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Full text of "Obras"

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OBRAS 

DR 


FR.   LUIS  DE  GRANADA 


-Tjeí5ew-;ív>;*:«í " 


Esta  edición  délas  Obras  de  Fr.  Luis  de  Granada  consta 
de  los  tomos  siguientes: 

I.  GxjÍA  DE  Pecadores. 

II.  Libro  de  la  Oración  y  Meditación. 

III.  Memorial  de  la  Vida  Cristiana. 

IV.  Adiciones  al  Memorial  de  la  Vida  Cristiana. 
V-IX.  Introducción  del  Símbolo  de  la  Fe. 

X.  Guía  de  Pecadores  (texto  primitivo). 

Tratado  de  la  Oración  y  Meditación  (compendio). 

XI.  Manual  de  Oraciones. 
Manual  de  Oraciones  (ampliado). 
Memorial  de  lo  que  debe  hacer  el  cristiano. 
Tratado  de  algunas  Oraciones. 

Vita  Christi. 

Tratado  de  Meditación. 

Recopilación  del  Libro  de  la  Oración. 

XII.  Imitación  de  Cristo. 

Escala  Espiritual.  • 

Oraciones  y  Ejercicios  Espirituales. 

XIII.  Compendio  de  Doctrina  Cristiana  (trad.  del  P.  Cuervo). 

XIV.  Doctrina  Espiritual. 
Diálogo  de  la  Encarnación. 
Sermón  de  la  Redención. 
Vida  del  B.  Juan  de  Ávila. 

Vida  del  V.  D.  Fr.  B  vrtolomé  de  los  Mártires. 

Vida  del  Cardenal  D.  Enrique,  rey  de  Portugal. 

Vida  de  Sor  Ana  de  la  Concepción,  franciscana. 

Vida  de  Doña  Elvira  de  Mendoza. 

Vida  de  Meliciv  Hernández. 

Cartas. 

Sermón  en  las  Caídas  Públicas. 

Vida  de  Fr.  Luis  de  Granada,  por  el  P.  Fr.  Justo  Cuervo. 

Bibliografía  Granadina,  por  el  mismo. 


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OBRAS 


DE 


FR.  LUIS  DE  GRANADA 


DE  LA  ORDEN  DE  SANTO  DOMINGO 


EDICIÓN  CRITICA  Y  COMPLETA 

POR 

FR.  JUSTO  CUERVO 

DE  LA  MISMA  ORDEN 

DUCTOR   EN    FILOSOFÍA   Y    LETRAS 

LECTOR    DE    TEOLOGÍA 


TOMO    I 


me. 


DEC    9  1988^;,! 


MADRID 


IMPRENTA  DE  LA  VIUDA  E  HIJA  DE  GÓMEZ  FUENTENEBRO 

CALLE  DE    BORDADORES,    NÚM.    10 


1906 


AL  EXCMO.  SEÑOR 

MARQUÉS  DE  QUINTANAR 

CONDE  DE  SANTIBÁÑEZ  DEL  RÍO 

GRANDE  DE  ESPAÑA 

GENTILHOMBRE  DE  CÁMARA  DE  SU  MAJESTAD 

CON  EJERCICIO  Y  SERVIDUMBRE 

ETC.,  ETC. 


Exento.  Señor: 

Después  de  Dios,  d  la  generosidad  de  V.  E.  deben 
las  letras  españolas  esta  Edición  Crítica  y  Completa 
DE  LAS  Obras  de  Fr.  Luis  de  Granada,  el  sueño  dorado 
de  mi  vida. 

Dígnese  V.  E.  aceptar  benignamente  este  tomo 
primero,  que  con  el  cor  a  son  le  ofrece  y  le  dedica 


Su  a.  s.  y  c. 


FR.  JUSTO  CUERVO 


PRÓLOGO 


I  JAR  el  texto  definitivo  y  auténtico  de  las  Obra.<=i  de 
Fr.  Luis  de  Gr miada,  profundamente  alterado  en 
todas  las  ediciones,  aumentar  su  caudal  con  libros 
antiguamente  impresos,  pero  hoy  desconocidos,  y  salvar  de 
ruina  cierta  y  segura  preciosos  manuscritos,  en  su  mayor 
parte  autógrafos,  diseminados  en  diferentes  archivos  y  bi- 
bliotecas de  España  é  Italia,  tal  es  el  objeto  de  esta  edición. 
Para  fijar  el  texto  he  tomado  el  único  camino  que  juzgo 
derecho.  Reproduzco  fiel  y  escrupulosamente  la  primera  edi- 
ción de  cada  tratado,  desde  la  primera  línea  de  la  portada 
hasta  la  última  del  colofón.  La  dificultad  estaba  en  lograr 
ejemplares  de  las  ediciones  príncipes,  atendida  la  populari- 
dad inmensa  del  autor,  el  consumo  enorme  de  ediciones, 
y  la  prohibición  inquisitorial  fulminada  contra  tres  libros 
granadinos.  Pero  con  la  ayuda  de  Dios,  con  tiempo  y  con 
paciencia,  esos  ejemplares  (únicos  en  bastantes  casos)  vinie- 
ron á  mis  manos,  acompañados  de  numerosos  autógrafos 
inéditos.  Todos  se  reproducen  en  esta  edición,  para  bien  de 
las  almas  y  regocijo  de  los  espíritus  generosos.  He  pensado 
no  faltar  á  la  fidelidad  corrigiendo  las  erratas  evidentes,  las 
cuales  se  anotan  en  lugar  oportuno.  En  caso  de  duda  respe- 
to siempre  el  texto  primitivo. 

Se  ha  adoptado  la  ortografía  moderna,  pero  conservando 
siempre  la  fonética  de  las  primeras  ediciones,  donde  está  es- 
crito, por  ejemplo:  Hieronymo,  charidad^  quanto,  intelli- 
gencia,  auer,  vm'era,  poseya,  aora,  etc.,  que  aquí  se  escri- 
ben: Hürómmo,  caridad,  cuanto,  inteligencia,  haber,  hu- 
biera, poseía,  ahora,  variando  la  ortografía,  no  los  sonidos. 


PRÓLOGO  VII 


En  algunos  casos  el  sentido  de  la  frase  es  el  que  determi- 
na la  escritura,  como  en  ay,  ya,  caya,  oya,  allegar,  diminu- 
ya, etc.,  que  se  escribirán,  según  el  valor  gramatical,  de 
muy  distinta  manera.  Ay  equivale  á  ¡ay!  hay  y  ahí;  ya,  á 
ya  é  hia;  caya,  á  caía  y  caya  (por  caiga)]  oya,  á  oía  y  oya  (por 
oiga);  allegar,  á  alegar  y  allegar;  diminuya,  á  diminuya  y 
diminuía,  según  la  naturaleza  de  cada  palabra. 

Muchas  veces,  algunas  en  una  misma  página,  el  lector 
hallará  vocablos  escritos  de  distinta  manera,  como  Jesús  y 
Jesú,  duda  y  dubda,  hierro  y  fierro,  mismo  y  mesmo,  pare- 
ce y  paresce,  conoció  y  conosció,  ahora  y  agora,  desde  y 
dende,  mientras  y  mientra,  desahuciado,  desafuciado  y  des- 
afiduciado, y  otra  multitud  de  palabras  diferentemente  es- 
critas, cuya  enumeración  es  imposible.  Esta  variedad  de- 
muestra el  propósito  firme  de  conservar  la  fonética  grana- 
dina en  toda  su  pureza.  Así,  quien  leyere  en  alta  voz  por 
esta  edición,  puede  estar  seguro  de  que  oirá  los  mismos  so- 
nidos que  si  leyese  por  alguna  edición  príncipe,  ú  oyese  ha- 
blar al  mismo  Fr.  Luis  de  Granada. 

Tres  son  las  obras  antiguamente  impresas,  que  no  se  ha- 
llan en  ninguna  colección  granadina:  el  Libro  llamado  Guía 
de  Pecadores,  en  dos  tomos,  y  el  doble  Manual  de  Diversas 
Oraciones  y  Espirituales  Ejercicios,  á  las  cuales  se  puede 
agregar  el  Libro  de  la  Oración  y  Meditación,  cuyo  texto  pri- 
mitivo era  del  todo  desconocido.  Todas  estas  obras  se  repro- 
ducen fielmente,  como  las  demás,  por  las  ediciones  prínci- 
pes, no  existiendo  ya  los  motivos  que  el  inquisidor  Valdés 
tuvo  para  incluirlas  en  su  Cathalogus  librorum  qui  prohi- 
bentur,  el  año  de  1559.  La  piedad  nada  perderá,  y  las  letras 
ganarán  mucho  recobrando  joyas  de  tan  subido  valor . 

Los  manuscritos  y  autógrafos  que  por  vez  primera  ahora 
salen  á  luz,  forrrian  casi  un  volumen,  el  XIV,  y  en  él  podrá 
saborear  el  lector  un  precioso  Sermón  de  la  Redención,  cua- 
tro biografías  bellísimas,  y  más  de  cincuenta  cartas  inéditas 
donde  se  refleja  el  alma  pura  y  hermosa  de  Fr.  Luis  de 
Granada. 


VIH  PRÓLOGO 

I 

En  la  distribución  de  las  materias  se  ha  seguido  el  orden 
lógico.  Los  nueve  primeros  tomos  contienen  las  cinco  obras 
fundamentales;  el  X  y  XI,  los  compendios  ú  obras  menores; 
el  XII,  las  traducciones  áe  Xa  Imitación  de  Cristo  y  de  la 
Escala  Espiritual.  En  el  tomo  XIII  se  hallará  el  Compendio 
de  la  Doctrina  Cristiana,  escrito  en  clásico  portugués,  tra- 
ducido de  nuevo  al  castellano.  En  el  tomo  XIV  se  han  agru- 
pado el  Compendio  de  Doctrina  espiritual,  el  Diálogo  de  la 
Encarnación,  la  Vida  del  B.  Juan  de  Ávila  y  del  V.  Don 
Fr.  Bartolomé  de  los  Mártires,  las  obras  inéditas  y  el  Ser- 
món en  las  Caídas  Públicas.  No  me  extiendo  en  considera- 
ciones particulares,  porque  las  reservo  para  el  principio  de 
cada  tomo. 

En  este  primero  va  la  célebre  Guia  de  Pecadores,  primor 
de  ciencia,  de  celo  y  de  elocuencia,  tan  leída  en  todo  el 
mundo  con  tanto  provecho  de  las  almas.  La  única  variante 
introducida  por  su  autor  en  la  edición  de  Salamanca,  1571 , 
y  adoptada  en  ésta,  hállase  en  el  libro  II,  cap.  III,  pág.  342-5. 
La  primera  edición  dice  asi:  Délas  principales  armas  con 
que  hahemos  de  pelear  contra  los  vicios.  Capítulo  II I. ^ 
Presupuestos  ya  estos  dos  preámbulos,  comencemos  á  tra- 
tar de  los  vicios  y  de  sus  remedios,  y  primero  de  aquellos 
siete  que  llaman  capitales  (que  son  cabezas  y  raíces  de 
todos  los  otros)  y  después,  de  otros  que  hay  muy  usados  en 
el  mundo,  así  mortales  como  veniales:  para  que  el  que  se 
viere  muy  tentado  y  acosado  de  algún  vicio,  acuda  á  esta 
doctrina  como  á  una  espiritual  botica,»  etc.,  página  345, 
línea  32. 

En  todo  lo  demás  se  reproduce  exactamente  la  edición 
príncipe  hecha  en  Salamanca,  en  casa  de  Andrea  de  Porto- 
nariis,  impresor  de  su  Católica  Majestad,  1567,  de  la  cual 
sólo  se  conoce  un  ejemplar,  que  poseo  y  guardo  con  amor. 

Fr.  Justo  Cuervo 


GUIA 

DE  PECADORES 

EN  LA  CUAL  SE  TRATA  COPIOSAMENTE 

DE  LAS  GRANDES  RIQUEZAS  Y  HEHMOSURA  DE  LA  YIPJUD 

Y  DLL  CAMINO  QUE  SE  HA  DE  LLEVAR  PARA  ALCANZARLA 


COMPUESTO     POR 


EL   R.  P.  FRAY   LUIS  DE  GRANADA 

de  la   Orden  de  Sancto  Domingo 

y^  Este  libro,  cristiano  lector,   sale  agora   á   luz  añadido  y 

emendado  y  cuasi  hecho  nuevo  por  su  mismo  autor:  impreso 

con  aprobación  y  licencia  este  año  de  i^óy,  y  por  eso  puede 

correr  y  ser  leído  de  todos 


EN     SALAMANCA 

EN     CASA    DE     ANDREA    DE     PORTONARIJS 

Impresor  de  su    Real  Católica  Majestad 

1567 

Con  privilegio  de  Castilla  y  de  Aragón 

Está  tasado  en  cinco  blancas  el  pliego 


'*'/^  ON  Felipe  por  la  gracin  de  Dios,  Rey  de  Castilla,  de  León,  de   Arag-dn, 
jT- Y   de  las  (los  S.ciLa.s.  de    Hiru -ilén,  de  Navarra,  de  Granada,    de  Toledo, 
tfT^^   de  Valencia.  d<    G'licia.d-    M 'Uorcis,   de  Sevilla,  Oe  Cer'Uña,  de  ( 'rtr- 
d()t)a,   de  Crtrrega,  de  Murcia,  de  Jaén,    de    los  Algarbes,    de  Algccira,   de  Gi- 
braltar,  Ccnde    üe     ^"land^s,   y  dt  Tirol,  &c.  Por  cuanto  j  or  pane  de  vos  An- 
drea de    Forionarijs,  nos  fué  hecha  relación  diciendo,  que  vos  hibíades  impreso 
un  libro  intitulado  Guía  de  Pecador  s,  compuesto  por  Fray  Luis  de  Granada,  de 
la  orden  de  los  Predicadores,  con  licencia  nuestra,  y  en  cumplimiento  de   apre- 
mática  fecha  sobre  la   impresión  hacíades  presentación  del  dicho  libro  impreso 
con  el  original,  para  que   nos  le    m-indasemos    corregir  y  tasar  y  daros  licencia 
para  lo  vender,    y    corregido    nos  suplicabadcs  os  diéremos  nueva  licencia  para 
lo  tornar  á  imprimir  otra  vez    conforme  al  mismo    oriijinal,    ó  como  la  nuestra 
merced    fuese:    lo    cual  visto  por  los  del  nuestro  consejo   y   como  por  su     man- 
dado se  hicieron  las    diligencias  que  la    premática  por   nos  nuevamente   hecha 
dispone,  fué  acordado  que  debíamos  mandar  dar  esta  nuestra  carta  para  vos  en 
la  dicha  raz-^n,  y  nos  tuvímoslo  por  bien    Y  por  la  presente  os   damos  licencia  y 
facultad  para    que  por  esta  vez  podáis    imprimir  el  dicho  libro,  sin  que  por  ello 
caigáis  ni  incurráis  en    pena  alguna,  con  que  después  de  impreso  no    se  pueda 
vender  ni  venda,  sin  que  primero  se  traiga  al  nuestro  consejo,  jutitamente  con  el 
original  que    en  él   se  vio  que  va  rubricado  y  firmado     de  Pedro  del  Marmol, 
nuestro  escrib«no  de  Cámara,  de  los  que  residen  en  el  nuestro  consejo,  para  que 
se  vea  si  la  dicha  impresión   está  conforme  al  original,  y  se  os  dé  licencia  para 
lo  poder  vender,  y  se  tase  el  precio  que  por  cada  volum-  n  hubiéredes  de  haber, 
so  pena  de  caer  é  incurrir  en  las  penas  contenidas  en  la    dicha  pragmática   y 
leyes   de  nuestros  Reinos    Dada  en  Madrid   á  catorce  dias  del   mes  de  Agosto, 
de   mil  y  quioientOi  y   seseuta  y  siete  años. — El  Licenciido  l)i-g<<  Drspinosa. — 
El  Licenciado  Hirviese*  oe  Mañatones,-El  Doctor  Suirfz  de  Toledo  — Ei  Licen- 
ciado Mcncnac*. — El  Licenciado  Pedro  G.*sco. — El    Doctor  Francisco  Fernan- 
dez de  Liebana. 

Yo  Pedro  del  Mármol,  escribano  de  «^ámira  de  su  Católica  Majestad,   la  fice 
escribir  por  su  mandado,  con  acuerdo  de  los  de  su  Consejo. 


\^!^iÉNDoME  cometida  la  examinacián  deste  libro  que  se  intitula  Guía  de  Pe- 
^j^!^^  tadoies,  porlos  señores  del  cons  jo  real  de  su  Majestad,  y  habiéndole 
/■^•ftj  visto  con  much  j  es.udio  y  diligencia  hallo  ser  muy  caióuco  y  de  gran 
provecho  para  lodos  los  que  tn  el  se  ejercitaren,  porque  contiene  doctrina  grave, 
y  juntamente  apacible,  muy  conforme  a  la  divina  escripiura  (de  la  cual  tiene 
buena  partea  y  á  la  docirÍLa  dt  los  sánelos:  y  ailende  Oesto  se  hallarán  en  él 
cosas  dificultosas  declaradas  por  razones  llanas  de  mucha  eficacia.  Y  en  su 
lugar  y  tiempo  trae  el  auior  y  se  aprovecha  de  la  Filosofía  natural  y  moral  bien 
á  propósito.  Lleva  con  esto  un  estilo  no  nada  afeitado  ni  curioso,  que  suele 
ser  causa  de  obscuridad,  sino  llano,  cumplido  y  elegante.  Conforme  á  lo  cual 
podran  sacar  frucio  deste  libro,  todo  géaeio  de  personaa,  así  Icrados  como 
simples,  asi  los  buenos  Cristianos  para  confirmación  y  aprovechamiento  de  su 
virtud,  como  todos  los  otros  para  convenirse  á  D¡os.  Obra  es  que  meicsce  ser 
alabada  y  favorescida  para  que  los  hambres  sabios  y  celosos  de  religión  em- 
prendan de  buena  gana  sfmejantes  ocupaciones  y  trabajos  en  favor  de  la 
Cristiandad  y  virtud.  Y  porque  esto  me  parece  ansí,  lo  firmé  de  mi  nombre  en 
nuestro  monasterio  de  San  Hieróuimo  ti  real  en  Madnd  á  (  uatro  de  Mayo  de 
mil  7  quinientos  y  sesenta  y  siete  años.=FRAY  Rodríguez  de  Yepes. 


EL  REY 

^I^^OR  cuanto  por  parte  de  vos  Fray  Luis  de  Granada  de  la  orden  de  Predi- 
Jjr^  cadores  nos  ha  sido  htcha  rclaciáa  que  vos  habíadcs  hecho  tres  libros 
/¿^  que  trataban  déla  Oración,  Devoción,  y  Ayuno  y  Limosna,  y  otro  que 
se  intitula,  Guía  de  Pecadores,  los  cuales  eran  muy  ütil  es  y  provechosos,  por 
ende  que  nos  suplicábades  os  diésemos  licencia  y  facultad  páralos  poder  imprimir 
y  vender,  y  privilegio  para  que  nadie  pudiese  imprimirlos  sino  vos,  ó  quien 
vuestro  poder  hobiese  por  el  tiempo  que  fuésemos  servido.  Lo  cual  visto  por  los 
del  nuestro  consejo,  y  como  por  su  manóado  se  hicieron  las  diligencias  que 
la  prémálica  por  nos  hech»  sobre  la  impresión  de  los  libros  dispone,  por  ha- 
ceros bien  y  merced,  fué  acordado  que  debíamos  mandar  dar  esta  nuestra 
cédula  en  la  dich^  razón.  E  por  la  presente  vos  damos  licencia  y  facultad  para 
que  por  tiempo  de  diez  años  primeros  siguientes  que  corren  y  se  cuenten  desdel 
dia  de  la  fecha  de sta  nuestra  cédula  tn  adelante  vos,  6  la  persona  que  vuestro 
poder  hobiere,  podáis  imprimir  y  vender  los  dichos  libros  que  de  suso  se  hace 
mención:  y  mandamos  que  durante  el  dicho  tiempo  cualquier  impresor  destos 
nuestros  Reinos  y  señoríos  que  vos  quisiéredes  y  señaláredes,  imprima  los  dichos 
libros,  y  que  otra  persona  ninguna  no  los  pueda  imprimir  ni  vender  sin 
vuestra  licencia,  so  pena  de  la  nuestra  merced  y  de  veinte  mil  maravedís  para 
la  nuesua  cámara  al  que  lo  contrario  hiciere,  y  más  que  haya  perdido  y  pierda 
todos  y  cualesquier  libros  y  moldes  que  imprimieren,  ó  vendieren,  con  que  primero 
que  se  vendan  los  hayáis  de  traer  y  presentar  ante  los  del  nuestro  constjo, 
juntamente  con  los  originales  que  en  él  se  vieron,  que  van  rubricados  y  firma- 
dos al  cabo  de  Pedro  de  Mármol  nuestro  escribano  de  cámara,  y  de  los  que 
residen  en  el  nuestro  consejo  para  que  se  vea  si  la  dicha  impresión  está  conforme 
á  los  originales.  Y  se  os  tase  el  precio  que  por  cada  volumen  bubiértdts  de 
haber.  E  mandamos  á  los  del  nuestro  consejo.  Presidentes  y  Oidores  de  las 
nuestras  audiencias,  Alcaldes,  Alguaciles  de  la  nuestra  casa  y  corte  y  Chancille- 
ría'!,  y  á  todos  los  Corregidor s.  Asistente,  Gobernadores,  Alcaldes  mayores  y 
ordinarios  y  otros  jueces  y  justicias  cualesquier  de  todas  las  ciudades,  villas  y 
lugares  de  los  nuestros  Reinos  y  Señoríos,  así  á  los  que  agora  son,  como  á  los 
que  serán  de  aquí  adelante  que  vos  guarden  y  cumplan  esta  nuestra  cédula  y 
merced  que  ansí  vos  hacemos  y  contra  el  tenor  y  forma  della,  ni  de  lo  en  ella 
contenido  vos  no  vayan  ni  pasen  ni  consientan  ir  ni  pasar  por  alguna  manera,  so 
la  dicha  pena.  Hecha  en  Madrid  á  doce  dias  del  mes  de  Enero,  año  del  Señor  de 
mil  y  quinientos  y  sesenta  y  seis  años.=YO  EL  REY.  =  Por  mandado  de  Su 
Majestad,  Pedro  de  Hoyo. 


?^^^0N  Felipe  por  la  gracia  de  Dios  Rey  ds  Castilla,  de  Aragón,  de  las  doá 
JII^Y  Sicilias,  de  Hi'-rasaléa,  de  Hungría,  de  Dalm»cia,  de  Croacia,  de  León, 
*f^  de  Navarra,  de  Granada,  de  Toledo,  de  Valencia,  de  Galicia,  de  Mallorl 
cas, de  Sevilla,  de  Córdoba,  de  Cerdena,  de  Córcega,  de  Murcia,  de  Jaén,  de  los 
Algarbes,  de  Algecira,  de  Gibraltar,  de  las  islas  de  Canaria,  de  las  Islas  Indias 
y  tierra  firme  del  mar  Océano,  Archiduque  de  Austria,  Duque  de  Borgoña,  de 
Brabante,  y  de  Milán,  Conde  de  Barcelona,  de  Flandes  y  de  Tirol,  Señor  de 
Vizcaya,  y  de  Molina,  Duque  de  Atenas,  y  de  Neopatria,  Conde  de  Rosellón,  y 
Cerdaña,  Marqués  de  Oristán  y  de  Gociano,  &c.  Por  cuanto  por  parte  de  vos, 
Fray  Luis  de  Granada,  de  la  orden  de  Predicadores,  nos  ha  sido  hecha  relación 
que  habéis  hecho  tres  libros,  que  tratan  de  la  Oración,  Devoción,  Ayuno,  y 
Limosna,  y  otro  que  se  intitula  Guía  de  Pecadores,  los  cuales  según  decís  son 
muy  útiles  y  provechosos,  y  que  los  qumades  hacer  imprimir  en  los  Reinos  de  la 


corona  de  Ararán:  suplicándonos  que  por(|ue  en  esto  se  ofrecerán  muchos  gastos 
fuésemos  servido  de  mandar  dar  licencia    que  vos  y  no    otro  alguno  los  pueda 
hacer  imprimir  y  vender  en  los  dichos  Reinos  de  la  Corona  de  Aragón  por   el 
titmpo  que  fuésemos  serviao.  E    nos  teniendo    respecto  á  lo   susodicho,  y  á  que 
los  dichos  libros  esiáa  reconocidos  por  personas  expertas,  de  las  cuales  habemos 
tenido    bastante    información:    porque    de  vuestros    trabajos   alcancéis    alguna 
utilidad  con  tenor  de  las  presentes  de  nuestra  cierta  sciencia  deliberadamente  y 
consulta  damos  licencia,  permiso  y  facultad  á  vos  el  dicho  Fray  Luis  de  Granada 
que  por  tiempo  de  diez  años  contaderos  d^sde  el  día  de  la  data  de  las  presentes  en 
adelante  vos,  6  la.  persona,  ó  personas  que  vuestro  poder  tuviere  y  no  otro  alguno 
podáis    y  pued«n    hacer  imprimir    y   vender  los  d.chos  libros,  que  tratan  de   la 
Oración,  Devoción,  Ayuno,  y  Limosna,  y  el  otroiniitulado  Guía  de  Pecadores  ea 
los  dichos  Reinos  de  la  corona  de  Aragón,  con  que  primero  que  se  venda  hayáis 
de  traer  y  prestntar  ante  los  del  nuestro  sacro  supremo  Real  Consejo  los  primeros 
libros  imprimidos    juntamente  con  los  originales,  para  que  se  vea  si   la  dicha 
impresión  esiá  conionue  á  los  dichos  originales  que   han  sido  aprobados,  y  se  os 
tase  el  precio  que  por  cada  volumen  hut>iéredesde  haber:  prohibiendo  y  vedando 
que  ningunas  otras  personas    lo    puedan  hacer    sin  vuestra  licencia,  permiso  y 
voluntad  por  tod»  el  dicho  tiempo,  ni  los    puedan  entrar  en  los  dichos  Reinos 
para  vender  de  otros  Reinos,  donde  se  hubieren  imprimido.  Y  si  después  de  pu- 
blicadas las  presentes,  hubiere   alguno,  ó  algunos  que  durante  el  dicho    tiempo 
intentaren  imprimir,    ó  vender    los  dichos  libros,   ni    mecerlos  imprimidos  para 
vender    como    dicho    es,    incurra   en    pena  de  trescientos    florines     de  oro  de 
Aragón  divididos  en    tres  partes,    á  sabrr    es,    la  primera  pirte    para    nuestros 
cofres  reales,  y  la  segunda  parte  para  vos  el  dicho  Fray  Luis  de  Granada,  y  la 
tercera    al    acusador,  y  demás    de  la  dicha    pena   si  fuere  impresor,  pierda  los 
moldes  y  libros    que  así   hubiere  imprimido.  Por  tanto  decimos  y  mandamos  á 
cualesquierVisoreyeslngartenientes,  Capitanes  generales  nuestros  portantes  veces 
de  General    Gobernador,  Alguaciles  y  otros  cuaksquiír  oficiales  nuestros  en  los 
dichos   Reinos  de  la  corona  df-  Aragón  consiiiuídos  v  cocstiiuideros  y  á  sus  lu- 
gares,   &c.    y  Regentes   dichos  oficios    so  incurrimiento  de  nuestra    ira  iudig- 
nación,    y    pena    de    mil  floriuí'S    de  oro    de   Aragón    á    nuestros  cofres  reales 
aplicaderos  que  la  presente  nuestra  licencia,  gracii  y  prohibición  y  iodo  lo  en  ella 
contenido    tengan,   guarden    y    observen    tener    guardar  y   observar  hagan  sin 
contradición    alguna,   y    lo    hagan  pregonar   por    los    lagares    acostumbrados, 
porque    ninguno  pue-la  alegar  ignorancia,    guardándose  de  hacer    ni  permitir 
que  se  haga    lo  contrario  en  manera    alguna  si  demás  de  la  ira    é  indignación 
nuestra  la  pena  susodicha  desean  no  incurrir.  En  testimonio  de  lo  cuil  manda- 
mos despachar  las  presentes  con  nuestro   sello  real  común  en  el  dorso  selladas. 
Daiis    en  nuestra    Señora    desperanza,    á  seis  días   del  mes    de  Enero,  año    del 
Nascimiento  de  nuestro  Señor  JesuCristo,  de   mil  y  quinientos  y  sesenta  y  cinco 
años.=YO  EL  REY. 

Dominus  Rex  mandavit  mihi  Joanni  de  Losilla  visa  per  don  Beraardum  Vi- 
cecancellarium  Coraitem  generalera  thesaurarium,  Sentís,  et  Sora  Regentes  can- 
ceilariam  et  me  pro  Cooservatore  gcnerali. 

Vidit  Seniis.  R.  Vidit  Losilla  pro  conservatore  generali.  Vidit  don  Ber- 
nardas Vicecancellarius.  Vidit  comes  generahs  thesaurarius.  Vidit  Sora.  R. 


A   LA  MUY  MAGNÍFICA   SEÑORA 

LA  SEÑORA  DOÑA  ELVIRA  DE  MENDOZA 

EN  MONTE  MAYOR  EL  NUEVO 

CARTA  DEL  AUTOR 


1^ 

r^OR    muchas  razones  me  moví  á  enviar  á  v.  m.   este 

. .     ^     i^   libro,  y  particularmente  por  tener   entendido  con 
^  \M(^^    cuan  alegre  rostro  suele  v.  m.  recebir  semejantes 
presentes:  como  quien  la  mayor  parte  del  tiempo  y  de  la  vida 
gasta  en  ellos.  Porque  aunque  el    estado    de  casada,  y  el  cargo 
de  la  casa  y  familia  sean  cosas  que   muchas  veces  distrayan  el 
ánimo  destos  sanctos  ejercicios:  pero  á  v.  m.    (por  singular  gracia 
y  privilegio  de  Dios)  cupo  en  suerte  la  compañía  de  tal  marido, 
que  no  solamente  no  desfavoresce  los  piadosos  ejercicios  de  virtud 
y  cristiandad,  sino  antes  tiene  ésta  por  suma  y  verdadera  gloria 
de  la  nobleza  cristiana:  como  en  hecho    de  verdad  lo  es.  Y  lo 
mismo  ha  querido  nuestro  Señor  que  tengan  otros  muchos  se- 
ñores  desta   noble    casa  y  familia,  con  lo  cual  hacen    más  ilus- 
tre su  sangre,    que    con  todos  los   otros  títulos    y  blasones  del 
mundo:  los  cuales  como  son   de  mundo,  así  mueren  y  acaban 
con  él.  Por  tanto  reciba  v.  m.  este  pequeño  presente  para  sí,  y 
para  todos  esos  señores  sus  sobrinos  y  deudos:  en  quien  (confío 
en  nuestro  Señor)  será  muy  bien    empleado.  Y    si  algo  hay  en 
esto  de  servicio,    no    quiero  por  él  otro    galardón,   sino  alguna 
pequeña  parte  de  las  continuas  oraciones  de  v.  m.  Cuya  vida  y 
estado  nuestro  Señor  prospere  por  largo  tiempo  en  su  servicio. 


PROLOGO 


ICITE  justo  qnoniam  bene  (i).  Quiere  decir:  Decid 
al  justo  que  bien.  Ésta  es  una  embajada  que  envió 
Dios  con  el  profeta  Isaías  á  todos  los  justos,  la  más 
breve  en  palabras,  y  la  más  larga  en  mercedes,  que  se  pudiera 
enviar.  Los  hombres  suelen  ser  muy  largos  en  prometer,  y  muy 
cortos  en  cumplir;  mas  Dios,  por  el  contrario,  es  tan  largo  y  tan 
magnífico  en  el  cumplir,  que  todo  lo  que  suenan  las  palabras  de 
sus  promesas,  queda  muy  bajo  en  comparación  de  sus  obras. 
Porque  ,j'qué  cosa  se  pudiera  decir  más  breve  que  la  sentencia 
susodicha:  Decid  al  justo  que  bien?  Mas  ¡cuánto  es  lo  que  está 
encerrado  debajo  desta  palabra  Bien!  La  cual  pienso  que  por 
eso  se  dejó  así  sin  ninguna  extensión,  ni  distinción,  para  que 
entendiesen  los  hombres  que  ni  esto  se  podía  extender  como 
ello  era,  ni  era  necesario  hacer  distinción  destos,  ni  de  aquellos 
bienes;  sino  que  todas  las  suertes  y  maneras  de  bienes  que  se 
comprehenden  debajo  desta  palabra  Bien,  se  encerraban  aquí 
sin  alguna  limitación.  Por  donde  así  como  preguntando  Moisén 
á  Dios  por  el  nombre  que  tenía,  respondió  que  se  llamaba  (2): 
El  que  es,  sin  añadir  más  palabra,  para  dar  á  entender  que  su 
ser  no  era  limitado  y  finito,  sino  universal  (el  cual  comprehendía 
en  sí  todo  género  de  ser  y  toda  perfección  que  sin  imperfección 
pertenesce  al  mismo  ser)  así  también  aquí  puso  esta  tan  breve 
palabra  Bien,  sin  añadirle  otra  alguna  especificación,  para  dar 
á  entender  que  toda  la  universidad  de  bienes  que  el  corazón 
humano  puede  bien  desear,  se  hallaban  juntos  eii  este  bien:  el 
cual  promete  Dios  al  justo  en  premio  de  su  virtud. 

Pues  éste  es  el  principal  argumento  que  con  el  favor  de 
nuestro  Señor  pretendo  tratar  en  este  libro,  ayuntando  á  esto 
los  avisos  y  reglas  que  debe  el  hombre  seguir  para  ser  virtuoso. 
Y  según  esto  se  repartirá  este  Hbro  en  dos   partes  principales. 


(i)  Isai.m.     {2}  Exod.  III. 


Í-RÓLOGÓ 


En  la  primera  se  declararán  las  obligaciones  grandes  que  tenemos 
á  la  virtud,  y  los  fructos  y  bienes  inestimables  que  se  siguen 
della;  y  en  la  segunda  trataremos  de  la  vida  virtuosa,  y  los 
avisos  y  documentos  que  para  ella  se  requieren.  Porque  dos 
cosas  son  necesarias  para  hacer  á  un  hombre  virtuoso:  la  una, 
que  quiera  de  verdad  serlo,  y  la  otra,  que  sepa  de  la  manera 
que  lo  ha  de  ser:  para  la  primera  de  las  cuales  servirá  el  primer 
libro,  y  para  la  otra  el  segundo.  Porque  (como  dice  muy  bien 
Plutarco)  los  que  convidan  á  la  virtud,  y  no  dan  avisos  para 
alcanzarla,  son  como  los  que  atizan  un  candil,  y  no  le  echan 
aceite  para  que  arda. 

Mas  con  ser  esta  segunda  parte  tan  necesaria,  todavía  lo  es 
mucho  más  la  primera;  porque  para  conocer  lo  bueno  y  lo  malo, 
la  misma  lumbre  y  ley  natural,  que  con  nosotros  nasce,  nos 
ayuda:  mas  para  amar  lo  uno,  y  aborrecer  lo  otro,  hay  grandes 
contradicciones  y  impedimientos  (que  nascieron  del  pecado 
así  dentro  como  fuera  del  hombre.  Porque  como  él  sea  compuesto 
de  espíritu  y  carne,  y  cada  cosa  destas  naturalmente  apetezca 
su  semejante,  la  carne  quiere  cosas  carnales  (donde  reinan  los 
vicios)  y  el  espíritu  cosas  espirituales  (donde  reinan  las  virtudes) 
y  desta  manera  padece  el  espíritu  grandes  contradicciones  de 
su  propria  carne,  la  cual  no  tiene  cuenta  sino  con  lo  que  deleita. 
Cuyos  deseos  y  apetitos,  después  del  pecado  original,  son 
vehementísimos,  pues  por  él  se  perdió  el  freno  de  la  justicia 
original  con  que  estaban  enfrenados.  Y  no  sólo  contradice  al 
espíritu  la  carne,  sino  también  el  mundo,  que  (como  dice  Sant 
Juan)  está  todo  armado  sobre  vicios:  y  contradice  también  el 
demonio,  enemigo  capital  de  la  virtud,  y  contradice  otrosí  el 
mal  hábito,  y  la  mala  costumbre  (que  es  otra  segunda  naturaleza) 
á  lo  menos  en  aquellos  que  están  de  mucho  tiempo  mal  habitua- 
dos. Por  lo  cual  romper  por  todas  estas  contradicciones  y  dificul- 
tades, y  á  pesar  de  la  carne  y  de  todos  sus  aliados  desear  de 
veras  y  de  todo  corazón  la  virtud,  no  se  puede  negar  sino  que 
es  cosa  de  grande  dificultad,  y  que  ha  menester  socorro. 

Pues  por  acudir  en  alguna  manera  á  esta  parte,  se  ordenó  el 
primero  destos  dos  tratados,  en  el  cual  trabajé  con  todas  mis 
fuerzas  por  juntar  todas  las  razones  que  la  cualidad  desta  escrip- 
tura  sufría  en  favor  de  la  virtud,  poniendo  ante  los  ojos  los 
grandes  provechos  que  andan  en  su  compañía,  así  en  esta  vida 


guía  de  pecadores 


como  en  la  otra,  y  asimismo  las  grandes  obligaciones  que  á  ella 
tenemos,  por  mandarla  Dios,  á  quien  estamos  tan  obligados,  así 
por  lo  que  Él  es  en  sí  como  por  lo  que  es  para  nosotros. 

Movíme  á  tratar  este  argumento  por  ver  que  la  mayor  parte 
de  los  hombres,  aunque  alaban  la  virtud,  siguen  el  vicio;  y  pa- 
recióme que  entre  otras  muchas  causas  deste  mal,  una  dellas 
era  no  entender  los  tales  la  condición  y  naturaleza  de  la  virtud, 
teniéndola  por  áspera,  estéril  y  triste:  por  lo  cual  amancebados 
con  los  vicios  (por  parescerles  más  sabrosos)  andaban  descasados 
de  la  virtud,  teniéndola  por  desabrida.  Por  tanto,  condoliéndome 
deste  engaño,  quise  tomar  este  trabajo  en  declarar  aquí  cuan 
grandes  sean  las  riquezas,  los  deleites,  los  tesoros,  la  dignidad  y 
la  hermosura  desta  esposa  celestial,  y  cuan  mal  conoscida  sea 
de  los  hombres;  porque  esto  los  ayudase  á  desengañarse,  y  ena- 
morarse de  una  cosa  tan  preciosa.  Porque  si  es  verdad  que  una 
de  las  cosas  más  excelentes  que  hay  en  el  cielo  y  en  la  tierra, 
y  más  digna  de  ser  amada  y  estimada,  es  ella,  gran  lástima  es 
ver  á  los  hombres  tan  ajenos  deste  conoscimiento,  y  tan  alejados 
deste  bien.  Por  lo  cual  gran  servicio  hace  á  la  vida  común  quien- 
quiera que  trabaja  por  restituir  su  honra  á  esta  señora,  y  asen- 
tarla en  su  trono  real;  pues  ella  es  reina  y  señora  de  todas  las 
cosas. 

§.    I. 

Mas  primero  que  esto  comience,  declararé  por  un  ejemplo  el 
intento  con  que  esta  escriptura  se  ha  de  leer.  Escriben  los  gen- 
tiles de  aquel  su  famoso  Hércules,  que  como  llegase  á  los  pri- 
meros años  de  su  mocedad  (que  es  el  tiempo  en  que  los  hombres 
suelen  escoger  el  estado  y  manera  de  vida  que  han  de  seguir) 
se  fué  á  un  lugar  solitario  á  pensar  en  este  negocio  con  grande 
atención,  y  que  allí  se  le  representaron  dos  caminos  de  vida, 
el  uno  de  la  virtud,  y  el  otro  de  los  deleites;  y  que  después  de 
haber  pensado  muy  profundamente  lo  que  había  en  la  una  parte 
y  en  la  otra,  finalmente  se  determinó  seguir  el  de  la  virtud,  y 
dejar  el  de  los  deleites.  Por  cierto,  si  cosa  hay  en  el  mundo 
merecedora  de  consejo  y  determinación,  ésta  es.  Porque  si  tantas 
veces  tratamos  de  las  cosas  que  pertenecen  al  uso  de  nuestra 
vida,  ¿cuánto  más  será  razón  tratar  de  la  misma  vida,  especial- 


PRÓLOGO  § 

mente  habiendo  en  el  mundo  tantos  nortes  y  maneras  de  vivir? 

Pues  esto  es,  hermano  mío,  lo  que  al  presente  querría  yo 
que  hicieses,  y  á  lo  que  aquí  te  convido;  conviene  saber,  que 
dejados  por  este  breve  espacio  todos  los  cuidados  y  negocios 
del  mundo,  entrases  agora  en  esta  soledad  espiritual,  y  te  pusieses 
á  considerar  atentamente  el  camino  y  manera  de  vida  que  te 
conviene  seguir. 

Acuérdate  que  entre  todas  las  cosas  humanas,  ninguna  hay 
que  con  mayor  acuerdo  se  deba  tratar,  ninguna  sobre  que  más 
tiempo  convenga  velar,  que  es  sobre  la  elección  de  vida  que 
debemos  seguir.  Porque  si  en  este  punto  se  acierta,  todo  lo  demás 
es  acertado;  y  por  el  contrario,  si  se  yerra,  cuasi  todo  lo  demás 
irá  errado.  De  manera  que  todos  los  otros  acertamientos  y  yerros 
son  particulares;  mas  éste  solo  es  general,  que  los  comprehende 
todos.  Si  no,  dime:  ¿qué  se  puede  bien  edificar  sobre  mal  ci- 
miento? ¿  Qué  aprovechan  todos  los  otros  buenos  sucesos  y  acer- 
tamientos, si  la  vida  va  desconcertada?  Y  ¿qué  pueden  dañar 
todas  las  adversidades  y  yerros,  si  la  vida  es  bien  regida?  ¿Qué 
aprovecha  al  hombre  (dice  el  Salvador)  que  sea  señor  del 
mundo,  si  después  V'iene  á  perderse,  ó  á  padescer  detrimento 
en  sí  mismo?  De  manera  que  debajo  del  cielo  no  se  puede  tra- 
tar negocio  mayor  que  éste,  ni  más  proprio  del  hombre,  ni  en 
que  más  le  vaya;  pues  aquí  no  va  hacienda,  ni  honra,  sino  la 
vida  del  alma,  y  la  gloria  perdurable.  No  leas,  pues,  esto  de  co- 
rrida (como  sueles  otras  cosas)  pasando  muchas  fojas  y  deseando 
ver  el  fin  de  la  escriptura,  sino  asiéntate  como  juez  en  el  tri- 
bunal de  tu  corazón,  y  oye  callando  y  con  sosiego  estas  pala- 
bras. No  es  éste  negocio  de  priesa,  sino  de  espacio,  pues  en  él  se 
trata  del  gobierno  de  toda  la  vida,  y  de  lo  que  después  della  de- 
pende. Mira  cuan  cernidos  quieres  que  vayan  los  negocios  del 
mundo,  pues  no  te  contentas  en  ellos  con  una  sola  sentencia, 
sino  quieres  que  haya  vista  y  revista  de  muchas  salas  y  jueces, 
porque  por  ventura  no  se  yerren.  Y  pues  en  este  negocio  no  se 
trata  de  tierra,  sino  de  cielo,  ni  de  tus  cosas,  sino  de  ti  mismo, 
mira  que  no  se  debe  considerar  esto  durmiendo,  ni  bostezando, 
sino  con  mucha  atención.  Si  hasta  aquí  has  errado,  haz  cuenta 
que  nasces  agora  de  nuevo,  y  entremos  aquí  en  juicio,  y  corte- 
mos el  hilo  de  nuestros  yerros,  y  comencemos  á  devanar  esta 
madeja  por  otro  camino.  Quién  me  diese  agora  que  me  creyeses 


fb  GUÍA  DE   PECADORES 


y  que  con  oídos  atentos  me  escuchases,  y  que  como  buen  juez 
según  lo  alegado  y  probado  sentenciases.  ¡Oh  qué  dichoso  acer- 
tamiento! ¡oh  qué  bien  empleado  trabajo!  Bien  sé  que  deseo 
mucho,  y  que  no  es  bastante  ninguna  escriptura  para  esto;  mas 
por  eso  suplico  yo  agora  en  el  principio  dcsta  á  Aquél  que  es 
virtud  y  sabiduría  del  Padre  (el  cual  tiene  las  llaves  de  David, 
para  abrir  y  cerrar  á  quien  él  quisiere)  que  se  halle  aquí  pre- 
sente, y  se  envuelva  en  estas  palabras,  y  les  dé  espíritu  y  vida 
para  mover  á  quien  las  leyere.  Mas  con  todo  esto,  si  otro  fructo 
no  sacare  deste  trabajo  más  que  haber  dado  á  mi  deseo  este 
contentamiento,  que  es  hartarme  una  vez  de  alabar  una  cosa 
tan  digna  de  ser  alabada  como  es  la  virtud  (que  es  cosa  que 
muchos  tiempos  he  deseado)  sólo  esto  tendré  por  suficiente 
premio  de  mi  trabajo.  Procuré  en  esta  escriptura  (como  en  todas 
las  otras)  de  acomodarme  á  toda  suerte  de  personas  espirituales 
y  no  espirituales,  para  que  pues  la  causa  y  la  necesidad  era  co- 
mún, también  lo  fuese  la  escriptura.  Porque  los  buenos  leyendo 
esto  se  confirmarán  más  en  el  amor  de  la  virtud,  y  echarán  más 
hondas  raíces  en  ella,  y  los  que  no  lo  fueren,  por  ventura  por 
aquí  podrán  entender  lo  que  pierden  por  no  serlo.  En  esta 
escriptura  podrán  criar  los  buenos  padres  á  sus  hijos  cuando 
chiquitos;  porque  dende  estos  primeros  años  se  habitúen  á  tener 
grande  veneración  y  respecto  á  la  virtud,  3'  á  ser  muy  devotos 
della:  pues  uno  de  los  grandes  contentamientos  que  un  buen 
padre  puede  tener,  es  ver  virtud  en  el  hijo  que  ama. 

Y  señaladamente  aprovechará  esta  doctrina  á  los  que  tienen 
por  oficio  en  la  Iglesia  enseñar  al  pueblo,  y  persuadir  la  virtud; 
porque  aquí  se  ponen  por  su  orden  los  principales  títulos  y 
razones  que  á  ella  nos  obligan,  á  las  cuales  se  puede  reducir 
(como  á  lugares  comunes)  cuasi  todo  cuando  desta  materia  está 
escripto.  Y  porque  aquí  se  trata  de  los  bienes  de  gracia  que 
de  presente  se  prometen  á  la  virtud  (donde  se  ponen  doce  sin- 
gulares privilegios  que  ella  tiene)  y  sea  verdad  que  todas  estas 
riquezas  y  bienes  nos  vinieron  por  Cristo,  de  aquí  es  que  apro- 
vecha también  mucho  esta  doctrina  para  entender  mejor  aquellos 
libros  de  la  Escriptura  divina  que  señaladamente  tratan  del  mis- 
terio de  Cristo,  y  del  beneficio  inestimable  de  nuestra  redemp- 
ción:  de  que  muy  en  particular  tratan  el  profeta  Isaías,  y  Salo- 
món en  el  libro  de  los  Cantares,  y  otros  semejantes. 


ARGUMENTO 

DESTE   PRIMER  LIBRO 


S  TE  primer  libro,  cristiano  lector,  contiene  una  larga 
exhortación  á  la  virtud,  que  es  á  la  guarda  y  obe- 
diencia de  los  mandamientos  de  Dios,  en  la  cual 
consiste  la  verdadera  virtud.  Va  repartido  en  tres  partes  princi- 
pales. La  primera  persuade  la  virtud,  alegando  para  esto  todas 
las  razones  más  comunes  que  en  esta  materia  suelen  traer  los 
sanctos,  que  son  las  obligaciones  grandes  que  tenemos  á  Dios 
nuestro  Señor,  así  por  lo  que  Él  es  en  sí,  como  por  lo  que  es 
para  nosotros  por  razón  de  sus  inestimables  beneficios;  y  junta- 
mente con  esto,  por  lo  que  nos  importa  la  misma  virtud,  lo  cual 
bastantemente  se  prueba  por  las  cuatro  postrimerías  del  hom- 
bre, que  son  muerte,  juicio,  paraíso  y  infierno,  de  que  en  esta 
primera  parte  se  trata. 

En  la  segunda  se  persuade  esto  mismo,  alegando  otras  nue- 
vas razones,  que  son  los  bienes  de  gracia  que  de  presente  en 
esta  vida  se  prometen  á  la  virtud.  Donde  se  ponen  doce  singu- 
lares privilegios  que  ella  tiene,  y  se  trata  de  cada  uno  en  par- 
ticular. Los  cuales  privilegios,  aunque  algunas  veces  tocan  bre- 
vemente los  sanctos,  declarando  la  paz,  y  la  luz,  y  la  verdadera 
libertad  y  alegría  de  la  buena  consciencia,  y  las  consolaciones  del 
Espíritu  Sancto  (de  que  gozan  los  justos)  que  consigo  trae  co- 
múnmente la  virtud;  pero  hasta  agora  no  he  \  isto  yo  quien  de 
propósito  tratase  esta  materia  extendidamente  y  por  su  orden. 
Y  por  esto  fué  necesario  un  poco  de  más  trabajo,  para  entresa- 
car y  recoger  todas  estas  cosas  de  diversos  lugares  de  las  sanctas 
Escripturas,  y  llamarlas  por  sus  nombres,  y  ponerlas  en  orden, 
y  explicar    y  acompañar  cada  una   dellas   con    diversos    testi- 
monios de  las  mismas  Escripturas  y  dichos  de  sanctos.  La  cual 
diligencia  fué  muy  necesaria  para  que  los  que  no  se  mueven  al 
amor  de  la  virtud  con  la  esperanza  de  los  bienes  advenideros, 
por  parescerles  que  están  muy  lejos,  se  moviesen  siquiera  con 


12  GUÍA  DE  PECADORES 


la  utilidad  inestimable  de  los  que  de  presente  andan  en  su  com- 
pañía. 

Mas  porque  no  basta  alegar  todas  las  razones  que  hay  para 
justificar  una  causa,  si  no  se  deshacen  las  de  la  parte  contraria, 
para  esto  sirve  la  tercera  parte  deste  libro,  en  la  cual  se  res. 
ponde  á  todas  las  excusas  que  los  hombres  viciosos  suelen  alegar 
para  dar  de  mano  á  la  virtud. 

Y  porque  no  se  confunda  el  cristiano  lector,  sepa  que  este 
primer  libro  responde  al  primero  de  nuestro  Memorial  de  la  vida 
cristiana,  el  cual  también  contiene  una  exhortación  á  la  virtud, 
pero  allí  muy  breve,  como  convenía  á  Memorial;  mas  aquí  muy 
copiosa,  donde  se  trata  muy  de  propósito  este  tan  necesario  y 
noble  argumento,  al  cual  sirve  todo  lo  bueno  que  en  el  mundo 
está  escrito.  Mas  el  segundo  libro  responde  á  la  regla  que  allí 
escribimos  brevemente  de  vida  cristiana,  la  cual  aquí  va  mucho 
más  extendida  y  acrecentada.  Y  porque  la  materia  destos  dos 
hbros  es  la  virtud,  advierta  el  lector  que  por  este  vocablo  no 
sólo  entendemos  el  hábito  de  la  virtud,  sino  también  los  actos 
y  oficios  dalla,  á  los  cuales  este  noble  hábito  se  ordena;  porque 
muy  conocida  figura  es  significar  el  efecto  por  el  nombre  de  la 
causa,  y  el  de  la  causa  por  su  efecto. 


COMIENZA  EL  PRIMER  LIBRO 

DE  LA 

GUIA  DE  PECADORES 

EL  CUAL  CONTIENE 

UNA  LARGA  Y   COPIOSA  EXHORTACIÓN  Á  LA   VIRTUD 

Y  GUARDA  DE  LOS  MANDAMIENTOS  DIVINOS 


DEL  PRIMER   TÍTULO  QUE    NOS  OBLIGA  Á  LA  VIRTUD   Y  SERVICIO  DE  DIOS,   QUE  ES 
SER  ÉL  QUIEN  ES,  DONDE  SE    TRATA   DE  LA  EXCELENCIA   DK  LAS  PERFECCIONES 

DIVINAS. 

CAPÍTULO  I. 


[os  cosas  señaladamente  suelen  mover  las  voluntades 
de  los  hombres,  cristiano  lector,  á  cualquier  honesto 
trabajo.  Una  es  la  obligación  que  por  título  de  jus- 
ticia tienen  á  él,  y  otra  el  fructo  y  provecho  que  se  sigue  del.  Y 
así  es  común  sentencia  de  todos  los  sabios,  que  estas  dos  cosas, 
conviene  saber,  honestidad  y  utilidad,  son  las  dos  principales 
espuelas  de  nuestra  voluntad,  las  cuales  la  mueven  á  todo  lo  que 
ha  de  hacer.  Entre  las  cuales  aunque  la  utilidad  es  comúnmente 
más  deseada,  pero  la  honestidad  y  justicia  de  suyo  es  más  po- 
derosa. Porque  ningún  provecho  hay  en  este  mundo  tan  grande^ 
que  se  iguale  con  la  excelencia  de  la  virtud;  así  como  ninguna 
pérdida  hay  tan  grande,  que  el  varón  sabio  no  deba  antes  esco- 
ger, que  caer  en  un  vicio,  como  i\ristóteles  enseña.  Por  lo  cual, 
siendo  nuestro  propósito  en  este  libro  convidar  y  aficionar  los 
hombres  á  la  hermosura  de  la  virtud,  será  bien  comenzar  por 
esta  parte  más  principal,  declarándoles  la  obligación  que  tenemos 
á  ella  por  la  que  tenemos  á  Dios;  el  cual,  como  sea  la  misma  bon- 
dad, ninguna  otra  cosa  quiere,  ni  manda,  ni  estima,  ni  pide  más 
^  este  mundo  c^ue  la  virtud.  Veamos,  pues,  agora  con  todg  es- 


M 


GUÍA  DE  PECADORES 


tudio  y  diligencia  los  títulos  que  este  Señor  tiene  para  pedirnos 
este  tan  debido  tributo. 

Mas  como  éstos  sean  innumerables,  solamente  tocaremos  aquí 
seis  de  los  más  principales,  por  cada  uno  de  los  cuales  le  debe 
de  derecho  el  hombre  todo  lo  que  puede  y  es,  sin  ninguna  ex- 
cepción. Entre  los  cuales  el  primero  y  el  mayor,  y  el  que  menos 
se  puede  declarar,  es  ser  Él  quien  es;  donde  entra  la  grandeza 
de  su  majestad  y  de  todas  sus  perfecciones:  esto  es,  la  inmen- 
sidad incomprehensible  de  su  bondad,  de  su  misericordia,  de  su 
justicia,  de  su  sabiduría,  de  su  omnipotencia,  de  su  nobleza,  de 
su  hermosura,  de  su  fideHdad,  de  su  verdad,  de  su  benignidad, 
de  su  felicidad,  de  su  majestad  y  de  otras  infinitas  riquezas  y 
perfecciones  que  hay  en  Él.  Las  cuales  son  tantas  y  tan  grandes, 
que  (como  dice  un  doctor)  si  todo  el  mundo  se  hinchiese  de 
hbros,  y  todas  las  criaturas  del  fuesen  escriptores,  y  toda  el  agua 
de  la  mar  tinta,  antes  se  hinchiría  el  mundo  de  libros,  y  se  can- 
sarían los  escriptores,  y  se  agotaría  la  mar,  que  se  acabase  de 
explicar  una  sola  destas  perfecciones  como  ella  es.  Y  añade  más 
este  doctor,  diciendo  que  si  triase  Dios  un  nuevo  hombre  con 
un  corazón  que  tuviese  la  grandeza  y  capacidad  de  todos  los 
corazones  del  mundo,  y  éste  llegase  á  entender  una  destas  per- 
fecciones con  alguna  grande  y  desacostumbrada  luz,  corría  gran 
peligro  no  desfalleciese  del  todo  ó  reventase  con  la  grandeza  de 
la  suavidad  y  alegría  que  en  él  redundaría,  si  no  fuese  para  esto 
especialmente  confortado  de  Dios. 

Ésta  es,  pues,  la  primera  y  la  más  principal  razón  por  la  cual 
estamos  obligados  á  amar,  servir  y  obedescer  á  este  Señor.  Lo 
cual  es  en  tanto  grado  verdad,  que  hasta  los  mismos  filósofos 
epicúreos,  destruidores  de  toda  la  filosofia  (pues  niegan  la  divi- 
na Providencia  y  la  inmortalidad  del  ánima)  no  por  eso  niegan 
la  religión,  que  es  el  culto  y  veneración  de  Dios.  Porque  á  lo 
menos,  disputando  uno  dellos  en  los  libros  que  Tulio  escribió  de 
la  naturaleza  de  los  dioses,  confiesa  y  prueba  eficacísimamente 
que  hay  Dios,  y  confiesa  también  la  alteza  y  soberanía  de  sus 
perfecciones  admirables,  por  las  cuales  dice  que  meresce  ser  ado- 
rado y  venerado;  porque  esto  se  debe  á  la  alteza  y  excelencia 
de  aquella  nobilísima  substancia  por  solo  este  título,  aunque  más 
no  haya.  Porque  si  acatamos  y  reverenciamos  un  rey,  aunque 
■^sté  fuera  de  su  reino,  donde  ningún  beneficio  recibimos  del,  por 


LIBRO  I.   C.\PÍTULO  í.  I  5 


sola  la  dignidad  real  de  su  persona,  ¿  cuánto  más  se  deberá  esto  á 
aquel  Señor,  que  como  dice  S.  Juan  (i),  trae  broslado  en  su  ves- 
tidura y  en  su  muslo,  Rey  de  los  reyes,  y  Señor  de  los  señores? 
Él  es  el  que  tiene  colgada  de  tres  dedos  la  redondez  de  la  tie- 
rra; el  que  dispone  las  causas,  mueve  los  cielos,  muda  los  tiem- 
pos, altera  los  elementos,  reparte  las  aguas,  produce  los  vientos, 
engendra  las  cosas,  influ}'e  en  los  planetas,  y  como  Rey  y  Señor 
universal  da  de  comer  á  todas  las  criaturas.  Y  lo  que  más  es, 
que  este  reino  y  señorío  no  es  por  sucesión,  ni  por  elección,  ni 
por  herencia,  sino  por  naturaleza.  Porque  así  como  el  hombre 
naturalmente  es  mayor  que  una  hormiga,  así  aquella  nobilísima 
substancia  sobrepuja  tanto  todas  las  otras  substancias  criadas, 
de  tal  manera,  que  todas  ellas  y  todo  este  mundo  tan  grande, 
apenas  es  una  hormiga  delante  del.  Pues  si  esta  verdad  reco- 
nosció  y  confesó  un  tan  bárbaro  y  tan  mal  filósofo,  ¿qué  será 
razón  que  confiese  la  filosofía  cristiana?  Ésta,  pues,  nos  en- 
seña que,  aunque  haya  innumerables  títulos  por  donde  estamos 
obligados  á  Dios,  éste  es  el  mayor  de  todos,  y  el  que  solo,  aun- 
que más  no  hobiera,  merecía  todo  el  amor  y  servicio  del  hom- 
bre, aunque  él  tuviera  infinitos  corazones  y  cuerpos  que  emplear 
en  él.  Lo  cual  procuraron  siempre  cumplir  todos  los  sanctos,  cuyo 
amor  era  tan  puro  y  tan  desinteresado,  que  dice  del  S.  Ber- 
nardo: El  verdadero  y  perfecto  amor,  ni  toma  fuerzas  con  la 
confianza,  ni  siente  los  daños  de  la  desconfianza.  Queriendo  decir 
que  ni  se  esfuerza  á  servir  á  Dios  por  lo  que  espera  que  le  han 
de  dar,  ni  desmayaría  aunque  supiese  que  nada  le  habían  de 
dar;  porque  no  se  mueve  á  esto  por  interese,  sino  por  puro  amor 
debido  á  aquella  infinita  bondad. 

Mas  con  ser  este  título  el  más  obligatorio,  es  el  que  menos 
mueve  á  los  menos  perfectos.  Lo  uno,  porque  tanto  más  los  mue- 
ve su  interese,  cuanto  más  parte  en  ellos  tiene  el  amor  proprio;  y 
lo  otro,  porque  como  aun  rudos  y  ignorantes,  no  alcanzan  á  en- 
tender la  dignidad  y  hermosura  de  aquella  soberana  bondad. 
Porque  si  desto  tuviesen  más  entera  noticia,  sólo  este  resplandor 
de  tal  manera  robaría  sus  corazones,  que  contentos  con  solo  él, 
no  buscarían  más  que  á  él.  Por  lo  cual  no  será  fuera  de  propósito 
darles  aquí  un  poco  de  luz  para  que  puedan  conoscer  algo  más 


^l)     Apoc.  XIX, 


l6  GUÍA  DÉ  PECADORES 


de  la  grandeza  y  dignidad  deste  Señor.  Esta  es  tomada  de  aquel 
sumo  teólogo  S.  Dionisio,  el  cual  en  su  mística  Teología  nin- 
guna otra  cosa  más  pretende,  que  darnos  á  entender  la  diferen- 
cia del  Ser  divino  á  todo  otro  ser  criado;  enseñándonos  (si  que- 
remos conoscer  á  Dios)  á  desviar  los  ojos  de  las  perfecciones  de 
todas  las  criaturas,  para  que  no  nos  engañemos  queriendo  medir 
y  sacar  á  Dios  por  ellas;  sino  que,  dejándolas  todas  acá  bajo,  nos 
levantemos  á  contemplar  un  ser  sobre  todo  ser,  una  substancia 
sobre  toda  substancia,  una  luz  sobre  toda  luz,  ante  la  cual  toda 
luz  es  tinieblas:  y  una  hermosura  sobre  toda  hermosura,  en  cuya 
comparación  es  fealdad  toda  hermosura.  Esto  nos  significa  aquella 
escuridad  en  que  entró  Moisén  á  hablar  con  Dios,  la  cual  le  cu- 
bría la  vista  de  todo  lo  que  no  era  Dios  (i),  para  que  así  pudiese 
mejor  conoscer  á  Dios.  Y  esto  mismo  nos  declara  aquel  cubrirse 
Elias  (2)  los  ojos  con  su  palio  cuando  vio  pasar  delante  de  sí  la 
gloria  de  Dios;  porque  á  todo  lo  de  acá  ha  de  cerrar  el  hombre  los 
ojos  (como  á  cosa  tan  baja  y  desproporcionada)  cuando  quisiere 
contemplar  la  gloria  de  Dios. 

Esto  se  verá  más  claro,  si  consideramos  la  diferencia  gran- 
dísima que  hay  de  aquel  ser  no  criado  á  todo  otro  ser  criado, 
que  es  del  Criador  á  sus  criaturas;  porque  todas  ellas  vemos  que 
tuvieron  principio,  y  pueden  tener  fin:  mas  El  ni  tiene  principio 
ni  pueden  tener  fin.  Todas  ellas  reconoscen  superior,  y  depen- 
den  de  otro:  El  ni  reconosce  superior,  ni  depende  de  nadie.  To- 
das ellas  son  variables  y  subjectas  á  mudanzas:  en  El  no  cabe 
mudanza  ni  variedad.  Todas  ellas  son  compuestas  cada  cual  de 
su  manera:  mas  en  El  no  hay  composición  por  su  suma  simpli- 
cidad; porque  si  fuera  compuesto  de  partes,  tuviera  componedor 
que  fuera  primero  que  Él,  lo  cual  es  imposible.  Todas  ellas  pue- 
den ser  más  de  lo  que  son,  y  tener  más  de  lo  que  tienen,  y  saber 
más  de  lo  que  saben:  mas  El  ni  puede  ser  más  de  lo  que  es, 
porque  en  El  está  todo  el  ser:  ni  tener  más  de  lo  que  tiene, 
porque  Él  es  el  abismo  de  todas  las  riquezas:  ni  saber  más  de 
lo  que  sabe,  por  la  infinidad  de  su  saber,  y  por  la  excelencia  de 
su  eternidad,  á  la  cual  todo  está  presente.  Por  la  cual  causa  lo 
llama  iVristóteles  acto  puro,  que  quiere  decir,  última  y  suma  per- 


(I)  Ejcod.  XXIV.     (3)  lU.  Reg.  XÍX. 


LffiRO  I.  C\PÍTULO  i.  17 


fección,  tal  que  no  sufre  añadidura:  porque  no  es  posible  ser  más 
de  lo  que  es,  ni  imaginarse  cosa  que  le  falte.  Todas  las  cria- 
turas militan  debajo  la  bandera  del  movimiento,  para  que 
como  pobres  y  necesitadas  se  puedan  mover  á  buscar  lo  que  les 
falta;  mas  Él  no  tiene  para  qué  moverse,  pues  ninguna  cosa  le 
falta,  y  porque  en  todo  lugar  está  presente.  En  todas  las  otras 
cosas,  así  como  hay  diversas  partes,  así  se  distinguen  las  unas  de 
las  otras;  mas  en  Él  no  puede  haber  distinción  de  partes  diver- 
sas por  su  suma  simplicidad.  De  manera  que  su  seres  su  esencia,y 
su  esencia  es  su  poder,  y  su  poder  es  su  querer,  y  su  querer  es 
su  voluntad,  y  su  voluntad  es  su  entendimiento,  y  su  entendi- 
miento es  su  entender,  y  su  entender  es  su  ser,  y  su  ser  es  su 
sabiduría,  y  su  sabiduría  es  su  bondad,  y  su  bondad  es  su  justi- 
cia, y  su  justicia  es  su  misericordia,  la  cual  aunque  tiene  contra- 
rios efectos  que  la  justicia  (cuales  son  perdonar  y  castigar)  mas 
realmente  en  Él  son  tan  una  cosa,  que  su  misma  justicia  es  su 
misericordia,  y  su  misericordia  es  su  justicia.  Y  así  en  El  caben 
obras  y  perfecciones  al  parescer  contrarias  y  admirables,  como 
dice  Sant  Augustín.  Porque  El  es  secretísimo  y  presentísimo,  her- 
mosísimo y  fortísimo,  estable  y  incomprehensible,  sin  lugar  y  en 
todo  lugar,  invisible  y  que  todo  lo  ve,  inmutable  y  que  todo  lo 
muda,  el  que  siempre  obra  y  siempre  está  quieto,  el  que  todo 
lo  hinche  sin  estar  encerrado,  y  todo  lo  provee  sin  quedar  dis- 
traído; el  que  es  grande  sin  cuantidad,  y  por  eso  inmenso,  y 
bueno  sin  cualidad,  y  por  eso  verdadera  y  sumamente  bueno; 
antes  ninguno  es  bueno,  sino  solo  Él.  Finalmente,  por  abreviar, 
todas  las  cosas  criadas,  así  como  tienen  limitada  esencia  que  las 
comprehende,  así  tienen  limitado  poder  á  que  se  extienden,  y 
Hmitadas  obras  en  que  se  ejercitan,  y  hmitados  lugares  adonde 
moran,  y  limitados  nombres  con  que  se  significan,  y  particulares 
difiniciones  con  que  se  declaran,  y  señalados  predicamentos,  ó 
géneros  donde  se  encierran.  Mas  aquella  soberana  substancia,  así 
como  es  infinita  en  el  ser,  así  también  lo  es  en  el  poder,  y  en 
todo  lo  demás;  y  así  ni  tiene  difinición  que  la  declare,  ni  género 
que  la  encierre,  ni  lugar  que  la  determine,  ni  nombre  que  la  sig- 
nifique por  su  proprio  concepto.  Antes,  como  dice  S.  Dionisio, 
con  no  tener  nombre,  tiene  todos  los  nombres,  porque  en  sí  con- 
tiene todas  las  perfecciones  significadas  por  esos  nombres.  Da 
donde  se  infiere  que  todas  las  criaturas,  como  son  limitadas,  así 

OBRAS  DE  GRANADA  I — % 


ig  GUÍA  DE  PECADORES 


son  comprehensibles;  mas  sólo  aquel  ser  divino,  así  como  es 
infinito,  así  es  incomprehensible  á  todo  entendimiento  criado. 
Porque,  como  dice  Aristóteles,  lo  que  es  infinito,  como  no  tiene 
cabo,  así  con  ningún  entendimiento  puede  ser  comprehendido 
ni  abarcado  sino  es  con  solo  aquel  que  todo  lo  comprehende. 
<]Qué  otra  cosa  nos  significan  aquellos  dos  serafines  que  vio 
Isaías  (i)  puestos  al  lado  de  la  majestad  de  Dios,  que  estaba  sen- 
tado en  un  trono  muy  alto,  cada  uno  con  seis  alas,  con  las  dos  de 
las  cuales  cubrían  el  rostro  de  Dios,  y  con  las  otras  dos  los  pies 
del  mismo  Dios  (según  declara  un  intérprete)  sino  dar  á  enten- 
der que  ni  aun  aquellos  espíritus  soberanos  que  tienen  el  más 
alto  lugar  en  el  cielo,  y  están  más  vecinos  á  Dios,  pueden  com- 
prehender  todo  cuanto  hay  en  Dios,  ni  llegar  de  cabo  á  cabo  á  co- 
noscerle,  puesto  caso  que  claramente  le  vean  en  su  misma  esencia 
y  hermosura?  Porque  como  el  que  está  á  la  orilla  de  la  mar,  real- 
mente ve  la  mar  en  sí  misma,  mas  no  llega  á  ver,  ni  la  profundi- 
dad, ni  la  largura  della,  así  aquellos  espíritus  soberanos,  con 
todos  los  otros  escogidos  que  moran  en  el  cielo,  realmente  ven 
á  Dios,  mas  no  pueden  comprehender  ni  el  abismo  de  su  gran- 
deza, ni  la  longura  de  su  eternidad.  Y  por  esto  mismo  se  dice 
que  está  Dios  sentado  sobre  los  querubines  (en  quien  están  en- 
cerrados los  tesoros  de  la  sabiduría  divina)  mas  con  todo  eso 
está  sobre  ellos,  porque  no  le  pueden  ellos  alcanzar  ni  com- 
prehender. 

Éstas  son  aquellas  tinieblas  que  el  profeta  David  dice  que 
puso  Dios  alderredor  de  su  tabernáculo  (2),  para  dar  á  entender  lo 
que  el  Apóstol  significó  más  claramente  cuando  dijo  (3)  que  Dios 
moraba  en  una  luz  inaccesible,  adonde  nadie  podía  llegar;  lo  cual 
el  profeta  llama  tinieblas,  que  impiden  la  vista  y  comprehensión 
de  Dios.  Porque,  según  dijo  muy  bien  un  filósofo,  así  como  nin- 
guna cosa  hay  más  clara,  ni  más  visible  que  el  sol,  pero  con  todo 
esto  ninguna  hay  que  menos  se  vea  por  la  excelencia  de  su 
claridad  y  por  la  flaqueza  de  nuestra  vista,  así  ninguna  hay  que 
de  suyo  sea  más  inteligible  que  Dios,  y  ninguna  que  menos  en 
esta  vida  se  entienda,  por  esta  misma  razón. 

Por  donde  el  que  en  alguna  manera  le  quisiere  conoscer, 
después  que  haya  llegado  á  lo  último  de  las  perfecciones  que  él 

(i)     Isai.  VI.     (2)  Psalin.  XVII.     (3)  I  Tim.  VI. 


Libro  i.  capítulo  i.  19 


pudiere  entender,  conozca  que  aun  le  queda  infinito  camino  que 
andar,  porque  es  infinito  mayor  de  lo  que  él  ha  podido  com- 
prehender:  y  cuanto  más  entendiere  esta  incomprehensibilidad, 
tanto  más    habrá   entendido    dél.  Por  donde  sant  Gregorio,   so- 
bre aquellas  palabras  de  Job  (i):  El  que  hace  cosas  grandes  y  in- 
comprehensibles sin  número,  dice  así:  Entonces  hablamos  con 
mayor  elocuencia  las   obras  de  la  omnipotencia  divina,  cuando 
quedando  maravillados  y  atónitos,  las  callamos:  y  entonces  el 
hombre  alaba  convenientemente  callando,  lo  que  no  puede  con- 
venientemente significar  hablando.  Y  así  nos    aconseja  S.  Dio- 
nisio que  honremos  el  secreto  de  aquella  soberana  deidad,  que 
trasciende  todos  los  entendimientos,  con  sagrada  veneración  del 
ánima,  y  con  un  inefable  y  casto  silencio.  En  las  cuales  palabras 
parece  que  alude  á  aquellas  del  profeta  David  (2),  según  la  trans- 
lación de   S.  Hierónimo,  que  dicen:  A  ti  calla  el  alabanza.  Dios, 
en  Sión.  Dando  á  entender  que  la  más  perfecta  alabanza  de  Dios 
es  la  que  se  hace  callando,  que  es  con  este  casto  y  inefable  si- 
lencio, entendiendo  nuestro  no  entender,  y  confesando  la  incom- 
prehensibiUdad  y  soberanía  de  aquella  inefable  substancia,  cuyo 
ser  es  sobre  todo  ser,  cuyo  poder  es  sobre  todo  poder,  cuya 
grandeza  es  sobre  toda  grandeza,  y  cuA^a  substancia  sobrepuja 
infinitamente,  y  se  diferencia  de  toda  otra  substancia,  así  visible 
como  invisible.  Conforme  á  lo  cual  dice  S.  Augustín:  Cuando  yo 
busco  á  mi  Dios,  no  busco  forma  de  cuerpo,  ni  hermosura  de 
tiempo,  ni  blancura  de  luz,  ni  melodía  de  canto,  ni  olores  de  flo- 
res, ni  ungüentos  aromáticos,  ni  miel,  ni  maná  deleitable  al  gusto, 
ni  otra  cosa  que  pueda  ser  tocada  y  abrazada  con  las  manos:  nada 
desto  busco  cuando  busco  á  mi  Dios.  Mas  con  todo  esto  busco 
una  luz  sobre  toda  luz,  que  no  ven  los  ojos;  y  una  voz  sobre  toda 
voz,  que  no  perciben  los  oídos;  y  un  olor  sobre  todo  olor,  que  no 
sienten  las  narices;  y  una  dulzura  sobre  toda  dulzura,  que  no  co- 
nosce  el  gusto;  y  un  abrazo  sobre  todo  abrazo,  que  no  siente  el 
tacto;  porque  esta  luz  resplandesce  donde  no  hay  lugar,  y  esta 
voz  suena  donde  el  aire  no  la  lleva,  y  este  olor  se  siente  donde 
el  viento  no  le  derrama,  y  este  sabor  deleita  donde  no  hay  pala- 
dar que  guste,  y  este  abrazo  se  recibe  donde  nunca  jamás  se 
aparta. 


(i)    Job,  V.     (2)  Psalm.  LXIV. 


20  GUÍA  Í)É  PECADORES 


§.I. 

Y  si  quieres  por  un  pequeño  ejemplo  barruntar  algo  desta 
incomprehensible  grandeza,  pon  los  ojos  en  la  fábrica  deste 
mundo,  que  es  obra  de  las  manos  de  Dios,  para  que  por  la  con- 
dición del  efecto  entiendas  algo  de  la  nobleza  de  la  causa.  Pre- 
suponiendo primero  lo  que  dice  S.  Dionisio,  que  en  todas  las 
cosas  hay  ser,  poder  y  obrar,  las  cuales  están  de  tal  manera  pro- 
porcionadas entre  sí,  que  cual  es  el  ser  de  las  cosas,  tal  es  su 
poder,  y  cual  el  poder,  tal  el  obrar.  Presupuesto  este  principio, 
mira  luego  cuan  hermoso,  cuan  bien  ordenado  y  cuan  grande  es 
este  mundo,  pues  hay  algunas  estrellas  en  el  cielo,  que  según 
dicen  los  astrólogos,  son  ochenta  veces  mayores  que  toda  la  tie- 
rra y  agua  juntas.  Mira  otrosí  cuan  poblado  está  de  infinita  va- 
riedad de  cosas  que  moran  en  la  tierra,  y  en  el  agua,  y  en  el  aire, 
y  en  todo  lo  demás;  las  cuales  están  fabricadas  con  tan  grande 
perfección,  que  (sacados  los  monstruos  aparte)  en  ninguna  hasta 
hoy  se  halló,  ni  cosa  que  sobrase,  ni  que  le  faltase  para  el  cum- 
plimiento de  su  ser.  Pues  esta  tan  grande  y  tan  admirable  má- 
quina del  mundo  (según  el  parecer  de  Sant  Augustín)  crió  Dios 
en  un  momento,  y  sacó  de  no  ser  á  ser;  y  esto  sin  tener  mate- 
riales de  que  la  hiciese,  ni  oficiales  de  que  se  a3^udase,  ni  herra- 
mienta de  que  se  sirviese,  ni  modelos  ó  debujos  exteriores  en 
que  la  trazase,  ni  espacio  de  tiempo  en  que  prosiguiendo  la  aca- 
base, sino  con  sola  una  simple  muestra  de  su  voluntad,  salió  á 
luz  esta  grande  universidad  y  ejército  de  todas  las  cosas.  Y  mira 
más,  que  con  la  misma  facilidad  que  crió  este  mundo,  pudiera 
criar,  si  quisiera,  millares  de  cuentos  de  mundos,  muy  más  grandes 
y  más  hermosos  y  más  poblados  que  éste;  y  acabándolos  de  hacer, 
con  la  misma  facilidad  los  pudiera  anihilar  y  deshacer,  sin  nin- 
guna resistencia. 

Pues  dime  agora,  si  como  se  presupuso  de  la  doctrina  de  Sant 
Dionisio,  por  los  efectos  y  obras  de  las  cosas  conoscemos  el  po- 
der de  las  cosas,  y  por  el  poder  el  ser,  ¿cuál  será  el  poder  de  donde 
esta  obra  procedió?  Y  si  tal  y  tan  incomprehensible  es  este  po- 
der, ¿cuál  será  el  ser  que  se  conosce  por  tal  poder?  Esto  sin  dubda 
sobrepuja  todo  encarecimiento  y  entendimiento.  Donde  aun  hay, 
más  que  pensar,  que  estas  obras   tan  grandes,  así  las   que  son 


Libro  i.  capítulo  t.  i'í 


como  las  que  pueden  ser,  no  igualan  con  la  grandeza  deste  divi- 
no poder,  antes  quedan  infinitamente  más  bajas,  porque  infinita- 
mente más  es  á  lo  que  se  extiende  este  infinito  poder.  Pues 
I  quién  no  queda  atónico  y  pasmado,  considerando  la  grandeza 
de  tal  ser  y  tal  poder?  El  cual,  aunque  no  vea  con  los  ojos,  á  lo 
menos  no  puede  dejar  de  barruntar  por  esta  razón,  cuan  grande 
sea  y  cuan  incomprehensible. 

Esta  inmensidad  infinita  de  Dios  declara  Sancto  Tomás  en  el 
compendio   de  la  Teología,  por  este  ejemplo.  Vemos  (dice  él) 
que  entre  las  cosas  corporales,  cuanto  una  es  más  excelente,  tan- 
to es  mayor  en  cuantidad.  Y  así  vemos  ser  mayor  el  agua  que 
la  tierra,  y  mayor  el  aire  que  el  agua,  y  mayor  el  fuego  que  el 
aire,  y  mayor  el  primer  cielo  que  el  elemento  del  fuego,  y  mayor 
el  segundo  cielo  que  el  primero,  y  mayor  el  tercero  que  el  se- 
gundo; y  así   subiendo   hasta  la  décima  esfera  y  hasta  el  cielo 
Empíreo,   que  es   de  inestimable  y  incomparable  grandeza.  Lo 
cual  se  vé  claro  por  cuan  pequeña  es  la  redondez  de  la  tierra 
y  del  agua  en  comparación  de  los  cielos;  pues  los  astrólogos  di- 
cen que  es  un  punto  á  respecto  del  cielo.  Lo  cual  demuestran 
claramente,  porque  estando  el  cerco  del  cielo  repartido  en  doce 
signos  por  do  anda  el  sol,  de  cualquier  parte  de  la  tierra  se  ven 
los  seis  perfectamente;  porque  la  altura  y  eminencia  de  la  tierra 
no  ocupa  más  de  lo  que  ocuparía  una  hoja  de  papel,  ó  una  tabla 
que  estuviese  en  medio  del  mundo,  de  donde  sin  impedimento 
se  vería  la  mitad  del  cielo.  Pues  siendo  el  cielo  Empíreo,  que  es 
el  primero  y  el  más  noble  cuerpo  del  mundo,  de  tan  inestimable 
grandeza  sobre  todos  los  otros  cuerpos,  por  aquí  se  entiende 
(dice  Sancto  Tomás)  cómo  Dios,  que  sin  ninguna  Hmitación  es 
el  primero,  y  el  mayor,  y  el  mejor  de  todas  las  cosas,  así  espiri- 
tuales como  corporales,  y  el  hacedor  dellas,  ha  de  sobrepujar  á 
todas  ellas  con  infinita  grandeza,  no  en  cuantidad  (porque  no  es 
cuerpo)  sino  en  la  excelencia  y  nobleza  de  su  perfectísimo  ser. 
Pues  descendiendo  agora  á  nuestro  propósito,  por  aquí  po- 
drás en  alguna  manera  entender  cuales  sean  las  perfecciones  y 
grandezas  deste  Señor;  porque  tales  es  necesario  que  sean,  cual 
es  su  mismo  ser.  Asilo  confiesa  el  Eclesiástico  (i)  de   su  miseri- 
cordia, diciendo:  Cuan  grande  es  el  ser  de  Dios,  tan  grande  es  la 

i^i)     Eccli.   XI. 


52  GUÍA   DE  PECADORES 


misericordia  de  Dios,  y  no  menos  lo  son  todas  las  otras  perfec- 
ciones suyas;  de  manera  que  tal  es  su  bondad,  su  benignidad, 
su  majestad,  su  mansedumbre,  su  sabiduría,  su  dulzura,  su  noble- 
za, su  hermosura,  su  omnipotencia,  y  tal  también  su  justicia.  Y 
así  es  infinitamente  bueno,  infinitamente  suave,  infinitamente 
amoroso,  y  infinitamente  amable,  y  infinitamente  digno  de  ser 
obedescido,  temido,  acatado  y  reverenciado.  De  suerte  que  si  en 
el  corazón  humano  pudiese  caber  amor  y  temor  infinito  y  obe- 
diencia y  reverencia  infinita,  todo  esto  era  debido  en  ley  de 
justicia  á  la  dignidad  y  excelencia  deste  Señor.  Porque  si  cuanto 
una  persona  es  más  excelente  y  más  alta,  tanto  se  le  debe  mayor 
reverencia,  necesariamente  se  sigue  que  siendo  la  excelencia  de 
Dios  infinita,  se  le  debe  reverencia  infinita.  De  donde  se  infiere 
que  todo  lo  que  falta  á  nuestro  amor  y  reverencia  para  llegar  á  es* 
ta  medida,  falta  para  lo  que  se  debe  á  la  dignidad  desta  grandeza. 

Pues  siendo  esto  así,  ^qué  tan  grande  es  la  obligación  que 
nos  pide  sólo  este  título  (aunque  más  no  hobiera)  al  amor  y 
obediencia  deste  Señor?  ^Qué  ama  quien  á  esta  bondad  no  ama? 
¿Qué  teme  quien  á  esta  Majestad  no  teme?  ¿A  quién  sirve  quien 
á  este  Señor  no  sirve?  ^jParaqué  se  hizo  la  voluntad,  sino  para 
abrazar  y  amar  al  bien?  Pues  si  éste  es  el  sumo  bien,  ¿cómo  no 
lo  abraza  nuestra  voluntad  sobre  todos  los  bienes?  Y  si  tan 
grande  mal  es  no  amarlo  y  reverenciarlo  sobre  todas  las  cosas, 
¿qué  será  tenerlo  en  menos  que  todas  ellas?  ¿Quién  pudiera  creer 
que  hasta  aquí  pudiese  llegar  la  maldad  del  hombre?  Pues  real- 
mente hasta  aquí  llegan  los  que  por  un  deleite  bestial,  ó  por  un 
pundonor  de  honra,  ó  por  dos  maravedís  de  interese,  despre- 
cian y  ofenden  esta  bondad.  Y  aun  más  adelante  pasan  los  que 
pecan  de  balde,  que  es  por  sola  maldad  y  costumbre,  sin  haber 
por  eso  algún  interese:  á  tanto  ha  llegado  el  desalmamiento  del 
mundo.  ¡Oh  ceguedad  incomparable!  ¡Oh  insensibilidad  masque 
de  bestias!  ¡Oh  atrevimiento  digno  de  los  demonios!  ¿Qué  me- 
rece quien  esto  hace?  ¿Con  qué  se  castigará  dignamente  el  des- 
precio de  tan  grande  Majestad?  Claro  está  que  con  ninguna 
pena  menor  que  con  la  que  está  á  los  tales  aparejada,  que  es 
arder  para  siempre  en  los  fuegos  del  infierno,  y  con  todo  esto 
no  se  castiga  dignamente. 

Éste  es,  pues,  el  primer  título  por  donde  estamos  obligados 
al  amor  y  servicio  deste  Señor;  la  cual  obligación  es  tan  grande, 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  I.  2  5 


que  todas  cuantas  obligaciones  podemos  tener  en  el  mundo  á 
diversos  géneros  de  personas  por  razón  de'  sus  excelencias  y 
perfecciones,  no  se  pueden  llamar  obligaciones,  comparadas  con 
ésta.  Porque  así  como  todas  las  otras  perfecciones  criadas,  com- 
paradas con  las  divinas,  no  son  perfecciones,  así  todas  las  obli- 
gaciones que  nascen  destas  mismas  excelencias  y  perfecciones 
no  se  llaman  obligaciones  en  presencia  désta;  como  tampoco 
todas  las  ofensas  hechas  á  puras  criaturas  se  llaman  ofensas,  com- 
paradas con  la  que  se  hace  al  Criador.  Por  lo  cual  dijo  David 
en  el  psalmo  de  la  penitencia  (i)  que  contra  solo  Dios  había 
pecado;  como  quiera  que  también  había  pecado  contra  Urías,  á 
quien  mató,  y  contra  su  mujer,  á  quien  deshonró,  y  contra  todo 
su  reino,  á  quien  escandalizó.  Mas  con  todo  esto  dice  que  había 
pecado  contra  solo  Dios,  porque  sabía  él  muy  bien  que  todas 
estas  ofensas  y  deformidades  eran  nada  en  comparación  de  la 
fealdad  que  este  pecado  tenía,  por  ser  contra  lo  que  Dios  mandó. 
Y  así  la  consideración  desta  deformidad  lo  afligía  tanto,  que  no 
hacía  caso  de  todas  las  otras  en  comparación  désta.  Porque  así 
como  Dios  es  infinitamente  mayor  que  toda  otra  criatura,  así  es 
infinitamente  mayor  en  su  manera  la  obligación  que  le  tenemos 
y  la  ofensa  que  le  hacemos:  y  de  finito  á  infinito  no  puede  haber 
proporción. 


(l)     Psalm.  L. 


DEL    SEGUNDO  TÍTULO  QUE  NOS  OBLIGA  A  LA  VIRTUD    Y    SERVICIO    DE   NUESTRO 
SEÑOR,  Pi.  R   RAZÓN   DEL   BENEFICIO   DE  LA   CREACIÓN. 

CAPÍTULO  n. 


,0  sólo  estamos  obligados  á  la  virtud  y  obediencia 
de  los  mandamientos  divinos,  por  lo  que  Dios  es  en 
sí,  sino  también  por  lo  que  es  para  nosotros:  que  es 
por  razón  de  sus  innumerables  beneficios.  De  los  cuales,  aunque 
habemos  tratado  en  otros  lugares  para  otros  propósitos,  pero 
aquí  trataremos  dellos,  para  que  por  ellos  veamos  las  grandes 
obligaciones  que  tenemos  al  servicio  del  dador. 

Entre  estos  beneficios  el  primero  es  el  de  la  creación:  del 
cual,  por  ser  tan  conocido,  solamente  diré  que  por  este  bene- 
ficio está  el  hombre  obligado  á  emplearse  todo  en  el  servicio 
del  Señor  que  le  crió,  porque  según  toda  la  le}-,  es  el  hombre 
deudor  de  todo  lo  que  ha  recibido.  Y  pues  por  este  beneficio 
recibió  el  ser  que  tiene  (que  es  el  cuerpo  con  todos  sus  sentidos, 
y  el  ánima  con  todas  sus  potencias)  sigúese  que  todo  esto  está 
obligado  á  emplear  en  su  manera  en  el  servicio  del  Hacedor, 
so  pena  de  ser  ladrón  y  desconocido  á  quien  tanto  bien  le  hizo. 
Porque  si  un  hombre  hace  una  casa,  ;á  quién  hade  servir  esta 
casa,  sino  al  dueño  que  la  hizo?  Y  si  planta  una  viña,  jcúyo  ha 
de  ser  el  fructo  della,  sino  del  que  la  plantó?  Y  si  un  padre  tiene 
un  hijo  ¿á  cuyo  servicio  está  más  obligado,  que  al  del  padre  que 
le  engendró  ?  Y  por  esta  causa  dicen  las  leyes  que  es  inestimable 
el  poder  del  padre  sobre  sus  hijos,  el  cual  se  extiende  á  tanto, 
que  por  derecho  los  puede  vender  estando  en  necesidad;  porque 
por  haberles  dado  el  ser  que  tienen,  queda  hecho  tan  señor 
dellos,  que  puede  dellos  disponer  en  esta  forma.  Pues  si  tan 
grande  es  el  señorío  que  el  padre  tiene  sobre  su  hijo,  ¿cuál  será 
el  que  tiene  Aquél  de  quien  se  deriva  todo  el  ser  de  padres  en 
el  cielo  y  en  la  tierra?  Y  si  como  dice  Séneca,  los  que  recibie- 
ron beneficios  son  obligados  á  imitar  las  tierras  fértiles,  las  cua- 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  IL  2$ 


les  dan  mucho  más  de  lo  que  recibieron,  ^cómo  responderemos  á 
Dios  con  esta  manera  de  agradescimiento,  pues  no  le  podemos 
dar  más  de  lo  que  del  recibimos,  por  mucho  que  le  demos?  Y 
si  no  guarda  esta  ley  el  que  no  da  más  de  lo  que  recibió,  ^iqué 
diremos  del  que   aun  no  da  lo  que  recibió?  Y  si  como   dice 
Aristóteles,  á  los  dioses  y  á  los  padres  no  se  puede  pagar  ente- 
ramente la  deuda  que  se  les  debe,  ^-qué  se  podrá  pagar  á  Dios 
que  tanto  más  nos  tiene  dado  que  todos  los  padres  del  mundo? 
Y  si  tan  grande  mal  es  ser  un  hijo  rebelde  y  desobediente  á  su 
padre,  ;  qué  será  serlo  á  Dios,  que  por  tantos  títulos  es  padre,  en 
cuya  comparación  ninguno   meresce  título  de  padre?  Por  esto 
con  mucha  razón  se  queja  Él  de   los  tales  por   un  profeta,  di- 
ciendo (i):  Si  yo  soy  vuestro  Padre,  ¿dónde  está  la  honra  que 
me  debéis?  Y  si  soy  vuestro  Señor,  ;qué  es  del  temor  que  me 
tenéis?  Y  contra  estos   mism^os  se  indigna  otro  profeta  con  pa- 
labras más  encendidas  diciendo  (2):  Generación  mala  y  adúltera, 
pueblo  loco  y  nescio,  ;ésta  es  la  paga  de  tantos  beneficios  que 
das  átu  Señor?  ;|Por  ventura  no  es  Él  tu  padre,  que  te  hizo  y  te 
crió?  Éstos  son  los  que  ni  levantan  los  ojos  al  cielo,  ni  los  vuel- 
ven á  si    mismos  acordándose    de  sí:    porque  si    esto    hiciesen, 
preguntarían  á  sí  por  sí  y  procurarían   saber  su  primer  origen  y 
principio:  que  es,  quién  los  hizo,  y  para  qué  los  hizo,  y  por  aquí 
entenderían  lo  que  Hebían  hacer.  Mas  porque  esto  no  hacen,  vi- 
ven como  si  ellos   mismos  se  hubieran  hecho:  como  vivía  aquel 
malaventurado  rey  de  Egipto,  á  quien  amenaza  Dios  por  un  pro- 
feta diciendo  (3):  Contigo  lo  habré  yo,  dragón  grande,  que  estás 
tendido  en  medio  de  tus  ríos,  y  dices:  míos  son  los  ríos,  yo  me 
hice  á  mí  mismo.  Las  cuales  palabras,  á   lo  menos  por  la  prác- 
tica, dicen  todos  aquellos  que  así  viven  descuidados  de  su  Cria- 
dor, como  si  ellos  mismos  se  hubieran  hecho,  y  no  reconoscieran 
hacedor.  Mejor  lo  hacía  el  bienaventurado   Sant  Augustín,   el 
cual   por  este   conoscimiento    de  su  principio,  vino  en    conosci- 
miento  de  su  Criador.  Y  así  dice  él  en  un  soliloquio:  Volví  á  mí, 
y  entré  en  mí,  y  preguntóme:  tú,  ¿quién  eres?  Y  respondíme: 
hombre  racional  y  mortal.   Y  comencé  á    inquirir    lo  que  esto 
era,  y  dije:  ¿de  dónde  tuvo  principio,  Dios  mío,  este  animal?  ¿De 
dónde  sino  de  Ti?  Tú  eres  el  que  me  heciste,  y  no  yo.  Tú  eres 


(1)     Mdach.  L     (2)  Deut.  XXXIIL     (3)  Ezech.  XXIX. 


26  guIa  de  pecadores 


por  quien  yo  vivo,  y  por  quien  todas  las  cosas  son  y  viven. 
Porque  <ipor  ventura  puede  ser  alguno  artífice  de  sí  mismo?  ¿Por 
ventura  hay  otro  de  quien  se  derive  el  ser  y  el  vivir,  sino  de 
Ti?  ¿Por  ventura  no  eres  Tú  el  sumo  Ser  de  quien  mana  todo 
ser?  ¿No  eres  fuente  de  vida  de  quien  procede  toda  vida?  Tú, 
pues,  Señor,  me  heciste,  sin  el  cual  nada  se  hace.  Tú  eres  ha- 
cedor mío,  y  yo  obra  tuya.  Gracias,  pues,  sean  dadas  á  Ti,  Se- 
ñor, por  quien  yo  vivo,  y  todas  las  cosas  viven.  Gracias  á  Ti, 
formador  mío,  porque  tus  manos  me  formaron  y  hicieron.  Gra- 
cias á  Ti,  luz  mía,  porque  con  tu  luz  hallé  á  Ti,  y  hallé  también 

á  mí. 

Éste  es,  pues,  el  primero  de  los  beneficios  divinos,  y  el  fun- 
damento de  todos  los  otros.  Porque  todos  ellos  presuponen  ser, 
el  cual  por  este  beneficio  se  nos  da;  y  así  se  comparan  todos 
con  él,  como  accidentes  con  la  substancia  donde  se  subjectan: 
para  que  por  aquí  veas  cuan  grande  sea  este  beneficio,  y  cuan 
digno  de  ser  agradescido.  Pues  si  tanto  cuidado  tiene  Dios  de 
pedir  agradescimiento  por  sus  beneficios  (aunque  esto  no  por 
su  provecho  ,  sino  por  el  nuestro)  ¿qué  pedirá  por  éste,  que  es 
el  fundamento  de  todos  los  otros?  Mayormente  siendo  ésta  la 
condición  de  Dios,  que  así  como  es  liberalísimo  en  hacer  merce- 
des, así  es  estrechísimo  (si  así  se  puede  llamar)  en  pedir  agra- 
descimiento; no  por  razón  de  su  provecho,  sino  por  la  obliga- 
ción de  nuestro  oficio.  Y  así  leemos  en  el  Testamento  Viejo 
que  apenas  acababa  de  hacer  á  su  pueblo  un  beneficio  cuando 
luego  daba  orden  cómo  hubiese  perpetua  memoria  y  agrades- 
cimiento  del.  Y  así  en  sacando  su  pueblo  de  Egipto,  luego  á  la 
hora,  antes  aun  de  la  salida,  mandó  que  se  hiciese  una  fiesta 
solemnísima  cada  año  en  memoria  del  (i).  Mató  también  para 
este  fin  todos  los  primogénitos  de  los  egipcios,  y  luego  mandó 
que  todos  los  primogénitos  del  pueblo,  que  de  ahí  adelante  na- 
ciesen, se  le  ofreciesen  en  memoria  deste  beneficio  (2).  Proveyó- 
les luego  de  maná  cuarenta  años  en  el  desierto,  y  en  comen- 
zándolo á  enviar,  mandó  que  se  cogiese  cierta  cuantidad  del  en 
un  vaso,  y  se  guardase  en  el  Sanctuario  (3),  para  que  todas  las 
generaciones  advenideras  tuviesen  memoria  de  aquel  benefi- 
cio (4).  De  ahí  á  poco  dióles  una  victoria  muy  señalada  contra 


(i)     Exod.  XII.     (2)  Ibid.  XIII.     (3)  Ibid.  XVI.     (4)  Ibid.  XVI. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  II.  2^ 


Amalee:  y  acabada  la  victoria,  dijo  luego  á  Moisén  (i):  Escribe 
esta  victoria  en  un  libro  para  perpetua  memoria  della,  y  entré- 
galo á  Josué.  Pues  si  tan  especial  cuidado  tuvo  este  Señor  de 
proveer  cómo  hubiese  en  la  memoria  de  su  pueblo  eterno  agra- 
descimiento  de  beneficios  temporales,  <i  qué  pedirá  por  este  be- 
neficio inmortal,  pues  el  ánima  que  él  nos  dio  es  inmortal?  De 
aquí  procedía  el  cuidado  que  los  sanctos  patriarcas  tenían  de 
edificar  altares  (2),  y  hacer  memorias  cada  vez  que  recibían  al- 
gún particular  beneficio  de  Dios  de  tal  manera,  que  aun  en  los 
nombres  de  los  mesmos  hijos  que  les  daba  (3),  escribían  la 
memoria  de  los  beneficios  que  recibían,  para  nunca  jamás  olvi- 
darse dellos.  Por  donde  concluye  un  sancto  que  no  había  el 
hombre  de  respirar  tantas  veces,  cuantas  se  había  de  acordar  de 
Dios.  Porque  así  como  siempre  es,  así  siempre  había  de  estar 
dando  gracias  por  el  ser  inmortal  que  del  recibió. 

Es  tan  grande  el  vínculo  desta  obligación,  que  hasta  los 
mismos  filósofos  deste  mundo  dan  voces  á  los  hombres  que  no 
sean  ingratos  á  Dios.  Y  así  Epicteto,  noble  filósofo  entre  los 
estoicos,  dice  así:  Oh  hombre,  no  seas  ingrato  á  aquella  sobe- 
rana potestad,  sino  por  el  sentido  del  ver  y  del  oir,  y  mucho 
más  por  la  vida  que  te  dio,  y  por  las  cosas  con  que  ella  te  sus- 
tenta, por  los  fructos  maduros,  por  el  vino,  y  por  el  aceite,  y  por 
todo  lo  demás  le  da  gracias;  y  mucho  más  porque  te  dio  razón 
para  que  supieses  usar  de  todas  esas  cosas,  y  conoscer  el  valor 
dellas.  Pues  si  este  agradescimiento  nos  pide  un  filósofo  gentil 
por  estos  comunes  beneficios,  ¿qué  será  razón  que  sienta  un 
un  cristiano  que  tanto  mayor  lumbre  tiene  de  fe,  y  tanto  más 
recibió? 

Mas  por  ventura  dirás:  Esos  comunes  beneficios  más  pare- 
cen obras  de  naturaleza  que  beneficios  de  Dios.  ¿  Qué  debo  yo, 
pues,  particularmente  por  la  orden  y  disposición  de  las  cosas, 
que  se  van  siempre  por  su  curso?  No  es  ésta  voz  de  cristiano, 
sino  de  gentil:  ni  aun  de  gentil,  sino  de  bestia.  Y  porque  más 
claramente  lo  veas,  mira  cómo  la  reprehende  este  mismo  filó- 
sofo, diciendo  así:  Dirás  por  ventura  que  la  naturaleza  te  hace 
estos  beneficios.  <iOh  desconoscido,  no  entiendes  cuando  esto 
dices  que  mudas  el  nombre  á  Dios?  ¿Qué  otra  cosa  es  la  natura- 


(1)     Exod,  XVII.     {2)  Gen.  XII,  XIII,  XXII.     (3)  Ibid.  XLIl. 


28  GUÍA  DE  PECADORES 


leza  sino  Dios,  que  es  principal  naturaleza?  Así  que,  hombre  des- 
agradescido,  no  te  excusas  con  decir  que  esta  deuda  la  debes  á 
la  naturaleza,  y  no  á  Dios;  pues  no  hay  naturaleza  sin  Dios.  Si 
hubieses  recebido  prestado  algo  de  Lucio  Séneca,  y  dijeses  que 
quedabas  obligado  á  Lucio,  y  no  á  Séneca,  no  por  esto  se  mu- 
daba el  acreedor,  sino  sólo  el  nombre  del. 


De  otra  razón  por  do  estamos  obligados  al  servicio  de  nuestro 
Señor,  por  ser  El  nuestro   Criador. 


§.  II. 


^^k  S  AS  no  sólo  esta  obligación  de  justicia,  sino  también  nuestra 

Pl\/  SÍ  , 

1^1^^  misma  necesidad  y  pobreza  nos  obliga  atener  esta  cuenta 

con  nuestro  Criador,  si  queremos  después  de  criados  alcanzar 
nuestra  misma  felicidad  y  perfección.  Para  lo  cual  es  de  saber 
que,  generalmente  hablando,  todas  las  cosas  que  nascen,  no  nas- 
cen  luego  con  toda  su  perfección.  Algo  tienen  y  algo  les  falta  que 
después  se  ha3^a  de  acabar;  y  el  cumplimiento  de  lo  que  falta,  ha 
de  dar  el  que  comenzó  la  obra:  de  manera  que  á  la  misma  causa 
pertenesce  dar  el  cumplimiento  del  ser  que  dio  principio  del.  Y 
por  esto  todos  los  efectos  generalmente  se  vuelven  á  sus  causas  para 
recibir  dellas  su  última  perfección.  Las  plantas  trabajan  por  buscar 
el  sol  y  arraigarse  todo  cuanto  pueden  en  la  tierra  que  las  produjo: 
los  pesces  no  quieren  salir  fuera  del  agua  que  los  engendró.  El 
pellico  que  nasce,  luego  se  pone  debajo  las  alas  de  la  gallina,  y  la 
sigue  por  doquiera  que  vaya;  y  lo  mismo  hace  el  corderico,  que 
luego  se  junta  con  los  ijares  de  su  madre,  y  entre  mil  madres 
que  sean  de  una  misma  color  la  reconosce,  y  siempre  anda  co- 
sido con  ella,  como  quien  dice:  Aquí  me  dieron  lo  que  tengo, 
aquí  me  darán  lo  que  me  falta.  Esto  acaesce  universalmente  en 
las  cosas  naturales,  y  lo  mismo  acaescería  en  las  artificiales,  si 
tuviesen  algún  sentido  ó  movimiento.  Si  un  pintor,  acabando  de 
pintar  una  imagen  dejase  por  acabar  los  ojos,  y  aquella  imagen 
sintiese  lo  que  le  falta,  ¿qué  haría?  ¿adonde  iría?  No  iría,  cierto,  á 
casas  de  reyes  ni  príncipes,  porque  ésos  (en  cuanto  tales)  no 
pueden  satisfacer  á  su  deseo,  sino  irse  hía  ala  casa  de  su  maes- 


LffiRO   í.   CAPITULO   lí.  ¿g 


tro,  y  suplicarle  hía  la  acabase  de  perfeccionar.  Pues,  oh  criatura 
racional,  ^qué  otra  causa  es  la  tuya  sino  ésta?  No  estás  aún 
acabada  de  hacer.  Mucho  es  lo  que  te  falta  para  llegar  al  cum- 
plimiento de  tu  perfección.  Apenas  está  acabado  el  debujo.  Todo 
el  lustre  y  hermosura  de  la  obra  queda  por  dar.  Lo  cual  clara- 
mente muestra  el  apetito  continuo  de  la  misma  naturaleza,  que 
como  quien  se  siente  necesitada,  no  reposa,  sino  siempre  está 
piando  y  sospirando  por  más.  Quiso  Dios  tomarte  por  hambre, 
y  que  las  mismas  necesidades  te  metiesen  por  sus  puertas  y  te 
llevasen  á  El.  Por  eso  no  te  quiso  acabar  dende  el  principio;  por 
eso  no  te  enriqueció  dende  luego:  no  por  escaso,  sino  por  amo- 
roso: no  porque  fueses  pobre,  sino  porque  fueses  humilde:  no 
porque  fueses  necesitado,  sino  por  tenerte  siempre  consigo.  Pues 
si  eres  pobre,  y  ciego,  y  menesteroso,  ^por  qué  no  te  vas  al  padre 
que  te  crió,  y  al  pintor  que  te  comenzó,  para  que  él  acabe  lo 
que  te  falta?  Mira  como  lo  hacía  así  el  profeta  David  (r):  Tus 
manos  (dice  él)  me  hicieron  y  me  criaron:  dame  entendimiento 
para  que  aprenda  tus  mandamientos.  Como  si  más  claramente 
dijera:  Tus  manos,  Señor,  hicieron  todo  lo  que  hay  en  mí;  mas 
no  está  aun  acabada  esta  obra:  los  ojos  de  mi  ánima,  entre  otras 
partes,  quedan  por  acabar:  no  tengo  lumbre  para  saber  lo  que 
me  conviene:  (jpues  á  quién  pediré  lo  que  me  falta,  sino  á  quien 
me  ha  dado  lo  que  tengo?  Pues  dame.  Señor,  esta  lumbre;  cla- 
rifica los  ojos  deste  ciego  dende  su  nascimiento,  para  que  con 
ellos  te  conosca,  y  así  se  acabe  lo  que  comenzaste  en  mí. 

Pues  así  como  á  este  Señor  pertenesce  dar  su  última  per- 
fección al  entendimiento,  así  también  le  pertenesce  darla  á  la 
voluntad,  y  á  todas  las  otras  potencias  del  ánima,  para  que  así 
quede  acabada  la  obra  por  el  mismo  que  la  comenzó.  Éste, 
pues,  solo  harta  sin  defecto,  engrandesce  sin  estruendo,  enri- 
quece sin  aparato  y  da  descanso  cumpHdo  sin  la  posesión  de 
muchas  cosas.  Con  Él  está  la  criatura  pobre  y  contenta,  rica  y 
desnuda,  sola  y  bienaventurada,  desposeída  de  todas  las  cosas 
y  señora  de  todas  ellas.  Por  lo  cual  con  mucha  razón  dijo  el  Sa- 
bio (2):  Hay  un  hombre  que  vive  como  rico,  no  teniendo  nada; 
y  hay  otro  que  vive  como  pobre  teniendo  muchas  riquezas. 
Porque  muy  rico  es  el  pobre  que  tiene  á  Dios,  como  lo  era  Sant 


[^i)     Psaliu    CKVm.     (2)  rrov.XVlí. 


^ó  GUÍA  DÉ  PECADORES 


Francisco;  y  muy  pobre  á  quien  falta  Dios,  aunque  sea  señor  del 
mundo.  Porque  ¿qué  le  aprovechan  al  rico  y  poderoso  todas  sus 
riquezas,  si  con  todo  esto  vive  con  mil  maneras  de  cuidados  y 
apetitos,  que  no  puede  cumplir  con  cuanto  tiene?  Y  <jqué  parte 
es  la  vestidura  preciosa,  y  la  mesa  delicada,  y  el  arca  llena,  para 
quitar  la  congoja  que  está  en  el  ánima?  En  la  cama  blanda  da 
el  rico  muchos  vuelcos  en  la  noche  larga,  los  cuales  no  puede 
excusar  su  rica  bolsa.  Resulta,  pues,  de  todo  lo  dicho,  cuan  obli- 
gados estamos  todos  al  servicio  de  nuestro  Señor,  no  sólo  por 
la  deuda  deste  beneficio,  sino  también  por  lo  que  toca  al  cum- 
plimiento de  nuestra  felicidad  y  remedio. 


DEL  TERCERO  TÍTULO  PORQUE  FSTAMOS  OBLIGADOS  Á  DIOS,  QUE  ES  EL    BENEFICIO 
DE  LA  CONSERVACIÓN  Y  GOBERNACIÓN. 

CAPÍTULO  m 


í  I  o  sólo  está  obligado  el  hombre  á  Dios  por  el  bene- 
ficio de  la  creación,  sino  también  por  el  de  la  con- 
servación; porque  Él  es  el   que  te  hizo  y  el   que 
te  conserva  después  de  hecho.  De  manera  que  tan  colgado  estás 
agora  de  la  mano  de  Dios,  y  tan  poca  parte  eres  para  vivir  sin 
Él,  como  lo  fuiste  para  ser  sin  Él.  No  es  menor  beneficio  éste 
que  el  pasado;  sino  que  aquél  se  hizo  una  vez,  más  éste  siem- 
pre, porque  siempre  te  está  criando,  pues  siempre  está  conser- 
vando lo  que  crió;  y  no  es  menester  menor  poder  ni  menor  amor 
para  lo  uno  que  para  lo  otro.  Pues  si  tanto  le  debes  porque  en 
un  punto  te  crió,  ¿cuánto  le  deberás  porque  en  tantos  te  con- 
serva? No  das  un  paso  que  no  te  mueva  Él  para  eso;  no  abres 
ni  cierras  los  ojos,  que  no  ponga  Él  ahí  su  mano.  Porque  si  tú 
no  crees  que  Dios  mueve  tus  miembros  cuando  tú   los  mueves, 
no  eres  cristiano;  y  si  crees  que  Él  te  hace  esa  merced,  y  con 
todo  eso  le  ofendes,  no  acertaré  á  decir  lo  que  eres.  Dime  agora: 
si  estuviese  un  hombre  en  una  torre  altísima,  y  tuviese  fuera  de 
las  almenas  otro  hombre  colgado  de  un  pequeño  cordel,  ¿osaría 
por  ventura  éste  que  así  estuviese,  desmandarse  en  palabras  con- 
tra aquél  que  lo  sostiene?  Pues  si  tú  estás  colgado   como  de  un 
hilico  de  la  voluntad  sola  de  Dios,  de  tal  manera  que  si  Él  te 
soltase,  en  un  punto  te  volverías  en  nada,  ¿cómo  tienes  atrevi- 
miento para  provocar  á  ira    los  ojos  desa  tan  alta  IVIaj estad  que 
te  sostiene  aun  en  ese  mismo  tiempo  que  le   ofendes?  Porque 
como  dice    S.    Dionisio:  Es    tan  excelente   la  virtud  del   sumo 
bien,  que  aun  cuando  las  criaturas  le  contradicen,  de  su  inmensa 
virtud  reciben  el  ser  yelpoder  con  quele  contradicen.  Pues  siendo 
esto  así,  ¿cómo  osas  con  todos  esos  miembros  y  sentidos  ofen- 
der el  mismo  Señor  que  los  conserva?  ¡Oh  rebeldía  y  ceguedad 


3á  guía  de  pecadores 


increíble!  ¿Quién  nunca  vio  tal  conjuración,  que  los  miembros  se 
levanten  contra  su  cabeza,  siendo  cosa  tan  natural  ponerse  á  mo- 
rir por  ella?  Día  vendrá  que  se  deshaga  este  agravio,  y  que  sean 
oídas  ajusticia  las  querellas  de  la  honra  divina  (i).  ¿Conjurastes 
contra  Dios?  Justo  es  que  conjure  toda  la  universidad  del  mun- 
do contra  vosotros,  y  arme  Dios  todas  sus  criaturas  para  vengar 
sus  injurias,  y  pdee  toda  la  redondez  de  la  tierra  contra  los  des- 
conoscidos;  porque  justo  es  que  los  que  no  quisieron  abrir  los 
ojos,  convidados  con  tanta  muchedumbre  de  beneficios,  cuando 
tuvieron  tiempo,  los  vengan  á  abrir  con  la  muchedumbre  de  los 
azotes,  cuando  no  tengan  remedio. 

¿Pues  qué  será  juntar  con  esto  toda  esta  mesa  tan  rica  y  tan 
abundosa  del  mundo,  que  crió  este  Señor  para  tu  servicio?  Todo 
cuanto  hay  debajo  del  cielo,  ó  es  para  el  hombre,  ó  para  cosas 
de  que  se  ha  de  servir  el  hombre.  Porque  si  él  no  come  el  mos- 
quito que  vuela  por  el  aire,  cómelo  el  pájaro  de  que  él  se  man- 
tiene; y  si  él  no  pasee  la  yerba  del  campo,  páscela  el  ganado  de 
que  él  tiene  necesidad.  Tiende  los  ojos  por  todo  ese  mundo,  y 
verás  cuan  anchos  y  espaciosos  son  los  términos  de  tu  hacienda, 
y  cuan  rica  y  abundosa  tu  heredad.  Lo  que  anda  sobre  la  tierra, 
y  lo  que  nada  en  las  aguas,  y  lo  que  vuela  por  el  aire,  y  lo  que 
resplandece  en  el  cielo,  tuyo  es.  Ca  todas  esas  cosas  son  benefi- 
cios de  Dios,  obras  de  su  providencia,  muestras  de  su  hermosu- 
ra, testimonios  de  su  misericordia,  centellas  de  su  caridad,  y  pre- 
dicadores de  su  largueza.  Mira  cuántos  predicadores  te  envía 
Dios  para  que  le  conozcas.  Todas  cuantas  cosas  ha}^  (dice  Sant 
Augustín)  en  el  cielo  y  en  la  tierra  me  dicen,  Señor,  que  te  ame, 
y  no  cesan  de  decirlo  á  todos,  porque  nadie  se  pueda  excusar. 

¡  Oh,  si  tuvieses  oídos  para  entender  las  voces  de  las  criatu- 
ras; sin  dubda  verías  cómo  todas  ellas  á  una  te  dicen  que  ames 
á  Dios!  Porque  todas  ellas  callando  dicen  que  fueron  criadas  pa- 
ra tu  servicio,  porque  tú  amases  y  sirvieses  por  tí  y  por  ellas  al 
común  Señor.  El  cielo  dice:  yo  te  alumbro  de  día  y  de  noche 
con  mis  estrellas,  porque  no  andes  á  escuras,  y  te  envío  diversas 
influencias  para  criar  las  cosas,  porque  no  mueras  de  hambre.  El 
aire  dice:  yo  te  doy  aliento  de  vida,  y  te  refresco,  y  templo  el 
calor  de  las  entrañas,  para  que  no  te  consuma,  y  tengo  en  mí 

(•<)    Sap.  V, 


Libro  i.  capítulo  iil  33 


muchas  diferencias  de  aves,  para  que  deleiten  tus  ojos  con  su 
hermosura,  y  tus  oídos  con  su  canto,  y  tu  paladar  con  su  sabor. 
El  agua  dice:  yo  te  sirvo  con  las  lluvias  tempranas  y  tardías  á 
sus  tiempos,  y  con  los  ríos  y  fuentes,  para  que  te  refresquen,  y 
te  crío  infinitas  diferencias  de  peces  para  que  comas;  riego  tus 
sembrados  y  arboledas  con  que  te  sustentes,  y  doite  camino 
breve  y  compendioso  por  los  mares,  para  que  te  puedas  servir 
de  todo  el  mundo,  y  juntar  las  riquezas  ajenas  con  las  tuyas. 
Pues  la  tierra  ¿qué  dirá,  que  es  la  común  madre  de  todas  las  co- 
sas, y  como  una  general  oficina  de  todas  las  causas  naturales? 
Ésa,  pues,  también  con  mucha  razón  dirá:  yo  como  madre  te 
traigo  á  cuestas;  yo  te  crío  los  mantenimientos,  y  te  sustento  con 
los  fructos  de  mis  entrañas;  yo  tengo  tratos  3^  comunicación  con 
todos  los  elementos  y  con  todos  los  cielos,  y  de  todos  recibo  in- 
fluencias y  beneficios  para  tu  servicio;  yo,  finalmente,  como  bue- 
na madre,  ni  en  vida,  ni  en  muerte  te  desamparo;  porque  en 
vida  te  traigo  á  cuestas  y  te  sustento,  y  en  la  muerte  te  doy 
lugar  de  reposo,  y  te  recibo  en  mi  regazo.  Finalmente,  todo  el 
mundo  á  muy  grandes  voces  te  está  diciendo:  mira  cuánto  es  lo 
que  te  amó  mi  Señor  y  Hacedor,  que  por  ti  crió  á  mí,  y  por  El 
quiere  que  sirva  á  ti,  porque  tú  sirvas  y  ames  á  Aquél  que  crió 
á  mí  por  ti,  y  á  ti  por  sí. 

Éstas  son,  cristiano,  las  voces  de  todas  las  criaturas;  mira  que 
no  puede  ser  mayor  sordedad,  que  estar  á  tales  voces  sordo  y 
á  tales  beneficios  ingrato.  Si  recibes  el  beneficio,  paga  la  deuda 
del  agradescimiento,  porque  no  pases  por  la  pena  del  ingrato. 
Ca  toda  criatura  (según  dice  un  doctor)  da  estas  tres  voces  al 
hombre:  Accipe,  redde,  cave.  Hoc  est:  Accipe  benejicium;  Redde 
debitiiin;  Cave  [nisi  reddideris)  snppliciiim.  Que  quiere  decir:  re- 
cibe, paga  y  teme.  Esto  es:  recibe  el  beneficio,  paga  la  deuda  del 
agradescimiento,  y  teme  (si  no  la  pagares)  el  castigo. 

Y  para  que  más  aun  te  maravilles,  mira  cómo  esta  misma 
teología  llegó  á  alcanzar  Epicteto  filósofo  (de  quien  arriba  heci- 
mos  mención)  el  cual  quiere  que  en  todas  las  cosas  criadas 
oyamos  y  veamos  al  Criador,  diciendo  así:  Cuando  el  cuervo  da 
voces,  y  con  ellas  te  da  á  entender  alguna  mudanza  del  aire,  no 
es  el  cuervo  el  que  te  avisa,  sino  Dios.  Y  si  por  las  voces  y  pa- 
labras humanas  eres  avisado  de  algo,  ¿no  es  también  Dios  el  que 
crió  ese  hombre,  y  le  dio  esa  facultad  para  poderte  avisar,  para, 

OBRAS  DE  GRANADA  I— 1 


34  GUÍA  DE  PECADORES 


que  supieses  que  aquel  divino  poder  usa  de  unos  y  otros  me- 
dios para  lo  que  quiere?  Porque  cuando  las  cosas  de  que  nos 
quiere  avisar  son  grandes,  éstas  envía  El  á  decir  por  más 
altos  y  nobles  mensajeros.  Y  al  cabo  añade  diciendo:  Finalmen- 
te, cuando  acabares  de  leer  estos  mis  consejos,  di  entre  ti  mismo: 
estas  cosas  no  me  las  ha  dicho  Epicteto  el  filósofo,  sino  Dios; 
porque  ¿de  dónde  tenía  él  facultad  para  decillas?  Pues  no  es  él, 
sino  Dios  el  que  me  las  dijo  por  él.  Hasta  aquí  son  palabras  de 
Epicteto.  Pues  ¿  cuál  cristiano  no  se  afrentará  de  no  llegar  adon- 
de un  filósofo  gentil  llegó?  Gran  vergüenza  es  por  cierto  que 
los  ojos  esclarescidos  con  lumbre  de  fe,  no  vean  lo  que  veían  los 
que  estaban  asentados  en  las  tinieblas  de  la  razón. 


Colige  de  lo  dicho  cuan  indigna  cosa  sea  no  servir  á  nuestro  Señor. 

§.  I. 

i 


¡UES  siendo  esto  así,  ¿qué  linaje  de  desconoscimiento  es 
andar  nadando  entre  tantos  beneficios  de  Dios,  y  no 
acordarse  de  quien  los  da?  Dice  Sant  Pablo  (i)  que  el  que  hace 
buenas  obras  á  su  enemigo,  le  echa  carbones  de  fuego  sobre  la 
cabeza,  para  encenderlo  en  su  amor.  Pues  si  todas  cuantas  cria- 
turas hay  en  este  mundo  son  beneficios  de  Dios,  ¿  qué  será  todo 
este  mundo,  sino  un  fuego  de  tanta  leña,  cuantas  criaturas  hay 
en  él?  Pues  ¿cuál  es  el  corazón  que  andando  en  medio  de  un  tan 
grande  fuego,  no  solamente  no  se  quema,  mas  aun  no  siente 
calor?  ¿ Cómo  recibiendo  á  la  continua  tantos  beneficios,  no  al- 
zarás alguna  vez  los  ojos  al  cielo  á  ver  quién  es  ése  que  te  hace 
tanto  bien?  Dime:  si  andando  tu  camino,  y  asentándote  al  pie 
de  una  torre  cansado  y  muerto  de  hambre,  estuviese  uno  dende 
lo  alto  proveyéndote  benignamente  de  todo  lo  necesario,  ¿  cómo 
te  podrías  contener,  que  no  levantases  alguna  vez  los  ojos  á  ver 
quién  es  ése  que  así  te  provee?  Pues  ¿qué  otra  cosa  hace  Dios 
contigo  dende  lo  alto,  sino  estar  lloviendo  siempre  beneficios 
sobre  tí?  Dame  una  sola  cosa  de  cuantas  hay  en  el  mundo,  que 
no  venga  por  especial  providencia  del  cielo.  Pues  ¿  cómo  no  le- 


(i)    Rom.  XII. 


LIBRO   I.   CArÍTULÜ   III.  35 


yantarás  alguna  vez  los  ojos  para  conoscer  y  amar  á  tan  liberal 
y  tan  continuo  bienhechor?  ¿Qué  es  esto,  sino  haber  perdido  ya. 
los  hombres  su  misma  naturaleza,  y  héchose  más  insensibles  que 
bestias  ?  Gran  vergüenza  es  decir  á  quien  somos  en  esto  seme- 
jantes; mas  también  es  razón  que  oiga  el  hombre  su  mcrescido. 
Somos  semejantes  en  esto  á  los  animales  brutos  que  están  de- 
bajo la  encina,  los  cuales  cuando  les  está  su  dueño  dende  lo 
alto  vareando  la  bellota,  ocupados  ellos  en  comer  y  gruñir  unos 
con  otros  sobre  la  comida,  no  miran  á  quien  se  la  da,  ni  saben 
que  cosa  es  levantar  los  ojos  para  ver  por  cuya  mano  se  les 
hace  este  beneficio.  ¡Oh  bestial  ingratitud  de  los  hijos  de  Adán, 
que  teniendo  demás  de  la  razón  la  figura  de  vuestro  cuerpo 
derecha,  y  los  mismos  ojos  enderezados  al  cielo,  no  queréis  que 
los  del  ánima  tiren  tras  ellos  para  ver  á  quien  os  hace  tanto 
bien! 

Y  aun  pluguiese  á  Dios  que  no  nos  hiciesen  ventaja  las  bes- 
tias en  esta  parte.  Porque  es  tan  general  la   ley  del  agradesci- 
miento,  y  es  Dios  en  tanta  manera  amigo  del,  que  aun   en  las 
mismas    fieras    imprimió  esta  tan  noble  inclinación,  como  pare- 
ce por  muchos  ejemplos  que  hallamos  escriptos  en  esta  materia. 
Porque  ¿qué  cosa  más   fiera   que  el   león?   Pues   deste  escribe 
Apión,  autor  griego,  que  porque  un  hombre  que  estaba  escon- 
dido en  una  cue\'a  le  sacó  vma  espina  que  traía  hincada  en  un 
pie,  el  león  partía  con  él  cada  día    la  carne  que  cazaba;  y  des- 
pués de  muchos  días,  siendo  este  hombre  por  sus  maleficios  echa- 
do á  este  mismo  león  en  la  plaza  de  Roma,  el  león  se  puso  á  mi- 
rarlo, y  le  reconosció,  y  se  llegó  á  él,  y  amorosamente,  haciéndole 
los   mismos  halagos  que  hace  un  perro  á  su  señor' cuándo  viene 
de  fuera.  Y  después  desto  se  andaba  tras  él,  sin  hacer  mal  ana- 
die, por  las  calles  de  Roma.  De   otro  león  también  leemos  que 
por  el  mismo  beneficio  que  había  recebido  de  un  hombre  que 
desembarcó  en  Afi"ica,  el  león  le  traía  cada  día  de  la  carne  que 
cazaba,  con  que  él  y  sus  compañeros  se  mantenían,  hasta  que  se 
tornaron  á  embarcar.  Y  no  es  de  menor  admiración  lo  que  se 
escribe  de  otro  león,   que  estando  peleando  con  una  sierpe  (la 
cual  lo  tenía  muy  apretado  y  puesto  en  peligro  de  muerte)  un 
caballero  que   por  aquel   lugar  andaba  monteando,  socorrió  al 
león,  matando  la  sierpe:  por  el  cual  beneficio  el  león   lo  siguió 
siempre,  y  andando  á  caza  le  servía  de  lebrel;  y  embarcándose 


3  6  GUÍA  DE  PECADORES 


una  vez  el  caballero,  dejan^lo  el  león  en  tierra,  él  se  echó  á  nado 
en  pos  de  su    bienhechor,  y   sin  poder  ser  socorrido  se  ahogó. 
Pues  (jque  diré  de  la  lealtad  y  agradesci miento  de  los  caballos? 
Plinio  escribe  de  algunos  que   después  de  muertos  sus  señores 
sintieron   tanto  sus  muertes,  que    vinieron  á  derramar   lágrimas 
por  ellos;  y  de  otros  dice  que  se  dejaron  morir  de  hambre  por 
esta  causa:  y  de  otros,  que  tomaron  venganza  de  los  matadores 
de  sus  señores,    despeñándolos,   ó   despedazándolos   á  bocados. 
Pues  ¿qué  diré  del  agradescimiento  de   los  perros,  de  quien   el 
mismo  autor   cuenta  cosas  extrañas?  De  un  perro  escribe  que 
muerto  su  señor  por  unos  ladrones,  después  de  haber  por  él  pe- 
leado fuertemente  contra  ellos,  se  juntó  con  el  cuerpo  muerto 
guardándolo  y  ojeando  las  aves  y  las  bestias  porque  no  lo  co- 
miesen. De  otro  escribe  que   viendo  muerto   á  Jasón   Lucio  su 
señor,  nunca  más  quiso  comer,  y  así  se  dejó  morir  de  hambre. 
Y  en  su  tiempo  escribe  haber  acaecido  en  Roma  otra  cosa  más 
memorable:  porque  habiendo  sido  condenado  un  hombre  á  muer- 
te, un  perro  que  tenía,  ni   en  la  cárcel  se  apartó  jamás  del,  ni 
después  de  muerto  le  desamparó,  antes  se  estaba  siempre  á  par 
de  él  dando  tristes  aullidos:  y  (lo  que  más  es)  arrojándole  un  pe- 
dazo de  pan,  lo  tomó  en  la  boca,  y  lo  llevó  á  la  de  su  señor,  y 
echado  el    cuerpo  en  el  Tibre,    el   perro    se  arrojó  tras  él,  y  se 
ponía  debajo  del  para  sustentarlo,  porque  no  se  fuese  á  fondo. 
¿Qué  cosa  más  admirable,  ni  de  mayor  agradescimiento  que  és- 
ta? Pues  si  las  bestias  que  no  tienen  razón,  sino  una  sola  cente- 
lla de  instincto  natural   con  que   reconoscen  el   beneficio,  así  lo 
agradescen,  y  así  lo  sirven,  y  acompañan  á  sus  bienhechores:  el 
hombre  que  tiene  tanta  mayor  lumbre  para  conoscer  el  bien  que 
recibe,  ¿cómo  vive  tan  olvidado  de  quien   tanto  bien  le  hace? 
¿Cómo  se  deja  vencer  de  las   bestias  en  ley  de  humanidad,  de 
lealtad  y  de  agradescimiento,    especialmente   siendo  tanto  más 
lo  que  el  hombre  recibe  de  Dios,  que  cuanto  pueden  recibir  las 
bestias  de  los  hombres,  y  siendo  tanto  más  excelente  la  persona 
que  lo  da,  y  el  amor  con  que  lo  da,  y  la  intención  con  que  lo  da, 
que  no  es  por  interese,  sino  por  sola  gracia  y  amor?  Cosa  es  esto 
cierto  de  grande  admiración,  y  que  manifiestamente  declara  ha- 
ber demonios  que  cieguen  nuestros  entendimientos,  y  endurezcan 
nuestras   voluntades,  y  estraguen   nuestras  memorias  para  no 
acordarse  de  tal  bienhechor. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   IIÍ.  ^/^ 


Y  si  tan  grande  mal  es  olvidarse  de  este  Señor,  ^cuánto  ma- 
yor  será  ofenderle,  y    ofenderle    con    sus   mismos   beneficios? 
El  primer  grado   de  ingratitud  dice  Séneca   que   es  no  respon- 
der   al  bienhechor  con    beneficios;    el  segundo,    olvidarlos    de 
corazón;  el  tercero  es  hacer  mal  á  quien  te  hizo  bien,  y  éste  pa- 
resce  el  mayor.  Pues  ¿qué  será  hacer  mal  y  ofender  al  bienhe- 
chor con  los  mismos  bienes  que   él  te  dio?    No  sé  si  ha  habido 
hombre  en  el  mundo  que  haya   hecho  con  otro  hombre  lo  que 
los  otros  hombres  hacen   con  Dios.  ¿Qué    hombre  habría  (por 
inhumano  que   fuese)   que  acabando    de   recibir  de  un  príncipe 
grandes  mercedes,  fuese  luego  á  emplear  todas  aquellas  mer- 
cedes en  hacer  gente  contra  él?  Y  tú,  malaventurado,  con  esos 
mismos    bienes  que  Dios  te    dio,   nunca  cesas  de   hacer  guerra 
contra    Él.    Pues    ¿qué    cosa  más   abominable?    ¿Cuál   sería  la 
traición  de  una  mujer  casada,    si  las  joyas  que  su  marido  le  en- 
viase para  honrarla  y  provocarla  más  á  su  amor,  las  diese  ella 
á  un  adúltero  para  ganarle  la  voluntad  y    tener  más  segura  su 
afición  ?  Si  alguna  cosa  fea  se  pudiese  en  el  mundo  pintar,  ésta 
parece    que  lo  sería:  y  aquí  la  injuria  no  es  más  que  de  hombre 
á  hombre,  que  es    de  un  igual  á  otro  igual.  Pues  ¿cuánto  mayor 
mal  es,    cuando  esta  misma  injuria    se  hace  contra  Dios?    Pues 
¿qué  otra  cosa  hacen  los  hombres,  cuando  las  fuerzas  y  la  salud, 
y  los  bienes  que    Dios  les  dio,  emplean   en    malas  obras?   Con 
las  fuerzas  se  hacen  más  soberbios,  con  la  hermosura  más  vanos, 
con  la  salud  más  olvidados  de  Dios,  con  la  hacienda  más   pode- 
rosos para  tragarse  los    flacos  y   competir  con  los  mayores,  y 
para  regalar  su  carne,  y  comprar  la  castidad  de  la  inocente  don- 
cella, y  hacer  que  ella  venda  como  otro  Judas   el  precio  de  la 
sangre  de  Cristo,  y  ellos  la  compren  por  dinero,  como  hicieron 
los  judíos.  Pues  ¿qué  diré  del  abuso   de  todos  los  otros  benefi- 
cios? De  la  mar  se  sirven   para  sus  gulas,  de   la  hermosura  de 
las  criaturas  para  sus  lujurias,  de  los  fructos  y  bienes  de  la  tierra 
para  sus  avaricias,  de  las  habilidades  y  gracias  naturales  para  sus 
soberbias.  Con  las  prosperidades  se  enloquescen,  y  con  las  adver- 
sidades desmayan.  De  la  noche  se  sirven  para  encubrir  sus  hur- 
tos, y  del  día  para  tender  sus  redes,  como  se  escribe  en  Job  (i). 


(f)    Job.  XXiil. 


"^8  GUÍA  DE  PECADORES 


Finalmente,  todo  lo  que  Dios  crió  en  este  mundo  para  gloria 
suya,  han  ellos  ofrescido  á  los  antojos  de  su  locura. 

Pues  ^quc  diré  de  sus  aguas  de  olores,  de  sus  perfumes,  de  sus 
vestidos,  de  sus  labrados,  de  sus  potajes  y  diferencias  de  guisados, 
de  que  están  por  nuestros  pecados,  no  solamente  escriptos,  sino 
también  impresos  libros?  tanto  ha  crescido  la  desvergüenza  y  el 
regalo.  De  todas  estas  cosas  tan  preciosas,  por  quien  habían  de 
dar  á  Dios  alabanzas,  usan  para  cebo  de  sus  lujurias;  pervertiendo 
todas  las  criaturas  de  Dios,  y  haciendo  instrumentos  de  vanidad 
lo  que  había  de  ser  instrumento  de  virtud.  Finalmente,  todas  las 
cosas  del  mundo  tienen  dedicadas  para  regalo  de  su  carne,  y 
ninguna  para  el  prójimo  por  Dios  tan  encomendado.  Para  solo 
éste  son  pobres,  para  solo  éste  se  les  acuerda  que  tienen  deudas: 
para  todo  lo  demás  ni  deben,  ni  les  falta. 

No  aguardes,  pues,  hermano,  á  que  á  la  hora  de  la  muerte  se 
te  haga  este  cargo  tan  peligroso,  que  cuanto  es  mayor,  tanto 
será  más  estrecha  la  cuenta  que  se  te  pedirá  Linaje  de  juicio 
es  dar  mucho  á  quien  lo  agradesce  poco;  y  señal  de  reprobación 
es  darlo  á  quien  siempre  usa  mal  dello.  Tengamos  por  último 
linaje  de  afrenta  que  las  bestias  nos  hagan  ventaja  en  esta  vir- 
tud; pues  ellas  son  agradescidas  á  sus  bienhechores,  y  nosotros 
no.  Porque  si  los  varones  de  Nínive  se  levantarán  en  juicio,  y 
condenarán  á  los  judíos  porque  no  hicieron  penitencia  con  la 
predicación  de  Cristo,  miremos  no  nos  condene  este  mismo 
Señor  con  el  ejemplo  de  las  bestias;  pues  ellas  amaron  á  sus 
bienhechores,  y  nosotros  no. 


DEL  CUARTO  TÍTULO   POR   DONDE    ESTAMOS   OBLIGADOS  Á   LA   VIRTUD,   QUE    ES  EL 
BENEFICIO  INESTIMABLE  DE  NUESTRA  REDEMPCIÓN, 

CAPÍTULO  IV 


ENGAMOS  al  beneficio  inestimable  de  nuestra  redemp- 
ción.  Para  hablar  deste  misterio,  verdaderamente 
yo  me  hallo  tan  indigno,  tan  corto  y  tan  atajado, 
que  ni  sé  por  dó  comience,  ni  dónde  acabe,  ni  qué  deje,  ni  qué 
tome  para  decir.  Si  no  tuviera  la  torpeza  del  hombre  necesidad 
destos  estímulos  para  bien  vivir,  mejor  fuera  adorar  en  silen- 
cio la  alteza  deste  misterio,  que  borrallo  con  la  rudeza  de  nues- 
tra lengua.  Cuentan  de  un  famoso  pintor,  que  habiendo  pintado 
en  una  tabla  la  muerte  de  una  doncella  hija  de  un  rey,  y  de- 
bujado  en  torno  della  los  deudos  con  rostros  en  gran  manera 
tristes,  y  á  la  madre  mucho  más  triste,  cuando  vino  á  querer 
debujar  el  rostro  del  padre,  cubriólo  de  industria  con  una  som- 
bra, para  dar  á  entender  que  allí  ya  faltaba  el  arte  para  exprimir 
cosa  de  tan  gran  dolor.  Pues  si  todo  lo  que  sabemos  no  basta 
para  explicar  sólo  el  beneficio  de  la  creación,  ¿qué  elocuencia 
bastará  para  engrandescer  el  de  la  redempción?  Con  una  simple 
muestra  de  su  voluntad  crió  Dios  todas  las  cosas  del  mundo,  y 
quedáronle  las  arcas  llenas,  y  el  brazo  sano  acabándolo  de  criar; 
mas  para  haberlo  de  redimir,  sudó  treinta  y  tres  años,  y  derramó 
toda  su  sangre,  y  no  quedó  en  Él  miembro  ni  sentido  que  no 
padesciese  su  dolor.  Menoscabo  paresce  de  tan  grandes  miste- 
rios ser  con  lengua  de  carne  manifestados.  Pues  ¿  qué  haré  ? 
¿Callaré,  ó  hablaré?  Ni  debo  callar,  ni  puedo  hablar.  ¿Cómo  ca- 
llaré tan  grandes  misericordias?  Y  ¿cómo  hablaré  misterios  tan 
inefables?  Callar  es  desagradescimiento,  y  hablar  paresce  teme- 
ridad. Por  esto  suplico  yo  agora.  Dios  mío,  á  vuestra  infinita 
piedad,  que  entretanto  que  yo  estuviere  apocando  vuestra  gloria 
con  mi  rudeza,  por  no  saber  más,  deseando  engrandescella  y 
declaralla,  estén  allá  en  el  cielo  glorificándoos  los  que  os  saben 


4o  GUÍA  DE  PECADORES 


alabar:  y  ellos  compongan  lo  que  yo  descompongo,  y  doren 
ellos  lo  que  el  hombre  desdora  con  su  poco  saber. 

Después  de  criado  el  hombre,  y  puesto  por  mano  de  Dios 
en  aquel  lugar  de  deleites  en  tan  grande  dignidad  y  gloria,  es- 
tando tan  obligado  al  servicio  de  su  Criador  cuanto  más  del 
había  recibido,  alzóse  con  todo,  y  de  donde  había  de  tomar 
mayores  motivos  para  más  amarle,  de  ahí  los  tomó  para  hacerle 
traición.  Por  esta  causa  fué  lanzado  del  Paraíso  en  el  destierro 
deste  mundo,  y  sobre  esto  condenado  á  las  penas  del  infierno; 
para  que,  pues  había  sido  compañero  del  demonio  en  la  culpa, 
también  lo  fuese  en  la  sentencia.  Dijo  el  Profeta  á  su  criado 
Giezi,  después  que  tomó  los  dones  de  Naamán  leproso  (i):  ^To- 
maste la  hacienda  de  Naamán?  Pues  la  lepra  de  Naamán  se 
pegará  á  ti  y  á  todos  tus  descendientes  eternalmente.  Este  fué 
el  juicio  de  Dios  contra  el  hombre:  que  pues  él  quiso  la  riqueza 
de  Lucifer,  que  fué  la  culpa  de  su  soberbia,  también  se  le  pe- 
gase la  lepra  de  Lucifer,  que  fué  la  pena  della.  Pues  cata  aquí 
al  hombre  comparado  con  el  demonio,  imitador  de  su  culpa  y 
compañero  de  su  pena. 

Estando,  pues,  el  hombre  tan  caído  en  los  ojos  de  Dios,  y  en 
tanta  desgracia  suya,  tuvo  por  bien  aquel  Señor  (no  menos  grande 
en  la  misericordia  que  en  la  majestad)  de  mirar,  no  á  la  injuria 
de  su  bondad  soberana,  sino  á  la  desventura  de  nuestra  miseria; 
y  teniendo  más  lástima  de  nuestra  culpa,  que  ira  por  su  deshonra, 
determinó  remediar  al  hombre  por  medio  de  su  Unigénito  Hijo, 
y  reconciliarle  consigo.  Mas  ^cómo  le  reconcilió?  ¿Cómo  lo  po- 
drá eso  hablar  lengua  mortal  ?  Hizo  tan  grandes  amistades  entre 
Dios  y  el  hombre,  que  vino  á  acabar,  no  sólo  que  Dios  perdo- 
nase al  hombre,  y  le  restituyese  en  su  gracia,  y  se  hiciese  una 
cosa  con  El  por  amor,  sino  (lo  que  excede  todo  encarescimien- 
to)  llegó  á  hacerle  tan  una  cosa  consigo,  que  en  todo  lo  que 
tiene  criado  no  hay  cosa  más  una  que  son  ya  los  dos;  porque 
no  solamente  son  uno  en  amor  y  gracia,  sino  también  en  per- 
sona. <:  Quién  nunca  jamás  pensara  que  así  se  había  de  soldar 
esta  quiebra?  ¿Quién  imaginara  que  estas  dos  cosas,  entre  quien 
la  naturaleza  y  la  culpa  habían  puesto  tan  grande  distancia, 
habían  de  venir  á  juntarse,  no  en  una  casa,  ni  en    una  mesa,  ni 


(i)    IVReg.  V. 


Libro  i.  capítulo  iv.  4í 


en  una  gracia,  sino  en  una  persona?  (¡Qué  cosas  más  distantes 
que  Dios  y  el  pecador?  ¿Qué  cosa  agora  más  junta  que  Dios  y  el 
hombre?  Ninguna  cosa  hay  (dice  S.  Bernardo)  más  alta  que  Dios, 
y  ninguna  más  baja  que  el  cieno  de  que  el  hombre  fué  formado. 
Mas  con  tanta  humildad  descendió  Dios  al  cieno,  y  con  tanta 
dignidad  subió  el  cieno  á  Dios,  que  todo  lo  que  hizo  Dios,  se 
diga  que  lo  hizo  el  cieno;  y  todo  lo  que  sufrió  el  cieno,  se  diga 
que  lo  padesció  Dios. 

¿Quién  dijera  al  hombre  cuando  tan  desnudo  y  tan  enemis- 
tado se  sintió  con  Dios,  que  andaba  buscando  los  rincones  del 
Paraíso  terrenal  para  esconderse,  que  tiempo  vendría  en  que  se 
juntase  aquella  tan  baja  substancia  en  una  persona  con  Él?  Fué 
tan  estrecha  esta  junta  y  tan  fiel,  que  cuando  hubo  de  quebrar, 
que  fué  al  tiempo  de  la  pasión,  antes  quebró  que  despegó; 
porque  no  faltó  por  la  juntura,  sino  por  lo  sano.  Ca  pudo  la 
muerte  apartar  el  ánima  del  cuerpo,  que  era  junta  de  natura- 
leza; mas  no  pudo  apartar  á  Dios,  ni  del  ánima,  ni  del  cuerpo, 
que  era  junta  de  la  persona  divina:  porque  lo  que  una  vez  por 
nuestro  amor  tomó,  nunca  más  lo  dejó. 

Estas  son  las  paces,  y  éste  el  remedio  que  nos  vino  por 
manos  de  nuestro  salvador  y  medianero.  Y  aunque  le  seamos 
tan  deudores  por  este  remedio  cuanto  ninguna  lengua  criada 
puede  explicar,  no  menos  lo  somos  por  la  manera  del  remediar- 
nos, que  por  el  mismo  remedio.  Mucho  os  debo.  Dios  mío, 
porque  me  librastes  del  infierno,  y  me  reconciliastes  con  Vos: 
mas  mucho  más  os  debo  por  la  manera  en  que  me  librastes,  que 
por  la  libertad  que  me  distes.  Todas  vuestras  obras  en  todo  son 
maravillosas,  y  cuando  le  paresce  al  hombre  que  no  le  queda 
espíritu  para  mirar  sola  una,  deshácese  esta  maravilla  cuando 
alza  los  ojos  y  mira  otra.  No  es  deshonra.  Señor,  de  vuestras 
grandezas  que  se  deshagan  las  unas  con  las  otras,  sino  muestra 
de  vuestra  gloria. 

Pues  ¿qué  medio  tomastes.  Señor, para  remediarme?  Infinitos 
medios  había  con  que  pudiérades  darme  cumplida  salud  sin  tra- 
bajo, y  sin  costa  vuestra;  pero  fué  tan  grande  y  tan  espantosa 
vuestra  largueza,  que  por  mostrarme  más  claro  la  grandeza  de 
vuestra  bondad  y  amor,  quisistcs  remediarme  con  tan  grandes 
dolores,  que  sólo  pensarlos  bastó  para  haceros  sudar  sangre,  y  el 
padescerlos  para  hacer  despedazar  á    las  piedras  de  dolor.  Alá- 


¿}2  GUÍA  DE  PECADORES 


benos,  Señor,  los  cielos,  y  los  ángeles  prediquen  siempre  vues- 
tras maravillas.  ¿Qué  necesidad  teníades  Vos  de  nuestros  bienes? 
¿ni  qué  perjuicio  os  venía  de  nuestros  males?  Si  pecares,  dice 
Job  (i),  ¿qué  mal  le  harás?  Y  si  se  multiplicaren  tus  maldades, 
¿en  qué  le  dañarás?  Y  si  bien  hicieres,  ¿qué  le  darás?  ¿ó  qué 
podrá  Él  recibir  de  tus  manos?  Pues  aquel  Dios  tan  rico  y 
tan  exempto  de  males,  aquel  cuyas  riquezas,  cuyo  poder,  cuya 
sabiduría  ni  puede  crescer,  ni  ser  más  de  lo  que  es;  aquel 
que  ni  antes  de  la  creación  del  mundo,  ni  agora  después  de 
criado,  es  mayor  ni  menor  de  lo  que  era:  ni  porque  todos  los 
áno-eles  y  hombres  se  salven  v  le  alaben,  es  en  sí  más  honrado: 
ni  porque  todos  se  condenen  y  le  blasfemen,  menos  glorioso: 
este  tan  gran  Señor,  no  por  necesidad,  sino  por  caridad,  siendo 
nosotros  sus  enemigos  y  traidores,  tuvo  por  bien  de  inclinar  los 
cielos  de  su  grandeza,  y  descendir  á  este  lugar  de  destierro,  y 
vestirse  de  nuestra  mortalidad,  y  tomar  sobre  sí  todas  nuestras 
deudas,  y  padescer  por  ellas  los  mayores  tormentos  que  jamás 
se  padescieron  ni  padescerán.  Por  mí.  Señor,  naciste  en  un  esta- 
blo, por  mí  fuiste  reclinado  en  un  pesebre,  por  mí  circuncidado 
al  octavo  día,  por  mí  desterrado  en  Egipto,  y  por  mí  finalmente 
perseguido  y  malbatado  con  infinitas  maneras  de  injurias.  Por 
mí  ayunaste,  velaste,  caminaste,  sudaste,  lloraste  y  probaste  por 
experiencia  todos  los  males  que  había  merescido  mi  culpa,  no 
siendo  Tú  el  culpado,  sino  el  ofendido.  Por  mí  finalmente  fuiste 
preso,  desamparado,  vendido,  negado,  presentado  ante  unos  y 
otros  tribunales  y  jueces;  y  ante  ellos  acusado,  abofeteado,  infa- 
mado, escupido,  escarnecido,  azotado,  blasfemado,  muerto  y  se- 
pultado. Finalmente  remediástesme  muriendo  en  una  cruz,  y 
acabando  la  vida  en  presencia  de  vuestra  sanctísima  madre,  con 
tan  grande  pobreza,  que  no  tuvistes  una  sola  gota  de  agua  en  la 
hora  de  vuestra  muerte,  y  con  tan  gran  desamparo  de  todas  las 
cosas,  que  de  vuestro  mismo  Padre  fuistes  desamparado.  Pues 
¿  qué  cosa  de  mayor  espanto  que  venir  un  Dios  de  tan  grande 
majestad  á  acabar  así  la  vida  en  un  madero,  con  título  de  mal- 
hechor? 

Cuando  un  hombre,  por  bajo  que  sea,  viene  por  su  culpa  á 
parar  en  este  lugar,  si  por  caso  le  conoscías  antes,   y  te  llegas 


(i;    Job.  XXXV. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  IV.  4J 


á  él  de  cara  para  mejor  verle,  apenas  acabas  de  maravillarte, 
considerando  á  cuan  baja  suerte  le  trajo  su  miseria,  que  así  vi- 
niese á  acabar.  Pues  si  es  cosa  de  admiración  ver  un  hombre 
bajo  en  tal  lugar,  ¿qué  será  ver  en  el  mismo  al  Señor  de  todo 
lo  criado?  ¿Qué  será  ver  á  Dios  en  tal  lugar,  que  para  un  mal- 
hechor es  abaddo?  Y  si  cuanto  la  persona  justiciada  es  más  alta 
y  más  conoscida,  tanto  mayor  espanto  nos  pone  su  caída,  vos- 
otros, ángeles  bienaventurados,  que  tan  bien  conoscéis  la  alteza 
deste  Señor,  ;qué  sentistes,  cuando  allí  lo  vistes?  Mirándose  están 
uno  á  otro  los  querubines  que  mandó  Dios  poner  á  los  dos  lados 
delarca  del  Testamento  (i),  vueltos  los  rostros  al  propiciatorio, 
con  semblante  de  maravillados,  para  dar  á  entender  cuan  es- 
pantados están  aquellos  espíritus  soberanos,  considerando  esta 
obra  de  tanta  piedad,  que  es  mirando  á  Dios  hecho  propicia- 
torio del  mundo  en  aquel  sancto  madero.  Como  atónita  queda 
la  misma  naturaleza,  suspensas  están  todas  las  criaturas,  espán- 
tanse  los  principados  y  potestades  del  cielo  de  tan  inestimable 
bondad  como  por  aquí  conoscen  en  Dios.  Pues  ¿quién  no  cae 
debajo  de  la  ola  de  tan  grandes  maravillas?  ¿Quién  no  se  ahoga 
en  este  piélago  de  tanta  piedad?  ¿Quién  no  sale  fuera  de  sí, 
como  hizo  Aloisén  en  el  monte,  cuando  mostrándole  Dios  la  fi- 
gura deste  misterio,  daba  voces  y  decía  (2):  Misericordioso, 
piadoso,  sufridor.  Dios  de  gran  misericordia;  sin  saber  decir  otra 
cosa  más  que  proclamar  á  gritos  aquella  gran  misericordia  que 
Dios  allí  le  había  representado?  ¿Quién  no  cubre  aquí  sus  ojos 
como  Elias  (3)  cuando  ve  pasar  á  Dios,  no  con  pasos  de  ma- 
jestad, sino  de  humildad:  no  trastornando  los  montes,  y  que- 
brantando las  piedras  con  su  omnipotencia,  sino  derribado  ante 
los  malos,  y  haciendo  despedazar  á  las  piedras  de  compasión? 
Pues  ¿quién  no  cerrará  aquí  los  ojos  de  su  entendimiento,  y 
abrirá  los  senos  de  su  voluntad,  para  que  ella  sienta  la  grandeza 
deste  amor  y  beneficio,  y  ame  cuanto  pudiere,  sin  tasa  y  sin 
medida?  ¡Oh  alteza  de  caridad!  ¡Oh  bajeza  de  humildad!  ¡Oh 
grandeza  de  misericordia!  ¡Oh  abismo  de  incomprehensible 
bondad ! 

Pues  si  tanto.  Señor,  os  debo  porque  me  redemistes,  ¿  cuánto 
os    deberé  por   esta   manera  de   remedio?   Redemístesme   con 


(i)     Exod,  XXV.      (2)  Ibid.  XXXIV.     (3)  111  Keg.  XIX. 


44  GUÍA  DE  PECADORES 


inestimables  dolores  y  deshonras,  y  con  venir  á  ser  oprobrío  de 
los  hombres  y  desecho  del  mundo;  con  estas  deshonras  me 
honrastes,  con  estas  acusaciones  me  defendistes,  con  esta  sangre 
me  lavastes,  con  esta  muerte  me  resuscitastes,  y  con  esas  lágri- 
mas vuestras  me  librastes  de  aquel  perpetuo  llanto  y  crujir  de 
dientes.  ¡Oh  buen  padre,  que  así  amáis  á  vuestros  hijos!  ¡Oh 
buen  pastor,  que  así  os  dais  en  pasto  y  mantenimiento  á  vuestro 
ganado!  ¡Oh  fiel  guardador,  que  así  os  entregáis  á  la  muerte 
por  los  que  os  encargastes  de  guardar!  Pues  ¿con  qué  dádivas 
responderé  á  esta  dádiva?  ¿Con  qué  lágrimas  á  esas  lágrimas? 
¿Con  qué  vida  pagaré  esa  vida?  ¿Qué  va  de  vida  de  hombre  á 
vida  de  Dios,  y  de  lágrimas  de  criatura  á  lágrimas  de  Criador? 
Y  si  por  ventura  te  parece,  hombre,  que  no  le  debes  tanto 
porque  no  padesció  por  ti  solo,  sino  también  por  todos  los  otros, 
no  te  engañes;  porque  realmente  de  tal  manera  padesció  por 
todos,  que  también  padesció  por  cada  uño.  Porque  con  su  sabidu- 
ría infinita  Él  tuvo  todos  aquellos  por  quien  padescía  tan  presentes 
ante  sus  ojos,  como  si  fueran  un  solo:  y  con  su  caridad  inmensa 
abrazó  á  todos  y  á  cada  uno,  y  derramó  su  sangre  por  él  como 
por  todos.  Finalmente  tan  grande  fué  su  caridad,  que  (como 
dicen  los  sanctos)  si  uno  solo  entre  todos  los  hombres  fuera  cul- 
pado, por  él  solo  padesciera  lo  que  padesció  por  todos.  Mira, 
pues,  agora  cuánto  debes  á  este  Señor,  que  tanto  hizo  por  ti:  y 
que  tanto  más  hiciera  de  lo  que  hizo,  si  te  fuera  necesario. 


Colige  de  ¡o  diclio  cuan  gran  mal  sea  ofender  á  nuestro  Señor. 

§•1. 

i 


|UES  díganme  agora  todas  las  criaturas  si  puede  ser  be- 
^  neficio  mayor,  ni  obligación  mayor,  ni  gracia  mayor. 
Digan  todos  los  coros  de  los  ángeles  si  ha  hecho  Dios  otro 
tanto  por  ellos.  Pues  ¿  quién  no  se  ofrescerá  del  todo  al  servicio 
de  tal  Señor?  Tres  veces  (dice  Sant  Anselmo)  te  debo,  Señor, 
todo  lo  que  soy;  porque  me  criaste,  te  debo  todo  lo  que  hay 
en  mí;  y  porque  después  me  redemiste,  te  debo  aun  con  más 
justo  título  la  misma  deuda;  y  porque  después  de  todo  esto  te 


Libro  i.  capítulo  Iv.  4^ 


me  prometes  en  galardón,  también  me  debo  todo.  Pues  ^cómo 
no  me  entregaré  yo  una  vez  á  quien  por  tantos  títulos  me 
debo?  ¡Oh  ingratitud  y  dureza  de  corazón  humano,  si  con  tales 
beneficios  no  se  vence!  No  hay  cosa  tan  dura  que  por  algún 
artificio  no  se  pueda  ablandar.  Los  metales  se  regalan  con  el 
fuego,  el  hierro  se  ablanda  en  la  fi-agua,  la  dureza  del  diamante 
se  doma  y  labra  con  sangre  de  animales.  Mas  ¡  oh  corazón  más 
que  de  piedra,  más  que  de  hierro,  más  que  de  diamante,  á  quien 
ni  ablanda  el  fuego  del  infierno,  ni  el  regalo  de  padre  tan  pia- 
doso, ni  la  sangre  del  Cordero  sin  mancilla  derramada  por  ti ! 

Pues  habiendo  Vos,  Señor,  descubierto  á  los  hombres  tal 
bondad  y  misericordia,  ¿  es  cosa  tolerable  que  haya  quien  no  os 
ame;  que  haya  quien  deste  beneficio  se  olvide;  que  haya  quien 
con  todo  esto  os  ofenda?  ¿A  quién  ama  quien  á  Vos  no  ama? 
<iQué  beneficios  agradesce  quien  los  vuestros  no  agradesce? 
^  Cómo  no  serviré  yo  á  quien  así  me  amó,  así  me  buscó,  así  me 
remedió?  Si  yo,  dice  el  Salvador  (i), fuere  levantado  de  la  tierra, 
todas  las  cosas  traeré  á  mí.  ¿Con  qué  fuerzas?  ¿con  qué  cadenas? 
Con  fuerzas  de  amor,  y  con  cadenas  de  beneficios.  Con  las  cuer- 
das de  Adán  lo  traeré  á  mí,  dice  el  Señor  (2),  y  con  ataduras 
de  amor.  Pues  ¿quién  no  será  llevado  por  estas  cuerdas?  ¿Quién 
no  se  dejará  prender  destas  cadenas?  ¿Quién  no  será  vencido 
con  tales  beneficios? 

Y  si  tan  grande  culpa  es  no  amar  este  Señor,  ¿qué  será 
ofenderle  y  quebrantar  sus  mandamientos?  ¿Cómo  puedes  tener 
manos  para  ofender  aquellas  manos  que  tan  liberales  fueron  para 
contigo,  hasta  ponerse  en  una  cruz?  Cuando  aquella  mala  mujer 
sóUcitaba  al  sancto  patriarca  Josef  para  que  hiciese  traición  á  su 
señor,  defendióse  el  sancto  mozo  con  estas  palabras  (3):  Mira 
que  todas  cuantas  cosas  tiene  mi  señor,  ha  puesto  en  mis  manos, 
sacando  á  ti  sola,  que  eres  su  mujer:  pues  ¿cómo  podré  yo  co- 
meter tan  gran  maldad  contra  él,  y  pscar  contra  Dios?  Como 
si  dijera:  Si  mi  señor  ha  sido  tan  bueno  y  tan  largo  para  co- 
migo;  si  todo  cuanto  tiene  ha  puesto  en  mis  manos;  si  así  me 
ha  honrado  y  fiado  de  mí  todas  sus  cosas,  ¿cómo  podré  yo  (es- 
tando preso  con  tantas  cadenas  de  beneficios)  tener  manos  para 
ofender  á  tan  buen  señor?  Y  es  de  notar  que  no  se  contentó  con 


(1)     Juan.  XII.       (3)  O^e.  XI.     (3)  Gen.  XXXIX, 


4Í^  GUÍA  DE  PECADORES 


decir:  no  debo,  ó  no  es  razón  ofenderle;  sino  ¿cómo  podré 
ofenderle?  Dando  á  entender  que  la  grandeza  de  los  beneficios 
no  sólo  debe  quitar  la  voluntad,  sino  también  en  su  manera  las 
fuerzas,  y  la  facultad  para  ofender  al  bienhechor.  Pues  si  esta 
manera  de  agradssci miento  merescían  aquellos  beneficios,  ¿qué 
merecerán  los  de  Dios?  Aquel  hombre  puso  en  las  manos  de 
Josef  cuanto  teñía:  Dios  ha  puesto  en  tus  manos  cuasi  todo 
cuanto  tiene.  Alira,  pues,  cuánto  es  más  lo  que  Dios  tiene,  que 
lo  que  aquél  tenía;  porque  tanto  más  es  lo  que  tú  tienes  recebido 
que  lo  que  aquél  recibió.  Si  no,  dime:  ¿qué  hacienda  tiene  Dios 
que  no  la  haya  puesto  en  tus  manos?  El  cielo,  la  tierra,  el  sol, 
la  luna,  las  estrellas,  los  ríos,  los  mares,  las  aves,  los  pesces,  los 
árboles,  los  animales,  y  finalmente  todo  cuanto  hay  debajo  del 
cielo,  en  tus  manos  está  puesto.  Y  no  sólo  cuanto  ha}^  debajo 
del  cielo,  sino  también  cuanto  hay  sobre  el  cielo:  que  es  la 
gloria  de  allá,  y  las  riquezas  y  bienes  de  allá.  Todas  las  cosas, 
dice  el  Apóstol  (i),  son  vuestras:  sea  Patilo,sea  Apolo,  sea  Pedro, 
sea  el  mundo,  sea  la  vida,  sea  la  muerte,  sea  lo  presente,  sea  lo 
venidero:  todo  es  vuestro;  porque  todo  ayuda  á  vuestra  salva- 
ción. Y  no  sólo  lo  que  está  sobre  los  cielos,  sino  también  el 
mismo  Señor  de  los  cielos  se  nos  ha  dado  en  mil  maneras,  en 
padre,  en  tutor,  en  salvador,  en  maestro,  en  médico,  en  precio, 
en  ejemplo,  en  mantenimiento,  en  remedio  y  en  galardón.  Fi- 
nalmente, el  Padre  nos  dio  á  su  Hijo,  el  Hijo  nos  meresció  al 
Espíritu  Sancto,  y  el  Espíritu  Sancto  nos  hace  merescer  al 
mismo  Padre,  y  Hijo,  de  quien  manan  todos  los  bienes. 

Pues  si  es  verdad  que  cuanto  Dios  tiene,  ha  puesto  en 
tus  manos:  ¿  cómo  tienes  tú  manos  para  ofender  á  tan  larguísimo 
y  piadosísimo  bienhechor?  Extremo  mal  paresce  no  agradescer 
tan  grandes  bienes:  pues  ¿quesera  añadir  al  desagradescimiento 
menosprecio  y  ofensas  del  bienhechor?  Si  aquel  mancebo  se 
hallaba  tan  capti\'o  y  tan  impotente  para  ofender  á  quien  le 
había  puesto  en  las  manos  toda  su  casa:  ¿cómo  tienes  tú  fuerzas 
para  ofender  á  quien  el  cielo,  y  la  tierra,  y  á  sí  mismo  puso  en 
tus  manos?  ¡Oh  más  ingrato  que  los  brutos  animales,  más  fiero 
que  las  fieras,  y  más  insensible  que  todas  las  cosas  insensibles, 
si  no  sientes  este  mal!  Porque  ¿qué  fiera,  qué  león,  qué  tigre 


(i)     1  Cor.  III. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   IV.  Á,'] 


se  desmandó  en  hacer  mal  á  quien  bien  le  hace  ?  De  un  perro 
escribe  Sant  Ambrosio  que  estuvo  toda  una  noche  llorando  y 
aullando  á  su  señor,  porque  se  lo  había  muerto  un  su  contrario. 
Y  como  otro  día  por  la  mañana  se  llegase  mucha  gente  á  ver 
el  muerto,  y  también  entre  ellos  el  matador,  arremetió  luego 
contra  él,  y  á  bocados  y  ladridos  dio  á  entender  la  culpa  se- 
creta del  malhechor.  Pues  si  los  perros  por  un  pedazo  de  pan  tal 
amor  y  fe  tienen  con  sus  señores,  ;cómo  serás  tú  tan  ingrato, 
que  en  ley  de  agradescimiento  y  humanidad  te  dejes  vencer  de 
un  perro?  Y  si  aquel  animal  tanto  se  indignaba  contra  quien  le 
mató  su  señor,  ¿cómo  no  te  indignarás  tú  contra  los  que  mata- 
ron al  tuyo  ?  Y  ;  quién  son  (si  piensas)  los  que  le  mataron,  sino 
tus  pecados?  Éstos  fueron  los  que  le  prendieron,  éstos  los  que 
le  ataron,  azotaron  y  pusieron  en  cruz:  tus  pecados,  digo,  fueron 
la  causa.  Porque  no  fueran  los  verdugos  poderosos  para  esto,  si 
tus  pecados  no  lo  fueran.  Pues  ¿porqué  no  te  embravescerás 
contra  estos  tan  crueles  homicidas  que  quitaron  la  vida  á  tu 
Señor?  ¿Porqué  \'iéndole  muerto  ante  ti  y  por  ti,  no  crecerá 
más  en  ti  el  amor  para  con  Él,  y  el  aborrecimiento  contra  el 
pecado  que  le  mató? 

Especialmente  sabiendo  que  todo  lo  que  Él  en  este  mundo 
hizo,  dijo  y  padesció,  fué  por  causar  en  nuestros  corazones  abo- 
rrecimiento del.  Por  matar  el  pecado  murió:  y  por  echarle  cla- 
vos en  pies  y  en  manos  se  dejó  Él  enclavar  en  los  suyos.  Pues 
¿porqué  quieres  tú  hacer  para  ti  vanos  todos  los  trabajos  y  su- 
dores de  Cristo,  pues  te  quieres  quedar  en  aquella  misma  ser- 
vidumbre de  que  Él  con  su  sangre  te  libró?  ¿Cómo  no  temblarás 
de  solo  el  nombre  del  pecado,  pues  ves  á  Dios  hacer  tan  extra- 
ñas cosas  por  destruirlo?  ¿Qué  más  había  que  hacer  para  retraer 
á  los  hombres  de  pecar,  que  ponérseles  el  mismo  Dios  delante 
atravesado  en  un  madero  ?  ¿  Quién  osaría  ofender  á  Dios,  si  viese 
el  paraíso  y  el  infierno  abierto  delante  de  sí?  Pues  sin  dubda 
;nayor  cosa  es  ver  á  Dios  puesto  en  cruz,  que  todo  esto.  Por 
donde,  á  quien  no  mueve  esta  hazaña  tan  grande,  no  sé  qué 
otra  cosa  le  pueda  mover. 


DEL  QUINTO  TÍTULO  POR   DO    ESTAMOS   OBLIGADOS   Á  LA    VIRTUD,  QUE  ES   EL  BE- 
NEFICIO DE    NUESTRA  JUSTIFICACIÓN. 

CAPÍTULO  V. 


AS  ¿qué  nos  aprovechara  el  beneficio  de  laredemp- 
ción,  si  no  se  siguiera  el  de  la  justificación,  mediante 
la  cual  se  nos  aplica  la  virtud  deste  soberano  be- 
neficio? Porque  así  como  no  aprovechan  las  medicinas  cuando 
no  se  aplican  á  las  dolencias;  así  no  aprovechara  esta  celestial 
medicina,  si  por  medio  deste  beneficio  no  se  nos  aplicara.  El 
cual  oficio  señaladamente  pertenece  al  Espíritu  Sancto,  á  quien 
se  atribuye  la  sanctificación  del  hombre;  porque  Él  es  el  que 
previene  al  pecador  con  su  misericordia:  y  prevenido,  le  llama:  y 
-llamado,  le  justifica:  y  justificado,  le  guía  derechamente  por  las 
sendas  de  la  justicia;  y  así  le  lleva  hasta  el  cabo  con  el  don  de 
la  perseverancia,  y  después  le  da  la  corona  de  la  gloria:  porque 
todos  estos  beneficios  comprehende  este  tan  grande  beneficio. 

§.I. 

Entre  los  cuales  el  primero  es  el  de  la  vocación  y  justificación: 
que  es  cuando  por  virtud  deste  Espíritu  divino,  quebradas  las 
cadenas  y  lazos  de  nuestros  pecados,  sale  el  hombre  de  la  tira- 
nía y  subjección  del  demonio,  y  resuscita  de  muerte  á  vida,  y  de 
pecador  se  hace  justo,  y  de  hijo  de  maldición  hijo  de  Dios.  Lo 
cual  en  ninguna  manera  se  puede  hacer  sin  especial  socorro  y 
favor  divino,  como  claramente  lo  testificó  el  Salvador  dicien.- 
do  (i):  Nadie  puede  venir  á  Mí,  si  mi  Padre  no  le  trae.  Dando  á 
entender  que  ni  el  libre  albedrío  del  hombre,  ni  todo  el  caudal 
de  la  naturaleza  humana  basta  por  sí  solo  para  levantar  á  un 
hombre  del  pecado  á  la  gracia,  si  no  entreviniere  aquí  el  brazo 

(I)    Joao,  VI. 


LtBRO   I.   CAPÍTL'LO   V.  49 


de  la  potencia  divina.  Sobre  las  cuales  palabras  dice  Sancto  To- 
más que  así  como  la  piedra  de  su  propria  naturaleza  se  mueve 
á  lo  bajo,  y  no  puede  por  sí  subir  á  lo  alto,  si  no  hay  alguna 
cosa  de  fuera  que  la  levante:  así  también  el  hombre  por  la  co- 
rrupción del  pecado  (cuanto  es  de  su  cosecha)  siempre  tira  para 
bajo,  que  es  al  amor  y  deseo  de  las  cosas  terrenas:  mas  si  se 
ha  de  levantar  á  lo  alto,  que  es  al  amor  y  deseo  sobrenatural  de 
las  cosas  del  cielo,  es  necesaria  la  mano  y  socorro  del  cielo.  La 
cual  sentencia  es  mucho  para  notar,  y  aun  para  llorar:  para  que 
por  ella  conozca  el  hombre  á  sí  mismo,  y  entienda  la  corrup- 
ción de  su  naturaleza,  y  la  necesidad  que  tiene  de  pedir  conti- 
nuamente el  socorro  y  favor  divino. 

Pues  tornando  al  propósito,  por  esta  causa  no  puede  por  sí 
el  hombre  levantarse  del  pecado  á  la  gracia,  si  la  omnipotente 
mano  de  Dios  no  le  levanta.  Mas  ¿quién  podrá  explicar  cuántos 
beneficios  encierra  en  sí  este  beneficio?  Porque  como  sea  ver- 
dad que  por  este  medio  es  desterrado  el  pecado  del  ánima,  y 
el  pecado  cause  innumerables  males  en  ella,  ¿qué  tan  grande  será 
aquel  bien  que  todos  estos  males  echa  fuera?  Y  porque  la  con- 
sideración deste  beneficio  incita  mucho  al  agradescimiento  del 
y  al  deseo  de  la  virtud,  declararé  aquí  en  pocas  palabras  los 
grandes  bienes  que  trae  consigo  este  bien. 

Porque  primeramente  por  él  es  el  hombre  reconciliado  con 
Dios,  y  restituido  en  su  amistad.  Porque  el  primero  y  el  mayor 
de  todos  los  males  que  el  pecado  mortal  hace  en  un  ánima,  es 
hacer  á  Dios  enemigo  della:  el  cual,  como  sea  infinita  bondad, 
conforme  á  esto  tiene  el  aborrescimiento  á  la  maldad.  Y  así  dice 
el  Profeta  (i):  Aborreciste  á  todos  los  que  obran  maldad,  y  des- 
truirás á  los  que  hablan  mentira;  y  al  varón  derramador  de  san- 
gre y  engañoso  abominarlo  ha  el  Señor.  Éste  es  el  ma}^or  de 
todos  los  males  del  mundo,  y  el  causador  de  todos  ellos;  así  co- 
mo, por  el  contrario,  el  amarnos  Dios  es  el  mayor  de  todos  los 
bienes,  y  la  causa  dellos.  Pues  deste  mal  tan  grande  somos  libra- 
dos por  el  beneficio  de  la  justificación,  por  el  cual  somos  recon- 
ciliados con  Dios,  3^  de  enemigos  hechos  amigos;  y  no  en  cual- 
quier grado  de  amistad,  sino  en  uno  de  los  mayores  que  puede 
haber,  que  es  amor  de  padre  á  hijos.  Lo  cual  con  mucha  razóa 


(I)    Psalm.  V, 

Q»R AS  DB  GRANABA  I~4 


5 o  GUÍA   DE  PECADORES 


encarece  el  amado  evangelista  S.  Juan,  diciendo  (i):  Mirad  qué 
tan  grande  es  el  amor  que  Dios  nos  tiene,  pues  nos  levantó  á 
tanta  honra,  que  nos  llamemos  hijos  de  Dios,  y  lo  seamos.  No  se 
contentó  con  decir  que  nos  llamásemos,  sino  añadió  también 
que  lo  fuésemos,  para  que  clara  y  distinctamente  conociese  la 
bajeza  y  desconfianza  humana  la  largueza  de  la  gracia  divina,  y 
que  no  sólo  era  esta  honra  de  nombre  y  de  título,  sino  también 
de  obras  y  de  hecho.  Pues  si  tan  grande  mal  es  estar  en  odio  de 
Dios,  ¿qué  tan  grande  bien  será  estar  en  gracia  con  Dios?  Pues 
como  dicen  los  filósofos,  tanto  una  cosa  es  más  buena,  cuanto 
más  mala  es  su  contraria:  por  donde  aquella  será  sumamente 
buena,  que  contradice  á  la  sumamente  mala,  cual  es  ser  el 
hombre  aborrecido  de  Dios.  Y  si  acá  en  el  mundo  se  tiene  en 
tanto  estar  en  gracia  el  hombre  con  su  señor,  con  su  padre,  con 
su  príncipe,  con  su  perlado,  y  con  su  re}^  cQ"'-^^  ^^^^  estar  en 
gracia  con  aquel  sumo  príncipe,  y  soberano  padre,  y  altísimo 
señor,  con  quien  comparadas  todas  las  dignidades  y  principados 
de  la  tierra,  así  son  como  si  no  fuesen?  La  cual  gracia  tanto  es 
mayor,  cuanto  más  graciosamente  se  da:  pues  es  cierto  que  así 
como  antes  del  beneficio  de  la  creación  no  pudo  el  hombre  hacer 
cosa  por  donde  mereciese  el  ser  (pues  entonces  no  era)  así  des- 
pués de  caído  en  pecado,  no  pudo  hacer  cosa  merecedora 
deste  tan  grande  bien:  no  porque  no  era,  sino  porque  era  malo 
y  desagradable  á  Dios. 

11.  Otro  beneficio  es,  después  déste,  librar  al  hombre  de  la 
condenación  de  las  penas  eternas,  á  que  por  el  pecado  estaba 
obligado.  Porque  así  como  el  pecado  hace  al  hombre  aborre- 
cible á  Dios  (según  dijimos)  y  nadie  pueda  ser  aborrecido  del 
sin  grandísimo  daño  suyo,  de  aquí  es  que  porque  los  malos  pe- 
cando se  apartan  de  Dios  y  le  desprecian,  merecen  por  esto 
ser  ellos  despreciados  y  desechados  de  la  vista,  y  de  la  compa- 
ñía, y  de  la  casa  hermosísima  de  Dios.  Y  porque  apartándose 
de  Dios,  amaron  desordenadamente  las  criaturas,  es  justo  sean 
atormentados  por  todas  ellas,  y  condenados  á  penas  eternas:  con 
las  cuales  comparadas  todas  las  desta  vida,  más  parecen  pinta- 
das que  verdaderas.  Y  con  estos  males  se  juntará  aquel  gusano 
inmortal  que  siempre  roerá  y  despedazará  las  entrañas  y  cons- 
ol;   I  Joan.  III. 


Libro  i.  CArÍTULO  \' 


ciencias  de  los  malos.  Pues  ¿qué  diré  de  la  compañía  de  todos 
aquellos  perversos  espíritus,  y  de  todos  los  condenados,  y  de 
aquella  tristísima  y  escurísima  región  llena  de  tinieblas  y  confu- 
sión, donde  ningún  orden  ha}^,  ninguna  alegría,  ningún  reposo, 
ninguna  paz,  ningún  descanso,  ninguna  satisfacción,  ninguna  es- 
peranza, sino  eterno  llanto,  eterno  crujir  de  dientes,  eterna  rabia 
y  eternas  blasfemias  3^  maldiciones?  Pues  de  todos  estos  males 
tan  grandes  libra  Dios  á  los  que  justifica,  los  cuales  después  de 
reconciliados  con  El,  y  admitidos  á  su  gracia,  están  libres  desta 
ira  y  del  castigo  desta  venganza. 

III.  Otro  beneficio  más  espiritual  es  la  renovación  y  refor- 
mación del  hombre  interior,  que  por  el  pecado  quedó  estragado 
y  deformado.  Porque  el  pecado  primeramente  despoja  al  ánima, 
no  solamente  de  Dios,  sino  también  de  todas  las  fuerzas  sobrena- 
turales y  de  todas  las  riquezas  y  dones  del  Espíritu  Sancto,  con 
los  cuales  estaba  ella  hermoseada,  armada  y  enriquescida;  y  sien- 
do privada  destos  bienes  de  gracia,  es  luego  herida  y  lisiada 
en  las  habihdades  y  dotes  de  naturaleza.  Porque  como  el  hom- 
bre sea  criatura  racional,  y  el  pecado  sea  obra  contra  razón,  y 
sea  cosa  tan  natural  destruir  un  contrario  á  otro  contrario,  de 
aquí  es  que  cuanto  más  se  multiplican  los  pecados,  tanto  más  se 
estragan  las  potencias  del  ánima,  no  en  sí  mismas,  sino  en  las  ha- 
bilidades que  tienen  para  obrar.  Y  así  los  pecados  hacen  el  áni- 
ma miserable,  enferma,  tardía  y  instable  para  todo  lo  bueno,  y 
inclinada  á  todo  lo  malo;  flaca  para  resistir  á  las  tentaciones,  y 
pesada  para  andar  por  el  camino  de  los  mandamientos  divinos, 
Prívanla  también  de  la  verdadera  libertad  y  señorío  del  espíritu. 
y  hácenla  captiva  del  demonio,  del  mundo,  y  de  la  carne,  y  de 
sus  proprios  apetitos:  y  así  vive  en  un  muy  más  duro  y  miserable 
captiverio  que  fué  el  de  Babilonia  y  de  Egipto.  Y  juntamente 
con  esto  entorpecen  y  hacen  botos  todos  los  sentidos  espirituales 
de  las  ánimas,  de  tal  manera  que  ni  03'en  las  voces  y  inspiracio- 
nes de  Dios,  ni  ven  los  grandes  males  que  les  están  aparejados, 
ni  perciben  el  olor  suavísimo  de  las  virtudes  y  ejemplos  de  los 
sanctos,  ni  gustan  cuan  suave  es  el  Señor,  ni  sienten  los  azotes 
ni  los  beneficios  con  que  son  provocados  á  su  amor;  y  sobre  to- 
do esto,  quitan  la  paz  y  alegría  de  la  consciencia,  apagan  el  fer- 
vor del  espíritu  y  dejan  al  hombre  sucio,  feo  y  abominable  en  el 
íicatamiento  de  Dios  y  de  sus  sanctos, 


52  GUÍA   t»E   PECADORES 


Pues  de  todos  estos  males  nos  libra  este  beneficio,  porque  no 
se  contenta  aquel  abismo  de  misericordia  con  perdonar  los  peca- 
dos, y  recibirnos  en  su  gracia,  sino  destierra  también  todos  es- 
tos males  que  consigo  acarreó  la  culpa,  reformando  y  renovan- 
do nuestro  hombre  interior.  Y  así  cura  nuestras  llagas,  lava 
nuestras  inmundicias,  rompe  las  ataduras  de  los  pecados,  sacude 
el  yugo  de  los  malos  deseos,  líbranos  de  la  servidumbre  y  cap- 
tiverio  del  demonio,  mitiga  el  furor  de  nuestras  malas  inclina- 
ciones, restituyenos  la  verdadera  libertad  y  hermosura  del  ánima, 
vuélvenos  la  pa,z  y  alegría  de  la  buena  consciencia,  aviva  los 
sentidos  interiores,  hácenos  ligeros  para  el  bien,  tardíos  y  pesa- 
dos para  el  mal,  fuertes  y  constantes  para  resistir  las  tentaciones, 
y  con  esto  nos  enriquece  de  buenas  obras.  Finalmente,  de  tal 
manera  repara  nuestro  hombre  interior  con  todas  sus  potencias, 
que  llama  el  Apóstol  á  los  que  así  están  justificados,  renovados 
y  nuevas  criaturas  (i).  La  cual  renovación  es  tan  grande,  que 
cuando  se  hace  por  el  baptismo  se  llama  regeneración,  y  cuando 
por  la  penitencia,  resurrección:  no  sólo  porque  resuscita  al  áni- 
ma de  la  muerte  del  pecado  á  la  vida  de  gracia,  sino  porque 
también  imita  en  su  manera  la  hermosura  de  la  resurrección  ad- 
venidera. Lo  cual  es  en  tanto  grado  verdad,  que  ninguna  len- 
gua basta  para  declarar  la  hermosura  de  un  ánima  justificada, 
sino  sólo  aquel  Espíritu  divino  que  la  hermosea,  y  hace  templo 
y  morada  suya.  Por  donde  si  quisiéremos  comparar  todas  las  ri- 
quezas de  la  tierra,  todas  las  honras  del  mundo,  todas  las  gracias 
naturales,  y  todas  las  virtudes  acquisitas  con  la  hermosura  y  ri- 
queza desta  ánima,  todas  parecerán  escurísimas  y  vilísimas  en 
presencia  della.  Porque  la  ventaja  que  hace  el  cielo  á  la  tierra, 
y  el  espíritu  al  cuerpo,  y  la  eternidad  al  tiempo,  ésa  hace  la  vida 
de  gracia  á  la  vida  de  naturaleza,  y  la  hermosura  del  ánima 
á  la  hermosura  del  cuerpo,  y  las  riquezas  interiores  á  las  exte- 
riores, y  la  fortaleza  espiritual  á  la  natural.  Ca  todas  estas  co- 
sas son  limitadas  y  temporales,  y  hermosas  á  solos  los  ojos  cor- 
porales, para  las  cuales  basta  el  concurso  general  de  Dios;  mas  para 
estotras  es  menester  concurso  especial  y  sobrenatural,  y  no  se 
pueden  llamar  temporales,  pues  nos  llevan  á  la  eternidad:  ni  tam- 
poco del  todo  finitas,  pues   son  merecedoras  de  Dios,  en  cuyos 

^i)    Galat.  VI. 


I.IRRO   I.   CAPÍTLXO  V.  ^\ 


ojos  son  tan  preciosas  y  de  tanto  valor,  que  lo  enamoran  de  su 
hermosura.  Y  pudiendo  Dios  obrar  todas  estas  cosas  con  sola  su 
asistencia  y  voluntad,  no  quiso  sino  adornar  el  ánima  con  todas 
las  virtudes  infusas  y  siete  dones  del  Espíritu  Sancto,  con  los 
cuales  no  sólo  la  esencia  del  ánima,  pero  todas  sus  potencias 
quedan  vestidas  y  ataviadas  con  todos  estos  hábitos  celestiales. 

IV.  Y  sobre  todos  estos  beneficios  añade  otro  aquella  infinita  bon- 
dad y  largueza,  que  es  la  presencia  y  asistencia  del  Espíritu  Sanc- 
to y  de  toda  la  Sanctísima  Trinidad,  que  desciende  á  morar  en 
el  ánima  del  justificado,  para  enseñarle  á  usar  de  toda  esta  ha- 
cienda, como  hace  el  buen  padre,  que  no  contento  con  dar  su 
hacienda  á  su  hijo,  dale  también  un  tutor  y  gobernador  para 
que  la  sepa  administrar.  De  manera  que  así  como  en  el  ánima 
del  que  está  en  pecado,  moran  víboras,  dragones  y  serpientes, 
que  es  la  muchedumbre  de  los  espíritus  malignos  que  en  ella  ha- 
cen su  habitación,  com.odice  el  Salvador  por  Sant  Mateo  (i),  así 
por  el  contrario,  en  el  ánima  del  justificado  entra  el  Espíritu 
Sancto  y  toda  la  Sanctísima  Trinidad,  y  desterrados  todos  estos 
monstruos  y  fieras  infernales,  hace  allí  su  templo  y  su  habitación, 
como  expresamente  lo  testificó  el  Salvador,  diciendo  (2):  Si  al- 
guno me  ama,  guardará  mis  mandamientos,  y  mi  Padre  le  amará, 
y  á  él  vendremos  3^  en  él  haremos  nuestra  morada.  Por  virtud 
de  las  cuales  palabras  confiesan  todos  los  doctores  sanctos,  jun- 
tamente con  los  escolásticos,  que  el  Espíritu  Sancto  por  una 
especial  manera  mora  en  el  ánima  del  justificado,  haciendo  dis- 
tinción'entre  el  Espíritu  Sancto  y  sus  dones,  y  confesando  que  no 
sólo  se  dan  á  los  tales  los  dones  del  Espíritu  Sancto,  sino  también 
el  mismo  Espíritu  Sancto,  el  cual  entrando  en  la  tal  ánima,  la 
hace  templo  y  morada  suya:  y  para  esto  Él  mismo  la  limpia,  y 
sanctifica,  y  adorna  con  sus  dones,  para  que  sea  morada  digna 
de  tal  huésped. 

V.  A  todos  estos  beneficios  se  añade  otro  maravilloso,  que  es 
hacerse  todos  los  justificados  miembros  vivos  de  Cristo:  los  cua- 
les antes  eran  miembros  muertos  que  no  recibían  sus  influencias. 
De  donde  nascen  otras  grandes  y  nuevas  prerogativas  y  exce- 
lencias: porque  de  aquí  procede  que  el  mismo  Hijo  de  Dios  los 
ama  como  á  sus  miembros,  y  mira  por  ellos  como  por  sus  miem- 


{i)     Matth.  XII;  Luc.  XI.     ^2)  Joan    XIV, 


'^4  tíÜlA  DTE  PECADORES 


bros,  y  tiene  solícito  cuidado  dellos  como  de  sus  proprios  miem- 
bros, y  influye  en  ellos  continuamente  su  virtud  como  cabeza  en 
sus  miembros:  y  finalmente  el  Padre  Eterno  los  mira  con  amo- 
rosos ojos,  porque  los  mira  como  miembros  vivos  de  su  Unigé- 
nito Hijo,  unidos  y  encorporados  con  El  por  la  participación 
de  su  Espíritu;  y  así  sus  obras  le  son  ap^radables  y  meritorias,  por 
ser  obras  de  miembros  vivos  de  su  Hijo,  el  cual  obra  en  ellos 
todo  lo  bueno.  De  la  cual  dignidad  procede  que  cuando  los  ta- 
les piden  mercedes  á  Dios,  las  piden  con  muy  grande  confian- 
za: porque  entienden  que  no  piden  tanto  para  sí,  cuanto  para  el 
mismo  Hijo  de  Dios,  que  en  ellos  y  con  ellos  es  honrado.  Porque 
como  sea  verdad  que  el  bien  que  se  hace  á  los  miembros,  se  ha- 
ce á  la  cabeza,  teniendo  ellos  á  Cristo  por  cabeza,  entienden  que 
pidiendo  para  sí  piden  para  ella.  Porque  si  es  verdad,  como  el 
Apóstol  dice,  que  los  que  pecan  contra  los  miembros  de  Cristo, 
pecan  contra  el  mismo  Cristo,  y  el  mismo  Cristo  se  tiene  por 
perseguido,  cuando  por  El  son  sus  miembros  perseguidos,  como 
El  lo  dijo  al  mismo  Apóstol  cuando  perseguía  á  la  Iglesia  (i), 
^qué  maravilla  es  que  siendo  esos  miembros  honrados  sea  el 
mismo  Cristo  honrado  en  ellos?  Y  siendo  esto  así,  ¿qué  confian- 
za llevará  el  justo  en  la  oración,  cuando  considera  que  pidiendo 
para  sí  pide  en  su  manera  mercedes  al  Padre  Eterno  para  su 
amantísimo  Hijo?  Pues  nos  consta  que  cuando  se  hacen  merce- 
des á  uno  por  amor  de  otro,  á  aquél  principalmente  se  hacen  por 
cuyo  amor  se  hacen:  como  vemos  que  el  que  sirve  al  pobre 
por  amor  de  Dios,  no  sirve  tanto  al  pobre  cuanto  á  Dios. 

VI.  A  todos  estos  beneficios  se  añade  el  postrero  á  quien 
los  otros  se  ordenan,  que  es  el  título  y  derecho  que  se  da  á  los 
justificados  de  la  vida  eterna.  Porque  nuestro  inmenso  Dios  (en 
quien  tanto  resplandece  la  justicia  juntamente  con  la  misericor- 
dia) así  como  obliga  á  todos  los  pecadores  impenitentes  á  los 
tormentos  eternos,  así  acepta  á  todos  los  verdaderos  penitentes 
á  la  vida  perdurable,  y  pudiendo  Él  perdonar  los  pecados,  y 
admitir  los  hombres  á  su  amistad  y  gracia,  sin  levantarlos  á  la 
participación  de  su  gloria,  no  lo  quiso  hacer  así;  sino  á  los  que 
misericordiosamente  perdonó,  justificó:  y  á  los  que  justificó,  hizo 
hijos:  y  á  los  que  hizo  hijos,  hizo  tanrbién  herederos  y  particio- 

(i)    Act.  IX. 


LlliKU  1.   CAI'ÍTL'LÓ   V.  '§S 

ñeros  en  su  misma  heredad  y  hacienda  con  su  Unigénito  Hijo. 
Y  de  aquí  nasce  la  esperanza  viva  que  los  alegra  en  todas  sus 
tribulaciones  con  la  prenda  deste  incomparable  tesoro.  Porque 
aunque  se  vean  cercados  de  todas  las  angustias,  enfermedades 
y  miserias  desta  vida,  saben  cierto  que  no  igualan  las  pasiones 
deste  siglo  con  la  gloria  advenidera  que  en  ellos  será  revela- 
da (i).i\ntes  las  tribulaciones  momentáneas  y  livianas  que  pade- 
cen, les  son  causa  de  un  inestimable  peso  de  gloria  sobre  todo  lo 
que  se  pueble  encarecer. 

Éstos,  pues,  son  los  beneficios  que  comprehende  en  sí  este 
inestimable  beneficio  y  obra  de  la  justificación:  la  cual  S.  Au- 
gustín  con  mucha  razón  tiene  en  más  que  la  creación  del  mundo, 
pues  con  una  palabra  crió  Dios  el  mundo;  mas  para  sanctificar 
al  hombre  derramó  su  sangre,  y  padesció  tantos  y  tan  grandes 
tormentos.  Pues  si  tanto  debemos  á  este  Señor  por  el  beneficio 
de  la  creación,  ¿cuánto  más  le  deberemos  por  el  de  la  justifica- 
ción,  que  cuanto  más  le  costó,  tanto  más  con  El  nos  obligó  ? 

Y  aunque  nadie  pueda  saber  con  evidencia  si  está  justificado, 
pero  puede  tener  desto  grandes  conjecturas:  entre  las  cuales  no 
es  la  menos  principal  la  mudanza  de  la  vida,  cuando  el  que  en 
un  tiempo  cometía  con  gran  facilidad  mil  mortales  pecados,  agora 
por  todo  el  mundo  no  cometerá  uno.  Vea,  pues,  el  que  así  se 
halla,  cuan  obligado  está  al  servicio  de  su  sanctificador,  que  de 
tantos  males  le  libró,  y  tantos  bienes  le  hizo,  cuantos  aquí  se 
han  declarado.  Mas  si  por  ventura  se  halla  en  mal  estado,  no 
sé  con  qué  lo  pueda  más  mover  á  salir  del,  que  con  la  repre- 
sentación de  tan  grandes  males  como  aquí  ha  visto  que  consigo 
trae  el  pecado,  y  con  el  tesoro  de  tan  grandes  bienes  como 
consigo  acarrea  este  incomparable  beneficio. 

De  los  otros  efectos  que  el  Espíritu  Sancto  obra  en  el  ánima  del 
justificado,  y  del  Sacramento  de  la  Eucaristía. 

§.  II. 


I  AS  no    paran    aquí  los   beneficios  y  obras  del    Espíritu 
Sancto.  Porque  no  se  contenta  este  divino  Espíritu  con 
ayudarnos  á  entrar  por  la  puerta   de  la  justicia;  mas  ayúdanos 


(i)     II  Cor.  IV. 


^b  GUÍA  DE  PECADORES 


también  después  de  entrados  á  andar  por  los  caminos  della, 
hasta  llevarnos  salvos  y  seguros  por  todas  las  ondas  deste  mar 
tempestuoso  al  puerto  de  la  salud.  Porque  entrando  mediante  el 
beneficio  susodicho  en  el  ánima  del  justificado,  no  está  allí  ocioso; 
porque  no  se  contenta  con  honrar  la  tal  ánima  con  su  presencia, 
sino  también  la  sanctifica  con  su  virtud,  obrando  en  ella  y  con 
ella  todo  lo  que  conviene  para  su  salud.  Y  así  está  allí  como 
padre  de  familia  en  su  casa,  gobernándola;  y  como  maestro  en 
su  escuela,  enseñándola;  y  como  hortelano  en  su  huerta,  culti- 
vándola; y  como  rey  en  su  proprio  reino,  rigiéndola;  y  como  el 
sol  en  este  mundo,  alumbrándola;  y  finalmente,  como  el  ánima 
en  su  cuerpo,  dándole  vida,  sentido  y  movimiento:  aunque  no 
como  forma  en  materia,  sino  como  padre  de  familia  en  su  casa. 
Pues,  i  qué  cosa  más  rica  ni  más  para  desear  que  tener  dentro 
de  sí  tal  huésped,  tal  gobernador,  tal  guía,  tal  compañía,  tal  tutor 
y  ayudador?  El  cual,  como  sea  todas  las  cosas,  todo  lo  obra  en 
las  ánimas  donde  mora.  Porque  Él  primeramente  como  fuego 
alumbra  nuestro  entendimiento,  inflama  nuestra  voluntad,  y  nos 
levanta  de  la  tierra  al  cielo.  Él  otrosí  como  paloma  nos  hace 
sencillos,  mansos,  tratables  y  amigos  unos  de  otros.  El  también 
como  nube  nos  defiende  de  los  ardores  de  nuestra  carne  y  tem- 
pla el  furor  de  nuestras  pasiones,  y  Él,  finalmente,  como  \ñento 
vehementísimo  mueve  y  inclina  nuestra  voluntad  á  todo  lo  bueno, 
y  apártala  y  desaficiónala  de  todo  lo  malo.  De  donde  vienen  los 
justificados  á  aborrecer  tanto  los  vicios  que  antes  amaban,  y  á 
amar  tanto  las  virtudes  que  antes  aborrecían,  como  claramente 
lo  representa  en  su  persona  el  sancto  rey  David  (i),  el  cual  en 
una  parte  dice  que  aborrecía  y  abominaba  toda  maldad,  y  en 
otra  dice  (2)  que  amaba  y  se  deleitaba  en  la  le\'  de  Dios,  como 
en  todas  las  riquezas  del  mundo.  Y  la  causa  desto  era,  porque 
el  Espíritu  Sancto  (como  buena  madre)  le  había  puesto  acíbar 
en  los  pechos  del  mundo,  y  miel  suavísima  en  los  mandamien- 
tos de  Dios. 

En  lo  cual  parece  claro  cómo  todos  nuestros  bienes  y  todo 
nuestro  aprovechamiento  se  deben  á  este  Espíritu  divino:  de  tal 
manera,  que  si  nos  apartamos  del  mal,  por  Él  nos  apartamos,  y 
si  hacemos  bien,  por  Él  lo  hacemos,  y  si  perseveramos    en  él, 


(i)     Psalm.  CXVIIT.      (2)  Tsalm.  CXVIII. 


I.IISUO   í.  CAPÍTUI/)  V,  ! 


a 


por  Él  perseveramos,  y  si  nos  dan  galardón  por  este  bien,  Él 
mismo  es  el  que  lo  da.  Por  donde  se  ve  claro  lo  que  dice  Sant 
Augustín,  que  cuando  Dios  paga  nuestros  servicios,  galardona 
sus  beneficios,  y  así  por  una  gracia  nos  da  otra  gracia,  y  por  una 
merced  otra  merced.  El  sancto  patriarca  Josef  (i)  no  se  contentó 
con  dar  á  sus  hermanos  el  trigo  que  venían  á  comprar  en  Egipto; 
pero  mandó  también  que  á  la  boca  de  los  costales  en  que  lo 
llevaban,  les  pusiesen  el  dinero  que  traían  para  comprarlo;  y  lo 
mismo  hace  en  su  manera  con  los  suyos  este  Señor,  porque  El 
les  da  la  vida  eterna,  y  también  la  gracia,  y  la  buena  vida  con 
que  se  compra.  Conforme  á  lo  cual  dice  muy  bien  Ensebio 
Emiseno:  Qui  ideo  colitur,  iit  misereatur,  jam  miserhis  esf,  id 
coleretur.  Quiere  decir:  el  que  es  servido  y  venerado  porque  use 
con  nosotros  de  su  misericordia,  ya  usó  de  misericordia  cuando 
nos  dio  que  así  le  sirviésemos  y  venerásemos. 

Ponga,  pues,  el  hombre  los  ojos  en  su  vida,  y  mire  (como 
dice  este  mismo  doctor)  cuántos  bienes  ha  hecho,  y  de  cuántos 
males,  de  cuántos  engaños,  de  cuántos  adulterios,  de  cuántos 
robos,  de  cuántos  sacrilegios  el  Señor  le  ha  librado;  y  por  aquí 
verá  cuánto  le  debe  por  todo  esto.  Porque  (como  dice  S.  Au- 
gustín) no  es  menor  misericordia  haber  prevenido  Él  estos  males 
para  que  no  los  hiciese,  que  perdonárselos  después  de  hechos, 
sino  mucho  mayor.  Y  así  dice  él  escribiendo  auna  virgen:  todos 
los  pecados  ha  de  hacer  cuenta  el  hombre  que  le  perdonó  el 
que  le  dio  gracia  para  que  no  los  cometiese:  y  por  tanto,  no 
quieras  amar  poco,  como  si  te  perdonaran  poco;  mas  antes  ama 
mucho,  porque  te  fué  dado  mucho.  Ca  si  ama  mucho  aquél  á 
quien  fué  concedido  que  no  pagase,  (¡cuánto  más  debe  amar 
aquél  á  quien  fué  dado  que  poseyese?  Porque  quienquiera  que 
dende  el  principio  de  su  vida  perseveró  casto,  por  El  es  regido: 
y  quien  de  deshonesto  se  hizo  honesto,  por  Él  es  corregido:  y 
quien  hasta  el  fin  permanece  deshonesto,  por  El  es  justamente 
desamparado.  Pues  siendo  esto  así,  (¡qué  resta  sino  que  con  el 
Profeta  digamos  (2):  sea  llena,  Señor,  mi  boca  de  alabanza,  para 
que  cante  tu  gloria  todo  el  día?  Sobre  las  cuales  palabras  dice 
el  mismo  S.  Augustín:  (¡qué  cosa  es  todo  el  día?  Perpetuamente 
y  sin  cesar.  En  las  prosperidades  os  alabaré,  Señor,  porque  me 


(1;     Gen.  XLII.     (%)  Psalm.  LXX. 


%^  i;uL\  DÉ  Pecadores 


consoláis:  y  en  las  adversidades,  porque  me  castigáis.  Antes  que 
fuese,  porque  me  hecistes:  y  después  que  soy,  porque  me  distes 
ser.  Cuando  pequé,  porque  me  perdonastes:  cuando  me  volví  á 
Vos,  porque  me  ayudastes:  y  cuando  perseveré  hasta  el  fin  de 
la  vida,  porque  me  coronastes.  Por  esto  será  mi  boca  llena  de 
alabanza,  y  cantaré  vuestra  gloria  todo  el  día. 

Aquí  se  ofrecía  materia  para  tratar  del  beneficio  de  los  Sa- 
cramentos (que  son  los  instrumentos  de  nuestra  justificación)  y 
señaladamente  del  sancto  Baptismo,  y  de  la  lumbre  de  fe  y- 
gracia  que  con  él  se  nos  dio.  Mas  porque  desta  materia  tratamos 
en  otros  lugares,  al  presente  no  diré  más;  aunque  no  se  puede 
callar  aquella  gracia  de  gracias,  y  sacramento  de  sacramentos, 
por  el  cual  quiso  Dios  morar  en  la  tierra  con  los  hombres,  y 
dárseles  cada  día  en  mantenimiento  y  en  remedio.  Una  vez  fué 
ofrecido  en  sacrificio  por  nosotros  en  la  cruz;  mas  aquí  cada  día 
se  ofrece  en  el  altar  por  nuestros  pecados.  Cada  vez  (dice  El)  que 
esto  hiciéredes,  hacedlo  en  memoria  de  Mí.  ¡Oh  memorial  de  sa- 
lud! ¡Oh  sacrificio  singular,  hostia  agradable,  pan  de  vida,  mante- 
nimiento suave,  manjar  dere3'^es,  y  maná  que  en  sí  contiene  to- 
da suavidad!  ^Quién  te  podrá  cumplidamente  alabar  ?  ^Quién  dig- 
namente recibir?  ^ Quién  con  debido  acatamiento  venerar?  Des- 
fallece mi  ánima  pensando  en  ti:  no  puede  mi  lengua  hablar 
de  ti,  ni  puedo  cuanto  deseo  engrandescer  tus  maravillas. 

Y  si  este  beneficio  concediera  el  Señor  á  solos  inocentes  y 
limpios,  aun  fuera  dádiva  inestimable;  mas  ¿  qué  diré,  que  por 
el  mismo  caso  que  se  quiso  comunicar  á  éstos,  se  obligó  á  pasar 
por  las  manos  de  muchos  malos  ministros,  cuyas  ánimas  son 
moradas  de  Satanás,  cuyos  cuerpos  son  vasos  de  corrupción, 
cuya  vida  se  gasta  en  torpezas  y  vicios?  Y  con  todo  esto  por 
visitar  y  consolar  á  sus  amigos,  consiente  ser  tratado  déstos,  y 
tratado  con  sus  manos  sucias,  y  recibido  en  sus  bocas  sacrilegas, 
y  sepultado  en  sus  cuerpos  hediondos.  Una  sola  vez  fué  vendido 
su  cuerpo,  mas  millares  de  veces  lo  es  en  este  Sacramento;  una 
vez  fué  escarnescido  y  menospreciado  en  su  pasión,  mas  mil  ve- 
ces lo  es  de  los  malos  en  la  mesa  del  altar;  una  vez  se  vio 
puesto  entre  dos  ladrones,  y  mil  veces  se  ve  aquí  envuelto  en 
manos  de  pecadores. 

Pues  ^  con  qué  podremos  servir  á  un  Señor  que  por  tantas 
vías  y  maneras  pretende  nuestro  bien?  ¿Qué  le  daremos  por  es- 


í.tBRO  T.  CAPÍTULO   V.  55 


te  tan  admirable  mantenimiento?  Si  los  criados  sirven  á  sus 
amos  porque  les  den  de  comer;  si  los  hombres  de  guerra  se 
meten  por  hierro  y  por  fuego  por  esta  misma  causa,  ¿qué  debere- 
mos al  Señor  por  este  pasto  celestial?  Y  si  tanto  agradesci miento 
pedía  Dios  en  la  Ley  por  aquel  maná  que  envió  de  lo  alto,  que 
era  manjar  corruptible,  (¡qué  pedirá  por  este  manjar  que  no  sólo 
es  incorruptible,  sino  que  también  hace  incorruptibles  (i)  á  los 
que  dignamente  lo  reciben?  Y  si  el  mismo  Hijo  de  Dios  da  gra- 
cias en  el  Evangelio  á  su  Padre  por  una  comida  de  pan  de  ce- 
bada, iqné  gracias  deben  los  hombres  dar  por  este  pan  de  vida? 
Si  tanto  debemos  por  el  mantenimiento  con  que  se  sustenta  el 
ser,  ¿cuánto  más  por  aquel  con  que  se  conserva  el  buen  ser'? 
Porque  no  alabamos  al  caballo  por  caballo,  sino  por  buen  caba- 
llo; ni  al  vino  por  vino,  sino  por  excelente  vino;  ni  al  hombre 
por  hombre,  sino  por  buen  hombre.  Pues  si  tanto  debes  al  que 
te  hizo  hombre,  ¿cuánto  le  deberás  porque  te  hizo  buen  hom- 
bre? Si  tanto  por  los  bienes  del  cuerpo,  ¿cuánto  por  los  bienes 
del  ánima?  Si  tanto  por  los  bienes  de  naturaleza,  ¿cuánto  por  los 
bienes  de  gracia?  Finalmente,  si  tanto  le  debes  porque  te  hizo 
hijo  de  Adán,  ¿cuánto  más  le  deberás  porque  te  hizo  hijo  de 
Dios?  Pues  es  cierto  (como  dice  Ensebio  Emiseno)  que  mucho 
mejor  es  el  día  en  que  nascemos  para  la  eternidad,  que  aquel 
en  que  nascemos  para  los  peligros  del  mundo. 

Cata  aquí  pues,  hermano,  otro  nuevo  título,  que  es  otra  nue- 
va cadena;  la  cual  juntamente  con  las  pasadas  prende  tu  cora- 
zón, 3'  te  obliga  más  á  la  virtud  y  al  servicio  deste  Señor. 

(i)     Joan.  VI. 


DEL  SEXTO   TITULO  POR    DONDE  F.STAM'^S  OBI  ICADOS    ATA  VIRTUD,   QUE    ES    EL 
BENEFICIO  IXEbTlMABLK   DE  LA   DIVINA  PREDEST'.NACIÓN. 

Cx\PÍTULO  VI. 


TODOS  estos  beneficios  se  añade  el  de  la  elección, 
que  es  de  solos  aquellos  que  Dios  ab  eterno  esco- 
gió para  la  vida  perdurable.  Por  el  cual  beneficio 
el  Apóstol  da  gracias  en  nombre  suyo  y  de  todos  los  escogidos, 
escribiendo  á  los  de  Éfeso,  por  estas  palabras  (i):  Bendito  sea 
Dios,  Padre  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  el  cual  nos  bendijo  con 
todo  género  de  bendiciones  espirituales  por  Cristo;  así  como  por 
ti  nos  escogió  antes  de  la  creación  del  mundo  para  que  fuése- 
mos santos  y  limpios  en  sus  ojos  divinos;  y  nos  predestinó  por 
hijos  suyos  adoptivos  por  Jesucristo  su  Hijo.  Este  mismo  bene- 
ficio engrandesce  el  Profeta  real  cuando  dice  (2):  Bienaventura- 
do, Señor,  aquél  que  Tú  escogiste  y  tomaste  para  Ti;  porque 
este  tal  morará  con  tus  escogidos  en  tu  casa.  Este,  pues,  con 
mucha  razón  se  puede  llamar  beneficio  de  beneficios,  y  gracia 
de  gracias.  Es  gracia  de  gracias,  porque  se  da  ante  todo  me- 
rescimiento  por  sola  la  infinita  bondad  y  largueza  de  Dios;  el 
cual,  no  haciendo  injuria  á  nadie,  antes  dando  á  cada  uno  sufi- 
ciente ayuda  para  su  salvación,  extiende  para  con  otros  la  in- 
mensidad de  su  misericordia,  como  liberalísimo  y  absoluto  señor 
de  su  hacienda. 

Es  otrosí  beneficio  de  beneficios,  no  sólo  porque  es  el  ma- 
yor de  los  beneficios,  sino  porque  es  el  causador  de  todos  los 
otros.  Porque  después  de  escogido  el  hombre  para  la  gloria  por 
medio  deste  beneficio,  luego  le  provee  el  Señor  de  todos  los 
otros  beneficios  y  medios  que  se  requieren  para  conseguirla; 
como  Él  mismo  lo  testificó  por  un  profeta  diciendo  (3):  Yo  te 
amé  con  perpetua  caridad,  y  por  eso  te  traje  á  Mí:  conviene 
saber,  llamándote  á  mi  gracia,  para  que  por  ella  alcanzases  mi 


(i)     Ephes.  I.     (2)  Psalm.  LXIV.     (3)  Jerem,  XXXI. 


LlbRU   i.  CAPÍTULO   Vi.  6l 


gloria.  Pero  más  claramente  significó  esto  el  Apóstol,  cuando 
'dijo  (i):  Los  que  el  Señor  predestinó  para  que  fuesen  confor- 
mes á  la  imagen  de  su  Hijo  (el  cual  es  primogénito  entre  mu- 
chos hermanos)  á  éstos  llamó:  y  á  los  que  llamó,  justificó:  y  á 
los  que  justificó,  finalmente  glorificó.  La  razón  desto  es,  porque 
como  Dios  disponga  todas  las  cosas  ordenada  y  suavemente, 
después  que  tiene  por  bien  escoger  á  uno  para  su  gloria,  por 
esta  gracia  le  hace  otras  muchas  gracias:  porque  por  esto  le  pro- 
vee de  todo  lo  que  para  conseguir  esta  primera  gracia  se  re- 
quiere. De  manera  que  así  como  el  padre  que  cría  un  hijo  para 
clérigo,  ó  letrado,  dende  niño  le  comienza  á  ocupar  en  cosas  de 
iglesia,  ó  en  ejercicios  de  letras,  y  todos  los  pasos  de  su  vida 
endereza  á  este  fin:  así  también  después  que  aquel  eterno  Pa- 
dre escoge  un  hombre  para  su  gloria  (á  la  cual  nos  lleva  el  ca- 
mino de  la  justicia)  siempre  procura  guiarlo  por  este  camino, 
para  que  así  alcance  el  fin   determinado. 

Pues  por  este  tan  grande  y  tan  antiguo  beneficio  deben  dar 
gracias  al  Señor  los  que  en  sí  reconoscieren  señales  del.  Porque 
dado  caso  que  este  secreto  esté  encubierto  á  los  ojos  de  los 
hombres,  todavía  como  hay  señales  de  la  justificación,  las  hay 
también  de  la  divina  elección.  Y  así  como  entre  aquéllas  la  prin- 
cipal es  la  emienda  de  la  vida,  así  entre  éstas  lo  es  la  perse- 
verancia en  la  buena  vida.  Porque  el  que  ha  muchos  años 
que  vive  en  temor  de  Dios,  y  con  solícito  cuidado  de  huir  todo 
pecado  mortal,  piadosamente  puede  creer  que,  como  dice  el 
Apóstol  (2),  le  guardará  Dios  hasta  el  fin  sin  pecado  para  el  día 
de  su  venida,  y  acabará  en  él  lo  que  comenzó. 

Verdad  es  que  no  por  esto  se  debe  nadie  tener  por  seguro: 
pues  vemos  que  aquel  tan  gran  sabio  Salomón,  después  de  ha- 
ber tanto  tiempo  bien  vivido,  al  fin  de  la  vida  fué  engañado.  Pe- 
ro éstas  son  excepciones  particulares  de  la  costumbre  general, 
que  es  la  que  el  Apóstol  dice,  y  la  que  el  mismo  Salomón  en 
sus  Proverbios  enseñó  diciendo:  Proverbio  es,  que  el  mancebo 
no  desamparará  en  la  vejez  el  camino  que  siguió  en  la  moce- 
dad. De  manera  que  si  fué  virtuoso  siendo  mozo,  también  lo  se- 
rá cuando  viejo.  Pues  con  estas  y  con  otras  semejantes  conjec- 
turas  que  los  sanctos  escriben,  puede  uno  húmilmente  presumir 


(1)     Rom.  VIH.     {2)  I  Cor.  I. 


52  r.UÍA  DE   PECADORES 


de  la  infinita  bondad  de  Dios  que  le  tendrá  puesto  en  el  núme- 
ro de  sus  escogidos.  Y  así  como  espera  en  la  misericordia  deste 
Señor  que  se  ha  de  salvar,  así  puede  húmilmente  presumir 
que  es  del  número  de  los  que  se  han  de  salvar,  pues  lo  uno 
presupone  lo  otro. 

Siendo  esto  así,  ¡  cuan  oblig-ado  estará  el  hombre  á  servir  á 
Dios  por  un  tan  grande  beneficio  como  es  estar  escripto  en  aquel 
libro  de  que  el  Señor  dijo  á  sus  Apóstoles  (i):  No  os  alegréis 
porque  los  espíritus  malos  os  obedescen:  sino  alegraos  porque 
vuestros  nombres  están  escriptos  en  los  cielos !  Pues  ¡  qué  tan 
grande  beneficio  es  ser  amado  y  escogido  ab  eterno,  dende  que 
Dios  es  Dios,  y  estar  aposentado  en  su  pecho  amoroso  dende  los 
años  de  la  eternidad,  y  ser  escogido  por  hijo  adoptivo  de  Dios, 
cuando  fué  engendrado  el  hijo  natural  de  Dios  entre  les  res- 
plandores de  los  sanctos,  que  en  el  entendimiento  divino  estaban 

presentes! 

Mira,  pues,  atentamente  todas  las  circunstancias  desta  elec- 
ción, y    verás    cómo    cada  una  dellas  por  sí  es  un  grande  be- 
neficio y  una  nueva  obligación.  Mira  cuan   digno  es  el  elector 
que  te  escogió,  que  es  el  mismo  Dios  infinitamente  rico  y  biena- 
venturado y  que  ni    de  ti,  ni    de  nadie    tenía  necesidad.   Mira 
cuan  indigno  por  sí  era  el  electo,  que  es  una  criatura  miserable 
y  mortal,  subjecta  á  todas  las  pobrezas,  enfermedades  y  mise- 
rias desta  vida,  y  obligada  á  las  penas  eternas  de  la  otra  por  su 
culpa.  Mira  cuan  alta  es  la  elección,  pues  fuiste  elegido  para  un 
fin  tan  soberano,  que  no   puede   ser  otro   mayor,  que  es    para 
ser  hijo  de  Dios,  heredero  de  su  reino,  y  particionero  de  su  glo- 
ria. Mira  también  cuan  graciosa  fué  esta  elección,  pues  fué  (como 
dijimos)  ante  todo  merescimiento,  por  solo  el  beneplácito  de  la 
divina  voluntad,  y   como  el  Apóstol  dice  (2),  para  gloria  y  ala- 
banza de  la  inmensa  liberalidad  de  Dios  y  de  su  gracia;  porque 
cuanto  es  el  beneficio  más  gracioso,  tanto   deja  al  hombre  más 
obligado.  Mira  otrosí  la  antigüedad  desta  elección:  pues  no  co- 
menzó con  el  mundo,  antes  es  más  antigua  que  el  mundo,  pues 
corre  á  la  pareja  con  Dios,  el  cual  así  como  es  ab  eterno,  así  ab 
eterno  amó  sus  escogidos,  y  dende  entonces  los   tuvo  y  tiene 
delante,  y  los  mira  con  ojos  paternales  y  amorosos,    estando 


(1)     Luc.  X.      (a)  Ephes.  T. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  VL  63 


siempre  determinado  de  hacerles  un  tan  grande  bien.  Mira  otrosí 
la  singularidad  desta  merced,  pues  entre  tanta  infinidad  de  bár- 
baras naciones  y  de  condenados,  quiso  Él  que  te  cupiese  á  ti 
esta  suerte  tan  dichosa  en  el  número  de  los  escogidos:  y  así  te 
apartó  y  entresacó  de  aquella  masa  dañada  del  género  humano 
por  el  pecado,  y  hizo  pan  de  ángeles  lo  que  era  levadura  de 
corrupción.  En  esta  circunstancia  hay  poco  que  se  deba  escri- 
bir, pero  mucho  que  se  pueda  sentir  y  considerar,  para  saber 
agradecer  al  Señor  la  singularidad  deste  beneficio,  tanto  mayor, 
cuanto  es  menor  el  número  de  los  escogidos,  y  mayor  el  de  los 
perdidos,  que  como  dice  Salomón,  es  infinito  (i).  Y  si  nadades- 
to  te  moviere,  muévate  á  lo  menos  la  grandeza  de  las  expen- 
sas que  este  soberano  elector  determinó  hacer  en  esta  demanda, 
que  fué  gastar  en  ella  la  vida  y  sangre  de  su  Unigénito  Hijo, 
el  cual  ab  eterno  determinó  enviar  al  mundo  para  que  fuese  el 
ejecutor  desta  divina  determinación. 

Pues  siendo  esto  así,  ¿qué  tiempo  bastará  para  pensar  tantas 
misericordias?  ¿Qué  lengua  para  manifestarlas?  ¿Qué  corazón 
para  sentirlas?  ¿Qué  servicios  para  pagarlas?  ¿Con  qué  amor 
responderá  el  hombre  á  este  amor  eterno  de  Dios?  ¿Quién 
aguardará  á  amar  en  la  vejez  á  Aquél  que  le  amó  dende  la 
eternidad?  ¿Quién trocará  este  amigo  por  otro  cualquier  amigo? 
Porque  si  en  la  Escriptura  divina  es  tan  preciado  el  amigo  an- 
tiguo, ¿cuánto  más  lo  será  el  eterno?  Y  si  por  ningún  ami- 
go nuevo  se  debe  trocar  el  viejo,  ¿quién  trocará  la  posesión  y 
gracia  deste  amador  tan  antiguo  por  todos  los  amigos  del  mun- 
do ?  Y  si  la  posesión  de  tiempo  inmemorial  da  derecho  á  quien 
no  lo  tiene,  ¿qué  hará  la  de  la  eternidad  á  quien  nos  tiene  po- 
seídos por  título  desta  amistad,  para  que  así  nos  tengamos  por 
suyos? 

Pues  según  esto,  ¿  qué  bienes  hay  en  el  mundo  que  se  deban 
trocar  por  este  bien?  ¿y  qué  males  que  no  se  deban  padescer  ale- 
gremente por  él?  ¿Qué  hombre  habría  tan  desalmado,  que  si  su- 
piese por  revelación  de  Dios  de  un  pobre  mendigo  que  pasa 
por  la  calle,  que  estaba  así  predestinado,  que  no  besase  la  tierra 
que  él  hollase?  ¿que  no  se  fuese  en  pos  del,  y  puesto  de  rodillas 
no  le  diese  mil  bendiciones,  y  le  dijese:  ¡Oh,  dichoso  tú;  oh,  bien- 


al)    Eccles,  I. 


64  GülA  DÉ  rECADORÜS 


aventurado  tú!  ^Es  posible  que  tú  seas  de  aquel  felicísimo  nú- 
mero de  los  escogidos?  ¿Es  posible  que  tú  hayas  de  ver  á  Dios 
en  su  misma  hermosura?  ¿Tú  has  de  ser  compañero  y  herma- 
no de  todos  los  escogidos  ?  ¿  Tú  has  de  estar  entre  los  coros  de 
los  ángeles?  ¿Tú  has  de  gozar  de  aquella  música  celestial?  ¿Tú 
has  de  reinar  en  los  siglos  de  los  siglos?  ¿Tú  has  de  ver  la  cara 
resplandesciente  de  Cristo  y  de  su  sanctísima  Madre?  ¡Oh,  bien- 
aventurado el  día  en  que  naciste,  y  mucho  más  aquel  en  que 
morirás,  pues  entonces  para  siempre  vivirás  !  ¡  Bienaventurado  el 
pan  que  comes,  y  la  tierra  que  huellas,  pues  tiene  sobre  sí  un 
tan  incomparable  tesoro:  y  mucho  más  bienav^enturados  los  tra- 
bajos que  padesces,  y  las  menguas  que  sufres,  pues  ésas  te  abren 
camino  para  el  descanso  de  la  eternidad!  Porque  ¿qué  nublado 
habrá  tan  triste,  qué  tribulación  tan  grave,  que  no  se  deshaga 
con  las  prendas  desta  esperanza? 

Con  estos  ojos,  pues,  miraríamos  un  predestinado,  si  conos- 
ciésemos  que  lo  es.  Porque  si  cuando  pasa  un  príncipe  herede- 
ro de  un  gran  reino  por  la  calle,  salen  todos  á  mirarle,  maravi- 
llándose de  la  suerte  tan  dichosa  (según  el  juicio  del  mundo)  que 
á  aquel  mozo  le  cupo,  nasciendo  heredero  de  un  grande  reino; 
¿cuánto  más  será  para  maravillar  esta  tan  dichosa  suerte,  que 
es  nascer  un  hombre  ante  todo  merescimiento  escogido,  no  para 
ser  rey  temporal  de  la  tierra,  sino  para  reinar  eternalmente  en  el 
cielo  ? 

Por  aquí,  pues,  podrás  ver,  hermano,  la  obligación  que  tienen 
los  escogidos  al  Señor  por  este  tan  grande  beneficio,  del  cual 
ninguno  se  debe  tener  por  excluido,  si  quiere  hacer  lo  que  es  de 
su  parte;  antes  cada  uno  trabaje,  como  dice  S.  Pedro  (i),  por 
hacer  cierta  su  elección  con  buenas  obras;  porque  sabemos  cier- 
to que  el  que  las  hiciere  se  salvará,  y  sabemos  también  que  el 
favor  y  gracia  divina  á  nadie  faltó  jamás,  ni  faltará,  Y  con  la  fir- 
meza destas  dos  verdades,  continuemos  las  buenas  obras;  y  así 
seremos  de  este  número  tan  glorioso. 

(i)     II  Petr.  I. 


DEL  SÉPTIMO  TÍTULO   POR  DONDE  EL  HOMRRE  ESTÁ  OBt.IGADO  A  LA    VIRTUD,  POR 
RAZÓN   DE  LA  PRIMERA   DK  SOS  CUATRO  POSTRIMERÍAS,   QUE  ES   LA   MUERTE. 

CAPÍTULO  VIL 

'UALQUIERA  de  todos  estos  títulos  susodichos  era  bas- 
tante para  que  el  hombre  se  emplease  todo  en  el 
servicio  de  un  Señor  á  quien  por  tantas  y  tan  gran- 
des razones  está  obligado.  Alas  porque   la  mayor  parte   áz  los 
hombres  más  se  mueve  por  el  interese  de  la  ganancia,  que  por 
obligación  de  justicia,  por  tanto  añadiremos  á  lo  dicho  los  pro- 
vechos grandes  que  de  presente  y  de  futuro  se  prometen  á  la 
virtud;  y  primero  los  dos  mayores  entre  todos,  que  es  la  gloria 
que  por  ella  se  da,  y  la  pena  que  por  ella  se  excusa.  Estos  son 
los  dos  principales  remos  de  esta  navegación,  y  las  dos  principales 
espuelas  con  que  se  anda  este  camino.  Por  la  cual  causa  el  bien- 
aventurado S.  Francisco   en  su  regla,   y   nuestro  padre  Sancto 
Domingo  en  la  suya,  ambos  con  un  mismo  espíritu  y  con  unas 
mismas  palabras,  mandan  á  sus  predicadores  que  no  prediquen 
más  que  vicios  y  virtudes,  pena  y  gloria:   lo  uno  para  enseñar- 
nos á  bien  vivir,  y   lo   otro  para  inclinarnos   al  deseo  de  bien 
vivir.  Sentencia  es  otrosí  común  de  ñlósofos,  que  las  dos  pesas 
con  que  se  mueve  ordenadamente  el  reloj  de  la  vida  humana, 
son  castigo  y  galardón.  Porque  es  tan  grande  nuestra  miseria,  que 
nadie  quiere  la  v^irtud  desnuda,  si  no  viene,  ó  apremiada  con  cas- 
tigo, ó  acompañada  con  provecho.  Y  porque  ningún  castigo  ni 
galardón  puede  ser  mayor  que  pena  y  gloria  para  siempre,  por 
eso  trataremos  aquí  destas  dos  cosas,  á  las  cuales  añadiremos 
otras  dos  que  preceden  á  éstas,  que  son  la  muerte  y  el  juicio 
universal;  porque  cada  cosa  déstas  bien  considerada  sirve  mucho 
para  amar  la  virtud  y  aborrecer  el  vicio,  según  aquello  del  Sa- 
bio que  dice  (i):  Acuérdate  de  tus  postrimerías,  y  nunca  jamás 


(i)     EccH.  VII. 

gB&AS  I>K  GRANAPA  I— § 


66  GUÍA  DE  PECADORES 


pecarás.  Por  las  cuales  postrimerías  entiende  estas  cuatro  que 
aquí  habernos  nombrado,  de  que  al  presente  para  nuestro  pro- 
pósito nos  conviene  tratar. 

§•1. 

Comenzando,  pues,  por  la  primera,  que  es  la  muerte,  ésta  es 
tanto  más  poderosa  para  movernos  cuanto  es  más  cierta,  más 
cuotidiana  y  más  familiar.  Mayormente  si  consideramos  el  juicio 
particular  que  en  ella  ha  de  haber  de  nuestra  vida,  el  cual  no 
se  ha  de  alterar  en  el  universal:  porque  lo  que  entonces  fuere 
de  nosotros,  eso  será  para  siempre.  Mas  cuan  estrecho  haya  de 
ser  este  juicio  y  la  cuenta  que  en  él  se  ha  de  pedir,  no  quiero 
yo  que  lo  creas  á  mí,  sino  á  una  historia  que  S.  Juan  Clímaco 
(como  testigo  de  vista)  refiere,  que  sin  dubda  es  una  de  las  más 
temerosas  que  yo  he  leído.  Escribe  pues  él,  que  en  un  cierto 
monesterio  de  su  tiempo,  había  un  monje  descuidado  en  su  vida: 
el  cual  llegando  á  punto  de  muerte,  fué  arrebatado  en  espíritu 
por  un  grande  espacio,  donde  vio  el  rigor  y  severidad  espantosa 
deste  particular  juicio.  Y  como  después  por  especial  dispensa- 
ción de  Dios  alcanzase  espacio  de  penitencia,  rogó  á  todos  los 
monjes  que  presentes  estábamos,  que  nos  saliésemos  de  su  cel- 
da: y  cerrando  él  la  puerta  á  piedra  y  lodo,  quedóse  dentro  hasta 
el  día  que  murió;  que  fué  por  espacio  de  doce  años,  sin  salir 
jamás  de  allí,  ni  hablar  palabra  á  nadie,  ni  comer  otra  cosa  todo 
aquel  tiempo,  sino  sólo  pan  y  agua.  Y  asentado  en  su  celda, 
estaba  como  atónito,  revolviendo  en  su  corazón  lo  que  había 
visto  en  aquel  arrebatamiento.  Y  tenía  tan  fijo  el  pensamiento 
en  ello,  que  así  también  tenía  el  rostro  fijo  en  un  lugar,  sin  vol- 
verlo á  una  parte  ni  á  otra,  derramando  á  la  continua  muy  fer- 
A'ientes  lágrimas,  las  cuales  corrían  hilo  á  hilo  por  sus  ojos.  Y 
llegada  la  hora  de  su  muerte,  rompimos  la  puerta,  que  estaba 
(como  dije)  cerrada,  y  entramos  todos  los  monjes  de  aquel  de- 
sierto en  su  celda,  y  rogámosle  con  toda  humildad  nos  dijese 
alguna  palabra  de  edificación;  y  no  dijo  más  que  sola  ésta:  Dígoos 
de  verdad,  padres,  que  si  los  hombres  entendiesen  cuan  espan- 
toso es  este  último  trance  y  juicio  de  la  muerte,  estarían  muy 
lejos  de  ofender  á  Dios.  Todas  estas  son  palabras  de  S.  Juan 
Clímaco,  que  se  halló  presente  á  este  negocio,  y  da  testimonio 


l.IÜRO    I.    CAl'í'ILI.')    \\\.  67 


de  lo  que  vio.  De  manera  que  en  el  hecho  (aunque  parezca  in- 
creíble) no  hay  que  dudar,  pues  tan  fiel  es  el  testigo;  y  en  lo  de- 
más hay  mucho  por  que  temer,  considerando  la  vida  que  este 
sancto  hizo,  y  mucho  más  la  grandeza  de  aquella  visión  que  vio, 
de  donde  procedió  esta  manera  de  vida.  Lo  cual  bastantemente 
nos  declara  cuan  verdadera  sea  aquella  sentencia  del  Sabio  que 
dice  (i):  Acuérdate  de  tus  postrimerías,  y  eternalmente  nunca 
pecarás.  Pues  si  tanto  nos  ayuda  esta  consideración  para  no  pe- 
car, corramos  agora  brevemente  por  todos  los  pasos  y  trances 
della  para  alcanzar  tan  grande  bien. 

Acuérdate,  pues,  agora,  hermano  mío,  que  eres  cristiano,  y 
que  eres  hombre:  por  la  parte  que  eres  hombre,  sabes  cierto  que 
has  de  morir,  y  por  la  que  eres  cristiano,  sabes  también  que  has 
de  dar  cuenta  de  tu  vida  acabando  de  morir.  En  esta  parte  no 
nos  deja  dudar  la  fe  que  profesamos,  ni  en  la  otra  la  experien- 
cia de  lo  que  vemos.  Así  que  no  puede  nadie  excusar  este  tra- 
go, que  sea  rev,  que  sea  papa.  Día  vendrá  en  que  amanezcas,  y 
no  anochezcas,  ó  anochezcas,  y  no  amanezcas.  Día  vendrá  (y  no 
sabes  cuándo,  si  hoy,  si  mañana)  en  el  cual  tú  mismo  que  estás 
agora  leyendo  esta  escriptura,  sano  y  bueno  de  todos  tus  miem- 
bros y  sentidos,  midiendo  los  días  de  tu  vida  conforme  á  tus  nego- 
cios y  deseos,  te  has  de  ver  en  una  cama  con  una  vela  en  la  mano, 
esperando  el  golpe  de  la  muerte  y  la  sentencia  dada  contra  todo  el 
linaje  humano,  de  la  cual  no  hay  apelación  ni  suplicación.  Consi- 
dera, pues,  primeramente,  cuan  incierta  sea  esta  hora,  porque  ordi- 
nariamente suele  venir  al  tiempo  que  el  hombre  está  más  descui- 
dado, y  menos  piensa  que  ha  de  venir,  echando  sus  cuentas  y 
haciendo  sus  trazas  para  adelante.  Y  por  esto  se  dice  que  viene 
como  ladrón,  el  cual  suele  venir  al  tiempo  que  los  hombres  es- 
tán más  seguros  y  más  dormidos.  Antes  de  la  muerte  precede 
la  enfermedad  grave  que  la  ha  de  causar,  con  todos  los  acci- 
dentes, dolores,  hastíos,  tristezas,  medicinas,  molestias  y  noches 
largas  que  aUí  nos  han  de  fatigar:  lo  cual  todo  es  camino  y  dis- 
posición para  morir.  Porque  así  como  antes  de  entrarse  por 
fuerza  un  castillo,  suele  preceder  una  recia  batería  que  atormen- 
ta y  finalmente  derriba  los  muros  por  tierra,  y  tras  desto  es 
luego  entrado  y  conquistado,  así  suele  preceder  á  la  muerte  una^ 


(i)     Eccli.  VII, 


68  GUÍA  DE  PECADORES 


gravísima  enfermedad,  la  cual  de  tal  manera  bate  noche  y  día 
sin  parar  las  fuerzas  naturales  y  los  miembros  principales  de 
nuestro  cuerpo,  que  el  ánima,  no  pudiéndose  ya  más  defender 
ni  conservar  en  ellos,  los  desampara  y  se  va. 

Pues  cuando  ya  la  enfermedad  pasa  más  adelante,  y  ó  el  mé- 
dico ó  ella  nos  desengañan  y  quitan  la  esperanza  de  la  vida, 
¡cuáles  suelen  ser  entonces  las  angustias  que  allí  nos  aprietan! 
Porque  allí  luego  se  representa  la  salida  desta  vida  y  el  aparta- 
miento de  todas  las  cosas  que  amábamos  en  ella:  hijos,  mujer, 
amigos,  parientes,  hacienda,  honra,  títulos  3='  oficios  que  se  acaban 
con  la  misma  vida.  Después  de  lo  cual  se  siguen  los  postreros 
accidentes  que  entrevienen  en  la  misma  muerte,  que  son  aun 
mayores  que  los  pasados.  Porque  luego  se  mueren  los  pies,  afí- 
lanse  las  narices,  y  la  lengua  no  acierta  }-a  á  hacer  su  oficio;  y 
finalmente,  con  la  priesa  de  la  partida,  todos  los  miembros  y  sen- 
tidos se  comienzan  á  turbar,  Desta  manera  viene  el  hombre  á 
pagar  en  la  salida  de  la  vida  las  angustias  ajenas  con  que  entró 
en  ella,  padesciendo  los  dolores  al  tiempo  del  salir,  que  su  madre 
padesció  al  tiempo  del  parir.  Y  así  concuerda  muy  bien  la  entrada 
con  la  salida,  pues  la  una  y  la  otra  es  con  dolores:  aunque  la  una 
con  los  ajenos,  y  la  otra  con  los  proprios. 

Aquí,  pues,  se  representa  luego  el  agonía  de  la  muerte,  el 
término  de  la  vida,  el  horror  de  la  sepultura,  la  suerte  del  cuer- 
po, que  vendrá  á  ser  manjar  de  gusanos,  y  mucho  más  la  del 
ánima,  que  entonces  está  dentro  del  cuerpo,  y  de  ahí  á  dos  ho- 
ras no  sabes  dónde  estará.  Aquí,  pues,  te  parecerá  que  estás 
ya  presente  en  el  juicio  de  Dios,  y  que  todos  tus  pecados  te 
están  acusando,  y  poniendo  demanda  delante  del.  Aquí  vieras 
abiertamente  cuan  grandes  males  eran  los  que  tú  tan  fácilmente 
cometías:  y  maldirás  muchas  veces  el  día  en  que  pecaste,  y  el 
deleite  que  te  hizo  pecar.  Aquí  no  acabarás  de  maravillarte  de 
ti  mismo,  viendo  cómo  por  cosas  tan  livianas  (cuales  eran  las  que 
desordenadamente  amabas)  te  pusiste  en  peligro  de  padecer 
dolores  tan  grandes  como  allí  comenzarás  á  sentir.  Porque  como 
los  deleites  sean  ya  pasados,  y  el  juicio  dellos  comience  ya  á 
parecer,  lo  que  de  suyo  era  poco,  y  deja  de  ser,  paresce  nada:  y 
lo  que  de  suyo  es  mucho,  y  está  presente,  paresce  más  claro  lo 
que  es.  Pues  como  tú  veas  que  por  cosas  tan  vanas  estás  en 
término  de  perder  tanto  bien,  y  mirando  á  todas  partes  te  veas 


l.IBRC)   r.  CAPÍTULO  Vlí.  íx) 


de  todas  cercado  y  atribulado  (porque  ni  queda  más  tiempo  de 
vida,  ni  hay  más  plazo  de  penitencia,  y  el  curso  de  tus  días  es  . 
ya  fenescido,  y  ni  los  amigos  ni  los  ídolos  que  adoraste  te  pue- 
den allí  valer,  antes  las   cosas   que  más  amabas  y  preciabas  te 
han  de  dar  allí  mayor  tormento)  dime,  ruégote:  cuando  te  veas 
en  este  trance,  ;qué  sentirás?  ^dónde  irás?  (jqué  harás?  ¿á  quién 
llamarás?  Volver  atrás  es  imposible,  pasar  adelante  es  intolera- 
ble, estarte  así  no  se  concede:  pues  ^qué  harás?  Entonces,  dice 
Dios  por  el  Profeta  (i),  se  pondrá  el  sol  á  los  malos  en  medio 
del  día:  y  haré  que  se  les  escurezca  la  tierra  en  día  claro:  y  con- 
vertiré sus  fiestas  en  llanto,  y  sus  postrimerías  en  día  amargo. 
¡Qué  palabras  éstas  tan  para  temer!  Entonces  (dice)  se  les  pon- 
drá el  sol  en  medio  del  día:  porque  representándose  á  los  malos 
en  aquélla  hora  la  muchedumbre  de  sus  pecados,  y  viendo  que 
la  justicia  de  Dios  les  comienza  ya  á  cerrar  los  términos  de  la 
vida,  vienen  muchos  dellos  á  tener  tan  grandes  temores  y  des- 
confianzas, que  les  paresce  que  están  ya  desahuciados  y  despe- 
didos de  la  misericordia  divána.  Y  estando  aun  en  medio  del  día 
(esto  es,  dentro  del  término  de  la  vida,  que  es  tiempo  de  meres- 
cer  y  desmerescer)  les  parescerá  que  para  ellos  no  hay  lugar  de 
mérito  ni   de  demérito,  sino  que  todo  les  está  ya  como  cerrado. 
Poderosa  es  la  pasión  del  temor,  la  cual  de  las  cosas  pequeñas 
hace  grandes,  y  de  las  ausentes  presentes.  Y  si  esto  hace  á  las 
veces   un    temor   liviano,   ¿"qué    hará   entonces  el  temor  de  tan 
justo   y   verdadero  peligro?   Vense  en  esta   vida  aun  entre  sus 
amigos,  3'  parésceles  que  ya  comienzan  á  sentir  el  dolor  de  los 
condenados.  Juntamente  les  parece  que  están  vivos  y  muertos: 
y  doliéndose  de  los  bienes  presentes  que  dejan,  comienzan  á  pa- 
descer    los    males   venideros    que   barruntan.    Tienen   por    di- 
chosos á  los  que  acá  se  quedan,  y  crésceles  con  esta  envidia  la 
causa  de  su  dolor.  Pues  entonces  se  les  pondrá  el  sol  en  medio 
del  día,  cuando  á  doquiera  que  volvieren  los  ojos,  les  parescerá 
que  por  todas  partes  les  está  cerrado  el  camino  del  cielo,  y  que 
ningún  rayo  se  les  descubre  de  luz.  Porque  si  miran  á  la  mise- 
ricordia de  Dios,  parésceles  que  la  tienen  desmerescida:  si  á  la 
justicia,  parésceles  que  viene   ya   á  dar  sobre  su    cabeza:  y  que 
hasta  allí  ha  sido  su  día,  y  que  dende  allí  comienza  ya  á  ser  el 


(i)     Amos,  VIII. 


^  GUIA  DE  PECADORES 


día  de  Dios.  Si  miran  á  la  vida  pasada,  cuasi  todo  ella  los  está 
acusando:  si  al  tiempo  presente,  ven  que  se  están  muriendo:  si 
un  poco  más  adelante,  paréceles  que  ven  al  Juez  que  los  está 
esperando.  Pues  entre  tantos  objectos  y  causas  de  temor,  ^qué 
harán?  ^-adonde  irán? 

Dice  más,  que  se  les  convertirá  en  tinieblas  la  luz  en  el  día 
claro.  Quiere  decir,  que  las  cosas  que  les  solían  dar  antes  ma}'or 
alegría,  entonces  les  darán  mayor  dolor.  Alegre  cosa  es  para  el 
que  vive  la  vista  de  sus  hijos,  y  de  sus  amigos,  y  de  su  casa  y 
hacienda,  y  de  todo  lo  que  ama.  Mas  entonces  se  conv^ertirá  esta 
luz  en  tinieblas;  porque  todas  estas  cosas  darán  allí  mayor  tor- 
mento, y  serán  más  crueles  verdugos  de  sus  amadores.  Porque 
natural  cosa  es  que  así  como  la  posesión  3'  presencia  de  lo  que 
se  ama,  da  alegría,  así  el  apartamiento  y  la  pérdida  da  dolor.  Y 
por  esto  quitan  á  los  dulces  hijos  de  la  presencia  del  padre  que 
se  está  muriendo,  y  se  esconde  la  buena  mujer  en  este  tiempo, 
por  no  dar  y  tomar  tan  crueles  dolores  con  su  presencia.  Y  con 
ser  la  partida  para  tan  lejos,  y  la  despedida  para  tan  largo  ca- 
mino, no  deja  guardar  el  dolor  los  términos  de  la  buena  crian- 
za, ni  da  lugar  al  que  se  parte  para  decir  á  los  amigos:  quedaos 
á  Dios.  Si  tú  has  llegado  á  este  punto,  en  todo  esto  verás  que  digo 
verdad:  mas  si  aun  no  has  llegado  á  él,  cree  á  los  que  por  aquí 
han  pasado:  pues  como  dice  el  Sal)io,  los  que  navegan  la  mar, 
cuentan  los  peligros  dcUa. 

§.n. 

Y  si  tales  son  las  cosas  que  pasan  antes  de  la  salida,  ;  qué 
serán  las  que  pasarán  después  della?  Si  tal  es  la  víspera  y  la  \i- 
gilia,  ¿qué  tal  será  la  fiesta  y  el  día?  Porque  luego  después  de 
la  muerte  se  sigue  la  cuenta  y  la  tela  de  aquel  juicio  divino:  el 
cual  cuánto  sea  para  temer,  no  lo  has  de  preguntar  á  los  hom- 
bres del  mundo,  los  cuales  así  como  moran  en  Egipto,  que 
quiere  decir  tinieblas,  así  \ivea  en  intolerables  errores  }•  cegue- 
dades: sino  pregúntalo  á  los  sanctos  que  moran  en  la  tierra  de 
Jesé  (i),  donde  resplandece  siempre  la  luz  de  la  verdad,  y  ésos 
te   dirán  no  sólo  por  palabras,  sino  por   obras,  cuánto    sea  esta 


^1;     Exod.  X, 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  Vlí.  f\ 


cuenta  para  temer.  Porque  sancto  era  David,  y  con  todo 
esto  era  tan  grande  el  temor  que  tenía  desta  cuenta,  que  hacía 
oración  á  Dios  diciendo  (i):  No  entres,  Señor,  enjuicio  con  tu 
siervo,  porque  no  será  justificado  ante  Ti  ninguno  de  los  vi- 
vientes. Y  sancto  era  también  Arsenio,  el  cual  estando  ya  para 
morir  cercado  de  sus  discípulos,  comenzó  á  temer  este  trance 
de  tal  manera,  que  los  discípulos  entendiendo  su  temor,  le  di- 
jeron: Padre,  ;y  tú  agora  temes?  A  los  cuales  respondió  el  sancto 
varón:  Hijos,  no  es  nuevo  en  mí  este  temor,  porque  siempre  vi- 
ví con  él.  Y  del  bienaventurado  Agatón  se  escribe  que  estando 
en  este  paso  con  este  mismo  temor,  y  preguntado  por  qué  te- 
mía habiendo  vivido  con  tanta  inocencia:  respondió  que  por- 
que eran  muy  diferentes  los  juicios  de  Dios  de  los  de  los  hom- 
bres. Y  no  es  menos  temeroso  el  ejemplo  que  Sant  Juan  Clímaco, 
varón  sanctísimo,  escribe  de  otro  sancto  monje,  el  cual  (por  ser 
cosa  mucho  para  notar)  referiré  aquí  por  sus  mismas  palabras. 
Un  religioso  (dice  él)  que  moraba  en  este  lugar,  llamado  Esté- 
fano,  deseó  mucho  la  vida  quieta  y  solitaria:  el  cual,  después  de 
haberse  ejercitado  en  los  trabajos  de  la  vida  monástica  muchos 
años,  y  alcanzado  gracia  de  lágrimas  y  de  ayunos,  con  otros 
muchos  privilegios  de  virtudes,  edificó  una  celda  á  la  raíz  del 
monte  donde  Elias  en  los  tiempos  pasados  vio  aquella  sagrada 
visión.  Este  padre  de  tan  religiosa  vida,  deseando  aun  mayor 
rigor  y  trabajo  de  penitencia,  pasóse  de  ahí  á  otro  lugar  llamado 
Sidey,  que  era  de  los  monjes  Anacoritas,  que  viven  en  sole- 
dad. Y  después  de  haber  vivido  con  grandísimo  rigor  en  esta 
manera  de  vida  (por  estar  aquel  lugar  apartado  de  toda  huma- 
na consolación,  y  desviado  setenta  millas  de  poblado)  al  fin  de 
la  vida  vínose  de  allí,  deseando  morar  en  la  primera  celda  de 
aquel  sagrado  monte.  Tenía  él  ahí  dos  discípulos  muy  religio- 
sos de  la  tierra  de  Palestina,  que  tenían  en  guarda  la  dicha  cel- 
da. Y  después  de  haber  vivido  unos  pocos  días  en  ella,  cayó 
en  una  enfermedad  de  que  murió.  Un  día,  pues,  antes  de  su  muer- 
te, súbitamente  quedó  atónito:  y  teniendo  los  ojos  abiertos,  mi- 
raba á  la  una  parte  del  lecho,  y  á  la  otra:  y  como  si  estuvieran 
allí  algunos  que  le  pidieran  cuenta,  respondía  él  en  presencia  de 
todos  los  que  allí  estaban,  diciendo  algunas  veces:  Así  es  cier- 


(1)     P-alm.  CXl.n. 


)?:5  GUÍA  DE  PECADORES 


to:  mas  por  eso  ayuné  tantos  años.  Otras  veces  decía:  No  es  así: 
mentís:  no  hice  tal  cosa.  Otras  decía:  Así  es  verdad:  mas  lloré,  y 
serví  tantas  veces  á  los  prójimos  por  eso.  Y  otra  vez  decía:  Ver- 
daderamente me  acusáis:  así  es:  y  no  tengo  que  decir,  sino  que 
hav  en  Dios  misericordia.  Y  era  por  cierto  espectáculo  horrible 
V  temeroso  ver  aquel  invisible  y  riguroso  juicio.  ¡Miserable  de 
mí!  <:Qué  será  de  mí,  pues  aquel  tan  grande  seguidor  de  sole- 
dad y  quietud  en  algunos  de  sus  pecados  decía  que  no  tenía 
qué  responder,  el  cual  había  cuarenta  años  que  era  monje,  y 
había  alcanzado  gracia  de  lágrimas  ?  Algunos  hubo  que  de  verdad 
me  afirmaron  que  estando  este  padre  en  el  yermo,  daba  de  co- 
mer á  un  león  pardo  por  su  mano.  Y  siendo  tal,  partió  desta  vi- 
da pidiéndosele  tan  estrecha  cuenta,  dejándonos  inciertos  cuál 
fuese  su  juicio,  cuál  su  término,  y  cuál  la  sentencia  de  su  causa. 
Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Juan  Clímaco.  Las  cuales  asaz  de- 
claran cuánto  deban  temer  esta  salida  los  descuidados  y  negli- 
gentes, pues  en  tanto  estrecho  se  vieron  en  ella  tan  grandes 
sanctos. 

Y  si  preguntares  cuál  sea  la  causa  por  dónde  los  sanctos  tu- 
vieron tan  gran  temor  en  este  paso,  á  esto  responde  S.  Grego- 
rio en  el  cuarto  libro  de  los  Morales,  diciendo:  Los  sanctos 
varones,  considerando  atentamente  cuan  justo  sea  el  Juez  que 
les  ha  de  tomar  cuenta,  cada  día  ponen  ante  los  ojos  el  término 
de  su  vida,  y  examinan  con  cuidado  qué  es"  lo  que  podrán  res- 
ponder al  Juez  en  esta  demanda.  Y  si  por  ventura  se  hallan  li- 
bres de  todas  las  malas  obras  en  que  pudieron  caer,  temen  si 
por  ventura  lo  están  de  los  malos  pensamientos  que  en  cada  mo- 
mento el  corazón  humano  suele  representar.  Porque  aunque  sea 
fácil  cosa  vencer  las  tentaciones  de  las  malas  obras,  no  lo  es 
defenderse  de  la  guerra  continua  de  los  malos  pensamientos.  Y 
como  quiera  que  en  todo  tiempo  teman  los  secretos  juicios  deste 
tan  justo  Juez,  entonces  señaladamente  los  temen,  cuando  se 
llegan  ya  á  pagar  la  común  deuda  de  la  naturaleza  humana,  y  se 
ven  acercar  á  la  presencia  de  su  Juez.  Y  cresce  aun  este  temor, 
cuando  el  ánima  se  quiere  ya  desatar  de  la  carne.  Porque  en 
este  tiempo  cesan  los  vanos  pensamientos  y  fantasías  de  la 
imaginación,  y  ninguna  cosa  deste  siglo  se  representa  al  que 
está  ya  cuasi  fuera  del  siglo.  De  manera  que  entonces  los  que 
están  muriendo  solarnente  miran  á  sí  y  á  Dios,  ante  quien  se  ha- 


i.iHRu  I.  capItClo  \ii. 


lian  presentes,  y  todo  lo  demás  (como  ya  no  necesario)  vienen 
á  echar  en  olvido.  Y  si  en  este  paso  se  acuerdan  que  nunca  de- 
jaron de  hacer  los  bienes  que  entendían:  temen  si  por  ventura 
dejaron  de  hacer  los  que  no  entendían,  porque  no  saben  juzgarse 
ni  conoscerse  perfectamente.  Y  por  esto  al  tiempo  de  la  salida  son 
combatidos  con  mayores  y  más  secretos  temores:  porque  ven 
que  de  ahí  á  un  poquito  espacio  hallarán  lo  que  para  siempre 
nunca  mudarán. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Gregorio,  las  cuales  bastante- 
mente nos  declaran  cuánto  más  para  temer  sea  esta  cuenta  y  es- 
ta hora,  de  lo  que  los  hombres  mundanos  imaginan. 

Pues  si  tan  riguroso  es  este  juicio,  y  si  tanto  y  con  tanta  ra- 
zón le  temieron  los  sanctos,  ;:qué  será  justo  que  hagan  los  que 
no  lo  son,  los  que  la  mayor  parte  de  la   vida  gastaron    en    va- 
nidades,   los    que    tantas    veces  despreciaron   á  Dios,    los    que 
tan  olvidados  vivieron  de  su  salud,  y  tan  poca  cuenta  tuvieron 
con  aparejarse  para  esta  hora?  Si  tanto  teme  el  justo,  ¿qué  debe 
hacer  el  pecador?  ;Qué  hará  la  vara  del  desierto,  cuando  así  se 
estremece  el  cedro  del   monte    Líbano?  Y  si  como  dice  S.  Pe- 
dro (i),  el  justo  apenas  se  salvará,  ¿el  pecador  y  malo  dónde  pa- 
recerán? Dime,  pues:  ;qué  sentirás  en  aquella  hora,  cuando  salido 
ya  desta  vida,  entres  en  aquel  divino  juicio,  solo,  pobre  y  des- 
nudo, sin  más  valedores  que  tus  buenas  obras  y  sin  más  com- 
pañía que   la   de  tu  propria  consciencia,  y  esto   en  un  tribunal 
tan  riguroso,  donde  no  se  trata  de  perder  la  vida  temporal,  sino 
de  vida  y  muerte   perdurable?  Y  si  en  la  tela  deste  juicio  te 
hallares  alcanzado  de  cuenta,  ¡cuáles  serán  entonces  los  desma- 
yos de  tu  corazón!  ¡Cuan  confuso  te  hallarás,  y  cuan  arrepen- 
tido!  Grande  fué  el  desmayo  de  los  príncipes  de  Judá  (i),  cuan- 
do vieron  la  espada  vencedora  de  Sesach,  rey  de  Egipto,  volar 
por  las   plazas   de   Hierusalem:  cuando  por   la  pena   del  castigo 
presente  conocieron  la  culpa  del  _\'erro  pasado.  Mas  ¿qué  es  todo 
esto  en   comparación  de  la  confusión  en   que  allí  los  malos  se 
verán?  ¿Qué  harán?  ¿Dónde  irán?  ¿Con  qué  se  defenderán?  Lá- 
grimas allí  no  valen:  arrepentimientos  allí  no   aprovechan:  ora- 
ciones allí  no  se  o}en:  promesas  para  adelante  allí  no  se  admi- 
ten: tiempo  de  penitencia  allí  no  se  da:  porque  acabado  el  pos- 


eí)    í  Petr.  1\'.     (2)  III  Keg.   XXV;    II  Par.  XII. 


te. 


4  (;RÍA  l>li  PKCAl>()k1ÍK 


trer  punto  de  la  vida,  ya  no  hay  más  tiempo  de  penitencia.  Pues 
riquezas,  y  linaje,  y  favor  de  mundo,  mucho  menos  aprovecharán: 
porque  como  dice  el  Sabio  (i),  no  aprovecharán  las  riquezas 
en  el  día  de  la  venganza;  más  la  justicia  sola  Hbrará  de  la  muer- 
te. Pues  cuando  el  ánima  miserable, se  vea  cercada  de  tantas 
angustias,  ^qué  hará  sino  decir  con  el  Profeta  (2):  Cercado  me 
han  gemidos  de  muerte,  y  dolores  del  infierno  me  han  rodeado? 
¡Oh  miserable  de  mí,  y  en  qué  cerco  me  han  puesto  agora  mis 
pecados!  ¡Cuan  súbitamente  me  ha  salteado  esta  hora!  ¡Cuan 
sin  pensarlo  se  ha  llegado!  <jQué  me  aprovechan  agora  todas 
mis  honras  y  dignidades  pasadas?  ¿Qué  todos  mis  amigos  y  cria- 
dos? ^Qué  todas  las  riquezas  y  bienes  que  poseí,  pues  agora  me 
han  de  hacer  pago  con  siete  pies  de  tierra,  y  con  una  pobre 
mortaja?  Y  lo  que  peor  es,  que  las  riquezas  han  de  quedar  acá 
para  que  las  desperdicien  otros:  y  los  pecados  que  hice  en  mal 
ganarlas,  han  de  ir  comigo  allá,  para  que  los  pague  yo.  <iQué 
me  aprovechan  otrosí  agora  todos  mis  deleites  y  contentamien- 
tos pasados,  pues  ya  los  deleites  se  acabaron,  y  no  quedan  agora 
más  que  las  heces  dellos,  que  son  los  escrúpulos  y  el  remordi- 
miento de  la  consciencia,  las  espinas  que  atraviesan  agora  mi 
corazón,  y  para  siempre  lo  atormentarán?  jCómo  no  me  aparejé 
esta  hora?  ¡Cuántas  veces  me  avisaron  desto,  y  me  hice  sordo! 
¿Porqué  aborrecí  la  disciplina,  y  no  quise  obedecer  á  mis  maes- 
tros (3),  ni  hice  caso  de  las  voces  de  los  que  me  enseñaban?  En 
todo  género  de  pecados  he  vivido  en  medio  de  la  iglesia  y  del 
pueblo. 

Éstas,  pues,  serán  las  ansias,  las  congojas  y  las  considera- 
nes  de  los  malos  en  esta  hora.  Pues  porque  tú,  hermano  mío,  no 
te  veas  en  este  aprieto,  ruégote  agora  quieras  de  todo  ló  que 
hasta  aquí  está  dicho,  considerar  y  retener  estos  tres  puntos  en 
la  memoria.  El  primero  sea,  considerar  qué  tan  grande  ha  de 
ser  la  pena  que  á  la  hora  de  la  muerte  recibirás  por  todas  las 
ofensas  que  heciste  contra  Dios.  El  segundo,  qué  tanto  es  lo  que 
allí  desearas  haberle  servido  y  agradado,  para  tenerle  para 
aquella  hora  propicio.  El  tercero,  qué  linaje  de  penitencia  desearas 
allí  hacer,  si  para  esto  se  te  diese  tiempo:  porque  de  tal  manera 
trabajes  por  vivir  agora  como  entonces  desearas  haber  vivido. 


(1)     Prov,  XI.     (2]   Poalm     CXIV.      (j")  Piov.   V. 


DEL  OCTAVO  TÍTULO   POR   DONDE  EL  HOMBRE   ESTÁ  OBLIGADO  A   LA   VIRTUD,  POR 
CAUSA   DE  LA  SEGUNDA  POSTRIMERÍA,  QUE  ES  EL   JUICIO  FINAL. 

CAPITULO  VIII 


^^^ESPUÉS  de  la  muerte  se  sigue  el  juicio  particular  de 
cada  uno:  y  después  déste,  el  universal  de  todos, 
cuando  se  cumplirá  aquello  que  dice  el  Apóstol:  To- 
dos conviene  que  seamos  presentados  ante  el  tribunal  de  Cris- 
to, para  que  dé  cada  uno  cuenta  del  bien  ó  mal  que  hizo  en  este 
cuerpo.  Y  porque  de  las  señales  terribles  que  han  de  preceder 
á  este  juicio,  y  de  toda  la  historia  del  tratamos  en  otro  lugar; 
al  presente  no  diré  más  que  del  rigor  de  la  cuenta  que  se  ha  de 
pedir  en  él,  y  lo  que  después  della  se  ha  de  seguir,  para  que  por 
aquí  vea  el  hombre  cuánta  obligación  tiene  á  la  virtud. 

Lo  primero  es  tanto  para  sentir,  que  una  de  las  cosas  de  que 
aquel  sanctísirao  Job  más  se  maravillaba,  es  ver  cómo  siendo  el 
hombre  una  criatura  tan  liviana  y  tan  mal  inclinada,  se  pone  un 
tan  grande  Dios  en  tanto  rigor  con  ella,  que  no  hay  palabra,  ni 
pensamiento,  ni  movimiento  desordenado  que  no  lo  tenga  es- 
cripto  en  los  libros  y  procesos  de  su  justicia  para  pedir  de  ello 
muy  menuda  cuenta.  Y  así  prosigue  él  á  la  larga  esta  materia, 
diciendo:    ¿Porqué,  Señor,  escondes  tu  cara  de  mí,  y  me  tratas 
como   á  enemigo?    ^i Porqué  quieres  declarar  la  grandeza  de  tu 
poder  contra  una  hoja  que  se  mueve  á  cada  viento,  y  persigues 
una  paja    tan  liviana?  ^i Porqué  escribes  en  tus  libros   contra  mí 
las  penas  amarguísimas  con  que  me  has  de  castigar,  y  quieres 
consumirme  por  los  pecados  de  mi  m.ocedad?  Pusiste  mis  pies 
en  un  cepo  (prendiendo  mis  apetitos  con  la  ley  de  tus  manda- 
mientos) y  miraste  con  grande  atención  todas  las  sendas  de  mi 
vida,  y  consideraste  el  rastro  de  mis  pisadas,  siendo  yo  como 
una  cosa  podrida  que  dentro  de  sí  se  está  consumiendo,  y  como 
una  vestidura  que  se  gasta  con  la  polilla.  Y  prosiguiendo  la  mis- 
ma materia  añade  luego  >'  dice  asi:  El  hombre  nasce  de  mujer, 


-f)  CUtA    DK  PlíCADORVíS 


vive  poco  tiempo,  está  lleno  de  mucbas  miserias,  sale  como  una 
flor,  y  luego  se  marchita,  y  huye  como  sombra,  y  nunca  perma- 
nece en  un  mismo  estado.  Y  con  ser  el  hombre  éste,  ¿tienes  por 
cosa  digna  de  tu  grandeza  traer  los  ojos  tan  abiertos  sobre  to- 
dos los  pasos  de  su  vida,  y  ponerte  con  él  á  juicio?  <: Quién  pue- 
de hacer  limpia  una  criatura  concebida  de  masa  sucia,  sino  Tú 
solo?   Todas  estas  palabras   dice  el   sancto  Job,  maravillándose 
grandemente  de  la  severidad  de  la  divina  Justicia  para  con  una 
criatura  tan  frágil,  tan  mal  inclinada,  y  que  tan  fácilmente  bebe 
los  pecados   como  agua.  Porque  si  este  rigor  fuera  con  ángeles 
(que  son  criaturas  espirituales  y  muy  perfectas)  no  era  tanto  de 
maravillar;  pero  ser  con  hombres,  cuyas  malas  inclinaciones  son 
innumerables,  y  que  con  todo  esto  sea  tan  estrecha  la  cuenta  de 
sus  vidas,  que  no  se  les  disimule  una  sola  palabra  ociosa,  ni  un 
punto  de  tiempo  mal  gastado,  esto  es  cosa  que  sobrepuja  toda 
admiración.  Porque  ^lá  quién  no  espa:ntan  aquellas  palabras  del 
Salvador  (i):  En  verdad  os  digo  que  de  cualquier  palabra  ocio- 
sa que  hablaren  los  hombres,  darán  cuenta  el    día  del  juicio? 
Pues  si  destas  palabras  (que  á  nadie  hacen  mal)  se  ha  de  pedir 
cuenta,  (iqué  será    de  las   palabras  deshonestas,  y  de  los  pensa- 
mientos sucios,  y  de  las  manos  sangrientas,  y  de  los  ojos  adúl- 
teros, y  finalmente  de  todo  el  tiempo  de  la  vida  expendido  en 
malas  obras?  Si  esto  es  verdad  (como  lo  es)  ¿qué  se  puede  de- 
cir del  rigor  deste  juicio,  que  no  sea  menos  de  lo  que  es  ?  ¡  Cuan 
asombrado  quedará  el  hombre  cuando  en  presencia  de  un  tan 
gran  senado  se  le  haga  cargo  de  una  palabrilla  que  tal  día  ha- 
bló sin  propósito!    ¿A   quién  no  pone  en  admiración  esta  tan 
nueva  demanda?  ¿Quién  osara  decir  esto,  si  Dios  no  lo  dijera? 
¿Qué  rey  jamás  pidió  cuenta  á  alguno  de  sus  criados  de  un  cabo 
de  una  agujeta?  ¡Oh  alteza  de  la  religión  cristiana,  cuan  grande 
es  la  pureza  que  enseñas,  y  cuan  estrecha  la  cuenta  que  pides,  y 
con  cuan  riguroso  juicio  la  examinas! 

¿  Cuál  será  también  la  vergüenza  que  allí  los  malos  pasarán 
cuando  todas  las  maldades  que  ellos  tenían  encubiertas  con  las 
paredes  de  sus  casas,  y  todas  las  deshonestidades  que  cometie- 
ron dende  sus  primeros  años,  con  todos  los  rincones  y  secretos 
de  sus  consciencias,  sean  pregonadas  en  la  plaza  y  ojos  de  todo 


(i)     Matlh.  XII, 


i.Timo  I.  CAMTÜI.n  Y 11 1.  77 


el  mundo?  Pues  ¿quién  tendrá  la  consciencia  tan  limpia  que  no 
comience  dende  agora  á  mudar  las  colores,  3^  temer  esta  ver- 
güenza? Porque  si  descubrir  el  hombre  sus  culpas  á  un  confesor 
en  un  fuero  tan  secreto  como  el  de  la  confesión,  es  cosa  tan 
vergonzosa,  que  algunos  por  esto  se  tragan  el  pecado  y  lo  en- 
cubren, ¿  qué  hará  allí  la  vergüenza  de  Dios,  y  de  todos  los  siglos 
presentes,  pasados  y  venideros  ?  Será  tan  grande  esta  vergüenza, 
que  como  el  Profeta  dice  (i),  darán  voces  á  los  montes,  dicien- 
do: ¡Oh  montes!  caed  sobre  nosotros,  y  sumidnos  en  los  abis- 
mos, donde  nunca  más  parezcamos  con  tan  grande  vergüenza  y 
confusión. 

Pues  (¡qué  será  sobre  todo  esto  esperar  el  rayo  de  aquella 
sentencia  final  que  dirá  (2):  Id,  malditos,  al  fuego  eterno,  que 
está  aparejado  para  Satanás  y  para  sus  ángeles?  (jQué  sentirán 
los  malaventurados  con  esta  palabra?  Si  apenas  podemos,  dice 
el  sancto  Job  (3),  oir  la  más  pequeña  de  sus  palabras,  ¿quién 
podrá  esperar  aquel  espantoso  trueno  de  su  grandeza?  Esta  pa- 
labra será  tan  espantosa  y  de  tanta  virtud,  que  por  ella  se  abri- 
rá la  tierra  en  un  momento,  y  serán  sumidos  y  despeñados  en 
los  abismos  los  que,  como  dice  el  mismo  Job  (4),  tañían  aqui  el 
dandero  y  la  vihuela,  y  se  holgaban  con  la  suavidad  y  música 
de  los  órganos,  y  gastaban  todos  sus  días  y  horas  en  deleites. 
Esta  caída  describe  S.  Juan  en  el  Apocalipsi  por  estas  pala- 
bras (5):  Vi,  dice  él,  un  ángel  que  descendía  del  cielo  con  gran 
poder,  y  con  tanta  claridad,  que  hacía  resplandecer  toda  la  tie- 
rra, y  dio  una  grande  voz  diciendo:  Cayó,  cayó  aquella  gran 
ciudad  de  Babilonia,  y  es  hecha  morada  de  demonios,  y  cárcel 
de  todos  los  espíritus  sucios,  y  de  todas  las  aves  sucias  y  abomi- 
nables. Y  añade  luego  el  sancto  Evangelista,  diciendo  que  tomó 
el  ángel  una  gran  piedra  de  molino,  y  dejándola  caer  dende  lo 
alto  en  la  mar,  dijo:  Con  este  ímpetu  será  arrojada  aquella  gran 
ciudad  de  Babilonia  en  el  profundo:  y  nunca  más  volverá  á  ser. 
Desta  manera,  pues,  caerán  los  malos  en  aquel  despeñadero  y 
en  aquella  cárcel  de  tinieblas  y  confusión,  que  es  aquí  entendida 
por  Babilonia. 

Mas  ¿qué  lengua  podrá  explicar  la  muchedumbre  de  penas 
que  allí  padescerán?  AlH  arderán   sus  cuerpos  en  vivas  llamas 


{l)  Ose.  X    '2}  Mat.  XXV    (3)  Job.  XXVI.   ^4)  Job.  XXI.  fí)  Apoo.  XVIII. 


;8  GUÍA   Dlí   PEi'ADORFlS 


que  nunca  se  apagarán.  Allí  estarán  sus  ánimas  carcomiéndose  y 
despedazándose  con  aquel  gusano  remordedor  de  la  consciencia, 
que  nunca  cesará  de  morder.  Allí  será  aquel  perpetuo  llanto  y 
crujir  de  dientes,  con  que  tantas  veces  nos  amenazan  las  Escrip- 
turas  divinas.  Allí  los  malaventurados  con  una  cruel  desesperación 
y  rabia  volverán  las  iras  contra  Dios  y  contra  sí,  comiendo  sus 
carnes  á  bocados,  rompiendo  sus  entrañas  con  sospiros,  quebran- 
tando sus  dientes  á  tenazadas,  y  despedazando  rabiosamente 
sus  carnes  con  sus  uñas,  y  blasfemando  siempre  del  Juez  que  así 
los  mandó  penar.  Allí  cada  uno  dellos  maldirá  su  desastrada  suer- 
te y  su  desdichado  nascimiento,  repitiendo  siempre  aquellas  tris- 
tes lamentaciones  y  palabras  de  Job,  aunque  con  muy  diferente 
corazón  (l):  Perezca  el  día  en  que  nascí,  y  la  noche  en  que  fué 
dicho:  concebido  es  este  hombre.  Aquel  día  se  vuelva  en  tinie- 
blas; no  tenga  Dios  cuenta  con  él,  ni  sea  alumbrado  con  lumbre. 
Escurézcanlo  las  tinieblas  y  sombra  de  muerte:  sea  llenó  de  es- 
curidad  y  amargura.  En  aquella  noche  corra  un  torbellino  tene- 
broso, no  sea  contado  en  el  número  de  los  días  ni  de  los  meses 
del  año.  ^Porqué  no  me  tomó  la  muerte  en  el  vientre  de  mi 
madre?  ^Porqué  luego  como  acabé  de  nascer  no  perecí?  ¿Por- 
qué rae  recibieron  en  el  regazo?  ¿Porqué  me  dieron  leche  á  los 
pechos?  Ésta  será  la  música,  éstas  las  canciones,  estos  los  maiti- 
nes continuos  que  aquellos  malaventurados  eternalmente  canta- 
rán. ¡  Oh  desdichadas  lenguas,  que  ninguna  otra  palabra  hablaréis 
sino  blasfemias!  ¡Oh  miserables  oídos,  que  ninguna  otra  cosa 
oiréis  sino  gemidos!  ¡Oh  desventurados  ojos,  que  ninguna  otra 
cosa  veréis  sino  miserias!  ¡Oh  tristes  cuerpos,  que  ninguno  otro 
refrigerio  tendréis  sino  llamas !  ¡  Cuáles  estarán  entonces  los  que 
toda  su  vida  gastaron  en  deleites  y  pasatiempos!  ¡  Oh  cuan  breve 
delectación  hizo  tan  larga  soga  de  miserias !  ¡  Oh  locos  y  desven- 
turados! ¿Qué  os  aprovechan  agora  todos  aquellos  pasatiempos 
de  que  tan  poco  espacio  gozastes,  pues  agora  eternalmente  llo- 
raréis? ¿Qué  se  hicieron  vuestras  riquezas?  ¿Dónde  están  vues- 
tros tesoros?  ¿Dónde  vuestros  deleites  y  alegrías?  Pasáronse  los 
siete  años  de  fertilidad  (2),  y  sucedieron  otros  siete  de  tanta  este- 
rilidad, que  se  tragaron  toda  la  abundancia  de  los  pasados,  sin 
que    quedase    della  rastro   ni    memoria.    Peresció  ya  vuestra 


(i)    Job,m.     iZ)  Genes,  XLl. 


LÍBRO   i.   CAPÍTULO   VUI. 


gloria,  y  hundióse  vuestra  felicidad  en  ese  piélago  de  dolor.  A 
tanta  esterilidad  sois  venidos,  que  ni  una  sola  gota  de  agua  se 
os  concede  para  templar  esa  tan  rabiosa  sed  que  os  atormenta. 
Y  no  sólo  no  os  aprovechará  esa  prosperidad,  mas  antes  ésa  es 
una  de  las  cosas  que  más  cruelmente  os  atormentará.  Porque 
ahí  se  cumplirá  aquello  que  se  escribe  en  el  libro  de  Job  (i),  con- 
viene saber,  que  la  dulcedumbre  de  los  malos  vendría  á  parar  en 
gusanos:  cuando  (como  declara  S.  Gregorio)  la  memoria  de  los 
deleites  pasados  les  haga  sentir  más  el  amargura  de  los  dolores 
presentes:  acordándose  de  la  manera  que  un  tiempo  se  vieron, 
y  de  la  que  agora  se  ven,  y  cómo  por  lo  que  tan  presto  se  aca- 
bó, padescen  lo  que  nunca  se  acabará.  Entonces  claramente  co- 
nocerán la  burla  del  enemigo,  y  caídos  ya  en  la  cuenta  (aunque  . 
tarde)  comenzarán  á  decir  aquellas  palabras  del  libro  de  la  Sa- 
biduría (2):  ¡  Desventurados  de  nosotros !  ¡  Cómo  se  ve  agora  que 
erramos  el  camino  de  la  verdad,  y  que  la  lumbre  de  justicia  no 
nos  alumbró,  y  que  el  sol  de  inteligencia  no  salió  sobre  nos- 
otros! Aperreados  anduvimos  por  el  camino  de  la  maldad  y 
perdición,  y  nuestros  caminos  fueron  ásperos  y  dificultosos,  y  el 
camino  del  Señor  tan  llano  nunca  supimos  atinarlo.  Estas  serán 
las  querellas,  éste  el  arrepentimiento,  ésta  la  penitencia  perpetua 
que  allí  los  malaventurados  harán:  la  cual  nada  les  aprovechará, 
porque  3'a  pasó  el  tiempo  de  aprovechar. 

Todas  estas  cosas  bien  consideradas  son  un  grande  estímu- 
lo y  despertador  de  la  virtud,  y  así  por  este  medio  nos  incita 
muchas  veces  á  ella  el  bienaventurado  Sant  Crisóstomo  en  mu- 
chos lugares  de  sus  Homilías,  donde  dice  así:  Porque  trabajes 
que  tu  ánima  sea  templo  y  morada  de  Dios,  acuérdate  de  aquel 
terrible  y  espantoso  día  en  que  todos  habemos  de  asistir  ante 
el  trono  de  Cristo,  para  dar  razón  de  todas  nuestras  obras. 
Mira,  pues,  de  la  manera  que  este  Señor  viene  á  juzgar  vivos  y 
muertos.  Mira  cuántos  millares  de  ángeles  le  vienen  acompa- 
ñando, y  haz  cuenta  que  tus  oídos  oyen  ya  el  sonido  de  aque- 
lla temerosa  voz  de  Cristo  que  ha  de  sentenciar  al  mundo. 
Mira  cómo  después  desta  sentencia  unos  son  echados  en  las 
tinieblas  exteriores:  otros  despedidos  de  las  puertas  del  cielo, 
después   del  mucho    trabajo    de   su    virginidad:    otros,  atados 


(i)  j>b,  XK[V.     (2;  Sap,  V. 


8o  Gl"ÍA  DE   rtíCAbORtíS 


como  haces  de  mala  ^erba,  son  lanzados  en  el  fuego,  y  otros 
entregados  al  gusano  que  nunca  muere,  y  al  perpetuo  llanto  y 
crujir  de  dientes.  Pues  siendo  esto  así,  ¿porqué  no  clamaremos 
agora  con  el  Profeta  diciendo  (i):  ¿Quién  dará  agua  á  mi  cabeza, 
V  á  mis  ojos  fuentes  de  lágrimas,  y  lloraré  día  y  noche?  Por 
tanto,  venid  agora,  hermanos,  que  es  tiempo,  3'  prevengamos  al 
Juez  con  la  confesión  de  nuestras  culpas,  pues  está  escripto: 
En  el  infierno,  Señor,  ¿quién  se  confesará  á  Tí? 

Miremos  atentamente  que  nos  dio  nuestro  Señor  dos  ojos, 
dos  oídos,  dos  pies  y  dos  manos:  por  donde  si  perdemos  el  uno 
destos  miembros,  con  el  otro  nos  remediamos:  pero  ánima  no 
nos  dio  más  que  una:  pues  si  ésta  se  condena,  ¿con  qué  vivire- 
mos aquella  inmortal  y  gloriosa  vida?  Tengamos,  pues,  sumo 
cuidado  della,  pues  ella  es  la  que  juntamente  con  el  cuerpo  ha 
de  ser  juzgada  ó  defendida,  y  la  que  ha  de  parecer  ante  el  tri- 
bunal de  Cristo:  donde  si  te  quisieres  excusar,  diciendo  que  los 
dineros  te  engañaron,  responderte  ha  el  Juez  que  ya  te  había 
Él  avisado  diciendo  (2):  ¿Qué  aprovecha  al  hombre  alcanzar  el 
señorío  de  todo  el  mundo,  si  viene  á  perder  su  ánima  y  pades- 
cer  detrimento  en  sí  mismo?  Si  dijeres:  el  diablo  me  engañó, 
decirte  ha  ¥A  también  que  no  le  aprovechó  á  Eva  decir:  la  ser- 
piente me  engañó. 

Lee  las  Escripturas  sagradas  y  mira  cómo  el  profeta  Hie- 
remías  vio  primero  una  vara  que  velaba  (3):  y  después  una 
gran  caldera  de  metal  puesta  sobre  las  brasas,  que  hervía:  para 
darnos  á  entender  de  la  manera  que  procede  Dios  con  el  hom- 
bre, primero  amenazando,  y  después  castigando.  Mas  el  que  no 
quisiere  recibir  la  corrección  de  la  vara  que  amenaza,  padesce- 
rá  después  el  tormento  de  la  caldera  que  hierve.  Lee  también 
las  escripturas  del  Evangelio,  y  ahí  verás  cómo  nadie  ayudó  á 
todos  aquellos  que  por  el  Señor  fueron  condenados:  no  herma- 
no á  hermano,  ni  amigo  á  amigo,  ni  hijo  á  padre,  ni  padre 
á  hijo.  ¿Mas  qué  digo  déstos,  que  son  hombres  pecadores:  pues 
ni  aunque  vengan  Noé,  Daniel  y  Job,  serán  poderosos  para  mu- 
dar la  sentencia  del  Juez?  Si  no,  mira  tú  aquél  que  fué  des- 
echado del  convite  de  las  bodas,  cómo  ninguno  habló  palabra, 


(i)    Jerem.  IX.     (2)  Matth.  XVI;  Marc.  VIIlj  Luc.  IX.     (3)    Hierem.  I. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   VIH.  8l 


por  él  (i).  Mira  también  cómo  nadie  rogó  por  aquél  que  había 
recebido  el  talento  de  su  señor,  y  no  quiso  negociar  con  él  (2). 
Mira  otrosí  las  cinco  vírgines  despedidas  de  las  puertas  del  cie- 
lo, sin  que  nadie  abogase  por  ellas:  las  cuales  Cristo  llamó  locas, 
porque  después  de  haber  despreciado  los  deleites  de  la  carne  y 
mortificado  el  fuego  de  la  concupiscencia,  en  cabo  fueron  teni- 
das por  locas,  porque  habiendo  guardado  el  consejo  grande  de 
la  virginidad,  no  guardaron  el  mandamiento  pequeño  de  la  hu- 
mildad, pues  se  ensoberbescieron  con  la  gloria  de  su  virginidad. 
También  habrás  oido  cómo  aquel  rico  avariento  (3)  que  nunca 
tuvo  compasión  de  Lázaro,  estando  ardiendo  en  el  lugar  de  la 
venganza,  deseó  una  gota  de  agua:  y  no  por  eso  el  sancto  Pa- 
triarca quiso  mitigar  con  tan  pequeño  socorro  el  tormento  de  su 
pasión.  Pues  siendo  esto  así,  ¿porqué  no    nos  ayudaremos  con 
caridad  unos  á  otros?  ¿Porqué  no  daremos  gloria   á   Dios  antes 
que  se  nos  ponga  el  sol  de  justicia  y  se  nos  cierre  el  día?  Mejor 
es  traer  aquí  un  poco  la  lengua  seca   á  poder  de  ayunos,  que 
trayéndola  contenta  y  regalada  desear  allí  una  gota  de  agua  y 
no  alcanzarla.  Y  si  somos  tan  delicados  que  apenas  podemos 
sufrir  aquí  una  calentura  de  tres  días,  ¿cómo  sufriremos  aUí  el 
fuego  de  una  eternidad?  Si  nos  espanta  una  sentencia  de  muer- 
te de  un  juez  de  la  tierra  que  nos  priva  de  cuarenta  ó  cincuenta 
años  de  vida,  ¿cómo  no  temeremos  la  sentencia  de  aquel  Juez 
que  priva  de  vida  perdurable?  Espántanos  ver  algunas  maneras 
de  justicias  rigurosas  que  se  hacen  acá  en  la  tierra  contra  los 
malhechores,  cuando  vemos  cómo  los  verdugos  los  llevan  por 
fuerza,  cómo  los  azotan,  descoyuntan,  desmiembran,  despedazan 
y  abrasan  con  planchas  de  fuego.  Pues  ¿qué  es  todo  esto  sino 
risa  y  sombra  en  comparación  de  los  tormentos  de  la  otra  vida? 
Porque  todo  esto  finalmente  con  la  vida  se  acaba:  mas   allí  ni 
el  gusano  muere,  ni  la  vida  fenece,  ni  el  atormentador  se  cansa, 
ni  el  fuego  se  apagará  jamás.  De  manera  que  todo  cuanto  qui- 
sieres comparar   con   estas   penas,  sea  fuego,  sea  hierro,  sean 
bestias,  sea  otro  cualquier  tormento,  todo  es  como  sueño  y  som- 
bra en  su  comparación. 

Pues  los   malaventurados   que   despedidos  de  aquellos  tan 
grandes  bienes  fueren  condenados  á  estos  males,  ¿que  harán? 


(1)    Matth   XXU;  XVIIL     (2)  Ibid.  XXV,     (3)  Luc.  XVI. 

QBRAS  oa  GRANADA,  ^— ^ 


82  GUÍA  DE  PECADORES 


¿qué  dirán?  ¿cómo  se  acusarán?  ¿cómo  gemirán  y  sospirarán?  Y 
todo  en  vano.  Porque  ni  los  marineros  después  de  sumido  el 
navio  sirven  para  nada,  ni  los  médicos  después  que  el  enfermo 
acabó  la  vida.  Pues  entonces  vendrán  (aunque  tarde)  á  caer  en 
la  cuenta  de  sus  yerros,  y  allí  será  decir:  esto  ó  lo  otro  nos  con- 
venía hacer,  y  bien  fuimos  muchas  veces  avisados  dello  y  no 
nos  aprovechó.  Porque  también  entonces  los  judíos  conocerán 
al  que  vino  en  el  nombre  del  Señor:  mas  no  les  aprovechará 
este  conocimiento,  porque  no  lo  tuvieron  en  su  tiempo.  Mas  ¿qué 
podremos,  miserables  de  nosotros,  alegar  en  este  día,  cuando  el 
cielo,  y  la  tierra,  y  el  sol,  y  la  luna,  los  días  y  las  noches,  y  todo  el 
mundo  estará  dando  voces  contra  nosotros  y  testificando  nues- 
tros males:  y  donde  (aunque  todas  las  cosas  callen)  nuestra  mis- 
ma consciencia  se  levantará  contra  nosotros,  y  nos  acusará?  Cuasi 
todas  estas  son  palabras  de  Sant  Crisóstomo,  por  las  cuales  verá  el 
hombre  el  temor  que  debe  siempre  tener  deste  día,  si  se  halla 
alcanzado  de  cuenta.  Así  muestra  que  lo  tenía  S.  Ambrosio  (aun- 
que estaba  tan  bien  apercebido)  el  cual  escribiendo  sobre  Sant 
Lucas,  dice  así:  ¡  Ay  de  mí,  si  no  llorare  mis  pecados !  ¡  ay  de  mí 
si  no  me  levantare  á  la  media  noche  á  confesar.  Señor,  tu  sancto 
nombre!  ¡ay  de  mí,  si  engañare  á  mi  prójimo,  si  no  hablare 
verdad!  Porque  ya  está  puesto  el  cuchillo  á  la  raíz  del  árbol. 
Por  tanto,  trabaje  por  dar  fructo  el  que  pudiere,  de  gracia,  y  el 
que  es  deudor,  de  penitencia.  Porque  el  Señor  está  cerca,  que 
viene  á  buscar  el  fructo,  el  cual  dará  vida  á  los  fieles  trabajado- 
res y  condenará  los  estériles  y  negligentes. 


DEL  NOVENO  TÍTULO  QUE  NOS   OBLIGA   Á   LA    VIRTUD,    QUE    ES    LA   TERCERA    DE 
NUESTRAS  POSTRIMERÍAS,  LA  CUAL  ES  LA  GLORIA  DEL  PARAÍSO. 

CAPÍTULO  IX 


f  ASTABA  cualquier  cosa  de  las  susodichas  para  inclinar 
nuestros  corazones  al  amor  á  la  virtud.  Mas  porque 
¿^  es  tan  grande  la  rebeldía  del  corazón  humano,  que 
muchas  veces  ni  con  todo  esto  se  vence,  añadiré  aquí  otro  mo- 
tivo no  menos  eficaz  que  los  pasados,  que  es  la  grandeza  del 
premio  que  se  promete  á  la  virtud,  que  es  la  gloria  del  Paraíso. 
Donde  se  nos  ofrecen  dos  cosas  señaladas  que  considerar:  la 
una  es  la  hermosura  y  excelencia  deste  lugar  (que  es  el  cielo 
impíreo)  y  la  otra  es  la  hermosura  y  excelencia  del  Rey  que 
mora  en  él  con  todos  sus  escogidos. 

Y  cuanto  á  lo  primero,  qué  tan  grande  sea  la  hermosura  y 
riquezas  deste  lugar,  no  hay  lengua  mortal  que  lo  pueda  expli- 
car. Mas  todavía  por  algunas  conjecturas  podremos  como  de  le- 
jos barruntar  algo  de  lo  que  esto  es.  Entre  las  cuales  la  primera 
es  el  fin  desta  obra;  porque  ésta  es  una  de  las  circunstancias  que 
más  suelen  declarar  la  condición  y  excelencia  de  las  cosas.  Pues 
el  fin  para  que  nuestro  Señor  edificó  y  aparejó  este  lugar,  es 
para  manifestación  de  su  gloria.  Porque,  aunque  todas  las  cosas 
haya  criado  este  Señor  para  su  gloria,  como  dice  Salomón  (i), 
pero  ésta  señaladamente  se  dice  haber  criado  para  este  fin:  por- 
que en  ella  singularmente  resplandece  la  grandeza  y  magnifi- 
cencia del.  Por  donde  así  como  aquel  grande  rey  Asuero,  que 
reinó  en  Asia  sobre  ciento  y  veinte  y  siete  provincias  (2),  celebró 
un  convite  solemnísimo  en  la  ciudad  de  Susa  por  espacio  de 
ciento  y  ochenta  días,  con  toda  la  opulencia  y  grandeza  que  se 
puede  imaginar,  para  descubrir  por  este  medio  á  todos  sus  rei- 
nos la  grandeza  de  su  poder  y  de  sus  riquezas,  así  también  este 
Rey  soberano  determinó  hacer  en  el  cielo  otro  convite  solem- 


(1)     Prov.  XVI.     (2)  Esth.  I. 


84  GUÍA  DÉ  PECADORES 


nísinio,  no  por  espacio  de  ciento  y  ochenta  días,  sino  de  toda 
la  eternidad:  para  manifestar  en  él  la  inmensidad  de  sus  rique- 
zas, de  su  sabiduría,  de  su  largueza  y  de  su  bondad.  Este  es  el 
convite  de  que  habla  Isaías  cuando  dice  (i):  Hará  el  Señor  en 
este  monte  un  solemne  convite  á  todos  los  pueblos,  de  vinos  y 
manjares  muy  delicados,  esto  es,  de  cosas  de  grandísimo  valor 
y  suavidad.  Pues  si  este  tan  solemne  convite  hace  Dios  á  fin  de 
que  por  él  sea  manifestada  la  grandeza  de  su  gloria,  y  esta  glo- 
ria es  tan  grande,  (¡qué  tal  será  la  fiesta  y  las  riquezas  que  para 
este  propósito  servirán? 

Esto  se  entenderá  aun  más  claramente,  si  consideramos  la 
grandeza  del  poder  y  de  las  riquezas  deste  Señor.  Es  tan  grande 
su  poder,  que  con  una  sola  palabra  crió  toda  esta  máquina  tan 
admirable  del  mundo,  y  con  otra  sola  la  podría  destruir;  y  no 
sólo  un  mundo,  mas  mil  cuentos  de  mundos  podría  El  criar  en 
una  sola  palabra,  y  tornarlos  á  deshacer  con  otra.  Y  demás  des- 
to,  lo  que  hace,  hácelo  tan  sin  trabajo,  que  con  la  faciUdad  que 
crió  la  menor  de  las  hormigas,  crió  el  mayor  de  los  serafines; 
porque  no  gime,  ni  suda  debajo  de  la  carga  mayor,  ni  se  alivia 
con  la  menor;  porque  todo  lo  que  quiere  puede,  y  todo  lo  que 
quiere  obra  con  sólo  querer.  Pues  dime  agora:  si  la  omnipoten- 
cia deste  Señor  es  tan  grande,  y  la  gloria  de  su  sancto  nombre 
tan  grande,  y  el  amor  della  tan  grande,  ,jcuál  será  la  casa,  la 
fiesta  y  el  convite  que  tendrá  aparejado  para  este  fin?  (jQué  fal- 
ta aquí  para  que  no  sea  perfectísima  esta  obra  ?  Falta  de  manos 
aquí  no  la  hay,  porque  el  Hacedor  es  infinitamente  poderoso. 
Falta  de  cabeza  aquí  no  la  hay,  porque  es  infinitamente  sabio. 
Falta  de  querer  aquí  no  la  hay,  porque  es  infinitamente  bueno. 
Falta  de  riquezas  aquí  no  la  hay,  porque  El  es  el  piélago  de 
todas  ellas.  Pues  luego,  ¿qué  tal  será  la  obra  donde  tales  apare- 
jos hay  para  que  sea  tan  grande?  ¿Qué  tal  será  la  obra  que  sal- 
drá desta  oficina,  donde  concurren  tales  oficiales  como  son  la 
omnipotencia  del  Padre,  la  sabiduría  del  Hijo,  y  la  bondad  del 
Espíritu  Sancto:  donde  la  bondad  quiere,  la  sabiduría  ordena, 
y  la  omnipotencia  puede  todo  aquello  que  quiere  la  infinita  bon- 
dad, y  ordena  el  infinito  saber,  aunque  todo  esto  sea  uno  en 
todas  las  divinas  Personas? 


(i;    Isai.  XXV. 


IIBRO  I.  CAPÍTULO  l"^.  '^t 


n.     Hay  otra  consideración  para  este  propósito,  semejante  á 
ésta.  Porque  no  sólo  aparejó  Dios  esta  casa  para  honra  suya,  sino 
también  para  honra  y  gloria  de  todos  sus  escogidos.  Pues  qué 
tan  grande  sea  el  cuidado  que  este  Señor  tiene  de  honrarlos,  y 
de    cumplir    aquello    que  Él   mismo   dijo:  Yo  honro  á  los  que 
me  honran,  claramente  se  ve  por  los  obras,  pues  aun  viviendo 
ellos  en  este  mundo,  puso  debajo  de  su  obediencia  el  señorío  de 
todas  las  cosas.  ^  Qué  cosa  es  ver  al  sancto  Josué  (i)  mandar  al 
sol  que  se  parase  en  medio  del  cielo,  y  que  como  si  él  tuviera 
en  la  mano  las  ruedas  de  toda  la  máquina  del  mundo,  así  lo 
hiciese  detener,  obedeciendo  (como  dice  la  Escriptura)  Dios  á  la 
voz  de  un  hombre?  ¿Qué  cosa  es  ver  al  profeta  Isaías  dar  á  es- 
coger al  rey  Ezequías,  qué  quería  que  hiciese  del  mismo  sol  (2), 
si  quería  que  le  mandase  ir  adelante,  ó  que  volviese  atrás,  que 
con  la  misma  facilidad  que  haría  lo  uno,  haría  lo  otro?  ¿Qué 
cosa  es  ver  al  profeta  Elias  suspender  las  aguas  y  las  nubes  del 
cielo  por  todo  el  tiempo  que  quiso,  y  mandarlas  otra  vez  volver 
con  la  virtud  y  palabra  (3)  de  su  oración?    Y  no   sólo   en  vida, 
sino  también    en  muerte  los  honró  tanto,  que  dio  este  mismo 
señorío  y  poder  á  sus  huesos  y  cenizas.  ¿Quién  no  alaba  á  Dios 
viendo  que  los  huesos  de  Elíseo  muerto  resuscitaron  un  muerto 
que  acaso  unos  ladrones  echaron  (4)  en  su  sepulcro  ?  ¿  Quién  no 
ve  el  regalo  de  Dios  para  con  sus  sanctos,  cuando  lee  que  el  día 
de  la  pasión  de  S.  Clemente  m^ártir  se  abría  la  mar  por  espacio 
de  tres  millas,  para  que  entrasen  los  hombres  á  ver  los  huesos 
de  un  hombre  que  padesció  trabajos  por  su  amor?  A  la  cadena 
de  S.  Pedro  quiso  Dios  que  se  hiciese  fiesta  general  en  toda  la 
Iglesia:  para  que  se  vea  en  cuánto  estima  Él  los  cuerpos  de  los 
sanctos,  pues  las  cadenas  infames  de  las  cárceles,  por  haber  toca- 
do en  ellos,  quiere  que  se  tengan  en  tanta  veneración.  Mas  ¿qué 
es  todo  esto  en  comparación  de  aquella  honra  tan  grande  que 
hizo  Dios,  no  ya  á  la  cadena  deste  Apóstol,  ni  á  sus  huesos,  ni  á 
su  cuerpo,  sino  á  la  sombra  de  su  cuerpo,  pues  le  dio  aquella 
virtud  que  escribe  S.  Lucas  en  los  Actos  de  los  xYpóstoles  (5), 
que  todos  los  enfermos  que  tocaban  en  ella,  sanaban?  ¡Oh  ad- 
mirable Dios!  ¡Oh  sumamente  bueno  y  honrador   de  buenos, 
pues  dio  á  este  hombre  lo  que  para   sí  no  tomó!  Porque  no  se 


(I)  Jos,  X.     (3;  Isai.  38.     (3)  IIlKeg.  17,  18.     (4)  IV  Reg.13.     (S)  Act.  V. 


^ñ  nÜÍA  DE  tECADORÍCS 

lee  de  Cristo  que  con  su  sombra  sanase  á  los  enfermos,  como  se 
lee  de  S.  Pedro.  Pues  si  en  tanta  manera  es  amigo  Dios  de 
honrar  sus  sanctos  (aun  en  el  tiempo  y  lugar  que  no  es  proprio 
de  galardonar,  sino  de  trabajar)  ¿  qué  tal  podremos  entender  que 
será  la  gloria  que  Él  tiene  deputada  para  honrarlos,  y  para  ser 
honrado  Él  en  ellos?  Quien  tanto  desea  honrarlos,  y  tanto  pue- 
de y  sabe  hacer  en  que  los  honre,  ^qué  es  lo  que  les  debe  tener 
allá  aparejado  para  esto? 

III.  Considera  otrosí,  demás  desto,  cuan  largo  sea  este  Señor 
en  pagar  los  servicios  que  se  le  hacen.  Mandó  Dios  al  patriarca 
Abraham  que  le  sacrificase  un  hijo  que  tanto  amaba  (i):  y  es- 
tando él  para  sacrificarlo,  díjole  Dios:  No  lo  sacrifiques,  porque 
ya  tengo  vista  tu  lealtad  y  obediencia.  Mas  yo  te  juro  por  quien 
yo  soy,  de  darte  por  ese  hijo  tantos  hijos  cuantas  estrellas  hay 
en  el  cielo,  y  arenas  en  la  mar:  y  entre  ellos  uno,  que  sea  Sal- 
vador del  mundo:  el  cual  sea  juntamente  hijo  tuyo,  y  Hijo  de 
Dios.  ^Parécete  que  es  buena  paga  ésta?  Esta  es  paga  digna  de 
Dios:  porque  Dios  en  todas  las  cosas  ha  de  ser  Dios:  Dios  en 
pagar,  y  Dios  en  castigar,  y  Dios  en  todo  lo  demás. 

Púsose  David  una  noche  á  pensar  cómo  él  tenia  casa,  y  el 
arca  de  Dios  no  la  tenía:  y  trató  en  su  pensamiento  de  edificarle 
una  casa  (2).  Otro  día  por  la  mañana  envióle  Dios  un  Profeta 
que  le  dijese:  Porque  trataste  en  tu  corazón  de  edificarme  una 
casa,  yo  te  juro  de  edificar  para  ti  y  para  tus  descendientes  una 
casa  eterna  y  un  reino  perpetuo,  de  quien  nunca  jamás  apartaré 
mi  misericordia.  Así  lo  dijo,  y  así  lo  cumplió:  porque  hasta  que 
vino  Cristo,  reinaron  hombres  de  la  familia  de  Da\id  en  la  casa 
de  Israel;  y  luego  nasció  Cristo,  hijo  de  David,  que  en  siglos  de 
los  siglos  reinará  en  ella.  Pues  si  no  es  otra  cosa  la  gloria  del 
Paraíso  sino  una  gratificación  y  paga  universal  de  los  servicios 
de  todos  los  sanctos,  y  tan  largo  es  este  Señor  en  esta  parte, 
(jqué  tal  podremos  por  aquí  conjecturar  que  será  esta  gloria?  Aquí 
hay  mucho  que  pensar  y  que  ahondar. 

IV.  Hay  también  otra  conjectura  para  esto,  que  es  conside- 
rar cuan  grande  sea  el  precio  que  Dios  pide  por  esta  gloria, 
siendo  Él  tan  liberal  y  tan  magnífico  como  es.  Pues  para  darnos 
esta  gloria  no  se  contentó  con  otro  menor  precio,  después  del 


(I)     Gen.  XXII.     (2)  II  Reg.  VII. 


LIBRO  I.  CAPllÜLÜ  rXN  ^f 


pecado,  que  la  sangre  y  muerte  de  su  Unigénito  Hijo.  De  ma- 
nera que  por  la  muerte  de  Dios  se  da  al  hombre  vida  de  Dios, 
por  las  tristezas  de  Dios  se  le  da  alegría  de  Dios,  y  porque  es- 
tuvo Dios  en  la  cruz  entre  dos  ladrones,  se  da  al  hombre  que 
esté  entre  los  coros  de  los  ángeles.  Pues  dime  agora  (si  se  puede 
decir)  ^cuál  es  aquel  bien  que  para  que  se  te  diese,  fué  menes- 
ter que  sudase  Dios  gotas  de  sangre,  y  que  fuese  preso,  azota- 
do, escupido,  abofeteado  y  puesto  en  cruz?  jQué  es  lo  que  ten- 
drá Dios  aparejado  (siendo  como  es  tan  magnífico)  para  dar  por 
este  precio  ?  Quien  supiese  ahondar  en  este  abismo,  más  enten- 
dería por  aquí  la  grandeza  de  la  gloria,  que  por  todos  los  otros 
medios  que  se  pueden  imaginar. 

Y  demás  desto  nos  pide  este  Señor,  como  por  añadedura,  lo 
último  que  se  puede  á  un  hombre  pedir,  esto  es,  que  tomemos 
nuestra  cruz  á  cuestas  (i),  y  que  saquemos  el  ojo  derecho  si  nos 
escandalizare  (2),  y  que  no  tengamos  ley  con  padre  ni  madre,  ni 
con  otra  cosa  criada,  cuando  se  encontrare  con  lo  que  manda  Dios. 

Y  sobre  todo  esto  que  por  nuestra  parte  hacemos,  dice  aquel  so- 
berano Señor  que  nos  da  la  gloria  de  gracia.  Y  así  dice  por 
Sant  Juan  (3):  Yo  soy  principio  y  fin  de  todas  las  cosas:  Yo 
daré  al  que  tuviere  sed,  á  beber  agua  de  vida  de  balde.  Pues 
dime  agora:  ¿qué  tal  bien  será  aquel  por  quien  tanto  nos  pide 
Dios:  y  después  de  todo  esto  dado,  dice  que  nos  lo  da  de  balde? 

Y  digo  de  balde,  mirando  lo  que  nuestras  obras  por  sí  valen,  no 
por  el  valor  que  por  parte  de  la  gracia  tienen.  Pues  dime:  si  este 
Señor  es  tan  largo  en  hacer  mercedes;  si  su  divána  magnificen- 
cia concedió  en  esta  vida  á  todos  los  hombres  tantas  diferencias 
de  cosas;  si  á  todos  indiferentemente  sirven  las  criaturas  del  cie- 
lo y  de  la  tierra,  y  de  los  justos  y  injustos  es  común  la  pose- 
sión deste  mundo,  ¿qué  bienes  tendrá  guardados  para  solos  los 

■justos?  Quien  tan  graciosamente  dio  tan  grandes  tesoros  sin  de- 
berlos, ¿qué  dará  á  quien  los  tuviere  debidos?  Quien  tan  liberal 
es  en  hacer  mercedes  ¿cuánto  más  lo  será  en  pagar  servicios? 
Si  tan  inestimable  es  la  largueza  del  que  da,  ¿cuánta  será  la  mag- 
nificencia del  que  restituye?  Sin  duda  no  se  puede  con  palabras 
declarar  la  gloria  que  dará  á  los  agradescidos,  pues  tales  cosas 
dio  aun  á  los  ingratos. 


(i)     Matth.  X.     (2)  Matth.V.      (3)  Apoc.  XXII. 


B8  GUÍA  DE  PECADORES 


§.n. 


También  declara  algo  desta  gloria  el  sitio  y  alteza  del  lugar 
deputado  para  ella,  que  es  el  cielo  impíreo:  el  cual,  así  como  es 
el  mayor  de  todos  los  cielos,  así  es  el  más  noble  y  más  hermo- 
so y  de  mayor  dignidad.  Llámase  en  la  Escriptura  tierra  de  los 
que  viven  (i):  por  donde  entenderás  que  ésta  en  que  aquí  mo- 
ramos, es  tierra  de  los  que  m.ueren.  Pues  si  en  esta  tierra  de 
muertos  hay  cosas  tan  excelentes  y  tan  vistosas,  ¿que  habrá  en 
aquella  tierra  de  los  que  para  siempre  viven?  Tiende  los  ojos 
por  todo  este  mundo  visible,  y  mira  cuántas  y  cuan  hermosas 
cosas  hay  en  él.  ¡  Cuánta  es  la  grandeza  de  los  cielos,  cuánta  la 
claridad  y  resplandor  del  sol,  3'  de  la  luna,  y  de  las  estrellas! 
¡  Cuánta  la  hermosura  de  la  tierra,  de  los  árboles,  de  las  aves  y 
de  todos  los  otros  animales !  ¡  Qué  es  ver  la  llanura  de  los  cam- 
pos, la  altura  de  los  montes,  la  verdura  de  los  valles,  la  frescura 
de  las  fuentes,  la  gracia  de  los  ríos  repartidos  como  venas  por 
todo  el  cuerpo  de  la  tierra,  y  sobre  todo  la  anchura  de  los  mares 
poblados  de  tantas  diversidades  y  maravillas  de  cosas!  <|Qué 
son  los  estanques  y  lagunas  de  aguas  claras,  sino  unos  como 
ojos  de  la  tierra,  ó  como  espejos  del  cielo?  ¿Qué  son  los  prados 
verdes  entretejidos  de  rosas  y  flores,  sino  como  un  cielo  estre- 
llado en  una  noche  serena?  ¿Qué  diré  de  las  venas  de  oro  y 
plata,  y  de  otros  tan  ricos  y  tan  preciosos  metales?  <;Qué  de  los  ru- 
bíes, y  esmeraldas,  y  diamantes,  y  otras  piedras  preciosas,  que  pa- 
recen competir  con  las  mismas  estrellas  en  claridad  y  hermosura? 
¿Qué  de  las  pinturas  y  colores  de  las  aves,  de  los  animales,  de  las 
flores  y  de  otras  cosas  infinitas  ?  Juntóse  con  la  gracia  de  la  natu- 
raleza también  la  del  arte,  y  doblóse  la  hermosura  de  las  cosas. 
De  aquí  nacieron  las  vajillas  de  oro  resplandecientes,  los  debujos 
perfectos  3^  acabados,  los  jardines  bien  ordenados,  los  edificios 
de  los  templos  3'  de  los  palacios  reales,  vestidos  de  oro  3^  már- 
mol, con  otras  cosas  innumerables.  Pues  si  en  este  elemento  que 
es  el  más  bajo  de  todos  (según  dijimos)  y  tierra  de  los  que  mue- 


(1;     Psalm.   XXVI. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   i:^,  ^9 


ren,  hay  tantas  cosas  que  deleitan,  ^qué  habrá  en  aquel  supremo 
lugar,  que  cuanto  está  más  alto  que  todos  los  cielos  y  elemen- 
tos, tanto  es  más  noble,  más  rico  y  más  hermoso?  Especialmente 
si  consideramos  que  estas  cosas  del  cielo  que  se  descubren  á 
nuestros  ojos  (como  son  las  estrellas,  el  sol  y  la  luna)  sobrepujan 
en  claridad,  virtud,  hermosura  y  perpetuidad  á  todas  las  cosas 
de  acá  con  tan  grandes  ventajas:  (¡pues  qué  será  lo  que  desotra 
banda  está  descubierto  á  los  ojos  inm^ortales?  Apenas  se  puede 
esto  bastantemente  conjecturar. 

VI.     Sabemos  también  que  tres  maneras  de  lugares  convie- 
nen   al   hombre   en   tres  diferencias   de  tiempos  que  tiene  de 
vida.  El  primero  es  el  vientre  de  su  madre  después  de  conce- 
bido: el  segundo  es  este  mundo  después  de  nascido:  el  tercero 
es  el  cielo  después  de  muerto,  si  hobiere  bien  vivido.  Entre  es- 
tos tres  lugares  hay  esta  orden  y  proporción:  que  la  ventaja  que 
hace  el  segundo  al  primero,  ésa  hace  el  tercero  al  segundo,  así 
en  la  duración  como  en  la  grandeza  y  hermosura  y  en  todo  lo 
demás.  Y  en  la  duración  está  claro;  porque  la  duración  de  la  vida 
del  primero  es  de  nueve  meses:  la  del  segundo  á  veces  pasa  de 
cien  años:  mas  la  del  tercero  dura  para  siempre.  ítem  la  gran- 
deza del  primero   es  del  tamaño  del  vientre   de  una  mujer:  la 
del  segundo  es  todo  este  mundo  visible:  mas  la  del  tercero  se- 
gún esta  proporción  es  tanto   mayor  que  la  del  segundo,  cuan- 
to la   del  segundo  es  mayor  que    la    del  primero.  Y   la  ventaja 
que  en  esto  le  hace,  esa  misma  le  hace  en  la  riqueza,  en  la  her- 
mosura y  en  todo  lo  demás.  Pues  si  este   mundo   es  tan  grande 
y  tan  hernioso  (como  habernos  dicho)  y  estotro  le  excede  con 
tan  grandes  ventajas  (como  agora  decimos)  ¿qué  tanta  podremos 
por  aquí  entender  que  será  la  grandeza  y  hermosura  del? 

VIL  También  nos  declara  esto  la  diferencia  de  los  morado- 
res destos  dos  lugaass;  porque  la  forma  y  excelencia  de  los  edi- 
ficios ha  de  ser  conforme  á  la  condición  de  los  moradores  dellos. 
Ésta  es  pues  (como  decíamos)  tierra  de  los  que  mueren,  aquélla 
de  los  que  viven;  ésta  de  pecadores,  aquélla  de  justos;  ésta  de 
hombres,  aquélla  de  ángeles;  ésta  de  penitentes,  aquella  de  per- 
donados; ésta  de  los  que  pelean,  aquélla  de  los  que  triunfan;  fi- 
nalmente, ésta  de  amigos  y  enemigos,  aquélla  de  solos  amigos 
y  escogidos.  Pues  siendo  tan  diferentes  los  moradores  destos  dos 
lugares,  ¿qué  tanto  lo  serán  los  mismos  lugares,  pues  todos  los 


ip  CÜÍA   DE  PKCADOKES 


lugares  crió  Dios  conforme  á  los  moradores  dellos?  Verdade- 
ramente gloriosas  cosas  nos  han  dicho  de  ti,  ciudad  de  Dios  (i). 
Grande  eres  en  tu  anchura,  hermosísima  en  la  hechura,  preciosí- 
sima en  la  materia,  nobilísima  en  la  compañía,  suavísima  en  los 
ejercicios,  riquísima  en  todos  los  bienes,  y  libre  y  exempta  de  to- 
dos los  males.  En  todo  eres  grande,  porque  es  grandísimo  el  que 
te  hizo,  y  altísimo  el  fin  para  que  te  hizo,  y  nobilísimos  aquellos 
bienaventurados  moradores  para  quien  te  hizo. 

§.  III. 

Todo  esto  pertenece  á  la  gloria  accidental  de  los  sanctos. 
Mas  hay  aun  otra  gloria  sin  comparación  mayor,  que  es  la  que 
llaman  esencial:  la  cual  consiste  en  la  visión  y  posesión  del  mis- 
mo Dios,  de  la  cual  dice  Sant  Augustín:  El  premio  de  la  virtud 
será  el  mismo  que  dio  la  virtud,  el  cual  se  verá  sin  fin,  y  se  ama- 
rá sin  hastío,  y  se  alabará  sin  cansancio.  De  manera  que  este  ga- 
lardón es  el  mayor  que  puede  ser;  porque  ni  es  cielo,  ni  tierra, 
ni  mar,  ni  otra  alguna  criatura,  sino  el  mismo  Criador  y  Señor 
de  todo:  el  cual,  aunque  sea  uno  y  simplicísimo  bien,  en  El  está 
la  suma  de  todos  los  bienes. 

Para  cuyo  entendimiento  es  de  saber  que  una  de  las  gran- 
des maravillas  que  ha}^  en  aquella  divina  substancia,  es  que  con 
ser  una  y  simplicísima,  encierra  en  sí  con  infinita  eminencia  las 
perfecciones  de  todas  las  cosas  criadas.  Porque  como  El  sea  el 
hacedor  y  criador  dellas,  y  el  que  las  gobierna  y  encamina  á  sus 
últimos  fines  y  perfecciones,  no  puede  E)  carecer  de  lo  que 
da,  ni  estar  falto  en  sí  de  lo  que  parte  con  los  otros.  De  donde 
nasce  que  todos  aquellos  bienaventurados  espíritus  en  El  solo 
gozarán  y  verán  todas  las  cosas,  cada  uno  según  la  parte  que 
le  cupiere  de  gloria.  Porque  así  como  agora  las  criaturas  son  es- 
pejo en  que  en  alguna  manera  se  ve  la  hermosura  de  Dios,  así 
entonces  Dios  será  espejo  en  que  se  v^ea  la  de  las  criaturas;  y 
esto  muy  más  perfectamente  que  si  se  v^iesen  en  sí  mismas.  De 
manera  que  allí  será  Dios  bien  universal  de  todos  los  sanctos,  y 
perfecta  felicidad  y  cumplimiento  de  todos  sus  deseos.  Allí  será 
espejo  á  nuestros  ojos,  música  á  nuestros  oídos,  miel  á  nuestro 


(I)     Psalm.  LXXXIIl. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  IX.  91 


gusto,  y  bálsamo  suavísimo  al  sentido  del  oler.  Allí  veremos  la 
variedad  y  hermosura  de  los  tiempos,  la  frescura  del  verano,  la 
claridad  del  estío,  la  abundancia  del  otoño,  y  el  descanso  y  re- 
poso del  invierno;  y  allí  finalmente  estará  todo  lo  que  á  todos 
estos  sentidos  y  potencias  de  nuestra  ánima  puede  alegrar.  Allí 
(como  dice  S.  Bernardo)  será  Dios  plenitud  de  luz  á  nuestro  en- 
tendimiento, muchedumbre  de  paz  á  nuestra  voluntad,  y  conti- 
nuación de  eternidad  á  nuestra  memoria.  Allí  parecerá  igno- 
rancia la  sabiduría  de  Salomón,  y  fealdad  la  hermosura  de  Ab- 
solón,  y  flaqueza  la  fortaleza  de  Sansón,  y  mortalidad  la  vida 
de  los  primeros  hombres  del  mundo,  y  pobreza  la  riqueza  de  to- 
dos los  reyes  de  la  tierra. 

Pues,  oh  hombre  miserable,  si  esto  es  así  (como  de  verdad 
lo  es)  ¿en  qué  te  andas  por  la  tierra  de  Egipto  (i)  buscando  pa- 
jas, y  bebiendo  en  todos  los  charquillos  de  agua  turbial,  dejando 
aquella  vena  de  felicidad  y  fuente  de  aguas  vivas?  ¿Porqué  an- 
das mendigando  y  buscando  á  pedazos  lo  que  hallarás  recogido 
y  aventajado  en  este  todo?  Si  deleites  deseas,  levanta  tu  cora- 
zón, y  considera  cuan  deleitable  será  aquel  bien  que  contiene  en 
sí  los  deleites  de  todos  los  bienes.  Si  te  agrada  esta  vida  cria- 
da, ¿cuánto  más  aquella  que  todo  lo  crió?  Si  te  agrada  la  salud 
hecha,  ¿cuánto  más  aquella  que  todo  lo  hizo?  Si  es  dulce  el 
conocimiento  de  las  criaturas,  ¿cuánto  más  el  del  mismo  Cria- 
dor? Si  te  deleita  la  hermosura,  El  es  de  cuya  hermosura  el 
sol  y  la  luna  se  maraxillan.  Si  el  linaje  y  la  nobleza,  Él  es  el 
primer  origen  y  solar  de  toda  nobleza.  Si  larga  vida  y  sani- 
dad, allí  hay  sanidad  y  longura  de  días.  Si  hartura  y  abundan- 
cia, allí  está  la  suma  de  todos  los  bienes.  Si  música  y  melodía, 
allí  cantan  los  ángeles,  y  suenan  dulcemente  los  órganos  de  los 
sanctos  en  la  ciudad  de  Dios.  Si  te  deleitan  las  amistades  y  la 
buena  compañía,  allí  está  la  de  todos  los  escogidos,  hechos  una 
ánima  y  un  corazón.  Si  honras  y  riquezas,  gloria  y  riquezas  hay 
en.  la  casa  del  Señor.  Finalmente,  si  deseas  carecer  de  todo  gé- 
nero de  trabajos  y  penas,  allí  es  donde  está  la  Hbertad  y  exemp- 
ción  de  todas  ellas.  Al  octavo  día  mandó  Dios  celebrar  el  sa- 
cramento de  la  Circuncisión  en  la  vieja  Ley  (2):  para  dar  a  en- 
tender que  al  octavo  día  de  la  resurrección  general  (que  sucederá 


(i)     Exod.  V;  Jerem.  II.     (2)  Gen.  XVII,  Lev.  XII. 


^2  ■  CUÍA  DE  PECADORES 


á  la  semana  desta  vida)  circuncidará  Dios  todos  los  trabajos  y  pe- 
nas de  aquellos  que  por  su  amor  hubieren  circuncidado  todas 
sus  demasías  y  culpas.  Pues  ¿qué  cosa  más  bienaventurada  que 
una  tal  manera  de  vida,  tan  libre  de  todo  género  de  miserias: 
donde  (como  dice  Sant  Augustín)  no  habrá  jamiás  temor  de  po- 
breza, no  flaqueza  de  enfermedades;  donde  ninguno  se  aira,  nin- 
guno tiene  envidia  de  otro,  ninguna  necesidad  de  comer  ni  de 
beber,  ninguna  ambición  de  honras  ni  de  poderes  mundanos, 
ningunas  asechanzas  del  demonio,  ningún  temor  de  penas  de 
infierno,  muerte,  ni  de  cuerpo  ni  de  ánima,  sino  vida  siempre 
alegre  con  gracia  de  inmortalidad?  No  habrá  allí  jamás  discordia, 
porque  todas  las  cosas  están  en  suma  paz  y  concordia. 

A  todo  esto  se  añade  el  vivir  en  compañía  de  los  ángeles, 
y  gozar  de  la  vista  de  todos  aquellos  soberanos  espíritus,  y  ver 
los  ejércitos  de  los  sanctos,  más  claros  que  las  estrellas  del  cie- 
lo, resplandeciendo  con  la  sanctidad  y  obediencia  de  los  pa- 
triarcas, con  la  esperanza  de  los  profetas,  con  las  coronas  colo- 
radas de  los  mártires,  y  con  las  guirnaldas  blancas  y  floridas  de 
las  vírgines.  Mas  del  Rey  soberano  que  en  medio  dellos  reside, 
¿qué  lengua  podrá  hablar?  Ciertamente  si  nos  fuese  necesario 
padecer  cada  día  tormentos,  y  sufrir  por  algún  tiempo  las 
mismas  penas  del  infierno  por  ver  á  este  Señor  en  su  gloria,  y 
gozar  de  la  compañía  de  sus  escogidos,  ¿no  sería  bien  empleado 
pasar  todo  esto  por  gozar  de  tanto  bien?  Hasta  aquí  son  pala- 
bras de  S.  Augustín. 

Pues  si  tan  grande  y  tan  universal  es  este  bien,  ¿  cuál  será  la 
felicidad  y  gloria  de  aquellos  bienaventurados  ojos  que  en  él  se 
apascentarán?  ¿Qué  será  ver  la  hermosura  de  aquella  ciudad,  la 
gloria  de  aquellos  ciudadanos,  la  cara  del  Criador,  la  gracia 
de  aquellos  edificios,  la  riqueza  de  aquellos  palacios  y  el  ale- 
gría común  de  aquella  patria?  ¿Qué  será  ver  las  órdenes  de  aque- 
llos bienaventurados  espíritus,  y  la  autoridad  de  aquel  sacro  se- 
nado, y  la  majestad  de  aquellos  nobles  ancianos  que  vio  S.  Juan 
asentados  en  sus  tronos  (i)  en  presencia  de  Dios?  ¿Qué  será  oír 
aquellas  voces  angélicas,  y  aquellos  cantores  y  cantoras,  y  aque- 
lla música  tan  acordada,  no  de  cuatro  voces,  como  la  de  acá, 
sino  de  tantas  diferencias  de  voces,  cuanto  es  el  número  de  los 

(i)     Apoc.  IV, 


LÍERO   r.   CAPÍTULO   IX.  g% 


escogidos?  ,jQué  alegría  será  oírles  cantar  aquella  suavísima  can- 
ción que  les  oyó  S.  Juan  en  el  Apocalipsi,  cuando  decían  (i):  Ben- 
dición, y  claridad,  y  sabiduría,  y  hacimiento  de  gracias,  honra,  y 
virtud,  y  fortaleza  sea  á  nuestro  Dios  en  los  siglos  de  los  siglos 
Amén  ?  Y  si  es  tan  deleitable  cosa  oír  esta  consonancia  y  har- 
monía de  voces,  ¿cuánto  más  lo  será  ver  la  concordia  de  los  cuer- 
pos y  ánimas  tan  conformes?  Y  ¿cuánto  más  la  de  los  hombres 
y  ángeles?  Y  ¿cuánto  más  la  de  los  hombres  y  Dios?  Y  sobre 
todo  esto,  ¿qué  será  ver  aquellos  campos  de  hermosura,  aque- 
llas fuentes  de  vida,  aquellos  pastos  abundosos  sobre  los  mon- 
tes de  Israel?  ¿Qué  será  asentarse  á  aquella  mesa,  y  tener  silla 
entre  tales  convidados,  y  meter  la  mano  con  Dios  en  un  plato, 
que  es  gozar  de  su  misma  gloria?  Allí  descansarán,  y  gozarán,  y 
cantarán,  y  alabarán:  y  entrando,  y  saliendo  hallarán  pastos  de 
inestimable  suavidad.  Pues  si  tales  y  tan  grandes  bienes  prome- 
te nuestra  santa  fe  católica  en  premio  de  la  virtud,  ¿cuál  es  el 
ciego  y  desatinado  que  no  se  mueve  á  ella  con  la  esperanza  de 
tan  grande  galardón? 


(i)    Apoc.  VII. 


DEL  DÉCIMO  TÍTULO   POR  EL  CUAL   ESTAMOS  OBLIGADOS  Á   LA  VIRTUD,   QUE   ES  LA 
CUARTA. POSTRIMERÍA   DEL  HOMBRE,   DONDE   SE  TRATA    DE    LAS    PENAS    DEL 

INFIERNO. 

CAPÍTULO  X. 


y>f§|)' ASTABA  la  menor  parte  deste  galardón  para  mover 
nuestros  corazones  al  amor  de  la  virtud,  por  la  cual 
tanto  bien  se  alcanza.  Pues  ¿qué  será,  si  con  la  gran- 
deza desta  gloria  juntamos  también  la  grandeza  de  la  pena  que 
está  á  los  malos  aparejada?  Porque  no  se  puede  aquí  el  malo 
consolar  diciendo:  si  fuere  malo,  todo  lo  hace  no  ir  á  gozar  de 
Dios:  y  en  lo  demás  ni  tendré  pena  ni  gloria.  No  es  así:  sino 
que  forzadamente  nos  ha  de  caber  una  destas  dos  suertes  tan 
desiguales:  porque  ó  habemos  de  reinar  para  siempre  con  Dios, 
ó  arder  para  siempre  con  los  demonios:  ca  no  se  da  medio  en- 
tre estos  dos  extremos,  sino  es  el  limbo,  ó  el  purgatorio.  Éstas 
son  en  figura  aquellas  dos  canastas  que  mostró  Dios  al  profeta 
Hieremías  ante  las  puertas  del  templo  en  una  visión  (i):  la  una 
llena  de  higos  buenos,  en  gran  manera  buenos,  3^  la  otra  de 
higos  malos,  y  tan  malos,  que  no  se  podían  comer.  En  lo  cual 
quiso  significar  Dios  al  Profeta  dos  maneras  de  personas,  unas 
con  quien  había  de  usar  de  misericordia,  y  otras  con  quien  ha- 
bía de  usar  de  justicia;  y  la  suerte  de  los  unos  era  tan  buena, 
que  no  podía  ser  mejor,  y  la  de  los  otros  tan  mala,  que  no  po- 
día ser  peor;  pues  la  suerte  de  los  buenos  es  ver  á  Dios,  que 
es  el  mayor  bien  de  los  bienes,  y  la  de  los  malos  carecer  eter- 
nalmente  de  Dios,  que  es  el  mayor  mal  de  los  males. 

Esto  debían  considerar  los  que  se  atreven  á  cometer  un  pe- 
cado mortal,  para  ver  la  carga  que  toman  sobre  sí.  Los  hombres 
que  viven  de  llevar  y  traer  cargas  á  cuestas,  cuando  son  alqui- 
lados para  llevar  alguna,  primero  la  miran  muy  bien,  y  prueban 


(i)    Jerem.  XXIV. 


LtBRO   i.   CAPÍTLl-O   X.  95 


á  levantarla,  para  ver  si  podrán  con  ella.  Pues  tú,  miserable,  que 
estás  cebado  en  la  golosina  del  pecado,  y  que  por  ese  precio  te 
obligas  á  llevar  sobre  tí  la  carga  del,  mira,  ruégote,  primero  lo 
que  esa  carga  pesa  (que  es  la  pena  que  por  él  se  da)  para  ver 
si  tienes  hombros  en  que  llevarla.  Y  porque  mejor  puedas  hacer 
esto,  quiero  ponerte  aquí  algunas  consideraciones,  por  las  cuales 
podrás  entender  algo  de  la  grandeza  desta  pena:  para  que  más 
claro  veas  la  grandeza  de  la  carga  que  sobre  ti  tomas  cuando 
pecas.  Y  aunque  desta  materia  tratamos  en  otros  lugares,  pero 
aquí  la  trataremos  por  otros  medios  diferentes  (que  es  por  al- 
gunas razones  y  consideraciones  que  esto  nos  declaren)  porque 
ella  es  tan  copiosa,  que  da  motivo  para  todo  esto,  y  mucho 
más, 

I.  Entre  las  cuales  la  primera  es  considerar  la  inmensidad  y 
grandeza  de  Dios,  que  ha  de  castigar  el  pecado:  el  cual  en  to- 
das sus  obras  es  Dios:  quiero  decir,  en  todas  grande  y  admi- 
rable, no  sólo  en  la  mar,  y  en  la  tierra,  y  en  el  cielo,  sino  tam- 
bién en  el  infierno  y  en  todo  lo  al.  Pues  si  este  Señor  en  todas 
sus  obras  es  Dios,  y  parece  Dios,  no  menos  lo  parecerá  en  la  ira, 
y  en  la  justicia,  y  en-  el  castigo  del  pecado.  Por  esta  considera- 
ción dijo  el  mismo  Señor  por  Hieremias  (i):  ¿A  Mí  no  te- 
meréis, y  de  Mí  no  temblaréis?  Pues  Yo  soy  el  que  puse  las 
arenas  por  término  de  la  mar  con  tan  fijo  y  perpetuo  manda- 
miento, que  nunca  más  lo  traspasará.  Y  aunque  se  embra- 
vezcan sus  olas,  y  se  levanten  hasta  el  cielo,  no  serán  podero- 
sas para  pasar  la  raya  que  Yo  les  tengo  señalada.  Como  si  más 
claramente  dijera:  (jNo  será  razón  que  temáis  el  brazo  de  un 
Dios  tan  poderoso,  cuanto  declara  la  grandeza  desta  obra,  el 
cual  así  como  es  grande  y  admirable  en  todas  sus  obras,  así  tam- 
bién lo  será  en  sus  castigos:  y  que  así  como  por  lo  uno  es  dignísimo 
de  ser  engrandecido  y  adorado,  así  por  lo  otro  merece  ser  te- 
mido y  reverenciado?  Pues  por  esto  temía  y  temblaba  este  mis- 
mo Profeta  (aunque  era  inocente  y  sanctificado  en  el  vientre  de 
su  madre)  cuando  decía  (2):  ¿Quién  no  temblará  de  Ti,  Rey  de 
las  gentes?  Porque  tuya,  Señor,  es  la  gloria.  Y  en  otro  lugar  (i): 
Estaba  yo  (dice  él)  solo  y  apartado  de  la  compañía  de  los  hom- 
bres, por  estar,  Señor,  mi  corazón  lleno  de  temor  de  vuestras 


^i)    Jerem,  V.    (2)  Jerem.  X.    (3)  Ibid.  JíV, 


g6  GUÍA   DE   PECADORES 


amenazas.  Y  aunque  sabía  muy  bien  este  Profeta  que  las  ame- 
nazas no  eran  contra  él,  todavía   ellas  eran   tales  que   le  hacían 
temblar.  Y  por  esta  causa  se   dice   con  razón  que  tiemblan  las 
estrellas  y  las  columnas  del  cielo  ante  la  majestad  de  Dios,  y  que 
tremen  otrosí  delante  del  aquellos  grandes  principados  y  poderes 
soberanos:  no  porque  no  están  seguros  de  su  gloria,  sino  porque 
les  pone  espanto  y  admiración  la  grandeza  de  la  majestad  divina. 
Pues  si  éstos  no  carecen  de  temor,  ¿  qué  deben  hacer  los  culpa- 
dos, los  menospreciadores  de  Dios,  pues  éstos  son  sobre  quien  Él 
ha  de  descargar  el  torbellino  de  su  ira?  Esta  es,  pues,  una  de  las 
principales  causas  que  hay  para  temer  la  grandeza  deste  casti- 
go, como  claramente  nos  lo  enseña  S.  Juan  en  su  Apocalipsi, 
donde  (hablando  de  los  castigos  y  azotes  de  Dios)  dice  así  (i):  En 
un  día  vendrán  sobre  Babilonia  todas  sus  plagas:  muerte,  llanto, 
hambre,  y  fuego:  porque  fuerte  es  Dios  que  la  ha  de  juzgar.  Y 
porque  conoscía  muy  bien  el  Apóstol  la  fortaleza  deste  Señor, 
dijo  (2)  que  era  cosa  horrible  caer  en  las  manos  de  Dios.  No  es 
cosa  horrible  caer  en  las  manos  de  los  hombres:  porque  ni  son 
tan  poderosas,  que  nadie  se  puede  escapar  dellas,  ni  tan  fuertes, 
que  basten  para  echar  una  ánima  en  el  infierno.  Por  donde  decía 
el  Salvador  á  sus  discípulos  (3):  No  queráis  temer  aquellos  que 
no  pueden  hacer  más  que  matar   el   cuerpo,  y  después  no  les 
queda  que  hacer.  Quiéroos  Yo  mostrar  á  quien  hayáis  de  temer. 
Temed  á  Aquél  que  después  de  muerto  el  cuerpo,  tiene  poder 
para  echar  el  ánima  en  el  infierno.  Este  os  digo  Yo  que  es  para 
temer.  Estas,  pues,  son  las  manos,  en  las  cuales  con  mucha  razón 
dice  el  Apóstol  que  es  horrible  cosa  caer.  Y  así  parece  que  te- 
nían bien  conoscido  á  qué  sabían  estas  manos,  aquellos  que  en  el 
Eclesiástico  decían  (4):  Si  no  hiciéremos  penitencia,  caeremos  en 
las  manos  de  Dios,  y  no  de  los  hombres.  Las  cuales  cosas  todas 
dan  bien  á  entender  que  así  como  Dios  es  grande  en  el  poder, 
y  en  la  majestad,  y  en  todas  sus  obras,  así  también  lo  será  en 
la  ira,  en  la  justicia  y  en  el  castigo  de  los  malos. 

Lo  mismo  paresce  aun  más  claro,  considerando  en  especial 
la  grandeza  de  la  divina  justicia,  cuya  obra  es  este  castigo. 
Esta  se  nos  trasluce  algún  tanto  por  sus  efectos,  que  es  por  los 
castigos  espantosos  de  Dios,  de  que  están  llenas  las  Escripturas 


(1)    Apoo.  XVIII,      (a)  Hebr.  X.     (3)  Matth.  X.     (4)  Ecclí.  II. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   X.  9; 


divinas.  ¿Qué  castigo  tan  espantoso  fué  aquel  de  Datan  y  Abi- 
rón  (i)  y  de  todos  sus  consortes,  los  cuales  tragó  la  tierra  vi- 
vos, y  sumió  en  el  profundo  de  los  infiernos,  porque  se  levan- 
taron contra  sus  perlados?  ¿Quién  jamás  oyó  tal  linaje  de  ame- 
nazas y  maldiciones  como  aquellas  que  leemos  en  el  Deuterono- 
mio  contra  los  quebrantadores  de  la  ley?  Donde  (entre  otras  te- 
rribles y  espantosas  amenazas)  dice  Dios  así  (2):  Enviaré  contra 
vosotros  ejércitos  de  enemigos,  los  cuales  cercarán  vuestras  ciu- 
dades y  os  pondrán  en  tan  grande  aprieto  y  necesidad,  que  la 
señora  delicada  que  no  se  podía  tener  en  los  pies  por  su  grande 
delicadeza  y  ternura,  cuando  pariere,  vendrá  á  comer  las  pares, 
y  la  sangre,  y  las  heces  en  que  salió  envuelta  la  criatura,  y  esto 
á  escondidas  de  su  marido,  por  no  darle  parte  dellas:  tan  grande 
será  la  hambre  que  padescerá.  Espantosos  castigos  son  estos. 
Mas  así  estos,  como  todos  los  que  se  ejecutaron  en  esta  vida,  no 
son  más  que  una  pequeña  sombra  y  figura  de  los  que  están 
guardados  para  la  otra,  que  es  el  tiempo  en  que  ha  de  resplan- 
decer la  divina  justicia  en  aquellos  que  aquí  despreciaron  su 
misericordia.  Pues  si  tal  y  tan  temerosa  es  la  sombra,  ¿cuál  será 
la  misma  verdad?  Y  si  agora  cuando  la  justicia  anda  tan  tem- 
plada con  la  misericordia,  y  el  cáliz  de  la  ira  del  Señor  se  da  tan 
aguado,  es  tan  desabrido,  ¿qué  hará  cuando  se  dé  puro,  y  cuan- 
do se  haga  juicio  sin  misericordia  con  los  que  no  hubieren  usa- 
do de  misericordia,  aunque  sea  siempre  menor  el  castigo  de  lo 
que  meresce  el  pecado  ? 

III.  Alas  no  sólo  la  grandeza  de  la  justicia,  sino  también  la 
de  la  misma  misericordia  (con  quien  tanto  se  favorecen  los  ma- 
los) nos  da  á  entender  la  grandeza  deste  castigo.  Porque  ¿qué 
cosa  de  mayor  espanto  que  ver  á  Dios  vestido  de  carne  padecer 
en  ella  todos  los  tormentos  y  deshonras  que  padesció,  hasta  aca- 
bar la  vida  en  un  madero?  ¿Qué  mayor  misericordia  que  des- 
cender Él  á  tomar  sobre  sí  todas  las  deudas  del  mundo,  para 
descargar  dellas  al  mundo,  y  derramar  su  sangre  por  aquellos 
mismos  que  la  derramaban?  Pues  así  como  son  espantables  las 
obras  de  la  divina  misericordia,  así  también  lo  han  de  ser  las  de 
su  justicia,  porque  como  en  Dios  no  haya  cosa  mayor  ni  menor 
(pues  todo  lo  que  hay  en  Dios,  es  Dios)  cuan  grande  es  su  mi* 


(i)    Num.  XVI.     (2)  Deut.  XXVIII. 

OBRAS  DE  6RANA0A  I->.| 


98  ;'     GUÍA  DE  PECADORES 


sericordia,  tan  grande  es  necesario  que  sea  su  justicia,  cuanto  es 
de  parte  della.  Por  donde  así  como  por  la  cuantidad  de  un  brazo 
sacamos  la  del  otro,  así  por  la  grandeza  del  brazo  de  la  mise- 
ricordia se  conosce  la  del  brazo  de  la  justicia;  pues  ambos  son 
.  de  una  misma  manera.  Pues  ruégote  agora  me  digas:  si  en  el 
tiempo  que  Dios  quiso  mostrar  al  mundo  la  grandeza  de  su  mi- 
sericordia, hizo  cosas  tan  admirables  y  tan  increíbles  al  mundo, 
que  el  mismo  mundo  las  vino  á  tener  por  locura:  cuando  se  lle- 
gare el  tiempo  de  la  segunda  venida,  diputado  para  declarar  la 
grandeza  de  su  justicia,  ^qué  te  paresce  que  hará,  mayormente 
habiendo  tantas  causas  para  usar  de  justicia  cuantas  son  las  mal- 
dades del  mundo  ?  Porque  la  misericordia  no  tuvo  quien  de  fue- 
ra así  la  ayudase,  pues  no  había  de  parte  de  nuestra  humanidad 
cosa  que  la  meresciese:  mas  la  justicia  tendrá  tantas  ayudas  y 
estímulos  para  declararse  cuantos  pecados  ha  habido  en  el  mun- 
do: para  que  por  aquí  puedas  conjecturar  qué  tan  espantable  se- 
rá. Esto  declara  muy  bien  Sant  Bernardo  en  un  sermón  del  ad- 
viento por  estas  palabras:   Así  como  en  la  primera  venida  se 
mostró  el  Señor  muy  fácil  para   perdonar,  así   en  la   segunda 
será  muy  riguroso  en  castigar.  Y  como  agora  ninguno  hay  que 
no  se  pueda  reconciliar  con  El,  así  entonces  ninguno  habrá  que 
lo  pueda  hacer.  Porque  así  como  la  benignidad  en  la  primera 
venida  se  descubrió  sobre  toda  manera,  así  será  el  rigor  de  la 
justicia  que  en  la  postrera  se  mostrará.  Ca  inmenso  es  Dios,  y 
infinito  en  la  justicia,  así  como  en  la  misericordia.  Grande  para 
perdonar,  y  grande  para  castigar:  aunque  la  misericordia  tiene  el 
primer  lugar,  si  nosotros  procuráremos  que  no  halle  la  justicia 
sobre  qué  descargue  su  rigor.  Hasta  aquí  son  palabras  de  Sant 
Bernardo,  por  las  cuales  vemos  cómo  la  misma  misericordia  de 
Dios  nos  declara  cuan  grande  será  su  justicia:  y  lo  uno  y  lo  otro 
divinamente  expHcó  el  Psalmista  cuando  dijo  (i):  Nuestro  Dios 
es  Dios,  cuyo  oficio  es  salvar  los  hombres  y  librarlos  de  las  puer- 
tas de  la  muerte;  mas  con  todo  eso.  Él  quebrantará  las  cabezas 
de  sus  enemigos,  hasta  el  postrer  pelo  de  los  que  perseveran  en 
sus  delictos.  Ves  luego  cómo  siendo  tan  blando  para  los  que  á 
El  se  convierten,  es  tan  riguroso  para  los  endurecidos  y  re- 
beldes. 


(I)     Paalm.  LJ^VU. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   X.  99 


IV.     Lo  mismo  también  nos  declara  la  paciencia  de  Dios  así 
para  con  todo  el  mundo,  como  para  con  cada  uno  de  los  malos. 
Porque  vemos  muchos  hombres  tan  desalmados,  que  dende  que 
abrieron  los  ojos  de  la  razón  hasta  los  postreros  años  de  su  vi- 
da, la  mayor  parte  della  gastaron  en  ofender  á  Dios  y  despre- 
ciar sus  mandamientos,  sin  hacer  caso  ni  de  sus  promesas,  ni  de 
sus  amenazas,  ni  de  sus  beneficios,  ni  de  sus  avisos,  ni  de  otra 
cosa  alguna.  Y  en  todo  este  tiempo  los  aguardó  aquella  suma 
bondad  y  paciencia,  sin  cortarles  el  hilo  de  la  vida  y  sin  dejar 
de  llamarlos  por  muchas  vías  á  penitencia,  sin  ver  en  ellos  emien- 
da. Pues  cuando  acabada  toda  esta  tan  larga  paciencia  suelte  Él 
contra  ellos  la  represa  de  su  ira  (que  por  tantos  años  se  ha  ido 
poco  á  poco  recogiendo  en  el  seno  de  su  justicia)  ¿con  qué  ím- 
peto,  con  qué  fuerza  vendrá  á  dar  sobre  ellos?  ¿Qué  otra  cosa 
quiso  significar  el  Apóstol  cuando  dijo  (i):  ¿No  miras,  hombre, 
que  la  benignidad  de  Dios  te  aguarda  y  te  llama  á  penitencia? 
Mas  tú,  por  tu  gran  dureza,  y  por  ese  corazón  tan  cerrado  á  pe- 
nitencia, atesoras  contra  ti  ira  para  el  día  del  justo  juicio  de  Dios, 
el  cual  dará  á  cada  uno  según  sus  obras.  Pues  ¿  qué  quiere  decir 
atesoras  ira,  sino  dar  á  entender  que  como  el  que  allega  tesoro, 
va  cada  día  añadiendo  dineros  á  dineros,  y  riquezas  á  riquezas, 
para  que  así  crezca  el  montón:  así  también  Dios  va  cada  día  y 
cada  hora  acrescentando  más  y  más  el  tesoro  de  su  ira,  así  como 
el  malo   con  sus  malas  obras  va  siempre  acrescentando  las  cau- 
sas della?  Pues  dime  agora:  si  un  hombre  se  diese  tanta  priesa 
á  juntar  tesoro,  que  no  se  pasase  día  ni  hora  que  no  acrescentase 
algo  en  él,  y  esto   por  espacio  de    cincuenta  ó   sesenta  años; 
cuando  después  de  este  tiempo  abriese  sus  arcas,  j qué  tan  gran 
tesoro  hallaría?  Pues  ¡oh  miserable  de  ti,  que  apenas  hay  día  ni 
hora  que  se  te  pase  sin  acrescentar  contra    ti  el  tesoro  desta 
ira  divina,  la  cual  crece  á  cada  hora  con  cada  uno  de  tus  peca- 
dos! Porque  aunque  no  hubiese  más  que  las  vistas  deshonestas 
de  tus  ojos,  y  los  malos  deseos  y  odios  de  tu  corazón,  y  las  pala- 
bras y  juramentos   de  tu   boca,  esto   solo  bastaba  para  hinchir 
un   mundo.    Pues    cuando    con   esto    se   juntare   todo    lo    de- 
más, ¿qué  tesoro  de  ira  tendrás  allegado  contra  ti  á  cabo  de  tan* 
tos  años? 


(i)    Rom,  II. 


íoo  guía  de  pecadores 


V.     La   ingratitud  también  de    los  malos   y    su    malicia  (si 
bien  se  mira)  da  á  entender  por  su  parte  cuan  grande  haya  de 
ser  este  castigo.  Si    no,  ponte  á  considerar   por  una  parte  la 
inmensa  benignidad  y  largueza  de  Dios  para  con  los  hombres; 
lo    que  en  este  mundo  tiene  hecho,  y  dicho,  y  padescido  por 
ellos;  los  aparejos  y  oportunidades  que  para  bien  vivir  les  ha 
dado;  lo  que  les  ha  disimulado  y  perdonado;  los  bienes  que  les 
ha  hecho;  los  males  de  que  los  ha  librado,  con  otras   muchas 
maneras   de  favores  y  beneficios  que    cada  día  les  hace.  Mira 
por  otra  parte  el  olvido  de  los  hombres  para  con  Dios,  su  in- 
gratitud,   su  rebeldía,  su   deslealtad,  sus  blasfemias,  el  menos- 
precio del  y  de  sus  mandamientos:  el  cual  es  tan  grande,  que 
no  sólo  por  cualquier  interese  que   se  les  ofrezca,  sino  muchas 
veces   de  balde    y   sin  propósito,  por  sola   maldad    y   desver- 
güenza ponen   debajo  los  pies  todo  cuanto  manda  Dios.  Pues 
quien   desta    manera   despreció   aquella   tan   grande   majestad 
como  si  fuera  un  Dios  de  palo;  quien  tantas  veces,   como   dice 
S.  Pablo  (i),  pisó  al  Hijo  de  Dios,  y  despreció  la  sangre  de   su 
testamento;    quien    tantas    veces  lo  crucificó    y    abofeteó    con 
peores  obras  que  hiciera  un  pagano,  ¿qué  puede  esperar  sino 
que  cuando  llegue  la  hora  de  la  cuenta,   se  haga  á  costa   del 
malo  tan  grande  recompensa  de  la  honra  de  Dios  cuan  grande 
fué  la  injuria  hecha  contra  Él?  Porque  pues  Dios  es  justo  juez, 
á  Él  pertenesce  hacer  igualdad  y  recompensa  suficiente  entre  el 
castigo  del  que  injurió,  con  la  deshonra  del  injuriado.   Pues  si 
Dios  es  aquí  el  injuriado,   ¿qué  entrega  se  hará  en  el  cuerpo  y 
ánima  del  condenado,  para  que  del  cuero  salgan  las  correas,  y 
de  sus  dolores  la  recompensa  de  tales  injurias.^  Y  si  fué  menes- 
ter la  sangre  del  Hijo  de  Dios  para  hacer  recompensa    de  las 
ofensas  de  Dios  (supliéndose  con  la  dignidad  de  la  persona  lo 
que   faltaba  de  rigor  á  la  pena)   ¿qué  será  donde  se  haya   de 
hacer  esta  recompensa,  no  con  la  dignidad  de  la   persona,  sino 
con  sola  la  grandeza  de  la  pena? 

VI.  Considera  otrosí  (demás  de  la  condición  del  juez) 
también  la  del  verdugo  que  ha  de  ejecutar  su  sentencia  (que 
es  el  demonio)  para  que  por  aquí  veas  lo  que  de  tales 
manos   puedes  esperar.  Y   para  entender  algo  de  la  crueldad 

^i)    Hebr.  X. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  X.  lÓf 


deste  ejecutor,  mira  cuál  paró  á  un  hombre  sobre  quien 
le  fué  dado  poder,  que  fué  el  sancto  Job  (i).  Porque  todo 
cuanto  fué  posible  hacerse  contra  una  criatura  racional,  hizo: 
sin  tener  respecto  á  ningún  género  de  blandura  ni  piedad. 
Quemóle  las  ovejas,  robóle  todos  los  otros  ganados  mayo- 
res, captivóle  los  criados,  derribóle  las  casas,  matóle  todos 
los  hijos,  cubrióle  de  pies  á  cabeza  de  cáncer  y  de  gusanos, 
sin  dejarle  otro  refrigerio  más  que  un  muladar  en  que  se 
asentase,  y  un  pedazo  de  teja  con  que  rayese  la  materia  que 
de  sus  llagas  corría:  y  sobre  todo  esto  dejóle  la  mujer,  y  los 
a  migos  (á  quien  con  mayor  crueldad  perdonó,  que  matara) 
para  que  ellos  con  sus  palabras  le  fuesen  otros  gusanos  más 
crueles,  que  llegasen  hasta  roerle  las  entrañas.  Esto  hizo  con  el 
sancto  Job.  Mas  ¿qué  hizo  con  el  Salvador  del  mundo  en  aquella 
dolorosa  noche  en  que  fué  entregado  al  poder  de  las  tinieblas? 
Esto  no  se  puede  explicar  en  pocas  palabras. 

Pues  si  este  enemigo  y  todos  sus  consortes  son  tan  fieros,  tan 
inhumanos,  tan  carniceros,  tan  amigos  de  sangre,  tan  enemigos 
del  linaje  humano,  y  tan  poderosos  para  dañar,  cuando  tú,  mi- 
serable, te  veas  en  sus  manos  para  que  ejecuten  en  ti  todas  las 
crueldades  que  quisieren  (según  la  dispensación  de  la  Divina 
justicia)  y  esto  no  por  una  noche  y  un  día,  sino  por  todos  los 
siglos  de  los  siglos,  ¿parécete  que  estarás  bien  librado  en  tales 
manos?  ¡Oh,  qué  día  tan  escuro  será  aquel,  cuando  así  te  veas 
en  poder  de  tales  lobos !  • 

Y  porque  mejor  entiendas  el  tratamiento  que  destas  manos 
puedes  esperar,  referiré  aquí  un  ejemplo  memorable  que  escribe 
S.  Gregorio  en  sus  Diálogos:  donde  cuenta  que  en  un  moneste- 
rio  suyo  acaesció  llegar  á  punto  de  muerte  un  religioso,  mance- 
bo no  menos  en  las  costumbres  que  en  los  años.  Y  como  los 
religiosos  del  monesterio  acudiesen  este  tiempo  á  ayudarle  á 
morir,  y  se  pusiesen  todos  al  derredor  de  su  cama  haciendo  ora- 
ción por  él,  comenzó  él  á  dar  voces  y  decir:  ios,  ios  de  aquí, 
padres,  ios,  y  dejad  á  este  dragón  que  me  acabe  de  tragar. 
Porque  ya  me  tiene  metida  la  cabeza  entre  sus  gargantas  en- 
cendidas, y  con  sus  escamas  (como  con  unos  dientes  de  sierra) 
me  aprieta  y  atormenta  grandemente.  los  luego  todos,  y  apar- 


(i)    Job.  1.  &  II. 


ÍOá  GUÍA  DE  PECADORES 


taos  de  aquí:  porque  por  vuestra  presencia  no  me  acaba  de 
matar,  y  así  me  atormenta  más  cruelmente.  Y  como  dijesen  los 
religiosos  que  hiciese  la  señal  de  la  cruz,  respondió  diciendo: 
¿Cómo  la  podré  hacer,  que  me  tiene  enroscados  los  pies  y  las 
manos  con  las  vueltas  de  su  cola,  y  no  soy  señor  de  mí?  En- 
tonces los  religiosos,  no  por  eso  desmayando,  comenzaron  á 
hacer  oración  por  él  con  grandes  gemidos  y  con  mayor  ins- 
tancia: con  la  cual  el  Padre  de  las  misericordias,  movido  á  su 
acostumbrada  piedad,  libró  al  enfermo  de  aquella  tan  grande 
agonía:  con  la  cual  quedó  tan  escarmentado,  que  de  ahí  en  de- 
lante ordenó  su  vida  de  tal  manera  que  no  mereciese  verse  otra 
vez  en  tal  aprieto. 

De  los  mismos  demonios  habla  aun  por  más  horribles  figuras 
S.  Juan  en  su  Apocalipsi,  diciendo  (i):  Vi  una  estrella  que  cayó 
del  cielo  en  la  tierra,  á  la  cual  fueron  dadas  las  llaves  del  pozo 
del  abismo.  Y  abriendo  la  puerta  deste  pozo,  salió  del  una 
grande  humareda,  como  las  que  suelen  salir  de  los  grandes  hornos 
de  fuego:  3^  del  humo  deste  pozo  saltaron  unas  langostas  en 
tierra,  á  las  cuales  fué  dado  poder  para  herir  como  hieren  los 
escorpiones,  y  fuéles  mandado  que  no  hiciesen  daño  en  el  feno 
de  la  tierra,  ni  en  los  árboles,  ni  en  cosa  verde,  sino  en  solos 
aquellos  que  no  tuviesen  la  señal  de  Dios  en  su  frente.  En  este 
tiempo  andarán  los  hombres  buscando  la  muerte,  y  no  la  hallarán: 
y  la  figura  destas  langostas  era  como  de  caballos  armados  para 
pelear:  y  sobre  sus  cabezas  tenían  unas  coronas  de  oro,  y  las 
caras  eran  como  caras  de  hombres,  y  los  cabellos  como  cabellos 
de  mujeres,  y  los  dientes  como  dientes  de  leones,  y  tenían  vesti- 
das unas  lorigas  como  lorigas  de  hierro,  y  el  estruendo  que  ha- 
cían con  sus  alas  era  el  de  muchos  carros  y  caballos  cuando  arre- 
meten á  pelear.  Y  tenían  las  colas  como  de  escorpiones,  y  en 
ellas  traían  sus  aguijones  para  herir.  Hasta  aquí  son  palabras  de 
S.  Juan.  Ruégote,  pues,  agora  me  digas:  ¿qué  pretendía  el  Es- 
píritu Sancto  (que  es  el  autor  desta  escriptura)  cuando  debajo 
destas  tan  horribles  figuras  nunca  oídas  nos  quiso  dar  á  enten- 
der la  grandeza  de  los  azotes  déla  divina  Justicia?  ¿Qué  pre- 
tendía sino  avisarnos  por  el  horror  espantable  destas  cosas 
cuáles   sean   las   iras  de   Dios,    cuáles  los  instrumentos  de    su 


(1)    Apoc.  IX. 


LIBRO  I.  CAPlTlTO  X.  lOJ 


justicia,  cuáles  los  castigos  de  los  malos,  cuáles  las  fuerzas  de 
nuestros  adversarios,  para  que  con  el  horror  de  tan  grandes 
cosas  temblásemos  de  ofender  á  Dios?  Porque  (jqué  estrella  es 
ésta  que  cayó  del  cielo,  á  quien  fueron  dadas  las  llaves  del 
abismo,  sino  aquel  ángel  tan  resplandesciente  que  de  allí  cayó,  á 
quien  fué  dado  el  principado  de  las  tinieblas?  Y  ^ quién  son 
aquellas  langostas  tan  fieras  y  tan  armadas,  sino  las  furias  y 
armas  de  los  otros  sus  coadjutores  y  ministros,  que  son  los  de- 
monios? (jQuién  las  plantas  verdes,  á  quien  ellos  no  pueden 
dañar,  sino  los  justos  que  florecen  con  el  humor  de  la  divina 
gracia  y  dan  fructos  de  vida  eterna?  ^  Quién  los  que  no  tienen 
sobre  sí  la  señal  de  Dios,  sino  los  que  carecen  de  su  espíritu, 
que  es  la  señal  de  sus  siervos  y  de  las  ovejas  de  su  manada? 
Pues  contra  estos  miserables  se  apareja  aquel  ejército  de  la  di- 
vina Justicia:  para  que  en  esta  vida  y  en  la  otra  (en  cada  cual  de 
su  manera)  sean  atormentados  por  los  mismos  demonios  á  quien 
sirvieron:  así  como  los  egipcios  fueron  atormentados  por  las 
moscas  y  mosquitos  á  quien  ellos  adoraban  (i).  Pues  ^qué 
será  ver  en  aquel  lugar  estos  monstruos  y  máscaras  tan  horri- 
bles? ¿Qué  será  ver  allí  aquel  dragón  hambriento,  y  aquella  cu- 
lebra enroscada,  y  aquel  grande  Behemoth,  de  que  se  escribe 
en  Job  (2)  que  aprieta  la  cola  como  cedro,  que  bebe  los  ríos  y 
pasee  los  montes? 

Todas  estas  cosas  bien  consideradas  nos  declaran  asaz  qué 
tan  grandes  hayan  de  ser  las  penas  de  los  malos.  Porque  ¿qué 
otra  cosa  se  puede  esperar  de  todas  estas  grandezas  que  aquí  se 
han  dicho,  sino  grandísimos  castigos?  ¿Qué  se  puede  esperar  de 
la  inmensidad  y  grandeza  de  Dios,  y  de  la  grandeza  de  su  justi- 
cia para  castigar  los  pecados,  y  de  la  grandeza  de  su  paciencia 
para  sufrir  los  pecadores,  y  de  la  muchedumbre  de  los  benefi- 
cios con  que  tantas  veces  los  procuró  traer  á  sí,  y  de  la  grande- 
za del  odio  con  que  aborrece  al  pecado  (pues  por  ser  ofensivo 
de  infinita  majestad,  merece  odio  infinito)  y  de  la  grandeza  del 
furor  de  nuestros  enemigos,  tan  poderosos  para  atormentarnos  y 
tan  rabiosos  para  mal  querernos?  ¿Qué  se  puede,  pues,  esperar 
de  todas  estas  causas  de  grandeza,  sino  grandísimo  castigo  del 
pecado  ?  Pues  si  tan  grande  es  la  pena  que  está  aparejada  para 


(i)     Exod.  VIII.     (2;  Job.  XL. 


t04  f^'UÍA  DE  PECADORES 


el  pecado,  y  en  esto  no  puede  haber  falta  (pues,  así  nos  lo  pre- 
dica la  fe)  ¿por  qué  causa  los  que  esto  creen  y  confiesan, no  mira- 
rán la  carga  que  sobre  sí  toman  cuando  pecan,  pues  por  el  mis- 
mo caso  que  cometen  un  pecado,  se  obligan  á  una  pena  que  por 
tantos  títulos  se  prueba  ser  tan  grande? 


De  la  dtiración  destas  penas, 
§.I. 

AS  aunque  todas  estas  consideraciones  sean  mucho  para 
causar  temor,  mucho  más  lo  es  si  consideramos  la  du- 
ración destas  penas.  Porque  si  en  ellas  hubiera  alguna  manera 
de  término  ó  de  alivio  á  cabo  de  muchos  millares  de  años,  toda- 
vía fuera  éste  gran  consuelo  para  los  malos.  Mas  ¿qué  diré  de  la 
eternidad  que  ningún  término  reconosce,  sino  que  iguala  por  una 
parte  con  la  misma  duración  de  Dios?  El  cual  espacio  es  tan 
grande,  que  (como  dice  un  doctor)  si  uno  de  aquellos  malaven- 
turados en  cada  mil  años  derramase  una  sola  lágrima  material, 
más  agua  saldría  de  sus  ojos  que  cupiese  en  todo  el  mundo.  Pues 
¿qué  cosa  más  para  temer?  Verdaderamente  cosa  es  ésta  tan 
grande,  que  si  todas  cuantas  penas  hay  en  el  infierno  no  fueran 
más  que  una  sola  punzada  de  un  alfiler  (habiendo  de  durar  para 
siempre)  solo  esto  debiera  bastar  para  que  los  hombres  se  pu- 
siesen á  todos  los  trabajos  del  mundo  por  evitar  esta  pena.  ¡Oh 
si  esta  duración,  oh  si  este  para  siempre  hiciese  manida  en  tu 
corazón,  cuánto  provecho  te  haría!  De  un  hombre  del  mundo 
leemos  que  poniéndose  una  vez  á  pensar  muy  de  propósito  en 
esta  duración  de  penas,  y  espantado  de  cosa  tan  prolija,  hizo  en- 
tre sí  esta  consideración:  ningún  hombre  cuerdo  hay  que  acep- 
tase el  imperio  del  mundo  con  condición  que  le  obligasen  á  es- 
tar acostado  en  una  cama  (aunque  fuese  de  rosas  y  flores)  por 
espacio  de  treinta  ó  cuarenta  años.  Pues  siendo  esto  así,  ¿qué 
desatino  es,  por  cosas  tanto  menores,  ponerse  en  ventura  de  estar 
acostado  en  una  cama  de  fuego  por  siglos  infinitos?  Esta  sola 
consideración  cavó  tanto,  y  obró  tanto  en  este  hombre,  que  le 
hizo  mudar  la  vida,  y  tan  mudada,   que   vino  después   á   ser 


LIBRO   I.  CAPÍTULO  X.  ÍOi^ 


grande  sancto  y  perlado  de  una  iglesia.  Pues  ^qué  responden  á 
esto  los  regalados,  los  que  con  el  zumbido  de  un  mosquito  están 
toda  la  noche  desvelados,  cuando  se  vean  tendidos  en  esta  cama 
de  fuego,  cercados  de  llamas  por  todas  partes,  y  esto  no  por 
una  sola  noche  de  verano,  sino  por  una  eternidad?  Esta  pregunta 
hace  el  profeta  Isaías  diciendo  (i):  ¿Quién  de  vosotros  podrá 
morar  con  los  ardores  eternos?  ¿Quién  se  atreverá  á  hacer  vida 
con  el  fuego  tragador?  ¿Qué  espaldas  habrá  tan  duras  que  pue- 
dan sufrir  esta  calda  por  espacio  tan  largo?  ¡Oh  gentes  sin  seso! 
I  Oh  hombres  embaucados  por  aquel  antiguo  engañador  y  tras- 
tornador  del  mundo!  Porque  ¿qué  cosa  más  ajena  de  razón  que 
siendo  los  hombres  tan  solícitos  en  proveerse  para  todas  las  no- 
nadas de  esta  vida,  ser  por  otra  parte  tan  insensibles  para 
cosas  de  tanta  importancia?  ¿Qué  vemos,  si  esto  no  vemos?  ¿Qué 
tememos,  si  esto  no  tememos?  ¿Qué  proveemos,  si  esto  no  pro- 
veemos? 

Pues  siendo  esto  así,  ¿cómo  no  seguiremos  de  buena  gana 
el  partido  de  la  virtud,  aunque  fuese  muy  trabajoso,  por  huir  de 
tanto  mal?  Porque  es  cierto  que  si  hiciese  agora  Dios  este  par- 
tido con  un  hombre,  que  le  dijese:  tú  has  de  tener  todo  el  tiem- 
po que  vivieres  un  dolor  de  gota,  ó  de  una  sola  muela,  pero  tan 
agudo  que  no  te  deje  reposar  noche  ni  día:  ó  si  quieres  ahorrar 
este  dolor,  has  de  ser  fraile  cartujo  ó  descalzo,  y  hacer  la  peni- 
tencia que  ellos  hacen  toda  la  vida:  mira,  ¿cuál  destas  dos  cosas 
quieres?  No  hay  hombre  tan  perdido  que  usando  de  buena  ra- 
zón, siquiera  por  el  amor  que  tiene  á  sí  mismo,  no  escogiese 
cualquier  profesión  destas,  antes  que  padecer  este  martirio  por 
este  espacio.  Pues  siendo  tanto  mayores  los  tormentos  de  que  ha- 
blamos, 3^  siendo  tanto  mayor  el  espacio  que  duran,  y  siendo 
tanto  menos  lo  que  Dios  nos  pide,  que  ser  fraile  descalzo  ó  car- 
tujo, ¿cómo  no  aceptamos  un  tan  pequeño  trabajo  por  evitar  un 
tan  prolijo  tormento?  ¿Quién  no  ve  ser  éste  el  mayor  de  todos 
los  engaños  del  mundo? 

Mas  la  pena  del  será  que  pues  el  hombre  no  quiso  con  un 
poco  de  penitencia  redimir  aquí  tanto  mal,  que  haga  allí  eterna 
penitencia,  y  nada  le  aproveche.  En  figura  de  lo  cual  leemos  (2) 
que  aquel  horno  de  fuego  que  encendió  Nabucodonosor  en  Ba- 


(i)  Isai.  XXXIII.     (2)  Dan.  III. 


ío5  GUÍA  DE  PECADORES 


bilonia,  con  levantar  las  llamas  cuarenta  y  nueve  cobdos  en  al- 
to, por  falla  de  un  cobdo  no  llegó  al  número  de  cincuenta  (que 
hace  año  de  jubileo)  para  dar  á  entender  que  la  llama  de  aquel 
eternal  horno  de  Babilonia  (que  es  el  infierno)  aunque  arde 
tanto  y  atormenta  tan  gravemente  aquellos  malaventurados,  no 
por  eso  les  alcanza  la  remisión  y  gracia  del  jubileo  verdadero. 
¡  Oh  penas  infructuosas !  ¡  Oh  estériles  lágrimas !  ¡  Oh  rigurosa  pe- 
nitencia, y  sin  ninguna  esperanza!  ¡Cuan  poquito  de  lo  que  allí 
padecen  sin  fructo,  si  se  tomara  aquí  de  voluntad,  bastara  para 
darles  remedio!  ¡Cuan  fácilmente  se  podrían  aquí  redimir  tan- 
tos males  con  tan  livianos  trabajos!  Salgan,  pues,  fuentes  de 
agua  por  nuestros  ojos,  y  no  cesen  los  gemidos  de  nuestro  co- 
razón. Por  eso  plantearé,  y  lloraré  (dice  el  Profeta)  y  salirme  he 
por  esos  caminos  despojado  y  desnudo.  Haré  llanto  como  de 
dragones,  y  sentimiento  como  de  avestruces:  porque  3^a  está 
desahuciada  su  llaga,  y  no  tiene  cura  este   mal. 

Y  si  los  hombres  no  tuviesen  todas  estas  cosas  por  verdad, 
ó  no  por  tan  gran  verdad,  no  era  mucho  caer  en  ellos  este 
descuido.  Mas  teniendo  todo  esto  por  fe,  y  sabiendo  cierto  que 
(como  dice  el  Salvador)  antes  faltará  el  cielo  y  la  tierra,  que  de- 
jar esto  de  ser:  y  que  con  todo  esto  vivan  los  que  esto  creen 
con  tan  extraño  descuido,  esto  es  cosa  que  excede  toda  admi- 
ración. Dime,  hombre  ciego  y  perdido,  ;qué  miel  puedes  tú  ha- 
llar en  todas  las  riquezas  y  bienes  del  mundo,  que  merezca  ser 
comprada  por  este  precio?  Si  tuvieses  (dice  Sant  Hierónimo)  la 
sabiduría  de  Salomón,  y  la  hermosura  de  Absalón,  y  las  fuerzas 
de  Sansón,  y  los  años  y  vida  de  Enoch,  y  las  riquezas  de  Creso, 
y  el  poder  de  Octaviano,  ,jqué  te  pueden  aprovechar  todas  es- 
tas cosas,  si  al  fin  de  la  vida  el  cuerpo  se  entregare  á  los  gusa- 
nos, y  el  ánima  á  los  demonios  para  ser  atormentada  con  el  ri- 
co avariento  en  los  tormentos  eternos? 

Esto  baste  cuanto  á  la  primera  parte  de  la  exhortación  á  la 
virtud.  Agora  trataremos  de  los  privilegios  singulares  que  en 
esta  vida  se  le  prometen. 


SEGUNDA  PARTE  DESTE  LIBRO 

EN  LA  CUAL  SE  TRATA 

DE    LOS    BIENES     ESPIRITUALES    Y    TEMPORALES 

QUE  EX  ESTA  VIDA  SE  PROMETEN  Á  LA  VIRTUD, 

Y  SEÑALADAMENTE 

DE    DOCE    SINGULARES    PRIVILEGIOS    QUE    TIENE. 


TÍTULO  XI,   POR  EL    CUAL    ESTAMOS   OBLIGADOS   Á.    SEGUIR    LA    VIRTUD,  POR 
CAUSA  DE  LOS  BIENES    INESTIMABLES   QUE   DE   PRESENTE    SE    LE    PROMETEN 

EN  ESTA   VIDA. 

CAPÍTULO  XI. 


^ 


f  O  sé  qué  linaje  de  excusas  pueden  alegar  los  hom- 


Á  bres  para  dejar  de  seguir  la  virtud,  pues  tantas  ra- 
'^^  zones  se  nos  presentan  por  parte  della.  Porque  no 
es  pequeña  cosa  alegar  por  esta  parte  lo  que  Dios  es,  lo  que 
merece,  lo  que  nos  ha  dado,  lo  que  nos  promete,  y  lo  que  nos 
amenaza.  Por  lo  cual  hay  mucha  razón  para  preguntar  cuál  sea 
la  causa  por  donde  entre  los  cristianos  que  todo  esto  creen  y 
confiesan,  haya  tantos  que  se  den  tan  poco  por  la  vártud.  Porque 
los  infieles  que  no  conoscen  su  valor,  no  es  maravilla  que  no 
precien  lo  que  no  conoscen,  como  hace  el  rústico  cavador,  que 
si  halla  una  piedra  preciosa,  no  hace  caso  della,  porque  no  co- 
nosce  lo  que  vale.  Mas  que  el  cristiano  que  sabe  todo  esto,  viva 
como  si  nada  desto  creyese,  tan  olvidado  de  Dios,  tan  captivo 
de  los  vicios,  tan  subjecto  á  sus  pasiones,  tan  aficionado  á  las  co- 
sas visibles,  tan  olvidado  de  las  invisibles,  y  tan  suelto  en  todo 
género  de  pecados,  como  si  no  esperase  muerte,  ni  juicio,  ni  pa- 
raíso, ni  infierno,  esto  es  cosa  que  pone  grande  admiración.  Por 
donde  (como  dije)  hay  razón  para  preguntar  de  dónde  nasca 
este  pasmo,  esta  modorra,  y  (si  decirse  puede)  esta  manera  de 
encantamiento. 


í<^^  GUÍA  DE  PECADORES 


Este  mal  tan  grande  no  tiene  una  sola  raíz,  sino  muchas  y 
diversas.  Entre  las  cuales  no  es  la  menor  un  general  engaño  en 
que  los  hombres  del  mundo  viven,  creyendo  que  todo  lo  que 
promete  Dios  á  la  virtud,  se  guarda  para  la  otra  vida,  y  que  de 
presente  no  se  le  da  nada.  Porque  como  los  hombres  sean  tan 
mteresales,  y  se  muevan  tanto  con  la  presencia  de  los  obiectos, 
como  no  ven  nada  de  presente,  hacen  poco  caso  de  lo  futuro. 
Así  parece  que  lo  hacían  en  tiempo  de  los  Profetas.  Porque  cuan- 
do el  profeta  Ezequiel  les  proponía  grandes  promesas  ó  amenazas 
de  parte  de  Dios,  burlábanse  ellos  diciendo:  Las  revelaciones 
que  éste  predica,  son  para  de  aquí  á  muchos  días,  y  sus  profe- 
cías son  para  de  aquí  á  largos  tiempos.  Y  escarneciendo  otrosí 
del  profeta  Isaías  por  la  misma  causa,  contrahacían  sus  palabras 
diciendo  (i):  Espera  y  reespera,  espera  y  reespera:  manda  y  re- 
manda, manda  y  remanda:  de  aquí  un  poco,  y  de  aquí  otro  po- 
co. Esta  es,  pues,  una  de  las  principales  cosas  que  hace  apelar  á 
los  malos  de  los  mandamientos  de  Dios:  pareciéndoles  que  nada 
se  les  da  de  presente,  y  que  todo  se  libra  para  adelante.  Así  lo 
sintió  aquel  gran  sabio  Salomón  cuando  dijo  (2):  Porque  no  se 
ejecuta  luego  contra  los  malos  su  sentencia,  de  aquí  nasce  que 
los  hiios  de  los  hombres  sin  temor  alguno  se  derraman  por  todos 
los  vicios.  Donde  añade  el  mismo  diciendo  que  la  peor  cosa  de 
cuantas  hay  en  la  vida,  y  que  más  ocasión  da  para  hacer  males, 
es  suceder  todas  las  cosas  (á  lo  que  por  defuera  parece)  de  una 
misma  manera  al  bueno  y  al  malo,  al  sucio  y  al  limpio,  al  que 
ofrece  sacrificios  y  al  que  no  hace  caso  dellos.  De  donde  nasce 
que  los  corazones  de  los  hombres  se  hinchen  de  malicia,  y  des- 
pués van  á  parar  á  los  infiernos:  por  parecerles  que  igualmente 
corren  los  favores  y  los  disfavores  por  las  casas  de  los  buenos  y 
de  los  malos.  Y  lo  mismo  que  Salomón  dice,  claramente  lo  con- 
fiesan los  malos  por  el  profeta  Malaquías,  diciendo  (3):  Vana  cosa 
es  servir  á  Dios:  porque  ;qué  fructo  nos  ha  acarreado  haber  guar- 
dado sus  mandamientos,  y  haber  andado  tristes  delante  del  Se- 
ñor de  los  ejércitos?  Por  esto  tenemos  por  bienaventurados  á  los 
soberbios,  pues  los  vemos  medrados  y  prosperados  viviendo  tan 
rotamente;  y  habiendo  tentado  á  Dios,  están  en  salvo.  Éste  es 
el  lenguaje  de  los  malos,  y  uno  de  los  mayores  motivos  que  tie- 

(l)     Isai.  XXVIir.     (2)  Eccles.  VIII.     (3)  Mal.  III. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XI.  IÓ9 


nen  para  serlo.  Porque  (como  dice  Sant  Ambrosio)  paréceles 
cosa  muy  agrá  comprar  esperanzas  con  peligros:  esto  es,  comprar 
bienes  de  futuro  con  daños  de  presente,  y  soltar  de  la  mano  lo 
que  tienen,  por  lo  que  adelante  se  les  puede  dar. 

Pues  para  deshacer  este  engaño  tan  prejudicial,  no  sé  qué 
otro  principio  pueda  yo  agora  tomar,  que  aquellas  palabras  y 
lágrimas  del  Salvador:  el  cual  viendo  la  miserable  ciudad  de 
Hierusalem,  comenzó  á  llorar  sobre  ella  diciendo  (i):  Si  cono- 
cieses agora  tú  la  paz,  y  los  bienes  que  en  este  día  tuyo  te 
venían.  Mas  todo  esto  está  agora  escondido  de  tus  ojos.  Con- 
sideraba el  Salvador  por  una  parte  cuan  grandes  eran  los 
bienes  que  juntamente  con  su  persona  habían  venido  á  aquel 
pueblo  (pues  todas  las  gracias  y  tesoros  del  cielo  habían  des- 
cendido con  el  Señor  de  los  cielos)  y  por  otra,  cómo  él  (escan- 
dalizado con  el  humilde  hábito  y  aparencia  del  Señor)  no  le 
había  de  recibir,  y  cómo  por  este  pecado  no  sólo  había  de  per- 
der las  riquezas  y  gracia  de  su  visitación,  sino  también  su  re- 
púbHca  y  su  ciudad.  Lastimado,  pues,  con  este  dolor,  derramó 
estas  lágrimas,  y  dijo  estas  palabras  así  breves  y  no  acabadas: 
porque  tanto  más  significaban,  cuanto  más  breves  eran.  Pues 
este  mismo  sentimiento  y  estas  mismas  palabras  se  pueden  en 
su  manera  aplicar  al  propósito  de  que  hablamos.  Porque  consi- 
derando por  una  parte  la  hermosura  de  la  virtud,  y  las  gran- 
des riquezas  y  gracias  que  andan  en  su  compañía,  y  visto  por 
otra  cuan  encubierto  está  esto  á  los  ojos  de  los  hombres  carna- 
les, y  cuan  desterrada  anda  ella  por  esto  del  mundo,  ^  no  te 
parece  que  tenemos  aquí  también  la  misma  causa  para  derra- 
mar las  mismas  lágrimas  y  decir  con  el  Señor:  si  conocieses 
agora  tú?  Esto  es:  ¡oh,  si  te  abriese  agora  Dios  los  ojos  para 
que  vieses  los  tesoros,  los  regalos,  las  riquezas,  la  paz,  la  liber- 
tad, la  tranquilidad,  la  luz,  los  deleites,  los  favores  y  los  otros 
bienes  que  andan  en  compañía  de  la  virtud:  en  cuánto  la  pre- 
ciarías, cuánto  la  desearías  y  con  cuánto  estudio  y  trabajo  la 
buscarías!  Mas  todo  esto  está  escondido  de  los  ojos  carnales: 
porque  no  mirando  más  que  la  corteza  dura  de  la  virtud,  y  no 
habiendo  experimentado  la  suavidad  interior  della,  paréceles 
que  no  hay  en  ella  cosa  que  no  sea  áspera,  triste  y  desabrida: 


(i)    Luc.  XIX. 


í  I  o  GUÍA  DE  PECADORES 


y  que  no  es  moneda  que  corre  en  esta  vida,  sino  en  la  otra: 
porque  si  algo  tiene  de  bien,  para  el  otro  mundo  es,  no  para 
éste.  Por  lo  cual,  filosofando  según  la  carne,  dicen  que  no 
quieren  comprar  esperanzas  con  peligros,  y  aventurar  lo  pre- 
sente con  lo  futuro. 

Esto  dicen  escandalizados  con  la  figura  exterior  de  la  virtud: 
porque  no  entienden  que  la  filosofía  de  Cristo  es  semejante  al 
mismo  Cristo,  el  cual  mostrando  por  defuera  imagen  de  hombre, 
y  hombre  tan  humilde,  dentro  era  Dios  y  Señor  de  todo  lo 
criado.  Por  lo  cual  se  dice  de  los  fieles  (i)  que  están  muertos  al 
mundo,  mas  que  su  vida  está  escondida  con  Cristo  en  Dios. 
Porque  así  como  la  gloria  de  Cristo  estaba  desta  manera  escon- 
dida, así  también  lo  está  la  de  todos  los  imitadores  de  su  vida. 
Leemos  que  antiguamente  hacían  los  hombres  unas  imagines 
que  llamaban  Silenos:  las  cuales  por  defuera  parecían  muy 
viles  y  toscas,  y  dentro  estaban  muy  ricamente  labradas:  de 
suerte  que  siendo  la  fealdad  pública,  la  hermosura  era  secreta:  y 
engañando  con  lo  uno  á  los  ojos  de  los  ignorantes,  con  lo  otro 
atraían  á  sí  los  de  los  sabios.  Tal  fué  por  cierto  la  vida  de  los 
Profetas,  tal  la  de  los  Apóstoles,  y  tal  la  de  los  perfectos  cris- 
tianos: como  lo  fué  la  del  Señor  de  todos  ellos. 

Y  si  todavía  dices  que  la  virtud  es  áspera  y  dificultosa  de 
ejercitar,  debrías  también  poner  los  ojos  en  las  ayudas  que 
Dios  para  esto  tiene  proveídas  con  los  virtudes  infusas,  con  los 
dones  del  Espíritu  Sancto,  con  los  sacramentos  de  la  Ley  nueva, 
y  con  todos  los  otros  favores  y  socorros  divinos,  que  son  como 
remos  y  velas  en  la  galera  para  navegar,  ó  como  las  alas  en  el 
ave  para  volar.  Debrías  mirar  al  mismo  nombre  y  ser  de  la 
virtud:  la  cual  esencialmente  es  hábito,  y  muy  noble  hábito:  y  si 
lo  es,  de  aquí  se  sigue  que  (regularmente  hablando)  nos  ha  de 
hacer  obrar  con  suavidad  y  facilidad;  porque  esto  es  proprio  de 
todos  los  hábitos.  Debrías  también  considerar  qne  no  sólo 
tiene  prometidos  el  Señor  á  los  suyos  bienes  de  gloria,  sino 
también  de  gracia:  los  unos  para  la  otra  vida,  y  los  otros  para 
ésta,  según  que  el  Profeta  dice  (2):  Gracia  y  gloria  dará  el 
Señor:  que  son  como  dos  alforjas  llenas  de  bienes,  la  una  para  la 
vida  presente,  y  la  otra  para  la  advenidera,  para  entender  si- 


(i)    Colos.  UI.     (2)  Psalm.  LXXXIII, 


LIBRO   I.   CAPITULO   XL  III 


quiera  por  aquí  que  algo  más  debe  haber  en  la  virtud  de  lo  que 
por  defuera  parece.  Debrías  otrosí  mirar  que  pues  el  Autor  de 
la  naturaleza  no  falta  en  las  cosas  necesarias  (pues  tan  perfecta- 
mente proveyó  las  criaturas  de  todo  lo  que  habían  menester) 
no  habiendo  en  el  mundo  cosa  más  necesaria  ni  más  importante 
que  la  virtud,  no  la  había  de  dejar  desamparada  á  beneficio  de 
un  solo  libre  albedrío  tan  flaco,  y  de  un  entendimiento  tan 
ciego,  y  de  una  voluntad  tan  enferma,  y  de  un  apetito  tan  mal 
inclinado,  y  finalmente  de  una  naturaleza  por  el  pecado  tan 
estragada:  y  sin  proveerle  de  habilidades  y  remos  con  que  poder 
navegar  por  este  golfo.  Porque  no  era  razón  que  pues  la  Pro- 
videncia divina  había  sido  tan  solícita  en  proveer  al  mosquito,  á 
la  araña  y  á  la  hormiga  de  habilidades  y  instrumentos  bas- 
tantes para  conservar  su  vida,  se  descuidase  de  proveer  al 
hombre  de  lo  necesario  para  conseguir  la  virtud. 

Y  añado  aun  más,  que  si  el  mundo  y  el  demonio  proveen 
de  tantas  maneras  de  gustos  y  contentamientos  (á  lo  menos 
aparentes)  á  los  suyos,  por  el  servicio  que  le  hacen,  ^cómo 
es  posible  que  Dios  sea  tan  estéril  para  sus  fieles  amigos  y  ser- 
vidores, que  los  deje  ayunos  y  boquisecos  en  medio  de  sus  tra- 
bajos? ¿Cómo?  ¿Y  por  tan  caído  tienes  tú  el  partido  de  la  virtud, 
y  por  tan  subido  el  de  los  vicios,  que  permitiese  Dios  haber 
tantas  ventajas  en  lo  uno,  y  tanto  menoscabo  y  disfavor  en  lo 
otro?  Pues  ¿qué  quiere  decir  lo  que  responde  Dios  por  el 
profeta  Malaquías  á  las  palabras  y  quejas  de  los  malos,  dicien- 
do (i):  Convertios  á  jMí,  y  veréis  la  diferencia  que  hay  entre  el 
bueno  y  el  malo,  y  entre  el  que  sirve  á  Dios  y  no  le  sirve? 
De  manera  que  no  se  contenta  con  las  ventajas  que  habrá  en 
la  otra  vida  (de  que  más  abajo  trata)  sino  luego  de  presen- 
te dice:  Convertios,  y  veréis  &c.  Como  si  dijese :  No  quiero 
que  esperéis  por  el  tiempo  de  la  otra  vida  para  conocer  esta 
ventaja,  sino  convertios,  y  luego  entenderéis  la  diferencia  que 
hay  del  bueno  al  malo:  las  riquezas  del  uno,  y  la  pobreza  del 
otro:  el  alegría  del  uno,  y  la  tristeza  del  otro:  la  paz  del  uno, 
y  las  guerras  del  otro:  el  contentamiento  del  uno,  y  los  des- 
contentamientos del  otro:  la  lumbre  en  que  viv^e  el  uno,  y  las 
tinieblas  en  que    anda  el  otro:  y  veréis  por   experiencia  cuan 

(i)     Malach.  III. 


i  1 2  GUÍA  DE  PECADORES 


más    aventajado   es  este  partido    de  lo   que   vosotros   pensáis. 
Cuasi  la    misma  respuesta  da  Dios  á  otros  tales  como    es- 
tos: los  cuales    por    esta    misma    persuasión   y  engaño  hacían 
burla  de  los  buenos  diciendo   por  Isaías   (i):    Declare   Dios  la 
grandeza  de  su  poder  y  de  su  gloria,  haciéndoos  grandes  mer- 
cedes, para  que  por  esta  vía  conozcamos  la  prosperidad  y  ven- 
taja   de    los  que  sirven  á    Dios,    á    los  que    no  le   sirven.  Y 
acabando  de  decir  esto,  y  declarando  luego  los  azotes  y  casti- 
gos grandes  que  á  los    malos    estaban   aparejados,  trata  luego 
del    alegría    y    prosperidad    de    los  buenos    diciendo    así   (2): 
Alegraos   con  Hierusalem  (que  es  el    ánima  del   justo)    todos 
los  que  bien  la  queréis,    y    gózaos  con    alegría  todos  los  que 
fuistes    participantes    de    su   tristeza;  para  que  seáis  llenos  de 
los    pechos    de    su  consolación,  y  seáis  abastados  de   deleites 
por    la  grandeza  de  la  gloria  que  le   ha  de  venir.  Porque  yo 
enviaré  sobre  ella  como  un  río  de  paz,  y  como  un  rayo  lleno 
de  la  gloria,  del  cual  todos  beberéis.  A  mis  pechos  seréis  lle- 
vados,  y    sobre  mis  rodillas  os    halagaré:   de    la  manera  que 
la  madre    regala  un  hijo  chiquito,  así  yo    os    consolaré,  y  en 
Hierusalem  (que    es  en  mi   casa)  seréis  consolados.    Veréis    el 
cumplimiento  de  todo  esto,    y  gozarse  ha    vuestro  corazón;  y 
vuestros  huesos  así  como  las  plantas  reverdecerán;  y  en    este 
tiempo  conoscerán  los  siervos  de  Dios  la   mano  poderosa  del 
Señor.  Quiere  decir,  que    así  como  los  hombres  por    la  gran- 
deza del  cielo,  y  de  la  tierra,  y  de  la  mar,    y  por  la  hermo- 
sura del  sol,  y  de  la  luna,  y  de  las  estrellas,  vienen  á  conos- 
cer  la  omnipotencia  y  hermosura  de  Dios  (por  ser  estas  obras 
tan   señaladas)     así  también  los  justos    vendrán    á  conocer    la 
grandeza  del  poder,  y  de  las  riquezas  y  bondad  de  Dios,  por 
la  grandeza  de  las  mercedes    y  favores  que    del    recibirán,   y 
que  en    sí  mismos  experimentarán.    De    suerte  que  así    como 
por    los    azotes    y  plagas    que  Dios    envió  á    Faraón,    decla- 
ró  al  mundo   la   grandeza  de  su  severidad  para  con  los    ma- 
los,   así  por  los  favores  y  beneficios    admirables    que  hará    á 
los  buenos,  declarará  la  grandeza  de  su  bondad  y  amor  para 
con  ellos.   Dichosa  por  cierto  el    ánima   con  cuyos  beneficios 
y  favores  mostrará  Dios  la    grandeza    de  tal  bondad,    y  des- 


(i)    Isai.  LXVI.     (2)  Ibid. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XL 


dichada  aquella  con  cuyos  azotes  y  castigos  descubrirá  la  gran- 
deza de  tal  justicia.  Porque  como  cada  cosa  déstas  sea  de  tan 
inestimable  grandeza,  ¿cuáles  serán  los  ríos  que  de  tan  cau- 
dalosas fuentes  manarán? 

Añado  más  á  todo  esto:  que  si  te  parece  estéril  y  triste  el 
camino  de  la  virtud,  ¿qué  quiso  decir  la  divina  Sabiduría  cuando 
hablando  de  sí  misma  dijo:  Andaré  por  los  caminos  de  la  justi- 
cia, y  por  medio  de  las  sendas  del  juicio,  para  enriquecer  á  los 
que  me  aman,  y  hinchirles  las  arcas  de  mis  bienes?  Pues  ¿qué 
riquezas  y  bienes  son  estos,  sino  los  desta  Sabiduría  celestial,  que 
sobrepujan  á  todas  las  riquezas  del  mundo,  las  cuales  se  comu- 
nican á  los  que  andan  por  el  camino  de  la  justicia,  que  es  la  mis- 
ma virtud  de  que  hablamos?  Porque  si  aquí  no  se  hallan  rique- 
zas más  dignas  deste  nombre  que  todas  las  otras,  ¿cómo  diera 
el  Apóstol  gracias  á  Dios  por  los  de  Corinto,  diciendo  que  es- 
taban ricos  en  todo  género  de  riquezas  espirituales,  llamando  es- 
tos á  boca  llena  ricos,  como  quiera  que  á  los  otros  no  llama  ab- 
solutamente ricos,  sino  ricos  deste  siglo? 


Confirma  lo  dicho  con  una  autoridad  muy  notable  del  Evangelio. 

§.  I. 


I  AS  sobre  todo  esto  añado,  para  confirmación  desta  ver- 
dad, aquella  tan  notable  sentencia  del  Salvador:  el  cual 
respondiendo  á  S.  Pedro  (i)  cuando  preguntó  por  el  galardón 
que  habían  de  recibir  los  que  por  El  habían  dejado  todas  las  co- 
sas (según  refiere  Sant  Marcos)  dice  así  (2):  En  verdad  os  digo 
que  ninguno  hay  que  deje  casa,  hermanos  ó  hermanas,  padre  ó 
madre,  hijos  ó  heredades  por  amor  de  Mí,  y  por  el  EvangeHo, 
que  no  reciba  agora  en  este  tiempo  presente  ciento  tanto  más  de 
lo  que  dejó,  y  después  en  el  siglo  advenidero  la  vida  eterna.  Es- 
tas palabras  son  de  Cristo:  por  las  cuales  no  es  razón  pasemos 
de  corrida.  Porque  lo  primero  no  me  puedes  negar,  sino  que  ex- 
presamente hace  aquí  distinción  entre  el  galardón  que  se  da  á 
los  buenos  en  esta  vida,  y  en  la  otra:  prometiendo  uno  de  futuro, 


(i)    Matth.  XIX.     (2)  Marc.  X. 

Q8RAS  t>B  GRANADA  l-.;| 


114  GUÍA  DE  PECADORES 


y  ofreciendo    otro  de   presente.    Tampoco  me  negaras  que  no 
puede  haber  falta  en  el  cumplimiento   desta  promesa,  pues  es 
cierto  que  antes  faltará  el  cielo  y  la  tierra  que  una  tilde,  ó  una 
palabra  déstas,  por  imposible  que  parezca.  Porque  así  como  cree- 
mos  que  Dios  es  trino  y  uno,  porque  El  lo  dijo,  aunque  este  mis- 
terio sea  sobre  toda  razón:  así  estamos  obligados  á  creer  esta 
misma  verdad,  aunque  sobrepuje  todo  entendimiento;  pues  tiene 
por  sí  el  testimonio  del  mismo  autor.  Pues  dime  agora:  ¿qué  cien- 
to tanto  es  éste  que  de  presente  se  da  á  los  justos  en  esta  vida? 
Porque  no  vemos  comúnmente  que  se  les  den  grandes  estados, 
ni  riquezas  ó  dignidades  temporales,  ni  aparato  de  cosas  de  mun- 
do: antes  muchos  dellos  viven  arrinconados  y  olvidados  del  mun- 
do, en  grandes  pobrezas,  miserias  y  enfermedades.  Pues  siendo 
esto  así,  ¿cómo  se  podrá  salvar  la  infalible  verdad  desta  senten- 
cia, sino  confesando  que  los  provee  Dios  de  tales  y  tantos  dones 
y  riquezas  espirituales,  que  sin  ninguno  de  todos  estos  aparatos  de 
mundo  bastan  para  darles  mayor  felicidad,  mayor  alegría,  mayor 
contentamiento  y  descanso,  que  la  posesión  de  todos  los  bienes 
del  mundo?  Y  no  es  esto  mucho  de  espantar,  porque  así  como 
leemos  que  no  está  Dios  atado  á  dar  mantenimiento  á  los  cuer- 
pos de  los  hombres  con  solo  pan  (pues  tiene  otros  muchos  me- 
dios para  eso)  así  tampoco  lo  está  para  dar  hartura  y  contenta- 
miento á  sus  ánimas  con  solos  estos  bienes  temporales,  pues  sin 
estos  lo  puede  El  muy  bien  hacer:  como  á  la  verdad  lo  hizo  con 
todos  los  sanctos,  cuyas  oraciones,  cuyos  ejercicios,  cuyas  lágri- 
mas, cuyos  deleit3s  sobrepujaron   á  todas   las    consolaciones  y 
deleites  del  mundo.  Y  desta  manera  se  verifica  con  mucha  ra- 
zón que  reciben  ciento  tanto  más  de  lo  que  dejaron;  pues  por 
los  bienes  mentirosos  y  contrahechos  reciben  los  v^erdaderos;  por 
los  dubdosos,  los  ciertos;  por  los  corporales,  los  espirituales;  por 
los  cuidados,  reposo;  por  las  congojas,  tranquilidad;  y  por  la  vida 
viciosa  y  abominable,  vida  virtuosa  y  deleitable.  De  manera  que 
si  despreciaste  los  bienes  temporales  por  amor  de  Cristo,  en  El 
hallarás  inestimables  tesoros;  si  desechaste  las  honras  falsas,  en 
Él  hallarás  las  verdaderas;  si  renunciaste  el  amor  de  tus  padres, 
por  eso  te  recreará  con  mayores  regalos  el  Padre  Eterno;  y  si 
despidiste  de  ti  los  pestíferos  y  ponzoñosos  deleites,  en  El  halla- 
rás otros  más  dulces  y  más  nobles  deleites.  Y  cuando  aquí  hu- 
jjieres  llegado,  verás  claramente  que  todas  aquellas  cosas  qu« 


LIBRO   I.    C\PlTULO   XI.  1 15 


antes  te  agradaban,  no  sólo  no  te  agradarán,  mas  antes  te  cau- 
sarán aborrescimiento  y  hastío.  Porque  después  que  aquella  luz 
celestial  ha  tocado  y  esclarecido  nuestros  ojos,  luego  nasce  otra 
diversa  y  nueva  faz  á  todas  las  cosas,  con  la  cual  se  nos  repre- 
sentan dz  otra  muy  diferente  figura.  Y  así  lo  que  poco  antes  pa- 
rescía  dulce,  agora  te  parece  amargo;  y  lo  que  parescía  amargo, 
agora  se  hace  dulce;  lo  qus  antes  espantaba,  agora  contentará;  y 
lo  que  antes  parescía  hermoso,  agora  paresce  feo,  aunque  antes 
también  lo  era,  sino  que  no  se  conocía.  Desta  manera,  pues,  se 
verifica  la  promesa  de  Cristo:  el  cual  por  los  bienes  temporales 
del  cuerpo  nos  da  bienes  espirituales  del  ánima,  y  por  los  bie- 
nes que  llaman  de  fortuna,  nos  di  los  bienes  de  gracia,  que  sin 
comparación  son  mayores  y  más  poderosos  para  enriquescer  y 
contentar  el  corazón  del  hombre.  Y  para  confirmación  desto  no 
dejaré  de  referir  aquí  un  ejemplo  notable  que  se  escribe  en  el 
libro  de  los  varones  ilustres  de  la  orden   de  Cister.  Escríbese 
pues  ahí  que  predicando  Sant  Bernardo  en  Flandes  con  un  en- 
cendidísimo deseo  de  traer  los  hombres  á  Dios,  entre  otros  que 
por  especial  tocamiento  del  Espíritu  Sancto  se  convertieron,  fué 
un   caballero  muy  principal  de  aquella  tierra  llamado  Arnulfo, 
al  cual  tenía  el  mundo  preso  con  grandes  cadenas.  Y  como  él 
finalmente  dejado  el  mundo  tomase  el  hábito  en  el  monasterio 
de  Clarevale,  alegróse  tanto  el  bienaventurado  Padre  con  esta 
conversión,  que  dijo  en  presencia  de  todos  que  no  era  menos 
admirable  Cristo  en  la  conversión  de  Fray  Arnulfo  que  en  la 
resurrección  de  Lázaro:  pues  estando  él  ligado  con  las  ataduras 
de  tantos  vicios,  y  sepultado  en  el  profundo  de  tantos  deleites, 
le  resucitó  Cristo  y  trajo  á  aquella  nueva  vida.  La  cual  no  fué 
menos  admirable  en  el  suceso  que  lo  fué  en  la  conversión.  Y 
porque  sería  muy  largo  contar  en  particular  todas  sus  virtudes, 
vengo  á  lo  que  hace  á  nuestro  caso.  Padescía  este  sancto  varón 
muchas  veces  una  enfermedad  de  cólica,  la  cual  le  causaba  tan 
grandes  dolores,  que  le  llegaban  á  punto  de  muerte.  Y  estando 
una  vez  así,  cuasi  sin  sentido,  perdida  la  habla,  y  también  la  es- 
peranza de  la  vida,  diéronle  la  Extremaunción:  y  él  de  ahí  á  po- 
co, volviendo  sobre  sí,  comenzó  súbitamente  á  alabar  á  Dios,  y 
decir  á  grandes  voces:  Verdaderas  son  todas  las  cosas  que  dijis- 
te, oh  buen  Jesú.  Y  como  él  repitiese  muchas  veces  esta  pala- 
braj  espantándose  los  monjes  desto,  y  preguntándole  cómo  estí^ba 


1  1 6  GUÍA  DE  PECADORES 


y  porqué  decía  aquello,  ninguna  cosa  respondía  sino  replicando 
la  misma  sentencia:  Verdaderas  son  todas  las  cosas  que  dijiste,  oh 
buen  Jesú.  Algunos  de  los  que  ahí  estaban,  decían  que  la  grandeza 
de  los  dolores  le  había  privado  de  su  juicio,  y  que  por  esto  de- 
cía aquellas  palabras.  Él  entonces  respondió:  No  es  así,  hermanos 
míos,  no  es  así,  sino  que  con  todo  mi  juicio  y  entendimiento  digo 
que  son  verdaderas  todas  las  cosas  que  habló  nuestro  Salvador 
Jesú.  Ellos  respondieron:  Nosotros  también  confesamos  eso:  mas 
^á  que  propósito  lo  dices  tú?  Respondió  él:  Porque  el  Señor 
dice  en  su  Evangelio  (i)  que  quienquiera  que  renunciare  por 
su  amor  todas  las  aficiones  de  sus  parientes,  recibirá  ciento  tan- 
to más  en  este  siglo,  y  después  la  vida  eterna  en  el  otro.  Pues 
yo  experimento  agora  en  mí,  y  confieso  que  de  presente  recibo 
este  ciento  tanto  más  en  esta  vida.  Porque  os  hago  saber  que  la 
grandeza  inmensa  deste  dolor  que  padezco,  me  es  tan  sabrosa 
por  la  firmeza  de  la  esperanza  que  por  ella  me  han  agora  dado 
de  mi  salvación,  que  no  la  trocaría  por  ciento  tanto  más  de  lo 
que  en  este  mundo  dejé.  Y  si  yo  siendo  tan  grande  pecador,  tal 
consolación  recibo  con  mis  angustias,  ^  cuál  será  la  que  los  sanctos 
y  perfectos  varones  recibirán  en  sus  alegrías?  Porque  verdadera- 
mente el  gozo  espiritual  que  me  causa  esta  esperanza,  cien  mil 
veces  sobrepuja  el  gozo  mundano  que  de  presente  en  el  mundo 
recibía.  Diciendo  él  esto,  maravilláronse  todos  de  ver  que  un 
religioso  lego  y  sin  letras  tales  palabras  dijese:  sino  que  mani- 
fiestamente se  conoscía  que  el  Espíritu  Sancto  que  en  su  ánima 
moraba,  las  decía. 

En  lo  cual  se  ve  claramente  cómo  sin  el  estruendo  y  aparato 
de  los  bienes  temporales  del  mundo  da  Dios  á  los  su3^os  mayor 
contentamiento  y  mayores  cosas  que  las  que  por  él  dejaron:  y 
por  consiguiente,  cuan  engañados  viven  los  que  no  creen  que 
de  presente  se  dé  nada  desto  á  la  virtud. 

Pues  para  destierro  deste  engaño  tan  peligroso,  demás  de 
lo  dicho,  servirán  los  doce  capítulos  siguientes:  en  los  cuales 
trataremos  de  doce  maravillosos  fructos  y  privilegios  que 
acompañan  en  esta  vida  á  la  virtud:  para  que  por  aquí  vean 
los  amadores  del  mundo  que  hay  más  miel  en  ella  de  lo  que 
ellos  piensan.    Y    dado   caso  que  para  entender  esto  perfecta* 

(i)    Marc.  X. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO  XI.  !  I J 


mente  era  necesaria  la  experiencia  y  uso  de  la  misma  vir- 
tud, porque  ésta  es  la  que  mejor  conosce  sus  riquezas;  pero 
la  falta  desto  suplirá  la  fe,  la  cual  confiesa  la  verdad  de  las 
Escripturas  sagradas,  con  cuyos  testimonios  entiendo  probar 
todo  lo  que  en  esta  parte  dijere,  porque  á  nadie  quede  lugar 
para  dubdar  desta  verdad. 


DKL   XII   TITULO    POR     DONDE    ESTAMOS    OBLIGADOS    i.    LA    VIRTUD,    POR  RAZÓN 

DEL    PRIMER  PRIVILEGIO  DELLA,    QUE    ES    LA    PROVIDENCIA    ESPECIAL    QUE    DiOS 

TIENE    PE  LOS  BUENOS    PARA  ENCAMINARLOS    Á  TODO  BIEN,    V  DK  LA   QUE  TIENE 

DE    LOS    MALOS    PARA    CASTIGO    DE    SU    MALDAD. 

CAPÍTULO  XII 


UES  entre  estos  privilegios  y  favores  el  primero  y 
más  principal  (del  cual  como  de  una  fuente  cau- 
dalosa manan  todos  los  otros)  es  la  providencia  y 
cuidado  paternal  que  Dios  tiene  de  los  que  le  sirven.  Porque 
aunque  El  tenga  general  providencia  de  todas  las  criaturas, 
pero  tiénela  muy  más  especial  de  los  que  ha  recebido  por  su- 
yos. Porque  como  El  tenga  estos  en  lugar  de  hijos,  y  les  haya 
dado  espíritu  3^  corazón  de  hijos,  Él  también  por  su  parte  tiene 
corazón  de  padre  amantísimo  para  con  ellos,  y  conforme  á  este 
amor  tiene  El  cuidado  y  providencia  dellos. 

Mas  qué  tan  grande  sea  esta  providencia,  en  ninguna  mane- 
ra lo  podrá  entender  sino  el  que  la  hubiere  experimentado,  ó 
el  que  con  estudio  y  atención  hobiere  leído  las  Escripturas  sa- 
gradas, y  notado  con  diligencia  los  pasos  que  desto  tratan.  Por- 
que quien  así  lo  hiciere,  verá  que  cuasi  toda  la  Escriptura  divi- 
na, dende  el  principio  hasta  el  fin,  generalmente  trata  desto.  Ca 
toda  ella  se  mueve  sobre  estos  dos  puntos  (como  el  mundo  so- 
bre dos  polos)  que  son  pedir  y  prometer.  En  los  cuales  por 
una  parte  pide  Dios  al  hombre  la  obediencia  y  guarda  de  sus 
mandamientos,  y  por  otra  promete  grandísimos  premios  al  que 
los  guardare,  así  como  amenaza  grandísimos  castigos  al  que  los 
quebrantare.  La  cual  doctrina  está  de  tal  manera  repartida,  que 
todos  los  libros  morales  de  la  Escriptura  divina  piden  y  prome- 
ten, y  todos  los  historiales  verifican  el  cumplimiento  de  lo 
uno  y  de  lo  otro,  mostrando  por  las  obras  cuan  diferentemente  se 
hubo  Dios  con  los  buenos  y  con  los  malos.  Mas  como  Dios  sea 
tan  largo  y  tan  magnífico,  y  el  hombre  tan  flaco  y  tan  misera- 
ble:  El  tan  rico   para  prometer,  y   el  hombre  tan  pobre  para 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XIÍ,  11^ 


dar:  es  muy  diferente  la  proporción  que  hay  entre  lo  que  pide 
y  lo  que  da;  porque  pide  poco,  y  da  mucho:  pide  amor  y  obe- 
diencia, que  Él  mismo  nos  da,  y  por  esto  nos  ofresce  bienes 
inestimables  de  gracia  y  de  gloria  para  esta  vida  y  para  la  otra. 
Entre  los  cuales  ponemos  aquí  en  el  primer  lugar  este  amor  y 
providencia  paternal  que  Él  tiene  de  los  que  rescibe  por  hijos: 
la  cual  sobrepuja  á  todos  los  amores  y  providencias  que  todos 
los  padres  de  la  tierra  tienen  y  pueden  tener  á  los  suyos.  La 
razón  desto  es,  porque  ningún  padre  hasta  hoy  atesoró  ni  apa- 
rejó tan  gran  bien  á  sus  hijos  cuanto  Dios  tiene  aparejado  y 
prometido  á  los  suyos,  que  es  la  participación  de  su  misma 
gloria;  ni  trabajó  tanto  por  ellos  como  Él,  pues  por  esto  derra- 
mó su  sangre;  ni  tiene  tan  continuo  cuidado  dellos  como  El, 
pues  los  tiene  presentes  ante  sus  ojos,  y  ayuda  en  todos  sus 
trabajos.  Así  lo  confiesa  David  cuando  dice  (i):  A  mí,  Señor, 
recebiste  por  mi  inocencia,  y  me  confirmaste  siempre  en  tu 
presencia.  Esto  es:  nunca  apartaste  tus  ojos  de  mí,  por  el  cuidado 
perpetuo  que  de  mí  tienes.  Y  en  otro  psalmo  (2):  Los  ojos  (dice 
él)  del  Señor  están  puestos  sobre  los  justos,  y  sus  oídos  en  las 
oraciones  dellos.  Mas  su  rostro  airado  está  sobre  los  que  hacen 
mal,  para  destruir  de  la  tierra  la  memoria  de  ellos. 

Mas  porque  la  mayor  riqueza  del  buen  cristiano  es  esta  pro- 
videncia que  Dios  tiene  del,  y  cuanto  es  mayor  la  certidumbre 
que  tiene  desto,  tanto  es  mayor  su   alegría  y  confianza;    será 
bien  juntar  aquí   algunos  testimonios   de    la  Escriptura  divina, 
porque  cada  uno  destos  es  como  una  cédula  real  y  una  nueva 
confirmación  destas  tan  ricas  promesas  y  mandas  del  testamen- 
to de   Dios.  El  Eclesiástico,  pues,   dice  (3):  Los  ojos  del  Señor 
están  puestos  sobre  los  que  le  temen:  Él  es  su  guarnición  pode- 
rosa, su  lugar  de  refugio,  escudo  de  su  defensión,  amparo  contra 
el  calor  del  estío,  sombra  para  el  mediodía,  socorro  en  sus  pe- 
ligros y  ayuda  en  todas  sus  caídas.   Él  es  el  que  levanta  sus 
ánimas,  alumbra  sus  entendimientos,  y  el  que  les  da  salud,  vida 
y  bendición.  Hasta   aquí   son  palabras    del  Eclesiástico,   en    las 
cuales  ves  cuántas  maneras  de  oficios  ejercita   este  Señor  para 
con  los  suyos.  El  profeta  David  en  un  psalmo  dice  (4):  El  Señor 
tendrá  cuidado  de  regir  y  enderezar  los  pasos  del  justo:  y  cuando 


(I)     Psalm.  XL.     (2)  Psalm.  XXXIH.     (3)  Eccli.  XV.     (4)  Psalm.  XXXVL 


!20  GUÍA  DE  PECADORAS 


cayere  no  se  quebrantará,  porque  Él  pondrá  debajo  su  mano 
para  que  no  se  lastime.  Mira  tú  jqué  podrá  empecer  la  caída 
al  que  cae  sobre  una  almohada  tan  blanda  como  lo  es  la  mano 
divina?  En  otro  lugar  dice  (i):  Muchas  son  las  tribulaciones  de 
los  justos:  mas  de  todas  ellas  los  librará  el  Señor,  porque  El 
tiene  cuenta  con  todos  los  huesos  dellos,  de  tal  manera  que  ni 
uno  solo  será  quebrado.  Mas  en  el  sancto  Evangelio  se  encare- 
ce más  esta  providencia:  donde  dice  el  Salvador  (2)  que  no 
sólo  tiene  contados  todos  sus  huesos,  mas  también  todos  sus  ca- 
bellos, porque  ni  uno  solo  se  pierda:  para  significar  con  esto  la 
grandísima  y  especialísima  providencia  que  tiene  dellos.  Porque 
¿de  qué  no  tendrá  cuidado  quien  lo  tiene  de  los  cabellos?  Y 
si  esto  te  parece  mucho,  no  es  menos  lo  que  significó  por  el 
profeta  Zacarías  diciendo  (3):  Quien  á  vosotros  tocare,  toca  á 
mí  en  la  lumbre  de  los  ojos.  Harto  fuera  decir:  quien  tocare  á 
vosotros,  toca  á  mí;  pero  mucho  más  fué  decir:  quien  tocare  en 
vosotros  en  cualquiera  parte  que  sea,  me  toca  en  la  lumbre  de 
los  ojos. 

Y  no  sólo  por  sí,  sino  también  por  el  ministerio  de  los  án- 
geles entiende  en  nuestra  guarda:  y  así  dice  en  un  psalmo  (4): 
A  los  ángeles  tiene  Dios  mandado  de  ti  que  te  guarden  en  to- 
dos tus  caminos,  y  te  trayan  en  las  palmas  de  las  manos,  para 
que  no  tropiecen  tus  pies  en  alguna  piedra.  ¿Viste  nunca  tú  tal 
coche  ó  tal  litera  como  son  las  manos  de  los  ángeles  para  andar 
en  ellas?  Pues  desta  manera  los  santos  ángeles  (que  son  como 
nuestros  hermanos  mayores)  traen  en  sus  brazos  á  los  justos,  que 
son  sus  hermanos  menores,  que  no  saben  andar  por  sí  sino  en 
brazos  ajenos;  y  en  estos  los  traen  los  ángeles,  no  sólo  en  vida 
sino  también  en  muerte:  como  paresce  claro  en  aquel  pobre 
Lázaro  del  Evangelio  (5),  que  después  de  muerto  fué  llevado 
por  manos  dellos  al  seno  de  Abraham.  En  otro  psalmo  dice  (6): 
El  ángel  del  Señor  anda  al  derredor  de  los  que  le  temen,  para 
librarlos  de  los  peligros.  Y  cuan  poderosa  sea  esta  guarda,  de- 
cláralo más  la  translación  de  Sant  Hierónimo,  que  en  lugar  des- 
tas  palabras  dice  así:  El  ángel  del  Señor  tiene  asentados  sus  rea- 
les al  derredor  de  los  que  le  temen,  para  librarlos.  Pues  ¿  qué 
rey  hay  en  el  mundo  que  tal  guarda  traiga  consigo  como  ésta? 


(i)   Ps.33-  (2^  Luc.  12&.  21     (3}Zach.2.    (4)Ps.9o.  (5)  Lnc.16.  (6)Ps.33. 


LIBRO  1.  capítulo    XII.  I2Í 


La  cual  manifiestamente  se  vio  en  el  libro  de  los  Reyes  (i):  donde 
viniendo  el  ejército  del  rey  de  Siria  á  prender  el  profeta  Eliseo,  y 
temblando  su  criado  de  miedo,  hizo  el  sancto  profeta  oración  á 
Dios,  suplicándole  abriese  ios  ojos  de  aquel  desconfiado  mozo, 
para  que  viese  cuánto  mayor  ejército  tenía  él  en  su  favor  que 
sus  contrarios.  Y  abrió  Dios  los  ojos  del  mozo,  y  vio  todo  el 
monte  lleno  de  caballos  y  carros  de  fuego  al  derredor  de  Eliseo. 
Y  esta  misma  guarnición  es  aquella  de  que  se  escribe  en  el  libro 
de  los  Cantares,  por  estas  palabras  (2):  ¿  Qué  verás  tú  en  la  Su- 
namites  (que  es  figura  de  la  Iglesia,  y  del  ánima  que  está  en 
gracia)  sino  compañías  de  reales,  que  son  la  guarda  de  los 
sanctos  ángeles?  Y  esto  mismo  significa  el  Esposo  en  el  mismo 
libro  por  otra  figura,  diciendo  (3):  La  litera  de  Salomón  guardan 
sesenta  fuertes  de  los  más  esforzados  de  Israel,  y  todos  ellos 
tienen  sus  espadas  en  las  manos,  y  son  muy  diestros  en  pe- 
lear. Cada  uno  tiene  su  espada  sobre  el  muslo  por  los  temo- 
res de  la  noche.  Pues  (jqué  es  esto  sino  declararnos  el  Espí- 
ritu Sancto  por  tantas  figuras  el  recaudo  que  la  divina  Provi- 
dencia tiene  sobre  las  ánimas  de  los  justos?  Porque  ¿de  dónde 
nasce  que  un  hombre  concebido  en  pecado,  viviendo  en  una 
carne  tan  mal  inclinada,  y  entre  tantos  millares  de  lazos  y  peli- 
gros, viva  muchos  años  sin  desvariar  ni  en  un  solo  pensamiento 
que  sea  pecado  mortal,  sino  desta  tan  grande  guarda  y  provi- 
dencia divina? 

La  cual  es  tan  grande,  que  no  solamente  los  libra  de  los  ma- 
les, y  encamina  á  todos  los  bienes,  sino  muchas  veces  los  mis- 
mos males  en  que  alguna  vez  por  divina  permisión  caen,  los  hace 
materia  de  bienes:  cuando  con  ellos  se  hacen  más  cautos,  más 
humildes  y  más  agradescidos  á  quien  los  sacó  de  tales  peligros, 
y  les  perdonó  tantos  pecados.  Porque  en  este  sentido  dice  el 
Apóstol  (4)  que  á  los  que  aman  á  Dios,  todas  las  cosas  les  ayu- 
dan y  sirven  para  su  bien. 

Y  si  estos  favores  son  dignos  de  grande  admiración,  mucho 
más  lo  es  que  no  sólo  tiene  Dios  esta  cuenta  con  sus  siervos, 
sino  también  con  sus  hijos  y  descendientes,  y  con  todo  lo  que 
toca  á  ellos,  como  el  mismo  Señor  lo  testificó  diciendo  (5):  Yo 
soy  Señor    Dios,  fuerte   y  celoso:    que   visito  la  maldad  de  los 


(1)     IV  Keg.  6.     (2)  Cant.  7.     (3)  Cant.  3.    (4)  Rom.  8.     (5)  Exod.  20, 


1J2  (;Ut\  1>E  PECADORES 


padres  en  los  hijos  hasta  la  tercera  y  cuarta  generación,  y  uso  de 
misericordia  en  millares  de  generaciones  con  aquellos  que  me 
aman  y  guardan  mis  mandamientos.  Así  lo  mostró  El  con  Da- 
vid, cuyos  hijos  á  cabo  de  tantos  años  no  quiso  destruir,  aunque 
lo  raerescían  muchas  veces  sus  pecados:  por  respecto  de  su  pa- 
dre David.  Y  así  lo  mostró  también  con  Abraham  (i),  á  cuyos 
hijos  tantas  veces  perdonó  por  amor  de  su  padre:  y  al  mismo 
Ismael,  que  era  hijo  de  esclava,  prometió  de  multiplicar  y  en- 
grandescer  en  la  tierra,  por  ser  hijo  de  Abraham.  Y  hasta  su  mis- 
mo criado  enderezó  en  el  camino  y  negocio  que  llevaba  á  car- 
go, de  buscar  mujer  para  el  hijo  de  gu  señor  (2):  porque  era  criado 
del.  Y  no  sólo  tuvo  respecto  al  criado  por  amor  del  buen  señor, 
pero  (lo  que  más  es)  aun  al  señor  malo,  por  amor  del  buen  cria- 
do. Y  así  leemos  haber  hecho  Él  grandes  mercedes  á  su  amo  de 
Josef  (3),  que  era  idólatra,  por  amor  del  sancto  mozo  que  tenía 
en  su  casa.  Pues  jqué  mayor  benignidad  y  providencia  que  és- 
ta? ¿Quién  no  se  determinará  de  servir  á  un  Señor  tan  largo,  tan 
fiel  y  tan  agradescido  para  con  todos  los  que  le  sirven,  y  para 
con  todas  sus  cosas? 


De  los  nombres  que  en  la  Escriptiira  divina  se  atribuyen  á  nuestro 
Señor  por  razón  desta  providencia. 


§.I- 


|uES  como  esta  divina  Providencia  se  extienda  á  tantos  y 
l^í^^i  tan  maravillosos  efectos,  por  eso  tiene  Dios  en  la  Escrip- 
tura  divina  muchos  y  diversos  nombres:  pero  el  más  celebrado 
y  más  usado  es  llamarse  padre,  como  lo  llama  su  amantísimo 
Hijo  á  cada  paso  en  el  Evangelio  (4).  Y  no  sólo  en  el  Evange- 
lio, mas  también  en  muchos  lugares  del  Viejo  Testamento,  como 
lo  significó  el  Profeta  en  el  psalmo  cuando  dijo  (5):  De  la  ma- 
nera que  el  padre  se  compadece  de  sus  hijos,  así  se  compadece 
el  Señor  de  todos  los  que  le  temen;  porque  El  conoce  la  flaque- 
za de  nuestra  humanidad. 


(1)     Gen.   17.     (2j  Gen.  24.     (3)  Gen.  39.    (4)  Joan.  5,6,  lO.  (5)  Ps.  ill. 


U»RO   I.  CAPITULO  XH.  12;^ 


Y  porque  aun  le  parecía  poco  á  otro  profeta  llamar  á  Dios 
padre  (pues  su  amor  y  providencia  sobrepuja  á  la  de  todos  los 
padres)  dijo  estas  palabras  (i):  Señor,  Vos  sois  nuestro  padre,  y 
Abraham  no  nos  conosció,  y  Israel  no  tuvo  que  ver  con  nos- 
otros. Dando  á  entender  que  estos  que  eran  padres  carnales,  no 
merecían  este  nombre  en  comparación  ds  Dios.  Mas  porque  en- 
tre estos  amores  de  padres  el  de  las  madres  suele  ser,  ó  más  ve- 
hemente, ó  más  tierno,  no  se  contenta  este  Señor  con  llamarse 
padre,  sino  llámase  también  madre,  y  más  que  madre.  Y  así  dice 
Él  por  Isaías  estas  dulcísimas  palabras  (2):  ^  Qué  madre  hay  que 
se  olvide  de  su  hijo  chiquito,  y  que  no  tenga  corazón  para  apia- 
darse de  lo  que  salió  de  sus  entrañas?  Pues  si  fuere  posible  que 
haya  alguna  madre  en  quien  pueda  caber  este  olvido,  en  Mí 
nunca  jamás  cabrá:  porque  en  mis  manos  te  tengo  escripto,  y 
tus  muros  están  siempre  delante  de  Mí.  Pues  <jqué  palabras  de 
mayor  ternura  y  providencia  que  éstas?  ¿Quién  será  tan  ciego  ó 
tan  desconfiado  que  no  se  alegre,  que  no  resuscite  y  levante 
cabeza  con  tales  prendas  de  tal  providencia  y  amor?  Porque  quien 
considerare  que  el  que  estas  palabras  dice  es  Dios,  cuya  verdad 
no  puede  faltar,  cuyas  riquezas  no  tienen  término,  cuyo  poder 
es  infinito,  ¿qué  temerá?  ¿que  no  esperará?  ¿cómo  no  se  alegra- 
rá con  tales  palabras,  con  tales  prendas,  con  tal  providencia  y  con 
tal  significación  de  amor? 

Pues  pasa  el  negocio  aun  más  adelante:  porque  no  contento 
este  Señor  con  comparar  este  su  amor  con  el  vulgar  y  común 
amor  de  las  madres,  escogió  una  entre  todas  ellas,  que  es  la  más 
afamada  en  este  amor,  la  cual  (según  dicen)  es  el  águila,  y  con 
el  désta  comparó  su  amor  y  providencia  diciendo:  De  la  ma- 
nera que  lo  hace  el  águila,  así  este  Señor  defendió  su  nido,  y 
amó  sus  hijos:  y  así  extendió  sus  alas,  y  los  puso  encima  dellas, 
y  los  trajo  sobre  sus  hombros.  Lo  cual  aun  más  abiertamente 
declaró  el  mismo  profeta  al  mismo  pueblo,  después  de  llegai^o 
á  la  tierra  de  promisión,  diciendo  (3):  Hate  traído  el  Señor  en 
todo  este  camino  por  do  has  caminado,  de  la  manera  que  un  padre 
trae  á  un  hijo  chiquito  en  sus  brazos,  hasta  ponerte  en  este  lugar. 

Y  así  como  Él  toma  para  sí  nombre  de  padre  y  de  madre, 
así  también  da  á  nosotros  nombre  de  hijos,  y  de  hijos  muy  rega- 


(i;     Isai    LXllI.     (2)  Ibid.  XllX      (3J  Deut.  XXXII. 


1„'4  (ÍUÍA  DE  PECADORES 


lados:  como  claramente  lo  testifica  él  por  Hieremías,  diciendo  (i): 
Hijo  niío  muy  honrado  es  Efraim,  y  niño  delicado:  porque  des- 
pués que  comencé  á  tratar  con  él,  siempre  he  tenido  memoria 
del;  y  por  tanto  mis  entrañas  se  han  enternescido  sobre  él,  y 
apiadando,  me  apiadaré  del.  Cada  palabra  déstas  (pues  es  de  Dios) 
era  mucho  para  ponderar,  y  para  estimar,  y  para  regalar  y  en- 
ternescer  nuestro  corazón  para  con  Dios;  pues  así  se  enternesció 
el  de  Dios  para  con  tan  pobres  criaturas. 

Y  por  razón  desta  misma  providencia,  después  del  nombre 
de  padre,  se  llama  Él  también  pastor:  como  se  llama  en  su  Evan- 
gelio (2).  Y  para  declarar  hasta  dónde  llegaba  el  amor  y  cuidado 
desta  providencia  pastoral,  dijo  estas  palabras:  Yo  soy  buen  pas- 
tor, y  conosco  á  mis  ovejas,  y  ellas  conoscen  á  Mí.  ¿De  qué  ma- 
nera. Señor,  las  conoscéis?  ¿Con  qué  ojos  las  miráis?  Con  los 
ojos  (dice  El)  que  mi  Padre  mira  á  Mí,  y  Yo  á  él,  con  esos  miro 
Yo  á  mis  ovejas,  y  ellas  miran  á  Mí.  ¡Oh  bienaventurados  ojos! 
¡Oh  dichosa  vista!  ¡Oh  dichosa  providencia!  Pues  ¿qué  mayor 
gloria,  qué  mayor  tesoro  puede  nadie  desear  que  ser  mirado  del 
Hijo  de  Dios  con  tales  ojos,  que  es  con  los  ojos  que  su  Padre 
mira  á  Él?  Porque  aunque  la  comparación  no  sea  igual  en  todo 
(pues  más  merece  el  hijo  natural  que  los  adoptivos)  pero  asaz  es 
grande  gloria  ser  ella  tal,  que  merezca  ser  comparada  con  ésta. 

Mas  cuáles  sean  las  obras  y  beneficios  desta  providencia, 
declara  y  promete  Dios  copiosísima  y  elegantísimamente  por  el 
profeta  Ezequiel  diciendo  así  (3):  Yo  buscaré  mis  ovejas,  y  las 
visitaré.  De  la  manera  que  visita  el  pastor  su  ganado  cuando  lo 
halla  descarriado,  así  Yo  visitaré  mis  ovejas,  y  las  sacaré  de  to- 
dos los  lugares  por  donde  andaban  descarriadas  en  el  día  de  la 
nube  y  de  la  escuridad:  y  sacarlas  he  de  entre  los  pueblos,  y 
juntarlas  he  de  diversas  tierras,  y  traerlas  he  á  las  suyas,  y  apas- 
centarlas  he  en  los  montes  de  Israel,  en  los  ríos,  y  en  todos  los 
otros  lugares  de  la  tierra:  y  apascentarlas  he  en  abundantísimos 
pastos,  que  será  en  los  montes  altos  de  Israel,  donde  descansarán 
sobre  las  yerbas  verdes,  y  serán  ¿ipascentadas  en  pastos  muy 
abundosos.  Yo  apascentaré  mis  ovejas  y  les  daré  sueño  reposa- 
do, dice  el  Señor.  Yo  buscaré  lo  perdido,  y  recobraré  lo  hurtado, 
y  ataré  lo  que  estuviere  quebrado,  y  esforzaré  lo  flaco,  y  guar- 


ní)    Jerem.    XXXI.      (2)  Joan.  X      (3)  Ezech.  XXXIV. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XIL  1 25 


daré  lo  que  estuviere  fuerte,  y  apascentarlas  he  en  juicio,  que  es 
con  grande  recaudo  y  providencia.  Y  un  poco  más  abajo  añade 
luego  diciendo:  Y  haré  con  ellas  un  contrato  de  paz,  y  ojearé  to- 
das las  malas  bestias  de  la  tierra;  y  los  que  moran  en  el  desierto, 
estarán  seguros  en  los  bosques.  Y  puestas  al  derredor  de  mi  co- 
llado, derramaré  sobre  ellas  mi  bendición  y  enviaré  las  aguas 
lluvias  á  su  tiempo,  las  cuales  serán  benditas;  esto  es,  saludables 
y  provechosas,  y  no  dañosas  á  los  pastos  del  ganado.  Hasta  aquí 
son  palabras  de  Ezequiel.  Dime  agora  pues:  ¿qué  mas  había  que 
prometer?  ¿ni  con  qué  más  dulces,  y  amorosas,  y  elegantes  pa- 
labras se  pudiera  todo  esto  representar?  Porque  es  cierto  que 
ni  habla  el  Señor  aquí  del  ganado  material,  sino  del  espiritual 
(que  son  los  hombres)  como  el  mismo  texto  expresamente  lo  dice: 
ni  menos  promete  yerbas  y  abundancia  de  bienes  temporales 
(que  son  comunes  á  buenos  y  á  malos)  sino  abundancia  de  favo- 
res, y  gracias,  y  providencias  especiales,  con  las  cuales  rige  Dios 
y  gobierna  este  espiritual  ganado  á  manera  de  pastor,  como  El 
mismo  lo  explica  por  Isaías,  diciendo  (i):  Así  como  pastor  apas- 
centará  su  ganado  y  con  su  brazo  juntará  los  corderos  y  los  traerá 
en  su  seno,  y  las  ovejas  paridas  y  preñadas  Él  las  llevará  sobre 
sus  hombros.  Pues  ¿qué  cosa  mas  tierna,  ni  más  dulce  que  ésta? 
Destos  mismos  oficios  y  beneficios  de  pastor  habla  y  trata  todo 
aquel  divino  psalmo  que  comienza  (2):  Domimis  regit  me.  En  lu- 
gar de  las  cuales  palabras  traslada  Sant  Hierónimo  más  clara- 
mente: Dominns  pastor  meus  est.  Y  propuesto  este  principio  pro- 
sigue luego  en  todo  el  psalmo  todos  los  oficios  de  pastor:  los  cua- 
les no  pongo  aquí,  porque  quienquiera  los  podrá  por  sí  leer  y 
entender. 

Y  de  la  manera  que  se  llama  pastor,  porque  nos  rige,  así  tam- 
bién rey,  porque  nos  defiende;  y  maestro,  porque  nos  enseña;  y 
médico,  porque  nos  cura;  y  amo,  porque  nos  trae  en  sus  brazos; 
y  guarda,  por  el  cuidado  que  tiene  de  velar  sobre  nosotros  y 
guardarnos.  De  los  cuales  nombres  están  llenas  todas  las  Escriptu- 
ras  divinas.  Mas  entre  todos  estos  nombres,  el  más  tierno,  y  más 
regalado,  y  que  más  descubre  esta  providencia,  es  el  nombre  de 
esposo  con  que  se  llama  en  el  libro  de  los  Cantares  y  en  otros 
muchos  lugares  de  la  Escriptura.  Y  así  convida  El  al  ánima  del 


(i)    Isai.  XL.     (2)  Psalm.  XXII, 


120  GUÍA  DE  PECADORES 


pecador  que  lo  quiera  llamar,  diciendo  (i):  Siquiera  agora  me 
llama  padre  mío,  y  guía  de  mi  virginidid.  El  cual  nombre  cele- 
bra el  Apóstol  con  grande  encarescimiento.  Porque  (después  de 
aquellas  palabras  que  dijo  el  primer  hombre  á  la  primera  mujer, 
conviene  saber:  por  ésta  dejará  el  hombre  padre  y  madre,  y  alle- 
garse ha  á  su  mujer,  y  serán  dos  en  una  carne)  añade  el  Apóstol 
y  dice  (2):  Este  sacramento  es  grande,  entendido  como  yo  lo 
entiendo,  de  Cristo  y  de  la  Iglesia,  que  es  esposa  suya:  y  así  lo 
es  también  en  su  manera,  de  cualquiera  de  las  ánimas  que  están 
en  gracia.  Pues  ,3  qué  no  se  podrá  esperar  de  quien  tal  nombre 
como  éste  tiene,  pues  no  lo  tiene  de  balde? 

Mas  ^para  qué  es  andar  buscando  en  las  Escripturas  sagradas 
un  nombre  de  aquí,  otro  de  allí:  pues  todos  los  nombres  que  de 
sí  prometen  algún  bien,  competen  á  este  Señor:  pues  quienquiera 
que  le  ama  y  le  busca,  hallará  en  Él  todo  lo  que  desea?  Por  lo 
cual  dice  S.  Ambrosio  en  un  sermón:  Todas  las  cosas  tenemos 
en  Cristo,  y  todas  ellas  nos  es  Cristo.  Si  deseas  ser  curado  de 
tus  llagas,  médico  es;  si  ardes  con  calenturas,  fuente  es;  si  te  fa- 
tiga la  carga  de  los  pecados,  justicia  es;  si  tienes  necesidad  de 
ayuda,  fortaleza  es;  si  temes  la  muerte,  vida  es;  si  quieres  huir 
de  las  tinieblas,  luz  es;  si  deseas  ir  al  cielo,  camino  es;  si  tienes 
necesidad  de  manjar,  mantenimiento  es.  Cata  aquí  pues,  herma- 
no, cuántas  maneras  de  nombres  tiene  este  Señor  (que  en  sí  es 
uno  y  simplicísimo)  porque  aunque  sea  uno  en  sí,  á  nosotros  es 
todas  las  cosas  para  remedio  de  todas  nuestras  necesidades,  que 
son  innumerables. 

No  acabaríamos  á  este  paso  de  referir  todas  las  autoridades 
que  sobre  esta  materia  se  ofrescen  en  las  Escripturas  divinas.  Mas 
éstas  he  referido  para  consuelo  y  esfuerzo  de  los  que  sirven  á 
Dios,  y  para  atraer  con  ellas  á  su  servicio  á  los  que  no  le  sirven: 
pues  es  cierto  que  ningún  tesoro  hay  debajo  del  cielo  mayor  que 
éste.  Por  donde  así  como  los  que  han  servido  á  los.  reyes  en  al- 
gunas grandes  jornadas  por  mandamientos  y  cartas  suyas  en  que 
se  les  prometen  grandes  premios  por. estos  trabajos,  guardan  es- 
tas cartas  con  todo  recaudo,  y  con  ellas  se  animan  y  alegran  en 
esos  mismos  trabajos,  y  con  ellas  piden  después  la  remuneración 
de  sus  servicios:  así  los  siervos  de  Dios  guardan  dentro  de  su  co- 


(1^    Jer«m.  III.    (i)  Ephes.  V. 


Libro  i.  capítulo  xn.  127 


razón  todas  estas  palabras  y  cédulas  divinas,  muy  más  ciertas  que 
todas  las  de  los  reyes  de  la  tierra.  En  ellas  tienen  su  esperanza, 
con  ellas  S3  esfuerzan  en  sus  trabajos,  por  ellas  confían  en  sus 
peligros,  con  ellas  se  consuelan  en  sus  angustias,  á  ellas  recurren 
en  todas  sus  necesidades,  ellas  los  encienden  en  el  amor  de  tal 
Señor,  y  les  obligan  á  entregarse  del  todo  á  su  servicio,  pues 
Él  tan  fielmente  les  promete  emplearse  todo  en  su  provecho, 
siéndoles  todo  en  todas  las  cosas.  En  lo  cual  parece  que  uno 
de  los  principales  fundamentos  de  la  vida  cristiana  es  el  conosci- 
miento  práctico  desta  verdad. 

Pues  dime  agora,  ruégote,  si  es  posible  imaginarse  cosa  al- 
guna más  rica,  más  preciosa  y  más  para  estimar  y  desear  que 
ésta,  y  si  se  puede  imaginar  en  esta  vida  algún  mayor  bien  que 
tener  á  Dios  por  padre,  por  madre,  por  pastor,  por  médico,  por 
maestro,  por  ayo,  por  muro,  por  defensor,  por  valedor,  y  (lo  que 
es  más)  por  esposo,  y  finalmente  por  todas  las  cosas.  ¿Qué  tie- 
ne el  mundo  que  poder  dar  á  sus  amadores  que  iguale  con  es- 
to? Pues  jcuánta  razón  tienen  los  que  este  bien  poseen  para  ale- 
grarse,  consolarse  y  esforzarse  y  gloriarse  en  El  sobre  todas  las 
cosas?  Alegraos  (dice  el  Profeta)  en  el  Señor  los  justos,  y  glo- 
riaos en  él  todos  los  rectos  de  corazón.  Como  si  más  claramente 
dijera:  Alégrense  los  otros  en  las  riquezas  y  honras  del  mundo; 
otros  en  la  nobleza  de  sus  linajes;  otros  en  los  favores  y  privan- 
zas de  los  príncipes;  otros  en  la  preeminencia  de  sus  oficios  y 
dignidades:  mas  vosotros  que  presumís  tener  á  Dios  por  vuestro, 
que  es  vuestra  heredad  y  vuestra  posesión,  alegraos  y  gloriaos 
más  de  verdad  en  este  bien,  pues  es  tanto  mayor  que  todos  los 
otros  cuanto  es  más  Dios  que  todas  las  cosas.  Así  lo  confiesa 
expresamente  David  en  un  psalmo,  diciendo  (i):  Líbrame,  Señor, 
de  las  manos  de  los  que  están  fuera  de  tu  servicio  y  de  tu  casa: 
los  cuales  no  tienen  boca  sino  para  hablar  vanidad,  ni  brazo  sino 
obrar  maldad;  cuyos  hijos  andan  en  su  juventud  lozanos  y  fres- 
cos, como  los  árboles  nuevos  y  recien  plantados;  cuyas  hijas  an- 
dan ataviadas  y  compuestas  á  manera  de  templos;  cuyas  des- 
pensas están  llenas  y  abastadas  de  todos  los  bienes;  cuyas  ovejas 
están  gordas  y  llenas  de  hijos.  Por  bienaventurado  tuvieron  al 
pueblo  lleno  de  todos  estos  bienes;  mas  yo  digo  que  bienaven- 


(l)     Psalm.  XLIII, 


128  GUÍA   DE   PECADORES 


turado  el  pueblo  que  tiene  al  Señor  por  su  Dios.  ^  Porqué,  Da- 
vid? La  razón  está  muy  clara:  porque  en  Él  solo  posee  un  bien 
en  quien  está  todo  lo  que  se  puede  desear.  Por  tanto,  gloríense 
los  otros  en  todas  estas  cosas;  mas  yo,  aunque  muy  rico  y  muy 
poderoso  rey,  en  Él  solo  me  gloriaré.  Así  se  gloriaba  aquel  sancto 
Profeta  que  decía  (i):  Yo  me  gozaré  en  el  Señor,  y  alegrarme 
he  en  Dios  mi  Salvador:  porque  Él  es  mi  Dios,  y  mi  fortaleza,  y 
el  que  hará  mis  pies  ligeros  como  los  de  los  ciervos  para  correr 
sin  tropiezo  por  los  caminos  desta  vida,  y  hará  que  ande  yo  so- 
bre los  altos  montes  cantándole  psalmos  y  alabanzas.  Este  es 
pues  el  tesoro,  ésta  la  gloria  que  está  aparejada  en  este  mundo 
para  los  que  sirven  á  Dios.  Y  ésta  es  una  de  las  grandes  razones 
que  hay  para  que  todos  le  deseen  servir,  y  una  de  las  justísimas 
querellas  que  Él  tiene  contra  los  que  no  le  sirven,  siendo  El  tan 
buen  Señor  y  tan  fiel  ayudador  y  defensor  dellos.  Y  con  esta 
queja  envió  Él  al  Profeta  Hieremías  á  quejarse  de  su  pueblo, 
diciendo  (2):  ^Qué  aspereza  hallaron  vuestros  padres  en  Mí,  por- 
que se  alejaron  de  Mí,  y  se  fueron  en  pos  de  la  vanidad,  y  se 
hicieron  vanos?  Y  más  abajo:  ¿Por  ventura  he  sido  Yo  á  este 
pueblo  tierra  yerma,  y  tardía,  y  desaprovechada?  Como  si  dije- 
se: Claro  está  que  no:  pues  tantas  victorias  y  prosperidades  les 
han  venido  por  mi  mano.  Pues  ¿  porqué  ha  dicho  este  pueblo: 
ya  nos  habernos  apartado  de  tu  servicio,  y  no  queremos  más 
volver  á  Ti?  ¿Por  ventura  olvidarse  ha  la  doncella  del  más  her- 
moso de  sus  atavíos,  y  de  la  faja  rica  con  que  se  ciñe  los  pe- 
chos? Pues  ¿porqué  mi  pueblo  se  ha  olvidado  de  Mí  por  tantos 
días,  siendo  Yo  todo  su  ornamento,  su  gloria  y  su  hermosura? 
Pues  si  de  aquéllos  se  quejaba  Dios  en  el  tiempo  de  la  ley  (don- 
de las  mercedes  eran  más  cortas)  ¿cuánta  más  razón  tendrá  agora 
de  quejarse,  cuando  son  tanto  más  largas  cuanto  más  espiritua- 
les y  más  divinas  ? 


(1)     Ilabac.  III.     (2)  Jerem.  II. 


Libro  i.  capítulo  xií.  129 

De  la  manera  de  providencia  que  tiene  Dios  de  los  malos 
para  castigo  de  sus  maldades 

S.  II. 


SI  no  nos  mueve  tanto  el  amor  desta  felicísima  provi- 
dencia de  que  gozan  los  buenos,  muévanos  siquiera  el 
temor  de  la  providencia  (si  así  se  puede  llamar)  que  tiene  Dios 
de  los  malos,  la  cual  es  medirlos  con  su  propria  medida,  y  tra- 
tarlos conforme  al  olvido  y  menosprecio  que  tienen  de  su  Ma- 
jestad, olvidándose  de  los  que  le  olvidan,  y  despreciando  á  los 
que  le  desprecian.  Y  para  significar  esto  más  palpablemente, 
mandó  al  profeta  Oseas  (i)  que  se  casase  con  una  mujer  forni- 
caria: para  dar  á  entender  la  fornicación  espiritual  en  que  había 
caído  aquel  pueblo  que  había  desamparado  á  su  legítimo  espo- 
so y  señor.  Y  á  un  hijo  que  deste  matrimonio  le  nasció,  mandó 
poner  por  nombre  una  palabra  hebrea  que  quiere  decir:  No  mi 
pueblo  vosotros;  para  dar  á  entender  que  pues  ellos  con  sus  pe- 
cados no  le  reconoscieron  ni  sirvieron  como  á  Dios,  Él  tampoco 
los  reconoscería  y  trataría  como  á  pueblo.  Y  en  confirmación 
de  la  misma  sentencia  añade  luego  más  abajo,  diciendo:  Juzgad 
á  vuestra  madre,  juzgadla;  porque  ni  ella  es  mi  mujer,  ni  yo  soy 
su  marido  (2).  Dando  á  entender  que  así  como  ella  no  le  había 
guardado  fe  y  obediencia  de  buena  mujer,  así  él  no  tendría  para 
con  ella  el  amor  y  providencia  de  verdadero  marido.  Ves,  pues, 
cuan  abiertamente  nos  enseña  aquí  este  Señor  cómo  mide  á 
cada  uno  con  su  misma  medida,  siendo  tal  para  con  el  hombre 
como  el  hombre  es  para  con  Él. 

Pues  desta  manera  viven  los  malos  como  olvidados  de  Dios; 
y  así  están  en  este  mundo  como  hacienda  sin  dueño,  como  es- 
cuela sin  maestro,  como  navio  sin  gobernalle,  y  finalmente,  como 
ganado  descarriado  sin  pastor,  que  nunca  escapa  de  lobos.  Y 
así  les  dice  Dios  por  el  profeta  Zacarías  (3):  No  quiero  ya  tener 
más  cargo  de  apascentaros:  lo  que  muriere,  muérase,  y  lo  que 
mataren,  mátenlo;  y  los  demás  que  se  coman  á  bocados  los 
unos  á  los  otros.  Y  lo  mismo  significó  en  el  Cántico  de  Moisén, 
diciendo:  Apartaré   mis  ojos  dellos,  y  estarme  he  mirando  las 


(i)     Osese,  I.     (a)  Oseae,  IL     (3)  Zaoh.  XI. 

OBRAS  DK  GRANADA  ,  I— Q 


Í30  GUÍA  DÉ  PECADORES 


miserias  y  calamidades  en  que  finalmente  han  de  parar,  sin  pro- 
veerles de  remedio. 

Pero  aun  más  copiosamente  declara  El  esta  manera  de  pro- 
videncia por  Isaías  (i),  hablando  de  su  pueblo  en  nombre  de 
viña:  contra  la  cual  (porque  después  de  labrada  y  cultivada 
con  muchos  beneficios,  no  había  acudido  con  el  ñ^ucto  que  era 
razón)  pronuncia  El  esta  sentencia,  diciendo:  Quiero  declararos 
lo  que  yo  haré  con  esta  mi  viña.  Quitarle  he  el  vallado,  y  será 
robada;  derribarle  he  la  cerca,  y  será  hollada;  y  haré  que  quede 
como  una  tierra  desierta.  No  será  podada  ni  cavada,  cubrirse 
ha  de  zarzas  y  espinas,  y  á  las  nubes  mandaré  que  no  lluevan 
sobre  ella.  Esto  es:  Quitarle  he  todos  los  socorros  y  ayudas  efi- 
caces de  que  la  había  proveído:  de  donde  se  seguirá  su  total 
caída  y  destrucción.  ¿Parécete,  pues,  que  es  mucho  para  rece- 
lar tal  manera  de  providencia? 

Pues  dime  agora:  (¡qué  mayor  peligro  y  qué  mayor  mise- 
ria que  vivir  fuera  desta  tutela  y  providencia  paternal  de  Dios, 
y  quedar  expuesto  á  todos  los  encuentros  del  mundo  y  á  to- 
das las  calamidades  y  injurias  desta  vida?  Porque  como  este 
mundo  sea  por  una  parte  un  mar  tempestuoso,  un  desierto  lleno 
de  tantos  salteadores  y  bestias  fieras,  y  sean  tantos  los  desastres 
y  acaescimientos  de  la  vida  humana,  tantos  y  tan  fuertes  los 
enemigos  que  nos  combaten;  tantos  y  tan  ciegos  los  lazos  que 
nos  arman,  y  tantos  los  abrojos  que  nos  tienen  por  todas  partes 
sembrados;  y  por  otra  parte  el  hombre  sea  una  criatura  tan 
flaca,  tan  desnuda,  tan  ciega,  tan  desarmada  y  tan  pobre  de 
esfuerzo  y  de  consejo:  si  le  falta  esta  sombra  y  este  arrimo  y 
favor  de  Dios,  ¿qué  hará  el  flaco  entre  tantos  fuertes,  el  enano 
entre  tantos  gigantes,  el  ciego  entre  tantos  lazos,  y  el  solo  y 
desarmado  entre  tantos  y  tan  poderosos  enemigos  ? 

Pues  aun  no  para  el  negocio  en  esto;  porque  no  se  con- 
tenta esta  providencia  con  desviar  sus  ojos  de  los  malos  (de 
donde  se  sigue  que  cayan  en  tantas  maneras  de  penas  y  tra- 
bajos) mas  antes  ella  misma  se  los  acarrea  y  procura.  De  tal 
manera,  que  los  ojos  que  antes  velaban  para  su  provecho^  agora 
velen  para  su  castigo:  como  claramente  lo  testificó  Él  por  Amos, 
diciendo  (2) :  Pondré  mis  ojos  sobre  ellos;  mas  esto  será  para  su 


^1)    Isai.  V.  (2)  Amos,  IX. 


Libro  i.  capítulo  xil  ni 


mal,  y  no  para  su  bien.  Como  si  más  claramente  dijera:  Trocarse 
ha  de  tal  manera  la  providencia  que  tenía  dellos,  que  yo  que 
antes  los  miraba  para  defenderlos,  agora  los  miraré  para  cartigar- 
los  y  darles  el  pago  que  sus  maldades  merecen.  Así  lo  declaró 
aun  más  expresamente  por  el  profeta  Oseas,  diciendo  (i):  Yo 
seré  como  polilla  de  Efraim  y  como  carcoma  de  Israel:  para  los 
ir  gastando  y  destruyendo,  como  se  destruye  la  ropa  con  la 
polilla.  Y  porque  esta  manera  de  persecución  parecía  prolija 
y  blanda,  añade  luego  otra  más  acelerada  y  furiosa,  diciendo:  Yo 
seré  como  leona  á  Efraim  y  como  cachorro  de  león  á  Judá.  Yo 
iré,  y  los  prenderé,  y  los  tomaré,  y  no  habrá  quien  los  libre  de  mis 
manos.  Pues  ,3 qué  mayor  miseria  quieres  que  ésta? 

Y  no  es  menos  claro  testimonio  deste  hnaje  de  providencia 
el  que  leemos  en  el  profeta  Amos  (2):  en  el  cual  después  de 
haber  dicho  Dios  que  había  de  meter  á  espada  todos  los  ma- 
los por  los  pecados  de  su  avaricia,  añade  luego  y  dice  así:  Y 
no  piensen  escapar  de  mis  manos  los  que  huyeren.  Porque  si 
descendieren  hasta  el  infierno,  de  allí  los  sacará  mi  mano;  y  si 
subieren  hasta  el  cielo,  de  allí  los  derribaré;  y  si  subieren  á  lo 
más  alto  del  monte  Carmelo,  ahí  los  buscaré  y  los  tomaré;  y  si 
se  escondieren  de  mis  ojos  en  el  profundo  de  la  mar,  ahí  man- 
daré á  la  serpiente,  y  morderlos  ha;  y  si  fueren  captivos  á  tierra 
de  sus  enemigos,  ahí  mandaré  al  cuchillo,  y  matarlos  ha;  y  pon- 
dré mis  ojos  sobre  ellos  para  su  mal,  y  no  para  su  bien.  Hasta 
aquí  son  palabras  del  profeta.  Pues  dime  agora:  ¿qué  hombre  hay 
que  leyendo  estas  palabras,  y  acordándose  que  son  de  Dios,  y 
viendo  cuál  sea  esta  manera  de  providencia  que  Él  tiene  de  los 
malos,  no  se  estremezca  todo  de  ver  cuan  poderoso  enemigo  tie- 
ne contra  sí,  el  cual  con  tan  grande  estudio  y  diligencia  le  bus- 
que, y  le  cerque,  y  le  tome  todos  los  caminos,  y  vele  para  su 
destruición?  ¿Cómo  tendrá  reposo?  ¿Cómo  comerá  bocado  que 
bien  le  sepa,  teniendo  tales  ojos,  tal  furor,  tal  perseguidor  y  tal 
brazo  contra  sí?  Porque  si  tan  grande  mal  es  carescer  del  favor 
y  providencia  del  Señor,  ¿cuánto  mayor  lo  será  haber  conver- 
tido contra  sí  las  armas  desta  misma  providencia,  y  que  el 
espada  que  estaba  desenvainada  contra  tus  enemigos,  se  vuelva 
contra  ti;  y  los  ojos  que  velaban    para  defenderte,  velen  agora, 


(1)  Oses?,  V.     (2)  Amos,  IX. 


132  guía  de  pecadores 


para  destruirte;  y  el  brazo  que  era  para  sostenerte,  sea  agora 
para  derribarte;  y  el  corazón  que  pensaba  sobre  ti  pensamien- 
tos de  paz  y  de  amor,  piense  agora  pensamientos  de  aflicción 
y  dolor;  y  el  que  había  de  ser  tu  escudo,  tu  sombra  y  tu  am- 
paro, venga  á  ser  agora  polilla  para  comerte,  y  león  para  des- 
pedazarte? ¿Cómo  puede  dormir  seguro  el  que  sabe  que  cuando 
él  duerme,  está  Dios  como  aquella  vara  de  Hieremías  (i),  ve- 
lando para  su  castigo  y  aflicción?  ¿Qué  consejo  habrá  contra 
este  consejo,  qué  brazo  contra  este  brazo  y  qué  providencia 
contra  esta  providencia?  ¿Quién  jamás,  como  se  escribe  en  Job  (2), 
se  puso  en  armas  contra  Dios,    y    le  resistió,  que  tuviese  paz? 

Finalmente,  tal  es  y  tan  grande  este  mal,  que  uno  de  los  ma- 
yores castigos  con  que  Dios  suele  castigar  ó  amenazar  á  los  ma- 
los en  esta  vida,  es  levantar  dellos  la  mano  de  su  paternal  pro- 
videncia: como  El  mismo  lo  testifica  en  muchos  lugares  de  la 
sancta  Escriptura.  Porque  en  una  parte  dice:  No  quiso  mi  pueblo 
oir  mi  voz,  ni  tener  cuenta  comigo;  pues  Yo  tampoco  la 
quise  tener  con  él  de  la  manera  que  antes  la  tenía.  Y  así 
permití  que  fuesen  llevados  de  los  deseos  de  su  corazón:  de 
donde  se  seguirá  que  vayan  cada  día  de  mal  en  peor.  Y  por 
el  profeta  Oseas  dice  (3) :  Ohádástete  de  la  ley  de  tu  Dios, 
olvidarme  he  yo  también  de  tus  hijos.  De  suerte  que  así  co- 
mo uno  de  los  mayores  males  que  le  pueden  venir  á  una  mu- 
jer, es  darle  su  buen  marido  libelo  de  repudio,  y  abrir  mano 
della;  y  á  una  viña  desampararla  su  señor,  y  dejar  de  labrarla 
(porque  luego  de  viña  se  hace  monte)  así  uno  de  los  mayo- 
ses  males  que  pueden  venir  á  un  ánima,  es  levantar  Dios  la  mano 
della.  Porque  ¿qué  podrá  ser  un  ánima  sin  Dios,  sino  una  viña 
sin  viñadero,una  huerta  sin  hortelano,  un  navio  sin  piloto,  un  ejér- 
cito sin  capitán,  y  una  república  sin  cabeza,  ó  por  mejor  decir, 
un  cuerpo  sin  ánima? 

Cata  aquí  pues,  hermano  mío,  cómo  por  todas  partes  te  cerca 
Dios,  y  te  cerca  esta  razón:  porque  si  no  basta  para  mover  tu 
corazón  el  amor  y  deseo  de  aquella  paternal  providencia,  mué- 
vate siquiera  el  temor  deste  desamparo:  porque  á  los  que  no 
suele  mover  el  deseo  de  los  bienes,  mueve  muchas  veces  el 
temor  de  grandes  males. 


(i;    Jerem.  I.     {2)  Job.  IX.     (3)  Ose»,  IV  . 


DEL    SEGUNDO    PRIVILEGIO    DE   LA.   VIRTUD,    QUE    ES    LA    GRACIA  DEL  ESPÍRITU 
SANCTO   QUE  SE  DA   A  LOS  VIRTUOSOS, 

CAPÍTULO  xm. 


STA  paternal  Providencia  es  (como  dijimos)  la  fuente 
de  todos  los  otros  privilegios  y  beneficios  que  Dios 
hace  á  los  suyos.  Porque  á  esta  Providencia  perte- 
nesce  proveerles  de  todos  los  medios  necesarios  para  conseguir 
su  fin  (que  es  su  última  perfección  y  felicidad)  así  ayudándoles 
y  dándoles  la  mano  en  todas  sus  necesidades,  como  criando  en 
sus  ánimas  todas  aquellas  habilidades  y  virtudes  y  todos  los  há- 
bitos infusos  que  para  esto  se  requieren.  Entre  los  cuales  el  pri- 
mero es  la  gracia  del  Espíritu  Sancto,  que  después  desta  divina 
Providencia  es  el  principio  de  todos  los  otros  privilegios  y  dones 
celestiales.  Y  así  ésta  es  aquella  primera  vestidura  que  se  dio  al 
hijo  pródigo  cuando  fué  recebido  en  la  casa  de  su  padre  (i).  Y 
si  me  preguntares  qué  cosa  sea  esta  gracia,  dígote  que  gracia 
(como  declaran  los  teólogos)  es  una  participación  de  la  naturale- 
za divina:  esto  es,  de  la  sanctidad,  de  la  bondad,  de  la  pureza  y 
nobleza  de  Dios,  mediante  la  cual  despide  el  hombre  de  sí  la 
bajeza  y  villanía  que  le  viene  por  parte  de  Adam,  y  se  hace  par- 
ticipante de  la  sanctidad  y  nobleza  divina,  despojándose  de  sí,  y 
vistiéndose  de  Cristo.  Esto  declaran  los  sanctos  con  un  común 
ejemplo  del  hierro  echado  en  el  fuego:  el  cual  sin  dejar  de  ser 
hierro,  sale  de  ahí  todo  abrasado  y  resplandesciente  como  el  mis- 
mo fuego:  de  manera  qjs  permanesciendo  la  misma  substancia 
y  nombre  de  hierro,  el  resplandor,  y  el  calor,  y  otros  tales  ac- 
cidentes son  de  fuego.  Pues  desta  manera  la  gracia  (que  es  una 
cualidad  celestial,  la  cual  infunde  Dios  en  el  ánima)  tiene  esta 
maravillosa  virtud  de  transformar  el  hombre  en  Dios  de  tal  ma- 
nera, que  sin  dejar  de  ser  hombre,  participe  en  su  manera  las 

(i)    Luc.  XV. 


154  <5U^  ^^  PECADORES 


virtudes  y  pureza  de  Dios,  como  las  había  participado  aquél  que 
decía:  Vivo  3'o,  }'a  no  yo:  mas  vive  en  mi  Cristo. 

Gracia  es  otrosí  una  forma  sobrenatural  y  divina:  la  cual  hace 
al  hombre  vivir  tal  vida,  cual  es  el  principio  y  forma  de  do  pro- 
cede, que  es  también  sobrenatural  y  divina.  En  lo  cual  resplan- 
desce  maravillosamente  la  providencia  de  Dios,  que  así  como 
quiso  que  el  hombre  viviese  dos  vidas,  una  natural  y  otra  so- 
brenatural, así  para  esto  le  proveyó  de  dos  formas  (que  son  como 
dos  ánimas  destas  vidas)  una  para  vivir  la  una,  y  otra  para  la  otra. 

De  donde  así  como  del  ánima  (que  es  forma  natural)  proce- 
den todas  las  potencias  y  sentidos  con  que  se  vive  la  vida  na- 
tural, así  de  la  gracia  (que  es  forma  sobrenatural)  proceden  todas 
las  virtudes  y  dones  del  Espíritu  Sancto,  con  que  se  vive  la  otra 
vida  sobrenatural:  que  es  como  quien  prove3'"ese  á  un  hombre 
que  tuviese  dos  oficios,  de  dos  maneras  de  instrumentos  para 
entender  en  ellos. 

Gracia  otrosí  es  un  atavío  y  ornamento  espiritual  del  ánima 
hecho  por  mano  del  Espíritu  Sancto:  el  cual  la  hace  tan  gracio- 
sa y  hermosa  en  los  ojos  de  Dios,  que  la  recibe  por  hija  y  por 
esposa  suya.  En  el  cual  atavío  se  gloriaba  el  Profeta  cuando  de- 
cía (i):  Gozando  me  gozaré  en  el  Señor,  y  mi  ánima  se  alegrará 
en  mi  Dios:  porque  Él  me  ha  vestido  con  vestidura  de  salud,  y 
cercado  de  ropas  de  justicia,  y  así  como  á  esposo  me  ha  puesto 
una  corona  en  la  cabeza,  y  como  á  esposa  me  ha  ataviado  con 
todas  sus  joyas  y  atavíos,  que  son  todas  las  virtudes  y  dones  del 
Espíritu  Sancto,  con  que  el  ánima  del  justo  está  adornada  y  ata- 
viada por  mano  de  Dios.  Ésta  es  aquella  vestidura  de  muchas 
colores,  de  que  está  vestida  la  hija  del  Rey,  asentada  á  la  dies- 
tra de  su  esposo  (2),  porque  de  la  gracia  proceden  los  colores 
de  todas  las  virtudes  y  hábitos  celestiales,  en  que  está  su  her- 
mosura. 

De  lo  dicho  se  puede  luego  entender  cuáles  sean  los  efectos 
que  esta  gracia  obra  en  el  ánima  donde  mora.  Porque  un  efecto 
suyo,  y  el  más  principal,  es  hacer  el  ánima  tan  graciosa  y  her- 
mosa en  los  ojos  de  Dios,  que  la  tome  (como  dijimos)  por  hija? 
por  esposa,  por  templo  y  morada  suya,  donde  tenga  sus  deleites 
con  los  hijos  de  los  hombres.  Otro  efecto  es,  no  sólo  hermosearla, 


(i)     Isai.  LXI.     [2)  Psalm.  XLIV. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  xiií.  "r3§ 


sino  también  fortalecerla  mediante  las  virtudes  que  della  proce- 
den, que  son  como  otros  cabellos  de  Sansón,  en  los  cuales  con- 
siste no  sólo  la  hermosura,  sino  también  la  fortaleza  del  ánima. 
Y  de  lo  uno  y  de  lo  otro  es  alabada  en  el  libro  de  los  Cantares 
cuando  maravillándose  los  ángeles  de  su  hermosura,  dicen  (i): 
^  Quién  es  ésta  que  sube  á  lo  alto  como  la  mañana  cuando  se 
levanta,  hermosa  como  la  luna,  escogida  como  el  sol,  y  terrible 
como  los  haces  de  los  reales  bien  ordenados?  Por  do  parece 
que  la  gracia  es  como  un  arnés  tranzado  que  arma  el  hombre 
de  pies  á  cabeza,  y  le  hace  fuerte  y  hermoso;  y  tan  fuerte,  que 
como  dice  Sancto  Tomás,  el  menor  grado  de  gracia  basta  para 
vencer  todos  los  demonios  y  todos  los  pecados  del  mundo. 

Otro  efecto  suyo  es  hacer  al  hombre  tan  grato  y  de  tanta  dig- 
nidad en  los  ojos  de  Dios,  que  todas  cuantas  obras  deliberadas 
hace,  que  no  sean  pecados,  le  son  gratas  y  merecedoras  de  vida 
eterna.  De  suerte  que  no  sólo  los  actos  de  las  virtudes,  mas  las 
obras  naturales,  como  son  el  comer,  el  beber  y  el  dormir,  &c. 
son  gratas  á  Dios,  y  merescedoras  deste  tan  grande  bien,  porque 
por  serle  tan  agradable  el  subjecto,  es  agradable  y  meritorio  todo 
cuanto  hace,  no  siendo  malo. 

Otro  efecto  es  hacer  al  hombre  hijo  de  Dios  por  adopción  y 
heredero  de  su  reino,  y  escribirle  en  el  libro  de  vida  donde  es- 
tán escriptos  todos  los  justos:  y  así  tener  derecho  á  aquella  ri- 
quísima heredad  del  cielo.  Éste  es  aquel  privilegio  que  encare- 
cía el  Salvador  á  sus  discípulos,  cuando  viniendo  ellos  muy  ufa- 
nos por  ver  que  hasta  los  demonios  les  obedescían  en  su  nombre, 
les  respondió  diciendo  (2):  No  tenéis  de  qué  alegraros  por  tener 
señorío  sobre  los  demonios;  mas  alegraos  porque  vuestros  nom- 
bres están  escriptos  en  el  reino  de  los  cielos:  pues  está  claro  que 
éste  es  el  mayor  bien  que  el  corazón  humano  en  esta  vida  puede 
desear. 

Finalmente,  por  abreviar,  la  gracia  es  la  que  habilita  el  hom- 
bre para  todo  bien;  la  que  allana  el  camino  del  cielo;  la  que  hace 
el  yugo  de  Dios  suave;  la  que  hace  correr  al  hombre  por  el  ca- 
mino de  las  virtudes;  la  que  restituye  y  sana  la  naturaleza  en- 
ferma, y  así  hace  que  le  sea  ligero  lo  que  antes  (cuando  estaba 
enferma)  le  era  pesado:  y  la  que  por  una  manera  inefable  refor- 


(i;     Cant.  VI.     (2)  Luc.  X. 


I^é  GUÍA  DE  PECADORES 


ma  y  arma,  mediante  las  virtudes  que  de  ella  proceden,  todas  las 
potencias  de  nuestra  ánima,  alumbrando  el  entendimiento,  en- 
cendiendo la  voluntad,  recogiendo  la  memoria,  esforzando  el  li- 
bre albedrío,  templando  la  parte  concupiscible  para  que  no  se 
desperezca  por  lo  malo,  y  esforzando  la  irascible  para  que  no  se 
acobarde  para  lo  bueno.  Y  demás  desto,  porque  todas  las  pasio- 
nes naturales  que  están  en  estas  dos  fuerzas  inferiores  de  nues- 
tro apetito,  son  unos  como  padrastros  de  la  virtud,  y  unos  pos- 
tigos y  entraderos  por  donde  los  demonios  suelen  entrar  en 
nuestras  ánimas:  para  remedio  desto  pone  una  guarda,  y  uno 
como  alcaide  en  cada  uno  destos  lugares  para  guardar  aquel 
paso,  que  es  una  virtud  infusa  venida  del  cielo,  y  que  allí  asiste 
para  asegurarnos  del  peligro  que  por  parte  de  aquella  pasión 
nos  podía  venir.  Y  así  para  defendernos  del  apetito  de  la  gula, 
pone  la  virtud  de  la  templanza;  para  el  de  la  carne,  la  de  la 
castidad;  para  el  de  la  honra,  la  de  la  humildad:  y  así  en  todos 
los  demás. 

Y  sobre  todo  esto  la  gracia  aposenta  á  Dios  en  el  ánima: 
para  que  morando  en  ella  la  gobierne,  defienda  y  encamine  al 
cielo:  y  así  está  ella  como  rey  en  su  reino,  como  capitán  en  su 
ejército,  como  padre  de  familia  en  su  casa,  como  maestro  en  su 
escuela,  y  como  pastor  en  su  ganado,  para  que  allí  ejercite  y 
use  espiritualmente  todos  estos  oficios  y  providencias.  Pues  si 
esta  perla  tan  preciosa  (de  que  tantos  bienes  proceden)  es  per- 
petua compañera  de  la  virtud,  ¿quién  habrá  que  no  huelgue  de 
buena  gana  de  imitar  Id  prudencia  de  aquel  sabio  mercader  del 
Evangelio  (i),  que  dio  todo  cuanto  tenía  por  alcanzarla? 


(i)     Matth,  XIII. 


DEL  TERCERO  PRIVILEGIO  DÉLA  VIRTUD,  QUE  ES  LA  LUMBRE  Y    CONOSCIMIENTO 
SOBRENATURAL  QUE  DA   NUESTRO   SeÑOR  Á  LQü  VIRTUOSOS. 

CAPÍTULO  XIV. 


1l  tercero  privilegio  que  se  concede  á  la  virtud,  es  una 
'JM  especial  lumbre  y  sabiduría  que  nuestro  Señor  co- 
munica á  los  justos:  la  cual  procede  de  la  misma  gracia  que 
dijimos,  así  como  todos  los  otros.  La  razón  desto  es,  por- 
que como  á  la  gracia  pertenesce  sanar  la  naturaleza,  así  como 
cura  el  apetito  y  la  voluntad  enferma  por  el  pecado:  así  tam- 
bién cura  el  entendimiento,  que  no  menos  quedó  escurescido 
por  el  mismo  pecado:  para  que  así  con  lo  uno  entienda  el  hom- 
bre lo  que  debe  hacer,  y  con  lo  otro  lo  pueda  hacer.  Conforme 
á  lo  cual  dice  S.  Gregorio  en  los  Morales:  Pena  es  que  fué  dada 
por  el  pecado,  no  poder  cumplir  el  hombre  lo  que  entendía:  y 
también  fué  pena  no  enterderlo.  Por  lo  cual  dijo  el  Profeta  (i): 
El  Señor  es  mi  lumbre  contra  la  ignorancia,  y  El  es  mi  salud  con- 
tra la  impotencia.  En  lo  uno  le  enseña  lo  que  debe  desear,  y 
en  lo  otro  le  da  fuerzas  para  que  lo  pueda  alcanzar;  y  así  lo 
uno  como  lo  otro  pertenesce  á  la  misma  gracia.  Para  lo  cual, 
demás  del  hábito  de  la  fe  y  de  la  prudencia  infusa  que  alum- 
bran nuestro  entendimiento  para  saber  lo  que  ha  de  creer  y  lo 
qua  ha  de  obrar,  se  añaden  los  dones  del  Espíritu  Sancto:  entre 
los  cuales  los  cuatro  pertenescen  al  entendimiento,  que  son  el 
don  de  la  sabiduría,  para  darnos  conocimiento  de  las  cosas  más 
altas;  el  de  la  sciencia,  para  las  más  bajas;  el  del  entendimiento, 
para  penetrar  los  misterios  divinos,  y  la  conveniencia  y  hermo- 
sura dellos;  y  el  del  consejo,  para  sabernos  haber  en  las  perple- 
jidades que  muchas  veces  se  ofrecen  en  esta  vida.  Todos  estos 
rayos  y  resplandores  proceden  de  la  gracia:  la  cual  por  eso  se 
llama  en  las  Escripturas  divinas  unción,  que  como  dice  Sant 
Juan  (2),  nos   enseña  todas   las  cosas.  Porque  así  como  el  olio 


(1)     Psalm.  XXVI.     (2)  I  Joan.   II. 


UB  GUÍA  DE  PECADORES 


entre  los  otros  licuores  señaladamente  sirve  para  sustentar  la 
lumbre  y  para  curar  las  llagas;  así  esta  divina  unción  hace  lo 
uno  y  lo  otro,  curando  las  llagas  ds  nuestra  voluntad,  y  alum- 
brando las  tinieblas  de  nuestro  entendimiento.  Y  éste  es  aquel 
olio  preciosísimo  sobre  todos  los  bálsamos,  de  que  el  sancto  rey 
David  se  preciaba  cuando  decía  (i):  Ungiste,  Señor,  mi  cabeza 
con  abundancia  ds  olio:  parque  está  claro  que  no  hablaba  él 
aquí  ni  de  la  cabsza  material,  ni  tampoco  del  olio  material,  sino 
de  la  cabsza  espiritual,  que  es  la  más  alta  parte  de  nuestra  áni- 
ma (donde  está  el  entendimisito,  cdtid  D^dinD  declara  sobre 
este  paso)  y  dsl  olio  espiritual,  qis  es  la  lumbre  del  Espíritu 
Sancto  con  que  esta  lámpara  se  sustenta.  Pues  de  la  lumbre  deste 
olio  tenía  grande  abundancia  este  sancto  rey:  lo  cual  él  confiesa 
en  otro  psalmo,  donde  dice  (2)  que  le  había  Dios  manifestado 
las  cosas  inciertas  y  ocultas  de  su  sabiduría. 

Hay  también  otra  razón  para  esto.  Porque  como  el  oficio  de 
la  gracia  sea  hacer  á  un  hombre  virtuoso,  y  esto  no  pueda  ser 
sino  induciéndole  á  tener  dolor  y  arrepentimiento  de  la  vida 
pasada,  amor  de  Dios,  aborrescimiento  del  pecado,  deseo  de  los 
bienes  del  cielo,  y  desprecio  del  mundo:  claro  está  que  nunca 
podrá  la  voluntad  tener  estos  }'■  otros  tales  afectos,  si  no  tuviere 
en  el  entendimiento  lumbre  y  conoscimiento  proporcionado  que 
los  despierte;  pues  la  voluntad  es  potencia  ciega,  que  no  puede 
dar  paso  sin  que  el  entendimiento  vaya  delante  alumbrán- 
la,  y  declarándole  el  mal  ó  bien  de  todas  las  cosas:  para  que 
conforme  á  esto  se  aficione  ó  desaficione  á  ellas.  Por  lo  cual  dice 
Sancto  Tomás  que  así  como  cresce  en  el  ánima  del  justo  el 
amor  de  Dios,  así  también  cresce  el  conoscimiento  de  la  bon- 
dad, amabilidad  y  hermosura  de  Dios  en  la  misma  proporción: 
de  tal  modo  que  si  cien  grados  cresce  lo  uno,  otros  tantos 
cresce  lo  otro;  porque  quien  mucho  ama,  muchas  razones  de 
amor  conosce  en  la  cosa  que  ama:  y  quien  poco,  pocas.  Y  lo 
que  se  entiende  claro  del  amor  de  Dios,  también  se  entiende  del 
temor,  y  de  la  esperanza,  y  del  aborrescimiento  del  pecado:  el 
cual  nadie  aborrescerá  sobre  todas  las  cosas,  si  no  entendiere  que 
es  él  un  tan  grande  mal,  que  merece  ser  aborrescido  sobre  to- 
das ellas.  Pues  así  como  el  Espíritu  Sancto  quiere  que  haya  es- 


(I)     Psalm.  XXII.     (?)  Psalm,  L. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XíV.  \^^ 


tos  afectos  en  el  ánima  del  justo,  así  también  ha  de  querer  que 
haya  causas  que  los  produzgan:  así  como  queriendo  que  hubiese 
diversidad  de  efectos  en  la  tierra,  quiso  también  que  la  hubiese 
en  las  causas  y  influencias  del  cielo. 

Y  demás  desto,  si  es  verdad  que  la  gracia  aposenta  á  Dios  en 
el  ánima  del  justo  (según  arriba  declaramos)  3^  Dios  (como  tan- 
tas veces  dice  Sant  Juan)  es  lumbre  que  alumbra  todo  hombre 
que  A'iene  á  este  mundo;  claro  está  que  mientra  más  pura  y 
limpia  la  hallare,  más  resplandescerán  en  ella  los  rayos  de  su  di- 
vina luz,  como  lo  hacen  los  del  sol  en  un  espejo  muy  acicala- 
do y  limpio.  Por  lo  cual  llama  S.  Augustín  á  Dios  sabiduría  del 
ánima  purificada:  porque  esta  tal  esclaresce  Él  con  los  rayos  de 
su  luz,  enseñándole  lo  que  le  conviene  para  su  salvación. 

Mas  ;qué  maravilla  es  hacer  Él  esto  con  los  hombres,  pues 
lo  mismo  hace  en  su  manera  con  todas  las  otras  criaturas,  las 
cuales  por  instincto  del  autor  de  la  naturaleza  saben  todo  aquello 
que  conviene  para  su  conservación?  ¿Quién  enseña  á  la  o\'eja 
entre  tantas  especies  de  yerbas  como  ha.y  en  el  campo,  la  que 
le  ha  de  dañar,  y  la  que  le  ha  de  aprovechar:  y  así  pascer  la  una 
y  dejar  la  otra;  y  conoscer  otrosí  el  animal  que  es  su  amigo  y 
el  que  es  su  enemigo,  y  así.  huir  del  lobo,  3^  seguir  al  mastín, 
sino  este  mismo  Señor:  Pues  si  este  conoscimiento  da  Dios  á 
los  brutos  para  que  se  conserven  en  la  vida  natural,  ¿cuánto 
más  proveerá  á  los  justos  de  otro  ma3-or  conoscim.iento  para  que 
se  conserven  en  la  espiritual,  pues  no  tiene  menor  necesidad 
el  hombre  del  para  las  cosas  que  son  sobre  su  naturaleza,  que 
el  bruto  para  las  que  son  conformes  á  ia  su  va?  Porque  si  tan 
solícita  fué  la  divina  Providencia  en  la  provisión  de  las  obras 
de  naturaleza,  ^  cuánto  más  lo  será  en  las  de  gracia,  que  son 
tanto  más  excelentes,  3'  que  tan  levantadas  están  sobre  toda  la 
facultad  del  hombre? 

Y  aun  este  ejemiplo  no  sólo  prueba  que  ha-va.  este  conosci- 
miento, sino  declara  también  de  la  manera  que  es;  porque  no 
es  tanto  conoscimiento  especulativo,  cuanto  práctico;  porque  no 
se  da  para  saber,  sino  para  obrar:  no  para  hacer  sabios  dispu- 
tadores, sino  virtuosos  obradores.  Por  lo  cual  no  se  queda  en 
solo  el  entendimiento  (como  el  que  se  alcanza  en  las  escuelas) 
sino  comunica  su  virtud  á  la  voluntad,  inclinándola  á  todo  aque- 
llo que  la  despierta  y  llama  el  tal  conoscimiento.  Porque  esto 


i  40  GUÍA  DE  PECADORES 


es  proprío  de  los  ínstinctos  del  Espíritu  Sancto:  el  cual  como 
perfectísimo  maestro  enseña  muchas  veces  con  esta  perfección 
á  los  suyos  lo  que  les  conviene  saber.  Conforme  á  lo  cual  dice 
la  Esposa  en  los  Cantares  (i):  Mi  ánima  se  derritió  después  que 
habló  mi  amado.  En  lo  cual  se  muestra  claro  la  diferencia  que 
hay  desta  doctrina  á  las  otras,  pues  las  otras  no  hacen  más  que 
alumbrar  el  entendimiento;  mas  ésta  regala  también  y  mueve  la 
voluntad,  y  penetra  con  su  virtud  todos  los  rincones  y  senos 
de  nuestra  ánima:  obrando  en  cada  uno  aquello  que  conviene 
para  su  reformación:  según  que  lo  declara  el  Apóstol  dicien- 
do (2):  Viva  es  la  palabra  de  Dios,  y  eficaz:  la  cual  penetra  más 
que  un  cuchillo  de  dos  filos  agudo;  pues  llega  á  hacer  división 
entre  la  parte  animal  y  espiritual  del  hombre,  apartando  lo  uno 
del  otro,  y  deshaciendo  la  mala  liga  que  suele  haber  entre 
carne  y  espíritu,  cuando  el  espíritu  juntándose  con  la  mala  mu- 
jer de  su  carne  se  hace  una  cosa  con  ella.  La  cual  hga  deshace 
la  virtud  y  eficacia  de  la  palabra  divina,  haciendo  que  el  hombre 
viva  por  sí  vida  espiritual  y  no  carnal. 


§•1. 

Este  es,  pues,  uno  de  los  principales  efectos  de  la  gracia,  y 
uno  de  los  señalados  privilegios  qu3  tienen  los  virtuosos  en  esta 
vida.  Y  porque  esto  (aunque  probado  por  tan  claras  razones)  por 
ventura  parecerá  á  los  hombres  carnales  escuro  de  entender,  ó 
dificultoso  de  creer,  probarlo  hemos  agora  evidentísimamente 
por  muchos  testimonios,  así  del  Viejo  como  del  Nuevo  Testa- 
mento. En  el  Nuevo  dice  el  Señor  por  sant  Juan  así  (3):  El 
Espíritu  Sancto  consolador,  que  enviará  el  Padre  en  mi  nombre, 
El  os  enseñará  todas  las  cosas,  y  repitirá  las  leciones  que  Yo  os 
he  leído,  y  os  las  traerá  á  la  memoria.  Y  en  otro  lugar  (4):  Es- 
cripto  está  (dice  El)  en  los  profetas  que  ha  de  venir  tiempo  en 
que  los  hombres  sean  enseñados  de  Dios.  Pues  todo  aquél  que 
ha  dado  oídos  á  este  maestro  (que  es  mi  Padre)  y  aprendido, 
del,  viene  á  Mí.  Conforme  á  lo  cual  dice  el  mismo  Señor  por 
Hieremías  (5):  Yo  haré  que  mis  leyes  se  escriban  en  los  corazo- 


(I)     Cant.  V.  (2)  Hebr.  IV.    (3;  Joan.  XIV.   (4)  Ibid.  VI.  (5)  Jerem    XXXI. 


LlBkO   1.  CAPÍTULO   XIV.  Í4I 


nes  de  los  hombres,  y  Yo  mismo  (que  un  tiempo  las  escribí  en 
tablas  de  piedra)  las  escribiré  en  sus  entrañas:  y  así  vendrán  to- 
dos á  ser  enseñados  de  Dios.  Y  por  el  profeta  Isaías,  declaran- 
do el  Señoría  prosperidad  de  su  Iglesia,  dice  así  (i):  Pobrecita, 
derribada  con  la  fuerza  de  las  tempestades  que  te  han  cercado, 
yo  te  volveré  á  reedificar,  y  asentaré  por  orden  las  piedras  de 
tu  edificio,  y  te  fundaré  sobre  piedras  preciosas,  y  haré  tus  ba- 
luartes de  jaspe,  y  serán  todos  tus  hijos  enseñados  por  el  Señor 
Y  más  abajo  por  el  mism.o  Profeta  repite  lo  mismo  diciendo:  Yo 
soy  tu  Señor  Dios  que  te  enseño  lo  que  te  conviene  saber,  y  el 
que  te  gobierno  por  este  camino  que  andas.  En  las  cuales  pala- 
bras entendemos  que  hay  dos  maneras  de  sciencias,  una  de  sane- 
tos,  y  otra  de  sabios:  una  de  justos,  y  otra  de  letrados:  y  la  de 
los  sanctos  es  aquella  que  dice  Salomón  (2):  La  sciencia  de  los 
sanctos  es  prudencia.  Porque  la  sciencia  es  para  saber,  mas  la 
prudencia  para  obrar:  y  tal  es  la  sciencia  que  á  los  sanctos  se  da. 
Pues  en  los  psalmos  de  David  ¡cuántas  veces  hallamos  pro- 
metida esta  misma  sabiduría!  En  un  psalmo  dice  (3):  La  boca 
del  justo  meditará  la  sabiduría,  y  su  lengua  hablará  juicio. 
En  otro  promete  el  mismo  Señor  al  varón  justo,  diciendo  (4):  Yo 
te  daré  entendimiento,  y  te  enseñaré  lo  que  has  de  hacer  en  este 
camino  por  donde  andas,  y  pondré  mis  ojos  sobre  ti.  Y  luego 
más  abajo,  comiO  cosa  de  grande  precio  y  admiración,  pregunta 
el  mismo  Profeta  diciendo:  ¿Quién  es  este  varón  que  teme  á 
Dios,  á  quien  Él  hará  tan  grande  merced,  Cjue  El  será  su  maes- 
tro, y  le  enseñará  la  ley  en  que  ha  de  vivir,  y  el  camino  que  ha  de 
llevar?  Y  en  el  mismo  psalmo,  donde  nosotros  leemos:  Firmeza 
es  el  Señor  de  los  que  le  temen,  traslada  Sant  Hierónirao:  El  se- 
creto del  Señor  se  descubre  á  los  que  le  temen,  y  su  testamen- 
to (que  son  sus  leyes  sanctísimas)  son  á  ellos  manifestadas  y  de- 
claradas: cuya  declaración  es  grande  luz  del  entendimiento,  dulce 
pasto  de  la  voluntad,  y  recreación  para  todo  el  hombre  de 
grande  suavidad.  El  cual  conoscimiento  unas  veces  llama  el  mis- 
rao  Profeta  pasto  de  su  ánima  en  que  Dios  le  había  puesto: 
otras,  agua  de  refección  con  que  le  había  recreado,  y  otras,  me- 
sa de  fortaleza  con  cuyos  manjares  se  esforzaba  contra  toda  la 
furia  de  sus  enemigos. 


(i)     Isai.  LIV,     (2)  Prov.  IX.     (3)  Psalm.  XXXVI.  (4;  Psalm.  XXXI. 


í^¿         •  GUÍA  DE  PECADORES 


Por  la  cual  causa  el  mismo  Profeta  en  aquel  divino  psalmo 
que  comienza  (i):  Beati  immaculati  in  via,  pide  tantas  veces  es- 
ta lumbre  y  enseñanza  interior,  y  así  una  vez  dice:  Siervo  tu- 
yo soy  yo,  Señor,  dame  entendimiento  para  que  sepa  tus  man- 
damientos. Otra  dice:  Esclaresce,  Señor,  mis  ojos  para  que  vea 
las  maravillas  de  tu  ley.  En  otra  dice:  Dame  entendimiento,  y 
escudriñaré  tu  ley,  y  guardarla  he  con  todo  mi  corazón.  .Final- 
mente, ésta  es  la  petición  que  más  veces  aquí  repite:  la  cual 
nunca  él  pidiera  con  tanta  instancia,  si  no  entendiera  muy  bien 
la  eficacia  desta  doctrina  y  la  costumbre  que  el  Señor  tiene  de 
comunicarla. 

Pues  siendo  esto  así,  ¿  qué  mayor  gloria  que  tener  -tal  maes- 
tro, y  cursar  en  tal  escuela,  donde  el  Señor  lee  de  cátedra,  y  en- 
seña la  sabiduría  del  cielo  á  sus  escogidos?  Si  iban  los  hom- 
bres (como  dice  Sant  Hierónimo)  dende  los  últimos  términos  de 
España  y  Francia  hasta  Roma  por  ver  á  Tito  Livio,  que  tan 
afamado  era  de  elocuente:  y  si  aquel  gran  sabio  Apolonio,  se- 
gún algunos  lo  estiman,  rodeó  el  monte  Cáucaso  y  mucha  par- 
te del  mundo  por  ver  á  Hi arcas  asentado  en  un  trono  de  oro 
entre  unos  pocos  de  discípulos  disputando  del  movimiento  de 
los  cielos  y  de  las  estrellas,  ¿  qué  debían  hacer  los  hombres  por 
oir  á  Dios  asentado  en  el  trono  de  su  corazón  enseñándoles, 
no  de  la  manera  que  se  mueven  los  cielos,  sino  de  cómo  se 
eanan  los  cielos? 

Y  porque  no  pienses  que  esta  doctrina  es  así  como  quiera, 
oye  lo  que  de  la  excelencia  della  dice  el  profeta  David  (2), 
aunque  esta  luz  no  sea  tan  general  y  común  para  todos:  Más 
supe  que  todos  cuantos  me  enseñaban,  porque  me  ocupaba  en 
pensar  tus  mandamientos,  y  más  que  todos  los  viejos  y  ancia- 
nos, porque  me  empleaba  en  guardarlos.  Pero  aun  mucho  más 
promete  el  Señor  por  Isaías  á  los  su^^os,  diciendo  (3):  Darte  ha 
el  Señor  descanso  por  todas  partes,  y  hinchirá  tu  ánima  de  res- 
plandores, y  serás  como  un  vergel  de  regadío  y  como  una  fuen- 
te que  siempre  corre  y  nunca  le  falta  agua.  Pues  ¿qué  resplan- 
dores son  éstos  de  que  hinche  Dios  las  ánimas  de  los  suyos, 
.sino  el  conoscimiento  que  les  da  de  las  cosas  de  su  salud?  Por- 
que allí  les  enseña  cuan  grande  sea  la  hermosura  de  la  virtud, 


(i)    Psalm.  CXVIÍ!,     (2)  Psalm,  CXVIII.     ^3)  Tsai,  LVIII. 


LIBRO   I.   CAPl-ÍULO  XÍV.  l4^ 


la  fealdad  del  vicio,  la  vanidad  del  mundo,  la  dignidad  de  la 
gracia,  la  grandeza  de  la  gloria,  la  suavidad  de  las  consolacio- 
nes del  Espíritu  Sancto,  la  bondad  de  Dios,  la  malicia  del  de- 
monio, la  brevedad  desta  vida  y  el  engaño  común  cuasi  de  to- 
dos los  que  viven  en  ella.  Y  con  este  conoscimiento,  como  di- 
ce el  mismo  Profeta  (i),  los  levanta  muchas  veces  sobre  las  al- 
turas de  los  montes,  y  dende  allí  contemplan  al  Rey  en  su  her- 
mosura, y  sus  ojos  ven  la  tierra  de  lejos.  De  donde  nasce  que 
los  bienes  del  cielo  les  parezcan  lo  que  son,  porque  los  miran 
como  de  cerca,  y  los  de  la  tierra  muy  pequeños,  porque  de- 
más de  serlo,  los  miran  de  lejos.  Lo  contrario  de  lo  cual  acaesce 
á  los  malos,  como  quien  tan  de  lejos  miran  las  cosas  del  cielo 
y  tan  de  cerca  las  de  la  tierra. 

Y  ésta  es  la  causa  por  donde  los  que  participan  este  don  ce- 
lestial, ni  se  envanecen  con  las  cosas  prósperas,  ni  desma}'an 
con  las  adversas;  porque  con  esta  luz  ven  cuan  poco  es  todo 
cuanto  el  mundo  puede  dar  y  quitar  en  comparación  de  lo  que 
Dios  da.  Y  así  dice  Salomón  (2)  que  el  justo  permanece  de  una 
misma  manera  en  su  sabiduría  como  el  sol;  mas  el  loco  á  cada 
hora  se  muda  como  la  luna.  Sobre  las  cuales  palabras  dice  S.  Am- 
brosio en  una  epístola:  El  sabio  no  se  quebranta  con  el  temor, 
no  se  muda  con  el  poder,  no  se  levanta  con  las  cosas  prósperas, 
no  se  ahoga  con  las  adversas.  Porque  donde  está  la  sabiduría, 
ahí  está  la  virtud,  ahí  la  constancia,  ahí  la  fortaleza.  De  manera 
que  siempre  se  es  el  mismo  en  su  ánimo,  y  ni  se  hace  mayor  ni 
menor  con  las  mudanzas  de  las  cosas,  ni  se  deja  llevar  de  todos 
los  vientos  de  doctrinas,  sino  persevera  perfecto  en  Cristo,  fun- 
dado  en  caridad  y  arraigado  en  la  fe. 

Y  no  se  debe  nadie  maravillar  que  esta  sabiduría  sea  de 
tan  grande  virtud:  porque  no  es  ella  (como  ya  dijimos)  sa- 
biduría de  la  tierra,  sino  del  cielo;  no  la  que  envanece,  sino 
la  que  edifica;  no  la  que  solamente  alumbra  con  su  especula- 
ción el  entendimiento,  sino  la  que  mueve  con  su  calor  la  vo- 
luntad: de  la  manera  que  movía  la  de  Sant  Augustín,  de  quien, 
se  escribe  que  lloraba  cuando  oía  los  p salmos  y  voces  de 
la  Iglesia,  que  dulcemente  resonaban:  las  cuales  voces  entra- 
ban por  sus  oídos  á  lo  íntimo  de  su  corazón,  y  allí  con  el  ca- 


(i)    Ibid.  XXXIII.     (2)  Eccli.  XXVII. 


Í44  GUÍA  t)E  PECADORES 


lor  de  la  devoción  se  derretía  la  verdad  en  sus  entrañas,  y  co- 
rrían lágrimas  por  sus  ojos,  con  las  cuales  dice  que  le  iba  muy 
bien,  i  Oh  bienaventuradas  lágrimas,  y  bienaventurada  escuela, 
y  bienaventurada  sabiduría,  que  tales  fructos  da !  ¿  Qué  se  puede 
comparar  con  esta  sabiduría?  No  se  dará,  dice  Job  (i),  por  ella 
el  oro  precioso,  ni  se  trocará  por  toda  la  plata  del  mundo.  No 
igualarán  con  ella  los  paños  de  Indias  labrados  de  diversos  co- 
lores, ni  las  piedras  preciosas  de  gran  valor.  No  tienen  que  ver 
con  ella  los  vasos  de  oro  y  vidro  ricamente  labrados,  ni  otra  co- 
sa alguna  por  grande  y  eminente  que  sea.  Después  de  las  cua- 
les alabanzas  concluye  el  sancto  varón,  diciendo:  Mirad  que  el 
temor  de  Dios  es  esta  sabiduría,  y  apartarse  del  pecado  es  la 
verdadera  inteligencia. 

Éste  es  pues,  hermano,  uno  de  los  grandes  premios  con  que 
te  convidamos  á  la  virtud,  pues  ella  es  la  que  tiene  las  llaves 
deste  tesoro.  Y  así  por  este  medio  nos  convida  á  ella  Salomón 
en  sus  Prov^erbios  (2),  diciendo  que  si  guardare  el  hombre  sus 
palabras,  y  escondiere  sus  mandamientos  en  su  corazón,  enton- 
ces entenderá  el  temor  del  Señor,  y  hallará  la  sciencia  de  Dios. 
Porque  el  Señor  es  el  que  da  la  sabiduría,  y  de  su  boca  proce- 
de la  prudencia  y  la  sciencia.  La  cual  sabiduría  no  permanesce 
en  un  mismo  ser;  porque  cada  día  cresce  con  nuevos  resplan- 
dores y  conoscimientos,  como  el  mismo  sabio  lo  significó  di- 
ciendo (3):  La  senda  de  los  justos  resplandesce  como  luz,  y  así 
va  procediendo  y  cresciendo  hasta  el  perfecto  día:  que  es  el 
de  aquella  bienaventurada  eternidad,  donde  ya  no  diremos  con 
los  amigos  de  Job  que  recibimos  como  á  hurto  las  secretas  ins- 
piraciones de  Dios,  sino  que  claramente  veremos  y  oiremos  al 
mismo  Dios. 

Esta  es,  pues,  la  sabiduría  de  que  gozan  los  hijos  de  la  luz: 
mas  los  malos,  por  el  contrario,  viven  en  aquellas  tan  horribles 
tinieblas  de  Egipto  que  se  podían  palpar  con  las  manos  (4).  En 
figura  de  lo  cual  leemos  que  en  la  tierra  de  Jesé  (donde  mo- 
raban los  hijos  de  Israel)  había  siempre  luz,  mas  en  la  de  Egip- 
to día  y  noche  había  estas  tinieblas:  las  cuales  nos  representan 
la  horrible  ceguedad  y  noche  escura  en  que  viven  los  malos, 
como  ellos  mismos  lo  confiesan  por  Isaías,  diciendo  (5):  Espera- 


(l)    Job  XXVIll.    (2)  Pror  IT.    (3)  Ibid.  IV.   (4)  Exod.  X.    (S)  Isai.  LIX, 


Libro  i.  capítulo  xív.  14; 


mos  la  luz,  y  vinieron  tinieblas:  y  anduvimos  como  ciegos  palpan- 
do las  paredes:  y  como  si  no  tuvdéraraos  ojos,  así  atentábamos 
con  las  manos.  Caímos  en  medio  del  día  como  si  fuera  de  noche, 
y  en  los  lugares  escuros,  como  cuerpos  de  muertos.  Si  no,  dime; 
¿qué  mayores  ceguedades  y  desatinos  que  en  los  que  cada  paso 
caen  los  malos?  ¿qué  mayor  ceguedad  que  vender  el  reino  del 
cielo  por  las  golosinas  del  mundo,  que  no  temer  el  infierno,  no 
buscar  el  paraíso,  no  temer  el  pecado,  no  hacer  caso  del  juicio 
divino,  no  estimar  las  promesas  ni  las  amenazas  de  Dios,  no  re- 
celar la  muerte  que  á  cada  hora  nos  aguarda,  no  aparejarse  pa- 
ra la  cuenta,  y  no  ver  que  es  momentáneo  lo  que  deleita,  y 
eterno  lo  que  atormenta?  No  supieron,  dice  el  Profeta  (i)  ni 
entendieron:  en  tinieblas  andan  perpetuamente;  y  así  por  unas 
tinieblas  caminan  á  otras  tinieblas,  esto  es,  por  las  interiores 
á  las  exteriores,  y  por  las   desta  vida  á  las  de  la  otra. 

A  cabo  de  toda  esta  materia  me  pareció  avisar  que  aun- 
que todo  lo  que  está  dicho  desta  celestial  sabiduría  y  lumbre 
del  Espíritu  Sancto,  sea  grande  verdad,  mas  no  por  eso  ha 
de  dejar  nadie  (por  muy  justificado  quesea)  de  subjectarse  hú- 
milmente  al  parecer  y  juicio  de  los  mayores,  y  señalada- 
mente de  los  que  están  puestos  por  maestros  y  doctores  de  la 
Iglesia,  como  en  otra  parte  más  á  la  larga  dijimos.  Porque 
¿quién  más  lleno  de  luz  que  el  apóstol  Sant  Pablo,  ni  que  Moi- 
sén,  que  hablaba  con  Dios  cara  á  cara?  Y  con  todo  eso  el  uno 
vino  á  Hierusalem  á  comunicar  con  los  Apóstoles  el  Evange- 
lio (2)  que  había  aprendido  en  el  tercero  cielo,  y  el  otro  no  des- 
preció el  consejo  de  Jetro  (3),  su  suegro,  aunque  gentil.  La  ra- 
zón desto  es,  porque  las  ayudas  y  socorros  interiores  de  la  gra- 
cia no  excluyen  las  exteriores  de  la  Iglesia  ;  pues  de  una  y 
de  otra  manera  quiso  la  divina  Providencia  proveer  á  nuestra 
flaqueza,  que  de  todo  tenía  necesidad.  Por  donde  así  como  el 
calor  natural  de  los  cuerpos  se  ayuda  con  el  calor  exterior  de 
los  cielos:  y  la  naturaleza,  que  procura  cuanto  puede  la  salud  de 
su  individuo, es  también  ayudada  con  las  medicinas  exteriores,que 
para  esto  fueron  criadas:  así  también  las  lumbres  y  favores  in- 
teriores de  la  gracia  son  grandemente  ayudados  con  la  luz  y 
doctrina  de  la  Iglesia,  y  no  será  merecedor  de  los  unos  el  que 
no  se  quisiere  húmilmente  subjectar  á  los  otros. 


(i)    Fsalm.  LXXXI.      (2)  Galat.  lí.     (j)  Exad.  XYiU. 

OBK.A.S  D£  GRANABA  ^—\% 


del  cuarto  privilegio  de  la  virtud,  que  sun  las  consolaciones  del 
Espíritu  Sancto  que  se  dan  á  los  buenos. 

CAPÍTULO  XV 


lEN  pudiera  3^0  poner  aquí  agora  por  cuarto  privi- 
legio de  la  virtud  ( después  de  la  lumbre  interior  del 
Espíritu  Sancto,  con  que  se  esclarecen  las  tinieblas 
de  nuestro  entendimiento)  la  caridad  y  amor  de  Dios,  con  que 
se  enciende  nuestra  voluntad:  mayormente  pues  á  ella  pone  el 
Apóstol  por  el  primero  de  los  fructos  del  Espíritu  Sancto.  Mas 
porque  aquí  más  tratamos  de  los  favores  y  privilegios  que  se 
dan  á  la  virtud,  que  de  la  misma  virtud;  y  la  caridad  es  vir- 
tud, y  la  más  excelente  de  las  virtudes;  por  eso  no  trataremos 
aquí  della,  puesto  caso  que  la  pudiéramos  muy  bien  poner  en 
esta  lista,  no  en  cuanto  virtud,  sino  en  cuanto  un  maravilloso 
don  que  da  Dios  á  los  virtuosos:  el  cual  por  una  manera  inefa- 
ble interiormente  inflama  su  voluntad,  y  la  inclina  á  amar  á 
Dios  sobre  todo  cuanto  se  puede  amar;  el  cual  amor  cuanto  es 
más  perfecto,  tanto  es  más  dulce  y  más  deleitable:  y  por  esta 
parte  bien  pudiera  entrar  en  este  número  como  fructo  y  pre- 
mio de  las  otras  virtudes  y  de  sí  misma.  Mas  por  no  parescer 
ambicioso  alabador  de  la  virtud  ( donde  tantas  otras  cosas  hay 
que  decir  en  su  favor)  pondré  en  el  cuarto  lugar  el  alegría  y 
gozo  del  Espíritu  Sancto,  que  es  propriedad  natural  desa  misma 
caridad,  y  uno  de  los  principales  fructos  del  mismo  Espíritu,  co- 
mo lo  refiere  S.  Pablo. 

Este  privilegio  se  deriva  del  pasado,  porque  (  como  ya  di- 
jimos) aquella  luz  y  conoscimiento  que  da  nuestro  Señor  á  los 
suyos,  no  para  en  solo  el  entendimiento,  sino  desciende  á  la  vo- 
luntad, donde  echa  sus  rayos  y  resplandores,  con  los  cuales  la  re- 
gala y  alegra  por  una  manera  maravillosa  en  Dios.  De  suerte 
que  así  como  la  luz  material  produce  de  sí  este  calor  que  expe- 
rimentamoSj  así  esta  luz  espiritual  produce  en  el  ánima  esta  ale- 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XV.  i 47 


gría  espiritual  de  que  hablamos,  según  aquello  del  Profeta,  que 
dice  (i):  Amaneció  la  luz  al  justo,  y  á  los  derechos  de  corazón 
el  alegría.  Y  aunque  desta  materia  tratamos  en  otro  lugar,  pero 
ella  es  tan  rica  y  tan  copiosa,  que  hay  para  hacer  muchos  trata- 
dos della,  sin  encontrarse  uno  con  otro. 

Conviénenos,  pues,  agora  para  el  intento  deste  libro  decla- 
rar qué  tan  grande  sea  esta  alegría;  porque  el  conosci  miento 
desta  verdad  hará  mucho  al  caso  para  aficionar  los  hombres  á  la 
virtud.  Porque  sabida  cosa  es  que  así  como  todas  las  maneras 
de  males  que  hay  se  hallan  en  el  vicio,  así  también  todas  las 
maneras  de  bienes,  así  de  honestidad  como  de  utilidad,  se  hallan 
perfectísimamente  en  la  virtud,  si  no  es  deleite  y  suavidad,  de  que 
los  malos  dicen  que  carece.  Por  lo  cual  (como  el  corazón  huma- 
no sea  tan  goloso  y  amigo  de  deleites)  dicen  los  tales  (á  lo  me- 
nos por  la  obra)  que  más  quieren  lo  que  les  deleita  con  todas 
esas  quiebras,  que  lo  que  carece  de  deleite  con  todas  sus  ven- 
tajas. Esto  dice  Lactancio  Fir miaño  por  estas  palabras:  Porque 
las  virtudes  están  mezcladas  con  amargura,  y  los  vicios  acompa- 
ñados con  deleite,  ofendidos  los  hombres  con  lo  uno  y  cebados 
con  lo  otro,  se  van  de  boca  en  pos  de  los  vicios,  y  desamparan 
la  virtud.  Ésta  es,  pues,  la  causa  deste  tan  grande  mal;  por  lo 
cual  no  haría  pequeño  beneficio  á  los  hombres  quien  los  sacase 
deste  engaño,  y  evidentemente  les  probase  ser  muy  más  delei- 
table el  camino  de  la  virtud  que  el  de  los  vicios.  Pues  esto  es  lo 
que  agora  entiendo  probar  por  evidentes  razones,  y  señalada- 
mente por  autoridades  y  testimonios  de  la  Escriptura  divina: 
porque  éstas  son  las  más  firmes  y  ciertas  probanzas  que  hay  en 
todas  estas  materias;  pues  antes  faltará  el  cielo  y  la  tierra  que 
faltar  estas  verdades. 

Pues  dime  ahora,  hombre  ciego  y  engañado:  si  el  camino  de 
Dios  es  tan  triste  y  tan  desabrido  como  tú  lo  pintas,  ¿qué  quiso 
significar  el  profeta  David  cuando  dijo  (2):  ¡Cuan  grande  es.  Se- 
ñor, la  muchedumbre  de  tu  dulzura,  la  cual  tienes  escondida  para 
los  que  te  temen?  En  las  cuales  palabras  no  sólo  declara  cuan 
grande  sea  esta  dulzura  que  se  da  á  los  buenos,  sino  también  la 
causa  de  no  conoscerla  los  malos,  que  es  tenerla  Dios  escondida 
de  sus  ojos.  ítem:  ¿qué  quiso  significar  el  mismo  Profeta  cuando 


(1)    Psalm.  XCVL     (2)  Psalm,  XXX, 


14^  GÜlA  DÉ  PECADORES 


dijo  (i):  Mi  ánima  se  alegrará  en  el  Señor,  y  se  gozará  en  Dios, 
autor  de  su  salud;  y  todos  mis  huesos  (esto  es,  todas  las  fuerzas 
y  potencias  de  mi  ánima)  dirán:  Señor,  ¿quién  es  como  Tú?  Pues 
¿qué  es  esto,  sino  dar  á  entender  que  el  alegría  del  justo  es  tan 
grande,  que  aunque  ella  derechamente  se  reciba  en  el  espíritu, 
viene  á  redundar  en  la  carne  de  tal  manera,  que  la  carne  que  no 
sabe  deleitarse  sino  en  cosas  carnales,  viene  por  la  comunicación 
del  espíritu  á  deleitarse  en  las  espirituales  y  alegrarse  en  Dios 
vivo;  y  esto  con  tan  grande  alegría,  que  todos  los  huesos  del 
cuerpo,  recreados  con  esta  maravillosa  suavidad,  dan  al  hombre 
motivo  para  dar  voces  y  decir:  Señor,  ¿quién  es  como  Vos?  ¿Qué 
deleites  hay  como  los  vuestros?  ¿Qué  alegría,  qué  amor,  qué  paz, 
qué  contentamientos  puede  dar  ninguna  criatura  como  el  que 
dais  Vos? 

¿Qué  quiso  otrosí  significar  el  mismo  Profeta  cuando  dijo  (2): 
Voz  de  salud  y  alegría  suena  en  las  moradas  de  los  justos,  sino 
dar  á  entender  que  la  verdadera  salud  y  verdadera  alegría  no 
se  halla  en  las  casas  de  los  pecadores,  sino  en  las  ánimas  de 
los  justos?  ¿Qué  quiso  también  significar  cuando  dijo:  Alégrense 
los  justos,  y  sean  recreados  y  banqueteados  en  presencia  de  Dios, 
y  gócense  con  alegría:  sino  dar  á  entender  las  fiestas  y  los  ban- 
quetes espirituales  con  que  Dios  muchas  veces  maravillosamente 
recrea  las  ánimas  de  sus  escogidos  con  el  gusto  de  las  cosas  ce- 
lestiales? En  los  cuales  banquetes  se  da  á  beber  aquel  vino  sua- 
vísimo que  el  mismo  Profeta  alaba  diciendo  (3):  Serán,  Señor, 
vuestros  siervos  embriagados  con  el  abundancia  de  los  bienes 
de  vuestra  casa,  y  darles  heis  á  beber  del  arroyo  impetuoso  de 
vuestros  deleites.  ¿  Con  qué  palabras,  pues,  pudiera  mejor  signi- 
ficar la  grandeza  destos  deleites  que  llamándolos  embriaguez  y 
arroyo  arrebatado:  para  declarar  la  fuerza  que  tienen  para  arre- 
batar el  corazón  del  hombre  y  trasportarlo  en  Dios?  Y  esto 
mismo  significa  la  embriaguez:  porque  así  como  el  hombre  que 
ha  bebido  mucho  vino,  pierde  el  uso  de  los  sentidos  y  está  por 
entonces  como  muerto  con  la  fuerza  del  vino,  así  el  hombre  que 
está  tomado  deste  vino  celestial,  viene  á  morir  al  mundo  y  á  to- 
dos los  gustos  y  sentidos  desordenados  de  las  cosas  del. 

ítem:  ¿qué  quiso  significar  el  mismo  Profeta  cuando  dijo  (4); 


^i;     Psalm.  34.     (2)  Psalm.  117.     (3^  Psalm.  35.     (4)  Psalm.  88. 


LreRo  r.  CA.t>tTULO  XV.  14$ 


Bienaventurado  el  pueblo  que  sabe  qué  cosa  es  jubilación?  Otros 
por  ventura  dijeran:  Bienaventurado  el  pueblo  que  es  abastado 
y  proveído  de  todas  las  cosas,  y  cercado  de  buenos  muros  y 
baluartes,  y  guardado  con  muy  buena  gente  de  guarnición.  Mas 
el  sancto  Rey  (que  de  todo  esto  sabía  mucho)  no  dice  sino  que 
aquél  es  bienaventurado,  que  sabe  por  experiencia  qué  cosa  sea 
alegrarse  y  gozarse  en  Dios,  no  con  cualquier  manera  de  gozo 
sino  con  aquel  que  merece  nombre  de  jubilación:  el  cual,  como 
dice  S.  Gregorio,  es  un  gozo  del  espíritu  tan  grande,  que  ni  se 
puede  explicar  con  palabras  ni  se  deja  de  manifestar  con  muestras 
y  obras  exteriores.  Pues  bienaventurado  el  pueblo  que  así  ha 
crescido  y  aprovechado  en  el  gusto  y  amor  de  Dios,  que  sabe  por 
experiencia  qué  cosa  sea  esta  jubilación,  la  cual  no  alcanzó  á 
saber  ni  el  sabio  Platón,  ni  Demóstenes  el  elocuente,  sino  el  co- 
razón puro  y  humilde  donde  mora  Dios.  Pues  si  el  mismo  Dios 
es  el  autor  deste  gozo  y  jubilación,  ,jqué  tal  será  el  gozo  causado 
por  Dios  ?  Porque  cierto  es  que  así  como  (generalmente  hablan- 
do) el  castigo  de  Dios  es  conforme  al  mismo  Dios,  así  también 
el  consuelo  de  Dios  suele  ser  conforme  á  El.  Pues  si  tan  grandes 
son  los  castigos  cuando  castiga,  ^qué  tan  grandes  serán  los  con- 
suelos cuando  consuela?  Si  tan  pesada  tiene  la  mano  cuando  la 
carga  para  azotar,  ¿qué  tan  blanda  la  tendrá  cuando  la  extiende 
para  regalar,  mayormente  manifestándose  este  Señor  muy  más 
admirable  en  las  obras  de  misericordia  que  en  las  de  justicia? 

Sobre  todo  esto  dime:  (jqué  bodega  es  aquella  de  vinos  pre- 
ciosos, donde  la  esposa  se  gloría  que  la  había  llevado  su  esposo 
y  ordenado  en  ella  la  caridad?  Y  ¿qué  linaje  otrosí  de  convite 
es  aquel  á  que  nos  convida  el  mismo  esposo,  diciendo:  Bebed, 
amigos,  y  embriagaos  los  muy  amados?  Pues  (iqué  embriaguez  es 
ésta,  sino  la  grandeza  deste  divino  dulzor,  el  cual  de  tal  manera 
transporta  y  enajena  los  corazones  de  los  hombres,  que  los  hace 
andar  como  fuera  de  sí?  Porque  entonces  solemos  decir  que  está 
un  hombre  embriagado,  cuando  es  más  el  vino  que  ha  bebido 
del  que  puede  digerir  su  calor  natural:  por  donde  viene  el  vino 
á  subirse  á  la  cabeza  y  enseñorearse  de  tal  manera  del,  que  ya 
no  se  rige  por  sí,  sino  por  el  vino  que  está  en  él.  Pues  si  esto  es 
así,  dime:  ,jqué  tal  estará  un  ánima  cuando  esté  tan  tomada  deste 
vino  celestial,  cuando  esté  tan  llena  de  Dios  y  de  su  amor,  que 
no  pueda  ella  con  tan  grande  carga  de  deleites  ni  baste  toda  su 


t  ^O  GUÍA  DE  PECADORES 


capacidad  y  virtud  para  sufrir  tan  grande  felicidad?  Así  se  escri- 
be del  sancto  Efrén  que  muchas  veces  era  tan  poderosamente 
arrebatado  deste  vino  de  la  suavidad  celestial,  que  no  pudiendo 
ya  la  flaqueza  del  subjecto  sufrir  la  grandeza  d estos  deleites,  era 
compelido  á  clamar  á  Dios,  diciendo:  Señor,  apartaos  un  poco  de 
mí,  porque  no  puede  la  flaqueza  de  mi  cuerpo  sufrir  la  grandeza 
de  vuestros  deleites.  ¡Oh  maravillosa  bondad!  ¡Oh  inmensa  sua- 
vidad deste  soberano  Señor,  que  con  tan  larga  mano  se  comu- 
nica á  sus  criaturas,  que  no  baste  la  fortaleza  de  su  corazón  para 
sufrir  la  abundancia  de  tan  grandes  alegrías! 

Pues  con  esta  celestial  embriaguez  se  adormescen  los  senti- 
dos del  ánima;  con  ésta  goza  de  un  sueño  de  paz  y  de  vida;  con 
ésta  se  levanta  sobre  sí  misma,  y  conoce,  y  ama,  y  gusta  sobre 
todo  lo  que  alcanza  el  ser  natural.  De  donde  así  como  el  agua 
que  está  sobre  el  fuego,  cuando  está  muy  caliente,  cuasi  ol- 
vidada de  su  propria  naturaleza  (que  es  pesada  y  tira  para  bajo) 
da  saltos  hacia  arriba  imitando  la  ligereza  y  naturaleza  del  fue- 
go de  que  está  tomada,  así  la  tal  ánima,  inflamada  desta  llama 
celestial,  se  levanta  sobre  sí  misma,  y  esforzándose  por  subir  con 
el  espíritu  de  la  tierra  al  cielo  (de  donde  le  viene  esta  llama) 
hierv^e  con  deseo  encendidísimo  de  Dios:  y  así  corre  con  arre- 
batados ímpetos  por  abrazarse  con  Él,  y  tiende  los  brazos  en 
alto  por  ver  si  podrá  alcanzar  Aquél  que  tanto  ama:  y  como  ni 
puede  alcanzarlo  ni  dejar  de  desearlo,  desfallece  con  la  grande- 
za del  deseo  no  cumplido,  y  no  le  queda  otro  consuelo  sino  en- 
viar sospiros  y  deseos  entrañables  al  cielo,  diciendo  con  la  Es- 
posa de  los  Cantares  (i):  Haced  saber  á  mi  amado  que  estoy  en- 
ferma de  amor:  la  cual  manera  de  enfermedad  dicen  los  sanctos 
que  procede  de  impedírsele  y  dilatarse  el  cumplimiento  deste 
tan  grande  y  tan  poderoso  deseo.  Pero  no  desmayes  por  eso  (dice 
un  doctor)  oh  amoroso  espíritu,  porque  esta  enfermedad  no  es 
de  muerte,  sino  para  gloria  de  Dios,  y  para  que  el  Hijo  de  Dios 
sea  glorificado  por  ella.  Mas  <jqué  lengua  podrá  declarar  la  gran- 
deza de  los  deleites  que  pasan  entre  estos  amados  en  aquel  flo- 
rido lecho  de  Salomón  (2),  labrado  de  madera  de  Líbano,  con 
sus  columnas  de  plata,  y  reclinatorio  de  oro?  Este  es  el  lugar  de 
los  desposorios  espirituales,  el  cual  por  eso  se  Dama  lecho,  por- 


^i)     Cant.  V.     (2)  Cant.  III. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XV.  ígt 


que  es  lugar  de  descanso,  y  de  amor,  y  de  cumplido  reposo,  y  de 
sueño  de  vida,  y  de  celestiales  deleites.  Los  cuales  qué  tan  gran- 
des sean,  no  lo  puede  saber  nadie  sino  aquél  que  los  ha  proba- 
do, como  S.  Juan  dice  en  su  Apocalipsi.  Mas  todavía  no  faltan 
gravísimas  conjecturas  por  donde  nosotros  también  podamos  ba- 
rruntar algo  de  lo  que  esto  es.  Porque  quien  considerare  la  in- 
mensidad de  la  bondad  y  caridad  del  Hijo  de  Dios  para  con  los 
hombres,  la  cual  llegó  á  padescer  tan  extrañas  maneras  de  tor- 
mentos y  deshonras  por  ellos,  (icómo  extrañará  lo  que  aquí  en- 
carecemos, pues  todo  es  como  nada  en  comparación  de  aquello? 
¿Qué  no  hará  por  amor  de  los  justos  quien  hasta  aquí  llegó  por 
justos  y  injustos?  ¿Qué  regalos  no  hará  á  los  amigos  quien  todos 
aquellos  dolores  padesció  por  amigos  y  enemigos?  Algún  indi- 
cio tenemos  desto  en  el  libro  de  los  Cantares,  donde  son  tantos 
los  favores  y  regalos  que  se  escriben  del  Esposo  celestial  para 
con  su  Esposa  (que  es  la  Iglesia,  y  cada  una  de  las  ánimas  que 
están  en  gracia)  y  tan  dulces  y  amorosas  palabras  las  que  se 
dicen  de  parte  á  parte,  que  ninguna  elocuencia  ni  amor  del  mundo 
las  podrá  fingir  mayores. 

Otra  conjectura  también  hay  de  parte  de  los  hombres,  digo 
de  los  justos  y  amigos  verdaderos  de  Dios.  Porque  si  miras  al 
corazón  destos,  hallarás  que  el  mayor  deseo  que  tienen,  y  en  lo 
que  andan  ocupados  perpetuamente,  es  pensando  cómo  servirán 
á  Dios,  y  cómo  harán  de  sí  mil  manjares  para  agradar  en  algo 
á  quien  tanto  aman,  y  á  quien  tanto  hizo  y  hace  cada  día  por 
ellos,  y  con  tanta  blandura  los  trata  y  los  consuela.  Pues  dime 
agora:  si  el  hombre,  siendo  por  sí  una  criatura  tan  desleal,  y  tan 
poco  de  sí  para  todo  lo  bueno,  llega  á  tener  esta  fe  y  lealtad 
con  Dios,  ¿qué  hará  para  con  él  Aquél  cuya  bondad,  cuya  ca- 
ridad, cuya  lealtad  es  infinitamente  mayor?  Si,  como  dice  el  Pro- 
feta (i),  es  proprio  de  Dios  ser  sancto  con  el  sancto,  y  bueno  para 
con  el  bueno,  y  la  bondad  del  hombre  llega  hasta  aquí,  ¿adonde 
llegará  la  de  Dios?  Si  Dios  se  pone  á  competir  con  los  buenos 
en  bondad,  ¿qué  ventaja  les  hará  en  esta  competencia  tan  glo- 
riosa? Pues  si  (como  dijimos)  tantos  potajes  desea  hacer  de  sí  el 
varón  justo  que  arde  en  amor  de  Dios  para  agradar  al  mismo 
Dios,  ¿qué  hará  el  mismo  Dios  para  regalar  y  consolar  al  justo? 


(i;     Psalm.  XVII. 


í^á  GUÍA  DE  PECADORES 


Esto  ni  se  puede  explicar,  ni  se  puede  entender;  porque  por  esto 
dijo  el  profeta  Isaías  (i)  que  ni  ojos  vieron,  ni  oídos  oyeron,  ni 
en  corazón  humano  pudo  caber  lo  que  Dios  tiene  aparejado  para 
los  que  esperaban  en  Él.  Lo  cual  no  sólo  se  entiende  de  los 
bienes  de  gloria,  sino  también  de  los  de  gracia,  como  declara 
Sant  Pablo  (2). 

(3 Parécete,  pues,  hermano,  que  está  este  camino  de  la  virtud 
bastantemente  proveído  de  deleites?  ¿Parécete  que  podrán  to- 
dos los  deleites  de  los  hombres  mundanos  compararse  con  és- 
tos? ¿Qué  comparación  puede  haber  entre  la  luz  y  las  tinieblas, 
y  entre  Cristo  y  Belial?  ¿Qué  comparación  puede  haber  entre 
deleites  de  tierra  y  deleites  de  cielo,  deleites  de  carne  y  deleites 
de  espíritu,  deleites  de  criatura  y  deleites  de  Criador?  Porque 
claro  está  que  cuanto  las  cosas  son  más  nobles  y  más  excelentes, 
tanto  son  más  poderosas  para  causar  mayores  deleites.  Si  no, 
dime:  ¿qué  otra  cosa  quiso  significar  el  Profeta  cuando  dijo  (3): 
Más  vale  el  poquito  del  justo,  que  las  muchas  riquezas  de  los  pe- 
cadores? Y  en  otro  lugar  (4):  Más  vale.  Señor,  un  día  en  vuestra 
casa,  que  mil  días  de  fiesta  fuera  della.  Por  lo  cual  quise  yo  más 
estar  abatido  en  la  casa  de  mi  Dios,  que  morar  en  las  casas  so- 
berbias de  los  pecadores.  Finalmente,  ¿qué  otra  cosa  quiso  sig- 
nificar la  Esposa  en  los  Cantares  cuando  dijo  (5):  Más  valen.  Se- 
ñor, tus  pechos  que  el  vino?  Y  luego  más  abajo  repite  lo  mismo 
diciendo:  Gozarnos  hemos.  Señor,  y  alegrarnos  hemos  en  ti,  acor- 
dándonos de  tus  pechos,  los  cuales  son  más  dulces  que  el  vino. 
Esto  es:  acordándonos  de  la  leche  suavn'sima  de  las  consolaciones 
y  regalos  con  que  recreas  y  crías  á  tus  pechos  tus  espirituales 
hijos,  los  cuales  son  más  suaves  que  el  vino:  por  el  cual  claro 
está  que  no  entiende  este  vino  material  (como  ni  la  leche  de  los 
pechos  divinos  tampoco  lo  es)  sino  por  él  entiende  todos  los 
deleites  del  mundo:  los  cuales  da  á  beber  aquella  mala  mujer 
del  Apocalipsi  (6),  que  está  asentada  sobre  las  muchas  aguas  con 
una  copa  de  oro,  con  que  embarracha  y  trastorna  el  seso  de  to- 
dos los  moradores  de  Babilonia,  para  que  no  sientan  su  per- 
dición. 


(i)  Isai  64.    (2;  I  Cor.  2.    (3)Ps.  36    (4)  Ps.  83.    (5)  Cant.  I.    (6)  Apoc.    17. 


LIBRO   I.  CAPITULO  XV.  153 


De  cómo  en  la  oración  señaladamente  gozan  los  virtuosos 
d estas  consolaciones  divinas, 

§.I. 


si  prosiguiendo  más  adelante  esta  materia,  me  pregunta- 
^^j  res  dónde  señaladamente  gozan  los  virtuosos  destas  con- 
solaciones que  habernos  dicho,  á  esto  responde  el  Señor  por  el 
profeta  Isaías  (i):  Á  los  hijos  de  los  extranjeros  que  se  llegan 
al  Señor  para  servirle  y  amarle,  y  guardar  las  leyes  de  su  amis- 
tad, yo  los  llevaré  á  mi  sancto  monte,  y  alegrarlos  he  en  la  casa 
de  mi  oración.  De  manera  que  en  este  santo  ejercicio  señalada- 
mente alegra  el  Señor  á  sus  escogidos.  Porque  (como  dice  Sant 
Lorenzo  Justiniano )  en  la  oración  se  enciende  el  corazón  de  los 
justos  en  el  amor  de  su  Criador;  y  allí  á  veces  se  levantan  so- 
bre sí  mismos,  y  paréceles  que  están  ya    entre  los  coros  de  los 
ángeles;  y  allí  en  presencia  del  Criador  cantan  y  aman,  gimen 
y  alaban,  lloran  y  gózanss,  comen  y  han  hambre,  beben  y  han 
sed,  y  con  todas  las  fuerzas  de  su  amor  trabajan,  Señor,  por  trans- 
formarse en  Vos,  á   quien  contemplan  con  la  fe,  acatan  con    la 
humildad,  buscan  con  el  deseo  y  gozan  con  la  caridad.  Enton- 
ces  conoscen  por  experiencia  ser  verdad   lo   que  dijistes    (2): 
Mi  gozo  será  cumplido  en  ellos:  el  cual   como  un  río  de  paz  se 
extiende  por  las  potencias  del  ánima,  esclaresciendo  el  entendi- 
miento, alegrando  la  voluntad,  y  recogiendo  la  memoria  y  todos 
sus  pensamientos  en  Dios:  y  aquí  con  unos  brazos  de  amor  abra- 
zan, y  tienen  una  cosa  dentro  de  sí,  y  no  saben  qué  es;  mas 
desean  con  todas  sus  fuerzas  tenerla  que  no  se  les  vaya.  Y  así 
como  el  patriarca  Jacob  luchaba  con  aquel  ángel  (3),  y  no  le 
quería  soltar  de  las  manos,  así  acá  lucha  en  su  manera  el   cora- 
zón con  aquel  divino  dulzor  porque  no  se  le  vaya,  como  cosa 
en  que  halló  todo   lo  que  deseaba.  Y  así  dice  con    Sant  Pedro 
en  el  monte  (4):  Señor,  bueno   es  que  nos  estemos  aquí,  y  no 
nos  vamos  deste  lugar.  x\quí  luego  entiende  el  ánima  todo  aquel 
lenguaje  de  amor  que  se  habla  en  los   Cantares,  y   canta  ella 


(I)     Isai.  LVL     (2)  Joan.  XVII.     (3J  Genes.  XXXII.     (4)  Matth.  XVII. 


154  GULV  DE  PECADORES 

también  en  su  manera  todas  aquellas  suavísimas  canciones,  di- 
ciendo (i):  Sostenedme  con  flores,  y  cercadme  de  manzanas, 
que  estoy  enferma  de  amor.  Y  luego  más  abajo  dice;  Su  mano 
siniestra  tiene  debajo  de  mi  cabeza,  y  con  la  diestra  me  abra» 
zara.  Entonces  el  ánima  encendida  con  esta  divina  llama  desea 
con  gran  deseo  salir  desta  cárcel,  y  sus  lágrimas  le  son  pan  de 
día  y  de  noche,  mientra  se  dilata  esta  partida.  La  muerte  tie- 
ne en  deseo,  y  la  vida  en  paciencia,  diciendo  á  la  continua  aque- 
llas palabras  de  la  misma  Esposa  (2) :  ¡  Quién  te  me  diese,  her- 
mano mío,  que  te  mantienes  de  los  pechos  de  mi  madre,  que  te 
hallase  yo  allá  fuera  y  te  diese  besos  de  paz!  Entonces  mara- 
villándose de  sí  misma  cómo  tales  tesoros  le  estaV)an  escondi- 
dos en  los  tiempos  pasados,  y  viendo  que  todos  los  hombres 
son  capaces  de  tan  grande  bien,  desea  salir  por  todas  las  pla- 
zas y  calles,  y  dar  voces  á  los  hombres,  y  decir:  ¡Oh  locos! 
¡Oh  desvariados!  ^En  qué  andáis?  ^qué  buscáis?  ¿cómo  no  os 
dais  priesa  por  gozar  de  tan  grande  bien?  Gustad  y  ved  cuan 
suave  es  el  Señor  (3).  Bienaventurado  el  varón  que  espera  en 
El.  Aquí  gustada  ya  la  dulcedumbre  espiritual,  toda  carne  le  es 
desabrida.  La  compañía  le  es  cárcel,  la  soledad  tiene  por  pa- 
raíso y  sus  deleites  son  estar  con  el  Señor  que  ama.  La  hon- 
ra le  es  carga  pesada,  y  la  gobernación  de  la  casa  y  hacienda 
tiene  por  un  linaje  de  cruz.  No  querría  que  el  cielo  ni  la  tierra 
le  estorbasen  sus  deleites,  y  por  esto  trabaja  que  no  se  le  trabe 
el  corazón  de  cosa  alguna.  No  tiene  más  de  un  amor  y  un  de- 
seo; todas  las  cosas  ama  en  uno,  y  uno  es  el  amado  en  todas  las 
cosas.  Sabe  muy  bien  decir  con  el  Profeta  (4);  ¿Qué  tengo  yo 
que  querer  en  el  cielo,  ni  qué  bienes  te  pido  yo.  Señor,  en  la  tie- 
rra? Desfallecido  ha  mi  carne  y  mi  corazón.  Dios  de  mi  cora- 
zón, y  mi  única  y  sola  parte,  Dios  para  siempre. 

No  le  parece  que  tiene  ya  tan  escuro  conoscimiento  de  las 
cosas  sagradas,  sino  que  las  ve  con  otros  ojos:  porque  tales  mo- 
vimientos y  mudanzas  siente  en  su  corazón  que  le  son  grandí- 
simos argumentos  y  testimonios  de  las  verdades  de  la  fe.  El 
día  le  es  enojoso  cuando  amanesce  con  sus  cuidados,  y  desea 
la  noche  quieta  para  gastarla  con  Dios.  Ninguna  noche  tiene 
por  larga,  antes  la  más  larga  le  parece  la  mejor.  Y  si  la  noche 


(I)     Cant.  II.     (2)  Cant.  VIH.     (3)  Psalm.  XXXIH.     (4)  Psalni.  LXXII, 


LffiRO  I.  CAPÍTULO   X\'.  I  $  § 


fuere  serena,  alza  los  ojos  á  mirar  la  hermosura  de  los  cielos 
y  el  resplandor  de  la  luna  y  de  las  estrellas,  y  mira  todas  estas 
cosas  con  otros  diferentes  ojos  y  con  otros  muy  diferentes  go- 
zos. Míralas  como  á  unas  muestras  de  la  hermosura  de  su  Cria- 
dor, como  á  unos  espejos  de  su  gloria,  como  á  unos  intérpretes 
y  mensajeros  que  le  traen  nuevas  del,  como  á  unos  dechados 
vivos  de  sus  perfecciones  y  gracias,  y  como  á  unos  presentes 
y  dones  que  el  esposo  envía  á  su  esposa  para  enamoralla  y 
entretenerla  hasta  el  día  en  que  se  hayan  de  tomar  las  manos 
y  celebrarse  aquel  eterno  casamiento  en  el  cielo.  Todo  el  mun- 
do le  es  un  libro  que  le  paresce  que  habla  siempre  de  Dios,  y 
una  carta  mensajera  que  su  amado  le  envía,  y  un  largo  proceso 
y  testimonio  de  su  amor.  Éstas  son,  hermano  mío,  las  noches  de 
los  amadores  de  Dios,  y  éste  es  el  sueño  que  duermen.  Pues 
con  el  dulce  y  blando  ruido  de  la  noche  sosegada,  con  la  dulce 
música  y  harmonía  de  las  criaturas  arrúllase  dentro  de  sí  el  áni- 
ma, y  comienza  á  dormir  aquel  sueño  velador  de  quien  se  di- 
ce (i):  Yo  duermo,  y  vela  mi  corazón.  Y  como  el  esposo  dul- 
císimo la  ve  en  sus  brazos  adormecida,  guárdale  aquel  sueño 
de  vida,  y  manda  que  nadie  sea  osado  á  la  despertar,  dicien- 
do (2):  Conjuróos,  hijas  de  Hierusalem,  por  los  gamos  y  por  los 
ciervos  de  los  campos  que  no  despertéis  á  mi  amada  hasta  que 
ella  quiera  despertar. 

Pues  ¿qué  tales  te  parescen  estas  noches,  hermano?  ¿Cuáles 
son  mejores,  éstas,  ó  las  de  los  hijos  deste  siglo,  que  andan  á  es- 
tas horas  acechando  á  la  castidad  de  la  inocente  doncella  para 
destruir  su  honra  y  su  alma,  cargados  de  hierro,  de  temores  y 
de  sospechas,  trayendo  las  vidas  y  las  ánimas  en  peligro  y  ate- 
sorando ira  para  el  día  de  su  perdición? 

De  las  consolaciones  de  los  que  comienzan  á  servir  á  Dios. 

§.  II. 


¡OSIBLE  sería  que  á  todo  esto  me  respondieses  con  una 
M*^^  sola  cosa,  diciendo  que  estos  favores  tan  grandes  de 
que  habemos  hablado,  no  se  conceden  á  todos,  sino  solamente 


(i)    Cant.  V.     (2)  Ibid,  II 


!56  GUÍA  DE  PECADORES 


á  los  perfectos,  y  que  hay  mucho  camino  que  andar  hasta  serlo. 
Verdad  es  que  para  los  tales  son  tales  bienes;  mas  también  pre- 
viene nuestro  Señor  con  bendiciones  de  dulcedumbre  á  los  que 
comienzan,  y  les  da  primero  leche  dulce  como  á  niños,  y  des- 
pués les  enseña  á  comer  pan  con  corteza.  ¿No  miras  las  fiestas 
que  se  hicieron  en  la  venida  del  hijo  pródigo  (i),  los  convites,  los 
convidados,  la  música  que  sonaba  por  todas  partes?  Pues  ¿qué 
es  esto  sino  figura  del  alegría  espiritual  que  pasa  dentro  del  áni- 
ma cuando  se  ve  salida  de  Egipto,  y  libre  del  captiverio  de  Fa- 
raón, y  de  la  servidumbre  del  demonio?  Porque  ¿cómo  el  que 
así  se  ve  libre,  no  hará  fiesta  por  tan  grande  beneficio?  ¿Cómo 
no  convidará  á  todas  las  criaturas  para  que  le  ayuden  á  dar  gra- 
cias á  su  libertador  por  él  diciendo:  Cantemos  al  Señor  que  tan 
gloriosamente  ha  triunfado;  pues  al  caballo  y  al  caballero  arrojó 
en  la  mar? 

Y  si  esto  no  fuese  así,  ¿dónde  estaría  la  providencia  de  Dios, 
que  á  cada  criatura  provee  perfectísimamente  según  su  natura- 
leza, su  flaqueza,  su  edad  y  su  capacidad?  Pues  cierto  es  que  no 
podrían  los  hombres,  aun  carnales  y  mundanos,  andar  por  este 
nuevo  camino,  y  poner  debajo  de  los  pies  al  mundo,  si  el  Señor 
no  los  proveyese  de  semejantes  favores.  Y  por  esto  á  su  di- 
vina Providencia  pertenesce  (ya  que  se  determina  sacarlos  del 
mundo)  hacerles  este  camino  tan  llano,  que  puedan  fácilmente 
caminar  por  él,  sin  que  las  dificultades  del  los  hagan  volver  atrás. 
Desto  es  evidentísima  figura  aquel  camino  por  donde  Dios  llevó 
á  los  hijos  de  Israel  á  la  tierra  de  promisión,  del  cual  escribe 
Moisén  estas  palabras  (2):  Cuando  sacó  el  Señor  á  los  hijos  de 
Israel  de  la  tierra  de  Egipto,  no  los  quiso  llevar  por  la  tierra  de 
los  filisteos  (por  donde  era  más  corta  la  jornada)  porque  no  se 
arrepintiesen  á  medio  camino  y  se  volviesen  á  Egipto,  viendo 
las  guerras  que  por  aquella  parte  se  les  levantaban.  Pues  este 
mismo  Señor  que  entonces  usó  desta  providencia  para  llevar  á 
á  su  pueblo  á  la  tierra  de  promisión  cuando  los  sacó  de  Egipto, 
ese  mismo  usa  agora  de  otra  semejante  á  ésta  para  llevar  al  cie- 
lo á  los  que  Él  quiere  llevar  cuando  los  saca  del  mundo. 

Antes  quiero  que  sepas  que  aunque  los  favores  y  consola- 
ciones de  los  perfectos  sean  muy  altas,  pero  es  tan  grande  la 


(1)     Luc.  XV.      (2)  Exod.  XIII. 


Libro  í.  caMtuío  xv.  í^^ 


piedad  de  nuestro  Señor  para  con  los  pequeñuelos,  que  mirando 
su  pobreza,  Él  mismo  les  ayuda  á  poner  casa  de  nuevo;  y  viendo 
que  se  están  todavía  entre  las  ocasiones  de  pecar,  y  que  tienen 
aun  sus  pasiones  por  mortificar,  para  alcanzar  victoria  dellas,  y 
para  descarnarlos  de  su  carne,  y  destetarlos  de  la  leche  del  mun- 
do, y  apretarlos  consigo  con  tan  fuertes  vínculos  de  amor  que 
no  se  le  vayan  de  casa,  por  todas  estas  causas  los  provee  de  una 
tan  poderosa  consolación  y  alegría,  que  aunque  ellos  sean  prin- 
cipiantes, tiene  semejanza  en  su  proporción  con  el  alegría  de  los 
perfectos.  Si  no,  dime:  ¿qué  otra  cosa  quiso  Dios  significar  en 
aquellas  sus  fiestas  del  Testamento  viejo,  cuando  decía  (i)  que 
el  primer  día  y  el  postrero  fuesen  de  igual  veneración  y  solem- 
nidad? Los  otros  seis  días  de  en  medio  eran  como  dentre  se- 
mana; mas  estos  dos  extremos  eran  señalados  y  aventajados 
entre  todos  los  otros.  Pues  ¿qué  es  esto,  sino  imagen  y  figura 
de  lo  que  hablamos?  En  el  primer  día  quiere  Dios  que  se  haga 
fiesta  como  en  el  postrero;  para  dar  á  entender  que  en  el  prin- 
cipio de  la  conversión  y  en  el  fin  de  la  perfección  hace  nuestro 
Señor  grande  fiesta  á  todos  sus  siervos,  considerando  en  los  unos 
el  merescimiento,  y  en  los  otros  la  necesidad:  y  usando  con  los 
unos  de  justicia,  y  con  los  otros  de  su  gracia:  dando  á  unos  lo  que 
merescen  por  su  virtud,  y  á  otros  más  de  lo  que  merescen  por 
su  necesidad. 

Cuando  los  árboles  florescen  y  cuando  madura  la  fruta,  es- 
tán más  hermosos  de  mirar.  El  día  del  desposorio,  y  también  del 
casamiento,  son  días  de  fiesta  señalados.  En  los  principios  se  des- 
posa  nuestro  Señor  con  el  ánima,  y  como  la  toma  en  camisa.  El 
hace  la  fiesta  á  su  costa;  y  así  la  fiesta  es,  no  conforme  á  los 
merescimientos  de  la  esposa,  sino  conforme  á  la  riqueza  del  es- 
poso, que  lo  pone  todo  de  su  casa;  y  así  dice  El  (2):  Nuestra 
hermana  es  pequeña  y  no  tiene  pechos,  y  según  esto  con  leche 
ajena  ha  de  criar  su  criatura.  Por  esto  dice  la  misma  esposa  ha- 
blando con  su  esposo  (3):  Las  doncelHcas  te  amaron  mucho.  No 
dice  las  doncellas,  que  son  las  ánimas  ya  más  fundadas  en  la 
virtud,  sino  las  de  más  tierna  edad,  que  son  las  que  comienzan 
á  abrir  los  ojos  á  aquella  nueva  luz:  ésas  (dice  ella)  te  amaron 
mucho.  Porque  las  tales  suelen  tener  en   su    comienzo  grandes 


(i)     Levlt.  XXIII;  Num.  XXVIII.     {2)  Cant.  VIII.     (3)  Ibid.  I. 


tú  GUÍA  DE  PECADORES 


movimientos  de  amor,  como   Sancto  Tomás  lo   declara  en  un 
opúsculo.  Y  la  causa  desto  entre  otras  dice  él  que  es  la  nove- 
dad del  estado,  del  amor,  de  la  luz  y  conoscimiento  de  las  cosas 
divinas  que  de  presente  conocen,  que  hasta  allí  no  conoscían. 
Porque  la  novedad  deste  conoscimiento  causa  en  ellos  una  gran- 
de admiración,  acompañada  con  una  grande  suavidad  y  agrades- 
cimiento  de  quien  tanto  bien  les  hizo,  y  que  de  tales  tinieblas 
los  sacó.  Vemos  que  cuando  un  hombre  entra  de  nuevo  en  una 
grande  y  famosa  ciudad,  ó  en  un  palacio  real,  los  primeros  días 
anda  como  abobado  y  suspenso  con  la  novedad  y  hermosura  de 
las  cosas  que  ve:  mas  después  que  ya  las  ha  visto  muchas  ve- 
ces, descrece  aquella  admiración  y  gusto  con  que  al  principio 
las  miraba.  Pues  lo  mismo  acaesce  en  su  manera  á  los  que  entran 
en  esta  nueva  región  de  la  gracia,  por  la  novedad  de  las  cosas 
que  se  les  descubren  en  ella.  Por  lo  cual  no  es   maravilla  que 
aleunas  veces  los  nuevos  devotos  sientan  mayores  fervores  en 
sus  ánimas  que  los  más  antiguos;  porque  la  novedad  de  la  luz  y 
sentimiento  de  las  cosas  divinas  causa  en  ellos  mayor  alteración. 
Y  de  aquí  viene  lo  que  muy  bien  notó  S.  Bernardo,  que  no  mintió 
el  hermano  mayor  del  hijo  pródigo  cuando  se  querelló  de  su  buen 
padre  diciendo  que  habiéndole  él  servido  tantos  años  sin  tras- 
pasar sus  mandamientos,  no  había  recebido  tan  grandes  favores 
como  los  que  el  hijo  desperdiciado  recibió  cuando  se  tornó  á  su 
casa.  Hierve  también  el  amor  nuevo    como  el  vino  nuevo,  en 
los  principios,  y  la  olla  da  por  cima  luego  como  siente  la  llama 
y  comienza  á  experimentar  el  extraño  y  nuevo  calor  del  fuego. 
Adelante  es  el  calor  más  fuerte  y  más  sosegado:  pero  á  los  prin- 
cipios más  fervoroso. 

Muy  buen  recibimiento  hace  el  Señor  á  los  que  de  nuevo 
entran  en  su  casa.  Los  primeros  días  comen  de  balde,  y  todo 
se  les  hace  ligero.  Hase  con  ellos  el  Señor  como  el  mercader, 
que  la  primera  muestra  de  la  hacienda  que  quiere  vender,  da  de 
balde,  como  quiera  que  lo  demás  venda  por  su  justo  valor.  El 
amor  que  se  tiene  á  los  hijos  chiquitos,  aunque  no  es  mayor 
que  el  de  los  que  están  ya  criados,  pero  es  más  tierno  y  más 
regalado.  A  éstos  llevan  en  brazos,  los  otros  andan  por  su  pie: 
á  los  otros  ponen  en  trabajos,  á  estos  de  propósito  se  los  qui- 
tan, y  sin  buscar  ellos  la  comida,  muchas  veces  les  ruegan  con 
ella,  y  aun  se  la  ponen  en  la  boca. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XV.  i  §9 


Pues  deste  buen  tratamiento  del  Señor  y  destos  favores  tan 
conocidos  nasce  en  los  que  comienzan,  aquella  alegría  espiritual 
que  el  Profeta  significó  cuando  dijo  (i):  Con  las  gotas  del  agua 
lluvia  que  de  lo  alto  caen,  se  alegrará  la  nueva  planta  que  co- 
mienza á  florescer.  Pues  <iqué  planta  es  ésta,  y  qué  gotas  de 
agua  éstas,  sino  el  roscío  de  la  divina  gracia,  con  que  se  riegan 
las  espirituales  plantas  que  de  nuevo  son  transplantadas  del  mun- 
do en  la  huerta  del  Señor  ?  Pues  déstas  dice  el  Profeta  que  se 
alegrarán  con  las  gotas  desta  agua  que  caen  de  lo  alto:  para  sig- 
nificar la  grande  alegría  que  los  tales  reciben  con  las  primicias 
desta  nueva  visitación  y  beneficio  celesdal.  Y  no  pienses  que  es- 
tos favores,  porque  se  llaman  gotas,  es  tan  pequeña  su  virtud 
como  su  nombre;  porque  (como  dice  S.  Augustín)  el  que  be- 
biere del  río  del  paraíso,  del  cual  sola  una  gota  es  mayor  que 
todo  el  mar  Océano,  cierto  es  que  sola  ésta  bastará  para  apagar 
en  él  toda  la  sed  del  mundo. 

Ni  es  argumento  contra  esto  decir  que  tú  no  sientes  estas 
consolaciones  y  alegrías  aunque  pienses  en  Dios.  Porque  si  cuan- 
do el  paladar  está  corrompido  con  malos  humores,  no  juzga  bien 
de  los  sabores  ( porque  lo  amargo  le  parece  dulce,  y  lo  dulce 
amargo)  ¿qué  maravilla  es  que  teniendo  tú  el  ánima  corrompi- 
da con  tantos  malos  humores  de  vicios  y  aficiones  desordena- 
das, y  tan  hecho  á  las  ollas  podridas  de  Egipto,  tengas  hastío 
del  maná  del  cielo  y  del  pan  de  los  ángeles?  Purga  tú  ese  pa- 
ladar con  las  lágrimas  de  la  penitencia,  y  así  purgado  y  limpio 
podrá  gustar  y  ver  cuan  suave  es  el  Señor. 

Pues  siendo  esto  así,  dime  agora,  hermano:  ¿qué  bienes  hay 
en  el  mundo  que  no  sean  basura  comparados  con  éstos?  Dos 
bienaventuranzas  ponen  los  sanctos:  una  comenzada,  y  otra  aca- 
bada; de  la  acabada  gozan  los  bienaventurados  en  la  gloria,  y 
de  la  comenzada  los  justos  en  esta  vida.  Pues  ¿qué  más  quieres 
tú  que  comenzar  dende  agora  á  ser  bienaventurado  y  recebir 
dende  acá  las  arras  de  aquel  divino  casamiento  que  allá  se  ce- 
lebra por  palabras  de  presente  y  aquí  se  comienza  por  palabras 
de  futuro?  Oh  hombre  (dice  Ricardo)  pues  en  este  paraíso  pue- 
des vivir  y  gozar  deste  tesoro,  ve  y  vende  todo  lo  que  tienes 
y  compra  esta  tan  preciosa  posesión,  que  no  te  será  cara:  por- 


(l)     Tsalm    LXIV, 


léó  GUÍA  DÉ   tóCADORíiá 


que  el  mercader  es  Cristo,  que  la  da  casi  de  balde.  No  lo  dila- 
tes para  adelante,  porque  un  punto  que  agora  pierdes,  vale  más 
que  todos  los  tesoros  del  mundo.  Y  aunque  adelante  se  te  diese, 
sey  (i)  cierto  que  has  de  vivir  con  grande  dolor  de  lo  que  pier- 
des, y  llorar  siempre  con  S.  Augustín,  diciendo:  Tarde  te  amé, 
hermosura  tan  antigua  y  tan  nueva,  tarde  te  amé.  Este  Sancto  llo- 
raba siempre  la  tardanza  de  la  vuelta,  aunque  no  fué  despojado 
de  la  corona:  mira  tú  no  vengas  á  llorarlo  todo,  si  por  un  cabo 
pierdes  los  bienes  de  gloria  de  que  gozan  los  sanctos  en  la  vida 
venidera,  y  por  otro  los  de  gracia,  de  la  que  los  justos  gozan  en 
la  presente. 


(i)     Sey,  forma  ant.  equivalente  á  sé,  imperativo  del  verbo  ser. 


DEL   QUINTO   PRIVILEGIO   DE   LA    VIRTUD,     QUE   ES   EL     ALEGRÍA    DE   LA   BUEMA 

CONSCIENCIA  DE   QUE  GOZAN  LOS  BUENOS,    Y  DKL  TORMENTO    Y    REMORDIMIENTO 

INTERIOR    QUE   PADESCEN  LOS   MALOS, 

CAPÍTULO  XVI. 


>  ON  el  alegría  de  las  consolaciones  del  Espíritu  Sán- 
ete se  junta  otra  manera  de  alegría  que  tienen  los 
justos  con  el  testimonio  de  la  buena  consciencia.  Pa- 
ra entender  la  dignidad  y  condición  deste  privilegio  es  dé  sa- 
ber que  la  divina  Providencia  (la  cual  á  todas  las  criaturas  pro- 
veyó de  lo  necesario  para  su  conservación  y  perfección)  que- 
riendo que  la  criatura  racional  fuese  perfecta,  proveyóle  sufi- 
cientemente de  todo  lo  que  para  esto  era  necesario.  Y  porque  la 
perfección  desta  criatura  consiste  en  la  perfección  de  su  enten- 
dimiento y  voluntad  (que  son  las  dos  principales  potencias  de 
nuestra  ánima,  la  una  de  las  cuales  se  perfecciona  con  la  scien- 
cia  y  la  otra  con  la  virtud)  por  esto  en  el  entendimiento  crió 
los  principios  universales  de  todas  las  sciencias  (de  donde  pro- 
ceden las  conclusiones  dellas)  y  en  la  voluntad  crió  la  simiente 
de  todas  las  virtudes:  porque  en  ella  puso  una  natural  inclina- 
ción á  todo  lo  bueno,  y  un  aborrescimiento  á  todo  lo  malo:  la 
cual  así  como  naturalmente  se  huelga  con  lo  uno,  así  también 
se  entristece  y  murmura  contra  lo  otro,  como  contra  cosa  que 
naturalmente  aborresce.  La  cual  inclinación  es  tan  natural  y  tan 
poderosa,  que  puesto  caso  que  con  la  costumbre  larga  del  mal 
vivir  se  puede  enflaquecer  y  debilitar,  mas  nunca  del  todo  se 
puede  extinguir  y  acabar:  así  como  acaesce  también  á  nuestro 
libre  albedrío,  el  cual  aunque  con  el  uso  de  pecar  se  debilita 
y  enflaquece,  mas  nunca  del  todo  muere.  Y  en  figura  desto  lee- 
mos que  entre  todas  las  calamidadesy  pérdidas  del  sancto  Job  (i), 
nunca  faltó  un  criado  que  escapase  de  aquella  rota,   el  cual  le 


(l)     Job.  I. 

OBRAS  1)K  GRANADA  I— ll 


IÓ2  GUÍA  DE  PECADORES 


viniese  á  dar  cuenta  della.  Y  desta  manera  nunca  falta  al  que 
peca  este  criado  (que  los  doctores  llaman  sindéresis  de  la  con. 
sciencia)  que  entre  todas  las  otras  pérdidas  queda  salvo,  y  entre 
todas  las  otras  muertes  vivo;  el  cual  no  deja  de  representar  al 
malo  los  bienes  que  perdió  cuando  pecó,  y  el  estado  miserable 
en  que  cayó. 

En  lo  cual  maravillosamente  resplandesce  el  cuidado  de  la 
Providencia  divina,  y  el  amor  que  tiene  á  la  virtud,  pues  así  nos 
proveyó  de  un  perpetuo  despertador  que  nunca  durmiese,  y  de 
un  perpetuo  predicador  que  nunca  se  enmudeciese,  y  de  un 
maestro  y  ayo  que  siempre  nos  encaminase  al  bien.  Esto  en- 
tendió maravillosamente  Epicteto,  filósofo  estoico,  el  cual  dice 
que  así  como  los  padres  suelen  encomendar  sus  hijos,  cuando 
son  pequeños,  á  algún  ayo  que  tenga  cuidado  de  apartarlos  de 
todo  vicio,  y  encaminarlos  á  toda  virtud,  así  Dios,  como  padre 
nuestro,  después  de  ya  criados  nos  entregó  á  esta  natural  vir- 
tud que  llamamos  consciencia,  como  á  otro  ayo,  para  que  ella 
nos  estuviese  siempre  enseñando  y  encaminando  á  todo  bien,  y 
acusando  y  remordiendo  en  el  mal. 

Pues  así  como  esta  consciencia  es  ayo  y  maestro  de  los  bue- 
nos, así  por  el  contrario  es  verdugo  y  azote  de  los  malos  que 
interiormente  los  azota  y  acusa  por  los  males  que  hacen,  y  echa 
acíbar  en  todos  sus  placeres,  de  tal  manera,  que  apenas  han  da- 
do el  bocado  en  la  cebolla  de  Egipto,  cuando  luego  les  salta  la 
láo-rima  viva  en  el  ojo.  Y  ésta  es  una  de  las  penas  con  que  Dios 
amenaza  á  los  malos  por  Isaías  diciendo  que  entregará  á  Ba- 
bilonia en  poder  del  erizo.  Porque  por  justo  juicio  de  Dios  es 
entregado  el  corazón  del  malo  (que  es  aquí  entendido  por  Ba- 
bilonia )  á  los  erizos,  que  son  los  demonios,  y  son  también  las 
espinas  de  los  aguijones  y  remordimientos  de  la  consciencia,  que 
consigo  traen  los  pecados,  los  cuales  como  espinas  muy  agu- 
das atormentan  y  punzan  su  corazón.  Y  si  quieres  saber  qué 
espinas  sean  éstas,  digo  que  una  espina  es  la  misma  fealdad  y 
enormidad  del  pecado:  la  cual  de  sí  es  tan  abominable,  que  decía 
un  filósofo:  Si  supiese  que  los  dioses  me  habían  de  perdonar,  y 
los  hombres  no  lo  habían  de  barruntar,  todavía  no  osaría  cometer 
un  pecado  por  sola  la  fealdad  que  hay  en  él.  Otra  espina  es,  cuan- 
do el  pecado  trae  consigo  perjuicio  de  partes;  porque  entonces 
se  representa  él  como  aquel  derramamiento  de  sangre  de  Abel, 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  XVl.  1 63 

que  estaba  clamando  á  Dios  y  pidiendo  venganza,  Y  así  se 
escribe  en  el  primer  libro  de  los  Macabeos  que  se  le  repre- 
sentaban al  rey  Antioco  los  grandes  males  y  agravios  que  ha- 
bía hecho  en  Hierusalem:  los  cuales  tanto  le  apretaron,  que  le 
causaron  tristeza  y  mal  de  muerte.  Y  así  estando  él  para  mo- 
rir, dijo:  Acuerdóme  de  los  males  que  hice  en  Hierusalem,  de 
donde  tomé  tantos  tesoros  de  oro  y  plata,  y  destruí  los  mora- 
dores de  la  ciudad  sin  causa.  Por  donde  conosco  que  me  vinie- 
ron todos  estos  males  que  padezco,  y  así  muero  ahora  con  tris- 
teza grande  en  tierra  ajena.  Otra  espina  es  la  infamia  que  se  si- 
gue del  mismo  pecado,  la  cual  el  malo  ni  puede  dejar  de  ba- 
rruntar, ni  puede  dejar  de  sentir;  pues  naturalmente  desean  los 
hombres  ser  bienquistos,  y  sienten  mucho  ser  malquistos,  pues 
como  dijo  un  sabio,  no  hay  en  el  mundo  mayor  tormento  que 
el  público  odio.  Otra  espina  es  el  temor  necesario  de  la  muerte 
y  la  incertidumbre  de  la  vida,  el  recelo  de  la  cuenta,  y  el  horror 
de  la  pena  eterna;  porque  cada  cosa  destas  es  una  espina  que 
hiere  y  punza  muy  agudamente  el  corazón  del  malo,  tanto  que 
todas  cuantas  veces  se  le  ofrece  la  memoria  desta  muerte,  por  un 
cabo  tan  cierta,  y  por  otro  tan  incierta,  no  puede  dejar  de  en- 
tristecerse, como  el  Eclesiástico  dice  (i),  porque  ve  que  aquel 
día  ha  de  vengar  sus  maldades,  y  poner  fin  á  todos  sus  vicios 
y  deleites.  La  cual  memoria  nadie  puede  desechar  de  sí,  pues 
no  hay  cosa  más  natural  al  mortal  que  morir.  Y  de  aquí  nasce 
que  con  cualquiera  mala  disposición  que  tenga,  luego  está  lle- 
no de  temores  y  sobresaltos,  si  morirá,  si  no  morirá,  porque  la 
vehemencia  del  amor  proprio  y  la  pasión  del  temor  le  hacen 
haber  miedo  de  las  sombras,  y  temer  donde  no  hay  que  temer. 
Pues  ya  si  hay  en  la  tierra  comunes  enfermedades,  si  muertes, 
temblores  de  tierra,  ó  truenos,  ó  relámpagos,  luego  se  turba  y 
altera  con  el  miedo  de  su  mala  consciencia,  figurándosele  que 
todo  aquello  puede  venir  por  su  causa. 

Pues  todas  estas  espinas  juntas  atormentan  y  punzan  el  co- 
razón de  los  malos,  como  muy  á  la  larga  lo  describe  uno  de  aque- 
llos amigos  del  sancto  Job  (2),  cu)'as  palabras  en  sentencia  referiré 
aquí  para  mayor  luz  desta  doctrina.  Todos  ios  días  de  su  vida 
(dice  él)  persevera  el  malo  en  su  soberbia,  siendo  tan  incierto 


(O    Eccli.  XII.    (3)  Job.  XV, 


104  GUÍA  DE  PECADORES 


el  número  de  los  años  de  su  tiranía.  Siempre  suenan  en  sus  oí- 
dos voces  de  temor  y  de  espanto,  que  son  los  clamores  de  la 
mala  consciencia,  que  le  está  siempre  remordiendo  y  acusando. 
En  medio  de  la  paz  teme  celadas  de  enemigos,  porque  por 
muy  pacífico  y  contento  que  viva,  nunca  faltan  temores  y  so- 
bresaltos á  la  mala  consciencia.  No  puede  acabar  de  creer  que 
le  sea  posible  venir  de  las  tinieblas  á  la  luz.  Esto  es,  no  cree 
que  sea  posible  salir  de  las  tinieblas  de  aquel  miserable  estado 
en  que  vive,  y  alcanzar  la  serenidad  y  tranquilidad  de  la  buena 
consciencia:  la  cual  como  una  luz  hermosísima  alegra  y  esclare- 
ce todos  los  senos  y  rincones  del  ánima:  porque  siempre  le  pa- 
rece que  por  todas  partes  ve  la  espada  delante  de  sí  desnuda, 
de  tal  manera,  que  aun  cuando  se  asienta  á  comer  á  la  mesa 
( donde  generalmente  se  suelen  los  hombres  alegrar)  allí  no  le 
faltan  temores,  y  sobresaltos,  y  desconfianzas,  pareciéndole  que 
le  está  aguardando  el  día  de  las  tinieblas,  que  es  el  día  de  la 
muerte  y  del  juicio  y  de  la  sentencia  final.  De  manera  que  las 
tribulaciones  y  angustias  le  espantan  y  cercan  por  todas  par- 
tes, así  como  va  cercado  un  rey  de  su  gente  cuando  entra  en 
la  batalla.  Desta  manera,  pues,  describe  este  amigo  de  Job  la 
cruel  carnicería  que  pasa  en  el  corazón  destos  miserables,  por- 
que como  dijo  muy  bien  un  filósofo,  por  ley  eterna  de  Dios 
siempre  persigue  el  temor  á  los  malos.  Lo  cual  concuerda  muy 
bien  con  aquella  sentencia  de  Salomón,  que  dice  (i):  Huye  el 
malo  sin  que  nadie  lo  persiga:  mas  el  justo  está  confiado  y  es- 
forzado como  un  león. 

Todo  esto  comprehende  en  pocas  palabras  S.  Augustín  di- 
ciendo: Mandásteplo,  Señor,  y  verdaderamente  ello  es  así,  que  el 
ánimo  desordenado  sea  tormento  de  sí  mismo.  Lo  cual  general- 
mente se  halla  en  todas  las  cosas.  Porque  ¿qué  cosa  hay  en  el 
mundo,  que  estando  desordenada  no  esté  naturalmente  inquieta 
y  descontenta?  El  hueso  que  está  fuera  de  su  juntura  y  lugar 
natural  ¡qué  dolores  causa!  El  elemento  que  está  fuera  de  su 
centro  ¡qué  violencia  padesce!  Los  humores  del  cuerpo  humano 
cuando  están  fuera  de  aquella  proporción  y  templanza  natural 
que  habían  de  tener  ¡qué  enfermedades  causan!  Pues  como  sea 
cosa   tan  propria  y  tan   debida  á  la  criatura  racional  vivir  por 


^1)    Prov,  XXVIII. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XVí.  1^5 


orden  y  por  razón,  siendo  la  vida  desordenada  y  fuera  de  razón, 
^  cómo  no  ha  de  padescer  y  reclamar  la  naturaleza  desta  criatu- 
ra? Muy  bien  dijo  el  sancto  Job  (i):  ^  Quién  jamás  resistió  á  Dios, 
y  vivió  en  paz?  Sobre  las  cuales  palabras  dice  S.  Gregorio  que 
así  como  Dios  crió  las  cosas  maravillosamente,  así  las  dispuso 
muy  ordenadamente;  para  que  así  se  conservasen  y  permanecie- 
sen en  su  ser.  De  donde  se  infiere  que  quien  resiste  á  la  dispo- 
sición y  orden  del  Criador,  deshace  el  concierto  de  la  paz  que 
della  se  seguía;  porque  no  pueden  estar  quietas  las  cosas  que 
salen  del  compás  de  la  divina  disposición.  Y  así  las  que  perma- 
nesciendo  en  la  subjección  de  Dios,  vivían  en  orden  y  en  paz, 
salidas  desta  subjección,  juntamente  con  la  orden  pierden  la  paz. 
Como  se  ve  claro  en  el  primer  hombre  y  en  el  ángel  que  cayeron, 
los  cuales  porque  haciendo  su  voluntad  salieron  de  la  orden  y  sub- 
jección de  Dios,  juntamente  con  la  orden  perdieron  la  felicidad 
y  paz  en  que  vivían;  y  el  hombre,  que  estando  subjecto  era  se- 
ñor de  sí,  cuando  perdió  esta  subjección,  luego  halló  la  guerra 
y  la  rebelión  dentro  de  sí. 

Este  es,  pues,  el  tormento  en  que  por  justo  juicio  de  Dios 
viven  los  malos,  que  es  una  de  las  grandes  miserias  que  en  esta 
vida  padescen.  Así  lo  predican  generalmente  todos  los  sanctos. 
S.  Ambrosio  en  el  libro  de  sus  Oficios  dice:  ^Qué  pena  hay  más 
grave  que  la  llaga  interior  de  la  consciencia?  Por  ventura  ^no 
es  este  mal  más  para  huir  que  la  muerte,  que  las  pérdidas  de  la 
hacienda,  que  el  destierro,  que  la  enfermedad  y  el  dolor?  S.  Isi- 
dro dice:  De  todas  las  cosas  puede  huir  el  hombre,  sino  de  sí 
mismo.  Porque  doquiera  que  fuere,  no  le  ha  de  desamparar  el 
tormento  de  la  mala  consciencia.  Y  en  otro  lugar  dice  el  mismo: 
Ninguna  pena  hay  mayor  que  la  de  la  mala  consciencia;  por  tanto 
si  quieres  nunca  estar  triste,  vive  bien.  Lo  cual  es  en  tanta  ma- 
nera verdad,  que  hasta  los  mismos  filósofos  gentiles  (sin  conos- 
cer  ni  creer  las  penas  con  que  nuestra  fe  castiga  á  los  malos) 
confiesan  esta  misma  verdad.  Y  así  dice  Séneca:  ¿Qué  aprovecha 
esconderse  y  huir  de  los  ojos  y  oídos  de  los  hombres?  La  buena 
consciencia  llama  por  testigos  á  todo  el  mundo,  pero  la  mala 
aunque  esté  en  la  soledad,  está  solícita  y  congojosa.  Si  es  bueno 
lo  que  haces,  sépanlo  todos;  y  si  es  malo,  ¿  qué  hace  al  caso  que 

(1)    Job.  ÍX, 


l66  GUÍA  DE  PECADORES 


no  lo  sepan  los  otros,  si  lo  sabes  tú?  ¡Oh  miserable  de  ti,  si  me- 
nosprecias este  testigo,  pues  es  cierto  que  la  propria  conscien- 
cia  vale  (como  dicen)  por  mil  testigos!  Y  el  mismo  en  otra  parte 
dice  que  la  mayor  pena  que  se  puede  dar  á  una  culpa,  es  ha- 
berla cometido.  Y  en  otra  repite  lo  mismo,  diciendo:  A  ningún 
testigo  de  tus  pecados  debes  temer  más  que  á  tí  mismo,  porque 
de  todos  los  otros  puedes  huir,  mas  de  ti  no,  como  sea  cierto 
que  la  maldad  sea  pena  de  sí  misma.  Tulio  en  una  oración  dice: 
Grande  es  la  fuerza  de  la  consciencia  en  cualquiera  de  las  par- 
'tes,  y  así  nunca  temen  los  que  no  hicieron  por  qué,  como  quie- 
ra que  siempre  vivan  en  temor  los  que  algo  hicieron. 

Éste  es,  pues,  uno  de  los  tormentos  que  perpetuamente  pa- 
descen  los  malos,  el  cual  se  comienza  en  esta  vida  y  se  continua- 
rá en  la  otra,  porque  éste  es  aquel  gusano  inmortal,  según  lo  lla- 
ma Isaías,  que  eternalmente  roerá  y  atormentará  la  consciencia 
de  los  malos.  Y  esto  dice  S.  Isidoro  que  es  llamar  un  abismo  á 
otro  abismo,  cuando  los  malos  pasen  del  juicio  de  su  consciencia 
al  juicio  de  la  condemnación  eterna. 

Del  alegría  de  la  buena  consciencia  de  que  gozan  los  buenos, 

§.  I. 

iuES  deste  azote  y  carnicería  tan  cruel  están  libres  los  bue- 
I  nos,  pues  carecen  de  todos  estos  aguijones  y  estímulos 
de  la  consciencia  y  gozan  de  las  flores  y  fructos  suavísimos  de  la 
virtud  que  el  Espíritu  Sancto  planta  en  sus  ánimas  como  en  un 
paraíso  terrenal  y  verjel  cerrado  en  que  Él  se  deleita.  Así  lo  lla- 
ma Sant  Augustín  escribiendo  sobre  el  Génesi,  donde  dice:  El 
alegría  de  la  buena  consciencia  que  hay  en  el  bueno,  paraíso 
es.  Por  donde  la  Iglesia  en  aquellos  que  viven  con  justicia,  pie- 
dad y  templanza,  convenientemente  se  llama  paraíso  adornado 
con  abundancia  de  gracias  y  de  castos  deleites.  Y  en  el  libro  que 
trata  de  cómo  se  han  de  enseñar  los  ignorantes,  dice  así:  Tú 
que  buscas  el  verdadero  descanso,  el  cual  se  promete  á  los  cris- 
tianos después  de  la  muerte,  ten  por  cierto  que  también  lo  ha- 
llarás entre  las  molestias  amarguísimas  desta  vida,  si  amares  los 
mandamientos  de  Aquél  que  lo  prometió;  porque  en  muy  poco 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XVt.  lé;? 


espacio  verás  por  experiencia  cómo  son  más  dulces  los  fructos 
de  la  justicia  que  los  de  la  maldad:  y  más  verdadera  y  dulcemente 
te  alegrarás  de  la  buena  consciencia  en  medio  de  las  tribulaciones, 
que  de  la  mala  entre  los  deleites.  Hasta  aquí  son  palabras  S.  Augus- 
tín.  Por  las  cuales  entenderás  ser  tanta  el  alegría  de  la  buena  cons- 
ciencia, que  así  como  la  miel  no  solamente  es  dulce,  mas  hace  tam- 
bién dulces  las  cosas  desabridas  con  que  se  junta;  así  la  buena  cons- 
ciencia es  tan  alegre,  que  hace  alegres  todas  las  molestias  de  la  vi- 
da. Y  así  como  dijimos  que  la  misma  fealdad  y  enormidad  del 
pecado  atormentaba    los  malos;  así  por  el  contrario  la  misma 
hermosura  y  dignidad  de  la  virtud  alegra  y  consuela  los  buenos, 
como  claramente  lo  significó  el  profeta  David  cuando  dijo  (i): 
Los  juicios  del  Señor  (que  son  sus  sanctos  mandamientos)  son 
verdaderos  y  justificados  en  sí  mismos,  y  son  más  preciosos  que 
el  oro  y  piedras  preciosas,  y  más  dulces  que  el  panar  3^  la  miel.  Y 
así  como   en  tales  se  deleitaba   él  mismo  en  la  guarda   dellos 
como  él  lo  testifica  en  otro  psalmo  diciendo:  En  el  camino  de 
tus   mandamientos,  Señor,  me  deleité  así  como  en  todas  las  ri- 
quezas del  mundo.  La  cual  sentencia  confirma  su  hijo  Salomón 
en  sus  Proverbios  diciendo  (2):  Alegría  es  al  justo  hacer  justicia, 
que  es  lo  mismo  que  hacer  virtud  y  cumplir  con  las  obligacio- 
nes que  el  hombre  tiene  sobre  sí.  La  cual  alegría  aunque  proceda 
de  otras  muchas  causas,  pero  señaladamente  procede  de  la  misma 
dignidad  y  hermosura  de  la  virtud,  la  cual  (como  dijo  Platón)  es 
de  inestimable  hermosura.  Finalmente,  es  tan  grande  el  fructo 
y  gusto  de  la  buena  consciencia,  que  en  ella  pone  S.  Ambro- 
sio  en  el  libro  de  sus  Oficios  la  felicidad  de  los  justos  en  esta 
vida;  y  así  dice  él:  Tan  grande  es  el  resplandor  de  la  virtud,  que 
basta  para  hacer  nuestra  vida  bienaventurada  la  tranquilidad  de 
la  consciencia  y  la  seguridad  de  la  inocencia. 

Y  así  como  los  filósofos  sin  lumbre  de  fe  conoscieron  el  tor- 
mento de  la  mala  consciencia,  así  conoscieron  el  alegría  de  la 
buena,  como  lo  muestra  Tulio  en  el  libro  de  las  Cuestiones  Tus- 
culanas,  donde  dice  así:  La  vida  que  se  ha  empleado  en  hones- 
tos y  nobles  ejercicios,  trae  consigo  tanta  consolación,  que  los 
que  desta  manera  vivieron,  ó  no  sienten  trabajo,  ó  lo  tienen  por 
muy  liviano.  El  mismo  dice  en  otro  lugar  que  ningún  teatro  hay 


(i)     Psalm.  ex  VIH.     (2)  Prov.  XXI, 


1^8  GUÍA  DE  PECADORES 


más  público  m  más  honroso  para  la  virtud,  que  el  testimonio  de 
la  buena  consciencia.  Sócrates,  preguntado  quién  podría  vivir  sin 
pasión,  respondió  que  el  que  viviese  bien.  Y  Bías,  otrosí  filósofo 
insigne,  preguntado  quién  había  en  la  vida  que  careciese  de 
miedo,  respondió  que  la  buena  consciencia.  Y  Séneca  en  una 
carta  dice  así:  El  sabio  nunca  vive  sin  alegría,  y  esta  alegría  le 
viene  de  la  buena  consciencia.  En  lo  cual  verás  cuánto  concuerda 
esta  sentencia  con  aquello  de  Salomón  que  dice  (i):  Todos  los 
días  del  pobre  son  malos  (conviene  saber,  trabajosos  y  penosos) 
mas  el  ánima  segura  es  como  un  banquete  perpetuo.  No  se  po- 
día más  decir  en  tan  pocas  palabras;  en  las  cuales  se  nos  da  á 
entender  que  así  como  el  que  está  en  un  convite,  se  alegra  con 
la  variedad  de  los  manjares  y  con  la  presencia  de  los  amigos 
con  quien  los  come,  así  el  justo  se  alegra  con  el  testimonio 
de  la  buena  consciencia  y  con  el  olor  de  la  presencia  divina,  de 
la  cual  tiene  grandes  prendas  y  conjecturas  en  su  ánima:  sino  la 
diferencia  es  ésta,  que  aquella  alegría  del  convite  es  bestial  y 
terrena;  mas  ésta  es  perpetua;  aquella  se  comienza  con  ham- 
bre y  se  acaba  en  hastío;  ésta  se  comienza  con  la  buena  vida,  y 
se  continúa  con  la  perseverancia,  y  se  acaba  con  la  gloria.  Pues 
si  los  filósofos  en  tanto  estimaban  esta  alegría,  sin  esperar  nada 
en  la  otra  vida  por  ella,  el  cristiano  que  sabe  cuántos  bienes  tie- 
ne Dios  aparejados  para  galardonarla  en  la  vida  advenidera,  y 
cuántos  en  la  presente,  ¿cuánto  más  se  alegrará?  Y  aunque  este 
testimonio  no  deba  carecer  de  un  sancto  y  religioso  temor,  pero 
este  tal  temor  no  sólo  no  desmaya,  mas  antes  por  una  maravi- 
llosa manera  esfuerza  al  que  lo  tiene;  porque  tácitamente  nos  da 
á  entender  que  es  más  legítima  y  sana  nuestra  confianza,  pues 
está  acompañada  y  rectificada  con  este  sancto  temor :  del  cual  si 
careciese,  no  sería  confianza,  sino  falsa  seguridad  y  presumpción. 

Cata  aquí  pues,  hermano,  otro  nuevo  privilegio  de  que  go- 
zan los  buenos,  del  cual  dice  el  x'Vpóstol  (2):  Nuestra  gloria  es  el 
testimonio  de  nuestra  consciencia,  que  es  haber  vivido  con  sim- 
plicidad de  corazón,  y  con  pureza  y  sinceridad,  y  no  con  sabi- 
duría carnal. 

Esto  es  lo  que  con  palabras  se  puede  significar  deste  privi- 
legio. Mas  ni  éstas,  ni  otras  muchas  son  más  parte  para  declarar 


(i)     rrov.  XV.     (2)  II  Cor.  I. 


LIBRO   r.   CAPÍTULO  XVt.  169 


la  excelencia  del  á  quien  no  tiene  experiencia  della,  que  quien 
quisiese  con  palabras  dar  á  entender  el  sabor  de  un  manjar  ex- 
quisito á  quien  nunca  lo  probó.  Porque  sin  dubda  esta  alegría 
es  tan  grande,  que  muchas  veces  cuando  el  bueno  se  halla  triste 
y  atribulado,  y  volviendo  los  ojos  á  todas  partes  no  ve  cosa  que 
le  consuele,  volviendo  los  ojos  hacia  dentro,  y  mirando  la  paz 
de  su  consciencia,  y  el  testimonio  della,  se  consuela  y  esfuerza: 
porque  entiende  bien  que  todo  lo  demás,  como  quiera  que  su- 
ceda, ni  hace  ni  deshace  á  su  caso,  sino  solo  esto.  Y  aunque 
(como  dije)  no  pueda  tener  evidencia  desto,  mas  así  como  el  sol 
por  la  mañana  antes  que  se  descubra,  esclarece  el  mundo  con  la 
vecindad  de  su  resplandor,  así  la  buena  consciencia,  aunque  no 
se  conozca  por  evidencia,  todavía  alegra  con  el  resplandor  de  su 
testimonio  el  ánima.  Lo  cual  es  en  tanto  grado  verdad,  que  dice 
S.  Crisóstomo  estas  palabras:  Toda  abundancia  de  tristeza,  ca- 
yendo en  una  buena  consciencia,  así  se  apaga  como  una  centella 
de  fuego,  cayendo  en  un  lago  muy  profundo  de  agua. 


DEL    SEXTO  PRIVrLEGIO    DE   l.\   VIRTUD,    QUE   ES   LA.    CONFIANZA  Y  ESPERANZA. 

ES    LA    DIVIMA    MISERICORDIA    DE    QUE  GOZAN    LOS  BUESiS,    Y    DE    LA  VANA 

Y   MISERABLE    CONFIANZA    EN   QUE  VlVEN    LOS    MALOS. 

CAPÍTULO  xvn. 

>0N  el  alegría  de  la  buena  consciencia  se  junta  la  de  la 
confianza  y  esperanza  en  que  viven  los  buenos,  de 
la  cual  dice  el  Apóstol:  Spe  gaudentes,  in  trihulatio- 
ne  patientes.  Aconsejándonos  que  nos  alegremos  con  la  esperan- 
za y  con  ella  tengamos  en  las  tribulaciones  paciencia,  pues  tan 
grande  ayudador  y  galardonador  de  nuestros  trabajos  nos  dice 
ella  que  tenemos  en  Dios.  Éste  es  uno  de  los  grandes  tesoros  de 
la  vida  cristiana,  éstas  las  Indias  y  patrimonios  de  los  hijos  de 
Dios  y  éste  el  común  puerto  y  remedio  de  todas  las  miserias 
desta  vida. 

Mas  aquí  es  de  notar  (porque  no  nos  engañemos)  que  así 
como  hay  dos  maneras  de  fe,  una  muerta,  que  no  hace  obras  de 
vida  (cual  es  la  de  los  malos  cristianos)  y  otra  viva  y  formada 
con  caridad  (cual  es  la  que  tienen  los  justos,  con  que  hacen  obras 
de  vida)  así  también  hay  dos  maneras  de  esperanza:  una  muer- 
ta, que  ni  da  vida  al  ánima,  ni  la  aviva  y  esfuerza  en  sus  obras, 
ni  la  anima  y  consuela  en  sus  trabajos  (cual  es  la  que  tienen  los 
malos)  y  otra  viva,  como  la  llama  S.  Pedro  (i),  la  cual  como 
cosa  que  tiene  vida,  tiene  también  efectos  de  vida,  que  son  ani- 
marnos, consolarnos,  alegrarnos  y  esforzarnos  en  el  camino  del 
cielo  y  darnos  aliento  y  confianza  en  medio  de  los  trabajos  del 
mundo,  como  la  tenía  aquella  bienaventurada  Susana,  de  quien 
se  dice  que  estando  ya  sentenciada  á  muerte  y  llevándola  por 
las  calles  públicas  á  apedrear,  con  todo  esto  su  corazón  estaba 
esforzado  y  confiado  en  Dios.  Y  tal  era  también  la  confianza 
que  tenía  David  cuando  decía  (2);  Acuérdate,  Señor,  de  la  pa- 


(i)    I  P^tr.  I.     (»;  Psalm   CXVIII. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO  XVIÍ.  t.'t 


labra  que  tienes  dada  á  tu  siervo,  con  la  cual  me  diste  espe- 
ranza, porque  ésta  me  esforzó  y  consoló  en  la  aflicción  de  mis 
trabajos. 

Pues  esta  esperanza  viva  obra  muchos  y  muy  admirables  efec- 
tos en  el  ánima   donde  mora,  y  tanto  más  cuánto  más  partici- 
pa de  la  caridad  y  amor  de  Dios,  que  es  el  que  le  da  la  vida. 
Entre  los  cuales  efectos  el  primero  es  esforzar  al  hombre  en  el 
camino  de  la  virtud  con  la  esperanza  del  galardón;  porque  cuán- 
to más  firmes  prendas  tiene  desto,  tanto  más  alegremente  pasa 
por  los  trabajos  del  mundo,  como  todos  los  Sanctos  á  una  voz 
testifican.  S.  Gregorio  dice:  La  virtud  de  la  esperanza  de  tal  ma- 
nera levanta  nuestro  corazón  á  los  bienes  de  la  eternidad,  que 
nos  hace  no  sentir  los   males  desta  mortalidad.  Orígenes  dice: 
La  esperanza  de  la  gloria  advenidera  da  descanso  á  los  que  por 
ella  trabajan  en  esta  vida,  así  como  mitiga  el  dolor  de  las  he- 
ridas que  el  soldado  recibe  en  la  guerra,  la  esperanza  de  la  co- 
rona. S.  Ambrosio  dice:  La  esperanza  firme  del  galardón  escon- 
de los  trabajos  y  hurta  el  cuerpo  á  los  peligros.  Sant  Hieróni- 
mo  dice:  Toda  obra  se  hace  liviana  cuando  se  estima  el  precio 
della,  y  así  la  esperanza  del  premio    diminuye   la  fuerza  del  tra- 
bajo. Esto  mismo  explica  Crisóstomo  aun  más  copiosamente  por 
estas  palabras:  Si  las  temerosas  ondas  de  la  mar  no  desmayan  á 
los  marineros,  ni  la  lluvia  de  las  tempestades   y  inviernos  á  los 
labradores,  ni  las  heridas   y  muertes  á  los  soldados,  ni  los  gol- 
pes y  caídas  á  los  luchadores,  cuando  ponen  los  ojos  en  las  es- 
peranzas engañosas  de  lo  que   por  esto  pretenden,  mucho  me- 
nos habían   de  sentir  los  trabajos   los  que  esperan  el  reino  de 
Dios.    No  mires  pues,  oh  cristiano,  que  el  camino  de  las  vir- 
tudes es  áspero,  sino  dónde  va  á  parar:  ni  que  el  de  los  vicios 
es  dulce,  sino  el  paradero  que  tiene.  Dice  por  cierto  muy  bien 
este  Sancto.  Porque  ¿  quién  irá  de  buena  gana  por  un  camino  de 
rosas  y  flores,  si  va  á  parar  en  la  muerte?  y  ¿quién  rehusará  un 
camino  áspero  y  dificultoso,  si  va  á  parará  la  vida? 

Mas  no  sólo  sirve  la  esperanza  para  alcanzar  este  tan  desea- 
do fin,  sino  también  para  todos  los  medios  que  para  él  se  re- 
quieren, y  generalmente  para  todas  las  necesidades  y  miserias 
desta  vida.  Porque  por  ellas  es  el  hombre  socorrido  en  sus  tri- 
bulaciones, defendido  en  sus  peligros,  consolado  en  sus  dolores, 
ayudado  en  sus  enfermedades,  proveído  en  sus  necesidades,  pues 


t;2  GUÍA  DE  PECADORES 

por  ella  se  alcanza  el  favor  y  misericordia  de  Dios,  que  para  to- 
das las  cosas  nos  ayuda.  Desto  tenemos  evidentísimas  prendas 
y  testimonios  en  todas  las  Escripturas  divinas,  mayormente  en 
los  psalmos  de  David,  porque  apenas  se  hallará  psalmo  que  no 
engrandezca  esta  virtud,  y  predique  los  fructos  della:  lo  cual  sin 
dubda  es  una  de  las  mayores  riquezas  y  consolaciones  que  los 
buenos  tienen  en  esta  vida.  Por  lo  cual  no  se  me  debe  tener  por 
prolijidad  referir  aquí  algunas  dellas,  pues  es  cierto  que  mu- 
chas más  son  las  que  callo,  que  las  que  podré  referir.  En  el 
libro  de  los  Reyes  dijo  un  Profeta  al  rey  Asá  (i):  Los  ojos 
del  Señor  contemplan  toda  la  tierra  y  dan  fortaleza  á  todos 
los  que  esperan  en  Él.  Hieremías  dice  (2):  Bueno  es  el  Señor  á 
los  que  esperan  en  Él,  y  al  ánima  del  que  le  busca.  Y  en  otro  lu- 
gar: Bueno  es  el  Señor,  el  cual  esfuerza  á  los  suyos  en  el  tiera- 
po  de  la  tribulación,  y  conosce  á  todos  los  que  esperan  en  El: 
esto  es,  tiene  cuenta  con  ellos  para  socorrerlos  y  ayudarlos.  Isaías 
dice  (3):  Si  os  volviéredes  á  mí,  y  estuviéredes  en  mí  quietos, 
seréis  salvos.  En  silencio  y  esperanza  estará  vuestra  fortaleza.  Y 
entiende  aquí  por  silencio  la  quietud  y  reposo  interior  del  áni- 
ma en  medio  de  los  trabajos,  que  es  efecto  desta  esperanza, 
la  cual  destierra  della  toda  solicitud  y  congoja  desordenada,  con 
el  favor  que  espera  de  la  misericordia  divdna.  El  Eclesiástico 
dice  (4):  Los  que  teméis  al  Señor,  fiaos  del,  y  no  perderéis  vues- 
tro  galardón.  Los  que  teméis  al  Señor,  esperad  en  El,  y  su  mi- 
sericordia será  para  vuestra  consolación  y  alegría.  Mirad,  hijos, 
á  todas  las  naciones  de  los  hombres  y  sabed  cierto  que  nadie 
esperó  en  el  Señor,  que  le  saliese  en  vano  su  esperanza.  Salo- 
món en  sus  Proverbios  dice:  Descubre  tu  corazón  al  Señor  y  es- 
pera  en  El,  porque  El  te  guiará  y  enderezará  en  tus  cammos. 
El  profeta  David  en  un  psalmo  dice  (5):  Esperen,  Señor,  en  Ti 
los  que  conoscen  tu  nombre,  porque  nunca  desamparaste  á  los 
que  te  buscan.  En  otro  dice  (6):  Yo,  Señor,  esperé  en  Ti,  y  así 
me  alegraré  y  gozaré  en  tu  misericordia.  En  otro  dice  (7):  A 
los  que  esperan  en  el  Señor  cercará  la  misericordia.  Y  dice  muy 
bien  cercará,  para  dar  á  entender  que  por  todas  partes  los  guar- 
dará, así  como  el  rey  que  está  cercado  de  su  gente,  para  que 


(i)     III    Reg.     XV;    II   Paral.    XVI .      (2)     Jerem.   III.      (3)    Isai.    XXX. 
(4)    Eccli.  II     (S)  Psalm.  IX.     (6)    Psalm.  XXX.     (7)    Psalm.  XXXI. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XVÍL  i;3 


vaya  más  seguro.  Y  en  otro  psalmo  prosigue  más  á  la  larga  es- 
ta materia,  diciendo  (i):  Esperando  esperé  en  el  Señor,  y  Él 
miró  por  mí,  y  sacóme  del  lago  de  la  miseria,  y  del  lodo  en 
que  estaba  atollado,  y  asentó  mis  pies  sobre  una  firme  piedra, 
y  enderezó  todos  mis  pasos  y  puso  en  mi  boca  un  cantar  nue- 
vo, y  un  himno  en  alabanza  de  nuestro  Dios.  Verán  esto  los 
j  ustos,  y  alabarán  á  Dios,  y  esperarán  en  Él:  bienaventurado  el 
varón  que  puso  su  esperanza  en  el  Señor,  y  no  puso  sus  ojos 
en  las  vanidades  y  locuras  engañosas  del  mundo.  En  las  cuales 
palabras  hallarás  aun  otro  efecto  maravilloso  desta  virtud,  que  es 
abrir  la  boca  y  los  ojos  del  hombre  para  conoscer  por  experien- 
cia la  bondad  y  providencia  paternal  de  Dios,  y  cantarle  un  can- 
tar nuevo,  con  nuevo  gusto  y  nueva  alegría,  por  el  nuevo 
beneficio  recebido  con  el  socorro  esperado.  No  acabaríamos  á 
este  paso  de  traer  versos,  y  aun  psalmos  enteros  deste  profeta. 
Porque  todo  el  psalmo:  Quí  conjidunt  in  Domino,  siait  inons  Sion^ 
desto  habla.  Y  asimismo  todo  el  psalmo:  Qiii  habitat  in  adjiíto- 
rio  Altissimi,  se  gasta  en  contar  los  grandes  fructos  y  provechos 
de  los  que  esperan  en  Dios,  y  viven  debajo  de  su  protección. 
Donde  sobre  una  palabra  deste  psalmo,  que  dice:  Tú  eres.  Se- 
ñor, mi  esperanza,  escribe  Sant  Bernardo  así:  Para  cualquier  cosa 
que  deba  yo  hacer,  ó  no  hacer,  sufrir,  ó  desear.  Tú  eres,  Señor, 
mi  esperanza.  Ésta  es  la  causa  del  cumplimiento  de  todas  tus 
promesas:  ésta  es  la  principal  razón  y  fundamento  de  mi  espe- 
ranza. Alegue  otro  sus  virtudes,  gloríese  que  ha  sufrido  todo  el 
peso  del  día  y  del  calor,  diga  con  el  fariseo  que  ayuna  dos  días 
cada  semana  y  que  no  es  él  como  los  otros  hombres;  mas  yo, 
Señor,  diré  con  el  Profeta:  Bueno  es  á  mí  llegarme  á  Dios,  y  po- 
ner en  Él  mi  esperanza.  Si  me  prometen  premios,  por  Vos  es- 
peraré que  los  alcanzaré;  si  se  levantaren  contra  mí  batallas,  por 
Vos  espero  que  las  venceré;  si  se  embravesciere  contra  mí  el 
mundo,  si  bramare  el  demonio,  si  la  misma  carne  se  levantare 
contra  el  espíritu,  en  Vos  esperaré.  Pues  siendo  esto  así,  <:por 
qué  no  desechamos  luego  de  nosotros  todas  estas  vanas  y  en- 
gañosas esperanzas,  y  no  nos  apegamos  con  todo  fervor  y  de- 
voción á  esta  esperanza  tan  segura?  Y  más  abajo  añade  el  mis- 
mo Sancto,  diciendo.  La  fe  dice:  Grandes  y  inestimables  bienes 


(l^     Psalm.  X3CXIX, 


i  ^4  GÜU   DE  PECADORES 


tiene  Dios  aparejados  para  sus  fieles.  Mas  la  esperanza  dice:  Pa- 
ra mí  los  tiene  guardados.  Y  no  contento  con  esto  hace  á  la  ca- 
ridad que  diga:  Pues  yo  me  daré  priesa  por  gozarlos. 

Cata  aquí  pues,  hermano,  cuan  grande  sea  el  fructo  desta 
virtud,  y  para  cuántas  cosas  nos  aprovecha.  Ella  es  como  un 
puerto  seguro  adonde  se  acogen  los  justos  en   el  tiempo  de  la 
tormenta.  Es  como  un  escudo  muy  fuerte  con  que  se  defienden 
de  los  mares  y  ondas  deste  siglo.  Es  como  un  depósito  de  pan 
en  tiempo  de  hambre,  adonde  acuden  todos  los  pobres  y  nece- 
sitados á  pedir  socorro.  Es  aquel  tabernáculo  y  sombra  que  pro- 
mete Dios  por  Isaías  á  sus  escogidos  (i),  para  que  en  él  se  es- 
condan y  defiendan  de  los  calores  del  verano  y  de  las  lluvias  y 
torbellinos  del  invierno,  esto  es,  de  las  prosperidades  y  adversi- 
dades deste  mundo.  Es,  finalmente,  una  medicina  y  común  re- 
medio de  todos  nuestros  males,  pues  es  verdad  que  todo  lo  que 
justa,  fiel  y  sabiamente  esperáremos  de  Dios,  alcanzaremos,  sien- 
do cosa  saludable.  Por  donde  dice  Cipriano  que  la  misericordia  de 
Dios  es  la  fuente  de  los  remedios,  y  que  la  esperanza  es  el  vaso 
que  los  coge,  y  que  según  la  cuantidad  deste  vaso,  así  será  la 
del  remedio;  porque  por  parte  de  la  fuente  no  puede  el  agua  de 
la  misericordia  faltar.  De  suerte   que  así  como  dijo  Dios  á  los 
hijos  de  Israel  que  toda  la  tierra  sobre  que  pusiesen  sus  pies, 
sería  suya  (2),  así  toda  la  misericordia  sobre  que  el  hombre  lle- 
gare á  poner  los  pies  de  su  esperanza,  será  suya.  Y  según  esto 
el  que  movido  de  Dios  esperare  todas  las  cosas,  todas  las  alcan- 
zará. En  lo  cual  parece  que  esta  esperanza  es  una  imitación  de 
la  virtud  y  poder  de  Dios,  la  cual  redunda  en  gloria  del  mismo 
Dios.  Porque  (como  dice  muy  bien  Sant  Bernardo)  no  hay  cosa 
que  tanto  declare   la  omnipotencia   de  Dios,  como  ver  que  no 
sólo  Él   es  todopoderoso,  mas   también  hace  en  su  manera  to- 
dopoderosos á   los  que    esperan  en  El.  Si  no,  dime:  ¿no  parti- 
cipaba desta  omnipotencia  el  que  dende  la  tierra  mandaba  al  sol 
que  se  parase  en  el  cielo,  y  el  que  daba  á  escoger  al  rey  Eze- 
quías,  si  quería  que  mandase  al  mismo  sol  volver  atrás  (3),  ó  pa- 
sar adelante?  Esto  es  lo  que  señaladamente  engrandesce  la  glo- 
ria de  Dios,  hacer  los  suyos  tan  poderosos.  Porque  si  se  gloriaba 
aquel  soberbio  rey  de  los  asirlos  diciendo  que  los  príncipes  que 


(i)     Issü.  IV.      (2)  Josué,  I.     (3)  IV  Reg.  XX;  Isai.  XXXVHI, 


LIBRO  I.  Capítulo  xvil  175 


le  servían  eran  también  re^^es  como  él,  <:  cuánto  más  se  puede 
gloriar  nuestro  Señor  Dios,  diciendo  que  también  son  dioses 
en  su  manera  los  que  sirven  á  Él,  pues  tanto  participan  de  su 
poder? 


De  la  esperanza  vana  de  los  malos. 
§.  I. 

i  STE  es,  pues,  el  tesoro  de  la  esperanza  de  que  gozan  los 
buenos:  del  cual  carecen  los  malos,  porque  aunque  tie- 
nen esperanza,  no  la  tienen  viva,  sino  muerta;  porque  el  pecado 
les  quitó  la  vida,  y  así  no  obra  en  ellos  estos  efectos  que  ha- 
bemos  dicho.  Porque  así  como  ninguna  cosa  hay  que  más  avive 
la  esperanza  que  la  buena  consciencia,  así  una  de  las  cosas  que 
más  la  derriba  y  desmaya  es  la  mala;  pues  ésta  (como  dijimos) 
ordinariamente  anda  á  sombra  de  tejados;  y  así  teme  y  descon- 
fía, por  entender  que  no  tiene  merecido,  sino  desmerecido  el  fa- 
vor de  la  gracia  divina.  De  donde  así  como  la  sombra  sigue  al 
cuerpo  do  quiera  que  va,  así  el  temor  y  la  desconfianza  acom- 
pañan á  la  mala  consciencia  por  do  quiera  que  anda.  En  lo  cual 
parece  que  cual  es  su  felicidad,  tal  es  su  confianza;  porque  así 
como  tiene  su  felicidad  en  los  bienes  del  mundo,  así  en  ellos  tiene 
su  confianza,  pues  en  ellos  se  gloría  y  á  ellos  se  socorre  en  el 
tiempo  de  la  tribulación.  De  la  cual  esperanza  hallamos  escripto 
en  el  libro  de  la  Sabiduría  (i):  La  esperanza  del  malo  es  como 
el  pelito  de  lana  que  se  lleva  el  viento,  y  como  la  espuma  del- 
gada que  deshace  la  ola,  y  como  el  vapor  del  humo  que  esparce 
el  aire.  ¿Ves,  pues,  cuan  vana  sea  esta  confianza? 

Pues  aun  más  mal  tiene  que  éste,  porque  no  sólo  es  vana, 
sino  también  perjudicial  y  engañosa,  como  lo  significó  el  Señor 
por  el  profeta  Isaías  diciendo  (2):  ¡Ay  de  vosotros,  hijos  desam- 
paradores de  vuestro  padre,  que  tomastes  consejo,  y  no  comigo: 
y  urdistes  una  tela,  y  no  con  mi  espíritu,  para  añadir  pecados  á 
pecados:  y  enviastes  á  Egipto  á  pedir  socorro,  y  no  tomastes 
consejo  comigo,  esperando  ayuda  en  la  fortaleza  de  Faraón,  y 


(i)     Sap.  V.     (2)  Isai.  XXX. 


176  GUÍA  DE  PECADORES 


poniendo  vuestra  confianza  en  la  sombra  de  Egipto !  Y  volvér- 
seos ha  la  fortaleza  de  Faraón  en  confusión  y  la  confianza  en  la 
sombra  de  Egipto  en  ignominia.  Todos  quedaron  confundidos  es- 
perando en  el  pueblo  que  no  les  socorrió,  ni  les  aprovechó  en 
nada:  antes  les  fué  materia  de  mayor  vergüenza  y  confusión. 
Hasta  aquí  son  palabras  de  Isaías,  el  cual  (no  contento  con  lo 
dicho)  torna  en  el  capítulo  siguiente  á  repetir  esta  misma  re- 
prehensión, diciendo:  ¡Ay  de  aquéllos  que  van  á  Egipto  á  pe- 
dir socorro,  esperando  en  sus  caballos  y  teniendo  confianza  en 
sus  carros  porque  son  muchos,  y  en  sus  caballeros  porque  son 
muy  esforzados,  y  no  pusieron  su  confianza  en  el  Sancto  de  Is- 
rael, ni  buscaron  al  Señor!  Porque  Egipto  es  hombre  y  no  Dios, 
y  sus  caballos  son  carne  y  no  espíritu,  y  el  Señor  extenderá  su 
mano,  y  caerá  el  ayudador  y  también  el  que  es  ayudado,  y  unos 
y  otros  serán  juntamente  confundidos  y  burlados. 

Cata  aquí,  pues,  la  diferencia  que  hay  entre  la  esperanza  de 
los  buenos  y  de  los  malos,  porque  la  de  los  unos  es  carne  y  la 
délos  otros  es  espíritu:  y  (si  esto  es  poco)  la  de  los  unos  es 
hombre,  y  la  de  los  otros  es  Dios:  por  do  parece  que  lo  que  va  de 
Dios  á  hombre,  eso  va  de  esperanza  á  esperanza.  Por  lo  cual 
con  mucha  razón  nos  aparta  el  Profeta  de  la  una  esperanza  y 
nos  convida  á  la  otra,  diciendo  (i):  No  queráis  confiar  en  los 
príncipes  de  la  tierra,  ni  en  los  hijos  de  los  hombres,  que  no 
son  parte  para  dar  salud.  Acabarse  ha  la  vida  dellos,  y  volver- 
se han  en  la  misma  tierra  de  que  fueron  formados,  y  en  este 
día  perecerán  todos  los  pensamientos  de  los  que  confiaban  en 
ellos.  Bienaventurado  el  varón  que  tiene  á  Dios  por  su  ayuda- 
dor, y  en  Él  tiene  puesta  su  esperanza:  el  cual  hizo  el  cielo,  la 
tierra,  lámar  y  todo  lo  que  en  ellos  es.  ¿Ves,  pues,  aquí  claro 
la  diferencia  que  va  de  la  una  esperanza  á  la  otra?  Y  en  otro 
psalmo  declara  el  mismo  Profeta  esta  misma  diferencia  de  es- 
peranzas, diciendo  (2):  Estos  confían  en  sus  carros  y  caballos,  y 
nosotros  en  el  nombre  del  Señor.  Ellos  se  enlazaron  y  cayeron: 
mas  nosotros  nos  levantamos  y  estamos  en  pie.  Mira,  pues, 
cuan  bien  responde  aquí  el  fructo  de  la  confianza  á  los  estri- 
bos y  fundamentos  della;  pues  de  la  una  se  sigue  la  caída,  y  de 
la  otra  levantamiento  y  victoria. 


(1)    Psalm.  CXLY.     (2)  Psalm.  XIX. 


libro' í.    CAPÍTULO   XVIL  1 7; 

Por  lo  cual  con  mucha  razón  se  comparan  los  unos  con  aquel 
hombre  del  Evangelio  (i)  que  edificó  su    casa  sobre  arena:  la 
cual  á  la  primera  tempestad  que  se  levantó,  dio  consigo  en  tie- 
rra: y  los  otros  con  el  que  la  edificó  sobre  peña  viva,  y  por  eso 
estuvo  firme  y  segura  contra  todos  las  aguas  y  torbellinos  dss- 
ta  vida.  Y  no    menos  elegantemente  declara    el  profeta  Hiere- 
mías  por  otra  niu}'  hermosa  comparación  esta  misma  diferencia 
por  estas  palabras  (2):  Maldito  sea  el  hombre  que  confía  en  otro 
hombre,  y  el    que  apartado  su  corazón  del  Señor,  pone  la  car- 
ne  flaca  por  brazo   y  amparo  de  su  vida.  Porque  este  tal  será 
como  el  arbolillo  silvestre  que  nace  en  el  desierto,  que  no  verá 
el  bien  cuando  viniere,  sino  antes  estará  desmedrado  en  perpe- 
tua sequedad,  y  en  tierra  salobre  y  inhabitable.  Alas  por  el  con- 
trario, del  varón  justo  dice  luego  así:  Bendito  sea  el  varón  que 
tiene  su  esperanza  en  el  Señor,   porque   Él  será    su  ayudador. 
.Este  tal  será  como  un  árbol   plantado  par   de  las  corrientes  de 
las  aguas,  que  con  la  virtud  del   humor  vecino   extenderá  sus 
raíces,  y  en  el  año  de  la  sequedad  estará  seguro  de  la  fuerza 
del  estío,  y  sus  hojas  estarán  siempre  verdes,  y  nunca  dejará  de 
dar  su  fructo.   Hasta  aquí  son  palabras  del  Profeta.  Pues  dime, 
ruégote:  ¿  qué  más  era  menester  ( si  tuviesen  los  hombres  seso) 
para  ver  la  diferencia  que  hay  sólo   por  parte  de  la  esperanza 
entre  la  suerte  de  los  buenos  y  de  los  malos,  y  entre  la  prospe- 
ridad de  los  unos  y  de  los  otros  ?   ¿  Qué  mayor  bien  puede    te- 
ner un   árbol  que  está  plantado  de  la  manera  que  aquí  nos  lo 
pinta  este  Profeta  ?  Pues  tal  es  en  su  manera  el  estado  del  jus- 
to, á   quien   todas   las  cosas   suceden   prósperamente,  por  estar 
plantado  par  de  las  corrientes  del  agua  de  la  divina  gracia.  Mas 
por    el  contrario,  ninguna  peor    suerte  puede  caber  á  un  árbol 
que  ser  infructuoso  y  silvestre,  y  estar  en  tan  mala  tierra,  y  fue- 
ra de  la  vista  y  culto  de  los  hombres:  para  que  por  aquí  vean 
los  malos  que  no  pueden  tener  en  esta  vida  otro  más  miserable 
estado  que  tener  desviados  sus  ojos  y  corazón   de  Dios  (que  es 
fuente  de  aguas  vivas)  y  tenerlos  puestos  en  los  arrimos  de  las 
criaturas  frágiles  y  engañosas;  que  es    la  tierra    desierta,  seca  y 
inhabitable.  Por  donde  verás  muy   bien  cuan  digno  de  ser  llo- 
rado es  el  mundo,  que  en  tan  mala  tierra  está  plantado:  pues  en 


(1)     MaUh/VII.      C2)Jer.  XVII. 

OBRAS  DB  GRANADA  I— 1« 


178  GÜL\  DE  PECADORES 


tan  flacos  estribos  tiene  puesta  su  esperanza,  que  no  es  espe- 
ranza, sino  engaño  y  confusión,  como  arriba  se  declaró. 

Pues  dime,  ruégote:  ^qué  mayor  miseria  puede  ser  que  és- 
ta? iQné  mayor  pobreza  que  vivir  sin  esta  manera  de  espe- 
ranza? Porque  si  el  hombre  quedó  por  el  pecado  tan  pobre  y 
desnudo  como  arriba  tratamos,  y  para  su  remedio  era  tan  ne- 
cesaria la  esperanza  de  la  divina  misericordia,  ¿qué  será  del 
quebrada  esta  áncora  en  la  cual  se  sostenía?  Vemos  que  todos 
los  otros  animales  nascen  en  su  manera  perfectos  y  proveídos 
de  todo  lo  necesario  para  su  vida.  Mas  el  hombre  por  el  peca- 
do quedó  medio  deshecho:  de  tal  manera,  que  cuasi  ninguna  de 
las  cosas  que  ha  menester  tiene  dentro  de  sí,  sino  que  todo  le 
ha  de  venir  de  acarreo  y  de  limosna  por  mano  de  la  divina 
misericordia.  Pues  quitada  ésta  de  por  medio,  ¿  qué  tal  podrá 
ser  su  vida,  sino  coja,  y  manca,  y  llena  de  mil  defectos?  ^Qué 
cosa  es  vivir  sin  esperanza,  sino  vivir  sin  Dios?  Pues  ¿qué  le 
quedó  al  hombre  de  su  antiguo  patrimonio  para  vivir  sin  este 
arrimo?  ¿Qué  nación  hay  en  el  mundo  tan  bárbara,  que  no 
tenga  alguna  noticia  de  Dios,  y  que  no  le  honre  con  alguna 
manera  de  honra,  y  que  no  espere  algún  beneficio  de  su  provi- 
dencia? Un  poco  de  tiempo  que  se  ausentó  Moisén  de  los  hi- 
jos de  Israel,  pensaron  que  estaban  sin  Dios,  y  como  rudos  y 
groseros  dieron  luego  voces  á  Aarón,  diciendo  que  les  hiciese 
algún  dios,  porque  no  se  atrevían  á  caminar  sin  él  (i).  En  lo 
cual  parece  que  la  misma  naturaleza  humana,  aunque  no  siem- 
pre conozca  al  verdadero  Dios,  conosce  que  tiene  necesidad  de 
Dios;  y  aunque  no  conozca  la  causa  de  su  flaqueza,  conosce  su 
flaqueza:  y  por  eso  naturalmente  busca  á  Dios  para  remedio  de- 
Ua.  De  suerte  que  así  como  la  hiedra  busca  el  arrimo  del  árbol 
para  subir  á  lo  alto,  porque  por  sí  no  puede,  y  así  como  la  mu- 
jer naturalmente  busca  el  arrimo  y  sombra  del  varón,  porque  co- 
mo animal  imperfecto  entiende  la  necesidad  que  tiene  deste 
arrimo,  así  la  misma  naturaleza  humana,  como  pobre  y  necesi- 
tada, busca  la  sombra  y  amparo  de  Dios.  Pues  siendo  esto  así, 
¿  cuál  será  la  vida  de  los  hombres  que  viven  en  tan  triste  viu- 
dez y  desamparo  de  Dios? 

Querría  saber:  los  que  desta  manera  viven,   ¿con  quién  se 


^l)  Exod.  XXXII. 


LIBRO  I.   CAPITULO  XVIL  i/g 

consuelan  en  sus  trabajos?  ¿á  quién  se  acogen  en  sus  peligros? 
¿con  quién  se  curan  en  sus  enfermedades?  ¿á  quién  dan  parte 
de  sus  penas?  ¿con  quién  se  aconsejan  en  sus  negocios?  ¿á  quién 
piden  socorro  en  sus  necesidades  ?  ¿con  quién  tratan?  ¿con  quién 
conversan?  ¿con  quién  platican?  ¿con  quién  se  acuestan,  y  con 
quién  se  levantan?  y  finalmente,  ¿cómo  pasan  por  todos  los 
trances  desta  vida  los  que  no  tienen  este  recurso  ?  Si  un  cuerpo 
no  puede  vivir  sin  ánima,  ¿cómo  un  ánima  puede  vivir  sin  Dios, 
pues  no  es  menos  necesario  Dios  para  la  una  vida,  que  el  áni- 
ma para  la  otra?  Y  si  (como  arriba  dijimos )  la  esperanza  viva 
es  el  áncora  de  nuestra  vida,  ¿  cómo  osa  nadie  entrar  en  el  gol- 
fo deste  siglo  tan  tempestuoso  sin  el  socorro  desta  áncora  ?  Y 
si  la  esperanza  decíamos  que  era  el  escudo  con  que  nos  defen- 
demos del  enemigo,  ¿cómo  andan  los  hombres  sin  este  escudo 
en  medio  de  tantos  enemigos?  Si  la  esperanza  es  el  báculo  con 
que  se  sostiene  la  naturaleza  humana  después  de  aquella  ge- 
neral dolencia,  ¿qué  será  del  hombre  flaco  sin  el  arrimo  deste 
báculo? 

Queda,  pues,  aquí  bastantemente  declarado  lo  que  va  de 
la  esperanza  de  los  buenos  á  la  de  los  malos,  y  por  consiguien- 
te, lo  que  va  de  la  suerte  de  los  unos  á  la  de  los  otros:  pues 
los  unos  tienen  á  Dios  por  defensor  y  valedor,  y  los  otros  el 
báculo  de  Egipto,  que  si  os  quisiéredes  afirmar  sobre  él,  que- 
brarse ha,  y  entrarse  ha  por  la  mano  del  que  estriba  sobre  él  (i). 
Porque  basta  la  culpa  que  el  hombre  comete  en  poner  aquí  to- 
da su  confianza,  para  que  Dios  la  cure  con  el  desengaño  de  su 
caída:  como  El  lo  significó  por  Hieremías,  el  cual  profetizando 
la  destrucción  del  reino  de  Moab,  y  la  causa  della,  dice  así  (2): 
Porque  tuviste  confianza  en  tus  muros  y  en  tus  tesoros,  tú  tam- 
bién serás  presa  y  destruida,  y  Caraos  (que  es  el  dios  en  que 
confías)  será  llevado  captivo,  y  sus  sacerdotes  y  príncipes  tam- 
bién con  él.  Mira,  pues,  agora  tú  cuál  sea  este  linaje  de  soco- 
rro, pues  el  mismo  confiar  en   él  y  procurarlo  es  perderlo. 

Esto  baste  cuanto  á  este  privilegio  de  la  esperanza.  El  cual 
aunque  paresce  ser  el  mismo  que  el  de  la  providencia  especial 
de  Dios  para  con  los  suyos  (de  que  arriba  tratamos)  pero  no 
lo  es,  antes  se  diferencia  del  como  efecto   de  su  causa.  Porque 


(i)     Isai.  XXXVI.     (2;  Hierem.  XUVIII. 


j8o  GUtA  DE  PECADORES 


como  sean  muchos  los  fundamentos  y  causas  desta  esperanza 
(cuales  son  la  bondad  y  la  verdad  de  Dios,  y  los  méritos  de 
Cristo,  &c.)  uno  de  los  principales  es  esta  paternal  providencia, 
de  la  cual  procede  esta  confianza.  Porque  saber  que  tiene  Dios 
este  cuidado  dellos,  causa  esta  confianza  en  ellos. 


DEL   SÉPTIMO  PRIVILEGIO   DE    LA    VIRTUD,    QUE    ES    LA.  VERDADERA    LIBERTAD 
DE  QUE    GOZVN    LOS   UUKNOS,    Y   DE    LA    MlSERAIíLE    Y    NO    CQNOSCIUA 
SERVIDUMBRE     EN    QUE   VIVEN    LOS    MALOS. 

CAPÍTULO  XVIII. 


¡^^p4lE  todos  estos  privilegios  susodichos,  y  señaladamen- 
te del  segundo  y  del  cuarto  ( que  es  de  la  gracia 
del  Espíritu  Sancto,  y  de  las  consolaciones  divinas) 
se  sigue  otro  maravilloso  de  que  gozan  los  buenos,  que  es  la 
verdadera  libertad  del  ánima,  la  cual  el  Hijo  de  Dios  trajo  al 
mundo,  y  por  la  cual  tiene  apellido  de  Redemptor  del  géne- 
ro humano,  por  haberlo  rescatado  de  la  verdadera  y  misera- 
ble servidumbre  en  que  vivía,  y  puesto  en  verdadera  libertad. 
Este  es  uno  de  los  principales  bienes  que  este  Señor  trajo  al 
mundo,  y  uno  de  los  más  señalados  beneficios  del  Evangelio, 
y  uno  de  los  principales  efectos  del  Espíritu  Sancto,  porque 
donde  este  Espíritu  mora,  ahí  está  la  verdadera  libertad,  como 
dice  el  Apóstol  (i).  Finalmente,  éste"  es  uno  de  los  grandes  pre- 
mios que  en  esta  vida  se  promete  á  los  siervos  de  Dios,  como 
el  mismo  Señor  lo  prometió  á  unos  que  le  querían  comenzar  á 
servir,  diciendo  (2):  Si  vosotros  permanesciéredes  en  mis  pala- 
bras, seréis  de  verdad  mis  discípulos,  y  conoceréis  la  verdad,  y 
la  verdad  os  librará:  esto  es,  la  verdad  os  dará  verdadera  Hber- 
tad.  Y  respondiendo  ellos:  Hijos  somos  de  Abraham,  y  nunca 
servimos  á  nadie:  ,:cómo  dices  tú  agora  que  seremos  libres? 
Respondió  el  Señor:  En  verdad  os  digo  que  quienquiera  que 
comete  pecado  es  siervo  del  pecado,  y  el  siervo  no  permanes- 
ce  en  la  casa  para  siempre,  mas  el  hijo  permanesce  siempre,  y 
por  tanto,  si  el  hijo  os  Hbertare,  seréis  de  verdad  libres. 

En  las  cuales  palabras  manifiestamente  da  el  Señor  á  enten- 
der que  hay  dos  maneras  de  libertad:  una  falsa  (que  paresce  li- 
bertad y  no  lo  es)  y  otra  verdadera,  que  lo  es.  Falsa  es  la  de 

(i;     II.  Cor.  m.     (2)  Joan.   VIH. 


1^2  GUÍA  DE  PECADORES 


aquéllos  que  teniendo  el  cuerpo  libre,  tienen  el  ánimo  captivo  y 
subjecto  á  la  tiranía  de  sus  pasiones  y  pecados:  como  era  la  de 
Alejandro  Magno,  que  siendo  señor  del  mundo,  era  esclavo  de 
sus  vicios.  Mas  verdadera  es  la  de  aquellos  que  tienen  el  ánima 
libre  de  todos  estos  tiranos:  como  quiera  que  esté  el  cuerpo,  ora 
suelto,  ora  captivo:  cual  era  la  del  apóstol  S.  Pablo,  que  estando 
preso  en  una  cadena,  con  el  espíritu  volaba  por  el  cielo,  y  con 
sus  cartas  y  doctrina  libertaba  el  mundo. 

La  razón  de  llamar  ésta  á  boca  llena  libertad  y  la  otra  no,  es 
porque  como  entre  las  dos  partes  principales  del  hombre  el  áni- 
ma sea  sin  comparación  más  noble  y  cuasi  el  todo  del  hombre, 
y  el  cuerpo  no  sea  más  que  la  materia  y  el  subjecto  ó  la  caja 
en  que  el  ánima  está  encerrada,  de  aquí  nasce  que  aquél  se  deba 
decir  de  verdad  libre,  que  tiene  esta  tan  principal  parte  libre;  y 
aquél  falsamente  Ubre,  que  teniendo  ésta  captiva,  el  cuerpo  trae 
por  do  quiere,  suelto  y  libre. 


De  la  servidumbre  en  que  inven  los  malos, 

§.I. 


si  preguntares  de  quién  es  captivo  el  que  desta  manera 
lo  es,  digo  que  lo  es  del  más  feo,  torpe  y  abominable  ti- 
rano de  cuantos  se  pueden  imaginar,  que  es  el  pecado.  Porque 
la  más  abominable  cosa  que  hay  en  el  mundo,  es  el  tormento  del 
infierno:  y  peor  y  más  abominable  es  el  pecado,  que  es  causa 
de  ese  tormento.  Y  déste  son  siervos  y  esclavos  los  malos:  como 
claramente  lo  viste  en  las  palabras  del  Señor  arriba  dichas:  Quien- 
quiera que  comete  pecado,  esclavo  es  y  siervo  del  pecado.  Pues 
¿qué  servidumbre  puede  ser  más  miserable  que  ésta?  Y  no  sólo 
es  siervo  del  pecado,  mas  también  de  los  principales  atizadores 
y  movedores  del  pecado,  que  son  el  demonio,  el  mundo  y  nues- 
tra propria  carne  corrompida  por  el  mismo  pecado,  con  todos 
los  apetitos  desordenados  que  della  proceden.  Porque  quien  es 
esclavo  de  un  hijo,  también  lo  es  de  los  padres  que  lo  engendra- 
ron; y  cónstanos  que  estos  tres  son  los  padres  del  pecado,  por  lo 
cual  se  llaman  enemigos  del  ánima;  porque  le  hacen  tan  grande 


Libro  i.  capítulo  xviií.  i%\ 


mal  como  es  captivarla  y  entregarla  en  poder  deste  tan  abomi- 
nable tirano. 

Y  aunque  todos  tres  de  consuno  concuerden  en  esto,  pero 
con  alguna  diferencia.  Porque  los  dos  primeros  se  sirven  del  ter- 
cero, que  es  la  carne,  como  de  otra  Eva  para  engañar  á  Adán; 
ó  como  de  un  muy  proprio  instrumento  y  despertador  con  que 
nos  mueven  á  todo  mal.  Por  la  cual  causa  el  Apóstol  más  clara- 
mente la  llama  pecado,  poniendo  el  nombre  del  efecto  á  la  cau- 
sa: porque  ella  es  la  que  nos  atiza  y  mueve  á  todo  género  de 
pecados.  Y  por  la  misma  razón  la  llaman  los  teólogos  Fomes 
peccati^  que  quiere  decir,  cebo  y  nutrimento  del  pecado;  porque 
es  el  aceite  y  la  leña  con  que  se  sustenta  el  fuego  del  pecado.  Mas 
nosotros  comúnmente  la  llamamos  sensualidad,  carne,  ó  concu- 
piscencia: que  por  términos  más  claros  es  nuestro  apetito  sensi- 
tivo (de  quien  nascen  todas  las  pasiones)  en  cuanto  corrompido 
y  estragado  por  el  pecado:  porque  éste  es  el  atizador,  y  desper- 
tador, y  como  un  manantial  de  todos  los  pecados;  y  por  esto 
señaladamente  se  sirven  del  y  de  todos  sus  apetitos  los  otros 
dos  enemigos,  para  hacernos  guerra  por  él.  Por  lo  cual  divina- 
mente dijo  S.  Basilio  que  las  principales  armas  con  que  nos  ha- 
cía guerra  el  demonio,  eran  nuestros  deseos.  Porque  la  dema- 
siada afición  de  las  cosas  que  deseamos,  nos  hace  procurarlas  á 
tuerto  ó  á  derecho,  y  romper  por  todo  lo  que  se  nos  pone  de- 
lante, aunque  sea  prohibido  por  la  ley  de  Dios:  de  donde  nascen 
todos  los  pecados. 

Pues  este  tal  apetito  es  uno  de  los  más  principales  tiranos  á 
quien  están  los  malos  subjectos,  y  como  dice  el  Apóstol  (i),  ven- 
didos por  esclavos.  Y  llámalos  aquí  vendidos  como  esclavos,  no 
porque  por  el  pecado  perdiesen  ellos  el  libre  albedrío  con  que 
fueron  criados  (porque  ni  se  perdió  ni  perderá  jamás  cuanto  á 
su  esencia,  por  más  pecados  que  se  hagan)  sino  porque  por  el 
pecado  quedó  por  una  parte  este  libre  albedrío  tan  flaco,  y  por 
otra  el  apetito  tan  fuerte,  que  por  la  mayor  parte  prevalece  lo 
fuerte  contra  lo  flaco,  y  quiebra  la  soga  por  lo  más  delgado. 

Pues  ¿qué  cosa  más  para  sentir,  que  ver  cómo  teniendo  el 
hombre  un  ánima  criada  á  imagen  de  Dios,  esclarescida  con  lum- 
bre del  cielo,  y  un   entendimiento  que  sube  con  su  delicadeza 


(i)     Rom.  VII. 


1^4  C-llA  DE  PECADORES 


^obre  todo  lo  criado,  hasta  hallar  á  Dios,  que  menospreciadas  to- 
das estas  grandezas,  venga  ásubjectarse  y  regirse  por  el  ímpetu 
furioso  de  su  apetito  bestial,  y  éste  corrompido  por  el  pecado,  y 
sobre  todo  movido  y  atizado  por  el  demonio?  ¿Qué  se  puede 
esperar  deste  regimiento  y  desta  guía,  sino  despeñaderos,  y  de- 
sastres, y  caídas,  y  males  incomparables? 

Y  porque  más  claramente  veas  la  fealdad  desta  servidumbre, 
quiero  traerte  para  esto  un  ejemplo  muy  palpable.  Imaginemos 
agora  que  estuviese  un  hombre  casado  con  una  mujer,  en  quien  cu- 
piese toda  la  nobleza,  hermosura  y  discreción  que  en  una  mujer 
puede  caber;  y  que  estando  él  así  muy  bien  casado,  una  mulata 
criada  suya,  y  grande  hechicera,  teniendo  envidia  desto  le  diese 
algunos  bebedizos,  con  los  cuales  de  tal  manera  le  trastornase  el 
seso,  que  despreciada  la  mujer,  y  puesta  á  un  rincón  de  casa,  se 
entregase  todo  á  la  mulata,  y  la  hiciese  asentar  en  el  estrado  de 
su  mujer,  3'  con  ella  comiese,  y  durmiese,  y  se  aconsejase,  y 
tratase  todos  los  negocios  de  su  casa,  y  por  su  mandamiento 
gastase  y  disipase  toda  la  hacienda  en  comidas,  y  fiestas,  y  jue- 
gos, y  cosas  semejantes:  y  no  contento  con  esto,  llegase  su  de- 
satino á  tales  términos,  que  obligase  á  su  propria  mujer  á  servir 
como  esclava  á  esta  mala  mujer  en  todo  lo  que  ella  le  manda- 
se. ¿Quién  podría  imaginar  que  hasta  aquí  llegase  el  embauca- 
miento de  un  hombre?  Y  si  hasta  aquí  llegase,  ; cómo  extraña- 
rían esto  los  que  lo  supiesen?  ¿Qué  indignación  tendrían  contra 
aquella  mala  hembra,  y  qué  compasión  de  la  noble  mujer,  y  qué 
quejas  del  desatinado  marido?  indignísima  cosa  paresce  ésta:  pero 
mucho  mayor  es  sin  comparación  la  que  al  presente  tratamos. 
Porque  has  de  saber  que  dentro  de  nuestra  misma  ánima  hay 
estas  dos  tan  diferentes  mujeres,  que  son  espíritu  y  carne:  las 
cuales  por  otros  nombres  los  teólogos  llaman  porción  superior,  y 
inferior.  Porción  superior  es  aquella  parte  de  nuestra  ánima  en 
que  está  la  voluntad  y  la  razón,  que  es  la  lumbre  natural  con  que 
Dios  nos  crió:  cuya  hermosura  y  nobleza  es  tan  grande,  que  por 
ella  es  el  hombre  imagen  de  Dios,  capaz  de  Dios  y  hermano  de 
los  ángeles.  Y  ésta  es  la  noble  mujer  con  que  casó  Dios  al  hom- 
bre, para  que  hiciese  vida  con  ella,  guiando  todas  sus  cosas  por 
su  consejo,  que  es  por  esta  lumbre  celestial.  Mas  en  la  porción 
inferior  está  el  apetito  sensitivo  de  que  habemos  tratado,  que 
nos  fué  dado  para  apetecer  las  cosas  necesarias  á  la  vida  y  á  la 


LIBRO  I.  capítulo  XVIlt. 


conservación  de  la  especie  humana:  mas  esto  por  la  tasa  y  orden 
que  por  la  razón  le  fuese  puesta:  así  como  el  despensero  que 
compra  de  comer  por  la  orden  que  le  manda  su  señor.  Pues  este 
apetito  es  la  esclava  de  que  hablamos;  que  por  carescer  de  lum- 
bre de  razón,  no  se  hizo  para  guiar  ni  mandar,  sino  para  ser 
guiada  y  mandada.  Y  siendo  esto  así,  el  malaventurado  del  hom- 
bre de  tal  manera  \-iene  á  aficionarse  y  entregarse  á.los  gustos 
y  deseos  desta  mala  mujer,  que  desamparando  el  consejo  de  la 
razón,  por  quien  debiera  guiarse,  viene  á  regirse  por  ella,  ha- 
ciendo cuanto  le  dice:  que  es  poniendo  por  obra  todos  sus  malos 
deseos  y  apetitos.  Porque  hombres  vemos  tan  sensuales,  tan 
desenfi*enados  y  tan  entregados  á  los  deseos  de  su  corazón,  que 
cuasi  en  todas  las  cosas  como  unas  bestias  le  obedecen  y  siguen, 
sin  tener  cuenta  con  ley  de  justicia  ni  de  razón.  Pues  ^qué  es 
esto  sino  entregar  todo  el  gobierno  de  su  vida  á  la  sucia  y  tor- 
pe esclava  de  la  carne,  empleándose  en  todos  los  juegos,  y  pa- 
satiempos, y  deleites  que  ella  pide:  desamparando  el  consejo  de 
la  nobilísima  y  legítima  nmjer,  que  es  la  razón? 

Y  lo  que  peor  y  más  intolerable  e?,  que  no  contentos  con 
esto,  hacen  á  esta  misma  señora  que  sirva  á  esta  tan  mala  escla- 
va, y  que  se  desvele  noche  y  día  inventando  y  procurando  todo 
lo  que  conviene  para  el  gusto  y  contentamiento  della.  Porque 
cuando  un  hombre  emplea  toda  su  razón  y  entendimiento  en  tra- 
zar tantas  invenciones  y  maneras  de  atavíos,  de  edificios  tan 
curiosos,  de  potajes  y  guisados  tan  exquisitos,  de  aderezos  de 
casa,  y  de  tratos  y  negocios  para  granjear  todo  lo  que  para  esto 
se  requiere,  ,¿qué  es  esto  sino  desquiciar  el  ánima  de  los  ejerci- 
cios espirituales  de  su  propria  nobleza,  y  hacer  que  sea  esclava, 
cocinera  y  despensera  de  quien  le  fué  dada,  por  captiva  ?  Y  cuan- 
do un  hombre  carnal  aficionado  á  una  mujer  para  vencer  su 
castidad  emplea  toda  su  razón  y  entendimiento  en  escribir  car- 
tas, en  componer  sonetos  llenos  de  agudezas  y  sentencias,  y  en 
buscar  todas  las  minas  y  contraminas  que  para  estos  tratos  se 
requieren,  ;qué  hace  en  esto  si  piensas,  sino  servir  á  la  esclava 
la  que  era  señora,  ocupándose  aquella  lumbre  celestial  y  divina 
en  buscar  medios  para  las  vilezas  y  apetitos  de  su  carne  ?  Y  cuan- 
do el  rey  David  (i)  usó  de  tantas  maneras  de  medios  para  en- 


(i)     HKeg.  XI. 


Úñ  GUÍA  DE  PECADORES 


cubrir  el  hurto  de  Bersabé,  mandando  venir  al  marido  de  la 
guerra,  y  convidándolo  á  cenar,  y  emborrachándolo  en  la  cena, 
y  después  dándole  cartas  con  avisos  y  industrias  para  que  el 
inocente  muriese:  estas  trazas  ^  quién  las  hacía  sino  el  entendi- 
miento y  la  razón?  ^Y  quién  instigaba  á  hacerlas  sino  la  carne 
perversa,  para  encubrir  ó  gozar  más  á  su  salvo  de  sus  deleites? 
Cosas  son  todas  éstas  de  que  Séneca,  con  ser  filósofo  gentil,  se 
afrentaba  y  avergonzaba,  y  así  decía:  Mayor  soy,  y  para  mayo- 
res cosas  nascido,  que  para  ser  esclavo  de  mi  carne.  Pues  si  nos 
espantaba  el  embaucamiento  de  aquel  hombre  enhechizado  y  per- 
dido, ^cuánto  más  nos  debe  espantar  esto,  por  lo  cual  tanto  ma- 
yores bienes  se  desperdician,  y  tanto  mayores  males  se  ganan? 

Y  con  ser  ésta  una  cosa  por  una  parte  tan  monstruosa  y  tan 
lastimera,  y  por  otra  tan  usada,  pasamos  por  ella  ligeramente  sin 
que  nadie  pasme  de  tan  gran  desorden,  por  estar  el  mundo  tan 
desordenado.  Porque  (como  dice  mu}^  bien  S.  Bernardo)  no  se 
siente  el  hedor  abominable  de  los  viciosos  por  ser  tantos  los  que 
lo  son.  Porque  así  como  en  la  tierra  donde  todos  nascen  prie- 
tos, no  se  tiene  por  injuria  la  negrura,  y  donde  todos  general- 
mente son  beodos,  no  se  tiene  por  deshonra  la  embriaguez  (sien- 
do cosa  tan  vil)  así,  como  en  todo  el  mundo  generalmente  haya 
esta  monstruosidad,  apenas  hay  quien  la  conosca  por  tal.  Todo 
esto,  pues,  bastantemente  nos  declara  cuan  miserable  sea  esta 
servidumbre:  y  juntamente  con  esto,  á  cuan  espantable  pena  fué 
el  hombre  condenado  por  el  pecado,  pues  por  él  fué  entregada 
una  criatura  tan  noble  á  un  tan  torpe  tirano.  Y  por  tal  lo  tenía 
el  Eclesiástico  (i)  cuando  hacía  oración  á  Dios,  pidiéndole  que 
lo  librase  de  los  deseos  desordenados  del  vientre,  y  de  la  des- 
honestidad, y  que  no  le  entregase  en  poder  de  un  ánima  des- 
vergonzada y  desenfrenada.  Como  quien  pide  no  ser  entregado  á 
algún  gran  \'erdugo,  ó  tirano:  porque  por  tal  tenía  él  este  apetito. 

Pues  ya  si  quieres  saber  qué  tan  grande  sea  la  potencia 
deste  tirano,  puédeslo  claramente  colegir  considerando  lo  que 
ha  hecho  en  el  mundo,  y  hace  cada  día.  Y  no  quiero  para  esto 
ponerte  ante  los  ojos  las  fábulas  que  los  poetas  fingieron,  re- 
presentándonos aquel  tan  famoso  Hércules:  el  cual  después  de 
vencidos  y  domados  todos  los  monstruos  del  mundo,  dicen  que 


(I)     Eccli.  XXIII. 


UBRü  I.  CAPÍTULO  XVllf.  1^; 


vencido  del  amor  torpe  de  una  mujer,  dejada  la  maza,  se  asen- 
taba entre  sus  criadas  á  hilar  con  una  rueca  en  la  cinta:  porque 
ella  se  lo  mandaba,  y  amenazábale  si  no  lo  hiciese.  Lo  cual  sabia- 
mente fingieron  los  poetas  para  significar  por  aquí  la  tiranía  y 
potencia  deste  apetito.  Ni  tampoco  quiero  traer  aquí  las  verda- 
des antiguas  de  las  Escripturas  divinas:  donde  se  nos  propone 
un  Salomón,  por  una  parte  lleno  de  tan  grande  sanctidad  y  sa- 
biduría, y  por  otra  adorando  los  ídolos  y  edificándoles  templos, 
por  complacer  á  sus  mujeres  (cjue  no  menos  declara  la  tiranía 
desta  pasión)  sino  los  ejemplos  cuotidianos  que  nos  pasan  por 
las  manos  cada  día.  Mira,  pues,  á  lo  que  se  pone  una  mujer  adúl- 
tera por  obedescer  á  un  apetito  desordenado:  porque  en  esta 
pasión  quiero  agora  poner  ejemplo,  para  que  por  ésta  se  vea  la 
fuerza  de  las  otras.  Sabe  ésta  muy  bien  que  si  el  marido  la  to- 
mare con  el  hurto  en  las  manos,  la  matará:  y  que  en  un  mismo 
punto  perderá  la  vida,  la  honra,  la  hacienda  y  el  alma  con  todo 
lo  demás  que  en  este  mundo  y  en  el  otro  se  puede  perder  (que 
es  la  mayor  y  más  universal  pérdida  de  cuantas  hay)  y  que  jun- 
tamente con  esto  dejará  á  sus  hijos,  y  padres,  y  hermanos,  y 
todo  su  linaje  deshonrado,  y  con  perpetua  materia  de  dolor:  y 
con  todo  esto  es  tan  grande  la  fuerza  deste  apetito  ó  (por  me- 
jor decir)  la  potencia  deste  tirano,  que  le  hace  pasar  por  todo 
esto,  y  beber  todos  estos  tragos  tan  horribles  con  grandísima  fa- 
cilidad, por  hacer  lo  que  él  le  manda:  Pues  ¡jqué  tirano  obligó 
jamás  á  un  captivo  que  tuviese,  á  obedescer  con  tan  grande 
riesgo  á  lo  que  él  le  mandase?  <3Qué  más  duro  y  miserable  cap- 
tiverio  quieres  que  éste.^ 

Pues  en  este  estado  generalmente  viven  los  malos,  como 
claramente  lo  significó  el  Profeta  cuando  dijo:  Asentados  es- 
tán en  tinieblas  3^  sombra  de  muerte,  padesciendo  hambre,  y 
estando  presos  con  cadenas  de  hierro.  Pues  (jqué  tinieblas  son 
éstas,  sino  la  ceguedad  en  cjue  viven  los  malos  (de  que  arri- 
ba tratamos)  pues  ni  conoscen  á  sí  ni  á  Dios  como  conviene, 
ni  para  qué  viven,  ni  para  qué  fin  fueron  criados,  ni  la  va- 
nidad de  las  cosas  que  aman,  ni  el  mismo  captiverio  y  ser- 
vidumbre en  que  viven?  Y  ^qué  cadenas  son  éstas  con  que  es- 
tán presos,  sino  las  fuerzas  de  las  aficiones,  con  que  están  sus 
corazones  aferrados  con  las  cosas  que  desordenadamente  aman? 
Y   ¿qué  hambre  es  ésta  que  padescen,  sino  el  apetito  insacia- 


^B  GUÍA  PE   PECADORES 


ble  que  tienen  de  infinitas  cosas  que  no  alcanzan?  Pues  ^qué 
mayor  captiverio  quieres  que  éste? 

Veamos  esto  mismo  por  otros  ejemplos.  Pon  los  ojos  en 
Amón,  hijo  primogénito  de  David,  el  cual  después  que  puso  los 
suyos  en  su  hermana  Tamar,  de  tal  manera  se  cegó  con  estas 
tinieblas,  y  se  prendió  con  estas  cadenas,  y  se  afligió  con  esta 
hambre,  que  vino  á  perder  el  comer,  el  beber,  el  sueño,  la  sa- 
lud, y  caer  en  cama  enfermo  con  la  fuerza  desta  pasión  (i).  Pues 
dime:  ^  qué  tales  eran  las  cadenas  de  la  afición  y  aprehensión 
con  que  estaba  su  corazón  captivo,  pues  tal  impresión  hicieron 
en  la  carne  y  en  los  mismos  humores  del  cuerpo,  que  bastaron 
para  causarle  tan  grande  enfermedad?  Y  porque  no  pienses  que 
la  cura  desta  dolencia  es  alcanzarse  lo  que  se  desea,  mira  bien 
cómo  quedó  más  enfermo  y  más  perdido  después  que  alcanzó 
lo  que  deseaba,  de  lo  que  estaba  antes.  Porque  muy  mayor  di- 
ce la  Escriptura  que  fué  el  odio  con  que  aborresció  después  á 
la  hermana,  que  el  amor  que  antes  le  había  tenido.  De  manera 
que  no  quedó  con  el  vicio  Ubre  de  pasión,  sino  trocóla  por  otra 
mayor.  Pues  ¿hay  tirano  en  el  mundo  que  así  vuelva  y  re- 
vuelva sus  prisioneros,  y  así  les  haga  tejer  y  destejer,  andar  y 
desandar  los  mismos  caminos? 

Tales,  pues,  son  todos  los  que  están  tiranizados  deste  vicio, 
los  cuales  apenas  son  señores  de  sí  mismos,  pues  ni  comen,  ni 
beben,  ni  piensan,  ni  hablan,  ni  sueñan,  sino  en  él:  sin  que  ni  el 
temor  de  Dios,  ni  el  ánima,  ni  la  consciencia,  ni  paraíso,  ni  in- 
fierno, ni  muerte,  ni  juicio,  ni  aun  á  veces  la  misma  vida  y 
honra  (que  ellos  tanto  aman)  sea  parte  para  revocarlos  deste 
camino,  ni  romper  esta  cadena.  Pues  j  qué  diré  de  los  celos  des- 
tos,  de  los  temores,  de  las  sospechas  y  de  los  sobresaltos  y  pe- 
ligros en  que  andan  noche  y  día  aventurando  las  almas  y  las 
vidas  por  estas  golosinas?  ¿Hay,  pues,  tirano  en  el  mundo  que 
así  se  apodere  del  cuerpo  de  su  esclavo,  como  este  vicio  del 
corazón?  Porque  nunca  un  esclavo  está  tan  atado  al  servicio  de 
su  señor,  que  no  le  queden  muchos  ratos  de  día  y  de  noche 
en  que  huelgue,  y  entienda  en  lo  que  le  cumple.  Mas  tal  es 
este  vdcio  y  otros  semejantes,  que  después  que  se  apoderan  del 
corazón,  de  tal  manera  lo  prenden  y  se  lo  beben  todo,  que  ape- 


(i;     II,  Reg.   XIII, 


LIBRO   I.  CAPÍTULO  XVIII.  I  89 


ñas  le  queda  al  hombre  valor,  ni  habilidad,  ni  tiempo,  ni  en- 
tendimiento para  otra  cosa.  Por  lo  cual  no  en  balde  dijo  el 
Eclesiástico  (i)  que  las  mujeres  y  el  vino  robaban  el  corazón 
de  los  sabios:  porque  cuasi  tan  alienado  queda  un  hombre  con 
este  vicio,  por  sabio  que  sea,  y  tan  inhábil  para  todas  las  cosas 
que  son  proprias  de  hombre,  como  si  hubiese  bebido  una  cuba 
de  vino.  Y  para  significar  esto  el  ingenioso  poeta,  finge  de  aque- 
lla famosa  reina  Dido  que  en  el  punto  que  se  cegó  con  la  afi- 
ción de  Eneas,  luego  desistió  de  todos  los  públicos  ejercicios  y 
reparos  de  la  cibdad.  De  manera  que  ni  los  muros  comenzados 
iban  adelante,  ni  la  juventud  ejercitaba  las  armas,  ni  los  oficia- 
les públicos  entendían  en  fortalescer  los  puertos,  ni  en  los  otros 
pertrechos  necesarios  para  defensión  de  la  patria.  Porque  este 
tirano  de  tal  manera  dice  que  prendió  todos  los  sentidos  desta 
mujer,  que  para  todo  quedó  inhábil,  sino  sólo  para  aquel  cui- 
dado: el  cual  cuanto  más  se  apoderó  del  corazón,  tanto  menos 
le  dejó  de  valor  para  todo  lo  demás.  ¡Oh  vicio  pestilencial, 
destruidor  de  las  repúblicas,  cuchillo  de  los  buenos  ejercicios, 
muerte  de  las  virtudes,  niebla  de  los  buenos  ingenios,  enajena- 
miento del  hombre,  embriaguez  de  los  sabios,  locura  de  los 
viejos,  furor  y  fuego  de  los  mozos,  y  común  pestilencia  del  gé- 
nero humano! 

Y  no  sólo  en  este  vicio,  mas  en  todos  los  otros  hay  esta 
misma  tiranía.  Si  no,  pon  los  ojos  en  el  ambicioso  y  vanaglo- 
rioso que  anda  perdido  por  el  humo  de  la  honra:  y  mira  cuan 
subjecto  vive  á  este  deseo,  cuan  apetitoso  de  gloria,  cuan  dili- 
gente en  procurarla:  pues  toda  la  vida  y  todas  las  cosas  ordena 
para  este  fin:  el  servicio,  el  acompañamiento,  el  vestido,  el  cal- 
zado, la  mesa,  la  cama,  el  aparato  de  casa,  los  criados,  los  ges- 
tos, los  meneos,  la  manera  del  andar  y  del  hablar  y  del  mirar, 
y  finalmente,  todo  cuanto  hace,  para  este  fin  lo  hace,  pues  de 
tal  manera  lo  hace  como  más  convenga  para  parecer  mejor,  y 
ser  loado,  y  alcanzar  este  soplo  de  viento.  De  manera  c^ue  si 
bien  lo  miras,  todo  lo  que  ordinariamente  dice  y  hace,  es  armar 
lazos  y  redes  para  cazar  este  aplauso  y  aire  popular.  Y  si  nos 
maravillamos  del  otro  emperador  que  gastaba  todas  las  siestas 
en  andar  á  caza  de  moscas  con  un  punzón  en  la  mano,  ;cuán-í 

í  í}    Eccli.  XLK. 


igo 


Gt'ÍA  DE  rECADORES 


to  es  más  de  maraviiiar  la  locura  deste  miserable,  que  no  sólo 
las  siestas,  sino  toda  la  vida  gasta  en  cazar  este  humo  y  aireci- 
co    del   mundo?   Por   lo  cual  el  triste  ni  hace  lo  que  quiere,  ni 
viste  como  quiere,  ni  va  donde  quiere:  pues  deja  muchas  veces 
de  ir  á  las  iglesias,  y  tratar  con  los  buenos,  por  miedo  de  lo  que 
el  mundo  (á   quien    él  vive  subjecto)  dirá.  Y  (lo  que  más  es) 
por  esto  gasta  mucho  más  de  lo  que  quiere,  y  de  lo  que  tiene, 
y   se  pone    en    mil  necesidades,    con  que  infierna  su  ánima,  y 
también   la  de  sus  descendientes,  á  los  cuales  deja  por  herede- 
ros de  sus  deudas  y  imitadores  de  sus  locuras.  Pues  ¿qué  pe- 
na merescen  éstos,    sino  la  que  escriben  haber   dado  un  rey  á 
un  hombre  muy  ambicioso:  al    cual  mandó   que  diesen  humo  á 
narices  hasta  que  muriese,  diciendo  que  justamente  era  castiga- 
do con  muerte   de  humo,   pues  toda   la  vida  había  gastado  en 
procurar  humo  de  vanidad?  Pues  ¿qué  mayor  miseria  que  ésta? 
;Oué  diré  también  del  avariento  cobdicioso,  que  no  sólo  es 
esclavo,  sino  también  idólatra  de  su  dinero,  á  quien  sirve,  á  quien 
adora,  á  quien  obedece  en  todo  cuanto  le  manda,  por  quien  ayu- 
na y  se  quita  el  pan  de  la  boca,  y   á  quien  finalmente  ama  más 
que  á  Dios,  pues  por  él  mil  veces  ofende  á  Dios?  En  él  tiene  su 
descanso,  en  él  su  gloria,  en  él  su  esperanza,  en  él  todo  su  cora- 
zón y  pensamiento:  con  él  se  acuesta,  con  él  se  levanta,  y  toda 
la  vida  y  todos  los  sentidos  emplea  en  tratar  del,  olvidado  de  sí 
y  de  todo  lo  al.  ¿Deste  tal  diremos  que  es  señor  del  dinero  para 
hacer  del  lo  que  quisiere,  ó  esclavo  y  captivo  del,  pues  no  or- 
dena el  dinero  para  sí,  sino  á  sí  para  el  dinero,  quitándolo  de  la 
boca  y  aun  del  ánima  para  ponerlo  en  él? 

Pues  ¿qué  mayor  captiverio  puede  ser  que  éste?  Porque  si 
llamáis  captivo  al  que  está  encerrado  en  una  mazmorra,  ó  al  que 
tiene  los  pies  en  un  cepo,  ¿cómo  no  estará  preso  el  que  tiene 
el  ánima  presa  con  la  afición  desordenada  de  lo  que  ama?  Por- 
que cuando  esto  hay,  ninguna  potencia  queda  al  hombre  per- 
fectamente libre,  ni  es  señor  de  sí  mismo,  sino  esclavo  de  aque- 
llo que  desordenadamente  ama:  porque  donde  está  su  amor,  aUí 
está  preso  su  corazón,  aunque  no  se  pierda  por  eso  su  libre  al- 
bedrío.  Y  no  hace  al  caso  con  qué  género  de  ataduras  estés  pre- 
so, si  la  mejor  y  mayor  parte  de  ti  lo  está.  Ni  diminuye  la  ser- 
vidumbre desta  prisión,  que  estés  voluntariamente  preso:  porque 
gi  ella  es  verdadera  prisión,  tanto  será  más  peligrosa,  cuanto  fuere 


LIBRO   1.  CAPÍTULO   XVIII.  I9Í 

más  voluntaria;  pues  vemos  que  no  diminuye  la  malicia  del  ve- 
neno ser  muy  dulce,  si  él  es  de  verdad  veneno.  Y  no  puede  ser 
mayor  prisión  que  la  de  que  tal  manera  tira  por  ti  y  te  tiene 
preso,  que  te  hace  cerrar  los  ojos  á  Dios,  á  la  verdad,  á  la  ho- 
nestidad, y  á  las  leyes  de  justicia:  y  de  tal  manera  te  tiene  tira- 
nizado, cjue  así  como  el  beodo  no  es  señor  de  sí  mismo,  sino  el 
vino,  así  el  que  desta  manera  está  preso,  no  es  del  todo  señor 
de  sí  mismo,  sino  de  su  pasión,  aunque  no  por  esto  pierda  su 
libre  albedrío.  Y  si  el  captiverio  es  tormento,  ¿que  mayor  tor- 
mento que  el  que  uno  destos  miserables  padece,  pues  infinitas 
veces  ni  puede  alcanzar  lo  que  desea,  ni  quiere  dejar  de  desearlo, 
ni  sabe  qué  se  haga,  ni  qué  camino  se  tome?  Y  con  esta  per- 
plejidad viene  á  decir  lo  que  el  otro  poeta  dijo  á  una  mujer  mal 
acondicionada:  aborrézcote,  y  ámote  juntamente:  y  si  me  pre- 
guntas la  causa,  la  causa  es,  porque  ni  puedo  vivir  contigo,  ni 
puedo  pasar  sin  ti.  Pues  ya  si  alguna  vez  acomete  á  romper  es- 
tas cadenas,  y  vencer  estas  aficiones,  halla  luego  tan  grande  re- 
sistencia, que  muchas  veces  desespera  de  la  victoria:  y  así  se 
torna  el  miserable  otra  vez  á  meter  de  pies  en  la  misma  cade- 
na. ¿Parécete,  pues,  que  se  pueda  llamar  tormento  y  captive- 
rio éste? 

Y  si  fuese  ésta  una  sola  cadena,  menos  mal  sería,  porque  es- 
tando el  hombre  preso  con  una  sola  prisión,  y  peleando  con  un 
solo  enemigo,  menos  desconfiaría  de  vencerlo.  Mas  ¿qué  dire- 
mos de  otras  prisiones  de  aficiones  con  que  este  miserable  es- 
tá preso?  Porque  como  la  vida  humana  esté  subjecta  á  tantas 
maneras  de  necesidades,  todas  éstas  son  cadenas  y  motivos  de 
cobdicias,  porque  son  grandes  lazos  con  que  se  prende  nuestro 
corazón,  aunque  esto  sea  más  en  unos  que  en  otros.  Porque 
hay  algunos  hombres  naturalmente  tan  aprehensivos,  que  ape- 
nas pueden  desasirse  de  lo  que  una  vez  aprehenden.  Otros  hay 
melancólicos,  á  quien  también  hace  aprehensivos  y  vehemen- 
tes en  sus  deseos  este  humor.  Otros  hay  pusilánimes,  á  quien 
todas  las  cosas  parescen  grandes  y  dignas  de  ser  muy  estima- 
das y  deseadas,  por  pequeñas  que  sean:  porque  al  corazón  pe- 
queño todo  le  paresce  grande,  por  poco  que  sea,  como  Séne- 
ca dijo.  Otros  hay  naturalmente  vehementes  en  todas  las  cosas, 
que  desean  (como  son  ordinariamente  las  mujeres)  las  cua- 
jes dice  un  filósofo  que  aman>  ó  aborresqen:  porque  no  saben 


i(j2  GUÍA  DE   PECADORES' 


tener  medio  en  sus  aficiones.  Todos  éstos,  pues,  padescen  muy 
duro  y  áspero  captivcrio  con  la  fuerza  de  las  pasiones  que 
los  captivan.  Pues  si  tan  grande  miseria  es  estar  preso  con  una 
sola  cadena,  y  ser  esclavo  de  un  solo  señor,  ¿  qué  será  estar 
preso  con  tantas  cadenas,  y  ser  esclavo  de  tantos  señores,  como 
lo  es  el  malo,  el  cual  tantos  señores  tiene  cuantas  son  las  pasio- 
nes á  que  obedesce  y  los  vicios  á  que  sirve  ? 

Pues  <i qué  mayor  miseria  que  ésta?  Si  toda  la  dignidad  del 
hombre,  en  cuánto  hombre,  consiste  en  dos  cosas,  que  son  ra- 
zón y  Ubre  albedrío,  ¿qué  cosa  más  contraria  á  lo  uno  y  á  lo 
otro  que  la  pasión,  que  ciega  la  razón,  y  lleva  tras  sí  el  libre 
albedrío?  Por  donde  verás  cuan  perjudicial  y  dañosa  sea  cual- 
quiera desordenada  pasión,  pues  así  derriba  al  hombre  de  la  si- 
lla de  su  dignidad,  escureciéndole  la  razón  y  per  vertiéndole  el 
Ubre  albedrío:  sin  las  cuales  dos  cosas  el  hombre  no  es  hombre 
sino  bestia.  Ésta  es  pues,  hermano,  la  miserable  servidumbre  en 
que  viven  todos  los  malos:  como  gente  que  no  se  rige  por  Dios, 
ni  por  razón,  sino  por  apetito  y  por  pasión. 


De  ¡a  libertad  en  que  viven  los  hítenos. 

§.  n. 

juES  desta  tan  miserable  servidumbre  nos  vino  á  librar 
el  Hijo  de  Dios:  y  ésta  es  la  Hbertad  y  victoria  que  ce- 
lebra el  profeta  Isaías,  cuando  dice:  Alegrarse  han.  Señor,  en 
Ti  tus  redemidos  como  los  labradores  cuando  cogen  el  fructo 
de  sus  labranzas,  y  como  se  alegran  los  vencedores  después 
de  tomada  la  presa,  cuando  reparten  los  despojos.  Porque  Tú, 
Señor,  quitaste  de  encima  dellos  el  yugo  pesado  que  los  apre- 
miaba, y  la  vara  que  los  hería,  y  el  sceptro  del  tirano  que  con 
tributos  desaforados  los  oprimía.  Todos  estos  nombres  de  yu- 
go, de  vara,  de  sceptro  convienen  á  la  tiranía  y  fuerza  de  nues- 
tro apetito:  porque  del  como  de  muy  proprio  instrumento  se 
aprovecha  el  demonio  (que  es  el  príncipe  deste  mundo)  para 
tiranizar  los  hombres  y  subj cetarios  al  pecado.  Pues  de  toda  es- 
ta fuerza  y  potencia  nos  libró  el  Hijo  de  Dios  con  la  abundan- 
cia de  la  gracia  que  con  el  sacrificio  de  su  muerte  nos  ganó.  Por 


Libro  i.  capítulo  xviíl  '19;^ 


lo  cual  dice  el  Apóstol  (i)  que  nuestro  viejo  hombre  fué  jun- 
tamente crucificado  con  Él.  Y  llama  aquí  viejo  hombre  este 
apetito  que  se  desordenó  por  aquel  primer  pecado.  Porque  por 
aquel  grande  sacrificio  y  mérito  de  su  pasión  nos  alcanzó  gra- 
cia para  sojuzgar  este  tirano,  y  ponerlo  debajo  los  pies,  y  ha- 
cerlo pasar  por  la  pena  del  taHón,  crucificando  á  quien  antes 
nos  crucificaba,  y  captivando  á  quien  antes  nos  tenía  captivos. 
Y  así  viene  á  cumplirse  lo  que  el  mismo  Isaías  en  otra  parte 
profetizó  diciendo:  Prenderán  á  los  que  antes  los  prendían,  y 
subjectarán  á  sus  opresores.  Porque  antes  de  la  gracia,  nuestro 
apetito  sensual  traía  subjecto  y  tiranizado  á  nuestro  espíritu, 
haciéndolo  servir  á  sus  malos  deseos  (como  arriba  se  declaró) 
mas  recebida  la  gracia,  de  tal  manera  es  ayudado  por  ella,  que 
prevalece  contra  este  tirano,  y  le  subjecta  y  hace  obedescer  á 
lo  que  es  razón. 

Esto  fué  maravillosamente  figurado  en  la  muerte  de  Adoni- 
bezech,  rey  de  Hierusalem  (2),  á  quien  mataron  los  hijos  de  Is- 
rael, cortándole  primero  los  pies  y  las  manos.  El  cual,  como  así 
se  viese  y   se  acordase  de  las  crueldades  y  tiranías  que  hasta 
allí  había  usado,  dijo  estas  palabras:  Setenta  reyes  cortados  los 
pies  y  las  manos  comían  debajo   de    mi   mesa  las  migajas  que 
della  caían:  y  agora  veo  que  de  la  manera  que  yo  lo  hice,  así  lo 
ha  hecho  Dios  comigo.  Y  añade  la  Escriptura  que  lo  llevaron 
así  como   estaba  á  Hierusalem,  y  que  ahí  murió.  Este  tan  cruel 
tirano  figura  es  del  príncipe  deste  mundo:  el  cual  antes  de   la 
venida  del  Hijo  de  Dios  generalmente  mancaba  los  hombres  de 
pies  y  de  manos,  destroncándolos,  y  inhabiUtándolos  para  servir  á 
Dios,  cortándoles  las  manos  para  no  hacer  bien,  y  los  pies  para 
no  desearlo:  y  demás  desto  haciéndolos  andar  comiendo  las  mi- 
gajuelas  pobres  que  de  su  mesa  caían,  que  son  los  deleites  mun- 
danales y  sensuales  con  que  este  mal  príncipe  apascienta  sus 
servidores.  Los  cuales  con  mucha  razón  se  llaman  migajas,  y  no 
pedazos  de  pan,  por  la  escaseza  grande  con  que  este  tirano  re- 
parte á  los  suyos  estos  reüeves,  pues  nanea  se  los  da  en  la  har- 
tura y  abundancia  que  ellos  desean.  Mis  después  que  el  Salva- 
dor vino  al  mundo,  hizo  pasar  á  este  tirano  por  la  pena   que 
él  daba  á  los  otros,  cortándole  los  pies  y  las  manos:  esto  es,  des- 


(1;    Ron&.  VI.    (a)  Judie.  I. 

QBKAS  DE  GRANADA.  í>— >13 


194  ^^^  ^^  PECAJDOkES 


Jiaciendo  y  quebrantando  todas  sus  fuerzas.  Cuya  muerte  seña- 
ladamente se  dice  que  fué  en  Hierusalem:  porque  ahí  fué  donde 
el  Salvador  del  mundo  muriendo  mató  al  príncipe  deste  mundo: 
y  donde  siendo  Él  crucificado,  le  crucificó  y  ató  de  pies  y  ma- 
nos y  le  quitó  su  poder.  Y  así  luego  después  de  su  sacratísi- 
ma pasión  comenzaron  los  hombres  á  triunfar  deste  tirano,  en- 
señoreándose tan  poderosamente  del  mundo,  del  demonio  y  de 
todos  sus  vicios  y  apetitos,  que  todos  los  tormentos  y  halagos 
del  mundo  no  fueron  bastantes  para  derribarlos  en  un  pecado 
mortal. 


De  ¡as  causas  de  do  procede  esta  libertad. 

§.  ni. 

REGUNTARÁS  por  ventura:  i  de  dónde  procede  esta  tan  ma- 

I  ravillosa  victoria  y  libertad  ?   Á   esto  digo  que  después 

de  Dios  procede  primeramente  (como  ya  dijimos)  de  la  divina 
gracia:  la  cual  mediante  las  virtudes  que  della  proceden,  de  tal 
manera  adormece  y  templa  el  furor  de  nuestras  pasiones,  que 
no  las  deja  prevalescer  contra  la  razón.  Por  donde  así  como 
los  encantadores  suelen  con  algunas  palabras  encantar  las  ser- 
pientes para  que  no  hagan  mal  á  nadie  (de  manera  que  es- 
tando vivas  no  son  ponzoñosas,  y  teniendo  veneno  no  dañan 
con  él)  así  también  esta  divina  gracia  de  tal  modo  encanta  es- 
tas ponzoñosas  serpientes  de  nuestras  pasiones,  que  estándose 
ellas  vivas  y  enteras  en  el  ser  de  naturaleza,  no  lo  están  en  la 
malicia  de  la  ponzoña:  pues  no  bastan  ( como  antes  hacían )  pa- 
ra emponzoñar  nuestra  vida.  Lo  cual  divinamente  significó  el 
profeta  Isaías  cuando  dijo  (i):  Alegrarse  ha  el  niño  de  teta  so- 
bre los  agujeros  de  la  serpiente:  y  el  que  estuviere  ya  desteta- 
do, meterá  seguramente  la  mano  en  la  cueva  del  basilisco.  No 
harán  mal,  ni  matarán  en  todo  mi  sancto  monte,  porque  la  tie- 
rra estará  tan  llena  del  conoscimiento  de  Dios  como  de  las 
■aguas  de  la  mar  que  la  cubre.  Pues  claro  está  que  no  habla  aquí 
«1  Profeta  da  las  serpientes  materiales,  sino    de  las  espirituales, 

(i)     Isai.    XI, 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   XVIÍL  195 


que  son  nuestras  pasiones  \^  malas  inclinaciones,  que  cuando  se 
desmandan,  bastan  para  emponzoñar  el  mundo.  Ni  tampoco 
habla  de  niños  corporales,  sino  espirituales:  entre  los  cuales  se 
llama  niño  de  teta  el  que  comienza  á  servir  á  Dios,  que  aun 
ha  menester  leche  para  criarse;  y  destetado,  el  que  está  ya  más 
aprovechado,  que  puede  andar  por  su  pie  y  comer  pan  con  cor- 
teza. Pues  tratando  de  los  unos  y  de  los  otros,  dice  de  los  pri- 
meros que  se  alegrarán  de  ver  cómo  estando  en  compañía  des- 
tas  espirituales  serpientes,  por  virtud  de  la  divina  gracia  no  re- 
cibirán dellas  daño  mortal  consintiendo  en  el  pecado:  mas  de 
los  postreros,  que  están  ya  destetados  y  adelantados  en  el  ca- 
mino de  Dios,  dice  que  meterán  la  mano  en  la  cueva  del  ba- 
silisco: esto  es,  que  los  guardará  Dios  aun  entre  mayores  peli- 
gros, porque  en  ellos  se  cumplirá  aquella  promesa  del  Psalmo  (i) 
que  dice:  Sobre  la  serpiente  y  basilisco  andarás,  y  pondrás  los 
pies  sobre  el  león  y  el  dragón.  Pues  éstos  son  los  que  metiendo 
las  manos  en  la  cueva  del  basilisco,  no  recibirán  daño:  porque 
la  abundancia  de  la  gracia  que  se  derramará  sobre  la  tierra,  de 
tal  manera  encantará  estas  serpientes,  que  no  sean  parte  para 
hacer  daño  á  los  hijos  de  Dios. 

Esto  mismo  aun  más  claramente  y  sin  metáforas  explicó  el 
Apóstol,  cuando  después  de  haber  tratado  muy  copiosamente 
de  la  tiranía  de  nuestros  apetitos  y  de  nuestra  carne,  al  cabo 
exclamó  diciendo  (2):  Miserable  de  mí,  ¿quién  me  librará  del 
cuerpo  desta  muerte?  Responde  él  mismo  en  una  palabra  di- 
ciendo: La  gracia  de  Dios,  que  se  nos  da  por  Cristo.  En  el  cual 
lugar  no  entiende  él  por  el  cuerpo  de  muerte  este  cuerpo  sub- 
jecto  á  la  muerte  natural  que  todos  esperamos,  sino  el  que  en 
otro  lugar  llama  él  cuerpo  de  pecado;  que  es  nuestro  apetito 
mal  inclinado,  del  cual  (  como  de  un  cuerpo )  proceden  los  miem- 
bros de  todas  las  pasiones  y  deseos  desordenados  que  nos  lle- 
van á  pecar.  Y  deste  tal  cuerpo  (como  de  un  cruel  tirano)  di- 
ce  el  Apóstol  que  nos  libra  la  gracia  que  se  da  por  Cristo,  co- 
mo está  dicho. 

Después  de  la  cual  la  segunda  y  muy  principal  causa  es  la 
grandeza  del  alegría  y  de  las  consolaciones  espirituales  de  que 
los  justos  gozan,  según  que  arriba  declaramos.  La  cual  de    tal 



(i)     Psalm.  ex,     (2)  Rom.  Vil, 


T96  GUlA  DE   PECADORES 


manera  apaga  la  sed  de  todos  sus  deseos,  que  con  esto  fácilmen- 
te vencen  y  despiden  de  sí  todos  los  apetitos  y  deseos:  y  ha- 
llada esta  fuente  de  todos  los  bienes,  luego  pierden  el  apetito 
congojoso  de  todos  los  otros  bienes,  como  el  Señor  lo  declaró 
á  la  mujer  Samaritana  diciendo  (i):  Quien  bebiere  del  agua 
que  Yo  le  daré  (que  es  la  divina  gracia)  nunca  padescerá  sed. 
Lo  cual  dice  Sant  Gregorio  en  una  homilía  por  estas  palabras: 
El  que  perfectamente  ha  conoscido  la  dulcedumbre  de  la  vida 
celestial,  luego  desampara  todas  las  cosas  que  sensualmente 
amaba:  deja  lo  que  poseía,  derrama  lo  que  allegaba,  enciénde- 
sele el  corazón  con  deseos  del  cielo,  desagrádate  todo  lo  que 
hay  en  la  tierra,  y  paresce  feo  todo  lo  que  antes  le  era  her- 
moso: porque  solo  el  resplandor  desta  preciosa  margarita  re- 
luce en  su  ánima.  Pues  desta  manera  lleno  el  vaso  de  nuestro 
corazón  deste  licuor  celestial,  y  apagada  con  él  la  sed  de  nues- 
tra ánima,  no  tiene  por  qué  andar  hambreando  y  procurando  los 
bienes  perecederos  desta  vida:  y  así  queda  libre  de  las  cadenas 
de  las  aficiones  dellos:  porque  donde  no  hay  deseo  ni  amor,  no 
hay  cadena  ni  prisión.  Y  desta  manera  el  corazón  que  vino  á 
hallar  al  Señor  de  todo,  se  halla  él  también  en  su  manera  señor 
de  todo,  pues  tiene  resumidos  los  otros  bienes  en  este  bien. 

Con  estos  dos  favores  de  Dios  (que  para  esta  Hbertad  nos 
ayudan)  se  junta  también  la  diligencia  y  cuidado  que  los  buenos 
tienen  de  subjectar  la  carne  al  espíritu,  y  las  pasiones  á  la  ra- 
zón, con  la  cual  vienen  ellas  poco  á  poco  á  mortificarse,  y  ha- 
bituarse á  lo  bueno,  y  á  perder  muy  gran  parte  del  furor  y  brío 
que  antes  tenían.  Porque  (como  dice  S.  Crisóstomo)  si  las  bes- 
tias fieras  acostumbradas  á  tratar  con  los  hombres,  vienen  por 
tiempo  á  perder  su  natural  fiereza,  y  envestirse  de  la  blandura  y 
mansedumbre  de  los  hombres  (por  donde  dijo  el  Poeta  que  el 
tiempo  y  la  costumbre  hacía  á  los  leones  obedescer  á  los  hombres) 
^qué  mucho  es  que  nuestras  pasiones  naturales,  acostumbradas  á 
obedecer  á  la  razón,  vengan  poco  á  poco  á  razonarse  y  domesti- 
carse: esto  es,  á  participar  en  algo  la  condición  del  espíritu  y  de 
la  razón,  y  holgar  con  las  obras  della?  Y  si  para  esto  basta  el  uso 
y  la  buena  costumbre,  ¿cuánto  más  bastará  la  gracia  ayudada  con 
la  misma  costumbre  ? 

^i)  jow>,  IV. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XVIIT.  19^ 

Pues  de  aquí  nasce  que  muchas  veces  los  siervos  de  Dios  sen- 
sualmente (si  decir  se  puede)  hue!gan  más  con  el  recogimiento,  y 
con  el  silencio,  y  con  la  lición,  y  oración,  y  meditación,  y  con  otros 
tales  ejercicios,  que  nunca  holgaran  con  el  juego,  y  con  la  caza,  y 
con  todas  las  conversaciones  y  recreaciones  del  mundo:  las  cua- 
les ellos  tienen  por  tormento  de  tal  manera,  que  aun  la  misma  car- 
ne viene  á  aborrescer  lo  que  antes  amaba,  y  tomar  gusto  y  con- 
tentamiento en  lo  que  antes  aborrescía.  Lo  cual  es  en  tanta  ma- 
nera verdad,  que  muchas  veces  (como  dice  S.  Buenaventura  en 
el  prólogo  del  Estímulo  de  amor  de  Dios)  se  deleita  tanto  la  parte 
inferior  de  nuestra  ánima  en  los  ejercicios  de  la  oración  y  comu- 
nicación con  Dios,  que  recibe  tormento  cuando  por  algún  justo 
impedimento  la  apartan  de  allí.  Y  esto  es  lo  que  quiso  significar 
el  Profeta  cuando  dijo  (i):  Alabaré  yo  al  Señor,  porque  me  dio 
entendimiento,  y  también  porque  de  noche  mis  renes  me  repre- 
henden, ó  (como  trasladó  otro  intérprete)  me  enseñan.  Ésta  es 
cierto  una  señalada  obra  de  la  divina  gracia.  Porque  por  los  renes 
entienden  aquí  los  exponedores  los  afectos  y  movimientos  inte- 
riores del  hombre,  que  suelen  ser  (como  ya  dijimos)  estímulos  y 
despertadores  de  pecar.  Los  cuales  por  virtud  de  la  gracia  muchas 
veces  no  sólo  no  incitan  al  mal  de  la  manera  que  solían,  mas  an- 
tes á  veces  ayudan  al  bien:  y  no  sólo  no  sirven  al  demonio  (en 
cuyos  reales  servían)  mas  antes,  pasándose  á  los  de  Cristo,  vuel- 
ven las  armas  contra  el  enemigo.  Lo  cual  aunque  en  muchos  ejer- 
cicios de  vida  espiritual  se  pueda  ver,  pero  señaladamente  en  el 
afecto  de  la  contrición  y  dolor  de  los  pecados:   en  el  cual  tiene 
también  su  parte  la  porción  inferior  de  nuestra  ánima  afligiéndo- 
se y  derramando  lágrimas  por  ellos.  Y  por  esto  dice  el  sancto  Pro- 
feta que  de  noche  (cuando  suelen  los  justos  al  cabo  del  día  exa- 
minar su  consci encía  y  llorar  sus  culpas:  cuando  este  Profeta  di- 
ce en  otra  parte  que  barría  su  espíritu  con  este  ejercicio)  enton- 
ces le  reprehendían  sus  renes:  porque  con  el  desabrimiento  que 
en  esta  parte  de  su  ánima  sentía  por  haber  ofendido  á  Dios,  que- 
daba castigado  y  escarmentado  para  no  volver  á  cometer  lo  que 
tanto  le  había  dolido.  Por  lo  cual  con  mucha  razón  da  gracias  al 
Señor:  porque  no  sólo  la  parte  superior  de  su  ánima  (donde  es- 
tá la  razón)  le  convidaba  al  bien,  mas  también  la  parte  inferior  de- 


(i)     Ps.-ilm.  XV. 


iqS  guía  de  pecadores 


lia,  que  comúnmente  suele  ser  incentivo  y  despertador  de  mal. 
Mas  aunque  esto  en  su  manera  sea  verdad  (y  sea  ésta  una  gran- 
de gloria  de  la  Redempción  de  Cristo,  que  como  perfectísimo  Re- 
demptor  perfectísimamente  nos  redimió  y  libertó)  mas  no  por  eso 
debe  nadie  descuidarse  ni  fiarse  de  su  carne  (por  muy  mortifica- 
da que  esté)  mientra  vive  en  esta  vida  mortal. 

Éstas,  pues,  son  las  causas  principales  desta  maravillosa  liber- 
tad: de  la  cual  (entre  otros  efectos)  se  sigue  un  nuevo  conosci- 
miento  de  Dios  y  una  confirmación  de  la  fe  y  religión  que  pro- 
fesamos, como  claramente  lo  testifica  el  mismo  Señor  por  Eze- 
quiel  diciendo  (i):  Conocerán  los  hombres  que  Yo  soy  Dios,  cuan- 
do quebrare  las  cadenas  del  yugo  dellos  y  los  librare  de  las  ma- 
nos de  los  que  los  tenían  tiranizados.  Este  yugo  ya  dijimos  que 
era  la  sensualidad,  ó  apetito  desordenado  de  pecar,  que  dentro 
de  nuestra  carne  mora,  y  nos  oprime,  y  subjecta  al  pecado.  Las 
cadenas  deste  yugo  son  las  malas  inclinaciones  con  que  el  de- 
monio nos  prende  y  lleva  tras  sí:  las  cuales  son  tanto  más  fuertes 
cuanto  más  confirmadas  están  con  la  mala  costumbre,  como  S.  Au- 
gustín  lo  confiesa  de  sí  mismo  diciendo:  Preso  estaba  yo  no  con 
hierro,  sino  con  mi  propria  voluntad  que  era  más  dura  que  hie- 
rro. Mi  querer  tenía  en  sus  manos  mi  enemigo,  y  de  mí  había  he- 
cho cadena  contra  mí,  con  la  cual  me  tenía  preso.  Porque  de  mi 
perversa  voluntad  nasció  mi  mal  deseo,  y  del  mal  deseo  el  vicio, 
y  de  la  continuación  del  vicio  la  costumbre:  y  ésta  era  la  cade- 
na con  que  el  demonio  tenía  preso  mi  corazón.  Pues  cuando  un 
hombre  se  vio  algún  tiempo  desta  manera  preso  (como  se  vio  es- 
te mismo  sancto)  y  probando  muchas  veces  á  salir  dcste  capti- 
verio,  halló  tan  dificultosa  la  salida  (como  él  mismo  la  halló)  cuan- 
do después  de  vuelto  á  Dios  ve  quebradas  estas  cadenas  y  mor- 
tificadas estas  pasiones,  y  se  halla  libre  }'  señor  de  sus  apetitos,  y 
ve  puesto  debajo  de  sus  pies  el  yugo  que  tenía  sobre  sus  hom- 
bros, ¿qué  ha  de  hacer  sino  conjecturar  por  aquí  que  es  Dios  el 
que  quebró  tales  cadenas  y  quitó  aquel  yugo  tan  pesado  de  su 
cerviz?  (jQué  ha  de  hacer  sino  alabar  á  Dios  con  el  Profeta  di- 
ciendo (2):  Quebraste,  Señor,  mis  ataduras:  á  Ti  sacrificaré  sacri- 
ficio de  alabanza,  y  invocaré  tu  sancto  nombre. 


(i)     Erech.   XXXIV.     (2)  Psalm.  CXV. 


DEL    OCTAVO    PRIVILEGIO    DE    LA    VIRTUD.   QUE    ES    LA    BIENAVENTURADA    PAZ    Y 

QUIETUD  INTERIOR   DE  QUE  G'iZAN    LjS  BUENOS:   Y   DE  LA    Ml-ERABLE    GUERRA    Y 

DESASOSIEGO  QUE  DENTRO  DE  bí    PAOEbQEN  LOS  MALQS, 

CAPÍTULO  XDC, 


;^^1e  este  privilegio  susodicho  (que  es  la  libertad  de  loS 
"M'^fM  ^^''°^  ^^  Dios)  se  sigue  otro  no  menor,  que  es  la  paz 
y  sosiego  interior  en  que  viven  los  tales.  Para  cuyo 
entendimiento  es  de  saber  que  hay  tres  maneras  de  paz.  Una 
con  los  prójimos,  otra  contra  Dios,  y  otra  consigo  mismo.  La  paz 
con  los  prójimos  es  estar  en  gracia  y  amistad  con  ellos,  sin  que- 
rer mal  á  nadie:  la  cual  tenía  David  cuando  decía  (i):  Con  los 
que  aborrescían  la  paz  era  yo  pacífico,  y  cuando  les  hablaba  con 
mansedumbre  me  hacían  guerra  sin  causa.  Esta  paz  nos  enco- 
mienda el  apóstol  S.  Pablo,  amonestándonos  que  trabajemos 
todo  lo  posible,  á  lo  menos  cuanto  es  de  nuestra  parte,  por  tener 
paz  con  todos  los  hombres.  La  segunda  paz,  que  es  con  Dios» 
consiste  también  en  la  gracia  y  amistad  de  Dios,  que  se  alcanza 
por  medio  de  la  justificación:  la  cual  reconcilia  el  hombre  con 
Dios,  y  hace  que  Dios  ame  el  hombre,  y  el  hombre  á  Dios,  sin 
que  ha3'a  guerra  ni  contradicción  de  parte  á  parte.  De  la  cual 
dijo  el  Apóstol  (2):  Pues  estamos  va  justificados  mediante  la  fe 
y  amor  por  Cristo  nuestro  Salvador,  por  el  cual  alcanzamos  esta 
gracia,  tengamos  paz  con  Dios.  La  tercera  paz  es  la  que  el  hom- 
bre tiene  consigo  mismo:  de  lo  cual  nadie  se  debe  maravillar, 
pues  nos  consta  que  en  un  mismo  hombre  hay  dos  hombres  tan 
contrarios  entre  sí  como  son  el  interior  y  el  exterior,  que  son 
espíritu  y  carne,  pasiones  y  razón.  Las  cuales  no  sólo  hacen  gue- 
rra cruel  y  contradicción  al  espíritu,  mas  también  inquietan  con 
sus  apetitos  y  deseos  encendidos  y  con  su  hambre  canina  á  todo 
el  hombre:  con  lo  cual  perturban  la  paz  interior,  que  es  el  so- 
siego y  reposo  de  nuestro  espíritu. 


(i)     Psalm.  CXiy.     (2)  Rom.  V. 


^<^  GUÍA  DE  PECADORES 


De  la  guerra  y  desasosiego  interior  de  los  tnalos. 


jSTA  es,  pues,  la  guerra  y  desasosiego  continuo  en  que 
«^   generalmente  viven  todos  los  hombres  carnales.  Porque 
como  ellos  por  una  parte  carezcan  de  gracia,  que  es  el  freno 
con  que  se  mortifican  las  pasiones,  y  por  otra  tengan  tan  des- 
enfrenado y  suelto  su  apetito,  que  apenas  saVjen  qué  cosa  sea 
resistirle  en  nada,  de  aquí  nasce  que  viven  con  infinitas  maneras 
de  deseos  de  cosas  diversas:  unos  de  honras,  otros  de  oficios, 
otros  de  privanzas,  otros  de  dignidades,  otros  de  hacienda,  otros 
de  tales  y  tales  casamientos,  y  otros  de  diversas  maneras  de  pa- 
satiempos y  deleites:  porque  este  apetito  es  como  un  fuego  in- 
saciable que  nunca  dice  basta,  ó  como  una  bestia  tragadora  que 
jamás  se  harta,  ó  como  aquella  sanguijuela  chupadora  de  sangre, 
de  quien  dice  Salomón  (i)  que  tiene  dos  hijas,  las  cuales  siem- 
pre dicen:  daca,  daca.  Esta  sanguijuela  es  el  apetito  insaciable  de 
nuestro  corazón;  y  estas  dos  hijas  suyas  son,  por  una  parte  la  ne- 
cesidad, y  por  otra  la  cobdicia:  de  las  cuales  la  una  es  como  sed 
verdadera,  la  otra  como  falsa:  y  no  menos  aflije  la  una  que  la 
otra,  puesto  caso  que  la  una  sea  necesidad  verdadera,  y  la  otra 
falsa.  De  donde  nasce  que  ni  los  pobres  ni  los  ricos  (si  son  ma- 
los) tienen  sosiego:  porque  en  los  unos  la  necesidad,  y  en  los  otros 
la  cobdicia,  siempre  está  solicitando  el  corazón,  y  diciendo:  daca, 
daca.  Pues  i  qué  descanso,  qué  reposo,  qué  paz  puede  tener  el 
hombre  estando  siempre  estos  dos  solicitadores  perpetuos  lla- 
mando á  la  puerta,  y  pidiéndole  infinitas  cosas  que  no  está  en  su 
mano  dárselas?  ^Oué  reposo  podría  tener  el  corazón  de  una  ma- 
dre, si  viese  diez  ó  doce  hijos  al  derredor  de  sí  dando  voces  y 
pidiéndole  pan,  sin  tenerlo?  Pues  ésta  es  una  de  las  principales 
miserias  de  los  malos.  Los  cuales,  como  dice  el  Psalraista  (2),  es- 
tán pereciendo  de  hambre  y  de  sed,  y  desfalleciendo  su  ánima  en 
ellos.  Porque  como  esté  tan  apoderado  dellos  el  amor  proprio 
(cuyos  son  estos  deseos)  y  tengan  puesta  toda  su  felicidad  en 


(ij     Prov.  XXX.     (2)  Psalm.  CVI. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XIX.  20! 


estos  bienes  visibles,  de  aquí  nasce  esta  sed  y  hambre  canina 
que  tienen  de  aquellas  cosas  en  que  piensan  que  consiste  esta 
felicidad;  y  como  no  todas  veces  pueden  alcanzar  lo  que  desean 
(porque  se  lo  defienden  otros  más  golosos,  ó  más  poderosos)  de 
aquí  vienen  á  perturbarse  y  congojarse,  de  la  manera  que  hace 
el  niño  goloso  y  regalado,  que  cuando  le  niegan  lo  que  pide, 
llora  y  patea,  y  está  para  reventar.  Porque  así  como  es  árbol  de 
vida  el  cumplimiento  del  deseo,  según  dice  el  Sabio  (i),  así  no  hay 
otro  mayor  desabrimiento  que  desear,  y  no  alcanzar  lo  deseado: 
porque  esto  es  como  perecer  de  hambre,  y  no  tener  que  comer. 
Y  es  lo  bueno,  que  mientra  más  se  les  defiende  lo  que  desean,  más 
les  crece  con  esta  prohibición  el  deseo,  y  con  el  deseo  no  cum- 
plido, el  tormento:  y  ansí  andan  siempre  en  una  rueda  viva  sin 
reposo. 

Este  es  aquel  estado  miserable  que  significó  muy  altamente 
el  Salvador  en  aquella  parábola  del  hijo  pródigo:  de  quien  dice  (2) 
que  salido  de  la  casa  de  su  padre  se  fué  á  una  región  muy  lejos, 
donde  hubo  una  grande  hambre,  de  la  cual  alcanzó  á  él  tanta  par- 
te, que  la  necesidad  le  hizo  venir  á  guardar  puercos,  siendo  hijo 
de  tan  noble  padre.  Y  lo  que  más  es,  que  deseaba  hinchir  el  vien- 
tre de  aquel  manjar  vil  que  comían  los  puercos,  y  no  había  quien 
se  lo  diese.  ;Con  qué  otros  colores  se  pudiera  pintar  más  al  pro- 
prio  todo  el  discurso  y  miserias  de  la  vida  de  los  malos?  ¿Quién 
es  este  hijo  pródigo  que  sale  de  la  casa  de  su  padre,  sino  el  mi- 
serable pecador  que  se  aparta  de  Dios,  3^  se  derrama  por  los  vi- 
cios, y  usa  mal  de  todos  los  beneficios  divinos?  ¿Qué  región  es 
ésta  de  tanta  hambre,  sino  este  mundo  miserable:  donde  es  tan 
insaciable  el  apetito  de  los  mundanos,  que  jamás  se  ven  hartos, 
ni  contentos  con  las  cosas  que  poseen,  sino  que  siempre  andan 
como  lobos  hambrientos,  deseando  y  sospirando  por  más?  Y  ¿cuál 
es,  si  piensas,  el  oficio  en  que  éstos  entienden  toda  la  vida,  sino 
en  apascentar  puercos:  que  es  en  buscar  hartura  y  contentamiento 
para  sus  apetitos  sucios  y  deshonestos?  Si  no,  párate  á  mirar  los 
pasos  que  da  un  hombre  muy  verde  y  muy  metido  en  el  mundo, 
dende  la  mañana  hasta  la  noche,  y  aun  dende  la  noche  hasta  la 
mañana,  y  hallarás  que  todo  se  le  va  en  buscar  cómo  apascentar 
y  deleitar  alguno  destos  sentidos  bestiales,  ó  la  vista,  ó  el  gusto,  ó 


(i)     Prov.  XIII.      (2)  Luc.  XV. 


iOá  GUÍA  DE  PECADORES 


él  oído,  ó  el  tacto,  ó  los  demás:  como  unos  puros  discípulos  de 
Epicuro,  y  no  de  Cristo,  como  si  no  tuviesen  más  que  solos  cuer- 
pos de  bestias,  como  si  no  creyesen  que  hay  otro  fin,  sino  para 
deleites  sensuales:  así  en  ninguna  otra  cosa  entienden,  sino  hoy 
aquí,  mañana  allí,  andar  á  caza  de  gustos  y  pasatiempos  con  que 
apascentar  alguno  destos  sentidos.  ^Qué  otra  cosa  son  sus  galas, 
sus  fiestas,  sus  banquetes,  sus  regalos,  sus  camas,  sus  músicas,  sus 
conversaciones,  sus  vistas  y  sus  salidas,  sino  andar  buscando  pas- 
to para  este  linaje  de  puercos?  Ponle  tú  á  eso  el  nombre  que  qui- 
sieres; llámalo  gentileza,  ó  grandeza,©  si  quisieres,  cortesanía:  que 
en  el  vocabulario  de  Dios  no  se  llama  eso  sino  apascentar  puercos. 
Porque  así  como  los  puercos  son  un  linaje  de  animales  que  se 
huelgan  con  el  cieno  hediondo  y  se  apascientan  de  manjares  viles 
y  sucios,  así  los  corazones  de  los  tales  no  se  deleitan  sino  con  el 
cieno  sucio  y  hediondo  de  los  deleites  carnales. 

Y  lo  que  excede  á  toda  miseria  es  que  el  hijo  de  tan  noble 
padre,  criado  para  mantenerse  en  la  mesa  de  Dios  con  manjares 
de  ángeles,  aun  no  puede  hartarse  destos  manjares  tan  viles,  se- 
gún es  grande  la  carestía  dellos.  Porque  como  son  tantos  los  mer- 
chantes desta  mercaduría,  los  unos  se  impiden  á  los  otros,  y  así 
se  quedan  todos  ayunos.  Quiero  decir  que  como  son  tantos  los 
que  andan  á  la  rebatiña,  no  puede  dejar  de  haber  entre  ellos  mu- 
cha contienda:  ni  es  posible  que  los  puercos  debajo  del  encina  no 
gruñan  y  se  den  de  navajadas  unos  á  otros  sobre  quién  tendrá 
más  parte  en  la  bellota. 

Este  es  aquel  estado  miserable  y  aquella  hambre  que  describe 
también  el  Profeta  cuando  dice  (i):  Anduvieron  por  lugares  yer- 
mos y  solitarios,  y  por  grandes  páramos  3^^  sequedales,  peresciendo 
de  sed  y  de  hambre  hasta  venir  á  desfallecer.  Pues  (jqué  hambre  es 
ésta  y  qué  sed,  sino  el  apetito  encendido  que  los  malos  tienen  de 
las  cosas  del  mundo,  el  cual  mientra  más  se  cumple,  más  se  en- 
ciende, y  mientra  más  bebe,  más  sed  padesce,  y  mientra  más  le- 
ña le  echan,  más  arde?  Oh  gente  miserable,  ¿y  de  dónde  os  nasce 
esta  sed  tan  encendida,  sino  de  que  habéis  desamparado  la  fuente 
de  las  aguas  vivas,  y  os  vais  á  beber  á  los  aljibes  rotos  que  no 
pueden  retener  las  aguas?  Faltóos  el  río  de  la  verdadera  felici- 
dad, y  por  eso  andáis  perdidos  por  los  desiertos  y  por  los  char- 


(1)     Psalm.  CVI. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XíX.  SOJ 


quillos  y  lagunas  turbias  délos  bienes  perescederos á  matar  la  sed. 
Artificio  fué  éste  de  aquel  cruel  Holofernes,  que  cuando  cercó 
la  ciudad  de  Betulia  (i),  mandó  cortar  los  caños  por  do  entraba 
el  agua  á  la  cibdad;  y  así  no  les  quedaron  á  los  pobres  cercados 
sino  unas  fuentezuelas  junto  á  los  muros,  donde  á  hurto  bebían 
algunas  gotillas  de  agua,  más  para  untar  los  labios,  que  para  ma- 
tar la  sed.  Pues  ;qué  otra  cosa  hacéis  los  amadores  de  deleites, 
los  cazadores  de  honras,  los  amigos  de  regalos,  después  que  per- 
distes  la  vena  de  las  aguas  vivas,  sino  andar  bebiendo  á  hurto  de- 
sas  pobres  fuentezuelas  de  las  criaturas  que  halláis  á  mano,  que 
más  son  para  untar  los  labios  y  atizar  la  sed,  que  para  matarla? 
Oh  miserable  criatura,  ¿en  qué  andas,  como  dice  el  Profeta  (2), 
por  el  camino  de  los  asirios  á  beber  agua  turbia  y  cenagosa?  ¿Qué 
agua  puede  ser  más  cenagosa  que  el  deleite  sensual,  pues  no  se 
puede  beber  sin  mal  olor  y  mal  sabor?  Porque,  ¿qué  peor  olor 
que  la  infamia  del  pecado,  y  qué  peor  sabor  que  el  remordimien- 
to de  consciencia,  que  del  proceden,  que  (como  dice  muy  bien  un 
filósofo)  son  dos  perpetuos  compañeros  del  deleite  carnal? 

Y  acaesce  aun  más,  que  como  este  apetito  sea  ciego,  y  no 
haga  diferencia  de  lo  que  se  puede  ó  no  puede  alcanzar,  y  mu- 
chas veces  la  fuerza  del  deseo  haga  parescer  fácil  lo  que  es  muy  di- 
fícil, de  aquí  nasce  desear  muchas  cosas  que  no  puede  alcanzar,  por- 
que no  hay  cosa  mucho  para  desear,  que  no  tenga  otros  muchos 
deseosos  que  anden  en  pos  della,  y  muchos  amadores  y  conten- 
dores que  la  defiendan;  y  como  el  apetito  quiere,  y  no  puede;  cob- 
dicia,  y  no  alcanza;  tiene  hambre,  y  no  hay  quien  le  dé  de  comer; 
y  muchas  veces  tiende  los  brazos  en  balde,  y  madruga  de  maña- 
na, y  nada  le  sucede;  y  á  veces  subiendo  ya  por  la  escala  le  de- 
rriban de  los  muros  abajo,  y  le  quitan  de  las  manos  lo  que  parece 
que  ya  tenía:  de  aquí  procede  el  morir,  y  el  reventar,  y  el  con- 
gojarse y  despedazarse  dentro  de  sí  mismo,  por  \'erse  tan  alejado 
de  lo  que  desea.  Porque  como  estas  dos  tan  principales  fuerzas 
del  ánima  (que  son  irascible  y  concupiscible)  están  entre  sí  de  tal 
manera  ordenadas,  que  la  una  sirve  á  la  otra,  claro  está  que  mien- 
tra la  parte  concupiscible  no  alcanzare  lo  que  desea,  luego  la  iras- 
cible ha  de  salir  por  ella,  congojándose  y  embraveciéndose,  y 
poniéndose  á  todos  los  encuentros  y  peligros  que  pudiere,  por  dar 


(i)     Judith,   VIL     (2)  Hierem.  IT. 


204  GUÍA  DE  PECADORES 


contentamiento  á  su  hermana,  cuando  la  ve  triste  y  descontenta. 
Pues  desta  confusión  de  deseos  nasce  este  desasosiego  interior  de 
que  tratamos,  el  cual  llama  guerra  el  apóstol  Santiago  cuando 
dice  (i):  ^De  dónde  proceden  las  guerras  y  las  contiendas  que 
hay  entre  vosotros,  sino  de  las  cobdicias  y  apetitos  que  militan  y 
pelean  en  vuestras  almas  cuando  cobdiciáis  las  cosas,  y  no  po- 
déis alcanzarlas?  Y  llámala  guerra  con  mucha  razón,  por  la  lucha 
y  contradicción  natural  que  hay  entre  el  espíritu  y  la  carne,  y  los 
deseos  de  la  una  parte  y  de  la  otra. 

Y  aun  acaesce  en  este  género  de  cosas  otra  más  para  sentir, 
y  es,  que  muchas  veces  vienen  los  hombres  á  alcanzar  todo  lo 
que  paresce  que  bastaba  para  tener  el  contentamiento  que  ellos 
habían  deseado:  y  estando  en  tal  estado  que  podrían  si  quisiesen 
vivir  á  su  placer,  con  todo  esto  viene  á  metérseles  en  la  cabeza 
que  les  conviene  pretender  tal  otra  manera  de  honra,  ó  de  título, 
ó  de  lugar,  ó  de  precedencia,  ó  cosa  semejante:  la  cual  si  procu- 
ran y  no  alcanzan,  vienen  á  entristecerse,  y  congojarse,  y  recebir 
mayor  tormento  con  aquella  nonada  que  les  falta,  que  contenta- 
miento con  todo  cuanto  les  queda:  y  así  viven  con  esta  espina, 
ó  por  mejor  decir,  con  este  perpetuo  azote  toda  la  vida,  que  les 
agua  y  vierte  toda  su  prosperidad,  y  se  la  convierte  en  Immo. 
Esto  llamo  yo  enclavar  el  artillería,  que  es  cosa  que  suelen  hacer 
los  enemigos  en  la  guerra:  lo  cual  basta  para  que  un  tiro  muy 
grueso  y  muy  poderoso  no  sea  de  provecho,  quedándose  tan  en- 
tero y  tan  grande  como  de  antes:  porque  solo  esto  bastó  para 
deshacer  toda  su  fuerza,  Y  deste  mismo  artificio  usa  Dios  con  los 
malos,  para  que  clarísimamente  entiendan  (si  ellos  quisiesen  abrir 
los  ojos)  que  la  felicidad  y  contentamiento  del  corazón  humano 
es  dádiva  de  Dios,  y  que  Él  la  da  cuando  quiere  y  á  quien  quiere 
sin  ninguno  destos  aparatos:  y  la  quita  cuando  quiere  con  sólo 
enclavar  (como  dijimos)  el  artillería,  que  es  permitiendo  alguno 
destos  desaguaderos  y  vertederos  de  su  prosperidad.  Por  donde 
quedándose  tan  ricos  y  tan  prósperos  en  lo  que  parece  por  defuera, 
por  sola  esta  falta  secreta  viven  tan  tristes  y  descontentos  como 
si  nada  tuvieran.  Y  esto  es  lo  que  divinamente  significó  el  mismo 
Señor  por  Isaías,  hablando  contra  la  soberbia  y  potencia  del  rey 
de  los  asirlos,  diciendo  que  Él  pondría  flaqueza  en  medio  de  su 


(i)     Jacobi,  IV. 


Libro  i.  capítulo  xix.  20: 


grosura,  y  fuego  debajo  de  su  gloria,  con  el  cual  ardiese.  Para 
que  por  aquí  se  vea  cómo  sabe  Dios  dar  un  barreno  al  navio  que 
prósperamente  navegaba,  y  poner  flaqueza  en  medio  de  la  for- 
taleza, y  miseria  en  medio  de  la  prosperidad.  Lo  mismo  también 
nos  es  significado  en  el  libro  de  Job,  donde  se  dice  que  los  gi- 
gantes gimen  debajo  de  las  aguas  (i):  para  que  se  vea  que  tam- 
bién para  éstos  tiene  Dios  sus  honduras  y  sus  trabajos,  como  para 
los  pequeñuelos  que  parecen  estar  más  subjectos  á  las  injurias  del 
mundo.  Pero  muy  más  claramente  significó  esto  Salomón,  cuan- 
do entre  las  grandes  miserias  del  mundo  contó  ésta  por  una  de 
las  mayores,  diciendo  (2):  Hay  aun  otro  mal  que  vi  debajo  del 
sol,  y  muy  común  en  el  mvmdo.  Veréis  un  hombre  á  quien  Dios 
dio  riquezas,  y  hacienda,  y  honra,  y  ningún  bien  falta  á  su  ánima 
de  todos  los  que  desea:  y  con  todo  esto  no  le  dio  poder  para  co- 
mer de  lo  que  tiene,  sino  que  otro  extraño  se  lo  tragará.  Pues 
¿  qué  es  no  tener  el  hombre  poder  para  comer  de  lo  que  tiene, 
sino  no  lograr  las  cosas  que  posee,  ni  tener  con  ellas  aquel  con- 
tentamiento que  ellas  le  pudieran  dar?  Porque  con  un  desagua- 
dero déstos  que  dijimos,  ordena  Dios  que  se  vierta  toda  su  felici- 
dad: para  que  por  aquí  se  entienda  que  así  como  la  verdadera  sa- 
biduría no  la  dan  las  letras  muertas,  sino  Dios,  así  la  verdadera  paz 
y  contentamiento  tampoco  lo  dan  las  riquezas  y  bienes  del  mun- 
do, sino  Dios. 

Pues  tornando  al  propósito,  si  aun  los  que  tienen  todas  las  co- 
sas que  desean,  no  teniendo  á  Dios,  viven  tan  descontentos  y  de- 
sabridos, ¿  qué  será  de  aquéllos  á  quien  todas  las  cosas  faltan,  pues 
cada  una  destas  faltas  es  una  hambre  y  una  sed  que  los  fatiga, 
y  una  espina  que  traen  hincada  en  su  corazón?  Pues  ,jqué  paz,  qué 
sosiego  puede  haber  en  el  ánima  donde  ha}^  tanta  importunidad, 
tanta  guerra  y  tanto  desasosiego  de  apetitos  y  pensamientos? 
Muy  bien  dijo  el  Profeta  de  los  tales  (3):  El  corazón  del  malo  es 
como  la  mar  cuando  anda  en  tormenta,  que  no  puede  reposar. 
Porque  ¿qué  mar  ni  qué  olas  y  vientos  pueden  ser  más  furiosos 
que  las  pasiones  y  apetitos  de  los  malos,  las  cuales  suelen  á  ve- 
ces revolver  mares  y  mundos?  Y  aun  acontece  muchas  veces  le- 
vantarse en  este  mar  vientos  contrarios,  que  es  otro  linaje  de  tor- 
menta mayor.  Ca  muchas  veces  los  mismos  apetitos  pelean  en- 


(I)    Jab.  XXVI,     (2)  Eccles.  VI.     (3^  Isai.  LV^I, 


)06  GUÍA  DE   PECADORES 


tre  sí  unos  contra  otros,  como  vientos  contrarios:  porque  lo  que 
quiere  la  carne,  no  quiere  la  honra:  y  lo  que  quiere  la  honra,  no 
quiere  la  hacienda:  y  lo  que  quiere  la  hacienda,  no  quiere  la  fa- 
ma: y  lo  que  quiere  la  fama,  no  quiere  la  pereza  y  el  amor  del 
regalo:  y  así  acaesce  que  deseándolo  todo,  no  saben  qué  desear- 
se, y  aun  ellos  mismos  no  se  entienden,  ni  saben  qué  tomar  ni 
qué  dejar,  por  encontrarse  los  apetitos  unos  con  otros,  como  ha- 
cen los  malos  humores  en  las  enfermedades  complicadas,  donde 
apenas  halla  la  medicina  lo  que  deba  hacer:  porque  lo  que  es  sa- 
ludable contra  un  humor,  es  contrario  para  otro.  Esta  es  aquella 
confusión  de  las  lenguas  de  Babilonia,  y  aquella  contradicción,  con- 
tra la  cual  el  Profeta  hace  oración  á  Dios,  diciendo  (i):  Destru- 
ye, Señor,y  divide  sus  lenguas,  porque  vi  maldad  y  contradicción 
en  la  ciudad.  Pues  ¿  qué  división  de  lenguas  y  qué  maldad  y  con- 
tradicción es  ésta,  sino  la  que  pasa  en  el  corazón  de  los  hombres 
mundanos,  entre  la  diversidad  de  sus  apetitos,  cuando  se  encuen- 
tran unos  con  otros,  deseando  cosas  contrarias  y  aborresciendo 
uno  lo  que  quiere  el  otro  ? 

Dt  la  paz  y  sosiego  interior  en  que  viven  los  buenos. 

§.  II. 

I STA  es,  pues,  la  suerte  de  los  malos:  mas  los  buenos  por 
el  contrario,  como  tienen  tan  bien  gobernados  todos  sus 
apetitos  y  deseos:  como  tienen  tan  domadas  y  mortificadas  sus 
pasiones:  como  tienen  puesta  su  felicidad  no  en  estos  falsos  y 
perecederos  bienes,  sino  en  solo  Dios  (que  es  el  centro  de  su  fe- 
licidad) y  en  aquellos  eternos  y  verdaderos  bienes  que  nadie  les 
puede  quitar:  como  tienen  por  enemigo  perpetuo  el  amor  proprio, 
y  su  carne  propria  con  toda  la  cuadrilla  de  sus  apetitos  y  deseos: 
y  como  tienen  finalmente  su  voluntad  tan  resignada  y  puesta  en 
las  manos  de  Dios,  de  aquí  nasce  que  ninguna  de  sus  molestias 
los  inquietan  y  perturban  de  tal  manera  que  les  hagan  perder  su 

paz. 

Pues  éste  es  uno  de  los  principales  galardones  entre  otros  mu- 
chos que  promete  Dios  á  los  amadores  de  la  virtud.  Lo  cual  nos 


(l)     Psalm.  UV. 


LIBRO   I.    CAPÍTULO    XIX.  2ü; 


testifican  á  cada  paso  todas  las  Escripturas  divinas.  El  Profeta  Real 
dice  (i):  Mucha  paz  tienen,  Señor,  los  que  guardan  vuestra  ley, 
y  no  ha}'  cosa  que  los  escandalice.  Y  por  Isaías  dice  el  mismo 
Señor:  Ojalá  hubieras  tenido  cuenta  con  mis  mandamientos,  por- 
que fuera  tu  paz  como  un  río  caudaloso,  y  tu  justicia  como  las 
aguas  de  la  mar.  Y  llama  aquí  esta  paz  río  por  la  gran  virtud  que 
ella  tiene  para  apagar  las  llamas  de  nuestros  apetitos,  y  templar  el 
ardor  de  nuestras  cobdicias^  y  regar  las  venas  estériles  y  secas 
de  nuestro  corazón,  y  dar  á  nuestras  ánimas  refrigerio.  Lo  mis- 
mo también  significó  divinamente  (aunque  con  grande  brevedad) 
Salomón  diciendo  (2):  Cuando  hubieren  agradado  á  Dios  los  ca- 
minos del  hombre.  El  hará  que  sus  enemigos  tengan  paz  con  él. 
Pues  ¿  qué  enemigos  son  éstos  que  hacen  guerra  al  hombre,  sino 
sus  proprias  pasiones  y  malas  inclinaciones  de  su  carne,  que  pe- 
lea siempre  contra  el  espíritu  ?  Pues  éstas  dice  el  Señor  que  ha- 
rá venir  á  tener  paz  con  él,  cuando  por  virtud  de  la  gracia  y  de 
la  buena  costumbre  vienen  á  habituarse  á  las  obras  del  espíritu, 
y  así  tienen  paz  con  él,  porque  no  le  hacen  tan  cruel  guerra  co- 
mo antes  solían.  Porque  aunque  la  virtud  en  sus  principios  sien- 
ta grande  contradicción  en  las  pasiones,  después  que  llega  á  su 
perfección,  obra  con  gran  suavidad  y  facilidad,  y  con  mucho  me- 
nor contradicción.  Finalmente,  ésta  es  aquella  paz  que  por  otro 
nombre  llama  el  profeta  David  anchura  de  corazón,  cuando  di- 
ce (3):  Ensanchaste,  Señor,  mis  pasos  debajo  de  mí,  y  no  se  en- 
flaquecieron ni  debilitaron  mis  pies.  Por  las  cuales  palabras  qui- 
so el  Profeta  declarar  la  diferencia  que  hay  del  camino  de  los  bue- 
nos al  de  los  malos.  Porque  los  unos  andan  con  los  corazones 
apretados  y  congojosos  por  los  temores  y  cuidados  con  que  vi- 
ven, como  el  caminante  que  va  por  una  senda  muy  estrecha  en- 
tre grandes  barrancos  y  despeñaderos,  temiendo  caer  á  cada  pa- 
so: mas  el  otro  camina  holgado  y  seguro,  como  el  que  va  por  un 
camino  llano  y  espacioso,  que  no  tiene  por  qué  temer.  Esto  en- 
tienden mucho  mejor  los  justos  por  la  práctica  que  por  la  teóri- 
ca: porque  todos  ellos  reconocen  la  diferencia  que  hay  de  su  co- 
razón en  el  tiempo  que  sirvieron  al  mundo,  y  en  el  que  se  ofre- 
cieron al  servicio  de  Dios.  Porque  entonces  á  cada  ocasión  de 
trabajos  todo  eran  congojas,  y  sobresaltos,  y  temores,  y  apreta- 


(»)    Psalm    CXVIll.     (a)  Prov.   XVI.     (3)  Psalm.  XVU. 


208  GUÍA  DE  PECADORES 


mientos  de  corazón:  mas  después  que  dejado  el  camino  del  mun- 
do, trasladaron  su  corazón  al  amor  de  los  bienes  eternos,  y  pu- 
sieron toda  su  felicidad  y  confianza  en  Dios,  pasan  ordinariamen- 
te por  todas  estas  cosas  con  un  corazón  tan  ancho,  tan  quieto,  y 
tan  rendido  á  la  voluntad  de  Dios,  que  muchas  veces  ellos  mis- 
mos se  espantan  tanto  desta  mudanza,  que  les  parece  no  ser  ellos 
los  que  an  tes  eran,  ó  que  les  han  trocado  los  corazones:  tan  mu- 
dados se  hallan.  Y  á  la  verdad  son  ellos,  y  no  son  ellos:  porque 
aunque  sean  ellos  cuanto  á  la  naturaleza,  no  son  ellos  mismos 
cuanto  á  la  gracia:  pues  della  procede  esta  mudanza,  aunque  na- 
die pueda  tener  evidencia  della. 

Esto  es  lo  que  promete  el  mismo  Señor  por  Isaías  diciendo  (i): 
Cuando  pasares  por  las  aguas,  estaré  contigo,  y  los  ríos  no  te  cu- 
brirán, y  en  medio  del  fuego  no  te  quemarás.  Pues  ^qué  aguas 
son  éstas,  sino  los  arroyos  de  las  tribulaciones  desta  vida,  y  el  di- 
luvio de  las  miserias  innumerables  que  cada  día  se  ofrecen  en 
ella?  Y  ^qué  fuego  es  éste,  sino  el  ardor  de  nuestra  carne,  que 
es  aquel  horno  de  Babilonia  que  atizan  los  ministros  de  Nabu- 
codonosor,  que  son  los  demonios,  de  donde  se  levantan  las  lla- 
mas de  nuestros  desordenados  apetitos  y  deseos?  Pues  el  que  en 
medio  destas  aguas  y  destas  llamas  en  que  todo  el  mundo  gene- 
ralmente peligra,  persevera  sin  quemarse,  ¿cómo  no  barruntará 
por  aquí  la  presencia  del  Espíritu  Sancto,  y  la  virtud  del  favor 
divino?  Ésta  es  aquella  paz  que  como  dice  el  Apóstol    2),  sobre- 
puja todo  sentido:  porque  ella  es  un  tan  alto  y  tan  sobrenatural 
don  de  Dios,  que  no  puede  el  entendimiento  humano  por  sí  solo 
entender  cómo  sea  posible  que  un  corazón  de  carne  esté  quieto, 
y  pacífico,  y  consolado  en  medio  de  los  torbellinos  y  tempesta- 
des del  mundo.  Mas  el  que  esto  siente,  alaba  y  reconosce  al  Ha- 
cedor destas  maravillas  diciendo  con  el  Profeta  (3):  Venid,  y  ved 
las  obras  del  Señor,  y  las  maravillas  que  ha  obrado  en  la  tierra. 
Ca  Él  hizo  pedazos  el  arco,  y  quebró  las  armas,  y  los  escudos  que- 
mó en  el  fuego,  diciendo:  Dejad  las  armas,  y  vivid  en  paz  y  re- 
poso, para  que  veáis  cómo  Yo  soy  Dios  ensalzado  en  el  cielo  y 
en  la  tierra.  Pues  siendo  esto  así,  ¿qué  cosa  más  rica,  más  dulce 
y  más  para  ser  deseada,  que  esta  quietud,  este  reposo,  esta  an- 
chura y  grandeza  de  corazón,  y  esta  bienaventurada  paz  ? 


(i;     Isai.  XLÍII.     (2)    Philip  IV.     (i)  Pial-n.  XLV . 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XIX.  2O9 

Y  si  pasares  más  adelante,  y  quisieres  saber  cuáles  son  las  cau- 
sas de  do  procede  este  don  celestial,  á  esto  respondo  que  proce- 
de de  todos  estotros  privilegios  de  la  virtud,  que  habernos  dicho: 
porque  así  como  en  la  cadena  de  los  vicios  unos  están  trabados 
con  otros  que  son  causa  dellos;  así  en  la  escala  de  las  virtudes,  unas 
también  tienen  esta  misma  dependencia  de  las  otras:  de  tal  modo 
que  la  más  alta,  así  como  produce  de  sí  más  fructos,  así  tiene  más 
raíces  de  donde  nasce.  Y  así  esta  bienaventurada  paz,  que  es  uno 
de  los  once  fructos  del  Espíritu  Sancto,  nasce  destotros  fructos  y 
privilegios  que  dijimos,  y  señaladamente  procede  de  la  misma  vir- 
tud, cuya  compañera  indivisible  ella  es:  porque  así  como  á  la  vir- 
tud naturalmente  se  debe  reverencia  y  honra  exterior,  así  también 
se  le  debe  la  paz  interior,  la  cual  juntamente  es  fructo  y  premio 
della.  Porque  como  la  guerra  interior  proceda  de  la  soberbia  y 
desasosiego  de  las  pasiones  (como  ya  dijimos)  estando  éstas  do- 
madas y  enfrenadas  con  las  mismas  virtudes  que  este  oficio  tie- 
nen, cesa  la  causa  de  todos  estos  bullicios  y  desasosiegos.  Y  ésta 
es  una  de  las  tres  cosas  en  que  consiste  la  felicidad  del  reino  del 
cielo  en  la  tierra;  del  cual  dice  el  Apóstol  (i):  El  reino  de  Dios  no 
es  comer  ni  beber,  sino  justicia,  paz  y  alegría  en  el  Espíritu  San- 
cto. Donde  por  la  justicia  (según  la  costumbre  de  la  lengua  hebrea) 
se  entiende  la  misma  virtud  y  sanctidad  de  que  aquí  tratamos:  en 
la  cual  juntamente  con  estos  dos  fructos  admirables,  que  son  paz 
y  alegría  en  el  Espíritu  Sancto,  consiste  la  felicidad  y  bienav^en- 
turanza  comenzada  de  que  los  justos  gozan  en  esta  vida.  Y  que 
esta  paz  sea  efecto  de  la  virtud,  dícelo  el  mismo  Señor  claramente 
por  Isaías  así  (2):  La  paz  será  obra  de  la  justicia,  y  e!  fructo  desa 
misma  justicia  será  el  silencio  y  seguridad  perpetua:  y  asentarse  ha 
mi  pueblo  en  la  hermosura  de  la  paz,  y  en  las  moradas  de  la  con- 
fianza, y  en  un  descanso  harto  y  abundoso.  Y  llama  aquí  silencio 
á  la  misma  paz  interior,  que  es  el  reposo  y  quietud  de  las  pasio- 
nes que  perturban  con  sus  clamores  y  deseos  congojosos  el  re- 
poso y  silencio  del  ánima. 

Lo  segundo,  nasce  esta  paz  de  la  libertad  y  señorío  de  las  pa- 
siones de  que  arriba  tratamos.  Porque  así  como  después  de  con- 
quistada y  señoreada  una  tierra  y  subjectados  los  moradores  de- 
lla, luego  hay  en  ella  paz  y  tranquilidad,  y  cada  uno  se  asienta 


(1)     Rom.  XIV.     (2)  Isaia.  XXXII. 

OBRAS  DK  GRANADA  I  — I A 


2IO  GUÍA  DE  PECADORES 


debajo  de  su  higuera  y  de  su  parra  sin  temor  ni  recelo  de  enemi- 
gos; así,  después  de  conquistadas  y  señoreadas  las  pasiones  de 
nuestra  ánima,  que  son  (como  dijimos)  la  causa  de  todos  sus  des- 
asosiegos, luego  se  sigue  en  ella  un  silencio  interior  y  una  paz 
admirable,  con  que  vive  quieta  y  libre  de  la  guerra  y  contradic- 
ción importuna  destas  perturbaciones.  De  manera  que  así  como 
ellas  cuando  eran  señoras  y  estaban  apoderadas  del  hombre,  lo 
revolvían  y  alteraban  todo,  así  agora,  cuando  el  hombre  está  libre 
de  la  tiranía  dellas  y  las  tiene  captivas,  no  tiene  quien  desta  ma- 
nera le  revuelva  la  casa  y  le  perturbe  la  paz. 

Lo  tercero,  nasce  también  esta  paz  de  la  grandeza  de  las  con- 
solaciones espirituales  de  que  arriba  tratamos:  con  las  cuales  de 
tal  manera  se  satisfacen  y  adorraescen  hasta  los  deseos  y  afectos 
de  nuestro  apetito,  que  por  entonces  están  quietos  y  satisfechos 
con  la  parte  que  les  cabe  de  estos  relieves  de  la  porción  superior 
del  ánima.  Porque  aUí  la  parte  concupiscible  se  da  por  contenta 
con  aquel  soberano  gusto  que  recibe  en  Dios:  y  la  irascible  se 
quieta  viendo  á  su  hermana  satisfecha  y  contenta.  Y  así  queda 
todo  el  hombre  quieto  y  sosegado  con  esta  participación  y  gusto 
del  sumo  bien. 

Lo  cuarto,  nasce  también  esta  paz  del  testimonio  y  alegría 
interior  de  la  buena  consciencia  (de  que  arriba  tratamos)  que  da 
grande  quietud  y  descanso  al  ánima  del  justo:  aunque  no  la  ase- 
gure perfectamente,  porque  no  se  descuide  y  pierda  el  estímulo 
sancto  del  temor. 

Últimamente  nasce  esta  paz  de  la  confianza  que  los  buenos 
tienen  en  Dios  (de  que  también  tratamos)  porque  ésta  señalada- 
mente les  hace  estar  quietos  y  consolados,  aun  en  medio  de  las 
tormentas  desta  vida,  por  estar  aferrados  con  las  áncoras  de  la 
esperanza:  que  es,  por  confiar  que  tienen  á  Dios  por  padre,  por 
valedor,  por  defensor  y  por  escudo:  debajo  de  cuyo  amparo  con 
mucha  razón  viven  quietos,  cantando  con  el  Profeta  (i):  En  paz 
juntamente  dormiré  y  descansaré:  porque  Tú,  Señor,  aseguraste 
mi  vida  con  la  esperanza  de  tu  misericordia.  Ca  désta  nasce  la 
paz  de  los  justos,  y  el  remedio  de  todos  sus  males:  porque  ¿qué 
razón  tiene  para  congojarse  quien  tiene  tal  valedor? 


(1)     Psalm.  IV. 


DEL  NONO   PRIVILEGIO   DE    LA   VIRTUD,    QUE   ES    DE    CÓMO    OYE   DiOS   LAS   ORA- 
CIONES  DE   LOS   BUENOS   Y   BESKCHA   LAS   DE   LOS    MALOS. 

CAPÍTULO  XX. 


<os^  íí,C?OiENEN  también  otro  grande  privilegio  los  seguidores 
j)^T)  de  la  virtud,  que  es  ser  oídos  de  Dios  en  sus  oracio- 
.^^L  nes:  lo  cual  es  un  gran  remedio  para  todas  las  nece- 
sidades y  miserias  desta  v' ida.  Y  para  esto  es  de  saber  que  dos  di- 
luvios univ^ersales  ha  habido  en  el  mundo:  uno  material  y  otro 
espiritual,  y  ambos  por  una  misma  causa,  que  es  por  pecados. 

El  material,  que  fué  en  tiempo  de  Noé  (i),  no  dejó  en  el  mun- 
do cosa  viva  más  de  lo  que  pudo  caber  en  una  arca:  porque  to- 
do se  lo  tragaron  las  aguas,  de  tal  manera  que  la  mar  sorbió  á 
la  tierra  con  todos  los  trabajos  y  riquezas  de  los  hombres.  Mas 
el  otro  primer  diluvio  fué  mucho  mayor  que  éste:  porque  no  só- 
lo dañó  á  los  hombres  que  en  aquel  tiempo  eran,  sino  á  todos 
los  siglos  presentes,  pasados  y  venideros:  y  no  sólo  hizo  daño  á 
los  cuerpos,  sino  mucho  más  á  las  ánimas,  pues  tan  robadas  y 
desnudas  quedaron  de  las  riquezas  y  gracias  que  el  mundo  en 
aquel  primer  hombre  había  recebido:  como  se  ve  claro  en  un  ni- 
ño recién  nacido,  el  cual  nasce  tan  desnudo  de  todos  estos  bie- 
nes, cuan  desnudas  trae  las  carnes. 

Pues  deste  primer  diluvio  nascieron  todas  las  pobrezas  y  mi- 
serias á  que  la  vida  humana  está  subjecta:  las  cuales  son  tantas 
y  tan  grandes,  que  dieron  materia  á  un  grande  doctor  y  sumo 
pontífice  para  hacer  un  libro  de  solas  ellas  (2).  Y  muchos  gran- 
des filósofos,  considerando  por  una  parte  la  dignidad  del  hombre 
sobre  todos  los  otros  animales,  y  por  otra  á  cuántas  miserias  y 
vicios  está  subjecto,  no  acaban  de  maravillarse  viendo  esta  des- 
orden en  el  mundo:  porque  no  alcanzaron  k  causa  della,  que  fué 


Cl)     Genes.  VII.      (2)  Innocentius:  de  Vilitate  conditionis  humanse, 


2i2  guía  de   pecadores 


el  pecado.  Porque  veían  que  solo  éste  entre  todos  los  animales 
usa  de  mil  diferencias  de  carnalidades  y  deleites:  á  solo  éste  fa- 
tiga la  avaricia,  la  ambición,  y  un  insaciable  deseo  de  vivir,  y  el 
cuidado  de  la  sepultura  y  de  lo  que  después  della  ha  de  ser. 
Ninguno  otro  tiene  la  vida  más  frágil,  ni  la  cobdicia  más  encen- 
dida, ni  el  miedo  más  sin  propósito,  ni  más  rabiosa  la  ira.  Veían 
también  á  los  otros  animales  pasar  la  mayor  parte  de  la  vida  sin 
enfermedades  y  sin  los  tormentos  de  los  médicos  y  de  las  me- 
dicinas: veíanlos  proveídos  de  todo  lo  necesario  sin  trabajo  y  sin 
cuidado.  Mas  al  hombre  miserable  veían  subjecto  á  mil  cuentos 
de  enfermedades,  de  accidentes,  de  desastres,  de  necesidades,  de 
dolores  así  de  cuerpo  como  de  ánima,  y  así  suyos  proprios  co- 
mo de  todos  los  que  ama.  Lo  pasado  le  da  pena,  lo  presente  le 
aflige  y  lo  que  está  por  venir  le  congoja:  y  para  sustentar  con 
pan  y  agua  una  sola  boca,  muchas  veces  le  es  forzado  trabajar 
toda  la  vida. 

No  acabaríamos  á  este  paso  de  contar  las  miserias  de  la  vida 
humana:  la  cual  el  sancto  Job  dice  que  es  una  perpetua  batalla, 
y  que  los  días  della  son  como  los  de  un  jornalero  que  de  sol  á 
sol  trabaja.  Lo  cual  sintieron  en  tanta  manera  algunos  sabios 
antiguos,  que  unos  dijeron  que  no  sabían  si  la  naturaleza  nos  ha- 
bía sido  madre  ó  madrastra,  pues  á  tantas  miserias  nos  subjecto. 
Otros  dijeron  que  lo  mejor  de  todo  era  no  nascer,  ó  á  lo  menos 
morir  luego  acabando  de  nascer.  Y  no  faltó  quien  dijo  que  mu- 
chos no  tomaran  la  vida,  si  se  la  dieran  después  de  experimen- 
tada: esto  es,  si  fuera  posible  probarla  antes  de  recibirla. 

Pues  habiendo  quedado  tal  la  vida  por  el  pecado,  y  habién- 
dose perdido  en  aquel  primer  diluvio  todo  el  caudal  que  había- 
mos recibido,  ¿qué  remedio  nos  dejó  el  que  desta  manera  nos 
castigó?  Dime  tú,  ^iqué  remedio  tiene  un  hombre  enfermo  y  li- 
siado que  navegando  por  la  mar,  en  una  tempestad  perdió  toda 
su  hacienda,  sino  que  pues  ni  tiene  patrimonio  ni  salud  para  ga- 
narlo, ande  toda  la  vida  mendigando?  Pues  si  el  hombre  en  aquel 
universal  diluvio  perdió  cuanto  tenía,  y  quedó  tan  pobre  y  des- 
nudo, ¿qué  remedio  le  queda  sino  llamar  á  las  puertas  de  Dios 
como  un  pobre  mendigo  ?  Esto  nos  enseñó  muy  á  la  clara  aquel 
sancto  rey  Josafat,  cuando  dijo:  Como  quiera  que  no  sepamos, 
Señor,  lo  que  nos  convenga  hacer,  solo  este  remedio  nos  queda, 
que  es  levantar  nuestros  ojos  á  Vos.  Y  no  menos  significó  esto 


LIÉRO  I.  CAPÍTULO  XX.  21$ 


mismo  el  sancto  rey  Ezequías,  cuando  dijo  (i).  De  la  mañana  á 
la  tarde  daréis,  Señor,  fin  á  mi  vida:  mas  yo  así  como  el  hijo  de 
la  golondrina  llamaré,  y  gemiré  como  paloma.  Como  si  dijera: 
Soy  tan  pobre  y  estoy  tan  colgado,  Señor,  de  vuestra  miseri- 
cordia y  providencia,  que  no  tengo  un  solo  día  de  vida  seguro 
y  por  esto  todo  mi  ejercicio  ha  de  ser  estar  siempre  dando  ge- 
midos ante  Vos  como  paloma,  y  llamaros  como  hace  á  sus  pa- 
dres el  hijo  de  la  golondrina.  Esto  decía  este  sancto  varón  con 
ser  rey,  y  grande  rey:  pero  mucho  mayor  lo  era  su  padre  Da- 
vid, y  con  todo  eso  usaba  deste  mismo  remedio  en  todas  sus 
necesidades,  y  así  con  este  mismo  espíritu  y  conoscimiento  de- 
cía: Con  mi  voz  clamé  al  Señor,  con  mi  voz  hice  oración  á  El. 
Derramo  en  presencia  del  mi  oración,  y  doile  cuenta  de  mi  tri- 
bulación, cuando  mi  espíritu  fatigado  comienza  á  desfallecer.  Es- 
to es,  cuando  mirando  á  todas  partes  veo  cerrados  los  caminos 
y  puertos  de  la  esperanza:  cuando  me  faltan  los  remedios  de  la 
tierra,  busco  los  del  cielo  por  medio  de  la  oración,  la  cual  Dios 
me  dejó  para  socorro  de  todos  mis  males. 

Preguntarás  por  ventura  si  es  éste  seguro  y  universal  reme- 
dio para  todas  las  necesidades  de  la  vida.  A  esto  (pues  es  cosa 
que  pende  de  la  divina  voluntad)  no  pueden  responder  sino  los 
que  Dios  escogió  para  secretarios  della,  que  son  los  Apóstoles  y 
Profetas:  entre  los  cuales  dice  uno  así  (2):  No  hay  nación  en  el 
mundo  tan  grande,  que  tenga  sus  dioses  tan  cerca  de  sí  como 
nuestro  Señor  Dios  asiste  á  todas  nuestras  oraciones.  Estas  son 
palabras  de  Dios  salidas  per  boca  de  un  hombre:  las  cuales  nos 
certifican  sobre  todo  lo  que  se  puede  certificar,  que  cuando  ora- 
mos, aunque  no  veamos  á  nadie  ni  nos  responda  nadie,  no  ha- 
blamos á  las  paredes,  ni  azotamos  el  aire,  sino  que  allí  está  Dios 
dándonos  audiencia,  y  asistiendo  á  nuestras  oraciones,  y  compa- 
desciéndose  de  nuestras  necesidades,  y  aparejándonos  el  reme- 
dio, si  es  remedio  que  nos  conviene.  Pues  ,3  qué  mayor  consue- 
lo para  el  que  ora,  que  tener  esta  prenda  tan  cierta  de  la  asis- 
tencia divina?  Y  si  esto  solo  basta  para  esforzarnos  y  consolar- 
nos, ^cuánto  más  lo  harán  aquellas  palabras  y  prendas  que  te- 
nemos de  la  boca  del  mismo  Señor  en  su  Evangelio,  donde  di- 
ce (3):  Pedid,  y  recibiréis:  buscad,  y  hallaréis:  llamad,  y  abriros 

(1;     Isai.  XXXVIII.     (2)  Deut.  IV.     (3)  Matth.  VII;  Luc.  XI. 


él 4  guía  DE  PECADORES 


lian?  Pues  ^qué  prenda  más  rica  que  ésta?  ^  Quién  dubdará  des- 
tas  palabras?  ? Quién  no  se  consolará  con  esta  cédula  real  en 
todas  sus  oraciones? 

Pues  éste  es  uno  de  los  mayores  privilegios  que  tienen  los 
amadores  de  la  virtud  en  esta  vida,  conoscer  que  estas  tan  ricas 
y  seguras  promesas  principalmente  dicen  á  ellos.  Porque  una  de 
las  señaladas  mercedes  que  nuestro  Señor  les  hace  en  pago  de 
su  fidelidad  y  obediencia  es  que  Él  les  acudirá  y  oirá  siempre  en 
todas  sus  oraciones.  Así  lo  testifica  el  sancto  rey  David  cuando 
dice  (i):  Los  ojos  del  Señor  están  puestos  sobre  los  justos,  y  sus 
oídos  en  las  oraciones  de  ellos.  Y  por  Isaías  promete  el  mismo  Se- 
ñor diciendo:  Entonces  (conviene  saber,  cuando  hubieres  guar- 
dado mis  mandamientos)  invocarás,  y  el  Señor  te  oirá;  llamarás, 
y  decirte  ha:  Cátame  aquí  presente  para  todo  lo  que  quisieres.  Y 
no  sólo  cuando  llaman,  sino  aun  antes  que  llamen  promete  por 
este  mismo  Profeta  que  los  oirá.  Mas  á  todas  estas  promesas  hace 
ventaja  aquella  que  el  Señor  promete  por  S.  Juan  diciendo  (2): 
Si  permanesciéredes  en  Mí,  y  guardáredes  mis  palabras,  todo  cuan- 
to quisiéredes  pidiréis,  y  hacerse  ha.  Y  porque  la  grandeza  desta 
promesa  parescía  sobrepujar  toda  la  fe  y  credulidad  de  los  hom- 
bres, vuélvela  á  repetir  otra  vez  con  mayor  afirmación  dicien- 
do: En  verdad,  en  verdad  os  digo  que  cualquiera  cosa  que  pi- 
diéredes  al  Padre  en  mi  nombre,  os  será  concedida.  Pues  ^qué 
mayor  gracia,  qué  mayor  riqueza,  qué  mayor  señorío  que  éste? 
Todo  cuanto  quisiéredes  (dice)  pediréis,  y  hacerse  ha.  ¡  Oh  pala- 
bra digna  de  tal  prometedor !  ^  Quién  pudiera  prometer  esto,  sino 
Dios?  ^Cúyo  poder  se  extendiera  á  tan  grandes  cosas,  sino  el  de 
Dios?  Y  ¿qué  bondad  se  obligara  á  tan  grandes  mercedes,  sino  la 
de  Dios?  Esto  es  hacer  al  hombre  en  su  manera  señor  de  todo: 
esto  es  entregarle  las  llaves  de  los  tesoros  divinos.  Todas  las  otras 
dádivas  y  mercedes  de  Dios  (por  grandes  que  sean)  tienen  sus 
términos  en  que  se  rematan:  mas  ésta  entre  todas  (como  dádiva 
real  de  Señor  infinito)  tiene  consigo  esta  manera  de  infinidad,  por- 
que no  determina  esto  ni  aquello,  sino  todo  lo  que  vosotros  qui- 
siéredes, siendo  cosa  conveniente  para  vuestra  salud.  Y  si  los  hom- 
bres fuesen  justos  apreciadores  de  las  cosas,  ¿en  cuánto  habían  de 
estimar  esta  promesa?  ¿En  cuánto  estimaría  un  hombre  tener  tan- 


(i;     rsalm,  XXXIII.     (2)  Joan.  XV. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XX.  2 1  ^ 


ta  gracia  y  cabida  con  un  rey,  que  hiciese  del  todo  lo  que  qui- 
siese? Pues  si  en  tanto  se  preciaría  esto  con  un  rey  de  la  tierra, 
^cuánto  más  con  el  Rey  del  cielo? 

Y  porque  no  pienses  que  esto  es  decir  y  no  hacer,  pon  los 
ojos  en  las  vidas  de  los  sanctos,  y  mira  cuántas  y  cuan  grandes 
cosas  acabaron  con  la  oración.  ^Qué  hizo  Moisén  en  Egipto,  y  en 
todo  aquel  camino  del  desierto  con  oración?  ^Oué  no  acaba- 
ron Elias  y  Elíseo  su  discípulo  con  oración?  ,iQué  milagros  no  hi- 
cieron los  Apóstoles  con  oración?  Con  esta  arma  pelearon  los 
sanctos,  con  ésta  vencieron  á  los  demonios,  con  ésta  triunfaron 
del  mundo,  con  ésta  se  enseñorearon  de  la  naturaleza,  con  ésta 
volvieron  en  roscío  templado  las  llamas  del  fuego,  con  ésta  apla- 
caron y  amansaron  la  saña  de  Dios,  y  alcanzaron  del  todo  lo  que 
quisieron.  De  nuestro  Padre  Sancto  Domingo  se  escribe  haber 
descubierto  á  un  grande  amigo  suyo  que  ninguna  cosa  jamás  ha- 
bía pedido  á  nuestro  Señor  que  no  la  hubiese  alcanzado.  Y  como 
el  amigo  le  respondiese  que  pidiese  á  Dios  para  religioso  de  su 
Orden  el  maestro  Reginaldo,  que  era  un  famoso  hombre  en  aque- 
llos tiempos,  el  sancto  varón  hizo  aquella  noche  oración  por  él,  y 
otro  día  por  la  mañana,  comenzando  el  himno  de  Prima,  Janí  lu- 
cís orto  sidere,  entró  aquel  nuevo  lucero  por  el  coro,  y  echado  á 
los  pies  del  sancto  varón  le  pidió  húmilmente  el  hábito  de  su 
Orden.  Éste  es,  pues,  el  galardón  prometido  á  la  obediencia  de 
los  justos,  que  pues  ellos  son  tan  fieles  y  obedientes  á  las  voces 
de  Dios,  así  también  Dios  lo  sea  en  su  manera  á  las  voces  dellos: 
y  pues  ellos  responden  á  Dios  cuando  los  llama,  les  pague  El 
(como  dicen)  á  torna  peón  en  la  misma  moneda,  respondiendo  á 
su  llamado.  Y  por  esto  dice  Salomón  que  el  varón  obediente  ha- 
blará victorias  (i):  porque  justo  es  que  haga  Dios  la  voluntad  del 
hombre,  cuando  el  hombre  hace  la  de  Dios. 

Mas,  por  el  contrario,  de  las  oraciones  de  los  malos  dice  Dios 
por  Isaías  (2):  Cuando  extendiéredes  vuestras  manos  apartaré  mis 
ojos  de  vosotros,  y  cuando  multiplicáredes  vuestras  oraciones  no 
las  oiré.  Y  por  Hieremías  los  amenaza  el  mismo  Señor  dicien- 
do (3):  En  el  tiempo  de  la  tribulación  dirán:  Levántate,  Señor,  y 
líbranos;  y  responderles  ha:  ¿  Dónde  están  los  dioses  que  adoras- 
te ?  Pues  levántense  ésos,  y  líbrente  en  el  tiempo  de  la  necesidad. 


(ij     Prov.  XXL      (2)  Isai.  L     (3)  Jerem.  IL 


2l6  GUÍA  DE  PECADORES 


Y  en  el  libro  del  sancto  Job  se  escribe:  ^Qué  esperanza  tendrá 
el  malo  habiendo  robado  lo  ajeno?  ¿Por  ventura  oirá  Dios  su  cla- 
mor cuando  venga  sobre  él  la  angustia?  Y  sant  Juan  en  su  Ca- 
nónica dice  (i):  Hermanos  muy  amados,  si  nuestra  consciencia  no 
nos  reprehendiere,  confianza  tenemos  en  Dios  que  alcanzaremos 
todo  lo  que  pidiéremos;  porque  guardamos  sus  mandamientos,  y 
hacemos  lo  que  es  agradable  á  sus  ojos.  Conforme  á  lo  cual  dice 
David:  Si  cometí  maldad  en  mi  corazón,  no  me  oirá  Dios:  mas 
porque  no  la  cometí,  oyó  El  mi  oración. 

Destos  lugares  hallaremos  otros  infinitos  en  las  Escripturas 
sagradas;  para  que  por  todo  esto  veas  la  diferencia  que  hay  de 
las  oraciones  de  los  buenos  á  las  de  los  malos,  y  por  consiguien- 
te, la  ventaja  que  hay  del  partido  de  los  unos  al  de  los  otros;  pues 
los  unos  son  oídos  y  tratados  como  hijos,  y  los  otros  despedidos 
comúnmente  como  enemigos.  Porque  como  no  acompañan  su 
oración  con  buenas  obras,  ni  con  aquella  devoción  ni  fervor  de 
espíritu,  ni  con  aquella  caridad  y  humildad,  no  es  maravilla  que 
no  sea  oída;  porque  (como  dice  muy  bien  Cipriano)  no  es  eficaz 
la  petición  cuando  es  estéril  la  oración.  Verdad  es  que  aunque 
esto  generalmente  sea  así,  pero  es  tan  grande  la  bondad  y  lar- 
gueza de  Dios,  que  algunas  veces  se  extiende  á  oír  las  oraciones 
de  los  malos;  las  cuales  aunque  no  sean  meritorias,  no  dejan  de 
ser  impetratorias;  porque  como  dice  Sancto  Tomás,  el  merecer 
nasce  de  la  caridad;  mas  el  impetrar,  de  la  infinita  bondad  y  mi- 
sericordia de  Dios,  la  cual  algunas  veces  oye  las  oraciones  de  los 
tales. 


(i)     i  Joan.  III. 


DÉCIMO  PRIVILEGIO   DE    LA    VIRTUD,  QUE    ES    EL    AYUDA   Y    FAVOR    DE   DIOS    QUE 

LOS    BUENOS     RECIBEN    EN    SUS    TRIBULACIONES,    V    POR    EL    CONTRARIO,    LA 

IMPACIENCIA  Y  TORMENTO  CON   QUE   LOS    MALOS  PADECEN    LAS    faUY'AS. 

CAPÍTULO  XXI. 


fe  lENE  también  otro  maravilloso  privilegio  la  virtud, 
^  que  es  alcanzarse  por  ella  fuerzas  para  pasar  alegre- 
^l  mente  por  las  tribulaciones  y  miserias  que  en  esta 
vida  no  pueden  faltar.  Porque  sabemos  ya  que  no  hay  mar  en  el 
mundo  tan  tempestuoso  y  tan  instable  como  esta  vida  es;  pues  no 
hay  en  ella  felicidad  tan  segura,  que  no  esté  subjecta  á  infinitas 
maneras  de  accidentes  y  desastres  nunca  pensados,  que  á  cada 
hora  nos  saltean.  Pues  es  cosa  mucho  para  notar,  ver  cuan  dife- 
rentemente pasan  por  estas  mudanzas  los  buenos  y  los  malos.  Por- 
que los  buenos  considerando  que  tienen  á  Dios  por  padre,  y  que 
Él  es  el  que  les  envía  aquel  cáliz  (como  una  purga  ordenada  por 
mano  de  un  médico  sapientísimo  para  su  remedio)  y  que  la  tri- 
bulación es  como  una  lima  de  hierro,  que  cuanto  es  más  áspera, 
tanto  más  alimpia  el  ánima  del  orín  de  los  vicios,  y  que  ella  es 
la  que  hace  al  hombre  más  humilde  en  sus  pensamientos,  más 
devoto  en  su  oración,  y  más  puro  y  limpio  en  la  consciencia;  con 
estas  y  otras  consideraciones  abajan  la  cabeza,  y  humíUanse  blan- 
damente en  el  tiempo  de  la  tribulación,  y  aguan  el  cáliz  de  la  pa- 
sión; ó  (por  hablar  más  propriamente)  agúaselo  el  mismo  Dios:  el 
cual,  como  dice  el  Profeta  (i),  les  da  á  beber  las  lágrimas  por 
medida.  Porque  no  hay  médico  que  con  tanto  cuidado  mida  las 
onzas  de  acíbar  que  da  á  un  doliente  (conforme  á  la  disposición 
que  tiene)  cuanto  aquel  físico  celestial  mide  el  acíbar  de  la  tri- 
bulación que  da  á  los  justos,  conforme  á  las  fuerzas  que  tienen 
para  pasarla.  Y  si  alguna  vez  acrescienta  Él  el  trabajo,  acrescienta 


(I)     Psalm.  LXXIX. 


§l8  GUÍA  DE  PECADORES 


también  el  favor  y  a^aida  para  llevarlo;  para  que  así  quede  el 
hombre  con  la  tribulación  tanto  más  enriquescido  cuanto  más 
atribulado;  y  de  ahí  adelante  no  huya  della  como  de  cosa  daño- 
sa, sino  antes  la  desee,  como  mercaduría  de  mucha  ganancia.  Pues 
con  todas  estas  cosas  llevan  los  buenos  muchas  veces  los  traba- 
jos, no  sólo  con  paciencia,  sino  también  con  alegría.  Porque  no  mi- 
ran al  trabajo,  sino  al  premio;  no  á  la  pena,  sino  á  la  corona;  no 
á  la  amargura  de  la  medicina,  sino  á  la  salud  que  por  ella  se  al- 
canza; no  al  dolor  del  azote,  sino  al  amor  del  que  lo  envía:  el  cual 
tiene  ya  dicho  que  á  los  que  ama,  castiga. 

Júntase  con  estas  consideraciones  el  favor  de  la  divina  gracia 
(como  ya.  dijimos)  la  cual  no  falta  al  justo  en  el  tiempo  de  la  tri- 
bulación. Porque  como  Dios  sea  tan  verdadero  y  fiel  amigo  de 
los  suyos,  en  ninguna  parte  está  más  presente  que  en  sus  tribu- 
laciones, aunque  menos  lo  parezca.  Si  no,  discurre  por  toda  la  Es- 
criptura  sagrada,  y  verás  cómo  apenas  hay  cosa  más  veces  repe- 
tida y  prometida  que  ésta.  ^-No  se  dice  del  que  es  ayudador  en 
las  necesidades  y  en  la  tribulación?  ^No  se  convida  Él  á  que  lo 
llamen  para  este  tiempo,  diciendo  (i):  Llámame  en  el  tiempo  de 
la  tribulación,  y  librarte  he,  y  honrarme  has?  ^ No  probó  esto  por 
experiencia  el  mismo  Profeta  cuando  dijo  (2):  Cuando  llamé,  oyó 
mi  oración  el  Señor  Dios  de  mi  justicia,  y  ensanchó  mi  corazón 
en  el  día  de  la  tribulación?  ^No  es  este  Señor  en  quien  confiaba 
el  mismo  Profeta,  cuando  decía  (3):  Esperaba  yo  á  Aquél  que  me 
libró  de  la  pusilanimidad  del  espíritu  y  de  la  tempestad  ?  La  cual 
tempestad  no  es  cierto  la  de  la  mar,  sino  la  que  pasa  en  el  co- 
razón del  pusilánime  y  del  flaco,  cuando  es  atribulado;  que  es 
tanto  mayor,  cuanto  es  más  pequeño  su  corazón.  La  cual  sen- 
tencia confirma  él  con  palabras  muchas  veces  repetidas  y  multi- 
plicadas para  mayor  confirmación  desta  verdad  y  mayor  esfuerzo 
de  nuestra  pusilanimidad  diciendo  (4):  La  salud  de  los  justos 
viene  del  Señor,  y  Él  es  su  defensor  en  el  tiempo  de  la  tribula- 
ción; y  ayudarlos  ha  el  Señor,  y  librarlos  ha,  y  defenderlos  ha 
de  los  pecadores,  y  salvarlos  ha,  porque  en  Él  pusieron  su  es- 
peranza. 

Y  en  otra  parte  muy  más  claramente  dice  el  mismo  Profe- 
ta (5):  ¡Cuan  grandes  son.  Señor,  los  bienes  que  habéis  hecho  á 


(i)     Psalm.  49.    (2)Psalm.4.    (3)  Psalm,  54.    (4)  Psalm.  36.    (5)  Fsalin.  30. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXI.  2-1^ 

todos  los  que  esperan  en  Vos  en  presencia  de  los  hijos  de  los 
hombres!  Esconderlos  heis  en  lo  escondido  y  secreto  de  vues- 
tro rostro,  de  las  tribulaciones  y  persecuciones  de  los  hombres; 
y  defenderlos  heis  en  vuestro  tabernáculo  de  la  contradicción 
de  las  lenguas.  Por  lo  cual  sea  bendito  el  Señor  que  tan  ma- 
ravillosamente usó  comigo  de  su  misericordia,  defendiéndome 
y  asegurándome  como  si  estuviera  en  una  ciudad  de  guarnición, 
estando  yo  tan  derribado  y  caído  en  medio  de  la  tribulación,  que 
me  parecía  estar  ya  desamparado  y  desechado  de  la  presencia 
de  vuestros  ojos.  Mira,  pues,  cuan  á  la  clara  nos  enseña  aquí  el 
Profeta  el  favor  y  amparo  que  los  justos  tienen  de  Dios  en  lo  más 
recio  de  su  tribulación.  Y  es  mucho  de  notar  aquella  palabra  que 
dice:  esconderlos  heis  en  lo  escondido  y  secreto  de  vuestro  ros- 
tro. Dando  á  entender  (como  dice  un  intérprete)  que  así  como 
cuando  los  reyes  de  la  tierra  quieren  guardar  á  un  hombre  muy 
seguro,  lo  encierran  dentro  de  su  palacio,  para  que  no  solamente 
las  paredes  reales,  mas  también  los  ojos  del  rey  lo  defiendan  de 
sus  enemigos  (que  no  puede  ser  mejor  guarda)  así  aquel  Rey  so- 
berano defiende  los  suyos  con  este  mismo  recaudo  y  providen- 
cia. De  donde  vemos  y  leemos  que  muchas  veces  los  sanctos  v^a- 
rones,  cercados  de  grandísimos  peligros  y  tentaciones,  estaban 
con  un  ánimo  quieto  y  esforzado,  y  con  un  rostro  y  semblante 
sereno,  porque  sabían  que  tenían  sobre  sí  esta  guarda  tan  fiel  que 
nunca  los  desamparaba,  antes  entonces  se  hallaba  más  presente, 
cuando  los  veía  en  mayor  peligro.  Así  lo  hizo  Él  con  aquellos 
tres  sanctos  mozos  que  mandó  echar  Nabucodonosor  en  el  horno 
de  Babilonia  (i),  entre  los  cuales  andaba  el  ángel  del  Señor  con- 
vertiendo las  llamas  de  fuego  en  aiie  templado.  De  lo  cual  espan- 
tado el  mismo  tirano,  comenzó  á  decir:  ¿Qué  es  esto?  ¿No  eran 
tres  hombres  los  que  echamos  en  el  fuego  atados?  Pues  ¿quién 
es  aquel  cuarto  que  yo  veo  tan  hermoso,  que  parece  hijo  de  Dios? 
?Ves,  pues,  cuan  cierta  es  la  compañía  de  nuestro  Señor  en  el 
tiempo  de  la  tribulación  ?  Y  no  es  menor  argumento  desta  verdad 
lo  que  hizo  este  mismo  Señor  con  el  sancto  mozo  Josef,  después 
de  vendido  por  sus  hermanos  (2);  pues  (como  se  escribe  en  el  li- 
bro de  la  Sabiduría)  descendió  con  él  á  la  cárcel,  y  estando  en 
medio  de  las  prisiones,  nunca  le  desamparó,  hasta  que  le  entregó 


(i)     Dan.  III.     {2)  Genes.    XU. 


§20  GUÍA  DE  PECADORES 


el  sceptro  y  señorío  de  Egipto,  y  le  dio  poder  contra  los  que  le 
habían  afligido,  y  mostró  que  habían  sido  mentirosos  los  que  le 
habían  infamado  y  puesto  mácula  en  su  gloria.  Los  cuales  ejem- 
plos manifiestamente  nos  declaran  la  verdad  de  aquella  promesa 
del  Señor,  que  por  el  Psalmista  dice  (i):  Con  él  estoy  en  la  tri- 
bulación; librarlo  he,  y  glorificarlo  he.  Dichosa  por  cierto  la  tribu- 
lación, pues  merece  tal  compañía.  Si  así  es,  demos  todos  voces 
con  Sant  Bernardo  diciendo:  Dame,  Señor,  siempre  tribulaciones, 
porque  siempre  estés  comigo. 

Júntase  también  con  esto  el  socorro  y  favor  de  todas  las  vir- 
tudes, las  cuales  concurren  en  este  tiempo  á  dar  esfuerzo  al  co- 
razón afligido,  cada  una  con  su  lanza.  Porque  así  como  cuando 
el  corazón  está  en  algún  aprieto,  toda  la  sangre  acude  á  soco- 
rrerle, porque  rio  desfallezca,  así  también  cuando  el  ánima  está 
apretada  y  puesta  en  peligro  con  alguna  tribulación,  luego  todas 
las  virtudes  acuden  á  socorrerla,  cada  una  de  su  manera.  Y  así 
primeramente  acude  la  fe  con  el  conoscimieuto  firme  de  los  bie- 
nes y  males  de  la  otra  vida,  en  cuya  comparación  es  nada  todo 
lo  que  se  padece  en  ésta.  Ayúdalos  también  la  esperanza,  la  cual 
hace  al  hombre  paciente  en  los  trabajos  con  la  esperanza  del  ga- 
lardón. Ayúdalos  el  amor  de  Dios,  por  el  cual  desean  afectuo- 
samente padecer  aflicciones  y  dolores  en  este  siglo.  Ayúdalos  la 
obediencia  y  conformidad  que  tienen  con  la  divina  voluntad,  de 
cuya  mano  toman  alegremente  y  sin  murmuración  todo  lo  que 
les  viene.  Ayúdalos  la  paciencia,  á  la  cual  pertenece  tener  hom- 
bros para  poder  llevar  estas  cargas.  Ayúdalos  la  humildad,  la 
cual  les  hace  inclinar  los  corazones,  como  árboles  delgados,  al 
furioso  viento  de  la  tribulación,  y  humillarse  debajo  de  la  mano 
poderosa  de  Dios,  reconosciendo  siempre  que  es  menos  lo  que 
padescen^  de  lo  que  sus  culpas  merecen.  Ayúdalos  otrosí  la  con- 
sideración de  los  trabajos  de  Cristo  crucificado,  y  de  todos  los 
otros  sanctos,  en  cuya  comparación  son  nada  todos  los  nuestros. 

Desta  manera,  pues,  ayudan  aquí  las  virtudes  con  sus  oficios: 
y  no  sólo  con  sus  oficios,  sino  también  (si  se  sufre  decir)  con  sus 
dichos.  Porque  la  fe  primeramente  dice  que  no  son  dignas  las  pa- 
siones deste  tiempo  para  la  gloria  advenidera  que  será  revelada 
en  nosotros.  La  caridad  también  acude  diciendo  que  algo  es  ra- 

(i;    Psalm.  XC. 


LIBRO   I.   capítulo   XXÍ.  221 


zón  que  se  padezca  por  Aquél  que  tanto  nos  amó.  El  agrades- 
cimiento  dice  también  con  el  sancto  Job  que  si  hemos  recibido 
bienes  de  la  mano  del  Señor,  justo  es  que  también  recibamos 
las  penas  del.  La  penitencia  dice:  Razón  es  que  padezca  algo  con- 
tra su  voluntad,  quien  tantab  veces  la  hizo  contra  la  de  Dios.  La 
fidelidad  dice:  Justo  es  que  nos  halle  fieles  una  vez  en  la  vida, 
quien  tantas  mercedes  nos  ha  hecho  en  toda  ella.  La  paciencia 
dice  que  la  tribulación  es  materia  de  paciencia,  y  la  paciencia  de 
probación,  y  la  probación  de  esperanza,  y  la  esperanza  no  saldrá 
en  vano,  ni  dejará  al  hombre  confundido.  La  obediencia  dice  que 
no  hay  mayor  sanctidad,  ni  mayor  sacrificio,  que  conformarse  el 
hombre  en  todos  los  trabajos  con  el  beneplácito  de  la  divina  vo- 
luntad. 

Mas  entre  todas  estas  virtudes  la  esperanza  viva  es  la  que 
señaladamente  los  ayuda  en  este  tiempo,  y  la  que  maravillosa- 
mente tiene  firme  y  constante  nuestro  corazón  en  medio  de  la 
tribulación.  Y  esto  nos  declaró  el  Apóstol,  el  cual  acabando  de 
decir  (i):  Gozándoos  con  la  esperanza,  añadió  luego:  Teniendo  en 
los  trabajos  paciencia:  entendiendo  muy  bien  que  de  lo  uno  se 
seguía  lo  otro:  conviene  saber,  de  la  alegría  de  la  esperanza  el 
esfuerzo  de  la  paciencia.  Por  la  cual  causa  elegantemente  la  lla- 
mó el  Apóstol  áncora  (2);  porque  así  como  el  áncora  aferrada 
en  la  tierra  tiene  seguro  el  navio  que  está  en  el  agua,  y  le  hace 
que  desprecie  las  ondas  y  la  tormenta,  así  la  virtud  de  la  espe- 
za  viva,  aferrada  fuertemente  en  las  promesas  del  cielo,  tiene  fir- 
me el  ánima  del  justo  en  medio  de  las  ondas  y  tormentas  deste 
siglo,  y  le  hace  despreciar  toda  la  furia  de  los  vientos  y  tempesta- 
des del.  Así  dicen  que  lo  hacía  un  sancto  varón,  el  cual  viéndose 
cercado  de  trabajos  decía:  Tan  grande  es  e!  bien  que  espero,  que 
toda  pena  me  deleita. 

Desta  manera,  pues,  concurren  todas  las  virtudes  á  conhortar 
el  corazón  del  justo,  cuando  lo  ven  atribulado.  Y  si  aun  con  todo 
esto  desmaya,  tornan  á  volver  sobre  él  con  más  calor  diciendo: 
Pues  si  al  tiempo  de  la  prueba,  cuando  Dios  te  quiere  examinar, 
desfalleces,  ^ dónde  está  la  fe  viva  que  para  con  Él  has  de  tener? 
¿Dónde  la  caridad,  y  la  fortaleza,  y  la  obediencia,  y  la  paciencia, 
y  la  lealtad,  y  el  esfuerzo  de  la  esperanza?  ¿Esto  es  para  lo  que 


{^Ij     Rom,  Xil.     (2)  Hebr.  VI. 


-i')-? 


Guía  dé  pecadores 


tantas  veces  te  aparejabas  y  determinabas?   ¿Esto   es  lo  que 
tú  tantas  veces  deseabas,  y  aun  pidías  á  Dios?  IVIira  que  no  es  ser 
buen  cristiano  solamente  rezar,  y  ayunar,  y  oír  misa:  sino  que  te 
halle  Dios  fiel  (como  á  otro  Job  y  otro  Abraham)  en  el  tiempo  de 
la  tribulación.  Pues  desta  manera  el  justo,  ayudándose  de  sus  bue- 
nas consideraciones  y  de  las  virtudes  que  tiene,  y  del  favor  de 
la  divina  gracia  que  no  le  desampara,  viene  á  llevar  estas  cargas 
no  sólo  con  paciencia,  mas  muchas  veces  con  haci miento  de  gra- 
cias y  alegría.  Y  para  prueba  desto  bástenos  por  agora  el  ejem- 
plo del  sancto  Tobías:  de  quien  se  escribe  que  habiendo  nuestro 
Señor  permitido  que  después  de  otros  muchos  trabajos  pasados 
perdiese  también  la  vista,  para  que  se  diese  á  los  hombres  ejemplo 
de  su  paciencia,  no  por  eso  se  desconsoló,  ni  perdió  punto  de  la 
fidelidad  y  obediencia  que  antes  tenía.  Y  añade  luego  la  Escrip- 
tura  la  causa  desto  diciendo:  Porque  como  siempre  dende  su  niñez 
hubiese  vivido  en  temor  de  Dios,  no  se  entristeció  contra  el  Se- 
ñor por  este  azote,  sino  permaneciendo  sin  moverse  en  su  temor, 
le  daba  gracias  todos  los  días  de  su  vida.  Mira,  pues,  aquí  cuan 
abiertamente  atribuye  el  Espíi-itu  Sancto  la  paciencia  en  la  tribu- 
lación á  la  virtud  y  temor  de  Dios  que  este  sancto  varón  tenía, 
conforme  á  lo  que  aquí  está  declarado.  Y  aun  de  nuestros  tiem- 
pos podía  yo  referir  muy  ilustres  ejemplos  de  grandes  enferme- 
dades y  trabajos  llevados  por  siervos  y  siervas  de  Dios  con  gran- 
de alegría:  los  cuales  en  la  hiél  hallaron  miel,  y  en  la  tempestad 
bonanza,  y  en  el  medio  de  las  llamas  de  Babilonia  refrigerio  sa- 
udable. 


De  la  impaciencia  y  furor  de  los  malos  en  sus  trabajos. 

§.  I. 

}k%  por  el  contrario,  ¡qué  cosa  es  ver  los  malos  en  la  tribu- 
I  lación!  Como  no  tienen  caridad,  ni  paciencia,  ni  fortale- 
za, ni  esperanza  viva,  ni  otras  virtudes  semejantes;  y  como  los  to- 
man los  trabajos  tan  desarmados  y  desapercebidos;  como  no  tie- 
nten luz  para  ver  aquello  que  los  justos  ven  con  la  fe  formada,  ni 
lo  abrazan  con  la  esperanza  viva,  ni  han  probado  por  experiencia 
aquella  bondad  y  providencia  paternal  de  Dios  para  con  los  su- 


LffiRO  I.  CAPÍTULO  XXI.  223 


yos;  es  cosa  de  lástima  ver  de  la  manera  que  se  ahogan  en  este 
golfo,  sin  hallar  dónde  hacer  pie,  ni  de  qué  echar  mano.  Porque 
como  carecen  de  todas  estas  ayudas,  como  navegan  sin  este  go- 
bernalle, como  pelean  sin  estas  armas,  ^  qué  se  puede  esperar  de- 
llos,  sino  que  perezcan  en  la  tormenta  y  mueran  en  la  batalla? 
¿Qué  se  puede  esperar,  sino  que  con  la  furia  de  los  vientos  y  con 
las  ondas  de  los  trabajos  vengan  á  dar  en  las  rocas  de  la  ira,  y 
de  la  braveza,  y  de  la  pusilanimidad,  y  de  la  impaciencia,  y  de  la 
blasfemia,  y  de  la  desesperación?  Y  algunos  hay  que  junto  con 
esto  han  venido  á  perder  el  seso,  ó  la  salud,  ó  la  vida,  ó  á  lo  menos 
la  vista  con  el  continuo  llorar.  De  manera  que  los  unos  como  plata 
fina  perseveran  sanos  y  enteros  en  el  fuego  de  la  tribulación:  los 
otros  como  vil  y  bajo  estaño  luego  se  derriten  y  deshacen  con  la 
fuerza  del  calor.  Y  así  donde  los  unos  lloran,  los  otros  cantan;  don- 
de los  unos  se  ahogan,  los  otros  pasan  á  pie  enjuto;  donde  los  unos 
como  vil  y  flaco  vaso  de  barro  estallan  en  el  fuego,  los  otros  como 
oro  puro  se  paran  más  hermosos.  Desta  manera,  pues,  suena  siem- 
pre voz  de  salud  y  alegría  en  los  tabernáculos  de  los  justos  (i); 
mas  en  las  casas  de  los  malos  siempre  se  oyen  voces  de  tristeza 
y  confusión. 

Y  si  quieres  entender  lo  que  digo,  mira  los  extremos  que  han 
hecho  y  hacen  cada  día  muchas  mujeres  principales  cuando  vie- 
nen á  perder  sus  hijos  ó  maridos;  y  hallarás  que  unas  se  encierran 
en  lugares  escuros  donde  nunca  más  vean  sol  ni  luna;  otras  hay 
aun  que  se  han  encerrado  en  jaulas  como  bestias  fieras;  otras  que 
se  han  arrojado  en  medio  del  fuego;  otras  vienen  á  dar  con  la  ca- 
beza por  las  paredes  con  rabia  y  aborr escimiento  de  la  vida;  y 
aun  otras  vemos  que  la  acaban  después  muy  presto  con  la  impa- 
ciencia y  furia  del  dolor:  y  así  queda  asolada  y  destruida  una  casa 
y  familia  en  un  momento.  Y  lo  que  más  es,  que  no  sólo  son  crue- 
les y  desatinadas  para  consigo,  sino  también  atrevidas  y  blasfe- 
mas para  con  Dios,  acusando  su  providencia,  condenando  su  jus- 
ticia, blasfemando  de  su  misericordia  y  poniendo  en  el  cielo 
contra  Dios  su  boca  sacrilega.  Lo  cual  todo  en  fin  les  viene  á  llo- 
ver en  casa,  con  otras  calamidades  aun  mayores  que  les  envía 
Dios  por  estas  blasfemias;  porque  éste  es  el  galardón  que  merece 
quien  escupe  hacia  el  cielo,  y  echa  coces  contra  el  aguijón.  Y 


(i)     Ps4lm.  CXVII. 


224  GUÍA  DE  PECADORES 


ésta  suele  ser  á  veces  una  cura  muy  justa  de  la  mano  de  Dios, 
que  así  divierte  sus  corazones  de  unos  trabajos  grandes  con  otros 
mayores, 

Desta  manera  los  miserables,  como  les  falta  el  gobernalle  de 
la  virtud,  vienen  á  dar  al  través  al  tiempo  de  la  tormenta,  blas- 
femando por  lo  que  habían  de  bendecir,  ensoberbeciéndose  con 
lo  que  se  habían  de  humillar,  enduresciéndose  en  el  castigo,  y 
empeorando  con  la  medicina:  lo  cual  paresce  que  es  un  infierno 
comenzado,  y  principio  de  otro  que  se  les  apareja.  Porque  si  no 
es  otra  cosa  infierno  sino  lugar  de  penas  y  culpas,  ^qué  falta  aquí 
para  que  no  tengamos  éste  por  una  manera  de  infierno,  donde 
hay  tanto  de  uno  y  de  otro? 

Y  qué  lástima  es  ver  sobre  todo  esto,  que  así  como  así  se  han 
de  padecer  los  trabajos,  y  que  tomándolos  con  paciencia  se  ha- 
cían más  ligeros  de  llevar,  y  más  meritorios  para  el  ánima:  y  que 
con  todo  esto  quiera  el  malaventurado  hombre  perder  el  fructo 
inestimable  de  la  paciencia,  y  hacer  la  carga  mayor  con  el  tra- 
bajo de  la  impaciencia,  la  cual  sola  pesa  más  que  la  misma  car- 
ga. Gran  desconsuelo  es  trabajar,  y  no  ganar  nada  con  el  traba- 
jo, ni  tener  á  quien  hacer  cargo  del.  Pero  mayor  es  sin  compa- 
ración perder  aun  lo  ganado,  y  después  de  haber  habido  mala 
noche,  hallar  desandada  la  jornada. 

Todo  esto,  pues,  nos  declara  cuan  diferentemente  pasan  por 
las  tribulaciones  los  buenos  y  los  malos:  cuánta  paz,  alegría  y  es- 
fuerzo tienen  los  unos  donde  tanta  aflicción  y  desasosiego  pa- 
decen los  otros.  Lo  cual  fué  maravillosamente  figurado  en  los 
grandes  clamores  y  llantos  que  hubo  en  toda  la  tierra  de  Egip- 
to cuando  les  mató  Dios  en  una  noche  todos  los  primogénitos  (i): 
porque  no  había  casa  donde  no  hubiese  su  llanto,  como  quiera 
que  en  toda  la  tierra  de  Jesé  (donde  moraban  los  hijos  de  Israel) 
no  se  oyese  un  solo  perro  que  ladrase. 

Pues  ^  qué  diré  (demás  desta  paz)  del  provecho  que  de  sus 
tribulaciones  sacan  las  justos,  de  donde  los  malos  sacan  tanto  da- 
ño? Porque  (según  dice  Crisóstomo)  así  como  en  el  mismo  fue- 
go se  purifica  el  oro,  y  el  madero  se  quema,  así  en  el  fuego  de 
la  tribulación  el  justo  se  hace  más  hermoso,  como  el  oro,  y  ei  ma- 
lo como  el  leño  seco  y  infructuoso  se  hace  ceniza.  Conforme  á 


(i)    Exod,  XU. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XXI.  225 


lo  cual  dice  también  Cipriano  que  así  como  el  aire  al  tiempo 
del  trillar  avienta  y  esparce  las  pajuelas  livianas,  mas  con  esto 
purifica  el  trigo  y  lo  deja  más  limpio,  así  el  viento  de  la  tribu- 
lación desbarata  y  derrama  los  malos  como  paja  liviana:  mas  por 
el  contrario,  recoge  y  purifica  los  buenos  como  trigo  escogido. 
Lo  mismo  también  nos  representan  en  figura  las  aguas  y  ondas 
del  mar  Bermejo:  las  cuales  no  solamente  no  ahogaron  á  los  hi- 
jos de  Israel  al  tiempo  que  por  él  pasaron,  mas  antes  les  eran  mu- 
ro á  la  diestra  y  á  la  siniestra.  Y  por  el  contrario,  esas  mismas 
aguas  envolvieron  y  anegaron  los  carros  de  los  egipcios  con  to- 
do el  pueblo  de  Faraón  (i).  Pues  desta  manera  las  aguas  de  las 
tribulaciones  son  para  mayor  guarda  y  defensión  de  los  buenos, 
y  para  conservación  y  ejercicio  de  su  humildad  y  de  su  pacien- 
cia: mas  para  los  malos  son  como  olas  y  tormenta  que  los  ane- 
ga y  sume  en  el  abismo  de  la  impaciencia,  de  la  blasfemia  y  de 
la  desesperación. 

Esta  es,  pues,  otra  maravillosa  ventaja  que  la  virtud  hace  al 
vicio:  por  la  cual  los  filósofos  alabaron  y  preciaron  mucho  la  fi- 
losofía, creyendo  que  á  ella  sola  pertenescía  hacer  al  hombre 
constante  en  cualquier  trabajo.  Mas  vivían  en  esto  muy  engaña- 
dos, como  en  otras  cosas.  Porque  así  la  verdadera  virtud  como 
la  verdadera  constancia  no  se  hallan  entre  los  filósofos,  sino  en 
la  escuela  de  aquel  Señor  que  puesto  en  la  cruz  nos  consuela 
con  su  ejemplo,  y  reinando  en  el  cielo  nos  fortalece  con  su  es- 
píritu, y  prometiéndonos  la  gloria  nos  anima  con  la  esperanza  de- 
Ua:  de  lo  cual  todo  carece  la  filosofía  humana. 


;^i;    Exod.  XIV. 


OBRAS  DE  GRANADA  í— l5 


Undécimo  privilegio  de  la.  virtud,  que  es,  cómo  Nuestro  Señor  provee 
á  los  virtuosos  de  lo  temporal. 

CAPÍTULO  XXII. 


)ODO  esto  que  hasta  aquí  habernos  dicho,  son  riquezas 
\j^t  y  bienes  espirituales  que  se  dan  á  los  amadores  de 
la  virtud  en  esta  vida,  demás  de  la  gloria  perdurable 
que  les  está  guardada  en  la  otra:  los  cuales  todos  se  prometie- 
ron al  mundo  en  la  venida  de  Cristo  (según  que  todas  las  escrip- 
turas  proféticas  testifican)  por  lo  cual  se  llama  con  razón  Salva- 
dor del  mundo:  porque  por  Él  se  nos  da  la  verdadera  salud,  que 
es  la  gracia,  y  la  sabiduría,  y  la  paz,  y  la  victoria  y  señorío  de 
nuestras  pasiones,  y  las  consolaciones  del  Espíritu  Sancto,  y  las 
riquezas  de  la  esperanza:  y  finalmente  todos  los  otros  bienes  que 
se  requieren  para  alcanzar  aquella  salud,  de  la  cual  dijo  el  Pro- 
feta: Israel  fué  hecho  salvo  en  el  Señor  con  salud  eterna. 

Mas  si  alguno  hubiere  tan  de  carne  que  tenga  más  puestos 
los  ojos  en  los  bienes  de  carne,  que  en  los  de  espíritu  (como  ha- 
cían los  judíos)  no  quiero  que  por  esto  nos  desavengamos:  por- 
que aquí  le  daremos  mucho  mejor  despacho  de  lo  que  él  pueda 
desear.  Si  no,  dime:  (jqué  quiso  significar  el  Sabio,  cuando  (ha- 
blando de  la  verdadera  sabiduría  en  que  está  la  perfección  de  la 
virtud)  dijo:  La  longura  de  días  está  en  su  diestra,  y  en  su  si- 
niestra riquezas  y  gloria?  De  manera  que  ella  tiene  en  sus  ma- 
nos estos  dos  linajes  de  bienes  con  que  convida  á  los  hombres: 
en  la  una  bienes  eternos,  y  en  la  otra  temporales.  No  pienses  que 
mata  Dios  á  los  suyos  de  hambre,  ni  que  sea  tan  desproveído, 
que  dando  de  comer  á  las  hormigas  y  gusanos  de  la  tierra,  de- 
je ayunos  á  los  que  día  y  noche  le  sirven  en  su  casa.  Y  si  no 
quieres  creer  á  mí,  lee  todo  el  capítulo  VI  de  S.  Mateo,  y  ve- 
rás las  prendas  y  la  seguridad  que  allí  se  te  da  sobre  esto.  Mirad, 
dice  el  Salvador  aquí,  las  aves  del  cielo  que  no  siembran,  ni  co- 
gen, ni  encierran,  ni  hacen  provisión  para  adelante,  y  vuestro  Pa- 
dre que  está  en  los  cielos  tiene  cuidado  de  proveerlas.  .jPues  nq 


LIBRO   I.  CAPITULO   XXÍL  22 


/ 


sois  vosotros  de  más  precio  que  ellas?  Finalmente,  después  des- 
tas  palabras  concluye  el  Sah^ador  diciendo:  No  queráis,  pues,  es- 
tar solícitos  sobre  qué  comeremos  ó  qué  beberemos,  porque  es- 
tas cosas  buscan  las  gentes  que  no  conoscen  á  Dios.  Mas  vos- 
otros buscad  primero  el  reino  de  Dios  y  su  justicia,  y  todo  lo  de- 
más se  os  dará  como  por  añadedura.  Pues  por  esta  causa  entre 
otras  nos  convida  el  Psalmista  á  servir  á  Dios  (viendo  que  por 
sola  ésta  se  obligan  unos  hombres  á  servir  á  otros  hombres)  di- 
ciendo (i):  Temed  al  Señor  todos  sus  sanctos,  porque  ninguna 
cosa  falta  á  los  que  le  temen.  Los  ricos  deste  mundo  padecerán 
necesidad  y  hambre:  mas  á  los  que  buscan  al  Señor,  nunca  falle- 
cerá todo  bien.  Y  es  esto  una  cosa  tan  cierta,  que  el  mismo  Pro- 
feta añade  en  otro  psalmo  diciendo  (2):  Mozo  fui,  y  agora  soy 
viejo,  y  nunca  hasta  hoy  vi  al  justo  desamparado,  ni  á  sus  hijos 
buscar  pan. 

Y  si  quieres  más  por  extenso  ver  el  recaudo  que  los  buenos 
tienen  en  esta  parte,  oye  lo  que  Dios  promete  en  el  Deuterono- 
mio  á  los  guardadores  de  su  ley,  diciendo:  Si  oyeres  la  voz  de 
tu  Señor  Dios  y  guardares  sus  mandamientos,  hacerte  ha  Él  más 
alto  que  todas  las  gentes  que  moran  sobre  la  haz  de  la  tierra,  y 
vendrán  sobre  ti  todas  estas  bendiciones:  Bendito  serás  en  la  cib- 
dad,  y  bendito  en  el  campo.  Bendito  será  el  fructo  de  tu  vien- 
tre, y  el  fructo  de  tu  tierra,  y  el  fructo  de  tus  bestias  y  gana- 
dos, y  las  majadas  de  tus  ovejas.  Benditos  serán  tus  graneros, 
y  las  migajas  de  tu  casa.  Bendito  serás  en  tus  entradas  y  salidas, 
y  en  todo  lo  que  pusieres  mano  serás  prosperado.  Derribará 
Dios  ante  tus  pies  todos  los  enemigos  que  se  levantaren  contra 
ti:  por  un  camino  vendrán,  y  por  siete  huirán.  Enviará  Dios  su 
bendición  sobre  tus  cilleros,  y  en  todo  serás  bendito.  Hacerte  ha 
Dios  un  pueblo  sancto  para  gloria  suya:  así  como  te  lo  tiene  ju- 
rado, si  guardares  sus  mandamientos  y  anduvieres  en  sus  cami- 
nos: y  serán  tan  grandes  tus  prosperidades,  que  por  ellas  conos- 
cerán  todos  los  pueblos  de  la  tierra  que  el  nombre  del  Señor 
es  invocado  sobre  ti,  y  temerte  han.  Hacerte  ha  Dios  abundar  en 
todos  los  bienes,  en  el  fructo  de  tu  vientre,  y  en  el  fructo  de  tus 
ganados, y  en  los  fructos  de  la  tierra  que  te  prometió  de  dar.  Abri- 
rá Dios  sobre  ti  aquel  riquísimo  tesoro  suyo  del  cielo,  y  lloverá 


(l)     Psalm.  XXXIII.     (2)  Psalm  .  XXXVI, 


22  8  GÜlA  DE   PECADORES 


sobre  tus  tierras  á  sus  tiempos,  y  echará  su  bendición  á  todas 
las  obras  de  tus  manos.  Hasta  aquí  son  palabras  de  Dios  por  su 
Profeta.  Pues  dirae  agora:  ¿qué  Indias,  qué  tesoros  se  pueden 
comparar  con  estas  bendiciones? 

Y  puesto  caso  que  estas  promesas  más  se  dieron  al  pueblo  de 
los  judíos  que  al  de  los  cristianos  (porque  á  este  segundo  prome- 
te Dios  por  Ezequiel  que  enriquescerá  con  otros  mayores  bienes, 
que  son  bienes  de  gracia  y  gloria)  pero  todavía  así  como  en  aque- 
lla ley  carnal  no  dejaba  Dios  de  dar  bienes  espirituales  á  los  bue- 
nos judíos,  así  en  esta  espiritual  no  deja  de  dar  también  sus 
prosperidades  temporales  á  los  buenos  cristianos:  sino  que  las 
prosperidades  dáselas  con  dos  grandes  ventajas  que  no  conoscen 
los  malos.  La  una,  que  como  médico  prudentísimo  se  las  da  en 
aquella  medida  que  pide  su  necesidad;  para  que  de  tal  manera 
los  sustenten,  que  no  los  envanescan.  Lo  cual  no  saben  los  ma- 
los, pues  abarcan  todo  cuanto  pueden,  sin  mirar  que  no  es  me- 
nor el  daño  que  la  demasía  de  los  bienes  temporales  hace  en  las 
ánimas,  que  la  del  mantenimiento  en  los  cuerpos.  Porque  aunque 
el  comer  sea  necesario  para  sustentar  la  vida,  pero  el  demasiado 
comer  hace  daño  á  la  misma  vida.  Y  así  también,  aunque  en  la 
sangre  esté  la  vida  del  hombre,  pero  con  todo  esto  muchas  veces 
el  pujamiento  de  sangre  mata  al  hombre.  La  otra  ventaja  es,  que 
con  menor  estruendo  y  aparato  de  cosas  les  da  mayor  descanso 
y  contentamiento,  que  es  el  fin  para  que  buscan  los  hombres 
todo  lo  temporal.  Porque  todo  lo  que  Él  puede  hacer  por  medio 
de  las  causas  segundas,  puede  hacer  por  sí  solo  aun  más  perfec- 
tamente que  por  ellas.  Y  así  lo  hizo  con  todos  los  sanctos,  en 
nombre  de  los  cuales  decía  el  Apóstol:  Nada  tenemos,  3'  todo  lo 
poseemos;  porque  tan  grande  contentamiento  tenemos  con  lo 
poco,  como  si  fuésemos  señores  de  todo  el  mundo.  Los  caminan- 
tes procuran  llevar  en  oro  su  dinero,  porque  así  van  más  ricos  y 
con  menos  carga;  y  desta  manera  procura  el  Señor  de  proveer  y 
aliviar  los  suyos,  dándoles  pequeña  carga,  y  grande  contenta- 
miento con  ella.  Desta  manera,  pues,  caminan  los  justos,  desnu- 
dos, y  contentos,  pobres,  y  ricos;  mas  por  el  contrario,  los  malos, 
llenos  de  bienes,  y  muriendo  de  hambre,  y  (como  dicen  de  Tán- 
talo) el  agua  á  la  boca,  y  muriendo  de  sed. 

Pues  por  estas  y  otras  semejantes  causas  encomendaba  tanto 
5,(^uel  gran  Profeta  la  guarda  de  la  divina  ley,  queriendo  que  solo 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXTI.  22^ 


éste  fuese  nuestro  cuidado,  porque  sabía  él  muy  bien  que  con 
ésta  todo  lo  demás  estaba  cumplido.  Y  así  dice  é!  (i):  Poned  es- 
tas mis  palabras  en  vuestros  corazones,  y  traeldas  atadas  por  se- 
ñal en  vuestras  manos,  y  colgadas  delante  de  vuestros  ojos,  y 
enseñadlas  á  vuestros  hijos  para  que  piensen  en  ellas.  Cuando  es- 
tuvieres asentado  en  tu  casa  y  anduvieres  por  el  camino,  cuando 
te  acostares  y  levantares,  pensarás  en  ellas:  y  escribirlas  has  en 
los  umbrales  y  puertas  de  tu  casa,  de  manera  que  siempre  las 
traigas  ante  los  ojos;  para  que  así  se  multipliquen  los  días  de  tu 
vida  y  de  tus  hijos  en  la  tierra  que  Dios  te  dará.  Oh  sancto  Pro- 
feta, ^  qué  veías,  qué  hallabas  en  la  guarda  destos  mandamientos 
divinos,  porque  así  la  encomendabas?  Verdaderamente,  como 
grande  profeta  y  secretario  de  los  consejos  divinos,  entendías  la 
grandeza  inestimable  de  este  bien,  y  cómo  en  él  estaban  todos  los 
bienes  presentes  y  venideros,  temporales  y  eternos,  espirituales  y 
corporales;  y  cumplido  con  esta  obligación,  todo  lo  demás  estaba 
cumplido.  Entendías  muy  bien  que  cuando  el  hombre  se  ocupa- 
ba en  hacer  la  voluntad  de  Dios,  no  por  eso  perdía  jornada;  sino 
que  entonces  labraba  su  viña,  y  regaba  su  huerta,  y  granjeaba  su 
hacienda,  y  entendía  en  sus  negocios  muy  mejor  que  haciéndolos 
él  por  su  mano;  pues  con  aquello  echaba  á  Dios  cargo  para  que 
El  los  hiciese  por  la  suya.  Porque  ésta  es  la  ley  de  aquel  pacto  y 
concierto  que  tiene  Dios  hecho  con  los  hombres,  que  entendien- 
do ellos  en  la  guarda  de  su  testamento.  Él  entendería  en  la  guarda 
de  sus  cosas;  y  está  cierto  que  no  ha  de  cojear  por  la  parce  de 
Dios  este  contrato,  sino  que  si  el  hombre  le  fuere  buen  siervo» 
El  le  será  mejor  señor.  Esta  es  aquella  sola  una  cosa  que  el  Sal- 
vador dijo  ser  necesaria  (2),  que  es  conoscer  y  amar  á  Dios:  por- 
que quien  á  Dios  tiene  contento,  todo  lo  demás  tiene  seguro.  La 
piedad,  dice  Sant  Pablo  (3),  para  todas  las  cosas  aprovecha;  por- 
que para  ella  son  todas  las  promesas  de  la  vida  presente  y  ad- 
venidera. ¿Ves,  pues,  aquí  cuan  abiertamente  promete  aquí  el 
Apóstol  á  la  piedad  (que  es  el  culto  y  veneración  de  Dios)  no 
sólo  los  bienes  de  la  otra  vida,  sino  también  losdésta,  en  cuanto  nos 
sirven  y  ayudan  para  alcanzar  aquélla?  Aunque  no  se  excusa  por 
esto  que  ^  hombre  trabaje  y  haga  lo  que  es  de  su  parte,  confor- 
me á  la  cualidad  y  condición  de  su  estado. 


(i)     Dem.  VL     (2)  Luc.  X.     (3)  I  Tim.  IV, 


230  GUfA  DE  PECADORES 


/■i^i'^-i^iJBa-/ ^^.  .¿i-jo^. 


De  Jas  necesidades  y  pobreza  de  los  malos, 
§,  I 

[as  por  el  contrarío,  quien  quisiere  saber  qué  tan  grandes 
sean  las  adversidades,  y  las  calamidades,  y  pobreza  que 
están  guardadas  para  los  malos,  lea  el  capítulo  veinte  y  ocho  del 
Deuteronomio,  y  verá  cosas  que  le  pongan  espanto  y  admiración: 
porque  entre  otras  muchas  palabras  dice  así:  Si  no  quisieres  oir 
la  voz  de  tu  Señor  Dios,  y  guardar  sus  mandamientos,  vendrán 
sobre  ti  estas  maldiciones,  y  comprehenderte  han.  Maldito  serás 
en  la  ciudad,  y  maldito  en  el  campo;  maldito  tu  cillero,  y  maldi- 
tas las  sobras  de  tu  mesa;  maldito  el  fructo  de  tu  vientre,  y  el 
fructo  de  tu  tierra,  y  los  hatos  de  tus  bueyes,  y  las  manadas  de 
tus  ovejas;  maldito  serás  en  todas  tus  entradasy  salidas;  esto  es- 
en  todo  lo  que  pusieres  las  manos.  Enviará  el  Señor  sobre  ti  es- 
terilidad, y  hambre,  y  confusión  en  todas  las  obras  de  tus  manos 
hasta  destruirte.  Enviarte  ha  pestilencia  hasta  que  te  consuma  y 
eche  de  la  tierra  que  vas  agora  á  poseer.  Castigúete  el  Señor  con 
pobreza,  fiebres,  y  fríos,  y  ardores,  y  aire  corrupto,  y  mangla  has- 
ta que  perezcas.  Sea  el  cielo  que  está  sobre  ti  de  metal,  y  la  tie- 
rra que  hollares  de  hierro,  y  el  Señor  envíe  sobre  ella  polvo  en 
lugar  de  agua,  y  del  cielo  descienda  sobre  ti  ceniza,  hasta  que 
seas  destruido.  Entregúete  el  Señor  en  manos  de  tus  enemigos, 
Por  una  puerta  salgas  contra  ellos,  y  por  siete  huyas  dellos,  y  seas 
derramado  por  todos  los  reinos  de  la  tierra,  y  tu  cuerpo  muerto 
sea  manjar  de  todas  las  aves  del  aire,  y  de  las  bestias  de  la  tie- 
rra, y  no  haya  quien  las  ojee.  Castigúete  el  Señor  con  locura,  y 
ceguedad,  y  furor  de  entendimiento,  de  tal  manera  que  andes  pal- 
pando las  paredes  en  el  medio  día,  así  como  anda  el  ciego  en  las 
tinieblas,  sin  saber  enderezar  tus  caminos.  En  todo  tiempo  padez- 
cas calumnias,  y  andes  oprimido  con  violencia,  y  no  haya  quien 
te  libre.  La  mujer  que  tuvieres,  otro  la  deshonre;  y  la  casa  que 
edificares,  no  mores  en  ella;  y  la  viña  que  plantares,  no  la  vendi- 
mies; y  tu  buey  sea  muerto  delante  ti,  y  no  comas  déi;  tu  bestia 
sea  llevada  delante  tus  ojos,  y  no  se  te  vuelva;  tus  hijos  y  hijas 
sean  entregados  á  otro  pueblo,  viendo  tus  ojos,  y  desfalleciendo 
á  la  vista  dellos  todo  el  día,  y  no  haya  fortaleza  en  ti:  y  andarás 


LIBRO  I,  CAPÍTULO  XXÍÍ.  ^-^t 


perdido,  y  serás  proverbio  y  fábula  en  todos  los  pueblos  donde 
serás  llevado.  Y  finalmente,  después  de  otras  muchas  y  muy  te- 
rribles maldiciones  añade  y  dice:  Vendrán  sobre  ti  todas  estas 
maldiciones,  y  comprehenderte  han,  hasta  que  perezcas.  Y  por- 
que no  quisiste  servir  á  tu  Señor  Dios  con  gozo  y  alegría  de 
corazón  por  la  abundancia  de  todas  las  cosas,  servirás  al  enemigo 
que  Él  te  enviará,  con  hambre,  sed,  desnudez  y  pobreza,  el  cual 
porná  un  yugo  de  hierro  sobre  tu  cerviz,  hasta  destruirte.  Trae- 
rá el  Señor  contra  ti  una  gente  de  los  últimos  fines  de  la  tierra 
con  tanta  ligereza  como  el  águila  que  vuela,  cuya  lengua  no  pue- 
das entender;  una  gente  desvergonzadísima,  que  no  cate  cortesía 
al  viejo,  ni  tenga  compasión  del  niño,  la  cual  se  trague  el  fi-ucto 
de  tus  ganados  y  el  fi-ucto  de  tu  tierra,  de  tal  manera,  que  no 
te  deje  trigo,  ni  vino,  ni  aceite,  ni  bueyes,  ni  vacas,  ni  ovejasi 
hasta  que  te  consuma  en  todas  tus  ciudades,  y  sean  destruidos 
tus  muros  altos  y  firmes  en  que  tenías  tu  confianza.  Serás  cercado 
dentro  de  tus  puertas,  y  puesto  en  tanto  aprieto,  que  comerás  el 
fi-ucto  de  tu  vientre,  y  las  carnes  de  tus  hijos  y  de  tus  hijas:  tan 
grande  será  el  aprieto  en  que  tus  enemigos  te  pondrán.  Todas 
éstas  son  palabras  de  la  Escriptura  divina,  con  otras  muchas  más 
que  dejo  aquí  de  referir.  Las  cuales  quienquiera  que  leyere  con 
atención,  quedará  como  atónito  y  fuera  de  sí  leyendo  cosas  tan 
horribles:  y  entonces  por  ventura  abrirá  los  ojos;  y  comenzará  á 
entender  algo  del  rigor  espantable  de  la  justicia  divina,  y  de  la 
malicia  horrible  del  pecado,  y  del  odio  tan  extraño  que  Dios  tiene 
contra  él;  pues  con  tan  extrañas  penas  lo  castiga  en  esta  vida:  por 
.donde  verá  lo  que  se  puede  esperar  en  la  otra.  Y  juntamente  con 
esto  compadecerse  ha  de  la  insensibilidad  3'  miseria  de  los  ma- 
los, que  tan  ciegos  viven  para  no  ver  lo  que  les  está  guardado. 

Y  no  pienses  que  estas  amenazas  sean  de  solas  palabras:  por- 
que todo  esto  no  fué  tanto  amenaza,  cuanto  profecía  de  las  ca- 
lamidades que  á  aquel  pueblo  sucedieron.  Porque  en  tiempo  de 
Acab,  rey  de  Israel,  estando  él  cercado  en  Samaría  por  el  ejér- 
cito del  rey  de  Siria  (i),  se  lee  que  comían  los  hombres  estiércol 
de  palomas,  y  aun  que  este  manjar  se  vendía  por  gran  suma  de 
dineros:  y  llegó  el  negocio  á  términos  que  hasta  las  madres  ma- 
taban á  sus  hijos  para  comer:  y  lo  mismo  escribe  Josefo  haber 


(i)    IV.  Rtg.  VI. 


2^3  Gti.\  DB  PECADO-RES 


íicaescido  en  el  cerco  de  Hierusalem.  Pues  ya  los  captiverios  des- 
te  pueblo  muy  notorios  son,  con  toda  la  destrucción  de  su  re- 
pública y  reino.  Porque  los  once  tribus  fueron  llevados  en  per- 
petuo captiverio,  que  nunca  fué  revocado  por  el  rey  de  los  asi- 
rios:  y  uno  solo  que  quedaba,  fué  después  de  mucho  tiempo  aso- 
lado y  destruido  por  el  ejército  de  los  romanos:  donde  fué  muy 
grande  el  número  de  los  captivos,  y  mucho  mayor  sin  compa- 
ración el  de  los  muertos,  como  el  mismo  historiador  escribe. 

Ni  menos  se  engañe  nadie  creyendo  que  estas  calamidades 
pertenescían  á  solo  aquel  pueblo:  porque  generales  son  á  todos 
los  pueblos  que  teniendo  ley  de  Dios  la  menosprecian  3'  quebran- 
tan, como  El  mismo  lo  testifica  por  Amos  diciendo  (i):  ¿Por  ven- 
tura no  hice  yo  subir  á  los  hijos  de  Israel  de  Egijjto,  y  á  los  pa- 
lestinos de  Capadocia,  y  á  los  siros  de  Sirene?  Porque  los  ojos 
del  Señor  están  puestos  sobre  el  reino  que  peca,  para  destruirlo 
y  echarlo  de  sobre  la  haz  de  la  tierra.  Dando  á  entender  que  to- 
das estas  mudanzas  de  reinos,  destruyendo  unos,  y   plantando 
otros,  se  hacen  por  pecados.  Y  quien  quisiere  ver  si  esto  nos  to- 
ca, revuelva  las  historias  pasadas,  y  verá  cómo  por  un  mismo  ra- 
sero lleva  Dios  á  todos  los  malos,  especialmente  á  los  que  te- 
niendo verdadera  ley,  no  Iq,  guardan.  Porque  ahí  verá   cuánta 
parte  de  Europa,  de  África  y  de  Asia,  que  estaba  llena  de  igle- 
sias  y   pueblos  cristianos,    está  agora    poseída    de  bárbaros    y 
paganos:  y  verá  cuántas  destrucciones  ha  padecido  la  Iglesia  por 
los  godos,  por  los  hunos  y  por  los  wándalos,  que  en  tiempo  de 
Sant  Augustín  destruyeron  toda  la  provincia  de  África,  sin  per- 
donar á  hombre,  ni  mujer,  ni  viejo,  ni  niño,  ni  doncella.  Y  en  es- 
te mismo  tiempo  de  tal  manera  fué  asolado  por  los  mismos  bár- 
baros el  reino  de  Dalmacia  con  las  provincias  comarcanas,  que 
(como  dice  S.  Hierónimo,  natural  desta  provincia)  quien  por  ella 
pasaba,  no  veía  mas  que  cielo  y  tierra:  tan  asolada  había  que- 
dado. Lo  cual  todo  nos  declara  cómo  la  virtud  y  verdadera  re- 
ligión no  sólo  ayuda  para  alcanzar  los  bienes    eternos,  sino  tam- 
bién para  no  perder  los  temporales:  porque  la  consideración  des- 
to  con  todas  las  demás  sirva  para  aficionar  nuestros  corazones  á 
esa  misma  virtud  que  de  tantos  males  nos  libra,  y  de  tantos  bie- 
nes está  acompañada. 


(1)    Amos,  IX. 


DUODÉCIMO     PRIVILEGIO     DE     LA    VIRTUD,    QUE     ES,     CUAN    ALEGRE   Y    QUIETA 

SBA    LA    MUgRTE   ÜE  LOS  BUENOS,  Y  POR    EL  CONTRARIO,    CUÁ.N    MISERABLE 

Y   CuNGt  JuSA  LA    DE  LOS  MALOS, 

CAPÍTULO  XXIII. 


TODOS  estos  privilegios  se  añade  el  postrero,  que  es 
el  fin  y  muerte  gloriosa  de  los  buenos,  al  cual  todos 
los  otros  se  ordenan.  Porque  si  (como  dicen)  al  fin 
se  canta  la  gloria,  dime:  ¿qué  cosa  más  gloriosa  que  el  fin  de  los 
buenos,  ni  más  miserable  que  el  de  los  malos?  Preciosa  es, 
dice  el  Psalmo  (i),  la  muerte  de  los  sanctos  en  el  acatamiento  del 
Señor:  mas  la  muerte  de  los  pecadores  dice  que  es  pésima,  que 
quiere,  decir  muy  mala  en  superlativo  grado,  porque  así  para  el 
cuerpo  como  para  el  ánima,  es  el  último  de  todos  los  males.  Y 
así  dice  S.  Bernardo  sobre  estas  palabras:  La  muerte  de  los  pe- 
cadores es  pésima.  Porque  ella  es  primeramente  mala  por  razón 
del  apartamiento  del  mundo,  y  peor  por  el  apartamiento  del  cuer- 
po, y  pésima  por  los  dos  eternos  tormentos  del  fuego  y  del  gu- 
sano inmortal,  que  se  siguen  después  della.  Porque  mucho  duele 
dejar  el  mundo,  y  mucho  más  salir  de  la  carne:  pero  mucho  más 
el  tormento  del  infierno.  Pues  todas  estas  cosas  juntas,  con  otras 
anejas  á  ellas,  atormentan  al  malo  en  aquel  tiempo.  Porque  allí 
primeramente  le  fatigan  los  accidentes  de  la  enfermedad,  los  do- 
lores del  cuerpo,  los  temores  del  ánima,  las  congojas  de  lo  que 
queda,  los  cuidados  de  lo  que  será,  la  memoria  de  los  peca- 
dos pasados,  el  recelo  de  la  cuenta  venidera,  el  temor  de  la  sen- 
tencia, el  horror  de  la  sepultura,  el  apartamiento  de  todo  lo  que 
desordenadamente  ama:  esto  es,  de  la  hacienda,  de  los  amigos, 
de  la  mujer,  de  los  hijos,  y  desta  luz  y  aire  coinún,  y  de  la  mis- 
ma vida.  Cada  cosa  déstas  por  su  parte  tanto  más  le  lastima, 
cuanto  era  más  amada.  Porque  como  dice  muy  bien  Sant  Au- 
gustín,  no  se  pierden  sin  dolor  las  cosas  que  se  poseen  con  amor 


(1)     Psalm.  CXV. 


S34  f'-l'lA  nF.  TEC ADORES 


Por  donde  dijo  un  filósofo  que  aquél  temía  menos  la  muerte,  que 
menos  deleites  tenía  en  la  vida. 

Pero  sobre  todo  esto  fatiga  en  aquella  hora  el  tormento  de 
la  mala  consciencia,  y  la  consideración  y  temor  de  lo  que  le  es- 
tá guardado.  Porque  entonces,  despertando  el  hombre  con  la  pre- 
sencia de  la  muerte,  abre  los  ojos  y  mira  lo  que  nunca  había 
mirado  en  la  vida.  La  razón  de  lo  cual  señala  muy  bien  Euse- 
bio  Emiseno  en  una  homilía,  diciendo  que  porque  en  aquel  tiem- 
po cesan  todos  los  cuidados  de  allegar  y  de  buscar  lo  necesa- 
rio para  la  vida,  y  cesa  también  la  ambición  de  la  honra  y  de  la 
hacienda,  y  ninguna  ocupación  hay  entonces  ni  de  trabajar,  ni 
de  militar,  ni  de  hacer  otra  cosa  alguna:  de  aquí  es  que  sola  la 
consideración  de  la  cuenta  ocupa  el  ánima  vacía  de  todos  los 
otros  cuidados:  y  solo  el  peso  del  divino  juicio  toma  todos 
los  sentidos.  Estando,  pues,  así  el  hombre  miserable  con  la  vi- 
da puesta  á  las  espaldas  y  la  muerte  ante  los  ojos,  olvídase  de 
todo  lo  presente  que  deja,  y  comienza  á  pensar  en  lo  venidero 
que  le  aguarda.  Allí  ve  cómo  ya  se  acabaron  los  deleites,  y  so- 
los los  pecados  que  se  hicieron  cometiéndolos,  quedan  para  el 
divino  juicio.  Y  prosiguiendo  el  mismo  Doctor  esta  materia  en 
otra  homilía,  dice  así:  Pensemos  qué  llanto  será  aquel  del  ánima 
negligente  cuando  salga  desta  vida,  qué  angustias,  qué  escuri- 
dad,  qué  tinieblas:  cuando  vea  que  entre  los  adversarios  que  la 
han  de  cercar,  le  salga  primero  al  encuentro  su  misma  conscien- 
cia acompañada  de  diversos  pecados.  Porque  ella  sola  sin  más 
probanza  se  ha  de  ofrescer  á  nuestros  ojos,  para  que  nos  con- 
venza su  testimonio  y  nos  confunda  su  conoscimiento.  No  será 
posible  encubrirse  aquí  nada  ni  negarse;  pues  no  de  lejos,  ni  de 
otra  parte,  sino  de  dentro  de  nos  mismos  ha  de  salir  el  acusa- 
dor y  el  testigo.  Hasta  aquí  son  palabras  de  Eusebio. 

Pero  más  á  la  larga  y  más  divinamente  prosigue  Pedro  Da- 
miano,  cardenal,  esta  materia,  diciendo  así:  Pensemos  con  mucha 
atención  cuando  el  ánima  de  un  pecador  comienza  á  salir  de  la 
prisión  desta  carne,  con  cuan  recio  temor  es  combatida,  y  con 
cuántos  estímulos  de  la  consciencia  acusadora  pungida.  Acuérda- 
se de  las  culpas  que  cometió:  ve  los  mandamientos  divinos  que 
menospreció:  duélese  por  haber  vanamente  gastado  el  tiempo 
de  la  penitencia,  y  aflígese  viendo  que  está  presente  el  artículo 
inevitable  de  la  cuenta  y  de  la  divina  venganza.  Querría  quedar- 


UBRO  í.  ciPtTüLO  xxm.  235 


se,  y  es  compelida  á  partirse:  querría  recobrar  lo  perdido,  y  no 
se  le  da  espacio  para  ello.  Volviendo  los  ojos  atrás,  mira  todo 
el  curso  de  la  vida  pasada,  y  parécele  un  brevísimo  punto. 
Échalos  adelante,  ve  un  espacio  de  infinita  perpetuidad  que 
lo  está  esperando.  Llora  viendo  que  perdió  el  alegría  de  todos 
los  siglos  (la  cual  en  este  brevísimo  espacio  pudiera  ganar)  y 
aflígese  porque  perdió  aquella  inefable  dulzura  de  perpetua  sua- 
vidad por  un  breve  deleite  de  la  carne  sensual:  y  avergüénzase 
considerando  que  por  aquella  substancia  que  había  de  ser  comi- 
da de  gusanos,  despreció  aquella  que  había  de  ser  colocada  en- 
tre los  coros  de  los  ángeles.  Y  contemplando  la  gloria  de  aque- 
llas riquezas  inmortales,  confúndese  de  ver  cómo  las  perdió  por 
la  pobreza  de  estos  bienes  temporales.  Mas  cuando  abaja  los 
ojos  de  lo  alto  á  mirar  el  valle  tenebroso  deste  mundo,  y  ve 
sobre  sí  la  claridad  de  aquella  luz  eterna,  conosce  claramente  que 
era  noche  y  tinieblas  todo  lo  que  en  este  mundo  amaba.  ¡Oh,  si 
pudiese  entonces  merecer  espacio  de  penitencia,  cuan  áspera  vi- 
da abrazaría,  cuan  grandes  cosas  prometería,  y  á  cuántos  votos  y 
oraciones  se  obligaría! 

Mas  entretanto  que  estas  cosas  revuelve  en  su  corazón,  co- 
mienzan á  venir  los  mensajeros  y  precursores  de  la  muerte,  que 
son  escurecerse  y  hundirse  los  ojos,  levantarse  el  pecho,  enron- 
quecerse la  voz,  helarse  los  miembros,  pararse  los  dientes  negros, 
hinchirse  la  boca  de  sarro  y  mudarse  la  color  del  rostro.  Pues 
mientra  estas  cosas  pasan  como  oficios  que  sirven  á  la  muerte 
vecina,  represéntanse  á  la  miserable  ánima  todas  las  obras,  y  pa- 
labras, y  pensamientos  de  la  mala  vida  pasada,  dando  triste  testi- 
monio contra  su  autor:  y  aunque  él  las  quiera  dejar  de  mirar,  es 
forzado  que  las  vea. 

Con  esto  se  junta  por  una  parte  la  horrible  compañía  de  los 
demonios,  y  por  otra  la  virtud  y  compañía  de  los  ángeles.  Y  luego 
se  comienza  á  barruntar  á  cuál  de  las  dos  partes  ha  de  pertenecer 
aquella  presa.  Porque  si  en  él  hay  obras  de  piedad  y  virtud,  luego 
es  consolado  con  el  regalo  y  convite  de  los  ángeles.  Mas  si  la 
fealdad  de  sus  deméritos  y  mala  vida  piden  otra  cosa,  luego  se 
estremece  con  intolerable  temor  y  desconfianza:  y  así  es  despe- 
ñado, y  acometido,  y  arrancado  de  su  miserable  carne,  y  llevado 
á  los  tormentos  eternos.  Todo  lo  susodicho  es  de  Pedro  Damiano. 
Dime,  pues,  agora:  si  esto  es  verdad,  y  si  esto  así  ha  de  pasar, 


23^  CrtA  DE   raCADORES 


^qué  más  era  menester,  sí  los  hombres  tuviesen  seso,  para  ver  cuan 
miserable  sea  y  cuánto  para  huir  la  suerte  de  los  malos,  pues  les 
está  guardado  un  tan  triste  y  tan  desastrado  fin? 

Y  si  para  aquel  tiempo  pudiesen  ayudar  en  algo  las  cosas 
desta  vida,  como  ayudan  para  todo  lo  al,  menos  mal  sería.  Pero 
¿qué  diremos,  que  allí  ninguna déstas  ayuda,  pues  es  cierto  que 
allí  ni  aprovechan  las  honras,  ni  defienden  las  riquezas,  ni  valen 
los  amigos,  ni  acompañan  los  criados,  ni  ayuda  el  linaje,  ni  soco- 
rre la  hacienda,  ni  sirve  otra  cosa  sino  sola  la  virtud  y  inocencia 
de  la  vida?  Porque  como  dice  el  Sabio  (i),  no  aprovecharán  las 
riquezas  en  el  día  de  la  venganza;  mas  la  justicia  sola  (que  es  la 
virtud)  librará  de  la  muerte.  Pues  como  el  malo  se  halle  tan  po- 
bre 3'  tan  desnudo  deste  socorro,  (icómo  podrá  dejar  de  temblar 
y  congojarse  viéndose  tan  solo  y  desfavorecido  en  el  juicio  di- 
vino ? 


De  la  muerte  de  los  justos, 
§■1. 


i  AS  por  el  contrario,  la  muerte  de  los  justos  ¡  cuan  agena 
está  de  todos  estos  males !  Porque  así  como  el  malo  re- 
cibe aquí  el  castigo  de  sus  maldades,  así  el  bueno  el  galardón  de 
sus  merecimientos,  según  aquello  del  Eclesiástico  que  dice  (2): 
Al  que  teme  á  Dios  irá  bien  en  sus  postrimerías,  y  en  la  hora  de 
la  muerte  será  bendito;  esto  es,  será  enriquecido  y  galardonado 
por  sus  trabajos.  Y  esto  es  lo  que  más  claramente  significó  el 
evangelista  Sant  Juan  en  el  Apocalipsi  (3).  El  cual  dice  que  oyó 
una  voz  del  cielo  que  le  dijo  que  escribiese,  y  las  palabras  que  le 
mandó  escribir  eran  éstas:  Bienaventurados  los  muertos  que  mue- 
ren en  el  Señor.  Porque  luego  les  dice  el  Espíritu  Sancto  que 
descansen  ya  de  sus  trabajos;  porque  sus  buenas  obras  van  en 
seguimiento  dellos.  Pues  el  justo  que  esta  palabra  tiene  de  Dios, 
¿cómo  desmayará  en  esta  hora  viendo  que  va  á  recibir  lo  que 
procuró  toda  la  vida  ?  Pues  por  esto  se  escribe  en  el  libro  de  Job, 
hablando  del  justo,  que  á  la  hora  de  la  tarde  le  saldrá  el  resplan- 


(I)     Prov.    XI.      (2;  Eccli.  I.     (3)  Apoc.  XIV. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XXIIL  237 

dor  del  medio  día,  y  cuando  le  pareciere  que  estaba  consumido, 
resplandecerá  como  lucero.  Sobre  las  cuales  palabras  dice  Sant 
Gregorio  que  por  esto  amanece  este  resplandor  al  justo  en  la  hora 
de  la  tarde,  porque  á  la  hora  de  su  muerte  rcconosce  la  claridad 
y  gloria  que  le  está  aparejada;  y  así  en  el  tiempo  que  los  otros 
se  entristecen  y  desmayan,  está  él  en  Dios  consolado  y  confiado. 
Así  lo  testifica  Salomón  en  sus  Proverbios  diciendo:  Por  su  ma- 
licia será  desechado  el  malo;  mas  el  justo  á  la  hora  de  su  muerte 
estará  confiado. 

Si  no,  dime:  ¿qué  mayor  confianza  que  la  que  el  bienaventu- 
rado S.  Martín  tenía  á  la  hora  de  su  muerte,  el  cual  viendo  ante 
sí  al  demonio,  dijo  estas  palabras:  ¿  Qué  haces  aquí,  bestia  san- 
grienta? No  hallarás  en  mí  cosa  muerta  en  que  te  puedas  cebar; 
y  por  esto  el  seno  de  Abraham  me  recibirá  en  paz.  ;Qué  mayor 
confianza  otrosí  que  la  que  en  este  mismo  paso  tenía  nuestro  Pa- 
dre Sancto  Domingo,  el  cual  viendo  á  sus  frailes  llorar  por  su 
partida  y  por  la  falta  que  les  hacía,  los  consoló  y  esforzó  dicien- 
do: No  os  desconsoléis,  hijos  míos,  porque  en  el  lugar  donde  voy, 
os  seré  más  provechoso?  Pues  ¿cómo  podía  en  aquel  trance  des- 
consolarse, ni  temer  la  muerte,  quien  tenía  la  gloria  por  tan  suya, 
que  no  sólo  esperaba  alcanzarla  para  sí,  sino  también  para  sus 
hijos? 

Pues  por  esta  causa  los  justos  no  tienen  por  qué  temer  la  muer- 
te, antes  mueren  alabando  y  dando  gracias  á  Dios  por  su  acaba- 
miento, pues  en  él  acaban  sus  trabajos,  y  comienza  su  felicidad. 
Y  así  dice  S.  Augustín  sobre  la  Epístola  de  S.  Juan:  El  que  desea 
ser  desatado  y  verse  con  Cristo,  no  se  ha  de  decir  del  que  muere  - 
con  paciencia,  sino  que  vive  con  paciencia  y  muere  con  alegría. 
Así  que  el  justo  no  tiene  por  qué  entristecerse  ni  temer  la  muer- 
te; antes  con  mucha  razón  se  dice  del  que  muere  cantando  como 
cisne,  dando  gloria  á  Dios  por  su  llamamiento.  No  teme  la  muer- 
te, porque  temió  á  Dios:  y  quien  á  este  Señor  teme,  no  tiene  más 
que  temer.  No  teme  la  muerte,  porque  temió  la  vida:  porque  los 
temores  de  la  muerte,  efectos  son  de  mala  vida.  No  teme  la  muer- 
te, porque  toda  la  vida  gastó  en  aprender  á  morir  y  en  aparejarse 
para  morir:  y  el  hombre  bien  apercebido  no  tiene  por  qué  temer 
á  su  enemigo.  No  teme  la  muerte,  porque  ninguna  otra  cosa  hizo 
en  la  vida,  sino  buscar  ayudadores  y  valedores  para  esta  hora,  que 
^gn  I9.S  virtudes  y  buenas  obras.  No  teme  la  muerte,  porque  tienQ 


238  CÜÍA  DE  PECADORES 


al  juez  granjeado  y  propicio  para  este  tiempo,  con  muchos  servi- 
cios que  le  ha  hecho.  Finalmente,  no  teme  la  muerte,  porque  al 
justo  la  muerte  no  es  muerte,  sino  sueño;  no  muerte,  sino  mudan- 
za; no  muerte,  sino  último  día  de  trabajos;  no  muerte,  sino  camino 
para  la  vida  3^  escalón  para  la  inmortalidad:  porque  entiende  que 
después  que  la  muerte  pasó  por  el  veneno  de  la  vida,  perdió  los 
resabios  que  tenía  de  muerte,  y  cobró  dulzura  de  vida. 

Ni  tampoco  desmaya  por  todos  los  otros  accidentes  y  com- 
pañeros deste  paso,  porque  sabe  que  éstos  son  dolores  de  parto 
con  que  nace  para  la  eternidad,   por  cuyo   amor  tuvo   siempre 
la  muerte  en  deseo,  y  la  vida  en  paciencia.  No  desmaya  con  la 
memoria  de  los  pecados,  porque  tiene  á  Cristo  por  Redemptor, 
á  quien  siempre  agradó:  no  por  el  rigor  del  juicio  divino,  porque 
le  tiene  por  abogado:  no  por  la  presencia  de  los  demonios,  por- 
que le  tiene  por  capitán:  no  por  el  horror  de  la  sepultura,  por- 
que sabe  que    allí    siembra   el  cuerpo  animal  para  que  después 
nasca  espiritual.  Pues  si  al  fin  se  canta  la  gloria,  y  el  postrer  día 
(como  dice  muy  bien  Séneca)  juzga  de  todos  los  otros  días  y  da 
sentencia  sobre  toda  la  vida  pasada   (porque  él  es  el  que  justifi- 
ca ó  condena  todos  los  pasos  della)  y  tan  pacífico  y  quieto  es  el 
fin  de  los  buenos,  y  tan  congojoso  y  peligroso  el  de  los  malos, 
¿qué  m.ás  era  menester  que  esta  sola  diferencia  para  escupir  la 
mala  vida  y  abrazar  la  buena?  ¿  Qué  montan  todos  los  placeres, 
toda  la  prosperidad,  todas  las  riquezas  y  todos  los  regalos  y  seño- 
ríos del  mundo,  si  en  el  fin  vengo  á  ser  despeñado  en  el  infier- 
no ?  Y  ¿qué  me  pueden  dañar  todas  las  miserias  desta  vida,  aca- 
bándola en  paz  y  tranquilidad,  y  llevando  prendas  de  la  gloria  ad- 
venidera? Sea  el  malo  cuan  sabio  quisiere  en  saber  vivir,  ¿para 
qué  presta  ese  saber,  sino  para  saber  adquirir  cosas  con  que  te 
hagas  más  soberbio,  más  vano,  más  regalado,  más  poderoso  pa- 
ra el  mal,  más  inhábil  para  el  bien:  y  para  que  te  sea  tanto  más 
amarga  la  muerte,  cuanto  era  más  dulce  la  vida?  Si  seso  hay  en 
la  tierrra,  no  hay  otro  mayor  que  saber  bien  ordenar  la  vida  pa- 
ra este  fin:  pues  el  principal  oficio  del    sabio  es  saber  ordenar 
convenientemente  los  medios  para  su  fin.  Por  donde  si  es  sabio 
médico  el  que  sabe  ordenar  la  medicina  para  la  salud,  que  es  el 
fin  de  esa  medicina,  aquél  será  perfecta  y  absolutamente  sabio 
que  supiere  ordenar  su  vida  para  la  muerte:  esto  es,  para  la  cuen- 
ta que  se  ha  de  dar  en  ella,  á  la  cual  se  debe  ordenar  toda  la  vida. 


LlfeRO   i.   CAPITULO   XXIir. 


^39 


Prueba  lo  dicho  por  eje  tupios. 
§.  II. 

^WM"  AS  para  mayor  declaración  y  confirmación  de  lo  dicho, 
'^  «í^  y  para  espiritual  recreación  del  lector,  me  paresció  aña- 
dir aquí  algunos  ejemplos  dignos  de  memoria,  de  las  muertes 
gloriosas  de  algunos  sanctos,  tomados  del  cuarto  libro  de  los  Diá- 
logos de  S.  Gregorio  Papa,  en  les  cuales  claramente  se  verá  cuan 
alegre  y  dichosa  sea  la  muerte  de  los  justos.  Y  si  en  esto  me 
extendiere  algo,  no  se  perderá  en  ello  tiempo,  porque  este  sanc- 
to  Doctor  de  tal  manera  cuenta  estas  historias,  que  de  camino 
va  dando  mucha  doctrina  y  avisos  saludables  en  ellas. 

Escribe  él,  pues,  que  en  tiempo  de  los  godos  había  en  la 
ciudad  de  Roma  una  nobilísima  doncella  por  nombre  Gala,  hija 
de  un  cónsul  llamado  Símaco,  La  cual,  siendo  de  poca  edad, 
dentro  de  un  año  fué  juntamente  casada  y  viuda,  Y  como  el 
mundo,  y  la  edad,  y  las  riquezas  la  convidasen  otra  vez  al  mis- 
mo estado,  quiso  ella  antes  desposarse  con  Cristo  en  aquellos 
desposorios  que  comienzan  con  llanto  y  acaban  con  alegría,  que 
en  estos  del  mundo,  que  comenzando  con  alegría  acaban  con 
tristeza,  por  la  muerte  necesaria  que  ha  de  ver  el  uno  del  otro. 
Mas  como  ella  fuese  de  complexión  muy  caliente,  certificáronle 
los  médicos  que  si  no  casaba  le  habían  de  nascer  barbas  como 
á  hombre:  y  así  le  acaesció.  Pero  la  sancta  mujer,  que  había 
amado  la  hermosura  interior  de  su  esposo,  no  temió  la  feal- 
dad exterior  de  su  cuerpo,  ni  hizo  caso  de  aquella  fealdad  que 
no  desagradaba  al  esposo  celestial.  Dejado,  pues,  el  hábito  secu- 
lar, entregóse  toda  al  servicio  de  Dios,  entrando  en  un  mones- 
terio  que  estaba  junto  á  la  iglesia  del  apóstol  S.  Pedro:  donde 
persev^eró  muchos  años  con  gran  simplicidad  de  corazón  y  gran- 
de ejercicio  de  oración,  haciendo  muy  largas  limosnas  á  pobres. 
Y  determinando  el  Señor  todopoderoso  de  dar  perpetuo  galar- 
dón á  los  trabajos  de  su  sierva,  vino  á  adolecer  de  un  cancro 
que  le  nasció  en  el  pecho.  Y  estando  ella  acostada  en  su  cama, 
tenía  siempre  dos  lámparas  encendidas,  porque  como  amiga  de 
la  luz,  no  sólo  aborrecía  las  tinieblas  espirituales,  mas  también 
las  corporales.  Estando,  pues,  una  noche  fatigada  con  su  enfer- 


^40  GUÍA  DE  PECADORES 


medad,  vio  entre  las  dos  lámparas  al  bienaventurado  apóstol 
S.  Pedro,  y  no  temió  nada  de  verle:  antes  tomando  con  el 
amor  osadía,  se  alegró  y  le  preguntó  diciendo:  (jQué  es 
esto.  Señor  mío?  ¿Por  ventura  son  ya  perdonados  mis  pe- 
cados? Respondió  el  Apóstol  glorioso  con  un  rostro  benigní- 
simo, y  abajando  la  cabeza  le  dijo:  Ya  son  perdonados:  ven. 
Mas  porque  esta  sierva  de  Dios  tenía  muy  especial  amistad 
con  otra  religiosa  de  aquel  monesterio,  que  se  llamaba  Be- 
nedicta, replicó  luego  diciendo:  Ruégote  que  venga  comigo  la 
hermana  Benedicta.  Respondió  él:  No  ha  de  venir  ésa,  sino  fu- 
lana (nombrando  otra  religiosa  por  su  nombre)  y  ésa  que  pides, 
de  aquí  á  treinta  días  te  seguirá.  Pasado  esto,  cesó  la  visión:  y  la 
doliente,  llamando  á  la  madre  del  monesterio,  dióle  cuenta  de  todo 
lo  que  había  pasado:  y  de  ahí  á  tres  días  fálleselo  ella,  y  junta- 
mente la  otra  que  le  era  señalada:  y  cumplidos  los  treinta,  pasó 
desta  vida  la  otra  que  ella  había  pedido.  La  memoria  deste 
hecho  permanece  hasta  ahora  en  aquel  monesterio,  y  las  reh- 
giosas  más  nuevas  que  supieron  esto  de  sus  madres,  lo  cuentan 
agora  con  tanto  fervor  y  devoción,  como  si  ellas  mismas  se  ha- 
llaran presentes  á  esta  maravilla.  Hasta  aquí  son  palabras  de 
S.  Gregorio.  Considere,  pues,  aquí  el  cristiano  lector  cuan  glo- 
rioso fin  haya  sido  éste. 

Tras  deste  ejemplo  escribe  el  mismo  Sancto  otro  no  menos 
memorable.  Había,  dice  él,  en  Roma  un  hombre  llamado  Sér- 
vulo,  muy  pobre  de  hacienda,  y  muy  rico  de  merecimientos.  El 
cual  estaba  en  un  portal  que  era  paso  para  la  iglesia  de  Sant 
Clemente,  pidiendo  limosna  á  los  que  por  allí  pasaban:  y  estaba 
tan  tullido  de  perlesía  en  un  lecho,  que  ni  se  podía  levantar,  ni 
asentar  en  la  cama,  ni  llegar  la  mano  á  la  boca,  ni  mudarse  de  un 
lado  á  otro.  Tenía  él  una  madre  y  un  hermano  que  le  acompa- 
ñaban y  servían,  y  todo  lo  que  él  podía  haber  de  sus  limosnas, 
mandábalo  dar  á  otros  pobres  por  mano  de  la  madre  y  del  her- 
mano. No  sabía  él  leer,  mas  había  comprado  algunos  libros  sagra- 
dos, y  cuando  recibía  en  casa  algunos  religiosos,  hacía  que 
le  leyesen  en  ellos:  de  donde  vino  á  ser  que  en  su  manera  su- 
piese mucho  de  las  Escripturas  sagradas,  aunque  del  todo  no 
sabía  leer.  Y  juntamente  con  esto  procuraba  dar  siempre  gra- 
cias á  nuestro  Señor  en  medio  de  sus  dolores,  y  ocuparse  día  y 
noche  en  himnos  y  alabanzas  divinas.  Mas  llegándose  ya  el  tieni» 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   XXIIL  24  í 

po  en  que  el  Señor  quería  remunerar  esta  tan  gran  paciencia, 
llegó  á  lo  postrero.  Y  como  él  se  viese  vecino  á  la  muerte,  lla- 
mó á  los  peregrinos  y  huéspedes  que  en  su  casa  había,  y  amones- 
tóles que  se  levantasen  y  cantasen  juntamente  con  él  psalmos, 
por  la  esperanza  de  su  acabamiento.  Y  estando  él  con  ellos  mu- 
riendo y  cantando,  súbitamente  los  atajó,  y  puso  silencio  con  un 
grande  clamor  y  terror,  diciendo:  Calla.  ¿Por  ventura  no  oís  las 
voces  de  alabanza  que  suenan  en  el  cielo?  Y  estando  él  atento 
con  el  oído  de  su  corazón  á  las  voces  qne  dentro  de  sí  oía,  lue- 
go aquella  sancta  ánima  fué  desatada  de  la  carne:  y  así  como 
acabó  de  expirar,  sintióse  allí  un  tan  maravilloso  olor,  que  todos 
cuantos  presentes  estaban  fueron  llenos  de  inestimable  suavidad: 
por  las  cuales  cosas  evidentemente  conoscieron  que  eran  verda- 
deras las  voces  de  alabanza  con  que  aquella  ánima  había  sido 
recibida  en  el  cielo.  A  la  cual  maravilla  se  hallp  presente  un 
monje  nuestro,  que  hasta  hoy  es  vivo:  el  cual  con  grandes  lá- 
grimas suele  testificar  que  aquel  olor  maravilloso  no  se  quitó  de 
las  narices  de  los  que  allí  asistían,  hasta  que  el  cuerpo  fué  en- 
tregado á  la  sepultura. 

Tras  déste  añadiré  aquí  otro  ejemplo  memorable  del  mismo 
S.  Gregorio,  del  cual  da  él  fiel  testimonio,  como  de  cosa  que 
mucho  le  tocaba.  Tres  hermanas,  dice  él,  tuvo  mi  padre,  las  cua- 
les todas  fueron  vírgines  dedicadas  á  Dios.  La  una  se  llamaba 
Tarsila,  y  la  otra  Gordiana,  y  la  otra  Emiliana.  Y  todas  tres  con 
un  mismo  fervor  y  devoción  se  ofrecieron  á  Dios,  y  en  un  mismo 
tiempo  se  consagraron  á  El:  y  así  vivían  en  su  propria  casa  de- 
bajo de  una  estrecha  regla  y  observancia.  Y  perseverando  mucho 
tiempo  en  esta  vida,  comenzaron  Tarsila  y  EmiHana  á  crecer  cada 
día  más  en  el  amor  de  su  Criador,  de  tal  manera  que  estando 
en  la  tierra  con  solo  el  cuerpo,  cada  día  con  el  ánimo  subían  á 
la  eternidad.  Mas  por  el  contrario,  el  ánimo  de  Gordiana  comen- 
zó á  entibiarse  cada  día  más  en  el  amor  íntimo  de  Dios,  y  en- 
cenderse poco  á  poco  más  en  el  amor  deste  siglo.  En  el  cual 
tiempo  decía  muchas  veces  Tarsila  con  un  gran  gemido  á  su 
hermana  Emiliana:  Veo  que  mi  hermana  Gordiana  no  pertene- 
ce á  nuestro  estado.  Veo  que  se  derrama  de  fuera,  y  que  no  guar- 
da su  corazón  conforme  al  propósito  de  su  religión.  Y  procura- 
ban cada  día  las  hermanas  con  blandas  palabras  amonestarla,  pa- 
ra que  dejada  la  liviandad  de  sus  costumbres,  tuviese  la  grave- 

OBRAS  DR  GRANAOA  I— 16 


¿42 


GUÍA  DE  PECADORES 


dad  que  le  pedía  su  hábito.  Y  ella  mostrando  un  rostro  grave 
cuando  oía  estas  palabras,  pasada  la  hora  del  castigo  perdía  lue- 
go aquella  fingida  gravedad:  y  así  gastaba  el  tiempo  en  hablar 
palabras  livianas,  y  holgábase  con  la  campañía  de  las  doncellas 
leo-as,  y  érale  muy  pesada  la  conversación  de  cualquier  persona 
que  no  era  dada  á  este  mundo.  Pues  una  noche  mi  bisabuelo 
Feliz  (pontífice  que  fué  desta  iglesia  de  Roma)  apareció  á  Tar- 
sila  (la  cual  se  había  aventajado  sobre  sus  hermanas  en  la  virtud 
de  la  condnua  oración,  y  de  la  aflicción  corporal,  y  de  singular  abs- 
tinencia y  gravedad  de  vida,  y  en  toda  sanctidad)  y  mostrándole 
una  morada  de  perpetua  claridad, le  dijo:  Ven,  porque  en  esta  mo- 
rada de  luz  te  tengo  de  recibir.  Y  ella,  cayendo  otro  día  enferma 
de  una  calentura,  llegó  á  lo  postrero.  Y  como  es  costumbre  jun- 
tarse mucha  gente  cuando  las  personas  nobles  están  en  paso  de 
muerte,  para  consolar  los  deudos  del  que  muere,  así  en  aquella 
hora  se  hallaron  aUí  muchas  personas  señaladas.  Entre  las  cua- 
les estaba  también  allí  mi  madre.  Entonces  la  doliente,  levan- 
tando los  ojos  á  lo  alto,  vio  venir  á  Jesús,  y  con  grande  admira- 
ción comenzó  á  dar  voces  y  decir:  Apartaos,  que  viene  Jesús. 
Y  puestos  los  ojos  en  aquel  Señor  que  veía,  luego  aqnella  sanc- 
ta  ánima  se  despidió  de  la  carne.  Y  súbitamente  fué  sentido  allí 
por  todos  un  olor  de  tan  grande  suavidad,  que  daba  bien  á  en- 
tender que  el  autor  de  toda  la  suavidad  había  allí  venido.  Y  co- 
mo después  la  desnudasen  para  lavar  su  cuerpo,  como  se  suele 
hacer  á  los  muertos,  hallaron  que  en  las  rodillas  y  en  los  cob- 
dos  tema  hechos  callos  como  de  camello,  del  continuo  uso  de 
estar  postrada  en  oración:  de  manera  que  la  carne  muerta  daba 
testimonio  de  lo  que  el  espíritu  hacía  siempre  en  la  vida.  To- 
do esto  pasó  antes  de  la  fiesta  del  Nascimiento  de  nuestro  Sal- 
vador. Después  de  lo  cual  apareció  luego  Tarsila  á  su  herma- 
na Emiliana  de  noche  en  una  visión  diciéndole:  Ven,  hermana, 
para  que  celebre  contigo  la  fiesta  de  la  Epifanía:  pues  sin  ti  ce- 
lebré la  del  sancto  Nascimiento.  Mas  Emiliana  congojada  por  el 
peHgro  y  desamparo  de  su  hermana  Gordiana,  respondió:  Si  yo 
voy  contigo,  ¿á  quién  dejaré  encomendada  nuestra  hermana 
Gordiana?  A  lo  cual  ella  con  un  triste  semblante  respondió: 
Ven  tú,  porque  Gordiana  nuestra  hermana  está  en  la  cuenta  de 
las  legas.  Después  de  la  cual  visión  luego  cayó  Emiliana  enfer- 
pía,  y  creciendo  la  enfermedad,  vino  á  morir  antes  del  día  de  la 


LIBRO   I.  CAPÍTULO   XXIIL  243 


fiesta  que  le  era  señalada.  Mas  Gordiana,  como  se  vio  sola,  lue- 
go creció  más  en  su  maldad:  porque  olvidada  del  temor  de 
Dios,  y  olvidada  de  la  vergüenza,  y  de  la  reverencia,  y  olvida- 
da de  su  voto  y  consagración,  vino  á  casar  con  un  hombre  á 
quien  tenía  arrendada  su  hacienda.  Hasta  aquí  son  palabras  de 
S.  Gregorio  que  con  historia  de  su  misma  casa  y  familia  nos 
da  bien  á  entender  el  dichoso  y  próspero  fin  de  la  virtud,  y  el 
triste  y  feo  paradero  de  la  liviandad.  Mas  á  esta  materia  daré  ca- 
bo con  otra  maravillosa  historia  que  el  mismo  Sancto  refiere  de 
su  proprio  tiempo,  por  estas  palabras. 

En  el  tiempo  que  yo  fui  á  entrar  en  el  monesterio,  había  en 
Roma  una  mujer  anciana  que  se  llamaba  Redempta,  la  cual  en  há- 
bito de  religiosa  moraba  junto  á  la  iglesia  de  la  bienaventurada 
siempre  Virgen  María.  Esta  había  sido  discípula  de  una  virgen 
llamada  Hirundina,  de  quien  se  decía  que  resplandeciendo  con 
grandes  virtudes,  había  hecho  vida  eremítica  sobre  los  montes 
Prenestinos.  Habíanse  juntado  con  esta  Redempta  dos  discípulas: 
una  que  se  llamaba  Rómula,  y  la  otra,  que  es  agora  viv^a,  conós- 
cola  de  rostro,  mas  no  le  sé  el  nombre.  Morando,  pues,  estas  tres 
en  una  misma  casa,  vivían  una  vida  muy  pobre  de  riquezas,  mas 
muy  rica  de  virtudes.  Pero  esta  Rómula  sobrepujaba  á  la  otra  su 
condiscípula  con  grandes  méritos  de  vida,  porque  era  mujer  de 
maravillosa  paciencia  y  de  suma  obediencia,  y  grande  guardadora 
de  silencio,  y  muy  ejercitada  en  el  uso  de  la  continua  oración.  Mas 
porque  muchas  veces  los  que  parecen  perfectos  en  los  ojos  de 
los  hombres,  no  carecen  de  alguna  imperfección  en  los  de  Dios 
(como  vemos  que  muchas  veces  los  hombres  ignorantes  alaban 
una  imagen  esculpida,  que  no  está  del  todo  acabada,  como  si  ya 
lo  estuviese;  mas  el  artífice  entiende  que  hay  más  que  hacer  en 
ella,  y  aunque  la  oya  alabar,  todavía  procura  de  la  limar  más  y 
perfeccionar)  así  se  hubo  el  Señor  con  esta  Rómula:  la  cual  quiso 
afinar  y  purificar  más  con  una  recia  enfermedad  de  perlesía,  de 
la  cual  estuvo  muchos  años  en  cama,  cuasi  sin  poder  servirse  de 
sus  miembros.  Mas  estos  azotes  nunca  movieron  su  ánima  á  im- 
paciencia; antes  la  falta  de  los  miembros  se  le  hizo  acrescenta- 
miento  de  virtudes,  y  tanto  más  se  ejercitaba  en  el  oficio  de 
la  oración,  cuanto  menos  tenía  otra  cosa  que  poder  hacer.  Pues 
una  noche  llamó  á  la  madre  Redempta,  la  cual  criaba  estas  dos 
discípulas  como  hijas  diciéndole:  Madre,  venj  madre j  ven.  La  cu^í 


!44  GUÍA  DE  PECADORES 


se  levantó  luego  con  la  otra  condiscípula,  como  después  ambas 
lo  contaron  á  muchos,  y  la  cosa  fué  muy  notoria  á  todos,  y  yo 
también  en  aquel  mismo  tiempo  lo  supe.  Pues  estando  ellas  á  la 
media  noche  junto  á  la  cama  de  la  enferma,  súbitamente  resplan- 
desció  allí  una  luz  del  cielo,  que  hinchió  todo  el  espacio  de  aque- 
lla celdilla.  Y  el  resplandor  desta  claridad  era  tan  grande,  que 
hacía  estremecer  á  los  que  presentes  estaban,  de  tal  manera,  que 
(como  después  ellas  contaban)  todo  el  cuerpo  tenían  como  helado 
y  yerto  por  la  grandeza  del  pavor.  Porque  comenzaron  á  oír  un 
sonido  como  de  mucha  gente  que  por  la  puerta  de  su  celda  en- 
traba, y  la  misma  puerta  crujía,  como  apretada  de  los  que  por  ella 
entraban.  Y  así  sentían  entrar  muchedumbre  de  gente;  mas  la 
grandeza  del  temor  y  de  la  claridad  hacía  que  no  pudiesen  ver 
nada.  Porque  el  temor  derribaba  su  corazón,  y  la  grandeza  de  la 
claridad  les  escurecía  y  reverberaba  la  vista.  Después  de  la  cual 
luz  sintieron  un  olor  de  tan  maravillosa  suavidad,  que  el  temor 
que  había  causado  la  luz,  templaba  la  suavidad  deste  olor.  Mas 
como  no  pudiesen  sufrir  la  fuerza  de  tan  grande  luz,  la  enferma 
comenzó  con  una  voz  blanda  á  consolar  á  su  maestra  que  allí  es- 
taba tremiendo,  con  estas  palabras:  No  temas,  madre  mía,  que  no 
muero  agora.  Y  diciendo  esto  muchas  veces,  fué  poco  á  poco  re- 
mitiéndose la  luz  hasta  que  del  todo  cesó:  mas  no  cesó  la  suavi- 
dad del  olor,  antes  perseveró  de  la  misma  manera  hasta  el  segun- 
do y  el  tercero  día.  Y  pasado  el  tercero  día,  en  la  noche  que  des- 
pués se  siguió,  llamó  á  su  maestra,  y  pidió  el  Viático,  que  es  el 
Sanctísimo  Sacramento,  y  recibiólo;  y  apenas  se  habían  apartado 
la  madre  y  la  otra  condiscípula  de  su  cama,  cuando  súbitamente 
se  comenzaron  á  oír  en  la  plaza  antes  de  la  puerta  de  aquella 
celda  dos  coros  de  cantores,  los  cuales,  según  que  por  las  voces 
se  podía  juzgar,  parecían  de  hombres  y  mujeres,  cantando  los 
hombres  los  psalmos,  y  respondiendo  las  mujeres.  Y  estándose 
desta  manera  celebrando  aquellos  oficios  y  exequias  celestiales, 
aquella  sancta  ánima,  salida  de  las  carnes,  comenzó  á  subir  al  cie- 
lo, y  juntamente  con  ella  iba  aquel  canto  y  olor  celestial;  y  cuán- 
to más  subía  á  lo  alto,  menos  se  sentía  acá  bajo,  hasta  que  del 
todo  lo  uno  y  lo  otro  cesó. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Gregorio. 

Muchos  otros  ejemplos  se  pudieran  traer  á  este  propósito; 
perp  éstos  bastarán  para  que  se  vea  cuan  quieta,  cuan  pacífica  y 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXIIL  24  ^ 


alegre  comúnmente  sea  la  muerte  de  los  buenos.  Porque  aun- 
que no  á  todos  se  concedan  estas  señales  tan  sensibles,  pero 
como  todos  sean  hijos  de  Dios,  y  á  la  hora  de  la  muerte  se  aca- 
be el  plazo  de  los  trabajos,  y  comience  el  de  la  remuneración, 
siempre  son  allí  esforzados  y  consolados  con  el  socorro  de  la  di- 
vina gracia  y  con  el  testimonio  de  su  buena  consciencia.  Y  así  se 
consolaba  el  bienaventurado  Sancto  Ambrosio  en  este  paso  di- 
ciendo: No  he  vivido  de  tal  manera  que  me  pese  por  haber  vi- 
vido; ni  temo  la  muerte,  porque  tenemos  buen  Señor.  Y  á  quien 
estos  tan  grandes  favores  parescieren  increíbles,  ponga  los  ojos  en 
la  inmensidad  incomprehensible  de  la  bondad  de  Dios  (á  la  cual 
pertenece  amar,  honrar  y  favorecer  los  buenos)  y  parecerle 
ha  poco  todo  lo  que  aquí  se  ha  contado.  Porque  si  esta  bondad 
llegó  á  tomar  carne  humana  y  morir  en  una  cruz  por  los  hombres, 
¿qué  mucho  es  consolar  y  honrar  á  la  hora  de  la  muerte  á  los 
buenos  que  por  tan  caro  precio  redimió?  Y  si  acabando  de  expi- 
rar los  ha  de  llevar  á  su  casa,  y  hacerles  participantes  de  su  glo- 
ria, y  mostrarles  la  esencia  divina,  ¿qué  mucho  es  hacerles  estos 
favores  al  tiempo  de  la  partida? 

Conclusión  desta  segunda  parte, 
§.  III. 

I STOS  son  pues,  hermano  mío,  los  doce  privilegios  qne  se 
conceden  á  la  virtud  en  esta  vida;  que  son  como  los  doce 
fructos  de  aquel  hermosísimo  árbol  que  vio  S.  Juan  en  el  Apo- 
calipsi  (i),  plantado  á  la  ribera  de  un  río,  que  daba  doce  fructos 
en  el  año,  según  el  número  de  los  meses  del.  Porque  ¿qué  otro 
árbol  puede  ser  éste,  después  del  Hijo  de  Dios,  sino  la  misma 
virtud,  que  es  árbol  que  da  fructos  de  sanctidad  3^  de  vida?  ^y 
qué  otros  fructos  más  preciosos  que  éstos  que  aquí  se  han  decla- 
rado? Porque  ¿qué  más  hermoso  fructo  que  la  providencia  pa- 
ternal que  Dios  tiene  de  los  suyos,  y  la  gracia  divina,  y  la  lumbre 
de  la  sabiduría,  y  las  consolaciones  del  Espíritu  Sancto,  y  la  ale- 
gría de  la  buena  consciencia,  y  el  socorro  de  la  esperanza,  y  la 
verdadera  libertad  del  ánima,  y  la  paz  interior  del  corazón,  y  el 


(I)    Apoc.  XXII. 


246  GllA  DE  PECADORES 


ser  oído  en  las  oraciones,  y  socorrido  en  las  tribulaciones,  y  pro- 
veído en  las  necesidades  temporales,  y  finalmente  ayudado  y  con- 
solado con  alegre  muerte  al  fin  de  la  vida?  Verdaderamente  cada 
uno  destos  privilegios  es  en  sí  tan  grande,  que  si  bien  se  conos- 
ciase,  solo  él  bastaría  para  hacer  á  un  hombre  abrazar  la  virtud,  y 
mudar  la  vida,  y  para  que  entendiese  con  cuánta  verdad  dijo  el 
Salvador  (i)  que  el  que  por  El  dejase  el  mundo,  recibiría  aquí 
ciento  tanto  más  de  lo  que  dejó,  y  después  la  vida  eterna,  como 
arriba  se  declaró. 

Cata  aquí  pues,  hermano,  cuál  sea  este  bien  á  que  te  convi- 
damos: mira  si  te  puedes  llamar  á  engaño,  aunque  dejases  por  él 
todas  las  cosas  del  mundo.  Un  solo  inconveniente  tiene  (si  así  se 
puede  llamar)  por  donde  no  es  de  los  malos  tan  preciado,  que 
es,  no  ser  dellos  conoscido.  Por  lo  cual  dijo  el  Salvador  (2)  que  el 
reino  de  los  cielos  era  semejante  al  tesoro  escondido.  Porque  ver- 
daderamente él  es  tesoro;  mas  es  tesoro  escondido  á  los  otros,  no 
á  su  poseedor.  Porque  muy  bien  conocía  el  valor  deste  tesoro 
el  Profeta  cuando  decía:  Mi  secreto  para  mí,  mi  secreto  para  mí. 
Poco  se  le  daba  (por  lo  que  á  él  tocaba)  que  supiesen  los  otros 
parte  deste  su  bien;  porque  no  es  éste  como  los  otros  bienes,  que 
no  son  bienes  sino  son  conoscidos;  porque  como  no  son  bienes  por 
sí,  sino  por  la  opinión  del  mundo,  es  menester  que  sean  conosci- 
dos del  mundo  para  que  se  llamen  bienes.  Mas  este  bien  hace 
bueno  y  bienaventurado  al  que  lo  posee,  y  no  menos  calienta  el 
corazón  de  su  poseedor  sabiéndolo  él  solo,  que  si  lo  supiese  todo 
el  mundo. 

Mas  la  llave  deste  secreto  no  es  mi  lengua,  ni  todo  lo  que  aquí 
habemos  dicho;  porque  todo  lo  que  se  puede  declarar  con  len- 
gua mortal,  queda  bajo  para  lo  que  él  es.  La  llave  es  la  luz  divá- 
na,  y  la  experiencia  y  uso  de  la  v^irtud.  Ésta  pide  tú  al  Señor,  y 
luego  hallarás  este  tesoro;  y  hallarás  al  mismo  Dios,  en  quien  to- 
das las  cosas  hallarás,  y  verás  con  cuánta  razón  dijo  el  Profeta  (3): 
Bienaventurado  el  pueblo  que  tiene  al  Señor  por  su  Dios,  porque 
^qué  puede  faltar  á  quien  este  bien  posee?  Escríbese  en  el  libro 
de  los  Reyes  (4)  que  dijo  Helcana,  padre  de  Samuel,  á  su  mujer 
Ana,  viéndola  llorar  porque  no  tenía  hijos:  Ana,  <:  porqué  lloras, 
porqué  se  aflige  tu  corazón?  ¿Por  ventura  no  te  valgo  yo  más  que 


(i)     Matth.  XIX,      (2)  Matth.  XIII.     (3)  Psalm.  CXLIII.    (4)  I  Reg.  I. 


LIBRO   I.  CAPÍTULO  XXIII.  24f 


diez  hijos?  Pues  sí  un  buen  marido  (que  hoy  es,  y  mañana  no)  vale 
más  á  'a  mujer  que  diez  hijos,  ^cuánto  te  parece  que  valdrá  más 
Dios  al  ánima  que  de  verdad  le  posee?  ,jQué  hacéis,  hombres? 
^en  qué  andáis?  ¿qué  buscáis?  ¿porqué  dejáis  la  fuente  del  pa- 
raíso por  los  charquillos  turbios  del  mundo?  ¿Porqué  no  to- 
máis aquel  tan  sano  consejo  que  os  da  el  Profeta  diciendo:  Probad 
y  ved  cuan  suave  es  el  Señor?  ¿Porqué  no  tentaréis  alguna 
vez  este  vado?  ¿Porqué  no  probaréis  este  manjar?  Fiaos  de  la 
palabra  deste  Señor,  y  comenzad,  que  después  el  mismo  camino 
y  el  negocio  os  desengañarán.  Espantosa  parecía  aquella  ser- 
piente hecha  de  la  vara  de  Moisén,  cuando  se  miraba  de  lejos; 
mas  tomada  en  la  mano  se  hizo  vara  inocente  como  lo  era  de 
antes.  No  sin  causa  dijo  Salomón  (i):  Caro  es,  caro  es,  dice  el 
comprador:  mas  después  que  tiene  la  mercaduría  en  la  mano,  vase 
gloriando.  Pues  así  acaesce  cada  día  á  los  hombres  en  este  trato: 
que  como  al  principio  no  conoscen  la  cualidad  desta  mercaduría, 
porque  no  son  espirituales,  y  sienten  lo  que  les  piden  por  ella, 
porque  son  carnales;  háceseles  muy  caro  lo  que  les  piden,  por  lo 
que  les  dan.  Mas  después  que  comienzan  á  gustar  cuan  suave  es 
el  Señor,  luego  se  glorían  en  su  mercaduría,  y  conoscen  que  por 
ningún  precio  es  caro  tan  grande  bien.  ¡Cuan  alegremente  vendió 
aquel  hombre  del  Evangelio  todo  lo  que  tenía  por  comprar  aque- 
lla heredad  en  que  había  hallado  el  tesoro!  Pues  ¿porqué  el  cris- 
tiano, oído  este  nombre,  no  querrá  saber  lo  que  esto  es?  Cosa  es 
por  cierto  maravillosa  que  si  un  burlador  te  certificase  que  den- 
tro de  tu  casa  en  tal  parte  había  un  gran  tesoro,  no  dejarías  de 
caviar  y  probar  si  esto  era  verdad;  y  certificándote  aquí  la  pala- 
bra de  Dios  que  dentro  de  tí  puedes  hallar  un  incomparable  te- 
soro, ¡que  no  se  te  levante  el  corazón  para  quererlo  buscar!  ¡Oh, 
si  supieses  cuánto  son  más  ciertas  estas  nuevas,  y  cuánto  mayor 
este  tesoro !  ¡  Oh,  si  supieses  á  cuan  pocas  azadadas  encontrarías  con 
él!  ¡Oh,  si  entendieses  cuan  cerca  está  el  Señor  de  los  que  le  lla- 
man, si  le  llaman  de  verdad ! 

¿  Cuántos  hombres  habrá  habido  en  el  mundo,  que  arrepin- 
tiéndose de  sus  pecados,  y  perserverando  en  pedir  perdón  de- 
llos,  en  menos  que  una  semana  de  camino  descubrieron  tierra,  ó 
por  mejor  decir,  hallaron  cielo  nuevo  y  tierra  nueva,  y  comenza- 

(tj     Frov.  XX. 


248  GUÍA  DE  PECADOR'ES 


ron  á  barruntar  dentro  de  sí  el  reino  de  Dios?  ^Qué  mucho  es 
hacer  esto  aquel  Señor  que  dijo:  En  cualquier  hora  que  el  peca- 
dor gimiere  su  pecado,  no  tendré  más  memoria  del?  (jQué  mucho 
-es  hacer  esto  aquél  que  apenas  dejó  acabar  al  hijo  pródigo  aque- 
lla breve  oración  que  traía  pensada,  cuando  le  echó  los  brazos 
encima  y  le  recibió  con  tanta  fiesta?  Vuélvete  pues  agora,  her- 
mano, á  este  piadoso  Padre,  y  madruga  un  poco  por  la  mañana,  y 
persevera  algunos  días  en  llamar  á  las  puertas  de  su  misericor- 
dia; y  ten  por  cierto  que  si  húmilmente  perseverares,  en  cabo 
te  responderá  y  descubrirá  el  tesoro  secreto  de  su  amor;  y 
cuando  lo  hayas  probado,  dirás  luego  con  la  Esposa  en  los  Can- 
tares: Si  diere  el  hombre  toda  su  hacienda  por  la  caridad,  como 
nada  la  despreciará. 


COMIENZA 
LA  TERCERA  PARTE  DESTE  LIBRO 

EN   LA   CUAL    SE   RESPONDE 

Á    LAS   EXCUSAS    QUE    LOS    HOMBRES    SUELEN    ALEGAR 

PARA  NO  SEGUIR  EL  CAMINO  DE  LA  VIRTUD. 


CONTRA   LA   PRIMERA    EXCUSA   DE  LOS    QUE    DILATAN  LA  MUDANZA   DE   LA   VIDA 
Y    EL    ESTUDIO    DE    LA    VIRTUD    PARA    ADELANTE. 

CAPÍTULO  XXIV. 

JNGUNA  dubda  hay  sino  que  lo  que  hasta  aquí  ha- 
bernos dicho,  bastaba  y  sobraba  para  el  principal 
propósito  que  aquí  pretendemos,  que  es  inclinar  los 
corazones  de  los  hombres  (supuesta  la  divina  gracia)  al  amor  y 
seguimiento  de  la  virtud.  Mas  con  ser  todo  esto  verdad,  no 
faltan  á  la  malicia  humana  excusas  y  aparentes  razones  con 
que  defenderse  ó  consolarse  en  sus  males,  como  lo  afirma 
el  Eclesiástico  diciendo  (i):  El  hombre  pecador  huirá  de  la 
corrección,  y  nunca  le  faltará  para  su  mal  propósito  alguna 
aparente  razón.  Y  Salomón  otrosí  dice  que  anda  buscando 
achaques  y  ocasiones  el  que  se  quiere  apartar  de  su  amigo: 
y  así  los  bu-scan  los  malos  para  apartarse  de  Dios,  alegando 
para  esto  cada  uno  su  manera  de  excusa.  Porque  unos  dilatan 
este  negocio  para  adelante:  otros  lo  reservan  para  la  hora  de 
la  muerte:  otros  dicen  que  recelan  esta  jornada  por  parecer- 
Íes  trabajosa:  y  otros  que  se  consuelan  con  la  esperanza  de  la 
divina  misericordia  ,  pareciéndoles  que  con  sola  fe  y  espe- 
ranza, sin  caridad,  podrán  salvarse:  y  otros  finalmente,  presos  con 
el  amor  del  mundo,  no  quieren  dejar  la  felicidad  que  en  él  po- 
seen, por  la  que  les  promete  la  palabra  de  Dios.  Éstos  son  los 
más  comunes  embaimientos  y  engaños  con  que  el  enemigo  del 
linaje  humano  de  tal  manera  trastorna  los  entendimientos  de  los 


(i)     Eccli.  XXXIL 


250  OUÍA  DE  PECADORES 


liombrep,  que  los  tiene  cuasi  toda  la  vida  captivos  en  sus  peca- 
dos: para  que  en  este  miserable  estado  los  saltee  la  muerte,  to- 
mándolos con  el  hurto  en  las  manos.  Pues  á  estos  engaños  res- 
ponderemos agora  en  la  postrera  parte  deste  libio,  y  primero 
contra  los  que  dilatan  este  negocio  para  adelante,  que  es  el  más 
general  de  todos  éstos. 

Dicen,  pues,  algunos  que  todo  lo  dicho  hasta  aquí  es  verdad, 
y  que  no  hay  otro  partido  más  seguro  que  el  de  la  virtud,  y 
que  no  quieren  dejar  de  seguirle:  mas  que  al  presente  no  pue- 
den, que  adelante  habrá  tiempo  en  que  más  fácilmente  y  mejor 
lo  puedan  hacer.  Desta  manera  escribe  Sant  Augustín  que  res- 
pondía á  Dios  antes  de  su  conversión,  diciendo:  Espera,  Señor, 
un  poco,  aguarda  otro  poco,  agora  dejaré  el  mundo,  agora  sal- 
dré de  pecado.  Así,  pues,  andan  los  malos  en  traspasos  con  Dios, 
quebrantando  de  cada  día  unos  plazos,  y  señalando  otros,  sin 
acabar  de  llegar  esta  hora  de  su  conversión. 

Pues  que  éste  sea  manifiesto  engaño  de  aquella  antigua  ser- 
piente (á  quien  no  es  nueva  cosa  mentir  y  engañar  los  hombres) 
no  sería  dificultoso  de  probar:  y  sería  todo  este  pleito  acabado, 
si  solo  este  quedase  concluido.  Porque  3'a  nos  consta  que  la  co- 
sa que  todo  hombre  cristiano  miás  debe  desear,  es  su  salvación, 
y  que  para  ésta  le  es  necesaria  la  conversión  y  emienda  de  la 
vida:  porque  de  otra  manera  no  hay  salud.  Resta,  pues,  que  vea- 
mos cuándo  ésta  se  haya  de  hacer.  De  manera  que  no  nos  que- 
da aquí  por  averiguar  sino  solo  el  tiempo:  porque  en  todo  lo  de- 
más no  hay  debate.  Tu  dices  que  adelante:  yo  digo  que  luego: 
tu  dices  que  adelante  te  será  esto  más  fácil  de  hacer:  yo  digo 
que  luego  lo  será:  veamos  quién  tiene  razón. 

Mas  antes  que  tratemos  de  la  facilidad,  ruégete  me  digas: 
^ quién  te  dio  seguridad  que  llegarías  adelante?  ,: Cuántos  te  pa- 
resce  que  se  habrán  burlado  con  esta  esperanza  ?  Sant  Gregorio 
dice:  Dios,  que  prometió  perdón  al  pecador  si  hiciese  penitencia, 
nunca  le  prometió  el  día  de  mañana.  Conforme  á  lo  cual  dice 
Cesario:  Dirá  alguno  por  ventura:  Cuando  llegare  á  la  vejez  me 
acogeré  á  la  medicina  de  la  penitencia.  ^  Cómo  tiene  atrevimien- 
to para  presumir  esto  de  sí  la  fragilidad  humana,  pues  no  tiene 
seguro  solo  un  día?  Creo  verdaderamente  que  son  innumera- 
bles las  ánimas  que  por  este  camino  se  han  perdido.  A  lo  me- 
nos así  se  perdió  aquel   rico   del  Evangelio,  de  quien  escribe 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXIV.  2$'t 

Sant  Lucas  (i)  que  como  lehobiese  sucedido  muy  bien  la  cose- 
cha de  un  año,  púsose  á  hacer  consigo  esta  cuenta.  ^Oué  haré 
de  tanta  hacienda?  Quiero  derribar  mis  graneros  y  hacerlos  ma- 
yores para  guardar  estos  fructos:  y  hecho  esto  hablaré  con  mi 
ánima,  y  decirle  he:  aquí  tienes,  mi  ánima,  muchos  bienes  para 
muchos  años.  Pues  que  así  es,  come,  bebe,  y  huelga,  y  date  bue- 
na vida.  Y  estando  el  miserable  haciendo  esta  cuenta,  oyó  una 
voz  que  le  dijo:  Loco,  esta  noche  te  pedirán  tu  ánima:  eso  que 
tienes  guardado  ¿para  quién  será?  Pues  (jqué  mayor  locura  que 
disponer  un  hombre  por  su  autoridad  lo  que  ha  de  ser  adelan- 
te, como  si  tuviese  en  su  mano  la  presidencia  de  los  tiempos  y 
momentos  que  el  Padre  Eterno  tiene  puestos  en  su  poder?  Y  si 
del  Hijo  solo  dice  Sant  Juan  (2)  que  tiene  las  llaves  de  la  vida  y 
de  la  muerte,  para  cerrar  y  abrir  á  quien  y  cuando  Él  quisiere, 
¿  cómo  el  vil  gusanillo  quiere  adjudicar  á  sí  y  usurpar  este  tan 
gran  poder?  Solo  este  atrevimiento  meresce  ser  castigado  con  este 
castigo  (para  que  el  loco  por  la  pena  sea  cuerdo)  que  no  halle 
adelante  tiempo  de  penitencia  el  que  no  quiso  aprovecharse  del 
que  Dios  le  daba. 

Y  pues  son  tantos  los  que  desta  manera  son  castigados,  muy 
mejor  acuerdo  será  escarmentar  en  cabeza  agena,  y  sacar  de  los 
peligros  de  los  otros  seguridad;  tomando  aquel  tan  sano  consejo 
que  nos  da  el  Eclesiástico  diciendo  (3):  Hijo,  no  tardes  de  con- 
vertirte al  Señor,  y  no  lo  dilates  de  día  en  día,  porque  súbita- 
mente suele  venir  su  ira,  y  destruirte  ha  en  el  tiempo  de  la  ven- 
ganza. 

§•  I. 

Mas  ya  que  te  concediésemos  esa  vida  tan  larga  como  tu  ima- 
ginas, ¿cuál  será  más  fácil,  comenzar  dende  luego  á  emedarla,  ó 
dejarse  esto  para  adelante?  Y  para  que  esto  se  vea  más  claro,  se- 
ñalaremos aquí  sumariamente  las  principales  causas  de  donde  esta 
dificultad  procede.  Nasce  pues  esta  dificultad,  no  de  los  impedi- 
mentos y  embarazos  que  los  hombres  imaginan,  sino  del  mal  há- 
bito y  costumbre  de  la  mala  vida  pasada;  que  mudarla  (como  di- 
cen) es  á  par  de  muerte.  Por  lo  cual  dijo  Sant  Hierónimo  que  el 


(i)     Luc.  Xlí.     (2)  Apoc.  I.     (3)  Eccli.  V. 


252  CUlA  DE  PECADORES 


camino  de  la  virtud  nos  había  hecho  áspero  y  desabrido  la  cos- 
tumbre larga  de  pecar.  Porque  la  costumbre  es  otra  segunda  na- 
turaleza:  y  así  prevalecer  contra  ella  es  vencer  la  misma  natura- 
leza, que  es  la  mayor  de  todas  las  victorias.  Y  así  dice  Sant  Ber- 
nardo que  después  que  un  vicio  se  ha  confirmado  con  la  costumbre 
de  muchos  años,  es  menester  especialísimo  y  cuasi  miraculoso 
socorro  de  la  divina  gracia  para  vencerlo.  Por  donde  el  cristiano 
debe  temer  mucho  la  costumbre  de  cualquier  vicio;  porque  así 
como  hay  prescripción  en  las  haciendas,  así  también  en  su  ma- 
nera la  hay  en  los  vicios,  Y  después  que  un  vicio  ha  prescripto, 
es  muy  malo  de  vencer  por  pleito,  si  no  hay  (como  dice  aquí  Sant 
Bernardo)  especialísimo  favor  divino. 

Nasce  también  esta  dificultad  de  la  potencia  del  demonio,  que 
tiene  especial  señorío  sobre  el  ánima  que  está  en  pecado:  el  cual 
es  aquel  fuerte  armado  del  Evangelio,  que  guarda  con  grandísimo 
recaudo  todo  lo  que  tiene  á  su  cargo.  Nasce  también  de  estar  Dios 
apartado  del  ánima  que  está  en  pecado:  que  es  aquella  guarda 
que  vela  siempre  sobre  los  muros  de  Hierusalem:  el  cual  está 
tanto  más  alejado  del  pecador,  cuanto  él  está  más  lleno  de  pe- 
cados. Y  deste  alejamiento  nascen  grandes  miserias  en  el  ánima, 
como  el  Señor  lo  significó  cuando  por  un  Profeta  dijo  (i):  ¡Ay 
dellos,  porque  se  apartaron  de  Mí!  Y  por  otro  dice  (2):  ¡Ay  de- 
llos  cuando  Yo  me  apartare  dellos!  Que  es  el  segundo  ay  de  que 
S.  Juan  hace  mención  en  su  Apocalipsi  (3). 

Últimamente  nasce  esta  dificultad  de  la  corrupción  de  las  po- 
tencias de  nuestra  ánima,  las  cuales  en  gran  manera  se  estragan 
y  corrompen  por  el  pecado,  aunque  esto  no  sea  en  sí  mismas, 
sino  en  sus  operaciones  y  efectos.  Porque  así  como  el  vino  se  co- 
rrompe con  el  vdnagre,  la  fruta  con  el  gusano,  y  finalmente  cual- 
quier contrario  con  su  contrario  (como  arriba  dijimos)  así  también 
todas  las  virtudes  y  potencias  de  nuestra  ánima  se  estragan  con 
el  pecado,  que  es  el  mayor  de  todos  sus  enemigos  y  contrarios. 
Porque  con  el  pecado  se  escurece  el  entendimiento,  y  se  enfla- 
quece la  voluntad,  y  se  desordena  el  apetito,  y  se  debilita  más  el 
libre  albedrío,  y  se  hace  menos  señor  de  sí  y  de  sus  obras,  aun- 
que nunca  del  todo  pierda  ni  su  ser,  ni  su  libertad.  Y  siendo  es- 
tas potencias  los  instrumentos  con  que  nuestra  ánima  ha  de  obrar 


(i)     Osea,  VII.     (2)  Amos,  IX.     (3)  Apoc.  XI. 


LÍBRO   I.   CAPÍTULO   XXI V.  253 


el  bien,  siendo  éstas  como  las  ruedas  deste  reloj  (que  es  la  vida 
bien  ordenada)  estando  estas  ruedas  y  instrumentos  tan  maltrata- 
dos y  desordenados,  ^qué  se  puede  esperar  de  aquí,  sino  desorden 
y  dificultad?  Estas,  pues,  son  las  principales  causas  deste  trabajo, 
las  cuales  todas  originalmente  nascen  del  pecado,  y  crescen  más 
y  más  con  el  uso  del. 

Pues  siendo  esto  así,  ;en  qué  seso  cabe  creer  que  adelante  te 
será  la  conversión  y  mudanza  de  vida  más  fácil,  cuando  habrás 
multiplicado  más  pecados,  con  los  cuales  juntamente  habrán  cres- 
cido  todas  las  causas  desta  dificultad  ?  Claro  está  que  adelante  es- 
tarás tanto  más  mal  habituado,  cuanto  más  hubieres  pecado.  Y  ade- 
lante estará  también  el  demonio  más  apoderado  de  ti,  y  Dios  mu- 
cho más  alejado.  Y  adelante  estará  mucho  más  estragada  el  anima 
con  todas  aquellas  fuerzas  y  potencias  que  dijimos.  Pues  si  éstas  son 
las  causas  desta  dificultad,  ^-en  qué  juicio  cabe  creer  que  será  este 
negocio   más  fácil  cresciendo  por  todas  partes  las  causas  de  la 
dificultad.-  Porque  continuando  cada  día  los  pecados,  claro  está 
que  adelante  habrás  añadido  otros  ñudos  ciegos  á  los  que  ya  te- 
nías dados;  adelante  habrás  añadido  otras  cadenas  nuevas  á  las 
que  ya  te  tenían  preso:  adelante  habrás  hecho  mayor  la  carga  de 
los  pecados  que  te  tenían  oprimido;  adelante  estará  tu  entendi- 
miento con  el  uso  del  pecar  más  escurecido,  tu  voluntad  más  flaca 
para  el  bien,  y  tu  apetito  más  esforzado  para  el  mal,  y  tu  libre 
albedrío  (como  ya  declaramos)  más  enfermo  y  debilitado  para 
defenderse  del.  Pues  siendo  esto  así,  ¿cómo  puedes  tú  creer  que 
adelante  te  será  este  negocio  más  fácil  r  Si  dices  que  no  puedes 
agora  pasar  este  v^ado,  aun  antes  que  el  río  haya  crecido  mucho, 
¿cómo  lo  pasarás  mejor  cuando  vaya  de  mar  á  mar?  Si  tan  tra- 
bajoso se  te  hace  arrancar  agora  las  plantas  de  los  vicios  que  es- 
tán en  tu  ánima  recien  plantadas,  ¿cuánto  más  lo  será  adelante, 
cuando  ha  van  echado  más  hondas  raíces?  Quiero  decir:  si  atrora 
que  están  los  vicios  más  flacos,  dices  que  no  puedes  prevalecer 
contra  ellos,  ¿cómo  podrás  adelante  cuando  estén  más  arraigados 
y  fortificados?  Agora  peleas  por  ventura  con  cien  pecados,  adelante 
pelearás  con  mil;  agora  con  un  año  ó  dos  de  mala  costumbre,  ade- 
lante quizá  con  diez.  Pues  ¿quién  te  dijo  que  adelante  podrás  más 
fácilmente  con  la  carga  que  agora  no  puedes,  haciéndose  ella  por 
todas  partes  más  pesada?  ¿  Cómo  no  ves  que  éstas  son  trapazas 
ole  mal  pagador,  que  porque  no  quiere  pagar,  dilata  la  paga  d^ 


254  f^^'ÍA  DÉ  PECADORES 


día  en  día?  ¿Cómo  no  ves  que  éstas  son  mentiras  de  aquella  an- 
tigua serpiente,  que  con  mentiras  engañó  á  nuestros  primeros  pa- 
dres, y  con  ellas  trata  de  engañar  á  sus  hijos? 

Pues  siendo  esto  así,  ¿cómo  es  posible  que  cresciendo  las  difi- 
cultades por  todas  partes,  te  será  más  fácil  lo  que  agora  te  parece 
imposible?  ¿En  qué  seso  cabe  creer  que  multiplicándose  las  cul- 
pas será  más  ligero  el  perdón,  y  cresciendo  la  dolencia  será 
más  fácil  la  medicina?  ¿No  has  leído  lo  qué  el  Eclesiástico 
dice  (i),  que  la  enfermedad  antigua  y  de  muchos  años  pone 
en  trabajo  al  médico,  y  que  la  de  pocos  días  es  la  que  más  pres- 
to se  cura?  Esta  manera  de  engaño  declaró  muy  al  proprio  un 
ángel  á  uno  de  aquellos  sanctos  Padres  del  yermo,  según  leemos 
en  sus  vidas.  Porque  tomándole  por  la  mano,  sacóle  al  campo,  y 
mostróle  un  hombre  que  estaba  haciendo  leña:  el  cual  después  de 
hecho  un  grande  hace,  como  probase  á  llevarlo  á  cuestas,  y  no 
pudiese,  volvió  á  cortar  más  leña  y  juntarla  con  la  otra:  y  como 
menos  pudiese  con  ésta  por  ser  mayor,  todavía  porfiaba  á  hacer 
aun  mayor  la  carga,  creyendo  que  así  la  podría  mejor  llevar. 
Pues  como  el  sancto  monje  se  maravillase  desto,  díjole  el  ángel 
que  tal  era  la  locura  de  los  hombres,  que  no  pudiendo  levantar- 
se de  los  pecados  por  el  peso  grande  que  tenían  sobre  sí,  aña- 
dían cada  día  pecados  á  pecados  y  cargas  á  cargas,  creyendo 
que  adelante  podrían  con  lo  más,  no  pudiendo  agora  con  lo 
menos. 

Pues  ¿qué  diré  entre  todas  estas  cosas  del  poder  solo  de  la 
mala  costumbre,  3^  de  la  fuerza  que  tiene  para  detenernos  en  el 
mal?  Porque  cierto  es  que  así  como  los  que  hincan  un  clavo, 
con  cada  golpe  que  le  dan,  lo  hincan  más,  y  con  otro  golpe 
más:  y  así  mientra  más  golpes  le  dan,  más  fijo  queda,  y  más  di- 
ficultoso de  arrancar:  así  con  cada  obra  mala  que  hacemos,  co- 
mo con  una  martillada  se  hinca  más  y  más  el  vicio  en  nuestras 
ánimas:  y  así  queda  tan  aferrado  que  apenas  hay  manera  para 
poderlo  después  arrancar.  Por  donde  vemos  qué  la  vejez  de 
aquellos  que  gastaron  la  mocedad  en  vicios,  suele  ser  muchas 
veces  amancillada  con  las  disoluciones  de  aquella  edad  pasada, 
aunque  la  presente  las  rehuse,  y  la  misma  naturaleza  las  sacuda 
de  sí.  Y  estando  ya  la  naturaleza  cansada  del  vicio,  sola  la  eos- 

{i)     EccliX. 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XXIV.  2^5 


tumbre  que  queda  en  pie,  corre  el  campo  y  les  hace  buscar  de- 
leites imposibles:  tanto  puede  la  tiranía  y  fuerza  de  la  mala  cos- 
tumbre. Por  lo  cual  se  escribe  en  el  libro  de  Job  (i)  que  los  hue- 
sos del  malo  serán  llenos  de  los  vicios  de  su  mocedad,  y  con  él 
dormirán  en  la  sepultura.  De  manera  que  los  tales  vicios  no  tie- 
nen otro  término,  sino  el  común  término  de  todas  las  cosas,  que 
es  la  muerte,  en  la  cual  vienen  á  acabar:  aunque  en  la  verdad  ni 
aun  aquí  acaban,  sino  continúanse  en  perpetua  eternidad:  por  lo 
cual  se  dice  que  duermen  con  él  en  la  sepultura.  Y  la  causa  des- 
to  es,  porque  por  razón  de  la  vieja  costumbre  (que  está  ya  con- 
vertida en  naturaleza)  tienen  los  apetitos  de  los  vicios  tan  ínti- 
mamente arraigados  en  los  huesos  y  medulas  de  su  ánima,  co- 
mo una  calentura  lenta  de  tísicos,  que  está  allá  metida  en  las 
entrañas  del  hombre,  que  no  espera  cura  ni  medicina. 

Esto  mismo  nos  mostró  también  el  Salvador  en  la  resurrec- 
ción de  Lázaro  de  cuatro  días  muerto  (2),  al  cual  resuscitó  con 
tan  grandes  clamores  y  sentimientos,  como  quiera  que  los  otros 
muertos  resuscitase  con  tanta  muestra  de  facilidad:  para  dar  á 
entender  cuan  gran  maravilla  sea  resuscitar  Dios  al  que  está  ya 
de  cuatro  días  muerto  y  hediondo:  esto  es,  de  muchos  días  y  de 
mucho  tiempo  acostumbrado  á  pecar.  Porque  (como  declara  Sant 
Angustín)  entre  estos  cuatro  días  el  primero  es  el  deleite  del 
pecado,  el  segundo  el  consentimiento,  el  tercero  la  obra,  el  cuar- 
to la  costumbre  de  pecar:  y  el  que  á  este  punto  llega,  ya  es  Lá- 
zaro de  cuatro  días  muerto,  que  no  resuscita  sino  á  fuerza  de 
bramidos  y  lágrimas  del  Salvador. 

Todo  esto  evidentísimaraente  nos  declara  la  dificultad  gran- 
de que  se  añade  á  este  negocio  con  la  dilación  del  tiempo,  y 
cómo  mientra  más  se  dilata,  más  se  dificulta:  y  por  consiguien- 
te, cuan  manifiesta  sea  la  mentira  de  los  que  adelante  dicen  que 
será  más  fácil  la  emienda  de  su  vida. 

§.  n. 

Mas  pongamos  ya  que  todo  te  sucediese  de  la  manera  que  tú 
lo  sueñas,  y  que  esas  esperanzas  tan  vanas  no  te  saliesen  en 
blanco:  ^  qué  me  dirás  del  tiempo  que  en  el  entretanto  pierdes, 


(1;     Job.  XX.     (2)    Joan.  XI. 


256  GUÍA  DE  PECADORES 


en  el  cual  podrías  merecer  tan  grandes  y  tan  preciosos  tesoros  ? 
¿  Qué  locura  sería  (juzgando  agora  según  el  mundo)  si  al  tiempo 
que  entrada  una  riquísima  ciudad  por  armas,  y  estando  los  sol- 
dados saqueándola  á  gran  priesa,  cargándose  de  joyas  y  de  te- 
soros, dejase  uno  de  hacer  otro  tanto  por  estarse  muy  despacio 
jugando  al  tejo  con  los  mochachos  en  la  plaza?  Pues  ^cuánto 
mayor  locura  es,  que  al  tiempo  que  los  justos  están  dándose 
priesa  en  hacer  buenas  obras  para  ganar  con  ellas  los  tesoros 
del  cielo,  que  estés  tú,  que  podrías  hacer  lo  mismo,  perdien- 
do  este  tiempo,  y  ocupándote  en  los  juguetes  y  niñerías  del 

mundo? 

¿Qué  me  dirás  también,  no  sólo  de  los  bienes  que  pierdes, 
sino  de  los  males  que  en  el  entretanto  haces?  ¿No  está  claro  que 
un  pecado  venial  no  se  debría  hacer  (como  dice  S.  Augustín) 
por  todo  el  mundo?  Pues  ¿  cómo  te  pones  tú  á  hacer  tantos  mor- 
tales en  ese  medio  tiempo,  de  los  cuales  ni  uno  solo  debías  de 
hacer  por  la  salud  de  mil  mundos?  ¿  Cómo  quieres  en  el  entre- 
tanto ofender  y  provocar  á  ira  á  Aquél  por  cuyas  puertas  des- 
pués te  has  de  meter,  á  cuyos  pies  te  has  de  derribar,  de  cuyas 
manos  ha  de  estar  colgada  la  suerte  de  tu  eternidad,  y  cuya  mi- 
sericordia finalmente  pretendes  pedir  con  lágrimas  y  gemidos? 
¿Cómo  quieres  agora  porfiadamente  enojará  quien  después  has  de 
haber  menester,  y  á  quien  tanto  menos  hallarás  propicio,  cuanto 
más  le  tuvieres  enojado?  Muy  bien  arguye  Sant  Bernardo  con- 
tra los  tales  diciendo  así:  Tú  que  haces  estas  malas  cuentas,  per- 
severando en  la  mala  vida,  dime  si  piensas  que  el  Señor  te  ha  de 
perdonar,  ó  no.  Si  crees  que  no  te  perdonará,  ¿qué  mayor  locura 
que  pecar  sin  esperanza  de  perdón  ?  Y  si  piensas  del  que  es  tan 
bueno  y  misericordioso,  que  aunque  tantas  veces  le  hayas  ofen- 
dido, te  perdonará,  dime:  ¿qué  mayor  maldad  que  tomar  ocasión 
para  más  ofenderle  de  donde  la  habías  de  tomar  para  más 
amarle?  ¿  Qué  se  puede  responder  á  esta  razón  ? 

¿  Qué  rae  dirás  también  de  las  lágrimas  que  adelante  has  de 
derramar  por  los  pecados  que  agora  haces  ?  Porque  si  Dios  ade- 
lante te  llama  y  visita  (y  cuitado  de  ti  si  no  lo  hace)  ten  por  cier- 
to que  te  ha  de  amargar  más  que  la  hiél  cada  uno  desos  bocados 
que  agora  comes,  y  que  has  de  llorar  siempre  lo  que  una  vez 
heciste,  y  que  quisieras  antes  haber  padescido  mil  muertes,  que 
bí^ber  ofendido  á  tal  Señor.  Brevísimo  fué  el  espacio  que  David 


LIBRO   i.   CAPÍTULO   XXIV.  257 

pasó  en  sus  placeres,  y  tan  largo  el  que  vivió  con  dolor,  que  él 
mismo  dice  de  sí  (i):  Lavaré  cada  una  de  las  noches  mi  cama  con 
lágrimas,  y  con  ellas  regaré  mi  estrado.  Y  era  tanta  la  abundan- 
cia destas  lágrimas,  que  la  translación  de  S.  Hierónimo  en  lugar 
de:  Lavaré  mi  cama,  dice:  Haré  nadar  mi  cama  en  lágrimas:  pa- 
ra significar  aquellas  tan  grandes  lluvias  y  corrientes  de  aguas 
que  salían  de  sus  ojos  porque  no  guardaron  la  ley  de  Dios. 
Pues  ¿para  qué  quieres  gastar  tiempo  en  tal  sementera,  de  la 
cual  no  tengas  otro  fructo  que  coger  sino  lágrimas? 

Allende  desto,  debrías  aun  mirar  que  no  siembras  sólo  lá- 
grimas para  adelante,  sino  también  dificultades  para  la  buena  vi- 
da, por  el  largo  uso  de  la  mala.  Porque  así  como  el  que  ha  tenido 
una  larga  ó  recia  enfermedad  pocas  veces  sale  della  sin  reliquias 
para  adelante,  así  lo  hace  también  el  largo  uso  de  los  pecados  y 
la  grandeza  dellos.  Siempre  queda  el  hombre  más  flaco  y  lisiado 
en  aquella  parte  por  do  pecó,  y  por  allí  le  da  el  enemigo  mayo- 
res alcances.  Los  hijos  de  Israel  adoraron  un  becerro,  y  en  castigo 
desta  culpa  dióles  Moisén  á  beber  los  polvos  del  becerro  (2).  Por- 
que ésta  suele  ser  la  pena  con  que  castiga  Dios  algunos  peca- 
dos, permiLiendo  por  su  justo  juicio  que  se  nos  queden  como  em- 
bebidos en  los  huesos,  y  así  sean  nuestros  verdugos  los  que  antes 
habían  sido  nuestros  ídolos. 

Sobre  todo  esto,  <ino  mirarías  cuan  mal  repartimiento  es  dipu- 
tar el  tiempo  de  la  vejez  para  hacer  penitencia,  y  dejar  pasar  en 
flor  los  años  de  la  mocedad.^  iQ^^  locura  sería  si  un  hombre  tu- 
viese muchas  bestias,  y  muchas  cargas  que  llevar  en  ellas,  que  las 
echase  todas  sobre  la  bestia  más  flaca,  y  dejase  las  otras  irse  hol- 
gando vacías!  Tal  es  por  cierto  la  locura  de  los  que  guardan 
para  la  vejez  toda  la  carga  de  la  penitencia,  y  dejan  los  mejores 
tercios  de  la  mocedad  y  de  los  buenos  años,  que  eran  cierto  me- 
jores para  llevar  esta  carga  que  la  vejez,  la  cual  apenas  puede  sos- 
tener á  sí  misma.  Muy  bien  dijo  aquel  gran  filósofo  Séneca  que  quien 
espera  por  la  vejez  para  ser  bueno,  claro  muestra  que  no  quiere 
dar  á  la  virtud  sino  el  tiempo  que  no  le  sirve  para  otra  cosa.  Pues 
¿que  será  si  con  esto  consideras  la  grandeza  de  la  satisfacción  que 
aquella  majestad  infinita  pide  para  perfecto  descargo  de  sus  ofen- 
sas? La  cual  es  tan  grande,  que  como  dice  Sant  Juan  Clímaco, 


(l>     Psalm.  VI.     (a)  Exod.  XXXn. 

OBRÍVS   DE   GRAN.^DA,  '""^3 


;58  GUÍA  DE   PECADORES 


apenas  puede  el  hombre  satisfacer  hoy  por  las  culpas  de  hoy, 
apenas  puede  el  mismo  día  descargar  á  sí  mismo.  Pues  ^cómo 
quieres  tú  amontonar  deudas  en  toda  la  vida,  y  reservar  la  paga 
para  la  vejez,  que  apenas  podrá  pagar  las  suyas  proprias?  Es  tan 
grande  esta  maldad,  que  la  tiene  Sant  Gregorio  por  una  grande 
deslealtad,  como  él  lo  significa  por  estas  palabras:  Harto  lejos 
está  de  la  fidelidad  que  debe  á  Dios,  el  que  espera  el  tiempo  de 
la  vejez  para  hacer  penitencia.  Debría  este  tal  temer  no  venga  á 
caer  en  las  manos  de  la  justicia,  esperando  indiscretamente  en  la 
misericordia. 

§.  III. 

Mas  pongamos  agora  que  todo  lo  susodicho  no  hobiese  lugar,  ni 
entreviniesen  aquí  todas  estas  cosas:  dime,  ¿no  bastaría,  si  hay  ley, 
si  razón,  si  justicia  en  el  mundo,  la  grandeza  de  los  beneficios  reci- 
bidos, y  de  la  gloria  prometida,  para  hacer  que  no  fiieses  tan  escaso 
en  el  tiempo  del  servicio  con  quien  tan  largo  te  ha  sido  en  el  hacer 
de  las  mercedes?  ¡  Oh,  con  cuánta  razón  dijo  el  Eclesiástico:  Nunca 
ceses  de  hacer  bien  en  todo  tiempo;  porque  el  galardón  de  Dios 
permanece  para  siempre !  Pues  si  el  galardón  ha  de  durar  tanto, 
j porqué  quieres  tú  que  dure  tan  poco  el  servicio?  Si  el  galardón 
ha  de  durar  mientra  Dios  reinare  en  el  cielo,  ¿porqué  no  quieres  tú 
que  el  servicio  dure  siquiera  mientra  tú  vivieres  en  la  tierra  (que 
todo  ello  es  un  punto)  sino  que  dése  punto  quieres  quitar  los  dos 
tercios,  y  dejar  un  soplo  para  Dios? 

Demás  desto,  si  tú  esperas  que  te  has  de  salvar,  también  has 
de  presuponer  que  te  tiene  Dios  ab  eterno  predestinado  para  esta 
salud.  Pues  dime  agora:  si  madrugó  este  Señor  dende  su  eterni- 
dad á  amarte,  y  hacerte  cristiano,  y  adoptarte  por  hijo,  y  hacerte 
heredero  de  su  reino,  ¿cómo  aguardas  tú  en  el  fin  de  tus  días  á 
amar  Aquél  que  dende  el  principio  de  su  eternidad  (que  es  sin 
principio)  te  amó?  ¿Cómo  puedes  acabar  contigo  de  hacer  servi- 
cios tan  cortos  a  quien  determinó  hacerte  beneficios  tan  largos? 
Porque  á  buena  razón,  ya  que  el  galardón  es  eterno,  también  lo 
había  de  ser  el  servicio,  si  esto  fuera  posible.  Mas  ya  que  no  lo 
es,  sino  tan  breve  cuanto  es  la  vida  del  hombre,  ¿  cómo  dése  es- 
pacio tan  corto  quieres  quitar  un  pedazo  tan  largo  al  servido  de 
^al  Señor,  y  dejarle  tan  poco,  y  aun  eso  de  lo  peor  ?  Porque 


LIBRO  I.   CAPITULO  XXlV.  259 


(como  dice  muy  bien  Séneca)  en  lo  bajo  del  vaso  no  sólo 
queda  lo  poco,  sino  también  lo  malo.  Pues  ^qué  ración  es  ésa 
que  dejas  para  Dios?  Maldito  sea,  dice  Él  por  Malaquías  (i),  el 
engañador  que  teniendo  en  su  manada  animal  sano  y  sin  defecto 
ofrece  al  Señor  el  más  flaco  de  su  ganado;  porque  Rey  grande 
soy  Yo  (dice  el  Señor  de  los  ejércitos)  y  mi  nombre  es  terrible 
entre  las  gentes.  Como  si  más  claramente  dijera:  Á  tan  grande 
Señor  como  yo  grandes  servicios  pertenecen:  y  injuria  es  de  tan 
grande  Majestad  ofrecerle  el  desecho  de  las  cosas.  Pues  ^cómo 
guardas  tú  lo  mejor  y  más  hermoso  de  la  vida  para  servicio  del 
demonio,  y  quieres  ofrecer  á  Dios  lo  que  ya  el  mundo  desecha 
de  sí?  Dice  Dios  (2):  No  ternas  en  tu  casa  medida  mayor  ni  me- 
nor, sino  medida  justa  y  verdadera.  ^Y  quieres  tú  contra  esta  ley 
tener  dos  medidas  tan  desiguales,  una  tan  grande  para  el  demo- 
nio (como  medida  de  amigo)  y  otra  tan  pequeña  para  Dios,  como 
si  fuera  enemigo? 

Sobre  todo  esto  te  ruego  que  si  ya  de  todos  estos  beneficios 
no  haces  caso,  te  acuerdes  á  lo  menos  de  aquel  inestimable  be- 
neficio que  el  Padre  Eterno  te  hizo  en  darte  á  su  unigénito  Hijo: 
que  fué  dar  en  precio  de  tu  ánima  aquella  vida  que  valía  más 
que  todas  las  vidas  de  los  hombres  y  de  los  ángeles.  Por  donde 
aunque  tuvieras  tú  en  ti  todas  estas  vidas  y  otras  infinitas,  las 
debías  al  dador  de  aquella  vida:  y  aun  todo  esto  era  poco  para 
pagarla.  Pues  ¿con  qué  razón,  con  qué  cara,  con  qué  título  nie- 
gas esa  sola  vida  que  tienes  tan  pobre,  al  que  tal  vida  puso  por 
ti?  ¿Y  aun  désa  quieres  quitar  lo  mejor  y  más  bien  parado,  y 
dejar  las  heces  para  Él? 

Sea,  pues,  la  conclusión  deste  capítulo  la  que  dio  Salomón  á 
su  Eclesiastés  (3),  donde  finalmente  vino  á  resolverse  en  aconse- 
jar al  hombre  se  acordase  de  su  Criador  en  el  tiempo  de  su  mo- 
cedad, y  no  dejase  este  negocio  para  la  vejez,  que  para  todos  los 
trabajos  corporales  es  inhábil:  cuyas  pesadumbres  y  inhabilida- 
des describe  él  allí  por  ocultas  y  admirables  semejanzas,  las  cua- 
les en  sentencia  dicen  así:  Acuérdate  de  tu  Criador  en  el  tiempo 
de  tu  mocedad,  antes  que  vengan  aquellos  días  trabajosos,  y  aque- 
llos años  en  que  ya  la  misma  vida  suele  ser  á  los  hombres  eno- 
josa. Antes  que  se  menoscabe  la  vista:  y  te  parezca  ya  que  el  sol 

(t)     Makch.  I.    (2)  Deut.  XXV.     (í)  Eccle.  XII. 


26o  guIa  de  pecadores 


está  escuro,  y  la  luna  y  las  estrellas:  cuando  ya  tiemblan  las  guar- 
das de  la  casa  (que  son  las  manos)  y  se  estremecen  los  varones 
fuertes  (que  son  las  piernas  que  sustentan  toda  la  carga  des- 
te  edificio)  y  cesa  ya  el  uso  de  la  dentadura  que  antes  molía 
y  desmenuzaba  el  manjar  menudamente:  y  asimismo  comienza  á 
desfallecer  la  potencia  visiva  del  ánima,  que  veía  por  las  venta- 
nas y  agujeros  de  los  ojos:  y  se  cierran  las  puertas  de  la  plaza 
(porque  también  desfallecen  los  órganos  de  los  otros  sentidos)  y 
despierta  el  hombre  á  la  voz  del  gallo  (por  la  flaqueza  que  suele 
haber  de  sueño  en  aquella  edad)  y  se  ensordecen  las  hijas  de 
la  música  (porque  se  cierran  y  estrechan  las  arterias  donde  se 
forma  la  voz)  donde  no  hay  fuerza  para  subir  á  lo  alto,  y  andar 
por  camino  fragoso,  antes  aun  en  lo  llano  estropieza  el  hombre: 
donde  ya  está  florido  el  almendro  (porque  la  cabeza  viene  cu- 
brirse de  canas)  donde  ya  no  hay  hombros  para  poder  llevar  car- 
ga (por  pequeña  que  sea)  donde  está  ya  el  hombre  desganado  de 
todas  las  cosas  (por  ir  cada  día  más  desfalleciendo  las  fuerzas  de 
nuestro  corazón,  donde  está  el  asiento  de  nuestros  apetitos)  por- 
que se  va  el  hombre  á  más  andar  acercando  á  la  casa  de  su  eter- 
nidad (que  es  la  sepultura)  donde  le  irán  por  la  plaza  llorando  los 
suyos:  cuando  finalmente  el  polvo  se  tornará  en  su  polvo,  y  el 
espíritu  volverá  al  Señor  que  lo  crió.  Hasta  aquí  son  cuasi  todas 
estas  palabras  de  Salomón. 

Acuérdate  pues,  hermano,  conforme  á  esta  descripción,  de 
tu  Criador  en  el  tiempo  de  la  mocedad,  y  no  dilates  la  peniten- 
cia para  estos  años  tan  cargados,  donde  ya  desfallece  la  misma 
naturaleza,  y  el  vigor  de  todos  los  sentidos:  donde  el  hombre 
más  está  para  suplir  con  regalos  y  industria  lo  que  falta  de  vir- 
tud á  la  naturaleza,  que  para  abrazar  los  trabajos  de  la  peniten- 
cia: cuando  ya  la  virtud  más  parece  necesidad  que  voluntad: 
cuando  ya  los  vicios  ganan  honra  con  nosotros,  porque  ellos  nos 
dejan  primero  que  los  dejemos:  aunque  lo  más  común  es  ser  tal 
la  vejez,  cual  fué  la  mocedad,  según  aquello  del  Eclesiástico  que 
dice  (i):  Lo  que  no  allegaste  en  la  mocedad,  ^cómo  lo  hallarás 
en  la  vejez? 

Éste  es,  pues,  el  consejo  tan  saludable  que  te  da  Salomón,  y 
este  mismo  te  da  el  Eclesiástico  diciendo  (2):  Confesarte  has,  y 


^i)    Eccli,  XXV.    (2)  Eccli.  XVII. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   XXIV  26 1 


alabarás  á  Dios  estando  vivo:  vivo  y  sano  te  confesarás:  y  si  así 
lo  hicieres,  serás  glorificado  y  enriquecido  con  sus  misericordias. 
Gran  misterio  es  que  entre  los  enfermos  que  estaban  al  derre- 
dor de  la  piscina,  aquél  libraba  mejor,  que  llegaba  primero, 
cuando  se  meneaba  el  agua:  para  que  por  aquí  entiendas  como 
toda  nuestra  salud  está  en  acudir  luego  sin  dilación  al  movi- 
miento interior  de  Dios.  Corre  pues,  hermano  mío,  y  date  prie- 
sa: y  si  como  dice  el  Profeta,  hoy  en  este  día  oyeres  la  voz  de 
Dios,  no  dilates  la  respuesta  para  mañana:  antes  comienza  luego 
á  poner  por  obra  lo  que  te  será  tanto  más  fácil  de  obrar,  cuan- 
to más  presto  comenzares. 


Contra  los   qüb  dii-atan  la  penitencia  hasta  la  hora  de  la  muerte. 

CAPÍTULO  XXY. 

AZÓN  sería  que  bastase  lo  dicho  para  confusión  de 
otros  que  dejan  (como  ya  declaramos)  la  peniten- 
cia para  la  hora  de  la  muerte.  Porque  si  tan  gran 
peligro  es  dilatarla  para  adelante,  ^qué  será  para  este  punto? 
Mas  porque  este  engaño  está  muy  extendido  por  el  mundo,  y 
son  muchas  las  ánimas  que  por  aquí  perecen,  necesario  es  que 
del  particularmente  tratemos,  Y  aunque  sea  algún  peligro  hablar 
desta  materia,  porque  podría  ser  ocasión  de  desconfianza  para 
algunos  flacos:  pero  muy  mayor  peligro  es  no  saber  los  hom- 
bres el  peligro  á  que  se  ponen,  cuando  para  este  tiempo  se  guar- 
dan. De  manera  que  pesados  amibos  peligros,  sin  comparación 
es  mayor  éste  que  el  otro:  pues  vemos  cuántas  más  son  las  áni- 
mas que  se  pierden  por  indiscreta  confianza,  que  por  demasia- 
do temor.  Y  por  tanto  á  nosotros  que  estamos  puestos  en  el  ata- 
laya de  Ezequiel  (i),  conviene  avisar  destos  peligros:  porque  los 
que  por  nosotros  deben  ser  avisados,  no  se  llamen  á  engaño:  y 
si  ellos  se  perdieren,  no  cargue  su  sangre  sobre  nosotros.  Y  pues 
no  tenemos  otra  lumbre,  ni  otra  verdad  en  esta  vida,  sino  la  de  la 
Escriptura  divina,  y  de  los  sanctos  Padres  y  Doctores  que  la  de- 
claran, veamos  qué  es  lo  que  ellos  dicen  acerca  desto:  porque 
bien  creo  que  nadie  será  tan  atrevido  que  ose  anteponer  su  pa- 
recer á  éste.  Y  procediendo  por  esta  vía,  traigamos  primero  lo 
que  los  sanctos  antiguos,  y  en  cabo  lo  que  la  sancta  Escriptura 
acerca  desto  nos  enseñan. 

Autoridades  de  los  Sanctos  antiguos  de  la  penitencia   final. 


AS  antes  que  entremos  en  esta  disputa,  presupongamos 
^   primero  lo  que  Sant  Augustín  y  todos  los  Doctores  ge- 
neralmente dicen:  conviene  saber,  que  así  como  es  obra  de  Dios 


(i)     lizech.  XXXllI, 


v^ 


Libro  i.  capítulo  xxv.  263 

la  verdadera  penitencia,  asila  puede  Él  inspirar  cuando  quisie- 
re: y  así  en  cualquier  tiempo  que  la  penitencia  fuere  verdadera 
(aunque  sea  en  el  punto  de  la  muerte)  es  poderosa  para  dar  sa- 
lud. Mas  esto  cuan  pocas  veces  acaesca,  ni  quiero  que  yo  ni  tú 
seamos  creídos  en  esta  parte:  sino  que  lo  sean  los  Sanctos,  por 
cuya  boca  habló  el  Espíritu  Santo,  3^  por  sus  dichos  y  testimo- 
nios será  razón  que  todos  estemos.  0\^e,  pues,  primeramente  lo 
que  sobre  este  caso  dice  Sant  Augustín  en  el  libro  de  la  verda- 
dera y  falsa  Penitencia:  Ninguno  espere  á  hacer  penitencia  cuan- 
do ya  no  puede  pecar,  porque  libertad  nos  pide  para  esto  Dios, 
y  no  necesidad.  Y  por  tanto  aquél  á  quien  primero  dejan  los 
pecados  que  él  deje  á  ellos,  no  parece  que  los  deja  por  volun- 
tad, sino  por  necesidad.  Por  donde  los  que  no  quisieron  conver- 
tirse á  Dios  en  el  tiempo  que  podían,  y  después  vienen  á  con- 
fesarse cuando  ya  no  pueden  pecar,  no  así  fácilmente  alcanza- 
rán lo  que  desean.  Y  un  poco  más  abajo,  declarando  cuál  haya 
de  ser  esta  conversión,  dice  así:  Aquél  se  convierte  á  Dios,  que 
todo  y  del  todo  se  vuelve  á  Él:  el  cual  no  sólo  teme  las  penas, 
sino  trabaja  por  alcanzar  la  gracia  y  los  bienes  del  Señor.  Y  si 
desta  manera  acaesciere  convertirse  alguno  al  fin  de  la  vida,  no 
habemos  de  desesperar  de  su  perdón.  Mas  porque  apenas  o 
muy  pocas  veces  se  halla  en  aquel  tiempo  esta  tan  perfecta  con- 
versión, ha}'  razón  para  temer  del  que  tan  tarde  se  convierte. 
Porque  el  que  se  ve  apretado  con  los  dolores  de  la  enfermedad, 
y  espantado  con  el  temor  de  la  pena,  con  dificultad  llegará  á 
hacer  verdadera  satisfacción:  mayormente  viendo  delante  de  sí 
los  hijos  que  desordenadamente  amó,  y  á  la  mujer,  y  al  mundo 
que  están  tirando  por  él.  Y  porque  hay  muchas  cosas  que  en 
este  tiempo  impiden  el  hacer  penitencia,  peligrosísima  cosa  es, 
y  muy  vecina  de  la  perdición,  dilatar  hasta  la  muerte  el  reme- 
dio della.  Y  con  todo  esto  digo  que  si  este  tal  alcanzare  perdón 
de  sus  culpas,  no  por  eso  quedará  libre  de  todas  las  penas.  Por- 
que primero  ha  de  ser  purgado  con  el  fuego  del  purgatorio  por 
haber  dejado  el  fructo  de  la  satisfación  para  el  otro  siglo.  Y  es- 
te fuego,  aunque  no  sea  eterno  (como  es  el  del  infierno)  mas 
es  extrañamente  grande:  porque  sobrepuja  todas  las  maneras  de 
panas  que  se  han  padescido  en  este  mundo.  Ni  jamás  en  carne 
mortal  se  sintieron  tales  tormentos:  aunque  los  de  los  mártires 
hayan  sido  tan  grandes,  y  los  que  han  padescido   algunos  mal- 


264  GUÍA  DE  PECADORES 


hechores,  Y  por  tanto  procure  cada  uno  de  corregir  así  sus  ma- 
les, que  no  le  sea  necesario  después  de  la  muerte  padecer  tan 
terribles  tormentos.  Hasta  aquí  son  palabras  de  Sant  Augustín, 
donde  habrás  visto  la  grandeza  del  peligro  en  que  se  pone  el 
que  de  propósito  guarda  la  penitencia  para  este  tiempo. 

Sancto  Ambrosio  también  en  el  libro  de  la  Penitencia  (aun- 
que otros  atribuyen  este  dicho  al  mismo  Sant  Augustín)  trata  co- 
piosamente esta  materia,  donde  entre  otras  muchas  cosas  dice 
así:  El  que  puesto  ya  en  el  postrer  término  de  la  vida,  pide  el 
sacramento  de  la  penitencia,  y  le  recibe,  y  así  sale  desta  vida,  yo 
os  confieso  que  no  le  negamos  lo  que  pide,  mas  no  osamos  afir- 
mar que  salga  de  aquí  bien  encaminado.  Torno  á  repetir  que  no 
oso  decir  esto,  que  no  os  lo  prometo,  que  no  lo  digo,  que  no  os 
quiero  engañar.  ¿Pues  quieres,  hermano,  salir  desta  dubda,  y  es- 
caparte de  cosa  tan  incierta?  Haz  penitencia  en  el  tiempo  que 
estás  sano.  Si  así  lo  haces,  dígote  que  vas  bien  encaminado,  por- 
que heciste  penitencia  en  tiempo  que  pudieras  pecar.  Pero  si  aguar- 
das á  hacer  penitencia  en  tiempo  que  ya  no  podías  pecar,  los  pe- 
cados dejaron  á  ti,  y  no  tú  á  ellos. 

Lo  mismo  dice  Sant  Isidoro  por  estas  palabras:  El  que  quie- 
re á  la  hora  de  la  muerte  estar  cierto  del  perdón,  haga  peniten- 
cia cuando  está  sano,  y  entonces  llore  sus  maldades.  Mas  el  que 
habiendo  vivido  mal,  hace  penitencia  á  la  hora  del  morir,  este  co- 
rre mucho  peligro,  porque  así  como  su  condenación  es  incierta, 
así  su  salvación  es  dubdosa. 

Todas  estas  palabras  son  mucho  para  temer:  mas  mucho  más 
son  las  que  escribe  Ensebio,  discípulo  de  Sant  Hierónimo,  que 
este  su  sancto  maestro  dijo  estando  para  morir,  echado  en  tierra, 
vestido  de  saco:  y  porque  no  osaré  referirlas  con  el  rigor  que 
están  escriptas,  por  no  dar  motivo  á  los  flacos  para  desmayar, 
el  que  quisiere  las  podrá  leer  en  el  cuarto  tomo  de  las  obras  de 
Sant  Hierónimo  en  una  epístola  que  Eusebio  escribe  á  Dámaso, 
obispo,  sobre  la  gloriosa  muerte  de  Sant  Hierónimo.  Pero  entre 
otras  cosas  dice  así:  Podrá  decir  el  que  todos  los  días  de  su  vida 
perseveró  en  su  pecado:  A  la  hora  de  la  muerte  haré  penitencia 
y  me  convertiré.  ¡Oh,  cuan  triste  es  esta  consolación!  Porque 
el  que  ha  vivido  mal  toda  la  vida,  sin  acordarse  (sino  por  ventu- 
ra por  entre  sueños)  qué  cosa  era  penitencia,  muy  dubdoso  re- 
medio tendrá  en  esta  hora.  Porque  estando  él  en  este  tiempo  en- 


MBRO  I.  CAPÍTULO  XXV.  2$$ 


lazado  con  los  negocios  del  mundo,  y  fatigado  con  los  dolores 
de  la  enfermedad,  y  congojado  con  la  memoria  de  los  hijos  que 
deja,  y  con  el  amor  de  los  bienes  temporales  de  que  ya  no  es- 
pera gozar:  estando  así  cercado  de  todas  estas  angustias,  ;qué 
disposición  tiene  para  levantar  el  corazón  á  Dios,  y  hacer  verda- 
dera penitencia,  la  cual  en  toda  la  vida  nunca  hizo,  cuando  es- 
peraba vivir,  y  agora  no  haría  si  esperase  sanar?  Pues  ^qué  ma- 
nera de  penitencia  es  la  que  se  hace  cuando  la  misma  vida  se 
despide?  Conozco  algunos  de  los  ricos  deste  siglo,  que  después  de 
graves  enfermedades  recobraron  la  salud  del  cuerpo,  y  empeora- 
ron en  la  del  ánima.  Esto  tengo,  esto  pienso,  esto  he  aprendido 
por  larga  experiencia,  que  por  maravilla  tendrá  buen  fin  aquél 
cuya  vida  fué  siempre  mala:  el  cual  nunca  temió  pecar,  y  siempre 
sirvió  á  la  vanidad.  Hasta  aquí  son  palabras  del  dicho  Eusebio: 
en  las  cuales  ves  el  temor  que  este  sancto  Doctor  tiene  de  la  pe- 
nitencia que  hace  en  esta  hora  aquél  que  nunca  la  hizo  en  toda 
la  vida. 

Y  no  es  menor  el  que  Sant  Gregorio  en  esta  parte  tiene:  el 
cual  sobre  aquellas  palabras  de  Job  que  dicen:  ¿  Qué  esperanza 
tendrá  el  hipócrita,  si  roba  lo  ajeno?  ¿Por  ventura  oirá  Dios  su 
clamor  en  el  día  de  su  angustia?  dice  así:  No  oye  Dios  en  el  tiem- 
po de  la  angustia  las  voces  de  aquél  que  en  tiempo  de  paz  no 
quiso  oír  las  voces  de  su  Señor.  Porque  escripto  está  (i):  El  que 
cierra  las  orejas  para  no  oir  la  ley,  no  será  recibida  su  oración. 
Mirando,  pues,  el  sancto  Job  cómo  todos  los  que  agora  dejan  de 
obrar  bien,  al  fin  de  la  vida  se  vuelven  á  pedir  mercedes  á  Dios, 
dice:  ¿Por  ventura  oirá  Dios  el  clamor  de  los  tales?  En  las  cua- 
les palabras  se  conforma  con  la  sentencia  del  Redemptor  que 
dice  (2):  A  la  postre  vinieron  las  vírgines  locas  diciendo:  Señor, 
Señor,  abridnos;  y  fuéles  respondido:  En  verdad  os  digo  que  no 
os  conozco.  Porque  en  aquel  tiempo  usa  Dios  de  tanto  mayor 
Severidad  cuanto  agora  usa  de  mayor  misericordia:  y  entonces 
castigará  á  los  que  pecaron  con  mayor  rigor  de  justicia,  el  que 
agora  benignamente  les  ofrece  su  misericordia.  Hasta  aquí  son 
palabras  de  Sant  Gregorio. 

También  Hugo  de  sant  Víctor  en  el  segundo  libro  de  los  Sa- 
cramentos, conformándose  con  los  pareceres  destos  sanctos,  dice 


(1)     Pro V.  XX VIH.     (2)  Matth.  XXV. 


2^5  GUÍA  DE  rlíCAl')ORES 


así:  Dificultosa  cosa  es  que  sea  verdadera  la  penitencia  cuando 
viene  tardía,  y  muy  sospechosa  debe  ser  aquella  penitencia 
que  paresce  forzada.  Porque  fácil  cosa  es  creer  de  sí  el  hombre 
que  no  quiere  lo  que  no  puede.  Por  donde  la  posibilidad  declara 
muy  bien  la  voluntad.  Y  por  esto,  si  no  haces  penitencia  cuando 
puedes,  argumento  es  que  no  quieres.  El  Maestro  de  las  Senten- 
cias va  también  por  este  mismo  camino,  y  así  dice:  Como  la  pe- 
nitencia  verdadera  sea  obra  de  Dios,  puédela  El  inspirar  cuando 
quisiere,  y  galardonar  por  misericordia  á  los  que  podría  conde- 
nar por  justicia.  Mas  porque  en  aquel  paso  hay  muchas  cosas  que 
retraen  al  hombre  deste  negocio,  cosa  es  peligrosa  y  vecina  á  la 
muerte  dilatar  hasta  allí  el  remedio  de  la  penitencia.  Pero  gran 
cosa  es  inspirarla  Dios  en  aquella  hora,  si  alguno  hay  á  quien  la 
inspire.  ¡Mira  qué  palabras  éstas  tan  para  temer!  Pues  ;cuál  es  el 
desatinado  que  osa  poner  el  mayor  de  los  tesoros  en  el  mayor 
de  los  peligros?  ^Hay  cosa  mayor  en  el  mundo  que  tu  salva- 
ción? Pues  ^en  qué  seso  cabe  poner  una  cosa  tan  preciosa  en 
tan  grande  peligro? 

Este  es,  pues,  el  parescer  de  todos  estos  tan  grandes  Docto- 
res. Por  donde  verás  cuan  grande  locura  sea  tener  tú  por  segu- 
ra la  navegación  de  un  golfo  de  quien  tan  sabios  pilotos  hablan 
con  tan  gran  temor.  Oficio  es  el  bien  morir  que  conviene  apren- 
derse toda  la  vida:  porque  á  la  hora  de  la  muerte  hay  tanto  que 
hacer  en  morir,  que  apenas  hay  espacio  para  aprender  á  bien 
morir. 


Autoridades  de  Doctores  escolásticos  acerca  de  lo  mismo. 


ESTA  agora,  para  mayor  confirmación  desta  verdad,  ver 
también  lo  que  acerca  desto  sienten  los  Doctores  esco- 
lásticos. Entre  los  cuales  Escoto  trata  muy  de  propósito  esta  cues- 
tión en  el  cuarto  de  las  Sentencias:  donde  pone  una  conclusión 
que  dice  así:  La  penitencia  que  se  hace  á  la  hora  de  la  muerte, 
apenas  es  verdadera  penitencia,  por  la  dificultad  grande  que  en- 
tonces hay  para  hacerla.  Prueba  él  esta  conclusión  por  cuatro 
razones. 


LIBRO   I.   CAPÍTIXO   XXV.  2^;? 

La  primera  es  por  el  grande  estorbo  que  hacen  allí  los  do- 
lores de  la  enfermedad  y  la  presencia  de  la  muerte,  para  levan- 
tar el  corazón  á  Dios  y  ocuparlo  en  ejercicios  de  verdadera  pe- 
nitencia. Para  cuyo  entendimiento  es  de  saber  que  todas  las  pa- 
siones de  nuestro  corazón  tienen  grande  fuerza  para  llevar  en 
pos  de  sí  el  sentido  y  el  libre  albédrío  del  hombre.  Y  según  re- 
glas de  filosofía,  m.uy  más  poderosas  son  para  esto  las  pasiones 
que  dan  tristeza  que  las  que  causan  alegría.  De  donde  nasce  que 
las  pasiones  y  afectos  del  que  está  para  morir,  son  las  más  fuer- 
tes que  hay:  porque  (como  dice  Aristóteles)  el  último  trance,  y 
la  más  terrible  cosa  de  las  terribles,  es  la  muerte:  donde  hay 
tantos  dolores  en  el  cuerpo,  tantas  angustias  en  el  ánima,  y  tan- 
ta congoja  por  los  hijos,  y  mujer,  y  mundo  que  se  dejan.  Pues 
entre  tan  recios  vientos  de  pasiones,  ¿donde  ha  de  estar  el  senti- 
do y  el  pensamiento,  sino  donde  tan  fuertes  dolores  y  pasiones 
lo  llevaren? 

Vemos  por  experiencia,  cuando  uno  está  con  un  dolor  de 
ijada,  ó  con  algún  otro  dolor  agudo,  que  aunque  sea  hombre 
virtuoso,  apenas  puede  por  entonces  tener  el  pensamiento  fijo  en 
Dios:  sino  que  allí  está  todo  el  sentido,  donde  lo  llama  el  dolor. 
Pues  si  esto  acaesce  al  justo,  (^qué  hará  el  que  nunca  supo  qué 
cosa  era  pensar  en  Dios,  y  que  tanto  cuanto  está  más  habituado 
á  amar  su  cuerpo  que  su  ánim.a,  tanto  más  ligeramente  acude  al 
peligro  del  ma}'or  amigo  que  del  menor  ?  Entre  cuatro  impedi- 
mentos que  Sant  Bernardo  pone  de  la  contemplación,  uno  dellos 
dice  que  es  la  mala  disposición  del  cuerpo.  Porque  entonces  el 
ánima  está  tan  ocupada  en  sentir  los  dolores  de  su  carne,  que 
apenas  puede  admitir  otro  pensamiento  que  aquel  que  de  pre- 
sente la  fatiga.  Pues  si  esto  es  verdad,  ^qué  locura  es  aguardar 
á  la  mayor  de  las  indisposiciones  del  cuerpo  para  tratar  del  ma- 
yor de  los  negocios  del  ánima? 

Supe  de  una  persona  que  estando  en  paso  de  muerte,  y  di- 
ciéndole  que  se  aparejase  para  lo  postrero,  recibió  tan  grande 
angustia  de  ver  tan  cerca  de  sí  la  muerte,  que  como  si  la  pu- 
diera detener  con  las  manos,  todo  su  negocio  era  pedir  á  muy 
gran  priesa  remedios  y  confortatix^os  para  evitar  aquel  trago, 
si  le  fuera  posible.  Y  como  un  sacerdote  lo  viese  tan  olvidado 
de  lo  que  convenía  para  aquella  hora,  y  le  amonestase  que  se 
dejase  ya  de  aquellos  cuidados,  y  comenzase  á  llamar  á  Dios, 


268  GUÍA  DE  PECADORES 


importunado  del  buen  consejo,  respondió  palabras  muy  ajenas 
de  lo  que  aquel  tiempo  requería:  con  las  cuales  expiró.  Y  el  que 
así  habló,  había  sido  persona  virtuosa:  para  que  por  aquí  veas 
cómo  turbará  la  presencia  de  la  muerte  á  los  que  aman  la  vida, 
cuando  asi  turbó  á  quien  otro  tiempo  la  despreciaba. 

Asimismo  supe  de  otra  persona  que  estando  en  una  recia  en- 
fermedad, y  pensando  que  se  llegaba  ya  su  hora,  deseaba  con 
gran  deseo,  primero  que  partiese,  hablar  un  rato  muy  de  pro- 
pósito con  Dios,  y  prevenir  á  su  juez  con  alguna  devota  supli- 
cación: y  parecíale  qne  nunca  los  dolores  y  accidentes  continuos 
de  la  enfermedad  le  daban  un  rato  de  alivio  para  hacerlo.  Pues 
si  para  esto  solo  hay  allí  tan  mal  aparejo,  <:cuál  es  el  loco  que 
para  tal  tiempo  guarda  el  remedio  de  toda  la  vida? 

La  segunda  razón  deste  doctor  es,  porque  la  verdadera  pe- 
nitencia ha  de  ser  voluntaria,  esto  es,  hecha  con  promptitud  de 
voluntad,  y  no  por  sola  necesidad.  Por  lo  cual  dice  Sant  Au- 
gustín:  Menester  es,  no  sólo  temer  al  juez,  sino  también  amarle, 
y  hacer  lo  que  se  hiciere  por  voluntad,  y  no  por  necesidad. 
Pues  el  que  en  toda  la  vida  nunca  hizo  penitencia  verdadera,  y 
aguarda  entonces  á  hacerla,  no  paresce  que  la  hace  por  voluntad, 
sino  por  pura  necesidad.  Y  si  por  sola  esta  causa  la  hace,  no  es 
su  penitencia  puramente  voluntaria. 

Tal  fué  la  penitencia  que  hizo  Semeí  por  la  ofensa  que  ha- 
bía hecho  á  David  cuando  iba  huyendo  de  Absalón  su  hijo  (i): 
el  cual  después  que  lo  vio  volver  de  la  huida  victorioso,  y  en- 
tendió el  mal  que  por  allí  le  podía  venir,  adelantóse  con  mucha 
gente  á  recebir  al  Rey,  y  pedirle  con  mucha  humildad  perdón  de 
la  culpa  pasada.  Lo  cual  como  viese  un  pariente  de  David  lla- 
mado Abisaí,  dijo:  ^Cómo?  ¿y  por  estas  palabras  fingidas  se  ha 
de  escapar  de  la  muerte  Semeí,  habiendo  hecho  tan  grande  in- 
juria al  rey  David?  Mas  el  sancto  Rey,  que  tan  bien  entendía 
de  cuan  poco  mérito  era  aquella  satisfacción,  aunque  por  en- 
tonces prudentemente  disimuló,  no  por  eso  le  dejó  sin  castigo, 
antes  á  la  hora  de  la  muerte,  con  celo  de  justicia  no  de  vengan- 
za, dejó  mandado  como  en  testamento  á  su  hijo  Salomón  que 
le  diese  su  merescido:  y  así  lo  hizo  (2).  Tal,  pues,  paresce  la  pe- 
nitencia de  muchos  malos  cristianos,  los  cuales  habiendo  perse- 


(i)     II  Eeg.  XVI  &:  XIX.     (2)  III  Reg.-  II. 


LffiRO   I.   CAPÍTLXO   XXW  269 


verado  en  ofender  á  Dios  toda  la  vida,  cuando  llega  la  hora  de 
la  cuenta,  como  ven  la  muerte  al  ojo,  y  la  sepultura  abierta,  y 
el  juez  presente,  y  entienden  que  no  hay  fuerza  ni  poder  contra 
aquel  sumo  poder,  y  que  en  aquel  punto  se  ha  de  determinar  lo 
que  para  siempre  ha  de  ser,  vuélvense  al  juez  con  grandes  su- 
plicaciones y  protestaciones:  las  cuales  si  son  verdaderas,  no  de- 
jan de  ser  provechosas:  mas  el  común  suceso  dellas  declara  lo 
que  son.  Porque  por  experiencia  habernos  visto  muchos  déstos 
que  si  escapan  de  aquel  peligro,  luego  se  descuidan  de  todo  lo 
que  prometieron,  y  vuelven  á  ser  los  que  eran:  y  aun  tornan  á 
revocar  los  descargos  que  dejaban  ordenados,  como  hombres 
que  no  hicieron  lo  que  hicieron  por  virtud  y  por  amor  de  Dios, 
sino  solamente  por  aquella  priesa  en  que  se  vieron:  la  cual  como 
cesó,  cesó  también  el  efecto  que  della  se  siguía. 

En  lo  cual  paresce  ser  esta  manera  de  penitencia  muy  seme- 
jante á  la  que  suelen  hacer  los  mareantes  en  tiempo  de  alguna 
grande  tormenta:  donde  proponen  y  prometen  grandes  virtudes 
y  mudanzas  de  vida.  Mas  acabada  la  tormenta,  y  escapados  del 
presente  peligro,  luego  se  vuelven  á  jugar  y  blasfemar  como 
lo  hacían  antes,  sin  hacer  más  caso  de  todo  lo  pasado,  que  si 
fuera  un  propósito  soñado. 

La  tercera  razón  es,  porque  el  mal  hábito  y  costumbre  de 
pecar  que  el  malo  ha  tenido  toda  la  vida,  comúnmente  le  suele 
acompañar  (como  la  sombra  al  cuerpo)  hasta  la  muerte:  porque 
la  costumbre  es  como  otra  naturaleza,  que  con  gran  dificultad  se 
vence.  Y  así  vemos  por  experiencia  muchos  en  aquella  hora  tan 
olvidados  de  su  ánima,  tan  avarientos  para  ella,  aun  en  la  muer- 
te, tan  encarnizados  en  el  amor  de  la  vida,  si  la  pudiesen  redi- 
mir por  algún  precio,  tan  captivos  del  amor  deste  mundo  y  de 
todas  las  cosas  que  en  él  amaron,  como  si  no  estuviesen  en  el  pa- 
so que  están.  ¿No  has  visto  algunos  viejos  en  aquella  hora  tan 
guardosos  y  cobdiciosos,  y  tan  atentos  á  mirar  por  sus  trapillos 
y  pajuelas,  y  tan  cerradas  las  manos  para  todo  bien,  y  tan  vivo 
el  apetito,  aun  de  aquello  que  no  pueden  consigo  llevar?  Éste  es 
un  linaje  de  pena  con  que  muchas  veces  castiga  Dios  la  culpa, 
permitiendo  que  acompañe  á  su  autor  hasta  la  sepultura,  según 
que  lo  dice  sant  Gregorio  por  estas  palabras:  Con  este  Unaje  de 
castigo  castiga  Dios  al  pecador,  permitiendo  que  se  olvide  de  sí 
en  la  muerte  el  que  no  se  acordó  de  Dios  en  la  vida,  D  esta  rn^- 


270  GUÍA  DE  PECADORES 


ñera  se  castiga  un  ohido  con  otro  olvido:  el  olvido  que  fué  cul- 
pa con  el  que  juntamente  es  pena  y  culpa.  Lo  cual  se  ve  cada 
día  por  experiencia:  pues  tantas  veces  habernos  oído  de  muchos 
que  se  dejaron  morir  entre  los  brazos  de  las  malas  mujeres,  que 
mal  amaron,  sin  quererlas  despedir  de  su  compañía,  ni  aun  en 
aquella  hora,,  por  estar  por  justo  juicio  de  Dios  olvidados  de  sí 
mismos  y  de  sus  ánimas. 

La  cuarta  razón  se  funda  en  la  cualidad  del  v^alor  que  ordina- 
riamente suelen  tener  las  obras  que  en  aquel  tiempo  se  hacen.  Por- 
que parece  claro  (á  quien  tiene  algún  conoscimiento  de  Dios) 
cuánto  menos  le  agrade  este  linaje  de  servicios,  que  los  que  en 
otros  tiempos  se  hacen.  Porque  ,3  qué  mucho  es  (como  decía  la 
sancta  virgen  Lucía)  ser  muy  largo  de  lo  que  aunque  te  pese,  has 
acá  de  dejar?  ¿Qué  mucho  es  perdonar  allí  la  deshonra,  cuando 
sería  mayor  deshonra  no  perdonarla?  ¿Qué  mucho  es  dejar  la 
manceba,  cuando  aunque  quisieses,  no  la  podrías  ya  más  tener  en 
casa? 

Por  estas  razones,  pues,  concluye  este  Doctor  que  en  aquella 
hora  con  dificultad  se  hace  penitencia  verdadera:  y  añade  aun  más, 
diciendo  que  el  cristiano  que  con  deliberación  determina  guar- 
dar la  penitencia  para  aquella  hora,  peca  mortalmente,  por  la  gran 
ofensa  que  hace  á  su  ánima,  y  por  el  grandísimo  peligro  en  que 
pone  su  salvación.  Pues  ¿qué  cosa  más  para  temer  que  ésta? 

Autoridades  de  la  sagrada  Escriptiira  para  el  mismo  propósito. 

§.  IIL 

^\ÍJÍp  AS  porque  todo  el  peso  desta  disputa  principalmente  pen- 
J^  1^  de  de  la  palabra  de  Dios  (porque  para  contra  ésta  no  hay 
apelación  ni  respuesta)  oye  agora  lo  que  ella  acerca  desto  nos 
enseña.  En  el  primer  capítulo  de  los  Proverbios,  después  de  haber 
escripto  Solomón  las  palabras  con  que  la  Sabiduría  eterna  llama 
á  los  hombres  á  penitencia,  dice  luego  las  que  dirá  á  los  rebeldes 
á  este  llamamiento,  en  esta  forma:  Porque  os  llamé,  y  no  qui- 
sistes  acudir  á  mi  llamamiento:  extendí  mis  manos,  y  no  hubo 
quien  las  mirase,  y  despreciastes  todas  mis  reprehensiones  y  con- 
sejos, yo  también  me  reiré  en  vuestra  muerte  y  haré  burla  de 
vosotros  cuando  os  vinieren  los  males  que  temíades.  Cuando  vi- 


LIBRO    I.    CAPÍTULO    XXV.  27  1 


niere  de  improviso  la  muerte,  como  tempestad  que  á  deshora  se 
levanta,  entonces  me  llamarán,  y  no  los  oiré;  y  de  mañana  ma- 
drugarán á  ponérseme  delante,  y  no  me  hallarán,  porque  aborres- 
cieron  el  castigo  y  la  doctrina,  y  no  tuvieron  temor  de  Dios,  ni 
quisieron  obedecer  mis  consejos.  Hasta  aquí  son  palabras  de  Sa- 
lomón, ó  por  mejor  decir,  del  mismo  Dios.  Las  cuales  S.  Grego- 
rio en  el  susodicho  libro  de  los  Morales  entiende  y  declara  al 
propósito  que  aquí  hablamos.  Pues  ¿qué  tienes  que  responder  á 
esto?  ¿Porqué  no  bastarán  estas  amenazas,  pues  son  de  Dios,  para 
hacerte  temer  un  tan  gran  peligro,  y  aparejarte  para  esta  hora 
con  tiempo? 

Pues  oye  aun  otro  testimonio  no  menos  claro.  Hablando  el 
Salvador  en  el  Evangelio  (i)  de  su  venida  á  juicio,  aconseja  á  sus 
discípulos  con  grande  instancia  que  estén  aparejados  para  esta 
hora:  trayéndoles  para  esto  muchas  comparaciones,  por  las  cuales 
entendiesen  cuánto  esto  les  importaba.  Y  así  dice  (2):  Bienaven- 
turado es  el  siervo  á  quien  el  Señor  hallare  en  aquella  hora  ve- 
lando. Mas  si  el  mal  siervo  dijere  en  su  corazón:  Mi  Señor  se  tarda 
mucho,  tiempo  me  queda  para  aparejarme:  y  él  entretanto  se  die- 
re á  comer,  y  beber,  y  hacer  mal  á  sus  compañeros,  vendrá  su 
Señor  en  el  día  que  él  no  piensa,  y  en  la  hora  que  no  sabe,  y 
partirlo  ha  por  medio,  y  darle  ha  el  castigo  que  se  da  á  los  hipó- 
critas. Aquí  paresce  claro  que  el  Señor  sabía  bien  los  consejos  de 
los  malos,  y  las  veredas  que  buscan  para  sus  vicios;  y  por  esto  les 
sale  al  camino,  y  les  dice  cómo  les  ha  de  ir  por  él,  y  en  qué  han 
de  parar  sus  confianzas.  Pues  ¿qué  otro  pleito  es  el  que  agora 
tratamos,  sino  éste?  ¿Qué  digo  yo  aquí,  sino  lo  que  el  mismo  Se- 
ñor te  dice  ?  Tú  eres  ese  siervo  malo  que  haces  en  tu  corazón  la  mis- 
ma cuenta,  y  así  te  quieres  aprovechar  de  la  dilación  del  tiempo 
para  comer,  y  beber,  y  perseverar  en  los  mismos  deHctos.  Pues 
¿cómo  no  temerás  esta  amenaza  que  te  hace  quien  es  tan  pode- 
roso para  cumplirla  como  para  hacerla?  Contigo  habla,  contigo  lo 
ha,  á  ti  lo  dice:  despierta,  miserable,  y  repárate  con  tiempo,  por- 
que no  seas  despedazado  cuando  llegue  la  hora  deste  juicio. 

Paréceme  que  gasto  mucho  tiempo  en  cosa  tan  clara.  Mas  ¿qué 
haré,  que  aun  con  todo  esto  veo  muy  gran  parte  del  mundo  cu- 
brirse con  este  manto?  Pues  para  que  aun  más  claro  veas  la  gran- 


el)    MaUh    XIIL     [2)  Ibid.  XXIV. 


2; 2  GUlA  DE  PECADORí:s 


deza  deste  peligro,  oye  otro  testimonio  del  mismo  Salvador.  Aca- 
badas estas  palabras,  añade  luego  lo  que  se  sigue,  diciendo  (i):  En- 
tonces será  semejante  el  reino  de  los  cielos  á  diez  vírgines,  cinco 
locas  y  cinco  sabias.  Entonces  dice.  ¿Cuándo  entonces?  Cuando 
venga  el  juez,  cuando  se  llegue  la  hora  de  su  juicio,  así  el  univer- 
sal de  todos  como   el  particular  de  cada  uno,  según  declara  Sant 
Augustín:  porque  no  se  altera  en  el  universal  lo  que  en  el  parti- 
cular se  determina.  Pues  en  este  paso  (dice  el  Señor)  acaesceros 
ha  como  acaesció  á  diez  vírgines,  cinco  locas  y  cinco  sabias,  las 
cuales  aguardaban  por  la  venida  del  esposo.  Las  sabias  proveyé- 
ronse con  tiempo  de  lámparas  y  de  olio  para  salirle  á  recebir:  mas 
las  locas,  como  tales,  no  curaron  desto.  Y  á  la  media  noche,  al  tiem- 
po del  mayor  sueño  (que  es  cuando  los  hombres  están  más  des- 
cuidados y  menos  piensan  en  este  paso)  diéronles  rebato  dicien- 
do que  venía  el  esposo,  que  le  saliesen  á  recibir.  Entonces  levan- 
táronse todas  aquellas  vírgines  y  aderezaron  sus  lámparas;  y  las 
que  estaban  ya  aparejadas  entraron  con  él  á  las  bodas,  y  cerróse 
la  puerta:  mas  las  que  no  estaban  aparejadas,  comenzaron  enton- 
ces á  querer  proveerse,  y  aparejarse,  y  á  dar  voces  al  esposo  di- 
ciendo: Señor,  Señor,  abridnos.  A  las  cuales  él  respondió:  En  ver- 
dad os  digo  que  no  os  conosco.  Y  así  concluye  el  sancto  Evan- 
gelio la  parábola  y  la  declaración  della  diciendo:  Por  tanto  velad 
y  estad  aparejados,  pues  no  sabéis  el  día  ni  la  hora.  Como  si  di- 
jera: ¿Habéis  visto  cuan  bien  libraron  en  este  trance  las  vírgines 
que  estaban  aparejadas,  y  cuan  mal  las  que  no  lo  estaban?  Por 
tanto,  pues  no  sabéis  el  día  ni  la  hora  desta  venida,  y  el  negocio 
de  vuestra  salvación  pende  tanto  deste  aparejo,  velad  y  estad 
aparejados  en  todo  tiempo,  porque  no  os  tome  aquel  día  desaper- 
cebidos,  como  á  estas  vírgines,  y  así  perezcáis  como  ellas  pere- 
cieron. Éste  es  el  sentido  literal  desta  parábola,  como  declara  el 
Cardenal  Cayetano  en  este  lugar,  donde  dice:  Esto  solo  sacamos 
de  aquí,  que  la  penitencia  que  se  dilata  hasta  la  hora  de  la  muer- 
te (cuando  se  oye  esta  palabra:  Cata  que  viene  el  esposo)  no  es 
segura:  antes  en  esta  parábola  se  describe  como  no  verdadera: 
porque  por  la  mayor  parte  no  lo  es.  Y  al  cabo  pone  este  Doctor 
la  resolución  de  toda  la  parábola  diciendo:  La  conclusión  desta 
doctrina  es  dar  á  entender  que  por  tanto  las  cinco  vírgines  locas 


(i)     Matth.  XXV. 


LIBRO   I,  CAPÍTULO  XXV.  2/3 


fueron  desechadas,  porque  al  tiempo  que  el  esposo  vano,  no  esta- 
ban aparejadas;  y  por  esto  las  otras  cinco  fueron  admitidas,  por- 
que estaban  apercebidas.  Por  donde  conviene  que  siempre  lo  es- 
temos, pues  no  sabemos  la  hora  desta  venida.  Pues  ^qué  cosa  se 
podía  pintar  más  clara  que  ésta?  Por  lo  cual  me  maravillo  mucho 
cómo  después  de  la  testificación  tan  clara  desta  verdad  se  osan 
los  hombres  entretener  y  consolar  con  esta  tan  flaca  esperanza. 
Porque  antes  desta  luz  tan  clara  no  me  maravillara  yo  tanto  que 
se  persuadieran  lo  contrario,  ó  se  quisieran  engañar:  mas  después 
que  aquel  Maestro  del  cielo  resolvió  esta  materia,  después  que  el 
mismo  juez  nos  declaró  con  tantos  ejemplos  las  leyes  de  su  jui- 
cio, y  el  norte  por  donde  nos  había  de  juzgar,  ^en  qué  seso  cabe 
creer  que  de  otra  manera  pasará  el  negocio  que  lo  predicó  el 
que  lo  ha  de  sentenciar? 

Responde  á  algunas  ohjecciones 
§.  IV. 

W^Á  3  AS  por  ventura  contra  todo  esto  me  dirás:  j  pues  el  ladrón 
[^^^3j  no  se  salvó  con  una  sola  palabra  á  la  hora  de  la  muerte? 


A  esto  responde  Sant  Augustín  en  el  libro  alegado  que  aquella 
confesión  del  buen  ladrón  fué  la  hora  de  su  conversión,  y  de  su 
baptismo,  y  de  su  muerte  juntamente.  Por  donde  así  como  el  que 
muere  acabándose  de  baptizar  (como  á  muchos  otros  ha  acon- 
tescido)  va  derecho  al  cielo,  así  acaesció  á  este  dichoso  ladrón: 
porque  aquella  hora  fué  para  él  hora  de  su  baptismo. 

Respóndese  también  que  así  esta  obra  tan  maravillosa  como 
todos  los  milagros  y  obras  semejantes  estaban  profetizadas  y 
guardadas  para  la  venida  del  Hijo  de  Dios  al  mundo,  y  para  tes- 
timonio de  su  gloria:  y  así  convenía  que  para  la  hora  en  que  aquel 
Señor  padescía,  se  escureciesen  los  cielos,  y  temblase  la  tierra,  y 
se  abriesen  los  sepulcros,  y  resuscitasen  los  muertos:  porque  to- 
das estas  maravillas  estaban  guardadas  para  testimonio  de  la  glo- 
ria de  aquella  persona:  y  en  la  cuenta  déstas  entra  la  salud  de 
aquel  sancto  ladrón.  En  la  cual  obra  no  es  menos  admirable  su 
confesión  que  su  salvación,  pues  confesó  en  la  cruz  el  reino,  y 
predicó  la  fe  cuando  los  Apóstoles  la  perdieronj  y  honró  al  Señor 

OBRAS  D8  GRANADA  \—\% 


274  GUÍA  DE  PECADORES 

cuando  todo  el  mundo  le  blasfemaba.  Pues  como  esta  maravilla 
junto  con  las  otras  pertenescan  á  la  dignidad  de  aquel  Señor  y 
de  aquel  tiempo,  grande  engaño  es  querer  que  generalmente  se 
haga  en  todos  los  tiempos  lo  que  estaba  reservado  para  aquél. 

Cónstanos  también  que  en  todas  las  repúblicas  del  mundo 
hay  cosas  que  ordinariamente  se  hacen,  y  cosas  también  extraor- 
dinarias; y  las  ordinarias  son  comunes  para  todos,  mas  las  extraor- 
dinarias son  para  algunos  particulares.  Lo  mismo  también  pasa  en 
la  república  de  Dios,  que  es  su  Iglesia.  Porque  cosa  regular  y  or- 
dinaria es  aquella  que  dice  el  Apóstol,  que  el  fin  de  los  malos 
será  conforme  á  sus  obras:  dando  á  entender  que  generalmente 
hablando,  á  la  buena  vida  se  sigue  buena  muerte,  y  á  la  mala  vida 
mala  muerte.  Cosa  también  es  ordinaria  que  los  que  hicieren  bue- 
nas obras,  irán  á  la  vida  eterna,  y  los  que  malas  al  fuego  eterno. 
Ésta  es  una  sentencia  que  á  cada  paso  repiten  todas  las  Escriptu- 
ras  divinas.  Esto  cantan  los  Psalmos,  esto  dicen  los  Profetas,  esto 
anuncian  los  Apóstoles,  esto  predican  los  Evangelistas.  Lo  cual 
en  pocas  palabras  resumió  el  Profeta  David  cuando  dijo  (i):  Una 
vez  habló  Dios,  y  dos  cosas  le  oí  decir:  que  Él  tenía  poder  y  mi- 
sericordia, y  que  así  daría  á  cada  uno  según  sus  obras.  Esta  es 
la  suma  de  toda  la  filosofía  cristiana.  Pues  según  esta  cuenta  de- 
cimos que  cosa  es  ordinaria  que  así  el  justo  como  el  malo  reci- 
ban su  merecido  al  fin  de  la  vida  según  sus  obras.  Pero  fuera  des- 
ta  ley  universal  puede  Dios  usar  de  especial  gracia  con  algunos 
para  gloria  suya,  y  dar  muerte  de  justos  á  los  que  tuvieron  vida 
de  pecadores:  como  también  podría  acaescer  que  el  que  hobiese 
vivido  como  justo,  por  algún  secreto  juicio  de  Dios  viniese  á  mo- 
rir como  pecador:  que  es  como  el  que  ha  navegado  próspera- 
mente toda  la  carrera,  y  á  boca  del  puerto  vdniese  á  padecer  tor- 
menta. Por  lo  cual  dijo  Salomón  (2):  ^  Quién  sabe  si  el  espíritu  de 
los  hijos  de  Adam  sube  á  lo  alto,  y  el  espíritu  de  las  bestias  des- 
ciende á  lo  bajo?  Porque  aunque  umversalmente  acaesce  que  las 
ánimas  de  -los  que  viven  como  bestias  desciendan  á  los  infiernos, 
y  las  de  los  que  viven  como  hombres  de  razón  suban  al  cielo; 
mas  todavía  por  algún  especial  juicio  de  Dios  puede  suceder  esto 
de  otra  manera:  pero  la  doctrina  segura  y  general  es:  quien  vi- 
viere bien,  tendrá  buena  muerte.  Pues  por  esta  causa  nadie  debe 


^i)    Psalm.  LXI.      (2)  Eccles.  III. 


LIBRO   I.   CAPITULO   XXV.  2/5 

asegurarse  con  ejemplos  de  gracias  particulares,  pues  éstos  no  ha- 
cen regla  general,  ni  pertenecen  á  todos,  sino  á  pocos,  y  ésos  no 
conoscidos:  por  donde  no  puedes  tú  saber  si  serás  del  número 
dellos. 

Otros  alegan  otra  manera  de  remedio,  diciendo  que  los  Sa- 
cramentos de  la  ley  de  gracia  hacen  al  hombre  de  atrito  contrito, 
y  que  entonces  á  lo  menos  tendrán  esta  manera  de  disposición,  la 
cual  junto  con  la  virtud  de  los  Sacramentos  será  bastante  para 
darles  salud.  La  respuesta  desto  es  que  no  cualquier  dolor  basta 
para  tener  aquella  manera  de  atrición  que  junta  con  el  Sacramen- 
to da  gracia  al  que  lo  recibe.  Porque  cierto  es  que  hay  muchas 
maneras  de  atrición  y  de  dolor,  y  que  no  por  cualquier  atrición 
déstas  se  hace  el  hombre  de  atrito  contrito,  sino  por  sola  aquella 
que  en  particular  sabe  el  dador  de  la  gracia,  y  otro  fuera  del  no 
puede  saber. 

No  ignoraban  esta  teología  los  sanctos  Doctores,  y  con  todo 
esto  hablan  con  tanto  temor  en  esta  manera  de  penitencia,  como 
arriba  declaramos;  y  expresamente  S.  Augustín  en  la  primera  au- 
toridad que  del  alegamos,  habla  del  que  recibe  penitencia,  y  es 
reconciliado  por  los  Sacramentos  de  la  Iglesia:  al  cual,  dice,  da- 
mos penitencia,  mas  no  seguridad. 

Y  si  me  alegares  para  esto  la  penitencia  de  los  ninivátas,  que 
procedía  del  temor  que  tuvieron  de  ser  destruidos  dentro  de  cua- 
renta días,  mira  tú  no  sólo  la  penitencia  tan  áspera  que  hicieron, 
sino  también  la  mudanza  de  su  vida;  y  múdala  tú  de  esa  manera,  y 
no  te  faltará  esa  misma  misericordia.  Pero  veo  que  apenas  has  es- 
capado de  la  enfermedad,  cuando  luego  tornas  á  la  misma  maldad, 
y  revocas  cuanto  tenías  ordenado.  ,jQué  quieres,  pues,  que  juzgue 
desta  penitencia? 

Conclusión  de  todo  lo  dicho. 
§.  V. 


I'ODO  esto  se  ha  dicho,  no  para  cerrar  á  nadie  la  puerta 
de  la  salud  ni  de  la  esperanza  (porque  ésta  ni  los  San- 
ctos la  cierran,  ni  nadie  la  debe  cerrar)  sino  para  desencastillar  á 
los  malos  deste  lugar  de  refugio,  adonde  se  acogen  para  perse- 


2/6  GUÍA  DE   PECADORES 


verar  en  sus  males.  Pues  dime  agora,  hermano,  por  amor  de 
Dios:  si  todas  las  voces  de  los  Doctores,  y  de  los  Sanctos,  y  de 
la  razón,  y  de  la  misma  Escriptura,  tan  peligrosas  nuevas  Le  dan 
desta  penitencia,  ¿  cómo  osas  fiar  tu  salvación  de  tan  grande  pe- 
ligro? ¿En  qué  confías  para  en  aquella  hora?  ¿En  tus  aparejos 
y  mandas  de  testamentos  y  oraciones  ?  Ya  ves  la  priesa  que  se 
dieron  aquellas  vírgines  locas  á  proveerse,  y  las  voces  que  die- 
ron al  Esposo  pidiéndole  la  puerta,  y  cuan  poco  les  valieron: 
porque  no  procedían  de  verdadera  penitencia.  ¿Confías  en  las 
lágrimas  que  allí  derramarás?  Mucho  valen  cierto  las  lágrimas 
en  todo  tiempo,  y  dichoso  el  que  las  derramare  de  corazón:  mas 
acuérdate  cuántas  lágrimas  derramó  aquél  que  por  una  golosina 
vendió  su  mayorazgo,  y  cómo  según  dice  el  Apóstol  (i)  no  ha- 
lló lugar  de  penitencia,  aunque  con  tantas  lágrimas  la  buscó:  por- 
que no  lloraba  por  Dios,  sino  por  el  interese  que  perdía.  ¿  Con- 
fías en  los  buenos  propósitos  que  allí  propondrás?  Mucho  va- 
len también  éstos  cuando  son  verdaderos:  mas  acuérdate  de  los 
propósitos  que  propuso  el  rey  Antioco  (2),  el  cual  estando  en 
este  paso  prometió  á  Dios  tan  grandes  cosas,  que  ponen  admi- 
ración á  quien  las  lee:  y  con  todo  esto  dice  la  Escriptura:  Hacía 
aquel  malvado  oración  á  Dios,  del  cual  no  había  de  alcanzar  mi- 
sericordia. Y  la  causa  era,  porque  todo  aquello  que  proponía, 
no  lo  proponía  con  espíritu  de  amor,  sino  de  puro  temor  servil: 
el  cual  aunque  sea  bueno,  pero  solo  él  no  basta  para  alcanzar 
el  reino  del  cielo.  Porque  temer  las  penas  del  infierno  es  cosa 
que  puede  proceder  del  amor  natural  que  el  hombre  tiene  á  sí 
mismo:  y  amar  el  hombre  á  sí  no  es  cosa  por  la  cual  se  dé  á 
nadie  este  reino.  De  suerte  que  así  como  con  ropa  de  sayal  no 
entraba  nadie  en  el  palacio  del  rey  Asnero  (3),  así  tampoco  entra- 
rá en  el  de  Dios  con  ropa  de  siervo,  que  es  con  solo  este  temor, 
si  no  va  vestido  con  ropa  de  bodas,  que  es  amor. 

Oh  pues,  hermano  mío,  ruégote  agora  pienses  atentamente 
que  sin  dubda  te  has  de  ver  en  esta  hora,  y  no  será  de  aquí  á 
muchos  días,  pues  ya  ves  la  priesa  que  se  dan  los  cielos  á  co- 
rrer. Presto  se  acabará  de  hilar  con  tantas  vueltas  este  copo  de 
lana,  que  es  nuestra  vida  mortal.  Cerca  está  (dice  el  Profeta)  el 
día  de  la  perdición,  y  los  tiempos  se  dan  priesa  por  llegar.  Pues 


(l)  Hebr.  XII.     (2)  II  Machab.  IX,     (3^  Esther.  IV. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXV.  l^*f 


acabado  este  tan  ligero  plazo,  verná  el  cumplimiento  destas  pro- 
fecías: y  allí  verás  cuan  verdadero  profeta  te  he  sido  en  lo  que 
te  he  anunciado.  Allí  te  verás  cercado  de  dolores,  fatigado  con 
cuidados,  agonizado  con  la  presencia  de  la  muerte,  esperando  la 
suerte  que  de  ahí  á  poco  te  ha  de  caber.  ¡Oh  suerte  dubdosa! 
i  Oh  trance  riguroso !  ¡  Oh  pleito  donde  se  espera  sentencia  de 
vida  para  siempre,  ó  muerte  para  siempre!  ¡  Quién  pudiese  en- 
tonces trocar  aquellas  suertes!  ¡Quién  tuviese  mano  en  aquella 
sentencia !  Ahora  la  tienes,  no  la  desprecies.  Ahora  tienes  tiem- 
po para  granjear  al  Juez.  Ahora  puedes  ganarle  la  voluntad. 
Toma,  pues,  el  consejo  del  Profeta  que  dice  (i):  Buscad  al  Se- 
ñor en  el  tiempo  que  se  puede  hallar,  y  llamadlo  cuando  está 
cerca  para  os  oir.  Ahora  está  cerca  para  nos  oir,  aunque  no  lo 
podemos  ver.  Mas  en  la  hora  del  juicio  verse  ha,  pero  no  nos 
oirá,  si  dende  agora  no  lo  tuviéremos  merecido. 


^0     Isai.  LV. 


CONTRA    LOS    QUE    PERSEVERAN    EN    SUS    PECADOS    CON    ESPERANZA 
PE     LA     DIVINA   MISERICORDIA. 


CAPITULO  XXVL 


'  TROS  hay  que  perseverando  en  su  mala  vida  se  ase- 
guran con  la  esperanza  de  la  divina  misericordia  y 
de  la  pasión  de  Cristo,  á  los  cuales  también  será  ra- 
zón que  demos  su  desengaño  como  á  todos  los  demás.  Dices 
que  es  grande  la  misericordia  de  Dios,  pues  por  los  pecadores 
se  puso  en  la  cruz.  Yo  te  confieso  que  es  muy  grande,  pues  te 
consiente  tan  grande  blasfemia  como  es  hacer  tú  su  bondad  fau- 
tora  de  tu  maldad:  y  que  la   cruz  que  El  tomó  por  medio  para 
destruir  el  reino  del  pecado,  tomes  tú  por  medio   para  fortale- 
cerlo: y  donde  le  habías  de  ofrecer  mil  vidas  que  tuvieras  por 
haber  puesto  la  suya  por  ti,  tomes  de  ahí  ocasión  para  negarle 
esa  sola  que  Él  te  dio.  Más  le  dolió  esto  al  Salvador  que  la  mis- 
ma muerte  que  padecía:  pues  no  quejándose  della,  se  quejó  des- 
te  agravio  por  su  Profeta   diciendo  (i):  Sobre  mis  espaldas   fa- 
bricaron los  pecadores,  y  extendieron  su  maldad.  Dime,   ruégo- 
te:  ^quién  te  enseñó  á  hacer  esa  consecuencia,  que  porque  Dios 
es  bueno,  tomes  tú  licencia  para  ser  malo  y  salir  con  ello  ?  A  lo 
menos  el  Espíritu  Sancto  no  enseña  á  argüir  desa   manera,  sino 
désta:  Porque  Dios  es  bueno,  merece  ser  servido,  y  obedecido, 
y  amado  sobre  todas  las  cosas.  Porque  Dios  es  bueno,  es  razón 
que  yo  lo  sea,  y  espere  en  El  que  me   perdonará  por  gran  pe- 
cador  que  haya  sido,  si  de  todo  corazón  me  volviere  á  El.  Por- 
que Dios  es  bueno,  y  tan  bueno,  por  eso  es  mayor  maldad  ofen- 
der á  tal  bondad:  y  así,  cuanto  más  engrandeces  la  bondad  en  que 
confías,  tanto  más  encareces   la   culpa  que  contra  ella  cometes. 
Y  esa  tan  grande  culpa  no  es  justo  que  quede  sin  castigo,  y  ese 
cargo  pertenece  á  la  divina  justicia,  que  es,  no  como  tú  piensas, 


(i;     Psalm.  CXXVIII. 


I.IBRO  I.  CAPÍTULO  XXVT.  27^ 


contraria,  sino  hermana  y  defensora  de  la  divina  bondad:  la  cual 
no  consiente  que  tal  ofensa  quede  sin  debido  castigo. 

No  es  nueva  esta  manera  de  excusa,  sino  muy  vieja  y  muy 
usada  en  el  mundo.  Porque  ésta  era  la  contienda  que  tenían  los 
profetas  verdaderos  con  los  falsos:  ca  los  unos  amenazaban  de 
parte  de  Dios  castigos  de  justicia,  y  los  otros  prometían  de  su 
propria  cabeza  falsa  paz  y  misericordia:  y  después  que  el  azote 
de  Dios  declaraba  la  verdad  de  los  unos  y  la  mentira  de  los 
otros,  decían  los  verdaderos  profetas  (i):  ¿Dónde  están  vuestros 
profetas  que  os  aseguraban  y  decían:  No  vendrá  Nabucodono- 
sor  sobre  nosotros  ? 

Dices  que  es  grande  la  misericordia  de  Dios.  Tú  que  eso 
dices,  créeme  qne  no  te  ha  Dios  abierto  los  ojos  para  que  veas 
la  grandeza  de  su  justicia.  Porque  si  esto  fuera,  tú  dijeras  con  el 
Profeta  (2):  ¿  Quién  hay.  Señor,  que  alcance  á  conoscer  el  poder 
de  vuestra  saña,  y  que  pueda  contar  la  grandeza  de  vuestra  ira? 
Pues  para  que  salgas  de  ese  engaño  tan  peligroso,  ruégote  que 
nos  pongamos  agora  en  razón.  Ni  tú  ni  yo  habemos  visto  la  jus- 
ticia divina  en  sí  misma,  para  que  por  esta  vía  podamos  conos- 
cer su  medida.  Ni  tampoco  podemos  en  este  mundo  conocer  á 
Dios  sino  por  sus  obras.  Pues  entremos  ahora  en  ese  mundo 
espiritual  de  la  sagrada  Escriptura,  y  después  salgamos  á  este 
corporal  en  que  vivimos,  y  notemos  en  el  uno  y  en  el  otro  las 
obras  de  la  divina  justicia,  para  que  por  ellas  la  conozcamos. 

Sernos  ha  esta  jornada  muy  provechosa:  porque  demás  del 
fin  que  pretendemos,  sacaremos  otro  fructo  muy  grande,  que  se- 
rá aviv^ar  y  criar  en  nuestros  corazones  el  temor  de  Dios,  el 
cual  dicen  los  sanctos  que  es  el  tesoro,  la  guarda  y  el  peso  de 
nuestras  ánimas.  Por  donde  así  como  el  navio  que  va  sin  lastre 
y  sin  peso,  no  va  seguro,  porque  cualquier  viento  recio  basta 
para  trastornarlo:  así  tampoco  lo  va  el  ánima  que  camina  sin  el 
peso  deste  temor.  El  temor  la  sostiene,  para  que  los  vientos  de 
los  favores  humanos  y  divinos  no  la  levanten  y  trastumben.  Por 
muy  rica  que  vaya,  si  carece  deste  peso,  va  á  peligro.  Y  por 
tanto  no  sólo  los  principiantes,  sino  también  los  criados  viejos 
en  la  casa  del  Señor  han  de  vivir  con  temor:  y  no  solamente 
los  culpados  que  tienen  por  qué  temer,  sino  también  los  justos 


(i)     Jerem.  XXXVII.     (2)  Psalm.  LXXXIX. 


2^0  GUÍA  PE  PECADORES 


que  no  han  hecho  tanto  por  qué.  Los  unos  teman  porque  ca- 
yeron, y  los  otros  porque  no  caigan:  á  los  unos  los  males  pasa- 
dos, y  á  los  otros  los  peligros  venideros  deben  poner  temor. 

Y  si  quieres  saber  cómo  se  engendrará  en  ti  este  sancto  te- 
mor, dígote  que  después  de  infundido  con  la  gracia,  se  conserva 
y  cresce  con  esta  consideración  de  las  obras  de  la  divina  justicia, 
de  que  agora  comenzamos  á  tratar.  Piénsalas  y  rúmialas  muchas 
veces,  y  poco  á  poco  verás  criado  en  ti  este  sancto  temor. 

De  las  obras  de  la  divina  Justicia  que  se  cuentan  en  la  sagrada 

Escriptura. 


§.  I. 


|iA  primera  obra  de  la  divina  Justicia  (de  que  se  hace  men- 
ción en  la  Escriptura  divina)  fué  la  condenación  de  los 
ángeles.  El  principio  de  los  caminos  de  Dios  fué  aquella  terrible  y 
sangrienta  bestia,  que  es  el  príncipe  de  los  demonios,  como  se  es- 
cribe en  el  libro  de  Job.  Porque  como  todos  los  caminos  de  Dios 
sean  misericordia  y  justicia,  hasta  aquella  primera  culpa  no  se  ha- 
bía descubierto  la  justicia.  Encerrada  estaba  en  el  seno  de  Dios, 
como  espada  en  su  vaina:  á  la  cual  la  enviaba  el  profeta  Ezequiel, 
si  se  cumpliera  su  deseo.  Esta  primera  culpa  hizo  que  se  desvai- 
nase el  espada;  y  mira  tú  aquel  primer  golpe  qué  tal  fué.  Alza  los 
ojos,  y  verás  una  gran  lástima:  verás  una  de  las  más  ricas  joyas 
de  la  casa  de  Dios,  una  de  las  principales  hermosuras  del  cielo, 
una  imagen  en  quien  tan  altamente  resplandecía  la  hermosura 
divina,  caer  del  cielo  como  un  rayo,  por  un  solo  pensamiento  so- 
berbio. De  príncipe  entre  los  ángeles  se  hizo  príncipe  de  los  de- 
monios; de  hermosísimo,  el  más  feo;  de  gloriosísimo,  el  más  ator- 
mentado; de  graciosísimo,  el  mayor  enemigo  de  todos  cuantos 
Dios  tiene  y  tendrá  jamás.  ¡  Qué  cosa  de  tan  grande  admiración 
debe  ser  ésta  para  aquellos  espíritus  celestiales,  los  cuales  tan  bien 
conoscen  de  dónde  y  adonde  cayó  una  tan  excelente  criatura! 
!Con  qué  espanto  dirán  todos  aquellas  palabras  de  Isaías:  (jCómo 
caíste  del  cielo,  lucero  que  salías  á  la  mañana! 

Desciende  luego  más  abajo  al  Paraíso  terrenal,  y  verás  otra 
caída  no  menos  espantosa,  si  no  fuera  reparada.  Porque  si  los 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   XXVI.  281 


ángeles  cayeron,  cada  uno  hizo  su  pecado  actual  por  do  cayese. 
Mas  ^qué  pecado  actual  hace  el  niño  que  nasce,  por  do  nazca  hijo 
de  ira?  No  es  menester  que  haya  actualmente  pecado:  basta  que 
sea  de  linaje  de  un  hombre  que  pecó  (y  pecando  corrompió  la 
común  raíz  de  toda  la  naturaleza  humana  que  en  él  estaba)  para 
que  éste  nazca  con  su  proprio  pecado.  Es  tan  grande  la  gloria  y 
la  majestad  de  Dios,  que  haberle  una  criatura  ofendido  merece 
este  tan  espantoso  castigo.  Porque  si  aquel  gran  privado  del  rey 
Asnero,  (i)  que  se  decía  Aman,  no  se  tenía  por  satisfecho  con  to- 
mar venganza  de  solo  Mardoqueo,  de  quien  se  tenía  por  injuriado, 
sino  parecíale  que  convenía  á  su  grandeza  que  todo  el  linaje  de 
los  judíos  pagase  con  universal  muerte  el  desacato  de  uno,  <iqué 
mucho  es  que  la  gloria  y  grandeza  infinita  de  Dios  pida  este  cas- 
tigo? Cata  aquí,  pues,  el  primer  hombre  desterrado  del  Paraíso 
por  un  bocado:  el  cual  todo  el  universo  mundo  hasta  el  día  de  hoy 
está  ayunando.  Y  al  cabo  de  tantos  siglos  el  hijo  que  nasce  saca 
la  lanzada  del  padre;  y  no  sólo  antes  que  sepa  pecar,  sino  antes 
que  nazca,  nasce  hijo  de  ira:  y  esto  á  cabo  de  tantos  siglos.  En 
tan  largo  espacio  no  está  aun  olvidada  aquella  injuria  por  tantos 
hombres  repartida,  y  con  tantos  azotes  castigada;  antes  todas  cuan- 
tas penas  hasta  hoy  se  han  padescido,  y  todas  cuantas  muertes 
ha  habido,  y  todas  cuantas  ánimas  arden  y  arderán  para  siempre 
en  el  Infierno,  todas  son  centellas  que  originalmente  descienden 
de  aquella  primera  culpa,  y  argumentos  y  testimonios  de  la  divi- 
na Justicia.  Y  todo  esto  pasa  aun  después  de  la  redempción  del 
género  humano  por  la  sangre  de  Cristo;  porque  á  no  estar  ésta 
de  por    medio,  <i qué  diferencia  hobiera  del  hombre  al  demonio, 
pues  tan  poco  remedio  tenía  el  uno  y  el  otro  para  se  salvar?  ¿Pa- 
récete, pues,  que  es  ésta  razonable  muestra  de  la  Justicia  divina? 
Y  como  si  no  bastara  este  yugo  tan  pesado  sobre  los  hijos  de 
Adam,  añadiéronse  de  ahí  adelante  otros  y  otros  nuevos  castigos 
por  otros  nuevos  pecados,  que  (como  dijimos)  se  derivaron  de 
aquel  pecado.  Todo  el  universo  mundo  pereció  con  las  aguas  del 
diluvio  (2).  Sobre  aquellas  cinco  deshonestas  ciudades  llovió  Dios 
fuego  y  piedra  azufre  del  cielo  (3).  A  Datan  y  Abirón  por  una  com- 
petencia que  tuvieron  con  Moisén,  tragó  la  tierra  vivos  (4).  Dos 
hijos  de  Aaróñ,  Nadab  y  Abiú,  porque  dejaron  de  guardar  una 


(i)  Esther.  \\\.      (2)  Genes.  VII.      (3)  Ibid.  IX.     (4)  Num.  XVI. 


2^2  GUÍA  DE  PECADORES 


cerímonia  en  un  sacrificio,  fueron  súbitamente  abrasados  con  el 
fuego  del  Sanctuario  (i),  sin  que  les  valiese  la  dignidad  del  sacer- 
docio, ni  la  sanctidad  del  padre,  ni  la  privanza  que  tenía  con  Dios 
Moisén  su  tío.  Ananías  y  Safira,  en  el  Nuevo  Testamento,  por 
una  mentira  que  dijeron,  al  parecer  liviana,  en  un  punto  los  arre- 
bató la  muerte  juntos  (2). 

Pues  (iqué  diré  de  los  juicios  espantosos  de  Dios?  Salomón,  el 
más  sabio  de  los  hijos  de  los  hombres  y  tan  amado  de  Dios,  que 
le  mandó  El  poner  por  nombre:  El  amado  del  Señor,  vino  por 
sus  altos  juicios  á  dar  en  el  extremo  de  todos  los  males  (3)  que 
fué  arrodillarse  ante  las  estatuas  de  los  ídolos.  ^  Qué  cosa  más  para 
temer?  Y  si  supieses  los  juicios  que  desta  manera  acaescen  cada 
día  en  la  Iglesia,  no  menos  por  ventura  te  espantaría  que  todo 
lo  dicho:  porque  verías  muchas  estrellas  del  cielo  caídas  en  tie- 
rra: verías  muchos  que  asentados  á  la  mesa  de  Dios  comían  pan 
de  ángeles,  venir  á  desear  hinchir  sus  vientres  de  manjares  de  puer- 
cos: verías  muchas  castidades  más  finas  y  más  hermosas  que  el 
marfil  antiguo,  tiznadas  y  convertidas  en  carbones  de  fuego:  de  lo 
cual  todo  fueron  causa  las  culpas  y  pecados  de  los  que  cayeron: 
porque  la  ordenación  y  los  juicios  de  Dios  no  ponen  necesidad  á 
las  obras  de  los  hombres,  ni  les  quitan  su  libre  albedrío. 

Mas  sobre  todo  esto,  ^qué  mayor  muestra  de  justicia  que 
no  contentarse  Dios  con  otra  menor  satisfacción  que  la  muerte 
de  su  unigénito  Hijo  para  haber  de  perdonar  al  mundo?  ¡Qué 
palaVjras  tan  para  sentir  aquellas  que  el  Salvador  dijo  á  las  mu- 
jeres que  le  iban  llorando  (4):  Hijas  de  Hierusalem,  no  lloréis 
sobre  Mí,  sino  sobre  vosotras  y  sobre  vuestros  hijos:  porque 
días  vendrán  en  que  diréis:  Bienaventuradas  las  estériles,  y  los 
vientres  que  no  concibieron,  y  los  pechos  que  no  criaron.  En- 
tonces dirán  á  los  montes:  Caed  sobre  nosotros,  y  á  los  colla- 
dos: Cubridnos.  Porque  si  esto  se  hace  en  el  madero  verde,  en 
el  seco  ^qué  se  hará?  Como  si  más  claramente  dijera:  Si  este 
árbol  de  vida  y  de  inocencia  (en  el  cual  nunca  hubo  gusano,  ni 
carcoma  de  pecado)  así  arde  con  las  llamas  de  la  justicia  divina 
por  los  ajenos  pecados,  ^cómo  arderá  el  árbol  estéril  y  seco,  á 
quien  no  la  caridad,  sino  la  maldad  tiene  tan  cargado  de  los  su- 
yos proprios?  Pues  si  en  ésta  que  fué  obra  de  tanta    misericor- 


(I)     I.evit.  X.      (2)  Act.  IV.     (3)  III  ReR.  III.      (4;  Luc.  XXIII. 


LIBRO   I.   CAPlTCLO  XXVI.  2^^ 


dia,  ves  tan  grande  rigor  de  justicia,  ^qué  será  en  las  otras  obras 
donde  no  resplandesce  tanto  esa  misericordia? 

Mas  si  por  ventura  eres  tan  rudo  que  no  penetras  la  fuerza 
desta  razón,  párate  á  considerar  aquella  eternidad  de  las  penas 
del  infierno,  y  mira  cuan  espantable  sea  aquella  justicia,  que  el 
pecado  que  se  puede  hacer  en  un  punto,  castiga  con  eterno  tor- 
mento. Con  esa  tan  grande  misericordia  que  alabas,  se  compa- 
desce  esta  tan  espantable  justicia  que  ves.  ¡Qué  cosa  tan  espan- 
tosa como  ver  de  la  manera  que  estará  aquel  sumo  Dios  mirando 
dende  el  trono  de  su  gloria  un  ánima  que  habrá  estado  penando 
millones  de  años  en  tan  terribles  tormentos,  y  que  no  por  eso 
se  inclinará  jamás  á  compasión  della,  sino  antes  holgará  que 
pene,  y  que  esta  pena  sea  sin  cabo,  y  sin  término,  y  sin  espe- 
ranza de  remedio!  ¡Oh  alteza  de  la  justicia  divina!  ¡Oh  cosa  de 
grande  admiración!  j  Oh  secreto  y  abismo  de  altísima  profundi- 
dad !  ¿Qué  hombre  hay  tan  fuera  de  juicio,  que  considerando  es- 
to no  se  estremezca  y  admire  de  tan  grande  castigo? 

De  las  obras  de  la    divina   Justicia  que    en  este  mundo  se  ven. 

§.  11. 

I  AS  dejemos  agora  la  Escriptura  sagrada,  y  salgamos  á  es- 
te mundo  visible,  y  en  él  hallaremos  otras  obras  de  gran- 
dísima y  espantosa  justicia.  Dígote  de  verdad  que  los  que  tie- 
nen un  poquito  de  lumbre  y  conoscimiento  de  Dios,  viven  en 
este  mundo  con  tan  gran  temor  y  espanto  destas  obras,  que  ha- 
llando salida  para  todas  las  otras  obras  divinas,  no  la  hallan  pa- 
ra ésta,  sino  en  sola  la  humilde  y  sencilla  confesión  de  la  fe.  ¿A 
quién  no  pone  en  admiración  ver  cuasi  toda  la  haz  de  la  tierra 
cubierta  de  infidelidad,  ver  qué  tan  grande  sementera  tienen  aquí 
los  demonios  para  poblar  los  infiernos,  ver  qué  tan  grande 
parte  del  mundo,  aun  después  de  la  redempción  del  género  hu- 
mano, se  está  como  de  antes  en  las  tinieblas  de  sus  errores? 
¿Qué  es  toda  la  tierra  de  cristianos  comparada  con  la  que  hay 
de  infieles,  y  con  la  que  cada  día  se  va  descubriendo,  sino  un  es- 
trecho rincón?  Y  todo  lo  demás  tiene  tiranizado  el  reino  de  las 
tinieblas:  donde  no  resplandesce  el  Sol  de  justicia;  donde  no  ha 


5^4  GUÍA  DE  PECADORES 


amanescido  la  lumbre  de  la  verdad:  donde  como  en  los  montes 
de  Gelboé  no  cae  agua  ni  rocío  del  cielo  (i):  donde  cada  día 
dende  el  principio  del  mundo  se  llevan  los  demonios  tantas  pre- 
sas de  ánimas  á  los  fuegos  eternos:  pues  está  claro  que  así  como 
fuera  del  arca  de  Noé  no  escapó  ninguno  en  tiempo  del  diluvio, 
ni  fuera  de  la  casa  de  Raab  se  guáreselo  ninguno  de  los  mora- 
dores de  Hiericó  (2),  así  ninguno  se  salva  fuera  de  la  casa  de 
Dios,  que  es  su  Iglesia. 

Pues  ese  pedazo  que  hay  de  cristiandad,  mira  de  la  manera 
que  está  en  nuestros  tiempos,  y  hallarás  por  cierto  que  en  todo 
este  cuerpo  místico,  dende  la  planta  del  pie  hasta  la  cabeza,  ape- 
nas hay  cosa  del  todo  sana.  Saca    afuera  algunas  ciudades  prin- 
cipales (donde  hay  algún  rastro  de  doctrina)  y  discurre  por  todo 
esotro  carnaje  de  villas  y  lugares  (donde  no  hay  memoria  della) 
y  hallarás  muchos  pueblos  de  quien  se  puede  verificar  aquello 
que  dijo  Dios  en  un  tiempo  por  Hierusalem  (3):  Rodead  todas 
las  calles  y  barrios  de  Hierusalem,  y  buscad  un  hombre  que  sea 
verdaderamente  justo,  y  yo  usaré  de  misericordia  con  él.  Corre, 
no  ya  por  todos  los  mesones  y  plazas,  que  éstos  son  lugares  de- 
dicados á  mentiras  y  trampas,  sino  por  todas  las  casas  de  veci- 
nos, y  (como  dice  Hieremías)  pon  la  oreja  á  escuchar  lo  que  ha- 
blan, y  hallarás  que  apenas  se  oye  palabra  que  buena  sea,  sino 
que  aquí  oirás  murmuraciones,  allí  torpezas,  aquí  juramentos,  allí 
blasfemias,  y  rencillas,  y  cobdicias,  y  amenazas,  y  finalmente  en 
toda  parte  el  corazón  y  lengua  tratan  de  la  tierra  y   de  sus  ga- 
nancias, y  en  muy  pocas  de  Dios  y  de  sus  cosas,  sino   es  para 
jurar  y  perjurar  su  nombre,  que  es  aquella  memoria  de  que  se 
queja  Él  mismo  por  su  Profeta   diciendo:    Acuérdanse    de   Mí, 
mas  no  como  debrían,  jurando  por  mi  nombre  mentiras.  De  ma- 
nera que  á  lo  menos  por  las  insignias  que  se  ven  de  fuera,  ape- 
nas podrás  juzgar  si  aquel  pueblo  es  de  cristianos   ó  de  gentiles, 
si  no  es  por  ventura  por  las  torres  de  las  campanas  que  asoman 
de  lejos,  ó  por  los  juramentos  ó  perjurios  que  se   oyen  de  cer- 
ca: y  por  todo  lo  demás  apenas  lo  conocerás.  Pues  ¿cómo  pue- 
den entrar  éstos  en  la  cuenta  de  aquéllos  de  quien  dice  Isaías: 
Todos  cuantos  los  vieren,  luego  los  conoscerán,  porque  éstas  son 
las  plantas  á  quien  bendijo  el  Señor?  Pues  si  tal  ha  de  ser  la  vi- 


(1)     II.  Reg.  I.     (2)  Josué,  Vr.     (3)  Jerem.  V, 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XXVI.  28  = 


da  del  cristiano,  que  todos  cuantos  le  vieren  le  juzguen  por  hi- 
jo de  Dios,  ^en  qué  cuenta  pondremos  á  éstos,  que  más  parecen 
burladores  y  despreciadores  de  Cristo  que  cristianos? 

Pues  si  tantos  son  los  pecados  y  males  del  mundo,  ^cómo 
no  ves  aquí  claro  los  indicios  y  efectos  de  la  justicia  del  cielo? 
Porque  no  se  puede  negar  que  así  como  uno  de  los  mayores  be- 
neficios de  Dios  es  preservar  al  hombre  de  pecados,  así  uno  de 
los  mayores  castigos  y  señales  de  ira  es  dejarlo  caer  en  ellos.  Y 
así  leemos  en  el  libro  de  los  Reyes  (i)  que  el  furor  de  Dios  se 
airó  contra  Israel:  por  donde  permitió  á  David  caer  en  aquel  pe- 
cado de  soberbia,  cuando  mandó  contar  el  pueblo.  Y  así  tam- 
bién leemos  en  el  Eclesiástico  que  á  los  varones  misericordiosos 
apartará  Dios  de  todo  mal,  y  no  permitirá  que  se  vean  envuel- 
tos en  pecados.  Porque  así  como  una  parte  del  premio  de  la  vir- 
tud es  acrescentamiento  desa  misma  virtud,  así  muchas  veces  el 
castigo  del  pecado  es  permitir  Dios  otros  pecados.  Y  así  vemos 
que  el  mayor  castigo  que  se  dio  por  el  mayor  de  los  pecados 
del  mundo  (que  fué  la  muerte  del  Hijo  de  Dios)  fué  aquel  que 
denuncia  el  Profeta  contra  los  obradores  desta  maldad,  dicien- 
do (2):  Añade,  Señor,  maldad  á  las  maldades  dellos,  y  no  entren 
en  tu  justicia:  que  es  en  la  obediencia  y  guarda  de  tus  manda- 
mientos. ¿Y  qué  se  sigue  de  ahí?  Luego  lo  declara  el  mismo 
Profeta  diciendo:  Sean  borrados  del  libro  de  la  vida,  y  no  sean 
escriptos  con  los  justos. 

Pues  si  tan  grande  castigo  y  tan  grande  muestra  de  ira  es  cas- 
tigar Dios  pecados  con  pecados,  ¿cómo  entre  tanta  muchedum- 
bre de  pecados  como  hierven  en  el  mundo,  no  ves  las  señales  de 
la  justicia  divina?  A  do  quiera  que  volvieres  los  ojos  (como  el 
que  está  engolfado  en  la  mar,  que  no  ve  sino  cielo  y  agua)  ape- 
nas verás  otra  cosa  que  pecados,  Y  viendo  pecados  ^ino  ves  jus- 
ticia? En  medio  de  la  mar  ¿no  ves  agua?  Y  si  todo  este  mundo 
es  un  mar  de  pecados,  ¿qué  será  sino  un  mar  de  justicia?  No  he 
menester  yo  descendir  al  infierno  para  ver  cómo  resplandesce  allí 
la  justicia  divina:  bástame  estar  en  este  mundo  para  verla. 

Y  si  á  todo  lo  que  está  fuera  de  ti,  estás  ciego,  mira  siquiera 
á  ti  mismo:  que  si  estás  en  pecado,  estás  debajo  de  la  lanza  desta 
justicia,  y  mientra  más  seguro  y  más  confiado,  más  caído  debajo 


(I)    II,  Reg.  XXIV,     (2)  Psalm,  LXVIII, 


286  GUÍA  DE  PECADORES 


della.  Así  estuvo  un  tiempo  Sant  Augustín,  como  él  mismo  lo 
confiesa  diciendo:  Estaba  yo  ahogado  en  el  golfo  de  los  pecados 
y  había  prevalescido  contra  mí  tu  ira,  y  3^0  no  la  conoscía.  Ha- 
bíame hecho  sordo  con  el  ruido  de  las  cadenas  de  mi  mortalidad: 
y  esta  ignorancia  de  tu  ira  y  de  mi  culpa  era  pena  de  mi  sober- 
bia. Pues  si  Dios  te  ha  castigado  desta  manera,  permitiéndote  es- 
tar tanto  tiempo  ahogado  y  ciego  en  tus  maldades,  ¿cómo  cuen- 
tas de  la  feria  tan  al  revés  de  como  te  va  en  ella?  El  favorescido 
cuente  de  las  misericordias  de  Dios;  mas  el  justiciado  de  sus  jus- 
ticias. Con  la  misericordia  de  Dios  se  compadesce  dejarte  tanto 
tiempo  en  pecado,  ¿y  no  se  compadescerá  enviarte  al  infierno? 
¡  Oh,  si  supieses  cuan  poco  camino  hay  de  la  culpa  á  la  pena,  y 
de  la  gracia  á  la  gloria!  Puesto  un  hombre  en  gracia,  ¿qué  mucho 
es  darle  la  gloria?  y  caído  en  una  culpa,  ¿qué  mucho  es  darle  la 
pena?  La  gracia  es  principio  y  merescimiento  de  la  gloria,  y  el 
pecado  es  infierno  merescido  y  comenzado. 

Demás  desto,  ¿qué  cosa  puede  ser  más  espantable  que  siendo 
las  penas  del  infierno  tan  horribles  como  arriba  dijimos,  consienta 
Dios  que  sea  tan  grande  el  número  de  los  que  se  condenan,  y 
tan  pequeño  el  de  los  que  se  salvan?  Qué  tan  pequeño  sea  este 
número  (porque  no  pienses  que  esto  es  adevinar)  dícelo  Aquél 
que  cuenta  las  estrellas  del  cielo,  y  á  cada  una  llama  por  su  nom- 
bre. ¿A  quién  no  espantan  aquellas  palabras  tan  bien  sabidas,  y 
tan  mal  sentidas,  que  el  Señor  respondió  á  los  discípulos  cuando 
le  preguntaban  si  eran  pocos  los  que  se  salvaban,  diciendo  (3):  En- 
trad por  estrecha  puerta,  porque  ancha  es  la  puerta  y  muy  se- 
guido el  camino  que  va  á  la  perdición,  y  muchos  son  los  que  van 
por  él?  ¡Cuan  estrecha  es  la  puerta,  y  cuan  angosto  el  camino 
que  va  á  la  vida,  y  pocos  son  los  que  atinan  con  él !  ¡  Quién  sin- 
tiera lo  que  el  Salvador  sentía,  cuando  no  simplemente,  sino  con 
aquella  exclamación  y  encarescimiento  dijo:  ¡Cuan  estrecha  es  la 
puerta,  y  cuan  angosto  el  camino!  Todo  el  mundo  peresció  con 
las  aguas  del  diluvio;  y  solas  ocho  ánimas  se  escaparon  en  el  arca 
de  Noé:  lo  cual,  como  dice  S.  Pedro  en  su  Canónica  (2),  es  figura 
de  cuan  poquitos  son  los  que  se  salvan  en  comparación  de  los 
que  se  condenan. 

Seiscientos  mil  hombres  sacó  Dios  de  Egipto  para  llevar  á  la 


(I)    Matth.  VII;  Luc.  XIII.     (2)    II  Petr,  II. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   XXVI  287 


tierra  de  promisión,  sin  mujeres  y  niños  que  no  se  cuentan,  y 
para  esto  fueron  ayudados  con  mil  favores  del  cielo:  y  con  todo 
esto  la  tierra  que  les  había  Dios  ofrescido  por  su  gracia,  perdie- 
ron ellos  por  su  culpa:  pues  de  tanto  número  de  hombres  solos 
dos  entraron  en  ella.  Donde  todos  los  Doctores  comúnmente  di- 
cen ser  esto  figura  de  los  muchos  que  se  condenan  y  de  los  po- 
cos que  se  sah/an:  que  es,  de  ser  muchos  los  llamados  y  pocos 
los  escogidos.  Por  donde  no  sin  causa  se  llaman  los  justos  mu- 
chas veces  en  la  Escriptura  divina  piedras  preciosas:  para  dar  á 
entender  que  son  tan  raros  en  el  mundo  como  ellas,  y  que  la 
ventaja  que  hace  el  número  de  las  otras  piedras  toscas  á  éstas,  ésa 
hace  el  número  de  los  malos  al  de  los  buenos:  como  lo  testificó 
S¿ilomón  cuando  dijo  que  era  infinito  el  número  de  los  locos.  Pues 
dime  agora:  si  tan  pocos  y  tan  contados  son  los  escogidos,  como 
te  dice  la  figura  y  la  verdad  (pues  ves  cuántos  fueron  por  justo 
juicio  de  Dios  privados  de  aquello  para  que  fueron  llamados)  ¿có- 
mo no  temerás  tú  en  este  tan  común  peligro  y  diluvio  universal? 
Si  fueran  las  partes  iguales,  aun  había  grandísima  razón  para  te- 
mer. Mas  ¿qué  digo  partes  iguales?  Dígote  de  verdad  que  es  tan 
grande  mal,  infierno  para  siempre,  que  aunque  no  hubiera  de  ser 
más  que  un  hombre  solo  en  todo  el  Hnaje  humano  el  que  hubie- 
se de  ir  á  él,  solo  éste  había  de  hacer  temblar  á  todos  los  otros. 
Cuando  el  Salvador  cenando  con  sus  discípulos  dijo  (i)  que  uno 
de  ellos  le  había  de  vender,  todos  comenzaron  á  temer,  aunque  su 
consciencia  los  aseguraba:  porque  cuando  el  mal  es  grande,  aun- 
que sea  de  pocos,  cada  uno  teme  por  la  parte  que  le  puede  ca- 
ber. Si  estuviese  un  grande  ejército  de  hombres  en  un  campo,  y 
supiesen  todos  por  revelación  de  Dios  que  había  de  caer  un  rayo 
y  matar  á  uno,  sin  saber  á  quién,  no  hay  dubda  sino  que  cada  uno 
temería  su  proprio  peligro.  Pues  ¿qué  sería  si  la  mitad  dellos,  ó 
la  mayor  parte  hubiese  de  peligrar?  ¿Cuánto  mayor  sería  este 
temor?  Pues  dime,  hombre  sabio  para  todas  las  cosas  del  mundo, 
y  del  todo  bruto  para  tu  salvación:  revélate  aquí  Dios  que  han  de 
ser  tantos  los  que  aquel  rayo  de  la  divina  justicia  ha  de  herir,  y 
tan  pocos  los  que  han  de  escapar,  y  no  sabes  tú  á  cuál  parte  déstas 
pertenesces,  ¿y  con  todo  eso  no  temes?  ¿Es  por  ventura  menos 
mal  el  infierno  que  el  rayo?  ¿Hate  Dios  á  ti  asegurado?  ¿Tienes 


(1)     Joan.  XIIL 


288  GUÍA   DE  PECADORES 


cédula  de  tu  salvación?  Hasta  agora  ninguna  cosa  te  asegura,  y 
tus  obras  te  condenan,  y  según  la  presente  justicia  (si  no  vuelves 
la  hoja)  estás  reprobado:  ;y  con  todo  esto  no  temes? 

Dices  que  te  esfuerza  la  misericordia  divina.  Esa  no  deshace 
lo  dicho:  antes  si  con  ella  se  compadesce  tanto  número  de  perdi- 
dos, ¿no  se  compadescerá  que  seas  tú  también  uno  dellós,  si  vivie- 
res como  ellos?  ¿Xo  ves,  miserable  de  ti,  que  te  engaña  el  amor 
proprio,  pues  te  hace  presumir  de  ti  otra  cosa  que  de  todo  el  mun- 
do? Porque  (¡qué  privilegio  tienes  tú  más  que  todos  los  hijos  de 
Adam,  para  que  no  \^ayas  tú  donde  van  aquéllos  cuyas  obras 
imitas  ? 

Y  si  por  sus  obras  habernos  de  conoscer  á  Dios  (como  arri- 
ba se  dijo)  una  cosa  te  sé  decir,  que  aunque  sean  muchas  las 
comparaciones  que  se  pueden  hacer  de  la  misericordia  á  la  jus- 
ticia (donde  siempre  son  aventajadas  las  obras  de  la  misericor- 
dia) pero  en  cabo  venimos  á  hallar  que  en  el  linaje  de  Adam 
(de  quien  tú  desciendes)  más  son  los  vasos  de  ira,  que  los  de 
misericordia:  pues  son  tantos  los  que  se  condenan  y  tan  pocos 
ios  que  se  salvan.  Lo  cual  no  es  porque  falte  á  nadie  el  favor  y 
ayuda  de  Dios:  el  cual  como  dice  el  Apóstol  (i),  quiere  que  to- 
dos se  salven  y  vengan  al  conoscimiento  de  la  verdad,  sino 
por  falta  de  los  malos,  que  no  se  quieren  aprovechar  de  los  fa- 
vores de  Dios. 

He  dicho  todo  esto  para  que  entiendas  que  si  con  esta  tan 
grande  misericordia  de  Dios  que  tú  alegas,  se  compadesce  que 
haya  en  el  mundo  tantos  infieles,  y  en  la  Iglesia  tantos  malos 
cristianos:  y  que  si  de  los  infieles  se  pierden  todos,  y  de  los  cris- 
tianos tantos,  también  se  compadescerá  que  te  pierdas  tú  tam- 
bién con  ellos,  si  fueres  tal  como  ellos  ¿Por  ventura  riéronse  á 
ti  los  cielos  cuando  nascías,  ó  mudáronse  entonces  los  derechos 
de  Dios  y  las  leyes  de  su  Evangelio,  porque  para  ti  haya  de  ser 
un  mundo,  y  para  los  otros  otro?  Pues  si  con  esta  tan  gran  mi- 
sericordia se  compadesce  que  el  infierno  haya  dilatado  su  seno, 
y  que  desciendan  cada  día  millares  de  ánimas  á  él,  ¿no  se  com- 
padescerá que  descienda  también  la  tuya,  si  vivieres  esa  misma 
vida?  Y  porque  no  digas  que  entonces  era  Dios  riguroso  y  ago- 
ra manso,  mira  que  con  esa  mansedumbre  se  compadesce  ago- 

(1)     I  Tira.  II. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   XXVL  289 

ra  todo  esto  que  has  oído,  para  que  no  dejes  tú  también  de  te- 
ner tu  castigo,  aunque  seas  cristiano,  si  eres  malo. 

¿  Perderá  por  ventura  Dios  su  gloria,  si  tú  solo  dejares  de 
entrar  en  ella?  ¿Tienes  tú  algunas  grandes  habilidades  de  que 
Dios  tenga  particular  necesidad,  porque  te  haya  de  sufrir  con 
todas  tus  tachas  buenas  y  malas?  ¿  Ó  tienes  algún  especial  pri- 
vilegio más  que  los  otros,  porque  no  te  hayas  de  perder  con 
ellos,  si  fueras  malo  como  ellos?  Pues  á  los  hijos  de  David,  que 
fueron  privilegiados  por  los  méritos  de  su  padre,  no  dejó  Dios 
de  dar  su  merescido  cuando  fueron  malos:  y  así  muchos  dellos 
acabaron  desastradamente:  ^y  estás  tú  vanamente  confiado,  cre- 
yendo que  con  todo  eso  estás  seguro?  Yerras,  hermano  mío,  ye- 
rras, si  crees  que  eso  sea  esperar  en  Dios.  No  es  ésa  esperanza, 
sino  presumpción:  porque  esperanza  es  confiar  que  arrepintién- 
dote  y  apartándote  del  pecado  te  perdonará  Dios,  por  malo 
que  hayas  sido :  mas  presumpción  es  creer  que  perseverando 
siempre  en  mala  vida,  todavía  tienes  tu  salvación  segura.  Y  no 
pienses  que  es  éste  cualquier  pecado:  porque  él  es  uno  de  los 
pecados  que  se  cuentan  contra  el  Espíritu  Sancto  (porque  esto 
es  injuriar  y  usar  mal  de  la  bondad  de  Dios,  que  especialmente 
se  atribuye  al  Espíritu  Sancto)  de  los  cuales  pecados  dice  el 
Salvador  (i)  que  no  se  perdonan  en  este  siglo  ni  en  el  otro: 
dando  á  entender  que  son  dificultosísimos  de  perdonar:  porque 
cuanto  es  de  su  parte  cierran  la  puerta  de  la  gracia,  y  ofenden 
al  mismo  médico  que  nos  ha  de  dar  la  vida. 


Conclusión  de  todo  lo  dicho. 

§.  m. 

|fe^  ONCLUYA^IOS,  pues,  Csta  materia  con  aquel  desengaño 
^^Jj  que  el  Espíritu  Sancto  nos  da  por  el  Eclesiástico  dicien- 
do (2):  Del  pecado  perdonado  no  dejes  de  tener  temor,  y  no  di- 
gas: misericordioso  es  el  Señor,  no  se  acordará  de  la  muche- 
dumbre de  mis  pecados.  Porque  su  misericordia  y  su  ira  están 
muy  cerca,  y  su  ira  tiene  los  ojos  puestos  sobre  los  pecadores. 

(i)     Maith.  XII.     (2)  EccU.  V. 

OBRAS  DE  GRANADA  I"-»3 


290  GUÍA  DE  PECADORES 


Dime,  ruégote:  si  de  los  pecados  ya  perdonados  nos  mandan 
tener  temor,  ^cómo  tú  no  temes  añadiendo  cada  día  pecados  á 
pecados?  Y  nota  bien  aquella  palabra  que  dice  que  la  ira  divi- 
na mira  á  los  pecadores:  porque  de  ésa  pende  el  entendimiento 
desta  materia.  Para  lo  cual  has  de  saber  que  aunque  la  miseri- 
cordia de  Dios  se  extiende  á  justos  y  pecadores,  y  á  todos  al- 
canza su  parte,  conservando  á  los  unos,  y  llamando  y  esperan- 
do á  los  otros:  pero  con  todo  eso,  aquellos  grandes  favores  que 
promete  Dios  en  sus  Escripturas,  señaladamente  pertenescen  á 
los  justos,  los  cuales  así  como  guardan  fielmente  las  leyes  de 
Dios,  así  les  guarda  Él  fielmente  su  palabra,  y  les  es  verdadero 
padre,  como  ellos  le  son  obedientes  hijos.  Y  por  el  contrario, 
cuanto  lees  de  amenazas,  y  maldiciones,  y  rigores  de  justicia, 
todo  eso  habla  contigo  y  con  los  tales  como  tú.  Pues  ,jqué  ce- 
guedad es  la  tu)^a,  que  no  tengas  miedo  de  las  amenazas  que 
hablan  contigo,  y  tomes  grande  contentanúento  con  las  pala- 
bras  que  no  dicen  á  ti?  Toma  la  parte  que  te  cabe,  y  deja  al 
justo  su  hacienda.  Para  ti  es  la  ira:  teme.  Para  el  justo  el  amor 
y  la  bienquerencia:  alégrese.  ^Ouiéreslo  ver?  Mira  qué  dice 
David  (i):  Los  ojos  del  Señor  están  sobre  los  justos,  y  sus  oídos 
sobre  las  oraciones  dellos.  Mas  su  rostro  airado  está  sobre  los 
malos  para  destruir  de  la  tierra  la  memoria  dellos.  Y  en  el  libro 
de  Esdras  hallarás  escriptas  estas  palabras  (2):  La  mano  del  Se- 
ñor (que  es  su  providencia  paternal)  está  puesta  sobre  aquellos 
que  de  verdad  lo  buscan:  mas  su  imperio,  y  su  fi^rtaleza,  y  su 
furor,  contra  todos  los  que  lo  desamparan. 

Pues  si  esto  es  así,  tú  miserable,  que  perseveras  en  pecado, 
j cómo  andas  engañado?  ^cómo  cruzas  los  brazos?  ^cómo  true- 
cas las  cartas?  No  dice  á  ti  ese  sobrescripto.  No  habla  contigo 
en  ese  estado  de  ira  y  de  enemistad  la  dulzura  del  amor  y 
de  la  bienquerencia  divina.  Esa  parte  es  de  Jacob,  no  pertene- 
ce á  Esaú.  Esa  suerte  es  de  los  buenos:  tú  que  eres  malo,  (jqué 
tienes  que  ver  con  ella  ?  Deja  de  serlo,  y  será  tuya.  Deja  de 
serlo,  y  hablará  contigo  la  benevolencia  y  la  providencia  pater- 
nal de  Dios.  Entretanto  tirano  eres,  y  usurpador  de  lo  ajeno,  y 
en  lo  vedado  quieres  entrar.  Espera  en  el  Señor,  dice  David  (3), 
y  haz  buenas  obras.  Y  en  otro  lugar  (4):  Sacrificad  (dice  él)  sa- 


/í)    Psalm.  XXXIII.    (2)  I  Esdr.  VIII.    (3)  Psalm.  XXXVI.    (4)  Psalm.  IV. 


LIBRO  I.   a\PÍTULO   XXVI.  291 

crificio  de  justicia,  y  esperad  en  el  Señor.  Ésta  es  buena  manera 
de  esperar:  y  no,  haciéndote  truhán  de  la  divána  misericordia, 
perseverar  en  pecado  y  pensar  de  ir  á  paraíso.  El  buen  esperar 
es,  apartándote  de  las  malas  obras  y  llamando  á  Dios:  mas  si  obs- 
tinadamente perseveras  en  ellas,  no  es  esperar  sino  presumir: 
no  es  esperar,  y  esperando  merecer  misericordia,  sino  ofendien- 
do á  la  misericordia  hacerse  indigno  della.  Porque  así  como  la 
Iglesia  no  vale  al  que  confiando  en  ella,  sale  della  á  hacer  mal, 
así  es  justo  que  no  valga  la  misericordia  de  Dios  al  que  se  fa- 
vorece della  para  el  mal. 

Esto  habían  de  considerar  los  dispensadores  de  la  palabra  de 
Dios:  los  cuales  muchas  veces  no  mirando  con  quién  hablan 
dan  ocasión  á  los  malos  para  perseverar  en  sus  males.  Debrían 
mirar  que  así  como  á  los  cuerpos  enfermos  el  que  más  los  da 
de  comer,  más  los  daña:  así  á  las  ánimas  obstinadas  en  pecados, 
el  que  más  las  sustenta  con  esta  manera  de  confianza,  más  mo- 
tivo les  da  para  continuar  su  mala  vida. 

Finalmente  acabo  esta  materia  con  aquella  prudente  senten- 
cia de  S.  Augustín,  el  cual  dice  que  esperando  y  desesperando 
van  los  hombres  al  infierno:  esperando  mal  en  la  vida,  y  desespe- 
rando peor  en  la  muerte.  Asi  que,  hermano  mío,  déjate  de  esas 
presumptuosas  confianzas,  y  acuérdate  que  hay  en  Dios  miseri- 
cordia y  justicia:  por  donde  así  como  pones  los  ojos  en  la  mi- 
sericordia para  esperar,  así  también  los  debes  poner  en  la  jus- 
ticia para  temer.  Porque  (como  dice  muy  bien  S.  Bernardo)  dos 
pies  tiene  Dios,  uno  de  misericordia  otro  de  justicia:  y  nadie 
debe  abrazar  el  uno  sin  el  otro,  porque  la  justicia  sola  sin  mise- 
ricordia no  nos  haga  temer  tanto  que  desesperemos:  ni  la  mise» 
ricordia  sola  sin  la  justicia  nos  haga  presumir  y  esperar  tanto 
que  perseveremos  en  el  mal  vivir. 


CONTRA   LOS    QUE   SE    EXCUSAN  DICIENDO    QUE    ES    ÁSPERO  Y  DIFICULTOSO 

EL  CAMINO  DE  LA   VIRTUD, 


CAPITULO  XXVII. 


'  TRA  excusa  suelen  alegar  en  su  favor  los  hombres  del 
mundo  para  desamparar  la  virtud,  diciendo  que  es 
áspera  y  dificultosa:  aunque  esta  aspereza  bien  co- 
nocen que  no  nasce  della  (pues  como  amiga  de  la  razón  es  muy 
conforme  á  la  naturaleza  de  la  criatura  racional)  sino  de  la  mala 
inclinación  de  nuestra  carne  y  apetito:  la  cual  nos  vino  por  el  pe- 
cado. Por  lo-  cual  dijo  el  Apóstol  (i)  que  la  carne  cobdiciaba  con- 
tra el  espíritu,  y  el  espíritu  contra  la  carne,  y  que  estas  dos  cosas 
eran  entre  sí  contrarias.  Y  en  otro  lugar:  Huélgome,  dice  él  (2), 
con  la  ley  de  Dios  según  el  hombre  interior;  mas  siento  otra  ley 
en  mis  miembros  que  contradice  á  la  de  mi  ánima  y  me  captiva 
y  subjecta  al  pecado.  En  las  cuales  palabras  da  á  entender  él  que 
la  virtud  y  la  ley  de  Dios  es  conforme  y  agradable  á  la  porción 
superior  de  nuestra  ánima,  que  es  toda  espiritual  (donde  está  el 
entendimiento  y  la  voluntad)  mas  la  guarda  della  se  impide  por 
la  ley  de  los  miembros,  que  es  por  la  mala  inclinación  y  corrup- 
ción de  nuestro  apetito  con  todas  sus  pasiones:  el  cual  rebeló  con- 
tra la  porción  superior  desta  ánima,  cuando  ella  rebeló  contra 
Dios:  la  cual  rebelión  es  causa  de  toda  esta  dificultad.  Pues  por 
esta  razón  son  tantos  los  que  dan  de  mano  á  la  virtud,  aunque  la 
estimen  en  mucho:  como  hacen  algunas  veces  los  enfermos,  que 
aunque  desean  la  salud,  aborrecen  la  medicina,  porque  la  tienen 
por  desabrida.  Por  do  parece  que  si  sacásemos  á  los  hombres 
deste  engaño,  habríamos  hecho  una  gran  jornada:  pues  esto  es 
lo  que  principalmente  los  aparta  de  la  virtud:  porque  por  lo  de- 
más no  hay  en  ella  cosa  que  no  sea  de  grandísimo  precio  y  dig- 
nidad. 


(i;    Galat.  V,    (a)  Rom.  VIL 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVIL  293 


De  cómo  la  gracia  qne  se  nos  da  por  Cristo  Jw ce  fácil  el  camino 

de  ¡a  virtud. 


§.  I- 


I  AS  pues  agora  de  saber  que  la  causa  principal  deste  en- 
gaño es  poner  los  hombres  los  ojos  en  sola  esta  dificul- 
tad que  hay  en  la  virtud,  y  no  en  las  ayudas  que  de  parte  de 
Dios  se  nos  ofrecen  para  alcanzarla;  que  es  aquella  manera  de  en- 
gaño que  padescía  el  discípulo  del  profeta  Eliseo  (i)  según  arri- 
ba declaramos,  el  cual  como  veía  el  ejército  de  Siria  que  tenía 
cercada  la  casa  de  su  señor,  y  no  veía  el  que  de  parte  de  Dios 
estaba  en  su  defensa,  desmayaba  y  teníase  por  perdido,  hasta  que 
por  oración  del  sancto  profeta  le  abrió  Dios  los  ojos,  y  vio  cuánto 
mayor  poder  había  de  su  parte  que  de  la  de  los  contrarios.  Pues 
tal  es  el  engaño  déstos  que  hablamos:  porque  como  ellos  expe- 
rimentan en  sí  la  dificultad  de  la  virtud,  y  no  han  experimentado 
los  favores  y  socorros  que  se  dan  para  alcanzarla,  tienen  por  difi- 
cultosísima esta  empresa,  y  así  se  despiden  della. 

Pues  dime  agora,  ruegote:  si  el  camino  de  la  virtud  es  tan  di- 
ficultoso, ^qué  quiso  significar  el  Profeta  cuando  dijo  (2):  En  el 
camino  de  tus  mandamientos.  Señor,  me  deleité  así  como  en  to- 
das las  riquezas  del  mundo?  Y  en  otro  lugar:  Tus  mandamientos, 
Señor,  son  más  dignos  de  ser  deseados  que  el  oro  y  las  piedras 
preciosas,  y  más  dulces  que  el  panal  y  la  miel.  De  manera,  que 
no  sólo  concede  lo  que  todos  concedemos  á  la  virtud,  que  es  su 
maravillosa  excelencia  y  preciosidad,  sino  también  lo  que  el  mun- 
do le  quita,  que  es  dulzura  y  suavidad.  Por  donde  puedes  tener 
por  cierto  que  los  que  hacen  esta  carga  pesada  (aunque  sean 
cristianos,  y  vivan  en  la  le}^  de  gracia)  no  han  aun  desayunádose 
deste  misterio.  Pobre  de  ti,  tú  que  dices  que  eres  cristiano,  dime: 
¿para  qué  vino  Cristo  al  mundo?  ¿para  qué  derramó  su  sangre? 
¿para  qué  instituyó  los  sacramentos?  ¿para  qué  envió  el  Espíritu 
Sancto?  ¿Qué  quiere  decir  Evangelio?  ¿qué  quiere  decir  gracia? 
¿qué  Jesús?  ¿Qué  significa  ese  nombre  tan  celebrado  de  ese  mis- 


il)    IV  Reg.  VI.     (a)  Psalm.  CXVIll. 


294  GUÍA  DE  PECADORES 


mo  Señor  que  adoras?  Y  sí  no  lo  sabes,  pregúntalo  al  Evange- 
lista, que  dice  (i):  Ponerle  has  por  nombre  Jesús,  porque  Él  hará 
salvo  á  su  pueblo  de  sus  pecados.  Pues  ^  qué  es  ser  Salvador  y 
librador  de  pecados,  sino  merecernos  el  perdón  de  los  pecados 
pasados,  y  alcanzarnos  gracia  para  excusar  los  venideros?  ^Para 
qué,  pues,  vino  este  Salvador  al  mundo,  sino  para  ayudarte  á 
salvar?  ^Para  qué  murió  en  la  cruz,  sino  para  matar  al  pecado? 
^Para  qué  resuscitó  después  de  muerto,  sino  para  hacerte  resus- 
citar  en  esta  nueva  manera  de  vida?  ^iPara  qué  derramó  su  san- 
gre, sino  para  hacer  della  una  medicina  con  que  sanase  tus  lla- 
gas? ^Para  que  ordenó  los  Sacramentos,  sino  para  remedio  y 
socorro  de  los  pecados?  ^-Cuál  es  uno  de  los  más  principales  fruc- 
tos  de  su  pasión  y  de  su  venida,  sino  habernos  allanado  el  camino 
del  cielo,  que  antes  era  áspero  y  dificultoso?  Así  lo  significó 
Isaías  cuando  dijo  (2)  que  en  la  venida  del  Mesías  los  caminos 
torcidos  se  enderezarían,  y  los  ásperos  se  allanarían.  Finalmente 
^para  qué  sobre  todo  esto  envió  el  Espíritu  Sancto,  sino  para  que 
de  carne  te  hiciese  espíritu?  ^Y  para  que  lo  envió  en  forma  de 
fuego,  sino  para  que  como  fuego  te  encendiese,  y  alumbrase,  y 
avivase,  y  transformase  en  sí  mismo,  y  te  levantase  á  lo  alto,  de 
donde  Él  bajó?  ¿Para  qué  es  la  gracia  con  las  virtudes  infusas 
que  della  proceden,  sino  para  hacer  suave  el  yugo  de  Cristo,  para 
hacer  ligero  el  ejercicio  de  las  virtudes,  para  cantar  en  las  tribu- 
laciones, para  esperar  en  los  peligros  y  vencer  en  las  tentacio- 
nes? Éste  es  el  principio,  y  el  medio,  y  el  fin  del  Evangelio:  con- 
viene saber,  que  así  como  un  hombre  terrenal  y  pecador  (que  fué 
Adara)  nos  hizo  pecadores  y  terrenos,  así  otro  hombre  celestial  y 
justo  (que  fué  Cristo)  nos  hiciese  celestiales  y  justos.  ^Qué  otra 
cosa  escriben  los  Evangelistas?  (jQué  otras  promesas  anunciaron 
los  Profetas?  ¿Qué  otra  predicaron  los  Apóstoles?  Ésta  es  la  su- 
ma de  toda  la  teología  cristiana.  Ésta  es  la  palabra  abreviada  que 
Dios  hizo  sobre  la  tierra.  Ésta  es  la  consumación  y  abreviación 
que  el  profeta  Isaías  dice  que  oyó  á  Dios  (3):  de  la  cual  se  siguie- 
ron luego  en  el  mundo  tantas  riquezas  de  virtudes  y  de  justicia. 
Declaremos  esto  más  en  particular.  Preguntóte:  ¿de  dónde 
procede  la  dificultad  que  hay  en  la  virtud?  Decirme  has  que  de 
las  malas  inclinaciones  de  nuestro  corazón  y  de  nuestra  carne  con- 


(l)     Matth.  I.     (a)  Isai.  XL.     (3)  Isai.  X. 


Libro  i.  capítulo  xxvií.  29^ 

cebída  en  pecado:  porque  la  carne  contradice  al  espíritu,  y  el 
espíritu  á  la  carne,  como  cosas  entre  sí  contrarias.  Pues  pongamos 
agora  por  caso  que  te  dijese  Dios:  Ven  acá,  hombre,  Yo  te  qui- 
taré ese  mal  corazón  que  tienes,  y  te  daré  otro  corazón  nuevo,  y 
te  daré  fuerzas  para  mortificar  tus  malas  inclinaciones  y  apetitos: 
Si  esto  te  prometiese  Dios  <:serte  hía  entonces  dificultoso  el  ca- 
mino de  la  virtud?  Claro  está  que  no.  Pues  dime:  ¡jqué  otra  cosa 
es  la  que  tiene  este  Señor  tantas  veces  prometida  y  firmada  en 
todas  sus  Escripturas?  Oye  lo  que  dice  por  el  profeta  Ezequiel, 
hablando  señaladamente  con  los  que  viven  en  la  ley  de  gracia  (i). 
Yo  (dice  El)  os  daré  un  corazón  nuevo,  y  pondré  un  espíritu  nue- 
vo en  medio  de  vosotros,  y  quitaros  he  el  corazón  que  tenéis  de 
piedra,  y  daros  he  corazón  de  carne:  y  pondré  mi  espíritu  en  me- 
dio de  vosotros,  y  mediante  él  haré  que  andéis  por  el  camino  de 
mis  mandamientos,  y  guardéis  mis  justicias,  y  las  pongáis  por  obra: 
y  moraréis  en  la  tierra  que  yo  di  á  vuestros  padres,  y  seréis  vos- 
otros mi  pueblo,  y  Yo  seré  vuestro  Dios.  Hasta  aquí  son  palabras 
de  Ezequiel.  ¿De  qué  dudas  tú  ahora  aquí?  ¿De  que  no  guardará 
Dios  contigo  esta  palabra?  ¿O  si  podrás  con  el  cumplimiento  de- 
Ua  guardar  su  ley?  Si  dices  lo  primero,  haces  á  Dios  falso  prome- 
tedor, que  es  una  de  las  mayores  blasfemias  que  pueden  ser.  Si 
dices  que  con  este  socorro  no  podrás  cumplir  su  ley,  háceslo  de- 
fectuoso proveedor:  pues  queriendo  remediar  el  hombre,  no  dio 
para  ello  bastante  remedio.  Pues  ¿qué  te  queda  aquí  en  qué 
dubdar? 

Allende  desto,  también  te  dará  virtud  para  mortificar  estas 
malas  inclinaciones  que  pelean  contra  ti,  y  te  hacen  dificultoso 
este  camino.  Éste  es  uno  de  los  principales  efectos  de  aquel  ár- 
bol de  vida,  que  el  Salvador  con  su  sangre  sanctificó.  Así  lo  con- 
fiesa el  Apóstol  cuando  dice  (2):  Nuestro  viejo  hombre  fué  jun- 
tamente crucificado  con  Cristo,  para  que  así  fuese  destruido  el 
cuerpo  del  pecado,  para  que  ya  no  sirviésemos  más  al  pecado.  Y 
llama  aquí  el  Apóstol  viejo  hombre  y  cuerpo  de  pecado  á  nues- 
tro apetito  sensitivo,  con  todas  las  malas  inclinaciones  que  del 
proceden:  el  cual  dice  que  fué  crucificado  en  la  cruz  con  Cristo: 
porque  por  aquel  nobilísimo  sacrificio  nos  alcanzó  gracia  y  for- 
taleza para  poder  vencer  este  tirano,  y  quedar  libres  de  la  fuer- 


(i)     Ezech.  XI.     (2)  Rom.  VI. 


!2g6  GUÍA  DE  PECADORES 


za  de  sus  malas  inclinaciones  y  de  la  servidumbre  del  pecado, 
como  arriba  se  declaró.  Ésta  es  aquella  victoria  y  aquel  tan  gran 
favor  que  el  mismo  Señor  promete  por  Isaías,  diciendo  así  (i):  No 
temas,  porque  Yo  estoy  contigo:  no  te  apartes  de  Mí,  porque  Yo 
soy  tu  Dios.  Yo  te  esforzaré  y  te  ayudaré,  y  la  mano  diestra  de 
mi  Justo  (que  es  el  mismo  Hijo  de  Dios)  te  sosterná.  Buscarás  á 
los  que  peleaban  contra  ti,  y  no  los  hallarás:  serán  como  si  no 
fuesen,  y  quedarán  como  un  hombre  rendido  y  gastado  ante  los 
pies  de  su  vencedor.  Porque  Yo  soy  tu  Señor  Dios,  que  te  toma- 
ré por  la  mano  y  te  diré:  No  temas,  que  yo  te  ayudaré.  Hasta 
aquí  son  palabras  de  Dios  por  Isaías.  Pues  ,1  quién  desmayará  con 
tal  esfuerzo  ?  ^  Quién  desmayará  con  el  temor  de  sus  malas  incli- 
naciones, pues  así  las  vence  la  gracia? 

Responde  á  algunas  ohjecciones, 

§.  n. 

si  me  dices  que  todavía  quedan  á  los  justos  sus  rincon- 
cillos  secretos,  que  son  aquellas  rugas  que  como  se  es- 
cribe en  Job  (2)  los  acusan  y  dan  testimonio  contra  ellos,  á  eso 
te  responde  el  mismo  Profeta  con  una  palabra,  diciendo:  Serán 
como  si  no  fuesen.  Porque  si  quedan,  quedan  para  nuestro  ejer- 
cicio, no  para  nuestro  escándalo:  quedan  para  despertarnos,  y  no 
para  enseñorearnos:  quedan  para  darnos  ocasiones  de  coronas,  y 
no  para  ser  lazos  de  pecados:  quedan  para  nuestro  triunfo,  no 
para  nuestro  caimiento:  finalmente  quedan  de  tal  manera  como 
convenía  que  quedasen  para  nuestra  probación,  y  para  nuestra 
humildad,  y  para  el  conoscimiento  de  nuestra  flaqueza,  y  para 
gloria  de  Dios  y  de  su  gracia:  de  manera  que  el  haber  así  que- 
dado redunda  en  provecho  nuestro.  Porque  así  como  las  bestias 
fieras(que  de  suyo  son  prejudiciales  al  hombre)  cuando  son  aman- 
sadas y  domesticadas,  sirven  al  provecho  del  hombre:  así  también 
las  pasiones  moderadas  y  templadas  ayudan  en  muchas  cosas  á 
los  ejercicios  de  la  virtud. 

Pues  dime  agora:  si  Dios  es  el  que  así  te  esfuerza,  ;  quién  te 
derribará?  Si  Dios  es  por  ti,  ^ quién  contra  ti?  El  Señor,  dice  Da- 


(1)     Isai,  XLl.     (2)  Job.  XV, 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVII.  ^"^f 


vid  (i),  es  mi  lumbre  y  mi  salud,  ^á  quién  temeré?  El  Señor  es 
defensor  de  mi  vida,  ¿de  quién  habré  yo  temor?  Si  se  asentaren 
reales  de  enemigos  contra  mí,  no  temerá  mi  corazón;  y  si  se  le- 
vantare batalla  contra  mí,  en  Él  tendré  yo  mi  esperanza.  Por  cier- 
to, hermano  mío,  si  con  tales  promesas  como  éstas  no  osas  deter- 
minarte á  servir  á  Dios,  que  debes  de  ser  muy  cobarde:  y  si  de 
tales  palabras  no  te  fías,  sin  dubda  eres  muy  desleal.  Dios  es  el 
que  te  dice  que  te  dará  otro  nuevo  ser:  que  te  mudará  el  cora- 
zón de  piedra,  y  te  lo  dará  de  carne:  que  mortificará  tus  pasio- 
nes: que  vendrás  á  tal  estado,  que  no  te  conocerás:  que  mirarás 
por  tus  malas  inclinaciones,  y  no  las  hallarás,  porque  él  las  debilita- 
rá y  enflaquecerá.  Pues  ¿qué  tienes  aquí  más  que  pedir?  ¿qué  tie- 
nes más  que  desear?  ¿qué  te  falta,  sino  fe  viva  y  esperanza  viva, 
para  que  te  quieras  fiar  de  Dios,  y  arrojarte  en  sus  brazos? 

Paréceme  que  no  puedes  responder  á  esto,  sino  diciendo  que 
son  grandes  tus  pecados,  y  que  por  ellos  te  será  por  ventura  ne- 
gada esta  gracia.  Á  esto  te  respondo  que  una  de  las  mayores  in- 
jurias que  puedes  hacer  á  Dios,  es  ésa:  pues  das  á  entender  que 
hay  alguna  cosa  que  Él  ó  no  pueda,  ó  no  quiera  remediar,  con- 
virtiéndose áÉl  su  criatura  y  pidiéndole  remedio.  No  quiero  que 
en  esta  parte  creas  á  mí:  cree  á  aquel  sancto  Profeta,  el  cual  pa- 
rece que  se  acordaba  de  ti,  y  te  salía  al  camino,  cuando  escribió 
aquellas  palabras  que  en  sentencia  dicen  así  (2):  Si  por  tus  peca- 
dos te  hobieren  comprehendido  estas  maldiciones  susodichas,  y 
después  movido  á  penitencia  te  volvieres  á  tu  Señor  Dios  con 
todo  tu  corazón  y  ánima,  Él  se  apiadará  de  ti,  y  te  librará  del 
captiverio  en  que  estuvieres,  y  te  traerá  á  la  tierra  que  te  tiene 
jurada,  aunque  te  hayan  llevado  hasta  el  cabo  del  mundo.  Y  aña- 
de más:  Y  circuncidará  el  Señor  Dios  tu  corazón,  y  el  corazón  de 
tus  hijos,  para  que  así  le  puedas  amar  con  toda  tu  ánima  y  con 
todo  tu  corazón.  ¡Oh,  si  te  circuncidase  ahora  este  Señor  también 
los  ojos,  y  te  quitase  las  tinieblas  dellos,  para  que  vieses  clara- 
mente la  manera  desta  circuncisión!  No  serás  tan  grosero  que 
entiendas  esta  circuncisión  corporalmente:  porque  deso  no  es  ca- 
paz el  corazón.  Pues  ¿qué  circuncisión  es  ésta  que  el  Señor  aquí 
promete?  Sin  dubda  es  la  demasía  de  nuestras  pasiones  y  malas 
inclinaciones,  que  nace  del  corazón:  las  cuales  son  un  muy  grande 


(i)     Psalm.  XXVL     (2)  Deut.  XXX. 


2^B  GUÍA  DE  PECADORES 


impedimento  de  su  amor.  Pues  todas  estas  ramas  estériles  y  da- 
ñosas promete  Él  que  circuncidará  con  el  cuchillo  de  su  gracia, 
para  que  estando  el  corazón  (si  decirse  puede)  desta  manera  po- 
dado y  circuncidado,  emplee  toda  su  virtud  por  sola  esta  rama 
del  amor  de  Dios.  Entonces  serás  verdadero  israelita,  entonces  te 
habrás  circuncidado  al  Señor,  cuando  Él  hubiere  cercenado  de  tu 
ánima  el  amor  del  mundo,  y  no  quedare  en  ella  más  que  solo 
su  amor. 

Y  querría  que  notases  atentamente  cómo  esto  que  el  Señor 
aquí  promete  que  hará  si  te  volvieres  á  Él,  eso  mismo  te  man- 
da  El  en  otra  parte  que  hagas,  diciendo:  Circuncidaos  al  Señor, 
y  cercenad  las  demasías  de  vuestros  corazones.  Pues  ^  cómo.  Se- 
ñor, lo  que  Vos  aquí  prometéis  de  hacer,  me  mandáis  á  mí  que 
haga?  Si  vos  habéis  de  hacer  esto,  ¿para  que  me  lo  mandáis? 
Y  si  yo  lo  tengo  de  hacer,  ¿para  qué  me  lo  prometéis?  Esta 
dificultad  se  suelta  con  aquellas  palabras  de  Sant  Augustín  que 
dicen:  Señor,  dadme  gracia  para  hacer  lo  que  Vos  me  man- 
dáis, y  mandadme  lo  que  quisiéredes.De  manera  que  Él  es  el  que 
me  manda  lo  que  tengo  de  hacer,  y  el  que  me  da  la  gracia  para 
hacerlo:  por  donde  en  una  misma  cosa  se  hallan  juntamente 
mandamiento  y  promesa,  y  una  misma  cosa  hace  Él  y  hace  el 
hombre:  Él  como  causa  principal,  y  el  hombre  como  menos 
principal.  De  suerte  que  se  ha  Dios  en  esta  parte  con  el  hom- 
bre como  el  pintor  que  rigiese  el  pincel  en  las  manos  de  un  dis- 
cípulo suyo,  y  así  viniese  á  hacer  una  imagen  perfecta:  la  cual 
está  claro  que  hacen  ambos:  mas  no  es  igual  ni  la  honra  ni  la 
eficacia  de  ambos.  Pues  así  lo  hace  Dios  aquí  (guardada  la  li- 
bertad de  nuestro  albedrío)  con  nosotros,  porque  después  de 
acabada  la  obra  no  tenga  el  hombre  por  qué  gloriarse,  sino 
por  qué  glorificar  al  Señor  con  el  Profeta  diciendo:  Todas  nues- 
tras obras  obraste.  Señor,  en  nosotros. 

Pues  acuérdate  desta  palabra,  y  por  ella  glosarás  todos  los 
mandamientos  de  Dios:  porque  todo  cuanto  Él  te  manda  que  ha- 
gas.  El  promete  ser  contigo  para  hacerlo.  Y  así  como  cuando 
te  manda  circuncidar  el  corazón,  Él  dice  que  lo  circuncidará, 
así  cuando  te  manda  que  le  ames  sobre  todas  las  cosas.  Él  te 
dará  gracia  para  que  así  lo  ames.  De  aquí  nasce  llamarse  el  yu- 
go de  Dios  suave,  porque  lo  tiran  dos:  conviene  saber.  Dios  y 
el  hombre:  y  así  lo  que  la  naturaleza  sola  hacía  dificultoso,   la 


LFBRO   I.  CAPÍTULO  XXVII.  29$ 


divina  gracia  hace  ligero.  Y  por  esto,  acabadas  estas  palabras, 
dice  luego  el  Profeta  más  abajo;  Este  mandamiento  que  yo  te 
mando  hoy,  ni  está  sobre  ti,  ni  muy  lejos  de  ti,  ni  está  levanta- 
do en  el  cielo,  para  que  hayas  de  decir:  ¿Quién  de  nosotros  po- 
drá subir  al  cielo  para  traerlo  de  allí?  Ni  tampoco  está  puesto 
dése  cabo  de  la  mar,  para  que  tengas  ocasión  de  decir:  <:  Quién 
podrá  pasar  la  mar,  y  traerlo  de  tan  lejos?  No  está  pues  así 
alejado,  sino  muy  cerca  de  ti  lo  hallarás,  en  tu  boca  y  en  tu  co- 
razón, para  haberlo  de  cumplir.  En  las  cuales  palabras  quiso  el 
sancto  Profeta  quitar  todos  los  nublados  y  dificultades  que  los 
hombres  sensuales  ponen  en  la  ley  de  Dios:  porque  como  miran 
á  la  ley  sin  el  Evangelio,  esto  es,  lo  que  les  mandan  hacer,  sin 
la  gracia  que  les  darán  para  poderlo  haxer,  ponen  este  achaque 
en  la  ley  de  Dios,  llamándola  pesada  y  dificultosa:  y  no  miran 
que  expresamente  contradicen  en  esto  á  las  palabras  del  evan- 
gelista S.  Juan  que  dice  (i):  La  verdadera  caridad  consiste  en 
que  guardemos  los  mandamientos  de  Dios.  Eos  cuales  manda- 
mientos no  son  pesados:  porque  todo  aquello  que  nace  de  Dios, 
vence  el  mundo.  Quiere  decir,  que  los  que  recibieron  en  sus 
ánimas  el  espíritu  de  Dios,  mediante  el  cual  fueron  reengendra- 
dos y  hechos  hijos  de  Aquél  cuyo  espíritu  recibieron,  éstos,  co- 
mo tienen  dentro  de  sí  á  Dios  que  en  ellos  mora  por  gracia, 
pueden  más  que  todo  lo  que  no  es  Dios:  y  así,  ni  el  mundo,  ni 
el  demonio,  ni  todo  el  poder  del  infierno  es  poderoso  contra 
ellos.  De  donde  se  sigue  que  aunque  la  carga  de  los  manda- 
mientos divinos  fuera  muy  pesada,  las  nuevas  fuerzas  que  por 
la  gracia  se  comunican,  la  hacen  liviana. 

De  cómo  el  amor  de  Dios  hace  también  fácil  y  suave 
este  camino  del  cielo. 

§.  ni. 


,  .  JUES  ¿qué  será  si  con  todo  lo  susodicho  juntamos  también 
%¿§¿e&,  el  socorro  que  nos  viene  por  parte  de  la  caridad?  Ca 
cierto  es  que  una  de  las  principales  condiciones  de  la  candad  es 
hacer  suavísimo  el  yugo  de  la  ley  de  Dios.  Porque  como  dice 

(i)     I  Joan.  V 


300  GUÍA  BE  PECADORES 


S.  Augiistín,  no  son  penosos  los  trabajos  de  los  que  aman, 
sino  antes  ellos  mismos  deleitan,  como  los  de  los  que  pes- 
can, montean  y  cazan.  ^  Quién  hace  á  la  madre  no  sentir  los  tra- 
bajos continuos  de  la  crianza  del  niño,  sino  el  amor?  ¿Quién 
hace  á  la  buena  mujer  curar  noche  y  día  sin  cesar  al  marido 
enfermo,  sino  el  amor?  ¿Quién  hace  hasta  las  bestias  y  las  aves 
andar  tan  solícitas  en  la  crianza  de  sus  hijos,  y  ayunar  lo  que  ellos 
comen, y  trabajar  porque  ellos  descansen,  y  atreverse  á  defender- 
los con  tan  gran  coraje, sino  el  amor?  ¿Quién  hizo  al  apóstol  S.Pa- 
blo decir  aquellas  tan  animosas  palabras  que  él  escribe  en  la  Epís- 
tola á  los  Romanos  (i):  ¿Quién  nos  apartará  del  amor  de  Cristo? 
¿  Habrá  tribulación,  ó  angustia,  ó  hambre,  ó  desnudez,  ó  peligro, 
ó  cuchillo  que  esto  pueda?  Cierto  estoy  que  ni  muerte,  ni  vida, 
ni  ángeles,  ni  principados,  ni  virtudes,  ni  las  cosas  presentes,  ni 
las  venideras,  ni  fuerza,  ni  alteza,  ni  profundidad,  ni  otra  cria- 
tura alguna  será  bastante  para  apartarnos  del  amor  de  Dios. 
¿Quién  otrosí  hizo  á  nuestro  Padre  Sancto  Domingo  tener  tan 
grande  sed  del  martirio  como  el  ciervo  de  las  fuentes  de  las 
aguas,  sino  la  fuerza  deste  amor?  ¿De  dónde  le  vino  á  Sant  Lo- 
renzo estar  con  tanta  alegría  asándose  en  las  parrillas,  que  vi- 
niese á  decir  que  aquellas  brasas  le  daban  refrigerio,  sino  de  la 
sed  grande  que  tenía  del  martirio,  la  cual  había  encendido  la 
llama  deste  amor?  Porque  el  verdadero  amor  de  Dios  (como 
dice  Crisólogo)  ninguna  cosa  tiene  por  dura,  ninguna  por  amar- 
ga, ninguna  por  pesada.  ¿  Qué  hierro,  qué  heridas,  qué  penas, 
qué  muertes  pueden  vencer  al  amor  perfecto?  El  amor  es  una 
cota  de  malla  que  no  se  puede  faisán  despide  las  saetas,  sacude 
los  dardos,  escarnesce  los  peligros,  burla  de  la  muerte:  final- 
mente, si  es  amor,  todas  las  cosas  vence. 

Mas  no  se  contenta  el  perfecto  amor  con  vencer  los  traba- 
jos que  se  le  ofrescen,sino  desea  también  que  se  le  ofrezcan  por  lo 
que  ama.  De  aquí  nasce  una  gran  sed  que  los  varones  perfectos 
tienen  de  martirios,  que  es  derramar  sangre  por  Aquél  que  pri- 
mero derramó  la  suya  por  ellos.  Y  como  no  se  les  cumple  este 
deseo,  encruelécense  contra  sí  mismos,  y  hacen  de  sí  verdugos 
contra  sí.  Por  esto  martirizan  sus  cuerpos  y  aflígenlos  con  ham- 
bre, sed,  frío,  calor,  y  con  otros  muchos  trabajos:  y  desta  ma- 


(i)    Rom.  VIH. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  XXVIL  3O1 

ñera  descansan   algún  tanto,  porque   se  les  cumple  en  algo  su 
deseo. 

Este  lenguaje  no  entienden  los  amadores  del  mundo,  ni  al- 
canzan cómo  se  puede  amar  lo  que  ellos  tanto  aborrescen,  y 
aborrescer  lo  que  tanto  aman:  mas  verdaderamente  es  ello  así. 
En  la  Escriptura  leemos  (i)  que  los  egipcios  tenían  por  dioses 
los  animales  brutos,  y  como  á  tales  los  adoraban.  Mas  por  el 
contrario,  los  hijos  de  Israel  llamaban  aVjominaciones  á  los  que 
ellos  llamaban  dioses,  y  sacrificaban  y  mataban  para  gloria  del 
verdadero  Dios  á  los  que  ellos  adoraban  por  dioses.  Pues  desta 
manera  los  justos  (como  verdaderos  israelitas)  llaman  abomina- 
ciones á  los  dioses  del  mundo,  que  son  las  honras,  los  deleites 
y  las  riquezas,  á  quien  él  adora:  y  sacrifican,  escupen  y  matan 
estos  falsos  dioses  (como  unas  abominaciones)  para  gloria  del 
verdadero  Dios.  Y  así  el  que  quisiere  ofrescer  á  Dios  sacrificio 
agradable,  mire  lo  que  el  mundo  adora,  y  eso  le  sacrifique:  y 
por  el  contrario,  abrace  por  su  amor  lo  que  viere  que  aborres- 
ce.  ¿Por  ventura  no  lo  hacían  así  aquéllos  que  después  de  haber 
recebido  las  primicias  del  Espíritu  Sancto  (2)  iban  alegres  de- 
lante del  concilio  por  haber  padescido  injurias  por  el  nombre 
de  Cristo?  Pues  ¿cómo  lo  que  bastó  para  hacer  dulces  las  cár- 
celes, y  los  azotes,  y  las  parrillas,  y  las  llamas,  no  bastará  para 
hacerte  dulce  la  guarda  de  los  mandamientos  divinos?  Y  lo  que 
basta  cada  día  para  hacer  llevar  á  los  justos  no  solamente  la  car- 
ga de  la  ley,  sino  también  la  sobrecarga  de  sus  ayunos,  vigilias, 
disciplinas,  ciUcios,  desnudez  y  pobreza,  ¿  no  bastará  para  hacer 
á  ti  llevar  la  simple  carga  de  la  ley  de  Dios  y  de  su  Iglesia? 
i  Oh,  cómo  vives  engañado !  ¡  Oh,  cómo  no  conosces  la  virtud  y 
las  fuerzas  de  la  caridad  y  de  la  gracia  divina! 

De  otras  cosas  que  nos  hacen  suave  el  camino  de  la  virtud, 

§.  IV. 


o  dicho  bastaba  suficientemente  para  deshacer  del  todo 
C  este  común  impedimiento  que   muchos  alegan.  Mas  ya 
que  nada  desto  fuese  así,  ya  que  en  este  camino  hubiese  traba- 


do   ExQd.  vni.    (a)  Act,  V. 


302  GUÍA  DE  PECADORES 


jos,  dime,  ruégete:  ^qué  mucho  era  por  la  salvación  de  tu  áni- 
ma hacer  algo  de  lo  que  haces  por  la  salud  de  tu  cuerpo?  ¿Qué 
mucho  sería  hacer  algo  por  escapar  de  tormentos  eternos?  ¿Qué 
te  paresce  que  haría  aquel  rico  avariento  que  está  en  el  infier- 
no, si  le  diesen  licencia  para  tornar  á  este  mundo  á  emendar 
los  yerros  pasados?  Pues  no  menos  es  razón  que  hagas  tú  ago- 
ra de  lo  que  él  hiciera:  pues  si  fueres  malo,  te  está  guardado  el 
mismo  tormento:  y  así  has  de  tener  el  mismo  deseo. 

Y  demás  desto,  si  atentamente  considerares  lo  mucho  que 
Dios  por  ti  ha  hecho,  y  lo  mucho  más  que  te  promete,  y  los 
muchos  pecados  que  tienes  contra  Él  cometidos,  y  los  muchos 
trabajos  que  padescieron  los  sanctos,  y  mucho  más  los  que  pa- 
desció  el  Sancto  de  los  sanctos,  sin  dubda  te  avergonzarías  de 
no  padescer  algo  por  Dios:  y  aun  de  cualquier  bocado  que  bien 
te  supiese,  vendrías  á  tener  miedo  y  descontentamiento.  Por  lo 
cual  dijo  Sant  Bernardo  que  no  igualaban  las  pasiones  y  tribu- 
laciones deste  siglo,  ni  con  la  gloria  que  esperamos,  ni  con  la  pe- 
na que  tememos,  ni  con  los  pecados  que  habemos  cometido, 
ni  con  los  beneficios  que  habemos  recebido  de  Dios.  Cualquiera 
destas  consideraciones  bastaba  para  acometer  esta  vida,  por  tra- 
bajosa que  fuera. 

Mas  para  decirte  la  verdad,  aunque  en  todas  partes  y  en  to- 
das las  maneras  de  vidas  haya  trabajos,  sin  comparación  es  ma- 
yor el  trabajo  que  hay  en  el  camino  de  los  malos  que  en  el  de 
los  buenos.  Porque  aunque  sea  trabajo  caminar  de  cualquier  ma- 
nera que  caminares  (porque  al  fin  el  camino  cansa)  pero  muy 
mayor  trabajo  pasa  el  ciego  que  camina  y  mil  veces  tropieza, 
que  el  que  tiene  ojos  y  mira  por  donde  va.  Pues  como  esta  vida 
sea  camino,  no  se  pueden  en  ella  excusar  trabajos,  hasta  que 
vamos  al  lugar  de  los  descansos.  Mas  el  malo,  como  no  se  rige 
por  razón  sino  por  pasión,  claro  está  que  camina  á  ciegas:  pues 
no  hay  en  el  mundo  cosa  más  ciega  que  la  pasión.  Pero  los 
buenos,  como  se  guían  por  razón,  ven  estos  despeñaderos  y  ba- 
rrancos, y  desvíanse  dellos:  y  así  caminan  con  menos  trabajo  y 
mayor  seguridad.  Así  lo  entendió  y  confesó  aquel  gran  sabio  Sa- 
lomón, cuando  dijo  (i):  La  senda  de  los  justos  resplandesce  co- 
mo la  luz,  y  va  siempre  creciendo  hasta  llegar  al  mediodía.  Mas 

(1)    Prov,  IV, 


LIBRO  I.  CAPITULO   XXVII.  3O3 

el  camino  de  los  malos  es  escuro  y  tenebroso,  y  así  no  ven  los 
despeñaderos  en  que  caen.  Y  no  sólo  es  escuro  (como  aquí  dice 
Salomón)  sino  también  deleznable  y  resbaladizo  (como  dice  Da- 
vid) para  que  por  aquí  veas  cuántas  caídas  dará  quien  camina 
por  tal  camino,  y  esto  á  escuras  y  sin  ojos:  y  así  entiendas  por 
estas  semejanzas  la  diferencia  que  va  de  camino  á  camino  y  de 
trabajo  á  trabajo. 

Y  aun  para  ese  poco  de  trabajo  que  á  los  buenos  queda,  hay 
mil  maneras  de  ayudas  que  lo  alivian  y  diminuyen,  como  ya  di- 
jimos. Parque  primeramente  ayúdalos  la  asistencia  y  providen- 
cia paternal  de  Dios  que  los  rige,  y  la  gracia  del  Espíritu  Sancto 
que  los  anima,  y  la  virtud  de  los  sacramentos  que  los  sanctifica, 
y  las  consolaciones  divinas  que  los  alegran,  y  los  ejemplos  de  los 
buenos  que  los  esfuerzan,  y  las  escripturas  de  los  sanctos  que  los 
enseñan,  y  el  alegría  de  la  buena  consciencia  que  los  consuela,  y  la 
esperanza  de  la  gloria  que  los  alienta,  con  otros  mil  favores  y 
socorros  de  Dios:  con  los  cuales  se  les  hace  tan  dulce  este  cami- 
no, que  vienen  con  el  Profeta  á  decir  (i):  ¡Cuan  dulces  son,  Se- 
ñor, las  palabras  de  tus  mandamientos  á  mi  garganta !  Más  que  la 
miel  á  mi  boca. 

Pues  quienquiera  que  todo  esto  considerare,  verá  luego  cla- 
ramente la  concordia  de  muchas  autoridades  de  la  Escriptura  di- 
vina: de  las  cuales  unas  hacen  este  camino  áspero,  y  otras  suave. 
Porque  en  un  lugar  dice  el  Profeta  (2):  Por  amor  de  las  palabras 
de  tus  labios  yo  anduve  por  caminos  duros.  Y  en  otro  dice  (3):  En 
el  camino  de  tus  mandamientos  me  deleité  así  como  en  todas  las 
riquezas.  Porque  este  camino  tiene  ambas  estas  cosas:  conviene 
saber,  dificultad  y  suavidad;  la  una  por  parte  de  la  naturaleza,  y 
la  otra  por  virtud  de  la  gracia:  y  así,  lo  que  era  dificultoso  por  una 
razón,  se  hace  ligero  por  otra.  Lo  uno  y  lo  otro  significó  el  Se- 
ñor cuando  dijo  (4)  que  su  yugo  era  suave  y  su  carga  Hviana. 
Porque  en  decir  yugo,  significó  el  peso  que  aquí  había,  y 
en  decir  suave,  la  facilidad  que  por  parte  de  la  gracia  se  le 
daba. 

Y  si  por  ventura  preguntares  cómo  es  posible  que  sea  yugo 
y  sea  suave,  pues  la  condición  del  yugo  es  ser  pesado,  á  esto  se 
responde  que  la  causa  es  porque  Dios  lo  alivia,  como  Él  lo  pro- 


{i)    Psalm,  CXVm.   (a)  Psalm.  XVL    (3)  Psalm.  CXVIH,     (4)  Mattb,  XI, 


304  GUÍA  DE  PECADORES 


metió  por  el  profeta  Oseas  diciendo  (i):  Yo  les  seré  como  quien 
levanta  el  yugo  y  lo  quita  de  encima  de  sus  mejillas.  Pues  luego, 
¿  qué  maravilla  es  que  sea  liviano  el  yugo  que  Dios  alivia  y  el 
que  Él  mismo  ayuda  á  levantar?  Si  la  zarza  ardía  y  no  se  quema- 
ba, porque  Dios  estaba  en  ella  (2),  ¿qué  mucho  es  que  ésta  sea 
carga,  y  sea  liviana,  pues  el  mismo  Dios  está  en  ella  ayudándola 
á  llevar?  ¿Quieres  ver  lo  uno  y  lo  otro  en  una  misma  persona? 
Oye  lo  que  dice  Sant  Pablo  (3):  En  todas  las  cosas  padescemos 
tribulaciones,  y  no  nos  angustiamos;  vivimos  en  extrema  pobre- 
za, y  no  nos  falta  nada;  sufrimos  persecuciones,  y  no  somos  des- 
amparados; humíUannos,  y  no  somos  confundidos;  abátennos  hasta 
la  tierra,  y  no  somos  por  eso  perdidos.  Cata  aquí,  pues,  por  un 
cabo  la  carga  de  los  trabajos,  y  por  otro  el  alivio  y  suavidad  que 
Dios  suele  poner  en  ellos. 

Pues  aun  más  claro  significó  esto  el  profeta  Isaías  cuando 
dijo  (4):  Los  que  esperan  en  el  Señor,  mudarán  la  fortaleza,  to- 
marán alas  como  águilas,  correrán  y  no  trabajarán,  andarán  y  no 
desfallecerán.  ¿Ves,  pues,  aquí  el  yugo  deshecho  por  virtud  de  la 
gracia  ?  ¿  Y  ves  trocada  la  fortaleza  de  carne  en  fortaleza  de  espí- 
ritu, ó  por  mejor  decir,  la  fortaleza  de  hombre  en  fortaleza  de 
Dios?  Ves  cómo  el  sancto  Profeta  ni  calló  el  trabajo,  ni  calló  el 
descanso,  ni  la  ventaja  que  había  de  lo  uno  á  lo  otro  cuando  dijo: 
Correrán,  y  no  trabajarán;  andarán,  y  no  desfallescerán.  Así  que, 
hermano  mío,  no  tienes  por  qué  desechar  este  camino  por  áspero 
y  dificultoso,  pues  tantas  cosas  hay  en  él  que  lo  hacen  llano. 

Prueba  por  ejemplos  ser  verdad  todo  lo  dicho, 

§.  V. 

^^^jf^  si  todas  estas  razones  ño  te  acaban  de  convencer,  y  tu 
0£^  incredulidad  es  como  la  de  Sancto  Tomás,  que  no  quería 
creer  sino  lo  que  viese  con  los  ojos,  también  descenderé  contigo 
á  este  partido,  porque  no  temo  ninguna  prueba  defendiendo  tan 
buena  causa.  Pues  para  esto  tomemos  agora  un  hombre  que  lo 
haya  corrido  todo:  que  algún  tiempo  fué  vicioso  y  mundano,  y 


(i)  Oseae,  XI.    (2)    Exod.  IH,     (3)  lí  Cor.  IV.     (4)  Isai.  XL. 


Libro  i.  capítulo  xxvil  305 

después  por  la  misericordia  de  Dios  está  ya  trocado  y  hecho  otro. 
Éste  es  bueno  para  juez  desta  causa,  pues  no  solamente  ha  oído 
sino  también  visto  y  probado  por  experiencia  ambas  cosas,  y 
bebido  de  ambos  cálices.  Pues  á  éste  podrías  tú  muy  bien  con- 
jurar y  pedirle  te  dijese  cuál  dellos  halló  más  suave.  Desto  po- 
drían dar  muy  buen  testimonio  muchos  de  los  que  están  diputa- 
dos en  la  Iglesia  para  examinadores  de  las  consciencias  ajenas: 
porque  éstos  son  los  que  descienden  á  la  mar  en  navios,  y  ven 
las  obras  de  Dios  en  las  muchas  aguas,  que  son  las  obras  de  su 
gracia,  y  las  grandes  mudanzas  que  cada  día  se  hacen  por  ella:  las 
cuales  sin  dubda  son  de  grande  admiración.  Porque  verdadera- 
mente no  hay  en  el  mundo  cosa  de  mayor  espanto,  ni  que  cada 
día  se  haga  más  nueva  á  quien  bien  la  considera,  que  ver  lo  que 
en  el  ánima  de  un  justo  obra  esta  divina  gracia,  j  Cómo  la  transforma  I 
¡  cómo  la  levanta !  ¡  cómo  la  esfuerza !  ¡  cómo  la  consuela !  ¡  cómo  la 
compone  toda  dentro  y  fuera!  ¡cómo  le  hace  mudar  las  costumbres 
del  hombre  viejo!  ¡cómo  le  trueca  todas  sus  aficiones  y  deleites! 
i  cómo  le  hace  amar  loque  antes  aborrescía, y  aborrescer  lo  que  an- 
tes amaba,  y  tomar  gusto  en  lo  que  antes  le  era  desabrido,  y  des- 
gusto en  lo  que  antes  le  era  sabroso!  ¡Qué  fuerzas  le  da  para 
pelear!  ¡qué  alegría!  ¡qué  paz!  ¡qué  lumbre  para  conoscer  la  vo- 
luntad de  Dios,  la  vanidad  del  mundo  y  el  valor  de  las  cosas 
espirituales  que  antes  despreciaba!  Y  sobre  todo  esto  lo  que  ma- 
yor espanto  pone,  es  ver  en  cuan  poco  tiempo  se  obran  todas 
estas  cosas:  porque  no  es  menester  cursar  muchos  años  en  las  es- 
cuelas de  los  filósofos  y  aguardar  al  tiempo  de  las  canas,  para 
que  la  edad  nos  ayude  á  cobrar  seso  y  mortificar  sus  pasiones: 
sino  que  en  medio  del  fervor  de  la  mocedad  y  en  espacio  de 
muy  pocos  días  se  muda  un  hombre  tan  mudado,  que  apenas  pa- 
resce  el  mismo.  Por  lo  cual  dice  muy  bien  Cipriano  que  este  ne- 
gocio primero  se  siente  que  se  aprenda:  y  que  no  se  alcanza 
por  estudio  de  muchos  años,  sino  por  el  atajo  de  la  gracia,  que 
muy  en  breve  lo  da  todo.  La  cual  gracia  podemos  decir  que  es 
como  unos  espirituales  hechizos  con  que  Dios  por  una  manera 
maravillosa  muda  los  corazones  de  los  hombres  de  tal  modo,  que 
les  hace  amar  con  grandísimo  amor  lo  que  antes  aborrescían  (que 
era  el  ejercicio  de  las  virtudes)  y  aborrescer  con  grandísimo  abo- 
rrescimiento  lo  que  antes  amaban,  que  eran  ios  gustos  y  deleites 
de  los  vicios. 

OBKA.S  DE  GRAÜADJi  l-^í^ 


3o6  GUÍA  DE  PECADORES 


Éste  es  uno  de  los  grandes  provechos  que  sacan  del  oficio 
del  confesar  los  que  esto  hacen  con  aquella  devoción  y  espíritu 
que  deben;  porque  allí  ven  c^da  día  muchas  destas  maravillas,  con 
las  cuales  parece  que  les  paga  nuestro  Salvador  el  trabajo  de  su 
servicio,  tan  bien  pagado,  que  muchos  habemos  visto  mudados 
con  la  vista  destas  mudanzas,  y  muy  aprovechados  en  el  camino 
de  la  virtud  con  estos  cuotidianos  ejemplos.  Éstos,  pues,  callando 
oyen  como  otro  Jacob  (i)  las  palabras  y  misterios  de  Josef:  y  esti- 
man con  su  justo  precio  lo  que  no  sabe  estimar  el  niño  simple 
que  lo  relata. 

Mas  para  mayor  claridad  y  confirmación  de  lo  dicho,  añadiré 
aquí  el  ejemplo  y  autoridad  de  dos  grandes  sanctos,  los  cuales 
en  un  tiempo  vivieron  en  este  mismo  engaño,  y  después  vieron 
el  desengaño:  y  lo  uno  y  lo  otro  quiso  Dios  que  dejasen  escripto 
para  nuestro  ejemplo  y  aviso.  Pues  el  bienaventurado  mártir  Ci- 
priano, escribiendo  á  un  amigo  suyo  llamado  Donato  el  principio 
y  manera  de  su  conversión,  dice  así: 

En  el  tiempo  que  andaba  yo  perdido  y  engolfado  en  el  mun- 
do, sin  saber  de  mi  vida,  sin  tener  lumbre  y  conoscimiento  de  la 
verdad,  tenía  por  imposible  lo  que  para  mi  salud  y  remedio  la 
divina  gracia  me  prometía:  conviene  saber,  que  el  hombre  podía 
volver  á  nascer  de  nuevo  y  recebir  otro  espíritu  y  otra  manera 
de  vida,,  con  la  cual  dejase  de  ser  lo  que  antes  era  y  comenzase 
á  tener  otro  nuevo  ser  y  otra  condición  de  vida:  de  tal  modo 
que  aunque  la  substancia  y  figura  del  cuerpo  fuese  la  misma,  el 
hombre  interior  del  todo  se  mudaría.  Antes  decía  yo  que  era  im- 
posible la  tal  mudanza;  porque  no  podía  tan  presto  deshacerse 
lo  que  tan  asentado  estaba  en  nosotros,  así  por  parte  de  la  natu- 
raleza corrupta,  como  de  la  costumbre  depravada.  Porque  ¿  cómo 
será  posible  que  sea  abstinente  el  que  está  acostumbrado  á  mesas 
largas  y  delicadas?  ¿Cómo  se  querrá  abajar  á  traer  una  capa  raí- 
da el  que  huelga  de  resplandecer  con  oro  y  púrpura?  Y  el  que 
se  deleita  con  los  magistrados  y  cargos  de  república  ^  cómo  le 
sufriría  el  corazón  verse  sin  oficio  y  sin  honra?  Y  el  que  se  precia 
de  andar  muy  acompañado  de  servidores,  y  de  hinchir  la  calle 
por  do  va  de  criados,  ¿cómo  no  terna  por  tormento  verse  solo  y 
desacompañado?  No  puede  ser  sino  que  los  vicios  y  costumbres 


f  I)    Genes.  XXXVlI. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   XXVII.  307 


pasadas  han  de  acudir  á  pedir  cada  una  su  derecho,  y  convidar 
y  solicitar  el  corazón  con  sus  halagos  y  blanduras.  No  puede  ser 
sino  que  muchas  veces  ha  de  solicitar  la  gula,  y  envanecer  la  so- 
berbia, y  deleitar  la  honra,  é  inflamar  la  ira,  é  indignar  la  crueldad, 
y  despeñar  la  lujuria.  Esto  era  lo  que  yo  comigo  muchas  veces  tra- 
taba. Porque  como  estaba  enlazado  en  tantas  maneras  de  males 
(de  los  cuales  no  creía  poder  Ubrarme)  con  la  desconfianza  de  la 
emienda  favorecía  á  los  mismos  vicios  á  quien  servía  como  á  cria- 
dos familiares  nascidos  en  mi  casa.  Mas  después  quealimpiadas  las 
culpas  de  la  vida  pasada  entró  la  luz  de  lo  alto  en  el  corazón  puri- 
ficado ya  y  limpio  con  el  agua  del  sancto  baptismo:  después  que 
recibido  el  espíritu  del  cielo  el  segundo  nascimiento  me  hizo  otro 
nuevo  hombre,  luego  por  una  manera  maravillosa  comenzaron  á 
asentárseme  las  cosas  antes  dubdosas,  y  aclarárseme  las  escuras, 
y  abrírseme  las  cerradas,  y  á  parecérseme  fáciles  las  que  antes 
parecían  difíciles,  y  posibles  las  que  se  me  hacían  imposibles:  de 
tal  manera  que  se  parecía  bien  claro  ser  proprio  del  hombre  lo 
que  había  nascido  de  carne,  y  así  vivía  según  carne:  mas  de  Dios, 
y  no  del  hombre,  lo  que  el  espíritu  había  animado.  Bien  sabes  tú 
por  cierto,  amigo  Donato,  bien  sabes  lo  que  este  espíritu  del  cielo 
me  quitó,  y  lo  que  me  dio:  el  cual  es  muerte  de  los  vicios  y  vida 
de  las  virtudes.  Bien  sabes  tú  todo  esto,  porque  no  predico  yo 
aquí  mis  alabanzas,  sino  la  gloria  de  Dios.  Excusada  es  en  este 
caso  la  jactancia:  aunque  no  se  puede  llamar  jactancia  sino  agra- 
descimiento  lo'  que  no  se  atribuye  á  la  virtud  del  hombre,  sino 
á  la  gracia  de  Dios:  pues  está  claro  que  el  haber  dejado  de  pecar 
procedió  de  su  gracia;  así  como  el  haber  antes  pecado  fué  de  la 
naturaleza  corrupta. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  Cipriano:  en  las  cuales  abierta- 
mente ves  el  engaño  tuyo  y  de  muchos  otros:  los  cuales  mi- 
diendo la  dificultad  de  la  virtud  con  sus  proprias  fuerzas,  tienen 
por  dificultoso  y  aun  por  imposible  alcanzarla:  y  no  miran  que 
en  arrojándose  en  los  brazos  de  Dios,  y  determinando  de  salir 
de  pecado,  los  recibe  en  su  gracia:  la  cual  hace  tan  llano  este 
camino,  cuanto  aquí  has  visto  por  este  ejemplo:  pues  es  cierto 
que  ni  aquí  se  te  dice  mentira,  ni  tampoco  faltará  á  ti  la  gra- 
cia que  á  este  sancto  no  faltó,  si  te  volvieres  á  Dios  como  él 
lo  hizo. 

Oye  otro  ejemplo  no  menos  admirable  que  éste.  Escribe 


308  GUÍA  DE   PECADORES 


S.  Augustín  en  el  octavo  libro  de  sus  Confesiones  que  como 
él  comenzase  á  tratar  en  su  corazón  de  dejar  el  mundo,  que  se 
le  ofrescían  grandes  dificultades  en  esta  mudanza,  y  que  le  pa- 
recía que  por  una  parte  todos  sus  deleites  pasados  se  le  atrave- 
saban delante  y  le  decían:  <i  Cómo  ?  ,J  y  para  siempre  nos  quieres 
dejar?  ¿y  dende  agora  nunca  más  eternalmente  nos  has  de  ver? 
Por  otra  parte  dice  que  se  le  representaba  la  virtud  con  un  ros- 
tro alegre  y  sereno,  acompañada  de  muchos  buenos  ejemplos, 
así  de  doncellas  como  de  viudas,  y  de  otras  personas  que  en  to- 
do género  de  estados  y  edades  castamente  vivían,  diciéndole: 
(jCómo?  ¿no  podrás  tú  lo  que  éstos  y  éstas  pueden?  ¿Por  ven- 
tura éstos  y  éstas  pueden  lo  que  pueden,  por  su  virtud,  ó  por  la 
de  Dios?  Mira  que  porque  estribas  en  ti,  caes.  Arrójate  en 
Dios,  y  no  temas:  porque  no  se  desviará  ni  te  desamparará. 
Arrójate  en  El  seguramente,  que  El  te  recibirá  y  te  salvará. 

En  medio  desta  batalla  tan  reñida  dice  este  Sancto  que  co- 
menzó á  llorar  fuertemente,  y  que  se  apartó  á  solas,  y  se  dejó 
caer  debajo  de  una  higuera:  y  que  soltando  las  riendas  á  las  lá- 
grimas comenzó  á  dar  voces  de  lo  íntimo  de  su  corazón  dicien- 
do: ¿Hasta  cuándo.  Señor,  hasta  cuándo  te  airarás  contra  mí? 
¿hasta  cuándo  no  se  dará  fin  á  mis  torpezas?  ¿hasta  cuándo  ha 
de  durar  este  mañana,  mañana?  ¿Porqué  no  será  luego?  ¿por- 
qué no  se  da  en  esta  hora  fin  á  mis  maldades? 

Acabadas  estas  y  otras  cosas  que  este  Sancto  allí  refiere,  di- 
ce luego  que  le  mudó  nuestro  Señor  súbitamente  el  corazón:  de 
tal  manera,  que  nunca  más  tuvo  apetito  de  vicios  carnales,  ni 
de  otra  cosa  del  mundo:  sino  que  del  todo  sintió  su  corazón  li- 
bre de  todos  los  apetitos  pasados.  Y  así,  como  suelto  ya  destas 
cadenas,  comienza  ya  en  el  libro  siguiente  á  dar  gracias  á  su  li- 
bertador, diciendo:  ¡  Oh  Señor,  yo  soy  tu  siervo,  yo  tu  siervo  y 
hijo  de  tu  sierva !  Rompiste,  Señor,  mis  ataduras:  á  Ti  sacrificaré 
sacrificio  de  alabanza  (i).  Alábente  mi  corazón  y  mi  lengua,  y  todos 
mis  huesos  digan:  Señor,  ¿quién  es  como  Tú?  ¿Dónde  estaba  Cristo 
Jesú  ayudador  mío  ?  ¿  Dónde  estaba  tantos  años  había  mi  libre 
albedrío,  pues  no  se  convertía  á  Ti  ?  ¡  De  cuan  profundo  piéla- 
go lo  sacaste  en  un  momento,  para  que  subjectase  yo  mi  cuello 
á  tu  dulce  yugo  y  á  la  carga  liviana  de  tu  sancta  ley !   j  Cuan 


^l)    Psalm.  CXV^ 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVIÍ.  3O5 

deleitable  se  me  hizo  luego  carecer  de  los  deleites  del  mundo, 
y  cuan  dulce  dejar  lo  que  antes  recelaba  perder!  Echabas  Tú 
fuera  de  mi  ánima,  verdadero  y  sumo  deleite,  todos  los  otros 
vanos  deleites:  echábaslos  fuera,  y  entrabas  Tú  en  lugar  dellos, 
más  dulce  que  todo  otro  deleite,  y  más  hermoso  que  toda  otra 
hermosura. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Augustín.  Pues  dime  ago- 
ra: si  esto  así  pasa,  si  tan  grande  es  la  virtud  y  eficacia  de  la  di- 
vina gracia,  ¿  qué  es  lo  que  te  tiene  captivo  para  que  no  hagas 
otro  tanto  ?  Si  tú  crees  que  es  esto  verdad,  y  que  esta  gracia  es 
poderosa  para  hacer  esta  mudanza,  y  que  ésta  no  se  negará  á  quien 
de  todo  su  corazón  la  buscare  (pues  es  agora  el  mismo  Dios  que 
entonces  era,  sin  acepción  de  personas)  ^  qué  te  detiene  para 
que  no  salgas  desa  miserable  servidumbre,  y  abraces  el  sumo 
bien  que  se  te  ofrece  de  balde?  ^Porqué  quieres  más  con  un  in- 
fierno ganar  otro  infierno,  que  con  un  paraíso  otro  paraíso  ?  No 
seas  cobarde  ni  desconfiado.  Prueba  una  vez  este  negocio,  y 
confía  en  Dios,  que  no  lo  habrás  comenzado  cuando  te  salga  Él 
á  recebir,  como  al  hijo  pródigo,  los  brazos  abiertos.  Cosa  ma- 
ravillosa es  que  si  un  burlador  te  prometiese  enseñar  un  arte  de 
alquimia  con  que  pudieses  hacer  del  cobre  oro,  no  dejarías 
(aunque  te  costase  mucho)  de  probarla:  y  date  aquí  la  palabra 
de  Dios  manera  cómo  puedas  tú  de  tierra  hacerte  cielo,  y  de 
carne  espíritu,  y  de  hombre  ángel,  (jy  no  lo  quieres  probar? 

Y  pues  en  cabo  tarde  ó  temprano  has  de  conocer  esta  ver- 
dad en  esta  vida  ó  en  la  otra,  ruégote  pienses  atentamente  cuan 
burlado  te  hallarás  el  día  de  la  cuenta,  viéndote  condenado 
porque  dejaste  el  camino  de  la  virtud  por  áspero  y  dificultoso: 
conosciendo  aUí  claramente  que  era  mucho  más  deleitable  que 
el  de  los  vicios,  y  el  que  solo  llevaba  á  los  deleites  eternos. 


CONTRA   LOS   QUE    Rí;CEI,AN   SEGUIR  EL  CAMINO   DE  LA   VIRTUD,    POR    EL   AMOR 

DEt   MUNDO, 

CAPÍTULO  XXVIII, 

I  tomásemos  el  pulso  á  todos  los  que  recelan  el  cami- 
no de  la  virtud,  por  ventura  hallaríamos  que  una 
de  las  principales  cosas  que  más  los  acobarda,  es  el 
amor  engañoso  deste  siglo.  Y  llamólo  engañoso,  porque  la  causa 
del  es  una  falsa  imagen  y  aparencia  de  bien  que  tienen  las  cosas 
del  mundo,  la  cual  hace  á  los  ignorantes  que  las  estimen  en  mu- 
cho. Porque  así  como  las  bestias  espantadizas  huyen  de  algunas 
cosas,  por  imaginar  que  son  peligrosas,  no  lo  siendo:  asi  éstos 
por  el  contrario  aman  y  siguen  las  del  mundo,  creyendo  ser  de- 
leitables, no  lo  siendo.  Y  por  esto,  así  como  los  que  quieren  ha- 
cer perder  á  las  tales  bestias  este  siniestro,  procuran  llevarlas 
por  aquel  mismo  paso  que  rehusan,  porque  vean  que  no  era  más 
que  sombra  lo  que  temían:  así  conviene  que  llevemos  agora  és- 
tos por  la  sombra  de  estas  cosas  mundanas  que  tan  desordenada- 
mente aman,  y  se  las  hagamos  mirar  con  otros  ojos:  para  que 
claramente  vean  cómo  es  vanidad  y  sombra  todo  lo  que  aman, 
y  que  así  como  aquellos  peligros  no  merecen  ser  temidos,  así 
ni  estos  bienes  amados. 

Mirando,  pues,  agora  atentamente  al  mundo  con  toda  su  feli- 
cidad, hallo  en  él  estas  seis  maneras  de  males  que  nadie  me  po- 
drá negar:  conviene  saber,  brevedad,  miseria,  peligros,  cegueda- 
des, pecados  y  engaños,  con  los  cuales  anda  acompañada  esta  su 
felicidad:  por  donde  claramente  se  verá  lo  que  ella  es.  Pues  de 
cada  cosa  déstas  trataremos  agora  aquí  brevemente  por  su  orden. 

De  cuan  breve  sea  la  felicidad  del  mundo. 


OMENZANDO  pues  agora  por  la  brevedad,  no  me  podrás 
^^^^j  negar  que  toda  la  felicidad  y  suavidad  del  mundo  (cual- 
quiera que  ella  sea)  á  lo  menos  es  breve.  Porque  la  feUcidad  del 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVIIÍ.  %ñ 

hombre  no  puede  ser  más  larga  que  la  vida  del  hombre.  Y  qué 
tan  larga  sea  esta  vida,  ya  en  otra  parte  lo  declaramos:  pues  la 
más  larga  vida  de  los  hombres  apenas  llega  á  cien  años.  Mas 
^cuántos  son  los  que  llegan  hasta  aquí?  Visto  he  yo  obispos  de 
dos  meses,  y  sumos  pontífices  de  uno,  y  recién  casados  de  una 
sola  semana:  y  destos  ejemplos  leemos  muchos  en  los  tiempos 
pasados,  y  vemos  cada  día  muchos  en  los  presentes.  Mas  conce- 
dámoste agora  que  sea  muy  larga  tu  vida.  Demos  (dice  S.  Cri- 
sóstomo)  cient  años  á  los  pasatiempos  del  mundo,  y  añade  á  éstos 
otros  ciento,  y  aun  otras  dos  veces  ciento:  ^qué  tiene  que  ver 
todo  esto  con  la  eternidad?  Si  muchos  años,  dice  Salomón  (i),  vi- 
viere el  hombre,  y  en  todos  ellos  le  sucedieren  las  cosas  á  su  vo- 
luntad, debría  acordarse  del  tiempo  tenebroso  y  de  los  días  de 
la  eternidad:  los  cuales  cuando  vinieren,  verse  ha  claro  cómo  todo 
lo  pasado  fué  vanidad.  Porque  en  presencia  de  una  eternidad, 
toda  felicidad  (por  grandísima  que  haya  sido)  vanidad  parece,  y 
así  lo  es.  Esto  confiesan  aun  los  mismos  malos  en  el  libro  de  la 
Sabiduría,  diciendo  que  acabando  de  nascer  luego  dejaron  de 
ser.  Mira,  pues,  cuan  breve  parecerá  entonces  á  los  malos  todo  el 
tiempo  de  esta  vida:  pues  realmente  allí  se  les  figurará  que  apenas 
vivieron  un  día,  sino  que  luego  fueron  trasladados  del  vien- 
tre á  la  sepultura.  De  do  se  sigue  que  todos  los  placeres  y  conten- 
tamientos deste  mundo  les  parecerán  allí  unos  placeres  soña- 
dos, que  parecían  placeres  y  no  lo  eran.  Lo  cual  maravillosamente 
significó  el  profeta  Isaías  por  estas  palabras  (2):  Así  como  el  que 
tiene  hambre  y  sueña  que  come,  después  que  despierta  se  halla 
burlado  y  hambriento;  y  así  como  el  que  tiene  sed  y  sueña  que 
bebe,  cuando  despierta  se  tiene  todavía  la  misma  sed,  y  conosce 
que  fué  vano  su  contentamiento  cuando  pensaba  que  bebía;  así 
acaescerá  á  todas  las  gentes  que  pelearon  contra  el  monte  de 
Sión,  cuya  prosperidad  será  tan  breve,  que  después  pue  abrieren 
los  ojos  y  se  pasare  aquel  poquito  de  tiempo,  verán  cómo  todos 
sus  gozos  no  fueron  más  que  soñados.  Si  no,  dime  agora:  ¿qué 
más  que  esto  fué  la  gloria  de  todos  cuantos  príncipes  y  emperado- 
res ha  habido  en  el  mundo  ?  i  Dónde  están,  dice  el  Profeta  (3),  los 
príncipes  de  las  gentes  que  tuvieron  señorío  sobre  las  bestias  de 
la  tierra,  que  buscaron  sus  pasatiempos  y  recreaciones  en  cazas 


(i)     Eccles.  XI.     (2)     Isai.  XXIX.     (3)     Baruch.  m. 


5! 2  GUÍA  DE  PECADORES 


y  cetrerías,  lidiando  con  las  aves  del  aire;  los  que  atesoraron  mon- 
tones de  plata  y  oro  (en  que  confían  los  hombres)  sin  dar  fin  á  sus 
tesoros;  los  que  labraron  tantas  y  tan  ricas  vajillas  de  oro  y  plata, 
que  no  hay  quien  acabe  de  contar  las  invenciones  de  sus  obras? 
^Oué  se  hicieron  todos  éstos?  ^en  qué  pararon?  Ya  están  fuera 
de  sus  palacios,  y  á  los  infiernos  descendieron,  y  otros  sucedie- 
ron en  su  lugar.  ^Oué  es  del  sabio?  ¿qué  es  del  letrado?  ¿dónde 
está  el  escudriñador  de  los  secretos  de  naturaleza?  ¿Qué  se  hizo 
la  gloria  de  Salomón?  ¿Dónde  está  el  poderoso  Alejandro  y  el 
glorioso  Asnero?  ¿Dónde  están  los  famosos  Césares  de  los  roma- 
nos? ¿Dónde  los  otros  príncipes  y  reyes  de  la  tierra?  ¿Qué  les 
aprovechó  su  vanagloria,  el  poder  del  mundo,  los  muchos  servi- 
dores, las  falsas  riquezas,  las  huestes  de  sus  ejércitos,  la  muche- 
dumbre de  sus  truanes,  y  las  compañías  de  mentirosos  y  lison- 
jeros que  les  andaban  al  derredor?  Todo  esto  fué  sombra,  todo 
sueño,  todo  felicidad  que  pasó  en  un  momento.  Cata  aquí  pues, 
hermano,  cuan  breve  sea  esta  felicidad  del  mundo. 

De  las  miserias  grandes  con  que  está  mezclada  la  felicidad 

del  mundo. 


§.  n. 


lENE  aun  otro  mal  esta  felicidad  (demás  de  ser  tan  breve) 
'  que  es   andar  acompañada  con  mil  maneras   de  mise- 


rias que  no  se  pueden  excusar  en  esta  vida,  ó  por  mejor  de- 
cir, en  este  valle  de  lágrimas,  en  este  lugar  de  destierro  y  en  este 
mar  de  tantos  movimientos.  Porque  verdaderamente  más  son  las 
miserias  del  hombre  que  los  días  y  üun  que  las  horas  de  la  vida 
del  hombre:  porque  cada  día  amanesce  con  su  cuidado,  y  á  cada 
hora  está  amenazando  su  miseria.  Mas  ¿qué  lengua  bastará 
para  explicar  todas  estas  miserias?  ¿Quién  podrá  contar  todas  las 
enfermedades  de  nuestros  cuerpos,  y  todas  las  pasiones  de  nues- 
tras ánimas,  y  todos  los  agravios  de  nuestros  prójimos,  y  todos 
los  desastres  de  nuestras  vidas?  Uno  os  pone  pleito  en  la  hacien- 
da, otro  os  persigue  en  la  vida,  otro  os  pone  mácula  en  la  honra: 
unos  con  odios,  otros  con  envidias,  otros  con  engaños,  otros  con 
deseos  de  venganzas,  otros  con  falsos  testimonios,  otros  con  ar- 


LIBRO  r.  CAPÍTULO  XXVÍII.  ^íj 


mas,  y  otros  con  sus  lenguas,  peores  que  las  mismas  armas,  os 
hacen  guerra  mortal.  Y  sobre  todas  esas  miserias  hay  otras  infini- 
tas que  no  tienen  nombre:  porque  son  acaescimientos  no  espera- 
dos.  A  uno  le  quebraron  un  ojo,  á  otro  un  brazo,  otro  cayó  de 
una  ventana,  otro  del  caballo,  otro  se  ahogó  en  un  río,  otro  se 
perdió  en  unas  rentas,  y  otro  en  una  fianza.  Y  si  quieres  saber 
aun  más  males,  pide  cuenta  á  los  hombres  del  mundo  de  los  ratos 
de  placeres  y  pesares  que  han  llevado  en  él;  porque  si  los  unos  y 
los  otros  se  pesaren  en  dos  balanzas,  verás  claramente  cuánto  es 
mayor  la  una  carga  que  la  otra,  y  cómo  para  un  solo  rato  de  pla- 
cer hay  cien  horas  de  pesar.  Pues  si  la  vida  toda  en  sí  es  tan  corta 
(como  está  ya  declarado)  y  tanta  parte  della  ocupan  tantas  mi- 
serias, ruégote  me  digas:  ¿qué  tanto  es  lo  que  queda  de  verda- 
dera y  pura  felicidad? 

Mas  estas  miserias  que  aquí  he  contado,  son  comunes  á  bue- 
nos y  malos:  los  cuales,  así  como  navegan  en  un  mismo  mar,  así 
están  subjectos  á  unas  mismas  tormentas.  Otras  miserias  hay  mu- 
cho más  para  sentir,  que  son  proprias  de  los  malos  (porque  son 
hijas  de  sus  maldades)  cuyo  conoscimiento  hace  más  á  nuestro 
caso:  porque  hace  más  aborrescible  la  vida  de  los  tales,  pues  á 
tales  miserias  está  subjecta.  Mas  cuántas  y  cuan  grandes  sean  és- 
tas, los  mismos  malos  lo  confiesan  en  el  libro  de  la  Sabiduría  di- 
ciendo (i):  Aperreados  anduvimos  por  el  camino  de  la  maldad  y 
y  perdición,  y  nuestros  caminos  fueron  ásperos  y  dificultosos,  y 
el  camino  del  Señor  tan  llano  nunca  supimos  atinarlo.  De  suerte 
que  así  como  los  buenos  tienen  en  esta  vida  un  paraíso  y  esperan 
otro,  y  de  un  sábado  van  á  otro  sábado  (que  es  de  una  holganza 
á  otra  holganza)  así  los  malos  tienen  en  esta  vida  un  infierno  y 
esperan  otro,  porque  del  infierno  de  la  mala  consciencia  van  al 
infierno  de  la  pena  eterna. 

Estos  trabajos  vienen  á  los  malos  por  muchas  maneras:  por- 
que unos  les  vienen  por  parte  de  Dios,  que  como  justo  juez  no 
consiente  que  pase  el  mal  de  la  culpa  sin  el  castigo  de  la  pena: 
el  cual  aunque  generalmente  se  guarde  para  la  otra  vida,  pero 
muchas  veces  se  comienza  en  ésta.  Porque  cierto  es  que  así  co- 
mo tiene  Dios  universal  providencia  del  mundo,  así  también  la 
tiene  particular  de  cada  uno:  y  pues  vemos  que   cuando  en    el 


Cl)     Sap.  V. 


5  i  4  GUÍA  DE  PECADORES 

mundo  hay  mayores  pecados,  hay  también  mayores  castigos  de 
hambres,  de  guerras,  de  pestilencias  y  de  herejías,  y  de  otras 
semejantes  calamidades,  así  también  muchas  veces  conforme  á 
los  pecados  del  hombre  se  envían  los  castigos  al  hombre.  Por  lo 
cual  dijo  Dios  á  Caín:  Si  hicieres  bien,  recibirás  el  galardón:  y  si 
mal,  luego  á  la  puerta  hallarás  tu  pecado:  que  es  la  pena  y  cas- 
tigo del.  Y  en  el  Deuteronomio  dijo  Moisén  al  pueblo  de  Is- 
rael (i):  Has  de  saber  que  tu  Señor  Dios  es  fuerte  y  fiel,  y  que 
mantiene  su  palabra,  y  usa  de  misericordia  con  los  que  le  aman 
y  guardan  sus  mandamientos,  hasta  la  milésima  generación:  y 
castiga  luego  á  los  que  le  aborrescen,  de  tal  manera,  que  luego 
los  destruye,  sin  dilatar  más  el  castigo,  dándoles  luego  lo  que 
merescen.  Mira  cuántas  veces  repite  aquí  esta  palabra  luego. 
Por  donde  se  entiende  que  demás  del  castigo  que  á  los  malos 
se  debe  en  la  otra  vida,  también  son  muchas  veces  castigados  en 
ésta,  pues  tantas  veces  repite  aquí  la  Escriptura  que  luego  sin 
más  dilación  serán  castigados  en  ella.  Pues  de  aquí  proceden 
muchas  maneras  de  calamidades  y  azotes  que  padecen.  Los 
cuales  andan  en  una  rueda  viva  de  cuidados,  fatigas,  necesida- 
des y  trabajos:  puesto  caso  que  aunque  los  sientan  no  conoscen 
de  donde  les  vienen,  yasí  más  los  tienen  por  condiciones  de  na- 
turaleza que  por  castigo  de  su  culpa.  Porque  así  como  los  bie- 
nes de  naturaleza  no  reconoscen  por  beneficios  de  Dios,  ni  le 
dan  gracias  por  ellos,  así  los  azotes  de  su  ira  no  conoscen  por 
castigos,  ni  se  emiendan  por  ellos. 

Otros  trabajos  les  vienen  por  parte  de  los  vicarios  de  Dios, 
que  son  los  ministros  de  su  justicia:  que  muchas  veces  encuen- 
tran con  los  malhechores,  y  así  los  persiguen  y  aprietan  con 
cárceres,  con  destierros,  con  gastos,  con  persecuciones,  con  infa- 
mias y  perdimiento  de  bienes,  y  con  otras  mil  maneras  de  pe- 
nas: con  las  cuales  hacen  que  les  amargue  la  golosina  de  su 
culpa,  y  la  paguen  con  las  setenas  aun  en  esta  vida. 

Otros  trabajos  y  miserias  les  vienen  por  parte  de  los  apeti- 
tos y  pasiones  desordenadas  de  su  corazón:  porque  ¿qué  se  pue- 
de esperar  de  la  afición  demasiada,  y  del  vano  temor,  y  de  la 
esperanza  dubdosa,  y  del  deseo  desordenado,  y  de  la  tristeza 
congojosa,  sino  enjambre   de  sobresaltos  y   cuidados,  los  cuales 


(i)     Deut.  VII. 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVm.  3I§ 

roban  la  paz  y  libertad  del  corazón  (de  que  arriba  tratamos) 
inquietan  la  vida,  solicitan  el  pecado,  impiden  la  oración^  quitan 
el  sueño  de  la  noche,  y  hacen  tristes  y  miserables  los  días  de  la 
vida  ?  Todas  estas  maneras  de  miserias  nascen  en  el  hombre  de 
sí  mismo:  esto  es,  de  la  desorden  de  sus  pasiones:  para  que  veas 
qué  puede  esperar  de  otra  parte  quien  esto  tiene  de  su  cose- 
cha, y  con  quién  podrá  tener  paz  quien  consigo  tiene  tanta 
guerra." 

De  los  grandes  lazos  y  peligros  del  mundo. 

§.  m. 


si  no  hubiese  en  el  mundo  más  que  solas  penas  y  traba- 
jos de  cuerpo,  no  sería  tanto  para  temer:  mas  no  sólo 
hay  en  él  trabajos  de  cuerpo,  sino  también  peligros  de  ánima, 
que  son  mucho  más  para  sentir,  porque  tocan  más  en  lo  vivo.  Y 
éstos  son  tantos,  que  dijo  el  Profeta  (i):  Lloverá  Dios  lazos  sobre 
los  pecadores.  Pues  <;'qué  tantos  lazos  te  parece  que  veía  en  el 
mundo  quien  los  comparaba  con  las  gotas  de  agua  que  caen  del 
cielo?  Y  dice  señaladamente  sobre  los  pecadores:  porque  como 
éstos  tienen  tan  poca  guarda  en  el  corazón  y  en  los  sentidos,  y 
tan  poco  cuidado  de  huir  las  ocasiones  de  los  pecados,  y  tan 
poco  estudio  en  proveerse  de  espirituales  remedios,  y  sobre  to- 
do esto  andan  en  medio  de  los  fuegos  del  mundo,  ¿cómo  pue- 
den dejar  de  andar  entre  infinitos  peligros?  Pues  por  esta  mu- 
chedumbre de  peligros  dice  que  lloverá  sobre  los  pecadores  la- 
zos. Lazos  en  la  mocedad,  y  lazos  en  la  vejez:  lazos  en  las  rique- 
zas, y  lazos  en  la  pobreza:  lazos  en  la  honra,  y  lazos  en  la  des- 
honra: lazos  en  la  compañía,  y  lazos  en  la  soledad:  lazos  en  las 
adversidades,  y  lazos  en  las  prosperidades:  y  finalmente  lazos 
para  todos  los  sentidos  del  hombre:  para  los  ojos,  para  los  oídos, 
para  la  lengua  y  para  todo  lo  demás.  Finalmente,  tantos  son  los 
lazos,  que  da  voces  el  Profeta  diciendo:  Lazo  sobre  ti,  morador 
de  la  tierra.  Y  si  nos  abriese  Dios  un  poco  los  ojos  (como  los 
abrió  á  S.  Antonio)  veríamos  á  todo  el  mundo  lleno  de  lazos  tra- 


(i)     Psalm.  X. 


5l6  GUÍA  DE  PECADORES 


bados  unos  con  otros,  y  exclamaríamos  con  él  diciendo:  |  Oh ! 
^  quién  escapará  de  tanto  lazo  ?  Y  de  aquí  nasce  perecer  tantas 
ánimas  como  cada  día  perecen:  pues  (como  llora  S.  Bernardo) 
en  el  mar  de  Marsella  de  diez  naos  apenas  se  pierde  una:  mas 
en  el  mar  deste  mundo,  de  diez  ánimas  apenas  se  salva  una. 
^ Quién  pues  no  temerá  un  mundo  tan  peligroso?  (jQuién  no  pro- 
curará huir  de  tanto  lazo?  ¿Quién  no  temblará  de  andar  descal- 
zo entre  tantas  serpientes,  desarmado  entre  tantos  enemigos,  des- 
proveído entre  tantas  ocasiones  de  pecados  y  sin  medicina  en- 
tre tantas  ocasiones  de  enfermedades  mortales?  ¿Quién  no  tra- 
bajará por  salir  deste  Egipto?  ¿  Quién  no  huirá  desta  Babilonia? 
¿Quién  no  procurará  escaparse  de  las  llamas  de  Sodoma  y  Go- 
raorra,  y  salvarse  en  el  monte  de  la  buena  vida?  Pues  estando 
el  mundo  lleno  de  tantos  lazos  y  despeñaderos,  y  ardiendo  en 
tantas  de  vicios,  ¿quién  se  tendrá  por  seguro  ?  ¿  Andará,  dice  el 
Sabio  (i),  alguno  sobre  las  brasas  sin  que  se  le  quemen  las 
plantas,  y  esconderá  fuego  en  su  seno  sin  que  ardan  sus  vesti- 
duras? Cierto  está  (dice  el  Sabio)  que  el  que  toca  la  pez,  se  ha 
de  ensuciar  en  ella:  y  así  el  que  trata  con  soberbios,  corre  pe- 
Hgro  hacerse  uno  dellos. 


De  la  ceguedad  y  tinieblas  del  mundo. 
§.  IV. 

esta  muchedumbre  de  lazos  y  peligros  se  añade  otra  mi- 
tseria  que  los  hace  mayores,  que  es  la  ceguedad  y  tinie- 
blas de  los  mundanos:  la  cual  convenientísi mámente  es  figurada 
por  aquellas  tinieblas  de  Egipto  (2),  las  cuales  eran  tan  espesas 
que  se  podían  palpar  con  los  manos,  y  que  en  aquellos  tres  días  que 
duraron,  ninguno  se  movió  del  lugar  donde  estaba,  ni  vio  al  pró- 
jimo que  par  de  sí  tenía.  Tales  son  por  cierto  y  mucho  más  pal- 
pables las  tinieblas  que  el  mundo  padece.  Si  no  (discurriendo 
agora  por  las  cegueras  y  desatinos  del)  dime:  ¿qué  mayor  cegue- 
dad que  creer  los  hombres  lo  que  creen,  y  vivir  de  la  manera  que 
viven?  ¿Qué  mayor  ceguedad  que  hacer  tanto  caso  de  los  hom- 


(i)    Prov.  VI.     (2)  Exod.  X. 


LIBRO  i.  CAPÍTULO  XXVIÍL  317 

bres,  y  tan  poco  de  Dios;  tener  tanta  cuenta  con  las  leyes  del 
mundo,  y  tan  poca  con  las  de  Dios;  trabaiar  tanto  por  este  cuer- 
po (que  es  una  bestia  bruta)  y  tan  poco  por  el  ánima,  que  es  ima- 
gen de  la  Majestad  divina;  atesorar  tanto  para  esta  vida,  que  ma- 
ñana se  ha  de  acabar,  y  no  allegar  nada  para  la  otra,  que  para 
siempre  ha  de  durar;  hacerse  pedazos  por  los  intereses  de  la  tie- 
rra, y  no  dar  un  paso  por  los  bienes  del  cielo?  ¿Qué  mayor  ce- 
guedad que  sabiendo  tan  cierto  que  habemos  de  morir,  y  que  en 
aquella  hora  se  ha  de  determinar  lo  que  para  siempre  ha  de  ser  de 
nuestra  vida,  vivamos  tan  descuidados  como  si  siempre  hubiéra- 
mos de  vivir?  Porque  ¿qué  maenos  hacen  los  malos  habiendo  de 
morir  mañana,  que  si  hubieran  de  vivir  para  siempre?  ¿Qué  ma- 
yor ceguedad  que  por  la  golosina  de  un  apetito  perder  el  mayo- 
razgo del  cielo;  tener  tanta  cuenta  con  la  hacienda,  y  tan  poca  con 
la  consciencia;  querer  que  todas  tus  cosas  sean  buenas,  y  no  que- 
rer que  tu  propria  vida  lo  sea  ?  Destas  ceguedades  hallarás  tantas 
en  el  mundo,  que  te  parecerá  estar  los  hombres  como  encantados 
y  enhechizados:  de  tal  manera,  que  teniendo  ojos  no  ven,  y  te- 
niendo oídos  no  oyen,  y  teniendo  la.  vista  más  aguda  que  de 
linces  para  ver  las  cosas  de  la  tierra,  tiénenla  más  que  de  topos 
para  ver  las  cosas  del  cielo:  como  en  figura  acaesció  á  S.  Pablo 
cuando  iba  á  perseguir  la  Iglesia,  el  cual  después  que  fué  derriba- 
do en  tierra,  abiertos  los  ojos  ninguna  cosa  veía.  Pues  así  acaesce 
á  estos  miserables,  que  teniendo  los  ojos  tan  abiertos  para  las  co- 
sas del  mundo,  los  tengan  tan  cerrados  para  las  cosas  de  Dios. 

De  la  muchedumbre  de  pecados  que  hay  en  el  mundo, 

§■  V. 


üES  habiendo  en  el  mundo  tantas  tinieblas  y  lazos  (como 
I  habemos  dicho)  ¿qué  se  puede  esperar  de  aquí  sino  caí- 
das y  pecados?  Éste  es  el  sumo  mal  de  los  males  del  mundo,  y 
el  que  más  nos  había  de  mover  á  aborrescerlo.  Y  así  con  sola 
esta  consideración  pretende  S.  Cipriano  inducir  á  un  amigo  suyo 
al  menosprecio  del  mundo.  Para  lo  cual  finge  que  lo  sube  consi- 
go á  un  monte  muy  alto,  de  donde  se  vea  todo  el  mundo:  y  dende 
allí  le  va  mostrando  como  con  el  dedo  todos  los  mares  y  tierras, 
y  todas  las  plazas  y  tribunales,  llenos  de  mil  manera,s  de  pecados 


3 1 8  CUÍA  DE  PECADORES 


y  injusticias  que  en  cada  parte  hay,  para  que  vistos  cuasi  con  los 
ojos  tantos  y  tan  grandes  males  como  hay  en  el  mundo,  entienda 
cuánto  debe  ser  aborrescido,  y  cuánto  debe  á  Dios,  porque  del 
lo  sacó.  Pues  conforme  á  esta  consideración  sube  tú  agora,  her- 
mano, á  este  mismo  monte,  y  extiende  un  poco  los  ojos  por  las 
plazas,  por  los  palacios,  por  las  audiencias  y  oficinas  del  mundo 
y  verás  ahí  tantas  maneras  de  pecados,  tantas  mentiras,  tantas 
calumnias,  tantos  engaños,  tantos  perjurios,  tantos  robos,  tantas 
envidias,  tantas  lisonjas,  tanta  vanidad  y  sobre  todo  tanto  olvido 
de  Dios  y  tanto  menosprecio  de  la  propria  salud,  que  no  podrás 
dejar  de  marvillarte  y  quedar  atónito  de  ver  tanto  mal.  Verás  la 
mayor  parte  de  los  hombres  vivir  como  bestias  brutas  siguiendo 
el  ímpetu  de  sus  pasiones:  sin  tener  cuenta  con  ley  de  justicia  ni 
de  razón  más  que  la  tendrían  unos  gentiles,  que  ningún  conosci- 
miento  tienen  de  Dios,  ni  piensan  que  hay  más  que  nascer  y  mo- 
rir. Verás  maltratados  los  inocentes,  perdonados  los  culpados,  me- 
nospreciados los  buenos,  honrados  y  subHmados  los  malos:  verás 
loS  pobre.';  y  humildes  abatidos,  y  poder  más  en  todos  los  nego- 
cios el  favor  que  la  virtud.  Verás  vendidas  las  leyes,  despreciada 
la  verdad,  perdida  la  vergüenza,  estragadas  las  artes,  adultera- 
dos los  oficios,  y  corrompidos  en  muy  gran  parte  los  estados.  Ve- 
rás á  muchos  perversos  y  merecedores  de  grandes  castigos,  los 
cuales  con  hurtos,  con  engaños  y  con  otras  malas  maneras  vinie- 
ron á  tener  grandes  riquezas  y  á  ser  alabados  y  temidos  de  to- 
dos. Y  verás  así  á  éstos  como  á  otros  que  apenas  tienen  más  que 
la  figura  de  hombres,  puestos  en  grandes  oficios  y  dignidades.  Y 
finalmente  verás  en  el  mundo  amado  y  adorado  el  dinero  más 
que  Dios,  y  muy  gran  parte  de  las  leyes  divinas  y  humanas  co- 
rrompidas por  él:  y  en  muchos  lugares  no  queda  ya  de  la  justicia 
mas  que  solo  el  nombre  della.  Y  vistas  todas  estas  cosas  enten- 
derás luego  con  cuánta  razón  dijo  el  Profeta  (i):  el  Señor  se  puso 
á  mirar  dende  el  cielo  sobre  los  hijos  de  los  hombres,  para  ver  si 
había  quién  conosciese  á  Dios  ó  le  buscase;  mas  todos  habían 
prevaricado,  y  héchose  inútiles,  y  no  había  quien  hiciese  bien,  ni 
solo  uno.  Y  no  menos  se  queja  por  el  profesa  Oseas,  diciendo  (2) 
que  ni  había  misericordia,  ni  verdad,  ni  conoscimiento  de  Dios 
en  la  tierra:  sino  que  las  malicias,  y  las  mentiras,  y  los  hurtos,  y 


(1)    Psalm.  Xlll.    (2)   Os^se,  VI. 


LIBRO  I.   CAPÍTULO  XXVIIL  319 

los  homicidios,  y  los  adulterios  se  habían  extendido  por  toda  ella, 
y  que  una  sangre  caía  sobre  otra  sangre  y  una  maldad  sobre 
otra  maldad. 

Finalmente,  para  que  más  claro  veas  qué  tal  está  el  mundo, 
pon  los  ojos  en  la  cabeza  que  lo  gobierna,  y  por  ahí  entenderás 
cuál  estará  lo  gobernado.  Porque  si  es  verdad  que  el  príncipe 
deste  mundo  (esto  es,  de  los  malos)  es  el  demonio  (como  dice 
Cristo)  (jqué  se  puede  esperar  del  cuerpo  donde  tal  es  la  cabeza, 
y  de  la  república  donde  tal  es  el  gobernador  ?  Solo  esto  basta  para 
darte  á  entender  qué  tal  está  el  mundo,  y  cuáles  los  amadores 
del.  Pues  ¿qué  será  luego  este  mundo,  sino  una  cueva  de  ladro- 
nes, un  ejército  de  salteadores,  un  revoicadero  de  puercos,  una 
galera  de  forzados,  un  lago  de  serpientes  y  basiUscos?  Pue  si  tal 
es  el  mundo  como  esto,  ¿porqué  no  desampararé  yo  (dice  un  fi- 
lósofo) un  lugar  tan  feo,  tan  sucio,  tan  lleno  de  traiciones,  de  en- 
gaños y  maldades:  donde  apenas  hay  lealtad,  ni  piedad,  ni  justi- 
cia: donde  todos  los  vicios  reinan,  donde  el  hermano  arma  celada 
á  su  hermano,  donde  el  hijo  desea  la  muerte  de  su  padre,  el  ma- 
rido de  la  mujer,  y  la  mujer  del  marido:  donde  tan  pocos  son  los 
que  no  roben  ó  engañen,  pues  muchos,  así  de  los  grandes  como 
de  los  pequeños,  debajo  de  honestos  nombres  hurtan  y  roban;  y 
donde  finalmente  tantos  fuegos  arden  de  cobdicia,  de  lujuria,  de 
ira,  de  ambición  y  de  otros  infinitos  males?  Pues  ¿quién  no  de- 
seará huir  de  tal  mundo^?  Deseábalo  cierto  aquel  profeta  que  de- 
cía (i):  ¡Quién  me  llevase  á  un  desierto,  ó  á  algún  lugar  apartado 
de  caminantes,  para  verme  Hbre  de  la  compañía  deste  pueblo: 
porque  todos  son  adúlteros  y  cuadrillas  de  prevaricadores!  Esto 
que  hasta  aquí  se  ha  dicho,  generalmente  pertenesce  á  los  malos: 
aunque  no  se  puede  negar  haber  en  todos  los  estados  muchos 
buenos  en  el  mundo,  por  los  cuales  lo  sustenta  Dios. 

Consideradas  pues  estas  cosas,  mira  cuánta  razón  tienes  de 
aborrescer  una  cosa  tan  mala,  donde  (si  te  abriese  Dios  los  ojos) 
verías  más  demonios  y  más  pecados  que  los  átomos  que  se  pa- 
rescen  en  los  rayos  del  sol.  Y  con  esto  cresca  en  ti  el  deseo  de 
verte  fuera  del  (á  lo  menos  con  el  espíritu)  sospirando  con  el 
Profeta  y  diciendo:  ¿Quién  me  dará  alas  como  de  paloma,  y  vola- 
ré, y  descansaré  ? 


(I)    Jerem.  IX. 


32Ó  GUÍA  DE  PECADORES 


De  cuan  engañosa  sea  la  felicidad  del  mundo, 

§.  VI. 

i'STOS  y  otros  muchos  tales  son  los  tributos  y  contrapesos 
con  que  esta  miserable  felicidad  del  mundo  está  acom- 
pañada: para  que  veas  cuánto  más  hiél  que  miel  y  cuánto  más 
acíbar  que  azúcar  trae  consigo.  Dejo  aquí  de  contar  otros  muchos 
males  que  tiene.  Porque  demás  de  ser  esta  felicidad  y  suavidad 
tan  breve  y  tan  miserable,  es  también  sucia,  porque  hace  á  los 
hombres  carnales  y  sucios:  es  bestial,  porque  los  hace  bestiales:  es 
loca,  porque  los  hace  locos,  y  los  saca  muchas  veces  de  juicio:  es 
instable,  porque  nunca  permanesce  en  un  mismo  ser:  es  finalmente 
infiel  y  desleal,  porque  al  mejor  tiempo  nos  falta  y  deja  en  el  aire. 
Mas  un  solo  mal  no  dejaré  de  contar,  que  por  ventura  es  el  peor 
de  todos,  que  es  ser  falsa  y  engañosa:  porque  paresce  lo  que  no 
es,  y  promete  lo  que  no  da,  y  con  esto  trae  en  pos  de  sí  perdida 
la  mayor  parte  de  la  gente.  Porque  así  como  hay  oro  verdadero 
y  oro  falso,  y  piedras  preciosas  verdaderas,  y  falsas  que  parecen 
preciosas,  y  no  lo  son;  así  también  hay  bienes  verdaderos  y  fal- 
sos, felicidad  verdadera  y  falsa,  que  paresce  felicidad  y  no  lo  es: 
y  tal  es  la  deste  mundo:  y  por  esto  nos  engaña  con  esta  muestra 
contrahecha.  Porque  así  como  dice  Aristóteles  que  muchas  veces 
acaesce  haber  algunas  mentiras,  que  (con  ser  mentiras)  tienen  más 
aparencia  de  verdad  que  las  mismas  verdades;  así  realmente  (lo 
que  es  mucho  para  notar)  hay  algunos  males  que  con  ser  verdade- 
ros males,  tienen  más  aparencia  de  bienes  que  los  mismos  bienes 
y  tal  es  sin  dubda  la  felicidad  del  mundo:  y  por  esto  se  engañan 
con  ella  los  ignorantes,  como  se  engañan  los  pesces  y  las  aves  con 
el  cebo  que  les  ponen  delante. 

Porque  ésta  es  la  condición  de  las  cosas  corporales,  que  luego 
se  nos  ofrescen  con  un  alegre  semblante  y  con  un  rostro  lisonjero 
y  halagüeño,  que  nos  promete  alegría  y  contentamiento:  mas  des- 
pués que  la  experiencia  de  las  cosas  nos  desengaña,  luego  senti- 
mos el  anzuelo  debajo  del  cebo,  y  vemos  claramente  que  no  era 
oro  todo  lo  que  relucía.  Así  hallarás  por  experiencia  que  pasa  en 
todas  las  cosas  del  mundo,  Si  no»  mira  los  placeres  de  los  recién 


LIBRO!.  CAPÍTULO  XXVIIL  32  I 

casados,  y  hallarás  cómo  después  de  pasados  los  primeros  días 
del  casamiento,  luego  comienza  á  cerrárseles  aquel  día  de  su  fe- 
licidad y  caer  la  noche  escura  de  los  cuidados,  necesidades  y  fa- 
tigas que  después  desto  sobrevienen.  Porque  luego  cargan  traba- 
jos de  hijos,  de  enfermedades,  de  absencias,  de  celos,  de  pleitos, 
de  partos  revesados,  de  desastres,  de  dolores  y  finalmente  de  la 
muerte  necesaria  del  uno  de  los  dos,  que  á  veces  los  previene 
muy  temprano  y  convierte  las  alegrías  de  los  desposorios  no 
acabados,  en  lágrimas  de  perpetua  viudez  y  soledad.  Pues  ,iqué 
mayor  engaño  y  qué  mayor  hipocrisía  que  ésta?  ¡  Qué  contenta 
va  la  doncella  al  tálamo  el  día  de  su  desposorio,  porque  no  tiene 
ojos  para  ver  más  de  lo  que  de  fuera  paresce:  mas  si  le  diesen 
ojos  para  ver  la  sementera  de  trabajos  que  aquel  día  se  siembra, 
cuánto  mayor  causa  tendría  para  llorar  que  para  reir!  Deseaba 
Rebeca  tener  hijos,  y  después  que  se  vio  preñada,  y  sintió  que  los 
hijos  en  el  vientre  peleaban,  dijo  (i):  Si  así  había  ello  de  ser,  ¿qué 
necesidad  había  de  concibir?  ¡Oh,  á  cuántos  acaesce  esta  manera 
de  desengaño  después  que  alcanzaron  lo  que  deseaban:  por  ha- 
llar otra  cosa  en  el  proceso,  de  lo  que  al  principio  se  prometía! 
Pues  ¿qué  diré  de  los  oficios,  de  las  honras,  de  las  sillas  y 
dignidades?  ¡Cuan  alegres  se  representan  luego  cuando  de  nuevo 
se  ofrescen!  Mas  ¡cuántos  enjambres  de  pasiones,  de  cuidados,  de 
invidias  y  trabajos  se  descubren  después  de  aquel  primero  y  en- 
gañoso resplandor !  Pues  ¿  qué  diremos  de  los  que  andan  metidos 
en  amores  deshonestos?  ¡  Cuan  blandas  hallan  al  principio  las  en- 
tradas deste  ciego  labirinto!  Mas  después  de  entrados  en  él, 
¡cuántos  trabajos  han  de  pasar!  ¡cuántas  malas  noches  han  de  lle- 
var! ¡á  cuántos  peligros  se  han  de  poner!  Porque  aquel  fructo 
del  árbol  vedado  guarda  la  furia  del  dragón  venenoso  (que  es  la 
espada  cruel  del  pariente,  ó  del  marido  celoso)  con  la  cual  mu- 
chas veces  se  pierde  la  vida,  la  honra,  la  hacienda  y  el  ánima  en 
un  momento.  Así  puedes  discurrir  por  la  vida  de  los  avarientos, 
de  los  mundanos  y  de  los  que  buscan  la  gloria  del  mundo  con 
las  armas,  ó  con  las  privanzas;  y  en  todos  ellos  hallarás  grandes 
tragedias  de  dulces  principios  y  desastrados  fines:  porque  ésta  es 
la  condición  de  aquel  cáliz  de  Babilonia,  por  defuera  dorado,  y  de 
dentro  lleno  de  veneno, 


(O    Genes.  XXV. 

OBRAS  DE  GRANADA  I->g< 


322  GUÍA   DE   PECADORES 


Pues  según  esto,  ¿  qué  es  toda  la  gloria  del  mundo,  sino  un 
canto  de  Serenas  que  adormece,  una  ponzoña  azucarada  que 
mata,  una  víbora  por  defuera  pintada  y  de  dentro  llena  de  pon- 
zoña? Si  halaga,  es  para  engañar:  si  levanta,  es  para  derribar:  si 
alegra,  es  para  entristescer.  Todos  sus  bienes  da  con  incompara- 
bles usuras.  Si  os  nasce  un  hijo,  y  después  se  os  muere,  con  las 
setenas  es  mayor  el  dolor  de  su  muerte  que  el  alegría  de  su  nas- 
cimiento.  Más  duele  la  pérdida  que  alegra  la  ganancia,  más 
aflige  la  enfermedad  que  alegra  la  salud,  más  quema  la  injuria 
que  deleita  la  honra:  porque  no  sé  qué  genero  de  desigualdad 
fué  ésta,  que  más  poderosos  quiso  naturaleza  que  fuesen  los 
males  para  dar  pena,  que  los  placeres  para  dar  alegría.  Lo  cual 
todo  bien  considerado  manifiestamente  nos  declara  cuan  falsa  y 
engañosa  sea  esta  felicidad. 

,  Conclusión  de  lo  susodicho, 

§.  VU. 

!Cr*i^l  ATA  aquí  pues,  hermano  mío,  la  figura  verdadera  del 
jl^^l  mundo  (aunque  sea  otra  la  que  él  por  defuera  muestra) 
y  cata  aquí  cuál  sea  su  felicidad,  breve,  miserable,  peligrosa, 
ciega  y  llena  de  pecados  y  de  engaños.  Pues  según  esto,  ¿qué 
otra  cosa  es  este  mundo  sino  (como  dijo  un  filósofo)  una  arca 
de  trabajos,  una  escuela  de  vanidades,  una  plaza  de  engaños,  un 
labirinto  de  errores,  una'cárcel  de  tinieblas,  un  camino  de  sal- 
teadores, una  laguna  cenagosa,  un  mar  de  continuos  movimien- 
tos? ¿Qué  es  este  mundo  sino  tierra  estéril,  campo  pedregoso, 
bosque  lleno  de  espinas,  prado  verde  y  lleno  de  serpientes,  jar- 
dín florido  y  sin  fructo,  río  de  lágrimas,  fuente  de  cuidados,  dul- 
ce ponzoña,  fábula  compuesta  y  frenesí  deleitable  ?  ¿  Qué  bienes 
hay  en  él  que  no  sean  falsos,  y  qué  males  que  no  sean  verda- 
deros? Su  sosiego  es  congojoso,  su  seguridad  sin  fundamento, 
su  miedo  sin  causa,  sus  trabajos  sin  fructo,  sus  lágrimas  sin  pro- 
pósito, sus  propósitos  sin  suceso,  su  esperanza  vana,  su  alegría 
fingida  y  su  dolor  verdadero. 

En  lo  cual  verás  cuánta  semejanza  tiene  este  mundo  con  el 
infierno:  porque  si  ninguna  otra  cosa  es  infierno  sino  lugar  de 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   XXVIIL  323 

penas  y  culpas,  ^qué  otra  cosa  abunda  más  en  este  mundo  que 
ésta?  Á  lo  menos  así  lo  testifica  el  Profeta  cuando  dice  que  de 
día  y  de  noche  estaba  por  todas  partes  cercado  de  pecados,  y 
que  lo  que  había  en  él  era  trabajos  y  si njusticia.  Esta  es  la  fructa  del 
mundo,  ésta  la  mercaduría  que  en  él  se  vende,  éste  el  trato  que 
en  todos  sus  rincones  se  halla:  trabajo  y  sinjusticia,  que  son 
males  de  pena  y  males  de  culpa.  Pues  si  ninguna  otra  cosa  es 
el  infierno  sino  lugar  de  penas  y  culpas,  ¿cómo  no  se  llamará 
también  en  su  manera  este  mundo  infierno,  pues  en  él  hay  tan- 
to  de  lo  uno  y  de  lo  otro?  A  lo  menos  por  tal  lo  tenía  S.  Ber- 
nardo cuando  decía  que  si  no  fuera  por  la  simiente  de  esperan- 
za que  tenemos  en  esta  vida  de  la  otra,  poco  menos  malo  le  pa- 
rescía  este  mundo  que  el  infierno. 

De  cómo  la  verdadera  felicidad  y  descanso  se  halla  en  solo  Dios 
y  cómo  es  imposible  hallarse  en  el  mundo. 

§  vm. 

f^^il^  ^'as  ya  que  hasta  aquí  habemos  tan  claramente  visto  cuan 
miserable  y  engañosa  sea  la  felicidad  del  mundo,  resta  que 


veamos  agora  cómo  la  verdadera  felicidad  y  descanso,  que  no 
se  halla  en  el  mundo,  está  en  Dios.  Lo  cual  si  entendiesen  bien 
los  hombres  mundanos, no  tendrían  por  qué  seguir  al  mundo  co- 
mo lo  siguen.  Y  por  esto  determino  probar  aquí  brevemente 
Cbta  tan  importante  verdad,  no  tanto  por  autoridad  y  testimo- 
nio de  la  fe,  cuanto  por  clara  razón. 

Para  lo  cual  es  de  saber  que  ninguna  criatura  puede  tener 
perfecto  contentamiento  hasta  llegar  á  su  último  fin,  que  es  á  la 
última  perfección  que  según  su  naturaleza  le  conviene.  Porque 
mientra  no  llegare  aquí,  necesariamente  ha  de  estar  inquieta  y 
descontenta,  como  quien  se  siente  necesitada  de  lo  que  le  falta. 
Pregunto  pues  agora:  ¿cuál  es  el  último  fin  del  hombre,  en  cu- 
ya posesión  está  su  felicidad,  que  es  lo  que  los  teólogos  llaman 
su  bienaventuranza  objectiva?  No  se  puede  negar  sino  que  ésta 
es  Dios:  el  cual  así  como  es  su  primer  principio,  así  es  su  último 
fin:  y  así  como  es  imposible  haber  dos  primeros  principios,  así 
lo  es  haber  dos  últimos  fines:  porque  eso  sería  haber  dos  dioses, 


^24  GUÍA  DE   PECADORES 


Pues  si  solo  Dios  es  el  último  fin  del  hombre  y  su  última  bien- 
aventuranza: y  dos  últimos  fines  y  bienaventuranzas  es  imposible 
que  haya:  luego  fuera  de  Dios  imposible  es  hallar  bienaventuranza. 
Porque  sin  dubda,  así  como  el  guante  se  hizo  para  la  mano   y 
la  vaina  para  el  espada  (por  lo   cual  para  ningunos  otros  usos 
vienen  bien  estas  cosas,  sino  para  éstos)  así  el  corazón  humano 
criado  para  Dios,  en  ninguna  cosa  puede  hallar  descanso    sino 
en  Dios.  Con  Él  solo  estará  contento,  y  fuera  del  pobre  y  nece- 
sitado. La  razón  desto  es,  porque  como  el  principal  subjecto  de 
la  bienaventuranza  sean  el  entendimiento  3^  la  voluntad  del  hom- 
bre (que  son  las  dos  más  nobles  potencias  que  hay  en  él)   mien- 
tras éstas  estuvieren  inquietas,  no  puede  él  estar   sosegado  y 
quieto.  Pues  cierto  es  que  estas  dos  potencias  en  ninguna  mane- 
ra pueden  estar  quietas  sino  con  solo    Dios.  Porque  (como  dice 
Sancto  Tomás)  no  puede  nuestro  entendimiento  entender  ni  sa- 
ber tantas  cosas,  que  no  le  quede  habilidad  y  deseo  natural  pa- 
ra saber  más,  si  hubiere  más  que  saber.  Y  asimismo  no  puede 
nuestra  voluntad  amar  ni  gozar  de  tantos  bienes,  que  no  le  que- 
de virtud  y  capacidad  para  más,  si  más  le  dieren.  Y  por  tanto 
nunca  reposarán  estas  dos  potencias  hasta  hallar  un  objecto  uni- 
versal, en  quien  estén  todas  las  cosas:  el  cual  una  vez  conocido 
y  amado,  ni  le  quedan  más  verdades  que   saber,  ni  más  bienes 
de  que  gozar.  De  aquí  nasce  que  ninguna  cosa  criada  (aunque 
sea    la  posesión  de  todo  el  mundo)   basta   para  dar  hartura  á 
nuestro  corazón:  sino  solo  Aquél  para  quien  fué  criado,  que   es 
Dios.  Y  así  escribe  Plutarco  de  un  soldado  que   llegó   de  grado 
en  grado  á  ser  emperador:  y  como  se  viese  en  este  estado  tan  de- 
seado, y  no  hallase  el  contentamiento  que  deseaba,  dijo:  En  to- 
dos los  estados  he   vivido   y  en  ninguno  he   hallado   contenta- 
miento. Porque  claro  está  que  lo  que  fué  criado  para  solo  Dios, 
no  había  de  hallar  reposo  fuera  de  Dios. 

Y  para  que  aun  más  claro  entiendas  esto,  ponte  á  mirar  á  una 
ao-uja  de  un  relojico  de  sol:  porque  allí  verás  representada  esta 
filosofía  tan  necesaria.  La  naturaleza  desta  aguja,  después  de  to- 
cada con  la  piedra  imán,  es  mirar  al  norte:  porque  Dios  que 
crió  esta  piedra,  le  dio  esta  natural  inclinación,  que  siempre  mi- 
re á  este  luo-ar.  Y  verás  por  experiencia  qué  desasosiego  tiene 
consio-o,  y  qué  de  veces  se  vuelve  y  revuelve  hasta  que  ende- 
feza  la  punta  á  él;  y  esto  hecho,  luego  para  y  queda  fija  como 


LIBRO  1.  CAPÍTULO  XXVIII.  32$ 

si  la  hincaras  ton  clavos.  Pues  así  has  de  entender  que  crió  Dios 
al  hombre  con  esta  natural  inclinación  y  respecto  á  El,  como  á 
su  norte,  y  á  su  centro,  y  á  su  último  fin:  y  por  tanto,  mientras 
fuera  del  estuviere,  siempre  estará  como  aquella  aguja  inquieto 
y  desasosegado,  aunque  posea  todos  los  tesoros  del  mundo:  mas 
volviéndose  á  Él,  luego  reposará,  como  ella  reposa:  porque  ahí 
tiene  todo  su  descanso.  De  lo  cual  se  infiere  que  aquél  solo  será 
bienaventurado,  que  poseyere  á  Dios:  y  aquél  estará  más  cerca 
de  ser  bienaventurado,  que  más  cerca  estuviere  de  Dios.  Y  por- 
que los  justos  en  esta  vida  están  más  cerca  del,  ellos  son  los  más 
bienaventurados:  aunque  su  bienaventuranza  no  la  conosce  el 
mundo. 

La  causa  es,  porque  no  consiste  en  deleites  sensibles  y  cor- 
porales, como  la  pusieron  los  filósofos  epicúreos,  y  después  dés- 
tos  los  m.oros,  y  después  déstos  los  discípulos  de   ambas  escue- 
las, que  son  los  malos  cristianos:  los  cuales  con  la  boca  reniegan 
de  la  ley  de  Alahoma,  y  con  la  vida  no  guardan  otra,  ni  buscan 
en  esta  vida  otro   paraíso  que  el   suyo.  Si  no,  dime:  <iqué  otra 
cosa  hacen  muchos  de  los  ricos  y  poderosos  deste  siglo,  mayor- 
mente en  la  mocedad,  sino  andar   buscando   y  probando    todos 
cuantos  géneros  de  pasatiempos  se  pueden  hallar?  ¿Pues  qué  es 
esto  sino  tener  por  último  fin  el  deleite  con   Epicuro,  y  buscar 
el  paraíso  de  Mahoma  en  el  mundo  ?  Miserable  de  ti,  discípulo 
de  tales  maestros:  ¿porqué  no  aborreces  la  vida  de  aquéllos  cu- 
yos nombres  escupes  y  abominas  ?  Si  acá  quieres   tener   el  pa- 
raíso de    Epicuro,  ten  por  cierto  que  perderás  el   de  Cristo.  No 
está,  pues,  la  bienaventuranza  del  hombre,  ni  en    el  cuerpo,  ni 
en  bienes  de  cuerpo  (como  la  ponen  los  moros)  sino   en   el  es- 
píritu y  en  bienes  espirituales  y  invisibles,  como  la  pusieron  los 
grandes  filósofos  y  la  ponen  los  cristianos,  aunque  en    diferente 
manera.  Así  lo  significó  el  Profeta  cuando  dijo  (i):  Toda  la  glo- 
ria y  hermosura  de  la  hija  del  Rey  dentro   está  escondida,  don- 
de está  guarnecida  de  oro    y  vestida  de    mil  colores,  y   donde 
tiene  tanta  paz  y  alegría,  cuanta  nunca   tuvieron   ni  tendrán  to- 
dos los  reyes  del  mundo.   Si   no  queremos    decir  que  tu\'ieron 
mayor  contentamiento  los  príncipes  de  la  tierra  que   los  amigos 
de  Dios:  lo  cual  negarán  muchos  dellos,    que  muy  alegremente 


(i)     Psalm.  XLIV. 


.526  GUÍA  DE  PECADORES 


dejaron  grandes  estados  y  riquezas  después  que  gustaron  de 
Dios:  y  negará  también  con  ellos  Sant  Gregorio  papa,  que  pro- 
bó lo  uno  y  lo  otro,  y  á  fuerza  de  brazos  fué  llevado  á  la  silla 
del  pontificado;  y  estando  en  ella,  siempre  lloraba  y  sospiraba 
por  aquella  pobre  celda  que  había  dejado  en  el  monesterio:  co- 
mo el  captiv^o  que  está  en  tierra  de  moros,  sospira  por  su  patria 
y  libertad, 

Friieha  lo  dicho  por  ejeviflos. 
§.  IX. 

^'fW"  AS  porque  este  engaño  es  tan  grande  y  tan  universal, 
añadiré  aun  otra  razón  no  menos  eficaz  que  la  pasada: 
por  la  cual  vean  los  amadores  del  mundo  cuan  imposible  sea 
hallar  en  él  la  felicidad  que  desean.  Para  lo  cual  has  de  presu- 
poner (lo  que  es  muy  notorio)  que  muchas  más  cosas  se  requie- 
ren para  que  una  cosa  sea  perfecta,  que  para  ser  imperfecta: 
porque  para  ser  perfecta  requiérese  que  tenga  todas  sus  per- 
fecciones juntas:  mas  para  ser  imperfecta  basta  que  tenga  una 
sola  imperfección.  Pues  desta  manera  has  de  presuponer  que 
para  que  uno  tenga  perfecta  felicidad,  requiérese  que  tenga  to- 
das las  cosas  á  su  gusto:  y  si  una  sola  tiene  á  su  desgusto,  ésa 
es  más  parte  para  hacerlo  miserable  que  todas  las  otras  bien- 
aventurado. Visto  he  yo  muchas  personas  en  grandes  estados  y 
con  muchos  cuentos  de  renta.  Las  cuales  con  todo  esto  vivían 
la  más  triste  vida  del  mundo:  porque  muy  mayor  tormento  les 
daba  una  cosa  muy  deseada  que  no  alcanzaban,  que  contenta- 
miento todo  cuanto  poseían.  Porque  sin  dubda  todo  cuanto  se 
posee  no  consuela  tanto,  cuanto  un  solo  apetito  déstos  (como  una 
espina  hincada  por  el  corazón)  atormentar  ca  no  hace  al  hombre 
bienax^enturado  la  posesión  de  los  bienes,  sino  el  cumplimiento 
de  sus  deseos.  Lo  cuaF  divinamente  explicó  S.  Augustín  en  el 
libro  De  Moribus  Ecclesice  por  estas  palabras:  Según  yo  pienso 
no  se  puede  llamar  bienaventurado  el  que  no  alcanzó  lo  que 
ama,  de  cualquier  condición  que  sea  lo  amado.  Ni  tampoco  es 
bienaventurado  el  que  no  ama  lo  que  posee,  aunque  sea  muy 
bueno  lo  poseído:  porque  el  que  desea  lo  que  no  puede  alean- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  XXVlT!.  32? 


7ar,  padece  tormento:  y  el  que  alcanza  lo  que  no  merescía  ser 
deseado,  padece  engaño:  y  el  que  no  desea  lo  que  merece  ser 
deseado,  está  enfermo.  De  donde  se  infiere  que  en  sola  la  po- 
sesión y  amor  del  sumo  bien  está  nuestra  bienaventuranza:  y 
fuera  deso  no  puede  estar.  De  suerte  que  estas  tres  cosas  jun- 
tas, posesión,  amor  y  sumo  bien,  hacen  al  hombre  bienaventu- 
rado:  fuera  de   las  cuales  nadie  lo  puede  ser  por  mucho  que 

posea. 

Y  aunque  para  confirmación  desto  te  pudiera  traer  muchos 
ejemplos,  pero  baste  por  todos  el  de  aquel  tan  famoso  privado 
del  rey  Asnero,  llamado  Aman  (i):  el  cual  teniéndose  por  agra- 
viado porque  Mardoqueo,  que  aguardaba  á  las  puertas  del  pala- 
cio, no  le  hacía  la  cortesía   que  él  quería,  juntando  en  uno  sus 
amigos  y  su  mujer,  díjoles  estas  palabras:  Vosotros  sabéis  cuan 
grandes  sean  mis  prosperidades  y  privanzas,  y  cuan  lleno  estoy 
de  riquezas,  y  de  hijos,  y  de  todo  lo  que  el  corazón  humano  pue- 
de desear:  mas  con  todo  esto  os  hago  saber  que  teniendo  todas 
estas  cosas,  no  me  paresce  que  tengo  nada,  mientra  Mardoqueo 
que  está  á  las  puertas  del  Rey,  no  me  hace  la  cortesía  que  yo 
quiero.  Mira  pues,  ruégete,  cuánto  más  parte  era  solo  este  traba- 
jo para  hacer  aquel  corazón  miserable,  que  todas  cuantas  pros- 
peridades tenía,  para  hacerlo  bienaventurado.  Y  mira  también 
cuan  lejos  está  el  hombre  en  esta  vida  de  serlo,  y  cuan  cerca  de 
ser  miserable,  pues  para  lo  uno  son  menester  tantos  bienes,  y 
para  lo  otro  basta  un  solo  defecto.  Pues  según  esto,  ¿quién  ha- 
brá en  este  mundo  que  pueda  escapar  de  ser  miserable?  ¿Qué  rey, 
qué  emperador  habrá  tan  poderoso,  que  todas  las  cosas  tenga  á 
á  su  voluntad,  y  que  no  haya  cosa  que  le  dé  desgusto?  Porque 
ya  que  por  parte  de  los  hombres  faltase  toda  contradicción,  ¿quién 
podrá  escapar  de  todos  los  golpes  de  naturaleza,  de  tedas  las  en- 
fermedades del  cuerpo  y  de  todos  los  temores  y  fantasías  del 
ánima,  la  cual. muchas  veces  teme  sin  temor  y  se  congoja  sin 
causa?  Pues  ¿cómo  piensas  tú,  hombrecillo  miserable,  alcanzar 
contentamiento  por  el  camino  del  mundo,  por  el  cual  nunca  los 
sumos  príncipes  y  monarcas  lo  alcanzaron?  Si  para  alcanzar  ese 
bien  son  menester  todos  los  bienes  juntos,  ¿cuándo  serás  tú  tan 
dichoso,  estando  fuera  de  Dios,  que  ninguna  cosa  te  falte?  Eso 

(i)     Esther.  V. 


328  GUÍA  DE  PECADORES 


pertenesce  á  solo  Dios:  y  sí  alguno  en  esta  vida  en  alguna  ma- 
nera los  posee,  es  el  que  ama  y  posee  á  Dios:  pues  según  las  le- 
yes del  amistad,  entre  los  amigos  todas  las  cosas  son  comunes. 

Y  si  todas  estas  razones  tan  evidentes  no  te  convencen,  y 
quieres  más  experiencia  que  razón,  vete  á  aquel  gran  sabio  Salo- 
món, y  dile  que  pues  él  navegó  por  este  mar  con  mayor  prospe- 
ridad que  nadie,  probando  y  descubriendo  todos  los  géneros  de 
grandezas  y  recreaciones  del  mundo,  que  te  dé  nuevas  de  la  tie- 
rra que  descubrió,  si  por  ventura  halló  en  todo  eso  cosa  que  le 
hartase:  y  responderte  ha  en  cabo  diciendo  (i):  Vanitas  vanita- 
ium^  dixit  EcJesiastes^  vanitas  vatiifatnm  et  omnia  vanitas.  Cree, 
pues,  á  un  hombre  tan  experimentado,  que  no  te  habla  por  espe- 
culación, sino  por  vista  de  ojos.  No  pienses  que  serás  tú  ni  nadie 
parte  para  descubrir  otra  cosa  más  de  lo  que  este  descubrió.  Por- 
que ¿qué  príncipe  ha  habido  en  el  mundo  ni  más  sabio,  ni  más 
rico,, ni  más  bien  servido,  ni  más  glorioso,  ni  más  afamado  que 
éste  fué?  ¿Quién  jamás  probó  más  linajes  de  pasatiempos,  de  ca- 
zas, de  músicas,  de  mujeres,  de  atavíos,  de  monterías,  de  caba- 
llerías, que  éste  probó.?  Y  probadas  todas  estas  cosas,  no  sacó  otro 
fructo  de  todas  ellas,  sino  éste  que  has  oído.  ¿Adonde,  pues,  vas 
aprobar  lo  ya  probado?  No  pienses  tú  hallar  lo  que  éste  no  ha- 
lló, pues  ni  tienes  otro  mundo  que  buscar,  ni  otros  mayores  apa- 
rejos para  buscar,  que  éste  tuvo;  y  pues  éste  no  mató  la  sed  que 
tenía  con  tan  grande  vendimia,  no  pienses  tú  que  la  podrás  matar 
con  la  rebusca.  Ya  éste  gastó  aquí  su  tiempo,  y  por  ventura  por 
esta  causa  cayó  (como  dice  Sant  Hierónimo  escribiendo  áEusto- 
quio)  pues  ¿para  qué  te  quieres  tú  ir  también  tras  él?  Mas  porque 
los  hombres  creen  más  á  la  experiencia  que  á  la  razón,  por  ven- 
tura dejó  Dios  á  este  hombre  experimentar  todos  los  bienes  y 
pasatiempos  del  mundo,  para  que  después  de  probados  diese  de- 
llos  estas  nuevas  que  has  oído:  porque  con  el  trabajo  de  uno  se 
excusasen  los  trabajos  de  todos,  y  con  el  desengaño  de  uno  se  de- 
sengañasen todos,  y  escarmentasen  en  cabeza  ajena. 

Pues  si  esto  es  así,  con  mucha  razón  podré  agora  exclamar 
con  el  Profeta  diciendo  (2):  Hijos  de  los  hombres,  ¿hasta  cuándo 
seréis  de  tan  pesado  corazón?  ¿Porqué  amáis  la  vanidad  y  bus- 
cáis la  mentira?  Muy  bien  dice  vanidad  y  mentira.  Porque  si  no 


(1)     Eccle.  XII.     (2)  Psalm.  IV. 


LIBRO   I.  CAPlTUI.O  XXVIIT.  32^ 


hubiera  en  las  cosas  del  mundo  más  de  vanidad  (que  es  ser  nada) 
pequeño  mal  fuera  éste:  pero  hay  otro  mayor,  que  es  la  mentira 
y  la  falsa  aparencia  con  que  nos  hacen  creer  que  son  algjo,  sien- 
do nada.  Por  lo  cual  dijo  el  mismo  Salomón  (i):  Engañosa  es  la 
gentileza,  y  vana  la  hermosura.  Pequeño  mal  fuera  ser  solamente 
vana,  si  no  fuera  también  engañosa.  Porque  la  vanidad  conocida 
poco  mal  puede  hacer.  Mas  la  que  lo  es,  y  no  lo  paresce,  ésa  es 
la  que  principalmente  daña.  En  lo  cual  se  ve  cuan  grande  hipó- 
crita sea  el  mundo.  Porque  así  como  los  hipócritas  trabajan  por 
encubrir  las  culpas  que  hacen,  así  los  ricos  del  mundo  por  disi- 
mular las  miserias  que  padescen.  Los  unos  se  nos  venden  por 
sanctos,  siendo  pecadores:  y  los  otros  por  bienaventurados,  sien- 
do miserables.  Si  no,  llégate  más  de  cerca  á  tomar  el  pulso,  y 
meter  la  mano  en  el  lado  désos  que  por  defuera  parescen  bien- 
aventurados, y  verás  cuánto  desdice  eso  que  por  defuera  pares- 
ce,  de  lo  que  dentro  pasa.  Algunas  yerbas  nascen  en  los  campos, 
que  mirándolas  dende  lejos,  parescen  muy  hermosas,  y  llegán- 
doos á  ellas  y  tocando  con  las  manos,  dan  de  sí  tan  mal  olor,  que 
las  sacude  luego  el  hombre  de  sí,  y  corrige  el  engaño  de  los  ojos 
con  el  tocamiento  de  las  manos.  Pues  tales  son  por  cierto  los  más 
de  los  ricos  y  poderosos  del  mundo;  porque  si  miras  á  la  gran- 
deza de  sus  estados  y  al  resplandor  de  sus  casas  y  criados,  pa- 
rescen ser  ellos  solos  bienaventurados:  mas  si  te  llegas  más  cerca 
á  oler  los  rincones  de  sus  casas  y  de  sus  ánimas,  hallarás  que 
tienen  muy  diferente  el  ser,  del  parescer.  Por  donde  muchos  de 
los  que  al  principio  desearon  sus  estados  cuando  los  vieron  de  le- 
jos, después  los  sacudieron  de  sí  cuando  los  miraron  de  cerca: 
como  lo  leemos  en  muchas  historias,  aun  de  gentiles.  Y  en  las  vi- 
das de  los  emperadores  hallamos  que  no  faltó  quien  siendo  electo 
emperador  por  todo  el  ejército,  por  ninguna  vía  lo  quiso  aceptar, 
siendo  gentil:  sólo  por  conoscer  las  espinas  que  debajo  de  aque- 
lla flor  (al  parescer  tan  hermosa)  estaban  escondidas. 

Pues,  oh  hijos  de  los  hombres,  criados  á  imagen  de  Dios,  re- 
demidos  por  su  sangre,  diputados  para  ser  compañeros  de  los 
ángeles,  ^porqué  amáis  la  vanidad  y  buscáis  la  mentira,  creyen- 
do que  hallaréis  descanso  en  esos  falsos  bienes  que  nunca  lo  die- 
ron, ni  darán  jamás  ?  ¿Porqué  habéis  dejado  la  mesa  de  los  án- 


(1)     Prov.  XXXI. 


530  guía  de  pecadores 


geles  por  los  manjares  de  las  bestias?  ^Porqué  habéis  dejado  los 
deleites  y  olores  del  paraíso  por  los  hedores  y  amarguras  del 
mundo?  ^Cómo  no  bastan  tantas  calamidades  y  miserias  que  cada 
día  experimentáis  en  él,  para  apartaros  dése  tan  cruel  tirano? 
Tales  paresce  que  somos  en  esta  parte,  como  algunas  malas  mu- 
jeres que  se  andan  perdidas  tras  un  rufián,  que  les  comeyjuega 
cuanto  tienen,  y  sobre  esto  las  arrastra  y  da  de  coces  cada  día: 
y  ellas  todavía  con  una  miserable  subjección  y  captiverio  se  an- 
dan perdidas  tras  él. 

Resumiendo  pues  aquí  todo  lo  dicho,  si  por  tantas  razones, 
ejemplos  y  experiencias  nos  consta  que  no  se  halla  la  felicidad  y 
descanso  que  todos  buscamos  en  el  mundo,  sino  en  Dios,  ^por- 
qué no  la  buscamos  en  Dios?  Esto  es  lo  que  en  breves  palabras 
nos  amonesta  Sant  Augustín  diciendo:  Cerca  la  mar  y  la  tierra, 
y  anda  por  do  quisieres,  que  á  doquiera  que  fueres,  serás  misera- 
ble, si  no  vas  á  Dios. 


CONCLUSIÓN    DE   TODO   LO    CONTENIDO  EN    ESTE  PRIMER   LIBRO. 

CAPÍTULO  XXIX, 


[é  todo  lo  susodicho  se  colige  claro  cómo  todas  las 
maneras  de  bienes  que  el  corazón  humano  puede  en 
esta  vida  alcanzar,  se  encierran  en  la  virtud:  por  do 
paresce  que  ella  es  un  bien  tan  universal  y  tan  grande,  que  ni 
en  el  cielo,  ni  en  la  tierra  hay  cosa  con  que  mejor  la  podamos 
en  su  manera  comparar,  que  con  el  mismo  Dios.  Porque  así  como 
Dios  es  un  bien  tan  universal,  que  en  Él  solo  se  hallan  las  per- 
fecciones de  todos  los  bienes,  así  también  en  su  manera  se  ha- 
llan en  la  virtud.  Porque  vemos  que  entre  las  cosas  criadas,  unas 
hay  honestas,  otras  hermosas,  otras  honrosas,  otras  provechosa's, 
otras  agradables,  y  otras  con  otras  perfecciones:  entre  las  cuales 
tanto  suele  ser  una  más  perfecta  y  más  digna  de  ser  amada,  cuan- 
to más  destas  perfecciones  participa.  Pue  según  esto,  <j  cuánto  me- 
rece ser  amada  la  virtud,  en  quien  todas  estas  perfecciones  se 
hallan?  Porque  si  por  honestidad  va,  ^qué  cosa  más  honesta  que 
la  virtud,  que  es  la  misma  raíz  y  fuente  de  toda  honestidad?  Si 
por  honra  va,  ^lá  quien  se  debe  la  honra  y  el  acatamiento  sino 
á  la  virtud?  Si  por  hermosura  va,  ^iqué  cosa  más  hermosa  que  la 
imagen  de  la  virtud?  Sí  con  ojos  mortales  se  pudiese  ver  su  her- 
mosura, á  todo  el  mundo  llevaría  en  pos  de  sí,  como  dice  Pla- 
tón. Si  por  utilidad  va  ¿qué  cosa  hay  de  mayores  utilidades  y 
esperanzas  que  la  virtud,  pues  por  ella  se  alcanza  el  sumo  bien? 
La  longura  de  los  días,  con  los  bienes  de  la  eternidad,  están  en 
su  diestra,  y  en  su  siniestra  riquezas  y  gloria.  Pues  si  por  deleites 
va,  (iqué  mayores  deleites  que  los  de  la  buena  consciencia,  y  de 
la  caridad,  y  de  la  paz,  y  de  la  libertad  de  los  hijos  de  Dios,  y  de 
las  consolaciones  del  Espíritu  Sancto,  lo  cual  todo  anda  en  com- 
pañía de  la  virtud  ?  Pues  si  se  desea  fama  y  memoria,  en  memoria 
eterna  vivirá  el  justo,  y  el  nombre  de  los  malos  se  pudrirá,  y  así 
como  humo  desaparescerá.  Si  se  desea  sabiduría,  no  la  hay  otra 


332  GtJL\  DE  PECADORES 


mayor  que  conoscerá  Dios,  y  saber  encaminar  la  vida  por  debi- 
dos medios  á  su  último  fin.  Si  es  dulce  cosa  ser  bienquisto  délos 
hombres,  no  hay  cosa  más  amable,  ni  más  conveniente  para  esto 
que  la  virtud.  Porque  (como  dice  Tulio)  así  como  de  la  conve- 
niencia y  proporción  de  los  miembros  y  humores  del  cuerpo  nas- 
ce  la  hermosura  corporal  que  lleva  los  ojos  en  pos  de  sí,  así  de 
la  conveniencia  y  orden  de  la  vida  nasce  una  tan  grande  hermo- 
sura en  la  persona,  que  no  sólo  enamora  los  ojos  de  Dios  y  de  sus 
ángeles,  sino  aun  á  los  malos  y  enemigos  es  amable. 

Éste  es  aquel  bien  que  por  todas  partes  es  bien,  y  ninguna 
cosa  tiene  de  mal.  Por  donde  con  grandísima  razón  envió  Dios 
al  justo  aquella  tan  breve  y  tan  magnífica  embajada  que  al  prin- 
cipio deste  libro  propusimos:  con  lo  cual  agora  lo  acabamos,  di- 
ciendo: Dicite  justo  giioniam  hene  (i):  Decidle  al  justo  que  bien. 
Decidle  que  en  hora  buena  él  nasció,  y  que  en  hora  buena  mori- 
rá, y  que  bendita  sea  su  vida,  y  su  muerte,  y  lo  que  después 
della  sucederá.  Decidle  que  en  todo  le  sucederá  bien:  en  los  pla- 
ceres, y  en  los  pesares;  en  los  trabajos,  y  en  los  descansos;  en  las 
honras,  y  en  las  deshonras:  porque  á  los  que  aman  á  Dios,  todas 
las  cosas  sirven  para  su  bien.  Decidle  que  aunque  á  todo  el  mun- 
do vaya  mal,  y  aunque  se  trastornen  los  elementos,  y  se  cayan 
los  cielos  á  pedazos,  él  no  tiene  por  qué  temer,  sino  por  qué  le- 
vantar cabeza:  porque  entonces  se  llega  el  día  de  su  redempción. 
Decidle  que  bien:  pues  para  él  está  aparejado  el  mayor  bien  de 
los  bienes,  que  es  Dios:  y  está  libre  del  mayor  mal  de  los  males, 
que  es  la  compañía  de  Satanás.  Decidle  que  bien:  pues  su  nom- 
bre está  escripto  en  el  libro  de  la  vida,  y  Dios  Padre  lo  ha  toma- 
do por  Hijo,  y  el  Hijo  por  hermano,  y  el  Espíritu  Sancto  por  su 
templo  vivo.  Decidle  que  bien:  pues  el  camino  que  ha  tomado,  y 
el  partido  que  ha  seguido,  por  todas  partes  le  viene  bien;  bien 
para  el  ánima,  y  bien  para  el  cuerpo;  bien  para  con  Dios,  y  bien 
para  con  los  hombres;  bien  para  esta  vida,  y  bien  para  la  otra: 
pues   á   los   que   buscan  el   reino  de  Dios,  todo  lo   demás  será 
concedido.  Y  si  para  alguna  cosa  temporal  no  viniere  bien,  ésa 
llevada  con  paciencia  es  mayor  bien:  porque  á  los  que  tienen 
paciencia,  las  pérdidas  se  les  convierten  en  ganancias,  y  los  tra- 
bajos en  meresciraientos,  y  las  batallas  en  coronas.  Todas  cuantas 

(i)    Isai.  m. 


LIBRO   I.  CAPITULO   XXlX.  333 


veces  mudó  Labán  la  soldada  á  Jacob,  pretendiendo  aprovechar 
á  sí  y  dañar  al  yerno,  tantas  se  le  volvió  el  sueño  al  revés,  y 
aprovechó  al  yerno,  y  dañó  á  sí  (i). 

Pues,  oh  hermano  mío,  ¿porqué  serás  tan  cruel  para  contigo, 
y  tan  enemigo  de  ti  mismo,  que  dejes  de  abrazar  una  cosa  que 
por  todas  partes  te  arma  tan  bien?  ¿Qué  mejor  consejo,  qué  me- 
jor partido  puedes  tú  seguir  que  éste?  ¡Oh,  mil  veces  bienaven- 
turados los  limpios  en  el  camino,  los  que  andan  en  la  ley  de 
Dios!  ¡Bienaventurados  otra  vez  los  que  escudriñan  sus  manda- 
mientos, y  le  buscan  con  todo  su  corazón !  (2) 

Pues  si  como  dicen  los  filósofos,  el  bien  es  objecto  de  nues- 
tra voluntad,  y  por  consiguiente,  cuanto  una  cosa  es  más  buena, 
tanto  meresce  ser  más  amada  y  deseada,  ¿quién  estragó  de  tal 
manera  tu  voluntad,  que  ni  guste,  ni  abrace  este  tan  universal  y 
tan  grande  bien?  ¡Oh,  cuánto  mejor  lo  hacía  aquel  sancto  Rey 
que  decía:  Tu  ley,  Señor,  tengo  en  medio  de  mi  corazón !  No 
al  rincón,  no  á  trasmano,  sino  en  medio,  que  es  en  el  primero  y 
mejor  lugar  de  todos.  Como  si  dijera:  éste  es  el  mayor  de  mis 
tesoros,  y  el  mayor  de  mis  negocios,  y  el  mayor  de  mis  cuida- 
dos. ¡Cuan  al  revés  lo  hacen  los  hombres  del  mundo,  pues  las  le- 
yes de  la  vanidad  tienen  puestas  en  la  primera  silla  de  su  cora- 
zón, y  las  de  Dios  en  el  más  bajo  lugar  !  Mas  este  sancto  varón, 
aunque  era  rey  y  tenía  mucho  que  preciar  y  que  perder,  todo 
esto  tenía  debajo  los  pies,  y  la  ley  sola  de  Dios  en  el  medio  de 
su  corazón:  porque  sabía  él  muy  bien  que  guardada  ésta  fiel- 
mente, todo  lo  demás  tenía  segu  ro. 

¿Qué  falta  pues  agora,  para  que  no  quieras  tú  también  se- 
guir este  mismo  ejemplo  y  abrazar  este  tan  grande  bien  ?  Porque 
si  por  obligación  va,  ¿  qué  mayor  obligación  que  la  que  tenemos 
á  Dios  Nuestro  Señor  por  sólo  ser  El  quien  es,  pues  todas  las 
otras  obligaciones  del  mundo  no  se  llaman  obligaciones  compa- 
radas con  ésta,  como  al  principio  declaramos?  Si  por  beneficios 
va,  ¿qué  mayores  heneficios  que  los  que  habernos  recibido  del, 
pues  demás  de  habernos  criado  y  redemido  con  su  sangre,  todo 
cuanto  hay  dentro  y  fuera  de  nosotros,  el  cuerpo,  el  ánima,  la 
vida,  la  salud,  la  hacienda,  la  gracia  (si  la  tenemos)  y  todos  los 
pasos  y  momentos  de  nuestra  vida,  y  todos  los  buenos  propósi- 


(0    Genes.  XXXI.     (z)  Psalm.  CXVIII. 


334  GUÍA  DE  PECADORES 


tos  y  deseos  de  nuestra  ánima,  y  finalmente  todo  lo  que  tiene 
nombre  de  ser,  ó  de  bien,  originalmente  procede  de  Aquél  que 
es  fuente  del  ser  y  del  bien?  Pues  si  por  interese  va,  digan  to- 
dos los  ángeles  y  hombres,  ¿  qué  mayor  interese  que  darnos  glo- 
ria para  siempre  y  librarnos  de  pena  para  siempre,  pues  éste  es 
el  premio  de  la  virtud?  Y  si  pretendemos  bienes  de  presente, 
¿qué  mayores  bienes  que  aquellos  doce  privilegios  de  que  go- 
zan todos  los  buenos  en  esta  vida  (de  que  arriba  tratamos)  el 
menor  de  los  cuales  es  más  parte  para  darnos  alegría  y  conten- 
tamiento que  todos  los  estados  y  tesoros  del  mundo?  Pues  ¿qué 
más  se  puede  cargar  en  esta  balanza  para  pender  á  esta  parte, 
de  lo  que  aquí  se  promete?  Pues  ya  las  excusas  que  contra  esto 
suelen  alegar  los  hombres  del  mundo,  de  tal  manera  quedan 
deshechas,  que  no  veo  portillo  abierto  por  do  se  puedan  desca- 
buUir,  si  no  quieren  á  sabiendas  atapar  los  oídos  y  cerrar  los  ojos 
á  tan  clara  y  manifiesta  verdad. 

Pues  según  esto,  ¿qué  resta  sino  que  vista  la  perfección  y 
hermosura  de  la  virtud,  digas  tú  también  aquellas  palabras  que 
el  Sabio  dijo  hablando  de  la  sabiduría,  hermana  y  compañera 
desa  misma  virtud  (i):  ésta  es  la  que  yo  amé  y  busqué  dende 
mi  mocedad,  y  trabajé  por  tomarla  por  esposa,  y  híceme  ama- 
dor de  su  hermosura?  La  nobleza  deila  se  parece  en  que  el  mis- 
mo Dios  trata  con  ella,  y  el  que  es  Señor  de  todas  las  cosas,  es 
su  enamorado.  Porque  ella  es  la  que  tiene  á  cargo  enseñar  su 
doctrina,  y  eligir,  y  administrar  sus  obras.  Y  si  la  posesión  de 
las  riquezas  es  para  ser  deseada,  ¿qué  cosa  más  rica  que  la  sa- 
biduría, la  cual  obra  todas  las  cosas?  Y  si  la  sabiduría  es  la  fa- 
bricadera  de  todas  las  cosas,  ¿qué  cosa  hay  en  el  mundo  más 
artificiosa  que  ella?  Y  si  se  desea  la  virtud  y  la  justicia,  ¿en  qué 
otra  cosa  se  emplean  los  trabajos  de  la  sabiduría?  Ésta  es  la  que 
enseña  la  templanza,  y  la  prudencia,  y  la  justicia,  y  la  fortale, 
za:  que  son  las  cosas  que  más  aprovechan  á  los  hombres.  Ésta- 
pues,  determiné  tomar  por  compañera  de  mi  vida:  sabiendo  cier- 
to que  ella  partiría  comigo  de  sus  bienes,  y  sería  descanso  de 
mis  cuidados,  y  alivio  de  todos  mis  hastíos  y  trabajos.  Hasta  aquí 
son  palabras  del  Sabio.  ¿Qué  resta,  pues,  sino  concluir  esta  ma- 
teria con  la  conclusión  que  el  bienaventurado  mártir  Cipriano 


(i)     Sap.  Vül. 


LIBRO  I.  CAPITULO  XXIX.  335 


acaba  una  elegantísima  epístola  que  escribió  á  un   amigo  suyo 
del  menosprecio  del  mundo,  diciendo  así: 

Una  es,  pues,  la  quieta  y  segura  tranquilidad,  una  la  firme  y 
perpetua  seguridad:  si  librado  el  hombre  de  la  tempestad  y  tor- 
bellinos deste  siglo  tempestuoso,  y  colocado  en  la  fiel  estancia 
y  puerto  de  la  salud,  levanta  los  ojos  de  la  tierra  al  cielo,  y  ad- 
mitido ya  á  la  compañía  y  gracia    del  Señor   se  alegra  de  ver 
cómo  todo  lo  que  está  en  la  opinión  del  mundo  levantado,  den- 
tro de  su  corazón  está  caído.  No  puede  este  tal  desear  alguna  co- 
sa del  mundo,  porque  es  ya  mayor  que  el  mundo.  Y  más  aba- 
jo añade  diciendo:  Y  no  no  son   menester  muchas   riquezas,  ni 
negocios  ambiciosos  para  alcanzar  esta  felicidad:  porque  dádiva 
es  ésta  de  Dios,  que  en  el  ánima  religiosa  se  recibe:   el  cual  es 
tan  liberal  y  tan  comunicable,  que  así  como  el  sol  calienta,  y  el 
día  alumbra,  y  la  fuente  corre,  y  el  agua  cae  de  lo  alto,  así  aquel 
espíritu  divino  liberalmente  se  comunica  á  todos.  Por  donde,  tú 
hermano  mío,  que  estás  ya  asentado  en  la  nómina    deste   ejér- 
cito celestial,  trabaja  con  todas  tus  fuerzas  por  guardar  fielmen- 
te la  disciplina  desta  milicia  con  religiosas  costumbres.  Ten  por 
compañera  perpetua  la   oración  y   la  lición:  unas  veces  habla 
con  Dios,  y  otras  hable  Dios  contigo.  Él  te   enseñe  sus  manda- 
mientos,  y  El  disponga  y  ordene  todos  los  negocios  de  tu  vida. 
A  quien  Él  hiciere  rico,  nadie  tenga  por  pobre.  Ya  no  podrá  pa- 
descer  hambre  ni  pobreza  el  pecho  que  estuviere   lleno   de  la 
bendición  y  abundancia  celestial.  Entonces  te  'parescerán  estiér- 
col las  casas  vestidas  de  preciosos  mármoles,  y  los  maderamien- 
tos  guarnescidos  de   oro,  cuando  entiendas  que   tú  eres  el  que 
principalmente  conviene  ser  adornado,  y  que  ésa  es  mucho  me- 
jor casa,  en  la  cual  (como  en   un  templo   vivo)  reposa  Dios,   y 
donde  el  Espíritu  Sancto  tiene  hecha  su  morada.  Pintemos  pues 
esta  casa,  y  pintémosla   con   inocencia,  y    esclarezcámosla  con 
lumbre  y  resplandor  de  justicia.  Ésta  nunca  amenazará  caída  por 
antigüedad  ni  vejez,  ni  perderá  su  lustre  cuando  el  oro  y  el  co- 
lor de  les  paredes  se   desfloraren.  Caducas  son  todas  las   cosas 
afeitadas  y  compuestas,  y  no  dan  estable   firmeza  á  sus  posee- 
dores: porque  no  son  verdadera  posesión.    Mas  ésta  permanece 
con  el  color  siempre  vivo,  y  con  honra  entera  y  caridad  perdu- 
rable: ni  puede  caer,  ni  desflorarse,  aunque  puede  con  la  resu- 
rrección de  los  cuerpos  reformarse. 


330  GUÍA  DE  PECADORES 


Hasta  aquí  son  palabras  de  Cipriano. 

Pues  el  que  movido  por  todas  las  razones  y  persuasiones  que 
en  este  libro  habernos  tratado  (entreviniendo  en  ello  el  favor  y 
tocamiento  de  Dios,  sin  el  cual  nada  se  puede  bien  hacer)  desea 
abrazar  este  bien  tan  alabado  de  la  virtud,  cómo  se  haya  de  ha- 
cer, en  el  libro  siguiente  se  declara. 


FIN  DEL  LIBRO  TRÍMERO  DE  LA  GUÍA  DE  PECADORES 


LIBRO  SEGUNDO 


DE  LA 


GUIA  DE  PECADORES 

EN  EL  CUAL  SE  TRATA 

DE     LA     DOCTRINA     DE     LAS     VIRTUDES 

DONDE  SE  PONEN  DIVERSOS  AVISOS  Y  DOCUMENTOS 

PARA  HACER  UN  HOMBRE  VIRTUOSO. 


PRÓLOGO 


'ORQUE  no  basta  persuadir  á  un  hombre  que  quiera 
ser  virtuoso,  si  no  le  enseñamos  cómo  lo  haya  de  ser: 
\\C^^  por  tanto,  ya  que  en  el  libro  pasado  alegamos  tantas 
y  tan  graves  razones  para  mover  nuestro  corazón  al  amor  de  la 
virtud,  será  razón  que  agora  descendamos  á  la  práctica  y  uso 
della,  dando  diversos  avisos  y  documentos  que  sirvan  para  hacer 
á  un  hombre  verdaderamente  virtuoso.  Y  porque  (como  dice  un 
sabio)  la  primera  virtud  es  carescer  de  vicios  (después  de  lo  cual 
puede  el  hombre  insistir  en  el  ejercicio  de  las  virtudes)  por  tanto 
repartiremos  esta  doctrina  en  dos  partes:  en  la  primera  de  las 
cuales  trataremos  de  los  más  comunes  vicios  que  hay,  y  de  sus 
remedios;  y  en  la  segunda  de  las  virtudes.  Mas  antes  que  entre 
en  esta  materia,  pondré  primero  dos  preámbulos  que  son  dos 
presupuestos  muy  necesarios  para  quienquiera  que  se  determi- 
ne á  andar  este  camino, 

OBRAS  DS  GRANADA  1-2^ 


DK  LA  PRIMERA  COSA  QUE  HA  DE  PRESUPONER  EL  QUE  QUIERE  SERVIR   Á  DIOS. 

CAPÍTULO  I. 


PRIMERAMENTE  el  que  de  nuevo  se  determina  de  ofre- 
cer al  servicio  de  nuestro  Señor  y  mudar  la  vida,  la 
primera  cosa  que  le  conviene  hacer  es  que  sienta  bien  des- 
ta  empresa  que  toma,  y  la  estime  en  lo  que  ella  meresce. 
Quiero  decir,  que  entienda  que  este  negocio  es  el  mayor 
negocio,  el  mayor  tesoro,  la  mayor  empresa  y  la  mayor  sabi- 
duría de  cuantas  hay  en  el  mundo:  antes  crea  que  ni  hay  otro 
tesoro,  ni  otra  sabiduría,  ni  otro  negocio,  sino  éste:  como  lo  signi- 
ficó el  Profeta,  cuando  dijo:  Aprende,  oh  Israel,  dónde  está  la  pru- 
dencia, dónde  la  fortaleza,  dónde  el  seso  y  la  discreción,  para  que 
juntamente  veas  dónde  está  la  longura  de  días,  y  la  provisión  de 
todas  las  cosas,  y  la  lumbre  de  los  ojos,  y  la  paz.  Por  lo  cual  con 
mucha  razón  dijo  el  Señor  por  Hieremías  (i):  No  se  gloríe  el  sa- 
bio en  su  sabiduría,  ni  el  rico  en  sus  riquezas,  ni  el  fuerte  en  su 
fortaleza,  sino  en  esto  se  gloríe  el  que  se  quisiere  gloriar,  que  es, 
saberme  á  Mí,  y  conoscerme  á  Mí:  porque  aquí  está  la  suma  de 
todos  los  bienes.  Y  si  alguno  fuere  consumado  entre  los  hijos  de 
los  hombres,  y  no  tuviere  este  conoscimiento  acompañado  con  la 
virtud,  no  tiene  de  qué  se  gloriar. 

Á  esto  nos  convidan  señaladamente  todas  las  Escripturas  di- 
vinas, que  por  tantas  vías  y  maneras  nos  encomiendan  y  enca- 
rescen  este  negocio;  á  esto  todas  cuantas  criaturas  hay  en  el  cielo 
y  en  la  tierra;  á  esto  todas  las  voces  y  clamores  de  la  Iglesia;  á 
esto  todas  las  leyes  divinas  y  humanas;  á  esto  los  ejemplos  de 
innumerables  sanctos  que  llenos  desta  lumbre  del  cielo  des. 
preciaron  el  mundo  y  abrazaron  tan  de  corazón  el  propósito  de  la 
virtud,  que  muchos  dellos  se  dejaron  arrastrar,  y  asar  en  parrillas, 
y  padescer  otras  mil  maneras  de  tormentos  antes  que  hacer  una 
sola  ofensa  contra  Dios  y  estar  por  un  solo  momento  en  su  des- 

^l)    Jerem.  IX, 


LIBRO   11.   CAPÍTULO   1.  339 


gracia.  Finalmente,  á  esto  nos  llaman  y  obligan  todas  las  cosas 
que  en  el  libro  precedente  habemos  tratado,  porque  todas  ellas 
apellidan  virtud  y  declaran  la  grandeza  de  su  valor.  Cada  cosa 
déstas  profundamente  considerada  basta  para  declarar  la  impor- 
tancia deste  negocio,  y  mucho  más  todas  ellas  juntas:  para  que  por 
aquí  entienda  el  que  se  determina  seguir  este  partido,  cuan  grande 
y  cuan  gloriosa  sea  la  empresa  que  ha  tomado,  y  á  cuanto  es  ra- 
zón que  se  ponga  por  ella,  como  luego  se  dirá.  Éste  sea,  pues,  el 
primer  preámbulo  y  presupuesto  deste  negocio. 


DE  LA  SEGUNDA  COSA    QUE  HA  DE  PRESUPONER  EL  QUE  QUIERE  SERVIR 

Á  NUESTRO  SEÑOR. 

CAPÍTULO  II. 

L  segundo  sea,  que  (pues  el  negocio  es  de  tanta  dig- 
nidad y  merescimiento)  te  ofrezcas  á  él  con  un  cora- 
zón esforzado  y  aparejado  para  sufrir  todos  los  en- 
cuentros y  combates  que  se  te  ofrescieren  por  él,  teniéndolo  todo 
en  poco  por  salir  con  una  empresa  tan  gloriosa:  presuponiendo 
que  ninguna  cosa  grande  quiso  la  naturaleza  que  hubiese  en  este 
mundo  que  no  tuviese  un  pedazo  de  dificultad.  Porque  en  el  pun- 
to que  esto  determinares,  luego  la  potencia  del  infierno  ha  de  ar- 
mar toda  su  flota  contra  ti;  luego  la  carne  amadora  de  deleites  y 
mal  inclinada  dende  su  nascimiento  (después  que  fué  toxicada 
con  el  veneno  mortífero  de  aquella  ponzoñosa  serpiente)  te  ha  de 
solicitar  importunamente  y  convidar  á  todos  sus  acostumbrados 
pasatiempos  y  regalos.  Luego  también  la  costumbre  depravada, 
no  menos  poderosa  que  la  misma  naturaleza,  rehusará  esta  mu- 
danza, y  te  la  pintará  muy  dificultosa:  porque  así  como  es  cosa 
de  gran  trabajo  sacar  un  río  caudaloso  de  la  madre  por  do  ha 
corrido  muchos  años,  así  lo  es  también  en  su  manera  sacar  un 
hombre  del  curso  por  donde  la  mala  costumbre  hasta  agora  le  ha 
llevado,  y  hacerle  tomar  otro  camino.  Luego  también  el  mundo, 
poderosísima  y  cruelísima  bestia  (armada  con  la  autoridad  de 
tantos  malos  ejemplos  como  hay  en  él)  acudirá  unas  veces  con- 
vidándonos con  sus  pompas  y  vanidades;  otras,  soHcitándonos 
con  malos  ejemplos  y  pecados;  otras  también,  desmayándonos 
con  las  persecuciones  y  murmuraciones  de  los  malos:  y  como  si 
todo  esto  fuese  poco,  sobrevendrá  también  el  demonio,  astutísimo, 
poderosísimo  y  antiquísimo  engañador,  y  hará  también  lo  que 
suele,  que  es  perseguir  más  crudamente  á  los  que  de  nuevo  se  le 
declaran  por  enemigos  y  rebelan  contra  él. 

Por  todas  estas  partes  se  te  han  de  mover  dificultades  y  con- 
tradicciones, y  todo  esto  has  de  tener  ya  tragado  y  presupuesto; 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO  II.  34 1 


porque  no  se  te  haga  nuevo  cuando  viniere,  acordándote  de 
aquel  prudente  consejo  del  Sabio  que  dice  (i):  Hijo,  cuando  te 
llegares  á  servir  á  Dios,  vive  con  temor,  y  apareja  tu  ánima  para 
la  tentación.  Y  así  has  de  presuponer  que  no  eres  aquí  llamado  á 
fiestas,  á  juegos,  á  pasatiempos:  sino  á  embrazar  el  escudo,  y 
vestir  el  arnés,  y  tomar  la  lanza  para  pelear.  Porque  aunque  sea 
verdad  que  tengamos  muchas  y  grandes  ayudas  para  este  ca- 
mino (como  arriba  declaramos)  mas  con  todo  esto  no  se  puede 
negar  sino  que  todavía  no  falta  aquí  á  los  principios  un  pedazo 
de  dificultad.  Lo  cual  todo  debe  tener  el  siervo  de  Dios  ya  pre- 
supuesto y  tragado  (porque  no  se  le  haga  nuevo)  teniendo  en- 
tendido que  la  joya  por  que  milita  es  de  tan  grande  precio,  que 
merece  esto,  y  mucho  más.  Y  para  que  el  temor  de  todos  estos 
enemigos  susodichos  no  te  haga  desmayar,  acuérdate  (como  arri- 
ba dijimos)  que  muchos  más  son  los  que  son  por  ti,  que  los  que 
son  contra  ti.  Porque  aunque  de  parte  del  pecado  estén  todos 
esos  opositores,  de  parte  de  la  virtud  están  otros  más  poderosos 
que  ellos.  Porque  contra  la  naturaleza  corrompida  está  (como  di- 
jimos) la  gracia  divina;  y  contra  el  demonio.  Dios;  y  contra  la 
mala  costumbre,  la  buena;  y  contra  la  muchedumbre  de  los  espí- 
ritus malos,  la  de  los  buenos;  y  contra  los  malos  ejemplos  y  per- 
secuciones de  los  hombres,  los  buenos  ejemplos  y  exhortaciones 
de  los  sanctos;  y  contra  los  deleites  y  gustos  del  mundo,  los  de- 
leites y  consolaciones  del  Espíritu  Sancto.  Y  manifiesta  cosa  es 
que  más  poderoso  es  cada  uno  destos  opositores,  que  su  con- 
trario. Porque  más  poderosa  es  la  gracia  que  la  naturaleza,  y  más 
poderoso  Dios  que  el  demonio,  y  más  poderosos  los  buenos  án- 
geles que  los  malos,  y  finalmente  mayores  y  más  eficaces  los  de- 
leites espirituales  que  los  sensuales,  sin  comparación. 


(i)    Eccli.  IL 


PRIMERA  PARTE 
DE  ESTE  SEGUNDO  LIBRO 

QUE  TRATA 
DE  LOS  VICIOS  Y  DE  SUS  REMEDIOS 


pEL  FIRME  PROPÓSITO  QUE  EL  BUEN  CRISTIANO  DEBE  TENER  PE  NUNCA  HACER 

eOSA  QUE  SEA  PECADO  MORTAL, 

CAPÍTULOin. 

'resupuestos  estos  dos  preámbulos  como  fundamen- 
tos principales  de  todo  este  edificio,  la  primera  y  más 
principal  cosa  que  debe  hacer  el  que  de  veras  se  de- 
termina ofrescer  al  servicio  de  nuestro  Señor  y  al  estudio  de  la 
virtud,  es,  plantar  en  su  ánima  un  firmísimo  propósito  de  nunca 
hacer  cosa  que  sea  pecado  mortal:  por  el  cual  solo  se  pierde  la 
amistad  y  gracia  de  nuestro  Señor,  con  todos  los  otros  bienes  que 
en  el  segundo  tratado  de  la  penitencia  dijimos  que  por  él  se  per- 
dían. Éste  es  el  fundamento  principal  de  la  vida  virtuosa:  esto  es 
con  lo  que  se  conserva  la  amistad  y  gracia  de  Dios  y  el  derecho 
del  reino  del  cielo:  en  esto  consiste  la  caridad  y  la  vida  espiritual  del 
ánima:  esto  es  lo  que  hace  á  los  hombres  hijos  de  Dios,  templos  del 
Espíritu  Sancto  y  miembros  vivos  de  Cristo,  y  como  tales,  partici- 
pantes de  todos  los  bienes  de  la  Iglesia.  Mientras  este  propósito  con- 
servare el  ánima,  estará  en  caridad  y  en  estado  de  salvación;  y  en 
faltando  esto,  luego  es  raída  del  libro  de  la  vida,  y  escripta  en  el 
libro  de  la  perdición,  y  trasladada  al  reino  de  las  tinieblas. 

De  suerte  que  bien  mirado  este  negocio,  parece  que  así  co-^ 
mo  en  todas  las  cosas  (así  naturales  como  artificiales)  hay  subs- 
tancia y  accidentes:  entre  las  cuales  cosas  hay  esta  diferencia, 
que  mudados  los  accidentes,  todavía  queda  la  substancia,  co- 
mo gastadas  las  labores  y  pinturas  de  una  casa,  todavía  que- 
da en  pie  la  casa,  aunque  imperfecta:  pero  caída  la  casa  (que 
es  como  la  substancia)  no  queda  en  pie  cosa  alguna:  así  mien- 
tra este  sancto  propósito  estuviere  fijo  en  el  ánima,  está  en 


LIBRO  11.  CAPÍTULO  U.  343. 


pie  la  substancia  de  la  virtud:  pero  faltando  éste,  ninguna  cosa 
hay  que  no  quede  por  tierra.  La  razón  desto  es  porque  todo  el 
ser  de  la  vida  virtuosa  consiste  en  la  caridad,  que  es  amar  á  Dios 
sobre  todas  las  cosas:  y  aquél  le  ama  sobre  todas  las  cosas,  que 
aborresce  el  pecado  mortal  sobre  todas  ellas:  porque  por  solo 
éste  se  pierde  la  caridad  y  amistad  de  Dios.  Por  donde  así  co- 
mo la  cosa  que  más  contradice  al  casamiento,  es  el  adulterio:  así 
la  cosa  que  más  repugna  á  la  vida  virtuosa,  es  el  pecado  mortal: 
porque  éste  solo  mata  la  caridad  en  que  esta  vida  consiste. 

Ésta  es  la  causa  por  donde  todos  los  sanctos  mártires  se  de- 
jaron padescer  tan  horribles  tormentos:  por  esto  se  permitieron 
asar,  y  desollar, y  arrastrar,  y  atenazar,  y  despedazar,  por  no  co- 
meter un  pecado  mortal  con  que  estuviesen  un  punto  fuera  de 
la  amistad  y  gracia  de  Dios:  porque  bien  sabían  ellos  que  aca- 
bando de  pecar  se  podían  arrepentir  de  su  pecado  y  alcanzar 
perdón  del  (como  lo  hizo  Sant  Pedro  acabando  de  negar)  mas 
con  todo  esto  escogieron  antes  pasar  por  todos  los  tormentos 
del  mundo,  que  estar  por  espacio  de  un  credo  en  desgracia  des- 
te  Señor. 

Entre  los  cuales  ejemplos  son  muy  señalados  los  de  tres  mu- 
jeres: una  del  Testamento  viejo,  madre  de  siete  hijos,  y  dos  del 
nuevo,  llamadas  Felicitas  y  Sinforosa,  madres  también  cada  cual 
de  otros  siete:  las  cuales  todas  se  hallaron  presentes  á  los  tor- 
mentos y  martirios  dellos:  y  viéndolos  despedazar  ante  sus  ojos, 
no  sólo  no  desmayaron  con  este  tan  doloroso  espectáculo,  mas 
antes  ellas  los  estuvieron  esforzando  y  animando  á  morir  cons- 
tantísimamente  por  la  fe  y  odediencia  de  Dios:  y  así  ellas  jun- 
tamente con  ellos  murieron  con  grande  ánimo  por  esta  causa. 

Mas  no  sé  si  anteponga  á  estos  tan  ilustres  ejemplos  uno  que 
escribe  S.  Hicrónimo  en  la  vida  de  S.  Pablo,  primer  ermitaño, 
de  un  sancto  mancebo,  al  cual  después  de  intentados  otros  muchos 
medios,  quisieron  los  tiranos  cuasi  por  fuerza  hacer  ofender  á 
Dios.  Y  para  esto  le  hicieron  acostar  de  espaldas  y  desnudo  en 
una  cama  blanda,  á  la  sombra  de  los  árboles  de  un  jardín  muy 
fresco,  atándole  con  unas  muy  blandas  ataduras  pies  y  ma- 
nos para  que  ni  pudiese  huir  ni  defenderse.  Y  esto  hecho  en- 
viaron una  mala  mujer  muy  bien  ataviada  para  que  usase  de  to- 
dos los  medios  posibles  con  que  venciese  la  virtud  y  constancia 
del  sancto  mancebo.  Pues  ¿  qué  haría  aquí  el  caballero  de  Cris- 


544  ^^  Í^E  PECADORES 


to?  ¿Qué  medio  tomaría  para  evitar  tan  grande  deslionra,  don- 
de el  cuerpo  estaba  desnudo,  y  atados  los  pies  y  las  manos? 
Mas  con  todo  esto  no  faltó  aquí  la  virtud  del  cielo  y  la  presen- 
cia del  Espíritu  Sancto:  el  cual  le  inspiró  que  para  defenderse 
del  presente  peli^o,  hiciese  una  cosa  la  más  nueva  y  extraña 
de  todas  cuantas  hasta  hoy  están  escriptas  en  historias  de  grie- 
gos y  de  latinos.  Porque  el  sancto  mancebo  con  la  grandeza  del 
temor  de  Dios  y  aborrescimiento  del  pecado  se  cortó  la  lengua 
con  sus  proprios  dientes  (que  solos  libres  tenía)  y  la  escupió 
en  la  cara  de  la  deshonesta  mujer:  y  así  espantó  y  despidió  de 
sí  á  ella  con  tan  extraño  hecho,  y  templó  el  natural  encendi- 
miento de  su  carne  con  la  fuerza  deste  dolor.  Esto  basta  para 
que  por  aquí  en  breve  se  vea  el  grado  en  que  todos  los  san- 
ctos  aborrescieron  un  pecado  mortal.  Donde  también  pudiera 
contar  otros  que  desnudos  se  revolcaron  entre  las  zarzas  y  espi- 
nas, y  otros  en  medio  del  invierno  entre  las  pellas  de  nieve,  pa- 
ra resfriar  los  fuegos  de  la  carne  atizados  por  el  enemigo. 

Pues  el  que  quisiere  caminar  por  este  camino,  procure  de  fi- 
jar en  su  ánima  este  firme  propósito,  estimando  en  más  (como 
justo  apreciador  de  las  cosas)  la  amistad  de  Dios,  que  todos  los 
tesoros  del  mundo:  dejando  perder  lo  menos  por  lo  más  cuando 
se  ofreciere  ocasión  para  ello.  En  esto  funde  su  vida,  á  esto  or- 
dene todos  sus  ejercicios,  esto  pida  al  Señor  en  todas  sus  oracio- 
nes, para  esto  frecuente  los  Sacramentos,  esto  saque  de  los  ser- 
mones y  de  los  buenos  libros  que  leyere,  esto  aprenda  de  la  fá- 
brica y  hermosura  de  todas  las  criaturas  deste  mundo,  este  fruc- 
to  señaladamente  coja  de  la  pasión  de  Cristo  y  de  todos  los  otros 
beneficios  divinos  (que  es  no  ofender  á  quien  tanto  debe)  y  con- 
forme á  la  firmeza  deste  sancto  temor  y  propósito  mida  la  cuan- 
tidad de  su  aprovechamiento,  estimándose  por  más  ó  menos 
aprovechado  cuanto  más  ó  menos  tuviere  de  la  firmeza  deste 
propósito. 

Y  así  como  el  que  quiere  hincar  un  clavo  muy  fuertemente, 
no  se  contenta  con  darie  una,  ni  dos,  ó  tres  martilladas,  sino  aña- 
de otra  y  otras  muchas  más,  hasta  cansar:  así  él  no  se  contente 
con  este  propósito  así  como  quiera,  sino  cada  día  trabaje  por  to- 
mar ocasión  de  cuantas  cosas  viere,  oyere,  leyere,  ó  meditare: 
para  criar  más  y  más  amor  de  Dios,  y  más  aborrescimiento  del 
pecado,  porque  cuanto  más  cresciere   en  este  aborrescimiento, 


LIBRO  11.  CAPÍTULO  III.  ^45 


tanto  más  aprovechará  en  aquel  amor  divino,  y  por  consiguien- 
te en  toda  virtud. 

Y  para  estar  más  firme  en  esto  persuádase  y  crea  firmemen- 
te que  si  todos  cuantos  desastres  y  males  de  pena  ha  habido  en 
el  mundo,  dende  que  Dios  lo  crió  hasta  hoy,  y  cuantas  penas 
en  el  infierno  padescen  cuantos  condenados  hay  en  él,  se  pusie- 
sen juntas  en  una  balanza,  y  un  pecado  mortal  en  la  otra,  sin 
comparación  es  mayor  mal  solo  este  pecado,  y  más  digno  de  ser 
huido  que  todas  aquéllas:  puesto  caso  que  la  ceguedad  y  tinie- 
blas horribles  deste  Egipto  no  lo  platican  así,  sino  de  otra  muy 
diferente  manera.  Mas  no  es  mucho  que  ni  los  ciegos  vean  este 
tan  grande  mal,  ni  los  muertos  sientan  esta  tan  grande  lanzada: 
pues  no  es  dado  á  los  ciegos  ver  cosa  alguna,  por  grande  que 
sea,  ni  á  los  muertos  sentir  herida  alguna,  aunque  sea  mortal. 

§.  I. 

Pues  como  en  este  segundo  libro  se  trate  de  la  doctrina  de 
la  virtud  (cuyo  contrario  es  el  pecado)  la  primera  parte  del  se 
empleará  en  tratar  del  aborr escimiento  del  pecado,  y  señalada- 
mente de  sus  remedios:  porque  arrancadas  del  alma  estas  ma- 
las raíces,  fácil  cosa  será  plantar  en  su  lugar  las  plantas  de  las 
virtudes,  de  las  cuales  se  trata  en  la  segunda  parte  del.  Y  no  sólo 
se  tratará  aquí  de  los  pecados  mortales,  sino  también  de  los  ve- 
niales: no  porque  éstos  quiten  la  vida  al  ánima,  sino  porque  la 
relajan  y  enflaquecen,  y  así  disponen  para  la  muerte  della.  Y  por 
esta  misma  causa  se  trata  aquí  también  de  aquellos  siete  vicios 
que  comúnmente  se  llaman  capitales  ó  mortales  (que  son  cabe- 
zas y  raíces  de  todos  los  otros)  no  porque  siempre  sean  morta- 
les, sino  porque  muchas  veces  lo  pueden  ser:  cuando  por  ellos  se 
viene  á  quebrantar  alguno  de  los  mandamientos  de  Dios  ó  de 
la  Iglesia,  ó  se  hace  algo  contra  la  caridad. 

Servirá  esta  doctrina  para  que  el  que  se  viere  muy  tentado  y 
acosado  de  algún  vicio,  acuda  á  ella  como  á  una  espiritual  botica, 
y  entre  diversas  medicinas  y  remedios  que  aquí  se  señalan,  es- 
coja el  que  más  hiciere  á  su  propósito.  Verdad  es  que  entre  estos 
remedios  unos  hay  generales  contra  todo  género  de  vicios  (de  los 
cuales  tratamos  en  el  Memorial  de  la  Vida  Cristiana,  donde  se  pu- 
sieron quince  ó  dieciseis  maneras  de  remedios  contra  el  pecado) 


346  GUÍA  DE  PECADORES 


otros  hay  particulares,  contra  particulares  vicios,  como  contra  la 
soberbia,  avaricia,  ira  &c.  Y  destos  trataremos  en  este  lugar,  apli- 
cando á  cada  manera  de  vicio  su  remedio,  y  proveyendo  de  armas 
espirituales  contra  él. 

Mas  aquí  es  mucho  de  notar  que  para  esta  batalla  no  tene- 
mos tanta  necesidad,  ni  de  brazos  para  pelear,  ni  de  pies  para 
huir,  cuanta  de  ojos  para  considerar:  porque  éstos  son  los  princi- 
pales instrumentos  y  armas  desta  milicia,  que  no  es  contra  carne 
y  sangre,  sino  contra  los  perversos  demonios,  que  son  criaturas 
espirituales.  La  razón  desto  es,  porque  la  primera  raíz  de  todo 
pecado  es  el  error  y  engaño  del  entendimiento,  que  es  el  con- 
sejero de  la  voluntad.  Por  lo  cual  procuran  siempre  nuestros 
adversarios  de  pervertir  el  entendimiento:  porque  pervertido  éste, 
luego  es  pervertida  la  voluntad,  que  se  rige  por  él.  Por  esto  tra- 
bajan de  vestir  el  mal  con  color  de  bien,  y  vender  el  vicio  debajo 
de  imagen  de  virtud,  y  encubrir  de  tal  manera  la  tentación,  que 
no  parezca  tentación,  sino  razón.  Porque  si  nos  quieren  tentar  de 
ambición,  de  avaricia,  ó  de  ira  y  deseos  de  venganza,  procuran 
de  hacernos  entender  que  está  en  razón  desear  lo  que  deseamos, 
y  que  sería  contra  razón  hacer  otra  cosa:  encubriendo  el  lazo  de 
la  tentación  con  la  capa  de  la  razón,'para  que  así  puedan  mejor 
engañar  aun  á  aquellos  que  se  rigen  por  razón.  Pues  para  esto  es 
necesario  que  el  hombre  tenga  ojos  con  que  vea  el  anzuelo  de- 
bajo del  cebo,  y  no  se  engañe  con  la  imagen  y  aparencia  sola 
del  bien. 

También  son  necesarios  ojos  para  ver  la  malicia,  la  fealdad, 
el  peligro  y  los  daños  y  inconvenientes  que  consigo  trae  el  vi- 
cio de  que  somos  tentados,  para  que  con  esto  se  refrene  nuestro 
apetito  y  tema  de  gustar  lo  que  gustado  le  ha  de  causar  la 
muerte.  Por  donde  aquellos  misteriosos  animales  de  Ezequiel  (i), 
que  son  figura  de  los  sanctos  varones,  con  tener  los  otros  miem- 
bros sencillos,  estaban  por  todas  partes  llenos  de  ojos:  para  dar 
á  entender  cuánta  necesidad  tienen  los  siervos  de  Dios  destos 
espirituales  ojos  para  defenderse  de  los  vicios.  Deste  remedio, 
pues,  principalmente  usaremos  en  esta  materia,  con  el  cual  tam- 
bién juntaremos  todos  los  otros  que  parescieren  necesarios,  como 
en  el  proceso  se  verá. 


(i)    Ezech.  IX, 


REMEDIOS  CONTRA  LA  SOBERBIA. 


CAPITULO  IV. 


ASIENDO  pues  de  tratar  en  esta  primera  parte  de  los 
vicios  y  de  sus  remedios,  comenzaremos  por  aque- 
llos siete  que  se  llaman  capitales,  porque  son  cabe- 
zas y  fuentes  de  todos  los  otros.  Porque  así  como  cortada  la  raíz 
de  un  árbol  se  secan  luego  todas  las  ramas  que  recibían  vida  de 
la  raíz,  así  cortadas  estas  siete  universales  raíces  de  todos  los  vi- 
cios, luego  cesarán  todos  los  otros  vicios  que  destas  raíces  pro- 
cedían. Por  esta  causa  Casiano  escribió  con  tanta  diligencia  ocho 
libros  contra  estos  vicios  (lo  cual  también  han  hecho  con  mucho 
estudio  otros  muy  graves  autores)  por  tener  muy  bien  entendido 
que  vencidos  estos  enemigos,  no  podrían  levantar  cabeza  todos 
los  otros. 

La  razón  desto  es,  porque  todos  los  pecados  (como  dice  Sanc- 
to  Tomás)  originalmente  nascen  del  amor  proprio:  porque  todos 
ellos  se  cometen  por  cobdicia  de  algún  bien  particular  que  este 
amor  proprio  nos  hace  desear.  Deste  amor  nascen  aquellas  tres 
ramas  que  dice  S.  Juan  en  su  Canónica  (i),  que  son:  cobdicia  de 
la  carne,  cobdicia  de  los  ojos  y  soberbia  de  la  vida,  que  por  tér- 
minos más  claros  son:  amor  de  deleites,  amor  de  hacienda  y  amor 
de  honra;  porque  estos  tres  amores  proceden  de  aquel  primer 
amor.  Pues  del  amor  de  los  deleites  nascen  tres  vicios  capitales, 
que  son:  lujuria,  gula  y  pereza.  Del  amor  de  la  honra  nasce  la 
soberbia,  y  del  amor  de  la  hacienda  el  avaricia.  Mas  los  otros  dos 
vicios,  que  son  ira  y  envidia,  sirv^en  á  cualquiera  destos  malos 
amores,  porque  la  ira  nasce  de  impedirnos  cualquiera  destas  co- 
sas que  deseamos;  y  la  envidia  de  quienquiera  que  nos  gana  por 
la  mano  y  alcanza  aquello  que  el  amor  proprio  quisiera  antes 
para  sí  que  para  sus  vecinos.  Pues  como  éstas  sean  las  tres  uni- 


(ij     I  Joan.  II. 


34^  GUÍA  DE  PECADORES 


versales  raíces  de  todos  los  males,  de  las  cuales  proceden  estos 
siete  vicios;  de  aquí  es  que,  vencidos  estos  siete,  queda  luego  el 
escuadrón  de  todos  los  otros  vencido.  Por  lo  cual  todo  nuestro 
estudio  se  ha  de  emplear  agora  en  pelear  contra  estos  tan  po- 
derosos gigantes,  si  queremos  quedar  señores  de  todos  los  otros 
enemigos  que  nos  tienen  ocupada  la  tierra  de  promisión. 

Entre  los  cuales  el  primero  y  más  principal  es  la  soberbia, 
que  es  apetito  desordenado  de  la  propria  excelencia.  Ésta  dicen 
los  sanctos  que  es  la  madre  y  reina  de  todos  los  vicios:  y  por 
tanto,  con  mucha  razón  aquel  sancto  Tobías,  entre  otros  avisos 
que  daba  á  su  hijo,  le  daba  éste,  diciendo  (i):  Nunca  permitas  que 
la  soberbia  tenga  señorío  sobre  tu  pensamiento,  ni  sobre  tus  pa- 
labras: porque  della  tomó  principio  toda  nuestra  perdición.  Pues 
cuando  este  pestilencial  vicio  tentare  tu  corazón,  puedes  ayudarte 
contra  él  de  las  armas  siguientes: 

Primeramente  considera  aquel  espantoso  castigo  con  que  fue- 
ron castigados  aquellos  malos  ángeles  que  se  ensoberbecieron; 
pues  en  un  punto  fueron  derribados  del  cielo  y  echados  en  los 
abismos.  Mira,  pues,  cómo  este  vicio  escureció  al  que  resplande- 
cía más  que  las  estrellas  del  cielo:  y  al  que  era  no  solamente  án- 
gel, mas  muy  principal  entre  los  ángeles,  hizo  no  solamente  de- 
monio, mas  el  peor  de  todos  los  demonios.  Pues  si  esto  se  hizo 
con  los  ángeles,  ¿qué  se  hará  contigo,  polvo  y  ceniza?  Porque 
Dios  no  es  contrario  á  sí  mismo,  ni  aceptador  de  personas,  mas 
así  en  el  ángel  como  en  el  hombre  le  descontenta  la  soberbia,  y 
le  agrada  la  humildad.  Por  lo  cual  dice  Sant  Augustín:  La  humil- 
dad hace  de  los  hombres  ángeles,  y  la  soberbia  de  los  ángeles 
demonios.  Y  Sant  Bernardo  dice:  La  soberbia  derriba  de  lo  más 
alto  hasta  lo  más  bajo,  y  la  humildad  levanta  de  lo  más  bajo  hasta 
lo  más  alto.  El  ángel  ensoberbeciéndose  en  el  cielo,  cayó  en  los 
abismos;  y  el  hombre,  humillándose  en  la  tierra,  es  levantado  so- 
bre las  estrellas  del  cielo. 

Juntamente  con  este  castigo  de  la  soberbia  considera  el  ejem- 
plo de  aquella  inestimable  humildad  del  Hijo  de  Dios,  que  por 
ti  tomó  tan  baja  naturaleza,  y  por  ti  obedeció  al  Padre  hasta  la 
muerte,  y  muerte  de  cruz.  -Pues  aprende,  hombre,  á  obedecer; 
aprende,  tierra,  á  estar  debajo  de  los  pies;  aprende,  polvo,  á  te- 

(i)     Tob.  IV. 


LffiRO  II.   CAPÍTULO  IV.  349 


nerte  en  nada;  aprende,  oh  cristiano,  de  tu  Señor  y  tu  Dios,  que 
fué  manso  y  humilde  de  corazón.  Si  te  desprecias  de  imitar  el 
ejemplo  de  los  otros  hombres,  no  te  desprecies  de  imitar  el  de 
Dios,  el  cual  se  hizo  hombre,  no  solamente  para  redimirnos,  mas 
también  para  humillarnos. 

Pon  también  los  ojos  en  ti  mismo:  porque  dentro  de  ti  ha- 
llarás cosas  que  te  prediquen  humildad.  Considera  pues  lo  que 
fuiste  antes  de  tu  nascimiento,  y  lo  que  eres  agora  después  de 
nascido,  y  lo  que  serás  después  de  muerto.  Antes  que  nacieses, 
eras  una  materia  sucia,  indigna  de  ser  nombrada:  agora  eres  un 
muladar  cubierto  de  nieve,  y  después  serás  manjar  de  gusanos. 
Pues  ¿de  qué  te  ensoberbeces,  hombre,  cuyo  nascimiento  es  cul- 
pa, cuya  vida  es  miseria,  y  cuyo  fin  es  podre  y  corrupción?  Si 
te  ensoberbeces  por  el  resplandor  de  los  bienes  temporales  que 
posees,  espera  un  poco,  vendrá  la  muerte,  la  cual  nos  hará  igua- 
les á  todos.  Porque  como  todos  nascimos  iguales  (cuanto  á  la 
condición  natural)  así  todos  moriremos  iguales  por  la  común  ne- 
cesidad: salvo  que  después  de  la  muerte  tendrán  más  de  que 
dar  cuenta  los  que  tuvieron  más.  Conforme  á  lo  cual  dice  S.  Cri- 
sóstomo:  Mira  con  atención  las  sepulturas  de  los  muertos,  y  bus- 
ca en  ellos  algún  rastro  de  la  magnificencia  con  que  vivieron,  ó 
de  las  riquezas  y  deleites  que  gozaron.  Dime:  <i  dónde  están 
allí  los  atavíos  y  vestiduras  preciosas?  ¿dónde  los  pasatiempos  y 
recreaciones?  ¿dónde  la  compañía  y  muchedumbre  de  los  cria- 
dos? Acabáronse  los  gastos  de  los  banquetes,  las  risas,  los  jue- 
gos y  el  alegría  mundana.  Llégate  más  de  cerca  al  sepulcro  de 
cada  uno  dellos,  y  no  hallarás  más  que  polvo  y  ceniza,  gusanos 
y  huesos  hediondos.  Este,  pues,  es  el  fin  de  los  cuerpos,  dado 
-que  en  muchos  placeres  y  regalos  se  hayan  criado.  Y  pluguiese 
á  Dios  que  todo  el  mal  parase  en  solo  esto.  Pero  mucho  más  es 
para  temer  lo  que  después  desto  se  sigue,  que  es  el  temeroso 
tribunal  del  juicio  divino,  la  sentencia  que  allí  se  dará,  el 
llanto  y  crugir  de  dientes,  y  las  tinieblas  sin  remedio,  y  los  gu- 
sanos roedores  de  la  consciencia  que  nunca  mueren,  y  el  fuego 
que  nunca  se  apagará. 

Considera  también  el  peligro  de  la  vanagloria,  hija  de  la  so- 
berbia, de  la  cual  dice  S.  Bernardo  que  Uvianamente  vuela  y  li- 
vianamente penetra,  mas  no  hace  liviana  herida.  Por  lo  cual  si  al- 
guna vez  los  hombres  te  alabaren  y  honraren,  debes  luego  mi' 


350  GUÍA  DE  PECADORES 


rar  si  caben  en  ti  esas  cosas  de  que  eres  alabado,  ó  no.  Porque 
si  nada  deso  cabe  en  ti,  ninguna  cosa  tienes  de  que  te  gloriar. 
Mas  si  por  ventura  cabe  en  ti,  di  luego  con  el  Apóstol:  Por  la 
gracia  de  Dios  soy  lo  que  soy.  Así  que  no  te  debes  por  eso  en- 
soberbecer, sino  humillar  y  dar  la  gloria  á  Dios,  á  quien  debes 
todo  lo  que  tienes,  porque  no  te  hagas  indigno  dello:  pues  es 
cierto  que  así  la  honra  que  te  hacen  como  la  causa  por  que  la 
hacen,  es  de  Dios.  Por  donde  todo  el  favor  que  á  ti  aproprias,  á 
Él  lo  hurtas.  Pues  ¿qué  siervo  puede  ser  más  desleal  que  el  que 
hurta  la  gloria  á  su  Señor  ?  Mira  también  cuan  gran  desvarío  sea 
pesar  tu  valía  con  el  parecer  de  los  hombres,  en  cuya  mano  es- 
tá inclinar  la  balanza  á  la  parte  que  quisieren,  y  quitarte  de  aquí 
á  poco  lo  que  agora  te  dan,  y  deshonrarte  los  que  agora  te  hon- 
ran. Si  pones  tu  estima  en  sus  lenguas,  unas  veces  serás  grande, 
otras  pequeño,  otras  nada,  como  quisieren  las  lenguas  de  los 
hombres  mudables.  Por  lo  cual  nunca  jamás  debes  medirte  por 
loores  ajenos,  sino  por  lo  que  tú  sabes  de  ti:  y  aunque  los  otros 
te  levanten  hasta  el  cielo,  mira  lo  que  de  ti  te  dice  tu  conscien- 
cia,y  cree  más  á  ti  que  te  conosces  mejor,  que  á  los  otros  que 
te  miran  de  lejos  y  juzgan  como  por  oídas.  Déjate,  pues,  de  los 
juicios  de  los  hombres,  y  deposita  tu  gloria  en  las  manos  de 
Dios,  el  cual  es  sabio  para  guardarla  y  fiel  para  restituirla. 

Piensa  también,  hombre  ambicioso,  á  cuánto  peligro  te  po- 
nes deseando  mandar  á  otros.  Porque  ¿cómo  podrás  mandar  á 
otros,  no  habiendo  primero  obedecido  á  ti?  ¿Cómo  darás  cuenta 
de  muchos,  pues  apenas  la  puedes  dar  de  ti  solo?  Mira  el  peli- 
gro grande  á  que  te  pones,  añadiendo  los  pecados  de  tus  sub- 
ditos á  los  tuyos,  que  se  asientan  á  tu  cuenta.  Por  lo  cual  dice 
la  Escriptura  (i)  que  se  hará  durísimo  juicio  contra  los  que  tie- 
nen cargos  de  justicia,  y  que  los  poderosos  poderosamente  serán 
atormentados.  Mas  ¿quién  podrá  declarar  los  trabajos  grandes  en 
que  viven  los  que  tienen  cargo  de  muchos?  Esto  declaró  muy 
bien  un  rey  que  habiendo  de  ser  coronado,  primero  que  le  pu- 
siesen la  corona  en  la  cabeza,  la  tomó  en  las  manos,  y  la  tuvo 
así  por  un  poco  de  espacio  diciendo:  ¡  Oh  corona,  corona,  más 
preciosa  que  dichosa:  lo  cual  si  alguno  bien  conociese,  aunque 
te  hallase  en  el  suelo, no  te  levantaría! 

(i)    Sap.  VI. 


LIBRO  II.   CAPÍTULO   IV.  3^1 


Considera  también,  oh  soberbio,  que  á  nadie  contentas  con 
tu  soberbia:  no  á  Dios,  á  quien  tienes  por  contrario,  porque  El  re- 
siste á  los  soberbios,  y  á  los  humildes  da  su  gracia  (i):  no  á  los 
humildes,  porque  éstos  claro  está  que  aborrecen  toda  altivez  y 
soberbia:  ni  tampoco  á  los  otros  soberbios  tus  semejantes,  porque 
por  las  mismas  razones  que  tú  te  levantas,  ellos  te  aborrecen, 
porque  no  quieren  ver  otro  mayor  que  á  sí.  Ni  aun  á  ti  mismo 
contentarás  en  este  mundo,  si  tornando  en  ti  conocieres  tu  vani- 
dad y  locura:  y  mucho  menos  en  el  otro,  cuando  por  tu  sober- 
bia perpetuamente  padecerás.  Por  lo  cual  dice  Dios  por  S.  Ber- 
nardo: Oh  hombre,  si  bien  te  conocieses,  de  ti  te  descontentarías, 
y  á  Mí  agradarías:  mas  porque  no  conoces  á  ti,  estás  ufano  en 
ti,  y  descontentas  á  Mí.  Vendrá  tiempo  cuando  ni  á  Mí  ni  á  ti 
contentarás:  á  Mí  no,  porque  pecaste:  y  á  ti  tampoco,  porque  ar- 
derás para  siempre.  Á  solo  el  diablo  parece  bien  tu  soberbia:  el 
cual  por  ella  de  graciosísimo  ángel  se  hizo  abominable  demonio: 
y  por  esto  naturalmente  huelga  con  su  semejante. 

Ayudará  también  para  humillarte  considerar  cuan  pocos  ser- 
vicios y  méritos  tienes  delante  de  Dios,  que  sean  puros  y  verda- 
deros servicios:  porque  muchos  vicios  hay  que  tienen  imagen  de 
virtudes:  y  muchas  veces  la  vanagloria  destruye  la  obra  que  de 
suyo  es  buena:  y  muchas  veces  á  los  ojos  de  Dios  es  escuro  lo 
que  á  los  de  los  hombres  parece  claro.  Otros  son  los  pareceres 
de  aquel  rectísimo  juez,  que  los  nuestros:  al  cual  desagrada  me- 
nos el  pecador  humilde,  que  el  justo  soberbio:  aunque  éste  no 
se  pueda  llamar  justo  si  es  soberbio.  Y  si  por  ventura  tienes  he- 
chas algunas  buenas  obras,  acuérdate  que  por  ventura  serán 
más  las  malas  que  las  buenas.  Y  esas  buenas  que  heciste,  por 
ventura  fueron  hechas  con  tantos  defectos  y  friezas,  que  quizá 
tienes  más  razón  de  pedir  por  ellas  perdón  que  galardón.  Por  lo 
cual  dijo  Sant  Gregorio:  ¡  Ay  de  la  vida  virtuosa  si  la  juzgare 
Dios  poniendo  aparte  su  piedad !  Porque  por  las  mismas  cosas 
con  que  piensa  que  agrada,  puede  ser  que  por  ésas  sea  confun- 
dida: porque  nuestros  males  son  puramente  males:  mas  nuestros 
bienes  no  siempre  son  puramente  bienes,  porque  muchas  veces 
van  acompañados  con  muchas  imperfecciones.  Por  lo  cual  más 
razón  tienes  para  temer  tus  buenas  obras,  que  para  preciarte  de- 


(i)    i  Petr,  IV, 


35á  GUÍA  DE  PECADORES 


Has,  como  lo  hacía  aquel  sancto  Job  (i)  que  decía:  Temía  yo 
todas  mis  obras,  sabiendo  que  no  perdonas  al  delincuente. 


De  otros  más  particulares  remedios  contra  la  soberbia. 

§.  I. 


¡AS  porque  así  como  el  principal  fundamento  de  la  humil- 
dad es  el  conosciniiento  de  sí  mismo,  así  el  de  la  sober- 
bia es  la  ignorancia  de  sí  mismo:  por  tanto  el  que  desea  de  ver- 
dad humillarse,  trabaje  por  conocerse,  y  así  se  humillará.  Porque 
(jcómo  no  humillará  sus  pensamientos  el  que  mirándose  sin  H- 
sonja  á  la  luz  déla  verdad,  se  halla  lleno  de  pecados,  sucio  con 
las  heces  de  los  deleites  carnales,  envuelto  en  mil  errores,  es- 
pantado con  mil  vanos  temores,  cercado  de  muchas  perplejida- 
des, cargado  con  el  peso  del  cuerpo  mortal,  tan  fácil  para  todo 
lo  malo  y  tan  pesado  para  todo  lo  bueno  ?  Por  tanto,  si  diligen- 
temente y  con  atención  te  mirares,  verás  claramente  cómo  no 
tienes  por  qué  ensoberbecerte. 

Mas  algunos  hay  que  aunque  mirando  á  sí  se  humillan,  mi- 
rando á  los  otros  se  ensoberbecen,  haciendo  comparación  de  sí 
á  ellos,  y  hallándose  mejores  que  ellos.  Los  que  por  esta  vía  se 
levantan  y  presumen  de  sí,  debrían  considerar  que  dado  caso 
que  en  alguna  cosa  sean  mayores  que  los  otros:  pero  todavía,  si 
bien  se  conoscieren,  en  muchas  cosas  se  hallarán  menores.  Pues 
^porqué  presumes  de  ti  y  desprecias  á  tu  prójimo,  por  ser  más 
abstinente  ó  mayor  trabajador  que  él,  pues  él  por  ventura  (aun- 
que no  tenga  eso)  será  más  humilde,  ó  más  prudente,  ó  más  pa- 
ciente, ó  más  caritativo  que  tú?  Por  tanto  mayor  cuidado  debes 
tener  de  mirar  lo  que  te  falta,  que  lo  que  tienes:  y  las  virtudes 
que  el  otro  tiene,  que  las  que  tienes  tú:  porque  este  pensamien- 
to te  conservará  en  humildad,  y  despertará  en  ti  el  deseo  de  la 
perfección.  Mas  si  por  el  contrario  pones  los  ojos  en  lo  que  tú 
tienes  y  en  lo  que  á  los  otros  falta,  tenerte  has  en  más  que  ellos, 
y  hacerte  has  negligente  en  el  estudio  de  la  virtud.  Porque  pa- 
reciéndote  por  comparación  de  los  otros  que  eres  algo,  vendrás  á 

(O    Job.  IX. 


LIBRO   II.   CAPÍTULO   IV.  353 


estar  contento  de  ti  misino  y  á  perder  el  deseo  de  pasar   ade- 
lante. 

Si  por  alguna  buena  obra  sintieres  que  tu  pensamiento  se 
levanta,  entonces  has  de  mirar  más  por  ti:  porque  el  contenta- 
miento de  ti  mismo  no  destruya  la  buena  obra  que  heciste,  y  la 
vanagloria  (pestilencia  de  las  buenas  obras)  no  la  corrompa.  Mas 
sin  atribuir  cosa  alguna  á  tus  merecimientos,  agradécelo  todo  á 
la  divina  clemencia,  y  reprime  tu  soberbia  con  las  palabras  del 
Apóstol,  que  dice(i):  (jQué  tienes  que  no  hayas  recibido?  Y  si 
lo  recibiste,  ¿  porqué  te  glorías  como  si  nada  recibieras?  Las  bue- 
nas obras  que  sin  obligación  y  para  más  perfección  haces  (si  no 
eres  prelado)  trabaja  por  esconderlas  de  tal  manera  que  no  sepa 
tu  mano  izquierda  lo  que  hace  la  derecha  (2):  porque  la  vana- 
gloria muy  fácilmente  acomete  las  obras  que  se  hacen  en  descu- 
bierto. Cuando  vieres  que  tu  corazón  se  comienza  á  levantar, 
luego  debes  aplicar  el  remedio:  }'■  éste  será  traer  á  la  memoria 
tus  pecados,  y  especialmente  el  mayor  ó  los  mayores  dellos,  y 
desta  manera  con  una  ponzoña  curarás  otra,  como  hacen  los  mé- 
dicos. De  suerte  que  mirando  como  el  pavón  la  más  fea  cosa 
que  en  ti  tienes,  luego  desharás  la  rueda  de  tu  vanidad. 

Cuanto  mayor  fueres,  tanto  te  debes  tratar  más  húmilmente: 
porque  si  en  la  verdad  eres  bajo,  no  es  mucho  que  seas  humilde: 
pero  si  eres  grande  y  honrado,  y  con  todo  eso  te  humillas;  al- 
canzarás una  muy  rara  y  muy  grande  virtud:  porque  la  humildad 
en  la  honra  es  honra  de  la  misma  honra,  y  dignidad  de  la  digni- 
dad: y  si  ésta  falta,  piérdese  esa  misma  dignidad. 

Si  deseas  alcanzar  la  virtud  de  la  humildad,  sigue  el  camino 
de  la  humillación:  porque  si  no  quieres  ser  humillado,  nunca  lle- 
garás á  ser  humilde.  Y  puesto  que  muchos  se  humillan,  que  en 
la  verdad  no  son  humildes,  todavía  no  hay  dubda  sino  que  (como 
dice  muy  bien  Sant  Bernardo)  la  humillación  es  camino  para  la 
humildad,  así  como  la  paciencia  para  la  paz  y  el  estudio  para  la 
sabiduría.  Obedece,  pues,  húmilmente  á  Dios,  y  (como  dice  Sant 
Pedro)  á  toda  humana  criatura  por  amor  de  Dios. 

Tres  temores  quiere  S.  Bernardo  'que  moren  siempre  en 
nuestro  corazón:  uno  cuando  tienes  gracia,  y  otro  cuando  la  per- 
diste, y  otro  cuando  la  tornas  á  cobrar.  Teme  cuando  estás  en 


(i)     I  Cor.  IV.     (2)  Matth.  VI. 

OBRAS   UE   GRANADA  1—23 


354  GUÍA  DÉ  PECADORES 


gracia,  porque  no  hagas  alguna  cosa  indigna  della.  Teme  cuando 
la  pierdes,  porque  faltando  ella,  quedas  tú  desamparado  de  la 
guarda  que  te  defendía.  Y  teme  si  después  de  perdida  la  cobra- 
res, porque  no  la  tornes  á  perder.  Y  temiendo  desta  manera,  no 
presumirás  de  ti,  estando  lleno  de  temor  de  Dios. 

Ten  paciencia  en  todas  tus  persecuciones:  porque  en  el  sufri- 
miento de  las  injurias  se  conoce  el  verdadero  humilde.  No  des- 
precies los  pobres  y  necesitados:  porque  á  la  miseria  del  prójimo 
más  se  debe  compasión  que  menosprecio.  Procura  que  tus  vesti- 
dos no  sean  curiosos:  porque  quien  ama  mucho  el  vestido  precio- 
so, no  siempre  tiene  el  corazón  humilde,  y  respecto  tiene  el  que 
esto  hace  á  los  ojos  de  los  hombres,  pues  no  los  viste  sino  cuan- 
do puede  ser  visto.  Pero  juntamente  mira  no  sea  el  vestido  más 
vil  de  lo  que  te  conviene:  porque  huyendo  de  la  gloria  no  la  pro- 
cures: como  hacen  muchos  que  quieren  agradar  á  los  hombres, 
mostrando  que  no  hacen  caso  de  les  agradar:  y  así,  huyendo  las 
alabanzas,  astutamente  las  procuran.  Tampoco  has  de  despreciar 
los  oficios  bajos:  porque  el  verdadero  humilde  no  huye  de  los 
servicios  humildes  como  indignos  de  su  persona:  mas  antes  de  su 
propria  voluntad  se  ofrece  á  ellos,  como  quien  en  sus  ojos  se  tie- 
ne por  bajo. 


REMEDIOS  CONTRA  EL  AVARICIA, 

CAPÍTULO  V. 


VARICIA  es  desordenado  deseo  de  hacienda.  Por  lo 
cual  con  razón  es  tenido  por  avariento  no  sólo  el  que 
roba,  sino  también  el  que  desordenamente  cobdicia 
las  cosas  ajenas,  ó  desordenadamente  guarda  las  suyas.  Este  vicio 
condena  el  Apóstol  cuando  dice  (i):  Los  que  desean  ser  ricos, 
caen  en  tentaciones  y  lazos  del  demonio  y  en  muchos  deseos 
inútiles  y  dañosos  que  llevan  los  hombres  á  la  perdición.  Porque 
la  raíz  de  todos  los  males  es  cobdicia.  No  se  podía  más  encarecer 
la  malicia  deste  vicio  que  con  esta  palabra:  pues  por  ella  se  da  á 
entender  que  quien  á  este  vicio  está  subjecto,  de  todos  los  otros 
es  esclavo. 

Pues  cuando  este  vicio  tentare  tu  corazón,  puedes  armarte 
contra  él  con  las  consideraciones  siguientes.  Primeramente  con- 
sidera, oh  avariento,  que  tu  Señor  y  tu  Dios  cuando  descendió  del 
cielo  á  este  mundo,  no  quiso  poseer  estas  riquezas  que  tú  deseas: 
antes  de  tal  manera  amó  la  pobreza,  que  quiso  tomar  carne  de 
una  virgen  pobre  y  humilde,  y  no  de  una  reina  muy  alta  y  muy 
poderosa.  Y  cuando  nasció  no  quiso  ser  aposentado  en  grandes 
palacios,  ni  echado  en  cama  blanda,  ni  en  cunas  delicadas,  sino  en 
un  vil  y  duro  pesebre  sobre  unas  pajas.  Después  desto,  en  cuanto 
en  esta  vida  vivió,  siempre  amó  la  pobreza  y  despreció  las  ri- 
quezas: pues  para  sus  embajadores  y  apóstoles  escogió,  no  prín- 
cipes ni  grandes  señores,  sino  unos  pobres  pescadores.  Pues  (iqué 
mayor  abusión  que  querer  ser  rico  el  gusano,  siendo  por  él  tan 
pobre  el  Señor  de  todo  lo  criado  ? 

Considera  también  cuánta  sea  la  vileza  de  tu  corazón:  pues 
siendo  tu  ánima  criada  á  imagen  de  Dios,  y  rede  mida  por  su  san- 
gre (en  cuya  comparación  es  nada  todo  el  mundo)  la  quieres  per- 


(ij    I  Tim.  VI. 


356  GUÍA  DE  PECADORES 


der  por  un  poco  de  interese.  No  diera  Dios  su  vida  por  todo  el 
mundo,  y  dióla  por  el  ánima  del  hombre:  luego  de  mayor  valor 
es  un  ánima  que  todo  el  mundo.  Las  verdaderas  riquezas  no 
son  oro,  ni  plata,  ni  piedras  preciosas:  sino  las  virtudes  que  consi- 
go trae  la  buena  consciencia.  Pon  aparte  la  falsa  opinión  de  los 
hombres,  y  verás  que  no  es  otra  cosa  oro  y  plata,  sino  tierra  blan- 
ca y  amarilla,  que  el  engaño  de  los  hombres  hizo  preciosas.  Lo 
que  todos  los  filósofos  del  mundo  despreciaron,  ^j  tú,  discípulo  de 
Cristo,  llamado  para  mayores  bienes,  tienes  por  cosa  tan  grande, 
que  te  hagas  esclavo  della?  Porque  (como  dice  S  Hierónimo) 
aquél  es  siervo  de  las  riquezas  que  las  guarda  como  siervo:  mas 
quien  de  sí  sacudió  este  yugo,  repártelas  como  señor. 

Mira  también  que  (como  el  Salvador  dice)  nadie  puede  servir 
á  dos  señores:  que  son.  Dios  y  las  riquezas:  y  que  no  puede  el 
ánimo  del  hombre  Ubremente  contemplar  á  Dios,  si  anda  la  boca 
abierta  tras  las  riquezas  del  mundo.  Los  deleites  espirituales  hu- 
yen del  corazón  ocupado  en  los  temporales,  y  no  se  podrán  jun- 
tar en  uno  las  cosas  vanas  con  las  verdaderas,  las  altas  con  las 
bajas,  las  eternas  con  las  temporales,  y  las  espirituales  con  las  car- 
nales, para  que  puedas  juntamente  gozar  de  las  unas  y  de  las 
otras.  Considera  otrosí  que  cuanto  más  prósperamente  te  suceden 
las  cosas  terrenas,  tanto  por  ventura  eres  más  miserable:  por  el 
motivo  que  aquí  se  te  da  de  fiarte  de  esa  falsa  felicidad  que  se 
te  ofrece.  ¡Oh,  si  supieses  cuánta  desventura  trae  consigo  esa 
pequeña  prosperidad!  El  amor  de  las  riquezas  más  atormenta  con 
su  deseo,  que  deleita  con  su  uso;  porque  enlaza  el  ánima  con  di- 
versas tentaciones,  enrédala  con  muchos  cuidados,  convídala  con 
vanos  deleites,  provócala  á  pecar,  é  impide  su  quietud  y  reposo. 
Y  sobre  todo  esto  nunca  las  riquezas  se  adquieren  sin  trabajo,  ni 
se  poseen  sin  cuidado,  ni  se  pierden  sin  dolor:  mas  lo  peor  es  que 
pocas  veces  se  alcanzan  sin  ofensas  de  Dios,  porque  (como  dice 
el  proverbio)  el  rico,  ó  es  malo,  ó  heredero  de  malo. 

Considera  otrosí  cuan  gran  desatino  sea  desear  continuamente 
aquellas  cosas  que  aunque  todas  se  junten  en  uno,  es  cier- 
to que  no  pueden  hartar  tu  apetito,  mas  antes  lo  atizan  y  acre- 
cientan, así  como  el  beber  al  hidrópico  la  sed:  porque  por  mucho 
■que  tengas,  siempre  cobdícias  lo  que  te  falta,  y  siempre  estás  sos- 
pirando  por  más.  De  suerte  que  discurriendo  el  triste  corazón  por 
las  cosas  del  mundo,  cánsase,  y  no  se  harta;  bebe,  y  no  apag'a  la 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  V.  357 


sed,  porque  no  hace  caso  de  lo  que  tiene,  sino  de  lo  que  podría 
más  haber;  y  no  menos  molestia  tiene  por  lo  que  no  alcanza, 
que  contentamiento  por  lo  que  posee:  ni  se  harta  más  de  oro  que 
su  corazón  de  aire.  De  lo  cual  con  mucha  razón  se  maravilla  Sant 
Augustín  diciendo:  ^Qué  cobdicia  es  ésta  tan  insaciable  de  los 
hombres,  pues  aun  los  brutos  animales  tienen  medida  en  sus  de- 
seos ?  Porque  entonces  cazan,  cuando  padecen  hambre:  mas  cuan- 
do están  hartos,  luego  dejan  de  cazar.  Sola  la  avaricia  de  los  ricos 
no  pone  tasa  en  sus  deseos:  ca  siempre  roba,  y  nunca  se  harta. 

Considera  también  que  donde  hay  muchas  riquezas,  también 
hay  muchos  que  las  consuman,  monchos  que  las  gasten,  muchos 
que  las  desperdicien  y  hurten.  <i  Qué  tiene  el  más  rico  del  mundo 
de  sus  riquezas  que  lo  necesario  para  la  vida?  Pues  desto  te  po 
drías  descuidar,  si  pusieses  tu  esperanza  en  Dios  y  te  encomen 
dases  á  su  providencia:  porque  nunca  desamparó  á  los  que  espe 
ran  en  Él:  porque  quien  hizo  al  hombre  con  necesidad  de  comer 
no  consentirá  que  perezca  de  hambre.  ^Cómo  puede  ser  que  man^ 
teniendo  Dios  á  los  pajaricos  y  vestiendo  los  lirios,  desampare  al 
hombre,  mayormente  siendo  tan  poco  lo  que  basta  para  remedio 
de  la  necesidad?  La  vida  es  breve,  y  la  muerte  se  apresura  á  más 
andar:  ^  que  necesidad  tienes  de  tanta  provisión  para  tan  corto 
camino?  ¿Para  qué  quieres  tantas  riquezas,  pues  cuantas  menos 
tuvieres,  tanto  más  libre  y  desembarazado  caminarás?  Y  cuando 
llegares  al  fin  de  la  jornada,  no  te  irá  menos  bien,  si  llegares  po- 
bre, que  á  los  ricos  que  llegarán  más  cargados;  sino  que  acaba- 
do el  camino,  te  quedará  menos  que  sentir  lo  que  dejas,  y  me- 
nos de  que  dar  cuenta  á  Dios:  como  quiera  que  los  muy  ricos  al  fin 
.  de  la  jornada,  no  sin  grande  angustia  dejarán  los  montones  de  oro 
que  mucho  amaron,  y  no  sin  mucho  peligro  darán  cuenta  de  lo 
mucho  que  poseyeron. 

Considera  otrosí,  oh  avariento,  para  quién  amontonas  tantas 
riquezas;  pues  es  cierto  que,  así  como  veniste  á  este  mundo  des- 
nudo, así  también  has  de  salir  del.  Pobre  naciste  en  esta  vida, 
pobre  la  dejarás.  Esto  debrías  pensar  muchas  veces;  porque  como 
dice  Sant  Hierónimo,  fácilmente  desprecia  todas  las  cosas  quien 
se  acuerda  que  ha  de  morir.  En  el  artículo  de  la  muerte  dejarás 
todos  los  bienes  temporales,  y  llevarás  contigo  solamente  las 
obras  que  heciste,  buenas  ó  malas:  donde  perderás  todos  los  bie- 
nes celestiales,  si  teniéndolos  en  poco  en  cuanto  viviste,  todo  tu 


35^  GUÍA  DE  PECADORES 


trabajo  empleaste  en  los  temporales.  Porque  tus  cosas  serán  en- 
tonces divididas  en  tres  partes:  el  cuerpo  se  entregará  á  los  pfu- 
sanos,  el  ánima  á  los  demonios,  y  los  bienes  temporales  á  los  he- 
rederos, que  por  ventura  serán  desagradecidos,  ó  pródigos,  ó  ma- 
los. Pues  luego  mejor  será,  según  el  consejo  del  Salvador,  distri- 
buirlos á  pobres,  que  te  los  lleven  delante  (como  hacen  los  grandes 
señores  cuando  caminan,  que  envían  delante  sus  tesoros)  porque 
^qué  mayor  desatino  que  dejar  tus  bienes  adonde  nunca  torna- 
rás, y  no  enviarlos  adonde  para  siempre  vivirás? 

Considera  también  que  aquel  soberano  gobernador  del  mun- 
do  (como  un  prudente  padre  de  familia)  repartió  los  cargos  y 
los  bienes  de  tal  manera,  que  á  unos  ordenó  para  que  rigiesen? 
y  otros  para  que  fuesen  regidos:  unos  para  que  distribu3^esen  lo 
necesario,  y  otros  para  que  lo  recibiesen.  Y  pues  tú  eres  uno  de 
los  que  están  puestos  para  despensero  de  la  hacienda  que  á  ti 
sobra,  ¿  parécete  que  te  será  lícito  guardar  para  ti  solo  lo  que  re- 
cibiste para  muchos  ?  Porque,  como  dice  Sant  Basilio,  de  los 
pobres  es  el  pan  que  tú  encierras,  y  de  los  desnudos  el  vestido 
que  tú  escondes,  y  de  los  miserables  el  dinero  que  tú  entierras. 
Pues  sabe  cierto  que  á  tantos  hurtaste  sus  bienes,  á  cuantos  pu- 
dieras aprovechar  con  lo  que  á  ti  sobraba,  y  no  aprovechaste. 
Por  tanto,  mira  que  los  bienes  que  de  Dios  recibiste,  son  reme- 
dios de  la  miseria  humana  y  no  instrumentos  de  mala  vida.  Mi- 
ra, pues,  que  sucediéndote  todas  las  cosas  prósperamente  no  te 
olvides  de  quien  te  las  da:  ni  de  los  remedios  de  la  miseria  age- 
na  hagas  materia  de  vanagloria.  No  quieras,  oh  hermano,  amar 
el  destierro  más  que  la  patria:  ni  de  los  aparejos  y  provisiones 
para  caminar  hagas  estorbos  del  camino:  ni  amando  mucho  la 
claridad  de  la  luna,  desprecies  la  luz  del  mediodía:  ni  conviertas 
los  socorros  de  la  vida  presente  en  materia  de  muerte  perpetua. 
Vive  contento  con  la  suerte  que  tienes,  acordándote  que  dice  el 
Apóstol  (i):  Teniendo  suficiente  mantenimiento  y  ropa  con  que 
nos  cubramos,  con  esto  estemos  contentos.  Porque  (como  dice 
Sant  Crisóstomo)  el  siervo  de  Dios  no  se  ha  de  vestir  ni  para 
parecer  bien,  ni  para  regalo  de  su  carne,  sino  para  cumplir  con 
su  necesidad.  Busca  primero  el  reino  de  Dios  y  su  justicia,  y  to- 
das las  otras  cosas  te  serán  concedidas:  porque  Dios,  que  te  quie- 


(i)     I  Tim.  VI. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  V.  350 


re  dar  las  cosas  grandes,  no  te  negará  las  pequeñas.  Acuérdate 
que  no  es  la  pobreza  virtud,  sino  el  amor  de  la  pobreza.  Los 
pobres  que  voluntariamente  son  pobres,  son  semejantes  á  Cris- 
to, que  siendo  rico  por  nosotros  se  hizo  pobre.  Mas  los  que  vi- 
ven en  pobreza  necesaria,  y  la  sufren  con  paciencia,  y  despre- 
cian las  riquezas  que  no  tienen,  desa  pobreza  necesaria  hacen 
virtud.  Y  así  como  los  pobres  con  su  pobreza  se  conforman  con  Cris- 
to, así  los  ricos  con  sus  limosnas  se  reforman  para  Cristo:  porque 
no  solamente  los  pobres  pastores  hallaron  á  Cristo,  mas  también 
los  sabios  y  poderosos,  cuando  le  ofrecieron  sus  tesoros.  Pues 
tú  que  tienes  bastante  hacienda,  da  limosna  á  los  pobres:  porque 
dándola  á  ellos,  la  recibe  Cristo.  Y  ten  por  cierto  que  en  el  cie- 
lo (donde  ha  de  ser  tu  perpetua  morada)  te  está  guardado  lo 
que  agora  les  dieres:  mas  si  en  esta  tierra  escondieres  tus  teso- 
ros, no  esperes  hallar  nada  donde  nada  pusiste.  Pues  ¿cómo  se 
llamarán  bienes  del  hombre  los  que  no  puede  llevar  consigo, 
antes  los  pierde  contra  su  voluntad?  Mas  por  el  contrario,  los 
bienes  espirituales  son  verdaderamente  bienes,  pues  no  desam- 
paran á  su  dueño,  aun  en  su  muerte,  ni  nadie  se  los  puede  qui- 
tar, si  él  no  quisiere. 

Que  no  debe  nadie  retenerlo  ajeno. 
§.I. 


CERCA  deste  pecado  conviene  avisar  del  peligro  que  hay 
en  retener  lo  ajeno.  Para  lo  cual  es  de  saber  que  no  só- 
lo es  pecado  tomar  lo  ajeno,  sino  también  retenerlo  contra  la 
voluntad  de  cuyo  es.  Y  no  basta  que  tenga  el  hombre  propósi- 
to de  restituir  adelante,  si  luego  puede:  porque  no  sólo  tiene 
obligación  á  restituir,  sino  también  á  luego  restituir:  verdad  es 
que  si  no  pudiese  luego,  ó  del  todo  no  pudiese,  por  haber  ve- 
nido á  gran  pobreza,  en  tal  caso  no  sería  obligado  á  uno  ni  á 
otro,  porque  Dios  no  obliga  á  lo  imposible. 

Para  persuadir  esto,  no  me  parece  hay  necesidad  de  más 
palabras  que  de  aquellas  que  S.  Gregorio  escribe  á  un  caballe- 
ro, diciendo:  Acuérdate,  señor,  que  las  riquezas  mal  habidas  se 
han  de  quedar  acá,  y  el  pecado  que  hicieres  en  haberlas  así,  ha 


36o  GUÍA  DE  PECADORES 


de  ir  contigo  allá.  Pues  ^  qué  mayor  locura  que  quedarse  acá  el 
provecho,  y  llevar  contigo  el  daño,  y  dejar  á  otro  el  gusto,  y 
tomar  para  tí  el  tormento,  y  obligarte  á  penar  en  la  otra  vida 
por  lo  que  otros  hayan  de  lograr  en  ésta? 

Y  demás  desto,  (jqué  mayor  desatino  que  tener  en  más  tus 
cosas  que  á  ti  mismo,  y  padescer  detrimento  en  el  ánima  por 
no  padecerlo  en  la  hacienda,  y  poner  el  cuerpo  al  golpe  del  es- 
pada por  no  recibirlo  en  la  capa?  Y  allende  desto,  ¡qué  tan 
cerca  está  de  parescer  á  Judas  el  que  por  un  poco  de  dinero 
vende  la  justicia,  la  gracia  y  su  misma  ánima!  Y  finalmente,  si 
es  cierto  (como  lo  es)  que  á  la  hora  de  la  muerte  has  de  resti- 
tuir, si  te  has  de  salvar,  ^qué  mayor  locura  que  habiendo  en 
cabo  de  pagar  lo  que  debes,  querer  estar  de  aquí  allá  en  peca- 
do, y  acostarte  en  pecado,  y  levantarte  en  pecado,  y  confesar 
y  comulgar  en  pecado,  y  perder  todo  lo  que  pierde  el  que  está 
en  pecado,  que  vale  más  que  todo  el  interese  del  mundo?  No 
paresce  que  tiene  juicio  de  hombre  el  que  pasa  por  tan  gran- 
des males. 

Trabaja  pues,  hermano,  por  pagar  muy  bien  lo  que  debes, 
y  por  no  hacer  agravio  á  nadie.  Procura  también  que  no  duer- 
ma en  tu  casa  el  trabajo  y  sudor  de  tu  jornalero.  No  le  hagas 
ir  y  venir  muchas  veces  y  echar  tantos  caminos  por  cobrar  su 
hacienda,  que  trabaje  más  en  cobrarla  que  en  ganarla,  como  mu- 
chas veces  acaesce  con  la  dilación  de  los  malos  pagadores.  Si 
tienes  testamentos  que  cumplir,  mira  no  defraudes  las  ánimas  de 
los  defunctos  de  su  debido  socorro,  porque  no  paguen  la  culpa 
de  tu  negligencia  con  la  dilación  de  su  pena,  y  después  cargue 
todo  sobre  tu  ánima.  Si  tienes  criados  á  quien  debas,  trabaja  por 
tener  muy  asentadas  y  claras  sus  cuentas,  y  desembarázate  (ó  á 
lo  menos  declárate  muy  bien  con  ellos)  en  la  vida,  para  no  de- 
jar después  marañas  en  la  muerte.  Lo  que  tú  pudieres  cumplir 
de  tu  testamento,  no  lo  dejes  á  otros  ejecutores:  porque  si  tú 
eres  descuidado  en  tus  cosas  proprias,  ¿  cómo  crees  que  serán  los 
otros  diligentes  en  las  ajenas? 

Préciate  de  no  deber  nada  á  nadie,  y  así  tendrás  el  sueño 
quieto,  la  consciencia  reposada,  la  vida  pacífica  y  la  muerte  des- 
cansada. Y  para  que  puedas  salir  con  esto,  el  medio  es  que  pon- 
gas freno  á  tus  apetitos  y  deseos,  y  ni  hagas  todo  lo  que  deseas, 
ni  gastes  más  de  lo  que  tienes:  y  desta  manera  midiendo  el  gas- 


LIBRO    II.  CAPÍTULO  V.  36 1 


to,  no  con  la  voluntad  sino  con  la  posibilidad,  nunca  tendrás  por 
qué  deber.  Todas  nuestras  deudas  nascen  de  nuestros  apetitos, 
y  la  moderación  déstos  vale  más  que  muchos  cuentos  de  renta. 
Ten  por  sumas  y  verdaderas  riquezas  aquéllas  que  dice  el  Após- 
tol (i):  Piedad  y  contentamiento  con  la  suerte  que  Dios  te  dio. 
Si  los  hombres  no  quisiesen  ser  más  de  lo  que  Dios  quiere  que 
sean,  siempre  vivirían  en  paz:  mas  cuando  quieren  pasar  esta 
raya,  siempre  han  de  perder  mucho  de  su  descanso:  porque  nun- 
ca tiene  buen  suceso  lo  que  se  hace  contra  la  divina  voluntad. 


(i)     I  Tim.  VI. 


<L 


REMEDIOS  CONTRA  LA  LUJURIA. 

CAPÍTULO  VI. 


UJURIA  es  apetito  desordenado  de  sucios  y  deshones- 
-  g,^,;;^.  tos  deleites.  Éste  es  uno  de  los  vicios  más  generales, 
J-^^íás  más  cosarios  y  más  furiosos  en  acometer  que  hay. 
Porque  (como  dice  Sant  Bernardo)  entre  todas  las  batallas  de  los 
cristianos,  las  más  duras  son  las  de  la  castidad:  donde  es  muy 
cuotidiana  la  pelea,  y  muy  rara  lo  victoria. 

Pues  cuando  este  feo  y  abominable  vicio  tentare  tu  corazón, 
puedes  salirle  al  camino  con  las  consideraciones  siguientes.  Pri- 
meramente considera  que  este  vicio  no  sólo  ensucia  el  ánima  (que 
el  Plijo  de  Dios  alimpió  con  su  sangre)  sino  también  el  cuerpo, 
en  quien  como  en  un  sagrado  relicario  es  depositado  el  sacratísi- 
mo cuerpo  de  Cristo.  Pues  si  tan  grande  culpa  es  profanar  y  en- 
suciar el  templo  material  de  Dios,  ¿qué  será  profanar  este  templo 
en  que  mora  Dios?  Por  esto  dice  el  Apóstol  (i):  Huid,  herma- 
nos, del  pecado  de  la  fornificación:  porque  todo  otro  pecado  que 
hiciere  el  hombre,  fuera  de  su  cuerpo  es:  mas  el  que  cae  en  for- 
nificación, peca  contra  su  mismo  cuerpo,  profanándolo  y  ensu- 
ciándolo con  el  pecado  carnal.  Considera  también  que  este  peca- 
do no  se  puede  poner  por  obra  sin  escándalo  y  perjuicio  de  otros 
muchos  que  comúnmente  intervienen  en  él:  que  es  la  cosa  que 
á  la  hora  de  la  muerte  más  agudamente  suele  herir  la  conscien- 
cia.  Porque  si  la  ley  de  Dios  manda  que  se  dé  vida  por  vida,  ojo 
por  ojo  y  diente  por  diente,  <iqué  podrá  dar  á  Dios  el  que  tantas 
ánimas  destruyó?  ^jY  con  qué  pagará  lo  que  Él  con  su  misma 
sangre  redimió? 

Considera  también  que  este  halagüeño  vicio  tiene  muy  dul- 
ces principios,  y  muy  amargos  fines:  muy  fáciles  las  entradas,  y 
muy  dificultosas  las  salidas.  Por  donde  dijo  el  Sabio  (2)  que  la 
mala  mujer  era  como  una  cava  muy  honda  y  un  pozo  boquian- 


(1)     I  Cor.  VI.     (2;  Prov.  XXIII. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  VI.  3^3 


gosto,  donde  siendo  tan  fácil  la  entrada,  es  dificultosísima  la  salida. 
Porque  verdaderamente  no  hay  cosa  en  que  más  fácilmente  se 
enreden  los  hombres  que  en  este  dulce  vicio,  según  que  á  los 
principios  se  demuestra;  mas  después  de  enlazados  en  él,  y  tra- 
badas las  amistades,  y  roto  el  velo  de  la  vergüenza,  <i quién  los 
sacará  de  ahí?  Por  lo  cual  con  mucha  razón  se  compara  con  las 
nasas  de  los  pescadores,  que  teniendo  las  entradas  muy  anchas, 
tienen  las  salidas  muy  angostas:  por  donde  el  pesce  que  una  vez 
entra,  por  maravilla  sale  de  ahí.  Y  por  aquí  entenderás  cuánta 
muchedumbre  de  pecados  pare  este  tan  prolijo  pecado:  pues  en 
todo  este  tiempo  tan  largo  está  claro  que  así  por  pensamiento, 
como  por  obra,  como  por  deseo,  ha  de  ser  Dios  cuasi  infinitas 
veces  ofendido. 

Considera  también  sobre  todo  esto  (como  dice  un  doctor) 
cuánta  muchedumbre  de  otros  males  trae  consigo  esta  halagüeña 
pestilencia.  Primeramente  roba  la  fama  (que  entre  las  cosas  hu- 
manas es  la  más  hermosa  posesión  que  puedes  tener)  ca  ningún 
rumor  de  vicio  huele  más  mal,  ni  trae  consigo  mayor  infamia  que 
éste.  Y  allende  desto  debilita  las  fuerzas,  amortigua  la  hermosu- 
ra, quita  la  buena  disposición,  hace  daño  á  la  salud,  pare  enfer- 
medades sin  cuento,  y  éstas  muy  feas  y  sucias,  desflora  antes  de 
tiempo  la  frescura  de  la  juventuH,  y  hace  venir  más  temprano  una 
torpe  vejez:  quita  la  fuerza  del  ingenio,  embota  la  agudeza  del 
entendimiento  y  cuasi  le  torna  brutal.  Aparta  el  hombre  de  todos 
honestos  estudios  y  ejercicios;  y  así  le  zabulle  todo  en  el  cieno 
deste  deleite,  que  ya  no  huelga  de  pensar,  ni  hablar,  ni  tratar  cosa 
que  no  sea  vileza  y  suciedad.  Hace  loca  la  juventud  y  infame,  y 
la  vejez  aborrescible  y  miserable.  Mas  no  se  contenta  este  vicio 
con  todo  este  estrago  que  hace  en  la  persona  del  hombre,  sino 
también  lo  hace  en  sus  cosas.  Porque  ninguna  hacienda  hay 
tan  gruesa,  ningún  tan  gran  tesoro  á  quien  la  lujuria  no  gaste  y 
consuma  en  poco  tiempo.  Porque  el  estómago  y  los  miembros 
vergonzosos  son  vecinos  y  compañeros,  y  los  unos  á  los  otros  se 
ayudan  y  conforman  en  los  vicios.  De  donde  los  hombres  dados 
á  vicios  carnales  comúnmente  son  comedores  y  bebedores, 
y  así  en  banquetes  y  vestidos  gastan  todo  cuanto  tienen.  Y  de- 
más desto  las  mujeres  deshonestas  nunca  se  hartan  de  joyas,  de 
anillos,  de  vestidos,  de  holandas,  de  perfumes  y  olores  y  cosas 
tales;  y  más  aman  á  estos  presentes,  que  á  los  mismos  amadores 


364  GUÍA  DE  PECADORES 


que  se  los  dan.  Para  cuya  confirmación  basta  el  ejemplo  de  aquel 
hijo  pródigo,  que  en  esto  gastó  toda  la  legítima  de  su  padre. 

Mira  también  que  cuanto  más  entregares  tus  pensamientos  y 
tu  cuerpo  á  deleites,  tanto  menos  hartura  hallarás:  ca  este  delei- 
te no  causa  hartura  sino  hambre;  porque  el  amor  del  hombre  á 
la  mujer,  ó  de  la  mujer  al  hombre,  nunca  se  pierde,  antes  apa- 
gado una  vez,  se  torna  á  encender.  Y  mira  otrosí  cómo  este  de- 
leite es  breve,  3^  la  pena  que  por  él  se  da,  perpetua;  y  por  con- 
siguiente, que  es  un  muy  desigual  trueque,  por  una  brevísima  y 
torpísima  hora  de  placer,  perder  en  esta  vida  el  gozo  de  la  buena 
consciencia,  y  después  la  gloria  que  para  siempre  dura,  y  pades- 
cer  la  pena  que  nunca  se  acaba.  Por  lo  cual  dice  Sant  Gregorio: 
Un  momento  dura  lo  que  deleita,  y  eternalmente  lo  que  ator- 
menta. 

Considera  también  por  otra  parte  la  dignidad  y  precio  de  la 
pureza  virginal  que  este  vicio  destruye:  porque  los  vírgines  en 
esta  vida  comienzan  á  vivir  vida  de  ángeles,  y  singularmente  por 
su  limpieza  son  semejantes  á  los  espíritus  celestiales;  porque  vivir 
en  carne  sin  obras  de  carne,  más  es  virtud  angélica  que  humana. 
Sola  la  virginidad  es  la  que  (como  dice  Sant  Hierónimo)  en  este 
lugar  y  tiempo  de  mortalidad  representa  el  estado  de  la  gloria 
inmortal.  Sola  ella  guarda  la  costumbre  de  aquella  ciudad  sobe- 
rana donde  no  hay  bodas  ni  desposorios,  y  así  da  á  los  hombres 
terrenos  experiencia  de  aquella  celestial  conversación.  Por  la  cual 
en  el  cielo  se  da  cierto  y  singular  premio  á  los  vírgines,  de  los 
cuales  escribe  Sant  Juan  en  el  Apocalipsi  (i)  diciendo:  Estos  son 
los  que  no  amancillaron  su  carne  con  mujeres,  mas  perma- 
nescieron  vírgines;  y  éstos  siguen  al  Cordero  por  dondequiera 
que  va.  Y  porque  en  este  mundo  se  aventajaron  sobre  los  otros 
hombres  en  parescerse  con  Cristo  en  la  pureza  virginal,  por  esto 
en  el  otro  se  llegarán  á  Él  más  familiarmente,  y  singularmente  se 
deleitarán  de  la  limpieza  de  sus  cuerpos. 

Y  no  sólo  hace  esta  virtud  á  los  que  la  tienen  semejantes  á 
Cristo,  mas  hácelos  también  templos  vivos  del  Espíritu  Sancto; 
porque  aquel  divino  Espíritu,  amador  de  la  limpieza,  así  como  uno 
de  los  vicios  que  más  huye  es  la  deshonestidad,  así  en  ninguna 
parte  más  alegremente  reposa  que  en  las  ánimas  puras  y  limpias. 


(1)     Apoc.  XIV. 


LIBRO  II.   CAPÍTULO   Vi.  365 


Por  lo  cual  el  Hijo  de  Dios,  concebido  por  el  Espíritu  Sancto, 
tanto  amó  y  honró  la  virginidad,  que  por  ella  hizo  un  tan  gran 
milagro  como  fué  nascer  de  madre  virgen.  Mas  tú,  que  ya  per- 
diste la  virginidad,  á  lo  menos  después  del  naufragio  teme  los  pe- 
ligros que  ya  experimentaste.  Y  ya  que  no  quisiste  guardar  en- 
tero el  bien  de  naturaleza,  siquiera  después  de  quebrado  le  re- 
para, y  tornándote  á  Dios  después  del  pecado,  tanto  más  diligen- 
temente te  ocupa  en  buenas  obras  cuanto  por  las  malas  que  has 
hecho,  te  conosces  por  más  merescedor  de  castigo.  Porque  mu- 
chas veces  acontesce  (como  dice  S.  Gregorio)  que  después  de  la 
culpa  se  hace  más  ferviente  el  ánima,  la  cual  en  el  estado  de  la 
inocencia  estaba  más  floja  y  descuidada.  Y  pues  Dios  te  guardó, 
habiendo  cometido  tantos  males,  no  hagas  agora  por  donde  pa- 
gues lo  presente  y  lo  pasado,  y  sea  el  postrer  yerro  peor  que  el 
primero. 

Pues  con  estas  y  otras  semejantes  consideraciones  debe  el 
hombre  estar  apercebido  y  armado  contra  este  vicio:  y  ésta  sea 
la  primera  manera  de  remedios  que  damos  contra  él. 

De  oirá  manera  de  remedios  más  particidares  contra  la  lujuria. 

§.  I. 

i 

EMÁS  destos  comunes  remedios  que  se  dan  contra  este 
^  vicio,  hay  otros  más  especiales  y  eficaces,  de  que  tam- 
bién será  razón  tratar.  Entre  los  cuales  el  primero  es  resistir  á  los 
principios,  como  ya  en  otra  parte  dijimos,  porque  si  al  principio 
no  se  rechaza  el  enemigo,  luego  cresce  y  se  fortalesce;  porque 
como  dice  Sant  Gregorio,  después  que  la  golosina  del  deleite  se 
apodera  del  corazón,  no  le  deja  pensar  otra  cosa  que  aquello  que 
le  deleita.  Por  esto  se  debe  resistir  al  principio,  echando  fuera 
los  pensamientos  carnales;  porque  así  como  la  leña  sustenta  el 
fuego,  así  los  pensamientos  mantienen  á  los  deseos:  los  cuales  si 
fueren  buenos,  enciéndese  el  fuego  de  la  caridad,  y  si  malos,  el 
de  la  lujuria. 

Demás  desto  conviene  guardar  con  diligencia  todos  los  senti- 
dos, mayormente  los  ojos,  de  ver  cosas  que  te  pueden  causar  pe- 
ligro, Porque  muchas  veces  mira  el  hombre  sencillamente,  y  por 


366  GUÍA  DE   PECADORES 


sola  la  vista  queda  el  ánima  herida.  Y  porque  el  mirar  inconsi- 
deradamente las  mujeres,  ó  inclina  ó  ablanda  la  constancia  del 
que  las  mira,  nos  aconseja  el  Eclesiástico  diciendo  (i):  No  quie- 
ras traer  los  ojos  por  los  rincones  de  la  ciudad,  ni  por  sus  calles 
ó  plazas:  aparta  los  ojos  de  la  mujer  ataviada  y  no  veas  su  her- 
mosura. Para  lo  cual  nos  debría  bastar  el  ejemplo  del  sancto 
Job  (2),  que  (con  ser  varón  de  tanta  sanctidad)  guardaba  muy 
bien  sus  ojos  (como  él  mismo  lo  confiesa)  no  fiándose  de  sí  ni 
de  tan  largo  uso  de  virtud  como  tenía.  Y  si  éste  no  basta,  á  lo 
menos  debría  bastar  el  de  David,  que  siendo  varón  sanctísimo  y 
tan  hecho  á  la  voluntad  de  Dios,  bastó  la  vista  de  una  mujer  para 
traerle  á  tres  tan  grandes  males  como  fueron,  homicidio,  escán- 
dalo y  adulterio. 

Y  no  menos  también  debes  guardar  los  oídos  de  oir  cosas 
deshonestas:  y  cuando  las  oyeres,  recíbelas  con  rostro  triste:  por- 
que fácilmente  se  hace  lo  que  de  buena  gana  se  oye.  Guarda 
también  tu  lengua  de  cualquier  palabra  torpe:  porque  las  buenas 
costumbres  se  corrompen  con  las  pláticas  malas.  La  lengua  des- 
cubre las  aficiones  del  hombre,  porque  cual  se  muestra  la  plática, 
tal  se  descubre  el  corazón:  ca  de  lo  que  el  corazón  está  lleno, 
habla  la  lengua. 

Trabaja  por  traer  ocupado  tu  corazón  en  sanctos  pensamien- 
tos, y  tu  cuerpo  en  buenos  ejercicios:  porque  (como  dice  Sant 
Bernardo)  los  demonios  envían  al  ánima  ociosa  malos  pensa- 
mientos en  que  se  ocupe,  porque  aunque  cese  de  mal  obrar,  no 
cese  de  pensar  mal. 

En  toda  tentación,  mayormente  en  ésta,  pon  ante  los  ojos  de 
tu  corazón  el  ángel  de  tu  guarda  y  el  demonio  tu  acusador:  los 
cuales  en  la  verdad  siempre  están  mirando  todo  lo  que  haces,  y 
lo  representan  al  mismo  juez  que  todo  lo  ve;  porque  siendo  esto 
así,  ^  cómo  te  atreverás  á  hacer  obra  tan  fea,  que  delante  de  otro 
hombrecillo  como  tú  no  osarías  hacer,  teniendo  delante  tu  guar- 
dador, tu  acusador  y  tu  juez?  Pon  también  ante  los  ojos  el  es- 
panto del  juicio  divino  y  la  llama  de  los  tormentos  eternos,  por- 
que cualquier  pena  se  vence  con  temor  de  otra  más  grave,  como 
un  clavo  se  saca  con  otro:  y  así  muchas  veces  el  fuego  de  la 
lujuria  se  mata  con  la  memoria  del  fuego  del  infierno.  Demás 


(i)    Eccli.  IX.    (2).  Job.  XXXI. 


LIBRO    II.  CAPÍTULO   VÍ.  367 


desto  excúsate  cuanto  fuere  posible  de  hablar  solo  con  mujeres 
de  sospechosa  edad,  porque  (como  dice  Crisóstomo)  entonces 
acomete  más  atrevidamente  nuestro  adversario  á  los  hombres  y 
mujeres  cuando  los  ve  solos;  porque  donde  no  se  teme  reprehen- 
sor,  más  osado  llega  el  tentador.  Por  tanto,  nunca  te  pongas  á  tratar 
con  mujer  sin  testigos:  porque  estar  solo  incita  y  convida  á  todos 
los  males.  Ni  confíes  en  la  virtud  pasada,  aunque  sea  muy  anti- 
gua, pues  sabes  que  aquellos  viejos  se  encendieron  en  el  amor 
de  Susana,  porque  la  vieron  muchas  veces  en  su  jardín  sola.  Hu- 
ye, pues,  toda  sospechosa  compañía  de  mujeres:  porque  verlas 
daña  los  corazones,  oirías  los  atrae,  hablarlas  los  inflama,  tocarlas 
los  estimula;  y  finalmente  todo  lo  de  ellas  es  lazo  para  los  que 
tratan  con  ellas.  Por  esto  dice  Sant  Gregorio:  Los  que  dedica- 
ron sus  cuerpos  á  continencia,  no  se  atrevan  á  morar  con  muje- 
res: porque  en  cuanto  el  calor  vive  en  el  cuerpo,  nadie  presuma 
que  de  todo  tiene  apagado  el  fuego  del  corazón. 

Huye  también  los  presentillos,  visitaciones  y  cartas  de  mu- 
jeres: porque  todo  esto  es  liga  para  prender  los  corazones,  y  so- 
plos para  encender  el  fuego  del  mal  deseo  cuando  la  llama  se  va 
acabando.  Y  si  amas  alguna  mujer  honesta  y  sancta, ámala  en  tu 
ánima,  sin  curar  de  visitarla  á  menudo,  ni  tratar  con  ella  familiar- 
mente. Y  porque  la  llave  de  todo  este  negocio  principalmente 
consiste  en  huir  destas  ocasiones,  añadiré  aquí  dos  ejemplos  que 
Sant  Gregorio  escribe  en  sus  Diálogos,  los  cuales  servirán  gran- 
demente para  este  propósito.  Cuenta  él  allí  que  en  la  provincia 
de  Misia  había  un  sacerdote,  el  cual  regía  con  gran  temor  de 
Dios  una  iglesia  que  le  era  encomendada.  Y  estando  alh  una 
mujer  virtuosa  que  tenía  cargo  de  la  ropa  y  de  las  cosas  de  la 
iglesia,  él  la  amaba  como  á  hermana,  mas  guardábase  della  co- 
mo de  enemiga,  y  así  por  ninguna  vía  permitía  que  se  llegase 
á  él:  con  lo  cual  había  quitado  toda  ocasión  de  familiaridad  y 
comunicación.  Ca  proprio  es  de  los  sanctos  varones,  por  estar 
más  lejos  de  las  cosas  ihcitas,  apartarse  aun  de  las  que  son  líci- 
tas: y  por  esta  causa  no  consentía  que  ella  le  sirviese  en  ningu- 
na necesidad.  Pues  este  venerable  sacerdote  siendo  de  mucha 
edad,  y  pasados  ya  cuarenta  años  de  su  sacerdocio,  vino  á  tener 
una  recia  enfermedad,  que  llegó  á  lo  postrero:  y  estando  en  es- 
te estado,  llegó  aquella  buena  mujer  á  poner  los  oídos  cerca  de 
gus  narices  para  ver  si  respiraba  ó  si  era  ya  defuncto.  Lo  cual  como 


368  GUÍA  DE  PECADORES 


él  sintiese,  indignándose  mucho  dello,  con  toda  la  fuerza  que 
pudo  dio  voces  á  la  mujer,  diciendo:  Apártate,  apártate  de  aquí, 
mujer,  porque  todavía  el  fogozuelo  está  vivo,  quita  la  paja.  Y  apar- 
tándose ella,  y  esforzándose  él  más,  comenzó  á  decir  con  una  gran- 
de alegría:  En  hora  buena  vengan  mis  señores,  en  hora  buena  ven- 
gan. ¿Cómo  tu  vistes  por  bien  venir  á  este  tan  pequeñuelo  sier- 
vo vuestro?  Ya  voy,  ya  voy.  Muchas  gracias,  muchas  gracias. 
Y  repitiendo  él  estas  palabras  muchas  veces,  preguntáronle  los 
que  aUí  estaban  con  quién  hablaba.  A  los  cuales  él  maravillado 
respondió:  (jPor  ventura  no  veis  aquí  los  bienaventurados  após- 
toles Sant  Pedro  }'  Sant  Pablo  ?  Y  volviéndose  á  ellos  tornó  á  de- 
cir: Ya  voy,  ya  voy.  Y  entre  estas  palabras  dio  el  ánima  á  Dios. 
Este  ejemplo  de  varón  tan  recatado  escribe  Sant  Gregorio  en  el 
cuarto  Hbro  de  los  Diálogos,  con  este  fin  tan  glorioso:  porque 
tal  convenía  que  fuese  la  muerte  de  quien  con  tanto  temor  ha- 
bía vivido.  Mas  otro  ejemplo  escribe  en  el  tercero  de  los  mis- 
mos Diálogos,  de  un  religioso  obispo,  aunque  no  tan  recatado:  el 
cual  también  referiré  aquí  para  castigo  y  escarmiento  de  los  que 
no  lo  son.  Del  cual  ejemplo  dicen  que  fueron  tantos  los  testigos, 
cuasi  cuantos  eran  los  moradores  de  la  ciudad  donde  el  caso 
acónteselo. 

Dice  él,  pues,  que  en  una  ciudad  de  Italia  había  un  obispo 
llamado  Andreas:  el  cual,  habiendo  siempre  vivido  una  vida  muy 
relio-iosa  y  llena  de  virtudes,  tenía  en  su  casa  y  compañía  una 
mujer  también  religiosa,  por  estar  muy  cierto  y  satisfecho  de 
su  virtud  y  castidad.  De  la  cual  ocasión  aprovechándose  el  ene- 
migo, halló  entrada  para  tentar  su  corazón.  Y  así  comenzó  á 
imprimir  la  figura  della  en  los  ojos  de  su  ánimo,  y  incitarle  á 
tener  feos  pensamientos.  Acaesció,  pues,  que  en  este  tiempo  un 
judío,  caminando  de  Campania  para  Roma  y  tomándole  la  no- 
che cerca  de  la  ciudad  deste  obispo,  y  no  teniendo  lugar  donde 
se  acoger,  vino  á  parar  á  un  templo  antiguo  que  estaba  allí  de 
un  ídolo,  donde  se  acostó  á  dormir.  Y  temiendo  la  mala  vecin- 
dad de  la  casa  del  ídolo,  aunque  él  no  creía  en  la  cruz,  todavía 
por  la  costumbre  que  tenía  de  ver  persignar  á  los  cristianos  en 
el  tiempo  de  los  peligros,  hizo  él  también  sobre  sí  la  señal  de 
la  cruz.  Mas  como  él  no  pudiese  dormir  de  miedo  de  aquel  lu- 
gar, vio  á  la  media  noche  una  gran  cuadrilla  de  demonios  en- 
trar en  él,  y  entre  ellos  uno  más  principal,  el  cual  asentado  en 


LIBRO   n.  CAPÍTULO   VL  369 


una  silla  en  medio  del  templo,  comenzó  á  preguntar  á  aquellos 
maldados  espíritus  cuánto  mal  había  hecho  cada  uno  en  el  mun- 
do. Y  como  cada  uno  respondiese  lo  que  había  hecho,  salió  uno 
dellos  en  medio  y  dijo  que  había  solicitado  el  ánimo  del  obispo 
Andreas  con  la  figura  de  una  mujer  religiosa  que  tenía  en  su 
casa.  Y  como  aquel  malvado  presidente  oyese  esto  con  grande 
atención,  y  lo  tuviese  por  tanto  mayor  ganancia,  cuanto  más  re- 
Hgiosa  era  la  persona,  el  espíritu  malo  que  había  dado  cuenta 
desto,  añadió  que  el  día  pasado  á  hora  de  vísperas  había  tenta- 
do tan  fuertemente  su  corazón,  que  llegándose  á  la  religiosa  con 
semblante  alegre,  le  había  dado  una  palmadica  en  las  espaldas. 
Entonces  aquel  antiguo  enemigo  del  género  humano  comenzó  á  ex- 
hortar á  este  tentador  á  que  diese  cabo  á  lo  que  había  comenzado, 
para  que  con  esto  alcanzase  una  corona  singular  entre  todos 
sus  compañeros.  Pues  estando  el  judío  viendo  todas  estas  cosas, 
y  temblando  con  gran  pavor  de  lo  que  veía,  aquel  malvado  es- 
píritu que  allí  presidía,  mandó  á  los  otros  que  fuesen  á  mirar 
quién  era  aquél  que  había  osado  dormir  en  aquel  lugar.  Y  mi- 
rándolo ellos  con  grande  atención,  dieron  voces  diciendo:  ¡Ay, 
ay!  vaso  vacío,  mas  bien  sellado.  Y  respondiendo  ellos  esto,  des- 
apareció luego  toda  aquella  compañía  de  espíritus  malignos.  Y 
hecho  esto,  el  judío  se  levantó  luego,  y  viniendo  con  gran  prie- 
sa á  la  ciudad,  y  hallando  al  obispo  en  la  iglesia,  tomóle  apar- 
te y  preguntóle  si  era  molestado  de  alguna  tentación.  Y  como 
el  obispo  de  vergüenza  no  le  confesase  nada,  él  replicó  que  en 
tal  día  había  puesto  los  ojos  con  mal  amor  en  una  sierva  de 
Dios.  Y  como  él  todavía  negase  esto,  el  judío  añadió  diciendo: 
¿  Porqué  niegas  lo  que  te  pregunto,  pues  ayer  á  hora  de  víspe- 
ras llegaste  á  darle  una  palmada  en  las  espaldas?  De  lo  cual 
maravillado  el  obispo  y  viéndose  comprehendido  en  aquella  cul- 
pa, confesó  lo  que  antes  había  negado.  Entonces  el  judío  le  de- 
claró la  manera  en  que  esto  había  sabido.  Lo  cual  entendido,  el 
obispo  se  postró  en  tierra  haciendo  oración  á  Dios,  y  luego  des- 
pidió de  su  casa,  no  sólo  aquella  buena  mujer,  mas  cualquiera 
otra  que  estuviese  en  su  servicio.  Y  en  aquel  mismo  templo  de 
Apolo  hizo  un  oratorio  en  nombre  de  Sancto  Andrés,  y  quedó 
libre  de  toda  aquella  tentación.  Y  juntamente  con  esto  trajo  á 
conoscimiento  de  Dios  al  judío  por  cuya  visión  y  amonestación 
había  sido  curado:  y  instituyéndole  en  los  misterios  de  la  fe  y 

OBRAS  DK  GRANADA  I— «4 


370  GUÍA  DE  PECADORES 


lavándole  con  agua  del  sancto  Baptismo,  le  puso  en  el  gremio  de 
la  sancta  Iglesia.  Y  así  sucedió  que  el  judío,  procurando  la  sa- 
lud ajena,  alcanzase  la  suya  propria.  Y  nuestro  Señor  Dios  por 
el  medio  que  encaminó  la  buena  vida  de  uno,  conservó  en  la 
buena  vida  al  otro.  Otros  muchos  ejemplos  de  semejantes  histo- 
rias, así  pasadas  como  presentes,  pudiera  referir  en  este  lugar: 
pero  éstos  basten  por  agora. 


REMEDIOS   CONTRA    LA    ENVIDIA. 


CAPITULO  VIL 


NVIDIA  es  tristeza  del  bien  ajeno  y  pesar  de  la  felici- 
dad de  los  otros:  conviene  saber,  de  los  mayores,  por 
ver  el  envidioso  que  no  se  puede  igualar  con  ellos: 
y  de  los  menores,  porque  se  igualan  con  él:  y  de  los  iguales, 
porque  compiten  con  él.  Desta  manera  tuvieron  envidia  Saúl  á 
David  (i)  y  los  fariseos  á  Cristo,  por  la  cual  le  procuraron  la 
muerte:  porque  tal  es  esta  bestia  fiera,  que  á  tales  personas  no 
perdona.  Este  pecado  de  su  género  es  mortal,  porque  milita  de- 
rechamente contra  la  caridad,  así  como  el  odio.  Pero  muchas 
veces  no  lo  será  cuando  no  fuere  la  envidia  consumada,  co- 
mo acaesce  en  todas  las  otras  materias  de  pecados.  Porque  así 
como  hay  odio,  y  también  rancor,  que  no  es  odio  formado,  aun- 
que camina  para  él,  así  hay  una  envidia  perfecta,  y  otra  imper- 
fecta que  camina  para  ella. 

Este  es  uno  de  los  pecados  más  poderosos  y  más  perjudi- 
ciales que  hay,  y  que  más  extendido  tiene  su  imperio  por  el 
mundo,  especialmente  por  las  cortes,  y  palacios,  y  casas  de  se- 
ñores y  príncipes:  aunque  ni  deja  universidades,  ni  cabildos,  ni 
religiones  por  do  no  corra.  Pues  ^  quién  se  podrá  defender  deste 
monstruo?  ¿Quién  será  tan  dichoso  que  se  escape,  ó  de  tener 
envidia,  ó  de  padecerla?  Porque  cuando  el  hombre  considera  la 
envidia  que  hubo,  no  digo  ya  entre  los  primeros  dos  hermanos 
que  fundaron  á  Roma,  sino  entre  los  dos  primeros  hermanos  que 
poblaron  el  mundo,  la  cual  fué  tan  grande,  que  bastó  para  ma- 
tar el  uno  al  otro:  y  la  que  hubo  entre  sus  hermanos  y  José  (2), 
la  cual  les  hizo  venderle  por  esclavo:  y  la  que  hubo  entre  los 
mismos  discípulos  de  Cristo  antes  que  sobre  ellos  viniese  el  Es- 
píritu Sancto:  y  sobre  todo  esto  la  que  tuvieron  Aarón  y  María^ 


(l)    I  Reg.  XVm.     (2)  Genes.  XXXVII. 


372  GUÍA  DE  PECADORES 


hermanos  y  escogidos  de  Dios,  á  su  hermano  Moisén  (i):  cuan- 
do el  hombre  todo  esto  lee,  ¿  qué  podrá  imaginar  de  los  otros 
hombres  del  mundo,  donde  ni  hay  esta  sanctidad,  ni  este  víncu- 
lo de  parentesco  ?  Verdaderamente  éste  es  un  vicio  de  los  que 
de  callada  tienen  grandísimo  señorío  sobre  la  tierra,  y  el  que  la 
tiene  destruida.  Porque  su  proprio  efecto  es  perseguir  á  los  bue- 
nos y  á  los  que  por  sus  virtudes  y  habilidades  son   preciados: 
porque  aquí  señaladamente  tira  ella  sus  saetas.  Por  lo  cual  dijo 
Salomón  (2)  que  todos  los  trabajos  y  industrias  de  los  hombres 
estaban  subjectas  á  la  envidia  de  sus  prójimos.   Pues   por  esto 
con  todo  estudio  y  diligencia  te  conviene  armar  contra  este  ene- 
migo, pidiendo  siempre  á  Dios  ayuda  contra  él  y  sacudiéndo- 
le de  ti  con  todo  cuidado.  Y  si  todavía  él  perseverare  solicitan- 
do tu  corazón,  persevera  tú  siempre  peleando  contra  él:  porque 
no  consintiendo  con  la  voluntad   no   hace  al  caso  que  la  carne 
maliciosa  sienta  en  sí  el  pellizco  deste   feo  y  desabrido    movi- 
miento. Y  cuando  vieres  á  tu  vecino  ó  amigo  más  próspero  y 
aventajado  que  á  ti,  da  gracias  al  Señor  por  ello,  y  piensa  que 
tú,  ó  no  mereciste  otro  tanto,  ó  á  lo  menos  que  no  te  convino 
tenerlo:  acordándote  siempre  que  no   socorres  á  tu   pobreza  te- 
niendo envidia  de   la  feHcidad  agena,  sino  antes  la  acrecientas. 
Y  si  quieres  saber  con   qué  género  de  armas  podrás  pelear 
con  este  vicio,   dígote   que  con  las  consideraciones    siguientes. 
Primeramente  considera  que  todos  los  envidiosos  son  semejan- 
tes á   los  demonios,  que   en  gran   manera  tienen  pesar  de  las 
buenas  obras  que  hacemos,  y  de  los  bienes  eternos  que  alcan- 
zamos: no  porque  ellos  los  puedan  haber,  aunque  los  hombres 
los  perdiesen  (porque  ya  ellos  los  perdieron  irrevocablemente) 
sino  porque  los  hombres  levantados  del  polvo  de  la  tierra  no 
gocen  de  lo  que  ellos  perdieron.  Por  lo   cual  dice  S.  Augustín 
en  el  libro  de  la  Disciplina  Cristiana:  Aparte  Dios  este  vicio,  no 
sólo  de  los  corazones   de  todos  los  cristianos,  mas  también  de 
todos  los  hombres,  pues  éste  es  vicio  diabólico,  de  que  señala- 
damente se  hace  cargo  al  demonio,  y  por    el  cual  sin   remedio 
para  siempre  padecerá.  Porque  no  es  reprehendido  el  demonio 
porque  cayó  en  adulterio,  ó  porque  hizo  algún  hurto,  ó   porque 
robó  la  hacienda  del  prójimo:  sino  porque   estando  caído  tuvo 


(i)    Ntím.  XIT.    (a)  Eccles.  IV. 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  Vil.  $7$ 


envidia  del  hombre  que  estaba  en  pie.  Pues  desta  manera  los 
envidiosos  á  manera  de  demonios  suelen  haber  envidia  de  los 
hombres,  no  tanto  porque  pretenden  alcanzar  la  prosperidad  de 
ellos,  cuanto  porque  querrían  que  todos  fuesen  miserables  como 
ellos.  Mira  pues,  oh  envidioso,  que  dado  caso  que  el  otro  no 
tuviera  los  bienes  de  que  tú  tienes  envidia,  tú  tampoco  los  tuvie- 
ras: y  pues  él  los  tiene  sin  tu  daño,  no  hay  por  qué  á  ti  te  pese  por 
ello.  Y  si  por  ventura  tienes  envidia  de  la  virtud  ajena,  mira 
que  en  eso  eres  enemigo  de  ti  mismo:  porque  de  todas  las  bue- 
nas obras  de  tu  prójimo  tú  eres  participante,  si  estuvieres  en 
gracia  con  Dios:  y  cuanto  más  él  aprovecha  y  merece,  tanto  más 
aprovechas  tú  á  ti  mismo.  Por  donde  sin  razón  tienes  envidia  á 
su  virtud:  antes  debías  holgar  con  ella  por  su  provecho  y  por  el 
tuyo,  pues  participas  de  sus  bienes.  Mira,  pues,  cuánta  miseria 
sea  que  donde  tu  prójimo  se  mejora,  tú  te  hagas  peor:  como- 
quier  que  si  amases  en  el  prójimo  los  bienes  que  tú  no  puedes 
haber,  los  mismos  bienes  serían  tuyos  por  razón  de  la  caridad, 
y  así  gozarías  de  los  trabajos  ajenos  sin  trabajo  tuyo. 

Considera  también  que  la  envidia  abrasa  el  corazón,  seca  las 
carnes,  fatiga  el  entendimiento,  roba  la  paz  de  la  consciencia, 
hace  tristes  los  días  de  la  vida  y  destierra  del  ánima  todo  con- 
tentamiento y  alegría.  Porque  ella  es  como  el  gusano  que  nasce 
en  el  madero,  que  lo  primero  que  roe  es  el  mismo  madero  don- 
de nasce;  y  así  la  envidia  (que  nasce  del  corazón)  lo  primero 
que  atormenta  es  el  mismo  corazón.  Y  después  de  éste  corrom- 
pido, corrompe  también  el  color  del  rostro:  porque  la  amarillez 
que  parece  por  defuera,  declara  bien  cuan  gravemente  aflige  de 
dentro.  Ca  ningún  juez  hay  más  riguroso  que  la  misma  envidia 
contra  sí  misma:  la  cual  continuamente  aflige  y  castiga  á  su  pro- 
prio  autor.  Por  lo  cual  no  sin  causa  llaman  algunos  Doctores  á  es- 
te vicio  justo,  no  porque  él  lo  sea  (pues  es  gravísimo  pecado) 
sino  porque  él  mismo  castiga  con  su  proprio  tormento  al  que  lo 
tiene,  y  hace  justicia  del. 

Mira  otrosí  cuan  contraria  cosa  sea  á  la  caridad  (que  es  Dios) 
y  al  bien  común  (que  Él  tanto  procura)  tener  envidia  de  los  bie- 
nes-ajenos y  aborrescer  aquéllos  á  quien  Dios  crió  y  redimió,  y 
á  quien  está  siempre  haciendo  bien,  porque  esto  es  estar  conde- 
nando y  deshaciendo  lo  que  Dios  hace,  á  lo  menos  con  la  vo- 
luntad. 


'374  GUÍA  DE  PECADORES 


Y  si  quieres  una  muy  cierta  medicina  contra  este  veneno, 
ama  la  humildad  y  aborresce  la  soberbia,  que  ésta  es  la  madre 
desta  pestilencia.  Porque  como  el  soberbio  ni  puede  sufrir  supe- 
rior,  ni  tener  igual,  fácilmente  tiene  envidia  de  aquéllos  que  en 
alguna  cosa  le  hacen  ventaja,  por  parecerle  que  queda  él  más 
bajo  si  ve  á  otros  en  más  alto  lugar.  Lo  cual  entendió  muy  bien 
el  Apóstol  cuando  dijo:  No  seamos  cobdiciosos  de  la  gloria  mun- 
dana, compitiendo  unos  con  otros,  y  habiendo  envidia  unos  á 
otros.  En  las  cuales  palabras,  pretendiendo  cortar  las  ramas  de 
la  envidia,  cortó  primero  la  mala  raíz  de  la  ambición,  de  donde 
ella  procedía.  Y  por  la  misma  razón  debes  apartar  tu  corazón  del 
amor  desordenado  de  los  bienes  del  mundo,  y  solamente  ama  la 
heredad  celestial  y  los  bienes  espirituales:  los  cuales  no  se  hacen 
menores  por  ser  muchos  los  poseedores,  antes  tanto  más  se  dila- 
tan cuanto  más  cresce  el  número  de  los  que  los  poseen.  Mas  por 
el  contrario,  los  bienes  temporales  tanto  más  se  diminuyen,  cuan- 
to entre  más  poseedores  se  reparten.  Y  por  esto  la  envidia  ator- 
menta al  ánima  de  quien  los  desea:  porque  recibiendo  otro  lo  que 
él  cobdicia,  ó  del  todo  se  lo  quita,  ó  á  lo  menos  se  lo  diminuye. 
Porque  con  dificultad  puede  este  tal  dejar  de  tener  pena,  si  otro 
tiene  lo  que  él  desea. 

Y  no  te  debes  contentar  con  no  tener  pesar  de  los  bienes  del 
prójimo;  sino  trabaja  por  hacerle  todo  el  bien  que  pudieres,  y 
pide  á  nuestro  Señor  le  haga  lo  que  tú  no  pudieres.  A  ningún 
hombre  del  mundo  aborrezcas:  tus  amigos  ama  en  Dios,  y  tus 
enemigos  por  amor  de  Dios,  el  cual,  siendo  tú  primero  su  ene- 
migo, te  amó  tanto,  que  por  rescatarte  del  poder  de  tus  enemi- 
gos puso  su  vida  por  ti.  Y  aunque  el  prójimo  sea  malo,  no  por 
eso  debe  ser  aborrescido:  antes  en  este  caso  debes  imitar  al  médi- 
co,el  cual  aborresce  la  enfermedad  y  ama  la  persona:  que  es  amar 
lo  que  Dios  hizo,  y  aborrescer  lo  que  el  hombre  hizo.  Nunca  di- 
gas en  tu  corazón:  ¿Qué  tengo  yo  que  ver  con  éste,  ó  en  qué  le 
soy  obligado?  no  le  conozco,  ni  es  mi  pariente,  nunca  me  apro- 
vechó, y  alguna  vez  me  dañó.  Mas  acuérdate  solamente  que  sin 
nino-ún  merecimiento  tuyo  te  hizo  Dios  grandes  mercedes:  por  lo 
cual  te  pide  que  en  pago  desto  uses  de  liberalidad,  no  con  El, 
pues  no  tiene  necesidad  de  tus  bienes,  sino  con  el  prójimo  que 
Él  te  encomendó. 


REMEDIOS  CONTRA  LA  GULA, 

CAPÍTULO  vm, 


ULA  es  apetito  desordenado  de  comer  y  beber.  De 
este  vicio  nos  aparta  Cristo  diciendo:  Mirad  no  se  ha- 
gan pesados  vuestros  corazones  con  demasiado  co- 
mer y  beber,  y  con  los  cuidados  de  este  mundo. 

Pues  cuando  este  feo  vicio  tentare  tu  corazón,  podrás  resis- 
tirle con  las  consideraciones  siguientes.  Primeramente  considera 
que  por  un  pecado  de  gula  vino  la  muerte  á  todo  el  género  hu- 
mano. Y  de  aquí  viene  á  ser  ésta  la  primera  batalla  que  te  con- 
viene vencer;  porque  cuanto  menos  la  vencieres,  tanto  serán  más 
terribles  las  otras,  y  tú  más  flaco  para  ellas.  Por  esto  comienza 
por  la  gula,  si  quieres  alcanzar  victoria:  ca  si  ésta  no  vences  pri- 
mero, de  balde  trabajarás  en  las  otras.  Porque  entonces  podrás 
sojuzgar  los  enemigos  que  vienen  de  fuera,  cuando  tuvieres  muer- 
tos los  que  nascen  de  dentro.  Y  con  poco  fructo  hace  guerra  á 
los  extraños  quien  dentro  de  su  casa  tiene  los  enemigos.  Por  esto 
el  diablo  tentó  á  nuestro  Salvador  primero  de  gula  (i),  querien- 
do luego  apoderarse  de  la  puerta  de  todos  los  otros  vicios. 

Pon  también  los  ojos  en  aquella  singular  abstinencia  de  Cris- 
to nuestro  Salvador:  el  cual  no  sólo  después  del  ayuno  del  de- 
sierto, mas  también  otras  muchas  veces  trató  muy  ásperamente 
su  carne  sanctísima,  y  padesció  hambre,  no  sólo  para  nuestro 
remedio,  sino  también  para  nuestro  ejemplo.  Pues  si  aquél  que 
con  su  vista  mantiene  los  ángeles  y  da  de  comer  á  las  aves  del 
aire,  padesció  hambre  por  ti,  ¿cuánta  razón  será  que  tú  también 
por  ti  la  padezcas  ?  i  Con  qué  título  te  precias  de  siervo  de  Cris- 
to, si  sufriendo  Él  hambre,  tú  gastas  la  vida  en  comer  y  beber, 
y  padesciendo  Él  trabajos  por  tu  salvación,  tú  no  los  quieres  pa- 
descer  por  la  tuya?  Y  si  te  es  pesada  la  cruz  de  la  abstinencia, 


(i)    Matth.  IV. 


576  GUÍA  DE  PECADORES 


pon  los  ojos  en  la  hiél  y  vinagre  que  el  Señor  probó  en  la  cruz: 
porque  (como  dice  S.  Bernardo)  no  hay  manjar  tan  desabrido, 
que  no  se  haga  sabroso,  si  fuere  templado  con  la  hiél  y  vinagre 

de  Cristo. 

Considera  también  la  abstinencia  de  todos  aquellos  sanctos 
Padres  del  yermo,  los  cuales  apartándose  á  los  desiertos,  crucifi- 
caron con  Cristo  su  carne  con  todos  sus  apetitos  y  pudieron  con 
el  favor  deste  Señor  sustentarse  muchos  años  con  raíces  de  yer- 
bas, y  hacer  tan  grandes  abstinencias  que  parecen  á  los  hombres 
increíbles.  Pues  si  éstos  así  imitaron  á  Cristo,  y  por  este  camino 
fueron  al  cielo,  ^cómo  quieres  tú  ir  adonde  ellos  fueron,  cami- 
nando por  deleites  y  regalos. 

Mira  también  cuántos  pobres  hay  en  el  mundo  que  tendrían 
por  gran  felicidad  hartarse  de  pan  y  agua;  y  por  aquí  entende- 
rás cuan  liberal  fué  contigo  el  Señor,  que  por  ventura  te  prove- 
yó más  largamente  que  á  ellos:  por  lo  cual  no  es  razón  que  la 
liberalidad  de  su  gracia  conviertas  en  instrumento  de  tu  gula. 
Considera  también  cuántas  veces  con  tu  boca  has  recibido  aque- 
lla hostia  consagrada,  y  no  consientas  que  por  la  misma  puerta 
por  donde  entra  la   vida,  entre   la   muerte  y   el  nutrimento  y 
cebo  de  los  otros  pecados.  Mira  otrosí  que  el  deleite  de  la  gula 
apenas  se  extiende  por  dos  dedos  de  espacio  y  por  dos  puntos 
de  tiempo,  y  que  es  muy  fuera  de  razón  que  á  tan  pequeña  par- 
te del  hombre  y  á  tan  breve  deleite  no  basten  la  tierra,  la  mar 
y  el  aire.  Por  esta  causa  muchas  veces  se  roban  los  pobres,  por 
esto  se  hacen  los  insultos;  para  que  la  hambre  de  los  pequeños  se 
convierta  en  deleite  de  los  poderosos.  Miserable  cosa  es  por  cier- 
to que  el  deleite  de  una  tan  pequeña  parte  del  hombre  eche  todo 
el  hombre  en  el  infierno,  y  que  todos  los  miembros  y  sentidos 
del  cuerpo  padezcan  perpetuamente  por  la  golosina  de  uno.  ¿No 
miras  cuan  ciegamente  yerras,  pues   al  cuerpo  que  de  aquí  á 
muy  poco  han  de  comer  los  gusanos,  crías  con  manjares  delica- 
dos, y  dejas  de  curar  el  ánima,  que  será  luego  presentada  ante 
el  tribunal  de  Dios,  y  si  se  hallare  hambrienta  de  virtudes  (con 
cuanto  el  vientre  esté  lleno  de  preciosos  manjares)  será  conde- 
nada á  los  tormentos  eternos?  Y  siendo  ella  castigada,  no  que- 
dará el  cuerpo  sin  castigo:  porque  así  como  para  ella  fué  criado, 
así  juntamente  con  ella  será  castigado.  Así  que  despreciando  lo 
que  en  ti  es  más  principal,  y  regalando  lo  que  es  de  menos  es- 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  VIII.  ^77 


tima,  pierdes  lo  uno  y  lo  otro,  y  con  tu  misma  espada  te  degüe- 
llas; porque  la  carne  que  te  fué  dada  por  ayudadora,  haces  que 
sea  lazo  de  tu  vida;  la  cual  te  acompañará  en  los  tormentos,  como 
aquí  te  siguió  en  los  vicios. 

Acuérdate  de  la  hambre  y  pobreza  de  Lázaro  (i),  el  cual 
deseaba  comer  de  las  migajuelas  que  caían  de  la  mesa  del  rico, 
y  no  había  quien  se  las  diese;  y  con  todo  esto,  muriendo  fué  lle- 
vado al  seno  de  Abraham  por  mano  de  los  ángeles;  mas  por  el 
contrario,  el  rico  glotón,  vestido  de  púrpura  y  holanda,  fué  sepul- 
tado en  los  infiernos.  Porque  no  pueden  tener  una  misma  despe- 
dida la  hambre  y  la  hartura,  el  deleite  y  la  continencia:  mas  en 
la  muerte  sucede  la  miseria  á  los  deleites,  y  los  deleites  á  la  mi- 
seria. Abundantemente  comiste  y  bebiste  lósanos  pasados:  ¿qué 
es  agora  lo  que  ganaste  con  tantos  regalos  ?  Por  cierto  nada,  sino 
remordimiento  de  consciencia,  que  por  ventura  perpetuamente  te 
atormentará.  De  manera  que  todo  cuanto  desordenadamente  co- 
miste, perdiste:  y  lo  que  no  quesiste  para  ti,  antes  lo  partiste  con 
los  pobres,  eso  es  lo  que  tienes  guardado  y  depositado  en  la  ciu- 
dad celestial. 

Mas  para  que  no  te  enredes  en  este  vicio,  debes  primera- 
mente considerar  que  muchas  veces  cuando  la  necesidad  busca 
la  satisfacción  de  sí  misma,  el  deleite  que  debajo  de  este  manto 
está  escondido,  pretende  cumplir  su  deseo,  y  tanto  más  fá- 
cilmente engaña,  cuanto  con  olor  de  más  honesta  necesidad  en- 
cubre su  apetito.  Por  esto  es  necesaria  grande  cautela  y  pruden- 
cia para  refrenar  el  apetito  del  deleite  y  poner  la  sensualidad 
debajo  del  imperio  de  la  razón.  Pues  si  quieres  que  tu  carne  sir- 
va y  se  subjecte  al  ánima,  haz  que  tu  ánima  se  subjecte  á  Dios, 
porque  necesario  es  que  el  ánima  sea  regida  por  Dios  para  que 
pueda  regir  su  carne;  y  por  esta  orden  somos  maravillosamente 
reformados:  conviene  saber,  que  Dios  enseñoree  la  razón,  y  la 
razón  al  ánima,  y  el  ánima  al  cuerpo:  porque  así  queda  todo  el 
hombre  reformado.  Pero  el  cuerpo  resiste  al  imperio  del  ánima, 
si  ella  no  se  somete  al  imperio  de  la  razón,  y  si  la  razón  no  se 
conforma  con  la  voluntad  de  Dios. 

Cuando  fueres  tentado  de  la  gula,  imagina  que  ya  gozaste 
dése  breve  deleite,  y  que  pasó  ya  aquella  hora;  pues  el  deleite 


(i;    Luc,  XVI. 


378  GUÍA  DE  PECADORES 


del  gusto  es  como  el  sueño  de  la  noche  pasada:  sino  que  este 
deleite,  acabado,  deja  triste  la  consciencia:  mas  vencido,  déjala 
contenta  y  alegre.  Conforme  á  esto  con  mucha  razón  es  celebra- 
da aquella  noble  sentencia  de  un  sabio  que  dice:  Si  hicieres  alguna 
obra  virtuosa  con  trabajo,  el  trabajo  pasa,  y  la  virtud  persevera: 
mas  si  hicieres  alguna  cosa  torpe  con  deleite,  el  deleite  pasa,  y  la 
torpeza  permanesce. 


REMEDIOS   CONTRA  LA  IRA 
y  CONTRA  LOS  ODIOS  Y  ENEMISTADES   QUE  NASCEN  DELLA. 

CAPÍTULO  IX. 


jRA  es  apetito  desordenado  de  venganza  contra  quien 
pensamos  que  nos  ofendió.  Contra  esta  pestilencia 
nos  provee  de  medicina  el  Apóstol  diciendo  (i):  To- 
da amargura  del  corazón,  toda  ira,  y  indignación,  y  clamor,  y  blas- 
femia sea  quitada  de  vosotros,  con  toda  malicia.  Y  sed  entre  vos- 
otros benignos  y  misericordiosos,  perdonándoos  unos  á  otros, 
como  Dios  nos  perdonó  por  Cristo.  Deste  vicio  dice  el  Señor  por 
S.  Mateo:  El  que  se  airare  contra  su  hermano,  quedará  obligado 
á  dar  cuenta  en  el  juicio,  y  quien  le  dijere  necio,  ó  alguna  pala- 
bra injuriosa,  será  condenado  á  las  penas  del  infierno. 

Pues  cuando  este  furioso  vicio  tentare  tu  corazón,  acuérdate 
de  salirle  al  encuentro  con  las  consideraciones  siguientes.  Primera- 
mente considera  que  aun  los  animales  brutos  por  la  mayor  parte 
viven  en  paz  con  los  de  su  misma  especie.  Los  elefantes  andan 
juntos  con  los  elefantes;  las  vacas  y  las  ovejas  viven  juntas  en 
sus  rebaños;  los  pájaros  vuelan  en  bandos;  las  grullas  se  revezan 
para  velar  de  noche,  y  andan  en  compañía;  lo  mismo  hacen  las 
cisüeñas,  los  ciervos,  los  delfines  v  otros  muchos  animales.  Pues 
la  unidad  y  concierto  de  las  hormigas  y  de  las  abejas  á  todos  es 
manifiesta.  Y  entre  las  mismas  fieras,  por  crudelísimas  que  sean, 
hay  común  paz.  La  fiereza  de  los  leones  cesa  con  los  de  su  gé- 
nero; el  puerco  montes  no  acomete  á  otro  puerco;  un  lince  no 
pelea  con  otro  lince;  un  dragón  no  se  ensaña  contra  otro  dragón; 
finalmente,  los  mismos  espíritus  malignos,  que  son  los  primeros 
auctores  de  toda  nuestra  discordia,  entre  sí  tienen  su  liga,  y  de 
común  consentimiento  conservan  su  tiranía.  Solamente  los  hom- 
bres (á  quien  más  convenía  la  humanidad  y  la  paz,  y  á  quien 
fuera  más  necesaria)  tienen  entre  sí  entrañables  odios  y  discor- 


(i)     Ephes.  IV. 


3^0  GUÍA  DE  PECADORES 


días,  que  es  mucho  para  sentir.  Y  no  es  menos  para  notar  que 
la  misma  naturaleza  dio  á  todos  los  animales  armas  para  pelear: 
al  caballo  pies,  al  toro  cuernos,  al  jabalín  dientes,  á  las  abejas 
aguijón,  á  las  aves  picos  y  uñas:  tanto  que  hasta  á  las  pulgas  y  mos- 
quitos dio  habilidad  para  morder  y  sacar  sangre;  pero  á  ti,  hom- 
bre, porque  te  crió  para  paz  y  concordia,  crió  desarmado  y  des- 
nudo, porque  no  tuvieses  con  qué  hacer  mal.  Mira,  pues,  cuan 
contra  tu  naturaleza  es  vengarte  de  otro,  y  hacer  mal  á  quien  mal 
te  hace,  mayormente  con  armas  buscadas  fuera  de  ti,  las  cuales 
naturaleza  te  negó. 

Considera  también  que  la  ira  y  apetito  de  venganza  es  vicio 
proprio  de  bestias  fieras  (de  cuyas  iras  dice  el  Sabio  que  le  ha- 
bía dado  Dios  conoscimiento)  y  por  consiguiente,   que  bastar- 
deas y  tuerces  mucho  de  la  generosidad  y  nobleza  de  tu  condi- 
ción, imitando  la  de  los  leones  y  serpientes,  y  de  los  otros  fie- 
ros animales.  De  un  león  escribe  Eliano  que  habiendo  rescibido 
una  lanzada  en  cierta  montería,  á  cabo  de  un  año  pasando  el  que 
le  hirió  por  aquel  mismo  lugar  en  compañía  del  rey  Juba  y  de 
otra  mucha  gente  que  le  seguía,  el  león  le  reconosció,  y  rom- 
piendo por  toda  la  gente  sin  poder  ser  resistido,  no  paró  hasta 
llegar  al  que  le  había  herido,  y  hacerlo  pedazos.  Lo  mismo  ve- 
mos también  cada  día  que  hacen  los  toros  con  los  que  los  traen 
muy  acosados,  por  tomar  venganza  de  ellos.  Y  déstos  son  imita- 
dores los  hombres  feroces  y  airados,  los  cuales,  pudiendo  aman- 
sar la  ira  con  la  razón  y  discreción  de  hombres,  quieren    antes 
seguir  el  ímpeto  y  furor  de  bestias,  preciándose  y  usando  más 
de  la  parte  más  vil,  que  tienen  común  con  ellas,  que  de  la  más 
divina,  que  es  propria  de  ángeles.   Y  si  dices  que  es  cosa  muy 
dura  amansar  el  corazón  embravescido,  ¿cómo  no  miras  cuánto 
más  duro  fué  lo  que    el  Hijo  de   Dios  padesció   por  ti  ?   <i  Quién 
eras  tú  cuando  Él  por  ti  derramó  su  sangre?   ^  Por   ventura  no 
eras  su  enemigo?  ¿No  consideras  también  con  cuánta  manse- 
dumbre te  sufre  Él,  pecando  tú  á  cada  hora,  y  cuan  misericor- 
diosamente te  recibe  cuando  á  Él  te  vuelves  ?  Dirás  que  no  me- 
resce  tu  enemigo  perdón.  <:  Por   ventura  meresces  tú  que  Dios 
te  perdone?   Quieres  que  Dios  use  contigo   de   misericordia.  ¿  Y 
tú  quieres   usar  con    tu  prójimo  de  justicia?  Mira  que  si  tu  ene- 
migo es  indigno  de  perdón,  tú  eres  digno  para  haber  de  perdo- 
nar, y  Cristo  dignísimo  por  quien  le  perdones. 


LIBRO   II.   CAPÍTULO   IX.  38 1 


Considera  también  que  todo  el  tiempo  que  estás  en  odio,  no 
puedes  ofrecer  á  Dios  sacrificio  que  le  sea  agradable.  Por  lo  cual 
dice  el  Salvador  (i):  Si  ofreces  tu  ofrenda  en  el  altar,  y  allí  se 
te  acordare  que  tu  prójimo  está  ofendido  de  ti,  ve  primero  y  re- 
concilíate con  él,  y  entonces  vuelve  á  ofrecer  tu  don.  Donde 
puedes  claramente  conocer  cuan  grande  sea  la  culpa  de  la  dis- 
cordia entre  los  hermanos,  pues  en  cuanto  ella  dura,  estás  en 
discordia  con  Dios,  y  no  le  agrada  cosa  que  hagas.  Conforme 
á  lo  cual  dice  Sant  Gregorio:  Ninguna  cosa  valen  los  bienes  que 
hacemos,  si  no  sufrimos  mansamente  los  males  que  padescemos. 

Considera  otrosí  quién  sea  ése  que  tienes  por  enemigo:  por- 
que forzadamente  ha  de  ser  justo  ó  injusto:  si  es  justo,  por  cier- 
to cosa  es  mucho  para  sentir,  que  quieras  mal  á  un  justo,  y  que 
seas  enemigo  de  quien  Dios  se  tiene  por  amigo.  Mas  si  es  in- 
justo, no  menos  es  cosa  miserable  que  quieras  vengar  la  maldad 
ajena  con  tu  maldad  propria,  y  que  queriendo  tú  ser  juez  en  tu 
causa,  castigues  la  injusticia  agena  con  la  tuya.  Mayormente  que 
si  tú  quieres  vengar  tus  injurias  y  el  otro  las  suyas,  ¿qué  fin 
habrán  las  discordias?  Muy  más  gloriosa  manera  de  vencer  es 
aquella  que  el  Apóstol  nos  enseña,  diciendo  (2)  que  venzamos 
los  males  con  los  bienes:  esto  es,  los  vicios  ajenos  con  las  virtu- 
des proprias.  Porque  muchas  veces,  tratando  de  tornar  mal  por 
mal  y  no  queriendo  ser  en  nada  vencido,  eres  más  feamente 
vencido:  pues  eres  acoceado  de  la  ira  y  vencido  de  la  pasión, 
la  cual  si  vencieses,  serías  más  fuerte  que  el  que  por  armas  to- 
mase una  ciudad:  porque  menor  victoria  es  sojuzgar  las  ciuda- 
des que  están  fuera  de  ti,  que  las  pasiones  que  están  dentro  de 
ti,  y  ponerte  á  ti  mismo  leyes,  y  refrenar  y  domar  la  bravísima 
fiera  de  la  ira  que  dentro  de  ti  está  encerrada.  La  cual  si  no 
quisieres  reprimir,  levantarse  ha  contra  ti,  y  incitarte  á  hacer  co- 
sas que  después  te  arrepientas.  Y  lo  que  peor  es,  que  ape- 
nas podrás  entender  el  mal  que  haces:  porque  al  airado  cual- 
quier venganza  paresce  justa,  y  las  más  veces  se  engaña,  creyen- 
do que  el  estímulo  de  la  ira  es  celo  de  justicia:  y  desta  manera 
se  encubre  el  vicio  con  color  de  virtud. 


(i)     Matth.  V.     (2)  Rom  XII. 


382  GUÍA  DE  PECADORES 


§•  I. 

Pues  para  mejor  vencer  este  vicio,  uno  de  los  mayores  re- 
medios es  trabajar  por  arrancar  de  tu  ánima  la  mala  raíz  del 
amor  desordenado  de  ti  mismo  y  de  todas  tus  cosas:  porque  de 
otra  manera  fácilmente  te  encenderás  en  ira,  siendo  tú  ó  los  tu- 
yos tocados  con  cualquier  liviana  palabra.  Y  demás  desto,  cuan- 
to te  sintieres  naturalmente  más  inclinado  á  ira,  tanto  debes  es- 
tar más  aparejado  á  paciencia,  previniendo  antes  todas  las  ma- 
neras de  agravios  que  te  puedan  suceder  en  cualquier  negocio: 
porque  las  saetas  que  de  lejos  se  ven,  menos  hieren.  Para  lo 
cual  debes  tener  en  tu  corazón  muy  determinado  que  cuan- 
do en  tu  pecho  hirviere  la  ira,  ninguna  cosa  digas  ó  hagas,  ni 
creas  á  ti  mismo:  mas  ten  por  sospechoso  todo  lo  que  en  este 
tiempo  te  dijere  tu  corazón,  puesto  que  parezca  muy  conforme 
á  razón.  Dilata  la  ejecución  hasta  que  se  abaje  la  cólera,  ó  reza 
devotamente  una  vez  ó  más  la  oración  del  Paternóster,  ó  otra 
semejante.  Plutarco  refiere  que  un  hombre  muy  sabio  y  expe- 
rimentado, despidiéndose  de  un  emperador,  grande  amigo  suyo, 
no  le  dio  otro  consejo  sino  que  cuando  estuviese  airado,  no 
mandase  hacer  cosa  alguna  hasta  que  pasase  primero  entre  sí  to- 
das las  letras  del  abe,  para  darle  á  entender  cuan  desatina- 
dos son  los  consejos  de  la  ira  al  tiempo  que  hierve  en  el  co- 
razón. 

Y  es  mucho  para  notar  que  no  habiendo  en  el  mundo  peor 
tiempo  para  deUberar  lo  que  se  debe  de  hacer,  que  éste,  nin- 
guno hay  en  que  el  hombre  tenga  mayor  deseo  de  lo  hacer. 
Por  lo  cual  conviene  resistir  con  grande  discreción  y  ánimo  á 
esta  tentación.  Porque  sin  dubda  así  como  el  que  está  tomado 
del  vino,  no  puede  asentar  cosa  que  sea  conforme  á  razón  y  de 
que  después  no  se  deba  arrepíntir  (como  se  escribe  de  Alejan- 
dro Magno)  así  el  que  está  tomado  del  vino  de  la  ira  y  ciego 
con  los  humos  desta  pasión,  ningún  asiento  ni  consejo  puede  to- 
mar, que  por  muy  acertado  que  le  parezca,  otro  día  por  la  ma- 
ñana no  lo  condene.  Porque  cierto  es  que  la  ira,  el  vino  y  el  ape- 
tito carnal  son  los  peores  consejeros  que  hay.  Por  donde  dijo 
Salomón  (i)  que  el  vino  y  la  mujer  hacían  salir  de  seso  á  los  sa- 


(1)    Eccli.  XIX. 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO   IX.  383 


bios.  Y  por  vino  entiende  él  aquí,  no  sólo  este  material  (que 
suele  cegar  la  razón)  sino  cualquier  pasión  vehemente,  que  tam- 
bién en  su  manera  la  ciega:  aunque  no  deja  de  ser  culpa  lo  que 
desta  manera  se  hace. 

También  es  muy  buen  consejo,  cuando  estuvieres  airado, 
ocuparte  en  otros  negocios,  divirtiendo  el  pensamiento  de  la  in- 
dignación, porque  quitando  la  leña  del  fuego,  luego  cesará  la  lla- 
ma del.  Procura  otrosí  amar  á  quien  de  necesidad  has  de  sufrir; 
porque  si  el  sufrimiento  no  es  acompañado  con  amor,  la  pacien- 
cia que  se  muestra  por  defuera,  muchas  veces  se  vuelve  en  ran- 
cor.  Por  lo  cual  diciendo  S.  Pablo  (i):  La  caridad  es  paciente, 
luego  añadió:  y  benigna:  porque  la  verdadera  caridad  no  cesa  de 
amar  benignamente  á  los  que  sufre  pacientemente.  También  es 
muy  loable  consejo  dar  lugar  á  la  ira  del  hermano:  porque  si  te 
apartares  del  airado,  darle  has  lugar  para  que  pierda  la  ira:  ó  á 
lo  menos  respóndele  blandamente;  porque  como  dice  Salomón, 
la  respuesta  blanda  quebranta  la  ira. 


(1)     I  Cor.  XIII. 


REMEDIOS    CONTRA    LA    PEREZA. 


CAPITULO  X. 


CCIDIA  es  una  flojedad  y  caimiento  del  corazón  para 
bien  obrar:  y  particularmente  es  una  tristeza  y  has- 
tío de  las  cosas  espirituales.  El  peligro  deste  pecado 
se  conosce  por  aquellas  palabras  que  el  Salvador  dice:  Todo  ár- 
bol que  no  diere  buen  fructo,  será  cortado  y  echado  en  el  fuego. 
Y  en  otra  parte,  exhortándonos  á  vivir  con  cuidado  y  diligencia 
(que  es  contraria  á  este  vicio)  dice:  Abrid  los  ojos,  velad  y  orad, 
porque  no  sabéis  cuándo  seréis  llamados. 

Pues  cuando  este  torpe  vicio  tentare  tu  corazón,  puedes  ar- 
marte contra  él  con  las  consideraciones  siguientes.  Primeramente 
considera  cuántos  trabajos  pasó  Cristo  por  ti  dende  el  principio 
hasta  el  fin  de  su  vida;  cómo  pasaba  las  noches  sin  sueño,  hacien- 
do oración  por  ti;  cómo  discurría  de  una  provincia  á  otra^  ense- 
ñando y  sanando  los  hombres;  cómo  se  ocupaba  siempre  en  las 
cosas  que  pertenecían  á  nuestra  salud,  y  sobre  todo  esto,  cómo 
en  el  tiempo  de  su  pasión  llevó  sobre  sus  sacratísimos  hombros, 
cansados  de  los  muchos  trabajos  pasados,  aquel  grande  y  pesado 
madero  de  la  cruz.  Pues  si  el  Señor  de  la  majestad  tanto  traba- 
jó por  tu  salud,  ¿cuánto  será  razón  trabajes  tú  por  la  tuya?  Por 
Hbrarte  de  tus  pecados  padesció  aquel  tan  tierno  Cordero  tantos 
y  tan  grandes  trabajos,  ¿y  tú  no  quieres  sufrir  aun  los  pequeños 
por  ellos?  Mira  también  cuántos  trabajos  sufrieron  los  Apóstoles 
cuando  fueron  por  todo  el  mundo  predicando;  cuántos  padescie- 
ron  los  mártires,  cuántos  los  confesores,  cuántos  las  vírgines, 
cuántos  todos  aquellos  Padres  que  vivían  apartados  en  los  desier- 
tos, y  cuántos  finalmente  todos  los  sanctos  que  agora  reinan  con 
Dios,  por  cuya  doctrina  y  sudores  la  fe  católica  y  la  Iglesia  se 
dilató  hasta  el  día  de  hoy. 

Considera  junto  con  esto  cómo  ninguna  de  todas  las  cosas 
criadas  está  ociosa:  porque  los  ejércitos  del  cielo  sin  cesar  cantan 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  X.  385 


loores  á  Dios:  el  sol,  y  la  luna,  y  las  estrellas,  y  todos  los  cuer- 
pos celestiales  cada  día  dan  una  vuelta  al  mundo  para  nuestro 
servicio.  Las  yerbas,  los  árboles,  de  una  pequeña  planta  van  cre- 
ciendo hasta  su  justa  grandeza.  Las  hormigas  juntan  granos  en  sus 
cilleros  en  el  verano,  con  que  se  sustentan  en  el  invierno.  Las  abe- 
jas hacen  sus  panales  de  miel,  y  con  grande  diligencia  matan  los 
zánganos  negligentes  y  perezosos:  y  lo  mismo  hallarás  en  todos  los 
otros  géneros  de  animales.  Pues  ¿cómo  no  habrás  tú  vergüenza, 
hombre  capaz  de  razón,  de  tener  pereza,  la  cual  aborrescen  todas 
las  criaturas  irracionales  por  instinctu  de  naturaleza  ? 

ítem  si  los  negociadores  deste  mundo  pasan  tantos  trabajos 
para  juntar  sus  riquezas  perescederas  (las  cuales  después  de  ga- 
nadas con  muchos  trabajos,  han  de  guardar  con  muchos  peligros) 
¿qué  será  razón  hagas  tú,  negociador  del  cielo,  para  adquirir  te- 
soros eternos  que  para  siempre  durarán? 

Mira  también  que  si  no  quieres  trabajar  agora  cuando  tienes 
fuerzas  y  tiempo,  que  por  ventura  después  te  faltará  lo  uno  y  lo 
otro:  como  cada  día  vemos  acaescer  á  muchos.  El  tiempo  de  la 
vida  es  breve,  y  lleno  de  mil  estorbos;  por  tanto,  cuando  tuvieres 
oportunidad  para  bien  obrar,  no  lo  dejes  por  pereza,  porque  ven- 
drá la  noche,  cuando  nadie  podrá  obrar. 

JVIira  también  que  tus  muchos  y  grandes  pecados  piden  gran- 
de penitencia  y  grande  fervor  de  devoción  para  satisfacer  por 
ellos.  Tres  veces  negó  S.  Pedro  (i),  y  todos  los  días  de  su  vida 
lloró  aquel  pecado,  puesto  que  ya  estaba  perdonado.  María  Mag- 
dalena hasta  el  postrer  punto  de  su  vida  lloró  los  pecados  que 
había  cometido,  puesto  que  había  oído  aquella  tan  dulce  palabra 
de  Cristo:  Tus  pecados  te  son  perdonados.  Y  por  abreviar  dejo  de 
referir  aquí  otros  que  acabáronla  penitencia  con. la  vida,  de  los 
cuales  muchos  tenían  más  Hvianos  pecados  que  tú.  Pues  tú  que 
cada  día  acrescientas  pecados  á  pecados,  ¿cómo  tienes  por  grave 
el  trabajo  necesario  para  satisfacer  por  ellos?  Por  tanto  en  el  tiem- 
po de  la  gracia  y  de  la  misericordia  trabaja  por  hacer  fructos  dig- 
nos de  penitencia,  para  que  con  los  trabajos  desta  vida  redimas 
los  de  la  otra.  Y  dado  que  nuestros  trabajos  y  obras  parezcan 
pequeñas,  pero  todavía,  en  cuanto  proceden  de  la  gracia,  son  de 
grande  merescimiento:  por  donde  en  el  trabajo  son  temporales,  y 


(i)     Matth.  XXVI. 

OBRAS  DE   GRANADA  I*"8S 


386  GUÍA  DE  PECADORES 


en  el  premio  eternas:  breves  en  el  espacio  de  la  carrera,  y  perpe- 
tuas en  la  corona.  Por  lo  cual  no  consintamos  que  este  espacio 
de  merecer  se  nos  pase  sin  fructo,  poniendo  ante  nuestros  ojos  el 
ejemplo  de  un  devoto  varón  que  todas  las  veces  que  oía  el  re- 
loj, decía:  ¡Oh  Señor  Dios  mío,  ya  es  pasada  otra  hora  de  las  que 
Vos  tenéis  contadas  de  mi  vida,  y  de  que  tengo  que  daros  cuenta! 
Si  alguna  vez  nos  viéremos  cercados  de  trabajos,  acordémo- 
nos que  por  muchas  tribulaciones  nos  conviene  entrar  en  el  reino 
de  Dios  (i),  y  que  no  será  coronado  sino  aquél  que  varonilmente 
peleare.  Y  si  te  paresce  que  asaz  tienes  peleado  y  trabajado, 
acuérdate  que  está  escripto:  El  que  perseverare  hasta  la  fin,  será 
salvo.  Porque  sin  perseverancia,  ni  la  obra  es  finalmente  fi-uctuo- 
sa,  ni  el  trabajo  tiene  premio,  ni  el  que  corre  alcanza  victoria,  ni 
el  que  sirve,  la  gracia  final  del  Señor.  Por  lo  cual  no  quiso  el  Sal- 
vador bajar  de  la  cruz  (2)  cuando  se  lo  pedían  los  judíos,  por  no 
dejar  imperfecta  la  obra  de  nuestra  redempción.  Por  tanto,  si  que- 
remos seguir  á  nuestra  cabeza,  trabajemos  con  toda  diligencia 
hasta  la  muerte,  pues  el  premio  del  Señor  dura  para  siempre.  No 
cesemos  de  hacer  penitencia,no  cesemos  de  llevar  nuestra  cruz  en 
pos  de  Cristo:  porque  de  otra  manera,  <3qué  nos  aprovechará  ha- 
ber navegado  una  muy  larga  y  próspera  navegación,  si  al  cabo 
nos  perdemos  en  el  puerto? 

Y  no  nos  debe  espantar  la  dificultad  de  los  trabajos  y  peleas; 
porque  Dios  que  te  amonesta  que  pelees,  te  ayuda  para  que  ven- 
zas, y  ve  tus  combates,  y  te  socorre  cuando  desfalleces,  y  te  co- 
rona cuando  vences.  Y  cuando  te  fatigaren  los  trabajos,  toma  este 
remedio:  no  compares  el  trabajo  de  la  virtud  con  el  deleite  del 
vicio  contrario,  sino  la  tristeza  que  agora  sientes  en  la  virtud,  con 
la  que  sentirías  después  de  haber  pecado,  y  el  alegría  que  puedes 
tener  en  la  hora  de  la  culpa,  con  la  que  tendrás  después  en  la 
gloria:  y  luego  verás  cuánto  es  mejor  el  parddo  de  la  virtud  que 
el  de  los  vicios.  Vencida  una  batalla,  no  te  descuides;  porque 
muchas  veces  (como  dice  un  sabio)  nascen  descuidos  del  buen 
suceso;  antes  debes  estar  apercebido,  como  si  luego  hobiesen  de 
tocar  la  trompeta  para  otra:  porque  ni  la  mar  puede  estar  sin  on- 
das, ni  esta  vida  sin  tentaciones.  Y  demás  desto,  el  que  comienza 
la  buena  vida,  suele  ser  más  fuertemente  tentado  del  enemigo;  el 


(i;    Act.  XIV.    (2)  Marc.  XV. 


LIBRO  il.  CAPÍTULO  X.  387 


cual  no  se  precia  de  tentar  los  que  posee  con  pacífico  señorío,  sino 
los  que  están  fuera  de  su  jurlsdición.  Así  que  en  todo  tiempo  has 
de  velar  y  siempre  estar  alerta  y  armado  en  cuanto  estuvieres 
en  esta  frontera.  Y  si  alguna  vez  sintieres  tu  ánima  herida,  guár- 
date de  cruzar  luego  las  manos  y  arrojar  las  armas  y  el  escudo  y 
entregarte  al  enemigo;  antes  debes  imitar  á  los  caballeros  esfor- 
zados, á  los  cuales  muchas  veces  la  vergüenza  de  ser  vencidos,  y 
el  dolor  de  las  heridas,  no  solamente  no  hace  huir,  mas  antes  los 
incita  á  pelear.  Desta  manera  cobrando  nuevo  esfuerzo  con  la 
caída,  verás  luego  huir  aquéllos  de  quien  tú  huías,  y  perseguirás 
á  los  que  te  perseguían.  Y  si  por  ventura  (como  acontece  en  las 
batallas)  otra  vez  fueres  herido,  ni  aun  entonces  has  de  desma- 
yar, acordándote  que  ésta  es  la  condición  de  los  que  pelean  va- 
ronilmente, no  que  nunca  sean  heridos,  mas  que  nunca  se  rindan 
á  sus  contrarios.  Porque  no  se  llama  vencido  el  que  fué  muchas 
veces  herido,  sino  el  que  siendo  herido,  perdió  las  armas  y  el 
corazón.  Y  siendo  herido,  luego  procura  de  curar  tu  llaga:  porque 
más  fácilmente  curarás  una  llaga  que  muchas,  y  más  ligeramente 
curarás  la  fresca  que  la  que  está  ya  afistolada. 

Cuando  alguna  vez  fueres  tentado,  no  te  contentes  con  no 
obedecer  á  la  tentación,  mas  antes  procura  sacar  de  la  misma 
tentación  motivos  para  la  virtud:  y  con  esta  diligencia,  y  con  la 
divina  gracia,  no  serás  peor  por  la  tentación,  sino  mejor:  y  así  todo 
te  servirá  por  tu  bien.  Si  fueres  tentado  de  lujuria  ó  de  gula,  quita 
un  poco  de  los  regalos  acostumbrados,  aunque  sean  lícitos,  y  acre- 
cienta más  á  los  sanctos  ayunos  y  ejercicios.  Si  eres  combatido 
de  avaricia,  acrecienta  más  las  limosnas  \y  buenas  obras  que 
haces.  Si  eres  estimulado  de  vanagloria,  tanto  más  te  humilla  en 
todas  las  cosas.  Desta  manera  por  ventura  temerá  el  demonio 
tentarte,  por  no  darte  ocasión  de  mejorarte  y  de  hacer  obras 
buenas:  el  cual  siempre  desea  que  las  hagas  malas.  Huye  cuan- 
to pudieres  la  ociosidad,  y  nunca  estés  tan  ocioso,  que  en  la  ocio- 
sidad no  entiendas  en  alguna  cosa  de  provecho,  ni  tan  ocupado 
que  no  procures  en  la  misma  ocupación  levantar  tu  corazón  á 
Dios  y  negociar  con  El. 


DE  OTRA   MANERA    DE   PECADOS   QUE  DEBE   TRABAJAR   POR    HUIR 
EL    BUEN   CRISTIANO. 


CAPITULO  XI. 


[emás  destos  siete  pecados    que  se  llaman  capitales, 
hay  otros  también  que  se  derivan  dellos:  los  cuales 
no  menos  debe  trabajar  de  evitar  todo  fiel  cristia- 
no, que  los  pasados. 

Entre  éstos  uno  de  los  más  principales  es  jurar  el  nombre  de 
Dios  en  vano:  porque  este  pecado  es  derechamente  contra  Dios, 
y  así  de  su  condición  es  más  grave  que  cualquier  otro  pecado 
que  se  haga  contra  el  prójimo,  por  muy  grave  que  sea.  Y  no 
sólo  tiene  esto  verdad  cuando  se  jura  por  el  mismo  nombre  de 
Dios,  sino  también  cuando  se  jura  por  la  cruz,  y  por  los  sanctos, 
y  por  la  vida  propria:    porque   cualquiera  destos  juramentos 
(si  cae  sobre  mentira)  es  pecado  mortal,  y  pecado  muy  repre- 
hendido en  las  Escripturas  sagradas,  como  injurioso  á  la  divina 
Majestad.  Verdad  es  que  cuando  el  hombre  descuidadamente  ju- 
ra mentira,  excusarse  ha  de  pecado    mortal:  porque  donde   no 
hay  juicio  de  razón  ni  determinación  de  voluntad,  no  hay  esta 
manera  de  pecado.  Mas  esto  no  se  entiende   en  los  que  tienen 
costumbre  de  jurar  á  cada  paso,  sin  hacer  caso  ni  mirar  cómo 
juran,  y  no  les  pesa  de  tenerla,  ni  procuran  hacer  lo  que  es  de 
su  parte  por  quitarla:  porque  éstos  no   se   excusan  de  pecado 
cuando  por  razón  desta  mala  costumbre  juran  mentira  sin  mirar 
en  ello,  pudiendo  y  debiendo  mirarlo.  Ni  pueden  alegar  que  no 
miraron  en  ello,  ni  era  su  voluntad  jurar  mentira:  porque  su- 
puesto que  ellos  quieren  tener  esta  mala  costumbre,  también 
quieren  lo  que  se  sigue  della,   que  es    éste  y  otros  semejantes 
inconvenientes:  y  por  esto  no  dejan  de  imputárseles  por  pecados 
y  llamarse  voluntarios. 

Por  esto  debe  trabajar  el  cristiano   todo  lo  posible  por  des- 
arraigar de  sí  esta  mala  costumbre,  para  que  así  no  se  le  irapu» 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  XI.  3S9 


ten  estos  descuidos  por  culpa  mortal.  Y  para  esto  no  hay  otro 
mejor  medio  que  tomar  aquel  tan  saludable  consejo  que  nos  dio 
primero  el  Salvador,  y  después  su  apóstol  'Sanctiago  (i),  di- 
ciendo: Ante  todas  las  cosas,  hermanos  míos,  no  queráis  jurar 
ni  por  el  cielo,  ni  por  la  tierra,  ni  otro  cualquier  juramento:  sino 
sea  vuestra  manera  de  hablar  sí  por  sí  y  no  por  no,  porque  no 
vengáis  á  caer  en  juicio  de  condenación.  Quiere  decir,  porque 
no  os  lleve  la  costumbre  á  jurar  alguna  mentira,  por  donde  seáis 
juzgados  y  sentenciados  á  muerte  perpetua.  Y  no  sólo  de  su  pro- 
pria  persona,  sino  también  de  sus  hijos  y  familia  y  casa  traba- 
je por  desterrar  este  tan  peligroso  vicio,  reprehendiendo  y  avi- 
sando á  todos  sus  familiares  cuando  les  viere  jurar  cualquier  ju- 
ramento que  sea.  Y  cuando  él  mismo  en  esto  se  descuidare,  ten- 
ga por  estilo  dar  alguna  limosna,  ó  rezar  siquiera  un  Paternóster 
y  un  Ave  María,  para  que  esto  le  sea  no  tanto  penitencia  de 
la  culpa,  cuanto  memorial  y  despertador  para  no  caer  más 
en  ella. 

Del  murmurar,  escarnecer  y  juzgar  te7nerariamente. 

§•1. 


¡(TRO  pecado  que  se  debe  también  mucho  evitar,  es  el  de 
la  murmuración:  el  cual  no  menos  reina  hoy  en  el 
mundo  que  el  pasado,  sin  que  haya  casa  fuerte,  ni  congre- 
gación religiosa,  ni  lugar  sagrado  contra  él.  Y  aunque  este  vicio 
sea  familiar  á  todo  género  de  personas  (porque  el  mismo  mun- 
do con  los  desatinos  que  cada  día  hace,  como  da  materia  de 
llorar  á  los  buenos,  así  la  da  de  murmurar  á  los  flacos)  pero  to- 
davía hay  algunas  personas  por  natural  pasión  más  inclinadas 
á  él  que  otras.  Porque  así  como  hay  gustos  que  no  arrostran 
á  cosa  dulce  ni  la  pueden  tragar,  sino  á  cosas  amargas  y  aceto- 
sas, así  hay  personas  tan  podridas  en  sí  y  tan  llenas  de  humor 
triste  y  melancólico,  que  en  ninguna  materia  de  virtud  ni  ala- 
banza ajena  toman  gusto,  sino  en  solo  mofar,  y  maldecir,  y  tra- 
tar de  males  ajenos.  De  suerte  que  á  todas  las  otras  pláticas  y 


(i)     Jacob.  V. 


590  GUÍA  DE  PECADORES 


materias  están  dormidos  y  mudos,  y  en  tocándose  esta  tecla, 
luego  parece  que  resuscitan  y  cobran  nuevos  espíritus  para  tra- 
tar desta  materia. 

Pues  para  criar  en  tu  corazón  odio  de  un  vicio  tan  prejudi- 
cial y  aborrecible  como  éste,  considera  tres  grandes  males  que 
trae  consigo.  El  primero  es  que  está  muy  cerca  de  pecado  mor- 
tal: porque  de  la  murmuración  á  la  detracción  hay  muy  poco  ca- 
mino que  andar:  y  como  estos  dos  vicios  sean  tan  vecinos,  fá- 
cil cosa  es  pasar  del  uno  al  otro:  así  como  los  filósofos  dicen  que 
entre  los  elementos  que  concuerdan  en  alguna  cualidad,  es  muy 
fácil  el  pasaje  de  uno  á  otro.  Y  así  vemos  acaescer  muchas  ve- 
ces que  cuando  los  hombres  comienzan  á  murmurar,  fácilmente 
pasan  de  los  defectos  comunes  á  los  particulares,  y  de  los  públi- 
cos á  los  secretos,  y  de  los  pequeños  á  los  grandes:  con  que  de- 
jan las  famas  de  sus  prójimos  tiznadas  y  desdoradas.  Porque 
después  que  la  lengua  se  comienza  á  calentar,  y  cresce  el  ardor 
y  deseo  de  encarecer  las  cosas,  tan  mal  se  enfrena  el  apetito  del 
corazón  como  el  ímpetu  de  la  llama  cuando  la  sopla  el  viento, 
ó  el  caballo  de  mala  boca  cuando  corre  á  toda  furia.  Y  ya  en- 
tonces el  murmurador  no  guarda  la  cara  á  nadie,  ni  cesa  de  ir 
adelante  hasta  llegar  al  más  secreto  rincón  déla  posada.  Y  por 
esta  causa  deseaba  tanto  el  Eclesiástico  la  guarda  deste  portillo, 
cuando  decía  (i):  ^  Quien  dará  guarda  á  mi  boca,  y  pondrá  un 
sello  en  mis  labios,  para  que  no  venga  á  caer  por  ellos,  y  mi 
propria  lengua  me  condene?  Quien  esto  decía,  muy  bien  cono- 
cía la  importancia  y  dificultad  deste  negocio:  pues  de  solo  Dios 
deseaba  y  esperaba  el  remedio  (que  es  el  verdadero  médico 
deste  mal)  como  lo  testifica  Salomón,  diciendo  (2):  Al  hombre 
pertenece  aparejar  el  ánima,  mas  á  Dios  gobernar  la  lengua:  tan 
grande  es  este  negocio. 

El  segundo  mal  que  tiene  este  vicio,  es  ser  muy  perjudicial 
y  dañoso,  porque  á  lo  menos  no  se  pueden  excusar  en  él  tres 
males:  uno  del  que  dice,  otro  de  los  que  oyen  y  consienten,  y 
el  tercero  de  los  ausentes,  de  quien  el  mal  se  dice:  porque  co- 
mo las  paredes  tienen  oídos,  y  las  palabras  alas,  y  los  hombres 
son  amigos  de  ganar  amigos  y  congraciarse  con  otros  llevan- 
do y  trayendo  estas   consejas  (so  color  de  que  tienen  mucha 


(1)     Eccli.  XXII.     (2)  Prov.  XVI. 


LIBRO  IT.  CAPÍTULO  Xí.  3^? 


cuenta  con  la  honra  de  las  personas)  de  aquí  nasce  que  cuando 
éstas  llegan  á  oídos  del  infamado,  se  escandalice,  y  embravesca, 
y  tome  pasión  contra  quien  dijo  mal  del:  de  donde  suelen  re- 
crecerse enemistades  eternas,  y  aun  á  veces  desafío  y  sangre. 
Por  donde  dijo  el  Sabio  (i):  El  escarnecedor  y  maldiciente  será 
maldito:  porque  revolvió  á  muchos  que  vivían  en  paz,  Y  todo 
esto  (como  ves)  nasció  de  una  palabra  desmandada:  porque 
como  dice  el  Sabio,  de  una  centella  se  levanta  á  veces  una  gran- 
de  llama. 

Por  razón  destos  daños  es  comparado  este  vicio  en  la  Escrlp- 
tura  unas  veces  con  las  navajas  que  cortan  los  cabellos  sin  que 
lo  sintáis:  otras  veces  con  arcos  y  saetas  que  tiran  de  lejos,  y 
hieren  á  los  ausentes:  otras  veces  con  las  serpientes' que  muer- 
den de  callada  y  dejan  la  ponzoña  en  la  herida:  por  las  cuales 
comparaciones  el  Espíritu  Sancto  nos  quiso  dar  á  entender  la 
malicia  y  daños  deste  vicio:  el  cual  es  tan  grande,  que  dijo  el 
Sabio:  La  herida  del  azote  deja  una  señal  en  el  cuerpo:  mas  la 
de  la  mala  lengua  deja  molidos  los  huesos. 

El  tercero  mal  que  este  vicio  tiene,  es  ser  muy  aborrescible 
y  infame  entre  los  hombres:  porque  todos  naturalmente  huyen 
de  las  personas  de  mala  lengua  como  de  serpientes  ponzoñosas. 
Por  donde  dijo  el  Sabio  (2)  que  era  terrible  en  su  ciudad  el 
hombre  deslenguado.  Pues  ,1  qué  mayores  inconvenientes  quieres 
tú  para  aborrescer  un  vicio  que  por  una  parte  es  tan  dañoso,  y 
por  otra  tan  sin  fructo?  ^Porqué  querrás  ser  de  balde  y  sin  cau- 
sa infame  y  aborrecible  á  Dios  y  á  los  hombres,  especialmente 
en  un  vicio  tan  cuotidiano  y  tan  usado,  donde  cuasi  tantas  veces 
has  de  peligrar,  cuantas  hablares  y  platicares  con  otros? 

Haz,  pues,  agora  cuenta  que  la  vida  del  prójimo  es  para  ti 
como  un  árbol  vedado  en  que  no  has  de  tocar.  Con  igual  cui- 
dado has  de  procurar  nunca  decir  bien  de  ti,  ni  mal  de  otro; 
porque  lo  uno  es  de  vanos,  y  lo  otro  de  maldicientes.  Sean  todos 
de  tu  boca  virtuosos  y  honrados,  y  tenga  todo  el  mundo  creído 
que  nadie  es  malo  por  tu  dicho.  De  esta  manera  excusarás  infi- 
nitos pecados  y  otros  tantos  escrúpulos  y  remordimientos  decons- 
ciencia,  y  serás  amable  á  Dios  y  á  los  hombres,  y  de  la  manera 
que  honrares  á  todos,  así  de  todos  serás  honrado.  Haz  un  freno 


(i)     Eccli.  XXVm.     (2)  Eccli.  IX. 


392  GUÍA  DE  PECADORES 


á  tu  boca,  y  está  siempre  atento  á  engullir  y  tragar  las  palabras 
que  se  te  revuelven  en  el  estómago,  cuando  vieres  que  llevan 
sangre.  Cree  que  ésta  es  una  de  las  grandes  prudencias  y  discre- 
ciones que  hay,  y  uno  de  los  grandes  imperios  que  puedes  tener, 
si  lo  tuvieres  sobre  tu  lengua. 

Y  no  pienses  que  te  excusas  de  este  vicio  cuando  murmuras 
artificiosamente,  alabando  primero  al  que  quieres  condenar:  por- 
que algunos  murmuradores  hay  que  son  como  los  barberos,  que 
cuando  quieren  sangrar,  untan  primero  blandamente  la  vena  con 
aceite,  y  después  hieren  con  la  lanceta  y  sacan  sangre.  Déstos 
dice  el  Profeta  (i)  que  hablan  palabras  más  blandas  que  el  olio, 
mas  que  ellas  de  verdad  son  saetas. 

Y  como  quiera  que  sea  gran  virtud  abstenerse  de  toda  es- 
pecie de  murmuración,  mucho  más  lo  es  para  aquéllos  de  quien 
habernos  sido  ofendidos:  porque  cuanto  es  más  fuerte  el  apetito 
de  hablar  mal  déstos,  tanto  es  de  más  generoso  corazón  ser  tem- 
plado en  esta  parte  y  vencer  esta  pasión.  Y  por  esto  aquí  con- 
viene tener  mayor" recaudo,  donde  se  conoce  mayor  peligro. 

Y  no  sólo  de  maldecir  y  murmurar,  sino  también  de  oir  len- 
guas de  murmuradores  te  debes  abstener,  guardando  aquel  con- 
sejo del  Eclesiástico  que  dice:  Atapa  tus  oídos  con  espinas,  y  no 
oyas  la  lengua  del  maldiciente.  Donde  no  se  contenta  con  que 
tapes  los  oídos  con  algodón  ó  con  otra  materia  blanda,  sino  quie- 
re que  sea  con  espinas:  para  que  no  sólo  no  te  entren  las  tales 
palabras  en  el  corazón  holgando  de  oirías,  sino  también  punces 
el  corazón  del  que  murmura,  haciendo  mala  cara  á  las  palabras, 
como  más  claramente  lo  significó  Salomón  cuando  dijo  (2):  El 
viento  cierzo  esparce  las  nubes,  y  el  rostro  triste  la  cara  del  que 
murmura.  Porque  (como  dice  Sant  Hierónimo)  la  saeta  que  sale 
del  arco,  no  se  hinca  en  la  piedra  dura,  sino  antes  de  allí  resurte 
y  hiere  á  veces  al  que  la  tiró. 

Y  por  tanto  si  el  que  murmura  es  tu  subdito,  ó  tal  persona  que 
sin  escándalo  le  puedes  mandar  que  calle,  débeslo  hacer:  y  si 
esto  no  puedes,  á  lo  menos  entremete  otras  pláticas  discretamente 
para  cortar  el  hilo  de  aquéllas,  ó  muéstrale  tan  mala  cara,  que 
él  mismo  se  avergüence  de  lo  que  habla,  y  así  quede  cortésmente 
avisado  y  se  vuelva  del  camino.  Porque  de  otra  manera,  si  le 


(I)     Psalm.  LIV.     (2)  Prov.  XXV. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XI.  393 


oyes  con  alegre  rostro,  dasle  ocasión  que  pase  adelante,  y  así  no 
menos  pecas  oyendo  tú  que  hablando  él:  pues  así  como  es  gran 
mal  pegar  fuego  á  una  casa,  así  también  lo  es  estarse  calentando 
á  la  llama  que  otro  enciende,  estando  obligado  á  acudir  con  agua. 

Mas  entre  todas  estas  murmuraciones  la  peor  es  murmurar 
de  los  buenos:  porque  esto  es  acobardar  á  los  flacos  y  pusiláni- 
mes y  cerrar  la  puerta  á  otros  más  flacos,  para  que  no  osen  en- 
trar con  este  recelo.  Porque  aunque  esto  no  sea  escándalo  para 
los  fuertes,  no  se  puede  negar  sino  que  lo  es  para  los  pequeñue- 
los.  Y  porque  no  tengas  en  poco  esta  manera  de  escándalo,  acuér- 
date que  dice  el  Señor  (i):  Quien  escandalizare  auno  destos  pe- 
queñuelos  que  en  Mí  creen,  más  valdría  que  le  atasen  una  piedra 
de  atahona  al  cuello  y  le  arrojasen  en  el  profundo  de  la  mar.  Por 
eso  tú,  hermano  mío,  ten  por  un  linaje  de  sacrilegio  poner  boca 
en  los  que  sirven  á  Dios:  porque  aunque  fuesen  lo  que  los  malos 
dicen,  sólo  por  el  sobre  escripto  que  traen,  merecen  honra.  Ma- 
yormente, pues  está  Dios  diciendo  dellos  (2):  Quien  á  vosotros 
tocare,  toca  á  Mí  en  la  lumbre  de  los  ojos. 

Todo  esto  que  se  ha  dicho  contra  los  murmuradores  y  mal- 
dicientes, cabe  también  en  los  escarnecedores  y  mofadores,  y  mu- 
cho más.  Porque  este  vicio  tiene  todo  lo  que  el  pasado,  y  sobre 
esto  tiene  otra  tizne  aun  más  de  soberbia,  y  presumpción,  y  me- 
nosprecio de  los  otros,  por  donde  es  muy  más  para  huir  que  el 
otro,  como  lo  mandó  Dios  en  la  Ley  cuando  dijo:  No  serás  mal- 
diciente ni  escarnecedor  en  los  pueblos.  Y  por  esto  no  será  ne- 
cesario gastar  más  palabras  en  afear  este  vicio,  pues  para  esto 
debe  bastar  lo  dicho. 

De  los  juicios  temerarios  y  de  los  mandamientos  de  la  Iglesia. 

§.  n. 

l'oN  estos  dos  pecados  (como  muy  vecino  dellos)  se  jun- 
ta el  juzgar  temerariamente:  porque  los  murmuradores 
y  escarnecedores  no  sólo  hablan  mal  de  las  cosas  que  realmen- 
te pasan,  sino  de  todo  aquello  que  ellos  juzgan  ó  sospechan.  Ca 
porque  no  les  falte  materia  de  murmurar,  ellos  mismos  la  levan- 


(i)     Matth,  XVIII.      (2)    Zach.  11, 


394  GUlA  DE  PECADORES 


tan  cuando  falta,  con  los  juicios  y  sospechas  de  su  corazón,  echan- 
do á  mala  parte  lo  que  se  podía  echar  á  buena,  contra  aquello 
que  el  Salvador  nos  manda,  diciendo  (i):  No  juzguéis,  y  no  se- 
réis juzgados:  no  condenéis,  y  no  seréis  condenados.  Esto  tam- 
bién muchas  veces  puede  ser  pecado  mortal,  cuando  lo  que  se 
juzga  es  cosa  grave  y  se  juzga  livianamente  y  con  poco  funda- 
mento. Mas  cuando  el  juicio  fuese  más  sospecha  que  juicio,  en- 
tonces no  sería  pecado  mortal,  por  la  imperfección  de  la  obra. 

Con  estos  pecados  que  son  contra  Dios,  se  juntan  los  que  se 
hacen  contra  aquellos  cinco  mandamientos  de  la  sancta  madre 
Iglesia,  los  cuales  obligan  de  precepto:  como  son  oir  misa  ente- 
ra domingos  y  fiestas,  confesar  una  vez  en  el  año,  comulgar  por 
Pascua  y  ayunar  los  días  que  ella  manda  y  pagar  fielmente  los 
diezmos.  El  mandamiento  del  ayuno  obliga  de  veintiún  años 
arriba  (más  ó  menos,  conforme  al  parecer  del  discreto  confesor 
ó  cura)  á  los  que  no  son  enfermos,  ó  muy  flacos,  ó  viejos,  ó  tra- 
bajadores, ó  mujeres  que  crían  ó  están  preñadas,  y  á  los  que  no 
tienen  para  comer  bastantemente  una  vez  al  día.  Y  así  puede 
haber  otros  impedimentos  semejantes. 

En  lo  que  toca  al  oir  de  las  misas  los  días  de  obligación,  tra- 
baje el  hombre  por  asistir  á  ellas,  no  sólo  con  el  cuerpo  sino 
también  con  el  espíritu,  recogidos  los  sentidos  y  la  lengua  calla- 
da: mas  el  corazón  esté  atento  á  Dios  y  á  los  misterios  de  la 
misa,  ó  de  algún  otro  sancto  pensamiento,  ó  á  lo  menos  rezando 
alguna  cosa  devota. 

Y  los  que  tienen  esclavos,  criados,  hijos  y  familia,  deben  pro- 
curar con  todo  estudio  y  diligencia  que  éstos  oyan  misa  los  días 
de  fiesta:  y  si  no  pudieren  acudir  á  la  mayor  (por  haber  de  que- 
dar en  casa  á  aderezar  la  comida  ó  á  otras  cosas  necesarias)  á  lo 
menos  procuren  que  ese  día  por  la  mañana  oyan  una  misa  re- 
zada, para  que  así  cumplan  con  esta  obligación.  En  lo  cual  hay 
muchos  señores  de  familia  muy  culpados  y  negligentes,  los  cua- 
les darán  á  Dios  cuenta  estrecha  desta  negligencia.  Verdad  es 
que  cuando  se  ofreciese  urgente  y  racionable  causa  por  donde 
no  se  pudiese  oir  la  misa  (como  es  estar  curando  de  un  enfer- 
mo, ó  cosas  semejantes)  entonces  no  sería  pecado  dejar  la  misa: 
porque  la  necesidad  no  está  subjecta  á  esta  ley. 


(i)    Matth.  vir. 


LIBRO  II.   CAPITULO  Xl.  395 


Éstos  son  los  pecados  más  cuotidianos  en  que  más  veces 
suelen  caer  los  hombres:  de  los  cuales  todos  debemos  siempre 
huir  con  suma  diligencia:  de  unos  porque  son  mortales,  y  de  otros 
porque  están  muy  cerca  de  serlo,  demás  de  ser  de  suyo  más 
graves  que  los  otros  comunes  veniales.  Desta  manera  conserva- 
remos la  inocencia  y  aquellas  vestiduras  blancas  que  nos  pide 
Salomón,  cuando  dice  (1):  En  todo  tiempo  estén  blancas  tus  ves- 
tiduras, y  nunca  jamás  falte  olio  de  tu  cabeza,  que  es  la  unción 
de  la  divina  gracia:  la  cual  nos  da  lumbre  y  fortaleza  para  to- 
das las  cosas,  y  así  nos  enseña  y  esfuerza  para  todo  bien,  que 
son  los  principales  efectos  deste  olio  celestial. 


(1)     Eccles.  IX. 


DE  LOS   PECADOS   VENIALES. 

CAPITULO  xn. 


AUNQUE  éstos  sean  los  principales  pecados  de  que  te 
debes  guardar,  no  por  eso  pienses  ya  que  tienes  li- 
cencia para  aflojar  la  rienda  á  todos  los  otros  peca- 
dos veniales.  Antes  instantísimamente  te  ruego  no  seas  de  aqué- 
llos que  en  sabiendo  que  una  cosa  no  es  pecado  mortal,  luego 
sin  más  escrúpulo  se  arrojan  á  ella  con  grandísima  facilidad. 
Acuérdate  que  dice  el  Sabio  que  el  que  menosprecia  las  cosas 
menores,  presto  caerá  en  las  mayores.  Acuérdate  del  proverbio 
que  dice  que  por  un  clavo  se  pierde  una  herradura,  y  por  una 
herradura  un  caballo,  y  por  un  caballo  un  caballero.  Las  casas 
que  vienen  á  caer  por  tiempo,  primero  comienzan  por  unas  pe- 
queñas goteras,  y  así  vinieron  á  arruinarse  y  dar  consigo  en  tie- 
rra. Acuérdate  que  aunque  sea  verdad  que  no  bastan  siete  ni 
siete  mil  pecados  veniales  para  hacer  un  mortal,  pero  que  to- 
davía es  verdad  lo  que  dice  Sant  Augustín  por  estas  palabras: 
No  queráis  menospreciar  los  pecados  veniales  porque  son  pe- 
queños, sino  temedlos  porque  son  muchos.  Porque  muchas  ve- 
ces acaesce  que  las  bestias  pequeñas,  cuando  son  muchas,  matan 
los  hombres.  ¿Por  ventura  no  son  menudos  los  granos  del  are- 
na? Pues  si  cargáis  un  navio  de  mucha  arena,  presto  se  irá  á 
fondo.  ]Cuán  menudas  son  las  gotas  del  agua!  ¿Por  ventura  no 
hinchen  los  caudalosos  ríos  y  derriban  las  casas  soberbias  ?  Esto 
pues  dice  Sant  Augustín:  no  porque  muchos  pecados  veniales 
hagan  un  mortal  (como  ya  digimos)  sino  porque  disponen  para 
él,  y  muchas  veces  vienen  á  dar  en  él.  Y  no  sólo  esto  es  verdad, 
sino  también  lo  que  dice  S.  Gregorio,  que  en  parte  es  mayor  pe- 
ligro caer  en  las  culpas  pequeñas,  que  en  las  grandes:  porque  la 
culpa  grande,  cuanto  más  claro  se  conoscc,  tanto  más  presto  se 
emienda:  mas  la  pequeña,  como  se  tiene  en  nada,  tanto  más  pe- 
hgrosamente  se  repite  cuanto  más  seguramente  se  comete. 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO   XIL  397 


Finalmente,  los  pecados  veniales,  por  pequeños  que  sean, 
hacen  mucho  daño  en  el  ánima:  porque  quitan  la  devoción,  tur- 
ban la  paz  de  la  consciencia,  apagan  el  fervor  de  la  caridad,  en- 
flaquecen los  corazones,  amortiguan  el  vigor  del  ánimo,  aflojan 
el  rigor  de  la  vida  espiritual,  y  finalmente  resisten  en  su  manera 
al  Espíritu  Sancto  y  impiden  su  operación  en  nosotros:  por  don- 
de con  todo  estudio  se  deben  evitar,  pues  nos  consta  cierto  que 
no  hay  enemigo  tan  pequeño,  que  despreciado  no  sea  muy  po- 
deroso para  dañar. 

Y  si  quieres  saber  en  qué  géneros  de  cosas  se  cometen  estos 
pecados,  dígote  que  en  un  poco  de  ira,  ó  de  gula,  ó  de  vanaglo- 
ria: en  palabras  y  pensamientos  ociosos,  en  risas,  en  burlas  des- 
ordenadas, en  tiempo  perdido,  en  dormir  demasiado,  en  menti- 
ras y  lisonjerías  de  cosas  livianas,  y  así  en  otras  cosas  seme- 
jantes. 

Tenemos,  pues,  aquí  señaladas  tres  diferencias  de  pecados: 
unos  que  comúnmente  son  mortales:  otros  que  comúnmente  son 
veniales:  otros  como  medios  entre  estos  dos  extremos,  que  á  ve- 
ces son  mortales  y  á  veces  veniales.  De  todos  conviene  que  nos 
guardemos:  pero  mucho  más  déstos  que  están  como  en  medio, 
y  mucho  más  de  los  mortales,  pues  por  ellos  solos  se  rompe  la 
paz  y  amistad  con  Dios,  y  se  pierden  todos  los  bienes  de  gra- 
cia y  todas  las  virtudes  infusas,  puesto  caso  que  la  fe  y  espe- 
ranza no  se  pierdan  sino  por  sus  actos  contrarios. 


DE    OTROS   MAS   BREVES   REMEDIOS    CONTRA   TODO    GENERO   DE   PECADOS, 
MAYORMENTE  CONTRA    AQUELLOS  SIETE  QUE  LLAMAN  CAPITALES. 

CAPÍTULO  xin. 


AS  consideraciones  que  hasta  aquí  habernos  escrip- 
to,  servirán  para  tener  el  hombre  su  ánimo  bien  dis- 


m  ^,^-^_    -, ^ 

íi_^^^^^  puesto  y  armado  contra  todo  género  de  pecados: 
mas  para  el  tiempo  de  pelear,  que  es  cuando  alguno  destos  vi- 
cios tienta  nuestro  corazón,  puedes  usar  destas  breves  sentencias 
que  nos  dejó  escriptas  un  religioso  varón:  el  cual  contra  cada 
uno  destos  vicios  se  armaba  desta  manera. 

Contra  la  soberbia  decía:  Cuando  considero  á  cuan  grande 
extremo  de  humildad  se  abajó  aquél  altísimo  Hijo  de  Dios  por 
mí,  nunca  tanto  me  pudo  abatir  alguna  criatura,  que  no  me  tu- 
viese por  digno  de  mayor  abatimiento. 

Contra  la  avaricia  decía:  Como  entendí  que  con  ninguna  co- 
sa podía  mi  ánima  tener  hartura  sino  con  solo  Dios,  parecióme 
que  era  gran  locura  buscar  otra  cosa  fuera  del. 

Contra  la  lujuria  decía:  Después  que  entendí  la  grandísima 
dignidad  que  se  da  á  mi  cuerpo  cuando  recibe  el  sacratísimo 
cuerpo  de  Cristo,  parecióme  que  era  grande  sacrilegio  profa- 
nar el  templo  que  El  para  sí  consagró,  con  la  torpeza  de  los  pe- 
cados carnales. 

Contra  la  ira  decía:  Ninguna  injuria  de  hombres  bastará  pa- 
ra turbarme,  si  me  acordare  de  las  injurias  que  yo  tengo  hechas 
contra  Dios. 

Contra  el  odio  y  invidia  decía:  Después  que  entendí  cómo 
Dios  había  recebido  un  tan  gran  pecador  como  yo,  no  pude 
querer  á  nadie  mal,  ni  negarle  perdón. 

Contra  la  gula  decía:  Quien  considerare  aquella  amarguísi- 
ma hiél  y  vinagre  que  en  medio  de  sus  tormentos  se  dio  por 
último  refrigerio  al  Hijo  de  Dios,  que  por  ajenos  pecados  pade- 
cía, habrá  vergüenza  de  buscar  manjares  regalados  y  exquisitos^ 


LIBRO   II.  CAPÍTULO  XIII.  399 


teniendo  tanta  obligación  á  padecer  algo  por  sus  pecados  pro- 
prios. 

Contra  la  pereza  decía:  Como  entendí  qne  después  de  tan 
brevísimo  trabajo  se  alcanzaba  gloria  perdurable,  parecióme  que 
era  pequeña   cualquier  fatiga  que  por  esta  causa  se  padeciese: 

§.  I. 

Otra  manera  de  remedios  así  breves  pone  Sant  Augustín 
contra  todos  los  vicios  (aunque  algunos  atribuyen  esto  á  Sant 
León  Papa)  donde  por  una  parte  representa  de  la  manera  que  el 
vicio  tienta  y  lo  que  propone,  y  por  otra  las  consideraciones  y 
palabras  con  que  le  habemos  de  salir  al  encuentro.  Las  cuales  por 
parecerme  muy  provechosas,  quise  también  añadir  aquí. 

Comienza  pues  primeramente  á  hablar  la  soberbia,  y  dice 
así:  Ciertamente  tú  haces  ventaja  á  otros  muchos  en  saber,  en  ha- 
blar, en  riquezas  y  en  otras  muchas  habilidades:  por  tanto,  á  to- 
dos es  razón  que  tengas  en  poco,  pues  á  todos  eres  superior.  La 
humildad  responde:  Acuérdate  que  eres  polvo  y  ceniza,  podre 
y  gusanos,  y  puesto  que  seas  grande,  si  cuanto  mayor  eres,  más 
no  te  humillares,  dejarás  de  ser  lo  que  eres.  Porque  ¿por  ven- 
tura eres  tú  mayor  que  el  ángel  que  cayó?  ¿Por  ventura  res- 
plandeces tú  más  en  la  tierra  que  Lucifer  en  el  cielo?  Pues  si 
aquél,  por  su  soberbia,  de  tan  alta  cumbre  cayó  en  tanta  mise- 
ria, ¿cómo  quieres  tú  de  tanta  miseria  subir  á  tan  alta  gloria, 
permanesciendo  en  la  misma  soberbia  ? 

La  gloria  vana  dice:  Haz  todos  los  bienes  que  pudieres,  y 
publícalos  á  todos,  para  que  todos  te  tengan  por  bueno  y  de 
todos  seas  reverenciado,  y  ninguno  te  desprecie  ni  tenga  en  po- 
co. El  temor  de  Dios  responde:  Gran  locura  es  dar  por  honra 
temporal  aquello  con  que  se  gana  gloria  perdurable.  Por  tanto, 
trabaja  por  encubrir  á  lo  menos  con  la  voluntad  las  buenas  obras 
que  haces:  porque  si  en  tu  voluntad  las  escondes,  no  será  vani- 
dad mostrarlas,  porque  no  se  podrá  llamar  púbHco  lo  que  en  tu 
voluntad  está  secreto. 

La  hipocrisía  dice:  Pues  ningún  bien  en  la  verdad  tienes, 
finge  á  lo  menos  defuera  lo  que  no  tienes:  porque  no  seas  de 
todos  aborrescido,  si  por  tal  fueres  de  todos  conoscido.  La  ver- 
dadera religión  responde:  Mucho  más  trabaja  por  ser  que  por  pa- 


^00  GUÍA  DE  PECADORES 


recer  lo  que  no  eres:  ca  proprio  oficio  es  del  verdadero  cristia- 
no procurar  más  de  ser  bueno  que  de  parecerlo.  Porque  en  en- 
gañar á  los  hombres  con  esa  disimulación  ¿qué  otra  cosa  ganas  si- 
no tu  propria  condenación  ? 

El  menosprecio  y  desobediencia  dice:  ¿  Quién  eres  tú  para 
que  sirvas  á  otros  que  son  tus  inferiores?  A  ti  convenía  mandar, 
y  á  ellos  obedecer,  pues  no  igualan  contigo  ni  en  ingenio,  ni  en 
discreción,  ni  en  virtud.  Basta  que  guardes  los  mandamientos  de 
Dios,  y  no  cures  de  lo  que  te  mandan  los  hombres.  La  subjec- 
ción  y  obediencia  responde:  Si  es  necesario  subjectarte  á  los 
mandamientos  de  Dios,  por  la  misma  razón  te  debes  subjectar  á 
la  ordenación  de  los  hombres,  porque  el  mismo  Dios  dice:  quien 
á  vosotros  oye,  á  Mí  oye,  y  quien  á  vosotros  desprecia,  á  Mí 
desprecia.  Y  si  dices  que  esto  es  razón  cuando  el  que  manda  es 
bueno,  y  no  cuando  no  lo  es,  oye  lo  que  el  Apóstol  en  contra- 
rio dice:  Todo  el  poder  de  los  hombres,  de  Dios  se  deriva:  y  las 
cosas  que  de  Dios  son,  ordenadas  son.  Así  que  no  pertenesce 
á  ti  saber  cuáles  son  los  que  mandan,  sino  qué  es  lo  que  te  man- 
dan, para  haberlo  de  cumplir. 

La  envidia  dice:  ¿En  que  cosa  eres  tú  menor  que  aquél  ó 
aquélla?  Pues  ¿porqué  no  serás  tenido  en  tanto  ó  en  más  que 
aquéllos?  ¿Cuántas  cosas  puedes  tú  hacer  que  ellos  no  pueden? 
Pues  contra  justicia  es  igualarse  ellos  contigo,  ó  hacerse  tus  su- 
periores. La  concordia  responde:  Si  en  virtud  sobrepujas  á  otros, 
más  seguro  estarás  en  el  lugar  bajo  que  en  el  alto.  Porque  la 
caída  de  lo  alto  sieiiipre  es  de  mayor  peligro.  Y  dado  que 
muchos  te  sean  iguales  ó  superiores  en  la  fortuna,  ¿  qué  perjui- 
cio recibes  tú  por  eso?  Debrías  mirar  que  teniendo  envidia  al 
que  está  en  lugar  más  alto,  te  haces  semejante  á  aquél  de  quien 
se  escribe:  Por  envidia  del  diablo  entró  la  muerte  en  el  mundo: 
y  á  él  imitan  todos  los  que  son  de  su  parte. 

El  odio  dice:  Nunca  Dios  quiera  que  tú  ames  á  quien  en  to- 
das las  cosas  se  encuentra  contigo,  quien  siempre  de  ti  murmu- 
ra, quien  de  todas  tus  cosas  escarnesce,  quien  te  da  en  rostro 
con  el  pecado  que  heciste,  y  finalmente,  quien  en  todas  sus  pa- 
labras y  obras  siempre  se  te  pone  delante.  Porque  cierto  es  que 
si  él  no  te  tuviese  odio,  no  te  pondría  debajo  los  pies.  El  amor 
verdadero  responde:  ¿Por  ventura,  dado  que  esas  cosas  sean 
^borrescibles  en  el  hombre,  por  eso  se  ha  de  aborrescer  la  iiu^- 


LIBRO   II.   CAPÍTULO   XIIL  4OI 


gen  de  Dios  en  el  hombre?  ¿Por  ventura  Cristo  estando  en  la 
cruz  no  amó  á  sus  enemigos  ?  Y  partiendo  desta  vida  ¿  no  nos 
amonestó  que  hiciésemos  lo  mismo?  Pues  echa  fuera  de  tu  pe- 
cho toda  amargura  de  odio,  y  bebe  la  dulzura  del  amor,  porque 
(demás  de  los  respectos  y  razones  eternas  que  á  esto  te  obligan) 
ninguna  cosa  hay  en  esta  vida  más  dulce  ni  más  suave  que  el 
amor:  y  ninguna  más  amarga  ni  desabrida  que  el  odio,  el  cual 
es  como  un  zaratán,  que  está  siempre  royendo  las  entrañas  don- 
de mora. 

La  murmuración  dice: ¿Quién  se  puede  ya  sufrir, quién  puede 
callar  cuántos  males  aquél  ó  aquélla  han  cometido,  sino  quien 
por  ventura  es  en  su  consentimiento?  La  corrección  caritativa 
responde:  Ni  se  han  de  publicar  los  males  del  prójimo,  ni  se  han 
de  consentir:  mas  el  mismo  delincuente  con  caridad  debe  ser 
amonestado  y  con  paciencia  sufrido.  Pero  algunas  veces  con- 
viene que  los  yerros  de  los  pecadores  á  tiempos  se  callen  para 
que  en  otro  tiempo  más  convenible  se  reprehendan. 

La  ira  dice:  ¿  Cómo  se  puede  sufrir  con  paciencia  lo  que  con- 
tigo se  hace?  Antes  sufrir  tales  cosas  es  pecado:  y  si  no  las  re- 
sistes con  grande  saña,  cada  día  se  harán  contra  ti  otras  peores. 
La  paciencia  responde:  Si  la  pasión  del  Redemptor  se  trae  á  la 
memoria,  no  habrá  cosa  que  con  igual  ánimo  no  se  sufra.  Por- 
que como  dice  Sant  Pedro  (i),  Cristo  padesció  por  nosotros, 
dejándonos  ejemplo  que  sigamos  sus  pisadas:  el  cual,  cuando  pa- 
descía,  no  se  airaba,  ni  amenazaba  á  quien  le  maltrataba.  Ma- 
yormente, siendo  tan  poco  lo  que  padescemos,  en  comparación 
de  lo  que  Él  padesció.  Porque  Él  sufrió  injurias,  escarnios,  bofe- 
tadas, azotes,  espinas  y  cruz:  y  á  nosotros,  miserables,  una  pa- 
labra nos  fatiga,  una  descortesía  nos  mata. 

La  dureza  de  corazón  dice:  ¿Por  ventura  has  de  hablar  dul- 
cemente y  con  palabras  blandas  á  unos  hombres  brutos,  nascios 
y  insensibles,  que  á  veces  con  esto  se  ensoberbecen  y  alzan  á 
mayores  ?  La  mansedumbre  responde:  No  se  ha  de  oir  en  esto 
tu  consejo,  sino  el  del  Apóstol  que  dice:  No  conviene  al  siervo 
del  Señor  litigar,  sino  ser  manso  en  todas  las  cosas.  Verdad  es 
que  este  vicio  de  reñir  más  dañoso  es  en  los  subditos,  que  en  los 
perlados.  Porque  muchas  veces  acaesce   que  los    subditos  des- 


(0    I  Pet.  ir. 

OBRAS  DS  GRANADA  X— «^ 


402  GUÍA  DE  PECADORES 


precian  las  palabras  humildes  y  dulces  de  sus  perlados,  y  tiran 
contra  ellas  saetas  de  menosprecio. 

La  presumpción  y  temeridad  dice:  Testigo  tienes  á  Dios  en 
el  cielo:  no  hagas  caso  de  lo  que  los  hombres  sospechan  en  la 
tierra.  La  satisfacción  debida  responde:  No  es  razón  dar  ocasión 
á  otros  de  murmurar,  ni  de  publicar  lo  que  sospechan.  Mas  si  con 
verdad  eres  reprehendido,  confiesa  tu  culpa:  y  si  no  es  así,  niéga- 
la con  humilde  respuesta. 

La  pereza  y  flojedad  dicen:  Si  continuamente  te  das  al  estu- 
dio de  la  lición  y  oración  y  lágrimas,  perderás  la  vista:  si  extien- 
des mucho  las  vigilias  de  la  noche,  perderás  el  seso,  y  si  te  fa- 
tigas con  trabajo  demasiado,  quedarás  inhábil  para  todo  espiri- 
tual ejercicio.  La  dihgencia  y  trabajo  responde:  (i Porqué  te  pro- 
metes luengos  años  en  que  hayas  de  padecer  estos  trabajos? 
(3 Quién  te  asegura  el  día  de  mañana,  ó  la  hora  presente?  ¿Por 
ventura  has  olvidado  lo  que  el  Salvador  dice  (2):  Velad,  porque 
no  sabéis  el  día  ni  la  hora  ?  Por  tanto,  sacude  de  ti  toda  negli- 
gencia y  pereza,  porque  no  ganan  el  reino  del  cielo  los  tibios  y 
perezosos,  sino  los  esforzados  y  diligentes. 

La  escaseza  dice:  Si  los  bienes  que  posees  das  á  los  extra- 
ños, ¿con  qué  podrás  mantener  á  los  tuyos?  La  misericordia  res- 
ponde: Acuérdate  de  lo  que  acaesció  al  rico  que  se  vestía  de 
púrpura  y  holanda,  el  cual  no  fué  condenado  porque  robase  lo 
ajeno,  sino  porque  no  daba  lo  proprio.  Por  lo  cual  estando  en  el 
infierno  llegó  á  tanta  miseria,  que  pidió  una  gota  de  agua,  y  no 
la  alcanzó:  porque  pidiéndole  el  pobre  una  sola  migaja  de  pan, 
no  se  la  dio. 

La  gula  dice:  Todas  las  cosas  crió  Dios  para  comer:  pues  el 
que  no  quiere  comer,  ¿qué  otra  cosa  hace  sino  despreciar  los  be- 
neficios de  Dios?  La  templanza  responde:  La  una  de  esas  cosas 
que  dices,  es  verdadera:  porque  todas  esas  crió  Dios  porque  el 
hombre  no  muriese  de  hambre:  mas  porque  no  excediese  la  justa 
medida,  mandóle  que  tuviese  abstinencia:  y  no  tenerla  se  cuenta 
por  uno  de  los  principales  pecados  que  hubo  en  Sodoma,  por 
donde  esta  miserable  ciudad  llegó  al  extremo  de  la  perdición.  Por 
tanto  conviene  que  el  sano  reciba  el  manjar  así  como  el  enfer- 
mo la  medicina:  conviene  saber,  no  para  deleitarse  en  él,  sino 


^2;    Matth.  XXV, 


LIBRO  II.  CAPÍTULO   XIII.  4O3 


para  socorrer  á  su  necesidad.  Y  aquél  del  todo  vence,  este  vicio, 
que  no  solamente  en  la  cuantidad  del  manjar  pone  la  medida  que 
debe,  sino  también  desprecia  los  delicados  y  sabrosos  manjares, 
si  no  es  cuando  la  enfermedad  ó  la  caridad  lo  pide. 

La  vana  alegría  dice:  ¿Porqué  escondes  dentro  de  ti  el  gozo 
de  tu  corazón?  Publica  á  todos  tu  alegría,  y  di  en  presencia  de 
tus  compañeros  alguna  cosa  con  que  huelguen  y  rían.  La  tem- 
plada tristeza  responde:  ¿De  dónde,  ó  de  qué  tienes  tanta  ale- 
gría? ¿Por  ventura  tienes  3'a  vencido  al  diablo,  ó  has  acabado 
ya  el  tiempo  de  tu  destierro  y  llegado  ala  patria?  ¿Por  ventura 
no  te  acuerdas  de  lo  que  dice  el  Señor  (i):  El  mundo  se  alegra- 
rá, y  vosotros  os  entristeceréis:  mas  vuestra  tristeza  se  volverá  en 
alegría?  Por  tanto,  refrena  ese  vano  regocijo,  porque  aun  no  has 
escapado  de  todos  los  males  de  este  tan  peligroso  golfo. 

La  parlería  dice:  No  es  pecado  hablar  mucho,  si  se  habla  bien: 
así  como  no  deja  de  serlo  hablar  mal,  aunque  se  hable  poco.  El 
discreto  callar  responde:  Verdad  es  lo  que  dices:  pero  muchas 
más  veces,  queriendo  el  hombre  hablar  muchas  cosas  buenas, 
acaesce  que  la  plática  que  comenzó  bien,  acaba  mal.  Por  lo  cual 
dijo  el  Sabio  que  en  el  mucho  hablar  no  podía  faltar  pecado. 
Y  si  por  ventura  en  la  larga  plática  huyes  de  palabras  dañosas, 
no  podrás  quizá  huir  de  las  ociosas,  de  que  has  de  dar  cuenta  en 
el  día  del  juicio.  Conviene,  pues,  tener  medida  en  el  hablar,  aun- 
que las  palabras  sean  buenas:  porque  no  vengan  á  parar  en  malas. 

La  lujuria  dice:  ¿Porqué  agora  no  gozas  de  tus  deleites  y 
placeres,  pues  no  sabes  lo  que  te  está  guardado?  No  es  razón  que 
pierdas  este  buen  tiempo,  porque  no  sabes  cuan  presto  se  pasa- 
rá. Porque  si  Dios  no  quisiera  que  holgaran  los  hombres  con  es- 
tos deleites,  no  criara  al  principio  hombres  y  mujeres.  La  castidad 
responde:  No  quiero  que  disimules  ó  finjas  que  no  sabes  lo  que 
te  está  guardado  después  de  esta  vida.  Porque  si  limpia  y  casta- 
mente vivieres,  tendrás  placeres  y  alegría  sin  fin;  y  si  deshones- 
tamente, serás  llevado  á  los  tormentos  eternos.  Y  cuanto  más 
sientes  que  pasa  ligeramente  el  tiempo,  tanto  más  te  conviene 
vivir  castamente:  porque  muy  miserable  es  la  hora  del  deleite,  en 
la  cual  se  pierde  vida  que  dura  para  siempre. 

Todo  lo  que  hasta  aquí  se  ha  dicho,  sirve  para  proveernos  de 


(i^    Joan.  XVI. 


404  GUÍA  DE  PECADORES 


armas  espirituales,  que  para  esta  pelea  son  necesarias:  con  las 
cuales  podremos  alcanzar  la  primera  parte  de  la  virtud,  que  es 
carecer  de  vicios,  y  defender  esta  estancia  en  que  Dios  nos  puso 
(en  la  cual  Él  mora)  para  que  no  sea  ocupada  del  enemigo.  Por- 
que guardada  fielmente  la  posada,  sin  dubda  tendremos  aquel 
celestial  huésped  en  ella:  pues  como  dice  Sant  Juan,  Dios  es  ca- 
ridad, y  quien  está  en  caridad,  en  Dios  está,  y  Dios  en  él:  y 
aquél  está  en  caridad,  que  ninguna  cosa  hace  contra  ella:  y  no 
hay  cosa  que  sea  contra  ella  sino  solo  el  pecado  mortal:  contra 
el  cual  sirve  todo  lo  que  hasta  aquí  habemos  dicho. 


SEGUNDA  PARTE 
DESTE  SEGUNDO  LIBRO 

EN  LA  CUAL  SE  TRATA 
DEL  EJKRCICIO  DE  LAS  VIRTUDES. 


DE    TRES   MANERAS    DE   VIRTUDES 
EN    LAS   CUALES    SE   COMPREHENDE   LA  SUMA  DE  TODA  JUSTICIA. 

CAPÍTULO  XIV. 


ICHO  ya  en  la  primera  parte  deste  libro  de  los  vicios 
con  que  se  afean  y  escurecen  las  ánimas,  digamos 
agora  de  las  virtudes  que  las  adornan  y  hermosean 
con  el  ornamento  espiritual  de  la  justicia.  Y  porque  á  esta  justicia 
pertenece  dar  á  cada  uno  lo  que  se  le  debe,  así  á  Dios,  como  al 
prójimo,  como  á  sí  mismo:  así  hay  tres  maneras  de  virtudes  de 
que  se  compone:  unas  que  principalmente  sirven  para  cumplir  con 
lo  que  el  hombre  debe  á  Dios,  y  otras  con  lo  que  debe  á  su  pró- 
jimo, y  otras  con  lo  que  debe  á  sí  mismo.  Y  esto  hecho,  no  res- 
ta más  para  cumplir  toda  virtud  y  justicia:  que  es,  para  ser  un 
hombre  verdaderamente  justo  y  virtuoso:  que  es  lo  que  aquí  pre- 
tendemos hacer. 

Y  si  quisieres  saber  en  muy  pocas  palabras  y  por  unas  muy 
breves  comparaciones  cómo  esto  se  pueda  hacer,  digo  que  con 
estas  tres  obligaciones  cumplirá  el  hombre  perfectísimamente,  si 
tuviere  estas  tres  cosas:  conviene  saber,  para  con  Dios  corazón 
de  hijo,  y  para  con  el  prójimo  corazón  de  madre,  y  para  consigo 
espíritu  y  corazón  de  juez.  Éstas  son  aquellas  tres  partes  de  jus- 
ticia en  que  el  Profeta  puso  la  suma  de  todo  nuestro  bien,  cuando 


406  GUÍA  DE   PECADORES 


dijo  (i):  Enseñarte  he,  oh  hombre,  en  qué  está  todo  el  bien,  y  qué 
es  lo  que  el  Señor  quiere  de  ti.  Quiere  que  hagas  juicio,  y  que 
ames  la  misericordia,  y  que  andes  solícito  y  cuidadoso  con  Dios. 
Entre  las  cuales  partes  el  hacer  juicio  declara  lo  que  el  hombre 
debe  hacer  para  consigo;  y  el  amar  la  misericordia,  lo  que  debe 
para  con  el  prójimo;  y  el  andar  solícito  con  Dios,  lo  que  debe  ha- 
cer  para  con  El.  Y  pues  en  estas  tres  cosas  está  todo  nuestro  bien, 
de  ellas  trataremos  agora  más  copiosamente:  porque  en  el  Me- 
morial de  Vida  Cristiana  no  hecimos  más  que  pasar  por  ellas  bre- 
vemente, reservando  su  declaración  para  este  lugar. 


(i)    Mich.  VI. 


PE  LO  QUE  DEBE  EL  HOMBRE   HACER  PARA  CONSIGO  MISMO. 

CAPÍTULO  XV, 

^yy^t-  ORQUE  la  caridad  bien  ordenada  comienza  de  sí  mis- 
^^íí  mo,  comencemos  por  donde  el  Profeta  comenzó, 
'A%§:y%  que  es  por  el  hacer  juicio,  que  pertenesce  al  espíri- 
tu y  corazón  de  juez,  el  cual  debe  el  hombre  tener  para  consi- 
go. Pues  al  oficio  del  buen  juez  pertenesce  tener  bien  ordenada 
y  reformada  su  república.  Y  porque  en  esta  pequeña  república 
del  hombre  hay  dos  partes  principales  que  reformar  (que  son  el 
cuerpo  con  todos  sus  miembros  y  sentidos,  y  el  ánima  con  todos 
sus  afectos  y  potencias)  todas  estas  cosas  conviene  que  sean  re- 
formadas y  enderezadas  virtuosamente  en  la  forma  que  aquí 
declaremos:  y  desta  manera  habrá  el  hombre  cumplido  con  lo 
que  debe  á  sí  mismo. 

De  la  reformación  del  cuerpo. 
§.  I. 

luES  para  reformación  del  cuerpo  sirve  primeramente  la 

I  composición  y  disciplina  del  hombre  exterior,  guardando 

aquello  que  dice  S.  Augustín  en  su  regla,  que  en  el  andar, 
y  en  el  estar,  y  en  el  vestido,  ninguna  cosa  se  haga  que  escan- 
dalice y  ofenda  los  ojos  de  nadie,  sino  lo  que  convenga  á  la  sanc- 
tidad  de  nuestra  profesión.  Y  por  esto  procure  el  siervo  de  Dios 
tratar  con  los  hombres  con  tanta  gravedad,  humildad,  suavidad 
y  mansedumbre,  que  todos  cuantos  con  él  trataren,  queden  siem- 
pre edificados  y  aprovechados  con  su  ejemplo.  El  Apóstol  quiere 
que  seamos  como  una  especie  aromática  ( i ),  la  cual  comunica  luego 
su  olor  á  quienquiera  que  la  toca,  y  así  le  quedan  oliendo  las  manos 

(i)    II  Cor.  II. 


40S  GUÍA  DE  PECADORES 


como  á  ella:  porque  tales  han  de  ser  las  palabras,  las  obras,  la 
composición  y  conversación  de  los  siervos  de  Dios,  que  todos 
cuantos  trataren  con  ellos,  queden  edificados  y  como  sanctificados 
con  su  ejemplo  y  conversación.  Y  éste  es  uno  de  los  principales 
fructos  que  se  siguen  desta  modestia  y  composición,  que  es  una 
manera  de  predicar  callada,  donde  no  con  estruendo  de  palabras, 
sino  con  ejemplo  de  virtudes  convidamos  á  los  hombres  á  glori- 
ficar á  Dios  y  amar  la  virtud,  según  que  nos  lo  encomienda  el 
Salvador,  cuando  dice  (i):  Así  resplandezca  vuestra  luz  delante 
de  los  hombres,  para  que  vean  vuestras  buenas  obras  y  glorifi- 
quen á  vuestro  Padre  que  está  en  los  cielos.  Conforme  á  lo  cual 
dice  Isaías  que  el  siervo  de  Dios  ha  de  ser  como  un  árbol,  ó  una 
planta  hermosísima  que  Dios  plantó,  para  que  quienquiera  que  la 
viere,  glorifique  á  Dios  por  ella.  Mas  no  se  entiende  que  por  esto 
debe  hacer  el  hombre  sus  buenas  obras  para  que  sean  vistas:  an- 
tes (como  dice  Sant  Gregorio)  de  tal  manera  se  ha  de  hacer  la 
buena  obra  en  público,  que  la  intención  esté  en  secreto:  para  que 
con  la  buena  obra  demos  á  los  prójimos  ejemplo,  y  con  la  inten- 
ción de  agradar  á  solo  Dios  siempre  deseemos  el  secreto. 

El  segundo  fi-ucto  que  se  sigue  desta  composición  del  hom- 
bre exterior,  es  la  guarda  del  interior  y  la  conservación  de  la 
devoción.  Porque  es  tan  grande  la  unión  y  liga  que  hay  entre 
estos  dos  hombres,  que  lo  que  hay  en  el  uno,  luego  se  comu- 
nica al  otro,  y  al  revés:  por  donde  si  el  espíritu  está  compuesto, 
luego  naturalmente  se  compone  el  mismo  cuerpo:  y  por  el  con- 
trario, si  el  cuerpo  anda  inquieto  y  descompuesto,  luego  no  sé 
cómo  el  espíritu  también  se  descompone  y  inquieta.  De  suerte 
que  cualquier  de  los  dos  es  como  un  espejo  del  otro:  porque 
así  como  todo  lo  que  vos  hacéis,  hace  el  espejo  que  tenéis  de- 
lante, así  todo  lo  que  pasa  en  cualquiera  destos  dos  hombres, 
luego  se  representa  en  el  otro.  Por  donde  la  composición  y  mo- 
destia de  fuera  ayuda  mucho  á  la  de  dentro:  y  gran  maravilla 
sería  hallarse  espíritu  recogido  en  cuerpo  inquieto  y  desaso- 
segado. Y  por  esto  dijo  el  Eclesiástico  que  el  que  tenía  los 
pies  ligeros,  cairía:  dando  á  entender  que  los  que  carescen  de 
aquella  gravedad  y  reposo  que  pide  la  disciplina  cristiana,  mu- 
chas veces  han  de   tropezar  y  caer  en  muchos  defectos:  como 


(i)    Matth,  V. 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  XV,  409 

suelen  caer  los  que  traen  los  pies  muy  ligeros  cuando  andan. 

La  tercera  cosa  para  que  sirve  esta  virtud,  es  para  conser- 
var el  hombre  con  ella  la  autoridad  y  gravedad  que  pertenece 
á  su  persona  y  oficio,  si  es  persona  constituida  en  dignidad:  co- 
mo la  conservaba  el  sancto  Job  (i),  el  cual  en  una  parte  dice 
que  la  luz  y  resplandor  de  su  rostro  nunca  por  diversas  ocasio- 
nes y  acontecimientos  caía  en  tierra:  y  en  otra  dice  (2)  que  era 
tanta  su  aut  oridad,  que  cuando  le  veían  los  mozos,  se  escondían, 
y  los  viejos  se  levantaban  á  él,  y  los  príncipes  dejaban  de  ha- 
blar y  ponían  el  dedo  en  su  boca,  por  el  acatamiento  grande 
que  le  tenían.  La  cual  autoridad  (porque  estuviese  muy  lejos  de 
toda  repunta  de  soberbia)  acompañaba  el  sancto  varón  con  tan- 
ta suav^idad  y  mansedumbre,  que  dice  él  mismo  de  sí  que  es- 
tando asentado  en  su  silla  como  un  rey  acompañado  de  su  ejér- 
cito, por  otra  parte  era  abrigo  y  consuelo  común  de  todos  los 
miserables.  Donde  notarás  que  la  falta  desta  mesura  y  composi- 
ción no  es  tanto  reprehendida  de  los  sabios  por  grande  culpa, 
cuanto  por  nota  de  liviandad:  porque  la  desenvoltura  demasia- 
da del  hombre  exterior  es  argumento  del  poco  lastre  y  asiento 
del  interior,  como  ya  dijimos.  Por  lo  cual  dice  el  Eclesiástico 
que  la  vestidura  del  hombre  y  la  manera  del  reir  y  del  andar 
dan  testimonio  del.  Lo  cual  confirma  Salomón  en  sus  Proverbios 
diciendo  (3):  Así  como  en  el  agua  clara  se  paresce  el  rostro  del 
que  la  mira,  así  los  sabios  conoscen  los  corazones  de  los  hom- 
bres por   la  muestra  de  las  obras  exteriores  que  ven  en  ellos. 

Estos  son  los  provechos  que  trae  consigo  esta  composición 
susodicha:  que  son  muy  grandes.  Por  lo  cual  no  me  paresce 
bien  la  demasiada  desenvoltura  de  algunos  que  con  achaque  de 
que  no  digan  que  son  hipócritas,  ríen,  y  parlan,  y  se  sueltan  á 
muchas  cosas,  con  las  cuales  pierden  todos  estos  provechos.  Por- 
que así  como  dice  muy  bien  S.  Juan  Clímaco  que  no  ha  de  de- 
jar el  monje  la  abstinencia  por  temor  de  la  vanagloria,  así  tam- 
poco es  razón  carescer  del  fi*ucto  desta  virtud  por  respectos  del 
mundo:  porque  así  como  no  conviene  vencer  un  vicio  con  olro, 
así  tampoco  desistir  de  una  virtud  por  ningún  respecto  del 
mundo. 

Esto  es  lo  que  generalmente   pertenesce   á  la  composición 


(I)    Job.  XXIX.     (2)  Ibid.     (3;  Prov.  XX Vil. 


410  GUÍA  DE  PECADORES 


del  hombre  exterior  en  todo  lugar  y  tiempo.  Mas  porque  esto  se 
requiere  muy  más  particularmente  en  los  convites  y  en  la  mesa, 
cómo  ésta  se    haya  de  guardar,  declararemos  en  el  §  siguiente. 


De  la  virtud  de  la  abstinencia, 

§.  n. 

^JMt  ROSIGUIENDO  lo  que  pertenece  á  la  reformación  del  cuer- 
"^^é  po,  lo  que  principalmente  para  esto  sirve,  es,  tratarlo 
con  rigor  y  aspereza,  no  con  regalos  ni  blandura:  porque  así  co- 
mo la  carne  muerta  se  conserva  con  la  mirra,  que  es  amarguísi- 
ma (sin  la  cual  luego  se  daña  y  hinche  de  gusanos)  así  también 
esta  nuestra  carne  con  regalos  y  blanduras  se  corrompe  y  se 
hinche  de  vicios,  y  con  el  rigor  y  aspereza  se  conserva  en  toda 
virtud.  Pues  para  esto  nos  conviene  aquí  tratar  de  la  abstinencia: 
porque  ésta  es  una  de  las  principales  virtudes  que  se  presupo- 
nen para  alcanzar  las  otras  virtudes:  y  ella  es  en  sí  muy  dificul- 
tosa de  alcanzar,  por  la  contradicción  y  repugnancia  que  tiene 
en  nuestra  naturaleza  corrupta.  Y  aunque  lo  arriba  dicho  con- 
tra la  gula  bastaba  para  entender  la  condición  y  valor  de  la  abs- 
tinencia (pues  conocido  un  contrario,  se  conoce  el  otro)  pero  to- 
davía para  mayor  luz  desta  doctrina  será  bien  tratar  della  por 
sí,  declarando  así  el  uso  y  plática  della  como  los  medios  por 
do  se  alcanza. 

Comenzando,  pues,  por  la  disciplina  y  modestia  que  se  debe 
guardar  en  la  mesa,  ésta  nos  enseña  muy  particularmente  el  Es- 
píritu Sancto  en  el  Eclesiástico  por  estas  palabras:  Usa  como 
hombre  templado  de  las  cosas  que  te  ponen  delante,  porque  no 
seas  aborrescido  de  los  hombres,  si  te  vieren  comer  desordena- 
damente. Y  acaba  primero  que  los  otros,  porque  así  lo  pide  la 
orden  y  disciplina  de  la  templanza.  Y  si  estás  asentado  en  me- 
dio de  otros  muchos,  no  seas  tú  el  primero  que  pongas  mano  en 
el  plato,  ni  pidas  de  beber  primero.  Por  cierto  muy  convenien- 
tes reglas  son  éstas  para  la  vida  moral,  y  dignas  de  aquel  Señor 
que  todas  las  cosas  hizo  con  suma  orden  y  concierto:  y  así  quie- 
re también  que  nosotros  las  hagamos. 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO  XV.  4 1 1 


Ésta  misma  disciplina  nos  enseña  Sant  Bernardo  por  estas 
palabras:  En  el  comer  habemos  de  tener  cuenta  con  el  modo,  con 
el  tiempo  3'  con  la  cuantidad  y  cualidad  de  los  manjares.  El  modo 
ha  de  ser,  que  no  derrame  el  hombre  todos  sus  sentidos  sobre  la 
comida.  El  tiempo,  que  no  anticipe  la  hora  ordinaria  del  comer. 
Y  la  cualidad,  que  contentándose  con  lo  que  los  otros  comen,  no 
quiera  otras  particularidades  ni  delicadezas,  si  no  fuere  por  evi- 
dente necesidad.  Ésta  es  la  regla  que  da  en  pocas  palabras  este 
sancto. 

Y  no  es  muy  diferente  la  que  nos  da  S.  Gregorio  en  sus  Mo- 
rales diciendo:  Abstinencia  es  la  que  no  anticipa  la  hora  del  co- 
mer (como  hizo  Jonatás,  cuando  comió  el  panar  de  miel)  ni  tam- 
poco desea  manjares  apetitosos,  como  lo  hicieron  los  hijos  de  Is- 
rael en  el  desierto,  cobdiciando  los  manjares  de  Egipto:  ni  quiere 
guisados  curiosamente  aparejados,  como  los  querían  los  hijos  de 
Helí:  ni  come  hasta  más  no  poder,  como  hacían  los  de  Sodoma: 
ni  con  demasiado  gusto  y  apetito,  de  la  manera  que  comió  Esaú 
la  escudilla  de  lentejas,  por  la  cual  vendió  su  mayorazgo.  Hasta 
aquí  son  palabras  de  Sant  Gregorio,  en  las  cuales  brevemente 
comprehende  muchas  cosas,  y  las  acompaña  con  muy  conve- 
nientes ejemplos. 

Pero  más  copiosamente  trata  esta  materia  Hugo  de  S.  Víctor, 
el  cual  en  el  Libro  de  la  Disciplina  de  los  Monjes  enseña  la  que 
debemos  tener  en  el  comer,  por  estas  palabras:  En  dos  cosas  (dice 
él)  se  ha  de  guardar  la  disciplina  y  modestia  en  el  tiempo  del  co- 
mer: conviene  saber,  en  la  comida  y  en  el  que  la  come.  Porque 
el  que  come  ha  de  procurar  de  tener  modestia  en  el  callar,  y  en 
el  mirar,  y  en  la  compostura  del  cuerpo,  para  que  enfrene  su 
lengua  de  toda  parlería,  y  abstenga  sus  ojos  de  mirar  á  todas 
partes,  y  tenga  todos  los  otros  miembros  y  sentidos  compuestos 
y  quietos.  Porque  algunos  hay  que  cuando  se  asientan  á  la  mesa, 
descubren  el  apetito  de  la  gula  y  la  destemplanza  de  su  ánimo; 
y  con  una  desasosegada  inquietud  de  los  miembros,  menean  la 
cabeza,  arremangan  los  brazos,  levantan  las  manos  en  alto,  y  (co- 
mo si  hubiesen  ellos  solos  de  tragarse  toda  la  mesa)  así  verás  en 
ellos  unos  acometimientos  y  meneos,  que  (no  sin  gran  fealdad) 
están  descubriendo  la  agonía  y  hambre  del  comer.  Y  estando 
asentados  en  un  mismo  lugar,  con  los  ojos  y  con  las  manos  lo  an- 
dan todo:  y  así  en  un  mismo  tiempo  piden  el  vino,  parten  el  pan 


4  T  2  GUÍA  DE  PECADORES 


y  revuelven  los  platos;  y  como  el  capitán  que  quiere  combatir 
una  fortaleza,  así  ellos  están  como  dubdandopor  qué  parte  acome- 
terán este  combate:  porque  por  todas  partes  querrían  entrar.  To- 
das estas  fealdades  ha  de  evitar  el  que  come,  en  su  propria  per- 
sona. Mas  en  la  comida  conviene  mirar  lo  que  come,  y  la  mane- 
ra del  comer,  como  ya  está  declarado. 

Y  aunque  en  todo  tiempo  sea  necesario  llegarse  á  la  mesa 
con  toda  esta  preparación,  pero  mucho  más  cuando  hay  hambre, 
y  aun  mucho  más  cuando  la  delicadeza  y  precio  de  los  manjares 
despierta  el  apetito  del  comer,  porque  en  este  caso  son  mayores 
los  incentivos  de  la  gula,  por  la  buena  disposición  del  órgano  del 
gusto  y  por  la  excelencia  del  objecto.  Mire,  pues,  el  hombre  con 
atención  en  este  tiempo  no  le  haga  creer  la  gula  que  tiene  ham- 
bre para  comer  mesa  y  manteles:  porque  por  esta  causa  dijo  muy 
bien  S.  Juan  Clímaco  que  la  gula  era  hipocrisía  del  vientre:  por- 
que al  principio  de  la  comida  finge  que  tiene  más  hambre  de 
la  que  en  hecho  de  verdad  tiene,  y  así  le  parece  que  todo  lo  ha 
de  tragar:  lo  cual  de  ahí  á  poco  se  ve  que  era  engaño:  pues  con 
mucho  menos  queda  el  hombre  satisfecho. 

Para  remedio  desto  piense,  cuando  se  sienta  á  la  mesa,  que 
(como  dice  muy  bien  un  filósofo)  tiene  ahí  dos  huéspedes  á  que 
ha  de  proveer:  conviene  saber,  el  cuerpo  y  el  espíritu.  Al  cuerpo 
ha  de  proveer  de  su  mantenimiento,  dándole  lo  necesario:  y  al 
espíritu  del  suyo,  dándoselo  con  aquella  composición  y  modestia 
que  piden  las  leyes  de  la  templanza:  porque  esto  es  hacer  virtud, 
la  cual  es  pasto  y  mantenimiento  del  ánima. 

Es  otrosí  muy  conveniente  remedio  contra  este  apetito  poner 
en  una  balanza  los  fructos  de  la  virtud  de  la  abstinencia,  y  en 
otra  la  brevedad  del  deleite  de  la  gula:  para  que  por  aquí  vea  el 
hombre  cómo  no  es  razón  perder  tan  grandes  fructos  por  tan  bes- 
tial y  breve  deleite. 

Para  cuyo  entendimiento  es  mucho  de  notar  que  entre  todos 
los  sentidos  de  nuestro  cuerpo  los  más  bajos  son  el  sentido  del 
tocar  y  del  gustar.  Porque  ningún  animal  hay  en  el  mundo  tan 
imperfecto,  que  no  tenga  estos  dos  sentidos:  como  quiera  que 
haya  muchos  á  quien  faltan  los  otros  tres,  que  son  ver,  oir  y 
oler.  Y  así  como  estos  dos  sentidos  son  los  más  viles  y  materiales 
de  todos,  así  los  deleites  que  dellos  proceden,  son  los  más  viles  y 
más  bestiales:  pues  no  hay  animal  en  el  mundo  tan  imperfecto 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XV.  4 1 3 


que  no  los  tenga.  Y  demás  de  ser  vilísimos,  son  también  brevísi- 
mos: porque  no  dura  más  el  deleite  dellos,  de  cuanto  el  objecto 
está  materialmente  ayuntado  con  su  sentido:  como  vemos  que  no 
dura  más  el  deleite  del  gusto,  de  cuanto  el  manjar  está  sobre  el 
paladar,  y  en  el  punto  que  deja  de  estar  sobre  él,  cesa  el  deleite 
del.  Pues  si  este  deleite  por  una  parte  es  tan  vil  y  tan  bestial,  y 
por  otra  tan  breve  y  tan  momentáneo,  ¿cuál  es  el  hombre  tan 
bruto,  que  despide  de  sí  la  virtud  de  la  abstinencia  (de  quien 
tantos  y  tan  grandes  fructos  se  predican)  por  un  tan  vil  y  bajo 
deleite?  Esto  solo  debía  bastar  para  vencer  este  apetito,  cuanto 
más  si  se  juntaren  aquí  tantas  otras  cosas  que  á  esto  mismo  nos 
obligan.  Ponga  pues  (como  dijimos)  el  siervo  de  Dios  en  una 
balanza  la  brevedad  y  vileza  deste  deleite,  y  en  otra  la  hermosu- 
ra de  la  abstinencia,  los  fructos  que  se  siguen  della,  los  ejemplos 
de  los  sanctos  y  los  trabajos  de  los  mártires  (que  por  fuego  y  por 
agua  pasaron  al  cielo)  la  memoria  de  sus  pecados,  las  penas  del 
infierno,  y  también  las  del  purgatorio,  y  cada  cosa  déstas  le  dirá 
que  es  necesario  abrazar  la  cruz,  afligir  la  carne,  y  enfrenar  la 
gula,  y  satisfacer  á  Dios  con  el  dolor  de  la  penitencia  por  el  de- 
leite de  la  culpa.  Y  si  con  este  aparejo  se  asentare  á  la  mesa,  verá 
cuan  fácil  cosa  le  será  renunciar  y  despedir  de  sí  toda  esta  ma- 
nera de  regalos  y  deleites. 

Y  si  toda  esta  providencia  se  requiere  en  el  comer,  mucho 
mayor  es  necesaria  para  el  beber,  cuando  se  bebe  vino.  Porque 
entre  cuantas  cosas  hay  contrarias  á  la  castidad,  una  de  las  más 
contrarias  es  el  vino,  del  cual  tiembla  esta  virtud  como  de  un  ca- 
pital enemigo:  porque  el  Apóstol  la  tiene  ya  avisada,  diciendo  (i) 
que  en  el  vino  está  la  lujuria.  El  cual  es  tanto  más  pehgroso, 
cuanto  más  hierve  la  sangre  en  los  años  de  la  juventud.  Por  lo 
cual  dice  Sant  Hierónimo:  El  vino  y  la  mocedad  son  dos  incen- 
tivos de  la  lujuria.  ¿Para  qué  echamos  aceite  en  la  llama?  ¿para 
qué  ponemos  leña  en  el  fuego  que  arde?  Porque  como  el  vino  es 
tan  cahente,  inflama  todos  los  humores  y  miembros  del  cuerpo,  y 
especialmente  el  corazón  (adonde  él  derechamente  camina,  y 
donde  está  la  silla  y  asiento  de  todas  nuestras  pasiones)  y  así  á 
todas  ellas  inflama  y  fortifica:  de  manera  que  en  este  tiempo  el 
alegría  es  mayor,  y  la  ira,  y  el  furor,  y  el  amor,  y  la  osadía,  y  el 

(i)    Ephes.  V. 


4 1 4  GUÍA  DE  PECADORES 


deleite,  y  así  las  otras  pasiones.  Por  do  parece  que  siendo  uno 
de  los  principales  oficios  de  las  virtudes  morales  domar  y  mitigar 
estas  pasiones,  el  vino  es  de  tal  cualidad,  que  hace  el  oficio  con- 
trario, pues  con  la  vehemencia  de  su  calor  enciende  lo  que  estas 
virtudes  apagan:  para  que  por  aquí  vea  el  hombre  cuánto  se  debe 
guardar  del. 

De  aquí,  pues,  suelen  proceder  parlerías,  risas  demasiadas, 
porfías,  peleas,  clamores  desentonados,  descubrimientos  de  se- 
cretos, y  otras  semejantes  desórdenes:  así  por  estar  entonces 
más  vehementes  las  pasiones,  como  por  estar  la  razón  más  es- 
curecida  con  los  humos  del  vino.  Con  lo  cual  se  junta  la  ocasión 
que  el  hombre  tiene  para  desmandarse,  viendo  desmandarse 
los  otros  con  quien  come:  y  todas  estas  causas  juntas  vienen  á 
parir  y  producir  estas  desórdenes.  Por  donde  dijo  elegantemen- 
te un  filósofo  que  tres  racimos  procedían  de  la  vid:  el  primero 
era  de  necesidad,  el  segundo  de  deleite,  el  tercero  de  furor.  Dan- 
do á  entender  que  beber  un  poco  de  vino  servía  á  la  necesidad 
natural:  pero  exceder  esto  algún  tanto,  servía  ya  más  al  deleite 
que  á  la  necesidad.  Pero  pasar  desordenadamente  esta  regla, 
servía  al  furor  y  á  la  locura.  Por  donde  todos  los  pareceres  que 
el  hombre  diere  ó  tuviere  en  este  tiempo,  debe  tener  por  sos- 
pechosos: porque  sin  dubda  (regularmente  hablando)  tiene  parte 
en  ellos  no  sólo  la  razón  sino  también  el  vino,  que  es  el  peor  de 
los  consejeros.  Y  no  menos  se  debe  guardar  de  hablar  mucho, 
ó  porfiar  en  la  mesa  ó  sobremesa,  si  quiere  estar  libre  de  todos 
estos  peligros,  porque  muchas  veces  se  comiénzala  porfía. en 
paz,  y  se  acaba  en  guerra:  y  muchas  veces  descubre  el  hombre 
con  el  calor  del  vino  lo  que  después  quisiera  mucho  haber  calla- 
do: pues  como  dice  Salomón,  ningún  secreto  hay  donde  reina 
el  vino. 

Y  aunque  toda  demasía  en  hablar  sea  reprehensible  en  este 
tiempo,  mucho  más  lo  es  cuando  la  habla  es  sobre  cosas  de  co- 
mer, alabando  el  vino,  ó  la  fruta,  ó  el  pescado  que  se  come,  ó 
quejándose  dello,  ó  tratando  de  diversidad  da  manjares,  de  ta- 
les y  de  tales  tierras,  ó  de  pesces  de  tales  ríos:  porque  to- 
das estas  pláticas  son  señales  de  ánimo  destemplado,  y  de 
hombre  que  todo  él  entero  quiere  estar  comiendo,  no  sólo  con 
la  boca,  sino  también  con  el  corazón,  con  el  entendimiento,  con 
la  memoria  y  con  las  palabras. 


LIBRO   II.  CAPITULO  XV.  415 


Pero  mucho  más  se  debe  guardar,  cuando  come,  de  estar  co- 
miendo las  vidas  ajenas,  porque  esto  es  cosa  que  entra  más  en 
hondo:  pues  (como  dice  S.  Crisóstomo)  esto  es  ya  no  comer  car- 
ne de  animales,  sino  de  hombres:  que  es  contra  toda  humanidad. 
Por  lo  cual  se  escribe  de  Sant  Augustín,  que  recelando  este  vicio 
(que  tan  familiar  suele  ser  en  algunas  mesas)  tenía  él  escriptos  en 
el  lugar  donde  comía,  dos  versos  que  decían:  Quien  huelga  de 
roer  con  sus  palabras  la  vida  de  los  ausentes,  sepa  que  esta  me- 
sa no  se  puso  para  él. 

Aquí  es  también  de  notar  que  como  dice  Sant  Hierónimo, 
mucho  mejor  es  comer  cada  día  poco,  que  pasados  muchos  días 
de  ayuno,  comer  después  demasiado.  Aquella  agua  (dice  él)  es 
muy  provechosa  á  la  tierra,  que  á  sus  tiempos  cae  mansamente: 
mas  los  torbellinos  grandes  y  tempestuosos  roban  las  tierras. 
Cuando  comes,  acuérdate  que  no  vives  para  servir  al  vientre: 
mas  que  luego  has  de  estudiar,  ó  leer,  ó  hacer  otra  buena  obra, 
para  lo  cual  quedarás  inhábil  si  cargares  el  estómago  demasia- 
damente. Y  desta  manera  en  cada  manjar  y  en  cada  vez  que  be- 
bieres, medirás  no  lo  que  el  deleite  pide,  sino  lo  que  la  necesi- 
dad y  la  virtud  requiere.  Ca  no  te  persuadimos  que  te  mates  de 
hambre,  sino  que  no  sirvas  al  deleite  más  de  lo  que  al  uso  de 
la  vida  conviene.  Porque  tu  cuerpo  (así  como  cualquier  otro  ani- 
mal) tiene  necesidad  de  mantenimiento  porque  no  desfallezca,  y 
también  de  carga  para  que  no  respingue.  Por  lo  cual  dice  Sant 
Bernardo:  A  la  carne  conviene  apretarla,  no  consumirla:  apre- 
miarla, no  despedazarla:  procurar  que  se  humille,  y  no  se  enso- 
berbezca: y  que  sirva,  y  no  sea  señora. 

Esto  baste  para  entender  lo  que  toca  á  esta  virtud.  Quien 
demás  desto  quisiere  saber  los  fructos  grandes  que  se  siguen  de- 
11a,  y  cómo  aprovecha  para  todas  las  cosas,  no  sólo  para  el  áni- 
ma, sino  también  para  el  cuerpo,  esto  es,  para  la  salud,  para  la 
vida,  para  la  honra  y  para  la  hacienda,  lea  un  tratado  que 
sobre  esta  materia  escribimos  al  fin  del  Libro  de  la  Oración  y 
Meditación. 


4ié  GUÍA  DE  PECADORES 


De  la  oruarda  de  los  sentidos. 


<í> 


§.  in. 


ASTIGADO  y  concertado  el  cuerpo  en  la  forma  susodicha, 

resta  luego  reformar  también  los  sentidos  del  cuerpo:  en 

los  cuales  debe  el  siervo  de  Dios  poner  gran  recaudo,  y  señala- 
damente en  los  ojos,  que  son  como  unas  puertas  donde  se  des- 
embarcan todas  las  vanidades  que   entran  en  nuestra  ánima,  y 
muchas  veces  suelen  ser  ventanas  de  perdición  por  donde  nos  en- 
tra la  muerte.  Y   especialmente  las  personas  dadas  á  la  oración 
tienen  particular  necesidad  de  poner  mayor  recaudo  en  este  sen- 
tido, no  sólo  por  la  guarda  de  la  castidad,  sino  también  por  el  reco- 
gimiento del  corazón:  porque  de  otra  manera  las  imagines  de 
las  cosas  que  por  estas  puertas  se  nos  entran,  dejan  el  ánima  pin- 
tada de  tantas  figuras,  que  cuando  se  pone  á  orar  ó  meditar,  la 
molestan  y  inquietan,  y  hacen  que  no  pueda  pensar  sino  en  aque-  • 
lio  que  tiene  delante.  Por  donde   las  personas  espirituales  pro- 
curan traer  la  vista  tan  recogida,  que  no  solamente  no  quieren 
poner  los  ojos  en  las  cosas  que  les  pueden  empecer,  mas  aun  se 
o-uardan  de  mirar  la  hermosura  de  los  edificios,  y  las    imagines 
de  las  ricas  tapicerías,  y  cosas  semejantes,  para  tener  más  des- 
nuda y  Umpia  la  imaginación  al  tiempo  que  han  de  tratar  con 
Dios:  porque  tal  es  y  tan  delicado  este  ejercicio,  que  no  sólo  se 
impide  con  los  pecados,  sino  también  con  las  representaciones 
de  las  imagines  y  figuras  de  las  cosas,  puesto  caso  que  no  sean 

malas. 

En  los  oídos  también  conviene  poner  el  mismo  cobro  que 
en  los  ojos:  porque  por  estas  puertas  entran  muchas  cosas  en 
nuestra  ánima  que  la  inquietan,  distraen  y  ensucian.  Y  no  sólo 
nos  debemos  guardar  de  oír  palabras  prejudiciales  (como  ya  di- 
jimos) sino  también  nuevas  de  cosas  que  pasan  por  el  mundo, 
que  no  nos  tocan:  porque  los  que  destas  cosas  no  se  guardan, 
después  lo  vienen  á  pagar  al  tiempo  del  recogimiento,  donde 
se  les  ponen  delante  las  imagines  de  las  cosas  que  oyeron,  las 
cuales  de  tal  manera  ocupan  sus  corazones,  que  no  les  dejan  pu- 
ramente pensar  en  Dios. 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO   XV.  417 


Del  sentido  del  oler  no  hay  que  decir,  porque  traer  olores 
ó  ser  amigo  dellos  (demás  de  ser  una  cosa  muy  lasciva  y  sen- 
sual) es  cosa  infame,  y  no  de  hombres  sino  de  mujeres,  y  aun  no 
de  buenas  mujeres. 

Del  gusto  había  más  que  decir;  pero  desto  ya  se  trató  en 
el  §  precedente,  donde  hablamos  de  la  virtud  de  la  abstinencia. 

De  la  guarda  de  la  lengua. 

§IV. 

¡E  la  lengua  hay  mucho  que  decir,  pues  dijo  el  Sabio: 
La  muerte  y  la  vida  están  en  manos  de  la  lengua:  en  las 
cuales  palabras  dio  á  entender  que  todo  el  bien  y  mal  del  hom- 
bre consistía  en  la  buena  ó  mala  guarda  deste  órgano.  Y  no  me- 
nos encáreselo  este  negocio  el  apóstol  Sanctiago,  cuando  dijo  (i) 
que  así  como  los  navios  grandes  se  rigen  con  un  pequeño  go- 
bernalle, y  los  caballos  poderosos  con  un  pequeño  freno,  así 
quienquiera  que  trajere  muy  bien  gobernada  su  lengua,  será  po- 
deroso para  enfrenar  y  poner  en  orden  todo  lo  demás  de  la  vi- 
da. Pues  para  el  buen  gobierno  desta  parte  conviene  que  todas 
las  veces  que  habláremos,  tengamos  atención  á  cuatro  cosas: 
conviene  saber,  á  lo  que  se  dice,  y  á  la  manera  en  que  se  dice, 
al  tiempo  en  que  se  dice,  y  al  fin  con  que  se  dice. 

Y  primeramente  en  lo  que  se  dice  (que  es  la  materia  de 
que  hablamos)  conviene  guardar  aquello  que  el  Apóstol  acon- 
seja, diciendo  (2):  Toda  palabra  mala  no  salga  por  vuestra  bo- 
ca, sino  la  que  fuere  buena  y  provechosa  para  edificar  los  oyen- 
tes. Y  en  otro  lugar,  especificando  más  las  palabras  malas,  di- 
ce (3):  Palabras  torpes  y  locas,  y  chocarrerías,  ó  truhanerías,  que 
no  convienen  para  la  gravedad  de  nuestro  instituto,  no  se  nom- 
bren entre  vosotros.  Por  donde,  así  como  dicen  que  los  sabios 
marineros  tienen  marcados  en  la  carta  de  marear  todos  los  bajos 
en  que  las  naos  podrían  peligrar,  para  guardarse  dellos,  así  el 
siervo  de  Dios  debe  también  tener  señaladas  todas  estas  espe- 
cies de  palabras  malas,  de  que  siempre  se  debe  guardar,  para  no 
peligrar  en  ellas.  Y  no  menos  debes  ser  fiel  en  el  secreto  que  te 


(i)  Jacob.  III.     (a)  Ephes.  IV.     (3;  Ephes.  V. 

OBRAS  DE  GRANADA  '"*■*! 


4t8  GUÍA  DE  PECADORES 


encomendaron,  y   tener  por  otra  roca  no   menos  peligrosa  que 
las  pasadas  descubrir  el  negocio  que  de  ti  se  confió. 

En  el  modo  del  hablar  conviene  mirar  que  no  hablemos  ni 
con  demasiada  blandura,  ni  con  demasiada  desenvoltura,  ni 
apresuradamente,  ni  curiosa  y  polidamente:  sino  con  gravedad, 
con  reposo,  con  mansedumbre,  con  llaneza  y  simplicidad.  A  este 
modo  pertenece  también  no  ser  el  hombre  porfiado,  y  cabezudo, 
y  amigo  de  salir  con  la  suya:  porque  muchas  veces  por  aquí  se 
pierde  la  paz  de  la  consciencia,  y  aún  la  caridad,  y  la  pacien- 
cia, y  los  amigos.  De  largos  y  generosos  corazones  es  dejarse 
vencer  en  semejantes  contiendas,  y  de  prudentes  y  discretos 
varones  cumplir  aquello  que  nos  aconseja  el  Sabio,  diciendo: 
En  muchas  cosas  conviene  que  te  hayas  como  hombre  que  no 
sabe,  y  oye  callando,  y  preguntando  á  los  que  saben . 

Lo  tercero  conviene  mirar,  demás  del  modo,  que  digamos 
también  las  cosas  en  su  tiempo;  porque  como  dice  el  Sabio,  de 
la  boca  del  loco  no  es  bien  recebida  la  palabra  sentenciosa:  por- 
que no  la  dice  en  su  tiempo.  Lo  último,  después  de  todo  esto, 
conviene  mirar  el  fin  y  la  intención  que  tenemos  cuando  habla- 
mos, porque  unos  hablan  cosas  buenas  por  parecer  discretos,  otros 
por  venderse  por  agudos  y  bien  hablados:  de  lo  cual  lo  uno  es 
hipocrisía  y  fingimiento,  y  lo  otro  vanidad  y  locura.  Y  por  esto 
conviene  mirar  que  no  sólo  sean  las  palabras  buenas,  sino  tam- 
bién el  fin  sea  bueno:  pretendiendo  siempre  con  purísima  inten- 
ción la  gloria  de  solo  Dios  y  el  provecho  de  nuestros  prójimos. 
También  conviene,  después  de  todo  esto,  mirar  quién  habla: 
porque  hablar  mozos  donde  están  viejos,  y  simples  donde  están 
sabios,  y  seglares  en  presencia  de  sacerdotes  y  religiosos,  y  final- 
mente donde  quiera  que  no  se  recibirá  bien  lo  que  se  dice,  ó  pares - 
cera  presumpción  decirse,  es  muy  loable  y  necesaria  cosa  callar. 
Todos  estos  puntos  y  acentos  ha  de  mirar  el  que  habla,  para 
que  no  yerre.  Y  porque  no  es  de  todos  mirar  estas  circunstan- 
cias, por  eso  es  gran  remedio  acogerse  al  puerto  del  silencio,  don- 
de con  solo  cuidado  y  atención  de  callar  cumple  el  hombre  con 
todas  estas  observancias  y  obligaciones.  Por  lo  cual  dijo  el  Sa- 
bio (i)  que  aun  el  loco,  si  callase,  sería  tenido  por  sabio:  y  si  ce- 
rrase sus  labios,  á  muchos  parescería  discreto. 


(I)    Pfov.  xvn. 


LIBRO   11.   CAPÍTULO   XV.  419 


De  la  mortificación  de  las  pasiones. 
§  V. 

m 

^'oNCERTADO  desta  manera  el  cuerpo  con  todos  sus  sen- 
I  tidos,  quédanos  agora  la  mayor  parte  deste  negocio,  que 
es  el  concierto  del  ánima  con  todas  sus  potencias.  Donde  prime- 
ramente se  nos  ofrece  el  apetito  sensitivo,  que  comprehende  to- 
dos los  afectos  y  movimientos  naturales,  como  son  amor,  odio, 
alegría,  tristeza,  deseo,  temor,  esperanza,  ira,  y  otros  semejantes 
afectos. 

Este  apetito  es  la  más  baja  parte  de  nuestra  ánima,  y  por 
consiguiente,  la  que  más  nos  hace  semejantes  á  bestias,  las  cua- 
les en  todo  y  por  todo  se  rigen  por  estos  apetitos  y  afectos.  Esta 
es  la  que  más  nos  acevila  y  abate  á  la  tierra,  y  más  nos  aparta 
de  las  cosas  del  cielo.  Ésta  es  la  fuente  y  el  venero  de  todos  cuan- 
tos males  hay  en  el  mundo,  y  la  que  es  causa  de  nuestra  perdi- 
ción: porque  como  dice  Sant  Bernardo,  cese  la  propria  voluntad 
(que  son  los  deseos  deste  apetito)  y  no  habrá  para  quién  sea  el 
infierno.  Aquí  principalmente  está  todo  el  almacén  y  toda  la  mu- 
nición del  pecado:  porque  de  aquí  toma  fuerzas  y  armas,  y  aquí 
toma  todos  sus  filos  y  aceros  para  herirnos  mis  agudamente.  Esta 
es  otra  nuestra  Eva  (que  es  la  parte  más  flaca  y  más  mal  incli- 
nada de  nuestra  ánima)  por  la  cual  aquella  antigua  serpiente  aco- 
mete á  nuestro  Adán,  que  es  la  parte  superior  de  ella,  donde 
está  el  entendimiento  y  la  voluntad,  para  que  quiera  poner  los 
ojos  en  el  árbol  vedado.  Ésta  es  donde  más  se  descubren  y  se- 
ñalan las  fuerzas  del  pecado  original,  y  donde  más  poderosamente 
empleó  toda  la  fuerza  de  su  ponzoña.  Aquí  son  las  batallas,  aquí 
las   caídas,  aquí  las   victorias,  aquí   las   coronas:  quiero    decir 
que  aquí  son  las  caídas  de  los  flacos,  aquí  las  vdctorias  de  los  es- 
forzados y  aquí  las  coronas  de  los  vencedores,  y  aquí  finalmen- 
te toda  la  milicia  y  ejercicio  de  la  virtud;  porque  en  domar  estas 
fieras  y  enfrenar  estas  bestias  bravas  consiste  una  muy  gran  par- 
te del  ejercicio  de  las  virtudes  morales. 

Ésta  es  la  viña  que  habemos  siempre  de  cavar,  ésta  la  huer- 
ta que  habemos  de  escardar,  éstas  las  malas  plantas  que  habernos 
de  arrancar,  para  plantar  en  su  lugar  las  de  las  virtudes. 


420  GUÍA  DE  PECADORES 


Pues  según  esto,  el  principal  ejercicio  del  siervo  de  Dios  es 
andar  siempre  por  esta  huerta  con  escardillo  en  la  mano,  en- 
tresacando las  malas  yerbas  de  las  buenas:  ó  por  otra  compara- 
ción, estar  siempre  como  el  gobernador  de  un  carro  sobre  estas 
pasiones  para  reprimirlas,  y  regirlas,  y  enderezarlas,  unas  veces 
aflojando  las  riendas,  otras  recogiéndolas,  para  que  no  vayan  al 
paso  que  ellas  quisieren,  sino  al  que  quiere  la  ley  de  la  razón. 

Éste  es  el  ejercicio  principal  de  los  hijos  de  Dios,  los  cuales 
no  se  rigen  ya  por  afectos  de  carne  ni  sangre,  sino  por  espíritu 
de  Dios.  En  esto  se  diferencian  los  hombres  carnales  de  los  espi- 
rituales: que  los  unos,  á  manera  de  bestias  brutas,  se  mueven  por 
estos  afectos,  y  los  otros  por  espíritu  de  Dios  y  por  razón.  Ésta 
es  aquella  mortificación  y  aquella  mirra  tan  alabada  en  las  Escrip- 
turas  sagradas.  Ésta  es  la  muerte  y  la  sepultura  á  que  tantas  ve- 
ces nos  convida  el  Apóstol.  Esta  es  la  cruz  y  el  negamiento  de  sí 
mismo  que  nos  predica  el  Evangelio.  Esto  el  hacer  juicio  y  justicia 
que  tantas  veces  nos  repiten  los  psalraos  y  profetas.  Y  por  esto 
aquí  principalmente  conviene  emplear  todos  nuestros  trabajos, 
nuestras  fuerzas,  nuestras  oraciones  y  ejercicios. 

Y  particularmente  conviene  que  cada  uno  tenga  muy  bien 
entendida  su  natural  condición  y  sus  inclinaciones,  y  allí  tenga 
siempre  mayor  recaudo  donde  sintiere  mayor  peligro.  Y  aunque 
hayamos  de  tener  siempre  guerra  con  todos  nuestros  apetitos, 
pero  especialmente  la  conviene  tener  con  los  deseos  de  honra,  de 
deleites  y  de  bienes  temporales,  porque  éstas  son  las  tres  princi- 
pales fuentes  y  raíces  de  todos  los  males.  Miremos  también  no 
seamos  apetitosos:  esto  es,  muy  amigos  de  que  se  haga  siempre 
nuestra  voluntad  y  se  cumplan  todos  nuestros  apetitos;  que  es 
un  vicio  muy  aparejado  para  grandes  desasosiegos  y  caídas,  muy 
familiar  á  grandes  señores  y  á  todas  las  personas  criadas  y  ha- 
bituadas en  hacer  su  voluntad.  Para  lo  cual  muchas  veces  apro- 
vechará ejercitarnos  en  cosas  contrarias  á  nuestros  apetitos  y  ne- 
gar nuestra  propria  voluntad,  aun  en  las  cosas  lícitas,  para  que 
así  estemos  más  diestros  y  fáciles  para  negarla  en  las  ilícitas.  Por- 
que no  menos  se  requieren  estos  ensayos  y  ejercicios  para  ser 
diestros  en  las  armas  espirituales,  que  en  las  carnales:  sino  tan- 
to más,  cuanto  es  mayor  victoria  vencer  á  sí  y  vencer  demonios, 
que  vencer  todo  lo  demás.  Debemos  también  ejercitarnos  en  ofi- 
cios humildes  y  bajos,  sin  tener  cuenta  con  el  decir  de  las  gen- 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  XV.  421 


tes:  pues  tan  poco  es  lo  que  el  mundo  puede  dar  ni  quitar  al  que 
tiene  á  Dios  por  su  tesoro  y  heredad. 

De  la  reformación  de  la  voluntad. 
§.  VI. 


ARA  alcanzar  esta  mortificación  susodicha  ayuda  en  gran 
manera  la  reformación  y  ornamento  de  la  voluntad  su- 
perior (que  es  el  apetito  racional)  la  cual  habemos  de  adornar 
con  estos  tres  sanctos  afectos  (entre  otros  muchos)  que  para  esto 
sirven:  que  son,  humildad  de  corazón,  pobreza  de  espíritu  y  odio 
sancto  de  sí  mismo.  Porque  estas  tres  cosas  hacen  más  fácil  el 
negocio  de  la  mortificación.  La  humildad  es,  como  la  define  Sant 
Bernardo,  desprecio  de  sí  mismo,  que  nasce  del  profundo  y  ver- 
dadero conoscimiento  de  sí  mismo.  A  la  cual  virtud  pertenesce 
desterrar  del  ánima  todos  los  ramos  y  hijos  de  la  soberbia  con  todos 
los  apetitos  y  deseos  de  honra  y  ponerse  en  el  más  bajo  lugar  de  las 
criaturas,  creyendo  que  cualquiera  otra  criatura  á  quien  nuestro  Se- 
ñor diese  los  aparejos  para  bien  vivir  que  ha  dado  á  él,  los  agrade- 
cería mejor  y  se  aprovecharía  más  de  ellos  que  él.  Y  no  basta  que 
tenga  el  hombre  dentro  de  sí  este  reconoscimiento  y  desprecio,  si- 
no procure  tratarse  en  lo  de  fuera  lo  más  llana  y  húmilmente 
que  le  sea  posible  (según  la  cualidad  de  su  estado)  haciendo  po- 
co caso  de  los  juicios  y  voces  del  mundo  que  á  esto  contradi- 
jeren. Para  !o  cual  conviene  que  todas  nuestras  cosas  den  olor 
de  pobreza,  bajeza  y  humildad,  subjectándonos  por  amor  de 
Dios,  no  sólo  á  los  mayores  y  iguales,  sino  también  á  los  menores. 
La  segunda  cosa  que  para  esto  se  requiere,  es  pobreza  de 
espíritu:  que  es  un  menosprecio  voluntario  de  las  cosas  del  mun- 
do y  un  contentamiento  con  la  suerte  que  Dios  nos  dio  (por 
muy  pobre  que  sea)  la  cual  corta  de  un  golpe  la  raíz  de  todos 
los  males,  que  es  la  cobdicia,  y  pone  al  hombre  en  tanta  paz 
y  sosiego  de  corazón,  que  osó  decir  della  Séneca  estas  palabras: 
El  que  tiene  cerrada  la  puerta  á  los  deseos  de  su  cobdicia,  bien 
puede  competir  con  Júpiter  en  la  felicidad  y  bienaventuranza. 
Dando  á  entender  que  pues  la  felicidad  del  hombre  es  hartura 
de  los  deseos  de  su  corazón,  quien  ha  llegado  á  tener  asosega- 


¿}22  GUÍA  DE  PECADORES 


dos  estos  deseos,  ya  ha  llegado  á  la  cumbre  de  la  felicidad,  ó  á 
lo  menos  tiene  alcanzado  gran  parte  de  ella. 

El  tercer  afecto  es  el  odio  sancto  de  sí  mismo,  de  que  dice 
el  Salvador  (i):  El  que  ama  su  vida,  ése  la  destruye,  y  el  que 
la  aborresce,  ése  la  guarda  para  la  vida  eterna:  lo  cual  no  se  en- 
tiende del  mal  odio  (como  el  que  se  tienen  los  hombres  aborri- 
dos  y  desesperados)  sino  del  que  tuvieron  los  sanctos  á  su  pro- 
pria  carne  como  á  quien  les  fue  causa  de  muchos  males  y  les 
es  siempre  estorbo  de  muchos  bienes:  no  tratándola  conforme 
á  su  gusto  y  apetito,  sino  conforme  á  lo  que  pide  la  ley  de  la 
razón:  la  cual  muchas  veces  quiere  qne  la  trayamos  arrastrada, 
y  mal  tratada,  y  hecha  un  estropajo  del  espíritu,  para  que  á  cos- 
ta della  se  haga  lo  que  conviene  á  él.  Porque  de  otra  manera 
vendrá  á  ser  lo  que  dice  el  Sabio  (2):  El  que  cría  regaladamen- 
te á  su  criado  dende  su  niñez,  después  le  hallará  rebelde  y  con- 
tumaz cuando  se  quiera  servir  del. 

Por  donde  se  nos  amonesta  en  otro  lugar  que  como  á  bes- 
tia mal  domada  le  demos  de  palos  y  sofrenadas,  y  la  tengamos 
presa  con  unas  sueltas,  y  hagamos  trabajar,  porque  no  esté 
ociosa,  y  así  se  haga  soberbia  y  maliciosa.  Pues  este  sancto 
odio  señaladamente  aprovecha  para  el  negocio  de  la  mortifi- 
cación (que  es  para  mortificar  y  cortar  todos  nuestros  malos  de- 
seos, aunque  duela)  porque  de  otra  manera,  ¿  cómo  será  posible 
herir  de  agudo,  y  sacar  sangre,  y  dar  grande  golpe  en  cosa  que 
mucho  amamos?  Porque  el  brazo  y  fortaleza  déla  mortificación 
toma  las  fuerzas  emprestadas,  no  solo  del  amor  de  Dios,  sino 
también  del  odio  sancto  de  sí  mismo:  y  con  ellas  tiene  ánimo, 
no  de  piadoso,  sino  de  severo  zurujano,  para  cortar  por  do  quie- 
ra que  lo  pide  la  corrupción  de  los  miembros  dañados,  sin 
alguna  piedad.  Destas  tres  virtudes  susodichas,  que  son  humil- 
dad, pobreza  de  espíritu  y  odio  sancto  de  sí  mismo,  y  así  tam- 
bién de  la  mortificación  de  muchas  pasiones,  que  se  trató  en  el 
capítulo  pasado  como  de  cosas  más  principales  en  la  vida  es.pi- 
ritual,  había  mucho  más  que  decir:  pero  esto  quedará  para  otros 
lugares,  donde  estas  materias  se  tratarán  más  de  propósito  que 
lo  que  conviene  á  memorial. 


(I)     Joan.  XII.     (2)  Prov.  XXIX. 


LIBRO  11.  CAPÍTULO  XV.    "  423 


De  la  reformación  de  la  ifnaginact'ón, 

§.vn, 


ESPUÉS  de  estas  dos  potencias  apetitivas  hay  otras  dos  (sí 
se  sufre  decir)  cognoscitivas,  que  son  imaginación  y  en- 
tendimiento: las  cuales  corresponden  á  las  dos  precedentes:  para 
que  cada  cual  de  los  dos  apetitos  susodichos  tenga  su  guía  y  su 
conoscimiento  proporcionado.  Pues  la  imaginación  (que  es  la 
más  baja  dellas)  es  una  de  las  potencias  de  nuestra  ánima  que 
más  desmandadas  quedaron  por  el  pecado  y  menos  subjectas  á 
la  razón.  De  donde  nasce  que  muchas  veces  se  nos  va  de  casa, 
como  esclavo  fugitiv^o,  sin  licencia:  y  primero  ha  dado  una  vuel- 
ta al  mundo,  que  echemos  de  ver  adonde  está.  Es  también  una 
potencia  muy  apetitosa  y  muy  cobdiciosa  de  pensar  todo  cuan- 
to se  le  pone  delante,  á  manera  de  los  perros  golosos  que  todo 
lo  andan  probando  y  trastornando,  y  en  todo  quieren  meter  el 
hocico,  y  aunque  á  veces  los  azoten  y  echen  á  palos,  siempre  se 
vuelven  al  regosto.  Es  también  una  potencia  muy  Ubre  y  muy 
cerrera,  como  una  bestia  salvaje  que  se  anda  de  otero  en  otero, 
sin  querer  sufrir  sueltas,  ni  cabestro,  ni  dueño  que  la  gobierne. 

Y  demás  de  tener  ella  de  suyo  estas  malas  mañas,  hay  algu- 
nos que  acrescientan  su  malicia  con  negligencia,  tratándola  co- 
mo á  un  hijo  regalado,  al  cual  dejan  discurrir  por  todas  cuantas 
cosas  quiere,  sin  contradicción:  de  donde  nasce  que  después, 
cuando  la  quieren  quietar  en  la  consideración  de  las  cosas  divi- 
nas, no  les  obedesce,  por  el  mal  hábito  que  tiene  cobrado.  Por  lo 
cual  conviene  que  entendidas  las  malas  mañas  desta  bestia,  le 
acortemos  los  pasos  y  la  atemos  á  un  pesebre  (que  es  á  la  con- 
sideración sola  de  las  cosas  buenas  ó  necesarias)  poniéndole 
perpetuo  silencio  en  lo  demás.  De  suerte  que  así  como  atamos 
arriba  la  lengua  para  que  no  hablase  sino  palabras  buenas  ó  ne- 
cesarias, así  también  atemos  la  imaginación  á  buenos  y  sanctos 
pensamientos,  cerrando  la  puerta  á  todos  los  otros. 

Para  lo  cual  conviene  que  haya  de  nuestra  parte  grande  dis- 
creción y  vigilancia  para  examinar  cuáles  pensamientos  debe- 
mos admitir  y  cuáles  desechar,  para  que  á  los  unos  recibamos 


424  GUÍA  DE  PECADORES 


como  á  amigos  y  á  los  otros  desechemos  como  á  enemigos.  Por- 
que los  que  en  esto  son  desproveídos,  muchas  veces  dejan  en- 
trar en  su  ánima  cosas  que  le  quitan  no  solamente  la  devoción 
y  el  fervor  de  la  caridad,  sino  también  la  misma  caridad  en  que 
está  la  vida  del  ánima.  Durmióse  la  portera  del  rey  Isboset  (i), 
que  estaba  limpiando  el  trigo  á  la  puerta  de  su  recámara,  y  en- 
traron dos  ladrones  famosos  y  cortaron  la  cabeza  al  rey.  Desta 
manera  pues,  cuando  se  duerme  la  discreción,  que  tiene  por  ofi- 
cio escoger  y  apartar  la  paja  del  grano  (que  es  el  buen  pensa- 
miento del  malo)  entran  tales  pensamientos  en  el  ánima,  que  mu- 
chas veces  le  quitan  la  vida. 

Y  no  sólo  para  conservar  esta  vida,  sino  también  para  el  si- 
lencio y  recogimiento  de  la  oración  vale  mucho  esta  diligencia: 
porque  así  como  la  imaginación  inquieta  y  corredora  no  deja  te- 
ner oración  sosegada,  así  la  recogida  3' habituada  á  sanctos  pen- 
samientos fácilmente  persevera  y  se  quieta  en  ellos. 

De  la  reformación  del  entendimiento, 

§.  vni. 

ESPUÉS  de  todas  estas  partes  y  potencias  del  hombre  res- 
ta la  más  alta  y  más  noble  de  todas,  que  es  el  entendimiento: 
el  cual,  entre  otras  virtudes,  ha  de  ser  adornado  con  aquella  altí- 
sima y  rarísima  virtud  de  la  prudencia  y  discreción.  Esta  virtud, 
en  la  vida  espiritual,  es  lo  que  los  ojos  en  el  cuerpo,  lo  que  el 
piloto  en  el  navio,  lo  que  el  rey  en  el  reino  y  lo  que  el  gober- 
nador en  el  carro,  que  tiene  por  oficio  llevar  las  riendas  en  la 
mano  y  guiarlo  por  donde  ha  de  caminar.  Sin  esta  virtud  la  vida 
espiritual  sería  toda  ciega,  desproveída,  desconcertada  y  llena  de 
confusión.  Por  donde  aquel  bienaventurado  padre  Antonio  en  un 
ayuntamiento  que  tuvo  con  otros  sanctos  monjes  (donde  se  tra- 
taba de  la  excelencia  de  las  virtudes)  vino  á  poner  ésta  en  altí- 
simo lugar,  como  á  guía  y  maestra  de  todas  las  otras.  Por  donde 
todos  los  amadores  de  la  virtud  deben  señaladamente  poner  sus 
ojos  en  ella,  para  que  así  puedan  aprovechar  más  en  todas  las  otras. 
Esta  virtud  no  tiene  un  oficio  solo,  sino  muchos  y  diversos: 
porque  no  sólo  es  virtud  particular,  sino  también  general,  que  en- 


(i)    II  Reg.  IV. 


LIBRO  11.  CAPÍTULO  XV.  425 


treviene  en  los  ejercicios  de  todas  las  otras  virtudes,  dando  orden 
en  todo  lo  que  conviene.  Y  según  este  oficio  general  trataremos 
aquí  de  algunos  actos  que  á  ella  pertenescen.  Porque  primera- 
mente á  la  prudencia  pertenesce  (presupuesta  la  fe  y  la  caridad) 
enderezar  todas  nuestras  obras  á  Dios  como  á  nuestro  último  fin, 
examinando  subtilmente  la  intención  que  tenemos  en  las  obras 
que  hacemos,  para  ver  si  buscamos  puramente  á  Dios,  ó  si  á  nos- 
otros: porque  la  naturaleza  del  amor  proprio,  como  dice  un  doctor, 
es  muy  subtil,  y  en  todas  las  cosas  busca  á  sí  mismo,  aun  en  los 
muy  altos  ejercicios. 

Prudencia  es  también  saber  tratar  con  los  prójimos,  para  que 
les  aprovechemos  y  no  escandalicemos.  Para  lo  cual  conviene 
prudentemente  tomar  el  pulso  á  la  condición  y  espíritu  de  cada 
uno  y  llevarlo  por  aquellos  medios  por  donde  pueda  ser  mejor 
encaminado. 

Prudencia  es  también  saber  sufi-ir  los  defectos  de  los  otros,  y 
dar  pasada  á  las  flaquezas  ajenas,  y  no  querer  descarnar  las  llagas 
hasta  el  hueso;  acordándose  que  todas  las  cosas  humanas  están 
compuestas  de  acto  y  potencia,  esto  es,  de  perfecto  y  imperfecto, 
y  que  no  puede  dejar  de  haber  infinitas  imperfecciones  y  defec- 
tos en  la  vida,  especialmente  después  de  aquella  gran  caída  de 
la  naturaleza  por  el  pecado.  De  donde,  así  como  dijo  Aristóte- 
les que  no  era  de  hombre  sabio  pedir  igual  certidumbre  y  ave- 
riguación en  todas  las  materias  (porque  unas  se  pueden  clara- 
mente averiguar,  y  otras  no)  así  tampoco  es  de  hombre  pruden- 
te pedir  que  todas  las  cosas  humanas  estén  tan  sentadas  por  nivel, 
que  no  haya  más  que  desear:  porque  unas  pueden  sufrir  esto,  y 
otras  no.  Y  el  que  pusiese  pies  en  pared  por  hacer  violentamente 
lo  contrario,  por  ventura  causaría  más  daño  con  los  medios  que 
para  esto  tomase,  que  provecho  con  el  fin  que  pretendiese,  aun- 
que saliese  con  él. 

Prudencia  es  también  conoscer  el  hombre  á  sí  mismo  y  tener 
muy  bien  entendido  todo  lo  que  hay  de  sus  puertas  adentro: 
conviene  saber,  todos  sus  resabios,  siniestros,  apetitos  y  malas 
inclinaciones,  y  finalmente  su  poco  saber  y  poca  virtud:  para  que 
no  presuma  de  sí  vanamente,  y  para  que  mejor  entienda  con 
qué  género  de  enemigos  ha  de  tener  guerra  continua,  hasta  aca- 
bar de  echarlos  fuera  de  la  tierra  de  promisión  (que  es  su  ánima) 
y  con  cuánta  solicitud  y  atención  le  conviene  velar  sobre  esto. 


42é  GUÍA  DE  PECADORES 


Prudencia  es  también  saber  gobernar  la  lengiía  conforme  á 
las  leyes  y  circunstancias  que  arriba  dijimos,  y  entender  muy 
bien  lo  que  se  debe  hablar  y  lo  que  se  debe  callar,  y  el  tiempo 
de  lo  uno  y  de  lo  otro:  porque  (como  dice  Salomón)  hay  tiempo 
de  hablar  y  tiempo  también  de  callar:  pues  nos  consta  que  en  la 
mesa  y  en  los  convites,  y  en  otras  cosas  semejantes,  con  mayor 
alabanza  calla  el  sabio,  que  habla. 

Prudencia  es  no  fiarse  de  todos,  ni  derramar  luego  todo  su 
espíritu  con  el  calor  de  la  plática,  ni  decir  luego  todo  lo  que  el 
hombre  siente  de  las  cosas:  pues  como  dice  el  Sabio  (i),  todo  su 
espíritu  derrama  el  nescio;  mas  el  sabio  detiénese  y  guarda  las 
cosas  para  adelante.  Mas  el  que  se  fía  de  quien  no  se  debía  fiar, 
siempre  vivirá  en  peligro  y  será  perpetuo  esclavo  de  quien  se  fió. 

Prudencia  es  saber  el  hombre  repararse  ante  de  los  peligros, 
y  sangrarse  en  sanidad,  y  oler  dende  lejos  la  guerra  que  se  pue- 
de levantar  en  tales  y  tales  negocios,  y  repararse  primero  con 
oraciones  y  consideraciones  para  lo  que  podrá  suceder.  Este  avi- 
so es  del  Eclesiástico  que  dice  (2):  Antes  que  venga  la  enferme- 
dad, apareja  la  medicina.  Por  lo  cual  cuando  fueres  á  fiestas,  á 
convites,  ó  á  tratar  con  hombres  rijosos  y  mal  acondicionados,  ó 
á  lugares  donde  se  puede  ofrecer  alguna  ocasión  ó  peligro,  siem- 
pre debes  ir  proveído  y  reparado  para  lo  que  podrá  suceder. 

Prudencia  es  también  saber  tratar  el  cuerpo  con  discreción  y 
templanza,  para  que  ni  lo  regalemos,  ni  lo  matemos;  ni  le  quite- 
mos lo  necesario,  ni  le  demos  lo  superfluo;  trayéndolo  castigado, 
y  no  casi  muerto:  para  que  ni  nos  falte  en  el  camino  por  flaque- 
za, ni  derribe  al  que  va  encima,  con  la  hartura  y  abundancia. 

Prudencia  es  también,  y  muy  grande,  saber  tomar  las  ocupa- 
ciones (por  honestas  que  sean)  con  templanza;  para  que  no  aho- 
guemos el  espíritu  con  el  demasiado  trabajo,  á  quien  todas  las 
cosas  (como  dice  Sant  Francisco  en  su  Regla)  deben  servir;  y 
para  que  de  tal  manera  nos  entreguemos  á  las  cosas  exteriores, 
que  no  perdamos  las  interiores;  y  así  entendamos  en  los  ejerci- 
cios del  amor  del  prójimo,  que  no  perdamos  los  del  amor  divino. 
Porque  si  los  Apóstoles  (3)  que  tanto  espíritu  y  suficiencia  tenían 
para  todo,  se  desembarazaron  de  algunas  cosas  menores  por  no 
faltar  en  las  mayores,  nadie  debe  presumir  tanto  de  sus  fuerzas, 


(i)     Prov.  XXIX.     (2)  Eccli.  XVIII.     (3)  Act.  VL 


LIBRO   lí.    CAPÍTULO  XV.  427 


que  píense  bastar  para  todo:  pues  es  cierto  que  por  la  mayor 
parte  aprieta  poco  quien  abarca  mucho. 

Prudencia  es  también  entender  las  artes  y  celadas  del  ene- 
migo, sus  entradas,  y  sus  salidas,  y  sus  reveses;  y  no  creer  á  todo 
espíritu,  ni  dejarse  vencer  de  cualquier  figura  de  bien;  pues  mu- 
chas veces  Satanás  se  transfigura  en  ángel  de  luz  y  trabaja  por 
engañar  siempre  á  los  buenos  con  especie  de  bien.  Y  por  esto 
de  ningún  peligro  nos  debemos  más  recatar,  que  de  aquel  que 
viene  con  máscara  de  virtud.  A  lo  menos  es  cierto  que  á  los 
muy  determinados  en  el  bien,  comúnmente  acomete  el  demonio 
por  esta  vía. 

Prudencia  es  también  saber  temer,  y  saber  acometer;  saber 
cuándo  es  ganancia  perder,  y  cuándo  es  pérdida  ganar;  y  sobre 
todo,  saber  despreciar  los  juicios  y  pareceres  del  mundo,  y  el 
decir  de  las  gentes,  y  los  ladridos  de  los  gozques  que  nunca  ce- 
san de  ladrar  sin  propósito,  acordándose  que  está  escripto  (i):  Si 
hiciese  caso  de  agradar  á  los  homxbres,  no  me  tendría  por  siervo 
de  Cristo.  Á  lo  menos  esto  es  cierto,  que  ninguna  mayor  locura 
puede  hacer  un  hombre,  que  regirse  por  una  bestia  de  tantas  ca- 
bezas como  es  el  vulgo,  que  ningún  tiento  ni  consideración  tiene 
en  lo  que  dice.  Bien  es  no  escandalizar  á  nadie  y  temer  donde 
hay  razón  de  temer,  y  bien  es  no  moverse  á  todos  vientos.  Pues 
hallar  medio  entre  estos  extremos,  oficio  es  de  prudencia  singular. 

De  la  prudencia  en  los  negocios. 
§.  IX. 


¡o  menos  se  requiere  prudencia  para  acertar  en  los  nego- 
cios y  no  caer  en  yerros  que  después  no  se  puedan  cu- 
rar sin  grandes  inconvenientes,  con  que  muchas  veces  se  pierde 
la  paz  de  la  consciencia  y  se  perturba  la  orden  de  la  vida.  Para 
lo  cual  podrán  algún  tanto  aprovechar  los  avisos  siguientes. 

El  primero  de  los  cuales  es  del  Sabio  que  dice  (2):  Tus  ojos 
estén  siempre  atentos  á  la  rectitud,  y  tus  párpados  miren  prime- 
ro los  pasos  que  has  de  dar.  Donde  nos  aconseja  que  no  nos 


(i)     Galat.  i.     (2)  Prov.  IV. 


428  GUÍA  DE  PECADORES 


arrojemos  inconsideradamente  á  las  cosas  que  se  han  de  hacer, 
sino  que  ante  toda  obra  preceda  maduro  consejo  y  deliberación. 
Para  lo  cual  hallo  ser  cinco  cosas  necesarias.  La  primera  enco- 
mendar á  nuestro  Señor  los  negocios.  La  segunda  pensarlos  primero 
muy  bien  pensados  con  toda  atención  y  discreción,  mirando  no  sola- 
mente la  sustancia  de  la  obra,  sino  también  todas  las  circunstan- 
cias della;  porque  una  sola  que  falte,  basta  para  condenación  de 
todo  lo  que  se  hace.  Porque  aunque  sea  muy  acabada  la  obra  y 
muy  bien  circunstancionada,  sólo  hacerse  sin  tiempo  basta  para  po- 
ner mácula  en  ella.  La  tercera  tomar  consejo  y  tratar  con  otros 
lo  que  se  ha  de  hacer:  mas  éstos  sean  pocos  y  muy  escogidos, 
porque  aunque  es  provechoso  oir  los  pareceres  de  todos  para  ven- 
tilar la  causa,  pero  la  determinación  ha  de  ser  de  pocos,  para  no 
errar  en  la  sentencia.  La  cuarta  y  muy  necesaria  es  dar  tiempo  á 
la  deliberación  y  dejar  madurar  el  consejo  por  algunos  días:  por- 
que así  como  se  conocen  mejor  las  personas  con  la  comunicación 
de  muchos  días,  así  también  lo  hacen  los  consejos.  Muchas  veces 
una  persona  á  las  primeras  entradas  paresce  uno,  y  después 
descubre  otro;  y  así  lo  hacen  á  veces  los  consejos  y  determina- 
ciones; que  lo  que  á  los  principios  agradaba,  después  de  bien  con- 
siderado viene  á  desagradar.  La  quinta  cosa  es  guardarse  de  cua- 
tro madrastras  que  tiene  la  virtud  de  la  prudencia,  que  son  pre- 
cipitación, pasión,  obstinación  en  el  proprio  parecer,  y  repunta 
de  vanidad.  Porque  la  precipitación  no  delibera,  la  pasión  ciega, 
la  obstinación  cierra  la  puerta  al  buen  consejo,  y  la  vanidad  (do 
quiere  que  entreviene)  todo  lo  tizna. 

Á  esta  misma  virtud  pertenece  huir  siempre  los  extremos,  y 
ponerse  en  el  medio:  porque  la  virtud  y  la  verdad  huyen  siem- 
pre de  los  extremos,  y  ponen  su  silla  en  este  lugar.  Por  donde  ni 
todo  lo  condenes,  ni  todo  lo  justifiques;  ni  todo  lo  niegues,  ni  to- 
do lo  concedas;  ni  todo  lo  creas,  ni  todo  lo  dejes  de  creer;  ni  por 
la  culpa  de  pocos  condenes  á  muchos,  ni  por  la  sanctidad  de  al- 
gunos apruebes  á  todos:  sino  en  todo  mira  siempre  el  fiel  de  la 
razón,  y  no  te  dejes  llevar  del  ímpetu  de  la  pasión  á  los  ex- 
tremos. 

Regla  es  también  de  prudencia  no  mirar  á  la  antigüedad  y 
novedad  de  las  cosas  para  aprobarlas  ó  condenarlas:  porque  mu- 
chas cosas  hay  muy  acostumbradas  y  muy  malas,  y  otras  hay 
muy  nuevas  y  muy  buenas,  y  ni  la  vejez  es  parte  para  justificar 


LIBRO  11.   CAPÍTULO   XV.  429 


lo  malo,  ni  la  novedad  lo  debe  ser  para  condenar  lo  bueno:  sino 
en  todo  y  por  todo  hinca  los  ojos  en  los  méritos  de  las  cosas,  y  no 
en  los  años.  Porque  el  vicio  ninguna  cosa  gana  por  ser  antiguo, 
sino  ser  más  incurable;  y  la  virtud  ninguna  cosa  pierde  por  ser 
nueva,  sino  ser  menos  conoscida. 

Regla  es  también  de  prudencia  no  engañarse  con  la  figura  y 
aparencia  de  las  cosas,  para  arrojarse  luego  á  dar  sentencia  sobre 
ellas;  porque  ni  es  oro  todo  lo  que  reluce,  ni  bueno  todo  lo  que 
parece  bien;  y  muchas  veces  debajo  de  la  miel  hay  hiél,  y  debajo 
de  las  flores  espinas.  Acuérdate  que  dice  Aristóteles  que  algunas 
veces  tiene  la  mentira  más  aparencia  de  verdad  que  la  misma 
verdad;  y  así  también  podrá  acaescer  que  el  mal  tenga  más  apa- 
rencia de  bien  que  el  mismo  bien. 

Sobre  todo  esto  debes  asentar  en  tu  corazón  que  así  como  la 
gravedad  y  peso  en  las  cosas  es  compañera  de  la  prudencia,  así 
la  facilidad  y  liviandad  lo  es  de  la  locura.  Por  lo  cual  debes  estar 
muy  avisado  no  seas  fácil  en  estas  seis  cosas,  conviene  saber: 

1.  en  creer, 

2.  en  conceder, 

3.  en  prometer, 

4.  en  determinar, 

5.  en  conversar  livianamente  con  los  hombres 

6.  y  mucho  menos  en  la  ira. 

Porque  en  todas  estas  cosas  hay  conoscido  peligro  en  ser  el 
hombre  fácil  y  ligero  para  ellas.  Porque  creer  Hgeramente  es  li- 
viandad de  corazón;  prometerfácilmente  es  perder  la  libertad;  con- 
ceder fácilmente  es  tener  de  qué  arrepentirse;  determinar  fácil- 
mente es  ponerse  á  peligro  de  errar,  como  hizo  David  en  la  causa 
de  Mifiboset  (i);  facilidad  en  la  conversación  es  causa  de  menos- 
precio, y  faciUdad  en  la  ira  es  manifiesto  indicio  de  locura.  Porque 
escripto  está  (2)  que  el  hombre  que  sabe  sufrir,  sabrá  gobernar 
su  vida  con  mucha  prudencia;  mas  el  que  no  sabe  sufrir,  no  podrá 
dejar  de  hacer  grandes  locuras. 


(i)     II  Reg.   ly.     (2)  Prov.  XIV. 


430  GUÍA  DE  PECADORES 


De  algunos  medios  por  donde  se  alcanza  esta  virtud. 

§.  X. 


ARA  alcanzar  esta  virtud  (entre  otros  medios)  aprovecha 
\  mucho  la  experiencia  de  los  yerros  pasados,  y  también 


de  los  acertamientos  y  buenos  sucesos  así  proprios  como  ajenos; 
porque  de  aquí  se  toman  ordinariamente  muchos  avisos  y  reglas 
de  prudencia.  Y  por  la  misma  razón  se  dice  que  la  memoria  de 
lo  pasado  es  muy  familiar  ayudadora  y  maestra  de  la  prudencia, 
y  que  el  día  presente  es  discípulo  del  pasado,  pues  como  dice 
Salomón  (i),  lo  que  será  es  lo  que  fué,  y  lo  que  fué  es  lo  que 
será.  Y  por  esto,  por  lo  pasado  podremos  juzgar  lo  presente,  y 
por  lo  presente  lo  pasado. 

Mas  sobre  todo  ayuda  para  alcanzar  esta  virtud  la  profunda 
y  verdadera  humildad  de  corazón,  así  como  la  que  más  la  impide 
es  la  soberbia,  porque  escripto  está  que  donde  está  la  humildad, 
ahí  está  la  sabiduría  (2).  Y  demás  de  esto  todas  las  Escripturas 
claman  que  Dios  enseña  á  los  humildes,  y  que  es  maestro  de  los 
pequeñuelos,  y  que  á  ellos  comunica  sus  secretos.  Mas  con  todo 
esto  no  ha  de  ser  tal  la  humildad  que  se  rinda  á  cualesquier  pa- 
receres y  se  deje  llevar  de  todos  vientos;  porque  ésta  ya  no  se- 
ría humildad,  sino  instabilidad  y  flaqueza  de  corazón.  En  lo  cual 
quiso  proveer  el  Sabio  cuando  dijo  (3):  No  quieras  ser  humilde 
en  tu  sabiduría:  dando  á  entender  que  en  las  verdades  que  tiene 
el  hombre  con  justos  y  católicos  fundamentos  asentadas,  ha  de  ser 
constante  y  no  se  ha  de  mover  á  lumbre  de  pajas  (como  hacen 
algunos  flacos)  ni  dejarse  llevar  de  cualesquier  pareceres. 

Lo  último  que  ayuda  á  alcanzar  esta  virtud  es  la  humilde  y 
devota  oración,  porque  como  uno  de  los  principales  oficios  del 
Espíritu  Sancto  sea  alumbrar  el  entendimiento  con  el  don  de  la 
sciencia,  sabiduría,  consejo  y  entendimiento,  cuanto  el  hombre 
con  mayor  devoción  y  humildad  se  presentare  delante  del  con 
corazón  de  discípulo  y  de  niño,  tanto  será  mas  claramente  ense- 
ñado y  lleno  destos  dones  celestiales. 


\i)    Eccles.  I.     (2)  Prov.  XI.     (3)  Eccli.  XIII. 


LIBRO   II.   CAPÍTULO  XV.  43  I 


Mucho  nos  habernos  alargado  en  tratar  de  esta  virtud:  por- 
que como  ella  sea  la  guía  de  todas  las  otras,  era  necesario  pro- 
curar que  la  guía  no  fuese  ciega,  porque  no  quedase  á  escuras 
y  sin  ojos  todo  el  cuerpo  de  las  virtudes.  Y  porque  todo  esto  sirve 
para  justificar  y  ordenar  el  hombre  para  consigo  mismo  (que  es 
la  primera  parte  de  justicia  que  arriba  pusimos)  será  bien  que  di- 
gamos ya  de  la  segunda,  que  nos  ordena  para  con  el  prójimo. 


DE  LO  QUE  EL  HOMBRE   DEBE    HACER  PARA  CON  EL  PRÓJIMO. 

CAPITULO  XVI. 


'  A  segunda  parte  de  justicia  es  hacer  el  hombre  lo  que 
debe  para  con  sus  prójimos:  que  es  usar  con  ellos  de 
aquella  caridad  y  misericordia  que  Dios  nos  manda. 
Qué  tan  principal  sea  esta  parte,  y  cuánto  nos  sea  encomendada 
en  las  Escripturas  divinas  (que  son  los  maestros  y  adalides  de 
nuestra  vida)  no  lo  podrá  creer  sino  quien  las  hobiere  leído.  Lee 
los  Profetas,  lee  los  Evangelios,  lee  las  Epístolas  sagradas,  y  ve- 
rás tan  encarecido  este  negocio,  que  te  pondrá  admiración.  En 
Isaías  pone  Dios  una  muy  principal  parte  de  justicia  en  la  cari- 
dad y  buen  tratamiento  de  los  prójimos.  Y  así  cuando  los  judíos 
se  quejaban  (i)  diciendo:  ^Porqué,  Señor,  ayunamos,  y  no  mi- 
raste nuestros  ayunos;  afligimos  nuestras  ánimas,  y  no  heciste 
caso  dello?  respóndeles  Dios:  Porque  en  el  día  del  ayuno  vivís 
á  vuestra  voluntad,  y  no  á  la  mía;  y  apretáis  y  fatigáis  á  todos 
vuestros  deudores.  Ayunáis,  mas  no  de  pleitos  y  contiendas,  ni 
de  hacer  mal  á  vuestros  prójimos.  No  es,  pues,  ése  el  ayuno  que 
me  agrada,  sino  éste:  Rompe  las  escripturas  y  contratos  usurarios; 
quita  de  encima  de  los  pobres  las  cargas  con  que  los  tienes  ©pre- 
sos; deja  en  su  libertad  á  los  afligidos  y  necesitados,  y  sácalos 
del  yugo  que  tienes  puesto  sobre  ellos;  de  un  pan  que  tuvieres, 
parte  el  medio  con  el  pobre,  y  acoge  á  los  necesitados  y  pere- 
grinos en  tu  casa.  Y  cuando  esto  hicieres,  y  abrieres  tus  entrañas 
al  necesitado,  y  le  socorrieres  y  dieres  hartura,  entonces  te  haré 
tales  y  tales  bienes:  los  cuales  prosigue  muy  copiosamente  hasta 
el  fin  deste  capítulo.  Ves  aquí  pues,  hermano,  en  qué  puso  Dios 
una  gran  parte  de  la  verdadera  justicia,  y  cuan  piadosamente  qui- 
so que  nos  hubiésemos  con  nuestros  prójimos  en  esta  parte. 

Pues  ¿qué  diré  del  apóstol  Sant  Pablo?  ¿En  cuál  de  sus  Epís- 
tolas no  es  ésta  la  mayor  de  sus  encomiendas?  ¡Qué  alabanzas 


(ij     Isai.  LVIII, 


Libro  ii.  capítulo  xvr.  433 


predica  de  la  caridad !  ¡  cuánto  la  engrandece !  ¡  cuan  por  menudo 
cuenta  todas  sus  excelencias!  ¡cómo  la  antepone  á  todas  las  otras 
virtudes,  diciendo  que  ella  es  el  más  excelente  camino  que  hay 
para  irá  Dios!  Y  no  contento  con  esto,  en  un  lugar  dice  que  la 
caridad  es  v'ínculo  de  perfección;  en  otro  dice  (i)  que  es  fin  de 
todos  los  mandamientos;  en  otro  (2)  que  el  que  ama  á  su  prójimo 
tiene  cumplida  la  ley.  Pues  ¿qué  mayores  alabanzas  se  podían 
esperar  de  una  virtud  que  éstas?  ¿Cuál  es  el  hombre  deseoso  de 
saber  con  qué  género  de  obras  agradará  á  Dios,  que  no  quede 
admirado  y  enamorado  desta  virtud,  y  determinado  de  ordenar  y 
enderezar  todas  sus  obras  á  ella? 

Pues  aun  queda  sobre  todo  esto  la  Canónica  de  aquel  tan 
grande  amado  y  amador  de  Cristo  S.  Jum  Evangelista,  en  la 
cual  ninguna  cosa  más  repite,  ni  más  encaresce,  ni  más  enco- 
mienda que  esta  virtud.  Y  lo  que  hizo  en  esta  Epístola,  eso  mis- 
mo dice  su  historia  que  hacía  toda  la  vida.  Y  preguntado  por 
qué  tantas  veces  repetía  esta  sentencia,  respondió  que  porque 
si   ésta  debidamente  se  cumpliese,  bastaba  para  nuestra  salud. 

De  los  oficios  de  la  caridad. 
§.I. 


I EGÚN  esto,  el  que  de  veras  desea  acertar  á  contentar  á 
Dios,  entienda  que  una  de  las  cosas  más  principales  que 
para  esto  sirve,  es  el  cumplimiento  deste  mandamiento  de  amor, 
Con  tanto  que  este  amor  no  sea  desnudo  y  seco,  sino  acompa- 
ñado de  todos  los  efectos  y  obras  que  del  verdadero  amor  se 
suelen  seguir:  porque  de  otra  manera  no  merecería  nombre 
de  amor,  como  lo  significó  el  mismo  Evangelista  cuando  dijo: 
Si  alguno  tuviere  de  los  bienes  deste  mundo,  y  viendo  á  su  pró- 
jimo en  necesidad  no  le  socorre,  ¿  cómo  está  la  caridad  de  Dios 
en  él?  Hijuelos,  no  amemos  con  solas  palabras,  sino  con  obras 
y  con  verdad.  Según  esto,  debajo  deste  nombre  de  amor  (entre 
otras  muchas  obras)  se  encierran  señaladameate  estas  seis,  con- 
viene saber:  amar,  aconsejar,  socorrer,  sufrir,  perdonar   y  edifi- 


(0    I  Tim   I.     (2)  Rom.   XIII. 

OBR^S  DK  GRANADA  |^>»t^ 


434  GUÍA  DÉ  PECADORES 


car.  Las  cuales  obras  tienen  tal  conexión  con  la  caridad,  que  el 
que  más  tuviere  dellas,  tendrá  más  caridad,  y  el  que  menos, 
menos.  Porque  algunos  dicen  que  aman,  y  no  pasa  más  adelan- 
te este  amor.  Otros  aman,  y  ayudan  con  avisos  y  buenos  con- 
sejos: mas  no  echarán  raano  á  la  bolsa,  ni  abrirán  el  arca  para 
socorreros.  Otros  aman,  y  avisan,  y  socorren  con  lo  que  tie- 
nen: mas  no  sufren  con  paciencia  las  injurias,  ni  las  flaquezas 
ajenas,  ni  cumplen  con  aquel  consejo  del  Apóstol,  que  dice: 
Llevad  cada  uno  la  carga  del  otro,  y  así  cumpliréis  la  ley  de 
Cristo.  Otros,  ya  que  sufren  las  injurias  con  paciencia,  no  las  per- 
donan con  misericordia:  y  aunque  dentro  del  corazón  no  tienen 
odio,  no  quieren  mostrar  buena  cara  en  lo  de  fuera.  Éstos,  aun- 
que aciertan  en  lo  primero,  todavía  desfallecen  en  lo  segundo, 
y  no  llegan  á  la  perfección  de  esta  virtud.  Otros  hay  que  tie- 
nen todo  esto:  mas  no  edifican  á  sus  prójimos  con  palabras  y 
ejemplos:  que  es  uno  de  los  más  altos  oficios  de  la  caridad.  Pues 
según  esta  orden  podrá  cada  uno  examinar  cuánto  tiene  y  cuán- 
to le  falta  de  la  perfección  de  esta  virtud.  Porque  el  que  ama, 
podemos  decir  que  está  en  el  primer  grado  de  caridad:  el  que 
ama  y  aconseja,  en  el  segundo:  el  que  ayuda,  en  el  tercero:  el 
que  sufre,  en  el  cuarto:  el  que  perdona  y  sufre,  en  el  quinto:  y  el 
que  sobre  todo  esto  edifica  con  sus  palabras  y  buena  vida,  que 
es  oficio  de  varones  perfectos  y  apostólicos,  en  el  postrero. 

Estos  son  los  actos  positivos  ó  afirmativos  que  encierra  en  sí 
la  caridad:  en  que  se  declara  lo  que  debemos  hacer  con  el  pró- 
jimo. Hay  otros  negativos,  donde  se  declara  lo  que  no  debemos 
hacer,  que  son:  No  juzgar  á  nadie:  no  decir  mal  de  nadie:  no 
tocar  en  la  hacienda,  ni  en  la  honra,  ni  en  la  mujer  de  nadie: 
no  escandalizar  con  palabras  injuriosas,  ni  descorteses,  ni  des- 
entonadas á  nadie,  y  mucho  menos  con  malos  ejemplos  y  con- 
sejos. Quienquiera  que  esto  hiciere,  cumplirá  enteramente  con 
todo  lo  que  nos  pide  la  perfección  deste  divino  mandamiento. 

Y  si  de  todo  esto  quieres  tener  particular  memoria  y  com- 
prenherlo  en  una  palabra,  trabaja  por  tener  (como  ya  dijimos) 
para  con  el  prójimo  corazón  de  madre,  y  así  podrás  cumplir  en- 
teramente con  todo  lo  susodicho.  Mira  de  la  manera  que  una 
buena  y  cuerda  madre  ama  á  su  hijo:  cómo  le  avisa  en  sus  peli- 
gros, cómo  le  acude  en  sus  necesidades,  cómo  lleva  todas  sus 
faltas,  unas  veces  sufriéndolas  con  paciencia,  otras  castigándolas 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO   XVI.  435 


con  justicia,  otras  disimulándolas  y  tapándolas  con  prudencia: 
porque  de  todas  estas  virtudes  se  sirve  la  caridad,  como  reina 
y  madre  de  las  virtudes.  Mira  cómo  se  goza  de  sus  bienes:  có- 
mo le  pesa  de  sus  males:  cómo  los  tiene  y  los  siente  por  suyos 
proprios:  cuan  grande  celo  tiene  de  su  honra  y  de  su  provecho: 
con  qué  devoción  ruega  siempre  á  Dios  por  él,  y  finalmente 
cuánto  más  cuidado  tiene  del  que  de  sí  misma,  y  cómo  es  cruel 
para  sí,  por  ser  piadosa  para  con  él.  Y  si  tú  pudieres  arribar  á 
tener  esta  manera  de  corazón  para  con  el  prójimo,  habrás  llega- 
do á  la  perfección  de  la  caridad:  y  ya  que  no  puedas  llegar 
aquí,  á  lo  menos  esto  debes  tener  por  blanco  de  tu  deseo,  y  á 
esto  debes  siempre  enderezar  tu  vida:  porque  mientras  más  alto 
pretendieres  subir,  menos  bajo  quedarás. 

Y  si  rae  preguntas  cómo  podré  yo  llegar  á  tener  esa  manera 
de  corazón  para  con  un  extraño,  á  esto  respondo  que  no  has  de 
mirar  tú  al  prójimo  como  á  extraño,  sino  como  á  imagen  de 
Dios,  como  á  obra  de  sus  manos,  como  á  hijo  suyo  y  como  á 
miembro  vivo  de  Cristo:  pues  tantas  veces  nos  predica  S.  Pablo 
que  todos  somos  miembros  de  Cristo,  y  que  por  eso  pecar  con- 
tra el  prójimo  es  pecar  contra  Cristo,  y  hacer  bien  al  prójimo 
es  hacer  bien  á  Cristo.  De  suerte  que  no  has  de  mirar  al  próji- 
mo como  á  hombre,  ni  como  á  tal  hombre,  sino  como  al  mismo 
Cristo,  ó  como  á  miembro  vivo  de  este  Señor:  y  dado  que  no  lo 
sea  cuanto  á  la  materia  del  cuerpo,  ¿  qué  hace  eso  al  caso,  pues 
lo  es  cuanto  á  la  participación  de  su  espíritu  y  cuanto  á  la  gran- 
deza del  galardón,  pues  Él  dice  que  así  le  pagará  este  bene- 
ficio como  si  Él  lo  recibiera  ? 

Considera  también  todas  aquellas  encomiendas  y  encares- 
cimientos  que  arriba  pusimos  de  la  excelencia  desta  virtud,  y  de 
lo  mucho  que  por  el  mismo  Señor  nos  es  encomendada:  porque 
si  hay  en  ti  deseo  vivo  de  agradar  á  Dios,  no  podrás  dejar  de 
procurar  con  suma  diligencia  una  cosa  que  tanto  le  agrada.  Mira 
también  el  amor  que  tienen  entre  sí  parientes  con  parientes 
sólo  por  comunicar  en  un  poco  de  carne  y  de  sangre,  y  aver- 
güénzate que  no  pueda  más  en  ti  la  gracia  que  la  naturaleza,  y 
la  unión  del  espíritu  que  la  de  la  carne.  Si  dices  que  ahí  se 
halla  unión  y  participación  en  una  misma  raíz  y  en  una  misma 
sangre,  que  es  común  á  entrambos:  mira  cuánto  más  nobles  son 
las  uniones  que  el  Apóstol  pone  entre  los  fieles,  pues  todos  tia- 


43^  GUÍA  DE  PECADORES 


nen  un  padre,  una  madre,  un  señor,  un  baptisrao,  una  fe,  una 
esperanza,  un  mantenimiento  y  un  mismo  espíritu  qne  les  da 
vida.  Todos  tienen  un  padre,  que  es  Dios:  una  madre,  que  es 
la  Iglesia:  un  señor,  que  es  Cristo;  una  fe,  que  es  una  lumbre  so- 
brenatural en  que  todos  comunicamos  y  nos  diferenciamos  de 
todas  las  otras  gentes:  una  esperanza,  que  es  una  misma  here- 
dad de  gloria,  en  la  cual  seremos  todos  una  ánima  y  un  cora- 
zón: un  baptismo,  donde  todos  fuimos  adoptados  por  hijos  de  un 
mismo  padre  y  hechos  hermanos  unos  con  otros:  un  mismo 
mantenimiento,  que  es  el  Santísimo  Sacramento  del  cuerpo  de 
Cristo,  con  que  todos  somos  uñidos  y  hechos  una  misma  cosa 
con  Él,  así  como  de  muchos  granos  de  trigo  se  hace  un  pan,  y 
de  muchos  granos  de  uvas  un  solo  vino.  Y  sobre  todo  esto  par- 
ticipamos un  mismo  espíritu  (que  es  el  Espíritu  Sancto)  el  cual 
mora  en  todas  las  ánimas  de  los  fieles,  ó  por  fe,  ó  por  fe  y  gra- 
cia juntamente,  y  los  anima  y  sustenta  en  esta  vida.  Pues  si  los 
miembros  de  un  cuerpo  (aunque  tengan  diversos  oficios  y  figu- 
ras entre  sí)  se  aman  tanto,  por  ser  todos  animados  con  una 
misma  ánima  racional,  ¿cuánto  mayor  razón  será  que  se  amen 
los  fieles  entre  sí,  pues  todos  son  animados  con  este  Espíritu  di- 
vino, que  cuanto  es  más  noble,  tanto  es  más  poderoso  para  cau- 
sar mayor  unidad  en  las  cosas  donde  está?  Pues  si  sola  la  uni- 
dad de  carne  y  de  sangre  basta  para  causar  tan  grande  amor 
entre  parientes,  ¿cuánto  más  todas  estas  unidades  y  comunica- 
ciones tan  grandes? 

Sobre  todo  esto  pon  los  ojos  en  aquel  único  y  singular  ejem- 
plo de  amor  que  Cristo  nos  tuvo:  el  cual  nos  amó  tan  fuerte- 
mente, tan  dulcemente,  tan  graciosamente,  tan  perseverante- 
mente  y  tan  sin  interese  suyo  ni  merescimiento  nuestro:  para  que 
esforzado  tú  con  este  tan  notable  ejemplo  y  obligado  con  tan 
grande  beneficio,  te  dispongas  según  tu  posibilidad  á  amar  al 
prójimo  desta  manera,  para  que  así  cumplas  fielmente  aquel 
mandamiento  que  este  Señor  te  dejó  tan  encomendado  á  la  sa- 
lida deste  mundo  cuando  dijo:  Éste  es  mi  mandamiento,  que  os 
améis  unos  á  otros,  así  como  Yo  os  amé.  Quien  demás  de  lo  di- 
cho quisiere  saber  qué  tan  grande  sea  la  virtud  de  la  limosna  y 
misericordia  para  con  el  prójimo  y  cuántas  las  excelencias  de- 
llas,  lea  un  tratado  que  desta  materia  hallará  escripto  al  fin  de 
nuestro  Libro  de  la  Oración  y  Meditación. 


DE   LO    QUE   EL    HOMBRE   DEBE   HACER  PARA   CON    DIOS. 

CAPÍTULO  xvn. 


ICHO  ya  de  lo  que  debemos  hacer  para  con  nosotros 
y  con  nuestros  prójimos,  digamos  agora  de  lo  que 
debemos  hacer  para  con  Dios,  que  es  la  principal  y 
la  más  alta  parte  de  justicia  que  hay:  á  la  cual  sirven  aquellas 
tres  virtudes  teologales,  fe,  esperanza  y  caridad,  que  tienen  por 
objecto  á  Dios,  y  la  virtud  que  los  teólogos  llaman  religión,  que 
tiene  por  objecto  el  culto  de  Dios. 

Pues  con  todas  las  obligaciones  que  debajo  de  todas  estas 
virtudes  se  comprehenden,  cumplirá  el  hombre  enteramente,  si 
llegare  á  tener  para  con  Dios  el  corazón  que  tiene  un  buen  hijo 
para  con  su  padre.  De  suerte  que  así  como  cumple  consigo 
quien  para  consigo  tiene  corazón  de  buen  juez,  y  con  el  próji- 
mo quien  para  con  él  tiene  corazón  de  madre  (como  ya  dijimos) 
así  también  en  su  manera  cumplirá  con  Dios  quien  tuviere  co- 
razón de  hijo  para  con  Él,  pues  uno  de  los  principales  oficios  del 
espíritu    de  Cristo   es  darnos  esta  manera  de  corazón  para  con 

Dios. 

Considera,  pues,  agora  diligentemente  el  corazón  que  tiene 
un  buen  hijo  para  con  su  padre:  qué  amor  le  tiene,  qué  temor  y 
reverencia,  qué  obediencia,  qué  celo  de  su  honra,  cuan  sin  in- 
terese le  sirve,  cuan  confiadamente  acude  á  él  en  todas  sus  ne- 
cesidades, cuan  húmilmente  sufre  sus  reprehensiones  y  castigos 
con  todo  lo  demás:  y  ten  tú  este  mismo  corazón  para  con  Dios, 
y  habrás  cumplido  enteramente  con  esta  parte  de  justicia. 

Pues  para  tener  este  corazón,  nueve  virtudes  principalmente 
me  parecen  ser  necesarias,  entre  las  cuales  la  primera  y  la  más 
principal  es  amor,  la  segunda  temor  y  reverencia,  la  tercera 
confianza,  la  cuarta  celo  de  honra  divina,  la  quinta  pureza  de 
intención  en  las  obras  de  su  servicio,  la  sexta  oración  y  recurso 
á  Él  en  todas  las  necesidades,  la  séptima  agradescimiento   á  sus 


43S  GUÍA  DE  PECADORES 


beneficios,  la  octava  obediencia  y  conformidad  entera  con  su 
sancta  voluntad,  y  la  nona  humildad  y  paciencia  en  todos  los 
azotes  y  trabajos  que  nos  enviare, 

§■  I. 

Según  esta  orden,  la  primera  cosa  y  más  principal  que  de- 
bemos hacer,  es  amar  este  Señor  así  como  Él  lo  manda,  que  es 
con  todo  corazón,  con  toda  nuestra  ánima  y  con  todas  nuestras 
fuerzas.  De  suerte  que  todo  cuanto  hay  en  el  hombre  (cada  co- 
sa en  su  manera)  ame  y  sirva  á  este  Señor:  el  entendimiento 
pensando  en  Él,  la  voluntad  amándole,  los  afectos  inclinándose 
á  lo  que  pide  su  amor,  y  las  fuerzas  de  todos  los  miembros  y 
sentidos  empleándose  en  ejecutar  todo  lo  que  ordenare  este 
amor.  Y  porque  desta  materia  hay  un  tratado  entero  en  la  se- 
gunda parte  de  nuestro  Memorial  de  Vida  Cristiana,  ahí  podrá 
ver  lo  que  quisiere  della  el  estudioso  lector. 

La  segunda  cosa  que  después  deste  sancto  amor  se  requie- 
re, es  temor:  el  cual  procede  deste  mismo  amor.  Porque  cuan- 
to más  amáis  una  persona,  tanto  más  teméis,  no  sólo  perderla, 
sino  también  enojarla,  como  vemos  que  lo  hace  el  buen  hijo  pa- 
ra con  su  padre,  y  la  buena  mujer  para  con  su  marido,  que  cuan- 
to más  le  quiere,  tanto  más  trabaja  porque  no  haya  en  su  casa 
cosa  que  le  pueda  dar  pena.  Este  temor  es  guarda  de  la  ino- 
cencia, y  por  esto  conviene  que  esté  muy  profundamente  arrai- 
gado en  nuestra  ánima,  según  que  lo  pedía  el  profeta  David 
cuando  decía  (i):  Traspasa,  Señor,  mis  carnes  con  tu  temor,  por- 
que de  tus  juicios  temí.  De  manera  que  no  se  contentaba  este 
sancto  rey  con  tener  el  temor  de  Dios  arraigado  en  su  ánima, 
sino  quería  también  tener  traspasadas  con  él  su  carne  y  sus  en- 
trañas: para  que  este  tan  grande  sentimiento  le  fuese  como  un 
clavo  hincado  en  el  corazón,  que  le  sirviese  de  perpetuo  me- 
morial y  despertador  para  no  desmandarse  en  cosa  con  que 
ofendiese  los  ojos  de  quien  así  temía.  Por  lo  cual  con  mucha 
razón  se  dice  que  el  temor  del  Señor  echa  fuera  el  pecado  (2): 
porque  cuando  se  teme  mucho  la  persona,  natural  cosa  es  te- 
merse mucho  la  ofensa  della. 


(O     Psalm.  CXVIII,     (2)  Eccli.  I. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XVII.  4^.) 


A  este  mipmo  temor  pertenesce  temer,  no  sólo  las  malas 
obras,  sino  también  las  buenas,  si  por  ventura  no  van  tan  puras 
y  tan  bien  circunstancionadas  como  sería  razón,  por  donde  lo 
que  de  su  naturaleza  es  bueno,  por  culpa  nuestra  deje  de  serlo. 
Por  lo  cual  dice  Sant  Gregorio  que  de  buenas  ánimas  es  temer 
culpa  donde  culpa  no  es:  como  muestra  que  la  tenía  el  sancto 
Job  cuando  decía  (i):  Temía  yo,  Señor,  todas  las  obras  que  ha- 
cía, sabiendo  que  no  disimulas  el  castigo  de  lo  mal  hecho.  A 
este  mismo  temor  pertenesce  que  cuando  estuviéremos  en  los 
oficios  divinos  y  en  las  iglesias  (mayormente  donde  está  el 
Sanctísimo  Sacramento)  estemos  allí,  no  parlando,  ni  paseando, 
ni  derramando  los  ojos  á  diversas  partes  (como  hacen  muchos) 
sino  con  grande  temor  y  acatamiento  de  aquella  Imperial  Ma- 
jestad ante  quien  estamos,  la  cual  por  una  especial  manera  asis- 
te en  aquel  lugar.  Estas  y  otras  cosas  tales  pertenescen  á  este 
sancto  temor.  Y  si  me  pregimtares  cómo  este  sancto  afecto  se 
críe  en  nuestras  ánimas,  á  esto  digo  que  la  principal  raíz  de  do 
procede,  es  el  amor  de  Dios  (como  arriba  tocamos)  después  de 
la  cual  también  sirve  en  su  manera  para  esto  el  temor  servil, 
que  es  principio  del  filial,  y  así  lo  introduce  en  el  ánima,  como 
la  seda  al  hilo  con  que  se  cose  el  zapato.  Y  demás  desto  ayuda 
mucho  á  criar  y  acrescentar  este  sancto  afecto  la  consideración 
destas  cuatro  cosas:  conviene  saber,  la  alteza  de  la  divina  Ma- 
jestad, la  profundidad  de  sus  juicios,  la  grandeza  de  su  justicia, 
la  muchedumbre  de  nuestros  pecados,  y  especialmente  la  re- 
sistencia que  hacemos  á  las  inspiraciones  divinas.  Por  lo  cual  se- 
rá bien  algunas  veces  ocupar  nuestro  corazón  en  la  considera- 
ción destas  cuatro  cosas:  porque  ella  es  la  que  sirve  para  criar 
y  fomentar  en  nuestras  ánimas  este  sancto  afecto:  de  lo  cual 
tratamos  más  á  la  larga  en  el  capítulo  XXVIII  del  libro  pasado. 

§.  II. 

La  tercera  virtud  que  para  esto  nos  sirve,  es  la  confianza:  esto 
es,  que  así  como  un  hijo  en  todas  las  tribulaciones  y  necesidades 
que  se  le  ofrescen  (si  tiene  el  padre  rico  y  poderoso)  está  muy 
confiado  que  no  le  ha  de  faltar  el  socorro  y  providencia  de  su 
padre,  así  el  hombre  ha  de  tener  en  esta  parte  un  corazón  tan  de 

(i)    Job.  IX. 


440  GUÍA  DE  PECADORES 


hijo  para  con  Dios,  que  considerando  cómo  tiene  por  padrea  Aquél 
en  cuyas  manos  está  todo  el  poder  del  cielo  y  de  la  tierra,  esté 
confiado  en  todas  las  tribulaciones  que  se  le  ofrescieren,  que 
volviéndose  á  Él  y  confiando  en  su  misericordia,  le  sacará  de 
aquel  trabajo,  ó  lo  enderezará  para  mayor  bien  y  provecho  su)''o. 
Porque  si  esta  manera  de  confianza  tiene  un  hijo  en  su  padre,  y 
con  ella  duerme  seguro:  ¿cuánto  más  se  debe  tener  en  Aquél  que 
es  más  padre  que  todos  los  padres  y  m.ás  rico  que  todos  los  ri- 
cos? Y  si  dijeres  que  la  falta  de  servicios  y  merescimientos  y  la 
muchedumbre  de  los  pecados  de  la  vida  pasada  te  hace  desma- 
)^ar,  el  rem.edio  es  no  mirar  por  entonces  á  esto,  sino  mirar  á  Dios, 
y  mirar  á  su  Hijo,  nuestro  único  Salvador  y  medianero,  para  co- 
brar esfuerzo  en  Él.  De  donde  así  como  los  que  pasan  un  río  im- 
petuoso (cuando  se  les  desvanesce  la  cabeza  con  la  fuerza  de  la 
corriente)  les  damos  voces  y  decimos  que  no  miren  á  las  aguas, 
que  desvanescen,  sino  que  alcen  los  ojos  á  lo  alto  y  caminarán 
seguros:  así  también  se  debe  aconsejar  á  los  flacos  en  estaparte, 
avisándoles  que  no  miren  por  entonces  á  sí  ni  á  sus  pecados 
pasados.  Pues  dirás:  ¿A  qué  debo  mirar  para  cobrar  esa  manera 
de  confianza?  A  esto  te  respondo  que  mires  primeramente  aque- 
lla inmensa  bondad  y  misericordia  de  Dios,  que  se  extiende  al 
remedio  de  todos  los  males  del  mundo:  y  mira  también  la  verdad 
de  su  palabra,  por  la  cual  tiene  prometido  favor  y  socorro  á  to- 
dos los  que  invocaren  húmilmente  su  sancto  nombre  y  se  pusie- 
ren debajo  de  su  amparo;  pues  vemos  que  aun  los  mismos  ene- 
migos que  traen  bandos  unos  con  otros,  no  niegan  su  favor  á  los 
que  se  van  á  meter  por  sus  puertas  y  guarescer  en  sus  casas  al 
tiempo  del  peligro.  Y  mira  otrosí  la  muchedum.bre  de  los  bene- 
ficios que  hasta  agora  tienes  de  su  piadosa  mano  recibidos,  y 
aprende  de  la  misericordia  experimentada  en  las  mercedes  pa- 
sadas á  esperar  en  las  venideras.  Y  sobre  todo  esto  mira  á  Cris- 
to con  todos  sus  trabajos  y  merescimientos,  los  cuales  son  el  prin- 
cipal derecho  y  título  que  tenemos  para  pedir  mercedes  á  Dios: 
pues  nos  consta  que  estos  merecimientos  por  una  parte  son  tan 
grandes,  que  no  pueden  ser  ma3^ores,  y  por  otra  son  tesoros  de 
la  Iglesia  para  el  remedio  y  socorro  de  todas  sus  necesidades. 
Éstos,  pues,  son  los  principales  estribos  de  nuestra  confianza:  y 
éstos  los  que  hacían  á  los  sanctos  estar  tan  firmes  en  lo  que  es- 
peraban, como  el  monte  de  Sión. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XVII.  44 1 

Mas  es  mucho  de  sentir  que  teniendo  tan  grandes  motivos 
para  confiar,  somos  muy  flacos  en  esta  parte;  pues  luego  como 
vemos  el  peligro  al  ojo,  desmayamos  y  nos  vamos  á  Egipto  á 
buscar  amparo  en  la  sombra  y  carros  de  Faraón.  De  manera  que 
hallaréis  muchos  siervos  de  Dios  muy  ayunadores,  3^  rezadores, 
y  limosneros,  y  llenos  de  otras  virtudes:  mas  muy  pocos  que  ten- 
gan aquella  manera  de  confianza  que  tenía  Sancta  Susana,  la 
cual  estando  sentenciada  á  muerte,  y  sacándola  ya  para  la  eje- 
cución de  la  sentencia,  dice  la  Escriptura  (i)  que  estaba  su  cora- 
zón confiado  en  el  Señor.  Autoridades  para  persuadir  esta  virtud, 
quien  las  quisiere  traer,  puede  traer  aquí  toda  la  Escriptura  sa- 
grada, mayormente  psalmos  y  Profetas:  porque  apenas  hay  en 
ellos  cosa  más  repetida  que  la  esperanza  en  Dios  y  la  certidum- 
bre  del  socorro  para  los  que  esperan  en  El. 

§.  m. 

La  cuarta  virtud  es  celo  de  la  honra  de  Dios,  esto  es,  que  el 
mayor  de  nuestros  cuidados  sea  ver  prosperada  y  adelantada  la 
honra  de  Dios,  y  ver  sanctificado  y  glorificado  su  nombre,  y  he- 
cha su  voluntad  en  el  cielo  y  en  la  tierra:  y  el  mayor  de  todos 
nuestros  dolores  sea  ver  que  esto  no  se  hace  así,  sino  muy  al  revés. 
Tal  era  el  corazón  y  celo  que  tuvieron  los  sanctos,  en  cuyo  nom- 
bre fueron  dichas  aquellas  palabras  (2):  El  celo,  Señor,  de  la  glo- 
ria de  vuestra  casa  tiene  enflaquecidas  mis  carnes:  porque  era  tan 
grande  la  aflicción  que  por  esta  causa  sentían,  que  el  dolor  del 
ánima  enflaquescía  el  cuerpo,  y  corrompía  la  sangre,  y  daba 
muestras  de  sí.  en  todo  el  hombre  exterior.  Y  si  nosotros  tal  celo 
tuviésemos,  luego  seríamos  señalados  en  las  frentes  con  aquella 
gloriosa  señal  de  Ezequiel:  por  la  cual  estaríamos  libres  de  todos 
los  castigos  y  azotes  de  la  justicia  divina. 

La  quinta  virtud  es  pureza  de  intención:  á  la  cual  pertenece 
que  en  todas  las  obras  que  hiciéremos,  no  busquemos  á  nosotros, 
ni  pretendamos  sólo  nuestro  interese,  sino  la  gloria  y  beneplácito 
de  este  Señor,  teniendo  por  cierto  que  así  como  los  que  juegan 
á  la  ganapierde,  perdiendo  ganan  y  ganando  pierden,  así,  mien- 
tra más  sin  interese  tratáremos  en  esta  parte  con  Dios,  más  ga- 


(I)     Dan.  XIII.     (2)    Psalm.  CXVIll. 


442  GUÍA  DE  PECADORES 


naremofi  con  Él,  y  al  revés.  Ésta  es  una  de  las  cosas  que  nos 
habernos  de  mirar  y  examinar  en  nuestras  obras  y  de  que  ma- 
yores celos  habemos  de  tener:  recelando  no  se  nos  vayan  por 
ventura  los  ojos  á  mirar  en  ellas  otra  cosa  que  Dios,  porque  la 
naturaleza  del  amor  proprio  (como  ya  dijimos)  es  subtil,  y  en  to- 
das las  cosas  busca  á  sí  misma.  Muchos  hay  muy  ricos  de  buenas 
obras  que  por  ventura  cuando  sean  examinadas  en  el  contraste 
de  la  justicia  divina,  se  hallarán  faltas  desta  pureza  de  intención, 
que  es  aquel  ojo  del  Evangelio,  que  si  es  claro,  todo  el  cuerpo 
hace  claro,  y  si  escuro,  todo  lo  hace  escuro  (i). 

Muchas  personas  hay  constituidas  en  dignidad,  así  en  la  re- 
pública como  en  la  Iglesia,  que  viendo  cómo  siempre  la  virtud 
en  semejantes  oficios  es  favorescida,  trabajan  por  ser  virtuosos 
y  viv^ir  á  ley  de  hombres  de  bien,  lavando  sus  manos  de  toda 
vileza  y  de  toda  cosa  que  pueda  amancillar  su  honra;  mas  esto 
hacen  por  no  caer  de  la  reputación  en  que  están,  por  ser  quistos 
con  sus  príncipes,  por  ser  favorescidos  y  acrescentados  en  sus 
oficios  y  llevados  á  otros  mayores.  De  manera  que  estas  obras 
no  proceden  de  centella  viva  de  amor  y  temor  de  Dios,  ni  tienen 
por  fin  su  obediencia  y  su  gloria,  sino  sólo  el  interese  y  gloria 
propria  del  hombre.  Pues  lo  que  así  se  hace,  aunque  á  los  ojos  del 
mundo  parezca  algo,  en  los  de  Dios  es  todo  humo  y  sombra  de 
justicia,  no  verdadera  justicia.  Porque  no  son  meritorias  ante  Dios 
ni  las  virtudes  morales  por  sí  solas,  ni  los  trabajos  corporales  (aun- 
que sea  sacrificar  los  proprios  hijos)  sino  solo  este  espíritu  de  amor 
enviado  del  cielo,  y  lo  que  nasce  desta  raíz.  No  había  en  el  tem- 
plo cosa  que  no  fuese  ó  de  oro,  ó  dorada  (2)  y  así  no  es  razón 
que  haya  en  el  templo  vivo  de  nuestra  ánima  cosa  que  no  sea 
caridad,  ó  vaya  dorada  con  ella.  Por  donde  el  siervo  de  Dios  no 
ponga  tanto  los  ojos  en  lo  que  hace,  cuanto  en  lo  que  pretende 
hacer;  porque  bajísimas  obras  con  altísima  intención  son  altísi- 
mas, y  altísimas  con  bajísima  intención  son  muy  bajas.  Porque  no 
mira  Dios  tanto  al  cuerpo  de  la  obra,  cuanto  al  ánima  de  la  inten- 
ción, que  procede  del  amor. 

Esto  es  imitar  en  su  manera  aquel  nobilísimo  y  graciosísimo 
amor  del  Hijo  de  Dios,  el  cual  nos  pide  en  su  Evangelio  que  le 
amemos  de  la  manera  que  Él  nos  amó:  conviene  saber,  de  pura 


(I)     Luc.  XI.     (2;    III  Reg.  VI. 


LffiRO  ir.  CAPÍTULO  XVII.  44^ 


gracia  y  sin  ninguna  manera  de  interese.  Y  como  entre  las  circuns- 
tancias desta  divina  caridad  ésta  sea  la  más  admirable  en  la  per- 
sona de  Dios,  muy  dichoso  será  aquél  que  en  todas  las  obras  que 
hiciere,  trabajare  por  imitarla.  Y  el  que  esto  hiciere,  sepa  cierto 
que  será  muy  amado  de  Dios,  como  muy  semejante  á  Él  en  la  no- 
bleza de  la  virtud  y  en  la  pureza  de  la  intención:  pues  la  seme- 
janza suele  ser  causa  de  amor.  Por  tanto  desvíe  el  hombre  sus 
ojos  en  las  buenas  obras  que  hace,  de  todo  respecto  humano,  y 
póngalos  en  Dios,  y  no  consienta  que  la  obra  que  tiene  por  pre- 
mio á  tal  Señor,  sirva  para  solo  respecto  temporal.  Porque  así 
como  sería  gran  lástima  ver  una  doncella  nobilísima  y  hermosí- 
sima casada  con  un  carbonero,  siendo  merescedora  de  un  rey, 
así  lo  es  y  mucho  más,  ver  á  la  virtud  merescedora  de  Dios, 
empleada  en  adquirir  por  ella  bienes  del  mundo. 

Mas  porque  esta  pureza  de  intención  no  es  fácil  de  alcanzar, 
pídala  el  hombre  instantemente  en  todas  sus  oraciones  á  Dios: 
mayormente  en  aquella  petición  de  la  oración  del  Señor,  cuan- 
do dice  que  se  haga  su  voluntad  en  la  tierra  como  se  hace  en  el 
cielo:  para  que  así  como  todos  aquellos  ejércitos  celestiales 
cumplen  la  voluntad  de  Dios  con  purísima  intención  por  sólo 
agradarle,  así  procure  él,  morando  en  la  tierra,  imitar  esta  cos- 
tumbre y  policía  del  cielo  en  cuanto  le  sea  posible:  no  porque 
no  sea  bueno  y  sancto,  demás  del  agradar  á  Dios,  pretender 
su  reino:  sino  porque  tanto  será  la  obra  más  perfecta,  cuanto 
más  desnuda  fuere  de  todo  interese  proprio. 

§.  IV. 

La  sexta  virtud  es  oración,  mediante  la  cual  como  hijos  de- 
bemos recorrer  á  nuestro  padre  en  el  tiempo  de  la  tribulación 
(como  hacen  hasta  los  niños  chiquitos,  que  con  cualquier  miedo 
ó  sobresalto  que  tengan,  luego  acuden  á  sus  padres)  para  que 
mediante  ella  tengamos  continua  memoria  de  nuestro  Padre,  y 
andemos  siempre  en  su  presencia,  y  muchas  veces  platiquemos 
con  El:  pues  todo  esto  está  anejo  á  lo  condición  y  obligación 
de  los  buenos  hijos  para  con  sus  padres.  Y  porque  desta  vir- 
tud tratamos  en  otros  lugares,  al  presente  no  se  ofresce  qué  de- 
cir más, 


444  GUÍA  DE  PECADORES 

La  séptima  virtud  de  ejercicio  es  hacimiento  de  gracias:  al 
cual  pertenesce  que  tengamos  un  corazón  muy  agradescido  á 
todos  los  beneficios  divinos,  y  una  lengua  que  la  mayor  parte 
de  la  vida  gaste  en  dar  gracias  por  ellos,  diciendo  con  el  Profe- 
ta: Bendiciré  yo  al  Señor  en  todo  tiempo,  y  en  mi  boca   estará 
siempre  su  alabanza.  Y  en  otro  lugar:  Sea,  Señor,  mi  boca  llena 
de  tus  alabanzas,  para  que  todo  el  día  gaste  en  cantar  tu  gloria. 
Porque  si  siempre  está  el  Señor  dándonos  vida,  y  conservándo- 
nos en  el  ser  que  nos  dio,  y  lloviendo  perpetuamente  sobre  nos- 
otros beneficios  con  el  movimiento  de  los  cielos  y  con  el  conti- 
nuo servicio  de  todas  las  criaturas,  ^qué  mucho   es  estar  siem- 
pre alabando  á  quien  siempre  te  está  conservando,  y  preservan- 
do, y  gobernando,  y  haciendo  mil  bienes?  Sea,  pues,  éste  el  pri- 
mero de  todos  nuestros  ejercicios  y  por  donde  (como  aconseja 
Sant  Basilio)  comencemos    ordinariamente  nuestras    oraciones, 
de  tal  manera  que  á  la  mañana,  y  á  la  noche,  y  al   medio  día 
y  á  todos  los  tiempos,  siempre  demos  al  Señor  gracias  por  to- 
dos sus  beneficios,  así  generales  como  particulares:  así  de  natu- 
raleza como  de  gracia:  y  mucho  más  por  aquel  beneficio  de  be- 
neficios y  gracia  de  gracias,  que  fué   hacerse  hombre  y  derra- 
mar toda  cuanta  sangre  tenía  por  los  hombres,  y  haber  querido 
quedarse  mediante  el  Sanctísimo  Sacramento  del  altar  en  nues- 
tra compañía:  considerando  principalmente  en  estos  beneficios 
esta  circunstancia  que   acabamos  de  decir:  conviene  saber,  que 
era  Señor  de  todo  lo  criado  el  que   esto  hacía,  el  cual  ningún 
interese  podía  en  todo  esto  pretender:  y  así  hizo  todo  cuanto  hi- 
zo por  pura  bondad  y  amor.  Desta  materia  había  mucho  que  de- 
cir: pero  porque  ya  della    tratamos  en  otra  parte  hablando  de 
los  beneficios  divinos,  esto  bastará  ahora  para  el  presente  lugar. 

De  cuatro  grados  de  obediencia, 
§.  V. 


A  octava  virtud  que  para  con  este  celestial  Padre  nos  or- 
dena, es  una  general  obediencia  á  todo  lo  que  Él  man- 
da: en  la  cual  consiste  el  cumplimiento  y  suma  de  toda  justicia. 
Esta  virtud  tiene  tres  grados.  El  primero,  obedecer  á  los  manda- 


LIBRO  II.   CAríTLXO  XVII.  445 

mientos  divinos:  el  segundo,  á  los  consejos:  el  tercero,  á  las  ins- 
piraciones y  llamamientos  de  Dios.  La  guarda  de  los  manda- 
mientos de  todo  punto  es  necesaria  para  la  salud:  la  de  los  con- 
sejos ayuda  para  la  de  los  mandamientos,  sin  la  cual  muchas  ve- 
ces suele  correr  peligro.  Porque  el  no  jurar  (aunque  sea  verdad) 
sirve  para  no  jurar  cuando  sea  mentira:  el  no  pleitear,  para  no 
perder  la  paz  y  la  caridad:  el  no  poseer  cosa  propria,  para  es- 
tar más  seguro  de  cobdiciar  la  ajena,  y  el  hacer  bien  á  quien 
nos  hace  mal,  para  estar  más  lejos  de  procurarle  ó  hacerle 
mal.  Desta  manera  los  consejos  sirven  como  de  antemuro  á  los 
preceptos:  y  por  esto  el  que  desea  acertar,  no  se  contente  con 
la  guarda  de  lo  uno,  sino  trabaje  (según  le  fuera  posible  y  según 
la  condición  de  su  estado)  por  guardar  lo  otro.  Porque  así  co- 
mo el  que  pasa  un  río  impetuoso,  no  se  contenta  con  atrav^esar 
por  medio  del  río,  sino  antes  sube  hacía  arriba  y  corta  el  agua 
contra  la  corriente,  por  estar  más  seguro  de  irse  tras  ella;  así  el 
siervo  de  Dios  no  sólo  ha  de  poner  los  ojos  en  aquello  que 
puntualmente  basta  para  salvarse,  sino  debe  tomar  el  negocio 
más  de  atrás:  porque  si  no  saliere  con  lo  que  pretende  (que  es 
lo  mejor)  á  lo  menos  llegue  á  lo  que  cumple  para  su  salud,  que 
que  es  lo  que  basta. 

El  tercero  grado  dijimos  que  era  obedecer  á  las  inspiracio- 
nes divinas:  pues  los  buenos  servidores  no  sólo  obedecen  á  lo 
que  su  señor  les  manda  por  palabras,  sino  también  á  lo  que  les 
significa  por  señales.  Y  porque  en  esto  podría  haber  engaño  to- 
mando por  inspiración  divina  la  que  podría  ser  humana  ó  diabó- 
lica, por  esto  nos  conviene  hacer  aquí  aquello  que  dice  S.  Juan: 
No  queráis  creer  á  todo  espíritu,  sino  probad  los  espíritus  si  son 
de  Dios.  Y  para  esto  (demás  del  contraste  de  la  Escriptura  divi- 
na y  de  la  doctrina  de  los  sanctos,  en  el  cual  se  han  de  examinar 
estas  cosas)  podrás  guardar  esta  regla  general,  que  como  haya 
dos  maneras  de  servicios  de  Dios,  unos  voluntarios  y  otros  obli- 
gatorios, cuando  éstos  acaeciere  encontrarse,  siempre  han  de 
preceder  los  obligatorios  á  los  voluntarios,  por  muy  grandes  y 
muy  meritorios  que  sean.  Y  así  se  ha  de  entender  aquella  senten- 
cia tan  celebrada  de  Samuel,  que  dice  (i):  Más  vale  la  obediencia 
que  el  sacrificio:  porque  primero  quiere  Dios  que  el  hombre  obe- 


(i)     I  Keg.  XV. 


44^  tíÚÍA  DÉ  PECADORES 


dezca  á  su  palabra,  y  después  le  haga  todos  los  servicios  que 
quisiere,  sin  perjuicio  de  su  obediencia. 

Y  por  servicios  necesarios  entendemos  primeramente  la  guar- 
da de  los  mandamientos  de  Dios,  sin  la  cual  no  hay  salud.  Lo  se- 
gundo, la  guarda  de  los  mandamientos  de  aquéllos  que  están  en 
su  lugar:  pues  quien  á  estos  resiste,  resiste  á  la  ordenación  de  Dios. 
Lo  tercero,  la  guarda  de  todas  aquellas  cosas  que  están  anejas  al 
estado  de  cada  uno,  como  son  las  obligaciones  que  tiene  el  perlado 
en  su  estado,  3'  el  religioso,  y  el  casado  en  el  suyo.  Lo  cuarto,  la  de 
aquellas  cosas  que  aunque  no  sean  absolutamente  necesarias, 
ayudan  grandemente  á  la  conservación  de  las  necesarias,  porque 
también  éstas  participan  alguna  manera  de  necesidad  por  razón 
de  las  otras.  Pongamos  ejemplo.  Tienes  tú  ya  experiencia  de  mu- 
cho tiempo  que  cuando  cada  día  tienes  un  pedazo  de  recogi- 
miento para  entrar  dentro  de  ti  mismo  y  examinar  tu  conscien- 
cia  y  tratar  con  Dios  del  remedio  della,  traes  la  vida  más  con- 
certada, y  eres  más  señor  de  ti  y  de  tus  pasiones,  y  estás  más  há- 
bil y  prompto  para  toda  virtud:  y  por  el  contrario,  que  cuando  fal- 
tas en  esto,  luego  desfalleces,  y  desvaras  en  muchas  faltas,  y  te 
ves  en  peligro  de  volver  á  las  costumbres  pasadas,  porque  aún 
no  tienes  suficiente  caudal  de  gracia,  ni  estás  aún  del  todo  funda- 
do en  la  virtud;  y  por  esto,  como  el  pobre  que  el  día  que  no  lo 
gana,  no  lo  come,  así  tú  el  día  que  no  te  dan  este  socorro  de  de- 
voción, quedas  ayuno,  y  flaco,  y  fácil  para  caer  en  las  cosas  me- 
nores, que  disponen  para  las  mayores.  Pues  en  tal  caso  debes 
entender  que  Dios  te  llama  á  este  ejercicio,  pues  ves  que  común- 
mente por  este  medio  te  ayuda,  y  sin  él  sueles  desfallecer.  Esto 
digo,  no  para  que  entiendas  aquí  necesidad  de  precepto,  sino  ne- 
cesidad de  un  muy  conveniente  medio  para  mejor  responder  á 
tu  profesión. 

ítem,  eres  regalado,  y  amigo  de  ti  mismo,  y  enemigo  de  cual- 
quier trabajo  y  aspereza,  y  ves  que  por  esto  se  impide  mucho  tu 
aprovechamiento:  porque  por  esta  causa  dejas  de  entender  en 
muchas  obras  virtuosas,  por  ser  trabajosas,  y  desvarías  en  mu- 
chas culpables,  por  ser  deleitables:  en  este  caso  entiende  que  el 
Señor  te  llama  á  la  fortaleza,  y  á  la  aspereza  y  maltratamiento 
de  tu  cuerpo,  y  al  trabajo  de  la  mortificación  de  todos  tus  gustos 
y  apetitos,  pues  ves  por  experiencia  lo  que  te  importa  este  nego- 
cio. Desta  manera  puedes  discurrir  por  todas  aquellas  obras  cuyo 


LIB.   II.   CAPÍTVLO   XVII.  447 

ejercicio  te  hace  mayor  provecho,  y  cuya  falta  te  hace  mayor  falta, 
y  á  ésas  entiende  que  te  llama  nuestro  Señor,  aunque  en  esto  y 
en  todas  las  cosas  debes  siempre  seguir  el  consejo  délos  mayores. 

De  lo  dicho  parece  que  para  acertar  á  escoger  no  ha  de  po- 
ner el  hombre  los  ojos  en  lo  que  de  suyo  es  mejor,  sino  en  lo  que 
para  él  es  mejor  y  más  necesario:  porque  muchas  obras  hay  altí- 
simas y  de  grandísima  perfección,  que  no  serán  por  eso  mejores 
para  mí,  aunque  sean  mejores  en  sí:  porque  no  tengo  yo  fuerzas 
para  ellas,  ni  soy  llamado  para  eso.  Y  por  tanto  cada  uno  perma- 
nezca en  su  llamamiento,  y  se  mida  consigo  mismo,  y  ponga  los 
ojos  en  lo  que  más  le  arma,  y  no  los  extienda  á  lo  que  de  todo 
en  todo  excede  sus  fuerzas,  como  lo  aconseja  el  Sabio  diciendo  (i): 
No  levantes  los  ojos  á  las  riquezas  que  no  puedes  alcanzar,  por- 
que tomarán  alas  como  de  águila,  y  volarán  al  cielo.  Y  á  los  que 
hacen  lo  contrario  reprehende  el  Profeta  diciendo  (2):  Mirastes  á 
lo  más,  y  convirtióseos  en  menos:  abarcastes  mucho,  y  apretas- 
tes  poco. 

Ésta  es  la  ley  que  se  ha  de  guardar  entre  los  servicios  volun- 
tarios y  obligatorios:  mas  entre  los  que  son  voluntarios  podrás  te- 
ner la  siguiente.  Entre  esta  manera  de  servicios  unos  son  púbU- 
cos  y  otros  secretos:  de  unos  se  nos  sigue  honra,  interese  y  de- 
leite, y  de  otros  no.  Pues  entre  éstos  (si  quieres  no  errar)  siempre 
debes  tener  un  poco  más  de  recelo  de  los  públicos  que  de  los 
secretos,  y  de  los  que  traen  algún  interese  que  de  los  que  no  lo 
traen.  Porque  (como  ya  muchas  veces  dijimos)  la  naturaleza  del 
amor  proprio  es  muy  subtil  y  siempre  busca  á  sí  misma,  aun  en 
los  más  altos  ejercicios.  Por  lo  cual  decía  un  religioso  varón:  ^Sa- 
béis dónde  está  Dios?  Donde  no  estáis  vos.  Dando  á  entender  que 
aquella  era  más  puramente  obra  de  Dios,  donde  no  se  hallaba  in- 
terese proprio;  porque  aquí  no  parece  que  se  busca  ni  se  pretende 
otra  cosa  que  Dios.  Y  no  digo  esto  para  que  de  tal  manera  decli- 
nemos á  este  extremo,  que  siempre  hayamos  de  acudir  á  él  (por- 
que en  el  otro  puede  haber,  y  hay  muchas  veces  mayor  mérito 
y  mayor  razón  de  obligación  con  todos  esos  contrapesos)  sino 
para  dar  aviso  de  las  malicias  y  resabios  del  amor  proprio,  para 
que  no  todas  veces  el  hombre  se  fíe  del,  aunque  venga  con  más- 
cara de  virtud. 


(i)     Prov.  XXIII.     (2;   Agg.  I. 


148  GUÍA   DE  PECADORES 


Estos  tres  grados  abraza  en  sí  la  obediencia  perfecta,  los  cua- 
les por  ventura  significó  el  Apóstol  cuando  dijo  (i):  No  queráis, 
hermanos  míos,  ser  imprudentes,  sino  discretos  y  avisados  para 
entender  cuál  sea  la  voluntad  de  Dios,  buena,  agradable  y  perfec- 
ta. Donde  parece  comprehender  estos  tres  grados  de  obediencia: 
porque  buena  es  la  obediencia  de  los  preceptos,  y  agradable  la 
de  los  consejos,  y  perfecta  la  de  las  inspiraciones  y  llamamientos 
divinos:  porque  entonces  habrá  llegado  el  hombre  á  la  perfección 
de  la  obediencia,  cuando  hobiere  puesto  por  obra  todo  lo  que 
Dios  le  manda,  aconseja  y  inspira. 

A  estos  tres  grados  se  añade  el  cuarto,  que  es  una  perfectísi- 
ma  conformidad  con  la  divina  voluntad  en  todo  lo  que  ordenare 
de  nosotros,  caminando  con  igual  corazón  por  honra  y  por  des- 
honra, por  infamia  y  por  buena  fama,  por  salud  ó  por  enferme- 
dad, por  muerte  ó  por  vida;  abajando  húmilmente  la  cabeza  á 
todo  lo  que  El  ordenare  de  nos;  y  tomando  con  igual  corazón  los 
azotes  y  los  regalos,  los  favores  y  los  disfavores  de  su  mano;  no 
mirando  lo  que  nos  da,  sino  quién  lo  da  y  el  amor  con  que  lo 
da,  pues  no  con  menor  amor  azota  el  padre  á  su  hijo,  que  le  re- 
gala cuando  ve  que  le  cumple. 

El  que  estos  cuatro  grados  de  obediencia  tuviere,  habrá  al- 
canzado aquella  resignación  que  tanto  engrandecen  los  maestros 
de  la  vida  espiritual,  la  cual  de  tal  manera  subjecta  y  pone 
un  hombre  en  las  manos  de  Dios,  como  un  poco  de  cera  blanda 
en  las  manos  de  un  artífice.  Y  llámase  resignación,  porque  así 
como  un  clérigo  que  resigna  un  beneficio,  totalmente  se  despo- 
see del  y  lo  entrega  en  manos  del  perlado  para  que  disponga  del 
á  su  voluntad,  sin  contradicción  del  primer  poseedor,  así  el  varón 
perfecto  se  entrega  de  tal  manera  en  las  manos  de  Dios,  que  no 
quiere  ya  ser  más  suyo,  ni  vivir  para  sí,  ni  comer,  ni  dormir,  ni 
trabajar  para  sí,  sino  para  gloria  de  su  Criador:  conformándose 
con  su  sanctísima  voluntad  en  todo  lo  que  dispusiere  del,  y  to- 
mando de  su  mano  con  igual  corazón  todos  los  azotes  y  trabajos 
que  le  vinieren:  desposeyéndose  de  sí  y  de  su  propria  voluntad 
para  cumplir  enteramente  la  de  aquel  Señor  cuyo  esclavo  conos- 
ce  que  es  por  mil  títulos  que  para  esto  hay.  Así  muestra  David 
que  estaba  resignado,  cuando  decía  (2):  Así  como  un  jumento  soy, 


(l)     Rom.   XII.     (2)   Psalm.  LXXII. 


LIBRO   II.   CAPÍTULO  XVII  449 


Señor,  ante  Ti,  y  yo  siempre  estoy  contigo.  Porque  así  como  la 
bestia  no  va  por  donde  quiere,  ni  descansa  cuando  quiere,  ni  hace 
lo  que  quiere,  sino  en  todo  y  por  todo  obedece  al  que  la  rige,  así 
también  lo  ha  de  hacer  el  siervo  de  Dios,  subjectándose  perfec- 
tamente á  Él.  Esto  mismo  significó  el  profeta  Esaías  cuando  di- 
jo (i):  El  Señor  me  habló  al  oído,  y  yo  no  le  contradigo,  ni  doy 
paso  atrás,  rehusando  lo  que  Él  me  manda,  por  muy  áspero  y  di- 
ficultoso que  sea.  Esto  mismo  nos  enseñan  por  figura  aquellos 
misteriosos  animales  de  Ezequiel  (2),  de  quien  se  escribe  que 
á  doquiera  que  sentían  el  ímpetu  y  movimiento  del  Espíritu  Sanc- 
to,  luego  se  movían  con  gran  ligereza,  sin  tornar  atrás:  para  sig- 
nificar en  esto  con  cuánta  promptitud  y  alegría  debe  el  hombre 
acudir  á  todo  aquello  que  entendiere  ser  la  voluntad  de  Dios.  Para 
lo  cual  no  sólo  se  requiere  promptitud  de  voluntad,  sino  también 
discreción  de  entendimiento  y  discreción  de  espíritu  (como  di- 
jimos) para  que  no  nos  engañemos  abrazando  nuestra  propria  vo- 
luntad por  la  suya.  Antes  (regularmente  hablando)  todo  aquello 
que  fuere  muy  conforme  á  nuestro  gusto,  debemos  tener  por  sos- 
pechoso, y  lo  que  fuere  contra  él,  por  más  seguro. 

Éste  es  el  mayor  sacrificio  que  el  hombre  puede  hacer  á  Dios, 
porque  en  los  otros  sacrificios  ofresce  sus  cosas:  mas  en  éste  ofre- 
ce á  sí  mismo:  y  cuanto  va  del  hombre  á  las  cosas  del  ho:nbre, 
tanto  va  deste  sacrificio  á  los  otros  sacrificios.  Y  en  este  tal  se 
cumple  aquello  que  S.  Augustín  dice:  conviene  saber,  que  aun- 
que Dios  sea  Señor  de  todas  las  cosas,  mas  no  es  de  todos  decir 
aquellas  palabras  de  David:  Tayo  soy  yo.  Señor   sino  de  solos 
aquéllos  que  desposeídos  de  sí  mismos,  totalmente  se  entregaron 
al  servicio  deste  Señor,  y  así  se  hicieron  suyos.  Es  otrosí  ésta  la 
mayor  disposición  que  hay  para  alcanzar  la  perfección  de  la  vida 
cristiana:  porque  como  Dios  nuestro  Señor  por  su  infinita  bon- 
dad esté  siempre  aparejado  para  enriquecer  y  reformar  el  hom- 
bre, cuando  éste  por  su  parte  no  le  resiste  ni  contradice,  antes 
se  entrega  todo  á  su  obediencia,  fácilmente  puede  obrar  en  él 
todo  lo  que  quiere,  y  hacerlo  (como  á  otro  David)  hombre  según 
su  corazón. 


(i)     Esai.  L.     (2)  Ezech.   I. 

OBRAS   PS   GKANAU4  I— £9 


450  GUIA  DE  PECADORES 


De  la  paciencia  en  los  trabajos. 
§.  VI. 


|!ara  alcanzar  este  último  grado  de  obediencia  aprovecha 
mucho  la  última  virtud  que  al  principio  deste  capítulo 
propusimos,  que  es  la  paciencia  en  los  trabajos  que  nuestro  pia- 
doso Padre  muchas  veces  nos  envía,  así  para  nuestro  ejercicio 
como  para  materia  de  raerescimiento.  A  la  cual  paciencia  nos 
convida  Salomón  en  sus  Proverbios  diciendo  (i):Hijo  mío,  no  des- 
eches la  disciplina  y  castigo  del  Señor,  ni  desmayes  cuando  eres 
castigado  del:  porque  á  los  que  El  ama,  castiga,  y  huelga  con 
ellos  como  padre  con  sus  hijos.  La  cual  sentencia  prosigue  y  de- 
clara muy  por  extenso  el  Apóstol  en  la  carta  que  escribe  á  los 
Hebreos,  exhortándolos  á  paciencia  por  estas  palabras  (2):  Per- 
severad, hermanos,  en  la  disciplina  y  castigo  paternal  de  Dios, 
considerando  que  El  en  esto  os  trata  como  á  hijos.  Porque  ^qué 
hijo  hay  que  no  sea  castigado  de  su  padre?  Porque  si  carescéis 
deste  castigo,  por  el  cual  han  pasado  todos  los  hijos  de  Dios,  si- 
gúese que  sois  hijos  de  otro  padre  y  no  de  Dios.  Acordaos  que 
nuestros  padres  carnales  nos  castigaban  y  enseñaban:  á  los  cua- 
les teníamos  reverencia:  pues  ¿no  será  más  razón  que  obedesca- 
mos  al  padre  de  los  espíritus,  para  que  vivamos? 

Todas  estas  palabras  nos  dan  claramente  á  entender  cómo  el 
oficio  de  padres  es  castigar  y  emendar  á  sus  hijos:  y  así  el  de  los 
buenos  hijos  ha  de  ser  abajar  húmilmente  la  cabeza  y  tener  aquel 
castigo  por  grandísimo  beneficio  y  por  testimonio  de  amor  y  co- 
razón paternal.  Esto  nos  enseñó  con  su  ejemplo  el  unigénito  Hi- 
jo del  Eterno  Padre  cuando  queriendo  Sant  Pedro  librarlo  de  la 
muerte,  dijo  (3):  ¿El  cáHz  que  me  dio  mi  Padre,  no  quieres  que 
beba?  Como  si  dijera:  Si  este  cáliz  viniera  por  otra  mano,  tuvie- 
ras algún  color  de  contradecirlo:  mas  viniendo  por  mano  de  un 
tal  Padre,  que  tan  bien  sabe,  y  puede,  y  quiere  ayudar  á  los  que 
tiene  por  hijos,  ¿cómo  no  se  beberá  tal  cáliz  cerrados  los  ojos, 
sin  querer  saber  más  de  que  viene  por  El? 


^i;     Prov.  III.     (2^  HtLt.  XII.     (:;  Joan  .XVIII. 


LIBRO   ÍI.  CAPITULO   XVIL  45  I 


Mas  con  todo  esto  hay  algunos  que  en  tiempo  de  paz  están, 
á  su  parecer,  subjectos  á  este  Padre  y  conformes  en  todo  con  su 
voluntad:  ios  cuales  en  el  tiempo  de  la  adversidad  desmayan  y 
dan  bien  á  entender  que  era  falsa  y  engañosa  aquella  conformi- 
dad, pues  al  tiempo  del  menester  la  perdieron:  como  hacen  los 
hombres  pusilánimes  y  cobardes,  que  en  tiempo  de  paz  muestran 
grande  ánimo,  mas  al  tiempo  de  la  pelea  pierden  el  corazón  y  las 
armas.  Y  pues  los  combates  y  tribulaciones  desta  vida  son  tan 
continuas,  será  bien  armar  á  los  tales  con  espirituales  armas,  de 
las  cuales  se  puedan  ayudar  en  los  tales  tiempos. 

Pues  para  esto  primeramente  puedes  considerar  que  no  igua- 
lan los  trabajos  desta  vida  con  la  grandeza  de  la  gloria  que  por 
ellos  se  alcanza.  Porque  tanta  es  el  alegría  da  aquella  luz  eterna, 
que  puesto  que  no  pudiésemos  gozar  della  más  que  por  una  sola 
hora,  debríamos  abrazar  de  buena  gana  todos  los  trabajos  y  des- 
preciar todos  los  contentamientos  del  mundo  por  ella.  Porque  co- 
mo dice  el  Apóstol  (i),  el  trabajo  momentáneo  y  Hviano  de  nues- 
tra tribulación  es  materia  de  un  inestimable  paso  da  gloria  qua 
por  él  se  nos  da  en  el  cielo. 

Considera  también  que  las  cosas  prósperas  machas  veces  es- 
tragan el  corazón  con  soberbia,  y  las  adversas,  por  el  contrario, 
le  purifican  con  el  dolor:  en  aquellas  se  levanta  el  corazón,  en  és- 
tas, aunque  esté  levantado,  sa  humilla:  en  aquéllas  se  olvida  el 
hombre  de  sí  mismo,  y  en  éstas  ordinariamente  se  acuerda  de 
Dios:  por  aquéllas  muchas  veces  las  buenas  obras  hechas  se  pier- 
den, por  éstas  las  culpas  cometidas  en  muchos  años  se  limpian 
y  el  ánima  se  conserva  para  no  caer  en  otras. 

Y  si  por  ventura  te  aprietan  algunas  enfermedades,  debes  pre- 
suponer que  muchas  veces,  entendiendo  nuestro  Señor  los  males 
que  haríamos  teniendo  salud,  nos  corta  las  alas  y  inhabilita  para 
ellos  con  la  enfermedad:  y  mucho  más  nos  importa  estar  así  que- 
brantados con  la  dolencia,  que  perseverar  sanos  en  nuestra  raa- 
hcia*  pues  más  vale  (como  el  mismo  Señor  dice)  entrar  en  la  vida 
eterna  cojo  ó  manco,  que  con  dos  pies  y  dos  manos  ser  echa- 
do en  los  fuegos  eternos.  Porque  claro  está  qua  nuestro  miseri- 
cordioso Señor  no  se  deleita  con  nuestros  tormentos,  mas  huel- 
ga de  curar  nuestras  enfermedades  con  medicinas  contrarias,  para 


(í)     11  Cor.  IV. 


452  GUÍA  DE  PECADORES 


que  los  que  adolecimos  con  deleites,  convalezcamos  con  dolores, 
y  los  que  caímos  cometiendo  cosas  ilícitas,  nos  levantemos  ca- 
reciendo aun  de  las  lícitas.  Por  donde  entenderás  cómo  aquella 
soberana  bondad  se  aira  en  este  mundo,  por  no  airarse  en  el  otro: 
y  por  eso  agora  misericordiosamente  usa  de  rigor,  porque  des- 
pués no  tome  justa  venganza.  Porque  (como  dice  S.  Hierónimo) 
muy  grande  ira  es  no  airarse  Dios  contra  los  pecadores:  y  así 
quien  no  quisiere  aquí  ser  azotado  con  los  hijos,  será  en  el  infier- 
no condenado  con  los  demonios.  Por  lo  cual  con  mucha  razón  ex- 
clama S.  Bernardo  diciendo:  Señor,  aquí  quema,  aquí  me  cau- 
teriza, para  que  en  el  otro  me  perdones.  En  esto,  pues,  verás  con 
cuánta  diligencia  mira  por  ti  el  Criador  de  todas  las  cosas,  pues 
no  te  deja  de  la  mano,  ni  te  suelta  la  rienda  para  cumplir  tus  ma- 
los deseos.  Los  médicos  del  cuerpo  fácilmente  conceden  á  los  des- 
afiuzados  todo  lo  que  desean:  mas  al  que  tiene  remedio,  danle 
dieta  y  mándanle  que  se  refrene  de  todo  lo  que  le  puede  dañar. 
Los  padres  otrosí  quitan  á  los  hijos  traviesos  el  dinero  con  que 
juegan:  á  los  cuales  después  dejan  toda  su  hacienda.  Lo  mismo, 
pues,  hace  también  en  su  manera  con  nosotros  aquel  soberano 
Médico  de  nuestras  ánimas  y  aquél  que  es  Padre  sobre  todos  los 

padres. 

Allende  desto  considera  cuántas  y  cuan  grandes  afrentas  su- 
frió  nuestro  Redemptor  de  aquellos  mismos  que  El  había  criado, 
cuántos  escarnios,  cuántas  bofetadas,  cuan  pacientemente  tuvo 
descubierto  su  rostro  á  aquellas  infernales  bocas  de  los  que  le  es- 
cupían, cuan  mansamente  dejó  traspasar  su  cabeza  con  las  espi- 
nas que  le  hincaban,  cuan  de  buena  voluntad  recibió  para  reme- 
dio de  su  sed  aquel  amargo  brebaje  que  le  dieron,  con  qué  silen- 
cio sufrió  ser  adorado  por  escarnio,  y  finalmente  con  cuánto  fer- 
vor y  paciencia  corrió  hasta  la  muerte  por  librarnos  de  la  muer- 
te. Pues  no  te  debe  parecer  áspero  que  tú,  vil  hombrecillo,  sufras 
los  azotes  que  Él  te  quisiere  dar  por  tus  pecados,  pues  Él  sufrió 
tantos  por  los  tuyos  y  no  quiso  salir  desta  vida  sin  azotes,  vinien. 
do  á  ella  sin  pecados.  Porque  así  convenía  que  Cristo  padeciese 
y  entrase  en  su  gloria,  para  enseñar  por  la  obra  lo  que  el  Após- 
tol dice  por  palabra:  No  será  coronado  sino  el  que  legítimamen- 
te peleare.  Por  lo  cual  mucho  mejor  es  sufrir  aquí  los  males  pre- 
sentes con  paciencia,  donde  aprovechan  para  perdón  de  la  culpa 
y  acresceritamiento  de  gloria,  que  sufrirlos  impacientemente  con 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XVIÍ.  45 S 


mayor  trabajo  y  sin  esperanza  de  fructo:  pues  que  quieras  ó  no 
quieras,  los  has  de  pasar  cuando  quiere  Dios,  á  cuyo  poder  nada 
resiste. 

Mas  sobre  todas  estas  consideraciones  y  remedios  añadiré  el 
postrero  y  más  eficaz:  conviene  saber,  que  para  conservar  esta 
paciencia  ande  el  hombre  siempre  reparado  y  prevenido  para  to- 
d  as  las  adversidades  y  desgustos  que  por  cualquier  parte  le  pue- 
dan venir.  Porque  ^qué  otra  cosa  se  puede  esperar  de  un  mun- 
do tan  malo,  y  de  una  carne  tan  frágil,  y  de  la  envidia  de  los  de- 
monios, y  de  la  malicia  de  los  hombres,  sino  continuos  desgustos 
y  sobresaltos  no  pensados?  Pues  contra  todos  estos  accidentes  ha 
de  andar  el  varón  prudente  apercebido  y  armado,  como  quien 
anda  en  tierra  de  enemigos:  de  lo  cual  sacará  dos  grandes  pro- 
vechos: el  primero,  que  llevará  más  ligeramente  los  trabajos,  te- 
niéndolos desta  manera  prevenidos,  porque  como  dice  Séneca, 
más  blanda  suele  ser  la  herida  del  golpe  que  se  ve  de  lejos.  Lo 
cual  nos  aconseja  el  Eclesiástico  cuando  dice  que  antes  de  la  en- 
fermedad aparejemos  la  medicina:  que  es  como  quien  se  sangra 
en  sanidad.  El  segundo  provecho  es,  que  todas  las  veces  que  esto 
hiciere,  entienda  que  hace  á  Dios  un  sacrificio  muy  semejante  en 
su  manera  al  del  patriarca  Abraham,  cuando  estuvo  aparejado 
para  sacrificar  su  hijo  Isaac.  Porque  todas  las  veces  que  el  hom- 
bre presupone  que  ó  por  parte  de  Dios  ó  de  los  hombres  le  pue- 
den venir  tales  ó  tales  trabajos  ó  desgustos,  y  él  como  siervo  de 
Dios  se  dispone  y  apareja  para  recebirlos  con  toda  humildad  y 
paciencia,  y  para  esto  se  resigna  en  las  manos  de  su  Señor  acep- 
tando y  tomando  dellas  todo  lo  que  por  cualquier  vía  destas  le 
viniere  (como  hizo  David  con  las  injurias  de  Semeí,  las  cuales  to- 
mó como  si  Dios  se  las  enviara)  entienda  cierto  que  cada  vez  que 
esto  hace,  hace  un  sacrificio  muy  agradable  á  Dios,  y  que  tanto 
merece  con  la  promptitud  de  la  voluntad  sin  la  obra,  como  con 
la  misma  obra.  Para  lo  cual  se  debe  el  hombre  acordar  que  una 
de  las  principales  partes  de  la  profesión  cristiana  es  ésta.  Así  lo 
testifica  S.  Pedro  diciendo  que  ninguno  desmaye  en  los  trabajos, 
pues  todos  sabemos  que  para  esto  estamos  diputados.  Piense, 
pues,  el  cristiano  que  vive  en  este  mundo,  que  es  como  una  roca 
que  está  en  medio  de  la  mar,  la  cual  es  perpetuamente  comba- 
tida de  diversas  ondas:  pero  ella  persevera  siempre  sin  moverse 
en  un  lugar.  Esto  se  ha  dicho  tan  por  extenso,  porque  como  to- 


454  GUÍA  DE  PECADORES 


da  la  profesión  de  la  vida  cristiana  (según  dice  S.  Bernardo)  se 
divida  en  dos  partes,  que  es  en  hacer  bienes  y  padecer  males, 
claro  está  que  la  segunda  es  más  dificultosa  que  la  primera,  y  por 
esto  aquí  convenía  poner  mayor  recaudo,  donde  es  mayor  el  pe- 
ligro. 

Mas  aquí  es  de  notar  que  en  esta  virtud  de  la  paciencia  se- 
ñalan los  sanctos  Doctores  tres  grados  excelentes:  aunque  cada 
uno  más  perfecto  que  el  otro.  Entre  los  cuales  el  primero  es  lle- 
var los  trabajos  con  paciencia,  el  segundo  desearlos  por  amor  de 
Cristo,  el  tercero  alegrarse  en  ellos  por  la  misma  causa.  Por  lo 
cual  no  se  debe  el  siervo  de  Dios  contentar  con  aquel  primer 
grado  de  paciencia,  sino  del  primero  trabaje  por  subir  al  segun- 
do, y  puesto  en  éste,  no  descanse  hasta  llegar  al  tercero.  El  pri- 
mer grado  se  ve  claramente  en  la  paciencia  del  sancto  Job,  el 
segundo  en  el  deseo  que  tuvieron  algunos  mártires  del  martirio, 
el  tercero  en  el  alegría  que  recibieron  los  Apóstoles  por  haber 
sido  merecedores  de  padecer  injurias  por  el  nombre  de  Cristo.  Y 
este  mismo  tuvo  el  Apóstol  cuando  en  una  parte  dice  (i)  que  se 
gloriaba  en  las  tribulaciones:  en  otra  (2),  que  se  alegraba  en  sus 
enfermedades,  en  angustias,  en  azotes,  &c.  por  Cristo:  en  otra  (3), 
donde  (tratando  de  su  prisión)  pide  á  los  filipenses  que  le  sean 
compañeros  en  el  alegría  que  tenía  por  verse  preso  en  aquella 
cadena  por  Cristo.  Y  esta  misma  gracia  escribe  él  (4)  que  fue  da- 
da en  aquellos  tiempos  á  los  fieles  de  las  iglesias  de  Macedonia, 
los  cuales  tuvieron  abundantísima  alegría  en  medio  de  una  gran- 
de tribulación  que  les  sobrevino.  Éste  es  uno  de  los  altos  grados 
de  paciencia  y  de  caridad  y  perfección  adonde  una  criatura 
puede  llegar:  al  cual  grado  llegan  muy  pocos,  y  por  esto  no 
obliga  Dios  á  nadie  debajo  de  precepto  á  él,  así  como  ni  al  pa- 
sado. 

Verdad  es  que  no  se  entiende  por  esto  que  nos  hayamos  de 
alegrar  en  las  muertes  y  calamidades  y  trabajos  de  nuestros  pró- 
jimos, ni  menos  de  nuestros  parientes  y  amigos,  y  mucho  menos 
de  la  Iglesia:  porque  la  misma  caridad  que  nos  pide  alegría  en  lo 
uno,  nos  mueve  á  tristeza  y  compasión  en  lo  otro:  pues  ella  es 
la  que  sabe  gozar  con  los  que  gozan,  y  llorar  con  los  que  lloran, 
como  vemos  que  lo  hacían  los  Profetas,  los  cuales  gastaban  toda 


(i)     Rom.  V.     (2)  II  Cor.  XI.      (3)  Phiüp.  II.     (4)  II.  Cor.  VIII. 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  XVIL  45^ 


la  vida  en  llorar  y  sentir  las  calamidades  y  azotes  de  los  hom- 
bres. 

Pues  quienquiera  que  estas  nueve  condiciones  ó  virtudes  tu- 
viere, tendrá  para  con  Dios  corazón  de  hijo,  y  habrá  cumplido 
enteramente  con  esta  postrera  y  suma  parte  de  justicia,  que  da 
á  Dios  lo  que  se  le  debe. 


DE  LAS   OBLIGACIONES   DE  LOS  ESTADOS, 

CAPITULO  xvm, 


ICHO  ya  en  general  de  lo  que  conviene  á  todo  género 
de  personas,  convenía  descendir  en  particular  á  tra- 
tar de  lo  que  á  cada  una  conviene  en  su  estado:  mas 
porque  éste  sería  largo  negocio,  por  agora  bastará  avisar  breve- 
mente que  demás  de  lo  susodicho  debe  tener  cada  uno  respecto 
á  las  leyes  y  obligaciones  de  su  estado,  las  cuales  son  muchas  y 
diversas,  según  la  diversidad  de  los  estados  que  hay  en  la  Igle- 
sia. Porque  unos  son  perlados,  otros  subditos,  otros  casados,  otros 
religiosos,  otros  padres  de  familia,  &c.  Y  para  cada  uno  de  éstos 
hay  una  ley  por  sí. 

El  perlado  dice  el  Apóstol  que  ejercite  su  oficio  con  toda  so- 
licitud y  vigilancia.  Y  lo  mismo  le  aconseja  Salomón  cuando  di- 
ce: Fijo  mío,  si  te  obligaste  y  saliste  por  fiador  de  algún  amigo 
tuyo,  mira  que  has  tomado  sobre  ti  una  grande  carga,  y  por  esto 
discurre,  date  priesa,  despierta  á  tu  amigo,  no  des  sueño  á  tus 
ojos,  ni  dejes  plegar  tus  párpados  hasta  poner  el  negocio  en  tales 
términos,  que  salgas  bien  de  esa  obligación.  Y  no  te  maravilles 
que  este  sabio  pida  tanta  solicitud  sobre  este  caso:  porque  por 
dos  causas  suelen  tener  los  hombres  grande  solicitud  en  la  guar- 
da de  las  cosas,  ó  porque  son  de  grande  valor,  ó  porque  están  en 
gran  peligro:  y  ambas  concurren  en  el  negocio  de  las  ánimas  en 
tan  subido  grado,  que  ni  el  precio  puede  ser  mayor,  ni  tampoco 
el  peligro:  por  donde  conviene  que  sean  guardadas  con  grandísi- 
mo recaudo. 

El  subdito  ha  de  mirar  á  su  perlado,  no  como  á  hombre,  eino 
como  á  Dios,  para  reverenciarle  y  hacer  lo  que  le  manda,  con 
aquella  promptitud  y  devoción  que  lo  hiciera  si  se  lo  mandara 
Dios.  Porque  si  el  señor  á  quien  yo  sirvo,  me  manda  obedescer 
á  su  mayordomo,  cuando  obedezco  al  mayordomo  ¿á  quién  obe- 
dezco sino  al  señor?  Pues  si  Dios  me  manda  obedecer  al  perla- 


LIBRO  n.   CAPÍTULO  xviii.  457 


do,  cuando  hago  lo  que  el  perlado  manda  ^á  quién  obedezco,  al 
perlado  ó  á  Dios?  Y  si  Sant  Pablo  quiere  que  el  siervo  obedezca 
á  su  señor,  no  como  á  hombre,  sino  como  á  Cristo,  ¿cuánto  más 
el  subdito  á  su  perlado,  á  quien  subjectó  el  vínculo  de  la  obe- 
diencia? 

En  esta  obediencia  ponen  tres  grados:  el  primero,  obedescer 
con  sola  obra;  el  segundo,  con  obra  y  con  voluntad;  el  tercero, 
con  obra,  voluntad  y  entendimiento.  Porque  algunos  hacen  lo 
que  les  mandan,  mas  ni  les  paresce  bien  lo  m.andado,  ni  lo  hacen 
de  voluntad;  otros  lo  hacen,  y  de  buena  voluntad,  mas  no  les  pa- 
resce acertado  lo  que  se  les  manda;  otros  hay  (que  captivando  su 
entendimiento  en  servicio  de  Cristo)  obedescen  al  perlado  como 
á  Dios,  que  es  con  obra,  voluntad  y  entendí mimiento,  haciendo 
lo  que  les  manda  voluntariamente,  y  aprobando  lo  que  se  manda 
húmilmente,  sin  se  querer  hacer  jueces  de  aquéllos  de  quien  han  de 
ser  juzgados. 

Así  que,  hermano  mío,  con  todo  estudio  trabaja  por  obedes- 
cer á  tu  perlado,  acordándote  que  está  escripto  (i):  El  que  á  vos- 
otros oye,  á  Mí  oye,  y  el  que  á  vosotros  desprecia,  á  Mí  despre- 
cia. No  pongas  jamás  la  boca  en  ellos,  porque  no  te  sea  dicho  de 
parte  del  Señor  (2):  No  es  vuestra  murmuración  contra  nosotros, 
sino  contra  Dios.  No  los  tengas  en  poco,  porque  no  te  diga  el  mis- 
mo Señor  (3):  No  despreciaron  á  ti,  sino  á  Mí,  para  que  no  reine 
sobre  ellos.  No  trates  con  ellos  con  falsedad  y  doblez,  porque  no 
te  sea  dicho  (4):  No  mentiste  á  los  hombres,  sino  á  Dios:  y  así 
pagues  con  arrebatada  muerte  la  culpa  de  tu  atrevimiento,  co- 
mo los  que  esto  hicieron. 

La  mujer  casada  mire  por  el  gobierno  de  su  casa,  por  la  pro- 
visión de  los  suyos,  por  el  contentamiento  de  su  marido,  y  por 
todo  lo  demás;  y  cuando  hobiere  satisfecho  esta  obligación,  ex- 
tienda las  velas  á  toda  la  devoción  que  quisiere,  habiendo  prime- 
ro cumplido  con  las  obligaciones  de  su  estado. 

Los  padres  que  tienen  hijos,  tengan  siempre  ante  los  ojos 
aquel  espantoso  castigo  que  recibió  Helí  por  haber  sido  negligen- 
te en  el  castigo  y  enseñanza  de  sus  hijos  (5);  cuya  negligencia 
castigó  Dios,  no  sólo  con  las  arrebatadas  muertes  del  y  dellos, 
sino    también    con    privación    perpetua    del    sumo    sacerdocio, 


(i)     Luc.  X.    (21  Exod.  XVL    (3)  I  Reg.  VIH.    (4)  Act.  V.   ($)  I  Reg.   IV. 


45^  GUÍA  DE  PECADORES 


que  por  esto  le  fué  quitado.  Mira  que  los  pecados  del  hijo  son  pe- 
cados en  su  manera  también  del  padre,  y  la  perdición  del  hijo 
es  perdición  de  su  padre,  y  que  no  meresce  nombre  de  padre  el 
que  habiendo  engendrado  su  hijo  para  este  mundo,  no  lo  en- 
gendra para  el  cielo.  Castigúele,  avísele,  apártele  de  malas  com- 
pañías, búsquele  buenos  maestros,  críele  en  virtud,  enséñele  den- 
de  su  niñez  con  Tobías  á  temer  á  Dios  (i),  quiébrele  muchas  ve- 
ces la  propria  v^oluntad,  y  pues  antes  que  nasciese  le  fué  padre 
del  cuerpo,  después  de  nascido  séale  padre  del  ánima.  Porque  no 
es  razón  que  se  contente  el  hombre  con  ser  padre  de  la  manera 
que  los  pájaros  y  los  animales  son  padres,  que  no  hacen  más 
que  dar  de  comer  y  sustentar  sus  hijos.  Sea  él  padre  como  hom- 
bre, y  como  hombre  cristiano,  y  como  verdadero  siervo  de  Dios, 
que  cría  su  hijo  para  hijo  de  Dios,  heredero  del  cielo,  y  no  para 
esclavo  de  Satanás  y  morador  del  infierno. 

Los  señores  de  familia  que  tienen  criados  y  esclavos,  acuér- 
dense de  aquella  amenaza  de  Sant  Pablo  que  dice  (2):  Si  alguno 
no  tiene  cuidado  de  sus  domésticos  y  familiares,  este  tal  negado 
ha  la  fe  (que  es  la  fidelidad  que  debiera  guardar)  y  es  peor  que 
un  hombre  desleal.  Acuérdese  que  éstos  son  como  ovejas  de  su 
manada  y  que  él  es  como  pastor  y  guarda  de  ellas,  mayormente 
de  los  que  son  esclavos,  y  piense  que  algún  tiempo  le  pedirán 
cuenta  de  ellos  y  le  dirán  (3):  ¿Dónde  está  la  grey  que  te  fué  en- 
comendada, y  el  ganado  noble  que  tenías  á  tu  cargo?  Y  llámalo 
con  mucha  razón  noble,  por  causa  del  precio  con  que  fué  com- 
prado, y  por  la  sacratísima  humanidad  de  Cristo  con  que  fué  en- 
noblescido;  pues  ningún  esclavo  hay  tan  bajo,  que  no  sea  libre  y 
noble  por  la  humanidad  y  sangre  de  Cristo.  Tenga,  pues,  el  buen 
cristiano  cuidado  que  los  que  tiene  en  su  casa  estén  libres  de  vi- 
cios conoscidos,  como  son  enemistades,  juegos,  perjurios,  blasfe- 
mias y  deshonestidades.  Y  demás  desto,  que  sepan  la  doctrina 
cristiana  y  que  guarden  los  mandamientos  de  la  Iglesia,  y  seña- 
ladamente el  de  oir  misa  domingos  y  fiestas,  y  ayunar  los  días 
que  son  de  ayuno,  sino  tuvieren  algún  legítimo  impedimiento,  se- 
gún que  arriba  fué  declarado. 


(i)     Tob.  I.     (2)   I  Tim.  V.     (3)  H'erem.  XIII. 


AVIS<:>  PRIMERO 
DE  LA  ESTIMA   DE  LAS  VIRTUDES,     TARA  MAYOR    ENTENDIMIENTO   DESTA  REGLA, 


CAPITULO  XIX, 


sí  como  al  principio  desta  regla  pusimos  algunos 
preámbulos  que  para  antes  della  se  requerían,  así 
después  de  ella  conviene  dar  algunos  avisos  para  que 
mejor  se  entienda  lo  contenido  en  ella.  Porque  primeramente 
(como  aquí  se  haya  tratado  de  muchas  maneras  de  virtudes)  es 
necesario  declarar  la  dignidad  que  tienen  unas  sobre  otras,  para 
que  sepamos  estimar  cada  cosa  en  lo  que  es,  y  dar  á  cada  una  su 
lugar.  Porque  así  como  el  que  trata  en  piedras  preciosas,  convie- 
ne que  entienda  el  valor  de  ellas  (porque  no  se  engañe  en  el  pre- 
cio) y  así  como  el  mayordomo  de  un  señor  conviene  que  sepa 
los  méritos  de  los  que  tiene  en  su  casa  para  que  trate  á  cada  uno 
según  su  merescimiento  (porque  lo  contrario  sería  desorden  y 
confusión)  así  el  que  trata  en  las  piedras  preciosas  de  las  virtudes 
y  el  que  como  buen  mayordomo  ha  de  dar  á  cada  una  su  dere- 
cho, conviene  que  para  esto  tenga  muy  entendido  el  precio  de 
ellas,  para  que  cuando  las  cosas  se  encontraren,  sepa  cuáles  ha  de 
anteponer  á  cuáles:  porque  no  venga  á  ser  (como  dicen)  allega- 
dor de  la  ceniza  y  derramador  de  la  harina,  como  á  muchos  acon- 
tesce. 

Pues  para  esto  es  de  saber  que  todas  las  virtudes  de  que  hasta 
aquí  habemos  tratado,  se  pueden  reducir  á  dos  órdenes;  porque 
unas  son  más  espirituales  y  interiores,  y  otras  más  visibles  y  ex- 
teriores. En  la  primera  orden  ponemos  las  virtudes  teologales  con 
todas  las  otras  que  señalamos  para  con  Dios,  y  principalmente  la 
caridad,  que  tiene  el  primer  lugar  (como  reina)  entre  todas  ellas. 
Y  con  éstas  se  juntan  otras  virtudes  muy  nobles  y  muy  vecinas 
á  éstas,  que  son:  humildad,  castidad,  misericordia,  paciencia,  dis- 
creción, devoción,  pobreza  de  espíritu,  menosprecio  de  mundo, 
negamiento  de  nuestra  propria  voluntad,  amor  de  la  cruz  y  as- 


460  GUÍA  DE  TECADORES 


pereza  de  Cristo,  y  otras  semejantes  á  éstas,  que  llamamos  aquí 
(extendido  este  vocablo)  virtudes.  Y  llamárnoslas  espirituales  y 
interiores,  porque  principalmente  residen  en  el  ánimo, puesto  caso 
que  proceden  también  á  obras  exteriores:  como  paresce  en  la  ca- 
ridad y  religión  para  con  Dios,  que  aunque  sean  virtudes  interio- 
res, producen  también  sus  actos  exteriores  para  honra  y  gloria 
del  mismo  Dios. 

Otras  virtudes  hay  que  son  más  visibles  y  exteriores,  como 
son:  el  ayuno,  la  disciplina,  el  silencio,  el  encerramiento,  el  leer, 
rezar,  cantar,  peregrinar,  oir  misa,  asistir  á  los  sermones  y  oficios 
divinos,  con  todas  las  otras  observancias  y  cerimonias  corporales 
de  la  vida  cristiana  ó  religiosa:  porque  aunque  estas  virtudes  es- 
tén en  el  ánimo,  pero  los  actos  proprios  de  ellas  salen  más  afuera 
que  los  de  las  otras,  que  muchas  veces  son  ocultos  y  invisibles, 
como  son,  creer,  amar,  esperar,  contemplar,  humillarse  interior- 
mente, dolerse  de  los  pecados,  juzgar  discretamente,  y  otros  ac- 
tos semejantes. 

Entre  estas  dos  maneras  de  virtudes  no  hay  que  dubdar  sino 
que  las  primeras  son  más  excelentes  y  más  necesarias  que  las  se- 
gundas, con  grandísima  ventaja.  Porque  como  dijo  el  Señor  á  la 
Samaritana  (i):  Mujer,  créeme  que  es  llegada  la  hora  cuando  los 
verdaderos  adoradores  adorarán  al  Padre  en  espíritu  y  en  ver- 
dad, porque  el  Padre  tales  quiere  que  sean  los  que  le  adoran. 
Espíritu  es  Dios,  y  por  eso  los  que  le  adoran,  en  espíritu  3^  en 
verdad  conviene  que  le  adoren.  Esto  es  en  romance  claro  lo 
que  canta  aquel  versículo  tan  celebrado  en  las  escuelas  de  los 
niños:  Pues  que  Dios  es  espíritu  (como  las  Escripturas  nos  lo 
enseñan)  por  eso  conviene  que  sea  honrado  con  pureza  y  lim- 
pieza de  espíritu.  Por  esto  el  profeta  David,  describiendo  la  her- 
mosura de  la  Iglesia,  ó  del  ánima  que  está  en  gracia,  dice  (2) 
que  toda  la  gloria  y  hermosura  de  ella  está  allá  dentro  escon- 
dida, donde  está  guarnecida  con  fajas  de  oro  y  vestida  de  di- 
versos colores  de  virtudes.  Lo  mismo  nos  significó  el  Apóstol 
cuando  dijo  á  su  discípulo  Timoteo  (3):  Ejercítate  en  la  piedad, 
porque  el  ejercicio  corporal  para  pocas  cosas  es  provechoso:  mas 
la  piedad  para  todo  vale:  pues  á  ella  se  prometen  los  bienes  des- 
ta  vida  y  de  la  otra.  Donde  por  la  piedad  entiende  el  culto  de 


(l)     Joan    IV.       (2)     Psalm.   XLIV.     (3)  I  Tim.  IV. 


Libro  n.  cArlTULo  xix.  461 


Dios  y  la  misericordia  para  con  los  prójimos,  y  por  el  ejercicio 
corporal  la  abstinencia  y  las  otras  asperezas  corporales,  como 
Sancto  Tomás  declara  sobre  este  paso. 

Entendieron  esta  verdad  hasta  los  filósofos  gentiles,  porque 
Aristóteles  que  tan  pocas  cosas  escribió  de  Dios,  con  todo  eso 
dijo:  Si  los  dioses  tienen  cuidado  de  las  cosas  humanas  (como  es 
razón  que  se  crea)  cosa  verisímil  es  que  se  huelguen  con  la  cosa 
más  buena  y  más  semejante  á  ellos,  y  ésta  es  la  mente  ó  el  espí- 
ritu del  hombre:  y  por  esto  los  que  adornaren  este  espíritu  con 
el  conoscimiento  de  la  v^erdad  3"  con  la  reformación  de  sus  afec- 
tos, éstos  han  de  ser  muy  agradables  á  Dios.  Lo  mismo  sintió 
maravillosamente  el  príncipe  de  los  médicos  Galeno:  el  cual  tra- 
tando en  un  Ubro  de  la  composición  y  artificio  del  cuerpo  hu- 
mano, y  del  uso  y  aprovechamiento  de  sus  partes,  y  llegando  á 
un  paso  donde  singularmente  resplandecía  la  grandeza  de  la  sa- 
biduría y  providencia  de  aquel  artífice  soberano,  arrebatado  en 
una  profunda  admiración  de  tan  grandes  maravillas,  como  olvi- 
dado de  la  profesión  de  médico,  y  pasando  á  la  de  teólogo,  ex- 
clamó diciendo:  Honren  los  otros  á  Dios  con  sus  hecatombas  (que 
son  sacrificios  de  cien  bueyes)  yo  le  honraré  reconosciendo  la 
grandeza  de  su  saber  (que  tan  altamente  supo  ordenar  las  cosas) 
y  la  grandeza  de  su  poder  (que  tan  enteramente  pudo  poner  por 
obra  todo  lo  que  ordenó)  y  la  grandeza  de  su  bondad,  la  cual  de 
ninguna  cosa  tuvo  envádia  á  sus  criaturas,  pues  tan  cumplidamen- 
te proveyó  á  cada  una  de  todo  lo  que  había  menester,  sin  alguna 
falta.  Esto  dijo  este  filósofo  gentil.  Dime  ¿qué  más  pudiera  decir 
un  perfecto  cristiano?  ¿Qué  más  dijera  si  hobiera  leído  aquel  di- 
cho del  Profeta  (1):  Misericordia  quiero  y  no  sacrificio,  y  conos- 
cimiento  de  Dios  más  que  holocaustos?  Muda  las  hecatombas  en 
holocaustos,  y  verás  la  concordia  que  tuvo  aquí  el  filósofo  gentil 
con  este  Profeta. 

Mas  con  todos  estos  loores  que  se  dan  á  estas  virtudes,  las 
otras  que  pusimos  en  la  segunda  orden,  dado  caso  que  en  la  dig- 
nidad sean  menores,  pero  son  importantísimas  para  alcanzar  las 
mayores  y  conservarlas,  y  algunas  de  ellas  necesarias,  por  razón 
del  precepto  ó  voto  que  en  ellas  entreviene.  Esto  se  prueba  cla- 
ramente, discurriendo  por  aquellas  mismas  virtudes  que  dijimos, 


(l)     Osee,  VI. 


402  GUÍA  DE  PECADORES 


Porque  el  encerramiento  y  la  soledad  excusa  al  hombre  de  ver 
de  oir,  de  hablar,  y  de  tratar  mil  cosas,  y  tropezar  en  mil  ocasio- 
nes, en  las  cuales  se  pone  á  peligro  no  sola  la  paz  y  sosiego  de  la 
consciencia,  sino  también  la  castidad  y  la  inocencia.  El  silencio  ya 
se  ve  cuánto  ayuda  para  conservar  la  devoción  y  excusar  los  pe- 
cados que  se  hacen  hablando,  pues  dijo  el  Sabio  (i)  que  en  el 
mucho  hablar  no  podían  faltar  pecados.  El  ayuno  (demás  de  ser 
acto  de  la  virtud  de  la  temperancia,  y  ser  obra  satisfactoria  y  me- 
ritoria si  se  hace  en  caridad)  enflaquesce  el  cuerpo,  y  levanta  el 
espíritu,  y  debilita  nuestro  adversario,  y  dispone  para  la  oración, 
lición  y  contemplación,  y  excusa  los  gastos  y  cobdicias  en  que 
viven  los  amigos  de  comer  y  beber,  y  las  burlerías,  y  parlerías, 
y  porfías,  y  disoluciones  en  que  entienden  después  de  hartos. 
Pues  el  leer  libros  sanctos,  y  oir  semejantes  sermones,  y  el  rezar, 
y  cantar,  y  asistir  á  los  oficios  divinos,  bien  se  ve  cómo  éstos  son 
actos  de  religión,  y  incentivos  de  devoción,  y  medios  para  alum- 
brar más  el  entendiiTiiento  y  encender  más  el  afecto  en  las  cosas 
espirituales. 

Pruébase  también  esto  mismo  por  una  experiencia  tan  clara, 
que  si  los  herejes  la  miraran,  no  vinieran  á  dar  en  el  extremo  que 
dieron.  Porque  vemos  cada  día  con  los  ojos  y  tocamos  con  las 
manos,  que  en  todos  los  monesterios  donde  floresce  la  observan- 
cia regular  y  la  guarda  de  todo  lo  exterior,  siempre  hay  mayor 
virtud,  mayor  devoción,  más  caridad,  más  valor  y  ser  en  las  per- 
sonas, más  temor  de  Dios,  y  finalmente  más  cristiandad;  y  por  el 
contrario,  donde  no  se  tiene  cuenta  con  esto,  así  como  la  obser- 
vancia anda  rota,  así  también  lo  anda  la  consciencia,  y  las  cos- 
tumbres, y  la  vida:  porque  couio  hay  mayores  ocasiones  de  pe- 
car, así  hay  más  pecados  y  desconciertos.  De  suerte  que  como 
en  la  viña  bien  guardada  y  bien  cercada  está  todo  seguro,  y 
la  que  caresce  de  guarda  y  de  cerca  está  toda  robada  y  esquil- 
mada, así  está  la  religión  cuando  se  guarda  la  observancia  re- 
gular, ó  no  se  guarda.  Pues  ^qué  más  argumento  queremos  que 
éste,  que  procede  de  una  tan  clara  experiencia,  para  ver  la  utili- 
dad y  importancia  destas  cosas  ? 

Pues  ya  si  un  hombre  pretende  alcanzar  y  conservar  siem- 
pre aquella  soberana  virtud  de  la  devoción  (que  hace  al  hombre 


(O    Píov.  X. 


LIBRO   II.  CAPITULO   XIX.  463 


hábil  y  prompto  para  toda  virtud  y  es  como  espuelas  y  estí- 
mulo para  todo  bien)  ¿cómo  será  posible  alcanzar  y  conservar 
este  afecto  tan  sobrenatural  y  tan  delicado,  si  se  descuida  en  la 
guarda  de  sí  mismo?  Porque  este  afecto  es  tan  delicado  y  (si 
sufre  decirse)  tan  fugitivo,  que  á  vuelta  de  cabeza,  no  sé  cómo, 
luego  desaparesce.  Porque  una  risa  desordenada,  una  habla  de- 
masiada, una  cena  larga,  un  poco  de  ira,  ó  de  porfía,  ó  de  otro 
cualquier  distraimiento,  un  ponerse  á  querer,  ver,  oír,  ó  entender 
en  cosas  no  necesarias  (aunque  no  sean  malas)  basta  para  agotar 
mucha  parte  de  la  devoción.  De  manera  que  no  sólo  los  peca- 
dos, sino  los  negocios  no  necesarios,  y  cualquier  cosa  que  nos 
haga  divertir  de  Dios,  nos  hace  diminuir  la  devoción.  Porque 
así  como  el  hierro  para  que  esté  hecho  fuego,  conviene  que  esté 
siempre  ó  cuasi  siempre  en  el  fuego  (porque  si  lo  sacáis  de  allí, 
de  ahí  á  poco  se  vuelve  á  su  frialdad  natural)  así  este  noble  afec- 
to depende  tanto  de  andar  el  hombre  siempre  unido  con  Dios 
por  actual  amor  y  consideración,  que  en  desviándolo  de  allí, 
luego  se  vuelve  al  paso  de  la  madre,  que  es  á  la  disposición  an- 
tigua que  primero  tenía. 

Por  donde  el  que  trata  de  alcanzar  y  conservar  este  sancto 
afecto,  ha  de  andar  tan  solícito  en  la  guarda  de  sí  mismo,  esto 
es,  de  los  ojos,  de  los  oídos,  de  la  lengua,  del  corazón,  ha  de  ser 
tan  templado  en  el  comer  y  beber,  ha  de  ser  tan  sosegado  en 
todas  sus  palabras  y  movimientos,  ha  de  amar  tanto  el  silencio  y 
la  soledad,  ha  de  procurar  tanto  la  asistencia  á  los  oficios  divi- 
nos y  todas  aquellas  cosas  que  le  puedan  despertar  y  provocar 
á  devoción,  que  mediante  estas  diligencias  pueda  conservar  y 
tener  seguro  este  tan  precioso  tesoro.  Y  si  esto  no  hace,  tenga 
por  cierto  que  no  le  sucederá  este  negocio  prósperamente. 

Todo  esto  nos  declara  bastantemente  la  importancia  de  estas 
virtudes,  dejando  en  su  lugar  y  no  derogando  á  la  dignidad  de 
las  otras  que  son  mayores.  De  lo  cual  todo  se  podrá  colegir  la 
diferencia  que  hay  entre  las  unas  y  las  otras:  porque  las  unas 
son  como  fin,  las  otras  como  medio  para  este  fin:  las  unas  como 
salud,  las  otras  como  medicina  con  que  se  alcanza  la  salud:  las 
unas  son  como  espíritu  de  la  religión,  las  otras  como  el  cuerpo 
della,  que  aunque  es  menor  que  el  espíritu,  es  parte  principal  del 
compuesto,  y  de  que  tiene  necesidad  para  sus  operaciones:  las 
unHS  son  como  tesoro,  y  las  otras  como  llave  con  que  se  guar» 


464  GUÍA  DE  PECADORES 


da  este  tesoro:  las  unas  son  como  la  fructa  del  árbol,  y  las  otras 
como  las  hojas  que  adornan  el  árbol  y  conservan  la  fructa  del. 
Aunque  en  esto  falta  la  comparación,  porque  las  hojas  del  árbol 
de  tal  manera  guardan  el  fructo,  que  no  son  parte  del  fructo: 
mas  estas  virtudes  de  tal  manera  son  guarda  de  la  justicia,  que 
también  son  parte  de  justicia:  pues  todas  éstas  son  obras  virtuo- 
sas, que  ejercitadas  en  caridad,  son  merecedoras  de  gracia  y 
gloria. 

Ésta  es  pues,  hermano,  la  estima  que  debes  tener  de  las  vir- 
tudes   de  que  en  esta  regla  habemos  tratado  (que  es  lo  que  al 
principio  deste  capítulo  propusimos)  y  con  esta  doctrina  estare- 
mos seguros  de  dos  extremos  viciosos,  que  es,  de  dos  grandes 
errores  que  ha  habido  en  el  mundo  en  esta  parte,  el  uno  antiguo 
de  los  fariseos,  y  el  otro  nuevo  de  los  herejes  deste  tiempo.  Por- 
que los  fariseos,  como  gente  carnal  y  ambiciosa  y  como  hombres 
criados  en  la  observancia  de  aquella  ley  que  aun  era  de   carne, 
no  hacían  caso  de  la  verdadera  justicia  (que  consiste  en  las  vir- 
tudes espirituales)  como   toda  la  historia   del  Evangelio  nos  lo 
muestra.  Y  así  quedábanse  (como  dice  el  Apóstol)  con  la  imagen 
sola  de  la  virtud,  sin  poseer  la  substancia  de  ella,  paresciendo 
buenos  en  lo  de  fuera,  y  siendo  abominables  en  lo  de  dentro. 
Mas  los  herejes  de  agora  por  el  contrario,  entendido  este  enga- 
ño, por  huir  de  un  extremo  vinieron  á  dar  en  otro,  que  fué  des- 
preciar del  todo  las  virtudes   exteriores,  cayendo  (como  dicen) 
en  el  peligro  de  Escila  por  huir  el  de  Caribdis.  Mas  la  verdade- 
ra y  católica  doctrinahuye  de  estos  dos  extremos  y  busca  la  ver- 
dad en  el  medio:  y  de  tal  manera  la  busca,  que  dando  su  lugar 
y  preeminencia  á  las  virtudes  interiores,  da  también   el  suyo  á 
las  exteriores,  poniendo  las  unas  como  en  la  orden  de  los  sena- 
dores, y  las  otras  como  en  la  de  los  caballeros  y  ciudadanos  (que 
componen  una  misma  república)  para  que  se  sepa  el  valor  de 
cada  cosa  y  se  dé  á  cada  una  su  derecho. 


DE   CUATRO   DOCUMENTOS 
MUV  IMPORTANTES  QUK    SE  SIGUEN  DESTa  DOCTRINA  SUSODICHA. 


CAPITULO  XX. 


L7ÍM  w  ESTx\  doctrina  susodicha  se  infieren  cuatro  documen- 
f^Wñ   tos  muy  importantes  para  la  vida  espiritual.  El  pri- 
mero es,  que  el  perfecto  varón  y  siervo  da  Dios  no 
se  ha  de  contentar  con  buscar  solas  las  virtudes  espirituales  (aun- 
que éstas  sean  las  más  nobles)  sino  debe  también  juntar  con  ellas 
las  otras,  así  para  la  conservación  de  aquéllas,  como-  para  conse- 
guir enteramente  el  cumplimiento  de  toda  justicia.  Para  lo  cual 
debe  considerar  que  así  como   el  hombre  no  es  ánima   sola,    ni 
cuerpo  solo,  sino  cuerpo  y  ánima  juntamente  (porque  el  ánima 
sola  sin  el  cuerpo  no  hace  el  hombre  perfecto,  y  el  cuerpo  sin 
el  ánima  no  es  más  que  un  saco  de  tierra)  así  también  entienda 
que  la  verdadera  y  perfecta  cristiandad  no  es  lo  interior  solo,  ni 
lo  exterior  solo,  sino  uno  y  otro  juntamente.  Porque  lo  interior 
solo  ni  se  puede  conservar  sin  algo  ó  mucho  de  lo  exterior  (se- 
gún la  obhgación  y  estado  de  cada  uno)  ni  basta  para   cumpli- 
miento de  toda  justicia:  mas  lo  exterior  sin  lo  interior  no  es  más 
parte  para  hacer  á  un  hombre  vdrtuoso,  que  el  cuerpo  sin  ánima 
para  hacerle  hombre.  Porque  así  como  todo  el  ser  y  vida  que 
tiene  el  cuerpo,  recibe  del  ánima,  así  todo  el  valor  y  precio  que 
tiene  lo  exterior,  se  recibe  de  lo  interior,  y  señaladamente  de  la 
caridad. 

Por  donde  el  que  quiere  vivar  desengañado,  así  como  no 
apartaría  el  cuerpo  del  ánima,  si  quisiese  formar  un  hombre,  así 
tampoco  debe  apartar  lo  corporal  de  lo  espiritual,  si  quiere  ha- 
cer un  perfecto  cristiano.  Abrace  el  cuerpo  con  el  ánima  junta- 
mente, abrace  el  arca  con  su  tesoro,  abrace  la  viña  con  su  cerca, 
abrace  la  virtud  con  los  reparos  y  defensivos  della  (que  también 
son  parte  de  la  misma  virtud)  porque  de  otra  manera,  crea  que 
se  quedará  sin  lo  uno  y  sin  lo  otro;  porque  lo  uno  no  podrá  al- 

QBP4S  D8  OR  AVADA  ^**'3Q 


466  GUÍA   DE   PECADORES 


canzar,  y  lo  otro  no  le  aprovechará  aunque  lo  alcance.  Acuérde- 
se que  así  como  la  naturaleza  y  el  arte  (imitadora  de  naturale- 
za) ninguna  cosa  hacen  sin  su  corteza  y  vestidura  y  sin  sus  re- 
paros y  defensivos,  para  conservación  y  ornamento  de  las  co- 
sas, así  tampoco  es  razón  que  lo  haga  la  gracia,  pues  es  más 
perfecta  forma  que  éstas,  y  hace  sus  obras  más  perfectamente. 
Acuérdese  que  está  escripto  (i)  que  el  que  teme  á  Dios,  ningu- 
na cosa  menosprecia,  y  que  el  que  no  hace  caso  de  las  cosas  me- 
nores, presto  caerá  en  las  mayores.  Acuérdese  de  lo  que  arriba 
dijimos,  que  por  un  clavo  se  pierde  una  herradura,  y  por  una 
herradura  un  caballo,  &c.  Acuérdese  de  los  peligros  que  allí  se- 
ñalamos de  no  hacer  caso  de  cosas  pequeñas:  porque  ése  era  el 
camino  para  no  lo  hacer  de  las  grandes.  Mire  que  en  la  orden  de 
las  plagas  de  Egipto  tras  de  los  mosquitos  vinieron  las  mos- 
cas (2):  para  que  por  aquí  entiendas  que  el  quebrantamiento  de 
las  cosas  menores  abre  la  puerta  para  las  mayores:  de  suerte  que 
el  que  no  hace  caso  de  los  mosquitos  que  pican,  presto  vendrá 
á  parar  en  las  moscas  que  ensucian. 

Documento  segundo. 

§.  I. 

l'oR  aquí  también  se  conoscerá  en  cuáles  virtudes  habe- 
H  mos  de  poner  mayor  diligencia,  y  en  cuáles  menor.  Por- 
que así  como  los  hombres  hacen  más  por  una  pieza  de  oro  que 
por  otra  de  plata,  y  más  por  un  ojo  que  por  un  dedo  de  la  ma- 
no, así  conviene  que  repartamos  la  diligencia  y  estudio  de  las 
virtudes  conforme  á  la  dignidad  y  méritos  de  ellas.  Porque  de 
otra  manera,  si  somos  diligentes  en  lo  menos  y  neghgentes  en 
lo  más,  todo  el  negocio  espiritual  irá  desordenado.  Por  donde 
prudentísimamente  hacen  los  perlados  que  así  como  en  sus  ca- 
pítulos y  ayuntamientos  repiten  muchas  veces  estas  voces:  si- 
lencio, ayuno,  encerramiento,  cerimonias,  composición  y  coro, 
así  y  mucho  más  repiten  éstas:  caridad,  humildad,  oración,  devo- 
ción, consideración,  temor  de  Dios,  amor  del  prójimo,  y  otras 
semejantes.  Y  tanto  más  conviene  hacer  esto,  cuanto  es  más  se- 


(í)  Eccli.  VII,     (2)  Exod.  VIIT, 


LIBRO   n.   CAPÍTULO  XX.  467 


creta  ia  falta  de  lo  interior  que  la  de  lo  exterior,  y  por  eso  aun 
más  peligrosa.  Porque  como  los  hombres  suelen  acudir  más  á 
los  defectos  que  ven  que  á  los  que  no  ven,  corre  peligro  no  ven- 
gan por  esta  causa  á  no  hacer  caso  de  los  defectos  interiores, 
porque  no  se  ven,  haciéndolo  mucho  de  los  exteriores,  porque 
se  ven.  Y  demás  desto  las  virtudes  exteriores,  así  como  son 
más  visibles  y  manifiestas  á  los  ojos  de  los  hombres,  así  son 
más  honrosas  y  más  conoscidas  dellos:  como  es  la  abstinencia,  las  vi- 
gilias, las  disciplinas  y  el  rigor  y  aspereza  corporal:  mas  las  vir- 
tudes interiores,  como  es  la  esperanza,  la  caridad,  la  humildad, 
la  discreción,  el  temor  de  Dios,  el  menosprecio  del  mundo,  &c. 
son  más  ocultas  á  los  ojos  de  los  hombres:  por  donde  aunque 
sean  de  grandísima  honra  delante  de  Dios,  no  lo  son  en  el  juicio 
del  mundo: porque  como  dijo  el  mismo  Señor  (i),los  hombres  ven 
lo  que  por  defuera  parece:  mas  el  Señor  mira  al  corazón.  Con- 
forme á  lo  cual  dice  el  Apóstol  (2):  No  es  agradable  á  Dios  el 
que  solamente  en  lo  publico  es  fiel,  y  el  que  públicamente  trae 
circuncidada  su  carne,  sino  el  que  en  lo  interior  de  su  ánima 
es  fiel,  y  trae  circuncidado  su  corazón,  no  con  cuchillo  de  car- 
ne, sino  con  el  temor  de  Dios,  cuya  alabanza  no  es  de  hombres 
(que  no  tienen  ojos  para  ver  esta  espiritual  circuncisión]  sino 
de  solo  Dios.  Pues  como  estas  cosas  exteriores  sean  tan  aparen- 
tes y  honrosas,  y  el  apetito  de  la  honra  y  de  la  propria  exce- 
lencia sea  uno  de  los  más  subtiles  y  más  poderosos  apetitos  del 
hombre,  corre  gran  peligro  no  nos  lleve  este  afecto  á  mirar  y 
celar  más  aquellas  virtudes  de  que  se  sigue  mayor  honra,  que  de 
las  que  se  sigue  menor.  Porque  al  amor  de  las  unas  nos  llama 
el  espíritu,  mas  al  de  las  otras  espíritu  y  carne  juntamente:  la 
cual  es  vehementísima  y  subtilísima  en  todos  sus  apetitos.  Y 
siendo  esto  así,  hay  razón  para  temer  no  prevalezcan  estos  dos 
afectos  contra  uno,  y  así  le  corran  el  campo.  Contra  lo  cual  se 
opone  la  luz  desta  doctrina,  que  aboga  por  la  causa  mejor  y 
pide  que  sin  embargo  de  todo  esto  se  le  dé  su  merescido  lu- 
gar: amonestando  que  se  cele  y  encomiende  con  mayor  dili- 
gencia lo  que  nos  consta  ser  de  mayor  importancia. 


^^i;     Luc.  XVI.     {2)  Rom.  U, 


4^8  GUÍA  DE  PECADORES 


Documento  tercero. 

§  n. 


|i^JiOR  aquí  también  se  entenderá   que   cuando  alguna  vez 
acaesciere  encontrarse  de  tal  manera  las  unas  virtudes 


con  las  otras,  que  no  se  pueda  cumplir  juntamente  con  ambas, 
que  en  tal  caso  (conforme  á  la  regla  y  orden  que  hay  en  los 
mismos  mandamientos  de  Dios  cuando  aciertan  á  encontrarse) 
dé  lugar  lo  menor  á  lo  mayor:  porque  lo  contrario  sería  gran 
desorden  y  perversión.  Esto  dice  S.  Bernardo  en  el  libro  de  la 
Dispensación  por  estas  palabras:  Muchas  cosas  instituyeron  los 
Padres  para  guarda  y  acrecentamiento  de  la  caridad.  Pues  todo 
el  tiempo  que  estas  cosas  sirvieren  á  la  caridad,  no  se  deben  al- 
terar ni  variar.  Mas  si  por  ventura  alguna  vez  acertasen  á  serle 
contrarias,  ¿no  está  claro  que  sería  muy  justo  que  las  cosas  que 
se  ordenaron  para  la  caridad  (cuando  no  se  compadescen  con 
ella)  ó  se  dejasen,  ó  se  interrumpiesen,  ó  se  mudasen  en  otras 
por  autoridad  de  aquéllos  á  quien  esto  incumbe?  Porque  de  otra 
manera,  perversa  cosa  sería  si  lo  que  se  ordenó  para  la  caridad, 
se  guardase  contra  la  ley  de  la  caridad.  Es  pues  la  conclusión, 
que  todas  estas  cosas  deben  permanescer  estables  y  fijas  en  cuan- 
to sirven  y  militan  para  esta  virtud,  y  no  de  otra  manera.  Hasta 
aquí  son  palabras  de  S.  Bernardo,  el  cual  alega  para  confirma- 
ción de  lo  dicho  dos  decretos,  uno  del  papa  Gelasio  y  otro  de 
León. 

Cuarto  documento. 

§.  m. 


E  aquí  también  se  puede  colegir  que  hay  dos  maneras  de 
'ú,  justicia,  una  verdadera  y  otra  falsa.  Verdadera  es  la  que 
abraza  las  cosas  interiores  con  todas  aquellas  exteriores  que  para 
conservación  suya  se  requieren.  Falsa  es  la  que  retiene  algunas 
de  las  exteriores  sin  las  interiores:  esto  es,  sin  amor  de  Dios, 
gin  temor,  sin  humildad,  sin   devoción,  y  sin   otras  semejantes 


LIB.   11.  CAPÍTULO  XX.  4^9 


virtudes,  cual  era  la  de  los  fariseos,  á  quien  dijo  el  Señor  (i):  Ay 
de  vosotros,  letrados  y  fariseos,  que  pagáis  muy  escrupulosamen- 
te el  diezmo  de  todas  vuestras  legumbres  y  hortalizas,  y  no  ha- 
céis caso  de  las  cosas  más  importantes  que  manda  la  Ley,  que 
son  juicio,  y  misericordia,  y  verdad.  Y  en  otro  lugar  les  dice  (2)  que 
eran  muy  solícitos  en  los  lavatorios  de  los  platos  y  de  las  ma- 
nos, y  en  otras  cosas  semejantes,  teniendo  los  corazones  llenos  de 
rapiña  y  de  maldad.  Por  donde  en  otro  lugar  les  dice  que  eran 
como  los  sepulcros  blanqueados,  que  defuera  parecían  á  los  hom- 
bres hermosos,  y  dentro  estaban  llenos  de  huesos  de  muertos. 

Ésta  es  la  manera  de  justicia  que  tantas  veces  reprehende  el 
Señor  en  las  Escripturas  de  los  Profetas,  porque  por  uno  de  ellos 
dice  así  (3):  Este  pueblo  con  los  labios  me  honra,  y  su  corazón 
está  lejos  de  Mí.  Sin  causa  y  sin  propósito  me  honran,  guardan- 
do las  doctrinas  y  leyes  de  los  hombres,  y  desamparando  la 
ley  que  Yo  les  di.  Y  en  otro  lugar  (4):  ¿Para  qué  quiero  yo  (di- 
ce Él)  la  muchedumbre  de  vuestros  sacrificios?  Lleno  estoy  ya 
de  los  holocaustos  de  vuestros  carneros  y  de  las  enjundias  de 
vuestros  ganados.  No  me  ofrezcáis  de  aquí  adelante  sacrificios  en 
balde.  \"uestro  encienso  me  es  abominación,  vuestros  ayunta- 
mientos son  perversos,  vuestras  calendas  (que  son  las  fiestas  que 
hacéis  al  principio  de  cada  mes)  y  las  otras  festividades  del  año 
aborresció  mi  ánima:  molestas  me  son  y  enojosas,  y  paso  trabajo 
en  sufrirlas. 

Pues  ¿qué  es  esto?  ¿Condena  Dios  lo  que  Él  mismo  ordenó, 
y  tan  encarescidamente  mandó,  ma3'ormente  siendo  éstos  actos 
de  aquella  nobilísima  virtud  que  llaman  religión,  que  tiene  por 
oficio  venerar  á  Dios  con  actos  de  adoración  y  religión?  No  por 
cierto:  mas  condena  á  los  hombres  que  se  contentaban  con  solo 
esto,  sin  tener  cuenta  con  la  verdadera  justicia  3^  con  el  temor  de 
Dios,  como  luego  lo  significó  diciendo:  Lavaos,  sed  limpios,  qui- 
tad la  maldad  de  vuestros  pensamientos  delante  de  mis  ojos,  ce- 
sad de  hacer  mal  y  aprended  á  hacer  bien:  y  entonces  yo  per- 
donaré vuestros  pecados,  y  desterraré  la  fealdad  de  vuestras 
ánimas. 

Y  en  otro  lugar  aun  más  encarescidamente  repite  lo  mismo 
por  estas  palabras  (5):  El  que  me  sacrifica  un  buey,  es  para  Mí 


(1)     Matth  XXIII.   (2)   Ibid.    (3)  Esai   XXIX.    (4)  Esai.  I.  (5)  Esa¡.  LXVI. 


4/0  GUÍA  BE  PECADORES 


como  sí  matase  un  hombre.  El  que  me  sacrifica  otra  res,  como  el 
que  me  despedazase  un  perro.  El  que  me  ofrece  alguna  ofrenda, 
como  si  me  ofreciese  sangre  de  puercos.  El  que  me  ofrece  encien- 
so,  como  el  que  bendijese  á  un  ídolo.  Pues  ^qué  es  esto,  Señor? 
PPorqué  tenéis  por  tan  abominables  las  mismas  obras  que  Vos 
mandastes?  Luego  da  la  causa  desto  diciendo:  Estas  cosas  esco- 
gieron en  sus  caminos  para  agradarme  con  ellas,  y  con  todo  esto 
se  deleitaron  en  sus  maldades  y  abominaciones.  <]Ves,  pues,  cuan 
poco  valen  todas  las  cosas  exteriores  sin  fundamento  de  lo  inte- 
rior? A  este  mismo  propósito  por  otro  profeta  dice  así  (i):  Quita 
de  mis  oídos  el  ruido  de  tus  cantares,  que  no  quiero  oir  la  melo- 
día de  tus  instrumentos  músicos.  Y  aun  en  otro  lugar  más  enca- 
rescidamente  dice  (2)  que  derramará  sobre  ellos  el  estiércol  de 
sus  solemnidades.  Pues  ^qué  más  que  esto  es  menester  para  que 
entiendan  los  hombres  lo  que  montan  todas  estas  cosas  exterio- 
res, por  altísimas  y  nobilísimas  que  sean,  cuando  les  falta  el  fun- 
damento de  justicia,  que  consiste  en  el  amor  y  temor  de  Dios  y 
aborrescimiento  del  pecado? 

Y  si  preguntares:  ^qué  es  la  causa  por  que  tanto  afea  Dios  esta 
manera  de  servicios,  comparando  los  sacrificios  con  homicidios  y 
el  encienso  con  la  idolatría,  y  llamando  ruido  al  cantar  de  los 
psalmos,  y  estiércol  á  las  fiestas  de  sus  solemnidades?  La  respuesta 
es:  porque  demás  de  ser  estas  cosas  de  ningún  merescimiento 
(cuando  carescen  del  fundamento  que  ya  dijimos)  toman  muchos 
de  ellas  ocasión  para  soberbia,  y  presumpción,  y  menosprecio  de 
los  otros  que  no  hacen  lo  que  ellos  hacen:  y  (lo  que  peor  es)  por 
aquí  vienen  á  tener  una  falsa  seguridad,  causada  de  aquella  falsa 
justicia,  que  es  uno  de  los  grandes  peligros  que  puede  haber  en 
este  camino:  porque  contentos  con  esto  no  trabajan  ni  procuran 
lo  demás.  <]  Quieres  ver  esto  muy  claro?  Mira  la  oración  de  aquel 
fariseo  del  Evangelio,  que  decía  así  (3):  Dios,  gracias  te  doy  por- 
que no  soy  yo  como  los  otros  hombres,  robadores,  adúlteros,  in- 
justos, como  lo  es  este  publicano:  ayuno  dos  días  cada  semana  y 
pago  fielmente  el  diezmo  de  todo  lo  que  poseo.  Mira,  pues,  cuan 
claramente  se  descubren  aquí  aquellas  tres  peligrosísimas 
rocas  que  dijimos.  La  presumpción,  cuando  dice:  no  soy  yo  como 
los  otros  hombres.  El  menosprecio  de  los  otros,  cuando  dice:  co- 


(1)     Amos,  V.     (2)  Malach.  II.     (3)  Luc.  XVIII. 


LEBRO  II.  a\PÍTULO  X^.  47^ 


mo  este  publicano.  La  falsa  segundad,  cuando  dice  que  da  gra- 
cias á  Dios  por  aquella  manera  de  vida  que  vivía,  pareciéndole 
que  estaba  seguro  en  ella  y  que  no  tenía  por  qué  temer. 

De  donde  nasce  que  los  que  de  esta  manera  son  justos,  vie- 
nen á  dar  en  un  linaje  de  hipocrisía  muy  peligrosa.  Para  lo  cual 
es  de  saber  que  hay  dos  maneras  de  hipocrisía:  una  muy  baja  y 
grosera,  que  es  la  de  aquéllos  que  claramente  ven  que  son  malos, 
y  muéstranse  en  lo  de  fuera  buenos,  para  engañar  al  pueblo.  Otra 
hay  más  subtil  y  más  delicada,  con  que  el  hombre  no  sólo  en- 
gaña á  los  otros,  sino  también  engaña  á  sí  mismo:  cual  era  la  des- 
te  fariseo,  que  realmente  con  aquella  sombra  de  justicia  no  sólo 
había  engañado  á  los  otros,  sino  también  á  sí  mismo:  porque  sien- 
do de  verdad  malo,  él  se  tenía  por  bueno.  Esta  es  aquella  mane- 
ra de  hipocrisía  de  que  dijo  el  Sabio  (i):  Hay  un  camino  que 
parece  al  hombre  derecho,  y  con  esto  va  á  parar  en  la  muerte.  Y 
en  otro  lugar  (2),  entre  cuatro  géneros  de  males  que  hay  en  el 
mundo,  cuenta  éste  diciendo:  La  generación  que  maldice  á  su 
padre,  y  no  bendice  á  su  madre;  la  generación  que  se  tiene  por 
limpia,  y  con  todo  esto  no  está  limpia  de  sus  pecados;  la  genera- 
ción que  trae  los  ojos  altivos,  y  levanta  sus  párpados  en  alto;  la 
generación  que  tiene  por  dientes  cuchillos,  y  se  traga  los  pobres 
de  la  tierra.  Éstos  cuatro  géneros  de  personas  cuenta  aquí  el  Sa- 
bio entre  las  más  infames  y  peligrosas  del  mundo;  y  entre  ellas 
cuenta  ésta  de  que  aquí  hablamos,  que  son  los  hipócritas  para  sí 
mismos,  que  se  tienen  por  limpios,  siendo  sucios,  como  lo  era 
este  fariseo. 

Éste  es  un  estado  de  tan  gran  peligro,  que  verdaderamente 
sería  menos  mal  ser  un  hombre  malo,  y  tenerse  por  tal,  que  ser 
desta  manera  justo,  y  tenerse  por  seguro.  Porque  cuanto  quiera 
que  sea  un  hombre  malo,  principio  es,  en  fin,  de  salud  el  conosci- 
miento  de  la  enfermedad;  mas  el  que  no  conosce  su  mal,  el  que 
estando  enfermo  se  tiene  por  sano,  ¿cómo  sufrirá  la  medicina?  Por 
esta  razón  dijo  el  Señor  á  los  fariseos  que  los  publícanos  y  las  ma- 
las mujeres  les  precederían  en  el  reino  de  los  cielos.  Donde  en  el 
Griego  leemos  preceden,  de  presente:  por  donde  aun  está  más 
claro  lo  que  decimos.  Esto  mismo  nos  representan  muy  á  la  clara 
aquellas  tan  escuras  y  temerosas  palabras  que  dijo  el  Señor  en  el 


(i)     Prov.  XIV.     (2)  Prov,  XXX. 


472  GUÍA  DE  PECADORES 


Apocalipsi  (i):  Ojalá  fueses,  ó  bien  frío,  ó  bien  caliente;  mas  porque 
eres  tibio,  comenzarte  he  á  echar  de  mi  boca.  Pues  ^cómo  es  posible 
que  caya  en  deseo  de  Dios  ser  un  hombre  frío?  Y  ^cómo  es  po- 
sible que  sea  de  peor  condición  el  tibio  que  el  frío,  pues  está  más 
cerca  del  caliente?  Oye  agora  la  respuesta:  Caliente  es  aquél  que 
con  el  fuego  de  la  caridad  que  tiene,  posee  todas  las  virtudes  así 
interiores  como  exteriores,  de  que  ya  dijimos.  Frío  es  aquél  que 
así  como  carece  de  caridad,  asi  carece  de  lo  uno  y  de  lo  otro, 
así  de  lo  interior  como  lo  exterior.  Tibio  es  aquél  que  tiene 
algo  de  lo  exterior  y  ninguna  cosa  de  lo  interior,  á  lo  menos  de 
caridad.  Pues  danos  aquí  á  entender  el  Señor  que  este  tal  es  de 
peor  condición  que  el  que  está  del  todo  frío:  no  por  ventura  por- 
que tenga  más  pecados  que  él,  sino  porque  es  más  incurable  su 
mal:  porque  tanto  está  más  lejos  del  remedio,  cuanto  se  tiene  por 
más  seguro.  Porque  de  aquella  justicia  superficial  que  tiene,  to- 
ma ocasión  para  creer  de  sí  que  es  algo,  como  quiera  que  á  la 
verdad  sea  nada.  Y  que  éste  sea  el  sentido  literal  destas  palabras, 
evidentemente  se  ve  por  lo  que  luego  en  continente  se  sigue: 
porque  explicando  el  Señor  más  claramente  á  quién  llamaba  ti- 
bio, añade:  Dices  que  eres  rico,  y  que  no  te  falta  nada  para  la  ver- 
dadera justicia,  y  no  entiendes  que  eres  mezquino  y  miserable, 
pobre,  y  ciego,  y  desnudo.  ¿No  te  paresce  que  ves  en  estas  pa- 
labras debujada  la  imagen  de  aquel  fariseo  que  decía:  Dios,  gra- 
cias te  doy  que  no  soy  yo  como  los  otros  hombres,  &c.?  Verda- 
deramente éste  es  el  que  se  tenía  en  su  corazón  por  rico  de  ri- 
quezas espirituales,  pues  por  esto  daba  gracias  á  Dios;  mas  sin 
dubda  él  era  pobre,  ciego  y  desnudo:  pues  dentro  estaba  vacío 
de  justicia,  lleno  de  soberbia  y  ciego  para  no  conocer  su  pro- 
pria  culpa. 

Tenemos,  pues,  aquí  ya  declarado  cómo  hay  dos  maneras  de 
justicia,  una  falsa  y  otra  verdadera,  y  cuan  grande  sea  la  exce- 
lencia de  la  verdadera,  y  cuánto  el  peligro  de  la  falsa.  Y  no  pien- 
se nadie  que  se  ha  perdido  tiempo  en  gastar  en  esto  tantas  pala- 
bras: porque  pues  el  sancto  Evangelio  (que  es  la  más  alta  de  to- 
das las  Escripturas  divinas  y  la  que  singularmente  es  espejo  y 
regla  de  nuestra  vida)  tantas  veces  reprehende  esta  manera  de 
justicia,  y  lo  mismo  hacen  tantas  veceS  los  profetas  (como  arriba 


(i)    Apoc.  III. 


LIBRO  11.  CAPÍTULO   XX.  473 


declaramos)  no  era  razón  que  pasásemos  en  esta  doctrina  livia- 
namente por  lo  que  tantas  veces  repiten  y  encarescen  las  Escrip- 
turas  divinas.  Mayormente  que  los  peligros  claros  y  manifiestos 
quienquiera  los  conoce  (porque  son  como  las  rocas  que  están  en 
la  mar  descubiertas)  y  por  esto  tienen  menos  necesidad  de  doc- 
trina: mas  los  ocultos  y  disimulados  (como  los  bajos  que  están 
cubiertos  con  el  agua)  ésos  es  razón  que  estén  más  claramente 
señalados  y  marcados  en  la  carta  del  marear,  para  no  peligrar  en 
ellos. 

Y  no  se  engañe  nadie  diciendo  que  entonces  era  esta  doctri- 
na necesaria  porque  reinaba  mucho  este  vicio,  y  agora  no:  por- 
que antes  creo  que  siempre  el  mundo  fué  cuasi  de  una  manera: 
porque  unos  mismos  hombres,  y  una  misma  naturaleza,  y  unas 
mismas  inclinaciones,  y  un  mismo  pecado  original  en  que  todos 
somos  concebidos  (que  es  la  fuente  de  todos  los  pecados)  forza- 
do es  que  produzga  unos  mismos  delictos:  porque  donde  hay  tan- 
ta semejanza  en  las  causas  de  los  males,  también  la  ha  de  haber  en 
los  mismos  males.  Y  así  los  mismos  vicios  que  había  entonces  en 
tales  y  tales  géneros  de  personas,  esos  mismos  hay  agora,  aunque 
alterados  algún  tanto  los  nombres  dellos:  así  como  las  comedias 
de  Planto  ó  de  Terencio  son  las  mismas  que  fueron  mil  años  ha: 
puesto  caso  que  cada  día  (cuando  se  representan)  se  mudan  las 
personas  que  las  representan. 

De  donde  así  como  entonces  aquel  pueblo  rudo  y  carnal  pen- 
saba que  tenía  á  Dios  por  el  pie  cuando  ofrecía  aquellos  sacrifi- 
cios, y  ayunaba  aquellos  ayunos,  y  guardaba  aquellas  fiestas  li- 
teralmente y  no  espirítualmente,  así  hallaréis  agora  muchos 
cristianos  que  oyen  cada  domingo  su  misa,  y  rezan  por  sus  horas 
y  por  sus  cuentas,  y  ayunan  cada  semana  los  sábados  á  nuestra 
Señora,  y  huelgan  de  oír  sermones,  y  otras  cosas  semejantes:  y 
con  hacer  esto  (que  á  la  verdad  es  bien  hecho)  tienen  tan  vivos 
los  apetitos  de  la  honra,  y  de  la  cobdicia,  y  de  la  ira,  como  todos 
los  otros  hombres  que  nada  desto  hacen.  Olvídanse  de  las  obli- 
gaciones de  sus  estados,  tienen  poca  cuenta  con  la  salvación  de 
sus  domésticos  y  familiares,  andan  en  sus  odios,  y  pasiones,  y 
pundonores:  y  no  se  humillarán,  ni  darán  á  torcer  su  brazo  por 
todo  el  mundo.  Y  aun  algunos  dellos  hay  que  tienen  quitadas  las 
hablas  á  sus  prójimos,  á  veces  por  livianas  causas,  y  muchos  tam- 
bién pagan  muy  mal  las  deudas  que  deben  á  sus  criados  y  á 


474  glIa  de  pecadores 


otros.  Y  si  por  ventura  les  tocáis  en  un  punto  de  honra,  ó  de  in- 
terese, ó  de  cosa  semejante,  veréis  luego  desarmado  todo  el  ne- 
gocio y  puesto  por  tierra,  Y  algunos  de  éstos,  siendo  muy  lar- 
gos en  rezar  muchas  coronas  de  Ave  Marías,  son  muy  estrechos 
en  dar  limosnas  y  hacer  bien  á  los  necesitados.  Y  otros  hallaréis 
que  por  todo  el  mundo  no  comerán  carne  el  miércoles  y  otros 
días  de  devoción:  y  con  esto  murmuran  sin  ningún  temor  de  Dios 
y  degüellan  crudelísimamente  los  prójimos.  De  manera  que  sien- 
do muy  escrupulosos  en  no  comer  carne  de  animales  (que  Dios 
les  concedió)  ningún  escrúpulo  tienen  de  comer  carnes  y  vidas 
de  hom.bres,  que  Dios  tan  caramente  les  prohibió.  Porque  verda- 
deramente una  de  las  cosas  que  más  había  de  celar  el  cristiano, 
es  la  fama  y  honra  de  su  prójimo,  de  que  éstos  tienen  muy  poco 
cuidado,  teniéndolo  tanto  de  cosas  sin  comparación  menores. 

Esto  y  otras  cosas  semejantes  no  me  puede  negar  nadie  sino 
que  cada  día  pasan  entre  los  hombres  del  mundo  y  entre  los  de 
fuera  del  mundo.  Y  pues  éste  es  tan  grande  y  tan  universal  en- 
gaño, necesaria  cosa  era  dar  este  desengaño,  mayormente  pues 
no  todos  los  que  tienen  por  oficio  darlo,  lo  dan:  y  por  esto  con- 
venía que  con  doctrina  clara  se  supliese  esta  falta,  para  avaso  de 
los  que  desean  acertar  este  camino. 

Y  para  que  el  cristiano  lector  se  aproveche  mejor  de  lo  di- 
cho y  no  venga  á  enfermar  con  la  medicina,  conviene  que  tome 
primero  el  pulso  á  su  espíritu  y  condición,  para  ver  á  lo  que  es 
más  inclinado.  Porque  hay  unas  doctrinas  generales  que  sirven 
para  todo  género  de  personas,  como  las  que  se  dan  de  la  cari- 
dad, humildad,  paciencia,  obediencia,  &c.  Otras  hay  particulares, 
que  son  para  remedios  particulares  de  personas,  que  no  arman 
tanto  á  otras.  Porque  á  un  muy  escrupuloso  es  menester  alar- 
garle algo  la  consciencia:  mas  al  que  es  largo  de  consciencia,  es 
menester  estrechársela:  al  pusilánime  y  desconfiado  convñene  pre- 
dicar de  la  misericordia:  al  presumptuoso,  de  la  justicia:  y  así  á 
todos  los  demás,  según  nos  lo  aconseja  el  Eclesiástico  diciendo  (i) 
que  tratemos  con  el  injusto,  de  la  justicia:  con  el  temeroso,  de  la 
guerra:  con  el  envidioso,  del  agradesci miento:  con  el  inhumano, 
de  la  humanidad:  con  el  perezoso,  del  trabajo,  y  así  con  todos 
los  demás. 


(i)    EccU.  XXXVII. 


LffiRO  n.  CAPÍTULO   XX.  475 


Pues  según  esto,  como  haya  dos  diferencias  de  personas,  unas 
que  se  acuestan  más  á  lo  interior,  sin  hacer  tanto  caso  de  lo  ex- 
terior, y  otras  que  se  inclinan  más  á  lo  exterior,  sin  tener  tanta 
cuenta  con  lo  interior:  á  los  unos  conviene  encarescer  lo  uno,  y 
á  los  otros  lo  otro:  para  que  así  vengan  á  reducirse  los  humores 
á  debida  proporción.  Nos  en  esta  doctrina  de  tal  manera  templa- 
mos el  estilo,  que  cada  cosa  pusiésemos  en  su  lugar,  levantando  las 
cosas  mayores  sin  perjuicio  de  las  menores,  y  encargando  las  me- 
nores sin  agravio  de  las  ma3^ores.  Y  desta  manera  estaremos  li- 
bres de  aquellas  dos  peligrosísimas  rocas  que  aquí  habernos  que- 
rido derribar:  la  una  de  los  que  precian  tanto  lo  interior,  que 
desprecian  lo  exterior:  y  la  otra  de  los  que  abrazando  mucho  lo 
exterior,  se  descuidan  en  lo  interior,  mayormente  en  el  temor  de 
Dios  y  aborrescimiento  del  pecado. 

La  suma,  pues,  deste  negocio  sea  fundarnos  en  un  profundí- 
simo temor  de  Dios,  que  nos  haga  tremer  de  solo  el  nombre  del 
pecado.  Y  quien  éste  tuviere  muy  arraigado  en  su  ánima,  tén- 
gase por  dichoso,  y  sobre  este  fundamento  edifique  lo  que  qui- 
siere. Mas  el  que  se  hallare  fácil  para  cometer  un  pecado,  ten- 
gase por  miserable,  ciego  y  malaventurado,  aunque  tenga  todas 
las  aparencias  de  sanctidad  que  hay  en  el  mundo. 


SEGUNDO   AVISO 
ACERCA    PE   DlVFRSAS   MANERAS   DE   VIDAS    QUE   HAY   EN    LA    IGLESIA. 

CAPÍTULO  XXI. 


L  segundo  aviso  sirve  para  no  juzgar  unos  á  otros 
en  la  manera  de  vida  que  cada  uno  tiene.  Para  lo 
cual  es  de  saber  que  como  sean  muchas  las  virtu- 
des que  se  requieren  para  la  vida  cristiana,  unos  se  dan  más  á 
unas,  y  otros  á  otras.  Porque  unos  se  dan  más  á  aquellas  virtu- 
des que  ordenan  al  hombre  para  con  Dios,  que  por  la  mayor 
parte  pertenescen  á  la  vida  comtemplativa:  otros,  á  las  que  nos 
ordenan  para  con  el  prójimo,  que  pertenescen  á  la  activa:  otros, 
á  las  que  ordenan  al  hombre  consigo  mismo,  que  son  más  fami- 
liares á  la  vida  monástica. 

ítem,  como  todas  las  obras  virtuosas  sean  medios  para  alcan- 
zar la  gracia,  unos  la  procuran  más  por  un  medio,  y  otros  por 
otro.  Porque  unos  la  buscan  con  ayunos,  y  disciplinas,  y  aspe- 
rezas corporales:  otros  con  limosnas  y  obras  de  misericordia: 
otros  con  oraciones  y  meditaciones  continuas,  en  el  cual  medio 
hay  tanta  variedad,  cuantos  medios  hay  de  orar  y  meditar:  por- 
que unos  se  hallan  bien  con  un  linaje  de  oraciones  y  meditacio- 
nes, y  otros  con  otras:  y  así  como  hay  muchas  cosas  que  me- 
ditar, así  hay  muchos  modos  de  meditación,  entre  los  cuales 
aquél  es  mejor  para  cada  uno,  en  que  halla  mayor  devoción  y 
más  provecho. 

Pues  acerca  desto  suele  haber  un  muy  común  engaño  entre 
personas  virtuosas:  y  es,  que  los  que  han  aprovechado  por  al- 
guno destos  medios,  piensan  que  como  ellos  medraron  por  allí, 
que  no  hay  otro  camino  para  medrar  con  Dios,  sino  solo  aquél, 
y  ése  querrían  enseñar  á  todos:  y  tienen  por  errados  á  los  que 
por  allí  no  van,  paresciéndoles  que  no  hay  más  de  un  camino 
solo  para  el  cielo.  El  que  se  da  mucho  á  la  oración,  piensa  que 
sin  esto  no  hay  salud.  El  que  se  da  mucho   á  ayunos,  parécele 


LIBRO  li.  CAPÍTULO   XXL  4/7 


que  todo  es  burla,  sino  ayunar.  El  que  se  da  á  la  vida  contem- 
plativ^a,  piensa  que  todos  los  que  no  son  contemplativos,  viven 
en  grandísimo  peligro,  y  toman  esto  tan  por  el  cabo,  que  algu- 
nos vienen  á  tener  en  poco  la  vida  activa.  Por  el  contrario  los 
activos,  como  no  saben  por  experiencia  qué  pasa  entre  Dios  y 
el  ánima  en  aquel  suavísimo  ocio  de  la  contemplación,  y  ven  el 
provecho  palpable  que  se  sigue  de  la  vida  activa,  deshacen 
cuanto  pueden  la  vida  contemplativa,  y  apenas  pueden  apro- 
bar vida  contemplativa  pura,  si  no  es  compuesta  de  la  una  y  de 
la  otra:  como  si  esto  fuese  fácil  de  hacer  á  quienquiera.  Asimis- 
mo el  que  se  da  á  la  oración  mental,  parécele  que  toda  otra 
oración  sin  ésta  es  infructuosa:  y  el  que  á  la  vocal,  dice  que 
ésta  es  de  mayor   trabajo  y  que   así  será  de  mayor  provecho. 

De  suerte  que  cada  buhonero  (como  dicen)  alaba  sus  agu- 
jas: y  así  cada  uno  con  una  tácita  soberbia  y  ignorancia  (sin  ver 
lo  que  hace)  alaba  á  sí  mismo,  engrandesciendo  aquello  en  que 
él  tiene  más  caudal.  Y  así  viene  á  ser  el  negocio  de  las  virtudes 
como  el  de  las  sciencias,  en  las  cuales  cada  uno  alaba  y  levanta 
sobre  los  cielos  aquella  sciencia  en  que  él  reina,  apocando  y  des- 
haciendo todas  las  otras.  El  orador  dice  que  no  hay  otra  arte  en 
el  mundo  que  iguale  con  la  elocuencia:  el  astrólogo,  que  no  la 
hay  tal  como  la  que  trata  del  cielo  y  de  las  estrellas:  el  filósofo 
dice  otro  tanto:  el  que  se  da  á  la  Escriptura  divina  dice  mucho 
más,  y  con  mayor  razón:  el  que  al  estudio  de  las  lenguas  (por- 
que sirven  para  la  Escriptura)  dice  lo  mismo:  el  teólogo  esco- 
lástico no  se  contenta  con  el  lugar  de  en  medio,  sino  .  pone  su 
silla  sobre  todos.  Y  á  ninguno  le  faltan  razones,  y  grandes  ra- 
zones, para  creer  que  su  sciencia  es  la  mejor  y  más  necesaria. 

Pues  esto  que  se  halla  en  las  sciencias  tan  descubiertamente, 
se  halla  en  las  virtudes,  aunque  más  disimuladamente:  porque 
cada  uno  de  los  amadores  de  las  virtudes  por  un  cabo  desea 
acertar  en  lo  mejor,  y  por  otro  busca  lo  que  más  arma  con  su 
naturaleza:  y  de  aquí  nasce  que  lo  que  á  él  está  mejor,  cree  que 
es  mejor  para  todos,  y  el  zapato  que  á  él  viene  justo,  cree  que 
también  vendrá  á  todos  los  otros. 

Pues  desta  raíz  nascen  los  juicios  de  las  vidas  ajenas  y  las 
divisiones  y  scismas  espirituales  entre  los  hermanos,  creyendo 
los  unos  de  los  otros  que  van  descaminados,  porque  no  van  por 
§1  camino  que  ellos  van.  Cuasi  en  este  engaño  vivían  los  de  Co- 


478  GUÍA  DE  PECADORES 


rinto:  los  cuales  habiendo  recibido  muchos  y  diversos  dones  de 
Dios,  cada  uno  tenía  el  suyo  por  mejor,  y  así  se  anteponían  unos 
á  otros,  preferiendo  unos  el  don  de  las  lenguas,  otros  de  la  pro- 
fecía, otros  la  interpretación  de  las  Escripturas,  otros  el  hacer 
milagros,  y  así  todos  los  demás.  Contra  este  engaño  no  hay  otra 
mejor  medicina  que  aquella  de  que  el  Apóstol  usa  en  esta  epís- 
tola contra  esta  dolencia.  Porque  aquí  primeramente  iguala  to- 
das las  gracias  y  dones  en  su  origen  y  principio,  diciendo  que 
todos  ellos  son  arroyos  que  nascen  de  una  misma  fuente,  que 
es  el  Espíritu  Sancto,  y  que  por  esta  parte  todos  participan  una 
manera  de  igualdad  en  su  causa,  aunque  entre  sí  sean  diversos: 
así  como  los  miembros  del  cuerpo  de  un  rey  todos  en  fin  son 
miembros  de  un  rey,  y  de  sangre  real,  aunque  sean  diferentes 
entre  sí.  Desta  manera  dice  el  Apóstol  (i)  que  todos  en  el  bap- 
tismo  recibimos  un  mismo  espíritu  de  Cristo,  para  que  median- 
te él  todos  fuésemos  miembros  de  un  mismo  cuerpo.  Y  así  cuan- 
to á  esto  todos  participamos  una  misma  dignidad  y  gloria,  pues 
todos  somos  miembros  de  una  misma  cabeza.  Por  donde  añade 
luego  el  Apóstol -y  dice:  Si  dijere  el  pie:  yo  no  soy  mano,  y 
por  eso  no  soy  del  cuerpo,  ^dejará  por  esto  de  ser  del  cuerpo? 
Y  si  dijere  el  oído:  porque  no  soy  ojo,  no  soy  deste  cuerpo,  ¿de- 
jará por  eso  de  ser  deste  cuerpo?  Así  que  por  esta  parte  en 
todos  hay  igualdad,  para  que  en  todos  haya  unidad  y  herman- 
dad, puesto  caso  que  con  esto  se  compadesca  alguna  variedad. 
Esta  variedad  nasce  en  parte  de  la  naturaleza  y  en  parte  de 
la  gracia.  De  la  naturaleza  decimos  que  nasce,  porque  aunque  el 
principio  de  todo  el  ser  espiritual  sea  la  gracia,  mas  la  gracia 
recebida  como  agua  en  diversos  vasos,  toma  diversas  figuras, 
aplicándose  á  la  condición  y  naturaleza  de  cada  uno.  Porque 
hay  unos  hombres  naturalmente  sosegados  y  quietos,  que  se- 
gún esto  son  más  aparejados  para  la  vida  contemplativa:  otros 
más  coléricos  y  hacendosos,  que  son  más  hábiles  para  la  vida 
activa:  otros  más  robustos  y  sanos,  y  más  desamorados  para  con- 
sigo mismos,  y  éstos  son  más  aptos  para  los  trabajos  de  la  peni- 
tencia. En  lo  cual  resplandesce  maravillosamente  la  bondad  y 
misericordia  de  nuestro  Señor,  que  como  desea  tanto  comuni- 
carse á  todos,  no  quiso  que  hubiese  un  solo  camino  para  esto, 


^i)     Galat,  III. 


LIBRO  11.  CAPÍTtJI.O  Xxr.  479 


sino  muchos  y  diversos,  según  la  diversidad  de  las  condiciones 
de  los  hombres:  para  que  el  que  no  tuviese  habilidad  para  ir  por 
uno,  fuese  por  otro. 

La  segunda  causa  desta  variedad  es  la  gracia,  porque  el  Es- 
píritu Sancto  (que  es  el  autor  della)  quiere  que  haya  esta  varie- 
dad en  los  suyos,  para  mayor  perfección  y  hermosura  de  la  Igle- 
sia. Porque  así  como  para  la  perfección  y  hermosura  del  cuerpo 
humano  se  requiere  que  haya  en  él  diversos  miembros  y  senti- 
dos, así  también  para  la  perfección  y  hermosura  de  la  Iglesia 
convenía  que  hubiese  esta  diversidad  de  virtudes  y  gracias,  por- 
que si  todos  los  fieles  fueran  de  una  manera,  ¿cómo  se  pudiera 
llamar  éste  cuerpo?  Si  todo  el  cuerpo,  dice  Sant  Pablo  (i),  fuese 
ojos,  ¿dónde  estarían  los  oídos?  Y  si  todo  fuese  oídos,  ¿dónde 
estarían  las  narices?  Y  por  esto  quiso  Dios  que  los  miembros  fue- 
sen muchos,  y  el  cuerpo  uno,  porque  así  habiendo  muchedum- 
bre con  unidad,  hubiese  proporción  y  conveniencia  de  muchas 
cosas  en  una,  de  donde  resultase  la  perfección  y  hermosura  de 
la  Iglesia.  Así  vemos  que  en  la  música  conviene  que  haya  esta 
misma  diversidad  y  muchedumbre  de  voces,  con  unidad  de  con- 
sonancia, para  que  así  haya  en  ella  suavidad  y  melodía.  Porque 
si  todas  las  voces  fuesen  de  una  manera,  ó  todas  tiples,  ó  todas 
tenores,  &c.  ¿cómo  podría  haber  música  y  harmonía? 

Pues  en  las  obras  de  naturaleza  es  cosa  maravillosa  ver  cuán- 
ta variedad  puso  aquél  Artífice  soberano,  y  cómo  repartió  las 
habilidades  y  perfecciones  á  todas  sus  criaturas  por  tal  orden  que 
con  tener  cada  una  su  particular  ventaja  sobre  la  otra,  la  otra  no 
tuviese  por  qué  tenerle  envidia:  porque  también  le  tenía  ella  otra 
manera  de  ventaja.  El  pavón  es  muy  hermoso  de  ver,  mas  no 
es  dulce  de  oir.  El  ruiseñor  es  dulce  de  oír,  mas  no  es  hermoso 
para  ver.  El  caballo  es  bueno  para  la  carrera  y  para  la  guerra, 
mas  no  lo  es  para  la  mesa:  y  el  buey  es  bueno  para  la  mesa  y 
para  la  era,  mas  no  sirve  para  lo  demás.  Los  árboles  fructuosos 
son  buenos  para  comer,  mas  no  para  edificar:  los  silvestres,  por 
el  contrario,  son  buenos  para  edificar,  mas  no  lo  son  para  fructi- 
ficar. Desta  manera  en  todas  las  cosas  juntas  se  hallan  todas  las 
cosas  repartidas,  y  en  ninguna  todas  juntas:  para  que  así  se  con- 
serve la  variedad  y  hermosura  en  el  universo,  y  se  conserven 


(1)    I.  Cor,  xn, 


480  GUÍA  DE  PECADORES 


también  las  especies  de  las  cosas,  y  se  enlacen  las  unas  con  las 
otras,  por  la  necesidad  que  tienen  unas  de  otras. 

Pues  esta  misma  orden  y  hermosura  que  hay  en  las  obras  de 
naturaleza,  quiso  el  Señor  que  hubiese  en  las  de  gracia,  y  para 
esto  ordenó  por  su  Espíritu  que  hubiese  mil  maneras  de  virtu- 
des y  gracias  en  su  Iglesia,  para  que  de  todas  ellas  resultase  una 
suavísima  consonancia,  y  un  perfectísimo  mundo,  y  un  hermosí- 
simo cuerpo  compuesto  de  diversos  miembros.  De  aquí  nasce  ha- 
ber en  la  Iglesia  unos  muy  dados  á  la  vida  contemplativa,  otros 
á  la  activa,  otros  á  obras  de  obediencia,  otros  de  penitencia,  otros 
á  orar,  otros  á  cantar,  otros  á  estudiar  para  aprovechar,  otros  á 
servir  enfermos  y  acudir  á  hospitales,  otros  á  socorrer  á  pobres 
y  necesitados,  y  otros  á  otras  muchas  maneras  de  ejercicios  y 
obras  virtuosas. 

La  misma  variedad  vemos  en  las  religiones,  que  aunque  to- 
das caminan  para  Dios,  cada  una  lleva  su  proprio  camino.  Unas 
van  por  el  camino  de  la  pobreza,  otras  por  el  de  la  penitencia, 
otras  por  el  de  las  obras  de  la  vida  contemplativa,  otras  de  la 
activa.  Y  por  esto  unas  buscan  lo  púbUco,  otras  lo  secreto:  unas 
procuran  rentas  para  su  instituto,  otras  aman  la  pobreza:  unas  quie- 
ren los  desiertos,  y  otras  las  plazas  y  los  poblados:  y  todo  esto 
religiosamente  y  por  caridad. 

Y  en  una  misma  orden  y  monesterio  veréis  esta  misma  va- 
riedad: porque  unos  están  en  el  coro  cantando,  otros  en  sus  ofi- 
cios trabajando,  otros  en  sus  celdas  estudiando,  otros  en  la  igle- 
sia confesando  y  otros  fuera  de  casa  negociando.  Pues  ¿qué  es 
esto?  Muchos  miembros  en  un  cuerpo  y  muchas  voces  en  una 
música,  para  que  así  haya  hermosura,  proporción  y  consonan- 
cia en  la  Iglesia.  Porque  por  eso  hay  en  una  vihuela  muchas 
cuerdas  y  en  unos  órganos  muchos  caños:  porque  así  pueda  ha- 
ber consonancia  y  harmonía  de  muchas  voces.  Esta  es  aquella 
vestidura  que  el  patriarca  Jacob  hizo  á  su  hijo  Josef  de  diversos 
colores  (i),  y  éstas  aquellas  cortinas  del  Tabernáculo  que  man- 
dó Dios  pintar  con  maravillosa  variedad  y  hermosura. 

Pues  siendo  esto  así  (y  siendo  necesario  que  sea  así  para  la 
orden  y  hermosura  de  la  Iglesia)  ¿porqué  nos  andamos  comien- 
do unos  á  otros,  y  juzgando  y  sentenciando  unos  á  otros,  por- 


(í)     Genes.  XXXVII. 


LÍBRO   II.  CAPÍTULO   XXI.  481 


que  no  hacen  unos  lo  que  hacen  otros?  Eso  es  destruir  el  cuer- 
po de  la  Iglesia:  eso  es  destruir  la  vestidura  de  Josef:  eso  es  des- 
hacer esta  música  y  consonancia  celestial:  eso  es  querer  que  los 
miembros  de  la  Iglesia  sean  todos  pies,  ó  todos  manos,  ó  todos 
ojos.  Pues  si  todo  el  cuerpo  fuese  ojos,  ¿dónde  estarían  los  oí- 
dos? Y  si  todos  oídos,  ¿dónde  estarían  los  ojos? 

Por  donde  paresce  aun  más  claro  cuan  grande  yerro  sea  con- 
denar á  otro  porque  no  tiene  lo  que  tengo  yo,  ó  porque  no  es 
para  lo  que  soy  yo.  ¿Cuál  sería  si  los  ojos  despreciasen  á  los 
pies  porque  no  ven,  y  los  pies  murmurasen  de  los  ojos  porque 
no  andan  y  los  dejan  á  ellos  con  toda  la  carga?  Porque  real- 
mente así  es  necesario  que  trabajen  los  pies,  y  descansen  los 
ojos,  y  que  los  unos  anden  arrastrados  por  tierra,  y  los  otros  es- 
tén en  lo  alto  limpios  de  polvo  y  de  paja.  Y  no  hacen  menos 
los  ojos  descansando  que  los  pies  caminando:  así  como  en  el  navio 
no  hace  menos  el  piloto  que  está  par  de  el  gobernalle  con  la 
aguja  en  la  mano,  que  los  otros  que  suben  á  la  gavia,  y  trepan 
por  las  cuerdas,  y  extienden  las  velas,  y  limpian  la  bomba:  an- 
tes aquél  que  parece  que  menos  hace,  ése  realmente  hace  más. 
Porque  no  se  mide  la  excelencia  de  las  cosas  con  el  trabajo,  si- 
no con  el  valor  y  importancia  dellas:  si  no  queremos  decir  que 
más  hace  en  la  república  el  que  cava  y  el  que  ara,  que  el  que  la 
gobierna  con  su  consejo  y  prudencia. 

Pues  quien  esto  atentamente  considerare,  dejará  á  cada  uno 
en  su  llamamiento:  esto  es,  dejará  al  pie  ser  pie,  y  á  la  mano 
mano,  y  no  querrá  ni  que  todos  sean  pies,  ni  todos  manos.  Esto 
es  lo  que  tan  largamente  pretendió  persuadir  el  Apóstol  en  la 
Epístola  susodicha:  y  esto  mismo  es  lo  que  nos  aconseja  cuando 
dice  (i):  El  que  no  come,  no  menosprecie  al  que  come.  Porque 
por  ventura  aquél  que  come  tendrá  por  una  parte  necesidad  de 
comer,  y  por  otra  quizá  tendrá  otra  virtud  más  alta  que  ésa  que 
tú  tienes,  de  que  tú  carecerás:  por  donde  en  lo  uno  no  tendrá 
culpa,  y  en  lo  otro  te  hará  ventaja.  Porque  así  como  no  menos 
sirven  para  el  canto  los  puntos  que  están  en  regla  que  los  que 
están  en  espacio,  así  no  menos  sirve  á  la  consonancia  y  música 
espiritual  de  la  Iglesia  el  que  come  que  el  que  no  come,  y  el  que 
parece  que  está  ocioso  que  el  que  está  ocupado,  si  en  su  ocio  tra- 


(i;    Rom.  XIV. 

OBílAS  DE  GRANADA.  I— 31 


482  GUÍA  DE  PECADORES 


baja  por  alcanzar  con  qué  pueda  después  edificar  á  su  prójimo. 
Esto  mismo  nos  encomienda  muy  encarescidamente  Sant 
Bernardo,  avisando  que  excepto  aquéllos  á  quien  es  dado  ser 
jueces  y  presidentes  en  la  Iglesia,  nadie  se  entremeta  en  querer 
escudriñar  ni  juzgar  la  vida  de  nadie,  ni  comparar  la  suya  con  la 
de  nadie:  porque  no  le  acaezca  lo  que  al  monje  que  tenía  por 
agravio  que  su  pobreza  se  igualase  con  las  riquezas  de  Gregorio: 
á  quien  fué  dicho  que  más  rico  era  él  con  una  gatilla  que  tenía, 
que  el  otro  con  todas  sus  riquezas. 


TERCERO  AVISO 
DE  LA  SOLICITUD  Y  VIGILANCIA  CON  QUE  DEBE  VIVIR  EL  VARÓN  VIRTUOSO. 

CAPITULO  xxn. 


L  tercer  aviso  sea  éste,  que  porque  en  esta  regla 
se  han  puesto  muchas  maneras  de  virtudes  y  docu- 
mentos para  reglar  la  vida,  y  nuestro  entendimiento 
no  puede  comprehender  muchas  cosas  juntas,  para  esto  conviene 
procurar  una  virtud  general  que  las  comprehenda  todas  y  supla 
(según  es  posible)  las  veces  de  todas:  que  es  una  perpetua  soli- 
citud y  vigilancia  y  una  continua  atención  á  todo  lo  que  hobié- 
remos  de  hacer  y  decir,  para  que  todo  vaya  nivelado  con  el  jui- 
cio de  la  razón. 

De  suerte  que  así  como  cuando  un  embajador  hace  una  ha- 
bla delante  de  un  gran  senado,  en  un  mismo  tiempo  está  atento 
á  las  cosas  que  ha  de  decir,  y  á  las  palabras  con  que  las  ha  de 
decir,  y  á  la  voz  y  á  los  meneos  del  cuerpo,  y  á  otras  cosas  se- 
mejantes, así  el  siervo  de  Dios  trabaje  (cuanto  le  sea  posible)  por 
traer  consigo  una  perpetua  atención  y  vigilancia  para  mirar  por 
sí  y  por  todo  lo  que  hace:  para  que  hablando,  callando,  pregun- 
tando, respondiendo,  negociando,  en  la  mesa,  en  la  plaza  y  en  la 
iglesia,  en  casa  y  fuera  de  casa,  esté  como  con  un  compás  en  la 
mano  midiendo  y  compasando  sus  obras,  sus  palabras  y  pensa- 
mientos, con  todo  lo  demás,  para  que  todo  vaya  conforme  á  la 
ley  de  Dios,  y  al  juicio  de  la  razón,  y  al  decoro  y  decencia  de  su 
persona.  Porque  como  sea  tanta  la  distancia  que  hay  entre  el  bien 
y  el  mal,  y  Dios  haya  impreso  en  nuestras  ánimas  una  luz  y  co- 
noscimiento  de  lo  uno  y  de  lo  otro,  apenas  hay  hombre  tan  sim- 
ple, que  si  mira  atentamente  lo  que  hace,  no  se  le  trasluzga  poco 
más  ó  menos  lo  que  en  cada  cosa  debe  hacer:  y  así  esta  aten- 
ción y  solicitud  sirve  por  todos  los  documentos  desta  regla  y  de 
muchas  otras. 

Esta  es  aquella  solicitud  que  nos  encomendó  el  Espíritu  Sáne- 
te cuando  dijo  (i):  Guarda,  hombre,  á  ti  mismo  y  á  tu  ánima  so- 


(i)    Deut.  IV. 


484  GUÍA  DE   PECADORES 


lícitamente.  Ésta  es  la  tercera  parte  de  las  tres  que  señaló  el  pro- 
feta Miqueas  (i),  según  que  arriba  alegamos,  que  es  andar  solí- 
cito con  Dios:  la  cual  es  un  continuo  cuidado  y  atención  de  no 
hacer  cosa  que  sea  contra  su  voluntad.  Esto  nos  significa  la  mu- 
chedumbre de  ojos  que  tenían  aquellos  misteriosos  animales  de 
Ezequiel  (2):  con  los  cuales  nos  dan  á  entender  la  grandeza  de 
la  atención  y  vigilancia  con  que  debemos  militar  en  esta  milicia, 
donde  hay  tantos  enemigos  y  tantas  cosas  á  que  acudir  y  pro- 
veer. Esto  nos  representa  aquella  postura  de  los  setenta  caba- 
lleros esforzados  que  guardaban  el  lecho  de  Salomón,  los  cuales 
tenían  las  espadas  sobre  el  muslo  á  punto  de  desenvainar:  para 
dar  á  entender  esta  manera  de  atención  y  vigilancia  con  que  con- 
viene que  esté  el  que  anda  siempre  entre  tantos  escuadrones  de 
enemigos. 

La  causa  desta  tan  grande  solicitud  es  (demás  de  la  muche- 
dumbre de  los  peligros)  la  alteza  y  delicadeza  deste  negocio,  ma- 
yormente en  aquéllos  que  anhelan  y  procuran  arribar  á  la  per- 
fección de  la  vida  espiritual.  Porque  conversar  y  vivir  como  Dios 
meresce,  y  guardarse  limpio  y  sin  mancilla  deste  siglo,  y  vivir 
en  esta  carne  sin  tizne  de  carne,  y  conservarse  sin  reprehensión 
y  sin  querella  para  el  día  del  Señor,  como  dice  el  Apóstol  (3), 
son  cosas  tan  altas  y  tan  sobrenaturales,  que  todo  esto  es  menes- 
ter, y  mucho  más,  y  aun  Dios  y  ayuda. 

Mira,  pues,  la  atención  que  tiene  un  hombre  cuando  está  ha- 
ciendo alguna  obra  muy  delicada:  porque  realmente  ésta  es  la 
más  delicada  obra  que  se  puede  hacer,  y  la  que  pide  mayor 
atención.  IVIira  también  de  la  manera  que  anda  el  que  lleva  en 
las  manos  un  vaso  muy  lleno  de  un  precioso  licuor,  para  que  no 
se  le  vierta  nada:  y  mira  también  el  tiento  que  lleva  el  que  pasa 
un  río  por  unas  piedras  mal  asentadas,  para  no  mojarse  en  el 
agua:  y  sobre  todo  mira  el  que  lleva  el  que  anda  paseándose  por 
una  maroma,  para  no  decUnar  un  punto  á  la  diestra  ni  á  la  si- 
niestra, por  no  caer,  y  desta  manera  trabaja  siempre  por  andar 
(mayormente  á  los  principios  hasta  hacer  hábito)  con  tanto  cui- 
dado y  atención,  que  ni  hables  una  palabra,  ni  tengas  un  pensa- 
miento, ni  hagas  un  meneo  que  desdiga  un  punto  (en  cuanto 
fuere  posible)  de  la  línea  de  la  virtud.  Para  esto  da  Séneca  un 


^i;    Cap.  VI.    (2;  Ezech.  I.    (3)  Phill.  I, 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XXIL  ¿\%^ 

muy  familiar  y  maravilloso  consejo,  diciendo  que  debía  el  hom« 
bre  deseoso  de  la  virtud  imaginar  que  tiene  delante  de  sí  algu- 
na persona  de  grande  veneración  y  á  quien  tuviese  mucho  aca- 
tamiento, y  hacer  y  decir  todas  las  cosas  como  las  haría  y  diría 
si  realmente  estuviera  en  su  presencia. 

Otro  medio  hay  para  esto  mismo  no  menos  conveniente  que 
el  pasado,  que  es  pensar  el  hombre  que  no  tiene  más  que  solo 
aquel  día  de  vida,  y  hacer  todas  las  cosas  como  si  creyese  que 
aquel  mismo  día  en  la  noche  hobiese  de  parecer  ante  el  tribunal 
de  Cristo  y  dar  cuenta  de  sí. 

Pero  muy  más  excelente  medio  es  andar  siempre  (en  cuanto 
sea  posible)  en  la  presencia  del  Señor,  3^  traerlo  ante  los  ojos 
(pues  en  hecho  de  verdad  El  está  en  todo  lugar  presente)  y  ha- 
cer todas  las  cosas  como  quien  tiene  tal  majestad,  tal  testigo  y 
tal  juez  delante,  pidiéndole  siempre  gracia  para  conversar  de  tal 
manera,  que  no  sea  indigno  de  tal  presencia.  De  suerte  que  esta 
atención  que  aquí  aconsejamos,  ha  de  tirar  á  dos  blancos:  el  uno, 
á  mirar  interiormente  á  Dios  y  estar  delante  del  adorándole, 
alabándole,  reverenciándole,  amándole,  dándole  gracias  y  ofre- 
ciéndole siempre  sacrificio  de  devoción  en  el  altar  de  su  corazón:  y 
el  otro,  á  mirar  todo  lo  que  hacemos  y  decimos,  para  que  de  tal 
manera  hagamos  nuestras  obras,  que  en  ninguna  cosa  nos  des- 
viemos de  la  senda  de  la  virtud.  De  suerte  que  con  el  uno  de 
los  dos  ojos  habernos  de  mirar  á  Dios,  pidiéndole  gracia,  y  con 
el  otro  á  la  decencia  de  nuestra  vida,  usando  bien  de  ella.  Y  así 
habemos  de  emplear  la  luz  que  Dios  nos  dio,  lo  uno  en  la  consi- 
deración de  las  cosas  divinas,  y  lo  otro  en  la  rectificación  de  las 
obras  humanas,  estando  por  una  parte  atentos  á  Dios,  y  por  otra 
á  todo  lo  que  debemos  hacer.  Y  aunque  esto  no  se  pueda  hacer 
siempre,  á  lo  menos  procuremos  que  sea  con  la  mayor  continua- 
ción que  pudiéremos:  pues  esta  manera  de  atención  no  se  impide 
con  los  ejercicios  corporales,  antes  en  ellos  está  el  corazón  libre 
para  hurtarse  muchas  veces  de  los  negocios  y  esconderse  en  las 
llagas  de  Cristo.  Este  documento  repito  aquí  por  ser  tan  impor- 
tante: aunque  ya  estaba  apuntado  en  nuestro  Memorial  de  Vida 
Cristiana. 


CUARTO  AVISO 
pE   LA  FORTAtEíA  QUE  SE  REQUIERE  PARA   ALCANZAR   LAS    VIRTUDES. 


CAPÍTULO  xxin, 


^W^r  L  precedente  aviso  nos  proveyó  de  ojos  para  mirar  aten- 
^^n¿^  tamente  lo  que  debemos  hacer:  éste  nos  provee  rá  de  bra- 
A^  zos,  que  es  de  fortaleza,  para  poderlo  hacen  Porque  como 
haya  dos  dificultades  en  la  virtud,  la  una  en  distinguir  y  apartar 
lo  bueno  de  lo  malo,  y  la  otra  en  vencer  lo  uno  y  proseguir  lo 
otro,  para  lo  uno  se  requiere  atención  y  vigilancia,  y  para  lo 
otro  fortaleza  y  diligencia:  y  cualquiera  destas  dos  cosas  que  fal- 
te, queda  imprerfecto  el  negocio  de  la  virtud:  por  que  ó  queda- 
rá ciego  si  falta  la  vigilancia,  ó  manco  si  faltare  la  fortaleza. 

Esta  fortaleza  no  es  aquella  que  tiene  por  oficio  templar  las 
osadías  y  temores  (que  es  una  de  las  cuatro  virtudes  cardinales) 
sino  es  una  fortaleza  general  que  sirve  para  vencer  todas  las  di- 
ficultades que  nos  impiden  el  uso  de  las  virtudes:  por  esto  anda 
siempre  en  compañía  dellas  como  con  la  espada  en  la  mano,  ha- 
ciéndoles camino  por  doquiera  que  van.  Porque  la  virtud  (como 
dicen  los  filósofos)  es  cosa  ardua  y  dificultosa,  y  por  esto  convie- 
ne que  tenga  siempre  á  su  lado  esta  fortaleza  para  que  le  ayude 
á  vencer  esta  dificultad.  De  donde  así  como  el  herrero  tiene  ne- 
cesidad de  traer  siempre  el  martillo  en  las  manos,  por  razón  de 
la  materia  que  labra,  que  es  dura  de  domar,  así  también  el  hom- 
bre virtuoso  tiene  necesidad  desta  fortaleza  como  de  un  martillo 
espiritual,  para  domar  esta  dificultad  que  en  la  virtud  se  halla. 
Por  donde  así  como  el  herrero  sin  martillo  ninguna  cosa  haría, 
así  tampoco  el  amador  de  las  virtudes  sin  fortaleza,  por  la  misma 
razón.  Si  no,  dime:  ^cuál  de  las  virtudes  hay  que  no  traiga  con- 
sigo algún  especial  trabajo  y  dificultad?  Míralas  todas  una  por 
una:  la  oración,  el  ayuno,  la  obediencia,  la  templanza,  la  pobreza 
de  espíritu,  la  paciencia,  la  castidad,  la  humildad:  todas  ellas  fi- 
nalmente siempre  tienen  alguna  dificultad  aneja,  ó  por  parte  del 


LIBRO  n.  CAPÍTULO  XXTIL  4S; 


amor  proprío,  ó  por  parte  del  enemigo,  ó  por  parte  del  mismo 
mundo.  Pues  quitada  esta  fortaleza  de  por  medio,  ¿qué  podrá  el 
amor  de  la  virtud  desarmado  y  desnudo?  Por  do  parece  que  sin 
esta  virtud  todas  las  otras  están  como  atadas  de  pies  y  manos, 
para  no  poderse  ejercitar. 

Y  por  esto  tú,  hermano  mío,  que  deseas  aprovechar  en  las 
virtudes,  haz  cuenta  que  el  mismo  Señor  de  las  virtudes  te  dice 
también  á  ti  aquellas  palabras  que  dijo  á  Moisén,  aunque  en  otro 
sentido  (i):  Toma  esta  vara  de  Dios  en  la  mano,  que  con  ella 
has  de  hacer  todas  las  señales  y  maravillas  con  que  has  de  sacar 
á  mi  pueblo  de  Egipto.  Ten  por  cierto  que  así  como  aquella  vara 
fué  la  que  obró  aquellas  maravillas  y  la  que  dio  cabo  á  aquella 
jornada  tan  gloriosa,  así  esta  vara  de  virtud  y  fortaleza  es  laque 
ha  de  vencer  todas  las  dificultades  que  el  amor  de  nuestra  car- 
ne y  el  enemigo  nos  han  de  poner  delante,  y  hacernos  salir  al 
cabo  con  esta  empresa  tan  gloriosa.  Y  por  esto  nunca  esta  vara 
se  ha  de  soltar  de  la  manOj  pues  ninguna  destas  maravillas  se 
puede  hacer  sin  ella. 

Por  lo  cual  me  parece  avisar  aquí  de  un  grande  engaño  que 
suele  acaescer  á  los  que  comienzan  á  servir  á  Dios.  Los  cuales, 
como  leen  en  algunos  libros  espirituales  cuan  grandes  sean  las 
consolaciones  y  gustos  del  Espíritu  Sancto  y  cuánta  la  suavidad 
y  dulzura  de  la  caridad,  creen  que  todo  este  camino  es  de  deleites, 
y  que  no  hay  en  él  fatiga  ni  trabajo,  y  así  se  disponen  para  él 
como  para  una  cosa  fácil  y  deleitable:  de  manera  que  no  se  ar- 
man como  para  entrar  en  batalla,  sino  vístense  como  para  ir  á 
fiestas.  Y  no  miran  que  aunque  el  amor  de  Dios  de  suyo  es  muy 
dulce,  el  camino  para  él  es  muy  agro:  porque  para  esto  conviene 
vencer  el  amor  proprio  y  pelear  siempre  consigo  mismo,  que 
es  la  mayor  pelea  que  puede  ser.  Lo  uno  y  lo  otro  significó  el 
profeta  Isaías  cuando  dijo:  Sacúdete  del  polvo,  levántate  y  asién- 
tate, Hierusalem.  Porque  en  el  asentar  es  verdad  que  no  hay  tra- 
bajo: mas  hailo  en  el  sacudir  el  polvo  de  las  afecciones  terrena- 
les y  en  levantarnos  del  pecado  y  sueño  que  dormimos:  que  es 
lo  que  se  requiere  para  venir  á  esta  manera  de  asiento. 

Aunque  también  es  verdad  que  provee  el  Señor  de  grandes 
y  maravillosas  consolaciones  á  los  que  fielmente  trabajan,  y  á 


(1)    Exod.  IV. 


¿|SS  GUÍA  DE  PECADORES 


todos  aquéllos  que  trocaron  ya  los  placeres  del  mundo  por  los 
del  cielo.  Mas  sí  este  trueque  no  se  hace,  y  el  hombre  todavía 
no  quiere  soltar  de  las  manos  la  presa  que  tiene,  crea  que  no  le 
darán  este  refresco:  pues  sabemos  que  no  se  dio  el  maná  á  los 
hijos  de  Israel  en  el  desierto  (i)  hasta  que  se  les  acabó  la  harina 
que  habían  sacado  de  Egipto. 

Pues  tornando  al  propósito,  los  que  no  se  armaren  desta  for- 
tale2a,  ténganse  por  despedidos  de  lo  que  buscan,  y  sepan  cier- 
to que  mientras  no  mudaren  los  ánimos  y  el  propósito,  nunca 
lo  hallarán.  Crean  que  con  trabajo  se  gana  el  descanso,  y  con 
batallas  la  corona,  y  con  lágrimas  el  alegría,  y  con  el  aborres- 
cimiento  de  sí  mismo  el  amor  suavísimo  de  Dios.  Y  de  aquí  nas- 
ció  reprehenderse  tantas  veces  en  los  Proverbios  la  pereza  y  ne- 
gligencia, y  alabarse  tanto  la  fortaleza  y  diligencia  (como  en  otra 
parte  declaramos)  porque  sabía  muy  bien  el  Espíritu  Sancto,  au- 
tor desta  doctrina,  cuan  grande  impedimiento  para  la  virtud  era 
lo  uno,  y  cuan  grande  ayuda  lo  otro. 


De  los  medws  por  do  se  alcanza  esta  fortaleza. 

§.  I. 

||as  por  ventura  preguntarás:  ^Oué  medio  para  alcanzar 
esa  fortaleza,  pues  también  ella  es  dificultosa  como  las 
otras  virtudes?  Porque  no  en  balde  comenzó  el  Sabio  aquel  su 
abecedario  tan  lleno  de  doctrina  espiritual,  por  esta  sentencia  (2): 
Mujer  fuerte  ^quién  la  hallará?  El  valor  de  ella  es  sobre  todos 
los  tesoros  y  piedras  preciosas  traídas  dendelos  últimos  fines  de  la 
tierra.  Pues  <ipor  qué  medios  podremos  alcanzar  cosa  de  tan  gran 
valor?  Primeramente  considerando  este  mismo  valor:  porque  sin 
dubda  cosa  es  de  gran  valor  la  que  tanto  ayuda  para  alcanzar 
el  tesoro  inestimable  de  las  virtudes.  Si  no,  dime:  ¿Qué  es  la 
causa  por  que  los  hombres  del  mundo  huyen  tanto  de  la  virtud? 
No  es  otra  sino  la  dificultad  que  hallan  en  ella  los  cobardes  y 
perezosos.  Dice  el  perezoso:  El  león  está  en  el  camino:  en  me- 


(I)     Exod.  XVI.     (2)  Prov.  XXXI. 


LIBRO   ir.  CAPÍTULO  XXIII.  4S9 


dio  de  las  plazas  tengo  de  ser  muerto  (i).  Y  en  otra  parte  añade 
el  mismo  Sabio  diciendo  (2):  El  loco  mete  las  manos  en  el  seno, 
y  come  sus  carnes  diciendo:  Más  vale  un  poquito  con  descanso, 
que  las  manos  llenas  con  aflicción  y  trabajo.  Pues  como  no  haya 
otra  cosa  que  nos  aparte  de  la  virtud  sino  sola  esta  dificultad, 
teniendo  fortaleza  con  que  vencerla,  luego  es  conquistado  el  reino 
de  las  virtudes.  Pues  ¿quién  no  tomará  aliento  y  se  esforzará  á 
conquistar  esta  fuerza,  la  cual  ganada  es  ganado  el  reino  de  las 
virtudes,  y  con  él  el  de  los  cielos?  el  cual  no  pueden  ganar  sino 
solos  los  esforzados.  Con  esta  misma  fortaleza  es  vencido  el  amor 
proprio  con  todo  su  ejército:  y  echado  fuera  este  enemigo,  lue- 
go es  allí  aposentado  el  amoF  de  Dios,  ó  por  mejor  decir,  el  mis- 
mo Dios.  Pues  como  dice  Sant  Juan  (3),  quien  está  en  candad, 
está  en  Dios. 

Aprovecha  también  para  esto  el  ejemplo  de  muchos  siervos 
de  Dios,  que  agora  vemos  en  el  mundo  pobres,  desnudos,  des- 
calzos y  amarillos,  faltos  de  sueño,  y  de  regalo,  y  de  todo  lo  ne- 
cesario para  la  vida.  Algunos  de  los  cuales  desean  y  aman  tanto 
los  trabajos  y  asperezas,  que  así  como  los  mercaderes  andan 
á  buscar  las  ferias  más  ricas,  y  los  estudiantes  las  universidades 
más  ilustres,  así  ellos  andan  á  buscar  los  monasterios  y  provin- 
cias de  mayor  rigor  y  aspereza,  donde  hallen  no  hartura  sino 
hambre,  no  riquezas  sino  pobreza,  no  regalo  de  cuerpo  sino  cruz 
y  mal  tratamiento  de  cuerpo.  Pues  ¿qué  cosa  más  contraria  á  los 
nortes  del  mundo  y  á  los  deseos  de  las  gentes,  que  andar  á  bus- 
car un  hombre  por  tierras  extrañas  arte  y  manera  cómo  ande 
más  hambriento,  más  pobre,  más  remendado  y  desnudo?  Obras 
son  éstas  contrarias  á  carne  y  á  sangre,  mas  muy  conformes  al 
espíritu  del  Señor. 

Y  más  particularmente  condena  nuestros  regalos  el  ejemplo 
de  los  mártires,  que  con  tales  y  tan  crudos  géneros  de  tormen- 
tos conquistaron  el  reino  del  cielo.  Apenas  hay  día  que  no  nos 
proponga  la  Iglesia  algún  ejemplo  déstos,  no  tanto  por  honrar  á 
ellos  con  la  fiesta  que  les  hace,  cuanto  por  aprovechar  á  nos- 
otros con  el  ejemplo  que  nos  da.  Un  día  nos  propone  un  már- 
tir asado,  otro  desollado,  otro  ahogado,  otro  despeñado,  otro 
atenazado,  otro  desmembrado,  otro  aradas  las  carnes  con  sulcos 


(I)     Prov.  XXVI.     (2)  Eccles.  IV.     (3)  I  Joan  IV. 


490  GUÍA  DE  PECi*J)ORES 


de  hierro,  otro  hecho  un  erizo  con  saetas,  otro  echado  á  freír 
en  una  tina  de  aceite,  y  otros  de  otras  maneras  atormentados. 
Y  muchos  dellos  pasaron  no  por  un  solo  género  de  tormentos, 
sino  por  todos  aquellos  que  la  naturaleza  y  compostura  del  cuer- 
po humano  podía  sufrir.  Porque  á  muchos  de  la  prisión  pasaban 
á  los  azotes,  y  de  los  azotes  á  las  brasas,  y  de  las  brasas  á  los 
peines  de  hierro,  y  de  allí  al  cuchillo,  que  sólo  bastaba  para  aca- 
bar la  vida,  mas  no  la  fe  ni  la  fortaleza. 

Pues  ^  qué  diré  de  las  artes  y  invenciones  que  la  ingeniosa 
crueldad,  no  ya  de  los  hombres,  sino  de  los  demonios,  inventó 
para  combatir  la  fe  y  fortaleza  de  los  espíritus  con  el  tormento 
de  los  cuerpos?  A  unos  después  de  cruelísi mámente  llagados  ha- 
cían acostar  en  una  cama  de  abrojos  y  de  cascos  de  tejas  muy 
agudas,  para  que  por  todas  partes  el  cuerpo  tendido  recibiese 
en  un  punto  mil  heridas,  y  padesciese  un  dolor  universal  en  to- 
dos los  miembros,  y  así  fuese   combatida  la  fe  con  un  ejército 
de  dolores  extraños.  A  otros  hacían  pasear  con  las  plantas  des- 
nudas sobre  carbones  encendidos.  A  otros  arrastraban  por  car- 
dos y  rastrojos,  atados  á  las  colas  de  caballos  no  domados.  Para 
otros  inventaban  ruedas  horribles  cercadas  de  navajas  muy  agu- 
das, para  que  estando  en  alto  el  cuerpo  fijo,  esperase  el  encuen- 
tro de  toda  aquella  orden  de  navajas  que  lo  despedazasen.  A 
otros  tendían  en  unos  ingenios  de  madera  que  para  esto  tenían 
hechos,  y  estirados  allí  fuertemente  los  cuerpos,  los  araban  de 
alto  abajo  con  garfios  de  hierro.  ¿  Qué  diré?  Sino  que  aun  no  con- 
tenta la  ferocidad  de  los  tiranos  con  todos  estos  ensayes  de  tor- 
mentos, vino  á  inventar  otro  más  nuevo,  que  fué   atar  por  los 
pies  al  mártir  á  las  ramas  de  dos  grandes  árboles,    abajándolas 
violentamente  hasta  el  suelo,  para  que  soltándolas  después,  y  re- 
surtiendo á  sus  lugares,  llevasen  volando  por  los  aires  cada  una 
su  pedazo  de  cuerpo.    Mártir  hubo  en  Nicomedia  (y  como  éste 
hubo  innumerables)  á  quien  después  de  haber  azotado  tan  cru- 
damente, que  no  sólo  habían  rasgado  ya  la  piel  y  los  cueros,  si- 
no que  ya  los  azotes  habían  comido  mucha  parte  de  la  carne  y 
llegado  á  descubrir  por  muchas  partes  los  huesos  blancos  entre 
las   heridas    coloradas,  acabado   este    tormento,  le    regaron   las 
llagas   con  vinagre  y  las   polvorearon    con   sal:  y  no  contentos 
con  esto,  viendo  aun  que  todavía  estaba  el  ánima  en  el  cuerpo, 
le  tendieron  sobre  unas  parrillas  al  fuego,  y  allí  le  volteaban  de 


UBRO  n.  CAPÍTULO  XXIII.  4QÍ 


una  banda  á  otra  con  horcas  de  hierro  hasta  que  así  asado  ya  y 
tostado  el  sagrado  cuerpo,  envió  el  espíritu  á  Dios. 

De  manera  que  los  perversos  homicidas  pretendían  otra  co- 
sa aun  más   cruel  que  la  muerte  (que  es  la  última  de  las  cosas 
terribles)  porque  no  pretendían  tanto  matar  como  atormentar  con 
tantos  y  tan  horribles  martirios  que  sin  herida  ninguna  de  muer- 
te hiciesen  partir  las  ánimas  de  los  cuerpos  á  poder  de  tormen- 
tos. No  eran,  pues,  estos  mártires  de  otros  cuerpos  que  los  nues- 
tros, ni  de  otra  masa  y  composición  que  la  nuestra,  ni  tenían  por 
ayudador  otro  Dios  que  el  que  nosotros  tenemos,  ni  esperaban  otra 
gloria   que  la  que  todos  esperamos.  Pues  si  éstos  con  tales  y 
tantas  muertes   compraron  la  vida  eterna,  ¿cómo  nosotros  por 
la  misma  causa  no  mortificaremos  siquiera  los  malos  deseos  de 
nuestra  carne?  Si  aquéllos  morían  de  hambre,  ¿porqué    tú  no 
ayunarás  un  día?  Si  aquéllos   perseveraban    enclavados  en  la 
cruz  orando,  ¿porqué  tú  no   perseverarás  un  rato  de  rodillas  en 
oración?  Si  aquéllos  tan  fácilmente  dejaban  cortar  y  despedazar 
sus  miembros,  ¿porqué  tú  no  cercenarás  y  mortificarás  un  poco 
de  tus  apetitos  y  pasiones?  Si  aquéllos  estaban  tanto  tiempo 
encerrados  en  cárceles  escuras,  ¿y  porqué  tú  no  estarás  siquiera 
un  poco  recogido  en  la  celda?  Si  aquéllos  así  dejaban  arar  sus  es- 
paldas, ¿porqué  tú  alguna  vez  por  Cristo    no  disciplinarás   las 
tuyas  ? 

Y  si  aun  estos  ejemplos  no  bastan,  alza  los  ojos  á  aquel  sancto 
madero  de  la  cruz,  y  mira  quién  es  Aquél  que  allí  está  pades- 
ciendo  tan  crueles  tormentos  por  tu  amor.  Mirad,  dice  el  Após- 
tol (i),  á  Aquél  que  tan  grandes  encuentros  recibió  de  los  pe- 
cadores: porque  no  canséis  ni  desmayéis  en  los  trabajos.  Es- 
pantoso ejemplo  es  éste  por  doquiera  que  lo  quisieres  mirar. 
Porque  si  miras  los  trabajos,  no  pueden  ser  mayores:  si  á  la  per- 
sona que  los  padece,  no  puede  ser  más  excelente:  si  á  la  causa 
por  que  los  padece,  ni  es  por  culpa  suya  (porque  Él  es  la  mis- 
ma inocencia)  ni  por  necesidad  suya  (porque  es  Señor  de  to- 
do lo  criado)  sino  por  pura  bondad  y  amor.  Y  con  ser  esto  así, 
padeció  en  su  cuerpo  y  ánima  tan  grandes  tormentos,  que  to- 
das las  pasiones  de  los  mártires  y  de  todos  los  hombres  del 
mundo  no  igualan  con  ellos.  Cosa  fué  ésta  de  que  se  espanta- 


(i)     Hebf.  XII. 


492  GUtA  DE  PECADORES 


ron  los  cielos,  y  tembló  la  tierra,  y  se  despedazaron  las  piedras, 
y  sintieron  todas  las  cosas  insensibles. 

Pues  ^  cómo  será  el  hombre  tan  insensible,  que  no  sienta  lo 
que  sintieron  los  elementos?  Y  ^cómo  será  tan  ingrato,  que  no 
procure  imitar  algo  de  aquello  que  se  hizo  por  su  ejemplo? 
Porque  por  esto,  como  dijo  el  mismo  Señor  (i),  convenía  que 
Cristo  padesciese  y  así  entrase  en  su  gloria,  porque  pues  había 
venido  al  mundo  para  guiarnos  al  cielo  (pues  el  camino  para  él 
era.  la  cruz)  que  fuese  en  la  delantera  crucificado:  para  que  así 
tomase  esfuerzo  el  vasallo  viendo  tan  maltratado  á  su  Señor. 

Pues  ;  quién  será  tan  ingrato,  ó  tan  regalado,  ó  tan  soberbio, 
ó  tan  desvergonzado,  que  viendo  al  Señor  de  la  majestad  con 
todos  sus  amigos  y  escogidos  caminar  con  tanto  trabajo,  quiera 
él  ir  en  una  litera  y  gastar  la  vida  en  regalos?  Mandaba  el  rey 
David  á  Urías  (que  venía  de  la  guerra)  ir  á  dormir  y  descan- 
sar á  su  casa  y  cenar  con  su  mujer,  y  el  buen  criado  respon- 
dió (2):  El  arca  de  Dios  está  en  las  tiendas,  y  los  siervos  del  rey 
mi  Señor  duermen  sobre  la  haz  de  la  tierra:  ^y  iré  yo  á  mi  ca- 
sa á  comer,  y  beber,  y  descansar?  Por  la  salud  tuya  y  por  la 
de  tu  ánima  tal  cosa  no  haré.  ¡Oh  fiel  y  buen  criado,  tan  digno 
de  ser  alabado  cuan  indignamente  muerto!  Pues  ¿cómo  tú,  cris- 
tiano, viendo  de  la  manera  que  ves  á  tu  Señor  en  la  cruz,  no 
tendrás  este  mismo  comedimiento  para  con  Él?  El  arca  de  Dios 
de  madera  de  cedro  incorruptible  padece  dolores  y  muerte,  ¿y 
tú  buscas  regalos  y  descanso  ?  Aquél  arca  donde  estaba  el  ma- 
ná (que  es  el  pan  de  los  ángeles)  escondido,  gustó  hiél  y  vinagre 
por  ti,  ¿y  tú  buscas  deleites  y  golosinas?  Aquél  arca  donde  es- 
taban las  tablas  de  la  Ley  (que  son  todos  los  tesoros  de  la  sabi- 
duría 3^  sciencia  de  Dios)  es  vituperada  y  tenida  por  locura,  ¿y 
tú  buscas  honras  y  alabanzas?  Y  si  no  basta  el  ejemplo  desta 
arca  mística  para  confundirte,  junta  con  ella  los  trabajos  de  los^ 
siervos  de  Dios  que  duermen  sobre  la  haz  de  la  tierra:  convie- 
ne saber,  los  ejemplos  y  pasiones  de  tantos  sanctos,  de  tantos 
profetas,  mártires,  confesores  y  vírgines,  que  con  tantos  dolores 
3^  asperezas  pasaron  esta  vida,  como  lo  cuenta  uno  dellos  di- 
ciendo así:  Los  sanctos  padecieron  escarnios,  azotes,  prisiones  y 
cárceles:  fueron   apedreados,   aserrados,  tentados   y  muertos  á 


(I)     Luc.  XXIV.     (2)  II  Reg.  XI. 


LIBRO   II.   CAPÍTULO   XXIII.  493 


cuchillo.  Anduvieron  pobremente  vestidos  de  pieles  de  ovejas 
y  de  cabras,  necesitados,  angustiados,  afligidos:  de  los  cuales  el 
mundo  no  era  merecedor.  Vivían  en  las  soledades  y  desiertos, 
en  las  cuevas  y  concavidades  de  la  tierra,  y  todos  ellos  en  me- 
dio destos  trabajos  fueron  probados  y  hallados  fieles  á  Dios. 

Pues  si  ésta  fué  la  vida  de  los  sanctos  y  (y  lo  que  más  es)  del 
Sancto  de  los  sanctos,  no  sé  yo  por  cierto  con  qué  título,  ni  por 
cuál  privilegio  piensa  alguno  de  ir  adonde  ellos  fueron,  si  va  por 
camino  de  deleites  y  regalos.  Y  por  tanto,  hermano  mío,  si  deseas 
ser  compañero  de  su  gloria,  procura  serlo  de  su  pena;  si  quieres 
reinar  con  ellos,  procura  padecer  con  ellos. 

Todo  esto  sirve  para  exhortarte  á  esta  noble  vártud  de  forta- 
leza, para  que  así  seas  imitador  de  aquella  sancta  ánima  de  quien 
se  dice  que  ciñó  sus  lomos  con  fortaleza  y  esforzó  sus  brazos  para 
el  trabajo.  Y  para  conclusión  deste  capítulo  y  de  la  doctrina  de 
todo  este  segundo  libro,  acabaré  con  aquella  nobihsima  senten- 
cia del  Salvador  que  dice  (i):  Quienquiera  que  quisiere  venir  en 
pos  de  Mí,  niegue  á  sí  mismo,  y  tome  su  cruz,  y  sígame.  En  las 
cuales  palabras  comprehendió  aquel  Maestro  celestial  la  suma 
de  toda  la  doctrina  del  Evangelio,  la  cual  se  ordena  á  formar  un 
hombre  perfecto  y  evangélico,  el  cual  teniendo  un  linaje  de  pa- 
raíso en  el  hombre  interior,  padece  una  perpetua  cruz  en  el  ex- 
terior, y  con  la  dulzura  de  la  una  abraza  voluntariamente  los 
trabajos  de  la  otra. 


(i)     Luc.  IX. 


FIN  DE  LA  GUÍA  DE  PECADORES 


AL  CRISTIANO  LECTOR 


iUiSE,  amigo  lector,  que  esta  carta  del  sancto  obispo 
Euquerio,  discípulo  de  Sant  Augustín,  se  añadiese  á 
esta  nuestra  Guía:  porque  trata  del  mismo  argumen- 
to de  ella,  que  es  del  menosprecio  del  mundo,  y  amor  de  la  vir- 
tud. Y  no  sólo  por  esta  causa,  sino  también  por  haberme  esta  es  - 
criptura  sumamente  contentado.  En  la  cual  hallará  el  discreto 
lector  tanta  gravedad  de  sentencias,  tanta  agudeza  de  razones, 
tanta  elegancia  en  el  estilo,  y  sobretodo,  tanto  espíritu  y  eficacia 
en  persuadir  lo  que  pretende,  que  no  deja  al  entendimiento  hu- 
mano cosa  con  que  se  pueda  excusar  de  la  fuerza  de  sus  persua- 
siones. De  donde  le  acaecerá  lo  que  á  mí  ha  acaescido,  que  por 
muchas  veces  que  lea  esta  escritura,  nunca  me  cansa  ni  causa  has- 
tío. Porque  ésta  es  la  condición  de  las  cosas  perfectas  y  acaba- 
das en  su  género,  que  siempre  deleiten,  por  mucho  que  se  traten. 
La  verdad  de  lo  cual  todo  remito  al  juicio  del  prudente  lector 
que  supiere  estimar  lo  que  merece  estima.  Y  porque  no  quiero 
para  mí  la  gloria  desta  traslación  (que  es  es  muy  elegante)  el  in- 
térprete fué  el  R.  P.  Fr.  Juan  de  la  Cruz,  que  es  en  gloria:  el  cual 
para  esto  tenía  especial  gracia,  como  se  ve  por  otras  traslacio- 
nes suyas.  VALE. 


CARTA  DE  EUQUERIO 

OBISPO   DE   LEÓN  DE   FRANCIA,   DISCÍPULO   DE    SANT   AUGUSTÍN 

Á  VALERIANO 

su   PARIENTE,   VARÓN   ILUSTRE 
EN  QUE  LE  AMONESTA  EL  IVIENOSPRECIO  DEL   MUNDO 

Y  DESEO   DE   LA  VERDADERA  BIENAVENTURANZA. 


iUÁN  bien  junta  el  parentesco  á  los  que  se  ayuntan 
con  lazo  de  amor!  Gloriarnos  podemos  en  esta  mer- 
ced de  Dios:  á  quien  igualmente  la  sangre  como  la 
caridad  hizo  compañeros,  y  dos  aficiones  nos  juntan  en  uno:  la 
que  de  los  padres  de  nuestra  carne  traemos,  y  la  que  en  nuestros 
corazones  con  el  favor  de  Dios  nosotros  criamos.  Este  doblado 
nudo  con  que  nos  ata  el  deudo  de  una  parte,  y  de  otra  el  amor, 
me  hizo  que  te  escribiese,  y  prolijamente  encomendase  á  tu  mes- 
mo  corazón  el  bien  de  tu  ánima,  y  te  mostrase  que  la  verdadera 
bienaventuranza,  poseedora  de  bienes  eternos,  se  alcanza  por  so- 
la la  profesión  de  fe  y  de  virtud.  Porque  amándote  igualmente 
que  á  mí,  es  necesario  que  desee  no  menos  para  ti  que  para  mí 
el  bien  soberano.  Y  alegróme  mucho  que  tu  inclinación  no  es 
contraria  al  religioso  voto  de  la  sancta  vida  que  yo  te  quiero  per- 
suadir. Porque  tu  dichosa  edad  dende  su  ternura  brotó  flores  en 
mucha  parte  conformes  al  fruto  deseado  de  las  virtuosas  costum  - 
bres,  proveyendo  la  gracia  divina  por  ministerio  de  la  naturaleza 
cómo  hallase  en  tu  corazón  su  doctrina  grande  principio  cuando 
te  quisiese  comunicar  lo  que  te  falta.  Bien  veo  cuan  altos  títulos 
te  hacen  ilustre  en  el  siglo  por  la  dignidad  y  antigua  nobleza  así 
t¿e  tu  padre  como  de  tu  suegro:  pero  muy  más  alta  gloria  es  U 


490  CARTA  DE  EUQUÉRIO 


que  yo  te  deseo:  pues  te  llamo,  no  para  dignidad  terrena,  sino 
celestial:  no  para  honra  de  un  siglo,  sino  de  siglos  eternos.  Esta 
es  la  gloria  cierta  y  digna  de  ser  deseada,  ser  el  hombre  subli- 
mado á  bienes  que  nunca  se  acaban.  Lo  cual  no  te  persuadiré 
con  la  sabiduría  seglar,  mas  con  aquella  excelente  filosofía  escon- 
dida á  los  mundanos,  que  determinó  Dios  revelar  para  nuestra 
gloria  en  el  tiempo  que  le  plugo.  Y  hablarte  he  osadamente,  por 
el  grande  zelo  que  tengo  de  tu  bien,  descuidado  de  lo  que  á  mí 
conviene:  considerando  más  lo  "mucho  que  para  ti  deseo,  que  lo 
poco  para  que  yo  basto. 

I.  La  primera  obligación,  mi  Valeriano  carísimo,  que  el  hom- 
bre recién  nacido  tiene,  es  de  conocer  su  Hacedor  y  reconocerle 
por  su  Señor,  y  el  don  de  la  vida  que  del  recibió,  convertir  en 
su  servicio:  de  manera  que  lo  que  por  su  bondad  comenzó  á  ser, 
para  Él  se  prosiga,  y  en  Él  se  remate;  y  la  merced  que  recibió  sin 
merecerla,  sirviéndole  con  ella,  después  la  merezca.  ¿Qué  verdad 
más  cierta  se  nos  puede  decir,  que  ser  nosotros  debidos  á  Aquél 
que  de  no  ser  nos  hizo  que  fuésemos?  Aquél  por  cierto  sabiamente 
conoce  la  intención  de  quien  le  formó,  que  tiene  por  averiguado 
que  Él  le  hizo,  y  para  sí.  Después  desto  lo  que  más  al  hombre 
conviene,  es  mirar  por  el  valor  de  su  ánima:  que  pues  en  noble- 
za es  la  primera,  no  ha  de  ser  la  postrera  de  nuestros  cuidados. 
Antes  de  lo  que  en  nosotros  es  principal,  se  ha  de  hacer  primero 
cuenta,  y  de  la  sanidad  más  necesaria  conviene  que  tengamos 
más  atenta  solicitud.  Y  para  mejor  decir,  no  principalmente,  mas 
sola  ésta  ha  de  ocupar  todo  nuestro  sentido,  cómo  la  nobleza  de 
nuestra  ánima  sea  defendida,  cómo  sea  conservada.  Ni  esto  con- 
tradice á  lo  que  antes  dije.  Porque  verdad  es  que  á  Dios  debe- 
mos la  primera  y  más  profunda  intención,  y  á  nuestra  ánima  la 
segunda.  Pero  son  tan  hermanas  estas  dos  diligencias,  que  siendo 
ambas  necesarias,  la  una  sin  la  otra  no  se  puede  conservar.  Por- 
que no  es  posible  que  quien  á  Dios  satisfizo,  que  no  proveyese  su 
ánima;  y  quien  tuvo  cuidado  de  su  ánima,  que  no  contentase  á 
Dios.  De  tal  manera  se  entiende  en  estos  dos  espirituales  nego- 
cios, y  así  están  encadenados,  que  quien  diligentemente  tratare 
el  uno,  habrá  cumplido  con  ambos:  porque  la  inefable  bondad  de 
Dios  quiso  que  nuestro  provecho  fuese  su  sacrificio.  ¡  Oh  cuánto 
tiempo  y  trabajo  emplean  los  mortales  en  curar  sus  cuerpos  y 
conservar  su  salud!  ^Por  ventura  su  ánima  no  nierece  ser  cura- 


Carta  de  euquerio  497 


da?  Si  tantas  y  tan  diversas  cosas  se  gastan  en  servicio  de  la  car- 
ne, no  es  lícito  que  el  ánima  esté  arrinconada,  y  despreciada  en 
sus  necesidades,  y  que  sola  ella  sea  desterrada  de  sus  proprias 
riquezas.  Mas  antes  si  para  el  regalo  del  cuerpo  somos  muy  lar- 
gos, proveamos  á  nuestra  ánima  con  más  alegre  liberalidad.  Por- 
que si  sabiamente  llamaron  algunos  á  nuestra  carne  sierva,  y  al 
ánima  señora,  no  habemos  de  ser  tan  mal  mirados  que  honremos 
á  la  esclava,  y  á  su  señora  despreciemos.  Con  razón  nos  pide 
mayor  diligencia  nuestra  mejor  parte,  y  mayor  cuidado  la  digni- 
dad principal  de  nuestra  naturaleza.  Ni  es  justo  que  en  la  reve- 
rencia necesaria  pospongamos  la  más  noble,  y  antepongamos  la 
vil.  Y  que  la  carne  sea  más  vil,  manifiéstanlo  sus  naturales  vicios, 
con  que  nos  abate  á  la  tierra  donde  ella  nació,  levantándonos  el 
ánima  como  fuego  á  lo  alto,  de  donde  nos  fué  enviada.  Ésta  es  en 
el  hombre  la  imagen  de  Dios.  Esta  preciosa  prenda  tenemos  de  la 
gloria  que  nos  es  prometida.  Pues  defendamos  su  autoridad,  y  am- 
parémosla con  todas  nuestras  fuerzas.  Si  á  ésta  sustentamos  y  re- 
gimos, guardamos  el  depósito  que  nos  ha  de  ser  demantlado.  ^Cuál 
hombre  quiere  levantar  algún  edificio,  que  primero  no  asiente  los 
cimientos?  ¿Cuál  hombre  no  procura  primero  su  vida  que  abun- 
dantes bienes,  los  cuales  sin  vida  no  puede  gozar?  ¿Cómo  amonto- 
nará los  bienes  postrei-os  quien  los  primeros  no  posee?  ¿De  qué  ma- 
nera piensa  vivir  bienaventurado  quien  no  tiene  lo  necesario  para 
vivir?  El  menguado  de  vida  ¿cómo  puede  tener  vida  felice?  Ó 
¿qué  vida  le  pueden  dar  los  sabrosos  y  sobrados  manjares,  si  no 
tiene  con  que  provea  á  la  hambre  de  su  ánima?  Como  quier  que 
diga  nuestro  Salvador  en  el  Evangelio  (i):  ¿Qué  aprovecha  al 
hombre  ganar  todo  el  mundo,  si  pierde  su  ánima?  Porque  no  pue- 
de tener  razón  de  ganancia  lo  que  se  adquiere  con  detrimento 
del  bien  espiritual.  Antes  padesciéndose  daño  en  el  espíritu,  nin- 
gún bien  se  debe  estimar  de  la  carne:  porque  el  verdadero  bien 
en  sola  el  ánima  consiste.  Por  tanto  con  toda  diligencia  y  indus- 
tria negociemos  la  segura  y  cierta  granjeria  de  nuestra  anima  an- 
tes  que  se  pase  el  término  de  su  trato.  En  estos  pocos  días  pode- 
mos negociar  la  vida  eterna,  no  nos  contentando  con  ellos:  pues 
aunque  tuviesen  verdadera  y  cierta  bienaventuranza,  por  durar 
tan  poco  tiempo,  merecen  ser  en  poco  tenidos.  Ca  ninguna  cosa 


(1)    Matth,  XVI. 

OBRAS  DS  GRANADA  I'*»ií 


498  CARTA  DE  ÉUQUERIO 


es  digna  de  llamarse  grande^  si  en  breve  tiempo  se  acaba:  ni  se 
puede  decir  luengo  ei  tiempo  cuyo  plazo  no  puede  dejar  de  lle- 
gar. Breve  es  el  contentamiento  desta  vida,  cuyo  uso  es  brev^e. 
Antes  por  solo  este  respecto  se  debe  anteponer  al  deleite  deste 
siglo  la  vida  venidera;  porque  éste  es  temporal,  y  aquélla  es  eter- 
na: y  manifiesto  es  ser  mejor  gozar  de  bienes  perpetuos  que  de 
perecederos.  Pero  más  ha}^  que  considerar  y  que  desear.  Sola  la 
vida  venidera  es  beatísima,  sola  es  felicísima.  Esta  presente,  así 
como  ligeramente  pasa,  así  en  el  poco  espacio  que  dura,  es  llena 
de  miserias  y  dolores,  no  solamente  de  los  naturales  y  forzados, 
mas  de  otros  muchos  que  desastradamente  acaescen  á  los  morta- 
les. Porque  ¿qué  cosa  hay  tan  dubdosa,  tan  infiel,  tan  mudable 
tan  de  vidro,  como  la  vida  presente?  La  cual  es  llena  de  traba- 
jos, llena  de  congojas,  llena  de  peligros,  llena  de  cuidados,  afligi- 
da con  enfermedades,  triste  con  temores,  incierta  y  desasosegada 
como  mar  que  en  todo  tiempo  hierve  con  tempestades. 

Pues  ¿qué  razón,  ó  qué  interese  puede  persuadir  al  hombre  á 
despreciar  los  bienes  eternos,  y  seguir  los  temporales,  tan  falsos 
y  tan  resbaladizos?  ¿Por  ventura  no  ves  cómo  los  hombres  des- 
te  siglo  en  la  tierra  donde  esperan  morar  la  más  parte  de  su 
vida,  procuran  llegar  hacienda  y  acrescientan  sus  patrimonios: 
y  en  la  ciudad  de  donde  piensan  presto  partir,  trabajan  poco  por 
enriquescer,  y  en  su  casa  hacen  pequeña  provisión?  Desta  ma- 
nera, pues  nosotros  conocemos  la  estrechura  del  mundo  y  la  H- 
gereza  del  tiempo  y  sabemos  que  los  siglos  venideros  nunca  se 
acaban,  y  la  patria  que  esperamos  es  espaciosísima,  procuremos 
arraigarnos  en  ella,  para  que  vivamos  prósperos  donde  siempre 
habemos  de  morar.  No  pervertamos  los  cuidados  poniendo  ma- 
yor solicitud  en  el  breve  y  miserable  provecho,  y  menor  en  el 
eterno  y  verdaderamente  bienaventurado.  Tanto  es  cierto  lo  que 
digo,  que  no  sé  determinar  cuál  respecto  es  más  eficaz  para  le- 
vantar nuestros  corazones  á  los  deseos  de  la  vida  del  cielo,  ó  la 
consideración  de  los  bienes  que  en  ella  poseeremos,  ó  la  expe- 
riencia de  los  males  que  en  ésta  nos  persiguen:  porque  aquélla 
nos  llama  con  castos  regalos,  y  ésta  nos  desecha  con  perpetuos 
desabrimientos.  Por  tanto,  pues  los  mismos  males  nos  enseñan  la 
verdadera  prudencia,  si  la  dulzura  de  los  bienes  celestiales  no 
nos  enamora,  á  lo  menos  aborrezcamos  la  amargura  y  aflición  de 
los  trabajos  del  siglo.  Si  no  abrazamos  los  honestos  placeres, 


Carta  de  euquerio  499 


huyamos  siquiera  los  crueles  tormentos:  que  los  unos  y  los  otros 
á  una  juntan  sus  fuerzas  para  levantar  nuestros  corazones  á  la 
vida  verdadera,  por  la  cual  se  nos  hará  dulce  cualquier  trabajo 
presente. 

Porque  si  algún  hombre  rico  y  poderoso  nos  llamase  prome- 
tiéndonos amor  y  obras  de  padre,  seguirle  híamos  sin  tardanza  á 
tierras  extrañas,  rompiendo  cualesquier  dificultades  y  estorbos 
del  camino.  Dios,  Señor  del  universo,  cuyos  son  todos  los  teso- 
ros, nos  llama  para  nos  amar  y  para  nos  comunicar  (solamente 
que  le  aceptemos)  el  dulce  apellido  de  hijos  con  que  llama  á  su 
único  engendrado  nuestro  Señor  Jesucristo,  ¿y  tú  emperezas,  y 
no  extiendes  siquiera  la  mano  con  viveza  y  alegría  para  recibir 
dignidad  tan  gloriosa?  Mayormente,  pues  para  alcanzar  tan  alto 
estado  no  has  de  peregrinar  á  tierras  muy  apartadas,  ni  arriscarte 
á  los  peligros  del  mar:  donde  quiera  y  cuando  quiera  que  quisie- 
res, ya  eres  adoptado.  (jPor  ventura  por  eso  seremos  más  flojos  y 
menos  codiciosos  de  tan  grande  merced,  porque  cuanto  es  mayor 
que  las  deste  mundo,  tanto  está  más  aparejada?  Antes  por  eso 
nos  será  más  dañosa  nuestra  cobardía:  porque  tanto  más  seremos 
culpados  por  desdeñarla,  cuanto  más  fácilmente  la  pudiéramos 
alcanzar,  si  no  nos  entorpeciera  el  amor  y  deleites  desta  vida. 
Pues  si  amas  vida,  para  vida  te  convido.  ¿Con  qué  razón   mejor 
te  persuadiré,  que  asegurándote  lo  que  deseas?  Para  darte  vida 
te  envía  Dios  por  mí  su  embajada:  no  puedes  negar  que  deseas 
vivir.  Pero  amonestóte  que  en  lugar  de  la  temporal  vida  ames 
la  eterna.  Porque  de  otra  manera,  ¿cómo   es  verdad  que  amas 
la  vida,  si  no  deseas  que  dure  lo  más  que  puede  durar?  Pues  lo 
mesmo  que  nos  agrada  siendo  perecedero,  agrádenos  mucho  más 
siendo  perpetuo:  y  lo  que  tanto  estimamos  acabándose  presto, 
apreciémoslo  más  careciendo  de  fin.  Vivamos  de  manera  que 
no  nos  sea  esta  vida  impedimento  de  otra  mejor,  mas  camino  y 
escalera  para  ella.  No  sea  el  principio  de  la  vida  contrario  á  su 
perfección.  Contra  toda  justicia  perjudica  á  la  vida  el  amor  déla 
vida.  De  donde  no  te  queda  qué  responder,  ni  tienes  excusa  pa- 
ra no  acudir  al  llamamiento  divino,  cualquiera  afición  que  á  la 
vida  tengas.  Porque  si  la  desprecias  por  sus  desgustos,  ¿con  que 
causa  más  justa  la  aborrecerás,  que  por  amor  de  otra  mejor?  Y 
si  la  amas,  tanto  más  debes  desear  que  sea  perpetua.  Pero  des- 
tos  dos  afectos  más  querría  que  tuvieses  el  primero:  convieaQ 


500  Carta  de  euquerío 


saber,  que  según  experimentas  la  vida,  asi  la  tengas  por  moles- 
tísima: y  según  sus  miserias,  así  por  ellas  la  desprecies  y  aborrez- 
cas. Rómpase  ya  la  cadena  tan  extendida  de  los  negocios  segla- 
res, que  asidos  unos  á  otros  con  mil  dificultades  hacen  una  con- 
tinua fatiga.  Rompamos  los  lazos  de  los  cuidados  inft-uctuosos, 
que  anudados  unos  á  otros  dilatan  nuestras  ocupaciones,  como 
si  cada  hora  de  nuevo  comenzasen.  Desatemos  las  enmarañadas 
contiendas  que  traban  unas  de  otras  y  traen  fatigado  inútil- 
mente el  estudio  de  los  mortales  como  á  quien  continuamente 
tejiese  y  destejiese  una  tela:  cuya  perseverante  y  forzada  aten- 
ción la  vida  que  de  suyo  es  corta,  hace  más  breve,  distrayendo 
sus  corazones  unas  veces  á  vanos  deleites,  otras  veces  á  tristes 
temores:  unas  veces  á  deseos  ansiosos,  otras  veces  á  medrosas 
sospechas,  y  siempre  á  irremediables  fatigas  que  la  edad  del 
hombre  hacen  bre\'e  para  la  vida  y  luenga  para  los  dolores.  Des- 
pidamos el  amor  del  mundo,  que  en  cualquier  grado  que  nos 
ponga,  es  peligroso  y  infiel:  porque  su  alteza  es  sospechosa,  y  su 
bajeza  inquieta.  Ca  el  bajo  estado  es  pisado  de  los  mayores,  y  el 
alto  por  sí  mesmo  desvanecido  se  cae.  Pon  al  hombre  en  el  lu- 
gar que  quisieres:  no  descansará  en  la  cumbre  ni  en  la  halda  del 
monte:  donde  quiera  es  combatido.  El  flaco  está  sujeto  á  la  in- 
juria, el  poderoso  á  la  envidia.  Pero  prosigamos  los  daños  del 
estado  próspero  que  están  más  encubiertos,  y  por  eso  es  más 
peligroso:  que  el  miserable  manifiestas  tiene  sus  dolencias. 

II.  Dos  cosas  me  parecen  las  principales  que  sostienen  á  los 
hombres  en  el  amor  del  siglo  y  con  halagüeña  suavidad  encan- 
tan sus  sentidos,  y  los  sacan  fuera  de  sí,  y  los  llevan  presos  con 
blanda  cadena  á  los  viciosos  tormentos:  conviene  saber,  el  de- 
leite de  las  riquezas  y  la  honra  de  las  dignidades.  Y  llamólas  por 
el  nombre  que  el  mundo  les  puso:  como  quiera  que  el  primero 
no  es  deleite,  sino  servidumbre;  y  la  segunda  no  es  honra,  sino 
vanidad.  Estos  dos  enemigos  se  ponen  delante  los  hombres,  y 
juntando  y  atravesando  sus  pies,  les  impiden  el  paso  de  la  virtud; 
y  con  sus  infernales  vahos  inficionan  los  pechos  de  los  humanos, 
y  con  ponzoñosos  ungüentos  recrean  las  ánimas  llagadas  y  cansa- 
das de  los  trabajos  de  su  naturaleza.  Porque  (hablando  primero 
de  las  riquezas)  (¡qué  cosa  hay  más  perjudicial?  ¿Por  ventura  no 
-son  causa  á  sus  poseedores  de  muchas  injusticias,  como  uno  de 
4os  nuestros  dijo?  ¿Qué  son  las  ri^ezas  sino  prenda  para  recibir 


tARTA  BE  EUQUERÍO  5OÍ 


injurias?  ^Por  ventura  no  están  llamando  los  grandes  tesoros  á  los 
robadores  y  homicidas,  convidándolos  con  el  premio  de  su  osa- 
día? (iPor  ventura  no  amenazan  á  sus  señores  de  privanzas  y  des- 
tierros? Pero  disimulemos  que  esto  pueda  acaescer.  Acabada  la 
vida  del  hombre,  ^qué  prestarán  las  riquezas,  á  dónde  irán?  Que 
ciertos  somos  que  no  caminarán  con  sus  amadores.  Atesora  el 
hombre,  dice  el  Psalmista  (i),  y  no  sabe  para  quién  allega  su  te- 
soro. Y  si  quieres,  esperemos:  y  sea  así,  que  te  suceda  en  ellas 
quien  tú  deseas.  ¡  Cuántas  veces  los  herederos  destruyeron  las  ca- 
sas de  sus  antepasados!  Y  las  riquezas  con  grande  afán  ayunta- 
das ¡cuántas  veces  fueron  desperdiciadas,  ó  por  el  hijo  mal  ense- 
ñado, ó  por  el  yerno  mal  escogido!  ¿Pues  donde  está  el  deleite 
de  las  riquezas,  cuya  posesión  es  llena  de  cuidadosos  trabajos,  cu- 
ya sucesión  es  tan  dudosa?  <i Dónde  corres  fuera  de  la  carrera, 
desenfrenado  amor  de  los  hombres?  Sabes  amar  lo  que  tienes,  ¿y 
á  ti  no  te  sabes  amar?  Fuera  de  ti  está  lo  que  amas:  extraño  es  lo 
que  te  deleita.  Vuelve,  vuelve  sobre  ti:  ámate  siquiera  como  amas 
tus  cosas.  Sin  dubda  te  pesaría  si  tus  compañeros  amasen  más  tu 
hacienda  que  tu  persona,  y  si  pusiesen  más  los  ojos  en  el  resplan- 
dor de  tus  riquezas  que  en  tu  salud.  Querrías  que  tu  amigo  fuese 
leal  á  tu  vida,  más  que  codicioso  de  tus  tesoros.  Pues  ¿porqué 
lo  que  á  otros  pides,  niegas  á  ti  mesmo?  ¿Quién  es  al  hombre  más 
obligado,  que  él  á  sí  mesmo?  Guardemos  la  fe  y  amor  que  á  nos- 
otros mesmos  debemos;  nuestras  cosas  no  nos  merecen.  No  digo 
más  acerca  de  las  riquezas. 

De  las  honras  diré  que  no  me  podrás  negar  que  no  se  podrá 
llamar  dignidad  aquello  que  los  buenos  comúnmente  con  los  ma- 
los poseen:  ni  hace  glorioso  triunfo  á  los  vencedores  esforzados 
la  corona  con  que  también  se  coronan  los  cobardes.  Confusión  es, 
no  dignidad,  la  que  envuelve  á  los  dignos  con  los  indignos,  y  á 
los  virtuosos  (que  de  derecho  han  de  ser  superiores)  iguala  con 
los  viciosos.  Y  es  mucho  de  maravillar  que  en  ningún  estado  se 
disciernen  menos  los  buenos  de  los  malos  que  en  la  pompa.  Di- 
me,  yo  te  ruego:  ¿no  es  más  honrado  quien  desecha  tal  honra, 
á  quien  sus  proprias  virtudes  ensalzan,  y  el  fausto  no  ensober- 
bece? Y  (si  más  quieres  que  te  diga)  sean  las  honras  cuales  el 
mundo  las  juzga:  ¡cuan  Hgeramente  vuelan!  ¡cuan  presto  desapa- 


(l)     Psalm.  XXXVIir. 


"5^2  CARTA  DE  EUQUERIO 


receñí  Vimos  en  nuestros  días  muchos  varones  honrados,  puestos 
en  el  cuerno  de  la  luna,  que  dilataban  su  patrimonio  por  la  re- 
dondez de  la  tierra,  cuyas  venturas  vencían  á  su  codicia,  y  su 
prosperidad  pasaba  delante  de  sus  deseos. Mas  ^porqué  hago  caso 
de  particulares  estados?  Vimos  reyes  gloriosos,  cuyo  imperio  de 
muchos  era  temido,  cuyas  púrpuras  resplandecían  con  piedras 
preciosas,  cuyas  ricas  diademas  hermoseaban  flores  y  ramos  de 
oro  labrados,  cuyos  reales  palacios  adornaban  suntuosas  tapice- 
rías y  los  costosos  enmaderamientos  con  artesones  dorados:  y  (lo 
que  más  es)  sus  voluntades  eran  derecho  de  los  pueblos,  y  sus 
palabras  se  llamaban  leyes  comunes.  Pero  ^  quién,  por  más  que  se 
empine,  puede  subir  sobre  la  medida  de  los  mortales?  Vemos 
agora  que  aquel  su  fastuoso  orgullo  en  ninguna  parte  se  halla,  y 
sus  inestimables  pesos  de  oro  se  hundieron  con  sus  señores.  En 
nuestros  tiempos  son  fábula  las  historias  de  muchos  ínclitos  rei- 
nos. Todas  aquellas  cosas  que  entonces  se  tenían  por  grandes,  ya 
agora  son  vueltas  en  nada:  que  ni  en  la  tierra  las  conocemos,  ni 
pienso,  antes  sé  cierto  que  allá  donde  ellos  están  no  las  gozan,  si 
con  ellas  no  ganaron  alguna  sustancia  de  virtud.  Porque  sola  ésta 
los  podría  seguir,  partiendo  de  aquí  faltos  de  otro  socorro:  sola 
esta  fiel  amiga  los  acompañaría  cuando  caminasen  desamparados 
de  todos  sus  bienes.  Éste  es  el  mantenimiento  con  que  agora  se- 
rán sustentados:  ésta  es  la  excelencia  con  que  agora  serán  subli- 
mados. No  pierden  los  sabios  y  virtuosos  las  honras  temporales  y 
posesiones  terrenas:  mas  truécanlas  por  la  celestial  gloria  y  in- 
finito tesoro.  Por  tanto,  si  codiciamos  valer,  si  anhelamos  á  hon- 
ras, escojamos  las  verdaderas  honras  y  verdaderas  riquezas.  Allí 
queramos  ser  honrados  y  ricos,  donde  hay  desengañada  discre- 
ción de  males  y  bienes,  y  donde  el  bien  no  tiene  mezcla  de  mal, 
y  donde  lo  que  de  una  vez  se  alcanza,  siempre  se  posee,  y  lo  que 
una  vez  se  gana,  nunca  jamás  se  pierde. 

Mas  porque  arriba  dijimos  que  los  bienes  desta  vida  con  la 
muerte  se  pierden,  veamos  si  por  ventura  tenemos  algún  tiempo 
seguro,  ó  si  conviene  que  estemos  en  continuo  sobresalto.  Nin- 
guna cosa  ven  los  hombres  más  á  menudo  que  morir,  y  de  nin- 
guna cosa  más  se  olvidan  que  de  la  muerte.  Pasa  el  humano  lina- 
je de  generación  en  generación  arrebatadamente,  hasta  que  toda 
la  sucesión  de  los  hombres  se  acabe  según  la  ley  de  los  siglos. 
Nuestros  padres  fueron  delante,  y  nosotros  los  seguimos  de  priesa: 


CARTA  DE  EUQUERIO  $5^ 


y  así  corre  todo  el  número  de  los  hombres  como  arroyo  de  agua 
que  desciende  de  los  montes,  ó  como  las  ondas  del  mar,  que  se 
deshacen  llegando  á  la  costa,  mientras  otras  se  levantan.  Así  nues- 
tras edades  se  acaban  llegando  á  su  término,  y  comienzan  otras» 
que  también  á  su  tiempo  fenescerán.  Suene,  pues,  continuamente 
en    nuestras  orejas  el  ruido   desta  corriente,  y  el  ímpetu  des- 
tas  olas  de  día  y  de  noche  despierte  nuestra  memoria.  Nunca 
perdamos  de  vista  la  mutabilidad  de  nuestro  estado.  El  fin  ne- 
cesario de  nuestra  vida  tengámosle  por  presente,  pues  tanto  más 
cerca  le  tenemos,  cuanto  mas  se  ha  detenido.  El  día  que  no  sabe- 
mos si  está  lejos,  tengámosle  por  vecino.  Apercibámonos  para 
la  partida  con  tales  propósitos  y  meditaciones,  que  temiendo  la 
muerte  antes  que  venga,  no  la  temamos  cuando  viniere.  Biena- 
venturados los  seguidores  de  Cristo,  á  quien  no  fatiga  el  recelo 
de  morir,  y  con  quietud  y  conveniente  aparejo  esperan  su  último 
día,  en  el  cual  desean  y  confían  ser  sueltos  y  estar  con  su  ama- 
do: porque  los  tales  tendrán  por  mejor  acabar  hoy  antes  que  ma- 
ñana, pues  pasan  de  la  vida  temporal   á  la  que  permanece  para 
siempre.  Muchos  son  los  que  esto  entienden,  y  pocos  los  que  lo 
consideran:  mas  donde  se  trata  de  vida,  no  sigamos  la  compañía 
de  los  negligentes,  ni  en  negocio  tan  importante  imitemos  los  ye- 
rros ajenos  con  daño  de  nuestra  salud.  Porque  en  el  juicio  divino 
no  nos  excusará  la  muchedumbre  de  los  engañados,  cuando  par- 
ticularmente será  cada  uno  examinado,  y  según  sus  proprios  mé- 
ritos será  condenado  ó  absuelto,  sin  hacer  cuenta  del  otro  pueblo. 
Cesen,  pues,  cesen  los  vanos  consuelos  que  nos  hacen  no  sentir 
nuestros  daños.  Porque  mejor  será  perpetuar  nuestra  vida  con  los 
pjocos,  que  perderla  con  los  innumerables.  Mu}^  ciego  y  desvaria- 
do es  por  cierto  el  que  disimula  su  pérdida  por  seguir  á  quien 
después  no  le  puede  remediar.  Por  tanto  no  nos  lleve  al  descuido 
de  los  pecados  el  ejemplo  de  los  pecadores,  ni  tenga  en  nosotros 
autoridad  la  prudencia  de  los  locos  que  no  miran  lo  que  les  con- 
viene. Antes  yo  te  ruego  que  las  obras  de  los  tales  hombres  las 
mires  como  á  borrón  y  no  como  á  dechado. 

III.  Y  si  quieres  remedar  algún  dechado,  puesto  que  en  com- 
paración de  los  errados  hallarás  pocos,  pero  algunos  hay  á  quien 
atiendas,  cu^^o  ejemplo  te  sea  saludable.  Aquéllos  mira  con  aten- 
ción, que  diligentemente  consideran  para  qué  nacieron,  y  mien- 
tras viven  tratan  con  prudente  estudio  los  negocios  de  su  vida,  y 


504  CARTA  DE  EUQUERIO 

con  provechosos  trabajos  de  virtuosas  obras  labran  y  siembran 
en  la  tierra  para  coger  el  fruto  en  el  cielo:  de  que  no  solamente 
tienes  muchos  ejemplos,  mas  magníficos.  Porque  ya  (loores  á  Dios) 
vemos  que  la  nobleza  del  mundo,  las  honras,  las  dignidades,  la 
sabiduría  y  los  ingenios,  la  facundia  y  las  letras  se  pasan  cada  día 
á  los  reales  de  la  fe  y  á  la  escuela  de  Cristo.  Ya  vemos  que  la 
alteza  empinada  del  siglo  abaja  su  cuello,  5^  con  devoción  toma 
sobre  su  cerviz  el  suave  yugo  del  Señor.  ¿Cómo  podría  (si  no  fue- 
se menester  luengo  tratado)  contar  por  sus  nombres  á  muchos 
varones  ilustres  que  siguieron  y  agora  siguen  esta  vereda  estre- 
cha y  familiar  conversación  en  que  Dios  se  honra  y  se  sirve?  Mas 
por  no  dejar  á  todos,  referiré  algunos  de  muchos  que  callo.  Cle- 
mente, del  antiguo  linaje  de  los  senadores  y  del  mesrao  tronco  de 
los  Césares,  dotado  de  todas  sciencias  y  florido  con  las  artes  libe- 
rales, anduvo  este  camino  de  los  justos:  y  tanto  en  él  aprovechó, 
que  mereció  ser  sucesor  del  Príncipe  de  los  Apóstoles.  Gregorio, 
obispo  de  Ponto,  primor  de  la  filosofía  y  primor  de  la  elocuen- 
cia, por  este  ejercicio  se  hizo  más  resplandeciente,  no  sólo  en  san- 
tidad, mas  en  obras  maravillosas.  Porque  del  cuentan  las  histo- 
rias, entre  otras  muestras  de  su  merecimiento,  que  por  sus  ora- 
ciones pasó  un  grande  monte  de  un  lugar  á  otro,  para  dar  sitio  á 
un  templo  que  los  fieles  querían  edificar  en  una  sierra  donde  es- 
taban escondidos  por  la  persecución  de  la  Iglesia:  y  secó  una  la- 
gima  de  agua  para  pacificar  los  que  peleaban  sobre  la  repartición 
de  sus  peces.  Otro  sancto  del  mesmo  nombre  Gregorio,  muy  en- 
señado en  las  sciencias  humanas,  las  despreció  por  el  amor  desta 
celestial  filosofía:  de  quien  no  callaré  lo  que  del  se  escribe,  porque 
también  hace  á  nuestro  propósito.  A  Basilio  su  compañero  en  los 
estudios  seglares  sacó  por  la  mano  de  la  escuela  donde  enseñaba 
retórica,  diciendo  así:  Deja  ya  esa  vanidad,  y  entiende  en  tu  sal- 
v^ación.  Y  no  lo  dijo  á  sordo,  que  luego  le  siguió:  y  ambos  fueron 
obispos  de  gloriosa  memoria,  y  ambos  dejaron  á  la  Iglesia  católica 
en  libros  que  escribieron,  claros  testimonios  de  su  fe  y  santidad  y 
de  subidos  ingenios.  Paulino,  obispo  de  Ñola,  resplandor  de  nues- 
tra Francia,  despreciadas  grandes  dignidades  del  siglo  y  muy  co- 
piosas riquezas,  y  con  ellas  el  frescor  de  la  elocuencia,  se  pasó  á 
este  ejercicio  y  instituto  de  vida:  en  el  cual  floreció  tanto,  que  en 
todas  las  partes  del  mundo  se  goza  su  fruto.  ^iQué  diré  de  Hilario, 
que  pocos  días  ha  fué  obispo  en  Italia,  y  de  Petronio,  los  cuales 


CARTA  DE  EÜQUERIO  50 § 


ambos  descendieron  de  insignes  y  antiguas  familias?  ^Por  ventura 
no  antepusieron  á  su  estado,  el  uno  la  religión  y  el  otro  el  sacer- 
docio? ¡  Oh,  cuándo  acabaré  de  referir  con  otros  muchos  que  dejo, 
á  Firmiano,  Minucio,  Cipriano,  Evagrio,  Crisóstomo,  Ambrosio! 
Parece  que  todos  platicaron  juntamente  lo  que  á  otro  su  seme- 
jante fué  aguda  espuela  para  sacarle  del  siglo  á  esta  dichosa  vida. 
Levántanse  los  indoctos,  y  arrebátannos  el  cielo,  y  nosotros 
con  nuestras  doctrinas  revolvémonos  en  la  carne  y  la  sangre.  Tra- 
taron esto  entre  sí,  y  porque  despreciaron  lo  que  era  poco,  fue- 
ron enriquecidos  con  lo  mucho  en  el  gozo  de  su  Señor.  Pues  aun 
no  he  contado  sino  una  pequeña  parte  de  los  que  desecharon 
particulares  honras  y  estados,  y  la  flor  de  la  elocuencia,  ó  la  gra- 
vedad de  la  filosofía.  Mas  ¿porqué  no  tocaré  á  los  mesmos  reyes 
y  cabezas  del  mundo,  aunque  no  para  contar  á  todos  los  que  de 
nuestra  religión  y  fe  fueron  amadores  y  discretos  apreciadores  de 
su  real  dignidad?  Y  no  callaré  los  del  tiempo  antiguo,  David,  Jo- 
sías  y  Ezechías,  á  cuyas  venerables  historias  te  remito.  Porque  de 
nuestros  tiempos  no  faltan  ejemplos  recientes  de  príncipes  que 
familiarmente  se  juntan  al  Rey  verdadero,  y  loan  y  sirven  con 
maravillosa  devoción  al  Señor  soberano.  Rey  de  los  Reyes,  en- 
grandesciendo  sola  su  majestad  así  hombres  como  mujeres.  Por 
ventura  las  labores  destos  dechados  te  contentarán  más,  y  por 
ser  de  tu  edad  moverán  más  tu  afición  á  procurar  la  vida  verda- 
dera que  ellos  procuran. 

Y  si  quieres  pasar  adelante  y  poner  los  ojos  en  otras  mues- 
tras de  ajena  naturaleza,  mira  los  días  y  los  años,  el  sol,  la  luna  y 
todas  las  lumbreras  del  cielo,  cóm.o  cum.plen  sin  cansarse  las  pa» 
labras  y  mandamientos  divinos,  y  sirven  con  sus  movimientos  á 
su  sapientísima  ordenación,  sin  traspasar  un  punto  sus  leyes.  ¿Por 
ventura  nosotros  (para  cuyo  uso  todas  estas  cosas  fueron  criadas 
y  puestas  delante  de  nuestros  sentidos,  que  sabemos  la  fábrica  de 
los  cielos,  y  no  ignoramos  la  intención  de  su  Criador,  que  para 
nuestro  aviso  así  lo  dispuso)  cerraremos  las  orejas  á  sus  manda- 
mientos? Grande  vergüenza  es  que  oyendo  las  criaturas  insensi- 
bles, dadas  para  ayuda  de  los  hombres,  una  sola  palabra  de  Dios 
en  principio  de  su  creación,  de  lo  que  habían  de  hacer  en  to- 
dos los  siglos  venideros,  nunca  della  se  olvidan,  ni  jamás  le  de- 
sobedecen: y  nosotros,  para  quien  tantos  volúmines  de  libros 
de  Escritura  sagrada  son  escritos,  y  tan  repetidas  leyes  son  e§- 


506  CARTA  DE  EUQUERIÓ 


tablescidas  (que  es  singular  privilegio  de  los  hombres)  no  obe- 
dezcamos á  nuestro  Hacedor,  siquiera  guiados  por  las  cosas  que 
fueron  hechas  para  nuestro  servicio:  mayormente  siendo  grande 
desvarío  atreverse  el  hombre  á  desobedecer  á  su  Dios,  sabiendo 
que  aunque  no  ame  á  su  bienhechor,  no  se  librará  por  eso  de  las 
manos  del  Señor.  Porque  ^dónde  se  esconderán  los  que  huyen 
de  Dios?  i  Dónde  me  esconderé  de  tu  espíritu,  decía  David  (i),  ó 
dónde  huiré,  que  no  vea  tu  cara?  Si  al  cielo  subiere,  tú  estás  allí: 
si  descendiere  al  infierno,  allí  estás  presente:  si  volare  tan  lige- 
ro como  paloma,  y  pasare  allende  la  mar,  allí  me  prenderá  y 
traerá  tu  mano  derecha.  Así  que,  quieran  ó  no  quieran,  los  que 
con  la  voluntad  se  apartan  del  universal  Señor,  por  derecho  y 
con  ejecución  caerán  en  sus  manos.  Ellos  están  lejos  de  El  con 
sus  aficiones:  mas  Él  está  sobre  ellos  con  su  poder.  Y  con  gran- 
de desatino  paréceles  que  huyen  y  escapan  de  su  jurisdición,  y 
están  encerrados  en  ella:  van  fuera  con  sus  imaginaciones,  y  que- 
dan dentro  de  su  tribunal.  Porque  si  tiene  derecho  el  hombre  para 
seguir  su  esclavo  fugitivo  y  reducirle  á  servidumbre,  ¿no  guar- 
dará asimesmo  este  derecho  el  Señor  de  los  señores,  á  quien  por 
sí  solo  pertenece  legítimo  señorío  sobre  todos  los  mortales?  ¿Por 
qué  no  hará  justicia  por  sí  como  hace  por  otros  el  justo  juez? 

IV.  Pero  no  solamente  han  de  inclinar  nuestros  afectos  las 
cosas  que  vemos:  también  tenemos  orejas  con  que  oyamos  las 
promesas  divinas,  que  no  tienen  menor  fuerza  para  incitar  nues- 
tros corazones.  Consideremos  con  atención  y  diligencia  lo  que  se 
nos  enseña,  y  con  firme  crédito  y  entrañables  deseos  esperemos 
•io  que  se  nos  promete.  El  Hacedor  de  todas  las  cosas  que  ve- 
mos, nos  da  fe  de  las  que  no  vemos.  Y  si  los  ojos  ejercitamos 
sabia  y  provechosamente:  si  la  admiración  que  nos  causa  la 
máquina  del  mundo,  enderezamos  al  conocimiento  de  su  autor, 
y  por  esta  vía  contemplamos  cuan  resplandesciente  luz  se  re- 
presentará á  nuestros  ojos  en  la  ciudad  celestial,  pues  en  la  tie- 
rra vil  una  pequeña  centella  reverbera  nuestra  vista:  si  conjectu- 
ramos  cuan  deleitable  hermosura  tendrán  las  cosas  eternas,  pues 
tanta  belleza  tienen  las  perecederas,  los  mesmos  sentidos  corpo- 
rales nos  levantarán  poderosamente  á  la  codicia  de  los  bienes 
que  no  sentimos.  Pues  no  usemos  de  los  sentidos  de  nuestra  car- 


(i)     I^alm.  CXXXVI, 


CARTA  DE  EUQUIERIO  507 


ne  en  solos  sus  bajos  oficios:  sírvannos  ordenadamente  para  am- 
bas vidas.  Y  de  tal  manera  nos  aprovechen  en  la  vida  temporal, 
que  no  nos  sean  impedimento,  mas  ayuda  para  la  que  esperamos, 
que  es  eterna.  Y  si  nos  lleva  para  sí  el  amor  y  deleite  de  las  cria- 
turas (porque  en  la  verdad  es  muy  poderoso  para  alterar  los  co- 
razones humanos)  el  bien  eterno  y  soberano,  clarísimo  y  deleita- 
bilísimo, ése  es  el  que  tiene  no  sólo  razón  para  ser  amado,  mas 
causa  suficientísima  para  que  solo  sea  amado.  Éste  es  nuestro 
Dios,  á  quien  no  podemos  tanto  amar,  que  más  no  debamos.  Y 
así  se  hace  (lo  que  arriba  dije  de  las  honras)  que  en  lugar  de  los 
deleites  mundanos  suceden  á  los  buenos  más  entrañables  y  más 
justas  deleitaciones.  Por  tanto,  si  te  aficionaba  la  grandeza  del 
mundo,  ninguna  cosa  hay  más  magnífica  que  Dios.  Si  alguna  cosa 
en  el  siglo  te  parecía  digna  de  gloria,  ninguna  es  más  gloriosa.  Si 
te  ibas  en  pos  del  resplandor  de  las  cosas  claras,  ninguna  hay  más 
resplandesciente.  Si  te  enamoraban  las  cosas  bellas,  ninguna  hay 
tan  hermosa.  Si  en  algo  creías  hallar  verdad,  ninguna  cosa  hay 
más  fiel  ni  más  verdadera.  Si  en  alguno  esperabas  hallar  liberali- 
dad, ninguno  hay  más  magnífico.  Maravillábaste  de  lo  que  es  pu- 
ro y  sencillo:  ninguna  cosa  hay  más  pura  y  más  sincera  que  su  . 
bondad.  Codiciabas  abundancia  de  bienes:  ninguno  tiene  rique- 
zas más  copiosas.  Amabas  á  quien  tenías  por  fiel:  ninguno  hay 
más  leal  y  guardador  de  su  palabra.  Buscabas  lo  que  te  es  pro- 
vechoso: ninguna  cosa  hay  más  útil  que  su  amor.  Alguno  te  con- 
tentaba porque  veías  en  él  gran  verdad  con  llaneza:  ninguno  hay 
más  severo  ni  más  blando.  En  las  adversidades  querrías  hallar 
benignidad  en  tus  amigos,  y  en  las  prosperidades  placer:  de  El 
solo  puedes  haber  único  consuelo  en  las  tribulaciones  y  gozo  en 
la  sanidad.  Agora  dime  si  es  justo  que  Aquél  en  quien  tienes  to- 
das las  cosas,  ames  sobre  todas  ellas,  y  que  sobre  todos  los  bie- 
nes estimes  Aquél  en  quien  están  todos  los  bienes:  y  no  solamente 
los  soberanos  y  divinos,  mas  aun  esos  temporales  (de  que  los 
hombres  usan  mal)  de  Él  mesmo  los  tienen. 

Pues  así  es,  el  amor  que  hasta  aquí  ha  sido  mal  repartido,  todo 
junto  le  entrega  al  servicio  de  Dios.  Y  la  casta  caridad  que  en  pos 
de  las  sensuales  aficiones  erraba,  de  aquí  adelante  se  ocupe  en 
solos  ejercicios  sagrados.  Y  el  corazón  que  devaneaba  con  diver- 
sas opiniones,  sea  castigado  con  el  fi-eno  de  la  verdadera  sabidu- 
ría: mayormente,  pues  cuanto  amas  y  cuanto  sabes,  todo  es  de 


S0§  CARTA  DE  EUQUERlO 


Dios.  Suyo  es,  aunque  tú  no  le  ames.  Porque  es  Él  tan  grande  y 
tan  universal  Señor,  que  los  que  no  le  aman,  aunque  no  quieran, 
han  de  amar  lo  que  es  suyo.  Pero  considere  quien  tiene  juicio 
sano,  si  es  cosa  razonable  que  despreciado  el  Hacedor  de  las  co- 
sas, se  amen  sus  hechuras,  y  que  corra  el  hombre  á  diestro  y  á 
siniestro  á  todas  partes  en  pos  de  las  criaturas  contra  la  voluntad 
de  quien  las  crió,  habiéndolas  criado  para  que  por  el  uso  dellas 
camJne  para  El  nuestro  corazón.  Mas  el  hombre  de  trastornado 
entendimiento  convierte  sus  amores  y  deseos  á  las  criaturas  vi- 
les, y  desordenando  su  mesma  inclinación,  engrandesce  el  arte  me- 
nospreciando al  artífice,  y  ama  la  imagen  hermosa  y  desama  á 
su  pintor,  de  cuya  universal  bondad  arriba  dijimos.  Mas  ^"qué  di- 
jimos? ó  ^qué  se  puede  decir  de  tan  grande  tesoro  de  bondad? 
ó  ^cuándo  podrá  algún  hombre  ó  ángel  igualar  con  palabras  á  la 
alteza  de  tan  profundo  misterio? 

De  donde  ya  no  te  quiero  decir  que  amar  á  Dios  es  deleita- 
ble, mas  que  es  necesario:  pues  allende  la  obligación  que  tene- 
mos de  amarle  por  quien  Él  es,  necesariamente  amamos  sus  co- 
sas: y  así  como  no  podemos  amarle  cuanto  Él  es  digno,  así  tam- 
poco basta  nuestro  amor  para  recompensar  los  bienes  que  del 
recebimos.  Por  lo  cual  asimesmo  es  grande  injusticia  no  amar  si- 
quiera á  quien  aun  amándole  no  le  podemos  satisfacer.  Injustísi- 
ma cosa  es  no  querer  servñr  lo  poco  que  puedes  á  quien  no  pue- 
des servir  cuanto  eres  obligado.  ^jQué  volveré  al  Señor,  decía 
David  (i),  por  todos  los  bienes  que  me  ha  dado?  ¿Que  le  paga- 
remos siquiera  por  esto  solo,  que  en  tan  fáciles  cosas  puso  el 
principio  de  nuestra  salvación,  y  abrió  puerta  á  todos  los  mora- 
dores de  !a  tierra  para  darles  la  heredad  del  cielo,  sin  despreciar 
ó  desechar  alguna  nación,  ó  tierra,  ó  isla  apartada?  ¿Porqué  pien- 
sas tú  que  por  otra  razón  la  posesión  de  toda  la  tierra,  las  nacio- 
nes y  reinos  de  la  tierra  vinieron  á  la  sujeción  de  los  Romanos, 
y  la  mayor  parte  del  mundo  se-  hizo  un  pueblo,  sino  para  que 
más  fácilmente  por  todo  el  mundo  penetrase  la  fe,  y  para  que 
como  el  mantenimiento  ó  la  medicina  se  derrama  por  todo  el 
cuerpo,  así  la  fe  infundida  en  la  cabeza  de  las  gentes  se  comu- 
nicase por  todos  los  miembros?  Porque  de  otra  manera  no  corrie- 
ra tan  diligentemente  por  tan  apartadas  gentes  }-  provincias  di- 


(i)     Psalm,  CXV, 


CARTA  DE  EUQUERIO  5Ó9 


ferentes  en  costumbres  y  lenguas,  ni  pasara  tan  adelante  y  con 
tanta  presteza,  si  á  cada  lugar  tuviera  nuevo  estropiezo  y  con- 
tradición. Por  esto  el  apóstol  Sant  Pablo  dice  que  la  fe  de  los 
Romanos  se  anunciaba  por  el  universo  mundo:  y  por  la  mesma 
razón  tuvo  él  libertad  para  discurrir  predicando  el  Evangelio 
dende  Hierusalem  hasta  el  Ilírico.  Lo  cual  ¿cómo  pudiera  si  no 
estuvieran  juntas  debajo  de  un  señorío  la  multitud  innumera- 
ble de  regiones  y  ciudades,  y  se  domesticara  la  fiereza  de  las 
bárbaras  naciones?  Así  se  cumplió  lo  que  agora  vemos  cumpli- 
do, que  dende  el  Oriente  hasta  el  Poniente,  dende  el  Setentrión 
hasta  el  Mediodía,  por  todos  los  lados  del  mundo  suenen  los 
loores  de  Cristo,  aceptando  su  fe  el  Trácense,  el  Africano,  el  Siró, 
el  Español.  Lo  cual  misteriosamente  se  significó  y  se  comenzó  á 
ejecutar  cuando  en  tiempo  de  la  República  Romana,  teniendo  el 
sceptro  de  todo  el  mundo  el  emperador  Octaviano,  descendió  Dios 
á  la  tierra.  Para  cuya  venida  y  próspera  dilatación  de  su  nombre 
se  proveyó,  y  fundó,  y  acrescentó  en  diversos  tiempos  la  policía 
de  los  Romanos,  así  en  tiempo  del  mando  de  los  antiguos  Reyes 
como  en  el  de  la  gobernación  de  los  cónsules,  según  podrá  cla- 
ramente mostrar  con  mediano  ingenio  cualquiera  que  afirmarlo 
quisiere.  Y  tú  mejor  lo  puedes  conocer,  pues  te  son  familiares  las 
historias  de  tu  nación.  Por  tanto,  dejado  esto,  vuelvo  al  propósito 
que  dende  el  principio  pretendí.  No  queráis  amar  al  mundo,  ni 
las  cosas  que  en  el  mundo  están,  dice  el  discípulo  amado  del 
Señor  (i).  Y  con  razón,  porque  todas  las  cosas  mundanas  enga- 
ñan nuestros  ojos  con  afeites  y  colores  postizos.  Pues  así  es,  la 
virtud  de  los  ojos  que  se  nos  dio  para  gozar  de  la  luz,  no  se  debe 
aplicar  al  error,  y  la  que  para  el  uso  de  la  vida  fué  dada,  no  nos 
sea  causa  de  muerte.  Los  deseos  de  la  carne  (dice  el  apóstol 
S.  Pedro)  pelean  contra  nuestra  ánima,  y  siempre  están  en 
frontera  contra  el  espíritu.  Y  (como  se  acostumbra  entre  los  rea- 
les de  los  enemigos)  tanto  más  la  carne  se  esfuerza,  cuanto  el  es- 
píritu más  se  enflaquesce. 

V.  Mas  hasta  agora,  ilustre  Valeriano,  yo  he  tratado  de  los 
halagüeños  deleites  de  las  riquezas  y  de  las  fingidas  y  falsamente 
estimadas  honras,  como  si  el  mundo  estuviese  en  su  vigor  y  fuer- 
za para  engañarnos.  Pues  ¿cuánto  más  se  podrá  argüir  el  embaí- 


(i)    i  Joan,  II, 


5lO  CARTA  UÉ  EUQÜÉRIO 


miento  de  los  hombres,  cuando  ya  el  resplandor  del  mundo  (que 
antes  con  sus  relámpagos  deslumhraba  los  mundanos,  y  con  cara 
llena  de  risa  y  adulterinos  atavíos  requería  sus  ánimas,  mostran- 
do falsos  amores)  ya,  ya  se  ha  escurecido  y  descubre  claramente 
su  fealdad  y  mentiras?  Vuelto  se  ha  en  negrura  aquel  hermoso 
rostro  con  que  trasportaba  los  sentidos  de  los  hombres.  Primero 
nos  quería  engañar  con  imagines  sofísticamente  compuestas,  y 
aun  con  quien  tenía  mejor  seso  no  podía:  agora  los  tiempos  están 
así  mudados,  que  todos  cuantos  quisieren,  conocerán  sus  embus- 
tes. Primero  carecía  de  bienes  ciertos:  agora  carece  aun  de  los 
aparentes.  Apenas  tiene  ya  colores  con  que  se  afeite.  Ya  no  está 
adornado  de  tiernas  flores:  ¡cuánto  menos  tendrá  fruto  que  per- 
manezca! Si  nosotros  no  nos  enredamos,  ya  el  mundo  no  tiene 
lazos  con  que  nos  ate.  ¿Y  para  qué  tardamos  de  decir  lo  que  es_ 
más  fuerte?  Decimos  que  perecieron  las  prosperidades  del  mun- 
do y  que  se  envanecieron  sus  pompas.  El  mundo  todo  perece  y 
casi  da  los  postreros  anhélitos:  ¿para  qué  nos  trabajamos  por  mos- 
trar que  todo  su  valor  y  contentamiento  se  acaba,  pues  vemos 
claramente  que  él  mesmo  se  acaba?  Ca  no  le  faltan  sus  bienes  y 
fuerzas  antes  de  tiempo,  porque  su  vejez  trae  consigo  su  flaque- 
za. La  edad  postrera  del  mundo  está  llena  de  males,  como  la  del 
hombre  es  seguida  de  dolencias.  Visto  habemos,  y  cada  día  nos 
pasan  delante  los  ojos  en  estas  canas  del  mundo,  hambres,  pesti- 
lencias, desventuras,  guerras,  temblores  de  tierra,  desorden  de  los 
temporales,  monstruosos  partos  de  animales.  Pues  (¡qué  es  esto, 
sino  pronósticos  del  remate  del  siglo,  que  se  cansa  corriendo  y 
casi  ya  desfallece?  Lo  cual  no  afirman  sólo  nuestras  flacas  pala- 
bras, mas  la  autoridad  apostólica  lo  confirma,  donde  leemos  (i): 
Nosotros  somos  en  quien  ya  llegaron  los  postreros  fines  del  siglo. 
Y  pues  ya  ha  muchos  años  que  esto  se  dijo,  nosotros  ¿qué  con- 
fianza tenemos?  Llégase  de  priesa  el  día  postrero,  no  digo  el 
nuestro,  mas  el  de  todo  el  mundo.  Cada  hora  nos  amenaza  la 
muerte,  así  de  nuestro  cuerpo  como  la  de  todo  el  linaje  humano, 
por  los  particulares  peligros  y  por  los  generales  en  que  cada  día 
caemos.  Carga  sobre  mí,  hombre  desventurado,  el  temor  de  la 
muerte  del  siglo:  como  si  no  bastase  para  hacerme  miserable  el 
miedo  de  la  mía.  ¿Porqué  disimulamos  nuestros  espantos?  No 

(I)    11  Cor.  X, 


Carta  dé  euquerio  5 1  r 


podemos  estar  seguros,  pues  ni  de  nuestra  singular  muerte  po- 
demos escapar,  ni  de  la  común.  Por  lo  cual  ciertamente  es  mal 
afortunada  la  condición  de  los  hombres  mundanos,  y  más  agora 
en  la  despedida  del  mundo  y  en  el  desfallecimiento  de  todas  las 
cosas,  que  de  las  presentes  no  pueden  gozar,  porque  perecen:  ni 
se  recrean  con  la  esperanza  de  las  venideras,  porque  no  las  me- 
recen. El  deleite  de  la  vida  pasa  como  sombra,  que  no  se  puede 
tener  pasando  su  cuerpo:  y  la  venidera  que  es  perpetua,  no 
tiene  por  qué  confíen  alcanzarla:  ni  se  aprovechan  de  los  bienes 
temporales,  ni  gozarán  de  los  eternos.  Aquí  tienen  poco  de  pose- 
sión: para  lo  celestial  no  tienen  título.  Por  cierto  es  desventurado 
y  mucho  de  doler  tal  estado,  si  no  hace  el  hombre  de  esta  cruel 
necesidad  provechosa  virtud,  mudando  la  afición  y  enderezando 
sus  caminos  al  bien  soberano.  Porque  de  otra  manera  los  intere- 
ses desta  vida  están  así  destruidos,  que  quien  no  busca  el  bien 
eterno,  ambos  los  pierde.  Y  puesto  que  algo  se  pudiesen  gozar 
en  esta  vida  y  algo  valiesen,  como  á  sus  seguidores  parece,  más 
es  de  esdmar  la  esperanza  cierta  de  los  grandes  bienes,  que  la 
posesión  de  los  pequeños,  como  te  mostraré  por  este  ejemplo. 
Si  á  un  hombre  prometiese  un  grande  señor  de  darle  (á  su  escogi- 
miento) ó  en  este  día  cinco  monedas,  ó  mañana  quinientas,  ó  en 
este  día  un  vaso  de  cobre,  ó  mañana  un  joyel  de  oro,  escogería 
ciertamente  este  hombre  lo  más  precioso,  aunque  fuese  con  pe- 
queña tardanza.  Pues  desta  manera  considerando  tú  la  breve- 
dad desta  vida,  no  te  contentes  con  lo  vil,  pudiendo  esperar  lo 
muy  valeroso.  Ca  el  mundo  no  tiene  más  que  dar  de  lo  que 
vemos  y  recebimos:  y  por  eso  no  se  ha  de  esperar  de  él  otra 
cosa  de  mayor  precio:  pues  lo  que  poseemos,  ya  no  lo  espera- 
mos. Á  los  bienes  venideros  se  han  de  pasar  todas  las  esperanzas 
del  siglo,  pues  en  lo  temporal  no  hay  más  que  esperar  y  (según 
arriba  mostré)  vale  más  la  esperanza  de  las  cosas  celestiales,  que 
la  posesión  de  las  terrenas.  Y  quien  lo  contrario  siente,  no  tiene 
sano  juicio  de  los  bienes  del  mundo,  porque  los  trae  tanto  sobre 
los  ojos,  que  no  los  ve,  como  claramente  experimentamos  si  al- 
guna cosa  pegamos  con  la  niña  del  ojo,  que  no  la  podemos  ver: 
la  cual  apartada  á  distancia  conveniente  vemos  distintamente.  Así 
acaesce  en  la  estima  de  los  bienes  mundanos,  que  por  traerlos 
tan  dentro  de  nos,  agravan  nuestro  entendimiento,  y  no  los  co- 
nocemos: y  ÚQ  los  celestiales,  que  están  apartí^dos,  juzgamos  coi; 


5 1  ¿  Carta  de^eüquerio 


más  clara  vista.  Y  la  esperanza  que  te  he  dicho  de  los  bienes 
venideros,  no  es  vana,  pues  nuestro  Señor  Jesucristo,  asaz  abo- 
nado prometedor,  nos  la  certificó:  el  cual  prometió  á  los  pobres 
renunciadores  del  mundo  el  reino  de  los  cielos  y  copiosísimos 
premios  de  la  eternidad.  Y  para  entera  seguridad,  en  su  persona 
vino  á  tratar  con  nosotros  por  el  inefable  sacramento  de  la  hu- 
mana naturaleza  que  juntó  con  la  suya  divina,  restituyéndonos  á 
la  amistad  del  Padre,  haciéndose  medianero  entre  Dios  y  los 
hombres,  como  particionero  de  ambas  naturalezas,  y  libró  todo 
el  mundo  por  el  alto  misterio  nunca  enteramente  conocido  de 
su  pasión,  de  la  grande  deuda  á  que  estaba  obligado.  Y  como  el 
Apóstol  dice,  fué  manifiesta  su  encarnación  por  el  Espíritu 
Sancto,  por  cuya  virtud  fué  concebido,  descubrióse  á  los  ángeles, 
predicóse  á  las  gentes,  creyóla  el  mundo  y  así  fué  colocada  en 
su  gloria.  Donde  tanto  le  ensalzó  su  Eterno  Padre,  y  le  dio  nom- 
bre sobre  todo  nombre,  que  todas  las  criaturas  cuantas  hay  en 
el  cielo  y  en  la  tierra,  en  la  mar  y  en  los  abismos,  confiesan 
que  nuestro  Señor  Jesucristo  es  rey  y  Dios  antes  de  todos  los 

siglos. 

VI.  Y  si  quieres  desto  gozar,  deja  la  doctrina  de  los  filóso- 
fos, en  que  empleas  tus  estudios  y  Hción,  y  ocupa  tus  buenas  ho- 
ras y  espíritu  en  la  doctrina  de  Cristo.  En  la  cual  tampoco  te  fal- 
tará campo  para  dilatar  tu  ingenio.  Antes  tengo  por  averigua- 
do que  en  gustándola  conocerás  cuánto  se  deba  anteponer  la  scien- 
cia  de  piedad  y  amor  divino  á  los  preceptos  de  los  filósofos.  Por- 
que en  las  sentencias  de  aquéllos  se  halla  la  virtud  solamente 
contrahecha,  y  la  sabiduría  solamente  debujada:  y  en  esta  nues- 
tra disciplina  se  enseña  la  perfecta  justicia  y  maciza  verdad.  Tan- 
to que  con  razón  afirmaré  que  ellos  usurparon  el  nombre  de  fi- 
lósofos, y  nosotros  abrazamos  la  vida.  Dime,  yo  te  ruego:  ¿cuáles 
preceptos  pueden  dar  de  vivir  los  que  no  conocen  al  autor  de  la 
vida?  Los  que  á  Dios  ignoran  y  tropiezan  luego  en  el  umbral  de 
la  justicia,  ¿cómo  llevarán  á  otros  por  la  mano  á  la  verdadera  vir- 
tud? Porque  necesariamente  errando  en  el  principio,  siempre  irán 
descaminados,  y  en  vano  correrán  adelante.  Y  así  parece  ello  ser. 
Porque  los  que  entre  ellos  determinan  las  más  honestas  reglas 
de  costumbres,  no  pretenden  sino  vanidad  y  arrogancia:  y  por 
ésta  trabajan  de  manera  que  en  abstenerse  de  vicios  no  carecen 
de  vicio.  Éstos  SQn  de  quien  se  escribe  que  saben  Us  gosa^  te- 


CARTA  DE  EUQUERIO  5  1 3    ^ 


rrenas:  porque  de  la  tierra  y  de  los  gustos  della  tratan,  y  ésta  de- 
sean. Pues  pretendiendo  este  fin,  manifiesto  es  que  no  poseerán 
la  verdadera  sabiduría  ni  la  verdadera  virtud.  ¿Por  ventura  algún 
discípulo  de  Aristipo  podrá  enseñar  la  verdad,  cuyo  entendimien- 
to no  mira  más  á  lo  alto  que  los  ojos  de  los  puercos,  constituyen- 
do la  felicidad  del  hombre  en  los  deleites  del  cuerpo,  y  haciendo 
su  Dios  á  su  vientre,  y  su  gloria  á  sus  miembros  deshonestos? 
¿Este  tal  juzgará  alguna  cosa  justa  y  honesta,  por  cuya  filosofía  el 
glotón,  el  pródigo,  el  fornicario  y  el  amontonador  de  dinero  son 
beatificados?  Pero  contra  los  tales  otro  lugar  habrá  de  disputar. 
Vengamos  á  las  sentencias  de  los  más  justificados,  y  que  á 
ti  más  contentan:  porque  deseo  que  dejes  aun  aquellas  genera- 
les amonestaciones  determinadas  por  sola  humana  sciencia,y  con- 
viertas tus  estudios  á  las  escrituras  de  los  nuestros,  adornadas 
y  fortalecidas  del  espíritu,  en  las  cuales  hallarás  con  que  hartes  tu 
pecho  de  las  razones  y  doctrina  con  que  ellos  solamente  te  un- 
tan los  labios:  de  las  cuales  algunas  referiré.  En  las  escrituras 
de  los  nuestros,  para  hacerte  dar  fe  á  los  prometimientos  divinos, 
hallarás  lo  que  allá  ves,  aunque  no  por  las  mesmas  letras,  mas  la 
mesma  sentencia.  Las  palabras  de  Dios  quien  no  las  cree  no  las 
entiende.  En  ellas  serás  amonestado  que  si  á  Dios  conoces  por 
señor,  le  has  de  temer,  y  si  le  conoces  por  padre,  le  has  de 
amar.  Allí  aprenderás  cuáles  sacrificios  son  agradables  á  Dios. 
Ca  verdaderos  sacrificios  son  justicia  y  misericordia.  Allí  te  amo- 
nestarán: Si  te  amas,  ama  á  tu  prójimo:  porque  en  ninguna  co- 
sa hallarás  más  tu  provecho,  que  en  el  bien  que  á  tu  prójimo 
hicieres:  y  entenderás  que  ninguna  cosa  hay  tan  justa,  que  jus- 
tifique dañar  injuriosamente  á  otro  hombre.  Allí  contra  la  des- 
honestidad hallarás  este  aviso:  Resiste  á  la  lujuria,  que  des- 
pués que  te  venciere  y  hubiere  injuriado  tu  carne,  escarnecerá 
de  ti.  Y  para  que  no  codicies  demasiadas  riquezas,  hallarás:  Más 
bienaventurado  es  el  que  no  desea  lo  que  no  tiene,  que  el  que 
tiene  lo  que  desea.  Y  para  que  refrenes  la  ira,  te  dirán  cuan  im- 
portuna señora  es.  Porque  quien  por  cualquiera  ocasión  se  eno- 
ja, siempre  se  enojaría  si  siempre  se  le  ofreciese  ocasión.  Y  pa- 
ra que  ames  á  tus  enemigos,  serás  amonestado:  Ama  á  quien  te 
desama,  si  quieres  hacer  más  que  los  malos:  porque  aquéllos  aman 
á  quien  bien  les  quiere.  Y  para  ayudar  con  tus  bienes  á  los  po- 
bres, hallarás;  Aquél  guarda  bien  su  tesoro,  que  le  partió  con  Iqs 


OBRAS  DS  GRANADA 


1-33 


5  1 4  CARTA  DE  EUQUERIO 


pobres:  ya  no  le  podrá  perder,  porque  dándole  le  aseguró.  Y  pa- 
ra más  perfecta  justicia  hallarás:  Del  fiel  matrimonio  el  fruto  es 
la  continencia.  Allí  entenderás  la  razón  por  que  los  desastres  del 
mundo  son  comunes  á  los  buenos  y  á  los  malos:  y  conocerás  que 
mayor  miseria  es  enfermar  el  alma  con  vicios,  que  la  carne  con 
dolencias.  Y  para  amonestarte  paciencia  leerás:  A  los  impacien- 
tes la  semejanza  de  costumbres  (que  suele  ser  causa  de  amistad) 
es  ocasión  de  discordia.  Y  para  que  no  remedes  á  los  viciosos, 
hallarás  escrito:  Al  hombre  prudente  avisan  los  buenos  y  los  ma- 
los: los  unos  lo  que  ha  de  abrazar,  los  otros  lo  que  ha  de  huir. 
Y  para  que  consideres  y  agradezcas  la  bondad  del  Señor,  que  usa 
con  los  hombres,  hallarás  que  muchos  bienes  recebimos  sin  que 
los  conozcamos:  donde  parece  que  no  nos  ama  más  en  público 
que  en  escondido,  y  que  debes  dar  no  menos  gracias  á  Dios  en 
la  adversidad  que  en  la  prosperidad,  y  conocer  que  lo  adverso  te 
viene  justamente,  y  lo  próspero  no  mereces.  Allí  conocerás  có- 
mo á  todas  las  cosas  se  extiende  la  Providencia  divina,  y  que 
ninguna  cosa  hace  el  hombre  por  hado,  mas  por  propria  volun- 
tad. Por  lo  cual  aun  las  leyes  humanas  castigan  á  los  delincuen- 
tes y  galardonan  los  virtuosos.  Lo  cual  mucho  más  justamente 
hará  Dios,  si  no  agora,  á  lo  menos  en  su  último  juicio.  Y  por  no 
conocer  esto  los  ignorantes,  tienen  por  injusta  la  Providencia  di- 
vina, que  permite  que  los  malos  en  esta  vida  sean  prosperados 
y  los  buenos  afligidos.  Aparte  Dios  de  nosotros  tal  pensamien- 
to. Y  para  que  perseveremos  en  temor  de  Dios,  te  amonestarán: 
Lo  que  no  quieres  que  vean  los  hombres,  no  lo  hagas:  y  lo  que 
no  quieres  que  vea  Dios,  no  lo  pienses.  Y  contra  toda  injusti- 
cia hallarás  quien  afirma:  Mayor  miseria  del  hombre  es  engañar 
á  otro,  que  ser  engañado.  Y  contra  la  soberbia  hallarás  avisado: 
Tanto  más  huye  la  v^anagloria,  cuanto  más  aprovechares  en  vir- 
tud: porque  todos  los  vicios  crecen  con  otros  vicios:  sola  la  so- 
berbia se  cría  con  buenas  obras.  Estas  y  otras  sentencias  filoso- 
fales hallarás  mucho  mejor  enseñadas  por  los  nuestros,  allende 
de  su  singular  y  provechosa  doctrina,  con  otros  más  perfectos 
grados  de  virtud.  Y  si  después  llegares  á  beber  de  la  fuente  de 
la  Escritura  divina,  allí  convendrá  más  escudriñar  y  maravillar- 
te de  lo  interior  que  de  lo  que  suena  de  fuera.  Porque  la  Escri- 
tura sagrada  de  tal  manera  resplandesce  á  los  ojos,  que  con  sus 
clarísimos  rayos,  como  preciosísimo  carbúnculo,  reverbera  la  vis- 


CARTA  DE  EUQUERIO  5  I  5 


ta  de  los  que  la  miran.  Á  esta  maravillosa  luz  debes  hacer  fami- 
liar tu  ingenio,  y  con  este  saludable  manjar  mata  la  hambre  de 
tu  ánima. 

Lo  cual  por  la  misericordia  del  Señor  espero  ver  cumplido, 
y  que  despreciados  tus  acostumbrados  ejercicios,  y  amando  los 
nuestros,  tengas  aborrecimiento  á  la  vanidad  y  codicies  el  tué- 
tano de  la  virtud.  Porque  imprudentísimo  es  el  que  por  bien  de 
su  ánima  no  se  esfuerza  á  buenos  ejercicios,  aunque  le  sean  tra- 
bajosos: habiendo  hecho  el  Señor  por  ella  mesma  tantas  obras: 
y  que  procurando  el  Señor  tan  cuidadosamente  los  provechos  del 
hombre,  esté  él  holgazán  y  perezoso  en  lo  que  tanto  importa.  Y 
ciertamente  lo  que  más  nos  cumple,  es  que  restituyamos  á  nos- 
otros mesmos  al  servicio  y  honra  de  Dios,  y  pretendamos  la 
verdadera  bienaventuranza,  despreciadas  las  que  llaman  buenas 
venturas  del  siglo:  y  que  pisando  las  cosas  terrenas,  nos  levan- 
temos con  ardientes  deseos  á  las  celestiales.  Ea,  pues,  de  aquí 
adelante  todas  tus  obras  y  palabras  endereza  á  tu  Dios.  Haz  que 
en  todas  tus  obras  sea  siempre  tu  compañera  la  inocencia,  y  ella 
será  tu  fiel  guardadora.  Y  no  temas  las  redes  de  la  mala  costum- 
bre pasada:  presto  con  la  ayuda  de  Dios  y  con  buenos  ejerci- 
cios te  desenvolverás  de  sus  lazos:  entrégate  á  tal  médico  que 
te  cure,  que  juntamente  puede  dar  la  complexión  y  disposición 
para  alcanzar  la  salud  que  has  menester.  Y  (lo  que  es  suma  mi- 
sericordia) darte  ha  después  el  mesmo  Señor  el  galardón  de  lo 
que  por  su  virtud  hubieres  obrado. 

Digo  el  galardón  de  la  vida  eterna,  cuya  excelencia  no  pue- 
de agora  el  ánima  comprehender:  ni  el  juicio  humano  puede  esti- 
mar la  grandeza  de  los  bienes  que  nos  están  aparejados.  Porque 
si  la  Divina  magnificencia  concedió  en  esta  vida  á  todos  los  hom- 
bres el  uso  de  la  luz  tan  amable:  si  al  bueno  y  al  malo  es  lícito 
mirar  al  sol,  y  á  todos  indiferentemente  sirven  las  criaturas,  y  de 
los  justos  y  de  los  injustos  es  común  la  posesión  deste  mundo:  fi- 
nalmente, si  tan  excelentes  dones  da  Dios  á  los  virtuosos  y  á  los 
viciosos,  ^cuáles  mercedes  creeremos  que  tiene  guardadas  para 
solos  los  virtuosos?  Consideremos:  quien  tan  graciosamente  dio 
tan  grandes  tesoros  sin  deberlos,  ^cuánto  mayores  pagará  á  quien 
los  hubiere  merecido?  Quien  tan  liberales  en  las  mercedes,  ¿cuán- 
to más  lo  será  en  pagarlas  deudas?  Si  tan  inestimable  es  la  largue- 
za del  que  da,  ¿cuánta  será  la  magnificencia  del  que  restituye? 


5l6  CARTA    DE   EUQUERIO 


No  se  pueden  decir  los  bienes  que  tiene  Dios  aparejados  para  los 
que  le  aman,  ni  comprehender  la  gloria  que  dará  á  los  bien  agra- 
decidos, pues  tales  cosas  dio  aun  á  los  ingratos. 

Pues  ya  levanta  los  ojos,  y  del  piélago  de  los  negocios  en  que 
estás  engolfado,  mira  á  la  playa  de  nuestra  profesión,  y  endere- 
za á  ella  la  proa.  Solo  este  puerto  hay  á  que  te  acojas  de  las  pe- 
ligrosas ondas  del  siglo  y  donde  descanses  de  las  continuas  tor- 
mentas del  mundo.  Á  este  conviene  que  gobiernen  los  que  son  fa- 
tigados de  las  tempestades  del  bravo  mar.  Aquí  no  se  oyen  los 
espantables  bramidos  del  agua,  ni  sus  olas  levantadas  llegan  á  es- 
te seno:  mas  siempre  se  halla  en  él  tiempo  sereno  y  quieta  bo- 
nanza. Cuando  á  este  puerto  llegares  después  de  los  baldíos  tra- 
bajos pasados,  echa  el  áncora  de  la  esperanza,  coge  la  vela  en  la 
antena  puesta  en  la  figura  de  la  cruz  del  Señor,  y  respira  seguro. 
Pero  ya  la  justa  medida  de  epístola  demanda  el  fin  desta  carta. 
Recibe  esta  suma  de  celestiales  preceptos  y  manojo  de  manda- 
mientos divinos  apretados  en  breve  doctrina  á  gloria  del  mesmo 
Señor,  y  de  lo  que  hubiere  errado  me  perdona. 


^m  DE  LA  CARTA  DÉ  EUQUERIO. 


TABLA 

DE  LO  CONTENIDO  EN  ESTE  LIBRO  DICHO 

GUÍA  DE  PECADORES 


ÍJ5*3L5í"^-  ^--'-'kiJ  -^!_  —U-iU 


Páginas 

CAPÍTULO  I. — Del  primer  título  qne  nos  oblig^a  á  la  virtud  y  servicio 
de  Dios,  que  es  ser  Él  qoien  es;  donde  se  trata  de  la  excelencia  de 
Ips  perfecciones  di>inas 13 

CAP.  IT. — Del  segundo  título  que  nos  oblíg'a  á  la  virtud  y  servicio  de 

nuestro  Señor,  por  raz<ín  del  beneficio  de  la  creación H 

§  IT. — De  otra  raz(5n  por  do  estamos  obligados  al  servicio  de  nuestro 

Señor  por  ser  Él  nuestro  Criaflor 38 

CAP.  III.— Del  tercero  título  por  que  estamos  obligados  á  Dios,  que  es 

el  beneficio  de  la  conservacián  y  gobTnacián íl 

§  I.— Cuan  indigna  cosa  sea  no  servir  á  nuestro  Señor 34 

CAP.  IV. — Del  cuarto  título  por  donde  estamos  obligados  á  la  virtud, 

que  es  el  beneficio  inestimable  de  nuestra  redempci<5n 39 

§  I. — Cuan  gran  mal  sea  ofender  á  nuestro  Señor 44 

CAP.  V. — Del  quinto  título  por  do  estamos  obligados  á  la  virtud,  que 

es  el  beneficio  de  nuestra  jiistificacián.     , 48 

§  II. — De  los  efectos  que  el  Espíritu  Sancto  obra  en  el  ánima  del  jus- 
tificado,  y  del  Sacramento  de  la  Eucaristía 55 

CAP.  VI. — Del  sexto  título  por  donde  estamos  obligados  á  la  virtud,  que 

es  el  beneficio  inestimable  de  la  divina  predestinacidn 60 

CAP.  Vil.— Del  séptimo  título  por  donde  el  hombre  está  obligado  á  la 
virtud,  por  razdn  de  la  primera  de  sus  cuatro  postrimerías,  que  es  la 
muerte 63 

CAP.  VIII. — Del  octavo  título  por  donde  el  hombre  está  obligado  á  la 

virtud,  por  causa  de  la  segunda  postrimerís  ,que  es  el  juicio  final.       75 

CAP.  IX. — Del  noveno  título  que  nos  obliga  á  la  virtud,  que  es  la  ter- 
cera de  nuestras  postrimerías,  la  cual  es  la  gloria  del  Paraíso.     .     .        81 

CAP.  X.— Del  décimo  título  por  el  cual  estamos  obligados  á  la  virtud, 
que  es  la  cuarta  postrimería  del  hombre,  donde  se  trata  de  las  pe- 
nas del  infierno 94 

§  I. — De  la  duración  de  las  ptnas  del  infierno »     ,     .     104 


Sl8  TABLA 

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TABLA  DE  LO  CONTENIDO  EN  LA  SEGUNDA  PARTE 

PEL  LIBRO  PíU^ÍERO 

Páginas 

CAP.  XI.—  Del  XI  título,  por  el  cual  estamos  obligados  á  seguir  la  vir- 
tud, por  causa  de  los  bienes  inestimables  que  de  presente  se  le  pro- 
meten en  esta  vida 107 

CAP.  XII. — Del  XII  título  por  donde  estamos  obligados  á  la  virtud,  por 
razdn  del  primer  privilegio  delJa,  que  es  la  providencia  especial  que 
Dios  tiene  de  los  buenos  para  encaminarlos  á  todo  bien,  y  de  la  que 

tiene  de  los  malos  para  castigo  de  su  mal.     .     • iig 

§  I. — De  los  nombres  que  en  la  Escriptura  divina  se  atribuyen  á  nues- 
tro Señor  por  razan  de  su  providencia 122 

§  II. — De  la  manera  de  providencia  que  tiene  Dios  de  los  malos  para 

castigo  de  sus  maldades 129 

CAP.  Xni. — Del  segundo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  la  gracia  del 

Espíritu  Sancto  que  se  da  á  los  virtuosos 1 33 

CAP.  XIV. — Del  tercero  privilegio  de  la  virtud,  que  es  la  lumbre  y  co- 

noscímiento  sobrenatural  que  da  nuestro  Señor  i  los  virtuosos.     ,     137 
CAP.  XV. — Del  cuarto  privilegio  de  la  virtud,  que  son  las  consolacio- 
nes del  Espíritu  Sancto  que  se  dan  á  los  buenos.     ......      146 

§  I. — De  las  consolaciones  que  gozan  los  virtuosos  en  la  oraci(ín,     .      153 
CAP.  XVI. — Del  quinto  privilegio  de  la  virtud,  que  es  el    alegría  de  la 
buena  consciencia  de  que  gozan  los  buenos,  y  del  tormento  y  re- 
mordimiento interior  que  padescen  los  malos. .      161 

§  I. — Del  alegría  de  la  buena  consciencia  deque  gozan  los  buenos.     .     166 
CAP.  XVII. — Del  sexto  privilegio  de  la  virtud,  que  es  la  confianza  y 
esperanza  en  la  divina  misericordia,  de  que  gozan  los  buenos:  y  de 
la  vana  y  miserable  confianza  en  que  viven  los  malos.     .      .     .     .     170 

§  I. — De  la  esperanza  vana  de  los  malos 175 

CAP.  XVIII. — Del  séptimo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  la  verdadera 
libertad  de  que  gozan  los  buenos:  y  de  la  miserable  y  no  conos- 

cida  servidumbre  en  que  viven  los  malos l8l 

§  I.— De  la  servidumbre  en  que  viven  los  malos ,     .      182 

§  II. — De  la  libertad  en  que  viven  los  buenos 192 

§  III. — De  las  causas  de  do  procede  la  libertad  en  que  viven  los  bue- 
nos  194 

CAP.  XIX — Del  octavo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  la  bienaventu- 
rada paz  y  quietud  interior  de  que  gozan  los  buenos:  y  de  la  mise- 
rable guerra  y  desasosiego  que  dentro  de  fí  padescen  los  malos.     .     199 

§  I. — De  la  guerra  y  desasosiego  interior  de  los  malos 200 

§  II. —  De  la  paz  y  sosiego  interior  en  que  viven  los  buenos.     .     .      .     206 
CAP,  XX. — Del  nono  privilegio  de  la  virtud,  que  es  de  cdmo  oye  Dios 

las  oraciones  de  los  buenos  y  desecha  las  de  los  malos 2ii 


TABLA  5 19 

Páginas 

CAP.  XXT,— Del  décimo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  del  ayuda  y  favof 
de  Dios  que  los  buenos  reciben  en  sus  tribulaciones;  y  por  el  con- 
trario la  impaciencia  y  tormento  con  que  los  malos  padescen  las 
suyas 216 

§  I. — De  la  impaciencia  y  furor  de  los  malos  en  sus  trabajos.     .     .     228 
CAP.  XXII. — Del  undécimo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  como  nuestro 

Señor  provee  á  los  virtuosos  de  lo  temporal 226 

§  I.— De  las  necesidades  y  pobreza  de  los  malos •     .     230 

CAP.  XXIII. — De!  duodécimo  privilegio  de  la  virtud,  que  es  cuan  ale- 
gre y  quieta  sea  la  muerte  de  los  buenos:  y  por  el  contrario,  cuan 
miserable  y  congojosa  la  de  los  malos 233 

§  I. — De  la  muerte  de  los  justos 236 

§  II. — Prueba  por  ejemplos  cuan  alegre  y  dichosa  sea  la  muerte  de  los 
justos 239 

§  III.  — Conclusián  de  !a  segunda  parte,     ,     ,     ,     , 34$ 

TABLA  DE  LO  CONTENIDO  EN  LA  TERCERA  PARTE 

DEL  LIBRO  PRIMERO 

CAPITULO  XXIV. — Contra    la  primera    excusa  de  los  que  dilatan  la 

madanza  de  la  vida  y  el  estudio  de  la  virtud  para  adelante.     .     .  248 
CAP.  XXV. — Contra  los   que  dilatan  la    penitencia  hasta  la  hora  de  la 

muerte 262 

§  I. — Autoridades  de  los  sanctos  antiguos  de  la  penitencia  final.     .  262 
§  II.— Autoridades  de  doctores  escolásticos  acerca  de    lo  mismo.     .   266 
§  III. — Autoridades  de  la  Sagrada  Escriptura  para  el  mismo  propó- 
sito  270 

§  IV. — Responde  á  algunas  objecciones 273 

§  V.— Conclusión  de  todo   lo    dicho 275 

CAP.  XXVI. — Contra  los  que  perseveran  en  sus  pecados  con  esperanza 

de  la  divina  misericordia 278 

§  I. — De  las  obras  de  la  divina  justicia  que  se  cuentan  en  la  Sagra- 
da Escriptura 280 

§  II. —  De  las  obras  de  la  divina  justicia  que  en  este  mundo  se  ven.   .  283 

§  ni. — Conclusión  de  todo  lo    dicho 289 

CAP.  XXVII.— Contra  los  que  se  excusan  diciendo  que  es  áspero  y  difi- 
cultoso el  camino  déla  virtud 292 

§  I.~De  cómo  la  gracia  que  se  nos  da  por  Cristo,  hace  fácil  el  cami- 
no de  la  virtud , 293 

§  II. — Responde  á  algunas  objecciones 296 

§  III. — De  cómo  el  amor  de  Dios  hace   también    fácil  y  suave  este 

camino  del  cielo 299 

§  IV.  —De  otras  cosas  que  nos  hacen  suave  el  camino  de  la  virtud.  .  301 
§    V. — Prueba  por  ejemplos  ser  verdad  todo  lo  dicho 3o4 


'520  TABLA 

Páginas 

CAP.XXVIII.— CoDira  los  que  recelan  seguir  el  camino  de  la  virtud,  por 

el  amor  del   mundo 3^^ 

§    I. — De  cuan  breve  sea  la  felicidad  del  mundo 3^0 

§   II.  — De  las  roiserias  grandes  con  que  está  mezclada  la  felicidad  del 

mundo 3^2 

§  III.  — De  los  grandes  lazos  y  peligros  del  mundo 31S 

§    IV'— De  la  ceguedad  y  tinieblas  del  mundo.     , 316 

§  V. —  De  la  muchedumbre  de  pecados  que  hay  en  el  mundo.      .     .    3'7 

§  VI. —  De  cuan  engañosa  sea  la  felicidad  del  mundo 320 

§  Vil. —  Conclusión  de  lo    susodicho 32a 

§  VIII. — De  cdmo  la  verdadera  felicidad  y  descanso  se  halla  en  Dios, 

y  c(5mo  es  imposible  hallarse  en  el  mundo 323 

§  IX. — Prueba  lo  dicho  por   ejemplos 326 

CAP.  XXIX.— Conclusidn  de  todo  lo  contenido  en  el  primer  libro.  .     .  330 

TABLA  DE  LO  CONTENIDO  EN  EL  LIBRO  SEGUNDO 

CAPÍTULO  PRIMERO.— De  la  primera  cosa  que  ha  de  presuponer    el 

que  quiere  servir  á  Dios 33^ 

CAP,  II.  -  De  la  segunda  cosa  que  ha  de  presuponer  el  que  quiere  servir 

á  nuestro    Señor 340 

CAP.  III.  — Del  firme  prop(5sito  que  el  buen  cristiano  dfbe  tener  de  nun- 
ca htcer  cosa  que  sea    pecado  mortal.     ...      ......  343 

CAP.  IV.—  De  los  remedios  contra  la  soberbia 347 

§  I.— De  otros  más  particulares  remedios  contra  la  soberbia.     .     .  35a 

CAP.  V. — Délos  remedios    contraía   avaricia 3? 5 

§  I. — Que  no  debe    nadie  retener  lo    ajeno 359 

CAP.  VI. —  De  los  remedios    contra    la  lujuria, 36a 

§  I  — De  otra  manera  de  remedios  más  particulares  contra  la  lujuria.  365 

CAP.  VII.— De  los  remedios  contra  la  envidia 371 

CAP.  VIII. — De  los  remedios  contra  la  gula •     .     .     .      .  375 

CAP.  IX. — De  los  remedios  contra  la  ira  y  contra  los  odios  y  enemista- 
des que  nascen  della ."^79 

CAP.  X. — De  los  remedios  contra  la  pereza 384 

CAP.  XI.— De  otra  manera  de  pecados   que    debe  trabajar  por    huir  el 

buen  cristiano 3^8 

§  I.  —  Del  murmurar,  escarnecer  y  juzgar    temerariamente.     .      .      ,  389 
§  II  — De  los  juicios  temerarios  y  de  los  mandamientos  de  la  Iglesia.  393 

CAP.  XII,  — De  los  pecados  veniales 396 

CAP.  XIII.  — De  otros  más  breves  remedios  contra  todo  género  de  peca- 
dos, mayormente  contra  aquellos  siete  que  llaman  capitales.     .     .  398 


TABLA  521 

TABLA  DE  LO  CONTENIDO  EN  LA  SEGUNDA  PARTE 

DEL  LIBRO  SEGUNDO 

Páginas 

CAPÍTULO  XIV.— De  tres  maneras  de  virtudes,  en  las  cuales  se  com 

prebende   la  suma  de  toda   justicia 404 

CAP.  XV'  — De  lo  que  debe  el  hombre  hacer  para  consigo  mismo.  .     .  406 

§  I. — De  la  reformación  del    cuerpo 4o6 

§  IL     De  la  virtud  de  la  abstinencia. .      ...  4«o 

§  III.— De  la  guarda  de  los  sentidos •     .     .     .     '  416 

§  IV.— De  la  guarda  de  la  lengua 4i7 

§  V,— De  la  mortificacidn  de    las  pasiones 4«9 

I  VI. — De  la  reformación  de  la  voluntad í2i 

§  VIL— De  la  reformación  de  la  imaginacián 4^3 

I  VIII. — De  la  reformación  del  entendimiento .  4^4 

§  IX.— De  la  prudencia  en  los  negocios 42? 

§  X.— De  algunos  medios  por  donde  se  alcanza  la  virtud  de  la  pru- 
dencia  ^3° 

CAP.  XVL  — De  lo  que  el  hombre  debe  hacer  para  con  el  prójimo.     .     .  43* 

§  I. — De  los  oficios  de  la    caridad • 4:í3 

C  A?.  XXVil.— De  lo  que  el  hombre  debe  hacer  para  con  Dios      .      .     .  437 

§  V.  — De  cuatro  grados  de  obediencia 444 

§   VI.  — De  la  paciencia  en  los  trabajos 45° 

CAP.  XVIII.  — De  las  obligaciones  de  los  estados 45^ 

CAP.  XIX.  — Aviso  primero,  de  la  estima    délas  virtudes,  rara   mayor 

entendimiento  desta  regla 459 

CAP.  XX.  -  De  cuatro  documentos  muy  importantes  para  la  vida  espiri- 
tual  46S 

CAP.  XXI. — Segando  aviso,  acerca  de  diversas  maneras  de  vidas  que  hay 

en  la  Iglesia 47^ 

CAP.  XXII.— Tercero  aviso,  de  la  solicitud  y  vigilancia  con  que  debe  vi- 
vir el  varón  virtuoso 403 

CAP.  XXIII.-  Cuarto  aviso,  de  la  fortaleza  que  se  requiere  para  alcaazar 

las  virtudes » •  4^6 

§  1.  De  los  medios  por  do  se  alcanza  esta  fortaleza 4*8 

Carta  de  Euquerio 495 


FIN  DE  LA  TABLA 


ERRATAS  DE  ESTE  TOMO 


Página 

Línea 

Dice 

Debe  decir 

5 

25 

largo  tiempo 

largos  tiempos 

i6 

23 

pueden 

puede 

28 

18 

principio 

el  principio 

31 

32 

el  mismo 

al  mismo 

83 

5 

á  la  virtud 

de  la  virtud 

191 

3 

de  que  tal 

que  de  tal 

191 

8 

sino  de  su 

sino  su 

197 

25 

de  vida 

de  la  vida 

268 

3 

veas 

veas  tú 

335 

II 

Y  no  no,  son 

Y  no  son 

337 

23 

determine  á  andar 

determina  andar 

EN  SALAMANCA 

En  casa  de  Andrea  de  Portonarijs, 

Impresor  de  sl  Católica  Majestad 

1567 


A  MAYOR  GLORIA    DE   DiOS  ACABÓSE  DE  IMPRIMIR  ESTE  LIBRO 
EN   VALLADOLID,   en   CASA  DE    ANDRÉS  MARTÍN, 

Á  25  DE  Mayo 
I  9  o  I 


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