciendo otrosí
del profeta Isaías por la misma causa, contrahacían sus palabras
diciendo (i): Espera y reespera, espera y reespera: manda y re-
manda, manda y remanda: de aquí un poco, y de aquí otro po-
co. Esta es, pues, una de las principales cosas que hace apelar á
los malos de los mandamientos de Dios: pareciéndoles que nada
se les da de presente, y que todo se libra para adelante. Así lo
sintió aquel gran sabio Salomón cuando dijo (2): Porque no se
ejecuta luego contra los malos su sentencia, de aquí nasce que
los hiios de los hombres sin temor alguno se derraman por todos
los vicios. Donde añade el mismo diciendo que la peor cosa de
cuantas hay en la vida, y que más ocasión da para hacer males,
es suceder todas las cosas (á lo que por defuera parece) de una
misma manera al bueno y al malo, al sucio y al limpio, al que
ofrece sacrificios y al que no hace caso dellos. De donde nasce
que los corazones de los hombres se hinchen de malicia, y des-
pués van á parar á los infiernos: por parecerles que igualmente
corren los favores y los disfavores por las casas de los buenos y
de los malos. Y lo mismo que Salomón dice, claramente lo con-
fiesan los malos por el profeta Malaquías, diciendo (3): Vana cosa
es servir á Dios: porque ;qué fructo nos ha acarreado haber guar-
dado sus mandamientos, y haber andado tristes delante del Se-
ñor de los ejércitos? Por esto tenemos por bienaventurados á los
soberbios, pues los vemos medrados y prosperados viviendo tan
rotamente; y habiendo tentado á Dios, están en salvo. Éste es
el lenguaje de los malos, y uno de los mayores motivos que tie-
(l) Isai. XXVIir. (2) Eccles. VIII. (3) Mal. III.
LIBRO I. CAPÍTULO XI. IÓ9
nen para serlo. Porque (como dice Sant Ambrosio) paréceles
cosa muy agrá comprar esperanzas con peligros: esto es, comprar
bienes de futuro con daños de presente, y soltar de la mano lo
que tienen, por lo que adelante se les puede dar.
Pues para deshacer este engaño tan prejudicial, no sé qué
otro principio pueda yo agora tomar, que aquellas palabras y
lágrimas del Salvador: el cual viendo la miserable ciudad de
Hierusalem, comenzó á llorar sobre ella diciendo (i): Si cono-
cieses agora tú la paz, y los bienes que en este día tuyo te
venían. Mas todo esto está agora escondido de tus ojos. Con-
sideraba el Salvador por una parte cuan grandes eran los
bienes que juntamente con su persona habían venido á aquel
pueblo (pues todas las gracias y tesoros del cielo habían des-
cendido con el Señor de los cielos) y por otra, cómo él (escan-
dalizado con el humilde hábito y aparencia del Señor) no le
había de recibir, y cómo por este pecado no sólo había de per-
der las riquezas y gracia de su visitación, sino también su re-
púbHca y su ciudad. Lastimado, pues, con este dolor, derramó
estas lágrimas, y dijo estas palabras así breves y no acabadas:
porque tanto más significaban, cuanto más breves eran. Pues
este mismo sentimiento y estas mismas palabras se pueden en
su manera aplicar al propósito de que hablamos. Porque consi-
derando por una parte la hermosura de la virtud, y las gran-
des riquezas y gracias que andan en su compañía, y visto por
otra cuan encubierto está esto á los ojos de los hombres carna-
les, y cuan desterrada anda ella por esto del mundo, ^ no te
parece que tenemos aquí también la misma causa para derra-
mar las mismas lágrimas y decir con el Señor: si conocieses
agora tú? Esto es: ¡oh, si te abriese agora Dios los ojos para
que vieses los tesoros, los regalos, las riquezas, la paz, la liber-
tad, la tranquilidad, la luz, los deleites, los favores y los otros
bienes que andan en compañía de la virtud: en cuánto la pre-
ciarías, cuánto la desearías y con cuánto estudio y trabajo la
buscarías! Mas todo esto está escondido de los ojos carnales:
porque no mirando más que la corteza dura de la virtud, y no
habiendo experimentado la suavidad interior della, paréceles
que no hay en ella cosa que no sea áspera, triste y desabrida:
(i) Luc. XIX.
í I o GUÍA DE PECADORES
y que no es moneda que corre en esta vida, sino en la otra:
porque si algo tiene de bien, para el otro mundo es, no para
éste. Por lo cual, filosofando según la carne, dicen que no
quieren comprar esperanzas con peligros, y aventurar lo pre-
sente con lo futuro.
Esto dicen escandalizados con la figura exterior de la virtud:
porque no entienden que la filosofía de Cristo es semejante al
mismo Cristo, el cual mostrando por defuera imagen de hombre,
y hombre tan humilde, dentro era Dios y Señor de todo lo
criado. Por lo cual se dice de los fieles (i) que están muertos al
mundo, mas que su vida está escondida con Cristo en Dios.
Porque así como la gloria de Cristo estaba desta manera escon-
dida, así también lo está la de todos los imitadores de su vida.
Leemos que antiguamente hacían los hombres unas imagines
que llamaban Silenos: las cuales por defuera parecían muy
viles y toscas, y dentro estaban muy ricamente labradas: de
suerte que siendo la fealdad pública, la hermosura era secreta: y
engañando con lo uno á los ojos de los ignorantes, con lo otro
atraían á sí los de los sabios. Tal fué por cierto la vida de los
Profetas, tal la de los Apóstoles, y tal la de los perfectos cris-
tianos: como lo fué la del Señor de todos ellos.
Y si todavía dices que la virtud es áspera y dificultosa de
ejercitar, debrías también poner los ojos en las ayudas que
Dios para esto tiene proveídas con los virtudes infusas, con los
dones del Espíritu Sancto, con los sacramentos de la Ley nueva,
y con todos los otros favores y socorros divinos, que son como
remos y velas en la galera para navegar, ó como las alas en el
ave para volar. Debrías mirar al mismo nombre y ser de la
virtud: la cual esencialmente es hábito, y muy noble hábito: y si
lo es, de aquí se sigue que (regularmente hablando) nos ha de
hacer obrar con suavidad y facilidad; porque esto es proprio de
todos los hábitos. Debrías también considerar qne no sólo
tiene prometidos el Señor á los suyos bienes de gloria, sino
también de gracia: los unos para la otra vida, y los otros para
ésta, según que el Profeta dice (2): Gracia y gloria dará el
Señor: que son como dos alforjas llenas de bienes, la una para la
vida presente, y la otra para la advenidera, para entender si-
(i) Colos. UI. (2) Psalm. LXXXIII,
LIBRO I. CAPITULO XL III
quiera por aquí que algo más debe haber en la virtud de lo que
por defuera parece. Debrías otrosí mirar que pues el Autor de
la naturaleza no falta en las cosas necesarias (pues tan perfecta-
mente proveyó las criaturas de todo lo que habían menester)
no habiendo en el mundo cosa más necesaria ni más importante
que la virtud, no la había de dejar desamparada á beneficio de
un solo libre albedrío tan flaco, y de un entendimiento tan
ciego, y de una voluntad tan enferma, y de un apetito tan mal
inclinado, y finalmente de una naturaleza por el pecado tan
estragada: y sin proveerle de habilidades y remos con que poder
navegar por este golfo. Porque no era razón que pues la Pro-
videncia divina había sido tan solícita en proveer al mosquito, á
la araña y á la hormiga de habilidades y instrumentos bas-
tantes para conservar su vida, se descuidase de proveer al
hombre de lo necesario para conseguir la virtud.
Y añado aun más, que si el mundo y el demonio proveen
de tantas maneras de gustos y contentamientos (á lo menos
aparentes) á los suyos, por el servicio que le hacen, ^cómo
es posible que Dios sea tan estéril para sus fieles amigos y ser-
vidores, que los deje ayunos y boquisecos en medio de sus tra-
bajos? ¿Cómo? ¿Y por tan caído tienes tú el partido de la virtud,
y por tan subido el de los vicios, que permitiese Dios haber
tantas ventajas en lo uno, y tanto menoscabo y disfavor en lo
otro? Pues ¿qué quiere decir lo que responde Dios por el
profeta Malaquías á las palabras y quejas de los malos, dicien-
do (i): Convertios á jMí, y veréis la diferencia que hay entre el
bueno y el malo, y entre el que sirve á Dios y no le sirve?
De manera que no se contenta con las ventajas que habrá en
la otra vida (de que más abajo trata) sino luego de presen-
te dice: Convertios, y veréis &c. Como si dijese : No quiero
que esperéis por el tiempo de la otra vida para conocer esta
ventaja, sino convertios, y luego entenderéis la diferencia que
hay del bueno al malo: las riquezas del uno, y la pobreza del
otro: el alegría del uno, y la tristeza del otro: la paz del uno,
y las guerras del otro: el contentamiento del uno, y los des-
contentamientos del otro: la lumbre en que viv^e el uno, y las
tinieblas en que anda el otro: y veréis por experiencia cuan
(i) Malach. III.
i 1 2 GUÍA DE PECADORES
más aventajado es este partido de lo que vosotros pensáis.
Cuasi la misma respuesta da Dios á otros tales como es-
tos: los cuales por esta misma persuasión y engaño hacían
burla de los buenos diciendo por Isaías (i): Declare Dios la
grandeza de su poder y de su gloria, haciéndoos grandes mer-
cedes, para que por esta vía conozcamos la prosperidad y ven-
taja de los que sirven á Dios, á los que no le sirven. Y
acabando de decir esto, y declarando luego los azotes y casti-
gos grandes que á los malos estaban aparejados, trata luego
del alegría y prosperidad de los buenos diciendo así (2):
Alegraos con Hierusalem (que es el ánima del justo) todos
los que bien la queréis, y gózaos con alegría todos los que
fuistes participantes de su tristeza; para que seáis llenos de
los pechos de su consolación, y seáis abastados de deleites
por la grandeza de la gloria que le ha de venir. Porque yo
enviaré sobre ella como un río de paz, y como un rayo lleno
de la gloria, del cual todos beberéis. A mis pechos seréis lle-
vados, y sobre mis rodillas os halagaré: de la manera que
la madre regala un hijo chiquito, así yo os consolaré, y en
Hierusalem (que es en mi casa) seréis consolados. Veréis el
cumplimiento de todo esto, y gozarse ha vuestro corazón; y
vuestros huesos así como las plantas reverdecerán; y en este
tiempo conoscerán los siervos de Dios la mano poderosa del
Señor. Quiere decir, que así como los hombres por la gran-
deza del cielo, y de la tierra, y de la mar, y por la hermo-
sura del sol, y de la luna, y de las estrellas, vienen á conos-
cer la omnipotencia y hermosura de Dios (por ser estas obras
tan señaladas) así también los justos vendrán á conocer la
grandeza del poder, y de las riquezas y bondad de Dios, por
la grandeza de las mercedes y favores que del recibirán, y
que en sí mismos experimentarán. De suerte que así como
por los azotes y plagas que Dios envió á Faraón, decla-
ró al mundo la grandeza de su severidad para con los ma-
los, así por los favores y beneficios admirables que hará á
los buenos, declarará la grandeza de su bondad y amor para
con ellos. Dichosa por cierto el ánima con cuyos beneficios
y favores mostrará Dios la grandeza de tal bondad, y des-
(i) Isai. LXVI. (2) Ibid.
LIBRO I. CAPÍTULO XL
dichada aquella con cuyos azotes y castigos descubrirá la gran-
deza de tal justicia. Porque como cada cosa déstas sea de tan
inestimable grandeza, ¿cuáles serán los ríos que de tan cau-
dalosas fuentes manarán?
Añado más á todo esto: que si te parece estéril y triste el
camino de la virtud, ¿qué quiso decir la divina Sabiduría cuando
hablando de sí misma dijo: Andaré por los caminos de la justi-
cia, y por medio de las sendas del juicio, para enriquecer á los
que me aman, y hinchirles las arcas de mis bienes? Pues ¿qué
riquezas y bienes son estos, sino los desta Sabiduría celestial, que
sobrepujan á todas las riquezas del mundo, las cuales se comu-
nican á los que andan por el camino de la justicia, que es la mis-
ma virtud de que hablamos? Porque si aquí no se hallan rique-
zas más dignas deste nombre que todas las otras, ¿cómo diera
el Apóstol gracias á Dios por los de Corinto, diciendo que es-
taban ricos en todo género de riquezas espirituales, llamando es-
tos á boca llena ricos, como quiera que á los otros no llama ab-
solutamente ricos, sino ricos deste siglo?
Confirma lo dicho con una autoridad muy notable del Evangelio.
§. I.
I AS sobre todo esto añado, para confirmación desta ver-
dad, aquella tan notable sentencia del Salvador: el cual
respondiendo á S. Pedro (i) cuando preguntó por el galardón
que habían de recibir los que por El habían dejado todas las co-
sas (según refiere Sant Marcos) dice así (2): En verdad os digo
que ninguno hay que deje casa, hermanos ó hermanas, padre ó
madre, hijos ó heredades por amor de Mí, y por el EvangeHo,
que no reciba agora en este tiempo presente ciento tanto más de
lo que dejó, y después en el siglo advenidero la vida eterna. Es-
tas palabras son de Cristo: por las cuales no es razón pasemos
de corrida. Porque lo primero no me puedes negar, sino que ex-
presamente hace aquí distinción entre el galardón que se da á
los buenos en esta vida, y en la otra: prometiendo uno de futuro,
(i) Matth. XIX. (2) Marc. X.
Q8RAS t>B GRANADA l-.;|
114 GUÍA DE PECADORES
y ofreciendo otro de presente. Tampoco me negaras que no
puede haber falta en el cumplimiento desta promesa, pues es
cierto que antes faltará el cielo y la tierra que una tilde, ó una
palabra déstas, por imposible que parezca. Porque así como cree-
mos que Dios es trino y uno, porque El lo dijo, aunque este mis-
terio sea sobre toda razón: así estamos obligados á creer esta
misma verdad, aunque sobrepuje todo entendimiento; pues tiene
por sí el testimonio del mismo autor. Pues dime agora: ¿qué cien-
to tanto es éste que de presente se da á los justos en esta vida?
Porque no vemos comúnmente que se les den grandes estados,
ni riquezas ó dignidades temporales, ni aparato de cosas de mun-
do: antes muchos dellos viven arrinconados y olvidados del mun-
do, en grandes pobrezas, miserias y enfermedades. Pues siendo
esto así, ¿cómo se podrá salvar la infalible verdad desta senten-
cia, sino confesando que los provee Dios de tales y tantos dones
y riquezas espirituales, que sin ninguno de todos estos aparatos de
mundo bastan para darles mayor felicidad, mayor alegría, mayor
contentamiento y descanso, que la posesión de todos los bienes
del mundo? Y no es esto mucho de espantar, porque así como
leemos que no está Dios atado á dar mantenimiento á los cuer-
pos de los hombres con solo pan (pues tiene otros muchos me-
dios para eso) así tampoco lo está para dar hartura y contenta-
miento á sus ánimas con solos estos bienes temporales, pues sin
estos lo puede El muy bien hacer: como á la verdad lo hizo con
todos los sanctos, cuyas oraciones, cuyos ejercicios, cuyas lágri-
mas, cuyos deleit3s sobrepujaron á todas las consolaciones y
deleites del mundo. Y desta manera se verifica con mucha ra-
zón que reciben ciento tanto más de lo que dejaron; pues por
los bienes mentirosos y contrahechos reciben los v^erdaderos; por
los dubdosos, los ciertos; por los corporales, los espirituales; por
los cuidados, reposo; por las congojas, tranquilidad; y por la vida
viciosa y abominable, vida virtuosa y deleitable. De manera que
si despreciaste los bienes temporales por amor de Cristo, en El
hallarás inestimables tesoros; si desechaste las honras falsas, en
Él hallarás las verdaderas; si renunciaste el amor de tus padres,
por eso te recreará con mayores regalos el Padre Eterno; y si
despidiste de ti los pestíferos y ponzoñosos deleites, en El halla-
rás otros más dulces y más nobles deleites. Y cuando aquí hu-
jjieres llegado, verás claramente que todas aquellas cosas qu«
LIBRO I. C\PlTULO XI. 1 15
antes te agradaban, no sólo no te agradarán, mas antes te cau-
sarán aborrescimiento y hastío. Porque después que aquella luz
celestial ha tocado y esclarecido nuestros ojos, luego nasce otra
diversa y nueva faz á todas las cosas, con la cual se nos repre-
sentan dz otra muy diferente figura. Y así lo que poco antes pa-
rescía dulce, agora te parece amargo; y lo que parescía amargo,
agora se hace dulce; lo qus antes espantaba, agora contentará; y
lo que antes parescía hermoso, agora paresce feo, aunque antes
también lo era, sino que no se conocía. Desta manera, pues, se
verifica la promesa de Cristo: el cual por los bienes temporales
del cuerpo nos da bienes espirituales del ánima, y por los bie-
nes que llaman de fortuna, nos di los bienes de gracia, que sin
comparación son mayores y más poderosos para enriquescer y
contentar el corazón del hombre. Y para confirmación desto no
dejaré de referir aquí un ejemplo notable que se escribe en el
libro de los varones ilustres de la orden de Cister. Escríbese
pues ahí que predicando Sant Bernardo en Flandes con un en-
cendidísimo deseo de traer los hombres á Dios, entre otros que
por especial tocamiento del Espíritu Sancto se convertieron, fué
un caballero muy principal de aquella tierra llamado Arnulfo,
al cual tenía el mundo preso con grandes cadenas. Y como él
finalmente dejado el mundo tomase el hábito en el monasterio
de Clarevale, alegróse tanto el bienaventurado Padre con esta
conversión, que dijo en presencia de todos que no era menos
admirable Cristo en la conversión de Fray Arnulfo que en la
resurrección de Lázaro: pues estando él ligado con las ataduras
de tantos vicios, y sepultado en el profundo de tantos deleites,
le resucitó Cristo y trajo á aquella nueva vida. La cual no fué
menos admirable en el suceso que lo fué en la conversión. Y
porque sería muy largo contar en particular todas sus virtudes,
vengo á lo que hace á nuestro caso. Padescía este sancto varón
muchas veces una enfermedad de cólica, la cual le causaba tan
grandes dolores, que le llegaban á punto de muerte. Y estando
una vez así, cuasi sin sentido, perdida la habla, y también la es-
peranza de la vida, diéronle la Extremaunción: y él de ahí á po-
co, volviendo sobre sí, comenzó súbitamente á alabar á Dios, y
decir á grandes voces: Verdaderas son todas las cosas que dijis-
te, oh buen Jesú. Y como él repitiese muchas veces esta pala-
braj espantándose los monjes desto, y preguntándole cómo estí^ba
1 1 6 GUÍA DE PECADORES
y porqué decía aquello, ninguna cosa respondía sino replicando
la misma sentencia: Verdaderas son todas las cosas que dijiste, oh
buen Jesú. Algunos de los que ahí estaban, decían que la grandeza
de los dolores le había privado de su juicio, y que por esto de-
cía aquellas palabras. Él entonces respondió: No es así, hermanos
míos, no es así, sino que con todo mi juicio y entendimiento digo
que son verdaderas todas las cosas que habló nuestro Salvador
Jesú. Ellos respondieron: Nosotros también confesamos eso: mas
^á que propósito lo dices tú? Respondió él: Porque el Señor
dice en su Evangelio (i) que quienquiera que renunciare por
su amor todas las aficiones de sus parientes, recibirá ciento tan-
to más en este siglo, y después la vida eterna en el otro. Pues
yo experimento agora en mí, y confieso que de presente recibo
este ciento tanto más en esta vida. Porque os hago saber que la
grandeza inmensa deste dolor que padezco, me es tan sabrosa
por la firmeza de la esperanza que por ella me han agora dado
de mi salvación, que no la trocaría por ciento tanto más de lo
que en este mundo dejé. Y si yo siendo tan grande pecador, tal
consolación recibo con mis angustias, ^ cuál será la que los sanctos
y perfectos varones recibirán en sus alegrías? Porque verdadera-
mente el gozo espiritual que me causa esta esperanza, cien mil
veces sobrepuja el gozo mundano que de presente en el mundo
recibía. Diciendo él esto, maravilláronse todos de ver que un
religioso lego y sin letras tales palabras dijese: sino que mani-
fiestamente se conoscía que el Espíritu Sancto que en su ánima
moraba, las decía.
En lo cual se ve claramente cómo sin el estruendo y aparato
de los bienes temporales del mundo da Dios á los su3^os mayor
contentamiento y mayores cosas que las que por él dejaron: y
por consiguiente, cuan engañados viven los que no creen que
de presente se dé nada desto á la virtud.
Pues para destierro deste engaño tan peligroso, demás de
lo dicho, servirán los doce capítulos siguientes: en los cuales
trataremos de doce maravillosos fructos y privilegios que
acompañan en esta vida á la virtud: para que por aquí vean
los amadores del mundo que hay más miel en ella de lo que
ellos piensan. Y dado caso que para entender esto perfecta*
(i) Marc. X.
LIBRO I. CAPÍTULO XI. ! I J
mente era necesaria la experiencia y uso de la misma vir-
tud, porque ésta es la que mejor conosce sus riquezas; pero
la falta desto suplirá la fe, la cual confiesa la verdad de las
Escripturas sagradas, con cuyos testimonios entiendo probar
todo lo que en esta parte dijere, porque á nadie quede lugar
para dubdar desta verdad.
DKL XII TITULO POR DONDE ESTAMOS OBLIGADOS i. LA VIRTUD, POR RAZÓN
DEL PRIMER PRIVILEGIO DELLA, QUE ES LA PROVIDENCIA ESPECIAL QUE DiOS
TIENE PE LOS BUENOS PARA ENCAMINARLOS Á TODO BIEN, V DK LA QUE TIENE
DE LOS MALOS PARA CASTIGO DE SU MALDAD.
CAPÍTULO XII
UES entre estos privilegios y favores el primero y
más principal (del cual como de una fuente cau-
dalosa manan todos los otros) es la providencia y
cuidado paternal que Dios tiene de los que le sirven. Porque
aunque El tenga general providencia de todas las criaturas,
pero tiénela muy más especial de los que ha recebido por su-
yos. Porque como El tenga estos en lugar de hijos, y les haya
dado espíritu 3^ corazón de hijos, Él también por su parte tiene
corazón de padre amantísimo para con ellos, y conforme á este
amor tiene El cuidado y providencia dellos.
Mas qué tan grande sea esta providencia, en ninguna mane-
ra lo podrá entender sino el que la hubiere experimentado, ó
el que con estudio y atención hobiere leído las Escripturas sa-
gradas, y notado con diligencia los pasos que desto tratan. Por-
que quien así lo hiciere, verá que cuasi toda la Escriptura divi-
na, dende el principio hasta el fin, generalmente trata desto. Ca
toda ella se mueve sobre estos dos puntos (como el mundo so-
bre dos polos) que son pedir y prometer. En los cuales por
una parte pide Dios al hombre la obediencia y guarda de sus
mandamientos, y por otra promete grandísimos premios al que
los guardare, así como amenaza grandísimos castigos al que los
quebrantare. La cual doctrina está de tal manera repartida, que
todos los libros morales de la Escriptura divina piden y prome-
ten, y todos los historiales verifican el cumplimiento de lo
uno y de lo otro, mostrando por las obras cuan diferentemente se
hubo Dios con los buenos y con los malos. Mas como Dios sea
tan largo y tan magnífico, y el hombre tan flaco y tan misera-
ble: El tan rico para prometer, y el hombre tan pobre para
LIBRO I. CAPÍTULO XIÍ, 11^
dar: es muy diferente la proporción que hay entre lo que pide
y lo que da; porque pide poco, y da mucho: pide amor y obe-
diencia, que Él mismo nos da, y por esto nos ofresce bienes
inestimables de gracia y de gloria para esta vida y para la otra.
Entre los cuales ponemos aquí en el primer lugar este amor y
providencia paternal que Él tiene de los que rescibe por hijos:
la cual sobrepuja á todos los amores y providencias que todos
los padres de la tierra tienen y pueden tener á los suyos. La
razón desto es, porque ningún padre hasta hoy atesoró ni apa-
rejó tan gran bien á sus hijos cuanto Dios tiene aparejado y
prometido á los suyos, que es la participación de su misma
gloria; ni trabajó tanto por ellos como Él, pues por esto derra-
mó su sangre; ni tiene tan continuo cuidado dellos como El,
pues los tiene presentes ante sus ojos, y ayuda en todos sus
trabajos. Así lo confiesa David cuando dice (i): A mí, Señor,
recebiste por mi inocencia, y me confirmaste siempre en tu
presencia. Esto es: nunca apartaste tus ojos de mí, por el cuidado
perpetuo que de mí tienes. Y en otro psalmo (2): Los ojos (dice
él) del Señor están puestos sobre los justos, y sus oídos en las
oraciones dellos. Mas su rostro airado está sobre los que hacen
mal, para destruir de la tierra la memoria de ellos.
Mas porque la mayor riqueza del buen cristiano es esta pro-
videncia que Dios tiene del, y cuanto es mayor la certidumbre
que tiene desto, tanto es mayor su alegría y confianza; será
bien juntar aquí algunos testimonios de la Escriptura divina,
porque cada uno destos es como una cédula real y una nueva
confirmación destas tan ricas promesas y mandas del testamen-
to de Dios. El Eclesiástico, pues, dice (3): Los ojos del Señor
están puestos sobre los que le temen: Él es su guarnición pode-
rosa, su lugar de refugio, escudo de su defensión, amparo contra
el calor del estío, sombra para el mediodía, socorro en sus pe-
ligros y ayuda en todas sus caídas. Él es el que levanta sus
ánimas, alumbra sus entendimientos, y el que les da salud, vida
y bendición. Hasta aquí son palabras del Eclesiástico, en las
cuales ves cuántas maneras de oficios ejercita este Señor para
con los suyos. El profeta David en un psalmo dice (4): El Señor
tendrá cuidado de regir y enderezar los pasos del justo: y cuando
(I) Psalm. XL. (2) Psalm. XXXIH. (3) Eccli. XV. (4) Psalm. XXXVL
!20 GUÍA DE PECADORAS
cayere no se quebrantará, porque Él pondrá debajo su mano
para que no se lastime. Mira tú jqué podrá empecer la caída
al que cae sobre una almohada tan blanda como lo es la mano
divina? En otro lugar dice (i): Muchas son las tribulaciones de
los justos: mas de todas ellas los librará el Señor, porque El
tiene cuenta con todos los huesos dellos, de tal manera que ni
uno solo será quebrado. Mas en el sancto Evangelio se encare-
ce más esta providencia: donde dice el Salvador (2) que no
sólo tiene contados todos sus huesos, mas también todos sus ca-
bellos, porque ni uno solo se pierda: para significar con esto la
grandísima y especialísima providencia que tiene dellos. Porque
¿de qué no tendrá cuidado quien lo tiene de los cabellos? Y
si esto te parece mucho, no es menos lo que significó por el
profeta Zacarías diciendo (3): Quien á vosotros tocare, toca á
mí en la lumbre de los ojos. Harto fuera decir: quien tocare á
vosotros, toca á mí; pero mucho más fué decir: quien tocare en
vosotros en cualquiera parte que sea, me toca en la lumbre de
los ojos.
Y no sólo por sí, sino también por el ministerio de los án-
geles entiende en nuestra guarda: y así dice en un psalmo (4):
A los ángeles tiene Dios mandado de ti que te guarden en to-
dos tus caminos, y te trayan en las palmas de las manos, para
que no tropiecen tus pies en alguna piedra. ¿Viste nunca tú tal
coche ó tal litera como son las manos de los ángeles para andar
en ellas? Pues desta manera los santos ángeles (que son como
nuestros hermanos mayores) traen en sus brazos á los justos, que
son sus hermanos menores, que no saben andar por sí sino en
brazos ajenos; y en estos los traen los ángeles, no sólo en vida
sino también en muerte: como paresce claro en aquel pobre
Lázaro del Evangelio (5), que después de muerto fué llevado
por manos dellos al seno de Abraham. En otro psalmo dice (6):
El ángel del Señor anda al derredor de los que le temen, para
librarlos de los peligros. Y cuan poderosa sea esta guarda, de-
cláralo más la translación de Sant Hierónimo, que en lugar des-
tas palabras dice así: El ángel del Señor tiene asentados sus rea-
les al derredor de los que le temen, para librarlos. Pues ¿ qué
rey hay en el mundo que tal guarda traiga consigo como ésta?
(i) Ps.33- (2^ Luc. 12&. 21 (3}Zach.2. (4)Ps.9o. (5) Lnc.16. (6)Ps.33.
LIBRO 1. capítulo XII. I2Í
La cual manifiestamente se vio en el libro de los Reyes (i): donde
viniendo el ejército del rey de Siria á prender el profeta Eliseo, y
temblando su criado de miedo, hizo el sancto profeta oración á
Dios, suplicándole abriese ios ojos de aquel desconfiado mozo,
para que viese cuánto mayor ejército tenía él en su favor que
sus contrarios. Y abrió Dios los ojos del mozo, y vio todo el
monte lleno de caballos y carros de fuego al derredor de Eliseo.
Y esta misma guarnición es aquella de que se escribe en el libro
de los Cantares, por estas palabras (2): ¿ Qué verás tú en la Su-
namites (que es figura de la Iglesia, y del ánima que está en
gracia) sino compañías de reales, que son la guarda de los
sanctos ángeles? Y esto mismo significa el Esposo en el mismo
libro por otra figura, diciendo (3): La litera de Salomón guardan
sesenta fuertes de los más esforzados de Israel, y todos ellos
tienen sus espadas en las manos, y son muy diestros en pe-
lear. Cada uno tiene su espada sobre el muslo por los temo-
res de la noche. Pues (jqué es esto sino declararnos el Espí-
ritu Sancto por tantas figuras el recaudo que la divina Provi-
dencia tiene sobre las ánimas de los justos? Porque ¿de dónde
nasce que un hombre concebido en pecado, viviendo en una
carne tan mal inclinada, y entre tantos millares de lazos y peli-
gros, viva muchos años sin desvariar ni en un solo pensamiento
que sea pecado mortal, sino desta tan grande guarda y provi-
dencia divina?
La cual es tan grande, que no solamente los libra de los ma-
les, y encamina á todos los bienes, sino muchas veces los mis-
mos males en que alguna vez por divina permisión caen, los hace
materia de bienes: cuando con ellos se hacen más cautos, más
humildes y más agradescidos á quien los sacó de tales peligros,
y les perdonó tantos pecados. Porque en este sentido dice el
Apóstol (4) que á los que aman á Dios, todas las cosas les ayu-
dan y sirven para su bien.
Y si estos favores son dignos de grande admiración, mucho
más lo es que no sólo tiene Dios esta cuenta con sus siervos,
sino también con sus hijos y descendientes, y con todo lo que
toca á ellos, como el mismo Señor lo testificó diciendo (5): Yo
soy Señor Dios, fuerte y celoso: que visito la maldad de los
(1) IV Keg. 6. (2) Cant. 7. (3) Cant. 3. (4) Rom. 8. (5) Exod. 20,
1J2 (;Ut\ 1>E PECADORES
padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y uso de
misericordia en millares de generaciones con aquellos que me
aman y guardan mis mandamientos. Así lo mostró El con Da-
vid, cuyos hijos á cabo de tantos años no quiso destruir, aunque
lo raerescían muchas veces sus pecados: por respecto de su pa-
dre David. Y así lo mostró también con Abraham (i), á cuyos
hijos tantas veces perdonó por amor de su padre: y al mismo
Ismael, que era hijo de esclava, prometió de multiplicar y en-
grandescer en la tierra, por ser hijo de Abraham. Y hasta su mis-
mo criado enderezó en el camino y negocio que llevaba á car-
go, de buscar mujer para el hijo de gu señor (2): porque era criado
del. Y no sólo tuvo respecto al criado por amor del buen señor,
pero (lo que más es) aun al señor malo, por amor del buen cria-
do. Y así leemos haber hecho Él grandes mercedes á su amo de
Josef (3), que era idólatra, por amor del sancto mozo que tenía
en su casa. Pues jqué mayor benignidad y providencia que és-
ta? ¿Quién no se determinará de servir á un Señor tan largo, tan
fiel y tan agradescido para con todos los que le sirven, y para
con todas sus cosas?
De los nombres que en la Escriptiira divina se atribuyen á nuestro
Señor por razón desta providencia.
§.I-
|uES como esta divina Providencia se extienda á tantos y
l^í^^i tan maravillosos efectos, por eso tiene Dios en la Escrip-
tura divina muchos y diversos nombres: pero el más celebrado
y más usado es llamarse padre, como lo llama su amantísimo
Hijo á cada paso en el Evangelio (4). Y no sólo en el Evange-
lio, mas también en muchos lugares del Viejo Testamento, como
lo significó el Profeta en el psalmo cuando dijo (5): De la ma-
nera que el padre se compadece de sus hijos, así se compadece
el Señor de todos los que le temen; porque El conoce la flaque-
za de nuestra humanidad.
(1) Gen. 17. (2j Gen. 24. (3) Gen. 39. (4) Joan. 5,6, lO. (5) Ps. ill.
U»RO I. CAPITULO XH. 12;^
Y porque aun le parecía poco á otro profeta llamar á Dios
padre (pues su amor y providencia sobrepuja á la de todos los
padres) dijo estas palabras (i): Señor, Vos sois nuestro padre, y
Abraham no nos conosció, y Israel no tuvo que ver con nos-
otros. Dando á entender que estos que eran padres carnales, no
merecían este nombre en comparación ds Dios. Mas porque en-
tre estos amores de padres el de las madres suele ser, ó más ve-
hemente, ó más tierno, no se contenta este Señor con llamarse
padre, sino llámase también madre, y más que madre. Y así dice
Él por Isaías estas dulcísimas palabras (2): ^ Qué madre hay que
se olvide de su hijo chiquito, y que no tenga corazón para apia-
darse de lo que salió de sus entrañas? Pues si fuere posible que
haya alguna madre en quien pueda caber este olvido, en Mí
nunca jamás cabrá: porque en mis manos te tengo escripto, y
tus muros están siempre delante de Mí. Pues <jqué palabras de
mayor ternura y providencia que éstas? ¿Quién será tan ciego ó
tan desconfiado que no se alegre, que no resuscite y levante
cabeza con tales prendas de tal providencia y amor? Porque quien
considerare que el que estas palabras dice es Dios, cuya verdad
no puede faltar, cuyas riquezas no tienen término, cuyo poder
es infinito, ¿qué temerá? ¿que no esperará? ¿cómo no se alegra-
rá con tales palabras, con tales prendas, con tal providencia y con
tal significación de amor?
Pues pasa el negocio aun más adelante: porque no contento
este Señor con comparar este su amor con el vulgar y común
amor de las madres, escogió una entre todas ellas, que es la más
afamada en este amor, la cual (según dicen) es el águila, y con
el désta comparó su amor y providencia diciendo: De la ma-
nera que lo hace el águila, así este Señor defendió su nido, y
amó sus hijos: y así extendió sus alas, y los puso encima dellas,
y los trajo sobre sus hombros. Lo cual aun más abiertamente
declaró el mismo profeta al mismo pueblo, después de llegai^o
á la tierra de promisión, diciendo (3): Hate traído el Señor en
todo este camino por do has caminado, de la manera que un padre
trae á un hijo chiquito en sus brazos, hasta ponerte en este lugar.
Y así como Él toma para sí nombre de padre y de madre,
así también da á nosotros nombre de hijos, y de hijos muy rega-
(i; Isai LXllI. (2) Ibid. XllX (3J Deut. XXXII.
1„'4 (ÍUÍA DE PECADORES
lados: como claramente lo testifica él por Hieremías, diciendo (i):
Hijo niío muy honrado es Efraim, y niño delicado: porque des-
pués que comencé á tratar con él, siempre he tenido memoria
del; y por tanto mis entrañas se han enternescido sobre él, y
apiadando, me apiadaré del. Cada palabra déstas (pues es de Dios)
era mucho para ponderar, y para estimar, y para regalar y en-
ternescer nuestro corazón para con Dios; pues así se enternesció
el de Dios para con tan pobres criaturas.
Y por razón desta misma providencia, después del nombre
de padre, se llama Él también pastor: como se llama en su Evan-
gelio (2). Y para declarar hasta dónde llegaba el amor y cuidado
desta providencia pastoral, dijo estas palabras: Yo soy buen pas-
tor, y conosco á mis ovejas, y ellas conoscen á Mí. ¿De qué ma-
nera. Señor, las conoscéis? ¿Con qué ojos las miráis? Con los
ojos (dice El) que mi Padre mira á Mí, y Yo á él, con esos miro
Yo á mis ovejas, y ellas miran á Mí. ¡Oh bienaventurados ojos!
¡Oh dichosa vista! ¡Oh dichosa providencia! Pues ¿qué mayor
gloria, qué mayor tesoro puede nadie desear que ser mirado del
Hijo de Dios con tales ojos, que es con los ojos que su Padre
mira á Él? Porque aunque la comparación no sea igual en todo
(pues más merece el hijo natural que los adoptivos) pero asaz es
grande gloria ser ella tal, que merezca ser comparada con ésta.
Mas cuáles sean las obras y beneficios desta providencia,
declara y promete Dios copiosísima y elegantísimamente por el
profeta Ezequiel diciendo así (3): Yo buscaré mis ovejas, y las
visitaré. De la manera que visita el pastor su ganado cuando lo
halla descarriado, así Yo visitaré mis ovejas, y las sacaré de to-
dos los lugares por donde andaban descarriadas en el día de la
nube y de la escuridad: y sacarlas he de entre los pueblos, y
juntarlas he de diversas tierras, y traerlas he á las suyas, y apas-
centarlas he en los montes de Israel, en los ríos, y en todos los
otros lugares de la tierra: y apascentarlas he en abundantísimos
pastos, que será en los montes altos de Israel, donde descansarán
sobre las yerbas verdes, y serán ¿ipascentadas en pastos muy
abundosos. Yo apascentaré mis ovejas y les daré sueño reposa-
do, dice el Señor. Yo buscaré lo perdido, y recobraré lo hurtado,
y ataré lo que estuviere quebrado, y esforzaré lo flaco, y guar-
ní) Jerem. XXXI. (2) Joan. X (3) Ezech. XXXIV.
LIBRO I. CAPÍTULO XIL 1 25
daré lo que estuviere fuerte, y apascentarlas he en juicio, que es
con grande recaudo y providencia. Y un poco más abajo añade
luego diciendo: Y haré con ellas un contrato de paz, y ojearé to-
das las malas bestias de la tierra; y los que moran en el desierto,
estarán seguros en los bosques. Y puestas al derredor de mi co-
llado, derramaré sobre ellas mi bendición y enviaré las aguas
lluvias á su tiempo, las cuales serán benditas; esto es, saludables
y provechosas, y no dañosas á los pastos del ganado. Hasta aquí
son palabras de Ezequiel. Dime agora pues: ¿qué mas había que
prometer? ¿ni con qué más dulces, y amorosas, y elegantes pa-
labras se pudiera todo esto representar? Porque es cierto que
ni habla el Señor aquí del ganado material, sino del espiritual
(que son los hombres) como el mismo texto expresamente lo dice:
ni menos promete yerbas y abundancia de bienes temporales
(que son comunes á buenos y á malos) sino abundancia de favo-
res, y gracias, y providencias especiales, con las cuales rige Dios
y gobierna este espiritual ganado á manera de pastor, como El
mismo lo explica por Isaías, diciendo (i): Así como pastor apas-
centará su ganado y con su brazo juntará los corderos y los traerá
en su seno, y las ovejas paridas y preñadas Él las llevará sobre
sus hombros. Pues ¿qué cosa mas tierna, ni más dulce que ésta?
Destos mismos oficios y beneficios de pastor habla y trata todo
aquel divino psalmo que comienza (2): Domimis regit me. En lu-
gar de las cuales palabras traslada Sant Hierónimo más clara-
mente: Dominns pastor meus est. Y propuesto este principio pro-
sigue luego en todo el psalmo todos los oficios de pastor: los cua-
les no pongo aquí, porque quienquiera los podrá por sí leer y
entender.
Y de la manera que se llama pastor, porque nos rige, así tam-
bién rey, porque nos defiende; y maestro, porque nos enseña; y
médico, porque nos cura; y amo, porque nos trae en sus brazos;
y guarda, por el cuidado que tiene de velar sobre nosotros y
guardarnos. De los cuales nombres están llenas todas las Escriptu-
ras divinas. Mas entre todos estos nombres, el más tierno, y más
regalado, y que más descubre esta providencia, es el nombre de
esposo con que se llama en el libro de los Cantares y en otros
muchos lugares de la Escriptura. Y así convida El al ánima del
(i) Isai. XL. (2) Psalm. XXII,
120 GUÍA DE PECADORES
pecador que lo quiera llamar, diciendo (i): Siquiera agora me
llama padre mío, y guía de mi virginidid. El cual nombre cele-
bra el Apóstol con grande encarescimiento. Porque (después de
aquellas palabras que dijo el primer hombre á la primera mujer,
conviene saber: por ésta dejará el hombre padre y madre, y alle-
garse ha á su mujer, y serán dos en una carne) añade el Apóstol
y dice (2): Este sacramento es grande, entendido como yo lo
entiendo, de Cristo y de la Iglesia, que es esposa suya: y así lo
es también en su manera, de cualquiera de las ánimas que están
en gracia. Pues ,3 qué no se podrá esperar de quien tal nombre
como éste tiene, pues no lo tiene de balde?
Mas ^para qué es andar buscando en las Escripturas sagradas
un nombre de aquí, otro de allí: pues todos los nombres que de
sí prometen algún bien, competen á este Señor: pues quienquiera
que le ama y le busca, hallará en Él todo lo que desea? Por lo
cual dice S. Ambrosio en un sermón: Todas las cosas tenemos
en Cristo, y todas ellas nos es Cristo. Si deseas ser curado de
tus llagas, médico es; si ardes con calenturas, fuente es; si te fa-
tiga la carga de los pecados, justicia es; si tienes necesidad de
ayuda, fortaleza es; si temes la muerte, vida es; si quieres huir
de las tinieblas, luz es; si deseas ir al cielo, camino es; si tienes
necesidad de manjar, mantenimiento es. Cata aquí pues, herma-
no, cuántas maneras de nombres tiene este Señor (que en sí es
uno y simplicísimo) porque aunque sea uno en sí, á nosotros es
todas las cosas para remedio de todas nuestras necesidades, que
son innumerables.
No acabaríamos á este paso de referir todas las autoridades
que sobre esta materia se ofrescen en las Escripturas divinas. Mas
éstas he referido para consuelo y esfuerzo de los que sirven á
Dios, y para atraer con ellas á su servicio á los que no le sirven:
pues es cierto que ningún tesoro hay debajo del cielo mayor que
éste. Por donde así como los que han servido á los. reyes en al-
gunas grandes jornadas por mandamientos y cartas suyas en que
se les prometen grandes premios por. estos trabajos, guardan es-
tas cartas con todo recaudo, y con ellas se animan y alegran en
esos mismos trabajos, y con ellas piden después la remuneración
de sus servicios: así los siervos de Dios guardan dentro de su co-
(1^ Jer«m. III. (i) Ephes. V.
Libro i. capítulo xn. 127
razón todas estas palabras y cédulas divinas, muy más ciertas que
todas las de los reyes de la tierra. En ellas tienen su esperanza,
con ellas S3 esfuerzan en sus trabajos, por ellas confían en sus
peligros, con ellas se consuelan en sus angustias, á ellas recurren
en todas sus necesidades, ellas los encienden en el amor de tal
Señor, y les obligan á entregarse del todo á su servicio, pues
Él tan fielmente les promete emplearse todo en su provecho,
siéndoles todo en todas las cosas. En lo cual parece que uno
de los principales fundamentos de la vida cristiana es el conosci-
miento práctico desta verdad.
Pues dime agora, ruégote, si es posible imaginarse cosa al-
guna más rica, más preciosa y más para estimar y desear que
ésta, y si se puede imaginar en esta vida algún mayor bien que
tener á Dios por padre, por madre, por pastor, por médico, por
maestro, por ayo, por muro, por defensor, por valedor, y (lo que
es más) por esposo, y finalmente por todas las cosas. ¿Qué tie-
ne el mundo que poder dar á sus amadores que iguale con es-
to? Pues jcuánta razón tienen los que este bien poseen para ale-
grarse, consolarse y esforzarse y gloriarse en El sobre todas las
cosas? Alegraos (dice el Profeta) en el Señor los justos, y glo-
riaos en él todos los rectos de corazón. Como si más claramente
dijera: Alégrense los otros en las riquezas y honras del mundo;
otros en la nobleza de sus linajes; otros en los favores y privan-
zas de los príncipes; otros en la preeminencia de sus oficios y
dignidades: mas vosotros que presumís tener á Dios por vuestro,
que es vuestra heredad y vuestra posesión, alegraos y gloriaos
más de verdad en este bien, pues es tanto mayor que todos los
otros cuanto es más Dios que todas las cosas. Así lo confiesa
expresamente David en un psalmo, diciendo (i): Líbrame, Señor,
de las manos de los que están fuera de tu servicio y de tu casa:
los cuales no tienen boca sino para hablar vanidad, ni brazo sino
obrar maldad; cuyos hijos andan en su juventud lozanos y fres-
cos, como los árboles nuevos y recien plantados; cuyas hijas an-
dan ataviadas y compuestas á manera de templos; cuyas des-
pensas están llenas y abastadas de todos los bienes; cuyas ovejas
están gordas y llenas de hijos. Por bienaventurado tuvieron al
pueblo lleno de todos estos bienes; mas yo digo que bienaven-
(l) Psalm. XLIII,
128 GUÍA DE PECADORES
turado el pueblo que tiene al Señor por su Dios. ^ Porqué, Da-
vid? La razón está muy clara: porque en Él solo posee un bien
en quien está todo lo que se puede desear. Por tanto, gloríense
los otros en todas estas cosas; mas yo, aunque muy rico y muy
poderoso rey, en Él solo me gloriaré. Así se gloriaba aquel sancto
Profeta que decía (i): Yo me gozaré en el Señor, y alegrarme
he en Dios mi Salvador: porque Él es mi Dios, y mi fortaleza, y
el que hará mis pies ligeros como los de los ciervos para correr
sin tropiezo por los caminos desta vida, y hará que ande yo so-
bre los altos montes cantándole psalmos y alabanzas. Este es
pues el tesoro, ésta la gloria que está aparejada en este mundo
para los que sirven á Dios. Y ésta es una de las grandes razones
que hay para que todos le deseen servir, y una de las justísimas
querellas que Él tiene contra los que no le sirven, siendo El tan
buen Señor y tan fiel ayudador y defensor dellos. Y con esta
queja envió Él al Profeta Hieremías á quejarse de su pueblo,
diciendo (2): ^Qué aspereza hallaron vuestros padres en Mí, por-
que se alejaron de Mí, y se fueron en pos de la vanidad, y se
hicieron vanos? Y más abajo: ¿Por ventura he sido Yo á este
pueblo tierra yerma, y tardía, y desaprovechada? Como si dije-
se: Claro está que no: pues tantas victorias y prosperidades les
han venido por mi mano. Pues ¿ porqué ha dicho este pueblo:
ya nos habernos apartado de tu servicio, y no queremos más
volver á Ti? ¿Por ventura olvidarse ha la doncella del más her-
moso de sus atavíos, y de la faja rica con que se ciñe los pe-
chos? Pues ¿porqué mi pueblo se ha olvidado de Mí por tantos
días, siendo Yo todo su ornamento, su gloria y su hermosura?
Pues si de aquéllos se quejaba Dios en el tiempo de la ley (don-
de las mercedes eran más cortas) ¿cuánta más razón tendrá agora
de quejarse, cuando son tanto más largas cuanto más espiritua-
les y más divinas ?
(1) Ilabac. III. (2) Jerem. II.
Libro i. capítulo xií. 129
De la manera de providencia que tiene Dios de los malos
para castigo de sus maldades
S. II.
SI no nos mueve tanto el amor desta felicísima provi-
dencia de que gozan los buenos, muévanos siquiera el
temor de la providencia (si así se puede llamar) que tiene Dios
de los malos, la cual es medirlos con su propria medida, y tra-
tarlos conforme al olvido y menosprecio que tienen de su Ma-
jestad, olvidándose de los que le olvidan, y despreciando á los
que le desprecian. Y para significar esto más palpablemente,
mandó al profeta Oseas (i) que se casase con una mujer forni-
caria: para dar á entender la fornicación espiritual en que había
caído aquel pueblo que había desamparado á su legítimo espo-
so y señor. Y á un hijo que deste matrimonio le nasció, mandó
poner por nombre una palabra hebrea que quiere decir: No mi
pueblo vosotros; para dar á entender que pues ellos con sus pe-
cados no le reconoscieron ni sirvieron como á Dios, Él tampoco
los reconoscería y trataría como á pueblo. Y en confirmación
de la misma sentencia añade luego más abajo, diciendo: Juzgad
á vuestra madre, juzgadla; porque ni ella es mi mujer, ni yo soy
su marido (2). Dando á entender que así como ella no le había
guardado fe y obediencia de buena mujer, así él no tendría para
con ella el amor y providencia de verdadero marido. Ves, pues,
cuan abiertamente nos enseña aquí este Señor cómo mide á
cada uno con su misma medida, siendo tal para con el hombre
como el hombre es para con Él.
Pues desta manera viven los malos como olvidados de Dios;
y así están en este mundo como hacienda sin dueño, como es-
cuela sin maestro, como navio sin gobernalle, y finalmente, como
ganado descarriado sin pastor, que nunca escapa de lobos. Y
así les dice Dios por el profeta Zacarías (3): No quiero ya tener
más cargo de apascentaros: lo que muriere, muérase, y lo que
mataren, mátenlo; y los demás que se coman á bocados los
unos á los otros. Y lo mismo significó en el Cántico de Moisén,
diciendo: Apartaré mis ojos dellos, y estarme he mirando las
(i) Osese, I. (a) Oseae, IL (3) Zaoh. XI.
OBRAS DK GRANADA , I— Q
Í30 GUÍA DÉ PECADORES
miserias y calamidades en que finalmente han de parar, sin pro-
veerles de remedio.
Pero aun más copiosamente declara El esta manera de pro-
videncia por Isaías (i), hablando de su pueblo en nombre de
viña: contra la cual (porque después de labrada y cultivada
con muchos beneficios, no había acudido con el ñ^ucto que era
razón) pronuncia El esta sentencia, diciendo: Quiero declararos
lo que yo haré con esta mi viña. Quitarle he el vallado, y será
robada; derribarle he la cerca, y será hollada; y haré que quede
como una tierra desierta. No será podada ni cavada, cubrirse
ha de zarzas y espinas, y á las nubes mandaré que no lluevan
sobre ella. Esto es: Quitarle he todos los socorros y ayudas efi-
caces de que la había proveído: de donde se seguirá su total
caída y destrucción. ¿Parécete, pues, que es mucho para rece-
lar tal manera de providencia?
Pues dime agora: (¡qué mayor peligro y qué mayor mise-
ria que vivir fuera desta tutela y providencia paternal de Dios,
y quedar expuesto á todos los encuentros del mundo y á to-
das las calamidades y injurias desta vida? Porque como este
mundo sea por una parte un mar tempestuoso, un desierto lleno
de tantos salteadores y bestias fieras, y sean tantos los desastres
y acaescimientos de la vida humana, tantos y tan fuertes los
enemigos que nos combaten; tantos y tan ciegos los lazos que
nos arman, y tantos los abrojos que nos tienen por todas partes
sembrados; y por otra parte el hombre sea una criatura tan
flaca, tan desnuda, tan ciega, tan desarmada y tan pobre de
esfuerzo y de consejo: si le falta esta sombra y este arrimo y
favor de Dios, ¿qué hará el flaco entre tantos fuertes, el enano
entre tantos gigantes, el ciego entre tantos lazos, y el solo y
desarmado entre tantos y tan poderosos enemigos ?
Pues aun no para el negocio en esto; porque no se con-
tenta esta providencia con desviar sus ojos de los malos (de
donde se sigue que cayan en tantas maneras de penas y tra-
bajos) mas antes ella misma se los acarrea y procura. De tal
manera, que los ojos que antes velaban para su provecho^ agora
velen para su castigo: como claramente lo testificó Él por Amos,
diciendo (2) : Pondré mis ojos sobre ellos; mas esto será para su
^1) Isai. V. (2) Amos, IX.
Libro i. capítulo xil ni
mal, y no para su bien. Como si más claramente dijera: Trocarse
ha de tal manera la providencia que tenía dellos, que yo que
antes los miraba para defenderlos, agora los miraré para cartigar-
los y darles el pago que sus maldades merecen. Así lo declaró
aun más expresamente por el profeta Oseas, diciendo (i): Yo
seré como polilla de Efraim y como carcoma de Israel: para los
ir gastando y destruyendo, como se destruye la ropa con la
polilla. Y porque esta manera de persecución parecía prolija
y blanda, añade luego otra más acelerada y furiosa, diciendo: Yo
seré como leona á Efraim y como cachorro de león á Judá. Yo
iré, y los prenderé, y los tomaré, y no habrá quien los libre de mis
manos. Pues ,3 qué mayor miseria quieres que ésta?
Y no es menos claro testimonio deste hnaje de providencia
el que leemos en el profeta Amos (2): en el cual después de
haber dicho Dios que había de meter á espada todos los ma-
los por los pecados de su avaricia, añade luego y dice así: Y
no piensen escapar de mis manos los que huyeren. Porque si
descendieren hasta el infierno, de allí los sacará mi mano; y si
subieren hasta el cielo, de allí los derribaré; y si subieren á lo
más alto del monte Carmelo, ahí los buscaré y los tomaré; y si
se escondieren de mis ojos en el profundo de la mar, ahí man-
daré á la serpiente, y morderlos ha; y si fueren captivos á tierra
de sus enemigos, ahí mandaré al cuchillo, y matarlos ha; y pon-
dré mis ojos sobre ellos para su mal, y no para su bien. Hasta
aquí son palabras del profeta. Pues dime agora: ¿qué hombre hay
que leyendo estas palabras, y acordándose que son de Dios, y
viendo cuál sea esta manera de providencia que Él tiene de los
malos, no se estremezca todo de ver cuan poderoso enemigo tie-
ne contra sí, el cual con tan grande estudio y diligencia le bus-
que, y le cerque, y le tome todos los caminos, y vele para su
destruición? ¿Cómo tendrá reposo? ¿Cómo comerá bocado que
bien le sepa, teniendo tales ojos, tal furor, tal perseguidor y tal
brazo contra sí? Porque si tan grande mal es carescer del favor
y providencia del Señor, ¿cuánto mayor lo será haber conver-
tido contra sí las armas desta misma providencia, y que el
espada que estaba desenvainada contra tus enemigos, se vuelva
contra ti; y los ojos que velaban para defenderte, velen agora,
(1) Oses?, V. (2) Amos, IX.
132 guía de pecadores
para destruirte; y el brazo que era para sostenerte, sea agora
para derribarte; y el corazón que pensaba sobre ti pensamien-
tos de paz y de amor, piense agora pensamientos de aflicción
y dolor; y el que había de ser tu escudo, tu sombra y tu am-
paro, venga á ser agora polilla para comerte, y león para des-
pedazarte? ¿Cómo puede dormir seguro el que sabe que cuando
él duerme, está Dios como aquella vara de Hieremías (i), ve-
lando para su castigo y aflicción? ¿Qué consejo habrá contra
este consejo, qué brazo contra este brazo y qué providencia
contra esta providencia? ¿Quién jamás, como se escribe en Job (2),
se puso en armas contra Dios, y le resistió, que tuviese paz?
Finalmente, tal es y tan grande este mal, que uno de los ma-
yores castigos con que Dios suele castigar ó amenazar á los ma-
los en esta vida, es levantar dellos la mano de su paternal pro-
videncia: como El mismo lo testifica en muchos lugares de la
sancta Escriptura. Porque en una parte dice: No quiso mi pueblo
oir mi voz, ni tener cuenta comigo; pues Yo tampoco la
quise tener con él de la manera que antes la tenía. Y así
permití que fuesen llevados de los deseos de su corazón: de
donde se seguirá que vayan cada día de mal en peor. Y por
el profeta Oseas dice (3) : Ohádástete de la ley de tu Dios,
olvidarme he yo también de tus hijos. De suerte que así co-
mo uno de los mayores males que le pueden venir á una mu-
jer, es darle su buen marido libelo de repudio, y abrir mano
della; y á una viña desampararla su señor, y dejar de labrarla
(porque luego de viña se hace monte) así uno de los mayo-
ses males que pueden venir á un ánima, es levantar Dios la mano
della. Porque ¿qué podrá ser un ánima sin Dios, sino una viña
sin viñadero,una huerta sin hortelano, un navio sin piloto, un ejér-
cito sin capitán, y una república sin cabeza, ó por mejor decir,
un cuerpo sin ánima?
Cata aquí pues, hermano mío, cómo por todas partes te cerca
Dios, y te cerca esta razón: porque si no basta para mover tu
corazón el amor y deseo de aquella paternal providencia, mué-
vate siquiera el temor deste desamparo: porque á los que no
suele mover el deseo de los bienes, mueve muchas veces el
temor de grandes males.
(i; Jerem. I. {2) Job. IX. (3) Ose», IV .
DEL SEGUNDO PRIVILEGIO DE LA. VIRTUD, QUE ES LA GRACIA DEL ESPÍRITU
SANCTO QUE SE DA A LOS VIRTUOSOS,
CAPÍTULO xm.
STA paternal Providencia es (como dijimos) la fuente
de todos los otros privilegios y beneficios que Dios
hace á los suyos. Porque á esta Providencia perte-
nesce proveerles de todos los medios necesarios para conseguir
su fin (que es su última perfección y felicidad) así ayudándoles
y dándoles la mano en todas sus necesidades, como criando en
sus ánimas todas aquellas habilidades y virtudes y todos los há-
bitos infusos que para esto se requieren. Entre los cuales el pri-
mero es la gracia del Espíritu Sancto, que después desta divina
Providencia es el principio de todos los otros privilegios y dones
celestiales. Y así ésta es aquella primera vestidura que se dio al
hijo pródigo cuando fué recebido en la casa de su padre (i). Y
si me preguntares qué cosa sea esta gracia, dígote que gracia
(como declaran los teólogos) es una participación de la naturale-
za divina: esto es, de la sanctidad, de la bondad, de la pureza y
nobleza de Dios, mediante la cual despide el hombre de sí la
bajeza y villanía que le viene por parte de Adam, y se hace par-
ticipante de la sanctidad y nobleza divina, despojándose de sí, y
vistiéndose de Cristo. Esto declaran los sanctos con un común
ejemplo del hierro echado en el fuego: el cual sin dejar de ser
hierro, sale de ahí todo abrasado y resplandesciente como el mis-
mo fuego: de manera qjs permanesciendo la misma substancia
y nombre de hierro, el resplandor, y el calor, y otros tales ac-
cidentes son de fuego. Pues desta manera la gracia (que es una
cualidad celestial, la cual infunde Dios en el ánima) tiene esta
maravillosa virtud de transformar el hombre en Dios de tal ma-
nera, que sin dejar de ser hombre, participe en su manera las
(i) Luc. XV.
154 <5U^ ^^ PECADORES
virtudes y pureza de Dios, como las había participado aquél que
decía: Vivo 3'o, }'a no yo: mas vive en mi Cristo.
Gracia es otrosí una forma sobrenatural y divina: la cual hace
al hombre vivir tal vida, cual es el principio y forma de do pro-
cede, que es también sobrenatural y divina. En lo cual resplan-
desce maravillosamente la providencia de Dios, que así como
quiso que el hombre viviese dos vidas, una natural y otra so-
brenatural, así para esto le proveyó de dos formas (que son como
dos ánimas destas vidas) una para vivir la una, y otra para la otra.
De donde así como del ánima (que es forma natural) proce-
den todas las potencias y sentidos con que se vive la vida na-
tural, así de la gracia (que es forma sobrenatural) proceden todas
las virtudes y dones del Espíritu Sancto, con que se vive la otra
vida sobrenatural: que es como quien prove3'"ese á un hombre
que tuviese dos oficios, de dos maneras de instrumentos para
entender en ellos.
Gracia otrosí es un atavío y ornamento espiritual del ánima
hecho por mano del Espíritu Sancto: el cual la hace tan gracio-
sa y hermosa en los ojos de Dios, que la recibe por hija y por
esposa suya. En el cual atavío se gloriaba el Profeta cuando de-
cía (i): Gozando me gozaré en el Señor, y mi ánima se alegrará
en mi Dios: porque Él me ha vestido con vestidura de salud, y
cercado de ropas de justicia, y así como á esposo me ha puesto
una corona en la cabeza, y como á esposa me ha ataviado con
todas sus joyas y atavíos, que son todas las virtudes y dones del
Espíritu Sancto, con que el ánima del justo está adornada y ata-
viada por mano de Dios. Ésta es aquella vestidura de muchas
colores, de que está vestida la hija del Rey, asentada á la dies-
tra de su esposo (2), porque de la gracia proceden los colores
de todas las virtudes y hábitos celestiales, en que está su her-
mosura.
De lo dicho se puede luego entender cuáles sean los efectos
que esta gracia obra en el ánima donde mora. Porque un efecto
suyo, y el más principal, es hacer el ánima tan graciosa y her-
mosa en los ojos de Dios, que la tome (como dijimos) por hija?
por esposa, por templo y morada suya, donde tenga sus deleites
con los hijos de los hombres. Otro efecto es, no sólo hermosearla,
(i) Isai. LXI. [2) Psalm. XLIV.
LIBRO I. CAPÍTULO xiií. "r3§
sino también fortalecerla mediante las virtudes que della proce-
den, que son como otros cabellos de Sansón, en los cuales con-
siste no sólo la hermosura, sino también la fortaleza del ánima.
Y de lo uno y de lo otro es alabada en el libro de los Cantares
cuando maravillándose los ángeles de su hermosura, dicen (i):
^ Quién es ésta que sube á lo alto como la mañana cuando se
levanta, hermosa como la luna, escogida como el sol, y terrible
como los haces de los reales bien ordenados? Por do parece
que la gracia es como un arnés tranzado que arma el hombre
de pies á cabeza, y le hace fuerte y hermoso; y tan fuerte, que
como dice Sancto Tomás, el menor grado de gracia basta para
vencer todos los demonios y todos los pecados del mundo.
Otro efecto suyo es hacer al hombre tan grato y de tanta dig-
nidad en los ojos de Dios, que todas cuantas obras deliberadas
hace, que no sean pecados, le son gratas y merecedoras de vida
eterna. De suerte que no sólo los actos de las virtudes, mas las
obras naturales, como son el comer, el beber y el dormir, &c.
son gratas á Dios, y merescedoras deste tan grande bien, porque
por serle tan agradable el subjecto, es agradable y meritorio todo
cuanto hace, no siendo malo.
Otro efecto es hacer al hombre hijo de Dios por adopción y
heredero de su reino, y escribirle en el libro de vida donde es-
tán escriptos todos los justos: y así tener derecho á aquella ri-
quísima heredad del cielo. Éste es aquel privilegio que encare-
cía el Salvador á sus discípulos, cuando viniendo ellos muy ufa-
nos por ver que hasta los demonios les obedescían en su nombre,
les respondió diciendo (2): No tenéis de qué alegraros por tener
señorío sobre los demonios; mas alegraos porque vuestros nom-
bres están escriptos en el reino de los cielos: pues está claro que
éste es el mayor bien que el corazón humano en esta vida puede
desear.
Finalmente, por abreviar, la gracia es la que habilita el hom-
bre para todo bien; la que allana el camino del cielo; la que hace
el yugo de Dios suave; la que hace correr al hombre por el ca-
mino de las virtudes; la que restituye y sana la naturaleza en-
ferma, y así hace que le sea ligero lo que antes (cuando estaba
enferma) le era pesado: y la que por una manera inefable refor-
(i; Cant. VI. (2) Luc. X.
I^é GUÍA DE PECADORES
ma y arma, mediante las virtudes que de ella proceden, todas las
potencias de nuestra ánima, alumbrando el entendimiento, en-
cendiendo la voluntad, recogiendo la memoria, esforzando el li-
bre albedrío, templando la parte concupiscible para que no se
desperezca por lo malo, y esforzando la irascible para que no se
acobarde para lo bueno. Y demás desto, porque todas las pasio-
nes naturales que están en estas dos fuerzas inferiores de nues-
tro apetito, son unos como padrastros de la virtud, y unos pos-
tigos y entraderos por donde los demonios suelen entrar en
nuestras ánimas: para remedio desto pone una guarda, y uno
como alcaide en cada uno destos lugares para guardar aquel
paso, que es una virtud infusa venida del cielo, y que allí asiste
para asegurarnos del peligro que por parte de aquella pasión
nos podía venir. Y así para defendernos del apetito de la gula,
pone la virtud de la templanza; para el de la carne, la de la
castidad; para el de la honra, la de la humildad: y así en todos
los demás.
Y sobre todo esto la gracia aposenta á Dios en el ánima:
para que morando en ella la gobierne, defienda y encamine al
cielo: y así está ella como rey en su reino, como capitán en su
ejército, como padre de familia en su casa, como maestro en su
escuela, y como pastor en su ganado, para que allí ejercite y
use espiritualmente todos estos oficios y providencias. Pues si
esta perla tan preciosa (de que tantos bienes proceden) es per-
petua compañera de la virtud, ¿quién habrá que no huelgue de
buena gana de imitar Id prudencia de aquel sabio mercader del
Evangelio (i), que dio todo cuanto tenía por alcanzarla?
(i) Matth, XIII.
DEL TERCERO PRIVILEGIO DÉLA VIRTUD, QUE ES LA LUMBRE Y CONOSCIMIENTO
SOBRENATURAL QUE DA NUESTRO SeÑOR Á LQü VIRTUOSOS.
CAPÍTULO XIV.
1l tercero privilegio que se concede á la virtud, es una
'JM especial lumbre y sabiduría que nuestro Señor co-
munica á los justos: la cual procede de la misma gracia que
dijimos, así como todos los otros. La razón desto es, por-
que como á la gracia pertenesce sanar la naturaleza, así como
cura el apetito y la voluntad enferma por el pecado: así tam-
bién cura el entendimiento, que no menos quedó escurescido
por el mismo pecado: para que así con lo uno entienda el hom-
bre lo que debe hacer, y con lo otro lo pueda hacer. Conforme
á lo cual dice S. Gregorio en los Morales: Pena es que fué dada
por el pecado, no poder cumplir el hombre lo que entendía: y
también fué pena no enterderlo. Por lo cual dijo el Profeta (i):
El Señor es mi lumbre contra la ignorancia, y El es mi salud con-
tra la impotencia. En lo uno le enseña lo que debe desear, y
en lo otro le da fuerzas para que lo pueda alcanzar; y así lo
uno como lo otro pertenesce á la misma gracia. Para lo cual,
demás del hábito de la fe y de la prudencia infusa que alum-
bran nuestro entendimiento para saber lo que ha de creer y lo
qua ha de obrar, se añaden los dones del Espíritu Sancto: entre
los cuales los cuatro pertenescen al entendimiento, que son el
don de la sabiduría, para darnos conocimiento de las cosas más
altas; el de la sciencia, para las más bajas; el del entendimiento,
para penetrar los misterios divinos, y la conveniencia y hermo-
sura dellos; y el del consejo, para sabernos haber en las perple-
jidades que muchas veces se ofrecen en esta vida. Todos estos
rayos y resplandores proceden de la gracia: la cual por eso se
llama en las Escripturas divinas unción, que como dice Sant
Juan (2), nos enseña todas las cosas. Porque así como el olio
(1) Psalm. XXVI. (2) I Joan. II.
UB GUÍA DE PECADORES
entre los otros licuores señaladamente sirve para sustentar la
lumbre y para curar las llagas; así esta divina unción hace lo
uno y lo otro, curando las llagas ds nuestra voluntad, y alum-
brando las tinieblas de nuestro entendimiento. Y éste es aquel
olio preciosísimo sobre todos los bálsamos, de que el sancto rey
David se preciaba cuando decía (i): Ungiste, Señor, mi cabeza
con abundancia ds olio: parque está claro que no hablaba él
aquí ni de la cabsza material, ni tampoco del olio material, sino
de la cabsza espiritual, que es la más alta parte de nuestra áni-
ma (donde está el entendimisito, cdtid D^dinD declara sobre
este paso) y dsl olio espiritual, qis es la lumbre del Espíritu
Sancto con que esta lámpara se sustenta. Pues de la lumbre deste
olio tenía grande abundancia este sancto rey: lo cual él confiesa
en otro psalmo, donde dice (2) que le había Dios manifestado
las cosas inciertas y ocultas de su sabiduría.
Hay también otra razón para esto. Porque como el oficio de
la gracia sea hacer á un hombre virtuoso, y esto no pueda ser
sino induciéndole á tener dolor y arrepentimiento de la vida
pasada, amor de Dios, aborrescimiento del pecado, deseo de los
bienes del cielo, y desprecio del mundo: claro está que nunca
podrá la voluntad tener estos }'■ otros tales afectos, si no tuviere
en el entendimiento lumbre y conoscimiento proporcionado que
los despierte; pues la voluntad es potencia ciega, que no puede
dar paso sin que el entendimiento vaya delante alumbrán-
la, y declarándole el mal ó bien de todas las cosas: para que
conforme á esto se aficione ó desaficione á ellas. Por lo cual dice
Sancto Tomás que así como cresce en el ánima del justo el
amor de Dios, así también cresce el conoscimiento de la bon-
dad, amabilidad y hermosura de Dios en la misma proporción:
de tal modo que si cien grados cresce lo uno, otros tantos
cresce lo otro; porque quien mucho ama, muchas razones de
amor conosce en la cosa que ama: y quien poco, pocas. Y lo
que se entiende claro del amor de Dios, también se entiende del
temor, y de la esperanza, y del aborrescimiento del pecado: el
cual nadie aborrescerá sobre todas las cosas, si no entendiere que
es él un tan grande mal, que merece ser aborrescido sobre to-
das ellas. Pues así como el Espíritu Sancto quiere que haya es-
(I) Psalm. XXII. (?) Psalm, L.
LIBRO I. CAPÍTULO XíV. \^^
tos afectos en el ánima del justo, así también ha de querer que
haya causas que los produzgan: así como queriendo que hubiese
diversidad de efectos en la tierra, quiso también que la hubiese
en las causas y influencias del cielo.
Y demás desto, si es verdad que la gracia aposenta á Dios en
el ánima del justo (según arriba declaramos) 3^ Dios (como tan-
tas veces dice Sant Juan) es lumbre que alumbra todo hombre
que A'iene á este mundo; claro está que mientra más pura y
limpia la hallare, más resplandescerán en ella los rayos de su di-
vina luz, como lo hacen los del sol en un espejo muy acicala-
do y limpio. Por lo cual llama S. Augustín á Dios sabiduría del
ánima purificada: porque esta tal esclaresce Él con los rayos de
su luz, enseñándole lo que le conviene para su salvación.
Mas ;qué maravilla es hacer Él esto con los hombres, pues
lo mismo hace en su manera con todas las otras criaturas, las
cuales por instincto del autor de la naturaleza saben todo aquello
que conviene para su conservación? ¿Quién enseña á la o\'eja
entre tantas especies de yerbas como ha.y en el campo, la que
le ha de dañar, y la que le ha de aprovechar: y así pascer la una
y dejar la otra; y conoscer otrosí el animal que es su amigo y
el que es su enemigo, y así. huir del lobo, 3^ seguir al mastín,
sino este mismo Señor: Pues si este conoscimiento da Dios á
los brutos para que se conserven en la vida natural, ¿cuánto
más proveerá á los justos de otro ma3-or conoscim.iento para que
se conserven en la espiritual, pues no tiene menor necesidad
el hombre del para las cosas que son sobre su naturaleza, que
el bruto para las que son conformes á ia su va? Porque si tan
solícita fué la divina Providencia en la provisión de las obras
de naturaleza, ^ cuánto más lo será en las de gracia, que son
tanto más excelentes, 3' que tan levantadas están sobre toda la
facultad del hombre?
Y aun este ejemiplo no sólo prueba que ha-va. este conosci-
miento, sino declara también de la manera que es; porque no
es tanto conoscimiento especulativo, cuanto práctico; porque no
se da para saber, sino para obrar: no para hacer sabios dispu-
tadores, sino virtuosos obradores. Por lo cual no se queda en
solo el entendimiento (como el que se alcanza en las escuelas)
sino comunica su virtud á la voluntad, inclinándola á todo aque-
llo que la despierta y llama el tal conoscimiento. Porque esto
i 40 GUÍA DE PECADORES
es proprío de los ínstinctos del Espíritu Sancto: el cual como
perfectísimo maestro enseña muchas veces con esta perfección
á los suyos lo que les conviene saber. Conforme á lo cual dice
la Esposa en los Cantares (i): Mi ánima se derritió después que
habló mi amado. En lo cual se muestra claro la diferencia que
hay desta doctrina á las otras, pues las otras no hacen más que
alumbrar el entendimiento; mas ésta regala también y mueve la
voluntad, y penetra con su virtud todos los rincones y senos
de nuestra ánima: obrando en cada uno aquello que conviene
para su reformación: según que lo declara el Apóstol dicien-
do (2): Viva es la palabra de Dios, y eficaz: la cual penetra más
que un cuchillo de dos filos agudo; pues llega á hacer división
entre la parte animal y espiritual del hombre, apartando lo uno
del otro, y deshaciendo la mala liga que suele haber entre
carne y espíritu, cuando el espíritu juntándose con la mala mu-
jer de su carne se hace una cosa con ella. La cual hga deshace
la virtud y eficacia de la palabra divina, haciendo que el hombre
viva por sí vida espiritual y no carnal.
§•1.
Este es, pues, uno de los principales efectos de la gracia, y
uno de los señalados privilegios qu3 tienen los virtuosos en esta
vida. Y porque esto (aunque probado por tan claras razones) por
ventura parecerá á los hombres carnales escuro de entender, ó
dificultoso de creer, probarlo hemos agora evidentísimamente
por muchos testimonios, así del Viejo como del Nuevo Testa-
mento. En el Nuevo dice el Señor por sant Juan así (3): El
Espíritu Sancto consolador, que enviará el Padre en mi nombre,
El os enseñará todas las cosas, y repitirá las leciones que Yo os
he leído, y os las traerá á la memoria. Y en otro lugar (4): Es-
cripto está (dice El) en los profetas que ha de venir tiempo en
que los hombres sean enseñados de Dios. Pues todo aquél que
ha dado oídos á este maestro (que es mi Padre) y aprendido,
del, viene á Mí. Conforme á lo cual dice el mismo Señor por
Hieremías (5): Yo haré que mis leyes se escriban en los corazo-
(I) Cant. V. (2) Hebr. IV. (3; Joan. XIV. (4) Ibid. VI. (5) Jerem XXXI.
LlBkO 1. CAPÍTULO XIV. Í4I
nes de los hombres, y Yo mismo (que un tiempo las escribí en
tablas de piedra) las escribiré en sus entrañas: y así vendrán to-
dos á ser enseñados de Dios. Y por el profeta Isaías, declaran-
do el Señoría prosperidad de su Iglesia, dice así (i): Pobrecita,
derribada con la fuerza de las tempestades que te han cercado,
yo te volveré á reedificar, y asentaré por orden las piedras de
tu edificio, y te fundaré sobre piedras preciosas, y haré tus ba-
luartes de jaspe, y serán todos tus hijos enseñados por el Señor
Y más abajo por el mism.o Profeta repite lo mismo diciendo: Yo
soy tu Señor Dios que te enseño lo que te conviene saber, y el
que te gobierno por este camino que andas. En las cuales pala-
bras entendemos que hay dos maneras de sciencias, una de sane-
tos, y otra de sabios: una de justos, y otra de letrados: y la de
los sanctos es aquella que dice Salomón (2): La sciencia de los
sanctos es prudencia. Porque la sciencia es para saber, mas la
prudencia para obrar: y tal es la sciencia que á los sanctos se da.
Pues en los psalmos de David ¡cuántas veces hallamos pro-
metida esta misma sabiduría! En un psalmo dice (3): La boca
del justo meditará la sabiduría, y su lengua hablará juicio.
En otro promete el mismo Señor al varón justo, diciendo (4): Yo
te daré entendimiento, y te enseñaré lo que has de hacer en este
camino por donde andas, y pondré mis ojos sobre ti. Y luego
más abajo, comiO cosa de grande precio y admiración, pregunta
el mismo Profeta diciendo: ¿Quién es este varón que teme á
Dios, á quien Él hará tan grande merced, Cjue El será su maes-
tro, y le enseñará la ley en que ha de vivir, y el camino que ha de
llevar? Y en el mismo psalmo, donde nosotros leemos: Firmeza
es el Señor de los que le temen, traslada Sant Hierónirao: El se-
creto del Señor se descubre á los que le temen, y su testamen-
to (que son sus leyes sanctísimas) son á ellos manifestadas y de-
claradas: cuya declaración es grande luz del entendimiento, dulce
pasto de la voluntad, y recreación para todo el hombre de
grande suavidad. El cual conoscimiento unas veces llama el mis-
rao Profeta pasto de su ánima en que Dios le había puesto:
otras, agua de refección con que le había recreado, y otras, me-
sa de fortaleza con cuyos manjares se esforzaba contra toda la
furia de sus enemigos.
(i) Isai. LIV, (2) Prov. IX. (3) Psalm. XXXVI. (4; Psalm. XXXI.
í^¿ • GUÍA DE PECADORES
Por la cual causa el mismo Profeta en aquel divino psalmo
que comienza (i): Beati immaculati in via, pide tantas veces es-
ta lumbre y enseñanza interior, y así una vez dice: Siervo tu-
yo soy yo, Señor, dame entendimiento para que sepa tus man-
damientos. Otra dice: Esclaresce, Señor, mis ojos para que vea
las maravillas de tu ley. En otra dice: Dame entendimiento, y
escudriñaré tu ley, y guardarla he con todo mi corazón. .Final-
mente, ésta es la petición que más veces aquí repite: la cual
nunca él pidiera con tanta instancia, si no entendiera muy bien
la eficacia desta doctrina y la costumbre que el Señor tiene de
comunicarla.
Pues siendo esto así, ¿ qué mayor gloria que tener -tal maes-
tro, y cursar en tal escuela, donde el Señor lee de cátedra, y en-
seña la sabiduría del cielo á sus escogidos? Si iban los hom-
bres (como dice Sant Hierónimo) dende los últimos términos de
España y Francia hasta Roma por ver á Tito Livio, que tan
afamado era de elocuente: y si aquel gran sabio Apolonio, se-
gún algunos lo estiman, rodeó el monte Cáucaso y mucha par-
te del mundo por ver á Hi arcas asentado en un trono de oro
entre unos pocos de discípulos disputando del movimiento de
los cielos y de las estrellas, ¿ qué debían hacer los hombres por
oir á Dios asentado en el trono de su corazón enseñándoles,
no de la manera que se mueven los cielos, sino de cómo se
eanan los cielos?
Y porque no pienses que esta doctrina es así como quiera,
oye lo que de la excelencia della dice el profeta David (2),
aunque esta luz no sea tan general y común para todos: Más
supe que todos cuantos me enseñaban, porque me ocupaba en
pensar tus mandamientos, y más que todos los viejos y ancia-
nos, porque me empleaba en guardarlos. Pero aun mucho más
promete el Señor por Isaías á los su^^os, diciendo (3): Darte ha
el Señor descanso por todas partes, y hinchirá tu ánima de res-
plandores, y serás como un vergel de regadío y como una fuen-
te que siempre corre y nunca le falta agua. Pues ¿qué resplan-
dores son éstos de que hinche Dios las ánimas de los suyos,
.sino el conoscimiento que les da de las cosas de su salud? Por-
que allí les enseña cuan grande sea la hermosura de la virtud,
(i) Psalm. CXVIÍ!, (2) Psalm, CXVIII. ^3) Tsai, LVIII.
LIBRO I. CAPl-ÍULO XÍV. l4^
la fealdad del vicio, la vanidad del mundo, la dignidad de la
gracia, la grandeza de la gloria, la suavidad de las consolacio-
nes del Espíritu Sancto, la bondad de Dios, la malicia del de-
monio, la brevedad desta vida y el engaño común cuasi de to-
dos los que viven en ella. Y con este conoscimiento, como di-
ce el mismo Profeta (i), los levanta muchas veces sobre las al-
turas de los montes, y dende allí contemplan al Rey en su her-
mosura, y sus ojos ven la tierra de lejos. De donde nasce que
los bienes del cielo les parezcan lo que son, porque los miran
como de cerca, y los de la tierra muy pequeños, porque de-
más de serlo, los miran de lejos. Lo contrario de lo cual acaesce
á los malos, como quien tan de lejos miran las cosas del cielo
y tan de cerca las de la tierra.
Y ésta es la causa por donde los que participan este don ce-
lestial, ni se envanecen con las cosas prósperas, ni desma}'an
con las adversas; porque con esta luz ven cuan poco es todo
cuanto el mundo puede dar y quitar en comparación de lo que
Dios da. Y así dice Salomón (2) que el justo permanece de una
misma manera en su sabiduría como el sol; mas el loco á cada
hora se muda como la luna. Sobre las cuales palabras dice S. Am-
brosio en una epístola: El sabio no se quebranta con el temor,
no se muda con el poder, no se levanta con las cosas prósperas,
no se ahoga con las adversas. Porque donde está la sabiduría,
ahí está la virtud, ahí la constancia, ahí la fortaleza. De manera
que siempre se es el mismo en su ánimo, y ni se hace mayor ni
menor con las mudanzas de las cosas, ni se deja llevar de todos
los vientos de doctrinas, sino persevera perfecto en Cristo, fun-
dado en caridad y arraigado en la fe.
Y no se debe nadie maravillar que esta sabiduría sea de
tan grande virtud: porque no es ella (como ya dijimos) sa-
biduría de la tierra, sino del cielo; no la que envanece, sino
la que edifica; no la que solamente alumbra con su especula-
ción el entendimiento, sino la que mueve con su calor la vo-
luntad: de la manera que movía la de Sant Augustín, de quien,
se escribe que lloraba cuando oía los p salmos y voces de
la Iglesia, que dulcemente resonaban: las cuales voces entra-
ban por sus oídos á lo íntimo de su corazón, y allí con el ca-
(i) Ibid. XXXIII. (2) Eccli. XXVII.
Í44 GUÍA t)E PECADORES
lor de la devoción se derretía la verdad en sus entrañas, y co-
rrían lágrimas por sus ojos, con las cuales dice que le iba muy
bien, i Oh bienaventuradas lágrimas, y bienaventurada escuela,
y bienaventurada sabiduría, que tales fructos da ! ¿ Qué se puede
comparar con esta sabiduría? No se dará, dice Job (i), por ella
el oro precioso, ni se trocará por toda la plata del mundo. No
igualarán con ella los paños de Indias labrados de diversos co-
lores, ni las piedras preciosas de gran valor. No tienen que ver
con ella los vasos de oro y vidro ricamente labrados, ni otra co-
sa alguna por grande y eminente que sea. Después de las cua-
les alabanzas concluye el sancto varón, diciendo: Mirad que el
temor de Dios es esta sabiduría, y apartarse del pecado es la
verdadera inteligencia.
Éste es pues, hermano, uno de los grandes premios con que
te convidamos á la virtud, pues ella es la que tiene las llaves
deste tesoro. Y así por este medio nos convida á ella Salomón
en sus Prov^erbios (2), diciendo que si guardare el hombre sus
palabras, y escondiere sus mandamientos en su corazón, enton-
ces entenderá el temor del Señor, y hallará la sciencia de Dios.
Porque el Señor es el que da la sabiduría, y de su boca proce-
de la prudencia y la sciencia. La cual sabiduría no permanesce
en un mismo ser; porque cada día cresce con nuevos resplan-
dores y conoscimientos, como el mismo sabio lo significó di-
ciendo (3): La senda de los justos resplandesce como luz, y así
va procediendo y cresciendo hasta el perfecto día: que es el
de aquella bienaventurada eternidad, donde ya no diremos con
los amigos de Job que recibimos como á hurto las secretas ins-
piraciones de Dios, sino que claramente veremos y oiremos al
mismo Dios.
Esta es, pues, la sabiduría de que gozan los hijos de la luz:
mas los malos, por el contrario, viven en aquellas tan horribles
tinieblas de Egipto que se podían palpar con las manos (4). En
figura de lo cual leemos que en la tierra de Jesé (donde mo-
raban los hijos de Israel) había siempre luz, mas en la de Egip-
to día y noche había estas tinieblas: las cuales nos representan
la horrible ceguedad y noche escura en que viven los malos,
como ellos mismos lo confiesan por Isaías, diciendo (5): Espera-
(l) Job XXVIll. (2) Pror IT. (3) Ibid. IV. (4) Exod. X. (S) Isai. LIX,
Libro i. capítulo xív. 14;
mos la luz, y vinieron tinieblas: y anduvimos como ciegos palpan-
do las paredes: y como si no tuvdéraraos ojos, así atentábamos
con las manos. Caímos en medio del día como si fuera de noche,
y en los lugares escuros, como cuerpos de muertos. Si no, dime;
¿qué mayores ceguedades y desatinos que en los que cada paso
caen los malos? ¿qué mayor ceguedad que vender el reino del
cielo por las golosinas del mundo, que no temer el infierno, no
buscar el paraíso, no temer el pecado, no hacer caso del juicio
divino, no estimar las promesas ni las amenazas de Dios, no re-
celar la muerte que á cada hora nos aguarda, no aparejarse pa-
ra la cuenta, y no ver que es momentáneo lo que deleita, y
eterno lo que atormenta? No supieron, dice el Profeta (i) ni
entendieron: en tinieblas andan perpetuamente; y así por unas
tinieblas caminan á otras tinieblas, esto es, por las interiores
á las exteriores, y por las desta vida á las de la otra.
A cabo de toda esta materia me pareció avisar que aun-
que todo lo que está dicho desta celestial sabiduría y lumbre
del Espíritu Sancto, sea grande verdad, mas no por eso ha
de dejar nadie (por muy justificado quesea) de subjectarse hú-
milmente al parecer y juicio de los mayores, y señalada-
mente de los que están puestos por maestros y doctores de la
Iglesia, como en otra parte más á la larga dijimos. Porque
¿quién más lleno de luz que el apóstol Sant Pablo, ni que Moi-
sén, que hablaba con Dios cara á cara? Y con todo eso el uno
vino á Hierusalem á comunicar con los Apóstoles el Evange-
lio (2) que había aprendido en el tercero cielo, y el otro no des-
preció el consejo de Jetro (3), su suegro, aunque gentil. La ra-
zón desto es, porque las ayudas y socorros interiores de la gra-
cia no excluyen las exteriores de la Iglesia ; pues de una y
de otra manera quiso la divina Providencia proveer á nuestra
flaqueza, que de todo tenía necesidad. Por donde así como el
calor natural de los cuerpos se ayuda con el calor exterior de
los cielos: y la naturaleza, que procura cuanto puede la salud de
su individuo, es también ayudada con las medicinas exteriores,que
para esto fueron criadas: así también las lumbres y favores in-
teriores de la gracia son grandemente ayudados con la luz y
doctrina de la Iglesia, y no será merecedor de los unos el que
no se quisiere húmilmente subjectar á los otros.
(i) Fsalm. LXXXI. (2) Galat. lí. (j) Exad. XYiU.
OBK.A.S D£ GRANABA ^—\%
del cuarto privilegio de la virtud, que sun las consolaciones del
Espíritu Sancto que se dan á los buenos.
CAPÍTULO XV
lEN pudiera 3^0 poner aquí agora por cuarto privi-
legio de la virtud ( después de la lumbre interior del
Espíritu Sancto, con que se esclarecen las tinieblas
de nuestro entendimiento) la caridad y amor de Dios, con que
se enciende nuestra voluntad: mayormente pues á ella pone el
Apóstol por el primero de los fructos del Espíritu Sancto. Mas
porque aquí más tratamos de los favores y privilegios que se
dan á la virtud, que de la misma virtud; y la caridad es vir-
tud, y la más excelente de las virtudes; por eso no trataremos
aquí della, puesto caso que la pudiéramos muy bien poner en
esta lista, no en cuanto virtud, sino en cuanto un maravilloso
don que da Dios á los virtuosos: el cual por una manera inefa-
ble interiormente inflama su voluntad, y la inclina á amar á
Dios sobre todo cuanto se puede amar; el cual amor cuanto es
más perfecto, tanto es más dulce y más deleitable: y por esta
parte bien pudiera entrar en este número como fructo y pre-
mio de las otras virtudes y de sí misma. Mas por no parescer
ambicioso alabador de la virtud ( donde tantas otras cosas hay
que decir en su favor) pondré en el cuarto lugar el alegría y
gozo del Espíritu Sancto, que es propriedad natural desa misma
caridad, y uno de los principales fructos del mismo Espíritu, co-
mo lo refiere S. Pablo.
Este privilegio se deriva del pasado, porque ( como ya di-
jimos) aquella luz y conoscimiento que da nuestro Señor á los
suyos, no para en solo el entendimiento, sino desciende á la vo-
luntad, donde echa sus rayos y resplandores, con los cuales la re-
gala y alegra por una manera maravillosa en Dios. De suerte
que así como la luz material produce de sí este calor que expe-
rimentamoSj así esta luz espiritual produce en el ánima esta ale-
LIBRO I. CAPÍTULO XV. i 47
gría espiritual de que hablamos, según aquello del Profeta, que
dice (i): Amaneció la luz al justo, y á los derechos de corazón
el alegría. Y aunque desta materia tratamos en otro lugar, pero
ella es tan rica y tan copiosa, que hay para hacer muchos trata-
dos della, sin encontrarse uno con otro.
Conviénenos, pues, agora para el intento deste libro decla-
rar qué tan grande sea esta alegría; porque el conosci miento
desta verdad hará mucho al caso para aficionar los hombres á la
virtud. Porque sabida cosa es que así como todas las maneras
de males que hay se hallan en el vicio, así también todas las
maneras de bienes, así de honestidad como de utilidad, se hallan
perfectísimamente en la virtud, si no es deleite y suavidad, de que
los malos dicen que carece. Por lo cual (como el corazón huma-
no sea tan goloso y amigo de deleites) dicen los tales (á lo me-
nos por la obra) que más quieren lo que les deleita con todas
esas quiebras, que lo que carece de deleite con todas sus ven-
tajas. Esto dice Lactancio Fir miaño por estas palabras: Porque
las virtudes están mezcladas con amargura, y los vicios acompa-
ñados con deleite, ofendidos los hombres con lo uno y cebados
con lo otro, se van de boca en pos de los vicios, y desamparan
la virtud. Ésta es, pues, la causa deste tan grande mal; por lo
cual no haría pequeño beneficio á los hombres quien los sacase
deste engaño, y evidentemente les probase ser muy más delei-
table el camino de la virtud que el de los vicios. Pues esto es lo
que agora entiendo probar por evidentes razones, y señalada-
mente por autoridades y testimonios de la Escriptura divina:
porque éstas son las más firmes y ciertas probanzas que hay en
todas estas materias; pues antes faltará el cielo y la tierra que
faltar estas verdades.
Pues dime ahora, hombre ciego y engañado: si el camino de
Dios es tan triste y tan desabrido como tú lo pintas, ¿qué quiso
significar el profeta David cuando dijo (2): ¡Cuan grande es. Se-
ñor, la muchedumbre de tu dulzura, la cual tienes escondida para
los que te temen? En las cuales palabras no sólo declara cuan
grande sea esta dulzura que se da á los buenos, sino también la
causa de no conoscerla los malos, que es tenerla Dios escondida
de sus ojos. ítem: ¿qué quiso significar el mismo Profeta cuando
(1) Psalm. XCVL (2) Psalm, XXX,
14^ GÜlA DÉ PECADORES
dijo (i): Mi ánima se alegrará en el Señor, y se gozará en Dios,
autor de su salud; y todos mis huesos (esto es, todas las fuerzas
y potencias de mi ánima) dirán: Señor, ¿quién es como Tú? Pues
¿qué es esto, sino dar á entender que el alegría del justo es tan
grande, que aunque ella derechamente se reciba en el espíritu,
viene á redundar en la carne de tal manera, que la carne que no
sabe deleitarse sino en cosas carnales, viene por la comunicación
del espíritu á deleitarse en las espirituales y alegrarse en Dios
vivo; y esto con tan grande alegría, que todos los huesos del
cuerpo, recreados con esta maravillosa suavidad, dan al hombre
motivo para dar voces y decir: Señor, ¿quién es como Vos? ¿Qué
deleites hay como los vuestros? ¿Qué alegría, qué amor, qué paz,
qué contentamientos puede dar ninguna criatura como el que
dais Vos?
¿Qué quiso otrosí significar el mismo Profeta cuando dijo (2):
Voz de salud y alegría suena en las moradas de los justos, sino
dar á entender que la verdadera salud y verdadera alegría no
se halla en las casas de los pecadores, sino en las ánimas de
los justos? ¿Qué quiso también significar cuando dijo: Alégrense
los justos, y sean recreados y banqueteados en presencia de Dios,
y gócense con alegría: sino dar á entender las fiestas y los ban-
quetes espirituales con que Dios muchas veces maravillosamente
recrea las ánimas de sus escogidos con el gusto de las cosas ce-
lestiales? En los cuales banquetes se da á beber aquel vino sua-
vísimo que el mismo Profeta alaba diciendo (3): Serán, Señor,
vuestros siervos embriagados con el abundancia de los bienes
de vuestra casa, y darles heis á beber del arroyo impetuoso de
vuestros deleites. ¿ Con qué palabras, pues, pudiera mejor signi-
ficar la grandeza destos deleites que llamándolos embriaguez y
arroyo arrebatado: para declarar la fuerza que tienen para arre-
batar el corazón del hombre y trasportarlo en Dios? Y esto
mismo significa la embriaguez: porque así como el hombre que
ha bebido mucho vino, pierde el uso de los sentidos y está por
entonces como muerto con la fuerza del vino, así el hombre que
está tomado deste vino celestial, viene á morir al mundo y á to-
dos los gustos y sentidos desordenados de las cosas del.
ítem: ¿qué quiso significar el mismo Profeta cuando dijo (4);
^i; Psalm. 34. (2) Psalm. 117. (3^ Psalm. 35. (4) Psalm. 88.
LreRo r. CA.t>tTULO XV. 14$
Bienaventurado el pueblo que sabe qué cosa es jubilación? Otros
por ventura dijeran: Bienaventurado el pueblo que es abastado
y proveído de todas las cosas, y cercado de buenos muros y
baluartes, y guardado con muy buena gente de guarnición. Mas
el sancto Rey (que de todo esto sabía mucho) no dice sino que
aquél es bienaventurado, que sabe por experiencia qué cosa sea
alegrarse y gozarse en Dios, no con cualquier manera de gozo
sino con aquel que merece nombre de jubilación: el cual, como
dice S. Gregorio, es un gozo del espíritu tan grande, que ni se
puede explicar con palabras ni se deja de manifestar con muestras
y obras exteriores. Pues bienaventurado el pueblo que así ha
crescido y aprovechado en el gusto y amor de Dios, que sabe por
experiencia qué cosa sea esta jubilación, la cual no alcanzó á
saber ni el sabio Platón, ni Demóstenes el elocuente, sino el co-
razón puro y humilde donde mora Dios. Pues si el mismo Dios
es el autor deste gozo y jubilación, ,jqué tal será el gozo causado
por Dios ? Porque cierto es que así como (generalmente hablan-
do) el castigo de Dios es conforme al mismo Dios, así también
el consuelo de Dios suele ser conforme á El. Pues si tan grandes
son los castigos cuando castiga, ^qué tan grandes serán los con-
suelos cuando consuela? Si tan pesada tiene la mano cuando la
carga para azotar, ¿qué tan blanda la tendrá cuando la extiende
para regalar, mayormente manifestándose este Señor muy más
admirable en las obras de misericordia que en las de justicia?
Sobre todo esto dime: (jqué bodega es aquella de vinos pre-
ciosos, donde la esposa se gloría que la había llevado su esposo
y ordenado en ella la caridad? Y ¿qué linaje otrosí de convite
es aquel á que nos convida el mismo esposo, diciendo: Bebed,
amigos, y embriagaos los muy amados? Pues (iqué embriaguez es
ésta, sino la grandeza deste divino dulzor, el cual de tal manera
transporta y enajena los corazones de los hombres, que los hace
andar como fuera de sí? Porque entonces solemos decir que está
un hombre embriagado, cuando es más el vino que ha bebido
del que puede digerir su calor natural: por donde viene el vino
á subirse á la cabeza y enseñorearse de tal manera del, que ya
no se rige por sí, sino por el vino que está en él. Pues si esto es
así, dime: ,jqué tal estará un ánima cuando esté tan tomada deste
vino celestial, cuando esté tan llena de Dios y de su amor, que
no pueda ella con tan grande carga de deleites ni baste toda su
t ^O GUÍA DE PECADORES
capacidad y virtud para sufrir tan grande felicidad? Así se escri-
be del sancto Efrén que muchas veces era tan poderosamente
arrebatado deste vino de la suavidad celestial, que no pudiendo
ya la flaqueza del subjecto sufrir la grandeza d estos deleites, era
compelido á clamar á Dios, diciendo: Señor, apartaos un poco de
mí, porque no puede la flaqueza de mi cuerpo sufrir la grandeza
de vuestros deleites. ¡Oh maravillosa bondad! ¡Oh inmensa sua-
vidad deste soberano Señor, que con tan larga mano se comu-
nica á sus criaturas, que no baste la fortaleza de su corazón para
sufrir la abundancia de tan grandes alegrías!
Pues con esta celestial embriaguez se adormescen los senti-
dos del ánima; con ésta goza de un sueño de paz y de vida; con
ésta se levanta sobre sí misma, y conoce, y ama, y gusta sobre
todo lo que alcanza el ser natural. De donde así como el agua
que está sobre el fuego, cuando está muy caliente, cuasi ol-
vidada de su propria naturaleza (que es pesada y tira para bajo)
da saltos hacia arriba imitando la ligereza y naturaleza del fue-
go de que está tomada, así la tal ánima, inflamada desta llama
celestial, se levanta sobre sí misma, y esforzándose por subir con
el espíritu de la tierra al cielo (de donde le viene esta llama)
hierv^e con deseo encendidísimo de Dios: y así corre con arre-
batados ímpetos por abrazarse con Él, y tiende los brazos en
alto por ver si podrá alcanzar Aquél que tanto ama: y como ni
puede alcanzarlo ni dejar de desearlo, desfallece con la grande-
za del deseo no cumplido, y no le queda otro consuelo sino en-
viar sospiros y deseos entrañables al cielo, diciendo con la Es-
posa de los Cantares (i): Haced saber á mi amado que estoy en-
ferma de amor: la cual manera de enfermedad dicen los sanctos
que procede de impedírsele y dilatarse el cumplimiento deste
tan grande y tan poderoso deseo. Pero no desmayes por eso (dice
un doctor) oh amoroso espíritu, porque esta enfermedad no es
de muerte, sino para gloria de Dios, y para que el Hijo de Dios
sea glorificado por ella. Mas <jqué lengua podrá declarar la gran-
deza de los deleites que pasan entre estos amados en aquel flo-
rido lecho de Salomón (2), labrado de madera de Líbano, con
sus columnas de plata, y reclinatorio de oro? Este es el lugar de
los desposorios espirituales, el cual por eso se Dama lecho, por-
^i) Cant. V. (2) Cant. III.
LIBRO I. CAPÍTULO XV. ígt
que es lugar de descanso, y de amor, y de cumplido reposo, y de
sueño de vida, y de celestiales deleites. Los cuales qué tan gran-
des sean, no lo puede saber nadie sino aquél que los ha proba-
do, como S. Juan dice en su Apocalipsi. Mas todavía no faltan
gravísimas conjecturas por donde nosotros también podamos ba-
rruntar algo de lo que esto es. Porque quien considerare la in-
mensidad de la bondad y caridad del Hijo de Dios para con los
hombres, la cual llegó á padescer tan extrañas maneras de tor-
mentos y deshonras por ellos, (icómo extrañará lo que aquí en-
carecemos, pues todo es como nada en comparación de aquello?
¿Qué no hará por amor de los justos quien hasta aquí llegó por
justos y injustos? ¿Qué regalos no hará á los amigos quien todos
aquellos dolores padesció por amigos y enemigos? Algún indi-
cio tenemos desto en el libro de los Cantares, donde son tantos
los favores y regalos que se escriben del Esposo celestial para
con su Esposa (que es la Iglesia, y cada una de las ánimas que
están en gracia) y tan dulces y amorosas palabras las que se
dicen de parte á parte, que ninguna elocuencia ni amor del mundo
las podrá fingir mayores.
Otra conjectura también hay de parte de los hombres, digo
de los justos y amigos verdaderos de Dios. Porque si miras al
corazón destos, hallarás que el mayor deseo que tienen, y en lo
que andan ocupados perpetuamente, es pensando cómo servirán
á Dios, y cómo harán de sí mil manjares para agradar en algo
á quien tanto aman, y á quien tanto hizo y hace cada día por
ellos, y con tanta blandura los trata y los consuela. Pues dime
agora: si el hombre, siendo por sí una criatura tan desleal, y tan
poco de sí para todo lo bueno, llega á tener esta fe y lealtad
con Dios, ¿qué hará para con él Aquél cuya bondad, cuya ca-
ridad, cuya lealtad es infinitamente mayor? Si, como dice el Pro-
feta (i), es proprio de Dios ser sancto con el sancto, y bueno para
con el bueno, y la bondad del hombre llega hasta aquí, ¿adonde
llegará la de Dios? Si Dios se pone á competir con los buenos
en bondad, ¿qué ventaja les hará en esta competencia tan glo-
riosa? Pues si (como dijimos) tantos potajes desea hacer de sí el
varón justo que arde en amor de Dios para agradar al mismo
Dios, ¿qué hará el mismo Dios para regalar y consolar al justo?
(i; Psalm. XVII.
í^á GUÍA DE PECADORES
Esto ni se puede explicar, ni se puede entender; porque por esto
dijo el profeta Isaías (i) que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni
en corazón humano pudo caber lo que Dios tiene aparejado para
los que esperaban en Él. Lo cual no sólo se entiende de los
bienes de gloria, sino también de los de gracia, como declara
Sant Pablo (2).
(3 Parécete, pues, hermano, que está este camino de la virtud
bastantemente proveído de deleites? ¿Parécete que podrán to-
dos los deleites de los hombres mundanos compararse con és-
tos? ¿Qué comparación puede haber entre la luz y las tinieblas,
y entre Cristo y Belial? ¿Qué comparación puede haber entre
deleites de tierra y deleites de cielo, deleites de carne y deleites
de espíritu, deleites de criatura y deleites de Criador? Porque
claro está que cuanto las cosas son más nobles y más excelentes,
tanto son más poderosas para causar mayores deleites. Si no,
dime: ¿qué otra cosa quiso significar el Profeta cuando dijo (3):
Más vale el poquito del justo, que las muchas riquezas de los pe-
cadores? Y en otro lugar (4): Más vale. Señor, un día en vuestra
casa, que mil días de fiesta fuera della. Por lo cual quise yo más
estar abatido en la casa de mi Dios, que morar en las casas so-
berbias de los pecadores. Finalmente, ¿qué otra cosa quiso sig-
nificar la Esposa en los Cantares cuando dijo (5): Más valen. Se-
ñor, tus pechos que el vino? Y luego más abajo repite lo mismo
diciendo: Gozarnos hemos. Señor, y alegrarnos hemos en ti, acor-
dándonos de tus pechos, los cuales son más dulces que el vino.
Esto es: acordándonos de la leche suavn'sima de las consolaciones
y regalos con que recreas y crías á tus pechos tus espirituales
hijos, los cuales son más suaves que el vino: por el cual claro
está que no entiende este vino material (como ni la leche de los
pechos divinos tampoco lo es) sino por él entiende todos los
deleites del mundo: los cuales da á beber aquella mala mujer
del Apocalipsi (6), que está asentada sobre las muchas aguas con
una copa de oro, con que embarracha y trastorna el seso de to-
dos los moradores de Babilonia, para que no sientan su per-
dición.
(i) Isai 64. (2; I Cor. 2. (3)Ps. 36 (4) Ps. 83. (5) Cant. I. (6) Apoc. 17.
LIBRO I. CAPITULO XV. 153
De cómo en la oración señaladamente gozan los virtuosos
d estas consolaciones divinas,
§.I.
si prosiguiendo más adelante esta materia, me pregunta-
^^j res dónde señaladamente gozan los virtuosos destas con-
solaciones que habernos dicho, á esto responde el Señor por el
profeta Isaías (i): Á los hijos de los extranjeros que se llegan
al Señor para servirle y amarle, y guardar las leyes de su amis-
tad, yo los llevaré á mi sancto monte, y alegrarlos he en la casa
de mi oración. De manera que en este santo ejercicio señalada-
mente alegra el Señor á sus escogidos. Porque (como dice Sant
Lorenzo Justiniano ) en la oración se enciende el corazón de los
justos en el amor de su Criador; y allí á veces se levantan so-
bre sí mismos, y paréceles que están ya entre los coros de los
ángeles; y allí en presencia del Criador cantan y aman, gimen
y alaban, lloran y gózanss, comen y han hambre, beben y han
sed, y con todas las fuerzas de su amor trabajan, Señor, por trans-
formarse en Vos, á quien contemplan con la fe, acatan con la
humildad, buscan con el deseo y gozan con la caridad. Enton-
ces conoscen por experiencia ser verdad lo que dijistes (2):
Mi gozo será cumplido en ellos: el cual como un río de paz se
extiende por las potencias del ánima, esclaresciendo el entendi-
miento, alegrando la voluntad, y recogiendo la memoria y todos
sus pensamientos en Dios: y aquí con unos brazos de amor abra-
zan, y tienen una cosa dentro de sí, y no saben qué es; mas
desean con todas sus fuerzas tenerla que no se les vaya. Y así
como el patriarca Jacob luchaba con aquel ángel (3), y no le
quería soltar de las manos, así acá lucha en su manera el cora-
zón con aquel divino dulzor porque no se le vaya, como cosa
en que halló todo lo que deseaba. Y así dice con Sant Pedro
en el monte (4): Señor, bueno es que nos estemos aquí, y no
nos vamos deste lugar. x\quí luego entiende el ánima todo aquel
lenguaje de amor que se habla en los Cantares, y canta ella
(I) Isai. LVL (2) Joan. XVII. (3J Genes. XXXII. (4) Matth. XVII.
154 GULV DE PECADORES
también en su manera todas aquellas suavísimas canciones, di-
ciendo (i): Sostenedme con flores, y cercadme de manzanas,
que estoy enferma de amor. Y luego más abajo dice; Su mano
siniestra tiene debajo de mi cabeza, y con la diestra me abra»
zara. Entonces el ánima encendida con esta divina llama desea
con gran deseo salir desta cárcel, y sus lágrimas le son pan de
día y de noche, mientra se dilata esta partida. La muerte tie-
ne en deseo, y la vida en paciencia, diciendo á la continua aque-
llas palabras de la misma Esposa (2) : ¡ Quién te me diese, her-
mano mío, que te mantienes de los pechos de mi madre, que te
hallase yo allá fuera y te diese besos de paz! Entonces mara-
villándose de sí misma cómo tales tesoros le estaV)an escondi-
dos en los tiempos pasados, y viendo que todos los hombres
son capaces de tan grande bien, desea salir por todas las pla-
zas y calles, y dar voces á los hombres, y decir: ¡Oh locos!
¡Oh desvariados! ^En qué andáis? ^qué buscáis? ¿cómo no os
dais priesa por gozar de tan grande bien? Gustad y ved cuan
suave es el Señor (3). Bienaventurado el varón que espera en
El. Aquí gustada ya la dulcedumbre espiritual, toda carne le es
desabrida. La compañía le es cárcel, la soledad tiene por pa-
raíso y sus deleites son estar con el Señor que ama. La hon-
ra le es carga pesada, y la gobernación de la casa y hacienda
tiene por un linaje de cruz. No querría que el cielo ni la tierra
le estorbasen sus deleites, y por esto trabaja que no se le trabe
el corazón de cosa alguna. No tiene más de un amor y un de-
seo; todas las cosas ama en uno, y uno es el amado en todas las
cosas. Sabe muy bien decir con el Profeta (4); ¿Qué tengo yo
que querer en el cielo, ni qué bienes te pido yo. Señor, en la tie-
rra? Desfallecido ha mi carne y mi corazón. Dios de mi cora-
zón, y mi única y sola parte, Dios para siempre.
No le parece que tiene ya tan escuro conoscimiento de las
cosas sagradas, sino que las ve con otros ojos: porque tales mo-
vimientos y mudanzas siente en su corazón que le son grandí-
simos argumentos y testimonios de las verdades de la fe. El
día le es enojoso cuando amanesce con sus cuidados, y desea
la noche quieta para gastarla con Dios. Ninguna noche tiene
por larga, antes la más larga le parece la mejor. Y si la noche
(I) Cant. II. (2) Cant. VIH. (3) Psalm. XXXIH. (4) Psalni. LXXII,
LffiRO I. CAPÍTULO X\'. I $ §
fuere serena, alza los ojos á mirar la hermosura de los cielos
y el resplandor de la luna y de las estrellas, y mira todas estas
cosas con otros diferentes ojos y con otros muy diferentes go-
zos. Míralas como á unas muestras de la hermosura de su Cria-
dor, como á unos espejos de su gloria, como á unos intérpretes
y mensajeros que le traen nuevas del, como á unos dechados
vivos de sus perfecciones y gracias, y como á unos presentes
y dones que el esposo envía á su esposa para enamoralla y
entretenerla hasta el día en que se hayan de tomar las manos
y celebrarse aquel eterno casamiento en el cielo. Todo el mun-
do le es un libro que le paresce que habla siempre de Dios, y
una carta mensajera que su amado le envía, y un largo proceso
y testimonio de su amor. Éstas son, hermano mío, las noches de
los amadores de Dios, y éste es el sueño que duermen. Pues
con el dulce y blando ruido de la noche sosegada, con la dulce
música y harmonía de las criaturas arrúllase dentro de sí el áni-
ma, y comienza á dormir aquel sueño velador de quien se di-
ce (i): Yo duermo, y vela mi corazón. Y como el esposo dul-
císimo la ve en sus brazos adormecida, guárdale aquel sueño
de vida, y manda que nadie sea osado á la despertar, dicien-
do (2): Conjuróos, hijas de Hierusalem, por los gamos y por los
ciervos de los campos que no despertéis á mi amada hasta que
ella quiera despertar.
Pues ¿qué tales te parescen estas noches, hermano? ¿Cuáles
son mejores, éstas, ó las de los hijos deste siglo, que andan á es-
tas horas acechando á la castidad de la inocente doncella para
destruir su honra y su alma, cargados de hierro, de temores y
de sospechas, trayendo las vidas y las ánimas en peligro y ate-
sorando ira para el día de su perdición?
De las consolaciones de los que comienzan á servir á Dios.
§. II.
¡OSIBLE sería que á todo esto me respondieses con una
M*^^ sola cosa, diciendo que estos favores tan grandes de
que habemos hablado, no se conceden á todos, sino solamente
(i) Cant. V. (2) Ibid, II
!56 GUÍA DE PECADORES
á los perfectos, y que hay mucho camino que andar hasta serlo.
Verdad es que para los tales son tales bienes; mas también pre-
viene nuestro Señor con bendiciones de dulcedumbre á los que
comienzan, y les da primero leche dulce como á niños, y des-
pués les enseña á comer pan con corteza. ¿No miras las fiestas
que se hicieron en la venida del hijo pródigo (i), los convites, los
convidados, la música que sonaba por todas partes? Pues ¿qué
es esto sino figura del alegría espiritual que pasa dentro del áni-
ma cuando se ve salida de Egipto, y libre del captiverio de Fa-
raón, y de la servidumbre del demonio? Porque ¿cómo el que
así se ve libre, no hará fiesta por tan grande beneficio? ¿Cómo
no convidará á todas las criaturas para que le ayuden á dar gra-
cias á su libertador por él diciendo: Cantemos al Señor que tan
gloriosamente ha triunfado; pues al caballo y al caballero arrojó
en la mar?
Y si esto no fuese así, ¿dónde estaría la providencia de Dios,
que á cada criatura provee perfectísimamente según su natura-
leza, su flaqueza, su edad y su capacidad? Pues cierto es que no
podrían los hombres, aun carnales y mundanos, andar por este
nuevo camino, y poner debajo de los pies al mundo, si el Señor
no los proveyese de semejantes favores. Y por esto á su di-
vina Providencia pertenesce (ya que se determina sacarlos del
mundo) hacerles este camino tan llano, que puedan fácilmente
caminar por él, sin que las dificultades del los hagan volver atrás.
Desto es evidentísima figura aquel camino por donde Dios llevó
á los hijos de Israel á la tierra de promisión, del cual escribe
Moisén estas palabras (2): Cuando sacó el Señor á los hijos de
Israel de la tierra de Egipto, no los quiso llevar por la tierra de
los filisteos (por donde era más corta la jornada) porque no se
arrepintiesen á medio camino y se volviesen á Egipto, viendo
las guerras que por aquella parte se les levantaban. Pues este
mismo Señor que entonces usó desta providencia para llevar á
á su pueblo á la tierra de promisión cuando los sacó de Egipto,
ese mismo usa agora de otra semejante á ésta para llevar al cie-
lo á los que Él quiere llevar cuando los saca del mundo.
Antes quiero que sepas que aunque los favores y consola-
ciones de los perfectos sean muy altas, pero es tan grande la
(1) Luc. XV. (2) Exod. XIII.
Libro í. caMtuío xv. í^^
piedad de nuestro Señor para con los pequeñuelos, que mirando
su pobreza, Él mismo les ayuda á poner casa de nuevo; y viendo
que se están todavía entre las ocasiones de pecar, y que tienen
aun sus pasiones por mortificar, para alcanzar victoria dellas, y
para descarnarlos de su carne, y destetarlos de la leche del mun-
do, y apretarlos consigo con tan fuertes vínculos de amor que
no se le vayan de casa, por todas estas causas los provee de una
tan poderosa consolación y alegría, que aunque ellos sean prin-
cipiantes, tiene semejanza en su proporción con el alegría de los
perfectos. Si no, dime: ¿qué otra cosa quiso Dios significar en
aquellas sus fiestas del Testamento viejo, cuando decía (i) que
el primer día y el postrero fuesen de igual veneración y solem-
nidad? Los otros seis días de en medio eran como dentre se-
mana; mas estos dos extremos eran señalados y aventajados
entre todos los otros. Pues ¿qué es esto, sino imagen y figura
de lo que hablamos? En el primer día quiere Dios que se haga
fiesta como en el postrero; para dar á entender que en el prin-
cipio de la conversión y en el fin de la perfección hace nuestro
Señor grande fiesta á todos sus siervos, considerando en los unos
el merescimiento, y en los otros la necesidad: y usando con los
unos de justicia, y con los otros de su gracia: dando á unos lo que
merescen por su virtud, y á otros más de lo que merescen por
su necesidad.
Cuando los árboles florescen y cuando madura la fruta, es-
tán más hermosos de mirar. El día del desposorio, y también del
casamiento, son días de fiesta señalados. En los principios se des-
posa nuestro Señor con el ánima, y como la toma en camisa. El
hace la fiesta á su costa; y así la fiesta es, no conforme á los
merescimientos de la esposa, sino conforme á la riqueza del es-
poso, que lo pone todo de su casa; y así dice El (2): Nuestra
hermana es pequeña y no tiene pechos, y según esto con leche
ajena ha de criar su criatura. Por esto dice la misma esposa ha-
blando con su esposo (3): Las doncelHcas te amaron mucho. No
dice las doncellas, que son las ánimas ya más fundadas en la
virtud, sino las de más tierna edad, que son las que comienzan
á abrir los ojos á aquella nueva luz: ésas (dice ella) te amaron
mucho. Porque las tales suelen tener en su comienzo grandes
(i) Levlt. XXIII; Num. XXVIII. {2) Cant. VIII. (3) Ibid. I.
tú GUÍA DE PECADORES
movimientos de amor, como Sancto Tomás lo declara en un
opúsculo. Y la causa desto entre otras dice él que es la nove-
dad del estado, del amor, de la luz y conoscimiento de las cosas
divinas que de presente conocen, que hasta allí no conoscían.
Porque la novedad deste conoscimiento causa en ellos una gran-
de admiración, acompañada con una grande suavidad y agrades-
cimiento de quien tanto bien les hizo, y que de tales tinieblas
los sacó. Vemos que cuando un hombre entra de nuevo en una
grande y famosa ciudad, ó en un palacio real, los primeros días
anda como abobado y suspenso con la novedad y hermosura de
las cosas que ve: mas después que ya las ha visto muchas ve-
ces, descrece aquella admiración y gusto con que al principio
las miraba. Pues lo mismo acaesce en su manera á los que entran
en esta nueva región de la gracia, por la novedad de las cosas
que se les descubren en ella. Por lo cual no es maravilla que
aleunas veces los nuevos devotos sientan mayores fervores en
sus ánimas que los más antiguos; porque la novedad de la luz y
sentimiento de las cosas divinas causa en ellos mayor alteración.
Y de aquí viene lo que muy bien notó S. Bernardo, que no mintió
el hermano mayor del hijo pródigo cuando se querelló de su buen
padre diciendo que habiéndole él servido tantos años sin tras-
pasar sus mandamientos, no había recebido tan grandes favores
como los que el hijo desperdiciado recibió cuando se tornó á su
casa. Hierve también el amor nuevo como el vino nuevo, en
los principios, y la olla da por cima luego como siente la llama
y comienza á experimentar el extraño y nuevo calor del fuego.
Adelante es el calor más fuerte y más sosegado: pero á los prin-
cipios más fervoroso.
Muy buen recibimiento hace el Señor á los que de nuevo
entran en su casa. Los primeros días comen de balde, y todo
se les hace ligero. Hase con ellos el Señor como el mercader,
que la primera muestra de la hacienda que quiere vender, da de
balde, como quiera que lo demás venda por su justo valor. El
amor que se tiene á los hijos chiquitos, aunque no es mayor
que el de los que están ya criados, pero es más tierno y más
regalado. A éstos llevan en brazos, los otros andan por su pie:
á los otros ponen en trabajos, á estos de propósito se los qui-
tan, y sin buscar ellos la comida, muchas veces les ruegan con
ella, y aun se la ponen en la boca.
LIBRO I. CAPÍTULO XV. i §9
Pues deste buen tratamiento del Señor y destos favores tan
conocidos nasce en los que comienzan, aquella alegría espiritual
que el Profeta significó cuando dijo (i): Con las gotas del agua
lluvia que de lo alto caen, se alegrará la nueva planta que co-
mienza á florescer. Pues <iqué planta es ésta, y qué gotas de
agua éstas, sino el roscío de la divina gracia, con que se riegan
las espirituales plantas que de nuevo son transplantadas del mun-
do en la huerta del Señor ? Pues déstas dice el Profeta que se
alegrarán con las gotas desta agua que caen de lo alto: para sig-
nificar la grande alegría que los tales reciben con las primicias
desta nueva visitación y beneficio celesdal. Y no pienses que es-
tos favores, porque se llaman gotas, es tan pequeña su virtud
como su nombre; porque (como dice S. Augustín) el que be-
biere del río del paraíso, del cual sola una gota es mayor que
todo el mar Océano, cierto es que sola ésta bastará para apagar
en él toda la sed del mundo.
Ni es argumento contra esto decir que tú no sientes estas
consolaciones y alegrías aunque pienses en Dios. Porque si cuan-
do el paladar está corrompido con malos humores, no juzga bien
de los sabores ( porque lo amargo le parece dulce, y lo dulce
amargo) ¿qué maravilla es que teniendo tú el ánima corrompi-
da con tantos malos humores de vicios y aficiones desordena-
das, y tan hecho á las ollas podridas de Egipto, tengas hastío
del maná del cielo y del pan de los ángeles? Purga tú ese pa-
ladar con las lágrimas de la penitencia, y así purgado y limpio
podrá gustar y ver cuan suave es el Señor.
Pues siendo esto así, dime agora, hermano: ¿qué bienes hay
en el mundo que no sean basura comparados con éstos? Dos
bienaventuranzas ponen los sanctos: una comenzada, y otra aca-
bada; de la acabada gozan los bienaventurados en la gloria, y
de la comenzada los justos en esta vida. Pues ¿qué más quieres
tú que comenzar dende agora á ser bienaventurado y recebir
dende acá las arras de aquel divino casamiento que allá se ce-
lebra por palabras de presente y aquí se comienza por palabras
de futuro? Oh hombre (dice Ricardo) pues en este paraíso pue-
des vivir y gozar deste tesoro, ve y vende todo lo que tienes
y compra esta tan preciosa posesión, que no te será cara: por-
(l) Tsalm LXIV,
léó GUÍA DÉ tóCADORíiá
que el mercader es Cristo, que la da casi de balde. No lo dila-
tes para adelante, porque un punto que agora pierdes, vale más
que todos los tesoros del mundo. Y aunque adelante se te diese,
sey (i) cierto que has de vivir con grande dolor de lo que pier-
des, y llorar siempre con S. Augustín, diciendo: Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Este Sancto llo-
raba siempre la tardanza de la vuelta, aunque no fué despojado
de la corona: mira tú no vengas á llorarlo todo, si por un cabo
pierdes los bienes de gloria de que gozan los sanctos en la vida
venidera, y por otro los de gracia, de la que los justos gozan en
la presente.
(i) Sey, forma ant. equivalente á sé, imperativo del verbo ser.
DEL QUINTO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD, QUE ES EL ALEGRÍA DE LA BUEMA
CONSCIENCIA DE QUE GOZAN LOS BUENOS, Y DKL TORMENTO Y REMORDIMIENTO
INTERIOR QUE PADESCEN LOS MALOS,
CAPÍTULO XVI.
> ON el alegría de las consolaciones del Espíritu Sán-
ete se junta otra manera de alegría que tienen los
justos con el testimonio de la buena consciencia. Pa-
ra entender la dignidad y condición deste privilegio es dé sa-
ber que la divina Providencia (la cual á todas las criaturas pro-
veyó de lo necesario para su conservación y perfección) que-
riendo que la criatura racional fuese perfecta, proveyóle sufi-
cientemente de todo lo que para esto era necesario. Y porque la
perfección desta criatura consiste en la perfección de su enten-
dimiento y voluntad (que son las dos principales potencias de
nuestra ánima, la una de las cuales se perfecciona con la scien-
cia y la otra con la virtud) por esto en el entendimiento crió
los principios universales de todas las sciencias (de donde pro-
ceden las conclusiones dellas) y en la voluntad crió la simiente
de todas las virtudes: porque en ella puso una natural inclina-
ción á todo lo bueno, y un aborrescimiento á todo lo malo: la
cual así como naturalmente se huelga con lo uno, así también
se entristece y murmura contra lo otro, como contra cosa que
naturalmente aborresce. La cual inclinación es tan natural y tan
poderosa, que puesto caso que con la costumbre larga del mal
vivir se puede enflaquecer y debilitar, mas nunca del todo se
puede extinguir y acabar: así como acaesce también á nuestro
libre albedrío, el cual aunque con el uso de pecar se debilita
y enflaquece, mas nunca del todo muere. Y en figura desto lee-
mos que entre todas las calamidadesy pérdidas del sancto Job (i),
nunca faltó un criado que escapase de aquella rota, el cual le
(l) Job. I.
OBRAS 1)K GRANADA I— ll
IÓ2 GUÍA DE PECADORES
viniese á dar cuenta della. Y desta manera nunca falta al que
peca este criado (que los doctores llaman sindéresis de la con.
sciencia) que entre todas las otras pérdidas queda salvo, y entre
todas las otras muertes vivo; el cual no deja de representar al
malo los bienes que perdió cuando pecó, y el estado miserable
en que cayó.
En lo cual maravillosamente resplandesce el cuidado de la
Providencia divina, y el amor que tiene á la virtud, pues así nos
proveyó de un perpetuo despertador que nunca durmiese, y de
un perpetuo predicador que nunca se enmudeciese, y de un
maestro y ayo que siempre nos encaminase al bien. Esto en-
tendió maravillosamente Epicteto, filósofo estoico, el cual dice
que así como los padres suelen encomendar sus hijos, cuando
son pequeños, á algún ayo que tenga cuidado de apartarlos de
todo vicio, y encaminarlos á toda virtud, así Dios, como padre
nuestro, después de ya criados nos entregó á esta natural vir-
tud que llamamos consciencia, como á otro ayo, para que ella
nos estuviese siempre enseñando y encaminando á todo bien, y
acusando y remordiendo en el mal.
Pues así como esta consciencia es ayo y maestro de los bue-
nos, así por el contrario es verdugo y azote de los malos que
interiormente los azota y acusa por los males que hacen, y echa
acíbar en todos sus placeres, de tal manera, que apenas han da-
do el bocado en la cebolla de Egipto, cuando luego les salta la
láo-rima viva en el ojo. Y ésta es una de las penas con que Dios
amenaza á los malos por Isaías diciendo que entregará á Ba-
bilonia en poder del erizo. Porque por justo juicio de Dios es
entregado el corazón del malo (que es aquí entendido por Ba-
bilonia ) á los erizos, que son los demonios, y son también las
espinas de los aguijones y remordimientos de la consciencia, que
consigo traen los pecados, los cuales como espinas muy agu-
das atormentan y punzan su corazón. Y si quieres saber qué
espinas sean éstas, digo que una espina es la misma fealdad y
enormidad del pecado: la cual de sí es tan abominable, que decía
un filósofo: Si supiese que los dioses me habían de perdonar, y
los hombres no lo habían de barruntar, todavía no osaría cometer
un pecado por sola la fealdad que hay en él. Otra espina es, cuan-
do el pecado trae consigo perjuicio de partes; porque entonces
se representa él como aquel derramamiento de sangre de Abel,
LIBRO I. CAPÍTULO XVl. 1 63
que estaba clamando á Dios y pidiendo venganza, Y así se
escribe en el primer libro de los Macabeos que se le repre-
sentaban al rey Antioco los grandes males y agravios que ha-
bía hecho en Hierusalem: los cuales tanto le apretaron, que le
causaron tristeza y mal de muerte. Y así estando él para mo-
rir, dijo: Acuerdóme de los males que hice en Hierusalem, de
donde tomé tantos tesoros de oro y plata, y destruí los mora-
dores de la ciudad sin causa. Por donde conosco que me vinie-
ron todos estos males que padezco, y así muero ahora con tris-
teza grande en tierra ajena. Otra espina es la infamia que se si-
gue del mismo pecado, la cual el malo ni puede dejar de ba-
rruntar, ni puede dejar de sentir; pues naturalmente desean los
hombres ser bienquistos, y sienten mucho ser malquistos, pues
como dijo un sabio, no hay en el mundo mayor tormento que
el público odio. Otra espina es el temor necesario de la muerte
y la incertidumbre de la vida, el recelo de la cuenta, y el horror
de la pena eterna; porque cada cosa destas es una espina que
hiere y punza muy agudamente el corazón del malo, tanto que
todas cuantas veces se le ofrece la memoria desta muerte, por un
cabo tan cierta, y por otro tan incierta, no puede dejar de en-
tristecerse, como el Eclesiástico dice (i), porque ve que aquel
día ha de vengar sus maldades, y poner fin á todos sus vicios
y deleites. La cual memoria nadie puede desechar de sí, pues
no hay cosa más natural al mortal que morir. Y de aquí nasce
que con cualquiera mala disposición que tenga, luego está lle-
no de temores y sobresaltos, si morirá, si no morirá, porque la
vehemencia del amor proprio y la pasión del temor le hacen
haber miedo de las sombras, y temer donde no hay que temer.
Pues ya si hay en la tierra comunes enfermedades, si muertes,
temblores de tierra, ó truenos, ó relámpagos, luego se turba y
altera con el miedo de su mala consciencia, figurándosele que
todo aquello puede venir por su causa.
Pues todas estas espinas juntas atormentan y punzan el co-
razón de los malos, como muy á la larga lo describe uno de aque-
llos amigos del sancto Job (2), cu)'as palabras en sentencia referiré
aquí para mayor luz desta doctrina. Todos ios días de su vida
(dice él) persevera el malo en su soberbia, siendo tan incierto
(O Eccli. XII. (3) Job. XV,
104 GUÍA DE PECADORES
el número de los años de su tiranía. Siempre suenan en sus oí-
dos voces de temor y de espanto, que son los clamores de la
mala consciencia, que le está siempre remordiendo y acusando.
En medio de la paz teme celadas de enemigos, porque por
muy pacífico y contento que viva, nunca faltan temores y so-
bresaltos á la mala consciencia. No puede acabar de creer que
le sea posible venir de las tinieblas á la luz. Esto es, no cree
que sea posible salir de las tinieblas de aquel miserable estado
en que vive, y alcanzar la serenidad y tranquilidad de la buena
consciencia: la cual como una luz hermosísima alegra y esclare-
ce todos los senos y rincones del ánima: porque siempre le pa-
rece que por todas partes ve la espada delante de sí desnuda,
de tal manera, que aun cuando se asienta á comer á la mesa
( donde generalmente se suelen los hombres alegrar) allí no le
faltan temores, y sobresaltos, y desconfianzas, pareciéndole que
le está aguardando el día de las tinieblas, que es el día de la
muerte y del juicio y de la sentencia final. De manera que las
tribulaciones y angustias le espantan y cercan por todas par-
tes, así como va cercado un rey de su gente cuando entra en
la batalla. Desta manera, pues, describe este amigo de Job la
cruel carnicería que pasa en el corazón destos miserables, por-
que como dijo muy bien un filósofo, por ley eterna de Dios
siempre persigue el temor á los malos. Lo cual concuerda muy
bien con aquella sentencia de Salomón, que dice (i): Huye el
malo sin que nadie lo persiga: mas el justo está confiado y es-
forzado como un león.
Todo esto comprehende en pocas palabras S. Augustín di-
ciendo: Mandásteplo, Señor, y verdaderamente ello es así, que el
ánimo desordenado sea tormento de sí mismo. Lo cual general-
mente se halla en todas las cosas. Porque ¿qué cosa hay en el
mundo, que estando desordenada no esté naturalmente inquieta
y descontenta? El hueso que está fuera de su juntura y lugar
natural ¡qué dolores causa! El elemento que está fuera de su
centro ¡qué violencia padesce! Los humores del cuerpo humano
cuando están fuera de aquella proporción y templanza natural
que habían de tener ¡qué enfermedades causan! Pues como sea
cosa tan propria y tan debida á la criatura racional vivir por
^1) Prov, XXVIII.
LIBRO I. CAPÍTULO XVí. 1^5
orden y por razón, siendo la vida desordenada y fuera de razón,
^ cómo no ha de padescer y reclamar la naturaleza desta criatu-
ra? Muy bien dijo el sancto Job (i): ^ Quién jamás resistió á Dios,
y vivió en paz? Sobre las cuales palabras dice S. Gregorio que
así como Dios crió las cosas maravillosamente, así las dispuso
muy ordenadamente; para que así se conservasen y permanecie-
sen en su ser. De donde se infiere que quien resiste á la dispo-
sición y orden del Criador, deshace el concierto de la paz que
della se seguía; porque no pueden estar quietas las cosas que
salen del compás de la divina disposición. Y así las que perma-
nesciendo en la subjección de Dios, vivían en orden y en paz,
salidas desta subjección, juntamente con la orden pierden la paz.
Como se ve claro en el primer hombre y en el ángel que cayeron,
los cuales porque haciendo su voluntad salieron de la orden y sub-
jección de Dios, juntamente con la orden perdieron la felicidad
y paz en que vivían; y el hombre, que estando subjecto era se-
ñor de sí, cuando perdió esta subjección, luego halló la guerra
y la rebelión dentro de sí.
Este es, pues, el tormento en que por justo juicio de Dios
viven los malos, que es una de las grandes miserias que en esta
vida padescen. Así lo predican generalmente todos los sanctos.
S. Ambrosio en el libro de sus Oficios dice: ^Qué pena hay más
grave que la llaga interior de la consciencia? Por ventura ^no
es este mal más para huir que la muerte, que las pérdidas de la
hacienda, que el destierro, que la enfermedad y el dolor? S. Isi-
dro dice: De todas las cosas puede huir el hombre, sino de sí
mismo. Porque doquiera que fuere, no le ha de desamparar el
tormento de la mala consciencia. Y en otro lugar dice el mismo:
Ninguna pena hay mayor que la de la mala consciencia; por tanto
si quieres nunca estar triste, vive bien. Lo cual es en tanta ma-
nera verdad, que hasta los mismos filósofos gentiles (sin conos-
cer ni creer las penas con que nuestra fe castiga á los malos)
confiesan esta misma verdad. Y así dice Séneca: ¿Qué aprovecha
esconderse y huir de los ojos y oídos de los hombres? La buena
consciencia llama por testigos á todo el mundo, pero la mala
aunque esté en la soledad, está solícita y congojosa. Si es bueno
lo que haces, sépanlo todos; y si es malo, ¿ qué hace al caso que
(1) Job. ÍX,
l66 GUÍA DE PECADORES
no lo sepan los otros, si lo sabes tú? ¡Oh miserable de ti, si me-
nosprecias este testigo, pues es cierto que la propria conscien-
cia vale (como dicen) por mil testigos! Y el mismo en otra parte
dice que la mayor pena que se puede dar á una culpa, es ha-
berla cometido. Y en otra repite lo mismo, diciendo: A ningún
testigo de tus pecados debes temer más que á tí mismo, porque
de todos los otros puedes huir, mas de ti no, como sea cierto
que la maldad sea pena de sí misma. Tulio en una oración dice:
Grande es la fuerza de la consciencia en cualquiera de las par-
'tes, y así nunca temen los que no hicieron por qué, como quie-
ra que siempre vivan en temor los que algo hicieron.
Éste es, pues, uno de los tormentos que perpetuamente pa-
descen los malos, el cual se comienza en esta vida y se continua-
rá en la otra, porque éste es aquel gusano inmortal, según lo lla-
ma Isaías, que eternalmente roerá y atormentará la consciencia
de los malos. Y esto dice S. Isidoro que es llamar un abismo á
otro abismo, cuando los malos pasen del juicio de su consciencia
al juicio de la condemnación eterna.
Del alegría de la buena consciencia de que gozan los buenos,
§. I.
iuES deste azote y carnicería tan cruel están libres los bue-
I nos, pues carecen de todos estos aguijones y estímulos
de la consciencia y gozan de las flores y fructos suavísimos de la
virtud que el Espíritu Sancto planta en sus ánimas como en un
paraíso terrenal y verjel cerrado en que Él se deleita. Así lo lla-
ma Sant Augustín escribiendo sobre el Génesi, donde dice: El
alegría de la buena consciencia que hay en el bueno, paraíso
es. Por donde la Iglesia en aquellos que viven con justicia, pie-
dad y templanza, convenientemente se llama paraíso adornado
con abundancia de gracias y de castos deleites. Y en el libro que
trata de cómo se han de enseñar los ignorantes, dice así: Tú
que buscas el verdadero descanso, el cual se promete á los cris-
tianos después de la muerte, ten por cierto que también lo ha-
llarás entre las molestias amarguísimas desta vida, si amares los
mandamientos de Aquél que lo prometió; porque en muy poco
LIBRO I. CAPÍTULO XVt. lé;?
espacio verás por experiencia cómo son más dulces los fructos
de la justicia que los de la maldad: y más verdadera y dulcemente
te alegrarás de la buena consciencia en medio de las tribulaciones,
que de la mala entre los deleites. Hasta aquí son palabras S. Augus-
tín. Por las cuales entenderás ser tanta el alegría de la buena cons-
ciencia, que así como la miel no solamente es dulce, mas hace tam-
bién dulces las cosas desabridas con que se junta; así la buena cons-
ciencia es tan alegre, que hace alegres todas las molestias de la vi-
da. Y así como dijimos que la misma fealdad y enormidad del
pecado atormentaba los malos; así por el contrario la misma
hermosura y dignidad de la virtud alegra y consuela los buenos,
como claramente lo significó el profeta David cuando dijo (i):
Los juicios del Señor (que son sus sanctos mandamientos) son
verdaderos y justificados en sí mismos, y son más preciosos que
el oro y piedras preciosas, y más dulces que el panar 3^ la miel. Y
así como en tales se deleitaba él mismo en la guarda dellos
como él lo testifica en otro psalmo diciendo: En el camino de
tus mandamientos, Señor, me deleité así como en todas las ri-
quezas del mundo. La cual sentencia confirma su hijo Salomón
en sus Proverbios diciendo (2): Alegría es al justo hacer justicia,
que es lo mismo que hacer virtud y cumplir con las obligacio-
nes que el hombre tiene sobre sí. La cual alegría aunque proceda
de otras muchas causas, pero señaladamente procede de la misma
dignidad y hermosura de la virtud, la cual (como dijo Platón) es
de inestimable hermosura. Finalmente, es tan grande el fructo
y gusto de la buena consciencia, que en ella pone S. Ambro-
sio en el libro de sus Oficios la felicidad de los justos en esta
vida; y así dice él: Tan grande es el resplandor de la virtud, que
basta para hacer nuestra vida bienaventurada la tranquilidad de
la consciencia y la seguridad de la inocencia.
Y así como los filósofos sin lumbre de fe conoscieron el tor-
mento de la mala consciencia, así conoscieron el alegría de la
buena, como lo muestra Tulio en el libro de las Cuestiones Tus-
culanas, donde dice así: La vida que se ha empleado en hones-
tos y nobles ejercicios, trae consigo tanta consolación, que los
que desta manera vivieron, ó no sienten trabajo, ó lo tienen por
muy liviano. El mismo dice en otro lugar que ningún teatro hay
(i) Psalm. ex VIH. (2) Prov. XXI,
1^8 GUÍA DE PECADORES
más público m más honroso para la virtud, que el testimonio de
la buena consciencia. Sócrates, preguntado quién podría vivir sin
pasión, respondió que el que viviese bien. Y Bías, otrosí filósofo
insigne, preguntado quién había en la vida que careciese de
miedo, respondió que la buena consciencia. Y Séneca en una
carta dice así: El sabio nunca vive sin alegría, y esta alegría le
viene de la buena consciencia. En lo cual verás cuánto concuerda
esta sentencia con aquello de Salomón que dice (i): Todos los
días del pobre son malos (conviene saber, trabajosos y penosos)
mas el ánima segura es como un banquete perpetuo. No se po-
día más decir en tan pocas palabras; en las cuales se nos da á
entender que así como el que está en un convite, se alegra con
la variedad de los manjares y con la presencia de los amigos
con quien los come, así el justo se alegra con el testimonio
de la buena consciencia y con el olor de la presencia divina, de
la cual tiene grandes prendas y conjecturas en su ánima: sino la
diferencia es ésta, que aquella alegría del convite es bestial y
terrena; mas ésta es perpetua; aquella se comienza con ham-
bre y se acaba en hastío; ésta se comienza con la buena vida, y
se continúa con la perseverancia, y se acaba con la gloria. Pues
si los filósofos en tanto estimaban esta alegría, sin esperar nada
en la otra vida por ella, el cristiano que sabe cuántos bienes tie-
ne Dios aparejados para galardonarla en la vida advenidera, y
cuántos en la presente, ¿cuánto más se alegrará? Y aunque este
testimonio no deba carecer de un sancto y religioso temor, pero
este tal temor no sólo no desmaya, mas antes por una maravi-
llosa manera esfuerza al que lo tiene; porque tácitamente nos da
á entender que es más legítima y sana nuestra confianza, pues
está acompañada y rectificada con este sancto temor : del cual si
careciese, no sería confianza, sino falsa seguridad y presumpción.
Cata aquí pues, hermano, otro nuevo privilegio de que go-
zan los buenos, del cual dice el x'Vpóstol (2): Nuestra gloria es el
testimonio de nuestra consciencia, que es haber vivido con sim-
plicidad de corazón, y con pureza y sinceridad, y no con sabi-
duría carnal.
Esto es lo que con palabras se puede significar deste privi-
legio. Mas ni éstas, ni otras muchas son más parte para declarar
(i) rrov. XV. (2) II Cor. I.
LIBRO r. CAPÍTULO XVt. 169
la excelencia del á quien no tiene experiencia della, que quien
quisiese con palabras dar á entender el sabor de un manjar ex-
quisito á quien nunca lo probó. Porque sin dubda esta alegría
es tan grande, que muchas veces cuando el bueno se halla triste
y atribulado, y volviendo los ojos á todas partes no ve cosa que
le consuele, volviendo los ojos hacia dentro, y mirando la paz
de su consciencia, y el testimonio della, se consuela y esfuerza:
porque entiende bien que todo lo demás, como quiera que su-
ceda, ni hace ni deshace á su caso, sino solo esto. Y aunque
(como dije) no pueda tener evidencia desto, mas así como el sol
por la mañana antes que se descubra, esclarece el mundo con la
vecindad de su resplandor, así la buena consciencia, aunque no
se conozca por evidencia, todavía alegra con el resplandor de su
testimonio el ánima. Lo cual es en tanto grado verdad, que dice
S. Crisóstomo estas palabras: Toda abundancia de tristeza, ca-
yendo en una buena consciencia, así se apaga como una centella
de fuego, cayendo en un lago muy profundo de agua.
DEL SEXTO PRIVrLEGIO DE l.\ VIRTUD, QUE ES LA. CONFIANZA Y ESPERANZA.
ES LA DIVIMA MISERICORDIA DE QUE GOZAN LOS BUESiS, Y DE LA VANA
Y MISERABLE CONFIANZA EN QUE VlVEN LOS MALOS.
CAPÍTULO xvn.
>0N el alegría de la buena consciencia se junta la de la
confianza y esperanza en que viven los buenos, de
la cual dice el Apóstol: Spe gaudentes, in trihulatio-
ne patientes. Aconsejándonos que nos alegremos con la esperan-
za y con ella tengamos en las tribulaciones paciencia, pues tan
grande ayudador y galardonador de nuestros trabajos nos dice
ella que tenemos en Dios. Éste es uno de los grandes tesoros de
la vida cristiana, éstas las Indias y patrimonios de los hijos de
Dios y éste el común puerto y remedio de todas las miserias
desta vida.
Mas aquí es de notar (porque no nos engañemos) que así
como hay dos maneras de fe, una muerta, que no hace obras de
vida (cual es la de los malos cristianos) y otra viva y formada
con caridad (cual es la que tienen los justos, con que hacen obras
de vida) así también hay dos maneras de esperanza: una muer-
ta, que ni da vida al ánima, ni la aviva y esfuerza en sus obras,
ni la anima y consuela en sus trabajos (cual es la que tienen los
malos) y otra viva, como la llama S. Pedro (i), la cual como
cosa que tiene vida, tiene también efectos de vida, que son ani-
marnos, consolarnos, alegrarnos y esforzarnos en el camino del
cielo y darnos aliento y confianza en medio de los trabajos del
mundo, como la tenía aquella bienaventurada Susana, de quien
se dice que estando ya sentenciada á muerte y llevándola por
las calles públicas á apedrear, con todo esto su corazón estaba
esforzado y confiado en Dios. Y tal era también la confianza
que tenía David cuando decía (2); Acuérdate, Señor, de la pa-
(i) I P^tr. I. (»; Psalm CXVIII.
LIBRO I. CAPÍTULO XVIÍ. t.'t
labra que tienes dada á tu siervo, con la cual me diste espe-
ranza, porque ésta me esforzó y consoló en la aflicción de mis
trabajos.
Pues esta esperanza viva obra muchos y muy admirables efec-
tos en el ánima donde mora, y tanto más cuánto más partici-
pa de la caridad y amor de Dios, que es el que le da la vida.
Entre los cuales efectos el primero es esforzar al hombre en el
camino de la virtud con la esperanza del galardón; porque cuán-
to más firmes prendas tiene desto, tanto más alegremente pasa
por los trabajos del mundo, como todos los Sanctos á una voz
testifican. S. Gregorio dice: La virtud de la esperanza de tal ma-
nera levanta nuestro corazón á los bienes de la eternidad, que
nos hace no sentir los males desta mortalidad. Orígenes dice:
La esperanza de la gloria advenidera da descanso á los que por
ella trabajan en esta vida, así como mitiga el dolor de las he-
ridas que el soldado recibe en la guerra, la esperanza de la co-
rona. S. Ambrosio dice: La esperanza firme del galardón escon-
de los trabajos y hurta el cuerpo á los peligros. Sant Hieróni-
mo dice: Toda obra se hace liviana cuando se estima el precio
della, y así la esperanza del premio diminuye la fuerza del tra-
bajo. Esto mismo explica Crisóstomo aun más copiosamente por
estas palabras: Si las temerosas ondas de la mar no desmayan á
los marineros, ni la lluvia de las tempestades y inviernos á los
labradores, ni las heridas y muertes á los soldados, ni los gol-
pes y caídas á los luchadores, cuando ponen los ojos en las es-
peranzas engañosas de lo que por esto pretenden, mucho me-
nos habían de sentir los trabajos los que esperan el reino de
Dios. No mires pues, oh cristiano, que el camino de las vir-
tudes es áspero, sino dónde va á parar: ni que el de los vicios
es dulce, sino el paradero que tiene. Dice por cierto muy bien
este Sancto. Porque ¿ quién irá de buena gana por un camino de
rosas y flores, si va á parar en la muerte? y ¿quién rehusará un
camino áspero y dificultoso, si va á parará la vida?
Mas no sólo sirve la esperanza para alcanzar este tan desea-
do fin, sino también para todos los medios que para él se re-
quieren, y generalmente para todas las necesidades y miserias
desta vida. Porque por ellas es el hombre socorrido en sus tri-
bulaciones, defendido en sus peligros, consolado en sus dolores,
ayudado en sus enfermedades, proveído en sus necesidades, pues
t;2 GUÍA DE PECADORES
por ella se alcanza el favor y misericordia de Dios, que para to-
das las cosas nos ayuda. Desto tenemos evidentísimas prendas
y testimonios en todas las Escripturas divinas, mayormente en
los psalmos de David, porque apenas se hallará psalmo que no
engrandezca esta virtud, y predique los fructos della: lo cual sin
dubda es una de las mayores riquezas y consolaciones que los
buenos tienen en esta vida. Por lo cual no se me debe tener por
prolijidad referir aquí algunas dellas, pues es cierto que mu-
chas más son las que callo, que las que podré referir. En el
libro de los Reyes dijo un Profeta al rey Asá (i): Los ojos
del Señor contemplan toda la tierra y dan fortaleza á todos
los que esperan en Él. Hieremías dice (2): Bueno es el Señor á
los que esperan en Él, y al ánima del que le busca. Y en otro lu-
gar: Bueno es el Señor, el cual esfuerza á los suyos en el tiera-
po de la tribulación, y conosce á todos los que esperan en El:
esto es, tiene cuenta con ellos para socorrerlos y ayudarlos. Isaías
dice (3): Si os volviéredes á mí, y estuviéredes en mí quietos,
seréis salvos. En silencio y esperanza estará vuestra fortaleza. Y
entiende aquí por silencio la quietud y reposo interior del áni-
ma en medio de los trabajos, que es efecto desta esperanza,
la cual destierra della toda solicitud y congoja desordenada, con
el favor que espera de la misericordia divdna. El Eclesiástico
dice (4): Los que teméis al Señor, fiaos del, y no perderéis vues-
tro galardón. Los que teméis al Señor, esperad en El, y su mi-
sericordia será para vuestra consolación y alegría. Mirad, hijos,
á todas las naciones de los hombres y sabed cierto que nadie
esperó en el Señor, que le saliese en vano su esperanza. Salo-
món en sus Proverbios dice: Descubre tu corazón al Señor y es-
pera en El, porque El te guiará y enderezará en tus cammos.
El profeta David en un psalmo dice (5): Esperen, Señor, en Ti
los que conoscen tu nombre, porque nunca desamparaste á los
que te buscan. En otro dice (6): Yo, Señor, esperé en Ti, y así
me alegraré y gozaré en tu misericordia. En otro dice (7): A
los que esperan en el Señor cercará la misericordia. Y dice muy
bien cercará, para dar á entender que por todas partes los guar-
dará, así como el rey que está cercado de su gente, para que
(i) III Reg. XV; II Paral. XVI . (2) Jerem. III. (3) Isai. XXX.
(4) Eccli. II (S) Psalm. IX. (6) Psalm. XXX. (7) Psalm. XXXI.
LIBRO I. CAPÍTULO XVÍL i;3
vaya más seguro. Y en otro psalmo prosigue más á la larga es-
ta materia, diciendo (i): Esperando esperé en el Señor, y Él
miró por mí, y sacóme del lago de la miseria, y del lodo en
que estaba atollado, y asentó mis pies sobre una firme piedra,
y enderezó todos mis pasos y puso en mi boca un cantar nue-
vo, y un himno en alabanza de nuestro Dios. Verán esto los
j ustos, y alabarán á Dios, y esperarán en Él: bienaventurado el
varón que puso su esperanza en el Señor, y no puso sus ojos
en las vanidades y locuras engañosas del mundo. En las cuales
palabras hallarás aun otro efecto maravilloso desta virtud, que es
abrir la boca y los ojos del hombre para conoscer por experien-
cia la bondad y providencia paternal de Dios, y cantarle un can-
tar nuevo, con nuevo gusto y nueva alegría, por el nuevo
beneficio recebido con el socorro esperado. No acabaríamos á
este paso de traer versos, y aun psalmos enteros deste profeta.
Porque todo el psalmo: Quí conjidunt in Domino, siait inons Sion^
desto habla. Y asimismo todo el psalmo: Qiii habitat in adjiíto-
rio Altissimi, se gasta en contar los grandes fructos y provechos
de los que esperan en Dios, y viven debajo de su protección.
Donde sobre una palabra deste psalmo, que dice: Tú eres. Se-
ñor, mi esperanza, escribe Sant Bernardo así: Para cualquier cosa
que deba yo hacer, ó no hacer, sufrir, ó desear. Tú eres, Señor,
mi esperanza. Ésta es la causa del cumplimiento de todas tus
promesas: ésta es la principal razón y fundamento de mi espe-
ranza. Alegue otro sus virtudes, gloríese que ha sufrido todo el
peso del día y del calor, diga con el fariseo que ayuna dos días
cada semana y que no es él como los otros hombres; mas yo,
Señor, diré con el Profeta: Bueno es á mí llegarme á Dios, y po-
ner en Él mi esperanza. Si me prometen premios, por Vos es-
peraré que los alcanzaré; si se levantaren contra mí batallas, por
Vos espero que las venceré; si se embravesciere contra mí el
mundo, si bramare el demonio, si la misma carne se levantare
contra el espíritu, en Vos esperaré. Pues siendo esto así, <:por
qué no desechamos luego de nosotros todas estas vanas y en-
gañosas esperanzas, y no nos apegamos con todo fervor y de-
voción á esta esperanza tan segura? Y más abajo añade el mis-
mo Sancto, diciendo. La fe dice: Grandes y inestimables bienes
(l^ Psalm. X3CXIX,
i ^4 GÜU DE PECADORES
tiene Dios aparejados para sus fieles. Mas la esperanza dice: Pa-
ra mí los tiene guardados. Y no contento con esto hace á la ca-
ridad que diga: Pues yo me daré priesa por gozarlos.
Cata aquí pues, hermano, cuan grande sea el fructo desta
virtud, y para cuántas cosas nos aprovecha. Ella es como un
puerto seguro adonde se acogen los justos en el tiempo de la
tormenta. Es como un escudo muy fuerte con que se defienden
de los mares y ondas deste siglo. Es como un depósito de pan
en tiempo de hambre, adonde acuden todos los pobres y nece-
sitados á pedir socorro. Es aquel tabernáculo y sombra que pro-
mete Dios por Isaías á sus escogidos (i), para que en él se es-
condan y defiendan de los calores del verano y de las lluvias y
torbellinos del invierno, esto es, de las prosperidades y adversi-
dades deste mundo. Es, finalmente, una medicina y común re-
medio de todos nuestros males, pues es verdad que todo lo que
justa, fiel y sabiamente esperáremos de Dios, alcanzaremos, sien-
do cosa saludable. Por donde dice Cipriano que la misericordia de
Dios es la fuente de los remedios, y que la esperanza es el vaso
que los coge, y que según la cuantidad deste vaso, así será la
del remedio; porque por parte de la fuente no puede el agua de
la misericordia faltar. De suerte que así como dijo Dios á los
hijos de Israel que toda la tierra sobre que pusiesen sus pies,
sería suya (2), así toda la misericordia sobre que el hombre lle-
gare á poner los pies de su esperanza, será suya. Y según esto
el que movido de Dios esperare todas las cosas, todas las alcan-
zará. En lo cual parece que esta esperanza es una imitación de
la virtud y poder de Dios, la cual redunda en gloria del mismo
Dios. Porque (como dice muy bien Sant Bernardo) no hay cosa
que tanto declare la omnipotencia de Dios, como ver que no
sólo Él es todopoderoso, mas también hace en su manera to-
dopoderosos á los que esperan en El. Si no, dime: ¿no parti-
cipaba desta omnipotencia el que dende la tierra mandaba al sol
que se parase en el cielo, y el que daba á escoger al rey Eze-
quías, si quería que mandase al mismo sol volver atrás (3), ó pa-
sar adelante? Esto es lo que señaladamente engrandesce la glo-
ria de Dios, hacer los suyos tan poderosos. Porque si se gloriaba
aquel soberbio rey de los asirlos diciendo que los príncipes que
(i) Issü. IV. (2) Josué, I. (3) IV Reg. XX; Isai. XXXVHI,
LIBRO I. Capítulo xvil 175
le servían eran también re^^es como él, <: cuánto más se puede
gloriar nuestro Señor Dios, diciendo que también son dioses
en su manera los que sirven á Él, pues tanto participan de su
poder?
De la esperanza vana de los malos.
§. I.
i STE es, pues, el tesoro de la esperanza de que gozan los
buenos: del cual carecen los malos, porque aunque tie-
nen esperanza, no la tienen viva, sino muerta; porque el pecado
les quitó la vida, y así no obra en ellos estos efectos que ha-
bemos dicho. Porque así como ninguna cosa hay que más avive
la esperanza que la buena consciencia, así una de las cosas que
más la derriba y desmaya es la mala; pues ésta (como dijimos)
ordinariamente anda á sombra de tejados; y así teme y descon-
fía, por entender que no tiene merecido, sino desmerecido el fa-
vor de la gracia divina. De donde así como la sombra sigue al
cuerpo do quiera que va, así el temor y la desconfianza acom-
pañan á la mala consciencia por do quiera que anda. En lo cual
parece que cual es su felicidad, tal es su confianza; porque así
como tiene su felicidad en los bienes del mundo, así en ellos tiene
su confianza, pues en ellos se gloría y á ellos se socorre en el
tiempo de la tribulación. De la cual esperanza hallamos escripto
en el libro de la Sabiduría (i): La esperanza del malo es como
el pelito de lana que se lleva el viento, y como la espuma del-
gada que deshace la ola, y como el vapor del humo que esparce
el aire. ¿Ves, pues, cuan vana sea esta confianza?
Pues aun más mal tiene que éste, porque no sólo es vana,
sino también perjudicial y engañosa, como lo significó el Señor
por el profeta Isaías diciendo (2): ¡Ay de vosotros, hijos desam-
paradores de vuestro padre, que tomastes consejo, y no comigo:
y urdistes una tela, y no con mi espíritu, para añadir pecados á
pecados: y enviastes á Egipto á pedir socorro, y no tomastes
consejo comigo, esperando ayuda en la fortaleza de Faraón, y
(i) Sap. V. (2) Isai. XXX.
176 GUÍA DE PECADORES
poniendo vuestra confianza en la sombra de Egipto ! Y volvér-
seos ha la fortaleza de Faraón en confusión y la confianza en la
sombra de Egipto en ignominia. Todos quedaron confundidos es-
perando en el pueblo que no les socorrió, ni les aprovechó en
nada: antes les fué materia de mayor vergüenza y confusión.
Hasta aquí son palabras de Isaías, el cual (no contento con lo
dicho) torna en el capítulo siguiente á repetir esta misma re-
prehensión, diciendo: ¡Ay de aquéllos que van á Egipto á pe-
dir socorro, esperando en sus caballos y teniendo confianza en
sus carros porque son muchos, y en sus caballeros porque son
muy esforzados, y no pusieron su confianza en el Sancto de Is-
rael, ni buscaron al Señor! Porque Egipto es hombre y no Dios,
y sus caballos son carne y no espíritu, y el Señor extenderá su
mano, y caerá el ayudador y también el que es ayudado, y unos
y otros serán juntamente confundidos y burlados.
Cata aquí, pues, la diferencia que hay entre la esperanza de
los buenos y de los malos, porque la de los unos es carne y la
délos otros es espíritu: y (si esto es poco) la de los unos es
hombre, y la de los otros es Dios: por do parece que lo que va de
Dios á hombre, eso va de esperanza á esperanza. Por lo cual
con mucha razón nos aparta el Profeta de la una esperanza y
nos convida á la otra, diciendo (i): No queráis confiar en los
príncipes de la tierra, ni en los hijos de los hombres, que no
son parte para dar salud. Acabarse ha la vida dellos, y volver-
se han en la misma tierra de que fueron formados, y en este
día perecerán todos los pensamientos de los que confiaban en
ellos. Bienaventurado el varón que tiene á Dios por su ayuda-
dor, y en Él tiene puesta su esperanza: el cual hizo el cielo, la
tierra, lámar y todo lo que en ellos es. ¿Ves, pues, aquí claro
la diferencia que va de la una esperanza á la otra? Y en otro
psalmo declara el mismo Profeta esta misma diferencia de es-
peranzas, diciendo (2): Estos confían en sus carros y caballos, y
nosotros en el nombre del Señor. Ellos se enlazaron y cayeron:
mas nosotros nos levantamos y estamos en pie. Mira, pues,
cuan bien responde aquí el fructo de la confianza á los estri-
bos y fundamentos della; pues de la una se sigue la caída, y de
la otra levantamiento y victoria.
(1) Psalm. CXLY. (2) Psalm. XIX.
libro' í. CAPÍTULO XVIL 1 7;
Por lo cual con mucha razón se comparan los unos con aquel
hombre del Evangelio (i) que edificó su casa sobre arena: la
cual á la primera tempestad que se levantó, dio consigo en tie-
rra: y los otros con el que la edificó sobre peña viva, y por eso
estuvo firme y segura contra todos las aguas y torbellinos dss-
ta vida. Y no menos elegantemente declara el profeta Hiere-
mías por otra niu}' hermosa comparación esta misma diferencia
por estas palabras (2): Maldito sea el hombre que confía en otro
hombre, y el que apartado su corazón del Señor, pone la car-
ne flaca por brazo y amparo de su vida. Porque este tal será
como el arbolillo silvestre que nace en el desierto, que no verá
el bien cuando viniere, sino antes estará desmedrado en perpe-
tua sequedad, y en tierra salobre y inhabitable. Alas por el con-
trario, del varón justo dice luego así: Bendito sea el varón que
tiene su esperanza en el Señor, porque Él será su ayudador.
.Este tal será como un árbol plantado par de las corrientes de
las aguas, que con la virtud del humor vecino extenderá sus
raíces, y en el año de la sequedad estará seguro de la fuerza
del estío, y sus hojas estarán siempre verdes, y nunca dejará de
dar su fructo. Hasta aquí son palabras del Profeta. Pues dime,
ruégote: ¿ qué más era menester ( si tuviesen los hombres seso)
para ver la diferencia que hay sólo por parte de la esperanza
entre la suerte de los buenos y de los malos, y entre la prospe-
ridad de los unos y de los otros ? ¿ Qué mayor bien puede te-
ner un árbol que está plantado de la manera que aquí nos lo
pinta este Profeta ? Pues tal es en su manera el estado del jus-
to, á quien todas las cosas suceden prósperamente, por estar
plantado par de las corrientes del agua de la divina gracia. Mas
por el contrario, ninguna peor suerte puede caber á un árbol
que ser infructuoso y silvestre, y estar en tan mala tierra, y fue-
ra de la vista y culto de los hombres: para que por aquí vean
los malos que no pueden tener en esta vida otro más miserable
estado que tener desviados sus ojos y corazón de Dios (que es
fuente de aguas vivas) y tenerlos puestos en los arrimos de las
criaturas frágiles y engañosas; que es la tierra desierta, seca y
inhabitable. Por donde verás muy bien cuan digno de ser llo-
rado es el mundo, que en tan mala tierra está plantado: pues en
(1) MaUh/VII. C2)Jer. XVII.
OBRAS DB GRANADA I— 1«
178 GÜL\ DE PECADORES
tan flacos estribos tiene puesta su esperanza, que no es espe-
ranza, sino engaño y confusión, como arriba se declaró.
Pues dime, ruégote: ^qué mayor miseria puede ser que és-
ta? iQné mayor pobreza que vivir sin esta manera de espe-
ranza? Porque si el hombre quedó por el pecado tan pobre y
desnudo como arriba tratamos, y para su remedio era tan ne-
cesaria la esperanza de la divina misericordia, ¿qué será del
quebrada esta áncora en la cual se sostenía? Vemos que todos
los otros animales nascen en su manera perfectos y proveídos
de todo lo necesario para su vida. Mas el hombre por el peca-
do quedó medio deshecho: de tal manera, que cuasi ninguna de
las cosas que ha menester tiene dentro de sí, sino que todo le
ha de venir de acarreo y de limosna por mano de la divina
misericordia. Pues quitada ésta de por medio, ¿ qué tal podrá
ser su vida, sino coja, y manca, y llena de mil defectos? ^Qué
cosa es vivir sin esperanza, sino vivir sin Dios? Pues ¿qué le
quedó al hombre de su antiguo patrimonio para vivir sin este
arrimo? ¿Qué nación hay en el mundo tan bárbara, que no
tenga alguna noticia de Dios, y que no le honre con alguna
manera de honra, y que no espere algún beneficio de su provi-
dencia? Un poco de tiempo que se ausentó Moisén de los hi-
jos de Israel, pensaron que estaban sin Dios, y como rudos y
groseros dieron luego voces á Aarón, diciendo que les hiciese
algún dios, porque no se atrevían á caminar sin él (i). En lo
cual parece que la misma naturaleza humana, aunque no siem-
pre conozca al verdadero Dios, conosce que tiene necesidad de
Dios; y aunque no conozca la causa de su flaqueza, conosce su
flaqueza: y por eso naturalmente busca á Dios para remedio de-
Ua. De suerte que así como la hiedra busca el arrimo del árbol
para subir á lo alto, porque por sí no puede, y así como la mu-
jer naturalmente busca el arrimo y sombra del varón, porque co-
mo animal imperfecto entiende la necesidad que tiene deste
arrimo, así la misma naturaleza humana, como pobre y necesi-
tada, busca la sombra y amparo de Dios. Pues siendo esto así,
¿ cuál será la vida de los hombres que viven en tan triste viu-
dez y desamparo de Dios?
Querría saber: los que desta manera viven, ¿con quién se
^l) Exod. XXXII.
LIBRO I. CAPITULO XVIL i/g
consuelan en sus trabajos? ¿á quién se acogen en sus peligros?
¿con quién se curan en sus enfermedades? ¿á quién dan parte
de sus penas? ¿con quién se aconsejan en sus negocios? ¿á quién
piden socorro en sus necesidades ? ¿con quién tratan? ¿con quién
conversan? ¿con quién platican? ¿con quién se acuestan, y con
quién se levantan? y finalmente, ¿cómo pasan por todos los
trances desta vida los que no tienen este recurso ? Si un cuerpo
no puede vivir sin ánima, ¿cómo un ánima puede vivir sin Dios,
pues no es menos necesario Dios para la una vida, que el áni-
ma para la otra? Y si (como arriba dijimos ) la esperanza viva
es el áncora de nuestra vida, ¿ cómo osa nadie entrar en el gol-
fo deste siglo tan tempestuoso sin el socorro desta áncora ? Y
si la esperanza decíamos que era el escudo con que nos defen-
demos del enemigo, ¿cómo andan los hombres sin este escudo
en medio de tantos enemigos? Si la esperanza es el báculo con
que se sostiene la naturaleza humana después de aquella ge-
neral dolencia, ¿qué será del hombre flaco sin el arrimo deste
báculo?
Queda, pues, aquí bastantemente declarado lo que va de
la esperanza de los buenos á la de los malos, y por consiguien-
te, lo que va de la suerte de los unos á la de los otros: pues
los unos tienen á Dios por defensor y valedor, y los otros el
báculo de Egipto, que si os quisiéredes afirmar sobre él, que-
brarse ha, y entrarse ha por la mano del que estriba sobre él (i).
Porque basta la culpa que el hombre comete en poner aquí to-
da su confianza, para que Dios la cure con el desengaño de su
caída: como El lo significó por Hieremías, el cual profetizando
la destrucción del reino de Moab, y la causa della, dice así (2):
Porque tuviste confianza en tus muros y en tus tesoros, tú tam-
bién serás presa y destruida, y Caraos (que es el dios en que
confías) será llevado captivo, y sus sacerdotes y príncipes tam-
bién con él. Mira, pues, agora tú cuál sea este linaje de soco-
rro, pues el mismo confiar en él y procurarlo es perderlo.
Esto baste cuanto á este privilegio de la esperanza. El cual
aunque paresce ser el mismo que el de la providencia especial
de Dios para con los suyos (de que arriba tratamos) pero no
lo es, antes se diferencia del como efecto de su causa. Porque
(i) Isai. XXXVI. (2; Hierem. XUVIII.
j8o GUtA DE PECADORES
como sean muchos los fundamentos y causas desta esperanza
(cuales son la bondad y la verdad de Dios, y los méritos de
Cristo, &c.) uno de los principales es esta paternal providencia,
de la cual procede esta confianza. Porque saber que tiene Dios
este cuidado dellos, causa esta confianza en ellos.
DEL SÉPTIMO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD, QUE ES LA. VERDADERA LIBERTAD
DE QUE GOZVN LOS UUKNOS, Y DE LA MlSERAIíLE Y NO CQNOSCIUA
SERVIDUMBRE EN QUE VIVEN LOS MALOS.
CAPÍTULO XVIII.
¡^^p4lE todos estos privilegios susodichos, y señaladamen-
te del segundo y del cuarto ( que es de la gracia
del Espíritu Sancto, y de las consolaciones divinas)
se sigue otro maravilloso de que gozan los buenos, que es la
verdadera libertad del ánima, la cual el Hijo de Dios trajo al
mundo, y por la cual tiene apellido de Redemptor del géne-
ro humano, por haberlo rescatado de la verdadera y misera-
ble servidumbre en que vivía, y puesto en verdadera libertad.
Este es uno de los principales bienes que este Señor trajo al
mundo, y uno de los más señalados beneficios del Evangelio,
y uno de los principales efectos del Espíritu Sancto, porque
donde este Espíritu mora, ahí está la verdadera libertad, como
dice el Apóstol (i). Finalmente, éste" es uno de los grandes pre-
mios que en esta vida se promete á los siervos de Dios, como
el mismo Señor lo prometió á unos que le querían comenzar á
servir, diciendo (2): Si vosotros permanesciéredes en mis pala-
bras, seréis de verdad mis discípulos, y conoceréis la verdad, y
la verdad os librará: esto es, la verdad os dará verdadera Hber-
tad. Y respondiendo ellos: Hijos somos de Abraham, y nunca
servimos á nadie: ,:cómo dices tú agora que seremos libres?
Respondió el Señor: En verdad os digo que quienquiera que
comete pecado es siervo del pecado, y el siervo no permanes-
ce en la casa para siempre, mas el hijo permanesce siempre, y
por tanto, si el hijo os Hbertare, seréis de verdad libres.
En las cuales palabras manifiestamente da el Señor á enten-
der que hay dos maneras de libertad: una falsa (que paresce li-
bertad y no lo es) y otra verdadera, que lo es. Falsa es la de
(i; II. Cor. m. (2) Joan. VIH.
1^2 GUÍA DE PECADORES
aquéllos que teniendo el cuerpo libre, tienen el ánimo captivo y
subjecto á la tiranía de sus pasiones y pecados: como era la de
Alejandro Magno, que siendo señor del mundo, era esclavo de
sus vicios. Mas verdadera es la de aquellos que tienen el ánima
libre de todos estos tiranos: como quiera que esté el cuerpo, ora
suelto, ora captivo: cual era la del apóstol S. Pablo, que estando
preso en una cadena, con el espíritu volaba por el cielo, y con
sus cartas y doctrina libertaba el mundo.
La razón de llamar ésta á boca llena libertad y la otra no, es
porque como entre las dos partes principales del hombre el áni-
ma sea sin comparación más noble y cuasi el todo del hombre,
y el cuerpo no sea más que la materia y el subjecto ó la caja
en que el ánima está encerrada, de aquí nasce que aquél se deba
decir de verdad libre, que tiene esta tan principal parte libre; y
aquél falsamente Ubre, que teniendo ésta captiva, el cuerpo trae
por do quiere, suelto y libre.
De la servidumbre en que inven los malos,
§.I.
si preguntares de quién es captivo el que desta manera
lo es, digo que lo es del más feo, torpe y abominable ti-
rano de cuantos se pueden imaginar, que es el pecado. Porque
la más abominable cosa que hay en el mundo, es el tormento del
infierno: y peor y más abominable es el pecado, que es causa
de ese tormento. Y déste son siervos y esclavos los malos: como
claramente lo viste en las palabras del Señor arriba dichas: Quien-
quiera que comete pecado, esclavo es y siervo del pecado. Pues
¿qué servidumbre puede ser más miserable que ésta? Y no sólo
es siervo del pecado, mas también de los principales atizadores
y movedores del pecado, que son el demonio, el mundo y nues-
tra propria carne corrompida por el mismo pecado, con todos
los apetitos desordenados que della proceden. Porque quien es
esclavo de un hijo, también lo es de los padres que lo engendra-
ron; y cónstanos que estos tres son los padres del pecado, por lo
cual se llaman enemigos del ánima; porque le hacen tan grande
Libro i. capítulo xviií. i%\
mal como es captivarla y entregarla en poder deste tan abomi-
nable tirano.
Y aunque todos tres de consuno concuerden en esto, pero
con alguna diferencia. Porque los dos primeros se sirven del ter-
cero, que es la carne, como de otra Eva para engañar á Adán;
ó como de un muy proprio instrumento y despertador con que
nos mueven á todo mal. Por la cual causa el Apóstol más clara-
mente la llama pecado, poniendo el nombre del efecto á la cau-
sa: porque ella es la que nos atiza y mueve á todo género de
pecados. Y por la misma razón la llaman los teólogos Fomes
peccati^ que quiere decir, cebo y nutrimento del pecado; porque
es el aceite y la leña con que se sustenta el fuego del pecado. Mas
nosotros comúnmente la llamamos sensualidad, carne, ó concu-
piscencia: que por términos más claros es nuestro apetito sensi-
tivo (de quien nascen todas las pasiones) en cuanto corrompido
y estragado por el pecado: porque éste es el atizador, y desper-
tador, y como un manantial de todos los pecados; y por esto
señaladamente se sirven del y de todos sus apetitos los otros
dos enemigos, para hacernos guerra por él. Por lo cual divina-
mente dijo S. Basilio que las principales armas con que nos ha-
cía guerra el demonio, eran nuestros deseos. Porque la dema-
siada afición de las cosas que deseamos, nos hace procurarlas á
tuerto ó á derecho, y romper por todo lo que se nos pone de-
lante, aunque sea prohibido por la ley de Dios: de donde nascen
todos los pecados.
Pues este tal apetito es uno de los más principales tiranos á
quien están los malos subjectos, y como dice el Apóstol (i), ven-
didos por esclavos. Y llámalos aquí vendidos como esclavos, no
porque por el pecado perdiesen ellos el libre albedrío con que
fueron criados (porque ni se perdió ni perderá jamás cuanto á
su esencia, por más pecados que se hagan) sino porque por el
pecado quedó por una parte este libre albedrío tan flaco, y por
otra el apetito tan fuerte, que por la mayor parte prevalece lo
fuerte contra lo flaco, y quiebra la soga por lo más delgado.
Pues ¿qué cosa más para sentir, que ver cómo teniendo el
hombre un ánima criada á imagen de Dios, esclarescida con lum-
bre del cielo, y un entendimiento que sube con su delicadeza
(i) Rom. VII.
1^4 C-llA DE PECADORES
^obre todo lo criado, hasta hallar á Dios, que menospreciadas to-
das estas grandezas, venga ásubjectarse y regirse por el ímpetu
furioso de su apetito bestial, y éste corrompido por el pecado, y
sobre todo movido y atizado por el demonio? ¿Qué se puede
esperar deste regimiento y desta guía, sino despeñaderos, y de-
sastres, y caídas, y males incomparables?
Y porque más claramente veas la fealdad desta servidumbre,
quiero traerte para esto un ejemplo muy palpable. Imaginemos
agora que estuviese un hombre casado con una mujer, en quien cu-
piese toda la nobleza, hermosura y discreción que en una mujer
puede caber; y que estando él así muy bien casado, una mulata
criada suya, y grande hechicera, teniendo envidia desto le diese
algunos bebedizos, con los cuales de tal manera le trastornase el
seso, que despreciada la mujer, y puesta á un rincón de casa, se
entregase todo á la mulata, y la hiciese asentar en el estrado de
su mujer, 3' con ella comiese, y durmiese, y se aconsejase, y
tratase todos los negocios de su casa, y por su mandamiento
gastase y disipase toda la hacienda en comidas, y fiestas, y jue-
gos, y cosas semejantes: y no contento con esto, llegase su de-
satino á tales términos, que obligase á su propria mujer á servir
como esclava á esta mala mujer en todo lo que ella le manda-
se. ¿Quién podría imaginar que hasta aquí llegase el embauca-
miento de un hombre? Y si hasta aquí llegase, ; cómo extraña-
rían esto los que lo supiesen? ¿Qué indignación tendrían contra
aquella mala hembra, y qué compasión de la noble mujer, y qué
quejas del desatinado marido? indignísima cosa paresce ésta: pero
mucho mayor es sin comparación la que al presente tratamos.
Porque has de saber que dentro de nuestra misma ánima hay
estas dos tan diferentes mujeres, que son espíritu y carne: las
cuales por otros nombres los teólogos llaman porción superior, y
inferior. Porción superior es aquella parte de nuestra ánima en
que está la voluntad y la razón, que es la lumbre natural con que
Dios nos crió: cuya hermosura y nobleza es tan grande, que por
ella es el hombre imagen de Dios, capaz de Dios y hermano de
los ángeles. Y ésta es la noble mujer con que casó Dios al hom-
bre, para que hiciese vida con ella, guiando todas sus cosas por
su consejo, que es por esta lumbre celestial. Mas en la porción
inferior está el apetito sensitivo de que habemos tratado, que
nos fué dado para apetecer las cosas necesarias á la vida y á la
LIBRO I. capítulo XVIlt.
conservación de la especie humana: mas esto por la tasa y orden
que por la razón le fuese puesta: así como el despensero que
compra de comer por la orden que le manda su señor. Pues este
apetito es la esclava de que hablamos; que por carescer de lum-
bre de razón, no se hizo para guiar ni mandar, sino para ser
guiada y mandada. Y siendo esto así, el malaventurado del hom-
bre de tal manera \-iene á aficionarse y entregarse á.los gustos
y deseos desta mala mujer, que desamparando el consejo de la
razón, por quien debiera guiarse, viene á regirse por ella, ha-
ciendo cuanto le dice: que es poniendo por obra todos sus malos
deseos y apetitos. Porque hombres vemos tan sensuales, tan
desenfi*enados y tan entregados á los deseos de su corazón, que
cuasi en todas las cosas como unas bestias le obedecen y siguen,
sin tener cuenta con ley de justicia ni de razón. Pues ^qué es
esto sino entregar todo el gobierno de su vida á la sucia y tor-
pe esclava de la carne, empleándose en todos los juegos, y pa-
satiempos, y deleites que ella pide: desamparando el consejo de
la nobilísima y legítima nmjer, que es la razón?
Y lo que peor y más intolerable e?, que no contentos con
esto, hacen á esta misma señora que sirva á esta tan mala escla-
va, y que se desvele noche y día inventando y procurando todo
lo que conviene para el gusto y contentamiento della. Porque
cuando un hombre emplea toda su razón y entendimiento en tra-
zar tantas invenciones y maneras de atavíos, de edificios tan
curiosos, de potajes y guisados tan exquisitos, de aderezos de
casa, y de tratos y negocios para granjear todo lo que para esto
se requiere, ,¿qué es esto sino desquiciar el ánima de los ejerci-
cios espirituales de su propria nobleza, y hacer que sea esclava,
cocinera y despensera de quien le fué dada, por captiva ? Y cuan-
do un hombre carnal aficionado á una mujer para vencer su
castidad emplea toda su razón y entendimiento en escribir car-
tas, en componer sonetos llenos de agudezas y sentencias, y en
buscar todas las minas y contraminas que para estos tratos se
requieren, ;qué hace en esto si piensas, sino servir á la esclava
la que era señora, ocupándose aquella lumbre celestial y divina
en buscar medios para las vilezas y apetitos de su carne ? Y cuan-
do el rey David (i) usó de tantas maneras de medios para en-
(i) HKeg. XI.
Úñ GUÍA DE PECADORES
cubrir el hurto de Bersabé, mandando venir al marido de la
guerra, y convidándolo á cenar, y emborrachándolo en la cena,
y después dándole cartas con avisos y industrias para que el
inocente muriese: estas trazas ^ quién las hacía sino el entendi-
miento y la razón? ^Y quién instigaba á hacerlas sino la carne
perversa, para encubrir ó gozar más á su salvo de sus deleites?
Cosas son todas éstas de que Séneca, con ser filósofo gentil, se
afrentaba y avergonzaba, y así decía: Mayor soy, y para mayo-
res cosas nascido, que para ser esclavo de mi carne. Pues si nos
espantaba el embaucamiento de aquel hombre enhechizado y per-
dido, ^cuánto más nos debe espantar esto, por lo cual tanto ma-
yores bienes se desperdician, y tanto mayores males se ganan?
Y con ser ésta una cosa por una parte tan monstruosa y tan
lastimera, y por otra tan usada, pasamos por ella ligeramente sin
que nadie pasme de tan gran desorden, por estar el mundo tan
desordenado. Porque (como dice mu}^ bien S. Bernardo) no se
siente el hedor abominable de los viciosos por ser tantos los que
lo son. Porque así como en la tierra donde todos nascen prie-
tos, no se tiene por injuria la negrura, y donde todos general-
mente son beodos, no se tiene por deshonra la embriaguez (sien-
do cosa tan vil) así, como en todo el mundo generalmente haya
esta monstruosidad, apenas hay quien la conosca por tal. Todo
esto, pues, bastantemente nos declara cuan miserable sea esta
servidumbre: y juntamente con esto, á cuan espantable pena fué
el hombre condenado por el pecado, pues por él fué entregada
una criatura tan noble á un tan torpe tirano. Y por tal lo tenía
el Eclesiástico (i) cuando hacía oración á Dios, pidiéndole que
lo librase de los deseos desordenados del vientre, y de la des-
honestidad, y que no le entregase en poder de un ánima des-
vergonzada y desenfrenada. Como quien pide no ser entregado á
algún gran \'erdugo, ó tirano: porque por tal tenía él este apetito.
Pues ya si quieres saber qué tan grande sea la potencia
deste tirano, puédeslo claramente colegir considerando lo que
ha hecho en el mundo, y hace cada día. Y no quiero para esto
ponerte ante los ojos las fábulas que los poetas fingieron, re-
presentándonos aquel tan famoso Hércules: el cual después de
vencidos y domados todos los monstruos del mundo, dicen que
(I) Eccli. XXIII.
UBRü I. CAPÍTULO XVllf. 1^;
vencido del amor torpe de una mujer, dejada la maza, se asen-
taba entre sus criadas á hilar con una rueca en la cinta: porque
ella se lo mandaba, y amenazábale si no lo hiciese. Lo cual sabia-
mente fingieron los poetas para significar por aquí la tiranía y
potencia deste apetito. Ni tampoco quiero traer aquí las verda-
des antiguas de las Escripturas divinas: donde se nos propone
un Salomón, por una parte lleno de tan grande sanctidad y sa-
biduría, y por otra adorando los ídolos y edificándoles templos,
por complacer á sus mujeres (cjue no menos declara la tiranía
desta pasión) sino los ejemplos cuotidianos que nos pasan por
las manos cada día. Mira, pues, á lo que se pone una mujer adúl-
tera por obedescer á un apetito desordenado: porque en esta
pasión quiero agora poner ejemplo, para que por ésta se vea la
fuerza de las otras. Sabe ésta muy bien que si el marido la to-
mare con el hurto en las manos, la matará: y que en un mismo
punto perderá la vida, la honra, la hacienda y el alma con todo
lo demás que en este mundo y en el otro se puede perder (que
es la mayor y más universal pérdida de cuantas hay) y que jun-
tamente con esto dejará á sus hijos, y padres, y hermanos, y
todo su linaje deshonrado, y con perpetua materia de dolor: y
con todo esto es tan grande la fuerza deste apetito ó (por me-
jor decir) la potencia deste tirano, que le hace pasar por todo
esto, y beber todos estos tragos tan horribles con grandísima fa-
cilidad, por hacer lo que él le manda: Pues ¡jqué tirano obligó
jamás á un captivo que tuviese, á obedescer con tan grande
riesgo á lo que él le mandase? <3Qué más duro y miserable cap-
tiverio quieres que éste.^
Pues en este estado generalmente viven los malos, como
claramente lo significó el Profeta cuando dijo: Asentados es-
tán en tinieblas 3^ sombra de muerte, padesciendo hambre, y
estando presos con cadenas de hierro. Pues (jqué tinieblas son
éstas, sino la ceguedad en cjue viven los malos (de que arri-
ba tratamos) pues ni conoscen á sí ni á Dios como conviene,
ni para qué viven, ni para qué fin fueron criados, ni la va-
nidad de las cosas que aman, ni el mismo captiverio y ser-
vidumbre en que viven? Y ^qué cadenas son éstas con que es-
tán presos, sino las fuerzas de las aficiones, con que están sus
corazones aferrados con las cosas que desordenadamente aman?
Y ¿qué hambre es ésta que padescen, sino el apetito insacia-
^B GUÍA PE PECADORES
ble que tienen de infinitas cosas que no alcanzan? Pues ^qué
mayor captiverio quieres que éste?
Veamos esto mismo por otros ejemplos. Pon los ojos en
Amón, hijo primogénito de David, el cual después que puso los
suyos en su hermana Tamar, de tal manera se cegó con estas
tinieblas, y se prendió con estas cadenas, y se afligió con esta
hambre, que vino á perder el comer, el beber, el sueño, la sa-
lud, y caer en cama enfermo con la fuerza desta pasión (i). Pues
dime: ^ qué tales eran las cadenas de la afición y aprehensión
con que estaba su corazón captivo, pues tal impresión hicieron
en la carne y en los mismos humores del cuerpo, que bastaron
para causarle tan grande enfermedad? Y porque no pienses que
la cura desta dolencia es alcanzarse lo que se desea, mira bien
cómo quedó más enfermo y más perdido después que alcanzó
lo que deseaba, de lo que estaba antes. Porque muy mayor di-
ce la Escriptura que fué el odio con que aborresció después á
la hermana, que el amor que antes le había tenido. De manera
que no quedó con el vicio Ubre de pasión, sino trocóla por otra
mayor. Pues ¿hay tirano en el mundo que así vuelva y re-
vuelva sus prisioneros, y así les haga tejer y destejer, andar y
desandar los mismos caminos?
Tales, pues, son todos los que están tiranizados deste vicio,
los cuales apenas son señores de sí mismos, pues ni comen, ni
beben, ni piensan, ni hablan, ni sueñan, sino en él: sin que ni el
temor de Dios, ni el ánima, ni la consciencia, ni paraíso, ni in-
fierno, ni muerte, ni juicio, ni aun á veces la misma vida y
honra (que ellos tanto aman) sea parte para revocarlos deste
camino, ni romper esta cadena. Pues j qué diré de los celos des-
tos, de los temores, de las sospechas y de los sobresaltos y pe-
ligros en que andan noche y día aventurando las almas y las
vidas por estas golosinas? ¿Hay, pues, tirano en el mundo que
así se apodere del cuerpo de su esclavo, como este vicio del
corazón? Porque nunca un esclavo está tan atado al servicio de
su señor, que no le queden muchos ratos de día y de noche
en que huelgue, y entienda en lo que le cumple. Mas tal es
este vdcio y otros semejantes, que después que se apoderan del
corazón, de tal manera lo prenden y se lo beben todo, que ape-
(i; II, Reg. XIII,
LIBRO I. CAPÍTULO XVIII. I 89
ñas le queda al hombre valor, ni habilidad, ni tiempo, ni en-
tendimiento para otra cosa. Por lo cual no en balde dijo el
Eclesiástico (i) que las mujeres y el vino robaban el corazón
de los sabios: porque cuasi tan alienado queda un hombre con
este vicio, por sabio que sea, y tan inhábil para todas las cosas
que son proprias de hombre, como si hubiese bebido una cuba
de vino. Y para significar esto el ingenioso poeta, finge de aque-
lla famosa reina Dido que en el punto que se cegó con la afi-
ción de Eneas, luego desistió de todos los públicos ejercicios y
reparos de la cibdad. De manera que ni los muros comenzados
iban adelante, ni la juventud ejercitaba las armas, ni los oficia-
les públicos entendían en fortalescer los puertos, ni en los otros
pertrechos necesarios para defensión de la patria. Porque este
tirano de tal manera dice que prendió todos los sentidos desta
mujer, que para todo quedó inhábil, sino sólo para aquel cui-
dado: el cual cuanto más se apoderó del corazón, tanto menos
le dejó de valor para todo lo demás. ¡Oh vicio pestilencial,
destruidor de las repúblicas, cuchillo de los buenos ejercicios,
muerte de las virtudes, niebla de los buenos ingenios, enajena-
miento del hombre, embriaguez de los sabios, locura de los
viejos, furor y fuego de los mozos, y común pestilencia del gé-
nero humano!
Y no sólo en este vicio, mas en todos los otros hay esta
misma tiranía. Si no, pon los ojos en el ambicioso y vanaglo-
rioso que anda perdido por el humo de la honra: y mira cuan
subjecto vive á este deseo, cuan apetitoso de gloria, cuan dili-
gente en procurarla: pues toda la vida y todas las cosas ordena
para este fin: el servicio, el acompañamiento, el vestido, el cal-
zado, la mesa, la cama, el aparato de casa, los criados, los ges-
tos, los meneos, la manera del andar y del hablar y del mirar,
y finalmente, todo cuanto hace, para este fin lo hace, pues de
tal manera lo hace como más convenga para parecer mejor, y
ser loado, y alcanzar este soplo de viento. De manera c^ue si
bien lo miras, todo lo que ordinariamente dice y hace, es armar
lazos y redes para cazar este aplauso y aire popular. Y si nos
maravillamos del otro emperador que gastaba todas las siestas
en andar á caza de moscas con un punzón en la mano, ;cuán-í
í í} Eccli. XLK.
igo
Gt'ÍA DE rECADORES
to es más de maraviiiar la locura deste miserable, que no sólo
las siestas, sino toda la vida gasta en cazar este humo y aireci-
co del mundo? Por lo cual el triste ni hace lo que quiere, ni
viste como quiere, ni va donde quiere: pues deja muchas veces
de ir á las iglesias, y tratar con los buenos, por miedo de lo que
el mundo (á quien él vive subjecto) dirá. Y (lo que más es)
por esto gasta mucho más de lo que quiere, y de lo que tiene,
y se pone en mil necesidades, con que infierna su ánima, y
también la de sus descendientes, á los cuales deja por herede-
ros de sus deudas y imitadores de sus locuras. Pues ¿qué pe-
na merescen éstos, sino la que escriben haber dado un rey á
un hombre muy ambicioso: al cual mandó que diesen humo á
narices hasta que muriese, diciendo que justamente era castiga-
do con muerte de humo, pues toda la vida había gastado en
procurar humo de vanidad? Pues ¿qué mayor miseria que ésta?
;Oué diré también del avariento cobdicioso, que no sólo es
esclavo, sino también idólatra de su dinero, á quien sirve, á quien
adora, á quien obedece en todo cuanto le manda, por quien ayu-
na y se quita el pan de la boca, y á quien finalmente ama más
que á Dios, pues por él mil veces ofende á Dios? En él tiene su
descanso, en él su gloria, en él su esperanza, en él todo su cora-
zón y pensamiento: con él se acuesta, con él se levanta, y toda
la vida y todos los sentidos emplea en tratar del, olvidado de sí
y de todo lo al. ¿Deste tal diremos que es señor del dinero para
hacer del lo que quisiere, ó esclavo y captivo del, pues no or-
dena el dinero para sí, sino á sí para el dinero, quitándolo de la
boca y aun del ánima para ponerlo en él?
Pues ¿qué mayor captiverio puede ser que éste? Porque si
llamáis captivo al que está encerrado en una mazmorra, ó al que
tiene los pies en un cepo, ¿cómo no estará preso el que tiene
el ánima presa con la afición desordenada de lo que ama? Por-
que cuando esto hay, ninguna potencia queda al hombre per-
fectamente libre, ni es señor de sí mismo, sino esclavo de aque-
llo que desordenadamente ama: porque donde está su amor, aUí
está preso su corazón, aunque no se pierda por eso su libre al-
bedrío. Y no hace al caso con qué género de ataduras estés pre-
so, si la mejor y mayor parte de ti lo está. Ni diminuye la ser-
vidumbre desta prisión, que estés voluntariamente preso: porque
gi ella es verdadera prisión, tanto será más peligrosa, cuanto fuere
LIBRO 1. CAPÍTULO XVIII. I9Í
más voluntaria; pues vemos que no diminuye la malicia del ve-
neno ser muy dulce, si él es de verdad veneno. Y no puede ser
mayor prisión que la de que tal manera tira por ti y te tiene
preso, que te hace cerrar los ojos á Dios, á la verdad, á la ho-
nestidad, y á las leyes de justicia: y de tal manera te tiene tira-
nizado, cjue así como el beodo no es señor de sí mismo, sino el
vino, así el que desta manera está preso, no es del todo señor
de sí mismo, sino de su pasión, aunque no por esto pierda su
libre albedrío. Y si el captiverio es tormento, ¿que mayor tor-
mento que el que uno destos miserables padece, pues infinitas
veces ni puede alcanzar lo que desea, ni quiere dejar de desearlo,
ni sabe qué se haga, ni qué camino se tome? Y con esta per-
plejidad viene á decir lo que el otro poeta dijo á una mujer mal
acondicionada: aborrézcote, y ámote juntamente: y si me pre-
guntas la causa, la causa es, porque ni puedo vivir contigo, ni
puedo pasar sin ti. Pues ya si alguna vez acomete á romper es-
tas cadenas, y vencer estas aficiones, halla luego tan grande re-
sistencia, que muchas veces desespera de la victoria: y así se
torna el miserable otra vez á meter de pies en la misma cade-
na. ¿Parécete, pues, que se pueda llamar tormento y captive-
rio éste?
Y si fuese ésta una sola cadena, menos mal sería, porque es-
tando el hombre preso con una sola prisión, y peleando con un
solo enemigo, menos desconfiaría de vencerlo. Mas ¿qué dire-
mos de otras prisiones de aficiones con que este miserable es-
tá preso? Porque como la vida humana esté subjecta á tantas
maneras de necesidades, todas éstas son cadenas y motivos de
cobdicias, porque son grandes lazos con que se prende nuestro
corazón, aunque esto sea más en unos que en otros. Porque
hay algunos hombres naturalmente tan aprehensivos, que ape-
nas pueden desasirse de lo que una vez aprehenden. Otros hay
melancólicos, á quien también hace aprehensivos y vehemen-
tes en sus deseos este humor. Otros hay pusilánimes, á quien
todas las cosas parescen grandes y dignas de ser muy estima-
das y deseadas, por pequeñas que sean: porque al corazón pe-
queño todo le paresce grande, por poco que sea, como Séne-
ca dijo. Otros hay naturalmente vehementes en todas las cosas,
que desean (como son ordinariamente las mujeres) las cua-
jes dice un filósofo que aman> ó aborresqen: porque no saben
i(j2 GUÍA DE PECADORES'
tener medio en sus aficiones. Todos éstos, pues, padescen muy
duro y áspero captivcrio con la fuerza de las pasiones que
los captivan. Pues si tan grande miseria es estar preso con una
sola cadena, y ser esclavo de un solo señor, ¿ qué será estar
preso con tantas cadenas, y ser esclavo de tantos señores, como
lo es el malo, el cual tantos señores tiene cuantas son las pasio-
nes á que obedesce y los vicios á que sirve ?
Pues <i qué mayor miseria que ésta? Si toda la dignidad del
hombre, en cuánto hombre, consiste en dos cosas, que son ra-
zón y Ubre albedrío, ¿qué cosa más contraria á lo uno y á lo
otro que la pasión, que ciega la razón, y lleva tras sí el libre
albedrío? Por donde verás cuan perjudicial y dañosa sea cual-
quiera desordenada pasión, pues así derriba al hombre de la si-
lla de su dignidad, escureciéndole la razón y per vertiéndole el
Ubre albedrío: sin las cuales dos cosas el hombre no es hombre
sino bestia. Ésta es pues, hermano, la miserable servidumbre en
que viven todos los malos: como gente que no se rige por Dios,
ni por razón, sino por apetito y por pasión.
De ¡a libertad en que viven los hítenos.
§. n.
juES desta tan miserable servidumbre nos vino á librar
el Hijo de Dios: y ésta es la Hbertad y victoria que ce-
lebra el profeta Isaías, cuando dice: Alegrarse han. Señor, en
Ti tus redemidos como los labradores cuando cogen el fructo
de sus labranzas, y como se alegran los vencedores después
de tomada la presa, cuando reparten los despojos. Porque Tú,
Señor, quitaste de encima dellos el yugo pesado que los apre-
miaba, y la vara que los hería, y el sceptro del tirano que con
tributos desaforados los oprimía. Todos estos nombres de yu-
go, de vara, de sceptro convienen á la tiranía y fuerza de nues-
tro apetito: porque del como de muy proprio instrumento se
aprovecha el demonio (que es el príncipe deste mundo) para
tiranizar los hombres y subj cetarios al pecado. Pues de toda es-
ta fuerza y potencia nos libró el Hijo de Dios con la abundan-
cia de la gracia que con el sacrificio de su muerte nos ganó. Por
Libro i. capítulo xviíl '19;^
lo cual dice el Apóstol (i) que nuestro viejo hombre fué jun-
tamente crucificado con Él. Y llama aquí viejo hombre este
apetito que se desordenó por aquel primer pecado. Porque por
aquel grande sacrificio y mérito de su pasión nos alcanzó gra-
cia para sojuzgar este tirano, y ponerlo debajo los pies, y ha-
cerlo pasar por la pena del taHón, crucificando á quien antes
nos crucificaba, y captivando á quien antes nos tenía captivos.
Y así viene á cumplirse lo que el mismo Isaías en otra parte
profetizó diciendo: Prenderán á los que antes los prendían, y
subjectarán á sus opresores. Porque antes de la gracia, nuestro
apetito sensual traía subjecto y tiranizado á nuestro espíritu,
haciéndolo servir á sus malos deseos (como arriba se declaró)
mas recebida la gracia, de tal manera es ayudado por ella, que
prevalece contra este tirano, y le subjecta y hace obedescer á
lo que es razón.
Esto fué maravillosamente figurado en la muerte de Adoni-
bezech, rey de Hierusalem (2), á quien mataron los hijos de Is-
rael, cortándole primero los pies y las manos. El cual, como así
se viese y se acordase de las crueldades y tiranías que hasta
allí había usado, dijo estas palabras: Setenta reyes cortados los
pies y las manos comían debajo de mi mesa las migajas que
della caían: y agora veo que de la manera que yo lo hice, así lo
ha hecho Dios comigo. Y añade la Escriptura que lo llevaron
así como estaba á Hierusalem, y que ahí murió. Este tan cruel
tirano figura es del príncipe deste mundo: el cual antes de la
venida del Hijo de Dios generalmente mancaba los hombres de
pies y de manos, destroncándolos, y inhabiUtándolos para servir á
Dios, cortándoles las manos para no hacer bien, y los pies para
no desearlo: y demás desto haciéndolos andar comiendo las mi-
gajuelas pobres que de su mesa caían, que son los deleites mun-
danales y sensuales con que este mal príncipe apascienta sus
servidores. Los cuales con mucha razón se llaman migajas, y no
pedazos de pan, por la escaseza grande con que este tirano re-
parte á los suyos estos reüeves, pues nanea se los da en la har-
tura y abundancia que ellos desean. Mis después que el Salva-
dor vino al mundo, hizo pasar á este tirano por la pena que
él daba á los otros, cortándole los pies y las manos: esto es, des-
(1; Ron&. VI. (a) Judie. I.
QBKAS DE GRANADA. í>— >13
194 ^^^ ^^ PECAJDOkES
Jiaciendo y quebrantando todas sus fuerzas. Cuya muerte seña-
ladamente se dice que fué en Hierusalem: porque ahí fué donde
el Salvador del mundo muriendo mató al príncipe deste mundo:
y donde siendo Él crucificado, le crucificó y ató de pies y ma-
nos y le quitó su poder. Y así luego después de su sacratísi-
ma pasión comenzaron los hombres á triunfar deste tirano, en-
señoreándose tan poderosamente del mundo, del demonio y de
todos sus vicios y apetitos, que todos los tormentos y halagos
del mundo no fueron bastantes para derribarlos en un pecado
mortal.
De ¡as causas de do procede esta libertad.
§. ni.
REGUNTARÁS por ventura: i de dónde procede esta tan ma-
I ravillosa victoria y libertad ? Á esto digo que después
de Dios procede primeramente (como ya dijimos) de la divina
gracia: la cual mediante las virtudes que della proceden, de tal
manera adormece y templa el furor de nuestras pasiones, que
no las deja prevalescer contra la razón. Por donde así como
los encantadores suelen con algunas palabras encantar las ser-
pientes para que no hagan mal á nadie (de manera que es-
tando vivas no son ponzoñosas, y teniendo veneno no dañan
con él) así también esta divina gracia de tal modo encanta es-
tas ponzoñosas serpientes de nuestras pasiones, que estándose
ellas vivas y enteras en el ser de naturaleza, no lo están en la
malicia de la ponzoña: pues no bastan ( como antes hacían ) pa-
ra emponzoñar nuestra vida. Lo cual divinamente significó el
profeta Isaías cuando dijo (i): Alegrarse ha el niño de teta so-
bre los agujeros de la serpiente: y el que estuviere ya desteta-
do, meterá seguramente la mano en la cueva del basilisco. No
harán mal, ni matarán en todo mi sancto monte, porque la tie-
rra estará tan llena del conoscimiento de Dios como de las
■aguas de la mar que la cubre. Pues claro está que no habla aquí
«1 Profeta da las serpientes materiales, sino de las espirituales,
(i) Isai. XI,
LIBRO I. CAPÍTULO XVIÍL 195
que son nuestras pasiones \^ malas inclinaciones, que cuando se
desmandan, bastan para emponzoñar el mundo. Ni tampoco
habla de niños corporales, sino espirituales: entre los cuales se
llama niño de teta el que comienza á servir á Dios, que aun
ha menester leche para criarse; y destetado, el que está ya más
aprovechado, que puede andar por su pie y comer pan con cor-
teza. Pues tratando de los unos y de los otros, dice de los pri-
meros que se alegrarán de ver cómo estando en compañía des-
tas espirituales serpientes, por virtud de la divina gracia no re-
cibirán dellas daño mortal consintiendo en el pecado: mas de
los postreros, que están ya destetados y adelantados en el ca-
mino de Dios, dice que meterán la mano en la cueva del ba-
silisco: esto es, que los guardará Dios aun entre mayores peli-
gros, porque en ellos se cumplirá aquella promesa del Psalmo (i)
que dice: Sobre la serpiente y basilisco andarás, y pondrás los
pies sobre el león y el dragón. Pues éstos son los que metiendo
las manos en la cueva del basilisco, no recibirán daño: porque
la abundancia de la gracia que se derramará sobre la tierra, de
tal manera encantará estas serpientes, que no sean parte para
hacer daño á los hijos de Dios.
Esto mismo aun más claramente y sin metáforas explicó el
Apóstol, cuando después de haber tratado muy copiosamente
de la tiranía de nuestros apetitos y de nuestra carne, al cabo
exclamó diciendo (2): Miserable de mí, ¿quién me librará del
cuerpo desta muerte? Responde él mismo en una palabra di-
ciendo: La gracia de Dios, que se nos da por Cristo. En el cual
lugar no entiende él por el cuerpo de muerte este cuerpo sub-
jecto á la muerte natural que todos esperamos, sino el que en
otro lugar llama él cuerpo de pecado; que es nuestro apetito
mal inclinado, del cual ( como de un cuerpo ) proceden los miem-
bros de todas las pasiones y deseos desordenados que nos lle-
van á pecar. Y deste tal cuerpo (como de un cruel tirano) di-
ce el Apóstol que nos libra la gracia que se da por Cristo, co-
mo está dicho.
Después de la cual la segunda y muy principal causa es la
grandeza del alegría y de las consolaciones espirituales de que
los justos gozan, según que arriba declaramos. La cual de tal
(i) Psalm. ex, (2) Rom. Vil,
T96 GUlA DE PECADORES
manera apaga la sed de todos sus deseos, que con esto fácilmen-
te vencen y despiden de sí todos los apetitos y deseos: y ha-
llada esta fuente de todos los bienes, luego pierden el apetito
congojoso de todos los otros bienes, como el Señor lo declaró
á la mujer Samaritana diciendo (i): Quien bebiere del agua
que Yo le daré (que es la divina gracia) nunca padescerá sed.
Lo cual dice Sant Gregorio en una homilía por estas palabras:
El que perfectamente ha conoscido la dulcedumbre de la vida
celestial, luego desampara todas las cosas que sensualmente
amaba: deja lo que poseía, derrama lo que allegaba, enciénde-
sele el corazón con deseos del cielo, desagrádate todo lo que
hay en la tierra, y paresce feo todo lo que antes le era her-
moso: porque solo el resplandor desta preciosa margarita re-
luce en su ánima. Pues desta manera lleno el vaso de nuestro
corazón deste licuor celestial, y apagada con él la sed de nues-
tra ánima, no tiene por qué andar hambreando y procurando los
bienes perecederos desta vida: y así queda libre de las cadenas
de las aficiones dellos: porque donde no hay deseo ni amor, no
hay cadena ni prisión. Y desta manera el corazón que vino á
hallar al Señor de todo, se halla él también en su manera señor
de todo, pues tiene resumidos los otros bienes en este bien.
Con estos dos favores de Dios (que para esta Hbertad nos
ayudan) se junta también la diligencia y cuidado que los buenos
tienen de subjectar la carne al espíritu, y las pasiones á la ra-
zón, con la cual vienen ellas poco á poco á mortificarse, y ha-
bituarse á lo bueno, y á perder muy gran parte del furor y brío
que antes tenían. Porque (como dice S. Crisóstomo) si las bes-
tias fieras acostumbradas á tratar con los hombres, vienen por
tiempo á perder su natural fiereza, y envestirse de la blandura y
mansedumbre de los hombres (por donde dijo el Poeta que el
tiempo y la costumbre hacía á los leones obedescer á los hombres)
^qué mucho es que nuestras pasiones naturales, acostumbradas á
obedecer á la razón, vengan poco á poco á razonarse y domesti-
carse: esto es, á participar en algo la condición del espíritu y de
la razón, y holgar con las obras della? Y si para esto basta el uso
y la buena costumbre, ¿cuánto más bastará la gracia ayudada con
la misma costumbre ?
^i) jow>, IV.
LIBRO I. CAPÍTULO XVIIT. 19^
Pues de aquí nasce que muchas veces los siervos de Dios sen-
sualmente (si decir se puede) hue!gan más con el recogimiento, y
con el silencio, y con la lición, y oración, y meditación, y con otros
tales ejercicios, que nunca holgaran con el juego, y con la caza, y
con todas las conversaciones y recreaciones del mundo: las cua-
les ellos tienen por tormento de tal manera, que aun la misma car-
ne viene á aborrescer lo que antes amaba, y tomar gusto y con-
tentamiento en lo que antes aborrescía. Lo cual es en tanta ma-
nera verdad, que muchas veces (como dice S. Buenaventura en
el prólogo del Estímulo de amor de Dios) se deleita tanto la parte
inferior de nuestra ánima en los ejercicios de la oración y comu-
nicación con Dios, que recibe tormento cuando por algún justo
impedimento la apartan de allí. Y esto es lo que quiso significar
el Profeta cuando dijo (i): Alabaré yo al Señor, porque me dio
entendimiento, y también porque de noche mis renes me repre-
henden, ó (como trasladó otro intérprete) me enseñan. Ésta es
cierto una señalada obra de la divina gracia. Porque por los renes
entienden aquí los exponedores los afectos y movimientos inte-
riores del hombre, que suelen ser (como ya dijimos) estímulos y
despertadores de pecar. Los cuales por virtud de la gracia muchas
veces no sólo no incitan al mal de la manera que solían, mas an-
tes á veces ayudan al bien: y no sólo no sirven al demonio (en
cuyos reales servían) mas antes, pasándose á los de Cristo, vuel-
ven las armas contra el enemigo. Lo cual aunque en muchos ejer-
cicios de vida espiritual se pueda ver, pero señaladamente en el
afecto de la contrición y dolor de los pecados: en el cual tiene
también su parte la porción inferior de nuestra ánima afligiéndo-
se y derramando lágrimas por ellos. Y por esto dice el sancto Pro-
feta que de noche (cuando suelen los justos al cabo del día exa-
minar su consci encía y llorar sus culpas: cuando este Profeta di-
ce en otra parte que barría su espíritu con este ejercicio) enton-
ces le reprehendían sus renes: porque con el desabrimiento que
en esta parte de su ánima sentía por haber ofendido á Dios, que-
daba castigado y escarmentado para no volver á cometer lo que
tanto le había dolido. Por lo cual con mucha razón da gracias al
Señor: porque no sólo la parte superior de su ánima (donde es-
tá la razón) le convidaba al bien, mas también la parte inferior de-
(i) Ps.-ilm. XV.
iqS guía de pecadores
lia, que comúnmente suele ser incentivo y despertador de mal.
Mas aunque esto en su manera sea verdad (y sea ésta una gran-
de gloria de la Redempción de Cristo, que como perfectísimo Re-
demptor perfectísimamente nos redimió y libertó) mas no por eso
debe nadie descuidarse ni fiarse de su carne (por muy mortifica-
da que esté) mientra vive en esta vida mortal.
Éstas, pues, son las causas principales desta maravillosa liber-
tad: de la cual (entre otros efectos) se sigue un nuevo conosci-
miento de Dios y una confirmación de la fe y religión que pro-
fesamos, como claramente lo testifica el mismo Señor por Eze-
quiel diciendo (i): Conocerán los hombres que Yo soy Dios, cuan-
do quebrare las cadenas del yugo dellos y los librare de las ma-
nos de los que los tenían tiranizados. Este yugo ya dijimos que
era la sensualidad, ó apetito desordenado de pecar, que dentro
de nuestra carne mora, y nos oprime, y subjecta al pecado. Las
cadenas deste yugo son las malas inclinaciones con que el de-
monio nos prende y lleva tras sí: las cuales son tanto más fuertes
cuanto más confirmadas están con la mala costumbre, como S. Au-
gustín lo confiesa de sí mismo diciendo: Preso estaba yo no con
hierro, sino con mi propria voluntad que era más dura que hie-
rro. Mi querer tenía en sus manos mi enemigo, y de mí había he-
cho cadena contra mí, con la cual me tenía preso. Porque de mi
perversa voluntad nasció mi mal deseo, y del mal deseo el vicio,
y de la continuación del vicio la costumbre: y ésta era la cade-
na con que el demonio tenía preso mi corazón. Pues cuando un
hombre se vio algún tiempo desta manera preso (como se vio es-
te mismo sancto) y probando muchas veces á salir dcste capti-
verio, halló tan dificultosa la salida (como él mismo la halló) cuan-
do después de vuelto á Dios ve quebradas estas cadenas y mor-
tificadas estas pasiones, y se halla libre }' señor de sus apetitos, y
ve puesto debajo de sus pies el yugo que tenía sobre sus hom-
bros, ¿qué ha de hacer sino conjecturar por aquí que es Dios el
que quebró tales cadenas y quitó aquel yugo tan pesado de su
cerviz? (jQué ha de hacer sino alabar á Dios con el Profeta di-
ciendo (2): Quebraste, Señor, mis ataduras: á Ti sacrificaré sacri-
ficio de alabanza, y invocaré tu sancto nombre.
(i) Erech. XXXIV. (2) Psalm. CXV.
DEL OCTAVO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD. QUE ES LA BIENAVENTURADA PAZ Y
QUIETUD INTERIOR DE QUE G'iZAN LjS BUENOS: Y DE LA Ml-ERABLE GUERRA Y
DESASOSIEGO QUE DENTRO DE bí PAOEbQEN LOS MALQS,
CAPÍTULO XDC,
;^^1e este privilegio susodicho (que es la libertad de loS
"M'^fM ^^''°^ ^^ Dios) se sigue otro no menor, que es la paz
y sosiego interior en que viven los tales. Para cuyo
entendimiento es de saber que hay tres maneras de paz. Una
con los prójimos, otra contra Dios, y otra consigo mismo. La paz
con los prójimos es estar en gracia y amistad con ellos, sin que-
rer mal á nadie: la cual tenía David cuando decía (i): Con los
que aborrescían la paz era yo pacífico, y cuando les hablaba con
mansedumbre me hacían guerra sin causa. Esta paz nos enco-
mienda el apóstol S. Pablo, amonestándonos que trabajemos
todo lo posible, á lo menos cuanto es de nuestra parte, por tener
paz con todos los hombres. La segunda paz, que es con Dios»
consiste también en la gracia y amistad de Dios, que se alcanza
por medio de la justificación: la cual reconcilia el hombre con
Dios, y hace que Dios ame el hombre, y el hombre á Dios, sin
que ha3'a guerra ni contradicción de parte á parte. De la cual
dijo el Apóstol (2): Pues estamos va justificados mediante la fe
y amor por Cristo nuestro Salvador, por el cual alcanzamos esta
gracia, tengamos paz con Dios. La tercera paz es la que el hom-
bre tiene consigo mismo: de lo cual nadie se debe maravillar,
pues nos consta que en un mismo hombre hay dos hombres tan
contrarios entre sí como son el interior y el exterior, que son
espíritu y carne, pasiones y razón. Las cuales no sólo hacen gue-
rra cruel y contradicción al espíritu, mas también inquietan con
sus apetitos y deseos encendidos y con su hambre canina á todo
el hombre: con lo cual perturban la paz interior, que es el so-
siego y reposo de nuestro espíritu.
(i) Psalm. CXiy. (2) Rom. V.
^<^ GUÍA DE PECADORES
De la guerra y desasosiego interior de los tnalos.
jSTA es, pues, la guerra y desasosiego continuo en que
«^ generalmente viven todos los hombres carnales. Porque
como ellos por una parte carezcan de gracia, que es el freno
con que se mortifican las pasiones, y por otra tengan tan des-
enfrenado y suelto su apetito, que apenas saVjen qué cosa sea
resistirle en nada, de aquí nasce que viven con infinitas maneras
de deseos de cosas diversas: unos de honras, otros de oficios,
otros de privanzas, otros de dignidades, otros de hacienda, otros
de tales y tales casamientos, y otros de diversas maneras de pa-
satiempos y deleites: porque este apetito es como un fuego in-
saciable que nunca dice basta, ó como una bestia tragadora que
jamás se harta, ó como aquella sanguijuela chupadora de sangre,
de quien dice Salomón (i) que tiene dos hijas, las cuales siem-
pre dicen: daca, daca. Esta sanguijuela es el apetito insaciable de
nuestro corazón; y estas dos hijas suyas son, por una parte la ne-
cesidad, y por otra la cobdicia: de las cuales la una es como sed
verdadera, la otra como falsa: y no menos aflije la una que la
otra, puesto caso que la una sea necesidad verdadera, y la otra
falsa. De donde nasce que ni los pobres ni los ricos (si son ma-
los) tienen sosiego: porque en los unos la necesidad, y en los otros
la cobdicia, siempre está solicitando el corazón, y diciendo: daca,
daca. Pues i qué descanso, qué reposo, qué paz puede tener el
hombre estando siempre estos dos solicitadores perpetuos lla-
mando á la puerta, y pidiéndole infinitas cosas que no está en su
mano dárselas? ^Oué reposo podría tener el corazón de una ma-
dre, si viese diez ó doce hijos al derredor de sí dando voces y
pidiéndole pan, sin tenerlo? Pues ésta es una de las principales
miserias de los malos. Los cuales, como dice el Psalraista (2), es-
tán pereciendo de hambre y de sed, y desfalleciendo su ánima en
ellos. Porque como esté tan apoderado dellos el amor proprio
(cuyos son estos deseos) y tengan puesta toda su felicidad en
(ij Prov. XXX. (2) Psalm. CVI.
LIBRO I. CAPÍTULO XIX. 20!
estos bienes visibles, de aquí nasce esta sed y hambre canina
que tienen de aquellas cosas en que piensan que consiste esta
felicidad; y como no todas veces pueden alcanzar lo que desean
(porque se lo defienden otros más golosos, ó más poderosos) de
aquí vienen á perturbarse y congojarse, de la manera que hace
el niño goloso y regalado, que cuando le niegan lo que pide,
llora y patea, y está para reventar. Porque así como es árbol de
vida el cumplimiento del deseo, según dice el Sabio (i), así no hay
otro mayor desabrimiento que desear, y no alcanzar lo deseado:
porque esto es como perecer de hambre, y no tener que comer.
Y es lo bueno, que mientra más se les defiende lo que desean, más
les crece con esta prohibición el deseo, y con el deseo no cum-
plido, el tormento: y ansí andan siempre en una rueda viva sin
reposo.
Este es aquel estado miserable que significó muy altamente
el Salvador en aquella parábola del hijo pródigo: de quien dice (2)
que salido de la casa de su padre se fué á una región muy lejos,
donde hubo una grande hambre, de la cual alcanzó á él tanta par-
te, que la necesidad le hizo venir á guardar puercos, siendo hijo
de tan noble padre. Y lo que más es, que deseaba hinchir el vien-
tre de aquel manjar vil que comían los puercos, y no había quien
se lo diese. ;Con qué otros colores se pudiera pintar más al pro-
prio todo el discurso y miserias de la vida de los malos? ¿Quién
es este hijo pródigo que sale de la casa de su padre, sino el mi-
serable pecador que se aparta de Dios, 3^ se derrama por los vi-
cios, y usa mal de todos los beneficios divinos? ¿Qué región es
ésta de tanta hambre, sino este mundo miserable: donde es tan
insaciable el apetito de los mundanos, que jamás se ven hartos,
ni contentos con las cosas que poseen, sino que siempre andan
como lobos hambrientos, deseando y sospirando por más? Y ¿cuál
es, si piensas, el oficio en que éstos entienden toda la vida, sino
en apascentar puercos: que es en buscar hartura y contentamiento
para sus apetitos sucios y deshonestos? Si no, párate á mirar los
pasos que da un hombre muy verde y muy metido en el mundo,
dende la mañana hasta la noche, y aun dende la noche hasta la
mañana, y hallarás que todo se le va en buscar cómo apascentar
y deleitar alguno destos sentidos bestiales, ó la vista, ó el gusto, ó
(i) Prov. XIII. (2) Luc. XV.
iOá GUÍA DE PECADORES
él oído, ó el tacto, ó los demás: como unos puros discípulos de
Epicuro, y no de Cristo, como si no tuviesen más que solos cuer-
pos de bestias, como si no creyesen que hay otro fin, sino para
deleites sensuales: así en ninguna otra cosa entienden, sino hoy
aquí, mañana allí, andar á caza de gustos y pasatiempos con que
apascentar alguno destos sentidos. ^Qué otra cosa son sus galas,
sus fiestas, sus banquetes, sus regalos, sus camas, sus músicas, sus
conversaciones, sus vistas y sus salidas, sino andar buscando pas-
to para este linaje de puercos? Ponle tú á eso el nombre que qui-
sieres; llámalo gentileza, ó grandeza,© si quisieres, cortesanía: que
en el vocabulario de Dios no se llama eso sino apascentar puercos.
Porque así como los puercos son un linaje de animales que se
huelgan con el cieno hediondo y se apascientan de manjares viles
y sucios, así los corazones de los tales no se deleitan sino con el
cieno sucio y hediondo de los deleites carnales.
Y lo que excede á toda miseria es que el hijo de tan noble
padre, criado para mantenerse en la mesa de Dios con manjares
de ángeles, aun no puede hartarse destos manjares tan viles, se-
gún es grande la carestía dellos. Porque como son tantos los mer-
chantes desta mercaduría, los unos se impiden á los otros, y así
se quedan todos ayunos. Quiero decir que como son tantos los
que andan á la rebatiña, no puede dejar de haber entre ellos mu-
cha contienda: ni es posible que los puercos debajo del encina no
gruñan y se den de navajadas unos á otros sobre quién tendrá
más parte en la bellota.
Este es aquel estado miserable y aquella hambre que describe
también el Profeta cuando dice (i): Anduvieron por lugares yer-
mos y solitarios, y por grandes páramos 3^^ sequedales, peresciendo
de sed y de hambre hasta venir á desfallecer. Pues (jqué hambre es
ésta y qué sed, sino el apetito encendido que los malos tienen de
las cosas del mundo, el cual mientra más se cumple, más se en-
ciende, y mientra más bebe, más sed padesce, y mientra más le-
ña le echan, más arde? Oh gente miserable, ¿y de dónde os nasce
esta sed tan encendida, sino de que habéis desamparado la fuente
de las aguas vivas, y os vais á beber á los aljibes rotos que no
pueden retener las aguas? Faltóos el río de la verdadera felici-
dad, y por eso andáis perdidos por los desiertos y por los char-
(1) Psalm. CVI.
LIBRO I. CAPÍTULO XíX. SOJ
quillos y lagunas turbias délos bienes perescederos á matar la sed.
Artificio fué éste de aquel cruel Holofernes, que cuando cercó
la ciudad de Betulia (i), mandó cortar los caños por do entraba
el agua á la cibdad; y así no les quedaron á los pobres cercados
sino unas fuentezuelas junto á los muros, donde á hurto bebían
algunas gotillas de agua, más para untar los labios, que para ma-
tar la sed. Pues ;qué otra cosa hacéis los amadores de deleites,
los cazadores de honras, los amigos de regalos, después que per-
distes la vena de las aguas vivas, sino andar bebiendo á hurto de-
sas pobres fuentezuelas de las criaturas que halláis á mano, que
más son para untar los labios y atizar la sed, que para matarla?
Oh miserable criatura, ¿en qué andas, como dice el Profeta (2),
por el camino de los asirios á beber agua turbia y cenagosa? ¿Qué
agua puede ser más cenagosa que el deleite sensual, pues no se
puede beber sin mal olor y mal sabor? Porque, ¿qué peor olor
que la infamia del pecado, y qué peor sabor que el remordimien-
to de consciencia, que del proceden, que (como dice muy bien un
filósofo) son dos perpetuos compañeros del deleite carnal?
Y acaesce aun más, que como este apetito sea ciego, y no
haga diferencia de lo que se puede ó no puede alcanzar, y mu-
chas veces la fuerza del deseo haga parescer fácil lo que es muy di-
fícil, de aquí nasce desear muchas cosas que no puede alcanzar, por-
que no hay cosa mucho para desear, que no tenga otros muchos
deseosos que anden en pos della, y muchos amadores y conten-
dores que la defiendan; y como el apetito quiere, y no puede; cob-
dicia, y no alcanza; tiene hambre, y no hay quien le dé de comer;
y muchas veces tiende los brazos en balde, y madruga de maña-
na, y nada le sucede; y á veces subiendo ya por la escala le de-
rriban de los muros abajo, y le quitan de las manos lo que parece
que ya tenía: de aquí procede el morir, y el reventar, y el con-
gojarse y despedazarse dentro de sí mismo, por \'erse tan alejado
de lo que desea. Porque como estas dos tan principales fuerzas
del ánima (que son irascible y concupiscible) están entre sí de tal
manera ordenadas, que la una sirve á la otra, claro está que mien-
tra la parte concupiscible no alcanzare lo que desea, luego la iras-
cible ha de salir por ella, congojándose y embraveciéndose, y
poniéndose á todos los encuentros y peligros que pudiere, por dar
(i) Judith, VIL (2) Hierem. IT.
204 GUÍA DE PECADORES
contentamiento á su hermana, cuando la ve triste y descontenta.
Pues desta confusión de deseos nasce este desasosiego interior de
que tratamos, el cual llama guerra el apóstol Santiago cuando
dice (i): ^De dónde proceden las guerras y las contiendas que
hay entre vosotros, sino de las cobdicias y apetitos que militan y
pelean en vuestras almas cuando cobdiciáis las cosas, y no po-
déis alcanzarlas? Y llámala guerra con mucha razón, por la lucha
y contradicción natural que hay entre el espíritu y la carne, y los
deseos de la una parte y de la otra.
Y aun acaesce en este género de cosas otra más para sentir,
y es, que muchas veces vienen los hombres á alcanzar todo lo
que paresce que bastaba para tener el contentamiento que ellos
habían deseado: y estando en tal estado que podrían si quisiesen
vivir á su placer, con todo esto viene á metérseles en la cabeza
que les conviene pretender tal otra manera de honra, ó de título,
ó de lugar, ó de precedencia, ó cosa semejante: la cual si procu-
ran y no alcanzan, vienen á entristecerse, y congojarse, y recebir
mayor tormento con aquella nonada que les falta, que contenta-
miento con todo cuanto les queda: y así viven con esta espina,
ó por mejor decir, con este perpetuo azote toda la vida, que les
agua y vierte toda su prosperidad, y se la convierte en Immo.
Esto llamo yo enclavar el artillería, que es cosa que suelen hacer
los enemigos en la guerra: lo cual basta para que un tiro muy
grueso y muy poderoso no sea de provecho, quedándose tan en-
tero y tan grande como de antes: porque solo esto bastó para
deshacer toda su fuerza, Y deste mismo artificio usa Dios con los
malos, para que clarísimamente entiendan (si ellos quisiesen abrir
los ojos) que la felicidad y contentamiento del corazón humano
es dádiva de Dios, y que Él la da cuando quiere y á quien quiere
sin ninguno destos aparatos: y la quita cuando quiere con sólo
enclavar (como dijimos) el artillería, que es permitiendo alguno
destos desaguaderos y vertederos de su prosperidad. Por donde
quedándose tan ricos y tan prósperos en lo que parece por defuera,
por sola esta falta secreta viven tan tristes y descontentos como
si nada tuvieran. Y esto es lo que divinamente significó el mismo
Señor por Isaías, hablando contra la soberbia y potencia del rey
de los asirlos, diciendo que Él pondría flaqueza en medio de su
(i) Jacobi, IV.
Libro i. capítulo xix. 20:
grosura, y fuego debajo de su gloria, con el cual ardiese. Para
que por aquí se vea cómo sabe Dios dar un barreno al navio que
prósperamente navegaba, y poner flaqueza en medio de la for-
taleza, y miseria en medio de la prosperidad. Lo mismo también
nos es significado en el libro de Job, donde se dice que los gi-
gantes gimen debajo de las aguas (i): para que se vea que tam-
bién para éstos tiene Dios sus honduras y sus trabajos, como para
los pequeñuelos que parecen estar más subjectos á las injurias del
mundo. Pero muy más claramente significó esto Salomón, cuan-
do entre las grandes miserias del mundo contó ésta por una de
las mayores, diciendo (2): Hay aun otro mal que vi debajo del
sol, y muy común en el mvmdo. Veréis un hombre á quien Dios
dio riquezas, y hacienda, y honra, y ningún bien falta á su ánima
de todos los que desea: y con todo esto no le dio poder para co-
mer de lo que tiene, sino que otro extraño se lo tragará. Pues
¿ qué es no tener el hombre poder para comer de lo que tiene,
sino no lograr las cosas que posee, ni tener con ellas aquel con-
tentamiento que ellas le pudieran dar? Porque con un desagua-
dero déstos que dijimos, ordena Dios que se vierta toda su felici-
dad: para que por aquí se entienda que así como la verdadera sa-
biduría no la dan las letras muertas, sino Dios, así la verdadera paz
y contentamiento tampoco lo dan las riquezas y bienes del mun-
do, sino Dios.
Pues tornando al propósito, si aun los que tienen todas las co-
sas que desean, no teniendo á Dios, viven tan descontentos y de-
sabridos, ¿ qué será de aquéllos á quien todas las cosas faltan, pues
cada una destas faltas es una hambre y una sed que los fatiga,
y una espina que traen hincada en su corazón? Pues ,jqué paz, qué
sosiego puede haber en el ánima donde ha}^ tanta importunidad,
tanta guerra y tanto desasosiego de apetitos y pensamientos?
Muy bien dijo el Profeta de los tales (3): El corazón del malo es
como la mar cuando anda en tormenta, que no puede reposar.
Porque ¿qué mar ni qué olas y vientos pueden ser más furiosos
que las pasiones y apetitos de los malos, las cuales suelen á ve-
ces revolver mares y mundos? Y aun acontece muchas veces le-
vantarse en este mar vientos contrarios, que es otro linaje de tor-
menta mayor. Ca muchas veces los mismos apetitos pelean en-
(I) Jab. XXVI, (2) Eccles. VI. (3^ Isai. LV^I,
)06 GUÍA DE PECADORES
tre sí unos contra otros, como vientos contrarios: porque lo que
quiere la carne, no quiere la honra: y lo que quiere la honra, no
quiere la hacienda: y lo que quiere la hacienda, no quiere la fa-
ma: y lo que quiere la fama, no quiere la pereza y el amor del
regalo: y así acaesce que deseándolo todo, no saben qué desear-
se, y aun ellos mismos no se entienden, ni saben qué tomar ni
qué dejar, por encontrarse los apetitos unos con otros, como ha-
cen los malos humores en las enfermedades complicadas, donde
apenas halla la medicina lo que deba hacer: porque lo que es sa-
ludable contra un humor, es contrario para otro. Esta es aquella
confusión de las lenguas de Babilonia, y aquella contradicción, con-
tra la cual el Profeta hace oración á Dios, diciendo (i): Destru-
ye, Señor,y divide sus lenguas, porque vi maldad y contradicción
en la ciudad. Pues ¿ qué división de lenguas y qué maldad y con-
tradicción es ésta, sino la que pasa en el corazón de los hombres
mundanos, entre la diversidad de sus apetitos, cuando se encuen-
tran unos con otros, deseando cosas contrarias y aborresciendo
uno lo que quiere el otro ?
Dt la paz y sosiego interior en que viven los buenos.
§. II.
I STA es, pues, la suerte de los malos: mas los buenos por
el contrario, como tienen tan bien gobernados todos sus
apetitos y deseos: como tienen tan domadas y mortificadas sus
pasiones: como tienen puesta su felicidad no en estos falsos y
perecederos bienes, sino en solo Dios (que es el centro de su fe-
licidad) y en aquellos eternos y verdaderos bienes que nadie les
puede quitar: como tienen por enemigo perpetuo el amor proprio,
y su carne propria con toda la cuadrilla de sus apetitos y deseos:
y como tienen finalmente su voluntad tan resignada y puesta en
las manos de Dios, de aquí nasce que ninguna de sus molestias
los inquietan y perturban de tal manera que les hagan perder su
paz.
Pues éste es uno de los principales galardones entre otros mu-
chos que promete Dios á los amadores de la virtud. Lo cual nos
(l) Psalm. UV.
LIBRO I. CAPÍTULO XIX. 2ü;
testifican á cada paso todas las Escripturas divinas. El Profeta Real
dice (i): Mucha paz tienen, Señor, los que guardan vuestra ley,
y no ha}' cosa que los escandalice. Y por Isaías dice el mismo
Señor: Ojalá hubieras tenido cuenta con mis mandamientos, por-
que fuera tu paz como un río caudaloso, y tu justicia como las
aguas de la mar. Y llama aquí esta paz río por la gran virtud que
ella tiene para apagar las llamas de nuestros apetitos, y templar el
ardor de nuestras cobdicias^ y regar las venas estériles y secas
de nuestro corazón, y dar á nuestras ánimas refrigerio. Lo mis-
mo también significó divinamente (aunque con grande brevedad)
Salomón diciendo (2): Cuando hubieren agradado á Dios los ca-
minos del hombre. El hará que sus enemigos tengan paz con él.
Pues ¿ qué enemigos son éstos que hacen guerra al hombre, sino
sus proprias pasiones y malas inclinaciones de su carne, que pe-
lea siempre contra el espíritu ? Pues éstas dice el Señor que ha-
rá venir á tener paz con él, cuando por virtud de la gracia y de
la buena costumbre vienen á habituarse á las obras del espíritu,
y así tienen paz con él, porque no le hacen tan cruel guerra co-
mo antes solían. Porque aunque la virtud en sus principios sien-
ta grande contradicción en las pasiones, después que llega á su
perfección, obra con gran suavidad y facilidad, y con mucho me-
nor contradicción. Finalmente, ésta es aquella paz que por otro
nombre llama el profeta David anchura de corazón, cuando di-
ce (3): Ensanchaste, Señor, mis pasos debajo de mí, y no se en-
flaquecieron ni debilitaron mis pies. Por las cuales palabras qui-
so el Profeta declarar la diferencia que hay del camino de los bue-
nos al de los malos. Porque los unos andan con los corazones
apretados y congojosos por los temores y cuidados con que vi-
ven, como el caminante que va por una senda muy estrecha en-
tre grandes barrancos y despeñaderos, temiendo caer á cada pa-
so: mas el otro camina holgado y seguro, como el que va por un
camino llano y espacioso, que no tiene por qué temer. Esto en-
tienden mucho mejor los justos por la práctica que por la teóri-
ca: porque todos ellos reconocen la diferencia que hay de su co-
razón en el tiempo que sirvieron al mundo, y en el que se ofre-
cieron al servicio de Dios. Porque entonces á cada ocasión de
trabajos todo eran congojas, y sobresaltos, y temores, y apreta-
(») Psalm CXVIll. (a) Prov. XVI. (3) Psalm. XVU.
208 GUÍA DE PECADORES
mientos de corazón: mas después que dejado el camino del mun-
do, trasladaron su corazón al amor de los bienes eternos, y pu-
sieron toda su felicidad y confianza en Dios, pasan ordinariamen-
te por todas estas cosas con un corazón tan ancho, tan quieto, y
tan rendido á la voluntad de Dios, que muchas veces ellos mis-
mos se espantan tanto desta mudanza, que les parece no ser ellos
los que an tes eran, ó que les han trocado los corazones: tan mu-
dados se hallan. Y á la verdad son ellos, y no son ellos: porque
aunque sean ellos cuanto á la naturaleza, no son ellos mismos
cuanto á la gracia: pues della procede esta mudanza, aunque na-
die pueda tener evidencia della.
Esto es lo que promete el mismo Señor por Isaías diciendo (i):
Cuando pasares por las aguas, estaré contigo, y los ríos no te cu-
brirán, y en medio del fuego no te quemarás. Pues ^qué aguas
son éstas, sino los arroyos de las tribulaciones desta vida, y el di-
luvio de las miserias innumerables que cada día se ofrecen en
ella? Y ^qué fuego es éste, sino el ardor de nuestra carne, que
es aquel horno de Babilonia que atizan los ministros de Nabu-
codonosor, que son los demonios, de donde se levantan las lla-
mas de nuestros desordenados apetitos y deseos? Pues el que en
medio destas aguas y destas llamas en que todo el mundo gene-
ralmente peligra, persevera sin quemarse, ¿cómo no barruntará
por aquí la presencia del Espíritu Sancto, y la virtud del favor
divino? Ésta es aquella paz que como dice el Apóstol 2), sobre-
puja todo sentido: porque ella es un tan alto y tan sobrenatural
don de Dios, que no puede el entendimiento humano por sí solo
entender cómo sea posible que un corazón de carne esté quieto,
y pacífico, y consolado en medio de los torbellinos y tempesta-
des del mundo. Mas el que esto siente, alaba y reconosce al Ha-
cedor destas maravillas diciendo con el Profeta (3): Venid, y ved
las obras del Señor, y las maravillas que ha obrado en la tierra.
Ca Él hizo pedazos el arco, y quebró las armas, y los escudos que-
mó en el fuego, diciendo: Dejad las armas, y vivid en paz y re-
poso, para que veáis cómo Yo soy Dios ensalzado en el cielo y
en la tierra. Pues siendo esto así, ¿qué cosa más rica, más dulce
y más para ser deseada, que esta quietud, este reposo, esta an-
chura y grandeza de corazón, y esta bienaventurada paz ?
(i; Isai. XLÍII. (2) Philip IV. (i) Pial-n. XLV .
LIBRO I. CAPÍTULO XIX. 2O9
Y si pasares más adelante, y quisieres saber cuáles son las cau-
sas de do procede este don celestial, á esto respondo que proce-
de de todos estotros privilegios de la virtud, que habernos dicho:
porque así como en la cadena de los vicios unos están trabados
con otros que son causa dellos; así en la escala de las virtudes, unas
también tienen esta misma dependencia de las otras: de tal modo
que la más alta, así como produce de sí más fructos, así tiene más
raíces de donde nasce. Y así esta bienaventurada paz, que es uno
de los once fructos del Espíritu Sancto, nasce destotros fructos y
privilegios que dijimos, y señaladamente procede de la misma vir-
tud, cuya compañera indivisible ella es: porque así como á la vir-
tud naturalmente se debe reverencia y honra exterior, así también
se le debe la paz interior, la cual juntamente es fructo y premio
della. Porque como la guerra interior proceda de la soberbia y
desasosiego de las pasiones (como ya dijimos) estando éstas do-
madas y enfrenadas con las mismas virtudes que este oficio tie-
nen, cesa la causa de todos estos bullicios y desasosiegos. Y ésta
es una de las tres cosas en que consiste la felicidad del reino del
cielo en la tierra; del cual dice el Apóstol (i): El reino de Dios no
es comer ni beber, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu San-
cto. Donde por la justicia (según la costumbre de la lengua hebrea)
se entiende la misma virtud y sanctidad de que aquí tratamos: en
la cual juntamente con estos dos fructos admirables, que son paz
y alegría en el Espíritu Sancto, consiste la felicidad y bienav^en-
turanza comenzada de que los justos gozan en esta vida. Y que
esta paz sea efecto de la virtud, dícelo el mismo Señor claramente
por Isaías así (2): La paz será obra de la justicia, y e! fructo desa
misma justicia será el silencio y seguridad perpetua: y asentarse ha
mi pueblo en la hermosura de la paz, y en las moradas de la con-
fianza, y en un descanso harto y abundoso. Y llama aquí silencio
á la misma paz interior, que es el reposo y quietud de las pasio-
nes que perturban con sus clamores y deseos congojosos el re-
poso y silencio del ánima.
Lo segundo, nasce esta paz de la libertad y señorío de las pa-
siones de que arriba tratamos. Porque así como después de con-
quistada y señoreada una tierra y subjectados los moradores de-
lla, luego hay en ella paz y tranquilidad, y cada uno se asienta
(1) Rom. XIV. (2) Isaia. XXXII.
OBRAS DK GRANADA I — I A
2IO GUÍA DE PECADORES
debajo de su higuera y de su parra sin temor ni recelo de enemi-
gos; así, después de conquistadas y señoreadas las pasiones de
nuestra ánima, que son (como dijimos) la causa de todos sus des-
asosiegos, luego se sigue en ella un silencio interior y una paz
admirable, con que vive quieta y libre de la guerra y contradic-
ción importuna destas perturbaciones. De manera que así como
ellas cuando eran señoras y estaban apoderadas del hombre, lo
revolvían y alteraban todo, así agora, cuando el hombre está libre
de la tiranía dellas y las tiene captivas, no tiene quien desta ma-
nera le revuelva la casa y le perturbe la paz.
Lo tercero, nasce también esta paz de la grandeza de las con-
solaciones espirituales de que arriba tratamos: con las cuales de
tal manera se satisfacen y adorraescen hasta los deseos y afectos
de nuestro apetito, que por entonces están quietos y satisfechos
con la parte que les cabe de estos relieves de la porción superior
del ánima. Porque aUí la parte concupiscible se da por contenta
con aquel soberano gusto que recibe en Dios: y la irascible se
quieta viendo á su hermana satisfecha y contenta. Y así queda
todo el hombre quieto y sosegado con esta participación y gusto
del sumo bien.
Lo cuarto, nasce también esta paz del testimonio y alegría
interior de la buena consciencia (de que arriba tratamos) que da
grande quietud y descanso al ánima del justo: aunque no la ase-
gure perfectamente, porque no se descuide y pierda el estímulo
sancto del temor.
Últimamente nasce esta paz de la confianza que los buenos
tienen en Dios (de que también tratamos) porque ésta señalada-
mente les hace estar quietos y consolados, aun en medio de las
tormentas desta vida, por estar aferrados con las áncoras de la
esperanza: que es, por confiar que tienen á Dios por padre, por
valedor, por defensor y por escudo: debajo de cuyo amparo con
mucha razón viven quietos, cantando con el Profeta (i): En paz
juntamente dormiré y descansaré: porque Tú, Señor, aseguraste
mi vida con la esperanza de tu misericordia. Ca désta nasce la
paz de los justos, y el remedio de todos sus males: porque ¿qué
razón tiene para congojarse quien tiene tal valedor?
(1) Psalm. IV.
DEL NONO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD, QUE ES DE CÓMO OYE DiOS LAS ORA-
CIONES DE LOS BUENOS Y BESKCHA LAS DE LOS MALOS.
CAPÍTULO XX.
<os^ íí,C?OiENEN también otro grande privilegio los seguidores
j)^T) de la virtud, que es ser oídos de Dios en sus oracio-
.^^L nes: lo cual es un gran remedio para todas las nece-
sidades y miserias desta v' ida. Y para esto es de saber que dos di-
luvios univ^ersales ha habido en el mundo: uno material y otro
espiritual, y ambos por una misma causa, que es por pecados.
El material, que fué en tiempo de Noé (i), no dejó en el mun-
do cosa viva más de lo que pudo caber en una arca: porque to-
do se lo tragaron las aguas, de tal manera que la mar sorbió á
la tierra con todos los trabajos y riquezas de los hombres. Mas
el otro primer diluvio fué mucho mayor que éste: porque no só-
lo dañó á los hombres que en aquel tiempo eran, sino á todos
los siglos presentes, pasados y venideros: y no sólo hizo daño á
los cuerpos, sino mucho más á las ánimas, pues tan robadas y
desnudas quedaron de las riquezas y gracias que el mundo en
aquel primer hombre había recebido: como se ve claro en un ni-
ño recién nacido, el cual nasce tan desnudo de todos estos bie-
nes, cuan desnudas trae las carnes.
Pues deste primer diluvio nascieron todas las pobrezas y mi-
serias á que la vida humana está subjecta: las cuales son tantas
y tan grandes, que dieron materia á un grande doctor y sumo
pontífice para hacer un libro de solas ellas (2). Y muchos gran-
des filósofos, considerando por una parte la dignidad del hombre
sobre todos los otros animales, y por otra á cuántas miserias y
vicios está subjecto, no acaban de maravillarse viendo esta des-
orden en el mundo: porque no alcanzaron k causa della, que fué
Cl) Genes. VII. (2) Innocentius: de Vilitate conditionis humanse,
2i2 guía de pecadores
el pecado. Porque veían que solo éste entre todos los animales
usa de mil diferencias de carnalidades y deleites: á solo éste fa-
tiga la avaricia, la ambición, y un insaciable deseo de vivir, y el
cuidado de la sepultura y de lo que después della ha de ser.
Ninguno otro tiene la vida más frágil, ni la cobdicia más encen-
dida, ni el miedo más sin propósito, ni más rabiosa la ira. Veían
también á los otros animales pasar la mayor parte de la vida sin
enfermedades y sin los tormentos de los médicos y de las me-
dicinas: veíanlos proveídos de todo lo necesario sin trabajo y sin
cuidado. Mas al hombre miserable veían subjecto á mil cuentos
de enfermedades, de accidentes, de desastres, de necesidades, de
dolores así de cuerpo como de ánima, y así suyos proprios co-
mo de todos los que ama. Lo pasado le da pena, lo presente le
aflige y lo que está por venir le congoja: y para sustentar con
pan y agua una sola boca, muchas veces le es forzado trabajar
toda la vida.
No acabaríamos á este paso de contar las miserias de la vida
humana: la cual el sancto Job dice que es una perpetua batalla,
y que los días della son como los de un jornalero que de sol á
sol trabaja. Lo cual sintieron en tanta manera algunos sabios
antiguos, que unos dijeron que no sabían si la naturaleza nos ha-
bía sido madre ó madrastra, pues á tantas miserias nos subjecto.
Otros dijeron que lo mejor de todo era no nascer, ó á lo menos
morir luego acabando de nascer. Y no faltó quien dijo que mu-
chos no tomaran la vida, si se la dieran después de experimen-
tada: esto es, si fuera posible probarla antes de recibirla.
Pues habiendo quedado tal la vida por el pecado, y habién-
dose perdido en aquel primer diluvio todo el caudal que había-
mos recibido, ¿qué remedio nos dejó el que desta manera nos
castigó? Dime tú, ^iqué remedio tiene un hombre enfermo y li-
siado que navegando por la mar, en una tempestad perdió toda
su hacienda, sino que pues ni tiene patrimonio ni salud para ga-
narlo, ande toda la vida mendigando? Pues si el hombre en aquel
universal diluvio perdió cuanto tenía, y quedó tan pobre y des-
nudo, ¿qué remedio le queda sino llamar á las puertas de Dios
como un pobre mendigo ? Esto nos enseñó muy á la clara aquel
sancto rey Josafat, cuando dijo: Como quiera que no sepamos,
Señor, lo que nos convenga hacer, solo este remedio nos queda,
que es levantar nuestros ojos á Vos. Y no menos significó esto
LIÉRO I. CAPÍTULO XX. 21$
mismo el sancto rey Ezequías, cuando dijo (i). De la mañana á
la tarde daréis, Señor, fin á mi vida: mas yo así como el hijo de
la golondrina llamaré, y gemiré como paloma. Como si dijera:
Soy tan pobre y estoy tan colgado, Señor, de vuestra miseri-
cordia y providencia, que no tengo un solo día de vida seguro
y por esto todo mi ejercicio ha de ser estar siempre dando ge-
midos ante Vos como paloma, y llamaros como hace á sus pa-
dres el hijo de la golondrina. Esto decía este sancto varón con
ser rey, y grande rey: pero mucho mayor lo era su padre Da-
vid, y con todo eso usaba deste mismo remedio en todas sus
necesidades, y así con este mismo espíritu y conoscimiento de-
cía: Con mi voz clamé al Señor, con mi voz hice oración á El.
Derramo en presencia del mi oración, y doile cuenta de mi tri-
bulación, cuando mi espíritu fatigado comienza á desfallecer. Es-
to es, cuando mirando á todas partes veo cerrados los caminos
y puertos de la esperanza: cuando me faltan los remedios de la
tierra, busco los del cielo por medio de la oración, la cual Dios
me dejó para socorro de todos mis males.
Preguntarás por ventura si es éste seguro y universal reme-
dio para todas las necesidades de la vida. A esto (pues es cosa
que pende de la divina voluntad) no pueden responder sino los
que Dios escogió para secretarios della, que son los Apóstoles y
Profetas: entre los cuales dice uno así (2): No hay nación en el
mundo tan grande, que tenga sus dioses tan cerca de sí como
nuestro Señor Dios asiste á todas nuestras oraciones. Estas son
palabras de Dios salidas per boca de un hombre: las cuales nos
certifican sobre todo lo que se puede certificar, que cuando ora-
mos, aunque no veamos á nadie ni nos responda nadie, no ha-
blamos á las paredes, ni azotamos el aire, sino que allí está Dios
dándonos audiencia, y asistiendo á nuestras oraciones, y compa-
desciéndose de nuestras necesidades, y aparejándonos el reme-
dio, si es remedio que nos conviene. Pues ,3 qué mayor consue-
lo para el que ora, que tener esta prenda tan cierta de la asis-
tencia divina? Y si esto solo basta para esforzarnos y consolar-
nos, ^cuánto más lo harán aquellas palabras y prendas que te-
nemos de la boca del mismo Señor en su Evangelio, donde di-
ce (3): Pedid, y recibiréis: buscad, y hallaréis: llamad, y abriros
(1; Isai. XXXVIII. (2) Deut. IV. (3) Matth. VII; Luc. XI.
él 4 guía DE PECADORES
lian? Pues ^qué prenda más rica que ésta? ^ Quién dubdará des-
tas palabras? ? Quién no se consolará con esta cédula real en
todas sus oraciones?
Pues éste es uno de los mayores privilegios que tienen los
amadores de la virtud en esta vida, conoscer que estas tan ricas
y seguras promesas principalmente dicen á ellos. Porque una de
las señaladas mercedes que nuestro Señor les hace en pago de
su fidelidad y obediencia es que Él les acudirá y oirá siempre en
todas sus oraciones. Así lo testifica el sancto rey David cuando
dice (i): Los ojos del Señor están puestos sobre los justos, y sus
oídos en las oraciones de ellos. Y por Isaías promete el mismo Se-
ñor diciendo: Entonces (conviene saber, cuando hubieres guar-
dado mis mandamientos) invocarás, y el Señor te oirá; llamarás,
y decirte ha: Cátame aquí presente para todo lo que quisieres. Y
no sólo cuando llaman, sino aun antes que llamen promete por
este mismo Profeta que los oirá. Mas á todas estas promesas hace
ventaja aquella que el Señor promete por S. Juan diciendo (2):
Si permanesciéredes en Mí, y guardáredes mis palabras, todo cuan-
to quisiéredes pidiréis, y hacerse ha. Y porque la grandeza desta
promesa parescía sobrepujar toda la fe y credulidad de los hom-
bres, vuélvela á repetir otra vez con mayor afirmación dicien-
do: En verdad, en verdad os digo que cualquiera cosa que pi-
diéredes al Padre en mi nombre, os será concedida. Pues ^qué
mayor gracia, qué mayor riqueza, qué mayor señorío que éste?
Todo cuanto quisiéredes (dice) pediréis, y hacerse ha. ¡ Oh pala-
bra digna de tal prometedor ! ^ Quién pudiera prometer esto, sino
Dios? ^Cúyo poder se extendiera á tan grandes cosas, sino el de
Dios? Y ¿qué bondad se obligara á tan grandes mercedes, sino la
de Dios? Esto es hacer al hombre en su manera señor de todo:
esto es entregarle las llaves de los tesoros divinos. Todas las otras
dádivas y mercedes de Dios (por grandes que sean) tienen sus
términos en que se rematan: mas ésta entre todas (como dádiva
real de Señor infinito) tiene consigo esta manera de infinidad, por-
que no determina esto ni aquello, sino todo lo que vosotros qui-
siéredes, siendo cosa conveniente para vuestra salud. Y si los hom-
bres fuesen justos apreciadores de las cosas, ¿en cuánto habían de
estimar esta promesa? ¿En cuánto estimaría un hombre tener tan-
(i; rsalm, XXXIII. (2) Joan. XV.
LIBRO I. CAPÍTULO XX. 2 1 ^
ta gracia y cabida con un rey, que hiciese del todo lo que qui-
siese? Pues si en tanto se preciaría esto con un rey de la tierra,
^cuánto más con el Rey del cielo?
Y porque no pienses que esto es decir y no hacer, pon los
ojos en las vidas de los sanctos, y mira cuántas y cuan grandes
cosas acabaron con la oración. ^Qué hizo Moisén en Egipto, y en
todo aquel camino del desierto con oración? ^Oué no acaba-
ron Elias y Elíseo su discípulo con oración? ,iQué milagros no hi-
cieron los Apóstoles con oración? Con esta arma pelearon los
sanctos, con ésta vencieron á los demonios, con ésta triunfaron
del mundo, con ésta se enseñorearon de la naturaleza, con ésta
volvieron en roscío templado las llamas del fuego, con ésta apla-
caron y amansaron la saña de Dios, y alcanzaron del todo lo que
quisieron. De nuestro Padre Sancto Domingo se escribe haber
descubierto á un grande amigo suyo que ninguna cosa jamás ha-
bía pedido á nuestro Señor que no la hubiese alcanzado. Y como
el amigo le respondiese que pidiese á Dios para religioso de su
Orden el maestro Reginaldo, que era un famoso hombre en aque-
llos tiempos, el sancto varón hizo aquella noche oración por él, y
otro día por la mañana, comenzando el himno de Prima, Janí lu-
cís orto sidere, entró aquel nuevo lucero por el coro, y echado á
los pies del sancto varón le pidió húmilmente el hábito de su
Orden. Éste es, pues, el galardón prometido á la obediencia de
los justos, que pues ellos son tan fieles y obedientes á las voces
de Dios, así también Dios lo sea en su manera á las voces dellos:
y pues ellos responden á Dios cuando los llama, les pague El
(como dicen) á torna peón en la misma moneda, respondiendo á
su llamado. Y por esto dice Salomón que el varón obediente ha-
blará victorias (i): porque justo es que haga Dios la voluntad del
hombre, cuando el hombre hace la de Dios.
Mas, por el contrario, de las oraciones de los malos dice Dios
por Isaías (2): Cuando extendiéredes vuestras manos apartaré mis
ojos de vosotros, y cuando multiplicáredes vuestras oraciones no
las oiré. Y por Hieremías los amenaza el mismo Señor dicien-
do (3): En el tiempo de la tribulación dirán: Levántate, Señor, y
líbranos; y responderles ha: ¿ Dónde están los dioses que adoras-
te ? Pues levántense ésos, y líbrente en el tiempo de la necesidad.
(ij Prov. XXL (2) Isai. L (3) Jerem. IL
2l6 GUÍA DE PECADORES
Y en el libro del sancto Job se escribe: ^Qué esperanza tendrá
el malo habiendo robado lo ajeno? ¿Por ventura oirá Dios su cla-
mor cuando venga sobre él la angustia? Y sant Juan en su Ca-
nónica dice (i): Hermanos muy amados, si nuestra consciencia no
nos reprehendiere, confianza tenemos en Dios que alcanzaremos
todo lo que pidiéremos; porque guardamos sus mandamientos, y
hacemos lo que es agradable á sus ojos. Conforme á lo cual dice
David: Si cometí maldad en mi corazón, no me oirá Dios: mas
porque no la cometí, oyó El mi oración.
Destos lugares hallaremos otros infinitos en las Escripturas
sagradas; para que por todo esto veas la diferencia que hay de
las oraciones de los buenos á las de los malos, y por consiguien-
te, la ventaja que hay del partido de los unos al de los otros; pues
los unos son oídos y tratados como hijos, y los otros despedidos
comúnmente como enemigos. Porque como no acompañan su
oración con buenas obras, ni con aquella devoción ni fervor de
espíritu, ni con aquella caridad y humildad, no es maravilla que
no sea oída; porque (como dice muy bien Cipriano) no es eficaz
la petición cuando es estéril la oración. Verdad es que aunque
esto generalmente sea así, pero es tan grande la bondad y lar-
gueza de Dios, que algunas veces se extiende á oír las oraciones
de los malos; las cuales aunque no sean meritorias, no dejan de
ser impetratorias; porque como dice Sancto Tomás, el merecer
nasce de la caridad; mas el impetrar, de la infinita bondad y mi-
sericordia de Dios, la cual algunas veces oye las oraciones de los
tales.
(i) i Joan. III.
DÉCIMO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD, QUE ES EL AYUDA Y FAVOR DE DIOS QUE
LOS BUENOS RECIBEN EN SUS TRIBULACIONES, V POR EL CONTRARIO, LA
IMPACIENCIA Y TORMENTO CON QUE LOS MALOS PADECEN LAS faUY'AS.
CAPÍTULO XXI.
fe lENE también otro maravilloso privilegio la virtud,
^ que es alcanzarse por ella fuerzas para pasar alegre-
^l mente por las tribulaciones y miserias que en esta
vida no pueden faltar. Porque sabemos ya que no hay mar en el
mundo tan tempestuoso y tan instable como esta vida es; pues no
hay en ella felicidad tan segura, que no esté subjecta á infinitas
maneras de accidentes y desastres nunca pensados, que á cada
hora nos saltean. Pues es cosa mucho para notar, ver cuan dife-
rentemente pasan por estas mudanzas los buenos y los malos. Por-
que los buenos considerando que tienen á Dios por padre, y que
Él es el que les envía aquel cáliz (como una purga ordenada por
mano de un médico sapientísimo para su remedio) y que la tri-
bulación es como una lima de hierro, que cuanto es más áspera,
tanto más alimpia el ánima del orín de los vicios, y que ella es
la que hace al hombre más humilde en sus pensamientos, más
devoto en su oración, y más puro y limpio en la consciencia; con
estas y otras consideraciones abajan la cabeza, y humíUanse blan-
damente en el tiempo de la tribulación, y aguan el cáliz de la pa-
sión; ó (por hablar más propriamente) agúaselo el mismo Dios: el
cual, como dice el Profeta (i), les da á beber las lágrimas por
medida. Porque no hay médico que con tanto cuidado mida las
onzas de acíbar que da á un doliente (conforme á la disposición
que tiene) cuanto aquel físico celestial mide el acíbar de la tri-
bulación que da á los justos, conforme á las fuerzas que tienen
para pasarla. Y si alguna vez acrescienta Él el trabajo, acrescienta
(I) Psalm. LXXIX.
§l8 GUÍA DE PECADORES
también el favor y a^aida para llevarlo; para que así quede el
hombre con la tribulación tanto más enriquescido cuanto más
atribulado; y de ahí adelante no huya della como de cosa daño-
sa, sino antes la desee, como mercaduría de mucha ganancia. Pues
con todas estas cosas llevan los buenos muchas veces los traba-
jos, no sólo con paciencia, sino también con alegría. Porque no mi-
ran al trabajo, sino al premio; no á la pena, sino á la corona; no
á la amargura de la medicina, sino á la salud que por ella se al-
canza; no al dolor del azote, sino al amor del que lo envía: el cual
tiene ya dicho que á los que ama, castiga.
Júntase con estas consideraciones el favor de la divina gracia
(como ya. dijimos) la cual no falta al justo en el tiempo de la tri-
bulación. Porque como Dios sea tan verdadero y fiel amigo de
los suyos, en ninguna parte está más presente que en sus tribu-
laciones, aunque menos lo parezca. Si no, discurre por toda la Es-
criptura sagrada, y verás cómo apenas hay cosa más veces repe-
tida y prometida que ésta. ^-No se dice del que es ayudador en
las necesidades y en la tribulación? ^No se convida Él á que lo
llamen para este tiempo, diciendo (i): Llámame en el tiempo de
la tribulación, y librarte he, y honrarme has? ^ No probó esto por
experiencia el mismo Profeta cuando dijo (2): Cuando llamé, oyó
mi oración el Señor Dios de mi justicia, y ensanchó mi corazón
en el día de la tribulación? ^No es este Señor en quien confiaba
el mismo Profeta, cuando decía (3): Esperaba yo á Aquél que me
libró de la pusilanimidad del espíritu y de la tempestad ? La cual
tempestad no es cierto la de la mar, sino la que pasa en el co-
razón del pusilánime y del flaco, cuando es atribulado; que es
tanto mayor, cuanto es más pequeño su corazón. La cual sen-
tencia confirma él con palabras muchas veces repetidas y multi-
plicadas para mayor confirmación desta verdad y mayor esfuerzo
de nuestra pusilanimidad diciendo (4): La salud de los justos
viene del Señor, y Él es su defensor en el tiempo de la tribula-
ción; y ayudarlos ha el Señor, y librarlos ha, y defenderlos ha
de los pecadores, y salvarlos ha, porque en Él pusieron su es-
peranza.
Y en otra parte muy más claramente dice el mismo Profe-
ta (5): ¡Cuan grandes son. Señor, los bienes que habéis hecho á
(i) Psalm. 49. (2)Psalm.4. (3) Psalm, 54. (4) Psalm. 36. (5) Fsalin. 30.
LIBRO I. CAPÍTULO XXI. 2-1^
todos los que esperan en Vos en presencia de los hijos de los
hombres! Esconderlos heis en lo escondido y secreto de vues-
tro rostro, de las tribulaciones y persecuciones de los hombres;
y defenderlos heis en vuestro tabernáculo de la contradicción
de las lenguas. Por lo cual sea bendito el Señor que tan ma-
ravillosamente usó comigo de su misericordia, defendiéndome
y asegurándome como si estuviera en una ciudad de guarnición,
estando yo tan derribado y caído en medio de la tribulación, que
me parecía estar ya desamparado y desechado de la presencia
de vuestros ojos. Mira, pues, cuan á la clara nos enseña aquí el
Profeta el favor y amparo que los justos tienen de Dios en lo más
recio de su tribulación. Y es mucho de notar aquella palabra que
dice: esconderlos heis en lo escondido y secreto de vuestro ros-
tro. Dando á entender (como dice un intérprete) que así como
cuando los reyes de la tierra quieren guardar á un hombre muy
seguro, lo encierran dentro de su palacio, para que no solamente
las paredes reales, mas también los ojos del rey lo defiendan de
sus enemigos (que no puede ser mejor guarda) así aquel Rey so-
berano defiende los suyos con este mismo recaudo y providen-
cia. De donde vemos y leemos que muchas veces los sanctos v^a-
rones, cercados de grandísimos peligros y tentaciones, estaban
con un ánimo quieto y esforzado, y con un rostro y semblante
sereno, porque sabían que tenían sobre sí esta guarda tan fiel que
nunca los desamparaba, antes entonces se hallaba más presente,
cuando los veía en mayor peligro. Así lo hizo Él con aquellos
tres sanctos mozos que mandó echar Nabucodonosor en el horno
de Babilonia (i), entre los cuales andaba el ángel del Señor con-
vertiendo las llamas de fuego en aiie templado. De lo cual espan-
tado el mismo tirano, comenzó á decir: ¿Qué es esto? ¿No eran
tres hombres los que echamos en el fuego atados? Pues ¿quién
es aquel cuarto que yo veo tan hermoso, que parece hijo de Dios?
?Ves, pues, cuan cierta es la compañía de nuestro Señor en el
tiempo de la tribulación ? Y no es menor argumento desta verdad
lo que hizo este mismo Señor con el sancto mozo Josef, después
de vendido por sus hermanos (2); pues (como se escribe en el li-
bro de la Sabiduría) descendió con él á la cárcel, y estando en
medio de las prisiones, nunca le desamparó, hasta que le entregó
(i) Dan. III. {2) Genes. XU.
§20 GUÍA DE PECADORES
el sceptro y señorío de Egipto, y le dio poder contra los que le
habían afligido, y mostró que habían sido mentirosos los que le
habían infamado y puesto mácula en su gloria. Los cuales ejem-
plos manifiestamente nos declaran la verdad de aquella promesa
del Señor, que por el Psalmista dice (i): Con él estoy en la tri-
bulación; librarlo he, y glorificarlo he. Dichosa por cierto la tribu-
lación, pues merece tal compañía. Si así es, demos todos voces
con Sant Bernardo diciendo: Dame, Señor, siempre tribulaciones,
porque siempre estés comigo.
Júntase también con esto el socorro y favor de todas las vir-
tudes, las cuales concurren en este tiempo á dar esfuerzo al co-
razón afligido, cada una con su lanza. Porque así como cuando
el corazón está en algún aprieto, toda la sangre acude á soco-
rrerle, porque rio desfallezca, así también cuando el ánima está
apretada y puesta en peligro con alguna tribulación, luego todas
las virtudes acuden á socorrerla, cada una de su manera. Y así
primeramente acude la fe con el conoscimieuto firme de los bie-
nes y males de la otra vida, en cuya comparación es nada todo
lo que se padece en ésta. Ayúdalos también la esperanza, la cual
hace al hombre paciente en los trabajos con la esperanza del ga-
lardón. Ayúdalos el amor de Dios, por el cual desean afectuo-
samente padecer aflicciones y dolores en este siglo. Ayúdalos la
obediencia y conformidad que tienen con la divina voluntad, de
cuya mano toman alegremente y sin murmuración todo lo que
les viene. Ayúdalos la paciencia, á la cual pertenece tener hom-
bros para poder llevar estas cargas. Ayúdalos la humildad, la
cual les hace inclinar los corazones, como árboles delgados, al
furioso viento de la tribulación, y humillarse debajo de la mano
poderosa de Dios, reconosciendo siempre que es menos lo que
padescen^ de lo que sus culpas merecen. Ayúdalos otrosí la con-
sideración de los trabajos de Cristo crucificado, y de todos los
otros sanctos, en cuya comparación son nada todos los nuestros.
Desta manera, pues, ayudan aquí las virtudes con sus oficios:
y no sólo con sus oficios, sino también (si se sufre decir) con sus
dichos. Porque la fe primeramente dice que no son dignas las pa-
siones deste tiempo para la gloria advenidera que será revelada
en nosotros. La caridad también acude diciendo que algo es ra-
(i; Psalm. XC.
LIBRO I. capítulo XXÍ. 221
zón que se padezca por Aquél que tanto nos amó. El agrades-
cimiento dice también con el sancto Job que si hemos recibido
bienes de la mano del Señor, justo es que también recibamos
las penas del. La penitencia dice: Razón es que padezca algo con-
tra su voluntad, quien tantab veces la hizo contra la de Dios. La
fidelidad dice: Justo es que nos halle fieles una vez en la vida,
quien tantas mercedes nos ha hecho en toda ella. La paciencia
dice que la tribulación es materia de paciencia, y la paciencia de
probación, y la probación de esperanza, y la esperanza no saldrá
en vano, ni dejará al hombre confundido. La obediencia dice que
no hay mayor sanctidad, ni mayor sacrificio, que conformarse el
hombre en todos los trabajos con el beneplácito de la divina vo-
luntad.
Mas entre todas estas virtudes la esperanza viva es la que
señaladamente los ayuda en este tiempo, y la que maravillosa-
mente tiene firme y constante nuestro corazón en medio de la
tribulación. Y esto nos declaró el Apóstol, el cual acabando de
decir (i): Gozándoos con la esperanza, añadió luego: Teniendo en
los trabajos paciencia: entendiendo muy bien que de lo uno se
seguía lo otro: conviene saber, de la alegría de la esperanza el
esfuerzo de la paciencia. Por la cual causa elegantemente la lla-
mó el Apóstol áncora (2); porque así como el áncora aferrada
en la tierra tiene seguro el navio que está en el agua, y le hace
que desprecie las ondas y la tormenta, así la virtud de la espe-
za viva, aferrada fuertemente en las promesas del cielo, tiene fir-
me el ánima del justo en medio de las ondas y tormentas deste
siglo, y le hace despreciar toda la furia de los vientos y tempesta-
des del. Así dicen que lo hacía un sancto varón, el cual viéndose
cercado de trabajos decía: Tan grande es e! bien que espero, que
toda pena me deleita.
Desta manera, pues, concurren todas las virtudes á conhortar
el corazón del justo, cuando lo ven atribulado. Y si aun con todo
esto desmaya, tornan á volver sobre él con más calor diciendo:
Pues si al tiempo de la prueba, cuando Dios te quiere examinar,
desfalleces, ^ dónde está la fe viva que para con Él has de tener?
¿Dónde la caridad, y la fortaleza, y la obediencia, y la paciencia,
y la lealtad, y el esfuerzo de la esperanza? ¿Esto es para lo que
{^Ij Rom, Xil. (2) Hebr. VI.
-i')-?
Guía dé pecadores
tantas veces te aparejabas y determinabas? ¿Esto es lo que
tú tantas veces deseabas, y aun pidías á Dios? IVIira que no es ser
buen cristiano solamente rezar, y ayunar, y oír misa: sino que te
halle Dios fiel (como á otro Job y otro Abraham) en el tiempo de
la tribulación. Pues desta manera el justo, ayudándose de sus bue-
nas consideraciones y de las virtudes que tiene, y del favor de
la divina gracia que no le desampara, viene á llevar estas cargas
no sólo con paciencia, mas muchas veces con haci miento de gra-
cias y alegría. Y para prueba desto bástenos por agora el ejem-
plo del sancto Tobías: de quien se escribe que habiendo nuestro
Señor permitido que después de otros muchos trabajos pasados
perdiese también la vista, para que se diese á los hombres ejemplo
de su paciencia, no por eso se desconsoló, ni perdió punto de la
fidelidad y obediencia que antes tenía. Y añade luego la Escrip-
tura la causa desto diciendo: Porque como siempre dende su niñez
hubiese vivido en temor de Dios, no se entristeció contra el Se-
ñor por este azote, sino permaneciendo sin moverse en su temor,
le daba gracias todos los días de su vida. Mira, pues, aquí cuan
abiertamente atribuye el Espíi-itu Sancto la paciencia en la tribu-
lación á la virtud y temor de Dios que este sancto varón tenía,
conforme á lo que aquí está declarado. Y aun de nuestros tiem-
pos podía yo referir muy ilustres ejemplos de grandes enferme-
dades y trabajos llevados por siervos y siervas de Dios con gran-
de alegría: los cuales en la hiél hallaron miel, y en la tempestad
bonanza, y en el medio de las llamas de Babilonia refrigerio sa-
udable.
De la impaciencia y furor de los malos en sus trabajos.
§. I.
}k% por el contrario, ¡qué cosa es ver los malos en la tribu-
I lación! Como no tienen caridad, ni paciencia, ni fortale-
za, ni esperanza viva, ni otras virtudes semejantes; y como los to-
man los trabajos tan desarmados y desapercebidos; como no tie-
nten luz para ver aquello que los justos ven con la fe formada, ni
lo abrazan con la esperanza viva, ni han probado por experiencia
aquella bondad y providencia paternal de Dios para con los su-
LffiRO I. CAPÍTULO XXI. 223
yos; es cosa de lástima ver de la manera que se ahogan en este
golfo, sin hallar dónde hacer pie, ni de qué echar mano. Porque
como carecen de todas estas ayudas, como navegan sin este go-
bernalle, como pelean sin estas armas, ^ qué se puede esperar de-
llos, sino que perezcan en la tormenta y mueran en la batalla?
¿Qué se puede esperar, sino que con la furia de los vientos y con
las ondas de los trabajos vengan á dar en las rocas de la ira, y
de la braveza, y de la pusilanimidad, y de la impaciencia, y de la
blasfemia, y de la desesperación? Y algunos hay que junto con
esto han venido á perder el seso, ó la salud, ó la vida, ó á lo menos
la vista con el continuo llorar. De manera que los unos como plata
fina perseveran sanos y enteros en el fuego de la tribulación: los
otros como vil y bajo estaño luego se derriten y deshacen con la
fuerza del calor. Y así donde los unos lloran, los otros cantan; don-
de los unos se ahogan, los otros pasan á pie enjuto; donde los unos
como vil y flaco vaso de barro estallan en el fuego, los otros como
oro puro se paran más hermosos. Desta manera, pues, suena siem-
pre voz de salud y alegría en los tabernáculos de los justos (i);
mas en las casas de los malos siempre se oyen voces de tristeza
y confusión.
Y si quieres entender lo que digo, mira los extremos que han
hecho y hacen cada día muchas mujeres principales cuando vie-
nen á perder sus hijos ó maridos; y hallarás que unas se encierran
en lugares escuros donde nunca más vean sol ni luna; otras hay
aun que se han encerrado en jaulas como bestias fieras; otras que
se han arrojado en medio del fuego; otras vienen á dar con la ca-
beza por las paredes con rabia y aborr escimiento de la vida; y
aun otras vemos que la acaban después muy presto con la impa-
ciencia y furia del dolor: y así queda asolada y destruida una casa
y familia en un momento. Y lo que más es, que no sólo son crue-
les y desatinadas para consigo, sino también atrevidas y blasfe-
mas para con Dios, acusando su providencia, condenando su jus-
ticia, blasfemando de su misericordia y poniendo en el cielo
contra Dios su boca sacrilega. Lo cual todo en fin les viene á llo-
ver en casa, con otras calamidades aun mayores que les envía
Dios por estas blasfemias; porque éste es el galardón que merece
quien escupe hacia el cielo, y echa coces contra el aguijón. Y
(i) Ps4lm. CXVII.
224 GUÍA DE PECADORES
ésta suele ser á veces una cura muy justa de la mano de Dios,
que así divierte sus corazones de unos trabajos grandes con otros
mayores,
Desta manera los miserables, como les falta el gobernalle de
la virtud, vienen á dar al través al tiempo de la tormenta, blas-
femando por lo que habían de bendecir, ensoberbeciéndose con
lo que se habían de humillar, enduresciéndose en el castigo, y
empeorando con la medicina: lo cual paresce que es un infierno
comenzado, y principio de otro que se les apareja. Porque si no
es otra cosa infierno sino lugar de penas y culpas, ^qué falta aquí
para que no tengamos éste por una manera de infierno, donde
hay tanto de uno y de otro?
Y qué lástima es ver sobre todo esto, que así como así se han
de padecer los trabajos, y que tomándolos con paciencia se ha-
cían más ligeros de llevar, y más meritorios para el ánima: y que
con todo esto quiera el malaventurado hombre perder el fructo
inestimable de la paciencia, y hacer la carga mayor con el tra-
bajo de la impaciencia, la cual sola pesa más que la misma car-
ga. Gran desconsuelo es trabajar, y no ganar nada con el traba-
jo, ni tener á quien hacer cargo del. Pero mayor es sin compa-
ración perder aun lo ganado, y después de haber habido mala
noche, hallar desandada la jornada.
Todo esto, pues, nos declara cuan diferentemente pasan por
las tribulaciones los buenos y los malos: cuánta paz, alegría y es-
fuerzo tienen los unos donde tanta aflicción y desasosiego pa-
decen los otros. Lo cual fué maravillosamente figurado en los
grandes clamores y llantos que hubo en toda la tierra de Egip-
to cuando les mató Dios en una noche todos los primogénitos (i):
porque no había casa donde no hubiese su llanto, como quiera
que en toda la tierra de Jesé (donde moraban los hijos de Israel)
no se oyese un solo perro que ladrase.
Pues ^ qué diré (demás desta paz) del provecho que de sus
tribulaciones sacan las justos, de donde los malos sacan tanto da-
ño? Porque (según dice Crisóstomo) así como en el mismo fue-
go se purifica el oro, y el madero se quema, así en el fuego de
la tribulación el justo se hace más hermoso, como el oro, y ei ma-
lo como el leño seco y infructuoso se hace ceniza. Conforme á
(i) Exod, XU.
LIBRO I. CAPÍTULO XXI. 225
lo cual dice también Cipriano que así como el aire al tiempo
del trillar avienta y esparce las pajuelas livianas, mas con esto
purifica el trigo y lo deja más limpio, así el viento de la tribu-
lación desbarata y derrama los malos como paja liviana: mas por
el contrario, recoge y purifica los buenos como trigo escogido.
Lo mismo también nos representan en figura las aguas y ondas
del mar Bermejo: las cuales no solamente no ahogaron á los hi-
jos de Israel al tiempo que por él pasaron, mas antes les eran mu-
ro á la diestra y á la siniestra. Y por el contrario, esas mismas
aguas envolvieron y anegaron los carros de los egipcios con to-
do el pueblo de Faraón (i). Pues desta manera las aguas de las
tribulaciones son para mayor guarda y defensión de los buenos,
y para conservación y ejercicio de su humildad y de su pacien-
cia: mas para los malos son como olas y tormenta que los ane-
ga y sume en el abismo de la impaciencia, de la blasfemia y de
la desesperación.
Esta es, pues, otra maravillosa ventaja que la virtud hace al
vicio: por la cual los filósofos alabaron y preciaron mucho la fi-
losofía, creyendo que á ella sola pertenescía hacer al hombre
constante en cualquier trabajo. Mas vivían en esto muy engaña-
dos, como en otras cosas. Porque así la verdadera virtud como
la verdadera constancia no se hallan entre los filósofos, sino en
la escuela de aquel Señor que puesto en la cruz nos consuela
con su ejemplo, y reinando en el cielo nos fortalece con su es-
píritu, y prometiéndonos la gloria nos anima con la esperanza de-
Ua: de lo cual todo carece la filosofía humana.
;^i; Exod. XIV.
OBRAS DE GRANADA í— l5
Undécimo privilegio de la. virtud, que es, cómo Nuestro Señor provee
á los virtuosos de lo temporal.
CAPÍTULO XXII.
)ODO esto que hasta aquí habernos dicho, son riquezas
\j^t y bienes espirituales que se dan á los amadores de
la virtud en esta vida, demás de la gloria perdurable
que les está guardada en la otra: los cuales todos se prometie-
ron al mundo en la venida de Cristo (según que todas las escrip-
turas proféticas testifican) por lo cual se llama con razón Salva-
dor del mundo: porque por Él se nos da la verdadera salud, que
es la gracia, y la sabiduría, y la paz, y la victoria y señorío de
nuestras pasiones, y las consolaciones del Espíritu Sancto, y las
riquezas de la esperanza: y finalmente todos los otros bienes que
se requieren para alcanzar aquella salud, de la cual dijo el Pro-
feta: Israel fué hecho salvo en el Señor con salud eterna.
Mas si alguno hubiere tan de carne que tenga más puestos
los ojos en los bienes de carne, que en los de espíritu (como ha-
cían los judíos) no quiero que por esto nos desavengamos: por-
que aquí le daremos mucho mejor despacho de lo que él pueda
desear. Si no, dime: (jqué quiso significar el Sabio, cuando (ha-
blando de la verdadera sabiduría en que está la perfección de la
virtud) dijo: La longura de días está en su diestra, y en su si-
niestra riquezas y gloria? De manera que ella tiene en sus ma-
nos estos dos linajes de bienes con que convida á los hombres:
en la una bienes eternos, y en la otra temporales. No pienses que
mata Dios á los suyos de hambre, ni que sea tan desproveído,
que dando de comer á las hormigas y gusanos de la tierra, de-
je ayunos á los que día y noche le sirven en su casa. Y si no
quieres creer á mí, lee todo el capítulo VI de S. Mateo, y ve-
rás las prendas y la seguridad que allí se te da sobre esto. Mirad,
dice el Salvador aquí, las aves del cielo que no siembran, ni co-
gen, ni encierran, ni hacen provisión para adelante, y vuestro Pa-
dre que está en los cielos tiene cuidado de proveerlas. .jPues nq
LIBRO I. CAPITULO XXÍL 22
/
sois vosotros de más precio que ellas? Finalmente, después des-
tas palabras concluye el Sah^ador diciendo: No queráis, pues, es-
tar solícitos sobre qué comeremos ó qué beberemos, porque es-
tas cosas buscan las gentes que no conoscen á Dios. Mas vos-
otros buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo de-
más se os dará como por añadedura. Pues por esta causa entre
otras nos convida el Psalmista á servir á Dios (viendo que por
sola ésta se obligan unos hombres á servir á otros hombres) di-
ciendo (i): Temed al Señor todos sus sanctos, porque ninguna
cosa falta á los que le temen. Los ricos deste mundo padecerán
necesidad y hambre: mas á los que buscan al Señor, nunca falle-
cerá todo bien. Y es esto una cosa tan cierta, que el mismo Pro-
feta añade en otro psalmo diciendo (2): Mozo fui, y agora soy
viejo, y nunca hasta hoy vi al justo desamparado, ni á sus hijos
buscar pan.
Y si quieres más por extenso ver el recaudo que los buenos
tienen en esta parte, oye lo que Dios promete en el Deuterono-
mio á los guardadores de su ley, diciendo: Si oyeres la voz de
tu Señor Dios y guardares sus mandamientos, hacerte ha Él más
alto que todas las gentes que moran sobre la haz de la tierra, y
vendrán sobre ti todas estas bendiciones: Bendito serás en la cib-
dad, y bendito en el campo. Bendito será el fructo de tu vien-
tre, y el fructo de tu tierra, y el fructo de tus bestias y gana-
dos, y las majadas de tus ovejas. Benditos serán tus graneros,
y las migajas de tu casa. Bendito serás en tus entradas y salidas,
y en todo lo que pusieres mano serás prosperado. Derribará
Dios ante tus pies todos los enemigos que se levantaren contra
ti: por un camino vendrán, y por siete huirán. Enviará Dios su
bendición sobre tus cilleros, y en todo serás bendito. Hacerte ha
Dios un pueblo sancto para gloria suya: así como te lo tiene ju-
rado, si guardares sus mandamientos y anduvieres en sus cami-
nos: y serán tan grandes tus prosperidades, que por ellas conos-
cerán todos los pueblos de la tierra que el nombre del Señor
es invocado sobre ti, y temerte han. Hacerte ha Dios abundar en
todos los bienes, en el fructo de tu vientre, y en el fructo de tus
ganados, y en los fructos de la tierra que te prometió de dar. Abri-
rá Dios sobre ti aquel riquísimo tesoro suyo del cielo, y lloverá
(l) Psalm. XXXIII. (2) Psalm . XXXVI,
22 8 GÜlA DE PECADORES
sobre tus tierras á sus tiempos, y echará su bendición á todas
las obras de tus manos. Hasta aquí son palabras de Dios por su
Profeta. Pues dirae agora: ¿qué Indias, qué tesoros se pueden
comparar con estas bendiciones?
Y puesto caso que estas promesas más se dieron al pueblo de
los judíos que al de los cristianos (porque á este segundo prome-
te Dios por Ezequiel que enriquescerá con otros mayores bienes,
que son bienes de gracia y gloria) pero todavía así como en aque-
lla ley carnal no dejaba Dios de dar bienes espirituales á los bue-
nos judíos, así en esta espiritual no deja de dar también sus
prosperidades temporales á los buenos cristianos: sino que las
prosperidades dáselas con dos grandes ventajas que no conoscen
los malos. La una, que como médico prudentísimo se las da en
aquella medida que pide su necesidad; para que de tal manera
los sustenten, que no los envanescan. Lo cual no saben los ma-
los, pues abarcan todo cuanto pueden, sin mirar que no es me-
nor el daño que la demasía de los bienes temporales hace en las
ánimas, que la del mantenimiento en los cuerpos. Porque aunque
el comer sea necesario para sustentar la vida, pero el demasiado
comer hace daño á la misma vida. Y así también, aunque en la
sangre esté la vida del hombre, pero con todo esto muchas veces
el pujamiento de sangre mata al hombre. La otra ventaja es, que
con menor estruendo y aparato de cosas les da mayor descanso
y contentamiento, que es el fin para que buscan los hombres
todo lo temporal. Porque todo lo que Él puede hacer por medio
de las causas segundas, puede hacer por sí solo aun más perfec-
tamente que por ellas. Y así lo hizo con todos los sanctos, en
nombre de los cuales decía el Apóstol: Nada tenemos, 3' todo lo
poseemos; porque tan grande contentamiento tenemos con lo
poco, como si fuésemos señores de todo el mundo. Los caminan-
tes procuran llevar en oro su dinero, porque así van más ricos y
con menos carga; y desta manera procura el Señor de proveer y
aliviar los suyos, dándoles pequeña carga, y grande contenta-
miento con ella. Desta manera, pues, caminan los justos, desnu-
dos, y contentos, pobres, y ricos; mas por el contrario, los malos,
llenos de bienes, y muriendo de hambre, y (como dicen de Tán-
talo) el agua á la boca, y muriendo de sed.
Pues por estas y otras semejantes causas encomendaba tanto
5,(^uel gran Profeta la guarda de la divina ley, queriendo que solo
LIBRO I. CAPÍTULO XXTI. 22^
éste fuese nuestro cuidado, porque sabía él muy bien que con
ésta todo lo demás estaba cumplido. Y así dice é! (i): Poned es-
tas mis palabras en vuestros corazones, y traeldas atadas por se-
ñal en vuestras manos, y colgadas delante de vuestros ojos, y
enseñadlas á vuestros hijos para que piensen en ellas. Cuando es-
tuvieres asentado en tu casa y anduvieres por el camino, cuando
te acostares y levantares, pensarás en ellas: y escribirlas has en
los umbrales y puertas de tu casa, de manera que siempre las
traigas ante los ojos; para que así se multipliquen los días de tu
vida y de tus hijos en la tierra que Dios te dará. Oh sancto Pro-
feta, ^ qué veías, qué hallabas en la guarda destos mandamientos
divinos, porque así la encomendabas? Verdaderamente, como
grande profeta y secretario de los consejos divinos, entendías la
grandeza inestimable de este bien, y cómo en él estaban todos los
bienes presentes y venideros, temporales y eternos, espirituales y
corporales; y cumplido con esta obligación, todo lo demás estaba
cumplido. Entendías muy bien que cuando el hombre se ocupa-
ba en hacer la voluntad de Dios, no por eso perdía jornada; sino
que entonces labraba su viña, y regaba su huerta, y granjeaba su
hacienda, y entendía en sus negocios muy mejor que haciéndolos
él por su mano; pues con aquello echaba á Dios cargo para que
El los hiciese por la suya. Porque ésta es la ley de aquel pacto y
concierto que tiene Dios hecho con los hombres, que entendien-
do ellos en la guarda de su testamento. Él entendería en la guarda
de sus cosas; y está cierto que no ha de cojear por la parce de
Dios este contrato, sino que si el hombre le fuere buen siervo»
El le será mejor señor. Esta es aquella sola una cosa que el Sal-
vador dijo ser necesaria (2), que es conoscer y amar á Dios: por-
que quien á Dios tiene contento, todo lo demás tiene seguro. La
piedad, dice Sant Pablo (3), para todas las cosas aprovecha; por-
que para ella son todas las promesas de la vida presente y ad-
venidera. ¿Ves, pues, aquí cuan abiertamente promete aquí el
Apóstol á la piedad (que es el culto y veneración de Dios) no
sólo los bienes de la otra vida, sino también losdésta, en cuanto nos
sirven y ayudan para alcanzar aquélla? Aunque no se excusa por
esto que ^ hombre trabaje y haga lo que es de su parte, confor-
me á la cualidad y condición de su estado.
(i) Dem. VL (2) Luc. X. (3) I Tim. IV,
230 GUfA DE PECADORES
/■i^i'^-i^iJBa-/ ^^. .¿i-jo^.
De Jas necesidades y pobreza de los malos,
§, I
[as por el contrarío, quien quisiere saber qué tan grandes
sean las adversidades, y las calamidades, y pobreza que
están guardadas para los malos, lea el capítulo veinte y ocho del
Deuteronomio, y verá cosas que le pongan espanto y admiración:
porque entre otras muchas palabras dice así: Si no quisieres oir
la voz de tu Señor Dios, y guardar sus mandamientos, vendrán
sobre ti estas maldiciones, y comprehenderte han. Maldito serás
en la ciudad, y maldito en el campo; maldito tu cillero, y maldi-
tas las sobras de tu mesa; maldito el fructo de tu vientre, y el
fructo de tu tierra, y los hatos de tus bueyes, y las manadas de
tus ovejas; maldito serás en todas tus entradasy salidas; esto es-
en todo lo que pusieres las manos. Enviará el Señor sobre ti es-
terilidad, y hambre, y confusión en todas las obras de tus manos
hasta destruirte. Enviarte ha pestilencia hasta que te consuma y
eche de la tierra que vas agora á poseer. Castigúete el Señor con
pobreza, fiebres, y fríos, y ardores, y aire corrupto, y mangla has-
ta que perezcas. Sea el cielo que está sobre ti de metal, y la tie-
rra que hollares de hierro, y el Señor envíe sobre ella polvo en
lugar de agua, y del cielo descienda sobre ti ceniza, hasta que
seas destruido. Entregúete el Señor en manos de tus enemigos,
Por una puerta salgas contra ellos, y por siete huyas dellos, y seas
derramado por todos los reinos de la tierra, y tu cuerpo muerto
sea manjar de todas las aves del aire, y de las bestias de la tie-
rra, y no haya quien las ojee. Castigúete el Señor con locura, y
ceguedad, y furor de entendimiento, de tal manera que andes pal-
pando las paredes en el medio día, así como anda el ciego en las
tinieblas, sin saber enderezar tus caminos. En todo tiempo padez-
cas calumnias, y andes oprimido con violencia, y no haya quien
te libre. La mujer que tuvieres, otro la deshonre; y la casa que
edificares, no mores en ella; y la viña que plantares, no la vendi-
mies; y tu buey sea muerto delante ti, y no comas déi; tu bestia
sea llevada delante tus ojos, y no se te vuelva; tus hijos y hijas
sean entregados á otro pueblo, viendo tus ojos, y desfalleciendo
á la vista dellos todo el día, y no haya fortaleza en ti: y andarás
LIBRO I, CAPÍTULO XXÍÍ. ^-^t
perdido, y serás proverbio y fábula en todos los pueblos donde
serás llevado. Y finalmente, después de otras muchas y muy te-
rribles maldiciones añade y dice: Vendrán sobre ti todas estas
maldiciones, y comprehenderte han, hasta que perezcas. Y por-
que no quisiste servir á tu Señor Dios con gozo y alegría de
corazón por la abundancia de todas las cosas, servirás al enemigo
que Él te enviará, con hambre, sed, desnudez y pobreza, el cual
porná un yugo de hierro sobre tu cerviz, hasta destruirte. Trae-
rá el Señor contra ti una gente de los últimos fines de la tierra
con tanta ligereza como el águila que vuela, cuya lengua no pue-
das entender; una gente desvergonzadísima, que no cate cortesía
al viejo, ni tenga compasión del niño, la cual se trague el fi-ucto
de tus ganados y el fi-ucto de tu tierra, de tal manera, que no
te deje trigo, ni vino, ni aceite, ni bueyes, ni vacas, ni ovejasi
hasta que te consuma en todas tus ciudades, y sean destruidos
tus muros altos y firmes en que tenías tu confianza. Serás cercado
dentro de tus puertas, y puesto en tanto aprieto, que comerás el
fi-ucto de tu vientre, y las carnes de tus hijos y de tus hijas: tan
grande será el aprieto en que tus enemigos te pondrán. Todas
éstas son palabras de la Escriptura divina, con otras muchas más
que dejo aquí de referir. Las cuales quienquiera que leyere con
atención, quedará como atónito y fuera de sí leyendo cosas tan
horribles: y entonces por ventura abrirá los ojos; y comenzará á
entender algo del rigor espantable de la justicia divina, y de la
malicia horrible del pecado, y del odio tan extraño que Dios tiene
contra él; pues con tan extrañas penas lo castiga en esta vida: por
.donde verá lo que se puede esperar en la otra. Y juntamente con
esto compadecerse ha de la insensibilidad 3' miseria de los ma-
los, que tan ciegos viven para no ver lo que les está guardado.
Y no pienses que estas amenazas sean de solas palabras: por-
que todo esto no fué tanto amenaza, cuanto profecía de las ca-
lamidades que á aquel pueblo sucedieron. Porque en tiempo de
Acab, rey de Israel, estando él cercado en Samaría por el ejér-
cito del rey de Siria (i), se lee que comían los hombres estiércol
de palomas, y aun que este manjar se vendía por gran suma de
dineros: y llegó el negocio á términos que hasta las madres ma-
taban á sus hijos para comer: y lo mismo escribe Josefo haber
(i) IV. Rtg. VI.
2^3 Gti.\ DB PECADO-RES
íicaescido en el cerco de Hierusalem. Pues ya los captiverios des-
te pueblo muy notorios son, con toda la destrucción de su re-
pública y reino. Porque los once tribus fueron llevados en per-
petuo captiverio, que nunca fué revocado por el rey de los asi-
rios: y uno solo que quedaba, fué después de mucho tiempo aso-
lado y destruido por el ejército de los romanos: donde fué muy
grande el número de los captivos, y mucho mayor sin compa-
ración el de los muertos, como el mismo historiador escribe.
Ni menos se engañe nadie creyendo que estas calamidades
pertenescían á solo aquel pueblo: porque generales son á todos
los pueblos que teniendo ley de Dios la menosprecian 3' quebran-
tan, como El mismo lo testifica por Amos diciendo (i): ¿Por ven-
tura no hice yo subir á los hijos de Israel de Egijjto, y á los pa-
lestinos de Capadocia, y á los siros de Sirene? Porque los ojos
del Señor están puestos sobre el reino que peca, para destruirlo
y echarlo de sobre la haz de la tierra. Dando á entender que to-
das estas mudanzas de reinos, destruyendo unos, y plantando
otros, se hacen por pecados. Y quien quisiere ver si esto nos to-
ca, revuelva las historias pasadas, y verá cómo por un mismo ra-
sero lleva Dios á todos los malos, especialmente á los que te-
niendo verdadera ley, no Iq, guardan. Porque ahí verá cuánta
parte de Europa, de África y de Asia, que estaba llena de igle-
sias y pueblos cristianos, está agora poseída de bárbaros y
paganos: y verá cuántas destrucciones ha padecido la Iglesia por
los godos, por los hunos y por los wándalos, que en tiempo de
Sant Augustín destruyeron toda la provincia de África, sin per-
donar á hombre, ni mujer, ni viejo, ni niño, ni doncella. Y en es-
te mismo tiempo de tal manera fué asolado por los mismos bár-
baros el reino de Dalmacia con las provincias comarcanas, que
(como dice S. Hierónimo, natural desta provincia) quien por ella
pasaba, no veía mas que cielo y tierra: tan asolada había que-
dado. Lo cual todo nos declara cómo la virtud y verdadera re-
ligión no sólo ayuda para alcanzar los bienes eternos, sino tam-
bién para no perder los temporales: porque la consideración des-
to con todas las demás sirva para aficionar nuestros corazones á
esa misma virtud que de tantos males nos libra, y de tantos bie-
nes está acompañada.
(1) Amos, IX.
DUODÉCIMO PRIVILEGIO DE LA VIRTUD, QUE ES, CUAN ALEGRE Y QUIETA
SBA LA MUgRTE ÜE LOS BUENOS, Y POR EL CONTRARIO, CUÁ.N MISERABLE
Y CuNGt JuSA LA DE LOS MALOS,
CAPÍTULO XXIII.
TODOS estos privilegios se añade el postrero, que es
el fin y muerte gloriosa de los buenos, al cual todos
los otros se ordenan. Porque si (como dicen) al fin
se canta la gloria, dime: ¿qué cosa más gloriosa que el fin de los
buenos, ni más miserable que el de los malos? Preciosa es,
dice el Psalmo (i), la muerte de los sanctos en el acatamiento del
Señor: mas la muerte de los pecadores dice que es pésima, que
quiere, decir muy mala en superlativo grado, porque así para el
cuerpo como para el ánima, es el último de todos los males. Y
así dice S. Bernardo sobre estas palabras: La muerte de los pe-
cadores es pésima. Porque ella es primeramente mala por razón
del apartamiento del mundo, y peor por el apartamiento del cuer-
po, y pésima por los dos eternos tormentos del fuego y del gu-
sano inmortal, que se siguen después della. Porque mucho duele
dejar el mundo, y mucho más salir de la carne: pero mucho más
el tormento del infierno. Pues todas estas cosas juntas, con otras
anejas á ellas, atormentan al malo en aquel tiempo. Porque allí
primeramente le fatigan los accidentes de la enfermedad, los do-
lores del cuerpo, los temores del ánima, las congojas de lo que
queda, los cuidados de lo que será, la memoria de los peca-
dos pasados, el recelo de la cuenta venidera, el temor de la sen-
tencia, el horror de la sepultura, el apartamiento de todo lo que
desordenadamente ama: esto es, de la hacienda, de los amigos,
de la mujer, de los hijos, y desta luz y aire coinún, y de la mis-
ma vida. Cada cosa déstas por su parte tanto más le lastima,
cuanto era más amada. Porque como dice muy bien Sant Au-
gustín, no se pierden sin dolor las cosas que se poseen con amor
(1) Psalm. CXV.
S34 f'-l'lA nF. TEC ADORES
Por donde dijo un filósofo que aquél temía menos la muerte, que
menos deleites tenía en la vida.
Pero sobre todo esto fatiga en aquella hora el tormento de
la mala consciencia, y la consideración y temor de lo que le es-
tá guardado. Porque entonces, despertando el hombre con la pre-
sencia de la muerte, abre los ojos y mira lo que nunca había
mirado en la vida. La razón de lo cual señala muy bien Euse-
bio Emiseno en una homilía, diciendo que porque en aquel tiem-
po cesan todos los cuidados de allegar y de buscar lo necesa-
rio para la vida, y cesa también la ambición de la honra y de la
hacienda, y ninguna ocupación hay entonces ni de trabajar, ni
de militar, ni de hacer otra cosa alguna: de aquí es que sola la
consideración de la cuenta ocupa el ánima vacía de todos los
otros cuidados: y solo el peso del divino juicio toma todos
los sentidos. Estando, pues, así el hombre miserable con la vi-
da puesta á las espaldas y la muerte ante los ojos, olvídase de
todo lo presente que deja, y comienza á pensar en lo venidero
que le aguarda. Allí ve cómo ya se acabaron los deleites, y so-
los los pecados que se hicieron cometiéndolos, quedan para el
divino juicio. Y prosiguiendo el mismo Doctor esta materia en
otra homilía, dice así: Pensemos qué llanto será aquel del ánima
negligente cuando salga desta vida, qué angustias, qué escuri-
dad, qué tinieblas: cuando vea que entre los adversarios que la
han de cercar, le salga primero al encuentro su misma conscien-
cia acompañada de diversos pecados. Porque ella sola sin más
probanza se ha de ofrescer á nuestros ojos, para que nos con-
venza su testimonio y nos confunda su conoscimiento. No será
posible encubrirse aquí nada ni negarse; pues no de lejos, ni de
otra parte, sino de dentro de nos mismos ha de salir el acusa-
dor y el testigo. Hasta aquí son palabras de Eusebio.
Pero más á la larga y más divinamente prosigue Pedro Da-
miano, cardenal, esta materia, diciendo así: Pensemos con mucha
atención cuando el ánima de un pecador comienza á salir de la
prisión desta carne, con cuan recio temor es combatida, y con
cuántos estímulos de la consciencia acusadora pungida. Acuérda-
se de las culpas que cometió: ve los mandamientos divinos que
menospreció: duélese por haber vanamente gastado el tiempo
de la penitencia, y aflígese viendo que está presente el artículo
inevitable de la cuenta y de la divina venganza. Querría quedar-
UBRO í. ciPtTüLO xxm. 235
se, y es compelida á partirse: querría recobrar lo perdido, y no
se le da espacio para ello. Volviendo los ojos atrás, mira todo
el curso de la vida pasada, y parécele un brevísimo punto.
Échalos adelante, ve un espacio de infinita perpetuidad que
lo está esperando. Llora viendo que perdió el alegría de todos
los siglos (la cual en este brevísimo espacio pudiera ganar) y
aflígese porque perdió aquella inefable dulzura de perpetua sua-
vidad por un breve deleite de la carne sensual: y avergüénzase
considerando que por aquella substancia que había de ser comi-
da de gusanos, despreció aquella que había de ser colocada en-
tre los coros de los ángeles. Y contemplando la gloria de aque-
llas riquezas inmortales, confúndese de ver cómo las perdió por
la pobreza de estos bienes temporales. Mas cuando abaja los
ojos de lo alto á mirar el valle tenebroso deste mundo, y ve
sobre sí la claridad de aquella luz eterna, conosce claramente que
era noche y tinieblas todo lo que en este mundo amaba. ¡Oh, si
pudiese entonces merecer espacio de penitencia, cuan áspera vi-
da abrazaría, cuan grandes cosas prometería, y á cuántos votos y
oraciones se obligaría!
Mas entretanto que estas cosas revuelve en su corazón, co-
mienzan á venir los mensajeros y precursores de la muerte, que
son escurecerse y hundirse los ojos, levantarse el pecho, enron-
quecerse la voz, helarse los miembros, pararse los dientes negros,
hinchirse la boca de sarro y mudarse la color del rostro. Pues
mientra estas cosas pasan como oficios que sirven á la muerte
vecina, represéntanse á la miserable ánima todas las obras, y pa-
labras, y pensamientos de la mala vida pasada, dando triste testi-
monio contra su autor: y aunque él las quiera dejar de mirar, es
forzado que las vea.
Con esto se junta por una parte la horrible compañía de los
demonios, y por otra la virtud y compañía de los ángeles. Y luego
se comienza á barruntar á cuál de las dos partes ha de pertenecer
aquella presa. Porque si en él hay obras de piedad y virtud, luego
es consolado con el regalo y convite de los ángeles. Mas si la
fealdad de sus deméritos y mala vida piden otra cosa, luego se
estremece con intolerable temor y desconfianza: y así es despe-
ñado, y acometido, y arrancado de su miserable carne, y llevado
á los tormentos eternos. Todo lo susodicho es de Pedro Damiano.
Dime, pues, agora: si esto es verdad, y si esto así ha de pasar,
23^ CrtA DE raCADORES
^qué más era menester, sí los hombres tuviesen seso, para ver cuan
miserable sea y cuánto para huir la suerte de los malos, pues les
está guardado un tan triste y tan desastrado fin?
Y si para aquel tiempo pudiesen ayudar en algo las cosas
desta vida, como ayudan para todo lo al, menos mal sería. Pero
¿qué diremos, que allí ninguna déstas ayuda, pues es cierto que
allí ni aprovechan las honras, ni defienden las riquezas, ni valen
los amigos, ni acompañan los criados, ni ayuda el linaje, ni soco-
rre la hacienda, ni sirve otra cosa sino sola la virtud y inocencia
de la vida? Porque como dice el Sabio (i), no aprovecharán las
riquezas en el día de la venganza; mas la justicia sola (que es la
virtud) librará de la muerte. Pues como el malo se halle tan po-
bre 3' tan desnudo deste socorro, (icómo podrá dejar de temblar
y congojarse viéndose tan solo y desfavorecido en el juicio di-
vino ?
De la muerte de los justos,
§■1.
i AS por el contrario, la muerte de los justos ¡ cuan agena
está de todos estos males ! Porque así como el malo re-
cibe aquí el castigo de sus maldades, así el bueno el galardón de
sus merecimientos, según aquello del Eclesiástico que dice (2):
Al que teme á Dios irá bien en sus postrimerías, y en la hora de
la muerte será bendito; esto es, será enriquecido y galardonado
por sus trabajos. Y esto es lo que más claramente significó el
evangelista Sant Juan en el Apocalipsi (3). El cual dice que oyó
una voz del cielo que le dijo que escribiese, y las palabras que le
mandó escribir eran éstas: Bienaventurados los muertos que mue-
ren en el Señor. Porque luego les dice el Espíritu Sancto que
descansen ya de sus trabajos; porque sus buenas obras van en
seguimiento dellos. Pues el justo que esta palabra tiene de Dios,
¿cómo desmayará en esta hora viendo que va á recibir lo que
procuró toda la vida ? Pues por esto se escribe en el libro de Job,
hablando del justo, que á la hora de la tarde le saldrá el resplan-
(I) Prov. XI. (2; Eccli. I. (3) Apoc. XIV.
LIBRO I. CAPÍTULO XXIIL 237
dor del medio día, y cuando le pareciere que estaba consumido,
resplandecerá como lucero. Sobre las cuales palabras dice Sant
Gregorio que por esto amanece este resplandor al justo en la hora
de la tarde, porque á la hora de su muerte rcconosce la claridad
y gloria que le está aparejada; y así en el tiempo que los otros
se entristecen y desmayan, está él en Dios consolado y confiado.
Así lo testifica Salomón en sus Proverbios diciendo: Por su ma-
licia será desechado el malo; mas el justo á la hora de su muerte
estará confiado.
Si no, dime: ¿qué mayor confianza que la que el bienaventu-
rado S. Martín tenía á la hora de su muerte, el cual viendo ante
sí al demonio, dijo estas palabras: ¿ Qué haces aquí, bestia san-
grienta? No hallarás en mí cosa muerta en que te puedas cebar;
y por esto el seno de Abraham me recibirá en paz. ;Qué mayor
confianza otrosí que la que en este mismo paso tenía nuestro Pa-
dre Sancto Domingo, el cual viendo á sus frailes llorar por su
partida y por la falta que les hacía, los consoló y esforzó dicien-
do: No os desconsoléis, hijos míos, porque en el lugar donde voy,
os seré más provechoso? Pues ¿cómo podía en aquel trance des-
consolarse, ni temer la muerte, quien tenía la gloria por tan suya,
que no sólo esperaba alcanzarla para sí, sino también para sus
hijos?
Pues por esta causa los justos no tienen por qué temer la muer-
te, antes mueren alabando y dando gracias á Dios por su acaba-
miento, pues en él acaban sus trabajos, y comienza su felicidad.
Y así dice S. Augustín sobre la Epístola de S. Juan: El que desea
ser desatado y verse con Cristo, no se ha de decir del que muere -
con paciencia, sino que vive con paciencia y muere con alegría.
Así que el justo no tiene por qué entristecerse ni temer la muer-
te; antes con mucha razón se dice del que muere cantando como
cisne, dando gloria á Dios por su llamamiento. No teme la muer-
te, porque temió á Dios: y quien á este Señor teme, no tiene más
que temer. No teme la muerte, porque temió la vida: porque los
temores de la muerte, efectos son de mala vida. No teme la muer-
te, porque toda la vida gastó en aprender á morir y en aparejarse
para morir: y el hombre bien apercebido no tiene por qué temer
á su enemigo. No teme la muerte, porque ninguna otra cosa hizo
en la vida, sino buscar ayudadores y valedores para esta hora, que
^gn I9.S virtudes y buenas obras. No teme la muerte, porque tienQ
238 CÜÍA DE PECADORES
al juez granjeado y propicio para este tiempo, con muchos servi-
cios que le ha hecho. Finalmente, no teme la muerte, porque al
justo la muerte no es muerte, sino sueño; no muerte, sino mudan-
za; no muerte, sino último día de trabajos; no muerte, sino camino
para la vida 3^ escalón para la inmortalidad: porque entiende que
después que la muerte pasó por el veneno de la vida, perdió los
resabios que tenía de muerte, y cobró dulzura de vida.
Ni tampoco desmaya por todos los otros accidentes y com-
pañeros deste paso, porque sabe que éstos son dolores de parto
con que nace para la eternidad, por cuyo amor tuvo siempre
la muerte en deseo, y la vida en paciencia. No desmaya con la
memoria de los pecados, porque tiene á Cristo por Redemptor,
á quien siempre agradó: no por el rigor del juicio divino, porque
le tiene por abogado: no por la presencia de los demonios, por-
que le tiene por capitán: no por el horror de la sepultura, por-
que sabe que allí siembra el cuerpo animal para que después
nasca espiritual. Pues si al fin se canta la gloria, y el postrer día
(como dice muy bien Séneca) juzga de todos los otros días y da
sentencia sobre toda la vida pasada (porque él es el que justifi-
ca ó condena todos los pasos della) y tan pacífico y quieto es el
fin de los buenos, y tan congojoso y peligroso el de los malos,
¿qué m.ás era menester que esta sola diferencia para escupir la
mala vida y abrazar la buena? ¿ Qué montan todos los placeres,
toda la prosperidad, todas las riquezas y todos los regalos y seño-
ríos del mundo, si en el fin vengo á ser despeñado en el infier-
no ? Y ¿qué me pueden dañar todas las miserias desta vida, aca-
bándola en paz y tranquilidad, y llevando prendas de la gloria ad-
venidera? Sea el malo cuan sabio quisiere en saber vivir, ¿para
qué presta ese saber, sino para saber adquirir cosas con que te
hagas más soberbio, más vano, más regalado, más poderoso pa-
ra el mal, más inhábil para el bien: y para que te sea tanto más
amarga la muerte, cuanto era más dulce la vida? Si seso hay en
la tierrra, no hay otro mayor que saber bien ordenar la vida pa-
ra este fin: pues el principal oficio del sabio es saber ordenar
convenientemente los medios para su fin. Por donde si es sabio
médico el que sabe ordenar la medicina para la salud, que es el
fin de esa medicina, aquél será perfecta y absolutamente sabio
que supiere ordenar su vida para la muerte: esto es, para la cuen-
ta que se ha de dar en ella, á la cual se debe ordenar toda la vida.
LlfeRO i. CAPITULO XXIir.
^39
Prueba lo dicho por eje tupios.
§. II.
^WM" AS para mayor declaración y confirmación de lo dicho,
'^ «í^ y para espiritual recreación del lector, me paresció aña-
dir aquí algunos ejemplos dignos de memoria, de las muertes
gloriosas de algunos sanctos, tomados del cuarto libro de los Diá-
logos de S. Gregorio Papa, en les cuales claramente se verá cuan
alegre y dichosa sea la muerte de los justos. Y si en esto me
extendiere algo, no se perderá en ello tiempo, porque este sanc-
to Doctor de tal manera cuenta estas historias, que de camino
va dando mucha doctrina y avisos saludables en ellas.
Escribe él, pues, que en tiempo de los godos había en la
ciudad de Roma una nobilísima doncella por nombre Gala, hija
de un cónsul llamado Símaco, La cual, siendo de poca edad,
dentro de un año fué juntamente casada y viuda, Y como el
mundo, y la edad, y las riquezas la convidasen otra vez al mis-
mo estado, quiso ella antes desposarse con Cristo en aquellos
desposorios que comienzan con llanto y acaban con alegría, que
en estos del mundo, que comenzando con alegría acaban con
tristeza, por la muerte necesaria que ha de ver el uno del otro.
Mas como ella fuese de complexión muy caliente, certificáronle
los médicos que si no casaba le habían de nascer barbas como
á hombre: y así le acaesció. Pero la sancta mujer, que había
amado la hermosura interior de su esposo, no temió la feal-
dad exterior de su cuerpo, ni hizo caso de aquella fealdad que
no desagradaba al esposo celestial. Dejado, pues, el hábito secu-
lar, entregóse toda al servicio de Dios, entrando en un mones-
terio que estaba junto á la iglesia del apóstol S. Pedro: donde
persev^eró muchos años con gran simplicidad de corazón y gran-
de ejercicio de oración, haciendo muy largas limosnas á pobres.
Y determinando el Señor todopoderoso de dar perpetuo galar-
dón á los trabajos de su sierva, vino á adolecer de un cancro
que le nasció en el pecho. Y estando ella acostada en su cama,
tenía siempre dos lámparas encendidas, porque como amiga de
la luz, no sólo aborrecía las tinieblas espirituales, mas también
las corporales. Estando, pues, una noche fatigada con su enfer-
^40 GUÍA DE PECADORES
medad, vio entre las dos lámparas al bienaventurado apóstol
S. Pedro, y no temió nada de verle: antes tomando con el
amor osadía, se alegró y le preguntó diciendo: (jQué es
esto. Señor mío? ¿Por ventura son ya perdonados mis pe-
cados? Respondió el Apóstol glorioso con un rostro benigní-
simo, y abajando la cabeza le dijo: Ya son perdonados: ven.
Mas porque esta sierva de Dios tenía muy especial amistad
con otra religiosa de aquel monesterio, que se llamaba Be-
nedicta, replicó luego diciendo: Ruégote que venga comigo la
hermana Benedicta. Respondió él: No ha de venir ésa, sino fu-
lana (nombrando otra religiosa por su nombre) y ésa que pides,
de aquí á treinta días te seguirá. Pasado esto, cesó la visión: y la
doliente, llamando á la madre del monesterio, dióle cuenta de todo
lo que había pasado: y de ahí á tres días fálleselo ella, y junta-
mente la otra que le era señalada: y cumplidos los treinta, pasó
desta vida la otra que ella había pedido. La memoria deste
hecho permanece hasta ahora en aquel monesterio, y las reh-
giosas más nuevas que supieron esto de sus madres, lo cuentan
agora con tanto fervor y devoción, como si ellas mismas se ha-
llaran presentes á esta maravilla. Hasta aquí son palabras de
S. Gregorio. Considere, pues, aquí el cristiano lector cuan glo-
rioso fin haya sido éste.
Tras deste ejemplo escribe el mismo Sancto otro no menos
memorable. Había, dice él, en Roma un hombre llamado Sér-
vulo, muy pobre de hacienda, y muy rico de merecimientos. El
cual estaba en un portal que era paso para la iglesia de Sant
Clemente, pidiendo limosna á los que por allí pasaban: y estaba
tan tullido de perlesía en un lecho, que ni se podía levantar, ni
asentar en la cama, ni llegar la mano á la boca, ni mudarse de un
lado á otro. Tenía él una madre y un hermano que le acompa-
ñaban y servían, y todo lo que él podía haber de sus limosnas,
mandábalo dar á otros pobres por mano de la madre y del her-
mano. No sabía él leer, mas había comprado algunos libros sagra-
dos, y cuando recibía en casa algunos religiosos, hacía que
le leyesen en ellos: de donde vino á ser que en su manera su-
piese mucho de las Escripturas sagradas, aunque del todo no
sabía leer. Y juntamente con esto procuraba dar siempre gra-
cias á nuestro Señor en medio de sus dolores, y ocuparse día y
noche en himnos y alabanzas divinas. Mas llegándose ya el tieni»
LIBRO I. CAPÍTULO XXIIL 24 í
po en que el Señor quería remunerar esta tan gran paciencia,
llegó á lo postrero. Y como él se viese vecino á la muerte, lla-
mó á los peregrinos y huéspedes que en su casa había, y amones-
tóles que se levantasen y cantasen juntamente con él psalmos,
por la esperanza de su acabamiento. Y estando él con ellos mu-
riendo y cantando, súbitamente los atajó, y puso silencio con un
grande clamor y terror, diciendo: Calla. ¿Por ventura no oís las
voces de alabanza que suenan en el cielo? Y estando él atento
con el oído de su corazón á las voces qne dentro de sí oía, lue-
go aquella sancta ánima fué desatada de la carne: y así como
acabó de expirar, sintióse allí un tan maravilloso olor, que todos
cuantos presentes estaban fueron llenos de inestimable suavidad:
por las cuales cosas evidentemente conoscieron que eran verda-
deras las voces de alabanza con que aquella ánima había sido
recibida en el cielo. A la cual maravilla se hallp presente un
monje nuestro, que hasta hoy es vivo: el cual con grandes lá-
grimas suele testificar que aquel olor maravilloso no se quitó de
las narices de los que allí asistían, hasta que el cuerpo fué en-
tregado á la sepultura.
Tras déste añadiré aquí otro ejemplo memorable del mismo
S. Gregorio, del cual da él fiel testimonio, como de cosa que
mucho le tocaba. Tres hermanas, dice él, tuvo mi padre, las cua-
les todas fueron vírgines dedicadas á Dios. La una se llamaba
Tarsila, y la otra Gordiana, y la otra Emiliana. Y todas tres con
un mismo fervor y devoción se ofrecieron á Dios, y en un mismo
tiempo se consagraron á El: y así vivían en su propria casa de-
bajo de una estrecha regla y observancia. Y perseverando mucho
tiempo en esta vida, comenzaron Tarsila y EmiHana á crecer cada
día más en el amor de su Criador, de tal manera que estando
en la tierra con solo el cuerpo, cada día con el ánimo subían á
la eternidad. Mas por el contrario, el ánimo de Gordiana comen-
zó á entibiarse cada día más en el amor íntimo de Dios, y en-
cenderse poco á poco más en el amor deste siglo. En el cual
tiempo decía muchas veces Tarsila con un gran gemido á su
hermana Emiliana: Veo que mi hermana Gordiana no pertene-
ce á nuestro estado. Veo que se derrama de fuera, y que no guar-
da su corazón conforme al propósito de su religión. Y procura-
ban cada día las hermanas con blandas palabras amonestarla, pa-
ra que dejada la liviandad de sus costumbres, tuviese la grave-
OBRAS DR GRANAOA I— 16
¿42
GUÍA DE PECADORES
dad que le pedía su hábito. Y ella mostrando un rostro grave
cuando oía estas palabras, pasada la hora del castigo perdía lue-
go aquella fingida gravedad: y así gastaba el tiempo en hablar
palabras livianas, y holgábase con la campañía de las doncellas
leo-as, y érale muy pesada la conversación de cualquier persona
que no era dada á este mundo. Pues una noche mi bisabuelo
Feliz (pontífice que fué desta iglesia de Roma) apareció á Tar-
sila (la cual se había aventajado sobre sus hermanas en la virtud
de la condnua oración, y de la aflicción corporal, y de singular abs-
tinencia y gravedad de vida, y en toda sanctidad) y mostrándole
una morada de perpetua claridad, le dijo: Ven, porque en esta mo-
rada de luz te tengo de recibir. Y ella, cayendo otro día enferma
de una calentura, llegó á lo postrero. Y como es costumbre jun-
tarse mucha gente cuando las personas nobles están en paso de
muerte, para consolar los deudos del que muere, así en aquella
hora se hallaron aUí muchas personas señaladas. Entre las cua-
les estaba también allí mi madre. Entonces la doliente, levan-
tando los ojos á lo alto, vio venir á Jesús, y con grande admira-
ción comenzó á dar voces y decir: Apartaos, que viene Jesús.
Y puestos los ojos en aquel Señor que veía, luego aqnella sanc-
ta ánima se despidió de la carne. Y súbitamente fué sentido allí
por todos un olor de tan grande suavidad, que daba bien á en-
tender que el autor de toda la suavidad había allí venido. Y co-
mo después la desnudasen para lavar su cuerpo, como se suele
hacer á los muertos, hallaron que en las rodillas y en los cob-
dos tema hechos callos como de camello, del continuo uso de
estar postrada en oración: de manera que la carne muerta daba
testimonio de lo que el espíritu hacía siempre en la vida. To-
do esto pasó antes de la fiesta del Nascimiento de nuestro Sal-
vador. Después de lo cual apareció luego Tarsila á su herma-
na Emiliana de noche en una visión diciéndole: Ven, hermana,
para que celebre contigo la fiesta de la Epifanía: pues sin ti ce-
lebré la del sancto Nascimiento. Mas Emiliana congojada por el
peHgro y desamparo de su hermana Gordiana, respondió: Si yo
voy contigo, ¿á quién dejaré encomendada nuestra hermana
Gordiana? A lo cual ella con un triste semblante respondió:
Ven tú, porque Gordiana nuestra hermana está en la cuenta de
las legas. Después de la cual visión luego cayó Emiliana enfer-
pía, y creciendo la enfermedad, vino á morir antes del día de la
LIBRO I. CAPÍTULO XXIIL 243
fiesta que le era señalada. Mas Gordiana, como se vio sola, lue-
go creció más en su maldad: porque olvidada del temor de
Dios, y olvidada de la vergüenza, y de la reverencia, y olvida-
da de su voto y consagración, vino á casar con un hombre á
quien tenía arrendada su hacienda. Hasta aquí son palabras de
S. Gregorio que con historia de su misma casa y familia nos
da bien á entender el dichoso y próspero fin de la virtud, y el
triste y feo paradero de la liviandad. Mas á esta materia daré ca-
bo con otra maravillosa historia que el mismo Sancto refiere de
su proprio tiempo, por estas palabras.
En el tiempo que yo fui á entrar en el monesterio, había en
Roma una mujer anciana que se llamaba Redempta, la cual en há-
bito de religiosa moraba junto á la iglesia de la bienaventurada
siempre Virgen María. Esta había sido discípula de una virgen
llamada Hirundina, de quien se decía que resplandeciendo con
grandes virtudes, había hecho vida eremítica sobre los montes
Prenestinos. Habíanse juntado con esta Redempta dos discípulas:
una que se llamaba Rómula, y la otra, que es agora viv^a, conós-
cola de rostro, mas no le sé el nombre. Morando, pues, estas tres
en una misma casa, vivían una vida muy pobre de riquezas, mas
muy rica de virtudes. Pero esta Rómula sobrepujaba á la otra su
condiscípula con grandes méritos de vida, porque era mujer de
maravillosa paciencia y de suma obediencia, y grande guardadora
de silencio, y muy ejercitada en el uso de la continua oración. Mas
porque muchas veces los que parecen perfectos en los ojos de
los hombres, no carecen de alguna imperfección en los de Dios
(como vemos que muchas veces los hombres ignorantes alaban
una imagen esculpida, que no está del todo acabada, como si ya
lo estuviese; mas el artífice entiende que hay más que hacer en
ella, y aunque la oya alabar, todavía procura de la limar más y
perfeccionar) así se hubo el Señor con esta Rómula: la cual quiso
afinar y purificar más con una recia enfermedad de perlesía, de
la cual estuvo muchos años en cama, cuasi sin poder servirse de
sus miembros. Mas estos azotes nunca movieron su ánima á im-
paciencia; antes la falta de los miembros se le hizo acrescenta-
miento de virtudes, y tanto más se ejercitaba en el oficio de
la oración, cuanto menos tenía otra cosa que poder hacer. Pues
una noche llamó á la madre Redempta, la cual criaba estas dos
discípulas como hijas diciéndole: Madre, venj madre j ven. La cu^í
!44 GUÍA DE PECADORES
se levantó luego con la otra condiscípula, como después ambas
lo contaron á muchos, y la cosa fué muy notoria á todos, y yo
también en aquel mismo tiempo lo supe. Pues estando ellas á la
media noche junto á la cama de la enferma, súbitamente resplan-
desció allí una luz del cielo, que hinchió todo el espacio de aque-
lla celdilla. Y el resplandor desta claridad era tan grande, que
hacía estremecer á los que presentes estaban, de tal manera, que
(como después ellas contaban) todo el cuerpo tenían como helado
y yerto por la grandeza del pavor. Porque comenzaron á oír un
sonido como de mucha gente que por la puerta de su celda en-
traba, y la misma puerta crujía, como apretada de los que por ella
entraban. Y así sentían entrar muchedumbre de gente; mas la
grandeza del temor y de la claridad hacía que no pudiesen ver
nada. Porque el temor derribaba su corazón, y la grandeza de la
claridad les escurecía y reverberaba la vista. Después de la cual
luz sintieron un olor de tan maravillosa suavidad, que el temor
que había causado la luz, templaba la suavidad deste olor. Mas
como no pudiesen sufrir la fuerza de tan grande luz, la enferma
comenzó con una voz blanda á consolar á su maestra que allí es-
taba tremiendo, con estas palabras: No temas, madre mía, que no
muero agora. Y diciendo esto muchas veces, fué poco á poco re-
mitiéndose la luz hasta que del todo cesó: mas no cesó la suavi-
dad del olor, antes perseveró de la misma manera hasta el segun-
do y el tercero día. Y pasado el tercero día, en la noche que des-
pués se siguió, llamó á su maestra, y pidió el Viático, que es el
Sanctísimo Sacramento, y recibiólo; y apenas se habían apartado
la madre y la otra condiscípula de su cama, cuando súbitamente
se comenzaron á oír en la plaza antes de la puerta de aquella
celda dos coros de cantores, los cuales, según que por las voces
se podía juzgar, parecían de hombres y mujeres, cantando los
hombres los psalmos, y respondiendo las mujeres. Y estándose
desta manera celebrando aquellos oficios y exequias celestiales,
aquella sancta ánima, salida de las carnes, comenzó á subir al cie-
lo, y juntamente con ella iba aquel canto y olor celestial; y cuán-
to más subía á lo alto, menos se sentía acá bajo, hasta que del
todo lo uno y lo otro cesó.
Hasta aquí son palabras de S. Gregorio.
Muchos otros ejemplos se pudieran traer á este propósito;
perp éstos bastarán para que se vea cuan quieta, cuan pacífica y
LIBRO I. CAPÍTULO XXIIL 24 ^
alegre comúnmente sea la muerte de los buenos. Porque aun-
que no á todos se concedan estas señales tan sensibles, pero
como todos sean hijos de Dios, y á la hora de la muerte se aca-
be el plazo de los trabajos, y comience el de la remuneración,
siempre son allí esforzados y consolados con el socorro de la di-
vina gracia y con el testimonio de su buena consciencia. Y así se
consolaba el bienaventurado Sancto Ambrosio en este paso di-
ciendo: No he vivido de tal manera que me pese por haber vi-
vido; ni temo la muerte, porque tenemos buen Señor. Y á quien
estos tan grandes favores parescieren increíbles, ponga los ojos en
la inmensidad incomprehensible de la bondad de Dios (á la cual
pertenece amar, honrar y favorecer los buenos) y parecerle
ha poco todo lo que aquí se ha contado. Porque si esta bondad
llegó á tomar carne humana y morir en una cruz por los hombres,
¿qué mucho es consolar y honrar á la hora de la muerte á los
buenos que por tan caro precio redimió? Y si acabando de expi-
rar los ha de llevar á su casa, y hacerles participantes de su glo-
ria, y mostrarles la esencia divina, ¿qué mucho es hacerles estos
favores al tiempo de la partida?
Conclusión desta segunda parte,
§. III.
I STOS son pues, hermano mío, los doce privilegios qne se
conceden á la virtud en esta vida; que son como los doce
fructos de aquel hermosísimo árbol que vio S. Juan en el Apo-
calipsi (i), plantado á la ribera de un río, que daba doce fructos
en el año, según el número de los meses del. Porque ¿qué otro
árbol puede ser éste, después del Hijo de Dios, sino la misma
virtud, que es árbol que da fructos de sanctidad 3^ de vida? ^y
qué otros fructos más preciosos que éstos que aquí se han decla-
rado? Porque ¿qué más hermoso fructo que la providencia pa-
ternal que Dios tiene de los suyos, y la gracia divina, y la lumbre
de la sabiduría, y las consolaciones del Espíritu Sancto, y la ale-
gría de la buena consciencia, y el socorro de la esperanza, y la
verdadera libertad del ánima, y la paz interior del corazón, y el
(I) Apoc. XXII.
246 GllA DE PECADORES
ser oído en las oraciones, y socorrido en las tribulaciones, y pro-
veído en las necesidades temporales, y finalmente ayudado y con-
solado con alegre muerte al fin de la vida? Verdaderamente cada
uno destos privilegios es en sí tan grande, que si bien se conos-
ciase, solo él bastaría para hacer á un hombre abrazar la virtud, y
mudar la vida, y para que entendiese con cuánta verdad dijo el
Salvador (i) que el que por El dejase el mundo, recibiría aquí
ciento tanto más de lo que dejó, y después la vida eterna, como
arriba se declaró.
Cata aquí pues, hermano, cuál sea este bien á que te convi-
damos: mira si te puedes llamar á engaño, aunque dejases por él
todas las cosas del mundo. Un solo inconveniente tiene (si así se
puede llamar) por donde no es de los malos tan preciado, que
es, no ser dellos conoscido. Por lo cual dijo el Salvador (2) que el
reino de los cielos era semejante al tesoro escondido. Porque ver-
daderamente él es tesoro; mas es tesoro escondido á los otros, no
á su poseedor. Porque muy bien conocía el valor deste tesoro
el Profeta cuando decía: Mi secreto para mí, mi secreto para mí.
Poco se le daba (por lo que á él tocaba) que supiesen los otros
parte deste su bien; porque no es éste como los otros bienes, que
no son bienes sino son conoscidos; porque como no son bienes por
sí, sino por la opinión del mundo, es menester que sean conosci-
dos del mundo para que se llamen bienes. Mas este bien hace
bueno y bienaventurado al que lo posee, y no menos calienta el
corazón de su poseedor sabiéndolo él solo, que si lo supiese todo
el mundo.
Mas la llave deste secreto no es mi lengua, ni todo lo que aquí
habemos dicho; porque todo lo que se puede declarar con len-
gua mortal, queda bajo para lo que él es. La llave es la luz divá-
na, y la experiencia y uso de la v^irtud. Ésta pide tú al Señor, y
luego hallarás este tesoro; y hallarás al mismo Dios, en quien to-
das las cosas hallarás, y verás con cuánta razón dijo el Profeta (3):
Bienaventurado el pueblo que tiene al Señor por su Dios, porque
^qué puede faltar á quien este bien posee? Escríbese en el libro
de los Reyes (4) que dijo Helcana, padre de Samuel, á su mujer
Ana, viéndola llorar porque no tenía hijos: Ana, <: porqué lloras,
porqué se aflige tu corazón? ¿Por ventura no te valgo yo más que
(i) Matth. XIX, (2) Matth. XIII. (3) Psalm. CXLIII. (4) I Reg. I.
LIBRO I. CAPÍTULO XXIII. 24f
diez hijos? Pues sí un buen marido (que hoy es, y mañana no) vale
más á 'a mujer que diez hijos, ^cuánto te parece que valdrá más
Dios al ánima que de verdad le posee? ,jQué hacéis, hombres?
^en qué andáis? ¿qué buscáis? ¿porqué dejáis la fuente del pa-
raíso por los charquillos turbios del mundo? ¿Porqué no to-
máis aquel tan sano consejo que os da el Profeta diciendo: Probad
y ved cuan suave es el Señor? ¿Porqué no tentaréis alguna
vez este vado? ¿Porqué no probaréis este manjar? Fiaos de la
palabra deste Señor, y comenzad, que después el mismo camino
y el negocio os desengañarán. Espantosa parecía aquella ser-
piente hecha de la vara de Moisén, cuando se miraba de lejos;
mas tomada en la mano se hizo vara inocente como lo era de
antes. No sin causa dijo Salomón (i): Caro es, caro es, dice el
comprador: mas después que tiene la mercaduría en la mano, vase
gloriando. Pues así acaesce cada día á los hombres en este trato:
que como al principio no conoscen la cualidad desta mercaduría,
porque no son espirituales, y sienten lo que les piden por ella,
porque son carnales; háceseles muy caro lo que les piden, por lo
que les dan. Mas después que comienzan á gustar cuan suave es
el Señor, luego se glorían en su mercaduría, y conoscen que por
ningún precio es caro tan grande bien. ¡Cuan alegremente vendió
aquel hombre del Evangelio todo lo que tenía por comprar aque-
lla heredad en que había hallado el tesoro! Pues ¿porqué el cris-
tiano, oído este nombre, no querrá saber lo que esto es? Cosa es
por cierto maravillosa que si un burlador te certificase que den-
tro de tu casa en tal parte había un gran tesoro, no dejarías de
caviar y probar si esto era verdad; y certificándote aquí la pala-
bra de Dios que dentro de tí puedes hallar un incomparable te-
soro, ¡que no se te levante el corazón para quererlo buscar! ¡Oh,
si supieses cuánto son más ciertas estas nuevas, y cuánto mayor
este tesoro ! ¡ Oh, si supieses á cuan pocas azadadas encontrarías con
él! ¡Oh, si entendieses cuan cerca está el Señor de los que le lla-
man, si le llaman de verdad !
¿ Cuántos hombres habrá habido en el mundo, que arrepin-
tiéndose de sus pecados, y perserverando en pedir perdón de-
llos, en menos que una semana de camino descubrieron tierra, ó
por mejor decir, hallaron cielo nuevo y tierra nueva, y comenza-
(tj Frov. XX.
248 GUÍA DE PECADOR'ES
ron á barruntar dentro de sí el reino de Dios? ^Qué mucho es
hacer esto aquel Señor que dijo: En cualquier hora que el peca-
dor gimiere su pecado, no tendré más memoria del? (jQué mucho
-es hacer esto aquél que apenas dejó acabar al hijo pródigo aque-
lla breve oración que traía pensada, cuando le echó los brazos
encima y le recibió con tanta fiesta? Vuélvete pues agora, her-
mano, á este piadoso Padre, y madruga un poco por la mañana, y
persevera algunos días en llamar á las puertas de su misericor-
dia; y ten por cierto que si húmilmente perseverares, en cabo
te responderá y descubrirá el tesoro secreto de su amor; y
cuando lo hayas probado, dirás luego con la Esposa en los Can-
tares: Si diere el hombre toda su hacienda por la caridad, como
nada la despreciará.
COMIENZA
LA TERCERA PARTE DESTE LIBRO
EN LA CUAL SE RESPONDE
Á LAS EXCUSAS QUE LOS HOMBRES SUELEN ALEGAR
PARA NO SEGUIR EL CAMINO DE LA VIRTUD.
CONTRA LA PRIMERA EXCUSA DE LOS QUE DILATAN LA MUDANZA DE LA VIDA
Y EL ESTUDIO DE LA VIRTUD PARA ADELANTE.
CAPÍTULO XXIV.
JNGUNA dubda hay sino que lo que hasta aquí ha-
bernos dicho, bastaba y sobraba para el principal
propósito que aquí pretendemos, que es inclinar los
corazones de los hombres (supuesta la divina gracia) al amor y
seguimiento de la virtud. Mas con ser todo esto verdad, no
faltan á la malicia humana excusas y aparentes razones con
que defenderse ó consolarse en sus males, como lo afirma
el Eclesiástico diciendo (i): El hombre pecador huirá de la
corrección, y nunca le faltará para su mal propósito alguna
aparente razón. Y Salomón otrosí dice que anda buscando
achaques y ocasiones el que se quiere apartar de su amigo:
y así los bu-scan los malos para apartarse de Dios, alegando
para esto cada uno su manera de excusa. Porque unos dilatan
este negocio para adelante: otros lo reservan para la hora de
la muerte: otros dicen que recelan esta jornada por parecer-
Íes trabajosa: y otros que se consuelan con la esperanza de la
divina misericordia , pareciéndoles que con sola fe y espe-
ranza, sin caridad, podrán salvarse: y otros finalmente, presos con
el amor del mundo, no quieren dejar la felicidad que en él po-
seen, por la que les promete la palabra de Dios. Éstos son los
más comunes embaimientos y engaños con que el enemigo del
linaje humano de tal manera trastorna los entendimientos de los
(i) Eccli. XXXIL
250 OUÍA DE PECADORES
liombrep, que los tiene cuasi toda la vida captivos en sus peca-
dos: para que en este miserable estado los saltee la muerte, to-
mándolos con el hurto en las manos. Pues á estos engaños res-
ponderemos agora en la postrera parte deste libio, y primero
contra los que dilatan este negocio para adelante, que es el más
general de todos éstos.
Dicen, pues, algunos que todo lo dicho hasta aquí es verdad,
y que no hay otro partido más seguro que el de la virtud, y
que no quieren dejar de seguirle: mas que al presente no pue-
den, que adelante habrá tiempo en que más fácilmente y mejor
lo puedan hacer. Desta manera escribe Sant Augustín que res-
pondía á Dios antes de su conversión, diciendo: Espera, Señor,
un poco, aguarda otro poco, agora dejaré el mundo, agora sal-
dré de pecado. Así, pues, andan los malos en traspasos con Dios,
quebrantando de cada día unos plazos, y señalando otros, sin
acabar de llegar esta hora de su conversión.
Pues que éste sea manifiesto engaño de aquella antigua ser-
piente (á quien no es nueva cosa mentir y engañar los hombres)
no sería dificultoso de probar: y sería todo este pleito acabado,
si solo este quedase concluido. Porque 3'a nos consta que la co-
sa que todo hombre cristiano miás debe desear, es su salvación,
y que para ésta le es necesaria la conversión y emienda de la
vida: porque de otra manera no hay salud. Resta, pues, que vea-
mos cuándo ésta se haya de hacer. De manera que no nos que-
da aquí por averiguar sino solo el tiempo: porque en todo lo de-
más no hay debate. Tu dices que adelante: yo digo que luego:
tu dices que adelante te será esto más fácil de hacer: yo digo
que luego lo será: veamos quién tiene razón.
Mas antes que tratemos de la facilidad, ruégete me digas:
^ quién te dio seguridad que llegarías adelante? ,: Cuántos te pa-
resce que se habrán burlado con esta esperanza ? Sant Gregorio
dice: Dios, que prometió perdón al pecador si hiciese penitencia,
nunca le prometió el día de mañana. Conforme á lo cual dice
Cesario: Dirá alguno por ventura: Cuando llegare á la vejez me
acogeré á la medicina de la penitencia. ^ Cómo tiene atrevimien-
to para presumir esto de sí la fragilidad humana, pues no tiene
seguro solo un día? Creo verdaderamente que son innumera-
bles las ánimas que por este camino se han perdido. A lo me-
nos así se perdió aquel rico del Evangelio, de quien escribe
LIBRO I. CAPÍTULO XXIV. 2$'t
Sant Lucas (i) que como lehobiese sucedido muy bien la cose-
cha de un año, púsose á hacer consigo esta cuenta. ^Oué haré
de tanta hacienda? Quiero derribar mis graneros y hacerlos ma-
yores para guardar estos fructos: y hecho esto hablaré con mi
ánima, y decirle he: aquí tienes, mi ánima, muchos bienes para
muchos años. Pues que así es, come, bebe, y huelga, y date bue-
na vida. Y estando el miserable haciendo esta cuenta, oyó una
voz que le dijo: Loco, esta noche te pedirán tu ánima: eso que
tienes guardado ¿para quién será? Pues (jqué mayor locura que
disponer un hombre por su autoridad lo que ha de ser adelan-
te, como si tuviese en su mano la presidencia de los tiempos y
momentos que el Padre Eterno tiene puestos en su poder? Y si
del Hijo solo dice Sant Juan (2) que tiene las llaves de la vida y
de la muerte, para cerrar y abrir á quien y cuando Él quisiere,
¿ cómo el vil gusanillo quiere adjudicar á sí y usurpar este tan
gran poder? Solo este atrevimiento meresce ser castigado con este
castigo (para que el loco por la pena sea cuerdo) que no halle
adelante tiempo de penitencia el que no quiso aprovecharse del
que Dios le daba.
Y pues son tantos los que desta manera son castigados, muy
mejor acuerdo será escarmentar en cabeza agena, y sacar de los
peligros de los otros seguridad; tomando aquel tan sano consejo
que nos da el Eclesiástico diciendo (3): Hijo, no tardes de con-
vertirte al Señor, y no lo dilates de día en día, porque súbita-
mente suele venir su ira, y destruirte ha en el tiempo de la ven-
ganza.
§• I.
Mas ya que te concediésemos esa vida tan larga como tu ima-
ginas, ¿cuál será más fácil, comenzar dende luego á emedarla, ó
dejarse esto para adelante? Y para que esto se vea más claro, se-
ñalaremos aquí sumariamente las principales causas de donde esta
dificultad procede. Nasce pues esta dificultad, no de los impedi-
mentos y embarazos que los hombres imaginan, sino del mal há-
bito y costumbre de la mala vida pasada; que mudarla (como di-
cen) es á par de muerte. Por lo cual dijo Sant Hierónimo que el
(i) Luc. Xlí. (2) Apoc. I. (3) Eccli. V.
252 CUlA DE PECADORES
camino de la virtud nos había hecho áspero y desabrido la cos-
tumbre larga de pecar. Porque la costumbre es otra segunda na-
turaleza: y así prevalecer contra ella es vencer la misma natura-
leza, que es la mayor de todas las victorias. Y así dice Sant Ber-
nardo que después que un vicio se ha confirmado con la costumbre
de muchos años, es menester especialísimo y cuasi miraculoso
socorro de la divina gracia para vencerlo. Por donde el cristiano
debe temer mucho la costumbre de cualquier vicio; porque así
como hay prescripción en las haciendas, así también en su ma-
nera la hay en los vicios, Y después que un vicio ha prescripto,
es muy malo de vencer por pleito, si no hay (como dice aquí Sant
Bernardo) especialísimo favor divino.
Nasce también esta dificultad de la potencia del demonio, que
tiene especial señorío sobre el ánima que está en pecado: el cual
es aquel fuerte armado del Evangelio, que guarda con grandísimo
recaudo todo lo que tiene á su cargo. Nasce también de estar Dios
apartado del ánima que está en pecado: que es aquella guarda
que vela siempre sobre los muros de Hierusalem: el cual está
tanto más alejado del pecador, cuanto él está más lleno de pe-
cados. Y deste alejamiento nascen grandes miserias en el ánima,
como el Señor lo significó cuando por un Profeta dijo (i): ¡Ay
dellos, porque se apartaron de Mí! Y por otro dice (2): ¡Ay de-
llos cuando Yo me apartare dellos! Que es el segundo ay de que
S. Juan hace mención en su Apocalipsi (3).
Últimamente nasce esta dificultad de la corrupción de las po-
tencias de nuestra ánima, las cuales en gran manera se estragan
y corrompen por el pecado, aunque esto no sea en sí mismas,
sino en sus operaciones y efectos. Porque así como el vino se co-
rrompe con el vdnagre, la fruta con el gusano, y finalmente cual-
quier contrario con su contrario (como arriba dijimos) así también
todas las virtudes y potencias de nuestra ánima se estragan con
el pecado, que es el mayor de todos sus enemigos y contrarios.
Porque con el pecado se escurece el entendimiento, y se enfla-
quece la voluntad, y se desordena el apetito, y se debilita más el
libre albedrío, y se hace menos señor de sí y de sus obras, aun-
que nunca del todo pierda ni su ser, ni su libertad. Y siendo es-
tas potencias los instrumentos con que nuestra ánima ha de obrar
(i) Osea, VII. (2) Amos, IX. (3) Apoc. XI.
LÍBRO I. CAPÍTULO XXI V. 253
el bien, siendo éstas como las ruedas deste reloj (que es la vida
bien ordenada) estando estas ruedas y instrumentos tan maltrata-
dos y desordenados, ^qué se puede esperar de aquí, sino desorden
y dificultad? Estas, pues, son las principales causas deste trabajo,
las cuales todas originalmente nascen del pecado, y crescen más
y más con el uso del.
Pues siendo esto así, ;en qué seso cabe creer que adelante te
será la conversión y mudanza de vida más fácil, cuando habrás
multiplicado más pecados, con los cuales juntamente habrán cres-
cido todas las causas desta dificultad ? Claro está que adelante es-
tarás tanto más mal habituado, cuanto más hubieres pecado. Y ade-
lante estará también el demonio más apoderado de ti, y Dios mu-
cho más alejado. Y adelante estará mucho más estragada el anima
con todas aquellas fuerzas y potencias que dijimos. Pues si éstas son
las causas desta dificultad, ^-en qué juicio cabe creer que será este
negocio más fácil cresciendo por todas partes las causas de la
dificultad.- Porque continuando cada día los pecados, claro está
que adelante habrás añadido otros ñudos ciegos á los que ya te-
nías dados; adelante habrás añadido otras cadenas nuevas á las
que ya te tenían preso: adelante habrás hecho mayor la carga de
los pecados que te tenían oprimido; adelante estará tu entendi-
miento con el uso del pecar más escurecido, tu voluntad más flaca
para el bien, y tu apetito más esforzado para el mal, y tu libre
albedrío (como ya declaramos) más enfermo y debilitado para
defenderse del. Pues siendo esto así, ¿cómo puedes tú creer que
adelante te será este negocio más fácil r Si dices que no puedes
agora pasar este v^ado, aun antes que el río haya crecido mucho,
¿cómo lo pasarás mejor cuando vaya de mar á mar? Si tan tra-
bajoso se te hace arrancar agora las plantas de los vicios que es-
tán en tu ánima recien plantadas, ¿cuánto más lo será adelante,
cuando ha van echado más hondas raíces? Quiero decir: si atrora
que están los vicios más flacos, dices que no puedes prevalecer
contra ellos, ¿cómo podrás adelante cuando estén más arraigados
y fortificados? Agora peleas por ventura con cien pecados, adelante
pelearás con mil; agora con un año ó dos de mala costumbre, ade-
lante quizá con diez. Pues ¿quién te dijo que adelante podrás más
fácilmente con la carga que agora no puedes, haciéndose ella por
todas partes más pesada? ¿ Cómo no ves que éstas son trapazas
ole mal pagador, que porque no quiere pagar, dilata la paga d^
254 f^^'ÍA DÉ PECADORES
día en día? ¿Cómo no ves que éstas son mentiras de aquella an-
tigua serpiente, que con mentiras engañó á nuestros primeros pa-
dres, y con ellas trata de engañar á sus hijos?
Pues siendo esto así, ¿cómo es posible que cresciendo las difi-
cultades por todas partes, te será más fácil lo que agora te parece
imposible? ¿En qué seso cabe creer que multiplicándose las cul-
pas será más ligero el perdón, y cresciendo la dolencia será
más fácil la medicina? ¿No has leído lo qué el Eclesiástico
dice (i), que la enfermedad antigua y de muchos años pone
en trabajo al médico, y que la de pocos días es la que más pres-
to se cura? Esta manera de engaño declaró muy al proprio un
ángel á uno de aquellos sanctos Padres del yermo, según leemos
en sus vidas. Porque tomándole por la mano, sacóle al campo, y
mostróle un hombre que estaba haciendo leña: el cual después de
hecho un grande hace, como probase á llevarlo á cuestas, y no
pudiese, volvió á cortar más leña y juntarla con la otra: y como
menos pudiese con ésta por ser mayor, todavía porfiaba á hacer
aun mayor la carga, creyendo que así la podría mejor llevar.
Pues como el sancto monje se maravillase desto, díjole el ángel
que tal era la locura de los hombres, que no pudiendo levantar-
se de los pecados por el peso grande que tenían sobre sí, aña-
dían cada día pecados á pecados y cargas á cargas, creyendo
que adelante podrían con lo más, no pudiendo agora con lo
menos.
Pues ¿qué diré entre todas estas cosas del poder solo de la
mala costumbre, 3^ de la fuerza que tiene para detenernos en el
mal? Porque cierto es que así como los que hincan un clavo,
con cada golpe que le dan, lo hincan más, y con otro golpe
más: y así mientra más golpes le dan, más fijo queda, y más di-
ficultoso de arrancar: así con cada obra mala que hacemos, co-
mo con una martillada se hinca más y más el vicio en nuestras
ánimas: y así queda tan aferrado que apenas hay manera para
poderlo después arrancar. Por donde vemos qué la vejez de
aquellos que gastaron la mocedad en vicios, suele ser muchas
veces amancillada con las disoluciones de aquella edad pasada,
aunque la presente las rehuse, y la misma naturaleza las sacuda
de sí. Y estando ya la naturaleza cansada del vicio, sola la eos-
{i) EccliX.
LIBRO I. CAPÍTULO XXIV. 2^5
tumbre que queda en pie, corre el campo y les hace buscar de-
leites imposibles: tanto puede la tiranía y fuerza de la mala cos-
tumbre. Por lo cual se escribe en el libro de Job (i) que los hue-
sos del malo serán llenos de los vicios de su mocedad, y con él
dormirán en la sepultura. De manera que los tales vicios no tie-
nen otro término, sino el común término de todas las cosas, que
es la muerte, en la cual vienen á acabar: aunque en la verdad ni
aun aquí acaban, sino continúanse en perpetua eternidad: por lo
cual se dice que duermen con él en la sepultura. Y la causa des-
to es, porque por razón de la vieja costumbre (que está ya con-
vertida en naturaleza) tienen los apetitos de los vicios tan ínti-
mamente arraigados en los huesos y medulas de su ánima, co-
mo una calentura lenta de tísicos, que está allá metida en las
entrañas del hombre, que no espera cura ni medicina.
Esto mismo nos mostró también el Salvador en la resurrec-
ción de Lázaro de cuatro días muerto (2), al cual resuscitó con
tan grandes clamores y sentimientos, como quiera que los otros
muertos resuscitase con tanta muestra de facilidad: para dar á
entender cuan gran maravilla sea resuscitar Dios al que está ya
de cuatro días muerto y hediondo: esto es, de muchos días y de
mucho tiempo acostumbrado á pecar. Porque (como declara Sant
Angustín) entre estos cuatro días el primero es el deleite del
pecado, el segundo el consentimiento, el tercero la obra, el cuar-
to la costumbre de pecar: y el que á este punto llega, ya es Lá-
zaro de cuatro días muerto, que no resuscita sino á fuerza de
bramidos y lágrimas del Salvador.
Todo esto evidentísimaraente nos declara la dificultad gran-
de que se añade á este negocio con la dilación del tiempo, y
cómo mientra más se dilata, más se dificulta: y por consiguien-
te, cuan manifiesta sea la mentira de los que adelante dicen que
será más fácil la emienda de su vida.
§. n.
Mas pongamos ya que todo te sucediese de la manera que tú
lo sueñas, y que esas esperanzas tan vanas no te saliesen en
blanco: ^ qué me dirás del tiempo que en el entretanto pierdes,
(1; Job. XX. (2) Joan. XI.
256 GUÍA DE PECADORES
en el cual podrías merecer tan grandes y tan preciosos tesoros ?
¿ Qué locura sería (juzgando agora según el mundo) si al tiempo
que entrada una riquísima ciudad por armas, y estando los sol-
dados saqueándola á gran priesa, cargándose de joyas y de te-
soros, dejase uno de hacer otro tanto por estarse muy despacio
jugando al tejo con los mochachos en la plaza? Pues ^cuánto
mayor locura es, que al tiempo que los justos están dándose
priesa en hacer buenas obras para ganar con ellas los tesoros
del cielo, que estés tú, que podrías hacer lo mismo, perdien-
do este tiempo, y ocupándote en los juguetes y niñerías del
mundo?
¿Qué me dirás también, no sólo de los bienes que pierdes,
sino de los males que en el entretanto haces? ¿No está claro que
un pecado venial no se debría hacer (como dice S. Augustín)
por todo el mundo? Pues ¿ cómo te pones tú á hacer tantos mor-
tales en ese medio tiempo, de los cuales ni uno solo debías de
hacer por la salud de mil mundos? ¿ Cómo quieres en el entre-
tanto ofender y provocar á ira á Aquél por cuyas puertas des-
pués te has de meter, á cuyos pies te has de derribar, de cuyas
manos ha de estar colgada la suerte de tu eternidad, y cuya mi-
sericordia finalmente pretendes pedir con lágrimas y gemidos?
¿Cómo quieres agora porfiadamente enojará quien después has de
haber menester, y á quien tanto menos hallarás propicio, cuanto
más le tuvieres enojado? Muy bien arguye Sant Bernardo con-
tra los tales diciendo así: Tú que haces estas malas cuentas, per-
severando en la mala vida, dime si piensas que el Señor te ha de
perdonar, ó no. Si crees que no te perdonará, ¿qué mayor locura
que pecar sin esperanza de perdón ? Y si piensas del que es tan
bueno y misericordioso, que aunque tantas veces le hayas ofen-
dido, te perdonará, dime: ¿qué mayor maldad que tomar ocasión
para más ofenderle de donde la habías de tomar para más
amarle? ¿ Qué se puede responder á esta razón ?
¿ Qué rae dirás también de las lágrimas que adelante has de
derramar por los pecados que agora haces ? Porque si Dios ade-
lante te llama y visita (y cuitado de ti si no lo hace) ten por cier-
to que te ha de amargar más que la hiél cada uno desos bocados
que agora comes, y que has de llorar siempre lo que una vez
heciste, y que quisieras antes haber padescido mil muertes, que
bí^ber ofendido á tal Señor. Brevísimo fué el espacio que David
LIBRO i. CAPÍTULO XXIV. 257
pasó en sus placeres, y tan largo el que vivió con dolor, que él
mismo dice de sí (i): Lavaré cada una de las noches mi cama con
lágrimas, y con ellas regaré mi estrado. Y era tanta la abundan-
cia destas lágrimas, que la translación de S. Hierónimo en lugar
de: Lavaré mi cama, dice: Haré nadar mi cama en lágrimas: pa-
ra significar aquellas tan grandes lluvias y corrientes de aguas
que salían de sus ojos porque no guardaron la ley de Dios.
Pues ¿para qué quieres gastar tiempo en tal sementera, de la
cual no tengas otro fructo que coger sino lágrimas?
Allende desto, debrías aun mirar que no siembras sólo lá-
grimas para adelante, sino también dificultades para la buena vi-
da, por el largo uso de la mala. Porque así como el que ha tenido
una larga ó recia enfermedad pocas veces sale della sin reliquias
para adelante, así lo hace también el largo uso de los pecados y
la grandeza dellos. Siempre queda el hombre más flaco y lisiado
en aquella parte por do pecó, y por allí le da el enemigo mayo-
res alcances. Los hijos de Israel adoraron un becerro, y en castigo
desta culpa dióles Moisén á beber los polvos del becerro (2). Por-
que ésta suele ser la pena con que castiga Dios algunos peca-
dos, permiLiendo por su justo juicio que se nos queden como em-
bebidos en los huesos, y así sean nuestros verdugos los que antes
habían sido nuestros ídolos.
Sobre todo esto, <ino mirarías cuan mal repartimiento es dipu-
tar el tiempo de la vejez para hacer penitencia, y dejar pasar en
flor los años de la mocedad.^ iQ^^ locura sería si un hombre tu-
viese muchas bestias, y muchas cargas que llevar en ellas, que las
echase todas sobre la bestia más flaca, y dejase las otras irse hol-
gando vacías! Tal es por cierto la locura de los que guardan
para la vejez toda la carga de la penitencia, y dejan los mejores
tercios de la mocedad y de los buenos años, que eran cierto me-
jores para llevar esta carga que la vejez, la cual apenas puede sos-
tener á sí misma. Muy bien dijo aquel gran filósofo Séneca que quien
espera por la vejez para ser bueno, claro muestra que no quiere
dar á la virtud sino el tiempo que no le sirve para otra cosa. Pues
¿que será si con esto consideras la grandeza de la satisfacción que
aquella majestad infinita pide para perfecto descargo de sus ofen-
sas? La cual es tan grande, que como dice Sant Juan Clímaco,
(l> Psalm. VI. (a) Exod. XXXn.
OBRÍVS DE GRAN.^DA, '""^3
;58 GUÍA DE PECADORES
apenas puede el hombre satisfacer hoy por las culpas de hoy,
apenas puede el mismo día descargar á sí mismo. Pues ^cómo
quieres tú amontonar deudas en toda la vida, y reservar la paga
para la vejez, que apenas podrá pagar las suyas proprias? Es tan
grande esta maldad, que la tiene Sant Gregorio por una grande
deslealtad, como él lo significa por estas palabras: Harto lejos
está de la fidelidad que debe á Dios, el que espera el tiempo de
la vejez para hacer penitencia. Debría este tal temer no venga á
caer en las manos de la justicia, esperando indiscretamente en la
misericordia.
§. III.
Mas pongamos agora que todo lo susodicho no hobiese lugar, ni
entreviniesen aquí todas estas cosas: dime, ¿no bastaría, si hay ley,
si razón, si justicia en el mundo, la grandeza de los beneficios reci-
bidos, y de la gloria prometida, para hacer que no fiieses tan escaso
en el tiempo del servicio con quien tan largo te ha sido en el hacer
de las mercedes? ¡ Oh, con cuánta razón dijo el Eclesiástico: Nunca
ceses de hacer bien en todo tiempo; porque el galardón de Dios
permanece para siempre ! Pues si el galardón ha de durar tanto,
j porqué quieres tú que dure tan poco el servicio? Si el galardón
ha de durar mientra Dios reinare en el cielo, ¿porqué no quieres tú
que el servicio dure siquiera mientra tú vivieres en la tierra (que
todo ello es un punto) sino que dése punto quieres quitar los dos
tercios, y dejar un soplo para Dios?
Demás desto, si tú esperas que te has de salvar, también has
de presuponer que te tiene Dios ab eterno predestinado para esta
salud. Pues dime agora: si madrugó este Señor dende su eterni-
dad á amarte, y hacerte cristiano, y adoptarte por hijo, y hacerte
heredero de su reino, ¿cómo aguardas tú en el fin de tus días á
amar Aquél que dende el principio de su eternidad (que es sin
principio) te amó? ¿Cómo puedes acabar contigo de hacer servi-
cios tan cortos a quien determinó hacerte beneficios tan largos?
Porque á buena razón, ya que el galardón es eterno, también lo
había de ser el servicio, si esto fuera posible. Mas ya que no lo
es, sino tan breve cuanto es la vida del hombre, ¿ cómo dése es-
pacio tan corto quieres quitar un pedazo tan largo al servido de
^al Señor, y dejarle tan poco, y aun eso de lo peor ? Porque
LIBRO I. CAPITULO XXlV. 259
(como dice muy bien Séneca) en lo bajo del vaso no sólo
queda lo poco, sino también lo malo. Pues ^qué ración es ésa
que dejas para Dios? Maldito sea, dice Él por Malaquías (i), el
engañador que teniendo en su manada animal sano y sin defecto
ofrece al Señor el más flaco de su ganado; porque Rey grande
soy Yo (dice el Señor de los ejércitos) y mi nombre es terrible
entre las gentes. Como si más claramente dijera: Á tan grande
Señor como yo grandes servicios pertenecen: y injuria es de tan
grande Majestad ofrecerle el desecho de las cosas. Pues ^cómo
guardas tú lo mejor y más hermoso de la vida para servicio del
demonio, y quieres ofrecer á Dios lo que ya el mundo desecha
de sí? Dice Dios (2): No ternas en tu casa medida mayor ni me-
nor, sino medida justa y verdadera. ^Y quieres tú contra esta ley
tener dos medidas tan desiguales, una tan grande para el demo-
nio (como medida de amigo) y otra tan pequeña para Dios, como
si fuera enemigo?
Sobre todo esto te ruego que si ya de todos estos beneficios
no haces caso, te acuerdes á lo menos de aquel inestimable be-
neficio que el Padre Eterno te hizo en darte á su unigénito Hijo:
que fué dar en precio de tu ánima aquella vida que valía más
que todas las vidas de los hombres y de los ángeles. Por donde
aunque tuvieras tú en ti todas estas vidas y otras infinitas, las
debías al dador de aquella vida: y aun todo esto era poco para
pagarla. Pues ¿con qué razón, con qué cara, con qué título nie-
gas esa sola vida que tienes tan pobre, al que tal vida puso por
ti? ¿Y aun désa quieres quitar lo mejor y más bien parado, y
dejar las heces para Él?
Sea, pues, la conclusión deste capítulo la que dio Salomón á
su Eclesiastés (3), donde finalmente vino á resolverse en aconse-
jar al hombre se acordase de su Criador en el tiempo de su mo-
cedad, y no dejase este negocio para la vejez, que para todos los
trabajos corporales es inhábil: cuyas pesadumbres y inhabilida-
des describe él allí por ocultas y admirables semejanzas, las cua-
les en sentencia dicen así: Acuérdate de tu Criador en el tiempo
de tu mocedad, antes que vengan aquellos días trabajosos, y aque-
llos años en que ya la misma vida suele ser á los hombres eno-
josa. Antes que se menoscabe la vista: y te parezca ya que el sol
(t) Makch. I. (2) Deut. XXV. (í) Eccle. XII.
26o guIa de pecadores
está escuro, y la luna y las estrellas: cuando ya tiemblan las guar-
das de la casa (que son las manos) y se estremecen los varones
fuertes (que son las piernas que sustentan toda la carga des-
te edificio) y cesa ya el uso de la dentadura que antes molía
y desmenuzaba el manjar menudamente: y asimismo comienza á
desfallecer la potencia visiva del ánima, que veía por las venta-
nas y agujeros de los ojos: y se cierran las puertas de la plaza
(porque también desfallecen los órganos de los otros sentidos) y
despierta el hombre á la voz del gallo (por la flaqueza que suele
haber de sueño en aquella edad) y se ensordecen las hijas de
la música (porque se cierran y estrechan las arterias donde se
forma la voz) donde no hay fuerza para subir á lo alto, y andar
por camino fragoso, antes aun en lo llano estropieza el hombre:
donde ya está florido el almendro (porque la cabeza viene cu-
brirse de canas) donde ya no hay hombros para poder llevar car-
ga (por pequeña que sea) donde está ya el hombre desganado de
todas las cosas (por ir cada día más desfalleciendo las fuerzas de
nuestro corazón, donde está el asiento de nuestros apetitos) por-
que se va el hombre á más andar acercando á la casa de su eter-
nidad (que es la sepultura) donde le irán por la plaza llorando los
suyos: cuando finalmente el polvo se tornará en su polvo, y el
espíritu volverá al Señor que lo crió. Hasta aquí son cuasi todas
estas palabras de Salomón.
Acuérdate pues, hermano, conforme á esta descripción, de
tu Criador en el tiempo de la mocedad, y no dilates la peniten-
cia para estos años tan cargados, donde ya desfallece la misma
naturaleza, y el vigor de todos los sentidos: donde el hombre
más está para suplir con regalos y industria lo que falta de vir-
tud á la naturaleza, que para abrazar los trabajos de la peniten-
cia: cuando ya la virtud más parece necesidad que voluntad:
cuando ya los vicios ganan honra con nosotros, porque ellos nos
dejan primero que los dejemos: aunque lo más común es ser tal
la vejez, cual fué la mocedad, según aquello del Eclesiástico que
dice (i): Lo que no allegaste en la mocedad, ^cómo lo hallarás
en la vejez?
Éste es, pues, el consejo tan saludable que te da Salomón, y
este mismo te da el Eclesiástico diciendo (2): Confesarte has, y
^i) Eccli, XXV. (2) Eccli. XVII.
LIBRO I. CAPÍTULO XXIV 26 1
alabarás á Dios estando vivo: vivo y sano te confesarás: y si así
lo hicieres, serás glorificado y enriquecido con sus misericordias.
Gran misterio es que entre los enfermos que estaban al derre-
dor de la piscina, aquél libraba mejor, que llegaba primero,
cuando se meneaba el agua: para que por aquí entiendas como
toda nuestra salud está en acudir luego sin dilación al movi-
miento interior de Dios. Corre pues, hermano mío, y date prie-
sa: y si como dice el Profeta, hoy en este día oyeres la voz de
Dios, no dilates la respuesta para mañana: antes comienza luego
á poner por obra lo que te será tanto más fácil de obrar, cuan-
to más presto comenzares.
Contra los qüb dii-atan la penitencia hasta la hora de la muerte.
CAPÍTULO XXY.
AZÓN sería que bastase lo dicho para confusión de
otros que dejan (como ya declaramos) la peniten-
cia para la hora de la muerte. Porque si tan gran
peligro es dilatarla para adelante, ^qué será para este punto?
Mas porque este engaño está muy extendido por el mundo, y
son muchas las ánimas que por aquí perecen, necesario es que
del particularmente tratemos, Y aunque sea algún peligro hablar
desta materia, porque podría ser ocasión de desconfianza para
algunos flacos: pero muy mayor peligro es no saber los hom-
bres el peligro á que se ponen, cuando para este tiempo se guar-
dan. De manera que pesados amibos peligros, sin comparación
es mayor éste que el otro: pues vemos cuántas más son las áni-
mas que se pierden por indiscreta confianza, que por demasia-
do temor. Y por tanto á nosotros que estamos puestos en el ata-
laya de Ezequiel (i), conviene avisar destos peligros: porque los
que por nosotros deben ser avisados, no se llamen á engaño: y
si ellos se perdieren, no cargue su sangre sobre nosotros. Y pues
no tenemos otra lumbre, ni otra verdad en esta vida, sino la de la
Escriptura divina, y de los sanctos Padres y Doctores que la de-
claran, veamos qué es lo que ellos dicen acerca desto: porque
bien creo que nadie será tan atrevido que ose anteponer su pa-
recer á éste. Y procediendo por esta vía, traigamos primero lo
que los sanctos antiguos, y en cabo lo que la sancta Escriptura
acerca desto nos enseñan.
Autoridades de los Sanctos antiguos de la penitencia final.
AS antes que entremos en esta disputa, presupongamos
^ primero lo que Sant Augustín y todos los Doctores ge-
neralmente dicen: conviene saber, que así como es obra de Dios
(i) lizech. XXXllI,
v^
Libro i. capítulo xxv. 263
la verdadera penitencia, asila puede Él inspirar cuando quisie-
re: y así en cualquier tiempo que la penitencia fuere verdadera
(aunque sea en el punto de la muerte) es poderosa para dar sa-
lud. Mas esto cuan pocas veces acaesca, ni quiero que yo ni tú
seamos creídos en esta parte: sino que lo sean los Sanctos, por
cuya boca habló el Espíritu Santo, 3^ por sus dichos y testimo-
nios será razón que todos estemos. 0\^e, pues, primeramente lo
que sobre este caso dice Sant Augustín en el libro de la verda-
dera y falsa Penitencia: Ninguno espere á hacer penitencia cuan-
do ya no puede pecar, porque libertad nos pide para esto Dios,
y no necesidad. Y por tanto aquél á quien primero dejan los
pecados que él deje á ellos, no parece que los deja por volun-
tad, sino por necesidad. Por donde los que no quisieron conver-
tirse á Dios en el tiempo que podían, y después vienen á con-
fesarse cuando ya no pueden pecar, no así fácilmente alcanza-
rán lo que desean. Y un poco más abajo, declarando cuál haya
de ser esta conversión, dice así: Aquél se convierte á Dios, que
todo y del todo se vuelve á Él: el cual no sólo teme las penas,
sino trabaja por alcanzar la gracia y los bienes del Señor. Y si
desta manera acaesciere convertirse alguno al fin de la vida, no
habemos de desesperar de su perdón. Mas porque apenas o
muy pocas veces se halla en aquel tiempo esta tan perfecta con-
versión, ha}' razón para temer del que tan tarde se convierte.
Porque el que se ve apretado con los dolores de la enfermedad,
y espantado con el temor de la pena, con dificultad llegará á
hacer verdadera satisfacción: mayormente viendo delante de sí
los hijos que desordenadamente amó, y á la mujer, y al mundo
que están tirando por él. Y porque hay muchas cosas que en
este tiempo impiden el hacer penitencia, peligrosísima cosa es,
y muy vecina de la perdición, dilatar hasta la muerte el reme-
dio della. Y con todo esto digo que si este tal alcanzare perdón
de sus culpas, no por eso quedará libre de todas las penas. Por-
que primero ha de ser purgado con el fuego del purgatorio por
haber dejado el fructo de la satisfación para el otro siglo. Y es-
te fuego, aunque no sea eterno (como es el del infierno) mas
es extrañamente grande: porque sobrepuja todas las maneras de
panas que se han padescido en este mundo. Ni jamás en carne
mortal se sintieron tales tormentos: aunque los de los mártires
hayan sido tan grandes, y los que han padescido algunos mal-
264 GUÍA DE PECADORES
hechores, Y por tanto procure cada uno de corregir así sus ma-
les, que no le sea necesario después de la muerte padecer tan
terribles tormentos. Hasta aquí son palabras de Sant Augustín,
donde habrás visto la grandeza del peligro en que se pone el
que de propósito guarda la penitencia para este tiempo.
Sancto Ambrosio también en el libro de la Penitencia (aun-
que otros atribuyen este dicho al mismo Sant Augustín) trata co-
piosamente esta materia, donde entre otras muchas cosas dice
así: El que puesto ya en el postrer término de la vida, pide el
sacramento de la penitencia, y le recibe, y así sale desta vida, yo
os confieso que no le negamos lo que pide, mas no osamos afir-
mar que salga de aquí bien encaminado. Torno á repetir que no
oso decir esto, que no os lo prometo, que no lo digo, que no os
quiero engañar. ¿Pues quieres, hermano, salir desta dubda, y es-
caparte de cosa tan incierta? Haz penitencia en el tiempo que
estás sano. Si así lo haces, dígote que vas bien encaminado, por-
que heciste penitencia en tiempo que pudieras pecar. Pero si aguar-
das á hacer penitencia en tiempo que ya no podías pecar, los pe-
cados dejaron á ti, y no tú á ellos.
Lo mismo dice Sant Isidoro por estas palabras: El que quie-
re á la hora de la muerte estar cierto del perdón, haga peniten-
cia cuando está sano, y entonces llore sus maldades. Mas el que
habiendo vivido mal, hace penitencia á la hora del morir, este co-
rre mucho peligro, porque así como su condenación es incierta,
así su salvación es dubdosa.
Todas estas palabras son mucho para temer: mas mucho más
son las que escribe Ensebio, discípulo de Sant Hierónimo, que
este su sancto maestro dijo estando para morir, echado en tierra,
vestido de saco: y porque no osaré referirlas con el rigor que
están escriptas, por no dar motivo á los flacos para desmayar,
el que quisiere las podrá leer en el cuarto tomo de las obras de
Sant Hierónimo en una epístola que Eusebio escribe á Dámaso,
obispo, sobre la gloriosa muerte de Sant Hierónimo. Pero entre
otras cosas dice así: Podrá decir el que todos los días de su vida
perseveró en su pecado: A la hora de la muerte haré penitencia
y me convertiré. ¡Oh, cuan triste es esta consolación! Porque
el que ha vivido mal toda la vida, sin acordarse (sino por ventu-
ra por entre sueños) qué cosa era penitencia, muy dubdoso re-
medio tendrá en esta hora. Porque estando él en este tiempo en-
MBRO I. CAPÍTULO XXV. 2$$
lazado con los negocios del mundo, y fatigado con los dolores
de la enfermedad, y congojado con la memoria de los hijos que
deja, y con el amor de los bienes temporales de que ya no es-
pera gozar: estando así cercado de todas estas angustias, ;qué
disposición tiene para levantar el corazón á Dios, y hacer verda-
dera penitencia, la cual en toda la vida nunca hizo, cuando es-
peraba vivir, y agora no haría si esperase sanar? Pues ^qué ma-
nera de penitencia es la que se hace cuando la misma vida se
despide? Conozco algunos de los ricos deste siglo, que después de
graves enfermedades recobraron la salud del cuerpo, y empeora-
ron en la del ánima. Esto tengo, esto pienso, esto he aprendido
por larga experiencia, que por maravilla tendrá buen fin aquél
cuya vida fué siempre mala: el cual nunca temió pecar, y siempre
sirvió á la vanidad. Hasta aquí son palabras del dicho Eusebio:
en las cuales ves el temor que este sancto Doctor tiene de la pe-
nitencia que hace en esta hora aquél que nunca la hizo en toda
la vida.
Y no es menor el que Sant Gregorio en esta parte tiene: el
cual sobre aquellas palabras de Job que dicen: ¿ Qué esperanza
tendrá el hipócrita, si roba lo ajeno? ¿Por ventura oirá Dios su
clamor en el día de su angustia? dice así: No oye Dios en el tiem-
po de la angustia las voces de aquél que en tiempo de paz no
quiso oír las voces de su Señor. Porque escripto está (i): El que
cierra las orejas para no oir la ley, no será recibida su oración.
Mirando, pues, el sancto Job cómo todos los que agora dejan de
obrar bien, al fin de la vida se vuelven á pedir mercedes á Dios,
dice: ¿Por ventura oirá Dios el clamor de los tales? En las cua-
les palabras se conforma con la sentencia del Redemptor que
dice (2): A la postre vinieron las vírgines locas diciendo: Señor,
Señor, abridnos; y fuéles respondido: En verdad os digo que no
os conozco. Porque en aquel tiempo usa Dios de tanto mayor
Severidad cuanto agora usa de mayor misericordia: y entonces
castigará á los que pecaron con mayor rigor de justicia, el que
agora benignamente les ofrece su misericordia. Hasta aquí son
palabras de Sant Gregorio.
También Hugo de sant Víctor en el segundo libro de los Sa-
cramentos, conformándose con los pareceres destos sanctos, dice
(1) Pro V. XX VIH. (2) Matth. XXV.
2^5 GUÍA DE rlíCAl')ORES
así: Dificultosa cosa es que sea verdadera la penitencia cuando
viene tardía, y muy sospechosa debe ser aquella penitencia
que paresce forzada. Porque fácil cosa es creer de sí el hombre
que no quiere lo que no puede. Por donde la posibilidad declara
muy bien la voluntad. Y por esto, si no haces penitencia cuando
puedes, argumento es que no quieres. El Maestro de las Senten-
cias va también por este mismo camino, y así dice: Como la pe-
nitencia verdadera sea obra de Dios, puédela El inspirar cuando
quisiere, y galardonar por misericordia á los que podría conde-
nar por justicia. Mas porque en aquel paso hay muchas cosas que
retraen al hombre deste negocio, cosa es peligrosa y vecina á la
muerte dilatar hasta allí el remedio de la penitencia. Pero gran
cosa es inspirarla Dios en aquella hora, si alguno hay á quien la
inspire. ¡Mira qué palabras éstas tan para temer! Pues ;cuál es el
desatinado que osa poner el mayor de los tesoros en el mayor
de los peligros? ^Hay cosa mayor en el mundo que tu salva-
ción? Pues ^en qué seso cabe poner una cosa tan preciosa en
tan grande peligro?
Este es, pues, el parescer de todos estos tan grandes Docto-
res. Por donde verás cuan grande locura sea tener tú por segu-
ra la navegación de un golfo de quien tan sabios pilotos hablan
con tan gran temor. Oficio es el bien morir que conviene apren-
derse toda la vida: porque á la hora de la muerte hay tanto que
hacer en morir, que apenas hay espacio para aprender á bien
morir.
Autoridades de Doctores escolásticos acerca de lo mismo.
ESTA agora, para mayor confirmación desta verdad, ver
también lo que acerca desto sienten los Doctores esco-
lásticos. Entre los cuales Escoto trata muy de propósito esta cues-
tión en el cuarto de las Sentencias: donde pone una conclusión
que dice así: La penitencia que se hace á la hora de la muerte,
apenas es verdadera penitencia, por la dificultad grande que en-
tonces hay para hacerla. Prueba él esta conclusión por cuatro
razones.
LIBRO I. CAPÍTIXO XXV. 2^;?
La primera es por el grande estorbo que hacen allí los do-
lores de la enfermedad y la presencia de la muerte, para levan-
tar el corazón á Dios y ocuparlo en ejercicios de verdadera pe-
nitencia. Para cuyo entendimiento es de saber que todas las pa-
siones de nuestro corazón tienen grande fuerza para llevar en
pos de sí el sentido y el libre albédrío del hombre. Y según re-
glas de filosofía, m.uy más poderosas son para esto las pasiones
que dan tristeza que las que causan alegría. De donde nasce que
las pasiones y afectos del que está para morir, son las más fuer-
tes que hay: porque (como dice Aristóteles) el último trance, y
la más terrible cosa de las terribles, es la muerte: donde hay
tantos dolores en el cuerpo, tantas angustias en el ánima, y tan-
ta congoja por los hijos, y mujer, y mundo que se dejan. Pues
entre tan recios vientos de pasiones, ¿donde ha de estar el senti-
do y el pensamiento, sino donde tan fuertes dolores y pasiones
lo llevaren?
Vemos por experiencia, cuando uno está con un dolor de
ijada, ó con algún otro dolor agudo, que aunque sea hombre
virtuoso, apenas puede por entonces tener el pensamiento fijo en
Dios: sino que allí está todo el sentido, donde lo llama el dolor.
Pues si esto acaesce al justo, (^qué hará el que nunca supo qué
cosa era pensar en Dios, y que tanto cuanto está más habituado
á amar su cuerpo que su ánim.a, tanto más ligeramente acude al
peligro del ma}'or amigo que del menor ? Entre cuatro impedi-
mentos que Sant Bernardo pone de la contemplación, uno dellos
dice que es la mala disposición del cuerpo. Porque entonces el
ánima está tan ocupada en sentir los dolores de su carne, que
apenas puede admitir otro pensamiento que aquel que de pre-
sente la fatiga. Pues si esto es verdad, ^qué locura es aguardar
á la mayor de las indisposiciones del cuerpo para tratar del ma-
yor de los negocios del ánima?
Supe de una persona que estando en paso de muerte, y di-
ciéndole que se aparejase para lo postrero, recibió tan grande
angustia de ver tan cerca de sí la muerte, que como si la pu-
diera detener con las manos, todo su negocio era pedir á muy
gran priesa remedios y confortatix^os para evitar aquel trago,
si le fuera posible. Y como un sacerdote lo viese tan olvidado
de lo que convenía para aquella hora, y le amonestase que se
dejase ya de aquellos cuidados, y comenzase á llamar á Dios,
268 GUÍA DE PECADORES
importunado del buen consejo, respondió palabras muy ajenas
de lo que aquel tiempo requería: con las cuales expiró. Y el que
así habló, había sido persona virtuosa: para que por aquí veas
cómo turbará la presencia de la muerte á los que aman la vida,
cuando asi turbó á quien otro tiempo la despreciaba.
Asimismo supe de otra persona que estando en una recia en-
fermedad, y pensando que se llegaba ya su hora, deseaba con
gran deseo, primero que partiese, hablar un rato muy de pro-
pósito con Dios, y prevenir á su juez con alguna devota supli-
cación: y parecíale qne nunca los dolores y accidentes continuos
de la enfermedad le daban un rato de alivio para hacerlo. Pues
si para esto solo hay allí tan mal aparejo, <:cuál es el loco que
para tal tiempo guarda el remedio de toda la vida?
La segunda razón deste doctor es, porque la verdadera pe-
nitencia ha de ser voluntaria, esto es, hecha con promptitud de
voluntad, y no por sola necesidad. Por lo cual dice Sant Au-
gustín: Menester es, no sólo temer al juez, sino también amarle,
y hacer lo que se hiciere por voluntad, y no por necesidad.
Pues el que en toda la vida nunca hizo penitencia verdadera, y
aguarda entonces á hacerla, no paresce que la hace por voluntad,
sino por pura necesidad. Y si por sola esta causa la hace, no es
su penitencia puramente voluntaria.
Tal fué la penitencia que hizo Semeí por la ofensa que ha-
bía hecho á David cuando iba huyendo de Absalón su hijo (i):
el cual después que lo vio volver de la huida victorioso, y en-
tendió el mal que por allí le podía venir, adelantóse con mucha
gente á recebir al Rey, y pedirle con mucha humildad perdón de
la culpa pasada. Lo cual como viese un pariente de David lla-
mado Abisaí, dijo: ^Cómo? ¿y por estas palabras fingidas se ha
de escapar de la muerte Semeí, habiendo hecho tan grande in-
juria al rey David? Mas el sancto Rey, que tan bien entendía
de cuan poco mérito era aquella satisfacción, aunque por en-
tonces prudentemente disimuló, no por eso le dejó sin castigo,
antes á la hora de la muerte, con celo de justicia no de vengan-
za, dejó mandado como en testamento á su hijo Salomón que
le diese su merescido: y así lo hizo (2). Tal, pues, paresce la pe-
nitencia de muchos malos cristianos, los cuales habiendo perse-
(i) II Eeg. XVI &: XIX. (2) III Reg.- II.
LffiRO I. CAPÍTLXO XXW 269
verado en ofender á Dios toda la vida, cuando llega la hora de
la cuenta, como ven la muerte al ojo, y la sepultura abierta, y
el juez presente, y entienden que no hay fuerza ni poder contra
aquel sumo poder, y que en aquel punto se ha de determinar lo
que para siempre ha de ser, vuélvense al juez con grandes su-
plicaciones y protestaciones: las cuales si son verdaderas, no de-
jan de ser provechosas: mas el común suceso dellas declara lo
que son. Porque por experiencia habernos visto muchos déstos
que si escapan de aquel peligro, luego se descuidan de todo lo
que prometieron, y vuelven á ser los que eran: y aun tornan á
revocar los descargos que dejaban ordenados, como hombres
que no hicieron lo que hicieron por virtud y por amor de Dios,
sino solamente por aquella priesa en que se vieron: la cual como
cesó, cesó también el efecto que della se siguía.
En lo cual paresce ser esta manera de penitencia muy seme-
jante á la que suelen hacer los mareantes en tiempo de alguna
grande tormenta: donde proponen y prometen grandes virtudes
y mudanzas de vida. Mas acabada la tormenta, y escapados del
presente peligro, luego se vuelven á jugar y blasfemar como
lo hacían antes, sin hacer más caso de todo lo pasado, que si
fuera un propósito soñado.
La tercera razón es, porque el mal hábito y costumbre de
pecar que el malo ha tenido toda la vida, comúnmente le suele
acompañar (como la sombra al cuerpo) hasta la muerte: porque
la costumbre es como otra naturaleza, que con gran dificultad se
vence. Y así vemos por experiencia muchos en aquella hora tan
olvidados de su ánima, tan avarientos para ella, aun en la muer-
te, tan encarnizados en el amor de la vida, si la pudiesen redi-
mir por algún precio, tan captivos del amor deste mundo y de
todas las cosas que en él amaron, como si no estuviesen en el pa-
so que están. ¿No has visto algunos viejos en aquella hora tan
guardosos y cobdiciosos, y tan atentos á mirar por sus trapillos
y pajuelas, y tan cerradas las manos para todo bien, y tan vivo
el apetito, aun de aquello que no pueden consigo llevar? Éste es
un linaje de pena con que muchas veces castiga Dios la culpa,
permitiendo que acompañe á su autor hasta la sepultura, según
que lo dice sant Gregorio por estas palabras: Con este Unaje de
castigo castiga Dios al pecador, permitiendo que se olvide de sí
en la muerte el que no se acordó de Dios en la vida, D esta rn^-
270 GUÍA DE PECADORES
ñera se castiga un ohido con otro olvido: el olvido que fué cul-
pa con el que juntamente es pena y culpa. Lo cual se ve cada
día por experiencia: pues tantas veces habernos oído de muchos
que se dejaron morir entre los brazos de las malas mujeres, que
mal amaron, sin quererlas despedir de su compañía, ni aun en
aquella hora,, por estar por justo juicio de Dios olvidados de sí
mismos y de sus ánimas.
La cuarta razón se funda en la cualidad del v^alor que ordina-
riamente suelen tener las obras que en aquel tiempo se hacen. Por-
que parece claro (á quien tiene algún conoscimiento de Dios)
cuánto menos le agrade este linaje de servicios, que los que en
otros tiempos se hacen. Porque ,3 qué mucho es (como decía la
sancta virgen Lucía) ser muy largo de lo que aunque te pese, has
acá de dejar? ¿Qué mucho es perdonar allí la deshonra, cuando
sería mayor deshonra no perdonarla? ¿Qué mucho es dejar la
manceba, cuando aunque quisieses, no la podrías ya más tener en
casa?
Por estas razones, pues, concluye este Doctor que en aquella
hora con dificultad se hace penitencia verdadera: y añade aun más,
diciendo que el cristiano que con deliberación determina guar-
dar la penitencia para aquella hora, peca mortalmente, por la gran
ofensa que hace á su ánima, y por el grandísimo peligro en que
pone su salvación. Pues ¿qué cosa más para temer que ésta?
Autoridades de la sagrada Escriptiira para el mismo propósito.
§. IIL
^\ÍJÍp AS porque todo el peso desta disputa principalmente pen-
J^ 1^ de de la palabra de Dios (porque para contra ésta no hay
apelación ni respuesta) oye agora lo que ella acerca desto nos
enseña. En el primer capítulo de los Proverbios, después de haber
escripto Solomón las palabras con que la Sabiduría eterna llama
á los hombres á penitencia, dice luego las que dirá á los rebeldes
á este llamamiento, en esta forma: Porque os llamé, y no qui-
sistes acudir á mi llamamiento: extendí mis manos, y no hubo
quien las mirase, y despreciastes todas mis reprehensiones y con-
sejos, yo también me reiré en vuestra muerte y haré burla de
vosotros cuando os vinieren los males que temíades. Cuando vi-
LIBRO I. CAPÍTULO XXV. 27 1
niere de improviso la muerte, como tempestad que á deshora se
levanta, entonces me llamarán, y no los oiré; y de mañana ma-
drugarán á ponérseme delante, y no me hallarán, porque aborres-
cieron el castigo y la doctrina, y no tuvieron temor de Dios, ni
quisieron obedecer mis consejos. Hasta aquí son palabras de Sa-
lomón, ó por mejor decir, del mismo Dios. Las cuales S. Grego-
rio en el susodicho libro de los Morales entiende y declara al
propósito que aquí hablamos. Pues ¿qué tienes que responder á
esto? ¿Porqué no bastarán estas amenazas, pues son de Dios, para
hacerte temer un tan gran peligro, y aparejarte para esta hora
con tiempo?
Pues oye aun otro testimonio no menos claro. Hablando el
Salvador en el Evangelio (i) de su venida á juicio, aconseja á sus
discípulos con grande instancia que estén aparejados para esta
hora: trayéndoles para esto muchas comparaciones, por las cuales
entendiesen cuánto esto les importaba. Y así dice (2): Bienaven-
turado es el siervo á quien el Señor hallare en aquella hora ve-
lando. Mas si el mal siervo dijere en su corazón: Mi Señor se tarda
mucho, tiempo me queda para aparejarme: y él entretanto se die-
re á comer, y beber, y hacer mal á sus compañeros, vendrá su
Señor en el día que él no piensa, y en la hora que no sabe, y
partirlo ha por medio, y darle ha el castigo que se da á los hipó-
critas. Aquí paresce claro que el Señor sabía bien los consejos de
los malos, y las veredas que buscan para sus vicios; y por esto les
sale al camino, y les dice cómo les ha de ir por él, y en qué han
de parar sus confianzas. Pues ¿qué otro pleito es el que agora
tratamos, sino éste? ¿Qué digo yo aquí, sino lo que el mismo Se-
ñor te dice ? Tú eres ese siervo malo que haces en tu corazón la mis-
ma cuenta, y así te quieres aprovechar de la dilación del tiempo
para comer, y beber, y perseverar en los mismos deHctos. Pues
¿cómo no temerás esta amenaza que te hace quien es tan pode-
roso para cumplirla como para hacerla? Contigo habla, contigo lo
ha, á ti lo dice: despierta, miserable, y repárate con tiempo, por-
que no seas despedazado cuando llegue la hora deste juicio.
Paréceme que gasto mucho tiempo en cosa tan clara. Mas ¿qué
haré, que aun con todo esto veo muy gran parte del mundo cu-
brirse con este manto? Pues para que aun más claro veas la gran-
el) MaUh XIIL [2) Ibid. XXIV.
2; 2 GUlA DE PECADORí:s
deza deste peligro, oye otro testimonio del mismo Salvador. Aca-
badas estas palabras, añade luego lo que se sigue, diciendo (i): En-
tonces será semejante el reino de los cielos á diez vírgines, cinco
locas y cinco sabias. Entonces dice. ¿Cuándo entonces? Cuando
venga el juez, cuando se llegue la hora de su juicio, así el univer-
sal de todos como el particular de cada uno, según declara Sant
Augustín: porque no se altera en el universal lo que en el parti-
cular se determina. Pues en este paso (dice el Señor) acaesceros
ha como acaesció á diez vírgines, cinco locas y cinco sabias, las
cuales aguardaban por la venida del esposo. Las sabias proveyé-
ronse con tiempo de lámparas y de olio para salirle á recebir: mas
las locas, como tales, no curaron desto. Y á la media noche, al tiem-
po del mayor sueño (que es cuando los hombres están más des-
cuidados y menos piensan en este paso) diéronles rebato dicien-
do que venía el esposo, que le saliesen á recibir. Entonces levan-
táronse todas aquellas vírgines y aderezaron sus lámparas; y las
que estaban ya aparejadas entraron con él á las bodas, y cerróse
la puerta: mas las que no estaban aparejadas, comenzaron enton-
ces á querer proveerse, y aparejarse, y á dar voces al esposo di-
ciendo: Señor, Señor, abridnos. A las cuales él respondió: En ver-
dad os digo que no os conosco. Y así concluye el sancto Evan-
gelio la parábola y la declaración della diciendo: Por tanto velad
y estad aparejados, pues no sabéis el día ni la hora. Como si di-
jera: ¿Habéis visto cuan bien libraron en este trance las vírgines
que estaban aparejadas, y cuan mal las que no lo estaban? Por
tanto, pues no sabéis el día ni la hora desta venida, y el negocio
de vuestra salvación pende tanto deste aparejo, velad y estad
aparejados en todo tiempo, porque no os tome aquel día desaper-
cebidos, como á estas vírgines, y así perezcáis como ellas pere-
cieron. Éste es el sentido literal desta parábola, como declara el
Cardenal Cayetano en este lugar, donde dice: Esto solo sacamos
de aquí, que la penitencia que se dilata hasta la hora de la muer-
te (cuando se oye esta palabra: Cata que viene el esposo) no es
segura: antes en esta parábola se describe como no verdadera:
porque por la mayor parte no lo es. Y al cabo pone este Doctor
la resolución de toda la parábola diciendo: La conclusión desta
doctrina es dar á entender que por tanto las cinco vírgines locas
(i) Matth. XXV.
LIBRO I, CAPÍTULO XXV. 2/3
fueron desechadas, porque al tiempo que el esposo vano, no esta-
ban aparejadas; y por esto las otras cinco fueron admitidas, por-
que estaban apercebidas. Por donde conviene que siempre lo es-
temos, pues no sabemos la hora desta venida. Pues ^qué cosa se
podía pintar más clara que ésta? Por lo cual me maravillo mucho
cómo después de la testificación tan clara desta verdad se osan
los hombres entretener y consolar con esta tan flaca esperanza.
Porque antes desta luz tan clara no me maravillara yo tanto que
se persuadieran lo contrario, ó se quisieran engañar: mas después
que aquel Maestro del cielo resolvió esta materia, después que el
mismo juez nos declaró con tantos ejemplos las leyes de su jui-
cio, y el norte por donde nos había de juzgar, ^en qué seso cabe
creer que de otra manera pasará el negocio que lo predicó el
que lo ha de sentenciar?
Responde á algunas ohjecciones
§. IV.
W^Á 3 AS por ventura contra todo esto me dirás: j pues el ladrón
[^^^3j no se salvó con una sola palabra á la hora de la muerte?
A esto responde Sant Augustín en el libro alegado que aquella
confesión del buen ladrón fué la hora de su conversión, y de su
baptismo, y de su muerte juntamente. Por donde así como el que
muere acabándose de baptizar (como á muchos otros ha acon-
tescido) va derecho al cielo, así acaesció á este dichoso ladrón:
porque aquella hora fué para él hora de su baptismo.
Respóndese también que así esta obra tan maravillosa como
todos los milagros y obras semejantes estaban profetizadas y
guardadas para la venida del Hijo de Dios al mundo, y para tes-
timonio de su gloria: y así convenía que para la hora en que aquel
Señor padescía, se escureciesen los cielos, y temblase la tierra, y
se abriesen los sepulcros, y resuscitasen los muertos: porque to-
das estas maravillas estaban guardadas para testimonio de la glo-
ria de aquella persona: y en la cuenta déstas entra la salud de
aquel sancto ladrón. En la cual obra no es menos admirable su
confesión que su salvación, pues confesó en la cruz el reino, y
predicó la fe cuando los Apóstoles la perdieronj y honró al Señor
OBRAS D8 GRANADA \—\%
274 GUÍA DE PECADORES
cuando todo el mundo le blasfemaba. Pues como esta maravilla
junto con las otras pertenescan á la dignidad de aquel Señor y
de aquel tiempo, grande engaño es querer que generalmente se
haga en todos los tiempos lo que estaba reservado para aquél.
Cónstanos también que en todas las repúblicas del mundo
hay cosas que ordinariamente se hacen, y cosas también extraor-
dinarias; y las ordinarias son comunes para todos, mas las extraor-
dinarias son para algunos particulares. Lo mismo también pasa en
la república de Dios, que es su Iglesia. Porque cosa regular y or-
dinaria es aquella que dice el Apóstol, que el fin de los malos
será conforme á sus obras: dando á entender que generalmente
hablando, á la buena vida se sigue buena muerte, y á la mala vida
mala muerte. Cosa también es ordinaria que los que hicieren bue-
nas obras, irán á la vida eterna, y los que malas al fuego eterno.
Ésta es una sentencia que á cada paso repiten todas las Escriptu-
ras divinas. Esto cantan los Psalmos, esto dicen los Profetas, esto
anuncian los Apóstoles, esto predican los Evangelistas. Lo cual
en pocas palabras resumió el Profeta David cuando dijo (i): Una
vez habló Dios, y dos cosas le oí decir: que Él tenía poder y mi-
sericordia, y que así daría á cada uno según sus obras. Esta es
la suma de toda la filosofía cristiana. Pues según esta cuenta de-
cimos que cosa es ordinaria que así el justo como el malo reci-
ban su merecido al fin de la vida según sus obras. Pero fuera des-
ta ley universal puede Dios usar de especial gracia con algunos
para gloria suya, y dar muerte de justos á los que tuvieron vida
de pecadores: como también podría acaescer que el que hobiese
vivido como justo, por algún secreto juicio de Dios viniese á mo-
rir como pecador: que es como el que ha navegado próspera-
mente toda la carrera, y á boca del puerto vdniese á padecer tor-
menta. Por lo cual dijo Salomón (2): ^ Quién sabe si el espíritu de
los hijos de Adam sube á lo alto, y el espíritu de las bestias des-
ciende á lo bajo? Porque aunque umversalmente acaesce que las
ánimas de -los que viven como bestias desciendan á los infiernos,
y las de los que viven como hombres de razón suban al cielo;
mas todavía por algún especial juicio de Dios puede suceder esto
de otra manera: pero la doctrina segura y general es: quien vi-
viere bien, tendrá buena muerte. Pues por esta causa nadie debe
^i) Psalm. LXI. (2) Eccles. III.
LIBRO I. CAPITULO XXV. 2/5
asegurarse con ejemplos de gracias particulares, pues éstos no ha-
cen regla general, ni pertenecen á todos, sino á pocos, y ésos no
conoscidos: por donde no puedes tú saber si serás del número
dellos.
Otros alegan otra manera de remedio, diciendo que los Sa-
cramentos de la ley de gracia hacen al hombre de atrito contrito,
y que entonces á lo menos tendrán esta manera de disposición, la
cual junto con la virtud de los Sacramentos será bastante para
darles salud. La respuesta desto es que no cualquier dolor basta
para tener aquella manera de atrición que junta con el Sacramen-
to da gracia al que lo recibe. Porque cierto es que hay muchas
maneras de atrición y de dolor, y que no por cualquier atrición
déstas se hace el hombre de atrito contrito, sino por sola aquella
que en particular sabe el dador de la gracia, y otro fuera del no
puede saber.
No ignoraban esta teología los sanctos Doctores, y con todo
esto hablan con tanto temor en esta manera de penitencia, como
arriba declaramos; y expresamente S. Augustín en la primera au-
toridad que del alegamos, habla del que recibe penitencia, y es
reconciliado por los Sacramentos de la Iglesia: al cual, dice, da-
mos penitencia, mas no seguridad.
Y si me alegares para esto la penitencia de los ninivátas, que
procedía del temor que tuvieron de ser destruidos dentro de cua-
renta días, mira tú no sólo la penitencia tan áspera que hicieron,
sino también la mudanza de su vida; y múdala tú de esa manera, y
no te faltará esa misma misericordia. Pero veo que apenas has es-
capado de la enfermedad, cuando luego tornas á la misma maldad,
y revocas cuanto tenías ordenado. ,jQué quieres, pues, que juzgue
desta penitencia?
Conclusión de todo lo dicho.
§. V.
I'ODO esto se ha dicho, no para cerrar á nadie la puerta
de la salud ni de la esperanza (porque ésta ni los San-
ctos la cierran, ni nadie la debe cerrar) sino para desencastillar á
los malos deste lugar de refugio, adonde se acogen para perse-
2/6 GUÍA DE PECADORES
verar en sus males. Pues dime agora, hermano, por amor de
Dios: si todas las voces de los Doctores, y de los Sanctos, y de
la razón, y de la misma Escriptura, tan peligrosas nuevas Le dan
desta penitencia, ¿ cómo osas fiar tu salvación de tan grande pe-
ligro? ¿En qué confías para en aquella hora? ¿En tus aparejos
y mandas de testamentos y oraciones ? Ya ves la priesa que se
dieron aquellas vírgines locas á proveerse, y las voces que die-
ron al Esposo pidiéndole la puerta, y cuan poco les valieron:
porque no procedían de verdadera penitencia. ¿Confías en las
lágrimas que allí derramarás? Mucho valen cierto las lágrimas
en todo tiempo, y dichoso el que las derramare de corazón: mas
acuérdate cuántas lágrimas derramó aquél que por una golosina
vendió su mayorazgo, y cómo según dice el Apóstol (i) no ha-
lló lugar de penitencia, aunque con tantas lágrimas la buscó: por-
que no lloraba por Dios, sino por el interese que perdía. ¿ Con-
fías en los buenos propósitos que allí propondrás? Mucho va-
len también éstos cuando son verdaderos: mas acuérdate de los
propósitos que propuso el rey Antioco (2), el cual estando en
este paso prometió á Dios tan grandes cosas, que ponen admi-
ración á quien las lee: y con todo esto dice la Escriptura: Hacía
aquel malvado oración á Dios, del cual no había de alcanzar mi-
sericordia. Y la causa era, porque todo aquello que proponía,
no lo proponía con espíritu de amor, sino de puro temor servil:
el cual aunque sea bueno, pero solo él no basta para alcanzar
el reino del cielo. Porque temer las penas del infierno es cosa
que puede proceder del amor natural que el hombre tiene á sí
mismo: y amar el hombre á sí no es cosa por la cual se dé á
nadie este reino. De suerte que así como con ropa de sayal no
entraba nadie en el palacio del rey Asnero (3), así tampoco entra-
rá en el de Dios con ropa de siervo, que es con solo este temor,
si no va vestido con ropa de bodas, que es amor.
Oh pues, hermano mío, ruégote agora pienses atentamente
que sin dubda te has de ver en esta hora, y no será de aquí á
muchos días, pues ya ves la priesa que se dan los cielos á co-
rrer. Presto se acabará de hilar con tantas vueltas este copo de
lana, que es nuestra vida mortal. Cerca está (dice el Profeta) el
día de la perdición, y los tiempos se dan priesa por llegar. Pues
(l) Hebr. XII. (2) II Machab. IX, (3^ Esther. IV.
LIBRO I. CAPÍTULO XXV. l^*f
acabado este tan ligero plazo, verná el cumplimiento destas pro-
fecías: y allí verás cuan verdadero profeta te he sido en lo que
te he anunciado. Allí te verás cercado de dolores, fatigado con
cuidados, agonizado con la presencia de la muerte, esperando la
suerte que de ahí á poco te ha de caber. ¡Oh suerte dubdosa!
i Oh trance riguroso ! ¡ Oh pleito donde se espera sentencia de
vida para siempre, ó muerte para siempre! ¡ Quién pudiese en-
tonces trocar aquellas suertes! ¡Quién tuviese mano en aquella
sentencia ! Ahora la tienes, no la desprecies. Ahora tienes tiem-
po para granjear al Juez. Ahora puedes ganarle la voluntad.
Toma, pues, el consejo del Profeta que dice (i): Buscad al Se-
ñor en el tiempo que se puede hallar, y llamadlo cuando está
cerca para os oir. Ahora está cerca para nos oir, aunque no lo
podemos ver. Mas en la hora del juicio verse ha, pero no nos
oirá, si dende agora no lo tuviéremos merecido.
^0 Isai. LV.
CONTRA LOS QUE PERSEVERAN EN SUS PECADOS CON ESPERANZA
PE LA DIVINA MISERICORDIA.
CAPITULO XXVL
' TROS hay que perseverando en su mala vida se ase-
guran con la esperanza de la divina misericordia y
de la pasión de Cristo, á los cuales también será ra-
zón que demos su desengaño como á todos los demás. Dices
que es grande la misericordia de Dios, pues por los pecadores
se puso en la cruz. Yo te confieso que es muy grande, pues te
consiente tan grande blasfemia como es hacer tú su bondad fau-
tora de tu maldad: y que la cruz que El tomó por medio para
destruir el reino del pecado, tomes tú por medio para fortale-
cerlo: y donde le habías de ofrecer mil vidas que tuvieras por
haber puesto la suya por ti, tomes de ahí ocasión para negarle
esa sola que Él te dio. Más le dolió esto al Salvador que la mis-
ma muerte que padecía: pues no quejándose della, se quejó des-
te agravio por su Profeta diciendo (i): Sobre mis espaldas fa-
bricaron los pecadores, y extendieron su maldad. Dime, ruégo-
te: ^quién te enseñó á hacer esa consecuencia, que porque Dios
es bueno, tomes tú licencia para ser malo y salir con ello ? A lo
menos el Espíritu Sancto no enseña á argüir desa manera, sino
désta: Porque Dios es bueno, merece ser servido, y obedecido,
y amado sobre todas las cosas. Porque Dios es bueno, es razón
que yo lo sea, y espere en El que me perdonará por gran pe-
cador que haya sido, si de todo corazón me volviere á El. Por-
que Dios es bueno, y tan bueno, por eso es mayor maldad ofen-
der á tal bondad: y así, cuanto más engrandeces la bondad en que
confías, tanto más encareces la culpa que contra ella cometes.
Y esa tan grande culpa no es justo que quede sin castigo, y ese
cargo pertenece á la divina justicia, que es, no como tú piensas,
(i; Psalm. CXXVIII.
I.IBRO I. CAPÍTULO XXVT. 27^
contraria, sino hermana y defensora de la divina bondad: la cual
no consiente que tal ofensa quede sin debido castigo.
No es nueva esta manera de excusa, sino muy vieja y muy
usada en el mundo. Porque ésta era la contienda que tenían los
profetas verdaderos con los falsos: ca los unos amenazaban de
parte de Dios castigos de justicia, y los otros prometían de su
propria cabeza falsa paz y misericordia: y después que el azote
de Dios declaraba la verdad de los unos y la mentira de los
otros, decían los verdaderos profetas (i): ¿Dónde están vuestros
profetas que os aseguraban y decían: No vendrá Nabucodono-
sor sobre nosotros ?
Dices que es grande la misericordia de Dios. Tú que eso
dices, créeme qne no te ha Dios abierto los ojos para que veas
la grandeza de su justicia. Porque si esto fuera, tú dijeras con el
Profeta (2): ¿ Quién hay. Señor, que alcance á conoscer el poder
de vuestra saña, y que pueda contar la grandeza de vuestra ira?
Pues para que salgas de ese engaño tan peligroso, ruégote que
nos pongamos agora en razón. Ni tú ni yo habemos visto la jus-
ticia divina en sí misma, para que por esta vía podamos conos-
cer su medida. Ni tampoco podemos en este mundo conocer á
Dios sino por sus obras. Pues entremos ahora en ese mundo
espiritual de la sagrada Escriptura, y después salgamos á este
corporal en que vivimos, y notemos en el uno y en el otro las
obras de la divina justicia, para que por ellas la conozcamos.
Sernos ha esta jornada muy provechosa: porque demás del
fin que pretendemos, sacaremos otro fructo muy grande, que se-
rá aviv^ar y criar en nuestros corazones el temor de Dios, el
cual dicen los sanctos que es el tesoro, la guarda y el peso de
nuestras ánimas. Por donde así como el navio que va sin lastre
y sin peso, no va seguro, porque cualquier viento recio basta
para trastornarlo: así tampoco lo va el ánima que camina sin el
peso deste temor. El temor la sostiene, para que los vientos de
los favores humanos y divinos no la levanten y trastumben. Por
muy rica que vaya, si carece deste peso, va á peligro. Y por
tanto no sólo los principiantes, sino también los criados viejos
en la casa del Señor han de vivir con temor: y no solamente
los culpados que tienen por qué temer, sino también los justos
(i) Jerem. XXXVII. (2) Psalm. LXXXIX.
2^0 GUÍA PE PECADORES
que no han hecho tanto por qué. Los unos teman porque ca-
yeron, y los otros porque no caigan: á los unos los males pasa-
dos, y á los otros los peligros venideros deben poner temor.
Y si quieres saber cómo se engendrará en ti este sancto te-
mor, dígote que después de infundido con la gracia, se conserva
y cresce con esta consideración de las obras de la divina justicia,
de que agora comenzamos á tratar. Piénsalas y rúmialas muchas
veces, y poco á poco verás criado en ti este sancto temor.
De las obras de la divina Justicia que se cuentan en la sagrada
Escriptura.
§. I.
|iA primera obra de la divina Justicia (de que se hace men-
ción en la Escriptura divina) fué la condenación de los
ángeles. El principio de los caminos de Dios fué aquella terrible y
sangrienta bestia, que es el príncipe de los demonios, como se es-
cribe en el libro de Job. Porque como todos los caminos de Dios
sean misericordia y justicia, hasta aquella primera culpa no se ha-
bía descubierto la justicia. Encerrada estaba en el seno de Dios,
como espada en su vaina: á la cual la enviaba el profeta Ezequiel,
si se cumpliera su deseo. Esta primera culpa hizo que se desvai-
nase el espada; y mira tú aquel primer golpe qué tal fué. Alza los
ojos, y verás una gran lástima: verás una de las más ricas joyas
de la casa de Dios, una de las principales hermosuras del cielo,
una imagen en quien tan altamente resplandecía la hermosura
divina, caer del cielo como un rayo, por un solo pensamiento so-
berbio. De príncipe entre los ángeles se hizo príncipe de los de-
monios; de hermosísimo, el más feo; de gloriosísimo, el más ator-
mentado; de graciosísimo, el mayor enemigo de todos cuantos
Dios tiene y tendrá jamás. ¡ Qué cosa de tan grande admiración
debe ser ésta para aquellos espíritus celestiales, los cuales tan bien
conoscen de dónde y adonde cayó una tan excelente criatura!
!Con qué espanto dirán todos aquellas palabras de Isaías: (jCómo
caíste del cielo, lucero que salías á la mañana!
Desciende luego más abajo al Paraíso terrenal, y verás otra
caída no menos espantosa, si no fuera reparada. Porque si los
LIBRO I. CAPÍTULO XXVI. 281
ángeles cayeron, cada uno hizo su pecado actual por do cayese.
Mas ^qué pecado actual hace el niño que nasce, por do nazca hijo
de ira? No es menester que haya actualmente pecado: basta que
sea de linaje de un hombre que pecó (y pecando corrompió la
común raíz de toda la naturaleza humana que en él estaba) para
que éste nazca con su proprio pecado. Es tan grande la gloria y
la majestad de Dios, que haberle una criatura ofendido merece
este tan espantoso castigo. Porque si aquel gran privado del rey
Asnero, (i) que se decía Aman, no se tenía por satisfecho con to-
mar venganza de solo Mardoqueo, de quien se tenía por injuriado,
sino parecíale que convenía á su grandeza que todo el linaje de
los judíos pagase con universal muerte el desacato de uno, <iqué
mucho es que la gloria y grandeza infinita de Dios pida este cas-
tigo? Cata aquí, pues, el primer hombre desterrado del Paraíso
por un bocado: el cual todo el universo mundo hasta el día de hoy
está ayunando. Y al cabo de tantos siglos el hijo que nasce saca
la lanzada del padre; y no sólo antes que sepa pecar, sino antes
que nazca, nasce hijo de ira: y esto á cabo de tantos siglos. En
tan largo espacio no está aun olvidada aquella injuria por tantos
hombres repartida, y con tantos azotes castigada; antes todas cuan-
tas penas hasta hoy se han padescido, y todas cuantas muertes
ha habido, y todas cuantas ánimas arden y arderán para siempre
en el Infierno, todas son centellas que originalmente descienden
de aquella primera culpa, y argumentos y testimonios de la divi-
na Justicia. Y todo esto pasa aun después de la redempción del
género humano por la sangre de Cristo; porque á no estar ésta
de por medio, <i qué diferencia hobiera del hombre al demonio,
pues tan poco remedio tenía el uno y el otro para se salvar? ¿Pa-
récete, pues, que es ésta razonable muestra de la Justicia divina?
Y como si no bastara este yugo tan pesado sobre los hijos de
Adam, añadiéronse de ahí adelante otros y otros nuevos castigos
por otros nuevos pecados, que (como dijimos) se derivaron de
aquel pecado. Todo el universo mundo pereció con las aguas del
diluvio (2). Sobre aquellas cinco deshonestas ciudades llovió Dios
fuego y piedra azufre del cielo (3). A Datan y Abirón por una com-
petencia que tuvieron con Moisén, tragó la tierra vivos (4). Dos
hijos de Aaróñ, Nadab y Abiú, porque dejaron de guardar una
(i) Esther. \\\. (2) Genes. VII. (3) Ibid. IX. (4) Num. XVI.
2^2 GUÍA DE PECADORES
cerímonia en un sacrificio, fueron súbitamente abrasados con el
fuego del Sanctuario (i), sin que les valiese la dignidad del sacer-
docio, ni la sanctidad del padre, ni la privanza que tenía con Dios
Moisén su tío. Ananías y Safira, en el Nuevo Testamento, por
una mentira que dijeron, al parecer liviana, en un punto los arre-
bató la muerte juntos (2).
Pues (iqué diré de los juicios espantosos de Dios? Salomón, el
más sabio de los hijos de los hombres y tan amado de Dios, que
le mandó El poner por nombre: El amado del Señor, vino por
sus altos juicios á dar en el extremo de todos los males (3) que
fué arrodillarse ante las estatuas de los ídolos. ^ Qué cosa más para
temer? Y si supieses los juicios que desta manera acaescen cada
día en la Iglesia, no menos por ventura te espantaría que todo
lo dicho: porque verías muchas estrellas del cielo caídas en tie-
rra: verías muchos que asentados á la mesa de Dios comían pan
de ángeles, venir á desear hinchir sus vientres de manjares de puer-
cos: verías muchas castidades más finas y más hermosas que el
marfil antiguo, tiznadas y convertidas en carbones de fuego: de lo
cual todo fueron causa las culpas y pecados de los que cayeron:
porque la ordenación y los juicios de Dios no ponen necesidad á
las obras de los hombres, ni les quitan su libre albedrío.
Mas sobre todo esto, ^qué mayor muestra de justicia que
no contentarse Dios con otra menor satisfacción que la muerte
de su unigénito Hijo para haber de perdonar al mundo? ¡Qué
palaVjras tan para sentir aquellas que el Salvador dijo á las mu-
jeres que le iban llorando (4): Hijas de Hierusalem, no lloréis
sobre Mí, sino sobre vosotras y sobre vuestros hijos: porque
días vendrán en que diréis: Bienaventuradas las estériles, y los
vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. En-
tonces dirán á los montes: Caed sobre nosotros, y á los colla-
dos: Cubridnos. Porque si esto se hace en el madero verde, en
el seco ^qué se hará? Como si más claramente dijera: Si este
árbol de vida y de inocencia (en el cual nunca hubo gusano, ni
carcoma de pecado) así arde con las llamas de la justicia divina
por los ajenos pecados, ^cómo arderá el árbol estéril y seco, á
quien no la caridad, sino la maldad tiene tan cargado de los su-
yos proprios? Pues si en ésta que fué obra de tanta misericor-
(I) I.evit. X. (2) Act. IV. (3) III ReR. III. (4; Luc. XXIII.
LIBRO I. CAPlTCLO XXVI. 2^^
dia, ves tan grande rigor de justicia, ^qué será en las otras obras
donde no resplandesce tanto esa misericordia?
Mas si por ventura eres tan rudo que no penetras la fuerza
desta razón, párate á considerar aquella eternidad de las penas
del infierno, y mira cuan espantable sea aquella justicia, que el
pecado que se puede hacer en un punto, castiga con eterno tor-
mento. Con esa tan grande misericordia que alabas, se compa-
desce esta tan espantable justicia que ves. ¡Qué cosa tan espan-
tosa como ver de la manera que estará aquel sumo Dios mirando
dende el trono de su gloria un ánima que habrá estado penando
millones de años en tan terribles tormentos, y que no por eso
se inclinará jamás á compasión della, sino antes holgará que
pene, y que esta pena sea sin cabo, y sin término, y sin espe-
ranza de remedio! ¡Oh alteza de la justicia divina! ¡Oh cosa de
grande admiración! j Oh secreto y abismo de altísima profundi-
dad ! ¿Qué hombre hay tan fuera de juicio, que considerando es-
to no se estremezca y admire de tan grande castigo?
De las obras de la divina Justicia que en este mundo se ven.
§. 11.
I AS dejemos agora la Escriptura sagrada, y salgamos á es-
te mundo visible, y en él hallaremos otras obras de gran-
dísima y espantosa justicia. Dígote de verdad que los que tie-
nen un poquito de lumbre y conoscimiento de Dios, viven en
este mundo con tan gran temor y espanto destas obras, que ha-
llando salida para todas las otras obras divinas, no la hallan pa-
ra ésta, sino en sola la humilde y sencilla confesión de la fe. ¿A
quién no pone en admiración ver cuasi toda la haz de la tierra
cubierta de infidelidad, ver qué tan grande sementera tienen aquí
los demonios para poblar los infiernos, ver qué tan grande
parte del mundo, aun después de la redempción del género hu-
mano, se está como de antes en las tinieblas de sus errores?
¿Qué es toda la tierra de cristianos comparada con la que hay
de infieles, y con la que cada día se va descubriendo, sino un es-
trecho rincón? Y todo lo demás tiene tiranizado el reino de las
tinieblas: donde no resplandesce el Sol de justicia; donde no ha
5^4 GUÍA DE PECADORES
amanescido la lumbre de la verdad: donde como en los montes
de Gelboé no cae agua ni rocío del cielo (i): donde cada día
dende el principio del mundo se llevan los demonios tantas pre-
sas de ánimas á los fuegos eternos: pues está claro que así como
fuera del arca de Noé no escapó ninguno en tiempo del diluvio,
ni fuera de la casa de Raab se guáreselo ninguno de los mora-
dores de Hiericó (2), así ninguno se salva fuera de la casa de
Dios, que es su Iglesia.
Pues ese pedazo que hay de cristiandad, mira de la manera
que está en nuestros tiempos, y hallarás por cierto que en todo
este cuerpo místico, dende la planta del pie hasta la cabeza, ape-
nas hay cosa del todo sana. Saca afuera algunas ciudades prin-
cipales (donde hay algún rastro de doctrina) y discurre por todo
esotro carnaje de villas y lugares (donde no hay memoria della)
y hallarás muchos pueblos de quien se puede verificar aquello
que dijo Dios en un tiempo por Hierusalem (3): Rodead todas
las calles y barrios de Hierusalem, y buscad un hombre que sea
verdaderamente justo, y yo usaré de misericordia con él. Corre,
no ya por todos los mesones y plazas, que éstos son lugares de-
dicados á mentiras y trampas, sino por todas las casas de veci-
nos, y (como dice Hieremías) pon la oreja á escuchar lo que ha-
blan, y hallarás que apenas se oye palabra que buena sea, sino
que aquí oirás murmuraciones, allí torpezas, aquí juramentos, allí
blasfemias, y rencillas, y cobdicias, y amenazas, y finalmente en
toda parte el corazón y lengua tratan de la tierra y de sus ga-
nancias, y en muy pocas de Dios y de sus cosas, sino es para
jurar y perjurar su nombre, que es aquella memoria de que se
queja Él mismo por su Profeta diciendo: Acuérdanse de Mí,
mas no como debrían, jurando por mi nombre mentiras. De ma-
nera que á lo menos por las insignias que se ven de fuera, ape-
nas podrás juzgar si aquel pueblo es de cristianos ó de gentiles,
si no es por ventura por las torres de las campanas que asoman
de lejos, ó por los juramentos ó perjurios que se oyen de cer-
ca: y por todo lo demás apenas lo conocerás. Pues ¿cómo pue-
den entrar éstos en la cuenta de aquéllos de quien dice Isaías:
Todos cuantos los vieren, luego los conoscerán, porque éstas son
las plantas á quien bendijo el Señor? Pues si tal ha de ser la vi-
(1) II. Reg. I. (2) Josué, Vr. (3) Jerem. V,
LIBRO I. CAPÍTULO XXVI. 28 =
da del cristiano, que todos cuantos le vieren le juzguen por hi-
jo de Dios, ^en qué cuenta pondremos á éstos, que más parecen
burladores y despreciadores de Cristo que cristianos?
Pues si tantos son los pecados y males del mundo, ^cómo
no ves aquí claro los indicios y efectos de la justicia del cielo?
Porque no se puede negar que así como uno de los mayores be-
neficios de Dios es preservar al hombre de pecados, así uno de
los mayores castigos y señales de ira es dejarlo caer en ellos. Y
así leemos en el libro de los Reyes (i) que el furor de Dios se
airó contra Israel: por donde permitió á David caer en aquel pe-
cado de soberbia, cuando mandó contar el pueblo. Y así tam-
bién leemos en el Eclesiástico que á los varones misericordiosos
apartará Dios de todo mal, y no permitirá que se vean envuel-
tos en pecados. Porque así como una parte del premio de la vir-
tud es acrescentamiento desa misma virtud, así muchas veces el
castigo del pecado es permitir Dios otros pecados. Y así vemos
que el mayor castigo que se dio por el mayor de los pecados
del mundo (que fué la muerte del Hijo de Dios) fué aquel que
denuncia el Profeta contra los obradores desta maldad, dicien-
do (2): Añade, Señor, maldad á las maldades dellos, y no entren
en tu justicia: que es en la obediencia y guarda de tus manda-
mientos. ¿Y qué se sigue de ahí? Luego lo declara el mismo
Profeta diciendo: Sean borrados del libro de la vida, y no sean
escriptos con los justos.
Pues si tan grande castigo y tan grande muestra de ira es cas-
tigar Dios pecados con pecados, ¿cómo entre tanta muchedum-
bre de pecados como hierven en el mundo, no ves las señales de
la justicia divina? A do quiera que volvieres los ojos (como el
que está engolfado en la mar, que no ve sino cielo y agua) ape-
nas verás otra cosa que pecados, Y viendo pecados ^ino ves jus-
ticia? En medio de la mar ¿no ves agua? Y si todo este mundo
es un mar de pecados, ¿qué será sino un mar de justicia? No he
menester yo descendir al infierno para ver cómo resplandesce allí
la justicia divina: bástame estar en este mundo para verla.
Y si á todo lo que está fuera de ti, estás ciego, mira siquiera
á ti mismo: que si estás en pecado, estás debajo de la lanza desta
justicia, y mientra más seguro y más confiado, más caído debajo
(I) II, Reg. XXIV, (2) Psalm, LXVIII,
286 GUÍA DE PECADORES
della. Así estuvo un tiempo Sant Augustín, como él mismo lo
confiesa diciendo: Estaba yo ahogado en el golfo de los pecados
y había prevalescido contra mí tu ira, y 3^0 no la conoscía. Ha-
bíame hecho sordo con el ruido de las cadenas de mi mortalidad:
y esta ignorancia de tu ira y de mi culpa era pena de mi sober-
bia. Pues si Dios te ha castigado desta manera, permitiéndote es-
tar tanto tiempo ahogado y ciego en tus maldades, ¿cómo cuen-
tas de la feria tan al revés de como te va en ella? El favorescido
cuente de las misericordias de Dios; mas el justiciado de sus jus-
ticias. Con la misericordia de Dios se compadesce dejarte tanto
tiempo en pecado, ¿y no se compadescerá enviarte al infierno?
¡ Oh, si supieses cuan poco camino hay de la culpa á la pena, y
de la gracia á la gloria! Puesto un hombre en gracia, ¿qué mucho
es darle la gloria? y caído en una culpa, ¿qué mucho es darle la
pena? La gracia es principio y merescimiento de la gloria, y el
pecado es infierno merescido y comenzado.
Demás desto, ¿qué cosa puede ser más espantable que siendo
las penas del infierno tan horribles como arriba dijimos, consienta
Dios que sea tan grande el número de los que se condenan, y
tan pequeño el de los que se salvan? Qué tan pequeño sea este
número (porque no pienses que esto es adevinar) dícelo Aquél
que cuenta las estrellas del cielo, y á cada una llama por su nom-
bre. ¿A quién no espantan aquellas palabras tan bien sabidas, y
tan mal sentidas, que el Señor respondió á los discípulos cuando
le preguntaban si eran pocos los que se salvaban, diciendo (3): En-
trad por estrecha puerta, porque ancha es la puerta y muy se-
guido el camino que va á la perdición, y muchos son los que van
por él? ¡Cuan estrecha es la puerta, y cuan angosto el camino
que va á la vida, y pocos son los que atinan con él ! ¡ Quién sin-
tiera lo que el Salvador sentía, cuando no simplemente, sino con
aquella exclamación y encarescimiento dijo: ¡Cuan estrecha es la
puerta, y cuan angosto el camino! Todo el mundo peresció con
las aguas del diluvio; y solas ocho ánimas se escaparon en el arca
de Noé: lo cual, como dice S. Pedro en su Canónica (2), es figura
de cuan poquitos son los que se salvan en comparación de los
que se condenan.
Seiscientos mil hombres sacó Dios de Egipto para llevar á la
(I) Matth. VII; Luc. XIII. (2) II Petr, II.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVI 287
tierra de promisión, sin mujeres y niños que no se cuentan, y
para esto fueron ayudados con mil favores del cielo: y con todo
esto la tierra que les había Dios ofrescido por su gracia, perdie-
ron ellos por su culpa: pues de tanto número de hombres solos
dos entraron en ella. Donde todos los Doctores comúnmente di-
cen ser esto figura de los muchos que se condenan y de los po-
cos que se sah/an: que es, de ser muchos los llamados y pocos
los escogidos. Por donde no sin causa se llaman los justos mu-
chas veces en la Escriptura divina piedras preciosas: para dar á
entender que son tan raros en el mundo como ellas, y que la
ventaja que hace el número de las otras piedras toscas á éstas, ésa
hace el número de los malos al de los buenos: como lo testificó
S¿ilomón cuando dijo que era infinito el número de los locos. Pues
dime agora: si tan pocos y tan contados son los escogidos, como
te dice la figura y la verdad (pues ves cuántos fueron por justo
juicio de Dios privados de aquello para que fueron llamados) ¿có-
mo no temerás tú en este tan común peligro y diluvio universal?
Si fueran las partes iguales, aun había grandísima razón para te-
mer. Mas ¿qué digo partes iguales? Dígote de verdad que es tan
grande mal, infierno para siempre, que aunque no hubiera de ser
más que un hombre solo en todo el Hnaje humano el que hubie-
se de ir á él, solo éste había de hacer temblar á todos los otros.
Cuando el Salvador cenando con sus discípulos dijo (i) que uno
de ellos le había de vender, todos comenzaron á temer, aunque su
consciencia los aseguraba: porque cuando el mal es grande, aun-
que sea de pocos, cada uno teme por la parte que le puede ca-
ber. Si estuviese un grande ejército de hombres en un campo, y
supiesen todos por revelación de Dios que había de caer un rayo
y matar á uno, sin saber á quién, no hay dubda sino que cada uno
temería su proprio peligro. Pues ¿qué sería si la mitad dellos, ó
la mayor parte hubiese de peligrar? ¿Cuánto mayor sería este
temor? Pues dime, hombre sabio para todas las cosas del mundo,
y del todo bruto para tu salvación: revélate aquí Dios que han de
ser tantos los que aquel rayo de la divina justicia ha de herir, y
tan pocos los que han de escapar, y no sabes tú á cuál parte déstas
pertenesces, ¿y con todo eso no temes? ¿Es por ventura menos
mal el infierno que el rayo? ¿Hate Dios á ti asegurado? ¿Tienes
(1) Joan. XIIL
288 GUÍA DE PECADORES
cédula de tu salvación? Hasta agora ninguna cosa te asegura, y
tus obras te condenan, y según la presente justicia (si no vuelves
la hoja) estás reprobado: ;y con todo esto no temes?
Dices que te esfuerza la misericordia divina. Esa no deshace
lo dicho: antes si con ella se compadesce tanto número de perdi-
dos, ¿no se compadescerá que seas tú también uno dellós, si vivie-
res como ellos? ¿Xo ves, miserable de ti, que te engaña el amor
proprio, pues te hace presumir de ti otra cosa que de todo el mun-
do? Porque (¡qué privilegio tienes tú más que todos los hijos de
Adam, para que no \^ayas tú donde van aquéllos cuyas obras
imitas ?
Y si por sus obras habernos de conoscer á Dios (como arri-
ba se dijo) una cosa te sé decir, que aunque sean muchas las
comparaciones que se pueden hacer de la misericordia á la jus-
ticia (donde siempre son aventajadas las obras de la misericor-
dia) pero en cabo venimos á hallar que en el linaje de Adam
(de quien tú desciendes) más son los vasos de ira, que los de
misericordia: pues son tantos los que se condenan y tan pocos
ios que se salvan. Lo cual no es porque falte á nadie el favor y
ayuda de Dios: el cual como dice el Apóstol (i), quiere que to-
dos se salven y vengan al conoscimiento de la verdad, sino
por falta de los malos, que no se quieren aprovechar de los fa-
vores de Dios.
He dicho todo esto para que entiendas que si con esta tan
grande misericordia de Dios que tú alegas, se compadesce que
haya en el mundo tantos infieles, y en la Iglesia tantos malos
cristianos: y que si de los infieles se pierden todos, y de los cris-
tianos tantos, también se compadescerá que te pierdas tú tam-
bién con ellos, si fueres tal como ellos ¿Por ventura riéronse á
ti los cielos cuando nascías, ó mudáronse entonces los derechos
de Dios y las leyes de su Evangelio, porque para ti haya de ser
un mundo, y para los otros otro? Pues si con esta tan gran mi-
sericordia se compadesce que el infierno haya dilatado su seno,
y que desciendan cada día millares de ánimas á él, ¿no se com-
padescerá que descienda también la tuya, si vivieres esa misma
vida? Y porque no digas que entonces era Dios riguroso y ago-
ra manso, mira que con esa mansedumbre se compadesce ago-
(1) I Tira. II.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVL 289
ra todo esto que has oído, para que no dejes tú también de te-
ner tu castigo, aunque seas cristiano, si eres malo.
¿ Perderá por ventura Dios su gloria, si tú solo dejares de
entrar en ella? ¿Tienes tú algunas grandes habilidades de que
Dios tenga particular necesidad, porque te haya de sufrir con
todas tus tachas buenas y malas? ¿ Ó tienes algún especial pri-
vilegio más que los otros, porque no te hayas de perder con
ellos, si fueras malo como ellos? Pues á los hijos de David, que
fueron privilegiados por los méritos de su padre, no dejó Dios
de dar su merescido cuando fueron malos: y así muchos dellos
acabaron desastradamente: ^y estás tú vanamente confiado, cre-
yendo que con todo eso estás seguro? Yerras, hermano mío, ye-
rras, si crees que eso sea esperar en Dios. No es ésa esperanza,
sino presumpción: porque esperanza es confiar que arrepintién-
dote y apartándote del pecado te perdonará Dios, por malo
que hayas sido : mas presumpción es creer que perseverando
siempre en mala vida, todavía tienes tu salvación segura. Y no
pienses que es éste cualquier pecado: porque él es uno de los
pecados que se cuentan contra el Espíritu Sancto (porque esto
es injuriar y usar mal de la bondad de Dios, que especialmente
se atribuye al Espíritu Sancto) de los cuales pecados dice el
Salvador (i) que no se perdonan en este siglo ni en el otro:
dando á entender que son dificultosísimos de perdonar: porque
cuanto es de su parte cierran la puerta de la gracia, y ofenden
al mismo médico que nos ha de dar la vida.
Conclusión de todo lo dicho.
§. m.
|fe^ ONCLUYA^IOS, pues, Csta materia con aquel desengaño
^^Jj que el Espíritu Sancto nos da por el Eclesiástico dicien-
do (2): Del pecado perdonado no dejes de tener temor, y no di-
gas: misericordioso es el Señor, no se acordará de la muche-
dumbre de mis pecados. Porque su misericordia y su ira están
muy cerca, y su ira tiene los ojos puestos sobre los pecadores.
(i) Maith. XII. (2) EccU. V.
OBRAS DE GRANADA I"-»3
290 GUÍA DE PECADORES
Dime, ruégote: si de los pecados ya perdonados nos mandan
tener temor, ^cómo tú no temes añadiendo cada día pecados á
pecados? Y nota bien aquella palabra que dice que la ira divi-
na mira á los pecadores: porque de ésa pende el entendimiento
desta materia. Para lo cual has de saber que aunque la miseri-
cordia de Dios se extiende á justos y pecadores, y á todos al-
canza su parte, conservando á los unos, y llamando y esperan-
do á los otros: pero con todo eso, aquellos grandes favores que
promete Dios en sus Escripturas, señaladamente pertenescen á
los justos, los cuales así como guardan fielmente las leyes de
Dios, así les guarda Él fielmente su palabra, y les es verdadero
padre, como ellos le son obedientes hijos. Y por el contrario,
cuanto lees de amenazas, y maldiciones, y rigores de justicia,
todo eso habla contigo y con los tales como tú. Pues ,jqué ce-
guedad es la tu)^a, que no tengas miedo de las amenazas que
hablan contigo, y tomes grande contentanúento con las pala-
bras que no dicen á ti? Toma la parte que te cabe, y deja al
justo su hacienda. Para ti es la ira: teme. Para el justo el amor
y la bienquerencia: alégrese. ^Ouiéreslo ver? Mira qué dice
David (i): Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos
sobre las oraciones dellos. Mas su rostro airado está sobre los
malos para destruir de la tierra la memoria dellos. Y en el libro
de Esdras hallarás escriptas estas palabras (2): La mano del Se-
ñor (que es su providencia paternal) está puesta sobre aquellos
que de verdad lo buscan: mas su imperio, y su fi^rtaleza, y su
furor, contra todos los que lo desamparan.
Pues si esto es así, tú miserable, que perseveras en pecado,
j cómo andas engañado? ^cómo cruzas los brazos? ^cómo true-
cas las cartas? No dice á ti ese sobrescripto. No habla contigo
en ese estado de ira y de enemistad la dulzura del amor y
de la bienquerencia divina. Esa parte es de Jacob, no pertene-
ce á Esaú. Esa suerte es de los buenos: tú que eres malo, (jqué
tienes que ver con ella ? Deja de serlo, y será tuya. Deja de
serlo, y hablará contigo la benevolencia y la providencia pater-
nal de Dios. Entretanto tirano eres, y usurpador de lo ajeno, y
en lo vedado quieres entrar. Espera en el Señor, dice David (3),
y haz buenas obras. Y en otro lugar (4): Sacrificad (dice él) sa-
/í) Psalm. XXXIII. (2) I Esdr. VIII. (3) Psalm. XXXVI. (4) Psalm. IV.
LIBRO I. a\PÍTULO XXVI. 291
crificio de justicia, y esperad en el Señor. Ésta es buena manera
de esperar: y no, haciéndote truhán de la divána misericordia,
perseverar en pecado y pensar de ir á paraíso. El buen esperar
es, apartándote de las malas obras y llamando á Dios: mas si obs-
tinadamente perseveras en ellas, no es esperar sino presumir:
no es esperar, y esperando merecer misericordia, sino ofendien-
do á la misericordia hacerse indigno della. Porque así como la
Iglesia no vale al que confiando en ella, sale della á hacer mal,
así es justo que no valga la misericordia de Dios al que se fa-
vorece della para el mal.
Esto habían de considerar los dispensadores de la palabra de
Dios: los cuales muchas veces no mirando con quién hablan
dan ocasión á los malos para perseverar en sus males. Debrían
mirar que así como á los cuerpos enfermos el que más los da
de comer, más los daña: así á las ánimas obstinadas en pecados,
el que más las sustenta con esta manera de confianza, más mo-
tivo les da para continuar su mala vida.
Finalmente acabo esta materia con aquella prudente senten-
cia de S. Augustín, el cual dice que esperando y desesperando
van los hombres al infierno: esperando mal en la vida, y desespe-
rando peor en la muerte. Asi que, hermano mío, déjate de esas
presumptuosas confianzas, y acuérdate que hay en Dios miseri-
cordia y justicia: por donde así como pones los ojos en la mi-
sericordia para esperar, así también los debes poner en la jus-
ticia para temer. Porque (como dice muy bien S. Bernardo) dos
pies tiene Dios, uno de misericordia otro de justicia: y nadie
debe abrazar el uno sin el otro, porque la justicia sola sin mise-
ricordia no nos haga temer tanto que desesperemos: ni la mise»
ricordia sola sin la justicia nos haga presumir y esperar tanto
que perseveremos en el mal vivir.
CONTRA LOS QUE SE EXCUSAN DICIENDO QUE ES ÁSPERO Y DIFICULTOSO
EL CAMINO DE LA VIRTUD,
CAPITULO XXVII.
' TRA excusa suelen alegar en su favor los hombres del
mundo para desamparar la virtud, diciendo que es
áspera y dificultosa: aunque esta aspereza bien co-
nocen que no nasce della (pues como amiga de la razón es muy
conforme á la naturaleza de la criatura racional) sino de la mala
inclinación de nuestra carne y apetito: la cual nos vino por el pe-
cado. Por lo- cual dijo el Apóstol (i) que la carne cobdiciaba con-
tra el espíritu, y el espíritu contra la carne, y que estas dos cosas
eran entre sí contrarias. Y en otro lugar: Huélgome, dice él (2),
con la ley de Dios según el hombre interior; mas siento otra ley
en mis miembros que contradice á la de mi ánima y me captiva
y subjecta al pecado. En las cuales palabras da á entender él que
la virtud y la ley de Dios es conforme y agradable á la porción
superior de nuestra ánima, que es toda espiritual (donde está el
entendimiento y la voluntad) mas la guarda della se impide por
la ley de los miembros, que es por la mala inclinación y corrup-
ción de nuestro apetito con todas sus pasiones: el cual rebeló con-
tra la porción superior desta ánima, cuando ella rebeló contra
Dios: la cual rebelión es causa de toda esta dificultad. Pues por
esta razón son tantos los que dan de mano á la virtud, aunque la
estimen en mucho: como hacen algunas veces los enfermos, que
aunque desean la salud, aborrecen la medicina, porque la tienen
por desabrida. Por do parece que si sacásemos á los hombres
deste engaño, habríamos hecho una gran jornada: pues esto es
lo que principalmente los aparta de la virtud: porque por lo de-
más no hay en ella cosa que no sea de grandísimo precio y dig-
nidad.
(i; Galat. V, (a) Rom. VIL
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIL 293
De cómo la gracia qne se nos da por Cristo Jw ce fácil el camino
de ¡a virtud.
§. I-
I AS pues agora de saber que la causa principal deste en-
gaño es poner los hombres los ojos en sola esta dificul-
tad que hay en la virtud, y no en las ayudas que de parte de
Dios se nos ofrecen para alcanzarla; que es aquella manera de en-
gaño que padescía el discípulo del profeta Eliseo (i) según arri-
ba declaramos, el cual como veía el ejército de Siria que tenía
cercada la casa de su señor, y no veía el que de parte de Dios
estaba en su defensa, desmayaba y teníase por perdido, hasta que
por oración del sancto profeta le abrió Dios los ojos, y vio cuánto
mayor poder había de su parte que de la de los contrarios. Pues
tal es el engaño déstos que hablamos: porque como ellos expe-
rimentan en sí la dificultad de la virtud, y no han experimentado
los favores y socorros que se dan para alcanzarla, tienen por difi-
cultosísima esta empresa, y así se despiden della.
Pues dime agora, ruegote: si el camino de la virtud es tan di-
ficultoso, ^qué quiso significar el Profeta cuando dijo (2): En el
camino de tus mandamientos. Señor, me deleité así como en to-
das las riquezas del mundo? Y en otro lugar: Tus mandamientos,
Señor, son más dignos de ser deseados que el oro y las piedras
preciosas, y más dulces que el panal y la miel. De manera, que
no sólo concede lo que todos concedemos á la virtud, que es su
maravillosa excelencia y preciosidad, sino también lo que el mun-
do le quita, que es dulzura y suavidad. Por donde puedes tener
por cierto que los que hacen esta carga pesada (aunque sean
cristianos, y vivan en la le}^ de gracia) no han aun desayunádose
deste misterio. Pobre de ti, tú que dices que eres cristiano, dime:
¿para qué vino Cristo al mundo? ¿para qué derramó su sangre?
¿para qué instituyó los sacramentos? ¿para qué envió el Espíritu
Sancto? ¿Qué quiere decir Evangelio? ¿qué quiere decir gracia?
¿qué Jesús? ¿Qué significa ese nombre tan celebrado de ese mis-
il) IV Reg. VI. (a) Psalm. CXVIll.
294 GUÍA DE PECADORES
mo Señor que adoras? Y sí no lo sabes, pregúntalo al Evange-
lista, que dice (i): Ponerle has por nombre Jesús, porque Él hará
salvo á su pueblo de sus pecados. Pues ^ qué es ser Salvador y
librador de pecados, sino merecernos el perdón de los pecados
pasados, y alcanzarnos gracia para excusar los venideros? ^Para
qué, pues, vino este Salvador al mundo, sino para ayudarte á
salvar? ^Para qué murió en la cruz, sino para matar al pecado?
^Para qué resuscitó después de muerto, sino para hacerte resus-
citar en esta nueva manera de vida? ^iPara qué derramó su san-
gre, sino para hacer della una medicina con que sanase tus lla-
gas? ^Para que ordenó los Sacramentos, sino para remedio y
socorro de los pecados? ^-Cuál es uno de los más principales fruc-
tos de su pasión y de su venida, sino habernos allanado el camino
del cielo, que antes era áspero y dificultoso? Así lo significó
Isaías cuando dijo (2) que en la venida del Mesías los caminos
torcidos se enderezarían, y los ásperos se allanarían. Finalmente
^para qué sobre todo esto envió el Espíritu Sancto, sino para que
de carne te hiciese espíritu? ^Y para que lo envió en forma de
fuego, sino para que como fuego te encendiese, y alumbrase, y
avivase, y transformase en sí mismo, y te levantase á lo alto, de
donde Él bajó? ¿Para qué es la gracia con las virtudes infusas
que della proceden, sino para hacer suave el yugo de Cristo, para
hacer ligero el ejercicio de las virtudes, para cantar en las tribu-
laciones, para esperar en los peligros y vencer en las tentacio-
nes? Éste es el principio, y el medio, y el fin del Evangelio: con-
viene saber, que así como un hombre terrenal y pecador (que fué
Adara) nos hizo pecadores y terrenos, así otro hombre celestial y
justo (que fué Cristo) nos hiciese celestiales y justos. ^Qué otra
cosa escriben los Evangelistas? (jQué otras promesas anunciaron
los Profetas? ¿Qué otra predicaron los Apóstoles? Ésta es la su-
ma de toda la teología cristiana. Ésta es la palabra abreviada que
Dios hizo sobre la tierra. Ésta es la consumación y abreviación
que el profeta Isaías dice que oyó á Dios (3): de la cual se siguie-
ron luego en el mundo tantas riquezas de virtudes y de justicia.
Declaremos esto más en particular. Preguntóte: ¿de dónde
procede la dificultad que hay en la virtud? Decirme has que de
las malas inclinaciones de nuestro corazón y de nuestra carne con-
(l) Matth. I. (a) Isai. XL. (3) Isai. X.
Libro i. capítulo xxvií. 29^
cebída en pecado: porque la carne contradice al espíritu, y el
espíritu á la carne, como cosas entre sí contrarias. Pues pongamos
agora por caso que te dijese Dios: Ven acá, hombre, Yo te qui-
taré ese mal corazón que tienes, y te daré otro corazón nuevo, y
te daré fuerzas para mortificar tus malas inclinaciones y apetitos:
Si esto te prometiese Dios <:serte hía entonces dificultoso el ca-
mino de la virtud? Claro está que no. Pues dime: ¡jqué otra cosa
es la que tiene este Señor tantas veces prometida y firmada en
todas sus Escripturas? Oye lo que dice por el profeta Ezequiel,
hablando señaladamente con los que viven en la ley de gracia (i).
Yo (dice El) os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nue-
vo en medio de vosotros, y quitaros he el corazón que tenéis de
piedra, y daros he corazón de carne: y pondré mi espíritu en me-
dio de vosotros, y mediante él haré que andéis por el camino de
mis mandamientos, y guardéis mis justicias, y las pongáis por obra:
y moraréis en la tierra que yo di á vuestros padres, y seréis vos-
otros mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios. Hasta aquí son palabras
de Ezequiel. ¿De qué dudas tú ahora aquí? ¿De que no guardará
Dios contigo esta palabra? ¿O si podrás con el cumplimiento de-
Ua guardar su ley? Si dices lo primero, haces á Dios falso prome-
tedor, que es una de las mayores blasfemias que pueden ser. Si
dices que con este socorro no podrás cumplir su ley, háceslo de-
fectuoso proveedor: pues queriendo remediar el hombre, no dio
para ello bastante remedio. Pues ¿qué te queda aquí en qué
dubdar?
Allende desto, también te dará virtud para mortificar estas
malas inclinaciones que pelean contra ti, y te hacen dificultoso
este camino. Éste es uno de los principales efectos de aquel ár-
bol de vida, que el Salvador con su sangre sanctificó. Así lo con-
fiesa el Apóstol cuando dice (2): Nuestro viejo hombre fué jun-
tamente crucificado con Cristo, para que así fuese destruido el
cuerpo del pecado, para que ya no sirviésemos más al pecado. Y
llama aquí el Apóstol viejo hombre y cuerpo de pecado á nues-
tro apetito sensitivo, con todas las malas inclinaciones que del
proceden: el cual dice que fué crucificado en la cruz con Cristo:
porque por aquel nobilísimo sacrificio nos alcanzó gracia y for-
taleza para poder vencer este tirano, y quedar libres de la fuer-
(i) Ezech. XI. (2) Rom. VI.
!2g6 GUÍA DE PECADORES
za de sus malas inclinaciones y de la servidumbre del pecado,
como arriba se declaró. Ésta es aquella victoria y aquel tan gran
favor que el mismo Señor promete por Isaías, diciendo así (i): No
temas, porque Yo estoy contigo: no te apartes de Mí, porque Yo
soy tu Dios. Yo te esforzaré y te ayudaré, y la mano diestra de
mi Justo (que es el mismo Hijo de Dios) te sosterná. Buscarás á
los que peleaban contra ti, y no los hallarás: serán como si no
fuesen, y quedarán como un hombre rendido y gastado ante los
pies de su vencedor. Porque Yo soy tu Señor Dios, que te toma-
ré por la mano y te diré: No temas, que yo te ayudaré. Hasta
aquí son palabras de Dios por Isaías. Pues ,1 quién desmayará con
tal esfuerzo ? ^ Quién desmayará con el temor de sus malas incli-
naciones, pues así las vence la gracia?
Responde á algunas ohjecciones,
§. n.
si me dices que todavía quedan á los justos sus rincon-
cillos secretos, que son aquellas rugas que como se es-
cribe en Job (2) los acusan y dan testimonio contra ellos, á eso
te responde el mismo Profeta con una palabra, diciendo: Serán
como si no fuesen. Porque si quedan, quedan para nuestro ejer-
cicio, no para nuestro escándalo: quedan para despertarnos, y no
para enseñorearnos: quedan para darnos ocasiones de coronas, y
no para ser lazos de pecados: quedan para nuestro triunfo, no
para nuestro caimiento: finalmente quedan de tal manera como
convenía que quedasen para nuestra probación, y para nuestra
humildad, y para el conoscimiento de nuestra flaqueza, y para
gloria de Dios y de su gracia: de manera que el haber así que-
dado redunda en provecho nuestro. Porque así como las bestias
fieras(que de suyo son prejudiciales al hombre) cuando son aman-
sadas y domesticadas, sirven al provecho del hombre: así también
las pasiones moderadas y templadas ayudan en muchas cosas á
los ejercicios de la virtud.
Pues dime agora: si Dios es el que así te esfuerza, ; quién te
derribará? Si Dios es por ti, ^ quién contra ti? El Señor, dice Da-
(1) Isai, XLl. (2) Job. XV,
LIBRO I. CAPÍTULO XXVII. ^"^f
vid (i), es mi lumbre y mi salud, ^á quién temeré? El Señor es
defensor de mi vida, ¿de quién habré yo temor? Si se asentaren
reales de enemigos contra mí, no temerá mi corazón; y si se le-
vantare batalla contra mí, en Él tendré yo mi esperanza. Por cier-
to, hermano mío, si con tales promesas como éstas no osas deter-
minarte á servir á Dios, que debes de ser muy cobarde: y si de
tales palabras no te fías, sin dubda eres muy desleal. Dios es el
que te dice que te dará otro nuevo ser: que te mudará el cora-
zón de piedra, y te lo dará de carne: que mortificará tus pasio-
nes: que vendrás á tal estado, que no te conocerás: que mirarás
por tus malas inclinaciones, y no las hallarás, porque él las debilita-
rá y enflaquecerá. Pues ¿qué tienes aquí más que pedir? ¿qué tie-
nes más que desear? ¿qué te falta, sino fe viva y esperanza viva,
para que te quieras fiar de Dios, y arrojarte en sus brazos?
Paréceme que no puedes responder á esto, sino diciendo que
son grandes tus pecados, y que por ellos te será por ventura ne-
gada esta gracia. Á esto te respondo que una de las mayores in-
jurias que puedes hacer á Dios, es ésa: pues das á entender que
hay alguna cosa que Él ó no pueda, ó no quiera remediar, con-
virtiéndose áÉl su criatura y pidiéndole remedio. No quiero que
en esta parte creas á mí: cree á aquel sancto Profeta, el cual pa-
rece que se acordaba de ti, y te salía al camino, cuando escribió
aquellas palabras que en sentencia dicen así (2): Si por tus peca-
dos te hobieren comprehendido estas maldiciones susodichas, y
después movido á penitencia te volvieres á tu Señor Dios con
todo tu corazón y ánima, Él se apiadará de ti, y te librará del
captiverio en que estuvieres, y te traerá á la tierra que te tiene
jurada, aunque te hayan llevado hasta el cabo del mundo. Y aña-
de más: Y circuncidará el Señor Dios tu corazón, y el corazón de
tus hijos, para que así le puedas amar con toda tu ánima y con
todo tu corazón. ¡Oh, si te circuncidase ahora este Señor también
los ojos, y te quitase las tinieblas dellos, para que vieses clara-
mente la manera desta circuncisión! No serás tan grosero que
entiendas esta circuncisión corporalmente: porque deso no es ca-
paz el corazón. Pues ¿qué circuncisión es ésta que el Señor aquí
promete? Sin dubda es la demasía de nuestras pasiones y malas
inclinaciones, que nace del corazón: las cuales son un muy grande
(i) Psalm. XXVL (2) Deut. XXX.
2^B GUÍA DE PECADORES
impedimento de su amor. Pues todas estas ramas estériles y da-
ñosas promete Él que circuncidará con el cuchillo de su gracia,
para que estando el corazón (si decirse puede) desta manera po-
dado y circuncidado, emplee toda su virtud por sola esta rama
del amor de Dios. Entonces serás verdadero israelita, entonces te
habrás circuncidado al Señor, cuando Él hubiere cercenado de tu
ánima el amor del mundo, y no quedare en ella más que solo
su amor.
Y querría que notases atentamente cómo esto que el Señor
aquí promete que hará si te volvieres á Él, eso mismo te man-
da El en otra parte que hagas, diciendo: Circuncidaos al Señor,
y cercenad las demasías de vuestros corazones. Pues ^ cómo. Se-
ñor, lo que Vos aquí prometéis de hacer, me mandáis á mí que
haga? Si vos habéis de hacer esto, ¿para que me lo mandáis?
Y si yo lo tengo de hacer, ¿para qué me lo prometéis? Esta
dificultad se suelta con aquellas palabras de Sant Augustín que
dicen: Señor, dadme gracia para hacer lo que Vos me man-
dáis, y mandadme lo que quisiéredes.De manera que Él es el que
me manda lo que tengo de hacer, y el que me da la gracia para
hacerlo: por donde en una misma cosa se hallan juntamente
mandamiento y promesa, y una misma cosa hace Él y hace el
hombre: Él como causa principal, y el hombre como menos
principal. De suerte que se ha Dios en esta parte con el hom-
bre como el pintor que rigiese el pincel en las manos de un dis-
cípulo suyo, y así viniese á hacer una imagen perfecta: la cual
está claro que hacen ambos: mas no es igual ni la honra ni la
eficacia de ambos. Pues así lo hace Dios aquí (guardada la li-
bertad de nuestro albedrío) con nosotros, porque después de
acabada la obra no tenga el hombre por qué gloriarse, sino
por qué glorificar al Señor con el Profeta diciendo: Todas nues-
tras obras obraste. Señor, en nosotros.
Pues acuérdate desta palabra, y por ella glosarás todos los
mandamientos de Dios: porque todo cuanto Él te manda que ha-
gas. El promete ser contigo para hacerlo. Y así como cuando
te manda circuncidar el corazón, Él dice que lo circuncidará,
así cuando te manda que le ames sobre todas las cosas. Él te
dará gracia para que así lo ames. De aquí nasce llamarse el yu-
go de Dios suave, porque lo tiran dos: conviene saber. Dios y
el hombre: y así lo que la naturaleza sola hacía dificultoso, la
LFBRO I. CAPÍTULO XXVII. 29$
divina gracia hace ligero. Y por esto, acabadas estas palabras,
dice luego el Profeta más abajo; Este mandamiento que yo te
mando hoy, ni está sobre ti, ni muy lejos de ti, ni está levanta-
do en el cielo, para que hayas de decir: ¿Quién de nosotros po-
drá subir al cielo para traerlo de allí? Ni tampoco está puesto
dése cabo de la mar, para que tengas ocasión de decir: <: Quién
podrá pasar la mar, y traerlo de tan lejos? No está pues así
alejado, sino muy cerca de ti lo hallarás, en tu boca y en tu co-
razón, para haberlo de cumplir. En las cuales palabras quiso el
sancto Profeta quitar todos los nublados y dificultades que los
hombres sensuales ponen en la ley de Dios: porque como miran
á la ley sin el Evangelio, esto es, lo que les mandan hacer, sin
la gracia que les darán para poderlo haxer, ponen este achaque
en la ley de Dios, llamándola pesada y dificultosa: y no miran
que expresamente contradicen en esto á las palabras del evan-
gelista S. Juan que dice (i): La verdadera caridad consiste en
que guardemos los mandamientos de Dios. Eos cuales manda-
mientos no son pesados: porque todo aquello que nace de Dios,
vence el mundo. Quiere decir, que los que recibieron en sus
ánimas el espíritu de Dios, mediante el cual fueron reengendra-
dos y hechos hijos de Aquél cuyo espíritu recibieron, éstos, co-
mo tienen dentro de sí á Dios que en ellos mora por gracia,
pueden más que todo lo que no es Dios: y así, ni el mundo, ni
el demonio, ni todo el poder del infierno es poderoso contra
ellos. De donde se sigue que aunque la carga de los manda-
mientos divinos fuera muy pesada, las nuevas fuerzas que por
la gracia se comunican, la hacen liviana.
De cómo el amor de Dios hace también fácil y suave
este camino del cielo.
§. ni.
, . JUES ¿qué será si con todo lo susodicho juntamos también
%¿§¿e&, el socorro que nos viene por parte de la caridad? Ca
cierto es que una de las principales condiciones de la candad es
hacer suavísimo el yugo de la ley de Dios. Porque como dice
(i) I Joan. V
300 GUÍA BE PECADORES
S. Augiistín, no son penosos los trabajos de los que aman,
sino antes ellos mismos deleitan, como los de los que pes-
can, montean y cazan. ^ Quién hace á la madre no sentir los tra-
bajos continuos de la crianza del niño, sino el amor? ¿Quién
hace á la buena mujer curar noche y día sin cesar al marido
enfermo, sino el amor? ¿Quién hace hasta las bestias y las aves
andar tan solícitas en la crianza de sus hijos, y ayunar lo que ellos
comen, y trabajar porque ellos descansen, y atreverse á defender-
los con tan gran coraje, sino el amor? ¿Quién hizo al apóstol S.Pa-
blo decir aquellas tan animosas palabras que él escribe en la Epís-
tola á los Romanos (i): ¿Quién nos apartará del amor de Cristo?
¿ Habrá tribulación, ó angustia, ó hambre, ó desnudez, ó peligro,
ó cuchillo que esto pueda? Cierto estoy que ni muerte, ni vida,
ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni las cosas presentes, ni
las venideras, ni fuerza, ni alteza, ni profundidad, ni otra cria-
tura alguna será bastante para apartarnos del amor de Dios.
¿Quién otrosí hizo á nuestro Padre Sancto Domingo tener tan
grande sed del martirio como el ciervo de las fuentes de las
aguas, sino la fuerza deste amor? ¿De dónde le vino á Sant Lo-
renzo estar con tanta alegría asándose en las parrillas, que vi-
niese á decir que aquellas brasas le daban refrigerio, sino de la
sed grande que tenía del martirio, la cual había encendido la
llama deste amor? Porque el verdadero amor de Dios (como
dice Crisólogo) ninguna cosa tiene por dura, ninguna por amar-
ga, ninguna por pesada. ¿ Qué hierro, qué heridas, qué penas,
qué muertes pueden vencer al amor perfecto? El amor es una
cota de malla que no se puede faisán despide las saetas, sacude
los dardos, escarnesce los peligros, burla de la muerte: final-
mente, si es amor, todas las cosas vence.
Mas no se contenta el perfecto amor con vencer los traba-
jos que se le ofrescen,sino desea también que se le ofrezcan por lo
que ama. De aquí nasce una gran sed que los varones perfectos
tienen de martirios, que es derramar sangre por Aquél que pri-
mero derramó la suya por ellos. Y como no se les cumple este
deseo, encruelécense contra sí mismos, y hacen de sí verdugos
contra sí. Por esto martirizan sus cuerpos y aflígenlos con ham-
bre, sed, frío, calor, y con otros muchos trabajos: y desta ma-
(i) Rom. VIH.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIL 3O1
ñera descansan algún tanto, porque se les cumple en algo su
deseo.
Este lenguaje no entienden los amadores del mundo, ni al-
canzan cómo se puede amar lo que ellos tanto aborrescen, y
aborrescer lo que tanto aman: mas verdaderamente es ello así.
En la Escriptura leemos (i) que los egipcios tenían por dioses
los animales brutos, y como á tales los adoraban. Mas por el
contrario, los hijos de Israel llamaban aVjominaciones á los que
ellos llamaban dioses, y sacrificaban y mataban para gloria del
verdadero Dios á los que ellos adoraban por dioses. Pues desta
manera los justos (como verdaderos israelitas) llaman abomina-
ciones á los dioses del mundo, que son las honras, los deleites
y las riquezas, á quien él adora: y sacrifican, escupen y matan
estos falsos dioses (como unas abominaciones) para gloria del
verdadero Dios. Y así el que quisiere ofrescer á Dios sacrificio
agradable, mire lo que el mundo adora, y eso le sacrifique: y
por el contrario, abrace por su amor lo que viere que aborres-
ce. ¿Por ventura no lo hacían así aquéllos que después de haber
recebido las primicias del Espíritu Sancto (2) iban alegres de-
lante del concilio por haber padescido injurias por el nombre
de Cristo? Pues ¿cómo lo que bastó para hacer dulces las cár-
celes, y los azotes, y las parrillas, y las llamas, no bastará para
hacerte dulce la guarda de los mandamientos divinos? Y lo que
basta cada día para hacer llevar á los justos no solamente la car-
ga de la ley, sino también la sobrecarga de sus ayunos, vigilias,
disciplinas, ciUcios, desnudez y pobreza, ¿ no bastará para hacer
á ti llevar la simple carga de la ley de Dios y de su Iglesia?
i Oh, cómo vives engañado ! ¡ Oh, cómo no conosces la virtud y
las fuerzas de la caridad y de la gracia divina!
De otras cosas que nos hacen suave el camino de la virtud,
§. IV.
o dicho bastaba suficientemente para deshacer del todo
C este común impedimiento que muchos alegan. Mas ya
que nada desto fuese así, ya que en este camino hubiese traba-
do ExQd. vni. (a) Act, V.
302 GUÍA DE PECADORES
jos, dime, ruégete: ^qué mucho era por la salvación de tu áni-
ma hacer algo de lo que haces por la salud de tu cuerpo? ¿Qué
mucho sería hacer algo por escapar de tormentos eternos? ¿Qué
te paresce que haría aquel rico avariento que está en el infier-
no, si le diesen licencia para tornar á este mundo á emendar
los yerros pasados? Pues no menos es razón que hagas tú ago-
ra de lo que él hiciera: pues si fueres malo, te está guardado el
mismo tormento: y así has de tener el mismo deseo.
Y demás desto, si atentamente considerares lo mucho que
Dios por ti ha hecho, y lo mucho más que te promete, y los
muchos pecados que tienes contra Él cometidos, y los muchos
trabajos que padescieron los sanctos, y mucho más los que pa-
desció el Sancto de los sanctos, sin dubda te avergonzarías de
no padescer algo por Dios: y aun de cualquier bocado que bien
te supiese, vendrías á tener miedo y descontentamiento. Por lo
cual dijo Sant Bernardo que no igualaban las pasiones y tribu-
laciones deste siglo, ni con la gloria que esperamos, ni con la pe-
na que tememos, ni con los pecados que habemos cometido,
ni con los beneficios que habemos recebido de Dios. Cualquiera
destas consideraciones bastaba para acometer esta vida, por tra-
bajosa que fuera.
Mas para decirte la verdad, aunque en todas partes y en to-
das las maneras de vidas haya trabajos, sin comparación es ma-
yor el trabajo que hay en el camino de los malos que en el de
los buenos. Porque aunque sea trabajo caminar de cualquier ma-
nera que caminares (porque al fin el camino cansa) pero muy
mayor trabajo pasa el ciego que camina y mil veces tropieza,
que el que tiene ojos y mira por donde va. Pues como esta vida
sea camino, no se pueden en ella excusar trabajos, hasta que
vamos al lugar de los descansos. Mas el malo, como no se rige
por razón sino por pasión, claro está que camina á ciegas: pues
no hay en el mundo cosa más ciega que la pasión. Pero los
buenos, como se guían por razón, ven estos despeñaderos y ba-
rrancos, y desvíanse dellos: y así caminan con menos trabajo y
mayor seguridad. Así lo entendió y confesó aquel gran sabio Sa-
lomón, cuando dijo (i): La senda de los justos resplandesce co-
mo la luz, y va siempre creciendo hasta llegar al mediodía. Mas
(1) Prov, IV,
LIBRO I. CAPITULO XXVII. 3O3
el camino de los malos es escuro y tenebroso, y así no ven los
despeñaderos en que caen. Y no sólo es escuro (como aquí dice
Salomón) sino también deleznable y resbaladizo (como dice Da-
vid) para que por aquí veas cuántas caídas dará quien camina
por tal camino, y esto á escuras y sin ojos: y así entiendas por
estas semejanzas la diferencia que va de camino á camino y de
trabajo á trabajo.
Y aun para ese poco de trabajo que á los buenos queda, hay
mil maneras de ayudas que lo alivian y diminuyen, como ya di-
jimos. Parque primeramente ayúdalos la asistencia y providen-
cia paternal de Dios que los rige, y la gracia del Espíritu Sancto
que los anima, y la virtud de los sacramentos que los sanctifica,
y las consolaciones divinas que los alegran, y los ejemplos de los
buenos que los esfuerzan, y las escripturas de los sanctos que los
enseñan, y el alegría de la buena consciencia que los consuela, y la
esperanza de la gloria que los alienta, con otros mil favores y
socorros de Dios: con los cuales se les hace tan dulce este cami-
no, que vienen con el Profeta á decir (i): ¡Cuan dulces son, Se-
ñor, las palabras de tus mandamientos á mi garganta ! Más que la
miel á mi boca.
Pues quienquiera que todo esto considerare, verá luego cla-
ramente la concordia de muchas autoridades de la Escriptura di-
vina: de las cuales unas hacen este camino áspero, y otras suave.
Porque en un lugar dice el Profeta (2): Por amor de las palabras
de tus labios yo anduve por caminos duros. Y en otro dice (3): En
el camino de tus mandamientos me deleité así como en todas las
riquezas. Porque este camino tiene ambas estas cosas: conviene
saber, dificultad y suavidad; la una por parte de la naturaleza, y
la otra por virtud de la gracia: y así, lo que era dificultoso por una
razón, se hace ligero por otra. Lo uno y lo otro significó el Se-
ñor cuando dijo (4) que su yugo era suave y su carga Hviana.
Porque en decir yugo, significó el peso que aquí había, y
en decir suave, la facilidad que por parte de la gracia se le
daba.
Y si por ventura preguntares cómo es posible que sea yugo
y sea suave, pues la condición del yugo es ser pesado, á esto se
responde que la causa es porque Dios lo alivia, como Él lo pro-
{i) Psalm, CXVm. (a) Psalm. XVL (3) Psalm. CXVIH, (4) Mattb, XI,
304 GUÍA DE PECADORES
metió por el profeta Oseas diciendo (i): Yo les seré como quien
levanta el yugo y lo quita de encima de sus mejillas. Pues luego,
¿ qué maravilla es que sea liviano el yugo que Dios alivia y el
que Él mismo ayuda á levantar? Si la zarza ardía y no se quema-
ba, porque Dios estaba en ella (2), ¿qué mucho es que ésta sea
carga, y sea liviana, pues el mismo Dios está en ella ayudándola
á llevar? ¿Quieres ver lo uno y lo otro en una misma persona?
Oye lo que dice Sant Pablo (3): En todas las cosas padescemos
tribulaciones, y no nos angustiamos; vivimos en extrema pobre-
za, y no nos falta nada; sufrimos persecuciones, y no somos des-
amparados; humíUannos, y no somos confundidos; abátennos hasta
la tierra, y no somos por eso perdidos. Cata aquí, pues, por un
cabo la carga de los trabajos, y por otro el alivio y suavidad que
Dios suele poner en ellos.
Pues aun más claro significó esto el profeta Isaías cuando
dijo (4): Los que esperan en el Señor, mudarán la fortaleza, to-
marán alas como águilas, correrán y no trabajarán, andarán y no
desfallecerán. ¿Ves, pues, aquí el yugo deshecho por virtud de la
gracia ? ¿ Y ves trocada la fortaleza de carne en fortaleza de espí-
ritu, ó por mejor decir, la fortaleza de hombre en fortaleza de
Dios? Ves cómo el sancto Profeta ni calló el trabajo, ni calló el
descanso, ni la ventaja que había de lo uno á lo otro cuando dijo:
Correrán, y no trabajarán; andarán, y no desfallescerán. Así que,
hermano mío, no tienes por qué desechar este camino por áspero
y dificultoso, pues tantas cosas hay en él que lo hacen llano.
Prueba por ejemplos ser verdad todo lo dicho,
§. V.
^^^jf^ si todas estas razones ño te acaban de convencer, y tu
0£^ incredulidad es como la de Sancto Tomás, que no quería
creer sino lo que viese con los ojos, también descenderé contigo
á este partido, porque no temo ninguna prueba defendiendo tan
buena causa. Pues para esto tomemos agora un hombre que lo
haya corrido todo: que algún tiempo fué vicioso y mundano, y
(i) Oseae, XI. (2) Exod. IH, (3) lí Cor. IV. (4) Isai. XL.
Libro i. capítulo xxvil 305
después por la misericordia de Dios está ya trocado y hecho otro.
Éste es bueno para juez desta causa, pues no solamente ha oído
sino también visto y probado por experiencia ambas cosas, y
bebido de ambos cálices. Pues á éste podrías tú muy bien con-
jurar y pedirle te dijese cuál dellos halló más suave. Desto po-
drían dar muy buen testimonio muchos de los que están diputa-
dos en la Iglesia para examinadores de las consciencias ajenas:
porque éstos son los que descienden á la mar en navios, y ven
las obras de Dios en las muchas aguas, que son las obras de su
gracia, y las grandes mudanzas que cada día se hacen por ella: las
cuales sin dubda son de grande admiración. Porque verdadera-
mente no hay en el mundo cosa de mayor espanto, ni que cada
día se haga más nueva á quien bien la considera, que ver lo que
en el ánima de un justo obra esta divina gracia, j Cómo la transforma I
¡ cómo la levanta ! ¡ cómo la esfuerza ! ¡ cómo la consuela ! ¡ cómo la
compone toda dentro y fuera! ¡cómo le hace mudar las costumbres
del hombre viejo! ¡cómo le trueca todas sus aficiones y deleites!
i cómo le hace amar loque antes aborrescía, y aborrescer lo que an-
tes amaba, y tomar gusto en lo que antes le era desabrido, y des-
gusto en lo que antes le era sabroso! ¡Qué fuerzas le da para
pelear! ¡qué alegría! ¡qué paz! ¡qué lumbre para conoscer la vo-
luntad de Dios, la vanidad del mundo y el valor de las cosas
espirituales que antes despreciaba! Y sobre todo esto lo que ma-
yor espanto pone, es ver en cuan poco tiempo se obran todas
estas cosas: porque no es menester cursar muchos años en las es-
cuelas de los filósofos y aguardar al tiempo de las canas, para
que la edad nos ayude á cobrar seso y mortificar sus pasiones:
sino que en medio del fervor de la mocedad y en espacio de
muy pocos días se muda un hombre tan mudado, que apenas pa-
resce el mismo. Por lo cual dice muy bien Cipriano que este ne-
gocio primero se siente que se aprenda: y que no se alcanza
por estudio de muchos años, sino por el atajo de la gracia, que
muy en breve lo da todo. La cual gracia podemos decir que es
como unos espirituales hechizos con que Dios por una manera
maravillosa muda los corazones de los hombres de tal modo, que
les hace amar con grandísimo amor lo que antes aborrescían (que
era el ejercicio de las virtudes) y aborrescer con grandísimo abo-
rrescimiento lo que antes amaban, que eran ios gustos y deleites
de los vicios.
OBKA.S DE GRAÜADJi l-^í^
3o6 GUÍA DE PECADORES
Éste es uno de los grandes provechos que sacan del oficio
del confesar los que esto hacen con aquella devoción y espíritu
que deben; porque allí ven c^da día muchas destas maravillas, con
las cuales parece que les paga nuestro Salvador el trabajo de su
servicio, tan bien pagado, que muchos habemos visto mudados
con la vista destas mudanzas, y muy aprovechados en el camino
de la virtud con estos cuotidianos ejemplos. Éstos, pues, callando
oyen como otro Jacob (i) las palabras y misterios de Josef: y esti-
man con su justo precio lo que no sabe estimar el niño simple
que lo relata.
Mas para mayor claridad y confirmación de lo dicho, añadiré
aquí el ejemplo y autoridad de dos grandes sanctos, los cuales
en un tiempo vivieron en este mismo engaño, y después vieron
el desengaño: y lo uno y lo otro quiso Dios que dejasen escripto
para nuestro ejemplo y aviso. Pues el bienaventurado mártir Ci-
priano, escribiendo á un amigo suyo llamado Donato el principio
y manera de su conversión, dice así:
En el tiempo que andaba yo perdido y engolfado en el mun-
do, sin saber de mi vida, sin tener lumbre y conoscimiento de la
verdad, tenía por imposible lo que para mi salud y remedio la
divina gracia me prometía: conviene saber, que el hombre podía
volver á nascer de nuevo y recebir otro espíritu y otra manera
de vida,, con la cual dejase de ser lo que antes era y comenzase
á tener otro nuevo ser y otra condición de vida: de tal modo
que aunque la substancia y figura del cuerpo fuese la misma, el
hombre interior del todo se mudaría. Antes decía yo que era im-
posible la tal mudanza; porque no podía tan presto deshacerse
lo que tan asentado estaba en nosotros, así por parte de la natu-
raleza corrupta, como de la costumbre depravada. Porque ¿ cómo
será posible que sea abstinente el que está acostumbrado á mesas
largas y delicadas? ¿Cómo se querrá abajar á traer una capa raí-
da el que huelga de resplandecer con oro y púrpura? Y el que
se deleita con los magistrados y cargos de república ^ cómo le
sufriría el corazón verse sin oficio y sin honra? Y el que se precia
de andar muy acompañado de servidores, y de hinchir la calle
por do va de criados, ¿cómo no terna por tormento verse solo y
desacompañado? No puede ser sino que los vicios y costumbres
f I) Genes. XXXVlI.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVII. 307
pasadas han de acudir á pedir cada una su derecho, y convidar
y solicitar el corazón con sus halagos y blanduras. No puede ser
sino que muchas veces ha de solicitar la gula, y envanecer la so-
berbia, y deleitar la honra, é inflamar la ira, é indignar la crueldad,
y despeñar la lujuria. Esto era lo que yo comigo muchas veces tra-
taba. Porque como estaba enlazado en tantas maneras de males
(de los cuales no creía poder Ubrarme) con la desconfianza de la
emienda favorecía á los mismos vicios á quien servía como á cria-
dos familiares nascidos en mi casa. Mas después quealimpiadas las
culpas de la vida pasada entró la luz de lo alto en el corazón puri-
ficado ya y limpio con el agua del sancto baptismo: después que
recibido el espíritu del cielo el segundo nascimiento me hizo otro
nuevo hombre, luego por una manera maravillosa comenzaron á
asentárseme las cosas antes dubdosas, y aclarárseme las escuras,
y abrírseme las cerradas, y á parecérseme fáciles las que antes
parecían difíciles, y posibles las que se me hacían imposibles: de
tal manera que se parecía bien claro ser proprio del hombre lo
que había nascido de carne, y así vivía según carne: mas de Dios,
y no del hombre, lo que el espíritu había animado. Bien sabes tú
por cierto, amigo Donato, bien sabes lo que este espíritu del cielo
me quitó, y lo que me dio: el cual es muerte de los vicios y vida
de las virtudes. Bien sabes tú todo esto, porque no predico yo
aquí mis alabanzas, sino la gloria de Dios. Excusada es en este
caso la jactancia: aunque no se puede llamar jactancia sino agra-
descimiento lo' que no se atribuye á la virtud del hombre, sino
á la gracia de Dios: pues está claro que el haber dejado de pecar
procedió de su gracia; así como el haber antes pecado fué de la
naturaleza corrupta.
Hasta aquí son palabras de Cipriano: en las cuales abierta-
mente ves el engaño tuyo y de muchos otros: los cuales mi-
diendo la dificultad de la virtud con sus proprias fuerzas, tienen
por dificultoso y aun por imposible alcanzarla: y no miran que
en arrojándose en los brazos de Dios, y determinando de salir
de pecado, los recibe en su gracia: la cual hace tan llano este
camino, cuanto aquí has visto por este ejemplo: pues es cierto
que ni aquí se te dice mentira, ni tampoco faltará á ti la gra-
cia que á este sancto no faltó, si te volvieres á Dios como él
lo hizo.
Oye otro ejemplo no menos admirable que éste. Escribe
308 GUÍA DE PECADORES
S. Augustín en el octavo libro de sus Confesiones que como
él comenzase á tratar en su corazón de dejar el mundo, que se
le ofrescían grandes dificultades en esta mudanza, y que le pa-
recía que por una parte todos sus deleites pasados se le atrave-
saban delante y le decían: <i Cómo ? ,J y para siempre nos quieres
dejar? ¿y dende agora nunca más eternalmente nos has de ver?
Por otra parte dice que se le representaba la virtud con un ros-
tro alegre y sereno, acompañada de muchos buenos ejemplos,
así de doncellas como de viudas, y de otras personas que en to-
do género de estados y edades castamente vivían, diciéndole:
(jCómo? ¿no podrás tú lo que éstos y éstas pueden? ¿Por ven-
tura éstos y éstas pueden lo que pueden, por su virtud, ó por la
de Dios? Mira que porque estribas en ti, caes. Arrójate en
Dios, y no temas: porque no se desviará ni te desamparará.
Arrójate en El seguramente, que El te recibirá y te salvará.
En medio desta batalla tan reñida dice este Sancto que co-
menzó á llorar fuertemente, y que se apartó á solas, y se dejó
caer debajo de una higuera: y que soltando las riendas á las lá-
grimas comenzó á dar voces de lo íntimo de su corazón dicien-
do: ¿Hasta cuándo. Señor, hasta cuándo te airarás contra mí?
¿hasta cuándo no se dará fin á mis torpezas? ¿hasta cuándo ha
de durar este mañana, mañana? ¿Porqué no será luego? ¿por-
qué no se da en esta hora fin á mis maldades?
Acabadas estas y otras cosas que este Sancto allí refiere, di-
ce luego que le mudó nuestro Señor súbitamente el corazón: de
tal manera, que nunca más tuvo apetito de vicios carnales, ni
de otra cosa del mundo: sino que del todo sintió su corazón li-
bre de todos los apetitos pasados. Y así, como suelto ya destas
cadenas, comienza ya en el libro siguiente á dar gracias á su li-
bertador, diciendo: ¡ Oh Señor, yo soy tu siervo, yo tu siervo y
hijo de tu sierva ! Rompiste, Señor, mis ataduras: á Ti sacrificaré
sacrificio de alabanza (i). Alábente mi corazón y mi lengua, y todos
mis huesos digan: Señor, ¿quién es como Tú? ¿Dónde estaba Cristo
Jesú ayudador mío ? ¿ Dónde estaba tantos años había mi libre
albedrío, pues no se convertía á Ti ? ¡ De cuan profundo piéla-
go lo sacaste en un momento, para que subjectase yo mi cuello
á tu dulce yugo y á la carga liviana de tu sancta ley ! j Cuan
^l) Psalm. CXV^
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIÍ. 3O5
deleitable se me hizo luego carecer de los deleites del mundo,
y cuan dulce dejar lo que antes recelaba perder! Echabas Tú
fuera de mi ánima, verdadero y sumo deleite, todos los otros
vanos deleites: echábaslos fuera, y entrabas Tú en lugar dellos,
más dulce que todo otro deleite, y más hermoso que toda otra
hermosura.
Hasta aquí son palabras de S. Augustín. Pues dime ago-
ra: si esto así pasa, si tan grande es la virtud y eficacia de la di-
vina gracia, ¿ qué es lo que te tiene captivo para que no hagas
otro tanto ? Si tú crees que es esto verdad, y que esta gracia es
poderosa para hacer esta mudanza, y que ésta no se negará á quien
de todo su corazón la buscare (pues es agora el mismo Dios que
entonces era, sin acepción de personas) ^ qué te detiene para
que no salgas desa miserable servidumbre, y abraces el sumo
bien que se te ofrece de balde? ^Porqué quieres más con un in-
fierno ganar otro infierno, que con un paraíso otro paraíso ? No
seas cobarde ni desconfiado. Prueba una vez este negocio, y
confía en Dios, que no lo habrás comenzado cuando te salga Él
á recebir, como al hijo pródigo, los brazos abiertos. Cosa ma-
ravillosa es que si un burlador te prometiese enseñar un arte de
alquimia con que pudieses hacer del cobre oro, no dejarías
(aunque te costase mucho) de probarla: y date aquí la palabra
de Dios manera cómo puedas tú de tierra hacerte cielo, y de
carne espíritu, y de hombre ángel, (jy no lo quieres probar?
Y pues en cabo tarde ó temprano has de conocer esta ver-
dad en esta vida ó en la otra, ruégote pienses atentamente cuan
burlado te hallarás el día de la cuenta, viéndote condenado
porque dejaste el camino de la virtud por áspero y dificultoso:
conosciendo aUí claramente que era mucho más deleitable que
el de los vicios, y el que solo llevaba á los deleites eternos.
CONTRA LOS QUE Rí;CEI,AN SEGUIR EL CAMINO DE LA VIRTUD, POR EL AMOR
DEt MUNDO,
CAPÍTULO XXVIII,
I tomásemos el pulso á todos los que recelan el cami-
no de la virtud, por ventura hallaríamos que una
de las principales cosas que más los acobarda, es el
amor engañoso deste siglo. Y llamólo engañoso, porque la causa
del es una falsa imagen y aparencia de bien que tienen las cosas
del mundo, la cual hace á los ignorantes que las estimen en mu-
cho. Porque así como las bestias espantadizas huyen de algunas
cosas, por imaginar que son peligrosas, no lo siendo: asi éstos
por el contrario aman y siguen las del mundo, creyendo ser de-
leitables, no lo siendo. Y por esto, así como los que quieren ha-
cer perder á las tales bestias este siniestro, procuran llevarlas
por aquel mismo paso que rehusan, porque vean que no era más
que sombra lo que temían: así conviene que llevemos agora és-
tos por la sombra de estas cosas mundanas que tan desordenada-
mente aman, y se las hagamos mirar con otros ojos: para que
claramente vean cómo es vanidad y sombra todo lo que aman,
y que así como aquellos peligros no merecen ser temidos, así
ni estos bienes amados.
Mirando, pues, agora atentamente al mundo con toda su feli-
cidad, hallo en él estas seis maneras de males que nadie me po-
drá negar: conviene saber, brevedad, miseria, peligros, cegueda-
des, pecados y engaños, con los cuales anda acompañada esta su
felicidad: por donde claramente se verá lo que ella es. Pues de
cada cosa déstas trataremos agora aquí brevemente por su orden.
De cuan breve sea la felicidad del mundo.
OMENZANDO pues agora por la brevedad, no me podrás
^^^^j negar que toda la felicidad y suavidad del mundo (cual-
quiera que ella sea) á lo menos es breve. Porque la feUcidad del
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIIÍ. %ñ
hombre no puede ser más larga que la vida del hombre. Y qué
tan larga sea esta vida, ya en otra parte lo declaramos: pues la
más larga vida de los hombres apenas llega á cien años. Mas
^cuántos son los que llegan hasta aquí? Visto he yo obispos de
dos meses, y sumos pontífices de uno, y recién casados de una
sola semana: y destos ejemplos leemos muchos en los tiempos
pasados, y vemos cada día muchos en los presentes. Mas conce-
dámoste agora que sea muy larga tu vida. Demos (dice S. Cri-
sóstomo) cient años á los pasatiempos del mundo, y añade á éstos
otros ciento, y aun otras dos veces ciento: ^qué tiene que ver
todo esto con la eternidad? Si muchos años, dice Salomón (i), vi-
viere el hombre, y en todos ellos le sucedieren las cosas á su vo-
luntad, debría acordarse del tiempo tenebroso y de los días de
la eternidad: los cuales cuando vinieren, verse ha claro cómo todo
lo pasado fué vanidad. Porque en presencia de una eternidad,
toda felicidad (por grandísima que haya sido) vanidad parece, y
así lo es. Esto confiesan aun los mismos malos en el libro de la
Sabiduría, diciendo que acabando de nascer luego dejaron de
ser. Mira, pues, cuan breve parecerá entonces á los malos todo el
tiempo de esta vida: pues realmente allí se les figurará que apenas
vivieron un día, sino que luego fueron trasladados del vien-
tre á la sepultura. De do se sigue que todos los placeres y conten-
tamientos deste mundo les parecerán allí unos placeres soña-
dos, que parecían placeres y no lo eran. Lo cual maravillosamente
significó el profeta Isaías por estas palabras (2): Así como el que
tiene hambre y sueña que come, después que despierta se halla
burlado y hambriento; y así como el que tiene sed y sueña que
bebe, cuando despierta se tiene todavía la misma sed, y conosce
que fué vano su contentamiento cuando pensaba que bebía; así
acaescerá á todas las gentes que pelearon contra el monte de
Sión, cuya prosperidad será tan breve, que después pue abrieren
los ojos y se pasare aquel poquito de tiempo, verán cómo todos
sus gozos no fueron más que soñados. Si no, dime agora: ¿qué
más que esto fué la gloria de todos cuantos príncipes y emperado-
res ha habido en el mundo ? i Dónde están, dice el Profeta (3), los
príncipes de las gentes que tuvieron señorío sobre las bestias de
la tierra, que buscaron sus pasatiempos y recreaciones en cazas
(i) Eccles. XI. (2) Isai. XXIX. (3) Baruch. m.
5! 2 GUÍA DE PECADORES
y cetrerías, lidiando con las aves del aire; los que atesoraron mon-
tones de plata y oro (en que confían los hombres) sin dar fin á sus
tesoros; los que labraron tantas y tan ricas vajillas de oro y plata,
que no hay quien acabe de contar las invenciones de sus obras?
^Oué se hicieron todos éstos? ^en qué pararon? Ya están fuera
de sus palacios, y á los infiernos descendieron, y otros sucedie-
ron en su lugar. ^Oué es del sabio? ¿qué es del letrado? ¿dónde
está el escudriñador de los secretos de naturaleza? ¿Qué se hizo
la gloria de Salomón? ¿Dónde está el poderoso Alejandro y el
glorioso Asnero? ¿Dónde están los famosos Césares de los roma-
nos? ¿Dónde los otros príncipes y reyes de la tierra? ¿Qué les
aprovechó su vanagloria, el poder del mundo, los muchos servi-
dores, las falsas riquezas, las huestes de sus ejércitos, la muche-
dumbre de sus truanes, y las compañías de mentirosos y lison-
jeros que les andaban al derredor? Todo esto fué sombra, todo
sueño, todo felicidad que pasó en un momento. Cata aquí pues,
hermano, cuan breve sea esta felicidad del mundo.
De las miserias grandes con que está mezclada la felicidad
del mundo.
§. n.
lENE aun otro mal esta felicidad (demás de ser tan breve)
' que es andar acompañada con mil maneras de mise-
rias que no se pueden excusar en esta vida, ó por mejor de-
cir, en este valle de lágrimas, en este lugar de destierro y en este
mar de tantos movimientos. Porque verdaderamente más son las
miserias del hombre que los días y üun que las horas de la vida
del hombre: porque cada día amanesce con su cuidado, y á cada
hora está amenazando su miseria. Mas ¿qué lengua bastará
para explicar todas estas miserias? ¿Quién podrá contar todas las
enfermedades de nuestros cuerpos, y todas las pasiones de nues-
tras ánimas, y todos los agravios de nuestros prójimos, y todos
los desastres de nuestras vidas? Uno os pone pleito en la hacien-
da, otro os persigue en la vida, otro os pone mácula en la honra:
unos con odios, otros con envidias, otros con engaños, otros con
deseos de venganzas, otros con falsos testimonios, otros con ar-
LIBRO r. CAPÍTULO XXVÍII. ^íj
mas, y otros con sus lenguas, peores que las mismas armas, os
hacen guerra mortal. Y sobre todas esas miserias hay otras infini-
tas que no tienen nombre: porque son acaescimientos no espera-
dos. A uno le quebraron un ojo, á otro un brazo, otro cayó de
una ventana, otro del caballo, otro se ahogó en un río, otro se
perdió en unas rentas, y otro en una fianza. Y si quieres saber
aun más males, pide cuenta á los hombres del mundo de los ratos
de placeres y pesares que han llevado en él; porque si los unos y
los otros se pesaren en dos balanzas, verás claramente cuánto es
mayor la una carga que la otra, y cómo para un solo rato de pla-
cer hay cien horas de pesar. Pues si la vida toda en sí es tan corta
(como está ya declarado) y tanta parte della ocupan tantas mi-
serias, ruégote me digas: ¿qué tanto es lo que queda de verda-
dera y pura felicidad?
Mas estas miserias que aquí he contado, son comunes á bue-
nos y malos: los cuales, así como navegan en un mismo mar, así
están subjectos á unas mismas tormentas. Otras miserias hay mu-
cho más para sentir, que son proprias de los malos (porque son
hijas de sus maldades) cuyo conoscimiento hace más á nuestro
caso: porque hace más aborrescible la vida de los tales, pues á
tales miserias está subjecta. Mas cuántas y cuan grandes sean és-
tas, los mismos malos lo confiesan en el libro de la Sabiduría di-
ciendo (i): Aperreados anduvimos por el camino de la maldad y
y perdición, y nuestros caminos fueron ásperos y dificultosos, y
el camino del Señor tan llano nunca supimos atinarlo. De suerte
que así como los buenos tienen en esta vida un paraíso y esperan
otro, y de un sábado van á otro sábado (que es de una holganza
á otra holganza) así los malos tienen en esta vida un infierno y
esperan otro, porque del infierno de la mala consciencia van al
infierno de la pena eterna.
Estos trabajos vienen á los malos por muchas maneras: por-
que unos les vienen por parte de Dios, que como justo juez no
consiente que pase el mal de la culpa sin el castigo de la pena:
el cual aunque generalmente se guarde para la otra vida, pero
muchas veces se comienza en ésta. Porque cierto es que así co-
mo tiene Dios universal providencia del mundo, así también la
tiene particular de cada uno: y pues vemos que cuando en el
Cl) Sap. V.
5 i 4 GUÍA DE PECADORES
mundo hay mayores pecados, hay también mayores castigos de
hambres, de guerras, de pestilencias y de herejías, y de otras
semejantes calamidades, así también muchas veces conforme á
los pecados del hombre se envían los castigos al hombre. Por lo
cual dijo Dios á Caín: Si hicieres bien, recibirás el galardón: y si
mal, luego á la puerta hallarás tu pecado: que es la pena y cas-
tigo del. Y en el Deuteronomio dijo Moisén al pueblo de Is-
rael (i): Has de saber que tu Señor Dios es fuerte y fiel, y que
mantiene su palabra, y usa de misericordia con los que le aman
y guardan sus mandamientos, hasta la milésima generación: y
castiga luego á los que le aborrescen, de tal manera, que luego
los destruye, sin dilatar más el castigo, dándoles luego lo que
merescen. Mira cuántas veces repite aquí esta palabra luego.
Por donde se entiende que demás del castigo que á los malos
se debe en la otra vida, también son muchas veces castigados en
ésta, pues tantas veces repite aquí la Escriptura que luego sin
más dilación serán castigados en ella. Pues de aquí proceden
muchas maneras de calamidades y azotes que padecen. Los
cuales andan en una rueda viva de cuidados, fatigas, necesida-
des y trabajos: puesto caso que aunque los sientan no conoscen
de donde les vienen, yasí más los tienen por condiciones de na-
turaleza que por castigo de su culpa. Porque así como los bie-
nes de naturaleza no reconoscen por beneficios de Dios, ni le
dan gracias por ellos, así los azotes de su ira no conoscen por
castigos, ni se emiendan por ellos.
Otros trabajos les vienen por parte de los vicarios de Dios,
que son los ministros de su justicia: que muchas veces encuen-
tran con los malhechores, y así los persiguen y aprietan con
cárceres, con destierros, con gastos, con persecuciones, con infa-
mias y perdimiento de bienes, y con otras mil maneras de pe-
nas: con las cuales hacen que les amargue la golosina de su
culpa, y la paguen con las setenas aun en esta vida.
Otros trabajos y miserias les vienen por parte de los apeti-
tos y pasiones desordenadas de su corazón: porque ¿qué se pue-
de esperar de la afición demasiada, y del vano temor, y de la
esperanza dubdosa, y del deseo desordenado, y de la tristeza
congojosa, sino enjambre de sobresaltos y cuidados, los cuales
(i) Deut. VII.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVm. 3I§
roban la paz y libertad del corazón (de que arriba tratamos)
inquietan la vida, solicitan el pecado, impiden la oración^ quitan
el sueño de la noche, y hacen tristes y miserables los días de la
vida ? Todas estas maneras de miserias nascen en el hombre de
sí mismo: esto es, de la desorden de sus pasiones: para que veas
qué puede esperar de otra parte quien esto tiene de su cose-
cha, y con quién podrá tener paz quien consigo tiene tanta
guerra."
De los grandes lazos y peligros del mundo.
§. m.
si no hubiese en el mundo más que solas penas y traba-
jos de cuerpo, no sería tanto para temer: mas no sólo
hay en él trabajos de cuerpo, sino también peligros de ánima,
que son mucho más para sentir, porque tocan más en lo vivo. Y
éstos son tantos, que dijo el Profeta (i): Lloverá Dios lazos sobre
los pecadores. Pues <;'qué tantos lazos te parece que veía en el
mundo quien los comparaba con las gotas de agua que caen del
cielo? Y dice señaladamente sobre los pecadores: porque como
éstos tienen tan poca guarda en el corazón y en los sentidos, y
tan poco cuidado de huir las ocasiones de los pecados, y tan
poco estudio en proveerse de espirituales remedios, y sobre to-
do esto andan en medio de los fuegos del mundo, ¿cómo pue-
den dejar de andar entre infinitos peligros? Pues por esta mu-
chedumbre de peligros dice que lloverá sobre los pecadores la-
zos. Lazos en la mocedad, y lazos en la vejez: lazos en las rique-
zas, y lazos en la pobreza: lazos en la honra, y lazos en la des-
honra: lazos en la compañía, y lazos en la soledad: lazos en las
adversidades, y lazos en las prosperidades: y finalmente lazos
para todos los sentidos del hombre: para los ojos, para los oídos,
para la lengua y para todo lo demás. Finalmente, tantos son los
lazos, que da voces el Profeta diciendo: Lazo sobre ti, morador
de la tierra. Y si nos abriese Dios un poco los ojos (como los
abrió á S. Antonio) veríamos á todo el mundo lleno de lazos tra-
(i) Psalm. X.
5l6 GUÍA DE PECADORES
bados unos con otros, y exclamaríamos con él diciendo: | Oh !
^ quién escapará de tanto lazo ? Y de aquí nasce perecer tantas
ánimas como cada día perecen: pues (como llora S. Bernardo)
en el mar de Marsella de diez naos apenas se pierde una: mas
en el mar deste mundo, de diez ánimas apenas se salva una.
^ Quién pues no temerá un mundo tan peligroso? (jQuién no pro-
curará huir de tanto lazo? ¿Quién no temblará de andar descal-
zo entre tantas serpientes, desarmado entre tantos enemigos, des-
proveído entre tantas ocasiones de pecados y sin medicina en-
tre tantas ocasiones de enfermedades mortales? ¿Quién no tra-
bajará por salir deste Egipto? ¿ Quién no huirá desta Babilonia?
¿Quién no procurará escaparse de las llamas de Sodoma y Go-
raorra, y salvarse en el monte de la buena vida? Pues estando
el mundo lleno de tantos lazos y despeñaderos, y ardiendo en
tantas de vicios, ¿quién se tendrá por seguro ? ¿ Andará, dice el
Sabio (i), alguno sobre las brasas sin que se le quemen las
plantas, y esconderá fuego en su seno sin que ardan sus vesti-
duras? Cierto está (dice el Sabio) que el que toca la pez, se ha
de ensuciar en ella: y así el que trata con soberbios, corre pe-
Hgro hacerse uno dellos.
De la ceguedad y tinieblas del mundo.
§. IV.
esta muchedumbre de lazos y peligros se añade otra mi-
tseria que los hace mayores, que es la ceguedad y tinie-
blas de los mundanos: la cual convenientísi mámente es figurada
por aquellas tinieblas de Egipto (2), las cuales eran tan espesas
que se podían palpar con los manos, y que en aquellos tres días que
duraron, ninguno se movió del lugar donde estaba, ni vio al pró-
jimo que par de sí tenía. Tales son por cierto y mucho más pal-
pables las tinieblas que el mundo padece. Si no (discurriendo
agora por las cegueras y desatinos del) dime: ¿qué mayor cegue-
dad que creer los hombres lo que creen, y vivir de la manera que
viven? ¿Qué mayor ceguedad que hacer tanto caso de los hom-
(i) Prov. VI. (2) Exod. X.
LIBRO i. CAPÍTULO XXVIÍL 317
bres, y tan poco de Dios; tener tanta cuenta con las leyes del
mundo, y tan poca con las de Dios; trabaiar tanto por este cuer-
po (que es una bestia bruta) y tan poco por el ánima, que es ima-
gen de la Majestad divina; atesorar tanto para esta vida, que ma-
ñana se ha de acabar, y no allegar nada para la otra, que para
siempre ha de durar; hacerse pedazos por los intereses de la tie-
rra, y no dar un paso por los bienes del cielo? ¿Qué mayor ce-
guedad que sabiendo tan cierto que habemos de morir, y que en
aquella hora se ha de determinar lo que para siempre ha de ser de
nuestra vida, vivamos tan descuidados como si siempre hubiéra-
mos de vivir? Porque ¿qué maenos hacen los malos habiendo de
morir mañana, que si hubieran de vivir para siempre? ¿Qué ma-
yor ceguedad que por la golosina de un apetito perder el mayo-
razgo del cielo; tener tanta cuenta con la hacienda, y tan poca con
la consciencia; querer que todas tus cosas sean buenas, y no que-
rer que tu propria vida lo sea ? Destas ceguedades hallarás tantas
en el mundo, que te parecerá estar los hombres como encantados
y enhechizados: de tal manera, que teniendo ojos no ven, y te-
niendo oídos no oyen, y teniendo la. vista más aguda que de
linces para ver las cosas de la tierra, tiénenla más que de topos
para ver las cosas del cielo: como en figura acaesció á S. Pablo
cuando iba á perseguir la Iglesia, el cual después que fué derriba-
do en tierra, abiertos los ojos ninguna cosa veía. Pues así acaesce
á estos miserables, que teniendo los ojos tan abiertos para las co-
sas del mundo, los tengan tan cerrados para las cosas de Dios.
De la muchedumbre de pecados que hay en el mundo,
§■ V.
üES habiendo en el mundo tantas tinieblas y lazos (como
I habemos dicho) ¿qué se puede esperar de aquí sino caí-
das y pecados? Éste es el sumo mal de los males del mundo, y
el que más nos había de mover á aborrescerlo. Y así con sola
esta consideración pretende S. Cipriano inducir á un amigo suyo
al menosprecio del mundo. Para lo cual finge que lo sube consi-
go á un monte muy alto, de donde se vea todo el mundo: y dende
allí le va mostrando como con el dedo todos los mares y tierras,
y todas las plazas y tribunales, llenos de mil manera,s de pecados
3 1 8 CUÍA DE PECADORES
y injusticias que en cada parte hay, para que vistos cuasi con los
ojos tantos y tan grandes males como hay en el mundo, entienda
cuánto debe ser aborrescido, y cuánto debe á Dios, porque del
lo sacó. Pues conforme á esta consideración sube tú agora, her-
mano, á este mismo monte, y extiende un poco los ojos por las
plazas, por los palacios, por las audiencias y oficinas del mundo
y verás ahí tantas maneras de pecados, tantas mentiras, tantas
calumnias, tantos engaños, tantos perjurios, tantos robos, tantas
envidias, tantas lisonjas, tanta vanidad y sobre todo tanto olvido
de Dios y tanto menosprecio de la propria salud, que no podrás
dejar de marvillarte y quedar atónito de ver tanto mal. Verás la
mayor parte de los hombres vivir como bestias brutas siguiendo
el ímpetu de sus pasiones: sin tener cuenta con ley de justicia ni
de razón más que la tendrían unos gentiles, que ningún conosci-
miento tienen de Dios, ni piensan que hay más que nascer y mo-
rir. Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, me-
nospreciados los buenos, honrados y subHmados los malos: verás
loS pobre.'; y humildes abatidos, y poder más en todos los nego-
cios el favor que la virtud. Verás vendidas las leyes, despreciada
la verdad, perdida la vergüenza, estragadas las artes, adultera-
dos los oficios, y corrompidos en muy gran parte los estados. Ve-
rás á muchos perversos y merecedores de grandes castigos, los
cuales con hurtos, con engaños y con otras malas maneras vinie-
ron á tener grandes riquezas y á ser alabados y temidos de to-
dos. Y verás así á éstos como á otros que apenas tienen más que
la figura de hombres, puestos en grandes oficios y dignidades. Y
finalmente verás en el mundo amado y adorado el dinero más
que Dios, y muy gran parte de las leyes divinas y humanas co-
rrompidas por él: y en muchos lugares no queda ya de la justicia
mas que solo el nombre della. Y vistas todas estas cosas enten-
derás luego con cuánta razón dijo el Profeta (i): el Señor se puso
á mirar dende el cielo sobre los hijos de los hombres, para ver si
había quién conosciese á Dios ó le buscase; mas todos habían
prevaricado, y héchose inútiles, y no había quien hiciese bien, ni
solo uno. Y no menos se queja por el profesa Oseas, diciendo (2)
que ni había misericordia, ni verdad, ni conoscimiento de Dios
en la tierra: sino que las malicias, y las mentiras, y los hurtos, y
(1) Psalm. Xlll. (2) Os^se, VI.
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIIL 319
los homicidios, y los adulterios se habían extendido por toda ella,
y que una sangre caía sobre otra sangre y una maldad sobre
otra maldad.
Finalmente, para que más claro veas qué tal está el mundo,
pon los ojos en la cabeza que lo gobierna, y por ahí entenderás
cuál estará lo gobernado. Porque si es verdad que el príncipe
deste mundo (esto es, de los malos) es el demonio (como dice
Cristo) (jqué se puede esperar del cuerpo donde tal es la cabeza,
y de la república donde tal es el gobernador ? Solo esto basta para
darte á entender qué tal está el mundo, y cuáles los amadores
del. Pues ¿qué será luego este mundo, sino una cueva de ladro-
nes, un ejército de salteadores, un revoicadero de puercos, una
galera de forzados, un lago de serpientes y basiUscos? Pue si tal
es el mundo como esto, ¿porqué no desampararé yo (dice un fi-
lósofo) un lugar tan feo, tan sucio, tan lleno de traiciones, de en-
gaños y maldades: donde apenas hay lealtad, ni piedad, ni justi-
cia: donde todos los vicios reinan, donde el hermano arma celada
á su hermano, donde el hijo desea la muerte de su padre, el ma-
rido de la mujer, y la mujer del marido: donde tan pocos son los
que no roben ó engañen, pues muchos, así de los grandes como
de los pequeños, debajo de honestos nombres hurtan y roban; y
donde finalmente tantos fuegos arden de cobdicia, de lujuria, de
ira, de ambición y de otros infinitos males? Pues ¿quién no de-
seará huir de tal mundo^? Deseábalo cierto aquel profeta que de-
cía (i): ¡Quién me llevase á un desierto, ó á algún lugar apartado
de caminantes, para verme Hbre de la compañía deste pueblo:
porque todos son adúlteros y cuadrillas de prevaricadores! Esto
que hasta aquí se ha dicho, generalmente pertenesce á los malos:
aunque no se puede negar haber en todos los estados muchos
buenos en el mundo, por los cuales lo sustenta Dios.
Consideradas pues estas cosas, mira cuánta razón tienes de
aborrescer una cosa tan mala, donde (si te abriese Dios los ojos)
verías más demonios y más pecados que los átomos que se pa-
rescen en los rayos del sol. Y con esto cresca en ti el deseo de
verte fuera del (á lo menos con el espíritu) sospirando con el
Profeta y diciendo: ¿Quién me dará alas como de paloma, y vola-
ré, y descansaré ?
(I) Jerem. IX.
32Ó GUÍA DE PECADORES
De cuan engañosa sea la felicidad del mundo,
§. VI.
i'STOS y otros muchos tales son los tributos y contrapesos
con que esta miserable felicidad del mundo está acom-
pañada: para que veas cuánto más hiél que miel y cuánto más
acíbar que azúcar trae consigo. Dejo aquí de contar otros muchos
males que tiene. Porque demás de ser esta felicidad y suavidad
tan breve y tan miserable, es también sucia, porque hace á los
hombres carnales y sucios: es bestial, porque los hace bestiales: es
loca, porque los hace locos, y los saca muchas veces de juicio: es
instable, porque nunca permanesce en un mismo ser: es finalmente
infiel y desleal, porque al mejor tiempo nos falta y deja en el aire.
Mas un solo mal no dejaré de contar, que por ventura es el peor
de todos, que es ser falsa y engañosa: porque paresce lo que no
es, y promete lo que no da, y con esto trae en pos de sí perdida
la mayor parte de la gente. Porque así como hay oro verdadero
y oro falso, y piedras preciosas verdaderas, y falsas que parecen
preciosas, y no lo son; así también hay bienes verdaderos y fal-
sos, felicidad verdadera y falsa, que paresce felicidad y no lo es:
y tal es la deste mundo: y por esto nos engaña con esta muestra
contrahecha. Porque así como dice Aristóteles que muchas veces
acaesce haber algunas mentiras, que (con ser mentiras) tienen más
aparencia de verdad que las mismas verdades; así realmente (lo
que es mucho para notar) hay algunos males que con ser verdade-
ros males, tienen más aparencia de bienes que los mismos bienes
y tal es sin dubda la felicidad del mundo: y por esto se engañan
con ella los ignorantes, como se engañan los pesces y las aves con
el cebo que les ponen delante.
Porque ésta es la condición de las cosas corporales, que luego
se nos ofrescen con un alegre semblante y con un rostro lisonjero
y halagüeño, que nos promete alegría y contentamiento: mas des-
pués que la experiencia de las cosas nos desengaña, luego senti-
mos el anzuelo debajo del cebo, y vemos claramente que no era
oro todo lo que relucía. Así hallarás por experiencia que pasa en
todas las cosas del mundo, Si no» mira los placeres de los recién
LIBRO!. CAPÍTULO XXVIIL 32 I
casados, y hallarás cómo después de pasados los primeros días
del casamiento, luego comienza á cerrárseles aquel día de su fe-
licidad y caer la noche escura de los cuidados, necesidades y fa-
tigas que después desto sobrevienen. Porque luego cargan traba-
jos de hijos, de enfermedades, de absencias, de celos, de pleitos,
de partos revesados, de desastres, de dolores y finalmente de la
muerte necesaria del uno de los dos, que á veces los previene
muy temprano y convierte las alegrías de los desposorios no
acabados, en lágrimas de perpetua viudez y soledad. Pues ,iqué
mayor engaño y qué mayor hipocrisía que ésta? ¡ Qué contenta
va la doncella al tálamo el día de su desposorio, porque no tiene
ojos para ver más de lo que de fuera paresce: mas si le diesen
ojos para ver la sementera de trabajos que aquel día se siembra,
cuánto mayor causa tendría para llorar que para reir! Deseaba
Rebeca tener hijos, y después que se vio preñada, y sintió que los
hijos en el vientre peleaban, dijo (i): Si así había ello de ser, ¿qué
necesidad había de concibir? ¡Oh, á cuántos acaesce esta manera
de desengaño después que alcanzaron lo que deseaban: por ha-
llar otra cosa en el proceso, de lo que al principio se prometía!
Pues ¿qué diré de los oficios, de las honras, de las sillas y
dignidades? ¡Cuan alegres se representan luego cuando de nuevo
se ofrescen! Mas ¡cuántos enjambres de pasiones, de cuidados, de
invidias y trabajos se descubren después de aquel primero y en-
gañoso resplandor ! Pues ¿ qué diremos de los que andan metidos
en amores deshonestos? ¡ Cuan blandas hallan al principio las en-
tradas deste ciego labirinto! Mas después de entrados en él,
¡cuántos trabajos han de pasar! ¡cuántas malas noches han de lle-
var! ¡á cuántos peligros se han de poner! Porque aquel fructo
del árbol vedado guarda la furia del dragón venenoso (que es la
espada cruel del pariente, ó del marido celoso) con la cual mu-
chas veces se pierde la vida, la honra, la hacienda y el ánima en
un momento. Así puedes discurrir por la vida de los avarientos,
de los mundanos y de los que buscan la gloria del mundo con
las armas, ó con las privanzas; y en todos ellos hallarás grandes
tragedias de dulces principios y desastrados fines: porque ésta es
la condición de aquel cáliz de Babilonia, por defuera dorado, y de
dentro lleno de veneno,
(O Genes. XXV.
OBRAS DE GRANADA I->g<
322 GUÍA DE PECADORES
Pues según esto, ¿ qué es toda la gloria del mundo, sino un
canto de Serenas que adormece, una ponzoña azucarada que
mata, una víbora por defuera pintada y de dentro llena de pon-
zoña? Si halaga, es para engañar: si levanta, es para derribar: si
alegra, es para entristescer. Todos sus bienes da con incompara-
bles usuras. Si os nasce un hijo, y después se os muere, con las
setenas es mayor el dolor de su muerte que el alegría de su nas-
cimiento. Más duele la pérdida que alegra la ganancia, más
aflige la enfermedad que alegra la salud, más quema la injuria
que deleita la honra: porque no sé qué genero de desigualdad
fué ésta, que más poderosos quiso naturaleza que fuesen los
males para dar pena, que los placeres para dar alegría. Lo cual
todo bien considerado manifiestamente nos declara cuan falsa y
engañosa sea esta felicidad.
, Conclusión de lo susodicho,
§. VU.
!Cr*i^l ATA aquí pues, hermano mío, la figura verdadera del
jl^^l mundo (aunque sea otra la que él por defuera muestra)
y cata aquí cuál sea su felicidad, breve, miserable, peligrosa,
ciega y llena de pecados y de engaños. Pues según esto, ¿qué
otra cosa es este mundo sino (como dijo un filósofo) una arca
de trabajos, una escuela de vanidades, una plaza de engaños, un
labirinto de errores, una'cárcel de tinieblas, un camino de sal-
teadores, una laguna cenagosa, un mar de continuos movimien-
tos? ¿Qué es este mundo sino tierra estéril, campo pedregoso,
bosque lleno de espinas, prado verde y lleno de serpientes, jar-
dín florido y sin fructo, río de lágrimas, fuente de cuidados, dul-
ce ponzoña, fábula compuesta y frenesí deleitable ? ¿ Qué bienes
hay en él que no sean falsos, y qué males que no sean verda-
deros? Su sosiego es congojoso, su seguridad sin fundamento,
su miedo sin causa, sus trabajos sin fructo, sus lágrimas sin pro-
pósito, sus propósitos sin suceso, su esperanza vana, su alegría
fingida y su dolor verdadero.
En lo cual verás cuánta semejanza tiene este mundo con el
infierno: porque si ninguna otra cosa es infierno sino lugar de
LIBRO I. CAPÍTULO XXVIIL 323
penas y culpas, ^qué otra cosa abunda más en este mundo que
ésta? Á lo menos así lo testifica el Profeta cuando dice que de
día y de noche estaba por todas partes cercado de pecados, y
que lo que había en él era trabajos y si njusticia. Esta es la fructa del
mundo, ésta la mercaduría que en él se vende, éste el trato que
en todos sus rincones se halla: trabajo y sinjusticia, que son
males de pena y males de culpa. Pues si ninguna otra cosa es
el infierno sino lugar de penas y culpas, ¿cómo no se llamará
también en su manera este mundo infierno, pues en él hay tan-
to de lo uno y de lo otro? A lo menos por tal lo tenía S. Ber-
nardo cuando decía que si no fuera por la simiente de esperan-
za que tenemos en esta vida de la otra, poco menos malo le pa-
rescía este mundo que el infierno.
De cómo la verdadera felicidad y descanso se halla en solo Dios
y cómo es imposible hallarse en el mundo.
§ vm.
f^^il^ ^'as ya que hasta aquí habemos tan claramente visto cuan
miserable y engañosa sea la felicidad del mundo, resta que
veamos agora cómo la verdadera felicidad y descanso, que no
se halla en el mundo, está en Dios. Lo cual si entendiesen bien
los hombres mundanos, no tendrían por qué seguir al mundo co-
mo lo siguen. Y por esto determino probar aquí brevemente
Cbta tan importante verdad, no tanto por autoridad y testimo-
nio de la fe, cuanto por clara razón.
Para lo cual es de saber que ninguna criatura puede tener
perfecto contentamiento hasta llegar á su último fin, que es á la
última perfección que según su naturaleza le conviene. Porque
mientra no llegare aquí, necesariamente ha de estar inquieta y
descontenta, como quien se siente necesitada de lo que le falta.
Pregunto pues agora: ¿cuál es el último fin del hombre, en cu-
ya posesión está su felicidad, que es lo que los teólogos llaman
su bienaventuranza objectiva? No se puede negar sino que ésta
es Dios: el cual así como es su primer principio, así es su último
fin: y así como es imposible haber dos primeros principios, así
lo es haber dos últimos fines: porque eso sería haber dos dioses,
^24 GUÍA DE PECADORES
Pues si solo Dios es el último fin del hombre y su última bien-
aventuranza: y dos últimos fines y bienaventuranzas es imposible
que haya: luego fuera de Dios imposible es hallar bienaventuranza.
Porque sin dubda, así como el guante se hizo para la mano y
la vaina para el espada (por lo cual para ningunos otros usos
vienen bien estas cosas, sino para éstos) así el corazón humano
criado para Dios, en ninguna cosa puede hallar descanso sino
en Dios. Con Él solo estará contento, y fuera del pobre y nece-
sitado. La razón desto es, porque como el principal subjecto de
la bienaventuranza sean el entendimiento 3^ la voluntad del hom-
bre (que son las dos más nobles potencias que hay en él) mien-
tras éstas estuvieren inquietas, no puede él estar sosegado y
quieto. Pues cierto es que estas dos potencias en ninguna mane-
ra pueden estar quietas sino con solo Dios. Porque (como dice
Sancto Tomás) no puede nuestro entendimiento entender ni sa-
ber tantas cosas, que no le quede habilidad y deseo natural pa-
ra saber más, si hubiere más que saber. Y asimismo no puede
nuestra voluntad amar ni gozar de tantos bienes, que no le que-
de virtud y capacidad para más, si más le dieren. Y por tanto
nunca reposarán estas dos potencias hasta hallar un objecto uni-
versal, en quien estén todas las cosas: el cual una vez conocido
y amado, ni le quedan más verdades que saber, ni más bienes
de que gozar. De aquí nasce que ninguna cosa criada (aunque
sea la posesión de todo el mundo) basta para dar hartura á
nuestro corazón: sino solo Aquél para quien fué criado, que es
Dios. Y así escribe Plutarco de un soldado que llegó de grado
en grado á ser emperador: y como se viese en este estado tan de-
seado, y no hallase el contentamiento que deseaba, dijo: En to-
dos los estados he vivido y en ninguno he hallado contenta-
miento. Porque claro está que lo que fué criado para solo Dios,
no había de hallar reposo fuera de Dios.
Y para que aun más claro entiendas esto, ponte á mirar á una
ao-uja de un relojico de sol: porque allí verás representada esta
filosofía tan necesaria. La naturaleza desta aguja, después de to-
cada con la piedra imán, es mirar al norte: porque Dios que
crió esta piedra, le dio esta natural inclinación, que siempre mi-
re á este luo-ar. Y verás por experiencia qué desasosiego tiene
consio-o, y qué de veces se vuelve y revuelve hasta que ende-
feza la punta á él; y esto hecho, luego para y queda fija como
LIBRO 1. CAPÍTULO XXVIII. 32$
si la hincaras ton clavos. Pues así has de entender que crió Dios
al hombre con esta natural inclinación y respecto á El, como á
su norte, y á su centro, y á su último fin: y por tanto, mientras
fuera del estuviere, siempre estará como aquella aguja inquieto
y desasosegado, aunque posea todos los tesoros del mundo: mas
volviéndose á Él, luego reposará, como ella reposa: porque ahí
tiene todo su descanso. De lo cual se infiere que aquél solo será
bienaventurado, que poseyere á Dios: y aquél estará más cerca
de ser bienaventurado, que más cerca estuviere de Dios. Y por-
que los justos en esta vida están más cerca del, ellos son los más
bienaventurados: aunque su bienaventuranza no la conosce el
mundo.
La causa es, porque no consiste en deleites sensibles y cor-
porales, como la pusieron los filósofos epicúreos, y después dés-
tos los m.oros, y después déstos los discípulos de ambas escue-
las, que son los malos cristianos: los cuales con la boca reniegan
de la ley de Alahoma, y con la vida no guardan otra, ni buscan
en esta vida otro paraíso que el suyo. Si no, dime: <iqué otra
cosa hacen muchos de los ricos y poderosos deste siglo, mayor-
mente en la mocedad, sino andar buscando y probando todos
cuantos géneros de pasatiempos se pueden hallar? ¿Pues qué es
esto sino tener por último fin el deleite con Epicuro, y buscar
el paraíso de Mahoma en el mundo ? Miserable de ti, discípulo
de tales maestros: ¿porqué no aborreces la vida de aquéllos cu-
yos nombres escupes y abominas ? Si acá quieres tener el pa-
raíso de Epicuro, ten por cierto que perderás el de Cristo. No
está, pues, la bienaventuranza del hombre, ni en el cuerpo, ni
en bienes de cuerpo (como la ponen los moros) sino en el es-
píritu y en bienes espirituales y invisibles, como la pusieron los
grandes filósofos y la ponen los cristianos, aunque en diferente
manera. Así lo significó el Profeta cuando dijo (i): Toda la glo-
ria y hermosura de la hija del Rey dentro está escondida, don-
de está guarnecida de oro y vestida de mil colores, y donde
tiene tanta paz y alegría, cuanta nunca tuvieron ni tendrán to-
dos los reyes del mundo. Si no queremos decir que tu\'ieron
mayor contentamiento los príncipes de la tierra que los amigos
de Dios: lo cual negarán muchos dellos, que muy alegremente
(i) Psalm. XLIV.
.526 GUÍA DE PECADORES
dejaron grandes estados y riquezas después que gustaron de
Dios: y negará también con ellos Sant Gregorio papa, que pro-
bó lo uno y lo otro, y á fuerza de brazos fué llevado á la silla
del pontificado; y estando en ella, siempre lloraba y sospiraba
por aquella pobre celda que había dejado en el monesterio: co-
mo el captiv^o que está en tierra de moros, sospira por su patria
y libertad,
Friieha lo dicho por ejeviflos.
§. IX.
^'fW" AS porque este engaño es tan grande y tan universal,
añadiré aun otra razón no menos eficaz que la pasada:
por la cual vean los amadores del mundo cuan imposible sea
hallar en él la felicidad que desean. Para lo cual has de presu-
poner (lo que es muy notorio) que muchas más cosas se requie-
ren para que una cosa sea perfecta, que para ser imperfecta:
porque para ser perfecta requiérese que tenga todas sus per-
fecciones juntas: mas para ser imperfecta basta que tenga una
sola imperfección. Pues desta manera has de presuponer que
para que uno tenga perfecta felicidad, requiérese que tenga to-
das las cosas á su gusto: y si una sola tiene á su desgusto, ésa
es más parte para hacerlo miserable que todas las otras bien-
aventurado. Visto he yo muchas personas en grandes estados y
con muchos cuentos de renta. Las cuales con todo esto vivían
la más triste vida del mundo: porque muy mayor tormento les
daba una cosa muy deseada que no alcanzaban, que contenta-
miento todo cuanto poseían. Porque sin dubda todo cuanto se
posee no consuela tanto, cuanto un solo apetito déstos (como una
espina hincada por el corazón) atormentar ca no hace al hombre
bienax^enturado la posesión de los bienes, sino el cumplimiento
de sus deseos. Lo cuaF divinamente explicó S. Augustín en el
libro De Moribus Ecclesice por estas palabras: Según yo pienso
no se puede llamar bienaventurado el que no alcanzó lo que
ama, de cualquier condición que sea lo amado. Ni tampoco es
bienaventurado el que no ama lo que posee, aunque sea muy
bueno lo poseído: porque el que desea lo que no puede alean-
LIBRO I. CAPÍTULO XXVlT!. 32?
7ar, padece tormento: y el que alcanza lo que no merescía ser
deseado, padece engaño: y el que no desea lo que merece ser
deseado, está enfermo. De donde se infiere que en sola la po-
sesión y amor del sumo bien está nuestra bienaventuranza: y
fuera deso no puede estar. De suerte que estas tres cosas jun-
tas, posesión, amor y sumo bien, hacen al hombre bienaventu-
rado: fuera de las cuales nadie lo puede ser por mucho que
posea.
Y aunque para confirmación desto te pudiera traer muchos
ejemplos, pero baste por todos el de aquel tan famoso privado
del rey Asnero, llamado Aman (i): el cual teniéndose por agra-
viado porque Mardoqueo, que aguardaba á las puertas del pala-
cio, no le hacía la cortesía que él quería, juntando en uno sus
amigos y su mujer, díjoles estas palabras: Vosotros sabéis cuan
grandes sean mis prosperidades y privanzas, y cuan lleno estoy
de riquezas, y de hijos, y de todo lo que el corazón humano pue-
de desear: mas con todo esto os hago saber que teniendo todas
estas cosas, no me paresce que tengo nada, mientra Mardoqueo
que está á las puertas del Rey, no me hace la cortesía que yo
quiero. Mira pues, ruégete, cuánto más parte era solo este traba-
jo para hacer aquel corazón miserable, que todas cuantas pros-
peridades tenía, para hacerlo bienaventurado. Y mira también
cuan lejos está el hombre en esta vida de serlo, y cuan cerca de
ser miserable, pues para lo uno son menester tantos bienes, y
para lo otro basta un solo defecto. Pues según esto, ¿quién ha-
brá en este mundo que pueda escapar de ser miserable? ¿Qué rey,
qué emperador habrá tan poderoso, que todas las cosas tenga á
á su voluntad, y que no haya cosa que le dé desgusto? Porque
ya que por parte de los hombres faltase toda contradicción, ¿quién
podrá escapar de todos los golpes de naturaleza, de tedas las en-
fermedades del cuerpo y de todos los temores y fantasías del
ánima, la cual. muchas veces teme sin temor y se congoja sin
causa? Pues ¿cómo piensas tú, hombrecillo miserable, alcanzar
contentamiento por el camino del mundo, por el cual nunca los
sumos príncipes y monarcas lo alcanzaron? Si para alcanzar ese
bien son menester todos los bienes juntos, ¿cuándo serás tú tan
dichoso, estando fuera de Dios, que ninguna cosa te falte? Eso
(i) Esther. V.
328 GUÍA DE PECADORES
pertenesce á solo Dios: y sí alguno en esta vida en alguna ma-
nera los posee, es el que ama y posee á Dios: pues según las le-
yes del amistad, entre los amigos todas las cosas son comunes.
Y si todas estas razones tan evidentes no te convencen, y
quieres más experiencia que razón, vete á aquel gran sabio Salo-
món, y dile que pues él navegó por este mar con mayor prospe-
ridad que nadie, probando y descubriendo todos los géneros de
grandezas y recreaciones del mundo, que te dé nuevas de la tie-
rra que descubrió, si por ventura halló en todo eso cosa que le
hartase: y responderte ha en cabo diciendo (i): Vanitas vanita-
ium^ dixit EcJesiastes^ vanitas vatiifatnm et omnia vanitas. Cree,
pues, á un hombre tan experimentado, que no te habla por espe-
culación, sino por vista de ojos. No pienses que serás tú ni nadie
parte para descubrir otra cosa más de lo que este descubrió. Por-
que ¿qué príncipe ha habido en el mundo ni más sabio, ni más
rico,, ni más bien servido, ni más glorioso, ni más afamado que
éste fué? ¿Quién jamás probó más linajes de pasatiempos, de ca-
zas, de músicas, de mujeres, de atavíos, de monterías, de caba-
llerías, que éste probó.? Y probadas todas estas cosas, no sacó otro
fructo de todas ellas, sino éste que has oído. ¿Adonde, pues, vas
aprobar lo ya probado? No pienses tú hallar lo que éste no ha-
lló, pues ni tienes otro mundo que buscar, ni otros mayores apa-
rejos para buscar, que éste tuvo; y pues éste no mató la sed que
tenía con tan grande vendimia, no pienses tú que la podrás matar
con la rebusca. Ya éste gastó aquí su tiempo, y por ventura por
esta causa cayó (como dice Sant Hierónimo escribiendo áEusto-
quio) pues ¿para qué te quieres tú ir también tras él? Mas porque
los hombres creen más á la experiencia que á la razón, por ven-
tura dejó Dios á este hombre experimentar todos los bienes y
pasatiempos del mundo, para que después de probados diese de-
llos estas nuevas que has oído: porque con el trabajo de uno se
excusasen los trabajos de todos, y con el desengaño de uno se de-
sengañasen todos, y escarmentasen en cabeza ajena.
Pues si esto es así, con mucha razón podré agora exclamar
con el Profeta diciendo (2): Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo
seréis de tan pesado corazón? ¿Porqué amáis la vanidad y bus-
cáis la mentira? Muy bien dice vanidad y mentira. Porque si no
(1) Eccle. XII. (2) Psalm. IV.
LIBRO I. CAPlTUI.O XXVIIT. 32^
hubiera en las cosas del mundo más de vanidad (que es ser nada)
pequeño mal fuera éste: pero hay otro mayor, que es la mentira
y la falsa aparencia con que nos hacen creer que son algjo, sien-
do nada. Por lo cual dijo el mismo Salomón (i): Engañosa es la
gentileza, y vana la hermosura. Pequeño mal fuera ser solamente
vana, si no fuera también engañosa. Porque la vanidad conocida
poco mal puede hacer. Mas la que lo es, y no lo paresce, ésa es
la que principalmente daña. En lo cual se ve cuan grande hipó-
crita sea el mundo. Porque así como los hipócritas trabajan por
encubrir las culpas que hacen, así los ricos del mundo por disi-
mular las miserias que padescen. Los unos se nos venden por
sanctos, siendo pecadores: y los otros por bienaventurados, sien-
do miserables. Si no, llégate más de cerca á tomar el pulso, y
meter la mano en el lado désos que por defuera parescen bien-
aventurados, y verás cuánto desdice eso que por defuera pares-
ce, de lo que dentro pasa. Algunas yerbas nascen en los campos,
que mirándolas dende lejos, parescen muy hermosas, y llegán-
doos á ellas y tocando con las manos, dan de sí tan mal olor, que
las sacude luego el hombre de sí, y corrige el engaño de los ojos
con el tocamiento de las manos. Pues tales son por cierto los más
de los ricos y poderosos del mundo; porque si miras á la gran-
deza de sus estados y al resplandor de sus casas y criados, pa-
rescen ser ellos solos bienaventurados: mas si te llegas más cerca
á oler los rincones de sus casas y de sus ánimas, hallarás que
tienen muy diferente el ser, del parescer. Por donde muchos de
los que al principio desearon sus estados cuando los vieron de le-
jos, después los sacudieron de sí cuando los miraron de cerca:
como lo leemos en muchas historias, aun de gentiles. Y en las vi-
das de los emperadores hallamos que no faltó quien siendo electo
emperador por todo el ejército, por ninguna vía lo quiso aceptar,
siendo gentil: sólo por conoscer las espinas que debajo de aque-
lla flor (al parescer tan hermosa) estaban escondidas.
Pues, oh hijos de los hombres, criados á imagen de Dios, re-
demidos por su sangre, diputados para ser compañeros de los
ángeles, ^porqué amáis la vanidad y buscáis la mentira, creyen-
do que hallaréis descanso en esos falsos bienes que nunca lo die-
ron, ni darán jamás ? ¿Porqué habéis dejado la mesa de los án-
(1) Prov. XXXI.
530 guía de pecadores
geles por los manjares de las bestias? ^Porqué habéis dejado los
deleites y olores del paraíso por los hedores y amarguras del
mundo? ^Cómo no bastan tantas calamidades y miserias que cada
día experimentáis en él, para apartaros dése tan cruel tirano?
Tales paresce que somos en esta parte, como algunas malas mu-
jeres que se andan perdidas tras un rufián, que les comeyjuega
cuanto tienen, y sobre esto las arrastra y da de coces cada día:
y ellas todavía con una miserable subjección y captiverio se an-
dan perdidas tras él.
Resumiendo pues aquí todo lo dicho, si por tantas razones,
ejemplos y experiencias nos consta que no se halla la felicidad y
descanso que todos buscamos en el mundo, sino en Dios, ^por-
qué no la buscamos en Dios? Esto es lo que en breves palabras
nos amonesta Sant Augustín diciendo: Cerca la mar y la tierra,
y anda por do quisieres, que á doquiera que fueres, serás misera-
ble, si no vas á Dios.
CONCLUSIÓN DE TODO LO CONTENIDO EN ESTE PRIMER LIBRO.
CAPÍTULO XXIX,
[é todo lo susodicho se colige claro cómo todas las
maneras de bienes que el corazón humano puede en
esta vida alcanzar, se encierran en la virtud: por do
paresce que ella es un bien tan universal y tan grande, que ni
en el cielo, ni en la tierra hay cosa con que mejor la podamos
en su manera comparar, que con el mismo Dios. Porque así como
Dios es un bien tan universal, que en Él solo se hallan las per-
fecciones de todos los bienes, así también en su manera se ha-
llan en la virtud. Porque vemos que entre las cosas criadas, unas
hay honestas, otras hermosas, otras honrosas, otras provechosa's,
otras agradables, y otras con otras perfecciones: entre las cuales
tanto suele ser una más perfecta y más digna de ser amada, cuan-
to más destas perfecciones participa. Pue según esto, <j cuánto me-
rece ser amada la virtud, en quien todas estas perfecciones se
hallan? Porque si por honestidad va, ^qué cosa más honesta que
la virtud, que es la misma raíz y fuente de toda honestidad? Si
por honra va, ^lá quien se debe la honra y el acatamiento sino
á la virtud? Si por hermosura va, ^iqué cosa más hermosa que la
imagen de la virtud? Sí con ojos mortales se pudiese ver su her-
mosura, á todo el mundo llevaría en pos de sí, como dice Pla-
tón. Si por utilidad va ¿qué cosa hay de mayores utilidades y
esperanzas que la virtud, pues por ella se alcanza el sumo bien?
La longura de los días, con los bienes de la eternidad, están en
su diestra, y en su siniestra riquezas y gloria. Pues si por deleites
va, (iqué mayores deleites que los de la buena consciencia, y de
la caridad, y de la paz, y de la libertad de los hijos de Dios, y de
las consolaciones del Espíritu Sancto, lo cual todo anda en com-
pañía de la virtud ? Pues si se desea fama y memoria, en memoria
eterna vivirá el justo, y el nombre de los malos se pudrirá, y así
como humo desaparescerá. Si se desea sabiduría, no la hay otra
332 GtJL\ DE PECADORES
mayor que conoscerá Dios, y saber encaminar la vida por debi-
dos medios á su último fin. Si es dulce cosa ser bienquisto délos
hombres, no hay cosa más amable, ni más conveniente para esto
que la virtud. Porque (como dice Tulio) así como de la conve-
niencia y proporción de los miembros y humores del cuerpo nas-
ce la hermosura corporal que lleva los ojos en pos de sí, así de
la conveniencia y orden de la vida nasce una tan grande hermo-
sura en la persona, que no sólo enamora los ojos de Dios y de sus
ángeles, sino aun á los malos y enemigos es amable.
Éste es aquel bien que por todas partes es bien, y ninguna
cosa tiene de mal. Por donde con grandísima razón envió Dios
al justo aquella tan breve y tan magnífica embajada que al prin-
cipio deste libro propusimos: con lo cual agora lo acabamos, di-
ciendo: Dicite justo giioniam hene (i): Decidle al justo que bien.
Decidle que en hora buena él nasció, y que en hora buena mori-
rá, y que bendita sea su vida, y su muerte, y lo que después
della sucederá. Decidle que en todo le sucederá bien: en los pla-
ceres, y en los pesares; en los trabajos, y en los descansos; en las
honras, y en las deshonras: porque á los que aman á Dios, todas
las cosas sirven para su bien. Decidle que aunque á todo el mun-
do vaya mal, y aunque se trastornen los elementos, y se cayan
los cielos á pedazos, él no tiene por qué temer, sino por qué le-
vantar cabeza: porque entonces se llega el día de su redempción.
Decidle que bien: pues para él está aparejado el mayor bien de
los bienes, que es Dios: y está libre del mayor mal de los males,
que es la compañía de Satanás. Decidle que bien: pues su nom-
bre está escripto en el libro de la vida, y Dios Padre lo ha toma-
do por Hijo, y el Hijo por hermano, y el Espíritu Sancto por su
templo vivo. Decidle que bien: pues el camino que ha tomado, y
el partido que ha seguido, por todas partes le viene bien; bien
para el ánima, y bien para el cuerpo; bien para con Dios, y bien
para con los hombres; bien para esta vida, y bien para la otra:
pues á los que buscan el reino de Dios, todo lo demás será
concedido. Y si para alguna cosa temporal no viniere bien, ésa
llevada con paciencia es mayor bien: porque á los que tienen
paciencia, las pérdidas se les convierten en ganancias, y los tra-
bajos en meresciraientos, y las batallas en coronas. Todas cuantas
(i) Isai. m.
LIBRO I. CAPITULO XXlX. 333
veces mudó Labán la soldada á Jacob, pretendiendo aprovechar
á sí y dañar al yerno, tantas se le volvió el sueño al revés, y
aprovechó al yerno, y dañó á sí (i).
Pues, oh hermano mío, ¿porqué serás tan cruel para contigo,
y tan enemigo de ti mismo, que dejes de abrazar una cosa que
por todas partes te arma tan bien? ¿Qué mejor consejo, qué me-
jor partido puedes tú seguir que éste? ¡Oh, mil veces bienaven-
turados los limpios en el camino, los que andan en la ley de
Dios! ¡Bienaventurados otra vez los que escudriñan sus manda-
mientos, y le buscan con todo su corazón ! (2)
Pues si como dicen los filósofos, el bien es objecto de nues-
tra voluntad, y por consiguiente, cuanto una cosa es más buena,
tanto meresce ser más amada y deseada, ¿quién estragó de tal
manera tu voluntad, que ni guste, ni abrace este tan universal y
tan grande bien? ¡Oh, cuánto mejor lo hacía aquel sancto Rey
que decía: Tu ley, Señor, tengo en medio de mi corazón ! No
al rincón, no á trasmano, sino en medio, que es en el primero y
mejor lugar de todos. Como si dijera: éste es el mayor de mis
tesoros, y el mayor de mis negocios, y el mayor de mis cuida-
dos. ¡Cuan al revés lo hacen los hombres del mundo, pues las le-
yes de la vanidad tienen puestas en la primera silla de su cora-
zón, y las de Dios en el más bajo lugar ! Mas este sancto varón,
aunque era rey y tenía mucho que preciar y que perder, todo
esto tenía debajo los pies, y la ley sola de Dios en el medio de
su corazón: porque sabía él muy bien que guardada ésta fiel-
mente, todo lo demás tenía segu ro.
¿Qué falta pues agora, para que no quieras tú también se-
guir este mismo ejemplo y abrazar este tan grande bien ? Porque
si por obligación va, ¿ qué mayor obligación que la que tenemos
á Dios Nuestro Señor por sólo ser El quien es, pues todas las
otras obligaciones del mundo no se llaman obligaciones compa-
radas con ésta, como al principio declaramos? Si por beneficios
va, ¿qué mayores heneficios que los que habernos recibido del,
pues demás de habernos criado y redemido con su sangre, todo
cuanto hay dentro y fuera de nosotros, el cuerpo, el ánima, la
vida, la salud, la hacienda, la gracia (si la tenemos) y todos los
pasos y momentos de nuestra vida, y todos los buenos propósi-
(0 Genes. XXXI. (z) Psalm. CXVIII.
334 GUÍA DE PECADORES
tos y deseos de nuestra ánima, y finalmente todo lo que tiene
nombre de ser, ó de bien, originalmente procede de Aquél que
es fuente del ser y del bien? Pues si por interese va, digan to-
dos los ángeles y hombres, ¿ qué mayor interese que darnos glo-
ria para siempre y librarnos de pena para siempre, pues éste es
el premio de la virtud? Y si pretendemos bienes de presente,
¿qué mayores bienes que aquellos doce privilegios de que go-
zan todos los buenos en esta vida (de que arriba tratamos) el
menor de los cuales es más parte para darnos alegría y conten-
tamiento que todos los estados y tesoros del mundo? Pues ¿qué
más se puede cargar en esta balanza para pender á esta parte,
de lo que aquí se promete? Pues ya las excusas que contra esto
suelen alegar los hombres del mundo, de tal manera quedan
deshechas, que no veo portillo abierto por do se puedan desca-
buUir, si no quieren á sabiendas atapar los oídos y cerrar los ojos
á tan clara y manifiesta verdad.
Pues según esto, ¿qué resta sino que vista la perfección y
hermosura de la virtud, digas tú también aquellas palabras que
el Sabio dijo hablando de la sabiduría, hermana y compañera
desa misma virtud (i): ésta es la que yo amé y busqué dende
mi mocedad, y trabajé por tomarla por esposa, y híceme ama-
dor de su hermosura? La nobleza deila se parece en que el mis-
mo Dios trata con ella, y el que es Señor de todas las cosas, es
su enamorado. Porque ella es la que tiene á cargo enseñar su
doctrina, y eligir, y administrar sus obras. Y si la posesión de
las riquezas es para ser deseada, ¿qué cosa más rica que la sa-
biduría, la cual obra todas las cosas? Y si la sabiduría es la fa-
bricadera de todas las cosas, ¿qué cosa hay en el mundo más
artificiosa que ella? Y si se desea la virtud y la justicia, ¿en qué
otra cosa se emplean los trabajos de la sabiduría? Ésta es la que
enseña la templanza, y la prudencia, y la justicia, y la fortale,
za: que son las cosas que más aprovechan á los hombres. Ésta-
pues, determiné tomar por compañera de mi vida: sabiendo cier-
to que ella partiría comigo de sus bienes, y sería descanso de
mis cuidados, y alivio de todos mis hastíos y trabajos. Hasta aquí
son palabras del Sabio. ¿Qué resta, pues, sino concluir esta ma-
teria con la conclusión que el bienaventurado mártir Cipriano
(i) Sap. Vül.
LIBRO I. CAPITULO XXIX. 335
acaba una elegantísima epístola que escribió á un amigo suyo
del menosprecio del mundo, diciendo así:
Una es, pues, la quieta y segura tranquilidad, una la firme y
perpetua seguridad: si librado el hombre de la tempestad y tor-
bellinos deste siglo tempestuoso, y colocado en la fiel estancia
y puerto de la salud, levanta los ojos de la tierra al cielo, y ad-
mitido ya á la compañía y gracia del Señor se alegra de ver
cómo todo lo que está en la opinión del mundo levantado, den-
tro de su corazón está caído. No puede este tal desear alguna co-
sa del mundo, porque es ya mayor que el mundo. Y más aba-
jo añade diciendo: Y no no son menester muchas riquezas, ni
negocios ambiciosos para alcanzar esta felicidad: porque dádiva
es ésta de Dios, que en el ánima religiosa se recibe: el cual es
tan liberal y tan comunicable, que así como el sol calienta, y el
día alumbra, y la fuente corre, y el agua cae de lo alto, así aquel
espíritu divino liberalmente se comunica á todos. Por donde, tú
hermano mío, que estás ya asentado en la nómina deste ejér-
cito celestial, trabaja con todas tus fuerzas por guardar fielmen-
te la disciplina desta milicia con religiosas costumbres. Ten por
compañera perpetua la oración y la lición: unas veces habla
con Dios, y otras hable Dios contigo. Él te enseñe sus manda-
mientos, y El disponga y ordene todos los negocios de tu vida.
A quien Él hiciere rico, nadie tenga por pobre. Ya no podrá pa-
descer hambre ni pobreza el pecho que estuviere lleno de la
bendición y abundancia celestial. Entonces te 'parescerán estiér-
col las casas vestidas de preciosos mármoles, y los maderamien-
tos guarnescidos de oro, cuando entiendas que tú eres el que
principalmente conviene ser adornado, y que ésa es mucho me-
jor casa, en la cual (como en un templo vivo) reposa Dios, y
donde el Espíritu Sancto tiene hecha su morada. Pintemos pues
esta casa, y pintémosla con inocencia, y esclarezcámosla con
lumbre y resplandor de justicia. Ésta nunca amenazará caída por
antigüedad ni vejez, ni perderá su lustre cuando el oro y el co-
lor de les paredes se desfloraren. Caducas son todas las cosas
afeitadas y compuestas, y no dan estable firmeza á sus posee-
dores: porque no son verdadera posesión. Mas ésta permanece
con el color siempre vivo, y con honra entera y caridad perdu-
rable: ni puede caer, ni desflorarse, aunque puede con la resu-
rrección de los cuerpos reformarse.
330 GUÍA DE PECADORES
Hasta aquí son palabras de Cipriano.
Pues el que movido por todas las razones y persuasiones que
en este libro habernos tratado (entreviniendo en ello el favor y
tocamiento de Dios, sin el cual nada se puede bien hacer) desea
abrazar este bien tan alabado de la virtud, cómo se haya de ha-
cer, en el libro siguiente se declara.
FIN DEL LIBRO TRÍMERO DE LA GUÍA DE PECADORES
LIBRO SEGUNDO
DE LA
GUIA DE PECADORES
EN EL CUAL SE TRATA
DE LA DOCTRINA DE LAS VIRTUDES
DONDE SE PONEN DIVERSOS AVISOS Y DOCUMENTOS
PARA HACER UN HOMBRE VIRTUOSO.
PRÓLOGO
'ORQUE no basta persuadir á un hombre que quiera
ser virtuoso, si no le enseñamos cómo lo haya de ser:
\\C^^ por tanto, ya que en el libro pasado alegamos tantas
y tan graves razones para mover nuestro corazón al amor de la
virtud, será razón que agora descendamos á la práctica y uso
della, dando diversos avisos y documentos que sirvan para hacer
á un hombre verdaderamente virtuoso. Y porque (como dice un
sabio) la primera virtud es carescer de vicios (después de lo cual
puede el hombre insistir en el ejercicio de las virtudes) por tanto
repartiremos esta doctrina en dos partes: en la primera de las
cuales trataremos de los más comunes vicios que hay, y de sus
remedios; y en la segunda de las virtudes. Mas antes que entre
en esta materia, pondré primero dos preámbulos que son dos
presupuestos muy necesarios para quienquiera que se determi-
ne á andar este camino,
OBRAS DS GRANADA 1-2^
DK LA PRIMERA COSA QUE HA DE PRESUPONER EL QUE QUIERE SERVIR Á DIOS.
CAPÍTULO I.
PRIMERAMENTE el que de nuevo se determina de ofre-
cer al servicio de nuestro Señor y mudar la vida, la
primera cosa que le conviene hacer es que sienta bien des-
ta empresa que toma, y la estime en lo que ella meresce.
Quiero decir, que entienda que este negocio es el mayor
negocio, el mayor tesoro, la mayor empresa y la mayor sabi-
duría de cuantas hay en el mundo: antes crea que ni hay otro
tesoro, ni otra sabiduría, ni otro negocio, sino éste: como lo signi-
ficó el Profeta, cuando dijo: Aprende, oh Israel, dónde está la pru-
dencia, dónde la fortaleza, dónde el seso y la discreción, para que
juntamente veas dónde está la longura de días, y la provisión de
todas las cosas, y la lumbre de los ojos, y la paz. Por lo cual con
mucha razón dijo el Señor por Hieremías (i): No se gloríe el sa-
bio en su sabiduría, ni el rico en sus riquezas, ni el fuerte en su
fortaleza, sino en esto se gloríe el que se quisiere gloriar, que es,
saberme á Mí, y conoscerme á Mí: porque aquí está la suma de
todos los bienes. Y si alguno fuere consumado entre los hijos de
los hombres, y no tuviere este conoscimiento acompañado con la
virtud, no tiene de qué se gloriar.
Á esto nos convidan señaladamente todas las Escripturas di-
vinas, que por tantas vías y maneras nos encomiendan y enca-
rescen este negocio; á esto todas cuantas criaturas hay en el cielo
y en la tierra; á esto todas las voces y clamores de la Iglesia; á
esto todas las leyes divinas y humanas; á esto los ejemplos de
innumerables sanctos que llenos desta lumbre del cielo des.
preciaron el mundo y abrazaron tan de corazón el propósito de la
virtud, que muchos dellos se dejaron arrastrar, y asar en parrillas,
y padescer otras mil maneras de tormentos antes que hacer una
sola ofensa contra Dios y estar por un solo momento en su des-
^l) Jerem. IX,
LIBRO 11. CAPÍTULO 1. 339
gracia. Finalmente, á esto nos llaman y obligan todas las cosas
que en el libro precedente habemos tratado, porque todas ellas
apellidan virtud y declaran la grandeza de su valor. Cada cosa
déstas profundamente considerada basta para declarar la impor-
tancia deste negocio, y mucho más todas ellas juntas: para que por
aquí entienda el que se determina seguir este partido, cuan grande
y cuan gloriosa sea la empresa que ha tomado, y á cuanto es ra-
zón que se ponga por ella, como luego se dirá. Éste sea, pues, el
primer preámbulo y presupuesto deste negocio.
DE LA SEGUNDA COSA QUE HA DE PRESUPONER EL QUE QUIERE SERVIR
Á NUESTRO SEÑOR.
CAPÍTULO II.
L segundo sea, que (pues el negocio es de tanta dig-
nidad y merescimiento) te ofrezcas á él con un cora-
zón esforzado y aparejado para sufrir todos los en-
cuentros y combates que se te ofrescieren por él, teniéndolo todo
en poco por salir con una empresa tan gloriosa: presuponiendo
que ninguna cosa grande quiso la naturaleza que hubiese en este
mundo que no tuviese un pedazo de dificultad. Porque en el pun-
to que esto determinares, luego la potencia del infierno ha de ar-
mar toda su flota contra ti; luego la carne amadora de deleites y
mal inclinada dende su nascimiento (después que fué toxicada
con el veneno mortífero de aquella ponzoñosa serpiente) te ha de
solicitar importunamente y convidar á todos sus acostumbrados
pasatiempos y regalos. Luego también la costumbre depravada,
no menos poderosa que la misma naturaleza, rehusará esta mu-
danza, y te la pintará muy dificultosa: porque así como es cosa
de gran trabajo sacar un río caudaloso de la madre por do ha
corrido muchos años, así lo es también en su manera sacar un
hombre del curso por donde la mala costumbre hasta agora le ha
llevado, y hacerle tomar otro camino. Luego también el mundo,
poderosísima y cruelísima bestia (armada con la autoridad de
tantos malos ejemplos como hay en él) acudirá unas veces con-
vidándonos con sus pompas y vanidades; otras, soHcitándonos
con malos ejemplos y pecados; otras también, desmayándonos
con las persecuciones y murmuraciones de los malos: y como si
todo esto fuese poco, sobrevendrá también el demonio, astutísimo,
poderosísimo y antiquísimo engañador, y hará también lo que
suele, que es perseguir más crudamente á los que de nuevo se le
declaran por enemigos y rebelan contra él.
Por todas estas partes se te han de mover dificultades y con-
tradicciones, y todo esto has de tener ya tragado y presupuesto;
LIBRO ir. CAPÍTULO II. 34 1
porque no se te haga nuevo cuando viniere, acordándote de
aquel prudente consejo del Sabio que dice (i): Hijo, cuando te
llegares á servir á Dios, vive con temor, y apareja tu ánima para
la tentación. Y así has de presuponer que no eres aquí llamado á
fiestas, á juegos, á pasatiempos: sino á embrazar el escudo, y
vestir el arnés, y tomar la lanza para pelear. Porque aunque sea
verdad que tengamos muchas y grandes ayudas para este ca-
mino (como arriba declaramos) mas con todo esto no se puede
negar sino que todavía no falta aquí á los principios un pedazo
de dificultad. Lo cual todo debe tener el siervo de Dios ya pre-
supuesto y tragado (porque no se le haga nuevo) teniendo en-
tendido que la joya por que milita es de tan grande precio, que
merece esto, y mucho más. Y para que el temor de todos estos
enemigos susodichos no te haga desmayar, acuérdate (como arri-
ba dijimos) que muchos más son los que son por ti, que los que
son contra ti. Porque aunque de parte del pecado estén todos
esos opositores, de parte de la virtud están otros más poderosos
que ellos. Porque contra la naturaleza corrompida está (como di-
jimos) la gracia divina; y contra el demonio. Dios; y contra la
mala costumbre, la buena; y contra la muchedumbre de los espí-
ritus malos, la de los buenos; y contra los malos ejemplos y per-
secuciones de los hombres, los buenos ejemplos y exhortaciones
de los sanctos; y contra los deleites y gustos del mundo, los de-
leites y consolaciones del Espíritu Sancto. Y manifiesta cosa es
que más poderoso es cada uno destos opositores, que su con-
trario. Porque más poderosa es la gracia que la naturaleza, y más
poderoso Dios que el demonio, y más poderosos los buenos án-
geles que los malos, y finalmente mayores y más eficaces los de-
leites espirituales que los sensuales, sin comparación.
(i) Eccli. IL
PRIMERA PARTE
DE ESTE SEGUNDO LIBRO
QUE TRATA
DE LOS VICIOS Y DE SUS REMEDIOS
pEL FIRME PROPÓSITO QUE EL BUEN CRISTIANO DEBE TENER PE NUNCA HACER
eOSA QUE SEA PECADO MORTAL,
CAPÍTULOin.
'resupuestos estos dos preámbulos como fundamen-
tos principales de todo este edificio, la primera y más
principal cosa que debe hacer el que de veras se de-
termina ofrescer al servicio de nuestro Señor y al estudio de la
virtud, es, plantar en su ánima un firmísimo propósito de nunca
hacer cosa que sea pecado mortal: por el cual solo se pierde la
amistad y gracia de nuestro Señor, con todos los otros bienes que
en el segundo tratado de la penitencia dijimos que por él se per-
dían. Éste es el fundamento principal de la vida virtuosa: esto es
con lo que se conserva la amistad y gracia de Dios y el derecho
del reino del cielo: en esto consiste la caridad y la vida espiritual del
ánima: esto es lo que hace á los hombres hijos de Dios, templos del
Espíritu Sancto y miembros vivos de Cristo, y como tales, partici-
pantes de todos los bienes de la Iglesia. Mientras este propósito con-
servare el ánima, estará en caridad y en estado de salvación; y en
faltando esto, luego es raída del libro de la vida, y escripta en el
libro de la perdición, y trasladada al reino de las tinieblas.
De suerte que bien mirado este negocio, parece que así co-^
mo en todas las cosas (así naturales como artificiales) hay subs-
tancia y accidentes: entre las cuales cosas hay esta diferencia,
que mudados los accidentes, todavía queda la substancia, co-
mo gastadas las labores y pinturas de una casa, todavía que-
da en pie la casa, aunque imperfecta: pero caída la casa (que
es como la substancia) no queda en pie cosa alguna: así mien-
tra este sancto propósito estuviere fijo en el ánima, está en
LIBRO 11. CAPÍTULO U. 343.
pie la substancia de la virtud: pero faltando éste, ninguna cosa
hay que no quede por tierra. La razón desto es porque todo el
ser de la vida virtuosa consiste en la caridad, que es amar á Dios
sobre todas las cosas: y aquél le ama sobre todas las cosas, que
aborresce el pecado mortal sobre todas ellas: porque por solo
éste se pierde la caridad y amistad de Dios. Por donde así co-
mo la cosa que más contradice al casamiento, es el adulterio: así
la cosa que más repugna á la vida virtuosa, es el pecado mortal:
porque éste solo mata la caridad en que esta vida consiste.
Ésta es la causa por donde todos los sanctos mártires se de-
jaron padescer tan horribles tormentos: por esto se permitieron
asar, y desollar, y arrastrar, y atenazar, y despedazar, por no co-
meter un pecado mortal con que estuviesen un punto fuera de
la amistad y gracia de Dios: porque bien sabían ellos que aca-
bando de pecar se podían arrepentir de su pecado y alcanzar
perdón del (como lo hizo Sant Pedro acabando de negar) mas
con todo esto escogieron antes pasar por todos los tormentos
del mundo, que estar por espacio de un credo en desgracia des-
te Señor.
Entre los cuales ejemplos son muy señalados los de tres mu-
jeres: una del Testamento viejo, madre de siete hijos, y dos del
nuevo, llamadas Felicitas y Sinforosa, madres también cada cual
de otros siete: las cuales todas se hallaron presentes á los tor-
mentos y martirios dellos: y viéndolos despedazar ante sus ojos,
no sólo no desmayaron con este tan doloroso espectáculo, mas
antes ellas los estuvieron esforzando y animando á morir cons-
tantísimamente por la fe y odediencia de Dios: y así ellas jun-
tamente con ellos murieron con grande ánimo por esta causa.
Mas no sé si anteponga á estos tan ilustres ejemplos uno que
escribe S. Hicrónimo en la vida de S. Pablo, primer ermitaño,
de un sancto mancebo, al cual después de intentados otros muchos
medios, quisieron los tiranos cuasi por fuerza hacer ofender á
Dios. Y para esto le hicieron acostar de espaldas y desnudo en
una cama blanda, á la sombra de los árboles de un jardín muy
fresco, atándole con unas muy blandas ataduras pies y ma-
nos para que ni pudiese huir ni defenderse. Y esto hecho en-
viaron una mala mujer muy bien ataviada para que usase de to-
dos los medios posibles con que venciese la virtud y constancia
del sancto mancebo. Pues ¿ qué haría aquí el caballero de Cris-
544 ^^ Í^E PECADORES
to? ¿Qué medio tomaría para evitar tan grande deslionra, don-
de el cuerpo estaba desnudo, y atados los pies y las manos?
Mas con todo esto no faltó aquí la virtud del cielo y la presen-
cia del Espíritu Sancto: el cual le inspiró que para defenderse
del presente peli^o, hiciese una cosa la más nueva y extraña
de todas cuantas hasta hoy están escriptas en historias de grie-
gos y de latinos. Porque el sancto mancebo con la grandeza del
temor de Dios y aborrescimiento del pecado se cortó la lengua
con sus proprios dientes (que solos libres tenía) y la escupió
en la cara de la deshonesta mujer: y así espantó y despidió de
sí á ella con tan extraño hecho, y templó el natural encendi-
miento de su carne con la fuerza deste dolor. Esto basta para
que por aquí en breve se vea el grado en que todos los san-
ctos aborrescieron un pecado mortal. Donde también pudiera
contar otros que desnudos se revolcaron entre las zarzas y espi-
nas, y otros en medio del invierno entre las pellas de nieve, pa-
ra resfriar los fuegos de la carne atizados por el enemigo.
Pues el que quisiere caminar por este camino, procure de fi-
jar en su ánima este firme propósito, estimando en más (como
justo apreciador de las cosas) la amistad de Dios, que todos los
tesoros del mundo: dejando perder lo menos por lo más cuando
se ofreciere ocasión para ello. En esto funde su vida, á esto or-
dene todos sus ejercicios, esto pida al Señor en todas sus oracio-
nes, para esto frecuente los Sacramentos, esto saque de los ser-
mones y de los buenos libros que leyere, esto aprenda de la fá-
brica y hermosura de todas las criaturas deste mundo, este fruc-
to señaladamente coja de la pasión de Cristo y de todos los otros
beneficios divinos (que es no ofender á quien tanto debe) y con-
forme á la firmeza deste sancto temor y propósito mida la cuan-
tidad de su aprovechamiento, estimándose por más ó menos
aprovechado cuanto más ó menos tuviere de la firmeza deste
propósito.
Y así como el que quiere hincar un clavo muy fuertemente,
no se contenta con darie una, ni dos, ó tres martilladas, sino aña-
de otra y otras muchas más, hasta cansar: así él no se contente
con este propósito así como quiera, sino cada día trabaje por to-
mar ocasión de cuantas cosas viere, oyere, leyere, ó meditare:
para criar más y más amor de Dios, y más aborrescimiento del
pecado, porque cuanto más cresciere en este aborrescimiento,
LIBRO 11. CAPÍTULO III. ^45
tanto más aprovechará en aquel amor divino, y por consiguien-
te en toda virtud.
Y para estar más firme en esto persuádase y crea firmemen-
te que si todos cuantos desastres y males de pena ha habido en
el mundo, dende que Dios lo crió hasta hoy, y cuantas penas
en el infierno padescen cuantos condenados hay en él, se pusie-
sen juntas en una balanza, y un pecado mortal en la otra, sin
comparación es mayor mal solo este pecado, y más digno de ser
huido que todas aquéllas: puesto caso que la ceguedad y tinie-
blas horribles deste Egipto no lo platican así, sino de otra muy
diferente manera. Mas no es mucho que ni los ciegos vean este
tan grande mal, ni los muertos sientan esta tan grande lanzada:
pues no es dado á los ciegos ver cosa alguna, por grande que
sea, ni á los muertos sentir herida alguna, aunque sea mortal.
§. I.
Pues como en este segundo libro se trate de la doctrina de
la virtud (cuyo contrario es el pecado) la primera parte del se
empleará en tratar del aborr escimiento del pecado, y señalada-
mente de sus remedios: porque arrancadas del alma estas ma-
las raíces, fácil cosa será plantar en su lugar las plantas de las
virtudes, de las cuales se trata en la segunda parte del. Y no sólo
se tratará aquí de los pecados mortales, sino también de los ve-
niales: no porque éstos quiten la vida al ánima, sino porque la
relajan y enflaquecen, y así disponen para la muerte della. Y por
esta misma causa se trata aquí también de aquellos siete vicios
que comúnmente se llaman capitales ó mortales (que son cabe-
zas y raíces de todos los otros) no porque siempre sean morta-
les, sino porque muchas veces lo pueden ser: cuando por ellos se
viene á quebrantar alguno de los mandamientos de Dios ó de
la Iglesia, ó se hace algo contra la caridad.
Servirá esta doctrina para que el que se viere muy tentado y
acosado de algún vicio, acuda á ella como á una espiritual botica,
y entre diversas medicinas y remedios que aquí se señalan, es-
coja el que más hiciere á su propósito. Verdad es que entre estos
remedios unos hay generales contra todo género de vicios (de los
cuales tratamos en el Memorial de la Vida Cristiana, donde se pu-
sieron quince ó dieciseis maneras de remedios contra el pecado)
346 GUÍA DE PECADORES
otros hay particulares, contra particulares vicios, como contra la
soberbia, avaricia, ira &c. Y destos trataremos en este lugar, apli-
cando á cada manera de vicio su remedio, y proveyendo de armas
espirituales contra él.
Mas aquí es mucho de notar que para esta batalla no tene-
mos tanta necesidad, ni de brazos para pelear, ni de pies para
huir, cuanta de ojos para considerar: porque éstos son los princi-
pales instrumentos y armas desta milicia, que no es contra carne
y sangre, sino contra los perversos demonios, que son criaturas
espirituales. La razón desto es, porque la primera raíz de todo
pecado es el error y engaño del entendimiento, que es el con-
sejero de la voluntad. Por lo cual procuran siempre nuestros
adversarios de pervertir el entendimiento: porque pervertido éste,
luego es pervertida la voluntad, que se rige por él. Por esto tra-
bajan de vestir el mal con color de bien, y vender el vicio debajo
de imagen de virtud, y encubrir de tal manera la tentación, que
no parezca tentación, sino razón. Porque si nos quieren tentar de
ambición, de avaricia, ó de ira y deseos de venganza, procuran
de hacernos entender que está en razón desear lo que deseamos,
y que sería contra razón hacer otra cosa: encubriendo el lazo de
la tentación con la capa de la razón,'para que así puedan mejor
engañar aun á aquellos que se rigen por razón. Pues para esto es
necesario que el hombre tenga ojos con que vea el anzuelo de-
bajo del cebo, y no se engañe con la imagen y aparencia sola
del bien.
También son necesarios ojos para ver la malicia, la fealdad,
el peligro y los daños y inconvenientes que consigo trae el vi-
cio de que somos tentados, para que con esto se refrene nuestro
apetito y tema de gustar lo que gustado le ha de causar la
muerte. Por donde aquellos misteriosos animales de Ezequiel (i),
que son figura de los sanctos varones, con tener los otros miem-
bros sencillos, estaban por todas partes llenos de ojos: para dar
á entender cuánta necesidad tienen los siervos de Dios destos
espirituales ojos para defenderse de los vicios. Deste remedio,
pues, principalmente usaremos en esta materia, con el cual tam-
bién juntaremos todos los otros que parescieren necesarios, como
en el proceso se verá.
(i) Ezech. IX,
REMEDIOS CONTRA LA SOBERBIA.
CAPITULO IV.
ASIENDO pues de tratar en esta primera parte de los
vicios y de sus remedios, comenzaremos por aque-
llos siete que se llaman capitales, porque son cabe-
zas y fuentes de todos los otros. Porque así como cortada la raíz
de un árbol se secan luego todas las ramas que recibían vida de
la raíz, así cortadas estas siete universales raíces de todos los vi-
cios, luego cesarán todos los otros vicios que destas raíces pro-
cedían. Por esta causa Casiano escribió con tanta diligencia ocho
libros contra estos vicios (lo cual también han hecho con mucho
estudio otros muy graves autores) por tener muy bien entendido
que vencidos estos enemigos, no podrían levantar cabeza todos
los otros.
La razón desto es, porque todos los pecados (como dice Sanc-
to Tomás) originalmente nascen del amor proprio: porque todos
ellos se cometen por cobdicia de algún bien particular que este
amor proprio nos hace desear. Deste amor nascen aquellas tres
ramas que dice S. Juan en su Canónica (i), que son: cobdicia de
la carne, cobdicia de los ojos y soberbia de la vida, que por tér-
minos más claros son: amor de deleites, amor de hacienda y amor
de honra; porque estos tres amores proceden de aquel primer
amor. Pues del amor de los deleites nascen tres vicios capitales,
que son: lujuria, gula y pereza. Del amor de la honra nasce la
soberbia, y del amor de la hacienda el avaricia. Mas los otros dos
vicios, que son ira y envidia, sirv^en á cualquiera destos malos
amores, porque la ira nasce de impedirnos cualquiera destas co-
sas que deseamos; y la envidia de quienquiera que nos gana por
la mano y alcanza aquello que el amor proprio quisiera antes
para sí que para sus vecinos. Pues como éstas sean las tres uni-
(ij I Joan. II.
34^ GUÍA DE PECADORES
versales raíces de todos los males, de las cuales proceden estos
siete vicios; de aquí es que, vencidos estos siete, queda luego el
escuadrón de todos los otros vencido. Por lo cual todo nuestro
estudio se ha de emplear agora en pelear contra estos tan po-
derosos gigantes, si queremos quedar señores de todos los otros
enemigos que nos tienen ocupada la tierra de promisión.
Entre los cuales el primero y más principal es la soberbia,
que es apetito desordenado de la propria excelencia. Ésta dicen
los sanctos que es la madre y reina de todos los vicios: y por
tanto, con mucha razón aquel sancto Tobías, entre otros avisos
que daba á su hijo, le daba éste, diciendo (i): Nunca permitas que
la soberbia tenga señorío sobre tu pensamiento, ni sobre tus pa-
labras: porque della tomó principio toda nuestra perdición. Pues
cuando este pestilencial vicio tentare tu corazón, puedes ayudarte
contra él de las armas siguientes:
Primeramente considera aquel espantoso castigo con que fue-
ron castigados aquellos malos ángeles que se ensoberbecieron;
pues en un punto fueron derribados del cielo y echados en los
abismos. Mira, pues, cómo este vicio escureció al que resplande-
cía más que las estrellas del cielo: y al que era no solamente án-
gel, mas muy principal entre los ángeles, hizo no solamente de-
monio, mas el peor de todos los demonios. Pues si esto se hizo
con los ángeles, ¿qué se hará contigo, polvo y ceniza? Porque
Dios no es contrario á sí mismo, ni aceptador de personas, mas
así en el ángel como en el hombre le descontenta la soberbia, y
le agrada la humildad. Por lo cual dice Sant Augustín: La humil-
dad hace de los hombres ángeles, y la soberbia de los ángeles
demonios. Y Sant Bernardo dice: La soberbia derriba de lo más
alto hasta lo más bajo, y la humildad levanta de lo más bajo hasta
lo más alto. El ángel ensoberbeciéndose en el cielo, cayó en los
abismos; y el hombre, humillándose en la tierra, es levantado so-
bre las estrellas del cielo.
Juntamente con este castigo de la soberbia considera el ejem-
plo de aquella inestimable humildad del Hijo de Dios, que por
ti tomó tan baja naturaleza, y por ti obedeció al Padre hasta la
muerte, y muerte de cruz. -Pues aprende, hombre, á obedecer;
aprende, tierra, á estar debajo de los pies; aprende, polvo, á te-
(i) Tob. IV.
LffiRO II. CAPÍTULO IV. 349
nerte en nada; aprende, oh cristiano, de tu Señor y tu Dios, que
fué manso y humilde de corazón. Si te desprecias de imitar el
ejemplo de los otros hombres, no te desprecies de imitar el de
Dios, el cual se hizo hombre, no solamente para redimirnos, mas
también para humillarnos.
Pon también los ojos en ti mismo: porque dentro de ti ha-
llarás cosas que te prediquen humildad. Considera pues lo que
fuiste antes de tu nascimiento, y lo que eres agora después de
nascido, y lo que serás después de muerto. Antes que nacieses,
eras una materia sucia, indigna de ser nombrada: agora eres un
muladar cubierto de nieve, y después serás manjar de gusanos.
Pues ¿de qué te ensoberbeces, hombre, cuyo nascimiento es cul-
pa, cuya vida es miseria, y cuyo fin es podre y corrupción? Si
te ensoberbeces por el resplandor de los bienes temporales que
posees, espera un poco, vendrá la muerte, la cual nos hará igua-
les á todos. Porque como todos nascimos iguales (cuanto á la
condición natural) así todos moriremos iguales por la común ne-
cesidad: salvo que después de la muerte tendrán más de que
dar cuenta los que tuvieron más. Conforme á lo cual dice S. Cri-
sóstomo: Mira con atención las sepulturas de los muertos, y bus-
ca en ellos algún rastro de la magnificencia con que vivieron, ó
de las riquezas y deleites que gozaron. Dime: <i dónde están
allí los atavíos y vestiduras preciosas? ¿dónde los pasatiempos y
recreaciones? ¿dónde la compañía y muchedumbre de los cria-
dos? Acabáronse los gastos de los banquetes, las risas, los jue-
gos y el alegría mundana. Llégate más de cerca al sepulcro de
cada uno dellos, y no hallarás más que polvo y ceniza, gusanos
y huesos hediondos. Este, pues, es el fin de los cuerpos, dado
-que en muchos placeres y regalos se hayan criado. Y pluguiese
á Dios que todo el mal parase en solo esto. Pero mucho más es
para temer lo que después desto se sigue, que es el temeroso
tribunal del juicio divino, la sentencia que allí se dará, el
llanto y crugir de dientes, y las tinieblas sin remedio, y los gu-
sanos roedores de la consciencia que nunca mueren, y el fuego
que nunca se apagará.
Considera también el peligro de la vanagloria, hija de la so-
berbia, de la cual dice S. Bernardo que Uvianamente vuela y li-
vianamente penetra, mas no hace liviana herida. Por lo cual si al-
guna vez los hombres te alabaren y honraren, debes luego mi'
350 GUÍA DE PECADORES
rar si caben en ti esas cosas de que eres alabado, ó no. Porque
si nada deso cabe en ti, ninguna cosa tienes de que te gloriar.
Mas si por ventura cabe en ti, di luego con el Apóstol: Por la
gracia de Dios soy lo que soy. Así que no te debes por eso en-
soberbecer, sino humillar y dar la gloria á Dios, á quien debes
todo lo que tienes, porque no te hagas indigno dello: pues es
cierto que así la honra que te hacen como la causa por que la
hacen, es de Dios. Por donde todo el favor que á ti aproprias, á
Él lo hurtas. Pues ¿qué siervo puede ser más desleal que el que
hurta la gloria á su Señor ? Mira también cuan gran desvarío sea
pesar tu valía con el parecer de los hombres, en cuya mano es-
tá inclinar la balanza á la parte que quisieren, y quitarte de aquí
á poco lo que agora te dan, y deshonrarte los que agora te hon-
ran. Si pones tu estima en sus lenguas, unas veces serás grande,
otras pequeño, otras nada, como quisieren las lenguas de los
hombres mudables. Por lo cual nunca jamás debes medirte por
loores ajenos, sino por lo que tú sabes de ti: y aunque los otros
te levanten hasta el cielo, mira lo que de ti te dice tu conscien-
cia,y cree más á ti que te conosces mejor, que á los otros que
te miran de lejos y juzgan como por oídas. Déjate, pues, de los
juicios de los hombres, y deposita tu gloria en las manos de
Dios, el cual es sabio para guardarla y fiel para restituirla.
Piensa también, hombre ambicioso, á cuánto peligro te po-
nes deseando mandar á otros. Porque ¿cómo podrás mandar á
otros, no habiendo primero obedecido á ti? ¿Cómo darás cuenta
de muchos, pues apenas la puedes dar de ti solo? Mira el peli-
gro grande á que te pones, añadiendo los pecados de tus sub-
ditos á los tuyos, que se asientan á tu cuenta. Por lo cual dice
la Escriptura (i) que se hará durísimo juicio contra los que tie-
nen cargos de justicia, y que los poderosos poderosamente serán
atormentados. Mas ¿quién podrá declarar los trabajos grandes en
que viven los que tienen cargo de muchos? Esto declaró muy
bien un rey que habiendo de ser coronado, primero que le pu-
siesen la corona en la cabeza, la tomó en las manos, y la tuvo
así por un poco de espacio diciendo: ¡ Oh corona, corona, más
preciosa que dichosa: lo cual si alguno bien conociese, aunque
te hallase en el suelo, no te levantaría!
(i) Sap. VI.
LIBRO II. CAPÍTULO IV. 3^1
Considera también, oh soberbio, que á nadie contentas con
tu soberbia: no á Dios, á quien tienes por contrario, porque El re-
siste á los soberbios, y á los humildes da su gracia (i): no á los
humildes, porque éstos claro está que aborrecen toda altivez y
soberbia: ni tampoco á los otros soberbios tus semejantes, porque
por las mismas razones que tú te levantas, ellos te aborrecen,
porque no quieren ver otro mayor que á sí. Ni aun á ti mismo
contentarás en este mundo, si tornando en ti conocieres tu vani-
dad y locura: y mucho menos en el otro, cuando por tu sober-
bia perpetuamente padecerás. Por lo cual dice Dios por S. Ber-
nardo: Oh hombre, si bien te conocieses, de ti te descontentarías,
y á Mí agradarías: mas porque no conoces á ti, estás ufano en
ti, y descontentas á Mí. Vendrá tiempo cuando ni á Mí ni á ti
contentarás: á Mí no, porque pecaste: y á ti tampoco, porque ar-
derás para siempre. Á solo el diablo parece bien tu soberbia: el
cual por ella de graciosísimo ángel se hizo abominable demonio:
y por esto naturalmente huelga con su semejante.
Ayudará también para humillarte considerar cuan pocos ser-
vicios y méritos tienes delante de Dios, que sean puros y verda-
deros servicios: porque muchos vicios hay que tienen imagen de
virtudes: y muchas veces la vanagloria destruye la obra que de
suyo es buena: y muchas veces á los ojos de Dios es escuro lo
que á los de los hombres parece claro. Otros son los pareceres
de aquel rectísimo juez, que los nuestros: al cual desagrada me-
nos el pecador humilde, que el justo soberbio: aunque éste no
se pueda llamar justo si es soberbio. Y si por ventura tienes he-
chas algunas buenas obras, acuérdate que por ventura serán
más las malas que las buenas. Y esas buenas que heciste, por
ventura fueron hechas con tantos defectos y friezas, que quizá
tienes más razón de pedir por ellas perdón que galardón. Por lo
cual dijo Sant Gregorio: ¡ Ay de la vida virtuosa si la juzgare
Dios poniendo aparte su piedad ! Porque por las mismas cosas
con que piensa que agrada, puede ser que por ésas sea confun-
dida: porque nuestros males son puramente males: mas nuestros
bienes no siempre son puramente bienes, porque muchas veces
van acompañados con muchas imperfecciones. Por lo cual más
razón tienes para temer tus buenas obras, que para preciarte de-
(i) i Petr, IV,
35á GUÍA DE PECADORES
Has, como lo hacía aquel sancto Job (i) que decía: Temía yo
todas mis obras, sabiendo que no perdonas al delincuente.
De otros más particulares remedios contra la soberbia.
§. I.
¡AS porque así como el principal fundamento de la humil-
dad es el conosciniiento de sí mismo, así el de la sober-
bia es la ignorancia de sí mismo: por tanto el que desea de ver-
dad humillarse, trabaje por conocerse, y así se humillará. Porque
(jcómo no humillará sus pensamientos el que mirándose sin H-
sonja á la luz déla verdad, se halla lleno de pecados, sucio con
las heces de los deleites carnales, envuelto en mil errores, es-
pantado con mil vanos temores, cercado de muchas perplejida-
des, cargado con el peso del cuerpo mortal, tan fácil para todo
lo malo y tan pesado para todo lo bueno ? Por tanto, si diligen-
temente y con atención te mirares, verás claramente cómo no
tienes por qué ensoberbecerte.
Mas algunos hay que aunque mirando á sí se humillan, mi-
rando á los otros se ensoberbecen, haciendo comparación de sí
á ellos, y hallándose mejores que ellos. Los que por esta vía se
levantan y presumen de sí, debrían considerar que dado caso
que en alguna cosa sean mayores que los otros: pero todavía, si
bien se conoscieren, en muchas cosas se hallarán menores. Pues
^porqué presumes de ti y desprecias á tu prójimo, por ser más
abstinente ó mayor trabajador que él, pues él por ventura (aun-
que no tenga eso) será más humilde, ó más prudente, ó más pa-
ciente, ó más caritativo que tú? Por tanto mayor cuidado debes
tener de mirar lo que te falta, que lo que tienes: y las virtudes
que el otro tiene, que las que tienes tú: porque este pensamien-
to te conservará en humildad, y despertará en ti el deseo de la
perfección. Mas si por el contrario pones los ojos en lo que tú
tienes y en lo que á los otros falta, tenerte has en más que ellos,
y hacerte has negligente en el estudio de la virtud. Porque pa-
reciéndote por comparación de los otros que eres algo, vendrás á
(O Job. IX.
LIBRO II. CAPÍTULO IV. 353
estar contento de ti misino y á perder el deseo de pasar ade-
lante.
Si por alguna buena obra sintieres que tu pensamiento se
levanta, entonces has de mirar más por ti: porque el contenta-
miento de ti mismo no destruya la buena obra que heciste, y la
vanagloria (pestilencia de las buenas obras) no la corrompa. Mas
sin atribuir cosa alguna á tus merecimientos, agradécelo todo á
la divina clemencia, y reprime tu soberbia con las palabras del
Apóstol, que dice(i): (jQué tienes que no hayas recibido? Y si
lo recibiste, ¿ porqué te glorías como si nada recibieras? Las bue-
nas obras que sin obligación y para más perfección haces (si no
eres prelado) trabaja por esconderlas de tal manera que no sepa
tu mano izquierda lo que hace la derecha (2): porque la vana-
gloria muy fácilmente acomete las obras que se hacen en descu-
bierto. Cuando vieres que tu corazón se comienza á levantar,
luego debes aplicar el remedio: }'■ éste será traer á la memoria
tus pecados, y especialmente el mayor ó los mayores dellos, y
desta manera con una ponzoña curarás otra, como hacen los mé-
dicos. De suerte que mirando como el pavón la más fea cosa
que en ti tienes, luego desharás la rueda de tu vanidad.
Cuanto mayor fueres, tanto te debes tratar más húmilmente:
porque si en la verdad eres bajo, no es mucho que seas humilde:
pero si eres grande y honrado, y con todo eso te humillas; al-
canzarás una muy rara y muy grande virtud: porque la humildad
en la honra es honra de la misma honra, y dignidad de la digni-
dad: y si ésta falta, piérdese esa misma dignidad.
Si deseas alcanzar la virtud de la humildad, sigue el camino
de la humillación: porque si no quieres ser humillado, nunca lle-
garás á ser humilde. Y puesto que muchos se humillan, que en
la verdad no son humildes, todavía no hay dubda sino que (como
dice muy bien Sant Bernardo) la humillación es camino para la
humildad, así como la paciencia para la paz y el estudio para la
sabiduría. Obedece, pues, húmilmente á Dios, y (como dice Sant
Pedro) á toda humana criatura por amor de Dios.
Tres temores quiere S. Bernardo 'que moren siempre en
nuestro corazón: uno cuando tienes gracia, y otro cuando la per-
diste, y otro cuando la tornas á cobrar. Teme cuando estás en
(i) I Cor. IV. (2) Matth. VI.
OBRAS UE GRANADA 1—23
354 GUÍA DÉ PECADORES
gracia, porque no hagas alguna cosa indigna della. Teme cuando
la pierdes, porque faltando ella, quedas tú desamparado de la
guarda que te defendía. Y teme si después de perdida la cobra-
res, porque no la tornes á perder. Y temiendo desta manera, no
presumirás de ti, estando lleno de temor de Dios.
Ten paciencia en todas tus persecuciones: porque en el sufri-
miento de las injurias se conoce el verdadero humilde. No des-
precies los pobres y necesitados: porque á la miseria del prójimo
más se debe compasión que menosprecio. Procura que tus vesti-
dos no sean curiosos: porque quien ama mucho el vestido precio-
so, no siempre tiene el corazón humilde, y respecto tiene el que
esto hace á los ojos de los hombres, pues no los viste sino cuan-
do puede ser visto. Pero juntamente mira no sea el vestido más
vil de lo que te conviene: porque huyendo de la gloria no la pro-
cures: como hacen muchos que quieren agradar á los hombres,
mostrando que no hacen caso de les agradar: y así, huyendo las
alabanzas, astutamente las procuran. Tampoco has de despreciar
los oficios bajos: porque el verdadero humilde no huye de los
servicios humildes como indignos de su persona: mas antes de su
propria voluntad se ofrece á ellos, como quien en sus ojos se tie-
ne por bajo.
REMEDIOS CONTRA EL AVARICIA,
CAPÍTULO V.
VARICIA es desordenado deseo de hacienda. Por lo
cual con razón es tenido por avariento no sólo el que
roba, sino también el que desordenamente cobdicia
las cosas ajenas, ó desordenadamente guarda las suyas. Este vicio
condena el Apóstol cuando dice (i): Los que desean ser ricos,
caen en tentaciones y lazos del demonio y en muchos deseos
inútiles y dañosos que llevan los hombres á la perdición. Porque
la raíz de todos los males es cobdicia. No se podía más encarecer
la malicia deste vicio que con esta palabra: pues por ella se da á
entender que quien á este vicio está subjecto, de todos los otros
es esclavo.
Pues cuando este vicio tentare tu corazón, puedes armarte
contra él con las consideraciones siguientes. Primeramente con-
sidera, oh avariento, que tu Señor y tu Dios cuando descendió del
cielo á este mundo, no quiso poseer estas riquezas que tú deseas:
antes de tal manera amó la pobreza, que quiso tomar carne de
una virgen pobre y humilde, y no de una reina muy alta y muy
poderosa. Y cuando nasció no quiso ser aposentado en grandes
palacios, ni echado en cama blanda, ni en cunas delicadas, sino en
un vil y duro pesebre sobre unas pajas. Después desto, en cuanto
en esta vida vivió, siempre amó la pobreza y despreció las ri-
quezas: pues para sus embajadores y apóstoles escogió, no prín-
cipes ni grandes señores, sino unos pobres pescadores. Pues (iqué
mayor abusión que querer ser rico el gusano, siendo por él tan
pobre el Señor de todo lo criado ?
Considera también cuánta sea la vileza de tu corazón: pues
siendo tu ánima criada á imagen de Dios, y rede mida por su san-
gre (en cuya comparación es nada todo el mundo) la quieres per-
(ij I Tim. VI.
356 GUÍA DE PECADORES
der por un poco de interese. No diera Dios su vida por todo el
mundo, y dióla por el ánima del hombre: luego de mayor valor
es un ánima que todo el mundo. Las verdaderas riquezas no
son oro, ni plata, ni piedras preciosas: sino las virtudes que consi-
go trae la buena consciencia. Pon aparte la falsa opinión de los
hombres, y verás que no es otra cosa oro y plata, sino tierra blan-
ca y amarilla, que el engaño de los hombres hizo preciosas. Lo
que todos los filósofos del mundo despreciaron, ^j tú, discípulo de
Cristo, llamado para mayores bienes, tienes por cosa tan grande,
que te hagas esclavo della? Porque (como dice S Hierónimo)
aquél es siervo de las riquezas que las guarda como siervo: mas
quien de sí sacudió este yugo, repártelas como señor.
Mira también que (como el Salvador dice) nadie puede servir
á dos señores: que son. Dios y las riquezas: y que no puede el
ánimo del hombre Ubremente contemplar á Dios, si anda la boca
abierta tras las riquezas del mundo. Los deleites espirituales hu-
yen del corazón ocupado en los temporales, y no se podrán jun-
tar en uno las cosas vanas con las verdaderas, las altas con las
bajas, las eternas con las temporales, y las espirituales con las car-
nales, para que puedas juntamente gozar de las unas y de las
otras. Considera otrosí que cuanto más prósperamente te suceden
las cosas terrenas, tanto por ventura eres más miserable: por el
motivo que aquí se te da de fiarte de esa falsa felicidad que se
te ofrece. ¡Oh, si supieses cuánta desventura trae consigo esa
pequeña prosperidad! El amor de las riquezas más atormenta con
su deseo, que deleita con su uso; porque enlaza el ánima con di-
versas tentaciones, enrédala con muchos cuidados, convídala con
vanos deleites, provócala á pecar, é impide su quietud y reposo.
Y sobre todo esto nunca las riquezas se adquieren sin trabajo, ni
se poseen sin cuidado, ni se pierden sin dolor: mas lo peor es que
pocas veces se alcanzan sin ofensas de Dios, porque (como dice
el proverbio) el rico, ó es malo, ó heredero de malo.
Considera otrosí cuan gran desatino sea desear continuamente
aquellas cosas que aunque todas se junten en uno, es cier-
to que no pueden hartar tu apetito, mas antes lo atizan y acre-
cientan, así como el beber al hidrópico la sed: porque por mucho
■que tengas, siempre cobdícias lo que te falta, y siempre estás sos-
pirando por más. De suerte que discurriendo el triste corazón por
las cosas del mundo, cánsase, y no se harta; bebe, y no apag'a la
LIBRO II. CAPÍTULO V. 357
sed, porque no hace caso de lo que tiene, sino de lo que podría
más haber; y no menos molestia tiene por lo que no alcanza,
que contentamiento por lo que posee: ni se harta más de oro que
su corazón de aire. De lo cual con mucha razón se maravilla Sant
Augustín diciendo: ^Qué cobdicia es ésta tan insaciable de los
hombres, pues aun los brutos animales tienen medida en sus de-
seos ? Porque entonces cazan, cuando padecen hambre: mas cuan-
do están hartos, luego dejan de cazar. Sola la avaricia de los ricos
no pone tasa en sus deseos: ca siempre roba, y nunca se harta.
Considera también que donde hay muchas riquezas, también
hay muchos que las consuman, monchos que las gasten, muchos
que las desperdicien y hurten. <i Qué tiene el más rico del mundo
de sus riquezas que lo necesario para la vida? Pues desto te po
drías descuidar, si pusieses tu esperanza en Dios y te encomen
dases á su providencia: porque nunca desamparó á los que espe
ran en Él: porque quien hizo al hombre con necesidad de comer
no consentirá que perezca de hambre. ^Cómo puede ser que man^
teniendo Dios á los pajaricos y vestiendo los lirios, desampare al
hombre, mayormente siendo tan poco lo que basta para remedio
de la necesidad? La vida es breve, y la muerte se apresura á más
andar: ^ que necesidad tienes de tanta provisión para tan corto
camino? ¿Para qué quieres tantas riquezas, pues cuantas menos
tuvieres, tanto más libre y desembarazado caminarás? Y cuando
llegares al fin de la jornada, no te irá menos bien, si llegares po-
bre, que á los ricos que llegarán más cargados; sino que acaba-
do el camino, te quedará menos que sentir lo que dejas, y me-
nos de que dar cuenta á Dios: como quiera que los muy ricos al fin
. de la jornada, no sin grande angustia dejarán los montones de oro
que mucho amaron, y no sin mucho peligro darán cuenta de lo
mucho que poseyeron.
Considera otrosí, oh avariento, para quién amontonas tantas
riquezas; pues es cierto que, así como veniste á este mundo des-
nudo, así también has de salir del. Pobre naciste en esta vida,
pobre la dejarás. Esto debrías pensar muchas veces; porque como
dice Sant Hierónimo, fácilmente desprecia todas las cosas quien
se acuerda que ha de morir. En el artículo de la muerte dejarás
todos los bienes temporales, y llevarás contigo solamente las
obras que heciste, buenas ó malas: donde perderás todos los bie-
nes celestiales, si teniéndolos en poco en cuanto viviste, todo tu
35^ GUÍA DE PECADORES
trabajo empleaste en los temporales. Porque tus cosas serán en-
tonces divididas en tres partes: el cuerpo se entregará á los pfu-
sanos, el ánima á los demonios, y los bienes temporales á los he-
rederos, que por ventura serán desagradecidos, ó pródigos, ó ma-
los. Pues luego mejor será, según el consejo del Salvador, distri-
buirlos á pobres, que te los lleven delante (como hacen los grandes
señores cuando caminan, que envían delante sus tesoros) porque
^qué mayor desatino que dejar tus bienes adonde nunca torna-
rás, y no enviarlos adonde para siempre vivirás?
Considera también que aquel soberano gobernador del mun-
do (como un prudente padre de familia) repartió los cargos y
los bienes de tal manera, que á unos ordenó para que rigiesen?
y otros para que fuesen regidos: unos para que distribu3^esen lo
necesario, y otros para que lo recibiesen. Y pues tú eres uno de
los que están puestos para despensero de la hacienda que á ti
sobra, ¿ parécete que te será lícito guardar para ti solo lo que re-
cibiste para muchos ? Porque, como dice Sant Basilio, de los
pobres es el pan que tú encierras, y de los desnudos el vestido
que tú escondes, y de los miserables el dinero que tú entierras.
Pues sabe cierto que á tantos hurtaste sus bienes, á cuantos pu-
dieras aprovechar con lo que á ti sobraba, y no aprovechaste.
Por tanto, mira que los bienes que de Dios recibiste, son reme-
dios de la miseria humana y no instrumentos de mala vida. Mi-
ra, pues, que sucediéndote todas las cosas prósperamente no te
olvides de quien te las da: ni de los remedios de la miseria age-
na hagas materia de vanagloria. No quieras, oh hermano, amar
el destierro más que la patria: ni de los aparejos y provisiones
para caminar hagas estorbos del camino: ni amando mucho la
claridad de la luna, desprecies la luz del mediodía: ni conviertas
los socorros de la vida presente en materia de muerte perpetua.
Vive contento con la suerte que tienes, acordándote que dice el
Apóstol (i): Teniendo suficiente mantenimiento y ropa con que
nos cubramos, con esto estemos contentos. Porque (como dice
Sant Crisóstomo) el siervo de Dios no se ha de vestir ni para
parecer bien, ni para regalo de su carne, sino para cumplir con
su necesidad. Busca primero el reino de Dios y su justicia, y to-
das las otras cosas te serán concedidas: porque Dios, que te quie-
(i) I Tim. VI.
LIBRO II. CAPÍTULO V. 350
re dar las cosas grandes, no te negará las pequeñas. Acuérdate
que no es la pobreza virtud, sino el amor de la pobreza. Los
pobres que voluntariamente son pobres, son semejantes á Cris-
to, que siendo rico por nosotros se hizo pobre. Mas los que vi-
ven en pobreza necesaria, y la sufren con paciencia, y despre-
cian las riquezas que no tienen, desa pobreza necesaria hacen
virtud. Y así como los pobres con su pobreza se conforman con Cris-
to, así los ricos con sus limosnas se reforman para Cristo: porque
no solamente los pobres pastores hallaron á Cristo, mas también
los sabios y poderosos, cuando le ofrecieron sus tesoros. Pues
tú que tienes bastante hacienda, da limosna á los pobres: porque
dándola á ellos, la recibe Cristo. Y ten por cierto que en el cie-
lo (donde ha de ser tu perpetua morada) te está guardado lo
que agora les dieres: mas si en esta tierra escondieres tus teso-
ros, no esperes hallar nada donde nada pusiste. Pues ¿cómo se
llamarán bienes del hombre los que no puede llevar consigo,
antes los pierde contra su voluntad? Mas por el contrario, los
bienes espirituales son verdaderamente bienes, pues no desam-
paran á su dueño, aun en su muerte, ni nadie se los puede qui-
tar, si él no quisiere.
Que no debe nadie retenerlo ajeno.
§.I.
CERCA deste pecado conviene avisar del peligro que hay
en retener lo ajeno. Para lo cual es de saber que no só-
lo es pecado tomar lo ajeno, sino también retenerlo contra la
voluntad de cuyo es. Y no basta que tenga el hombre propósi-
to de restituir adelante, si luego puede: porque no sólo tiene
obligación á restituir, sino también á luego restituir: verdad es
que si no pudiese luego, ó del todo no pudiese, por haber ve-
nido á gran pobreza, en tal caso no sería obligado á uno ni á
otro, porque Dios no obliga á lo imposible.
Para persuadir esto, no me parece hay necesidad de más
palabras que de aquellas que S. Gregorio escribe á un caballe-
ro, diciendo: Acuérdate, señor, que las riquezas mal habidas se
han de quedar acá, y el pecado que hicieres en haberlas así, ha
36o GUÍA DE PECADORES
de ir contigo allá. Pues ^ qué mayor locura que quedarse acá el
provecho, y llevar contigo el daño, y dejar á otro el gusto, y
tomar para tí el tormento, y obligarte á penar en la otra vida
por lo que otros hayan de lograr en ésta?
Y demás desto, (jqué mayor desatino que tener en más tus
cosas que á ti mismo, y padescer detrimento en el ánima por
no padecerlo en la hacienda, y poner el cuerpo al golpe del es-
pada por no recibirlo en la capa? Y allende desto, ¡qué tan
cerca está de parescer á Judas el que por un poco de dinero
vende la justicia, la gracia y su misma ánima! Y finalmente, si
es cierto (como lo es) que á la hora de la muerte has de resti-
tuir, si te has de salvar, ^qué mayor locura que habiendo en
cabo de pagar lo que debes, querer estar de aquí allá en peca-
do, y acostarte en pecado, y levantarte en pecado, y confesar
y comulgar en pecado, y perder todo lo que pierde el que está
en pecado, que vale más que todo el interese del mundo? No
paresce que tiene juicio de hombre el que pasa por tan gran-
des males.
Trabaja pues, hermano, por pagar muy bien lo que debes,
y por no hacer agravio á nadie. Procura también que no duer-
ma en tu casa el trabajo y sudor de tu jornalero. No le hagas
ir y venir muchas veces y echar tantos caminos por cobrar su
hacienda, que trabaje más en cobrarla que en ganarla, como mu-
chas veces acaesce con la dilación de los malos pagadores. Si
tienes testamentos que cumplir, mira no defraudes las ánimas de
los defunctos de su debido socorro, porque no paguen la culpa
de tu negligencia con la dilación de su pena, y después cargue
todo sobre tu ánima. Si tienes criados á quien debas, trabaja por
tener muy asentadas y claras sus cuentas, y desembarázate (ó á
lo menos declárate muy bien con ellos) en la vida, para no de-
jar después marañas en la muerte. Lo que tú pudieres cumplir
de tu testamento, no lo dejes á otros ejecutores: porque si tú
eres descuidado en tus cosas proprias, ¿ cómo crees que serán los
otros diligentes en las ajenas?
Préciate de no deber nada á nadie, y así tendrás el sueño
quieto, la consciencia reposada, la vida pacífica y la muerte des-
cansada. Y para que puedas salir con esto, el medio es que pon-
gas freno á tus apetitos y deseos, y ni hagas todo lo que deseas,
ni gastes más de lo que tienes: y desta manera midiendo el gas-
LIBRO II. CAPÍTULO V. 36 1
to, no con la voluntad sino con la posibilidad, nunca tendrás por
qué deber. Todas nuestras deudas nascen de nuestros apetitos,
y la moderación déstos vale más que muchos cuentos de renta.
Ten por sumas y verdaderas riquezas aquéllas que dice el Após-
tol (i): Piedad y contentamiento con la suerte que Dios te dio.
Si los hombres no quisiesen ser más de lo que Dios quiere que
sean, siempre vivirían en paz: mas cuando quieren pasar esta
raya, siempre han de perder mucho de su descanso: porque nun-
ca tiene buen suceso lo que se hace contra la divina voluntad.
(i) I Tim. VI.
<L
REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA.
CAPÍTULO VI.
UJURIA es apetito desordenado de sucios y deshones-
- g,^,;;^. tos deleites. Éste es uno de los vicios más generales,
J-^^íás más cosarios y más furiosos en acometer que hay.
Porque (como dice Sant Bernardo) entre todas las batallas de los
cristianos, las más duras son las de la castidad: donde es muy
cuotidiana la pelea, y muy rara lo victoria.
Pues cuando este feo y abominable vicio tentare tu corazón,
puedes salirle al camino con las consideraciones siguientes. Pri-
meramente considera que este vicio no sólo ensucia el ánima (que
el Plijo de Dios alimpió con su sangre) sino también el cuerpo,
en quien como en un sagrado relicario es depositado el sacratísi-
mo cuerpo de Cristo. Pues si tan grande culpa es profanar y en-
suciar el templo material de Dios, ¿qué será profanar este templo
en que mora Dios? Por esto dice el Apóstol (i): Huid, herma-
nos, del pecado de la fornificación: porque todo otro pecado que
hiciere el hombre, fuera de su cuerpo es: mas el que cae en for-
nificación, peca contra su mismo cuerpo, profanándolo y ensu-
ciándolo con el pecado carnal. Considera también que este peca-
do no se puede poner por obra sin escándalo y perjuicio de otros
muchos que comúnmente intervienen en él: que es la cosa que
á la hora de la muerte más agudamente suele herir la conscien-
cia. Porque si la ley de Dios manda que se dé vida por vida, ojo
por ojo y diente por diente, <iqué podrá dar á Dios el que tantas
ánimas destruyó? ^jY con qué pagará lo que Él con su misma
sangre redimió?
Considera también que este halagüeño vicio tiene muy dul-
ces principios, y muy amargos fines: muy fáciles las entradas, y
muy dificultosas las salidas. Por donde dijo el Sabio (2) que la
mala mujer era como una cava muy honda y un pozo boquian-
(1) I Cor. VI. (2; Prov. XXIII.
LIBRO II. CAPÍTULO VI. 3^3
gosto, donde siendo tan fácil la entrada, es dificultosísima la salida.
Porque verdaderamente no hay cosa en que más fácilmente se
enreden los hombres que en este dulce vicio, según que á los
principios se demuestra; mas después de enlazados en él, y tra-
badas las amistades, y roto el velo de la vergüenza, <i quién los
sacará de ahí? Por lo cual con mucha razón se compara con las
nasas de los pescadores, que teniendo las entradas muy anchas,
tienen las salidas muy angostas: por donde el pesce que una vez
entra, por maravilla sale de ahí. Y por aquí entenderás cuánta
muchedumbre de pecados pare este tan prolijo pecado: pues en
todo este tiempo tan largo está claro que así por pensamiento,
como por obra, como por deseo, ha de ser Dios cuasi infinitas
veces ofendido.
Considera también sobre todo esto (como dice un doctor)
cuánta muchedumbre de otros males trae consigo esta halagüeña
pestilencia. Primeramente roba la fama (que entre las cosas hu-
manas es la más hermosa posesión que puedes tener) ca ningún
rumor de vicio huele más mal, ni trae consigo mayor infamia que
éste. Y allende desto debilita las fuerzas, amortigua la hermosu-
ra, quita la buena disposición, hace daño á la salud, pare enfer-
medades sin cuento, y éstas muy feas y sucias, desflora antes de
tiempo la frescura de la juventuH, y hace venir más temprano una
torpe vejez: quita la fuerza del ingenio, embota la agudeza del
entendimiento y cuasi le torna brutal. Aparta el hombre de todos
honestos estudios y ejercicios; y así le zabulle todo en el cieno
deste deleite, que ya no huelga de pensar, ni hablar, ni tratar cosa
que no sea vileza y suciedad. Hace loca la juventud y infame, y
la vejez aborrescible y miserable. Mas no se contenta este vicio
con todo este estrago que hace en la persona del hombre, sino
también lo hace en sus cosas. Porque ninguna hacienda hay
tan gruesa, ningún tan gran tesoro á quien la lujuria no gaste y
consuma en poco tiempo. Porque el estómago y los miembros
vergonzosos son vecinos y compañeros, y los unos á los otros se
ayudan y conforman en los vicios. De donde los hombres dados
á vicios carnales comúnmente son comedores y bebedores,
y así en banquetes y vestidos gastan todo cuanto tienen. Y de-
más desto las mujeres deshonestas nunca se hartan de joyas, de
anillos, de vestidos, de holandas, de perfumes y olores y cosas
tales; y más aman á estos presentes, que á los mismos amadores
364 GUÍA DE PECADORES
que se los dan. Para cuya confirmación basta el ejemplo de aquel
hijo pródigo, que en esto gastó toda la legítima de su padre.
Mira también que cuanto más entregares tus pensamientos y
tu cuerpo á deleites, tanto menos hartura hallarás: ca este delei-
te no causa hartura sino hambre; porque el amor del hombre á
la mujer, ó de la mujer al hombre, nunca se pierde, antes apa-
gado una vez, se torna á encender. Y mira otrosí cómo este de-
leite es breve, 3^ la pena que por él se da, perpetua; y por con-
siguiente, que es un muy desigual trueque, por una brevísima y
torpísima hora de placer, perder en esta vida el gozo de la buena
consciencia, y después la gloria que para siempre dura, y pades-
cer la pena que nunca se acaba. Por lo cual dice Sant Gregorio:
Un momento dura lo que deleita, y eternalmente lo que ator-
menta.
Considera también por otra parte la dignidad y precio de la
pureza virginal que este vicio destruye: porque los vírgines en
esta vida comienzan á vivir vida de ángeles, y singularmente por
su limpieza son semejantes á los espíritus celestiales; porque vivir
en carne sin obras de carne, más es virtud angélica que humana.
Sola la virginidad es la que (como dice Sant Hierónimo) en este
lugar y tiempo de mortalidad representa el estado de la gloria
inmortal. Sola ella guarda la costumbre de aquella ciudad sobe-
rana donde no hay bodas ni desposorios, y así da á los hombres
terrenos experiencia de aquella celestial conversación. Por la cual
en el cielo se da cierto y singular premio á los vírgines, de los
cuales escribe Sant Juan en el Apocalipsi (i) diciendo: Estos son
los que no amancillaron su carne con mujeres, mas perma-
nescieron vírgines; y éstos siguen al Cordero por dondequiera
que va. Y porque en este mundo se aventajaron sobre los otros
hombres en parescerse con Cristo en la pureza virginal, por esto
en el otro se llegarán á Él más familiarmente, y singularmente se
deleitarán de la limpieza de sus cuerpos.
Y no sólo hace esta virtud á los que la tienen semejantes á
Cristo, mas hácelos también templos vivos del Espíritu Sancto;
porque aquel divino Espíritu, amador de la limpieza, así como uno
de los vicios que más huye es la deshonestidad, así en ninguna
parte más alegremente reposa que en las ánimas puras y limpias.
(1) Apoc. XIV.
LIBRO II. CAPÍTULO Vi. 365
Por lo cual el Hijo de Dios, concebido por el Espíritu Sancto,
tanto amó y honró la virginidad, que por ella hizo un tan gran
milagro como fué nascer de madre virgen. Mas tú, que ya per-
diste la virginidad, á lo menos después del naufragio teme los pe-
ligros que ya experimentaste. Y ya que no quisiste guardar en-
tero el bien de naturaleza, siquiera después de quebrado le re-
para, y tornándote á Dios después del pecado, tanto más diligen-
temente te ocupa en buenas obras cuanto por las malas que has
hecho, te conosces por más merescedor de castigo. Porque mu-
chas veces acontesce (como dice S. Gregorio) que después de la
culpa se hace más ferviente el ánima, la cual en el estado de la
inocencia estaba más floja y descuidada. Y pues Dios te guardó,
habiendo cometido tantos males, no hagas agora por donde pa-
gues lo presente y lo pasado, y sea el postrer yerro peor que el
primero.
Pues con estas y otras semejantes consideraciones debe el
hombre estar apercebido y armado contra este vicio: y ésta sea
la primera manera de remedios que damos contra él.
De oirá manera de remedios más particidares contra la lujuria.
§. I.
i
EMÁS destos comunes remedios que se dan contra este
^ vicio, hay otros más especiales y eficaces, de que tam-
bién será razón tratar. Entre los cuales el primero es resistir á los
principios, como ya en otra parte dijimos, porque si al principio
no se rechaza el enemigo, luego cresce y se fortalesce; porque
como dice Sant Gregorio, después que la golosina del deleite se
apodera del corazón, no le deja pensar otra cosa que aquello que
le deleita. Por esto se debe resistir al principio, echando fuera
los pensamientos carnales; porque así como la leña sustenta el
fuego, así los pensamientos mantienen á los deseos: los cuales si
fueren buenos, enciéndese el fuego de la caridad, y si malos, el
de la lujuria.
Demás desto conviene guardar con diligencia todos los senti-
dos, mayormente los ojos, de ver cosas que te pueden causar pe-
ligro, Porque muchas veces mira el hombre sencillamente, y por
366 GUÍA DE PECADORES
sola la vista queda el ánima herida. Y porque el mirar inconsi-
deradamente las mujeres, ó inclina ó ablanda la constancia del
que las mira, nos aconseja el Eclesiástico diciendo (i): No quie-
ras traer los ojos por los rincones de la ciudad, ni por sus calles
ó plazas: aparta los ojos de la mujer ataviada y no veas su her-
mosura. Para lo cual nos debría bastar el ejemplo del sancto
Job (2), que (con ser varón de tanta sanctidad) guardaba muy
bien sus ojos (como él mismo lo confiesa) no fiándose de sí ni
de tan largo uso de virtud como tenía. Y si éste no basta, á lo
menos debría bastar el de David, que siendo varón sanctísimo y
tan hecho á la voluntad de Dios, bastó la vista de una mujer para
traerle á tres tan grandes males como fueron, homicidio, escán-
dalo y adulterio.
Y no menos también debes guardar los oídos de oir cosas
deshonestas: y cuando las oyeres, recíbelas con rostro triste: por-
que fácilmente se hace lo que de buena gana se oye. Guarda
también tu lengua de cualquier palabra torpe: porque las buenas
costumbres se corrompen con las pláticas malas. La lengua des-
cubre las aficiones del hombre, porque cual se muestra la plática,
tal se descubre el corazón: ca de lo que el corazón está lleno,
habla la lengua.
Trabaja por traer ocupado tu corazón en sanctos pensamien-
tos, y tu cuerpo en buenos ejercicios: porque (como dice Sant
Bernardo) los demonios envían al ánima ociosa malos pensa-
mientos en que se ocupe, porque aunque cese de mal obrar, no
cese de pensar mal.
En toda tentación, mayormente en ésta, pon ante los ojos de
tu corazón el ángel de tu guarda y el demonio tu acusador: los
cuales en la verdad siempre están mirando todo lo que haces, y
lo representan al mismo juez que todo lo ve; porque siendo esto
así, ^ cómo te atreverás á hacer obra tan fea, que delante de otro
hombrecillo como tú no osarías hacer, teniendo delante tu guar-
dador, tu acusador y tu juez? Pon también ante los ojos el es-
panto del juicio divino y la llama de los tormentos eternos, por-
que cualquier pena se vence con temor de otra más grave, como
un clavo se saca con otro: y así muchas veces el fuego de la
lujuria se mata con la memoria del fuego del infierno. Demás
(i) Eccli. IX. (2). Job. XXXI.
LIBRO II. CAPÍTULO VÍ. 367
desto excúsate cuanto fuere posible de hablar solo con mujeres
de sospechosa edad, porque (como dice Crisóstomo) entonces
acomete más atrevidamente nuestro adversario á los hombres y
mujeres cuando los ve solos; porque donde no se teme reprehen-
sor, más osado llega el tentador. Por tanto, nunca te pongas á tratar
con mujer sin testigos: porque estar solo incita y convida á todos
los males. Ni confíes en la virtud pasada, aunque sea muy anti-
gua, pues sabes que aquellos viejos se encendieron en el amor
de Susana, porque la vieron muchas veces en su jardín sola. Hu-
ye, pues, toda sospechosa compañía de mujeres: porque verlas
daña los corazones, oirías los atrae, hablarlas los inflama, tocarlas
los estimula; y finalmente todo lo de ellas es lazo para los que
tratan con ellas. Por esto dice Sant Gregorio: Los que dedica-
ron sus cuerpos á continencia, no se atrevan á morar con muje-
res: porque en cuanto el calor vive en el cuerpo, nadie presuma
que de todo tiene apagado el fuego del corazón.
Huye también los presentillos, visitaciones y cartas de mu-
jeres: porque todo esto es liga para prender los corazones, y so-
plos para encender el fuego del mal deseo cuando la llama se va
acabando. Y si amas alguna mujer honesta y sancta, ámala en tu
ánima, sin curar de visitarla á menudo, ni tratar con ella familiar-
mente. Y porque la llave de todo este negocio principalmente
consiste en huir destas ocasiones, añadiré aquí dos ejemplos que
Sant Gregorio escribe en sus Diálogos, los cuales servirán gran-
demente para este propósito. Cuenta él allí que en la provincia
de Misia había un sacerdote, el cual regía con gran temor de
Dios una iglesia que le era encomendada. Y estando alh una
mujer virtuosa que tenía cargo de la ropa y de las cosas de la
iglesia, él la amaba como á hermana, mas guardábase della co-
mo de enemiga, y así por ninguna vía permitía que se llegase
á él: con lo cual había quitado toda ocasión de familiaridad y
comunicación. Ca proprio es de los sanctos varones, por estar
más lejos de las cosas ihcitas, apartarse aun de las que son líci-
tas: y por esta causa no consentía que ella le sirviese en ningu-
na necesidad. Pues este venerable sacerdote siendo de mucha
edad, y pasados ya cuarenta años de su sacerdocio, vino á tener
una recia enfermedad, que llegó á lo postrero: y estando en es-
te estado, llegó aquella buena mujer á poner los oídos cerca de
gus narices para ver si respiraba ó si era ya defuncto. Lo cual como
368 GUÍA DE PECADORES
él sintiese, indignándose mucho dello, con toda la fuerza que
pudo dio voces á la mujer, diciendo: Apártate, apártate de aquí,
mujer, porque todavía el fogozuelo está vivo, quita la paja. Y apar-
tándose ella, y esforzándose él más, comenzó á decir con una gran-
de alegría: En hora buena vengan mis señores, en hora buena ven-
gan. ¿Cómo tu vistes por bien venir á este tan pequeñuelo sier-
vo vuestro? Ya voy, ya voy. Muchas gracias, muchas gracias.
Y repitiendo él estas palabras muchas veces, preguntáronle los
que aUí estaban con quién hablaba. A los cuales él maravillado
respondió: (jPor ventura no veis aquí los bienaventurados após-
toles Sant Pedro }' Sant Pablo ? Y volviéndose á ellos tornó á de-
cir: Ya voy, ya voy. Y entre estas palabras dio el ánima á Dios.
Este ejemplo de varón tan recatado escribe Sant Gregorio en el
cuarto Hbro de los Diálogos, con este fin tan glorioso: porque
tal convenía que fuese la muerte de quien con tanto temor ha-
bía vivido. Mas otro ejemplo escribe en el tercero de los mis-
mos Diálogos, de un religioso obispo, aunque no tan recatado: el
cual también referiré aquí para castigo y escarmiento de los que
no lo son. Del cual ejemplo dicen que fueron tantos los testigos,
cuasi cuantos eran los moradores de la ciudad donde el caso
acónteselo.
Dice él, pues, que en una ciudad de Italia había un obispo
llamado Andreas: el cual, habiendo siempre vivido una vida muy
relio-iosa y llena de virtudes, tenía en su casa y compañía una
mujer también religiosa, por estar muy cierto y satisfecho de
su virtud y castidad. De la cual ocasión aprovechándose el ene-
migo, halló entrada para tentar su corazón. Y así comenzó á
imprimir la figura della en los ojos de su ánimo, y incitarle á
tener feos pensamientos. Acaesció, pues, que en este tiempo un
judío, caminando de Campania para Roma y tomándole la no-
che cerca de la ciudad deste obispo, y no teniendo lugar donde
se acoger, vino á parar á un templo antiguo que estaba allí de
un ídolo, donde se acostó á dormir. Y temiendo la mala vecin-
dad de la casa del ídolo, aunque él no creía en la cruz, todavía
por la costumbre que tenía de ver persignar á los cristianos en
el tiempo de los peligros, hizo él también sobre sí la señal de
la cruz. Mas como él no pudiese dormir de miedo de aquel lu-
gar, vio á la media noche una gran cuadrilla de demonios en-
trar en él, y entre ellos uno más principal, el cual asentado en
LIBRO n. CAPÍTULO VL 369
una silla en medio del templo, comenzó á preguntar á aquellos
maldados espíritus cuánto mal había hecho cada uno en el mun-
do. Y como cada uno respondiese lo que había hecho, salió uno
dellos en medio y dijo que había solicitado el ánimo del obispo
Andreas con la figura de una mujer religiosa que tenía en su
casa. Y como aquel malvado presidente oyese esto con grande
atención, y lo tuviese por tanto mayor ganancia, cuanto más re-
Hgiosa era la persona, el espíritu malo que había dado cuenta
desto, añadió que el día pasado á hora de vísperas había tenta-
do tan fuertemente su corazón, que llegándose á la religiosa con
semblante alegre, le había dado una palmadica en las espaldas.
Entonces aquel antiguo enemigo del género humano comenzó á ex-
hortar á este tentador á que diese cabo á lo que había comenzado,
para que con esto alcanzase una corona singular entre todos
sus compañeros. Pues estando el judío viendo todas estas cosas,
y temblando con gran pavor de lo que veía, aquel malvado es-
píritu que allí presidía, mandó á los otros que fuesen á mirar
quién era aquél que había osado dormir en aquel lugar. Y mi-
rándolo ellos con grande atención, dieron voces diciendo: ¡Ay,
ay! vaso vacío, mas bien sellado. Y respondiendo ellos esto, des-
apareció luego toda aquella compañía de espíritus malignos. Y
hecho esto, el judío se levantó luego, y viniendo con gran prie-
sa á la ciudad, y hallando al obispo en la iglesia, tomóle apar-
te y preguntóle si era molestado de alguna tentación. Y como
el obispo de vergüenza no le confesase nada, él replicó que en
tal día había puesto los ojos con mal amor en una sierva de
Dios. Y como él todavía negase esto, el judío añadió diciendo:
¿ Porqué niegas lo que te pregunto, pues ayer á hora de víspe-
ras llegaste á darle una palmada en las espaldas? De lo cual
maravillado el obispo y viéndose comprehendido en aquella cul-
pa, confesó lo que antes había negado. Entonces el judío le de-
claró la manera en que esto había sabido. Lo cual entendido, el
obispo se postró en tierra haciendo oración á Dios, y luego des-
pidió de su casa, no sólo aquella buena mujer, mas cualquiera
otra que estuviese en su servicio. Y en aquel mismo templo de
Apolo hizo un oratorio en nombre de Sancto Andrés, y quedó
libre de toda aquella tentación. Y juntamente con esto trajo á
conoscimiento de Dios al judío por cuya visión y amonestación
había sido curado: y instituyéndole en los misterios de la fe y
OBRAS DK GRANADA I— «4
370 GUÍA DE PECADORES
lavándole con agua del sancto Baptismo, le puso en el gremio de
la sancta Iglesia. Y así sucedió que el judío, procurando la sa-
lud ajena, alcanzase la suya propria. Y nuestro Señor Dios por
el medio que encaminó la buena vida de uno, conservó en la
buena vida al otro. Otros muchos ejemplos de semejantes histo-
rias, así pasadas como presentes, pudiera referir en este lugar:
pero éstos basten por agora.
REMEDIOS CONTRA LA ENVIDIA.
CAPITULO VIL
NVIDIA es tristeza del bien ajeno y pesar de la felici-
dad de los otros: conviene saber, de los mayores, por
ver el envidioso que no se puede igualar con ellos:
y de los menores, porque se igualan con él: y de los iguales,
porque compiten con él. Desta manera tuvieron envidia Saúl á
David (i) y los fariseos á Cristo, por la cual le procuraron la
muerte: porque tal es esta bestia fiera, que á tales personas no
perdona. Este pecado de su género es mortal, porque milita de-
rechamente contra la caridad, así como el odio. Pero muchas
veces no lo será cuando no fuere la envidia consumada, co-
mo acaesce en todas las otras materias de pecados. Porque así
como hay odio, y también rancor, que no es odio formado, aun-
que camina para él, así hay una envidia perfecta, y otra imper-
fecta que camina para ella.
Este es uno de los pecados más poderosos y más perjudi-
ciales que hay, y que más extendido tiene su imperio por el
mundo, especialmente por las cortes, y palacios, y casas de se-
ñores y príncipes: aunque ni deja universidades, ni cabildos, ni
religiones por do no corra. Pues ^ quién se podrá defender deste
monstruo? ¿Quién será tan dichoso que se escape, ó de tener
envidia, ó de padecerla? Porque cuando el hombre considera la
envidia que hubo, no digo ya entre los primeros dos hermanos
que fundaron á Roma, sino entre los dos primeros hermanos que
poblaron el mundo, la cual fué tan grande, que bastó para ma-
tar el uno al otro: y la que hubo entre sus hermanos y José (2),
la cual les hizo venderle por esclavo: y la que hubo entre los
mismos discípulos de Cristo antes que sobre ellos viniese el Es-
píritu Sancto: y sobre todo esto la que tuvieron Aarón y María^
(l) I Reg. XVm. (2) Genes. XXXVII.
372 GUÍA DE PECADORES
hermanos y escogidos de Dios, á su hermano Moisén (i): cuan-
do el hombre todo esto lee, ¿ qué podrá imaginar de los otros
hombres del mundo, donde ni hay esta sanctidad, ni este víncu-
lo de parentesco ? Verdaderamente éste es un vicio de los que
de callada tienen grandísimo señorío sobre la tierra, y el que la
tiene destruida. Porque su proprio efecto es perseguir á los bue-
nos y á los que por sus virtudes y habilidades son preciados:
porque aquí señaladamente tira ella sus saetas. Por lo cual dijo
Salomón (2) que todos los trabajos y industrias de los hombres
estaban subjectas á la envidia de sus prójimos. Pues por esto
con todo estudio y diligencia te conviene armar contra este ene-
migo, pidiendo siempre á Dios ayuda contra él y sacudiéndo-
le de ti con todo cuidado. Y si todavía él perseverare solicitan-
do tu corazón, persevera tú siempre peleando contra él: porque
no consintiendo con la voluntad no hace al caso que la carne
maliciosa sienta en sí el pellizco deste feo y desabrido movi-
miento. Y cuando vieres á tu vecino ó amigo más próspero y
aventajado que á ti, da gracias al Señor por ello, y piensa que
tú, ó no mereciste otro tanto, ó á lo menos que no te convino
tenerlo: acordándote siempre que no socorres á tu pobreza te-
niendo envidia de la feHcidad agena, sino antes la acrecientas.
Y si quieres saber con qué género de armas podrás pelear
con este vicio, dígote que con las consideraciones siguientes.
Primeramente considera que todos los envidiosos son semejan-
tes á los demonios, que en gran manera tienen pesar de las
buenas obras que hacemos, y de los bienes eternos que alcan-
zamos: no porque ellos los puedan haber, aunque los hombres
los perdiesen (porque ya ellos los perdieron irrevocablemente)
sino porque los hombres levantados del polvo de la tierra no
gocen de lo que ellos perdieron. Por lo cual dice S. Augustín
en el libro de la Disciplina Cristiana: Aparte Dios este vicio, no
sólo de los corazones de todos los cristianos, mas también de
todos los hombres, pues éste es vicio diabólico, de que señala-
damente se hace cargo al demonio, y por el cual sin remedio
para siempre padecerá. Porque no es reprehendido el demonio
porque cayó en adulterio, ó porque hizo algún hurto, ó porque
robó la hacienda del prójimo: sino porque estando caído tuvo
(i) Ntím. XIT. (a) Eccles. IV.
LIBRO ir. CAPÍTULO Vil. $7$
envidia del hombre que estaba en pie. Pues desta manera los
envidiosos á manera de demonios suelen haber envidia de los
hombres, no tanto porque pretenden alcanzar la prosperidad de
ellos, cuanto porque querrían que todos fuesen miserables como
ellos. Mira pues, oh envidioso, que dado caso que el otro no
tuviera los bienes de que tú tienes envidia, tú tampoco los tuvie-
ras: y pues él los tiene sin tu daño, no hay por qué á ti te pese por
ello. Y si por ventura tienes envidia de la virtud ajena, mira
que en eso eres enemigo de ti mismo: porque de todas las bue-
nas obras de tu prójimo tú eres participante, si estuvieres en
gracia con Dios: y cuanto más él aprovecha y merece, tanto más
aprovechas tú á ti mismo. Por donde sin razón tienes envidia á
su virtud: antes debías holgar con ella por su provecho y por el
tuyo, pues participas de sus bienes. Mira, pues, cuánta miseria
sea que donde tu prójimo se mejora, tú te hagas peor: como-
quier que si amases en el prójimo los bienes que tú no puedes
haber, los mismos bienes serían tuyos por razón de la caridad,
y así gozarías de los trabajos ajenos sin trabajo tuyo.
Considera también que la envidia abrasa el corazón, seca las
carnes, fatiga el entendimiento, roba la paz de la consciencia,
hace tristes los días de la vida y destierra del ánima todo con-
tentamiento y alegría. Porque ella es como el gusano que nasce
en el madero, que lo primero que roe es el mismo madero don-
de nasce; y así la envidia (que nasce del corazón) lo primero
que atormenta es el mismo corazón. Y después de éste corrom-
pido, corrompe también el color del rostro: porque la amarillez
que parece por defuera, declara bien cuan gravemente aflige de
dentro. Ca ningún juez hay más riguroso que la misma envidia
contra sí misma: la cual continuamente aflige y castiga á su pro-
prio autor. Por lo cual no sin causa llaman algunos Doctores á es-
te vicio justo, no porque él lo sea (pues es gravísimo pecado)
sino porque él mismo castiga con su proprio tormento al que lo
tiene, y hace justicia del.
Mira otrosí cuan contraria cosa sea á la caridad (que es Dios)
y al bien común (que Él tanto procura) tener envidia de los bie-
nes-ajenos y aborrescer aquéllos á quien Dios crió y redimió, y
á quien está siempre haciendo bien, porque esto es estar conde-
nando y deshaciendo lo que Dios hace, á lo menos con la vo-
luntad.
'374 GUÍA DE PECADORES
Y si quieres una muy cierta medicina contra este veneno,
ama la humildad y aborresce la soberbia, que ésta es la madre
desta pestilencia. Porque como el soberbio ni puede sufrir supe-
rior, ni tener igual, fácilmente tiene envidia de aquéllos que en
alguna cosa le hacen ventaja, por parecerle que queda él más
bajo si ve á otros en más alto lugar. Lo cual entendió muy bien
el Apóstol cuando dijo: No seamos cobdiciosos de la gloria mun-
dana, compitiendo unos con otros, y habiendo envidia unos á
otros. En las cuales palabras, pretendiendo cortar las ramas de
la envidia, cortó primero la mala raíz de la ambición, de donde
ella procedía. Y por la misma razón debes apartar tu corazón del
amor desordenado de los bienes del mundo, y solamente ama la
heredad celestial y los bienes espirituales: los cuales no se hacen
menores por ser muchos los poseedores, antes tanto más se dila-
tan cuanto más cresce el número de los que los poseen. Mas por
el contrario, los bienes temporales tanto más se diminuyen, cuan-
to entre más poseedores se reparten. Y por esto la envidia ator-
menta al ánima de quien los desea: porque recibiendo otro lo que
él cobdicia, ó del todo se lo quita, ó á lo menos se lo diminuye.
Porque con dificultad puede este tal dejar de tener pena, si otro
tiene lo que él desea.
Y no te debes contentar con no tener pesar de los bienes del
prójimo; sino trabaja por hacerle todo el bien que pudieres, y
pide á nuestro Señor le haga lo que tú no pudieres. A ningún
hombre del mundo aborrezcas: tus amigos ama en Dios, y tus
enemigos por amor de Dios, el cual, siendo tú primero su ene-
migo, te amó tanto, que por rescatarte del poder de tus enemi-
gos puso su vida por ti. Y aunque el prójimo sea malo, no por
eso debe ser aborrescido: antes en este caso debes imitar al médi-
co,el cual aborresce la enfermedad y ama la persona: que es amar
lo que Dios hizo, y aborrescer lo que el hombre hizo. Nunca di-
gas en tu corazón: ¿Qué tengo yo que ver con éste, ó en qué le
soy obligado? no le conozco, ni es mi pariente, nunca me apro-
vechó, y alguna vez me dañó. Mas acuérdate solamente que sin
nino-ún merecimiento tuyo te hizo Dios grandes mercedes: por lo
cual te pide que en pago desto uses de liberalidad, no con El,
pues no tiene necesidad de tus bienes, sino con el prójimo que
Él te encomendó.
REMEDIOS CONTRA LA GULA,
CAPÍTULO vm,
ULA es apetito desordenado de comer y beber. De
este vicio nos aparta Cristo diciendo: Mirad no se ha-
gan pesados vuestros corazones con demasiado co-
mer y beber, y con los cuidados de este mundo.
Pues cuando este feo vicio tentare tu corazón, podrás resis-
tirle con las consideraciones siguientes. Primeramente considera
que por un pecado de gula vino la muerte á todo el género hu-
mano. Y de aquí viene á ser ésta la primera batalla que te con-
viene vencer; porque cuanto menos la vencieres, tanto serán más
terribles las otras, y tú más flaco para ellas. Por esto comienza
por la gula, si quieres alcanzar victoria: ca si ésta no vences pri-
mero, de balde trabajarás en las otras. Porque entonces podrás
sojuzgar los enemigos que vienen de fuera, cuando tuvieres muer-
tos los que nascen de dentro. Y con poco fructo hace guerra á
los extraños quien dentro de su casa tiene los enemigos. Por esto
el diablo tentó á nuestro Salvador primero de gula (i), querien-
do luego apoderarse de la puerta de todos los otros vicios.
Pon también los ojos en aquella singular abstinencia de Cris-
to nuestro Salvador: el cual no sólo después del ayuno del de-
sierto, mas también otras muchas veces trató muy ásperamente
su carne sanctísima, y padesció hambre, no sólo para nuestro
remedio, sino también para nuestro ejemplo. Pues si aquél que
con su vista mantiene los ángeles y da de comer á las aves del
aire, padesció hambre por ti, ¿cuánta razón será que tú también
por ti la padezcas ? i Con qué título te precias de siervo de Cris-
to, si sufriendo Él hambre, tú gastas la vida en comer y beber,
y padesciendo Él trabajos por tu salvación, tú no los quieres pa-
descer por la tuya? Y si te es pesada la cruz de la abstinencia,
(i) Matth. IV.
576 GUÍA DE PECADORES
pon los ojos en la hiél y vinagre que el Señor probó en la cruz:
porque (como dice S. Bernardo) no hay manjar tan desabrido,
que no se haga sabroso, si fuere templado con la hiél y vinagre
de Cristo.
Considera también la abstinencia de todos aquellos sanctos
Padres del yermo, los cuales apartándose á los desiertos, crucifi-
caron con Cristo su carne con todos sus apetitos y pudieron con
el favor deste Señor sustentarse muchos años con raíces de yer-
bas, y hacer tan grandes abstinencias que parecen á los hombres
increíbles. Pues si éstos así imitaron á Cristo, y por este camino
fueron al cielo, ^cómo quieres tú ir adonde ellos fueron, cami-
nando por deleites y regalos.
Mira también cuántos pobres hay en el mundo que tendrían
por gran felicidad hartarse de pan y agua; y por aquí entende-
rás cuan liberal fué contigo el Señor, que por ventura te prove-
yó más largamente que á ellos: por lo cual no es razón que la
liberalidad de su gracia conviertas en instrumento de tu gula.
Considera también cuántas veces con tu boca has recibido aque-
lla hostia consagrada, y no consientas que por la misma puerta
por donde entra la vida, entre la muerte y el nutrimento y
cebo de los otros pecados. Mira otrosí que el deleite de la gula
apenas se extiende por dos dedos de espacio y por dos puntos
de tiempo, y que es muy fuera de razón que á tan pequeña par-
te del hombre y á tan breve deleite no basten la tierra, la mar
y el aire. Por esta causa muchas veces se roban los pobres, por
esto se hacen los insultos; para que la hambre de los pequeños se
convierta en deleite de los poderosos. Miserable cosa es por cier-
to que el deleite de una tan pequeña parte del hombre eche todo
el hombre en el infierno, y que todos los miembros y sentidos
del cuerpo padezcan perpetuamente por la golosina de uno. ¿No
miras cuan ciegamente yerras, pues al cuerpo que de aquí á
muy poco han de comer los gusanos, crías con manjares delica-
dos, y dejas de curar el ánima, que será luego presentada ante
el tribunal de Dios, y si se hallare hambrienta de virtudes (con
cuanto el vientre esté lleno de preciosos manjares) será conde-
nada á los tormentos eternos? Y siendo ella castigada, no que-
dará el cuerpo sin castigo: porque así como para ella fué criado,
así juntamente con ella será castigado. Así que despreciando lo
que en ti es más principal, y regalando lo que es de menos es-
LIBRO II. CAPÍTULO VIII. ^77
tima, pierdes lo uno y lo otro, y con tu misma espada te degüe-
llas; porque la carne que te fué dada por ayudadora, haces que
sea lazo de tu vida; la cual te acompañará en los tormentos, como
aquí te siguió en los vicios.
Acuérdate de la hambre y pobreza de Lázaro (i), el cual
deseaba comer de las migajuelas que caían de la mesa del rico,
y no había quien se las diese; y con todo esto, muriendo fué lle-
vado al seno de Abraham por mano de los ángeles; mas por el
contrario, el rico glotón, vestido de púrpura y holanda, fué sepul-
tado en los infiernos. Porque no pueden tener una misma despe-
dida la hambre y la hartura, el deleite y la continencia: mas en
la muerte sucede la miseria á los deleites, y los deleites á la mi-
seria. Abundantemente comiste y bebiste lósanos pasados: ¿qué
es agora lo que ganaste con tantos regalos ? Por cierto nada, sino
remordimiento de consciencia, que por ventura perpetuamente te
atormentará. De manera que todo cuanto desordenadamente co-
miste, perdiste: y lo que no quesiste para ti, antes lo partiste con
los pobres, eso es lo que tienes guardado y depositado en la ciu-
dad celestial.
Mas para que no te enredes en este vicio, debes primera-
mente considerar que muchas veces cuando la necesidad busca
la satisfacción de sí misma, el deleite que debajo de este manto
está escondido, pretende cumplir su deseo, y tanto más fá-
cilmente engaña, cuanto con olor de más honesta necesidad en-
cubre su apetito. Por esto es necesaria grande cautela y pruden-
cia para refrenar el apetito del deleite y poner la sensualidad
debajo del imperio de la razón. Pues si quieres que tu carne sir-
va y se subjecte al ánima, haz que tu ánima se subjecte á Dios,
porque necesario es que el ánima sea regida por Dios para que
pueda regir su carne; y por esta orden somos maravillosamente
reformados: conviene saber, que Dios enseñoree la razón, y la
razón al ánima, y el ánima al cuerpo: porque así queda todo el
hombre reformado. Pero el cuerpo resiste al imperio del ánima,
si ella no se somete al imperio de la razón, y si la razón no se
conforma con la voluntad de Dios.
Cuando fueres tentado de la gula, imagina que ya gozaste
dése breve deleite, y que pasó ya aquella hora; pues el deleite
(i; Luc, XVI.
378 GUÍA DE PECADORES
del gusto es como el sueño de la noche pasada: sino que este
deleite, acabado, deja triste la consciencia: mas vencido, déjala
contenta y alegre. Conforme á esto con mucha razón es celebra-
da aquella noble sentencia de un sabio que dice: Si hicieres alguna
obra virtuosa con trabajo, el trabajo pasa, y la virtud persevera:
mas si hicieres alguna cosa torpe con deleite, el deleite pasa, y la
torpeza permanesce.
REMEDIOS CONTRA LA IRA
y CONTRA LOS ODIOS Y ENEMISTADES QUE NASCEN DELLA.
CAPÍTULO IX.
jRA es apetito desordenado de venganza contra quien
pensamos que nos ofendió. Contra esta pestilencia
nos provee de medicina el Apóstol diciendo (i): To-
da amargura del corazón, toda ira, y indignación, y clamor, y blas-
femia sea quitada de vosotros, con toda malicia. Y sed entre vos-
otros benignos y misericordiosos, perdonándoos unos á otros,
como Dios nos perdonó por Cristo. Deste vicio dice el Señor por
S. Mateo: El que se airare contra su hermano, quedará obligado
á dar cuenta en el juicio, y quien le dijere necio, ó alguna pala-
bra injuriosa, será condenado á las penas del infierno.
Pues cuando este furioso vicio tentare tu corazón, acuérdate
de salirle al encuentro con las consideraciones siguientes. Primera-
mente considera que aun los animales brutos por la mayor parte
viven en paz con los de su misma especie. Los elefantes andan
juntos con los elefantes; las vacas y las ovejas viven juntas en
sus rebaños; los pájaros vuelan en bandos; las grullas se revezan
para velar de noche, y andan en compañía; lo mismo hacen las
cisüeñas, los ciervos, los delfines v otros muchos animales. Pues
la unidad y concierto de las hormigas y de las abejas á todos es
manifiesta. Y entre las mismas fieras, por crudelísimas que sean,
hay común paz. La fiereza de los leones cesa con los de su gé-
nero; el puerco montes no acomete á otro puerco; un lince no
pelea con otro lince; un dragón no se ensaña contra otro dragón;
finalmente, los mismos espíritus malignos, que son los primeros
auctores de toda nuestra discordia, entre sí tienen su liga, y de
común consentimiento conservan su tiranía. Solamente los hom-
bres (á quien más convenía la humanidad y la paz, y á quien
fuera más necesaria) tienen entre sí entrañables odios y discor-
(i) Ephes. IV.
3^0 GUÍA DE PECADORES
días, que es mucho para sentir. Y no es menos para notar que
la misma naturaleza dio á todos los animales armas para pelear:
al caballo pies, al toro cuernos, al jabalín dientes, á las abejas
aguijón, á las aves picos y uñas: tanto que hasta á las pulgas y mos-
quitos dio habilidad para morder y sacar sangre; pero á ti, hom-
bre, porque te crió para paz y concordia, crió desarmado y des-
nudo, porque no tuvieses con qué hacer mal. Mira, pues, cuan
contra tu naturaleza es vengarte de otro, y hacer mal á quien mal
te hace, mayormente con armas buscadas fuera de ti, las cuales
naturaleza te negó.
Considera también que la ira y apetito de venganza es vicio
proprio de bestias fieras (de cuyas iras dice el Sabio que le ha-
bía dado Dios conoscimiento) y por consiguiente, que bastar-
deas y tuerces mucho de la generosidad y nobleza de tu condi-
ción, imitando la de los leones y serpientes, y de los otros fie-
ros animales. De un león escribe Eliano que habiendo rescibido
una lanzada en cierta montería, á cabo de un año pasando el que
le hirió por aquel mismo lugar en compañía del rey Juba y de
otra mucha gente que le seguía, el león le reconosció, y rom-
piendo por toda la gente sin poder ser resistido, no paró hasta
llegar al que le había herido, y hacerlo pedazos. Lo mismo ve-
mos también cada día que hacen los toros con los que los traen
muy acosados, por tomar venganza de ellos. Y déstos son imita-
dores los hombres feroces y airados, los cuales, pudiendo aman-
sar la ira con la razón y discreción de hombres, quieren antes
seguir el ímpeto y furor de bestias, preciándose y usando más
de la parte más vil, que tienen común con ellas, que de la más
divina, que es propria de ángeles. Y si dices que es cosa muy
dura amansar el corazón embravescido, ¿cómo no miras cuánto
más duro fué lo que el Hijo de Dios padesció por ti ? <i Quién
eras tú cuando Él por ti derramó su sangre? ^ Por ventura no
eras su enemigo? ¿No consideras también con cuánta manse-
dumbre te sufre Él, pecando tú á cada hora, y cuan misericor-
diosamente te recibe cuando á Él te vuelves ? Dirás que no me-
resce tu enemigo perdón. <: Por ventura meresces tú que Dios
te perdone? Quieres que Dios use contigo de misericordia. ¿ Y
tú quieres usar con tu prójimo de justicia? Mira que si tu ene-
migo es indigno de perdón, tú eres digno para haber de perdo-
nar, y Cristo dignísimo por quien le perdones.
LIBRO II. CAPÍTULO IX. 38 1
Considera también que todo el tiempo que estás en odio, no
puedes ofrecer á Dios sacrificio que le sea agradable. Por lo cual
dice el Salvador (i): Si ofreces tu ofrenda en el altar, y allí se
te acordare que tu prójimo está ofendido de ti, ve primero y re-
concilíate con él, y entonces vuelve á ofrecer tu don. Donde
puedes claramente conocer cuan grande sea la culpa de la dis-
cordia entre los hermanos, pues en cuanto ella dura, estás en
discordia con Dios, y no le agrada cosa que hagas. Conforme
á lo cual dice Sant Gregorio: Ninguna cosa valen los bienes que
hacemos, si no sufrimos mansamente los males que padescemos.
Considera otrosí quién sea ése que tienes por enemigo: por-
que forzadamente ha de ser justo ó injusto: si es justo, por cier-
to cosa es mucho para sentir, que quieras mal á un justo, y que
seas enemigo de quien Dios se tiene por amigo. Mas si es in-
justo, no menos es cosa miserable que quieras vengar la maldad
ajena con tu maldad propria, y que queriendo tú ser juez en tu
causa, castigues la injusticia agena con la tuya. Mayormente que
si tú quieres vengar tus injurias y el otro las suyas, ¿qué fin
habrán las discordias? Muy más gloriosa manera de vencer es
aquella que el Apóstol nos enseña, diciendo (2) que venzamos
los males con los bienes: esto es, los vicios ajenos con las virtu-
des proprias. Porque muchas veces, tratando de tornar mal por
mal y no queriendo ser en nada vencido, eres más feamente
vencido: pues eres acoceado de la ira y vencido de la pasión,
la cual si vencieses, serías más fuerte que el que por armas to-
mase una ciudad: porque menor victoria es sojuzgar las ciuda-
des que están fuera de ti, que las pasiones que están dentro de
ti, y ponerte á ti mismo leyes, y refrenar y domar la bravísima
fiera de la ira que dentro de ti está encerrada. La cual si no
quisieres reprimir, levantarse ha contra ti, y incitarte á hacer co-
sas que después te arrepientas. Y lo que peor es, que ape-
nas podrás entender el mal que haces: porque al airado cual-
quier venganza paresce justa, y las más veces se engaña, creyen-
do que el estímulo de la ira es celo de justicia: y desta manera
se encubre el vicio con color de virtud.
(i) Matth. V. (2) Rom XII.
382 GUÍA DE PECADORES
§• I.
Pues para mejor vencer este vicio, uno de los mayores re-
medios es trabajar por arrancar de tu ánima la mala raíz del
amor desordenado de ti mismo y de todas tus cosas: porque de
otra manera fácilmente te encenderás en ira, siendo tú ó los tu-
yos tocados con cualquier liviana palabra. Y demás desto, cuan-
to te sintieres naturalmente más inclinado á ira, tanto debes es-
tar más aparejado á paciencia, previniendo antes todas las ma-
neras de agravios que te puedan suceder en cualquier negocio:
porque las saetas que de lejos se ven, menos hieren. Para lo
cual debes tener en tu corazón muy determinado que cuan-
do en tu pecho hirviere la ira, ninguna cosa digas ó hagas, ni
creas á ti mismo: mas ten por sospechoso todo lo que en este
tiempo te dijere tu corazón, puesto que parezca muy conforme
á razón. Dilata la ejecución hasta que se abaje la cólera, ó reza
devotamente una vez ó más la oración del Paternóster, ó otra
semejante. Plutarco refiere que un hombre muy sabio y expe-
rimentado, despidiéndose de un emperador, grande amigo suyo,
no le dio otro consejo sino que cuando estuviese airado, no
mandase hacer cosa alguna hasta que pasase primero entre sí to-
das las letras del abe, para darle á entender cuan desatina-
dos son los consejos de la ira al tiempo que hierve en el co-
razón.
Y es mucho para notar que no habiendo en el mundo peor
tiempo para deUberar lo que se debe de hacer, que éste, nin-
guno hay en que el hombre tenga mayor deseo de lo hacer.
Por lo cual conviene resistir con grande discreción y ánimo á
esta tentación. Porque sin dubda así como el que está tomado
del vino, no puede asentar cosa que sea conforme á razón y de
que después no se deba arrepíntir (como se escribe de Alejan-
dro Magno) así el que está tomado del vino de la ira y ciego
con los humos desta pasión, ningún asiento ni consejo puede to-
mar, que por muy acertado que le parezca, otro día por la ma-
ñana no lo condene. Porque cierto es que la ira, el vino y el ape-
tito carnal son los peores consejeros que hay. Por donde dijo
Salomón (i) que el vino y la mujer hacían salir de seso á los sa-
(1) Eccli. XIX.
LIBRO ir. CAPÍTULO IX. 383
bios. Y por vino entiende él aquí, no sólo este material (que
suele cegar la razón) sino cualquier pasión vehemente, que tam-
bién en su manera la ciega: aunque no deja de ser culpa lo que
desta manera se hace.
También es muy buen consejo, cuando estuvieres airado,
ocuparte en otros negocios, divirtiendo el pensamiento de la in-
dignación, porque quitando la leña del fuego, luego cesará la lla-
ma del. Procura otrosí amar á quien de necesidad has de sufrir;
porque si el sufrimiento no es acompañado con amor, la pacien-
cia que se muestra por defuera, muchas veces se vuelve en ran-
cor. Por lo cual diciendo S. Pablo (i): La caridad es paciente,
luego añadió: y benigna: porque la verdadera caridad no cesa de
amar benignamente á los que sufre pacientemente. También es
muy loable consejo dar lugar á la ira del hermano: porque si te
apartares del airado, darle has lugar para que pierda la ira: ó á
lo menos respóndele blandamente; porque como dice Salomón,
la respuesta blanda quebranta la ira.
(1) I Cor. XIII.
REMEDIOS CONTRA LA PEREZA.
CAPITULO X.
CCIDIA es una flojedad y caimiento del corazón para
bien obrar: y particularmente es una tristeza y has-
tío de las cosas espirituales. El peligro deste pecado
se conosce por aquellas palabras que el Salvador dice: Todo ár-
bol que no diere buen fructo, será cortado y echado en el fuego.
Y en otra parte, exhortándonos á vivir con cuidado y diligencia
(que es contraria á este vicio) dice: Abrid los ojos, velad y orad,
porque no sabéis cuándo seréis llamados.
Pues cuando este torpe vicio tentare tu corazón, puedes ar-
marte contra él con las consideraciones siguientes. Primeramente
considera cuántos trabajos pasó Cristo por ti dende el principio
hasta el fin de su vida; cómo pasaba las noches sin sueño, hacien-
do oración por ti; cómo discurría de una provincia á otra^ ense-
ñando y sanando los hombres; cómo se ocupaba siempre en las
cosas que pertenecían á nuestra salud, y sobre todo esto, cómo
en el tiempo de su pasión llevó sobre sus sacratísimos hombros,
cansados de los muchos trabajos pasados, aquel grande y pesado
madero de la cruz. Pues si el Señor de la majestad tanto traba-
jó por tu salud, ¿cuánto será razón trabajes tú por la tuya? Por
Hbrarte de tus pecados padesció aquel tan tierno Cordero tantos
y tan grandes trabajos, ¿y tú no quieres sufrir aun los pequeños
por ellos? Mira también cuántos trabajos sufrieron los Apóstoles
cuando fueron por todo el mundo predicando; cuántos padescie-
ron los mártires, cuántos los confesores, cuántos las vírgines,
cuántos todos aquellos Padres que vivían apartados en los desier-
tos, y cuántos finalmente todos los sanctos que agora reinan con
Dios, por cuya doctrina y sudores la fe católica y la Iglesia se
dilató hasta el día de hoy.
Considera junto con esto cómo ninguna de todas las cosas
criadas está ociosa: porque los ejércitos del cielo sin cesar cantan
LIBRO II. CAPÍTULO X. 385
loores á Dios: el sol, y la luna, y las estrellas, y todos los cuer-
pos celestiales cada día dan una vuelta al mundo para nuestro
servicio. Las yerbas, los árboles, de una pequeña planta van cre-
ciendo hasta su justa grandeza. Las hormigas juntan granos en sus
cilleros en el verano, con que se sustentan en el invierno. Las abe-
jas hacen sus panales de miel, y con grande diligencia matan los
zánganos negligentes y perezosos: y lo mismo hallarás en todos los
otros géneros de animales. Pues ¿cómo no habrás tú vergüenza,
hombre capaz de razón, de tener pereza, la cual aborrescen todas
las criaturas irracionales por instinctu de naturaleza ?
ítem si los negociadores deste mundo pasan tantos trabajos
para juntar sus riquezas perescederas (las cuales después de ga-
nadas con muchos trabajos, han de guardar con muchos peligros)
¿qué será razón hagas tú, negociador del cielo, para adquirir te-
soros eternos que para siempre durarán?
Mira también que si no quieres trabajar agora cuando tienes
fuerzas y tiempo, que por ventura después te faltará lo uno y lo
otro: como cada día vemos acaescer á muchos. El tiempo de la
vida es breve, y lleno de mil estorbos; por tanto, cuando tuvieres
oportunidad para bien obrar, no lo dejes por pereza, porque ven-
drá la noche, cuando nadie podrá obrar.
JVIira también que tus muchos y grandes pecados piden gran-
de penitencia y grande fervor de devoción para satisfacer por
ellos. Tres veces negó S. Pedro (i), y todos los días de su vida
lloró aquel pecado, puesto que ya estaba perdonado. María Mag-
dalena hasta el postrer punto de su vida lloró los pecados que
había cometido, puesto que había oído aquella tan dulce palabra
de Cristo: Tus pecados te son perdonados. Y por abreviar dejo de
referir aquí otros que acabáronla penitencia con. la vida, de los
cuales muchos tenían más Hvianos pecados que tú. Pues tú que
cada día acrescientas pecados á pecados, ¿cómo tienes por grave
el trabajo necesario para satisfacer por ellos? Por tanto en el tiem-
po de la gracia y de la misericordia trabaja por hacer fructos dig-
nos de penitencia, para que con los trabajos desta vida redimas
los de la otra. Y dado que nuestros trabajos y obras parezcan
pequeñas, pero todavía, en cuanto proceden de la gracia, son de
grande merescimiento: por donde en el trabajo son temporales, y
(i) Matth. XXVI.
OBRAS DE GRANADA I*"8S
386 GUÍA DE PECADORES
en el premio eternas: breves en el espacio de la carrera, y perpe-
tuas en la corona. Por lo cual no consintamos que este espacio
de merecer se nos pase sin fructo, poniendo ante nuestros ojos el
ejemplo de un devoto varón que todas las veces que oía el re-
loj, decía: ¡Oh Señor Dios mío, ya es pasada otra hora de las que
Vos tenéis contadas de mi vida, y de que tengo que daros cuenta!
Si alguna vez nos viéremos cercados de trabajos, acordémo-
nos que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino
de Dios (i), y que no será coronado sino aquél que varonilmente
peleare. Y si te paresce que asaz tienes peleado y trabajado,
acuérdate que está escripto: El que perseverare hasta la fin, será
salvo. Porque sin perseverancia, ni la obra es finalmente fi-uctuo-
sa, ni el trabajo tiene premio, ni el que corre alcanza victoria, ni
el que sirve, la gracia final del Señor. Por lo cual no quiso el Sal-
vador bajar de la cruz (2) cuando se lo pedían los judíos, por no
dejar imperfecta la obra de nuestra redempción. Por tanto, si que-
remos seguir á nuestra cabeza, trabajemos con toda diligencia
hasta la muerte, pues el premio del Señor dura para siempre. No
cesemos de hacer penitencia,no cesemos de llevar nuestra cruz en
pos de Cristo: porque de otra manera, <3qué nos aprovechará ha-
ber navegado una muy larga y próspera navegación, si al cabo
nos perdemos en el puerto?
Y no nos debe espantar la dificultad de los trabajos y peleas;
porque Dios que te amonesta que pelees, te ayuda para que ven-
zas, y ve tus combates, y te socorre cuando desfalleces, y te co-
rona cuando vences. Y cuando te fatigaren los trabajos, toma este
remedio: no compares el trabajo de la virtud con el deleite del
vicio contrario, sino la tristeza que agora sientes en la virtud, con
la que sentirías después de haber pecado, y el alegría que puedes
tener en la hora de la culpa, con la que tendrás después en la
gloria: y luego verás cuánto es mejor el parddo de la virtud que
el de los vicios. Vencida una batalla, no te descuides; porque
muchas veces (como dice un sabio) nascen descuidos del buen
suceso; antes debes estar apercebido, como si luego hobiesen de
tocar la trompeta para otra: porque ni la mar puede estar sin on-
das, ni esta vida sin tentaciones. Y demás desto, el que comienza
la buena vida, suele ser más fuertemente tentado del enemigo; el
(i; Act. XIV. (2) Marc. XV.
LIBRO il. CAPÍTULO X. 387
cual no se precia de tentar los que posee con pacífico señorío, sino
los que están fuera de su jurlsdición. Así que en todo tiempo has
de velar y siempre estar alerta y armado en cuanto estuvieres
en esta frontera. Y si alguna vez sintieres tu ánima herida, guár-
date de cruzar luego las manos y arrojar las armas y el escudo y
entregarte al enemigo; antes debes imitar á los caballeros esfor-
zados, á los cuales muchas veces la vergüenza de ser vencidos, y
el dolor de las heridas, no solamente no hace huir, mas antes los
incita á pelear. Desta manera cobrando nuevo esfuerzo con la
caída, verás luego huir aquéllos de quien tú huías, y perseguirás
á los que te perseguían. Y si por ventura (como acontece en las
batallas) otra vez fueres herido, ni aun entonces has de desma-
yar, acordándote que ésta es la condición de los que pelean va-
ronilmente, no que nunca sean heridos, mas que nunca se rindan
á sus contrarios. Porque no se llama vencido el que fué muchas
veces herido, sino el que siendo herido, perdió las armas y el
corazón. Y siendo herido, luego procura de curar tu llaga: porque
más fácilmente curarás una llaga que muchas, y más ligeramente
curarás la fresca que la que está ya afistolada.
Cuando alguna vez fueres tentado, no te contentes con no
obedecer á la tentación, mas antes procura sacar de la misma
tentación motivos para la virtud: y con esta diligencia, y con la
divina gracia, no serás peor por la tentación, sino mejor: y así todo
te servirá por tu bien. Si fueres tentado de lujuria ó de gula, quita
un poco de los regalos acostumbrados, aunque sean lícitos, y acre-
cienta más á los sanctos ayunos y ejercicios. Si eres combatido
de avaricia, acrecienta más las limosnas \y buenas obras que
haces. Si eres estimulado de vanagloria, tanto más te humilla en
todas las cosas. Desta manera por ventura temerá el demonio
tentarte, por no darte ocasión de mejorarte y de hacer obras
buenas: el cual siempre desea que las hagas malas. Huye cuan-
to pudieres la ociosidad, y nunca estés tan ocioso, que en la ocio-
sidad no entiendas en alguna cosa de provecho, ni tan ocupado
que no procures en la misma ocupación levantar tu corazón á
Dios y negociar con El.
DE OTRA MANERA DE PECADOS QUE DEBE TRABAJAR POR HUIR
EL BUEN CRISTIANO.
CAPITULO XI.
[emás destos siete pecados que se llaman capitales,
hay otros también que se derivan dellos: los cuales
no menos debe trabajar de evitar todo fiel cristia-
no, que los pasados.
Entre éstos uno de los más principales es jurar el nombre de
Dios en vano: porque este pecado es derechamente contra Dios,
y así de su condición es más grave que cualquier otro pecado
que se haga contra el prójimo, por muy grave que sea. Y no
sólo tiene esto verdad cuando se jura por el mismo nombre de
Dios, sino también cuando se jura por la cruz, y por los sanctos,
y por la vida propria: porque cualquiera destos juramentos
(si cae sobre mentira) es pecado mortal, y pecado muy repre-
hendido en las Escripturas sagradas, como injurioso á la divina
Majestad. Verdad es que cuando el hombre descuidadamente ju-
ra mentira, excusarse ha de pecado mortal: porque donde no
hay juicio de razón ni determinación de voluntad, no hay esta
manera de pecado. Mas esto no se entiende en los que tienen
costumbre de jurar á cada paso, sin hacer caso ni mirar cómo
juran, y no les pesa de tenerla, ni procuran hacer lo que es de
su parte por quitarla: porque éstos no se excusan de pecado
cuando por razón desta mala costumbre juran mentira sin mirar
en ello, pudiendo y debiendo mirarlo. Ni pueden alegar que no
miraron en ello, ni era su voluntad jurar mentira: porque su-
puesto que ellos quieren tener esta mala costumbre, también
quieren lo que se sigue della, que es éste y otros semejantes
inconvenientes: y por esto no dejan de imputárseles por pecados
y llamarse voluntarios.
Por esto debe trabajar el cristiano todo lo posible por des-
arraigar de sí esta mala costumbre, para que así no se le irapu»
LIBRO ir. CAPÍTULO XI. 3S9
ten estos descuidos por culpa mortal. Y para esto no hay otro
mejor medio que tomar aquel tan saludable consejo que nos dio
primero el Salvador, y después su apóstol 'Sanctiago (i), di-
ciendo: Ante todas las cosas, hermanos míos, no queráis jurar
ni por el cielo, ni por la tierra, ni otro cualquier juramento: sino
sea vuestra manera de hablar sí por sí y no por no, porque no
vengáis á caer en juicio de condenación. Quiere decir, porque
no os lleve la costumbre á jurar alguna mentira, por donde seáis
juzgados y sentenciados á muerte perpetua. Y no sólo de su pro-
pria persona, sino también de sus hijos y familia y casa traba-
je por desterrar este tan peligroso vicio, reprehendiendo y avi-
sando á todos sus familiares cuando les viere jurar cualquier ju-
ramento que sea. Y cuando él mismo en esto se descuidare, ten-
ga por estilo dar alguna limosna, ó rezar siquiera un Paternóster
y un Ave María, para que esto le sea no tanto penitencia de
la culpa, cuanto memorial y despertador para no caer más
en ella.
Del murmurar, escarnecer y juzgar te7nerariamente.
§•1.
¡(TRO pecado que se debe también mucho evitar, es el de
la murmuración: el cual no menos reina hoy en el
mundo que el pasado, sin que haya casa fuerte, ni congre-
gación religiosa, ni lugar sagrado contra él. Y aunque este vicio
sea familiar á todo género de personas (porque el mismo mun-
do con los desatinos que cada día hace, como da materia de
llorar á los buenos, así la da de murmurar á los flacos) pero to-
davía hay algunas personas por natural pasión más inclinadas
á él que otras. Porque así como hay gustos que no arrostran
á cosa dulce ni la pueden tragar, sino á cosas amargas y aceto-
sas, así hay personas tan podridas en sí y tan llenas de humor
triste y melancólico, que en ninguna materia de virtud ni ala-
banza ajena toman gusto, sino en solo mofar, y maldecir, y tra-
tar de males ajenos. De suerte que á todas las otras pláticas y
(i) Jacob. V.
590 GUÍA DE PECADORES
materias están dormidos y mudos, y en tocándose esta tecla,
luego parece que resuscitan y cobran nuevos espíritus para tra-
tar desta materia.
Pues para criar en tu corazón odio de un vicio tan prejudi-
cial y aborrecible como éste, considera tres grandes males que
trae consigo. El primero es que está muy cerca de pecado mor-
tal: porque de la murmuración á la detracción hay muy poco ca-
mino que andar: y como estos dos vicios sean tan vecinos, fá-
cil cosa es pasar del uno al otro: así como los filósofos dicen que
entre los elementos que concuerdan en alguna cualidad, es muy
fácil el pasaje de uno á otro. Y así vemos acaescer muchas ve-
ces que cuando los hombres comienzan á murmurar, fácilmente
pasan de los defectos comunes á los particulares, y de los públi-
cos á los secretos, y de los pequeños á los grandes: con que de-
jan las famas de sus prójimos tiznadas y desdoradas. Porque
después que la lengua se comienza á calentar, y cresce el ardor
y deseo de encarecer las cosas, tan mal se enfrena el apetito del
corazón como el ímpetu de la llama cuando la sopla el viento,
ó el caballo de mala boca cuando corre á toda furia. Y ya en-
tonces el murmurador no guarda la cara á nadie, ni cesa de ir
adelante hasta llegar al más secreto rincón déla posada. Y por
esta causa deseaba tanto el Eclesiástico la guarda deste portillo,
cuando decía (i): ^ Quien dará guarda á mi boca, y pondrá un
sello en mis labios, para que no venga á caer por ellos, y mi
propria lengua me condene? Quien esto decía, muy bien cono-
cía la importancia y dificultad deste negocio: pues de solo Dios
deseaba y esperaba el remedio (que es el verdadero médico
deste mal) como lo testifica Salomón, diciendo (2): Al hombre
pertenece aparejar el ánima, mas á Dios gobernar la lengua: tan
grande es este negocio.
El segundo mal que tiene este vicio, es ser muy perjudicial
y dañoso, porque á lo menos no se pueden excusar en él tres
males: uno del que dice, otro de los que oyen y consienten, y
el tercero de los ausentes, de quien el mal se dice: porque co-
mo las paredes tienen oídos, y las palabras alas, y los hombres
son amigos de ganar amigos y congraciarse con otros llevan-
do y trayendo estas consejas (so color de que tienen mucha
(1) Eccli. XXII. (2) Prov. XVI.
LIBRO IT. CAPÍTULO Xí. 3^?
cuenta con la honra de las personas) de aquí nasce que cuando
éstas llegan á oídos del infamado, se escandalice, y embravesca,
y tome pasión contra quien dijo mal del: de donde suelen re-
crecerse enemistades eternas, y aun á veces desafío y sangre.
Por donde dijo el Sabio (i): El escarnecedor y maldiciente será
maldito: porque revolvió á muchos que vivían en paz, Y todo
esto (como ves) nasció de una palabra desmandada: porque
como dice el Sabio, de una centella se levanta á veces una gran-
de llama.
Por razón destos daños es comparado este vicio en la Escrlp-
tura unas veces con las navajas que cortan los cabellos sin que
lo sintáis: otras veces con arcos y saetas que tiran de lejos, y
hieren á los ausentes: otras veces con las serpientes' que muer-
den de callada y dejan la ponzoña en la herida: por las cuales
comparaciones el Espíritu Sancto nos quiso dar á entender la
malicia y daños deste vicio: el cual es tan grande, que dijo el
Sabio: La herida del azote deja una señal en el cuerpo: mas la
de la mala lengua deja molidos los huesos.
El tercero mal que este vicio tiene, es ser muy aborrescible
y infame entre los hombres: porque todos naturalmente huyen
de las personas de mala lengua como de serpientes ponzoñosas.
Por donde dijo el Sabio (2) que era terrible en su ciudad el
hombre deslenguado. Pues ,1 qué mayores inconvenientes quieres
tú para aborrescer un vicio que por una parte es tan dañoso, y
por otra tan sin fructo? ^Porqué querrás ser de balde y sin cau-
sa infame y aborrecible á Dios y á los hombres, especialmente
en un vicio tan cuotidiano y tan usado, donde cuasi tantas veces
has de peligrar, cuantas hablares y platicares con otros?
Haz, pues, agora cuenta que la vida del prójimo es para ti
como un árbol vedado en que no has de tocar. Con igual cui-
dado has de procurar nunca decir bien de ti, ni mal de otro;
porque lo uno es de vanos, y lo otro de maldicientes. Sean todos
de tu boca virtuosos y honrados, y tenga todo el mundo creído
que nadie es malo por tu dicho. De esta manera excusarás infi-
nitos pecados y otros tantos escrúpulos y remordimientos decons-
ciencia, y serás amable á Dios y á los hombres, y de la manera
que honrares á todos, así de todos serás honrado. Haz un freno
(i) Eccli. XXVm. (2) Eccli. IX.
392 GUÍA DE PECADORES
á tu boca, y está siempre atento á engullir y tragar las palabras
que se te revuelven en el estómago, cuando vieres que llevan
sangre. Cree que ésta es una de las grandes prudencias y discre-
ciones que hay, y uno de los grandes imperios que puedes tener,
si lo tuvieres sobre tu lengua.
Y no pienses que te excusas de este vicio cuando murmuras
artificiosamente, alabando primero al que quieres condenar: por-
que algunos murmuradores hay que son como los barberos, que
cuando quieren sangrar, untan primero blandamente la vena con
aceite, y después hieren con la lanceta y sacan sangre. Déstos
dice el Profeta (i) que hablan palabras más blandas que el olio,
mas que ellas de verdad son saetas.
Y como quiera que sea gran virtud abstenerse de toda es-
pecie de murmuración, mucho más lo es para aquéllos de quien
habernos sido ofendidos: porque cuanto es más fuerte el apetito
de hablar mal déstos, tanto es de más generoso corazón ser tem-
plado en esta parte y vencer esta pasión. Y por esto aquí con-
viene tener mayor" recaudo, donde se conoce mayor peligro.
Y no sólo de maldecir y murmurar, sino también de oir len-
guas de murmuradores te debes abstener, guardando aquel con-
sejo del Eclesiástico que dice: Atapa tus oídos con espinas, y no
oyas la lengua del maldiciente. Donde no se contenta con que
tapes los oídos con algodón ó con otra materia blanda, sino quie-
re que sea con espinas: para que no sólo no te entren las tales
palabras en el corazón holgando de oirías, sino también punces
el corazón del que murmura, haciendo mala cara á las palabras,
como más claramente lo significó Salomón cuando dijo (2): El
viento cierzo esparce las nubes, y el rostro triste la cara del que
murmura. Porque (como dice Sant Hierónimo) la saeta que sale
del arco, no se hinca en la piedra dura, sino antes de allí resurte
y hiere á veces al que la tiró.
Y por tanto si el que murmura es tu subdito, ó tal persona que
sin escándalo le puedes mandar que calle, débeslo hacer: y si
esto no puedes, á lo menos entremete otras pláticas discretamente
para cortar el hilo de aquéllas, ó muéstrale tan mala cara, que
él mismo se avergüence de lo que habla, y así quede cortésmente
avisado y se vuelva del camino. Porque de otra manera, si le
(I) Psalm. LIV. (2) Prov. XXV.
LIBRO II. CAPÍTULO XI. 393
oyes con alegre rostro, dasle ocasión que pase adelante, y así no
menos pecas oyendo tú que hablando él: pues así como es gran
mal pegar fuego á una casa, así también lo es estarse calentando
á la llama que otro enciende, estando obligado á acudir con agua.
Mas entre todas estas murmuraciones la peor es murmurar
de los buenos: porque esto es acobardar á los flacos y pusiláni-
mes y cerrar la puerta á otros más flacos, para que no osen en-
trar con este recelo. Porque aunque esto no sea escándalo para
los fuertes, no se puede negar sino que lo es para los pequeñue-
los. Y porque no tengas en poco esta manera de escándalo, acuér-
date que dice el Señor (i): Quien escandalizare auno destos pe-
queñuelos que en Mí creen, más valdría que le atasen una piedra
de atahona al cuello y le arrojasen en el profundo de la mar. Por
eso tú, hermano mío, ten por un linaje de sacrilegio poner boca
en los que sirven á Dios: porque aunque fuesen lo que los malos
dicen, sólo por el sobre escripto que traen, merecen honra. Ma-
yormente, pues está Dios diciendo dellos (2): Quien á vosotros
tocare, toca á Mí en la lumbre de los ojos.
Todo esto que se ha dicho contra los murmuradores y mal-
dicientes, cabe también en los escarnecedores y mofadores, y mu-
cho más. Porque este vicio tiene todo lo que el pasado, y sobre
esto tiene otra tizne aun más de soberbia, y presumpción, y me-
nosprecio de los otros, por donde es muy más para huir que el
otro, como lo mandó Dios en la Ley cuando dijo: No serás mal-
diciente ni escarnecedor en los pueblos. Y por esto no será ne-
cesario gastar más palabras en afear este vicio, pues para esto
debe bastar lo dicho.
De los juicios temerarios y de los mandamientos de la Iglesia.
§. n.
l'oN estos dos pecados (como muy vecino dellos) se jun-
ta el juzgar temerariamente: porque los murmuradores
y escarnecedores no sólo hablan mal de las cosas que realmen-
te pasan, sino de todo aquello que ellos juzgan ó sospechan. Ca
porque no les falte materia de murmurar, ellos mismos la levan-
(i) Matth, XVIII. (2) Zach. 11,
394 GUlA DE PECADORES
tan cuando falta, con los juicios y sospechas de su corazón, echan-
do á mala parte lo que se podía echar á buena, contra aquello
que el Salvador nos manda, diciendo (i): No juzguéis, y no se-
réis juzgados: no condenéis, y no seréis condenados. Esto tam-
bién muchas veces puede ser pecado mortal, cuando lo que se
juzga es cosa grave y se juzga livianamente y con poco funda-
mento. Mas cuando el juicio fuese más sospecha que juicio, en-
tonces no sería pecado mortal, por la imperfección de la obra.
Con estos pecados que son contra Dios, se juntan los que se
hacen contra aquellos cinco mandamientos de la sancta madre
Iglesia, los cuales obligan de precepto: como son oir misa ente-
ra domingos y fiestas, confesar una vez en el año, comulgar por
Pascua y ayunar los días que ella manda y pagar fielmente los
diezmos. El mandamiento del ayuno obliga de veintiún años
arriba (más ó menos, conforme al parecer del discreto confesor
ó cura) á los que no son enfermos, ó muy flacos, ó viejos, ó tra-
bajadores, ó mujeres que crían ó están preñadas, y á los que no
tienen para comer bastantemente una vez al día. Y así puede
haber otros impedimentos semejantes.
En lo que toca al oir de las misas los días de obligación, tra-
baje el hombre por asistir á ellas, no sólo con el cuerpo sino
también con el espíritu, recogidos los sentidos y la lengua calla-
da: mas el corazón esté atento á Dios y á los misterios de la
misa, ó de algún otro sancto pensamiento, ó á lo menos rezando
alguna cosa devota.
Y los que tienen esclavos, criados, hijos y familia, deben pro-
curar con todo estudio y diligencia que éstos oyan misa los días
de fiesta: y si no pudieren acudir á la mayor (por haber de que-
dar en casa á aderezar la comida ó á otras cosas necesarias) á lo
menos procuren que ese día por la mañana oyan una misa re-
zada, para que así cumplan con esta obligación. En lo cual hay
muchos señores de familia muy culpados y negligentes, los cua-
les darán á Dios cuenta estrecha desta negligencia. Verdad es
que cuando se ofreciese urgente y racionable causa por donde
no se pudiese oir la misa (como es estar curando de un enfer-
mo, ó cosas semejantes) entonces no sería pecado dejar la misa:
porque la necesidad no está subjecta á esta ley.
(i) Matth. vir.
LIBRO II. CAPITULO Xl. 395
Éstos son los pecados más cuotidianos en que más veces
suelen caer los hombres: de los cuales todos debemos siempre
huir con suma diligencia: de unos porque son mortales, y de otros
porque están muy cerca de serlo, demás de ser de suyo más
graves que los otros comunes veniales. Desta manera conserva-
remos la inocencia y aquellas vestiduras blancas que nos pide
Salomón, cuando dice (1): En todo tiempo estén blancas tus ves-
tiduras, y nunca jamás falte olio de tu cabeza, que es la unción
de la divina gracia: la cual nos da lumbre y fortaleza para to-
das las cosas, y así nos enseña y esfuerza para todo bien, que
son los principales efectos deste olio celestial.
(1) Eccles. IX.
DE LOS PECADOS VENIALES.
CAPITULO xn.
AUNQUE éstos sean los principales pecados de que te
debes guardar, no por eso pienses ya que tienes li-
cencia para aflojar la rienda á todos los otros peca-
dos veniales. Antes instantísimamente te ruego no seas de aqué-
llos que en sabiendo que una cosa no es pecado mortal, luego
sin más escrúpulo se arrojan á ella con grandísima facilidad.
Acuérdate que dice el Sabio que el que menosprecia las cosas
menores, presto caerá en las mayores. Acuérdate del proverbio
que dice que por un clavo se pierde una herradura, y por una
herradura un caballo, y por un caballo un caballero. Las casas
que vienen á caer por tiempo, primero comienzan por unas pe-
queñas goteras, y así vinieron á arruinarse y dar consigo en tie-
rra. Acuérdate que aunque sea verdad que no bastan siete ni
siete mil pecados veniales para hacer un mortal, pero que to-
davía es verdad lo que dice Sant Augustín por estas palabras:
No queráis menospreciar los pecados veniales porque son pe-
queños, sino temedlos porque son muchos. Porque muchas ve-
ces acaesce que las bestias pequeñas, cuando son muchas, matan
los hombres. ¿Por ventura no son menudos los granos del are-
na? Pues si cargáis un navio de mucha arena, presto se irá á
fondo. ]Cuán menudas son las gotas del agua! ¿Por ventura no
hinchen los caudalosos ríos y derriban las casas soberbias ? Esto
pues dice Sant Augustín: no porque muchos pecados veniales
hagan un mortal (como ya digimos) sino porque disponen para
él, y muchas veces vienen á dar en él. Y no sólo esto es verdad,
sino también lo que dice S. Gregorio, que en parte es mayor pe-
ligro caer en las culpas pequeñas, que en las grandes: porque la
culpa grande, cuanto más claro se conoscc, tanto más presto se
emienda: mas la pequeña, como se tiene en nada, tanto más pe-
hgrosamente se repite cuanto más seguramente se comete.
LIBRO ir. CAPÍTULO XIL 397
Finalmente, los pecados veniales, por pequeños que sean,
hacen mucho daño en el ánima: porque quitan la devoción, tur-
ban la paz de la consciencia, apagan el fervor de la caridad, en-
flaquecen los corazones, amortiguan el vigor del ánimo, aflojan
el rigor de la vida espiritual, y finalmente resisten en su manera
al Espíritu Sancto y impiden su operación en nosotros: por don-
de con todo estudio se deben evitar, pues nos consta cierto que
no hay enemigo tan pequeño, que despreciado no sea muy po-
deroso para dañar.
Y si quieres saber en qué géneros de cosas se cometen estos
pecados, dígote que en un poco de ira, ó de gula, ó de vanaglo-
ria: en palabras y pensamientos ociosos, en risas, en burlas des-
ordenadas, en tiempo perdido, en dormir demasiado, en menti-
ras y lisonjerías de cosas livianas, y así en otras cosas seme-
jantes.
Tenemos, pues, aquí señaladas tres diferencias de pecados:
unos que comúnmente son mortales: otros que comúnmente son
veniales: otros como medios entre estos dos extremos, que á ve-
ces son mortales y á veces veniales. De todos conviene que nos
guardemos: pero mucho más déstos que están como en medio,
y mucho más de los mortales, pues por ellos solos se rompe la
paz y amistad con Dios, y se pierden todos los bienes de gra-
cia y todas las virtudes infusas, puesto caso que la fe y espe-
ranza no se pierdan sino por sus actos contrarios.
DE OTROS MAS BREVES REMEDIOS CONTRA TODO GENERO DE PECADOS,
MAYORMENTE CONTRA AQUELLOS SIETE QUE LLAMAN CAPITALES.
CAPÍTULO xin.
AS consideraciones que hasta aquí habernos escrip-
to, servirán para tener el hombre su ánimo bien dis-
m ^,^-^_ -, ^
íi_^^^^^ puesto y armado contra todo género de pecados:
mas para el tiempo de pelear, que es cuando alguno destos vi-
cios tienta nuestro corazón, puedes usar destas breves sentencias
que nos dejó escriptas un religioso varón: el cual contra cada
uno destos vicios se armaba desta manera.
Contra la soberbia decía: Cuando considero á cuan grande
extremo de humildad se abajó aquél altísimo Hijo de Dios por
mí, nunca tanto me pudo abatir alguna criatura, que no me tu-
viese por digno de mayor abatimiento.
Contra la avaricia decía: Como entendí que con ninguna co-
sa podía mi ánima tener hartura sino con solo Dios, parecióme
que era gran locura buscar otra cosa fuera del.
Contra la lujuria decía: Después que entendí la grandísima
dignidad que se da á mi cuerpo cuando recibe el sacratísimo
cuerpo de Cristo, parecióme que era grande sacrilegio profa-
nar el templo que El para sí consagró, con la torpeza de los pe-
cados carnales.
Contra la ira decía: Ninguna injuria de hombres bastará pa-
ra turbarme, si me acordare de las injurias que yo tengo hechas
contra Dios.
Contra el odio y invidia decía: Después que entendí cómo
Dios había recebido un tan gran pecador como yo, no pude
querer á nadie mal, ni negarle perdón.
Contra la gula decía: Quien considerare aquella amarguísi-
ma hiél y vinagre que en medio de sus tormentos se dio por
último refrigerio al Hijo de Dios, que por ajenos pecados pade-
cía, habrá vergüenza de buscar manjares regalados y exquisitos^
LIBRO II. CAPÍTULO XIII. 399
teniendo tanta obligación á padecer algo por sus pecados pro-
prios.
Contra la pereza decía: Como entendí qne después de tan
brevísimo trabajo se alcanzaba gloria perdurable, parecióme que
era pequeña cualquier fatiga que por esta causa se padeciese:
§. I.
Otra manera de remedios así breves pone Sant Augustín
contra todos los vicios (aunque algunos atribuyen esto á Sant
León Papa) donde por una parte representa de la manera que el
vicio tienta y lo que propone, y por otra las consideraciones y
palabras con que le habemos de salir al encuentro. Las cuales por
parecerme muy provechosas, quise también añadir aquí.
Comienza pues primeramente á hablar la soberbia, y dice
así: Ciertamente tú haces ventaja á otros muchos en saber, en ha-
blar, en riquezas y en otras muchas habilidades: por tanto, á to-
dos es razón que tengas en poco, pues á todos eres superior. La
humildad responde: Acuérdate que eres polvo y ceniza, podre
y gusanos, y puesto que seas grande, si cuanto mayor eres, más
no te humillares, dejarás de ser lo que eres. Porque ¿por ven-
tura eres tú mayor que el ángel que cayó? ¿Por ventura res-
plandeces tú más en la tierra que Lucifer en el cielo? Pues si
aquél, por su soberbia, de tan alta cumbre cayó en tanta mise-
ria, ¿cómo quieres tú de tanta miseria subir á tan alta gloria,
permanesciendo en la misma soberbia ?
La gloria vana dice: Haz todos los bienes que pudieres, y
publícalos á todos, para que todos te tengan por bueno y de
todos seas reverenciado, y ninguno te desprecie ni tenga en po-
co. El temor de Dios responde: Gran locura es dar por honra
temporal aquello con que se gana gloria perdurable. Por tanto,
trabaja por encubrir á lo menos con la voluntad las buenas obras
que haces: porque si en tu voluntad las escondes, no será vani-
dad mostrarlas, porque no se podrá llamar púbHco lo que en tu
voluntad está secreto.
La hipocrisía dice: Pues ningún bien en la verdad tienes,
finge á lo menos defuera lo que no tienes: porque no seas de
todos aborrescido, si por tal fueres de todos conoscido. La ver-
dadera religión responde: Mucho más trabaja por ser que por pa-
^00 GUÍA DE PECADORES
recer lo que no eres: ca proprio oficio es del verdadero cristia-
no procurar más de ser bueno que de parecerlo. Porque en en-
gañar á los hombres con esa disimulación ¿qué otra cosa ganas si-
no tu propria condenación ?
El menosprecio y desobediencia dice: ¿ Quién eres tú para
que sirvas á otros que son tus inferiores? A ti convenía mandar,
y á ellos obedecer, pues no igualan contigo ni en ingenio, ni en
discreción, ni en virtud. Basta que guardes los mandamientos de
Dios, y no cures de lo que te mandan los hombres. La subjec-
ción y obediencia responde: Si es necesario subjectarte á los
mandamientos de Dios, por la misma razón te debes subjectar á
la ordenación de los hombres, porque el mismo Dios dice: quien
á vosotros oye, á Mí oye, y quien á vosotros desprecia, á Mí
desprecia. Y si dices que esto es razón cuando el que manda es
bueno, y no cuando no lo es, oye lo que el Apóstol en contra-
rio dice: Todo el poder de los hombres, de Dios se deriva: y las
cosas que de Dios son, ordenadas son. Así que no pertenesce
á ti saber cuáles son los que mandan, sino qué es lo que te man-
dan, para haberlo de cumplir.
La envidia dice: ¿En que cosa eres tú menor que aquél ó
aquélla? Pues ¿porqué no serás tenido en tanto ó en más que
aquéllos? ¿Cuántas cosas puedes tú hacer que ellos no pueden?
Pues contra justicia es igualarse ellos contigo, ó hacerse tus su-
periores. La concordia responde: Si en virtud sobrepujas á otros,
más seguro estarás en el lugar bajo que en el alto. Porque la
caída de lo alto sieiiipre es de mayor peligro. Y dado que
muchos te sean iguales ó superiores en la fortuna, ¿ qué perjui-
cio recibes tú por eso? Debrías mirar que teniendo envidia al
que está en lugar más alto, te haces semejante á aquél de quien
se escribe: Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo:
y á él imitan todos los que son de su parte.
El odio dice: Nunca Dios quiera que tú ames á quien en to-
das las cosas se encuentra contigo, quien siempre de ti murmu-
ra, quien de todas tus cosas escarnesce, quien te da en rostro
con el pecado que heciste, y finalmente, quien en todas sus pa-
labras y obras siempre se te pone delante. Porque cierto es que
si él no te tuviese odio, no te pondría debajo los pies. El amor
verdadero responde: ¿Por ventura, dado que esas cosas sean
^borrescibles en el hombre, por eso se ha de aborrescer la iiu^-
LIBRO II. CAPÍTULO XIIL 4OI
gen de Dios en el hombre? ¿Por ventura Cristo estando en la
cruz no amó á sus enemigos ? Y partiendo desta vida ¿ no nos
amonestó que hiciésemos lo mismo? Pues echa fuera de tu pe-
cho toda amargura de odio, y bebe la dulzura del amor, porque
(demás de los respectos y razones eternas que á esto te obligan)
ninguna cosa hay en esta vida más dulce ni más suave que el
amor: y ninguna más amarga ni desabrida que el odio, el cual
es como un zaratán, que está siempre royendo las entrañas don-
de mora.
La murmuración dice: ¿Quién se puede ya sufrir, quién puede
callar cuántos males aquél ó aquélla han cometido, sino quien
por ventura es en su consentimiento? La corrección caritativa
responde: Ni se han de publicar los males del prójimo, ni se han
de consentir: mas el mismo delincuente con caridad debe ser
amonestado y con paciencia sufrido. Pero algunas veces con-
viene que los yerros de los pecadores á tiempos se callen para
que en otro tiempo más convenible se reprehendan.
La ira dice: ¿ Cómo se puede sufrir con paciencia lo que con-
tigo se hace? Antes sufrir tales cosas es pecado: y si no las re-
sistes con grande saña, cada día se harán contra ti otras peores.
La paciencia responde: Si la pasión del Redemptor se trae á la
memoria, no habrá cosa que con igual ánimo no se sufra. Por-
que como dice Sant Pedro (i), Cristo padesció por nosotros,
dejándonos ejemplo que sigamos sus pisadas: el cual, cuando pa-
descía, no se airaba, ni amenazaba á quien le maltrataba. Ma-
yormente, siendo tan poco lo que padescemos, en comparación
de lo que Él padesció. Porque Él sufrió injurias, escarnios, bofe-
tadas, azotes, espinas y cruz: y á nosotros, miserables, una pa-
labra nos fatiga, una descortesía nos mata.
La dureza de corazón dice: ¿Por ventura has de hablar dul-
cemente y con palabras blandas á unos hombres brutos, nascios
y insensibles, que á veces con esto se ensoberbecen y alzan á
mayores ? La mansedumbre responde: No se ha de oir en esto
tu consejo, sino el del Apóstol que dice: No conviene al siervo
del Señor litigar, sino ser manso en todas las cosas. Verdad es
que este vicio de reñir más dañoso es en los subditos, que en los
perlados. Porque muchas veces acaesce que los subditos des-
(0 I Pet. ir.
OBRAS DS GRANADA X— «^
402 GUÍA DE PECADORES
precian las palabras humildes y dulces de sus perlados, y tiran
contra ellas saetas de menosprecio.
La presumpción y temeridad dice: Testigo tienes á Dios en
el cielo: no hagas caso de lo que los hombres sospechan en la
tierra. La satisfacción debida responde: No es razón dar ocasión
á otros de murmurar, ni de publicar lo que sospechan. Mas si con
verdad eres reprehendido, confiesa tu culpa: y si no es así, niéga-
la con humilde respuesta.
La pereza y flojedad dicen: Si continuamente te das al estu-
dio de la lición y oración y lágrimas, perderás la vista: si extien-
des mucho las vigilias de la noche, perderás el seso, y si te fa-
tigas con trabajo demasiado, quedarás inhábil para todo espiri-
tual ejercicio. La dihgencia y trabajo responde: (i Porqué te pro-
metes luengos años en que hayas de padecer estos trabajos?
(3 Quién te asegura el día de mañana, ó la hora presente? ¿Por
ventura has olvidado lo que el Salvador dice (2): Velad, porque
no sabéis el día ni la hora ? Por tanto, sacude de ti toda negli-
gencia y pereza, porque no ganan el reino del cielo los tibios y
perezosos, sino los esforzados y diligentes.
La escaseza dice: Si los bienes que posees das á los extra-
ños, ¿con qué podrás mantener á los tuyos? La misericordia res-
ponde: Acuérdate de lo que acaesció al rico que se vestía de
púrpura y holanda, el cual no fué condenado porque robase lo
ajeno, sino porque no daba lo proprio. Por lo cual estando en el
infierno llegó á tanta miseria, que pidió una gota de agua, y no
la alcanzó: porque pidiéndole el pobre una sola migaja de pan,
no se la dio.
La gula dice: Todas las cosas crió Dios para comer: pues el
que no quiere comer, ¿qué otra cosa hace sino despreciar los be-
neficios de Dios? La templanza responde: La una de esas cosas
que dices, es verdadera: porque todas esas crió Dios porque el
hombre no muriese de hambre: mas porque no excediese la justa
medida, mandóle que tuviese abstinencia: y no tenerla se cuenta
por uno de los principales pecados que hubo en Sodoma, por
donde esta miserable ciudad llegó al extremo de la perdición. Por
tanto conviene que el sano reciba el manjar así como el enfer-
mo la medicina: conviene saber, no para deleitarse en él, sino
^2; Matth. XXV,
LIBRO II. CAPÍTULO XIII. 4O3
para socorrer á su necesidad. Y aquél del todo vence, este vicio,
que no solamente en la cuantidad del manjar pone la medida que
debe, sino también desprecia los delicados y sabrosos manjares,
si no es cuando la enfermedad ó la caridad lo pide.
La vana alegría dice: ¿Porqué escondes dentro de ti el gozo
de tu corazón? Publica á todos tu alegría, y di en presencia de
tus compañeros alguna cosa con que huelguen y rían. La tem-
plada tristeza responde: ¿De dónde, ó de qué tienes tanta ale-
gría? ¿Por ventura tienes 3'a vencido al diablo, ó has acabado
ya el tiempo de tu destierro y llegado ala patria? ¿Por ventura
no te acuerdas de lo que dice el Señor (i): El mundo se alegra-
rá, y vosotros os entristeceréis: mas vuestra tristeza se volverá en
alegría? Por tanto, refrena ese vano regocijo, porque aun no has
escapado de todos los males de este tan peligroso golfo.
La parlería dice: No es pecado hablar mucho, si se habla bien:
así como no deja de serlo hablar mal, aunque se hable poco. El
discreto callar responde: Verdad es lo que dices: pero muchas
más veces, queriendo el hombre hablar muchas cosas buenas,
acaesce que la plática que comenzó bien, acaba mal. Por lo cual
dijo el Sabio que en el mucho hablar no podía faltar pecado.
Y si por ventura en la larga plática huyes de palabras dañosas,
no podrás quizá huir de las ociosas, de que has de dar cuenta en
el día del juicio. Conviene, pues, tener medida en el hablar, aun-
que las palabras sean buenas: porque no vengan á parar en malas.
La lujuria dice: ¿Porqué agora no gozas de tus deleites y
placeres, pues no sabes lo que te está guardado? No es razón que
pierdas este buen tiempo, porque no sabes cuan presto se pasa-
rá. Porque si Dios no quisiera que holgaran los hombres con es-
tos deleites, no criara al principio hombres y mujeres. La castidad
responde: No quiero que disimules ó finjas que no sabes lo que
te está guardado después de esta vida. Porque si limpia y casta-
mente vivieres, tendrás placeres y alegría sin fin; y si deshones-
tamente, serás llevado á los tormentos eternos. Y cuanto más
sientes que pasa ligeramente el tiempo, tanto más te conviene
vivir castamente: porque muy miserable es la hora del deleite, en
la cual se pierde vida que dura para siempre.
Todo lo que hasta aquí se ha dicho, sirve para proveernos de
(i^ Joan. XVI.
404 GUÍA DE PECADORES
armas espirituales, que para esta pelea son necesarias: con las
cuales podremos alcanzar la primera parte de la virtud, que es
carecer de vicios, y defender esta estancia en que Dios nos puso
(en la cual Él mora) para que no sea ocupada del enemigo. Por-
que guardada fielmente la posada, sin dubda tendremos aquel
celestial huésped en ella: pues como dice Sant Juan, Dios es ca-
ridad, y quien está en caridad, en Dios está, y Dios en él: y
aquél está en caridad, que ninguna cosa hace contra ella: y no
hay cosa que sea contra ella sino solo el pecado mortal: contra
el cual sirve todo lo que hasta aquí habemos dicho.
SEGUNDA PARTE
DESTE SEGUNDO LIBRO
EN LA CUAL SE TRATA
DEL EJKRCICIO DE LAS VIRTUDES.
DE TRES MANERAS DE VIRTUDES
EN LAS CUALES SE COMPREHENDE LA SUMA DE TODA JUSTICIA.
CAPÍTULO XIV.
ICHO ya en la primera parte deste libro de los vicios
con que se afean y escurecen las ánimas, digamos
agora de las virtudes que las adornan y hermosean
con el ornamento espiritual de la justicia. Y porque á esta justicia
pertenece dar á cada uno lo que se le debe, así á Dios, como al
prójimo, como á sí mismo: así hay tres maneras de virtudes de
que se compone: unas que principalmente sirven para cumplir con
lo que el hombre debe á Dios, y otras con lo que debe á su pró-
jimo, y otras con lo que debe á sí mismo. Y esto hecho, no res-
ta más para cumplir toda virtud y justicia: que es, para ser un
hombre verdaderamente justo y virtuoso: que es lo que aquí pre-
tendemos hacer.
Y si quisieres saber en muy pocas palabras y por unas muy
breves comparaciones cómo esto se pueda hacer, digo que con
estas tres obligaciones cumplirá el hombre perfectísimamente, si
tuviere estas tres cosas: conviene saber, para con Dios corazón
de hijo, y para con el prójimo corazón de madre, y para consigo
espíritu y corazón de juez. Éstas son aquellas tres partes de jus-
ticia en que el Profeta puso la suma de todo nuestro bien, cuando
406 GUÍA DE PECADORES
dijo (i): Enseñarte he, oh hombre, en qué está todo el bien, y qué
es lo que el Señor quiere de ti. Quiere que hagas juicio, y que
ames la misericordia, y que andes solícito y cuidadoso con Dios.
Entre las cuales partes el hacer juicio declara lo que el hombre
debe hacer para consigo; y el amar la misericordia, lo que debe
para con el prójimo; y el andar solícito con Dios, lo que debe ha-
cer para con El. Y pues en estas tres cosas está todo nuestro bien,
de ellas trataremos agora más copiosamente: porque en el Me-
morial de Vida Cristiana no hecimos más que pasar por ellas bre-
vemente, reservando su declaración para este lugar.
(i) Mich. VI.
PE LO QUE DEBE EL HOMBRE HACER PARA CONSIGO MISMO.
CAPÍTULO XV,
^yy^t- ORQUE la caridad bien ordenada comienza de sí mis-
^^íí mo, comencemos por donde el Profeta comenzó,
'A%§:y% que es por el hacer juicio, que pertenesce al espíri-
tu y corazón de juez, el cual debe el hombre tener para consi-
go. Pues al oficio del buen juez pertenesce tener bien ordenada
y reformada su república. Y porque en esta pequeña república
del hombre hay dos partes principales que reformar (que son el
cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y el ánima con todos
sus afectos y potencias) todas estas cosas conviene que sean re-
formadas y enderezadas virtuosamente en la forma que aquí
declaremos: y desta manera habrá el hombre cumplido con lo
que debe á sí mismo.
De la reformación del cuerpo.
§. I.
luES para reformación del cuerpo sirve primeramente la
I composición y disciplina del hombre exterior, guardando
aquello que dice S. Augustín en su regla, que en el andar,
y en el estar, y en el vestido, ninguna cosa se haga que escan-
dalice y ofenda los ojos de nadie, sino lo que convenga á la sanc-
tidad de nuestra profesión. Y por esto procure el siervo de Dios
tratar con los hombres con tanta gravedad, humildad, suavidad
y mansedumbre, que todos cuantos con él trataren, queden siem-
pre edificados y aprovechados con su ejemplo. El Apóstol quiere
que seamos como una especie aromática ( i ), la cual comunica luego
su olor á quienquiera que la toca, y así le quedan oliendo las manos
(i) II Cor. II.
40S GUÍA DE PECADORES
como á ella: porque tales han de ser las palabras, las obras, la
composición y conversación de los siervos de Dios, que todos
cuantos trataren con ellos, queden edificados y como sanctificados
con su ejemplo y conversación. Y éste es uno de los principales
fructos que se siguen desta modestia y composición, que es una
manera de predicar callada, donde no con estruendo de palabras,
sino con ejemplo de virtudes convidamos á los hombres á glori-
ficar á Dios y amar la virtud, según que nos lo encomienda el
Salvador, cuando dice (i): Así resplandezca vuestra luz delante
de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifi-
quen á vuestro Padre que está en los cielos. Conforme á lo cual
dice Isaías que el siervo de Dios ha de ser como un árbol, ó una
planta hermosísima que Dios plantó, para que quienquiera que la
viere, glorifique á Dios por ella. Mas no se entiende que por esto
debe hacer el hombre sus buenas obras para que sean vistas: an-
tes (como dice Sant Gregorio) de tal manera se ha de hacer la
buena obra en público, que la intención esté en secreto: para que
con la buena obra demos á los prójimos ejemplo, y con la inten-
ción de agradar á solo Dios siempre deseemos el secreto.
El segundo fi-ucto que se sigue desta composición del hom-
bre exterior, es la guarda del interior y la conservación de la
devoción. Porque es tan grande la unión y liga que hay entre
estos dos hombres, que lo que hay en el uno, luego se comu-
nica al otro, y al revés: por donde si el espíritu está compuesto,
luego naturalmente se compone el mismo cuerpo: y por el con-
trario, si el cuerpo anda inquieto y descompuesto, luego no sé
cómo el espíritu también se descompone y inquieta. De suerte
que cualquier de los dos es como un espejo del otro: porque
así como todo lo que vos hacéis, hace el espejo que tenéis de-
lante, así todo lo que pasa en cualquiera destos dos hombres,
luego se representa en el otro. Por donde la composición y mo-
destia de fuera ayuda mucho á la de dentro: y gran maravilla
sería hallarse espíritu recogido en cuerpo inquieto y desaso-
segado. Y por esto dijo el Eclesiástico que el que tenía los
pies ligeros, cairía: dando á entender que los que carescen de
aquella gravedad y reposo que pide la disciplina cristiana, mu-
chas veces han de tropezar y caer en muchos defectos: como
(i) Matth, V.
LIBRO ir. CAPÍTULO XV, 409
suelen caer los que traen los pies muy ligeros cuando andan.
La tercera cosa para que sirve esta virtud, es para conser-
var el hombre con ella la autoridad y gravedad que pertenece
á su persona y oficio, si es persona constituida en dignidad: co-
mo la conservaba el sancto Job (i), el cual en una parte dice
que la luz y resplandor de su rostro nunca por diversas ocasio-
nes y acontecimientos caía en tierra: y en otra dice (2) que era
tanta su aut oridad, que cuando le veían los mozos, se escondían,
y los viejos se levantaban á él, y los príncipes dejaban de ha-
blar y ponían el dedo en su boca, por el acatamiento grande
que le tenían. La cual autoridad (porque estuviese muy lejos de
toda repunta de soberbia) acompañaba el sancto varón con tan-
ta suav^idad y mansedumbre, que dice él mismo de sí que es-
tando asentado en su silla como un rey acompañado de su ejér-
cito, por otra parte era abrigo y consuelo común de todos los
miserables. Donde notarás que la falta desta mesura y composi-
ción no es tanto reprehendida de los sabios por grande culpa,
cuanto por nota de liviandad: porque la desenvoltura demasia-
da del hombre exterior es argumento del poco lastre y asiento
del interior, como ya dijimos. Por lo cual dice el Eclesiástico
que la vestidura del hombre y la manera del reir y del andar
dan testimonio del. Lo cual confirma Salomón en sus Proverbios
diciendo (3): Así como en el agua clara se paresce el rostro del
que la mira, así los sabios conoscen los corazones de los hom-
bres por la muestra de las obras exteriores que ven en ellos.
Estos son los provechos que trae consigo esta composición
susodicha: que son muy grandes. Por lo cual no me paresce
bien la demasiada desenvoltura de algunos que con achaque de
que no digan que son hipócritas, ríen, y parlan, y se sueltan á
muchas cosas, con las cuales pierden todos estos provechos. Por-
que así como dice muy bien S. Juan Clímaco que no ha de de-
jar el monje la abstinencia por temor de la vanagloria, así tam-
poco es razón carescer del fi*ucto desta virtud por respectos del
mundo: porque así como no conviene vencer un vicio con olro,
así tampoco desistir de una virtud por ningún respecto del
mundo.
Esto es lo que generalmente pertenesce á la composición
(I) Job. XXIX. (2) Ibid. (3; Prov. XX Vil.
410 GUÍA DE PECADORES
del hombre exterior en todo lugar y tiempo. Mas porque esto se
requiere muy más particularmente en los convites y en la mesa,
cómo ésta se haya de guardar, declararemos en el § siguiente.
De la virtud de la abstinencia,
§. n.
^JMt ROSIGUIENDO lo que pertenece á la reformación del cuer-
"^^é po, lo que principalmente para esto sirve, es, tratarlo
con rigor y aspereza, no con regalos ni blandura: porque así co-
mo la carne muerta se conserva con la mirra, que es amarguísi-
ma (sin la cual luego se daña y hinche de gusanos) así también
esta nuestra carne con regalos y blanduras se corrompe y se
hinche de vicios, y con el rigor y aspereza se conserva en toda
virtud. Pues para esto nos conviene aquí tratar de la abstinencia:
porque ésta es una de las principales virtudes que se presupo-
nen para alcanzar las otras virtudes: y ella es en sí muy dificul-
tosa de alcanzar, por la contradicción y repugnancia que tiene
en nuestra naturaleza corrupta. Y aunque lo arriba dicho con-
tra la gula bastaba para entender la condición y valor de la abs-
tinencia (pues conocido un contrario, se conoce el otro) pero to-
davía para mayor luz desta doctrina será bien tratar della por
sí, declarando así el uso y plática della como los medios por
do se alcanza.
Comenzando, pues, por la disciplina y modestia que se debe
guardar en la mesa, ésta nos enseña muy particularmente el Es-
píritu Sancto en el Eclesiástico por estas palabras: Usa como
hombre templado de las cosas que te ponen delante, porque no
seas aborrescido de los hombres, si te vieren comer desordena-
damente. Y acaba primero que los otros, porque así lo pide la
orden y disciplina de la templanza. Y si estás asentado en me-
dio de otros muchos, no seas tú el primero que pongas mano en
el plato, ni pidas de beber primero. Por cierto muy convenien-
tes reglas son éstas para la vida moral, y dignas de aquel Señor
que todas las cosas hizo con suma orden y concierto: y así quie-
re también que nosotros las hagamos.
LIBRO ir. CAPÍTULO XV. 4 1 1
Ésta misma disciplina nos enseña Sant Bernardo por estas
palabras: En el comer habemos de tener cuenta con el modo, con
el tiempo 3' con la cuantidad y cualidad de los manjares. El modo
ha de ser, que no derrame el hombre todos sus sentidos sobre la
comida. El tiempo, que no anticipe la hora ordinaria del comer.
Y la cualidad, que contentándose con lo que los otros comen, no
quiera otras particularidades ni delicadezas, si no fuere por evi-
dente necesidad. Ésta es la regla que da en pocas palabras este
sancto.
Y no es muy diferente la que nos da S. Gregorio en sus Mo-
rales diciendo: Abstinencia es la que no anticipa la hora del co-
mer (como hizo Jonatás, cuando comió el panar de miel) ni tam-
poco desea manjares apetitosos, como lo hicieron los hijos de Is-
rael en el desierto, cobdiciando los manjares de Egipto: ni quiere
guisados curiosamente aparejados, como los querían los hijos de
Helí: ni come hasta más no poder, como hacían los de Sodoma:
ni con demasiado gusto y apetito, de la manera que comió Esaú
la escudilla de lentejas, por la cual vendió su mayorazgo. Hasta
aquí son palabras de Sant Gregorio, en las cuales brevemente
comprehende muchas cosas, y las acompaña con muy conve-
nientes ejemplos.
Pero más copiosamente trata esta materia Hugo de S. Víctor,
el cual en el Libro de la Disciplina de los Monjes enseña la que
debemos tener en el comer, por estas palabras: En dos cosas (dice
él) se ha de guardar la disciplina y modestia en el tiempo del co-
mer: conviene saber, en la comida y en el que la come. Porque
el que come ha de procurar de tener modestia en el callar, y en
el mirar, y en la compostura del cuerpo, para que enfrene su
lengua de toda parlería, y abstenga sus ojos de mirar á todas
partes, y tenga todos los otros miembros y sentidos compuestos
y quietos. Porque algunos hay que cuando se asientan á la mesa,
descubren el apetito de la gula y la destemplanza de su ánimo;
y con una desasosegada inquietud de los miembros, menean la
cabeza, arremangan los brazos, levantan las manos en alto, y (co-
mo si hubiesen ellos solos de tragarse toda la mesa) así verás en
ellos unos acometimientos y meneos, que (no sin gran fealdad)
están descubriendo la agonía y hambre del comer. Y estando
asentados en un mismo lugar, con los ojos y con las manos lo an-
dan todo: y así en un mismo tiempo piden el vino, parten el pan
4 T 2 GUÍA DE PECADORES
y revuelven los platos; y como el capitán que quiere combatir
una fortaleza, así ellos están como dubdandopor qué parte acome-
terán este combate: porque por todas partes querrían entrar. To-
das estas fealdades ha de evitar el que come, en su propria per-
sona. Mas en la comida conviene mirar lo que come, y la mane-
ra del comer, como ya está declarado.
Y aunque en todo tiempo sea necesario llegarse á la mesa
con toda esta preparación, pero mucho más cuando hay hambre,
y aun mucho más cuando la delicadeza y precio de los manjares
despierta el apetito del comer, porque en este caso son mayores
los incentivos de la gula, por la buena disposición del órgano del
gusto y por la excelencia del objecto. Mire, pues, el hombre con
atención en este tiempo no le haga creer la gula que tiene ham-
bre para comer mesa y manteles: porque por esta causa dijo muy
bien S. Juan Clímaco que la gula era hipocrisía del vientre: por-
que al principio de la comida finge que tiene más hambre de
la que en hecho de verdad tiene, y así le parece que todo lo ha
de tragar: lo cual de ahí á poco se ve que era engaño: pues con
mucho menos queda el hombre satisfecho.
Para remedio desto piense, cuando se sienta á la mesa, que
(como dice muy bien un filósofo) tiene ahí dos huéspedes á que
ha de proveer: conviene saber, el cuerpo y el espíritu. Al cuerpo
ha de proveer de su mantenimiento, dándole lo necesario: y al
espíritu del suyo, dándoselo con aquella composición y modestia
que piden las leyes de la templanza: porque esto es hacer virtud,
la cual es pasto y mantenimiento del ánima.
Es otrosí muy conveniente remedio contra este apetito poner
en una balanza los fructos de la virtud de la abstinencia, y en
otra la brevedad del deleite de la gula: para que por aquí vea el
hombre cómo no es razón perder tan grandes fructos por tan bes-
tial y breve deleite.
Para cuyo entendimiento es mucho de notar que entre todos
los sentidos de nuestro cuerpo los más bajos son el sentido del
tocar y del gustar. Porque ningún animal hay en el mundo tan
imperfecto, que no tenga estos dos sentidos: como quiera que
haya muchos á quien faltan los otros tres, que son ver, oir y
oler. Y así como estos dos sentidos son los más viles y materiales
de todos, así los deleites que dellos proceden, son los más viles y
más bestiales: pues no hay animal en el mundo tan imperfecto
LIBRO II. CAPÍTULO XV. 4 1 3
que no los tenga. Y demás de ser vilísimos, son también brevísi-
mos: porque no dura más el deleite dellos, de cuanto el objecto
está materialmente ayuntado con su sentido: como vemos que no
dura más el deleite del gusto, de cuanto el manjar está sobre el
paladar, y en el punto que deja de estar sobre él, cesa el deleite
del. Pues si este deleite por una parte es tan vil y tan bestial, y
por otra tan breve y tan momentáneo, ¿cuál es el hombre tan
bruto, que despide de sí la virtud de la abstinencia (de quien
tantos y tan grandes fructos se predican) por un tan vil y bajo
deleite? Esto solo debía bastar para vencer este apetito, cuanto
más si se juntaren aquí tantas otras cosas que á esto mismo nos
obligan. Ponga pues (como dijimos) el siervo de Dios en una
balanza la brevedad y vileza deste deleite, y en otra la hermosu-
ra de la abstinencia, los fructos que se siguen della, los ejemplos
de los sanctos y los trabajos de los mártires (que por fuego y por
agua pasaron al cielo) la memoria de sus pecados, las penas del
infierno, y también las del purgatorio, y cada cosa déstas le dirá
que es necesario abrazar la cruz, afligir la carne, y enfrenar la
gula, y satisfacer á Dios con el dolor de la penitencia por el de-
leite de la culpa. Y si con este aparejo se asentare á la mesa, verá
cuan fácil cosa le será renunciar y despedir de sí toda esta ma-
nera de regalos y deleites.
Y si toda esta providencia se requiere en el comer, mucho
mayor es necesaria para el beber, cuando se bebe vino. Porque
entre cuantas cosas hay contrarias á la castidad, una de las más
contrarias es el vino, del cual tiembla esta virtud como de un ca-
pital enemigo: porque el Apóstol la tiene ya avisada, diciendo (i)
que en el vino está la lujuria. El cual es tanto más pehgroso,
cuanto más hierve la sangre en los años de la juventud. Por lo
cual dice Sant Hierónimo: El vino y la mocedad son dos incen-
tivos de la lujuria. ¿Para qué echamos aceite en la llama? ¿para
qué ponemos leña en el fuego que arde? Porque como el vino es
tan cahente, inflama todos los humores y miembros del cuerpo, y
especialmente el corazón (adonde él derechamente camina, y
donde está la silla y asiento de todas nuestras pasiones) y así á
todas ellas inflama y fortifica: de manera que en este tiempo el
alegría es mayor, y la ira, y el furor, y el amor, y la osadía, y el
(i) Ephes. V.
4 1 4 GUÍA DE PECADORES
deleite, y así las otras pasiones. Por do parece que siendo uno
de los principales oficios de las virtudes morales domar y mitigar
estas pasiones, el vino es de tal cualidad, que hace el oficio con-
trario, pues con la vehemencia de su calor enciende lo que estas
virtudes apagan: para que por aquí vea el hombre cuánto se debe
guardar del.
De aquí, pues, suelen proceder parlerías, risas demasiadas,
porfías, peleas, clamores desentonados, descubrimientos de se-
cretos, y otras semejantes desórdenes: así por estar entonces
más vehementes las pasiones, como por estar la razón más es-
curecida con los humos del vino. Con lo cual se junta la ocasión
que el hombre tiene para desmandarse, viendo desmandarse
los otros con quien come: y todas estas causas juntas vienen á
parir y producir estas desórdenes. Por donde dijo elegantemen-
te un filósofo que tres racimos procedían de la vid: el primero
era de necesidad, el segundo de deleite, el tercero de furor. Dan-
do á entender que beber un poco de vino servía á la necesidad
natural: pero exceder esto algún tanto, servía ya más al deleite
que á la necesidad. Pero pasar desordenadamente esta regla,
servía al furor y á la locura. Por donde todos los pareceres que
el hombre diere ó tuviere en este tiempo, debe tener por sos-
pechosos: porque sin dubda (regularmente hablando) tiene parte
en ellos no sólo la razón sino también el vino, que es el peor de
los consejeros. Y no menos se debe guardar de hablar mucho,
ó porfiar en la mesa ó sobremesa, si quiere estar libre de todos
estos peligros, porque muchas veces se comiénzala porfía. en
paz, y se acaba en guerra: y muchas veces descubre el hombre
con el calor del vino lo que después quisiera mucho haber calla-
do: pues como dice Salomón, ningún secreto hay donde reina
el vino.
Y aunque toda demasía en hablar sea reprehensible en este
tiempo, mucho más lo es cuando la habla es sobre cosas de co-
mer, alabando el vino, ó la fruta, ó el pescado que se come, ó
quejándose dello, ó tratando de diversidad da manjares, de ta-
les y de tales tierras, ó de pesces de tales ríos: porque to-
das estas pláticas son señales de ánimo destemplado, y de
hombre que todo él entero quiere estar comiendo, no sólo con
la boca, sino también con el corazón, con el entendimiento, con
la memoria y con las palabras.
LIBRO II. CAPITULO XV. 415
Pero mucho más se debe guardar, cuando come, de estar co-
miendo las vidas ajenas, porque esto es cosa que entra más en
hondo: pues (como dice S. Crisóstomo) esto es ya no comer car-
ne de animales, sino de hombres: que es contra toda humanidad.
Por lo cual se escribe de Sant Augustín, que recelando este vicio
(que tan familiar suele ser en algunas mesas) tenía él escriptos en
el lugar donde comía, dos versos que decían: Quien huelga de
roer con sus palabras la vida de los ausentes, sepa que esta me-
sa no se puso para él.
Aquí es también de notar que como dice Sant Hierónimo,
mucho mejor es comer cada día poco, que pasados muchos días
de ayuno, comer después demasiado. Aquella agua (dice él) es
muy provechosa á la tierra, que á sus tiempos cae mansamente:
mas los torbellinos grandes y tempestuosos roban las tierras.
Cuando comes, acuérdate que no vives para servir al vientre:
mas que luego has de estudiar, ó leer, ó hacer otra buena obra,
para lo cual quedarás inhábil si cargares el estómago demasia-
damente. Y desta manera en cada manjar y en cada vez que be-
bieres, medirás no lo que el deleite pide, sino lo que la necesi-
dad y la virtud requiere. Ca no te persuadimos que te mates de
hambre, sino que no sirvas al deleite más de lo que al uso de
la vida conviene. Porque tu cuerpo (así como cualquier otro ani-
mal) tiene necesidad de mantenimiento porque no desfallezca, y
también de carga para que no respingue. Por lo cual dice Sant
Bernardo: A la carne conviene apretarla, no consumirla: apre-
miarla, no despedazarla: procurar que se humille, y no se enso-
berbezca: y que sirva, y no sea señora.
Esto baste para entender lo que toca á esta virtud. Quien
demás desto quisiere saber los fructos grandes que se siguen de-
11a, y cómo aprovecha para todas las cosas, no sólo para el áni-
ma, sino también para el cuerpo, esto es, para la salud, para la
vida, para la honra y para la hacienda, lea un tratado que
sobre esta materia escribimos al fin del Libro de la Oración y
Meditación.
4ié GUÍA DE PECADORES
De la oruarda de los sentidos.
<í>
§. in.
ASTIGADO y concertado el cuerpo en la forma susodicha,
resta luego reformar también los sentidos del cuerpo: en
los cuales debe el siervo de Dios poner gran recaudo, y señala-
damente en los ojos, que son como unas puertas donde se des-
embarcan todas las vanidades que entran en nuestra ánima, y
muchas veces suelen ser ventanas de perdición por donde nos en-
tra la muerte. Y especialmente las personas dadas á la oración
tienen particular necesidad de poner mayor recaudo en este sen-
tido, no sólo por la guarda de la castidad, sino también por el reco-
gimiento del corazón: porque de otra manera las imagines de
las cosas que por estas puertas se nos entran, dejan el ánima pin-
tada de tantas figuras, que cuando se pone á orar ó meditar, la
molestan y inquietan, y hacen que no pueda pensar sino en aque- •
lio que tiene delante. Por donde las personas espirituales pro-
curan traer la vista tan recogida, que no solamente no quieren
poner los ojos en las cosas que les pueden empecer, mas aun se
o-uardan de mirar la hermosura de los edificios, y las imagines
de las ricas tapicerías, y cosas semejantes, para tener más des-
nuda y Umpia la imaginación al tiempo que han de tratar con
Dios: porque tal es y tan delicado este ejercicio, que no sólo se
impide con los pecados, sino también con las representaciones
de las imagines y figuras de las cosas, puesto caso que no sean
malas.
En los oídos también conviene poner el mismo cobro que
en los ojos: porque por estas puertas entran muchas cosas en
nuestra ánima que la inquietan, distraen y ensucian. Y no sólo
nos debemos guardar de oír palabras prejudiciales (como ya di-
jimos) sino también nuevas de cosas que pasan por el mundo,
que no nos tocan: porque los que destas cosas no se guardan,
después lo vienen á pagar al tiempo del recogimiento, donde
se les ponen delante las imagines de las cosas que oyeron, las
cuales de tal manera ocupan sus corazones, que no les dejan pu-
ramente pensar en Dios.
LIBRO ir. CAPÍTULO XV. 417
Del sentido del oler no hay que decir, porque traer olores
ó ser amigo dellos (demás de ser una cosa muy lasciva y sen-
sual) es cosa infame, y no de hombres sino de mujeres, y aun no
de buenas mujeres.
Del gusto había más que decir; pero desto ya se trató en
el § precedente, donde hablamos de la virtud de la abstinencia.
De la guarda de la lengua.
§IV.
¡E la lengua hay mucho que decir, pues dijo el Sabio:
La muerte y la vida están en manos de la lengua: en las
cuales palabras dio á entender que todo el bien y mal del hom-
bre consistía en la buena ó mala guarda deste órgano. Y no me-
nos encáreselo este negocio el apóstol Sanctiago, cuando dijo (i)
que así como los navios grandes se rigen con un pequeño go-
bernalle, y los caballos poderosos con un pequeño freno, así
quienquiera que trajere muy bien gobernada su lengua, será po-
deroso para enfrenar y poner en orden todo lo demás de la vi-
da. Pues para el buen gobierno desta parte conviene que todas
las veces que habláremos, tengamos atención á cuatro cosas:
conviene saber, á lo que se dice, y á la manera en que se dice,
al tiempo en que se dice, y al fin con que se dice.
Y primeramente en lo que se dice (que es la materia de
que hablamos) conviene guardar aquello que el Apóstol acon-
seja, diciendo (2): Toda palabra mala no salga por vuestra bo-
ca, sino la que fuere buena y provechosa para edificar los oyen-
tes. Y en otro lugar, especificando más las palabras malas, di-
ce (3): Palabras torpes y locas, y chocarrerías, ó truhanerías, que
no convienen para la gravedad de nuestro instituto, no se nom-
bren entre vosotros. Por donde, así como dicen que los sabios
marineros tienen marcados en la carta de marear todos los bajos
en que las naos podrían peligrar, para guardarse dellos, así el
siervo de Dios debe también tener señaladas todas estas espe-
cies de palabras malas, de que siempre se debe guardar, para no
peligrar en ellas. Y no menos debes ser fiel en el secreto que te
(i) Jacob. III. (a) Ephes. IV. (3; Ephes. V.
OBRAS DE GRANADA '"*■*!
4t8 GUÍA DE PECADORES
encomendaron, y tener por otra roca no menos peligrosa que
las pasadas descubrir el negocio que de ti se confió.
En el modo del hablar conviene mirar que no hablemos ni
con demasiada blandura, ni con demasiada desenvoltura, ni
apresuradamente, ni curiosa y polidamente: sino con gravedad,
con reposo, con mansedumbre, con llaneza y simplicidad. A este
modo pertenece también no ser el hombre porfiado, y cabezudo,
y amigo de salir con la suya: porque muchas veces por aquí se
pierde la paz de la consciencia, y aún la caridad, y la pacien-
cia, y los amigos. De largos y generosos corazones es dejarse
vencer en semejantes contiendas, y de prudentes y discretos
varones cumplir aquello que nos aconseja el Sabio, diciendo:
En muchas cosas conviene que te hayas como hombre que no
sabe, y oye callando, y preguntando á los que saben .
Lo tercero conviene mirar, demás del modo, que digamos
también las cosas en su tiempo; porque como dice el Sabio, de
la boca del loco no es bien recebida la palabra sentenciosa: por-
que no la dice en su tiempo. Lo último, después de todo esto,
conviene mirar el fin y la intención que tenemos cuando habla-
mos, porque unos hablan cosas buenas por parecer discretos, otros
por venderse por agudos y bien hablados: de lo cual lo uno es
hipocrisía y fingimiento, y lo otro vanidad y locura. Y por esto
conviene mirar que no sólo sean las palabras buenas, sino tam-
bién el fin sea bueno: pretendiendo siempre con purísima inten-
ción la gloria de solo Dios y el provecho de nuestros prójimos.
También conviene, después de todo esto, mirar quién habla:
porque hablar mozos donde están viejos, y simples donde están
sabios, y seglares en presencia de sacerdotes y religiosos, y final-
mente donde quiera que no se recibirá bien lo que se dice, ó pares -
cera presumpción decirse, es muy loable y necesaria cosa callar.
Todos estos puntos y acentos ha de mirar el que habla, para
que no yerre. Y porque no es de todos mirar estas circunstan-
cias, por eso es gran remedio acogerse al puerto del silencio, don-
de con solo cuidado y atención de callar cumple el hombre con
todas estas observancias y obligaciones. Por lo cual dijo el Sa-
bio (i) que aun el loco, si callase, sería tenido por sabio: y si ce-
rrase sus labios, á muchos parescería discreto.
(I) Pfov. xvn.
LIBRO 11. CAPÍTULO XV. 419
De la mortificación de las pasiones.
§ V.
m
^'oNCERTADO desta manera el cuerpo con todos sus sen-
I tidos, quédanos agora la mayor parte deste negocio, que
es el concierto del ánima con todas sus potencias. Donde prime-
ramente se nos ofrece el apetito sensitivo, que comprehende to-
dos los afectos y movimientos naturales, como son amor, odio,
alegría, tristeza, deseo, temor, esperanza, ira, y otros semejantes
afectos.
Este apetito es la más baja parte de nuestra ánima, y por
consiguiente, la que más nos hace semejantes á bestias, las cua-
les en todo y por todo se rigen por estos apetitos y afectos. Esta
es la que más nos acevila y abate á la tierra, y más nos aparta
de las cosas del cielo. Ésta es la fuente y el venero de todos cuan-
tos males hay en el mundo, y la que es causa de nuestra perdi-
ción: porque como dice Sant Bernardo, cese la propria voluntad
(que son los deseos deste apetito) y no habrá para quién sea el
infierno. Aquí principalmente está todo el almacén y toda la mu-
nición del pecado: porque de aquí toma fuerzas y armas, y aquí
toma todos sus filos y aceros para herirnos mis agudamente. Esta
es otra nuestra Eva (que es la parte más flaca y más mal incli-
nada de nuestra ánima) por la cual aquella antigua serpiente aco-
mete á nuestro Adán, que es la parte superior de ella, donde
está el entendimiento y la voluntad, para que quiera poner los
ojos en el árbol vedado. Ésta es donde más se descubren y se-
ñalan las fuerzas del pecado original, y donde más poderosamente
empleó toda la fuerza de su ponzoña. Aquí son las batallas, aquí
las caídas, aquí las victorias, aquí las coronas: quiero decir
que aquí son las caídas de los flacos, aquí las vdctorias de los es-
forzados y aquí las coronas de los vencedores, y aquí finalmen-
te toda la milicia y ejercicio de la virtud; porque en domar estas
fieras y enfrenar estas bestias bravas consiste una muy gran par-
te del ejercicio de las virtudes morales.
Ésta es la viña que habemos siempre de cavar, ésta la huer-
ta que habemos de escardar, éstas las malas plantas que habernos
de arrancar, para plantar en su lugar las de las virtudes.
420 GUÍA DE PECADORES
Pues según esto, el principal ejercicio del siervo de Dios es
andar siempre por esta huerta con escardillo en la mano, en-
tresacando las malas yerbas de las buenas: ó por otra compara-
ción, estar siempre como el gobernador de un carro sobre estas
pasiones para reprimirlas, y regirlas, y enderezarlas, unas veces
aflojando las riendas, otras recogiéndolas, para que no vayan al
paso que ellas quisieren, sino al que quiere la ley de la razón.
Éste es el ejercicio principal de los hijos de Dios, los cuales
no se rigen ya por afectos de carne ni sangre, sino por espíritu
de Dios. En esto se diferencian los hombres carnales de los espi-
rituales: que los unos, á manera de bestias brutas, se mueven por
estos afectos, y los otros por espíritu de Dios y por razón. Ésta
es aquella mortificación y aquella mirra tan alabada en las Escrip-
turas sagradas. Ésta es la muerte y la sepultura á que tantas ve-
ces nos convida el Apóstol. Esta es la cruz y el negamiento de sí
mismo que nos predica el Evangelio. Esto el hacer juicio y justicia
que tantas veces nos repiten los psalraos y profetas. Y por esto
aquí principalmente conviene emplear todos nuestros trabajos,
nuestras fuerzas, nuestras oraciones y ejercicios.
Y particularmente conviene que cada uno tenga muy bien
entendida su natural condición y sus inclinaciones, y allí tenga
siempre mayor recaudo donde sintiere mayor peligro. Y aunque
hayamos de tener siempre guerra con todos nuestros apetitos,
pero especialmente la conviene tener con los deseos de honra, de
deleites y de bienes temporales, porque éstas son las tres princi-
pales fuentes y raíces de todos los males. Miremos también no
seamos apetitosos: esto es, muy amigos de que se haga siempre
nuestra voluntad y se cumplan todos nuestros apetitos; que es
un vicio muy aparejado para grandes desasosiegos y caídas, muy
familiar á grandes señores y á todas las personas criadas y ha-
bituadas en hacer su voluntad. Para lo cual muchas veces apro-
vechará ejercitarnos en cosas contrarias á nuestros apetitos y ne-
gar nuestra propria voluntad, aun en las cosas lícitas, para que
así estemos más diestros y fáciles para negarla en las ilícitas. Por-
que no menos se requieren estos ensayos y ejercicios para ser
diestros en las armas espirituales, que en las carnales: sino tan-
to más, cuanto es mayor victoria vencer á sí y vencer demonios,
que vencer todo lo demás. Debemos también ejercitarnos en ofi-
cios humildes y bajos, sin tener cuenta con el decir de las gen-
LIBRO II. CAPÍTULO XV. 421
tes: pues tan poco es lo que el mundo puede dar ni quitar al que
tiene á Dios por su tesoro y heredad.
De la reformación de la voluntad.
§. VI.
ARA alcanzar esta mortificación susodicha ayuda en gran
manera la reformación y ornamento de la voluntad su-
perior (que es el apetito racional) la cual habemos de adornar
con estos tres sanctos afectos (entre otros muchos) que para esto
sirven: que son, humildad de corazón, pobreza de espíritu y odio
sancto de sí mismo. Porque estas tres cosas hacen más fácil el
negocio de la mortificación. La humildad es, como la define Sant
Bernardo, desprecio de sí mismo, que nasce del profundo y ver-
dadero conoscimiento de sí mismo. A la cual virtud pertenesce
desterrar del ánima todos los ramos y hijos de la soberbia con todos
los apetitos y deseos de honra y ponerse en el más bajo lugar de las
criaturas, creyendo que cualquiera otra criatura á quien nuestro Se-
ñor diese los aparejos para bien vivir que ha dado á él, los agrade-
cería mejor y se aprovecharía más de ellos que él. Y no basta que
tenga el hombre dentro de sí este reconoscimiento y desprecio, si-
no procure tratarse en lo de fuera lo más llana y húmilmente
que le sea posible (según la cualidad de su estado) haciendo po-
co caso de los juicios y voces del mundo que á esto contradi-
jeren. Para !o cual conviene que todas nuestras cosas den olor
de pobreza, bajeza y humildad, subjectándonos por amor de
Dios, no sólo á los mayores y iguales, sino también á los menores.
La segunda cosa que para esto se requiere, es pobreza de
espíritu: que es un menosprecio voluntario de las cosas del mun-
do y un contentamiento con la suerte que Dios nos dio (por
muy pobre que sea) la cual corta de un golpe la raíz de todos
los males, que es la cobdicia, y pone al hombre en tanta paz
y sosiego de corazón, que osó decir della Séneca estas palabras:
El que tiene cerrada la puerta á los deseos de su cobdicia, bien
puede competir con Júpiter en la felicidad y bienaventuranza.
Dando á entender que pues la felicidad del hombre es hartura
de los deseos de su corazón, quien ha llegado á tener asosega-
¿}22 GUÍA DE PECADORES
dos estos deseos, ya ha llegado á la cumbre de la felicidad, ó á
lo menos tiene alcanzado gran parte de ella.
El tercer afecto es el odio sancto de sí mismo, de que dice
el Salvador (i): El que ama su vida, ése la destruye, y el que
la aborresce, ése la guarda para la vida eterna: lo cual no se en-
tiende del mal odio (como el que se tienen los hombres aborri-
dos y desesperados) sino del que tuvieron los sanctos á su pro-
pria carne como á quien les fue causa de muchos males y les
es siempre estorbo de muchos bienes: no tratándola conforme
á su gusto y apetito, sino conforme á lo que pide la ley de la
razón: la cual muchas veces quiere qne la trayamos arrastrada,
y mal tratada, y hecha un estropajo del espíritu, para que á cos-
ta della se haga lo que conviene á él. Porque de otra manera
vendrá á ser lo que dice el Sabio (2): El que cría regaladamen-
te á su criado dende su niñez, después le hallará rebelde y con-
tumaz cuando se quiera servir del.
Por donde se nos amonesta en otro lugar que como á bes-
tia mal domada le demos de palos y sofrenadas, y la tengamos
presa con unas sueltas, y hagamos trabajar, porque no esté
ociosa, y así se haga soberbia y maliciosa. Pues este sancto
odio señaladamente aprovecha para el negocio de la mortifi-
cación (que es para mortificar y cortar todos nuestros malos de-
seos, aunque duela) porque de otra manera, ¿ cómo será posible
herir de agudo, y sacar sangre, y dar grande golpe en cosa que
mucho amamos? Porque el brazo y fortaleza déla mortificación
toma las fuerzas emprestadas, no solo del amor de Dios, sino
también del odio sancto de sí mismo: y con ellas tiene ánimo,
no de piadoso, sino de severo zurujano, para cortar por do quie-
ra que lo pide la corrupción de los miembros dañados, sin
alguna piedad. Destas tres virtudes susodichas, que son humil-
dad, pobreza de espíritu y odio sancto de sí mismo, y así tam-
bién de la mortificación de muchas pasiones, que se trató en el
capítulo pasado como de cosas más principales en la vida es.pi-
ritual, había mucho más que decir: pero esto quedará para otros
lugares, donde estas materias se tratarán más de propósito que
lo que conviene á memorial.
(I) Joan. XII. (2) Prov. XXIX.
LIBRO 11. CAPÍTULO XV. " 423
De la reformación de la ifnaginact'ón,
§.vn,
ESPUÉS de estas dos potencias apetitivas hay otras dos (sí
se sufre decir) cognoscitivas, que son imaginación y en-
tendimiento: las cuales corresponden á las dos precedentes: para
que cada cual de los dos apetitos susodichos tenga su guía y su
conoscimiento proporcionado. Pues la imaginación (que es la
más baja dellas) es una de las potencias de nuestra ánima que
más desmandadas quedaron por el pecado y menos subjectas á
la razón. De donde nasce que muchas veces se nos va de casa,
como esclavo fugitiv^o, sin licencia: y primero ha dado una vuel-
ta al mundo, que echemos de ver adonde está. Es también una
potencia muy apetitosa y muy cobdiciosa de pensar todo cuan-
to se le pone delante, á manera de los perros golosos que todo
lo andan probando y trastornando, y en todo quieren meter el
hocico, y aunque á veces los azoten y echen á palos, siempre se
vuelven al regosto. Es también una potencia muy Ubre y muy
cerrera, como una bestia salvaje que se anda de otero en otero,
sin querer sufrir sueltas, ni cabestro, ni dueño que la gobierne.
Y demás de tener ella de suyo estas malas mañas, hay algu-
nos que acrescientan su malicia con negligencia, tratándola co-
mo á un hijo regalado, al cual dejan discurrir por todas cuantas
cosas quiere, sin contradicción: de donde nasce que después,
cuando la quieren quietar en la consideración de las cosas divi-
nas, no les obedesce, por el mal hábito que tiene cobrado. Por lo
cual conviene que entendidas las malas mañas desta bestia, le
acortemos los pasos y la atemos á un pesebre (que es á la con-
sideración sola de las cosas buenas ó necesarias) poniéndole
perpetuo silencio en lo demás. De suerte que así como atamos
arriba la lengua para que no hablase sino palabras buenas ó ne-
cesarias, así también atemos la imaginación á buenos y sanctos
pensamientos, cerrando la puerta á todos los otros.
Para lo cual conviene que haya de nuestra parte grande dis-
creción y vigilancia para examinar cuáles pensamientos debe-
mos admitir y cuáles desechar, para que á los unos recibamos
424 GUÍA DE PECADORES
como á amigos y á los otros desechemos como á enemigos. Por-
que los que en esto son desproveídos, muchas veces dejan en-
trar en su ánima cosas que le quitan no solamente la devoción
y el fervor de la caridad, sino también la misma caridad en que
está la vida del ánima. Durmióse la portera del rey Isboset (i),
que estaba limpiando el trigo á la puerta de su recámara, y en-
traron dos ladrones famosos y cortaron la cabeza al rey. Desta
manera pues, cuando se duerme la discreción, que tiene por ofi-
cio escoger y apartar la paja del grano (que es el buen pensa-
miento del malo) entran tales pensamientos en el ánima, que mu-
chas veces le quitan la vida.
Y no sólo para conservar esta vida, sino también para el si-
lencio y recogimiento de la oración vale mucho esta diligencia:
porque así como la imaginación inquieta y corredora no deja te-
ner oración sosegada, así la recogida 3' habituada á sanctos pen-
samientos fácilmente persevera y se quieta en ellos.
De la reformación del entendimiento,
§. vni.
ESPUÉS de todas estas partes y potencias del hombre res-
ta la más alta y más noble de todas, que es el entendimiento:
el cual, entre otras virtudes, ha de ser adornado con aquella altí-
sima y rarísima virtud de la prudencia y discreción. Esta virtud,
en la vida espiritual, es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el
piloto en el navio, lo que el rey en el reino y lo que el gober-
nador en el carro, que tiene por oficio llevar las riendas en la
mano y guiarlo por donde ha de caminar. Sin esta virtud la vida
espiritual sería toda ciega, desproveída, desconcertada y llena de
confusión. Por donde aquel bienaventurado padre Antonio en un
ayuntamiento que tuvo con otros sanctos monjes (donde se tra-
taba de la excelencia de las virtudes) vino á poner ésta en altí-
simo lugar, como á guía y maestra de todas las otras. Por donde
todos los amadores de la virtud deben señaladamente poner sus
ojos en ella, para que así puedan aprovechar más en todas las otras.
Esta virtud no tiene un oficio solo, sino muchos y diversos:
porque no sólo es virtud particular, sino también general, que en-
(i) II Reg. IV.
LIBRO 11. CAPÍTULO XV. 425
treviene en los ejercicios de todas las otras virtudes, dando orden
en todo lo que conviene. Y según este oficio general trataremos
aquí de algunos actos que á ella pertenescen. Porque primera-
mente á la prudencia pertenesce (presupuesta la fe y la caridad)
enderezar todas nuestras obras á Dios como á nuestro último fin,
examinando subtilmente la intención que tenemos en las obras
que hacemos, para ver si buscamos puramente á Dios, ó si á nos-
otros: porque la naturaleza del amor proprio, como dice un doctor,
es muy subtil, y en todas las cosas busca á sí mismo, aun en los
muy altos ejercicios.
Prudencia es también saber tratar con los prójimos, para que
les aprovechemos y no escandalicemos. Para lo cual conviene
prudentemente tomar el pulso á la condición y espíritu de cada
uno y llevarlo por aquellos medios por donde pueda ser mejor
encaminado.
Prudencia es también saber sufi-ir los defectos de los otros, y
dar pasada á las flaquezas ajenas, y no querer descarnar las llagas
hasta el hueso; acordándose que todas las cosas humanas están
compuestas de acto y potencia, esto es, de perfecto y imperfecto,
y que no puede dejar de haber infinitas imperfecciones y defec-
tos en la vida, especialmente después de aquella gran caída de
la naturaleza por el pecado. De donde, así como dijo Aristóte-
les que no era de hombre sabio pedir igual certidumbre y ave-
riguación en todas las materias (porque unas se pueden clara-
mente averiguar, y otras no) así tampoco es de hombre pruden-
te pedir que todas las cosas humanas estén tan sentadas por nivel,
que no haya más que desear: porque unas pueden sufrir esto, y
otras no. Y el que pusiese pies en pared por hacer violentamente
lo contrario, por ventura causaría más daño con los medios que
para esto tomase, que provecho con el fin que pretendiese, aun-
que saliese con él.
Prudencia es también conoscer el hombre á sí mismo y tener
muy bien entendido todo lo que hay de sus puertas adentro:
conviene saber, todos sus resabios, siniestros, apetitos y malas
inclinaciones, y finalmente su poco saber y poca virtud: para que
no presuma de sí vanamente, y para que mejor entienda con
qué género de enemigos ha de tener guerra continua, hasta aca-
bar de echarlos fuera de la tierra de promisión (que es su ánima)
y con cuánta solicitud y atención le conviene velar sobre esto.
42é GUÍA DE PECADORES
Prudencia es también saber gobernar la lengiía conforme á
las leyes y circunstancias que arriba dijimos, y entender muy
bien lo que se debe hablar y lo que se debe callar, y el tiempo
de lo uno y de lo otro: porque (como dice Salomón) hay tiempo
de hablar y tiempo también de callar: pues nos consta que en la
mesa y en los convites, y en otras cosas semejantes, con mayor
alabanza calla el sabio, que habla.
Prudencia es no fiarse de todos, ni derramar luego todo su
espíritu con el calor de la plática, ni decir luego todo lo que el
hombre siente de las cosas: pues como dice el Sabio (i), todo su
espíritu derrama el nescio; mas el sabio detiénese y guarda las
cosas para adelante. Mas el que se fía de quien no se debía fiar,
siempre vivirá en peligro y será perpetuo esclavo de quien se fió.
Prudencia es saber el hombre repararse ante de los peligros,
y sangrarse en sanidad, y oler dende lejos la guerra que se pue-
de levantar en tales y tales negocios, y repararse primero con
oraciones y consideraciones para lo que podrá suceder. Este avi-
so es del Eclesiástico que dice (2): Antes que venga la enferme-
dad, apareja la medicina. Por lo cual cuando fueres á fiestas, á
convites, ó á tratar con hombres rijosos y mal acondicionados, ó
á lugares donde se puede ofrecer alguna ocasión ó peligro, siem-
pre debes ir proveído y reparado para lo que podrá suceder.
Prudencia es también saber tratar el cuerpo con discreción y
templanza, para que ni lo regalemos, ni lo matemos; ni le quite-
mos lo necesario, ni le demos lo superfluo; trayéndolo castigado,
y no casi muerto: para que ni nos falte en el camino por flaque-
za, ni derribe al que va encima, con la hartura y abundancia.
Prudencia es también, y muy grande, saber tomar las ocupa-
ciones (por honestas que sean) con templanza; para que no aho-
guemos el espíritu con el demasiado trabajo, á quien todas las
cosas (como dice Sant Francisco en su Regla) deben servir; y
para que de tal manera nos entreguemos á las cosas exteriores,
que no perdamos las interiores; y así entendamos en los ejerci-
cios del amor del prójimo, que no perdamos los del amor divino.
Porque si los Apóstoles (3) que tanto espíritu y suficiencia tenían
para todo, se desembarazaron de algunas cosas menores por no
faltar en las mayores, nadie debe presumir tanto de sus fuerzas,
(i) Prov. XXIX. (2) Eccli. XVIII. (3) Act. VL
LIBRO lí. CAPÍTULO XV. 427
que píense bastar para todo: pues es cierto que por la mayor
parte aprieta poco quien abarca mucho.
Prudencia es también entender las artes y celadas del ene-
migo, sus entradas, y sus salidas, y sus reveses; y no creer á todo
espíritu, ni dejarse vencer de cualquier figura de bien; pues mu-
chas veces Satanás se transfigura en ángel de luz y trabaja por
engañar siempre á los buenos con especie de bien. Y por esto
de ningún peligro nos debemos más recatar, que de aquel que
viene con máscara de virtud. A lo menos es cierto que á los
muy determinados en el bien, comúnmente acomete el demonio
por esta vía.
Prudencia es también saber temer, y saber acometer; saber
cuándo es ganancia perder, y cuándo es pérdida ganar; y sobre
todo, saber despreciar los juicios y pareceres del mundo, y el
decir de las gentes, y los ladridos de los gozques que nunca ce-
san de ladrar sin propósito, acordándose que está escripto (i): Si
hiciese caso de agradar á los homxbres, no me tendría por siervo
de Cristo. Á lo menos esto es cierto, que ninguna mayor locura
puede hacer un hombre, que regirse por una bestia de tantas ca-
bezas como es el vulgo, que ningún tiento ni consideración tiene
en lo que dice. Bien es no escandalizar á nadie y temer donde
hay razón de temer, y bien es no moverse á todos vientos. Pues
hallar medio entre estos extremos, oficio es de prudencia singular.
De la prudencia en los negocios.
§. IX.
¡o menos se requiere prudencia para acertar en los nego-
cios y no caer en yerros que después no se puedan cu-
rar sin grandes inconvenientes, con que muchas veces se pierde
la paz de la consciencia y se perturba la orden de la vida. Para
lo cual podrán algún tanto aprovechar los avisos siguientes.
El primero de los cuales es del Sabio que dice (2): Tus ojos
estén siempre atentos á la rectitud, y tus párpados miren prime-
ro los pasos que has de dar. Donde nos aconseja que no nos
(i) Galat. i. (2) Prov. IV.
428 GUÍA DE PECADORES
arrojemos inconsideradamente á las cosas que se han de hacer,
sino que ante toda obra preceda maduro consejo y deliberación.
Para lo cual hallo ser cinco cosas necesarias. La primera enco-
mendar á nuestro Señor los negocios. La segunda pensarlos primero
muy bien pensados con toda atención y discreción, mirando no sola-
mente la sustancia de la obra, sino también todas las circunstan-
cias della; porque una sola que falte, basta para condenación de
todo lo que se hace. Porque aunque sea muy acabada la obra y
muy bien circunstancionada, sólo hacerse sin tiempo basta para po-
ner mácula en ella. La tercera tomar consejo y tratar con otros
lo que se ha de hacer: mas éstos sean pocos y muy escogidos,
porque aunque es provechoso oir los pareceres de todos para ven-
tilar la causa, pero la determinación ha de ser de pocos, para no
errar en la sentencia. La cuarta y muy necesaria es dar tiempo á
la deliberación y dejar madurar el consejo por algunos días: por-
que así como se conocen mejor las personas con la comunicación
de muchos días, así también lo hacen los consejos. Muchas veces
una persona á las primeras entradas paresce uno, y después
descubre otro; y así lo hacen á veces los consejos y determina-
ciones; que lo que á los principios agradaba, después de bien con-
siderado viene á desagradar. La quinta cosa es guardarse de cua-
tro madrastras que tiene la virtud de la prudencia, que son pre-
cipitación, pasión, obstinación en el proprio parecer, y repunta
de vanidad. Porque la precipitación no delibera, la pasión ciega,
la obstinación cierra la puerta al buen consejo, y la vanidad (do
quiere que entreviene) todo lo tizna.
Á esta misma virtud pertenece huir siempre los extremos, y
ponerse en el medio: porque la virtud y la verdad huyen siem-
pre de los extremos, y ponen su silla en este lugar. Por donde ni
todo lo condenes, ni todo lo justifiques; ni todo lo niegues, ni to-
do lo concedas; ni todo lo creas, ni todo lo dejes de creer; ni por
la culpa de pocos condenes á muchos, ni por la sanctidad de al-
gunos apruebes á todos: sino en todo mira siempre el fiel de la
razón, y no te dejes llevar del ímpetu de la pasión á los ex-
tremos.
Regla es también de prudencia no mirar á la antigüedad y
novedad de las cosas para aprobarlas ó condenarlas: porque mu-
chas cosas hay muy acostumbradas y muy malas, y otras hay
muy nuevas y muy buenas, y ni la vejez es parte para justificar
LIBRO 11. CAPÍTULO XV. 429
lo malo, ni la novedad lo debe ser para condenar lo bueno: sino
en todo y por todo hinca los ojos en los méritos de las cosas, y no
en los años. Porque el vicio ninguna cosa gana por ser antiguo,
sino ser más incurable; y la virtud ninguna cosa pierde por ser
nueva, sino ser menos conoscida.
Regla es también de prudencia no engañarse con la figura y
aparencia de las cosas, para arrojarse luego á dar sentencia sobre
ellas; porque ni es oro todo lo que reluce, ni bueno todo lo que
parece bien; y muchas veces debajo de la miel hay hiél, y debajo
de las flores espinas. Acuérdate que dice Aristóteles que algunas
veces tiene la mentira más aparencia de verdad que la misma
verdad; y así también podrá acaescer que el mal tenga más apa-
rencia de bien que el mismo bien.
Sobre todo esto debes asentar en tu corazón que así como la
gravedad y peso en las cosas es compañera de la prudencia, así
la facilidad y liviandad lo es de la locura. Por lo cual debes estar
muy avisado no seas fácil en estas seis cosas, conviene saber:
1. en creer,
2. en conceder,
3. en prometer,
4. en determinar,
5. en conversar livianamente con los hombres
6. y mucho menos en la ira.
Porque en todas estas cosas hay conoscido peligro en ser el
hombre fácil y ligero para ellas. Porque creer Hgeramente es li-
viandad de corazón; prometerfácilmente es perder la libertad; con-
ceder fácilmente es tener de qué arrepentirse; determinar fácil-
mente es ponerse á peligro de errar, como hizo David en la causa
de Mifiboset (i); facilidad en la conversación es causa de menos-
precio, y faciUdad en la ira es manifiesto indicio de locura. Porque
escripto está (2) que el hombre que sabe sufrir, sabrá gobernar
su vida con mucha prudencia; mas el que no sabe sufrir, no podrá
dejar de hacer grandes locuras.
(i) II Reg. ly. (2) Prov. XIV.
430 GUÍA DE PECADORES
De algunos medios por donde se alcanza esta virtud.
§. X.
ARA alcanzar esta virtud (entre otros medios) aprovecha
\ mucho la experiencia de los yerros pasados, y también
de los acertamientos y buenos sucesos así proprios como ajenos;
porque de aquí se toman ordinariamente muchos avisos y reglas
de prudencia. Y por la misma razón se dice que la memoria de
lo pasado es muy familiar ayudadora y maestra de la prudencia,
y que el día presente es discípulo del pasado, pues como dice
Salomón (i), lo que será es lo que fué, y lo que fué es lo que
será. Y por esto, por lo pasado podremos juzgar lo presente, y
por lo presente lo pasado.
Mas sobre todo ayuda para alcanzar esta virtud la profunda
y verdadera humildad de corazón, así como la que más la impide
es la soberbia, porque escripto está que donde está la humildad,
ahí está la sabiduría (2). Y demás de esto todas las Escripturas
claman que Dios enseña á los humildes, y que es maestro de los
pequeñuelos, y que á ellos comunica sus secretos. Mas con todo
esto no ha de ser tal la humildad que se rinda á cualesquier pa-
receres y se deje llevar de todos vientos; porque ésta ya no se-
ría humildad, sino instabilidad y flaqueza de corazón. En lo cual
quiso proveer el Sabio cuando dijo (3): No quieras ser humilde
en tu sabiduría: dando á entender que en las verdades que tiene
el hombre con justos y católicos fundamentos asentadas, ha de ser
constante y no se ha de mover á lumbre de pajas (como hacen
algunos flacos) ni dejarse llevar de cualesquier pareceres.
Lo último que ayuda á alcanzar esta virtud es la humilde y
devota oración, porque como uno de los principales oficios del
Espíritu Sancto sea alumbrar el entendimiento con el don de la
sciencia, sabiduría, consejo y entendimiento, cuanto el hombre
con mayor devoción y humildad se presentare delante del con
corazón de discípulo y de niño, tanto será mas claramente ense-
ñado y lleno destos dones celestiales.
\i) Eccles. I. (2) Prov. XI. (3) Eccli. XIII.
LIBRO II. CAPÍTULO XV. 43 I
Mucho nos habernos alargado en tratar de esta virtud: por-
que como ella sea la guía de todas las otras, era necesario pro-
curar que la guía no fuese ciega, porque no quedase á escuras
y sin ojos todo el cuerpo de las virtudes. Y porque todo esto sirve
para justificar y ordenar el hombre para consigo mismo (que es
la primera parte de justicia que arriba pusimos) será bien que di-
gamos ya de la segunda, que nos ordena para con el prójimo.
DE LO QUE EL HOMBRE DEBE HACER PARA CON EL PRÓJIMO.
CAPITULO XVI.
' A segunda parte de justicia es hacer el hombre lo que
debe para con sus prójimos: que es usar con ellos de
aquella caridad y misericordia que Dios nos manda.
Qué tan principal sea esta parte, y cuánto nos sea encomendada
en las Escripturas divinas (que son los maestros y adalides de
nuestra vida) no lo podrá creer sino quien las hobiere leído. Lee
los Profetas, lee los Evangelios, lee las Epístolas sagradas, y ve-
rás tan encarecido este negocio, que te pondrá admiración. En
Isaías pone Dios una muy principal parte de justicia en la cari-
dad y buen tratamiento de los prójimos. Y así cuando los judíos
se quejaban (i) diciendo: ^Porqué, Señor, ayunamos, y no mi-
raste nuestros ayunos; afligimos nuestras ánimas, y no heciste
caso dello? respóndeles Dios: Porque en el día del ayuno vivís
á vuestra voluntad, y no á la mía; y apretáis y fatigáis á todos
vuestros deudores. Ayunáis, mas no de pleitos y contiendas, ni
de hacer mal á vuestros prójimos. No es, pues, ése el ayuno que
me agrada, sino éste: Rompe las escripturas y contratos usurarios;
quita de encima de los pobres las cargas con que los tienes ©pre-
sos; deja en su libertad á los afligidos y necesitados, y sácalos
del yugo que tienes puesto sobre ellos; de un pan que tuvieres,
parte el medio con el pobre, y acoge á los necesitados y pere-
grinos en tu casa. Y cuando esto hicieres, y abrieres tus entrañas
al necesitado, y le socorrieres y dieres hartura, entonces te haré
tales y tales bienes: los cuales prosigue muy copiosamente hasta
el fin deste capítulo. Ves aquí pues, hermano, en qué puso Dios
una gran parte de la verdadera justicia, y cuan piadosamente qui-
so que nos hubiésemos con nuestros prójimos en esta parte.
Pues ¿qué diré del apóstol Sant Pablo? ¿En cuál de sus Epís-
tolas no es ésta la mayor de sus encomiendas? ¡Qué alabanzas
(ij Isai. LVIII,
Libro ii. capítulo xvr. 433
predica de la caridad ! ¡ cuánto la engrandece ! ¡ cuan por menudo
cuenta todas sus excelencias! ¡cómo la antepone á todas las otras
virtudes, diciendo que ella es el más excelente camino que hay
para irá Dios! Y no contento con esto, en un lugar dice que la
caridad es v'ínculo de perfección; en otro dice (i) que es fin de
todos los mandamientos; en otro (2) que el que ama á su prójimo
tiene cumplida la ley. Pues ¿qué mayores alabanzas se podían
esperar de una virtud que éstas? ¿Cuál es el hombre deseoso de
saber con qué género de obras agradará á Dios, que no quede
admirado y enamorado desta virtud, y determinado de ordenar y
enderezar todas sus obras á ella?
Pues aun queda sobre todo esto la Canónica de aquel tan
grande amado y amador de Cristo S. Jum Evangelista, en la
cual ninguna cosa más repite, ni más encaresce, ni más enco-
mienda que esta virtud. Y lo que hizo en esta Epístola, eso mis-
mo dice su historia que hacía toda la vida. Y preguntado por
qué tantas veces repetía esta sentencia, respondió que porque
si ésta debidamente se cumpliese, bastaba para nuestra salud.
De los oficios de la caridad.
§.I.
I EGÚN esto, el que de veras desea acertar á contentar á
Dios, entienda que una de las cosas más principales que
para esto sirve, es el cumplimiento deste mandamiento de amor,
Con tanto que este amor no sea desnudo y seco, sino acompa-
ñado de todos los efectos y obras que del verdadero amor se
suelen seguir: porque de otra manera no merecería nombre
de amor, como lo significó el mismo Evangelista cuando dijo:
Si alguno tuviere de los bienes deste mundo, y viendo á su pró-
jimo en necesidad no le socorre, ¿ cómo está la caridad de Dios
en él? Hijuelos, no amemos con solas palabras, sino con obras
y con verdad. Según esto, debajo deste nombre de amor (entre
otras muchas obras) se encierran señaladameate estas seis, con-
viene saber: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edifi-
(0 I Tim I. (2) Rom. XIII.
OBR^S DK GRANADA |^>»t^
434 GUÍA DÉ PECADORES
car. Las cuales obras tienen tal conexión con la caridad, que el
que más tuviere dellas, tendrá más caridad, y el que menos,
menos. Porque algunos dicen que aman, y no pasa más adelan-
te este amor. Otros aman, y ayudan con avisos y buenos con-
sejos: mas no echarán raano á la bolsa, ni abrirán el arca para
socorreros. Otros aman, y avisan, y socorren con lo que tie-
nen: mas no sufren con paciencia las injurias, ni las flaquezas
ajenas, ni cumplen con aquel consejo del Apóstol, que dice:
Llevad cada uno la carga del otro, y así cumpliréis la ley de
Cristo. Otros, ya que sufren las injurias con paciencia, no las per-
donan con misericordia: y aunque dentro del corazón no tienen
odio, no quieren mostrar buena cara en lo de fuera. Éstos, aun-
que aciertan en lo primero, todavía desfallecen en lo segundo,
y no llegan á la perfección de esta virtud. Otros hay que tie-
nen todo esto: mas no edifican á sus prójimos con palabras y
ejemplos: que es uno de los más altos oficios de la caridad. Pues
según esta orden podrá cada uno examinar cuánto tiene y cuán-
to le falta de la perfección de esta virtud. Porque el que ama,
podemos decir que está en el primer grado de caridad: el que
ama y aconseja, en el segundo: el que ayuda, en el tercero: el
que sufre, en el cuarto: el que perdona y sufre, en el quinto: y el
que sobre todo esto edifica con sus palabras y buena vida, que
es oficio de varones perfectos y apostólicos, en el postrero.
Estos son los actos positivos ó afirmativos que encierra en sí
la caridad: en que se declara lo que debemos hacer con el pró-
jimo. Hay otros negativos, donde se declara lo que no debemos
hacer, que son: No juzgar á nadie: no decir mal de nadie: no
tocar en la hacienda, ni en la honra, ni en la mujer de nadie:
no escandalizar con palabras injuriosas, ni descorteses, ni des-
entonadas á nadie, y mucho menos con malos ejemplos y con-
sejos. Quienquiera que esto hiciere, cumplirá enteramente con
todo lo que nos pide la perfección deste divino mandamiento.
Y si de todo esto quieres tener particular memoria y com-
prenherlo en una palabra, trabaja por tener (como ya dijimos)
para con el prójimo corazón de madre, y así podrás cumplir en-
teramente con todo lo susodicho. Mira de la manera que una
buena y cuerda madre ama á su hijo: cómo le avisa en sus peli-
gros, cómo le acude en sus necesidades, cómo lleva todas sus
faltas, unas veces sufriéndolas con paciencia, otras castigándolas
LIBRO ir. CAPÍTULO XVI. 435
con justicia, otras disimulándolas y tapándolas con prudencia:
porque de todas estas virtudes se sirve la caridad, como reina
y madre de las virtudes. Mira cómo se goza de sus bienes: có-
mo le pesa de sus males: cómo los tiene y los siente por suyos
proprios: cuan grande celo tiene de su honra y de su provecho:
con qué devoción ruega siempre á Dios por él, y finalmente
cuánto más cuidado tiene del que de sí misma, y cómo es cruel
para sí, por ser piadosa para con él. Y si tú pudieres arribar á
tener esta manera de corazón para con el prójimo, habrás llega-
do á la perfección de la caridad: y ya que no puedas llegar
aquí, á lo menos esto debes tener por blanco de tu deseo, y á
esto debes siempre enderezar tu vida: porque mientras más alto
pretendieres subir, menos bajo quedarás.
Y si rae preguntas cómo podré yo llegar á tener esa manera
de corazón para con un extraño, á esto respondo que no has de
mirar tú al prójimo como á extraño, sino como á imagen de
Dios, como á obra de sus manos, como á hijo suyo y como á
miembro vivo de Cristo: pues tantas veces nos predica S. Pablo
que todos somos miembros de Cristo, y que por eso pecar con-
tra el prójimo es pecar contra Cristo, y hacer bien al prójimo
es hacer bien á Cristo. De suerte que no has de mirar al próji-
mo como á hombre, ni como á tal hombre, sino como al mismo
Cristo, ó como á miembro vivo de este Señor: y dado que no lo
sea cuanto á la materia del cuerpo, ¿ qué hace eso al caso, pues
lo es cuanto á la participación de su espíritu y cuanto á la gran-
deza del galardón, pues Él dice que así le pagará este bene-
ficio como si Él lo recibiera ?
Considera también todas aquellas encomiendas y encares-
cimientos que arriba pusimos de la excelencia desta virtud, y de
lo mucho que por el mismo Señor nos es encomendada: porque
si hay en ti deseo vivo de agradar á Dios, no podrás dejar de
procurar con suma diligencia una cosa que tanto le agrada. Mira
también el amor que tienen entre sí parientes con parientes
sólo por comunicar en un poco de carne y de sangre, y aver-
güénzate que no pueda más en ti la gracia que la naturaleza, y
la unión del espíritu que la de la carne. Si dices que ahí se
halla unión y participación en una misma raíz y en una misma
sangre, que es común á entrambos: mira cuánto más nobles son
las uniones que el Apóstol pone entre los fieles, pues todos tia-
43^ GUÍA DE PECADORES
nen un padre, una madre, un señor, un baptisrao, una fe, una
esperanza, un mantenimiento y un mismo espíritu qne les da
vida. Todos tienen un padre, que es Dios: una madre, que es
la Iglesia: un señor, que es Cristo; una fe, que es una lumbre so-
brenatural en que todos comunicamos y nos diferenciamos de
todas las otras gentes: una esperanza, que es una misma here-
dad de gloria, en la cual seremos todos una ánima y un cora-
zón: un baptismo, donde todos fuimos adoptados por hijos de un
mismo padre y hechos hermanos unos con otros: un mismo
mantenimiento, que es el Santísimo Sacramento del cuerpo de
Cristo, con que todos somos uñidos y hechos una misma cosa
con Él, así como de muchos granos de trigo se hace un pan, y
de muchos granos de uvas un solo vino. Y sobre todo esto par-
ticipamos un mismo espíritu (que es el Espíritu Sancto) el cual
mora en todas las ánimas de los fieles, ó por fe, ó por fe y gra-
cia juntamente, y los anima y sustenta en esta vida. Pues si los
miembros de un cuerpo (aunque tengan diversos oficios y figu-
ras entre sí) se aman tanto, por ser todos animados con una
misma ánima racional, ¿cuánto mayor razón será que se amen
los fieles entre sí, pues todos son animados con este Espíritu di-
vino, que cuanto es más noble, tanto es más poderoso para cau-
sar mayor unidad en las cosas donde está? Pues si sola la uni-
dad de carne y de sangre basta para causar tan grande amor
entre parientes, ¿cuánto más todas estas unidades y comunica-
ciones tan grandes?
Sobre todo esto pon los ojos en aquel único y singular ejem-
plo de amor que Cristo nos tuvo: el cual nos amó tan fuerte-
mente, tan dulcemente, tan graciosamente, tan perseverante-
mente y tan sin interese suyo ni merescimiento nuestro: para que
esforzado tú con este tan notable ejemplo y obligado con tan
grande beneficio, te dispongas según tu posibilidad á amar al
prójimo desta manera, para que así cumplas fielmente aquel
mandamiento que este Señor te dejó tan encomendado á la sa-
lida deste mundo cuando dijo: Éste es mi mandamiento, que os
améis unos á otros, así como Yo os amé. Quien demás de lo di-
cho quisiere saber qué tan grande sea la virtud de la limosna y
misericordia para con el prójimo y cuántas las excelencias de-
llas, lea un tratado que desta materia hallará escripto al fin de
nuestro Libro de la Oración y Meditación.
DE LO QUE EL HOMBRE DEBE HACER PARA CON DIOS.
CAPÍTULO xvn.
ICHO ya de lo que debemos hacer para con nosotros
y con nuestros prójimos, digamos agora de lo que
debemos hacer para con Dios, que es la principal y
la más alta parte de justicia que hay: á la cual sirven aquellas
tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que tienen por
objecto á Dios, y la virtud que los teólogos llaman religión, que
tiene por objecto el culto de Dios.
Pues con todas las obligaciones que debajo de todas estas
virtudes se comprehenden, cumplirá el hombre enteramente, si
llegare á tener para con Dios el corazón que tiene un buen hijo
para con su padre. De suerte que así como cumple consigo
quien para consigo tiene corazón de buen juez, y con el próji-
mo quien para con él tiene corazón de madre (como ya dijimos)
así también en su manera cumplirá con Dios quien tuviere co-
razón de hijo para con Él, pues uno de los principales oficios del
espíritu de Cristo es darnos esta manera de corazón para con
Dios.
Considera, pues, agora diligentemente el corazón que tiene
un buen hijo para con su padre: qué amor le tiene, qué temor y
reverencia, qué obediencia, qué celo de su honra, cuan sin in-
terese le sirve, cuan confiadamente acude á él en todas sus ne-
cesidades, cuan húmilmente sufre sus reprehensiones y castigos
con todo lo demás: y ten tú este mismo corazón para con Dios,
y habrás cumplido enteramente con esta parte de justicia.
Pues para tener este corazón, nueve virtudes principalmente
me parecen ser necesarias, entre las cuales la primera y la más
principal es amor, la segunda temor y reverencia, la tercera
confianza, la cuarta celo de honra divina, la quinta pureza de
intención en las obras de su servicio, la sexta oración y recurso
á Él en todas las necesidades, la séptima agradescimiento á sus
43S GUÍA DE PECADORES
beneficios, la octava obediencia y conformidad entera con su
sancta voluntad, y la nona humildad y paciencia en todos los
azotes y trabajos que nos enviare,
§■ I.
Según esta orden, la primera cosa y más principal que de-
bemos hacer, es amar este Señor así como Él lo manda, que es
con todo corazón, con toda nuestra ánima y con todas nuestras
fuerzas. De suerte que todo cuanto hay en el hombre (cada co-
sa en su manera) ame y sirva á este Señor: el entendimiento
pensando en Él, la voluntad amándole, los afectos inclinándose
á lo que pide su amor, y las fuerzas de todos los miembros y
sentidos empleándose en ejecutar todo lo que ordenare este
amor. Y porque desta materia hay un tratado entero en la se-
gunda parte de nuestro Memorial de Vida Cristiana, ahí podrá
ver lo que quisiere della el estudioso lector.
La segunda cosa que después deste sancto amor se requie-
re, es temor: el cual procede deste mismo amor. Porque cuan-
to más amáis una persona, tanto más teméis, no sólo perderla,
sino también enojarla, como vemos que lo hace el buen hijo pa-
ra con su padre, y la buena mujer para con su marido, que cuan-
to más le quiere, tanto más trabaja porque no haya en su casa
cosa que le pueda dar pena. Este temor es guarda de la ino-
cencia, y por esto conviene que esté muy profundamente arrai-
gado en nuestra ánima, según que lo pedía el profeta David
cuando decía (i): Traspasa, Señor, mis carnes con tu temor, por-
que de tus juicios temí. De manera que no se contentaba este
sancto rey con tener el temor de Dios arraigado en su ánima,
sino quería también tener traspasadas con él su carne y sus en-
trañas: para que este tan grande sentimiento le fuese como un
clavo hincado en el corazón, que le sirviese de perpetuo me-
morial y despertador para no desmandarse en cosa con que
ofendiese los ojos de quien así temía. Por lo cual con mucha
razón se dice que el temor del Señor echa fuera el pecado (2):
porque cuando se teme mucho la persona, natural cosa es te-
merse mucho la ofensa della.
(O Psalm. CXVIII, (2) Eccli. I.
LIBRO II. CAPÍTULO XVII. 4^.)
A este mipmo temor pertenesce temer, no sólo las malas
obras, sino también las buenas, si por ventura no van tan puras
y tan bien circunstancionadas como sería razón, por donde lo
que de su naturaleza es bueno, por culpa nuestra deje de serlo.
Por lo cual dice Sant Gregorio que de buenas ánimas es temer
culpa donde culpa no es: como muestra que la tenía el sancto
Job cuando decía (i): Temía yo, Señor, todas las obras que ha-
cía, sabiendo que no disimulas el castigo de lo mal hecho. A
este mismo temor pertenesce que cuando estuviéremos en los
oficios divinos y en las iglesias (mayormente donde está el
Sanctísimo Sacramento) estemos allí, no parlando, ni paseando,
ni derramando los ojos á diversas partes (como hacen muchos)
sino con grande temor y acatamiento de aquella Imperial Ma-
jestad ante quien estamos, la cual por una especial manera asis-
te en aquel lugar. Estas y otras cosas tales pertenescen á este
sancto temor. Y si me pregimtares cómo este sancto afecto se
críe en nuestras ánimas, á esto digo que la principal raíz de do
procede, es el amor de Dios (como arriba tocamos) después de
la cual también sirve en su manera para esto el temor servil,
que es principio del filial, y así lo introduce en el ánima, como
la seda al hilo con que se cose el zapato. Y demás desto ayuda
mucho á criar y acrescentar este sancto afecto la consideración
destas cuatro cosas: conviene saber, la alteza de la divina Ma-
jestad, la profundidad de sus juicios, la grandeza de su justicia,
la muchedumbre de nuestros pecados, y especialmente la re-
sistencia que hacemos á las inspiraciones divinas. Por lo cual se-
rá bien algunas veces ocupar nuestro corazón en la considera-
ción destas cuatro cosas: porque ella es la que sirve para criar
y fomentar en nuestras ánimas este sancto afecto: de lo cual
tratamos más á la larga en el capítulo XXVIII del libro pasado.
§. II.
La tercera virtud que para esto nos sirve, es la confianza: esto
es, que así como un hijo en todas las tribulaciones y necesidades
que se le ofrescen (si tiene el padre rico y poderoso) está muy
confiado que no le ha de faltar el socorro y providencia de su
padre, así el hombre ha de tener en esta parte un corazón tan de
(i) Job. IX.
440 GUÍA DE PECADORES
hijo para con Dios, que considerando cómo tiene por padrea Aquél
en cuyas manos está todo el poder del cielo y de la tierra, esté
confiado en todas las tribulaciones que se le ofrescieren, que
volviéndose á Él y confiando en su misericordia, le sacará de
aquel trabajo, ó lo enderezará para mayor bien y provecho su)''o.
Porque si esta manera de confianza tiene un hijo en su padre, y
con ella duerme seguro: ¿cuánto más se debe tener en Aquél que
es más padre que todos los padres y m.ás rico que todos los ri-
cos? Y si dijeres que la falta de servicios y merescimientos y la
muchedumbre de los pecados de la vida pasada te hace desma-
)^ar, el rem.edio es no mirar por entonces á esto, sino mirar á Dios,
y mirar á su Hijo, nuestro único Salvador y medianero, para co-
brar esfuerzo en Él. De donde así como los que pasan un río im-
petuoso (cuando se les desvanesce la cabeza con la fuerza de la
corriente) les damos voces y decimos que no miren á las aguas,
que desvanescen, sino que alcen los ojos á lo alto y caminarán
seguros: así también se debe aconsejar á los flacos en estaparte,
avisándoles que no miren por entonces á sí ni á sus pecados
pasados. Pues dirás: ¿A qué debo mirar para cobrar esa manera
de confianza? A esto te respondo que mires primeramente aque-
lla inmensa bondad y misericordia de Dios, que se extiende al
remedio de todos los males del mundo: y mira también la verdad
de su palabra, por la cual tiene prometido favor y socorro á to-
dos los que invocaren húmilmente su sancto nombre y se pusie-
ren debajo de su amparo; pues vemos que aun los mismos ene-
migos que traen bandos unos con otros, no niegan su favor á los
que se van á meter por sus puertas y guarescer en sus casas al
tiempo del peligro. Y mira otrosí la muchedum.bre de los bene-
ficios que hasta agora tienes de su piadosa mano recibidos, y
aprende de la misericordia experimentada en las mercedes pa-
sadas á esperar en las venideras. Y sobre todo esto mira á Cris-
to con todos sus trabajos y merescimientos, los cuales son el prin-
cipal derecho y título que tenemos para pedir mercedes á Dios:
pues nos consta que estos merecimientos por una parte son tan
grandes, que no pueden ser ma3^ores, y por otra son tesoros de
la Iglesia para el remedio y socorro de todas sus necesidades.
Éstos, pues, son los principales estribos de nuestra confianza: y
éstos los que hacían á los sanctos estar tan firmes en lo que es-
peraban, como el monte de Sión.
LIBRO II. CAPÍTULO XVII. 44 1
Mas es mucho de sentir que teniendo tan grandes motivos
para confiar, somos muy flacos en esta parte; pues luego como
vemos el peligro al ojo, desmayamos y nos vamos á Egipto á
buscar amparo en la sombra y carros de Faraón. De manera que
hallaréis muchos siervos de Dios muy ayunadores, 3^ rezadores,
y limosneros, y llenos de otras virtudes: mas muy pocos que ten-
gan aquella manera de confianza que tenía Sancta Susana, la
cual estando sentenciada á muerte, y sacándola ya para la eje-
cución de la sentencia, dice la Escriptura (i) que estaba su cora-
zón confiado en el Señor. Autoridades para persuadir esta virtud,
quien las quisiere traer, puede traer aquí toda la Escriptura sa-
grada, mayormente psalmos y Profetas: porque apenas hay en
ellos cosa más repetida que la esperanza en Dios y la certidum-
bre del socorro para los que esperan en El.
§. m.
La cuarta virtud es celo de la honra de Dios, esto es, que el
mayor de nuestros cuidados sea ver prosperada y adelantada la
honra de Dios, y ver sanctificado y glorificado su nombre, y he-
cha su voluntad en el cielo y en la tierra: y el mayor de todos
nuestros dolores sea ver que esto no se hace así, sino muy al revés.
Tal era el corazón y celo que tuvieron los sanctos, en cuyo nom-
bre fueron dichas aquellas palabras (2): El celo, Señor, de la glo-
ria de vuestra casa tiene enflaquecidas mis carnes: porque era tan
grande la aflicción que por esta causa sentían, que el dolor del
ánima enflaquescía el cuerpo, y corrompía la sangre, y daba
muestras de sí. en todo el hombre exterior. Y si nosotros tal celo
tuviésemos, luego seríamos señalados en las frentes con aquella
gloriosa señal de Ezequiel: por la cual estaríamos libres de todos
los castigos y azotes de la justicia divina.
La quinta virtud es pureza de intención: á la cual pertenece
que en todas las obras que hiciéremos, no busquemos á nosotros,
ni pretendamos sólo nuestro interese, sino la gloria y beneplácito
de este Señor, teniendo por cierto que así como los que juegan
á la ganapierde, perdiendo ganan y ganando pierden, así, mien-
tra más sin interese tratáremos en esta parte con Dios, más ga-
(I) Dan. XIII. (2) Psalm. CXVIll.
442 GUÍA DE PECADORES
naremofi con Él, y al revés. Ésta es una de las cosas que nos
habernos de mirar y examinar en nuestras obras y de que ma-
yores celos habemos de tener: recelando no se nos vayan por
ventura los ojos á mirar en ellas otra cosa que Dios, porque la
naturaleza del amor proprio (como ya dijimos) es subtil, y en to-
das las cosas busca á sí misma. Muchos hay muy ricos de buenas
obras que por ventura cuando sean examinadas en el contraste
de la justicia divina, se hallarán faltas desta pureza de intención,
que es aquel ojo del Evangelio, que si es claro, todo el cuerpo
hace claro, y si escuro, todo lo hace escuro (i).
Muchas personas hay constituidas en dignidad, así en la re-
pública como en la Iglesia, que viendo cómo siempre la virtud
en semejantes oficios es favorescida, trabajan por ser virtuosos
y viv^ir á ley de hombres de bien, lavando sus manos de toda
vileza y de toda cosa que pueda amancillar su honra; mas esto
hacen por no caer de la reputación en que están, por ser quistos
con sus príncipes, por ser favorescidos y acrescentados en sus
oficios y llevados á otros mayores. De manera que estas obras
no proceden de centella viva de amor y temor de Dios, ni tienen
por fin su obediencia y su gloria, sino sólo el interese y gloria
propria del hombre. Pues lo que así se hace, aunque á los ojos del
mundo parezca algo, en los de Dios es todo humo y sombra de
justicia, no verdadera justicia. Porque no son meritorias ante Dios
ni las virtudes morales por sí solas, ni los trabajos corporales (aun-
que sea sacrificar los proprios hijos) sino solo este espíritu de amor
enviado del cielo, y lo que nasce desta raíz. No había en el tem-
plo cosa que no fuese ó de oro, ó dorada (2) y así no es razón
que haya en el templo vivo de nuestra ánima cosa que no sea
caridad, ó vaya dorada con ella. Por donde el siervo de Dios no
ponga tanto los ojos en lo que hace, cuanto en lo que pretende
hacer; porque bajísimas obras con altísima intención son altísi-
mas, y altísimas con bajísima intención son muy bajas. Porque no
mira Dios tanto al cuerpo de la obra, cuanto al ánima de la inten-
ción, que procede del amor.
Esto es imitar en su manera aquel nobilísimo y graciosísimo
amor del Hijo de Dios, el cual nos pide en su Evangelio que le
amemos de la manera que Él nos amó: conviene saber, de pura
(I) Luc. XI. (2; III Reg. VI.
LffiRO ir. CAPÍTULO XVII. 44^
gracia y sin ninguna manera de interese. Y como entre las circuns-
tancias desta divina caridad ésta sea la más admirable en la per-
sona de Dios, muy dichoso será aquél que en todas las obras que
hiciere, trabajare por imitarla. Y el que esto hiciere, sepa cierto
que será muy amado de Dios, como muy semejante á Él en la no-
bleza de la virtud y en la pureza de la intención: pues la seme-
janza suele ser causa de amor. Por tanto desvíe el hombre sus
ojos en las buenas obras que hace, de todo respecto humano, y
póngalos en Dios, y no consienta que la obra que tiene por pre-
mio á tal Señor, sirva para solo respecto temporal. Porque así
como sería gran lástima ver una doncella nobilísima y hermosí-
sima casada con un carbonero, siendo merescedora de un rey,
así lo es y mucho más, ver á la virtud merescedora de Dios,
empleada en adquirir por ella bienes del mundo.
Mas porque esta pureza de intención no es fácil de alcanzar,
pídala el hombre instantemente en todas sus oraciones á Dios:
mayormente en aquella petición de la oración del Señor, cuan-
do dice que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el
cielo: para que así como todos aquellos ejércitos celestiales
cumplen la voluntad de Dios con purísima intención por sólo
agradarle, así procure él, morando en la tierra, imitar esta cos-
tumbre y policía del cielo en cuanto le sea posible: no porque
no sea bueno y sancto, demás del agradar á Dios, pretender
su reino: sino porque tanto será la obra más perfecta, cuanto
más desnuda fuere de todo interese proprio.
§. IV.
La sexta virtud es oración, mediante la cual como hijos de-
bemos recorrer á nuestro padre en el tiempo de la tribulación
(como hacen hasta los niños chiquitos, que con cualquier miedo
ó sobresalto que tengan, luego acuden á sus padres) para que
mediante ella tengamos continua memoria de nuestro Padre, y
andemos siempre en su presencia, y muchas veces platiquemos
con El: pues todo esto está anejo á lo condición y obligación
de los buenos hijos para con sus padres. Y porque desta vir-
tud tratamos en otros lugares, al presente no se ofresce qué de-
cir más,
444 GUÍA DE PECADORES
La séptima virtud de ejercicio es hacimiento de gracias: al
cual pertenesce que tengamos un corazón muy agradescido á
todos los beneficios divinos, y una lengua que la mayor parte
de la vida gaste en dar gracias por ellos, diciendo con el Profe-
ta: Bendiciré yo al Señor en todo tiempo, y en mi boca estará
siempre su alabanza. Y en otro lugar: Sea, Señor, mi boca llena
de tus alabanzas, para que todo el día gaste en cantar tu gloria.
Porque si siempre está el Señor dándonos vida, y conservándo-
nos en el ser que nos dio, y lloviendo perpetuamente sobre nos-
otros beneficios con el movimiento de los cielos y con el conti-
nuo servicio de todas las criaturas, ^qué mucho es estar siem-
pre alabando á quien siempre te está conservando, y preservan-
do, y gobernando, y haciendo mil bienes? Sea, pues, éste el pri-
mero de todos nuestros ejercicios y por donde (como aconseja
Sant Basilio) comencemos ordinariamente nuestras oraciones,
de tal manera que á la mañana, y á la noche, y al medio día
y á todos los tiempos, siempre demos al Señor gracias por to-
dos sus beneficios, así generales como particulares: así de natu-
raleza como de gracia: y mucho más por aquel beneficio de be-
neficios y gracia de gracias, que fué hacerse hombre y derra-
mar toda cuanta sangre tenía por los hombres, y haber querido
quedarse mediante el Sanctísimo Sacramento del altar en nues-
tra compañía: considerando principalmente en estos beneficios
esta circunstancia que acabamos de decir: conviene saber, que
era Señor de todo lo criado el que esto hacía, el cual ningún
interese podía en todo esto pretender: y así hizo todo cuanto hi-
zo por pura bondad y amor. Desta materia había mucho que de-
cir: pero porque ya della tratamos en otra parte hablando de
los beneficios divinos, esto bastará ahora para el presente lugar.
De cuatro grados de obediencia,
§. V.
A octava virtud que para con este celestial Padre nos or-
dena, es una general obediencia á todo lo que Él man-
da: en la cual consiste el cumplimiento y suma de toda justicia.
Esta virtud tiene tres grados. El primero, obedecer á los manda-
LIBRO II. CAríTLXO XVII. 445
mientos divinos: el segundo, á los consejos: el tercero, á las ins-
piraciones y llamamientos de Dios. La guarda de los manda-
mientos de todo punto es necesaria para la salud: la de los con-
sejos ayuda para la de los mandamientos, sin la cual muchas ve-
ces suele correr peligro. Porque el no jurar (aunque sea verdad)
sirve para no jurar cuando sea mentira: el no pleitear, para no
perder la paz y la caridad: el no poseer cosa propria, para es-
tar más seguro de cobdiciar la ajena, y el hacer bien á quien
nos hace mal, para estar más lejos de procurarle ó hacerle
mal. Desta manera los consejos sirven como de antemuro á los
preceptos: y por esto el que desea acertar, no se contente con
la guarda de lo uno, sino trabaje (según le fuera posible y según
la condición de su estado) por guardar lo otro. Porque así co-
mo el que pasa un río impetuoso, no se contenta con atrav^esar
por medio del río, sino antes sube hacía arriba y corta el agua
contra la corriente, por estar más seguro de irse tras ella; así el
siervo de Dios no sólo ha de poner los ojos en aquello que
puntualmente basta para salvarse, sino debe tomar el negocio
más de atrás: porque si no saliere con lo que pretende (que es
lo mejor) á lo menos llegue á lo que cumple para su salud, que
que es lo que basta.
El tercero grado dijimos que era obedecer á las inspiracio-
nes divinas: pues los buenos servidores no sólo obedecen á lo
que su señor les manda por palabras, sino también á lo que les
significa por señales. Y porque en esto podría haber engaño to-
mando por inspiración divina la que podría ser humana ó diabó-
lica, por esto nos conviene hacer aquí aquello que dice S. Juan:
No queráis creer á todo espíritu, sino probad los espíritus si son
de Dios. Y para esto (demás del contraste de la Escriptura divi-
na y de la doctrina de los sanctos, en el cual se han de examinar
estas cosas) podrás guardar esta regla general, que como haya
dos maneras de servicios de Dios, unos voluntarios y otros obli-
gatorios, cuando éstos acaeciere encontrarse, siempre han de
preceder los obligatorios á los voluntarios, por muy grandes y
muy meritorios que sean. Y así se ha de entender aquella senten-
cia tan celebrada de Samuel, que dice (i): Más vale la obediencia
que el sacrificio: porque primero quiere Dios que el hombre obe-
(i) I Keg. XV.
44^ tíÚÍA DÉ PECADORES
dezca á su palabra, y después le haga todos los servicios que
quisiere, sin perjuicio de su obediencia.
Y por servicios necesarios entendemos primeramente la guar-
da de los mandamientos de Dios, sin la cual no hay salud. Lo se-
gundo, la guarda de los mandamientos de aquéllos que están en
su lugar: pues quien á estos resiste, resiste á la ordenación de Dios.
Lo tercero, la guarda de todas aquellas cosas que están anejas al
estado de cada uno, como son las obligaciones que tiene el perlado
en su estado, 3' el religioso, y el casado en el suyo. Lo cuarto, la de
aquellas cosas que aunque no sean absolutamente necesarias,
ayudan grandemente á la conservación de las necesarias, porque
también éstas participan alguna manera de necesidad por razón
de las otras. Pongamos ejemplo. Tienes tú ya experiencia de mu-
cho tiempo que cuando cada día tienes un pedazo de recogi-
miento para entrar dentro de ti mismo y examinar tu conscien-
cia y tratar con Dios del remedio della, traes la vida más con-
certada, y eres más señor de ti y de tus pasiones, y estás más há-
bil y prompto para toda virtud: y por el contrario, que cuando fal-
tas en esto, luego desfalleces, y desvaras en muchas faltas, y te
ves en peligro de volver á las costumbres pasadas, porque aún
no tienes suficiente caudal de gracia, ni estás aún del todo funda-
do en la virtud; y por esto, como el pobre que el día que no lo
gana, no lo come, así tú el día que no te dan este socorro de de-
voción, quedas ayuno, y flaco, y fácil para caer en las cosas me-
nores, que disponen para las mayores. Pues en tal caso debes
entender que Dios te llama á este ejercicio, pues ves que común-
mente por este medio te ayuda, y sin él sueles desfallecer. Esto
digo, no para que entiendas aquí necesidad de precepto, sino ne-
cesidad de un muy conveniente medio para mejor responder á
tu profesión.
ítem, eres regalado, y amigo de ti mismo, y enemigo de cual-
quier trabajo y aspereza, y ves que por esto se impide mucho tu
aprovechamiento: porque por esta causa dejas de entender en
muchas obras virtuosas, por ser trabajosas, y desvarías en mu-
chas culpables, por ser deleitables: en este caso entiende que el
Señor te llama á la fortaleza, y á la aspereza y maltratamiento
de tu cuerpo, y al trabajo de la mortificación de todos tus gustos
y apetitos, pues ves por experiencia lo que te importa este nego-
cio. Desta manera puedes discurrir por todas aquellas obras cuyo
LIB. II. CAPÍTVLO XVII. 447
ejercicio te hace mayor provecho, y cuya falta te hace mayor falta,
y á ésas entiende que te llama nuestro Señor, aunque en esto y
en todas las cosas debes siempre seguir el consejo délos mayores.
De lo dicho parece que para acertar á escoger no ha de po-
ner el hombre los ojos en lo que de suyo es mejor, sino en lo que
para él es mejor y más necesario: porque muchas obras hay altí-
simas y de grandísima perfección, que no serán por eso mejores
para mí, aunque sean mejores en sí: porque no tengo yo fuerzas
para ellas, ni soy llamado para eso. Y por tanto cada uno perma-
nezca en su llamamiento, y se mida consigo mismo, y ponga los
ojos en lo que más le arma, y no los extienda á lo que de todo
en todo excede sus fuerzas, como lo aconseja el Sabio diciendo (i):
No levantes los ojos á las riquezas que no puedes alcanzar, por-
que tomarán alas como de águila, y volarán al cielo. Y á los que
hacen lo contrario reprehende el Profeta diciendo (2): Mirastes á
lo más, y convirtióseos en menos: abarcastes mucho, y apretas-
tes poco.
Ésta es la ley que se ha de guardar entre los servicios volun-
tarios y obligatorios: mas entre los que son voluntarios podrás te-
ner la siguiente. Entre esta manera de servicios unos son púbU-
cos y otros secretos: de unos se nos sigue honra, interese y de-
leite, y de otros no. Pues entre éstos (si quieres no errar) siempre
debes tener un poco más de recelo de los públicos que de los
secretos, y de los que traen algún interese que de los que no lo
traen. Porque (como ya muchas veces dijimos) la naturaleza del
amor proprio es muy subtil y siempre busca á sí misma, aun en
los más altos ejercicios. Por lo cual decía un religioso varón: ^Sa-
béis dónde está Dios? Donde no estáis vos. Dando á entender que
aquella era más puramente obra de Dios, donde no se hallaba in-
terese proprio; porque aquí no parece que se busca ni se pretende
otra cosa que Dios. Y no digo esto para que de tal manera decli-
nemos á este extremo, que siempre hayamos de acudir á él (por-
que en el otro puede haber, y hay muchas veces mayor mérito
y mayor razón de obligación con todos esos contrapesos) sino
para dar aviso de las malicias y resabios del amor proprio, para
que no todas veces el hombre se fíe del, aunque venga con más-
cara de virtud.
(i) Prov. XXIII. (2; Agg. I.
148 GUÍA DE PECADORES
Estos tres grados abraza en sí la obediencia perfecta, los cua-
les por ventura significó el Apóstol cuando dijo (i): No queráis,
hermanos míos, ser imprudentes, sino discretos y avisados para
entender cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfec-
ta. Donde parece comprehender estos tres grados de obediencia:
porque buena es la obediencia de los preceptos, y agradable la
de los consejos, y perfecta la de las inspiraciones y llamamientos
divinos: porque entonces habrá llegado el hombre á la perfección
de la obediencia, cuando hobiere puesto por obra todo lo que
Dios le manda, aconseja y inspira.
A estos tres grados se añade el cuarto, que es una perfectísi-
ma conformidad con la divina voluntad en todo lo que ordenare
de nosotros, caminando con igual corazón por honra y por des-
honra, por infamia y por buena fama, por salud ó por enferme-
dad, por muerte ó por vida; abajando húmilmente la cabeza á
todo lo que El ordenare de nos; y tomando con igual corazón los
azotes y los regalos, los favores y los disfavores de su mano; no
mirando lo que nos da, sino quién lo da y el amor con que lo
da, pues no con menor amor azota el padre á su hijo, que le re-
gala cuando ve que le cumple.
El que estos cuatro grados de obediencia tuviere, habrá al-
canzado aquella resignación que tanto engrandecen los maestros
de la vida espiritual, la cual de tal manera subjecta y pone
un hombre en las manos de Dios, como un poco de cera blanda
en las manos de un artífice. Y llámase resignación, porque así
como un clérigo que resigna un beneficio, totalmente se despo-
see del y lo entrega en manos del perlado para que disponga del
á su voluntad, sin contradicción del primer poseedor, así el varón
perfecto se entrega de tal manera en las manos de Dios, que no
quiere ya ser más suyo, ni vivir para sí, ni comer, ni dormir, ni
trabajar para sí, sino para gloria de su Criador: conformándose
con su sanctísima voluntad en todo lo que dispusiere del, y to-
mando de su mano con igual corazón todos los azotes y trabajos
que le vinieren: desposeyéndose de sí y de su propria voluntad
para cumplir enteramente la de aquel Señor cuyo esclavo conos-
ce que es por mil títulos que para esto hay. Así muestra David
que estaba resignado, cuando decía (2): Así como un jumento soy,
(l) Rom. XII. (2) Psalm. LXXII.
LIBRO II. CAPÍTULO XVII 449
Señor, ante Ti, y yo siempre estoy contigo. Porque así como la
bestia no va por donde quiere, ni descansa cuando quiere, ni hace
lo que quiere, sino en todo y por todo obedece al que la rige, así
también lo ha de hacer el siervo de Dios, subjectándose perfec-
tamente á Él. Esto mismo significó el profeta Esaías cuando di-
jo (i): El Señor me habló al oído, y yo no le contradigo, ni doy
paso atrás, rehusando lo que Él me manda, por muy áspero y di-
ficultoso que sea. Esto mismo nos enseñan por figura aquellos
misteriosos animales de Ezequiel (2), de quien se escribe que
á doquiera que sentían el ímpetu y movimiento del Espíritu Sanc-
to, luego se movían con gran ligereza, sin tornar atrás: para sig-
nificar en esto con cuánta promptitud y alegría debe el hombre
acudir á todo aquello que entendiere ser la voluntad de Dios. Para
lo cual no sólo se requiere promptitud de voluntad, sino también
discreción de entendimiento y discreción de espíritu (como di-
jimos) para que no nos engañemos abrazando nuestra propria vo-
luntad por la suya. Antes (regularmente hablando) todo aquello
que fuere muy conforme á nuestro gusto, debemos tener por sos-
pechoso, y lo que fuere contra él, por más seguro.
Éste es el mayor sacrificio que el hombre puede hacer á Dios,
porque en los otros sacrificios ofresce sus cosas: mas en éste ofre-
ce á sí mismo: y cuanto va del hombre á las cosas del ho:nbre,
tanto va deste sacrificio á los otros sacrificios. Y en este tal se
cumple aquello que S. Augustín dice: conviene saber, que aun-
que Dios sea Señor de todas las cosas, mas no es de todos decir
aquellas palabras de David: Tayo soy yo. Señor sino de solos
aquéllos que desposeídos de sí mismos, totalmente se entregaron
al servicio deste Señor, y así se hicieron suyos. Es otrosí ésta la
mayor disposición que hay para alcanzar la perfección de la vida
cristiana: porque como Dios nuestro Señor por su infinita bon-
dad esté siempre aparejado para enriquecer y reformar el hom-
bre, cuando éste por su parte no le resiste ni contradice, antes
se entrega todo á su obediencia, fácilmente puede obrar en él
todo lo que quiere, y hacerlo (como á otro David) hombre según
su corazón.
(i) Esai. L. (2) Ezech. I.
OBRAS PS GKANAU4 I— £9
450 GUIA DE PECADORES
De la paciencia en los trabajos.
§. VI.
|!ara alcanzar este último grado de obediencia aprovecha
mucho la última virtud que al principio deste capítulo
propusimos, que es la paciencia en los trabajos que nuestro pia-
doso Padre muchas veces nos envía, así para nuestro ejercicio
como para materia de raerescimiento. A la cual paciencia nos
convida Salomón en sus Proverbios diciendo (i):Hijo mío, no des-
eches la disciplina y castigo del Señor, ni desmayes cuando eres
castigado del: porque á los que El ama, castiga, y huelga con
ellos como padre con sus hijos. La cual sentencia prosigue y de-
clara muy por extenso el Apóstol en la carta que escribe á los
Hebreos, exhortándolos á paciencia por estas palabras (2): Per-
severad, hermanos, en la disciplina y castigo paternal de Dios,
considerando que El en esto os trata como á hijos. Porque ^qué
hijo hay que no sea castigado de su padre? Porque si carescéis
deste castigo, por el cual han pasado todos los hijos de Dios, si-
gúese que sois hijos de otro padre y no de Dios. Acordaos que
nuestros padres carnales nos castigaban y enseñaban: á los cua-
les teníamos reverencia: pues ¿no será más razón que obedesca-
mos al padre de los espíritus, para que vivamos?
Todas estas palabras nos dan claramente á entender cómo el
oficio de padres es castigar y emendar á sus hijos: y así el de los
buenos hijos ha de ser abajar húmilmente la cabeza y tener aquel
castigo por grandísimo beneficio y por testimonio de amor y co-
razón paternal. Esto nos enseñó con su ejemplo el unigénito Hi-
jo del Eterno Padre cuando queriendo Sant Pedro librarlo de la
muerte, dijo (3): ¿El cáHz que me dio mi Padre, no quieres que
beba? Como si dijera: Si este cáliz viniera por otra mano, tuvie-
ras algún color de contradecirlo: mas viniendo por mano de un
tal Padre, que tan bien sabe, y puede, y quiere ayudar á los que
tiene por hijos, ¿cómo no se beberá tal cáliz cerrados los ojos,
sin querer saber más de que viene por El?
^i; Prov. III. (2^ HtLt. XII. (:; Joan .XVIII.
LIBRO ÍI. CAPITULO XVIL 45 I
Mas con todo esto hay algunos que en tiempo de paz están,
á su parecer, subjectos á este Padre y conformes en todo con su
voluntad: ios cuales en el tiempo de la adversidad desmayan y
dan bien á entender que era falsa y engañosa aquella conformi-
dad, pues al tiempo del menester la perdieron: como hacen los
hombres pusilánimes y cobardes, que en tiempo de paz muestran
grande ánimo, mas al tiempo de la pelea pierden el corazón y las
armas. Y pues los combates y tribulaciones desta vida son tan
continuas, será bien armar á los tales con espirituales armas, de
las cuales se puedan ayudar en los tales tiempos.
Pues para esto primeramente puedes considerar que no igua-
lan los trabajos desta vida con la grandeza de la gloria que por
ellos se alcanza. Porque tanta es el alegría da aquella luz eterna,
que puesto que no pudiésemos gozar della más que por una sola
hora, debríamos abrazar de buena gana todos los trabajos y des-
preciar todos los contentamientos del mundo por ella. Porque co-
mo dice el Apóstol (i), el trabajo momentáneo y Hviano de nues-
tra tribulación es materia de un inestimable paso da gloria qua
por él se nos da en el cielo.
Considera también que las cosas prósperas machas veces es-
tragan el corazón con soberbia, y las adversas, por el contrario,
le purifican con el dolor: en aquellas se levanta el corazón, en és-
tas, aunque esté levantado, sa humilla: en aquéllas se olvida el
hombre de sí mismo, y en éstas ordinariamente se acuerda de
Dios: por aquéllas muchas veces las buenas obras hechas se pier-
den, por éstas las culpas cometidas en muchos años se limpian
y el ánima se conserva para no caer en otras.
Y si por ventura te aprietan algunas enfermedades, debes pre-
suponer que muchas veces, entendiendo nuestro Señor los males
que haríamos teniendo salud, nos corta las alas y inhabilita para
ellos con la enfermedad: y mucho más nos importa estar así que-
brantados con la dolencia, que perseverar sanos en nuestra raa-
hcia* pues más vale (como el mismo Señor dice) entrar en la vida
eterna cojo ó manco, que con dos pies y dos manos ser echa-
do en los fuegos eternos. Porque claro está qua nuestro miseri-
cordioso Señor no se deleita con nuestros tormentos, mas huel-
ga de curar nuestras enfermedades con medicinas contrarias, para
(í) 11 Cor. IV.
452 GUÍA DE PECADORES
que los que adolecimos con deleites, convalezcamos con dolores,
y los que caímos cometiendo cosas ilícitas, nos levantemos ca-
reciendo aun de las lícitas. Por donde entenderás cómo aquella
soberana bondad se aira en este mundo, por no airarse en el otro:
y por eso agora misericordiosamente usa de rigor, porque des-
pués no tome justa venganza. Porque (como dice S. Hierónimo)
muy grande ira es no airarse Dios contra los pecadores: y así
quien no quisiere aquí ser azotado con los hijos, será en el infier-
no condenado con los demonios. Por lo cual con mucha razón ex-
clama S. Bernardo diciendo: Señor, aquí quema, aquí me cau-
teriza, para que en el otro me perdones. En esto, pues, verás con
cuánta diligencia mira por ti el Criador de todas las cosas, pues
no te deja de la mano, ni te suelta la rienda para cumplir tus ma-
los deseos. Los médicos del cuerpo fácilmente conceden á los des-
afiuzados todo lo que desean: mas al que tiene remedio, danle
dieta y mándanle que se refrene de todo lo que le puede dañar.
Los padres otrosí quitan á los hijos traviesos el dinero con que
juegan: á los cuales después dejan toda su hacienda. Lo mismo,
pues, hace también en su manera con nosotros aquel soberano
Médico de nuestras ánimas y aquél que es Padre sobre todos los
padres.
Allende desto considera cuántas y cuan grandes afrentas su-
frió nuestro Redemptor de aquellos mismos que El había criado,
cuántos escarnios, cuántas bofetadas, cuan pacientemente tuvo
descubierto su rostro á aquellas infernales bocas de los que le es-
cupían, cuan mansamente dejó traspasar su cabeza con las espi-
nas que le hincaban, cuan de buena voluntad recibió para reme-
dio de su sed aquel amargo brebaje que le dieron, con qué silen-
cio sufrió ser adorado por escarnio, y finalmente con cuánto fer-
vor y paciencia corrió hasta la muerte por librarnos de la muer-
te. Pues no te debe parecer áspero que tú, vil hombrecillo, sufras
los azotes que Él te quisiere dar por tus pecados, pues Él sufrió
tantos por los tuyos y no quiso salir desta vida sin azotes, vinien.
do á ella sin pecados. Porque así convenía que Cristo padeciese
y entrase en su gloria, para enseñar por la obra lo que el Após-
tol dice por palabra: No será coronado sino el que legítimamen-
te peleare. Por lo cual mucho mejor es sufrir aquí los males pre-
sentes con paciencia, donde aprovechan para perdón de la culpa
y acresceritamiento de gloria, que sufrirlos impacientemente con
LIBRO II. CAPÍTULO XVIÍ. 45 S
mayor trabajo y sin esperanza de fructo: pues que quieras ó no
quieras, los has de pasar cuando quiere Dios, á cuyo poder nada
resiste.
Mas sobre todas estas consideraciones y remedios añadiré el
postrero y más eficaz: conviene saber, que para conservar esta
paciencia ande el hombre siempre reparado y prevenido para to-
d as las adversidades y desgustos que por cualquier parte le pue-
dan venir. Porque ^qué otra cosa se puede esperar de un mun-
do tan malo, y de una carne tan frágil, y de la envidia de los de-
monios, y de la malicia de los hombres, sino continuos desgustos
y sobresaltos no pensados? Pues contra todos estos accidentes ha
de andar el varón prudente apercebido y armado, como quien
anda en tierra de enemigos: de lo cual sacará dos grandes pro-
vechos: el primero, que llevará más ligeramente los trabajos, te-
niéndolos desta manera prevenidos, porque como dice Séneca,
más blanda suele ser la herida del golpe que se ve de lejos. Lo
cual nos aconseja el Eclesiástico cuando dice que antes de la en-
fermedad aparejemos la medicina: que es como quien se sangra
en sanidad. El segundo provecho es, que todas las veces que esto
hiciere, entienda que hace á Dios un sacrificio muy semejante en
su manera al del patriarca Abraham, cuando estuvo aparejado
para sacrificar su hijo Isaac. Porque todas las veces que el hom-
bre presupone que ó por parte de Dios ó de los hombres le pue-
den venir tales ó tales trabajos ó desgustos, y él como siervo de
Dios se dispone y apareja para recebirlos con toda humildad y
paciencia, y para esto se resigna en las manos de su Señor acep-
tando y tomando dellas todo lo que por cualquier vía destas le
viniere (como hizo David con las injurias de Semeí, las cuales to-
mó como si Dios se las enviara) entienda cierto que cada vez que
esto hace, hace un sacrificio muy agradable á Dios, y que tanto
merece con la promptitud de la voluntad sin la obra, como con
la misma obra. Para lo cual se debe el hombre acordar que una
de las principales partes de la profesión cristiana es ésta. Así lo
testifica S. Pedro diciendo que ninguno desmaye en los trabajos,
pues todos sabemos que para esto estamos diputados. Piense,
pues, el cristiano que vive en este mundo, que es como una roca
que está en medio de la mar, la cual es perpetuamente comba-
tida de diversas ondas: pero ella persevera siempre sin moverse
en un lugar. Esto se ha dicho tan por extenso, porque como to-
454 GUÍA DE PECADORES
da la profesión de la vida cristiana (según dice S. Bernardo) se
divida en dos partes, que es en hacer bienes y padecer males,
claro está que la segunda es más dificultosa que la primera, y por
esto aquí convenía poner mayor recaudo, donde es mayor el pe-
ligro.
Mas aquí es de notar que en esta virtud de la paciencia se-
ñalan los sanctos Doctores tres grados excelentes: aunque cada
uno más perfecto que el otro. Entre los cuales el primero es lle-
var los trabajos con paciencia, el segundo desearlos por amor de
Cristo, el tercero alegrarse en ellos por la misma causa. Por lo
cual no se debe el siervo de Dios contentar con aquel primer
grado de paciencia, sino del primero trabaje por subir al segun-
do, y puesto en éste, no descanse hasta llegar al tercero. El pri-
mer grado se ve claramente en la paciencia del sancto Job, el
segundo en el deseo que tuvieron algunos mártires del martirio,
el tercero en el alegría que recibieron los Apóstoles por haber
sido merecedores de padecer injurias por el nombre de Cristo. Y
este mismo tuvo el Apóstol cuando en una parte dice (i) que se
gloriaba en las tribulaciones: en otra (2), que se alegraba en sus
enfermedades, en angustias, en azotes, &c. por Cristo: en otra (3),
donde (tratando de su prisión) pide á los filipenses que le sean
compañeros en el alegría que tenía por verse preso en aquella
cadena por Cristo. Y esta misma gracia escribe él (4) que fue da-
da en aquellos tiempos á los fieles de las iglesias de Macedonia,
los cuales tuvieron abundantísima alegría en medio de una gran-
de tribulación que les sobrevino. Éste es uno de los altos grados
de paciencia y de caridad y perfección adonde una criatura
puede llegar: al cual grado llegan muy pocos, y por esto no
obliga Dios á nadie debajo de precepto á él, así como ni al pa-
sado.
Verdad es que no se entiende por esto que nos hayamos de
alegrar en las muertes y calamidades y trabajos de nuestros pró-
jimos, ni menos de nuestros parientes y amigos, y mucho menos
de la Iglesia: porque la misma caridad que nos pide alegría en lo
uno, nos mueve á tristeza y compasión en lo otro: pues ella es
la que sabe gozar con los que gozan, y llorar con los que lloran,
como vemos que lo hacían los Profetas, los cuales gastaban toda
(i) Rom. V. (2) II Cor. XI. (3) Phiüp. II. (4) II. Cor. VIII.
LIBRO ir. CAPÍTULO XVIL 45^
la vida en llorar y sentir las calamidades y azotes de los hom-
bres.
Pues quienquiera que estas nueve condiciones ó virtudes tu-
viere, tendrá para con Dios corazón de hijo, y habrá cumplido
enteramente con esta postrera y suma parte de justicia, que da
á Dios lo que se le debe.
DE LAS OBLIGACIONES DE LOS ESTADOS,
CAPITULO xvm,
ICHO ya en general de lo que conviene á todo género
de personas, convenía descendir en particular á tra-
tar de lo que á cada una conviene en su estado: mas
porque éste sería largo negocio, por agora bastará avisar breve-
mente que demás de lo susodicho debe tener cada uno respecto
á las leyes y obligaciones de su estado, las cuales son muchas y
diversas, según la diversidad de los estados que hay en la Igle-
sia. Porque unos son perlados, otros subditos, otros casados, otros
religiosos, otros padres de familia, &c. Y para cada uno de éstos
hay una ley por sí.
El perlado dice el Apóstol que ejercite su oficio con toda so-
licitud y vigilancia. Y lo mismo le aconseja Salomón cuando di-
ce: Fijo mío, si te obligaste y saliste por fiador de algún amigo
tuyo, mira que has tomado sobre ti una grande carga, y por esto
discurre, date priesa, despierta á tu amigo, no des sueño á tus
ojos, ni dejes plegar tus párpados hasta poner el negocio en tales
términos, que salgas bien de esa obligación. Y no te maravilles
que este sabio pida tanta solicitud sobre este caso: porque por
dos causas suelen tener los hombres grande solicitud en la guar-
da de las cosas, ó porque son de grande valor, ó porque están en
gran peligro: y ambas concurren en el negocio de las ánimas en
tan subido grado, que ni el precio puede ser mayor, ni tampoco
el peligro: por donde conviene que sean guardadas con grandísi-
mo recaudo.
El subdito ha de mirar á su perlado, no como á hombre, eino
como á Dios, para reverenciarle y hacer lo que le manda, con
aquella promptitud y devoción que lo hiciera si se lo mandara
Dios. Porque si el señor á quien yo sirvo, me manda obedescer
á su mayordomo, cuando obedezco al mayordomo ¿á quién obe-
dezco sino al señor? Pues si Dios me manda obedecer al perla-
LIBRO n. CAPÍTULO xviii. 457
do, cuando hago lo que el perlado manda ^á quién obedezco, al
perlado ó á Dios? Y si Sant Pablo quiere que el siervo obedezca
á su señor, no como á hombre, sino como á Cristo, ¿cuánto más
el subdito á su perlado, á quien subjectó el vínculo de la obe-
diencia?
En esta obediencia ponen tres grados: el primero, obedescer
con sola obra; el segundo, con obra y con voluntad; el tercero,
con obra, voluntad y entendimiento. Porque algunos hacen lo
que les mandan, mas ni les paresce bien lo m.andado, ni lo hacen
de voluntad; otros lo hacen, y de buena voluntad, mas no les pa-
resce acertado lo que se les manda; otros hay (que captivando su
entendimiento en servicio de Cristo) obedescen al perlado como
á Dios, que es con obra, voluntad y entendí mimiento, haciendo
lo que les manda voluntariamente, y aprobando lo que se manda
húmilmente, sin se querer hacer jueces de aquéllos de quien han de
ser juzgados.
Así que, hermano mío, con todo estudio trabaja por obedes-
cer á tu perlado, acordándote que está escripto (i): El que á vos-
otros oye, á Mí oye, y el que á vosotros desprecia, á Mí despre-
cia. No pongas jamás la boca en ellos, porque no te sea dicho de
parte del Señor (2): No es vuestra murmuración contra nosotros,
sino contra Dios. No los tengas en poco, porque no te diga el mis-
mo Señor (3): No despreciaron á ti, sino á Mí, para que no reine
sobre ellos. No trates con ellos con falsedad y doblez, porque no
te sea dicho (4): No mentiste á los hombres, sino á Dios: y así
pagues con arrebatada muerte la culpa de tu atrevimiento, co-
mo los que esto hicieron.
La mujer casada mire por el gobierno de su casa, por la pro-
visión de los suyos, por el contentamiento de su marido, y por
todo lo demás; y cuando hobiere satisfecho esta obligación, ex-
tienda las velas á toda la devoción que quisiere, habiendo prime-
ro cumplido con las obligaciones de su estado.
Los padres que tienen hijos, tengan siempre ante los ojos
aquel espantoso castigo que recibió Helí por haber sido negligen-
te en el castigo y enseñanza de sus hijos (5); cuya negligencia
castigó Dios, no sólo con las arrebatadas muertes del y dellos,
sino también con privación perpetua del sumo sacerdocio,
(i) Luc. X. (21 Exod. XVL (3) I Reg. VIH. (4) Act. V. ($) I Reg. IV.
45^ GUÍA DE PECADORES
que por esto le fué quitado. Mira que los pecados del hijo son pe-
cados en su manera también del padre, y la perdición del hijo
es perdición de su padre, y que no meresce nombre de padre el
que habiendo engendrado su hijo para este mundo, no lo en-
gendra para el cielo. Castigúele, avísele, apártele de malas com-
pañías, búsquele buenos maestros, críele en virtud, enséñele den-
de su niñez con Tobías á temer á Dios (i), quiébrele muchas ve-
ces la propria v^oluntad, y pues antes que nasciese le fué padre
del cuerpo, después de nascido séale padre del ánima. Porque no
es razón que se contente el hombre con ser padre de la manera
que los pájaros y los animales son padres, que no hacen más
que dar de comer y sustentar sus hijos. Sea él padre como hom-
bre, y como hombre cristiano, y como verdadero siervo de Dios,
que cría su hijo para hijo de Dios, heredero del cielo, y no para
esclavo de Satanás y morador del infierno.
Los señores de familia que tienen criados y esclavos, acuér-
dense de aquella amenaza de Sant Pablo que dice (2): Si alguno
no tiene cuidado de sus domésticos y familiares, este tal negado
ha la fe (que es la fidelidad que debiera guardar) y es peor que
un hombre desleal. Acuérdese que éstos son como ovejas de su
manada y que él es como pastor y guarda de ellas, mayormente
de los que son esclavos, y piense que algún tiempo le pedirán
cuenta de ellos y le dirán (3): ¿Dónde está la grey que te fué en-
comendada, y el ganado noble que tenías á tu cargo? Y llámalo
con mucha razón noble, por causa del precio con que fué com-
prado, y por la sacratísima humanidad de Cristo con que fué en-
noblescido; pues ningún esclavo hay tan bajo, que no sea libre y
noble por la humanidad y sangre de Cristo. Tenga, pues, el buen
cristiano cuidado que los que tiene en su casa estén libres de vi-
cios conoscidos, como son enemistades, juegos, perjurios, blasfe-
mias y deshonestidades. Y demás desto, que sepan la doctrina
cristiana y que guarden los mandamientos de la Iglesia, y seña-
ladamente el de oir misa domingos y fiestas, y ayunar los días
que son de ayuno, sino tuvieren algún legítimo impedimiento, se-
gún que arriba fué declarado.
(i) Tob. I. (2) I Tim. V. (3) H'erem. XIII.
AVIS<:> PRIMERO
DE LA ESTIMA DE LAS VIRTUDES, TARA MAYOR ENTENDIMIENTO DESTA REGLA,
CAPITULO XIX,
sí como al principio desta regla pusimos algunos
preámbulos que para antes della se requerían, así
después de ella conviene dar algunos avisos para que
mejor se entienda lo contenido en ella. Porque primeramente
(como aquí se haya tratado de muchas maneras de virtudes) es
necesario declarar la dignidad que tienen unas sobre otras, para
que sepamos estimar cada cosa en lo que es, y dar á cada una su
lugar. Porque así como el que trata en piedras preciosas, convie-
ne que entienda el valor de ellas (porque no se engañe en el pre-
cio) y así como el mayordomo de un señor conviene que sepa
los méritos de los que tiene en su casa para que trate á cada uno
según su merescimiento (porque lo contrario sería desorden y
confusión) así el que trata en las piedras preciosas de las virtudes
y el que como buen mayordomo ha de dar á cada una su dere-
cho, conviene que para esto tenga muy entendido el precio de
ellas, para que cuando las cosas se encontraren, sepa cuáles ha de
anteponer á cuáles: porque no venga á ser (como dicen) allega-
dor de la ceniza y derramador de la harina, como á muchos acon-
tesce.
Pues para esto es de saber que todas las virtudes de que hasta
aquí habemos tratado, se pueden reducir á dos órdenes; porque
unas son más espirituales y interiores, y otras más visibles y ex-
teriores. En la primera orden ponemos las virtudes teologales con
todas las otras que señalamos para con Dios, y principalmente la
caridad, que tiene el primer lugar (como reina) entre todas ellas.
Y con éstas se juntan otras virtudes muy nobles y muy vecinas
á éstas, que son: humildad, castidad, misericordia, paciencia, dis-
creción, devoción, pobreza de espíritu, menosprecio de mundo,
negamiento de nuestra propria voluntad, amor de la cruz y as-
460 GUÍA DE TECADORES
pereza de Cristo, y otras semejantes á éstas, que llamamos aquí
(extendido este vocablo) virtudes. Y llamárnoslas espirituales y
interiores, porque principalmente residen en el ánimo, puesto caso
que proceden también á obras exteriores: como paresce en la ca-
ridad y religión para con Dios, que aunque sean virtudes interio-
res, producen también sus actos exteriores para honra y gloria
del mismo Dios.
Otras virtudes hay que son más visibles y exteriores, como
son: el ayuno, la disciplina, el silencio, el encerramiento, el leer,
rezar, cantar, peregrinar, oir misa, asistir á los sermones y oficios
divinos, con todas las otras observancias y cerimonias corporales
de la vida cristiana ó religiosa: porque aunque estas virtudes es-
tén en el ánimo, pero los actos proprios de ellas salen más afuera
que los de las otras, que muchas veces son ocultos y invisibles,
como son, creer, amar, esperar, contemplar, humillarse interior-
mente, dolerse de los pecados, juzgar discretamente, y otros ac-
tos semejantes.
Entre estas dos maneras de virtudes no hay que dubdar sino
que las primeras son más excelentes y más necesarias que las se-
gundas, con grandísima ventaja. Porque como dijo el Señor á la
Samaritana (i): Mujer, créeme que es llegada la hora cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en ver-
dad, porque el Padre tales quiere que sean los que le adoran.
Espíritu es Dios, y por eso los que le adoran, en espíritu 3^ en
verdad conviene que le adoren. Esto es en romance claro lo
que canta aquel versículo tan celebrado en las escuelas de los
niños: Pues que Dios es espíritu (como las Escripturas nos lo
enseñan) por eso conviene que sea honrado con pureza y lim-
pieza de espíritu. Por esto el profeta David, describiendo la her-
mosura de la Iglesia, ó del ánima que está en gracia, dice (2)
que toda la gloria y hermosura de ella está allá dentro escon-
dida, donde está guarnecida con fajas de oro y vestida de di-
versos colores de virtudes. Lo mismo nos significó el Apóstol
cuando dijo á su discípulo Timoteo (3): Ejercítate en la piedad,
porque el ejercicio corporal para pocas cosas es provechoso: mas
la piedad para todo vale: pues á ella se prometen los bienes des-
ta vida y de la otra. Donde por la piedad entiende el culto de
(l) Joan IV. (2) Psalm. XLIV. (3) I Tim. IV.
Libro n. cArlTULo xix. 461
Dios y la misericordia para con los prójimos, y por el ejercicio
corporal la abstinencia y las otras asperezas corporales, como
Sancto Tomás declara sobre este paso.
Entendieron esta verdad hasta los filósofos gentiles, porque
Aristóteles que tan pocas cosas escribió de Dios, con todo eso
dijo: Si los dioses tienen cuidado de las cosas humanas (como es
razón que se crea) cosa verisímil es que se huelguen con la cosa
más buena y más semejante á ellos, y ésta es la mente ó el espí-
ritu del hombre: y por esto los que adornaren este espíritu con
el conoscimiento de la v^erdad 3" con la reformación de sus afec-
tos, éstos han de ser muy agradables á Dios. Lo mismo sintió
maravillosamente el príncipe de los médicos Galeno: el cual tra-
tando en un Ubro de la composición y artificio del cuerpo hu-
mano, y del uso y aprovechamiento de sus partes, y llegando á
un paso donde singularmente resplandecía la grandeza de la sa-
biduría y providencia de aquel artífice soberano, arrebatado en
una profunda admiración de tan grandes maravillas, como olvi-
dado de la profesión de médico, y pasando á la de teólogo, ex-
clamó diciendo: Honren los otros á Dios con sus hecatombas (que
son sacrificios de cien bueyes) yo le honraré reconosciendo la
grandeza de su saber (que tan altamente supo ordenar las cosas)
y la grandeza de su poder (que tan enteramente pudo poner por
obra todo lo que ordenó) y la grandeza de su bondad, la cual de
ninguna cosa tuvo envádia á sus criaturas, pues tan cumplidamen-
te proveyó á cada una de todo lo que había menester, sin alguna
falta. Esto dijo este filósofo gentil. Dime ¿qué más pudiera decir
un perfecto cristiano? ¿Qué más dijera si hobiera leído aquel di-
cho del Profeta (1): Misericordia quiero y no sacrificio, y conos-
cimiento de Dios más que holocaustos? Muda las hecatombas en
holocaustos, y verás la concordia que tuvo aquí el filósofo gentil
con este Profeta.
Mas con todos estos loores que se dan á estas virtudes, las
otras que pusimos en la segunda orden, dado caso que en la dig-
nidad sean menores, pero son importantísimas para alcanzar las
mayores y conservarlas, y algunas de ellas necesarias, por razón
del precepto ó voto que en ellas entreviene. Esto se prueba cla-
ramente, discurriendo por aquellas mismas virtudes que dijimos,
(l) Osee, VI.
402 GUÍA DE PECADORES
Porque el encerramiento y la soledad excusa al hombre de ver
de oir, de hablar, y de tratar mil cosas, y tropezar en mil ocasio-
nes, en las cuales se pone á peligro no sola la paz y sosiego de la
consciencia, sino también la castidad y la inocencia. El silencio ya
se ve cuánto ayuda para conservar la devoción y excusar los pe-
cados que se hacen hablando, pues dijo el Sabio (i) que en el
mucho hablar no podían faltar pecados. El ayuno (demás de ser
acto de la virtud de la temperancia, y ser obra satisfactoria y me-
ritoria si se hace en caridad) enflaquesce el cuerpo, y levanta el
espíritu, y debilita nuestro adversario, y dispone para la oración,
lición y contemplación, y excusa los gastos y cobdicias en que
viven los amigos de comer y beber, y las burlerías, y parlerías,
y porfías, y disoluciones en que entienden después de hartos.
Pues el leer libros sanctos, y oir semejantes sermones, y el rezar,
y cantar, y asistir á los oficios divinos, bien se ve cómo éstos son
actos de religión, y incentivos de devoción, y medios para alum-
brar más el entendiiTiiento y encender más el afecto en las cosas
espirituales.
Pruébase también esto mismo por una experiencia tan clara,
que si los herejes la miraran, no vinieran á dar en el extremo que
dieron. Porque vemos cada día con los ojos y tocamos con las
manos, que en todos los monesterios donde floresce la observan-
cia regular y la guarda de todo lo exterior, siempre hay mayor
virtud, mayor devoción, más caridad, más valor y ser en las per-
sonas, más temor de Dios, y finalmente más cristiandad; y por el
contrario, donde no se tiene cuenta con esto, así como la obser-
vancia anda rota, así también lo anda la consciencia, y las cos-
tumbres, y la vida: porque couio hay mayores ocasiones de pe-
car, así hay más pecados y desconciertos. De suerte que como
en la viña bien guardada y bien cercada está todo seguro, y
la que caresce de guarda y de cerca está toda robada y esquil-
mada, así está la religión cuando se guarda la observancia re-
gular, ó no se guarda. Pues ^qué más argumento queremos que
éste, que procede de una tan clara experiencia, para ver la utili-
dad y importancia destas cosas ?
Pues ya si un hombre pretende alcanzar y conservar siem-
pre aquella soberana virtud de la devoción (que hace al hombre
(O Píov. X.
LIBRO II. CAPITULO XIX. 463
hábil y prompto para toda virtud y es como espuelas y estí-
mulo para todo bien) ¿cómo será posible alcanzar y conservar
este afecto tan sobrenatural y tan delicado, si se descuida en la
guarda de sí mismo? Porque este afecto es tan delicado y (si
sufre decirse) tan fugitivo, que á vuelta de cabeza, no sé cómo,
luego desaparesce. Porque una risa desordenada, una habla de-
masiada, una cena larga, un poco de ira, ó de porfía, ó de otro
cualquier distraimiento, un ponerse á querer, ver, oír, ó entender
en cosas no necesarias (aunque no sean malas) basta para agotar
mucha parte de la devoción. De manera que no sólo los peca-
dos, sino los negocios no necesarios, y cualquier cosa que nos
haga divertir de Dios, nos hace diminuir la devoción. Porque
así como el hierro para que esté hecho fuego, conviene que esté
siempre ó cuasi siempre en el fuego (porque si lo sacáis de allí,
de ahí á poco se vuelve á su frialdad natural) así este noble afec-
to depende tanto de andar el hombre siempre unido con Dios
por actual amor y consideración, que en desviándolo de allí,
luego se vuelve al paso de la madre, que es á la disposición an-
tigua que primero tenía.
Por donde el que trata de alcanzar y conservar este sancto
afecto, ha de andar tan solícito en la guarda de sí mismo, esto
es, de los ojos, de los oídos, de la lengua, del corazón, ha de ser
tan templado en el comer y beber, ha de ser tan sosegado en
todas sus palabras y movimientos, ha de amar tanto el silencio y
la soledad, ha de procurar tanto la asistencia á los oficios divi-
nos y todas aquellas cosas que le puedan despertar y provocar
á devoción, que mediante estas diligencias pueda conservar y
tener seguro este tan precioso tesoro. Y si esto no hace, tenga
por cierto que no le sucederá este negocio prósperamente.
Todo esto nos declara bastantemente la importancia de estas
virtudes, dejando en su lugar y no derogando á la dignidad de
las otras que son mayores. De lo cual todo se podrá colegir la
diferencia que hay entre las unas y las otras: porque las unas
son como fin, las otras como medio para este fin: las unas como
salud, las otras como medicina con que se alcanza la salud: las
unas son como espíritu de la religión, las otras como el cuerpo
della, que aunque es menor que el espíritu, es parte principal del
compuesto, y de que tiene necesidad para sus operaciones: las
unHS son como tesoro, y las otras como llave con que se guar»
464 GUÍA DE PECADORES
da este tesoro: las unas son como la fructa del árbol, y las otras
como las hojas que adornan el árbol y conservan la fructa del.
Aunque en esto falta la comparación, porque las hojas del árbol
de tal manera guardan el fructo, que no son parte del fructo:
mas estas virtudes de tal manera son guarda de la justicia, que
también son parte de justicia: pues todas éstas son obras virtuo-
sas, que ejercitadas en caridad, son merecedoras de gracia y
gloria.
Ésta es pues, hermano, la estima que debes tener de las vir-
tudes de que en esta regla habemos tratado (que es lo que al
principio deste capítulo propusimos) y con esta doctrina estare-
mos seguros de dos extremos viciosos, que es, de dos grandes
errores que ha habido en el mundo en esta parte, el uno antiguo
de los fariseos, y el otro nuevo de los herejes deste tiempo. Por-
que los fariseos, como gente carnal y ambiciosa y como hombres
criados en la observancia de aquella ley que aun era de carne,
no hacían caso de la verdadera justicia (que consiste en las vir-
tudes espirituales) como toda la historia del Evangelio nos lo
muestra. Y así quedábanse (como dice el Apóstol) con la imagen
sola de la virtud, sin poseer la substancia de ella, paresciendo
buenos en lo de fuera, y siendo abominables en lo de dentro.
Mas los herejes de agora por el contrario, entendido este enga-
ño, por huir de un extremo vinieron á dar en otro, que fué des-
preciar del todo las virtudes exteriores, cayendo (como dicen)
en el peligro de Escila por huir el de Caribdis. Mas la verdade-
ra y católica doctrinahuye de estos dos extremos y busca la ver-
dad en el medio: y de tal manera la busca, que dando su lugar
y preeminencia á las virtudes interiores, da también el suyo á
las exteriores, poniendo las unas como en la orden de los sena-
dores, y las otras como en la de los caballeros y ciudadanos (que
componen una misma república) para que se sepa el valor de
cada cosa y se dé á cada una su derecho.
DE CUATRO DOCUMENTOS
MUV IMPORTANTES QUK SE SIGUEN DESTa DOCTRINA SUSODICHA.
CAPITULO XX.
L7ÍM w ESTx\ doctrina susodicha se infieren cuatro documen-
f^Wñ tos muy importantes para la vida espiritual. El pri-
mero es, que el perfecto varón y siervo da Dios no
se ha de contentar con buscar solas las virtudes espirituales (aun-
que éstas sean las más nobles) sino debe también juntar con ellas
las otras, así para la conservación de aquéllas, como- para conse-
guir enteramente el cumplimiento de toda justicia. Para lo cual
debe considerar que así como el hombre no es ánima sola, ni
cuerpo solo, sino cuerpo y ánima juntamente (porque el ánima
sola sin el cuerpo no hace el hombre perfecto, y el cuerpo sin
el ánima no es más que un saco de tierra) así también entienda
que la verdadera y perfecta cristiandad no es lo interior solo, ni
lo exterior solo, sino uno y otro juntamente. Porque lo interior
solo ni se puede conservar sin algo ó mucho de lo exterior (se-
gún la obhgación y estado de cada uno) ni basta para cumpli-
miento de toda justicia: mas lo exterior sin lo interior no es más
parte para hacer á un hombre vdrtuoso, que el cuerpo sin ánima
para hacerle hombre. Porque así como todo el ser y vida que
tiene el cuerpo, recibe del ánima, así todo el valor y precio que
tiene lo exterior, se recibe de lo interior, y señaladamente de la
caridad.
Por donde el que quiere vivar desengañado, así como no
apartaría el cuerpo del ánima, si quisiese formar un hombre, así
tampoco debe apartar lo corporal de lo espiritual, si quiere ha-
cer un perfecto cristiano. Abrace el cuerpo con el ánima junta-
mente, abrace el arca con su tesoro, abrace la viña con su cerca,
abrace la virtud con los reparos y defensivos della (que también
son parte de la misma virtud) porque de otra manera, crea que
se quedará sin lo uno y sin lo otro; porque lo uno no podrá al-
QBP4S D8 OR AVADA ^**'3Q
466 GUÍA DE PECADORES
canzar, y lo otro no le aprovechará aunque lo alcance. Acuérde-
se que así como la naturaleza y el arte (imitadora de naturale-
za) ninguna cosa hacen sin su corteza y vestidura y sin sus re-
paros y defensivos, para conservación y ornamento de las co-
sas, así tampoco es razón que lo haga la gracia, pues es más
perfecta forma que éstas, y hace sus obras más perfectamente.
Acuérdese que está escripto (i) que el que teme á Dios, ningu-
na cosa menosprecia, y que el que no hace caso de las cosas me-
nores, presto caerá en las mayores. Acuérdese de lo que arriba
dijimos, que por un clavo se pierde una herradura, y por una
herradura un caballo, &c. Acuérdese de los peligros que allí se-
ñalamos de no hacer caso de cosas pequeñas: porque ése era el
camino para no lo hacer de las grandes. Mire que en la orden de
las plagas de Egipto tras de los mosquitos vinieron las mos-
cas (2): para que por aquí entiendas que el quebrantamiento de
las cosas menores abre la puerta para las mayores: de suerte que
el que no hace caso de los mosquitos que pican, presto vendrá
á parar en las moscas que ensucian.
Documento segundo.
§. I.
l'oR aquí también se conoscerá en cuáles virtudes habe-
H mos de poner mayor diligencia, y en cuáles menor. Por-
que así como los hombres hacen más por una pieza de oro que
por otra de plata, y más por un ojo que por un dedo de la ma-
no, así conviene que repartamos la diligencia y estudio de las
virtudes conforme á la dignidad y méritos de ellas. Porque de
otra manera, si somos diligentes en lo menos y neghgentes en
lo más, todo el negocio espiritual irá desordenado. Por donde
prudentísimamente hacen los perlados que así como en sus ca-
pítulos y ayuntamientos repiten muchas veces estas voces: si-
lencio, ayuno, encerramiento, cerimonias, composición y coro,
así y mucho más repiten éstas: caridad, humildad, oración, devo-
ción, consideración, temor de Dios, amor del prójimo, y otras
semejantes. Y tanto más conviene hacer esto, cuanto es más se-
(í) Eccli. VII, (2) Exod. VIIT,
LIBRO n. CAPÍTULO XX. 467
creta ia falta de lo interior que la de lo exterior, y por eso aun
más peligrosa. Porque como los hombres suelen acudir más á
los defectos que ven que á los que no ven, corre peligro no ven-
gan por esta causa á no hacer caso de los defectos interiores,
porque no se ven, haciéndolo mucho de los exteriores, porque
se ven. Y demás desto las virtudes exteriores, así como son
más visibles y manifiestas á los ojos de los hombres, así son
más honrosas y más conoscidas dellos: como es la abstinencia, las vi-
gilias, las disciplinas y el rigor y aspereza corporal: mas las vir-
tudes interiores, como es la esperanza, la caridad, la humildad,
la discreción, el temor de Dios, el menosprecio del mundo, &c.
son más ocultas á los ojos de los hombres: por donde aunque
sean de grandísima honra delante de Dios, no lo son en el juicio
del mundo: porque como dijo el mismo Señor (i),los hombres ven
lo que por defuera parece: mas el Señor mira al corazón. Con-
forme á lo cual dice el Apóstol (2): No es agradable á Dios el
que solamente en lo publico es fiel, y el que públicamente trae
circuncidada su carne, sino el que en lo interior de su ánima
es fiel, y trae circuncidado su corazón, no con cuchillo de car-
ne, sino con el temor de Dios, cuya alabanza no es de hombres
(que no tienen ojos para ver esta espiritual circuncisión] sino
de solo Dios. Pues como estas cosas exteriores sean tan aparen-
tes y honrosas, y el apetito de la honra y de la propria exce-
lencia sea uno de los más subtiles y más poderosos apetitos del
hombre, corre gran peligro no nos lleve este afecto á mirar y
celar más aquellas virtudes de que se sigue mayor honra, que de
las que se sigue menor. Porque al amor de las unas nos llama
el espíritu, mas al de las otras espíritu y carne juntamente: la
cual es vehementísima y subtilísima en todos sus apetitos. Y
siendo esto así, hay razón para temer no prevalezcan estos dos
afectos contra uno, y así le corran el campo. Contra lo cual se
opone la luz desta doctrina, que aboga por la causa mejor y
pide que sin embargo de todo esto se le dé su merescido lu-
gar: amonestando que se cele y encomiende con mayor dili-
gencia lo que nos consta ser de mayor importancia.
^^i; Luc. XVI. {2) Rom. U,
4^8 GUÍA DE PECADORES
Documento tercero.
§ n.
|i^JiOR aquí también se entenderá que cuando alguna vez
acaesciere encontrarse de tal manera las unas virtudes
con las otras, que no se pueda cumplir juntamente con ambas,
que en tal caso (conforme á la regla y orden que hay en los
mismos mandamientos de Dios cuando aciertan á encontrarse)
dé lugar lo menor á lo mayor: porque lo contrario sería gran
desorden y perversión. Esto dice S. Bernardo en el libro de la
Dispensación por estas palabras: Muchas cosas instituyeron los
Padres para guarda y acrecentamiento de la caridad. Pues todo
el tiempo que estas cosas sirvieren á la caridad, no se deben al-
terar ni variar. Mas si por ventura alguna vez acertasen á serle
contrarias, ¿no está claro que sería muy justo que las cosas que
se ordenaron para la caridad (cuando no se compadescen con
ella) ó se dejasen, ó se interrumpiesen, ó se mudasen en otras
por autoridad de aquéllos á quien esto incumbe? Porque de otra
manera, perversa cosa sería si lo que se ordenó para la caridad,
se guardase contra la ley de la caridad. Es pues la conclusión,
que todas estas cosas deben permanescer estables y fijas en cuan-
to sirven y militan para esta virtud, y no de otra manera. Hasta
aquí son palabras de S. Bernardo, el cual alega para confirma-
ción de lo dicho dos decretos, uno del papa Gelasio y otro de
León.
Cuarto documento.
§. m.
E aquí también se puede colegir que hay dos maneras de
'ú, justicia, una verdadera y otra falsa. Verdadera es la que
abraza las cosas interiores con todas aquellas exteriores que para
conservación suya se requieren. Falsa es la que retiene algunas
de las exteriores sin las interiores: esto es, sin amor de Dios,
gin temor, sin humildad, sin devoción, y sin otras semejantes
LIB. 11. CAPÍTULO XX. 4^9
virtudes, cual era la de los fariseos, á quien dijo el Señor (i): Ay
de vosotros, letrados y fariseos, que pagáis muy escrupulosamen-
te el diezmo de todas vuestras legumbres y hortalizas, y no ha-
céis caso de las cosas más importantes que manda la Ley, que
son juicio, y misericordia, y verdad. Y en otro lugar les dice (2) que
eran muy solícitos en los lavatorios de los platos y de las ma-
nos, y en otras cosas semejantes, teniendo los corazones llenos de
rapiña y de maldad. Por donde en otro lugar les dice que eran
como los sepulcros blanqueados, que defuera parecían á los hom-
bres hermosos, y dentro estaban llenos de huesos de muertos.
Ésta es la manera de justicia que tantas veces reprehende el
Señor en las Escripturas de los Profetas, porque por uno de ellos
dice así (3): Este pueblo con los labios me honra, y su corazón
está lejos de Mí. Sin causa y sin propósito me honran, guardan-
do las doctrinas y leyes de los hombres, y desamparando la
ley que Yo les di. Y en otro lugar (4): ¿Para qué quiero yo (di-
ce Él) la muchedumbre de vuestros sacrificios? Lleno estoy ya
de los holocaustos de vuestros carneros y de las enjundias de
vuestros ganados. No me ofrezcáis de aquí adelante sacrificios en
balde. \"uestro encienso me es abominación, vuestros ayunta-
mientos son perversos, vuestras calendas (que son las fiestas que
hacéis al principio de cada mes) y las otras festividades del año
aborresció mi ánima: molestas me son y enojosas, y paso trabajo
en sufrirlas.
Pues ¿qué es esto? ¿Condena Dios lo que Él mismo ordenó,
y tan encarescidamente mandó, ma3'ormente siendo éstos actos
de aquella nobilísima virtud que llaman religión, que tiene por
oficio venerar á Dios con actos de adoración y religión? No por
cierto: mas condena á los hombres que se contentaban con solo
esto, sin tener cuenta con la verdadera justicia 3^ con el temor de
Dios, como luego lo significó diciendo: Lavaos, sed limpios, qui-
tad la maldad de vuestros pensamientos delante de mis ojos, ce-
sad de hacer mal y aprended á hacer bien: y entonces yo per-
donaré vuestros pecados, y desterraré la fealdad de vuestras
ánimas.
Y en otro lugar aun más encarescidamente repite lo mismo
por estas palabras (5): El que me sacrifica un buey, es para Mí
(1) Matth XXIII. (2) Ibid. (3) Esai XXIX. (4) Esai. I. (5) Esa¡. LXVI.
4/0 GUÍA BE PECADORES
como sí matase un hombre. El que me sacrifica otra res, como el
que me despedazase un perro. El que me ofrece alguna ofrenda,
como si me ofreciese sangre de puercos. El que me ofrece encien-
so, como el que bendijese á un ídolo. Pues ^qué es esto, Señor?
PPorqué tenéis por tan abominables las mismas obras que Vos
mandastes? Luego da la causa desto diciendo: Estas cosas esco-
gieron en sus caminos para agradarme con ellas, y con todo esto
se deleitaron en sus maldades y abominaciones. <]Ves, pues, cuan
poco valen todas las cosas exteriores sin fundamento de lo inte-
rior? A este mismo propósito por otro profeta dice así (i): Quita
de mis oídos el ruido de tus cantares, que no quiero oir la melo-
día de tus instrumentos músicos. Y aun en otro lugar más enca-
rescidamente dice (2) que derramará sobre ellos el estiércol de
sus solemnidades. Pues ^qué más que esto es menester para que
entiendan los hombres lo que montan todas estas cosas exterio-
res, por altísimas y nobilísimas que sean, cuando les falta el fun-
damento de justicia, que consiste en el amor y temor de Dios y
aborrescimiento del pecado?
Y si preguntares: ^qué es la causa por que tanto afea Dios esta
manera de servicios, comparando los sacrificios con homicidios y
el encienso con la idolatría, y llamando ruido al cantar de los
psalmos, y estiércol á las fiestas de sus solemnidades? La respuesta
es: porque demás de ser estas cosas de ningún merescimiento
(cuando carescen del fundamento que ya dijimos) toman muchos
de ellas ocasión para soberbia, y presumpción, y menosprecio de
los otros que no hacen lo que ellos hacen: y (lo que peor es) por
aquí vienen á tener una falsa seguridad, causada de aquella falsa
justicia, que es uno de los grandes peligros que puede haber en
este camino: porque contentos con esto no trabajan ni procuran
lo demás. <] Quieres ver esto muy claro? Mira la oración de aquel
fariseo del Evangelio, que decía así (3): Dios, gracias te doy por-
que no soy yo como los otros hombres, robadores, adúlteros, in-
justos, como lo es este publicano: ayuno dos días cada semana y
pago fielmente el diezmo de todo lo que poseo. Mira, pues, cuan
claramente se descubren aquí aquellas tres peligrosísimas
rocas que dijimos. La presumpción, cuando dice: no soy yo como
los otros hombres. El menosprecio de los otros, cuando dice: co-
(1) Amos, V. (2) Malach. II. (3) Luc. XVIII.
LEBRO II. a\PÍTULO X^. 47^
mo este publicano. La falsa segundad, cuando dice que da gra-
cias á Dios por aquella manera de vida que vivía, pareciéndole
que estaba seguro en ella y que no tenía por qué temer.
De donde nasce que los que de esta manera son justos, vie-
nen á dar en un linaje de hipocrisía muy peligrosa. Para lo cual
es de saber que hay dos maneras de hipocrisía: una muy baja y
grosera, que es la de aquéllos que claramente ven que son malos,
y muéstranse en lo de fuera buenos, para engañar al pueblo. Otra
hay más subtil y más delicada, con que el hombre no sólo en-
gaña á los otros, sino también engaña á sí mismo: cual era la des-
te fariseo, que realmente con aquella sombra de justicia no sólo
había engañado á los otros, sino también á sí mismo: porque sien-
do de verdad malo, él se tenía por bueno. Esta es aquella mane-
ra de hipocrisía de que dijo el Sabio (i): Hay un camino que
parece al hombre derecho, y con esto va á parar en la muerte. Y
en otro lugar (2), entre cuatro géneros de males que hay en el
mundo, cuenta éste diciendo: La generación que maldice á su
padre, y no bendice á su madre; la generación que se tiene por
limpia, y con todo esto no está limpia de sus pecados; la genera-
ción que trae los ojos altivos, y levanta sus párpados en alto; la
generación que tiene por dientes cuchillos, y se traga los pobres
de la tierra. Éstos cuatro géneros de personas cuenta aquí el Sa-
bio entre las más infames y peligrosas del mundo; y entre ellas
cuenta ésta de que aquí hablamos, que son los hipócritas para sí
mismos, que se tienen por limpios, siendo sucios, como lo era
este fariseo.
Éste es un estado de tan gran peligro, que verdaderamente
sería menos mal ser un hombre malo, y tenerse por tal, que ser
desta manera justo, y tenerse por seguro. Porque cuanto quiera
que sea un hombre malo, principio es, en fin, de salud el conosci-
miento de la enfermedad; mas el que no conosce su mal, el que
estando enfermo se tiene por sano, ¿cómo sufrirá la medicina? Por
esta razón dijo el Señor á los fariseos que los publícanos y las ma-
las mujeres les precederían en el reino de los cielos. Donde en el
Griego leemos preceden, de presente: por donde aun está más
claro lo que decimos. Esto mismo nos representan muy á la clara
aquellas tan escuras y temerosas palabras que dijo el Señor en el
(i) Prov. XIV. (2) Prov, XXX.
472 GUÍA DE PECADORES
Apocalipsi (i): Ojalá fueses, ó bien frío, ó bien caliente; mas porque
eres tibio, comenzarte he á echar de mi boca. Pues ^cómo es posible
que caya en deseo de Dios ser un hombre frío? Y ^cómo es po-
sible que sea de peor condición el tibio que el frío, pues está más
cerca del caliente? Oye agora la respuesta: Caliente es aquél que
con el fuego de la caridad que tiene, posee todas las virtudes así
interiores como exteriores, de que ya dijimos. Frío es aquél que
así como carece de caridad, asi carece de lo uno y de lo otro,
así de lo interior como lo exterior. Tibio es aquél que tiene
algo de lo exterior y ninguna cosa de lo interior, á lo menos de
caridad. Pues danos aquí á entender el Señor que este tal es de
peor condición que el que está del todo frío: no por ventura por-
que tenga más pecados que él, sino porque es más incurable su
mal: porque tanto está más lejos del remedio, cuanto se tiene por
más seguro. Porque de aquella justicia superficial que tiene, to-
ma ocasión para creer de sí que es algo, como quiera que á la
verdad sea nada. Y que éste sea el sentido literal destas palabras,
evidentemente se ve por lo que luego en continente se sigue:
porque explicando el Señor más claramente á quién llamaba ti-
bio, añade: Dices que eres rico, y que no te falta nada para la ver-
dadera justicia, y no entiendes que eres mezquino y miserable,
pobre, y ciego, y desnudo. ¿No te paresce que ves en estas pa-
labras debujada la imagen de aquel fariseo que decía: Dios, gra-
cias te doy que no soy yo como los otros hombres, &c.? Verda-
deramente éste es el que se tenía en su corazón por rico de ri-
quezas espirituales, pues por esto daba gracias á Dios; mas sin
dubda él era pobre, ciego y desnudo: pues dentro estaba vacío
de justicia, lleno de soberbia y ciego para no conocer su pro-
pria culpa.
Tenemos, pues, aquí ya declarado cómo hay dos maneras de
justicia, una falsa y otra verdadera, y cuan grande sea la exce-
lencia de la verdadera, y cuánto el peligro de la falsa. Y no pien-
se nadie que se ha perdido tiempo en gastar en esto tantas pala-
bras: porque pues el sancto Evangelio (que es la más alta de to-
das las Escripturas divinas y la que singularmente es espejo y
regla de nuestra vida) tantas veces reprehende esta manera de
justicia, y lo mismo hacen tantas veceS los profetas (como arriba
(i) Apoc. III.
LIBRO 11. CAPÍTULO XX. 473
declaramos) no era razón que pasásemos en esta doctrina livia-
namente por lo que tantas veces repiten y encarescen las Escrip-
turas divinas. Mayormente que los peligros claros y manifiestos
quienquiera los conoce (porque son como las rocas que están en
la mar descubiertas) y por esto tienen menos necesidad de doc-
trina: mas los ocultos y disimulados (como los bajos que están
cubiertos con el agua) ésos es razón que estén más claramente
señalados y marcados en la carta del marear, para no peligrar en
ellos.
Y no se engañe nadie diciendo que entonces era esta doctri-
na necesaria porque reinaba mucho este vicio, y agora no: por-
que antes creo que siempre el mundo fué cuasi de una manera:
porque unos mismos hombres, y una misma naturaleza, y unas
mismas inclinaciones, y un mismo pecado original en que todos
somos concebidos (que es la fuente de todos los pecados) forza-
do es que produzga unos mismos delictos: porque donde hay tan-
ta semejanza en las causas de los males, también la ha de haber en
los mismos males. Y así los mismos vicios que había entonces en
tales y tales géneros de personas, esos mismos hay agora, aunque
alterados algún tanto los nombres dellos: así como las comedias
de Planto ó de Terencio son las mismas que fueron mil años ha:
puesto caso que cada día (cuando se representan) se mudan las
personas que las representan.
De donde así como entonces aquel pueblo rudo y carnal pen-
saba que tenía á Dios por el pie cuando ofrecía aquellos sacrifi-
cios, y ayunaba aquellos ayunos, y guardaba aquellas fiestas li-
teralmente y no espirítualmente, así hallaréis agora muchos
cristianos que oyen cada domingo su misa, y rezan por sus horas
y por sus cuentas, y ayunan cada semana los sábados á nuestra
Señora, y huelgan de oír sermones, y otras cosas semejantes: y
con hacer esto (que á la verdad es bien hecho) tienen tan vivos
los apetitos de la honra, y de la cobdicia, y de la ira, como todos
los otros hombres que nada desto hacen. Olvídanse de las obli-
gaciones de sus estados, tienen poca cuenta con la salvación de
sus domésticos y familiares, andan en sus odios, y pasiones, y
pundonores: y no se humillarán, ni darán á torcer su brazo por
todo el mundo. Y aun algunos dellos hay que tienen quitadas las
hablas á sus prójimos, á veces por livianas causas, y muchos tam-
bién pagan muy mal las deudas que deben á sus criados y á
474 glIa de pecadores
otros. Y si por ventura les tocáis en un punto de honra, ó de in-
terese, ó de cosa semejante, veréis luego desarmado todo el ne-
gocio y puesto por tierra, Y algunos de éstos, siendo muy lar-
gos en rezar muchas coronas de Ave Marías, son muy estrechos
en dar limosnas y hacer bien á los necesitados. Y otros hallaréis
que por todo el mundo no comerán carne el miércoles y otros
días de devoción: y con esto murmuran sin ningún temor de Dios
y degüellan crudelísimamente los prójimos. De manera que sien-
do muy escrupulosos en no comer carne de animales (que Dios
les concedió) ningún escrúpulo tienen de comer carnes y vidas
de hom.bres, que Dios tan caramente les prohibió. Porque verda-
deramente una de las cosas que más había de celar el cristiano,
es la fama y honra de su prójimo, de que éstos tienen muy poco
cuidado, teniéndolo tanto de cosas sin comparación menores.
Esto y otras cosas semejantes no me puede negar nadie sino
que cada día pasan entre los hombres del mundo y entre los de
fuera del mundo. Y pues éste es tan grande y tan universal en-
gaño, necesaria cosa era dar este desengaño, mayormente pues
no todos los que tienen por oficio darlo, lo dan: y por esto con-
venía que con doctrina clara se supliese esta falta, para avaso de
los que desean acertar este camino.
Y para que el cristiano lector se aproveche mejor de lo di-
cho y no venga á enfermar con la medicina, conviene que tome
primero el pulso á su espíritu y condición, para ver á lo que es
más inclinado. Porque hay unas doctrinas generales que sirven
para todo género de personas, como las que se dan de la cari-
dad, humildad, paciencia, obediencia, &c. Otras hay particulares,
que son para remedios particulares de personas, que no arman
tanto á otras. Porque á un muy escrupuloso es menester alar-
garle algo la consciencia: mas al que es largo de consciencia, es
menester estrechársela: al pusilánime y desconfiado convñene pre-
dicar de la misericordia: al presumptuoso, de la justicia: y así á
todos los demás, según nos lo aconseja el Eclesiástico diciendo (i)
que tratemos con el injusto, de la justicia: con el temeroso, de la
guerra: con el envidioso, del agradesci miento: con el inhumano,
de la humanidad: con el perezoso, del trabajo, y así con todos
los demás.
(i) EccU. XXXVII.
LffiRO n. CAPÍTULO XX. 475
Pues según esto, como haya dos diferencias de personas, unas
que se acuestan más á lo interior, sin hacer tanto caso de lo ex-
terior, y otras que se inclinan más á lo exterior, sin tener tanta
cuenta con lo interior: á los unos conviene encarescer lo uno, y
á los otros lo otro: para que así vengan á reducirse los humores
á debida proporción. Nos en esta doctrina de tal manera templa-
mos el estilo, que cada cosa pusiésemos en su lugar, levantando las
cosas mayores sin perjuicio de las menores, y encargando las me-
nores sin agravio de las ma3^ores. Y desta manera estaremos li-
bres de aquellas dos peligrosísimas rocas que aquí habernos que-
rido derribar: la una de los que precian tanto lo interior, que
desprecian lo exterior: y la otra de los que abrazando mucho lo
exterior, se descuidan en lo interior, mayormente en el temor de
Dios y aborrescimiento del pecado.
La suma, pues, deste negocio sea fundarnos en un profundí-
simo temor de Dios, que nos haga tremer de solo el nombre del
pecado. Y quien éste tuviere muy arraigado en su ánima, tén-
gase por dichoso, y sobre este fundamento edifique lo que qui-
siere. Mas el que se hallare fácil para cometer un pecado, ten-
gase por miserable, ciego y malaventurado, aunque tenga todas
las aparencias de sanctidad que hay en el mundo.
SEGUNDO AVISO
ACERCA PE DlVFRSAS MANERAS DE VIDAS QUE HAY EN LA IGLESIA.
CAPÍTULO XXI.
L segundo aviso sirve para no juzgar unos á otros
en la manera de vida que cada uno tiene. Para lo
cual es de saber que como sean muchas las virtu-
des que se requieren para la vida cristiana, unos se dan más á
unas, y otros á otras. Porque unos se dan más á aquellas virtu-
des que ordenan al hombre para con Dios, que por la mayor
parte pertenescen á la vida comtemplativa: otros, á las que nos
ordenan para con el prójimo, que pertenescen á la activa: otros,
á las que ordenan al hombre consigo mismo, que son más fami-
liares á la vida monástica.
ítem, como todas las obras virtuosas sean medios para alcan-
zar la gracia, unos la procuran más por un medio, y otros por
otro. Porque unos la buscan con ayunos, y disciplinas, y aspe-
rezas corporales: otros con limosnas y obras de misericordia:
otros con oraciones y meditaciones continuas, en el cual medio
hay tanta variedad, cuantos medios hay de orar y meditar: por-
que unos se hallan bien con un linaje de oraciones y meditacio-
nes, y otros con otras: y así como hay muchas cosas que me-
ditar, así hay muchos modos de meditación, entre los cuales
aquél es mejor para cada uno, en que halla mayor devoción y
más provecho.
Pues acerca desto suele haber un muy común engaño entre
personas virtuosas: y es, que los que han aprovechado por al-
guno destos medios, piensan que como ellos medraron por allí,
que no hay otro camino para medrar con Dios, sino solo aquél,
y ése querrían enseñar á todos: y tienen por errados á los que
por allí no van, paresciéndoles que no hay más de un camino
solo para el cielo. El que se da mucho á la oración, piensa que
sin esto no hay salud. El que se da mucho á ayunos, parécele
LIBRO li. CAPÍTULO XXL 4/7
que todo es burla, sino ayunar. El que se da á la vida contem-
plativ^a, piensa que todos los que no son contemplativos, viven
en grandísimo peligro, y toman esto tan por el cabo, que algu-
nos vienen á tener en poco la vida activa. Por el contrario los
activos, como no saben por experiencia qué pasa entre Dios y
el ánima en aquel suavísimo ocio de la contemplación, y ven el
provecho palpable que se sigue de la vida activa, deshacen
cuanto pueden la vida contemplativa, y apenas pueden apro-
bar vida contemplativa pura, si no es compuesta de la una y de
la otra: como si esto fuese fácil de hacer á quienquiera. Asimis-
mo el que se da á la oración mental, parécele que toda otra
oración sin ésta es infructuosa: y el que á la vocal, dice que
ésta es de mayor trabajo y que así será de mayor provecho.
De suerte que cada buhonero (como dicen) alaba sus agu-
jas: y así cada uno con una tácita soberbia y ignorancia (sin ver
lo que hace) alaba á sí mismo, engrandesciendo aquello en que
él tiene más caudal. Y así viene á ser el negocio de las virtudes
como el de las sciencias, en las cuales cada uno alaba y levanta
sobre los cielos aquella sciencia en que él reina, apocando y des-
haciendo todas las otras. El orador dice que no hay otra arte en
el mundo que iguale con la elocuencia: el astrólogo, que no la
hay tal como la que trata del cielo y de las estrellas: el filósofo
dice otro tanto: el que se da á la Escriptura divina dice mucho
más, y con mayor razón: el que al estudio de las lenguas (por-
que sirven para la Escriptura) dice lo mismo: el teólogo esco-
lástico no se contenta con el lugar de en medio, sino . pone su
silla sobre todos. Y á ninguno le faltan razones, y grandes ra-
zones, para creer que su sciencia es la mejor y más necesaria.
Pues esto que se halla en las sciencias tan descubiertamente,
se halla en las virtudes, aunque más disimuladamente: porque
cada uno de los amadores de las virtudes por un cabo desea
acertar en lo mejor, y por otro busca lo que más arma con su
naturaleza: y de aquí nasce que lo que á él está mejor, cree que
es mejor para todos, y el zapato que á él viene justo, cree que
también vendrá á todos los otros.
Pues desta raíz nascen los juicios de las vidas ajenas y las
divisiones y scismas espirituales entre los hermanos, creyendo
los unos de los otros que van descaminados, porque no van por
§1 camino que ellos van. Cuasi en este engaño vivían los de Co-
478 GUÍA DE PECADORES
rinto: los cuales habiendo recibido muchos y diversos dones de
Dios, cada uno tenía el suyo por mejor, y así se anteponían unos
á otros, preferiendo unos el don de las lenguas, otros de la pro-
fecía, otros la interpretación de las Escripturas, otros el hacer
milagros, y así todos los demás. Contra este engaño no hay otra
mejor medicina que aquella de que el Apóstol usa en esta epís-
tola contra esta dolencia. Porque aquí primeramente iguala to-
das las gracias y dones en su origen y principio, diciendo que
todos ellos son arroyos que nascen de una misma fuente, que
es el Espíritu Sancto, y que por esta parte todos participan una
manera de igualdad en su causa, aunque entre sí sean diversos:
así como los miembros del cuerpo de un rey todos en fin son
miembros de un rey, y de sangre real, aunque sean diferentes
entre sí. Desta manera dice el Apóstol (i) que todos en el bap-
tismo recibimos un mismo espíritu de Cristo, para que median-
te él todos fuésemos miembros de un mismo cuerpo. Y así cuan-
to á esto todos participamos una misma dignidad y gloria, pues
todos somos miembros de una misma cabeza. Por donde añade
luego el Apóstol -y dice: Si dijere el pie: yo no soy mano, y
por eso no soy del cuerpo, ^dejará por esto de ser del cuerpo?
Y si dijere el oído: porque no soy ojo, no soy deste cuerpo, ¿de-
jará por eso de ser deste cuerpo? Así que por esta parte en
todos hay igualdad, para que en todos haya unidad y herman-
dad, puesto caso que con esto se compadesca alguna variedad.
Esta variedad nasce en parte de la naturaleza y en parte de
la gracia. De la naturaleza decimos que nasce, porque aunque el
principio de todo el ser espiritual sea la gracia, mas la gracia
recebida como agua en diversos vasos, toma diversas figuras,
aplicándose á la condición y naturaleza de cada uno. Porque
hay unos hombres naturalmente sosegados y quietos, que se-
gún esto son más aparejados para la vida contemplativa: otros
más coléricos y hacendosos, que son más hábiles para la vida
activa: otros más robustos y sanos, y más desamorados para con-
sigo mismos, y éstos son más aptos para los trabajos de la peni-
tencia. En lo cual resplandesce maravillosamente la bondad y
misericordia de nuestro Señor, que como desea tanto comuni-
carse á todos, no quiso que hubiese un solo camino para esto,
^i) Galat, III.
LIBRO 11. CAPÍTtJI.O Xxr. 479
sino muchos y diversos, según la diversidad de las condiciones
de los hombres: para que el que no tuviese habilidad para ir por
uno, fuese por otro.
La segunda causa desta variedad es la gracia, porque el Es-
píritu Sancto (que es el autor della) quiere que haya esta varie-
dad en los suyos, para mayor perfección y hermosura de la Igle-
sia. Porque así como para la perfección y hermosura del cuerpo
humano se requiere que haya en él diversos miembros y senti-
dos, así también para la perfección y hermosura de la Iglesia
convenía que hubiese esta diversidad de virtudes y gracias, por-
que si todos los fieles fueran de una manera, ¿cómo se pudiera
llamar éste cuerpo? Si todo el cuerpo, dice Sant Pablo (i), fuese
ojos, ¿dónde estarían los oídos? Y si todo fuese oídos, ¿dónde
estarían las narices? Y por esto quiso Dios que los miembros fue-
sen muchos, y el cuerpo uno, porque así habiendo muchedum-
bre con unidad, hubiese proporción y conveniencia de muchas
cosas en una, de donde resultase la perfección y hermosura de
la Iglesia. Así vemos que en la música conviene que haya esta
misma diversidad y muchedumbre de voces, con unidad de con-
sonancia, para que así haya en ella suavidad y melodía. Porque
si todas las voces fuesen de una manera, ó todas tiples, ó todas
tenores, &c. ¿cómo podría haber música y harmonía?
Pues en las obras de naturaleza es cosa maravillosa ver cuán-
ta variedad puso aquél Artífice soberano, y cómo repartió las
habilidades y perfecciones á todas sus criaturas por tal orden que
con tener cada una su particular ventaja sobre la otra, la otra no
tuviese por qué tenerle envidia: porque también le tenía ella otra
manera de ventaja. El pavón es muy hermoso de ver, mas no
es dulce de oir. El ruiseñor es dulce de oír, mas no es hermoso
para ver. El caballo es bueno para la carrera y para la guerra,
mas no lo es para la mesa: y el buey es bueno para la mesa y
para la era, mas no sirve para lo demás. Los árboles fructuosos
son buenos para comer, mas no para edificar: los silvestres, por
el contrario, son buenos para edificar, mas no lo son para fructi-
ficar. Desta manera en todas las cosas juntas se hallan todas las
cosas repartidas, y en ninguna todas juntas: para que así se con-
serve la variedad y hermosura en el universo, y se conserven
(1) I. Cor, xn,
480 GUÍA DE PECADORES
también las especies de las cosas, y se enlacen las unas con las
otras, por la necesidad que tienen unas de otras.
Pues esta misma orden y hermosura que hay en las obras de
naturaleza, quiso el Señor que hubiese en las de gracia, y para
esto ordenó por su Espíritu que hubiese mil maneras de virtu-
des y gracias en su Iglesia, para que de todas ellas resultase una
suavísima consonancia, y un perfectísimo mundo, y un hermosí-
simo cuerpo compuesto de diversos miembros. De aquí nasce ha-
ber en la Iglesia unos muy dados á la vida contemplativa, otros
á la activa, otros á obras de obediencia, otros de penitencia, otros
á orar, otros á cantar, otros á estudiar para aprovechar, otros á
servir enfermos y acudir á hospitales, otros á socorrer á pobres
y necesitados, y otros á otras muchas maneras de ejercicios y
obras virtuosas.
La misma variedad vemos en las religiones, que aunque to-
das caminan para Dios, cada una lleva su proprio camino. Unas
van por el camino de la pobreza, otras por el de la penitencia,
otras por el de las obras de la vida contemplativa, otras de la
activa. Y por esto unas buscan lo púbUco, otras lo secreto: unas
procuran rentas para su instituto, otras aman la pobreza: unas quie-
ren los desiertos, y otras las plazas y los poblados: y todo esto
religiosamente y por caridad.
Y en una misma orden y monesterio veréis esta misma va-
riedad: porque unos están en el coro cantando, otros en sus ofi-
cios trabajando, otros en sus celdas estudiando, otros en la igle-
sia confesando y otros fuera de casa negociando. Pues ¿qué es
esto? Muchos miembros en un cuerpo y muchas voces en una
música, para que así haya hermosura, proporción y consonan-
cia en la Iglesia. Porque por eso hay en una vihuela muchas
cuerdas y en unos órganos muchos caños: porque así pueda ha-
ber consonancia y harmonía de muchas voces. Esta es aquella
vestidura que el patriarca Jacob hizo á su hijo Josef de diversos
colores (i), y éstas aquellas cortinas del Tabernáculo que man-
dó Dios pintar con maravillosa variedad y hermosura.
Pues siendo esto así (y siendo necesario que sea así para la
orden y hermosura de la Iglesia) ¿porqué nos andamos comien-
do unos á otros, y juzgando y sentenciando unos á otros, por-
(í) Genes. XXXVII.
LÍBRO II. CAPÍTULO XXI. 481
que no hacen unos lo que hacen otros? Eso es destruir el cuer-
po de la Iglesia: eso es destruir la vestidura de Josef: eso es des-
hacer esta música y consonancia celestial: eso es querer que los
miembros de la Iglesia sean todos pies, ó todos manos, ó todos
ojos. Pues si todo el cuerpo fuese ojos, ¿dónde estarían los oí-
dos? Y si todos oídos, ¿dónde estarían los ojos?
Por donde paresce aun más claro cuan grande yerro sea con-
denar á otro porque no tiene lo que tengo yo, ó porque no es
para lo que soy yo. ¿Cuál sería si los ojos despreciasen á los
pies porque no ven, y los pies murmurasen de los ojos porque
no andan y los dejan á ellos con toda la carga? Porque real-
mente así es necesario que trabajen los pies, y descansen los
ojos, y que los unos anden arrastrados por tierra, y los otros es-
tén en lo alto limpios de polvo y de paja. Y no hacen menos
los ojos descansando que los pies caminando: así como en el navio
no hace menos el piloto que está par de el gobernalle con la
aguja en la mano, que los otros que suben á la gavia, y trepan
por las cuerdas, y extienden las velas, y limpian la bomba: an-
tes aquél que parece que menos hace, ése realmente hace más.
Porque no se mide la excelencia de las cosas con el trabajo, si-
no con el valor y importancia dellas: si no queremos decir que
más hace en la república el que cava y el que ara, que el que la
gobierna con su consejo y prudencia.
Pues quien esto atentamente considerare, dejará á cada uno
en su llamamiento: esto es, dejará al pie ser pie, y á la mano
mano, y no querrá ni que todos sean pies, ni todos manos. Esto
es lo que tan largamente pretendió persuadir el Apóstol en la
Epístola susodicha: y esto mismo es lo que nos aconseja cuando
dice (i): El que no come, no menosprecie al que come. Porque
por ventura aquél que come tendrá por una parte necesidad de
comer, y por otra quizá tendrá otra virtud más alta que ésa que
tú tienes, de que tú carecerás: por donde en lo uno no tendrá
culpa, y en lo otro te hará ventaja. Porque así como no menos
sirven para el canto los puntos que están en regla que los que
están en espacio, así no menos sirve á la consonancia y música
espiritual de la Iglesia el que come que el que no come, y el que
parece que está ocioso que el que está ocupado, si en su ocio tra-
(i; Rom. XIV.
OBílAS DE GRANADA. I— 31
482 GUÍA DE PECADORES
baja por alcanzar con qué pueda después edificar á su prójimo.
Esto mismo nos encomienda muy encarescidamente Sant
Bernardo, avisando que excepto aquéllos á quien es dado ser
jueces y presidentes en la Iglesia, nadie se entremeta en querer
escudriñar ni juzgar la vida de nadie, ni comparar la suya con la
de nadie: porque no le acaezca lo que al monje que tenía por
agravio que su pobreza se igualase con las riquezas de Gregorio:
á quien fué dicho que más rico era él con una gatilla que tenía,
que el otro con todas sus riquezas.
TERCERO AVISO
DE LA SOLICITUD Y VIGILANCIA CON QUE DEBE VIVIR EL VARÓN VIRTUOSO.
CAPITULO xxn.
L tercer aviso sea éste, que porque en esta regla
se han puesto muchas maneras de virtudes y docu-
mentos para reglar la vida, y nuestro entendimiento
no puede comprehender muchas cosas juntas, para esto conviene
procurar una virtud general que las comprehenda todas y supla
(según es posible) las veces de todas: que es una perpetua soli-
citud y vigilancia y una continua atención á todo lo que hobié-
remos de hacer y decir, para que todo vaya nivelado con el jui-
cio de la razón.
De suerte que así como cuando un embajador hace una ha-
bla delante de un gran senado, en un mismo tiempo está atento
á las cosas que ha de decir, y á las palabras con que las ha de
decir, y á la voz y á los meneos del cuerpo, y á otras cosas se-
mejantes, así el siervo de Dios trabaje (cuanto le sea posible) por
traer consigo una perpetua atención y vigilancia para mirar por
sí y por todo lo que hace: para que hablando, callando, pregun-
tando, respondiendo, negociando, en la mesa, en la plaza y en la
iglesia, en casa y fuera de casa, esté como con un compás en la
mano midiendo y compasando sus obras, sus palabras y pensa-
mientos, con todo lo demás, para que todo vaya conforme á la
ley de Dios, y al juicio de la razón, y al decoro y decencia de su
persona. Porque como sea tanta la distancia que hay entre el bien
y el mal, y Dios haya impreso en nuestras ánimas una luz y co-
noscimiento de lo uno y de lo otro, apenas hay hombre tan sim-
ple, que si mira atentamente lo que hace, no se le trasluzga poco
más ó menos lo que en cada cosa debe hacer: y así esta aten-
ción y solicitud sirve por todos los documentos desta regla y de
muchas otras.
Esta es aquella solicitud que nos encomendó el Espíritu Sáne-
te cuando dijo (i): Guarda, hombre, á ti mismo y á tu ánima so-
(i) Deut. IV.
484 GUÍA DE PECADORES
lícitamente. Ésta es la tercera parte de las tres que señaló el pro-
feta Miqueas (i), según que arriba alegamos, que es andar solí-
cito con Dios: la cual es un continuo cuidado y atención de no
hacer cosa que sea contra su voluntad. Esto nos significa la mu-
chedumbre de ojos que tenían aquellos misteriosos animales de
Ezequiel (2): con los cuales nos dan á entender la grandeza de
la atención y vigilancia con que debemos militar en esta milicia,
donde hay tantos enemigos y tantas cosas á que acudir y pro-
veer. Esto nos representa aquella postura de los setenta caba-
lleros esforzados que guardaban el lecho de Salomón, los cuales
tenían las espadas sobre el muslo á punto de desenvainar: para
dar á entender esta manera de atención y vigilancia con que con-
viene que esté el que anda siempre entre tantos escuadrones de
enemigos.
La causa desta tan grande solicitud es (demás de la muche-
dumbre de los peligros) la alteza y delicadeza deste negocio, ma-
yormente en aquéllos que anhelan y procuran arribar á la per-
fección de la vida espiritual. Porque conversar y vivir como Dios
meresce, y guardarse limpio y sin mancilla deste siglo, y vivir
en esta carne sin tizne de carne, y conservarse sin reprehensión
y sin querella para el día del Señor, como dice el Apóstol (3),
son cosas tan altas y tan sobrenaturales, que todo esto es menes-
ter, y mucho más, y aun Dios y ayuda.
Mira, pues, la atención que tiene un hombre cuando está ha-
ciendo alguna obra muy delicada: porque realmente ésta es la
más delicada obra que se puede hacer, y la que pide mayor
atención. IVIira también de la manera que anda el que lleva en
las manos un vaso muy lleno de un precioso licuor, para que no
se le vierta nada: y mira también el tiento que lleva el que pasa
un río por unas piedras mal asentadas, para no mojarse en el
agua: y sobre todo mira el que lleva el que anda paseándose por
una maroma, para no decUnar un punto á la diestra ni á la si-
niestra, por no caer, y desta manera trabaja siempre por andar
(mayormente á los principios hasta hacer hábito) con tanto cui-
dado y atención, que ni hables una palabra, ni tengas un pensa-
miento, ni hagas un meneo que desdiga un punto (en cuanto
fuere posible) de la línea de la virtud. Para esto da Séneca un
^i; Cap. VI. (2; Ezech. I. (3) Phill. I,
LIBRO II. CAPÍTULO XXIL ¿\%^
muy familiar y maravilloso consejo, diciendo que debía el hom«
bre deseoso de la virtud imaginar que tiene delante de sí algu-
na persona de grande veneración y á quien tuviese mucho aca-
tamiento, y hacer y decir todas las cosas como las haría y diría
si realmente estuviera en su presencia.
Otro medio hay para esto mismo no menos conveniente que
el pasado, que es pensar el hombre que no tiene más que solo
aquel día de vida, y hacer todas las cosas como si creyese que
aquel mismo día en la noche hobiese de parecer ante el tribunal
de Cristo y dar cuenta de sí.
Pero muy más excelente medio es andar siempre (en cuanto
sea posible) en la presencia del Señor, 3^ traerlo ante los ojos
(pues en hecho de verdad El está en todo lugar presente) y ha-
cer todas las cosas como quien tiene tal majestad, tal testigo y
tal juez delante, pidiéndole siempre gracia para conversar de tal
manera, que no sea indigno de tal presencia. De suerte que esta
atención que aquí aconsejamos, ha de tirar á dos blancos: el uno,
á mirar interiormente á Dios y estar delante del adorándole,
alabándole, reverenciándole, amándole, dándole gracias y ofre-
ciéndole siempre sacrificio de devoción en el altar de su corazón: y
el otro, á mirar todo lo que hacemos y decimos, para que de tal
manera hagamos nuestras obras, que en ninguna cosa nos des-
viemos de la senda de la virtud. De suerte que con el uno de
los dos ojos habernos de mirar á Dios, pidiéndole gracia, y con
el otro á la decencia de nuestra vida, usando bien de ella. Y así
habemos de emplear la luz que Dios nos dio, lo uno en la consi-
deración de las cosas divinas, y lo otro en la rectificación de las
obras humanas, estando por una parte atentos á Dios, y por otra
á todo lo que debemos hacer. Y aunque esto no se pueda hacer
siempre, á lo menos procuremos que sea con la mayor continua-
ción que pudiéremos: pues esta manera de atención no se impide
con los ejercicios corporales, antes en ellos está el corazón libre
para hurtarse muchas veces de los negocios y esconderse en las
llagas de Cristo. Este documento repito aquí por ser tan impor-
tante: aunque ya estaba apuntado en nuestro Memorial de Vida
Cristiana.
CUARTO AVISO
pE LA FORTAtEíA QUE SE REQUIERE PARA ALCANZAR LAS VIRTUDES.
CAPÍTULO xxin,
^W^r L precedente aviso nos proveyó de ojos para mirar aten-
^^n¿^ tamente lo que debemos hacer: éste nos provee rá de bra-
A^ zos, que es de fortaleza, para poderlo hacen Porque como
haya dos dificultades en la virtud, la una en distinguir y apartar
lo bueno de lo malo, y la otra en vencer lo uno y proseguir lo
otro, para lo uno se requiere atención y vigilancia, y para lo
otro fortaleza y diligencia: y cualquiera destas dos cosas que fal-
te, queda imprerfecto el negocio de la virtud: por que ó queda-
rá ciego si falta la vigilancia, ó manco si faltare la fortaleza.
Esta fortaleza no es aquella que tiene por oficio templar las
osadías y temores (que es una de las cuatro virtudes cardinales)
sino es una fortaleza general que sirve para vencer todas las di-
ficultades que nos impiden el uso de las virtudes: por esto anda
siempre en compañía dellas como con la espada en la mano, ha-
ciéndoles camino por doquiera que van. Porque la virtud (como
dicen los filósofos) es cosa ardua y dificultosa, y por esto convie-
ne que tenga siempre á su lado esta fortaleza para que le ayude
á vencer esta dificultad. De donde así como el herrero tiene ne-
cesidad de traer siempre el martillo en las manos, por razón de
la materia que labra, que es dura de domar, así también el hom-
bre virtuoso tiene necesidad desta fortaleza como de un martillo
espiritual, para domar esta dificultad que en la virtud se halla.
Por donde así como el herrero sin martillo ninguna cosa haría,
así tampoco el amador de las virtudes sin fortaleza, por la misma
razón. Si no, dime: ^cuál de las virtudes hay que no traiga con-
sigo algún especial trabajo y dificultad? Míralas todas una por
una: la oración, el ayuno, la obediencia, la templanza, la pobreza
de espíritu, la paciencia, la castidad, la humildad: todas ellas fi-
nalmente siempre tienen alguna dificultad aneja, ó por parte del
LIBRO n. CAPÍTULO XXTIL 4S;
amor proprío, ó por parte del enemigo, ó por parte del mismo
mundo. Pues quitada esta fortaleza de por medio, ¿qué podrá el
amor de la virtud desarmado y desnudo? Por do parece que sin
esta virtud todas las otras están como atadas de pies y manos,
para no poderse ejercitar.
Y por esto tú, hermano mío, que deseas aprovechar en las
virtudes, haz cuenta que el mismo Señor de las virtudes te dice
también á ti aquellas palabras que dijo á Moisén, aunque en otro
sentido (i): Toma esta vara de Dios en la mano, que con ella
has de hacer todas las señales y maravillas con que has de sacar
á mi pueblo de Egipto. Ten por cierto que así como aquella vara
fué la que obró aquellas maravillas y la que dio cabo á aquella
jornada tan gloriosa, así esta vara de virtud y fortaleza es laque
ha de vencer todas las dificultades que el amor de nuestra car-
ne y el enemigo nos han de poner delante, y hacernos salir al
cabo con esta empresa tan gloriosa. Y por esto nunca esta vara
se ha de soltar de la manOj pues ninguna destas maravillas se
puede hacer sin ella.
Por lo cual me parece avisar aquí de un grande engaño que
suele acaescer á los que comienzan á servir á Dios. Los cuales,
como leen en algunos libros espirituales cuan grandes sean las
consolaciones y gustos del Espíritu Sancto y cuánta la suavidad
y dulzura de la caridad, creen que todo este camino es de deleites,
y que no hay en él fatiga ni trabajo, y así se disponen para él
como para una cosa fácil y deleitable: de manera que no se ar-
man como para entrar en batalla, sino vístense como para ir á
fiestas. Y no miran que aunque el amor de Dios de suyo es muy
dulce, el camino para él es muy agro: porque para esto conviene
vencer el amor proprio y pelear siempre consigo mismo, que
es la mayor pelea que puede ser. Lo uno y lo otro significó el
profeta Isaías cuando dijo: Sacúdete del polvo, levántate y asién-
tate, Hierusalem. Porque en el asentar es verdad que no hay tra-
bajo: mas hailo en el sacudir el polvo de las afecciones terrena-
les y en levantarnos del pecado y sueño que dormimos: que es
lo que se requiere para venir á esta manera de asiento.
Aunque también es verdad que provee el Señor de grandes
y maravillosas consolaciones á los que fielmente trabajan, y á
(1) Exod. IV.
¿|SS GUÍA DE PECADORES
todos aquéllos que trocaron ya los placeres del mundo por los
del cielo. Mas sí este trueque no se hace, y el hombre todavía
no quiere soltar de las manos la presa que tiene, crea que no le
darán este refresco: pues sabemos que no se dio el maná á los
hijos de Israel en el desierto (i) hasta que se les acabó la harina
que habían sacado de Egipto.
Pues tornando al propósito, los que no se armaren desta for-
tale2a, ténganse por despedidos de lo que buscan, y sepan cier-
to que mientras no mudaren los ánimos y el propósito, nunca
lo hallarán. Crean que con trabajo se gana el descanso, y con
batallas la corona, y con lágrimas el alegría, y con el aborres-
cimiento de sí mismo el amor suavísimo de Dios. Y de aquí nas-
ció reprehenderse tantas veces en los Proverbios la pereza y ne-
gligencia, y alabarse tanto la fortaleza y diligencia (como en otra
parte declaramos) porque sabía muy bien el Espíritu Sancto, au-
tor desta doctrina, cuan grande impedimiento para la virtud era
lo uno, y cuan grande ayuda lo otro.
De los medws por do se alcanza esta fortaleza.
§. I.
||as por ventura preguntarás: ^Oué medio para alcanzar
esa fortaleza, pues también ella es dificultosa como las
otras virtudes? Porque no en balde comenzó el Sabio aquel su
abecedario tan lleno de doctrina espiritual, por esta sentencia (2):
Mujer fuerte ^quién la hallará? El valor de ella es sobre todos
los tesoros y piedras preciosas traídas dendelos últimos fines de la
tierra. Pues <ipor qué medios podremos alcanzar cosa de tan gran
valor? Primeramente considerando este mismo valor: porque sin
dubda cosa es de gran valor la que tanto ayuda para alcanzar
el tesoro inestimable de las virtudes. Si no, dime: ¿Qué es la
causa por que los hombres del mundo huyen tanto de la virtud?
No es otra sino la dificultad que hallan en ella los cobardes y
perezosos. Dice el perezoso: El león está en el camino: en me-
(I) Exod. XVI. (2) Prov. XXXI.
LIBRO ir. CAPÍTULO XXIII. 4S9
dio de las plazas tengo de ser muerto (i). Y en otra parte añade
el mismo Sabio diciendo (2): El loco mete las manos en el seno,
y come sus carnes diciendo: Más vale un poquito con descanso,
que las manos llenas con aflicción y trabajo. Pues como no haya
otra cosa que nos aparte de la virtud sino sola esta dificultad,
teniendo fortaleza con que vencerla, luego es conquistado el reino
de las virtudes. Pues ¿quién no tomará aliento y se esforzará á
conquistar esta fuerza, la cual ganada es ganado el reino de las
virtudes, y con él el de los cielos? el cual no pueden ganar sino
solos los esforzados. Con esta misma fortaleza es vencido el amor
proprio con todo su ejército: y echado fuera este enemigo, lue-
go es allí aposentado el amoF de Dios, ó por mejor decir, el mis-
mo Dios. Pues como dice Sant Juan (3), quien está en candad,
está en Dios.
Aprovecha también para esto el ejemplo de muchos siervos
de Dios, que agora vemos en el mundo pobres, desnudos, des-
calzos y amarillos, faltos de sueño, y de regalo, y de todo lo ne-
cesario para la vida. Algunos de los cuales desean y aman tanto
los trabajos y asperezas, que así como los mercaderes andan
á buscar las ferias más ricas, y los estudiantes las universidades
más ilustres, así ellos andan á buscar los monasterios y provin-
cias de mayor rigor y aspereza, donde hallen no hartura sino
hambre, no riquezas sino pobreza, no regalo de cuerpo sino cruz
y mal tratamiento de cuerpo. Pues ¿qué cosa más contraria á los
nortes del mundo y á los deseos de las gentes, que andar á bus-
car un hombre por tierras extrañas arte y manera cómo ande
más hambriento, más pobre, más remendado y desnudo? Obras
son éstas contrarias á carne y á sangre, mas muy conformes al
espíritu del Señor.
Y más particularmente condena nuestros regalos el ejemplo
de los mártires, que con tales y tan crudos géneros de tormen-
tos conquistaron el reino del cielo. Apenas hay día que no nos
proponga la Iglesia algún ejemplo déstos, no tanto por honrar á
ellos con la fiesta que les hace, cuanto por aprovechar á nos-
otros con el ejemplo que nos da. Un día nos propone un már-
tir asado, otro desollado, otro ahogado, otro despeñado, otro
atenazado, otro desmembrado, otro aradas las carnes con sulcos
(I) Prov. XXVI. (2) Eccles. IV. (3) I Joan IV.
490 GUÍA DE PECi*J)ORES
de hierro, otro hecho un erizo con saetas, otro echado á freír
en una tina de aceite, y otros de otras maneras atormentados.
Y muchos dellos pasaron no por un solo género de tormentos,
sino por todos aquellos que la naturaleza y compostura del cuer-
po humano podía sufrir. Porque á muchos de la prisión pasaban
á los azotes, y de los azotes á las brasas, y de las brasas á los
peines de hierro, y de allí al cuchillo, que sólo bastaba para aca-
bar la vida, mas no la fe ni la fortaleza.
Pues ^ qué diré de las artes y invenciones que la ingeniosa
crueldad, no ya de los hombres, sino de los demonios, inventó
para combatir la fe y fortaleza de los espíritus con el tormento
de los cuerpos? A unos después de cruelísi mámente llagados ha-
cían acostar en una cama de abrojos y de cascos de tejas muy
agudas, para que por todas partes el cuerpo tendido recibiese
en un punto mil heridas, y padesciese un dolor universal en to-
dos los miembros, y así fuese combatida la fe con un ejército
de dolores extraños. A otros hacían pasear con las plantas des-
nudas sobre carbones encendidos. A otros arrastraban por car-
dos y rastrojos, atados á las colas de caballos no domados. Para
otros inventaban ruedas horribles cercadas de navajas muy agu-
das, para que estando en alto el cuerpo fijo, esperase el encuen-
tro de toda aquella orden de navajas que lo despedazasen. A
otros tendían en unos ingenios de madera que para esto tenían
hechos, y estirados allí fuertemente los cuerpos, los araban de
alto abajo con garfios de hierro. ¿ Qué diré? Sino que aun no con-
tenta la ferocidad de los tiranos con todos estos ensayes de tor-
mentos, vino á inventar otro más nuevo, que fué atar por los
pies al mártir á las ramas de dos grandes árboles, abajándolas
violentamente hasta el suelo, para que soltándolas después, y re-
surtiendo á sus lugares, llevasen volando por los aires cada una
su pedazo de cuerpo. Mártir hubo en Nicomedia (y como éste
hubo innumerables) á quien después de haber azotado tan cru-
damente, que no sólo habían rasgado ya la piel y los cueros, si-
no que ya los azotes habían comido mucha parte de la carne y
llegado á descubrir por muchas partes los huesos blancos entre
las heridas coloradas, acabado este tormento, le regaron las
llagas con vinagre y las polvorearon con sal: y no contentos
con esto, viendo aun que todavía estaba el ánima en el cuerpo,
le tendieron sobre unas parrillas al fuego, y allí le volteaban de
UBRO n. CAPÍTULO XXIII. 4QÍ
una banda á otra con horcas de hierro hasta que así asado ya y
tostado el sagrado cuerpo, envió el espíritu á Dios.
De manera que los perversos homicidas pretendían otra co-
sa aun más cruel que la muerte (que es la última de las cosas
terribles) porque no pretendían tanto matar como atormentar con
tantos y tan horribles martirios que sin herida ninguna de muer-
te hiciesen partir las ánimas de los cuerpos á poder de tormen-
tos. No eran, pues, estos mártires de otros cuerpos que los nues-
tros, ni de otra masa y composición que la nuestra, ni tenían por
ayudador otro Dios que el que nosotros tenemos, ni esperaban otra
gloria que la que todos esperamos. Pues si éstos con tales y
tantas muertes compraron la vida eterna, ¿cómo nosotros por
la misma causa no mortificaremos siquiera los malos deseos de
nuestra carne? Si aquéllos morían de hambre, ¿porqué tú no
ayunarás un día? Si aquéllos perseveraban enclavados en la
cruz orando, ¿porqué tú no perseverarás un rato de rodillas en
oración? Si aquéllos tan fácilmente dejaban cortar y despedazar
sus miembros, ¿porqué tú no cercenarás y mortificarás un poco
de tus apetitos y pasiones? Si aquéllos estaban tanto tiempo
encerrados en cárceles escuras, ¿y porqué tú no estarás siquiera
un poco recogido en la celda? Si aquéllos así dejaban arar sus es-
paldas, ¿porqué tú alguna vez por Cristo no disciplinarás las
tuyas ?
Y si aun estos ejemplos no bastan, alza los ojos á aquel sancto
madero de la cruz, y mira quién es Aquél que allí está pades-
ciendo tan crueles tormentos por tu amor. Mirad, dice el Após-
tol (i), á Aquél que tan grandes encuentros recibió de los pe-
cadores: porque no canséis ni desmayéis en los trabajos. Es-
pantoso ejemplo es éste por doquiera que lo quisieres mirar.
Porque si miras los trabajos, no pueden ser mayores: si á la per-
sona que los padece, no puede ser más excelente: si á la causa
por que los padece, ni es por culpa suya (porque Él es la mis-
ma inocencia) ni por necesidad suya (porque es Señor de to-
do lo criado) sino por pura bondad y amor. Y con ser esto así,
padeció en su cuerpo y ánima tan grandes tormentos, que to-
das las pasiones de los mártires y de todos los hombres del
mundo no igualan con ellos. Cosa fué ésta de que se espanta-
(i) Hebf. XII.
492 GUtA DE PECADORES
ron los cielos, y tembló la tierra, y se despedazaron las piedras,
y sintieron todas las cosas insensibles.
Pues ^ cómo será el hombre tan insensible, que no sienta lo
que sintieron los elementos? Y ^cómo será tan ingrato, que no
procure imitar algo de aquello que se hizo por su ejemplo?
Porque por esto, como dijo el mismo Señor (i), convenía que
Cristo padesciese y así entrase en su gloria, porque pues había
venido al mundo para guiarnos al cielo (pues el camino para él
era. la cruz) que fuese en la delantera crucificado: para que así
tomase esfuerzo el vasallo viendo tan maltratado á su Señor.
Pues ; quién será tan ingrato, ó tan regalado, ó tan soberbio,
ó tan desvergonzado, que viendo al Señor de la majestad con
todos sus amigos y escogidos caminar con tanto trabajo, quiera
él ir en una litera y gastar la vida en regalos? Mandaba el rey
David á Urías (que venía de la guerra) ir á dormir y descan-
sar á su casa y cenar con su mujer, y el buen criado respon-
dió (2): El arca de Dios está en las tiendas, y los siervos del rey
mi Señor duermen sobre la haz de la tierra: ^y iré yo á mi ca-
sa á comer, y beber, y descansar? Por la salud tuya y por la
de tu ánima tal cosa no haré. ¡Oh fiel y buen criado, tan digno
de ser alabado cuan indignamente muerto! Pues ¿cómo tú, cris-
tiano, viendo de la manera que ves á tu Señor en la cruz, no
tendrás este mismo comedimiento para con Él? El arca de Dios
de madera de cedro incorruptible padece dolores y muerte, ¿y
tú buscas regalos y descanso ? Aquél arca donde estaba el ma-
ná (que es el pan de los ángeles) escondido, gustó hiél y vinagre
por ti, ¿y tú buscas deleites y golosinas? Aquél arca donde es-
taban las tablas de la Ley (que son todos los tesoros de la sabi-
duría 3^ sciencia de Dios) es vituperada y tenida por locura, ¿y
tú buscas honras y alabanzas? Y si no basta el ejemplo desta
arca mística para confundirte, junta con ella los trabajos de los^
siervos de Dios que duermen sobre la haz de la tierra: convie-
ne saber, los ejemplos y pasiones de tantos sanctos, de tantos
profetas, mártires, confesores y vírgines, que con tantos dolores
3^ asperezas pasaron esta vida, como lo cuenta uno dellos di-
ciendo así: Los sanctos padecieron escarnios, azotes, prisiones y
cárceles: fueron apedreados, aserrados, tentados y muertos á
(I) Luc. XXIV. (2) II Reg. XI.
LIBRO II. CAPÍTULO XXIII. 493
cuchillo. Anduvieron pobremente vestidos de pieles de ovejas
y de cabras, necesitados, angustiados, afligidos: de los cuales el
mundo no era merecedor. Vivían en las soledades y desiertos,
en las cuevas y concavidades de la tierra, y todos ellos en me-
dio destos trabajos fueron probados y hallados fieles á Dios.
Pues si ésta fué la vida de los sanctos y (y lo que más es) del
Sancto de los sanctos, no sé yo por cierto con qué título, ni por
cuál privilegio piensa alguno de ir adonde ellos fueron, si va por
camino de deleites y regalos. Y por tanto, hermano mío, si deseas
ser compañero de su gloria, procura serlo de su pena; si quieres
reinar con ellos, procura padecer con ellos.
Todo esto sirve para exhortarte á esta noble vártud de forta-
leza, para que así seas imitador de aquella sancta ánima de quien
se dice que ciñó sus lomos con fortaleza y esforzó sus brazos para
el trabajo. Y para conclusión deste capítulo y de la doctrina de
todo este segundo libro, acabaré con aquella nobihsima senten-
cia del Salvador que dice (i): Quienquiera que quisiere venir en
pos de Mí, niegue á sí mismo, y tome su cruz, y sígame. En las
cuales palabras comprehendió aquel Maestro celestial la suma
de toda la doctrina del Evangelio, la cual se ordena á formar un
hombre perfecto y evangélico, el cual teniendo un linaje de pa-
raíso en el hombre interior, padece una perpetua cruz en el ex-
terior, y con la dulzura de la una abraza voluntariamente los
trabajos de la otra.
(i) Luc. IX.
FIN DE LA GUÍA DE PECADORES
AL CRISTIANO LECTOR
iUiSE, amigo lector, que esta carta del sancto obispo
Euquerio, discípulo de Sant Augustín, se añadiese á
esta nuestra Guía: porque trata del mismo argumen-
to de ella, que es del menosprecio del mundo, y amor de la vir-
tud. Y no sólo por esta causa, sino también por haberme esta es -
criptura sumamente contentado. En la cual hallará el discreto
lector tanta gravedad de sentencias, tanta agudeza de razones,
tanta elegancia en el estilo, y sobretodo, tanto espíritu y eficacia
en persuadir lo que pretende, que no deja al entendimiento hu-
mano cosa con que se pueda excusar de la fuerza de sus persua-
siones. De donde le acaecerá lo que á mí ha acaescido, que por
muchas veces que lea esta escritura, nunca me cansa ni causa has-
tío. Porque ésta es la condición de las cosas perfectas y acaba-
das en su género, que siempre deleiten, por mucho que se traten.
La verdad de lo cual todo remito al juicio del prudente lector
que supiere estimar lo que merece estima. Y porque no quiero
para mí la gloria desta traslación (que es es muy elegante) el in-
térprete fué el R. P. Fr. Juan de la Cruz, que es en gloria: el cual
para esto tenía especial gracia, como se ve por otras traslacio-
nes suyas. VALE.
CARTA DE EUQUERIO
OBISPO DE LEÓN DE FRANCIA, DISCÍPULO DE SANT AUGUSTÍN
Á VALERIANO
su PARIENTE, VARÓN ILUSTRE
EN QUE LE AMONESTA EL IVIENOSPRECIO DEL MUNDO
Y DESEO DE LA VERDADERA BIENAVENTURANZA.
iUÁN bien junta el parentesco á los que se ayuntan
con lazo de amor! Gloriarnos podemos en esta mer-
ced de Dios: á quien igualmente la sangre como la
caridad hizo compañeros, y dos aficiones nos juntan en uno: la
que de los padres de nuestra carne traemos, y la que en nuestros
corazones con el favor de Dios nosotros criamos. Este doblado
nudo con que nos ata el deudo de una parte, y de otra el amor,
me hizo que te escribiese, y prolijamente encomendase á tu mes-
mo corazón el bien de tu ánima, y te mostrase que la verdadera
bienaventuranza, poseedora de bienes eternos, se alcanza por so-
la la profesión de fe y de virtud. Porque amándote igualmente
que á mí, es necesario que desee no menos para ti que para mí
el bien soberano. Y alegróme mucho que tu inclinación no es
contraria al religioso voto de la sancta vida que yo te quiero per-
suadir. Porque tu dichosa edad dende su ternura brotó flores en
mucha parte conformes al fruto deseado de las virtuosas costum -
bres, proveyendo la gracia divina por ministerio de la naturaleza
cómo hallase en tu corazón su doctrina grande principio cuando
te quisiese comunicar lo que te falta. Bien veo cuan altos títulos
te hacen ilustre en el siglo por la dignidad y antigua nobleza así
t¿e tu padre como de tu suegro: pero muy más alta gloria es U
490 CARTA DE EUQUÉRIO
que yo te deseo: pues te llamo, no para dignidad terrena, sino
celestial: no para honra de un siglo, sino de siglos eternos. Esta
es la gloria cierta y digna de ser deseada, ser el hombre subli-
mado á bienes que nunca se acaban. Lo cual no te persuadiré
con la sabiduría seglar, mas con aquella excelente filosofía escon-
dida á los mundanos, que determinó Dios revelar para nuestra
gloria en el tiempo que le plugo. Y hablarte he osadamente, por
el grande zelo que tengo de tu bien, descuidado de lo que á mí
conviene: considerando más lo "mucho que para ti deseo, que lo
poco para que yo basto.
I. La primera obligación, mi Valeriano carísimo, que el hom-
bre recién nacido tiene, es de conocer su Hacedor y reconocerle
por su Señor, y el don de la vida que del recibió, convertir en
su servicio: de manera que lo que por su bondad comenzó á ser,
para Él se prosiga, y en Él se remate; y la merced que recibió sin
merecerla, sirviéndole con ella, después la merezca. ¿Qué verdad
más cierta se nos puede decir, que ser nosotros debidos á Aquél
que de no ser nos hizo que fuésemos? Aquél por cierto sabiamente
conoce la intención de quien le formó, que tiene por averiguado
que Él le hizo, y para sí. Después desto lo que más al hombre
conviene, es mirar por el valor de su ánima: que pues en noble-
za es la primera, no ha de ser la postrera de nuestros cuidados.
Antes de lo que en nosotros es principal, se ha de hacer primero
cuenta, y de la sanidad más necesaria conviene que tengamos
más atenta solicitud. Y para mejor decir, no principalmente, mas
sola ésta ha de ocupar todo nuestro sentido, cómo la nobleza de
nuestra ánima sea defendida, cómo sea conservada. Ni esto con-
tradice á lo que antes dije. Porque verdad es que á Dios debe-
mos la primera y más profunda intención, y á nuestra ánima la
segunda. Pero son tan hermanas estas dos diligencias, que siendo
ambas necesarias, la una sin la otra no se puede conservar. Por-
que no es posible que quien á Dios satisfizo, que no proveyese su
ánima; y quien tuvo cuidado de su ánima, que no contentase á
Dios. De tal manera se entiende en estos dos espirituales nego-
cios, y así están encadenados, que quien diligentemente tratare
el uno, habrá cumplido con ambos: porque la inefable bondad de
Dios quiso que nuestro provecho fuese su sacrificio. ¡ Oh cuánto
tiempo y trabajo emplean los mortales en curar sus cuerpos y
conservar su salud! ^Por ventura su ánima no nierece ser cura-
Carta de euquerio 497
da? Si tantas y tan diversas cosas se gastan en servicio de la car-
ne, no es lícito que el ánima esté arrinconada, y despreciada en
sus necesidades, y que sola ella sea desterrada de sus proprias
riquezas. Mas antes si para el regalo del cuerpo somos muy lar-
gos, proveamos á nuestra ánima con más alegre liberalidad. Por-
que si sabiamente llamaron algunos á nuestra carne sierva, y al
ánima señora, no habemos de ser tan mal mirados que honremos
á la esclava, y á su señora despreciemos. Con razón nos pide
mayor diligencia nuestra mejor parte, y mayor cuidado la digni-
dad principal de nuestra naturaleza. Ni es justo que en la reve-
rencia necesaria pospongamos la más noble, y antepongamos la
vil. Y que la carne sea más vil, manifiéstanlo sus naturales vicios,
con que nos abate á la tierra donde ella nació, levantándonos el
ánima como fuego á lo alto, de donde nos fué enviada. Ésta es en
el hombre la imagen de Dios. Esta preciosa prenda tenemos de la
gloria que nos es prometida. Pues defendamos su autoridad, y am-
parémosla con todas nuestras fuerzas. Si á ésta sustentamos y re-
gimos, guardamos el depósito que nos ha de ser demantlado. ^Cuál
hombre quiere levantar algún edificio, que primero no asiente los
cimientos? ¿Cuál hombre no procura primero su vida que abun-
dantes bienes, los cuales sin vida no puede gozar? ¿Cómo amonto-
nará los bienes postrei-os quien los primeros no posee? ¿De qué ma-
nera piensa vivir bienaventurado quien no tiene lo necesario para
vivir? El menguado de vida ¿cómo puede tener vida felice? Ó
¿qué vida le pueden dar los sabrosos y sobrados manjares, si no
tiene con que provea á la hambre de su ánima? Como quier que
diga nuestro Salvador en el Evangelio (i): ¿Qué aprovecha al
hombre ganar todo el mundo, si pierde su ánima? Porque no pue-
de tener razón de ganancia lo que se adquiere con detrimento
del bien espiritual. Antes padesciéndose daño en el espíritu, nin-
gún bien se debe estimar de la carne: porque el verdadero bien
en sola el ánima consiste. Por tanto con toda diligencia y indus-
tria negociemos la segura y cierta granjeria de nuestra anima an-
tes que se pase el término de su trato. En estos pocos días pode-
mos negociar la vida eterna, no nos contentando con ellos: pues
aunque tuviesen verdadera y cierta bienaventuranza, por durar
tan poco tiempo, merecen ser en poco tenidos. Ca ninguna cosa
(1) Matth, XVI.
OBRAS DS GRANADA I'*»ií
498 CARTA DE ÉUQUERIO
es digna de llamarse grande^ si en breve tiempo se acaba: ni se
puede decir luengo ei tiempo cuyo plazo no puede dejar de lle-
gar. Breve es el contentamiento desta vida, cuyo uso es brev^e.
Antes por solo este respecto se debe anteponer al deleite deste
siglo la vida venidera; porque éste es temporal, y aquélla es eter-
na: y manifiesto es ser mejor gozar de bienes perpetuos que de
perecederos. Pero más ha}^ que considerar y que desear. Sola la
vida venidera es beatísima, sola es felicísima. Esta presente, así
como ligeramente pasa, así en el poco espacio que dura, es llena
de miserias y dolores, no solamente de los naturales y forzados,
mas de otros muchos que desastradamente acaescen á los morta-
les. Porque ¿qué cosa hay tan dubdosa, tan infiel, tan mudable
tan de vidro, como la vida presente? La cual es llena de traba-
jos, llena de congojas, llena de peligros, llena de cuidados, afligi-
da con enfermedades, triste con temores, incierta y desasosegada
como mar que en todo tiempo hierve con tempestades.
Pues ¿qué razón, ó qué interese puede persuadir al hombre á
despreciar los bienes eternos, y seguir los temporales, tan falsos
y tan resbaladizos? ¿Por ventura no ves cómo los hombres des-
te siglo en la tierra donde esperan morar la más parte de su
vida, procuran llegar hacienda y acrescientan sus patrimonios:
y en la ciudad de donde piensan presto partir, trabajan poco por
enriquescer, y en su casa hacen pequeña provisión? Desta ma-
nera, pues nosotros conocemos la estrechura del mundo y la H-
gereza del tiempo y sabemos que los siglos venideros nunca se
acaban, y la patria que esperamos es espaciosísima, procuremos
arraigarnos en ella, para que vivamos prósperos donde siempre
habemos de morar. No pervertamos los cuidados poniendo ma-
yor solicitud en el breve y miserable provecho, y menor en el
eterno y verdaderamente bienaventurado. Tanto es cierto lo que
digo, que no sé determinar cuál respecto es más eficaz para le-
vantar nuestros corazones á los deseos de la vida del cielo, ó la
consideración de los bienes que en ella poseeremos, ó la expe-
riencia de los males que en ésta nos persiguen: porque aquélla
nos llama con castos regalos, y ésta nos desecha con perpetuos
desabrimientos. Por tanto, pues los mismos males nos enseñan la
verdadera prudencia, si la dulzura de los bienes celestiales no
nos enamora, á lo menos aborrezcamos la amargura y aflición de
los trabajos del siglo. Si no abrazamos los honestos placeres,
Carta de euquerio 499
huyamos siquiera los crueles tormentos: que los unos y los otros
á una juntan sus fuerzas para levantar nuestros corazones á la
vida verdadera, por la cual se nos hará dulce cualquier trabajo
presente.
Porque si algún hombre rico y poderoso nos llamase prome-
tiéndonos amor y obras de padre, seguirle híamos sin tardanza á
tierras extrañas, rompiendo cualesquier dificultades y estorbos
del camino. Dios, Señor del universo, cuyos son todos los teso-
ros, nos llama para nos amar y para nos comunicar (solamente
que le aceptemos) el dulce apellido de hijos con que llama á su
único engendrado nuestro Señor Jesucristo, ¿y tú emperezas, y
no extiendes siquiera la mano con viveza y alegría para recibir
dignidad tan gloriosa? Mayormente, pues para alcanzar tan alto
estado no has de peregrinar á tierras muy apartadas, ni arriscarte
á los peligros del mar: donde quiera y cuando quiera que quisie-
res, ya eres adoptado. (jPor ventura por eso seremos más flojos y
menos codiciosos de tan grande merced, porque cuanto es mayor
que las deste mundo, tanto está más aparejada? Antes por eso
nos será más dañosa nuestra cobardía: porque tanto más seremos
culpados por desdeñarla, cuanto más fácilmente la pudiéramos
alcanzar, si no nos entorpeciera el amor y deleites desta vida.
Pues si amas vida, para vida te convido. ¿Con qué razón mejor
te persuadiré, que asegurándote lo que deseas? Para darte vida
te envía Dios por mí su embajada: no puedes negar que deseas
vivir. Pero amonestóte que en lugar de la temporal vida ames
la eterna. Porque de otra manera, ¿cómo es verdad que amas
la vida, si no deseas que dure lo más que puede durar? Pues lo
mesmo que nos agrada siendo perecedero, agrádenos mucho más
siendo perpetuo: y lo que tanto estimamos acabándose presto,
apreciémoslo más careciendo de fin. Vivamos de manera que
no nos sea esta vida impedimento de otra mejor, mas camino y
escalera para ella. No sea el principio de la vida contrario á su
perfección. Contra toda justicia perjudica á la vida el amor déla
vida. De donde no te queda qué responder, ni tienes excusa pa-
ra no acudir al llamamiento divino, cualquiera afición que á la
vida tengas. Porque si la desprecias por sus desgustos, ¿con que
causa más justa la aborrecerás, que por amor de otra mejor? Y
si la amas, tanto más debes desear que sea perpetua. Pero des-
tos dos afectos más querría que tuvieses el primero: convieaQ
500 Carta de euquerío
saber, que según experimentas la vida, asi la tengas por moles-
tísima: y según sus miserias, así por ellas la desprecies y aborrez-
cas. Rómpase ya la cadena tan extendida de los negocios segla-
res, que asidos unos á otros con mil dificultades hacen una con-
tinua fatiga. Rompamos los lazos de los cuidados inft-uctuosos,
que anudados unos á otros dilatan nuestras ocupaciones, como
si cada hora de nuevo comenzasen. Desatemos las enmarañadas
contiendas que traban unas de otras y traen fatigado inútil-
mente el estudio de los mortales como á quien continuamente
tejiese y destejiese una tela: cuya perseverante y forzada aten-
ción la vida que de suyo es corta, hace más breve, distrayendo
sus corazones unas veces á vanos deleites, otras veces á tristes
temores: unas veces á deseos ansiosos, otras veces á medrosas
sospechas, y siempre á irremediables fatigas que la edad del
hombre hacen bre\'e para la vida y luenga para los dolores. Des-
pidamos el amor del mundo, que en cualquier grado que nos
ponga, es peligroso y infiel: porque su alteza es sospechosa, y su
bajeza inquieta. Ca el bajo estado es pisado de los mayores, y el
alto por sí mesmo desvanecido se cae. Pon al hombre en el lu-
gar que quisieres: no descansará en la cumbre ni en la halda del
monte: donde quiera es combatido. El flaco está sujeto á la in-
juria, el poderoso á la envidia. Pero prosigamos los daños del
estado próspero que están más encubiertos, y por eso es más
peligroso: que el miserable manifiestas tiene sus dolencias.
II. Dos cosas me parecen las principales que sostienen á los
hombres en el amor del siglo y con halagüeña suavidad encan-
tan sus sentidos, y los sacan fuera de sí, y los llevan presos con
blanda cadena á los viciosos tormentos: conviene saber, el de-
leite de las riquezas y la honra de las dignidades. Y llamólas por
el nombre que el mundo les puso: como quiera que el primero
no es deleite, sino servidumbre; y la segunda no es honra, sino
vanidad. Estos dos enemigos se ponen delante los hombres, y
juntando y atravesando sus pies, les impiden el paso de la virtud;
y con sus infernales vahos inficionan los pechos de los humanos,
y con ponzoñosos ungüentos recrean las ánimas llagadas y cansa-
das de los trabajos de su naturaleza. Porque (hablando primero
de las riquezas) (¡qué cosa hay más perjudicial? ¿Por ventura no
-son causa á sus poseedores de muchas injusticias, como uno de
4os nuestros dijo? ¿Qué son las ri^ezas sino prenda para recibir
tARTA BE EUQUERÍO 5OÍ
injurias? ^Por ventura no están llamando los grandes tesoros á los
robadores y homicidas, convidándolos con el premio de su osa-
día? (iPor ventura no amenazan á sus señores de privanzas y des-
tierros? Pero disimulemos que esto pueda acaescer. Acabada la
vida del hombre, ^qué prestarán las riquezas, á dónde irán? Que
ciertos somos que no caminarán con sus amadores. Atesora el
hombre, dice el Psalmista (i), y no sabe para quién allega su te-
soro. Y si quieres, esperemos: y sea así, que te suceda en ellas
quien tú deseas. ¡ Cuántas veces los herederos destruyeron las ca-
sas de sus antepasados! Y las riquezas con grande afán ayunta-
das ¡cuántas veces fueron desperdiciadas, ó por el hijo mal ense-
ñado, ó por el yerno mal escogido! ¿Pues donde está el deleite
de las riquezas, cuya posesión es llena de cuidadosos trabajos, cu-
ya sucesión es tan dudosa? <i Dónde corres fuera de la carrera,
desenfrenado amor de los hombres? Sabes amar lo que tienes, ¿y
á ti no te sabes amar? Fuera de ti está lo que amas: extraño es lo
que te deleita. Vuelve, vuelve sobre ti: ámate siquiera como amas
tus cosas. Sin dubda te pesaría si tus compañeros amasen más tu
hacienda que tu persona, y si pusiesen más los ojos en el resplan-
dor de tus riquezas que en tu salud. Querrías que tu amigo fuese
leal á tu vida, más que codicioso de tus tesoros. Pues ¿porqué
lo que á otros pides, niegas á ti mesmo? ¿Quién es al hombre más
obligado, que él á sí mesmo? Guardemos la fe y amor que á nos-
otros mesmos debemos; nuestras cosas no nos merecen. No digo
más acerca de las riquezas.
De las honras diré que no me podrás negar que no se podrá
llamar dignidad aquello que los buenos comúnmente con los ma-
los poseen: ni hace glorioso triunfo á los vencedores esforzados
la corona con que también se coronan los cobardes. Confusión es,
no dignidad, la que envuelve á los dignos con los indignos, y á
los virtuosos (que de derecho han de ser superiores) iguala con
los viciosos. Y es mucho de maravillar que en ningún estado se
disciernen menos los buenos de los malos que en la pompa. Di-
me, yo te ruego: ¿no es más honrado quien desecha tal honra,
á quien sus proprias virtudes ensalzan, y el fausto no ensober-
bece? Y (si más quieres que te diga) sean las honras cuales el
mundo las juzga: ¡cuan Hgeramente vuelan! ¡cuan presto desapa-
(l) Psalm. XXXVIir.
"5^2 CARTA DE EUQUERIO
receñí Vimos en nuestros días muchos varones honrados, puestos
en el cuerno de la luna, que dilataban su patrimonio por la re-
dondez de la tierra, cuyas venturas vencían á su codicia, y su
prosperidad pasaba delante de sus deseos. Mas ^porqué hago caso
de particulares estados? Vimos reyes gloriosos, cuyo imperio de
muchos era temido, cuyas púrpuras resplandecían con piedras
preciosas, cuyas ricas diademas hermoseaban flores y ramos de
oro labrados, cuyos reales palacios adornaban suntuosas tapice-
rías y los costosos enmaderamientos con artesones dorados: y (lo
que más es) sus voluntades eran derecho de los pueblos, y sus
palabras se llamaban leyes comunes. Pero ^ quién, por más que se
empine, puede subir sobre la medida de los mortales? Vemos
agora que aquel su fastuoso orgullo en ninguna parte se halla, y
sus inestimables pesos de oro se hundieron con sus señores. En
nuestros tiempos son fábula las historias de muchos ínclitos rei-
nos. Todas aquellas cosas que entonces se tenían por grandes, ya
agora son vueltas en nada: que ni en la tierra las conocemos, ni
pienso, antes sé cierto que allá donde ellos están no las gozan, si
con ellas no ganaron alguna sustancia de virtud. Porque sola ésta
los podría seguir, partiendo de aquí faltos de otro socorro: sola
esta fiel amiga los acompañaría cuando caminasen desamparados
de todos sus bienes. Éste es el mantenimiento con que agora se-
rán sustentados: ésta es la excelencia con que agora serán subli-
mados. No pierden los sabios y virtuosos las honras temporales y
posesiones terrenas: mas truécanlas por la celestial gloria y in-
finito tesoro. Por tanto, si codiciamos valer, si anhelamos á hon-
ras, escojamos las verdaderas honras y verdaderas riquezas. Allí
queramos ser honrados y ricos, donde hay desengañada discre-
ción de males y bienes, y donde el bien no tiene mezcla de mal,
y donde lo que de una vez se alcanza, siempre se posee, y lo que
una vez se gana, nunca jamás se pierde.
Mas porque arriba dijimos que los bienes desta vida con la
muerte se pierden, veamos si por ventura tenemos algún tiempo
seguro, ó si conviene que estemos en continuo sobresalto. Nin-
guna cosa ven los hombres más á menudo que morir, y de nin-
guna cosa más se olvidan que de la muerte. Pasa el humano lina-
je de generación en generación arrebatadamente, hasta que toda
la sucesión de los hombres se acabe según la ley de los siglos.
Nuestros padres fueron delante, y nosotros los seguimos de priesa:
CARTA DE EUQUERIO $5^
y así corre todo el número de los hombres como arroyo de agua
que desciende de los montes, ó como las ondas del mar, que se
deshacen llegando á la costa, mientras otras se levantan. Así nues-
tras edades se acaban llegando á su término, y comienzan otras»
que también á su tiempo fenescerán. Suene, pues, continuamente
en nuestras orejas el ruido desta corriente, y el ímpetu des-
tas olas de día y de noche despierte nuestra memoria. Nunca
perdamos de vista la mutabilidad de nuestro estado. El fin ne-
cesario de nuestra vida tengámosle por presente, pues tanto más
cerca le tenemos, cuanto mas se ha detenido. El día que no sabe-
mos si está lejos, tengámosle por vecino. Apercibámonos para
la partida con tales propósitos y meditaciones, que temiendo la
muerte antes que venga, no la temamos cuando viniere. Biena-
venturados los seguidores de Cristo, á quien no fatiga el recelo
de morir, y con quietud y conveniente aparejo esperan su último
día, en el cual desean y confían ser sueltos y estar con su ama-
do: porque los tales tendrán por mejor acabar hoy antes que ma-
ñana, pues pasan de la vida temporal á la que permanece para
siempre. Muchos son los que esto entienden, y pocos los que lo
consideran: mas donde se trata de vida, no sigamos la compañía
de los negligentes, ni en negocio tan importante imitemos los ye-
rros ajenos con daño de nuestra salud. Porque en el juicio divino
no nos excusará la muchedumbre de los engañados, cuando par-
ticularmente será cada uno examinado, y según sus proprios mé-
ritos será condenado ó absuelto, sin hacer cuenta del otro pueblo.
Cesen, pues, cesen los vanos consuelos que nos hacen no sentir
nuestros daños. Porque mejor será perpetuar nuestra vida con los
pjocos, que perderla con los innumerables. Mu}^ ciego y desvaria-
do es por cierto el que disimula su pérdida por seguir á quien
después no le puede remediar. Por tanto no nos lleve al descuido
de los pecados el ejemplo de los pecadores, ni tenga en nosotros
autoridad la prudencia de los locos que no miran lo que les con-
viene. Antes yo te ruego que las obras de los tales hombres las
mires como á borrón y no como á dechado.
III. Y si quieres remedar algún dechado, puesto que en com-
paración de los errados hallarás pocos, pero algunos hay á quien
atiendas, cu^^o ejemplo te sea saludable. Aquéllos mira con aten-
ción, que diligentemente consideran para qué nacieron, y mien-
tras viven tratan con prudente estudio los negocios de su vida, y
504 CARTA DE EUQUERIO
con provechosos trabajos de virtuosas obras labran y siembran
en la tierra para coger el fruto en el cielo: de que no solamente
tienes muchos ejemplos, mas magníficos. Porque ya (loores á Dios)
vemos que la nobleza del mundo, las honras, las dignidades, la
sabiduría y los ingenios, la facundia y las letras se pasan cada día
á los reales de la fe y á la escuela de Cristo. Ya vemos que la
alteza empinada del siglo abaja su cuello, 5^ con devoción toma
sobre su cerviz el suave yugo del Señor. ¿Cómo podría (si no fue-
se menester luengo tratado) contar por sus nombres á muchos
varones ilustres que siguieron y agora siguen esta vereda estre-
cha y familiar conversación en que Dios se honra y se sirve? Mas
por no dejar á todos, referiré algunos de muchos que callo. Cle-
mente, del antiguo linaje de los senadores y del mesrao tronco de
los Césares, dotado de todas sciencias y florido con las artes libe-
rales, anduvo este camino de los justos: y tanto en él aprovechó,
que mereció ser sucesor del Príncipe de los Apóstoles. Gregorio,
obispo de Ponto, primor de la filosofía y primor de la elocuen-
cia, por este ejercicio se hizo más resplandeciente, no sólo en san-
tidad, mas en obras maravillosas. Porque del cuentan las histo-
rias, entre otras muestras de su merecimiento, que por sus ora-
ciones pasó un grande monte de un lugar á otro, para dar sitio á
un templo que los fieles querían edificar en una sierra donde es-
taban escondidos por la persecución de la Iglesia: y secó una la-
gima de agua para pacificar los que peleaban sobre la repartición
de sus peces. Otro sancto del mesmo nombre Gregorio, muy en-
señado en las sciencias humanas, las despreció por el amor desta
celestial filosofía: de quien no callaré lo que del se escribe, porque
también hace á nuestro propósito. A Basilio su compañero en los
estudios seglares sacó por la mano de la escuela donde enseñaba
retórica, diciendo así: Deja ya esa vanidad, y entiende en tu sal-
v^ación. Y no lo dijo á sordo, que luego le siguió: y ambos fueron
obispos de gloriosa memoria, y ambos dejaron á la Iglesia católica
en libros que escribieron, claros testimonios de su fe y santidad y
de subidos ingenios. Paulino, obispo de Ñola, resplandor de nues-
tra Francia, despreciadas grandes dignidades del siglo y muy co-
piosas riquezas, y con ellas el frescor de la elocuencia, se pasó á
este ejercicio y instituto de vida: en el cual floreció tanto, que en
todas las partes del mundo se goza su fruto. ^iQué diré de Hilario,
que pocos días ha fué obispo en Italia, y de Petronio, los cuales
CARTA DE EÜQUERIO 50 §
ambos descendieron de insignes y antiguas familias? ^Por ventura
no antepusieron á su estado, el uno la religión y el otro el sacer-
docio? ¡ Oh, cuándo acabaré de referir con otros muchos que dejo,
á Firmiano, Minucio, Cipriano, Evagrio, Crisóstomo, Ambrosio!
Parece que todos platicaron juntamente lo que á otro su seme-
jante fué aguda espuela para sacarle del siglo á esta dichosa vida.
Levántanse los indoctos, y arrebátannos el cielo, y nosotros
con nuestras doctrinas revolvémonos en la carne y la sangre. Tra-
taron esto entre sí, y porque despreciaron lo que era poco, fue-
ron enriquecidos con lo mucho en el gozo de su Señor. Pues aun
no he contado sino una pequeña parte de los que desecharon
particulares honras y estados, y la flor de la elocuencia, ó la gra-
vedad de la filosofía. Mas ¿porqué no tocaré á los mesmos reyes
y cabezas del mundo, aunque no para contar á todos los que de
nuestra religión y fe fueron amadores y discretos apreciadores de
su real dignidad? Y no callaré los del tiempo antiguo, David, Jo-
sías y Ezechías, á cuyas venerables historias te remito. Porque de
nuestros tiempos no faltan ejemplos recientes de príncipes que
familiarmente se juntan al Rey verdadero, y loan y sirven con
maravillosa devoción al Señor soberano. Rey de los Reyes, en-
grandesciendo sola su majestad así hombres como mujeres. Por
ventura las labores destos dechados te contentarán más, y por
ser de tu edad moverán más tu afición á procurar la vida verda-
dera que ellos procuran.
Y si quieres pasar adelante y poner los ojos en otras mues-
tras de ajena naturaleza, mira los días y los años, el sol, la luna y
todas las lumbreras del cielo, cóm.o cum.plen sin cansarse las pa»
labras y mandamientos divinos, y sirven con sus movimientos á
su sapientísima ordenación, sin traspasar un punto sus leyes. ¿Por
ventura nosotros (para cuyo uso todas estas cosas fueron criadas
y puestas delante de nuestros sentidos, que sabemos la fábrica de
los cielos, y no ignoramos la intención de su Criador, que para
nuestro aviso así lo dispuso) cerraremos las orejas á sus manda-
mientos? Grande vergüenza es que oyendo las criaturas insensi-
bles, dadas para ayuda de los hombres, una sola palabra de Dios
en principio de su creación, de lo que habían de hacer en to-
dos los siglos venideros, nunca della se olvidan, ni jamás le de-
sobedecen: y nosotros, para quien tantos volúmines de libros
de Escritura sagrada son escritos, y tan repetidas leyes son e§-
506 CARTA DE EUQUERIÓ
tablescidas (que es singular privilegio de los hombres) no obe-
dezcamos á nuestro Hacedor, siquiera guiados por las cosas que
fueron hechas para nuestro servicio: mayormente siendo grande
desvarío atreverse el hombre á desobedecer á su Dios, sabiendo
que aunque no ame á su bienhechor, no se librará por eso de las
manos del Señor. Porque ^dónde se esconderán los que huyen
de Dios? i Dónde me esconderé de tu espíritu, decía David (i), ó
dónde huiré, que no vea tu cara? Si al cielo subiere, tú estás allí:
si descendiere al infierno, allí estás presente: si volare tan lige-
ro como paloma, y pasare allende la mar, allí me prenderá y
traerá tu mano derecha. Así que, quieran ó no quieran, los que
con la voluntad se apartan del universal Señor, por derecho y
con ejecución caerán en sus manos. Ellos están lejos de El con
sus aficiones: mas Él está sobre ellos con su poder. Y con gran-
de desatino paréceles que huyen y escapan de su jurisdición, y
están encerrados en ella: van fuera con sus imaginaciones, y que-
dan dentro de su tribunal. Porque si tiene derecho el hombre para
seguir su esclavo fugitivo y reducirle á servidumbre, ¿no guar-
dará asimesmo este derecho el Señor de los señores, á quien por
sí solo pertenece legítimo señorío sobre todos los mortales? ¿Por
qué no hará justicia por sí como hace por otros el justo juez?
IV. Pero no solamente han de inclinar nuestros afectos las
cosas que vemos: también tenemos orejas con que oyamos las
promesas divinas, que no tienen menor fuerza para incitar nues-
tros corazones. Consideremos con atención y diligencia lo que se
nos enseña, y con firme crédito y entrañables deseos esperemos
•io que se nos promete. El Hacedor de todas las cosas que ve-
mos, nos da fe de las que no vemos. Y si los ojos ejercitamos
sabia y provechosamente: si la admiración que nos causa la
máquina del mundo, enderezamos al conocimiento de su autor,
y por esta vía contemplamos cuan resplandesciente luz se re-
presentará á nuestros ojos en la ciudad celestial, pues en la tie-
rra vil una pequeña centella reverbera nuestra vista: si conjectu-
ramos cuan deleitable hermosura tendrán las cosas eternas, pues
tanta belleza tienen las perecederas, los mesmos sentidos corpo-
rales nos levantarán poderosamente á la codicia de los bienes
que no sentimos. Pues no usemos de los sentidos de nuestra car-
(i) I^alm. CXXXVI,
CARTA DE EUQUIERIO 507
ne en solos sus bajos oficios: sírvannos ordenadamente para am-
bas vidas. Y de tal manera nos aprovechen en la vida temporal,
que no nos sean impedimento, mas ayuda para la que esperamos,
que es eterna. Y si nos lleva para sí el amor y deleite de las cria-
turas (porque en la verdad es muy poderoso para alterar los co-
razones humanos) el bien eterno y soberano, clarísimo y deleita-
bilísimo, ése es el que tiene no sólo razón para ser amado, mas
causa suficientísima para que solo sea amado. Éste es nuestro
Dios, á quien no podemos tanto amar, que más no debamos. Y
así se hace (lo que arriba dije de las honras) que en lugar de los
deleites mundanos suceden á los buenos más entrañables y más
justas deleitaciones. Por tanto, si te aficionaba la grandeza del
mundo, ninguna cosa hay más magnífica que Dios. Si alguna cosa
en el siglo te parecía digna de gloria, ninguna es más gloriosa. Si
te ibas en pos del resplandor de las cosas claras, ninguna hay más
resplandesciente. Si te enamoraban las cosas bellas, ninguna hay
tan hermosa. Si en algo creías hallar verdad, ninguna cosa hay
más fiel ni más verdadera. Si en alguno esperabas hallar liberali-
dad, ninguno hay más magnífico. Maravillábaste de lo que es pu-
ro y sencillo: ninguna cosa hay más pura y más sincera que su .
bondad. Codiciabas abundancia de bienes: ninguno tiene rique-
zas más copiosas. Amabas á quien tenías por fiel: ninguno hay
más leal y guardador de su palabra. Buscabas lo que te es pro-
vechoso: ninguna cosa hay más útil que su amor. Alguno te con-
tentaba porque veías en él gran verdad con llaneza: ninguno hay
más severo ni más blando. En las adversidades querrías hallar
benignidad en tus amigos, y en las prosperidades placer: de El
solo puedes haber único consuelo en las tribulaciones y gozo en
la sanidad. Agora dime si es justo que Aquél en quien tienes to-
das las cosas, ames sobre todas ellas, y que sobre todos los bie-
nes estimes Aquél en quien están todos los bienes: y no solamente
los soberanos y divinos, mas aun esos temporales (de que los
hombres usan mal) de Él mesmo los tienen.
Pues así es, el amor que hasta aquí ha sido mal repartido, todo
junto le entrega al servicio de Dios. Y la casta caridad que en pos
de las sensuales aficiones erraba, de aquí adelante se ocupe en
solos ejercicios sagrados. Y el corazón que devaneaba con diver-
sas opiniones, sea castigado con el fi-eno de la verdadera sabidu-
ría: mayormente, pues cuanto amas y cuanto sabes, todo es de
S0§ CARTA DE EUQUERlO
Dios. Suyo es, aunque tú no le ames. Porque es Él tan grande y
tan universal Señor, que los que no le aman, aunque no quieran,
han de amar lo que es suyo. Pero considere quien tiene juicio
sano, si es cosa razonable que despreciado el Hacedor de las co-
sas, se amen sus hechuras, y que corra el hombre á diestro y á
siniestro á todas partes en pos de las criaturas contra la voluntad
de quien las crió, habiéndolas criado para que por el uso dellas
camJne para El nuestro corazón. Mas el hombre de trastornado
entendimiento convierte sus amores y deseos á las criaturas vi-
les, y desordenando su mesma inclinación, engrandesce el arte me-
nospreciando al artífice, y ama la imagen hermosa y desama á
su pintor, de cuya universal bondad arriba dijimos. Mas ^"qué di-
jimos? ó ^qué se puede decir de tan grande tesoro de bondad?
ó ^cuándo podrá algún hombre ó ángel igualar con palabras á la
alteza de tan profundo misterio?
De donde ya no te quiero decir que amar á Dios es deleita-
ble, mas que es necesario: pues allende la obligación que tene-
mos de amarle por quien Él es, necesariamente amamos sus co-
sas: y así como no podemos amarle cuanto Él es digno, así tam-
poco basta nuestro amor para recompensar los bienes que del
recebimos. Por lo cual asimesmo es grande injusticia no amar si-
quiera á quien aun amándole no le podemos satisfacer. Injustísi-
ma cosa es no querer servñr lo poco que puedes á quien no pue-
des servir cuanto eres obligado. ^jQué volveré al Señor, decía
David (i), por todos los bienes que me ha dado? ¿Que le paga-
remos siquiera por esto solo, que en tan fáciles cosas puso el
principio de nuestra salvación, y abrió puerta á todos los mora-
dores de !a tierra para darles la heredad del cielo, sin despreciar
ó desechar alguna nación, ó tierra, ó isla apartada? ¿Porqué pien-
sas tú que por otra razón la posesión de toda la tierra, las nacio-
nes y reinos de la tierra vinieron á la sujeción de los Romanos,
y la mayor parte del mundo se- hizo un pueblo, sino para que
más fácilmente por todo el mundo penetrase la fe, y para que
como el mantenimiento ó la medicina se derrama por todo el
cuerpo, así la fe infundida en la cabeza de las gentes se comu-
nicase por todos los miembros? Porque de otra manera no corrie-
ra tan diligentemente por tan apartadas gentes }- provincias di-
(i) Psalm, CXV,
CARTA DE EUQUERIO 5Ó9
ferentes en costumbres y lenguas, ni pasara tan adelante y con
tanta presteza, si á cada lugar tuviera nuevo estropiezo y con-
tradición. Por esto el apóstol Sant Pablo dice que la fe de los
Romanos se anunciaba por el universo mundo: y por la mesma
razón tuvo él libertad para discurrir predicando el Evangelio
dende Hierusalem hasta el Ilírico. Lo cual ¿cómo pudiera si no
estuvieran juntas debajo de un señorío la multitud innumera-
ble de regiones y ciudades, y se domesticara la fiereza de las
bárbaras naciones? Así se cumplió lo que agora vemos cumpli-
do, que dende el Oriente hasta el Poniente, dende el Setentrión
hasta el Mediodía, por todos los lados del mundo suenen los
loores de Cristo, aceptando su fe el Trácense, el Africano, el Siró,
el Español. Lo cual misteriosamente se significó y se comenzó á
ejecutar cuando en tiempo de la República Romana, teniendo el
sceptro de todo el mundo el emperador Octaviano, descendió Dios
á la tierra. Para cuya venida y próspera dilatación de su nombre
se proveyó, y fundó, y acrescentó en diversos tiempos la policía
de los Romanos, así en tiempo del mando de los antiguos Reyes
como en el de la gobernación de los cónsules, según podrá cla-
ramente mostrar con mediano ingenio cualquiera que afirmarlo
quisiere. Y tú mejor lo puedes conocer, pues te son familiares las
historias de tu nación. Por tanto, dejado esto, vuelvo al propósito
que dende el principio pretendí. No queráis amar al mundo, ni
las cosas que en el mundo están, dice el discípulo amado del
Señor (i). Y con razón, porque todas las cosas mundanas enga-
ñan nuestros ojos con afeites y colores postizos. Pues así es, la
virtud de los ojos que se nos dio para gozar de la luz, no se debe
aplicar al error, y la que para el uso de la vida fué dada, no nos
sea causa de muerte. Los deseos de la carne (dice el apóstol
S. Pedro) pelean contra nuestra ánima, y siempre están en
frontera contra el espíritu. Y (como se acostumbra entre los rea-
les de los enemigos) tanto más la carne se esfuerza, cuanto el es-
píritu más se enflaquesce.
V. Mas hasta agora, ilustre Valeriano, yo he tratado de los
halagüeños deleites de las riquezas y de las fingidas y falsamente
estimadas honras, como si el mundo estuviese en su vigor y fuer-
za para engañarnos. Pues ¿cuánto más se podrá argüir el embaí-
(i) i Joan, II,
5lO CARTA UÉ EUQÜÉRIO
miento de los hombres, cuando ya el resplandor del mundo (que
antes con sus relámpagos deslumhraba los mundanos, y con cara
llena de risa y adulterinos atavíos requería sus ánimas, mostran-
do falsos amores) ya, ya se ha escurecido y descubre claramente
su fealdad y mentiras? Vuelto se ha en negrura aquel hermoso
rostro con que trasportaba los sentidos de los hombres. Primero
nos quería engañar con imagines sofísticamente compuestas, y
aun con quien tenía mejor seso no podía: agora los tiempos están
así mudados, que todos cuantos quisieren, conocerán sus embus-
tes. Primero carecía de bienes ciertos: agora carece aun de los
aparentes. Apenas tiene ya colores con que se afeite. Ya no está
adornado de tiernas flores: ¡cuánto menos tendrá fruto que per-
manezca! Si nosotros no nos enredamos, ya el mundo no tiene
lazos con que nos ate. ¿Y para qué tardamos de decir lo que es_
más fuerte? Decimos que perecieron las prosperidades del mun-
do y que se envanecieron sus pompas. El mundo todo perece y
casi da los postreros anhélitos: ¿para qué nos trabajamos por mos-
trar que todo su valor y contentamiento se acaba, pues vemos
claramente que él mesmo se acaba? Ca no le faltan sus bienes y
fuerzas antes de tiempo, porque su vejez trae consigo su flaque-
za. La edad postrera del mundo está llena de males, como la del
hombre es seguida de dolencias. Visto habemos, y cada día nos
pasan delante los ojos en estas canas del mundo, hambres, pesti-
lencias, desventuras, guerras, temblores de tierra, desorden de los
temporales, monstruosos partos de animales. Pues (¡qué es esto,
sino pronósticos del remate del siglo, que se cansa corriendo y
casi ya desfallece? Lo cual no afirman sólo nuestras flacas pala-
bras, mas la autoridad apostólica lo confirma, donde leemos (i):
Nosotros somos en quien ya llegaron los postreros fines del siglo.
Y pues ya ha muchos años que esto se dijo, nosotros ¿qué con-
fianza tenemos? Llégase de priesa el día postrero, no digo el
nuestro, mas el de todo el mundo. Cada hora nos amenaza la
muerte, así de nuestro cuerpo como la de todo el linaje humano,
por los particulares peligros y por los generales en que cada día
caemos. Carga sobre mí, hombre desventurado, el temor de la
muerte del siglo: como si no bastase para hacerme miserable el
miedo de la mía. ¿Porqué disimulamos nuestros espantos? No
(I) 11 Cor. X,
Carta dé euquerio 5 1 r
podemos estar seguros, pues ni de nuestra singular muerte po-
demos escapar, ni de la común. Por lo cual ciertamente es mal
afortunada la condición de los hombres mundanos, y más agora
en la despedida del mundo y en el desfallecimiento de todas las
cosas, que de las presentes no pueden gozar, porque perecen: ni
se recrean con la esperanza de las venideras, porque no las me-
recen. El deleite de la vida pasa como sombra, que no se puede
tener pasando su cuerpo: y la venidera que es perpetua, no
tiene por qué confíen alcanzarla: ni se aprovechan de los bienes
temporales, ni gozarán de los eternos. Aquí tienen poco de pose-
sión: para lo celestial no tienen título. Por cierto es desventurado
y mucho de doler tal estado, si no hace el hombre de esta cruel
necesidad provechosa virtud, mudando la afición y enderezando
sus caminos al bien soberano. Porque de otra manera los intere-
ses desta vida están así destruidos, que quien no busca el bien
eterno, ambos los pierde. Y puesto que algo se pudiesen gozar
en esta vida y algo valiesen, como á sus seguidores parece, más
es de esdmar la esperanza cierta de los grandes bienes, que la
posesión de los pequeños, como te mostraré por este ejemplo.
Si á un hombre prometiese un grande señor de darle (á su escogi-
miento) ó en este día cinco monedas, ó mañana quinientas, ó en
este día un vaso de cobre, ó mañana un joyel de oro, escogería
ciertamente este hombre lo más precioso, aunque fuese con pe-
queña tardanza. Pues desta manera considerando tú la breve-
dad desta vida, no te contentes con lo vil, pudiendo esperar lo
muy valeroso. Ca el mundo no tiene más que dar de lo que
vemos y recebimos: y por eso no se ha de esperar de él otra
cosa de mayor precio: pues lo que poseemos, ya no lo espera-
mos. Á los bienes venideros se han de pasar todas las esperanzas
del siglo, pues en lo temporal no hay más que esperar y (según
arriba mostré) vale más la esperanza de las cosas celestiales, que
la posesión de las terrenas. Y quien lo contrario siente, no tiene
sano juicio de los bienes del mundo, porque los trae tanto sobre
los ojos, que no los ve, como claramente experimentamos si al-
guna cosa pegamos con la niña del ojo, que no la podemos ver:
la cual apartada á distancia conveniente vemos distintamente. Así
acaesce en la estima de los bienes mundanos, que por traerlos
tan dentro de nos, agravan nuestro entendimiento, y no los co-
nocemos: y ÚQ los celestiales, que están apartí^dos, juzgamos coi;
5 1 ¿ Carta de^eüquerio
más clara vista. Y la esperanza que te he dicho de los bienes
venideros, no es vana, pues nuestro Señor Jesucristo, asaz abo-
nado prometedor, nos la certificó: el cual prometió á los pobres
renunciadores del mundo el reino de los cielos y copiosísimos
premios de la eternidad. Y para entera seguridad, en su persona
vino á tratar con nosotros por el inefable sacramento de la hu-
mana naturaleza que juntó con la suya divina, restituyéndonos á
la amistad del Padre, haciéndose medianero entre Dios y los
hombres, como particionero de ambas naturalezas, y libró todo
el mundo por el alto misterio nunca enteramente conocido de
su pasión, de la grande deuda á que estaba obligado. Y como el
Apóstol dice, fué manifiesta su encarnación por el Espíritu
Sancto, por cuya virtud fué concebido, descubrióse á los ángeles,
predicóse á las gentes, creyóla el mundo y así fué colocada en
su gloria. Donde tanto le ensalzó su Eterno Padre, y le dio nom-
bre sobre todo nombre, que todas las criaturas cuantas hay en
el cielo y en la tierra, en la mar y en los abismos, confiesan
que nuestro Señor Jesucristo es rey y Dios antes de todos los
siglos.
VI. Y si quieres desto gozar, deja la doctrina de los filóso-
fos, en que empleas tus estudios y Hción, y ocupa tus buenas ho-
ras y espíritu en la doctrina de Cristo. En la cual tampoco te fal-
tará campo para dilatar tu ingenio. Antes tengo por averigua-
do que en gustándola conocerás cuánto se deba anteponer la scien-
cia de piedad y amor divino á los preceptos de los filósofos. Por-
que en las sentencias de aquéllos se halla la virtud solamente
contrahecha, y la sabiduría solamente debujada: y en esta nues-
tra disciplina se enseña la perfecta justicia y maciza verdad. Tan-
to que con razón afirmaré que ellos usurparon el nombre de fi-
lósofos, y nosotros abrazamos la vida. Dime, yo te ruego: ¿cuáles
preceptos pueden dar de vivir los que no conocen al autor de la
vida? Los que á Dios ignoran y tropiezan luego en el umbral de
la justicia, ¿cómo llevarán á otros por la mano á la verdadera vir-
tud? Porque necesariamente errando en el principio, siempre irán
descaminados, y en vano correrán adelante. Y así parece ello ser.
Porque los que entre ellos determinan las más honestas reglas
de costumbres, no pretenden sino vanidad y arrogancia: y por
ésta trabajan de manera que en abstenerse de vicios no carecen
de vicio. Éstos SQn de quien se escribe que saben Us gosa^ te-
CARTA DE EUQUERIO 5 1 3 ^
rrenas: porque de la tierra y de los gustos della tratan, y ésta de-
sean. Pues pretendiendo este fin, manifiesto es que no poseerán
la verdadera sabiduría ni la verdadera virtud. ¿Por ventura algún
discípulo de Aristipo podrá enseñar la verdad, cuyo entendimien-
to no mira más á lo alto que los ojos de los puercos, constituyen-
do la felicidad del hombre en los deleites del cuerpo, y haciendo
su Dios á su vientre, y su gloria á sus miembros deshonestos?
¿Este tal juzgará alguna cosa justa y honesta, por cuya filosofía el
glotón, el pródigo, el fornicario y el amontonador de dinero son
beatificados? Pero contra los tales otro lugar habrá de disputar.
Vengamos á las sentencias de los más justificados, y que á
ti más contentan: porque deseo que dejes aun aquellas genera-
les amonestaciones determinadas por sola humana sciencia,y con-
viertas tus estudios á las escrituras de los nuestros, adornadas
y fortalecidas del espíritu, en las cuales hallarás con que hartes tu
pecho de las razones y doctrina con que ellos solamente te un-
tan los labios: de las cuales algunas referiré. En las escrituras
de los nuestros, para hacerte dar fe á los prometimientos divinos,
hallarás lo que allá ves, aunque no por las mesmas letras, mas la
mesma sentencia. Las palabras de Dios quien no las cree no las
entiende. En ellas serás amonestado que si á Dios conoces por
señor, le has de temer, y si le conoces por padre, le has de
amar. Allí aprenderás cuáles sacrificios son agradables á Dios.
Ca verdaderos sacrificios son justicia y misericordia. Allí te amo-
nestarán: Si te amas, ama á tu prójimo: porque en ninguna co-
sa hallarás más tu provecho, que en el bien que á tu prójimo
hicieres: y entenderás que ninguna cosa hay tan justa, que jus-
tifique dañar injuriosamente á otro hombre. Allí contra la des-
honestidad hallarás este aviso: Resiste á la lujuria, que des-
pués que te venciere y hubiere injuriado tu carne, escarnecerá
de ti. Y para que no codicies demasiadas riquezas, hallarás: Más
bienaventurado es el que no desea lo que no tiene, que el que
tiene lo que desea. Y para que refrenes la ira, te dirán cuan im-
portuna señora es. Porque quien por cualquiera ocasión se eno-
ja, siempre se enojaría si siempre se le ofreciese ocasión. Y pa-
ra que ames á tus enemigos, serás amonestado: Ama á quien te
desama, si quieres hacer más que los malos: porque aquéllos aman
á quien bien les quiere. Y para ayudar con tus bienes á los po-
bres, hallarás; Aquél guarda bien su tesoro, que le partió con Iqs
OBRAS DS GRANADA
1-33
5 1 4 CARTA DE EUQUERIO
pobres: ya no le podrá perder, porque dándole le aseguró. Y pa-
ra más perfecta justicia hallarás: Del fiel matrimonio el fruto es
la continencia. Allí entenderás la razón por que los desastres del
mundo son comunes á los buenos y á los malos: y conocerás que
mayor miseria es enfermar el alma con vicios, que la carne con
dolencias. Y para amonestarte paciencia leerás: A los impacien-
tes la semejanza de costumbres (que suele ser causa de amistad)
es ocasión de discordia. Y para que no remedes á los viciosos,
hallarás escrito: Al hombre prudente avisan los buenos y los ma-
los: los unos lo que ha de abrazar, los otros lo que ha de huir.
Y para que consideres y agradezcas la bondad del Señor, que usa
con los hombres, hallarás que muchos bienes recebimos sin que
los conozcamos: donde parece que no nos ama más en público
que en escondido, y que debes dar no menos gracias á Dios en
la adversidad que en la prosperidad, y conocer que lo adverso te
viene justamente, y lo próspero no mereces. Allí conocerás có-
mo á todas las cosas se extiende la Providencia divina, y que
ninguna cosa hace el hombre por hado, mas por propria volun-
tad. Por lo cual aun las leyes humanas castigan á los delincuen-
tes y galardonan los virtuosos. Lo cual mucho más justamente
hará Dios, si no agora, á lo menos en su último juicio. Y por no
conocer esto los ignorantes, tienen por injusta la Providencia di-
vina, que permite que los malos en esta vida sean prosperados
y los buenos afligidos. Aparte Dios de nosotros tal pensamien-
to. Y para que perseveremos en temor de Dios, te amonestarán:
Lo que no quieres que vean los hombres, no lo hagas: y lo que
no quieres que vea Dios, no lo pienses. Y contra toda injusti-
cia hallarás quien afirma: Mayor miseria del hombre es engañar
á otro, que ser engañado. Y contra la soberbia hallarás avisado:
Tanto más huye la v^anagloria, cuanto más aprovechares en vir-
tud: porque todos los vicios crecen con otros vicios: sola la so-
berbia se cría con buenas obras. Estas y otras sentencias filoso-
fales hallarás mucho mejor enseñadas por los nuestros, allende
de su singular y provechosa doctrina, con otros más perfectos
grados de virtud. Y si después llegares á beber de la fuente de
la Escritura divina, allí convendrá más escudriñar y maravillar-
te de lo interior que de lo que suena de fuera. Porque la Escri-
tura sagrada de tal manera resplandesce á los ojos, que con sus
clarísimos rayos, como preciosísimo carbúnculo, reverbera la vis-
CARTA DE EUQUERIO 5 I 5
ta de los que la miran. Á esta maravillosa luz debes hacer fami-
liar tu ingenio, y con este saludable manjar mata la hambre de
tu ánima.
Lo cual por la misericordia del Señor espero ver cumplido,
y que despreciados tus acostumbrados ejercicios, y amando los
nuestros, tengas aborrecimiento á la vanidad y codicies el tué-
tano de la virtud. Porque imprudentísimo es el que por bien de
su ánima no se esfuerza á buenos ejercicios, aunque le sean tra-
bajosos: habiendo hecho el Señor por ella mesma tantas obras:
y que procurando el Señor tan cuidadosamente los provechos del
hombre, esté él holgazán y perezoso en lo que tanto importa. Y
ciertamente lo que más nos cumple, es que restituyamos á nos-
otros mesmos al servicio y honra de Dios, y pretendamos la
verdadera bienaventuranza, despreciadas las que llaman buenas
venturas del siglo: y que pisando las cosas terrenas, nos levan-
temos con ardientes deseos á las celestiales. Ea, pues, de aquí
adelante todas tus obras y palabras endereza á tu Dios. Haz que
en todas tus obras sea siempre tu compañera la inocencia, y ella
será tu fiel guardadora. Y no temas las redes de la mala costum-
bre pasada: presto con la ayuda de Dios y con buenos ejerci-
cios te desenvolverás de sus lazos: entrégate á tal médico que
te cure, que juntamente puede dar la complexión y disposición
para alcanzar la salud que has menester. Y (lo que es suma mi-
sericordia) darte ha después el mesmo Señor el galardón de lo
que por su virtud hubieres obrado.
Digo el galardón de la vida eterna, cuya excelencia no pue-
de agora el ánima comprehender: ni el juicio humano puede esti-
mar la grandeza de los bienes que nos están aparejados. Porque
si la Divina magnificencia concedió en esta vida á todos los hom-
bres el uso de la luz tan amable: si al bueno y al malo es lícito
mirar al sol, y á todos indiferentemente sirven las criaturas, y de
los justos y de los injustos es común la posesión deste mundo: fi-
nalmente, si tan excelentes dones da Dios á los virtuosos y á los
viciosos, ^cuáles mercedes creeremos que tiene guardadas para
solos los virtuosos? Consideremos: quien tan graciosamente dio
tan grandes tesoros sin deberlos, ^cuánto mayores pagará á quien
los hubiere merecido? Quien tan liberales en las mercedes, ¿cuán-
to más lo será en pagarlas deudas? Si tan inestimable es la largue-
za del que da, ¿cuánta será la magnificencia del que restituye?
5l6 CARTA DE EUQUERIO
No se pueden decir los bienes que tiene Dios aparejados para los
que le aman, ni comprehender la gloria que dará á los bien agra-
decidos, pues tales cosas dio aun á los ingratos.
Pues ya levanta los ojos, y del piélago de los negocios en que
estás engolfado, mira á la playa de nuestra profesión, y endere-
za á ella la proa. Solo este puerto hay á que te acojas de las pe-
ligrosas ondas del siglo y donde descanses de las continuas tor-
mentas del mundo. Á este conviene que gobiernen los que son fa-
tigados de las tempestades del bravo mar. Aquí no se oyen los
espantables bramidos del agua, ni sus olas levantadas llegan á es-
te seno: mas siempre se halla en él tiempo sereno y quieta bo-
nanza. Cuando á este puerto llegares después de los baldíos tra-
bajos pasados, echa el áncora de la esperanza, coge la vela en la
antena puesta en la figura de la cruz del Señor, y respira seguro.
Pero ya la justa medida de epístola demanda el fin desta carta.
Recibe esta suma de celestiales preceptos y manojo de manda-
mientos divinos apretados en breve doctrina á gloria del mesmo
Señor, y de lo que hubiere errado me perdona.
^m DE LA CARTA DÉ EUQUERIO.
TABLA
DE LO CONTENIDO EN ESTE LIBRO DICHO
GUÍA DE PECADORES
ÍJ5*3L5í"^- ^--'-'kiJ -^!_ —U-iU
Páginas
CAPÍTULO I. — Del primer título qne nos oblig^a á la virtud y servicio
de Dios, que es ser Él qoien es; donde se trata de la excelencia de
Ips perfecciones di>inas 13
CAP. IT. — Del segundo título que nos oblíg'a á la virtud y servicio de
nuestro Señor, por raz<ín del beneficio de la creación H
§ IT. — De otra raz(5n por do estamos obligados al servicio de nuestro
Señor por ser Él nuestro Criaflor 38
CAP. III.— Del tercero título por que estamos obligados á Dios, que es
el beneficio de la conservacián y gobTnacián íl
§ I.— Cuan indigna cosa sea no servir á nuestro Señor 34
CAP. IV. — Del cuarto título por donde estamos obligados á la virtud,
que es el beneficio inestimable de nuestra redempci<5n 39
§ I. — Cuan gran mal sea ofender á nuestro Señor 44
CAP. V. — Del quinto título por do estamos obligados á la virtud, que
es el beneficio de nuestra jiistificacián. , 48
§ II. — De los efectos que el Espíritu Sancto obra en el ánima del jus-
tificado, y del Sacramento de la Eucaristía 55
CAP. VI. — Del sexto título por donde estamos obligados á la virtud, que
es el beneficio inestimable de la divina predestinacidn 60
CAP. Vil.— Del séptimo título por donde el hombre está obligado á la
virtud, por razdn de la primera de sus cuatro postrimerías, que es la
muerte 63
CAP. VIII. — Del octavo título por donde el hombre está obligado á la
virtud, por causa de la segunda postrimerís ,que es el juicio final. 75
CAP. IX. — Del noveno título que nos obliga á la virtud, que es la ter-
cera de nuestras postrimerías, la cual es la gloria del Paraíso. . . 81
CAP. X.— Del décimo título por el cual estamos obligados á la virtud,
que es la cuarta postrimería del hombre, donde se trata de las pe-
nas del infierno 94
§ I. — De la duración de las ptnas del infierno » , . 104
Sl8 TABLA
"■-■-" ■ — • — ' ■ — —^ ^ ^ _
TABLA DE LO CONTENIDO EN LA SEGUNDA PARTE
PEL LIBRO PíU^ÍERO
Páginas
CAP. XI.— Del XI título, por el cual estamos obligados á seguir la vir-
tud, por causa de los bienes inestimables que de presente se le pro-
meten en esta vida 107
CAP. XII. — Del XII título por donde estamos obligados á la virtud, por
razdn del primer privilegio delJa, que es la providencia especial que
Dios tiene de los buenos para encaminarlos á todo bien, y de la que
tiene de los malos para castigo de su mal. . • iig
§ I. — De los nombres que en la Escriptura divina se atribuyen á nues-
tro Señor por razan de su providencia 122
§ II. — De la manera de providencia que tiene Dios de los malos para
castigo de sus maldades 129
CAP. Xni. — Del segundo privilegio de la virtud, que es la gracia del
Espíritu Sancto que se da á los virtuosos 1 33
CAP. XIV. — Del tercero privilegio de la virtud, que es la lumbre y co-
noscímiento sobrenatural que da nuestro Señor i los virtuosos. , 137
CAP. XV. — Del cuarto privilegio de la virtud, que son las consolacio-
nes del Espíritu Sancto que se dan á los buenos. ...... 146
§ I. — De las consolaciones que gozan los virtuosos en la oraci(ín, . 153
CAP. XVI. — Del quinto privilegio de la virtud, que es el alegría de la
buena consciencia de que gozan los buenos, y del tormento y re-
mordimiento interior que padescen los malos. . 161
§ I. — Del alegría de la buena consciencia deque gozan los buenos. . 166
CAP. XVII. — Del sexto privilegio de la virtud, que es la confianza y
esperanza en la divina misericordia, de que gozan los buenos: y de
la vana y miserable confianza en que viven los malos. . . . . 170
§ I. — De la esperanza vana de los malos 175
CAP. XVIII. — Del séptimo privilegio de la virtud, que es la verdadera
libertad de que gozan los buenos: y de la miserable y no conos-
cida servidumbre en que viven los malos l8l
§ I.— De la servidumbre en que viven los malos , . 182
§ II. — De la libertad en que viven los buenos 192
§ III. — De las causas de do procede la libertad en que viven los bue-
nos 194
CAP. XIX — Del octavo privilegio de la virtud, que es la bienaventu-
rada paz y quietud interior de que gozan los buenos: y de la mise-
rable guerra y desasosiego que dentro de fí padescen los malos. . 199
§ I. — De la guerra y desasosiego interior de los malos 200
§ II. — De la paz y sosiego interior en que viven los buenos. . . . 206
CAP, XX. — Del nono privilegio de la virtud, que es de cdmo oye Dios
las oraciones de los buenos y desecha las de los malos 2ii
TABLA 5 19
Páginas
CAP. XXT,— Del décimo privilegio de la virtud, que es del ayuda y favof
de Dios que los buenos reciben en sus tribulaciones; y por el con-
trario la impaciencia y tormento con que los malos padescen las
suyas 216
§ I. — De la impaciencia y furor de los malos en sus trabajos. . . 228
CAP. XXII. — Del undécimo privilegio de la virtud, que es como nuestro
Señor provee á los virtuosos de lo temporal 226
§ I.— De las necesidades y pobreza de los malos • . 230
CAP. XXIII. — De! duodécimo privilegio de la virtud, que es cuan ale-
gre y quieta sea la muerte de los buenos: y por el contrario, cuan
miserable y congojosa la de los malos 233
§ I. — De la muerte de los justos 236
§ II. — Prueba por ejemplos cuan alegre y dichosa sea la muerte de los
justos 239
§ III. — Conclusián de !a segunda parte, , , , , 34$
TABLA DE LO CONTENIDO EN LA TERCERA PARTE
DEL LIBRO PRIMERO
CAPITULO XXIV. — Contra la primera excusa de los que dilatan la
madanza de la vida y el estudio de la virtud para adelante. . . 248
CAP. XXV. — Contra los que dilatan la penitencia hasta la hora de la
muerte 262
§ I. — Autoridades de los sanctos antiguos de la penitencia final. . 262
§ II.— Autoridades de doctores escolásticos acerca de lo mismo. . 266
§ III. — Autoridades de la Sagrada Escriptura para el mismo propó-
sito 270
§ IV. — Responde á algunas objecciones 273
§ V.— Conclusión de todo lo dicho 275
CAP. XXVI. — Contra los que perseveran en sus pecados con esperanza
de la divina misericordia 278
§ I. — De las obras de la divina justicia que se cuentan en la Sagra-
da Escriptura 280
§ II. — De las obras de la divina justicia que en este mundo se ven. . 283
§ ni. — Conclusión de todo lo dicho 289
CAP. XXVII.— Contra los que se excusan diciendo que es áspero y difi-
cultoso el camino déla virtud 292
§ I.~De cómo la gracia que se nos da por Cristo, hace fácil el cami-
no de la virtud , 293
§ II. — Responde á algunas objecciones 296
§ III. — De cómo el amor de Dios hace también fácil y suave este
camino del cielo 299
§ IV. —De otras cosas que nos hacen suave el camino de la virtud. . 301
§ V. — Prueba por ejemplos ser verdad todo lo dicho 3o4
'520 TABLA
Páginas
CAP.XXVIII.— CoDira los que recelan seguir el camino de la virtud, por
el amor del mundo 3^^
§ I. — De cuan breve sea la felicidad del mundo 3^0
§ II. — De las roiserias grandes con que está mezclada la felicidad del
mundo 3^2
§ III. — De los grandes lazos y peligros del mundo 31S
§ IV'— De la ceguedad y tinieblas del mundo. , 316
§ V. — De la muchedumbre de pecados que hay en el mundo. . . 3'7
§ VI. — De cuan engañosa sea la felicidad del mundo 320
§ Vil. — Conclusión de lo susodicho 32a
§ VIII. — De cdmo la verdadera felicidad y descanso se halla en Dios,
y c(5mo es imposible hallarse en el mundo 323
§ IX. — Prueba lo dicho por ejemplos 326
CAP. XXIX.— Conclusidn de todo lo contenido en el primer libro. . . 330
TABLA DE LO CONTENIDO EN EL LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO PRIMERO.— De la primera cosa que ha de presuponer el
que quiere servir á Dios 33^
CAP, II. - De la segunda cosa que ha de presuponer el que quiere servir
á nuestro Señor 340
CAP. III. — Del firme prop(5sito que el buen cristiano dfbe tener de nun-
ca htcer cosa que sea pecado mortal. ... ...... 343
CAP. IV.— De los remedios contra la soberbia 347
§ I.— De otros más particulares remedios contra la soberbia. . . 35a
CAP. V. — Délos remedios contraía avaricia 3? 5
§ I. — Que no debe nadie retener lo ajeno 359
CAP. VI. — De los remedios contra la lujuria, 36a
§ I — De otra manera de remedios más particulares contra la lujuria. 365
CAP. VII.— De los remedios contra la envidia 371
CAP. VIII. — De los remedios contra la gula • . . . . 375
CAP. IX. — De los remedios contra la ira y contra los odios y enemista-
des que nascen della ."^79
CAP. X. — De los remedios contra la pereza 384
CAP. XI.— De otra manera de pecados que debe trabajar por huir el
buen cristiano 3^8
§ I. — Del murmurar, escarnecer y juzgar temerariamente. . . , 389
§ II — De los juicios temerarios y de los mandamientos de la Iglesia. 393
CAP. XII, — De los pecados veniales 396
CAP. XIII. — De otros más breves remedios contra todo género de peca-
dos, mayormente contra aquellos siete que llaman capitales. . . 398
TABLA 521
TABLA DE LO CONTENIDO EN LA SEGUNDA PARTE
DEL LIBRO SEGUNDO
Páginas
CAPÍTULO XIV.— De tres maneras de virtudes, en las cuales se com
prebende la suma de toda justicia 404
CAP. XV' — De lo que debe el hombre hacer para consigo mismo. . . 406
§ I. — De la reformación del cuerpo 4o6
§ IL De la virtud de la abstinencia. . ... 4«o
§ III.— De la guarda de los sentidos • . . . ' 416
§ IV.— De la guarda de la lengua 4i7
§ V,— De la mortificacidn de las pasiones 4«9
I VI. — De la reformación de la voluntad í2i
§ VIL— De la reformación de la imaginacián 4^3
I VIII. — De la reformación del entendimiento . 4^4
§ IX.— De la prudencia en los negocios 42?
§ X.— De algunos medios por donde se alcanza la virtud de la pru-
dencia ^3°
CAP. XVL — De lo que el hombre debe hacer para con el prójimo. . . 43*
§ I. — De los oficios de la caridad • 4:í3
C A?. XXVil.— De lo que el hombre debe hacer para con Dios . . . 437
§ V. — De cuatro grados de obediencia 444
§ VI. — De la paciencia en los trabajos 45°
CAP. XVIII. — De las obligaciones de los estados 45^
CAP. XIX. — Aviso primero, de la estima délas virtudes, rara mayor
entendimiento desta regla 459
CAP. XX. - De cuatro documentos muy importantes para la vida espiri-
tual 46S
CAP. XXI. — Segando aviso, acerca de diversas maneras de vidas que hay
en la Iglesia 47^
CAP. XXII.— Tercero aviso, de la solicitud y vigilancia con que debe vi-
vir el varón virtuoso 403
CAP. XXIII.- Cuarto aviso, de la fortaleza que se requiere para alcaazar
las virtudes » • 4^6
§ 1. De los medios por do se alcanza esta fortaleza 4*8
Carta de Euquerio 495
FIN DE LA TABLA
ERRATAS DE ESTE TOMO
Página
Línea
Dice
Debe decir
5
25
largo tiempo
largos tiempos
i6
23
pueden
puede
28
18
principio
el principio
31
32
el mismo
al mismo
83
5
á la virtud
de la virtud
191
3
de que tal
que de tal
191
8
sino de su
sino su
197
25
de vida
de la vida
268
3
veas
veas tú
335
II
Y no no, son
Y no son
337
23
determine á andar
determina andar
EN SALAMANCA
En casa de Andrea de Portonarijs,
Impresor de sl Católica Majestad
1567
A MAYOR GLORIA DE DiOS ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO
EN VALLADOLID, en CASA DE ANDRÉS MARTÍN,
Á 25 DE Mayo
I 9 o I
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