Full text of "Obras"
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OBRAS
DE
FR. LUIS DE GRANADA
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Esta edición de las Obras de Fr. Luis de Granada consta
de los tomos siguientes:
I. Guía de Pecadores
lí. Libro de la Oración y Meditación.
III. Memorial de la Vida Cristiana.
IV. Adiciones al Memorial de la Vida Cristiana.
V-IX. Introducción del Símbolo de la Fe.
X. Guía de Pecadores (texto primitivo).
Tratado de la Oración y Meditación (compendio).
XI. Manual de Oraciones.
Manual de Oraciones (ampliado).
Memorial de lo que debe hacer el cristiano.
Tratado de algunas Oraciones.
Vita Christi.
Tratado de Meditación.
Recopilación del Libro de la Oración.
XII. Imitación de Cristo.
Escala Espiritual.
Oraciones y Ejercicios Espirituales.
XIII. Compendio de Doctrina Cristiana (trad. del P. Cuervo).
XIV. Doctrina Espiritual.
Diálogo de la Encarnación.
Sermón de la Redención.
Vida del B. Juan de Avila.
Vida del V. D. Fr. Bartolomé de los Mártires.
Vida del Cardenal D. Enrique, rey de Portugal.
Vida de Sor Ana de la Concepción, franciscana.
Vida de Doña Elvira de Mendoza.
Vida de Melicia Hernández.
Cartas.
Sermón en las Caídas Públicas.
Vida de Fr. Luis de Granada, por el P. Fr. Justo Cuervo.
Bibliografía Granadina, por el mismo.
C953^
OBRAS
DE
FR. LUIS DE GRANADA
DE LA ORDEN DE SANTO DOMINGO
EDICIÓN CRÍTICA Y COMPLETA
FR. JUSTO CUERVO
UE LA MISMA ORDEN
DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS
LECTOR DE TEOLOGÍA
TOMO X
APR O 5 198^
MADRID
IMPRENTA DE LA VIUDA É HIJA DE GÓMEZ FUENTENEBRO
CALLE I>E BORDADORES, NÚM. lO.
1906
PRÓLOGO
/gn^'^L Libro llamado Guía de Pecadores, que ocupa la
Jj^^ mayor parte de este volumen, hasta ahora nunca
¿i(9'm¿¿ ha figurado en las colecciones granadinas. Publi-
cóse por vez primera en Lisboa, el primer tomo en 1556, y
en 1557 el segundo, siendo imposible determinar cuál sea la
edición príncipe, por existir ejemplares de tres ediciones de
ambos tomos hechas en los años indicados.
Incluida esta obra en el Catálogo del inquisidor Valdés
en 1559, el venerable autor la retiró de la circulación, pero
dejando echados en ella los cimientos de la célebre Guía de
Pecadores, que imprimió once años más tarde, en 1567.
Porque el tomo primero de la Guia primitiva de 1556 no es
sino un compendio de la gran Guía posterior, según el mismo
Granada lo había anunciado en el prólogo. «Mi intención,
dice Fr. Luis (i), es (si el Señor fuere servido) tratar este
mismo argumento más copiosamente en otro libro, conten-
tándome al presente con sacar á luz este pequeño volumen,
que es como un epítome y sumario de lo que en el otro se ha
de tractar».
El compendio es demasiado breve, y no se hallan indica-
das en él materias importantes, maravillosamente desarro
liadas en la Guía extensa, á saber, los títulos por que estamos
obligados á servir á Dios por ser quien es, y muchos de los
privilegios concedidos á la virtud. De todos modos, en los
diez capitulitos de que el compendio consta, se descubre
siempre la elocuencia soberana del autor, manifestada antes
(i) Página 6 de este tomo.
VI PROLOGO
en el Libro de la Oración (1554), y consagrada después en la
famosísima Guía de Pecadores (1567),
El tomo segundo contiene oraciones devotísimas y un
tratado de meditación, para lo cual «señaladamente sirve la
consideración de los beneficios divinos y de todos los pasos
y misterios de la vida de Cristo, que es la suma de toda esta
filosofía celestial» (i). Es la tercera parte prometida en la
primera impresión del Libro de la Oración^ aunque acom-
pañada de otras cosas (2).
¿Por qué prohibió Valdés la primera Guia de Pecadores?
Siendo toda ella de purísima ortodoxia, no hubo otra razón
que los largos pasajes del nuevo testamento traducidos al
castellano que se hallan al final del tomo primero, como el
Sermón del Señor en el monte, con algunos otros pedazos de
doctrina sacados del santo Evangelio y de las epístolas de
San Pablo. No puede darse otra explicación, y se equivocan
grandemente los que suponen ediciones corrompidas por los
luteranos, cuyos principios fundamentales están expresa-
mente condenados en todos los ejemplares conocidos (3). Y
así se comprende cómo esta obra, á pesar de la prohibición
del inquisidor Valdés, fué traducida y publicada en italiano
(Venecia, 1563 y 1564; Roma, 1585), en francés (París, 1583), y
hasta en japonés (1599) y en griego moderno (Roma, 1628).
Á continuación del Libro llamado Guia de Pecadores
va en este tomo el Tratado de la Oración y Meditación,
impreso en Lisboa en casa de loannes Blavio de Colonia.
Esta edición, que es la príncipe, no lleva año; pero no
puede ser de antes del 1557, por citarse en ella (pág. 465) la
Seguvda Parte (ó tomo) de la Guía de Pecadores. Tampoco
es probable que sea posterior al año 1559, en el cual se publi-
có el Cathalogus Librorum qui prohibentur, del inquisidor
Valdés, donde se incluyó la misma Guía, la cual por esta
prohibición no podía ser ya citada por autores católicos en
España.
Aunque el Tratado de la Oración lleva en la portada el
(i) Página 265.
(2) Véanse las páginas 6 de este tomo, 8 y 433 del II, y 436 del XIV.
(3) Véanse las páginas 25 y 126 de este tomo.
PROLOGO VII
nombre del «R. P. Fr. Pedro de Alcántara, fraile menor de
la Orden del B. S. Francisco», sin duda ni temor alguno lo
adjudico á Fr. Luis de Granada, su verdadero y único autor.
Creo haberlo demostrado evidentemente en otra parte (i), y
aunque en la Bibliografía Granadina ampliaré las pruebas,
aquí sólo llamaré la atención sobre la advertencia del impre-
sor al lector (pág. 440), sobre la confesión explícita de San
Pedro de Alcántara reconociendo por autor principal á Fray
Luis de Granada (pág. 442), sobre la cita del Libro (grande)
de la Oración (pág. 509) y de la primitiva Guia de Pecadores
(pág. 465), y sobre los numerosos pasajes del Tratado de la
Oración tomados de dicha Guía (páginas 297 y 491, 299 y 493,
384 y 483, 385 y 484, 386 y 485, 400 y 506). Todo lo cual
demuestra evidentemente dos cosas:
1 .^ San Pedro de Alcántara recopiló ó compendió el Libro
(grande) de la Oración^ de Fr. Luis de Granada.
2.^ Este Tratado de la Oración, aunque en la portada
aparezca bajo el nombre del R. P. Fr. Pedro de Alcántara,
no es el suyo, sino otra «recopilación más copiosa» hecha
por el principal autor (pág. 440), el cual no puede ser otro
que Fr. Luis de Granada. ¿Cuál es entonces la recopilación
ó compendio hecho por San Pedro de Alcántara? ¿Dónde
está? En la Biblioteca Vaticana, donde existe un ejemplar
de la edición de Alcalá, 1558, que reproduciremos fielmente
en la Bibliografía Granadina.
Fr. Justo Cuervo
(i) Véase mi Biografía de Fr. Luis de Granada, con unos articulas literarios
donde se demuestra que el Venerable Padre, y no Satt Pedro de Alcántara, es el verda-
dero y único autor del Libro de la Oración (Madrid, 1896).
LIBRO LLAMADO
GUIA DE PECADORES
EN EL CUAL SE ENSEÑA
TODO LO QUE EL CRISTIANO DEBE HACER
DENDE EL PRINCIPIO DE SU CONVERSIÓN
HASTA EL FIN DE LA PERFECCIÓN
COMPUESTO POR EL
R. P. FRAY LUIS DE GRANADA
de la Orden de Sattcto Domingo,
IMPRESO EN LISBOA
En Casa de Ioannes Blavio de Colonia
155Ó
Con privilegio Real por diez años.
APROBACIÓN DE LA OBRA
Fué visto y aprobado el presente libro por el muy R. Padre
Maestro F. Gaspar de los Reyes, examinador de libros por el
Reverendísimo y Serenísimo Cardenal Infante, Inquisidor gene-
ral en estos reinos de Portugal.
LO CONTENIDO EN ESTE LIBRO
Esta doctrina está repartida en cuatro libros.
El primero trata de la conversión del pecador: en el cual se
pone una exhortación á bien vivir.
En el segundo se dan reglas de bien vivir.
En el tercero se trata de tres principales medios con que se
alcanza la gracia para bien vivir, que son oración, confesión y
comunión.
En el cuarto sumariamente se trata de la perfección, que es
el término y fin de la buena vida.
A LA MUY MAGNÍFICA SEÑORA
LA SEÑORA DOÑA ELVIRA DE MENDOZA
EN MONTE MAYOR EL NUEVO
CARTA DEL AUTOR
»0R muchas razones me moví á enviar á v. m. este
pequeño tratado, y particularmente por tener enten-
^ Kk'(^Jh dido con cuan alegre cara suele v. m. recibir seme-
jantes presentes: como quien la mayor parte del tiempo y de la
vida gasta en ellos. Porque aunque el estado de casada y el cargo
de la casa y familia sean cosas que muchas veces distrayan el
ánimo destos sanctos ejercicios, pero á v. m. (por singular mer-
ced y privilegio de Dios) cupo en suerte la compañía de tal ma-
rido, que no solamente no desfavorece los piadosos ejercicios de
virtud y cristiandad, sino antes tiene ésta por suma y verdadera
gloria de la nobleza cristiana, como en hecho de verdad lo es. Y
lo mismo ha querido nuestro Señor que tengan otros muchos
señores de esta noble casa y familia, con lo cual hacen más ilus-
tre su sangre, que con todos los otros títulos y blasones del mun-
do: los cuales así como son de mundo, así mueren y acaban con
él. Así que reciba v. m. este pequeño presente para sí, y para
todos estos señores sus sobrinos y deudos: en quien confío en
nuestro Señor será muy bien empleado. Y si algo hay en esto de
servicio, no quiero por él otro galardón, sino alguna pequeña
parte de las continuas oraciones de v. m. Cuya vida y estado
nuestro Señor prospere por largos tiempos en su servicio.
AL LECTOR
)RES cosas se requieren, cristiano lector, para hacer á un
hombre verdaderamente bueno y virtuoso, que es el
fin que la doctrina cristiana pretende. La primera es
ganarle la voluntad y persuadirle que quiera y se determine á
bien vivir. La segunda es enseñarle qué es lo que ha de hacer
para bien vivir. La tercera, declararle cómo alcanzará fuerzas y
espíritu para vivir esta manera de vida. Entre estas tres cosas, la
postrera es la más importante y más necesaria: porque (como dice
Aristóteles) el saber poco ó nada aprovecha para la virtud. Por-
que dado caso que yo sepa el valor y méritos de la virtud, para
inclinarme á ella, y sepa todo lo que tengo de hacer para ser vir-
tuoso, ¿qué me aprovecha todo esto, si no tengo fuerzas para re-
sistir al poder de la mala costumbre y á la tiranía de mis pa-
siones y apetitos que me llevan en pos de sí? Por do parece
claro que aunque todas estas tres partes sean necesarias, la prin-
cipal entre ellas es esta tercera.
Estas tres cosas enseña la doctrina cristiana más altamente
que todas las doctrinas del mundo, con tres cosas principales de
que trata: que son artículos de fe, mandamientos y sacramentos.
Porque los artículos de la fe nos persuaden á bien vivir, alegán-
donos, poniéndonos delante el juicio de Dios, el paraíso, el in-
fierno, los beneficios divinos y otras cosas que á esto nos pueden
mover. Los mandamientos de la ley nos enseñan á bien vivir,
declarándonos lo que para esto debemos hacer y debemos huir.
Y porque esto no se puede hacer con solas nuestras fuerzas (por
haber quedado la naturaleza muy estragada por el pecado) so-
córrennos los sacramentos con el espíritu y gracia que nos dan
por virtud de la pasión de Cristo: los cuales nos dan fuerzas para
cumplir todo esto. Lo cual por singular excelenciay providencia de
Dios se halla en sola la religión cristiana, y en ninguna otra se halló
jamás ni puede hallar. Porque toda la filosofía del mundo, y toda
la facultad humana, no se extiende á más que á persuadir y en-
AL LECTOR §
señar los hombres en alguna manera á bien vivir, mas no á dar
espíritu y fuerzas para ello: porque esto sólo se reservó á Cristo
nuestro Salvador y á la gracia de su Evangelio.
Pues por esto con muy alto consejo está repartida esta celes-
tial doctrina en estas tres partes principales (que corresponden á
estas tres cosas susodichas) de las cuales convenía que tratasen
siempre todos los enseñadores de esta doctrina: unas veces ex-
hortando á bien vivir con las persuasiones y misterios de la fe:
otras, enseñando á bien vivir, declarando en particular la doctrina
de los mandamientos y de los pecados contrarios á ellos: y otras,
declarando por qué medios se alcanza la gracia para cumplir esos
mandamientos, exhortando á la humilde y devota frecuencia de
los sacramentos: con los cuales se junta la oración (de la cual
también tratan después de los sacramentos todos los que escri-
ben de esta doctrina) porque así como los sacramentos tienen
virtud para dar gracia, así la oración tiene por oficio pedirla, y así
nos ayuda en esta misma demanda.
§.n.
Pues como esta doctrina sea tan necesaria, parecióme sería
cosa conveniente escribir de ella este pequeño volumen, para
que fuese como un manual que trajese cada uno consigo, en el
cual pudiese brevemente aprender lo que le conviene. Y aunque
otros muchos escritores han tratado desta misma materia, pero la
diferencia está en esto, que los otros trataron más principalmente
la teórica de ella, declarando lo que pertenecía á la inteligencia
de estas cosas: mas aquí presupuesta la teórica, solamente se
trata la prática, que es el fin á que todo esto se ordena: que son
aquellas tres cosas que dijimos se requerían para bien vivir.
Y así llevando esta orden susodicha, la primera parte deste
libro se emplea en persuadir el hombre á bien vivir, poniéndole
delante lo que para esto nos propone la fe, que es el juicio final,
el paraíso, y el infierno, y los beneficios divdnos y otras cosas se-
mejantes. La segunda enseña lo que habemos de hacer para bien
vivir, proponiendo para esto diversas reglas y documentos saca-
dos de la ley de Dios y de sus avisos y mandamientos. La ter-
cera trata de los tres principales medios con que se alcanza la di-
vina gracia, que son confesión, comunión y oración: porque los
GUIA DE PECADORES
sacramentos tienen virtud para dar gracia, y la oración tiene por
oficio pedirla, y así le corresponde por premio alcanzarla. Y desta
manera cresciendo por ambas partes el don de la gracia, crescen
también con ella las riquezas de las virtudes y de la buena vida.
En los otros sacramentos no me quise entremeter, por la breve-
dad desta escriptura.
Al cabo de todo esto (para conclusión desta materia) añadí
unos breves avisos y documentos de la perfección desta vida:
los cuales aunque pertenecían á la segunda parte desta doctri-
na, quise ponerlos al cabo della: porque no son para todos, sino
para solos aquéllos que se han ya ejercitado y aprovechado en
los documentos de las reglas pasadas.
Alovíme á tomar este poco de trabajo porque algunos predi-
cadores celosos de la honra de nuestro Señor y salud de las áni-
mas, deseaban que hubiese algún pequeñuelo volumen que tra-
tase de todas estas cosas, el cual pudiesen encomendar en los
pueblos donde predicasen: para que pues la memoria de los hom-
bres es tan flaca y la voluntad tan tibia para lo bueno, pudiesen
todos tener á la mano este pequeño despertador, para que ayu-
dasen á la memoria con la escriptura y á la tibieza de la volun-
tad con el calor de la doctrina: y para que no sólo en presencia,
sino también en ausencia del predicador tuviesen este familiar
predicador en casa para todas las veces que le quisiesen oir. Esto
es lo que en suma contiene este breve compendio: y bien veo que
todo ello va tratado con demasiada brevedad: mas mi intención
es (si el Señor fuere servido) tratar este mismo argumento más
copiosamente en otro libro, contentándome al presente con sacar
á luz este pequeño volumen, que es como un epítome y sumario
de lo que en el otro se ha de tractar.
Resta (para salir de cargo) avisar al cristiano lector que aquí
va la tercera parte que prometimos en la primera impresión del
Libro de la Oración, aunque acompañada con otras cosas.
Y este presente tractado, y cualquier otra escriptura mía, hú-
milmente subjecto á la corrección de la Sancta Madre Iglesia,
abrazando lo que ella abraza, y reprobando lo que reprueba.
COMIENZA EL LIBRO PRIMERO
QUE TRATA
DE LA CONVERSIÓN DEL PECADOR
EN EL CUAL SE CONTIENE
UNA BREVE EXHORTACIÓN Á BIEN VIVIR
'UENTA la Escriptura divina que antes que Dios destru-
yese la cibdad y reino de I lierusalem por Nabuco-
donosor rey de Babilonia, dijo al profeta Hieremías
estas palabras: Toma un libro en blanco, y escribe en él todas
las palabras que te he dicho contra Judá y contra Israel dende
el día que comencé á hablar contigo hasta el día presente, y lée-
lo en presencia del pueblo, para ver si por v^entura oyendo esta
gente todos los males que yo pienso hacerles, se apartarán de
sus malos caminos, para que así les sea yo propicio, y les perdone
sus pecados, y cese de enviarles este castigo que tengo deter-
minado. Y dice luego la Escriptura que como Baruch notario des-
te profeta escribiese todas estas palabras y las leyese en pre-
sencia del pueblo y de los príncipes del, que cayó tan gran
temor y espanto sobre ellos, que se miraban á las caras unos á
otros como atónitos, por la grandeza de las cosas que habían
oído.
Este es, hermano mío, el medio que Dios tomó en aquel
tiempo (y en otros muchos tiempos) para despertar los corazo-
nes de los hombres y apartarlos de su mal camino, como uno
de los más eficaces y poderosos que para esto hay. Porque son
tantas y tan grandes las cosas que las palabras de Dios y las
letras sagradas y la profesión de nuestra fe nos predican en fa-
vor de la virtud y disfavor del vicio, que si los hombres aten-
tamente las leyesen y ponderasen, no sería posible que mu-
chas veces no les diese grandes vuelcos el corazón, conside-
S GUIA DE PECADORES
rando por aquí la grandeza del peligro y descuido en que viven.
Y por esto una de las cosas que más deseaba el profeta para
remedio de estos males, era ésta, cuando decía: Gente es sin con-
sejo y sin prudencia: pluguiese á Dios que supiesen, y enten-
diesen, y proveyesen atentamente lo que les está por venir.
Porque verdaderamente, si los hombres esto hiciesen como de-
brían, no sería posible durar mucho tiempo en un tan errado y
tan perdido camino como llevan.
Mas ellos andan tan beudos y tan empapados en el amor
de las cosas desta vida, unos en busca de honras, otros de ha-
ciendas, otros de deleites, otros de oficios, de dignidades, de
privanzas y de otros semejantes intereses, que ocupados y aho-
gados con los cuidados y con el amor encendidísimo destas co-
sas, ni tienen espacio, ni ojos, ni corazón para entrar un poco
dentro de sí mismos, y abrir los ojos á la consideración de todo
esto. Por lo cual con mucha razón dice de ellos el Profeta: Hecho
esEfraímasí como paloma engañada que no tiene corazón. Porque
dado caso que los malos tengan corazón para amar y pensar y re-
pensar las cosas desta vida, no lo quieren tener para pensar las
de la otra: las cuales son tales y tan admirables, que la menor de
ellas que atentamente se considerase, bastaba para dejarlos ató-
nitos y convencidos de su engaño.
Pues por esta causa me paresció sería cosa conveniente po-
ner aquí algunas destas cosas ante los ojos de quien las qui-
siese leer, y escrebir (á imitación del profeta Hieremías) no so-
lamente los males que Dios tiene aparejados para los malos, sino
también el descanso y los bienes que tiene proveídos para los
buenos, para ver si por ventura oídas y entendidas estas cosas
(como dice el Profeta) se volverán algunos de su mal camino:
para que así tenga Dios por bien de recebirlos, y perdonarlos, y
librarlos de las penas que Él tiene en sus Escrituras amenazadas
para los tales como ellos.
DE LA CONSIDERACIÓN DE LA ^lUERTE
CAPÍTULO II.
COMENZANDO agora por lo que está más cerca de nues-
tros ojos y de nuestra consideración, acuérdate, her-
_ mano, que eres cristiano y que eres hombre: por la
parte que eres hombre, sabes cierto que has de morir, y por la que
eres cristiano sabes también que has de dar cuenta de tu vida aca-
bando de morir. En esta parte no nos deja dubdar la fe que profesa-
mos, ni en la otra la experiencia de lo que cada día vemos. Así que
no puede nadie excusar este trago, que sea Emperador que sea
Papa. Día vendrá en que amanezcas y no anochezcas, ó ano-
chezcas y no amanezcas. Día vendrá (y no sabes cuándo, si hoy,
si mañana) en el cual tú mismo que estás agora leyendo esta
escriptura, sano y bueno de todos tus miembros y sentidos,
midiendo los días de tu vida conforme á tus negocios y deseos,
te has de ver en una cama, con una vela en la mano, esperando
el golpe de la muerte y la sentencia dada contra todo el lina-
je humano, de la cual no hay apelación ni suplicación. Allí se te
representará luego el apartamiento de todas las cosas, el ago-
nía de la muerte, el término de la vida, el horror de la sepultu-
ra, la suerte del cuerpo, que vendrá á ser manjar de gusanos, y
mucho más la del ánima, que entonces está dentro del cuerpo,
y de ahí á dos horas no sabes dónde estará.
Asi te parecerá que estás ya presente en el juicio de Dios
y que todos tus pecados te están acusando y poniendo deman-
da delante del. Allí verás abiertamente qué tan grandes males
eran los que tú tan fácilmente cometías, y maldirás mil v^eces
el día en que pecaste, y el deleite que te hizo pecar. Allí no
acabarás de maravillarte de ti mismo, cómo por cosas tan livia-
nas (cuales eran las que tú amabas) te pusiste en peligro de pa-
decer eternalmente dolores tan grandes como allí comenzarás á
sentir. Porque como los deleites sean ya pasados, y el juicio de
10 GUIA DE PECADORES
ellos comience ya á parecer: lo que de suyo era poco y dejó de
ser, paresce nada: y lo que de suyo es mucho, y está presente,
parece más claro lo que es. Pues como tú veas que por cosas
tan vanas estás en términos de perder tanto bien, y mirando á
todas partes te veas por todas cercado y atribulado (porque ni
queda más dempo de vida, ni hay más plazo de penitencia, y
el curso de tus días es ya fenecido, y ni los amigos ni los ídolos
que adoraste, te pueden allí valer, antes las cosas que más ama-
bas y preciabas te han de dar allí mayor tormento) dime, ruégo-
te, cuando te veas en este trance, ¿qué sentirás? ¿donde irás? ¿qué
harás? ¿á quién llamarás? Volver atrás es imposible, pasar ade-
lante es intolerable, estarte así no se concede. Pues ¿qué harás?
Entonces (dice Dios por el Profeta) se pondrá el sol á los
malos en medio del día, y haré que se les escurezca la tierra en
el día claro, y converdré sus fiestas en llanto y sus postrimerías
en día amargo. ¡Qué palabras éstas tan para temer! Entonces (dice)
se les pondrá el sol en medio del día: porque representándose á
los malos en aquella hora la muchedumbre de sus pecados, y
viendo que la justicia de Dios les comienza ya á cerrar los tér-
minos de la vida y de la penitencia, vienen muchos dellos á te-
ner tan grandes temores y desconfianzas, que les parece que es-
tán ya desahuciados y despedidos de la misericordia divina. Y
estando aun en medio del día, esto es, dentro del término desta
vida (que es dempo de merecer y desmerecer) les parecerá que
para ellos no hay lugar de mérito ni de demérito, sino que todo
les está ya como cerrado. Poderosa es la pasión del temor, la
cual de las cosas pequeñas hace grandes, y de las ausentes pre-
sentes. Y si esto hace á las veces un temor liviano, ¿qué hará
entonces el temor de tan justo y tan verdadero peligro? Vense
en esta vida aun entre sus amigos, y paréceles que ya comien-
zan á sentir el dolor de los condenados. Juntamente están vivos
y muertos, y doliéndose de los bienes presentes que dejan, co-
mienzan á padecer los males venideros que barruntan. Tienen
por dichosos á los que acá se quedan, y créceles con esta invi-
día la causa de su dolor. Pues entonces se les pondrá el sol en
medio del día, cuando á doquiera que volvieren los ojos les
parecerá que por todas partes les está cerrado el camino del
cielo, y que ninguno rayo se les descubre de luz. Porque si mi-
ran á la misericordia de Dios, paréceles que la tienen desmere-
LIBRO I. CAPÍTULO II. U
cida y ofendida: si á la justicia, paréceles que viene ya á dar so-
bre su cabeza, y que hasta allí ha sido su día, y que dende allí
comienza ya á ser el día de Dios. Si miran á la vida pasada,
toda ella los está acusando: si al tiempo presente, ven que se
están muriendo: si un poco más adelante, ven al Juez que los
está esperando para entrar con ellos en juicio. Pues entre tantos
objectos y causas de temor ^ qué harán?
Dice más, que se les convertirá en tinieblas la luz del día
claro. Quiere decir, que las cosas que les solían dar antes mayor
alegría, entonces les darán mayor dolor. Alegre cosa es para el
que vive, la vista de sus hijos, y de sus amigos, y de su casa y
hacienda, y de todo lo que ama. Mas entonces se convertirá
esta luz en tinieblas: porque todas estas cosas darán allí mayor
tormento y serán más crueles verdugos de sus amadores. Por-
que natural cosa es que así como la posesión y presencia de lo
que se ama, da alegría, así el apartamiento y la pérdida dé dolor.
Y por esto quitan á los dulces hijos de la presencia del padre
que se está muriendo, y se esconde la buena mujer en este
tiempo, por no dar y tomar tan crueles dolores con su presen-
cia. Y con ser la partida para tan lejos, y la despedida para tan
largo camino, no deja guardar el dolor los términos de la buena
crianza, ni da lugar al que se parte para decir á los amigos: Que-
daos á Dios. Si tú has llegado á este punto, en todo esto verás
que digo verdad: mas si aun no has llegado á él, cree á los que
por aquí han pasado, pues como dice el Sabio, los que nave-
gan la mar, cuentan los peligros de ella.
§. n.
Y si tales son las cosas que pasan antes de la salida, <jqué
será las que pasarán después de ella? Si tal es la víspera y la
vigilia, ^ qué tal será la misma fiesta y el día? Dime pues, ¿qué
sentirás en aquella hora, cuando salido ya desta vida entres en
aquel divino juicio, solo, pobre y desnudo, sin más valedores
que tus buenas obras, y sin más compañía que la de tu propria
consciencia, y esto en un tribunal tan riguroso, donde no se
trata de cortar la cabeza y perder la vida temporal, sino de vida
y muerte perdurable? Y si en la tela deste juicio te hallares al-
canzado de cuenta, ¡cuáles serán entonces los desmayos y tra-
12 GUIA DE PECADORES
sudores de tu corazón! ¡Cuan confuso te hallarás, cuan arre-
pentido y cuan pobre de consejo! Grande fué el cortamiento y
desmayo de los príncipes de Judá cuando vieron la espada ven-
cedora de Sesach rey de Egipto volar por las plazas de Hieru-
salem, cuando por la pena del castigo presente conoscieron la
culpa del yerro pasado. Mas ¿qué es todo esto en comparación
de la confusión y perplejidad en que allí los malos se verán?
^ Qué harán? <i Dónde irán? ^ Con qué se defenderán? Lágrimas
allí no valen: arrepentimientos allí no aprovechan: oraciones allí
no se oyen: promesas para adelante allí no se admiten: tiempo
de penitencia allí no se da, porque acabado el postrer punto de
la vida, ya no hay más tiempo de penitencia. Pues riquezas, y
linaje, y favor de mundo, mucho menos aprovecharán: porque
como dice el Sabio: No aprovecharán las riquezas en el día de la.
venganza, mas la justicia sola librará de la muerte.
Pues el rigor de la tela deste juicio, ^ quién lo podrá expli-
car? De un defunto leemos que apáreselo á un amigo suyo muy
afatigado y aquejado de dolores, repitiendo con grandes voces
y gemidos estas palabras: Nadie cree, nadie cree, nadie cree. Y
como el amigo le preguntase qué quería decir aquello, respon-
dió: Nadie cree cuan estrechamente juzga Dios, y cuan severa-
mente castiga.
Para confirmación de lo cual referiré aqui una cosa de grande
admiración que S. Juan Clímaco escribe haber acaescido á un
religioso de su tiempo. Dice él que en un cierto monesterio de
aquéllos había un monje descuidado en su manera de vida: el
cual llegando á punto de muerte, fué arrebatado en espíritu: don-
de vio el rigor y severidad espantosa deste postrero juicio que
todos esperamos. Y como después por especial misericordia y
dispensación de Dios volviese en sí, alcanzado espacio de peni-
tencia, dice este Sancto que rogó á todos los religiosos que pre-
sentes estábamos, que saliésemos de su celda: y cerrando la
puerta á piedra y lodo, quedóse dentro hasta el día que murió (que
fué por espacio de doce años) sin salir jamás de allí, ni hablar
palabra á nadie, ni comer otra cosa todo aquel tiempo, sino solo
pan y agua: y asentado en su celda, estaba como atónito, revol-
viendo en su corazón lo que había visto en aquel arrebatamiento:
y tenía tan fijo el pensamiento en ello, que así también tenía el
rostro fijo en un lugar, sin volverlo á una parte ni á otra, dcrra-
LIBRO I. CAPÍTULO IÍ. 13
mando á la continua muy fervientes lágrimas, las cuales corrían
siempre hilo á hilo por sus ojos. Y llegada la hora de su muerte,
rompimos la puerta, que estaba (como se dijo) cerrada, y entra-
mos todos los monjes de aquel desierto en su celda, y rogámosle
con toda humildad nos dijese alguna palabra de edificación: y no
dijo más que sola ésta: Dígoos de verdad, Padres, que si los hom-
bres entendiesen cuan espantoso es este último trance y juicio
de la muerte, que no sería posible jam.ás ofender á Dios. To-
das éstas son palabras de S. Juan Clímaco, que se halló presente
á este negocio, y da testimonio de lo que vio. De manera que en
el hecho (aunque parezca increíble) no hay que dudar, pues tan
fiel es el testigo: y en lo demás hay por qué temer, considerando
la penitencia que este sancto hizo, y mucho más la grandeza de
aquella visión que vio, de donde procedió la tal penitencia. Y
que esto sea verdad, basta la conformidad que tiene con las Es-
crituras sagradas, en las cuales leemos aquella tan celebrada sen-
tencia: Acuérdate de tus postrimerías, y nunca jamás pecarás.
Y pues éste es tan sano y tan provechoso consejo, ruégote
agora, hermano, lo quieras tomar para ti, acordándote y conside-
rando con toda atención esto en que has de parar. Y como hay
en esto muchas cosas que pensar y que rumiar, á lo menos rué-
gote que destas tres jamás caiga olvido en tu memoria. La pri-
mera, qué tan grande ha de ser la pena que alh recibirás por
haber ofendido á Dios. La segunda, qué tanto es lo que allí de-
searas haberle servido y agradado, para tenerle propicio en aque-
lla hora. La tercera, qué linaje de penitencia desearas allí hacer,
si para esto se te diese tiempo: porque de tal manera trabajes
por vivir agora, como entonces desearas haber vivido.
DEL JUICIO FINAL
CAPÍTULO III.
ESPUES de la muerte se sigue el juicio particular de
cada uno, y después el juicio universal de todos,
cuando se cumplirá aquello que dice el Apóstol:
Todos conviene que seamos presentados ante el tribunal de Cris-
to: para que dé cada uno cuenta del bien ó mal que hizo en este
cuerpo.
Muchas cosas hay que considerar en este juicio: mas una de
las principales es ver de qué género de cosas se nos ha de pedir
cuenta en él. Escudriñaré (dice Dios) á Hierusalén con una can-
dela en la mano. Manera de hablar es ésta de la Escriptura divi-
na, en la cual se da á entender la menudencia de las cosas de que
allí se han de examinar: cuales son las que los hombres suelen
buscar desta manera. Porque no habrá un solo pensamiento vano,
ni un punto de tiempo mal gastado, que no haya de ser traído á
cuenta en aquel juicio. ¿A quién no ponen admiración aquellas
palabras del Salvador: En verdad os digo que de cualquier pa-
labra ociosa que hablaren los hombres, darán cuenta en el día
del juicio? Pues si destas palabras que no hacen á nadie mal ni
bien, se ha de pedir cuenta, ¿qué será de las palabras deshones-
tas, y de los pensamientos sucios, y de las manos sangrientas,
y de los ojos adúlteros, y finalmente de todo el tiempo de la
vida expendido en malas obras? Si esto es verdad (como lo es)
I qué se puede decir del rigor deste juicio, que no sea menos de
lo que es ? ¡ Cuan asombrado quedará un hombre, cuando en pre-
sencia de un tan gran senado se le haga cargo de una palabrilla
que tal día habló sin propósito ! ¿A quién no pone en admiración
esta tan nueva demanda? ¿ Quién osara decir esto, si Dios no lo
dijera? ¿Qué Rey jamás pidió cuenta á alguno de sus criados de
un cabo de un agujeta? ¡Oh alteza de la religión cristiana, cuan
grande es la pureza que enseñas, y cuan estrecha la cuenta con
que la pides, y con cuan riguroso juicio la castigas!
LIBRO I. CAPÍTULO Ílt. ' i 5
¡Cuál será también la vergüenza que allí los malos pasarán,
cuando todas las maldades que ellos tem'an encubiertas con las
paredes de sus casas, y todas las torpezas y deshonestidades que
cometieron dende sus primeros días, con todos los rincones y se-
cretos de sus conciencias, sean pregonados en la plaza y ojos de
todo el mundo ! Pues ¿ quién tendrá la consciencia tan limpia, que
no comience dende agora á mudar las colores y temer esta ver-
güenza? Porque si descubrir un hombre sus culpas á un confe-
sor en un fuero tan secreto como el de la confesión, es cosa tan
vergonzosa que muchos por esto se tragan el pecado y se quedan
en estado de condenación, por no pasar aquella vergüenza, ,3 qué
será la vergüenza de Dios y de todos los siglos presentes, pasa-
dos y venideros? Será tan grande esta vergüenza, que como el
Profeta dice, darán voces á los montes y dirán: Oh montes, caed
sobre nosotros, y sumidnos en los abismos donde no parezcamos
con tan grande confusión.
Pues ^1 qué será, sobre todo esto, esperar el rayo de aquella sen-
tencia final: Id, malditos, al fuego eterno, que está aparejado para
Satanás y para sus ángeles? ¿Qué sentirán los malaventurados
con esta palabra ? Si apenas podemos (dice el sancto Job) oir la
más pequeña de sus palabras, ^ quién podrá esperar aquel espan-
toso trueno de su grandeza?
Esta palabra será tan espantosa y de tanta virtud, que por
ella se abrirá la tierra en un momento, y serán sumidos y des-
peñados en los abismos los que (como dice el mismo Job) tañían
aquí el pandero y la vihuela, y se holgaban con la suavidad y
música de los órganos, y gastaban sus días en deleites y vani-
dad. Esta caída describe S. Juan en el Apocalipsi por estas pala-
bras. Vi (dice él) un ángel que descendía del cielo con gran poder,
y con tanta claridad, que hacía resplandecer toda la tierra, y dio
una grande voz diciendo: Cayó, cayó aquella gran cibdad de Ba-
bilonia, y ya es hecha morada de demonios, y cárcel de todos
los espíritus sucios y de todas las aves sucias y abominables. Y
añade luego el Evangelista diciendo: Y vi á un ángel poderoso
levantar en alto una piedra como de un molino, y arrojóla en la
mar diciendo: Con este ímpetu será arrojada aquella gran cibdad
de Babilonia en el profundo, y nunca jamás volverá á ser.
Desta manera, pues, cairán los malos en aquel despeñadero y
en aquella cárcel de tinieblas y confusión. Mas ¿ qué lengua podrá
í6 GUÍA DE PECADORES
explicar la muchedumbre de penas que allí padescerán? Allí ar-
derán sus cuerpos en vivas llamas, que nunca jamás se acabarán.
Allí estarán sus ánimas carcomiéndose y despedazándose con
aquel gusano remordedor de la consciencia, que nunca cesará
de morder. Allí será aquel perpetuo llanto y crujir de dientes,
con que tantas veces nos amenazan las Escripturas divinas. Allí
los malaventurados con una cruel desesperación y rabia volverán
las iras contra Dios y contra sí mismos, y allí estarán comiendo sus
carnes á bocados, rompiendo sus entrañas consospiros, quebrando
sus dientes á tenazadas, y despezando rabiosamente sus carnes
con sus uñas, y blasfemando y renegando siempre del juez que así
los mandó penar. Allí cada uno dellos maldirá á su desastrada
suerte y su desdichado nascimiento, repetiendo siempre aque-
llas tristes lamentaciones y palabras de Job, aunque con otro
ánimo y con otro diferente propósito del que fueron dichas. Pe-
rezca (dirán) el día en que nascí, y la noche en que fué dicho:
Concebido es este hombre. Aquel día se vuelva en tinieblas, no ten-
ga Dios cuenta con él, ni sea alumbrado con lumbre. Escurézcan-
lo tinieblas y sombra de muerte: sea lleno de escuridad y de
amargura. En aquella noche corra un torbellino tenebroso, no sea
contado en el número de los días ni de los meses del año. ^ Por-
qué no me tomó la muerte en el vientre de mi madre? ¿ Porqué
luego como acabé de nascer, no perecí? (¡Porqué me recibieron
en el regazo? ¿Porqué me dieron leche á los pechos?
Ésta pues será la música, éstas las canciones, éstos los maitines
continuos de aquellos malaventurados. ¡ Oh disdichadas lenguas,
que ninguna otra palabra hablaréis sino blasfemias! ¡Oh mise-
rables oídos, que ninguna otra cosa oiréis sino gemidos ! ¡ Oh des-
venturados ojos, que ninguna otra cosa veréis sino miserias ! ¡ Oh
tristes cuerpos, que ningún otro refigerio tendréis sino llamas 1
¡Cuáles estarán entonces los que toda su vida gastaron en de-
leites y pasatiempos! ¡Oh, cuan breve delectación hizo tan larga
soga de miserias! Oh locos y desventurados, ¿qué os aprovechan
agora todos aquellos pasatiempos de que tan poco tiempo go-
zastes, pues agora eternalmente lloraréis? (¡Qué se hicieron vues-
tras riquezas? i dónde están vuestros thesoros? ¿dónde están vues-
tros deleites y placeres? Pasáronse los siete años de fertilidad, y
sucedieron los otros siete de tanta esteriHdad, que se tragaron
toda la abundancia de los pasados, sin que quedase della rastro ni
LIBRO I. CAPÍTULO IIL 1 7
memoria. Pereció ya vuestra gloria, y hundióse vuestra felicidad
en ese piélago de dolor. A tanta esterilidad sois venidos, que ni
una sola gota de agua se os concede, para templar esa tan anti-
gua y tan rabiosa sed que os atormenta. Y no sólo no os aprove-
chará vuestra antigua prosperidad, sino antes ésa es la que más
cruelmente os afligirá. Porque ahí es donde se cumplirá aquello
que dijo el sancto Job, que la dulcedumbre de los malos vendrá á
parar en gusanos, cuando (como declara S. Gregorio) la memo-
ria de los deleites pasados les haga sentir más el amargura de los
dolores presentes, acordándose cómo se vieron, y cómo se
ven, y cómo por lo que tan presto se pasó, padescen lo que nun-
ca jamás se acabará.
Entonces claramente conocerán la burla del enemigo, y caí-
dos ya en la cuenta (aunque tarde) comenzarán á decir aquellas
palabras de la Sabiduría: ¡Desventurados de nosotros, cómo se ve
agora que erramos el camino de la verdad, y que la lumbre de
justicia no nos alumbró, y que el sol de inteligencia no salió so-
bre nosotros! Aperreados anduvimos por el camino de la maldad
y perdición, y nuestros caminos fueron ásperos y dificultosos, y el
camino del Señor tan llano nunca supimos atinarlo. ,1 Qué nos apro-
vechó nuestra soberbia, y la pompa de nuestras riquezas? Pa-
sáronse todas estas cosas como sombra que vuela, ó como correo
que va por la posta, ó como navio que navega por el agua, que
después de pasado, no deja rastro de su camino. Tales palabras
dijeron en el infierno los que pecaron, porque la esperanza del
malo es como el pelito que se lleva el viento, ó como la espuma
de la mar que deshace la ola, ó como el humo que luego se resuel-
ve en el aire, ó como la memoria del huésped de un día que va
de camino. Éstas son las querellas, éste el arrepentimiento, ésta
la penitencia perpetua que aUí hacen los malos: la cual nada les
aprovechará, porque ya pasó el tiempo de aprovechar.
Venid, pues, agora que es tiempo, los que tenéis oídos para
oir, y tomad aquel consejo tan saludable que os da Dios por su
Profeta diciendo: Dad gloria al Señor Dios vuestro antes que se
escurezca el día, antes que caiga sobre vosotros la noche escura
de la muerte, antes que vengan á tropezar vuestros pies en aque-
llos montes escuros y tenebrosos, donde esperaréis la lumbre, y
volvérseos ha en tinieblas y sombras de muerte. Y el mismo Se-
ñor, que mejor que nadie conoce la grandeza deste peligro, nos
QBRAS DE GRANADA X-a
GUIA bE PECADORES
previene para esto con tiempo en su Evangelio diciendo: Mirad
no se carguen y apesguen vuestros corazones con demasiados co-
meres y beberes y con los cuidados y negocios desta vida, y os
venga de rebato aquel temeroso día: porque así como lazo ha de
venir sobre todos los que moran sobre la haz de la tierra. Y por
esto velad y haced oración en todo tiempo: porque merezcáis ser
librados de todos estos males que han de venir, y parescer de-
lante del Hijo de la Virgen.
DE LA GLORIA DE LOS BIENAVENTURADOS
Cx\PÍTULO IV
ESPUÉS de la condenación y sentencia de los malos,
sigúese luego el galardón y gloria de los buenos:
que es aquel bienaventurado reino, y aquella di-
chosa vida que Dios les tiene aparejada dende el principio del
mundo. Qué tal sea esta vida, no hay lenguas de ángeles ni de
hombres que basten para lo explicar. Mas para tener algún
olor y conoscimiento de ella, oye agora brevemente lo que
S. Augustín dice de ella en una meditación suya por estas pala-
bras. ¡Oh vida aparejada de Dios para sus amigos, vida biena-
venturada, vida segura, vida sosegada, vida hermosa, vida lim-
pia, vida casta, vida sancta, vida no sabidora de muerte, vida
sin tristeza, sin trabajo, sin dolor, sin congoja, sin corrupción,
sin sobresalto, sin variedad ni mudanza: vida llena de toda her-
mosura y dignidad, donde ni hay enemigo que ofenda, ni delei-
te que inficione, donde el amor es perfecto, y el temor ninguno,
donde el día es eterno, y el espíritu de todos uno, donde Dios se
ve cara á cara, y solo este manjar se come en ella sin hastío! De-
leítame considerar tu claridad, y agradan tus bienes á mi deseoso
corazón. Cuanto más te considero, más me hiere tu amor. Gran-
demente me deleita el deseo grande de ti, y no menos me es
dulce tu memoria. ¡ Oh vida felicísima, oh reino verdaderamente
bienaventurado, que careces de muerte, que no tienes fin: á quien
ningunos tiempos suceden, donde el día sin noche continuado no
sabe qué cosa es mudanza: donde el caballero vencedor ayunta-
do á aquellos perpetuos coros de ángeles, y coronada la cabeza
con guirnalda de gloria, canta á Dios un cantar de los cantares de
Siónl Dichosa y muy dicliosa sería mi ánima, si acabado el curso
desta peregrinación, mereciese yo ver tu gloria, tu bienaven-
turanza, tu hermosura, los muros y puertas de tu ciudad, tus pla-
zas, tus aposentos, tus generosos ciudadanos y tu rey omnipo-
tente en su hermosa majestad. Las piedras de tus muros son pre-
ciosas, las puertas están sembradas de perlas resplandecientes, tus
20 GUIA DE PECADOREÓ
plazas son de oro muy subido, en las cuales nunca faltan perpe-
tuas alabanzas. Las casas son de sillería, los sillares son zafires, los
maderamientos racimos de oro, donde ninguno entra sino limpio,
y ninguno mora que sea sucio. Hermosa y suave eres en tus de-
leites, madre nuestra Hierusalén. Ninguna cosa en ti se padece de
las que aquí se padecen. Muy diferentes son tus cosas, de las que
en esta vida miserable siempre vemos. En ti nunca se ven tinie-
blas, ni noche, ni mudanza de tiempos. La luz que te alumbra ni
es de lámparas, ni de luna, ni de lúcidas estrellas, sino Dios que
procede de Dios, y luz que mana de luz, es el que te da claridad.
El mismo Rey de los reyes reside siempre en medio de ti cerca-
do de sus ministros. Allí los ángeles á coros le dan música muy
suave. Allí se goza la hermandad de aquellos nobles ciudadanos.
Allí se celebra una perpetua solemnidad y fiesta con cada uno de
los que entran desta peregrinación. Allí está la orden de los pro-
fetas, allí el señalado coro de los Apóstoles, allí el ejército nun-
ca vencido de los mártires, allí el reverendísimo convento de los
confesores, aUí los verdaderos y perfectos religiosos, allí las sane-
tas mujeres que juntamente vencieron los mundanos deleites con
la flaqueza feminil, allí los mancebos y doncellas más ancianos en
virtudes que en edad, allí las ovejas y corderos que escaparon
de los lobos y de los lazos engañosos desta vida, tienen perpetua
fiesta cada cual en su ventana, todos semejantes en el gozo, aun-
que en el grado diferentes. Allí reina la caridad en toda su per-
fección: porque Dios es en todos todas las cosas: á quien contem-
plan sin fin, en cuyo amor siempre arden, á quien siempre aman,
amando alaban, y alabando aman, y todo su ejercicio es alaban-
zas sin cansancio y sin trabajo. ¡Oh, dichoso yo, y verdaderamente
dichoso, cuando suelto de las prisiones deste corpezuelo, mere-
ciere oir aquellos cantares de la música celestial, entonados en
alabanza del Rey eterno por todos los ciudadanos de aquella no-
ble ciudad! ¡Dichoso yo, y muy dichoso, cuando me hallare entre
los capellanes de aquella capilla, y me cupiere la vez de entonar
yo también mi aleluya, y asistir á mi Rey, á mi Dios, á mi Se-
ñor, y verle en su gloria, así como él me lo prometió cuando dijo:
Padre, ésta es mi última y determinada voluntad, que todos los
que tú me diste, se hallen comigo, y vean la claridad que tuve
contigo antes que el mundo fuese criado. Hasta aquí son pala-
bras de S. Augustín.
LIBRO I. Capítulo iv. 2t
Pues dime agora, ,3 qué día será aquel que amanecerá por tu
casa (si hobieres vivido en temor de Dios) cuando acabado el
curso desta peregrinación, pases de la muerte á la inmortalidad,
y en el paso que los otros comienzan á temer, comiences tú á le-
vantar cabeza, porque se allega el día de tu redempción? Sal un
poco (dice S. Hierónimo á la virgen Eustoquio) de la cárcel dése
cuerpo, y puesta á la puerta dése tabernáculo, pon delante tus
ojos el galardón de los trabajos presentes. Dime, ¿qué día será
aquel cuando la sagrada virgen María acompañada de coros de
vírgines te venga á recebir, y cuando el mismo Señor y esposo
tuyo con todos los sanctos te salga al camino diciendo: Levántate
y date priesa, querida mía, hermosa mía, paloma mía, que el in-
vierno es ya pasado, y el torbellino de las aguas ha cesado, y las
flores han aparecido en nuestra tierra?
Pues ¿qué tan grande será el gozo que tu ánima recibirá, cuan-
do en esta hora sea presentada ante el trono de aquella beatísi-
ma Trinidad por mano de los sanctos ángeles (y especialmente de
aquél á quien fuiste como á fiel depositario encomendada) cuan-
do éste con los demás prediquen tus buenas obras y las cruces
y trabajos que padeciste por Dios? Escribe San Lucas que cuando
murió aquella sancta limosnera Tabita, todas las viudas y pobres
cercaron al apóstol S. Pedro, mostrándole las vestiduras que les
hacía: por las cuales cosas movido el Apóstol, rogó á Dios por
aquella tan piadosa mujer, y por sus oraciones le alcanzó la vida.
Pues ¿qué gozo sintirá tu ánima, cuando aquellos bienaventura-
dos espíritus te tomen en medio, y puestos ante el divino consis-
torio prediquen tus buenas obras, y cuenten por su orden tus
limosnas, tus oraciones, tus ayunos, la inocencia de tu vida, el
sufrimiento de las injurias, la paciencia en los trabajos, la tem-
planza en los regalos, con todas las otras virtudes y buenas
obras que heciste ? ¡ Oh, cuánta alegría recibirás en aquella hora
por todo el bien que hobieres hecho, y cómo conocerás allí el
valor y excelencia de la virtud! Allí el varón obediente hablará
victorias, aUí la virtud recibirá su premio, y el bueno será hon-
rado según su merecimiento.
Demás desto, ¿qué gozo será aquel que recibirás, cuando
viéndote en aquel puerto de tanta seguridad, vuelvas los ojos al
curso de la navegación pasada, y veas las tormentas en que te
vistes, y los estrechos por do pasaste, y los peligros de ladro-
22 GUIA DE PECADORES
nes y cosarios de que escapaste? Allí es donde se canta aquel
cantar del Profeta, que dice: Si no fuera porque el Señor me ayu-
dó, poco faltó para que mi ánima fuera á parar en los infiernos. Es-
pecialmente cuando dende allí veas tantos pecados como cada
hora se hacen en el mundo, tantas ánimas como cada día descien-
den al infierno, y cómo entre tanta muchedumbre de perdidos
quiso Dios que tú fueses del número de los ganados, y de aqué-
llos á quien hobiese de caber tan dichosa suerte.
¿ Qué será sobre todo esto ver las fiestas y triunfos que cada
día se celebran con los nuevos hermanos que vencido ya el
mundo, y acabado el curso de su peregrinación, entran á ser co-
ronados con ellos? ¡ Oh, qué gozo se recibe de ver restaurarse aque-
llas sillas,y edificarse aquellaciudad, y repararse los muros de aque-
lla noble Hierusalem ! ¡Con cuan alegres brazos los recibe toda
aquella corte del cielo, viéndolos venir cargados de los despojos
del enemigo vencido ! Allí entrarán con los varones triunfantes
también las mujeres vencedoras, que juntamente con el siglo ven-
cieron la flaqueza de su condición. Allí entrarán las vírgines ino-
centes martirizadas por Cristo, con doblado triunfo de la carne y
del mundo, con guirnaldas de azucenas y rosas en sus cabezas.
Allí también muchos mozos y niños que sobrepujaron la ternura
de sus años con discreción y virtudes, entran cada día á recebir
el premio de su pureza virginal. Allí hallan á sus amigos, cono-
cen á sus maestros, reconocen á sus padres, abrázanse y danse dul-
ce paz, y reciben la norabuena de tal entrada y tal gloria. ¡ Oh,
cuan dulcemente sabe entonces el fructo de la virtud, aunque un
tiempo parecían amargas sus raíces ! Dulce es la sombra después
del retesero del medio día, dulce la fuente al caminante cansa-
do, dulce el sueño y reposo al siervo trabajador: pero mu}' más
dulce es á los sanctos la paz después de la guerra, la seguridad
después del peligro, y el descanso perdurable después de la fa-
tiga de los trabajos pasados.
Ya son acabadas las guerras, ya no hay más por qué andar ar-
mados á la diestra y á la siniestra. Armados subieron los hijos de
Israel á la tierra de promisión: mas después de conquistada la tie-
rra, arrimaron sus lanzas, y dejaron las armas, y olvidados ya to-
dos los temores y alborotos de guerra, cada uno á la sombra de
su parra y de su higuera, gozaban del ocio y de los fructos de la
dulce paz. Ya pueden allí dormir los ojos cansados de las conti-
LIBRO I. CAPÍTULO IV. 23
nuas vigilias: ya puede decenderse de su estancia el profeta
velador que fijaba sus pies sobre el lugar de la guarnición. Ya
puede reposar el bienaventurado Padre Hierónimo, que juntaba
las noches con los días, hiriendo sus pechos en la oración, pe-
leando animosamente contra las fuerzas importunas de la antigua
serpiente. No suenan allí jamás las armas temerosas del enemigo
sangriento: no tienen allí lugar las astucias de la culebra enros-
cada: no llega aquí la vista del ponzoñoso basilisco, ni se oirá
allí el silbo de la antigua serpiente, sino el silbo del aire del Espí-
ritu Sancto, donde se vea la gloria de Dios. Ésta es la región de
paz y seguridad puesta sobre todos los elementos, donde no lle-
gan los nublados y torbellinos del aire tenebroso.
¡Oh, cuan gloriosas cosas nos han dicho de ti, ciudad de Dios!
Bienaventurados (dice el sancto Tobías) los que te aman, y se
gozan de tu paz. Anima mía, bendice al Señor, porque libró á Hie-
rusalem su ciudad de todas sus tribulaciones. Bienaventurado seré
yo si llegaren las reliquias de mi generación á ver la claridad de
Hierusalem. Las puertas de Hierusalem de zafires y esmeraldas
serán labradas, y de piedras preciosas se edificará todo el cerco
de sus muros. De piedras blancas y limpias serán soladas sus pla-
zas, y por todos los barrios della se cantará aleluya. Oh alegre
patria, oh dulce gloria, oh compañía bienaventurada, ¿quién serán
aquéllos tan dichosos, que están escogidos para ti? Atrevimiento
parece desearte, mas no puede nadie vivir sin tu deseo.
Hijos de Adam, linaje de hombres miserablemente ciego
y engañado, ovejas descarriadas y perdidas, si ésta es vues-
tra majada, ¿tras qué andáis? ¿qué hacéis? ¿cómo dejáis per-
der un tan grande bien, por tan pequeño trabajo? Si para esto
son menester trabajos, dende aquí os llamo á todos los trabajos del
mundo, que vengáis á dar sobre mí. Lluevan sobre mí dolores,
fatíguenme enfermedades, aflíjanme tribulaciones, persígame
uno, inquiéteme otro, conjuren contra mí todas las criaturas, sea
yo hecho oprobrio de los hombres y desecho del mundo: desfa-
llezca en dolor mi vida, y mis años con gemidos, con tanto que
después desto venga yo á descansar en el día de la tribulación, y
merezca subir á aquel pueblo guarnecido y hermoseado desta
gloria.
Anda pues agora, loco amador del mundo, busca títulos y
honras, edifica recámaras y palacios, ensancha términos y here-
■ 24 GUIA DE PECADORES
dades, manda si quisieres á reinos y mundos, que nunca serás por
eso tan grande como el menor de los siervos de Dios, que recibe
lo que el mundo no puede dar, y goza de lo que para siempre ha
de durar. Tú con tus pompas y riquezas serás con el rico glotón
sepultado en el infierno, y éste con el pobre Lázaro será por los
ángeles llevado al seno de Abraham.
DE LAS PENAS DEL INFIERNO
CAPÍTULO V
«ASTABA la menor parte deste galardón para mover
nuestros corazones á mucho más aun de lo que nos
manda Dios. Pues ¿qué será si con la grandeza desta
gloria juntamos también la grandeza de la pena que está á los
malos aparejada? Porque no se puede aquí el malo consolar di-
ciendo: Si fuere malo, todo lo hace no ir á gozar de Dios: en lo
demás no tendré pena ni gloria: no me queda qué padescer. No
es así, sino que forzadamente nos ha de caber una destas dos
suertes tan desiguales: que ó habemos de ser compañeros de
los ángeles, ó compañeros de los demonios: ó habemos de reinar
para siempre con Dios, ó arder para siempre en el infierno: por-
que no se da medio entre estos dos extremos, excepto el purga-
torio. Éstos son en figura aquellas dos canastas que mostró
Dios al profeta Hieremías ante las puertas del templo: la una lle-
na de higos buenos, y en gran manera buenos, y la otra de hi-
gos malos, y tan malos, que por ninguna vía se podían comer de
malos. Las cuales significan dos diferencias de personas: unas, con
que Dios ha de usar de misericordia, que son todos los escogidos:
y otras, con quien ha de usar de justicia, que son todos los repro-
bados: y la suerte de los unos es tan dichosa y la de los otros tan
desdichada, que ningún linaje de palabras basta para explicar la
grandeza destos dos extremos tan distantes. Porque (dejadas apar-
te las otras consideraciones) la suerte de los buenos es un bien
universal en quien están todos los bienes, y por el contrario, la de
los malos un mal universal que abraza y comprehende en sí todos
los males.
Para lo cual es de saber que todos los males desta vida son ma-
les particulares. Y por eso no atormentan generalmente todos nues-
tros sentidos, sino uno solo, ó algunos. Y poniendo agora ejemplo
en las enfermedades corporales, vemos que hay un mal de ojos,
26 GUIA DE PECADORES
otro de oídos, otro de corazón, otro de estómago, otro de vien-
tre, y así otros desta cualidad. Ninguno destos males es univer-
sal de todos los miembros, sino particular de alguno dellos. Y con
todo esto vemos la pena que da un solo mal de éstos, y la mala
noche que pasa un doliente con cualquiera dellos, aunque no sea
más que un dolor de un diente ó de una muela. Pues pongamos
agora caso que algún hombre estuviese padesciendo un mal tan
universal, que no le dejase miembro, ni sentido, ni coyuntura sin
su proprio tormento: sino que en un mismo tiempo estuviese pades-
ciendo agudísimos dolores en la cabeza, y en los ojos, y en los
oídos, y en los dientes, y en el estómago, y en el hígado, y en el
corazón, y (por abreviar) en todos los otros miembros y coyun-
turas de su cuerpo, y que así estuviese tendido en una cama, co-
ciéndose en estos dolores, y teniendo para cada uno de los miem-
bros su propio verdugo. El que desta manera estuviese penando,
<:qué tan grande trabajo te paresce que pasaría? ó <jqué cosa po-
dría ser más miserable y más para haber piedad? A un perro de
la calle que vieses desta manera penar, te pondría lástima y com-
pasión. Pues esto es, hermano mío, si alguna comparación se pue-
de hacer, lo que no por una noche, sino eternalmente se pade-
ce en aquel malaventurado lugar. Porque así como los malos
con todos sus miembros y sentidos ofendieron á Dios, y de todos
hicieron armas para servir al pecado, así ordenará él que todos
sean allí atormentados y que cada uno dellos pene con su pro-
pio tormento. Allí pues los ojos deshonestos y carnales serán
atormentados con la visión horrible de los demonios: los oídos,
con la confusión de las voces y gemidos que allí sonarán: las na-
rices, con el hedor intolerable de aquel sucio lugar: el gusto, con
rabiosísima hambre y sed: el tacto y todos los miembros del cuer-
po, con frío y fuego incomportable: la imaginación padescerá con
la aprehensión de los dolores presentes, la memoria con la re-
cordación de los placeres pasados, el entendimiento con la consi-
deración de los bienes perdidos y de los males advenideros.
Esta muchedumbre de penas nos significa la Escritura divina
cuando dice que en el infierno habrá hambre, sed, y llanto, y clu-
jir de dientes, y cuchillo dos veces agudo, y espíritus criados para
venganza, y serpientes, y gusanos, y escorpiones, y martillos, y
ascensios, y agua de hiél, y espíritu de tempestad, y otras cosas
semejantes: por las cuales se nos figura la muchedumbre y terri-
l.TBRO I. CAPÍTULO V. 2f
\
bleza espantosa de los tormentos de aquel lugar. Allí también ha-
brá aquellas tinieblas interiores y exteriores para cuerpos y áni-
mas, muy más escuras que las de Egipto, que se podían palpar
con las manos. Allí habrá fuego, y no como el de acá, que ator-
menta poco y acaba presto, sino como conviene para aquel lugar,
que atormente mucho, y nunca acabe de atormentar.
Pues si esto es verdad, ^ cómo se compadece que los que esto
creen y confiesan, vivan con tan extraño descuido? ¿A qué tra-
bajos no se pondría un hombre, por excusar un solo día, y una
hora que fuese, del menor destos tormentos? Pues ^ cómo por evi-
tar una eternidad de males, y tan grandes males, no se ponen á
un tan pequeño trabajo como es el de la virtud? Cosa es ésta para
sacar de juicio á quien profundamente la considerase.
Y si entre tanta muchedumbre de penas hobiese alguna espe-
ranza de término ó de alivio, aun sería esto alguna manera de
consuelo: mas no es así, sino que de todo en todo están allí ce-
rradas las puertas á todo género de alivio y de esperanza. En to-
das cuantas maneras de trabajos hay en esta vida, siempre que-
da algún resquicio por donde pueda recibir el que padece algún
linaje de consuelo. Unas veces la razón, otras el tiempo, otras los
amigos, otras la compañía del mal de muchos, otras á lo menos
la esperanza del fin, consuelan al que padece. Mas en solo este mal
están de tal manera cerrados todos los caminos, y tomados todos
los puertos de consolación, que de ninguna parte pueden los mi-
serables esperar remedio, ni del cielo, ni de la tierra, ni de lo pa-
sado, ni de lo presente, ni de lo venidero, ni de otra alguna parte:
sino de todas parece que les tiran saetas, y que todas las criatu-
ras han conjurado contra ellos, y ellos mismos son crueles contra
sí. Éste es aquel aprieto de que se quejan los malaventurados por
el profeta diciendo: Cercádome han dolores de muerte, y do-
lores de infierno me han cercado: porque á cualquier parte que
vuelvan y revuelvan los ojos, siempre ven causas de dolores, y
ninguna de consolación. Entraron (dice el Evangelista) las vírgi-
nes que estaban apercebidas al palacio del esposo: y luego se ce-
rró la puerta. ¡Oh cerradura perpetua, oh clausura inmortal, oh
puerta de todos los bienes, que nunca te abrirás jamás! Como si
más claramente dijera: Cerrada está la puerta del perdón, de la
misericordia, del consuelo, de la intercesión, de la esperanza, de
la gracia, del merescimiento, y de todos los bienes. Seis días no
2% GUIA DE PECADORES
más se coje el maná, y al séptimo día (que es el sábado) no se halla:
y por eso ayunará para siempre quien con tiempo no se proveyó.
Por temor del frío (dice el Sabio) no quiso arar el perezoso: y por
esto andará á mendigar en el verano, y no le darán. Y en otro
lugar: El que allega en el verano, es hijo discreto: y el que en-
tonces se echa á dormir, hijo de confusión. ^Qué mayor confusión
que la que padesce aquel miserable rico avariento, el cual con las
migajuelas de pan que se le caían de la mesa, pudiera comprar la
hartura del cielo, y que por no haber querido dar esta poquedad,
viniese á tal extremo de pobreza, que pidiese y pida para siem-
pre una sola gota de agua, y no se la den? ¿A quién no mueve
aquella petición del malaventurado que dice: Padre Abraham, ten
compasión de mí, y envía á Lázaro, para que moje la punta del
dedo en agua, y me toque en la lengua, porque me atormenta
esta llama? ¿Qué más escasa petición se pudiera pedir que ésta?
No se atrevió á pedir un solo jarro de agua, ni aun siquiera que
mojase toda la mano en agua, y lo que más es de maravillar, ni
aun todo el dedo, sino sola la punta del dedo, para tocarle la len-
gua: y aun esto no se le concedió. Por donde verás cuan cerrada
está la puerta de todo consuelo, y cuan universal es aquel entre-
dicho y descomunión que está puesta á los malos, pues aun esto
no se alcanza. De suerte que á doquiera que volvieren los ojos, á
doquiera que extendieren las manos, ningún consuelo hallarán,
por pequeño que sea. Y así como el que se está ahogando en la
mar, sumido ya debajo las aguas, que no halla sobre qué hacer
pie, y tiende muchas veces las manos á todas partes en vano (por-
que todo lo que apreta es agua líquida y deleznable que le burla
y engaña) así acaescerá aUí á los malaventurados cuando estén
ahogándose en aquel piélago de tantas miserias, agonizando y ba-
tallando siempre con la muerte, sin tener arrimo ni consuelo so-
bre que puedan estribar.
Esta es, pues, la mayor de las penas que en aquel malaventu-
rado lugar se padescen. Porque si estas penas hobieran de durar
por algún tiempo limitado, aunque fuera mil años, ó cien mil años,
ó cien mil millones de años, aun esto fuera algún linaje de con-
suelo, porque ninguna cosa es cumplidamente grande, si tiene
fin: mas no es así, sino que sus penas compiten con la eternidad
de Dios, y la duración de su miseria con la duración de la divina
gloria. En cuanto Dios viviere, ellos morirán, y cuando Dios de-
LIBRO I. CAPÍTULO V. 2g
jare de ser el que es, dejarán ellos de ser lo que son. ¡ Oh vida
mortífera, oh muerte inmortal! No sé cómo te llame, si vida, si
muerte. Si eres vida, ¿cómo matas? Y si eres muerte, ¿cómo du-
ras? Ni te llamaré lo uno ni lo otro, porque en lo uno y en lo otro
hay algo de bien. En la vida hay descanso, y en la muerte tér-
mino, que es grande alivio de los trabajos: tú ni tienes descanso
ni término. Pues ¿qué eres? Eres lo malo de la vida, y lo malo
de la muerte: porque de la muerte tienes el tormento sin el tér-
mino, y de la vida, la duración sin el descanso. Despojó Dios á
la vida y á la muerte de lo bueno que tenían, y puso en ti lo que
restaba, para castigo de los malos. ¡ Oh amarga composición, oh
purga desabrida del cáliz del Señor, del cual beberán todos los
pecadores de la tierra!
Pues en esta duración, en esta eternidad querría yo, hermano
mío, que hincases un poco los ojos de la consideración, y que
(como animal limpio) rumiases agora este paso dentro de ti. Y
para que mejor esto hagas, ponte á considerar el trabajo que pasa
un enfermo en una mala noche, especialmente si le aqueja algún
grande dolor, ó alguna enfermedad aguda. Mira qué de vuelcos
da en aquella cama, qué desasosiego tiene consigo, qué tan larga
le parece aquella noche, que hace de contar las horas del reloj, y
cuan grande le parece cada una: y todo se le va en desear la
luz de la mañana, que tan poca parte ha de ser para curar su mal.
Pues si éste se tiene por tan grande trabajo, ¿cuál será el de aque-
lla noche eterna, que no tiene mañana, ni espera el alba del día?
¿ Óh escuridad profunda, oh noche perpetua, oh noche maldita por
boca de Dios y de sus sanctos, que deseas la luz, y no la verás,
ni el resplandor de la mañana que se levanta. Pues mira agora
qué linaje de tormento sea vivir para siempre en tal noche como
ésta, acostado no en una cama blanda (como lo está un doliente)
sino en un horno de llamas tan terribles. ¿Qué espaldas bastarán
para sufrir estos ardores? ¿Qué corazón no se despedazará con la
continuación deste tormento ? ¿Quién de vosotros (dice Dios por
su Profeta) podrá morar con aquel fuego tragador, y hacer
vida con aquellos ardores eternos ? ¡Oh cosa para temer! Si sólo
poner la punta del dedo sobre un ascua por espacio de sola un
Avemaria, parece cosa intolerable, ¿que será estar en cuerpo y en
ánima ardiendo en aquellos fuegos tan vivos, que los desta vida
(comparados con ellos) no son más qué pintados? ¿Hay juicio en
JO GÜlA DE PECADORES
la tierra? ¿Tienen seso los hombres? ¿Entienden qué quieren decir
estas palabras? ¿Creen que esto es fábula de poetas? ¿Piensan que
esto les toca á ellos, ó que se dice por otros? Nada desto ha lugar
que se diga, pues clama en su Evangelio aquella eterna Verdad
diciendo: El cielo y la tierra faltarán, mas mis palabras no
faltarán.
DE LA OBLIGACIÓN QUE TENEMOS AL SERVICIO DE NUESTRO SeÑOR
POR RAZÓN DE LOS BENEFICIOS RECEBIDOS.
CAPÍTULO VI.
ALGUNO por ventura parescerá cosa demasiada acumu-
lar tantas razones para justificar este partido y abonar
una cosa tan sancta como es el camino de la virtud.
Mas no se hace esto para abono de la virtud, ni porque sea dubdo-
sa esta causa: sino porque es grande la malicia de nuestro corazón,
y muy grandes también los combates que militan contra este bien:
y así conviene que sean grandes los reparos con que se ha de de-
fender, Y por esto para mayor confirmación deste negocio será bien
añadir aquí la obligación grande que tenemos al servicio de nues-
tro Señor, no sólo por lo que del esperamos y tememos, sino tam-
bién por lo que del tenemos recebido. Porque si todas las criaturas
naturalmente aman á quien bien les hace: si aun hasta las bestias
brutas reconocen á sus bienhechores, si la ley del agradecimiento
es tan poderosa que pone debajo de su dulce yugo hasta los ti-
gres, leones y serpientes, ¿cómo seré yo más fiero que todas estas
fieras, dejando de amar y reconocer á quien tanto bien me ha he-
cho? ¿Qué hay en mí, ni fiíera de mí, que no sea todo bene-
ficios deDios? Tú, Señor, criaste mi ánima á tu imagen y semejanza:
tú organizaste mi cuerpo, y lo guarneciste con tanta variedad y
hermosura de miembros y sentidos, que se parece bien por el
artificio de la obra, que tú fuiste el autor della. Todo lo que des-
pués ha sido necesario para la conservación desta obra, tú lo ha-
ces. Tu providencia me rige, tus manos me sostienen, tus criaturas
me sirven, tus manjares me sustentan, tus medicinas me sanan,
tus cielos me gobiernan, tus ángeles me guardan, tu sabiduría me
enseña, tu misericordia me provee, tu paciencia me sufre, y final-
mente todo lo que poseo es hacienda tuya y misericordia tuya.
¿Quién me da el ser que tengo, sino tú que eres fuente del ser?
¿Quién la vida que vivo, sino tú por quien todas las cosas viven?
¿Quién el juicio y entendimiento, sino tú que eres lumbre de cía-
32 GUIA DE PECADORES
ridad eterna? Pues ¿qué será razón que haga el hombre por quien
todo esto hizo por él? ¿Porqué no servirá todo al que lo hizo
todo, y lo conserva todo, y por cuya providenciase rige todo?
Y si esto se le debe por los beneficios de naturaleza, ¿qué se
le deberá por los de gracia? ¿Con qué le pagarás que entre tan-
tas maneras de gentes y naciones de infieles como hay en el
mundo, te escogió para sí, y te hizo cristiano, y te lavó con
aquel agua que salió de su precioso costado, y te adoptó allí
por hijo, y te dio todos aquellos atavíos y joyas que para esta
dignidad se requirían? Mas después de perdida esta primera
dignidad, ¿quién podrá explicar con cuánta paciencia te sufi-ió
cuando pecabas, con qué ojos te miró cuando tú no le mira-
bas, con qué amor te aguardó cuando tú dilatabas la venida,
y cuántas inspiraciones te envió para que vinieses á él? Callo los
otros beneficios y sacramentos que ordenó para tu salud, y otras
muchas gracias semejantes: mas no se puede callar aquella gracia
de gracias y sacramento de sacramentos, por el cual quiso Dios
morar en la tierra con los hombres y dárseles cada día en mante-
nimiento y en remedio. Una vez fué ofrecido en sacrificio por
nosotros en la cruz: mas aquí cada día se ofrece en el altar por
nuestros pecados. Cada vez (dice él) que esto hiciéredes, hacedlo
en memoria de mí. ¡Oh memorial de salud, oh sacrificio singular,
oh hostia agradable, pan de vida, mantenimiento suave, manjar
de reyes, y maná que en sí contiene toda suavidad ! ¿ Quién te
podrá cumplidamente alabar? ¿ Quién dignamente recibir? ¿Quién
con debido acatamiento venerar? Desfallece mi ánima pensando
en ti: no puede mi lengua hablar de ti: ni puedo, cuanto deseo,
engrandecer tus maravillas.
Y si este beneficio se concediera á solos inocentes y limpios,
aun fuera dádiva inestimable: mas ¿qué diré, que por el mismo caso
que se quiso comunicar á éstos, se obligó á pasar por las manos
de muchos malos ministros, cuyas ánimas son moradas de Sata-
nás, cuyos cuerpos son vasos de lujuria, cuya vida se gasta en
deleites, y torpezas, y vicios? Y con todo esto, por visitar y con-
solar á sus amigos, consiente ser tratado déstos, y tratado con sus
manos sucias, y recibido en sus bocas sacrilegas, sepultado en
sus cuerpos hediondos. Una sola vez fué vendido su cuerpo, mas
millares de veces lo es en este sacramento: una vez fué escarne-
cido y menospreciado en su pasión, mas mil veces lo es de los
LIBRO I. CAflTULü VI. 33
malos en la mesa del altar: una vez se vio puesto entre dos la-
drones, y mil veces se ve aquí envuelto en manos de pecadores.
Pues ^qué diré sobre todo esto de aquella soberana gracia
y de aquel supremo beneficio de nuestra redempción? Alábente,
Señor, los cielos, y los ángeles prediquen para siempre tus ma-
ravillas. ^Qué necesidad tenías tú de nuestros bienes, ni qué per-
juicio te venía de nuestros males? Si pecares (dice Job) ¿qué mal
le harás? Y si se multiplicaren tus maldades, ¿en qué le dañarás?
Y si bien hicieres, ¿qué le darás, ó qué podrá él recibir de tus
manos? Pues aquel Dios tan rico y tan exempto de males: aquél
cuyas riquezas, cuyo poder, cuya sabiduría, ni puede crescer ni
ser más de lo que es: aquél que ni antes de la creación del mundo,
ni agora después de criado, es mayor ni menor de lo que era: ni
porque todos los ángeles y hombres se salven y le alaben, es más
honrado: ni porque todos se condenen y le blasfemen, menos
glorioso: este tan gran Señor, no por necesidad sino por cari-
dad, siendo nosotros sus enemigos y traidores, tuvo por bien de
inclinar los cielos de su grandeza, y descendir á este lugar de
destierro, y vestirse de nuestra mortalidad, y tomar sobre sí todas
las deudas y culpas de los hombres, y padecer por ellas los ma-
yores tormentos que jamás en el mundo se padescieron ni pa-
decerán. Por mí, Señor, nasciste en un establo, por mí ñiiste recli-
nado en un pesebre, por mí fuiste circuncidado al octavo día, por
mí fuiste desterrado en Egipto, y por mí finalmente perseguido
y maltratado con infinitas maneras de deshonras y ignominias.
Por mí ayunaste, velaste, caminaste, sudaste, predicaste, lloraste
y probaste por experiencia todos los males que había merecido
mi culpa, no siendo tú el culpado sino el inocente y ofendido. Por
mí finalmente fuiste preso, desamparado, vendido, negado, pre-
sentado ante unos y otros tribunales y jueces, y ante ellos acu-
sado, abofeteado, infamado, escupido, escarnecido, azotado, sen-
tenciado, pregonado, crucificado, blasfemado, alanceado y final-
mente muerto y sepultado. Pues ¿con qué podré 3^0 pagar, no
digo todo este beneficio, sino la menor gota de sangre que de-
rramaste por mí? ¿Cómo será posible no amar á quien así me
amó, así me buscó, así me redimió, y por tan caro precio me
compró? Si yo (dice el Salvador) fuere levantado de la tierra, to-
das las cosas trairé á mí mismo. ¿Con qué fuerzas, con qué cade-
nas? Con fuerzas de amor y con cadenas de beneficios. Con las
QBRAS DE GRANADA X-j
34 t;tIA DE PECADORES
cuerdas de Adam los trairé á mí (dice el Señor) y con ataduras
de amor. Pues ^quién no será llevado por estas cuerdas? ^ quién
no se dejará prender destas cadenas? ^ quién no será vencido con
tantos beneficios? Si una gota de agua cayendo continuamente
sobre una piedra, basta para romperla, ¿cómo no bastarán las cres-
cientes de tantos beneficios para romper mi corazón? Si aun hasta
la misma tierra echada en el fuego se convierte en fuego, ¿ cómo
no arderá mi corazón, cercado de tan grande fuego de amor ?
Y si tan grande culpa es no amar este Señor, ¿ qué será me-
nospreciarle, y ofenderle, y quebrantar sus mandamientos? ¿Cómo
puedes tener manos para ofender aquellas manos que tan libera-
les fueron para contigo hasta ponerse por ti en una cruz ? Cuan-
do aquella mala mujer solicitaba al sancto patriarca Josef á que
hiciese traición á su señor, defendíase el sancto mozo de ella con
estas palabras: Mira que todas cuantas cosas tiene mi señor, ha
puesto en mis manos, sacando á ti sola que eres su mujer. Pues
¿cómo podré yo cometer tan gran maldad contra él y pecar con-
tra mi señor? Como si dijera: Si mi señor ha sido tan bueno y
tan largo para comigo, si todo cuanto tiene ha puesto en mis
manos, si así me ha honrado, y favorecido, y fiado de mí todas
sus cosas, ¿ cómo podré yo (estando preso con tantas cadenas de
beneficios) tener manos para ofender á tan buen señor? Y no se
contentó con decir no debo, ó no es razón de ofenderle,
sino, ¿cómo le podré ofenderle? dando á entender que la gran-
deza de los beneficios, no sólo quita la voluntad, sino también
en su manera las fuerzas y la posibilidad para ofender al bien-
hechor, y ata al hombre de pies y manos para no hacer cosa con-
tra él. Pues si esta manera de religión y agradescimiento meres-
cían aquellos beneficios, ¿qué merescerán los beneficios de Dios?
Aquel hombre puso en las manos de Josef cuanto tenía; Dios
ha puesto en tus manos todo cuanto tiene. IVIira pues cuánto es
más lo que Dios tiene, que lo que aquél tenía: porque tanto más
es lo que tú tienes recebido, que lo que aquél recibió. Si no, dime,
¿qué hacienda tiene Dios que no la haya puesto en tus manos? El
cielo, la tierra, el sol, la luna, las estrellas, los ríos, los mares, las aves,
los pesces, los árboles, los animales, y finalmente todo cuanto hay
debajo del cielo en tus manos está puesto. Y no sólo cuanto hay
debajo del cielo, sino también cuanto hay sobre el cielo, que es
la gloria de allá, y las riquezas de allá, y los deleites de allá, y los
LIBRO I. CAPÍTULO VL 35
ángeles y los sanctos que están allá, también sirven y militan
para tu provecho. Todas las cosas (dice el i\póstol) son vuestras,
sea Paulo, sea Apolo, sea Pedro, sea el mundo, sea la vida, sea
la muerte, sea lo presente, sea lo venidero: todo es vuestro, por-
que todo milita y sirve para vuestro bien. Y no sólo lo que está
sobre los cielos, sino también el mismo Señor de los cielos se nos
ha dado en mil maneras: en padre, en tutor, en salvador, en maes-
tro, en médico, en precio, en mantenimiento, en remedio, en ga-
lardón, y en todas las cosas. El Padre nos dio á su Hijo, el Hijo nos
meresció al Espíritu Sancto, y el Espíritu Sancto nos hace me-
rescer al mismo Padre, de quien manan todos los bienes. Pues si
este Padre (como el Apóstol dice) nos dio á su mismo Hijo (que
era la mayor dádiva que nos podía dar) ^cómo no nos dará con
él todas las cosas?
Pues si es verdad que todo cuanto Dios tiene ha puesto en
tus manos, si por tantas partes te tiene obligado y preso con tan-
tos beneficios, ¿cómo es posible que tengas manos para ofender á
tan larguísimo y piadosísimo bienhechor? Extremo mal parece
que era no agradescer tan grandes bienes: pues ¿ qué será añadir
al desagradecimiento menosprecio y ofensas del bienhechor? Si
aquel mancebo se hallaba tan cativo y tan impotente para ofen-
der á quien le había puesto en las manos toda su casa, ^cómo tie-
nes tú fuerzas y corazón para ofender á quien el cielo, y la tie-
rra, y á sí mismo se puso en tus manos? ¡Oh más ingrato que los
brutos animales, oh más fiero que las fieras, oh más sensible
que todas las cosas insensibles, si no sientes tan grande mal! Por-
que ¿qué fiera, qué león, qué tigre se desmandó jamás en hacer
mal á quien bien le hiciese? De un perro escribe Sant Ambrosio
que estuvo toda una noche llorando y aullando á su señor, por-
que se lo había muerto un su contrario: y como otro día por la
mañana se llegase mucha gente á ver el muerto, y entre ellos
también el matador, arremetió luego contra él y á bocados y la-
dridos dio á entender la culpa secreta del malhechor. Pues si los
perros, por un pedazo de pan, tal amor y fe tienen con sus seño-
res, ¿cómo serás tú tan ingrato, que en ley de razón y humanidad
te dejes vencer de un perro? Y si aquel animal tanto se indignaba
contra quien le mató su señor, ¿cómo no te indignarás tú contra
los que mataron al tuyo? Y ¿quién son (si piensas) los que le ma-
taron, sino tus pecados? Éstos fueron los que le prendieron, és-
36 GUIA DE PECADORES
tos los que le ataron, y azotaron, y pusieron en cruz. Porque no
fueran los verdugos poderosos para esto, si tus pecados no lo fue-
ran. Pues ¿porqué no te embravecerás contra este tan cruel
homicida que quitó la vida á tu Señor? <: Porqué, viéndole muerto
ante ti y por ti, no crecerá más en ti el amor para con El y el
aborrecimiento contra el pecado que le mató?
Especialmente sabiendo que todo lo que en este mundo hi-
zo, dijo y padesció, todo fué por causar en nuestros corazones
aborrescimiento y apartamiento del pecado. Por matar el pecado
murió, y por echarle clavos en pies y manos se dejó El enclavar
en la cruz. Pues ¿porqué quieres tú hacer vanos todos los traba-
jos y sudores de Cristo, pues te quieres quedar en aquella mis-
ma servidumbre de que él con su sangre te libró? ¿Cómo no tem-
blarás de solo el nombre del pecado, pues ves á Dios hacer tan
grandes extremos por destruirlo? ¿Qué más pudiera Dios hacer
para retraer á los hombres de pecar, que ponérseles delante atra-
vesado en una cruz? ¿Quién osaría ofender á Dios, si viese el pa-
raíso y el infierno abierto delante sí? Pues sin dubda mayor
cosa es ver á Dios puesto en una cruz, que todo esto. Por donde,
á quien no mueve esta hazaña tan grande, no sé qué cosa haya
en el mundo que le puede mover.
DE OTROS I^IUCHOS BIENES QUE DÉ PRESENTE ACOMPAÑAN
Á LA VIRTUD
CAPÍTULO VIL
SI por ventura dijeres que todas estas cosas susodichas
son obligaciones de justicia, y bienes y males que para
adelante se prometen, y que deseas ver algo de pre-
sente que te mueva el corazón (pues tanto suele mover la vista de
los objcctos presentes) también te daremos aquí las manos llenas de
eso mismo que deseas. Porque dado caso que nuestro Señor tenga
el mejor vino y los mejores bocados guardados para el fin del con-
vite, mas no por eso deja á los suyos ayunos y boquisecos en
este camino: porque sabe Él bien que desta manera no podrían du-
rar en él. Por donde, cuando dijo él á Abraham: No temas, Abra-
ham, porque soy tu defensor, y tu galardón será muy grande: dos
cosas le prometió en estas palabras: una de presente (que era su
tutela y amparo para todas las cosas desta vida) y otra de fu-
turo, que es el galardón de la gloria, que se guardaba para la
otra. Mas qué tan grande sea la primera promesa, y cuántas ma-
neras de bienes y favores encierre en sí, no lo podrá entender,
sino quien hobiere diligentemente leído las Escrituras sagradas,
las cuales ninguna cosa más á menudo repiten y encarecen, que
la grandeza de los favores, regalos y beneficios que nuestro Se-
ñor promete á los suyos en esta vida. Lee el Psalmo Dominiis regit
me: \Qe,Qtii habitat in adiiitorio altissimi: lee, Diligam te dñe for-
fittido mea: lee las bendiciones y maldiciones del Deuteronomio,
y lee finalmente todo el nuevo y viejo Testamento, y verás claro
cuántas maneras de bienes y de favores se prometen á los jus-
tos en esta vida.
Oye lo que dice Salomón en sus Proverbios sobre este caso.
Bienaventurado el varón que halló la sabiduría. Porque más vale
la posesión de ella, que todos los tesoros de plata y oro, por
muy subido y precioso que sea. Más vale que todas las riquezas
del mundo: y todo cuánto el corazón humano puede desear, no
jS GUIA DE PECADORES
se puede comparar con ella. La longura de días está en su dies-
tra, y en su siniestra riquezas y gloria. Sus caminos son caminos
hermosos, y todas sus sendas son pacíficas. Árbol de vida es para
todos aquéllos que la han alcanzado: y el que perseverantem en-
te la poseyere, será bienaventurado. Guarda pues, hijo mío, la ley
de Dios y sus consejos, porque esto será vida para tu ánima, y
dulzura para tu garganta. Entonces andarás seguro en tus cami-
nos, y tus pies no hallarán en que tropezar. Si durmieres, no ten-
drás por qué temer: y si reposares, serte ha tu sueño reposado.
Ésta es pues, hermano, la suavidad y descanso del camino de los
buenos: mas del que los malos llevan, mira cuan diferentes nue-
vas nos dé la Escríptura: Quebrantamiento y desventura hay en
los caminos de ellos, y nunca supieron qué cosa era camino de
. paz. Y en otro lugar: El camino de los malos (dice el Eclesiás-
tico) está lleno de barrancos, y al cabo de la jornada les están
aparejados infierno, tinieblas y pena. ^Paréscete pues que es buen
trueque dejar el camino de Dios por el del mundo, habiendo tan-
ta diferencia del uno al otro, no sólo en el fin del camino, sino
también en todos los pasos del? Pues ¿qué mayor desatino, que
querer más con un tormento ganar otro tormento, que con un
descanso otro descanso?
Y para que aun más claro veas la grandeza deste descanso,
y la muchedumbre de bienes que de presente acompañan este
bien, ruégote que oyas atentamente lo que el mismo Dios y Se-
ñor nuestro promete por Isaías á los guardadores de su ley, cuasi
por estas palabras, según que las declaran diversos intérpretes.
Cuando hicieres (dice él) tales y tales cosas que yo mando, luego
te amanecerá el alba del día claro (que es el sol de justicia) que
deshaga todas las tinieblas de tus errores y tristezas: y luego co-
menzarás á tener entera y verdadera salud: y la justicia de tus
buenas obras irá como una candela delante de ti, y la gloria del
Señor por todas partes te cercará, para que seas honrado ante los
ojos de Dios y de los hombres. Entonces invocarás el nombre
del Señor, y oirte ha: clamarás, y dirá: vesme aquí presente para
todo lo que te cumpliere. Entonces en medio de las tinieblas de
las tribulaciones y angustias desta vida te resplandescerá la luz
del favor divino que te consuele, y tus tinieblas serán como el
medio día: porque las mismas calamidades, y aun las caídas de
los pecados pasados, ordenará el Señor que te vengan á ser oca-
LIBRO I. CAPÍTULO VIL 5^
sión de mayor felicidad. Y darte ha él siempre verdadera paz y
descanso en el ánima, y en el tiempo de la hambre y esterilidad
te dará hartura y abundancia, y tus huesos serán librados de la
muerte y de los fuegos eternos. Y serás como un jardín de re-
gadío y como una fuente de agua que nunca deje de correr, y
edificarse ha en ti lo que de muchos años estaba desierto, para
que permanezca con sólidos fundamentos de generación en ge-
neración. Y si trabajares por sanctificar mis fiestas, no gastándo-
las en malos pasos, ni en hacer tu voluntad contra la mía, guar-
dando muy delicadamente y con toda solicitud lo que yo mando
en este día, entonces te deleitarás en el Señor (cuyos deleites so-
brepujan á todos los deleites del mundo) y levantarte he sobre
todas las alturas de la tierra (que es á un estado de vida felicísi-
ma adonde no puede llegar toda la facultad de la fortuna ni de
la naturaleza humana) finalmente darte he después la hartura y
abundancia de aquella preciosa heredad que prometí yo á Jacob
tu padre, que es la bienaventuranza de la gloria: porque la boca
del Señor ha hablado.
Estos, pues, son los bienes que promete Dios á los suyos: de
los cuales aunque algunos sean de futuro, los más dellos son de
presente: como es aquella nueva luz y resplandores del cielo,
aquella hartura y abundancia de todos los bienes, aquel arrimo
y confianza en Dios, aquella asistencia divina á todas las oracio-
nes y peticiones, aquella paz y tranquilidad de consciencia,
aquella tutela y procidencia divina, aquel jardín de regadío, que
es el verdor y hermosura de la gracia, aquella fuente que nunca
le faltan aguas, que es la provisión y suficiencia de todas las co-
sas, aquellos deleites divinos que sobrepujan á todos los huma-
nos, y aquel levantamiento de espíritu á donde no puede llegar
toda la facultad de la naturaleza criada. Todos éstos son favores
que Dios promete á los suyos: todos son obras de su misericordia,
efectos de su gracia, testimonios de su amor, y regalos de la pro-
videncia paternal que él tiene de los suyos. Sobre cada uno de
los cuales había tanto que decir, que no sufre la brevedad deste
volumen que de cada cosa destas se trate en particular. Pues de
todos estos bienes gozan los buenos en esta vida y en la otra, y
de todos ellos carescen los malos: para que por aquí veas la dis-
tancia que hay de los unos á los otros, pues tan ricos están los
unos de favores del cielo, y tan pobres y necesitados los otros.
40 GUIA DE PECADORES
Porque sí miras atentamente todas estas palabras susodichas, y
miras también la condición y estado de los buenos y de los ma-
los, hallarás que los unos están en gracia de Dios, y los otros en
desgracia: los unos son amigos, los otros enemigos: los unos están
en luz, los otros en tinieblas: los unos gozan de consolaciones de
ángeles, los otros de deleites de puercos: los unos son verdade-
ramente libres y señores de sí mismos, los otros esclavos de
Satanás: los unos viven en continua paz, los otros en cruelísima
guerra: á los unos alegra el testimonio de la buena consciencia,
á los otros remuerde siempre el gusano de la suya: los unos en
la tribulación permanecen en su mismo lugar, los otros como paja
liviana son arrebatados del viento: los unos están amarrados y
y seguros con el áncora de la esperanza, los otros desamarra-
dos y expuestos á los ímpetos de la fortuna: las oraciones de los
unos son aceptas y agradables en los oídos de Dios, las de los
otros aborrecidas y execrables: la muerte de los unos es quieta,
pacífica y preciosa en el acatamiento divino: la de los otros in-
quieta, congojosa y llena de mil temores: finalmente los unos
viven como hijos debajo de la tutela y amparo de Dios, y duer-
men dulcemente debajo la sombra de su providencia pastoral:
los otros, excluidos desta manera de providencia, andan como
ovejas descarriadas sin pastor y sin dueño, expuestas á todos
los peligros y encuentros de la fortuna.
Pues si todos estos bienes acompañan á la virtud, dime, jqué
es lo que te detiene para que no abraces tan grande bien? ¡jQué
puedes alegar en descargo de tu negligencia? Decir que esto no
es verdad, no ha lugar, pues lo ves todo fundado en palabras de
Dios y testimonios de su Escriptura. Decir que éstos sean peque-
ños bienes, no ha lugar, pues exceden (como ya dijimos) todo lo
que el corazón humano puede desear. Decir que eres enemigo
de ti mismo y que no cobdicias estos bienes, tampoco esto se
puede decir: pues el hombre naturalmente es amigo de sí mis-
mo, y la voluntad humana tiene por objecto el bien, que es el
blanco y paradero de su deseo. Decir que no entiendes ni gus-
tas estos bienes, no basta para descargarte de culpa, pues tienes
la fe de ellos, aunque no tengas el gusto, porque el gusto piér-
dese por el pecado, mas no la fe: y la fe es testigo más cierto,
más seguro y más abonado que todas las otras experiencias y
testigos del mundo. Pues ¿ porqué no desmentirás con este testi-
Libro i. capítulo vil 41
go á todos los otros? ¿Porqué no creerás más á la fe, que á tu
proprio parecer y juicio? ¡Oh, si quisieses acabar de determinarte,
y arrojarte en los brazos de Dios, y fiarte del, cómo verías luego
en ti el cumplimiento destas profecías! Verías la grandeza des-
tos tesoros: verías cuan ciegos andan todos los amadores deste
siglo, pues no buscan este bien: y verías finalmente con cuánta
razón nos convida el Salvador á esta manera de vida diciendo:
Venid á mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo
os daré refrigerio: tomad mi yugo sobre vosotros, y hallaréis des-
canso para vuestras ánimas: porque mi yugo es muy suave, y
mi carga liviana. No es Dios engañador, ni falso prometedor, ni
grande encarescedor de las cosas que promete. Pues ¿porqué hu-
yes el descanso? ¿Porqué desechas la paz y la suavidad? ¿Porqué
desprecias el halago y la dulce voz de tu pastor? ¿Cómo osas
despedir de ti la virtud, teniendo tal sobreescrito como éste, fir-
mado de la mano de Dios? Menores cosas oyó la Reina Sabá de
Salomón, y vino de los últimos fines de la tierra á probar lo que
había oído. Pues ¿¡porqué oyendo tú tales y tan ciertas nuevas de
la virtud, no te aventurarás á un poco de trabajo, siquiera por
averiguar la verdad deste negocio? Fíate pues, hermano, fíate de
Dios y de su palabra, y arrójate confiadamente en sus brazos,
y suelta de las manos esa nonada que te detiene, y verás cómo
queda vencida la fama de la virtud con sus merecimientos, y có-
mo es nada todo lo que se dice, en comparación de lo que es.
RESPONDE Á LAS EXCUSAS DE LOS MALOS
CAPÍTULO VIII.
'ON todas estas cosas que justifican el partido de la
virtud, no les faltan sus excusas á los malos con que
defenderse: porque como está escrito, achaques bus-
ca el que quiere apartarse de su amigo: y quien esto hace, en
todo tiempo será digno de reprehensión.
Algunos pues hay que con una sola palabra responden á todo
esto, diciendo que adelante se emendarán y tomarán otro ca-
mino de vida, paresciéndoles que por agora les es muy dificul-
toso este negocio, y que adelante les será más fácil. Éste es uno
de los grandes engaños que se pueden pensar. Porque si tú quie-
res todo este tiempo perseverar en esa mala vida que vives, y
añadir pecados á pecados, ^cómo podrás adelante más fácilmente
dejarlos, estando más mal acostumbrado y habituado á ellos?
Adelante (si ese adelante llegare y no se acabare mañana) esta-
rá la mala costumbre más confirmada, y la naturaleza más estra-
gada, y el demonio más apoderado de ti, y tú más alejado de
Dios, y por consiguiente más ciego y más arraigado en el mal.
Pues ¿cómo te será más fácil este negocio, cresciendo en él todas
estas nuevas dificultades con la perseverancia del pecar? Si cada
vez que pecas te alejas como una jornada del camino de la vir-
tud, ¿cómo te volverás á él más fácilmente, habiéndote alejado
tantas jornadas cuantos pecados has cometido ? Bien parece esta
respuesta de quien tiene por maestro al padre de la mentira, pues
te hace creer que mientra más tiempo hobiere gastado en apren-
der el vicio, y olvidar la virtud, y desandar el camino della, te
será más fácil volver á él.
Pues ¿qué diré entre todas estas cosas del poder solo de la
mala costumbre y de la fuerza que tiene para detenernos en el
mal? Porque es cierto que así como los que hincan un clavo, con
cada golpe que le dan, lo hincan más, y con otro golpe más, y
así mientra más golpes le dan, más fijo queda y más dificultoso
LIBRO I. CAPÍTULO VITI. 4 5
de arrancar: así con cada obra mala que hacemos, como con una
martillada se hinca más y más el vicio en nuestras ánimas, y así
queda tan aferrado, que apenas hay manera para poderlo des-
pués arrancar. Por donde vemos que la vejez de aquéllos que
gastaron la mocedad en tales y tales vicios, suele ser muchas ve-
ces amancillada con las disoluciones de aquella edad pasada,
aunque la presente las rehuse, y la misma naturaleza las sacuda
de sí: porque todo esto vence la tiranía y fuerza de la mala
costumbre. Por lo cual se escribe en el libro de Job que los hue-
sos del malo serán llenos de los vicios de su mocedad, y con él
dormirán en la sepultura. De manera que los tales vicios no tienen
otro término, sino el común término de todas las cosas, que es la
muerte, la cual sola basta para curarlos. Y la causa de esto
es, porque por razón de la vieja costumbre (que está ya conver-
tida en naturaleza) tienen los apetitos de los vicios tan íntima-
mente arraigados en los huesos y medulas de su ánima, como
una calentura lenta de tísicos, que está allá metida en las entra-
ñas del hombre, que no espera cura ni medicina.
Esto mismo nos mostró también el Salvador en la resurrec-
tión de Lázaro de cuatro días muerto, al cual resuscitó con tan
grandes clamores y sentimientos: como quiera que los otros
muertos resuscitase con tanta muestra de facilidad: para dar á en-
tender cuan gran milagro sea resuscitar Dios al que está ya de
cuatro días muerto y hediondo, esto es, de muchos días y de
mucho tiempo acostumbrado á pecar. Porque (como declara San
Augustín) entre estos cuatro días, el primero es el deleite del pe-
cado, el segundo el consentimiento, el tercero la obra, el cuarto
la costumbre de pecar: y el que á este punto llega, ya es Lázaro
de cuatro días muerto, que no resuscita sino á fuerza de brami-
dos y lágrimas del Salvador.
Y ya que este bien viniese por tu casa (lo cual vemos cuan
pocas veces acaesce) dime, (¡en qué ley cabe que habiéndote Dios
amado ab aeterno y criado para darte gloria para siempre, no
quieras emplear en servicio de tan antiguo amador y bienhechor
esa tan corta vida que tienes, sino que aun dése momento le
quieras quitar tantas mitades ?
44 GUIA D15 PECADORES
Contra los que dilatan la penitencia á la muerte,
§. II.
'AvS algunos hay tan ciegos y desvergonzados, que no se
contentan con echar este negocio para adelante, sino aun
lo reservan para el mismo punto de la muerte. Oh loco desvaria-
do, i y con solo ese precio piensas comprar el reino de los cielos,
y merecer la compañía y silla de los ángeles?^ Tú no ves que todo
lo que en esta hora se hace, por la mayor parte es necesidad y
no voluntad, fuerza y no libertad, temor y no amor, y si amor,
no amor de Dios, sino amor proprio, que naturalmente teme su
daño? ¿Tú no ves que es contra todas las lej^es de la divina jus-
ticia, que habiendo empleado toda la vida en servicio del demo-
nio, vayas en cabo á pedir el galardón á Dios? ¿No miras en
lo que pararon aquellas cinco vírgines locas del Evangelio, que
aguardaron á aparejarse para la cuenta al tiempo que querían
darla? Pues, ¿cómo esperas tú otro mejor suceso, después de avi-
sado por este ejemplo, permaneciendo en el mismo descuido?
Poderoso es Dios para inspirar verdadera penitencia cuando
él quisiere: mas, cuan pocas veces acaesca en esta hora y cuan po-
cos en ella hagan verdadera penitencia, pregúntalo á Sanct Augus-
tín, á Sanct Ambrosio, á Sanct Gregorio, y finalmente á todos los
sanctos, y verás cuan escrupulosamente hablan en esto, y enten-
derás cuan gran locura sea tener tú por segura la nevegación de
un golfo de quien tan sabios marineros hablan con tan gran te-
mor. Oficio es el bien morir, que conviene aprenderse toda la
vida: porque en la hora de la muerte hay tanto que hacer en
morir, que apenas hay espacio para aprender á bien morir.
General regla es que cual es la vida de cada uno, tal es su
muerte, y por consiguiente, que si la vida fuere mala, también
lo será la muerte, si Dios no quiere por especial privilegio ha-
cer otra cosa. Esta sentencia no es mía, sino del Apóstol, el cual
dice que el fin de los malos será conforme á sus obras: porque
regularmente hablando, ni de malas obras se espera buen fin, ni
de buenas malo.
Revuelve todas las Escripturas sagradas, y no hallarás en ellas
otra sentencia más veces repetida que ésta, que lo que sembra-
LIBRO I. CAPÍTULO VIH. 4 5
re el hombre, eso cogerá, y que á la hora de la muerte vendrán los
malos á coger el fructo de sus caminos, y que Dios ha de dar á
cada uno según sus obras, y que el fin de cada uno será confor-
me á la vida que hobiere vivido, y que la justicia del justo estará
sobre su cabeza, y la maldad del malo sobre la suya, y otras mil
sentencias semejantes. Si toda la Escriptura divina se pudiese
fundir para, ver qué salía della, apenas saldría otra cosa más ve-
ces repetida que ésta. Pues si tus obras todas son malas, y la vida
mala, ^qué podemos prenosticar della (si echamos juicio por este
astrolabio) sino tal fin, cuales han sido los medios, y cual ha sido
la vida? ^Qué podremos juzgar que cogerá en la otra vida sino
corrupción, quien en ésta ninguna otra cosa sembró sino corrup-
ción? (jPor ventura (dice el Salvador) cogerán de las espinas car-
dos, ó de los cardos higos ?
Y si la casa del malo (como dice Salomón) está inclinada á
la muerte, y sus sendas van derechas al infierno, ¿qué se puede
esperar dcste camino sino este paradero ? ¿A dónde caira el árbol,
ó la pared que está inclinada á un lado, cuando caiga, sino hacia
la parte que está inclinada? Pues aquél cuya vida, cuyas palabras,
cuyas obras y pensamientos han estado siempre inclinados al in-
fierno (porque todas han sido merecedoras del) ¿adonde irá á
parar después de todo esto, sino á él? ¿Adonde irá á parar sino
á las tinieblas exteriores, el que siempre anduvo en las interio-
res? ¿Cómo quieres tú que al cabo de la jornada venga á parar
en el cielo quien anduvo siempre por el camino del infierno?
Contra los que se favorecen con la misericordia de Dios para el mal
§. ni.
'i por otra parte dices que es grande la misericordia de
Dios, y ésa te calienta de tal manera, que perseverando
en tu mala vida, tengas por segura tu salvación, dime, ¿qué mayor
ofensa puedes hacer á esa misericordia, que tomar de ella oca-
sión para más ofenderla? ¿Quién te enseñó á hacer esa conse-
cuencia, que porque Dios es bueno, tengas tú licencia para ser
más malo, y salir con ello ? A lo menos el Espíritu Sancto no en-
seña argüir desa manera, sino desta; Porque Dios es bueno, me-
40 CUIA DE PECADORES
rece ser honrado, y obedecido, y amado sobre todas las cosas.
Porque Dios es piadoso y misericordioso, es razón que yo lo sea
y esté confiado en él que me perdonará, por grande pecador
que haya sido, si me apartare del pecado y me volviere de todo
corazón á él. Mas si perseverando siempre en el mal, todavía
crees que no se compadesce con su misericordia que te conde-
nes, oye lo que con esa misericordia se compadece.
No me negarás sino que de cien partes del mundo, apenas
es una de cristianos, y que de las noventa y nueve que quedan
ni una sola se salva. Porque así como fuera del arca de Noé no
escapó ninguno en tiempo del diluvio, ni fuera de la casa deRaab
se guareció ninguno de los moradores de Hiericó, así ninguno se
salva fuera de la casa de Dios, que es su Iglesia. Pues lo que se
llama cristiandad, mira de la manera que está en nuestros tiem-
pos, y hallarás por cierto que en todo este cuerpo místico den-
de la planta del pie hasta la cabeza apenas hay en él cosa del
todo sana. Saca afuera algunas cibdades principales (donde hay
algún rastro de doctrina) y discurre por todo esotro carnaje de
villas y lugares (donde no hay memoria della) y hallarás mu-
chos pueblos de quien se puede verificar aquello que dijo Dios
en un tiempo por Hierusalem: Rodead todas las calles y barrios
de Hierusalem, y buscad un hombre que sea verdaderamente
justo, y yo usaré de misericordia con él. Corre, no digo ya por
todos los mesones y plazas, que éstos son lugares dedicados á
mentiras y trampas, sino por todas las casas de vecinos, y (como
dice Hieremías) pon la oreja á escuchar lo que hablan, y halla-
rás que apenas se oye palabra que buena sea: sino aquí oi-
rás murmuraciones, allí torpezas, aquí juramentos, alH blasfe-
mias, y rencillas, y cobdicias, y amenazas: y finalmente en toda
parte el corazón y la lengua tratan de la tierra y de sus ganan-
cias, y en muy pocas de Dios y de sus cosas, si no es para jurar
y perjurar su nombre, que es aquella memoria de que se queja
por el mismo Profeta diciendo: Acuérdanse de mí, mas no co •
mo debrían, jurando por mi nombre mentirosamente. De manera
que á lo menos por las insignias que se ven de fuera, apenas
podrás juzgar si aquel pueblo es de cristianos ó de gentiles,
si no es por ventura por las torres de las campanas que asoman
de lejos, ó por los juramentos y perjurios que se oyen de cerca:
y cuasi todo lo demás de gentiles es. Pues ¿ cómo pueden entrar
LIBRO 1. CArÍTULO VIH. 47
éstos en la cuenta de aquéllos de quien dice Isaías: Todos cuan-
tos los vieren, luego los conocerán, porque éstas son las plantas
á quien Dios echó su bendición? Pues si tal ha de ser la vida
del cristiano, que todos cuantos le vieren, le juzguen por hijo
de Dios, ^en qué cuenta podremos tener á éstos, que más pare-
cen burladores y despreciadores de Cristo, que cristianos ? Pues
si tal es la vida déstos, ¿qué se puede esperar de su salvación,
según la regla general que arriba pusimos?
He dicho todo esto, para que entiendas que si con esta tan
gran misericordia de Dios, que tú alegas, se compadesce que ha-
ya en el mundo tantos infieles, y en la Iglesia tantos malos
cristianos, y que si de los infieles se pierden todos, y de los
cristianos tantos, también se compadecerá que te pierdas tú
también con ellos, si fueres tal como ellos. Por ventura riéronsete
á ti los cielos cuando nascías, ó mudáronse entonces los dere-
chos de Dios y las leyes de su Evangelio y de su justicia, por-
que para ti haya de ser un mundo y para los otros otro?
Con esta misma misericordia se compadesció también la caí-
da de los ángeles, y el pecado de los primeros hombres y de
todo el género humano con ellos, y de todo el mundo con las
aguas del diluvio, y la destruición espantable de Hierusalem, y
de Babilonia, y de Nínive, y de otras nobilísimas cibdades y
provincias: y con ésa se ha compadescido que el infierno haya
dilatado su senOj y que desciendan cada día millares de ánimas
á él. ¿Y no se compadecerá que descienda también la tuya, si
vivieres esa misma vida? Y porque no digas que entonces era
Dios riguroso y agora manso, mira que con esa mansedumbre
se compadesce toda esto que has oído: para que no dejes tú
también de temer tu castigo, aunque seas cristiano, si eres malo,
pues está claro que la fe ociosa no es instrumento de salud, sino
causa de mayor condenación.
¿Perderá por ventura Dios su gloria, si tú solo dejares de en-
trar en ella? ¿Tienes tú algunas grandes habilidades de que Dios
tenga particular necesidad, porque te haya de sufrir con todas
tus tachas buenas y malas? O ¿tienes alguna cédula de seguro,
para que contigo solo use deste nuevo privilegio? Pues á los hi-
jos de David que fueron privilegiados por los méritos de su pa-
dre, no dejó Dios de dar su merecido cuando fueron malos, y
así muchos de ellos acabaron desastradamente. ¿Y estás tú vana-
48 GUIA DE PECADORES
mente confiado, creyendo que con todo eso estás seguro? Ye-
rras, hermano mío, yerras, si crees que eso sea esperar en Dios.
No es ésa esperanza, sino presumpción: porque esperanza es creer
que arrepintiéndote y apartándote del pecado, te perdonará
Dios, por malo que hayas sido: mas presumpción es creer que
perseverando siempre en la mala vida^ todavía tienes tu salva-
ción segura.
Contra los que se excusan con el ajuor del mundo.
§. IV.
)as por ventura dirás que el amor del mundo y de sus
cosas tiene preso tu corazón, y ése es el que te impide
este camino. Esta excusa es de hombre que aun no ha probado
por experiencia los bienes espirituales, y por eso estima en tanto
los corporales. El rústico aldeano piensa que no hay otra cosa
mejor que su aldea, cuando no ha visto los grandes y hermosos
edificios de las ricas cibdades. El niño llora cuando sale del vien-
tre de su madre, porque no conosce cuánto mejor mundo es este
á donde viene, que aquel de donde sale. Aquellos primeros hom-
bres del mundo estimaban en mucho la billota y las casas pa-
jizas, antes que se descubriesen las mieses abundosas y los
edificios de cantería seguros. Y desta manera, como los hombres
carnales no hayan visto ni gustado los bienes espirituales, ni ex-
perimentado la suavidad, la dignidad, la nobleza y hermosura de
ellos, precian mucho estos falsos y caducos bienes, porque no
han conoscido los otros, porque si de verdad los hobiesen conos-
cido, no sería posible que no despreciasen éstos, según que lo
significó el profeta Isaías cuando dijo: En aquel día escupirás
y abominarás las planchas de oro y plata, y las imagines de los
ídolos que adorabas, como paños sucios y manchados, y dicirlas
has denodadamente: ios de mí, y salid de mi casa. De suerte que
así como escupieron y desecharon los hombres á los falsos dioses,
cuando conoscieron al verdadero Dios, así escupen y desechan
todos los falsos bienes del mundo, después que comienzan á gus-
tar los verdaderos bienes del cielo. Porque (como dice S. Ber-
nardo) en gustándose la suavidad espiritual, luego toda carne
LIBRO I. CAPÍTULO VIIL 49
(que es todos los bienes y deleites del mundo) pierde su sabor.
Ésta es, pues, una muy principal causa deste engaño en que vi-
ven los hombres.
Hay otra allende de ésta, la cual es, que no sólo no conoscen
los bienes espirituales, mas ni aun conocen esos mismos tempo-
rales: porque no sería posible que los amasen como los aman, si
de verdad los conosciesen. Porque, dime, ¿qué cosa es este mundo
con todos sus bienes (si se mirase con buenos ojos, y se enten-
diesen bien sus telas, sus marañas, sus paraderos y sus engaños)
qué es, digo, sino una arca de trabajos, una escuela de vanida-
des, una plaza de engaños, un labirinto de errores, una cárcel de
tinieblas, un camino de salteadores, una laguna cenagosa y un
mar de continuos movimientos? ¿Qué es este mundo, sino (como
dice un sabio) tierra estéril, campo pedregoso, bosque lleno de
espinas, prado verde y lleno de serpientes, jardín florido y sin
fruto, río de lágrimas, fuente de cuidados, dulce ponzoña, fábula
compuesta y frenesí deleitable? ¿Qué bienes hay en él que no
sean falsos, y qué males que no sean verdaderos? Su sosiego es
congojoso, su seguridad sin fundamento, su miedo sin causa, sus
trabajos sin fructo, sus lágrimas sin propósito, sus propósitos sin
suceso, su esperanza vana, su alegría fingida, su dolor verdade-
ro, su orden y concierto lleno de confusión. Así que, hermano
mío, ten por cierto que la paz y contentamiento que deseas, no
se halla en el mundo, sino en Dios: ni en la posesión de las co-
sas, sino en el menosprecio y desestima de ellas. Cerca la mar y la
tierra, y anda por do quisieres (dice S. Augustín) que á doquie-
ra que fueres, serás miserable, si no vas á Dios.
Contra los que se excusan diciendo que es áspero el camino de Dios.
§. V.
^TROS hay que se excusan por otra manera, diciendo que es
áspero el camino de Dios, por mandarse en él cosas difi-
cultosas y contrarias á la inclinación y apetitos del hombre. Ésta
es una de las principales excusas que á muchos hace desmayar
en este negocio. Los que esto dicen (puesto caso que sean cris-
OBRAS DE GRAN.\DA X-4
50 GUIA DÉ PECADORES
tianos y vivan en la ley de gracia) no han conocido la primera
letra del a. b. c. desta ley, ni se han desayunado deste misterio.
¡ Pobre de ti ! Tú que dices que eres cristiano, dime, ^para qué vino
Cristo al mundo? ^Para qué derramó su sangre? ¿Para qué instituyó
los sacramentos? ¿Para qué envió el Espíritu Sancto? ¿Qué quiere
decir Evangelio? ¿Qué quiere decir gracia? ¿Qué Jesús? ¿Qué sig-
nifica ese nombre tan celebrado de ese mismo Señor que adoras? Y
si no lo sabes, pregúntalo al Evangelista que dice: Ponerle has por
nombre Jesús, porque Él hará salvo á su pueblo de sus pecados.
Pues ¿qué es ser salvador y librador de pecados, sino merecer-
nos el perdón de los pecados pasados, y alcanzarnos gracia para
excusar los venideros? ¿Para qué vino Cristo al mundo, sino para
ayudarte á ser salvo? ¿Para qué murió en la cruz, sino para ma-
tar el pecado? ¿Para qué resuscitó después de muerto, sino para
hacerte resuscitar en esta nueva manera de vida? ¿Para qué de-
rramó su sangre, sino para hacer della una medecina con que sa-
nase tus llagas? ¿Para qué ordenó los sacramentos, sino para re-
medio y socorro de los pecados? ¿Cuál es el principal fructo de su
pasión y de su venida, sino habérsenos allanado por ella el camino
del cielo, que antes era áspero y dificultoso ? Así lo significó Isaías
cuando dijo que en la venida del Mesías los caminos torcidos se
enderezarían, y los ásperos se allanarían. Finalmente ¿para qué
sobre todo esto envió el Espíritu Sancto, sino para que de carne
te hiciese espíritu, y para qué le envió en forma de fuego, sino
para que como fuego te encendiese, y alumbrase, y fortaleciese,
y alegrase, y transformase en sí mismo, y. te subiese al cielo de
donde él fué enviado? ¿Para qué es la gracia junto con las virtu-
des infusas que de ella proceden, sino para hacer suave el yugo
de Cristo, para hacer ligero el ejercicio de las virtudes, para can-
tar en las tribulaciones, para esperar en los peligros y vencer en
las tentaciones? Éste es el principio, y el medio, y el fin del Evan-
gelio: conviene saber, que así como un hombre terrenal y peca-
dor (que fué Adam) nos hizo pecadores y terrenos, así otro hom-
bre celestial y justo (que vino del cielo) nos hizo celestiales y
justos. ¿Qué otra cosa escriben los Evangelistas ? ¿Qué otras pro-
mesas anunciaron los Profetas? ¿Qué otra predicaron los Apósto-
les? No hay más teología que ésta. Ésta es la palabra abreviada
que Dios hizo sobre la tierra, ésta es la consumación y abrevia-
ción que el profeta Isaías dice que oyó á Dios, de la cual se si-
LIBRO I. CAPÍTULO VIIL 5 1
guieron luego en el mundo tantas riquezas y abundancia de vir-
tudes y de justicia.
Haz pues tú agora cuenta que vienes de nuevo á la religión
cristiana, y que preguntas á algún sabio teólogo qué es lo que
contiene y manda esta nueva religión, y responderte ha que
manda al hombre ser bueno, y da ayuda para serlo: que manda
al hombre carnal ser espiritual, y da al Espíritu Sancto, para que
lo pueda ser. Grandísima miseria es que á cabo de tantos años
como ha que eres cristiano, no sepas la diferencia que hay del
cristiano al judío, ni de la ley de Escriptura á la de gracia. La
diferencia está en esto (pues no lo sabes) que aquella ley man-
daba al hombre ser bueno, y no le daba (cuanto era de su parte)
fuerzas para serlo: mas ésta manda que seas bueno, y date gracia
para ello: y por eso se llama ley de gracia. Aquélla mandaba pe-
lear, y no daba armas para la pelea: mandaba subir al cielo, y no
daba escalera para ello: mandaba á los hombres ser espirituales,
y no daba el Espíritu Sancto para que lo fuesen. Agora es de
otra manera (porque ya cesó aquel estado, y sucedió este otro
tan diferente, por los méritos y por la sangre de Cristo) ^y tú to-
davía, como si no hobiera cesado aquel estado ni venido Cristo
al mundo, estás judaizando, creyendo que por tus fuerzas solas
has de cumplir la ley, y por ella has de ser justificado?
Pues quienquiera que esto entendiere, verá luego claramente
la concordia de muchas auctoridades della, de las cuales unas ha-
cen este camino áspero, y otras suave: porque en un lugar dice
el Profeta: Por amor de las palabras de tus labios yo anduve por
caminos duros. Y en otro dice: En el camino de tus mandamien-
tos me deleité, así como en todas las riquezas. Porque este cami-
no tiene arabas estas cosas: conviene saber, dificultad y suavidad,
la una por parte de la naturaleza, y la otra por virtud de la gra-
cia: y así lo que era dificultoso por una razón, se hace ligero por
otra. Lo uno y lo otro significó el Señor cuando dijo que su yugo
era suave, y su carga liviana. Porque en decir yugo, significó el
peso que aquí había, y en decir suave, la facilidad que por parte
de la gracia se le daba.
Y si por ventura preguntares, ¿cómo es posible que sea yugo
y sea suave, pues la condición del yugo es ser pesado? A esto
se responde que la causa es, porque Dios lo alivia, y aun ayu-
da á tirallo, como él lo prometió por el profeta Oseas diciendo;
^i GUIA DE PECADORES
Yo les seré como quien levanta el yugo y lo quita de encima de
las cervices. Pues luego (jqué maravilla es que sea liviano el yugo
que Dios alivia, y el que ayuda á levantar? Si la zarza ardía y
no se quemaba, porque Dios estaba en ella, ^ qué mucho es que
ésta sea carga y ser liviana, pues el mismo Dios está en ella ayu-
dándola á llevar? ¿Quieres ver lo uno y lo otro juntamente en
una misma persona? Oye lo que dice S. Pablo. En todas las co-
sas padescemos tribulaciones, y no nos angustiamos: vivimos en
extrema pobreza, y no somos vencidos con ella: sufrimos per-
secuciones, y no somos desamparados: humíllannos, y no somos
confundidos: abátennos hasta la tierra, y no somos por eso per-
didos. ¿Ves pues aquí por un cabo la carga de los trabajos, y por
. otro el alivio y suavidad que hay en ellos por parte de la gracia?
Pues aun más claro significó esto mismo el profeta Isaías cuando
dijo: Los que esperan en el Señor, mudarán la fortaleza, corre-
rán, y no trabajarán: andarán, y no desfallescerán. ¿Ves pues aquí
el yugo deshecho por virtud de la gracia? ¿Ves trocada la fortale-
za de la carne en fortaleza de espíritu, ó por mejor decir, la for-
taleza del hombre en la de Dios? ¿Ves cómo el Profeta ni calló el
trabajo, ni calló el descanso, ni la ventaja que había de lo uno á
lo otro, cuando dijo: correrán, y no trabajarán: andarán, y no des-
fallescerán?
Así que, hermano mío, no tienes por qué desechar este cami-
no por áspero y dificultoso, pues en él está Dios y está su gracia:
porque no es razón que sea más poderosa la naturaleza que la
gracia, ni Adam que Cristo, ni el demonio que Dios, ni la con-
dición y naturaleza del mal que la del bien.
QUE NO DEBE EL HOMBRE DILATAR PARA ADEL.\NTE SU CONVER-
SIÓN, PUES TIENE TANTAS DEUDAS QUE DESCARGAR
CAPÍTULO IX.
UES si por una parte son tantas y tan grandes las causas que
nos obligan á mudar la vida, y por otra no tenemos excusa
alguna suficiente para no hacer esta mudanza, ruégote que me
digas, ^para cuándo aguardas á hacerla? Vuelve agora, herma-
no, un poco los ojos á la vida pasada, y mira (en cualquier
edad que agora estés) que ya es tiempo, y pasa de tiempo, de
comenzar á descargar algo de las deudas pasadas. Mira que
siendo cristiano reengendrado con el agua del sancto bautis-
mo, teniendo á Dios por padre y á la Iglesia por madre, y ha-
biéndote criado con la leche del Evangelio (que es con la doc-
trina de los Apóstoles y Evangelistas) y (lo que más es) con el
mismo pan de los ángeles (que es el Sacramento del altar) con
todo esto has vivido con tanta licencia como si fueras un puro
gentil que ningún conoscimiento tuvieras de Dios. Sino, dime,
^qué linaje de pecado hay que no hayas cometido? ^ Qué árbol ve-
dado hay en que no hayas puesto los ojos? <Qué prado verde hay
donde á lo menos con el deseo no hayas hecho fiesta á tu luju-
ria? ¿Qué se ha ofrecido á esos ojos, que no lo hayas deseado?
¿Qué apetito dejaste de cumplir, acordándote que tenías Dios y
que eras cristiano? ¿Qué más hicieras si no tuvieras fe, si no espe-
raras otra vida, sino temieras juicio? ¿Qué ha sido toda tu vida,
sino una tela de pecados, un muladar de vicios, un camino de
abrojos, y una perpetua desobediencia de Dios? ¿Con quién has
vivido hasta aquí, sino con tu apetito, y con tu carne, y con tu
honra, y con el mundo ? Ésos han sido tus dioses, ésos los ídolos
á quien has servido, y cuyas leyes has guardado. Cuenta con Dios,
con su ley y con su obediencia, por ventura no la has tenido más
que si fuera un Dios de palo. Porque es cierto que muchos cris-
tianos hay, que con la misma facilidad que pecarían si creyesen
que no hay Dios, con esa misma pecan creyendo que lo hay, y
S4 GUIA DE PECADORES
ninguna cosa menos hacen creyendo lo uno, que harían creyendo
lo otro. Pues ^qué mayor injuria, qué mayor desprecio puede ser
de tan alta majestad? Finalmente, creyendo todo lo que la reli-
gión cristiana cree, de tal manera has vivido como si creyeras ser
la mayor fábula ó mentira del mundo.
Y si no te espanta la muchedumbre de los pecados pasados y
la facilidad con que los heciste, ¿ cómo no te espanta siquiera la
majestad y grandeza de Aquél contra quien pecaste? Álzalos ojos,
y mira la inmensidad y grandeza de aquel Señor (á quien ado-
ran los poderes del cielo, ante cuyo acatamiento está postrada
la redondez del mundo, en cuya presencia todo lo criado no es
más que una paja liviana que se lleva el viento) y mira cuan
grande mal sea que un vilísimo gusanillo como tú se haya tan-
tas veces atrevido á ofender y provocar á ira los ojos de tan
grande majestad.
Mira la grandeza espantosa de su justicia y los castigos tan
horribles que hasta hoy tiene hechos en el mundo contra el pe-
cado, no sólo en particulares personas, sino también en cibdades,
gentes, reinos y provincias, y en todo el universo mundo: y no
sólo en la tierra, sino en el cielo: y no sólo en extraños y peca-
dores, sino en su mismo Hijo inocentísimo, porque se puso á pa-
gar por ellos. Pues si esto se hace en el madero verde, y por pe-
cados ajenos, en el seco y cargado de pecados propios (¿qué se
hará? Pues ¿qué cosa puede ser más desatinada que ponerse á
burlar un tan vil hombrecillo con un Señor que tiene la mano tan
pesada, que si la carga sobre ti, de un golpe te arrojará en el pro-
fundo de los infiernos?
Mira otrosí la paciencia deste Señor, el cual ha tanto tiempo
que te aguarda, cuanto ha que le ofendes: y que si después de
tantas riquezas de longanimidad y paciencia con que te ha espe-
rado, todavía perseveras en usar mal de su misericordia para pro-
vocar su ira, desarmará su arco, y sacudirá su aljaba, y llovera
sobre ti saetas de muerte.
Mira la profundidad de sus juicios tan altos, de los cuales lee-
mos y vemos cada día tan grandes maravillas. Vemos un Salo-
món, después de aquella sabiduría tan grande y de aquellas tres
mil parábolas y misterios profundísimos de los Cantares, desam-
parado de Dios y derribado ante las estatuas de los ídolos. Ve-
mos uno de aquellos siete primeros diáconos de la Iglesia, que
LIBRO I. CAPÍTULO IX. $^
estaban llenos del Espíritu Sancto, hecho no sólo hereje, sino he-
resiarca y padre de herejías. Vemos cada día muchas estrellas caer
del cielo en la tierra con miserables caídas, y venir á revolcarse
en el cieno, y comer manjar de puercos, los que asentados á la
mesa de Dios se mantenían del pan de los ángeles. Pues si los
justos por alguna secreta soberbia, ó negligencia, ó desagradeci-
miento que tuvieron, son así desamparados de Dios á cabo de
tantos años de servicio, ^qué esperas tú, que ninguna otra cosa
has hecho en toda la vida sino multiplicar ofensas contra Dios?
Pues veamos, quien desta manera ha vivido, ¿no sería razón
que cesase ya de añadir pecados á pecados, y deudas á deudas,
y que comenzase ya aplacar á Dios y descargar su ánima? ¿No
sería razón que bastase lo que hasta aquí se ha dado al mundo,
y á la carne, y al demonio, y que se diese algo de lo que queda
al que todo lo dio? ^jNo sería razón temer á cabo de tanto tiempo
y de tantas injurias la justicia divina, que cuanto sufre los malos
con mayor paciencia, tanto los castiga después con mayor justi-
cia? ¿No sería justo temer estar tanto tiempo en pecado y en des-
gracia de Dios, y tener contra sí un tan poderoso contrario como
él, y de padre piadoso, hacello juez y enemigo? ¿No sería razón
temer la fuerza de la mala costumbre, no venga á convertirse en
naturaleza, y hacer del vicio necesidad, ó poco menos? ¿Cómo no
temes de venir poco á poco á dar contigo en aquel despeñade-
ro del sentido reprobado, al cual después que viene el hombre, ya
no hace caso de nada?
Dijo el patriarca Jacob á su suegro Labán: Catorce años ha
que te sirvo y que miro por tu hacienda: tiempo es ya que yo
también mire por la mía, y comience á entender en las cosas de
mi casa. Pues si tú tantos años ha que te has empleado en ser-
vicio deste mundo y desta vida, ¿no será razón comenzar ya á
ganar algo para tu ánima y para la vida advenidera? No hay cosa
más breve ni más frágil que la vida del hombre: pues ¿porqué
proveyendo con tanto cuidado lo necesario para esta vida tan
breve, no provees algo para aquella que durará para siempre?
CONCLUSIÓN DE TODO LO SUSODICHO
CAPITULO X.
UES si todo esto es así, ruégote agora, hermano, por la san-
gre de Cristo que te acuerdes de ti mismo, y mires que
eres cristiano, y que tienes por suma verdad todo lo que predi-
ca la fe. Pues esa fe te dice que tienes sobre ti un juez, ante
cuyos ojos están presentes todos los pasos y momentos de tu
vida, en que es cierto que ha de venir día en que te pida cuen-
ta hasta de una palabra ociosa. Esa fe te dice que no se acaba
del todo el hombre cuando muere, sino que después de esta
vida temporal queda otra vida perdurable: y que no mueren las
ánimas con los cuerpos, sino que quedándose el cuerpo en
la sepultura, el ánima entrará en otra nueva región y en otro
nuevo mundo, donde tal tendrá la suerte y la compañía, cua-
les tuvo aquí las costumbres y la vida. Esa fe te dice que así el
galardón de la virtud, como el castigo del vicio, es una cosa tan
grande, que aunque todo el mundo estuviese lleno de libros, y
todas las criaturas fuesen escritores, antes se cansarían los escrip-
tores, y se agotaría el mundo, que se acabase de declarar lo que
cada cosa destas comprehende. Esa misma fe te dice que son
tan grandes las deudas y beneficios que debemos á Dios, que
aunque el hombre tuviese más vidas que arenas hay en la mar,
era poco emplearlas todas en su servicio. Esa misma fe te dice
que la virtud es un bien tan grande, que todos los tesoros del
mundo, y todo cuanto el corazón humano puede desear, no se
puede comparar con ella.
Pues si tantas y tan grandes cosas nos convidan á la virtud,
(3 cómo son tan pocos los amadores y seguidores della? Si los hom-
bres se mueven por interese, ^ qué mayor interese que vida per-
durable? Si por temor de castigo, ¿qué mayor castigo que pena
para siempre? Si por obligaciones de deudas y beneficios, ¿qué
mayores deudas que las que se deben á Dios, así por ser él quien
es, como por lo que del tenemos recibido? Si nos mueve el te-
LIBRO I. CAPÍTULO X. 57
mor de los peligros, ^qué ma3^or peligro que el de la muerte, cuya
hora es tan incierta, y cuya cuenta tan estrecha? Si la paz, y la li-
bertad, y el sosiego del espíritu, y la suavidad de la vida, son cosas
que todo el mundo desea, claro está que se hallará mejor todo
esto en la vida que se rige por virtud y por razón, que en la que
se rige por antojo y por pasión: pues el hombre es criatura racio-
nal y no bestial. Y si todo esto es poco para tener en algo este
negocio, ^no bastará ver que por él bajó Dios del cielo á la tie-
rra, y se hizo hombre, y (habiendo criado en seis días el mundo)
gastó treinta y tres años en esta obra, y sobre ella perdió la vi-
da? Dios muere porque el pecado muera, y con todo esto ^que-
remos dar vida en nuestros corazones á quien Dios la quiso qui-
tar con su muerte?
^Cué más diré? Sobran ya razones, sobran, si por razón se ho-
biese de llevar este negocio. Porque no digo yo mirando á Dios
en una cruz, mas á doquiera que volviéremos los ojos, hallare-
mos que todas las cosas nos dan voces y nos llaman á este bien:
pues no hay criatura en el mundo fsi bien se mira) que no nos
llame al amor y servicio del común Señor. De manera que cuan-
tas son las criaturas del mundo, tantos son los predicadores, tan-
tos los libros, tantas las razones y finalmente tantas las voces
que nos llaman á Él.
Pues ^cómo es posible que tantas voces como estas, y tantas
promesas y amenazas, no sean parte para llevarnos á Él? ,3 Qué
más había Dios de hacer de lo que hizo, ni prometer de lo que
prometió, ni amenazar de lo que amenazó, para traernos á sí, y
apartarnos de pecado? Y con todo esto, [ que sea tan grande, no
digo yo el atrevimiento, sino el encantamiento de los hombres ! Y
hombres que tienen esto por fe, ¡ que no recelen estar todos los
días de su vida en pecado, y acostarse con pecado, y levantarse
con pecado, y derramarse por todo género de pecados, y esto
tan sin temor, y tan sin escrúpulo, y tan sin perder por eso el sue-
ño ni la comida, como si todo lo que creen fuese sueño, y todo
lo que dicen los Evangelios mentira!
Di, traidor, di, tizón aparejado para arder en aquellas eternas
y vengadoras llamas, ¿qué más harías de lo que haces, si tuvie-
ses por mentira todo lo que crees? Porque veo que aunque por
temor de la justicia del mundo refrenas algo de tus apetitos, mas
por temor de Dios no veo que dejas de hacer lo que quieres, ni
5^ GUIA DE PECADORES
tomar vengfanza de quien quieres, ni cumplir todo lo que deseas,
si puedes. Dirae, ciego y desatinado, entre tanta sepfuridad y con-
fianza <jqué hace el gusano de la consciencia? ^Dónde está la fe?
(1 Dónde el seso, y el juicio, y la razón, que sola te quedaba de
hombre? ^'Cómo no temes tan grandes, tan ciertos y tan verda-
deros peligros? Si te pusiesen un manjar delante, y algún hom-
bre (aunque fuese mentiroso) te dijese que tenía ponzoña, osa-
rías por ventura tocar en él, por sabroso que fuese el manjar, y
mentiroso el denunciador? Pues si los Profetas, si los Apóstoles,
si los Evangelistas, si el mismo Dios te da voces y te dice: La
muerte está en esa olla, hombre miserable, la muerte está en esa
golosina que el diablo te pone delante, ^cómo osas tomar la muer-
te con tus manos, y beber tu perdición? ^Qué hace esa fe en tu
corazón? ¿Dónde está su luz? ¡jDónde sus aceros y sus filos, pues
ninguna cosa corta de tus vicios? ¡Oh miserable frenético embau-
cado por el enemigo, sentenciado á perpetuas tinieblas interiores
y exteriores, para que de las unas vayas á las otras: ciego para
ver tu miseria, insensible para entender tu daño, y duro más que
diamante para no sentir el martillo délas palabras divinas! ¡Oh
mil veces miserable, digno de ser llorado no con otras lágrimas
que con aquellas que lloraron tu perdición diciendo: Si conocie-
ses en este día la paz, y el descanso, y las riquezas que Dios te
ofrece, las cuales están agora escondidas de tus ojos! ¡Oh, misera-
ble el día de tu nascimiento, y mucho más el de tu muerte, por-
que será principio de tu condenación! ¡Cuánto mejor te fuera
nunca haber nacido, si has de ser para siempre condenado! ¡Cuán-
to mejor te fuera no haber sido bautizado, ni recibido la fe, pues
de ninguna otra cosa allí te servirá, sino de que sea más inexcu-
sable tu culpa! Porque si la lumbre sola de la razón bastó para
hacer inexcusables á los filósofos, perqué conosciendo á Dios en
alguna manera, no le glorificaron ni sirvieron (como dice el Após-
tol) (¡cuánto menos excusa tendrá quien recibió lumbre de fe, y
agua del bautismo, y cada año abre su boca para recibir al mismo
Dios, y cada día oye su doctrina, si ninguna cosa hace más que
aquéllos?
Pues (jqué podemos luego inferir de todo lo susodicho, sino
concluir en breve que no hav otro seso, ni otra sabiduría, ni otro
consejo en el mundo, sino que dejados á parte todos los emba-
razos y marañas desta vida, sigamos aquel único y verdadero
MBRO 1. CAPÍTULO X. ^^
camino por do se alcanza la verdadera paz y la vida perdura-
ble? A ésto nos llama la razón, y la justicia, y la ley, y el cielo,
y la tierra, y el infierno, y la vida, y la muerte, y la justicia, y la
misericordia de Dios. A esto señaladamente nos convida el Es-
píritu Sancto por boca del Eclesiástico diciendo así: Hijo, dende
los primeros años de tu mocedad oye la doctrina, y en tus pos-
trimerías gozarás del dulce fructo de la sabiduría. Así como el
que ara y siembra, te llega á ella, y espera con paciencia los
fructos que te dará. Poco será lo que trabajarás, y presto goza-
rás de grandes bienes. Oye, hijo mío, mis palabras, y no tengas
en poco este consejo que te daré. Pon de buena gana tus pies en
los grillos della, y tu cuello en sus cadenas. Abaja los hombros,
y llévala sobre ti, y no te entristezcas con las ataduras della.
Allégate á ella con todo corazón, y con todas tus fuerzas sigue
sus caminos. Búscala con toda diligencia, y descubrírsete ha: y des-
pués que la hobieres hallado, no la desampares, porque por ella
vendrás á hallar descanso en tus postrimerías, y lo que antes te
parecía trabajoso, después se te hará deleitable. Y serte han sus
grillos defensión de fortaleza y fundamentos de virtud, y sus ca-
denas vestidura de gloria, porque en ella hay hermosura de vi-
da, y sus vínculos son atadura de salud. Hasta aquí son palabras
del Eclesiástico: por las cuales en alguna manera entenderás
qué tan grande sea la hermosura, los deleites, la libertad y ri-
quezas de la verdadera sabiduría, que es la misma virtud y co-
nosciniiento de Dios, de que hablamos aquí.
Y si aun todo esto no basta para vencer tu corazón, alza los
ojos á lo alto, y no mires á las aguas del mundo que desvane-
cen: sino mira á aquel Señor que está en la cruz muriendo y sa-
tisfaciendo por tus pecados. Allí está en aquella figura que ves,
clavados los pies para esperarte, y abiertos los brazos para reci-
birte, y inclinada la cabeza para darte (cuando vinieres) como al
hijo pródigo besos de paz. Dende ahí te está llamando (si lo sabes
oir) con tantas voces y clamores, cuantas llagas tiene en todo su
cuerpo. Dende ahí pues imagina que habla á tu corazón, y le dice
así: Vuélvete, vuélvete, Sunamitis, vuélvete á mí, que yo te reci-
biré. Bien sé que has fornicado con todos cuantos amadores has
querido: mas con todo eso vuélvete á mí, que yo te perdonaré.
Vuélvete á mí, que yo soy tu padre, tu Dios, tu hacedor, tu sal-
vador, y tu verdadero amigo, y tu único bienhechor, y tu bien-
6o GUIA DE PECADORES
aventuranza cumplida, y tu último fin. En mí hallarás descanso,
y alegría, y paz, y salud, y verdad, y sabiduría, y todos los bie-
nes. En mí hallarás la vera de las aguas vivas, que matan la sed
y levantan hasta la vida eterna. En mí estarás como árbol plan-
tado par de las corrientes de las aguas, que da su fructo en su
tiempo, y nunca perderá su frescura: y todo lo que hicieres será
prosperado.
Éstas son, hermano mío, las voces con que la Sabiduría eterna
llama á los pecadores. Si tú quieres más creer á estas voces que
á las de la antigua serpiente, y volverte á Dios, y mudar la vida
(que es lo que en esta escriptura se pretende) cómo esto se haya
de facer, el libro seguiente te lo dirá.
FIN DEL LIBRO PRIMERO
COMIENZA EL LIBRO SEGUNDO
EN EL CUAL SE CONTIENEN
REGLAS DE BIEN VIVIR
CAPITULO I.
L cristiano que tocado ya de la mano de Dios, y mo-
vido por la consideración de estas persuasiones su-
sodichas, ó por cualesquier otras que el Espíritu
Sancto lo haya querido mover, se ha determinado de mudar la
vida, dos cosas le enseña el profeta David que debe hacer, que
son, guardarse de mal y hacer bien: porque en estas dos cosas
consiste la suma de toda justicia. Pues siguiendo esta orden y
divisióxi del Profeta, partiremos esta Regla en dos partes: en la
primera de las cuales trataremos de los males que debemos huir,
y de sus remedios, y en la segunda, de los bienes que debemos
hacer, que es de las virtudes de que debemos usar así para con
Dios, como para con los prójimos, como también para con nos-
otros mismos. Mas antes que esto comencemos, será necesario
poner dos preámbulos para todo este negocio.
DE DOS COSAS
QUE HA DE PRESUPONER EL QUE SE DETERM^JÍA SERVIR Á DIOS.
CAPÍTULO II.
'UES el que de nuevo se determina de ofrecer al ser-
vicio de nuestro Señor, la primera cosa que le con-
viene hacer, es, que sienta bien desta nueva profe-
sión que toma, y la estime en lo que ella merece ser estimada:
entendiendo (lo que es suma verdad) que ésta es la mayor em-
presa, la mejor jornada, la mayor cordura, el mayor tesoro, la
mayor sabiduría, y el mayor bien y mayor negocio de cuantos
hay en el mundo: antes, que ni hay otro bien que sea verdadero
bien, ni otro negocio que sea negocio, sino éste, que es fin de to-
dos los bienes y de todos los negocios, pues (como dice el Salva-
dor) una sola cosa es necesaria, que es amar y servir á solo Dios.
Y lo mismo entendió Salomón en aquellas últimas palabras con
que dio fin á su Eclesiastés diciendo: Teme á Dios y guarda sus
mandamientos, porque esto es todo hombre: quiere decir, éste
es todo el ser y todo el bien del hombre, y para esto fué cria-
do el hombre. Y todo lo que sale de aquí, es lo que dijo al prin-
cipio deste libro, vanidad de vanidades y todo vanidad.
Para tener este concepto de la virtud y desta nueva profe-
sión, te sirve todo el libro pasado, conviene saber, la considera-
ción de la muerte, del juicio, del paraíso, del infierno, de los be-
neficios divinos, de tus proprios pecados, y de todos los otros
bienes que de presente acompañan á la virtud, y de futuro se le
prometen: porque todas estas cosas declaran la importancia de
este negocio y la obligación grande que tenemos á él. Y aun-
que nada desto hubiera, bastaba haber bajado Dios del cielo á
la tierra sobre este caso, y padescido muerte por matar y deste-
rrar del mundo al pecado, que es la mayor hazaña de cuantas
Dios ha hecho, ni hará jamás.
El segundo presupuesto sea, que entendida la dignidad y im-
portancia deste negocio, y conosciendo que ninguna cosa hay en
LreRO II. CAPÍTULO II.
el mundo grande, que no tenga un pedazo de dificultad aneja, te
aparejes con esforzado corazón á todas las dificultades, contradi-
ciones, persecuciones, murmuraciones y encuentros que sobre
este caso se te ofi-ecieren, considerando que la joya por que mi-
litas, es de tan gran valor, y la margarita de tan grande precio,
que de todo esto y mucho más es merecedora: aprovechándote
para esto del ejemplo de Cristo y de todos los sanctos mártires,
que por muy más caro precio la compraron.
Y para que no te haga desmayar este presupuesto, acuérda-
te que donde hay trabajos de mundo, hay favores del cielo, y
donde hay contradiciones de naturaleza, hay socorros de gra-
cia, que es más poderosa que la naturaleza. Porque (como en el
libro precedente dijimos) lo uno y lo otro se halla en este cami-
no. En él hay yugo, pero muy suave: en él hay carga, pero muy
liviana: porque lo que la naturaleza hace pesado, el favor de la gra-
cia hace ligero, como lo significó el Profeta cuando dijo que el yugo
se pudriría por virtud del olio, dando á entender que la carga
de la ley divina se quitaría ó aliviaría con la abundancia del
olio de la divina gracia. De manera que hay trabajos y no hay
trabajos, hay yugo y no hay yugo, porque el yugo se deshace
con la virtud del olio. Así que, hermano mío, si lo uno te desma-
ya, lo otro te debe animar, y sobre todo (como dije) el valor de
la joya, que aunque se diesen mil cuentos de vidas por ella, to-
davía se daba de gracia, pues ninguna cosa críada alcanza á mere-
recer la gloria. Presupuestos estos dos preámbulos, comencemos
ya la pnmera parte desta doctrina, que trata de los pecados y
de sus remedios.
PRIMERA PARTE DESTA REGLA
QUE TrL\TA
DE LOS VICIOS Y DE SUS REMEDIOS
DEL PECADO MORTAL EN COMÚN
CAPÍTULO m.
RESUPUESTOS ya estos dos preámbulos, el primer fun-
'fT damento desta obra y la primera piedra deste edi-
VC^^ ficio es asentar en tu corazón un muy firme y deter-
minado propósito de morir mil muertes (si fuese necesario) antes
que hacer un pecado mortal contra Dios. De manera que así co-
mo una mujer noble y virtuosa está aparejada para morir antes
que hacer traición á su marido, así el cristiano debe ser tan fiel á
Dios, y debe estar tan casado con él, que esté aparejado á pa-
descer cualquier detrimento de vida, de honra y de hacienda (por
grande que sea) antes que cometer esta manera de traición con-
tra él. Para lo cual (entre otras muchas cosas) te aprovechará en-
tender las pérdidas en que un hombre cae por un pecado mor-
tal, las cuales son tantas y tan grandes, que quienquiera que
atentamente las considerare, no podrá dejar de quedar atónito y
espantado de ver la faciUdad que muchos tienen en cometer este
género de pecados.
Porque por este pecado se pierde primeramente la gracia del
Espíritu Sancto (que es la mayor dádiva de cuantas Dios puede
dar á una pura criatura en esta vida) porque no es otra cosa gra-
cia sino una forma sobrenatural que hace al hombre (si decir se
puede) pariente de Dios, que es consorte y participante de la na-
turaleza divina. Piérdese también la amistad y privanza con Dios,
que anda siempre en compañía de la misma gracia: y si es mu-
cho perder la de un príncipe de la tierra, bien se ve cuánto más
LIBRO 11. CAPltULO 111. ííí
será perder la del Rey de cielos y tierra. Piérdense también las
virtudes infusas y dones del Espíritu Sancto, con los cuales el
hombre estaba hermoso y ataviado en los ojos de Dios, y armado
y fortalecido contra todo el poder y fuerzas del enemigo. Piér-
dese el derecho del reino de los cielos (que también procede
desa misma gracia) porque por la gracia se da la gloria, como di-
ce el Apóstol. Piérdese el espíritu de adopción, que nos hace hi-
jos de Dios y así nos da espíritu y corazón de hijos para con él:
y junto con este espíritu se pierde el tratamiento de hijo y la
providencia paternal que Dios tiene de aquéllos que así recibe
por hijos, que es uno de los grandes bienes que en este mundo
se pueden poseer, en el cual con grandísima razón se gloriaba el
Profeta cuando decía: Alegrarme he, Señor, en verme puesto de-
bajo la sombra de tus alas, que es debajo de la tutela y provi-
dencia paternal que tienes de los que recibes por tuyos. Piérde-
se también por aquí la paz y serenidad de la buena consciencia:
piérdense los regalos y consolaciones del Espíritu Sancto: piér-
dese el fructo y mérito de todos cuantos bienes se han hecho en
toda la vida hasta aquella hora. Piérdese la participación de los
bienes de toda la iglesia, de los cuales no goza el hombre de la
manera que antes gozaba, y sobre todo esto piérdese la partici-
pación de los méritos de Cristo nuestra cabeza, por no estar el
hombre con él uñido (como miembro vivo) por caridad y por
gracia. Todo esto se pierde por un pecado mortal: y lo que se
gana es quedar condenado á las penas del inñerno para siempre,
quedar por entonces borrado del libro de la vida, quedar hecho
en lugar de hijo de Dios, esclavo del demonio, y en lugar de
templo y morada de la Sanctísima Trinidad, hecho cueva de la-
drones y nido de serpientes y basiliscos. Finalmente queda el
hombre como quedó el rey Sedequías en poder de Nabucodono-
sor, ó como Sansón después de perdidos los cabellos (en que es-
taba toda su fortaleza) flaco como todos los otros hombres, y en
poder de sus enemigos, los cuales le arrancaron los ojos y le ata-
ron á una atahona como á bestia, y así le hacían moler y enten-
der en oficio de bestia. Pues en este mesmo estado queda el
hombre miserable después que por el pecado pierde los cabe-
llos (que es la fortaleza y ornamento de la divina gracia) flaco
para todas las obras buenas, y ciego para el conoscimiento de las
cosas divinas, y cativo en poder de los demonios, los cuales lo
ORRAS DE GRANAD.\ X— ¿
66 GUÍA DE PECADORES
ocupan siempre en oficios de bestia, que es en cumplir y poner
por obra todos sus apetitos bestiales.
¿Parécete, pues, que es estado éste para desear? ¿Parécete
que son pérdidas éstas para temer? ¿Parécete que es posible que
tengan seso de hombres los que teniendo esto por fe, osan co-
meter con tanta facilidad tantos pecados? Verdaderamente ésta es
una de las cosas de mayor asombro y espanto que ha}' en el mun-
do. Porque cosa es pecado mortal, que ni de un rayo que cayese
par de nosotros, ni del mismo infierno que viésemos abierto ante
los ojos, habíamos de tener tan grande espanto como de sólo oir
este nombre de pecado mortal.
Pues de todas estas consideraciones te debes aprovechar cada
vez que fueres solicitado del enemigo á pecar, pesando en una
balanza por una parte todas estas pérdidas, y por otra el interese
y golosina del pecado, y mirando si es razón que por una tan su-
cia y tan torpe ganancia pierdas todos estos tan grandes y tan
inestimables tesoros. Porque el que esto hiciere, ninguna cosa le
falta para ser hijo heredero de aquel profano Esaú: de quien dice
la Escriptura que vendió un tan rico mayorazgo que le pertene-
cía, por una tan baja golosina: y esto hecho, fuese, haciendo
poco caso de haber vendido una heredad de tanto precio.
DE LOS PECADOS EN PARTICULAR
CAPÍTULO IV.
fo AUNQUE de todos los pecados mortales generalmente se
' debe el hombre apartar, pero señaladamente lo debe
hacer de estos seis, que son los más ordinarios y en que más
veces puede caer.
Entre los cuales el primero y el más grave de todos es la blas-
femia, que es un pecado muy vecino á los tres mayores peca-
dos del mundo, que son infidelidad, desesperación y odio de Dios
(que es absolutamente el mayor de todos) al cual es muy seme-
jante la blasfemia: porque el blasfemo, si pudiese en aquella hora
tomar á Dios entre los dientes, parece que lo despedazaría con
aquel espíritu de furor que el demonio le inspira. Por donde dijo
S. Augustín que no menos pecaban los que blasfemaban de Cris-
to, que agora reina en el cielo, que los que le crucificaron cuando
estaba acá en la tierra. Éste es un pecado que castiga Dios tan
gravemente, que porque el rey Senaquerib blasfemó contra él, le
mató en una noche ciento y ochenta y cinco mil hombres que
tenía puestos en campo, y de ahí á pocos días se levantaron con-
tra él sus proprios hijos y le mataron: porque justa cosa era que
los mismos hijos rebelasen contra el padre que había sido rebel-
de y blasfemo contra Dios.
Las mujeres no caen en este pecado comúnmente, pero caen
en otro muy semejante á él, que es v^olvxrse contra Dios en los
trabajos que les envía, y quejarse del y de su providencia, y po-
ner mácula en su justicia, y decir que no le agradescen la vida
que les da, y maldecir al día de su nascimiento y el siglo de sus
padres, y pedirse la muerte con la ira y rabia que tienen, y que-
jarse porque tanto tarda, y á veces ofrecerse al demonio y echar
maldiciones sobre sí. Todo esto es linaje de blasfemia, y todo len-
guaje que propriamente se usa en el infierno entre los conde-
nados, los cuales día y noche ninguna otra cosa hacen sino ésta: y
déstos parece que han de ser compañeros los que agora usan este
mismo oficio y hablan en esta misma lengua. Y por esto si tú te-
mes ser deste número, trabaja por humillarte y abajar la cabeza
en todos los trabajos que Dios te envía, tomándolos de su mano
68 (^UIA DE PECADORES
como una purga ordenada por un sapientísimo médico para tu
remedio, presuponiendo que Dios es la misma bondad y la mis-
ma rectitud y justicia, y que tan imposible es hacer cosa mal he-
cha, como dejar de ser el que es.
Y si dices que los trabajos son grandes, piensa cuerdamente
que no los haces menores con la impaciencia, sino antes con ella
los acrescientas y doblas. Y si quieres hacer que te parezcan pe-
queños, compáralos (como aconseja S. Bernardo) con cuatro co-
sas, conviene saber, con los beneficios que has recebido de Dios,
y con los pecados que has hecho contra él, y con las penas del
infierno que por ellos mereces, 3^ con la gloria del paraíso que
por ellos esperas: y con cualquier cosa destas que los compares,
te parecerán pequeños, cuanto más si los comparas con todas
ellas juntas.
El segundo pecado, que tampoco está muy lejos de este, es ju-
rar el nombre de Dios en vano: porque este pecado es derecha-
mente contra Dios, y así de su condición es más grave que cual-
quier otro pecado que se haga contra el prójimo, por muy gra-
ve que sea. Y no sólo tiene esto verdad cuando se jura por el
mismo nombre de Dios, sino también cuando se jura por la
cruz, y por los sanctos, y por la vida propria: porque cualquiera
destos juramentos (si cae sobre mentira) es pecado mortal, y pe-
cado muy reprehendido en las Escripturas sagradas como inju-
rioso á la divina Majestad.
Verdad es que cuando el hombre descuidadamente sin mirar
en ello jura mentira, excusarse ha de pecado mortal: porque don-
de no hay juicio de razón ni determinación de voluntad, no
hay esta manera de pecado.
Mas esto no se entiende en los que tienen costumbre de jurar
á cada paso sin hacer caso ni mirar cómo juran, y no les pesa de
tenerla, ni procuran hacer lo que es de su parte por quitarla: por-
que éstos no se excusan de pecado cuando por razón desta mala
costumbre juran mentira sin mirar en ello, pudiendo y debiendo
mirarlo, ni pueden alegar diciendo qué no miraron en ello ni era
su voluntad jurar mentira: porque supuesto que ellos quieren te-
ner esta mala costumbre, también quieren lo que se sigue de ella,
que es este y otros semejantes inconvenientes: y por esto no de-
jan de imputárseles por pecados y llamarse voluntarios.
Por esto debe trabajar el cristiano todo lo posible de des-
LIBRO ir. CAPÍTULO IV. 69
arraigar de sí esta mala costumbre, para que así no se le imputen
estos descuidos por culpa mortal. Y para esto no hay otro mejor
medio que tomar aquel tan saludable consejo que nos dio prime-
ro el Salvador, y después su apóstol Santiago diciendo: Ante to-
das las cosas, hermanos míos, no queráis jurar ni por el cielo ni por
la tierra, ni otro cualquier juramento: sino sea vuestra manera de
hablar, sí por sí, y no por no, porque no vengáis á caer en juicio
de condenación. Quiere decir, porque no os lleve la costumbre á
jurar alguna mentira, por donde seáis juzgados y sentenciados á
muerte perpetua.
Y no sólo de su propria persona, sino también de sus hijos, y
familia, y casa, trabaje por desterrar este tan peligroso vicio, re-
prehendiendo y avisando á todos sus familiares, cuando los viere
jurar cualquier juramento que sea. Y cuando él mismo en esto se
descuidare, tenga por estilo de dar alguna limosna, ó rezar siquie-
ra un Pater noster }- Ave María, para que esto le sea no tanto
penitencia de la culpa, cuanto memorial y despertador para no
caer más en ella.
El tercero pecado que debe huir después destc, es todo gé-
nero de torpeza y carnalidad: en el cual pecado puede el hom-
bre caer, ó por obra, ó por palabra, ó por pensamiento y deseo
determinado de hacer algún mal recaudo, ó también por delecta-
ción morosa, que es otra manera de pecado mortal más subtil y
menos conoscido. Y delectación morosa llamamos, cuando un
hombre voluntariamente se quiere estar pensando y deleitando
en un pensamiento torpe (aunque no le quisiese poner por obra) por-
que también esto es pecado mortal como lo demás. Esto se en-
tiende, cuando el hombre ve lo que piensa, }' quiere estarse en
ello, ó no lo quiere apartar de sí: porque si esto fuese como á
traición, y el hombre no echase de ver lo que hace, y cuando vol-
viese en sí y se hallase con el hurto en las manos, trabajase por
sacudirle de sí, }'a esto no sería pecado mortal, por la falta que
hubo de deliberación.
El cuarto pecado mortal es, cualquier odio y enemistad for-
mada, que comúnmente viene acompañada con deseo de ven-
ganza. Digo esto, porque cuando es algún rancorcillo y desgusto
entre personas, que no llega á deseos de venganza, ni á desear
mal, ó pedirlo á Dios, ó procurarlo, no es pecado mortal: mas de
la otra manera sí, y muy grave, como luego se verá.
70 GUIA DE PECADORES
El quinto pecado mortal es, retener lo ajeno contra la vo-
luntad de su dueño. Porque todo el tiempo que desta manera lo re-
tiene, está en estado de condenación, como si estuviese enemis-
tado, ó amancebado: porque no sólo es pecado mortal el tomar
lo ajeno, sino también el retenerlo contra voluntad de cuyo es.
Y no basta que tenga el hombre propósito de restituir adelante
(como algunos hacen) si luego lo puede hacer, porque no sólo
tiene obligación á restituir, sino también á luego restituir, si lue-
go puede. Porque si no pudiese luego, ó del todo no pudiese, por
haber venido á suma pobreza, en tal caso no sería obligado ni á
uno ni á otro, porque Dios no obliga á nadie á lo imposible.
El sexto pecado mortales, quebrantar cualquier de los man-
damientos de la Iglesia que obligan debajo de precepto, como
son oir misa entera con atención Domingos y fiestas, confesar
una vez en el año, comulgar por Pascua, y ayunar los días que ella
manda &c. Este ayuno obliga de XXI años arriba, á los que no son
enfermos, ó muy flacos, ó viejos, ó trabajadores, ó mujeres que
crían, ó están preñadas, y á los que no tienen para comer bas-
tantemente una vez al día. Y así puede haber otros impidimen-
tos semejantes.
En lo que toca al oir de las misas los días de obligación, ha-
se de advertir que no cumple con este mandamiento el que está
en la misa con solo el cuerpo, y mucho menos el que allí está
parlando: sino es necesario que procure estar allí atento á la mi-
sa y á los misterios de ella, ó de alguno otro sancto pensamien-
to, ó á lo menos rezando alguna cosa devota.
ítem, los que tienen esclavos, criados, hijos y familia, deben
procurar con todo estudio y diligencia que éstos oyan misa los
días de obligación, y si no pudieren acudir á la mayor (por haber
de quedar en casa á aderezar la comida, ó á otras cosas necesarias)
á lo menos procuren que ese día por la mañana oyan una misa
rezada, para que así cumplan con esta obligación. En lo cual hay
muchos señores de familia muy culpados y negligentes en esta
parte, los cuales darán á Dios cuenta estrecha desta negligencia.
Verdad es que cuando se ofreciese urgente y racionable causa
por donde no se pudiese oir la misa (como es estar curando de un
enfermo ó cosas semejantes) entonces no sería pecado dejar la
misa, porque la necesidad caresce de ley.
DE OTRAS SEIS MANERAS
DE PECADOS QUE MUCHAS VECES PUEDEN SER MORTALES
CAPÍTULO V.
STAS seis maneras de pecados susodichos siempre
son mortales. Hay otras seis que aunque no siem-
pre sean mortales, muchas veces lo pueden ser, y
comúnmente son pecados veniales graves y muy vecinos á mor-
tales, por lo cual se deben también evitar con todo estudio y
diligencia.
Entre los cuales el primero es la envidia, que aunque no to-
das veces sea pecado mortal (como cuando es de cosas peque-
ñas, ó cuando es más un movimiento en la parte sensitiva de
nuestra ánima, que en la voluntad determinada por juicio de ra-
zón) mas muchas veces lo puede ser, cuando es en cosas graves
y con juicio y determinación de la voluntad. Y ella misma de su
linaje es pecado mortal: porque milita contra la caridad, en la
cual consiste la vida del ánima. Y por tanto debe el hombre huir
deste pecado como de la misma muerte.
El segundo pecado es ira, que aunque no siempre, ni las más
veces, sea pecado mortal, algunas veces lo puede ser: como cuan-
do llega á decir palabras, no sólo desentonadas y coléricas, sino
también afrentosas y injuriosas al prójimo. Y cuando no es pe-
cado mortal, á lo menos es pecado grave, y que desasosiega mu-
cho el ánima, y turba la paz de la consciencia. Los señores que
tienen esclavos y criados, bien pueden (cuando es razón) casti-
garlos por obra y por palabra: mas deben refrenar cuanto pudie-
ren la ira del corazón, y guardarse de llamarles perros, ó moros,
ó de encomendarlos al demonio, ó de echarles maldiciones, es-
pecialmente cuando son hijos.
El tercero pecado es murmuración, la cual algunas veces
viene á parar en detracción: porque comenzando á decir de una
^1 GUIA DE PECADORES
persona las culpas públicas y livianas, de ahí venimos poco á
poco á parar en las secretas y graves, con que una persona que-
da infamada y publicada por mala: lo cual sin dubda es de
grandísimo peligro y perjuicio, pues es contra la fama }' la hon-
ra, la cual todos tienen en mas que la hacienda, y algunos aun en
más que la misma vida.
El cuarto pecado es escarnecer y mofar del prójimo: el cual
vicio tiene toda la fealdad que el pasado, y añade más sobre él
soberbia, presumpción, menosprecio y desdén, que es una cosa
muy aborrecible á Dios y al mundo. Por lo cual mandaba el
mismo Dios en la le}' diciendo: No serás maldiciente ni escarne-
cedor en los pueblos.
El quinto pecado es juzgar temerariamente los hechos y di-
chos de los prójimos, echando á mala parte lo que se podía
echar á buena, contra aquello que el Salvador nos manda en el
EvangeHo diciendo: No juzguéis, y no seréis juzgados: no conde-
néis, y no seréis condenados. Esto también muchas veces puede
ser pecado mortal, cuando lo que se juzga es cosa grave, y se
juzga livianamente y con poco fundamento. Mas cuando la cosa
fuese liviana, y el juicio fuese más sospecha que juicio, entonces
no sería pecado mortal. En este pecado hay un grande y no co-
noscido peligro, algunas veces en hombres, y muchas más en
mujeres, las cuales, cuando les falta algo de sus casas, ó tienen
celos de sus maridos, con el dolor y escocimiento de lo uno
ó de lo otro dan lugar á su corazón de sospechar, y á veces tam-
bién de juzgar sobre hulano y hulana, por muy livianos indicios
que tengan: y (lo que peor es) muchas veces sacan por la boca
lo que tienen en el corazón: donde vienen á hacer á una ladrona,
á otra mala mujer, á otra entrevenidera, ó hechicera: donde caen
en dos grandes pecados: el uno juzgar al prójimo, y el otro le-
vantarle falso testimonio: á quien después quedan obligadas á res-
tituir su fama, que por maravilla restituyen.
El sexto pecado es mentira y lisonja, que también pueden
ser pecados mortales, cuando lo uno ó lo otro cae en cosa gra-
ve y perjudicial al prójimo: lo cual es pecado mortal, y aun con
cargo de restitución, cuando de aquí se siguió algún daño notable.
Éstos son los pecados más cuotidianos en que más veces
suelen caer los hombres: de los cuales todos debemos siempre
huir con suma diligencia, de los unos porque son mortales, y de
LIBRO n. CAPÍTULO V. 73
los otros porque están muy cerca de serlo, demás de ser de suyo
más graves que los otros comunes veniales. Desta manera con-
servaremos la inocencia y aquellas vestiduras blancas que nos
aconseja Salomón, cuando dice: En todo tiempo estén blancas
tus vestiduras, y nunca jamás falte olio de tu cabeza, que es la
unción de lo divina gracia, la cual nos da lumbre y fortaleza para
todas las cosas, y nos enseña y esfuerza para todo bien.
DE LOS PECADOS VENIALES
CAPÍTULO VI.
AUNQUE éstos sean los principales pecados de que te
debes guardar, no por eso pienses ya que tienes li-
cencia para aflojar la rienda á todos los otros pecados
veniales. Antes instantísimamente te ruego no seas del número
de aquéllos que en sabiendo que una cosa no es pecado mortal,
luego sin más escrúpulo se arrojan á ella con grandísima facili-
dad. Acuérdate que dice el Sabio que el que menosprecia las
cosas menores, presto caira en las mayores. Acuérdate del pro-
verbio que dice que por un clavo se pierde una herradura, y por
una herradura un caballo, y por un caballo un caballero. Las casas
que vienen á caer por tiempo, primero comenzaron por unas pe-
queñas goteras, y ésas poco á poco fueron pudriendo la madera: y
así vinieron á arruinarse y dar consigo en tierra. Acuérdate que
aunque sea verdad que no bastan siete ni siete rail pecados venia-
les para hacer un mortal, pero que todavía es verdad lo que dice
S, Augustín por estas palabras: No queráis menospreciar los peca-
dos veniales, porque son pequeños, sino temedlos, porque son mu-
chos. Porque muchas veces acaesce que las bestias pequeñas
(cuando son muchas) maten los hombres. (¡Por ventura no son
muy menudos los granos del arena? Pues si cargáis un navio de
mucha arena, presto se irá con ella á fondo. ¡Cuan menudas son
las gotas del agua! ¿Por ventura no hinchen los caudalosos ríos,
y derriban las casas soberbias? Esto pues dice S. Augustín: no
porque muchos pecados veniales hagan un mortal (como ya diji-
mos) sino porque disponen para él, y muchas veces vienen á dar
en él. Y no sólo esto es verdad, sino también lo que dice S. Grego-
rio, que muchas veces es ma^'or peligro caer en las culpas pe-
queñas, que en las grandes. Porque la culpa grande, cuanto más
claro se conoce, tanto más presto se emienda: mas la pequeña,
como se tiene en nada, tanto más peligrosamente se repite, cuan-
to más seguramente se comete.
LIBRO II. CAPÍTULO VL 75
Finalmente los pecados veniales, por pequeños que sean, ha-
cen mucho daño en el ánima, porque quitan la devoción, turban
la paz de la consciencia, apagan el fervor de la caridad, enfla-
quecen los corazones, amortiguan el vigor del ánimo, aflojan el
rigor de la vida espiritual, y finalmente resisten en su manera al
Espíritu Sancto, y impiden su operación en nosotros: por donde
con todo estudio se deben evitar, pues nos consta cierto que no
hay enemigo tan pequeño, que despreciado, no sea muy pode-
roso para dañar.
Y si quieres saber en qué géneros de cosas se cometen estos
pecados, digo que en un poco de ira, ó de gula, ó de vanaglo-
ria, en palabras y pensamientos ociosos, en risas y burlas desor-
denadas, en tiempo perdido, en dormir demasiado, en mentiras
y lisonjerías de cosas livianas, y así en otras cosas semejantes.
Tenemos pues aquí señaladas tres diferencias de pecados,
unos, que comúnmente son mortales: otros, que comúnmente
son veniales: otros, como medios entre estos dos extremos, que á
veces son mortales y á veces veniales. De todos conviene que
nos guardemos, pero mucho más de éstos que están como en el
medio, y mucho más de los mortales, pues por ellos solos se rom-
pe la paz y amistad con Dios, y se pierden todos aquellos bie-
nes que arriba dijimos. Agora será bien que tratemos de los re-
medios generales que hay contra ellos.
DE LOS REMEDIOS GENERALES CONTRA TODO PECADO
CAPÍTULO VIL
PORQUE no basta descubrir las llagas, si no se provee
de medicina contra ellas, señalaré aquí en breve do-
ce maneras de remedios generales que hay contra
todo género de pecados, especialmente contra los mortales.
Entre los cuales, el primero es considerar atentamente todas
aquellas pérdidas que dijimos se perdían por un pecado mortal.
Porque apenas puede haber hombre que tenga seso y se ponga
á considerar todas aquellas pérdidas sobredichas, ó parte de ellas,
que tenga manos ó corazón para cometer un pecado desta
cualidad.
El segundo, huir las ocasiones de pecados, como son juegos,
malas compañías, conversaciones, comunicaciones sospechosas, y
vista y trato de mujeres: porque quien esto no evita, bien pue-
de tenerse por caído y llorarse }^a por muerto. Si un hombre
estuviese tan flaco y enfermo que de su estado proprio cayese mu-
chas veces en tierra, ¿qué seguridad tendría éste, si le tirasen por
el brazo, ó le diesen un empellón? Pues si el hombre por el
pecado quedó tan miserable y tan flaco, que muchas veces cae
por su propria flaqueza, sin tener ocasión para caer, (iqué hará
ofreciéndosele ocasión para ello, pues es verdadera sentencia
que en el arca abierta el justo peca?
El tercero es resistir al principio de la temptación con gran-
dísima presteza, poniendo ante los ojos del ánima á Cristo cru-
cificado, con aquella misma figura lastimera que tuvo en la cruz,
todo hecho llagas y ríos de sangre, y acordarse que aquél es
Dios, y que se puso allí por el pecado, }' temblar de hacer cosa
que fué parte para traer á Dios en tal estado. Y considerando
esto, llamémosle de lo íntimo de nuestro corazón para que nos
ayude y libre dése dragón infernal, }' no permita que tan gran tra-
bajo suyo haya sido tomado por nosotros en vano.
LlteRO li. CAPÍTULO Vit. 77
El cuarto es el uso de los sacramentos, que no son otra cosa
sino remedios inventados por Dios para curar los pecados he-
chos y preservar de los venideros: y es el mayor beneficio que
recibimos en la ley de gracia. Y aunque en todo tiempo tenga
sazón el uso de los sacramentos, pero especialmente al tiempo de
la temptación es grandísimo remedio acudir á la confesión. Y si
alguna vez (lo que Dios no permita) cayeses en pecado, en nin-
guna manera te debes acostar con él, porque no sabes lo que
será de ahí á la mañana: sino trabaja ese mismo día por confe-
sarte y arrepentirte, porque como dice S. Gregorio, si el pecado
no se quita luego por la penitencia, luego con su propria carga
trae otro en pos de sí.
El quinto es el uso de la frecuente y devota oración: en la
cual se pide fortaleza y gracia contra el pecado, y se gustan las
consolaciones del Espíritu Sancto, con que fácilmente se despre-
cian las del mundo, y se alcanza el espíritu de la devoción esen-
cial, que nos hace promptos y hábiles para todo bien.
El sexto es lición de buenos y sanctos libros: con la cual se
ocupa bien el tiempo, y se alumbra el entendimiento con el co-
noscimiento de la verdad, y se enciende la voluntad en devo-
ción, y así se hace el hombre más fuerte contra el pecado y más
hábil para toda virtud.
El séptimo es ocupación en obras pías y ejercicios honestos:
porque el hombre ocioso es como la tierra holgada, que no lleva
otra cosa sino cardos y espinas: por donde con razón dijo el Sa-
bio que muchos males enseñó al hombre la ociosidad.
El octavo es el ayuno y las asperezas corporales, y absti-
nencia de vino y de manjares calientes: porque entre otros loo-
res que tiene el ayuno, éste es muy principal, que enflaquecien-
do el enemigo doméstico, enflaquece también todos los ímpetus
y pasiones del. Y por esta causa, y también por satisfación de
nuestros pecados y por imitación y honra de la pasión de Cristo,
se da por muy saludable consejo que el cristiano procure cada
día (y especialmente todos los viernes del año) hacer alguna ma-
nera de penitencia, aunque sea pequeña, ó en el comer, ó en el
beber, ó en el dormir, ó en estar de rodillas, ó en sufrir algún pe-
queñuelo trabajo, ó en perdonar algún enojo, ó en negar su pro-
pria voluntad y apetito en cosas que mucho desea, ó en otra
cualquier obra semejante: porque esto aprovecha no sólo para
78 CUIA DE PECADORES
remedio de los pecados, sino también para otros grandes pro-
vechos.
El nono es silencio y soledad: porque como dice Salomón,
en el mucho hablar no pueden faltar pecados: y como dijo otro
sabio, nunca entré en la compañía de otros hombres, que no salie-
se de allí menos hombre. Y por esto el que quiere quitar parte
de sus armas al pecado, huya de conversaciones, de compañías
no necesarias y de visitaciones }■ cumplimientos de mundo: por-
que por experiencia hallará (si esto no hace) cuál vuelve después
á su posada, cuan desconsolado y descontento, y cuan llena la
cabeza de imagines y representaciones de cosas, que le dan bien
en qué entender al tiempo que quiere recogerse.
El décimo es examinarse cada noche antes que se acueste, y
tomarse cuenta de lo que ha hecho aquel día, y de cómo ha gas-
tado el tiempo. Y puede proceder en este examen por los mismos
documentos desta regla, considerando si ha caído en alguno des-
tos doce pecados que aquí habemos contado, y desfallescido en
los remedios.
Desta manera podrá examinarse, y también acusarse ante
Dios, de la soberbia y vanagloria, de la invidia, rancores, ó ene-
mistades, de las sospechas y juicios temerarios, de la vana tris-
teza y vana alegría por las cosas del mundo, de los deseos des-
ordenados de tener haciendas, ó estados, ó honras temporales,
de las tentaciones contra la fe y contra la limpieza y castidad, de
las mentiras y palabras ociosas, de los juramentos sin necesidad,
de las burlas y palabras dichas en ofensas del prójimo, de la pe-
reza y negligencia en las obras de virtud, de que eres tibio en el
amor de Dios, desagradecido á su majestad, olvidado de los be-
neficios recebidos, seco como una arista en la oración, frío en la
caridad con los pobres. Y de todo esto en particular te pese, y
pide perdón á nuestro Señor con firme propósito de la emienda.
Y después que así hubieres lavado con lágrimas tu lecho (según
lo hacía David) dormirás con más sosegado sueño, y sentirás gran-
de ahvio de tu conciencia y espiritual consolación en tu alma.
Y para los que son particularmente tentados de algún vicio
(como es ira, vanagloria, jactancia, ó otros semejantes) es muy gran
remedio (demás deste examen y confisión de la noche) armarse
cada día por la mañana con propósitos y oraciones contra este
tal vicio, pidiendo instantemente al Señor especial ayuda contra
LIBRO II. CAPÍTULO MI.
él: porque esta manera de prevención y reparo cuotidiano hace
mucho al caso para ganar victoria del enemigo. Y no menos
ayuda para esto tomar cada semana una especial empresa, ó de
vencer un vicio, ó de alcanzar una virtud: porque desta manera
poco á poco va el hombre ganando tierra, }' alcanzando virtudes,
y apoderándose de sí mismo.
El undécimo remedio es vivir con cuidado de evitar aun los
pecados veniales: pues ellos son los que disponen para los mor-
tales, de lo cual arriba \'a tratamos. Porque el que está habituado
á huir los menores males, mucho mas se guardará de los ma}'orcs.
El duodécimo y último remedio es romper con el mundo y
con todas sus leyes, vanidades y cumplimientos, }' no hacer caso
del decir de las gentes: porque éste es el primer capítulo que ha
de aceptar el que trata de amistad con Dios, según aquello de San-
tiago que dice: Quienquiera que quisiere ser amigo de Dios, lue-
go se ha de declarar por enemigo del mundo. Porque de otra ma-
nera (como dice el Salvador) imposible es servir á dos señores,
especialmente siendo tan contrarios como son, pues Dios es la su-
ma de todos bienes, y el mundo está todo (como dice S. Juan)
armado sobre males. Y tenga por cierto quienquiera que no rom-
piere con el, mundo, ni le perdiere la vergüenza en lo que debe
perderse, que no podrá dejar de hacer muchos males por temor
del mundo, y excusarse de muchos bienes por la misma causa: y
esto basta para tenerse por siervo del mundo y no de Dios, pues
por no descontentar al mundo, descontenta á Dios.
DE LOS REMEDIOS PARTICULARES CONTRA LOS VICIOS
CAPÍTULO VIII.
STOS son los remedios generales que se suelen dar
contra los vicios. Hay otros particulares que militan
contra cada uno de los vicios en particular. Y porque
las raíces de todos cuantos vicios hay, son aquellos siete (que por
esto se llaman capitales) contra éstos puedes aprovecharte destos
brevísimos y eficacísimos remedios, con los cuales se defendía un
religioso varón, diciendo así:
Contra la soberbia.
Cuando considero á cuan grande extremo de humildad se
abajó aquel altísimo Hijo de Dios por mí, nunca tanto me pudo
abatir alguna criatura, que no me tuviese por digno de mayor
abatimiento.
Contra ¡a avaricia.
Como entendí que con ninguna cosa podía mi ánima tener
hartura sino con solo Dios, parescióme que era gran locura bus-
car otra cosa fuera del.
Contra la lujuria.
Después que entendí la grandísima dignidad que mi cuerpo
recibe, cuando recibe el sacratísimo cuerpo de Cristo, parecióme
que era grande sacrilegio profanar el templo que él para sí con-
sagró, con la torpeza de los pecados carnales.
Contra la ira.
Ninguna injuria de hombres bastará para turbarme, si me
acordare de las injurias que yo tengo hechas contra Dios.
Contra el odio y invidia.
Después que entendí cómo Dios había recebido un tan gran
pecador como yo, no pude querer á nadie mal, ni negarle perdón.
LIBRO II. CAPÍtULO Vltl. 8 1
Contra la gida.
Quien considerare aquella amarguísima hiél y vinagre que en
medio de sus tormentos se dio por último refrigerio al Hijo de
Dios, que por ajenos pecados padecía, habrá vergüenza de buscar
manjares regalados y exquisitos, teniendo tanta obligación á pa-
descer algo por sus proprios pecados.
Contra la pereza.
Como entendí que después de tan brevísimo trabajo se alcan-
zaba gloria perdurable, parescióme que era muy pequeña cual-
quier fatiga que por esta causa se padesciese.
OBRAS DE GRANADA X— 6
SEGUNDA PARTE DE ESTA REGLA
EN QUE SE TRATA
DEL EJERCICIO Y USO DE LAS VIRTUDES
CAPITULO IX.
RUDENTiSlMAMENTE dividió el profeta David la su-
ma de toda la justicia en dos partes, que son, no hacer
mal y hacer bien: á la primera de las cuales perte-
nece huir de los vicios, y á la segunda usar de las virtudes. Y pues
habernos dicho ya brevemente de la una, será razón digamos
agora con la misma brevedad de la otra.
A esta segunda parte de justicia pertenece dar á cada uno lo
que es suyo, especialmente á Dios, y al prójimo, y á sí mismo. Por
que el cumplimiento desta parte consiste en estar el hombre bien
ordenado para con estos tres géneros de personas: y esto hecho,
no resta más que hacer, para que el hombre se llame enteramen-
te justo. Pues si quieres saber en muy pocas palabras y por unas
muy breves comparaciones cómo esto se deba hacer, digo que
con estas tres obligaciones cumplirá el hombre perfectísimamente,
si tuviere estas tres cosas: conviene saber, para con Dios corazón
de hijo, y para con el prójimo corazón de madre, y para consi-
go espíritu y corazón de juez. Éstas son aquellas tres partes de
justicia en que el Profeta constituyó la suma de todo nuestro
bien, cuando dijo: Enseñarte he, oh hombre, en qué está todo el
bien, y qué es lo que el Señor quiere de ti. Quiere que hagas
juicio, y que ames la misericordia, y que andes solícito y cuida-
doso con Dios. Entre las cuales partes el hacer juicio declara lo
que el hombre debe hacer para consigo: y el amar la misericor-
dia, lo que debe para con el prójimo: y el andar solícito con Dios,
lo que debe á su servicio y obediencia. Y pues en estas tres co-
sas está todo nuestro bien, de ellas trataremos agora por la orden
siguiente.
PARA CONSIGO
CAPÍTULO X.
ORQUE la caridad bien ordenada comienza de sí mismo, co-
3 meneemos por donde el Profeta comenzó, que es por el ha-
cer juicio, que pertenece al espíritu y corazón de juez. Pues al ofi-
cio del buen juez pertenece tener bien ordenada y reformada su
república. Para lo cual necesariamente se requieren dos cosas,
que son, prudencia y fortaleza: prudencia para entender todo lo
que se debe facer, y fortaleza para ejecutarlo con todo rigor y
sev^eridad.
Y porque en esta pequeña república del hombre hay dos par-
tes principales que reformar (que son el cuerpo con todos sus
miembros y sentidos, y el ánima con todos sus afectos y poten-
cias) todas estas cosas conviene que sean reformadas y endereza-
das al bien en la manera siguiente.
De la reformación del cuerpo
§•1.
Primeramente el cuerpo conviene que sea tratado con rigor
y aspereza, no con regalos ni blanduras: porque así como la
carne muerta con la sal y con la mirra (que es amarguísima) se
conserva, y sin ella luego se daña y se hinche de gusanos, así
también este cuerpo con los regalos y blanduras se corrompe y
se hinche de vicios, y con el rigor y aspereza se conserva en to-
da virtud.
Ejemplo tenemos en muchas cibdades famosísimas y en rei-
nos y imperios que con regalos y delicias se perdieron y caye-
ron de la cumbre de su dignidad: porque ninguna cosa hay que
haga á los hombres más mujeriles y efeminados y más inhábiles
para toda virtud, que el uso y demasía destas cosas. Pues por esto
§4 GUIA DÉ PECADORES
conviene que en todas las cosas se trate con aspereza: en el co-
mer, en el beber, en el vestir, en la cama, en la mesa, en la casa,
3' finalmente en todas las cosas que pertenecen para conserva-
ción del cuerpo, en las cuales no se ha de tener respecto á su re-
galo, sino á la necesidad.
Á esta misma parte pertenece también la composición y dis-
ciplina del hombre exterior, guardando aquello que dice S. Au-
gustín, que en el andar, y en el estar, y en el hábito, y en todos
los otros movimientos corporales, ninguna cosa se haga que ofen-
da los ojos de nadie, sino lo que convenga á la sanctidad de
nuestra profesión. Y por esto procure el siervo de Dios tratar con
los hombres con tanta gravedad, y humildad, y suavidad, y man-
sedumbre, que todos cuantos con él trataren, queden siempre edi-
ficados y aprovechados con su ejemplo. Desta manera podrá con-
servar su espíritu quieto y reposado: porque de otra manera, por
maravilla se puede hallar corazón recogido en cuerpo inquieto y
desasosegado.
De /aguarda de los sentidos
§. II.
i\ ONCERTADO desta manera el cuerpo, mire luego por el con-
ZJ cierto y guarda de los sentidos. Entre los cuales ponga se-
ñaladamente recaudo en los ojos, que son como unas puertas don-
de se desembarcan todas las vanidades que entran en nuestra áni-
ma, y muchas veces suelen ser ventanas de perdición por donde se
nos entra la misma muerte. Y pues el sancto Job con toda su ino-
cencia ponía guarda en estas puertas, y el rey David con toda su
sanctidad, por no ponerla, vino á tan grande mal, ¿quién de noso-
tros se podrá tener por seguro, si no pusiere aquí todo recaudo?
En los oídos también conviene poner el mismo cobro que en
los ojos: porque por estas puertas entran también muchas cosas
en nuestra ánima, que la inquietan, distraen y ensucian. Y prime-
ramente conviene guardar aquello que nos aconseja el Sabio di-
ciendo: Cerca tus orejas con espinas, y no quieras oir las malas
lenguas. Donde no se contenta con que tapemos los oídos para no
oir semejantes palabras, sino quiere que esto sea con espinas;
IJBRO II. CArÍTLLO X. S^
para significar que de tal manera y con tal semblante debemos
oir las tales palabras, que el que las dice, quede pungido y lasti-
mado como si pusiese las manos en espinas, según que él mismo
más claramente lo significó en otro lugar diciendo: El viento cier-
zo esparce las nubes, y el rostro triste las palabras del que mur-
mura. Porque (como S. Hierónimo dice á este propósito) la saeta
no se hinca en la piedra dura, sino antes muchas veces de ahí
resurte, y hiere al que tiró. Y no sólo nos debemos guardar de
oir palabras perjudiciales, sino también de oir nuevas de cosas
que pasan por el mundo, que no nos tocan: porque los que destas
cosas no se guardan, después lo vienen á pagar al tiempo de la
oración, donde se les ponen delante las imagines de las cosas que
oyeron: las cuales de tal manera embarazan y ocupan sus cora-
zones, que no les dejan puramente contemplar las cosas divinas.
Del sentido del oler no hay que decir: porque traer olores, ó
ser amigo de ellos (demás de ser una cosa mu}' lasciva y sensual)
es cosa infame, y no de hombres sino de mujeres, y aun no de
buenas mujeres.
Del gusto hay más c|ue decir, el cual conviene que sea morti-
ficado con la memoria de la hiél y vinagre que el Señor en la
cruz bebió, y con los ejemplos de todos los sanctos que tan ex-
tremados fueron en la virtud de la abstinencia: para cjue por este
ejemplo huyamos de todo género de regalos, y sabores, y man-
jares exquisitos, }'■ vinos preciosos, acordándonos que está escrito:
El que es amigo de convites vivirá en pobreza, y el que se huelga
con vinos preciosos y manjares delicados, nunca medrará. Acuér-
date siempre que el rico glotón del Evangelio, por haber sido tan
largo en esta parte, pide tantos mil años ha una gota de agua en
el infierno, y no se la dan. ¡Desdichado gusto que durando por un
tan breve momento, es castigado con eterno tormento!
De la lengua
§. III.
/>^.|.E la lengua hay mucho que decir, pues dijo el Sabio: La
X-/ muerte y la vida está en manos de la lengua. En las cuales
palabras dio á entender que todo el bien }' mal del hombre con-
%6 GUIA BE PECADORES
sistía en la buena ó mala guarda deste órgano. Y no menos en-
cáreselo este negocio el apóstol Santiago cuando dijo que así
como los navios grandes se rigen por un pequeño gobernalle, y
los caballos poderosos con un pequeño freno, así quienquiera que
trajere muy bien gobernada y enfrenada su lengua, será pode-
roso para enfrenar y poner en orden todo lo demás de la vida.
Pues para el buen gobierno desta parte conviene que todas
las veces que habláremos, tengamos atención á cuatro cosas: con-
•\iene saber, á lo que decimos, y á la manera en que lo decimos,
al tiempo en que se dice, y al fin con que se dice.
Y primeramente en lo que se dice (que es en la materia de
que hablamos) conviene guardar aquello que el Apóstol aconseja
diciendo: Toda palabra mala no salga por vuestra boca, sino la
que fuere buena y provechosa para edificar los o}'entes. Y en
otro lugar, especificando más las palabras malas, dice: Palabras
torpes y locas, y chucarrerías, ó truhanerías, que no convienen
para la gravedad de nuestro instituto, no se nombren entre vos-
otros. Por donde, así como dicen que los sabios marineros tienen
marcados en la carta de marear todos los bajos en que las naos
podrían peligrar, para guardarse de ellos, así el siervo de Dios debe
también tener señaladas todas estas especies de palabras malas, de
que siempre se deben guardar para no peligrar en ellas. Sean, pues,
para ti como bajos ó como rocas de la mar todas las palabras tor-
pes, mentirosas, lisonjeras, airadas, maliciosas y vanas, y especial-
mente las que fueran en alabanza tuya, ó en vituperio del prójimo:
para que así estés lejos por una parte de jactancia, y por otra de
murmuración, que son dos vicios muy comunes entre los hom-
bres. Y no menos debes ser fiel en el secreto que te encomen-
daron, y tener por otra roca no menos peligrosa que las pasadas
descubrir el secreto que de ti se confió.
En el modo del hablar conviene mirar qne no hablemos, ni
con demasiada blandura, ni con demasiada desenvoltura, ni apre-
suradamente, ni curiosa y polidamente, sino con gravedad, con
reposo, con mansedumbre, con llaneza y simplicidad. La buena
agua dicen que no ha de tener ningún sabor, y la graciosa y bue-
na manera de hablar no ha de tener resabio de cosa exquisita y
afectada.
Á este modo pertenece también no ser el hombre porfiado,
y cabezudo, y amigo de salir con la suya: porque muchas veces
LIBRO ir. CAPÍTULO X. S;
por aquí se pierde la paz de la conscíencia, y aun la caridad, y la
paciencia, y los amigos. De largos y generosos corazones es dejar-
se vencer en semejantes contiendas, y de prudentes y discretos
varones cumplir aquello que nos aconseja el Sabio diciendo: En
muchas cosas conviene que te ha^-as como hombre que no sabe, y
oye callando y preguntando á los que saben.
I.o tercero conviene mirar, demás del modo, que digamos
también las cosas en su tiempo: porque (como dice el Sabio) de
la boca del loco no es bien recibida la palabra sentenciosa, por-
que no la dice en su tiempo. Y por el contrario, es cosa tan her-
mosa decir cada cosa en su lugar, que dice el mismo Sabio: Así
como parecen bien las manzanas de oro sobre las columnas de
plata, así las palabras dichas con sazón y con tiempo.
Lo último, después de todo esto, conviene mirar el fin y la in-
tención que tenemos cuando hablamos: porque unos hablan co-
sas buenas por parescer buenos, otros por parescer discretos, otros
por venderse por agudos y bien hablados: de lo cual lo uno es
hipocresía y fingimiento, y lo otro vanidad y locura. Y por esto
conviene mirar que no sólo sean las palabras buenas, sino que
también el fin sea bueno, pretendiendo siempre con purísima in-
tención la gloria de solo Dios y el provecho de nuestros prójimos.
También conviene después de todo esto mirar quién habla:
porque hablar mozos donde están viejos, y simples donde están
sabios, y seglares en presencia de sacerdotes y religiosos, y final-
mente dondequiera que no se recibirá bien lo que se dice, ó pa-
rescerá presumpción decirse, es muy loable y necesaria cosa
callar.
Todos estos punctos y acentos ha de mirar el que habla, para
que no }'erre. Y porque no es de todos mirar todas estas circuns-
tancias, por eso es gran remedio acogerse al puerto del silencio,
donde con solo cuidado y atención de callar cumple el hombre
con todas estas observ^ancias y obligaciones. Por lo cual dijo el
Sabio que aun el loco, si callase, sería tenido por s abio, y si ce-
rrase sus labrios, á muchos parescería discreto.
GUIA DE PECADORES
De la mortificación de las pasiones.
§. IV.
y ONCERTADO desta manera el cuerpo con todos sus sentidos,
quédanos agora la mayor parte deste negocio,que es el con-
cierto del ánima con todas sus potencias. Donde primeramente
se nos ofrece el apetito sensitivo, quecomprehende todos los afec-
tos y movimientos naturales, como son: amor, odio, alegría, tris-
teza, deseo, temor, esperanza, ira, y otros semejantes afectos. Ésta
es la más baja parte de nuestra ánima, y por conseguiente la que
más nos hace semejantes á bestias, las cuales en todo y por todo
se rigen por estos apetitos y afectos. Ésta es la que más nosacevila
y abate á la tierra, y más nos aparta de las cosas del cielo. Ésta
es la fuente y el venero de todos cuantos males hay en el mun-
do,y laque es causa de nuestraperdición, porque (como dice S. Ber-
nardo) cese la propria voluntad (que son los deseos deste apetito)
y no habrá para quién sea el infierno. Aquí está todo el almacén,
toda la fuerza y toda la munición del pecado: porque de aquí to-
ma fuerzas y armas, y aquí toma todos sus filos y aceros para he-
rirnos más agudamente. Ésta es otra nuestra Eva (que es la par-
te más flaca y más mal inclinada de nuestra ánima) por la cual
aquella antigua serpiente acomete á nuestro Adam (que es la par-
te superior de nuestra ánima, donde está el entendimiento y v^o-
luntad) para que quiera poner los ojos en el árbol vedado. Ésta
es donde más se descubren y señalan las fuerzas del pecado ori-
ginal, y donde más poderosamente empleó toda la fuerza de su
ponzoña. Aquí son las batallas, aquí las caídas, aquí las victorias,
aquí las coronas: quiero decir que aquí son las caídas de los fla-
cos, aquí las victorias de los esforzados y aquí las coronas de los
vencedores, y aquí finalmente toda la milicia y ejercicio de la vir-
tud. Porc^ue en domar estas fieras y en enfrenar estas bestias
bravas consiste una muy gran parte del ejercicio de las virtudes
morales. Ésta es la viña que habemos siempre de cavar, ésta la
huerta que habemos de escardar, éstas las malas plantas que
habemos de arrancar para plantar en su lugar las de las vir-
tudes.
UBKO II. CAPÍTn.0 X. 89
Pues según esto, el principal ejercicio del siervo de Dios es
andar siempre por esta huerta con un escardillo en la mano, en-
tresacando las malas hierbas de las buenas: ó por otra compara-
ción, estar siempre como el gobernador de un carro sobre estas
pasiones para reprimirlas, y regirlas, y enderezarlas, unas veces
aflojando las riendas, otras recogiéndolas, para que no vayan al
paso que ellas quisieren, sino al que quiere la ley de la razón. Este
es el ejercicio principal de los hijos de Dios, los cuales no se ri-
gen ya por afectos de carne ni de sangre, sino por espíritu de
Dios. En éste se diferencian los hombres carnales de los espiri-
tuales, que los unos á manera de bestias brutas se mueven por
estos afectos, y los otros por espíritu de Dios y por razón.
Ésta es aquella mortificación y aquella mirra tan alabada en
las Escripturas sagradas. Ésta es la muerte y la sepultura á que
tantas veces nos convida el Apóstol. Ésta es la cruz y el nega-
miento de sí mismo que nos predica el Evangelio. Esto el hacer
juicio y justicia, que tantas veces nos repiten los Psalmos y Profe-
tas. Y por esto aquí principalmente conviene emplear todos nues-
tros trabajos, nuestras fuerzas, nuestras oraciones y ejercicios.
Y particularmente conviene que cada uno tenga muy bien
entendida su natural condición y sus inclinaciones, v allí tenga
siempre ma}'or recaudo, donde sintiere mayor peligro. Y aunque
hayamos de tener siempre guerra con todos nuestros apetitos,
pero especialmente la conviene tener con los deseos de honra, de
deleites y de bienes temporales: porque éstas son las tres princi-
pales fuentes y raíces de todos los males.
Miremos también no seamos apetitosos, esto es, muy amigos
de que se haga siempre nuestra voluntad }' se cumplan todos
nuestros apetitos, que es un vicio muy aparejado para grandes
desasosiegos y caídas, y muy familiar á grandes señores y á to-
das las personas criadas y habituadas en hacer su voluntad. Para
lo cual muchas veces aprovechará ejercitarnos en cosas con-
trarias á nuestros apetitos, y negar nuestra propria voluntad aun
en las cosas lícitas, para que así estemos diestros y fáciles para
negarla en las cosas ilícitas. Porque no menos se requieren estos
ensaA^es y ejercicios para ser diestros en las armas espirituales,
que para serlo en las carnales, sino tanto más, cuanto es mayor
victoria vencer á sí y vencer demonios, que vencer todo lo de-
más. Debe también ejercitarse en oficios humildes y bajos, sin te-
gO CUTA DIC PECADORES
ner cuenta con el decir de las gentes, pues tan poco es lo que el
mundo puede dar ni quitar al que tiene á Dios por su tesoro y
heredad.
De Ja reformación de ¡a voluntad
§. V.
ARA alcanzar esta mortificación, ayuda en gran manera la
la reformación y ornamento de la voluntad superior (que
es el apetito racional) la cual habemos de adornar con estas tres
virtudes (entre otras muchas) que son, humildad de corazón, po-
breza de espíritu y odio sancto de sí mismo. Porque estas tres vir-
tudes hacen más fácil el negocio de la mortificación, demás de
ser ellas por sí virtudes muy eminentes. La humildad es (como
la difine S. Bernardo) desprecio de sí mismo, que nasce del pro-
fundo y verdadero conoscimiento de sí mismo. A la cual virtud
pertenece desterrar del ánima todos los ramos y hijos de la sober-
bia con todos los apetitos y deseos de honra, y ponerse en el más
bajo lugar de las criaturas, creyendo que á cualquiera otra cria-
tura que nuestro Señor diese los aparejos de bien vivir que ha
dado á él, los agradescería mejor y se aprovecharía más de ellos
que él.
Y no basta que tenga el hombre dentro de sí este reconosci-
miento y desprecio: sino procure tratarse en lo de fuera lo más
llana y húmilmente que le sea posible (según la cualidad de su
estado) haciendo poco caso de los juicios y voces del mundo que
á esto contradijeren. Para lo cual conviene que todas nuestras co-
sas den olor de pobreza, bajeza y humildad, subjectándonos por
amor de Dios, no sólo á los mayores y iguales, sino también á
los menores.
La segunda virtud es pobreza de espíritu, que es un menos-
precio voluntario de las cosas del mundo y un contentamiento
con la suerte que Dios nos dio (por muy pobre que sea) la cual
corta de un golpe la raíz de todos los males (que es la cobdicia)
y pone al hombre en tanta paz }' sosiego de corazón, que osó de-
cir della Séneca estas palabras: El que tiene cerrada la puerta á
los deseos de su cobdicia, bien puede Competir con Júpiter en la
felicidad* Dando á entender que pues la felicidad del hombre es
LIBRO II. CAPÍTULO X. Qí
sosiego de los deseos de su corazón, quien ha llegado á tener so-
segados estos deseos, ya ha llegado á la cumbre de la felicidad, ó
á lo menos tiene alcanzada gran parte de ella.
La tercera virtud es el odio sancto de sí mismo, de que dice
el Salvador: El que ama su vida, ése la destru3'e, y el que la abo-
rrece, ése la guarda para la vida eterna. Lo cual no se entiende
de mal odio (como el que se tienen los hombres aburridos y de-
sesperados) sino del que tuvieron los sanctos á su propria carne,
como á quien les fué causa de muchos males y les es siempre es-
torbo de muchos bienes, tratándola no conforme á su gusto _v
apetito, sino conforme á lo que pide la ley de la razón, la cual
muchas veces quiere que la trayamos arrastrada, y mal tratada, }'
hecha un estropajo del espíritu, para que á costa della se haga lo
que conviene á él. Porque de otra manera vendrá á ser lo que
dice el Sabio: El que cría regaladamente á su criado dende su
niñez, después le hallará rebelde y contumaz, cuando se quiera
servir del. Por donde se nos amonesta en otro lugar que como
á bestia mal domada le demos de palos y sofrenadas, y le ten-
gamos preso con unas sueltas, y hagamos trabajar, porque no esté
ocioso y así se haga soberbio y malicioso. Pues este sancto odio
señaladamente aprovecha para el negocio de la mortificación, que
es, para mortificar y cortar todos nuestros malos apetitos y deseos,
aunque duela: porque de otra manera ;cómo será posible herir
de agudo, y sacar sangre, y dar grande golpe en cosa que mu-
cho amamos? Por donde el brazo y fortaleza de la mortificación
toma las fuerzas emprestadas no sólo del amor de Dios, sino tam-
bién del odio de sí mismo, y con ellas tiene ánimo, no de piado-
so, sino de severo zurujano para cortar por doquiera que lo pide
la corrupción de los miembros dañados, sin alguna piedad.
De la reformación de la iuiaginación
§. VI.
.ESPUÉS de estas dos potencias apetitivas hay otras dos (si se
sufre decir) cognoscitivas, que son imaginación y entendi-
miento, las cuales corresponden á las dos precedentes, para que
cada cual de los .dos apetitos susodichos tenga su guía y cojios-
92 GUIA DE PECADORES
cimiento proporcionado. Pues h imaginación (que es la más baja
dellas) es una de las potencias de nuestra ánima que más desman-
dadas quedaron por el pecado, y menos subjectas á la razón. De
donde nasce que muchas veces se nos va de casa como esclavo fu-
gitivo sin Ucencia, y primero ha dado una vuelta al mundo, que
echemos de ver adonde está. Es también una potencia muy ape-
titosa y cobdiciosa de pensar todo cuanto se le pone delante, á
manera de los perros golosos que todo lo andan probando y tras-
tornando, y en todo quieren meter el hocico, y aunque aveces los
azoten y echen á palos, siempre se vuelven al regosto. Es también
una potencia muy libre y muy cerrera, como una bestia salvaje
que se anda de otero en otero, sin querer sufrir sueltas, ni ca-
bestro, ni dueño que la gobierne.
Y demás de tener ella de suyo estas malas mañas, hay algu-
nos que acrescientan su malicia con negligencia, tratándola como
á un hijo regalado,al cual dejan discurrir por todas cuantas cosas
quiere, sin contradición y sin freno: de donde nasce que después,
cuando la quieren quietar en la consideración de las cosas divi-
nas, no les obedesce, por el mal hábito que tiene cobrado. Por lo
cual conviene que entendidas las malas mañas desta bestia, le
acortemos los pasos y la atemos á un solo pesebre (que es á la
consideración sola de las cosas buenas ó necesarias) poniéndole
perpetuo silencio en lo demás. De suerte que así como atamos
arriba la lengua, para que no hablase sino palabras buenas ó ne-
cesarias, así también atemos la imaginación á buenos y sanctos
pensamientos, cerrando la puerta á todos los otros.
Para lo cual conviene que haya de nuestra parte grande dis-
creción y vigilancia, para examinar cuáles pensamientos debemos
admitir y cuáles desechar, para que á los unos recibamos como
amigos, y á los otros desechemos como á enemigos. Porque los
que en esto son desproveídos, muchas veces dejan entrar en su
ánima cosas que le quitan no solamente la devoción y el fervor
de la caridad, sino también la misma caridad en que está la vi-
da del ánima. Durmióse la portera del rey Isbosef (que estaba
limpiando el trigo á la puerta de su recámara) y entraron dos
ladrones famosos y cortaron la cabeza al rey. Desta manera cuan-
do se duerme la discreción, que tiene por oficio escoger y apar-
tar la paja del grano (que es el buen pensamiento del malo) entran
tales pensamientos en el ánima, que muchasveces le quitan la vida.
LÍBRO lí. CAPÍTULO X. g^>
Y no sólo para conservar esta vida, sino también para el si-
lencio y recogimiento de la oración vale mucho esta diligencia:
porque así como la imaginación inquieta y corredora no deja te-
ner oración sosegada, así la recogida y habituada á sanctos pen-
samientos fácilmente persevera y se quieta en ellos.
De Ja reformación del entendhniento
§. VIL
J^.I.ESPUÉS de todas estas partes y potencias del hombre resta
^-•y' la más alta y más noble de todas (que es el entendimiento)
el cual entre otras virtudes ha de ser adornado con aquella altí-
sima y rarísima virtud de la prudencia y discreción. Esta virtud
en la vida espiritual es lo que los ojos en el cuerpo, lo que el
piloto en el navio, lo que el rey en el reino, y lo que el gober-
nador en el carro, que tiene por oficio llevar las riendas en la
mano y guiar el carro por donde ha de caminar. Sin esta virtud
la vida espiritual sería toda ciega, desproveída, desconcertada y
llena de confusión. Por donde aquel bienaventurado padre Anto-
nio en un ayuntamiento que tuvo con otros sanctos monjes (don-
de se trataba de la excelencia de las virtudes) vino á poner ésta
en altísimo lugar, como á guía y maestra de todas las otras. Por
donde todos los amadores de la virtud deben señaladamente po-
ner sus ojos en ella, para que así puedan aprovechar más en to-
das las otras.
Esta virtud no tiene un oficio solo, sino muchos y diversos:
porque no sólo es virtud particular, sino también general, que
entreviene en los ejercicios de las otras virtudes, dando orden en
todo lo que conviene. Y según este oficio general trataremos aquí
de algunos actos que á ella pertenecen.
Porque primeramente á !a prudencia pertenece conocer el fin
de todas nuestras obras, que es Dios, y enderezar á él todo lo que
hiciéremos, examinando subtilmente la intención que tenemos en
las obras que hacemos, para ver si buscamos puramente á Dios,
ó si buscamos á nosotros: porque la naturaleza humana (como
dice un doctor) es muy subtil, y en todas las cosas busca á sí mis-
ma, aun en los muy altos ejercicios.
94 t>UlA DE PECADORES
Prudencia es también saber tratar con los prójimos, para que
les aprovechemos y no escandalicemos. Para lo cual conviene
prudentemente tomar el pulso á la condición y espíritu de cada
uno y llevarlo por aquellos términos y por aquellos medios por
donde pueda ser mejor encaminado.
Prudencia es también saber sufrir los defectos de los otros, y
dar pasada á las flaquezas ajenas, y no querer descarnar las lla-
gas hasta el hueso, acordándose que todas las cosas humanas
están compuestas de acto y potencia: esto es, de perfecto y im-
perfecto, y que no puede dejar de haber infinitas imperfecciones
y defectos en la vida, especialmente después de aquella gran caída
de la naturaleza por el pecado. De donde, así como dijo Aristó-
tiles que no era de hombre sabio pedir igual certidumbre y ave-
riguación en todas las materias (porque unas se pueden clara-
mente averiguar, y otras no) así tampoco es de hombre pruden-
te pedir que todas las cosas humanas estén tan sentadas por ni-
vel, que no haya más que desear: porque unas pueden sufrir esto,
y otras no. Y el que pusiese pies en pared por hacer violenta-
mente lo contrario, causaría más daño con los medios que para
esto tomase, que provecho con el fin que pretendiese, aunque
saliese con él.
Prudencia es también conoscer el hombre á sí mismo y tener
muy bien entendido todo lo que hay de sus puertas adentro,
conviene saber, todos sus resabios, siniestros, apetitos y malas in-
clinaciones, y finalmente su poco saber y poca virtud, para que
no presuma de sí vanamente, y para que mejor entienda con qué
género de enemigos ha de tener guerra continua, hasta acabar
de echarlos fuera de la tierra de promisión (que es su ánima)
y con cuánta solicitud y atención le conviene velar sobre esto.
Prudencia es también saber gobernar la lengua, conforme á
las leyes y circunstancias que arriba dijimos, y entender muy
bien lo que se debe hablar y lo que se debe callar, y el tiempo
de lo uno y de lo otro: porque (como dice Salomón) ha}' tiempo
de hablar, y tiempo también de callar: pues nos consta que en
la mesa, y en los convites, y en otras cosas semejantes, con ma-
yor alabanza calla el sabio que habla.
Prudencia es no fiarse de todos, ni derramar luego todo su
espíritu con el calor de la plática, ni decir luego todo lo que el
hombre siente de las cosas, pues como dice el Sabio; Todo su
LIBRO lí. CAPÍTULO X. 95
espíritu derrama el nescio, mas el sabio detiénese y guarda las
cosas para adelante. Mas el que se fía de quien no se debe fiar,
siempre vivirá en peligro, y será perpetuo esclavo de quien se fió.
Prudencia es saber el hombre repararse ante de los peligros,
y sangrarse en sanidad, y oler dende lejos la guerra que se pue-
de levantar en tales y tales negocios, y repararse primero con
oraciones y consideraciones para lo que podrá suceder. Este avi-
so es del Eclesiático, que dice: Antes que venga la enfermedad,
provéete de medicina. Por lo cual, cuando fueres á fiestas, á con-
vites, ó á tratar con hombres rijosos y mal condicionados, ó
á lugares donde se puede ofrecer alguna ocasión ó peligro,
siempre debes ir prevenido y reparado para lo que podrá su-
ceder.
Prudencia es también saber tratar el cuerpo con discreción y
templanza, para que ni lo regalemos, ni lo matemos, ni le quite-
mos lo necesario, ni le demos lo superfluo, trayéndolo castigado
y no mortificado, para que ni nos falte en el camino por la fla-
queza, ni derribe al que va encima con la hartura y abundancia.
Prudencia es también, y muy grande, saber tomar las ocupa-
ciones (por honestas que sean) con templanza, para que no aho-
guemos el espíritu con el demasiado trabajo, á quien todas las
cosas (como dice S. Francisco en su regla) deben servir, y para
que de tal manera nos entreguemos á las cosas exteriores, que
no perdamos las interiores, y así entendamos en los ejercicios
del amor del prójimo, que no perdámoslos del amor divino. Por-
que si los Apóstoles (que tanto espíritu y suficiencia tenían para
todo) se desembarazaron de algunas cosas menores por no faltar
en el ejercicio de las mayores, nadie deba presumir tanto de sus
fuerzas, que piense bastar para todo, pues es cierto que por la
mayor parte aprieta poco quien abarca mucho.
Prudencia es también entender las artes y celadas del ene-
migo, sus entradas, y sus salidas, y sus reveses, y no creer á todo
espíritu, ni dejarse vencer de cualquier figura de bien: pues mu-
chas veces Satanás se transfigura en ángel de luz y trabaja por
engañar siempre á los buenos con especie de bien. Y por esto
de ningún peligro nos debemos más recatar, que de aquel que
viene con máscara de virtud, Á lo menos es cierto que á los
muy determinados en el bien comúnmente acomete el demonio
por esta vía.
g6 GUIA DE PECADORES
Prudencia es también saber temer, y saber acometer: saber
cuándo es ganancia perder, y cuándo es pérdida ganar, y sobre
todo, saber despreciar los juicios y pareceres del mundo, y el
decir de las gentes, y los ladridos de los gozques que nunca ce-
san de ladrar á bulto sin propósito, acordándose que está escrito:
Si hiciese caso de agradar y contentar á los hombres, no me ten-
dría por siervo de Cristo. Á lo menos esto es cierto, que ninguna
mayor locura puede hacer un hombre, que regirse por una bestia
de tantas cabezas como es el vulgo, que ningún tiento ni conside-
ración tiene en lo que dice. Bien es no escandalizar á nadie y te-
mer donde hay razón de temer, y bien es no moverse á todos
vientos. Pues hallar medio entre estos dos extremos, oficio es de
prudencia singular.
De ¡a prudencia en los negocios
§. VIII.
jo menos se requiere prudencia para acertar en los nego-
cios y no caer en yerros que después no se puedan cu-
rar sin grandes inconvenientes, con que muchas veces se pierde
la paz de la consciencia y se perturba la orden de la vida. Para
lo cual podrán algún tanto aprovechar los avisos siguientes.
El primero de los cuales es del Sabio, que dice: Tus ojos es-
tén siempre atentos á la rectitud, y tus párpados miren primero
los pasos que has de dar. Donde nos aconseja que no nos arro-
jemos inconsideradamente á las cosas que se han de hacer, sino
que ante toda obra preceda maduro consejo y deliberación. Para
lo cual hallo ser cuatro cosas necesarias. La primera, encomendar
á nuestro Señor los negocios. La segunda, pensarlos muy bien
pensados con toda atención y discreción, mirando no solamente
la substancia de la obra, sino también todas las circunstancias
della: porque una sola que falte, basta para condenación de
todo lo que se hace. Porque aunque sea muy acabada la obra y
muy bien circunstancionada, sólo hacerse sin tiempo, basta para
poner mácula en ella. La tercera, tomar consejo y tratar con otros
lo que se ha de hacer: mas éstos sean pocos y muy escogidos,
porque aunque es provechoso oír los pareceres de todos para
LIBRO II. CAPÍTULO X. 97
ventilar la causa, pero la determinación ha de ser de pocos, para
no errar en la sentencia. La cuarta, y muy necesaria, es dar tiem-
po á la deliberación y dejar madurar el consejo por algunos días,
porque así como se conocen mejor las personas con la comunica-
ción de muchos días, así también lo hacen los consejos. Muchas
veces una persona á las primeras entradas paresce uno, y des-
pués descubre otro: y así lo hacen á veces los consejos y deter-
minaciones: que lo que á los principios agradaba, después de bien
considerado viene á desagradar. La quinta cosa es guardarse de
cuatro madrastas que tiene la virtud de la prudencia: que son, pre-
cipitación, pasión, obstinación en el proprio parecer y repunta de
vanidad. Porque la precipitación no delibera, la pasión ciega, la
obstinación cierra la puerta al buen consejo, y la vanidad (do-
quiera que entrev^iene) todo lo tizna.
A esta misma virtud pertenece huir siempre de los extremos
y ponerse en el medio: porque la virtud y la verdad huyen siem-
pre de los extremos y ponen su silla en el medio. Por donde ni
todo lo condenes, ni todo lo justifiques, ni todo lo niegues, ni todo
lo concedas, ni todo lo creas, ni todo lo dejes de creer, ni por la
culpa de pocos condenes á muchos, ni por la sanctidad de algu-
nos apruebes á todos: sino en todo mira siempre el fiel de la ra-
zón, y no te dejes llevar del ímpeto de la pasión á los extremos.
Regla es también de prudencia no mirar á la antigüedad y
novedad de las cosas para aprobarlas ó condenarlas: porque mu-
chas cosas hay muy acostumbradas y muy malas, y otras hay
muy nuevas y muy buenas: y ni la vejez es parte para justificar
lo malo, ni la novedad lo debe ser para condenar lo bueno, sino
en todo y por todo hinca los ojos en los méritos de las cosas y
no en los años. Porque el vicio ninguna cosa gana por ser anti-
guo, sino ser más incurable, y la virtud ninguna cosa pierde por
ser nueva, sino ser menos conoscida.
Regla es también de prudencia no engañarse con la figura y
aparencia de las cosas para arrojarse luego á dar sentencia sobre
ellas: porque ni es oro todo lo que reluce, ni bueno todo lo que
parece bien, y muchas veces debajo de la miel hay hiél, y deba-
jo de las flores espinas. Acuérdate que dice Aristótiles que al-
gunas veces tiene la mentira más aparencia de verdad que la mis-
ma verdad: y así también podrá acaescer que el mal tenga más
aparencia de bien que el mismo bien.
OBRAS DE GRAN.'ID.\ X— 7
98 GUIA t)E PECADORES
Sobre todo esto debes asentar en tu corazón que así como la
gravedad y peso en las cosas es compañera de la prudencia, así
la facilidad y liviandad es de locura. Por lo cual debes estar muy
avisado no seas fácil en estas seis cosas, conviene saber:
1. en creer,
2. en conceder,
3. en prometer,
4. en determinar,
5. en conversar livianamente con los hombres
6. y mucho menos en la ira.
Porque en todas estas cosas hay conoscido peligro en ser el
hombre fácil y ligero para ellas. Porque creer ligeramente es li-
viandad de corazón: prometer fácilmente es perder la libertad:
conceder fácilmente es tener de qué arrepentirse: determinar fá-
cilmente es ponerse á peligro de errar (como hizo David en la
causa de Mifiboseth): facilidad en la conversación es causa de
menosprecio, y facilidad en la ira es manifiesto indicio de locu-
ra. Porque escrito está que el hombre que sabe sufrir, sabrá go-
bernar su vida con mucha prudencia: mas el que no sabe sufrir,
no podrá dejar de hacer grandes locuras.
De algunos medios por do se alcanza esta virtud
§. IX.
'ara alcanzar esta virtud (entre otros medios) aprovecha mu-
cho la experiencia de los yerros pasados, y también de los
acertamientos y buenos sucesos, así proprios como ajenos: por-
que de aquí se toman ordinariamente muchos avisos y reglas de
prudencia. Y por la misma razón se dice que la memoria de lo
pasado es muy familiar ayudadora y maestra de la prudencia, y
que el día presente es discípulo del pasado: pues (como dice Sa-
lomón) lo que será es lo que fué, y lo que fué es lo que será. Y
por esto por lo pasado podremos juzgar lo venidero y lo presen-
te, y por lo presente lo pasado.
Mas sobre todo ayuda para alcanzar esta virtud la profunda y
verdadera humildad de corazón, así como lo que más la impide
es la soberbia: porque escrito está que donde está la humildad,
LIBRO II. CAPÍTULO X. 99
ahí está la sabiduría. Y demás de esto, todas las Escrituras cla-
man que Dios enseña á los humildes, y que es maestro de los pe-
queñuelos, y que á ellos comunica sus secretos. Mas con todo
esto, no ha de ser tal la humildad, que se rinda á cualesquier pa-
receres y se deje llevar de todos vientos: porque ésta ya no
sería humildad, sino instabilidad y flaqueza de corazón. En lo cual
quiso proveer el Sabio cuando dijo: No quieras ser humilde en
tu sabiduría: dando á entender que en las verdades que tiene el
hombre con justos y catóHcos fundamientos asentados en su co-
razón, ha de ser constante y no se ha de mover á lumbre de pa-
jas (como hacen algunos flacos) ni dejarse llevar de cualesquier
pareceres.
Lo último que ayuda á alcanzar esta virtud es la humilde y
devota oración: porque como uno de los principales oficios del
Espíritu Sancto sea alumbrar el entendimiento con el don de la
sciencia, sabiduría, consejo y entendimiento, cuanto el hombre con
mayor devoción y humildad se presentare delante del con co-
razón de discípulo y de niño, tanto será más claramente enseña-
do y lleno destos dones celestiales.
Mucho nos habemos alargado en tratar de esta virtud: porque
como ella sea la guía de todas las otras, era necesario procurar
que la guía no fuese ciega, porque no quedase á escuras y sin
ojos todo el cuerpo de las virtudes. Y porque todo esto sirve para
justificar y ordenar el hombre para consigo mismo (que es la
primera parte de justicia que arriba pusimos) será bien que di-
gamos ya de la segunda, que es de lo que debe hacer para con
su prójimo.
PARA CON EL PRÓJIMO
CAPÍTULO XI.
A segunda parte de justicia es hacer el hombre lo
que debe para con sus prójimos, que es usar con
ellos de aquella caridad y misericordia que Dios nos
manda. Qué tan principal sea esta parte, y cuánto nos sea enco-
mendada en las Escrituras divinas (que son los maestros y ada-
lides de nuestra vida) no lo podrá creer sino quien las hobiere
leído. Lee los Profetas, lee los Evangelios, lee las Epístolas sa-
gradas, y verás tan encarecido este negocio, que te pondrá admi-
ración. En Isaías pone Dios la suma de toda la justicia en la ca-
ridad y buen tratamiento de los prójimos. Y así, cuando los judíos
se quejaban diciendo: ¿Porqué, Señor, ayunamos y no miraste
nuestros ayunos, y aflijimos nuestras ánimas y no heciste caso
dello? respóndeles Dios: Porque en el día del ayuno vivís á vues-
tra voluntad y no á la mía, y apretáis y fatigáis á todos vuestros
deudores. Ayunáis, mas no de pleitos y contiendas, ni de hacer
mal á vuestros prójimos. No es pues ése el ayuno que me agra-
da á mí, sino éste; rompe las escrituras y contratos usurarios,
quita de encima de los pobres las cargas con que los tienes
opresos, deja en su libertad á los afligidos y necesitados, y sáca-
los del yugo que tienes puesto sobre ellos. De un pan que tuvie-
res, parte el medio con el pobre, y acoje á los necesitados y pe-
regrinos en tu casa. Y cuando esto hicieres, y abrieres tus entra-
ñas al necesitado, y le socorrieres y dieres hartura, entonces te
haré tales y tales bienes: los cuales prosigue muy copiosamente
hasta el fin del capítulo, según que en el libro precedente alega-
mos. Ves aquí pues, hermano, en qué puso Dios la suma de la
verdadera justicia, y cuan piadosamente quiso que nos hobiése-
mos con nuestros prójimos en esta parte.
La misma sentencia hallarás en el profeta Zacarías, donde
preguntando los judíos á Dios si habían de ayunar tales y tales
días para agradarle y cumplir su ley, respóndeles Dios y declá-
LIBRO II. CAPÍTULO XI. 101
rales con qué género de obras le habían de agradar, diciendo: Mi-
rad que guardéis justicia, y juzguéis justamente las causas de
vuestros prójimos, y que uséis de misericordia y de obras de piedad
con vuestros hermanos, y no queráis buscar asillas para calum-
niar á la viuda, y al huérfano, y al extranjero, y al pobre: y nadie
trate en su corazón de hacer mal á nadie, y desta manera me agra-
daréis y cumpliréis mi ley. Harto encarescido está aquí este ne-
gocio, pero mucho más lo encáreselo el mismo Señor por Isaías
cuando dijo: Éste es mi descanso, que refrigeréis y consoléis á los
cansados: porque esto parece que era lo último que se podía en-
carecer este negocio, cuando el Señor se ponía en el lugar del
pobre, y tomaba por su proprio descanso el que por él se daba
á los cansados.
Mas sobre todo esto confieso que me maravillo de lo que leo
en el capítulo XVI de Ezequiel, donde contando el mismo Dios
los pecados por donde aquella infame cibdad de Sodoma vino á
dar consigo en el extremo de tan grandes males, los resumió en
cinco pecados diciendo: Ésta fué la maldad de tu hermana Sodo-
ma: soberbia, y hartura, y abundancia, y ociosidad, y no haber
querido extender las manos para socorrer al pobre y al necesita-
do. Pues ^qué más mal quieres tú oir deste vicio, que haberlo
puesto Dios por el postrero de los escalones por donde subieron
aquellos malaventurados al extremo de tan grande mal? ¿Dónde
están los que atesoran ducados sobre ducados, y con todo esto se
tienen por seguros, teniendo compañeros en esta culpa á los mo-
radores de Sodoma?
Estas y otras cosas semejantes dicen los Profetas. Pues el
Evangelio (que es ley de amor) ;qué dirá? ¿Qué más se pudo
decir en favor desta virtud, que poner el Señor toda la razón y
fundamiento de la sentencia del juicio final en sólo haber usado
ó no usado de obras de misericordia? ¿Qué más se puede decir
que lo que se sigue después desto en el mismo contexto: Lo que
á uno destos mis pequeñuelos hecistes, á mí lo hecistes? ¿Que más
se puede decir que poner en solos estos dos mandamientos de
amor de Dios y del prójimo la suma de la ley y de los Profetas?
Pues en aquel postrer sermón de la cena ¿qué otra cosa más enco-
mienda el Salvador que la caridad y bienquerencia para con los
prójimos? Éste (dice él) es mi mandamiento, que os améis unos á
otros así como yo os amé. Y más abajo: En esto (dice él) conos-
T02 ÓriA r>E PECADORES
cerán todos que sois mis discípulos, si os amáredes unos á
otros. Y no contento con encomendarles esto tan encarescida-
mente, hace luego oración al Padre por el cumplimiento desta
ley diciendo: Ruégote, Padre, que ellos sean entre sí una misma
cosa, así como tú y 3-0 lo somos, para que conozca el mundo que
tú me enviaste. Dando á entender que la caridad y amor entre
los cristianos había de ser tan sobrenatural, y tan grande, y tan
fuera de todo lo que se puede esperar de carne y de sangre, que
había de bastar (como un manifiesto miraglo) para convencer los
entendimientos de los hombres, y hacerles creer que no era po-
sible que no fuesen hombres del cielo los que tal caridad entre
sí tenían.
Pues ^qué diré del Apóstol S, Pablo? ¿En cuál desús Epísto-
las no es ésta la mayor de sus encomiendas? ¡Qué alabanzas
predica de la caridad! ¡cuánto la engrandece! ¡cuan por menu-
do cuenta todas sus excelencias! ¡cómo la antepone á todas las
otras virtudes y dones del Espíritu Sancto, diciendo que ella es el
más excelente camino para ir á Dios! Y no contento con esto,
en un lugar dice que la caridad es vínculo de perfección: en otro
dice que es fin de todos los mandamientos: en otro, que el que
ama á su prójimo tiene cumplida la ley. Pues ¿qué mayores ala-
banzas se podían esperar de una virtud, que ésta? ¿Cuál es el hom-
bre deseoso de saber con qué género de obras agradará á Dios,
que no quede admirado y enamorado desta virtud, y determi-
nado de ordenar y enderezar todas sus obras á ella?
Pues aun queda sobre todo esto la Canónica de aquel tan
grande amado y amador de Cristo S. Juan Evangelista, en la cual
ninguna cosa más repite, ni más encaresce, ni más encomienda
que esta virtud. Y lo que hizo en esta Epístola, eso mismo dice
su historia que hacía toda la vida. Y preguntando por qué tantas
veces repetía esta sentencia, respondió que porque sola ésta (si
debidamente se cumpliese) bastaba para nuestra salud.
LIBRO II. CAPÍTULO XI. IO3
De lo$ oficios de ¡a caridad
EGÚN esto el que de veras desea acertar á contentar á Dios,
entienda que el camino para esto es el cumplimiento des-
te mandamiento de amor, con tanto que este amor no sea desnu-
do y seco, sino acompañado de todos los efectos y obras que del
verdadero amor se suelen seguir: porque de otra manera no me-
recería nombre de amor, como lo significó el mismo Evangelista
cuando dijo: Si alguno tuviere de los bienes deste mundo, y vien-
do á su prójimo en necesidad no le socorre, ¿cómo está la cari-
dad de Dios en él? Hijuelos, no amemos con solas palabras, sino
con obras y con verdad.
Según esto debajo deste nombre de amor (entre otras mu-
chas obras) se encierran señaladamente estas seis, conviene saber,
amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar. Las cuales
obras tienen tal conexión con la caridad, que el que más tuvie-
re dellas, tendrá más de caridad, y el que menos, menos. Por-
que algunos aman, y no pasa más adelante este amor. Otros
aman y ayudan con avisos y buenos consejos, mas no echarán
mano á la bolsa ni abrirán el arca para socorreros. Otros aman,
avisan y socorren con lo que tienen: mas no sufren con pacien-
cia las injurias ni las flaquezas ajenas, ni cumplen con aquel dicho
del Apóstol: Lleve cada uno la carga del otro, y así cumpliréis
la ley de Cristo. Otros ya que sufren las injurias con paciencia,
no las perdonan con misericordia: y aunque dentro del corazón
no tienen odio, no quieren mostrar buena cara en lo de fuera.
Éstos aunque aciertan en lo primero, todavía desfallecen en lo se-
gundo, y no llegan á la perfección de esta virtud. Otros hay que tie-
nen todo esto, mas no edifican á sus prójimos con palabras y ejem-
plos: que es uno de los más altos oficios de la caridad. Pues se-
gún esta orden, podrá cada uno examinar cuánto tiene y cuánto
le falta de la perfección de esta virtud. Porque el que ama, po-
demos decir que está en el primer grado de caridad: el que ama
y aconseja, en el segundo: el que ayuda, en el tercero: el que
sufrCj en el cuarto: el que perdona y sufre, en el quinto: y el que
!04 GUIA DE PECADORES
sobre todo esto edifica con sus palabras y buena vida (que es
oficio de varones perfectos y apostólicos) en el postrero.
Estos son los actos positiv'os ó afirmativos que encierra en sí
la caridad, en que se declara lo que debemos hacer con el pró-
jimo. Hay otros negativos, donde se declara lo que no debemos
de hacer, que son: No juzgar á nadie, no decir mal de nadie, no to-
car en la hacienda, ni en la honra, ni en la mujer de nadie, no es-
candalizar con palabras injuriosas, ni descorteses, ni desentonadas
á nadie, y mucho menos con malos ejemplos y consejos. Quien-
quiera que esto hiciere, cumplirá enteramente con todo lo que
nos pide la perfección de este divino mandamiento.
Y si de todo esto quieres tener particular memoria, y com-
prehenderlo en una palabra, trabaja por tener (como ya dijimos)
para con el prójimo corazón de madre, y así podrás cumplir en-
teramente con todo lo susodicho. Mira de la manera que una
buena y cuerda madre ama á su hijo, cómo le avisa, cómo le
acude en sus necesidades, cómo lleva todas sus faltas, unas ve-
ces sufriéndolas con paciencia, otras castigándolas con justicia,
otras disimulándolas y tapándolas con prudencia: porque de to-
das estas virtudes se sirve la caridad como reina y madre de las
virtudes. ]\Iira cómo se goza de sus bienes, cómo le pesa de sus
males, cómo los tiene y los siente por suyos proprios, cuan gran-
de celo tiene de su honra }'■ de su provecho, con qué devo-
ción ruega siem.pre á Dios por él, y finalmente cuánto más cui-
dado tiene del que de sí misma, y cómo es cruel para sí, por
ser piadosa para con él. Y si tú pudieres arribar á tener esta ma-
nera de corazón para con el prójimo, habrás llegado á la perfec-
ción de la caridad: y ya que no puedas llegar aquí, á lo menos
esto debes tener por blanco de tu deseo, y á esto debes siempre
enderezar tu vida: porque mientras más alto pretendieres subir,
menos bajo quedarás.
Y si me preguntas, ;cómo podré yo llegar á tener esa manera
de corazón para con un extraño r A esto respondo que no has de
mirar tú al prójimo como á extraño, sino como á imagen de
Dios, como á obra de sus manos, como á hijo suyo y como á
miembro vivo de Cristo: pues tantas veces nos predica San Pa-
blo que todos somos miembros de Cristo y que por eso pecar
contra el prójimo es pecar contra Cristo, y hacer bien al próji-
mo es hacer bien á Cristo. De suerte que no has de mirar al
LIBRO II. CAPÍTULO XI. 10$
prójimo como hombre, ni como á tal hombre, sino como al mis-
mo Cristo, ó como á miembro vivo de este Señor, pues á la ver-
dad lo es: y dado que no lo sea cuanto á la materia del cuerpo,
I qué hace esto al caso, pues lo es cuanto á la participación de su
espíritu y cuanto á la grandeza del galardón, pues él dice que
así le pagará el beneficio como si él lo recibiera?
Considera también todas aquellas encomiendas y encaresci-
mientos que arriba pusimos de la excelencia desta virtud, y de
lo mucho que por el mismo Señor nos es encomendada: porque
si hay en ti deseo vivo de agradar á Dios, no podrás dejar de
procurar con suma diligencia ima cosa que tanto le agrada.
Mira también el amor que tienen entre sí parientes con pa-
rientes sólo por comunicar en un poco de carne y de sangre, y
avergüénzate que no pueda más en ti la gracia que la naturale-
za, y la unión del espíritu que la de la carne. Si dices que ahí se
halla unión y participación en una misma raíz y en una misma
sangre que es común á entrambos, mira las uniones que el Após-
tol pone entre los fieles: pues todos tienen un padre, una madre,
un señor, un bautismo, una fe, una esperanza, un mantenimien-
to y un mismo espíritu que les anima y da vida. Todos tienen
un padre, que es Dios: una madre, que es la Iglesia: un Señor,
que es Cristo: una fe, que es una lumbre sobrenatural en que
todos comunicamos y nos diferenciamos de todas las otras gen-
tes: una esperanza, que es una misma heredad de gloria, en la
cual seremos todos una ánima y un corazón: un bautismo, donde
todos fuimos adoptados por hijos de un mismo padre y hechos
hermanos entre nosotros: un mismo mantenimiento, que es el
Sanctísimo Sacramento del cuerpo de Cristo, con que todos somos
uñidos y hechos una misma cosa con él, así como de muchos
granos de trigo se hace un pan, y de muchos granos de uvas un
solo vino. Y sobre todo esto participamos un mismo espíritu, que
es el Espíritu Santo, el cual mora en todas las ánimas de los fie-
les, ó por fe, ó por fe y gracia juntamente, y los anima y sus-
tenta en esta vida. Pues si los miembros de un cuerpo (aunque
tengan diversos oficios y figuras entre sí) se aman tanto, por ser
todos animados con una misma ánima racional, : cuánta mayor
razón será que se amen los fieles entre sí, pues todos son ani-
mados con este Espíritu divino, que cuanto es más noble, tanto es
más poderoso para causar unidad en las cosas donde está? Pues
lo6
GLIA DE PECADORES
si sola unidad de carne y de sangre basta para causar tan gran-
de amor entre parientes, ¿ cuanto más todas estas unidades y co-
municaciones tan grandes?
Sobre todo esto pon los ojos en aquel único y singular ejem-
plo de amor que Cristo nos tuvo: el cual nos amó tan fuertemen-
te, tan dulcemente, tan graciosamente, tan perseverantemente
y tan sin interese suyo ni merescimiento nuestro: para que es-
forzado tú con este tan noble ejemplo y obligado con tan gran-
de beneficio, te dispongas según tu posibilidad á amar al próji-
mo desta manera: para que así cumplas fielmente aquel manda-
miento que el Señor te dejó tan encomendado á la salida deste
mundo, cuando dijo: Éste es mi mandamiento, que os améis unos
á otros, así como Yo os amé.
PARA CON DIOS
CAPITULO XII.
jiCHO ya de lo que debemos hacer para con nosotros
y con nuestros prójimos, digamos agora de lo que de-
bemos hacer para con Dios, que es la principal y la
más alta parte de justicia que hay: á la cual sirven aquellas tres
virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, que tienen por ob-
jecto á Dios, y la virtud que. los teólogos llaman religión, que
tiene por objecto el culto de Dios.
Pues con todas las obligaciones que debajo de todas estas vir-
tudes se comprehenden, cumplirá el hombre enteramente, si lle-
gare á tener para con Dios el corazón que tiene un buen hijo
para con su padre. De suerte que así como cumple consigo quien
para consigo tiene corazón de buen juez, y con el prójimo quien
para con él tiene corazón de madre (como ya dijimos) así tam-
bién en su manera cumplirá con Dios quien tuviere corazón de
hijo para con Él, pues uno de los principales oficios del espíritu
de Cristo es darnos esta manera de corazón para con Dios.
Considera, pues, agora diligentemente el corazón que tiene
un buen hijo para con su padre: qué amor le tiene, qué temor y
reverencia, qué obediencia, qué confianza, qué celo de su hon-
ra, cuan sin interese le sirve, cuan confiadamente acude á él en
todas sus necesidades, cuan húmilmente sufre sus reprehensio-
nes y castigos con todo lo demás: y ten tú este mismo corazón
para con Dios, y habrás cumplido enteramente con esta parte
de justicia.
Pues para tener este corazón, ocho virtudes principalmente
me parecen ser necesarias: entre las cuales la primera y la más
principal es amor, la segunda temor y reverencia, la tercera
confianza, la cuarta celo de honra divina, la quinta pureza de in-
tención en las obras de su servicio, la sexta oración y recurso
á Él en todas las necesidades, la séptima agradescimiento á sus
beneficios, la octava obediencia y conformidad entera con su
sancta voluntad.
108 GUIA DE PECADORES
§. I.
Según esta orden la primera cosa y la más principal que de-
bemos hacer, es amar este Señor así como Él lo manda: que es,
con todo nuestro corazón, con toda nuestra ánima, con todo
nuestro entendimiento y con todas nuestras fuerzas. De suerte
que todo cuanto hay en el hombre (cada cosa en su manera) ame
y sirva á este Señor: el entendimiento pensando en Él, la vo-
luntad amándole, los afectos inclinándose á lo que pide su amor,
y las fuerzas de todos los miembros y sentidos empleándose en
ejecutar todo lo que ordenare este amor. A este amor nos lla-
man y compelen todas cuantas razones y motivos de amor se
hallan en todas las criaturas: porque todas ellas están juntas en
solo Dios, y todas en sumo grado de perfección, como adelante
se verá, cuando desto se tratare en su lugar.
§. 11.
La segunda cosa que debemos tener para agradar á Dios es
temor: no temor servil (que es por miedo del castigo) sino te-
mor filial, que es por no enojar á un tan amable y tan piadoso
padre y Señor. Porque tal es el temor que enfrena á los buenos
hijos para no hacer cosa que no deban, y tal es el que hace solíci-
ta á la buena mujer para no consentir que haya cosa en su casa
que ofenda á los ojos de su marido. Este sancto temor (que es
particular don del Espíritu Sancto) se cría en nuestra ánima
considerando estas cuatro cosas, conviene saber, la alteza de la
divina majestad, la profundidad de sus juicios, la grandeza de
su justicia, la muchedumbre de nuestros pecados, y especialmente
la resistencia que tenemos á las inspiraciones divinas. Por lo
cual será necesario algunas veces ocupar el corazón en la consi-
deración de estas cuatro cosas: porque ella es la que sirve para
criar y fomentar en nuestras ánimas este sancto afecto, el cual
echa fuera del ánima todo pecado.
Á este mismo temor pertenece que cuando estuviéremos
en los oficios divinos y en las iglesias (mayormente donde está
el Sanctísimo Sacramento) estemos allí, no parlando, ni pasean-
do, ni derramando los ojos á diversas partes (como hacen mu-
LIBRO il. CAPÍTULO XIL lOQ
chos) sino con grande temor y acatamiento de aquella imperial
Majestad ante quien estamos, la cual por una especial manera
asiste en aquel lugar.
§. m.
La tercera virtud es confianza: esto es, que así como un hijo
en todas las tribulaciones y necesidades que se le ofrecen (si tie-
ne el padre rico y poderoso) está muy seguro y confiado que
no le ha de faltar el socorro y providencia de su padre, así el
hombre ha de tener en esta parte un corazón tan de hijo para
con Dios, que considerando cómo tiene por padre á Aquél en
cuyas manos está todo el poder del cielo y de la tierra, esté con-
fiado en todas las tribulaciones que se le ofrecieren, que vol-
viéndose á Él y confiando en su misericordia, le sacará de aquel
trabajo, ó lo enderezará para mayor bien y provecho suyo. Por-
que si esta manera de confianza tiene un hijo en su padre, y con
ella duerme seguro, (i cuánto más se debe tener en Aquél que es
más padre que todos los padres, y más rico que todos los ricos,
y que verdaderamente no es menos padre que rico, ni menos
rico que padre ?
Y si dijieres que la falta de servicios y merescimientos y
la muchedumbre de los pecados de la vida pasada te hace des-
mayar, el remedio es no mirar por entonces á esto, sino mirar á
Dios, y mirar á su Hijo, nuestro único salvador y medianero,
para cobrar esfuerzo en Él. De donde, así como los que pasan
un río impetuoso (cuando se les desvanece la cabeza con la fuer-
za de la corriente) les damos voces y decimos que no miren á las
aguas que desvanecen, sino que alcen los ojos á lo alto y camina-
rán seguros, así también se debe aconsejar á los flacos en estapar-
te avisándoles que no miren por entonces á sí ni á sus pecados
pasados. Pues dirás: ^En qué debo mirar para cobrar esa mane-
ra de esfuerzo y confianza? A esto te respondo que mires pri-
meramente á aquella inmensa bondad y misericordia de Dios,
que se extiende al remedio de todos los males del mundo: que
mires la verdad de su palabra, por la cual tiene prometido su
favor y socorro á todos los que invocaren húmilmente su saricto
nombre, y se pusieren debajo de su amparo: pues vemos que
aun los mismos enemigos que traen bando unos con otros, no
1 10 GUIA DE PECADORES
niegan su favor á los que se van á meter por sus puertas, y
guarescer en sus casas al tiempo del peligro. Mira también la
muchedumbre de los beneficios que hasta agora tienes de su
piadosa mano recibidos, y aprende de la misericordia experi-
mentada en las mercedes pasadas á esperar las venideras. Y so-
bre todo esto mira á Cristo con todos sus trabajos y meresci-
mientos, los cuales son nuestra justicia, nuestro derecho y el tí-
tulo qué tenemos para pedir mercedes á Dios: pues nos consta
que estos merescimientos por una parte son tan grandes, que no
pueden ser mayores, y por otra son tan nuestros (si estamos uni-
dos con Él por fe y amor) como si nosotros mismos los hubié-
ramos ganado por nuestra lanza. Éstos son los principales estri-
bos de nuestra confianza, y éstos son los que hacían á los sanctos
estar tan firmes en lo que esperaban, como lo estaba en su lugar
el monte de Sión.
Mas es mucho de sentir que teniendo tan grandes motivos
para confiar, somos muy flacos en esta parte: pues luego como
vemos el peligro al ojo, desmayamos, y nos vamos á Egipto á
buscar amparo en la sombra y carros de Faraón. De manera que
hallaréis muchos siervos de Dios muy ayunadores, y rezadores, y
limosneros, y llenos de otras virtudes: mas muy pocos que ten-
gan aquella manera de confianza que tenía Sancta Susana, la cual
estando sentenciada á muerte y sacándola ya para la ejecución
de la sentencia, dice la Escriptura que estaba su corazón con-
fiado en el Señor.
Autoridades para persuadir esta virtud, quien las quisiere
traer, puede traer aquí toda la Escriptura Sagrada, mayormente
Psalmos y Profetas: porque apenas hay en ellos cosa más repe-
tida que la esperanza en Dios y la certenidad del socorro para
los que esperan en El.
§. IV.
La cuarta virtud es celo de la honra de Dios: esto es, que el
mayor de nuestros cuidados y el mayor de nuestros deseos sea
ver prosperada y adelantada la honra de Dios, y ver sanctifica-
do y glorificado su nombre, y hecha su voluntad en el cielo y en
la tierra: y el mayor de todos nuestros dolores sea ver que esto
no se hace así, sino muy al revés. Tal era el corazón y celo que
LIBRO II. CAPÍTULO XII. t f I
tuvieron todos los sanctos, en cuyo nombre fueron dichas aque-
llas palabras: El celo, Señor, de vuestra gloria tiene enflaqueci-
das y envejecidas mis carnes: porque era tan grande la aflicción
que por esta causa sentían, que el dolor del ánirna salía á la cara,
y enflaquecía el cuerpo, y corrompía la sangre, y daba muestras
de sí en todo el hombre exterior. Y si nosotros tal celo como
éste tuviésemos, luego seríamos señalados con aquella gloriosa
señal de Ezequiel en las frentes, por la cual estaríamos libres de
todos los castigos y azotes de la justicia divina.
§. V.
La quinta virtud es pureza de intención, á la cual pertenece
que en todas las obras que hiciéremos, no busquemos á nosotros,
ni pretendamos algún interese nuestro eterno ni temporal, sino
puramente la gloria y obediencia y beneplácito de este Señor,
teniendo por cierto que así como los que juegan á la gana pierde,
perdiendo ganan y ganando pierden, así mientra más sin intere-
se tratáremos en esta parte con Dios, más ganaremos con Él, y al
revés. Esta es una de las cosas que más habemos de mirar y
examinar en nuestras obras, y de que mayores celos habernos
de tener, recelando no se nos vayan por ventura los ojos á mi-
rar en ellas otra cosa que Dios: porque la naturaleza humana
(como ya dijimos) es subtil y en todas las cosas busca á sí misma.
Muchos hay muy ricos de buenas obras que por ventura, cuan-
do sean examinadas en el contraste de la justicia divina, se ha-
llarán faltas desta pureza de intención, que es aquel ojo del
Evangelio, que si es claro, todo el cuerpo hace claro, y si escuro,
todo lo hace también escuro.
Muchas personas hay constituidas en dignidad así en la re-
pública como en la Iglesia, que viendo cómo siempre la virtud
en semejantes oficios es favorescida, trabajan por ser virtuosos
y vivir á ley de hombres de bien, lavando sus manos de toda vile-
za y de toda cosa que pueda amancillar su honra: mas esto hacen
por no caer de la reputación en que están, por ser bien quistos
con sus príncipes, por ser favorescidos y acrecentados en sus ofi-
cios y llevados á otros mayores. De manera que estas obras no pro-
ceden de centella viva de amor y temor de Dios, ni tienen por fin
su obediencia y su gloria, sino sólo el interese y la gloria propria
112 GUIA DE PECADORES
del hombre. Pues lo que así se hace, aunque á los ojos del mundo
parezca algo, en los de Dios es todo humo y sombra de justicia,
no verdadera justicia. Porque virtudes morales sin espíritu de amor
y temor de Dios, muchas tuvieron los gentiles, como Sócrates, y
Platón, y Catón, y otros nobles griegos y latinos: mas con todas
ellas se fueron á los infiernos. Porque no agrada á Dios, ni la
sciencia, ni la elocuencia, ni la alteza de ingenio, ni la nobleza
de condición, ni tampoco las virtudes morales por sí solas, ni los
trabajos corporales (aunque sea sacrificar los proprios hijos) sino
sólo este espíritu de amor enviado del cielo, y lo que nasce des-
ta raíz y procede de ella. No había en el templo cosa que no
fuese, ó de oro ó dorada: ni hay cosa que agrade á los ojos de
Dios en el templo vivo de nuestra ánima, que no sea caridad, ó
vaya dorado con ella.
Por donde el siervo de Dios no ponga tanto los ojos en lo
que hace, cuanto en lo que pretende con lo que hace: porque ba-
jísimas obras con altísima intención son altísimas, y altísimas y
provechosísimas con bajísima intención son bajísimas. Porque no
mira Dios tanto al cuerpo de la obra, cuanto al ánima de la in-
tención, que procede de la fuente del amor.
La sexta virtud es oración, mediante la cual como hijos re-
corramos á nuestro padre en el tiempo de la tribulación (como
hacen hasta los niños chiquitos, que con cualquier miedo ó so-
bresalto luego acuden á sus madres) y para que mediante ella
tengamos continua memoria de nuestro Padre, y andemos siem-
pre en su presencia, y muchas veces platiquemos con Él: pues
todo esto está anejo á la condición y obligación de los buenos
hijos para con sus padres.
§. VIL
La séptima virtud es hacimiento de gracias y reconosci mien-
to de los beneficios paternales, que es una de las mayores deu-
das que debemos á Dios y que más mal solemos pagar. Desta
virtud y de la pasada trataremos adelante en su proprio lugar.
LIBRO II. CAPÍTULO XII. I I
§. VIII.
La octava virtud es obediencia general á todo lo que manda
Dios, en la cual consiste el cumplimiento y la suma de toda jus-
ticia. Esta virtud tiene tres grados. El primero obedecer á los
mandamientos divinos, el segundo á los consejos, el tercero á las
inspiraciones y llamamientos de Dios. La guarda de los manda-
mientos del todo punto es necesaria para la salud: la de los con-
sejos ayuda para la de los mandamientos, sin la cual muchas ve-
ces suele correr peligro. Porque el no jurar (aunque sea verdad)
sir\^e para no jurar cuando sea mentira: el no pleitear, para no
perder la paz y la caridad: el no poseer cosa propria, para estar
más seguro de cobdiciar la ajena, y el hacer bien á quien nos ha-
ce mal, para estar más lejos de procurarle ó hacerle mal. Desta ma-
nera los consejos sirven como de antemuro á los preceptos, y
por esto el que desea acertar, no se contente con la guarda de lo
uno, sino trabaje (según le fuere posible y según la condición de
su estado) por guardar lo otro. Porque así como el que lucha con
otro, no se contenta con no dejarse derribar, sino trabaja por de-
rribar si puede á su adversario (porque así está más seguro de no
caer) y así como el que pasa un río impetuoso, no se contenta
con atravesar por medio del río, sino antes sube hacia arriba,
y corta el agua contra la corriente, para estar más seguro de no
irse tras ella, así el siervo de Dios no sólo ha de poner los ojos en
aquello que puntualmente basta para salvarse, sino tomar el ne-
gocio más de atrás: porque si no saHere con lo que pretende (que
es lo mejor) á lo menos llegue á lo que cumple para su salud,
que es lo que basta.
El tercero grado dijimos que era obedescer á las inspiracio-
nes divinas: porque no es ésta menos obediencia que las pasa-
das, pues los buenos servidores no sólo obedecen á lo que su se-
ñor les manda por palabras, sino también á lo que les significa
por señales. Y por esto conváene que el hombre esté atento á los
movimientos y inspiraciones divinas, para que luego acuda con
aquellos sanctos animales de Ezequiel al ímpeto y llamamiento
del Espíritu Sancto.
Y porque en esto podría haber engaño, tomando por inspira-
ción divina la que podría ser humana ó di¿ibólica, por esto nos
OBRAS DE GRANADA X— S
ÍÍ4 GUIA DE PECADORES
conviene hacer aquí aquello que dice S. Juan: No queráis creer
á todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios. Y para
esto (demás del contraste de la Escriptura divina y de la doc-
trina de los sanctos, en el cual se han de examinar estas cosas)
podrás guardar esta regla general, que como haya dos maneras
de servicios de Dios, unos voluntarios y otros obligatorios, cuan-
do éstos acaesciere encontrarse, siempre han de preceder los
obligatorios á los voluntarios, por muy grandes y muy meritorios
que sean. Y así se ha de entender aquella sentencia tan celebra-
da de Samuel, que dice: Más vale la obediencia que el sacrificio:
porque primero quiere Dios que el hombre obedezca á su pala-
bra, y después le haga todos los servicios que quisiere, sin per-
juicio desta obediencia.
Y por servicios necesarios entendemos primeramente la guar-
da de los mandamientos de Dios, sin la cual no hay salud. Lo
segundo, la guarda de los mandamientos de aquéllos que están
en su lugar: pues quien á éstos resiste, resiste á la ordenación de
Dios. Lo tercero, la guarda de todas aquellas cosas que están ane-
jas al estado de cada uno: como son las obligaciones que tiene
el perlado en su estado, y el religioso y el casado en el suyo. Lo
cuarto, la de aquellas cosas que aunque no sean absolutamente
necesarias, ayudan grandemente á la conservación de las nece-
sarias: porque también éstas participan alguna manera de nece-
sidad, por razón de las otras. Pongamos ejemplo. Tienes tú ya
experiencia de mucho tiempo que cuando cada día tienes un pe-
dazo de recogimiento (para entrar dentro de ti mismo y exami-
nar tu conciencia y tratar con Dios del remedio della) traes la
vida más concertada, y eres más señor de ti y de tus pasiones, y
estás más hábil y prompto para toda virtud: y por el contrario,
que cuando faltas en esto, luego desfalleces, y desvaras en mu-
chas faltas, y te ves en peligro de volver á las costumbres pasa-
das, porque aun no tienes suficiente caudal de gracia, ni estás aun
del todo fundado en la virtud, y por esto (como el pobre que el
día que no lo gana, no lo come) así tú el día que no te dan este
socorro de devoción, quedas ayuno, y flaco, y fácil para caer en
las cosas menores, que disponen para las mayores. Pues en tal
caso debes entender que Dios te llama á este ejercicio, pues ves
que comúnmente por este medio te ayuda, y sin él sueles des-
fallecer. Esto digo, no para que entiendas aquí necesidad de pre-
LIBRO IL CAPÍTULO XÍL II
cepto, sino necesidad de un muy conveniente medio para mejor
responder á tu profesión.
ítem, eres regalado y amigo de ti mismo y enemigo de cual-
quier trabajo y aspereza, y ves que por esto se impide mucho tu
aprovechamiento, porque por esta causa dejas de entender en
muchas obras virtuosas, por ser trabajosas, y desvaras en muchas
culpables, por ser deleitables: en este caso entiende que el Señor
te llama á la fortaleza, y á la aspereza y mal tratamiento de tu
cuerpo, y al trabajo de la mortificación, y de todos tus gustos y
apetitos, pues ves por experiencia lo que te importa este negocio.
Desta manera puedes discurrir por todas aquellas obras cuyo
ejercicio te hace mayor provecho, y cuya falta te hace mayor
falta, y á ésas entiende que te llama nuestro Señor: aunque en
esto y en todas las cosas debes siempre seguir el consejo de los
mejores.
De lo dicho parece que para acertar á escoger, no ha de po-
ner el hombre los ojos en lo que de suyo es mejor, sino en lo
que para él es mejor y más necesario: porque muchas obras hay
altísimas y de grandísima perfección, que no serán por eso me-
jores para mí, aunque sean mejores en sí: porque no tengo yo
fuerzas para ellas, ni soy llamado para eso. Y por tanto cada uno
permanezca en su llamamiento, y *se mida consigo mismo, y pon-
ga los ojos en lo que más le arina, y no los extienda á lo que
de todo en todo excede sus fuerzas, como lo aconseja el Sabio
diciendo: No levantes los ojos á las riquezas que no puedes al-
canzar, porque tomarán alas como de águila y volarán al cielo. Y
á los que hacen lo contrario, reprehende el Profeta diciendo: Mi-
rastes á lo más, y convertióse en menos: abarcastes mucho, y
apretastes poco.
Ésta es la ley que se ha de guardar entre los servicios volun-
tarios y obligatorios: mas entre los que son voluntarios, podrás
tener la siguiente. Entre esta manera de servicios, unos son pú-
blicos y otros secretos: de unos se nos sigue honra, interese y
deleite, y de otros nada desto se sigue. Pues entre éstos (si quie-
res no errar) siempre debes tener un poco más de recelo délos
públicos que de los secretos, y de los que traen algún interese
que de los que no lo traen. Porque (como ya muchas veces di-
jimos) la naturaleza del amor proprio es muy subtil y siempre
se busca á sí misma, aun en los muy altos ejercicios. Por lo cual
lió GUIA DE PECADORES
decía un religioso varón: ^Sabéis dónde está Dios? Donde no es-
táis vos. Dando á entender que aquélla era más puramente obra
de Dios, donde no se hallaba interese proprio: porque aquí no
parece que se busca ni se pretende otra cosa que Dios. Y no
digo esto para que de tal manera declinemos á este extremo,
que siempre hayamos de acudir á él (porque en el otro puede
haber y hay muchas veces mayor mérito y mayor razón de obli-
gación con todos esos contrapesos) sino para dar aviso de las
malicias y resabios del amor proprio, para que no todas veces el
hombre se fíe del, aunque venga con máscara de virtud.
Estos tres grados abraza en sí la obediencia perfecta, los cua-
les por ventura significó el Apóstol cuando dijo: No queráis, her-
manos míos, ser imprudentes, sino discretos y avisados, para en-
tender cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta:
donde parece comprehender estos tres grados de obediencia:
porque buena es la obediencia de los preceptos, y agradable la
de los consejos, y perfecta la de las inspiraciones y llamamientos
divinos: porque entonces habrá llegado el hombre á la perfec-
ción de la obediencia, cuando hobiere puesto por obra todo lo
que Dios le manda, aconseja y inspira.
§. IX.
Á estos tres grados se añade el cuarto, que es una perfectísima
conformidad con la divina voluntad en todo lo que ordenare de
nosotros, dejándonos guiar (como ovejas) de su providencia pasto-
ral por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama, por
salud ó por enfermedad, por muerte ó por vida, abajando húmil-
mente y alegremente la cabeza á todo lo que El ordenare de nos,
y tomando con igual corazón los azotes y los regalos, los favores
y los disfavores de su mano, no mirando lo que nos da, sino quién
lo da, y el amor con que lo da: pues no con menor amor azota el
padre á su hijo, que le regala, cuando ve que le conviene.
Para este grado sirve la paciencia en los trabajos y adversi-
dades, en la cual ponen los doctores tres grados excelentes: en-
tre los cuales el primero es llevar los trabajos con paciencia, el
segundo desearlos por amor de Dios, el tercero alegrarse en ellos
por esta misma causa. El primer grado se ve claramente en la
paciencia del sancto Job: el segundo, en el deseo que tuvieron
LIBRO 11. CAPÍTULO XÍI. 1 1^
algunos mártires del martirio: el tercero, en el alegría que reci-
bieron los Apóstoles por haber sido merecedores de padecer in-
jurias por el nombre de Cristo. Y este mismo tuvo el Apóstol
cuando en una parte dice que se gloriaba en las tribulaciones:
en otra, que se alegraba en sus enfermedades, en angustias, en
azotes &c. por Cristo: en otra, donde (tratando de su prisión) pide
á los Filipenses que le sean compañeros en el alegría que tenía
por verse preso en aquella cadena por Cristo. Y esta misma gra-
cia escribe él que fué dada en aquellos tiempos á los fieles de las
iglesias de Alacedonia, los cuales tuvieron abundantísima alegría
en medio de una grande tribulación. Éste es uno de los altos gra-
dos de paciencia y de caridad y perfección adonde una criatura
puede llegar: al cual grado llegan muy pocos, y por esto no obliga
Dios á nadie debajo de precepto á él, así como ni al pasado.
Verdad es que no se entiende por esto que nos hayamos de
alegrar en las muertes, y calamidades, y trabajos de nuestros
prójimos, ni menos de nuestros parientes y amigos, y mucho me-
nos de la Iglesia. Porque la misma caridad que nos pide alegría
en lo uno, nos mueve á tristeza y compasión en lo otro, pues ella,
es la que sabe gozar con los que gozan, y llorar con los que lloran,
como vemos que lo hacían los Profetas, los cuales gastaban toda
la vida en llorar y sentir las calamidades y azotes de los hombres.
El que estos cuatro grados de obediencia tuviere, habrá al-
canzado aquella resignación que tanto engrandecen los maestros
de la vida espiritual, la cual de tal manera subjecta y pone un
hombre en las manos de Dios, como un poco de cera blanda ó
de barro en las manos de un artífice, para que el Señor obre en
él todo lo que quisiere sin resistencia. Porque resignada desta
manera la propria voluntad (como cuando se resigna un benefi-
cio en manos de un perlado) queda el hombre en aquel estado
que significó el Profeta cuando dijo: El Señor me habló al oído,
y yo no le contradigo, ni doy paso atrás, rehusando lo que me
manda. Éste es el medio y el camino que hay para subir á altí-
sima perfección, y para ser un hombre hecho á la voluntad de
Dios, como se dice de David.
Pues quienquiera que estas ocho condiciones ó virtudes tu-
viere, tendrá para con Dios corazón de hijo, y habrá cumplido
enteramente con esta postrera y suma parte de justicia, que da á
Dios lo que se le debe.
DE LAS OBLIGACIONES DE LOS ESTADOS
CAPÍTULO XIIL
ICIIO ya en general de lo que conviene á todo género
de personas, convenía descendir en particular á tratar
de lo que á cada una conviene en su estado. Mas por-
que éste sería largo negocio, por agora bastará avisar brevemen-
te que demás de lo susodicho debe tener cada uno respecto á
las leyes y obligaciones de su estado, las cuales son muchas y
diversas, según la di\'ersidad de los estados que hay en la Igle-
sia. Porque unos son perlados, otros subditos, otros casados, otros
religiosos, otros padres de familia &c. Y para cada uno de éstos
había de haber una ley por sí.
El perlado dice el Apóstol que ejercite su oficio con toda
solicitud y vigilancia: y lo mismo le aconseja Salomón cuando
dice: Fijo mío, si te obligaste \' saliste por fiador de algún amigo
tuyo, mira que has tomado sobre ti una grande carga, y por esto
discurre, date priesa, despierta á tu amigo, no des sueño á tus
ojos, ni dejes plegar tus párpados, hasta poner el negocio en ta-
les términos que salgas bien de esa obligación. Y no te maravi-
lles porque este sabio pida tanta solicitud sobre este caso: por-
que por dos causas suelen tener los hombres grande solicitud en
la guarda de las cosas, ó porque son de grande valor, ó porque
están en gran peligro: y ambas concurren en el negocio de las
ánimas en tan subido grado, que ni el precio puede ser mayor,
ni tampoco el peligro: por donde conviene que sean guardadas
con grandísimo recaudo.
El subdito ha de mirar á su perlado, no como á hombre, sino
como á Dios, para reverenciarle y hacer lo que le manda, con aque-
lla promptitud y devoción que lo hiciera si se lo mandara Dios.
Porque si el señor á quien yo sirvo, me manda obedecer á su
mayordomo, cuando obedezco al mayordomo, ¿á quién obedezco
sino al señor? Pues si Dios me manda obedecer al perlado, cuan-
do hago lo que el perlado manda, ^á quién obedezco, al perlado
Libro ii. capítulo xíil í lo
ó á Dios? Y sí S. Pablo quiere que el siervo obedezca á su se-
ñor, no como á hombre, sino como á Cristo, al cual solamente
subjectó la condición de la fortuna, ^-cuánto más el subdito á su
perlado, á quién subjectó el vínculo de la obediencia?
En esta sancta obediencia ponen tres grados: el primero, obe-
decer con sola obra: el segundo, con obra y con voluntad: el ter-
cero, con obra, voluntad y entendimiento. Porque algunos hacen
lo que les mandan, mas ni les paresce bien lo mandado, ni lo ha-
cen de voluntad: otros lo hacen, y de buena \^oluntad, mas no
les parece acertado lo que se les manda: otros hay que (cativan-
do su entendimiento en servicio de Cristo) obedecen al perlado
como á Dios, que es con obra, voluntad y entendimiento, ha-
ciendo lo que les manda voluntariamente y aprobando lo que se
manda, húmilmente, sin querer hacerse jueces de aquéllos de
quien han de ser juzgados.
Así que, hermano mío, con todo estudio trabaja por obede-
cer á tu perlado, acordándote que está escrito: El que á vosotros
oye, á mí oye, y el que á vosotros desprecia, á mí desprecia. No
pongas jamás la boca en ellos, porque no te sea dicho de parte
del Señor: No es vuestra murmuración contra nosotros, sino con-
tra Dios. No los tengas en poco, porque no te diga el mismo Se-
ñor: No despreciaron á ti, sino á mí, para que no reine sobre
ellos. No trates con ellos con falsedad y doblez, porque no te
sea dicho: No mentiste á los hombres sino á Dios, }' así pagues
con arrebatada muerte la culpa de tu atrevimiento como los que
esto hicieron.
§. I.
La mujer casada mire por el gobierno de su casa, por la pro-
visión de los suyos, por el contentamiento de su marido, y por
todo lo demás: y cuando hobiere satisfecho á esta obligación, ex-
tienda las velas á toda la devoción que quisiere, habiendo prime-
ro cumplido con las obligaciones de su estado.
Los padres que tienen hijos, tengan siempre ante los ojos
aquel espantoso castigo que recibió HeH, por haber sido negli-
gente en el castigo y enseñanza de sus hijos, cuya negligencia
castigó Dios, no sólo con las arrebatadas muertes del y dellos,
sino con la prisión del arca del testamento, y con privación per-
120 GUIA DE PECADORES
petua del sumo sacerdocio, y con la calamidad y muerte común
de todo el pueblo. Mira que los pecados del hijo son pecados del
padre, y la perdición del hijo es perdición del padre, y que no
merece nombre de padre el que habiendo engendrado su hijo
para este mundo, no lo engendra para el cielo. Castigúele, avíse-
le, apártele de malas compañías, búsquele buenos maestros, críe-
le en virtud, enséñele dende su niñez con Tobías á temer á Dios,
quiébrele muchas veces la propria voluntad, y pues antes que
naciese le fué padre del cuerpo, después de nascido séale padre
del ánima. Porque no es razón que se contente el hombre con
ser padre de la manera que los pájaros y los animales son pa-
dres, que no hacen más que dar de comer y sustentar sus hi-
jos. Sea él padre como hombre, y como hombre cristiano, y co-
mo verdadero siervo de Dios, que cría su hijo para hijo de Dios,
heredero del cielo, y no para esclavo de Satanás y morador del
infierno.
Los señores de familia que tienen criados y esclavos, acuér-
dense de aquella terrible amenaza de S. Pablo que dice: Si algu-
no no tiene cuidado de sus domésticos y familiares, este tal ne-
gado ha la fe (ó la fidelidad que debiera guardar) y es peor que
un infiel. iVcuérdese que éstos son como ovejas de su manada, y
que él es como pastor y guarda de ellas, mayormente de los que
son esclavos, y piense que algún tiempo le pedirán cuenta de
ellos, y le dirán: ; Dónde está la grey que te fué encomendada, y
el ganado noble que tenías á tu cargo? Y llámalo con mucha ra-
zón noble, por causa del precio con que fué comprado, y por la
sacratísima humanidad de Cristo con que fué ennoblecido: pues
que ningún esclavo hay tan bajo, que no sea libre }- noble por la
humanidad y sangre de Cristo.
Tenga pues el buen cristiano cuidado que los que tiene en
su casa, estén libres de vicios conoscidos, como son enemistades,
juegos, perjurios, blasfemias y deshonestidades. Y demás desto,
que sepan la doctrina cristiana, y que guarden los mandamientos
de la Iglesia, y señaladamente el de oír misa domingos y fiestas,
y ayunar los días que son de ayuno, si no tuvieren algún legítimo
impidimento, según que arriba fué declarado.
AVISO PRIMERO
DE LA ESTIMA DE LAS VIRTUDES PARA MAYOR
ENTENDIMIENTO DESTA REGLA
CAPÍTULO XIV.
sí como al principio desta regla pusimos algunos
preámbulos que para antes della se requerían, asi
^ después de ella conviene dar algunos avisos, para
que mejor se entienda lo contenido en ella. Porque primeramen-
te (como aquí se haya tratado de muchas maneras de virtudes)
es necesario declarar la dignidad que tienen unas sobre otras, para
que sepamos estimar cada cosa en lo que es, y dar á cada una
su lugar. Porque así como el que trata en piedras preciosas, con-
viene que entienda el valor de ellas (porque no se engañe en
el precio) y así como el mayordomo de un señor conviene que
sepa los méritos de los que tiene en su casa, para que trate á cada
uno según su merescimiento (porque lo contrario sería desorden
y confusión) así el que trata en las margaritas de las virtudes, y
el que (como buen ma}'ordomo) ha de dar á cada una su dere-
cho, conviene que para esto tenga mu}^ entendido el precio de
ellas: y para que cuando las cosas se encontraren, sepa cuáles ha
de anteponer á cuáles, porque no venga á ser (como dicen) alle-
srador de la ceniza w derramador de la harina, como á muchos
acontesce.
Pues para esto es de saber que todas las virtudes de que
hasta aquí habemos tratado, se pueden reducir á dos órdenes:
porque unas son más espirituales y interiores, y otras más visi-
bles y exteriores. En la primera orden ponemos las virtudes teo-
logales, con todas las otras que señalamos para con Dios, y prin-
cipalmente la caridad, que tiene el primer lugar (como reina) en-
tre todas ellas. Y con éstas se juntan otras virtudes mu}' nobles
y muy vecinas á éstas: que son, humildad, castidad, misericor-
dia, paciencia, discreción, devoción, pobreza de espíritu, menos-
precio del mundo, negamiento de nuestra propria voluntad, amor
de la cruz y aspereza de Cristo, y otras semejantes á éstas,
!22 GUIA DE PECADORES
que llamamos aquí (extendido este vocablo) virtudes. Y lla-
márnoslas espirituales y interiores, porque principalmente resi-
den en el ánimo: puesto caso que proceden también á obras ex-
teriores: como paresce en la caridad y religión para con Dios,
que aunque sean virtudes interiores, producen también sus actos
exteriores para honra y gloria del mismo Dios.
Otras virtudes hay que son más visibles y exteriores: como
son, el ayuno, la disciplina, el silencio, el encerramiento, el leer,
rezar, cantar, peregrinar, oir misa, asistir á los sermones y oficios
divinos, con todas las otras observancias y cerimonias corporales
de la vida cristiana, ó religiosa. Porque aunque estas virtudes es-
tén en el ánimo, pero los actos proprios de ellas, salen más afue-
ra que los de las otras, que muchas veces son ocultos y invisibles:
como son, creer, amar, esperar, adorar, contemplar, humillarse
interiormente, dolerse de los pecados, juzgar discretamente, y
otros actos semejantes.
Entre estas dos maneras de virtudes no hay que dudar sino
que las primeras son más excelentes y más necesarias que las se-
gundas con grandísima ventaja. Porque como dijo el Señor á la
Samaritana: Mujer, créeme que es llegada ya la hora cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en ver-
dad, porque el Padre tales quiere que sean los que le adoran. Es-
píritu es Dios, y por eso los que le adoran, en espíritu y v^erdad
conviene que le adoren. Esto es en romance claro lo que canta
aquel versico tan celebrado en las escuelas de los niños: Pues
que Dios es espíritu (como las Escripturas nos lo enseñan) por
eso conviene que sea honrado con pureza y limpieza de espíritu.
Por esto el profeta David, describiendo la hermosura de la Igle-
sia, ó del ánima que está en gracia, dice que toda la gloria y
hermosura de ella está allá dentro escondida, donde está guarne-
cida con fajas de oro y vestida de diversos colores de virtudes.
Lo mismo nos significó el Apóstol cuando dijo á su discípulo Ti-
moteo: Ejercítate en la piedad, porque el ejercicio corporal para
pocas cosas es provechoso, mas la piedad para todo vale: pues
á ella se prometen los bienes desta vida y de la otra. Donde por
la piedad entiende el culto de Dios y la misericordia para con los
prójimos, y por el ejercicio corporal, la abstinencia y las otras
asperezas corporales, como Sancfo Tomás }' Cayetano declaran
sobre este paso.
tIBRO II. CAPÍTULO XIV. 12 J
Entendieron esta verdad hasta los filósofos gentiles: porque
Aristóteles (que tan pocas cosas escribió de Dios) con todo eso
dijo: Si los dioses tienen cuidado de las cosas humanas (como es
razón que se crea) cosa verisímil es que se huelguen con la cosa
más buena y semejante á ellos. Ésta es la mente ó el espíritu del
hombre, y por esto los que adornaren este espíritu con el conos-
cimiento de la verdad y con la reformación de sus afectos, éstos
han de ser muy agradables á Dios. Lo mismo sintió maravillosa-
mente el príncipe de los médicos Galeno, el cual tratando en un
libro de la composición y artificio del cuerpo humano, y llegan-
do á un paso donde singularmente resplandecía la grandeza de
la sabiduría y providencia de aquel artífice soberano, arrebata-
do en una profunda admiración de tan grandes maravillas, como
olvidado de la profesión de médico y pasando á la de teólogo,
exclamó diciendo: Honren los otros á Dios con sus hecatombas
(que son sacrificios de cien bueyes) yo le honraré reconosciendo
la grandeza de su sabiduría, que tan altamente supo ordenar las
cosas: y la grandeza de su poder, que tan enteramente pudo poner
por obra todo lo que ordenó: y la grandeza de su bondad, la cual
de ninguna cosa tuvo envidia á sus criaturas, pues tan cumplida-
mente prove3'ó á cada una de todo loque le cumplía, sin alguna
manera de falta. Esto dijo este filósofo gentil. Dime, ¿qué más
pudiera decir un perfecto cristiano? ¿Qué más dijera si hoblera
leído aquel dicho del Profeta: Misericordia quiero y no sacrificio,
y conoscimiento de Dios más que holocaustos? Aluda las heca-
tombas en holocaustos, y verás la concordia que tuvo aquí el fi-
lósofo gentil con el Profeta.
Mas con todos estos loores que se dan á estas virtudes, las
otras que pusimos en la segunda orden (dado caso que en la
dignidad sean menores) pero son importantísimas para alcanzar
las mayores y conservarlas, y algunas de ellas necesarias, por
razón del precepto ó voto que en ellas entreviene. Esto se prue-
ba claramente discurriendo por aquellas mismas virtudes que di-
jimos. Porque el encerramiento y la soledad excusa al hombre
de ver, de oír, de hablar y de tratar mil cosas y tropezar en mil
ocasiones, en las cuales se pone á peligro no sólo la paz y sosie-
go de la consciencia, sino también la castidad y la inocencia. El
silencio ya se ve cuánto ayuda para conservar la dev^oción }'• ex-
cusar los pecados que se hacen hablando, pues dijo el Sabio que
^24 CUIA DE PECADORES
en el mucho hablar no podían faltar pecados. El ayuno (demás
de ser acto de la virtud de la temperancia, y ser obra satisfa-
toria y meritoria, si se hace en caridad) enflaquece el cuerpo, y le-
vanta el espíritu, y debilita nuestro adversario, y dispone para la
oración, lición y contemplación, y excusa los gastos y cobdicias
en que viven los amigos de comer y beber, y las burlerías y
y parlerías y porfías y disoluciones en que entienden después de
hartos. Pues el leer libros sanctos, y oír semejantes sermones, y
el rezar y cantar y asistir á los oficios divinos, bien se ve cómo
éstos son actos de religión, y incentivaos de devoción, y medios
para alumbrar más el entendimiento y encender más el afecto en
las cosas espirituales.
Pruébase también esto mismo por una experiencia tan clara,
que si los herejes la miraran, no vinieran á dar en el extremo
que dieron. Porque vemos cada día con los ojos y tocamos con
las manos, que en todos los monesterios donde florece la obser-
vancia regular, 3' la guarda de todo lo exterior, siempre hay ma-
yor virtud, mayor devoción, más caridad, más valor y ser en las
personas, mas temor de Dios, y finalmente más cristiandad: y por
el contrario, donde no se tiene cuenta con esto, así como la
observancia anda rota, así también anda la conciencia, y las
costumbres, y la vida: porque como hay mayores ocasiones de
pecar, así hay más pecados y desconciertos. De suerte que como
en la viña bien guardada y bien cercada está todo seguro, y la
que caresce de guarda y de cerca está toda robada y esquilmada,
así está la reHgión cuando se guarda la observancia regular, ó
no se guarda. Pues ¡jqué más argumento queremos que éste,
que procede de una tan clara experiencia, para ver la utilidad y
importancia destas cosas?
Pues ya, si un hombre pretende alcanzar y conservar siempre
aquella soberana virtud de la devoción (que siendo una sola vir-
tud hace al hombre hábil y prompto para toda virtud y es co-
mo espuelas y estímulo no para un bien solo, sino para todo bien)
¿cómo será posible alcanzar y conservar este afecto tan sobrena-
tural y tan delicado, si se descuida en la guarda de sí mismo?
Porque este afecto es tan delicado y (si sufre decirse) tan fugitivo,
que á vuelta de cabeza no sé cómo luego desaparesce. Porque
una risa desordenada, una habla demasiada, una cena larga, un
poco de ira, ó de porfía, ó de otro cualquier distraimiento, un po-
Libro ii. capítulo xiv. 1 2 5
nerse á querer ver, oir, ó entender en cosas no necesarias (aun-
que no sean malas) basta para agotar mucha parte de la devo-
ción. De manera que no sólo los pecados, sino los negocios no
necesarios y cualquier cosa que nos haga div^ertir de Dios, nos
hace disminuir la devoción. Porque así como el hierro, para que
esté hecho fuego, conviene que esté siempre ó cuasi siempre en
el fuego (porque si lo sacáis de allí, de ahí á poco se vuelve á
su frialdad natural) así este noble afecto depende tanto de andar
el hombre siempre uñido con Dios por actual amor y conside-
ración, que en desviándolo de allí, luego se vuelve al paso de
la madre, que es á la disposición de su propria naturaleza.
Por donde el que trata da alcanzar y conservar este sancto
afecto, ha de andar tan solícito en la guarda de sí mismo, esto
es, de los ojos, de los oídos, de la lengua, del corazón, ha de ser
tan templado en el comer y beber, ha de ser tan sosegado en to-
das sus palabras y movimientos, ha de amar tanto el silencio y
la soledad, ha de procurar tanto la asistencia á los oficios divi-
nos y todas aquellas cosas que le puedan despertar y provocar
devoción, que mediante estas diligencias pueda conservar y te-
ner seguro este tan precioso tesoro. Y si esto no hace, tenga por
cierto que no le sucederá este negocio prósperamente.
Todo esto nos declara bastantemente la importancia de estas
virtudes, dejando en su lugar y no derogando á la dignidad de
las otras que son mayores. De lo cual todo se podrá colegir la
diferencia que hay entre las unas y las otras, porque las unas
son como fin, las otras como medio para este fin: las unas como
salud, las otras como medicina con que se alcanza la salud. Las
unas son como espíritu de la religión, las otras como el cuerpo
de ella, que aunque es menor que el espíritu, es parte principal
del compuesto y de que tiene necesidad para sus operaciones.
Las unas son como tesoro, y las otras como llave con que se guar-
da este tesoro: las unas son como la fruta del árbol, y las otras como
las hojas que adornan el árbol y conservan la fruta del. Aunque
en esto falta la comparación, porque las hojas del árbol de tal
manera guardan el fruto, que no son parte del fruto: mas estas
virtudes de tal manera son guarda de la justicia, que también
son partes de justicia: pues todas éstas son obras virtuosas, que
ejercitadas en caridad son merecedoras de gracia y gloria.
Ésta es pues, hermano, la estima que debes tener de las vir-
126 GUIA DÉ PECADORES
tudes de que en esta regla habernos tratado (que es lo que al
principio deste capítulo propusimos) y con esta doctrina estare-
mos seguros de dos extremos viciosos, que es, de dos grandes
errores que ha habido en el mundo en esta parte: el uno antiguo
de los fariseos, y el otro nuevo de los luteranos. Porque los fa-
riseos, como gente carnal y ambiciosa y como hombres criados
en la observancia de aquella ley que aun era de carne, no ha-
cían caso de la verdadera justicia (que consiste en las virtudes
espirituales) como toda la historia del Evangelio nos lo muestra.
Y así quedábanse (como dice el Apóstol) con la imagen sola de
la virtud sin poseer la substancia de ella, paresciendo buenos en
lo de fuera y siendo abominables en lo de dentro. Mas los lutera-
nos agora por el contrario, entendiendo este engaño, por huir de
un extremo vinieron á dar en otro, que fué, despreciar del todo
las virtudes exteriores, cayendo (como dicen) en el peligro de
Escila por huir el de Caribdis. Mas la verdadera y católica doc-
trina huye de estos dos extremos y busca la verdad en el me-
dio: y de tal manera la busca, que dando su lugar y preeminen-
cia á las virtudes interiores, da también el suyo á las exteriores,
poniendo las unas como en la orden de los senadores, y las otras
como en la de los caballeros y cibdadanos (que componen una
misma república) para que se sepa el valor de cada cosa y se
dé á cada una su derecho.
DE CUATRO DOCUMENTOS
QUE SE SIGUEN DESTA DOCTRINA SUSODICHA.
CAPÍTULO XV.
.ESTA doctrina susodicha se infieren cuatro documentos muy
importantes para la vida espiritual. El primero es que el
perfecto varón y siervo de Dios no se ha de contentar con bus-
car solas las virtudes espirituales (aunque éstas sean las más no-
bles) sino debe también juntar con ellas las otras, así para la
conservación de aquéllas como para conseguir enteramente el
cumplimiento de toda justicia. Para lo cual debe considerar
que así como el hombre no es ánima sola, ni cuerpo solo, sino
cuerpo y ánima juntamente (porque el ánima sola sin el cuerpo
no hace hombre perfecto, y el cuerpo sin el ánima no es más
que un muladar de gusanos) así también entienda que la ver-
dadera y perfecta cristiandad no es lo interior solo, ni lo exte-
rior solo, sino uno y otro juntamente. Porque lo interior solo, ni
se puede conservar sin algo ó mucho de lo exterior (según la
obligación y estado de cada uno) ni basta para cumpHmiento
de toda justicia: mas lo exterior sin lo interior no es más parte
para hacer á un hombre virtuoso, que el cuerpo sin ánima para
hacerle hombre. Porque así como todo el ser y vida que tiene
el cuerpo, recibe del ánima, así todo el valor y precio que tie-
ne lo exterior, se recibe de lo interior, y señaladamente de la
caridad.
Por donde el que quiere vivir desengañado, así como no
apartaría el cuerpo del ánima si quisiese formar un hombre, así
tampoco debe apartar lo corporal de lo espiritual si quiere
hacer un perfecto cristiano. i\brace el cuerpo con el ánima jun-
tamente, abrace el arca con su tesoro, abrace la viña con su cer-
ca, abrace la virtud con los reparos y defensivos della (que tam-
bién son parte de la misma virtud) porque de otra manera crea
que se quedará sin lo uno y sin lo otro: porque lo uno no po-
drá alcanzar, y lo otro no le aprovechará, aunque lo alcance.
128 GUIA DE PECADORES
Acuérdese que así como la naturaleza y el arte (imitadora de na-
turaleza) ninguna cosa hacen sin su corteza y vestidura y sin
sus reparos y defensivos para conservación y ornamento de las
cosas, así tampoco es razón que lo haga la gracia, pues es más
perfecta forma que éstas y hace sus obras más perfectamente.
Acuérdese que está escrito que el que teme á Dios, ninguna co-
sa menosprecia, y que el que no hace caso de las cosas menores,
presto caira en las mayores. Acuérdese de lo que arriba dijimos,
que por un clavo se pierde una herradura, y por una herradura
un caballo, &c. Acuérdese de los peligros que aUí señalamos de
no hacer caso de cosas pequeñas, porque ése era el camino
para no lo hacer de las grandes. Mire que en la orden de las
plagas de Egipto tras de los mosquitos vinieron las moscas: para
que por aquí entienda que el quebrantamiento de lar cosas me-
nores abre la puerta para las mayores: de suerte que el que no
hace caso de los mosquitos que pican, presto vendrá á parar en
las moscas que ensucian.
Documento segundo.
§. 11.
OR aquí también se conoscerá en cuáles virtudes habernos
de poner mayor diligencia, y en cuáles menor. Porque así
como los hombres hacen más por una pieza de oro que por otra
de plata, y más por un ojo que por un dedo de la mano, así con-
viene que repartamos la diligencia y estudio de las virtudes con-
forme á la dignidad y méritos de ellas. Porque de otra manera,
si somos diligentes en lo menos y negligentes en lo más, todo el
negocio espiritual irá desordenado. Por donde prudentísimamen-
te hacen los perlados que así como en sus capítulos y ayunta-
mientos repiten muchas veces estas voces: silencio, ayuno, ence-
rramiento, cerimonias, composición y coro, así y mucho más repi-
ten éstas: caridad, humildad, oración, devoción, consideración, te-
mor de Dios, amor del prójimo, y otras semejantes. Y tanto más
conviene hacer esto, cuanto es más secreta la falta de lo interior
que la de lo exterior, y por eso aun más peligrosa. Porque como los
hombres suelen acudir más á los defectos que ven, que á los que
LIBRO ir. CAPÍTULO ^V. 1 29
no ven, corre peligro no vengan por esta causa á no hacer caso
de los defectos interiores, porque no se ven, y haciéndolo mucho
de los exteriores, porque se ven.
Y demás desto las virtudes exteriores, así como son más vi-
sibles y manifiestas á los ojos de los hombres, así son más hon-
rosas y más conoscidas dellos, como es la abstinencia, las vigi-
lias, las disciplinas y el rigor y aspereza corporal. Mas las virtu-
des interiores, como es la esperanza, la caridad, la humildad, la
discreción, el temor de Dios, el menosprecio del mundo, &c. son
más ocultas á los ojos de los hombres: por donde, aunque sean
de grandísima honra delante de Dios, no son de tanta honra en
el juicio del mundo: porque como dijo el mismo Señor, los hom-
bres ven lo que por de fuera parece, mas el Señor mira el cora-
zón. Conforme á lo cual dice el Apóstol: No es agradable á Dios
el que solamente en lo público es fiel y el que públicamente
trae circuncidada su carne, sino el que en lo interior de su ánima es
fiel y trae circuncidado su corazón, no con cuchillo de carne sino
con el temor de Dios, cuya alabanza no es de los hombres (que
no tienen ojos para ver esta espiritual circuncisión) sino de solo
Dios. Pues como estas cosas exteriores sean tan aparentes y hon-
rosas, y el apetito de la honra y de la propria excelencia sea uno
de los más subtiles y más poderosos apetitos del hombre, corre
gran peligro no nos lleve este afecto á mirar y celar más aquellas
virtudes de que se sigue mayor honra, que de las que se sigue
menor. Porque al amor de las unas nos llama el espíritu, mas
al de las otras espíritu y carne juntamente, la cual es vehemen-
tísima y subtiHsima en todos sus apetitos. Y siendo esto así,
hay razón para temer no prevalezcan estos dos afectos contra
uno y así le corran el campo. Contra lo cual se opone la luz des-
ta doctrina, que aboga por la causa mejor y pide que sin em-
bargo de todo esto se le dé su merecido, amonestando que se
cele y encomiende con mayor diligencia lo que nos consta ser
de mayor importancia.
Documento tercero,
§. in.
'oR aquí también se entenderá que cuando alguna vez acaes-
ciere encontrarse de tal manera las unas virtudes con las
otras que no se pueda cumplir 'juntamente con ambas, que en
OBRAS DE GRANADA X— 9
130
GUIA DE PECADORES
tal caso (conforme á la regla y orden que hay en los mismos man-
damientos de Dios, cuando aciertan á encontrarse) dé lugar lo
menor á lo mayor, porque lo contrario sería gran desorden y
perversión. Esto dice S. Bernardo en el libro de la dispensación,
por estas palabras: Muchas cosas instituyeron los padres para
guarda y acrecentamiento de la caridad. Pues todo el tiempo que
estas cosas sirvieren á la caridad, no se deben alterar ni variar.
Mas si por ventura alguna vez acertasen á serle contrarias, ^no
está claro que sería muy justo que las cosas que se ordenaron
para la caridad (cuando no se compadescen con ella) ó se deja-
sen, ó se interrumpiesen, ó se mudasen en otras por autoridad de
aquéllos á quien esto incumbe? Porque de otra manera, perver-
sa cosa sería si lo que se ordenó para la caridad, se guardase
contra la ley de la caridad. Es pues la conclusión, que todas
estas cosas deben permanecer estables y fijas en cuanto sirven
y militan para esta virtud, y no de otra manera. Hasta aquí son
palabras de S. Bernardo, el cual alega para confirmación de
lo dicho dos decretos, uno del papa Gelasio y otro de León. Por
do parece (tornando á nuestro propósito) que si un sacerdote
fuese idóneo para predicar y confesar, y hacer en esto mucho
fructo, y él fuese de tal cualidad que no pudiese entender en
esto sin que le dispensasen del coro, ó de los ayunos, ó de otras
cosas semejantes, contra caridad sería si por ver el coro más lleno
de cantores, ó por no dispensar en las cosas menores, se dejasen
las mayores, cuales son los actos excelentes de la caridad. Por-
que esto sería tan gran desorden y perversión como si un hom-
bre por amparar el brazo pusiese la cabeza á esperar el golpe
del espada. Verdad es que este ejemplo particular no se debe
entender en las órdenes monacales, que están dedicadas á la vida
contemplativa (como es la Cartuja, &c.) porque éstas así como
tienen otro instituto y otro fin, así tienen otras reglas y medios
para conseguir su fin.
Cuarto dociwmifo.
§. IV.
|.E aquí también se puede colegir que hay dos maneras de
justicia, una verdadera y otra falsa. Verdadera es la que
abraza las cosas interiores con todas aquellas exteriores que para
LIBRO II. CAPÍTULO XV. 13 1
conservación suya se requieren. Falsa la que retiene algunas de
las exteriores sin las interiores, esto es, sin amor de Dios, sin te-
mor, sin humildad, sin devoción, y sin otras semejantes vir-
tudes, cual era la de los fariseos, á quien dijo el Señor: ¡ Ay de
vosotros, letrados y fariseos, que pagáis muy escrupulosamente el
diezmo de todas vuestras legumbres y hortalizas, y no hacéis caso
de las cosas más importantes que manda la ley, que son juicio,
y misericordia, y verdad! Y en otro lugar les dice que eran muy
solícitos en los lavatorios de los platos y de las manos y en otras
cosas semejantes, teniendo los corazones llenos de rapiña y de
maldad. Por donde en otro lugar les dice que eran como los se-
pulcros blanqueados, que de fuera parecían á los hombres her-
mosos, y dentro estaban llenos de huesos de muertos.
Ésta es la manera de justicia que tantas veces reprehende el
Señor en las Escripturas de los Profetas: porque por uno dellos
dice así: Este pueblo con los labios me honra, y su corazón está
lejos de mí. Sin causa y sin propósito me honran, guardando las
doctrinas y leyes de los hombres y desamparando la ley que yo
les di. Y en otro lugar: ¿Para qué quiero yo (dice Él) la muche-
dumbre de vuestros sacrificios? Lleno estoy ya de los holocaus-
tos de vuestros carneros y de las enjundias de vuestros ganados.
No me ofrezcáis de aquí adelante sacrificios en balde. Vuestro
encienso me es abominación, vuestros ayuntamientos son perver-
sos, vuestras calendas (que son las fiestas que hacéis al principio
de cada mes) y las otras festividades del año aborresció mi áni-
ma: molestas me son y enojosas, y paso trabajo en sufrirlas. Pues
¿qué es esto? ¿Condena Dios lo que Él mismo ordenó y tan en-
carescidamente mandó, mayormente siendo éstos actos de aque-
lla nobiUsima virtud que llaman religión, que tiene por oficio ve-
nerar á Dios con actos de adoración y religión? No por cierto:
mas condena los hombres que se contentaban con solo esto sin
tener cuenta con la verdadera justicia y con el temor de Dios,
como luego lo significa diciendo: Lavaos, sed limpios, quitad la
maldad de vuestros pensamientos delante de mis ojos, cesad de
hacer maldad y aprended á hacer bien &c. y entonces yo per-
donaré vuestros pecados y desterraré la fealdad y tizne de vues-
tras ánimas.
Y en otro lugar aun más encarescidamente repite lo mismo
por estas palabras: El que me sacrifica un buey, es para mí como
132 GUIA DE PECADORES
si matase un hombre: el que me sacrifica otra res, como el que
me despedazase un perro: el que me ofrece alguna ofrenda, co-
mo si me ofreciese sangre de puercos: el que me ofrece encien-
so, como el que bendijese á un ídolo. Pues «jqué es esto, Señor?
^Porqué tenéis por tan abominables las mismas obras que vos
mandastes? Luego da la causa desto diciendo: Estas cosas esco-
gieron en sus caminos para agradarme con ellas, y con todo esto
se deleitaron en sus maldades y abominaciones. ¿Ves, pues, cuán-
to valen todas las cosas exteriores sin fundamento de lo inte-
rior ? Á este mismo propósito por otro Profeta dice así: Quita de
mis oídos el ruido de tus cantares, que no quiero oir la melodía
de tus instrumentos músicos. Y aun en otro lugar más encaresci-
damente dice que derramará sobre ellos el estiércol de sus so-
lemnidades. Pues ¿qué más que esto es menester para que en-
tiendan los hombres lo que montan todas estas cosas exteriores,
por altísimas y nobilísimas que sean, cuando les falta el funda-
mento de justicia, que consiste en el amor y temor de Dios, y
aborrescimiento del pecado?
Y si preguntares, ¿qué es la causa por que tanto afea Dios esta
manera de servicios, comparando los sacrificios con homicidios,
y el encienso con la idolatría, y llamando ruido al cantar de los
psalmos, y estiércol á las fiestas de sus solemnidades? La res-
puesta es: porque demás de ser estas cosas de ningún meresci-
miento (cuando carescen del fundamento que ya dijimos) toman
muchos de ellas ocasión para soberbia, y presunción, y menos-
precio de los otros que no hacen lo que ellos hacen, y (lo que
peor es) por aquí vienen á tener una falsa seguridad causada
de aquella falsa justicia, que es uno de los grandes peligros que
puede haber en este camino, porque contentos con esto no tra-
bajan ni procuran lo demás. ¿Quieres ver esto muy claro? Mira
la oración de aquel fariseo del Evangeho, que decía así: Dios,
gracias te doy porque no soy como los otros hombres, robado-
res, adúlteros, injustos, como lo es este publicano. Ayuno dos
días cada semana y pago fielmente el diezmo de todo lo que
poseo. Mira, pues, cuan claramente se descubren aquí aquellas
tres peligrosísimas rocas que dijimos. La presumpción, cuando
dice: no soy yo como los otros hombres: el menosprecio de los
otros, cuando dice: como este publicano: la falsa seguridad, cuan-
do dice que da gracias á Dios por aquella manera de vida que
LIBRO II. CAPÍTULO XV. 133
vivía, parecíéndole que estaba seguro en ella y que no tenía por
qué temer.
De donde nasce que los que de esta manera son justos, vie-
nen á dar en un linaje de hipocresía muy peligrosa. Para lo cual
es de saber que hay dos maneras de hipocresía: una muy baja
y grosera, que es la de aquéllos que claramente ven que son ma-
los y muéstranse en lo de fuera buenos, para engañar el pueblo.
Otra hay más subtil y más delicada, con que el hombre no sólo
engaña á los otros, sino también engaña á sí mismo, cual era
la deste fariseo, que realmente con aquella sombra de justicia, no
sólo había engañado á los otros, sino también á sí mismo: por-
que siendo de verdad malo, él se tenía por bueno. Ésta es aque-
lla manera de hipocresía de que dijo el Sabio: Hay un camino
que parece al hombre derecho, y con esto va á parar en la muer-
te. Y en otro lugar, entre cuatro géneros de males que hay en
el mundo, cuenta éste diciendo: La generación que maldice á su
padre, y no bendice á su madre: la generación que se tiene por
limpia, y con todo esto no está limpia de sus pecados: la gene-
ración que trae los ojos altivos, y lev^anta sus párpados en alto;
la generación que tiene por dientes cuchillos, y se traga los po-
bres de la tierra. Estos cuatro géneros de personas cuenta aquí
el Sabio entre las más infames y peligrosas del mundo, y entre
ellas cuenta ésta de que aquí hablamos, que son los hipócritas
para sí mismos, que se tienen por limpios siendo sucios, como lo
era este fariseo.
Éste es un estado de tan gran peHgro, que verdaderamente
sería menos mal ser un hombre muy malo, y tenerse por tal, que
ser desta manera justo, y tenerse por seguro. Porque cuanto
quiera que sea un hombre malo, principio es en fin de salud el
conoscimiento de la enfermedad. Mas el que no conosce su mal,
el que estando enfermo no se quiere tener por tal, ^cómo sufrirá
la medicina? Por esta razón dijo el Señor á los fariseos que los
publícanos y las malas mujeres les precederían en el reino de los
cielos.Donde en el griego leemos preceden, de presente: por don-
de aun está más claro lo que decimos. Esto mismo nos repre-
sentan muy á la clara aquellas tan escuras y temerosas palabras
que dijo el Señor en el Apocalipsi: Ojalá fueses, ó bien frío, ó
bien caliente: mas porque eres tibio, comenzarte he á echar de mi
boca. Pues ¿cómo es posible que caya en deseo de Dios ser un
!34 GUIA DE PECADORES
hombre frío? Y ^cómo es posible que sea de peor condición el
tibio que el frío, pues está más cerca del caliente? Oye agora la
respuesta. Caliente es aquél que con el fuego de la caridad que
tiene, posee todas las virtudes así interiores como exteriores, de
que ya dijimos: frío es aquél que así como carece de caridad, así
carece de lo uno y de lo otro, así de lo interior como exterior: ti-
bio es aquél que tiene parte de ambos los extremos, porque tie-
ne algo de lo exterior, y ninguna cosa de lo interior, á lo menos
de caridad. Pues danos aquí á entender el Señor que este tal es
de peor condición que el que está del todo frío, no por ventura
porque tenga más pecados que él, sino porque es más incu-
rable su mal, porque tanto está más lejos del remedio, cuanto se
tiene por más seguro. Porque de aquella justicia superficial que
tiene, toma ocasión para creer de sí que es algo, como quiera
que á la verdad sea nada. Y que éste sea el sentido literal des-
tas palabras, e\ádentemente se ve por lo que luego encontinen-
te se sigue: porque explicando el Señor más claramente á quién
llamaba tibio, dijo: Dices que eres rico y que no te falta nada
para la verdadera justicia, y no entiendes que eres mezquino, y
miserable, pobre, y ciego, y desnudo. ¿No te paresce que ves en
estas palabras debujada la imagen de aquel fariseo que decía:
Dios, gracias te doy que no soy 3'o como los otros Hombres &c?
Verdaderamente éste es el que se tenía en su corazón por rico de
riquezas espirituales, pues por esto daba gracias á Dios: mas sin
dubda él era pobre, ciego y desnudo, pues dentro estaba vacío
de justicia, lleno de soberbia }' ciego para no conocer su pro-
pria culpa.
Tenemos, pues, aquí ya declarado cómo hay dos maneras de
justicia, una falsa y otra verdadera, y cuan grande sea la exce-
lencia de la verdadera, }' cuánto el peligro de la falsa. Y no
piense nadie que se ha perdido tiempo en gastar en esto tantas
palabras: porque pues el sancto Evangelio (que es la más alta de
todas las Escrituras divinas, y la que singularmente es espejo y
regla de nuestra vida) tantas veces reprehende esta manera de
justicia, y lo mismo hacen tantas veces los Profetas (como arriba
declaramos) no era razón que pasásemos en esta regla liviana-
mente por lo que tantas veces repiten y encarecen las Escriptu-
ras divinas. Mavormente que los peligros claros y manifiestos
quienquiera los conoce (porque son como las rocas que están en
LIBRO ÍI. CAPÍTULO XV. I35
la mar descubiertas) y por esto tienen menos necesidad de doc-
trina: mas los ocultos y disimulados (como los bajos que están
cubiertos con el agua) ésos es razón que estén más claramente
señalados y marcados en la carta del marear, para no peligrar
en ellos.
Y no se engañe nadie diciendo que entonces era esta doctri-
na necesaria, porque reinaba mucho este vicio, y agora no: por-
que antes creo que siempre el mundo fué cuasi de una manera>
porque unos mismos hombres, y una misma naturaleza, y unas
mismas inclinaciones, y un mismo pecado original en que todos
somos concebidos (que es la fuente de todos los pecados) forza-
do es que para unos mismos delictos: porque donde hay tanta
semejanza en las causas de los males, también la ha de haber en
los mismos males Y así los mismos vicios que había entonces en
tales y tales géneros de personas, ésos mismos hay agora, aun-
que alterados algún tanto los nombres de ellos: así como las co-
medias de Planto ó de Terencio son la? mi?mas que fueron mil
años ha, puesto caso que cada día (cuando se representan) se
mudan las personas que las representan.
De donde así como entonces aquel pueblo rudo y carnal pen-
saba que tenía á Dios por el pie, cuando ofrecía aquellos sacrifi-
cios, y ayunaba aquellos ayunos, y guardaba aquellas fiestas lite-
ralmente y no espiritualmente, así hallaréis agora muchos cris-
tianos que oyen cada domingo su misa, y rezan por sus horas y
por sus cuentas, y ayunan cada semana los sábados á nuestra Se-
ñora, y huelgan de oir sermones y otras cosas semejantes: y con
hacer esto (que á la verdad es bien hecho) tienen tan vivos los
apetitos de la honra, y de la cobdicia, y de la ira, como todos los
otros hombres que nada desto hacen. Olvídansse de las obliga-
ciones de sus estados, tienen poca cuenta con la salvación de sus
domésticos y familiares, andan en sus odios y pasiones y pundo-
nores, y no se humillarán ni darán á torcer su brazo por todo el
mundo. Y aun algunos dellos hay que tienen quitadas las hablas
á sus prójimos, á veces por livianas causas, y muchos también
pagan muy mal las deudas que deben á sus criados y á otros. Y
si por ventura les tocáis en un punto de honra, ó de interese, ó
de cosa semejante, veréis luego desarmado todo el negocio y
puesto por tierra. Y algunos de éstos son muy largos en rezar
muchas coronas de Avemarias, y muy estrechos en dar Hmosna
135 GUIA DE PECADORES
y hacer bien á los necesitados. Y otros hallaréis que por todo el
mundo no comerán carne el miércoles y otros días de devoción:
y con esto murmuian sin ningún temor de Dios, y degüellan
cruelísimamente los prójimos. De manera que siendo muy escru-
pulosos en no comer carne de animales (que Dios les concedió)
ningún escrúpulo tienen de comer carnes y vidas de hombres,
que Dios tan caramente les prohibió. Porque verdaderamente
una de las cosas que más había de celar el cristiano, es la fama
y honra de su prójimo: de que éstos tienen muy poco cuidado,
teniéndolo tanto de cosas sin comparación menores.
Esto y otras cosas semejantes no me puede negar nadie sino
que cada día pasan entre los hombres del mundo y entre los de
fuera del mundo. Y pues éste es tan grande y tan universal en-
gaño, necesaria cosa era dar este desengaño, mayormente pues
no todos los que tienen por oficio darlo, lo dan. Y por esto con-
venía que con doctrina clara se supliese esta falta, para aviso de
los que desean acertar este camino.
Y para que el cristiano lector se aproveche mejor de lo di-
cho y no venga á enfermar con la medicina, conviene que tome
primero el pulso á su espíritu y condición, para ver á loque es más
inclinado. Porque hay unas doctrinas generales, que sirven para
todo género de personas, como las que se dan de la caridad, hu-
mildad, paciencia, obediencia &c. Otras hay particulares, que son
para remedios particulares de personas, que no arman tanto á
á otras. Porque á un muy escrupuloso es menester alargarle algo
la conciencia, mas al que es largo de conciencia, es menester es-
trechársela: al pusilánime y desconfiado conviene predicar de la
misericordia, al presumptuoso déla justicia, y así á todos los demás,
según nos lo aconseja el Eclesiástico, diciendo que tratemos con
el injusto de la justicia, con el temeroso de la guerra, con el in-
vidioso del agradescimiento, con el inhumano de la humanidad,
con el perezoso del trabajo, y así con todos los demás.
Pues según esto, como haya dos diferencias de personas, unas
que se acuestan más á lo interior, sin hacer tanto caso de lo ex-
terior, y otras que se inclinan más á lo exterior, sin tener tanta
cuenta con lo interior, á los unos conviene encarecer lo uno, y
á los otros lo otro: para que así vengan á reducirse los humores á
debida proporción. Nos en esta doctrina de tal manera templa-
mos el estilo, que cada cosa pusiésemos en su lugar, levantando
LIBRO II. CAPÍtULO XV. 1 37
las cosas mayores sin perjuicio de las menores, y encargando las
menores sin agravio de las mayores. Y desta manera estaremos
libres de aquellas dos peligrosísimas rocas que aquí habernos
querido derribar: la una de los que precian tanto lo interior, que
desprecian lo exterior: y la otra de los que abrazando mucho lo
exterior, se descuidan en lo interior, mayormente en el temor de
Dios y aborrecimiento del pecado.
La suma, pues, deste negocio sea fundarnos en un profun-
dísimo temor de Dios, que nos haga tremer de solo el nombre del
pecado. Y quien éste tuviere muy arraigado en su ánima, ténga-
se por dichoso, y sobre este fundamento edifique lo que quisie-
re. Mas el que se hallare fácil para cometer un pecado, téngase
por miserable, ciego y malaventurado, aunque tenga todas las
aparencias de sanctidad que hay en el mundo.
SEGUNDO AVISO
CAPITULO XVI,
L segundo aviso sirve para no juzgar unos á otros en
la manera de vida que cada uno tiene. Para lo cual
es de saber que como sean muchas las virtudes que
se requieren para la vida cristiana, unos se dan más á unas, y otros
á otras. Porque unos se dan más á aquellas virtudes que ordenan
al hombre para con Dios, que por la mayor parte pertenecen á
la vida contemplativa: otros á las que nos ordenan para con el
prójimo, que pertenecen á la activa: otros á las que ordenan al
hombre consigo mismo, que son más familiares á la vida mo-
nástica.
. ítem, como todas las obras virtuosas sean medios para alcan-
zar la gracia, unos la procuran más por un medio, y otros por
otro. Porque unos la buscan con ayunos y disciplinas y aspere-
zas corporales, otros con limosnas y obras de misericordia, otros
con oraciones y meditaciones continuas: en el cual medio hay tan-
ta variedad, cuantos modos hay de orar y meditar: porque unos
se hallan bien con un linaje de oraciones y meditaciones, y otros
con otras: y así como hay infinitas cosas que meditar, así hay in-
finitos modos de meditación, entre los cuales aquél es mejor para
cada uno, en que halla mayor devoción y más provecho.
Pues acerca desto suele haber un muy común engaño entre
personas virtuosas: y es, que los que han aprovechado por al-
guno destos medios, piensan que como ellos medraron por allí,
que no hay otro camino para medrar con Dios sino sólo aquél
y ése querían enseñar á todos: }' tienen por errados á los que por
allí no van, pareciéndoles que no hay más de un camino solo
para el cielo. El que se da mucho á la oración, piensa que sin esto
no hay salud. El que se da m-ucho á ayunos, parécele que todo
es burla sino ayunar. El que se da á la vida contemplativa,
piensa que todos los que no son contemplad v^os, viven en gran-
LIBRO II. CAPÍTULO XVI. l3o
dísímo peligro: y toman esto tan por el cabo, que algunos vie-
nen cuasi á deshacer, ó á lo menos á tener en poco la vida acti-
va. Por el contrario los activos, como no saben por experiencia
qué es lo que pasa entre Dios y el ánima en aquel ocio de la
contemplación, y ven el provecho palpable que se sigue de la
vida activa, y como el Evangelio dice que en el día del juicio se
ha de dar el reino de los cielos á los que se dan á esta vida, des-
hacen cuanto pueden la vida contemplativa, y apenas pue-
den aprobar vida contemplativa pura, si no es compuesta de la
una y de la otra: como si esto fuese fácil de hacer á quienquie-
ra. Asimismo el que se da á la oración mental, parécele que toda
otra oración sin ésta es infructuosa: y el que á la vocal, dice que
ésta es .de mayor trabajo y que así será de mayor provecho.
De suerte que cada buhonero (como dicen) alaba sus agujas:
y así cada uno con una tácita soberbia y ignorancia (sin ver lo que
hace) alaba á sí mismo, engrandesciendo aquello en que él tiene
más caudal. Y asi viene á ser el negocio de las virtudes como el
de las sciencias; en las cuales cada uno alaba y levanta sobre los
cielos aquella sciencia en que él reina, apocando }' deshaciendo
todas las otras. El orador dice que no hay otra arte en el mun-
do que iguale con la elocuencia: el astrólogo, que no la hay tal
como la que trata del cielo y de las estrellas: el filósofo dice
otro tanto: el que se da á la Escriptura divina dice mucho más,
y con mayor razón: el que al estudio de las lenguas (porque sir-
ven para la Escriptura) dice lo mismo: el teólogo escolástico no
se contenta con el lugar de en medio, sino pone su silla sobre
todos. Y á ninguno le faltan razones, y grandes razones, para
creer que su sciencia es la mejor y más necesaria. Pues esto que
se halla en las sciencias tan descubiertamente, se halla en las vir-
tudes, aunque más disimuladamente: porque cada uno de los ama-
dores de las virtudes por un cabo desea acertar en lo mejor, y
por otro busca lo que más arma con su naturaleza, y de aquí na-
ce que lo que á él está mejor, cree que es mejor para todos, y
el zapato que á él viene justo, cree que también vendrá justo á
todos los otros.
Pues desta raíz nascen los juicios de las vidas ajenas, y las di-
visiones y scismas espirituales entre los hermanos, creyendo los
unos de los otros que van descaminados, porque no van por el
camino que ellos van. Cuasi en este engaño vivían los de Corin-
140 GUIA DE PECADORES
to: los cuales habiendo recibido muchos y diversos dones de Dios,
cada uno tenía el suyo por mejor, y así se anteponían unos á
otros, preferiendo unos el don de las lenguas, otros de la profecía,
otros la interpretación de las Escripturas, otros el hacer miraglos,
y así todos los demás.
Contra este engaño no hay otra mejor medicina que aquélla
de que el Apóstol usa en esta Epístola contra esta dolencia.
Donde copiosísimamente declara cómo el Espíritu Sancto quiso
que la Iglesia fuese un perfectísimo y hermosísimo cuerpo, digno
de tal cabeza como es Cristo: por lo cual así como en un cuerpo
conviene que haya diversos miembros, los cuales tengan entre sí
diversísimas figuras y oficios, así conviene que en este cuerpo
místico haya esta misma variedad en diversos grados y maneras
de vidas, para que de todos ellos resulte una común fábrica des-
te cuerpo, y una común consonancia y armonía de diversas vo-
ces. En lo cual (demás de la hermosura de la obra) resplandece
también la grandeza de la bondad y misericordia divina, que así
como desea comunicarse á todos, y llevar á todos á su reino, así
no quiso que hubiese para esto un solo camino, sino muchos y di-
versos, según la diversidad de las condiciones y corazones de los
hombres: para que así les fuese más fácil este negocio, y nadie se
pudiese excusar de andar este camino.
Pues quien esto atentamente considerare, dejará á cada uno
en su llamamiento: esto es, dejará el pie ser pie, y á la mano ser
mano, y no querrá ni que todos sean pies, ni todos manos. Esto
es lo que tan largamente pretendió persuadir el Apóstol en la
Epístola susodicha, y esto mismo es lo que nos aconseja cuando
dice: El que no come, no menosprecie al que come. Porque por
ventura aquél que no come tendrá por una parte necesidad de
comer, y por otra quizá tendrá otra virtud más alta que ésa que
tú tienes, de que tu carecerás: por donde en lo uno no tendrá
culpa, y en lo otro te hará ventaja. Porque así como no menos
sirven para el canto los puntos que están en regla, que los que
están en espacio, así no menos sirven á la consonancia y música
espiritual de la Iglesia el que come que el que no come, y el que
parece que está ocioso que el que está ocupado, si en su ocio
trabaja por alcanzar con qué pueda después edificar á su pró-
jimo.
Esto mismo nos encomienda muy encarescidamente S. Ber-
Ln3Ro ir. CAPÍTULO XVI. 141
nardo, avisando que excepto aquéllos á quien es dado ser jue-
ces y presidentes en la Iglesia, nadie se entremeta en querer es-
cudriñar ni juzgar la vida de nadie, ni comparar la suya con la
de nadie: porque no le acaezca lo que al monje que tenía por
agravio que su pobreza se igualase con las riquezas de Gregorio:
á quien fué dicho que más rico era él con una gatilla que tenía,
que el otro con tantas riquezas.
TERCER AVISO
CAPÍTULO XVII.
^^' L postrer aviso sea éste, que porque en esta regla se han
puesto muchas maneras de virtudes y documentos para re-
glar la vida, y nuestro entendimiento no puede comprehender mu-
chas cosas juntas, para esto conviene procurar una virtud general
que las comprehenda todas, y supla (según es posible) las veces
de todas, que es, una perpetua solicitud y vigilancia y una conti-
nua atención á todo lo que hobiéremos de hacer y decir, para que
todo vaya nivelado con el juicio de la razón. De suerte que así co-
mo cuando un embajador hace una habla delante de un grande se-
nado, en un mismo tiempo está atento á las cosas que ha de decir,
y á las palabras con que las ha de decir, y á la voz y á los meneos
del cuerpo, y á otras cosas semejantes, así el siervo de Dios tra-
baje (cuanto le sea posible) por traer consigo una perpetua aten-
ción y vigilancia para mirar por sí y por todo lo que hace, para que
hablando, callando, preguntando, respondiendo, negociando, en la
mesa, en la plaza, en la iglesia, en casa y fuera de casa, esté como
con un compás en la mano, midiendo y compasando sus obras, sus
palabras y pensamientos, con todo lo demás: para que todo vaya
conforme á la le)' de Dios, y al juicio de la razón, y al decoro y
decencia de su persona. Porque como sea tanta la distancia que hay
entre el bien y el mal, y Dios ha^^a impreso en nuestras ánimas
una luz y conoscimiento de lo uno y de lo otro, apenas hay hom-
bre tan simple, que si mira atentamente lo que hace, no se le
trasluzga poco más ó menos lo que debe hacer: y así esta aten-
ción y solicitud sirv^e por todos los documentos desta regla, y de
muchas otras.
Ésta es aquella solicitud que nos encomendó el Espíritu Sanc-
to cuando dijo: Guarda, hombre, á ti mismo y á tu ánima solíci-
tamente. Ésta es la tercera parte de las tres que señaló el pro-
feta Miqueas (según que arriba alegamos) que es andar solícito
LIBRO II. CAPÍTULO XVII. 1 43
con Dios: la cual es un continuo cuidado y atención de no hacer
cosa que sea contra su sancta voluntad. Esto nos significa la mu-
chedumbre de ojos que tenían aquellos misteriosos animales de
Ecequiel: con los cuales nos dan á entender la grandeza de la aten-
ción y vigilancia con que debemos militar en esta milicia, donde
hay tantos enemigos y tantas cosas á que acudir y proveer. Esto
nos representa aquella postura de los setenta caballeros esfor-
zados que guardaban el lecho de Salomón, los cuales tenían las
espadas sobre el muslo á punto de desenvainar: para dar á en-
tender esta manera de atención y vigilancia con que conv^iene
que ande el que anda siempre entre tantos enjambres y escua-
drones de enemigos.
La causa desta tan grande solicitud es (demás de la muche-
dumbre de los peligros) la alteza y deHcadeza deste negocio, ma-
3^ormente en aquéllos que anhelan y procuran arribar á la perfec-
ción de la vida espiritual. Porque conversar y vivir como Dios
meresce, y guardarse limpio y sin mancilla deste siglo, y vivir en
esta carne sin tizne de carne, y conservarse sin reprehensión y
sin querella para el día del Señor (como dice el Apóstol) son co-
sas tan altas y tan sobrenaturales, que todo esto es menester y
mucho más, y aun Dios y ayuda.
Mira pues la atención que tiene un hombre cuando está ha-
ciendo alguna obra muy delicada: porque ésta es la más delica-
da obra que se puede hacer, _v la que pide mayor atención. Mira
también de la manera que anda el que lleva en las manos un vaso
muy lleno de un precioso licor, para que no se le vierta nada:
mira el tiento que lleva el que pasa un río por unas piedras mal
asentadas, para no caer ó no mojarse en el agua: y sobre todo mira
el que lleva el que anda paseándose por una maroma, para no de-
clinar un punto á la diestra ni á la siniestra por no caer: y desta
manera trabaja siempre por andar (mayormente á los principios
hasta hacer hábito) con tanto cuidado y atención, que ni hables una
palabra, ni tengas un pensamiento, ni hagas un meneo que des-
diga un punto (en cuanto fuere posible) de la línea de la virtud.
Para esto da Séneca un muy familiar y maravilloso consejo,
diciendo que debía el hombre deseoso de la virtud imaginar que
tiene delante sí alguna persona de grande veneración y á quien
tuviese mucho acatamiento; y hacer y decir todas las cosas como
las haría y diría si realmente lo tuviera delante.
Í44 GUÍA DE PECADORES
Otro medio hay para esto mismo no menos conveniente que
el pasado, que es pensar el hombre que no tiene más que solo
aquel día de vida, y hacer todas las cosas como si creyese que
aquel mismo día en la noche hobiese de parecer ante el tribu-
nal de Cristo y dar cuenta de sí.
Pero muy más excelente medio es andar siempre (en cuanto
sea posible) en la presencia del Señor, y traerlo ante los ojos,
pues en hecho de verdad Él está en todo lugar presente) y hacer
todas las cosas como quien tiene tal majestad, tal testigo y tal
juez delante, pidiéndole siempre gracia para conversar de tal
manera que no sea indigno de tal presencia. De suerte que esta
atención que aquí aconsejamos, ha de tirar á dos blancos, el uno
á mirar interiormente á Dios y estar delante del adorándole,
alabándole, reverenciándole, amándole, dándole gracias y ofre-
ciéndole siempre sacrificio de devoción en el altar de nuestro co-
razón, y el otro, mirar todo lo que hacemos, pensamos y deci-
mos: para que de tal manera hagamos nuestras obras, que en nin-
na cosa nos desviemos de la senda de la virtud. De suerte que
con el uno de los dos ojos habernos de mirar á Dios pidiéndole
gracia, y con el otro á la decencia de nuestra vida usando bien
de ella. Y así habemos de emplear la luz que Dios nos dio, en la
consideración de las cosas divinas y en la rectificación de las
obras humanas, estando por una parte atentos á Dios, y por otra
á todo lo que debemos hacer.
Y aunque esto no se pueda hacer siempre, á lo menos pro-
curemos que sea con la mayor continuación que pudiéremos,
pues esta manera de atención no se impide con los ejercicios
corporales, antes en ellos está el corazón libre para hurtarse mu-
chas veces de los negocios y esconderse en las llagas de Cristo.
CUARTO AVISO
DE LA FORTALEZA QUE SE REQUIERE PARA ALCANZAR
LAS VIRTUDES
CAPÍTULO XVIII.
L precedente aviso nos proveyó de ojos para mirar
atentamente lo que debemos hacer: éste nos pro-
veerá de brazos, que es, de fortaleza, para poderlo
hacer. Porque como haya dos dificultades en la virtud, la una en
distinguir y apartar lo bueno de lo malo, y la otra en vencer lo
uno y proseguir lo otro, para lo uno se requiere atención y vi-
gilancia, y para lo otro fortaleza y diligencia: y cualquiera destas
dos cosas que falte, queda imperfecto el negocio de la virtud,
porque ó quedará ciego, si falta la vigilancia, ó manco, si faltare
la fortaleza.
Esta fortaleza no es aquélla que tiene por oficio templar los
atrevimientos y temores (que es una de las cuatro virtudes car-
dinales) sino es una fortaleza general que sirve para vencer todas
las dificultades que nos impiden el uso de las virtudes: y por esto
anda siempre en compañía dellas como con la espada en la mano,
haciéndoles camino por doquiera que van. Porque la virtud (co-
mo dicen los filósofos) es cosa ardua y dificultosa, y por esto con-
viene que tenga siempre á su lado esta fortaleza, para que le
ayude á vencer esta dificultad. De donde, así como el herrero
tiene necesidad de traer siempre el martillo en las manos, por
razón de la materia que labra, que es dura de domar, así tam-
bién el hombre virtuoso tiene necesidad desta fortaleza como de
un martillo espiritual, por razón desta dificultad que en la virtud
se halla. Por donde, así como el herrero sin martillo ninguna
cosa haría, así tampoco el amador de las virtudes sin fortaleza,
por la misma razón. Si no, dime, j cuál de las virtudes hay que
no traiga consigo algún especial trabajo y dificultad? Míralas to-
das una por una, la oración, el ayuno, la obediencia, la templan-
za, la pobreza de espíritu, la paciencia, la castidad, la humildad:
todas ellas finalmente siempre tienen alguna dificultad aneja ó
OBRAS DE GRANADA X— is
146
GUIA DE PEa\DORÉS
por parte del amor proprio, ó por parte del enemigo, ó por parte
del mismo mundo. Pues quitada esta fortaleza de por medio,
^qué podrá el amor de la virtud desarmado y desnudo? Por do
parece que sin esta virtud todas las otras están como atadas de
pies y manos para no poderse ejercitar.
Y por esto tú, hermano mío, que deseas aprovechar en las
virtudes, haz cuenta que el mismo Señor de las virtudes te dice
también á ti aquellas palabras que dijo á Moisén, aunque en otro
significado: Toma esta vara de Dios en la mano, que con ella has
de hacer todas las señales y maravillas con que has de sacar á
mi pueblo de Egipto. Ten por cierto que así como aquella vara
fué el instrumento de todas aquellas maravillas, y la que dio cabo
á aquella jornada tan gloriosa, así esta vara de virtud y fortaleza
es la que ha de vencer todas las dificultades que el amor de
nuestra carne y el enemigo nos han de poner delante y hacer-
nos salir al cabo con esta empresa tan gloriosa. Y por esto nun-
ca esta vara se ha de soltar de la mano, pues ninguna destas ma-
ravillas se puede hacer sin ella.
Por lo cual me parece avisar aquí de un grande engaño que
suele acaescer á los que comienzan de nuevo á servir á Dios.
Los cuales como leen en algunos Übros espirituales cuan gran-
des sean las consolaciones y gustos del Espíritu SancLo y cuánta
la suavidad y dulzura de la caridad, creen que todo este cami-
no es de deleites, y que no hay en él fatiga ni trabajo, y así se
disponen para él como para una cosa fácil y deleitable: de ma-
nera que no se arman como para entrar en batalla, sino vístense
como para ir á una fiesta. Y no miran qne aunque el amor de
Dios de suyo es muy dulce, el camino para él es muy agro: por-
que para esto conviene vencer el amor proprio y pelear siempre
consigo mismo, que es la mayor pelea que puede ser. Lo uno y
lo otro significó el Profeta Isaías cuando dijo: Sacúdete del pol-
vo, levántate y asiéntate, Hierusalem. Porque en el asentar es
verdad que no hay trabajo, mas hailo en el sacudir el polvo de
las afecciones terrenales y en levantarnos del pecado y sueño
que dormimos, que es lo que se requiere para venir á esta ma-
nera de asiento.
Aunque también es verdad que provee el Señor de grandes
y maravillosas consolaciones á los que fielmente trabajan y á
todos aquéllos que trocaron ya los placeres del mundo por los
LIBRO II. CAPÍTULO XVIH. 14;
del cielo. Mas si este trueque no se hace, y el hombre todavía no
quiere soltar de las manos la presa que tiene, crea que no le da-
rán este refresco, pues sabemos que no se dio el maná á los hi-
jos de Israel en el desierto hasta que se les acabó la harina de
Egipto.
Pues tornando al propósito, los que no se armaren desta for-
taleza, ténganse por despedidos de lo que buscan, y sepan cierto
que mientras no mudaren los ánimos y el propósito, nunca lo ha-
llarán. Crean que con trabajos se gana el descanso, y con bata-
llas la corona, y con lágrimas el alegría, y con el aborrescimien-
to de sí mismo el amor suavísimo de Dios. Y de aquí nasció
reprehenderse tantas veces en los Proverbios la pereza y negli-
gencia, y alabarse tanto la fortaleza y diligencia (como en otra
parte declaramos) porque sabía muy bien el Espíritu Sancto, au-
tor desta doctrina, cuan grande impedimento para la virtud era
lo uno, y cuan grande ayuda lo otro.
De los medios por donde se alcanzará esta fortaleza,
§. II.
)AS por ventura preguntarás: ^iqué medio para alcanzar esa
fortaleza, pues también ella es dificultosa como las otras vir-
tudes? Porque no en balde comenzó el Sabio aquel su abeceda-
rio tan lleno de doctrina espiritual, por esta sentencia: Mujer fuerte
¿quién la hallará? El valor de ella es sobre todos los tesoros y
piedras preciosas traídas dende los últimos fines de la tierra.
Pues ¿por qué medios podremos alcanzar cosa de tan gran
valor? Primeramente considerando este mismo valor, porque sin
dubda cosa es de gran valor la que tanto ayuda para alcanzar
el tesoro inestimable de las virtudes. Si no, dime: ¿qué es la causa
por que los hombres del mundo huyen tanto de la virtud? No es
otra sino la dificultad que hallan en ella: porque por lo demás
¿qué cosa hay más honesta, ni más honrosa, ni más hermosa, ni
más provechosa que la virtud? Sola la dificultad que ha}^ en ella,
es la que hace desmayar á los cobardes y perezosos. Dice el
perezoso: El león está en el camino, en medio de las plazas ten-
go de ser muerto. Y en otra parte añade el mismo Sabio di-
Í4¿ GUÍA DE PECADORES
ciendo: El loco mete las manos en el seno y come sus carnes,
diciendo: más vale un poquito con descanso que las manos lle-
nas con aflicción y trabajo. Pues como no haya otra cosa que nos
aparte de la virtud sino sólo esta dificultad, teniendo fortaleza
con que vencer esta dificultad, luego es conquistado el reino de
las virtudes. Pues ¿quién no tomará aliento y se esforzará á con-
quistar esta fuerza, la cual ganada, es ganado el reino de las vir-
tudes, y con él el de los cielos, el cual no pueden ganar sino sólo
los esforzados? Con esta misma fortaleza es vencido el amor
proprio con todo su ejército: y echado fuera este enemigo, luego
es allí aposentado el amor de Dios, ó por mejor decir, el mismo
Dios, pues (como dice S. Juan) quien está en caridad, está en
Dios.
Aprovecha también para esto el ejemplo de muchos siervos
de Dios que agora vemos en el mundo pobres, desnudos, des-
calzos y amarillos, faltos de sueño, y de regalo, y de todo lo ne-
cesario para la vida. Algunos de los cuales desean y aman tanto
los trabajos y asperezas, que así como los mercaderes andan á
buscar las ferias más ricas, y los estudiantes las universidades más
ilustres, así ellos andan á buscar los monesterios y provincias de
mayor rigor y aspereza donde hallen no hartura sino hambre, no
riquezas sino pobreza, no regalo de cuerpo sino cruz y mal tra-
tamiento de cuerpo. Pues ¿ qué cosa más contraria á los nortes
del mundo y á los deseos de las gentes, que andar á buscar un
hombre por tierras extrañas arte y manera cómo ande más ham-
briento, más pobre, más remendado y desnudo ? Obras son éstas
contrarias á carne y á sangre, mas muy conformes al espíritu del
Señor.
Y más particularmente aprovecha y también condena nues-
tros regalos el ejemplo de los mártires, que con tales y tan cru-
dos géneros de tormentos conquistaron el cielo. Apenas hay día
que no nos proponga la Iglesia algún ejemplo déstos, no tanto
por honrar á ellos con la fiesta que les hace, cuanto por apro-
vechar á nosotros con el ejemplo que nos da. Un día nos pro-
ponen un mártir asado, otro desollado, otro ahogado, otro des-
peñado, otro atenazado, otro desmembrado, otro aradas las car-
nes con sulcos de hierro, otro hecho un erizo con saetas, otro
echado á freír en una tina de aceite, y otros de otras maneras
atormentados. Y muchos dellos pasaron no por un solo género
LIBRO II. CAPITULO XVIII. 1 49
de tormento sino por todos aquellos que la naturaleza y com-
postura del cuerpo humano podía sufrir. Porque á muchos de la
prisión pasaban á los azotes, y de los azotes á las brasas, y de
las brasas á los peines de hierro, y de allí al cuchillo, que sólo
bastaba para acabar la vida, mas no la fe ni la fortaleza.
Pues i qué diré de las artes y invenciones que la ingeniosa
crueldad, no ya de los hombres, sino de los demonios, inventó
para combatir la fe y fortaleza de los espíritus con el tormento
de los cuerpos? Á unos después de cruelísimamente llagados, ha-
cían acostar en una cama de abrojos y de cascos de tejas muy
agudas, para que por todas partes el cuerpo tendido recebiese en
un punto mil heridas y padesciese un dolor universal en todos
los miembros, y así fuese combatida la fe con un ejército de do-
lores extraños. Á otros hacían pasear con las plantas desnudas
sobre carbones encendidos. Á otros arrastraban por cardos y
rastrojos atados á las colas de caballos no domados. Para otros
inventaban ruedas horribles cercadas de navajas muy agudas,
para que estando en lo alto el cuerpo fijo, esperase el encuentro
de toda aquella orden de navajas que lo despedazasen. A otros
tendían en unos ingenios de madera que para esto tenían hechos,
y estirados allí fuertemente los cuerpos, los araban de alto á bajo
con garfios de hierro. ¿ Qué diré, sino que aun no contenta la
ferocidad de los tiranos con todos estos ensayes de tormentos,
vino á inventar otro más nuevo, que fué atar por los pies al
mártir á las ramas de dos grandes árboles abajándolas violen-
tamente hasta el suelo, para que soltándolas después y resur-
tiendo á sus lugares llevasen volando por los aires cada una su pe-
dazo de cuerpo? Mártir hubo en Nicomedia (y como este hubo
otros innumerables) á quien después de haber azotado tan cru-
damente que no sólo habían rasgado ya la piel y los cueros, sino
que ya los azotes habían comido mucha parte de la carne y lle-
gado á descubrir por muchas partes los huesos blancos entre las
heridas coloradas: y acabado este tormento le regaron las llagas
con vinagre y las polvorearon con sal, y no contentos con esto,
viendo aun que todavía estaba el ánima en el cuerpo, le tendie-
ron sobre unas parrillas al fuego, y allí le volteaban de una ban-
da á otra con horcas de hierro, hasta que así asado ya y tos-
tado el sagrado cuerpo envió el espíritu á Dios. De manera que
los perversos homicidas pretendían otra cosa aun más cruel que
150 GUIA DE PECADORES
ja muerte (que es la última de las cosas terribles) porque no
pretendían tanto matar como atormentar con tantos y tan horri-
bles martirios que sin herida ninguna de muerte hiciesen partir
las ánimas de los cuerpos á poder de tormentos.
No eran, pues, estos mártires de otros cuerpos que los nues-
tros, ni de otra masa y composición que la nuestra, ni tenían por
ayudador otro Dios que el que nosotros tenemos, ni esperaban
otra gloria que la que todos esperamos. Pues si éstos con tales y
tantas muertes compraron la vida eterna, ^cómo nosotros por la
misma causa no mortificaremos siquiera los malos deseos de nues-
tra carne? Si aquéllos morían de hambre, ¿por qué tú no ayuna-
rás un día? Si aquéllos perseveraban enclavados en la cruz oran-
do, ¿porqué tú no perseverarás un rato de rodillas en oración?
Si aquéllos tan fácilmente dejaban cortar y despedazar sus miem-
bros ¿ porqué tú no cercenarás y mortificarás tus apetitos y pa-
siones? Si aquéllos estaban tanto tiempo encerrados en cárceles
escuras, ¿y porqué tú no estarás siquiera un poco recogido en la
celda? Si aquéllos así dejaban arar sus espaldas, ¿porqué tú al-
guna vez por Cristo no desciplinarás las tuyas?
Y si aun estos ejemplos no bastan, alza los ojos á aquel sanc-
to madero de la Cruz, y mira quién es Aquél que allí está pades-
ciendo tan crueles tormentos por tu amor. Mirad (dice el Após-
tol) á Aquél que tan grandes encuentros recibió de los pecado-
res, porque no os canséis ni desmayéis en los trabajos. Espanto-
so ejemplo es éste por doquiera que lo quisieres mirar. Porque
si miras los trabajos, no pueden ser mayores: si á la persona que
los padece, no puede ser más excelente: si á la causa por que
los padece, ni es por culpa suya (porque Él es la misma inocen-
cia) ni por necesidad suya (porque Él es señor de todo lo cria-
do) sino por sola caridad y amor. Y con ser esto así, padeció en
su cuerpo y ánima tan grandes tormentos, que todas las pasio-
nes de los mártires y de todos los hombres del mundo no igua-
lan con ellos. Cosa fué ésta de que se espantaron los cielos, y
tembló la tierra, y se despedazaron las piedras, y sintieron todas
las cosas insensibles. Pues ¿como será el hombre tan insensible
que no sienta lo que sentieron los elementos? Y ¿como será tan
ingrato, que no procure de imitar algo de aquello que se hizo por
su ejemplo? Porque por esto (como dijo el mismo Señor) conve-
nía que Cristo padesciese y así entrase en su gloria, porque pues
IJI^RO ir. CAPÍTULO xviir. t $ 1
había venido al mundo para guiarnos al cíelo, que pues el cami-
no para él era la cruz, que fuese Él en la delantera crucificado,
para que así tomase esfuerzo el vasallo para pasar los menores
trabajos, pues veía á su Rey cargado de los mayores.
Pues ¿quién será tan ingrato, ó tan regalado, ó tan soberbio,
ó tan desvergonzado, que viendo al Señor de la majestad con
todos sus amigos y escogidos caminar con tanto trabajo, que quie-
ra él ir en una litera y gastar la vida en regalos? Mandaba el rey
David á Urías, que venía de la guerra, ir á dormir y descansar
á su casa y cenar con su mujer, y el buen criado respondió:
El arca de Dios está en las tiendas, y los siervos del Rey mi se-
ñor duermen sobre la haz de la tierrra, ¿y iré yo á mi casa á co-
mer y beber y descansar? Por la salud tuya y por la de tu áni-
ma tal cosa no haré. ¡ Oh fiel y buen criado, tan digno de ser
alabado cuan indignamente muerto! Pues ;cómo tú, cristiano,
viendo de la manera que ves á tu Señor en la cruz, no tendrás
este mismo comedimento? El arca de Dios hecha de madera
de cedro incorruptible padece dolores y muerte: ¿y tú buscas
regalos y descanso? Aquel arca donde estaba el maná y el pan
de los ángeles escondido, gustó hiél y vinagre por ti: ¿y tú
buscas deleites y golosinas? Aquel arca donde estaban las tablas
de la le>^ (que son todos los tesoros de la sabiduría y sciencia
de Dios) es vituperada y tenida por locura: ^y tú buscas honras
y alabanzas? Y si no basta el ejemplo desta arca mística para
confundirte, junta con ella los trabajos de los siervos de Dios que
duermen sobre la haz de la tierra: conviene saber, los ejemplos y
pasiones de tantos sanctos, de tantos profetas, y mártires, y con-
fesores, y vírgines, que con tantos dolores y asperezas pasa-
ron esta vida, como lo cuenta uno dellos, diciendo así: Los san-
ctos padescieron escarnios, azotes, prisiones y cárceles: fueron
apedreados, aserrados, tentados y muertos á cuchillo. Anduvie-
ron pobremente vestidos de pieles de ovejas y de cabras, ne-
cesitados, angustiados, afligidos, de los cuales el mundo no era
merecedor. Vivían en las soledades y desiertos, en las cuevas y
concavidades de la tierra, y todos ellos en medio destos trabajos
fueron probados y hallados fieles á Dios.
Pues si ésta fué la vida de los sanctos y (lo que más es) del
Sancto de los sanctos, no sé yo por cierto con qué título ni por
cuál privilegio piensa alguno de ir á donde ellos fueron, si no va
152 GUIA DE PECADORES
por el camino que ellos caminaron, que fué de cruz y de traba-
jos. Y por tanto, hermano mío, si deseas ser compañero de su
gloria, procura serio de su pena: si quieres reinar con ellos, pro-
cura también de padecer con ellos.
Todo esto sirve para exhortarte á esta noble virtud de for-
taleza, para que así seas imitador de aquella sancta ánima, de quien
se dice que ciñó sus lomos con fortaleza y esforzó sus brazos
para el trabajo: y para que trayas siempre este propósito en el
corazón, escribe en las paredes de tu celda estas palabras del
Salvador:
El reino de los cielos padesce fuerza^ y los esforzados son los
que lo arrebatan.
ítem éstas del mismo Señor:
Quienquiera que quisiere venir en pos de tni, niegue á si
mismo, y tome su cruz., y sígame,
ítem éstas del Sancto Job:
La cruz eligió mi ánima, y la muerte desearon mis huesos.
Para este mismo propósito sirve el segundo preámbulo que
antes desta regla pusimos, y el capítulo en que hablamos de la
mortificación de las pasiones y del odio sancto de sí mismo, pa-
ra que con todas estas exhortaciones y socorros concibamos esta
determinación y fortaleza, con la cual es luego allanado el cami-
no de la virtud.
Esto es, cristiano lector, lo que por agora me páreselo que te
debía avisar para la institución y orden de tu vida: mas porque
todo esto es poco, según lo mucho que en esta parte había que
decir, quise añadir aquí estas breves Reglas que se siguen, para
autorizar con ellas esta escritura y suplir con ellas todas las
faltas y imperfecciones que por mi parte ha habido en ella.
FIN DE LA REGLA
SÍGUESE
UNA BREVE REGLA DE VIDA CRISTIANA
QUE EL Reverendísimo P. F, Tomás de Villanueva
Arzobispo de Valencia
envió á una persona noble y virtuosa.
'rimeramente debe vuesa merced ante todas las co-
sas procurar la limpieza de su ánima, trabajando por
traer la consciencia limpia de todo linaje de pecado
mortal y venial grave, con todo cuidado, aviso y diligencia: so-
bre la cual limpieza se funda el espíritu, como sobre oro fino el
rusicler. Esta pureza es el primer fundamento de todo bien, por
la cual se asegura la consciencia y la salvación, y en ésta se ha
de emplear todo nuestro cuidado y estudio. Valen para alcanzar
esta pureza las cosas siguientes:
Clausura y recogimiento de cuerpo y de sentidos, apartar con-
versaciones de mundanos y visitaciones demasiadas y sin pro-
vecho, ocupación continua en buenas obras, limpiar muy á me-
nudo el ánima con el escoba de la confesión, comulgar á menudo,
tomarse cuenta á la noche de cómo ha vivido el día, pedir al Se-
ñor gracia para ello con lágrimas y gran deseo, y otras cosas
desta manera. Ninguna persona debe reposar hasta haber alcan-
zado de Dios esta virtud, para contenerse de todo pecado mortal.
Ésta es la mejor y mayor jornada para el cielo.
Lo segundo que debe hacer, es, ofrecer y resignar á sí mis-
mo y á todas sus cosas (que es todo cuanto tiene y sabe y pue-
de) á Dios, subjectándose á él de tal manera, que si supiese cuál
es su voluntad y de qué es él más servido y agradado, luego lo
haría y pondría por obra, aunque todo el mundo se lo estorba-
se. Esta manera de obediencia general es el fin y cumplimiento
de toda justicia.
Lo tercero, debe conversar con Dios á menudo á solas en
lugar apartado, abriéndole sus entrañas y derramando delante
del su corazón con palabras vivas y entrañables, con mucha re-
154 GUIA DE PECADORES
verencía y acatamiento, como criatura á su criador, descubrién-
dole sus faltas, quejándose de sus tibiezas y negligencias, consi-
derando sus dones y beneficios y misericordias, su amor, su bon-
dad, la gloria que le tiene aparejada, y razonando con El más
oyendo que hablando. Para esto basta recogerse á la oración, es-
pecialmente á las mañanas (que es cuando el sentido está más
descansado y más vivo) por la puerta que le abrieren, que es, ó
por la contrición y dolor de los pecados, ó por el agradescimien-
to de los beneficios divinos, ó por la meditación de la sagrada
pasión. Tome lo que le dieren, y téngalo en mucho, porque se
lo den otra vez. Esta familiaridad con Dios es el venero de toda
riqueza espiritual y el tesoro de toda virtud.
Lo cuarto, tenga muy gran cuidado y aviso de no perder el
tiempo y este momento de vida de que depende nuestra eterni-
dad. Siempre esté ocupado en Dios, empleando el día en oir mi-
sa, y misas (si hay oportunidad para ello) y óigalas devotísima-
mente, y asimismo en rezar sus devociones, conversar con Dios
á solas (como dicho es) á ratos en liciones espirituales y medita-
ciones profundas de sus pecados, de la pasión, del engaño de los
mortales, de la brevedad y falacia desta vida, de la eternidad de
la otra, y en leer ejemplos de sanctos, maravillándose de las vir-
tudes que tuvieron: variando estos ejercicios, porque no le cau-
sen hastío. Otro rato será bien entender en obras activas, visitar
hospitales y enfermos, curarlos y darles lo necesario con toda
caridad, sirviendo á Cristo en cada uno dellos: otro rato en labor
de manos para iglesias y altares, labrando ó cosiendo, & castera.
Otro rato hablando con alguna persona espiritual que le des-
pierte á bien vivir, lo cual también sirve de una lícita y sancta
recreación. Desta manera siempre faltará día. Y para que el va-
lor del tiempo le dé espuelas á bien obrar, ponga en su oratorio
estas palabras, y piénselas muy bien:
Momentiim unde pendet cvternitas.
Lo quinto, de tal manera abrace la vida contemplativa, que
no deje la activa. Porque para todo hay tiempo: y no deje sus li-
mosnas y piedad para con los pobres, dando por sus manos á Dios
lo que sobra de lo necesario para su casa y persona.
Lo sexto, que mientras tuviere enfermedades, no siga aspe-
rezas corporales, porque no se haga inútil y más enfermo: baste-
Regla de Santo Tumás de Villanueva. 155
!e sufrir con paciencia sus enfermedades por agora: y cuando Dios
le diere fuerzas, podrá con moderación llevar la cruz de la peni-
tencia. Por agora procure aprov^echar en las virtudes espiritualcF,
que son las más perfectas: como son, caridad, humildad, pacien-
cia, mansedumbre, paz de corazón, gozo en el Espíritu Sancto,
menosprecio de sí y del mundo, recogimiento, y castidad, y otras
semejantes, las cuales no estorba la enfermedad.
Lo séptimo, que rompa con el mundo, si quiere agradar á
Dios: y huya las conversaciones de las gentes, si quisiere conver-
sar con Dios: y desprecie todos los gozos y pasatiempos corpo-
rales, si quiere gustar de los espirituales: olvídese de quién es, y
téngase por esclavo de Jesucristo. Huya de toda vanidad y cum-
plimiento de honra: no se le dé nada porque le reprehendan y
tengan en poco por esto los amadores del mundo. Haga lo que
cumple al servicio del eterno Dios: aquí ponga todo su corazón,
y luego despreciará todo lo demás. Nunca se aparte de su memo-
ria gloria y pena para siempre sin íin. Sea firme y constante en
lo que comenzare, y no siervo tibio y perezoso.
Lo octavo, quite toda afición y amor demasiado de criatura:
sobre todos los que ama, ame á Dios y por Dios, y deje siempre
el corazón libre y desocupado para El.
Lo último, tenga mucho cuidado (si tiene casa) que todos sus
subditos vivan bien, y que sean bien tratados. No siga muchos
pareceres: asiente en un estilo de vida, y sígalo.
SIGÚESE
OTRA BREVE REGLA DE VIDA CRISTIANA
COMPUESTA POR
EL REVERENDO PADRE MAESTRO lOANNES DE AviLA
O primero que debe hacer el que desea agradar á
nuestro Señor, es, tener dos ratos buenos entre día
y noche diputados para oración. El de la mañana
para pensar en el misterio de la pasión, y el de la noche para
acordarse de la muerte, considerando muy despacio y con mu-
cha atención cómo se ha de acabar esta vida y cómo ha de dar
cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere hablado, con
otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la sancta
Escritura que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás
jamás.
Lo segundo sea, que trabaje por traer siempre su memoria
en algún buen pensamiento, porque el demonio le halle siempre
ocupado, y ande siempre con una memoria que Dios le mira, tra-
bajando de andar siempre compuesto con reverencia delante tan
gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan
lleno de gloria como es. Desta manera le traían presente aque-
llos Padres del Testamento viejo, los cuales juraban diciendo: Vi-
ve el Señor delante de quien estoy. Por do parece que traían
consigo esta memoria: y es mucha razón que así la traya él, pues
trae consigo un ángel que está siempre delante de Dios, cu\'a
Majestad hinche todo lo criado, diciendo el mismo Dios: Yo hin-
cho el cielo y la tierra. Y pues en todo lugar está Dios tan pode-
roso y tan sabio y tan glorioso como en el cielo, en todo lugar
es razón que nuestra alma le adore, para que ninguna criatura
nos mueva á ofenderle.
El tercero sea, que trabaje de confesar y comulgar á menu-
do, por imitar aquel sancto tiempo de la primitiva Iglesia, cuan-
do comulgaban de ocho á ocho días los fieles. De cu3='a memoria
quedó agora el pan bendito que dan á los domingos con la paz;
Regla del K Juan de Avila.
3/
para que cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la frialdad
nuestra causó que se diese aquel panbendito, y no el mismo Sanc-
tísimo Sacramento, como antes daban, según parece por muchas
historias.
El cuarto documento sea, que asiente en su corazón muy fijo
que si al cielo quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos y que
ha de ser escarnecido y perseguido de muchos, conforme á aquel
dicho de nuestro Redemptor: Si á mí persiguieron, á vosotros
perseguirán: para que estando así armado, no le aparten de sus
buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que donde-
quiera ha de hallar, sino como hombre que ya lo sabe, no se le
haga nueva una cosa tan cierta á todos los que sirven á Dios: sino
mire á Cristo nuestro Redemptor y á todos los sanctos, que fue-
ron por aquí: y baje la cabeza sin alboroto ninguno, dejando los
perros que ladren cuanto quisieren.
Sea el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y
deje de mirar las ajenas, conforme á aquel dicho de nuestro Se-
ñor: Hipócrita, ¿ porqué miras la paja en el ojo de tu hermano, y
no consideras tú la viga que tienes atravesada en el tuyo? No
tenga cuenta más de con sus proprios defectos, y si algo viere
en el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él, sino
compadézcase de él, porque la sanctidad verdadera dice S. Gre-
gorio que es compadescerse de los pecados, y la falsa indig-
narse contra ellos. Si son personas que tomarán su corrección,
corríjalas caritativamente, conociéndose por hombre de la misma
masa de Adam: y si no lo son, vuélvase á Dios, suplicándole que
los remedie, y dándole gracias porque ha guardado á él de pe-
cado semejante, hallándose muy obligado á servir al Señor que
de este mal le libró, en el cual él también cayera, si el Señor no
le guardara.
Sea el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer algu-
na caridad cada día á algún prójimo, acordándose de aquella
sentencia del Redemptor que dice: En esto conocerán todos si
sois mis discípulos, si os amáredes unos á otros. Y conforme á
esto debe también tener memoria cada día de rogar á Dios por
la Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea el séptimo, que pida siempre á Dios perseverancia, acor-
dándose de el dicho de nuestro Redemptor, que el que perse-
verare hasta la fin, será salvo. Y así ponga sus ojos en la muer-
1 í8 GUIA DE PECADORES
te, teniendo ciclante que si hasta allí no clara en la virtud, que
todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos del
bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer,
para que lo hecho no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga
humildad y cuidado de pedir á Dios gracia para cumplirlo. Y te-
ma siempre no sea él uno de aquéllos que dijo el Salvador que
se habían de resfriar en la caridad, porque había de abundar la
malicia. Como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad
que ven por ese mundo en tanta abundancia, les es ocasión de
dejar los buenos ejercicios que comenzaron, y saliéndose de So-
doma (como la mujer de Lot) por tornar la cabeza atrás se que-
dan hechos estatuas de sal, su alma endurecida para el bien, y
sabrosa y apetitosa para el mal.
Sea el octavo, que en todas sus obras busque la gloria de
Dios, y no su consuelo ni su provecho: para que aunque se halle
seca su alma y desconsolada, no por eso deje sus sanctos ejerci-
cios, con que Dios se glorifica y se sirve. Y así ordene cuanto hi-
ciere á que Dios sea glorificado, conforme al consejo de S. Pablo
que dice: Ora comáis, ó bebáis, ó hagáis otra cualquier cosa,
todo lo haced para gloria de Dios. Y pues las obras naturales,
como el comer y beber, dice el Apóstol que se hagan para glo-
ria de Dios, mucha más razón es que se haga la oración y lo de-
más. Y así pretendiendo solo esto, no le desconsolará mucho la
sequedad, que á muchos desconsuela y hace aflojar en el servi-
cio de Dios, habiendo de ser entonces más diligentes en la guar-
da de sí mismos y más solícitos en escudriñar si han hecho algún
pecado por el cual el Señor los dejase así desconsolados, y pro-
veer en esto con diligencia, pues las más veces nace el tal des-
consuelo de soberbia, ó murmuración, ó pláticas vanas, que aun-
que parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no
le trajere provecho: porque della sale todo el mal que á nuestra
ánima lastima, porque (como dice el Profeta) la garganta de los
malos es como una sepultura abierta de donde siempre salen he-
dores de muerte. Y por esto, siempre debe huir la compañía de
los tales: porque si en ello mira, nunca hablan sino palabras con-
formes á la muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y á mejor
librar, cuando las palabras son cuerdas al parecer dellos, enton-
ces son nocivas al prójimo, diciendo mal y murmurando. Lo cual
Regla del B. Juan de Ávila. i 59
debe él con gran cuidado huir, reprehendiéndolo si es persona
que aprovechará, y si no, mostrándole un semblante triste: por-
que dice S. Bernardo que dubda él cuál peca más, el que
murmura, ó el que oye de buena gana murmurar. Debe luego,
por no caer en este pecado, mostrar mala cara y no oir al mur-
murador: porque viendo su semblante, cesará su murmuración,
porque (como dice San Hierónimo) pocas veces uno murmura,
cuando ve que el oyente oye de mala gana.
El décimo y último sea, que de tal manera obre bien, que
ponga sus ojos y confianza en los merecimientos de Jesucristo,
no mirando á lo que hace, sino á la muerte y pasión del Redemp-
tor: porque sin El todo es poco lo que hacemos. Quiero decir, que
el valor de nuestras obras nasce de los merecimientos de Je-
sucristo, y de la gracia que por El se nos da: y así debe lan-
zar toda soberbia y vanagloria de su corazón, por muchas obras
buenas que le parezca hazer, porque (si bien mira en ello) halla-
rá que por la mayor parte todo cuanto hace va mezclado de mil
imperfecciones, por donde más tenemos por qué pedir perdón al
Señor por la mala manera de obrar, que por dónde esperar el
galardón por la substancia de las obras. Porque mirada su ma-
jestad, delante cuyo acatamiento tiemblan los serafines, van nues-
tras obras tan tibias, tan sin reverencia y con tanta mezcla de
imperfecciones, que está muy claro aceptarlas Dios por el amor
de su unigénito Hijo. Y así quitada toda liviandad de corazón,
acabada la buena obra, preséntese delante de Dios, pidiéndole
perdón del desacato y poca reverencia con que la hizo, y ofrez-
ca á Jesucristo al eterno Padre, confiando que por amor de aquel
Señor el Padre eterno aceptará aquella obra con que le hobiere
servido. De esta manera vivirá humilde y confiado: porque el
verdadero camino para el cielo dice un doctor que es obrar bien
y no presumir de sí, sino poner su confianza en Cristo.
SÍGUESE
EL SERMÓN DEL SEÑOR EN EL MONTE
CON ALGUNOS OTROS PEDAZOS DE DOCTRINA SACADOS
DEL Santo Evangelio y de las Epístolas de S. Pablo
PRÓLOGO
^ABIDA cosa es que entre todas las doctrinas que están
escritas, la más alta y más divina es la que salió por
la boca de aquella eterna Sabiduría que nos habla en
el Evangelio: y entre todas las doctrinas del Evangelio, la más
provechosa es aquélla que el Señor predicó en el monte (que re-
cuenta el evangelista S. Mateo en tres capítulos de su evange-
lio) y la que predicó á los discípulos cuando los envió á predi-
car, y cuando se despidió dellos en el Sermón de sobrecena. Y
por esto me pareció sería cosa conveniente, para mayor luz y
cumplimiento desta doctrina, juntar con ella estas palabras de
vida: pues está claro que cuanto fueron enseñadas por más alto
Maestro, tanto son de mayor auctoridad y tanto serán merece-
doras de mayor atención y reverencia. Así que, pues hasta aquí
habemos oído á los ministros de Dios, oyamos agora al mismo
Dios, que habla por boca de su unigénito Hijo: si hasta aquí ha-
bemos bebido de los chorrillos de la sabiduría humana, bebamos
agora de la misma fuente de vida: y si teníamos en poco las pa-
labras saUdas del pecho de un hombre mortal, tengamos en mu-
cho las que salieron de aquel almario donde están encerrados
todos los tesoros de la sabiduría y sciencia de Dios.
Entendía aquel gran filósofo Platón que Dios merecía ser ve-
nerado y honrado sobre todas las cosas, y decía que ninguna cosa
había más excelente que aquella virtud que se llama religión, con
la cual veneramos á Dios: mas no sabía él con qué manera de
culto y veneración había de ser honrado: y por esto dice que
deseaba ser discípulo de quien le enseñase con qué género de
Sermón del Señor i6t
ritos y cerinionia agradaría á aquella soberana Majestad: porque
veía al mundo muy vario y perplejo en este negocio. Pues quien-
quiera que este deseo tuviere, aquí le presentamos el unigénito
Hijo de Dios salido del pecho del eterno Padre, para dar nuevas
al mundo de lo que allí dentro pasa, y para dar noticia á los hom-
bres, de las cosas que más agradan y deleitan á aquellas beatí-
simas entrañas de donde él salió.
Ésta es la regla de las reglas, y la doctrina de las doctrinas,
y la medida con que se han de reglar y medir todas las otras re-
glas y institutos de vida: porque cuanto más se llegaren á ésta
y mejor encaminaren todos sus ritos y cerimonias á alcanzar el
cumplimiento della, tanto serán más acertadas, y cuanto más se
desviaren désta, tanto menos lo serán. Lo que aquí principalmen-
te se enseña, es, caridad, humildad, castidad, mansedumbre, pacien-
cia, obediencia, misericordia, limosna, oración, pureza de inten-
ción, limpieza de corazón, pobreza de espíritu, menosprecio de
mundo, mortificación de apetitos, y negamiento de sí mismo y de
su voluntad, con otras virtudes semejantes que tan á menudo se
predican y encarescen en el Evangelio. Pues cuanto las vidas de
los hombres y las reglas humanas más se llegaren á esto, tanto
serán más perfectas, y cuanto menos se allegaren, menos.
Resta luego que pues esta doctrina es de tanta dignidad, que
todas las veces que nos llegáremos á leerla, nos lleguemos con
aquel acatamiento y reverencia que llegaríamos á unas preciosas
reliquias que hobiesen tocado en el mismo cuerpo de Cristo: por-
que pues estas palabras salieron de su mismo pecho, no menos
se deben tener por reliquias, que las que tocaron en su sacratí-
simo cuerpo, sino mucho más. Acordémonos que está escrito: <! So-
bre quién reposará mi espíritu, sino sobre el humilde, y manso,
y que tiembla de mis palabras? Y en otro lugar: Oíd (dice el Pro-
feta) la palabra del Señor, los que treméis cuando la oís. Porque
solo aquél digna y fructuosamente la oye, que desta manera la
oye. Aparéjese, pues, el hombre cuando quisiere leer esta Escri-
tura, haciendo primero oración al Señor, pidiendo lumbre para
entenderla, espíritu para sentirla y fuerzas para obrarla: para que
así le comprehenda aquella bendición del Señor que dice: Bien-
aventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan.
OBRAS DE GRANADA X~u
lé2 GUIA DÉ PECADORES
§. I.
Por razón de la brevedad deste volumen no se pone aquí la
declaración desta doctrina: bastará declarar algunos pasos que
tienen necesidad de declaración, remitiendo lo demás al espíritu
y devoción del que esto leyere.
En el número I, donde dice: Yo digo á vosotros, nota que
por juicio entiende aquí el juzgado donde había pocos jueces, y
era liviana la pena. Por concilio entiende el juzgado donde todos
los jueces juzgaban, como en cosa de más calidad. Añade nues-
tro Redemptor sobre estos dos juicios el tormento del infierno.
En el número II, donde dice: Conciértate con tu adversario,
nota que en esto se nos enseña con cuánta diligencia habemos
de procurar que no se rompa la caridad, y el peligro que de no
hacerlo, nos puede venir. Pónese por ejemplo señaladamente la
materia de los pleitos, que suelen ser ocasiones de muchos ma-
les. Son en él particularmente reprehendidos los deudores ava-
rientos que no quieren pagar lo que deben, sin pleitos y sin con-
tiendas. Es ejemplo universal para otras muchas cosas.
En el número ill, donde dice: Si tu ojo derecho, nota que
aquí nos enseña con cuánto cuidado debemos excusar todas las
ocasiones de pecados, aunque sea apartándonos de cosas de gran-
de gusto y importancia, las cuales significó por nombre de ojos, y
pies, y manos, mandándonos que no tengamos ley con nada des-
to, porque la tengamos con Dios: porque la naturaleza humana
es tan flaca y tan inclinada al mal, que teniendo el objecto y la
ocasión presente, es como milagro dejar de peligrar.
En el número iv, donde dice: Cuando oráredes, no gastéis
muchas palabras, nota que no se reprehende aquí la oración lar-
ga y prolija (pues el Señor la hizo tal en el huerto) sino aquéllos
que piensan que la razón total de ser oídos es mucho número de
oraciones dichas sin espíritu y sin atención, creyendo que el va-
lor de las oraciones es como el de los dineros, que cuando son
muchos, valen más.
En el número V, donde dice: Cuando ayunas unge tu cabe-
za &c. no se entiende otra cosa más de que disimulemos y encu-
bramos decentemente así el a3'uno como cualquier otro bien que
hiciéremos, por el peligro de la vanagloria.
En el número vi, donde dice: La candela de tu cuerpo es tu
Sermón del Señor 163
ojo, nota que aquí habla de la intención en el bien obrar, la cual
es lo que los ojos en el cuerpo: porque si los ojos están ciegos,
todo el cuerpo y todos los miembros están ciegos, y por el con-
trario, si están claros y limpios. Así, pues, cuando la intención es
pura y limpia, todo el cuerpo de la obra es limpio: mas si Ja in-
tención es mala ó vana, tal es también el cuerpo de la obra que
se hace con ella.
SÍGUESE
EL SERMÓN DEL SEÑOR EN EL MONTE
CONTENIDO
EN EL CAP. V, Y VI, Y VII DE S. MaTEO
lENDO Jesús las compañas, subió en el monte: y como
se hubiese asentado, llegáronse á Él sus discípulos,
y abriendo su boca, enseñábalos, diciendo:
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque dellos es el
reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán con-
solados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, por-
que ellos recibirán hartura.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
á Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados
hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por hacer lo
que deben, porque dellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando os injuriaren los hombres, y os
persiguieren, y dijeren muchos males contra vosotros, y esto di-
jeren por mi causa y mintiendo. Alegraos y gózaos, porque vues-
tro premio es abundante en los cielos. Porque desta manera per-
siguieron á los Profetas que fueron ante vosotros.
164 GUIA DÉ PECADORES
Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal pierde su sabor,
¿con qué podrá ser salada? Para ninguna cosa aprovecha de ahí
adelante, sino para que sea lanzada fuera y pisada de los hom-
bres.
Vosotros sois luz del mundo. No puede la ciudad que está
edificada en el monte, ser escondida: ni encienden la candela y
la ponen debajo del almud, sino sobre el candelero, para que dé
luz á todos los que están en casa. Desta manera resplandezca
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras bue-
nas obras y den gloria á vuestro Padre que está en los cielos.
No penséis que fué mi venida para destruir la Ley ó los Pro-
fetas. No vine para destruir la Ley, sino para cumplirla. Dígoos
de verdad que antes pasará el cielo y la tierra que una jota ó un
punto de la ley se deje de cumplir, hasta que todas las cosas sean
hechas. Cualquiera, pues, que quebrantare uno de estos manda-
mientos pequeños, y así lo enseñare á los hombres, pequeño será
llamado en el reino de los cielos. Mas el que obrare y enseñare,
éste será llamado grande en el reino de los cielos. Dígoos de
verdad que si no fuere mayor vuestra justicia que la de los es-
cribas y fariseos, no podéis entrar en el reino de los cielos.
Oído habéis que fué dicho á los antiguos: no matarás, y cual-
quiera que matare quedará obligado á juicio. Yo digo á vosotros
que cualquiera que se airare contra su hermano, será obligado á
juicio. Y cualquiera que dijere contra su hermano apuntamien-
to de injuria, será obligado á concilio. Cualquiera que le dijere
loco, será obligado á la llama del infierno.
Pues si llevares tu ofrenda al altar y ahí te viniere á la me-
moria tfue tu prójimo tiene alguna razón de enojo contra ti, deja
allí la ofrenda delante del altar, y ve, y reconcilíate primero
con tu hermano: y cuando esto hayas hecho, ve y ofrece tu
ofrenda.
Conciértate con tu adversario de presto, entretanto que es-
tuvieres en el camino con él, porque por ventura tu contrario no
te lleve delante del juez, y el juez te entregue al ministro, y seas
metido en la cárcel. Dígote de verdad que no saldrás de alH
hasta que hayas pagado hasta el último cuatrín.
Oístes que fué dicho á los antiguos: No cometerás adulterio.
Yo digo á vosotros que todo aquél que mirare á la mujer para
codiciarla, ya cometió adulterio contra ella dentro de su cora-
Sermón del Señor 165
zón. Pues si tu ojo derecho fuere escándalo para tí, sácalo y lán-
zalo fuera: porque mejor te será que uno de tus miembros pe-
rezca, que ser todo tu cuerpo echado en la llama del infierno.
Y si tu mano derecha te escandalizare, córtala y alánzala de ti:
porque mejor te será que perezca uno de tus miembros^ que ser
echado todo tu cuerpo en el infierno.
Dicho está: cualquiera que desechare á su mujer, déle carta
de quitación. Yo digo á vosotros que todo aquél que dejare á
su mujer, si no fuere por causa de fornicación, hace que ella sea
adúltera, y el que se casare con ella comete adulterio.
ítem, habéis oído que fué dicho á los antiguos: No te perju-
rarás, y cumplirás con el Señor lo que jurares. Yo digo á vos-
otros que en ninguna manera juréis: ni por el cielo, porque es
trono de Dios: ni por la tierra, porque es estrado de sus pies: ni
por Hierusalem, porque es ciudad del grande Re\'. Ni tampoco
jurarás por tu cabeza, porque no es en tu poder hacer un cabe-
llo blanco ó negro. Será, pues, vuestra habla sí por sí y no por
no, porque lo que demás desto se añade, de mala raíz procede.
Oído habéis que fué dicho: ojo por ojo y diente por diente. Yo
digo á vosotros que no resistáis al mal: antes si alguno te diere
una bofetada en tu maxila derecha, ofrécele la otra. Y al que
quisiere contender contigo por pleito y llevarte tu sayo, déjale
también la capa. Y si alguno te llevare por espacio de mil pa-
sos, ve con él dos mil. Al que te pidiere, darás, y no desecharás
al que te pidiere emprestado.
Oído habéis que fué dicho: Amarás á tu prójimo y aborre-
cerás á tu enemigo. Yo digo á vosotros: amad á vuestros ene-
migos, orad bien á los que os maldicen, haced bien á los que
os aborrecen, haced oración por los que os perjudican y persi-
guen, porque seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos,
el cual deja salir su sol sobre buenos y malos, y llueve sobre
justos y pecadores. Porque si solamente amáredes á los que os
aman, ¿"qué premio tenéis por esto? ¿Por ventura no hacen esto
mismo los publícanos? Y si solamente saludáredes y tratáredes
amigablemente á vuestros hermanos, jqué cosa de ventaja ha-
céis? ¿Por ventura no hacen esto mismo los publícanos? Seréis
pues vosotros perfectos, como es perfecto vuestro Padre que
está en los cielos.
1 66 GUIA DE PECADORES
Cap, vi,
'IRAD bien que no hagáis vuestra limosna en presencia de
los hombres para ser vistos .dellos, porque de otra mane-
ra no tenéis premio de mano de vuestro Padre que está en los
cielos. De manera que cuando tú hicieres limosna, no vaya la
trompeta pregonando delante de ti, de la manera que lo hacen
los hipócritas en las congregaciones y conventículos, para ser de
los hombres glorificados. Dígoos de verdad que ya tienen reci-
bido su galardón. Mas tú cuando hicieres limosna, no sepa tu
mano izquierda lo que hace la derecha, porque tu limosna sea
en secreto, y tu Padre que lo' ve en secreto, te lo pagará en pú-
blica plaza.
Semejantemente cuando oráredes, no seréis como los hipócri-
tas, que suelen estar orando en los ayuntamientos y rincones de
las plazas, para que los vean los hombres. Dígoos de verdad que
recibieron ya su galardón. Pues tú, cuando oras, entra en tu re-
traimiento y cerrada tu puerta haz oración á tu Padre en oculto,
y tu Padre que lo ve en oculto, te dará en público el galardón.
Y cuando oráredes, no gastéis muchas palabras, como hacen
los gentiles, pensando que por hablar mucho serán oídos. No
seáis pues semejantes á ellos, porque bien sabe vuestro Padre lo
que habéis menester antes que le pidáis. Oraréis pues en esta
forma: Padre nuestro que estás en los cielos, tu nombre, sea
sanctificado. Venga el tu reino. Hágase en la tierra tu voluntad,
así como se hace en el cielo. Nuestro pan de cada día dánoslo
hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros las per-
donamos á nuestros deudores. Y no nos traigas en tentación, sino
líbranos del mal. Amén. Porque si perdonáredes sus pecados á
los hombres, el Padre celestial perdonará á vosotros. Mas si vos-
otros no perdonáredes á los hombres, ni vuestro Padre perdo-
nará á vosotros los vuestros.
Cuando ayunáredes, no os hagáis tristes como los hipócritas,
los cuales demudan sus gestos, para que los hombres vean que
ayunan. Dígoos de verdad que tienen recebido ya su galardón.
Mas tú cuando a}'unares, unge tu cabeza y lava tu rostro, para
que los hombres no vean que ayunas, sino tu Padre que está en
oculto, y este Padre que lo ve en secreto te dará, la paga en pú-
blico.
Sermón del Señor 167
No alleguéis v^uestros tesoros en la tierra, donde la carcoma
y la polilla corrompen y donde los ladrones cavan y hurtan:
mas poned vuestros tesoros en el cielo, donde ni la carcoma ni
la polilla corrompen, y donde los ladrones no cavan ni hurtan: por-
que donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
La candela del cuerpo es el ojo. De manera que si tu ojo fue-
re simple, todo tu cuerpo será resplandeciente, mas si fuere malo
tu ojo, todo tu cuerpo será tenebroso. Pues si la lumbre que es en
ti, son tinieblas, las mismas tinieblas ¿qué tan grandes serán?
Ninguno puede servir á dos señores, porque ó aborrecerá al
uno y amará al otro, ó allegarse ha al uno y menospreciará al
otro. No podéis servir á Dios y á las riquezas.
Por tanto os digo que no seáis solícitos para vuestra vida de
lo que habéis de comer y beber, ni para vuestro cuerpo de lo
que habéis de vestir. ¿Por ventura no vale la vida más que el
manjar, y el cuerpo más que la vestidura? Volved los ojos á las
aves del cielo, que ni siembran, ni cojen, ni amontonan en las
trojes, y vuestro Padre celestial les da de comer. ¿ Por ventura no
sois vosotros más aventajados que ellas? ¿Quién de vosotros con
su solicitud puede añadir un cobdo á su estatura? Pues de la
vestidura también ¿para qué tenéis congoja? Parad mientes en
los lirios del campo cómo crecen sin trabajar ni hilar. Dígoos de
verdad que ni Salomón en toda su gloria se vestió como uno
déstos. Pues si el heno del campo, que hoy es y mañana lo echan
en el horno, así viste Dios, ¿cuánto más á vosotros, hombres de
poca fe? Ansí que no tengáis congoja, diciendo qué comeremos
ó qué beberemos ó con qué nos cubriremos, porque todas estas
cosas buscan los gentiles. Sabe bien vuestro Padre celestial que
de todas estas cosas tenéis necesidad. Buscad, pues, primero
el reino de Dios y su justicia, y estas cosas todas se os añadirán.
Ansí que no seáis solícitos para mañana, porque el día de ma-
ñana amanescerá con su solicitud. Bástale á cada día su propria
fatiga.
Cap. vii.
|o juzguéis, porque no seáis juzgados. No condenéis, porque
no seáis condenados. Porque de la manera que juzgáre-
des, seréis juzgados: y con la medida que midiéredes, seréis medi-
l68 GUIA DE PECADORES
dos. ^Porqué estás atento á la paja que está en el ojo de tu her-
mano, y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo, veamos, dirás
á tu hermano, espera, sacaré una pajuela de tu ojo, teniendo tú
una viga en el tuyo? Hipócrita, alanza primero la viga de tu ojo,
y entonces verás para sacar la pajuela del ojo de tu hermano.
No deis lo que es sancto á los perros, ni alancéis vuestras pie-
dras preciosas ante los puercos, porque por ventura no las pisen
con sus pies, y los perros vueltos contra vosotros os despedacen.
Pedid y daros han, buscad 3^ hallaréis, llamad y abriros han:
porque todo aquél que pide recibe, y el que busca halla, y al que
llama le abren. ^Por ventura hay entre vosotros algún hombre
que pidiéndole su hijo pan, le dé una piedra, ó que si le pidiere
un pez, le dé una serpiente? Pues si vosotros siendo malos sabéis
dar buenos dones á vuestros hijos, ¿ cuánto más vuestro Padre que
está en los cielos dará buenas cosas á quien se las pidiere?
Todo aquello que queréis vosotros que los otros hombres
hagan con vosotros, aquello mismo haced vosotros con ellos:
porque esto es la Ley y los Profetas.
Entrad por la puerta angosta: porque ancho y espacioso es el
camino que lleva á la perdición, y muchos son los que entran
por él. Porque angosta es la puerta y estrecha la carrera que
lleva á la vida, y pocos son los que la hallan.
Guardaos atentamente de los falsos profetas que vienen á
vosotros con vestiduras de ovejas, y dentro son lobos robadores.
Por sus fructos los conosceréis. ¿ Por ventura cojen uvas de las es-
pinas, ó higos de los abrojos? Pues desta manera todo buen ár-
bol da buenos fructos, y el árbol podrido da mal fructo. No puede
el buen árbol dar malos fructos, ni el malo buenos. Todo árbol
que no da buen fructo, será cortado y echado en el fuego. Por
sus obras, pues, los conosceréis.
No todo aquél que me dice Señor, Señor, entrará en el rei-
no de los cielos, sino el que hiciere la voluntad de mi Padre que
está en ellos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizarnos en nombre tuyo? ¿No alanzamos en tu nombre de-
monios, y hecimosen tu nombre muchas maravillas? Entonces res-
ponderles he: Nunca os conoscí: apartaos de mí los que obráis
maldad.
Pues todo aquél que oye estas mis palabras y las pone por
obra, será semejante á un varón sabio que edificó su casa sobre
Sermón del Señor 169
peña: y descendió la lluvia, y vinieron los ríos, y soplaron los
vientos, y combatieron aquella casa, y no cayó, porque estaba
fundada sobre piedra. Por el contrario, todo aquél que oye estas
mis palabras y no las pone por obra, será semejante á un hom-
bre loco que edificó su casa sobre arena: y descendió la lluvia, y
vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y embistieron sobre aque-
lla casa, y cayó, y fué grande su caída.
Y acontesció que como estas palabras acabase Jesús, se es-
pantaron las compañas de su doctrina: porque los enseñaba como
quien tiene potestad, y no como los letrados de la ley.
^Item en el capítulo xxv de S. Mateo, hablando el Señor de
las obras de misericordia, dice así:
') LANDO venga el Hijo del hombre en su majestad, y todos
tlJ los ángeles con él, entonces se asentará sobre la silla de
su majestad: y juntarse han delante del todas las gentes, y apar-
tará los unos de los otros de la manera que el pastor aparta las
ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas á la diestra y los ca-
britos á la siniestra. Entonces dirá el Rey á los que estuvieren á
su diestra: Venid, benditos de mi padre, y tomad el reino que
os está aparejado dende el principio del mundo. Porque tuve
hambre, y dístesme de comer: tuve sed, y dístesme de beber: era
huésped, y recogístesme: estaba desnudo, y vestístesme: estaba en-
fermo, y visitástesme: estaba en la cárcel, y venistes á mí. Enton-
ces le responderán los justos, diciendo: Señor, ^ cuándo te vimos
hambriento, y te dimos de comer, sediento, y te dimos de beber?
(¡Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos, ó desnudo, y te cu-
brimos? Ó ¿cuándo te vimos enfermo ó encarcelado, y venimos
á ti ? Y respondiendo el Rey, decirles ha: En verdad os digo que
cuando esto hecistes á uno destos pequeñuelos hermanos míos,
á mí lo hecistes. Entonces dirá también á los que estuvieren á su
siniestra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que está apa-
rejado al diablo y á sus ángeles: porque hube hambre, y no me
distes de comer: y sed, y no me distes de beber: era huésped, y
no me recogistes: andaba desnudo, y no me vestistes: estaba en-
fermo y en la cárcel, y no me visitastes. Entonces responderán
los malos, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, ó se-
diento, ó huésped, ó desnudo, ó enfermo, ó en la cárcel, y no te
1 70 GUIA DE PECADORES
proveímos? Entonces responderles ha, diciendo: En verdad os
digo que cuando no lo hecístes á uno destos menores, ni á mí lo
hecistes. Y irán éstos al tormento eterno, y los justos á la vida
eterna.
II ítem en el capítulo X de S. Mateo, enviando el Señor los dis-
cípulos á predicar, les dio esta regla de perfección y vida apos-
tólica: en el cual dice así:
LLAMANDO Jesús SUS doce discípulos, dióles poder para
alanzar los espirites sucios y curar toda manera de enfer-
fermedades y dolencias en el pueblo. Y díjoles: Id, y predicad
que es allegado ya el reino de los cielos. Curad los leprosos, lan-
zad los demonios, de balde lo recebistes, de balde lo dad. No
queráis llevar oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, ni alfor-
jas para el camino, ni vestiduras dobladas, ni zapatos, ni bordón:
porque merecedor es el trabajador de su manjar. En cualquier
ciudad ó castillo que entráredes, preguntad quién allí sea digno,
y estad en su casa hasta que de allí os vais. Y entrando en la
casa, saludadla diciendo: Paz sea en esta casa. Y si allí estuviere
algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz: y si no, vol-
verse ha con vosotros. Mirad que os envío como á corderos entre
lobos. Y por esto, conviene que seáis prudentes como serpientes,
y simples como palomas. Y parad mentes en los hombres: por-
que os han de entregar á los concilios, y azotar en sus sinagogas,
y llevar ante los presidentes y reyes, para testimonio de ellos y
de las gentes. Y cuando os entregaren á ellos, no os paréis á pen-
sar qué ni cómo hablaréis: porque en aquella hora se os dará lo
que habéis de hablar: porque no seréis vosotros los que habla-
réis, sino el espíritu de vuestro padre que hablará, en vosotros. Y
entregará el hermano á su hermano á la muerte, y el padre á su
hijo, y levantarse han !os hijos contra los padres, y matarlos han,
y seréis aborrecibles á todos los hombres por amor de mí: mas
el que perseverare hasta la fin, será salvo. No es el discípulo so-
bre el maestro, ni el siervo sobre su señor: basta al discípulo que
sea como su maestro, y al siervo que sea como su señor. Pues
si al padre de la familia llamaron Beelzebub, ¿cuánto más llama-
rán á los de su casa? No temáis á lo? que matan el cuerpo, y no
pueden matar el ánima: sino temed Aquél que después de muer-
Regla DE PERFECCIÓN 17 i
to el cuerpo, puede enviar el ánima al infierno. ¿Por ventura no
se venden cinco pájaros por un muy bajo precio? Y con esto ni
uno solo de ellos cae en el lazo sin consentimiento de vuestro
padre. Pues tened por cierto que él tiene contados todos vues-
tros cabellos. Así que, no tenéis por qué temer, porque más valéis
vosotros que muchos pájaros. En verdad os digo que quienquie-
ra que me confesare delante de los hombres, yo le confesaré de-
lante de mi padre: y quien delante de ellos me negare, yo le ne-
garé delante de mi padre. No penséis que vine á poner paz en la
tierra, porque no vine á poner paz, sino cuchillo. Ca vine á apar-
tar al hombre de su padre, y á la hija de su madre, y á la nue-
ra de su suegra: y enemigos del hombre serán los mismos de su
casa. El que ama á su padre ó á su madre más que á mí, no es
digno de mí. Y el que ama á su hijo ó á su hija más que á mí, no
es digno de mí. Y el que no lleva su cruz á cuestas y va en pos
de mí, no es digno de mí. El que ama su vida, ése la pierde: y
el que la perdiere por amor de mí, ése la hallará en la vida eter-
na. El que recibe á vosotros, á mí recibe, y el que á mí recibe,
recibe aquél que me envió. El que recibe al profeta porque es
profeta, recibirá galardón de profeta. Y el que recibe al justo
porque es justo, recibirá galardón de justo. Y quienquiera que
diere á beber á uno déstos un solo jarro de agua fría porque es
discípulo mío, en verdad os digo que no perderá su galardón.
SÍGUESE OTRO PEDAZO DE DOCTRINA SINGULAR
sacada del Sermón de sobrecena, que el Salvador predicó víspera
de su pasión á los discípulos. Joan, ij, 16, ij.
^I^,CABAD0S los misterios de la cena, predicó el Señor un ser-
iS. món de grande consolación y doctrina á sus discípulos,
donde entre otras muchas cosas dice así.
Un nuevo mandamiento os doy, que os améis unos á otros
así como yo os amé. En esto conocerán todos que sois mis discí-
pulos, si os amáredes unos á otros. Éste es mi mandamiento, que
os améis unos á otros así como yo os amé. Ninguno tiene mayor
amor que aquél que pone la vida por sus amigos. Vosotros sois
mis amigos, si haciéredes lo que yo os mando. Ya no os llamaré
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Mas á
vosotros llamé amigos, porque os di parte de todo lo que supe
172 GUIA DE PECADORES
de mi padre. No me escogistes vosotros, sino yo os escogí y
diputé para que vayáis, y fructifiquéis, y vuestro fructo perma-
nezca: para que cualquier cosa que pidiéredes al padre en mi
nombre, os sea concedida.
Esto os mando, que os améis unos á otros. Si el mundo os
aborreciere, acordaos que primero me aborreció á mí. Si fuése-
des del mundo, el mundo amaría lo que es suyo: mas porque no
sois del mundo (por haberos yo escogido del mundo) por eso os
aborrece el mundo. Acordaos de una palabra que os dije: No es
mayor el siervo que su señor. Si á mí persiguieron, á vosotros
perseguirán, y si á mí anduvieron mirándome á las palabras, tam-
bién andarán mirando las vuestras.
En verdad, en verdad os digo que el que en mí creyere, hará
las obras que yo hago: y aun mayores las hará: porque yo voy
al padre, y cualquier cosa que le pidiéredes en mi nombre, yo
la alcanzaré, para que así sea glorificado el padre en el hijo. Si
alguna cosa pidiéredes al padre en mi nombre, yo la acabaré
con él. Si me queréis bien, guardad mis mandamientos, y yo ro-
garé al padre, y daros ha otro consolador que permanezca con
vosotros eternalmente, que es el espíritu de verdad, á quien el
mundo no puede recebir, porque no le ve ni le conosce: mas vo-
sotros le conosceréis, porque en vosotros permanecerá y estará.
No os tengo de dejar huérfanos: vendré á vosotros. De aquí á
muy poco no me verá el mundo, mas vosotros me veréis: porque
yo vivo, y vosotros viviréis. En aquel día conosceréis cómo yo es-
toy en mi padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que
tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama: y el
que me ama, será amado de mi padre, y yo le amaré, y me le
daré á conoscer.
^Y más abajo, avisándoles de los peligros y trabajos venideros,
dice así:
En verdad os digo que lloraréis y plantearéis vosotros, y el
mundo se alegrará, y vosotros os entristeceréis: mas vuestra tris-
teza se volverá en alegría. La mujer cuando pare, tristeza tiene,
porque es llegada su hora: mas después que ha parido, ya no se
acuerda del trabajo pasado, por el gozo que recibe de ver un
hombre nascido en el mundo. Pues así vosotros agora tenéis tris-
teza: mas yo os volveré á ver otra vez, y gozarse ha vuestro co-
razón, y vuestro gozo nadie os le quitará.
bOCTRIÑA SÍNtíÜLAR. 1 7 3
En verdad, en verdad os digo que si alguna cosa pidiéredes
al padre en mi nombre, que os la dará. Hasta agora no habéis
pedido nada en mi nombre: pedid, y recebiréis, para que vuestro
gozo sea cumplido. Estas cosas os he hablado escuramente: mas
ya se llega la hora cuando no os hablaré escuramente, sino des-
cubiertamente os hablaré de mi padre. En aquel día pediréis en
mi nombre: y no digo yo que rogaré al padre por vosotros: por-
que el padre os ama, porque vosotros me amastes y creístes que
salí del. Sah del padre y vine al mundo: y otra vez vuelvo á
dejar el mundo, y torno al padre.
1ÍY más abajo, haciendo oración por los discípulos, dice así:
Padre sancto, guarda á éstos que me diste en tu nombre, para
que así sean una misma cosa, así como nos lo somos. Cuando yo
estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre, y ninguno de ellos
se perdió, sino solo el hijo de la perdición, para que se cumpHese
la Escriptura. Mas agora yo vuelvo á ti, y hablo estas cosas en el
mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les
di tus palabras, y el mundo los aborresció, porque no son del
mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los
guardes de mal. Sanctifícalos de verdad. Tu palabra es verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al mundo. Y
yo por ellos sanctifico á mí mismo, porque ellos sean sanctos de
verdad. Y no ruego solamente por ellos, sino también por todos
aquéllos que han de creer en mí mediante su palabra. Yo les he
dado la claridad que tú me diste, para que ellos sean una cosa
así como nos lo somos, yo en ellos, y tú en mí, para que sean
consumados en uno, y conozca el mundo que tú me enviaste, y
amaste á ellos, así como á mí amaste. Padre, quiero que los que
me diste, estén comigo adonde yo estuviere, para que vean la
claridad que tú me diste.
SÍGUESE UN BREVE PARÁFRASI
sobre algunos Capítulos de las Epístolas de S. Pablo, y prijnero
sobre el capitulo XII de la Epístola á los Romanos, donde
concluye la Epístola, diciendo así:
UEGOOS, hermanos míos, por la misericordia de Dios, que
le ofrezcáis vuestros cuerpos así como un sacrificio vivo,
sancto y agradable á Dios, y mirad que vuestro servicio sea re-
174 GUIA DE PECADORES
glado con la razón. Y no queráis conformaros con este siglo, sino
reformaos con la novedad del conoscimiento que os es dado, para
que con él entendáis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agra-
dable y perfecta. Y por esto aconsejo (por la gracia que me es
dada) á todos los que están entre vosotros, que nadie quiera sa-
ber más de lo que conviene saber: sino procure saber lo que le
basta, según la medida de la fe que le es dada. Porque así como
en un cuerpo hay muchos miembros, mas no todos ellos tienen
un mismo oficio, así todos nosotros (aunque muchos) somos una
misma cosa en Cristo, y los unos sonios miembros de los otros. Y
así tenemos diferentes dones de Dios, según la diversidad de la
gracia que nos es dada, de los cuales debe cada uno usar según
su llamamiento: el que profetiza, mirando que su profecía sea con-
forme á la lumbre de la fe: el que recibió algún ministerio, en
administrarlo: el que enseña, en el trabajo del enseñar: el que
amonesta, en amonestar: el que da lo que tiene por Dios, que lo
dé con simplicidad: el que preside sobre otros, que sea con soli-
citud: el que usa de misericordia, que sea con alegría. Teneos
amor sin fingimiento, aborreced el mal, allegaos al bien. Amaos
con amor de hermanos, y tomad siempre la delantera en honra-
ros unos á otros. Sed soHcitos, y no perezosos: sed fervientes en
el espíritu, para servir al Señor. Estad gozosos con la esperanza,
sed sufridos en la tribulación, daos con toda instancia á la ora-
ción, ó socorred á las necesidades de los sanctos, acoged en vues-
tra casa los peregrinos. Bendecid á los que os persiguen, ben-
decidlos, y no los queráis maldecir. Gózaos con los que se gozan,
llorad con los que lloran. Sentid todos una misma cosa. No seáis
altivos en vuestros pensamientos, sino antes os acomodad á los
pequeñuelos y humildes. No os tengáis por prudentes en vuestra
estimación. A ninguno deis mal por mal, y proveed que viváis
con tanta honestidad, que ni Dios ni los hombres tengan justa
querella de vosotros. Y si fuere posible (á lo menos cuanto es de
vuestra parte) trabajad por tener paz con todos los hombres. No
os queráis defender, hermanos míos, sino dad lugar á la ira, pues
está escrito: A mí se deje la venganza, que yo daré á cada uno
su merecido, dice el Señor. Antes, si tu enemigo tuviere hambre,
dale de comer, y si sed, dale de beber. Porque haciendo esto, le
pondrás carbones de fuego sobre la cabeza, para encenderle en
tu amor. No te dejes vencer del mal, desistiendo de hacer virtud
BREVE PARÁFRASÍ
por la culpa de otro, sino trabaja por vencer los males ajenos con
beneficios.
11 Sigúese el capítulo iv, y v, y vi de la Epístola á los de Efeso.
LEGÓOS hermanos míos, yo preso en esta cadena por la
gloria del Señor, que viváis conforme al llamamiento á que
sois llamados, con toda humildad y mansedumbre, con pacien-
cia soportándoos unos á otros con caridad, procurando conser-
var entre vosotros la unidad del espíritu, mediante el vínculo de
la paz, á la cual pertenece conservar esta unidad. Seamos todos
un mismo cuerpo y un mismo espíritu, pues somos llamados á
la esperanza de un mismo galardón. Uno es el Señor que todos
tenemos, una la fe, uno el bautismio, un Dios y Padre de todos,
que es sobre todos, y por todas las cosas, y es en todos nos-
otros.
Y más abajo:
Esto, pues, os amonesto y testifico en el Señor, que ya no
viváis de la manera que los gentiles, los cuales viven conforme á
la vanidad de su entendimiento: el cual tienen escurescido con ti-
nieblas, estando alejados de aquella manera de vida que Dios
enseña, por la ignorancia que en sí tienen por razón de la ce-
guedad de su corazón. Los cuales perdida la esperanza de los
bienes advenideros, se entregaron á toda deshonestidad, sucie-
dad y avaricia. Mas vosotros no habéis aprendido esto de Cristo:
si con todo esto le habéis oído y estáis por él enseñados en el
camino de la verdad: por lo cual os conviene despojar el viejo
hombre con toda su antigua conversación, el cual se corrompe y
estraga con deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vues-
tro ánimo, vistiéndoos de otro nuev^o hombre criado según Dios
en justicia y sanctidad verdadera. Por lo cual despojándoos de to-
da mentira, trate verdad cada uno con su prójimo, porque somos
unos miembros de otros. Airaos y no queráis pecar. Mirad que
no se ponga el sol sobre vuestra ira. No queráis dar lugar al dia-
blo. El que hasta aquí hurtaba, ya no hurte, sino trabaje con sus
manos en cosa que sea honesta, para que tenga con qué poder
socorrer á los que padescen necesidad. Toda palabra mala no
salga por vuestra boca, sino la que fuere buena para edificación
de la fe, y provecho de los oyentes, y no queráis entristecer al
176 GUIA DE PECADORES
Espíritu Sancto, con el cual estáis señalados para el día de la re-
dempción, en el cual habéis de ser salvos. Toda amargura, ira,
indignación, vocinglería y maledicencia, sea quitada de vosotros,
con toda malicia. Y sed entre vosotros benignos y misericordio-
sos, perdonándoos unos á otros, así como Dios os perdonó por
Cristo.
Cap. V.
'ed, pues, imitadores de Dios así como hijos muy amados, y
vivid siempre en amor, así como Cristo nos amó y se
ofreció por nosotros á Dios en ofrenda y sacrificio de grande
acepción y suavidad. Cosa de fornicación, ó suciedad, ó avaricia,
ni aun se nombre entre vosotros, así como conviene á sanctos: ni
tampoco palabras torpes, ó desvariadas, ó chucarrerías, que no
convienen para la gravedad de nuestro instituto: sino en lugar de
esto haya hacimiento de gracias. Porque esto habéis de saber y
entender, que todo fornicador, ó sucio, ó avariento (lo cual es ser-
vir á ídolos) no tienen parte en el reino de Cristo y de Dios?Na-
die os engañe con vanas palabras, porque por estos pecados vino
la ira de Dios en los hijos de la desconfianza. No queráis, pues,
tener que ver con ellos. Porque aunque algún tiempo érades ti-
nieblas, agora sois luz en el Señor, y por eso conviene que vi-
váis como hijos de luz. Y el fructo desta luz es vivir en toda bon-
dad, y justicia, y sanctidad verdadera, mirando con atención lo
que sea más agradable á Dios. Y no queráis seguir las obras in-
fructuosas de las tinieblas, sino antes las reprehended.
Así que, hermanos míos, mirad que andéis con toda circuns-
pección, no como hombres ignorantes, sino como discretos, traba-
jando por aprovecharos del tiempo y de cualquier oportunidad
y ocasión que se os ofrezca para bien hacer: porque los días son
malos. Y por tanto, no seáis imprudentes, sino avisados para en-
tender cuál sea la voluntad de Dios. Y no queráis hinchióos de
vino (en el cual está la lujuria) sino procurad de andar llenos del
Espíritu Sancto, platicando en vuestros corazones con vosotros
mismos en psalmos, y himnos, y cantares espirituales, cantando
dentro de vuestros corazones á Dios, y dándole gracias en nom-
bre de Cristo por todos sus beneficios, humillándoos y subjec-
tándoos unos á otros con temor de Cristo.
liREVE PARÁFRASr 1 77
Las mujeres estén subjectas á sus maridos así como al Se-
ñor, porque el varón es cabeza de la mujer, así como Cristo es
de la Iglesia: el cual da salud al cuerpo de ella. Vosotros tam-
bién los maridos, amad á vuestras mujeres, así como Cristo amó
á la Iglesia, y ofreció á sí mismo por ella, alimpiándola con lava-
torio de agua y palabra de vida, para juntar consigo una glo-
riosa Iglesia, que no tuviese mácula ni ruga, sino que fuese lim-
pia y sin mancilla. Y así los maridos han de amar á sus mujeres
como á sus proprios cuerpos. El que ama á su mujer, á sí mismo
ama. Porque ninguno jamás tuvo odio á su propria carne, sino
antes la cría y regala, así como Cristo amó la Iglesia, porque
miembros somos de su cuerpo, carne de su carne, y huesos de
sus huesos. Por esto dejará el hombre su padre y á su madre, y
allegarse ha á su mujer, y serán dos en una carne. Este sacra-
mento es grande, entendiéndolo de Cristo y de la Iglesia. Así
que, cada uno de vosotros ame á su mujer como á sí mismo, y
la mujer tema á su marido.
Cap. vi.
jíjOS, obedesced á vuestros padres en el Señor, porque esto
pide la ley de la justicia. Honra á tu padre y á tu madre
(que es el primer mandamiento de aquéllos á quien se añade luego
la promesa) para que te sucedan las cosas prósperamente y vi-
vas largos días sobre la tierra. Y vosotros, padres, no queráis pro-
vocar á ira á vuestros hijos, sino criadlos con disciplina y ense-
ñanza conforme á la ley del Señor. Los que sois sier^^os, obedes-
ced á vuestros señores carnales con temor y temblor y con sim-
plicidad de corazón, como si sirviésedes á Cristo, no mirando á
sólo hacer lo que debéis cuando los tenéis presentes, como quien
desea agradar á los hombres, sino como siervos de Cristo, ha-
ciendo en esto de todo corazón la voluntad de Dios, sirviéndoles
con amor, como quien sirve á Dios y no á hombres, sabiendo
que cada uno recibirá del Señor el galardón del bien que hicie-
re, ora sea siervo, ora libre. Y vosotros los que sois señores, tra-
tadlos de la misma manera, templándoos en los castigos y ame-
nazas, sabiendo que tenéis un común Señor en el cielo, en el cual
no ha lugar la acepción de personas.
OBRAS PE GRAXADA X— 18
GUIA DE PECADORES
De aquí adelante, hermanos, esforzaos en el Señor y en el po-
der de su virtud, y vestios las armas de Dios, para que podáis es-
tar firmes contra las celadas del enemigo: porque no tenemos
trabada pelea contra carne y contra sangre, sino contra los prín-
cipes y potestades, y contra los regidores deste mundo tenebro-
so, y contra las espirituales malicias que están en este aire. Por
tanto, tomad las armas de Dios, para que con ellas podáis resistir
en el día malo y estar en todo perfectos. Estad, pues, ceñidos
vuestros lomos con verdad, y vestidos de la loriga de justicia,
y calzados los pies como aparejados para predicar el Evangelio
de la paz, tomando en todas las cosas el escudo de la fe, con la
cual podáis amatar todas las saetas encendidas de aquel malvado,
y tomad el capacete de salud (que es la esperanza en Cristo nues-
tro Salvador) y el cuchillo del espíritu (que es la palabra de Dios)
orando para esto en todo tiempo con fervor de espíritu con toda
instancia y con toda oración y suplicación, y especialmente ha-
ciendo oración por todos los sanctos y por mí, para que me sean
dadas palabras con que libre y confiadamente publique el mis-
terio del Evangelio, por cuya predicación estoy preso en esta ca-
dena, para que en él hable como me conviene hablar.
1[ ítem, en el capítulo iii y iv de la Epístola á los Colosenses,
dice así:
Jermanos, si habéis ya resucitado con Cristo á otra nueva
manera de vida, buscad las cosas que están en lo alto, don-
de está Cristo asentado á la diestra del Padre: éstas procurad de
saber y traer en vuestro corazón, y no las que están sobre la
tierra. Porque ya estáis muertos á todas éstas, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios: porque Él solo conosce la digni-
dad desta vida, así como Él solo conosce la dignidad de Cristo.
Y así cuando Cristo descubriere al mundo su gloria, entonces tam-
bién se descubrirá la vuestra. Y por tanto, procurad de mortificar
vuestros miembros que están sobre la tierra, que son fornicación,
suciedad, lujuria, cobdicia mala y avaricia (la cual es una manera
de idolatría) por los cuales pecados vino la ira del Señor sobre
los hijos de la incredulidad, entre los cuales algún tiempo estu-
vistes, cuando vivíades en ellos. Mas agora os conviene dejar
todas estas cosas, conv^iene saber, ira, indignación, malicia, blas-
BREVE PARÁFRASr 1 79
femia y toda palabra torpe, que nunca salga de vuestra boca. No
queráis decir mentira unos á otros, pues habéis comenzado á des-
pojaros del viejo hombre con todas sus obras, y á vestir el nue-
vo, el cual es renovado á imagen de Aquél que lo crió, mediante
el conoscimiento de Dios: en el cual no se conosce macho ni
hembra, gentil ni judío, circuncisión ni prepucio, bárbaro ni es-
cita, pues todos son una misma cosa en Cristo. Y por tanto, como
escogidos de Dios y como sanctos y amados suyos, vestios de
entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mo-
destia, de paciencia, sufriéndoos unos á otros, perdonándoos unos
á otros (si alguno tiene querella de otro) para que así como el
Señor os perdonó, así vosotros perdonéis. Y sobre todas estas
cosas tened caridad, la cual es vínculo de perfección, y la paz y
concordia de Cristo triunfe en vuestros corazones y los rija, á la
cual sois llamados en un mismo cuerpo de su Iglesia: por el cual
beneficio le debéis ser agradescidos. Y la palabra de Cristo (que
es su doctrina) more en vosotros abundantemente, en toda sabi-
duría enseñando y amonestando á vosotros mismos con psalmos
y himnos y cantares espirituales, cantando alabanzas á Dios en
vuestro corazón. Las palabras que habláredes, y las obras que hi-
ciéredes, todas las haced para gloria de Cristo, dando gracias á
Dios y al Padre eterno por él.
lY más abajo, después de haber encomendado en particular las
obligaciones que cada uno tiene en su estado, como arriba se
trató, añade y dice así:
Daos con toda instancia á la oración, velando en ella con ha-
cimiento de gracias, haciendo oración también por mí, porque
Dios me abra camino y me dé palabras para hablar el misterio
de Cristo (por el cual estoy agora preso) para que lo publique y
enseñe como me conviene hacer. Y mirad que tratéis avisada-
mente con los que están fuera (esto es, con los que no han en-
trado en el cuerpo de la Iglesia) buscando siempre ocasión para
traerlos á Cristo. Y vuestras palabras vayan siempre saladas
con suavidad y discreción, para que entendáis cómo habéis de
responder á cada uno.
líltem, para que veas, cristiano lector, cómo la perfección de la
vida cristiana (con ser un paraíso del hombre interior) es una
perpetua cruz del exterior, y por consiguiente, cuánta necesidad
I 8o GUIA DE PECADORES
tenemos de aquella fortaleza general que pusimos en el postrer
aviso de nuestra regla, oye lo que este celestial enseñador dice
en el sexto capítulo de la Epístola á los de Corinto.
para ayudaros, hermanos míos, en vuestro buen propósito,
os amonestamos que no recibáis en balde la gracia del
Señor, porque escrito está: En el tiempo acepto te oí y en el
día de salud te ayudé. Veis aquí agora estamos en el tiempo
acepto á Dios y en el día de la salud, y por tanto á nadie demos
causa de ofensión ni de querella, para que no sea vituperado
nuestro ministerio, sino que en todo nos hayamos como ministros
de Dios en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en
angustias, en azotes, en cárceles, en ser tenidos y tratados del
mundo como hombres revoltosos, en trabajos, en vigilias, en ayu-
nos, en castidad, en sciencia, en longanimidad, en suavidad, en el
Espíritu Sancto, en caridad no fingida, en hablar verdad, en vir-
tud de Dios, andando siempre armados con armas de justicia á
la diestra y á la siniestra, esto es, pasando igualmente por hon-
ras y por deshonras, por infamia y por buena fama, siendo te-
nidos por engañadores, como quier que seamos verdaderos: sien-
do tenidos por no conocidos de Dios, como quier que seamos
conoscidos: siendo reputados por muertos como quiera que es-
temos vivos: siendo castigados, mas no por eso mortificados ó
muertos: paresciendo en lo defuera tristes, y estando siempre en
el ánimo gozosos: siendo tenidos por pobres, como quiera que
hagamos ricos á muchos: tratándonos como si nada tuviésemos, y
poseyendo todas las cosas.
1ÍY porque no pienses, cristiano lector, que esto es decir y no
hacer, oye lo que dice tras esto en el capítulo xi de la misma
Epístola, dando cuenta de sus trabajos.
Heme visto por amor de Cristo en muchos trabajos y en mu-
chas más cárceles, y sufrido muchos más azotes de los que se
puede creer. Cinco veces fui azotado de los judíos, dándome cada
vez los cuarenta azotes que manda la ley, haciéndome gracia de
solo uno. Otras tres veces fui azotado con varas por los genti-
les, una vez fui apedreado, tres veces padescí naufragios, una
noche y un día estuve en el profundo de la mar. En los cami-
nos muchas veces padescí peligros de ríos, peligros de ladrones,
BREVE PaRAFRASI 18 1
peligros de la gente de mi linaje, peligros de las otras gentes, pe-
ligros en la cibdad y peligros en la soledad, peligros en la mar
y peligros en los falsos hermanos, con trabajo y molestia y con
muchas vigilias, con hambre y sed, y con muchos ayunos,
con frío y desnudez. Y entre otras cosas no cuento los otros
trabajos que de fuera me vienen, que son la instancia y priesas
de cada día y el cuidado de todas las iglesias de Dios. <j Quién
está enfermo, que yo no lo esté? ^iQuién se escandaliza, que yo
no me abrase? Si es lícito al hombre gloriarse, en estos trabajos
que por Cristo padescí me gloriaré. Dios y el Padre de nuestro
Señor Jesucristo (el cual es bendito en todos los siglos) sabe que
no miento. El presidente de Damasco tenía puestas guardas en
esta cibdad para prenderme, y en una espuerta me colgaron por
el muro, y desta manera escapé de sus manos.
Y si es lícito gloriarme (aunque esto no conviene) vendré á
las visiones y revelaciones del Señor. Conosco un hombre en
Cristo Jesú que antes destos catorce años fué arrebatado hasta
el tercero cielo (en cuerpo ó fuera de cuerpo no lo sé, Dios lo
sabe) y sé que este hombre (en cuerpo ó fuera de cuerpo no lo
sé. Dios lo sabe) fué arrebatado al Paraíso, y oyó allí tan gran-
des secretos, que no es lícito al hombre hablarlos. Y porque la
grandeza de las revelaciones no me ensoberbezca, rae fué dado
un estímulo de mi carne, que es un ángel de Satanás, que me dé
de bofetadas. Por lo cual rogué tres veces al Señor que me li-
brase del, y respondióme: Bástate para eso mi gracia, porque la
virtud cresce con los trabajos, porque more en mí la virtud de Cris-
to. Por lo cual me alegro en mis fatigas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y! en las angustias por Cristo:
porque cuando me veo en estos trabajos, entonces estoy más po-
deroso.
FIN DEL SEGUNDO LIBRO
Esfe volumen, cristiano lector, cresció más de. lo que se pen-
saba, y por esto lo que resta va en otro volumen.
AL RELIGIOSO LECTOR
A que pusimos en este segundo libro, religioso lector,
algunos avisos y reglas pertenescientes á diversas
maneras y estados de personas, parescióme cosa
conveniente poner también aquí alguna regla apropriada para
■religiosos y religiosas, que es uno de los principales estados de la
Iglesia. Para lo cual no me páreselo que había cosa más propria
que una carta que el muy R. P. F. Hierónimo de Ferrara envió á
una señora que quería entrar por monja en un monesterio: en la
cual brevísima y religiosamente declara todo lo principal que á
este estado pertenece. La cual hice trasladar á un religioso de len-
gua toscana en castellana; y añadir á este segundo libro, pidiendo á
todos los religiosos y religiosas por honra de Cristo la quieran
leer muchas veces atentamente y tener por un clarísimo espejo
y dechado de su vida, para que por ella vean la obligación que
sobre sí tienen, y el grande peligro y engaño en que viven, si con
ella no cumplen.
TRATADO
QUE ENVIÓ
EL R. P. FR. HIERÓNIMO DE FERRARA
DE LA Orden de los Frailes Predicadores
Á LA SEÑORA MAGDALENA
Condesa de la Mirándula
LA CUAL quería ENTRAR EN RELIGIÓN
I ABIENDO sabido }'o, carísima mía en el Señor, el deseo
de vuestro corazón que tenéis de desamparar la va-
nidad del siglo y seguir la verdad del eterno Espo-
so, la caridad me fuerza á escribiros estas pocas palabras, para
confirmaros en vuestro propósito y para mostraros el camino de
Dios cerca deste estado que habéis sanctamente escogido, para
que no sigáis los yerros de muchos y los malos usos de nuestro
tiempo: porque muchos hay que creen que desamparan al siglo,
mas á la verdad no lo desamparan, sino van de un siglo á otro, y
muchas veces engañados del demonio pierden el uno y el otro.
Pues será necesario á cada un religioso entender claramente, y
entendiendo considerar continuamente, y considerando amar ar-
dientemente, y amando obrar solícitamente aquello por lo cual
entró en el monasterio. Muchos hay en estos días que no entien-
den á qué fin entraron en la religión, y por esto no pueden bien
enderezar su vida: porque el conoscimiento del fin es la regla de
nuestras obras. Otros hay que conocen el fin á que vinieron, pero '
no le consideran, y con esto viven en el monesterio sin fi-uto de
buenas obras. Otros conociendo y considerando su fin, no le aman
ardientemente, y con esto quedan tibios y hacen las obras de
Dios con negligencia, no pensando aquel dicho del Profeta: Mal-
dito el hombre que hace las obras de Dios negligentemente. Otros
1^4 <^'^'IA ^^ PECAI^ORES
conociendo y considerando y amando su fin, no le ponen en
obra como conviene: y éstos caen del primer fervor, y muchas
veces pierden el fruto de sus trabajos. Pues para que vos no per-
dáis vuestros trabajos en esta caballería en que entrastes, os es
necesario claramente entender, y continuamente considerar, y ar-
dientemente amar, y obrar diligentemente aquello que pertenece
para el fin de la religión cristiana, y especialmente á aquéllos que
por la excelencia de su estado son llamados singularmente reli-
giosos. Pues dado que el fin de todos los cristianos sea el reino
del cielo, mas con todo esto yo al presente no hablo del último
fin, sino del fin más cercano que los sanctos religiosos trabajan
por alcanzar en la presente vida. El cual no es otro que la cari-
dad de Dios y del prójimo. Por esto los sanctos religiosos procu-
ran y no pretenden otra cosa más que uñir su ánima por caridad
con Cristo crucificado, hasta que lleguen á aquel término que
puedan decir con el Apóstol: Vivo yo, ya no yo, mas vive en mí
Cristo. Así que de día y de noche no piensa otra cosa su ánima,
no sospira por otra su corazón, y su lengua otra cosa no habla,
sino á Cristo crucificado. Por cuyo amor no solamente los traba-
jos y las tribulaciones no le son graves, mas antes le parece gran-
de dignidad poder padecer algo por quien tuvo por bien ser por
ellos crucificado. Tanto, que pueden decir con admirable fervor
lo que el Apóstol osadamente decía: Guárdeme Dios que yo en
otra cosa me gloríe sino en la cruz de mi Señor Jesucristo, por
quien el mundo está para mí crucificado, y yo por Él al mundo.
Pues á este fin y á este amor están atentos los ojos del buen re-
ligioso, y tanto le parece que crece ó falta en la religión, cuanto
va adelante ó vuelve atrás en este deseo, sabiendo que el Após-
tol Sant Pablo dice: El fin del precepto es la caridad de cora-
zón puro, y consciencia buena, y fe no fingida. Y porque la per-
fección desta caridad no se alcanza sin la pureza del corazón, es
necesario que quien quiere crecer en el amor divino, limpie su
corazón de toda afición carnal y terrena, y arranque las malas
raíces de la propria voluntad y sensualidad, las cuales ó por el
principio de nuestro nascimiento, ó por la mala costumbre de
nuestra vida, habernos acquerido. Esta pureza es la última dispo-
sición para el amor de Cristo. Porque luego que el hombre ha
desamparado el siglo, y limpiado dentro de sí el corazón de toda
mancilla de pecado y de toda afición de criatura, alcanza cum-
r>E LOS VOTOS RELIGIOSOS 1 85
plidamente el amor del esposo eterno Cristo Jesú crucificado.
Pues para alcanzar esta caridad y pureza (que siempre ha de pre-
tender en todas sus cosas el verdadero religioso) es necesario
(según dijimos) conozca claramente que no mora para otra cosa
en el monesterio, sino para limpiar su corazón y hinchirlo de
amor divino. Y porque la consideración hace al hombre ende-
rezar el camino, es menester traer esto continuamente delante los
ojos, y considerarlo continuamente, y procurarlo con ardiente de-
seo, y trabajar por obrarlo solícita y infatigablemente. Para esto
se hacen en la religión los tres votos, para que por ellos se lim-
pie el corazón de todo afecto terreno y perecedero.
Del primer voto de la pobreza.
L primer voto es de la pobreza, que limpia el corazón de la
afición de los bienes terrenos: el cual voto no basta guar-
dar solamente en las cosas de fuera, mas es menester amar tanto
la pobreza, que el siervo ó la esposa de Cristo no quiera poseer
sino aquello que le es necesario para pasar la vida, aun con fa-
tiga y trabajo, sin poner la esperanza en cosa del mundo, sino
en solo Cristo Jesú, el cual mantiene á todo el mundo. Este vo-
to, hija mía, en nuestro tiempo es mal guardado de muchos reli-
giosos, los cuales querrían ser pobres, mas de tal manera que
nada les faltase. Dejan en el siglo cosas de mucho valor, y des-
pués en el monesterio envuelven sus corazones en cosas peque-
ñas, conviene saber, en el amor de una celda, ó de una túnica
nueva, ó de un breviario polido, ó de otras cosas de niños, que
les impiden la pureza del ánima, y inquietan á sí mesmos, y fi-
nalmente viven en el monesterio como los árboles estériles y sin
fruto en la huerta. ¡Oh, miserable condición de hombres que han
dejado el oro y plata y otras cosas preciosas, y después ensu-
cian sus ánimas con la arena y con el polvo! Pues á vos convie-
ne considerar que de la manera que en el siglo los desposados
se deleitan en ver sus esposas ataviadas de oro y plata y piedras
preciosas, así el Esposo celestial por el contrario desea ver su es-
posa despojada de todo ornamento terreno y vestida de lo que
más propriamente conviene á su estado. Porque cuanto más po-
bre fuere de corazón y de obra, tanto más será á él semejante,
y por consiguiente de él más amada. Del Abad Arsenio se lee
1 86 GUIA DE PECADORES
que siendo mayordomo en el palacio del Emperador, así como
en aquella corte ninguno se vestía más preciosamente que él sien-
do lego, así después que se hizo monje, ninguno en el yermo ves-
tía más pobremente. Tanto, que los otros monjes se afrentaban
viendo que siendo ellos de más bajo estado, se vestían mejor que
él, que había sido en el mundo grande y poderoso. Y así era
espejo y ejemplo de humildad y pobreza á todos los ermitaños.
Por tanto, queriendo vos despediros deste mundo por seguir á
Cristo, y descendir de alto estado y de muchas riquezas á la po-
breza de Cristo nuestro Salvador, cuanto estando en el mundo os
vestiérades más rica y pomposamenre que vuestras compañeras,
tanto holgad en el monesterio vestiros más despreciadamente
que ellas. Porque justa cosa es que los que en la caballería del
diablo procuraban de aventajarse á sus compañeros, después que
vinieren á los reales de Cristo, procuren en esto también llevar-
les ventaja. Pues que así es, no os conviene traer vestido nuevo,
ó de paño fino, ni cosillas de oro, ni breviarios dorados, ni otros
libros de precio: ni conviene que las cosas que pertenecen á vues-
tro menester, sean de grande valor: porque no parezca que no
habéis despreciado al mundo y que todavía se os acuerda de la
dignidad de vuestros padres y de la pompa y trajes deste mun-
do maligno, como hacen algunas mal enseñadas en el camino de
Cristo, las cuales queriendo entrar en el monesterio, se proveen
de hábitos nuevos y preciosos, como si hubiesen de ir á casarse
no con Cristo pobre, mas con algún príncipe deste siglo. Dejad,
dejad, hija mía, esta mala costumbre, y entrad en el monesterio
pobre y desnuda. Traed un vestido pobre y grosero y remen-
dado, y todas las otras cosas sin las cuales no podréis vivir en tal
estado, sean convenientes á la pobreza y no á la vanidad. El bre-
viario sea bajamente encuadernado, sin hojas doradas ni ilumi-
naciones, y sin cintas de seda, y sin otras gentilezas, cubierto de
cuero ó de lienzo: y aun si pudiésedes pasar sin breviario, sería
mucho mejor, y decir el oficio juntamente con las otras, ó cuan-
do acaesciese que rezásedes á solas, con algún breviario común
del monesterio. Vuestros libritos sean antes emendados que lo-
zanos, y después que hubiéredes usado dellos, ponedlos en el lugar
común para su guarda. Vuestra celda sea tal, y esté de tal mane-
ra proveída, que la podáis dejar abierta aun á los ladrones. No
tengáis en ella sino apenas aquello que es necesario, la cama sim-
"DE LOS VOTOS RELIGIOSOS 187
pie, la mesa simple, las imagines simples, y todas vuestras cosas
finalmente de olor de pobreza. Muñecas labradas y vestidas no
se hallen en vuestras celdas, las cuales son el día de hoy ídolos
de las monjas, en que gastan muchos dineros con que podrían
enriquecer á muchos pobres. De lo cual darán cuenta á Dios en
el día del juicio, afuera del perdimiento de tiempo que pasan la-
brando inútilmente estas niñerías. Tened un crucifijo en vuestro
oratorio, no de oro, ni de plata, ni curiosamente labrado, mas de-
voto y lastimero, que os despierte la devoción del alma: y sea
de poco precio, para que siéndoos pedido, fácilmente le podáis
dejar de las manos. No os dejéis engañar diciendo: Mis parientes
son ricos, y á ellos se hace poco trabajo darme cosas preciosas:
porque en el monesterio no habéis de mirar lo que es proporcio-
nado á vuestros parientes, sino lo que conviene al estado de la
servidumbre de Cristo. Porque no solamente habéis de buscar
aquí la salvación de vuestras ánimas, sino también dar ejemplo á
los otros con que se salven. Porque os afirmo y testifico que cuan-
to más amáredes esta pobreza, tanto más poseeréis la paz y pu-
reza del corazón, y por consiguiente la caridad. Tampoco os de-
jéis engañar de algunos que dicen que esta pobreza no consiste
en el carecer de las cosas exteriores, mas en la afición y propó-
sito interior. Porque dado que esto sea así verdad, todavía es
muy dificultoso y cuasi imposible poseer las cosas exteriores, y
no amarlas. Por la cual razón los sanctos pasados (puesto que su
afición fuese toda por Cristo) pero con esto se despojaban de
toda cosa, sabiendo ellos que la posesión de las cosas terrenas es
ocasión de muchos pecados. Y esto se ve claramente en muchos
religiosos, los cuales tienen abundancia así en las cosas comunes
del monesterio como en las particulares de sus celdas, los cuales
son tibios en el amor de Cristo y poco llegados á la oración,
ociosos, sensuales, parleros, murmuradores, airados, codiciosos,
mudables, envidiosos, soberbios y desobedientes. Lo cual les vie-
ne, porque dejaron el primer fundamento de la pobreza verda-
dera, no entendiendo que quien sirve á Dios en el monesterio,
conviene que sea pobre así en el espíritu como en los bienes ex-
teriores. Pues no os mueva persuasión de algún hom.bre á lo con-
trario desta regla que yo os he dado. De otra manera, tened por
cierto que no hallaréis contentamiento: porque ésta es doctrina
de todos los sanctos, probada por continua experiencia.
l8g GUIA DE PECADORES
Del segundo voto de castidad.
L segundo voto limpia el corazón de todas las aficiones car-
nales, que es el de la castidad. El cual cuánto sea trabajoso
para ser perfectamente guardado, muéstralo Sant Augustín cuan-
do dice: Entre todas las batallas de los cristianos, la más dura es
la de la castidad, donde es continua la guerra y muy rara la vic-
toria. Y este combate es más terrible en la mocedad, y tanto
más cuanto la castidad quiere ser guardada con el ánima y con el
cuerpo juntamente. Y porque contra la castidad se levantan tres
cosas, conviene saber, los encuentros que de fuera se ofrecen, la
inclinación de la carne y los pensamientos interiores del ánimo,
por esto los sanctos Padres proveyeron en la religión contra estas
tres cosas de otras tres contrarias á ellas, que son, encerramiento,
penitencia y continuo ejercicio, ó del ánima, ó del cuerpo. Las
cuales cosas quien no tuviere, tenga por cierto que no tendrá vic-
toria en esta batalla. Pero no basta para lo primero estar cerrada
la puerta del monesterio, si la esposa de Cristo en el moneste-
rio no está secreta. Porque muchas en este tiempo están ence-
rradas entre cuatro paredes: mas todo el día están puestas á la
reja ó al torno, y debajo de especie de espíritu y de piedad todo
el día murmuran y parlan con sus amigos y parientes, á los cua-
les convidan á que vayan muchas veces á visitarlas: las cuales,
si verdaderamente tuviesen espíritu, no los querrían ver de los
ojos, antes los despedirían con palabras duras, no haciendo caso
si por eso se enojasen. Vayan las tales á leer en las vidas de los
sanctos Padres, y hallarán cómo los hijos no querían ver á sus
proprias madres, ni los hermanos á sus hermanas, ni las herma-
nas á sus hermanos. Acordábanse éstos bien de lo que dice el
Salvador: No vine á poner paz en la tierra, sino cuchillo: porque
vine á apartar al hombre de su padre, y á la hija de su madre, y
á la nuera de su suegra, y á que tuviese el hombre por sus ene-
migos á los mismos de su casa. Así que, señora muy amada en
Cristo Jesú, entrando en el monesterio, dejad afuera todos los
vuestros, y de tal manera los dejad, que no los queráis más ver
ni oír, especialmente á los hombres. De esta manera obedeceréis
á la voz del Padre eterno que dice á la esposa de su amado Hijo
Jesucristo: oye, hija, y ve, y inclina tu oreja, y olvídate de tu
DE LOS VOTOS RELIGIOSOS 1 89
pueblo y de la casa de tu padre, y codiciará el rey tu hermosu-
ra. Porque es imposible conversar al modo que conversan algu-
nas monjas tibias, queriendo ser graciosas á los ojos de los se-
glares, y no hinchir la fantasía de muchas vanidades y de deseos
carnales. Y después que desta manera os apartáredes del siglo
(porque la carne nunca cesa de conquistar al espíritu, según que
está escrito: la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu con-
tra la carne) tenéis necesidad de la segunda defensa, que es la pe-
nitencia. En la cual es menester tener templanza, de manera que
no sea demasiada ni menor de lo que conviene. El cual medio es
muy dificultoso de acertar, y no se puede dar mejor regla á los que
comienzan, que ésta, conviene saber, que tomen consejo con los
experimentados y discretos en la vida espiritual. Pero debe el
siervo de Dios y la sierva de Cristo antes acostarse á la auste-
ridad que al regalo, de tal manera que siempre sea estrecho un
poco en el comer, y en el beber, y en el dormir, y en las otras co-
sas y necesidades corporales: las cuales ha de tomar como me-
dicinas, considerando lo que dice el Apóstol: Vuestro servicio
sea con discreción.
Después desto resta combatir con los pensamientos: para lo
cual es necesaria la tercera arma, esto es, el continuo ejercicio, ó
espiritual, ó corporal. Por tanto los sanctos nuestros padres orde-
naron que en los monesterios estén siempre los religiosos ocupa-
dos, ó en ejercicios espirituales, esto es, en leer, cantar, decir psal-
mos, meditar, orar, ó en los corporales, como son obras de manos.
De donde dice S. Hierónimo: Siempre haz alguna obra, porque el
diablo siempre te halle ocupado. Pues si estas tres cosas diligen-
temente guardares, la flor de vuestra virginidad estará limpia y
resplandeciente para el esposo de vuestra ánima Cristo Jesú.
Del tercero voto de obediencia,
L tercero voto que alimpia el corazón de los desordenados
deseos del ánimo, es el voto de la obediencia: la cual es
acepta sobre todo sacrificio, como escribe el Profeta, diciendo:
Mejor es la obediencia que los sacrificios. El cual voto (si le
queréis guardar como conviene, por agradar á vuestro Esposo,
(jue se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz) es me-
190 GUIA DE PECADORES
nester que hagáis lo que hizo un monje, el cual por breve tiem-
po llegó por esta vía á grande santidad de vida. Porque entran-
do en el monesterio asentó consigo mismo, diciendo: Tú y el
asno seréis una misma cosa. El asno va donde es llevado, lleva
grande carga y sufre los palos que le dan, y con todo calla.
Así conviene que olvidéis la gloria del siglo perecedero, y os
acordéis que todos somos hijos de Adán, todos mortales, todos
iguales en la naturaleza, y que siempre tengáis en la memoria la hu-
mildad de nuestro Salvador. El cual siendo Dios, se sujetó á la obe-
diencia de los hombres, conviene saber, de la virgen María y de Jo-
sé, para que no se afrente el hombre de sujetarse á la obediencia
de otro hombre. Pues así como entráredes en el monesterio,
determinad que vais á servir, y no á ser servida: á obedecer, y no
á mandar: y á sujectaros á aquéllas las cuales por ventura se tu-
vieran por dichosas de serviros en el siglo. Pues haced un propó-
sito firme en vuestro ánimo, no sólo de ser subjecta y obediente á
vuestras superiores, sino también á vuestras iguales, y aun á las
más bajas: como el Hijo de la Virgen no vino para ser servido,
sino para servir y para dar su ánima en redención por muchos,
pensando siempre que toda su vida fué humildad y que la so-
berbia es principio y raíz de todos los males: por la cual Lucifer
con sus compañeros cayó del muy alto cielo en los abismos.
Porque quien se ensalza será humillado, y quien se humilla será
ensalzado. Brevemente, entrando en el monesterio pensad que
nada sabéis de bien ni de mal, sino lo que os enseñaren. No dis-
putéis con alguna persona, ni contradigáis á alguno, ni os tengáis
por sabia. Porque dice nuestro Salvador: Si no os volviéredes y
hiciéredes como este pequeñuelo, no entraréis en el reino de los
cielos. Estad en el monasterio en el lugar más bajo, y entrad en
él como niña para aprender y no para enseñar. Porque todo re-
ligioso, mayormente mozo, que se tiene por sabio, va fuera del
camino de Dios, y no sabe dónde camina.
Pues tornando á lo primero, digo que estos tres votos se ins-
tituyeron en la religión para purificar el ánima de los afectos y
amor de las cosas criadas así exteriores como interiores, cual es
el amor de la propria excelencia. Para que el corazón totalmente
desnudo de su proprio amor, todo se vista de caridad y se en-
cienda en el amor de Cristo crucificado, con el cual se haga una
misma cosa. Y á este fin se ordenan todas las otras cosas de la
DE LOS VOTOS RELIGIOSOS I9I
religión: á esto es los ayunos, las vigilias, los trabajos, el silencio
y las oraciones. Por tanto, si el religioso no pone siempre los
ojos en este blanco, no puede entender si aprovecha en la reli-
gión ó no. Pues si queréis ser bienaventurada en este siglo y en el
venidero, yo os amonesto que dejéis este vano siglo, como ha-
béis determinado: pero amonestóos que le dejéis, no en parte
sino en todo, y transpasaos toda á Dios, en cuyo solo amor se
halla paz y reposo, como dice S. Augustín. Hecístenos, Señor, para
ti, y nuestro corazón está desasosegado hasta que descanse en ti.
Pues guardad diligentemente lo que yo os he aquí escrito, ayun-
tando á esto la continua oración, la cual es el principal estudio
del religioso. Mas porque la oración no se puede bien hacer si
no nace del silencio y del trabajo, conviéneos en todo caso re-
frenar la lengua: porque como dice Santiago Apóstol, quien pien-
sa que es religioso, y no refrena su lengua, sino engaña su co-
razón, vana es su religión. Haciéndoos saber que en ninguna
cosa puede el demonio más presto engañar á los religiosos, que
en la lengua: porque debajo de color de alguna recreación, ó de
otros bienes semejantes, trae á parlar demasiadamente, y mu-
chas veces á murmurar del prójimo, no considerando aquella
sentencia de Salomón, que dice: En el mucho hablar no faltará
pecado: y que por el mucho hablar se pierde la fuerza de la
oración. De la cual el demonio ha mayor miedo que de ningu-
na otra cosa, y sin la cual ningún temor tiene al religioso, Y si á
todos los religiosos es necesario guardar la lengua, mucho más
necesario es á las vírgines de Cristo, á las cuales conviene ser
muy vergonzosas y apenas hablar cuando son preguntadas. A
las cuales la sagrada Virgen dio ejemplo desto cuando hablan-
do con el Ángel, y diciéndole él muchas cosas, y de grande im-
portancia, ella respondió poquísimas palabras, y solas aquellas
que fueron necesarias á lo que el Ángel le propuso. Finalmen-
te, por mucho parlar pierde el religioso el vigor de su ánimo, y
inquieta á sí y á los otros. Pero es necesario acompañar el silen-
cio con el trabajo, porque el uno no se sufre sin el otro, y am-
bos á dos engendran como padre y madre á la oración, que es
la elevación del ánima en Dios, como dice el Profeta. Bueno es
al varón que traya el yugo dende su mocedad. Sentarse ha soHta-
rio, y callará, y levantará su ánima sobre sí. Por esto debéis
acostumbraros en la religión á estar muchas veces solitaria, ma-
192 GUIA DE t^ECADORES
yormente á los tiempos ordenados. Y no busquéis ni tengáis al-
guna amistad particular, mas sed común á todas: y mayormen-
te huid la compañía de las hermanas murmuradoras y de las
disolutas (si alguna hay en vuestra casa) y llegaos siempre á
aquéllas que tienen espíritu y buen olor de devoción, y son
ejemplares y graves en sus pláticas. Y llamo aquí graves, no á
las que son soberbias, sino á las que son calladas y humildes en
su conversación, de las cuales podáis siempre aprender y sacar
fruto de virtud. Así que, como arriba es dicho, amad siempre la
soledad, en la cual ejercitéis vuestro entendimiento en santas U-
ciones de la Escritura sagrada y de santos doctores. Y espe-
cialmente os amonesto que después de las Escrituras sanctas os
ejercitéis en el estudio de las Colaciones de los sanctos Padres,
que escribió Juan Casiano, y de las vidas de aquellos Padres del
yermo que escribió S. Hierónimo. Después de la cual lición de-
béis meditar }' rumiar cómo podáis poner por obra lo que hu-
biéredes leído. Después de la cual meditación habéis de levantar
el ánima á Dios y hacer oración, suplicándole os conceda las
gracias que á ellos concedió, para que le podáis servir, así en las
cosas prósperas cómo en las adversas, con corazón puro, senci-
llo y entero. Haciendo desta manera, siempre seréis ocupada en
las obras divinas. Y lo mismo podréis también guardar en los
ejercicios exteriores, conviene saber, que labrando, ó cosiendo
con las manos, el entendimiento esté ocupado en las cosas espi-
rituales, y vuestro celestial esposo os concederá la gracia de la
contemplación, en la cual gustaréis una cosa que este mundo no
conoce, 3^ viviréis alegre, pareciéndoos cualquiera cosa ligera de
hacer, por la dulzura del amor de Cristo, y así ganaréis la gloria
del cielo. Rogaréis asimismo por raí pecador, para que Dios me
dé gracia de llegar juntamente con vos al triunfo de su gloria
soberana. El cual es bendito en todos los siglos de los siglos.
Amén.
F I N
SEGUNDA PARTE DEL LIBRO LLAMADO
GUIA DE PECADORES
EN LA CUAL SE TRATA DE TRES MUY PRINCIPALES MEDIOS
CON QUE SÉ ALCANZA LA DIVINA GRACIA
QUE SON
ORACIÓN, CONFESIÓN Y COMUNIÓN
VA ENTRETEGIDO AQUÍ UN F/TA CHRISTl MUY DEVOTO, Y UN PIADOSO
EJERCICIO EN LA CONSIDERACIÓN DE LOS BENEFICIOS DIVINOS:
CON OTRAS MUCHAS ORACIONES PARA DIVERSOS
PROPÓSITOS Y AFECTOS
POR EL R. P. FRAY LUIS DE GRx\NADA
Provincial de la Orden da Sancto Domingo
en la Provincia de Portugal.
^"^y(^^r^
IMPRESO EN LISBOA
En Casa de Ioannes Blavio de Colonia
1557
Con privilegio Real por diez años.
X-13
Fué examinado este segundo volumen del libro llamado
G'iía de Pecadores por el R. P. Maestro Fr. Gaspar de los Re-
yes, examinador de libros por el Reverendísimo y Serenísimo
Cardenal Infante, Inquisidor general en estos reinos de Portugal.
Está tasado cada pliego á cinco blancas.
Y véndese en casa de Juan de Borgoña, librero del Rey.
'I
)os el Licenciado Don Pedro de Illanes, Maestrescuela de Oviedo, Canónigo
de Lugo, Provisor y Vicario general en lo espiritual y temporal en la Igle-
sia y Obispado de Salamanca por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor
Don Francisco Manrique de Lara, Obispo de Salamanca, del Consejo de Su Ma-
jestad, por la presente damos licencia y facultad á cualquier impresor deste dicho
Obispado, para que pueda imprimir y vender un libro llamado Guía de Pecadores,
dividido en dos partes, primera y segunda, que hizo el Reverendo Padre Fray Luis
de Granada, Provincial de la Orden de Santo Domingo en los reinos de Portu-
gal: con que antes y primero sea el dicho libro visto y aprobado por el Reverendo
Padre Maestro Fray Gaspar de Torres, Comendador del Monesterio de la Vera
Cruz desta Ciudad de Salamanca, y con su cédula de aprobación damos la dicha
licencia conforme al Decreto del Concilio Tridentino. Fecha en Salamanca á vein-
te días de Hebrero de mil y quinientos y cincuenta y siete años. = El Licenciado
Illanes.
APROBACIÓN DE LA OBRA
íoR mandado y comisión del muy Reverendo Señor Don Pedro de Illanes,
Vicario general y Provisor en el Obispado de Salamanca, leí con mucha
atención dos partes que compuso el muy R. Padre Provincial Fray Luis de
Granada, que tiene por lítalo. Guía de Pecadores, las cuales contienen doctrina
muy católica, consideraciones muy subidas y avisos muy provechosos. V como sea
el autor persona muy religiosa y tan ejercitada en cosas espirituales, con gran se-
guridad podemos (pues ninguno con verdad puede decir estar sin pecado) tomar
su guía: y así me parece ser muy lítil se imprima y comunique esta Guía de Pe-
cadores para mejor atinar el camino del cielo. Fecha en Salamanca á tres de Mar-
zo de l^^'].-=Fray Gaspar de Torres.
ESPUÉs fué vista la presente obra por mandado de los Señores del Consejo
• Real de Su Majestad en Valladolid por el muy Reverendo Padre Fray Ro-
drigo de Vadillo, de la Orden de San Benito, predicador de Su Majestad,
y aprobada por devota y católica, y de cuya lección redundaría gran provecho á los
lectores, y tal, que era muy justo que se imprimiese.
EL REY.
|oR cuanto por parte de vos Fray Luis de Granada, Provincial de la Orden
de Sancto Domingo en el reino de Portugal, me ha sido fecha relación que
vos habéis compuesto un libro llamado Guía de Pecadores, dividido en dos
partes, primera y segunda, en el cual habéis tenido mucho trabajo, suplicándonos
os diese licencia para que vos, ó la persona que vuestro poder hubiese, y no otra
persona alguna, pudiésedes imprimir y vender el dicho libro, ó como la mi merced
fuese, el cual visto y examinado en el ná consejo, fué acordado que debíamos man-
dar esta mi cédula en la dicha razón, y yo túvelo por bien, por lo cual vos doy li-
cencia y facultad para que vos, ó la persona que vuestro poder hubiere, podáis
imprimir el dicho libro que de suso se hace mención, y para que por tiempo de
diez años primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de la data desta
mi cédula en adelante, podáis vender el dicho libro, y mando y defiendo que per-
sona alguna sin vuestra licencia durante el dicho tiempo de los diches diez años
no le pueda imprimir ni vender, so pena de perder los libros que dello hubiere im-
primido y más diez mil maravedís para la mi cámara, con tanto que hayáis de ven-
der y vendáis cada pliego de molde de la dicha impresión á cinco blancas y no
más. E mando á los del mi consejo, presidente y oidores de las mi^ audiencias, al-
caldes, alguaciles de la mi casa y corte y chancillerías, y á todos los corregidores,
asistentes, gobernadores, alcaldes & otros jueces y justicias cualesquier de todas las
ciudades, villas y lugares de los nuestros Reinos y señoríos, y á cada uno dellos,
an^í á los que agora son como á los que serán de aquí adelante, que vos guarden
y cumplan y hagan guardar y cumplir esta mi cédula y merced que vos ansí hace-
mos, «S: que contra el tenor y forma della no vayan ni pasen, ni consientan ir ni
pasar por alguna manera so pena de la mi merced y de cincuenta mil maravedís
para la mi cámara. Fecha en Valladolid á treinta días del mes de Marzo de mil y
quinientos y cincuenta y siete años.=Za Princesa,
Por mandado de Su Majestad, Su Alteza en su nombre =yuan Vázquez,
Por otros diez años está concedido semejante privilegio que éste para esta obra
en los reinos de Portugal.
Á LA MUY ALTA
Y MUY PODEROSA SEÑORA
DOÑA CATALINA
Reina de Portugal &c.
NUESTRA SEÑORA
)RES cosas señaladamente se requieren, serenísima &
cristianísima señora, para la perfecta sabiduría que
'4, nos enseña la religión cristiana. La primera es enten-
der lo que nos importa guardar la ley de Dios. La segunda, sa-
ber qué es lo que contiene esa ley de Dios. Y la tercera, cómo
alcanzaremos fuerzas para que la podamos guardar. De las dos
cosas primeras tratamos en los dos libros pasados, y de la ter-
cera tractaremos agora en el presente: que es, de los principales
medios y ejercicios con que se alcanza la divina gracia (en la cual
consiste toda nuestra fortaleza) que son (entre otros muchos)
oración, confesión y comunión. De esto tiene V, A. no solamen-
te la teórica, sino mucho más la prática: pues de tal manera se
ocupa en estos tres sanctos ejercicios, que este solo ejemplo ha-
bía de bastar para que todas las personas deste reino, y aun de
todos los otros reinos, supiesen estimar estos piadosos ejercicios,
y no perseguirlos, como á ratos lo suele hacer el mundo cuando
se le antoja.
Y aunque de la oración tratamos en otro libro muy á la lar-
ga, pero aquí se trata della más compendiosamente, y se añaden
muchas cosas que allí no se pusieron. Porque primeramente, aquí
se ponen muchas oraciones vocales para diversos propósitos y
afectos, -que aUí se prometieron, y aquí se escriben, las cuales por
la mayor parte saqué de un muy religioso doctor llamado Lu-
do vico Blosio, monje de S. Benito, á cuyas escrituras me dicen
ser V. A. muy aficionada. Lo segundo, aquí se pone un muy de-
voto ejercicio en la consideración de los beneficios divinos (de
que también V. A. con mucha razón es muy devota) porque
1 93 GUIA DE PECADORES
verdaderamente no hay cosa que más provoque al amor y ser-
vicio deste común Señor, que la profunda y devota considera-
ción de sus beneficios y misericordias. Lo tercero (y más prin-
cipal) aquí se pone un Vita Christi, donde se tratan todos los
pasos principales de la vida de nuestro Salvador, dende el prin-
cipio de su encarnación hasta el fin de su gloriosa ascensión, po-
niendo primero el texto de los Evangelistas, y después apuntan-
do algunas consideraciones sobre los principales pasos del texto:
de las cuales unas sirven para mover á compasión, otras á devo-
ción, otras á amor de Cristo, otras á agradescimiento de sus be-
neficios, y otras también para sacar alguna doctrina con que se
emiende nuestra vida.
Todo esto se trató con la mayor brevedad que me fué po-
sible, no haciendo más que apuntar las cosas, dejando la dilata-
ción de ellas á la piadosa meditación del que en esto se ejerci-
tase: porque así suelen platicar esto los que más acertadamente
lo saben enseñar. Ésta es la más excelente materia de considera-
ción de cuantas hay, la más copiosa, más dulce, más moral y más
provechosa. De la cual hasta agora no pienso que se ha escrito
en lenguaje castellano cosa digna de lición, excepta los libros del
Cartujano, que no son para traer en el seno, como esta celestial
doctrina requería.
Reciba, pues, V. A. este pequeño presente con su acostumbra-
da serenidad: del cual si tomare algún pequeño gusto, placerá
al Señor abrirme camino para que le pueda enviar este mismo
argumento de la vida de Cristo tratado más copiosamente, para
que por medio de V. A. participen y gozen deste fructo del
árbol de vida todos sus vasallos y naturales.
Siervo de V. A.=Fray Luis de Granada.
DE DOCE SINGULARES PROVECHOS
Y EXCELENCIAS QUE TIENE LA VIRTUD DE LA ORACIÓN
CAPÍTULO I.
'ara que el siervo de Dios con más alegre corazón se
mueva al trabajo y ejercicio de la oración, pondré
aquí sumariamente algunos provechos y excelen-
cias desta virtud, presuponiendo primero (como adelante se tra-
tará) que no hablo aquí de cualquier manera de oración, sino de
aquélla que es atenta y devota, y que va acompañada con la me-
ditación y consideración de las cosas divinas. Y para más claro
entendimiento desto, será bien hacer una comparación desta vir-
tud á las otras, para que se vea claro lo que tiene común con
ellas, y lo que tiene de más.
La primera cosa pues que tienen las otras virtudes, es ser
merecedoras de gracia y de gloria (si se ejercitan con caridad) y
esto también lo tiene la oración, aun en más subido grado que las
otras virtudes morales: porque es acto de religión, que es la más
excelente de todas estas virtudes, y más propincua á las teolo-
gales: y así, cuanto es de más noble casta tanto por esta parte es
de mayor merecimiento.
La segunda cosa que tienen muchas de las otras virtudes, es
ser satisfactorias por las penas que se deben por los pecados, en
esta vida, ó en la otra: y esta excelencia tampoco falta á esta
virtud. Porque la satisfación destas penas señaladamente se hace
por ayunos, limosnas y oraciones, como está determinado en el
Concilio Florentino. Estas dos cosas tiene la oración comunes con
otras virtudes.
Tiene demás desto (lo tercero y proprio suyo) ser obra im-
petratoria: esto es, que es instrumento proporcionado para al-
canzar de nuestro Señor no solo acrescimiento de gracia y glo-
ria (que es lo que cae debajo de nombre de merescimiento) sino
otras innumerables cosas que se piden y alcanzan por ora-
200 GI'fA DE PECADORES
ción, como leemos en las Escrípturas sagradas y vidas de san-
ctos. Porque, como dice el Profeta, los ojos del Señor están so-
bre los justos, y sus oídos en las oraciones de ellos. Y qué tanto
sea lo que por este medio se alcanza, el mismo negocio parece
que de suyo se lo dice, si se mira con todas sus circunstancias.
Porque siendo Dios (como lo es) infinitamente bueno y dadivoso,
y llegándose un hombre á El con entrañable deseo de hacer su
voluntad, y reconosciendo por una parte húmilmente su mise-
ria y la inhabilidad que para esto tiene, y confesando por otra
su inefable bondad y misericordia, se derriba á sus pies, y per-
severa con la Cananea llamando á las puertas de su clemencia,
pidiendo por las llagas y merescimientos de Cristo una miga-
juela de gracia para servir mejor con ella al mismo Señor que la
pide: y esto hace á la mañana, y á la noche, y al mediodía, y cuasi
toda la vida, y muchas veces persevera clamando dos y tres horas
continuas: quien esto hace, ,jqué no alcanzará de aquella infini-
ta largueza, á quien ninguna cosa es más natural ni más gloriosa
que usar de misericordia y perdonar ? Y si esta misericordia llega
hasta oír á los pecadores (que son enemigos suyos) ^qué hará á
los justos, á los cuales ha recebido por hijos? Pues si los padres
de la tierra, siendo malos, saben dar buenas dádivas á sus hijos,
^ cuánto más aquel Padre que está en los cielos, dará su espíritu
bueno á los que se le pidieren? Y si los jueces siendo malos no
pueden dejar de hacer justicia cuando son importunados por ella,
¿cómo no cumplirá Dios de justicia, y volverá por la causa de
sus escogidos que claman á Él día y noche sobre ella? Ésta es,
pues, la tercera y muy propria y singular excelencia desta virtud.
Y para mayor verificación desto, lee todas las historias y toda la
Escriptura del Testamento viejo, y hallarás por cierto que nunca
jamás los hijos de Israel clamaron á Dios viéndose en alguna gran
tribulación, que no fuesen oídos y socorridos por ella: por donde
verás con cuánta razón canta la Iglesia diciendo que nadie hace
oración á Dios en vano, esto es, sin esperanza de misericordia.
La cuarta es, que en ella muchas veces se gustan los deleites
y consolaciones espirituales, que son grandísima ayuda, así para
acometer cualesquier trabajos y dificultades por amor de Dios, co-
mo para despreciar todos los otros deleites carnales y mundanos.
Y quien quisiere v^er esto más á la larga, lea á S. Agustín en el ca-
pítulo 23 de sus Soliloquios y á S. Bernardo en el Sermón 35 de
LIKRí) III. CAPÍTULO I. 20I
los Cantares, y ahí verá cuánta parte sean estos espirituales de-
leites para todo lo susodicho.
La quinta es, que en la oración (mayormente cuando es aten-
ta y devota como aquí presuponemos) se ejercitan en su mane-
ra los actos de muchas singulares y excelentes virtudes, como
son, fe, esperanza, caridad, temor, dolor de pecados, agradesci-
miento de los beneficios divinos, conoscimiento de sí mismo,
adoración y reverencia de la divina Majestad, propósitos y de-
terminaciones de bien vivir y de padescer trabajos por amor del
Señor, con otros semejantes actos virtuosos, como en otra parte
declaramos. Y señaladamente aquí muchas veces entrevienen ac-
tos de caridad, y ejercicio en el amor divino, que es (como di-
ce Sto. Tomás) la más alta obra y de mayor merescimiento de
cuantas se pueden ejercitar en esta vida. Porque aquí muchas
veces entreviene la consideración de las perfecciones de Dios y
de sus beneficios (como adelante se dirá) que son las cosas cuya
consideración más poderosamente enciende en nuestros corazo-
nes la llama deste divino amor. Quien quisiere ver esto más á
la larga, lea á Fray Hierónimo de Ferrara, lib. I De simpJicitate
vites christiancB en la décima conclusión.
La sexta es, que la oración es singular remedio y escu-
do para contra todas las tribulaciones y tentaciones del ene-
migo: porque es un principal medio para implorar y atraer á sí
el favor divino, que es el mayor escudo que hay para contra todo
género de tentación. Y para prueba desto (demás del común
ejemplo de todos los sanctos, que á esta sagrada áncora se aco-
gían en el tiempo del peligro) basta que aquel Maestro desta
espiritual milicia armó á sus discípulos con estas armas al tiem-
po de la mayor necesidad, diciéndoles: Velad y orad, porque no
entréis en tentación. Esto mismo entendió el profeta David, cuan-
do dijo: Si no fuera, Señor, porque tenía ocupado mi corazón en
la consideración de tu ley, por ventura desfallescería mi ánima en
el tiempo de la tribulación. Y en otro lugar: Mis ojos (dice él) tengo
siempre puestos en el Señor, porque Él librará mis pies de los lazos.
La séptima es, que en esta manera de oración entreviene la
consideración, así de los misterios de la vida de Cristo como del
Símbolo de la fe, que son las primeras raíces y fundamentos de
la vida cristiana: la cual consideración, cuanto es más larga y más
profunda, tanto abre más los ojos del hombre para el conosci-
202 GUIA DE PECADORES
miento de la suma verdad, y tanto más le despierta al amor y
temor de Dios y menosprecio del mundo. De cuyas alabanzas
quien quisiere saber algo, lea el principio del primer libro de la
Consideración, que escribió S. Bernardo al papa Eugenio, y allí
Verá los grandes provechos que desta consideración se siguen. Y
para mejor entendimiento desto, es de saber que una de las ma-
yores hermosuras y consonancias que tiene la religión cristiana,
es (ya que nos manda vivir vida celestial) proveernos de singu-
lares ayudas y ingenios para vivir esta manera de vida. Quiero
decir, ya que nos manda edificar una obra tan alta, proveernos de
suficientes andamios y coadjutores para ella. Estos son los artícu-
los y determinaciones de nuestra fe, la muchedumbre de los be-
neficios divinos, los misterios de la vida de Cristo, los ejemplos
de innumerables sanctos y sanctas, y otras cosas semejantes: las
cuales son tan grandes estímulos y motivos para bien vivir, que
exceden todo lo que en este género se puede encarecer y pen-
sar. Pues es cierto que el ánima que tiene consideración, es la que
tiene la llave destos tesoros, y la que mediante este ejercicio lo
ve todo, y gusta de todo, y se aprovecha de todo. Y así con las
llaves desta consideración abre las puertas del infierno y des-
ciende allá á ver lo que aquellos malaventurados padescen, y
con estas mismas abre las puertas del paraíso, y sube allá á ver
lo que aquellos bienaventurados gozan: y así, con lo uno se des-
pierta al temor de tan horribles tormentos, y con lo otro, al amor
de tan grande galardón: y con lo uno y con lo otro se mueve
(como con dos espuelas) á andar este camino de la virtud. Mas
por el contrarío, al que ninguna manera de consideración tiene,
todo le está cerrado y tapado, y así tan poco le presta todo esto,
como si nada dello hubiera en el mundo. Porque así como la mis-
ma cuenta sería no haber medicina en el mundo, ó no querer
usar della, aunque la hubiese, así lo mismo es no haber nada
desto de por medio, ó no querer poner el hombre los ojos en
considerarlo. Pues sin estos andamios ^cómo se levantará este
edificio? Sin estas espuelas ¿cómo se andará este camino? Sin es-
tas ayudas y socorros de vida celestial ¿cómo se podrá vivir esta
vida? Ves luego cuánta necesidad tiene el cristiano de alguna ma-
nera de consideración (aunque no sea con ejercicios limitados y
ordenados) para despertarse al amor y temor de Dios y perseve-
rar en el bien.
LIBRO II I. CAPÍTULO I. 203
La octava es, que la persona que cada día tiene (como el pro-
feta Daniel) sus tiempos determinados para oración, cada hora
déstas entra en juicio consigo, y se tiene capítulo, y examina su
consciencia, y se acusa de sus males, y propone la emienda de
ellos, y pide al Señor gracia y favor para esto: y así, con esta
cuenta que cada día se toma, y con esta renovación de buenos
propósitos y deseos, cada hora se va disponiendo y aprovechando
más y más en la vida espiritual.
La nona es, que la persona que se determina de tener esta
manera de ejercicio y recogimiento, y se pone á querer mante-
ner oración y devoción, por el mismo caso se obliga á todos
aquellos medios sin los cuales esto no se puede sustentar: y el
que esto no procura, ó no perseverará en la oración, ó será vano
todo su trabajo, si no procura tener todas aquellas virtudes con
que se conserva esta virtud. Y aun ésta es una de las cosas que
más provocan y despiertan este sobredicho capítulo y examen
que dijimos: porque faltando al ánima aquella ración ordinaria
de devoción que el Señor le suele dar, luego cree que esto le
acaescería por alguna culpa suya: y para esto examina su con-
ciencia, y trabaja por emendar aquello que le fué causa de tan
grande pérdida.
La décima es, que la oración es un medio convenientísimo
para llegar al hombre á su último fin, que es hacerlo semejante á
Dios; porque así como el aldeano, tratando con cortesanos, poco á
poco se va haciendo cortesano, y el no sabio, tratando con sa-
bios, se hace sabio, y el grosero, conversando con elocuentes, elo-
cuente &c. así, y mucho más, el que trata y conversa muy á
menudo con Dios, poco á poco se va haciendo divino: porque
mucho más comunicativo es Dios de sí mismo, que ninguna des-
tas criaturas lo pueden ser. Por donde dijo el Apóstol: El que se
allega al Señor, un espíritu se hace con él.
La undécima es, que siendo esta virtud de tanta excelencia
y eficacia para todo bien, es en gran manera acomodada á todo
género de personas, lugares y tiempos: porque ningún lugar hay
tan público, ningún tiempo tan embarazado, ningún ejercicio tan
extraño y ninguna persona tan inhábil que no pueda (con el fa-
vor de Dios) en cualquier sazón déstas hurtar á ratos el corazón
de ios negocios, y levantarlo á Dios, que es la oración de que
aquí hablamos: pues no es otra cosa oración sino levantamiento
2ü4 CUIA DE PECADORES
de nuestro espíritu á Dios. De la limosna se excusa el pobre, por-
que no tiene qué dar: del ayuno el flaco, porque no puede ayu-
nar: de la peregrinación el enfermo, porque no puede caminar:
de la lición el ignorante, porque no sabe leer: de la frecuencia
de los Sacramentos (que es lo que más ayuda para toda v'irtud) se
excusan muchos por muchas maneras de impedimentos con que
esto se impide, ó se dilata más de lo que la necesidad y devo-
ción de los fieles requería. Mas la oración, como no depende más
que de la voluntad del hombre, á nadie puede faltar en todo tiem-
po y lugar, si el hombre no quisiere faltar á sí mismo.
Todas estas excelencias se han dicho con suma brevedad, ex-
cepta la que se sigue, que porque hacía más al propósito de esta
escriptura, se trató más copiosamente. Mas así con ésta como con
las otras solamente pretendo probar la utilidad grande desta vir-
tud, no la necesidad: porque ésta no la pongo mayor que en los
otros preceptos afirmativos, los cuales no obligan más que en so-
los aquellos tiempos y artículos de necesidad que los doctores
señalan. Verdad es que si uno (demás de la común obligación de
la vida cristiana) quisiese vivir vida espiritual y aspirar á la per-
fección, esto no se podría hacer sin algún ejercicio de oración y
consideración, aunque esto no fuese en tiempos limitados ni con
ejercicios ordenados, sino con cualquier otra manera que el Es-
píritu Sancto le enseñase: porque yendo uno por la calle y en-
tendiendo en los negocios familiares de su casa, puede traer á
Dios ante sus ojos y ocuparse en sanctos pensamientos. Puesto
caso que esto, regularmente hablando, no es de todos, sino de
aquéllos que teniendo el pecho lleno, regüeldan, adoquiera que
están, la abundancia de la devoción y suavidad divina que re-
bosa en su corazón. Porque así como una sala, regada muy bien
por la mañana en el verano, echa de sí todo el día un frescor de-
leitable, así el corazón que á lo menos una vez al día es regado
abundantemente con agua de lágrimas y devoción, siempre está
echando de sí muchos sanctos pensamientos con que el ánima es-
piritualmente es refrigerada y consolada.
Pues tornando al propósito, la duodécima excelencia desta
virtud (por la parte que abraza y comprehende también la medi-
tación y consideración) es ser un grande estímulo y incentivo
de la devoción, la cual hace al hombre prompto y hábil para toda
virtud. Porque devoción propriamente hablando (como dice San-
LIBRO III. CAPÍTULO I. 205
to Tomás) es una virtud que hace al hombre prompto y aparejado
para todo bien, y la que le despierta y habilita para toda obra
virtuosa. De manera que con ser ella una simple virtud (como
dice el mismo Sancto) es de tan maravilloso poder y fecundidad,
que despierta y habilita al hombre para todas las virtudes y para
todo aquello que entiende ser agradable á nuestro Señor.
Indicio tenemos desto, si consideramos cuál sale el hombre
después que ha tenido una larga y profunda oración, cuan de-
voto, cuan alegre, cuan esforzado para el bien, cuan ganoso de
poner luego las manos en algo por amor de Dios, cuan lleno de
buenos propósitos y deseos, y sobre todo (si la oración ha sido
tal) cuan deseoso de padescer trabajos y vituperios, y aun de-
rramar sangre por Aquél que tan dulce y tan amable se le mos-
tró en la oración, y tan digno de todo servicio. De manera que
no sólo sale de allí con esfuerzo para llevar la carga de los man-
damientos, sino también la sobrecarga de los consejos, con todo
lo demás que se le puede ofrecer.
Y que la oración y consideración sean causa desta devoción,
enséñalo claramente Sto. Tomás en el lugar alegado, donde dice
que la devoción procede de dos causas, una exterior y otra in-
terior. Y la exterior dice que es el Espíritu Sancto, el cual es autor
y inspirador de la devoción, y la interior dice que es la medita-
ción y consideración de las cosas espirituales, y señaladamente de
dos, conviene saber, de las perfecciones y beneficios de Dios, y
de los pecados y miserias del hombre. Porque con la profunda
consideración destas cosas se despierta en la voluntad este buen
afecto que llamamos devoción, el cual nos hace hábiles y prom-
ptos para toda virtud. Pues si de tan grande bien es causa la de-
voción, y ésta es hija y compañera de la meditación, ¿qué tal será
el árbol que tal fructo produce, y la causa de donde nasce tal
efecto ?
Y para mayor declaración desto, no dejaré de referir aquí lo
que el Cardenal Cayetano dice sobre este paso cuasi por estas
palabras: En este artículo tercero debes notar dos causas intrín-
secas que el sancto Doctor señala de la devoción, las cuales son,
por una parte, la meditación de Dios y de sus beneficios, y por
otra, la consideración de los proprios defectos. A la primera par-
te pertenesce la consideración de la bondad, misericordia, justi-
cia, caridad y hermosura de Dios con todos los atributos y per-
2o6 GUIA DE PECADORES
fecciones suyas, y señaladamente la de caridad y amor para con
todos los hombres, y particularmente para con cada uno de ellos,
ítem, la consideración de los beneficios divinos, como son, la crea-
ción, la redempción, el bautismo, el Sacramento del altar, las ins-
piraciones divinas, los llamamientos y voces de Dios, ó por sí ó
por otras causas segundas, el habernos esperado tanto tiempo á
penitencia, el habernos misericordiosamente preservado de tantos
peligros, así de cuerpo como de ánima, y el haber deputado sus
mismos ángeles para nuestra guarda, con todos los otros benefi-
cios divinos.
Á la segunda parte pertenesce la consideración de sí mismo,
conviene saber, de los proprios defectos y miserias, así de las cul-
pas presentes como de las pasadas: la facilidad y promptitud tan
grande que tenemos por parte de nuestro apetito para todo gé-
nero de pecado: el estrago de la propria hacienda (que es de las
habilidades y bienes de naturaleza) por haber habituado las in-
clinaciones y potencias de nuestra ánima á mal obrar: la habita-
ción en esta región tan distante y can apartada de la conversa-
ción y amistad de Dios: la perversidad de nuestro apetito, que
más siente los provechos y daños temporales que los espirituales:
la desnudez y pobreza de las virtudes: las heridas y llagas espiri-
tuales de nuestra ánima, que son, ceguedad, malicia, concupiscen-
cia y ñaqueza: las cadenas con que estamos atados de pies y ma-
nos, que son los impedimentos grandes que por parte de nuestra
carne tenemos para bien obrar: el estar en tinieblas y hedores y
amarguras, y no sentirlo: no oir la voz del Pastor que nos llama
de dentro: y sobre todo esto, haber hecho tantas veces á Dios
nuestro capital enemigo, pecando mortalmente, y por consiguien-
te, haberle hecho tan grande injuria como sino lo quisiéramos te-
ner por Dios, y haber puesto en su lugar y hecho dioses al vien-
tre, y al dinero, y á la honra, y al deleite, y otras cosas semejantes,
las cuales antepusimos y preciamos más que á Dios.
Pues destas meditaciones (las cuales habían de ser cuotidia-
nas á los rehgiosos y á todas las personas espirituales, dejado á
parte el mucho hablar de las oraciones vocales, cuando no son de
obHgación) se engendra la devoción, y con ella juntamente todas
las otras virtudes. Y no merescen nombre de religiosos ni reli-
giosas ni de personas espirituales los que á lo menos una vez al
día no se ejercitan en esto. Porque así como no se puede alean-
LIBRO III. CAPÍTULO I. 20/
zar el efecto sin la causa, ni el fin sin el medio, ni el puerto sin la
navegación que para él se ordena, así tampoco se puede alcanzar
la verdadera religión sin frecuentar y repetir los actos de las cau-
sas y medios con que ella se alcanza.
Hasta aquí son palabras de Cayetano, en las cuales ves cuán-
to alaba y cuan encarescidamente encomienda aquí el ejercicio
desta meditación. Porque, primeramente, dice que con la conside-
ración cuotidiana destas cosas se engendra la devoción, y con ella
consecuentemente todas las otras virtudes, cuyo estímulo es la
devoción. Lo segundo, que no merecen nombre de religiosos ni
de personas espirituales los que á lo menos una vez al día no
se recogen un poco para vacar á este sancto ejercicio. Lo tercero,
que así como no se puede conseguir el fin sin los medios (como
es el puerto sin la navegación) asi tampoco la pureza y perfec-
ción de la religión, sin los ejercicios de la oración y considera-
ción, que son las causas della.
Y lo que dice, que para esto se debe dejar el mucho hablar
de las oraciones vocales, no lo dice para condenar por esto el uso
de la oración vocal: porque no es cosa que cabe en entendimiento
de hombre de razón, alabando la oración mental, condenar la vo-
cal. Porque, si es sancta cosa llamar á Dios con el corazón, ¿cómo
puede ser no sancta añadir á la voz del corazón la de la boca y
de la lengua que él crió para su alabanza? Mas dice esto para
condenar no el uso, sino el abuso de las oraciones vocales de al-
gunas personas que rezan tan apresuradamente, tan de corrida y
tan sin atención y devoción, que ningún fructo, ó cuasi ninguno,
sacan desta manera de rezar. Y aun algunas veces en lugar de
fructo sacan daño, cuando, ya que se ponen á rezar y hablar con
Dios, no hacen esto con la reverencia y atención y con las otras
circunstancias que debrían, como lo declara este mismo doctor
en la Suma de pecados. Y pluguiese á Dios no fuesen muchos los
que en esta culpa caen: mas quien mira de la manera que muchos
clérigos y sacerdotes el día de hoy rezan y cantan las horas y el
oficio divino, así en púbUco como en secreto, y el poco fructo y
devoción que desto sacan, verá claramente con cuánta razón re-
prehende este doctor, no el uso, sino el abuso desta manera de
orar.
Todas cuantas veces leo esta doctrina, confiésote, cristiano
lector, que me maravillo mucho de ver en cuan pocas palabras
2o8 GUIA DE PECADORES
comprehendió aquí este doctor todos los ejercicios y cuasi toda
la doctrina de cuantos libros espirituales hay: porque quienquiera
que atentamente los leyere, verá que aunque en la manera de las
palabras parezcan diferentes, pero en la substancia, ni dicen más
ni pretenden más de lo que este doctor enseñó, ni aun encares-
cen y autorizan más sus ejercicios de lo que éste los encáreselo.
Por do paresce claro cómo la Iglesia se rige por un mismo espíritu,
y cómo todos los siervos de Dios tienen un mismo Maestro, pues
todos vienen á dar en un mismo fin y en un mismo camino. Haz tú
lo que este doctor enseña (que es, señalar caia día un pedazo de
tiempo para pensar en tus pecados y en los beneficios de Dios,
entre los cuales el más principal es el de nuestra redempción, don-
de entran todos los misterios principales de la vida de Cristo) y
trabaja como animal limpio por rumiar las palabras y obras de la
vida de este Señor, que ni es otra cosa el Rosario de nuestra Se-
ñora, ni otra la que todos los libros devotos enseñan. Todo es un
mismo manjar: mas como son diversos los gustos, unos lo guisan
de una manera y otros de otra. Lea quien pudiere los opúsculos
de S. Buenaventura, que fué un doctor tan señalado en letras,
en devoción, en religión, en prudencia de gobernar (pues á los
trece años de su profesión fué general de su orden, y después
obispo y cardenal) y ahí verá cuántas maneras de potajes hace este
sancto de la vida y pasión de Cristo, enseñándola á meditar, unas
veces por las horas del día, otras por los días de la semana, otras
reduciéndola á himnos y oraciones vocales, otras haciendo della
un árbol de la vida del Crucificado. Y todo esto hacía el sancto
varón, porque entendía, por una parte, cuánto nos importaba este
sancto ejercicio, y por otra, cuan diferentes eran los gustos de
los hombres. Y por esto guisaba este manjar de tantas maneras.
Para declaración del fructo que de aquí se sigue, no alegaré
más de lo que este sancto doctor alegó, que es, la experiencia de
muchas personas que él escribe, en su tiempo grandemente apro-
vechadas por medio destos ejercicios: y la misma podemos alegar
agora: pues quienquiera que mirare este negocio con claros ojos,
hallará por cierto que todas las personas que tienen sus tiempos
deputados para emplearse en estas sanctas meditaciones y consi-
deraciones, regularmente hablando están más aprovechadas en
el servicio de Dios y en el camino de las virtudes: y que en ellas
se halla más devoción, más fervor de espíritu, más lágrimas, más
LIBRO III. CAPÍTULO I. 209
silencio y recogimiento, más amor y temor de Dios, más abo-
rrescimiento del pecado, más sentimiento de las cosas espiritua-
les, más gusto de las palabras divinas, más piedad y misericordia
para con los prójimos, y demás desto, tanto ejercicio de ayunos,
vigilias, asperezas y disciplinas, que ninguna otra cosa vemos
cada día, sino muchas cabezas, estómagos y cuerpos estragados,
y otros semejantes excesos ocasionados del fervor de la de-
voción.
EJEMPLOS DE LOS SANCTOS
y especialmente de nuestro Padre Sancto Domingo.
'uES por estas y otras semejantes utilidades fueron todos los
sanctos tan dados á los ejercicios de la oración y considera-
ción como leemos en sus historias. Si no, dime, ¿ qué otra cosa ha-
cían aquellos sanctos Padres del desierto, aun cuando entendían en
tejer sus canastillas de mimbres, sino vacar á la oración? ¿Qué
hizo el primero de todos ellos (que fué S. Pablo) por todos aque-
llos sesenta años que estuvo en el desierto sin vista de hombre
mortal, sino ocuparse día y noche en oración? ¿Para qué el bien-
aventurado Hilarión sobre diez veces mudó la celd^ que tenía,
por esconderse de la gente que lo buscaba, sino para ocuparse
(como escribe S. Hierónimo perpetuamente en ayunos, y psalmos,
y oraciones? ¿Qué otra cosa hacían todos los otros que llamaban
anacoritas (que quiere decir solitarios) sino entender siempre en
oficio de ángeles, que es vacar á la contemplación de las cosas
divinas? ¿Qué otra cosa leemos en los Hbros de Judith, de Ester,
de Tobías, de los Reyes y de los nobles Macabeos, sino maravi-
llas y grandezas alcanzadas por oración? ¿Quién esforzó el animo
de aquella sancta Judith para emprender una tan gran hazaña (co-
mo fué cortar la cabeza de Holofernes) sino la virtud de la ora-
ción? Puesta la ciudad en tan grande estrecho por el ejército de
los asirlos, los sacerdotes oraban, la gente del pueblo oraba, los
niños también oraban, la sancta Judith en su retraimiento oraba, y
al tiempo que se partió para el campo de los enemigos, mandó
que ninguna otra cosa se hiciese por ella sino oración: y estan-
do entre ellos, cada noche salía fuera á hacer oración, y al tiem-
po que desenvainó el espada para herir la cerviz del tirano, es-
OBRAS DE GRANAI^A X— i^
210 GUIA DK PECADORES
forzó el brazo flaco y femenil con la virtud de la oración: y así,
cortada la cabeza del enemigo, dio fin á aquella tan memorable
hazaña.
Y si por ventura dijeres que todos estos padres antiguos (ma-
yormente los que moraban en los desiertos) tenían más aparejo
para este ejercicio, porque carescían de todo negocio, para eso
te quiero poner agora delante uno de los más ocupados hom-
bres del mundo, que fué nuestro glorioso Padre Sto. Domingo
el cual no por eso dejó de llegar á la cumbre de la perfecta ora-
ción y contemplación. De suerte que estando en medio de la pla-
za de todos los negocios que la caridad y misericordia le pedían,
no por eso carescía de la oración y contemplación que los mon-
jes en el desierto tenían. Por donde con mucha razón le compe-
te aquella alabanza del Sabio que dice: Fué así como la oliva que
comienza á brotar, y como el aciprés que se levanta á lo alto. Ex-
traña cosa parece caber en una persona propriedades de dos co-
sas tan distantes, como son el aciprés alto y estéril y la oliva baja
y fecunda. Sin dubda lo uno y lo otro conviene á este bien-
aventurado Padre, pues como oliva fructuosa daba olio de mise-
ricordia para socorro de los prójimos, ocupándose en obras de
vida activa, y como aciprés que todo se va á lo alto, subía con
excesos de amor á los ejercicios de la vida contemplativa: y así
abrazaba en uno ambas hermosuras de oliva y de aciprés, to-
mando de la una la fecundidad, dejando la bajeza, y del otro la
alteza, dejada la esterilidad.
Pues qué tan continuas hayan sido las oraciones de este San-
cto, y de cuántas maneras de orar haya usado, es bien que lo
oigan agora todos, y mucho más los que se glorían del nombre
de sus hijos, á quien es más dulce y más eficaz la memoria de los
ejemplos del padre. Pues de la continua oración de este Sancto, y
de las maneras que tenía de orar, escribe S. Antonino en la ter-
cera parte de sus historias así: Aunque toda la vida de este San -
cto era una prolija y continua oración, todavía (demás de las sie-
te horas canónicas) usaba de otros muchos modos de orar, para
despertar más con algunos actos exteriores la devoción interior.
De los cuales el primero era inclinándose profundamente ante el
altar, presuponiendo que el altar era Cristo, acordándose que está
escrito: La oración del que se humilla, penetra los cielos. Y así
aconsejaba él á sus frailes que se humillasen profundamente cuan-
LIBRO III. CAPITULO I. 211
do pasasen ante la imagen del Crucifijo por nosotros humillado.
El segundo era prostrándose todo en tierra de largo á largo, de
la manera que Cristo oró en el huerto: y así compungido en su
corazón y como hombre confundido, dentro de sí decía: Señor
Dios, apiádate de mí pecador. Y aquello del psalmo: Humilla-
da está, Señor, en el polvo nuestra ánima, y nuestro vientre está
pegado con la tierra. Y exhortando sus frailes á esta manera de
orar, les alegaba el ejemplo de aquellos sanctos Magos, que pros-
trados en tierra adoraron al niño Jesús. Añadiendo que aun-
que ellos no tuviesen pecados por qué orar, debían orar por los
pecados ajenos y por la conversión de sus prójimos.
El tercero era estando en pie y disciplinándose con una ca-
dena de hierro, diciendo aquel verso del Profeta: Tu disciplina,
Señor, me corregió hasta la fin, y tu disciplina me enseñará. Y
en memoria de esto se ordenó después entre sus religiosos que
los días feriales recibiesen todos en común disciplinas con unas
varas, diciendo el psalmo de Miserere me i Deas, por sus pecados
y por los ajenos.
El cuarto era hincándose muchas veces de rodillas, á imita-
ción de aquel leproso de el Evangelio, que arrodillado ante la pre-
sencia del Salvador decía: Señor, si quieres, puédesme alimpiar:
y á imitación del bienaventurado S. Esteban, que puesto de ro-
dillas hizo oración por sus enemigos. Y en esta manera de orar,
muchas veces era oído levantar la voz en alto y decir: A ti. Señor,
clamaré. Dios mío, no calles tú á mí. Otras veces hablaba con solo
el corazón en gran silencio, donde le acontescía estar algunas ve-
ces como suspenso y espantado por un grande espacio, y allí pa-
resce que pasaba de vuelo, y penetraba los cielos con el enten-
dimiento: y después volvía en si con mucha alegría, y limpiaba
las lágrimas que de los ojos corrían, y tornaba con toda compo-
sición y presteza á levantarse en pie, y después á hincarse de
rodillas como de antes.
El quinto era estando en pie delante del altar, las manos le-
vantadas y un poco extendidas á manera de un libro abierto: y
así estaba como delante de Dios, leyendo con grande devoción
y reverencia, y meditando las palabras divinas, y platicándolas
dulcemente consigo.
El sexto era poniéndose en cruz, como oró cuando resuscitó á
un mancebo en la iglesia de S, Sixto en Roma, cuando fué visto
212 GUIA DE PECADORES
levantarse en el aire con grande admiración de los que presen-
tes estaban. De esta manera oró el Salvador cuando estando cru-
cificado, hizo oración por nosotros con grande clamor y lágrimas
y fué oído por su reverencia.
El séptimo era algunas veces estando en pie y las manos ex-
tendidas y derechas al cielo, como saeta que sube á lo alto de
un arco flechado: y créese que en esta manera de orar se le
acrescentaba la gracia, y alcanzaba lo que pedía -al Señor para
su Orden. Y algunas veces, orando desta manera, le oían los
frailes decir aquellas palabras del psalmo: Oye, Señor, mi voz,
cuando clamo á ti, y cuando levanto mis manos á tu sancto templo.
El octavo era el que tenía después de las horas canónicas, ó
de las gracias que se dan después de comer. Porque en estos
tiempos el sancto varón lleno de espíritu de devoción con las pa-
labras de los psalmos que había cantado, ó de las que había oído
en la lición de la mesa, luego se recogía en la celda ó en algún
lugar solitario, y hecha la señal de la cruz, abría un libro y co-
menzaba á leer por él con grande suavidad, paresciéndole que
le hablaba el mismo Dios en aquel libro, y que él oía sus pa-
labras atentamente, diciendo con el Profeta: Oiré lo que habla
en mí el Señor Dios. Y era cosa maravillosa ver de la manera
que el sancto varón se había en este ejercicio: porque algunas ve-
ces parescía que disputaba con otra persona, y que le hablaba
con atención, y otras veces que le oía con gran silencio: unas
veces se sonreía, otras lloraba, unas hincaba los ojos en un lu-
gar, otras los abajaba. Y así en este ejercicio como en todos
los demás tenía él por costumbre levantarse siempre de la U-
ción á la oración y de la meditación á la contemplación: y así en
un mismo rato de ejercicio subía por todos los pasos de aquella
escalera mística que describe S. Bernardo. Y era tanta la reve-
rencia que tenía á las palabras de Dios y á los libros de los san-
ctos, que cuando estaba solo, inclinaba la cabeza al libro, y lo to-
maba en las manos, y lo besaba, especialmente si era de los Evan-
gelios.
El nono era otra muy loable costumbre que el sancto varón
tenía cuando andaba camino, que siempre iba dentro de sí oran-
do y meditando: y para mejor hacer esto, decía á los compañe-
ros que se fuesen delante ó se quedasen atrás, por quedarse él
solo, alegándoles para esto dulcemente aquel dicho del Profeta
LIBRO Iir. CAPÍTULO L 2l3
que dice: Llevarla he á la soledad, y hablarle he al corazón. Y
tenía por costumbre en esta manera de oración mover algunas
veces las manos, como si quisiese ojear algunas moscas de de-
1 ante de sí, y signábase muchas veces con la señal de la cruz. Y
creían los religiosos que por esta manera de ejercicio había al-
canzado entendimiento de las Escripturas sagradas.
Hasta aquí son palabras de S. Antonino.
Estos, pues, son los modos de orar, éstos los ejercicios y los
ejemplos de este glorioso Padre. No sé aquí por cierto qué pri-
mero diga, ni de qué primero me maraville. Maravillóme cuando
considero qué tan grande sería la suavidad y gusto que este
bienaventurado Padre recibía, cuando así perseveraba en estos
ejercicios, pues ni de día, ni de noche, ni andando, ni parado, ni
comiendo, ni después de haber comido, se cansaba ni se hartaba
de estar siempre ocupado en estos divinos coloquios. Maravilló-
me de ver tantas maneras de potajes y ensaladas como este san-
cto varón halló en una cosa tan simple como es la oración, para
nunca empalagarse comiendo siempre de un mismo manjar, y
para despertar más el apetito de las cosas espirituales con esta
variedad. Sobre todo esto me maravillo de la destreza de este
tan valeroso capitán, que no menos peleaba con la mano sinies-
tra que con la diestra: pues tan continuo era en el socorro de los
prójimos y tan continuo en el trato con Dios, sin impidirse el
un ejercicio al otro. De ángeles es entender de tal manera en
los negocios de los hombres, que no por eso dejen la contem-
plación de Dios: y este ángel de la tierra y hombre del cielo de
tal manera tenía sus ojos puestos en Dios, que ni la gobernación
de toda su Orden, ni el estudio de las letras, ni las ocupaciones
del predicar y confesar y disputar con herejes y andar caminos
y acudir á tantas cosas impedían aquella unión de su beatísimo
espíritu con Dios. Y si algunas veces por algún breve momento
le impidían, es de creer que luego (á semejanza de aquellos
misteriosos animales de Ezequiel) iba y volvía al secreto de su
recogimiento como un relámpago resplandeciente. Porque co-
mo varón perfecto, había llegado á aquel estado felicísimo don-
de las dos maneras de vida, activa y contemplativa, hacen una
compuesta de ambas, sin que la una perjudique á la otra, sino
antes ayudándose una á otra. Porque el ejercicio de las buenas
obras hacía su oración más eficaz y más acepta, y la devoción que
214 GUIA DE PECADORES
sacaba de la oración le hacía más prompto y ligero en el bien obrar.
Y demás desto, con la oración guiaba mejor los negocios de la
gobernación: porque los consultaba primero con Dios, y les pe-
día el buen suceso: y con ella también guiaba los de la predi-
cación: porque por ella salían sus palabras teñidas con el espiri-
to de la devoción y encendidas como hachas en la fragua del di-
vino amor. Y de aquí fué que preguntándole una vez dónde ha-
bía aprendido aquellas maravillas que predicaba, respondió que
en el libro del amor. En el cual si estudiasen agora tanto los pre-
dicadores como estudian en los otros libros humanos, no hay
dubda sino que sin comparación harían mucho mayor provecho
del que hacen.
Resta, pues, avisar y suplicar á todos los que nos preciamos
deste glorioso Padre, que pues somos hijos suyos según el espí-
ritu y no según la carne, que no usurpemos este tan glorioso
nombre sin causa: sino que ó dejemos el nombre de hijos, ó tra-
bajemos por ser herederos del espíritu de nuestro Padre. Su es-
píritu fué apostólico, y su instituto, de vida apostólica: si nos agra-
da la gloria deste nombre, no nos desagraden los ejercicios por
donde el nombre se merece. Los ejercicios de los Apóstoles fue-
ron universales en todo género de virtud, y señaladamente (como
ellos mismos lo testificaron) en oración y predicación. De los
cuales usaban de tal manera, que del uno se ayudaban para el
otro: porque en la oración cogían lo que en la predicación ense-
ñaban, ejercitando en lo uno el oficio de la vida contemplativa,
y en lo otro de la activa. Éste sea pues, muy amados hermanos,
nuestro instituto, y á éste enderecemos la proa de todos nuestros
ejercicios: para que á imitación deste bienaventurado Padre me-
rezcamos pasar gloriosamente de el instituto y perfección de la
vida monástica al de la apostólica, no perdiendo lo uno por lo
otro, sino acrescentando lo uno á lo otro, que es una perfección
mayor á otra menor.
DE TRES MANERAS DE HACER ORACIÓN
CAPÍTULO II.
'ara que mejor se entienda de qué linaje de oración
tratamos en este libro, será necesario tratar prime-
S_SJ^R ro de diversas maneras que ha}^ de orar, y de la ven-
taja que hay de las unas á las otras. Y porque acerca desto sue-
le haber alguna diversidad de pareceres entre la gente devota
(por donde vienen á confundir y escurecer esta materia, que de
suyo es clarísima) no será fuera de propósito poner aquí una
breve resolución de todo este negocio. Y para mayor luz de lo
que se dijiere, presupondré primero dos muy comunes senten-
cias de los doctores en esta materia.
La primera es: la oración de necesidad pide alguna mane-
ra de atención actual ó virtual (como adelante se declarará) y
la que ninguna manera de atención tuviese, no merece nombre
de oración. Esta sentencia es de loannes Casiano, que dice así:
Poco ora el que solamente ora cuando está hincado de rodillas,
y ninguna cosa ora el que, aunque esté hincado de rodillas, vo-
luntariamente se distrae. Por do parece ser verdad lo que co-
múnmente se dice, que la atención es ánima de la oración: por-
que aunque la caridad sea ánima de la oración cuanto al ser me-
ritoria, pero la atención se dice ánima de la oración cuanto al ser
oración. Por donde, así como faltando la caridad, no será meri-
toria la oración, así faltando del todo la atención susodicha, no
será oración.
El segundo fundamento sea, que entre las condiciones que
ha de tener la fructuosa y perfecta oración, una de las princi-
pales es que se haga con espíritu y devoción, como nos lo acon-
seja el Apóstol cuando dice: Orad todo tiempo en espíritu. Y orar
en espíritu es orar con entrañables deseos y sospiros del ánima,
con los cuales el Espíritu Sancto hace orar á sus siervos: porque
orar desta manera es especial del Espíritu Sancto. De donde
se infiere que cuanto una oración se hiciere con mayor espíritu
2J6 CT'TA DE PECADORES
y devoción, tanto será por esta cabeza más fructuosa. Destos dos
fundamentos tan claros depende toda la resolución desta materia:
porque por ellos podrá quienquiera juzgar cuál sea oración y
cuál no, y cuál sea más provechosa y cuál menos.
Mas para mayor claridad de lo dicho, es de saber que hay tres
maneras de hacer oración. Porque unos rezan por sus horas ó
por sus cuentas muy apresuradamente, y muy de corrida, y con
poca atención á lo que dicen. Esta manera de orar, así como se
hace con poco espíritu y atención, así es de poco fructo, como
se infiere claro de lo que acabamos de decir. Y tanta podría ser
en esta parte la negligencia y el descuido, que la tal oración se
convertiese en pecado, cuando el hombre se pusiese á orar sin
ninguna manera de reverencia y atención. Porque dado caso (co-
mo el Cardenal Cayetano dice) que no sea el hombre obligado á
orar, mas ya que era (pues no es otra cosa orar sino hablar con
Dios) ha de procurar de acompañar su oración con atención y re-
verencia de aquel Señor con quien está hablando: y si esto no
quiere hacer, hace contra lo que debe á tan grande Majestad, lo
cual no carece de pecado.
Y porque es innumerable la gente, así de clérigos y sacer-
dotes como de otros legos, que rezan desta manera, por eso es
tantas veces reprehendida esta manera de orar de los sanctos: y
por esto dijo Cayetano que se había de dejar el mucho hablar de
las oraciones vocales, como arriba declaramos. Y que ésta sea
muy común manera de orar del mundo, manifiéstalo su grande
perdición: porque si el mundo estuviera más reformado en la ma-
nera del orar, también lo estuviera en la del vivir.
Segunda manera de orar
§. II.
^TRA manera de orar hay de mucho mayor provecho, que
es cuando uno reza, ó por sus horas ó por sus cuentas, pro-
curando (según le es posible) de estar entero y atento á aquello
que hace, diciéndolo con todo reposo y sosiego, y habiéndose en
ello como hombre que entiende que está hablando con Dios, que
es con reverencia y atención.
LIBRO III. CAPÍTULO II. 21;
Y porque esta atención es una de las principales cosas que se
requerían para la oración, es de notar que hay tres maneras de
atención: una á las palabras, procurando decirlas bien pronuncia-
das y con aquella reverencia y devoción que se debe á palabras
sagradas, como hacen las personas que cantan ó rezan devota-
mente los psalmos en lengua que no entienden. Otra hay mejor
que ésta, que es de aquéllos que entienden las palabras que di-
cen, y así trabajan por ir atentos al sentido dellas cuando las di-
cen, cumpliendo aquello que dice S. Augustín en su regla: Cuan-
do con psalmos y himnos hacéis oración á Dios, procurad de tra-
tar en vuestro corazón lo que pronunciáis por la boca. Hay aun
otra mejor atención, que es la de aquéllos que aunque van re-
zando los psalmos con la boca, tienen el espíritu levantado y fijo
en Dios, sin discurrir por la diversidad de los conceptos que
aquellas palabras significan: porque éste es el fin de todos estos
sanctos ejercicios, y el fin siempre es mejor que las cosas que se
ordenan á él. Demás de ser verdad que mucho más aprovecha
un misterio ó una palabra sancta profiíndamente considerada,
que muchas pasadas así de corrida.
También aquí es de notar, acerca de la atención, que cuando
el hombre se llega á orar con intención de hacer en esta parte
lo que debe, si después, no por culpa suya, sino por la fi-agilidad
humana, se derrama una vez y muchas en otros pensamientos,
que no por eso caresce de muchos de los fructos de la oración.
Porque la oración (como ya dijimos) es obra meritoria, satisfac-
toria y empetratoria: y ninguno destos fructos pierde en este es-
pacio, por razón de aquel buen propósito y determinación que al
principio tuvo. Porque así como la piedra, después de despedida
de la mano, se mueve en virtud de aquel ímpeto que le puso el
brazo cuando la despedió de sí, así también lo hace la oración en
virtud de aquel primer buen propósito y determinación que el
hombre tuvo cuando comenzó á orar. Solamente caresce por en-
tonces (como dice Sto. Tomás) del gusto y consolaciones del
Espíritu Sancto, las cuales dependen de la actual consideración
y contemplación de las cosas divinas: y por eso faltando ésta,
falta también lo que se sigue della. La cual doctrina sirve para
consolación de las personas humildes y devotas, que suelen de-
masiadamente afligirse cuando ven que se les distrae el corazón
en este tiempo: como quiera que esto sea natural á todo hom-
21 8 r.UTA I)F, Pl'CADORES
bre, y muchas veces sea más este vicio de naturaleza que de la
persona.
Pues tornando al propósito, esta manera de oración susodi-
cha, demás de ser muy provechosa, es muy fácil á todo género
de personas. Porque la meditación y consideración no es para
todos: porque presupone devoción y alguna inteligencia de las
cosas espirituales: porque si ésta falta, luego falta la materia de
la meditación, y si falta la devoción (como ésta sea la lengua del
alma, según dice S. Bernardo) luego el hombre queda mudo, y
ni sabe ni tiene que hablar con Dios. Mas en esta manera de orar
no puede faltar materia, mientras no faltaren psalmos ó oracio-
nes que rezar: y la devoción tiene grandes despertadores en las
palabras dulces y devotas, que suelen ser unas espirituales saetas
y brasas que encienden y hieren el corazón. Y así los que ni tienen
materia de meditación ni caudal de devoción, vanse en pos de
aquellas sentencias y palabras sanctas, y guían por allí su espí-
ritu, como los niños que cuando no saben andar, los arriman á
unas carretillas, y así se mueven al paso de ellas los que por sí
solos no se podrían mover. Desta manera los que por razón de su
espiritual infancia no saben aun hablar con Dios, habíanle con
aquellas palabras ajenas, y con ellas provocan y despiertan su
devoción.
Y no sólo para niños y principiantes, sino también para los
aprovechados y perfectos ayuda muchas veces esta manera de
oración, cuando por distraimiento de negocios, ó trabajo de ca-
minos, ó fatiga de enfermedades, no pueden tan fácilmente le-
vantar el espíritu á Dios: porque entonces es gran remedio ir poco
á poco despertando y encendiendo la devoción con palabras san-
ctas y devotas. Conforme á lo cual leemos del bienaventurado
S. Augustín que diez días antes que muriese mandó que le escri-
biesen los siete psalmos penitenciales, y los pusiesen en una pa-
red enfrente del, y allí los estaba leyendo y derramando muchas
lágrimas cuando los leía. Y con este mismo intento la sancta ma-
dre Iglesia, llena de Espíritu Sancto, ordenó los cantares de los
psalmos y de los otros oficios divinos, para despertar con aque-
llas celestiales voces la devoción de los que oran. Donde no sólo
la virtud y sentido de las palabras, sino también la suavidad y
melodía de las voces penetra el corazón y despierta la devoción,
como leemos de S. Augustín, el cual derramaba muchas lágrimas
LIBRO III. CAPÍTULO II. 2 ! Q
y sentía grande dulzura en su ánima, oyendo los cantos y la mú-
sica de las voces de la Iglesia. Porque (como dice un filósofo) na-
turalmente es tan deleitable la música á nuestros sentidos, que
hasta los niños en la cuna se adormecen y acallan con la suavidad
de las voces de las madres que les están dulcemente cantando.
Mas así como las palabras sanctas y devotas ayudan á des-
pertar la devoción cuando está dormida, así después que está ya
despierta y encendida, muchas veces la podrían impedir. Porque
cuando el ánima se levanta y suspende en algún grande afecto
y sentimiento de amor ó temor de Dios, ó de la admiración de la
grandeza de sus obras y maravillas, entonces querría el hombre
estarse con S. Pedro en un mismo lugar, y no salir de allí (donde
el Espíritu Sancto le da aquel sentimiento) y pensar ó hablar en
otra cosa es sacarle de un muy deleitable paraíso y darle un
grave tormento. Y cuanto más aquí se juntan las fuerzas del áni-
ma á gozar desta fiesta que Dios le hace, tanto queda más enva-
rada la lengua y todos los otros miembros y sentidos para me-
nos poder usar de sus oficios, ni acudir á otra cosa.
Pues cuando algunas veces el hombre se viere en esta dis-
posición, y sintiere que la pronunciación de las palabras le es al-
gún impedimento de su devoción, debe dejar luego las palabras,
como deja el marinero el navio cuando ha llegado al puerto, y
el enfermo la medicina cuando ha alcanzado la salud: pues no es
razón que lo que se ordenó para la devoción, milite contra esa
misma devoción para quien se ordenó. Porque entonces ya no
serviría el medio para el fin, sino el fin para el medio, lo cual es
manifiesta desorden y perversión. Por do parece cuánto yerran
algunas personas devotas que rezando algunas oraciones por sus
horas ó por sus cuentas, y dándoles nuestro Señor alguna seña-
lada devoción y sentimiento en ellas, y viendo que entonces el
proceder y pasar adelante les impide el gusto y sentimiento de
aquello que se les dio, todavía procuran cumplir con su tarea y
llevar al cabo su oración, no mirando que esto es huir de lo que
buscan y desechar lo que ya tenían hallado: pues nos consta que
todo esto se ordena para la devoción, y que las palabras devo-
tas tanto tienen de más ó menos provecho cuanto más ó me-
nos sirven para este propósito.
Verdad es que esto no se entiende en las oraciones públicas,
que se ordenaron para edificación del pueblo, ni en aquéllas á
220 CLIA DE PECADORES
que el hombre está obligado per razón de voto ó de otro vínculo
semejante, sino en las que el hombre toma por su voluntad para
despertar con ellas su devoción.
De ¡a tercera ?nanera de orar
§. ni-
|ay aun otra manera de orar algo diferente de la pasada, que
es no con palabras escritas ó decoradas, sino con aquellas
que nos enseña la devoción, ó la tribulación, ó el Espíritu Sancto,
que nos hacen pedir con gemidos que no se pueden explicar. Tal
fué la oración que hizo Moisén á Dios cuando pecó el pueblo, y
la de Ezequías cuando lo cercó Senaquerib, y la de Josafat cuan-
do vinieron sobre él los moabitas y amonitas, y la de Mardoqueo
cuando lo perseguía Amón, y la de Ester y de Judit y de Tobías
y de todos los sanctos y sanctas del viejo Testamento, y así tam-
bién las de todos aquéllos que en el nuevo con viva fe pedían al
Salvador remedio de sus necesidades, no con palabras compues-
tas ó decoradas, sino con aquellas que el Espíritu Sancto y su
tribulación les enseñaba.
Entre esta manera de oración y la pasada ninguna diferen-
cia esencial hay ni puede haber: porque la una es oración, y la
otra oración: la una acto de religión, y la otra también. Y por
eso, así como dar limosna Pedro y dar limosna Juan no difieren
esencialmente, porque ambas son obras de una misma especie,
así el orar de aquella manera ó désta, tampoco difieren esen-
cialmente, pues ambos son actos de una misma especie, que es
(como dije) religión. Solamente podrá aquí entrevenir alguna di-
ferencia accidental por parte de las circunstancias con que se pue-
de hacer esta ó aquella oración: porque siendo verdad que la de-
voción y espíritu con que oramos es como ánima de la oración,
tanto una oración será más excelente que otra, cuanto se hiciere
con mayor espíritu y dex'oción. Por donde si el que reza por unas
cuentas ó por un libro, ora con mayor espíritu y devoción que
el otro, ésa será mejor oración. Y si esto tuviere el que ora con
las palabras que su devoción y tribulación le hacen decir, ésa
oración será mejor.
LIBRO III. CAPÍTULO II. 22 I
Lo común es que los que desta postrer manera oran, suelen
orar con mayor fervor y atención: porque la misma tribulación
que los fatiga, es como pólvora que lleva sus oraciones al cielo y
les hace clamar á Dios de todo su corazón, de quien sólo espe-
ran su remedio. Porque así como el sermón decorado (como uno
que se predica en latín) comúnmente no se dice con tanto fer-
vor como aquel que va más profundamente considerado que de-
corado, así también ordinariamente suele acaescer en la oración
que se dice de coro, ó en la que se dice dictándola y ordenándo-
la el corazón, aunque algunas veces puede acaescer lo contrario.
Y orar de esta manera es muy gran parte para ser oído, según
aquello del psalmo que dice: Clamé con todo mi corazón, óye-
me. Señor. Y aquello del mismo profeta: El deseo de los pobres
oyó Dios: esto es, la oración que se hace con espíritu: porque no
es otra cosa orar en espíritu, sino pedir con entrañables sospiros
y deseos del corazón, como ya dijimos. Tal fué la oración de
Ana, madre de Samuel, que viéndose aco?ada de su competidora,
hizo oración á Dios con grande ansia de su corazón, de donde le
vino que con la fuerza y embebecimiento del espíritu hacía tales
gestos por defuera, que el sacerdote Helí creyó que estaba beo-
da: mas no era cierto del vino que él pensaba, sino del vino de
la devoción que se había exprimido en el lagar de su ánima con
husillo de la tribulación.
Tiene también otra cosa esta manera de orar, que suele cau -
sar menos hastío en el que ora. Porque aunque á los varones es-
pirituales y perfectos nunca les dé en rostro ninguna oración escri-
ta, por muchas veces que la repitan (porque siempre hallan en ella
nuevo gusto) mas á los flacos y defectuosos muchas veces acaesce
lo contrario, después que tienen muchas veces trillada y repetida
una oración ó un psalmo. De donde nasce que mayor gusto to-
man en cualquier lectura y oración las primeras veces que la leen ,
que después de haberla pasado muchas veces. Y este hastío no
menos se debe temer en las cosas espirituales que en las corpo-
rales: pues en ambos casos retrae á los hombres del remedio que
les ha de venir por vía de mantenimiento espiritual ó corporal.
Lo cual no ha tanto lugar en estotra manera de oración: porque
cuando no tiene el hombre palabras señaladas para orar, ora con
aquellas que le enseña la devoción, ó la tribulación, ó la disposi-
ción que de presente tiene: y como estas cosas sean cada día y.
222 GUIA DE PECADORES
cada hora de su manera, así son di\'ersísimas las palabras y las
sentencias y afectos con que el hombre ora, y así hay menos
ocasión para tener este hastío. De donde nasce que cuando el áni-
ma está muy devota y muy enamorada de Dios, sabe decir cosas
tan excelentes, que Tulio con toda su elocuencia no acertaría á
las decir tales.
También es de notar que á esta manera de oración está ane-
ja la meditación y consideración de las cosas espirituales, á la
cual el uso tiene puesto nombre de oración mental: porque por
ella se levanta la mente á Dios. Y esta manera de consideración
no se puede negar sino que sea de inestimable provecho, como
arriba tocamos, alegando para esto los libros de la Considera-
ción de S. Bernardo. Porque así como la especulación y estu-
dio de las sciencias humanas es un muy principal medio para al-
canzar la sabiduría humana, así la consideración de las cosas di-
vinas es un muy principal medio para alcanzar la verdadera y su-
ma sabiduría, en la cual consiste todo nuestro bien.
De aquí se sigue también otro provecho, que es la digestión
y sentimiento de las cosas espirituales. Porque el que reza por sus
horas ó por sus cuentas, pasa por las cosas más ligeramente, has-
ta llegar al término de su oración y dar cabo á sus devociones
ordinarias: mas el que considera no tiene cuenta con esto, sino
con estarse en una palabra de la Escriptura ó en un misterio de la
vida de Cristo todo el tiempo que halla que rumiar en ella, que
á veces acaesce durar por grande espacio, como se lee de S. Fran-
cisco, que toda una noche entera se estuvo repitiendo estas dos
palabras: Dios mío, conózcate á tí, y conózcame á mí. Y consta -
nos claro que mucho más aprovecha un misterio desta manera
considerado, que muchos y muy grandes misterios pasados apre-
suradamente y de corrida. Y esto que por una parte es tan pro-
vechoso, por otra es tan deleitable, que después que el ánima
está embebecida y suspensa en algún paso destos, á palos no la
podrán echar de allí, ni hacer pensar en otra cosa sin mucho tra-
bajo y desgusto suyo: porque la fuerza del deleite la llama y arre-
bata en pos de sí.
Bien es verdad que también el que reza por un Ubro podría
hacer esto mismo, si todas las veces que llegase á un paso dulce
y devoto, hiciese aUí una estación y se pusiese á considerar des-
pacio lo que allí el Espíritu Sancto le diese á entender: y así hay
LIBRO III. CAPÍTULO IL 223
algunas personas que se están una hora rezando la oración del
Paternóster, ó el símbolo de la fe (que es el Credo) deteniéndose
en la consideración de los misterios que allí se contienen,con gran-
de gusto y provecho. Y esta manera de rezar (demás de ser muy
fácil á todo género de personas) es de grande provecho, y es la
misma que aquí enseñamos y encarecemos, que es la que tiene
aneja á sí la consideración.
Y porque unos se aplican más á una manera de orar, y otros
á otra, y unos sienten más provecho en una, y otros en otra, por
eso me pareció sería cosa conveniente tratar aquí de entrambas:
para que los que no están aun dispuestos y hábiles para la consi-
deración (que requiere, como dijimos, mayor inteligencia de las
cosas espirituales) ni tienen aun la lengua que S. Bernardo dice
de la devoción, para hablar con Dios y alegar de su derecho,
tengan aquí sus oraciones escriptas por donde puedan guiar su
espíritu, y despertar sus afectos, y significar sus peticiones á Dios:
para que después de ejercitados en esto, y ganada alguna devo-
ción, pasen á la segunda parte, que trata de la consideración,
donde ya el hombre no habla por boca ajena, sino bebe (como
dicen) por su pico, y sabe hablar y negociar con Dios. Desta ma-
nera será más fácil de entrar en este camino de la oración, co-
menzando por lo más fácil, y procediendo por ahí á lo más di-
ficultoso.
SUMA DE TODAS LAS ORACIONES
CONTENIDAS EN ESTA PRIMERA PARTE
ARA dar materia competente á esta primera manera
„„ ^ ,,, de orar, señalaré primero aquí cuatro maneras de
tjÑ^^ oraciones que el siervo de Dios debe hacer cada
día. La primera, para repentirse de sus pecados y pedir al
Señor perdón dellos. La segunda, para darle gracia por los
beneficios recebidos. La tercera, para ofrecer ante el acata-
miento divino los méritos y trabajos de Cristo. La cuarta, para
pedir al Señor por estos merecimientos remedio para todas
nuestras necesidades y miserias, y también para las de nuestros
prójimos y de toda su Iglesia.
Después de esto se pondrán tres muy devotas oraciones á la
Virgen nuestra Señora, abogada y madre nuestra: de las cuales
se podrá un día rezar una, y otro otra, para que con la variedad
de las oraciones se renueve y despierte algún tanto la devoción.
Y para los sábados especialmente (que es día diputado á la ve-
neración de esta sacratísima Virgen) pondremos otra oración, en
la cual se condene una breve conmemoración de todos los pa-
sos principales de su vida sanctísima.
Y después de todo esto pondremos siete oraciones, las cua-
les podrá cada uno repartir por los días de la semana, cada día
la suya: en las cuales se tratan todos los principales misterios de
la vida de nuestro Salvador, dende el misterio de su encarnación
hasta la venida del Espíritu Sancto, pidiendo en cada misterio
déstos alguna petición conforme á lo que se trata en él.
ORACIÓN PRIMERA
PARA PEDIR AL SeÑOR PERDÓN DE LOS PECADOS
^H Padre todopoderoso, todo piadoso y misericordioso, yo
miserable pecador, con cuanta humildad puedo y con en-
tera confianza de tu infinita bondad y misericordia, derribado
LIBRO III. CAPÍTULO II. 22 5
ante tus pies, confieso húmilmente mis grandes y graves peca-
dos, con los cuales hasta agora ofendí á ti mi benignísimo Pa-
dre. Confieso también mi muy grande desagradecimiento á tus
infinitos beneficios: que es, á tanto amor y benignidad como
comigo usaste, esperándome tanto tiempo á penitencia y no cas-
tigándome, ni echándome en los infiernos, donde merescía estar
por mis malicias, sino antes muchas veces provocándome y con-
vidándome con tu gracia. ¡Oh, cuántas veces. Señor mío, llamas-
te á las puertas de mi ánima con muchas inspiraciones! ¡Cuán-
tas veces me provocaste con beneficios! ¡Cuántas me halagaste
con regalos! ¡Cuántas me apretaste con afliciones! Pero con to-
das ellas te despedí de mí, y siempre te volví las espaldas, sos-
teniéndome tú todavía con inefable paciencia. ¡Oh cuan justa-
mente me pudieras echar en el abismo del infierno, y por tu sola
clemencia detuviste el ímpeto y furor de la ira que yo tenía
merecida! Maravilla es por cierto, oh Padre dulcísimo, cómo mi
corazón no revienta de dolor, cuando tales cosas considero. Ver-
daderamente ni el mismo infierno tiene tantos tormentos cuan-
tos merece la culpa de mis pecados. Indigno soy de llamarme
tu criatura, y de que la tierra me sustente y me dé fructos con
que viva. Maravilla es. Señor, cómo no han tomado venganza
todas las criaturas y todos los elementos de las injurias y des-
acatos que he hecho contra ti con mis continuas maldades. Pero
ya. Padre misericordioso, ten misericordia de mí, y vuelve á mí
desconsolado y miserable pecador los ojos de tu divina clemencia.
Ábreme las entrañas de tu piedad y recíbeme graciosamente
en ellas. Perdóname porque tanto dilaté convertirme á ti. Descú-
breme ese benignísimo pecho de padre, y dame el mantenimien-
to y sustentación que sueles dar á tus hijos. Suplicóte, Señor,
obres agora en mí prestamente aquello para que tanto tiempo me
esperaste, y para lo que eternalmente me tienes determinado. ¡ Ay
de mí, miserable pecador, que desamparé un Padre tan benigno
y tan poderoso, que nunca comigo mostró sino amor, sino be-
neficios, sino gracia y fidelidad! ¡Ay de mí, porque te negué el
corazón en que habías acordado fundar tu templo y morada, y le
ensucié con mucha basura, y le hice vaso de maldad y cueva de
los espíritus malignos! Claramente, Señor, confieso que soy el
más vicioso de cuantos viciosos el mundo tiene: mas con todo
esto confío en tu inmensa bondad. Porque dado que mis peca-
OBRAS DE GRANADA, X— ij
226 GUIA DE PECADORES
dos no tengan cuento, tampoco lo tiene la muchedumbre de tus
misericordias. Oh Padre amantísimo, si tú quieres, sin dubda
puedes alimpiarme. Sáname, Señor, y seré sano: pues claramen-
te confieso que pequé contra ti. Acuérdate de la palabra de tan-
ta consolación que pronunciaste por uno de tus profetas, dicien-
do: Tú fornicaste con muchos enamorados: pero vuélvete á mí,
que yo te recebiré. Por lo cual, Padre piadoso, confiado en esta
promesa, y de todo corazón, me vuelvo á ti, como si comigo
solo hubieras hablado, y á mí solo quisieras llamar con voz tan
amorosa. Porque yo so}^ aquella sucia y desleal ánima, aquel
hijo pródigo y desperdiciado que desdichadamente me enajené
de ti. Padre de las lumbres, de quien todos los bienes descienden,
y como oveja modorra me perdí de tu rebaño y me alejé de tu
cabana, perdiendo y destruyendo tan largas mercedes cuantas
con infinita liberalidad me habías concedido. Déjete, fuente de
aguas vivas, y cavé para mi beber pozos salobres de amargas
consolaciones que súbitamente se agotan: es cierto que todos los
temporales y carnales deleites más presto que humo desapare-
cen. Déjete, pan de vida, y comí las bellotas desechadas y ho-
lladas de los puercos, siguiendo mis aficiones viciosas y mis ape-
titos bestiales. Desampárete, sumo y perfectísimo bien, y fuíme
tras los terrenos y perecederos bienes, y con ellos perecí. Porque
desnudo, pobre, miserable y sucio fui hecho, y en el estiércol de
mis vicios me podrí. Mas agora. Padre mío, suplicóte quieras ol-
vidarte de la afrenta y deservicios que te hice, no por la peniten-
cia que yo tengo hecha, sino por la que por ellos hizo tu uni-
génito Hijo.
Y tú, oh dulcísimo Hijo, Salvador y Señor mío Jesucristo, ten
misericordia de mí. En tu di\dna clemencia, y en tu benigna gra-
cia, y en las sacratísimas llagas que por mí recebiste, descargo
todas mis maldades, todo mi desagradecimiento, mi deshonesti-
dad, mi ira, mi soberbia, mi avaricia, mi desobediencia, mis sol-
turas, mis desvergüenzas, mis atrevimientos, con todos los otros
males míos. Y ruégote, Dios mío, que todos los quieras deshacer
con tu preciosa sangre, de tal manera que ninguna memoria que-
de dellas. Oh amable Jesú, único consuelo mío, vesme aquí, v^en-
go á ti con toda afición y deseo de te amar y de huir todo
aquello que me pueda apartar de tu amor. Tú eres toda mi espe-
ranza y toda mi consolación y mi amparo. Cuanto me turban y
LIBRO lir. CAPÍTULO IL 22;
enflaquecen mis pecados, tanto me alegra y esfuerza tu inmensa
bondad y los merecimientos de tu pasión. Porque todo cuanto
yo por mi culpa hice, por tu muerte cruel fué deshecho: y todo
cuanto á mí falta, sobra al valor de tu sacratísima encarnación
y pasión, Y dado que mis pecados sean grandes y inumerables,
pero muy pequeños y pocos son, comparados á tu infinita mise-
ricordia. Por lo cual confio de tu bondad que no dejarás perecer
á quien criaste á tu imagen y semejanza, y por quien te heciste
consorte de nuestra misma naturaleza, nuestra carne y nuestra
sangre. Finalmente espero que no seré de ti condenado, pues
con tanto trabajo y por tan caro precio me rederaiste. Tú que
vives y reinas &c.
SEGUNDA ORACIÓN
PARA DAR AL SeÑOR GRACIAS POR LOS BENEFICIOS RECEBIDOS
GRACIAS te doy, dulce Jesú, porque me heciste y criaste á
Is tu imagen y semejanza, y por este cuerpo que me diste
con todos sus sentidos, y esta ánima con todas sus potencias, para
que con ellas te conociese y amase. Dame, Señor, gracia para
que de tal manera sirva yo á ti mi Criador y Padre celestial, que
muertas todas mis pasiones y viciosas aficiones, vaelva á refor-
mar en mí esta imagen que tú criaste, y á ser semejante á ti por
inocencia de vida.
Gracias te doy por el beneficio de la conservación: porque tú
mismo que me criaste, me estás siempre conservando en este
ser que me diste, y porque para esta misma conservación criaste
cuantas cosas hay en este mundo: el cielo, la tierra, la mar, el sol,
la luna, las estrellas, los animales, los peces, las aves, los árboles,
y finalmente, todas las otras criaturas, de las cuales unas heciste
para mantenerme, otras para curarme, otras para recrearme, otras
para enseñarme y otras también para castigarme. Suplicóte, Se-
ñor, me concedas que sepa yo usar como debo de tus criaturas
y aprovecharme dellas para lo que tú las criaste: esto es, para
que por ellas venga yo en conoscimiento de ti mi verdadero Dios
y Señor, y por ellas se encienda mi espíritu y arrebate en admi-
ración y amor de tu sancto nombre.
228 GUIA DE PECADORES
Gracias te doy, dulce Jesú, por el beneficio de la redempción:
que es, por aquella incomprehensible bondad y misericordia que
comigo usaste, y por aquella profundísima humildad y ardentí-
sima caridad con que me amaste y trabajaste á sufrir por mí tan-
tas y tan grandes fatigas. Gracias te doy por todos los pasos y
trabajos de tu vida sanctísima y de tu afligida y deshonrada muer-
te. Gracias te doy por la humildad de la encarnación, por la po-
breza del nacimiento, por la sangre de la circuncisión, por el des-
tierro de Egipto, por el ayuno del desierto, por las vigilias de las
oraciones, por el cansancio de los caminos, por el discurso de las
predicaciones, por el trabajo de las persecuciones, por las calum-
nias de tus adversarios y por la pobreza y humildad de toda tu
vida sanctísima. Gracias te doy por todas las fatigas y deshonras
que por mi causa padeciste en tu afligidísima y deshonradísima
muerte. Gracias te doy por la oración del Huerto, por el sudor
de sangre, por la prisión, por las bofetadas, por las blasfemias,
por los azotes, por la corona de espinas, por la vestidura de púr-
pura, por los escarnios, por los vituperios, por la sentencia del
juez, por la hiél y vinagre, por los clavos, por la muerte, por la
sepultura y por la cruz, y demás desto por tu gloriosa resurre-
ción y ascensión y venida del Espíritu Sancto: pues todos estos
pasos y misterios ordenaste para mi salud.
Gracias te doy, dulce Jesú, que dende el nacimiento y princi-
pio de mi vida me recibiste en el gremio de tu Iglesia, y me
criaste en la fe católica, y me heciste cristiano, y sustentaste y con-
servaste mi ánima y mi cuerpo hasta el día presente. Plega á tu
piedad que tú solo seas manjar sabroso de mi corazón, y de ti
solo, fuente de vida, tenga siempre sed mi ánima, hasta que aca-
bado el curso desta peregrinación goce en tu bienaventuranza
de aquel abundantísimo río de deleites que corre de ti, fuente
de vida.
Gracias te doy, dulce Jesú, que hasta agora me has guardado
y librado de muchos y grandes peligros así de cuerpo como de
ánima, meresciendo yo por mis grandes y continuas maldades
ser muchas veces de ti desamparado. Alumbra, Señor, mi cora-
zón con la luz de tu gracia, para que conociendo enteramente la
grandeza de esta piedad y de mi desagradescimiento, llore siem-
pre mis pecados, y trabaje de aquí adelante por agradar á ti,
único Señor y Salvador mío.
LIBR(3 III. CAPÍTULO II. 229
Gracias te doy, dulce Jesú, porque estando yo durmiendo en
el sucísimo muladar de mis vicios, viviendo torpísimamente, me
sufriste tanto tiempo con tanta paciencia y me esperaste á peni-
tencia. Concédeme, Señor, que con verdadera y viva contrición
y con buenas obras lave las heces de mis pecados pasados, y de
aquí adelante con limpieza de corazón te ame con ardentísimo
amor.
Gracias te doy, dulce Jesú, que caminando yo por el camino
de la perdición, y estando ya en medio de las gargantas del in-
fierno, no consentiste que pereciese: mas otra vez me trajiste al
camino de la vida, no oyéndote yo, sino huyendo de ti, y resis-
tiendo á tus sanctas inspiraciones. Concédeme que de aquí ade-
lante te siga con humilde afición, y con toda presteza y obedien-
cia abrace tus sanctas inspiraciones, y despida de mi corazón el
amor de todas las cosas visibles, para que todo entero se emplee
en ti, sin nunca jamás de ti se apartar.
Gracias te doy, dulce Jesú, porque has gobernado y defen-
dido á mí vilísimo pecador, y de tal manera has mirado con los
ojos de tu misericordia (y aun todavía pecando yo, tan benigna-
mente me sostienes y tan continuamente me visitas y recreas)
como si olvidado de todos los otros hombres, de mí solo tuvie-
ses cuidado. Haz, Señor, que yo también ardentísimamente te
ame, y todas las cosas perecederas por ti desampare, en ti solo
piense y con ánimo promptísimo siga y cumpla siempre tu vo-
luntad.
Gracias te doy, Señor, sobre todos estos beneficios, porque
me redemistecon tantos trabajos, porque ordenaste para mi reme-
dio tales y tan maravillosos sacramentos, porque me visitas con
tantas inspiraciones, porque me has preservado de tantos males,
y por otros muchos particulares y secretos beneficios que me
has hecho, y por la bienaventuranza de la gloria que me tienes
aparejada, si yo por mi grande culpa no me hiciere indigno de
ella. Dame, Señor, que de tal manera use yo destos beneficios,
que no me sean ocasión de soberbia y negligencia, sino de mayor
humildad, agradescimiento y deseos de tu servicio.
230 GUIA DE PECADORES
TERCERA ORACIÓN
en la cual ofrece el hombre los trabajos y méritos de
Cristo nuestro Salvador al Padre
UÉ daré yo al Señor por todo lo que Él me ha dado? (¡Con
qué le serviré tantos beneficios? ,iOué le ofreceré portan-
tas misericordias? ¡Oh cuan mal he respondido á tan largo y tan
piadoso bienhechor! Porque siempre fui desagradescido á tus be-
neficios, siempre puse impidimento á tus inspiraciones, añadien-
do culpas á culpas y pecados á pecados. Confieso que no merez-
co nombre de hijo: mas todavía te reconozco por Padre. Porque
tú eres verdaderamente mi Padre y toda mi confianza, tú eres
fuente de misericordia que no desechas á los sucios que corren
á ti, sino antes los lavas y recreas. Pues ves aquí, oh suave so-
corro mío, cómo yo el más pobre de todas las criaturas vengo á
ti sin traer cosa comigo más que la carga de mis pecados. Hú-
milmente me derribo á los pies de tu piedad, húmilmente pido á
tu misericordia: perdóname, esperanza mía certísima, y sálvame
por tu infinita bondad.
Dulce Jesú, yo en remisión de todos mis pecados te ofrezco
aquella espantable caridad por la cual tú. Dios de infinita majes-
tad, no te desdeñaste hacer hombre por nosotros y vivir en este
mundo treinta y tres años con muchos trabajos, tristezas, perse-
cuciones, contradiciones, cansancios y fatigas. Ofrézcote aquella
congoja mortal, aquel sudor de sangre, aquella agonía que oran-
do en el huerto al Padre, hincadas las rodillas, tu piadoso corazón
afligía. Ofrézcote aquel ardiente deseo que de padecer tenías,
cuando tan de voluntad te entregaste á tus enemigos y te ofre-
ciste por nosotros en sacrificio. Ofrézcote las prisiones, los azo-
tes, los denuestos, las injurias, las blasfemias, las bofetadas, los
pescozones, las salivas de las torpes bocas de tus enemigos, con
todos los otros linajes de tormentos que en la casa de Anas y
Caifas toda aquella noche dolorosa por nuestra causa padeciste.
Todas estas cosas te ofrezco, rogando á tu piedad sin medida que
por estos merecimientos perdones mis pecados, purifiques mi áni-
ma y la lleves á la vida eterna.
LIBRO III. CAPITULO II. 23 1
Ofrézcote también aquella inefable humildad y paciencia que
tuviste cuando te coronaban con espinas, y para mayor escarnio
te vistieron una ropa colorada, y burlando te saludaban, y escu-
pían, y herían con la caña que en la mano tenías. Ofrézcote aquel
cansancio doloroso de tu sacratísimo cuerpo, aquellos tan cansa-
dos pasos de tus pies y aquella tan pesada carga de la cruz que
llevabas en tus hombros. Ofrézcote aquel sudor y sed que en la
cruz padeciste, con otras muchas penas que con mansísimo y
prontísimo corazón sufriste. Todo esto te ofrezco, con las gracias
que yo te puedo dar, rogando á tu piedad inmensa que por es-
tos merecimientos perdones mis pecados, purifiques mi ánima y
la lleves á la vida eterna.
Dulce Jesú, por todas mis maldades te ofrezco los crudelísi-
mos dolores que sufriste cuando quitándote la vestidura, que
estaba pegada á las espaldas, se renovaron las llagas de tus azo-
tes, cuando se enclavaron tus pies y manos en el sancto madero,
cuando se descojuntaban tus miembros, cuando tu preciosa san-
gre (como arroyo de sus fuentes) corría de tus heridas. Ofrézcote
cada gota de esa sangre preciosa, ofrézcote aquella benignidad
y mansedumbre con que sufriste la contradición y vituperios de
aquellos malvados que meneando sus cabezas te escarnecían,
excusándolos tú benignamente y rogando al Padre por ellos. Todo
esto te ofrezco junto con las gracias que yo te puedo dar, para
que por estos merescimientos perdones mis pecados, purifiques
mi ánima y la lleves á la vida eterna.
Dulce Jesú, por todas mis liviandades y negligencias te ofrez-
co aquellos incomprehensibles tormentos que sufriste cuando de-
jado de todas partes á la fuerza de las angustias y desamparado
de todo consuelo, miserablemente estabas colgado en la cruz en-
tre dos ladrones. Ofrézcote la gran sed que allí padeciste, y aque-
lla piedad y reverencia con que inclinada la cabeza al Padre le
encomendaste tu espíritu. Ofrézcote aquella piadosa y saludable
sangre que de tu costado herido y alanceado salió en tanta abun-
dancia. Esto te ofrezco junto con las gracias que yo te puedo dar,
suplicándote por estos merescimientos perdones mis pecados,
purifiques mi ánima y la lleves á la vida eterna. Tú que vives y
reinas en los siglos de los siglos. Amén.
232 GUIA DE PECADORES
CUARTA ORACIÓN
Á Dios y á todos los sanctos para pedir todo lo que es
NECESARIO ASÍ PARA NOS COMO PARA NUESTROS PRÓJIMOS.
ADRE benignísimo, Padre piadoso y misericordioso, habe
misericordia de raí. Yo por todos mis pecados y por los de
todo el mundo te ofrezco la vida, la pasión y la muerte de tu
unigénito Hijo. Ofrézcote cuanto en este mundo hizo y padeció
por nuestra causa. Ofrézcote todos sus trabajos, ayunos, cansan-
cios, vigilias y oraciones. Ofrézcote sus lágrimas, su doctrina, su
humildad, su mansedumbre, su caridad, su paciencia con todas
sus virtudes. Ofrézcote su sanctísimo corazón hecho un panal de
miel por la grandeza de su amor. Ofrézcote los merecimientos
de su dulcísima madre y de todos los sanctos, para que por to-
dos ellos me perdones y hayas misericordia de mí. A tí sea glo-
ria en los siglos de los siglos. Amén.
Piadoso Jesú, Redemptor y Señor mío, habe misericordia de
mí. Gracias te doy por la infinita muchedumbre de tus misericor-
dias. Gracias te doy por las mercedes sin cuento que á mí indig-
no has hecho y cada día haces. Gracias te doy por tu sacratísima
encarnación, por tu limpiísimo nascimiento, por tu perfectísima
conversación, por tu crudelísima pasión, por el derramamiento de
tu bendita sangre y por tu tan afrentosa muerte. Ruégote, pia-
doso Señor, me quieras hacer particionero de todos tus mere-
cimientos, para que encorporado en ti y hecho una cosa contigo
por amor y imitación de tu vida sanctísima, merezca yo gozar de
ti como el sarmiento de la vid: pues tú eres verdadera \'id y vida
de todos tus fieles. Á ti sea loor y imperio en los siglos de los
siglos.
' Espíritu Sancto consolador mío, ayúdame, Señor. A ti enco-
miendo mi ánima, y mi cuerpo, y todas mis cosas. En tus manos
dejo el proceso y fin de mi vida. Dame que acabe yo en tu ser-
vicio haciendo verdadera penitencia de mis pecados y doliéndo-
me gravemente de ellos antes que parta deste cuerpo mortal. Yo
ciego y enfermo, mientra en este mundo vivo, fácilmente cayo
en el lazo de mis aficiones, fácilmente yerro, fácilmente soy en-
tiBRO IIT. CAPÍTULO II. 2 33
ganado y escarnecido. Por esto me entrego á ti y me pongo de-
bajo de tu amparo. Defiende, Señor, á este pobre siervo tuyo de
todos los males. Enseña y alumbra mi entendimiento, gobierna
mi ánima, rige mi cuerpo, fortalece mi espíritu contra la desor-
denada flaqueza de mi corazón y contra los demasiados escrú-
pulos de mi consciencia. Dame cierta fe, firme esperanza, pura y
perfecta caridad. Dame que con suavidad te ame, que mis entra-
ñas se aficionen á ti, y que en todo lugar y tiempo cumpla yo
tu sancta voluntad. A ti sea bendición y hacimiento de gracias en
los siglos de los siglos. Amén.
Adoro, reverencio, glorifico á ti, Sancta Trinidad, Dios to-
dopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Sancto. Ante tu divina ma-
jestad del todo me derribo, y á tu sandísima voluntad irrevoca-
blemente me entrego. Señor, aparta de mí y de todos los fieles
todo lo que te desagrada, y concédenos todo aquello que con-
tenta á tus beatísimos ojos, y haz que seamos tales cuales quie-
res que seamos. Encomiéndote toda esta nuestra compañía, to-
das las cosas deste lugar, todos sus negocios espirituales y
temporales. Encomiéndote á mis padres, hermanos, parientes,
bienhechores, amigos, familiares, y á todos aquéllos por quien
debo rogarte, y á todos los que pidieron ó piden mis oraciones.
Encomiéndote á toda tu Iglesia: haz que todos, Señor, te sirvan,
todos te conozcan, todos te amen, y se amen entre sí. A los erra-
dos vuelve al camino, apaga las herejías, y convierte á la fe á to-
dos los que aun no tienen conoscimiento de tu sancto nombre. Da-
nos paz y consérvanos en ella, así como tú lo quieres y á nos-
otros conviene. Recrea y consuela á todos los que viven en tris-
tezas, tentaciones, desastres y aflicciones espirituales ó corporales.
Finalmente debajo de tu fiel amparo encomiendo todas tus cria-
turas, para que á los vivos concedas gracia, y á los muertos eter-
no descanso.
Saludóte, resplandeciente lirio de la hermosa y sosegada pri-
mavera, Virgen sacratísima María. Saludóte, olorosísima violeta de
suavidad divina. Saludóte, fresquísima rosa de celestiales delei-
tes, de quien quiso nacer y mamar leche el Rey de los cielos Je-
sucristo, resplandor de la gloria del Padre y figura de su sustan-
cia. Alcánzame, Señora mía, de la mano de tu Hijo todo aquello
que tú conoces ser necesario para mi ánima. Ayuda, piadosa Ma-
dre, á mi flaqueza en todas mis tentaciones y necesidades y en
234 GUIA DE PECADORES
la hora de mi muerte, para que por tu favor y socorro merezca
estar seguro y confiado en aquel grande y postrero trabajo.
Oh bienaventurados espíritus angélicos, que con suave me-
lodía á una voz glorificáis un común Señor y gozáis siempre
de sus deleites, habed misericordia de mí. Y principalmente tú,
sancto ángel guardador de mi ánima y de mi cuerpo, á quien es-
pecialmente soy encomendado, ten de mí fiel y diligente cuida-
do. Oh sanctos y sanctas de Dios, que después de navegado el
turbio y tempestuoso piélago deste siglo y salidos deste destie-
rro, llegastes al puerto de la ciudad celestial, sed mis medianeros
y abogados, y rogad al Señor por mí, para que por vuestros me-
recimientos y oraciones sea yo favorescido agora y en la hora
postrera de mi muerte. Amén.
SÍGUESE UNA DEVOTÍSIMA ORACIÓN
PARA PEDIR Á Nuestro Señor su amor
Sv^NCLlNADAS las rodillas de mi corazón, postrado y sumido en
X el abismo de mi vileza, con todo el acatamiento y reveren-
cia que á este vilísimo gusano es posible, me presento. Dios mío,
delante ti, como una de las más pobres y viles criaturas del mun-
do Aquí me pongo ante las corrientes de tu misericordia, ante
las influencias de tu gracia, ante los resplandores del verdade-
ro sol de justicia, que se derraman por toda la tierra y se comu-
nican liberalmente á todos aquéllos que no les cierran las puer-
tas. Aquí me pongo ante ti como una materia prima desnuda de
todas las formas ante aquél que es acto puro, queda ser y virtud
á todas las formas. Aquí se pone ante las manos del sapientísimo
y clementísimo maestro una masa de barro y un tronco nudoso
recién cortado del árbol con su corteza: haz del, clementísimo
Padre, aquello para que tú lo criaste. Criásteme para que te ama-
se: dame gracia para que pueda hacer aquello para que tú me
heciste. Grande atrevimiento es para criatura tan baja pedir un
amor tan alto, y según es grande mi bajeza, otra cosa más hu-
milde quisiera pedir: mas ¿ qué haré, que tú mandas que te ame,
y me criaste para que te amase, y me amenazas si no te amo, y
moriste porque yo te amase, y me mandas que no te pida otra
LIBRO III. CAPÍTULO II. 235
cosa más principalmente que amor, y es tanto lo que deseas que
te ame, que (viendo mi desamor) ordenaste un bocado de ma-
ravillosa virtud para transformar los corazones en tu amor? Oh
Salvador mío, ¿qué soy yo á ti, para que me mandes que te ame,
y que para esto hayas buscado tales y tan admirables invencio-
nes? ¿Qué soy yo á ti sino trabajos, y tormentos, y cruz? ¿Y qué
eres tú á mí sino salud, y descanso, y todos los bienes? Pues si
tú amas á mí, siendo el que soy para contigo, ¿porqué no ama-
ré yo á ti, siendo el que eres para comigo?
Pues confiando. Señor, en todas estas prendas de amor y en
aquel tan gracioso mandamiento con que al fin de la vida tuvis-
te por bien mandarme tan encarescidamente que te amase, por
esta gracia te pido otra gracia, que es darme lo que me mandas
que te dé, pues yo no lo puedo dar sin ti. No merezco yo amar-
te, mas tú mereces ser amado: y por esto no te oso pedir que
tú me ames, sino que mes des licencia para que te ose yo amar.
No huyas. Señor, no huyas: déjate amar de tus criaturas, amor
infinito.
Oh Dios, que esencialmente eres amor, amor increado, amor
infinito, amor sin medida, no sólo amador, sino todo amor, de
quien proceden los amores de todos los serafines y de todas las
criaturas, así como de la lumbre del sol la de todas las estre-
llas, ¿porqué no te amaré yo? ¿Porqué no me quemaré yo en
ese fuego de amor, que abrasa todo el universo?
Oh Dios, que esencialmente eres la misma bondad, por quien
es bueno todo lo que es bueno, de quien se derivan los bienes
de todas las criaturas así como del mar todas las aguas, ante cuya
sobreexcelente bondad no hay cosa en el cielo ni en la tierra que
se pueda llamar buena, ¿ porqué no te amaré yo, pues el objeto
del amor es la bondad ?
Oh Dios, que esencialmente eres la mesma hermosura, de
quien procede toda la hermosura del campo, en quien están
embebidos los mayorazgos de todas las hermosuras criadas así
como en el hombre están las perfecciones de todas las otras cria-
turas inferiores, ¿ porqué no te amaré yo, pues tanto poder tiene
la hermosura para robar los corazones ?
Y si no te amo por lo que tú eres en ti, ¿porqué no te amaré
por lo que eres para mí? El hijo ama á su padre, por del recebir
el ser que tiene. Los miembros aman á su cabeza y se ponen á
236 GUIA DE PECADORES
morir por ella, porque por ella son conservados en su ser. To-
dos los efectos aman á sus causas, porque dellas recibieron el
ser que tienen, y por ellas esperan recibir lo que les falta. Pues
¿qué título déstos falta á ti, Dios mío, porque no te haya yo de
de pagar todos estos derechos y tributos de amor? Tú me diste
el ser que tengo, muy más perfectamente que mis padres me lo
dieron. Tú me conservas en este ser que me diste, mucho mejor
que la cabeza conserva á los miembros. Tú has de acabar lo que
falta desta obra comenzada, hasta llegarla al postrer punto de
de su perfección. Tú eres el padre que me heciste, y la cabeza
que me conservas, y el esposo que das á mi ánima cumplido con-
tentamiento, y el último fin y bienaventuranza para quien den-
de ab aeterno me criaste. Tú eres el hacedor desta casa, el pintor
desta figura hecha á tu imagen y semejanza, que aun está por
acabar. Lo que tiene, de ti lo recibió, y lo que le falta, de ti lo
espera recebir: porque así como nadie le pudo dar Jo que tiene
sino tú, así nadie puede cumplir lo que le falta sino tú. De mane-
ra que lo que tiene, y lo que es, y lo que espera, tuyo es. Pues
¿á quién otro ha de mirar sino á ti? ¿Con quién ha de tener cuen-
ta sino contigo? ¿De cuyos ojos ha de estar colgada sino de los
tuyos? ¿Cuyo ha de ser todo su amor sino de aquél cuyo es
todo su bien? ¿Por ventura (dice Hieremías) olvidarse ha la don-
cella del más hermoso de sus atavíos y de la faja con que se ciñe
los pechos ? Pues si tú. Dios mío, eres todo el ornamento y her-
mosura de mi ánima, si tú eres toda mi gloria y mi esperanza,
¿cómo será posible olvidarme de ti?
Los amores, pues, que deben los hijos á sus padres, y los
miembros á sus cabezas, y las esposas á sus esposos, y los efec-
tos á sus causas, júntalos todos, ánima mía, en uno, y ofrécelos á
este Señor: porque Él solo te es todas las cosas por muy más
excelente manera que ellas te lo pueden ser. Pues ¿qué tengo
yo que ver con el cielo, ni qué tengo que desear sobre la tierra?
Desfallecido ha mi carne y mi corazón. Dios de mi corazón, y
mi sola heredad Dios para siempre. íos, ios de mi casa todas las
criaturas, robadoras y adúlteras de mi Dios, arredraos y alejaos
de mí, que ni vosotras sois para mí, ni yo soy para vosotras. Mis
esclavos sois y servidores, diputados por mi Señor para mi ser-
vicio: no es razón que yo sea adúltera y desleal á tal esposo, y
haga traición con los mismos criados que Él deputó para mí.
LIBRO iir. Capítulo n. ^37
Pues, oh Dios mío y todas las cosas, ^j porqué no te amaré
yo con todos los amores? Tú eres Dios mío verdadero, Padre
mío sancto, Señor mío piadoso, Rey mío grande, amador mío
hermoso, pan mío vivo, sacerdote mío eterno, sacrificio mío lim-
pio, lumbre mía verdadadera, dulcedumbre mía sancta, sabiduría
mía cierta, simplicidad mía pura, heredad mía rica, misericordia
mía grande, redempción mía cumplida, esperanza mía segura, ca-
ridad mía perfecta, vida mía eterna, alegría y bienaventuranza mía
perdurable. Pues si tú, Dios mío, me eres todas estas cosas, ¿por-
qué no te amaré yo con todas mis entrañas y con todo mi co-
razón? Oh alegría y descanso, oh gozo y deleite mío, ensancha
mi corazón en tu amor, porque sepan todas mis ftaerzas y senti-
dos cuan dulce cosa sea resolverse todo y nadar hasta sumirse de-
bajo de las olas de tu amor. Un río de fuego arrebatado y en-
cendido dice el Profeta que vio salir de la cara de Dios: hazme.
Señor, nadar en ese río, ponme en medio de esa corriente para
que me arrebate y lleve en pos de sí donde nunca más pa-
rezca, y donde sea todo consumido y transformado en amor.
¡Oh amor no criado, que siempre ardes y nunca mueres! ¡Oh
amor, que siempre vives y siempre hierves en el pecho divino!
¡ Oh eterno latido del corazón del Padre, que nunca cesas de he-
rir en la cara del Hijo con latidos de infinito amor! Sea yo herido
con ese latido, sea yo encendido en ese fuego, siga yo á ti, mi ama-
do, á lo alto, cante yo á ti canción de amor, y desfallezca mi áni-
ma en tus alabanzas con júbilos de inefable amor. Dulcísimo,
benignísimo, amantísimo, carísimo, suavísimo, preciosísimo, ama-
bilísimo, hermosísimo, piadosísimo, clementísimo, altísimo, diviní-
simo, admirable, inefable, inestimable, incomparable, poderoso,
magnífico, grande, incomprehensible, infinito, inmenso, todo po-
deroso, todo piadoso y todo amoroso, más dulce que la miel, más
blanco que la nieve, más deleitable que todos los deleites, más
suave que todo licor suave, más precioso que el oro y piedras
preciosas: y «jqué digo cuando esto digo? Dios mío, vida mía, úni-
ca esperanza mía, muy grande misericordia mía y dulcedumbre
bienaventurada mía. ¡ OIi todo amable! ¡Oh todo dulce! ¡Oh todo
deleitable! ¡Oh sanctísimo Padre! ¡Oh clementísimo Hijo! ¡Oh
amantísimo Espíritu Sancto! ¿Cuándo en lo mas íntimo de mi
ánima y en lo más secreto della vos. Padre amantísimo, seréis lo
más íntimo, y del todo me poseeréis? ¿Cuándo seré yo todo vues-
238
GUIA DE PECADORES
tro, y vos todo mío? ¿Cuándo, Rey mío, será esto? ¿Cuándo ven-
drá este día? ¡Oh! ¿Cuándo? ¡Oh I ¿Si será? ¿Piensas por ventura
que lo veré? ¡Oh qué gran tardanza! ¡Oh qué penosa dilación!
Date priesa, oh buen Jesú, date priesa: aguija, Señor, aguija, no
te tardes: corre, amado mío, con la ligereza del gamo y de la ca-
bra montes sobre los montes de Betel.
¡Oh Dios mío, esposo de mi ánima, descanso de mi vida, lum-
bre de mis ojos, consuelo de mis trabajos, puerto de mis deseos,
paraíso de mi corazón, centro de mi ánima, prenda de mi gloria,
compañía de mi peregrinación, alegría de mi destierro, medicina
de mis llagas, azote piadoso de mis culpas, maestro de mis igno-
rancias, guía de mis caminos, nido en que mi ánima reposa, puer-
to donde se salva, espejo en que se mira, báculo á quien se arri-
ma, piedra sobre que se funda y tesoro preciosísimo en que se
gloría!
Pues si tú. Señor, me eres todas estas cosas, ¿cómo será po-
sible olvidarme de ti? Si me olvidare yo de ti, sea echada en
olvido mi diestra, pegúeseme la lengua á los paladares, si no me
acordare de ti y si no te pusiere yo, Señor, en la delantera de
todas mis alegrías. No descansaré, oh beatísima Trinidad, no
daré sueño á mis ojos, ni reposo á los días de mi vida, hasta que
halle yo este amor, hasta que halle yo lugar en mi corazón para
el Señor, y morada para el Dios de Jacob, que vive y reina en
los siglos de los siglos. Amén.
SÍGUENSE TRES MUY DEVOTAS ORACIONES
Á NUESTRA Señora
ORACIÓN PRIMERA
j.iOS te salve, excelentísima Señora y después de Dios entre
los sanctos sanctísima María, que con virginidad de madre y
con maternidad de virgen maravillosamente engendraste á Jesu-
cristo, Salvador del mundo. Tú eres graciosísimo templo de Dios,
tú sagrario del Espíritu Sancto, tú recámara gloriosa de la sanc-
tísima Trinidad. Por ti, Señora, vive la redondez de la tierra, con-
LIBRO III. CAPÍTULO II. 239
tígo se recrean los vivos, y con la memoria de tu dulce nombre
se alegran las ánimas de los finados. Inclina, Señora, los oídos de
tu piedad á las oraciones deste tu vil siervo, y con los rayos de tu
sanctidad destierra la escuridad de mis vicios, para que así pueda
yo agradar á tus purísimos y beatísimos ojos.
Dios te salve, benignísima Madre de misericordia. Dios te sal-
ve, reparadora de la gracia y del perdón. ¿Quién no te amará?
¿Quién no te honrará? ¿Quién no se encomendará á tí? Tú eres
en las cosas dubdosas nuestra luz, en las tristezas consuelo, en las
angustias alivio, y en los peligros y tentaciones fiel socorro. Tú
eres, después de tu unigénito Hijo, cierta salud, esperanza nues-
tra. Tú eres la más excelente de las mujeres, la más graciosa y
la más hermosa. Bienaventurados los que te aman y los que por
sanctidad de vida se hacen tus familiares. Á tu piedad encomien-
do. Señora, mi ánima y mi cuerpo: rige, enseña y defiéndeme en
todas las horas y momentos, oh dulce amparo y vida mía.
Dios te salve, magnífica sala y resplandesciente palacio del
Emperador eterno. Tú eres aquella hembra amable, piadosa, pru-
dente, generosa, elegante y digna de ser honrada sobre todas las
criaturas. Tú eres aquella Reina del cielo, que resplandeces como
la mañana que se levanta, hermosa como la luna, escogida como
el sol, y terrible á los demonios como las haces de los reales
bien ordenadas. Dame, Señora, que entre las tempestades desta
vida siempre tenga los ojos en ti, para que despreciadas todas
las cosas visibles, contemple aquellos hermosos deleites y delei-
tables hermosuras de las moradas de la gloria.
Dios te salve, estrella resplandesciente y clarísima lumbrera
María, de quien nació el sol de justicia, Cristo nuestro Salvador.
Tú eres virgen sobre toda hermosura hermosa, tú eres madre so-
bre toda honestidad graciosa, que con benignos ojos miras á los
hijos de la Iglesia doquiera que están por todo el mundo. Tu
dulce nombre recrea los cansados, tu sereno resplandor alumbra
los ciegos, el suave olor de tus virtudes alegra los justos, el
bendito fructo de tu virginal vientre harta los bienaventurados.
Tú, después del Señor, eres la primera que mereces todos los
loores de los ángeles y de los hombres. Ruega por mí. Señora,
para que ayudado con tus ruegos merezca ver al Dios de los
dioses y á ti, Señora de las señoras, en Sión: que es en la gloria
perdurable.
240 GUIA DE PECADORES
Dios te salve, bienaventurada Madre de soberana clemencia
y consolación, por quien descendió al mundo la bendición ce-
lestial y la gracia de la felicidad eterna. De ti tomó carne, y de
tu virginal vientre salió aquel niño Jesú, único autor de nuestra
salud, el más suave, el más hermoso, el más noble de todos los
hijos de los hombres. Tu religiosa memoria consuela los tristes,
tu casta contemplación alegra los sanctos, tu perfecta inocencia
alimpia los pecadores. Todos los hijos de Dios hallan en ti repo-
sado descanso. Alcánzame, Señora, perfecta limpieza de corazón
para que me cuentes en el número de aquéllos que merecen ser
amados de ti y de tu unigénito Hijo.
Dios te salve, María, virgen bellísima, virgen más clara que
el sol, más luciente que las estrellas, más dulce que la miel, más
suave que el bálsamo, más hermosa que las rosas, y más blanca
que el azucena. Tú eres fuente del Paraíso, tú pozo de aguas vi-
vas, tú trono del verdadero Salomón, tú vaso purísimo vacío de
toda amargura y lleno de toda consolación. El Señor te crió vir-
gen sin mancilla, el Señor te escogió por sierva humilde, el Se-
ñor te amó como esposa dignísima. Tú eres gloria del hnaje hu-
mano y singular hermosura y ornamento de todo el universo. No
vuelvas, Señora, los ojos de mí, pecador miserable: mas de sucio
me haz limpio, de pecador justo, de perezoso diligente, y de ti-
bio y seco ferviente y devoto.
Dios te salve, esperanza segura de los que de sí desesperan, y
eficacísima ayudadora de todos los desamparados, á quien tanta
honra hace tu Hijo, que todo cuanto le pides te concede, todo
lo que quisieres se cumple. Tú tienes las llaves del tesoro celes-
tial, tú eres más honrada que los querubines, más alta que los
serafines, y tú gloria y honra del linaje humano. Todas las eda-
des y generaciones te bendicen, y todas las criaturas alaban la
gloria de tu nombre. Ensalzada eres, oh Señora, sobre los coros
de los ángeles, y como á la primavera, te accompañan las flores
y rosas y las frescuras de los valles. Sáname, oh bienaventurada,
y seré sano: sálvame, y seré salvo, y bendecirte he en los siglos
de los siglos por siempre jamás. Amén.
LIBRO III. CAPÍTULO II. 24 1
SEGUNDA ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA
^(•Q.IOS te salve, alegría del cielo y gozo de la tierra, María. Tú
eres aquella serenísima madre de la luz, que amorosamente
alumbras las ánimas de los que te aman. Tú eres aquella dulcí-
sima madre de piedad, que dichosamente llevas á tus fieles sier-
vos á las alegres moradas del cielo. Tú, hermosa como paloma,
subes sobre los ríos de las aguas, cuyos vestidos son de inesti-
mable suavidad. A ti. Señora, levanto mi rostro, á ti miran los
ojos de mi corazón, en ti confía mi ánima: habe misericordia de
mí, porque después de tu unigénito Hijo, en ti está toda mi salud.
Dios te salve, entera y de todo pecado limpia virgen madre
de Dios. Dios te salve, amparo certísimo de todos los que te lla-
man. Tú eres castillo fortísimo, dentro de cuyos muros están se-
guros los que á ti se acojen: tú eres fidelísima defensora de todos
los que te alaban, tú resplandeciente nube que templas el ardor
de nuestros apetitos, tú rocío deleitable que apagas el fuego en-
cendido de nuestras cobdicias, tú llave esmaltada de perlas que
abres las puertas del paraíso, tú flor entre las espinas y rosa de
los valles, que alegras los ojos de todos los que te miran. Toda
eres mansa, toda deleitable, toda resplandeciente y toda benigna.
Socórreme, dulcísima abogada mía, y después de las ondas deste
siglo llévame al puerto de la bienaventuranza perdurable.
Dios te salve, alabanza de los profetas, honra de los apósto-
les, esfuerzo de los mártires, confesores y vírgines. Tú eres pal-
ma hormosísima de justicia, tú nardo olorosísimo de castidad, tú
fresco jardín de celestiales deleites, tú arca del testamento donde
está el maná escondido, tú tierra bendita que llevaste el fructo
del árbol de vida, tú piedra espiritual de donde manaron arro-
yos de agua viva. ¡Oh María, cuan sancta eres tú y cuan malo
yo, cuan humilde lú y cuan soberbio yo, cuan ilustre tú y cuan
escuro yo! ¡Oh Virgen sin mancilla, cuan grande distancia hay
entre tu pureza, mayor que la de ángeles, y mi suciedad, ma-
yor que la de todos los pecadores! Alirapia, Señora, mi corazón
de toda fealdad de pecado: quita de mí todo lo que desagrada
á tus virginales ojos: libra mi ánima de los deseos terrenos, y
levántala al amor de los bienes celestiales para gloria y honra
tuya y de tu unigénito Hijo.
OBRA.S DE GRANADA.. X-iü
¿42 GUIA DÉ PECADORES
Dios te salve, preciosísima margarita y perla singular del li-
naje humano. Toda eres hermosa, oh sacratísima Virgen, y no
hay en ti mácula alguna. Tú eres vaso de escogimiento y alma-
rio riquísimo de todas las gracias. Tú excedes en fe á los patriar-
cas, en sciencia á los profetas, en celo á los apóstoles, en pacien-
cia á los mártires, en templanza á los confesores, en humildad y
inocencia á las vírgines. Tú, adornada de preciosísimas joyas, le-
vantas y suspendes en tu admiración á todos los cortesanos del
cielo. Tú eres clarísimo sol que nunca se eclipsa: dende la tierra
alumbrabas los cielos, y agora dende los cielos alumbras la tie-
rra y deshaces las tinieblas del mundo. No me desprecies, oh es-
peranza mía, sino ayuda y socorre en todas sus necesidades á
este vilísimo pecador.
Dios te salve, virgen sacratísima y entre las mujeres bendi-
tas singularmente dotada de insigne bendición. Tú valle deleito-
so, hermoseado de flores eternas. Tú rosa hermosísima que da
de sí olor de inestimable suavidad. Tú estrella de Jacob resplan-
deciente que aclaras los cielos. Tú vara de Jesé florida, que ale-
gras el mundo. Todos los ángeles se maravillan de tu hermosu-
ra, y todos desean ver tu cara. ¡Oh mujer de toda belleza y
sanctidad! ¡Oh Señora esclarecida, que sobre todos los ángeles
tienes tu asiento ! Atiende, Señora, á mis lágrimas y gemidos: vi-
sita y consuela este siervo inútil con tu gracia, y alcánzale perdón
de sus pecados.
Dios te salve, singular ornamento del cielo y amparo de la
tierra. Dios te salve. Madre mil veces dichosa del Rey eterno. Tú,
Señora, después de tu unigénito Hijo, tienes el imperio de todas
las cosas. A ti todas las edades y todos los linajes de mujeres y
hombres inclinan la cabeza, á tus pies se derriba toda la redon-
dez de la tierra, porque después de la inefable y suma Trinidad
no tiene el palacio del cielo otra cosa más hermosa que tú. Oyen-
do tu nombre, tiemblan los demonios: descubriéndose tu resplan-
dor, huyen las tinieblas, y á tu querer se abren de par en par las
puertas de los cielos. ¡ Oh esperanza de los cristianos, después de
Cristo tu Hijo! ¡Oh Reina de misericordia, dulzura de la vida, á
ti suspiro desterrado en este valle de lágrimas, hijo de Eva! Ayú-
dame, Señora, en mis trabajos, defiéndeme en mis peligros, es-
fuérzame en mis desmayos, y después deste destierro, mués-
trame al bendito fructo de tu vientre Jesucristo: el cual vive y
reina en los siglos de los siglos. Amén,
LIBRO III. CAPÍTULO 11. 243
TERCERA ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA
.IOS te salve, limpísima recámara del Espíritu Sancto y sa-
grado relicario del Verbo divino. Dios te salve, sanctísima
madre y virgen María, que pariste al gozo de los ángeles y á la
salud de los hombres Cristo Jesú, y en su niñez le envolviste en
pañales, le apretaste en tus brazos, le acallaste en tu regazo, le
criaste con la leche de tus pechos, y le regalaste con besos y
abrazos. Ruégote, Señora, por ese misericordioso y virginal pe-
cho y por la diligencia y solícito cuidado con que serviste y pro-
veíste á la niñez de tu unigénito Hijo, que defiendas ante él mi
causa, deshagas mis pecados, y me alcances perdón de todos
ellos. Favoréceme, piadosa gobernadora mía, mientras en este
peligroso mar navego, y principalmente en el término de mi vi-
da, para que guiándome y alumbrándome tú, prósperamente lle-
gue al puerto de la celestial Hierusalén, donde para siempre te
alabe en los siglos de los siglos.
Dios te salve, serenísima y suavísima Madre del Rey y Sal-
vador del mundo, María. Tú eres aquella tórtola castísima, cuya
voz dulcísimamente sonó en los oídos del Todopoderoso. Tú eres
aquella paloma honestísima, cuyo gemido agradó sumamente al
Espíritu Sancto. Oh Virgen graciosa, Virgen de maravillosa her-
mosura, aclara las tinieblas interiores de mi ánima con el rayo de
tu luz, para que quitada la escuridad de mis vicios, pueda yo con-
templar la grandeza de tu hermosura.
Dios te salve, amable doncella y hija escogida de Dios. Oh
Virgen honestísima, oh la más hermosa de todas las mujeres,
muéstrame, yo te suplico, tu hermosa cara, con cuya vista se des-
pierten en mí maravillosas afeciones de castidad. Suene tu dul-
ce voz en mis oídos, por cuyo sonido resucite' mi espíritu de la
muerte del pecado y del sueño de la tibia conversación. Aquel
inefable olor de tu limpieza recree siempre mi corazón, y ocupe
todas mis entrañas, para que olvidado de todas las cosas transito-
rias, siempre sospire por ti.
Dios te salve, amiga de la sanctísima Trinidad. Oh virgen ca-
llada, virgen humilde, virgen graciosa , aclara el centro de mi áni-
ma con el serenísimo resplandor de tu cara, para qu e en ti se de-
leite y alegre. Llévame en pos de ti, y corra yo ligeramente al
244 GUIA DE PECADORES
olor de tus ungüentos. Alegra mi espíritu, oh piadosa virgen,
para que alegremente te sirva, perfectamente con todo mi cora-
zón y con todas mis entrañas te ame. Visita al huérfano que gi-
me, y toca las cuerdas de mi corazón, para que suavemente re-
suenen tus alabanzas.
Dios te salve, hija de Sión mil veces bienaventurada. Dios te
salve, panar de miel celestial. ¡ Oh virgen ante del parto, virgen
en el parto, virgen después del parto ! Oh serenísima reina, mi-
ra á este pobrecillo dende la cumbre de tu gloria. Acércate, Se-
ñora, á la región deste pecador miserable, y visita mi corazón con
tu deseada presencia. Regocíjese contigo mi espíritu, alábente
mis entrañas, y con la fuerza de tu sancto amor se derrita mi
corazón.
Dios te salve, virgen piadosa y suave María. Dios te salve,
puerta de oriente siempre cerrada, por la cual vino á nuestras tie-
rras Aquél más hermoso que todos los hijos de los hombres. Vuel-
ve, oh clarísima, vuelve á mí aquellos blandísimos ojos de tu vir-
ginal rostro, y destierra las tinieblas de mi ceguedad con la cla-
ridad de tu venida. Aparta, Señora, mi ánima de todas las cosas
que están debajo del cielo, y suspéndela en la contemplación pu-
rísima de tu grandeza, haciéndola gustar aquellos dulcísimos li-
cores de la felicidad eterna.
Dios te salve, amadora de la soledad y diligentísima guarda-
dora de la quietud interior. Dios te salve, virgen dotada de ma-
ravillosa honestidad y de inefable sabiduría. Oh virgen es-
cogida, virgen la más hermosa de las hijas de Hierusalén, re-
coje los pensamientos derramados de tu siervo, y haz reposar
en ti mi espíritu derramado y distraído. Tú eres sacratísimo ta-
bernáculo de la Divinidad, tú vergel cercado, donde se cogió
aquella hermosísima y única flor Jesucristo, Salvador de nues-
tras almas.
Dios te salve, violeta de altísima humildad, rosa de caridad y
lirio purísimo de castidad. Dios te salve, generosísima madre del
Criador soberano. Oh virgen suave, llegue hasta mí el olor de
tus perfumes aromáticos, siéntate mi espíritu en la noche, gócen-
se contigo mis entrañas en el día. A ti se aficione suavemente mi
corazón, á ti ame entrañablemente mi ánima, y alegremente se
ocupe en tus alabanzas. Tú eres florido tálamo del Esposo celes-
tial, tú deleitable paraíso de los ángeles, tú recámara de divinos
LIBRO III. CAPITULO 1. 24$
sacramentos, tú madre, tú hija, tú esposa de Dios altísimo, tú eres
y serás siempre mi esperanza y dulce consuelo de mi vida. Amén.
SigtieJise 7111 as siete mvy devotas oraciones, en las cuales breve-
mente se comprenden iodos los principales misterios de la vida
de Cristo: las cuales podrá cada tino repartir por los días de la
semana, rezando cada un día la suya, y procurando de sentir y
considerar atenta y sosegadamente lo que cada uno de estos miste-
rios representa.
ORACIÓN PRIMERA DE LA VIDA DE CRISTO
GRACIAS te doy, dulce Jesú, que por mí tuviste por bien des-
C\¿l/^s cendir de tu casa real y del altísimo seno del Padre á este
valle de miserias, y tomar carne humana en el castísimo vientre
de la sacratísima Virgen tu madre. Ruégote, Señor, quieras apa-
rejar mi corazón para tu morada, y para esto le atavíes y ador-
nes de virtudes para que tú solo perpetuamente le poseas. ¡Oh,
si 3^o fuese tal que mereciese convidarte á él húmilmente, y re-
cebirte en él amorosamente, y tenerte en él perseverantemente !
¡Oh, si con tan fuertes brazos de amor te abrazase, que nunca ja-
más ni con el afición ni con el pensamiento me desviase de ti !
Gracias te do}^, dulce Jesú, que quesiste que la suavísima Vir-
gen, habiéndote concebido, fuese á visitar á Elisabeth su parien-
ta, para que la saludase y sirviese en su preñez. En cuyas limpí-
simas entrañas no te desdeñaste estar escondido por espacio de
nueve meses. Dame gracia de verdadera humildad, y imprímela
en lo más íntimo de mi corazón, para que con ella me halles
siempre aparejado para las cosas de tu servicio. Haz, Señor, que
mi corazón tenga siempre hastío de las cosas mundanas, y esté
siempre hambriento y cobdicioso de tenerte dentro de sí por mo-
rador y poseedor.
Gracias te doy, dulcísimo Jesú, á quien la Virgen sacratísima
parió sin dolor y sin menoscabo de su virginal pureza, y ponién-
dote como á pobre y pasible en un pesebie, humildemente te ado-
ró y reverenció. Plega á tu misericordia que continuamente nas-
cas dentro de mí por nuevo fervor de caridad, y plégate, Señor,
ser de mi corazón único deseo, única suavidad y única esperan-
246 GUIA DE PECADORES
za mía. ] Oh, sí á ti solo buscase, en ti solo pensase y á ti solo ama-
se con ardentísimo amor!
Gracias te doy, dulce Jesú, que no rehusaste, naciendo en el
rigor del frío, ser envuelto en pobres pañales y mamar leche á
los pechos de tu madre, como niño de teta. Dame, Señor, que
sea yo siempre delante de ti verdadero humilde y verdadero po-
bre de espíritu. Dame que por tu nombre sufra de buena gana
cualesquier cosas ásperas y trabajosas, y que ninguna cosa en este
mundo ame fuera de ti, 3^ ninguna quiera poseer sin ti.
Gracias te doy, dulce Jesú, que siendo recién nacido, fuiste
con alegres cantares alabado de los ángeles, á quien los pastores
devotamente buscaron y adoraron con grande admiración y ale-
gría. Concédeme que en tus loores persevere yo alegremente, y
te busque con los pastores diligentemente, y buscado, te halle y
posea perdurablemente.
Gracias te doy, dulce Jesú, que en el día octavo quesiste (se-
gún la general costumbre de los otros niños) ser circuncidado, y
siendo aun ternecico derramar sangre, y para nuestro maravillo-
so consuelo llamarte Jesús. Plégate, Señor, tenerme señalado y
contado en el número de los tuyos, y circuncidar de mi ánima
todos los excesos y demasías: esto es, todas las malas palabras,
obras y pensamientos. Tú, Señor, te llamas Jesús, que quiere de-
cir Salvador: porque á ti solo conviene dar salud. Pídote pues.
Señor, que la memoria de este suavísimo y muy deseado nombre
despida de mí toda desordenada pusilanimidad y flaqueza, y me
dé firme confianza de tu misericordia, y con su virtud me defien-
da de todas las persecuciones y asechanzas del enemigo.
Gracias te doy, dulce Jesú, á quien los Magos, buscándote con
entrañable devoción y fe, hallaron por la guía de una estrella,
y derribados delante ti te ofrecieron oro, encienso y mirra. Con-
cédeme que con estos dichosos varones te busque yo siempre en
el pesebre de mi corazón, y dentro de él te adore en espíritu y
en verdad, y con ellos te presente oro de resplandeciente cari-
dad, encienso de devoción y olorosa mirra de perfecta mortifica-
ción, y finalmente que todas las fuerzas de mi ánima emplee y
ocupe en hacer tu sancta voluntad,
Gracias te doy. Cristo Jesú, que por darnos ejemplo de obe-
diencia y humildad quesiste por nosotros subjectarte á la ley, y
ser llevado al templo en los brazos de tu sanctísima madre, y que
LIBRO in. CAPÍTULO IL ^47
por tí se ofreciese ofrenda de pobres. Donde el justo Simeón y
la profetisa Ana, alegrándose con tu presencia, dieron magnífi-
cos testimonios de tu persona. ¡ Oh, si nunca tocase lo secreto
de mi corazón ni un solo punto de vanagloria! ¡Oh, si de mí se
desterrase mil leguas toda manera de presumpción, y muriese
en mí todo apetito de favor y todo linaje de amor proprio! Con-
cédeme, Señor, que yo huya toda honra de hombres y todo loor
humano, y que á todos los hombres por ti me subjecte, y á todos
obedezca de buena gana.
Gracias te doy, dulce Jesú, niño chiquito, que con tu tierna
madre luego fuiste perseguido, y no te desdeñaste de huir y ser
desterrado en Egipto. Concédeme que en todas las tempestades
de mis persecuciones, en todas mis tribulaciones y tentaciones á
ti solo me acoja, á ti solo busque, á ti solo llame, y cuanto de tu
mano me veniere, alegremente lo reciba, y con manso corazón
lo sufra, dándote siempre gracias por todo lo que de mí hicieres.
Gracias te do}', dulce Jesú, á quien tu piadosa madre (cuan-
do te quedaste en el templo) con grande tristeza anduvo buscan-
do tres días, y después de ellos con suma alegría te halló en me-
dio de los doctores, oyéndolos y preguntándolos sabiamente. \ Oh,
si de tal manera te me dieses, así te me comunicases, que nunca
más de ti me desviases ni desamparases! Sacude, Señor, de mi
corazón toda pereza, destierra del toda tibieza, que á ti es muy
desagradable, y dame perfecta devoción y ardiente sed de tu
justicia, la cual de tal manera posea mi corazón y todo cuanto
está dentro de mí, que nunca jamás me harte ni me canse de ser-
virte. Paternóster. Avemaria.
SEGUNDA ORACIÓN Á JESÚ
/fáí^RAClAS te doy, dulce Jesú, que entrando en el río Jordán,
<^1>Í<> quesiste ser baptizado por la mano de tu siervo. Ten por
bien. Señor, de purificarme en esta vida por tus merecimientos,
y limpiarme de mis vicios, y embriagarme con tu amor y con el
deseo de la patria celestial. Ten por bien, ante que mi alma sal-
ga desta carne, hacerme tal cual tú quieres que sea: para que
partiendo desta peregrinación y destierro, luego me junte con-
tigo donde te vea y goze en aquella bienaventurada gloria que
durará para siempre.
24^ GUIA DE PECADORES
Gracias te doy, dulce Jesú, que morando en el desierto an-
tes de la predicación del Evangelio entre los animales fieros, y
perseverando cuarenta días y cuarenta noches en ayunos, y ve-
lando á la continua en gemidos y oraciones, permitiste ser ten-
tado de Satanás, y después de la victoria fuiste festejado y ser-
vido de ángeles. Dame que con tu gracia castigue yo y subjecte
todas mis aficiones viciosas, y con perseverancia me ocupe en
ayunos, vigilias, oraciones y en todos los otros espirituales ejer-
cicios, y especialmente me concede que con el socorro de tu
gracia sea yo librado del vicio de la gula y de todos los otros
lazos y celadas del enemigo. Ninguna tentación me ensucie, nin-
guna me aparte de ti: mas antes todas ellas me sean ocasión de
acudir siempre á ti y de juntarme y abrazarme contigo.
Gracias te doy, dulce Jesú, que por mí fuiste afligido en este
mundo con muchas penas y necesidades, con frío y con calor,
con sed y con hambre, y con cansancio y sudores. Dame, Señor,
que todas las adversidades reciba yo alegremente, como dadas
de tu mano, y con paciente corazón las sufra por tu honra, y en
cualquier placer ó pesar, y en cualquier desastre ó acaescimien-
to persevere yo en ti sin moverme, procurando siempre que se
haga tu voluntad y no la mía.
Gracias te doy, dulce Jesú, que sufriste muchos trabajos, bus-
cando (como verdadero pastor y salvador del mundo) la con-
versión de las ánimas, desvelándote en oraciones, fatigándote en
caminos, publicando la doctrina celestial, discurriendo de tierra
en tierra, de ciudad en ciudad, de aldea en aldea y de castillo
en castillo. Dame, Señor, gracia para que nunca jamás empere-
ce en las cosas de tu servicio: mas antes esté presto y ligero para
todo lo bueno. Dame que con ardentísima sed codicie la salud
de todos, y (cuanto en mí fuere) la procure, y siempre y en todo
lugar tenga celo de tu honra, y en ella me emplee todo.
Gracias te doy, dulce Jesú, que conversando con los hombres
quesiste benignísimamente consolarlos, y con muchos milagros
curar misericordiosamente sus enfermedades. Dame corazón lleno
de afición piadosa con todos, y de sancta compasión, para que
me compadezca de las afliciones de todos, y sienta las miserias
ajenas como las mías proprias, y sufra con igual corazón las im-
perfecciones de todos, y socorra alegremente cuanto pudiere á
sus necesidades. Limpia, Señor, y sana mi ánima perfectamen-
LIBRO ITT. CAPÍTULO 11. 249
te de tedas las viciosas pasiones y malos deseos de que está en-
ferma: para que curada de todos estos males, y suelta de todos
estos impedimentos, se levante libremente á lo alto, y 110 des-
canse hasta que por amor purísi mo merezca llegar á tus divinos
abrazos.
Gracias te doy, dulce Jesú, que por mí padeciste muchas in-
jurias, blasfemias, denuestos, calumnias y persecuciones, de aqué-
llos mismos á quien hacías tan grandes bienes. Dame corazón
verdaderamente inocente y simple, para que puramente ame á
mis enemigos, y me duela dellos en mis entrañas, y dentro de
mí los excuse: para que dando bien por mal, sea imitador de
tu perfecta caridad y paciencia.
Gracias te doy, dulce Jesú, que viniendo á Hierusalem man-
so y humilde, sentado sobre una asna, y cantando los que solem-
nemente te recibieron gloriosos loores, tú derramaste dolorosas
lágrimas, sintiendo la destruición de aquella ciudad y la perdi-
ción de tantas ánimas. Concédeme, Señor, entrañable conocimien-
to de mí mismo, para que vea claramente mi indignidad, y así
profundísimamente me humille y desprecie. ¡ Oh, si nunca me de-
leitasen los favores y alabanzas de los hombres, mas entendiese
siempre en llorar mis proprias miserias y pecados! ¡Oh, si los da-
ños ajenos tuviese por míos, y por los pecados ajenos llorase co-
mo por los proprios! Paternóster. Avemaria.
TERCERA ORACIÓN Á JESÚ
/K^RACL^S te dov, dulce Jesú, que para dar fin á la ley co-
(^_A\ miste el cordero pascual en Hierusalem con tus discípu-
los, y dándoles ejemplo de inefable humildad y amor, lavaste sus
pies hincado de rodillas, y los limpiaste con la toalla que esta-
bas ceñido. Plágate, Señor, que este ejemplo penetre mi corazón
y derribe cualquiera presunción y soberbia que haya en él.
Dame, Señor, humildad profundísima, con la cual sin alguna
alteración huelgue yo de subjectarme á todos. Dame perfecta obe-
diencia, con que guarde enteramente tus mandamientos y los de
aquéllos que nos gobiernan y mandan en tu nombre. Dame ca-
ridad ferventísima, con la cual puramente ame á ti y todos los
hombres por amor de ti.
250 GUIA DE PECADORES
Gracias te doy, dulce Jesú, que con altísima caridad insti-
tuíste el sacramento de tu cuerpo y sangre, y con liberalidad es-
pantosa te nos diste por manjar, y quedaste desta manera cor-
poralmente con nosotros hasta la fin del mundo. Despierta, yo te
suplico, dentro de mí deseos vivos y una encendida hambre des-
te venerable sacramento. Dame que con casto amor, con profun-
da humildad, con pureza de corazón me allegue á recibirte en
esta mesa de vida, y tanta sed tenga de ti mi ánima, tanto
esté llagada de tu amor, que después en tu reino merezca
gozar de tus eternos deleites para honra y gloria de tu sancto
nombre.
Gracias te doy, dulce Jesú, que queriendo partir deste mun-
do, amonestaste y consolaste á tus discípulos con palabras lle-
nas de inefable amor, y con oración no menos encendida los en-
comendaste al Padre, declarando manifiestamente con cuan tier-
nas entrañas amabas á ellos y á todos los que por su doctrina
habíamos de creer en ti. Haz que mi corazón tome sabor en tus
palabras, y siempre las halle dulces más que la miel y el panal.
Infunde, Señor, en mi pecho el espíritu de aquella tu abrasada
amonestación, para que todo yo sea transformado con ella en tu
amor. Enderézame, Dios mío, en todas las cosas, para que en mí
y por mí se haga siempre tu sancta voluntad.
Gracias te doy, dulce Jesú, que cuando se acercó tu pasión,
comenzaste á espantarte, y congojarte, y tener tristeza, signifi-
cando en ti la flaqueza natural de tus espirituales miembros, para
consolarlos y esforzarlos con esta ternura, cuando ellos temiesen
ó esperasen la muerte. Defiéndeme, Señor, por este trabajo tuyo
así de la viciosa tristeza como de la vana alegría. Dame que to-
das las penas y tristezas que hasta agora he tenido y adelante
tendré, se enderecen á gloria de tu sancto nombre y á perdón
de mis pecados. Aparta de mí toda desconfianza y toda desorde-
nada pusilanimidad, y sustenta siempre contigo mi espíritu.
Gracias te do}-, dulce Jesú, que derribado en tierra heciste
oración al Padre, y te ofreciste todo á su disposición, diciendo
que en todo se cumpliese su voluntad y no la tuya. Dame que
en todas mis necesidades á ti me socorra por oración, y todo me
entregue á tu providencia, sin elección de mi propria voluntad
ni de algún interese proprio: nunca huya las adversidades, ni por
ellas vuelva atrás del bien comenzado, mas todas las cosas reciba
LIBRO III. CAPÍTULO II. 2^í
con ánimo sosegado, como dadas de tu mano piadosa, y todas
las sufra por tu amor con corazón manso y humilde.
Gracias te doy, dulce Jesú, que consentiste ser llevado con
gente armada atado como ladrón y malhechor á casa de Anas y
parecer en juicio delante de él. ¡Oh maravillosa mansedumbre
de mi Redemptor! Siendo preso, siendo maltratado, siendo arras-
trado, no te quejas, no murmuras, no resistes, mas callado sigues
los pasos de los que te llevan, obedesces á los que te mandan y
sufres con suma paciencia á los que te atormentan. Haz, Señor
mío, que los ejemplos de tantas y tan excelentes virtudes res-
plandezcan en mí, para gloria y honra de tu sanctísimo nombre.
Gracias te doy, dulce Jesú, re}' del cielo y de la tierra, que
estando ante el soberbio pontífice como un hombrecillo vil y des-
preciado, sufriste con mansedumbre la cruel bofetada que uno
de sus ministros te dio en la cara. Refrena, Señor, en mí todos
los ímpetus de ira y braveza, amata todas las repuntas de indig-
nación y rancor, y apaga todas las centellas de cobdicia de ven-
ganza, para que siendo yo injuriado, no por eso me turbe, ni riña,
ni me altere, mas sufriéndolo todo mansamente, haga bien á to-
dos los que mal me hicieren. Paternóster. Avemaria.
CUARTA ORACIÓN Á JESÚ
RACIAS te doy, dulce Jesú, que por toda aquella noche
fuiste por mi escarnecido y acosado de tus enemigos, y
herido con bofetadas y puñadas, y con diversas maneras de in-
jurias y baldones deshonrado. Bien sabes. Señor mío, cuan duro
me es sufrir aun cosas muy pequeñas. Bien sabes que ninguna
virtud tengo, que mi voluntad es perezosa, y mi deseo frío. Ayu-
da, Señor, misericordiosamente á mi flaqueza, y dame gracia para
que ningún ímpeto de adversidad me derribe ni me espante.
Dame que no resista á los males que me sobrevinieren, ni me
altere por las injurias recebidas: mas dándote gracias en todas las
cosas, todo lo refiera á gloria y honra de tu nombre.
Gracias te do}', dulce Jesú, que estando en la audiencia de
Pilato, callabas á todas las falsas acusaciones y deshonras que te
ponían, como manso cordero que no abre su boca ni resiste á
los que le trcsquilan. Concédeme, Señor, que no me turben las
252 GIjiA DE PECADORES
murmuraciones y infamias que de mí se dijeren, mas callando
venza á todos los que me hacen injuria. Dame gracia de perfec-
ta humildad, por lo cual ni codicie ser loado, ni huya de ser dis-
famado por tu amor.
Gracias te doy, dulce Jesú, que con grande abatimiento y con
grande ruido de pueblo fuiste llevado por medio de la ciudad
á Herodes del juzgado de Pilato, Concédeme fortaleza para que
no me quebranten las persecuciones de mis enemigos, ni me em-
bravezcan sus injurias, ni me afrenten sus desprecios, mas todo
lo sufra con mansedumbre, y callando pase por todo: para que
conforme á la ley de tu sancto mandamiento, en mi paciencia
posea mi ánima.
Gracias te doy, dulce Jesú, que preguntado por Herodes con
muchas palabras, y acusado por los pontífices y sacerdotes de
muchas maneras, á ninguna cosa respondiste, sino todo lo ven-
ciste callando. Dame, Señor, gracia para refrenar mi lengua, y no
me consientas hablar palabras viciosas ni perder tiempo en fá-
bulas ociosas: mas concédeme que siempre hable lo que es justo
y honesto y provechoso, según tu voluntad. Dame que aborrez-
ca el vicio de maldecir, y ame hablar y sentir bien de todos.
Gracias te doy, dulce Jesú, que siendo comparado con el
famoso ladrón Barrabás, fuiste juzgado por más malo y menos
digno de la vida, y así perdonaron al homecida, y á ti, autor de
la vida, pidieron para la muerte. Bien parece. Señor, que tú eres
aquella viva piedra que reprobaron los hombres y escogió Dios
para sí. ¡ Oh, si ninguna cosa yo antepusiese á ti, y por ninguna
te trocase, mas todas las cosas tuviese por estiércol en compara-
ción de ti! Concédeme, Señor, que el veneno de la envidia nun-
ca inficione mi ánima, sino que en ti solo repose y en ti solo halle
toda mi salud.
Gracias te doy, dulce Jesú, que consentiste desnudar tu sa-
cratísima y virginal carne, y atarla á una coluna, y allí ser azo-
tada con terribles azotes, para que con tus heridas sanases las
nuestras. Desnuda, Señor, mi corazón de todo pensamiento feo,
despójame del hombre viejo con todas sus obras, y vísteme del
nuevo que á semejanza tuya es criado en justicia y verdadera
sanctidad, y concédeme que sufra yo con toda humildad y pa-
ciencia los azotes de tu paternal corrección.
Gracias te doy, dulce Jesú, á quien después de tantos azotes
LtBRO Itl. CAPÍTULO lí. ¿53
recebidos y tanta sangre derramada, injuriaron coiji diversas ma-
neras de baldones y vituperios. Porque para mayor deshonra
te vestieron una ropa colorada, y apretaron á tu divina cabeza una
corona de espinas, y pusieron en tu mano una caña en lu-
gar de cetro, y hincando fingidamente las rodillas delante de ti,
te saludaban diciendo: Dios te salv^e, Rey de los judíos. Enclava,
Señor, en mi corazón la continua memoria de este paso doloroso,
y hiérelo con las saetas agudas de tu ardentísima caridad. Dame
que á ti solo ame, en ti solo piense y en ti solo seguramente re-
pose: ninguna tribulación, ninguna angustia, ninguna persecución
y ningún tormento me aparte de ti, ni tenga yo por mengua ser
amenguado y despreciado contigo.
Gracias te doy, dulce Jesú, que demás de los otros denues-
tos y injurias que por mí sufriste, quesiste llevar la cruz hasta el
monte Calvario con mucho trabajo y fatiga de tu cuerpo y de
tus hombros muy quebrantados. Dame, Señor, que con esforzado
y devoto corazón abrace yo tu cruz, negando á mí mismo, y imi-
tando con ferviente caridad los ejemplos de tus virtudes, me-
rezca húmilmente seguirte hasta la muerte.
Gracias te doy, dulce Jesú, que en aquel tristísimo camino
(cuando ibas á ser crucificado) benignamente amonestaste á las
mujeres que te lloraban, que por sí mismas y por sus hijos y no
por ti llorasen. Dame, Señor, lágrimas de piadosa compasión y
de sancto amor, que derritan la dureza de mi corazón y le ha-
gan gracioso delante de ti. Concédeme también que encendido
con tu ardentísimo amor, todas las cosas por ti me den en ros-
tro, á ti solo ame, y en ti solo descanse perpetuamente. Pater-
nóster. Avemaria.
QUINTA ORACIÓN Á JESÚ
•;RACiAS te doy, dulce Jesú, que fatigados los hombros con
el peso de la cruz, llegaste cansado al lugar del tormen-
to, donde estando sediento y aflegido te dieron á beber vinagre
mezclado con hiél. ¡ Oh, si con esto matases en mí el regalo de la
gula y los deleites de la carne, y hicieses que en ningún tiempo
consintiese á ninguna fea delectación ! Dame pues. Señor, aque-
lla honestísima y muy necesaria virtud de la templanza en el co-
254
GUIA DE PECADORES
mer, para que refrenados todos los desordenados apetitos de la
gula, de ti solo tenga hambre y sed, y en ti solo sean todos mis
deleites.
Gracias te doy, dulce Jesú, que en los ojos de todo el pue-
blo consentiste que te desnudasen, donde al quitar de las vesti-
duras al redropelo, se renovaron tus llagas, y tornó á manar san-
gre de ellas y á renovarse tus dolores. Concédeme, Dios mío,
verdadero amor de la pobreza, y dame gracia para que nunca
me entristezca por cosa que me falte. Dame paciente sufrimiento
de las necesidades y desastres de esta vida: desnuda mi corazón
de todas imaginaciones y aficiones terrenas, y renueva cada día
en mí sanctos propósitos y deseos verdaderos de tu sancto amor.
Gracias te doy, dulce Jesú,que no rehusaste ser estirado cruel-
mente en el madero, y ser descoyuntadas todas las junturas de
tus sacratísimos miembros, y ser traspasado con agudos clavos
y afijado en la misma cruz. Concédeme, Señor, que con ánima
fiel y agradecida tenga yo siempre memoria de esta tu excesiva
caridad, con la cual tan benignamente extendiste tus brazos y
abriste tus manos, para que fuesen enclavadas, y entregaste tus
pies para que fuesen barrenados. Ea pues, Señor, ensancha mi co-
razón con perfecta caridad, traspasa y enclava con el mismo cla-
vo de tu amor todos mis sentidos, y encierra dentro de ti solo to-
dos mis pensamientos y aficiones.
Gracias te doy, dulce Jesú, que tres horas estuviste colgado
en el afrentoso madero de la cruz, y derramando copiosamente
tu sangre, sentiste gravísimo dolor en todos tus miembros. Cuel-
ga, Señor, dése mesmo madero esta miserable ánima que yace
en la tierra, y hmpiala de la suciedad de sus pecados y apetitos
con los arroyos de esa sangre. ¡Oh sangre dadora de salud y da-
dora de vida! Ten por bien. Señor, ten por bien de lavarme con
esa preciosa sangre, y purificarme y sanctificarme con ella. Ten
por bien. Señor, ofrecerla á tu Padre para perfecta satisfación y
remedio de todos mis males. Suplicóte que con aficionadísimo
amor merezca yo chupar con mi corazón y lamer con la lengua
de mi ánima las preciosísimas gotas de esa sangre divina, y aquí
guste yo cuan suave es tu espíritu y cuan dulce este precioso
licor.
Gracias te doy, dulce Jesú, que por raí quesiste ser puesto en
medio de dos ladrones, y tenido por uno dellos, para que con tu
LIBRO líl. CAPÍTULO tí. ^ $ 5
increíble humildad y paciencia curases nuestra impaciencia y so-
berbia, y del todo la destruyeses. Levanta, Señor, mi espíritu á
lo alto', para que dende allí desprecie todas las cosas que en este
mundo se ven, v en ti solo ponga mis ojos, á ti solo ame, en ti
solo piense, por ti solo suspire, de ti hable, á ti sueñe, á ti sepa y
en ti rae deleite, y fuera de ti no quiera tener otro contentamiento.
Gracias te doy, dulce Jesii,que tan bueno fuiste aun para con
los muy malos, que por los raesmos que te crucificaron, heciste
oración diciendo: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen.
Dame, Señor, gracia de verdadera paciencia y mansedumbre, con
la cual (conforme á tu ejemplo y mandamiento) ame yo á mis
enemigos, y haga bien á los que me hicieren mal, y húmilmente
te suplique por ellos, y los perdone de corazón.
Gracias te doy, dulce Jesú,á quien escarnecieron tus perver-
sos enemigos con grandes blasfemias, mientras sufrías intolera-
bles dolores y angustias en la cruz. Dame, Señor, que acordán-
dome de la inefable humildad y paciencia con que sufriste tan-
tos dolores y vituperios, pacientemente sufra cosas semejantes,
y contigo persevere en la cruz de la paciencia hasta la muerte.
Ningún ímpetu de tentaciones, ninguna tempestad de tribulacio-
nes,''ningún torbellino de injurias me desvíe del buen propósito
comenzado, ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo veni-
dero, ni alguna otra criatura me aparte de ti.
Gracias te doy, dulce Jesú, que sufriste á uno de los dos la-
drones te escarneciese, y al otro que confesó su injusticia, y con
piadosa fe te confesó, prometiste benignamente la gloria del pa-
raíso. ¡Oh quién fuese tan dichoso, que mereciese ser mirado con
aquellos misericordiosos ojos que miraste este dichoso ladrón,
para que ayudándome tu gracia, viviese vida tan inocente, que
en el término de la vida mereciese oir de ti esa tan dulce pala-
bra: Hoy serás comigo en el paraíso! Paternóster. Avemaria.
SEXTA ORACIÓN Á JESÚ
)@^ RAQAS te doy, dulce Jesú, que viendo dende la cruz á tu
T^^ dulcísima madre llena de dolor y de lágrimas, compa-
desciéndose tu corazón de su angustia, la encomendaste á tu dis-
cípulo S. Juan, y luego á ella encomendaste al mismo discípulo,
256 GUIA DÉ PECADORES
y en él á todos nosotros. Pues concédeme que yo ame y honre
á esta Señora con ardentísimo y castísimo amor, para que te-
niéndola yo por madre, merezca que ella me tenga por hijo, y
me trate como á tal. Dámela, Señor, por ayudadora en todas
mis necesidades, mayormente en la hora de mi fallecimiento.
Amén.
Gracias te doy, dulcísimo Jesú, que aun teniendo tus llagas abier-
tas, y la cabeza rodeada de espinas, y colgado miserablemente
de los brazos de la cruz, te quejaste protestando que eras des-
amparado del Padre. Dame que en todas mis adversidades, y ten-
taciones, y desamparos, me socorra á ti, padre piadoso, y descon-
fiando de mí, en ti solo confíe, y todo me ponga en tus manos.
Llaga, Señor, lo interior de mi ánima con la memoria de tus lla-
gas: imprímelas en lo íntimo de mi corazón, y embriágame de
tal manera con tu sangre, que ninguna otra cosa piense ni bus-
que sino á ti: á ti halle, y á ti tenga, y á ti posea perdurable-
mente.
Gracias te doy, dulce Jesú, que gastado y seco ya tu cuerpo
por la grandeza de los tormentos y por el derramamiento de
tanta sangre, y acezando con vehementísima sed y con ardor
del deseo que tenías de nuestra salud, dijiste: Sed he. Dame, Se-
ñor, una sed encendidísima de tu honra y de la salvación de las
ánimas, para que conforme á tu sancta voluntad me emplee todo
en su provecho, en cuanto (según la medida de mi estado) me
fuere concedido. Dame que ningún amor de las cosas perecede-
ras me prenda, ninguna criatura me enlace: y las cosas que fue-
ren para amar, en ti las ame, y á ti ame sobre todas ellas, y en ti
solo sea todo mi descanso.
Gracias te doy, dulce Jesú, que á la hora de tu muerte que-
siste que para matar la sed te pusiesen en la boca una esponja
llena de vinagre, para que gustando en paso tan trabajoso ese
tan amargo refrigerio, satisficie'ses al Padre por todas nuestras go-
losinas y deleites, y nos dejases ejemplo maravilloso de pobreza
y aspereza. Dame, Señor, que por tu amor desprecie yo cuales-
quier sabores de comeres y regalos exquisitos, y de lo que me
concedes para sustentar este corpezuelo, use medidamente, dán-
dote por ello muchas gracias. Limpia^ Señor, y sana el paladar
de mi ánima, para que todo lo que á ti agrada, me sea sabroso, y
todo lo que te desagrada, desabrido.
LIBRO m. CAPÍTULO 11. 257
Gracias te doy, dulce Jesú, amador ferventísimo del linaje
humano, que tan cumplida y ordenadamente acabaste la obra de
nuestra redempción, ofreciendo á ti mismo en sacrificio vivo en
el altar de la cruz por los pecados del mundo. Dame, Señor, que
tú solo seas el blanco y el paradero de todos mis pensamientos,
palabras y obras, para que en todas las cosas con derecha y cas-
ta intención busque sola tu honra, y fuera de ti ninguna cosa bus-
que ni desee. Dame que en tu servicio nunca afloje, nunca des-
maye, mas renovando cada día el fervor del espíritu, me apre-
sure más y más á servirte y alabarte.
Gracias te doy, dulce Jesú, que de tu voluntad llamaste la
muerte, abajando tu venerable cabeza, y encomendando tu espí-
ritu en las manos del Padre, le despediste de tu carne: donde cla-
ramente nos enseñaste cómo eras tú aquel buen pastor que po-
siste tu vida por tus ovejas. Concédeme, Señor, que muera yo á
todos mis vicios y malos deseos, y á ti solo viva, á ti solo sienta,
para que acabado el curso desta vida en caridad verdadera, lue-
go entre en ti, que eres el verdadero paraíso de nuestras almas.
Gracias te doy, dulce Jesú, que con lanza de un caballero que-
siste que tu suavísimo corazón fuese abierto, de donde manase
agua y sangre para lavar y dar vida á nuestras ánimas. ¡ Oh, si lla-
gases mi corazón con la lanza de tu amor de tal manera que
ninguna cosa pudiese ya querer sino lo que tú quieres! Entre,
Señor, entre mi ánima por la llaga de tu costado al secreto de
tu caridad y al tesoro de tu divinidad, para que allí adore á ti
mi Dios verdadero por mí crucificado y muerto, y raídas de mi
memoria todas las figuras de las cosas visibles, á ti solo entienda
y ved. siempre en todas las cosas.
Gracias te doy, dulce Jesú, que con grande llanto de tus ami-
gos fuiste quitado de la cruz, y ungido con olorosos ungüentos,
y envuelto en una sábana, y puesto en ajena sepultura. Entierra,
Señor, contigo, entierra todos mis sentidos, todas mis fuerzas y
aficiones, para que ayuntado contigo con fuerte vínculo de amo r,
quede como fuera de mí para todo lo que es á ti contrario, y á
ti solo sienta, único Redemptor mío, único bien y tesoro mío. Pa-
ternóster. Avemaria.
OBRAS DE GRANADA X— X7
258 GUIA DE PECADORES
SÉPTIIVIA ORACIÓN A JESÚ
RACIAS te doy, dulce Jesú, que poderosamente descendiste
á los infiernos, donde quebrantando el poder del diablo,
alegraste con tu presencia á los antiguos padres que estaban allí
cativos, y sacándolos de sus tinieblas y prisiones, los llevaste á
los deleites del paraíso. Pues decienda agora, yo te suplico, la
virtud de tu sangre y de tu pasión sobre las ánimas de mis pa-
dres, parientes, amigos y bienhechores, y de todos los fieles de-
fiintos, para que sueltas de las penas de purgatorio, sean recebi-
das en el seno de la eterna felicidad.
Gracias te doy, dulce Jesú, que saliendo victorioso del sepul-
cro cerrado con nobilísimo triunfo, vencida la muerte, resucitaste
de entre los muertos, y volviendo su hermosísima claridad á tu
cuerpo precioso, diste inestimable gozo con tu visitación á tus
amigos. Dame, Señor, que resucitando yo de la muerte de los
vicios y de la vieja conversación, ande de aquí adelante en nove-
dad de vida, y busque las cosas altas y no las bajas, para que
cuando tú mi vida aparecieres otra vez en la tierra, yo también
aparezca contigo en la gloria.
Gracias te doy, dulce Jesú, que cumplidos cuarenta días des-
pués de tu resurrección, delante tus discípulos subiste glorioso
triunfador á los cielos, donde asentado á la diestra del Padre vi-
ves y reinas por todos los siglos, ¡ Oh si mi ánima estuviese en-
ferma de tu amor! ¡Oh si de todas las cosas mundanas tuviese
hastío, y por las celestiales siempre suspirase, y dellas tuviese
un continuo y encendido deseo! ¡Oh si ninguna cosa me aficio-
nase, ninguna me alegrase, sino tú solo, mi Señor y mi Dios!
Gracias te doy, dulce Jesú, que enviaste tu espíritu sobre tus
escogidos, que perseveraban en oración, y los enviaste á enseñar
las gentes por toda la redondez del mundo. Limpia, Señor, lo in-
terior de mi corazón, dame verdadera pureza y limpieza de con-
sciencia, para que el mismo consolador hallando en ella agradable
posada, la hermosee con los abundantes dones de su gracia, y El
solo me consuele, me confirme, me ocupe, me rija y todo me
posea.
Gracias te doy, dulce Jesú, que cuando volvieres en el día
postrero á juzgar el mundo, darás á cada uno según sus obras, ó
LIBRO ni. CAPÍTULO IL 2$g
galardón, ó castigo. Piadosísimo Señor Dios mío, concédeme que
pasada inocentemente (según tu sancta voluntad) la carrera des-
ta miserable vida, salga mi ánima de la cárcel deste cuerpo tan
adornada de merescimientos y virtudes, que sea recebida mise-
ricordiosamente en las moradas de tu gloria, donde con todos
los sanctos te alabe y bendiga en los siglos de los siglos. Amén.
Paternóster. Avemaria.
Sígnese tma imiy devota oración, en la cual brevemente se contie-
ne toda la vida de Nuestra Señora, la cual podrá cada uno rezar
todos los sábados, que son días dedicados á esta virgen.
¡•IOS te salve, suavísinía virgen María, á quien Dios escogió
por madre suya ante de todos los siglos. Tú eres aquella
bienaventurada hembra, de quien el Rey del cielo y de la tierra
quiso tomar carne para redemir el linaje humano. Tú eres aque-
lla piadosa medianera entre Dios y los hombres, por la cual se
juntó el cielo con la tierra y las cosas altas con las bajas. Tú eres
entrada de nuestra vida, tú puerta de la divina gracia, tú puerto
deste siglo tempestuoso. Alcánzame, Señora, perfecto perdón de
mis pecados, y perfecta gracia del Espíritu Sancto, para que con
todo cuidado honre y ame á tu Hijo mi salvador, y á ti, Madre
de misericordia.
Dios te salve, virgen suave, á quien los padres antiguos de-
searon con entrañables deseos, y representaron con diversas fi-
guras, y prometieron con muchas revelaciones que les fueron
hechas. Recíbeme, Señora, por tu siervo, y por tu hijo. Madre de
gracia, y concédeme que sea yo del número de los que amas y
tienes escritos en tu pecho virginal, á los cuales enseñas, ende-
rezas, recreas y defiendes en todas las cosas.
Dios te salve, virgen suave, á quien Dios hermoseó maravi-
llosamente en el vientre de tu madre, y adornó de todas las
perfecciones y gracias. ¡ Oh virgen clarísima, virgen resplande-
ciente, virgen purísima, escogida doncella entre millares! No me
deseches. Señora, aunque sea el que tú sabes que soy: sino oye
al miserable que te llama, consuela al que te desea servir, y ayu-
da al que en ti tiene puesta su esperanza.
26o GUIA DE PECADORES
Dios te salve, María suave, cuyo nacimiento esperado de tan-
tos siglos, y deseado de tantas gentes, alegró el mundo con nue-
va luz y nuevo gozo. Oh virgen inocentísima, hazme de verdad
inocente, y deshaz todo lo que en mí desagrada á tus limpísimos
ojos, Habe misericordia de mí, pues dende tu niñez por todas
las edades creció contigo la misericordia.
Dios te salve, María suave, en quien Dios derramó toda her-
mosura corporal y toda gracia espiritual, con la cual te hizo ama-
ble á todas las gentes. Oh elegantísima y belhsima virgen, ata-
vía (yo te suplico) mi ánima con ornamentos espirituales: planta
en mi corazón vivas aficiones de pureza y castidad, para que así
te agrade yo en todas las cosas, y sea verdadero imitador y
siervo tuyo.
Dios te salve, María suave, á quien tus sanctísimos padres
trajeron al templo, y presentaron al Señor, y ofrecieron á su
sancto servicio. Donde heciste vida de ángel, en todo humilde,
en todo piadosa, en todo mansa, en todo benigna, en todo sua-
ve, en todo agradable al Señor. Concédeme que reciba yo el
olor de tu sandísima conversación, para que cuanto en mi fue-
re, á nadie sea pesado, á nadie escandalice, á nadie ofenda, mas
á todos consuele y á todos provoque al amor de Dios y despre-
cio del siglo.
Dios te salve, María suave, alférez de las vírgines, que con-
sagrándote toda para Dios heciste voto de virginidad con alegre
y determinada voluntad. Tú eres perfecto dechado de castidad,
tú eres aquella hermosísima de quien nadie sintió ni deseó sino
toda honestidad: cuya sanctísima y castísima conversación pene-
traba los corazones de los que te miraban con una lumbre celes-
tial, y criaba en ellos amor de limpieza y castidad. Alcánzame,
Señora, verdadera limpieza del ánima y del cuerpo, de tal ma-
nera que ninguna fealdad me ensucie, ningún vicio me posea y
á ningunos deleites consienta: mas despreciando todos los rega-
los de la carne y todas sus codicias, en solo Dios me deleite y
descanse.
Dios te salve, María suave, á quien en sus sagrados estudios
y ejercicios de contemplación consolaba Dios con familiar mi-
nisterio de los ángeles y con maravilloso gozo de la pura con-
sciencia. Alcánzame por tus merecimientos amor del silencio y
reposo, y ocupación en sanctas oraciones y sagrada lición, y en,
LIBRO III. CAPÍTULO II. 26 1
otros espirituales ejercicios, con sinceridad y sosiego de mi ánima,
y que éstos sean mis deleites todo el tiempo que fuere detenido
en la miserable cárcel deste cuerpo.
Dios te salve, María suave, que siendo virgen fuiste despo-
sada con el sancto virgen Josef por divino consejo. No me con-,
sientas, oh consoladora raía, no me consientas apartar de ti, mas
mírame siempre con benignos ojos. Porque como no puede vi-
vir para siempre aquél á quien tú mirares con ofendidos ojos, así
no podrá perecer para siempre aquél á quien mirares con ojos
benignos. Recibe, Señora mía, al ánima que te busca, endereza al
que te ama, y conserva al que confía en ti. Sey comigo siempre
piadosa, para que por ti halle gracia en los ojos del Señor que
te escogió.
Dios te salve, María suave, á quien estando en altísima con-
templación el ángel Gabriel saludó húmilmente dentro de tu se-
creto retraimiento, y ahí te dio parte de los misterios del conse-
jo divino. ¡ Oh si toda mi alegría fuese saludarte muy á menudo,
y presentarte muy devotos servicios! ¡Oh si ninguna cosa en mí
hubiese, que ofendiese tu vista más pura que de ángeles!
Dios te salve, María suave, que en tus castísimas entrañas con-
cebiste al Hijo de Dios. ¡Oh la más dichosa de las mujeres! dime:
^qué sentiste en aquella hora en lo secreto de tu corazón, con
cuánta dulzura tu bienaventurada ánima se derritió, cuando aque-
lla vena de aguas vivas y principio de toda dulcedumbre entró
en tu sanctísimo tálamo, y se vestió de tu purísima carne? Alabo
y glorifico, virgen gloriosa, y húmilmente reverencio tu sacratísi-
mo vientre: y tú ten por bien de guardar y acrescentar siempre
en mi ánima el don de la pureza y castidad.
Dios te salve, María suave, que llevando al Rey de la gloria
encerrado en tu vientre, subiste á las montes de Judea, y visi-
taste y serviste á Elisabet tu parienta. Visita, Señora, mi ánima, y
haz que en todos los días de mi vida fidelísimamente te sirva, y
con afición castísima te ame.
Dios te salve, María suave, que con tu sanctísimo esposo Jo-
sef doncella delicada y preñada te partiste para Bedén á pagar el
censo común que todos pagaban. Dame gracia para sufrir pa-
cientemente las miserias deste destierro, y para anhelar siempre
á la celestial Betlén, donde está el pan de vida Cristo Jesú nues-
tra salud.
262 GUIA DE PECADORES
Dios te salve, María suave, que cansada del camino cuando
llegaste á la ciudad, no hallaste posada, y escogiste un establo
donde morases y parieses al Rey de la gloria. Gobierna, Seño-
ra, todas las aficiones de mi ánima, para que ninguna cosa vicio-
samente ame, y ninguna me prenda, sino que como peregrino y
extranjero en este mundo sospire con todos mis deseos por las
eternas moradas, y en solo Dios ponga mi descanso.
Dios te salve, María suave, que sin dolor y sin detrimento de
tu purísima virginidad pariste al Salvador del mundo y alegría
del cielo. Tú eres virgen y juntamente madre, tú templo del
verdadero Salomón, tú arca y sanctuario de Dios, tú la puerta ce-
rrada que vio Ezequiel,tú el huerto cercado y fuente sellada del
Esposo celestial. Hinche, Señora, mi corazón y todos mis senti-
dos de tu gracia, para que renovado con este socorro viva vida
agradable á tu Hijo y á ti.
Dios te salve, María suave, que envolviste á Jesú, fruci-o de
tu castísimo vientre, en pobres pañales y le reclinaste en un pe-
sebre. ¡ Oh si tu amor tanto ocupase mi espíritu, y tu pureza de
vida tanto hermosease mi ánima, que viniese á ser como un niño
recién nacido, para que en cualesquier tribulaciones meresciese
ser de ti ayudado y recreado con tus beneficios!
Dios te salve, María suave, que al niño Jesú diste á mamar
leche de tus virginales pechos, y teniéndole dulcemente en tus
brazos, húmilmente le besaste y adoraste. Dame, Señora, que
cuando viniere fatigado de los trabajos y miserias deste mundo,
me socorra al seno de tu maternal piedad, y recreado por ti con
leche de espiritual consolación, desprecie todas las otras conso-
laciones deste siglo.
Dios te salve, María suave, que á los cuarenta días presen-
taste el niño en el templo, y después huiste con él á Egigto, y á
los doce años después de perdido le hallaste en el mismo templo
con inestimable alegría. Dame gracia para que espiritualmente
ande yo contigo todos estos caminos, que por ti sea presentado
en el templo vivo, y contigo halle yo el niño perdido.
Dios te salve, María suave, que diligentemente curaste de la
niñez y tierna edad del Salvador, y después en su juventud y
edad de varón (cuando predicaba) devotamente le seguiste. Da-
me que despreciadas todas las cosas transitorias, á ti ame, á ti
siga, y siempre sospire por tu presencia.
LIBRO III. CAPÍTULO II. 263
Dios te salve, María suave, que sentiste grave dolor por los
crudelísimos dolores y persecuciones de tu amado Hijo, y en las
entrañas de tu corazón te compadeciste de su terrible y afrento-
sa muerte. Dame que al mismo Dios mío siempre alabe por to-
das las cosas que por mí hizo y padesció, y por El me compa-
dezca de todos cuantos fueren puestos en trabajos y angustias.
Dios te salve, JMaría suave, cuya ánima bienaventurada tras-
pasó el cuchillo de dolor cuando estuviste bañada de lágrimas al
pie de la cruz, mirando con piadosos ojos las heridas y la sangre
del hijo que padecía. Dame, Señora, que yo fielmente perseve-
re contigo al pie de la cruz, y con devoto corazón celebre la
pasión y muerte de tu unigénito hijo mi Redemptor.
Dios te salve, María suave, á quien Jesús alegró con su triun-
fal resurrección, y después de su gloriosa ascensión á los cielos
llevó consigo y asentó sobre todos los coros de los ángeles en
trono real como reina y señora de todo lo criado. Rogárnoste
pues húmilmente, Señora y madre nuestra, quieras tener fiel cui-
dabo de nosotros, y abogar por nos ante el tribunal de tu muy
amado Hijo, para que cuando viniere á juzgar vivos y muertos,
seamos por tu intercesión librados de la muerte y colocados á
su diestra en compañía de aquéllos que han de reinar en los si-
glos de los siglos. Amén. Paternóster. Avemaria.
SEGUNDA PARTE DESTE TERCERO LIBRO
EN LA CUAL SE TRATA
DE LA MEDITACIÓN Ó CONSIDERACIÓN
N el principio deste libro tocamos algo de los pro-
vechos grandes de la meditación y consideración,
declarando cómo ella era causa de la devoción, que
es estímulo de todas las otras virtudes y otras cosas semejantes.
También dijimos que esta meditación no era fácil á todo género
de personas, porque presuponía algún conoscimiento de las co-
sas espirituales (que es la materia de la meditación) y presupo-
nía también alguna devoción, sin la cual apenas sabe el hombre
hablar con Dios. Désta, pues, trataremos agora en la segunda
parte deste libro, proponiendo sumariamente algunas meditacio-
nes y consideraciones devotas, en que el hombre se pueda ejer-
citar. Para lo cual aprovechará muy mucho la hción de libros
espirituales (que dan materia copiosa de meditar) y señalada-
mente la doctrina del Símbolo, que trata de los principales mis-
terios de nuestra fe, cuya consideración es uno de los principa-
les frenos y fundamentos de la vida cristiana.
Mas aquí es de notar que esta consideración á unos es en-
señada por el Espíritu Sancto, maestro de los Apóstoles y Profe-
fetas: el cual muchas veces levanta y suspende los corazones de
los hombres en la consideración de las cosas celestiales, y los guía
y enseña en este camino, como se dice en figura de aquellos mis-
teriosos animales de Ezequiel, que donde los movía el ímpeto
del espíritu, allí se movían. Éstos, pues, sin avisos y sin reglas
humanas andan prósperamente por este camino, para los cuales
no será tan necesaria la doctrina de este libro.
Otros hay que enseña Dios por ministerio de las causas se-
gundas (que son los maestros de su Iglesia) los cuales suplen con
doctrina la falta desta gracia, ó por mejor decir, ayudan á la
gracia con la doctrina, así como se ayniáa. con arte la naturaleza.
LTBRO III. PARTE 11. 265
Pues á éstos conviene declarar la materia desta consideración
y el modo que en ella han de tener, para que con más provecho
y devoción se ocupen en ella, y para que ni por demasiada flo-
jedad y regalo dejen de aprovechar, ni por demasiada diligencia
y trabajo indiscreto pierdan la salud y el fructo de sus trabajos.
La materia pues de la meditación son todas aquellas cosas
cuya consideración nos puede mover á algún afecto devoto: como
es amor ó temor de Dios, admiración de sus maravillas, agrades-
cimiento de sus beneficios, dolor de nuestras culpas, aborresci-
miento del pecado, menosprecio del mundo &c. Y como para
esto sirva la materia de toda la Escriptura sagrada y toda la fá-
brica deste mundo, con todas las obras que hay en él, pero se-
ñaladamente sirve la consideración de los beneficios divinos y de
todos los pasos y misterios de la vida de Cristo, que es la suma
de toda esta filosofía celestial. Estas dos cosas son la principal
materia desta consideración, de cuyas alabanzas están llenos los
libros de todos los sanctos, y por eso no hay necesidad de gas-
tar agora tiempo en alabar esta materia, pues tan aprobada es
y tan recibida y celebrada de todos.
Y así como damos dos refecciones al cuerpo cada día, así
será bien que los que más desocupados estuvieren, tengan dos
tiempos señalados cada día, en los cuales se puedan ejercitar en
la consideración destas dos cosas, con las cuales se pueden tam-
bién juntar otras que están anejas á ellas. Porque antes de la con-
sideración de los divinos beneficios, puede preceder una devota
preparación, con que aparejemos el ánimo para orar: y después
della se pueden seguir otras dos, que son: ofrecimiento y petición,
de que trataremos en su lugar.
Esto decimos, no para hacer ley general, ni poner edictos
públicos, que siempre se hayan de guardar, sino para introducir
á los nuevos en este camino, porque después de una vez entra-
dos en él, y admitidos á la recámara del esposo y á la bodega
de sus vinos preciosos, la experiencia y la devoción les ense-
ñará mejor lo que han de hacer. Porque por experiencia se sabe
que si á un novicio principiante no hacéis más que alabarle en
común la oración ó la meditación, sin imponerle en el camino
y señalarie en particular la materia y la manera deste ejercicio,
que con lo que responderá al fructo de vuestra exhortación,
será con tomar unas cuentas y rezar seis ó siete mil Avemarias
266 GUIA DE PECADORES
muy de corrida, paresciéndole que todo el fruto de la oración
está en el número de lo que se reza, ó á bien librar, responde-
ros ha con ponerse á meditar ya esto, ya lo otro, con un cora-
zón vagabundo, sin firmeza ni estabilidad en alguna cierta y pia-
dosa inquisición. Lo cual, aunque sea consideración, no es de las
más frutuosas y provechosas de que aquí queremos tratar.
Para lo cual es de saber (como dice Ricardo) que debajo des-
te nombre de consideración se comprehenden tres cosas: con-
viene saber, cogitación, meditación y contemplación, las cuales
difieren entre sí desta manera, que la cogitación discurre sin tra-
bajo y sin fi-ucto, ó á lo menos con poco trabajo y poco fi-ucto: la
meditación insiste en una cosa con trabajo y con fi-ucto: mas la
contemplación permanece fija en una misma cosa sin trabajo y
con fi-ucto. Por la cual distinción se colige lo poco que aprovecha
esta manera de cogitación, que es la que sin tener materia ni
intento cierto discurre por diversos pensamientos, dejándose
llevar ya de uno ya de otro, sin firmeza, sin estabilidad y sin
atención solícita y diligente, estando ya aquí, ya allí, y tratando
este negocio tan tibiamente, que fácilmente es llevada de cuales-
quier otros pensamientos peregrinos.
Por esto, pues, es cosa conveniente que haya á lo menos á
los principios materia determinada para este ejercicio, y tiempos
también señalados para esto, exemptos y secuestrados de las otras
ocupaciones del día y deputados para Dios, así como los tiene la
Iglesia para las oraciones públicas y oficios divinos. Aunque ni
tampoco esto se pide con tanto rigor, que sea luego pecado ha-
cer lo contrario. Porque fuera de aquellos tiempos y lugares se-
ñalados puede el hombre levantar su espíritu á Dios, así con
aquellas meditaciones, como con otras que le muevan á devo-
ción: porque como éste sea el fin principal que se pretende, cual-
quier cosa que sirva para esto no se ha de tener por extraña de
este ejercicio. Por donde uno de los más comunes avisos que en
esta parte se dan, es que cuando estando el hombre en una con-
sideración, se le ofrece evidentemente más fructo y más miel en
otra, que siempre debe preceder ésta á la otra, pues por ella se
consigue mejor el fin que se pretende, que es la devoción.
LIBRO Iir. PARTE lí. 26/
Cómo se haya de enseñar esta doctrina.— %- I.
por tanto los confesores y padres espirituales ó maestros
que desean enseñar esta manera de filosofía celestial y
quieren entroducir en este sancto ejercicio á los deseosos de
aprovechar en él, la manera que para esto podrán tener será
ésta. Primeramente débenles ir poco á poco leyendo ó plati-
cando esta segunda parte del presente libro (que trata de la
materia de la consideración) y especialmente enseñarles la histo-
ria de todos los pasos principales de la vida de Cristo, y des-
pués los puntos sobre que podrán filosofar en esa mism.a histo-
ria, como adelante se platica. Y para que mejor esto se les quede
en la memoria, es muy buen aviso pedirles cada día cuenta de la
lición pasada, mandándoles que digan primero la historia del
misterio y después los puntos sobre que podrán filosofar en él:
porque desta manera se ha visto por experiencia que quedan los
hombres en pocos días muy bien enseñados y aprovechados. Y
así entroducidos por esta vía, fácilmente podrán ellos por sí ad-
vertir y notar algunos puntos y consideraciones sobre los dichos
pasos, con que unas veces se muevan á imitación de los ejemplos
de Cristo, otras á agradescimiento de sus beneficios, otras á com-
pasión de sus trabajos, otras á amor y devoción de un Señor que
tanto los amó, y otras á otros afectos y documentos semejantes.
Enseñada y platicada desta manera la materia de la consi-
deración, proceda luego á enseñar el modo que se debe tener
en ella para que se haga con más fructo y devoción, y para dar
los avisos que para este camino son necesarios para evitar los
engaños del enemigo, los peligros de las tentaciones y las in-
discreciones que puede haber en él. De lo cual todo se trata su-
mariamente en el resto deste tercero libro.
Y después destos rudimentos podrá el piadoso lector nadar
ya (como dicen) sin corteza, y extender más libremente la ma-
teria de la meditación á todas las Escripturas Sagradas y á todo
aquello en que su ánima hallare más gusto y aprovechamiento.
Bien sé que otros añaden á esta materia otras algunas (como
nos añadimos las meditaciones de la tarde en el Libro de la Ora-
ción) y así se podrían señalar otras muchas (pues la materia des-
te ejercicio es cuasi infinita) pero yo traté aquí de la materia más
conveniente y del modo más fácil que se podía tener para en-
268 GUIA t>E PECADORES
señarse esto á los que de nuevo quisiesen comenzar á filosofar
en esta filosofía celestial.
Presupuesto este breve preámbulo, comenzaremos agora á
tratar de los dos ejercicios susodichos: conviene saber, de la con-
sideración de los beneficios divinos (que podrá servir para el
tiempo de la mañana, porque es ejercicio más vehemente) y de
los principales pasos y misterios de la vida de Cristo, que podrá
servir para la tarde, porque es de mayor facilidad y menor tra-
bajo, por razón de la variedad y suavidad que hay en el dis-
curso y consideración destos misterios tan gloriosos.
EJERCICIO PRIMERO
EN LA CONSIDERACIÓN DE LOS BENEFICIOS DIVINOS,
Y DE CUATRO PARTES QUE PUEDEN ENTRE VENIR EN ÉL.
CAPÍTULO I.
^])RES cosas señaladamente debe el hombre hacer en
la oración. La primera, dar gracias á nuestro Señor
por los beneficios recebidos. La segunda, ofrecer á sí
y á todas sus cosas, junto con los trabajos y merescimientos de
Cristo, en sacrificio por nuestros pecados. La tercera, pedir el
socorro y favor divino así para todas sus necesidades espiritua-
les y corporales, como para las de sus prójimos y de todo el
mundo.
Entre estas tres partes la primera (que es el hacimiento de
gracias) es una cosa muy debida, muy dulce y muy copiosa para
meditar. Muy debida, porque ¿qué cosa más debida que dar
gracias á nuestro Señor por tantos millares de beneficios como
cada día llueve sobre nosotros? Muy dulce, porque cada uno des-
tos beneficios bien considerados es como una saeta, ó como una
brasa que nos enciende en el amor de Dios, que es el más dulce
pasto que hay para nuestras ánimas. Muy copiosa, porque como
estos beneficios sean tantos y tan grandes (especialmente el be-
neficio de la redempción, que incluye todos los pasos y trabajos
de la vida de Cristo, y el de la glorificación, que comprehende
todos los gozos de los bienaventurados) hay tanto que rumiar
y que considerar en ellos, que si el hombre quisiere (á imitación
de los sanctos) estarse la mayor parte de la noche ó del día en
oración, nunca le faltara materia, ni cosas en que pensar.
La segunda parte (que es el ofrecimiento) es un linaje de sa-
crificio vivo que el hombre ofrece á Dios, entregando todas sus
cosas y á sí mismo con ellas en sus manos, y resignándose todo
en el beneplácito de su divina voluntad, para que Él haga de él
y de todas sus cosas lo que fuere servido, y el hombre de ahí
2;0 GUIA DE PECADORES
adelante no viva ya para sí, sino para Dios, ni tenga más cuenta
con su voluntad y provecho, sino con sola la voluntad y gloria
de Dios. Hacer esto, es uno de los principales actos de aquella
piedad y religión que debemos á Dios, y es una renovación cuo-
tidiana de nuestra profesión y de la ley en que habernos de vi-
vir, y es un freno con que nos podemos dar una gran sofrena-
da todas las veces que intentamos hacer nuestra voluntad con-
tra la de Dios, acordándonos de aquel asiento y determinación que
con él capitulamos, y de aquella ofrenda que le ofrecimos: con-
tra la cual cometemos un linaje de furto espiritual, volviendo
á tomar y enajenar lo que tantas veces le entregamos. Y por-
que todo esto en fin es poco (porque es nuestro) debemos tam-
bién ofrecerle junto con esto todos los méritos y trabajos de
Cristo, que es la mayor y más agradable ofrenda que le pode-
mos ofrecer.
La tercera parte (que es la petición) es también acto desta
misma religión: en la cual podemos ejercitar en su manera las
obras de misericordia, rogando á Dios por las necesidades de la
Iglesia, y podemos también ejercitar actos de amor de Dios, de-
teniéndonos en el fin de esta parte en la petición de este amor,
pidiéndolo con muy entrañables y encendidos deseos.
Estas son las tres cosas más principales que debemos tratar
en la oración. Mas porque el Sabio nos aconseja que aparejemos
nuestra ánima antes de la oración, será necesario presuponer an-
tes de estas tres partes la cuarta, que es una humilde y devota
preparación para orar. Y así vendrán á ser cuatro partes las de
este ejercicio, conviene saber: preparación, hacimiento de gracias,
ofrecimiento y petición, de las cuales trataremos aquí agora por
su orden.
DE LA UTILIDAD DESTE EJERCICIO SUSODICHO
Y DE LAS PARTES DEL
CAPÍTULO II.
lUÉ tan grande sea la utilidad deste ejercicio susodi-
cho, cristiano lector, no sé palabras con que te lo
pueda explicar. A lo menos, una cosa te puedo de-
cir de cierto, que muchos años anduve buscando entre las escrip-
turas de muchos libros devotos alguna manera y orden que se
pudiese tener en esta sancta ocupación, para que se pudiese en-
señar palpablemente á los que de nuevo comienzan á recogerse
y tener comunicación y trato con Dios, y apenas hallé cosa que
tanto me satisficiese como ésta, por razón de cinco comodidades
que en ella hay.
La primera, porque aquí entrevienen expresamente muchos
actos de aquellas altísimas virtudes que arriba dijimos: porque
aquí entrevienen actos de amor, de temor, de dolor de los pe-
cados, de agradescimiento de los beneficios divinos, de humildad,
y reverencia, y obediencia, y reUgión, y de otras virtudes seme-
jantes que en este ejercicio se platican, como en el proceso cía,
ramente se verá.
La segunda, por la orden que estos mismos actos llevan en-
tre sí: porque si bien lo miras, hallarás que cada uno déstos pa-
rece que demanda luego por su misma orden el que se sigue.
Porque primeramente la preparación de suyo está que ha de pre-
ceder á todo este ejercicio, y que la más conveniente es la que
comienza por la acusación de los pecados y por la humildad y
abatimiento de sí mismo, que es como quien hace una profunda
reverencia primero que se ponga á hablar con un señor de tanta
majestad. Esto hecho, convenientísimo principio es para pedir
nuevas mercedes, entrar reconosciendo y dando gracias por las
viejas. A la cual manera de entrada nos convida el Psalmista
cuando dice; Comencemos á presentarnos ante la cara de Dios
272 GUIA DE PECADORES
con hacimiento de gracias, como traslada S. Hierónimo en este
paso. Tras esto, parece que luego (como ya dijimos) se sigue
aquel afecto que significó el mismo profeta cuando dijo: ¡jQué
daré yo al Señor por todo lo que me ha dado? A] cual se res-
ponde con el ofrecimiento y resignación que luego se sigue. ,,
Y tras de tal ofrecimiento (como son los trabajos y meresci- I
mientos de Cristo) ^qué se puede mejor seguir, que pedir merce-
des por ellos, que es la cuarta parte deste ejercicio?
Y en esta petición ^en qué podemos mejor parar y reposar
que en pedir el amor de Dios, que es la cosa que Él más huelga
de dar, y más nos conviene recibir, la cual es de tal cualidad, que
el mismo pedirla y desearla es ya principio de poseerla?
Pues ésta es una de las principales comodidades que tiene
este ejercicio, que la una parte demanda á la otra, y el afecto que
precede pide luego al que se sigue. Porque la condición de nues-
tro corazón es ésta, que cuando está tocado del afecto y senti-
miento de alguna cosa, no querría soltarla de las manos, y tiene
cuasi por tormento saHr della para otra, si no es tan consecuente y
tan vecina á ella, que salir á ella sea como quedarse en la misma
que antes estaba.
La tercera comodidad es, que como sea verdad que todos los
que cesan en estos ejercicios, principalmente cesen por falta de
materia (que es por agotárseles y acabárseles el hilo de la medi-
tación) aquí no ha lugar este inconveniente: porque en cada cosa
déstas hay tanta materia de meditación, que si el hombre quisie-
re día y noche entender en esto, nunca le faltara materia que
meditar. Si no, mira cuánto hay que pensar en la preparación
acerca de la grandeza de Dios y de nuestra vileza: cuánto en
los beneficios divinos, que son más que las arenas de la mar:
cuánto en el ofrecimiento, especialmente de los trabajos y méri-
tos de Cristo, que abrazan todos los pasos y misterios de su vida
sanctísima: cuánto en la materia de la petición, que comprehen-
de todos los vicios y virtudes, y todas las necesidades y mise-
rias de nuestra vida, para las cuales pedimos aquí remedio: cuán-
to en el ejercicio del amor divino, donde tantas razones y consi-
deraciones hay para despertarlo, y tantas maneras para desearlo
y pedirlo. Verdaderamente cada una destas partes por sí sola
basta para dar materia de meditación, á veces todo el tiempo del
ejercicio: y aun así conviene hacerse, cuando el Espíritu Sancto
LIBRO III. PARTE II. 2/3
nos abriere más la puerta del sentimiento en una cosa que en
otra, aunque se gaste en ella toda la hora.
La cuarta y muy principal comodidad es, que todo el ejerci-
cio (si bien se mira) de tal manera va ordenado, que aunque va-
mos por todo él meditando, siempre podemos ir hablando con
Dios: que es una de las cosas que más ayudan á tener el espíri-
tu atento y levantado á lo alto. Porque la meditación (cuando de
otra manera por sí sola discurre considerando diversas cosas con
que despierte el afecto de la devoción) suele ser por parte de
nuestra flaqueza natural muy instable, porque tiene rail salideros
y prendederos, por donde unas veces desaparece, otras se pren-
de en cosas que ya salen de la materia de meditación fructuosa,
y á veces en lugar de meditar se pone el hombre á estudiar y
especular, no tanto para encender la voluntad, cuanto por en-
señar el entendimiento, que es cosa muy diferente del fin que
aquí se pretende. Mas cuando de tal manera se ordena esto, que
siempre varaos hablando y platicando con Dios, entonces va el
espíritu con mayor devoción y elevación y con mayor acata-
miento y reverencia de la divina majestad con quien va hablan-
do, y así no va tan flojo, ni tan tibio, ni tan instable, no se de-
rrama tanto por diversas cosas, como acaesce en la meditación.
Por donde es mucho más provechosa esta manera de proceder,
que la otra, por esta razón.
Lo quinto, tiene también otra cosa este ejercicio, que no rae-
nos conviene á perfectos que á principiantes: porque todas estas
cosas generalraente son proporcionadas á todos, sino que á los
principiantes conviene parar más en la preparación, que trata de
la propria confusión y dolor de los pecados, y menos en la pos-
trera, que trata del amor divino: mas á los que están ya de al-
gunos días más ejercitados, conviene más el ejercicio de la pos-
trera, que trata del amor divino, que es materia más conveniente
para los tales: aunque ni el ejercicio de los penitentes ha de ca-
recer de amor (pues el verdadero dolor nasce del amor) ni el de
los más aprovechados ha de carecer de dolor, pues todos ofen-
demos cada día en muchas cosas, las cuales con amoroso dolor
deben ser purgadas y lloradas.
Una sola cosa conviene aquí avisar, y es, que entre estas cinco
partes susodichas, la más provechosa es el ejercicio en el amor di-
vino, que se pone al cabo. Y por esto debemos mirar que de tal
OBRAS DE GRANADA. X— 18"
274 GUIA DE PECADORES
manera partamos el tiempo con las otras, que siempre quede algo
para ésta: porque así como la caridad es fin de todas las virtudes,
así el ejercicio della es el fin de todos los otros ejercicios, y por
esto, tratar de los otros y no déste, sería usar de los medios
y no conseguir el fin. Presupuesto, pues, este pequeño pre-
ámbulo, comencemos á tratar de cada parte de éstas por su
orden.
PREPARACIÓN Y PRINCIPIO DEL EJERCICIO
CAPÍTULO III.
' RIMERAMENTE, antes que comencemos á hablar con
nuestro Señor, será muy bien aparejar el corazón
para este negocio de tanta dignidad: para lo cual
debemos hacer las tres cosas siguientes.
La primera (porque no pensemos que hablamos al aire, y
que está muy lejos de nosotros el que nos ha de oir) pongamos
ante los ojos la presencia de Dios, que hinche cielos y tierra, y
está en todo lugar presente, no sólo por potencia y presencia,
sino también por verdadera y real esencia. Porque dondequiera
que hay algo que tenga ser, ahí está El como causa y fuente del ser,
dándolo á todas las criaturas: porque la causa y el efecto de ne-
cesidad han de estar juntos y tocarse uno á otro. Y por esto en
todo lugar es necesario que esté Dios presente, y así lo contem-
plaba el profeta Elias cuando decía: Vive el Señor Dios de los
ejércitos, en cuya presencia estoy.
Pues así has de presuponer que está Dios presente á tu ora-
ción tan entero y tan grande como está en el cielo, y pensar que
no hablas á las paredes, sino á Dios que realmente está delante
de ti, oyendo tus palabras, y mirando tu devoción y tus lágrimas,
y delectándose y manteniéndose de ellas: porque aunque univer-
salmente asista Él á todas las criaturas, mas particularmente asis-
te á los que oran, como expresamente nos lo denunció un pro-
feta diciendo: No hay nación en el mundo tan grande, que ten-
ga sus dioses tan cercanos á sí, como nuestro Señor Dios asis-
te á todas nuestras oraciones. Pues ¿qué más bien quieres tú que
saber tan de cierto (aunque no lo veas con ojos de carne) que te
ve y te oye desta manera Aquél que tan piadoso y poderoso es
para remediar tu vida?
La segunda cosa que debes hacer (después q\se así te veas
en su presencia) es una profundísima reverencia de todo cora-
zón. Y llamo aquí reverencia, un reconosciraiento de la majestad
2/6 GUIA DE PECADORES
de Aquél á quien vas á hablar, y de la bajeza de ti que le vas á
hablar, como lo reconoscía aquel sancto patriarca que decía: Ha-
blaré á mi Señor, aunque sea polvo y ceniza. Para esto debes le-
vantar un poco los ojos de la consideración á pensar la grande-
za, la majestad, la infinidad, la inmensidad, la omnipotencia, la sa-
biduría, la bondad, la hermosura y las otras perfecciones deste
soberano Señor, las cuales son tan grandes y sobrepujan tanto
el entendimiento así humano como angélico (que como dice un
religioso doctor) si todo el universo mundo estuviese lleno de li-
bros, y todas las criaturas del fuesen escritores, y toda el agua
de la mar fuese tinta, antes se acabarían todos los libros, y se ago-
taría la mar, y se cansarían los escritores, que pudiesen cum-
plidamente explicar una sola de sus perfecciones. Y añade más,
diciendo que si de todos los corazones de los hombres se hi-
ciese un solo corazón que tuviese la virtud y capacidad de todos,
y éste llegase á sentir algo de cualquiera destas perfecciones co-
mo ella es en sí, no sería posible que á la hora no reventase, si
por especial milagro de Dios no fuese para ello confortado. Fi-
nalmente, es tan grande la majestad y inmensidad deste Señor, que
toda esta tan gran máquina del mundo con todo cuanto ha}^ en
ella, apenas es una pequeñita hormiga delante de él. Pues si todo
el universo mundo no es más que esto en su presencia, tú que tan
pequeña parte eres del mundo ^jqué parecerás delante del? Pues
este provecho (entre otros) te traerá esta consideración, que más
claramente verás por ella lo que eres. Porque muchas veces en
levantando los ojos á aquella beatísima luz, la primera cosa que
verás será tu nada, y así verás cómo todas las cosas de suyo son
nada, y cómo él les da todo el ser y hermosura que tienen, y có-
mo en él, y del, y por él son y se conservan todas ellas.
Esta consideración basta para que el hombre se humille has-
ta el polvo de la tierra, y encoja sus alas, y se suma en los abis-
mos en presencia de tan grande majestad. Y esta misma consi-
deración bastará para hacerle estar con temor y temblor delante
de este Señor: y cuanto su corazón estuviere más tomado deste
temor, tanto menos se descuidará ni derramará en otros pensa-
mientos peregrinos: porque el freno del temor no le consentirá
desmandarse ni descuidarse en presencia de tan grande majestad.
Hecha esta reverencia, la tercera cosa que debe hacer es, que
(porque el justo al principio es acusador de sí mismo) comience
LIBRO III. PARTE II. 277
luego á acusarse de todos sus pecados, trayendo á la memoria
de la manera que vivió antes que el Señor le abriese los ojos,
y de la que vive agora en el tiempo presente. Porque en aquel
tiempo hallará haberse derramado por todos los vicios del mun-
do, y dejádose llevar (como una bestia bruta) de todos sus ape-
titos y pasiones, viviendo como un gentil que ningún conosci-
miento tiene de Dios. Mas agora de presente considere cuan
mal responde á las inspiraciones divinas, cuan mal se aprovecha
de las oportunidades y aparejos que el Señor le dio para bien
vivir, cuan fácilmente quebranta sus buenos propósitos por cual-
quier ocasión que se le ofrece, cuan amigo es de sí mismo y de
su propria voluntad, cuan poco ha mortificado sus pasiones, cuan
poco ha aprovechado en las virtudes, cuan subjecto está todavía
á la vanagloria, y á la ira, y á la envidia, y á la gula, y á la li-
viandad de corazón, y á las risas demasiadas, y á las palabras
vanas. Cuan poco amor y temor tiene para con Dios, cuan poca
piedad para con los prójimos y cuan poco rigor para consigo:
finalmente cuan poca guarda tiene en su corazón, en sus ojos, en
sus oídos y en su lengua, y así en todo lo demás.
Considerando, pues, todas estas miserias y culpas, arrójese á
los pies del Señor, y mirando la insuficiencia que de su parte tie-
ne para presentarse delante del, entre por aquellas rosadas y amo-
rosas llagas de su sacratísimo cuerpo, para que con la eficacia
de ellas y con aquella ardentísima sangre que de ellas mana, sean
lavadas sus manchas y quede ?u espíritu limpio y hábil para pa-
rescer delante del, arrojando todas sus miserias y imperfecciones
y todo lo que ha}^ en él (que desagrade á sus limpísimos ojos y
le hace desemejante á él) en estas sacratísimas fuentes y en el
abismo de su infinita bondad, para que allí sean consumidas y
abrasadas, y él con ellas: porque su ánima sea purificada y lim-
pia, y no ha3^a en ella cosa que ponga impedimento á los rayos
de su beatísima luz.
Desta manera, pues, se arrepienta de sus pecados y diga su
culpa de ellos, y propuesta la enmienda de ellos, pida perdón al Se-
ñor, para que con estos actos de penitencia haga propicio al juez
con quien ha de negociar sus negocios. Para lo cual podrá decir
con toda devoción la confesión general, ó el Psalmo de Miserere
mei Deiis^ ó otra cosa semejante, para despertar con estas sane-
2/8 GUIA DE PECADORES
tas palabras la tibieza que el corazón suele tener al principio de
la oración.
Y no sólo pida al Señor perdón de los pecados, sino también
ayuda para que aquel poco de tiempo que quiere llegarse á ha-
blar con él, esté allí con aquel temor y reverencia que se debe á
tan alta majestad, y con aquella atención y humildad que se re-
quiere para recebir el Espíritu Sancto y la gracia de la devoción
que en aquel ejercicio se reparte á todos los que religiosamente
perseveran en él. Esto basta para la preparación, en la cual pue-
de el hombre extender las velas todo cuanto quisiere en el co-
noscimiento de sí mismo y de sus proprias miserias, según que
adelante se declara.
También ayudará mucho para esta misma preparación (cuan-
do el ánimo estuviere muy derramado) recojerlo con la lición
de algún libro devoto, ó con algunas oraciones vocales, porque
éstas devotamente dichas suelen ayudar mucho á recojer el co-
razón derramado.
HACIMIENTO DE GRACIAS
CAPÍTULO IV.
[espués de la preparación podemos luego comenzar á
dar gracias á nuestro Señor por los beneficios recebi-
dos, que es una de las principales partes deste ejerci-
cio, como ya dijimos.
Y como sean innumerables los beneficios divinos, reduciré-
moslos aquí á diez maneras de beneficios, de los cuales podemos
hacer un psalterio de diez cuerdas, en el cual con el profeta Da-
vid cantemos y alabemos á Dios. Entre estos beneficios el pri-
mero es de la creación, el segundo de la conservación, el terce-
ro de la redempcion, el cuarto del bautismo, el quinto del lla-
mamiento, el sexto de las inspiraciones divinas, el séptimo de las
preservaciones de males, el octavo de los Sacramentos, el nove-
no de los beneficios particulares, el décimo de la bienaventu-
ranza de la gloria que nos está prometida. En cada uno destos
beneficios había mucho que encarescer y que decir: mas yo no
haré por agora más que correr sumariamente por todos ellos para
que se entienda la importancia del beneficio y el agradescimien-
to que se debe por él.
§. I.
Pues entre estos beneficios el primero y el fundamento de
todos es habernos Dios criado y hecho á su imagen y seme-
janza. De manera que hoy ha tantos años que (cuanto á la prin-
cipal parte de ti, que es el ánima) eras nada: y fuiste ab eterno
nada (que es menos que una hormiga, menos que una piedra,
finalmente nada) y así pudieras ser eternalmente nada: y tan hon-
rado se quedara el mundo que fueras tú en él como que dejaras de
ser: y plugo á aquella divina bondad ante todo merescimiento tuyo,
por sola misericordia y nobleza suya, sacarte de aquel abismo
y de aquellas profundísimas tinieblas en que ab eterno morabas,
28o GUIA DE PECADORES
y darte ser, y hacerte algo, y no cualquier algo, esto es, no pie-
dra, ni ave, ni serpiente, sino hombre, que es una de las más
nobles criaturas del mundo. En el cual beneficio nos dio este
cuerpo con todos sus miembros y sentidos (de los cuales cuánto
valga cada uno, la falta del lo muestra cuando la hay) 3^ esta
ánima racional con todas sus potencias, hecha á su imagen y se
mejanza, conviene saber: inmortal, incorruptible, intelectual y
capaz del mismo Dios y de su misma bienaventuranza. Por don-
de verás que si tanto debes á los padres, porque fueron instru-
mentos de Dios para formar tu cuerpo, (¡cuánto más deberás al
que con ellos formó tu cuerpo, y sin ellos crió tu alma, sin la
cual el cuerpo no fuera más que una bestia muerta, ó un pedazo
de carne podrida.
§. n.
El segundo beneficio es de la conservación: porque no sólo
te sacó de no ser á ser mediante el beneficio de la creación,
sino también te conserva en ese ser que te dio: de tal manera,
que si un solo punto desviase sus ojos de ti, luego desfallecerías
y te volverías en aquella misma nada de que fuiste criado. De
suerte que así como el sol produce de sí los rayos de la luz en
este aire, y el mismo que los produce los conserva en el ser que
les dio, así también lo hace este mismo Señor con nosotros, sa-
cándonos de no ser á ser, y después conservándonos en ese
mismo ser: de manera que lo que una vez nos dio, siempre nos
lo está dando y conservando, que es como si de nuevo siempre
nos estuviese criando.
Para esto crió todas cuantas cosas hay en el mundo, pues
todas vemos que sirven á la conservación del hombre, cada cual
en su manera. Porque unas son para mantenerle, otras para ves-
tirle, otras para curarle, otras para recrearle, otras para enseñar-
le, y otras para castigarle: porque de todo es razón que haya
en la casa del buen padre: y es cosa muy para considerar, ver la
largueza y abundancia con que este Señor nos proveyó de todo
esto. [Qué de manjares crió para sustentarnos! ¡Qué de paños
para vestirnos! ¡ Qué de yerbas para curarnos! Y sobre todo, ¡que
de diferencias de cosas para recrearnos! Porque unas sirven para
recreación de la vista (que son todas las flores y colores) otras
LIBRO m. PARTE II. 28 1
para los oídos (que son todas las músicas y cantos de aves) otras
para las narices (que son todos los olores y especies aromáticas)
otras para el gusto (que son cuasi infinitas maneras de frutas,
de pesces, y aves, y animales) porque todas estas cosas son más
para el hombre que para sí mismas, pues más goza el hombre
del servicio y usofructo dellas, que ellas mismas. Mira, pues, cuan
largamente, y cuan regaladamente se hubo Dios contigo en esta
parte, y cuántas maneras, de beneficios te hizo en este beneficio.
Porque en él se comprehenden todas las criaturas del mundo,
que fueron criadas para tu servicio, pues Dios para el suyo no
tenía de ellas necesidad. Y no sólo las de la tierra, sino también
las del cielo (como son el sol y luna, estrellas y planetas) y aun
las que están sobre los cielos, como son los ángeles que ven
su cara, los cuales también diputó para nuestra guarda y com-
pañía.
§. m.
El tercero beneficio es de la redempcíón: el cual excede todo
lo que la lengua mortal puede encarescer y decir. Porque si con-
sideras en él estas cinco cosas, conviene saber, lo que el Señor
por este beneficio nos dio, el medio por donde lo dio, el amor con
que lo dio, la persona que lo dio, y la persona que lo recibió,
cada cosa déstas te pondrá nuevo espanto y admiración, y en-
tenderás que ni la dádiva pudo ser mayor, ni el medio más ex-
celente, ni el amor más subido, ni la persona que lo dió~ más
digna, ni la que lo recibió (quitando aparte los demonios) más
indigna.
En cada cosa déstas hay mucho que considerar, y particu-
larmente en la grandeza del amor con que el Señor obró todo
esto (que bastara para padescer mil veces más de lo que pades-
ció, si nos fuera necesario) y asimismo, en el medio que esco-
gió para hacer esta obra, que fué tomar sobre sí todos nuestros
males, para hacernos gracia de sus bienes. Aquí entran todos los
pasos y misterios de su muerte y de su vida sanctísima, los cua-
les todos son partes deste beneficio, 3' cada uno de ellos por sí
grandísimo beneficio. Aquí entra la humildad de la encarnación,
la pobreza del nascimiento, la sangre de la circuncisión, el des-
tierro de Egipto, el ayuno del desierto, los caminos, las vigilias,
282 GUIA DE PECADORES
los trabajos y persecuciones de la vida, los dolores y afrentas
de la muerte (que fueron tantas cuantas nunca jamás se vieron)
por las cuales todas y por cada una en particular debemos dar
infinitas gracias á este Señor que por tan ásperos caminos nos
buscó, y por tan caro precio nos compró, para darnos más claro
testimonio de lo mucho que nos amaba, y echar mayor cargo
y obligación sobre nuestros hombros, para qne así le amásemos
como nos amó.
§. IV.
El cuarto beneficio es del bautismo, por el cual aquel Señor
de infinita piedad y misericordia, sin preceder algún meresci-
miento de nuestra parte, por sola bondad y misericordia suya,
tuvo por bien lavarnos con aquella agua que salió de su pre-
cioso costado, y desterrar con ella la fealdad de nuestras ánimas,
y librarnos de la tiranía de nuestros enemigos (que son pecado,
infierno, demonio y muerte) y hacernos templo vivo y morada
suya, y darnos allí espíritu de adopción (que es ser recibidos
por hijos de Dios) y proveernos de todos los atavíos que para
esta dignidad se requerían (que son la gracia y las virtudes in-
fusas y dones del Espíritu Sancto) con las cuales parezcamos
hermosos en los ojos de Dios, y cobremos nuevas fuerzas para
triunfar del demonio, para que así podamos conseguir el fin para
que fuimos criados, que es el reino de los cielos. Pues ¿con qué
pagarás al Señor este beneficio?
¿Qué le darás, porque entre tanta muchedumbre de naciones
bárbaras, de infieles, de turcos, de moros, de gentiles (que ado-
ran piedras, y palos, y serpientes) quiso el Señor que fueses cris-
tiano, y que te cupiese la suerte en el gremio de la Iglesia, y en la
heredad y casa del Señor, y en el Arca del verdadero Noé, para
que no perecieses con todo el otro restante del mundo en el di-
luvio de la infidelidad, donde tantos millones de ánimas cada día
perecen ? Mira cuántas ánimas crió Dios el día que crió la tuya,
de las cuales unas cayeron en Turquía, otras en Guinea, otras
en Berbería &c. y así pudiera caer la tuya, y no quiso este Se-
ñor que cayese sino en el paraíso y gremio de su Iglesia, que es
la casa de los hijos de Dios y de sus predestinados. Pues ¿qué
les darás por este beneficio?
LIBRO III. PARTE II. 283
§. V.
El quinto beneficio es del llamamiento: y entiendo aquí por
llamamiento, si algún tiempo viviste rotamente sin ningún temor
de Dios, y agora vives de otra manera, trabajando con todas
tus fuerzas por evitar todo pecado mortal. Á esto pongo nom-
bre de llamamiento: porque es grandísima conjectura para creer
que eres llamado á la gracia, pues esta mudanza no parece de
carne ni sangre, sino de la diestra del muy alto.
Pues si habiendo vivido algún tiempo en aquel estado mise-
rable, te sacó Dios de allí con su piadosa y poderosa mano, y te
puso en éste, <jqué gracias será razón que le des por este bene-
ficio? Porque no entra aquí un solo beneficio, sino otros muchos
que andan en compañía de éste. Porque un beneficio fué espe-
rarte tanto tiempo á penitencia, sin cortar el hilo de la mala vida,
que por ventura se cortó á otros que quizá por esta causa es-
tarán agora penando en el infierno. Otro fué sufrir tantos peca-
dos, tantos atrevimientos, tantas torpezas, tantas desobediencias
y tantas desvergüenzas como en aquel estado te sufrió con tan
larga paciencia: otro fué en lugar de castigos enviarte tantos avi-
sos, y maestros, y despertadores, y tantas buenas inspiraciones
para despertarte y sacarte de aquel peligro. Otro fué llamarte
con tan poderoso llamamiento, que bastase para romper las ca-
denas con que estabas preso, que eran el deleite del vicio, y el
poder del demonio, y la fuerza de la mala costumbre, que es la
soga de los tres ramales con que el demonio tiene preso á los
suyos: la cual dificultosísimamente se rompe. Otro fué recebir-
te finalmente como al hijo pródigo en su casa, y perdonarte (si
por ventura estás ya perdonado) tantos pecados, y hacerte llano
el camino del cielo, y darte otro corazón con el cual te fuese
dulce lo que antes era amargo, y te amargase lo que antes era
dulce, para que así pudieses perseverar en el bien.
Y sobre todo esto es mucho más de notar haber hecho el Se-
ñor esto por pura gracia y misericordia, que es ante todo me-
recimiento tuyo, porque en aquel estado no se puede hacer cosa
alguna que tenga mérito ni precio delante del. ¿ Cuántos millares
de ánimas piensas que estarán agora penando en el infierno por
no haber usado el Señor con ellas de tan grande beneficio, esto
284 GUIA DE PECADORES
es, ó porque no las esperó tanto tiempo, ó porque no las sufrió
con tanta paciencia, ó porque no las llamó con tan poderoso
llamamiento, ó porque no las confirmó con tan abundante gra-
cia? Pues ^qué heciste tú más que ellas? ¿Qué más mereciste
que ellas, para que fueses tanto más dichoso que ellas? Si eres tú
uno de los dos que estaban moliendo en una misma atahona, ó
dormiendo en una cama (esto es, en el mismo deleite ó en la
misma culpa) ^ porqué habías de ser tú más el que tomaron para
la gloría, que el que dejaron para la pena, estando ambos en una
misma culpa? ^ Porqué habías de ser tú escogido para vaso pre-
cioso de la mesa de Dios, y el otro dejado para vaso sucio de
que se sirviese el demonio ?
Corre por todas las edades pasadas, y acuérdate de los niños
y de los mozos que tuviste ó por vecinos, ó por amigos, ó por
compañeros de tus disoluciones y de tus vicios, los cuales per-
manescieron ó acabaron por ventura en aquel mismo estado
de donde Dios á ti te sacó, y mira cuan gran misericordia fué
que permanesciendo ellos en aquel mismo estado, sacase Dios
á ti de tal peligro, habiendo perseverado con ellos en un mismo
delicto. Vuélvete, pues, á Dios, y dile: Señor (jqué vistes en raí?
¿Qué necesidad teníades Vos de mí? ¿ Qué servicios os hice yo?
¿De dónde á mí tanto bien que dejando aquéllos en sus tinieblas,
enviásedes á mí este rayo de luz? ¿Qué gracia os daré por este
beneficio? ¿Con qué palabras os alabaré? Alabeos, Señor, mi
lengua, y. mi corazón, y todos mis huesos digan: Señor ¿quién es
como vos? ¿ Quién pudiera hacer esta mudanza sino vos? ¿Quién
pudiera librarme de la garganta de aquella antigua serpiente
sino vos? ¿Quién me pudiera hacer amargo lo dulce y dulce lo
amargo sino vos? Alabad (dice el Profeta) al Señor, porque es
bueno y porque su misericordia permanece en todos los siglos.
¿Quién quieres, Profeta, que le alabe? ¿Quién tendrá lengua para
saber pronunciar sus alabanzas ? Alábenlo (dice él) los que han
sido redemidos del Señor, los que Él libró de la mano del ene-
migo: porque solos ésos tendrán lengua para alabarle, que tienen
experiencia de ese tan grande beneficio.
§• VI.
El sexto beneficio es de las inspiraciones y buenos propósi-
tos que el Señor nos envía, con que nos despierta siempre y nos
LIBRO III. PARTE II. 285
llama á todo bien. Porque así como el corazón está siempre en-
viando espíritus y calor á todos los miembros del cuerpo, así el
Espíritu Sancto, que (según Sancto Tomás) es como corazón de la
Iglesia, siempre está inspirando buenas inspiraciones y propósitos
en el ánima ;donde mora. Pues según esto, todas cuantas buenas
obras has hecho, cuantos buenos deseos y propósitos has teni-
do, cuantas lágrimas has derramado, cuantas consolaciones del
Espíritu Sancto has recebido, cuantos pasos buenos has dado, cuan-
tas lumbres y sentimientos de Dios has tenido, cuantos buenos pen-
samientos has pensado, en cuantos negocios has acertado, todos
son beneficios de Dios: porque así como todas cuantas gotas de
agua caen en la tierra, vienen de la mar (que es fuente de todas
las aguas) así cuantas maneras de bienes suceden á los hombres,
todos nascen del pélago de los bienes, que es Dios. Porque sen-
tencia es de muchos teólogos que para hacer una obra meritoria
(demás de la gracia habitual del Espíritu Sancto) es menester
especial ayuda y tocamiento de Dios, que interiormente nos to-
que y nos despierte á bien obrar.
De donde, así como cuando un hombre enfermo de modo-
rra está muy cargado de sueño, le ponemos otro al lado que de
rato en rato le esté avisando que no se duerma, así habemos de
imaginar que está el Espíritu Sancto á nuestro lado ejercitando
con nosotros esto mismo: y esto por tantas vías y maneras y
tan á la continua, que parece que no tiene otro oficio en que en-
tender sino solo éste. Por donde cada vez si el .hombre sintiese
que interiormente le mueven acá dentro á que despierte y se
acuerde de Dios, ó que ponga las manos en alguna buena obra,
luego había de reconoscer la visitación y beneficio de la pre-
sencia divina, y hacerle una profunda reverencia en su ánima, y
acudir luego á poner por obra lo que se le manda.
§. VIL
El séptimo beneficio es de las preservaciones de males, el
cual comprehende todos los males del mundo, de que el Señor
por su misericordia nos ha librado. Entre los cuales hay males
de naturaleza, y males de fortuna, y males de culpa, que son to-
das las maneras de pecados que hay en el mundo.
Pues has de tener por cierto que ningún mal hay que tenga
286 GUIA DE PECADORES
un hombre, que no le pueda tener otro hombre, pues es hombre
como él, y hijo de Adán como él, y concebido en pecado como
él, y finalmente compañero de la misma naturaleza y de la mis-
ma culpa, y así subjecto á la misma miseria que él.
Según esta cuenta, todos cuantos males hay en el mundo,
son beneficios tuyos, pues en todos ellos pudieras haber caído,
si Dios por su misericordia no te hubiera preservado. Ves uno
ciego, otro lisiado, otro tullido, otro loco, otro con los dolores de
la gota, otro de la piedra, otro preso tantos años ha, otro cati-
vo, otro condenado á las galeras, otro al cuchillo, con otros mi-
llones de males que ves á cada paso y á cada hora por ese mun-
do: cada vez que esto vieses, habías de hincar las rodillas del
corazón á Dios y levantar las manos al cielo diciendo: Señor, esto
os debo yo á vos. Sea para siempre bendito vuestro nombre,
que yo pudiera ser como éste y como aquél, y si así me viera,
quizá perdiera la paciencia, y deseara acabar la vida, y diera to-
dos los tesoros del mundo por no verme así, y besara los pies á
quien desto me Ubrara, y oñ'eciéramele por esclavo perpetuo.
Pues beso. Señor mío, vuestros pies y vuestros manos millares
de veces, y ofi'ézcome por vuestro perpetuo esclavo, y doos in-
finitas gracias, porque por sola vuestra misericordia enderezas-
tes mi vida de tal manera que no me viese en estos males.
§. vni.
El octavo beneficio es el de los Sacramentos, y señaladamen-
te de la confesión y comunión. Pues ¿cuánto debes al Señor por
haberte dejado una fuente abierta en su precioso costado, para
que en ella te bañases y lavases todas cuantas veces sintieses tu
ánima amancillada con algún pecado ? ¿ Qué es el sacramento de
la confesión, sino un baño limpísimo para lavar nuestras máculas,
y una medicina perfectisima para sanar nuestras enfermedades,
y un medio eficacísimo para reconciliarnos con Dios á costa de
la sangre de Cristo? Dime, si estuvieses sentenciado á una muerte
afrentosa, ó á cien azotes por las calles públicas, y un amigo tu^'^o
por pura nobleza y misericordia se pusiese á pasar aquella ver-
güenza y recebir aquellos azotes por ti, y tú le vieses desta ma-
nera ir azotando por las calles con una soga á la garganta, ¿ con
qué ojos le mirarías? ¿Con qué corazón le agradecerías aquel
LIBRO III. PARTE II. 287
tan grande beneficio? Pues ninguna otra cosa pienses que es el
sacramento de la confesión sino ésta. Porque tú estabas senten-
ciado á azotes y á muerte perpetua por tus pecados, y el Hijo de
Dios movido de pura lástima y compasión, se atravesó de por
medio y se puso á esperar los azotes y sentencia que tú mere-
cías: y en virtud de esta satisfacción manda Dios al sacerdote
qne te dé por libre, porque ya se entregó de la deuda que le
debías, en las espaldas de su Hijo. Pues ¿con qué corazón, con qué
amor, con qué ojos será razón que mires á quien tal hizo por ti?
¿Y qué no será razón que hagas tú por él ?
Pues del sacramento de la comunión ¿qué diré? Éste es el sa-
cramento de sacramentos, el misterio de misterios, el beneficio de
beneficios y el memorial de todas las maravillas de Dios. Éste
es sacramento de gracia, sacramento de amor, sacramento de
unidad, sacramento de devoción y de remisión y de todos los
bienes. Aquí es el hombre visitado de Dios, aquí es honrado con
la presencia divina, aquí es hecho templo vivo de la Sanctísima
Trinidad. Aquí se da la gracia en mayor abundancia que en los
otros sacramentos, aquí se gusta la divina suavidad en su misma
fuente, aquí se enciende el fuego del amor de Dios, aquí se abra-
za el ánima con su esposo, de donde resultan en ella maravillo-
sos deleites. Éste es el viático con que se ha de andar este cami-
no del cielo, y éste es el pan de trabajadores, con que se es-
fuerzan los que trabajan y cavan en la viña del Señor. Aquí se
renuevan los buenos propósitos, aquí reverdecen los buenos de-
seos, aquí se acrescienta la devoción, aquí se abren las fuentes
de las lágrimas, aquí se refresca la juventud del ánima, y aquí
finalmente se mantiene y come de Cristo, que es el mayor bien
que en esta vida se puede recebir. Porque no es otra cosa co-
mer á Cristo, sino hacernos participantes de su espíritu, de su
gracia y de su justicia, de sus merescimientos y de todas sus
virtudes y trabajos. Porque así como el que come hace suyo
proprio lo que come, y no como quiera suyo, sino su misma car-
ne y su misma sangre, así comer á Cristo no es otra cosa que apli-
car á nosotros y hacer nuestros los bienes de Cristo, para que así
seamos mirados del Padre eterno con aquellos ojos que es mira-
do él, no ya como extraños y peregrinos, sino como partes y
miembros de su mismo Hijo. Pues ¿qué mayor gracia, qué raa*
yor misericordia que ésta?
GUIA DE PECADORES
§. IX.
Todos estos beneficios de que hasta aquí habernos tratado,
por la mayor parte son comunes á todos los fieles: quedan des-
pués déstos los particulares y ocultos que cada uno por su parte
habrá recibido, de los cuales así como nadie puede hacer suma,
así el que los ha recibido no puede tener de ellos ignorancia.
Discurre, pues, por todas aquellas tres maneras de bienes que se
hallan en los hombres, que son bienes de naturaleza, de fortuna
y de gracia, y mira en lo que te ha aventajado el Señor sobre
otros muchos hombres, y reconosce que de todo eso le eres deu-
dor. Mira' (cuanto á los bienes de naturaleza) las habilidades na-
turales que te ha dado, el ingenio, la condición, la discreción na-
tural, los padres, la patria, el linaje, las fuerzas, la salud, la vida,
y otras cosas semejantes. Cuanto á los bienes de fortuna, mira la
hacienda y el patrimonio que te dio, la honra, el lugar, el oficio,
y otras cosas semejantes que no nascen con nosotros, sino nos
vinieron después por la providencia de Dios. Cuanto á los bienes
de gracia, mira si por ventura has recebido algunos particulares
dones del Señor, como son lágrimas, devoción, castidad, caridad
y misericordia para con los prójimos, menosprecio de hacienda,
de oficios y dignidades, y contentamiento con lo que Dios te dio.
Mira si ha mucho tiempo que te preservó de pecado mortal, que
es una grande y singular prenda de la divina gracia. Mira los pe-
ligros y tentaciones que por su misericordia y providencia has
vencido, y otras cosas semejantes.
Mira también con los bienes de gracia los aparejos que el Se-
ñor te ha dado para bien vivir, los maestros, los confesores, los
predicadores, los compañeros, la doctrina, el oficio y el estado
en que te puso. Si eres sacerdote, si bien casado, ó por ventura
Ubre de las cargas del matrimonio, y con esto vives contento y
seguro, que es mayor bien que el primero. Y sobre todo mira si
eres religioso, mayormente en provincia ó monesterio donde flo-
rece la observancia regular: porque si hay cosa en el mundo que
tenga imagen y semejanza del cielo, es la congregación obser-
vante de la vida religiosa, por razón de la paz y quietud interior
y exterior que allí se halla, y de la buena compañía, que es el
paraíso de la tierra, y de los aparejos y ayudas grandes para bien
vivir, y de los votos esenciales, que hacen de hombre ángel.
LIBRO III. PARTE II. 289
Otros beneficios hay más ocultos que éstos, los cuales aun el
mismo que los tiene no los conosce. Porque muchas veces infun-
de el Señor algunos dones y virtudes en el ánima tan secreta-
mente, que el mismo que los recibe no los entiende, como lo sig-
nificó el Santo Job cuando dijo: Si viniere á mí, no le veré, y si se
fuere, también esto ignorará mi ánima, Y hacer él esto así, es do-
blada misericordia, porque esto es asegurarnos del peligro de la
soberbia, para que así esté en nosotros más segura la gracia: que
es como quien da el tesoro, y da también la llave para guardar
el tesoro.
Y así como hay dones ocultos, así también hay preservacio-
nes de males ocultos, que el mismo hombre preservado no en-
tiende. ¿Qué sabes tú si estando alguna vez para pasar por una
calle (donde por ventura se te ofreciera ocasión para alguna culpa
semejante á la que David cometió por la ocasión que tuvo) te es-
torbó Dios ese camino, ó te puso en corazón que fueses por otra
parte para excusarte de ese peligro? ¿Cuántas veces habrá hecho
el Señor con nosotros aquello que hizo con S. Pedro cuando le
dijo: Pedro, Satanás andaba muy solícito para acribaros y aven-
taros como á trigo, mas yo hice oración por ti porque no des-
falleciese tu fe? ¿Cuántas veces, pues, habrá el Señor prevenido
con su providencia paternal nuestros peligros, y atajado los pasos
al deraonio,y enflaquecido las fuerzas de nuestro adversario para
que no prevaleciese contra nosotros? Pues por estos beneficios
ocultos no menos le debemos gracias que por los manifiestos,
sino muchas más. Porque así como por los pecados ocultos le
debemos pedir perdón, así por los beneficios ocultos le debemos
agradescimiento.
§.x.
El décimo beneficio es de la glorificación que adelante se nos
promete por corona, y agora se posee por la esperanza. Aquí pue-
de el hombre espaciarse cuanto quisiere en la consideración
deste soberano bien, y aquí puede alargar la vista, y extender los
ojos, y considerar la grandeza deste bien que nos está guardado.
Sube pues, hermano, con el espíritu á esta noble región, y mira
atentamente quesera ver la hermosura de aquella ciudad soberana,
aquellos muros y puertas de piedras preciosas, aquellas plazas de
OBRAS DE GRANADA X— 19
290 GUIA DE PECADORES
oro purísimo y aquellas arboledas y fuentes de agua viva. ¿ Qué será
ver aquellos nueve coros de ángeles repartidos en sus hierarquías,
tan hermosos, tan gloriosos, tan bien ordenados y tan resplan-
descientes? <jQué será ver aquellas órdenes y sillas de vírgines,
de confesores, de mártires, de apóstoles, de patriarcas y de pro-
fetas? ¿Qué será ver la sacratísima Virgen señora y abogada nues-
tra sobre todos los coros de los ángeles ensalzada? ¿Qué será ver
aquella sacratísima humanidad de Cristo Señor nuestro y herma-
no nuestro, asentada á la diestra del Padre, abogando por nos-
otros y haciendo nuestros negocios ? ¿Qué será sobre todo esto ver
Aquél á quien ver, es verlo todo, gozarlo todo, y poseerlo todo
y saberlo todo de una vez? ¿ Qué será ver aquella luz inmensa,
aquella hermosura infinita, aquel piélago de riquezas, aquel abis-
mo de deleites y aquella fuente de todos los bienes ? ¿ Qué será
oir aquella música, asentarse á aquella mesa, pasear por aquellas
plazas y conversar con aquellos ciudadanos tan nobles, tan san-
ctos, tan hermosos y tan discretos? Pues ¿qué debes al Señor que
para tan grande bien te crió, y te redimió, y te ha esperado hasta
agora, y te ayuda siempre para alcanzar esta corona ?
Aviso de la manera del dar las gracias,
'uES por todos estos beneficios debes dar infinitas gracias á
este Señor: y para que con mayor atención puedas hacer
esto, es muy buen consejo proceder en este hacimiento de gra-
cias hablando con el mismo Señor, y enderezando las palabras á
Él, diciendo así, ó de otra manera semejante.
Gracias te do}', Señor, porque me heciste y criaste á tu ima-
gen y semejanza, dándome este cuerpo con todos sus sentidos, y
esta ánima con todas sus potencias para que te conociese y
amase &c.
Gracias te doy por el beneficio de la conservación, porque
tú mismo que me criaste, me estás siempre conservando en este
ser que me diste, y porque para esta misma conservación criaste
todas cuantas cosas hay en este mundo, el cielo, la tierra, la mar,
el sol, la luna, las estrellas, los árboles, las aves, los pesces, los ani-
males, y finalmente todas las otras cosas que criaste, unas para
mantenerme, otras para curarme, otras &c.
LIBRO III. PARTE II. 29 1
Gracias te doy por el beneficio de la redempción, que es por
aquella incomprehensible bondad y misericordia de que comigo
usaste, y por aquella profundísima humildad y ardentísima cari-
dad con que me amaste y te abajaste á sufrir por mí tantas y tan
grandes fatigas. Gracias te doy por todos los pasos y trabajos
de tu vida sanctísima y de tu afligida y deshonrada muerte. Gra-
cias te doy por la humildad de la encarnación, por la pobreza
del nascimiento, por la sangre de la circuncisión, por el destierro
de Egipto, por el ayuno y tentación del desierto, por las vigilias
de las oraciones, por el cansancio de los caminos, por el discurso
de las predicaciones, por el trabajo de las persecuciones, por las
calumnias de tus adversarios y por la pobreza y humildad de
toda tu vida sanctísima. Gracias te doy por todas las fatigas y
deshonras que por mi causa padeciste en tu afligidísima y des-
honradísima muerte. Gracias te doy por la oración del huerto,
por el sudor de sangre, por la prisión, por las bofetadas, por las
blasfemias, por los azotes, por la corona de espinas, por la vesti-
dura de púrpura, por los escarnios, &c.
Desta manera puede el hombre proceder por todos los otros
beneficios susodichos: porque entendida la substancia de cada
uno de ellos, fácil cosa será enderezar el hombre las palabras á
Dios y darle gracias por ellos. Digo esto, porque (como arriba
tocamos) más atento está el corazón, y más levantado el espíri-
tu y más religioso cuando considera estas cosas hablándolas con
Dios, que cuando las piensa consigo mismo, ó las habla con su
propria ánima. Porque el hablar con aquella soberana majestad
es una cosa que levanta y empina el espíritu del hombre, y así
no está tan descaído, ni tan flojo, ni tan fácil para ser llevado de
cualquier imaginación, porque el temor y reverencia de Aquél
con quien está hablando, tiene más atento y más fijo su corazón.
Después de dadas las gracias por esta manera, podrá el hom-
bre (si hallare en sí devoción para eso) convocar todas las cria-
turas del cielo y de la tierra, para que todas le ayuden á bende-
cir y alabar á este Señor que tan magníficamente lo ha hecho
con él. Y para esto no hay mejor instrumento que aquel divino
cántico que cantaron aquellos tres mozos que echó Nabucodo-
nosor en el horno de Babilonia, porque no quisieron adorar su
estatua de oro: á los cuales dice la Escriptura que no tocó el fue-
go, ni entristeció, ni dio alguna molestia. Y entonces todos ellos
292 GUIA DE PECADORES
tres, experimentada esta tan grande bondad y providencia del
Señor para con sus siervos, como con una boca alababan y glo-
rificaban al Señor en medio del horno diciendo:
ENDITO seáis vos, Señor Dios de nuestros padres, y alabado
\^ y ensalzado en todos los siglos. Y bendito sea el sancto
nombre de vuestra gloria, y alabado y ensalzado en todos los
siglos.
Bendito seáis, Señor, en el sancto templo de vuestra gloria, y
alabado y ensalzado en todos los siglos.
Bendito seáis en el trono de vuestro reino, y alabado y en-
salzado en todos los siglos.
Bendito seáis vos que estáis asentado sobre los querubines, y
dende ahí veis los abismos, y alabado y ensalzado en todos los
siglos.
Bendito seáis. Señor, en el firmamento del cielo, y alabado y
ensalzado en todos los siglos.
Bendecid todas las obras del Señor al Señor, alabadlo y en-
salzadlo en todos los siglos.
Angeles del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Cielos, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en todos los
siglos.
Aguas que estáis sobre los cielos, bendecid al Señor, alabad-
lo y ensalzadlo en todos los siglos.
Todas las virtudes del cielo, bendecid al Señor, alabadlo y
ensalzadlo en todos los siglos.
Sol y luna, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en todos
los siglos.
Estrellas del cielo, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Lluvias y rocío, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en
todos los siglos.
Todos los espíritus del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y
ensalzadlo en todos los siglos.
Fuego y calor, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en
todos los siglos.
LIBRO ni. PARTE II. 293
Rocíos y heladas, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Invierno y estío, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Hielo y frío, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en to-
dos los siglos.
Nieves y heladas, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Noches y días, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en
todos los siglos.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en
todos los siglos.
Relámpagos y nubes, bendecid al Señor, alabadlo y ensal-
zadlo en todos los siglos.
La tierra bendiga al Señor, alábelo y ensálcelo en todos los
siglos.
Montes y collados, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Todas las cosas que fructifican sobre la tierra, bendecid al Se-
ñor, alabadlo y ensalzadlo en todos los siglos.
Fuentes, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en todos
los siglos.
Mares y ríos, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo en
todos los siglos.
Ballenas y todos los peces del mar, bendecid al Señor, ala-
badlo y ensalzadlo en todos los siglos.
Aves que voláis por el aire, bendecid al Señor, alabadlo y
ensalzadlo en todos los siglos.
Todas las bestias y ganados, bendecid al Señor, alabadlo y
ensalzadlo en todos los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor, alabadlo y glorifi-
cadlo en todos los siglos.
Bendiga Israel al Señor, alábelo y ensálcelo en todos los siglos.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y ensal-
zadlo en todos los siglos.
Siervos del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo
en todos los siglos.
Espíritus y ánimas de los justos, bendecid al Señor, alabadlo
y ensalzadlo en todos los siglos.
294 GUIA DE PECADORES
Sanctos y humildes de corazón, bendecid al Señor, alabadlo
y ensalzadlo en todos los siglos.
Ananía, Azaría y Misael, bendecid al Señor, alabadlo y en-
salzadlo en todos los siglos, porque nos libró del infierno, y de
la muerte, y de medio de la llama, y del fuego.
Alabad al Señor, porque es bueno, porque para siempre dura
su misericordia.
Todos los religiosos, bendecid á nuestro Dios, loadle y con-
fesad su gloria, porque su misericordia permanece en todos los
siglos.
OFRECIMIENTO
j.ESPUÉS deste hacimiento de gracias, se sigue el ofrecimien-
to y la resignación. Porque después que el hombre ha re-
conoscido la grandeza de las mercedes del Señor, luego se le-
vanta en el ánima aquel afecto y deseo que tenía el Profeta cuan-
do decía: «jQué daré yo al Señor por todas las mercedes que me
ha hecho? Pues á este afecto podemos luego responder con ofre-
cer al Señor eso que de nuestra parte podemos y tenemos (aun-
que todo sea suyo) porque así vuelvan las aguas al lugar de do
salieron, para que tornen otra vez á correr. Y según esto podre-
mos ofrecer tres cosas.
La primera, todos cuantos bienes con su ayuda hiciéremos,
y males padesciéremos, todas nuestras palabras, obras y pensa-
mientos, nuestros placeres y pesares, nuestros trabajos y descan-
sos, nuestro ocio y nuestros negocios, y hasta las mismas obras
necesarias para la vida (como son comer, beber y dormir) por-
que todo esto quiere el Apóstol que le ofrezcamos para gloria su-
ya, para que así las estrellas luzgan con alegría al Señor que las
crió. De manera que aunque al tiempo del obrar nos olvidemos
de referir actualmente estas obras á Dios, dende agora las de-
mos por ofrecidas y referidas á él.
Lo segundo, ofrezcámosle no sólo nuestras cosas, sino tam-
bién á nosotros mismos, que es otra ofrenda mayor. Porque una
cosa es ofrecer la fruta del árbol, y otra ofrecer el mismo árbol
con su fructa para que de ahí adelante fructifique para aquél á
quien se da. Ofrézcase, pues, el hombre á sí mismo, despose-
LIBRO III. PARTE II. 295
yéndose y desapropriándose de sí, y entregándose por esclavo
en las manos de su criador, pues en hecho de verdad fué com-
prado y rescatado por él.
Pues así como el esclavo (en cuanto esclavo) no tiene licen-
cia para hacer en nada su voluntad, sino la de su señor, así él se
ofrezca por tal para nunca más hacer su propria voluntad en al-
guna cosa grande ni pequeña, buena ni mala, sino sola aquella
que entendiere ser conforme á la voluntad de su Señor.
ítem, así como el esclavo no trabaja para sí, ni adquiere para
sí, sino para su señor, así él de aquí adelante ni trabaje para sí,
ni se busque á sí, ni pretenda cosa suya propria, sino sola la hon-
ra, gloria y beneplácito de su Señor.
ítem, así como del esclavo hace su señor todo lo que quiere,
vendiéndolo, empeñándolo, enajenándolo, castigándolo &c. así
él también se resigne y ofrezca como esclavo en las manos de su
Señor, para que haga del todo lo que fuere servido en tiempo
ó en eternidad. Si quisiere que viva, que muera, que esté rico,
que pobre, que sano, que enfermo, que honrado, que deshon-
rado, en todo y por todo se derribe á sus pies y se resigne en el
beneplácito de su sanctísima voluntad. Éste es uno de los gran-
des sacrificios que podemos ofrecer á nuestro Señor, si lo ofre-
cemos con todo nuestro corazón y con una profunda y verda-
dera subjección y humildad.
Mas porque todo esto es poco para lo que Dios merece, ofrez-
cámosle lo tercero otra ofrenda de inestimable precio y acep-
ción, que es la vida, la muerte, los trabajos y merescimientos de
nuestro Salvador: pues ésta es nuestra justicia, nuestro derecho,
nuestro mayorazgo, nuestro tesoro, nuestra herencia y todo nues-
tro bien.
Lleguemos pues (como dice el Apóstol) confiadamente al
trono de su gracia, y ofrezcamos al Padre esta tan preciosa
ofrenda, recontando todos los trabajos y méritos de su Hijo den-
de el pesebre hasta la cruz, no como hacienda ajena, sino como
derecho y patrimonio nuestro.
296 GUIA DE PECADORES
De la manera del ofrecer.
§• I.
acordémonos de hacer esto de la manera que antes dijimos,
que es enderezando las palabras á nuestro Señor, y di-
ciendo así, ó de otra manera.
Pues <] qué te daré yo, Señor, por tantos beneficios? ^Oué te po-
dré ofrecer de mi parte? Tuyo es. Señor, todo lo que hay en
nosotros, y lo que de tu mano habemos recibido te ofrecemos.
Ofrézcote pues, Señor, primeramente, todas cuantas obras este
día y de aquí adelante hiciere, y los trabajos que padesciere, el
comer, el beber, el dormir, el hablar, el callar, para que todo ello
sea para eterna gloria y alabanza tuya.
Ofrézcote no sólo todas mis cosas, sino á mí también con
ellas por. perpetuo esclavo tuyo, para que de hoy más no tenga
que ver con mi voluntad, sino con la tuya, ni pretenda cosa mía,
ni interese mío, ni contentamiento mío, sino sola tu gloria y solo
el beneplácito de tu sancta voluntad. Y así como de un esclavo
hace el señor todo lo que quiere, así yo postrado á tus pies me
pongo en tus sanctísimas manos para que en esta vida y en la
otra hagas de mí todo lo que fueres servido. Si quisieres que
viva, que muera &c. como arriba.
Y porque todo esto es poco para lo que tú mereces y yo debo,
ofrézcote sobre todo la más rica y más preciosa ofrenda que se te
puede ofrecer en cielos y tierra, que es la vida, la muerte, la san-
gre, los trabajos, las virtudes y merescimientos de tu unigénito
Hijo, los cuales aunque fueron suj^^os cuanto á la pasión, son más
míos que suyos cuanto al usufructo y satisfación. Ofrézcote,
pues, las lágrimas de su nascimiento, la dureza del pesebre, la
pobreza del establo, la sangre de la circuncisión, el destierro de
Egipto, la humildad de su bautismo, la tentación del desierto, los
caminos del Evangelio, los trabajos del día, las vigilias de la no-
che, las contradiciones del mundo, las calumnias de sus contra-
rios, los dolores de su sacratísima pasión, los azotes á la colum-
na, la corona de espinas, los vituperios, los clavos, la hiél y vina-
gre, la lanza, la sepultura y la cruz. Ofrézcote todas aquellas
virtudes que resplandescieron en su vida sanctísima, con que tan-
LIBRO III. PARTE 11. 297
to te honró y agradó, aquel celo de tu honra, aquel tan encen-
dido deseo de tu gloria, aquella obediencia hasta la muerte,
aquella lealtad y fidelidad para contigo, aquella caridad tan ex-
tendida para con nosotros, aquella humildad tan profunda, aque-
lla paciencia inexpugnable, aquel silencio y mansedumbre entre
tantas acusaciones y injurias, aquella desnudez y pobreza tan ex-
tremada, con todas las otras virtudes de su pasión y vida sanc-
tísima: porque éstas son las flores más hermosas, y el encienso
más suave, y el sacrificio más agradable que se puede oft-ecer
ante tu acatamiento divino. Y seas tú Dios bendito, que tal de-
recho nos diste y tal ofi-enda nos entregaste, para que de nues-
tra parte te la pudiésemos ofi-ecer en olor de suavidad.
PETICIÓN
i£\FREClDA esta tan rica ofrenda, seguramente podemos pe-
dir luego mercedes á este Señor. Y primeramente pida-
mos socorro y ayuda para todas las necesidades corporales y
espirituales de nuestros prójimos, que es una de las principales
obras de misericordia que les podemos hacer. Pidamos, pues,
con gran afecto de caridad y con celo de la honra de nuestro
Señor, que todas las gentes y naciones del mundo le conoscan,
alaben y adoren como á su único y verdadero Dios y Señor, di-
ciendo de lo íntimo de nuestro corazón aquellas palabras del
Profeta: Confiésente los pueblos, Señor, confiésente los pueblos.
Roguemos también por todas las cabezas de la Iglesia, como
son Papa, Cardenales, Obispos, con todos los otros ministros y
Perlados inferiores, para que el Señor los rija y alumbre de tal
manera, que lleven todos los hombres al conoscimiento y obe-
diencia de su criador. Y asimismo debemos rogar (como lo acon-
seja S. Pablo) por los reyes y príncipes y por todos aquéllos que
están constituidos en dignidad, para que mediante su providen-
cia vivamos vida quieta y reposada, porque esto es acepto de-
lante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los
hombres se salven y vengan en conoscimiento de la verdad.
Roguemos también por todos los miembros de su cuerpo
místico, por los justos que el Señor los conserve, y por los pe-
cados que los convierta, y por los defuntos que los saque mi-
298 GUIA DE PECADORES
sericordiosamente de tanto trabajo y los lleve al descanso de la
vida perdurable.
§. n.
Después de haber pedido para nuestros prójimos, pidamos
luego para nosotros: y qué sea lo que le habernos de pedir, su
misma necesidad lo enseñará á cada uno, si bien se conosciere.
Mas para mayor facilidad desta doctrina podemos pedir las mer-
cedes siguientes.
Primeramente pidamos por los méritos y trabajos deste Señor
perdón de todos nuestros pecados y emienda dellos, y especial-
mente pidamos favor contra todas aquellas pasiones y vicios á
que somos más inclinados, descubriendo todas estas llagas á aquel
celestial zurujano, para que Él las sane y las cure con la unción
de su gracia.
Lo segundo pidamos aquellas altísimas y nobilísimas virtu-
des en que consiste la suma de toda la perfección, que son fe,
esperanza, amor, temor, humildad, paciencia, obediencia, fortale-
za para todo trabajo, pobreza de espíritu, menosprecio de mun-
do, discreción, pureza de intención, con otras semejantes virtu-
des que están en la cumbre deste espiritual edificio. Porque la
fe es la primera raíz de toda la cristiandad: la esperanza es el
báculo y remedio contra las tribulaciones desta vida: la ca-
ridad es fin de toda la perfección cristiana: el temor de Dios es
principio de la verdadera sabiduría: la humildad es el fundamen-
to de todas las virtudes: la paciencia es armadura contra los gol-
pes y encuentros del enemigo: la obediencia es una muy agra-
dable ofrenda, donde el hombre ofrece á sí mismo á Dios en sa-
crificio: la discreción es los ojos con que el ánima ve y anda
todos sus caminos: y la fortaleza, los brazos conque hace todas
sus obras: y la pureza de intención, la que refiere y endereza to-
das nuestras obras á Dios.
Lo tercero pidamos luego las otras virtudes que demás de
ser ellas de suyo muy principales, sirven para la guarda de estas
mayores: como son la templanza en comer y beber, la modera-
ción de la lengua, la guarda de los sentidos, la mesura y com-
posición del hombre exterior, la suavidad y buen ejemplo para
con los prójimos, el rigor y aspereza para consigo, con otras vir-
tudes semejantes.
LIBRO III. PARTE II. 299
Después desto, acabe con la petición del amor de Dios, y en
ésta se detenga y ocupe la mayor parte del tiempo, pidiendo al
Señor esta petición con entrañables afectos y deseos (pues en
ella consi ste todo nuestro bien) y podrá decir así.
Petición especial del amor de Nuestro Señor.
§■ ni.
,OBRE todas estas virtudes, dame, Señor, gracia para que te
ame yo con todo mi corazón, con toda mi ánima, con to-
das mis fuerzas y con todas mis entrañas, así como tú lo man-
das. ¡ Oh toda mi esperanza, toda mi gloria, todo mi refugio y ale-
gría! ¡Oh el más amado de los amados! ¡Oh esposo florido,
esposo suave, esposo melifluo! ¡Oh dulzura de mi corazón! ¡Oh
vida de mi ánima y descanso alegre de mi espíritu ! ¡ Oh her-
moso y claro día de la eternidad, y serena luz de mis entrañas, y
paraíso florido de mi ánima! ¡Oh amable principio mío y suma
suficiencia mía!
Apareja, Dios mío, apareja, Señor, una agradable morada para
ti en mí, para que según la promesa de tu sancta palabra ven-
gas á mí y reposes en mí. Mortifica en mí todo lo que desagra-
da á tus ojos, y hazme hombre según tu corazón. Hiere, Señor,
lo más íntimo de mi ánima con las saetas de tu amor, y embriá-
gala con el vino de tu perfecta caridad. Oh, ¿cuándo será esto?
¿Cuándo te agradaré en todas las cosas? ¿Cuándo estará muerto
todo lo que hay contrario á ti en mí? ¿Cuándo seré del todo
tuyo? ¿ Cuándo dejaré de ser mío? ¿Cuándo ninguna cosa fuera
de ti vivirá en mí? ¿Cuando ardentísimamente te amaré? ¿Cuán-
do me abrasará todo la llama de tu amor? ¿Cuándo estaré todo
derretido y traspasado con tu eficacísima suavidad? ¿Cuándo
abrirás á este pobre mendigo y le descubrirás el hermosísimo
reino tuyo, que está dentro de mí, el cual eres tú con todas tus ri-
quezas? ¿Cuándo me arrebatarás, anegarás, y transportarás, y es-
conderás en ti donde nunca más parezca? ¿Cuándo, quitados
todos los impedimentos y estorbos, me harás un espíritu con-
tigo, para que nunca ya me pueda más apartar de ti?
300 GUIA DE PECADORES
I Oh amado, amado, amado de mi ánima! i Oh dulzura, dulzura,
dulzura de mi corazón! Óyeme, Señor, no por mis merescimien-
tos, sino por tu infinita bondad. Enséñame, alúmbrame, enderé-
zame y ayúdame en todas las cosas, porque ninguna cosa haga
ni diga, sino lo que fuere á tus ojos agradable.
Y porque una de las cosas que más te agrada y más hiere
tu corazón, es tener ojos para saberte mirar, dame. Señor, esos
ojos con que te mire: conviene saber, ojos de paloma sencillos,
ojos castos y vergonzosos, ojos humildes y amorosos, ojos devo-
tos y llorosos, ojos atentos y discretos para entender tu voluntad
y cumplirla, para que mirándote yo con estos ojos, sea de ti mi-
rado con aquellos ojos con que miraste á S. Pedro, cuando le
heciste llorar su pecado: con aquellos ojos con que miraste al
hijo pródigo, cuando le saliste á recebir y le diste beso de paz:
con aquellos ojos con que miraste al publicano, cuando él no
osaba alzar las suyos al cielo: con aquellos ojos con que miraste
á la Magdalena, cuando ella lavaba tus pies con las lágrimas de
los suyos: con aquellos ojos finalmente con que miraste á la es-
posa en los Cantares, cuando le dijiste: Hermosa eres, amiga mía,
hermosa eres, los ojos tienes de paloma: para que agradándote
de los ojos y hermosura de mi ánima, la acrescientes y le des
aquellos arreos de virtudes y gracias con que siempre te parez-
ca hermosa.
Oh altísima, clementísima, benignísima Trinidad, Padre, Hijo,
Espíritu Sancto, un solo Dios verdadero, enséñame, enderézame,
ayúdame. Señor, en todo. Oh Padre todopoderoso, por la gran-
deza de tu infinito poder asienta y confirma mi memoria en ti,
y hínchela de sanctos y devotos pensamientos. Oh Fijo, por la
eterna sabiduría tuya clarifica mi entendimiento y adórnalo con
el conoscimiento de la suma verdad y de mi extremada vileza.
Oh Espíritu Sancto, amor del Padre y del Fijo, por tu incompre-
hensible bondad traspasa en ti toda mi voluntad y enciéndela
con un tan grande fuego de amor, que ningunas aguas lo pue-
dan apagar. ¡ Oh Trinidad sagrada, único Dios mío y todo mi bien!
¡Oh si pudiese yo alabarte y amarte tan perfectamente como te
alaban y aman todos los ángeles y todos los sanctos! ¡Oh si tu-
viese yo el amor de todas las criaturas, cuan de buena gana te
lo daría y lo traspasaría en ti, aunque ni éste bastaría á amarte
como tú mereces! Tú solo te puedes dignamente amar y dig-
LIBRO III. PARTE II. 301
ñámente alabar, porque tú solo comprehendes tu incomprehen-
sible bondad, y así tú solo la puedes amar cuanto ella merece:
de manera que en solo ese tu divino pecho se guarda justicia de
amor.
Oh María, María, María, virgen sanctísima, madre de Dios,
reina del cielo, señora del mundo, sagrario del Espíritu Sancto,
lirio de pureza, rosa de paciencia, paraíso de deleites, espejo de
castidad, dechado de inocencia, ruega por este pobre desterrado
y peregrino, y parte con él de las sobras de tu abundantísima
gracia y candad. Oh vosotros bienaventurados sanctos y sane-
tas, y vosotros bienaventurados espíritus que así ardéis en el
amor de vuestro criador, y señaladamente vosotros bienaven-
turados serafines que abrasáis los cielos y la tierra con vuestro
amor, no desamparéis este pobre y miserable corazón, sino alim-
piadlo como los labrios de Isaías de todos sus pecados, y abra-
sadlo con la llama de ese vuestro ardentísimo amor, para que
á este solo Señor ame, á Él solo busque, en El solo repose y
more en los siglos de los siglos. Amén.
1Í El que quisiere ver más oraciones para este propósito de
amor de Dios, búsquelas adelante en el fin del cuarto libro.
Aviso acerca desta postrera parte de la petición.
§. I.
)as aquí es de notar acerca desta postrera parte de la pe-
*„ J tición, que una de las principales condiciones con que
ha de ir acompañada, es confianza en Dios, según aquello del
Salvador que dice: Cualquier cosa que pidiéredes en la oración,
creed que la recebiréis, y dárseos ha. Y Santiago dice: el que
pide, mire que pida con fe, no dubdando que le darán lo que
pide, &c.
Mas por ventura dirás: ^jcómo podrá tener esa confianza quien
tiene tan pocos merescimientos ? Á esto se responde que esta
confianza no estriba en tan flaco fundamento como son los
merescimientos del hombre (que son muy pequeños) sino en
otros más firmes y más constantes, que son por una parte los
merescimientos de Cristo y por otra la bondad y misericordia
302 GUIA DE PECADORES
de nuestro Señor. En esta bondad confiaba el Profeta en su ora-
ción cuando decía: Señor, no presentamos nuestras oraciones
ante tu acatamiento confiando en nuestros merescimientos, sino
en tus grandes misericordias. Y qué tan grande sea esta misericor-
dia, conócese por el tamaño de la grandeza divina: porque como
dice el Sabio, cual es la grandeza de Dios, tal es la de su mise-
ricordia. Porque como es infinitamente grande, así es infinitamen-
te misericordioso, y como tiene infinitas riquezas que repartir,
así tiene infinita largueza para repartirlas. Ca de otra manera,
grande imperfección y disonancia fuera en aquella divina sub-
stancia, si teniendo infinitos bienes que dar, no tuviera infinito
ánimo y corazón para darlos.
Y aunque todas las perfeciones divinas sean en él una mis-
ma cosa, y así todas sean iguales, no se puede negar sino que
en las obras de misericordia es más extremado y más copioso.
Porque aunque haya hecho muchas y muy grandes obras para
mostrar las otras virtudes y perfecciones suyas, mucho mayo-
res las ha hecho para mostrar su bondad y misericordia. Porque
para mostrar la grandeza de su poder y sabiduría, crió el mundo,
y para mostrar la grandeza de su rigor y justicia, lo destruyó
con las aguas del diluvio: mas para mostrar la grandeza de su
bondad y misericordia, murió por él y derramó su sangre por él.
Pues ¿cuánto mayor obra es morir Dios que matar los hom-
bres, y padescer Dios por el mundo que criar el mundo ? Por
donde en aquella maravillosa visión en que Moisén vio la gloria
de Dios en el monte, entre las grandes perfecciones y maravi-
llas que allí le fueron descubiertas, ésta sola fué la que gritó y
proclamó á grandes v^oces, diciendo: Misericordioso, piadoso, su -
fridor, de grande misericordia, que quitas los pecados y malda-
des de los hombres, y no hay quien delante ti por sí mismo sea
inocente. Semejante testimonio es el del profeta Joel, que dice
así: Convertios á vuestro Señor Dios, porque benigno es y mi-
sericordioso, sufrido, y de grande misericordia, y pesaroso del mal
que os ha de venir.
Por esto canta la Iglesia: Señor Dios, á quien es proprio ha -
ber misericordia y perdonar. Y esto dice, no porque no le sean
también proprias todas las otras virtudes y perfecciones suyas,
sino porque ésta es obra de bondad y misericordia, que es la
cosa de que Él más se precia, y de que más quiere ser alabado,
LIBRO III. PARTE II. 303
y la que más conviene á la gloria de su majestad. Desta mane-
ra le alaba el profeta Miqueas, diciendo: ¿Quien es semejante á ti,
Señor, que quitas las maldades y trasladas los pecados de las re-
liquias de tu heredad? No enviará más su furor sobre ellos, por-
que es amador de misericordia. Volverse ha, y habrá misericor-
dia de nosotros, y perdonará todas nuestras maldades, y arroja-
rá en el profundo de la mar todos nuestros pecados.
Pues por esto, hermano mío, cuando fueres á pedir á este
Señor perdón y misericordia, no te acobardes ni desmayes, pen-
sando que le vas á importunar ó á obligar á que haga cosa con;
traria á su honra ó á su naturaleza: antes cree que le vas á dar
materia de alabanza, y ocasión de hacer una cosa muy honrosa,
y muy gloriosa, y muy conforme á quien Él es. Porque así como
es natural al sol alumbrar, y al fuego quemar, y á la nieve enfriar,
así es natural á aquella infinita bondad usar de misericordia y
perdonar. Antes sin ninguna comparación le es esto muy más
natural, porque esas propriedades convienen accidentalmente á
esas criaturas, mas á Dios esencialmente, pues Él es esencial-
mente la misma bondad.
§. II.
El segundo fundamento de esta confianza dijimos que eran
los merescimientos de Cristo, que es nuestro Salvador, redemp-
tor y abogado, cuya justicia es nuestra, cuya sanctidad es nues-
tra, cuyos trabajos, y sudores, y vigilias, y lágrimas, y tesoros
son nuestros. Porque no es menos nuestra la justicia del segun-
do Adam que la culpa del primero, ni es menos parte la justicia
del uno para salvarnos que la culpa del otro para condenarnos.
Pues si el patriarca Jacob alcanzó la bendición que no se le de-
bía, porque iba vestido de las vestiduras del primogénito á quien
se debía, mucho más alcanzaremos nosotros la bendición de la
gracia que no se nos debe, si fuéremos vestidos de la vestidura de
justicia de aquel Unigénito á quien todo se debe. Pues alegando
este derecho, y ofreciendo esta satisfación, y presentando es-
tos merescimientos, y abogando el mismo Señor por nosotros,
¿qué temeremos? Dios es el que justifica, ¿quién será parte para
condenarnos? ¿Quién osará poner acusaciones contra los esco-
gidos de Dios, defendiéndolos el mismo Dios? Éste es Aquél á,
304 GUIA DE PECADORES
quien todos los Profetas dan testimonio que por Él se da per-
dón de los pecados, y no hay debajo del cielo otro nombre so
cuyo título y amparo podamos ser salvos, sino éste solo. Éste es
el templo vivo de Salomón y el altar donde todas las peticiones
que se ofrecen á Dios, le son agradables, como Él mismo lo testi-
ficó por su profeta, diciendo: Los holocaustos y sacrificios de ellos
me serán agradables, ofreciéndolos en mi altar: el cual no es otro
por cierto, que la sacratísima humanidad de Cristo. Porque por
eso eran tan grandes los celos que Dios tenía sobre que no ho-
biese más que un solo altar en toda la tierra de Israel, y por
consiguiente en todo el mundo, para dar á entender que no ha-
bía más que un solo sacrificio, y un solo sacerdote, y un solo
abogado, por quien todos nuestros sacrificios y oraciones le fue-
sen agradables, que era Cristo. Pues con tales prendas como
éstas, confiadamente y húmilmente nos podemos llegar á pedir
mercedes por él.
Y porque mejor entiendas, oh hermano, cuan grande sea este
tesoro, para que sepas gloriarte en él, y preciarte del, y dar gra-
cias á Dios por él, ponerte he un ejemplo delante, que bastará
para darte alguna manera de luz y conoscimiento deste tesoro.
Pocos días ha que un hombre de bien queriendo pedir merce-
des á un príncipe, escribió una petición, en la cual refería por su
orden todos los servicios y jornadas que por su mandado había
hecho un padre suyo en diversos tiempos y lugares: y después
de referidos y amplificados estos méritos uno por uno, pedía con
tan grande rigor la satisfación y premio de todos aquellos ser-
vicios, como si él mismo por su persona los hubiera hecho. Pues
esta misma es la causa que tenemos agora con Dios, y ésta la
manera que habemos de tener para negociar con él. Pues en he-
cho de verdad todos los que están en gracia son hijos adoptivos
de Cristo, y él es nuestro padre (como lo llama Isaías) y nues-
tro segundo Adam (como lo llama S. Pablo) y por consiguien-
te, nosotros somos sus legítimos sucesores y herederos, y no
ab intestato, sino por el testamento que él mismo el jueves de la
Cena ordenó y confirmó, no con sangre de cabritos, sino con su
misma sangre, la cual dijo que derramaba por nosotros, y así nos
hacía herederos de ella. Por eso tenemos derecho para pedir con
toda seguridad y confianza el galardón de sus trabajos, pues
todo lo que él en este mundo lastó y padesció, y todos los pa-
LIBRO Iir. PARTE II. 305
SOS que dio, no los dio para sí, sino para nosotros. Por nosotros
encarnó, nasció, trabajó, ayunó, caminó, sudó, padesció, mu-
rió &c. Y de todo esto nos dejó por herederos en su testamento
porque de nada desto tenía El necesidad para pagar lo que debía,
porque era inocente, ni para alcanzar la gracia y gloria que tenía,
porque era Dios.
Pues éstos son, hermano mío, los principales estribos y fun-
damentos de la esperanza del cristiano (demás de la verdad de la
palabra de Dios, con la cual tiene prometido su fiel socorro y
amparo á todos los que se acogieren á él y húmilmente espera-
ren en él, como toda la Escriptura divina testifica) y en éstos se-
ñaladamente se ha de fiandar la confianza con que habemos de
hacer nuestras oraciones al Señor.
OBRAS DE GRANADA. X— 20
SÍGUESE
EL SEGUNDO EJERCICIO ESPIRITUAL
QUE TRATA DE LA CONSIDERACIÓN
DE LOS PRINCIPALES MISTERIOS DE LA VIDA DE CrISTO,
REPARTIDO EN DOS SEMANAS.
CABADO el primer ejercicio de la consideración de
los beneficios divinos, sigúese el segundo que tra-
ta de los principales pasos de la vida de Cristo, de
cuyas alabanzas no es necesario tratar al presente, pues todas
las vidas y libros de los sanctos están llenos de ellas, A lo menos
esto es cierto, que así como entre todas las obras de Dios la
más alta y más esclarecida fué la sacratísima humanidad de
Cristo, así ella es la que más altamente nos levanta al conosci-
miento de la divinidad, y la que más nos descubre la grandeza
de las perfecciones divinas: conviene saber, la sabiduría, la om-
nipotencia, la bondad, la misericordia, la justicia, la caridad, la
benignidad, y finalmente todas las otras perfecciones divinas.
Porque ella es aquella escalera mística que vio el patriarca
Jacob en sueños, por la cual los ángeles subían y descendían:
porque por aquí suben los hombres al conocimiento de Dios y
descienden al de sí mismos.
La orden que en la consideración destos pasos se puede te-
ner, es la que á cada uno mejor armare y más sirviere para su
gusto y devoción. A mí paresció sería cosa muy conveniente
para los principiantes repartir la consideración de todos estos san-
ctos misterios por los días de dos semanas, en la una de las cua-
les se pusiesen los principales pasos de la vida de nuestro
Señor Jesucristo, y en la otra los de su pasión y muerte sanctí-
sima, señalando para cada día dos ó tres pasos principales des-
tos, aunque ningún inconveniente sería algunas veces estarse en
un paso muchos días (si el Señor diese mucho á sentir en él) ó
considerar muchos en uno, cuando esto no sucediese.
LIBRO III. PARTE II. 307
La manera de tratar cada uno destos misterios es poniendo
primero el texto del sancto Evangelio (que es la más alta y más
dulce escriptura de cuantas hay en el mundo) y después notan-
do algunos puntos morales y devotos sobre que se pudiese fun-
dar esta consideración: de los cuales unos sirven para la imita-
ción de las virtudes de Cristo, otros para el agradescimiento de
sus beneficios, otros para compasión de sus trabajos, otros para
devoción y otros también para despertar el amor de este sobe-
rano Señor, y otros para otros afectos y virtudes semejantes, se-
gún que el Señor nos diere á entender.
Y todos estos puntos puse con la mayor brevedad que me
fué posible, lo uno para que más fácilmente se pudiesen tomar
en la memoria, y lo otro para que el piadoso ejercitador puesto
en el camino pusiese de su casa lo demás, porque siempre esto
que sale del proprio pecho (por bajo que sea) es más dulce y
provechoso que todo lo que viene de fuera. Y placerá al Señor
darnos gracia para sacar presto á luz un libro de estos misterios
donde todos estos puntos se traten más extendidamente, y se vea
lo mucho que cada uno dellos comprehende.
Y porque la consideración destos misterios sea más acompa-
ñada, será bien que antes de la meditación preceda la misma
preparación que arriba pusimos, y que después de ella se siga un
devoto hacimiento de gracias por el beneficio que en aquel paso
se nos representa, y por todos los otros beneficios divinos. Des-
pués de lo cual se puede seguir el mismo ofrecimiento y peti- .
ción que arriba se puso. De manera que en este sancto ejercicio
podrán alguna vez entrevenir estas cinco partes, conviene saber ,
preparación, meditación, hacimiento de gracias, ofrecimiento y
petición. De las cuales partes tratamos en el ejercicio pasado,
sino que aquí se pueden praticar con más brevedad, porque as í
quede más tiempo para la meditación. Esto se dice, no porque
sea esto siempre necesario, sino para que tenga el hombre mu-
chas cosas de que echar mano, con que despierte la devoción, y
tenga también copiosa materia de meditación, para que por falta
désta no venga á dar en seco, y perder el hilo deste sancto
ejercicio.
Presupuesto pues este pequeño preámbulo, comencemos á
entrar ya en los misterios de la vida deste Seño r.
3o8 GUIA DE PECADORES
EL LUNES I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba señalamos, pensarás la embajada del Ángel á Nuestra Se-
ñora, y en la visitación suya á Sancta Isabel.
El texto de los Evangelistas dice así.
UÉ enviado el ángel Gabriel por Dios á una ciudad de la
provincia de Galilea (que tenía por nombre Nazaret) á una
virgen desposada con un varón llamado Josef, de la casa de Da-
vid, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel á
ella, díjole: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo,
bendita tú entre las mujeres. La cual oyendo esto, turbóse con
estas palabras, y pensaba entre sí qué manera de salutación era
ésta. Y respondió el ángel, y díjole: No temas, María, porque ha-
llaste gracia en los ojos de Dios. Mira que concebirás en tu vien-
tre, y parirás un hijo, y ponerle has nombre Jesús. Este será gran-
de, y llamarse ha Hijo del muy alto, y darle ha el Señor Dios la
silla del rey David su padre, y reinará en la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin. Dijo entonces María al ángel:
¿Cómo se hará esto? Porque no conozco varón. Y respondió el
ángel, y díjole: El Espíritu Sancto sobrevendrá en ti, y la virtud
del muy alto te cubrirá con su sombra, y por esto lo que de ti
naciere, será una cosa sancta, y será llamado Hijo de Dios. Y
(para esto) mira que Elisabet tu parienta ha concebido un hijo
en su vejez, y aquélla que todos llamaban estéril, está agora en
el sexto mes de su preñez: para que veas cómo no hay cosa im-
posible á Dios. Dijo (entonces) María: He aquí la sierva del Se-
ñor, sea hecho en mí según tu palabra.
Y levantándose María, subió á las montañas con grande
priesa, y entró en la casa de Zacarías, y saludó á Elisabet. Y fué
así, que como oyese EUsabet la salutación de María, gozóse el
ñiño que estaba en su vientre, y fué llena del Espíritu Sancto
Elisabet, y exclamó con una grande voz, y dijo: Bendita tú entre
las mujeres, y bendito el fructo de tu vientre. ¿Y de dónde á mí
tan grande bien que la madre de mi Señor venga á mí? Porque
en el punto que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, se gozó
LIBRO III. PARTE II. 3O9
con alegría el niño en mi vientre. Y bienaventurada tú, porque
creíste: porque en ti se cumplirán las cosas que de parte del
Señor te fueron dichas. Dijo (entonces) María: Engrandesce mi
ánima al Señor, y mi espíritu se alegró en Dios mi salvador.
Porque tuvo Él por bien de mirar á la humildad de su sierva,
por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones.
Porque hizo en mí grandes cosas Aquél que es poderoso para
hacerlas, cuyo nombre es sancto, y cuya misericordia corre de
generación en generación para con aquéllos que le temen. Usó
del gran poder de su brazo, y derribó los soberbios de los pen-
samientos de su corazón. Derrocó los poderosos de sus sillas, y
levantó los humildes. A los hambrientos hinchió de bienes, y á
los ricos dejó vacíos. Recibió (benignamente) á Israel su siervo,
acordándose de su misericordia. Así como lo prometió á nues-
tros padres Abraham y á sus hijos en los siglos.
Y estuvo María con Elisabet cuasi tres meses, y volvióse á
su casa.
Consideraciones sobre estos pasos del texto,
y primero de la Encarnación.
É CERCA deste sancto evangelio puedes primeramente consi-
derar la inefable caridad de Dios, que al tiempo que nos-
otros dormíamos y menos cuidado teníamos de nuestra salud,
y ni con oraciones ni con servicios procurábamos nuestro reme-
dio, se acordó Él de remediarnos: y pudiendo hacer esto por otras
muchas maneras, lo quiso hacer por ésta, que á Él le era tan
costosa (que fué enviar su unigénito Hijo al mundo) por ser ésta
la más conveniente que había para nuestra salud. De la cual ca-
ridad dijo el mismo Señor en el Evangelio: En tanta manera amó
Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que mediante
la fe y amor que tuviésemos con Él, alcanzásemos la vida eterna.
II. Considera luego la excelencia, la manera de vida y las
virtudes admirables desta Virgen que Dios escogió por madre: por-
que tal y tan grande fué su sanctidad, cual era la dignidad para
que Dios la escogía, que después de la gracia de la unión del
Verbo divino, es la mayor de cuantas se pueden entender. Por-
que ésta es la condición de Dios, hacer siempre las obras pro-
porcionadas con los fines para que las ordena.
3 10 GUIA DE PECADORES
ni. Considera los ejercicios en que estaría ocupada al tiempo
que el Ángel la saludó. Porque es de creer que estaría á la sazón
en su oratorio ó retraimiento, donde tendríasus libros devotos, su
psalterio y sus profetas, con los otros libros sagrados, y allí gas-
taría la mayor parte de la noche en sanctos ejercicios de oracio-
nes, contemplaciones y alabanzas divinas, con grandes arrebata-
mientos y júbilos de corazón, y con grande abundancia de lágri-
mas: y á la sazón es de creer que estaría ocupada en alguna al-
tísima contemplación que perteneciese al propósito del presente
misterio.
IV. Considera la maravillosa vergüenza y silencio desta Vir-
gen, que apenas habló una palabra necesaria, después de muchas
que el Ángel le habló.
V. Considera también su grande humildad, pues teniendo
tanta razón para temer viendo delante de sí un ángel en tan res-
plandeciente figura, no se hace mención deste temor, sino del
que recibió en oirse alabar y llamar llena de gracia y bendita
entre las mujeres: porque para el verdadero humilde ninguna
cosa hay más nueva ni más temerosa que oir sus alabanzas:
porque éstos son los ladrones y robadores del tesoro de la hu-
milidad.
VI. Considera también el amor inestimable que esta Virgen
tenía á la castidad, pues ella fué la primera que en el mundo fizo
este nuevo voto sin tener ejemplo que imitar. Y qué tan grande
haya sido el amor que tuvo á esta virtud, parece claro, pues ofre-
ciéndole tan grande gloria como es ser madre de Dios, todavía
trató de volver por la gloria desta virtud, y todavía (como San
Bernardo dice) sintió mucho el pensar que para esto se había de
dispensar el voto de su pureza virginal.
VII. Piensa también en la fe desta Señora, de la cual con mu-
cha razón fué alabada de Sancta Isabel, pues creyó tantas maravi-
llas juntas, y tan increíbles á todo humano entendimiento. Pues si
tanto alaba el Apóstol la fe de Abraham, porque creyó que una
mujer estéril pariría, ¿cuánto fué mayor la fe desta doncella que
creyó que una virgen pariría, y que Dios encarnaría, y que todo
esto sería por Espíritu Sancto, sin obra de varón? De donde
aprenderás, ánima mía, á creer y fiarte de todas las palabras y
promesas de Dios, aunque al seso humano parezcan increíbles.
Vin. Considera después de todo este tan dulce diálogo, con
LIBRO III. PARTE II. 3 II
cuánta humildad y obediencia se resignó esta Señora en las manos
de Dios, diciendo: He aquí la esclava del Señor &c. para que tú
aprendas de aquí á hacer otro tanto en todo lo que el Señor qui-
siere hacer de ti, así en esta vida como en la otra.
IX. Considera cómo dicha esta palabra se juntó el cielo con
la tierra, que es la alteza del Verbo divino con la bajeza de nues-
tro lodo, y considera qué tan grandes serían las alegrías de aquel
pecho virginal con esta sobrevenida del Espíritu Sancto: el cual
de tal manera esclareció y adornó aquel tálamo celestial, que
mereciese ser dignísima morada y hospedería del Señor de todo
lo criado.
X. Considera también la inefable dignidad y gloria que nos
vino por este misterio de la Encarnación: porque si tanto se precia
y estima la hidalguía y parentesco de nobles, ^cuánto nos debe-
mos preciar de tener parentesco con Dios, y de que seamos ya
una mesma carne y sangre con El? Y si esta carne mía es ya car-
ne suya, ^cómo la osaré yo más ensuciar y injuriar con vicios y
torpezas, pues esto es injuriar la carne del mismo Dios?
XI. Y si Él se hizo hombre por hacernos dioses, y se juntó con
nuestra carne por ajuntarnos con su espíritu, ¿porqué no trabaja-
remos nosotros por levantarnos del polvo de nuestra bajeza y
villanía á participar de tanta gloria? Si El tanto descendió por jun-
tarse con la bajeza de nuestra carne, ¿porqué no trabajaremos
nosotros por juntarnos con la alteza de su espíritu? Y si El se juntó
con nosotros en la mayor unidad que podía ser (que fué unidad
personal) ¿porqué no trabajaremos nosotros por juntar nuestro es-
píritu con el suyo en la mayor unidad que nos sea posible, que
es por una continuada unión de entendimiento y voluntad? Indig-
na cosa es por cierto que hiciese Dios tanto por juntarse con las
criaturas, y que las criaturas hagan tanto por apartarse de su
criador. La conclusión, pues, deste soberano misterio es que el
propósito y fin deste ayuntamiento divino fué querer ayuntar-
nos consigo: por lo cual no responde á la fe deste misterio ni á
la confesión deste beneficio quien no trabaja por aj untarse con
El en esta manera de unión espiritual.
312 GUIA DE PECADORES
De ¡a Visitación de Nuestra Señora.
^CERCA de la Visitación de Nuestra Señora considera prime-
ramente cómo esta sagrada virgen María después que se
vio en cuerpo 3' en ánima llena de Dios, se puso luego en camino
para ir á visitar y servir á Sancta Elisabet, dándonos en
esto ejemplo, que cuanto más llenos y favorescidos nos viéremos
con dones de Dios, tanto seamos para con los prójimos más humil-
des y más caritativos, considerando que la alteza de los dones que
recibimos, no la recebimos por nosotros solos, sino también para
nuestros prójimos, como la recibió aquél que dijo: Dístele señorío
sobre toda carne, para que á todos los que tú le diste, les dé la
vida eterna.
II. Aprendan también de aquí los contemplativos á descendir
de la alteza de su contemplación á los trabajos de la acción, cuan-
do la necesidad ó la caridad de los hermanos lo pide, pues esta
Virgen al tiernpo que quisiera ella estar toda suspensa en la ad-
miración y contemplación de tan alto misterio, no por eso dejó
de acudir á la obligación de este tan piadoso ejercicio.
III. Aprendan también á no interrumpir el mismo ejercicio
de las obras interiores en el ejercicio exterior: pues la Virgen en
este camino no por eso desvió los ojos de la consideración y
admiración de este soberano misterio que Dios en ella había
obrado.
IV. Aprendamos también todos á no hacer las obras de Dios
perezosa y negligentemente: pues de la Virgen se dice que con
gran apresuramiento iba á entender en esta obra de piedad. Por-
que por eso se dice que hace Dios á sus ministros como fuego
encendido, que es el más ligero y más activo de los elementos:
porque tales conviene que sean sus siervos, y con tal manera de
fervor y diligencia conviene que entiendan en las obras de su
servicio, no acelerando los pasos del cuerpo, sino avivando los
deseos del espíritu y mortificando los cuidados del mundo, por-
que esto es no pararse á saludar á nadie en el camino. Primero
la Virgen se detuvo en la contemplación y después se dio prie-
sa en el camino, porque esos solos son diligentes en la acción,
que se saben quietar en la contemplación.
LIBRO III. PARTE II. 313
V. Considera también de cuánta virtud fué la voz de la sa-
lutación desta Virgen (que sería, Dios os alumbre, ó Dios os sal-
ve) pues así como llegó á los oídos de la madre, alumbre al hi-
jo y á la madre, y á ambos hinchió del Espíritu Sancto: para que
entiendas cuánto te conviene servir á esta Señora y tenerla por
abogada, pues tan dulce y tan poderosa es su voz, no sólo en los
oídos de los hombres, sino mucho más en los de Dios. Estaba
llena del Espíritu Sancto: por esto no me maravillo que tal efi-
cacia tuviesen sus palabras, porque la suelen tener las de aqué-
llos que están llenos de este Espíritu.
VI. Considera también en el sentimiento maravilloso del
niño: para que veas que cuando el Espíritu Sancto quiere obrar,
no impide ni la edad, ni la insuficiencia de las cosas, ni el lu-
gar, ni lo demás.
VII. Considera también cuan grande sería la admiración y
alegría de aquella sancta mujer con el súbito resplandor de tan
grande luz (que es con el nuevo conoscimiento de tan grandes
maravillas) pues en aquel instante por una muy alta manera le
fué hecha revelación cuasi de todos los misterios y discurso del
Evangelio. Porque allí conosció cómo aquella doncella que tenía
delante, era madre de Dios, y que había concebido del Espíritu
Sancto, y que el Hijo de Dios había encarnado en sus entrañas,
y que el Mesías era ya venido, y que el mundo con su venida
había de ser reformado, y finalmente allí conosció todo lo que
el Ángel con la misma Virgen había tractado. Pues si el estilo del
Espíritu Sancto es dar el sentimiento de la voluntad conforme
á la lumbre que da al entendimiento, ¿cuáles serían los ardores
y sentimientos de su voluntad precediendo tal lumbre en el en-
tendimiento? No hay palabras que basten para explicar esto co-
mo es: porque por aquí veas cuan grandes sean los dones y
favores de Dios aun en esta vida mortal para con los suyos.
VIII. Entendido por esta vía el corazón de esta sancta mujer,
trabaja (si pudieres) por entender el corazón de la Virgen, y las
palabras de aquella maravillosa canción que cantó sobre este tan
alto misterio. Mira cuan alabada es allí la humildad, cuan detes-
tada la soberbia y cuan encarecida la misericordia, y la fidelidad,
y la providencia paternal de Dios para con los suyos. Oh bien-
aventurada Virgen, <iqué sentía tu piadoso corazón cuando decías:
Engrandece mi ánima á Dios, y mi espíritu se alegró en Dios, y
314 GUIA DE PECADORES
hizo en mi grandes cosas el todopoderoso? ¿Qué grandezas y qué
maravillas eran ésas? No es dado á nosotros escudriñarlas, sino
maravillarnos, y espantarnos, y quedar atónitos con la considera-
ción de ellas. ¡Oh, dichosa suerte la de los justos, pues tan altamen-
te son á veces visitados y consolados de Dios! Verdaderamente
con mucha razón dijo el profeta: Voz de alegría y de salud en
las moradas de los justos: porque en solos ellos está la verdadera
salud y la verdadera alegría, como quiera que de los malos esté
escrito: Quebrantamientos y desventura en los caminos dellos, y
el camino de la paz nunca supieron atinarlo.
IX. Bendice la sancta Virgen á Dios, y Elisabet cuenta sus
maravillas: para que veas el fructo de las pláticas y comunicación
de los siervos de Dios, que todo es encenderse y despertarse á
sus alabanzas.
EL MARTES I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba pusimos, se ha de pensar la revelación hecha al sancto Jo-
sef de la pureza de Nuestra Señora, y el nascimiento del Sal-
vador.
El texto de los Evangelistas dice asi:
'\ OMO estuviese desposada María madre de Jesú con Josef,
¿J primero que se juntasen en uno, fué hallada haber conce-
bido en su vientre del Espíritu Sancto. Y Josef su esposo, como
fuese varón justo y no quisiese infamarla, quiso secretamente
dejarla. Y estando él en estos pensamientos, he aquí el Ángel del
Señor le apáreselo en sueños diciendo: José, hijo de David, no
temas recebir á tu esposa María, porque lo que en su vientre ha
nascido, del Espíritu Sancto es. Y parirá un hijo, y ponerle has
por nombre Jesús: porque él hará salvo á su pueblo de sus pe-
cados. Todo esto fué así hecho, para que se cumpliese lo que el
Señor había dicho antes por el Profeta: Mirad que una virgen
concebirá y parirá un hijo, y llamarle han por nombre Emanuel,
que quiere decir, Dios con nosotros. Levantándose pues Josef
del sueño, hizo lo que el ángel le había mandado, y recibió á su
esposa María.
LIBRO III. PARTE II. 3^5
Y acaesció que en aquellos días se publicó un edicto del em-
perador César Augusto, en que mandaba que se encabezase todo
el mundo. Este primer encabezamiento fué hecho por Girino pre-
sidente de Siria, Iban todos cada uno á su tierra, para esta pro-
testación. Pues conforme á esta ley subió Josef de la provincia
de Galilea y de la ciudad de Nazaret á la provincia de Judea
y á la ciudad de David, que se llama Bedeem, porque era de la
casa y familia de David, para protestar allí con María esposa
suya que iba preñada. Y acaesció que estando allí, se cumplie-
ron los días de su parto, y parió su hijo primogénito, y envol-
viólo en pañales, y acostólo en un pesebre, porque no había otro
lugar en aquel mesón.
Y había en aquella región unos pastores que á la sazón es-
taban velando y guardaban las vigilias de la noche sobre su ga-
nado. Y el Ángel del Señor vino á ellos, y la claridad de Dios
resplandesció sobre ellos, y temieron con gran temor. Y díjoles
el Ángel: No queráis temer: mirad que os denuncio unas nuevas
de grande alegría que será para todo el pueblo, que os es nas-
cido hoy un Salvador, que es Gristo nuestro Señor, en la ciudad
de David. Y esto os doy por señal, que hallaréis un niño envuel-
to en pañales y puesto en un pesebre. Y luego á deshora se
juntó con el Ángel una muchedumbre del ejército celestial, que
alababan á Dios y decían: Gloria sea á Dios en las alturas, y paz
á los hombres de buena voluntad.
Y como los ángeles se apartaron dellos y se fueron al cielo,
los pastores hablaban entre sí diciendo: Pasemos hasta Betleem, y
veamos este misterio que el Señor ha obrado y nos ha revela-
do. Y vinieron á grande priesa, y hallaron á María, y á Josef, y
al niño puesto en el pesebre. Y viéndolo conoscieron lo que les ha-
bía sido revelado acerca deste niño. Y todos los que lo oyeron,
se maravillaron de las cosas que les habían sido dichas por los
pastores,
Y María guardaba todos estos misterios conferiéndolos en su
corazón. Y volviéronse los pastores alabando y glorificando á
Dios por todo lo que habían oído y visto, y según que les fuera
revelado.
3i6 GUIA DE PECADORES
Materia de consideración sobre estos pasos del texto, y primero
sobre Ja revelación hecha al sancto Josef.
j CERCA de la revelación hecha al sancto Josef de la pureza
virginal de Nuestra Señora, considera primeramente la
grandeza del trabajo que padescería la Virgen viendo al espo-
so tan amado con tan grande turbación y aflición como consi-
go traía: que (para una mujer y tal mujer) es uno de los mayores
trabajos que pueden ser: para que por aquí veas cómo á tiem-
pos desampara el Señor á los suyos, y los ejercita y prueba con
grandes angustias y tribulaciones.
II. Considera la paciencia, y el silencio, y la confianza con que
la Virgen padescería este trabajo, pues ni por eso perdió la paz
de su consciencia, ni descubrió el secreto de aquel gran misterio,
ni perdió la confianza de que el Señor volvería por su inocencia,
sino puesta en continua oración descubría y encomendaba al
Señor su causa.
III. Piensa luego en la revelación hecha al sancto varón: para
que por aquí entiendas cómo el Señor azota y regala, mortifica
y da vida, derriba hasta los infiernos y saca dellos, y cómo fi-
nalmente es verdad lo que dice el Apóstol: Sabe muy bien el
Señor librar á los justos de la tribulación.
IV. Considera también la grandeza de la misericordia deste san-
to varón, pues no quiso acusar á la Virgen, aun en caso donde
la ley le daba el cuchillo contra ella, sino antes quiso ser cruel
para sí que riguroso para con ella, pues escogió antes irse por
esos mundos perdido, que poner la lengua ó las manos en ella.
Por donde verás cuan familiar es á los justos la virtud de la mi-
sericordia, y con cuánta razón dijo el Sabio: El justo tiene lás-
tima aun de las bestias de su casa, mas las entrañas de los malos
son crueles.
V. Aquí puedes luego considerar qué tan grande sería el ale-
gria deste varón cuando hallase inocencia en quien tanto desea-
ba hallaria, y qué tan grande seria el alegria de la Virgen, vien-
do por una parte el esposo dulcísimo despenado y vueltas sus
lágrimas en alegría, y por otra considerando el socorro de la
divina providencia, y la fidelidad que el Señor tiene para con
LIBRO III. PARTE II. 317
todos aquéllos que fielmente esperan en Él. El hombre cuerdo
(dice el Sabio) cree á la ley de Dios, y la ley le será fiel. ¿Qué
sería ver allí con cuántas lágrimas el esposo pediría perdón á la
esposa de la sospecha pasada, y con qué ojos la miraría de ahí
adelante, y con cuánta reverencia y acatamiento la trataría? Y
¿qué sería ver las lágrimas de la Virgen, y las alabanzas con que
alabarían á Dios toda aquella noche por ese tan grande bene-
ficio?
Del Nacimiento del Salvador.
RIMERAMENTE antes de entrar en la consideración de este
misterio, mira cómo hace mención el Evangelista del edic-
to de César Augusto, poniéndolo por causa de este camino: para
que veas cómo todas las cosas sirven á la divina providencia, y
cómo sin saber los hombres lo que hacen, hacen la voluntad de
Dios.
II. Obedesció la Virgen á este edicto, y obedesce también el
Hijo de Dios, que iba en sus entrañas: porque por aquí veas cuan
obediente se ha hecho por nosotros el Señor de los ángeles,
pues comienza á obedescer antes que nazca. Considera también
el trabajo que la Virgen pasaría en este camino, pues el tiempo
era tan contrario al caminar, y ella era tan delicada, y la despensa
y provisión para el camino tan pobre. Camina, pues, tú con el
espíritu en esta sancta romería, y sigue estos pasos piadosos, y
sirve lo que pudieres á estos sanctos peregrinos, y mira cómo
en todo este camino unas veces hablan de Dios, otras van ha-
blando con Dios, unas veces orando, otras dulcemente plati-
cando, y así alternando los ejercicios, vencían el trabajo del ca-
minar.
III. Considera luego cómo venida la sacratísima Virgen á
Betleem, y llegada ya aquella dichosa hora del parto virginal,
puesta en alguna altísima contemplación (como siempre lo esta-
ba) nos dio aquel fructo de su vientre virginal, y descubrió al
mundo este nuevo sol de justicia. Imagina pues al mundo en-
vuelto en unas escurísimas y muy espesas tinieblas, y míralo ago-
ra esclarescido con esta suavísima y hermosísima luz. Porque
3l8 GUIA DE PECADORES
(como dice la Escriptura) llegóse ya el tiempo en que se descu-
brió el sol, que hasta entonces estaba cubierto con los nublados.
Pues con este nuevo resplandor ¿quién no se alegrará? ¿quién no
se calentará? ¿quién no despertará del sueño de sus pecados? Hu-
yan á la presencia de este sol las fieras infernales (que suelen
andar de noche) y salga ya el hombre á entender en su obra, la
cual no es otra que vivir conforme á razón, porque todo lo que
es contra razón, contra natura es: y tal es todo pecado, como
dice Sancto Dionisio.
IV. Parió la Virgen al hijo, y pariólo sin dolor: para que en-
tiendas que el ánima que á Dios concibe, á Dios pare sin alguna
molestia. Solo este parto carece de dolor: todos los otros son do-
lorosos. Pariólo también sin menoscabo de su integridad y pu-
reza virginal, porque no era razón que quitase la integridad y
pureza que halló en la madre, el que venía á hacernos enteros
y puros á todos.
V. Considera luego cuál haya sido la causa de una tan gran-
de maravilla y novedad como fué vestirse Dios de carne visible.
Porque no fué otra que querer levantarnos por este medio al
amor de las cosas invisibles, como lo canta la Iglesia, Por do
parece que pues éste fué el fin del nascimiento de Cristo, que el
que no ha conseguido este fin (esto es, el que no ha despojado su
corazón del amor de las cosas visibles, y levantádolo al de las in-
visibles) para este tal aun no es nascido Cristo, pues no ha con-
seguido el fin para que él nasció. Si un médico entrase en un
hospital, y curando todos los otros enfermos se dejase uno por
curar, bien podíamos decir que para éste no vino el médico,
pues éste no gozó del beneficio de su venida. ¡Malaventurado
de ti que estás en pecado, pues para ti podemos decir que aun
no es nascido Cristo ! Pues en esta misma cuenta se deben te-
ner todos los que no se quieren aprovechar del beneficio de
Cristo.
VI. Piensa también en la causa de haber tomado este tan
grande Dios figura de niño ternecico, que no fué otra que que-
rer desterrar de tu corazón todo temor desordenado, toda pu-
silanimidad y desconfianza: porque ¿quién temblará de un niño
chiquito? ¿Quién desmayará en su presencia? ¿Quién no presu-
mirá de aplacarle (si estuviere ensañado) con pequeños presen-
tes y halagos?
LIBRO III. PARTE II. 319
VIL Pon luego los ojos en la sacratísima Virgen, y mira con
qué amor y reverencia abrazaría aquel sancto niño. ¡Cómo lo
adoraría! ¡Con qué devoción lo arrimaría á sus pechos y le da-
ría de la leche dellos ! ¡ Cuáles serían las alegrías de su corazón !
¡Cuántas las lágrimas de sus ojos, viéndose madre de tal Hijo,
viéndose abrazada con tal tesoro, y viéndose, finalmente, parida
sin dolor ni menoscabo de su pureza virginal!
VIII. Mira luego con cuánta devoción y compasión le acos-
taría en aquel pesebre, porque no tenía otro mejor aposento en
aquel establo: donde hallarás maravillosos ejemplos de humildad,
pobreza, aspereza y caridad ? ¿ Qué mayor humildad que nascer
Dios en un establo? ,jQué mayor pobreza que los pañales en que
fué envuelto? ,iQué mayor aspereza que ser en tan tierna edad
reclinado en un pesebre? ^Qué mayor caridad que ponerse á
padecer todos estos trabajos por nuestra causa el Señor de todo
lo criado? Y mira aquí cómo las cosas más bajas del mundo es-
cogió Dios: luego éstas deben ser las mejores, aunque todo el
mundo lo contradiga.
IX. Y el ponerlo la Virgen en este lugar, no responde al
amor, sino al misterio. Porque si al amor mirara, ^qué cosa más
dulce para tal madre que tener á tal hijo entre sus pechos ?
X- También tienes aquí que mirar (demás de aquellas dos
resplandescientes lumbres Madre y Hijo) las lágrimas y alegrías
del sancto Josef, los cancares de los ángeles y particularmente la
devoción de los pastores. Y si tú quieres que te quepa alguna
parte de esta fiesta como á ellos, trabaja por imitar la simplicidad,
la humildad, la pobreza y las vigilias dellos, y serás visitado de
los ángeles, y cercado de luz como ellos. No seas doblado, ni
malicioso, ni ambicioso: conténtate con las riquezas de la sim-
plicidad, viv^e según naturaleza, y luego este niño amador de
simples y de niños te hará participante de sus misterios.
XI. En cabo de todo esto mira cómo la sacratísima Virgen
meditaba y confería todos estos misterios en su corazón (como
dice el Evangelista) para que veas cuan alto y cuan divino
ejercicio sea la consideración de la vida de Cristo, pues aquélla
que fué consumadísimo dechado de toda perfección y contem-
plación, tan á la continua se ejercitaba en él.
320 GUIA DE PECADORES
EL MIÉRCOLES I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba pusimos, se ha de pensar la Circuncisión del Señor y la
adoración de los Reyes.
El texto de los Evangelistas dice asi.
j.ESPUÉS de pasados los ocho días para haberse de circuncidar
el niño, fuéle puesto por nombre Jesús: el cual nombre
fué pronunciado por el Ángel primero que en el vientre fuese
concebido.
Y como hubiese nascido Jesús en Betleem de Judea en tiem-
po del rey Herodes, he aquí donde vinieron unos sabios de Orien-
te á Hierusalem, diciendo: ¿ Dónde está el que es nascido rey de
los judíos? Porque vimos su estrella en Oriente, y venimos á ado-
rarle. Oyendo esto el rey Herodes, fué turbado, y toda Hieru-
salem con él. Y ayuntando todos los príncipes y sacerdotes y
letrados del pueblo, preguntábales dónde Cristo había de nacer.
Ellos le dijieron que en Betleem de Judea, porque así estaba es-
crito por el Profeta: Tú, Betleem, tierra de Judea, no eres la me-
nor entre las principales tierras de Judea: porque de ti saldrá
un duque que rija á mi pueblo Israel. Entonces Herodes lla-
mando secretamente los sabios, supo dellos diligentemente el
tiempo en que la estrella les había aparescido. Y euviándolos
á Betleem, dijo: Id, y preguntad diligentemente por este niño, y
cuando le hobierdes hallado, hacédmelo saber para que yo tam-
bién vaya á adorarle. Los cuales oído esto, se partieron su ca-
mino. Y he aquí la estrella que habían visto en Oriente, iba de-
lante dellos hasta venir á ponerse sobre el lugar donde estaba
el niño. Y viendo ellos la estrella gozáronse con un grande gozo
muy mucho. Y entrando en la casa, hallaron al niño con María
su madre: y prostrados en tierra le adoraron, y abiertos sus co-
fres le ofrecieron presentes, oro, encienso y mirra: y siendo avi-
sados en sueños que no volviesen á Herodes, por otro camino
volvieron á su región.
LIBRO III. PARTE ir. 32 1
Materia de consideración sobre estos pasos del texto.,
y primero de la Circuncisión.
!;«3.ESPUÉS de los ocho días &c. Hácese mención del número
de los días, para que se vea la obediencia que tuvo este
Señor á la ley, y también para que se entienda cuan temprano
comenzó á servir al hombre, para que movido el hombre por
este ejemplo no dilate su conversión para adelante, sino dende
luego comience á servir á Dios.
II. Aquí puedes luego considerar el dolor que padescería
aquella delicadísima y ternísima carne con este nuevo martirio:
el cual era tan grande (especialmente al tercero día) que algunas
veces acaescía morir del. Por donde verás lo que debes á este
Señor, que tan temprano comenzó á padescer tan graves dolores
y hacer tan dura penitencia por las demasías y torpezas en que
tú caíste. Y mira cómo el primer día de su nascimiento derramó
lágrimas, y el octavo sangre: para que veas cómo no se cansa la
caridad de Cristo, y cómo le va costando el hombre de cada vez
más.
III. Considera también el dolor y lágrimas del sancto Josef,
que tan tiernamente amaba este niño (que por ventura fué el mi-
nistro desta circuncisión) y mucho más las de su sacratísima
madre, que mucho más le amaba, y mira la diligencia que pon-
dría en arrullar y acallar el niño (que como verdadero niño, aun-
que verdadero Dios, lloraba) y con qué reverencia recogería
aquellas sanctas reliquias y aquella preciosa sangre, cuyo valor
ella tan bien conoscía.
IV. Mira también cuan tarde comenzó el Hijo de Dios á pre-
dicar y cuan temprano á padescer, pues á los treinta años co-
menzó la predicación y á los ocho días padesció la circuncisión
y comenzó á hacer oficio de redemptor. Mir a cómo aquel espo-
so de sangre comienza ya á derramar sangre por su esposa la
Iglesia: mira cómo el segundo Adam salido del paraíso de las
entrañas virginales comienza ya á saber de bien y de mal, y mira
cómo aquel caudaloso mercader y comprador del linaje huma-
no comienza ya á dar señal de la paga advenidera, derramando
agora esta poquita de sangre en prendas de la mucha que ade-
OBRAS DE GRANADA X— 8*
322 GUIA DE PECADORES
lante derramará. Por aquí, pues, verás con qué deseos viene al
mundo, pues tan temprano comienza á dar por el hombre este
tesoro. Adora pues, oh ánima mia, adora y reverencia esta pre-
ciosa gota de sangre, en la cual está todo el precio de tu salud,
la cual sola bastara para nuestro remedio, si la superabundante
misericordia de Dios no quisiera tan superabundantemente sa-
tisfacer por nuestras culpas.
V. Considera también el inestimable ejemplo de humildad
que aquí te da el Hijo de Dios tomando por ti imagen de pe-
cador: porque no era otra cosa la circuncisión sino un cauterio
dado contra el pecado original, y por consiguiente, así como el
hombre que anduviese desorejado ó ensambenitado tendría ima-
gen de ladrón y de hereje, así el circuncidado tiene imagen de
pecador. Pues ¿ qué mayor humildad que tomar aquella suma
inocencia tal figura y semejanza?
VI. Y no sólo tomó aquí imagen de pecador, sino también
de esclavo: porque aquella misma señal era como hierro de es-
clavo y de hombre subjecto á la ley y servidumbre del pecado,
y hacíase con cuchillo de piedra para dar á entender la dureza
del corazón de aquel pueblo á quien se daba, de quien dijo Dios:
Yo conozco muy bien tu rebeldía y tu durísima cerviz. Mira, pues,
por qué medios tan costosos se puso este dulcísimo Señor á
obrar tu salud. Tomó imagen de pecador para librarte de pe-
cado, tomó hierro de esclavo para darte espíritu de libertad,
subjectóse al yugo durísimo de la ley porque tú te subjectases al
suavísimo yugo de Dios. Pues ¿con qué pagarás al Señor tal re-
medio como éste y tal manera de remediarte?
VIL Mira también cómo hoy le ponen por nombre Jesús,
que quiere decir Salvador, para que si la señal de pecador te
desmayaba, te esfuerce este dulcísimo y eficacísimo nombre de
Salvador. Adora pues, oh ánima mía, abraza y besa ese dulcísi-
mo nombre, más dulce que la miel, más suave que el olio, más
medicinable que el bálsamo y más poderoso que todos los po-
deres del mundo. Éste es el nombre que deseaban los Patriarcas,
por quien suspiraban los Profetas, á quien repetían y cantaban los
Psalmos y todas las generaciones del mundo. Este es el nombre
que adoran los ángeles, que temen los demonios, y de quien hu-
yen todos los poderes contrarios, y con cuya invocación se sal-
van los pecadores: porque no se ha dado otro nombre debajo de
LIBRO III. PARTE II. 323
los cielos á los hombres, por quien hayan de ser salvos, sino solo
éste, y en otro ninguno hay salud. ¡ Oh nombre dulce, nombre
suave, nombre glorioso, quién te trajese siempre escrito con le-
tras de oro en medio del corazón ! Oh, pues, hombre flaco y des-
confiado, si no bastó la blandura del niño recién nascido para ha-
certe llegar á él, baste la virtud y eficacia deste nombre, para
que no huyas del. Llégate confiadamente á él, y dile con el de-
votísimo Anselmo: Oh Jesús, por honra de tu sancto nombre sey
para mí Jesús. Porque ¿ qué quiere decir Jesús, sino Salvador ?
Muestra pues. Señor, en mí la eficacia deste sanctísimo nombre
y dame por él cumplida y verdadera salud.
Sobre el Evangelio de los Magos.
§. I.
^CERCA de la adoración destos sanctos reyes considera
primeramente cómo éstos fueron las primicias de la genti-
Hdad: esto es, los primeros hombres que entre los gentiles reci-
bieron la fe del Evangelio, y abrieron camino para todos los de-
más. De donde así como Abraham se llama padre de todos los
creyentes, así éstos con mucha razón se pueden llamar padres de
la Iglesia. Y por esto, así como dijo el Señor álos judíos: Si sois
hijos de Abraham, haced obras de Abraham, así puede decir á
nosotros que si somos hijos destos sanctos reyes, seamos imita-
dores suyos.
II. Mas ^en qué los imitaremos? Primeramente imitémoslos
en ir con ellos á buscar este Señor, aunque sea hasta el cabo del
mundo. Caminemos con ellos á Betleem y juntémonos en su com-
pañía, que por sus pajes podremos pasar y entrar adonde ellos
entraren, para que con ellos veamos esta visión tan grande, como
es la majestad de Dios en carne mortal.
III. Imitémoslos en saHr para esto de nuestras casas y de
nuestra región: esto es, del amor de las criaturas, y de los apeti-
tos y objectos de nuestros sentidos, y de la región del amor pro-
prio: porque salidos deste lugar y purificados nuestros corazones
de todos estos peregrinos amores, luego hallaremos en ellos el
amor de Dios.
324 GUIA DE PECABORES
IV. Imitéraoslos en el trabajo del camino, en la constancia
de la fe, en la libertad de la confesión y sobre todo en la obe-
diencia á la estrella que los guiaba, que son las inspiraciones y
instinctos del Espíritu Sancto, que nos guía por este camino, de
quien dice el profeta: El Espíritu tuyo bueno me guiará. Señor, á
la tierra derecha.
V. Imitémoslos también en la virtud de la perseverancia,
pues desamparándolos la guía celestial, no por eso desmayaron,
ni se volvieron á sus casas, ni desistieron de su demanda, sino
prosiguieron constantemente su camino, usando de toda buena
industria, cuando les faltó la guía que los llevaba. Pues así nos-
otros no debemos desmayar ni aflojar en nuestros propósitos,
cuando nos desampara el rayo de la devoción, ni el fervor de la
suavidad interior, sino trabajar por pasar adelante haciendo lo
que es de nuestra parte, teniendo por cierto que la estrella que
primero vimos, volverá aparecemos, según aquello del sancto
Job que dice: En sus manos esconde la luz, y mándale que tor-
ne á nascer &c.
VI. Imitémoslos en la fe, pues entrando en un tan pobre apo-
sento y no viendo ningún aparato ni insignias de rey, no dub-
daron ser Aquél señor y rey de todo lo criado, y así postrados
por tierra con suma reverencia le adoraron. Así nosotros debe-
mos captivar nuestro entendimiento en servicio de la fe, y fiar-
nos de todas las palabras y promesas de Dios, y esperar siempre
favor y socorro, aunque nos lo nieguen todas las razones y pru-
dencia del mundo.
VII. Imitémoslos finalmente en la ofrenda que ofrecieron, que
fué oro, incienso y mirra, que es la más rica y más perfecta ofren-
da de cuantas podemos ofrecer. Confieso que tres cosas deseo en
todos aquéllos que tienen título ó hábito de siervos de Dios: que
son, caridad cordial y entrañable para con los prójimos, rigor y
aspereza para consigo y devoción y oración para con Dios. Don -
de estas tres cosas hay, creo que hay suma religión, y donde
estas tres cosas faltan (aunque haya otras muestras y aparencias
de virtud) confieso que no me hinchen el corazón. Si no veo
esta centella viva de amor entrañable para con los prójimos con
un ferviente deseo de su salvación, si no veo diligente estudio de
oración y devoción, si no veo rigor y aspereza de vida, para otros
podrán ser sanctos, mas para mí no lo son. Pues ésta es, herma-
LIBRO III. PARTE II. 32?
no, la ofrenda que ofrecieron estos sanctos Reyes, conviene sa-
ber, oro de caridad, encienso de devoción y mirra de mortifica-
ción, que son las tres principales virtudes que el verdadero siervo
de Dios debe tener asentadas en su corazón.
VIII. Imitémoslos finalmente en volver á nuestra región por
otro camino, que es, dejando'el camino del viejo Adam, que es
de la carne y del mundo, y siguiendo el que nos enseña el nue-
vo, que es el camino del espíritu. De manera que no sólo no nos
han de mover los juicios del mundo ni los apetitos de nuestra
propria voluntad, sino antes cualquier cosa que desta parte pro-
cediere, por muy justificada que parezca, la debemos tener por
sospechosa.
IX. Después de todo esto, desviando un poco los ojos destos
sanctos Reyes, pongámoslos en la Reina de los ángeles, y consi-
deremos cuál sería en este paso su alegría, su devoción, sus lá-
grimas y el ardor de su corazón, viendo sobre todos los testimo-
nios pasados este nuevo testimonio de la gloria de su Hijo, vien-
do cómo ya comenzaba á reinar el conoscimiento de Dios en el
mundo, cómo ya comenzaba á fundarse la Iglesia y cumplirse
todas las maravillas que estaban profetizadas. Pues la que tanto
deseaba la gloria de Dios y la salud de las ánimas, ¿qué tanto
se alegraría con los nuevos preludios desta obra? Si tanto se ale-
gró su espíritu con la promesa destas maravillas, ¿cuánto se ale-
graría con tan prósperos principios y prendas de ellas? Oh bien-
aventurada Señora, ¿quién podría sentir el gozo que recebistes en
ver que era adorado de los reyes como Dios verdadero el Hijo
que pocos días antes habíades parido? ¡Oh infancia maravillosa,
á la cual sirven las estrellas! ¡Oh cuánto es alta la gloria y grande-
za deste niño nuestro redemptor Jesú, á cuyos pañales velan los
ángeles, sirven las estrellas, tremen los Reyes y se inclinan en tie-
rra los seguidores de la sabiduría! ¡Oh bienaventurada choza! ¡Oh
silla de Dios segunda del cielo, adonde no resplandecen antor-
chas encendidas, sino estrellas! ¡Oh palacio celestial, donde no
mora rey coronado, mas Dios humillado, que tiene por estrado
blando y muelle un duro pesebre, y por palacios dorados una
choza ahumada, pero adornada y esclarecida con resplandor de
la estrella! Espantóme cuando por una parte veo los paños, y
por otra miro á los cielos: maravillóme cuando veo en un peque-
ñuelo pesebre al que tiene señorío sobre las mismas estrellas.
326 GUIA DE PECADORES
Acabada la meditación, sigúese luego el hacimiento de gra-
ci as, ofrecimiento y petición &c.
EL JUEVES I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba pusimos, se ha de pensar el misterio de la Purificación de
Nuestra Señora y la Presentación del niño Jesús en el templo,
con las profecías del sancto Simeón y de Ana.
El iexto del evangelista S. Lucas dice asi.
j.ESPUtíS de cumplidos los días de la purificación de María
según la ley de Moisén, llevaron al niño Jesús al templo
para presentarlo al Señor, según que estaba escrito en la ley,
la cual dice que todo hijo varón que abre el vientre de la ma-
dre, ha de ser sanctificado y ofrecido al Señor. Y asimismo para
ofrecer la ofrenda que mandaba la ley, que era un par de tór-
tolas, ó un par de palominos. Y había un hombre en Hierusalem,
que tenía por nombre Simeón, el cual era justo y temoroso de
Di os, y vivía esperando al consolación de Israel, y el Espíritu
Sancto moraba en él. Y había recebido respuesta del Espíritu
Sancto que no vería la muerte hasta que viese al ungido del
Señor. Y á la sazón movido del Espíritu Sancto vino al templo.
Y como trajesen al niño Jesús sus padres para hacer lo que era
costumbre según la ley, él lo tomó en sus brazos, y alabó á
Dios, y dijo: Agora, Señor, dejas á tu siervo en paz, según la
promesa de tu palabra. Porque ya han visto mis ojos tu salud, la
cual aparejaste ante la cara de todos los pueblos. Lo cual sea
lumbre para que sean alumbradas las gentes, y para gloria de
tu pueblo Israel.
Y estaba el padre y la madre de Jesús maravillándose de las
cosas que de él se decían. Y bendíjoles Simeón, y dijo á María
su madre: Mira que este niño está puesto aquí para caída y para
levantamiento de muchos en Israel, y por una señal á quien ha
de contradecir el mundo. Y tu ánima será atravesada con un cu-
chillo, para que sean descubiertos las pensamientos de muchos.
Y había una mujer profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, del
tribu de Aser. Ésta era una mujer de muchos días, y había vi-
LIBRO III. PARTE II. 327
vido con su marido siete años dende su virginidad, y era ya viu-
da hasta las ochenta y cuatro años de su edad, la cual nunca se
apartaba del templo, sirviendo con a3mnos 3' oraciones día y no-
che: la cual sobrevino á esta misma hora, y alababa á Dios, y ha-
blaba del á todos los que esperaban la redempción de Israel. Y
después que acabaron todo loque habían de hacer según la ley de
Dios, volviéronse á la provincia de Galilea, á su ciudad de Naza-
ret. Y el niño crescía y era confortado, lleno de sabiduría, y la
gracia de Dios estaba en él.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto^
y primero de la Purificación.
CERCA de la Purificación de Nuestra Señora considera pri-
iy^ meramente la humildad profundísima desta Virgen, que ha-
biendo quedado de aquel parto virginal más pura que las estre-
llas del cielo, no se desdeñó de subjectar á las leyes de la purifi-
cación y ser tenida por mujer no limpia. Donde verás cuan dife-
rente camino llevan la madre y el hijo, del que llevamos nos-
otros. Porque nosotros queremos ser pecadores, y no queremos
parecerlo: mas Cristo y su madre no quieren ser pecadores, y no
se desdeñan de parecerlo. Porque del hijo se dice que después
de los ocho días se subjectó al remedio de la circuncisión (que
era señal de pecadores) y de la madre, que después de los cua-
renta días se subjectó á la ley de la purificación, que era sacri-
ficio de no Umpias.
II. Considera también la humildad y caridad del Hijo de Dios,
el cual en este mismo día se ofreció por nosotros en el templo,
y se entregó por nuestra ofrenda suavísima ante los ojos del Pa-
dre, para que tuviésemos este nuevo título y derecho para ale-
gar en todas nuestras peticiones delante del. En el Evangelio
pasado viste cómo las primicias de los judíos y gentiles se ofre-
cieron á este Señor: mas agora (como en pago desta ofrenda) se
ofrece el mismo Señor al Padre por aquéllos mismos que se ofre-
cieron á él.
III. Y mira que así como con la ofrenda de las primicias se
sanctificaban y ofrecían todos los otros fructos, así con la ofrenda
de los primogénitos se ofrecían todos los otros hijos. Para que
328 GUIA DE PECADORES
por aquí entiendas que este día ofreciendo la Virgen en nombre
de la Iglesia este primogénito á Dios, todos nosotros fuimos ofre-
cidos en él, para que de aquí adelante ya no sirvamos más al
mundo ni al pecado, sino á solo El.
IV. Y mira también que aquellos primogénitos eranredemi-
dos, y nosotros no: porque mucho mejor nos está ser suyos que
ser nuestros, porque desta manera quedando horros del pecado
y hechos siervos de Dios, recibimos en esta vida en premio de
nuestros trabajos la sanctificación de nuestras ánimas, y después
la vida eterna.
V. Mira también cómo la Virgen acompañó esta ofrenda de
tanto precio con otra de tan pequeño valor, como eran aquellas
aves que mandaba ofrecer la ley: para que tú de aquí aprendas
á ajuntar tus pobres servicios con los servicios de Cristo, para que
con el valor y precio de los suyos sean recibidos y preciados
los tuyos. La yedra por sí no sube á lo alto, mas arrimada á un
árbol, sube cuanto el árbol sube: y no menos sube la bajeza de
nuestras obras, si las ayuntamos á este árbol de vida. Junta, pues,
tus oraciones con las suyas, tus lágrimas con las suyas, tus ayu-
nos y vigilias con las suyas, y ofrécelas al Señor, para que lo que
por sí es de poco precio, por él sea de mucho valor.
VI. Mira también que la ofrenda que se ofrece es de aves, y
de aves que tienen el gemido por canto: para que por aquí en-
tiendas que la vida de los sanctos en este destierro no es otra
que gemir y volar: y de lo uno se sigue lo otro, porque del vue-
lo de la consideración se sigue el gemido de la compunción. Por-
que el que continuamente anda considerando las miserias deste
siglo, la ausencia de Dios y la peregrinación deste destierro, ^có-
mo puede dejar de vivir en continuo gemido? ¿Cómo puede dejar
de decir con el profeta: Fuéronme mis lágrimas pan de noche y
de día, mientra le dicen á mi ánima, dónde está tu Dios ?
Vn. Considera también la grandeza del alegría que aquel
sancto Simeón recebió con la vista y presencia deste misterio, la
cual excede todo encarescimiento. Porque cuando este varón (que
tanto celo tenía de la gloria de Dios y de la salud de las ánimas,
y que tanto deseaba ver antes de su partida Aquél en cuya con-
templación respiraban los deseos de todos los padres, y en cuya
venida estaba la salud y remedio de todos los siglos) cuando le
viese delante de sí, y le recibiese en sus brazos, y conociese por
LIBRO III. PARTE II. 329
la lumbre del Espíritu Sancto que dentro de aquel corpecico
estaba encerrada toda la Majestad de Dios, y viese juntamente
en presencia de tal hijo tal madre, ¿qué sentiría su piadoso co-
razón con la vista de dos tales lumbreras y con el conoscimien-
to de tan grandes maravillas? ¿Qué diría? ¿Qué sentiría? ¿Qué
sería ver las lágrimas de sus ojos, y los colores y alteración de
su rostro, y la devoción con que cantaría aquel suavísimo cán-
tico, en que está encerrada la suma de todo el Evangelio? ¡Oh
Señor, y cuan dichosos son los que os aman y sirven, y cuan bien
empleados sus trabajos, pues aun antes de la paga advenidera
tan grandemente son remunerados en esta vida!
VIII. Y mira bien de la manera que van las cosas espiritua-
les encadenadas: porque de la caridad que este sancto varón te-
nía, procedía el deseo de la salvación de las ánimas, y del deseo
la esperanza, y de la esperanza junto con el deseo la oración
continua, y ésta es la que alcanzó aquella respuesta del Espíri-
tu Sancto. Pues ¿porqué no aprenderemos de aquí á esperar
en Dios y pedirle lo que esperamos, para recebir del semejante
respuesta?
De este sancto varón se dice que vino por el Espíritu San-
cto al templo, y el que le movió á venir al templo, ése le dio
conoscimiento de aquel Señor que venía al templo: para que en-
tiendas que á los que obedecen fielmente á los primeros movi-
mientos del Espíritu Sancto, suele Él dar parte de sus secretos y
maravillas.
Cantó antes que muriese, aquella dulce canción: Nunc dimit-
tis &c. Por do parece que tenía la muerte en deseo y la vida en
paciencia, y si deseaba vivir, no era por amor de la vida, sino de
la vista del Salvador. Pues ¿qué hiciera si pensara vedo des-
pués desta vida? ¿Cuánto más deseara la muerte el que aun así
la deseaba? Pues ¿cómo nosotros tan al contrario aborrecemos
la muerte y deseamos la vida, sabiendo que después de ella ha-
bemos de gozar desta misma vista?
De Ana profetisa.
^•j.EsruÉS de todo esto hay mucho que considerar en las vir-
tudes y manera de vida de aquella sancta viuda Ana, en
sus ayunos y oraciones y servicios continuos, en la pureza de su
330 GUIA DE PECADORES
continencia y perpetua morada del templo: para que entiendas
que á tal vida y á tales ejercicios se deben tales consolaciones
y regalos de Dios, cuales ella este día recibió.
IX. Sobre todo esto es mucho de considerar aquella triste y
dolorosa profecía que el sancto Simeón profetizó á la sacratísima
Virgen. Porque es cierto que así como por lumbre de Dios en-
tendió lo que estaba por venir, así por mandamiento de Dios lo
denunció. Pues ¿porqué quesíste. Señor, que tan temprano se
descubriese á esta inocentísima y amantísima esposa tuya una
tal nueva, que le fuese perpetuo cuchillo y martirio toda la vi-
da? ¿Porqué no estuviera este misterio debajo de silencio has-
ta el mismo tiempo del trabajo, para que entonces solamente
fuera mártir, y no lo fuera toda la vida? ¿Porqué, Señor, no se
contenta tu piadoso corazón con que esta doncella sea siempre
virgen, sino también quieres que sea siempre mártir? ¿Porqué,
Señor, afliges á quien tanto amas, á quien tanto te ha servido y
á quien nunca te hizo por donde mereciese castigo? Ciertamen-
te, Señor, por eso la afliges, porque la amas: conviene saber, por
no defraudarle de la gloría, de la paciencia, y de la corona del
martirio, y del ejercicio de la virtud, y de la imitación de Cristo,
y del premio de los trabajos, que cuanto son mayores, tanto son
dignos de mayor gratificación. Nadie, pues, infame los trabajos,
nadie aborrezca la cruz, nadie se tenga por desfavorecido de
Dios, cuando se viere atribulado, pues la más amada y favore-
cida de todas las criaturas fué la más lastimada y afligida de
todas.
Acabada la meditación, sigúese luego el hacimiento de gra-
cias, ofrecimiento y petición &c.
EL VIERNES I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que arri-
ba pusimos, se ha de pensar la huida del Salvador á Egipto, y
cuando á los doce años se perdió en el templo.
El texto de los Evangelistas dice asi:
^•j.ESl'UÉS de idos á su región los Magos, el Ángel del Señor
apáreselo en sueños á Josef, diciendo: Levántate y toma
al niño y á su madre, y huye á la tierra de Egipto, porque ha de
LIBRO III. PARTE II. 331
acaescer que Herodes busque el niño para lo matar. El cual le-
vantándose tomó al niño y á su madre, y fuese á Egipto, y está-
base allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliese lo que
dijo el Señor por el Profeta, que dice: De Egipto llamé á mi hijo.
Entonces Herodes viendo que había sido burlado de los Magos,
airóse mucho. Y enviando sus ministros, mató todos cuantos niños
había en Betleem y en toda su tierra, de dos años abajo, según
el tiempo que había preguntado á los Magos. Entonces se cum-
plió lo que había sido dicho por el Profeta que dice: Voces fue-
ron oídas en Rama de mucho llanto y aullido, con que Raquel
lloraba sus hijos: y no quiso recebir consolación por verlos
muertos.
Después de la muerte de Herodes, he aquí el Ángel del Se-
ñor apáreselo en sueños á Josef diciendo: Levántate y toma al
niño y á su madre, y vuélvete á la tierra de Israel, porque ya
son muertos los que querían matar al niño. El cual como se le-
vantase, tomó al niño y á su madre y vino á tierra de Israel. Y
ovendo que Arquelao reinaba en Judea por Herodes su padre,
temió ir á ella. Y amonestado en sueños fuese á la provincia de
Galilea: y viniendo, moró en Nazaret, para que se cumpliese lo
que estaba dicho por los Profetas, que sería llamado Nazareo.
Y iban sus padres á Hierusalem todos los años el día solem-
ne de la Pascua. Y como fuese el niño de doce años, subiendo
sus padres á Hierusalem según la costumbre de la fiesta, y aca-
bados ya los días, como se volviesen, quedóse el niño Jesús en
Hierusalem sin que lo supiesen sus padres. Y pensando que es-
taría entre la compañía, vinieron camino de un día buscándolo
entre los parientes y conoscidos. Y como no le hallasen, volvié-
ronse á Hierusalem en busca del. Y sucedió que á cabo de tres
días le hallaron en el templo, asentado en medio de los docto-
res, oyéndolos y preguntándolos. Y estaban espantados todos los
que le oían, viendo su prudencia y sus respuestas: y como le
vieron sus padres, maravilláronse. Y díjole su madre: Hijo, ^por
qué lo habéis hecho así ? Veis á vuestro padre y á mí que en
dolor os andábamos buscando. Y díjoles Él: ¿Para que me bus-
cábades? ¿No sabíades que en estas cosas que son de mi Padre
me conviene á mí estar? Y ellos no entendieron la palabra que
les dijo. Y descendió con ellos, y vino á Nazaret, y era subdito
á ellos. Y su madre guardaba todas estas palabras en su cora-
332 GUIA DE PECADORES
zón: y Jesús aprovechaba en sabiduría y edad y gracia delante de
Dios y de los hombres.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto,
y primero sobre ¡a huida de Egipto.
^j CERCA de la persecución de Herodes y huida del Señor á
Egipto considera primeramente el temor y sobresalto
que recibiría la Virgen cuando á la media noche le diesen este
rebato, y le dijiesen que Herodes andaba con gran fervor en busca
del niño para matarlo. Mira qué nueva ésta para quien tal amor
tenía. Porque aunque eUa tenía fuertemente amarrado su cora-
zón con el áncora de la esperanza, mas no por eso dejaba de
ser éste gran sobresalto para quien en tanto estimaba este teso-
ro. Mira, pues, con cuánta presteza se levantaría de la cama y se
abrazaría con el niño, y cuan poco pararía en dejar la tierra, los
parientes, los amigos y la casa con todas sus alhajas, por poner
en cobro aquella tan preciosa margarita. Pues por aquí enten-
derá el verdadero cristiano el poco caso que debe hacer de todos
los bienes y riquezas del mundo, cuando le fueren ocasión de
perder por ellos á Cristo: lo cual hacen muy al revés los ama-
dores deste siglo, pues por tan pequeños intereses se ponen á
perder un tan inestimable tesoro.
II. Considera también los trabajos que pasaría la Virgen y el
sancto Josef en este tan apresurado y peligroso camino, espe-
cialmente yendo tan mal proveídos así por razón de la po-
breza como por la priesa de la partida, y mucho más los que
padescerían en aquel destierro de siete años en tierra de idó-
latras y gentiles, donde sería tan poca la caridad y humanidad
para con los extraños, cuan sobrada la maldad y inhumanidad
aun para con los suyos. Estarían cierto allí como gente pobre,
extranjera, arrinconada, mal aposentada, y desfavorecida del
mundo, aunque alegre y contenta por tener en salvo su tesoro.
Por aquí, pues, entenderás cómo trata nuestro Señor á sus muy
grandes amigos en este mundo, cómo los atribula y prueba y
ejercita en esta vida, para regalarlos y coronarlos en la otra.
III. Considera también la crueldad deste malvado Rey, que
pudo acabar con su corazón derramar tanta sangre de inocen-
LIBRO m. PARTE II. 333
tes, y mira cuan furioso y pestilencial es el apetito de la ambi-
ción y avaricia, pues tanto pudo con ese cruel tirano, que le hizo
descabezar tantos niños, por sólo matar á aquel uno, por quien
imaginaba que se podía menoscabar algo de su imperio. Apren-
de pues aquí, hermano, á huir la honra y despreciar las falsas y
engañosas riquezas, porque no te sean ocasión de semejantes
despeñaderos.
IV. Mira también cómo apenas era nascido Cristo, cuando
luego se levantó un Herodes para matarlo: para que por aquí
entiendas que apenas habrá nascido Cristo en tu corazón, cuan-
do luego se levanten otros muchos Herodes que lo quieran ma-
tar. Porque luego el mundo con sus persecuciones, y la carne con
sus halagos, y los falsos amigos con sus consejos, y el demonio
con todos sus artificios, han de trabajar por apartarte de tu buen
propósito: lo cual no es otra cosa que matar en ti á Cristo recién
nascido.
V. Huye pues entonces con aquella sancta mujer del Apo-
calipsi al desierto (que es á la soledad y apartamiento de los hom-
bres) mayormente aquéllos que te puedan dañar. Y mira que
más seguro estuvo Cristo en Egipto que en Judea (esto es, en
tierra de infieles que de fieles) porque á veces está más seguro
el cristiano entre paganos, que entre los carnales y malos cris-
tianos. Porque menos peligroso es el enemigo público que el trai-
dor secreto, y menos daño hace el lobo en figura de lobo, que
debajo de piel de oveja. Por donde dice el Apóstol: Escrebíos
en una carta que no tuviésedes comunicación con los hombres
carnales y fornicadores: no entendáis que hablo de los fornica-
dores deste mundo (porque para eso era menester salir deste
mundo) sino que si alguno de los que tienen nombre de herma-
nos, es fornicador, ó sucio, ó avariento, que déste os apartéis, de tal
manera, que ni aun á comer os asentéis con él.
VI. Finalmente á cabo de los siete años muerto Herodes,
volvióse el niño y la madre á su tierra: para que veas cómo en
muy breve espacio se acaba la prosperidad de los malos y los
trabajos de los buenos: sino que la prosperidad de los unos pare
tristeza eterna, y el trabajo de los otros alegría perdurable. Así
lo dice el Señor por su Profeta: Por un punto y por un breve
espacio de tiempo te desamparé, mas con misericordia eterna
me acordaré de ti. ■'
334 GUIA DE PECADORES
De cuando se perdió el Niño de doce años en el templo.
""ODOS los años subía Jesús al templo, y después de perdi-
do se halló en el templo, y cuando entraba en Hierusalem
luego se iba al templo: para que por aquí entiendas que toda
la vida del cristiano ha de ser morar y conversar en el templo.
En el templo, ó hablamos con Dios, ó hablamos de Dios, unas
veces orando, y otras escuchando, pues quienquiera que esto
hace (doquiera que esté) siempre está en el templo.
II. En este paso una de las principales cosas que hay qué
considerar, es la grandeza del dolor con que la sacratísima Vir-
gen andaría en busca del niño todo este tiempo. Porque no hay
amor sin dolor, ni es menor el dolor de lo que se pierde, que el
amor de lo que se posee. Pues la que tanto amaba y preciaba
este tesoro, { qué tanto sentiría el haberle perdido ? Tres días se
dieron de tiempo al patriarca Abraham antes del sacrificio de
su hijo, para que en este espacio luchase el amor de la carne con
el del espíritu, y la afición de padre con la obediencia de Dios.
Pues ¡cuál sería el martirio desta sacratísima Virgen, cuando en
aquel pecho virginal comenzase á luchar por una parte el amor
y dolor del hijo perdido, y por otra el temor y esperanza de ha-
llarlo! ¡Cuál seríala diligencia que tendría esta piadosa mujer
buscando la dragma perdida, y con cuánta diligencia pregunta-
ría por ella en todos los barrios y plazas de la ciudad! Pues en
todo este tiempo ¿ si comería, si bebería, si dormiría, si daría sue-
ño á sus ojos, y descanso á sus días, hasta hallar al amado de su
ánima? ¡Cuáles serían allí sus lágrimas, sus gemidos, sus discur-
sos, su diligencia, }'■ sus oraciones y peticiones á Dios! Señor,
I y que habéis de afligir á los que amáis! ¡Qué cuidado tenéis de
probarlos, y ejercitarlos, y darles tantas ocasiones de sufi-ir, de
padescer, de orar, de temer, de esperar, de humillarse, y de acu-
dir siempre en todas sus necesidades á Vos !
III. Buscó la Virgen al niño entre parientes y conoscidos, y
no le halló: para que tú por aquí entiendas que no se halla Cris-
to en los afectos y regalos de carne y de sangre, sino en la re-
nunciación y mortificación de todas estas ternuras. ¿A quien (dice
el profeta) enseñará Dios su sabiduría, á quién revelará sus mis-
terios? A los destetados de la leche y á los apartados de los pe-
LIBRO Iir. PARTE II. 335
chos.Por eso se dice á la hija del rey: o^'-e, hija, y ve, y indina tu
oreja, y olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre, y cob-
diciará el rey tu fermosura.
IV. Considera las palabras que dice la madre al Hijo: Hijo,
¿porqué lo habéis hecho así con nosotros? Mira que vuestro pa-
dre y yo con dolor os habernos buscado. Pues tú que buscas al
niño perdido, quiero decir, que buscas el fervor de la devoción
pasada y la dulcedumbre de la divina familiaridad ya gustada,
no pienses que la podrás todas veces hallar, si no la buscas con
dolor. El profeta David primero repitió muchos versos doloro-
sos, y dio muy grandes gemidos en aquel famoso psalmo de la
penitencia, y después al cabo vino á decir: Vuélveme, Señor, el
alegría de tu salud, y confórtame con espíritu principal. Pruden-
tísimamente dijo un religioso doctor: Lo que nada cuesta, nada
vale: y así, lo que mucho vale, mucho es lo que nos ha de cos-
tar. Aquella gloriosa mujer del Apocalipsi no pare sin grandísi-
mos dolores: para que por aquí entiendas que no conseguirás el
fructo glorioso de la perfección, sino con el doloroso parto de la
aflición. Por donde dice S. Buenaventura, que regularmente
hablando, ninguna notable gracia es comunicada á las ánimas
sino por aflición y oración.
Vase el niño con sus padres, y obedece con toda humildad y
subjección á dos criaturas el Señor de todo lo criado. Humíllate
pues, polvo y ceniza, y aprende por este ejemplo á obedecer no
sólo á los mayores y iguales, sino también á los menores por
amor deste Señor.
V. Mas ¿qué quiere decir que por una parte les obedece con
tanta humildad, y por otra les responde con tanta Ubertad? ¿Para
qué me buscábades (dice Él) no sabíades ? &c. Para que por aquí
entiendas cómo la filosofía cristiana sabe juntar en uno mu-
chas virtudes que parecen entre sí contrarias, como son humil-
dad y magnanimidad, gravedad y suavidad, subjección y liber-
tad, fervor y discreción, rigor y misericordia, con otras semejan-
tes. Y por esto, cuando la razón ó la honra de Dios lo pide, debe
el verdadero cristiano trascender todas las cosas humanas y po-
ner debajo los pies todas las criaturas: como lo hacía el Apóstol,
el cual (según la cualidad de los negocios) unas veces se hacía
mosquito, otras elefante, unas se ponía debajo los pies de los
hombres, otras se subía sobre todo el mundo.
330 GUIA DE PECADORES
EL SÁBADO I.
Este día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba pusimos, se ha de pensar el baptismo y ayuno del Salva-
dor y el misterio de su gloriosa transfiguración.
El texto de los Evangelistas dice asi.
NTONCES vino Jesús de Galilea al río Jordán, donde S. Juan
bautizaba, para ser bautizado del. Mas Sant Juan lo estor-
baba diciendo: Yo tengo de ser bautizado de ti, ¿y tú vienes á
mí? Y respondiendo Jesús díjole: deja ora, porque así nos con-
viene cumplir toda justicia. Entonces le dejó, y bautizado Jesús,
luego salió del agua, y allí se le abrieron los cielos, y vio el Espí-
ritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y veis
aquí una voz del cielo que decía: Éste es mi amado Hijo, en
quien yo me agradé.
Entonces fiié Jesús llevado al desierto por espíritu, para que
fuese tentado del demonio. Y como ayunase cuarenta días y cua-
renta noches, después hobo hambre. Y llegándose el tentador, dí-
jole: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan. El
cual respondiendo le dijo: Escrito está que no vive el hombre
con solo pan, sino con toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el demonio le tomó y llevó á la sancta Ciudad, y le
puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios,
échate de aquí abajo, porque escrito está que á sus ángeles,
tiene Dios mandado de ti que te traigan en las manos, porque
no tropiecen tus pies en una piedra. Díjole entonces Jesús: Es-
cripto está: No tentarás á tu Señor Dios. Otra vez el demonio
le tomó y llevó á un monte muy alto, y le mostró todos los rei-
nos del mundo y la gloria de ellos, y díjole: Todas estas cosas
te daré, si cayendo en tierra me adorares. Entonces le dijo Je-
sús: Vete, Satanás, porque escrito está: A tu Señor Dios adora-
rás y á Él solo servirás. Entonces le dejó el demonio. Y luego
los ángeles se allegaron á Él, y le servían. Y acabada toda la
tentación, apartóse el demonio del hasta su tiempo.
Y tomó Jesús á Pedro, á Jacobo y Sant Juan su hermano ,
y llevólos á un monte alto á solas. Y acaesció que estando Él
LIBRO III. PARTE II. 33/
haciendo oración, se le mudó la figura del rostro, y resplandeció
su cara como el sol, y sus vestiduras se pararon blancas como la
nieve. Y aparescieron allí Moisén y Elias con majestad hablando
con Él, y hablaban de la muerte con que había de acabar en
Hierusalem. Y respondiendo Pedro dijo: Maestro, bueno es que
nos estemos aquí. Si quieres, hagamos aquí tres moradas, una
para ti, y otra para Moisén, y otra para Elias. Y estando Él ha-
blando esto, veis aquí apáreselo una nube resplandesciente, y
una voz dende la nube que decía: Éste es mi Hijo muy amado,
en quien yo mucho me agradé, á El oíd. Y oyendo esto los discí-
pulos, cayeron en tierra y temieron mucho. Y allegóse Jesús, y
tocóles diciendo: Levantaos y no queráis temer. Y alzando sus
ojos, no vieron más que á solo Jesús. Y descendiendo ellos del
monte, mandóles Jesús diciendo: A nadie deis cuenta desta vi-
sión, hasta que el Hijo del hombre resuscite de la muerte.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto,
y primero del bautismo de Cristo.
'rimeramente acerca del bautismo de Cristo considera la
profundísima humildad deste Señor, que habiendo callado
por espacio de treinta años, escogió solos tres para predicar: para
que veas cuánto tiempo dedicó al recogimiento del silencio, y
cuan poco al oficio de la predicación. Nosotros (como dice Sant
Bernardo) estaraos llenos de bocas, y por todas querríamos ha-
blar. Si algo pensamos que sabemos, no podemos callar, ni nos
tenemos por sabios, si los otros no saben lo que sabemos. Todas
nuestras habilidades (por pequeñas que sean) querríamos que
ñiesen publicadas en las plazas.
II. Considera también cómo vino el Señor de Galilea á Ju-
dea donde bautizaba S. Juan, y mira cuan pobre, cuan solo y
cuan desacompañado viene por aquellos caminos (pues aun no
tenía discípulos) y sobre todo míralo cómo viene al bautismo en
compañía de publícanos, de pecadores, y de soldados, y de fari-
seos, como si fuera uno dellos, esperando que le cupiese la vez
para ser con ellos bautizado. Mira cómo se llega á S. Juan como
discípulo á maestro, como pecador á sancto, como no limpio al
limpio. Pues ¿quién considerando esto, osará justificarse, y enso-
berbecerse, y anteponerse á los otros ?
OBRAS DE GRANADA. X-íj
338 GUIA DE PECADORES
in. Treme el Bautista, y no osa tocar aquella sagrada cabe-
za, mas el Señor responde que así conviene cumplir toda justicia.
Donde dio brevemente á entender que en la perfecta humildad
está la perfecta justicia. Conforme á esto dijo S. Augustín que
aquél es verdaderamente perfecto, que es verdaderamente hu-
milde, y aquél perfectísimo que humilísimo.
IV. Mira cómo orando Jesú se abrieron los cielos, y descen-
dió sobre Él el Espíritu Sancto, y sonó la voz del Padre: para
que por aquí entiendas el valor y eficacia de la oración, pues
toda esta manera de favores y beneficios hace el Señor á los que
húmilmente perseveran en ella.
Del ayuno y tentación.
§. I.
I.ESPUÉS del sacro misterio del bautismo, y del magnífico
testimonio del cielo, es llevado Jesús por el Espíritu Sanc-
to al desierto, para que allí sea tentado del enemigo. ¿Qué con-
secuencia tienen entre sí estos misterios? ^Cómo dicen en uno los
trabajos y tentaciones del desierto con los pregones del cielo y
con los favores del Espíritu Sancto? Primeramente por aquí en-
tenderemos que el regalar Dios á sus siervos no es para asegu-
rarlos, sino para esforzarlos y disponerlos para mayores traba-
jos. Así da de comer el caminante á su caballo para esforzarlo
en el camino, y así arma el capitán á su soldado para ponerle
en el mayor peligro. Y por esto el que así se viere visitado de
Dios, no por eso se tenga por más seguro, sino antes por citado
y emplazado para mayor peligro.
n. IMira también cómo el Señor antes que diese principio á
la predicación del Evangelio, se aparejó con ayuno de cuarenta
días y con la soledad y ejercicios del desierto: para que por aquí
entiendas qué tan grande sea el negocio de la salud de las áni-
mas, pues Aquél que era sumamente perfecto (sin tener deso
necesidad) se aparejó con tan grandes aparejos para él. Y por
aquí también entenderán los oficiales deste oficio con qué gé-
nero de rudimentos se han de ejercitar antes que comiencen este
negocio. Porque ninguno debe salir á lo público de la predica-
ción, si primero no se hobiere ejercitado en el secreto de la con-
8
i.
LIBRO III. PARTE II. 339
templación. Porque (como dice S. Gregorio) ninguno sale segu-
ro fuera, si primero no se ejercitó de dentro.
líl. Tres maneras de vida ponen los sanctos: una puramente
activa, que principalmente entiende en obras de misericordia, otra
puramente contemplativa (más perfecta que ésta) que solamente
entiende en ejercicios de oración y contemplación (si no es cuan-
do la obediencia ó la necesidad de la caridad lo impide) otra hay
más perfecta que éstas (que es compuesta de ambas) que tiene
lo uno y lo otro, sin que por esto pierda uno ni otro, cual fué la
vida de los Apóstoles,'y cual debía de ser la de todos los predi-
cadores. Pues la orden que se ha de tener en estas vidas (según
S. Buenaventura) es ésta, que regularmente hablando, ninguno
debe pasar á la segunda vida, sino después de ejercitado en la
primera: y ninguno debe pasar á la tercera (que pertenece á los
predicadores) si primero no se ha ejercitado en la segunda. Por-
que (como dice S. Gregorio) los verdaderos predicadores reco-
gen en la oración lo que en la predicación derraman. De mane-
ra que no la plaza, sino la soledad es maestra de los predicadores,
donde Dios habla al corazón palabras que salgan del corazón, y
revela los secretos de su sabiduría.
IV. Amemos pues la soledad, la cual el Señor sanctificó con
su ejemplo: porque el que no conversa con los hombres, forzado
es que converse con Dios. ¡Oh miseria del siglo presente! ¿Dón-
de están agora aquellos dichosos tiempos, donde los desiertos
estaban llenos de Anacoritas? ¿Dónde está el desierto de Egip-
to, de Tebas, de Escitia y de Palestina? ¿Dónde está aquel desier-
to de quien anunciaron los Profetas: Hará el Señor que el desier-
to esté lleno de deleites, y la soledad que sea como un vergel de
Dios? ¿Dónde están aquellas flores siempre verdes, aunque plan-
tadas en tierra desierta, y sin camino, y sin agua? Ya los hombres
desampararon los desiertos, y se entregaron á la vida carnal y
llena de cuidados. Por donde (si por estar ya cubierto de yerba
este camino) no tienes aparejo para ir al desierto, á lo menos haz
dentro de ti un espiritual desierto, recoje tus sentidos y entra
dentro de ti mismo, porque por aquí entrarás á Dios. Entra con
perseverancia en el desierto del ejercicio interior, y así verás con
Moisés grandes visiones, y recebirás grandes consolaciones co-
mo él.
V, Mas perseverando en esta soledad, conviénete volar á lo
340 GUIA DE PECADORES
alto: para lo cual es necesario el ayuno: porque el vientre car-
gado de mantenimiento no está hábil para subir á lo alto. Y por
9Sto dos alas te son necesarias para este vuelo, una de ayuno y
otra de oración: porque si permanesciendo en el desierto care-
ces destas alas, ya puedes entender la parte que te cabrá de aque-
lla sentencia del Filósofo que dice: El hombre que vive en
soledad, ó es divino, ó bestial. Ayunó aquella carne sanctísima,
que no sabía qué cosa era rebelar contra el espíritu, porque ayu-
ne la tuya perversísima, que á manera de aquel horno de Babi-
lonia siempre levanta llamas para quemarlo. Y mira que entre
las obras exteriores comenzó el Señor por el ayuno: porque la
primera batalla del cristiano es contra el vicio de la gula, la cual
el que no venciere, en vano trabaja contra las otras.
VI. Después de ayunados cuarenta días, dice el Evangelista
que hubo hambre. Dos cosas hay en el ajoino, la una es priva-
ción del gusto que hay en el comer, y la otra el tormento de la
hambre: la una padesció el Señor cuarenta días, y la otra por
pequeño espacio de tiempo: para que entiendas que siempre has
de procurar la privación de este deleite (porque éste no es nece-
sario á la naturaleza) mas no siempre la hambre, sino según que
lo requiere la virtud de la templanza.
VIL Estuvo el Señor miraculosamente sin comer cuarenta días:
y deste milagro te cabrá mucha parte, si te ocupares en lo que
Él se ocupó, que es en continua oración y contemplación. Así lee-
mos de aquellos Padres del desierto que perseveraban las sema-
nas enteras sin mantenimiento, porque se ocupaban siempre en
este ejercicio.
De la Transfiguración.
§.n,
É, CERCA de la transfiguración del Señor considera el artifi-
cio que tuvo este suavísimo Señor para traernos á sí. Vio
Él que los hombres se movían más por los gustos de los bienes
presentes, que por las promesas de los advenideros, conforme á
aquella sentencia del Sabio, que dice: Más vale ver lo que de-
seas que desear lo que no sabes. Piíes por esto, después de ha-
berles predicado muchas veces que su galardón sería grande en
LIBRO III. PARTE II. 34 1
el reino de los cielos, y que estarían asentados sobre doce si-
llas, &c. agora les dio á gustar una pequeña parte destos bienes,
para que mostrando al luchador el palio de la victoria, le hicie-
se cobrar nuevo aliento para el trabajo de la pelea.
II. Ni mostró aquí la mejor parte desta promesa (que es la
gloria esencial) porque ésta sobrepuja todo sentido, sino sola una
parte de la accidental (que es la claridad y hermosura de los cuer-
pos gloriosos) y esto con mucha razón. Porque esta carne es la
que nos impide en este camino, ésta es la que nos aparta de la
imitación de Cristo y ésta la que nos estorba el llevar su cruz:
y por esto convenía que para despertarla y sacarla de harona le
mostrasen la grandeza desta gloria, para que así se esforzase más
al trabajo de la carrera. Por lo cual si desmayas oyendo que te
mandan crucificar y mortificar la carne, esfuérzate oyendo lo que
dice el Apóstol: Al Salvador esperamos nuestro Señor Jesucris-
to, el cual reformará el cuerpo de nuestra humildad, haciéndolo
semejante al cuerpo de su gloriosa claridad.
III. Transfiguróse el Señor en un monte solitario y apartado.
Bien pudiera transfigurarse si quisiera en el valle y en lo poblado,
mas no quiso, para que por aquí entiendas que no conseguirán
los hombres este beneficio de la transfiguración en lo público de
los negocios, sino en la soledad de la oración, ni en el valle lo-
doso de los apetitos bestiales, sino en el monte de la mortifica-
ción, que es en la victoria de las pasiones sensuales. Pues en este
monte solitario se ve Cristo transfigurado, en éste se ve la her-
mosura de Dios, en éste se reciben las arras del Espíritu Sancto,
en éste se da á probar una gota de aquel río que alegra la ciu-
dad de Dios, y en éste finalmente se da la cata de aquel vino
precioso que embriaga los moradores del cielo. ¡ Oh, si una vez
llegases á la cumbre deste monte, cuan de verdad dirías con San
Pedro: Bueno es, Señor, que nos estemos aquí! Como si dijiera:
Troquemos, Señor, todo lo demás por este monte, troquemos to-
dos los otros bienes y regalos del mundo por la soledad y bie-
nes de este desierto.
IV. No sabía Pedro lo que se decía: para que por aquí en-
tiendas cuánta sea la grandeza deste deleite y cuánta la fuerza
deste vino celestial, pues de tal manera roba los corazones de los
hombres, que del todo los enajena y los hace salir de sí.
V. En medio de la gloria de la transfiguración trataban con
342 GUIA DE PECADORES
Cristo los Profetas del exceso de la pasión: para que veas cuá-
les hayan de ser los propósitos y determinaciones del hombre,
cuando más favorescido y regalado se viere de Dios. Porque
no han de ser otros que desear padescer mil cruces por Aquél
que tan dulce y tan amable se les ha mostrado, y tan digno de
ser servido.
EL DOMNGO I.
Este día, después de hecha la preparación que arriba dijimos,
pensarás en la doctrina del Salvador, y en las virtudes de su vida
sanctísima, y en los trabajos y discursos de su predicación, y lo
que particularmente le acaesció con aquellas cuatro mujeres pe-
cadoras, Samaritana, Cananea, Magdalena y mujer adúltera.
El texto de los Evangelistas dice asi.
volviendo Jesús en virtud del espíritu á Galilea, la fama
de Él corrió por toda aquella región: y rodeaba toda la
tierra de Galilea enseñando en las sinagogas della, y predicando
el Evangelio del reino, y sanando todas las enfermedades y ma-
les que había en el pueblo. Y corrió la fama del por toda la
Siria, y ofreciéronle todos los dolientes y todos los tocados de
diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y luná-
ticos, y paralíticos, á los cuales todos dio salud: y siguiéronle mu-
chas compañas de Galilea y Decapoli, y de Hierusalem, y de Ju-
dea, y de la otra banda del río Jordán.
De la Samaritana.
flNO Jesús á una ciudad de Samaría que se llama Sicar, jun-
to á la heredad que dio Jacob á Josef su hijo. Estaba allí
una fuente de Jacob. Y Jesús fatigado del camino estaba asenta-
do así sobre la fuente, y era hora cuasi de medio día. Vino en-
tonces una mujer de Samaría á coger agua, á la cual dijo Jesús:
Dame de beber: porque sus discípulos habían ido á la ciudad á
comprar de comer. Díjole pues la mujer samaritana: ¿Cómo tú
siendo judío me pides de beber, que soy mujer samaritana? Por-
LIBRO III. PARTE II. 343
que no tienen comunicación entre sí los judíos con los samari-
tanos. Respondióle Jesús y díjole: Si conocieses el don de Dios
y quién es el que te dice dame de beber, tú por ventura le pi-
dirías á él, y darte hía agua viva. Díjole la mujer: Señor, no te-
néis en qué coger el agua, y el pozo es hondo, ¿pues dónde te-
néis vos agua viva? ¿Por ventura sois vos mayor que nuestro
padre Jacob, el cual nos dio este pozo, y él bebió de aquí, y sus
hijos, y sus ganados? Respondió Jesús y díjole: Todo aquél que
bebiere de esa agua, tendrá sed otra vez: mas el que bebiere del
agua que yo le daré, nunca más terna sed, sino el agua que yo le
daré se hará en él una fuente de agua que suba hasta la vida eter-
na. Díjole entonces la mujer: Señor, dame de esa aguapara que
no tenga sed, ni venga más aquí por agua. Díjole Jesús: Ve, y
llama á tu marido, y ven aquí. Respondió la mujer y díjole: No
tengo marido. Díjole Jesús: Bien dijiste, no tengo marido, porque
cinco maridos tuviste, y éste que agora tienes no es tuyo. En esto
la verdad dijiste. Díjole la mujer: Señor, paréceme que sois pro-
feta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís
que Hierusalem es lugar de adoración. Díjole Jesús: Mujer, crée-
me que vendrá tiempo cuando ni en este monte ni en Hieru-
salem adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis: nos-
otros adoramos lo que sabemos, porque la salud de los judíos es.
Mas llegada es la hora, y ésta presente es, cuando los verdade-
ros adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad: por-
que el Padre desta manera quiere ser adorado. Espíritu es Dios,
y por esto los que le adoran, en espíritu y verdad conviene que
le adoren. Díjole entonces la mujer: Bien sé que el Mesías ha de
venir, que se llama Cristo, y cuando Él venga, enseñarnos ha to-
das las cosas. Díjole Jesús: Yo soy que hablo contigo. Y luego
vinieron los discípulos y rogábanle diciendo: :\Iaestro, come. Y
Él les dijo: Yo tengo un manjar que comer, de que vosotros no
sabéis. Decían pues los discípulos entre sí: ¿Por ventura trájole
alguien de comer? Díjoles entonces Jesús: Ah manjar es hacer la
voluntad de Aquél que me envió, y dar cabo de la obra que me
encomendó.
344 GUIA DE PECADORES
De la Cananea.
llegando Jesús á la tierra de Tiro y de Sidón, he aquí una
mujer Cananea, saliendo de aquella tierra, daba voces y
decía: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí, que mi hija es
malamente atormentada del demonio. El cual no le respondió
palabra. Y allegándose los discípulos rogábanle diciendo: Déjala,
Señor, porque viene dando voces en pos de nosotros. Y El res-
pondiendo dijo: No soy enviado sino á las ovejas que perecie-
ron de la casa de Israel. Mas ella vino y adoróle diciendo: Señor,
ayúdame. El cual respondiendo dijo: No es bien tomar el pan
de los hijos y darlo á los perros. ^las ella respondió: Sí, Señor,
porque los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa
de sus señores. Entonces respondiendo Jesús, díjole: Oh mujer,
grande es tu fe: hágase así como tú lo quieres. Y luego fué sana
su hija de aquella hora.
De la mujer tomada en adulterio.
N aquel tiempo trajeron los letrados y fariseos una mujer
tomada en adulterio, y pusiéronla en medio delante de Je-
sús, y dijéronle: Maestro, esta mujer fué agora tomada en adul-
terio, y Moisén nos mandó en la ley apedrear á las tales. A Ti
I qué es lo que te paresce ? Esto decían tentándole para que le
pudiesen acusar. Mas Jesús inclinándose hacia bajo escrebía con
el dedo en la tierra. Y como ellos perseverasen preguntándole,
levantóse y díjoles: El que de vosotros está sin pecado, ése le
tire la primera piedra. Y otra vez inclinándose escribía en tierra.
Oyendo esto, íbanse uno en pos de otro, comenzando dende los
más ancianos. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio delante
del. Y levantándose Jesús, díjole: Mujer, ^ dónde están los que
te acusaban? ¿Nadie te condenó? Respondió ella: Nadie, Señor.
Díjole entonces Jesús: Pues ni yo te condenaré: vete en paz, y de
aquí adelante no ofendas más á Dios.
LIBRO III. PARTE 11. 345
De ¡a conversión de la Magdalena.
rogaba á Jesús un fariseo que comiese con él: y entrando
en casa del fariseo, asentóse á la mesa. Y veis aquí donde
viene una mujer pecadora que estaba en la ciudad, la cual después
que supo que Jesús comía en la casa del fariseo, trajo un bote de
alabastro lleno de ungüento oloroso, y llegándose por las espaldas
á los pies de Jesú, comenzó á regarlos con lágrimas y enjugar-
los con sus cabellos, y besaba sus pies, y ungíalos con ungüento.
Viendo esto el fariseo que le había convidado, decía dentro de
sí: Si éste fuese profeta, sabría quién y cuál es esta mujer que le
toca, pues es mujer pecadora. Y respondiendo Jesús, díjole: Si-
món, un poco tengo que decirte. Respondió él: Maestro, di. Dos
deudores tenía un acreedor: el uno le debía quinientos dineros,
y el otro cincuenta. Y no teniendo ellos con qué pagarle, hízo-
les gracia de la deuda. ¿Cual déstos te parece que amará más
al acreedor? Respondió Simón y dijo: Pienso que aquél á quien
más perdonó. Respondióle el Señor: Bien lo has determinado.
Y volviéndose á la mujer, dijo á Simón: ¿Ves esta mujer? Entré
en tu casa y no me diste agua para lavar los pies, y ésta regó
mis pies con lágrimas y aiimpiólos con sus cabellos. No me diste
beso de paz, y ésta dende que entró no ha cesado de besar mis
pies. Por lo cual te digo que le son perdonados muchos pecados,
porque amó mucho. Mas á quien menos se perdona, menos ama.
Y dijo entonces á la mujer: Tus pecados te son perdonados. Y
comenzaron los que estaban á la mesa á decir entre sí: ¿ Quién
es éste que perdónalos pecados? Dijo entonces Jesús á la mujer:
Tu fe te hizo salva, vete en paz.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto,
y primero de la vida del Salvador.
¡.ESPUÉS de considerados en particular los sobredichos mis-
'■ teños de la infancia de Cristo, resta considerar en común
algo de su vida sanctísima. Donde señaladamente se nos ofrecen
cuatro cosas de grande consideración: conviene saber, la alteza de
su doctrina, los ejemplos de sus virtudes, los discursos y traba-
346 GUIA DE PECADORES
jos de SUS caminos y los beneficios que á los hombres hizo en
ellos.
I. Cuanto á lo primero es mucho de considerar la alteza de la
doctrina de Cristo. Para lo cual es de saber que así como en la
república hay diversas maneras de estados de personas, unas más
bajas y otras más altas, así entre las virtudes (aunque todas sean
de grande precio por razón del principio de donde nascen, que
es la gracia, y del fin adonde nos llevan, que es la gloria) pero
todavía hay entre ellas mucha diferencia. Porque unas son meno-
res, y otras mayores, y otras altísimas y nobilísimas, que están
en la cumbre de la perfección. Pues déstas señaladamente trata
la doctrina del Evangelio, cuales son primeramente aquellas tres
altísimas virtudes, fe, esperanza y caridad, y después déstas hu-
mildad, castidad, mansedumbre, paciencia, obediencia, misericor-
dia, limosna, oración, pureza de intención, limpieza de corazón,
pobreza de espíritu, menosprecio de mundo,- mortificación de
apetitos, amor de la cruz y negamiento de sí mismo y de la pro-
pria voluntad, con otras virtudes semejantes. De éstas, pues, tra-
ta por la mayor parte la doctrina del Evangelio, y éstas debe
procurar sobre todas las otras el que desea ser verdadero discí-
pulo y imitador de Cristo.
II. Y para salir mejor con esto, ponga luego el hombre los
ojos en los ejemplos de la vida de Cristo, donde hallará todas
estas virtudes más explicadas por sus obras que por sus pala-
bras: porque sabía muy bien este Señor cuánto más compendioso
camino para la virtud era el de la vida, que el de la doctrina. Y
aunque todos los ejemplos de virtudes resplandezcan en su vida
sanctísima, pero señaladamente resplandece la profundidad de
su humildad, la grandeza de su caridad, la suavidad de su man-
sedumbre, la dulzura de su conversación, la benignidad de sus
palabras y la medida y moderación en todas las cosas. ¡ Qué se-
veridad tenía para con los grandes, qué suavidad para con los
pequeños, qué blandura para con los enfermos y qué benigni-
dad para tratar con sus discípulos y para sufrir las ignorancias y
groserías que tenían en aquel tiempo!
III. También hay mucho que considerar en los discursos y
trabajos de sus caminos, mirando de la manera que este Señor
anduvo por el mundo procurando la salud de las ánimas, de pro-
vincia en provincia, de ciudad en ciudad, de villa en villa y de
LIBRO III. PARTE II. 347
aldea en aldea: y esto con tantos trabajos, cansancios, sudores,
vigilias, persecuciones, calumnias, hambre, sed, frío, calor, y con
otras innumerables fatigas, declarándonos por aquí la grandeza
de su amor, y enseñando á nunca cesar ni aflojar en el servicio
de Dios.
IV. Y no menos son de considerar los beneficios que al mun-
do hizo en estos caminos, sanando los enfermos, alumbrando los
ciegos, alimpiando los leprosos, restituyendo los paralíticos, lan-
zando los demonios, resuscitando los muertos 3^ (lo que más es)
sacando de poder del enemigo los pecadores. Desta manera con-
versó el Señor con los hombres, y así corrió toda la tierra, ha-
ciendo bien á todos 3^ sanando todos los opresos del diablo, por-
que la virtud de Dios estaba con él. Así convenía por cierto que
conversase con los hombres el que se hizo hombre por ellos, y
así convenía que viviese en el mundo el que descendió del cielo
á la tierra á visitar el mundo. Tal convenía que fuese su doctri-
na, su vida, sus ejemplos, sus obras 3^ sus beneficios, en los cua-
les se declarase la grandeza de su poder y la grandeza de su
bondad. Si Dios había de encarnar y conversar entre los hom-
bres, tales convenía que fuesen las entradas y salidas de su vida
y tal el suceso 3' paradero de toda ella.
De la Samaritana.
^°o aunque todas las obras 3' beneficios de este Señor sean
mucho para considerar, señaladamente sirve para esto lo
que pasó con aquellas cuatro mujeres pecadoras, Samaritana, Ca-
nanea, Magdalena 3' mujer adúltera.
I. Cerca de la Samaritana se nos ofrece primeramente que
considerar aquella ardentísima sed que el Salvador tenía de nues-
tra salud: la cual excede todo lo que se puede encarecer. De
Sancta Caterina de Sena se escribe que cuando veía pasar por la
calle algunos Religiosos Predicadores, que salía de su casa y be-
saba la tierra que hollaban, con grande devoción. Y preguntada
por qué hacía esto, respondió que le había dado nuestro Señor
conoscimiento de la hermosura de las ánimas que estaban en gra-
cia, 3' que por esto tenía por tan dichosos á los hombres que en-
tendían en este negocio, que no podía dejar de poner la boca y
348 GUIA DE PECADORES
besar la tierra que hollaban. Pues si tal celo tenía esta sancta
mujer por aquella poca de luz y gracia que tenía, ¿cuál sería el
celo de Aquél que era la misma fuente de gracia, de Aquél tan
grande amador de las ánimas, de Aquél que venía á ser padre
del siglo advenidero, y de Aquél cuyas entrañas comía el celo de
la gloria de Dios?
II. Pues este tan grande amor hizo á este Señor descendir
del cielo á la tierra. Éste le hacía andar caminos y carreras, pro-
curando la salud de las ánimas. Éste le fatigaba, y le desvelaba,
y le hacía sudar, y trabajar, y andar de tierra en tierra y de lu-
gar en lugar, entendiendo en este negocio.
III. Andando pues en estos pasos, llegó una vez á la ciudad
de Samaría, á hora de medio día, cansado, asoleado, sudado, con
mucha hambre y mucha sed y fatiga. De manera que aquí por
nuestra causa se cansó el descanso de los ángeles, sudó el refri-
gerio de los bienaventurados, padeció hambre el pan de vida, y
sed la fuente de la hartura. Asiéntase par de la fuentecilla la fuen-
te de agua viva, y asiéntase así como cualquiera de los otros hom-
bres de por ahí, sin poner silla ni estrado, como lo merecía el que
era rey y príncipe del cielo. Ni pienses que se asentó para beber
(porque no se hace mención allí de que bebiese) sino para espe-
rar oportunidad para cazar un ánima que ahí había de venir: y
armóle un lazo en aquellos bebederos.
IV. Cansado estaba del camino, mas descansado para dar sa-
lud: y así llegando una mujer pecadora á aquella fuente, pedióle
agua como cansado, y ofrecióle gracia como deseoso y sediento
de su salud. Mujer (dice Él) dame de beber. Considera aquí la
pobreza del Salvador, que siendo rico se hizo tan pobre por nos-
otros, y considera juntamente su humildad, su facilidad, su be-
nignidad y tractabilidad: finalmente tal muestra dio de sí, que de
ahí tomó la mujer ocasión de estarse allí hablando y filosofando
con Él. De aquí aprendió aquel buen dispensador á hacerse todo
á todos los hombres, para hacer á todos salvos.
V. A esta demanda respondió ella diciendo: ¿ Cómo siendo
tú judío me pides agua? &c. Esquiva es para Dios el alma que
está en pecado. Sacude de sí los beneficios y visitaciones divinas,
y extraña todos los buenos movimientos.
VI. Si supieses (dice el Señor) el don de Dios, tú por ventu-
ra le pedirías &c. j Cuan bien dice, si supieses ! El no saber, el
LIBRO III. PARTE II. 349
no considerar, el no estudiar y meditar las obras y maravillas de
Dios, es causa de no pedir, no llorar y no importunar á Dios con-
tinuamente. Por eso lloraba el Señor aquella desconocida ciudad
diciendo: ¡Si conocieses agora tul Por eso (dice el Señor) fué
llevado captivo mi pueblo, porque no tuvo sciencia. Por eso cla-
maba el profeta diciendo: Gente es sin consejo y sin prudencia:
pluguiese á Dios que supiesen, y entendiesen, y echasen los ojos
adelante para mirar por lo futuro.
VIL Si supieses (dice) quién es el que te dice, dame de be-
ber. Saber quién es Dios, cuan bueno, cuan dadivoso, cuan lar-
go y cuan piadoso para los que se encomiendan á Él, hace á los
hombres perseverar día y noche en oración y acudir á Él en toda
tribulación, porque saben cuan cierto tienen por esta vía su re-
medio. Mas la ignorancia desto hace á los hombres tibios y flo-
jos en la oración, porque así como esta ignorancia les hace tener
por flaco este remedio, así los hace tardíos y perezosos en este
ejercicio.
VIII. Señor (dice ella) dadme de esa agua &c. Provocada la
mujer con la suavidad desta dulce voz de agua viva, pide con
gran deseo que le den della. Pues nosotros que tantas veces oí-
mos al Señor clamar en el Evangelio: Si alguno tiene sed, venga
á mí y beba, ¿cómo no nos encendemos con esta voz en el de-
seo de tan grande bien? Y si los hombres de este siglo tanto ha-
cen por los charquillos del agua turbia deste mundo (que más
son para atizar la sed que para matarla) ¿cómo no sospiramos
nosotros por aquella fuente de agua viva que sola basta para
dar cumplida hartura?
De ¡a Cananea.
vQUí también se nos ofrece que considerar la caridad del
[^Jt Señor, y el ardor que tenía de nuestra salud (como en el
Evangelio pasado) pues así como aquel camino se ordenó para
convertir la Samaritana, así éste para dar salud á la Cananea. Por-
que aunque se hubo diferentemente con la una que con la otra,
pero todo fué obrar una misma salud, aunque por medios dife-
rentes: para que por aquí entendamos la diversidad de los cami-
nos de Dios, y aprendamos á esperar en Él en todo tiempo.
350 GUIA DE PECADORES
II. Saliendo Cristo de los fines de Judea, y saliendo esta mu-
jer de su tierra, se obró la salud que deseaba: para que entien-
das que haciendo el hombre lo que es de su parte, y Dios lo que
es de la suya, se alcanza la verdadera salud. Ni basta que el hom-
bre obre, si Dios no ayuda: ni basta que Dios ayude, si el hom-
bre no obra. Porque lo uno y lo otro es necesario, según lo sig-
nificó el Profeta cuando dijo: Si el Señor no edificare la ciudad,
en vano trabajan los que la edifican.
III. Dice más el Evangelista, que no quiso el Señor que na-
die supiese desta jornada. Y con todo esto no pudo ser encu-
bierta: para que entiendas cuan piadosamente se nos encubre el
Señor, y cómo no se aleja de nosotros más que un tiro de pie-
dra (que es hasta donde lo podemos alcanzar) y cómo finalmente
aunque á veces se encubre á sus siervos en la oración, pero de
tal manera se encubre, que lo puedan sacar por rastro los que
diligentemente le buscaren.
IV. Y si quieres saber cómo le has de buscar, mira cómo lo
buscó esta mujer. Clamó, siguió, importunó, perseveró, sufrió,
confió, humillóse y postróse á sus pies, y así halló lo que de-
seaba. Busca tú á Dios desta manera, y ten por cierto que aun-
que hayas sido idólatra y cananeo, que finalmente le hallarás.
Hallarme heis (dice el Señor) si me buscardes con todo corazón.
Y buscarle con todo corazón es buscarle con fe, con humildad,
con paciencia, con perseverancia y con continua oración, como
esta mujer le buscó.
V. Oh mujer, grande es tu fe &c. Palabra es ésta no sólo de
admiración, sino también de grande contentamiento. Pues si tú
deseas sumamente agradar á Dios, haz lo que esta mujer hizo,
búscale como ella lo buscó, y darle has este mismo contenta-
miento, y alcanzarás lo que deseas.
De la Magdalena.
N la conversión de la Magdalena tienes que considerar la
grandeza de su arrepentimiento, la muchedumbre de sus
lágrimas, la manera de su servicio, la amargura de su dolor y el
menosprecio del mundo. ¡Qué tan grande fué su arrepentimien-
to, pues así la hizo despreciar el mundo! ¡Cuántas sus lágrimas,
LIBRO III. PARTE II. 351
pues bastaron para lavarlos pies de Cristo! ¡Cuánto su amor,
pues con sus proprios cabellos enjugó los pies del que amaba!
¡Qué tan ciega la había hecho la luz del cielo, pues así cerró
los ojos al mundo, cuando se entró en medio día en el convite
del fariseo!
II. Con todo esto la condena el fariseo, mas absuélvela Dios
callando ella: para que veas cuan diferentes sean los juicios de
los hombres de los de Dios, y cuan buena defensa callar el hom-
bre para hacer á Dios su defensor.
De la mujer adúltera.
N el Evangelio de la mujer adúltera tienes que considerar
la incomprehensible suavidad y misericordia deste Señor,
la cual dio lugar á esta calunia de sus adversarios. Porque tal
era su vida, su modestia, sus obras y sus palabras, que pareció
cosa imposible á sus contrarios poder salir por aquella suavísima
boca palabra de condenación. No hallaron los adversarios de Da-
niel aparejo para calumniarle, sino procurando impidirle la ora-
ción que él tanto usaba: ni los de el Salvador, sino atravesándole
y poniéndole á peligro la misericordia que Él tanto encarescía.
Tales pues conviene que sean tus entrañas, tales tus palabras y
tu rostro, si quieres ser un hermosísimo traslado de Cristo. Por
esto no se contenta el Apóstol con mandarnos que seamos mi-
sericordiosos, sino dice que nos vistamos en entrañas de miseri-
cordia. Mira pues tú, cuál estaría el mundo, si todos los hombres
vistiesen este vestido.
PREÁAIBULO PARA LA SEMANA SIGUIENTE
DE LAS COSAS QUE SE HAN DE CONSmERAR EN LOS MISTERIOS
DE LA SAGRADA PASIÓN.
A pasión de nuestro Salvador no es otra cosa que un
epílogo y recapitulación de toda su vida y doctri-
na, y una palabra abreviada, en la cual nos quiso Él
enseñar toda la sabiduría del Evangelio. Y por esto quiso pa-
descer en una ciudad populosa, y en tiempo que había grande
aj untamiento de gentes, y ser levantado en una cruz en alto para
que así fuese vasto y oído de todo el mundo, pues aquí se tra-
taba el común negocio de todos, y de que pendía la salud de
todos. Y pues tantas cosas están encerradas en este misterio, no
se debe contentar el que lo considera, con poner los ojos en una
cosa sola, sino en todas aquellas para que hallare salida y motivo
en él. Y como éstas sean muchas y diversas, reducirlas he yo
agora aquí á cierto número, para que así sea más fácil esta doc-
trina.
I. Porque primeramente debe el hombre poner los ojos en
la acerbidad y grandeza de los dolores que aquel delicatísimo
Señor en su cuerpo y ánima padesció, para compadescerse tier-
namente del, como es razón que se compadescan los miembros
de su cabeza.
n. Debe también considerar cómo de todos estos dolores
fueron causa nuestros pecados: para que por esta vía se mueva
á dolor y aborrescimiento dellos, como cosa que fué causa de tan
grandes y espantosos tormentos: pues está claro que si no ho-
biera pecados de por medio, no padeciera este Señor lo que pa-
desció.
III. Otras veces debe considerar la grandeza de las virtudes
de Cristo, cue señaladamente resplandecen en su sacratísima pa-
sión: especialmente su caridad, su humildad, su paciencia, su obe-
diencia, su fortaleza, su mansedumbre, su silencio y discreción &c.
LIBRO III. PARTE II. 353
para que por esta vía se incline á imitar algo de lo que allí se
le representa.
IV. Otras veces debemos poner los ojos en la grandeza del
beneficio que el Señor aquí nos hizo, pensando en lo mucho que
nos dio, y en lo mucho que le costó lo que nos dio, con todas
las otras circunstancias deste negocio, para que así nos incHne-
mos á darle infinitas gracias y alabanzas por él.
V. Otras veces conviene levantar por aquí los ojos al co-
noscimiento de Dios, esto es, al conoscimiento de la bondad, de
la misericordia, de la justicia y de la benignidad de Dios, y se-
ñaladamente de su ardentísima caridad, la cual en ninguna otra
obra resplandece más que en la de su sagrada pasión. Porque
como sea mayor argumento de amor padecer males por el ami-
go, que hacerle bienes, y Dios podía lo uno y no lo otro (por
donde no tenían los hombres entera noticia de su amor) plugo á
su divina bondad vestirse de naturaleza en que pudiese pades-
cer males, y tan grandes males, para que así estuviera el hom-
bre del todo seguro de su amor.
VI. Otras veces, finalmente, podemos levantar los ojos á con-
siderar por aquí la alteza del consejo divino y la proporción y
conveniencia deste medio que la sabiduría de Dios escogió
para sanar nuestra miseria, que es, para satisfacer por nuestras
culpas, para curar nuestra soberbia, nuestra avaricia, nuestra pu-
silanimidad y desconfianza, y para plantar en nuestras ánimas la
caridad, la humildad, la paciencia, la obediencia, el menosprecio
del mundo, el aborrecimiento del pecado y el amor de la cruz,
con otras virtudes semejantes.
De suerte que tenemos aquí seis maneras de que podemos
meditar la sagrada pasión. La primera, por vía de compasión, la
segunda, de arrepentimiento, la tercera, de imitación, la cuarta
de agradescimiento, la quinta, de amor, la sexta, de admiración de
la sabiduría y consejo divino. Pues para todas estas seis cosas ha-
llaremos camino en cualquier paso de la pasión, y así en todas
ellas debemos poner los ojos de la consideración, ya en unas, ya
en otras, según que el Espíritu Sancto nos abriere camino.
Verdad es que algunas destas cosas pertenecen más á un li-
naje de personas que á otras: porque á los principiantes está muy
bien la segunda manera de consideración, que es por vía de do-
lor y arrepentimiento de los pecados, y á los más aprovechado s
OBRAS DE GRANADA X-aj
354 GUIA DE PECADORES
la cuarta y quinta, que sirven para despertar y encender más el
amor de Dios: aunque lo uno y lo otro sea también común á
todos.
Presupuesto pues agora este pequeño preámbulo, comenza-
remos á proseguir con la misma brevedad estos sagrados mis-
terios.
EL LUNES II.
Este día, hecha la preparación que arriba pusimos, se deben
meditar estos tres misterios, conviene saber: la entrada del Sal-
vador en Hierusalem domingo de Ramos, y el lavatorio de los
pies, y la institución del Sanctísimo Sacramento.
El texto de los Evangelistas dice así.
V OMO se acercase el Señor á Hierusalem, y viniese á una villa
que se llama Betfagé, que está junto al monte Olívete,
envió á dos de sus discípulos, diciendo: Id á un castillo que está
enfrente de vosotros, y ahí hallaréis una asna atada y un pollino:
desatalda y traédmela aquí. Y si alguno os dijere algo, decilde
que el Señor tiene necesidad destas bestias, y luego os dejará.
Caminando pues los discípulos, hicieron lo que el Señor les ha-
bía mandado, y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre
ellos sus vestiduras, y hiciéronle asentar sobre ellos. Y mucha
gente de los que le salieron á recebir, tendían sus ropas en el ca-
mino, y otros cortaban ramos de árboles y echábanlos por el ca-
mino, y las compañas que iban delante, y quedaban atrás, daban
voces, diciendo: Sálvanos, hijo de David. Bendito sea el que vie-
ne en el nombre del Señor. Sálvanos en las alturas.
Del lavatorio de los pies
y de la insUtución del Sanctisiino Sacramento.
°S antes del día de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que
era ya llegada su hora para pasar de este mundo al Padre,
como El amase á los suyos que tem'a en este mundo, en la fin los
amó. Y aparejada la cena, como el demonio hubiese puesto en
el corazón de Judas que le vendiese, sabiendo que todas las co-
LIBRO Iir. PARTE II. 355
sas había el Padre puesto en sus manos, y que de Dios había ve-
nido y á Dios volvía, levantóse de la mesa y quitóse las vesti-
duras. Y como tomase un lienzo, ciñióse con él, y echó agua en un
baño, y comenzó á lavar los pies de sus discípulos y alimpiarlos
con el lienzo que se había ceñido. Llegó pues á Simón Pedro, y
díjole Pedro: Señor, ^tú me quieres lavar los pies? Respondióle
Jesús y díjole: Lo que yo hago no sabes tú agora, saberlo has
después. Díjole Pedro: Nunca jamás me lavarás los pies. Respon-
dióle Jesús y díjole: Si no te lavare, no ternas parte en mí. Díjo-
le Simón Pedro: Señor, desa manera, no solamente los pies, sino
también las manos y la cabeza. Dícele Jesús: El que está lavado
no tiene necesidad que le laven más que los pies, porque todo lo
demás está limpio. Y vosotros ya estáis limpios, aunque no todos.
Sabía Él quién era el que le había de vender. Y por esto dijo,
no todos. Pues como acabó de lavarles los pies, tomó sus vesti-
duras,y tornándose á asentar, díj oles: ^Entendéis estoque he he-
cho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y bien
decís, porque de verdad lo soy. Pues si yo os he lavado los pies
siendo vuestro Señor y Maestro, vosotros debéis también unos
á otros lavaros los pies. Porque ejemplo os he dado, para que así
como yo lo hice, así vosotros lo hagáis.
Acabado el lavatorio, tomó el pan, y bendíjolo, y partiólo, y
diólo á los discípulos, diciendo: Tomad y comed, que éste es mi
cuerpo. Y tomando también el cáliz, dio gracias, y entregóselo
diciendo: Bebed todos deste cáliz, porque ésta es mi sangre del
nuevo testamento, que por vosotros será derramada en remisión
de los pecados. Y cada vez que esto hiciéredes, haceldo en me-
moria de mí.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto ^
y primero del Dottiittgo de Ramos.
N la manera de entrar el Señor en la ciudad de Hierusa-
lem con tanta pompa y alegría, puedes ver el alegría y
promptitud de ánimo con que iba á ofrecerse por nosotros en sa-
crificio, y puedes también entender que si hasta allí vivió sin
gloria, no fué porque no pudo, sino porque no la quiso, pues la
tuvo tan copiosa cuando la quiso.
II. En los ramos con que la gente devota le recibe, verás
356 GUIA DE PECADORES
cuan fácilmente halla la devoción qué poder ofrecer á Dios. Si no,
dame un hombre devoto, que aunque sea pobre y lisiado, la de-
voción le ministrará luego de qué pueda hacer á Dios sacrificio.
III Los niños imitando el ejemplo de los hombres clamaban
y servían en aquella fiesta en lo que podían: para que veas cuan
cierta cosa es imitar los menores el ejemplo de los mayores, es-
pecialmente los niños, y también para que entiendas cuan cierta
cosa es aposentarse luego la divina gracia donde mora la inocencia.
IV. Hacíanle esta fiesta (dice el Evangelista) porque se acor-
daban de las maravillas que había obrado en aquella tierra. Don-
de verás que el traer á la memoria, el filosofar, el rumiar y con-
siderar las obras de Dios, es causa de dar gloria al mismo Dios.
Por donde con mucha razón está creído de los sabios que falta
de consideración es la que tiene tan ciego y tan perdido el mundo.
V. Reprehendían los fariseos á los que esta fiesta hacían, á los
cuales dijo el Señor: Si éstos callaren, las piedras hablarán. Pues
si esto es así, no callemos, hermanos, porque no seamos peores
que piedras, ni nos dejemos de aparejar siempre para la gracia,
pues aun á las piedras no se niega.
Del lavatorio de los pies.
Js^^A principal cosa que hay que considerar y que imitar en
Jt-J este Evangelio, es el ejemplo de aquella inefable caridad
y humildad que el Hijo de Dios nos dejó á la salida desta vida: en
la cual nos enseñó á amar unos á otros, y á servir unos á otros y
humillarnos unos á otros, no sólo á los mayores y iguales, sino
también á los menores, pues el mayor de los mayores (que era
el Hijo de Dios) se humilló á los menores, que eran aquellos rús-
ticos y groseros pescadores.
II. Y no sólo esta obra singular, mas todas las palabras de
este Evangelio son mucho para considerar. Al fin, dice el Evan-
gelista que amó los suyos el Salvador, Para que en esto veas
cuan perseverante, cuan firme y verdadero es el amor de Cristo,
y cómo (cuanto es de su parte) nunca cesa hasta poner en salvo
á los que ama. En víspera estaba de su pasión: la muerte, la cruz
y los azotes tenía ante los ojos: mas ni esto ni todo lo demás
bastó para que dejase de enseñar y ordenar allí todo lo que con-
venía para nuestra salud.
LIBRO III. PARTE II. 357
III. Como el demonio (dice) hubiese puesto en corazón á Ju-
das que le vendiese. Tan grande y tan espantoso maleficio no
bastó para que el Señor lo excluyese de aquel beneficio, ni echar-
le ftiera de la cena, sino antes con oficios de caridad y humil-
dad pretendió curar su rebeldía. Nosotros como flacos y pusi-
lánimes por cualquier cosilla quitamos la habla, y cerramos lue-
go las puertas de la misericordia, y dejamos de hacer el bien
que solíamos á los hermanos.
IV. Sabiendo (dice) que todas las cosas puso el Padre en sus
manos: para que veas que ni el poder, ni la sabiduría, ni la ma-
jestad, ni la grandeza, ftjeron parte para que no se inclinase á
una obra de tanta humildad como ftié lavar los pies de los pes-
cadores.
V. Quitóse (dice) las vestiduras &c. ¡Oh ingratitud y mise-
ria del linaje humano! Dios quita todos los impedimentos para
servir al hombre: pues ^porqué no los quitará el hombre para
servir á Dios? Si el cielo así se inclina á la tierra, ^porqué no se
inclinará la tierra al cielo? Si el abismo de la misericordia así se
inclina al de la miseria, ^porqué no se inclinará el de la miseria
ala misma misericordia?
VI. Él mismo ftié el que se ciñió, y el que echó agua en el
baño, y el que lavó los pies de los discípulos: para que por aquí
entiendan los amadores de la virtud y los que tienen cargo de
ánimas, que no han de cometer á otros los oficios de piedad, sino
ellos por sí mismos han de poner las manos en todo. Porque si
el hombre desea el galardón en sí y no en otro, por sí mismo ha
de hacer las obras de virtud y no por otro.
VII. Respóndele Pedro: ^iTú, Señor, lavas á mí los pies? Bien
parece cuan grosera es la razón del hombre para penetrar las
obras de Dios, y por consiguiente cómo es necesario descalzar
los zapatos, esto es, despojarse de todos los juicios y pareceres
humanos y vestirse de humildad y fe para tratar con él y con-
siderar sus maravillas.
VIII. Respóndele Cristo: Si no te lavare, no tendrás parte en
mí. Esta palabra había de traer el cristiano siempre en su cora-
zón, y ésta sola le debría bastar por escudo contra todas las ten-
taciones del enemigo. Señor, ¿que si esto hago, no tendré parte
en vos? ¿Que estaré descomulgado de vos? ¿Que estaré ñiera
de vuestra amistad y gracia, y fuera del amparo de vuestra pro-
358 GUIA DE PECADORES
videncia? Pues ¿qué será de mí sin vos? Antes me vea yo, Señor,
sumido en los abismos, que consienta estar un solo momento
apartado de vos.
De la institución del Sancttsimo Sacramento.
UCHO se nos descubrió la grandeza del amor de Cristo en
•^' ^ la obra del lavatorio, mas mucho más se descubre en la
instituición del Sanctísimo Sacramento. Si no, pide al Señor ojos
para saber mirar esta obra por todas partes, porque por todas
ellas está echando llamas de amor. Si miras lo que se da, y á
quien se da, y el fin para que se da, y la manera en que se da,
y aun el tiempo en que se da, cada cosa de éstas por sí es un
grande incentivo de amor.
11. Mira el tiempo en que se da, que es (como lo notó el
Apóstol) en aquella noche en que el mundo le hacía el más mal
tratamiento que podía, porque en ésa se puso él á hacerle el
mayor bien que podía, que era darse á sí mismo. Mira, pues, cuán-
to resplandece aquí la inmensidad de la largueza y bondad de
Dios.
m. Y ya que la dádiva era tan grande, si la diera á quien la
mereciera, ó á quien la agradeciera, ó á quien supiera aprove-
charse de ella, no fuera tanto: mas darla á quien tan mal la conos-
ce, y tan poco la agradece, y tan mal se sabe della aprovechar,
esto es de bondad y misericordia singular. Quisiste, Señor, de-
clarar la grandeza de tu bondad al mundo, y supístelo muy bien
hacer, porque para esto buscaste la más ingrata y más indigna
de las criaturas, para que tanto más resplandeciese la grandeza
de tu gracia, cuanto más indigna era la persona.
IV. Los pintores cuando pintan una imagen blanca, suelen
ponerla en medio de un campo negro, para que salga mejor el
un contrario par del otro. Pues así tú, Señor, usaste de esta tan
maravillosa gracia con una tan indigna criatura, para que la in-
dignidad de esa criatura descubriese más la grandeza de tu
gracia.
V. Ni es menos de notar la especie en que este Señor quiso
quedar acá con nosotros: porque si en su propria forma quedara,
qredara solamente para ser venerado: mas quedando en fornií?
LIBRO III. PARTE II. 359
de pan, queda para ser amado y venerado. Venerándolo se
ejercita la fe, amándolo la caridad. Y así este divino manjar es
nutrimento de fe y amor.
VI. Llámase pan de vida, porque es la misma vida en figura
de pan, y por esto esotro pan poco á poco va dando vida á quien
lo come, después de muchas digestiones: mas el que dignamente
come este pan, en un momento recibe vida, porque come la mis-
ma vida. De manera que si tienes horror deste manjar porque es
vivo, allégate á él porque es pan: y si lo tienes en poco porque
es pan, estímalo en mucho porque es vivo.
VIL Sobre todas estas cosas mueve el fin para que este mis-
terio fué instituido, que fué para transformar, abrasar y unir los
hombres con Dios por amor y hacedos una misma cosa con El. Oh
rey de gloria, ^ qué tiene este hombre, porque tanto le amas y
tanto quieres ser amado del? ¡Oh cosa de grande admiración! Si
todo tu ser y tu gloria y bienaventuranza dependiera del hom-
bre (así como toda la del hombre pende de ti) ¿qué más hicieras
de lo que heciste para ser amado del? Cosa es por cierto mara-
villosa, que estando toda mi salud, toda mi gloria y bienaventu-
ranza en ti, huya de ti, y teniendo tú tan poca necesidad de mí,
ha gas tantos extremos por mí.
EL MARTES II.
Este día, hecha la señal de la cruz, con la preparación que arri-
ba pusimos, pensarás en estos tres pasos, conviene saber, en la
oración del huerto, y en 1 1 prisión del Salvador, y en el desam-
paro de sus discípulos.
El texto de los Evangelistas dice así:
É.CABADA la cena, vino el Señor con sus discípulos al huer-
to que se dice de Getsemaní, y díjoles: Esperad aquí hasta
que vaya allí, y haga oración. Y tomando consigo á Pedro y á
los dos hijos del Zebedeo, comenzó á temer y entristecerse, y
díjoles: Triste está mi ánima hasta la muerte: esperadme aquí, y
velad comigo. Y adelantándose un poquito dellos, postróse: y
caído sobre su rostro, oró y dijo: Padre mío, si es posible, pase
este cáliz de mí: mas no se haga como yo lo quiero, sino como
36o GUIA DE PECADORES
tú. Y vino á los discípulos, y hallólos durmiendo, y dijo á Pe-
dro: ¿Así no pudiste una hora velar comigo? Velad y orad, por-
que no entréis en tentación. El espíritu está prompto, mas la car-
ne flaca, Y otra vez volvió, y hizo la misma oración, diciendo:
Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que lo haya de beber,
hágase tu voluntad. Y vino otra vez, y halló los discípulos dur-
miendo, porque estaban sus ojos cargados de sueño, y dejándo-
los así, volvió tercera vez, y hizo la misma oración. Y aparesció-
le allí un ángel del cielo que lo confortaba: y puesto en agonía,
hacía más larga su oración. Y hízose el sudor del así como gotas
de sangre, que corrían hasta el suelo. Entonces vino á sus discí-
pulos, y díjoles: Dormid ya y descansad: veis aquí llegada la hora,
y el hijo de la Virgen será entregado en manos de pecadores.
Levantaos y vamos: catad que agora vendrá el que me ha de
entregar.
Aun Él estaba hablando esto, y he aquí á Judas uno de los
doce, vino, y con él mucha compañía de gente con espadas y
lanzas, y hachas, y armas, y lanternas, enviados por los principes
de los sacerdotes y ancianos del pueblo. Y el que lo traía ven-
dido, dióles esta señal diciendo: A cualquiera que yo besare,
prendedle vosotros y llevadlo á buen recaudo. Y luego allegán-
dose á Jesú, dijo: Dios te salve, Maestro. Y dióle paz en el ros-
tro. Y díjole Jesús. ¿Amigo, á qué veniste? Pues Simón Pedro
como tuviese una espada, desenvainóla, y hirió á un criado del
Pontífice, y cortóle la oreja derecha. Y llamábase el criado Mal-
eo. Dijo pues entonces Jesús á Pedro: Mete la espada en su vai-
na. El cáliz que me dio mi padre, ¿no quieres que le beba? Y
corno le tocase la oreja, sanólo. En aquella hora dijo Jesús á los
príncipes de los sacerdotes, y á los oficiales del templo, y á los
ancianos que habían venido á Él: ¿Como á ladrón salistes á mí
con espadas y lanzas? Y habiendo yo cada día estado con vos-
otros en el templo, no pusistes las manos en mí. Mas ésta es vues-
tra hora y el poder de las tinieblas. Entonces los soldados y el
tribuno y los ministros de los judíos pusieron las manos en Je-
sús, y atáronle, y así atado le trajeron primero á casa de Anas, por
que era suegro de Caifas, el cual era pontífice de aquel año. En-
tonces todos los discípulos dejaron al Señor y huyeron.
LIBRO III. PARTE II. 3^1
Materia de consideración sobre estos pasos del texto.
.CERCA de la sacratísima pasión del Salvador primeramente
[3: considera cómo acabados los misterios de la cena, dio el
Señor licencia á todos los dolores y pasiones que entrasen en su
ánima y le comenzasen á entristecer: y la tristeza fué tan gran-
de, que le hizo decir aquellas dolorosas palabras: Triste está mi
ánima hasta la muerte: conviene saber, llena de tristeza mortal,
bastante para causar la muerte, si Él miraculosamente no reser-
vara la vida para mayores martirios.
II. Mira cómo cercado de esta tristeza, se fué al huerto á ha-
cer oración y dar cuenta al Padre de sus trabajos, para enseñar-
nos que en todas nuestras tribulaciones y fatigas debemos recu-
rrir co}^.fiadamente al eterno Padre con afecto y corazón de hi-
jos, para ser socorridos. El cual socorro es tan grande, tan cier-
to y tan verdadero, que si tuviésemos una poca de luz del cielo,
á lo menos por esta causa habíamos de desear siempre tribula-
ciones, por tener ocasión de acudir muchas veces á este Padre.
Y mira cómo cuanto más crescía el agonía de su pasión, tanto
más prolijamente oraba, para enseñarnos que mientra más cres-
ciere nuestra tribulación, mas ha de crecer el ejercicio de la ora-
ción. De manera que el crescimiento de una fuerza ha de ser
causa del crescimiento de la otra. Y así en lo primero nos enseña á
orar, y en lo segundo á perseverar en la oración. Pues, oh alma
mía, <jpara qué andas buscando remedios vanos y infieles en tus
necesidades? ¿Porqué no te socorres al Padre celestial diciendo:
Señor, si es posible, pase este cáliz de mí, y si no, hágase vuestra
sancta voluntad?
III. Considera el agonía espantosa que el Señor padeció en
aquella oración, la cual bastó para hacerle sudar gotas de sangre,
cosa nunca jamás vista ni oída en el mundo. Y la causa deste tan
extraño sudor fué la aprehensión vehementísima de todos los
dolores y martirios que le estaban aparejados, y de la causa de
ellos, que fueron nuestros pecados. De manera que allí fué inte-
riormente azotado, escupido, abofeteado,- coronado, reprobado y
crucificado, aprehendiendo en su delicatísima imaginación todas
las imagines destos tormentos, y sentiendo en la parte afectiva
dolores conformes á las dichas imagines. Y todo esto sin mezcla
302 GUIA DE PECADORES
de ningún consuelo ni alivio, ni del cielo, ni de la tierra, ni de sus
amigos, ni de sí mismo.
IV. Considera, pues, de la manera que estaba allí aquella sa-
cratísima humanidad agonizando, yendo y volviendo de los dis-
cípulos al Padre, y del Padre á los discípulos, buscando conso-
lación, y no hallándola, como el más desamparado hombre del
mundo, y más indigno de consolación. Porque el Padre no oía
la oración que por parte de la inocentísima carne se le hacía: los
discípulos amados (que con su presencia y compañía pudieran
algún tanto aliviar la carga de aquella noche tristísima) dormían:
Judas y los príncipes de los sacerdotes, armados de mil engaños
y malicias, velaban. Y sobre todos estos desamparos era aun
mayor el desamparo de sí mismo: porque ni de la parte supe-
rior de la razón, ni de la divinidad, recebía algún linaje de con-
suelo. De manera que á solo el amantísimo Hijo dio el Padre á
beber el cáliz de todas las iras que había concebido contra el
mundo, y éste puro sin alguna mezcla de consolación. Por don-
de vino á decir el Hijo dulcísimo aquellas palabras: Por mí, Se-
ñor, pasaron todas tus iras, y tus espantos me conturbaron. Y
dice muy bien pasaron, y no, permanecieron: porque no mere-
cía Él la ira como pecador, sino como fiador y remediador de
pecadores.
V. Pues, oh Cordero inocentísimo, ,1 quién puso sobre vos esa
tan pesada carga, que sólo imaginarla os hace sudar gotas de
sangre? ^jQuién os hirió. Señor? ¿Qué sangre es ésa que está go-
teando de todo vuestro cuerpo? No veo aun agora verdugos, ni
parecen aquí señales de azotes, ni de clavos ni espinas: en-
tiendo, Señor, que vuestra grande candad quiere ser la primera
en sacaros sangre sin hierro y sin cuchillo, para que se entienda
que ella es la que abre camino á todos los otros perseguidores.
De la prisión del Salvador.
ONSIDERA lucero cómo acabada la oración vino todo aquel
¿) escuadrón de gente armada, y con ellos también muchos
dt los príncipes de los sacerdotes y fariseos, para prender al Cor-
dero. Porque no se atrevieron á fiar este negocio de los minis-
tros y soldados mercenarios (porque no les acaesciese lo que
LIBRO III. PARTE II. 3^3
ofr.ra vez, cuando la predicación del Señor los convertió y los
hizo volver sin él) sino ellos mismos vinieron en persona, como
gente tan confiada de su malicia, que ni por sermones ni por
cosas que viesen, esperaban desistir de su demanda. De manera
que los que eran mayores en la dignidad, ésos fueron mayores
en la maldad, cuando vinieron á estragarse. De donde aprende-
rás que así como el mejor vino se hace el más fuerte vinagre
(cuando se viene á corromper) así aquéllos que por razón de su
estado ó dignidad están más altos y más llegados á Dios (como
son los sacerdotes y religiosos) cuando se dañan, vienen á ser
peores que todos los otros hombres, así como del mayor ángel se
hizo el mayor diablo.
II. Venía Judas por adalid y capitán de este ejército de Sa-
tanás, caído ya (como otro Lucifer) del más alto estado de la
Iglesia (que es el apostolado) en el más profundo abismo de
maldad, que era ser el primer conjurado en la muerte de Cristo.
Mira, pues, á qué extremo de males llegó este miserable, por no
resistir á los principios de sus malas afeciones y cobdicias. j Ay
de ti, si no resistes á las tuyas ! Porque ^ qué se podrá esperar de
ti, que no tienes tantos aparejos y defensivos como éste tuvo?
No aprendes en tal escuela, no conversas con tal maestro ni con
tales condiscípulos, ¿pues qué puedes esperar de ti, si por todas
partes no te velas?
III. Habíales este traidor dado señal diciendo: A quienquie-
ra que 3^0 besare &c. El Maestro dulcísimo, y fuente de caridad
y amor, ¿con qué otro cebo le habían de armar lazos, con qué
otra señal le habían de prender, sino con señal de amor? Acep-
tó el Señor este cruel beso, por quebrantar siquiera con la dul-
zura de esta mansedumbre la dureza de aquel rebelde corazón:
mas al ánimo obstinado y pervertido por demás son los reme-
dios. Mas tú, ánima mía, considera que si este dulcísimo y man-
sísimo cordero no desechó el engañoso beso del que tan cruel-
mente le vendía, ¿cómo desechará el beso interior del que en-
trañablemente le ama?
IV. Considera también la virtud de aquellas palabras que el
Señor dijo á Pedro, cuando hirió al criado del Pontífice: El cáliz
que me dio mi Padre, ¿no quieres que le beba? Este es el es-
cudo general con que se ha de defender el cristiano en todos los
trabajos y tribulaciones. Venga por quien viniere, sea hombre,
364 CTJIA DE PECADORES
sea demonio, todo ello viene por parte de Dios, todo es cáliz
qu^ nos da el eterno Padre. Así lo confesó el sancto Job, cuando
viéndose tan afligido y mal tratado del demonio, dijo: Diosl o dio,
y Dios lo quitó: como al Señor plugo, así se hizo, sea el nombre
del Señor bendito. Así lo confesó también el rey David cuando
le maldecía Semeí, diciendo que Dios le había mandado que le
maldijese. Y pues todos éstos son cálices del Padre, no hay por
qué temer la purga ordenada por mano de físico tan piadoso,
que tiene nombre de padre, ni tampoco hay por qué recelar el
amargura del vaso, después que aquellos dulcísimos labrios del
Hijo (en quien toda la gracia fué derramada) quedaron impre-
sos en él.
V. Huyen los discípulos y desamparan al Señor. Siguiéron-
le hasta la cena, y desamparáronle en el camino de la cruz. To-
dos somos en esta parte imitadores de los discípulos, todos huí-
mos los trabajos y dejamos de seguir á Cristo cuando camina á
la cruz, deseándole seguir cuando camina á los cielos. Y si por
ventura le seguimos, seguírnosle dende lejos (como los discípulos
le siguían) que es poniéndonos á muy pequeños trabajos por su
amor. Mas ¡ ay de mí, que ellos huían de ti por el peligro que
vían: mas yo sin peligro huyo, y no sólo sin peligro, mas antes
viendo el peligro que se me sigue de apartarme de ti: pues apar-
tarme de ti es apartarme de la luz, de la vida, del descanso, de
la consolación y de todos los bienes ! ¡ Cuánto'es, pues, mayor
mi culpa que la suya!
EL MIÉRCOLES 11.
Este día se ha de contemplar la presentación del Señor á los
pontífices y jueces: la primera á Anas, la segunda á Caifas, la
tercera á Herodes, la cuarta á Pilato: y después de esto los azo-
tes á la columna.
El texto de los Evatigelistas dice así.
,y UES como el Señor fuese presentado al pontífice Anas, pre-
1^ guntóle el Pontífice por sus discípulos y doctrina. Respon-
dió Jesús: Yo públicamente he hablado al mundo, yo siem.pre
enseñé en públicos ayuntamientos y en el templo, donde todos
LIBRO Iir. PARTE II. . 3^5
los judíos se juntan, y en secreto no he hablado nada. ¿Qué me
preguntas á mí? Pregunta á los que la han oído, que ellos saben
lo que yo he dicho. Como él dijese esto, uno de los ministros
que asistían al Pontífice, dio una bofetada á Jesús, diciendo: ¿Así
respondes al Pontífice? Respondió Jesús: Si mal hablé, muéstra-
me en qué, y si bien, ¿porqué me hieres?
Y envióle Anas atado á Caifas, donde los letrados de la ley
y los ancianos estaban ayuntados. El Príncipe de los sacerdo-
tes y los letrados buscaban algún falso testimonio contra Jesús,
por donde le condenasen á muerte, y no lo hallaban, aunque se
juntaron allí muchos falsos testigos. En fin vinieron dos falsos
testigos, y dijeron: Éste dijo: Yo puedo destruir el templo de Dios
y volverlo á reedificar después de tres días. Y levantándose el
Príncipe de los sacerdotes díjole: Conjuróte de parte de Dios
vivo que nos digas si tú eres Cristo Hijo de Dios. Díjole Jesús,
Tú lo dijiste. Mas en verdad os digo que presto veréis al hijo
del hombre asentado á la diestra de la virtud de Dios, y venir
en las nubes del cielo. Entonces el Príncipe de los sacerdotes
rasgó sus vestiduras y dijo: Blasfemado ha. ¿Qué necesidad te-
nemos aquí de testigos ? Catad aquí habéis oído la blasfemia,
¿qué os parece? Ellos respondieron: Merecedor es de muerte. En-
tonces escupieron en su rostro, y diéronle de pescozones, y otros
le daban en la cara bofetadas y decían: Profetízanos, Cristo, ¿quién
es el que te hirió ?
El día siguiente por la mañana, toda la muchedumbre de los
príncipes del pueblo llevaron á Jesús á Pilato, y comenzaron á
acusarle, diciendo: Á este hombre hallamos que pervertía nues-
tra gente y vedaba que no se pagase tributo á César, diciendo
que Él era el rey Mesías. Y Pilato preguntóle, diciendo: ¿Tú eres
rey de los judíos? Y Él respondió: Tú lo dices. Y siendo acusa-
do de los príncipes de los sacerdotes y de los ancianos, no res-
pondía nada. Entonces le dijo Pilato: ¿No oyes cuántos testimo-
nios dicen contra ti? Y Él no le respondió á ninguna palabra, tanto
que el juez estaba maravillado en gran manera. Dijo pues Pilato
á los príncipes de los sacerdotes y á la gente: No hallo culpa en
este hombre. Mas ellos daban voces y porfiaban diciendo: Ha al-
borotado el pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando den-
de Galilea hasta aquí.
Pilato, oyendo que se hacía mención de Galilea, preguntó si
366 ^ GUIA DE PECADORES
por ventura el Señor fuese de Galilea. Y como supo que era de
la jurisdición de Herodes, enviólo á él, el cual en aquellos días
estaba en Jerusalem. Y Herodes viendo á Jesú, gozóse mucho,
porque había mucho tiempo que le deseaba ver, y había oído
muchas cosas del, y esperaba ver algún milagro que hiciese de-
lante del. Estaban allí los príncipes de los sacerdotes y letrados de
la ley acusándole fuertemente: y menospreciólo Herodes con
toda su corte, y hizo burla del. Y vestiéndole de una vestidura
blanca, volvióle á enviar á Pilato.
Y por razón del día solemne de la Pascua tenía por costum-
bre el presidente soltarles un preso, cual elle s le pidiesen. Y te-
nía entonces preso un malhechor famoso que se decía Barrabás.
Pues ayuntándolos á todos en uno, díjoles Pilato: i A quién que-
réis que os suelte de los dos, á Barrabás, ó á Jesús que se llama
Cristo? Y ellos respondieron: No á éste sino á Barrabás: el cual
estaba en la cárcel por un alboroto que había levantado en la
ciudad, en el cual había muerto un hombre. Díjoles entonces Pi-
lato: Pues ¿qué haré de Jesús que se llama Cristo? Dicen todos:
Sea crucificado. Entonces tomó Pilato á Jesús y azotólo.
Meditación sobre estos pasos del texto.
^ODOS estos pasos y estaciones que el Salvador anduvo, es-
tán llenos de doctrina y ejemplos, y por esto en todos ellos
conviene que le sigamos y acompañemos, para sentir y agradas -
cer todo lo que padece por nuestra causa.
I. Pues primeramente considera aquella tan grande afrenta
que el Señor recibió en casa del primer juez con la bofetada que
allí le dieron, y mira cómo el Pontífice y los circunstantes se ríen
de ver al Señor tan duramente herido, y por el contrario cómo
los que eran de su parte se entristecerían, no pudiendo sufrir
tan grande injuria en persona de tan grande majestad. Mira otrosí
con cuánta caridad y mansedumbre corrigió al que le había he-
rido, diciendo: Si mal hablé, muéstrame en qué,y si bien, ¿porqué
me hieres? Como si claramente dijera: Mal me has injuriado sin
habértelo merecido.
II. Considera luego cómo fué llevado á casa de Caifas, y las
injurias que allí recibió cuando respondió á la pregunta del Pon-
tífice que le preguntaba quién era. Porque allí no uno solo, sino
LIBRO III. PARTE II. 367
todos cuantos presentes estaban, arremetieron al cordero como
lobos rabiosos, y todos á una le herían sin ninguna piedad. Unos
le daban de bofetadas y pescozones, otros escupían en su rostro,
otros arrancaban sus venerables cabellos, y otros hacían y de-
cían contra Él muchos denuestos y escarnios. Pero lo que enton-
ces más sentía el Salvador, era la ofensa que se hacía á su eter-
no Padre, compadesciéndose mucho más de la culpa de sus ene-
migos, que de sus proprios trabajos.
III. Lo tercero considera las fatigas que toda aquella noche pa-
desció en poder de los soldados que le tenían á cargo, y cómo
luego por la mañana fué presentado por todo el concilio de los
sacerdotes ante el presidente Pilato, y acusado con falsos testi.nc -
nios, y cómo por él fué mandado llevar al rey Herodes para
que él conosciese de la causa. Mira pues al Señor en todos estos
pasos y caminos cómo es llevado y traído por las calles públi-
cas y plazas de Hierusalem con grande alboroto y concurso de
pueblo, y con gente de armas y ministros de justicia que le iban
guardando como á un malhechor. Y juntamente con esto consi-
sidera la grandeza de la injuria que en casa de aquel rey inicuo
recibió, donde fué burlado del y de toda su corte, y vestido como
loco de una vestidura blanca, y traído con ella otra vez por los
mismos lugares por do había venido. Aquí aprenderás á ser hu-
milde, cuando fueres menospreciado ó curiosa y vanamente pre-
guntado, y con esto verás cuántos pasos y caminos será razón
dar á veces por amor de Dios y de los prójimos, pues tantos y
tan trabajosos dio el Criador del mundo por nosotros.
IV. Sobre todo esto considera aquellos cruelísimos azotes que
el Salvador recibió á la columna. Porque como el juez vio la fu-
ria con que aquellos malaventurados pidían al Salvador la muer-
te, por satisfacer en algo á su rabioso apetito, mandólo cruelmente
azotar, creyendo que con solo esto se aplacarían.
V. Pues si quieres, oh ánima mía, saber lo que por ti pades-
ció el Salvador en este paso, entra con el espíritu en el pretorio
de Pilato, y lleva las lágrimas aparejadas, que serán bien menes-
ter para lo que allí verás. Allí desnudan de sus vestiduras al que
viste los campos de hermosura, y atan á la columna á las manos
que los cielos criaron. Atado pues ya, y desnudo el Salvador, y
aparejado para los azotes, aparéjanse por otra parte los minis-
tros malvados, y desmídanse también ellos para mejor ejecutar
368 GUIA DE PECADORES
en Él su crueldad. Comienzan de dos en dos á descargar sus lá-
tigos y disciplinas sobre aquellas carnes virginales. Unos caen so-
bre las espaldas, otros sobre los pechos, otros lo ciñen por la cin-
tura y por el vientre. Levántanse por todas partes las ronchas
y cardenales: por otra rásganse los cueros y las venas, y comien-
za á reventar aquella sangre divina. Comienza luego el cuerpo á
teñirse de diversos colores y pinturas: mas después cayendo unos
azotes sobre otros, ensánchanse unas llagas con otras, y rásgase
por todas partes la carne bendita, y ya entonces el cuerpo no
parecía pintado como de antes, porque todo estaba desollado y
hecho una grande llaga que por todas partes manaba sangre. En-
tonces se cumplió aquella profecía de Isaías que dice: Perdido ha
su parecer y hermosura: vímosle, y no tenía figura de hombre, y
deseamos verle el más despreciado y abatido de todos los hom-
bres, varón de dolores y que sabe de enfermedades. Y nosotros
tuvímoslo por leproso, y herido de Dios, y humillado: mas El fué
herido por nuestras maldades y atormentado por nuestros pe-
cados. La disciplina de nuestra paz cayó sobre El, pagando Él lo
que nosotros merescíaraos, y con sus llagas y dolores fuimos cu-
rados.
VI. A todo esto el inocente Cordero estaba sosegado y mudo,
y en medio de tan grandes dolores estaba aquel sagrado cora-
zón pacífico, y aquel precioso y sancto cuerpo quedo y fijo mu -
cho más que la columna. Si no fueran más que las sogas las que
lo tenían atado, no pudieran las carnes dejar de hacer su senti-
miento al caer de tales golpes: mas como eran otras prisiones más
fuertes las que allí le tenían preso (que eran las de nuestro amor)
éstas fueron bastantes para que su preciosísimo cuerpo estuvie-
se tan sosegado, y su lindo rostro tan sereno, y su corazón tan
pacífico y reposado. Los cielos se entristecían de dolor, los án-
geles de la paz lloraban de compasión, y el mismo que pades-
cía no se acuita, ni se queja, ni ruega que den un poco de alivio á
tal dolor. Los brazos de los verdugos estaban ya cansados ator-
mentando, y el atormentado no desfallecía ni se cansaba de pa-
descer.
VIL Acabado ya el martirio de los azotes, desatan al Salva-
dor de la columna: donde puedes, ánima mía, considerar cuan de-
bilitado quedaría, y cómo apenas se podría sostener en los miem-
bros, por estar todos tan lastimados, y tan desangrados, y sobre
LIBRO Iir. PARTE II. 369
todo tan pasmados por el grande frío que hacía, y por haber es-
tado el sancto cuerpo tanto tiempo desnudo y despojado, no sola-
mente de las vestiduras, sino también de los cueros y de la sangre.
No hubo allí unturas para las heridas del disciplinado, no lava-
torio para sus llagas, no conservas ni letuarios para quien tal no-
che y tal día había llevado.
VIII. Ni tampoco hubo quien movido á piedad le diese las
vestiduras que estaban por el pretorio derramadas, sino Él mis-
mo desnudo ya, y avergonzado, y temblando de frío las anduvo
recogiendo con toda humildad y mansedumbre, y así se las vistió
delante de aquellos carniceros, como si fuera un esclavo que ellos
hobieran azotado ó castigado por algún delicto { Cómo no tiem-
blan los hombres deste juicio? ^Cómo no entienden por aquí la
severidad de aquella divina justicia, que tal satisfación pidió por
los pecados del mundo? Suelen los que tienen cargo de criar
príncipes azotar un esclavillo delante dellos ásperamente, para
hacerlos temer con esto: y aun hasta los leones temen cuando
ven azotar un cachorrillo delante sí. Pues si teme el león, { cómo
no teme el cabrito? Si teme el hijo del rey cuando ve azotar de-
lante de sí al esclavillo, { cuánta razón es que tema el esclavo
malo cuando ve azotar y tratar así al Hijo del Rey del cielo ? Si
esto se hace con el que paga por pecados ajenos, i qué se hará
con el que fuere castigado por los proprios ? Pues, oh rey mío y
misericordia mía, dame gracia para que atado yo contigo á esta
columna, aprenda de aquí no sólo á amarte viendo lo que pa-
desces por mí, sino también á temerte viendo lo que se paga
por el pecado.
Acabada la meditación, &c.
EL JUEVES II.
Este día podrás pensar en la coronación de espinas y el Ecce
Homo, y cómo el Salvador llevó la cruz á cuestas.
El texto de los Evangelistas dice asi.
^ NTONCES, conviene saber, después de haber azotado al Se-
il-J ñor, los soldados del presidente recibiendo á Jesús en el
audiencia, llamaron allí toda la gente de guerra, y desnudándo-
OBRAS DE GRANADA. X-24
370 GUIA DE PECADORES
le de sus vestiduras, cubriéronle con una ropa colorada, y tejien-
do una corona de espinas pusiéronla sobre su cabeza, y una caña
en su mano derecha, y hincadas las rodillas burlaban del, di-
ciendo: Dios te salve, rey de los judíos. Y escupiendo en Él, to-
maban la caña que tenía en la mano, y hiríanle con ella en la
cabeza, y dábanle de bofetadas.
Salió pues otra vez Pilato, y díjoles: Veislo, aquí os lo traigo
fuera, para que conozcáis que no hallo en El causa para lo jus-
ticiar. Salió pues Jesús fuera, puesta la corona de espinas en la
cabeza, y vestida la ropa de púrpura. Y díceles: Ecce Homo. Pues
como lo viesen los pontífices y ministros del pueblo, daban vo-
ces diciendo: Crucifícalo, crucifícalo. Díceles Pilato: Tomadlo vos-
otros y cruciñcadlo, porque yo no hallo causa para lo crucificar.
Respondieron los judíos: Nosotros tenemos ley, y según la ley
ha de morir, porque se hizo hijo de Dios. Pues como oyese Pilato
estas palabras, te mió más. Y entrando otra vez en el audiencia, dijo
á Jesús: ¿ De dónde eres tú? Y Jesús no le respondió. Dícele Pilato:
¿Á mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte,
y poder para soltarte? Respondió Jesús: No temías poder ninguno
sobre mí, si no te fuera dado de arriba. Y por tanto el que me en-
tregó en tus manos, mayor pecado tiene sobre sí. Desde entonces
procuraba Pilato de soltarle. Mas ellos daban grandes voces pi-
diendo que fuese crucificado, y prevalecían las voces dellos, y Pi-
lato determinó que se compUese su petición, y soltóles al que por
razón del homicidio y escándalo había sido echado en la cárcel, y
entregó á Jesús á la voluntad dellos. Y tomaron á Jesús y sacá-
ronlo fuera, y llevando Él sobre sí la cruz, salió al lugar que se de-
cía Calvario. Seguíalo en este camino mucha compañía del pueblo
y de mujeres que iban llorando y lamentando en pos del. Y vol-
viéndose á ellas díjoles; Hijas de Hierusalem, no lloréis sobre mí,
sino sobre vosotras llorad, y sobre vuestros hijos. Porque presto
vernán días en que digan: Bienaventuradas las estériles, y los
vientres que no engendraron, y los pechos que no criaron. En-
tonces comenzarán á decir á los montes: Caed sobre nosotros,
y á los collados: Cubridnos: porque si esto hacen en el madero
verde, ¿en el seco qué se hará?
LIBRO III. PARTE 11. 37 1
Meditación sobre estos pasos del texto.
\CABADO el martirio de los azotes, comiénzase de nuevo otro
no menos injurioso, que fué la coronación de espinas. Ha-
bían menester nuestras galas y atavíos especial medicina, pues
tan especialmente con ellas ofendimos á Dios, y borramos la
imagen que Él puso en nuestras ánimas, y pusimos en su lugar
la que el demonio nos enseñó. Pues para satisfacer por esta cul-
pa, es aquí afeada la hermosura del cielo, y es pungida con crue-
les espinas aquella cabeza de oro. Llegan, pues, los soldados del
presidente, y llaman toda la otra gente de su compañía, para que
gozasen desta tan inhumana fiesta y les ayudasen con sus ceri-
monias y reverencias á celebrarla: y tejiendo primeramente una
corona de juncos marinos, híncansela por el sagrado celebro para
que así padeciese con ella por una parte sumo dolor, y por otra
sumo escarnio. Muchas de las espinas se quebraban al entrar por
la cabeza, otras llegaban (como dice S. Bernardo) hasta los hue-
sos. Y no contentos con este tan doloroso escarnio, vístenle de
una púrpura vieja y rasgada, y pénenle por ceptro real una caña
en la mano, y hincándose de rodillas, dábanle de bofetadas,y escu-
píanle en la cara, y tomábanle la caña de las manos, y hiríanle
con ella en la cabeza, diciendo: Dios te salve, rey de los judíos.
n. No parece que era posible caber tantas invenciones de
crueldades en corazones humanos. Porque cosas eran éstas que
si en un perro de la calle se hicieran, bastaran para enternecer
cualquiera corazón. Mas como era el demonio el que las inventa-
ba, y Dios el que las padescía, ni aquella tan grande malicia se
hartaba con ningún tormento, según era grande su odio, ni á
aquella divina piedad bastaban todos estos trabajos, según era
grande su amor.
in. Mas tú, ánima mía, deja de considerar agora la crueldad
de los hombres y la malicia de los demonios, y vuelve los ojos
á considerar la figura tan lastimera que allí ternía el más hermoso
de los hijos de los hombres. Oh pacientísimo y clementísimo Re-
demptor, ¿qué figura es ésta tan dolorosa, qué martirio tan nue-
vo, qué mudanza tan extraña? jEres tú Aquél que poco antes
discurrías por las ciudades predicando y haciendo tantas mara-
villas? ¿Eres tú Aquél que poco antes en el monte Tabor res-
372 GUIA DE PECADORES
plandeciste con figura celestial y vestiduras de nieve? ^Eres tú
Aquél testificado con voces del cielo por Hijo de Dios y maestro
del mundo? Pues ^cómo se perdió aquella hermosura tan gran-
de? ^Qué se hizo aquel resplandor de tu cara? ^Dónde están las
vestiduras de nieve? <jQué es de la gloria del Hijo? ^Qué es de
la dignidad y pompa de rey? ¿Ese es el reino que te tenían apa-
rejado? ¿Ésa es la corona, ésa la púrpura, y el ceptro y las ceri-
monias de rey? ¿Ése el reino tan cantado por los Profetas, tan
predicado en los Psalmos, tan esperado de las gentes? ¡Oh nue-
va manera de reino! ¿Quién escogerá ese reinado? ¿Quién alzará
esa corona, aunque la hallare en el suelo?
IV. . Deleitábase antes mi ánima cuando te miraba muy más
hermoso que aquel tan afamado Absalón, que dende la punta del
pie hasta la cabeza no tenía mácula, y agora veo que desde la
planta del pie hasta la cabeza no hay en ti cosa sana. Véote el
más abatido de los hombres, sin hermosura, sin honra y sin fi-
gura, no solamente de rey, mas ni de hombre. La sangre que de
la cabeza deciende, ha cubierto la imagen del rostro, las saUvas
han borrado la figura del hombre. Gusano pareces y no hombre,
oprobrio de los hombres y desecho del mundo. Ésta es, Señor,
la cura de mi soberbia, ésta la satisfación de mis atavíos y re-
galos, éste el dechado de la verdadera humildad y paciencia, éste
el camino de la cruz para el reino, y éste el ejemplo del menos-
precio del mundo. Esto me predican tus llagas, esto me enseñan
tus deshonras, esto es lo que leo en el Ubro de tu pasión.
V. Pues como el presidente tuviese claramente conoscida la
inocencia del Salvador, y viese que no su culpa, sino la invidia
de sus enemigos le condenaban, procuraba por todas vías librarle
de sus manos. Para lo cual le pareció bastante medio sacarlo así
como estaba á vista del pueblo furioso: porque Él estaba tal, que
bastaba la figura que tenía (según él creyó) para amansar la fu-
ria de sus rabiosos corazones.
VI. Tú, ánima mía, procura hallarte presente á este espectá-
culo tan doloroso, y como si allí te hallaras, mira con grande
atención la figura que trae Aquél que es resplandor de la gloria
del Padre, por restituir la que tú perdiste. Mira cuan avergonzado
estaría allí en medio de tanta gente con su vestidura de escarnio
colorada y mal puesta, con su corona de espinas en la cabeza,
con su caña en la mano, con el cuerpo todo quebrantado y mo-
LffiRO III. PARTE 11. 373
lido de azotes y temblando de frío. Mira cuál estaría aquel di-
vino rostro hinchado de los golpes, afeado con las salivas, rascu-
ñado con las espinas, arroyado con la sangre, por unas partes
reciente y fresca, y por otras fea y denegrida. Y como el sancto
Cordero tenía las manos atadas, no podría con ellas alimpiar los
hilos de la sangre que por los ojos caían, y así estarían aquellas
dos lumbreras del cielo eclipsadas y ciegas,}^ hechas un pedazo de
carne y de sangre. Finalmente tal estaba su figura, que ya ni pa-
recía quién era, y aun apenas parecería hombre, sino un retablo
de dolores pintado por las manos de aquel cruel presidente, á
fin de que así como los oradores de Roma (para mover los jue-
ces) ponían delante á los reos con un hábito y rostro muy dolo-
roso, así el Señor saliese con tales y tan lastimeras insignias, que
abogase por él ante sus enemigos su cuerpo tan despedazado y
su lastimera figura.
Vn. Mas como todo esto ninguna cosa aprovechase, dióse
por sentencia que el inocente fuese condenado á muerte, y muer-
te de cruz. Y para que por todas partes creciese su tormento y su
deshonra, ordenaron sus enemigos que él mismo llevase el ma-
dero en que había de ser justiciado.
Toman, pues, aquellos crueles carniceros el sancto madero
(que según se escribe, era de quince pies en largo) y cárganlo
sobre los hombros del Salvador, el cual según los trabajos de
aquel día y de la noche pasada, y la mucha sangre que con los
azotes había perdido, apenas podía tenerse en pie y sostener la
carga de su proprio cuerpo: y sobre ésta le añaden tan grande
sobrecarga como era el peso de la cruz. Aquí pues, oh ánima mía,
lleva el Señor sobre sí la carga de tus pecados y el peso de to-
das tus maldades. Dale gracias por ese tan grande beneficio, y
a3'údale á llevar esa cruz por imitación de su ejemplo, y si-
gúelo con las lágrimas de esas piadosas mujeres que lo van acom-
pañando, y mira sobre todo esto que si eso se hace en el madero
verde, en el seco ,jqué se hará?
EL VIERNES 11.
Este día, hecha la señal de la cruz, con la preparación que
arriba pusimos, se ha de meditar cómo el Salvador fué enclava-
do en la cruz, con todo lo que pasó acerca de este misterio.
374 GUIA DE PECADORES
El texto de los Evangelistas.
^^ INIERON (dice el Evangelista) al lugar que se dice Gólgo-
'*''' ta, que es al monte Calvario, y allí dieron á beber al Señor
vino mezclado con hiél: y como lo gustase, no lo quiso beber.
Era entonces hora de tercia, y crucificáronlo, y con él crucifica-
ron dos ladrones, uno á la diestra y otro á la siniestra. Y allí se
cumplió la Escriptura que dice: Con los malos fué reputado. Es-
cribió también un título Pilato, y púsolo sobre la cruz. Y es-
taba escrito en él: Jesús Nazareno Rey de los judíos. Este títu-
lo leyeron muchos de los judíos, porque el lugar donde Jesús fué
crucificado, estaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito con le-
tras hebreas, griegas y latinas. Decían pues á Pilato los prín-
cipes de los judíos: No escribas Rey de los judíos, sino que Él
dijo, Rey soy de los judíos. Respondió Pilato: lo escrito, es-
crito.
Mas los soldados después que le hobieron crucificado, toma-
ron sus vestiduras, y repartiéronlas en cuatro partes, para que
les cupiese á cada uno su parte. Y tornaron también la túnica, la
cual no era cosida, sino tejida de alto á bajo. Dijeron pues entre
sí los soldados: No partamos esta túnica, sino echemos suertes
sobre quién se la llevará. Para que se cumpliese la Escriptura que
dice: Partieron mis vestiduras entre sí, y sobre mi vestidura echa-
ron suertes. Esto fué lo que hicieron los soldados.
Y los que pasaban por aquel camino, blasfemaban del Se-
ñor, meneando las cabezas y diciendo: Ah, que destruyes el tem-
plo de Dios, y en tres días lo vuelves á reedificar, hazte salvo á
ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. Ansimismo
los príncipes de los sacerdotes escarnecían del, con los letrados
de la ley y con los ancianos, y decían: A otros hizo salvos, y á
sí no puede salvar. Pues que es rey de Israel, descienda de la
cruz, y creeremos en Él. Tiene su esperanza en Dios, líbrelo si
quiere hbrarlo, pues Él dijo: Hijo soy de Dios. Y con aquellas
mismas palabras le daban en cara los ladrones que estaban cru-
cificados con Él.
LIBRO III. PARTE II. 375
Meditación sobre estos pasos del texto.
J ONSIDERA pues, oh ánima mía, cómo el viernes cuasi á la hora
de sexta (que es cerca del medio día, cuando el verdadero
sol de justicia había llegado ya por su curso á lo más alto del
cielo, que es á la mayor muestra de su caridad) vino el Salvador
al monte Calvario á ofrecerse en sacrificio por la salud de los
hombres. Piensa, pues, agora con qué entrañas de amor miraría
aquella cruz tendida á la larga, tan amada y deseada todo el
tiempo de su vida. Árbol de vida es el cumplimiento del deseo
(dice el Sabio). Pues si tan grande era el deseo que el Salvador
tenía de esta cruz, cuando viese ya cumplido este deseo, ^cuán
de veras le parecería lo que era, pues verdaderamente era ár-
bol de vida? Y si al patriarca Jacob le parecían poco los siete
años de servicio, por la grandeza del amor que tenía á su esposa
Raquel, ¿cuánto menor parecería este trabajo á quien tanto más
noble esposa alcanzaba por este medio que Raquel, y tanto más
la quería?
I. Llega pues el manso Jesú, y él mismo por su paso se va á
la cruz, y tiéndese de espaldas en aquella cama que el mundo le
tenía aparejada, y alzando sus ojos al cielo, abre los brazos de su
muy ancha y extendida caridad, y ofrécese á sí mismo sacrificio
vivo y verdadero sobre el altar de la cruz, haciendo oración al
Padre, y diciendo así: Oh Padre eterno, gracias doy á vuestra
infinita bondad por todas las obras que en todo el discurso de
la vida pasada habéis obrado por mí. Agora fenecido ya con
vuestra obediencia el número de mis días, vuelvo á vos no por
otro camino que por la cruz. Vos mandastes que yo padeciese
esta muerte por amor de los hombres: yo vengo á cumplir
esta obediencia y á ofrecer aquí mi vida en sacrificio por su
amor.
II. Tendido pues el Salvador en esta cama, llega uno de aque-
llos malvados ministros con un grueso clavo en la mano, y pues-
ta la punta del clavo en medio de la sagrada palma, comienza á
dar golpes con el martillo y á hacer camino al hierro duro por
las blandas carnes del Salvador. Los oídos de la sacratísima Vir-
gen oyeron estas martilladas y recibieron estos golpes en medio
del corazón, y sus ojos pudieron ver tal espectáculo como éste
376 Gl'IA DE PECADORES
sin morir. Verdaderamente aquí fué su corazón traspasado con
esta mano, y aquí fueron rasgadas con este clavo sus entrañas
y su pecho virginal.
III. Con la fuerza del dolor de la herida todas las cuerdas y
nervios del cuerpo se encogieron hacia la parte de la mano clava-
da, y llevaron en pos de sí todo el peso del cuerpo. Y estando
así cargado el buen Jesú hacia esta parte, tomó el ministro la otra
mano, y por hacer que llegase al agujero que estaba hecho, es-
tiróla tan fuertemente, que hizo desencajarse los huesos de los
pechos, y desabrocharse toda aquella compostura y armonía del
cuerpo divino, y así quedaron sus huesos tan distinctos y señala-
dos, que (como el Profeta dice) los pudieron contar. ¡ Oh cruel mi-
nistro! ¡Oh crueles clavos! ¡Oh martillo cruel! ^Cómo? ¿Y no bastaba
la primera crueldad, sin que añadiérades una herida sobre otra
herida, y un dolor sobre otro dolor? Mas los clavos, si pudiesen
hablar, responderían: El criador nos manda esto, y somos obliga-
dos á obedecer. Este cruel ministro hace lo que hace por su
crueldad, mas nosotros por obediencia de nuestro criador, el cual
quiere que seamos duros y crueles contra Él, y que penetremos
su carne, y rompamos sus nervios, y no usemos con El de nin-
guna piedad, porque se muestre la suya para con los hombres,
y así se les descubran las entrañas de su amor. Tú te quejas, áni-
ma, de nuestra dureza: entiende pues que por tu amor somos tan
duros, porque el Señor te ama y quiere sufrir nuestra dureza por
tu amor. Mas si quieres volver los ojos á ti misma, hallarás que
eres más cruel y más dura que nosotros. Porque tú v^es este dul-
císimo esposo tuyo hecho un piélago de dolores por tu causa,
tú ves ese sancto cuerpo tan despedazado y tan mal tratado,
que si á un grande enemigo tuyo vieras de esa manera, te mo-
vieras á compasión: y en todo esto tienes el corazón tan duro,
que ni sientes lo que padesce, ni derramas una sola lágrima de
dolor. Pues ¿qué dureza es ésta tan extraña? ¿Cómo no se rom-
pen aquí tus entrañas de dolor? ¡Oh esposa cruel! ¡Oh esposa de
hierro! Éste había de ser tu pan de noche y de día, y éstas tus
continuas consideraciones y lamentaciones, repitiendo muchas
veces aquellas palabras de la esposa que dice: Manojico de mi-
rra es mi amado para mí, entre mis pechos morará.
IV. Enclavadas ya las manos en la forma susodicha, llegan
luego los crueles ministros á los pies para enclavarlos de la mis-
LIBRO III. PARTE 11. 377
ma manera. Y es cosa muy creíble, que al tiempo del herir el
clavo con el martillo, algunas veces errarían con su furia y des-
atino los golpes, ó desviaría el martillo del clavo, y iría á des-
cargar sobre los dedos y huesos de los sagrados pies, lo cual
sería cosa de gravísimo dolor.
V. Cata aquí pues, oh ánima mía, tu Salvador en la cruz, don-
de duerme y donde apascienta sus cabritos al medio día. Aquí
tienes pues el pasto de tu vida, aquí la medicina de tus llagas,
aquí el remedio de tus ignorancias, y aquí la satisfación de tus
culpas, y aquí el espejo en que puedas ver todas tus faltas. Este
es el espejo que mandó Dios poner en el templo, donde los sa-
cerdotes se mirasen cuando hobiesen de entrar á ministrar en el
templo: porque aquí el ánima devota mirándose en esta cruz, y
contemplando las virtudes y perfeciones del que en ella está
crucificado, ve más claro que en un espejo todas las fealdades y
defectos de su vida. ¡Oh espejo limpio y hermoso de todas las vir-
tudes, y cuan á la clara descubres dende esa cruz todos mis vi-
cios y pecados! Esa cruz dolorosa condena todos mis desorde-
nados apetitos y deleites, esa desnudez tan extremada todas mis
superfluidades y demasías, esa corona de espinas todas mis ga-
las y atavíos, esa hiél y vinagre tan amarga mi demasiado y cu-
rioso comer y beber. Esos brazos tan extendidos para abrazar á
amigos y enemigos, condenan mis odios y mis pasiones: esa ora-
ción que heciste por tus enemigos, reprehende las iras que yo
tengo contra los míos: ese corazón abierto para todos, y para los
mismos que lo alancearon, condena la dureza del mío tan cerra-
do para las necesidades de mis prójimos: esos ojos desmayados
y llorosos por mis pecados, castigan la vanidad y disolución de
los míos, y esos oídos que con tanta paciencia oyeron tantas in-
jurias, descubren la grandeza de mi impaciencia, que con una
paja se perturba. De manera que tú todo de pies á cabeza me
eres un espejo de perfección y un dechado singular de toda vir-
tud. Aquí señaladamente resplandescen aquellas cuatro nobilí-
simas virtudes, caridad, paciencia, obediencia y humildad. Con
estas cuatro piedras preciosas quisiste adornar los cuatro brazos
de la cruz. La caridad está en lo alto, la humildad (fundamento
de todas las virtudes) en lo bajo, la obediencia á la mano diestra,
y la paciencia á la siniestra. Con esas cuatro esmeraldas enrique-
ciste esa gloriosa bandera, mostrándote en ella tan paciente en
378 GUIA DE PECADORES
las heridas, tan humilde en las injurias, tan amoroso para con los
hombres y tan obediente para con Dios.
VI. Aquí pues tienes, ánima mía, dónde aprender, y con qué
te reprehender, y también con qué te consolar: porque todos es-
tos oficios hacen las virtudes y llagas de Cristo. Enseñan á los
diligentes, corrigen á los negligentes, curan á los enfermos y es-
fuerzan á los flacos y desconfiados. Satisfaga pues, oh eterno
Padre, ante tu divino acatamiento su obediencia por mi desobe-
diencia, su humildad por mi soberbia, su paciencia por mi impa-
ciencia, su largueza por mi avaricia, y sus trabajos y asperezas
por mis deleites y regalos. Su preciosa y no debida muerte te
ofrezco por la muerte que yo te debo, y sus penas por las penas
que yo merezco, y su cumplida satisfación por todas las deudas
de mis pecados, pues todo lo que por mi parte faltó. El perfectí-
simamente lo suplió. Y pues tú. Señor, no castigas una cosa dos
veces, ya que en él castigaste mis culpas, no las quieras otra vez
eternalmente castigar en mí.
EL SÁBADO II.
Este día, hecha la señal de la cruz, con la preparación que arri-
ba pusimos, pensarás en las siete palabras que el Salvador habló
en la cruz, y en el descendimiento della y oficio de la sepultura.
El texto de los Evangelistas dice así.
STANDO pues los príncipes de los sacerdotes y los ladrones
blasfemando del Señor, Él por el contrario hacía por ellos
oración, y decía: Padre, perdónales, que no saben lo que hacen.
Y uno de los ladrones que estaban colgados, blasfemaba di-
ciendo: Si tú eres Cristo, salva á ti y á nos. Y respondiendo el
otro decía: ¿ Ni aun tú temes á Dios, que estás en la mism.a cond e-
nación? Nosotros por cierto justamente padescemos, pues que re-
cibimos las pagas de nuestras obras. Mas éste no ha hecho mal
ninguno. Y decía á Jesús: Señor, acuérdate de mí, cuando estu-
vieres en tu reino. Y díjole Jesús: En verdad te digo, hoy serás
comigo en el paraíso.
Y estaba en pie junto á la cruz de Jesú su madre, y una her-
mana de su madre, que se decía María, mujer de Cleofás, y María
LIBRO III. PARTE II. 379
Magdalena. Pues como viese Jesús á la madre y al discípulo que
Él amaba, que asimismo estaba allí, dijo á su madre: Mujer, cata
ahí tu hijo. Y luego dijo al discípulo: Cata ahí tu madre. Y dende
aquella hora el discípulo la tomó por su3^a.
Y á la hora de nona exclamó Jesús con gran voz diciendo:
Eli, Eli, lamasabatani: que quiere decir, Dios mío, Dios mío, ¿por-
qué me desamparaste? Y algunos de los circunstantes decían: Es-
pera, veamos si viene Elias á librarlo. Después desto sabiendo
Jesús que ya todas las cosas eran cumplidas, porque se cumplie-
se la Escriptura: dijo: Sed tengo. Y estaba allí á la sazón un vaso
lleno de vinagre, y ellos tomando una esponja llena de vinagre, y
atándola en una caña con una rama de hisopo, pusiéronla en la
boca. Y como tomase Jesús el vinagre, dijo: Acabado es.
Y clamando otra vez con una voz grande, dijo: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y diciendo esto, inchnada la ca-
beza, dio el espíritu. Y desde la hora de sexta fueron hechas ti-
nieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona, y el velo del
templo se partió en dos partes de alto abajo, y la tierra tembló,
y las piedras se partieron, y muchos cuerpos de sanctos que dur-
mían, resuscitaron. Y estaban todos sus amigos y conoscidos y
las mujeres mirándolo dende lejos, entre las cuales estaba María
Magdalena, y María m.adre de Santiago el menor y de Josef, y
de Salomé (que cuando el Señor estaba en Galilea, le seguían y
proveían de lo necesario de sus haciendas) y otras muchas mu-
jeres que juntamente habían subido con Él á Hierusalem.
Después desto rogó á Pilato Josef de Arimatea (porque era
discípulo de Jesú, aunque secreto por temor de los judíos) que le
diese licencia para quitar el cuerpo de Jesú de la cruz. Y con-
cedióselo Pilato. Vino también Nicodemus, aquel que había ve-
nido á Jesú de noche, trayendo cuasi cien libras de ungüento
hecho de mirra y aloe. Tomaron pues el cuerpo de Jesú, y atá-
ronlo con lienzos, ungiéndolo con aquellos olores, de la manera
que los judíos tienen por costumbre de sepultar los muertos.
Y había en el lugar donde el Señor fué sepultado un huerto,
y en este huerto un sepulcro nuevo, donde hasta entonces na-
die había sido sepultado. Allí, pues, por razón de la fiesta de los
judíos (porque estaba cerca el lugar) pusieron á Jesús.
38o GUIA DE PECADORES
Materia de consideración sobre estos pasos del texto.
AS palabras que los hombres hablan al tiempo que parten
desta vida (cuando más de cerca miran las cosas de la otra)
suelen ser muy notadas 3' encomendadas á la memoria, mayor-
mente cuando son de padres, ó amigos, ó de varones sabios y
prudentes. Y pues el más sabio de los sabios, y más amigo de
los amigos, y más padre que todos los padres, habló siete pala-
bras al fin de la vida, justo es que nosotros que somos sus espi-
rituales hijos, las tengamos siempre en la memoria y que en ellas
estudiemos noche y día.
I. Mira, pues, con cuánta caridad en estas palabras encomen-
dó sus enemigos al Padre, con cuánta misericordia recibió al la-
drón que le confesaba, con qué entrañas encomendó la piadosa
madre al amado discípulo, con cuánta sed y ardor mostró que
deseaba la salud de los hombres, con qué dolorosa voz derramó
su oración y pronunció su tribulación ante al acatamiento divi-
no, cómo llevó hasta el cabo tan perfectamente la obediencia
del Padre, y cómo finalmente le encomendó su espíritu y se re-
signó todo en sus benditísimas manos.
II. Por do parecd cómo en cada una destas palabras está
encerrado un singular documento de virtud. En la primera se nos
encomendó la caridad para con los enemigos: en la segunda, la
misericordia para con los pecadores: en la tercera, la piedad para
con los padres: en la cuarta, el deseo de la salud de los prójimos:
en la quinta, la oración en las tribulaciones y desamparos de Dios:
en la sexta, la virtud de la obediencia y perseverancia: y en la
séptima, la perfecta resignación en las manos de Dios, que es la
suma de toda nuestra perfección.
III. Considera luego aquella cruel herida que el Señor reci-
bió en su precioso y sagrado pecho, para dejarnos por allí el ca-
mino abierto para su piadoso corazón. Mandaba Dios en la ley
que se señalasen en la tierra de promisión ciertas ciudades de
refugio, para que en ellas se pudiesen guarecer los que hobiesen
cometido algún delicto: mas en la ley de gracia, en lugar destas
ciudades de refugio tienen todos los pecadores estas preciosísi-
mas llagas de Cristo, en las cuales se puedan guarecer de todos
los peligros y contradiciones del mundo.
LIBRO III. PARTE II. 3^1
IV. Y para esto señaladamente sirve la de su preciosísimo
costado,figurada en aquella ventana que mandó Dios hacer á Noé
á un lado de la arca, para que por ella entrasen todos los anima-
les á guarecerse de las aguas del diluvio. Pues, oh todos los afli-
gidos y atribulados con las aguas del diluvio deste siglo tempes-
tuoso, todos los deseosos de la verdadera paz y tranquilidad de
vuestras ánimas, acogeos á este puerto, entrad en esta arca de
seguridad y reposo, y entrad por la puerta que está abierta de
su precioso costado. Ésta sea vuestra morada, vuestro paraíso y
vuestro templo, donde para siempre reposéis.
V. Tras desto resta considerar con cuánta devoción y com-
pasión desclavarían y quitarían aquellos sanctos varones el sa-
cratísimo cuerpo de la cruz: con qué lágrimas y sentimiento lo
recebiría en sus brazos la afligidísima madre: cuáles serían allí
las lágrimas del amado discípulo, de la Sancta Magdalena y de
las otras piadosas mujeres: cómo lo envolverían en aquella sá-
bana limpia, y cubrirían su rostro con un sudario, y finalmente
lo llevarían en sus andas, y lo depositarían en aquel huerto don-
de estaba el sancto sepulcro. En el huerto se comenzó la pasión
de Cristo, y en el huerto se acabó: para que entiendas cómo por
esta vía nos libró el Señor de la culpa cometida en el huerto del
paraíso, y por ella finalmente nos lleva al huerto de la bienaven-
turanza de su gloria.
VI. Ésta es, hermano mío, la suma de la sagrada pasión, éstas
son las heridas y llagas que por nosotros recibió el Hijo de Dios .
Ésta, pues, sea nuestra gloria, nuestra guarida, nuestras canciones
y lamentaciones todo el tiempo de nuestra vida, como lo eran
de aquel religiosísimo y devotísimo sancto que dice así: ¡Oh pa-
sión amable! ¡Oh muerte deleitable! Si yo fuera el madero de aqu e-
lla sancta cruz, y en mí fueran enclavados los pies y manos del
buen Jesú, dijera á aquellos sanctos varones que lo descendieron
de la cruz: No me apartéis de mi Señor, sino sepultadme con Él,
para que nunca jamás me vea yo apartado del. Alas lo que no pue-
do hacer con el cuerpo, quiero lo hacer con el corazón. ¡ Oh, qué
buena cosa es estar en Jesucristo crucificado! Quiero hacer en Él
tres moradas, una en los pies, otra en las manos, y otra perpetua
en su corazón. Aquí quiero sosegar, y descansar, y dormir, y orar.
Aquí hablaré á su corazón, y concederme ha todo cuanto le pi-
diere. I Oh muy amables llagas de nuestro Salvador y Redemptor
382 GUIA DE PECADORES
Jesucristo! Entrando una vez por ellas los ojos abiertos, la san-
gre que dellas salía, cegóme la vista, y después que ya otra cosa
no pude ver sino sangre, atentando con las manos entré dentro
hasta las entrañas de su caridad, en las cuales así me hallé en-
vuelto, que ya más no pude salir. En ellas moro, y de sus man-
jares me sustento, y bebo de su dulce licor, el cual es tan grande,
que ni lo sé ni lo puedo decir. Mas he gran temor de salir desta
tan deleitable morada y perder la consolación en que vivo: mas
tengo firme esperanza que pues sus llagas están siempre abier-
tas, que por ellas me volveré á entrar, porque mi morada sea para
siempre en Él. ¡ Oh bienaventurada lanza y bienaventurados cla-
vos, que nos abristes el camino de la vida ! Si yo fuera el hierro
de aquella lanza, nunca quisiera de aquel divino pecho salir, sino
antes dijera: Éste es mi descanso en los siglos de los siglos, aquí
moraré, porque esta morada escogí.
Hasta aquí son palabras de S. Buenaventura.
EL DOMINGO II.
Este día podrás pensar la descendida del Señor al limbo, y
en el aparescimiento á Nuestra Señora y á la Sancta Magdalena
y á los discípulos, y después el misterio de su gloriosa ascensión.
El texto de los Evangelistas dice así.
L domingo siguiente después del viernes de la cruz, vino
María Magdalena muy de mañana antes que esclaresciese
al sepulcro, y vio quitada la piedra del, y que no estaba allí el
cuerpo.Pues como no le halló, estaba allí fuera de la casa del mo-
numento en el huerto llorando. Y estando así llorando, encunóse,
y miró en el monumento, y vio dos ángeles asentados y vestidos
de blanco, uno á la cabecera y otro á los- pies del lugar adonde
fuera puesto el cuerpo de Jesú. Los cuales le dijeron: Mujer, ,3 por-
qué lloras? Y respondió: Porque han llevado á mi Señor, y no sé
dónde lo pusieron. Y como dijo esto, volvió el rostro y vio al
Señor y no lo conosció. Díjole pues el Señor: Mujer, ¿para qué
lloras? ¿Á quién buscas? Ella creyendo que era el hortelano de
aquel huerto, díjole: Señor, si tú le tomaste, dime dónde le pu-
LIBRO III. PARTE II. 383
siste, que yo le llevaré. Dijo entonces el Señor: María. Respon-
dió ella: Maestro. Dícele el Señor: No toques á mí, sino ve y di
á mis hermanos que subo á mi Padre y á vuestro Padre, á mi
Dios y á vuestro Dios. Vino luego María Magdalena y dio cuen-
ta desto á los discípulos, diciendo: Vi al Señor, y díjorae esto y
esto que os dijese.
De cÓ7no el Señor apareció á sus discípulos.
STANDO ellos hablando esto, apareció Jesús en medio de
sus discípulos, y díjoles: Paz sea con vosotros. Mas ellos
conturbados y espantados, pensaban que vían algún espíritu, y
El díjoles: ¿ De qué ós turbáis? Mirad mis pies y mis manos, que
yo mismo soy. Palpad y ved, porque el espíritu no tiene carne
como veis que yo tengo. Y dicho esto, mostróles las manos y los
pies. Estando ellos así, que por una parte no creían y por otra se
maravillaban de alegría, díjoles: ^Tenéis aquí algo que comer?
Y ellos ofreciéronle un pedazo de pesce asado y un panal de miel.
Y como comiese delante dellos, tomando las sobras de lo que
quedaba, dióselas, y díjoles: Estas son las palabras que yo os decía
cuando estaba con vosotros, que era necesario cumplirse todas las
cosas que de mí están escriptas en la ley de Moisén y en los pro-
fetas y psalmos. Entonces les abrió el sentido para entendiesen las
Escripturas. Y díjoles: Así está escripto, y así convenía que Cristo
padeciese y resucitase de los muertos al tercero día, y se pre-
dicase en su nombre penitencia y perdón de pecados en todas
las gentes, comenzando de Hierusalem. Y vosotros sois testigos
de todo esto. Y yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Pa-
dre, y entretando estad quietos en la ciudad hasta que seáis ves-
tidos de la virtud de lo alto.
De la Ascensión del Señor,
llevólos á Betañia, y levantadas sus manos en alto, bendí-
joles. Y acaesció que estándolos bendiciendo, apartóse de
ellos, y subióse al cielo, tomándolo una nube delante de sus ojos.
Y como ellos estuviesen mirando cómo iba al cielo, veis aquí dos
varones vestidos de ropas blancas se llegaron á ellos, y les dije-
384 GUIA DE PECADORES
ron: Varones de Galilea, ,jqué hacéis aquí mirando al cielo? Este
Jesús que es llevado al cielo de entre vosotros, de esta misma
manera volverá, como le visteis ir al cielo.
Materia de consideración sobre estos pasos del texto.
CERCA de la resurrección del Señor considera primeramen-
te qué tan grande sería el alegría que aquellos sanctos pa-
dres del limbo recibirían este día con la visitación y presencia de
su libertador, y qué gracias y alabanzas le darían por esta salud
tan deseada y esperada. Dicen los que vuelven de las Indias
orientales en España, que tienen por bien empleado todo el trabajo
de la navegación pasada, por el alegría que reciben el día que
vuelven á su tierra. Pues si esto hace la navegación y destierro
de un año ó de dos años, ¿qué haría el destierro de tres ó cua-
tro mil años el día que recibiesen tan gran salud y viniesen á
tomar puerto en la tierra de los vivientes?
II. Considera también el alegría que la sacratísima Virgen
recibiría este día con la vista del Hijo resuscitado: pues es cierto
que así como ella fué la que más sintió los dolores de su pasión,
asi ella fué la que más gozó del alegría de su resurrección. Pues
¿qué sintiría cuando viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acom-
pañado de todos aquellos sanctos padres que con El resuscita-
ron? ¿Qué diría? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos, y las lágrimas
de sus ojos piadosos, y los deseos de irse tras Él, si le fuera
concedido ?
III. Considera el alegría de aquellas sanctas Marías, y espe-
cialmente de aquella que perseveraba llorando par de el sepul-
cro, cuando se derribase ante los pies del Señor y le viese en
tan gloriosa figura. Y mira bien que después de la madre, á
aquélla primero apareció, que más amó, más perseveró, más
lloró y más solícitamente le buscó: para que así tengas por cier-
to que hallarás á Dios, si con estas mismas lágrimas y diligencia
le buscares.
IV. Considera también por una parte la flaqueza de los discí-
pulos, que tan presto desfallecieron y perdieron la fe con solo el
escándalo de la pasión, teniendo tantas prendas de milagros para
tío desmayar, y entiende por aquí cuan grande sea nuestra mi-
LIBRO III. PARTE II. 385
seria y cuan pocas cosas bastan para hacernos perder la fe y la
confianza, por mayores prendas y firmezas que tengamos. Y con-
sidera por otra la bondad y providencia paternal de nuestro Se-
ñor, que no deja á los suyos por mucho tiempo estar penando,
sino luego los socorre con el regalo de su visitación. Conoce
muy bien nuestra flaqueza, sabe la masa de que somos com-
puestos, y por esto no permite que seamos tentados más de lo
que podemos. Cinco veces les apareció el mismo día que resus-
citó, y los tres días del sepulcro abrevió en cuarenta horas (que
aun no hacen dos días naturales) y en lugar destas cuarenta ho-
ras de tristeza les dio cuarenta días de alegría: para que veas
cuan piadoso ,v cuan benigno es este Señor para con los suyos,
y cuánto más largo es en darles consolaciones que trabajos.
V. Considera de la manera que aparesció á los dos discípulos
que iban á Emaús, en hábito de pelegrino, y mira cuan afable se
les mostró, cuan familiarmente los acompañó, cuan dulcemente se
les disimuló, y en cabo cuan amorosamente se les descubrió, y los
dejó con toda miel y suavidad en los labrios. Sean, pues, tales
tus pláticas cuales eran las de éstos, y trata con dolor y senti-
miento lo que trataban éstos (que eran los dolores y trabajos de
Cristo) y ten por cierto que no te faltará su presencia y compa-
ñía, así como á éstos no faltó.
De ¡a Ascensión del Señor.
j CERCA del misterio de la Ascensión considera primeramen-
JL mente cómo dilató el Señor esta subida á los cielos por
espacio de cuarenta días, en los cuales aparesció muchas veces
á sus discípulos, y los enseñaba, y platicaba con ellos del reino
de Dios. De manera que no quiso subir á los cielos, ni apartarse
de ellos, hasta que los dejó tales que pudiesen con el espíritu su-
bir al cielo con Él. Donde verás que á aquéllos desampara mu-
chas veces la presencia corporal de Cristo (esto es, la consolación
sensible de la devoción) que pueden ya con el espíritu volar á lo
alto, y están más seguros del peligro. En lo cual maravillosamente
resplandesce la providencia de Dios, y la manera que tiene en
tratar á los suyos en diversos tiempos, cómo regala á los flacos
y ejercita los fuertes, da leche á los pequeñuelos y desteta los
OBRAS DE GRANADA. X— 25
386 GUIA DE PECADORES
grandes, consuela los unos y prueba los otros, y así trata á cada
uno según su condición. Por donde ni el regalado tiene por qué
presumir, pues el regalo es argumento de flaqueza, ni el des-
consolado por qué desmayar, pues esto es muchas veces indicio
de fortaleza.
II. Mandó á los discípulos que estuviesen todos á una en la
ciudad esperando la virtud y socorro del cielo: para que entien-
das cuánto hace al caso la concordia para alcanzar la gracia,
según aquello del Psalmista que dice: Mirad cuan buena cosa es
y cuan alegre morar los hermanos en uno &c. Porque sobre los
tales enviará el Señor la misericordia y la vida en los siglos.
III. En presencia de los discípulos, y viéndolo ellos, subió al
cielo: porque ellos habían de ser testigos destos misterios, y nin-
guno es mejor testigo de las obras de Dios, que el que las sabe
por experiencia. Si quieres saber de veras cuan bueno es Dios,
cuan dulce y cuan suave para con los suyos, cuánta sea la virtud
y eficacia de su gracia, de su amor y de sus consolaciones, pre-
gúntalo á los que lo han probado, que ésos te darán dello sufi-
ciente testimonio.
IV. Quiso también que le viesen subir á los cielos, para que
le siguiesen con los ojos y con el espíritu, para que sintiesen su
partida, para que les hiciese soledad su ausencia, porque éste era
el más conveniente aparejo para recibir la divina gracia. Pedió
Elíseo á Elias su espíritu, y respondióle el buen maestro: Si vie-
res cuando me parto de ti, será lo que pediste. Pues aquéllos
serán herederos del espíritu de Cristo, á quien el amor hiciere
sentir la partida de Cristo, los que sintieren su ausencia, y que-
daren en este destierro sospirando siempre por su presencia. Por-
que el Espíritu Sancto ama á los amadores de Cristo: y de tal
manera los ama, que no les pide otro más conveniente aparejo
que amor, para comunicarles su gracia. Así lo hizo con aquella
sancta pecadora de quien se dijo: Fuéronle perdonados muchos
pecados, porque amó mucho.
V. Pues ¡qué sería la soledad, el sentimiento, las voces y
las lágrimas de la sacratísima Virgen, del amado discípulo, y de
la sancta Magdalena, y de todos los Apóstoles, cuando viesen ír-
seles y desaparecer de sus ojos Aquél que tan robados tenía sus
corazones! Y con todo esto se dice que volvieron á Hierusalera
con grande gozo, por lo mucho que le amaban. Porque el mismo
LIBRO III. PARTE ll. 38/
amor que les hacía sentir tanto su partida, por otra parte les ha-
cía gozarse mucho más de su gloria: porque el verdadero amor
no se busca á sí, sino al que ama.
VI. Resta considerar con cuánta gloría, con qué alegría y con
qué voces y alabanzas sería recebido aquel noble triunfador en
la ciudad soberana, cuál sería la fiesta y el recibimiento que le
harían, qué sería ver allí ayuntados en uno hombres y ángeles,
y todos á una caminar á aquella noble ciudad, y poblar aquellas
sillas desiertas de tantos años, y subir sobre todos aquella sacra-
tísima Humanidad,y asentarse á la diestra del Padre. Todo esto es
mucho de considerar, para que se vea cuan bien empleados son
los trabajos por amor de Dios, y cómo el que se humilló y pa-
desció más que todas las criaturas, es aquí engrandescido y le-
vantado sobre todas ellas.
TERCERO EJERCICIO
DE LA MEMORIA CONTINUA DE DIOS
[emáS destos dos ejercicios de la consideración de los
beneficios divinos y de los misterios de la vida de
Cristo, hay otro perpetuo que nos enseñó el profeta
David cuando dijo: Ponía yo al Señor siempre delante de mis ojos,
porque Él anda á mi diestra para que no pueda yo ser movi-
do. Y en otro lugar: Mis ojos (dice) tengo siempre puestos en el
Señor, porque Él librará mis pies de los lazos.
Debe, pues, el cristiano (conforme á este ejemplo) trabajar
cuanto le sea posible por no perder á Dios de vista, y por andar
siempre en su presencia y hacer y decir todas sus cosas como
quien las hace en presencia de Aquél que todo lo ve. Esto es
una de las cosas que más ayuda á conservar la devoción, y á
entretener el hombre en toda virtud y justicia, y hacerle andar
humilde, recogido y compuesto dentro y fuera de sí mismo. Y
porque nuestro corazón es tan instable, que no puede siempre
permanecer en esto, á lo menos trabaje el hombre de acudir mu-
chas veces á este puerto y tomar ocasión así de los artículos y
tiempos del día, como de los mismos negocios que se le ofrecie-
ren, para levantar su corazón á Dios y perseverar en este ejer-
cicio. Porque primeramente á la mañana, en despertando en la
cama, puede luego poner los ojos en el paso que ha de meditar
aquel día, para ocupar luego la posada con buenos pensamientos
antes que los contrarios la ocupen: porque después son dificul-
tosísimos de echar de casa.
En levantándose debe luego dar gracias al Señor por la no-
che quieta que le dio, y por todos los otros beneficios recibidos,
y ofrecer todo lo que aquel día hiciere, dijere ó padesciere, que
todo sea para su gloria, y pedirle gracia contra todas aquellas
culpas y negligencias á que se siente más inclinado, y en que
suele caer más á menudo.
Tras desto, cuando comenzare á obrar y poner las manos
en algo, siempre anteponga la oración á todas sus obras, para
LIBRO III. PARTE II. 3S9
que todas comiencen por Dios, y vengan finalmente á acabarse
por Él.
A la hora de tercia, cuando oye tañer á misa, acuérdese que
aquella hora vino el Espíritu Sancto sobre los discípulos, y pida
húmilmente al Señor una centella siquiera de aquel divino fue-
go que Él vino á poner al mundo.
Antes y después de haber comido y cuando come, extienda
su corazón á pensar en la variedad y infinidad de cosas que la
divina largueza y providencia crió para sustentación de los hom-
bres, y en la ingratitud y olvido dellos para con Él, y en la par-
ticular merced que á él hace, proveyéndole tan sobradamente y
tan sin trabajo suyo de lo que otros tienen tanta necesidad. Y
para que la comida sea con más templanza, puede traer á la me-
moria la hiél y vinagre de Cristo, y las abstinencias espantosas
de aquellos Padres del yermo, y la sed que padesce aquel rico
glotón hasta hoy en el infierno, por haber sido en esta parte de-
masiadamente regalado.
A medio día acuérdese que el Señor expiró en esta hora:
á las vísperas, que entonces fué quitado de la cruz: y á las com-
pletas, que en esta hora fué sepultado en el sepulcro: y á la me-
dia noche, que en esa misma hora nasció y resuscitó para nues-
tro bien: y déle gracias por todos estos beneficios, pidiéndole que
le haga siempre participante de estos misterios.
Antes que se acueste, examine su consciencia (como ya se
dijo y adelante se dirá) y cuando se acostare en la cama, cruce
sus brazos y póngase en la manera que estará en la sepultura,
y mire en qué ha de parar toda la gloria del mundo, y en cabo
diga un responso sobre sí, como sobre un defunto, y pida al Se-
ñor entonces socorro para aquella postrera necesidad. Y todas
cuantas veces despertare de noche, siempre sea con la memoria
de Dios y con la boca llena de sus alabanzas, diciendo el Glo-
ria Patri &c. Jesu, nostra redemptio &c. ó alguna cosa semejante.
Todas las veces que el reloj diere la hora, acuérdese de la
hora de su muerte, que á más andar se va llegando, y de la
hora que Dios por él murió, y diga: Bendita sea la hora en que
mi Señor Jesucristo nasció y murió por mí. Señor Dios mío, á
la hora de mi muerte acuérdate de mí.
Todas las veces que hobiere de entrar en algún negocio, mo-
yormente si es perplejo, peligroso ó dificultoso, ármese primera
390 GUIA DE PECADORES
solícita y fuertemente con oraciones, consideraciones y fuertes
propósitos, para salir bien de aquel peligro, sin remordimientos
de consciencia y materia de descontentos.
Y aunque muchas veces haciendo todas estas cosas no sienta
gusto ni devoción, ni le parezca que esto sir\'e de nada, no por
eso desista deste piadoso cuidado, porque todavía esto es de mu-
cho más provecho de lo que él piensa. Y crea cierto que una de
las cosas que más sirven para hacer al hombre andar como
un reloj muy concertado, es traer siempre el corazón con este
continuo recogimiento. Y porque desto tratamos en otra parte
más copiosamente, por agora bastará lo dicho, pues entendido el
intento de este negocio, fácilmente inventará luego la devoción
otras maneras de oraciones y meditaciones con que levantar mu-
chas veces el espíritu á Dios.
CUARTO EJERCICIO
EN EL EXAMEN DE Sí MISMO
,EMAs déstos hay otro muy principal ejercicio, que es
como fin de todos estotros, el cual también nos en-
señó el mismo profeta David, cuando dijo: Páseme á
meditar de noche en mi corazón, y allí me ejercitaba y barría
mi espíritu. En las cuales palabras da á entender el ejercicio
que tenía de recogerse en el tiempo más quieto y oportuno de la
noche, para escudriñar su vida, y examinar su consciencia, y ba-
rrer y echar fuera toda la inmundicia de vicios que hallase
en ella.
Pues para esto es mucho de notar que lo que principalmen-
te pretendemos alcanzar por todos estos ejercicios sobredichos,
es el cumplim.iento de la ley de Dios, y la mortificación de todos
nuestros apetitos y malas inclinaciones, y la ejecución de las obras
de las virtudes. Porque para alcanzar esto aprovecha señaladamen-
te la lición, la consideración, la oración, y también el silencio, el re-
cogimiento, el ayuno, la misa, el oficio divino, las cerimonias sa-
gradas y el uso de los sacramentos, y otras cosas semejantes. De
manera que así como el comer sirve para vivir, y la medicina
para la salud, así todos estos sanctos ejercicios (demás de ser
muy gran parte de la virtud) son medios eficacísimos para alcan-
zar la perfección de las virtudes, cada uno en su manera. Entre
los cuales uno de los más principales (como ya dijimos) es la
oración y consideración: por donde si encomendamos mucho esta
virtud en diversos lugares, no la encomendamos solamente por
lo que ella es en sí, sino mucho más por lo que ayuda para las
otras virtudes.
Y con ser esto así, hay muchas personas muy engañadas: las
cuales engolosinadas con la miel que hallan en estos ejercicios,
y atemorizadas con la dificultad del fin á que se ordenan, em-
plean todo su caudal en lo uno, porque es dulce, y dejan lo otro,
porque es amargo. ¡Pobres de vosotros! ^Qué os aprovecha ca\'ar
392 GUIA DE PECADORES
la tierra, si no sembráis? ¿Qué ablandar el fuego en la fragua, si
no lo labráis? (iQué tomar purgas y medicinas, si no sanáis? Pues si
todo esto se ordena para alcanzar la virtud, (¡qué os pueden apro-
vechar todos estos y otros muchos ejercicios, si no la alcanzáis?
Pues para no caer en este engaño diabólico (en que muchas
■personas el día de hoy están caídas) el remedio es que así
como el que navega por la mar, tiene los ojos y el corazón siem-
pre puestos en el puerto, y á él endereza todos los pasos de su
navegación, así el varón devoto enderece todos sus ejercicios al
puerto de las virtudes, y éstas pretenda alcanzar en todos ellos:
y cuando esto no le sucediere, tenga por mal empleados todos
sus trabajos, pues sabe que está escripto: No todo aquél que me
dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre.
Pues por esta causa dije que el principal destos ejercicios ha
de ser el examen de la vida, que es estudiar en la purificación de
la consciencia, y en la mortificación de las pasiones, y en la eje-
cución y plática de las virtudes. Para lo cual debe el hombre
tener por estilo tomar cada día un pedazo de tiempo, y entrar
en juicio consigo mismo, y meter la mano en su señó, y exami-
nar con todo rigor primeramente la intención que tiene en las
obras que hace, si es Dios, si mundo, si algún interese proprio: por-
que infinitas veces acaesce perderse todo el mérito de las obras
que hacemos, por la dañada intención que en ellas tenemos.
Examine también sus aficiones, y mire si está secretamente
enlazado en el amor de alguna criatura, sea persona, sea otra
cosa cualquiera: como vemos muchos cativos del afición de su
celda, de sus libricos, de sus imagines, de sus parientes, de su
quietud que llaman, y de otros idolillos semejantes en que están
enlazados sus corazones. Los cuales ordinariamente son cadenas
que impiden á las personas espirituales el vuelo de la oración y
contemplación.
Examine también sus afectos y pasiones, para ver qué tanto
es lo que tiene ya vencido y mortificado dellas. Mire si todavía
vive en él el afecto de la ira, de la vanagloria, de la envidia, de la
tristeza perezosa, de la vana alegría, de la ambición, de la pre-
sumpción, del amor proprio, de los apetitos del regalo y buen tra-
tamiento de su cuerpo, y de otras cosas semejantes.
Examine también los pensamientos de su corazón, y mire la
LIBRO III. PARTE II. 393
guarda que tiene puesta en él, y de la manera que resiste á los
malos pensamientos, si por ventura se detiene algo en despe-
dirlos de sí, &c.
Examine también sus palabras y su lengua (que es uno de
los mayores monstruos que hay, y más dificultoso de domar) y
mire si es muy hablador, si jura sin necesidad, si miente, si lison-
jea, si dice bien de sí, ó mal de otro, si es precipitado en hablar,
si mal compuesto, ó desentonado, ó atronado en sus palabras,
si muy desenvuelto, ó muy polido, ó por el contrario muy efe-
minado en la manera del hablar, &c.
Examine también sus obras, y principalmente mire lo que ha
alcanzado en las virtudes: cuánto tiene de misericordia, de obe-
diencia, de paciencia, de humildad, de mansedumbre, de pruden-
cia, de esperanza, de menosprecio de mundo, y de amor y te-
mor de Dios, &c. Mire, pues, lo que ha aprovechado en el ejer-
cicio de las virtudes y en la victoria de sus pasiones, que es el
fin de todo este negocio, como ya dijimos.
Mire el tiempo cómo lo gasta, pues de cada momento ha de
dar cuenta, y mire finalmente todo lo demás que desta materia
tratamos en el hbro pasado, donde también hablamos deste mis-
mo ejercicio. El cual es muy breve de decir y muy largo de
hacer: y aunque hinche pocas hojas de escriptura, debe ocupar
mucha parte' de la vida, pues toda ella ha de ser un perpetuo
examen y escrutinio de la consciencia.
Acabado este examen, llore todos estos males que en sí ha-
llare, y pida húmilmente al Señor el perdón y remedio dellos:
mas de tal manera los llore, que nunca por eso desespere, antes
si mil veces al día cayere, mil veces se levante y se vuelva á su
criador, y cuanto más viere que le sufren, y le esperan, y le per-
donan, tanto más conozca y ame la paciencia y nobleza de su
perdonador. Desta manera hará medicina de la ponzoña, y to-
mará ocasión para más amar de donde otros la toman para
desmayar.
QUINTO EJERCICIO
DE LA MANERA DE DECIR EL OFICIO DIVINO
l¿^^^ STOS cuatro ejercicios susodichos son comunes á todos
(| ^r^^^ hay otro especial para las personas eclesiásticas y
^ >„^ religiosas, que es el cantar psalmos y asistir á las
siete horas del oficio divino, el cual también nos enseñó el so-
bredicho rey David, grande enseñador de todos estos espiritua-
les ejercicios, cuando en uno de sus Psalmos dijo: Siete veces en
el día te di. Señor, alabanzas sobre los juicios de tu justicia.
Pues qué tan grandes sean las utilidades deste tan sancto y
canónico ejercicio, apenas se puede explicar con palabras. Por-
que primeramente, aquí entreviene el espíritu y la doctrina délos
Psalmos, de cuyas alabanzas dice un religioso doctor así: Muchos
dijeron muchas cosas excelentemente en alabanzas de la psal-
modia, mas ninguno hasta agora la alabó según su dignidad y
merescimiento, ni la alabará jamás. Porque tanta es la virtud de
ella, que no se puede explicar con palabras. Si la entendiésemos
y tratásemos dignamente, sola ella podría bastar para todos los
espirituales ejercicios, ora quisiésemos leer, ó meditar, ó orar, ó
alabar á Dios. Porque ella es un tesoro infinito, en quien está
encerrado todo lo que para la purificación, ó salud, ó enseñanza,
ó atavío, ó consolación de nuestras ánimas es necesario. Torre
es, yelmo es, cuchillo es, medicina es, mantenimiento es, un-
güento es, corona es y lumbre es. Libra á los que peligran, sana
á los enfermos, alumbra los ciegos, despierta los perezosos, in-
flama los fi-íos, consuela los tristes, esfijerza los flacos, cría abo-
rrecimiento del pecado, engendra menosprecio del mundo, en-
ciende en el amor de Dios, causa deseo de la vida eterna, con-
firma la fe, fortalece la esperanza, acrescienta la caridad, esfuerza
la paciencia, enseña la templanza, imprime la castidad, purifica
los corazones, pacifica las consciencias, alegra las ánimas, renue-
va y trasforraa todo el hombre interior, y lo deja con una ma-
LIBRO III. PARTE II. 395
ravillosa dulcedumbre rociado y recreado. De manera que nin-
guna oración puede ser compuesta por humano ingenio tan
perfecta, ni tan alta, ni tan sagrada como ésta es. Y por esto el áni-
ma que no tiene estragado el paladar interior, siente maravillosos
y inefables deleites en ella. Finalmente la psalmodia es cantar
del cielo: así hace celestiales á todos los que se dan á ella, y los
hace de hombres ángeles. Dejadas, pues, todas las vanidades
deste siglo, exhórtemenos (según el consejo del Apóstol) unos á
otros en psalmos, himnos y cantares espirituales, cantando en
nuestros corazones á Dios, y adornando nuestras ánimas con las
alabanzas divinas.
Todas estas palabras declaran cuan divino sea este ejercicio:
con lo cual también se junta la suavidad del canto eclesiástico y
de las voces de la Iglesia, que ayudan mucho á despertar el gus-
to y devoción de lo que se canta. Y a}aida también la cuantidad
y variedad del tiempo en que esto se hace: porque así como en
esto se gastan muchas horas del día, así hay mucho aparejo para
embriagar las ánimas con este licor celestial. Y con esto también
se junta la reverencia del lugar y la presencia del sanctísimo Sa-
cramento, ante quien se celebran los oficios divinos: que es una
cosa muy poderosa para despertar la devoción. Y júntase con esto
también el ejemplo y compañía de los otros que cantan, que hace
más cierta la asistencia de los sanctos ángeles y más eficaz nues-
tra oración, según aquello del Salvador que dice: Si dos de vos-
otros consintieren sobre la tierra en cualquier cosa que pidieren
á mi Padre, serles ha concedida.
Todas estas cosas declaran la alteza y dignidad deste sancto
ejercicio, si se hiciese como debe. Mas hay de nuestra parte un
grande impedimento, que es la poca atención y devoción conque
asistimos á los oficios divinos, parte por nuestra culpa y negli-
gencia, y parte también por la flaqueza y inconstancia de nuestro
corazón. Porque no hay hoja de árbol tan inconstante, tan ins-
table y tan movediza como es el corazón humano, pues apenas
hay momento que permanezca en un mismo ser, si no está fuer-
temente aferrado con alguna grande pasión ó devoción.
Pues el que desea no carecer del fructo deste divinísimo ejer-
cicio, lo que debe hacer es lo siguiente.
Primeramente procure de tener sus oraciones y devociones
particulares, como arriba se ha tratado: porque (como dice Jer-
39^ GtJlA DE PECADORES
son) ninguno asiste mejor á las oraciones públicas, que aquél que
está mejor ejercitado en las oraciones secretas, porque en las unas
se dispone y apareja el corazón para las otras.
Lo segundo que debe hacer, es aparejarse antes que vaya
al coro, con todas aquellas consideraciones y preámbulos que arri-
ba señalamos en la preparación para orar, y junto con esto supli-
car al Señor quiera recoger todos los derramamientos de su co-
razón y le dé gracia para asistir á los oficios divinos con aquella
atención y devoción, y con aquel gusto y sentimiento, y con aquel
acatamiento y reverencia que conviene tener delante de su Ma-
jestad y de toda la corte celestial que allí existe, y no permita
El que entristezcamos á los sanctos ángeles y los dejemos ir va-
cíos de nuestras oraciones, ni permita que asistamos en compa-
ñía de los otros que cantan, en la manera que asistía Satanás en-
tre los hijos de Dios: ni que seamos del número de aquéllos que
habiendo pisado en los lagares (donde se exprime el vino del Es-
píritu Sancto) quedemos muertos de sed.
Y demás de esto, en llegando á la puerta del coro (como
aconseja Sant Bernardo) mandemos á todos nuestros pensamien-
tos y cuidados que nos queden allí aguardando entretanto que
estamos negociando con Dios. De manera que sólo Abraham y
Isaac (que es figura del gozo espiritual) suban á lo alto del mon-
te, mas todos los otros criados y familia se queden á las raíces del.
Lo tercero, después de entrado en el coro, trabaje por reco-
ger sus pensamientos y cumplir aquello de Sant Augustín, que di-
ce: Cuando con los psalmos y himnos hacéis oración á Dios, traba-
jad que lo que pronunciáis por la boca, eso tengáis en el cora-
zón. Para lo cual conviene mucho considerar que aquel lugar de
las alabanzas divinas es también lugar de juicio, donde cada uno
recibirá la luz 3^ el sentimiento de las cosas espirituales según
su merecido y según la manera de su aparejo. Y para mayor
acrecentamiento de este temor, debe el hombre afear la culpa de
su distraimiento por todas las vías que pudiere. Para lo cual, im.a-
gine que esto es un linaje de apostasía espiritual, tener el cuer-
po en el coro y andar con el corazón por el mundo. Imagine tam-
bién que esto es un linaje de hurto y de sacrilegio, con que de-
fraudamos á Dios del sacrificio que por nuestra parte le debe-
mos. Imagine que esto es ofrecer á Dios los huesos roídos de la
vianda, y dar al mundo la pulpa y la médula del corazón. Imagine
LIBRO III. PARTE II. 397
que esto es ofrecerle sacrificio con levadura (cosa tan defendida
en la ley) cuando con pensamientos y cuidados terrenos conta-
minamos y ensuciamos las alabanzas que le ofrecemos. Y sobre
todo esto imagine que en hecho de verdad las personas eclesiás-
ticas están obligadas so pena de pecado mortal á decir el oficio
divino: lo cual no ha de ser sin alguna manera de atención, que
es cosa que se había mucho de encarecer y avisar, por el grandí-
simo descuido y peligro que en esto hay.
Pues para esto conviene estar ahí con grandísima vigilancia y
proveer que esta anguila tan deleznable de nuestro corazón no
se nos cuele por entre los dedos sin sentirlo. Imagine que el co-
razón humano está como un pedazo de carne con cinco ó seis
alanos hambrientos al derredor: porque por un cabo están los
cuidados, por otro los negocios, por otro las aficiones, por otro
las indev^ociones, las cuales como unos alanos hambrientos están
rabiando por dar bocados en el corazón y llevárselo en pos de
sí, y no á pedazos sino todo entero: y por esto conviene velar
con grandísima diligencia sobre la guarda del.
Los que entienden latín, pueden ayudar á la atención con los
misterios que van diciendo: mas los que no lo entienden, pueden
ocuparse en algún sancto pensamiento con que se sustente y cebe
la devoción. Y es muy buen consejo repartir los pasos de la sa-
grada Pasión por las siete horas canónicas: y no sólo esto, mas
toda la vida de Cristo y todos los beneficios divinos (de que
arriba tratamos) y cualquiera otro pensamiento puede ser materia
de consideración en este sancto ejercicio. Y el que esto hiciere,
tenga por cierto que aprovechará muy mucho en poco tiempo, y
que recibirá tan grandes lumbres y consolaciones del Espíritu
Sancto, que le parecerá muchas veces que no está ya en la tierra,
sino en el cielo. Y si cuando así estuviere, entendiere que la pro-
nunciación de las palabras le es impedimento de la devoción y
elevación del espíritu en Dios, podrá entonces dejar de pronun-
ciarlas, si hay otros que suplan por Él, ó si la obediencia ro le
manda lo contrario: y después de acabada la hora podrá suplir
aquello que faltó.
TERCERO TRACTADO DE ESTE LIBRO
EN EL CUAL SE TRATA
DE LA FORMA QUE SE PODRÁ TENER EN EL EJERCICIO
DE LA CONSIDERACIÓN.
¡^])0D0 lo que hasta aquí se ha dicho, sirve para dar
materia de consideración, que es una de las princi-
pales partes deste negocio: porque la menor parte
de la gente tiene suficiente materia de consideración, y así por
falta de ella, faltan muchos en este ejercicio. Agora diremos su-
mariamente de la manera y forma que en esto se podrá tener.
I. Sea pues el primero aviso éste, que cuando nos pusiéremos
á considerar alguna cosa de las susodichas en sus tiempos y ejer-
cicios determinados, no debemos estar tan atados á ella, que ten-
gamos por mal hecho salir de aquélla á otra, cuando halláremos
en ella más devoción, más gusto ó más provecho. Porque como
el fin de todo esto sea la devoción, lo que más sirviere para la de-
voción, eso se ha de tener por lo mejor. Aunque esto no se debe
hacer por livianas causas, sino con ventaja conocida.
II. Sea el segundo, que los misterios de la vida de nuestro
Salvador, y todos aquellos que se pueden figurar y debujar con
la imaginación (como es el lugar del paraíso, del infierno, de la
sepultura, &c.) debe el hombre procurar de figurarles allí delante
de sí, ó dentro de su mismo corazón, para que esta presencia de
los objetos le despierte más la devoción. Desta manera cuando
meditare el misterio del nascimiento, ó el paso de la columna, &c.
podrá figurar dentro de sí ó delante de sí aquel establo ó aquel
pretorio, con todo lo demás que allí pasó, como un pintor lo de-
bujaría en una tabla: porque mientra más al proprio lo pintare,
más afectuosamente se moverá su corazón.
III. Sea el tercero y muy principal, que en esta representa-
ción y consideración se contente con una simple y sosegada vista
de ías cosas y con un moderado afecto y sentimiento dellas, tal
cual el Señor quisiere dar. De manera que ni fatigue el enten-
LIBRO III. TRATADO ÍII. 399
pimiento con demasiada especulación y vehemente atención (por-
que no estrague la cabeza y desfallezca á medio camino) ni fa-
tigue tampoco la parte afectiva del ánima con demasiados afec-
tos y sentimientos sacados y exprimidos á fuerza de brazos, por-
que esto más suele impedir que ayudar la devoción. De manera
que aunque este negocio sea más de voluntad que de entendi-
miento, pero ni en lo uno ni en lo otro conviene que haya de-
masiada ni forzada violencia, sino sosegada y quieta atención. Por
do parece que ni aciertan los que son muy parleros con el entendi-
miento, ni tampoco los que quieren exprimir las lágrimas y la devo-
ción y compasión á fuerza de brazos: porque lo uno y lo otro es
extremo del cual huye siempre la virtud, que está en el medio.
IV. Sea el cuarto, que no se congoje cuando en la oración le
perseguieren diversos pensamientos, ni cuando le faltaren las con-
solaciones espirituales. Porque io uno es natural condición de
nuestra flaqueza, y lo otro muchas veces permisión divina, la cual
quiere por esta vía probar y ejercitar nuestra humildad, nuestra
fidelidad, nuestra paciencia y perseverancia. Así lo hizo con la
Cananea, y cuanto más ásperamente parece que la trató á los
principios, tanto más gloriosamente la honró y consoló al fin.
V. Y mu}- particularmente debe estar avisado que no se con-
goje cuando esto señaladamente le acaesciere al principio del ejer-
cicio: porque (regularmente hablando) no puede súbitamente el
corazón humano pasar del extremo de la sequedad al extremo
de la devoción sino pasando por los medios. Verdad es que así
como cuando está más seca la leña, más presto se enciende el
fuego en ella, y cuanto más verde más tarde, así también lo hace
la llama de la devoción en la leña de nuestro corazón. Espere,
pues, el hombre á los principios con toda humildad y paciencia,
porque de toda esta dilación es merecedora la divina gracia. Ne-
gocio es éste de corazones sosegados y flemáticos, no de colé-
ricos y bulliciosos. Y si después desta dilación y esperanza el
Señor le diere algo, tómelo con mucha humildad y agradeci-
miento: y si no, haga también lo mismo, no agraviándose de lo que
se le niega, pues no lo merece, sino agradesciendo lo que le dan,
pues se lo dan de gracia. Esto hecho, levántese contento y ale-
gre, y piense que no ha perdido tiempo en esto, pues hizo lo
que era de su parte, que es lo que el Señor pide á una tan flaca
y miserable criatura como es el hombre.
DE LAS COSAS QUE AYUDAN Á LA DEVOCIÓN
CAPÍTULO II.
'ara este mismo negocio hace mucho al caso procu-
rar todas aquellas cosas que ayudan á la devoción,
'^ üv\\^¿^ y evitar todas aquellas que la impiden: porque (co-
mo arriba dijimos) así como la consideración ayuda á la devo-
ción, así también la devoción á la misma consideración de donde
nace: lo cual es común á todas las virtudes, que tienen esta ma-
nera de conexión, porque las unas se ayudan á las otras como
madre á hija y hija á madre.
I. Las cosas, pues, que ayudan á la devoción, son muchas.
Porque primeramente ayuda tomar estos sanctos ejercicios muy
de veras y muy á pechos, con un corazón muy determinado y
ofrecido á todo lo que fuere necesario para alcanzar esta precio-
sa margarita, por arduo y dificultoso que sea.
II. Ayuda también la guarda del corazón de todo género de
pensamientos ociosos y vanos, y de todos los afectos y amores
peregrinos, y de todas las turbaciones y movimientos apasiona-
dos, pues está claro que cada cosa de éstas impide la devoción,
y que no menos conviene tener el corazón templado para orar
y meditar, que la vihuela para tañer.
III. Ayuda también la guarda de los sentidos, especialmente
de los ojos, y de los oídos, y de la lengua: porque por la lengua
se derrama el corazón, y por los ojos y oídos se hinche de di-
versas imagines de cosas con que se perturba la paz y sosiego
del ánima. Por donde con razón se dice que el contemplativo ha
de ser sordo, y ciego, y mudo, para que no derramándose nada
por defuera, esté todo recogido de dentro.
IV. Ayuda para esto mismo la soledad, porque no sólo quita
las ocasiones de distraimiento á los sentidos y al corazón, sino
también convida al hombre á que more dentro de sí mismo y
trate con Dios y consigo.
V. Ayuda otrosí la lición de los libros espirituales y devotos,
porque dan materia de consideración, y recogen el corazón, y
LIBRO III. TRATADO III. 4OI
despiertan la devoción, y hacen que el hombre de buena gana
piense en aquello que le supo dulcemente.
VI. Ayuda la memoria continua de Dios y el uso de aque-
llas breves oraciones que S. Augustín llamó jaculatorias, porque
éstas guardan la casa del corazón y conserv' an el calor de la de-
voción, como arriba se platicó.
VIL Ayuda también la continuación y perseverancia en los
buenos ejercicios en sus tiempos y lugares ordenados, mayor-
mente á la noche ó á la madrugada, que son los tiempos más
convenibles para la oración, como toda la Escriptura nos enseña.
VIH. Ayudan las asperezas y abstinencias corporales, la mesa
pobre, la cama dura, el cilicio y la disciplina, y otras cosas seme-
jantes: porque todas estas cosas así como nascen de la devoción,
así despiertan, conservan y acrecientan la raíz de donde nascen.
IX. Ayudan finalmente las obras de misericordia, porque nos
dan confianza para parecer delante de Dios, y acompañan nues-
tras oraciones con servicios, porque no se puedan llamar del todo
ruegos secos, y merecen que sea misericordiosamente recebida
la oración, pues procede de misericordioso corazón.
OBRAS DE GRANADA. X-s6
DE LAS COSAS QUE IMPIDEN LA ORACIÓN.
CAPÍTULO III.
ASÍ como hay cosas que ayudan á la devoción, así
también hay cosas que la impiden: entre las cuales
la primera son los pecados, no sólo los mortales sino
también los veniales, porque éstos aunque no quitan la caridad,
quitan el fervor de la caridad, que es cuasi lo mismo que devo-
ción, ó causa della muy propincua.
II. Impide también el remordimiento de la consciencia, que
procede de los mismos pecados (cuando es excesivo y demasiado)
porque trae el ánima inquieta, caída y desmayada para todo buen
ejercicio.
III. Impiden también los escrúpulos, por la misma causa: por-
que son como espinas que punzan la consciencia, y la inquietan y
perturban, y no la dejan reposar y sosegar en Dios.
IV. Impide también cualquier amargura y desabrimiento de
corazón y tristeza desordenada, porque con esto muy mal se pue-
de compadescer el gusto y suavidad de la buena consciencia.
V. Impiden otrosí los cuidados demasiados, los cuales son
aquellos mosquitos de Egipto que inquietan el ánima y no la
dejan dormir este sueño espiritual que se duerme en la oración.
VI. Impiden también las ocupaciones demasiadas, porque
ocupan el tiempo y ahogan el espíritu, y así dejan al hombre
sin tiempo y sin corazón para vacar á Dios.
VIL Impiden los regalos y consolaciones sensuales, cuando
el hombre es demasiado en ellas: porque el que se da mucho á
los consolaciones del mundo, no merece las del Espíritu Sancto,
como dice S. Bernardo.
VIII. Impide el regalo y demasiado comer y beber, mayor-
mente las cenas largas, porque éstas hacen muy mala la cama á
los espirituales ejercicios y á las sagradas vigilias.
IX. Impide el vicio de la curiosidad así de los sentidos como
del entendimiento y voluntad, que es querer oir y ver y saber
muchas cosas, y desear cosas polidas, curiosas y bien labradas:
LIBRO ni. TRATADO III. 4O3
porque todo esto ocupa el tiempo, embaraza los sentidos y in-
quieta el ánima, y así impide la devoción.
X. Impide finalmente la interrupción de estos sanctos ejer-
cicios (si no es por causa de alguna piadosa ó justa necesidad)
por ser (como lo es) muy delicado el espíritu de la devoción, el
cual después de ido, ó no vuelve, ó con mucha dificultad. Y por
esto así como los árboles y los cuerpos humanos quieren sus rie-
gos y mantenimientos ordinarios, y en faltando esto luego des-
fallecen y desmedran, así también lo hace la devoción cuando
le falta el riego y mantenimiento de la consideración.
Todo esto se ha dicho así sumariamente para que mejor se
pudiese tener en la memoria, la declaración de lo cual podrá ver
quien quisiere en la primera y segunda parte del Libro de la
Oración y Meditación, á donde remitimos al cristiano lector.
Sigúese tina breve majiera de aparejarse para la confesión.
'res medios dijimos arriba que servían para alcanzar la divi-
na gracia: conviene saber, oración, confesión y comunión.
Dicho pues ya en este tercero Ubro del primero, resta que su-
mariamente digamos algo de los otros que se siguen, y primero
de la confesión.
Para lo cual es de saber que hay dos maneras de confesión,
unas de personas que han ya mudado la vida y se confiesan á
menudo, y otras de las que de nuevo comienzan á mudarla y
hacer penitencia de las culpas pasadas.
A éstas pues se suele dar un muy saludable consejo, que es
hacer al principio desta mudanza una confesión general, para ba-
rrer con ella todos los defectos y negligencias de las confesiones
pasadas. Para lo cual es bien tomar cinco ó seis días de espacio
para examinar la conscienciay hacer un inventario de toda la vida
pasada. Y para mejor hacer esto, aprovechará mucho tomar al-
guno de esos Confesionales que hay, y discurriendo por las prin-
cipales partes del, traer á la memoria todas sus culpas y negli-
gencias y ponerlas brevemente por escrito (si es persona que sabe
escrebir) para dar mejor cuenta dellas.
Y porque este examen se ha de hacer de la manera que el
Profeta dice (que es, con dolor y amargura de corazón) por esto
404 GUIA DE PECADORES
debe en los tales días ejercitarse en todas aquellas maneras de
oraciones y consideraciones que le puedan provocar á dolor y
arrepentimiento de sus culpas, y temor y vergüenza dellas,
cuanto le sea posible. Para lo cual aprovecha mucho la conside-
ración de la muerte, y del juicio final, y de las penas del infierno,
y de la pasión de Cristo, considerándola en cuanto fué causada
por nuestros pecados, pues está claro que si no hobiera pecados
de por medio, no padesciera Él lo que padesció. Ésta es una de
las consideraciones que más nos puede mover á dolor y abo-
rrecimiento del pecado (que es la principal parte de la peniten-
cia) en la cual el hombre se debe ejercitar, no por cinco ni por
seis días, sino cuasi todo el tiempo de la vida. En lo cual se en-
gañan muchos penitentes, que siendo diligentísimos en examinar
sus pecados, son negligentísimos en llorarlos. Porque aunque lo
uno y lo otro sea necesario, pero mucho más lo segundo que lo
primero, y creo que la causa de estarse muchos en el camino de
la virtud muy desmedrados y caídos y no arribar en mucho tiem-
po á la perfección (y aun á veces de dejar el camino comenza-
do) es no haberse fundado bien ni echado raíces altas en este
ejercicio. Porque como éste sea el fundamento de todo el edifi-
cio espiritual, cuando el fundamento fuere flaco, no podrá ser fir-
me ni seguro el edificio.
Por lo cual debe el hombre diputar algunos días (cada uno
más ó menos, según que el Espíritu Sancto le enseñare) en los
cuales como dije se ejercite en todas aquellas maneras de ora-
ciones y consideraciones que le puedan inducir á este dolor. Y
porque entre todas éstas la principal es la memoria de la pasión
de Cristo (considerada en aquella manera que dijimos) en ésa
principalmente se debe ejercitar los ratos que pudiere. Y para
que esto se hiciese con mayor facihdad, puse aquí una oración
sacada en sentencia de Serafino de Fermo, donde se tratan cuasi
todos los pasos de la pasión por esta vía. Ésta pues trabaje el
verdadero penitente por rezar con la, mayor dev^oción que pu-
diere, deteniéndose más en aquellos pasos en que el Espíritu San-
cto le diere más á sentir. De las otras cosas que se requieren para
la perfección de la penitencia, no es mi intención hablar en este
tratado, porque no pretendí escribir aquí más de lo que buena-
mente se sufría en un devocionario, dejando lo demás para los
otros autores.
LIBRO III. TRATADO III. 405
SÍGUESE UNA DEVOTÍSIMA ORACIÓN
para alcanzar dolor de los pecados,
la cual se puede muchas veces rezar antes y después de la confesión.
^EÑOR Dios y Salvador mío, ¿con qué cara pareceré yo ago-
ra delante tu acatamiento, habiendo sido el verdugo y la
causa de tu pasión? Verdaderamente, si no me pusiera esfuerzo la
grandeza de tu bondad, no osara parecer delante ti. Mas pues
sufriste ser abrazado y besado del mismo que te vendió, y per-
donaste y excusaste á los que te crucificaron, sufre agora un poco
las palabras deste miserable pecador, que peor que todos ésos
te ha tratado.
Señor mío, ¡qué tan grande fué la pena que recebiste, viendo
á tu proprio discípulo ir á contratar con los fariseos en qué ma-
nera y por qué precio te vendería, haciendo almoneda de tu san-
gre, y poniéndola en precio como se pornía una bestia en el
mercado! Bien pudieras entonces quejarte del y decirle: Oh dis-
cípulo mío, ¿qué malas obras has recibido de mí, porque así te
has encruelecido contra mí? Mas deja. Señor, de quejarte del, por-
que el que eso hizo, no conoscía quién tú eras, y por eso te ven-
dió. Yo soy el verdadero traidor y vendedor tuyo, que creyen-
do ser tú verdadero Dios, no por eso dejé de hacer este mismo
trato con el demonio, consintiendo voluntariamente en el peca-
do, por el cual muchas veces te vendí. Pues por esto te daré siem-
pre infinitas gracias, porque habiéndole seguido en la primera
culpa, no permitiste que le siguiese en la segunda, para que des-
esperase y me perdiese como él desesperó.
¡Qué tan grande fué, Señor mío, aquel dolor que traspasó tu
ánima, cuando para haber de ir á padecer tan cruda muerte, te
despediste de tu bendita Madre, á la cual amabas más que á tu
propria vida ! ¡ Y qué tan grande fué la pena della cuando vio
partir de sí Aquél que era toda su bienaventuranza! Mis pecados
fueron. Señor, la causa así del uno como del otro dolor, pues
por librarme dellos, dejaste primero el cielo y después la Madre
y todo lo que amabas, hasta tu misma vida. Oh Virgen, yo soy
406 GUIA DE PECADORES
la causa de tanto mal: bien puedes quejarte de mí como de cau-
sador de tus dolores.
¿Qué es esto, Señor, que tu Padre se ha vuelto contra ti como
cruel, pues habiéndole rogado ya dos veces en un caso de tanta
necesidad, que te tiene puesto en agonía de muerte, no te oye?
¿Por cuál pecado tuyo así te ha cerrado las puertas de su acos-
tumbrada misericordia? Mas en cabo veo que te ha oído y en-
viado un ángel para que te esfuerce: mas el esfuerzo no es otro
que morir en cruz. De manera que no se ha diminuido con el es-
fuerzo este trabajo, sino crecido, pues te veo puesto en tan gran-
de agonía, que te hace sudar gotas de sangre. ¡ Ay de mí. Señor
mío doloroso, que estás caído en tierra, desamparado de los dis-
cípulos y también de tu mismo Padre, esperando que así como
yo con mis pecados te puse en ese conflicto, así con mi peniten-
cia te diese algún refrigerio, y con todo esto no lo doy!
Oh discípulos, grande fué vuestra cobardía, pues desampa-
rastes á vuestro Maestro, el cual poco antes os había lavado los
pies, y dado su sacratísimo cuerpo, y avisado de todo lo que os
había de acontecer. Mas podríades dar alguna excusa, diciendo que
por temor ó flaqueza le desamparastes. Mas yo miserable ¿ qué
excusa terne delante del, que no una sino muchas veces, y no
por temor de la muerte (porque nadie me amenazaba con ella)
sino por mi propria malicia le desamparé? Vosotros luego os vol-
vistes con la penitencia: 3^0 ha tanto tiempo que le ofendo, y
todavía persevero en mi pecado. Vosotros con la fe recobrastes
al doble lo que perdistes: yo no crezco en esa fe, sino cada día
la diminuyo.
¿Porqué no huyes, Señor, de ese traidor que viene con tan
crueles ministros á prenderte y á entregarte con beso de falsa
paz? Gran paciencia fué por cierto la que aquí mostraste: pero
muy grande es también la que has usado comigo, que tantas
veces con beso de paz te he recebido en el Sacramento, y dando
á entender con las palabras que era tuyo, después con las obras
te negaba y te vendía.
Yo, Señor, soy aquél que con mi ingratitud y desobediencia
y con mi obstinación até tus manos, aquellas manos que tan pia-
dosamente me criaron, aquellas manos que tan fielmente obra-
ron mi salud. Yo te eché la soga á la garganta cuando menos-
precié la gracia recebida: yo te di de bofetadas en la cara cuan-
LIBRO III. TRATADO III. 407
do blasfemé tu sancto nombre. Y con todas estas buenas obras
no reviento de dolor, sino todavía persevero en mis pecados.
Allende desto, véote, Señor, toda esa noche estar en pena en-
tre enemigos y foldados, escarnecido, escupido y abofeteado de-
llos, y no veo quién te consuele, ni quién enjugue ese divino
rostro de lágrimas y de sangre bañado. Pues ^ quién te ha así tan
mal tratado, sino yo? Tú no quieres recibir consuelo, porque yo
sea tu consolador: mas ¡ ay de mí, que siempre te ofendo, y de
mí no tienes que recebir otro consuelo sino pecados !
Oh Pedro, que si tú negando al buen Maestro, le entristeciste,
á lo menos cuando Él te miró y oíste la voz del gallo, volviste
sobre ti y lloraste amargamente tu pecado. Mas yo miserable soy
tal, que cuando Él me mira, cierro los ojos, y cuando me hace oír
la voz de su Evangelio, hágome sordo, y cuando me llama á pe-
nitencia, vuélvome á la vida pasada. Así que, Señor mío, de mí
no recibes consuelo sino acrescentamiento de trabajos.
Corazón mío, <! cómo no te despedazas? ^ Cómo no te resuel-
ves en lágrimas, viendo al Hijo de Dios por tu causa llevado ante
la presencia de Anas, donde (queriendo Él mansamente dar cuen-
ta de su doctrina) le fué puesto silencio con una gran bofetada?
^ Cómo no ves de la manera que lo llevan por las plazas públi-
cas á unos y á otros jueces, ya á Caifas, 3'a á Pilato, ya á Herodes,
señalándole con el dedo y llamándole engañador y blasfemo?
¡Oh, cuan grande es aquella culpa que al Inocentísimo hace ser
tenido por tan malo, y al Profeta de los profetas por hereje, y al
Señor de los señores por abatido y blasfemo !
Bien pudiera bastar esto. Señor mío, para que por aquí se
conociera tu paciencia y mi malicia. Mas ¿ qué es esto, que te veo
desnudo y atado á una coluna, y por mano de cruelísimos ver-
dugos azotado? ¡Ay de mí, que á doquiera que vuelvas los ojos,
no hallas consolador! Pues ¿quién son tus verdugos y quién tus
azotes sino mis pecados ? No es maravilla que estés todo herido
y despedazado, ni que todos tus delicadísimos miembros lluevan
sangre, pues es tanta la muchedumbre de los pecados por quien
padeces. Porque ,jqué otra cosa ha sido añadir yo pecados á pe-
cados, sino añadir azotes á tus azotes y heridas á tus heridas? Y
con todo esto tú, corazón mío, no revientas, sino antes todavía per-
severas en herir á este Señor.
¡ Cuan crueles fueron aquéllos, Señor mío, que viéndote todo
408 GUIA DE PECADORES
despedazado, y de espinas agudísimas coronado, y con la púr-
pura y caña en la mano por escarnio, no sólo no se movieron á
compasión, mas antes dieron voces y dijeron: Crucifícalo, cruci-
fícalo ! Bien pudieras en aquella hora decir: Pueblo mío, ¿qué te
he hecho yo, porque así te has vuelto contra mí? Bien pudieras
quejarte de que la vida de Barrabás, público ladrón, fuese tenida
en más precio que la tuya. Mas yo. Señor, podré en alguna ma-
nera excusar esta gente, porque si ellos del todo conocieran quién
tú eras, no cometerían una tan grande maldad. Mas ¡jqué excu-
sa tendré yo, que sabiendo que eres Dios, y creyendo que con
un pecado mortal eres otra vez crucificado, y que por él se de-
rrama y desperdicia tu sangre (pues se pierde un ánima compra-
da por ella) con todo eso he vuelto tantas veces á crucificarte
con mis pecados? ¡ Ay de mí, que tantas veces he pedido que viva
Barrabás y mueras Tú, cuantas he pecado contra Ti, pues por el
pecado muere Dios en el ánima y vive en ella Satanás !
I Oh Señor mío, y cómo veo que la sentencia está ya dada
contra Ti, y ya caminas al lugar de la justicia con la cruz á cues-
tas, acompañado de enemigos! ¡Ay de mí, que tu rostro no es
ya el que solía: tu sagrada cara (entre las salivas y lágrimas es-
condida) no parece ya de hombre, y mucho menos de Dios y
hombre: tu hermosura se ha vuelto en fealdad, tu crédito en
infamia, y tu alegría en amargura! Tu piadosa Madre no pudien-
do socorrerte, te da mayor pena con tu presencia. Toda ley re-
clama y dice que no eres digno de muerte, los ángeles de la paz
lloran amargamente, todas las criaturas se quejan: solo mi peca-
do pide tu muerte, solo él te ha despojado de tus fuerzas y te
sigue hasta la cruz. Por donde parece que es mayor mi maldad
que la bondad de todas las criaturas, pues más parte es ella sola
para traerte á la muerte, que la bondad de todas ellas para darte
la vida.
Señor, pues que siempre hasta agora te he acompañado con
mis pecados, dame gracia para que agora te acompañé en la
cruz, no para satisfacer aquí por ellos (porque esto á ti solo perte-
nece) sino para poner ya fin á mi continuo pecar. Oh ánima mía, á
lo menos agora puedes bien claro ver en esta pena la graveza de
tu culpa, pues es cierto que cuando tú extendías las manos á tus
torpezas y deshonestidades, entonces enclavabas las suyas en la
cruz, y tanto le dabas mayor pena cuanto era más crescido tu de-
LIBRO III. TRATADO III. 4^9
leite. Y cuando con vestiduras preciosas y collares de oro te ata-
viabas para agradar al mundo, entonces le desnudabas y le saca-
bas á la vergüenza. Y ^ qué piensas tú que haya sido el deshonesto
mirar de tus ojos, sino lágrimas de los suyos? ¿Qué otra cosa el
ataviar tu cabeza, y pintar las mejillas, y preciarte de suaves olo-
res, sino traspasar su cabeza con espinas y abofetear su rostro y
pelarle la sagrada barba? ¡ Oh fructo amarguísimo de mi pecado,
por el cual veo morir al Dios de mi vida! Oh cruz, no fué la na-
turaleza la que así te hizo yerta y dura para sostener al que sos-
tiene todo el mundo, sino la rebeldía y dureza de mi propria obs-
tinación. Oh clavos, no fué el venero de la tierra el que así os hizo
tiesos y duros (porque ya que lo fuérades, luego os tornáredes
blandos por no lastimar á Aquél que os había criado) sino la du-
reza y rebeldía de mi corazón. Oh hiél y vinagre, si el amargura
de mi pecado no os hobiera hecho tan amargos, muy presto os
hiciérades dulces, por dar algún refrigerio á aquella extrema sed
de vuestro Dios y Señor. Mas es tan grande mi maldad y desco-
nocimiento, que dándome Él voces de la cruz hasta la hora pre-
sente y diciéndome: Yo muero aquí de sed por el gran deseo de
tu salud, no quiero inclinar mis orejas á su voz, ni otra cosa tiene
que recibir de mí sino hiél de pecados. Asi que primero morirá
Él allí de sed, que yo (con la enmienda de mi vida) le dé algún
refrigerio.
No sé ya más qué poder decir, pues no hallo en todo el mun-
do otra mayor dureza que la mía. Veo cubrirse el mundo de ti-
nieblas y escurecerse los cielos de dolor, y yo no me duelo: veo
despedazarse las piedras y los muros y las montañas, y yo no
me despedazo: veo llorar con la piadosa Madre los ángeles y to-
das las criaturas, y yo no lloro: veo temblar la tierra con todo lo
que en ella es, y yo no tiemblo: veo al Centurión y á los otros
soldados herir sus pechos y volver á sus casas arrepentidos, y yo
aun con todo esto le ofendo. Oh todas las criaturas del mundo,
si yo soy la causa de vuestra turbación, ¿porqué no os volvéis
contra mí? ¿Porqué no tomáis venganza de las injurias de vues-
tro Señor ? Yo os requiero que no tengáis piedad de mí, pues yo
nunca la he tenido de vuestro Señor. No penséis que podréis ser
en algo demasiadas y crueles contra mí, porque nunca podrá ser
tanta la pena que me daréis, cuanta fué la gravedad de mis cul-
pas. Oh Virgen dolorosa, oh bienaventurado Juan, y Magdale-
4T0 GUIA DE PECADORES
na, y vosotras sanctas mujeres que yacéis al pie de la cruz lloran-
do, ¿ qué será de mí malvado, ó por mejor decir, única fuente de
todos los males? Yo soy la causa de vuestra pena y de la de todas
las criaturas, y para mayor colmo de mi malicia no puedo con las
otras criaturas dolerme de tanto mal, por donde con mucha ra-
zón me tengo por digno de ser descomulgado y apartado de la
compañía de todas ellas.
Oh Señor mío, ¿qué será de mí? Tú rogaste al Padre que
perdonase á los que te crucificaban, excusándolos con su igno-
rancia: mas yo no peco ya por ignorancia sino por malicia, y por
eso no me debe alcanzar parte desa oración. Tú perdonaste allí
al buen ladrón y le prometiste el Paraíso: mas yo no soy merece-
dor desta promesa, porque ni tengo la fe que él tuvo, ni sus lágri-
mas y contrición. Tú allí encomendaste la Madre al discípulo
amado: mas yo ¿ á quién debo ser encomendado, viviendo tan
obstinado en el mal? Tú dejaste las vestiduras á los soldados, y
el cuerpo á Nicodemus: mas á mí no me puedes dejar otra cosa
por vía de justicia sino el infierno, el cual yo acepto de buena
voluntad. Y pues habiendo cometido contra ti tan grandes pe-
cados, no te he honrado con mi penitencia, yo te honraré de aquí
adelante en el infierno con mi pena, y seré materia de alabanza
á todas tus criaturas.
SÍGUESE OTRA ORACIÓN
para antes de la confesión.
¿Soberano Hacedor de todas las cosas, pensando comigo mis-
mo cuánto he ofendido con mis pecados á tu infinita Ma-
jestad, espantóme de mi locura: considerando cuan benigno y
"magnífico Padre he desamparado, maldigo mi desagradecimien-
to: viendo de cuan noble libertad caí en tan miserable servidum-
bre, condeno mi desatino, y no sé qué pueda poner delante de
mis ojos sino infierno y desesperación, porque tu justicia (de
quien no puedo huir) espanta mi consciencia. Mas por el contra-
rio, cuando considero aquella tu grande misericordia, que (según
el testimonio de tu Profeta) va delante de todas tus obras, y con
la cual en cierta manera vences á ti mismo (puesto que de nadie
puedes ser vencido) luego un frescor alegre de esperanza recrea
LIBRÓ m. TRATADO ni. 4II
y esfuerza mi ánima entristecida. Porque ¿cómo desesperaré yo
de hallar perdón en Aquél que por la Escritura de sus profetas
tantas veces convida los pecadores á penitencia, diciendo que
no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva?
Y allende desto tu unigénito Hijo nos manifestó por muchas com-
paraciones cuan aparejado está tu perdón á todos los arrepenti-
dos. Esto nos significó por la joya perdida y hallada, y por la
oveja descarriada y traída sobre los hombros de su pastor, y
mucho más por la comparación del hijo pródigo, cuya imagen
en mí conozco. Porque yo soy el que injustísimamente desam-
paré á ti, mi amantísimo Padre, y el que desperdicié malamente
toda rni hacienda, y obedeciendo á los apetitos de mi carne, huí
de la subjección de tus mandamientos, y caí en el torpísimo cative-
rio de los pecados, y quedé puesto en extrema miseria, de la
cual no sé otro que me pueda sacar, sino solo Aquél que desam-
paré. Reciba pues, Señor, tu misericordia al humilde que te pide
perdón, á quien hasta agora has esperado tan blandamente. No
merezco levantar á ti los ojos, ó llamarte Padre: mas tú que ver-
daderamente eres Padre, ten por bien mirarme con tales ojos.
Porque tu vista sola resuscita los muertos, y ella es la que hace
volver en sí á los desatinados, pues aun hasta el mismo pesar
que de raí tengo, no lo pudiera tener si tú no me hobieras mi-
rado. Cuando lejos de ti andaba perdido, mirásteme dende el cie-
lo, y abriste mis ojos para que me mirase y me hallase metido
en tantos males, y agora me sales á recebir, dándome el cono-
cimiento y memioria de la inocencia perdida. I^ pido tus abra-
zos ni besos, no demando la vestidura rica que solía vestirme, ni
el anillo de mi antigua dignidad, ni te suplico me recibas á la
honra de tus hijos: asaz me irá bien, si me contares entre tus es-
clavos herrados con tu señal y atados con tus cadenas como á
fugitivos, para que no pueda ya más apartarme de ti. No me pe-
sará ser en esta vida uno de los más desechados, ni ser azotado
con azotes de penitencia, ni vestirme de cilicio y de jerga, con
tanto que para siempre no me vea yo apartado de ti. Óyeme
pues. Padre piadoso, y dame el favor de tu unigénito Hijo y el
remedio de su muerte. Dame tu espíritu que purifique mi cora-
zón y le confirme en tu gracia, porque no torne á volver por
mi ignorancia al destierro de donde me revocó tu clemencia. Tú
que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
412 GUIA DE PECADORES
SÍGUESE OTRA MUY DEVOTA ORACIÓN
fara después de haber confesado.
JuiÉN es el hombre, oh Padre de las misericordias, á quien
^ tanto amaste, que por él dieses tu preciosísimo y amantí-
símo Hijo? Porque nosotros viviésemos, Él murió: porque nos-
otros nos alegrásemos. Él se entristeció: porque nosotros saná-
semos. Él fué llagado, y porque fuésemos limpios, Él derramó
su sangre preciosa. ¿Qué hallaste, Señor, en el hombre, porque
tanto le ames y tanto hagas por él? Porque según veo, todo el
riquísimo tesoro y todo lo que tu paternal corazón pudo dar,
diste por su rescate, que fué Jesucristo tu amado Hijo, verbo de
tu corazón, con quien nos declaras el amor que como verdadero
Padre dende ab eterno nos tienes. Oh clementísimo Padre, por
el amor y humilísimos ruegos de tu amado Hijo perdona las
culpas deste tu desleal esclavo. Acuérdate del dignísimo sacri-
ficio de tu Hijo, y olvídate del desacato de tu vilísimo siervo,
pues mucho más es lo que Él te pagó por mí, que lo que yo te
puedo deber. ¡Oh, si tuvieses por bien poner en una balanza mi
malicia y su bondad, mis vicios y sus heridas, sin dubda ellas pe-
sarían mucho más! Porque ¿qué delicto puede ser tan grave, por
quien no pueda satisfacer tal tristeza, tal aflición, tal obediencia,
tal humildad, tan vencedora paciencia y sobre todo tan inmenso
amor? ¿Qué crimen habrá tan enorme, que no pueda ser lavado
con aquel fervoroso y sangriento sudor, y con aquel abundoso
río de su sangre? ¿Qué pecado habrá tan abominable, á quien no
sobrepuje la muerte de Cristo? Oh Padre celestial, ofrézcote yo
agora al mismo salvador y redemptor mío Jesucristo tu muy
querido hijo, ayuntando mi pobre devoción y agradecimiento con
aquel tan grande amor y candad con que tú le enviaste al mun-
do, para que se vistiese de mi carne y me librase de la eterna
damnación. Ofrézcote sus dolores extraños y sus incomprehensi-
bles angustias (las cuales tú solo cumplidamente conoces) por to-
dos mis pecados, en lugar del dolor y contrición que yo soy obli-
gado á tener por ellos. Ofrézcote su sangriento sudor por las lá-
grimas que yo hubiera de tener, y no tengo, ni puedo derra-
mar por la dureza grande de mi corazón. Ofrézcote sus humilí-
LIBRO III. TRATADO III. 413
simas y muy inflamadas oraciones, por toda la tibieza, pereza y
negligencia mía. Finalmente ofrézcote todos sus gravísimos tra-
bajos y ejercicios de virtudes, su áspera y rigurosa vida, y todo
cuanto en ella obró, y los crudelísimos tormentos que sufrió, jun-
to con todos los loores de los soberanos espíritus, y con los me-
recimientos de todos los sanctos, en sacrificio digno de tu glo-
ria, por todos los pecados con que yo en toda mi vida te he
ofendido, y por las buenas obras que dejé de hacer, y asimismo
por todos los vivos y defunctos, por los cuales tú, mi Dios, quie-
res ser rogado, y me mandas rogar, para que á todos ellos des
por los merecimientos de este Señor lo que tú sabes que les
conviene, para que fielmente te sirvan en aquel estado á que por
tu misericordia fueron llamados. Tú que vives y reinas en los si-
glos de los siglos. Amén.
SÍGUESE UNA BREVE MANERA DE CONFESAR
para las personas que se confiesan á menudo.
jNO de los trabajos que padescen las personas que se con-
\¿J' fiesan á menudo, es no hallar á veces cosas de que echar
mano para haberse de confesar. Porque como por una parte creen
y saben cierto que no carecen de pecados, y por otra al tiempo del
confesar no los hallan, congójanse por esto demasiadamente y
creen de sí que nunca jamás se confiesan á derechas.
De esto podríamos señalar dos causas. La una, que en hecho
de verdad es dificultoso negocio conoscer el hombre á sí mismo
y entender muy bien todos los rincones de su consciencia. Porque
no en balde dijo el Profeta: Los delictos ^ quién los entiende? De
mis pecados ocultos líbrame. Señor. La otra causa es, porque los
pecados de los justos (los cuales dice el Sabio que caen siete veces
al día) más son pecados de omisión que de comisión, los cuales
son muy dificultosos de conoscer. Para cuyo entendimiento es de
saber que todos los pecados se cometen por una de dos vías: con-
viene saber, ó por vía de comisión (que es haciendo algunas obras
malas, como es hurtar, matar, deshonrar &c.) ó por vía de omisión,
que es, dejando de hacer algunas buenas, como es dejando de amar
á Dios, ayunar, rezar &c. Pues entre estas dos maneras de pecados
414 GUIA DE PECADORES
los primeros (como consisten en hacer) son muy sensibles y muy
fáciles de conoscer: mas los segundos (como no consisten en ha-
cer, sino en dejar de hacer) son más dificultosos, porque lo que
no es, no tiene tomo para echarse de ver. Por donde no es de
maravillar que las personas espirituales (mayormente cuando son
simples) no hallen á veces pecados de que acusarse: porque como
las tales personas no caen tantas veces en aquellos pecados de
comisión (que dijimos) y los otros que son por vía de omisión,
no los entienden, de aquí nace no hallar de qué confesarse, y el
afligirse por esto.
Pues para remedio desto me páreselo ordenar este memorial
para las tales personas, en el cual principalmente se trata deste
género de pecados. Y porque los tales pecados pueden ser, ó con-
tra Dios, ó contra nos, ó contra nuestros prójimos, por eso va el me-
morial repartido en tres partes, que destas tres maneras de ne-
gligencias tratan. Muchas de las cuales á veces no serían ni aun
pecados veniales, mas todavía son imperfecciones y desfalleci-
mientos, y muchas veces podrán ser pecados veniales: por don-
de los que caminan á la perfección, no del todo deben dejar la
acusación de ellas. Aunque esto no conviene que se haga siem-
pre, sino algunas veces (especialmente en las fiestas señaladas)
porque no se cansen los confesores con nuestra demasiada pro-
lijidad. Mas las otras veces ordinarias podrá cada uno tomar de
aquí lo que le paresciere que más hace para descargo de su
conciencia.
SÍGUESE EL MEMORIAL.
¡(•fl.iCHA la confesión general, antes que entre en la acusación
particular de sus culpas, acúsese de estas cuatro cosas
siguientes.
Primeramente, de no venir tan aparejado á este sacramento,
ni haber puesto tanta diligencia en examinar su consciencia, co-
mo debiera.
Lo segundo, de no traer tanto dolor y arrepentimiento de
sus culpas, ni tan firme y verdadero propósito de apartarse de-
Uas, cuanto debiera.
Lo tercero, de no haberse llegado al sancto sacramento de la
Comunión con aquella pureza de consciencia y con aquella re-
LIBRO III. TRATADO III. 4 1 5
verenda y devoción que convenía, y después de haber comul-
gado, no haber tenido aquel recogimiento que para tan alto hués-
ped se requería.
Lo cuarto, de no haber puesto tanta diligencia en la enmienda
de su vida, y procurado de aprovechar cada día más en el per-
vicio de nuestro Señor, sino antes permanescido en una misma
tibieza y negligencia, y aun vuelto atrás. Dicho esto, comience
á acusarse por la orden siguiente.
Para con Dios,
'ara con Dios, acúsese primeramente de la caridad: convie-
ne saber, de no haber amado á Dios con todo su corazón
y ánima, como era obligado, sino antes puesto su amor desorde-
nadamente en las criaturas y vanidades deste siglo, olvidándose
de su Criador.
De la fe se acuse, si no ha tenido tan firme fe como debiera,
y si no ha desechado de sí tan presto las fantasías y pensamien-
tos que el demonio acerca desto le ha traído.
De la esperanza se acuse, si en los trabajos y necesidades
que se le han ofrecido, no ha recorrido á nuestro Señor con aque-
lla seguridad y confianza que debiera, y si ha desmayado y con-
gojádose demasiadamente con ellos: porque esto nasce de fla-
queza de confianza.
De la pureza de intención, acúsese que las obras del servi-
cio de nuestro Señor no las hace con aquella pureza de inten-
ción, por solo Dios, como debría, sino algunas veces por cumpli-
miento, otras por sola costumbre, otras porque son conformes á
su gusto y apetito, y otras por otros semejantes intereses y res-
pectos.
Acúsese también de haber sido muy flojo y negligente en
responder á las inspiraciones de nuestro Señor y á sus llama-
mientos, resistiendo en esto muchas veces al Espíritu Sancto,
por no hacerse fuerza y ponerse á un poco de trabajo. Ésta es
una culpa muy espiritual, y muy secreta, y muy digna de hacer
siempre consciencia della.
Asimismo, de no haber sido tan agradescido á los beneficios
divinos como debiera, ni dado tantas gracias por ellos, ni apro-
vechádose de ellos para amar & servir más al dador de todo, sino
4l6 GUIA DE PECADORES
á veces para ensoberbecerse con ellos y tener en menos á los
otros.
También se acuse del olvido de nuestro Señor, trayéndolo
muchas veces como desterrado de su corazón, habiendo siempre
de andar en su presencia y traerlo ante los ojos.
También se acuse de la poca reverencia que ha tenido á
nuestro Señor estando en las iglesias delante el sanctísimo Sa-
cramento, especialmente oyendo la misa, estando allí con mucho
menor temor y reverencia que estaría delante un príncipe de
la tierra, que es un vil gusanillo como él.
De la paciencia en las adversidades, acúsese si por ventura
no ha tenido aquel sufrimiento en los trabajos que Dios le en-
vía, ni conocido que son enviados de su mano para su bien, ni
dádole aquellas gracias que se deben á tal médico por tal me-
dicina, sino antes por ventura quejándose y murmurando della.
Esto se puede especificar más, si particularmente nos remuerde
la consciencia de algo.
Para consigo mismo.
VjCERCA de sí mismo, se acuse primeramente de no tener
aquella prudencia y consideración que debría en todas las
cosas, mayormente en las palabras que ha de hablar, y en todo
lo demás. De donde viene á caer en muchos yerros, por arro-
jarse tan presto y tan sin consideración á las cosas, y ser en ellas
muy precipitado y liviano.
De la negligencia en la oración, acúsese si ha dejado algunas
veces de cumplir con sus oraciones y ejercicios acostumbrados,
por U víanos impedimentos que se le hayan ofrecido.
ítem, de estar en la oración flojo y tibio, y derramado el co-
razón con diversos pensamientos y cuidados, y de no estar allí
con la atención y reverencia que debía tener quien está delante
de Dios y habla con Él.
De la constancia y perseverancia en los buenos propósitos,
acúsese gravemente de haber sido muy liviano y muy incons-
tante en los buenos propósitos que propone, proponiendo agora
y quebrantando luego lo que propuso, y siendo en esto más mo-
vible y más inconstante que la foja del árbol que se menea á
cada viento.
LIBRO III. TRATADO III. 417
De la mortificación de la propria voluntad, acúsese de no te-
ner su voluntad tan mortificada y tan quebrada como debiera,
y tan subjecta á la de nuestro Señor, sino antes muy viva y muy
entera para todo lo que quiere hacer, procurando siempre de
salir con sus apetitos adelante.
De la mortificación de la propria sensualidad y de la carne,
acúsese de no tratarse con aquel rigor y aspereza que debía, sino
antes amarse mucho y tratarse regaladamente, siendo demasia-
damente piadoso para sí y para todas sus necesidades.
De la mortificación de la curiosidad, acúsese si por ventura
es amigo de saber nuevas y historias, ó de estudios y Ubros cu-
riosos, ó de alhajas, y vestidos, y otras cosillas polidas y bien la-
bradas, y cosas semejantes, con que tiene preso, cautivo y em-
barazado su corazón.
De la paz del corazón, acúsese de no haber tenido aquella
paz y sosiego interior que debía, sino antes turbádose muchas
veces con los accidentes de todas las cosas que se ofi^ecen, y de-
jándose llevar por doquiera de sus pasiones, sin tener dentro de
sí ninguna firmeza ni estabilidad.
De la guarda de los sentidos, acúsese de no traerlos tan re-
cogidos como era razón, sino muy placeros y derramados por
muchas partes, y ser por esto causa que el corazón se vaya tam-
bién tras ellos, y se derrame.
De la composición del hombre exterior, acúsese de no an-
dar tan compuesto en todas sus cosas y movimientos exteriores,
ni ser tan discipHnado en sus palabras y obras y en todos sus
pasos y movimientos como debría.
También se acuse aquí del tiempo perdido y mal gastado, y
de muchas palabras, y obras, y pensamientos ociosos en que lo
habrá ocupado, pudiendo con él granjear bienes eternos.
Pafa con el prójimo.
^CERCA del prójimo, se acuse de no tener para con los pró-
jimos aquella caridad y amor que Dios manda, ni alegrán-
dose tanto de sus bienes, ni compadeciéndose tanto de sus ma-
les como de los suyos propios, según que lo pedía la ley de
la caridad.
OBRAS DE GRANADA. X-zy
41 8 GUIA DE PECADORES
De no haberlos tenido en aquella estima y reputación que
debiera, sino antes muchas veces desestimándolos y desprecián-
dolos en su corazón, teniéndose á sí en mucho, y á los otros en
poco, como lo hacía el fariseo con el publicano.
De no haber sofrido con paciencia los defectos ajenos, ni
compadecídose dellos, sino antes indignándose contra ellos, y des-
preciándolos.
De no haber tenido aquel celo y deseo de la salud de las
ánimas, ni aquel dolor y sentimiento por tantas caídas y males
como hay en el mundo, ni tanto cuidado de rogar á Dios por ellas
como requería tan grande necesidad.
De no haber dado á los prójimos aquel ejemplo que debría
en todas sus cosas, sino antes escandaUzándolos muchas veces con
palabras y obras desordenadas.
De no haber tratado á los prójimos con aquella humanidad y
blandura que debiera, sino muchas veces con aspereza, y seque-
dad, y desabrimiento, y desgracia, &c.
En cada cosa destas susodichas debe el hombre cargar la
mano más ó menos, según se hallare culpado en ella. Y si es la
negligencia tal, que se puede especificar cuántas veces cayó en
ella, también se debe hacer: como es el poco sufrimiento en las
adversidades, y el dejar los ejercicios de devoción acostumbrados
sin causa. Porque aunque esto no sea cosa de obligación, todavía
es imperfección dejarse de hacer.
De ¡os pecados de comisión.
¿I.ESPUÉS de haberse acusado desta manera de los pecados
de omisión, puede luego acusarse de los demás, discu-
rriendo por los diez mandamientos, y pecados capitales, y obras
de misericordia, como se suele hacer.
Y cuanto á los diez mandamientos, particularmente puede
detenerse en cinco dellos, conviene . saber, en el segundo de no
jurar, si por ventura ha jurado, &c.
Y en el tercero de sanctificar las fiestas, de cómo las sanc-
tificó, &c.
Y en el cuarto de honrar los padres, de cómo cumplió con
las obligaciones de su estado y familia, con el castigo y doctrina
de sus hijos, criados y esclavos, &c.
LIBRO III. TRATADO III. 419
Y en el sexto, de cómo desechó de sí los pensamientos des-
honestos, &c.
Y en el octavo, de los juicios temerarios, murmuraciones, men-
tiras y sospechas, &c.
Cuanto á los pecados mortales, puede parar señaladamente
en otros cinco, conviene saber, en el primero de la soberbia,
acusándose de la falta de humildad interior y exterior, y de
las especies más comunes de la soberbia, que son vanagloria,
presumpción, ambición, jactancia, &c. si en alguna de éstas ha
caído.
Y también en el segundo de el avaricia, de no tener tan des-
pegado de su corazón todo amor y cobdicia de bienes tempo-
rales, y no ser tan pobre de espíritu como debiera.
Y en el cuarto de la gula, si en el comer y beber no ha te-
nido la templanza y medida que era razón.
Y en el quinto de la ira, si se ha desmandado en palabras
airadas ó injuriosas. Si ha echado maldiciones. Si ha ofrecido al
demonio &c.
Y en el séptimo, de la pereza y tibieza en las cosas del ser-
vicio de nuestro Señor.
Asimismo cuanto á las obras de misericordia se acuse de no
haber socorrido á los prójimos, ni compadecídose de sus traba-
jos, ni rogado á Dios por ellos, ni amonestádolos y corregídolos
con caridad, cuando era menester.
Discurriendo, pues, desta manera por todos estos pasos, no
habrá ninguno tan justo, ni tan Umpio, que no halle dentro de sí
muchas culpas y miserias de que se deba acusar.
Y tenga aviso que no vaya cada vez por todas estas cosas á
hecho leyéndolas por el libro, ó rezándolas de coro como oración
de ciego (según que hacen muchos con grande sequedad de es-
píritu y con muy poco reconoscimiento de sus yerros) sino dis-
curriendo por las cosas susodichas, eche mano de aquéllas en
que se hallare más culpado, y de ésas se acuse, no por las pala-
bra que aquí van escritas, sino por las que el conosciraiento de
su culpa y la cualidad della le enseñaren.
Después destas acusaciones generales, debe cada uno des-
cendir á las particulares de su proprio estado: conviene saber, el
casado del suyo, y el clérigo, y el religioso, y el perlado, y el se-
ñor de famiUa, y el mercader, y el oficial, y así todos los demáSj
420 GUIA DE PECADORES
mirando atentamente las obligaciones de su estado, y acusándose
de todo lo que en ellas hobiere desfallecido.
Examinada, pues, la consciencia por esta orden susodicha,
debe antes que se confiese y después de haberse confesado, re-
zar aquellas oraciones que poco antes señalamos para pedir al
Señor perdón de sus pecados, y despertar su corazón al dolor y
arrepentimiento dellos.
Sigúese una breve manera de aparejarse para el Sacramento
de la Comunión.
*ORQUE el sanctísimo Sacramento del altar es vida de los
que dignamente le reciben, y juicio de los que le reciben
indignamente, por esto conviene mucho mirar con qué manera
de aparejo nos llegamos á él.
Para lo cual es de saber que (según se colige de la doctrina
de los sanctos) cinco cosas se requieren para comulgar digna-
mente, conviene saber, limpieza de consciencia, limpieza de cuer-
po, pureza de intención, actual devoción y memoria de la sacra-
tísima Pasión: de las cuales cosas diremos aquí sumariamente.
§. I.
La primera cosa pues que se requiere, es hmpieza de cons-
ciencia, conviene saber, de todo pecado mortal. Porque por esto
dijo el Profeta: Lavaré mis manos entre los inocentes y cercaré,
Señor, tu altar: donde primero dice que lavará sus manos, que
son las culpas de sus obras, y después que se acercará al altar,
que es á la mesa de este Señor. Y por esto mismo nos amenazó
tan espantosamente el Apóstol, cuando dijo: Quienquiera que co-
miere el pan, ó bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo
contra el cuerpo y sangre del Señor. En las cuales palabras da á
entender que los que se llegan en pecado mortal á este misterio,
cometen una culpa semejante á la que cometieron aquéllos que
crucificaron á Cristo, pues los unos y los otros pecan contra el
mismo cuerpo y sangre de Cristo, aunque sea en diferente
manera.
Y demás desto, { qué se puede seguir de juntarse en uno dos
cosas tan contrarias, como son Cristo y el pecador, sino corrup-
ción de la una á la otra? Porque las cosas semejantes fácilmente
LffiRO III. TRATADO III. 42 1
se juntan unas con otras, como un hierro con otro hierro y un li-
cor con otro licor. Mas las contrarias (como son el agua y el fue-
go) en ninguna manera se pueden juntar sin corromper la una
á la otra. Pues como por medio de este sanctísimo Sacramento
especialmente se junte el hombre con Cristo, ¿qué se puede es-
perar de esta junta sino corrupción de la parte más flaca? ¿Cómo
se juntará en uno el bueno con el malo, el limpio con el sucio,
el humilde con el soberbio, y el manso con el airado, y el mise-
ricordioso con el crudo? Pues por esto conviene que haya alguna
manera de semejanza entre el cristiano y entre Cristo, ó en la
obra, ó en la voluntad, para llegarse dignamente á este misterio.
Lo cual todo destruye el pecado cuando no se ha purgado por
penitencia.
Y como quiera que todos los pecados mortales hagan esto,
señaladamente lo hacen dos (que más particularmente repugnan
á este sacramento) que son, enemistad y deshonestidad. El pri-
mero, porque como éste sea sacramento de unión (con que los
fieles comiendo un mismo manjar, se hacen un ánima y un co-
razón) ¿qué cosa puede ser más contraria á esta unión, que la
división de los corazones que se causa con el odio? Y no menos
impide el segundo, que es la deshonestidad: porque si este sa-
cramento no sólo se recibe en el ánima sino también en el cuer-
po, ¿qué cosa más contraria para esto que aquel linaje de peca-
do, que (como dice el x\póstoI) no sólo ensucia el ánima sino
también el cuerpo? Y por esto de todos y más destos ha de ir
limpio el que se llega á este misterio, arrepintiéndose con todo
corazón de estos y de todos los otros males, y proponiendo la
emienda dellos, y lavando con lágrimas y dolor la fealdad de sus
culpas, y confesándose enteramente dellas.
Y no sólo de las mortales, mas también de las veniales debe
tener arrepentimiento verdadero, porque aunque éstas no quiten
la caridad, quitan el fervor de la caridad y el fervor de la de-
voción, que es una de las cosas que se piden para este aparejo.
Y trabaje porque este arrepentimiento sea verdadero, y no así
superficial y como por cumplimiento, cual es el de aquéllos que
cada día se confiesan, más por costumbre y cerimonia que con
verdadero dolor y arrepentimiento. De donde nasce que siempre
vivan en perpetua tibieza y negligencia, sin emendarse ni aprove-
char un día más que otro, y esto cuasi toda la vida.
422 GUIA DE PECADORES
§. II.
La segunda cosa que se requiere, es limpieza corporal, con-
viene saber, que aquella noche antes no haya tenido algún tor-
pe sueño con lo que del se suele seguir, porque esto comúnmen-
te hace botos los sentidos y el entendimiento, y así hace al hom-
bre menos devoto y menos hábil para este misterio. Verdad es
que cuando esto acaesciese sin pecado, como muchas veces acae-
ce, ó por obra del demonio, ó por flaqueza, ó otra cualquier dis-
posición de naturaleza, y por otra parte hobiese alguna señala-
da fiesta, ó otra alguna causa racionable para comulgar, no debe
el hombre abstenerse por solo esto de la comunión, mayormen-
te no hallándose pesado y boto para ella, que es la causa por
donde impide esta manera de ilusión. Mas fuera desta necesidad
dice Sancto Tomás que aunque esto acaesciese sin ninguna cul-
pa, es loable cosa abstenerse por aquel día deste sacramento.
Y por la misma razón deben abstenerse los casados del uso
del matrimonio la víspera de la comunión. Porque si para vacar
á la oración les da el Apóstol este consejo, ¿cuánto más para la
sagrada comunión, que requiere mayor pureza? Verdad es que
cuando esto no viene por parte del que ha de comulgar, y si
aguardase esta sazón, ó nunca comulgaría, ó muy pocas veces, no
se le debe por esto poner entredicho en este misterio (como dice
S. Gregorio) porque no es razón privar á un inocente de tan
grande beneficio por hacer lo que debe á su estado, especialmen-
te cuando la persona es tal que ninguna pesadumbre ni menos-
cabo de devoción recibe por eso (como á muchas acaesce) y
cuando de tal manera usa del matrimonio, que estando en el
fuego, no se quema, como dice el mismo Sancto.
§. m.
La tercera cosa que se requiere, es pureza de intención: de la
cual carescen los que se llegan á comulgar, ó por sola costum-
bre, ó por pura necesidad, ó por sólo hallar un poco de gusto y
suavidad en la comunión, ó por ventura por alguna ostentación
de virtud (como hacen los que sirven á la vanidad y ojos del
mundo) ó por cobdicia de dinero, como hacen algunos malos sa-
cerdotes. Pues quitados estos fines á parte, comulgue el hombre
LIBRO III. TRATADO III. 423
por aquel fin para que fué instituido este sacramento, que es para
unirse el ánima con Cristo por amor, y para sustentarse en la vi-
da espiritual con este manjar, y para crescer con él de virtud en
virtud, y para alcanzar por él perdón de sus pecados, y para
ofrecer al Padre esta divina Hostia por la salud del mundo, y
para hacerse participante de los méritos del Hijo, y para recebir
por Él al Espíritu Sancto, y también para gustar cuan suave es
el Señor, no por razón de solo el gusto, sino por el esfuerzo que
con él se recibe para toda virtud. Pues el que con estos y otros
semejantes fines se llegare á este misterio, éste tendrá aquella
pureza de intención que para comulgar se requiere.
§. IV.
La cuarta cosa que se ha de tener, es actual devoción: la cual
tendrá el que se llegare con actual amor y temor del que en
este sacramento se encierra: porque estos dos afectos y virtudes
señaladamente se requieren para llegar á él. Para lo cual (des-
pués de la divina gracia) una de las cosas que más a>aida, es la
consideración. Porque para el temor y reverencia aprovecha
mucho la consideración de la majestad de Dios, y de nuestra vi-
leza y miseria, porque cualquiera destos dos extremos profun-
damente considerado, hace al hombre humilde y temeroso, cuan-
do piensa llegarse á este tan alto Sacramento. Mas para el amor
y deseo sirve la consideración de la bondad y misericordia de
nuestro Señor, y de las causas y efectos deste divino Sacramen-
to, que no fueron otras que las de su venida al mundo. Porque
así como el amor fué el que le trajo del cielo á la tierra, y el
que no paró hasta ponerlo en manos de pecadores, así el amor
es el que agora le hace venir otra vez al mundo, y el que otra
vez le deposita en nuestras manos: y lo que entonces obró en
aquella primera venida, eso mismo es lo que obra agora en és-
ta. Porque este venerable Sacramento perdona los pecados pa-
sados, esfuerza contra los venideros, enflaquece las pasiones, di-
minuye las tentaciones, despierta la devoción, alumbra la fe, en-
ciende la caridad, confirma la esperanza, fortalece nuestra fla-
queza, repara nuestra virtud, alegra la consciencia, hace al hom-
bre participante de los merescimientos de Cristo, y dale prendas
de la vida perdurable. Éste es aquel pan que confirma el cora-
424 CUJA DE PECADORES
zón del hombre, que sustenta los caminantes, levanta los caídos,
esfuerza los flacos, arma los fuertes, alegra los tristes, consuela
los atribulados, alumbra los ignorantes, enciende los tibios, des-
pierta los perezosos, cura los enfermos, y es común socorro de
todos los necesitados. Pues si tales y tan maravillosos son los efec-
tos deste sacramento, y tal la bondad y amor del que nos lo da,
^ quién no será cobdicioso de tales riquezas? ^-Quién no tendrá
hambre de tan excelente manjar?
Y puesto caso que este sacramento sea de tanta dignidad, no
por eso debe el hombre apartarse de él, considerando su indig-
nidad y pobreza, porque para pobres se proveyó este tesoro, y
para enfermos se ordenó esta medicina, y para necesitados se
dio este socorro, y para hambrientos se aderezó este manjar. Ver-
dad es que él es pan de ángeles: mas también es pan de peni-
tentes. Verdad es que es manjar de sanos: mas también es me-
dicina de enfermos. Verdad es que es convite de reyes: mas tam-
bién es pan de trabajadores. Verdad es que es manjar de robustos:
mas también es leche de niños. Así que para todos es todas las
cosas, y ninguno por imperfecto que sea se debe abstener de esta
medicina si de todo corazón desea sanar. No tienen los sanos ne-
cesidad de médico sino los enfermos, y pues para éstos señala-
damente vino Cristo al mundo, para éstos señaladamente viene
agora en este sacramento.
Con estas consideraciones se despiertan el amor y temor deste
sanctísimo Sacramento, para lo cual sir^^e una devota meditación
que adelante se pone.
Y para esto será bien que el hombre tome unos tres días an-
tes de la sagrada comunión á honra de la sanctísima Trinidad
(como lo aconseja en un tratado suyo el religiosísimo duque de Gan-
día) para que en este tiempo se ejercite en estas y otras seme-
jantes consideraciones, invocando el primer día el favor del Pa-
dre, el segundo del Hijo, el tercero del Espíritu Sancto, y todos
ellos el de nuestra Señora, para que por todas partes reciba ayu-
da para un tan gran negocio como es aparejarse dignamente para
este misterio.
Y en todo este tiempo debe andar con especial cuidado de
mirar por sí y particularmente procurar que esté limpia la casa
del corazón, donde se ha de aposentar este huésped celestial, y
asimismo la puerta de la boca, por donde ha de entrar en ella,
LIBRO III. TRATADO III. 42 5
pues no es justo que salgan palabras torpes ni maldicientes por
el lugar por donde ha de entrar la palabra de Dios eterna y el
Señor de toda criatura.
Y el mismo cuidado que tuviere antes de la comunión, ese
mismo conviene tener después, para que por todas partes le sea
ocasión de enriquescer este divino sacramento, y por todas se ha-
bilite más y más á las influencias del.
§• V.
La quinta cosa que se requiere, es memoria de la sagrada Pa-
sión: por la cual fué instituido este venerable sacramento, para que
cada vez que lo recibiésemos, nos acordásemos de aquella inmen-
sa caridad con que el Hijo de Dios se ofreció por nosotros en la
cruz, y de todos los trabajos que por nuestro amor pasó dende
el pesebre hasta la sepultura, para que de todos ellos tuviésemos
aquel reconoscimiento y diésemos aquellas gracias que merescía
un tan grande beneficio. Y por esto la mañana ó la noche antes
de la comunión debemos gastar un pedazo de tiempo en esta pia-
dosa meditación, dando gracias al Señor por este beneficio, que
es, por todos los dolores y trabajos que en su muerte y vidasan-
ctísima por nosotros padesció.
§. VI.
Después de todo esto, cuando se llegare á comulgar, llegúe-
se con gran temor y temblor, diciendo de corazón aquellas pa-
labras del Centurión: Doiíime, 7ion siim digmis &-'C. Y cuando re-
cibiere la hostia, deténgala un poquito en la boca hasta que se
humedezca en ella, porque no se le pegue álos paladares. Y des-
pués que hobiere comulgado, no escupa luego de ahíá un peda-
zo de tiempo, si no fuere habiendo necesidad, y en lugar limpio
y honesto, ni tampoco se vaya luego á comer, porque no junte
con aquella divina Hostia otro manjar corruptible.
Y porque todo el tiempo en que la hostia está entera en nues-
tro pecho, es tiempo en que el Sacramento influye gracia en el áni-
ma (como dice Cayetano) en ninguna manera conviene que sal-
ga luego de la iglesia, ni se divierta en pláticas ni pensamientos
de cosas terrenas, sino que entonces (más que en otro tiempo)
emplee todo su espíritu y todas las fuerzas de su devoción y amor
426 GUIA DE PECADORES
en dar gracias al Señor por aquella visitación y extender los bra-
zos de su afición al que tiene dentro de sus entrañas. Y trabaje
por acompañar todo aquel día con este amor y reconoscimiento
al huésped que le vino del cielo, no desamparándolo y dejándo-
lo solo acabándolo de recibir, como hacen algunos. Y tenga por
cierto que muchas veces en media hora destas se alcanza más
luz, más devoción y más espíritu y fortaleza, que en muchos otros
muy largos y espaciosos ejercicios. Porque en estos obra sola la
devoción del que ora, mas aquí obra el Sacramento junto con la
devoción: y entonces parece que navega el hombre á solo remo,
mas aquí á velas y remos juntamente.
SÍGUESE UNA MEDITACIÓN
^ara antes de la sagrada comunión, para despertar en el ánima
temor y amor deste Sanctisimo Sacramento,
JüiÉN eres tú, Señor mío, y quién soy yo, para que me ose
llegar á ti? ¿Qué cosa es el hombre para que pueda rece-
bir en sí á Dios su hacedor? ¿Qué es de sí el hombre sino vaso
de corrupción, muladar de vicios, manjar de gusanos, hijo del de-
monio, heredero del infierno, menospreciador de Dios, y una cria-
tura inhabilísima para todo lo bueno, y poderosísima para todo
lo malo? ¿Qué es el hombre sino un animal en todo miserable,
en sus consejos ciego, en sus pensamientos loco, en sus obras
vano, en sus apetitos sucio, y finalmente en todas las cosas pe-
queño, y en sola su estima grande? Cata aquí. Señor mío, quién
soy yo: mas ¿quién eres Tú? Tú eres sin cantidad grande,, sin ca-
lidad bueno, sin medida sabio y sin mutación eterno. Tú eres en
la grandeza infinito, en la virtud omnipotente, en la sabiduría in-
menso, en los consejos admirable, en los juicios terrible y en to-
das las virtudes acabado. Pues ¿ cómo una tan vil y sucia criatura
se osará llegar á un Dios de tan grande majestad? Las estrellas no
están linjpias delante de tu acatamiento, las colunas del cielo tiem-
blan delante ti, los más altos de los serafines encogen sus alas en
tu presencia: pues ¿ cómo te osará recebir dentro de sí una tan
baja criatura? El sancto Baptista dende las entrañas de su madre
sanctificado, no osa tocar tu cabeza: el príncipe de los Aposto-
LIBRO m. PARTE II. 427
les da voces y dice: Apártate de mí, Señor, que soy hombre pe-
cador: ^y osaré yo llegarme á ti tan cargado de pecados?
Si aquellos panes que estaban sobre la mesa del templo de-
lante Dios (que no eran más que una som.bra de este misterio) no
podía comer sino quien estuviese limpio y sanctificado, ¿cómo
me atreveré yo á comer del pan de los ángeles, estando tan aje-
no de toda sanctidad? Aquel cordero pascual (que era figura de
este sacramento) mandaba Dios que se comiese con pan cence-
ño y con lechugas amargas, calzados los zapatos y ceñidas las
renes: pues ¿cómo osaré yo llegarme al verdadero Cordero pas-
cual sin llevar este aparejo? ¿Qué es de la pureza del pan cen-
ceño sin levadura de pecado? ¿Qué es de las lechugas amargas
de la verdadera contrición? ¿Dónde está la pureza de las renes y
la limpieza de los pies, que son los deseos? Temo, y mucho temo,
cómo seré rescebido en esta mesa, si me falta este aparejo. Desta
mesa fué desechado aquél que no se halló con ropa de bodas, y
atado de pies y manos fué ma ndado echar en las tinieblas exte-
riores. Pues ¿qué otra cosa espero yo, si de esta manera me hallare
en este convite? Oh divinos ojos, á los cuales están abiertos y
desnudos todos los rincones de nuestras ánimas, ¿ qué será de la
mía, si ante ellos paresciere así desnuda?
Tocar el arca del testamento (que no era más que figura des-
te misterio) fué cosa tan grave, que el sacerdote que la tocó lla-
mado Oza, fué luego castigado con arrebatada muerte. Pues ¿có-
mo no temeré yo el mismo castigo, si recibiere indignamente al
que por aquella arca era figurado? No hicieron los Betsamistas
más que mirar curiosamente esta misma arca, cuando pasaba por
su tierra, y por solo este atrevimiento dice la Escriptura divina
que mató Dios cincuenta mil hombres de aquel pueblo. ¡ Oh cosa
para temer! No menospreciaron el arca, no la recibieron con
mala cara, antes se alegraron, y le hicieron fiesta, y le ofrecieron
sacrificios: y sólo haber querido curiosamente mirarla, fué culpa
digna de tan grande pena. ¿Quién temiera tal castigo por tal de-
licto, de un Dios tan piadoso? Pues ¡oh misericordioso y terrible
Dios, cuánto mayor cosa es tu sacramento que aquel arca, y
cuánto mayor cosa es rescebirte que mirarte! Pues ¿cómo no tem-
blaré yo, cuando me llegare á rescibir un Dios de tan grande ma-
jestad y justicia, y que quiere ser tratado con tanta revevencia?
Y si tanta razón tengo para temer considerando tu grandeza.
428 GUIA DE PECADORES
¡cuánto más debo temer considerando mi indignidad y sinjusti-
cia! Acuérdeme, Señor, de muchas y muy graves culpas que
tengo en este mundo cometidas contra ti. Tiempo hubo (y ple-
ga á tu misericordia no lo sea también ahora) cuando la cosa más
oh'idada y menos amada eras tú, hermosura infinita, y cuando
el polvo de las criaturas tenía en más que el tesoro de tu gracia
y la esperanza de tu gloria. La ley de mi vida eran mis deseos,
la obediencia tenía dada á mis apetitos: no tenía cuenta contigo
más que si nunca te conosciera. Yo so}' aquel necio que dijo
en su corazón: No hay Dios, porque de tal manera viví un tiem-
po como si creyera que no lo había. Nunca por tu amor traba-
jé, nunca por tu justicia temí, nunca por tus leyes me aparté de
lo malo, nunca por tus beneficios te di las gracias que debía, nun-
ca por saber que tú estabas en todo lugar presente, dejé de pe-
car contra ti. Todo lo que mis ojos desearon les concedí, y no
fui á la mano á mi corazón para estorbarle alguno de sus de-
leites. (jOué género de maldades hay, por donde no haya pasa-
do mi malicia? ¿Qué otra cosa fué toda mi vida sino una perpe-
tua guerra contra ti, y una renovación de todos los martirios que
pasaste por mi? ¡Cuántas veces por la golosina de un deleite, ó
de un poco de dinero, como otro Judas te vendí! Pues ¿qué será
allegarme yo agora á recebirte, sino darte paz con el mismo Ju-
das, después de haberte vendido? ¿Qué hice las otras veces que
comulgué, y acabando de comulgar te ofendí, sino escarnecerte
con los soldados, que por una parte hincadas las rodillas te ado-
raban, y por otra con la caña te herían? Pues, oh Salvador y Juez
mío, ¿cómo te osaré recibir en una tan sucia posada? ¿Cómo de-
positaré tu sagrado cuerpo en la cama de los dragones y en el
nido de las serpientes? ¿Qué cosa es el ánima llena de pecados
sino una casa del demonio, un establo de bestias, un cenagal de
puercos y un muladar de todas las inmundicias^ Pues ¿cómo es-
tarás tú, pureza virginal y fuente de hermosura, en lugar tan abo-
minable? ¿Qué tiene que ver la luz con las tinieblas, y la com-
pañía de Dios con la de Belial? Oh flor del campo y azucena de
los valles, ¿cómo quieres tú agora ser hecho manjar de bestias?
¿Cómo se ha de dar ese divino manjar á los perros, y esa tan
preciosa margarita á los puercos? Oh amador de las ánimas pu-
ras y limpias, que te pascientas entre los lirios mientras dura el
día y se inclinan las sombras, ¿ qué pasto te podré yo dar en este
LIBRO Iir. TRATADO III. 429
corazón, donde no nascen estas flores, sino solamente cardos y
espinas ?
Tu lecho es de madera de Líbano, las columnas tiene de plata,
y el reclinatorio de oro, y la subida colorada. No hay en esta casa
ninguno de estos colores: pues i qué silla te daré yo cuando en-
trares en ella? Tu sagrado cuerpo fué envuelto en una sábana
limpia y sepultado en un sepulcro, donde nadie había sido sepul-
tado: pues ¿qué parte hay en mi ánima que sea limpia y nueva,
donde te pueda yo sepultar? ¿Qué ha sido mi boca sino sepultura
abierta, por donde saUa el hedor de mis pecados? ¿Qué mi co-
razón, sino fuente de vicios? ¿Qué mi voluntad, sino casa y cama
del enemigo? Pues ¿cómo osaré yo llegarme con estos labios su-
cios á rescibirte y darte paz? Ninguna parte hay en mi ánima que
esté pura y limpia y que no haya sido muchas veces corrompida
por el pecado: pues ¿qué es del sepulcro nuevo y Umpio, donde
te haya de sepultar?
Oh Redemptor y Salvador mío, confúndome de verme tal.
Avergüénzorae de ver cuál voy á la cama y á los brazos del
Esposo del cielo, que de nuevo me quiere recibir. ¿Hasta aquí ha
llegado tu piedad, que no te afrentes. Rey de gloria, de recibir en
tu casa y tomar por esposa á la desechada y deshonrada por
un tal vilísimo rufián? Llevóse el demonio la flor de mi honesti-
dad, ¿y contentaste tú con los desechos del enemigo? Tú (dices)
has fornicado con todos cuantos amadores has querido: pero con
todo eso vuélvete á mí, que yo te recibiré.
Conozco, Señor, mi indignidad y conozco tu gran misericor-
dia. Ésta es la que me da atrevimiento para llegarme á ti tal cual
aquí estoy. Porque mientra más indigno fuere yo, más glorifica-
do quedarás tú en no desechar y tener asco de tan sucia criatu-
ra. No desechas. Señor, los pecadores, antes los llamas y los atraes
á ti. Tú eres el que dijiste: Venid á mí todos los que estáis tra-
bajados y cargados, que yo os daré refrigerio. Tú dijiste: No tienen
necesidad los sanos del médico, sino los enfermos. Y: no vine á
buscar los justos, sino á los pecadores. De ti públicamente se de-
cía que recibías los pecadores y comías con ellos. No has muda-
do. Señor, la condición que tenías entonces, y por eso creo que
agora también llamas dende el cielo á los que entonces llama-
bas en la tierra. Pues yo, movido por este piadoso llamamiento,
vengo á ti cargado de pecados, para que me descargues, y tra-
430 GUIA DE PECADORES
bajado con mis proprias miserias y tentaciones, para que me des
refrigerio. Vengo como enfermo al médico, para que me sane, y
como pecador al justo y fuente de justicia, para que me justi-
fique.
Dicen que recibes los pecadores y comes con ellos, y que tu
manjar es la conversación de los tales. Si tanto te deleita ese con-
vite, cata aquí un pecador con quien puedas comer de ese manjar.
Bien creo, Señor, que te deleitaron más las lágrimas de aquella
pública pecadora que el convite soberbio del fariseo, pues no me-
nospreciaste sus lágrimas ni la desechaste por pecadora, sino an-
tes la recebiste, y la perdonaste, y la defendiste, y por unas po-
cas de lágrimas le perdonaste muchos pecados. Aquí se te
pone. Señor, agora otra nueva ocasión de mayor gloria, que
es un pecador con más pecados y menos lágrimas. No fué
aquélla la última de tus misericordias, ni la primera. Otras mu-
chas tales tenías hechas, y otras muchas te quedaban por hacer.
Entre agora ésta en la cuenta de ellas, y perdona á quien más
te ha ofendido y menos llora porque te ofendió. No tiene
tantas lágrimas que basten para lavar tus pies: mas Tú tienes
derramada tanta sangre, que basta para lavar todos los pecados
del mundo.
No te indignes. Dios mío, porque estando tal cual estoy, me
oso llegar á ti. Acuérdate que no te indignaste cuando aquella
pobre mujer que padescía flujo de sangre, se llegó á recibir el re-
medio de su enfermedad tocando el hilo de tu vestidura, antes
la consolaste y esforzaste diciendo: Confía, hija, que tu fe te hizo
salva. Pues como yo padezca otro flujo de sangre más peligroso
y más incurable que éste, ^qué puedo hacer sino llegarme á ti
para recibir el beneficio de mi salud ?
No has mudado. Señor mío, la condición ni el oficio que te-
nías en la tierra, aunque te subiste al cielo. Porque si así fuera,
otro evangelio fuera menester, que nos declarara la condición
'que tienes allá, si fuera diferente la de acá. Leo pues en tus evan-
gelios que todos los enfermos y miserables se llegaban á tocarte,
porque de ti saUa virtud y sanaba á todos. A ti se llegaban los
leprosos, y Tú extendías tu bendita mano y los alimpiabas. Á
Ti venían los ciegos, á Ti los sordos, á Ti los paralíticos, á Ti
los mismos endemoniados, á Ti finalmente acudían todos los
monstruos del mundo, y á ninguno dellos te negaste. En Ti solo
LIBRO III. TRATADO III. 431
está la salud, en Ti la vida, en Ti el remedio de todos los males.
Tan piadoso eres para querer dar salud, cuan poderoso para darla.
Pues ¿á dónde iremos los necesitados sino á Ti?
Conozco, Señor, verdaderamente que este divino Sacramen-
to no sólo es manjar de sanos, sino medicina de enfermos: no
sólo es fortaleza de vivos, sino resurrección de muertos: no sólo
enamora y deleita los justos, sino también sana y purifica los pe-
cadores. Cada uno se llegue como estuviere, y tome del la parte
que le pertenezca. Llegúense los justos á comer y gozar en esta
mesa, y suene la voz de su confesión y alabanza en este convi-
te: yo me llegaré como pecador y enfermo á recibir este cáliz
de mi salud. Por ninguna vía puedo pasar sin este misterio, y
por ninguna parte me puedo del excusar. Si estuviere enfermo,
aquí me curarán, y si sano, aquí me conservarán. Si estuviere vivo,
aquí me sustentarán, y si muerto, aquí me resuscitarán. Si ardie-
re en el amor divino, aquí me abrasarán, y si estuviere tibio, aquí
me calentarán. No desmayaré por verme ciego, porque el Señor
alumbra ciegos: no por verme caído, porque el Señor levan-
ta los caídos. No huiré del (como hizo Adán) por verme desnudo,
porque él es poderoso para cubrir mi desnudez: no por verme
sucio, porque él es fuente de misericordia: no por verme pobre,
porque él es Señor de todo lo criado. No pienso que le hago en
esto injuria, antes le doy ocasión (mientra más miserable fuere)
para que resplandezca más en mí la grandeza de su misericor-
dia. Las tinieblas del ciego dende su nascimiento sirvieron para
que resplandesciese más la gloria de Dios, y la torpeza de mis
culpas servirá para que se vea cuan bueno es Aquél que siendo
tan alto, no desdeña un tan miserable pecador. Especialmente que
no se tiene aquí respecto á mí, sino á los merescimientos de mi
Señor Jesucristo, por los cuales el eterno Padre ha por bien de
tomarme por hijo y tratarme como á tal.
Pues por esto te suplico, clementísimo Dios y Padre de este
Señor, que pues el sancto rey David asentaba á su mesa á un
hombre tullido y lisiado, porque era fijo de aquel grande amigo
suyo Jonatás (queriendo en esto honrar al hijo por los méritos
de su padre) así tú, eterno Padre, tengas por bien asentar á este
tan pobre y disforme pecador á tu sagrada mesa, no por él, sino
por los méritos de aquel tan grande amigo tuyo Jesucristo nues-
tro verdadero Señor y Padre, que con tantos dolores y trabajos
432 GUIA DE PECADORES
nos engendró en la cruz: el cual contigo vive y reina en los si-
glos de los siglos. Amén.
SÍGUESE OTRA MEDITACIÓN
para después de haber cofnulgado.
^H Dios mío y misericordia mía, ¿qué gracias te podré yo dar,
porque tú, Rey de los reyes y Señor de los señores, has
querida hoy visitar mi ánima, y entrar en mi pobre posada, y
hacerte una cosa comigo mediante la virtud inestimable deste
Sacramento? ¿Con qué te pagaré esta honra? ¿Con qué te serviré
este beneficio? ¿Qué gracias te podrá dar una criatura tan pobre,
por una dádiva tan rica?
Mas no es sola ésta la dádiva que nos das, sino otras innu-
merables que se juntan con ella. Porque no te contentaste con
hacernos aquí participantes de tu soberana deidad, sino también
nos haces de tu sancta humanidad y de todos los merescimien-
tos que nos ganaste con ella. Porque aquí nos das tu carne y tu
sangre, y con esto nos hace participantes de todos los tesoros y
merescimientos que con esa misma carne y sangre nos ganaste.
¡ Oh maravillosa comunicación! ¡Oh preciosa dádiva mal conoscida
de los hombres, y digna de ser agradescida con perpetuos loores !
Oh clementísimo Reparador de nuestras ánimas, ¿ con qué mayo-
res riquezas las pudieras enriquecer que con éstas? Bien dijiste,
Señor, hablando en ta oración al Padre: Yo, Padre, me sanctifico
por ellos, porque ellos sean sanctos de verdad. ¡ Oh nueva ma-
nera de sanctificar, tan costosa para el sanctificador y tan fácil
para el sanctificado! Tuya es la sanctidad, y mío es el fructo: tuyo
el trabajo, y mío el provecho: tuya la costa, y mía la ganancia:
tuya la disciplina, y mío el perdón de la culpa. Finalmente tuya
es la purga y la sangría, y mía es la salud y la vida que se al-
canza con ella.
Según esta cuenta, Salvador mío, tu sanctidad es nuestra, tus
virtudes nuestras, tus merescimientos nuestros, y finalmente to-
dos los trabajos de tu vida nuestros son, y en todos ellos tene-
mos nuestra parte, la cual se nos comunica por este sacramento.
Por aquí se nos comunica la humildad de tu encarnación, la po-
breza del pesebre, la sangre de la circuncisión, el destierro de
LIBRO III. TRATADO III. 433
Egipto, el cansancio de los caminos, el merescimiento de las pre-
dicaciones, la paciencia de las injurias, y finalmente todos los tra-
bajos de tu sagrada pasión. Míos son aquellos azotes, y aquellos
clavos, y aquellas bofetadas y espinas, y aquella sangre preciosa
que por mí se derramó. A mí lavaron aquellas lágrimas, á mí sa-
naron aquellas heridas, y por mí satisficieron aquellos azotes. ¡Oh
dichosa comunicación! ¡Oh carta de maravillosa hermandad ! ¡Oh
compañía de inefables tesoros! ^Qué caudal pusimos nosotros, Se-
ñor, de nuestra parte para esto? ^ Qué te dimos porque tal dádiva
nos dieses? Ninguna cosa hubo cierto de por medio más que tu
sola bondad. ¿Porqué alumbra el sol? ¿Porqué calienta el fuego?
¿Porqué enfrían las aguas? Porque es natural propriedad destas
criaturas producir tales efectos. Pues á ti. Dios mío, es proprio
haber misericordia y perdonar, y (lo que más es) perdonar á los
otros y no perdonar á ti. Tu misma naturaleza es bondad, y no
cualquiera bondad, sino suma bondad. Pues así como á la bon-
dad pertenesce comunicarse, así á la suma bondad sumamente co-
municarse, y así lo heciste Tú con nosotros, pues en todo te nos
diste. Nasciendo te nos diste por hermano, comiendo por man-
tenimiento, muriendo te nos das en precio, y reinando en ga-
lardón ?
Finalmente si quieres, ánima mía, en una palabra comprehen-
der los bienes que consigo te trae este divino Sacramento, con-
sidera los que trajo este Señor al mundo cuando á él vino. Pues
así como cuando vino al mundo, dio al mundo vida de gracia (con
todo lo demás que s-í sigue della) así cuando por este medio vie-
ne al ánima, le da esta misma vida. ¡ Oh manjar divino, por quien
los hijos de los hombres se hacen hijos de Dios, y por quien nues-
tra humanidad se mortifica para que Dios viva en ella! ¡Oh pan
dulcísimo, digno de ser adorado, que mantienes el ánima, y no el
vientre: confirmas el corazón, y no cargas el cuerpo: alegras el
espíritu, y no embotas el entendimiento: con cuya virtud muere
nuestra sensualidad, y la voluntad propria es degollada, para que
se cumpla en nosotros la voluntad divina !
Mas ya. Señor, que así determinabas de comunicarnos tu gra-
cia y hacernos participantes de ti, pudieras hacer esto de muchas
maneras y por otros muchos medios. Mas esto fué cosa de suma
caridad, que inventaste para ello un medio tan alto y tan honroso
para el hombre, que excede todo lo que se puede desear. To-
deras DE GRANADA. X— í3
434 GUIA DE PECADORES
maste por medio para darnos parte de ti, abrazarte con nosotros
y entrar tú mismo en nuestras ánimas debajo de especie de man-
tenimiento, para obrar en ellas esta unión tan admirable. Dime,
Señor, ^qué pudieras hacer con que más humillaras á ti y levan-
taras á los hombres, pues á los hombres hiciste dioses y á ti he-
ciste manjar de hombres?
^ Qué quieres, Salvador mío, que infiera yo deste misterio y
desta entrada tan familiar, sino que entrañablemente nos amas y
que así quieres ser amado de nosotros ? Si tú así nos previenes;
así nos echas los brazos encima, así te juntas con nosotros, <jqué
puedo yo colegir de aquí, sino que de corazón nos amas y que
tus deleites son estar con los hijos de los hombres ? Pensaba yo,
Señor, que tus deleites eran estar entre los ángeles: y agora en-
tiendo que también tienes tus deleites en la tierra, y acá en este
desierto tienes también (como otro Salomón) tu casa de solaz en
el monte Líbano, donde vas á recrearte.
Pues ¿qué gracias, qué alabanzas te daré yo, Señor, por este
beneficio? Si el agradecimiento ha de responder á la dádiva, ¿qué
linaje de agradescimiento bastará para esta dádiva? En el Éxodo
leemos que dijiste á Moisén: Toma un vaso de oro, y hínchelo de
maná, y ponió dentro del arca del amistad, y esté ahí guardado
siempre: para que sepan las generaciones advenideras con qué li-
naje de mantenimiento sustenté yo á vuestros padres cuarenta
años en el desierto. Pues si en tanto quesiste que se estimase aquel
manjar corruptible, que lo mandaste guardar por memoria en lu-
gar de tanta veneración, ¿ en cuánto será razón que se tenga este
manjar incorruptible, que da vida eterna á quien lo come? Veo
clararriente que lo que va de manjar á manjar, eso va de bene-
ficio á beneficio, y eso ha de ir de agradescimiento á agradesci-
miento. Aquel manjar era de la tierra, éste del cielo: aquél era
manjar de cuerpos, éste de ánimas: aquél no daba verdadera vida
á los que le comían, éste es vida eterna de quien le come. Mas
¿qué hay que hacer comparación de uno á otro, pues lo que va
de criador á criatura, eso va de manjar á manjar? Pues si tal me-
moria y agrasdecimiento pediste por haber mantenido á aquel
pueblo con aquel manjar mortal y corruptible, ¿qué pedirás por
habernos mantenido con tanto más excelente manjar cuanto es
Dios mejor que su criatura? No hay agradescimiento ni alaban-
zas que basten para esto.
.^
LIBRO III. TRATADO III. 435
Pues como desafuciado ya de poder pagar esta deuda, no
me queda otro remedio sino recibir con el Profeta el cáliz de mi
salud y invocar el nombre del Señor. Esto es, no pagar los be-
neficios con beneficios, sino pedir beneficios sobre beneficios y
mercedes sobre mercedes, Pídote pues, Señor, recibas este ve-
nerable Sacramento para satisfación de todas mis culpas y pe-
cados y para complida emienda de mi vida. Por él repara todas
mis caídas y suple todas las faltas de mi pobreza. Por él morti-
fica en mí todo lo que desagrada á tus divinos ojos, y hazme hom-
bre según tu voluntad. Por él conforma mi espíritu, ánima y cuer-
po con el espíritu, ánima y cuerpo de tu sacratísima humanidad,
y esclarésceme todo con la lumbre de tu divinidad. Por él me con-
cede que en ti esté sie.Tipre firme, y á ti perfecta y perseveran-
temente ame, y contigo esté siempre unido y incorporado para
gloria y honra de tu sancto nombre.
Convierte, Señor, á los miserables pecadores. Vuelve á tu Igle-
sia los herejes y scismáticos. Alumbra á todos los infieles que no
te conoscen. Socorre á todos los que están puestos en tribulacio-
nes y necesidades. Ayuda á todos aquéllos por quien yo soy obli-
gado á rogarte. Consuela á todos mis padres, parientes, amigos,
y enemigos, y bienhechores. Ten misericordia de todos aquéllos
por quien derramaste tu preciosa sangre. Da perdón y gracia á
los vivos, y á todos los defunctos descanso y gloria perdurable.
Que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
PARA DESPUÉS DE HABER ALZADO EX LA MISA
de diversas palabras de S. Augusitn.
^0° LEMENTÍSIMO y Soberano Criador del cielo y de la tierra, yo
el más vil y miserable de los pecadores, te ofrezco junta-
mente con la Iglesia este preciosísimo sacrificio (que es tu uni-
génito y amantísimo Hijo) por todos los pecados que yo he hecho,
y por todos los beneficios que de tu mano he recebido. Mira,
clementísimo Rey, al que padesce, y acuérdate benignamente de
aquél por quien padesce. ¿Por ventura no es éste, Señor, el Hijo que
entregaste á la muerte por remedio del siervo? ¿Por ventura no
es éste el autor de la vida, el cual llevado comg oveja al mata-
436 GUIA DE PECADORES
dero, no rehusó padescer un tan cruelísimo linaje de muerte?
Vuelve, Señor Dios mío, los ojos de tu Majestad sobre esta obra
de inefable piedad. Mira el dulce Hijo extendido en un madero,
y sus manos inocentes corriendo sangre, y ten por bien perdo-
nar las maldades que cometieron las mías. Considera su pecho
desnudo, herido con un cruel hierro de lanza, y renuévame con la
sagrada fuente que de ahí creo haber salido. Mira esos pies sin
mancilla, que nunca estuvieron en el camino de los pecadores,
atravesados con duros clavos, y ten por bien de enderezar los
míos en el camino de tus mandamientos, Ruégote, Rey de los
sanctos, por este Sancto de los sanctos, por este redemptor mío,
que sea yo uñido con él en espíritu, pues no tuvo horror de jun-
tarse con mi carne. ¿Por ventura no consideras, piadoso Padre, la
cabeza descaecida del amantísimo Hijo, su blanca cerviz inclinada
y caída con la presencia de la muerte? Mira, clementísimo Cria-
dor, cuál está el cuerpo del Hijo amado, y ten misericordia de tu
miserable siervo. Mira cómo está blanqueando su pecho desnu-
do, cómo bermejea su sangriento costado, cómo están secas sus
entrañas estiradas, cómo están descaídos sus ojos hermosos, cómo
está amarilla su real figura, cómo están yertos sus brazos tendi-
dos, cómo están colgadas sus rodillas de alabastro, y cómo riega
sus atravesados pies el río de su sangre preciosa. Mira, glorioso
Padre, los miembros despedazados del amantísimo Hijo, y acuér-
date de la miseria de tu vil criado. Mira la pena de Dios huma-
nado, y remedia la miseria del hombre culpado. Mira el tormento
del Redemptor, y perdona la culpa del redemido. Éste es nuestro
fiel abogado delante de ti, Padre todopoderoso. Éste es aquel
sumo Pontífice que no tiene necesidad de ser sanctificado con
sangre ajena, pues Él resplandece rosciado con la suya propria.
Ruégote pues, piadoso Padre, que por esta oración lo merezca
yo tener por ayudador, pues de gracia, sin que yo te lo mereciese,
me lo diste por Redemptor.
FIN
TRATADO
DE LA
ORACIÓN Y MEDITACIÓN
TRATADO
DE LA
ORACIÓN Y MEDITACIÓN
RECOPILADO POR
EL R. P. F. PEDRO DE ALCÁNTARA
FRAILE MENOR
DE LA Orden del B. S. Francisco
Añadióse al cabo una breve Introducción, para los que co-
jnienzan á servir á Dios, y un Tratado de los tres votos de la
Religión^ compuesto por F. Hierónimo de Ferrara.
IMPRESO EN LISBOA
En Casa de Ioannes Blavio de Colonia
Con Real privilegio.
A
ELmPRESOR AL CRISTIANO LECTOR
STE tratado, cristiano lector, vino á mis manos con
algunos vicios que había sacado de la impresión. Y
por parecerm.e libro muy provechoso á todo fiel
cristiano, y demás de esto, ser breve para poderse leer de cual-
quier hombre, aunque estuviese muy ocupado, y fácil para ser
comprado de quienquiera, aunque fuese muy pobre, rogué al
principal autor de él quisiese tomar un poco de trabajo para
emendarlo, siquiera porque no anduviese en las manos de los
hombres tan vicioso: y su Reverencia lo hizo tan bien, que no
sólo lo emendó, sino cuasi lo hizo de nuevo, añadiendo y quitan-
do muchas cosas, de tal manera que el libro que venía en solos
cinco pliegos impreso, sale agora con doblado volumen, para que
así tenga el piadoso lector esta recopilación más copiosa, y así
pueda mejor aprovechar?e de esta doctrina. Vale.
AL MUY MAGNÍFICO Y MUY DEVOTO
SEÑOR RODRTGO DE CHAVES
VECINO DE Ciudad-Rodrigo
CARTA DEL AUTOR
UY magnífico y muy devoto Señor: Nunca yo me mo-
viera á recopilar este breve tratado, ni á consentir
que se imprimiese, si no fuera por las muchas veces
que vuestra merced me mandó escribiese alguna cosa de oración
breve y compendiosa, y con claridad, cuyo provecho fuese más
común, pues siendo de pequeño volumen y precio, aprovecha-
ría á los pobres, que no tienen tanta posibilidad para libros más
costosos, escribiéndose con más claridad, aprovechará á los sim-
ples, que no tienen tanto caudal de entendimiento. Y parescién-
dome que no es de menor mérito obedescer en este caso á quien
pide cosa tan piadosa y sancta, que el fructo que se puede sacar
della, quise poner por obra tan sancto mandamiento, bien certi-
ficado que para mí no puede este pequeño trabajo dejar de ser
de provecho, si la mucha afición y voluntad que tengo al ser-
vicio de vuestra merced y de la señora doña Francisca vuestra
benedicta compañera (no menos ligada con vuestra merced con
el vínculo de la caridad y amor en Jesucristo nuestro Señor, que
con el del matrimonio) no me lleva alguna parte del merescimien-
to. Aunque si es verdad, como lo es, que todo el bien que hacen
nuestros hermanos, de que nos gozamos los cristianos, resulta en
mérito particular del que se huelga, bien podré yo decir que soy
participante, y de todas vuestras buenas obras, pues como con hi-
jos muy queridos en el Señor (que así quiero llamar á vuestras
mercedes, pues me tenéis por padre) nunca ha faltado la pobreza
de mi doctrina y industria para ayudar á la riqueza de vuestros
442 CARTA DEL AUTOR.
sanctos propósitos y altos pensamientos. Y habiendo leído, entre
otros libros de romance devotos, el Libro de la Oración que nue-
vamente compuso el muy Reverendo Padre Provincial Fray Luis
de Granada, de la Orden de los Predicadores, y paresciéndome
que era el mejor de los que en nuestra lengua he leído (por poner
de mejor manera en prática el ejercicio de la oración, con muy
buenas meditaciones y avisos muy provechosos, ansí para princi-
piantes como para aprovechados y perfectos) determiné favores-
cerme del, poniendo en este tratado brevemente y lo más claro
que yo supe, todo lo que aquél tiene necesario para la oración,
y otras cosas para algunos más aprovechados en ella para el
efecto ya dicho, y aun para que los que tienen el libro de aquel
Padre, lo puedan mejor tomar y retener en la memoria, viendo
más recopilado y breve lo que el otro tiene más á la larga. Ple-
ga al Señor que así aproveche á todos los que le buscan (pues
no es para los demás) que consiga vuestra merced el interese
espiritual de su buen deseo y el de mi voluntad: todo á honra y
gloria de Jesucristo nuestro bien, cuyo es todo lo que es bueno.
DEL FRUCTO QUE SE SACA DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN.
CAPÍTULO L
Jorque este breve tratado habla de la oración y me-
5^^^ ditación, será bien al principio decir en pocas pala-
U7:m
bras el fructo que de este sancto ejercicio se puede
sacar, porque con roas alegre corazón se ofrezcan los hombres
á él.
Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que
el hombre tiene para alcanzar su última felicidad y bienaventu-
ranza, es la mala inclinación de su corazón y la dificultad y pesa-
dumbre que tiene para bien obrar: porque á no estar ésta de por
medio, facilísima cosa le sería correr por el camino de las virtu-
des, y alcanzar el fin para que fué criado. Por lo cual dijo el Após-
tol: Huélgome con la ley de Dios según el hombre interior, pero
siento otra ley y inclinación en mis miembros, que contradice á
la ley de mi espíritu, y me lleva tras sí captivo á la ley del pe-
cado. Ésta es, pues, la causa más universal que hay de todo nues-
tro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad, y facili-
tar este negocio, una de las cosas que más aprovechan, es la de-
voción. Porque (como dice Sancto Tomás) no es otra cosa de-
voción, sino una promptitud y ligereza para bien obrar: la cual
despide de nuestra ánima toda esta dificultad y pesadumbre, y
nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una re-
fección espiritual, un refresco y roscío del cielo, un soplo y
aliento del Espíritu Sancto, y un afecto sobrenatural: el cual de
tal manera regala, esfuerza y trasforma el corazón del hombre,
que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y
nuevo desgusto y aborrescimiento de las sensuales. Lo cual nos
muestra la experiencia de cada día: porque al tiempo que una
persona espiritual sale de alguna profunda y devota oración, allí
se le renuevan todos los buenos propósitos, allí son los fervo-
res y determinaciones de bien obrar, alli el deseo de agradar y
amar á un Señor tan bueno y tan dulce como alH se le ha mos-
444 TRATADO DE LA ORACIÓN
trado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derra-
mar sangre por Él, y allí finalmente reverdece y se renueva toda
la frescura de nuestra alma.
Y si me preguntas por qué medios se alcanza este tan po-
deroso y tan noble afecto de devoción, á esto responde el mis-
mo Sancto Doctor diciendo que por la meditación y contem-
plación de las cosas divinas: porque de la profunda meditación
y consideración de ellas redunda este afecto y sentimiento en la
voluntad (que llamamos devoción) el cual nos incita y mueve á
todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado este sancto
y religioso ejercicio de todos los Sanctos: porque es medio para
alcanzar la devoción, la cual aunque no es más que una sola vir-
tud, nos habilita y mueve á todas las otras virtudes, y es como
un estímulo general para todas ellas. Y si quieres ver cómo esto
es verdad, mira cuan abiertamente lo dice Sanct Buenaventura
por estas palabras: Si quieres sufrir con paciencia las adversida-
des y miserias desta vida, seas hombre de oración. Si quieres al-
canzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del ene-
migo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propria
voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de ora-
ción. Si quieres conoscer las astucias de Satanás, y defenderte de
sus engaños, seas hombre de oración. Si quieres vivir alegre-
mente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y
del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu áni-
ma las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuida-
dos, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la gro-
sura de la devoción, y traerla siempre llena de buenos pensa-
mientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer
y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de
oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los
vicios, y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de ora-
ción: porque en ella se rescibe la unión y gracia del Espíritu
Sancto, la cual enseña todas las cosas. Y demás desto, si quieres
subir á la alteza de la contemplación, y gozar de los dulces abra-
zos del Esposo, ejercítate en la oración, porque éste es el camino
por do sube el ánima á la contemplación y gusto de las cosas ce-
lestiales. (jVes, pues, de cuánta virtud y poder sea la oración? Y
para prueba de todo lo dicho (dejado aparte el testimonio de las
Escripturas Divinas) esto baste agora por suficiente probanza, que
PARTE I. CAPÍTULO I. 445
habernos oído y visto, y vemos cada día muchas personas sim-
ples, las cuales han alcanzado todas estas cosas susodichas, y
otras mayores, mediante el ejercicio de la oración. Hasta aquí
son palabras de Sant Buenaventura. ^Pues qué tesoro, qué tien-
da se puede hallar más rica ni más llena de todos los bienes que
ésta? Oye también lo que dice á este propósito otro muy religio-
so y sancto Doctor, hablando de esta misma virtud. En la ora-
ción (dice él) se alimpia el ánima de los pecados, apaciéntase la
caridad, certifícase la fe, fortaléscese la esperanza, alégrase el es-
píritu, derrítense las entrañas , pacifícase el corazón, descúbrese la
verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuévanse los sen-
tidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese la tibieza, con-
súmese el orín de los vicios, y en ella saltan centellas vivas de
deseos del Cielo, entre las cuales arde la llama del divino amor.
Grandes son las excelencias de la oración, grandes son sus pri-
vilegios. A ella están abiertos los cielos, á ella se descubren los
secretos, y á ella están siempre atentos los oídos de Dios.
Esto baste agora para que en alguna manera se vea el fructo
de este sancto ejercicio.
DE LA MATERIA DE LA MEDITACIÓN.
CAPITULO II.
ISTO de cuánto fructo sea la oración y meditación, veamos
agora cuáles sean las cosas que debemos meditar. A lo
cual se responde que por cuanto este sancto ejercicio se ordena á
criar en nuestros corazones amor y temor de Dios, y guarda de
sus mandamientos, aquélla será más conveniente materia deste
ejercicio, que más hiciere á este propósito. Y aunque sea verdad
que todas las cosas criadas y todas las Escripturas sagradas nos
muevan á esto, pero generalmente hablando, los misterios de
nuestra fe (que se contienen en el Símbolo, que es el Credo) son
los más eficaces y provechosos para esto. Porque en él se trata
de los beneficios Divinos, del Juicio final, de las penas del Infier-
no y de la gloria del Paraíso, que son grandísimos estímulos para
mover nuestro corazón al amor y temor de Dios: y en él también
se trata la vida y pasión de Cristo nuestro Salvador, en la cual
consiste todo nuestro bien. Estas dos cosas señaladamente se tra-
. 446 TRATADO DE LA ORACIÓN
tan en el Símbolo, y éstas son las que más ordinariamente rumia-
mos en la meditación: por lo cual, con mucha razón se dice que
el Símbolo es la materia propriísima de este sancto ejercicio, aun-
que también lo será para cada uno lo que más moviere su corazón
al amor y temor de Dios.
Pues según esto, para introducir á los nuevos y principian-
tes en este camino (á los cuales conviene dar el manjar como di-
gesto y mastigado) señalaré aquí brevemente dos maneras de
meditaciones para todos los días de la semana: unas para la no-
che, y otras para la mañana, sacadas por la mayor parte de los
misterios de nuestra fe: para que así como damos á nuestro cuer-
po dos refecciones cada día, así también las demos al ánima, cuyo
pasto es la meditación y consideración de las cosas divinas.
De estas meditaciones, las unas son de los misterios de la sagra-
da pasión y resurrección de Cristo, y las otras de los otros mis-
terios que ya dijimos. Y quien no tuviere tiempo para recoger-
se dos veces al día, á lo menos podrá una semana meditar los
unos misterios, y otra los otros: ó quedarse con solos los de la
pasión y vida de Jesucristo (que son los más principales) aun-
que los otros no conviene que se dejen al principio de la con-
versión, porque son más convenientes para este tiempo, donde
principalmente se requiere temor de Dios, dolor y detestación de
los pecados.
SÍGUENSE LAS PRIMERAS SIETE MEDITACIONES
para los días de ¡a semana.
EL LUNES.
^STE día podrás entender en la memoria de los pecados y
^ i en el conocimiento de ti mismo, para que en lo uno veas
cuántos males tienes, y en lo otro cómo ningún bien tienes que
no sea de Dios, que es el medio por do se alcanza la humildad,
madre de todas las virtudes.
Para esto debes primero pensar en la muchedumbre de los
pecados de la vida pasada, especialmente en aquellos que hecis-
te en el tiempo que menos conocías á Dios. Porque si lo sabes-
bien mirar, hallarás que se han multiplicado sobre los cabellos de
tu cabeza, y que viviste en aquel tiempo como un gentil que no
sabe qué cosa es Dios. Discurre, pues, brevemente por todos los
PARTE I. EL LUNES. 447
diez mandamientos y por los siete pecados mortales, y verás que
ninguno dellos hay en que no hayas caído muchas veces por
obra, ó por palabra, ó pensamiento.
Lo segundo, discurre por todos los beneficios divinos y por
los tiempos de la vida pasada, y mira en qué los has empleado,
pues de todos ellos has de dar cuenta á Dios. Pues dime agora:
¿en qué gastaste la niñez? ¿En qué la mocedad? ¿En qué la ju-
ventud? ¿En qué, finalmente, todos los días de la vida pasada?
¿ En qué ocupaste los sentidos corporales y las potencias del áni-
ma, que Dios te dio para que lo conocieses y sirvieses? ¿En qué
se emplearon tus ojos, sino en ver la vanidad? ¿En qué tus oídos,
sino en oir la mentira? ¿En qué tu lengua, sino en mil maneras de
juramentos y murmuraciones, y en qué tu gusto y tu oler y tocar^
sino en regalos y blanduras sensuales ?
¿Cómo te aprovechaste de los Sacramentos que Dios ordenó
para tu remedio? ¿ Cómo le diste gracias por sus beneficios? ¿ Có-
mo respondiste á sus inspiraciones ? ¿ En qué empleaste la salud,
y las fuerzas, y las habilidades de naturaleza, y los bienes que
dicen de fortuna, y los aparejos y oportunidades para bien vivir?
¿Qué cuidado tuviste del prójimo que Dios te encomendó, y de
aquellas obras de misericordia que te señaló para con él? Pues
¿qué responderás en aquel día de la cuenta, cuando Dios te diga:
Dame cuenta de tu mayordomía y de la hacienda que te en-
tregué, porque ya no quiero que trates más en ella? jOh árbol
seco y aparejado para los tormentos eternos! ¿Qué responderás
en aquel día, cuando te pidan cuenta de todo el tiempo de tu
vida, y de todos los punctos y momentos della?
Lo tercero, piensa en los pecados que has hecho y haces cada
día, después que abriste más los ojos al conoscimiento de Dios,
y hallarás que todavía vive en ti Adán con muchas de las raíces
y costumbres antiguas. Mira cuan desacatado eres para con Dios,
cuan ingrato á sus beneficios, cuan rebelde á sus inspiraciones,
cuan perezoso para los cosas de su servicio, las cuales nunca ha-
ces, ni con aquella presteza y diligencia, ni con aquella pureza
de intención que debrías, sino por otros respectos y intereses del
mundo.
Considera otrosí cuan duro eres para con el prójimo, y cuan
piadoso para contigo, cuan amigo de tu propria voluntad, y de
tu carne y de tu honra, y de todos tus intereses. Mira cómo to-
44 S TRATADO DE LA ORACIÓN
davía eres soberbio, ambicioso, airado, súbito, vanaglorioso, envi-
dioso, malicioso, regalado, mudable, liviano, sensual, amigo de
tus recreaciones y conversaciones y risas y parlerías. Mira otro-
sí cuan inconstante eres en los buenos propósitos, cuan inconside-
rado en tus palabras, cuan desproveído en tus obras, y cuan co-
barde y pusilánime para cualesquier graves negocios.
Lo cuarto, considerada ya por esta orden la muchedumbre
de tus pecados, considera luego la gravedad dellos, para que veas
cómo por todas partes es crescida tu miseria. Para lo cual debes
primeramente considerar estas tres circunstancias en los pecados
de la vida pasada, conviene á saber: contra quién pecaste, por-
qué pecaste, y en qué manera pecaste. Si miras contra quién
pecaste, hallarás que pecaste contra Dios, cuya bondad y ma-
jestad es infinita, y cuyos beneficios y misericordias para con el
hombre sobrepujan las arenas de la mar. Mas (jpor qué causa pe-
caste? Por un puncto de honra, por un deleite de bestias, por un
cabello de interese, y muchas veces sin interese, por sola cos-
tumbre y desprecio de Dios. Mas ^en qué manera pecaste? Con
tanta facilidad, con tanto atrevimiento, tan sin escrúpulo, tan sin
temor, y á veces con tanta facilidad y contentamiento, como si
pecaras contra un Dios de palo, que ni sabe ni ve lo que pasa
en el mundo. Pues ¿ésta era la honra que se debía á tan alta
Majestad? ¿Éste es el agradescimiento de tantos beneficios? ¿Así
se paga aquella sangre preciosa que se derramó en la cruz, y
aquellos azotes y bofetadas que se recibieron por ti? ¡Oh, mise-
rable de ti por lo que perdiste, y mucho más por lo que heciste,
y muy mucho más, si con todo esto no sientes tu perdición ! Des-
pués de esto, es cosa de grandísimo provecho detener un poco los
ojos á la consideración en pensar tu nada, esto es, cómo de tu
parte no tienes otra cosa más que nada y pecado, y cómo todo
lo demás es de Dios. Porque claro está que así los bienes de na-
turaleza como los de gracia (que son los mayores) son todos
suyos: porque suya es la gracia de la predestinación (que es la
fuente de todas las otras gracias) y suya la de la vocación, y suya
la gracia concomitante, y suya la gracia de la perseverancia, y
suya la gracia de la vida eterna. Pues ¿ qué tienes de que te pue-
das gloriar, sino nada y pecado ? Reposa, pues, un poco en la con-
sideración de esa nada, y pon esto solo á tu cuenta, y todo lo
demás á la de Dios, para que clara y palpablemente veas quién
PARTE I. EL LUNES 449
eres tú y quién es Él, cuan pobre tú y cuan rico Él, y por con-
siguiente, cuan poco debes confiar en ti y estimar á ti, y cuánto
confiar en Él, amar á Él y gloriarte en Él.
Pues consideradas todas estas cosas susodichas, siente de ti
lo más bajamente que te sea posible. Piensa que no eres más
que una cañavera que se muda á todos vientos, sin peso, sin vir-
tud, sin firmeza, sin estabilidad y sin ninguna manera de ser. Pien-
sa que eres un Lázaro de cuatro días muerto, y un cuerpo he-
diondo y abominable, lleno de gusanos, que todos cuantos pasan
se tapan las narices y los ojos por no verlo. Parézcate que des-
ta manera hiedes delante de Dios y de sus ángeles, y tente por
indigno de alzar los ojos al cielo, y de que te sustente la tierra, y
de que te sirvan las criaturas, y del mismo pan que comes, y del
aire que recibes.
Derríbate con aquella pública pecadora á los pies del Salva-
dor, y cubierta tu cara de confusión con aquella vergüenza que
parescería una mujer delante de su marido cuando le hobiese he-
cho traición, y con mucho dolor y arrepentimiento de tu corazón
pídele perdón de tus yerros, y que por su infinita piedad y mi-
sericordia haya por bien de volverte á recebir en su casa.
EL MARTES.
^STE día pensarás en las miserias de la vida humana, para que
^LJ por ellas veas cuan vana sea la gloria del mundo y cuan dig-
na de ser menospreciada, pues se funda sobre tan flaco cimiento
como esta tan miserable vida: y aunque los defectos y miserias
desta vida sean cuasi innumerables, tú puedes agora señalada-
mente considerar estas siete.
Primeramente considera cuan breve sea esta vida, pues el más
largo tiempo della es de setenta ú ochenta años, porque todo lo
demás (si algo queda, como dice el Profeta) es trabajo y dolor: y
si de aquí se saca el tiempo de la niñez, que más es vida de be-
tias que de hombres, y el que se gasta durmiendo, cuando no usa-
mos de los sentidos ni de la razón (que nos hace hombres) ha-
llaremos ser aun más breve de lo que paresce. Y si sobre todo
esto la comparas con la eternidad de la vida advenidera, ape-
nas te parecerá un punto. Por do verás cuan desvariados son
OBRAS DE GRANADA. X-sa
450 TRATADO DE LA ORACIÓN
los que por gozar deste soplo de vida tan breve, se ponen á per-
der el descanso de aquella que para siempre ha de durar.
Lo segundo, considera cuan incierta sea esta vida (que es otra
miseria sobre la pasada) porque no basta ser de suyo tan breve
como es, sino que eso poco que hay de vida, no está seguro sino
dubdoso. Porque ¿ cuántos llegan á esos setenta ó ochenta años
que dijimos? ¡A cuántos se corta la tela en comenzándose á tejer I
¡Cuántos se van en flor (como dicen) ó en agraz! No sabéis (dice
el Salvador) cuándo vendrá vuestro Señor, si á la mañana, si al
mediodía, si á la media noche, si al canto del gallo.
Aprovecharte ha, para mejor sentir esto, acordarte de la muer-
te de muchas personas que habrás conoscido en este mundo,es-
pecialmente de tus amigos y familiares, y de algunas personas
ilustres y señaladas, á las cuales salteó la muerte en diversas eda-
des y dejó burlados todos sus propósitos y esperanzas.
Lo tercero, piensa cuan frágil y quebradiza sea esta vida, y
hallarás que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es:
pues un aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un en-
fermo, basta para despojarnos della, como parece por las expe-
riencias cuotidianas de muchas personas, á las cuales en lo más
florido de su edad bastó para derribar cualquier ocasión de las
sobredichas.
Lo cuarto, considera cuan mudable es y cómo nunca per-
manesce en un mismo ser. Para lo cual debes considerar cuánta
sea la mudanza de nuestros cuerpos, los cuales nunca perraanes-
cen en una misma salud y disposición: y cuánta mayor la de los
ánimos, que siempre andan como la mar alterados con diversos
vientos y olas de pasiones, y apetitos, y cuidados, que á cada hora
nos perturban: y finalmente, cuántas sean las mudanzas que di-
cen de la fortuna, que nunca consiente mucho permanecer ni en
un mismo estado ni en una misma prosperidad y alegría las co-
sas de la vida humana, sino siempre rueda de un lugar en otro.
Y sobre todo esto considera cuan continuo sea el movimiento
de nuestra vida, pues día y noche nunca para, sino siempre va
perdiendo de su derecho. Según esto, ¿ qué es nuestra vida sino
una candela que siempre se está gastando, y mientras más arde
.y resplandesce, más se gasta? ,jQué es nuestra vida, sino una flor
que se abre á la mañana, y al medio día se marchita, y á la tar-
de se seca?
PARTE I. EL MAJITES 45 I
Pues por razón desta continua mudanza dice Dios por Isaías:
Toda carne es heno, y toda la gloria de ella es como la flor del
campo. Sobre las cuales palabras dice S. Hierónimo: Verdadera-
mente quien considerare la fragilidad de nuestra carne, y cómo
en todos los puntos y momentos de tiempos crescemos y des-
crecemos, sin jamás permanescer en un mismo estado, y cómo
este que agora estamos hablando, trazando y escudriñando, se
está quitando de nuestra vida, no dubdará llamar á nuestra carne
heno, y toda su gloria como la flor del campo. El que agora es
niño de teta, súbitamente se hace muchacho, y el muchacho, mozo,
y el mozo muy aína llega á la vejez, y primero se halla viejo, que
se maraville de ver cómo ya no es mozo. Y la mujer hermosa,
que llevaba tras sí las manadas de los mozuelos locos, muy pres-
to descubre la frente arada con arrugas, y la que antes era ama-
ble, de ahí á poco viene á ser aborrescible.
Lo quinto, considera cuan engañosa sea (que por ventura es
lo peor que tiene, pues á tantos engaña, y tantos y tan ciegos
amadores lleva tras sí) pues siendo fea nos parece hermosa, sien-
do amarga nos parece dulce, siendo breve á cada uno la suya
le parece larga, y siendo tan miserable parece tan amable, que
no hay peligro ni trabajo á que no se pongan los hombres por
ella, aunque sea con detrimento de la vida perdurable, haciendo
cosas por do vengan á perder la vida perdurable.
Lo sexto, considera cómo demás de ser tan breve, &c. (según
está dicho) eso poco que hay de vida está subjecto á tantas mi-
serias, así del ánimo como del cuerpo, que todo ello no es otra
cosa sino un valle de lágrimas y un piélago de infinitas miserias.
Escribe S. Hierónimo que Jerjes, aquel poderosísimo rey que
derribaba los montes y allanaba los mares, como se subiese á
un monte alto á ver dende allí un ejército que tenía ayuntado
de infinitas gentes, después que lo hubo bien mirado, dice que
se paró á llorar: y preguntado por qué lloraba, respondió: Lloro
porque de aquí á cien años no estará vivo ninguno de cuantos
aquí veo presentes. ¡Oh si pudiésemos (dice S. Hierónimo) su-
birnos á alguna atalaya, que dende ella pudiésemos ver toda la
tierra debajo de nuestros pies! Dende ahí verías las caídas y mi-
serias de todo el mundo, y gentes destruidas por gentes, y reinos
por reinos. Verías cómo á unos atormentan, á otros matan: unos
se ahogan en la mar, otros son llevados captivos. Aquí verías
452 TRATADO DE LA ORACIÓN
bodas, allí planto: aquí matar unos, allí morir otros: unos abundar
en riquezas, otros mendigar. Y finalmente, verías no solamente
el ejército de Jerjes, sino á todos los hombres del mundo que ago-
ra son, los cuales de aquí á pocos días acabarán. Discurre por to-
das las enfermedades y trabajos de los cuerpos humanos, y por
todas las afliciones y cuidados de los espíritus, y por los peligros
que hay, así en todos los estados como en todas las edades de
los hombres, y verás aun más claro cuántas sean las miserias des-
ta vida, para que viendo tan claramente cuan poco es todo lo
que el mundo puede dar, más fácilmente menosprecies todo lo
que hay en él.
A todas estas miserias sucede la última, que es el morir, la
cual así para lo del cuerpo como para lo del ánima, es la última
de todas las cosas terribles: pues el cuerpo será en un puncto des-
pojado de todas las cosas, y del ánima se ha de determinar en-
tonces lo que para siempre ha de ser.
Todo esto te dará á entender cuan breve y miserable sea la
gloria del mundo (pues tal es la vida de los mundanos sobre que
se funda) y por consiguiente cuan digna sea ella de ser hollada y
menospreciada.
EL MIÉRCOLES.
ESTE día pensarás en el paso de la muerte, que es una de las
más provechosas consideraciones que hay, así para alcan-
zar la verdadera sabiduría como para huir el pecado, como tam-
bién para comenzar con tiempo aparejarse para la hora de la
cuenta.
Piensa, pues, primeramente cuan incierta es aquella hora en
que te ha de saltear la muerte: porque no sabes en qué día, ni
en qué lugar, ni en qué estado te tomará. Solamente sabes que
has de morir, todo lo demás está incierto: sino que ordinariamen-
te suele sobrevenir esta hora al tiempo que el hombre está más
descuidado y olvidado della.
Lo segundo, piensa en el apartamiento que allí habrá, no sólo
entre todas las cosas que se aman en esta vida, sino también en-
tre el ánima y el cuerpo, compañía tan antigua y tan amada. Si
se tiene por grande mal el destierro de la patria y de los aires
PARTE I. EL MIÉRCOLES 453
en que el hombre se crió, pudiendo el desterrado llevar consigo
todo lo que ama, ¿ cuánto mayor será el destierro universal de
todas las cosas, de la casa, y de la hacienda, y de los amigos, y
del padre, y de la madre, y de los hijos, y desta luz y aire co-
mún, y finalmente de todas las cosas? Si un buey da bramidos
cuando lo apartan de otro buey con quien araba, ;qué bramido
será el de tu corazón, cuando te aparten de todos aquéllos con
cuya compañía trajiste acuestas el^iigo de las cargas desta vida?
Considera también la pena que el hombre allí recibe, cuando
se le representa en lo que han de parar el cuerpo y el ánima
después de la muerte. Porque del cuerpo ya sabe que no le pue-
de caber otra suerte mejor que un hoyo de siete pies en largo,
en compañía de los otros muertos: mas del ánima no sabe cierto
lo que será, ni qué suerte le ha de caber. Ésta es una de las ma-
yores congojas que allí se padescen, saber que hay gloria y pena
para siempre, y estar tan cerca de lo uno y de lo otro, y no saber
cuál destas dos suertes tan desiguales nos ha de caber.
Tras desta congoja se sigue otra no menor, que es la cuen-
ta que allí se ha de dar, la cual es tal, que hace temblar aun los
muy esforzados. De Arsenio se escribe que estando ya para mo-
rir, comenzó á temer. Y como sus discípulos le dijesen: Padre, ^y
tú agora temes? respondió: Hijos, no es nuevo en mí ese temor,
porque siempre viví con él. Allí, pues, se le representan al hom-
bre todos los pecados de la vida pasada como un escuadrón de
enemigos que vienen á dar sobre é!, y los más grandes y en que
mayor deleite recibió, ésos se representan más vivamente y son
causa de mayor temor. ¡ Oh cuan amarga es allí la memoria del
deleite pasado, que en otro tiempo parescía tan dulce! Por cier-
to con mucha razón dijo el Sabio: No mires al vino cuando está
rubio y cuando resplandesce en el vidrio su color, porque aun-
que al tiempo del beber paresce blando, mas á la postre muerde
como culebra y derrama su ponzoña como basilisco. Éstas son
las heces de aquel brebaje ponzoñoso del enemigo, éste es el dejo
que tiene aquel cáliz de Babilonia por defuera dorado. Pues en-
tonces el hombre miserable viéndose cercado de tantos acusa-
dores, comienza á temer la tela deste juicio, y á decir entre si:
^Miserable de mí, que tan engañado he vivido y por tales caminos
he andado, <iqué será de mí agora en este juicio? Si Sanct Pablo
dice que lo que el hombre hobiere sembrado, eso cojera, yo que
454 TRATADO DE LA ORACIÓN
ninguna otra cosa he sembrado sino obras de carne, ¿qué espe-
ro coger de aquí sino corrupción? Si Sanct Juan dice que en aque-
11a soberana ciudad, que es toda oro limpio, no ha de entrar cosa
sucia, i-qué espera quien tan sucia y tan torpemente ha vivido?
Después desto suceden los sacramentos de la Confesión y
Comunión y de la Extrema-Unción, que es el último socorro con
que la Iglesia nos puede ayudar en aquel trabajo: y así en éste
como en los otros debes considerar las ansias y congojas que
allí el hombre padescerá por haber vivido mal, y cuánto quisiera
haber llevado otro camino, y qué vida haría entonces si le diesen
tiempo para eso, y cómo allí se esforzará á llamar á Dios, y
los dolores y la priesa de la enfermedad apenas le darán lugar.
]\h*ra también aquellos postreros accidentes de la enferme-
dad, que son como mensajeros de la muerte, cuan espantosos
son, 3' cuan para temer. Levántase el pecho, enronquécese la
voz, rauérense los pies, hiélanse las rodillas, afílanse las narices,
húndense los ojos, párase el rostro difuncto, y la lengua no acier-
ta ya á hacer su oficio, y finalmente, con la priesa del ánima que
se parte, turbados todos los sentidos, pierden su valor y su vir-
tud. Mas sobre todo, el ánima es la que allí padesce ma3'ores
trabajos: porque está batallando y agonizando, parte por la sa-
lida, y parte por el temor de la cuenta que se le apareja: porque
ella naturalmente rehusa la salida, y ama la estada, y teme la
cuenta.
Salida ya el ánima de las carnes, aun te quedan dos caminos
por andar: el uno, acompañando el cuerpo hasta la sepultura, y
el otro, siguiendo el ánima hasta la determinación de su causa,
considerando lo que á cada una destas partes acaescerá. Mira,
pues, cuál queda el cuerpo después que su ánima lo desampara,
cuál es aquella noble vestidura que le aparejan para enterrarlo,
y cuan presto procuran echarlo de casa. Considera su enterra-
miento con todo lo que en él pasará, el doblar de las campanas,
el preguntar todos por el muerto, los oficios y cantos dolorosos
de la Iglesia, el acompañamiento y sentimiento de los amigos, y
finalmente todas las particularidades que allí suelen acaescer, has-
ta dejar el cuerpo en la sepultura, donde quedará sepultado en
aquella tierra de perpetuo olvido.
Dejado el cuerpo en la sepultura, vete luego en pos del áni-
ma, y mira el camino que llevará por aquella nueva región, y en
Parte i. el miércoles 455
lo que finalmente parará, y cómo será juzgada. Imagina que estás
ya presente á este juicio, y que toda la Corte del cielo está aguar-
dando el fin desta sentencia, donde se hará el cargo y el descargo
de todo lo recebido, hasta el cabo del agujeta. Ahí se pedirá
cuenta de la vida, de la hacienda, de la familia, de las inspira-
ciones de Dios, de los aparejos que tuvimos para bien vivir, y
sobre todo, de la sangre de Cristo, y allí será cada uno juzgado
según la cuenta que diere de lo recebido.
EL JUEVES.
nipSTE día pensarás en el juicio final, para que con esta cón-
}P j sideración se despierten en tu ánima aquellos dos tan prin-
cipales afectos que debe tener todo fiel cristiano, conviene saber,
temor de Dios y aborrecimiento del pecado.
Piensa, pues, primeramente cuan terrible será aquel día, en
el cual se averiguarán las causas de todos los hijos de Adán, y
se concluirán los procesos de nuestras vidas, y se dará sentencia
difinitiva de lo que para siempre ha de ser. Aquel día abrazará
en sí los días de todos los siglos presentes, pasados y venideros,
porque en él dará el mundo cuenta de todos estos tiempos, y en
él derramará la ira y saña que tiene recogida en todos los si-
glos. Pues ¡qué tan arrebatado saldrá entonces aquel tan cauda-
loso río de la indignación Divina, teniendo tantas acogidas de
ira y saña cuantos pecados se han hecho dende el principio del
mundo!
Lo segundo, considera las señales espantosas que precede-
rán este día: porque (como dice el Salvador) antes que venga
este día, habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas,
y finalmente en todas las criaturas del cielo y de la tierra. Por-
que tudas ellas sentirán su fin antes que fenezcan, y se estreme-
cerán y comenzarán á caer primero que caigan. Mas los hom-
bres dice que andarán secos y ahilados de muerte, oyendo los
bramidos espantosos de la mar, y viendo las grandes olas y tor-
mentas que levantará, barruntando por aquí las grandes calami-
dades y miserias que amenazan al mundo con tan temerosas se-
ñales. Y así andarán atónitos y espantados, las caras amarillas y
desfiguradas, antes de la muerte muertos y antes del juicio sen-
456 TRATADO DE LA ORACIÓN
tenciados, midiendo los peligros con sus proprios temores, y tan
ocupados cada uno con el su3'o, que no se acordará del ajeno,
aunque sea padre ó hijo. Nadie habrá para nadie, porque nadie
bastará para sí solo.
Lo tercero, considera aquel diluvio universal de fuego que
vendrá delante del Juez, y aquel sonido temeroso de la trompeta
que tocará el Arcángel, para convocar todas las generaciones
del mundo á que se junten en un lugar y se hallen presentes en
juicio, y sobre todo, la majestad espantable con que ha de venir
el Juez.
Después de esto, considera cuan estrecha será la cuenta que
allí á cada uno se pedirá. Verdaderamente (dice Job) no podrá
ser el hombre justificado si se compara con Dios. Y si se quisiere
poner con Él en juicio, de mil cargos que le haga, no le podrá
responder á solo uno. Pues ¿qué sentirá entonces cada uno de los
malos, cuando entre Dios con él en este examen, y allá dentro
de su consciencia diga así: Ven acá, hombre malo, ¿qué viste en
raí, porque así me despreciaste y te pasaste al bando de mi ene-
migo? Yo te crié á mi imagen y semejanza. Yo te di la lumbre
de la fe, y te hice cristiano, y te redimí con mi propria sangre.
Por ti ayuné, caminé, velé, trabajé y sudé gotas de sangre. Por
ti sufrí persecuciones, azotes, blasfemias, escarnios, bofetadas, des-
honras, tormentos y cruz. Testigos son esta cruz y clavos que
aquí parescen, testigos estas llagas de pies y manos que en mi
cuerpo quedaron, testigos el cielo y la tierra delante quien pa-
descí. Pues ¿qué heciste desa ánima tuya, que yo con mi sangre
hice mía? ¿En cuyo servicio empleaste lo que yo compré tan ca-
ramente? Oh generación loca y adúltera, ¿porqué quisiste más
servir á ese enimigo tuyo con trabajo, que á mí, tu Redemptor
y Criador, con alegría? Llámeos tantas veces, y no me respon-
distes: toqué á vuestras puertas, y no despertastes: extendí mis
manos en la cruz, y no las mirastes: menospreciastes mis consejos
y todas mis promesas y amenazas. Pues decid agora vosotros,
ángeles, juzgad vosotros, jueces, entre mí y mi viña, ¿qué más
debí yo hacer por ella de lo que hice?
Pues ¿qué responderán aquí los malos, los burladores de las
cosas divinas, los mofadores de la virtud, los menospreciadores
de la simplicidad, los que tuvieron más cuenta con las leyes del
mundo que con las de Dios, los que á todas sus voces estuvieron
PARTE I. EL JUEVES 457
sordos, á todas sus inspiraciones insensibles, á todos sus manda-
mientos rebeldes, y á todos sus azotes y beneficios ingratos y du-
ros? ¿Qué responderán los que vivieron como si creyeran que
no había Dios, y los que con ninguna ley tuvieron cuenta, sino
con solo su interese? ¿Qué haréis los tales (dice Isaías) en el día
de la visitación y calamidad que os vendrá de lejos? ¿A quién
pediréis socorro, y qué os aprovechará la abundancia de vues-
tras riquezas?
Lo quinto, considera después de todo esto la terrible senten-
cia que el Juez fulminará contra los malos, y aquella temerosa
palabra que hará retiñir las orejas de quien la oyere. Sus labios
(dice Isaías) están llenos de indignación, y su lengua es como
fuego que traga. ¿Qué fuego abrasará tanto como aquellas pala-
bras: Apartaos de mí, malditos, al fuego perdurable, que está apa-
rejado para Satanás y para sus ángeles? En cada una de las cua-
les palabras tienes mucho que sentir y que pensar en el aparta-
miento, en la maldición, en el fuego, en la compañía y sobre
todo en la eternidad.
EL VIERNES.
ESTE día meditarás en las penas del infierno, para que con esta
meditación también se confirme más tu ánima en el temor
de Dios y aborrecimiento del pecado.
Estas penas dice Sant Buenaventura que se deben imaginar
debajo de algunas figuras y semejanzas corporales que los San-
ctos nos enseñaron. Por lo cual será cosa conveniente imaginar
el lugar del infierno (según él mismo dice) como un lago escuro
y tenebroso puesto debajo de la tierra, ó como Un pozo pro-
fundísimo lleno de fuego, ó como una ciudad espantable y tene-
brosa que toda se arde en vivas llamas, en la cual no suena otra
cosa sino voces y gemidos de atormentadores y atormentados,
con perpetuo llanto y crujir de dientes.
Pues en este malaventurado lugar se padescen dos penas
principales, la una que llaman de sentido, y la otra de daño. Y
cuanto á la primera, piensa cómo no habrá allí sentido alguno
dentro ni fuera del ánima, que no esté penando con su proprio
tormento: porque así como los malos ofendieron á Dios con to-
45 S TRATADO DE LA ORACIÓN
dos sus miembros y sentidos, y de todos hicieron armas para
servir al pecado, así ordenará Él que cada uno dellos pene con
su proprio tormento y pague su merescido. Allí los ojos adúlte-
ros y deshonestos padescerán con la vásión horrible de los de-
monios. Allí las orejas que se dieron á oir mentiras y torpeda-
des, oirán perpetuas blasfemias y gemidos. Allí las narices ama-
doras de perfumes y olores sensuales serán llenas de intolerable
hedor. Allí el gusto que se regalaba con diversos manjares y go-
losinas, será atormentado con rabiosa hambre y sed. Allí la len-
gua murmuradora y blasfema será amargada con la hiél de dra-
gones. Allí el tacto amador de regalos y blanduras andará na-
dando en aquellas heladas que dice Job del río Cocito, y entre
los ardores y llamas de fuego. Allí la imaginación padecerá con
la aprehensión de los dolores presentes, la memoria con la re-
cordación de los placeres pasados, el entendimiento con la re-
presentación de los males advenideros, y la voluntad con gran-
dísimas iras y rabias que los malos ternán contra Dios, Final-
mente, allí se hallarán en uno todos los males y tormentos que
se pueden pensar: porque (como dice San Gregorio) allí habrá
frío que no se pueda sufrir, fuego que no se pueda apagar, gu-
sano inmortal, hedor intolerable, tinieblas palpables, azotes de
atormentadores, visión de demonios, confusión de pecados y de-
sesperación de todos los bienes. Pues dime agora, si el menor
de todos estos males que aquí hay, se padesciese por muy pe-
queño espacio de tiempo, sería tan recio de llevar, ,jqué será pa-
descer allí en un mismo tiempo toda esta muchedumbre de ma-
les en todos los miembros y sentidos interiores y exteriores, y
esto no por espacio de una noche sola ni de mil, sino de una
eternidad infinita? ¿Qué sentidos, qué palabras, qué juicio hay en
el mundo que pueda sentir ni encarecer esto como es?
Pues no es ésta la mayor de las penas que allí se pasan: otra
hay sin comparación mayor, que es la que llaman los teólogos
pena de daño, la cual es haber de carecer para siempre de la
vista de Dios y de su gloriosa compañía: porque tanto es ma-
yor una pena, cuanto priva al hombre de mayor bien, y pues
Dios es el mayor bien de los bienes, así carecer de él será el
mayor mal de los males, cual de verdad éste es.
Éstas son las penas que generalmente competen á todos los
condenados. Mas allende destas penas generales, hay otras par-
PARTE I. EL VIERNES 459
ticulares que allí padescerá cada uno conforme á la calidad de
su delicto. Porque una será allí la pena del soberbio, y otra la del
envidioso, y otra la del avariento, y otra la del lujurioso, y así
las demás. Allí se tasará el dolor conforme al deleite recebido,
y la confusión conforme á la presum.pción y soberbia, y la des-
nudez conforme á la demasía y abundancia, y la hambre y sed
conforme al regalo y á la hartura pasada.
A todas estas penas sucede la eternidad del padescer, que
es como el sello y la llave de todas ellas: porque todo esto aun
sería tolerable si fuese finito: porque ninguna cosa es grande si
tiene fin. Mas pena que no tiene fin, ni alivio, ni declinación, ni
diminución, ni hay esperanza que se acabará jamás, ni la pena,
ni el que la da, ni el que la padesce, sino que es como un des-
tierro preciso y como un sanctbcnito irremisible, que nunca
jamás se quita, esto es cosa para sacar de juicio á quien atenta-
mente lo considera.
De aquí nasce aquel odio rabiosísimo que los malaventu-
rados tienen contra Dios, y aquellos reniegos y blasfemias que
arrojan contra Él diciendo: [Maldito sea Dios, porque nos hizo,
y porque nos condenó á muerte, y porque no nos quiere acabar
de matar. ^laldito sea su poder, pues tan fuertemente nos azo-
ta: y maldito su saber, pues ninguna culpa nuestra se le encu-
bre: y maldita su justicia, pues por culpas temporales nos con-
denó á tormentos eternos. Sea también maldita la cruz, pues nada
nos aprovechó su remedio, y maldita la sangre que en ella se
derramó, pues clama contra nosotros pidiendo justicia. Sea tam-
bién maldita la Madre de Dios, que para todos fué piadosa, y
para nosotros cruel: y malditos cuantos Sanctos hay en el cielo,
pues así se huelgan de nuestro mal. Éstas serán sus perpetuas
canciones noche y día, y éstos sus perpetuos maitines y psalmos
en los siglos de los siglos.
EL SÁBADO.
P(I?STE día pensarás en la gloria de los bienaventurados, para
}P 1 que por aquí se mueva tu corazón al menosprecio del mun-
do, y deseo de la compañía dellos. Pues para entender algo deste
bien, puedes considerar estas cinco cosas, entre otras que hay en
460 TRATADO DE LA ORACIÓN
él: conviene saber, la excelencia del lugar, el gozo de la com-
pañía, la visión de Dios, la gloria de los cuerpos y finalmente el
cumplimiento de todos los bienes que allí hay.
Primeramente considera la excelencia del lugar, y señalada-
mente la grandeza del, que es admirable: porque cuando el hom-
bre lee en algunos graves autores que cualquier de las estrellas
del cielo es mayor que toda la tierra, y aun que hay algunas de
ellas de tan notable grandeza, que son noventa veces mayores
que toda ella, y con esto alza los ojos al cíelo, y ve en él tanta
muchedumbre de estrellas, y tantos espacios vacíos, donde po-
drían caber otras tantas muchas más, ¿cómo no se espanta? ¿Có-
mo no se queda atónito y ñiera de sí, considerando la inmen-
sidad de aquel lugar, y mucho más la de aquel soberano Señor
que lo crió?
Pues la hermosura del no se puede explicar con palabras:
porque si en este valle de lágrimas y lugar de destierro crió Dios
cosas tan admirables y de tanta hermosura, ¿qué habrá criado
en aquel lugar, que es aposento de su gloria, trono de su gran-
deza, palacio de su majestad, casa de sus escogidos y paraíso de
todos los deleites?
Después de la excelencia del lugar, considera la nobleza de
los moradores del, cuyo número, cuya sanctidad, cuA'as riquezas
y hermosura excede todo lo que se puede pensar. Sanct Juan
dice que es tan grande la muchedumbre de los escogidos, que
nadie basta para poder contarlos. Sanct Dionisio dice que es tan
grande el número de los ángeles, que excede sin comparación
al de todas cuantas cosas materiales hay en la tierra. Santo To-
más, conformándose con este parescer, dice que así como la
grandeza de los cielos excede á la de la tierra sin proporción,
así la muchedumbre de aquellos espíritus gloriosos excede á la
de todas las cosas materiales que hay en este mundo, con esta
misma ventaja. Pues ¿qué cosa puede ser más admirable? Por
cierto cosa es ésta, que si bien se considerase, bastaba para dejar
a^ónitos todos los hombres. Y si cada uno de aquellos bienaven-
turados espíritus (aunque sea el menor dellos) es más hermoso de
ver que todo este mundo visible, ¿quesera ver tanto número de
espíritus tan hermosos y ver las perfecciones y oficios de cada
uno dellos? Allí discurren los ángeles, ministran los arcángeles,
triunfan los principados, alégranse las potestades, enseñorean
PARTE I. EL SÁBADO 46 1
las dominaciones, resplandescen las virtudes, relampaguean los
tronos, lucen los querubines y arden los serafines, y todos can-
tan alabanzas á Dios. Pues si la compañía y comunicación de los
buenos es tan dulce y amigable, ¿qué será tratar allí con tantos
buenos, hablar con los apóstoles; conversar con los profetas, co-
municar con los mártires y con todos los escogidos?
Y si tan grande gloria es gozar de la compañía de los bue-
nos, ¿qué será gozar de la compañía y presencia de Aquél á quien
alaban las estrellas de la mañana, de cuya hermosura el sol y la
luna se maravillan, ante cuyo acatamiento se arrodillan los ánge-
les y todos aquellos espíritus soberanos? ¿Qué será ver aquel bien
universal en quien están todos los bienes, y aquel mundo mayor
en quien están todos los mundos, y á Aquél que siendo uno, es
todas las cosas, y siendo simplicísimo, abraza las perfecciones de
todas? Si tan grande cosa fué oir y ver al rey Salomón, que de-
cía la reina Sabá: Bienaventurados los que asisten delante ti, y
gozan de tu sabiduría, ¿qué será ver aquel sumo Salomón, aque-
lla eterna sabiduría, aquella infinita grandeza, aquella inestimable
hermosura, aquella inmensa bondad, y gozar della para siempre?
Ésta es la gloria esencial de los Sanctos, éste el último fin y
puerto de todos nuestros deseos.
Considera después desto la gloria de los cuerpos, los cuales
gozarán de aquellas cuatro singulares dotes, que son subtileza,
ligereza, impasibilidad y claridad, la cual será tan grande que
cada uno de ellos resplandecerá como el sol en el reino de su Pa-
dre. Pues si no más de un sol, que está en medio de el cielo, basta
para dar luz y alegría á todo este mundo, ¿qué harán tantos so-
les y lámparas como allí resplandescerán? Pues ¿qué diré de to-
dos los otros bienes que alU hay? Allí habrá salud sin enferme-
dad, libertad sin servidumbre, hermosura sin fealdad, inmortali-
dad sin corrupción, abundancia sin necesidad, sosiego sin turba-
ción, seguridad sin temor, conoscimiento sin error, hartura sin
hastío, alegría sin tristeza, y honra sin contradición. Allí será (dice
Sanct Augustín) verdadera la gloria, donde ninguno será alaba-
do por error ni por lisonja. AUí será verdadera la honra, la cual ni
se negará al digno, ni se concederá al indigno. Allí será verdadera
la paz, donde ni de sí ni de otro será el hombre molestado. El pre-
mio de la virtud será el mismo que dio la virtud y se prometió
por galardón della, el cual se verá sin fin, y se amará sin hastío,
462 TRATADO DE LA ORACIÓN
y se alabará sin cansando. Allí el lugar es ancho, hermoso, res-
plandesciente y seguro, la compañía muy buena y agradable; el
tiempo de una manera, no ya distincto en tarde y mañana, sino
continuado con una simple eternidad. Allí habrá perpetuo vera-
no, que con el frescor y aire del Espíritu Sancto siempre flores-
ce. Allí todos se alegran, todos cantan y alaban á aquel sumo
Dador de todo, por cuya largueza viven y reinan para siempre.
¡Oh ciudad celestial, morada segura, tierra donde se halla todo
lo que deleita, pueblo sin murmuración, vecinos quietos, y hom-
bres sin ninguna necesidad! ¡Oh si se acabase ya. esta contienda!
¡Oh si se concluyesen los días de mi destierro ! ¿ Cuándo llegará
este día? ¿Cuándo vendré y paresceré ante la cara de mi Dios?
EL DOMINGO.
n[PsTE día pensarás en los beneficios divinos, para dar gracias
fpj al Señor por ellos y encenderte más en el amor de quien
tanto bien te hizo. Y aunque estos beneficios sean innumerables,
mas puedes tú á lo menos considerar estos cinco más principa-
les, conviene saber, de la creación, conservación, redención, vo-
cación, con los otros beneficios particulares y ocultos.
Y primeramente, cuanto al beneficio de la creación consi-
dera con mucha atención lo que eras antes que fueses criado, y
lo que Dios hizo contigo y te dio ante todo merescimiento, con-
viene saber, ese cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y
esa tan excelente ánima con aquellas tres tan notábiles potencias,
que son entendimiento, memoria y voluntad. Y mira bien que
darte esta tal ánima fué darte todas las cosas, pues ninguna per-
fección hay en alguna criatura que el hombre no la tenga en su
manera. Por do paresce que darnos esta pieza sola fué darnos
de una vez todas las cosas juntas.
Cuanto al beneficio de la conservación mira cuan colgado
está todo tu ser de la Providencia divina: cómo no vivirías un
punto, ni darías un paso, si no fuese por El: cómo todas las cosas
del mundo crió para tu servicio, la mar, la tierra, las aves, los
pesces, los anúnales, las plantas, hasta los mismos ángeles del
cielo. Considera con esto la salud que te da, las fuerzas, la vida,
el mantenimiento, con todos los otros socorros temporales. Y so-
PATRE í. EL DOMINGO 463
bre todo esto pondera mucho las miserias y desastres en que
cada día ves caer los otros hombres, en los cuales pudieras tú
también haber caído, si Dios por su piedad no te hobiera pre-
servado.
Cuanto al beneficio de la redempción puedes considerar dos
cosas. La primera, cuántos y cuan grandes hayan sido los bienes
que nos dio mediante el beneficio de la redempción, y la segun-
da, cuántos y cuan grandes hayan sido los males que padesció
en su cuerpo y ánima sanctísima, para ganarnos estos bienes.
Y para sentir más lo que debes á este Señor por lo que por ti
padesció, puedes considerar estas cuatro principales circunstan-
cias en el misterio de su sagrada pasión, conviene saber: quién
padesce, qué es lo que padesce, por quién padesce,y por qué cau-
sa lo padesce. ¿Quién padesce? Dios. (jQué padesce? Los mayores
tormentos y deshonras que jamás se padescieron, ¿Por quién pa-
desce? Por criaturas infernales, y abominables, y semejantes á los
mismos demonios en sus obras. ¿Por qué causa padesce? No por
su provecho ni por nuestro merescimiento, sino por las entrañas
de su infinita caridad y misericordia.
Cuanto al beneficio de la vocación, considera primeramente
cuan grande merced de Dios fué hacerte cristiano, y llamarte á
la fe por medio del baptismo, y hacerte también participante de
los otros Sacramentos. Y si después deste llamamiento, perdida
ya la inocencia, te sacó de pecado, y volvió á su gracia, y te
puso en estado de salud, ¿cómo le podrás alabar por este bene-
ficio? ¡Qué tan grande misericordia fue aguardarte tanto tiempo,
y sufrirte tantos pecados, y enviarte tantas inspiraciones, y no
cortarte el hilo de la vida, como se cortó á otros en ese mismo es-
tado, y finalmente llamarte con tan poderosa gracia que resusci-
tases de muerte á vida, y abrieses los ojos á la luz! ¡Qué miseri-
cordia fué después de ya convertido darte gracia para no volver
al pecado, y vencer al enemigo, y perseverar en lo bueno ! És-
tos son los beneficios públicos y conoscidos: otros hay secretos,
que no los conoscesino el que los ha rescebido, y aun otros hay
tan secretos, que el mismo que los recibió no los conosce, sino
solo Aquél que los hizo, i Cuántas veces habrás en este mundo me-
rescido por tu soberbia, ó negligencia, ó desagradescimiento, que
Dios te desamparase, como habrá desamparado á otros muchos
por alguna destas causas, y no lo ha hecho I j Cuántos males y oca-
. 464 TRATADO DE LA ORACIÓN
siones de males habrá prevenido el Señor con su providencia,
deshaciendo las redes del enemigo, y acortándole los pasos, y no
dando lugar á sus tratos y consejos! ¡Cuántas veces habrá he-
cho con cada uno de nosotros aquello que El dijo á Sanct Pedro:
Mira que Satanás andaba muy negociado para aventaros á todos
como á trigo, mas yo he rogado por ti que no desfallezca tu fe !
Pues ¿quién podrá saber estos secretos sino Dios? Los beneficios
positivos bien los puede á veces conoscer el hombre, mas los
privativos, que no consisten en hacernos bienes sino en librarnos
de males, ¿ quién los conoscerá ? Pues así por éstos como por los
otros es razón que demos siempre gracias al Señor, y que enten-
damos cuan alcanzados andamos de cuenta, y cuánto más es lo
que debemos de lo que le podemos pagar, pues aun no lo pode-
mos entender.
DEL TIEMPO Y ERUCTO DESTAS MEDITACIONES SUSODICHAS.
CAPÍTULO III.
P(Í?STAS son, cristiano lector, las primeras siete meditaciones en
^' j que puedes filosofar y ocupar tu pensamiento por los días
de la semana, no porque no puedas también pensar en otras co-
sas y en otros días allende de éstos: porque (como ya dijimos)
cualquier cosa que induce nuestro corazón á amor y temor
de Dios, y guarda de sus mandamientos, es materia de medita-
ción. Pero señálanse estos pasos que tengo dichos: lo uno, porque
son los principales misterios de nuestra fe, y los que (cuanto es
de su parte) más nos mueven á lo dicho, y lo otro, porque los prin-
cipiantes (que han menester leche) tengan aquí cuasi masticadas
y digestas las cosas que pueden meditar, porque no anden co-
mo peregrinos en extraña región, discurriendo por lugares in-
ciertos, tomando unas cosas y dejando otras, sin tener estabili-
dad en alguna.
También es de saber que las meditaciones de esta semana
son muy convenientes (como ya dijimos) para el principio de la
conversión (que es cuando el hombre de nuevo se vuelve á Dios)
porque entonces conviene comenzar por todas aquellas cosas que
nos puedan mover á dolor y aborrescimiento del pecado, temor
PARTE I. CAPÍTULO III. 465
de Dios y menosprecio del mundo, que son los primeros escalo-
nes de este camino. Y por esto deben los que comienzan, per-
severar por algún espacio de tiempo en la consideración de es-
tas cosas, para que así se funden más en las virtudes y afectos
susodichos.
DE LAS OTRAS SIETE ÍMEDITACIONES DE LA SAGRADA PASIÓN,
Y DE LA MANERA QUE HABEMOS DE TENER EN MEDITARLA.
CAPÍTULO IV.
p^ ESPUÉS de éstas se siguen las otras siete meditaciones de la
(f^- sagrada pasión, resurrección y ascensión de Cristo, á las cua-
les se podrán añadir los otros pasos principales de su vida sa-
cratísima, que se trata en la segunda parte de la Guía de Peca-
dores, y en otros lugares.
Aquí es de notar que seis cosas se han de meditar en la pa-
sión de Cristo: la grandeza de sus dolores, para compadescer-
nos dellos: la graveza de nuestro pecado, que la causó, para abo-
rrecerlo: la grandeza del beneficio, para agradescerlo: la exce-
lencia de la divñna bondad y caridad, que allí se descubre, para
amarla: la conveniencia del misterio, para maravillarnos del: y la
muchedumbre de las virtudes de Cristo que allí resplandescen,
para imitarlas. Pues conforme á esto, cuando vamos meditando
debemos ir inclinando nuestro corazón unas veces á compasión
de los dolores de Cristo, pues fueron los mayores del mundo,
así por la delicadeza de su cuerpo como por la grandeza de su
amor, como también por padescer sin ninguna manera de con-
solación, como en otra parte está declarado. Otras veces debe-
mos tener respecto á sacar de aquí motivos de dolor de nuestros
pecados, considerando que ellos fueron la causa de que El pa-
desciese tantos y tan graves dolores como padesció. Otras ve-
ces debemos sacar de aquí motivos de amor y de agradesci-
miento, considerando la grandeza del amor que Él por aquí nos
descubrió, y la grandeza del beneficio que nos hizo, redimiéndo-
nos tan copiosamente, con tanta costa suya y tanto provecho
nuestro.
Otras veces debemos levantar los ojos á pensarla convenien-
cia del medio que Dios tomó para curar nuestra miseria, esto es,
OBRAS DE GRANADA X-^a
466 TRATADO DE LA ORACIÓN
para satisfacer por nuestras deudas, para socorrer á nuestras ne-
cesidades, para merecernos su gracia y humillar nuestra sober-
bia y inducirnos al menosprecio del mundo, al amor de la cruz,
de la pobreza, de la aspereza, de las injurias y de todos los otros
virtuosos y honestos trabajos.
Otras veces debemos poner los ojos en los ejemplos de vir-
tudes que en su sacratísima vida y muerte resplandecen, en su
mansedumbre, paciencia, obediencia, misericordia, pobreza, aspe-
reza, caridad, humildad, benignidad, modestia, y en todas las otras
virtudes que en todas sus obras y palabras más que las estre-
llas en e! cielo resplandescen, para imitar algo de lo que en El
vemos, porque no tengamos ocioso el espíritu y gracia que de
Él para esto recebimos, y así caminemos á El por El. Esta es la
más alta y la más provechosa manera que hay de meditar la pa-
sión de Cristo, que es por vía de imitación, para que por la imi-
tación vengamos á la transformación, y así podamos ya decir con
el Apóstol: Vivo yo, ya no yo, mas vive en mí Cristo.
Demás de esto, conviene en todos estos pasos tener á Cristo
ante los ojos presente, y hacer cuenta que le tenemos delante
cuando padesce, y tener cuenta, no sólo con la historia de la pa-
sión, sino también con todas las circunstancias de ella, especial-
mente con estas cuatro: quién padesce, por quién padesce,
cómo padesce, por qué causa padesce. <j Quién padesce? Dios
todopoderoso, infinito, inmenso, &c. ¿Por quién padesce? Por la
más ingrata y desconocida criatura del mundo. ¿Cómo padesce?
Con grandísima humildad, caridad, benignidad, mansedumbre,
misericordia, paciencia, modestia, &c. ¿Por qué causa padesce? No
por algún interese suyo ni merescimiento nuestro, sino por solas
las entrañas de su infinita piedad y misericordia. Demás de esto no
se contente el hombre con mirar lo que por defuera padesce, sino
mucho más lo que padesce de dentro: porque mucho más hay
que contemplar en el ánima de Cristo, que en el cuerpo de Cristo,
así en el sentimiento de sus dolores, como en los otros afectos y
consideraciones que en ella había.
Presupuesto pues agora este pequeño preámbulo, comence-
mos á repetir y poner por orden los misterios de esta sagrada
Pasión.
PARTE I. EL LUNES 467
SÍGUENSE LAS OTRAS SIETE MEDITACIONES DE LA SAGRADA PASIÓN
EL LUNES.
DIT'STE día hecha la señal de la cruz, con la preparación que
yÜv j adelante se pone, se ha de pensar el lavatorio de los pies y
la instituición del Sanctísimo Sacramento.
Considera pues, oh ánima mía, en esta cena á tu dulce y be-
nigno Jesú, y mira el ejemplo inestimable de humildad que aquí
te da, levantándose de la mesa y lavando los pies á sus discípu-
los. Oh buen Jesú, ¿qué es eso que haces? Oh dulce Jesú, ¿por
qué tanto se humilla tu Majestad? ¿Qué sintieras, ánima raía, si
vieras allí á Dios arrodillado ante los pies de los hombres y ante
los pies de Judas? Oh cruel, ¿cómo no te ablanda el corazón esa
tan grande humildad? ¿Cómo no te rompe las entrañas esa tan
grande mansedumbre? ¿Es posible que tú hayas ordenado de ven-
der este mansísimo Cordero? ¿Es posible que no te hayas agora
compungido con este ejemplo? Oh blancas y hermosas manos,
¿cómo podéis tocar pies tan sucios y abominables? Oh purísimas
manos, ¿ cómo no tenéis asco de lavar los pies enlodados en los
caminos y tratos de vuestra sangre? Oh Apóstoles bienaventu-
rados, ¿cómo no tembláis viendo esa tan grande humildad? Pe-
dro, ¿qué haces? ¿Por ventura consentirás que el Señor de la ma-
jestad te lave los pies? Maravillado y atónito Sanct Pedro como
viese al Señor arrodillado delante sí, comenzó á decir: ¿Tú, Señor,
lavas á mí los pies? ¿No eres Tú Hijo de Dios vivo? ¿No eres
Tú el criador del mundo, la hermosura del cielo, el paraíso de
los ángeles, el remedio de los hombres, el resplandor de la glo-
ria del Padre, la fuente de la sabiduría de Dios en las alturas?
¿Pues Tú me quieres á mí lavar los pies? Tú, Señor de tanta ma-
jestad y gloria, ¿quieres entender en oficio de tan gran bajeza? &c.
Considera también cómo acabando de lavar los pies, los ahm-
pia con aquel sagrado lienzo que estaba ceñido: y sube más arri-
ba con los ojos del ánima, y verás allí representado el misterio
de nuestra Redempción. Mira cómo aquel lienzo recogió en sí toda
la inmundicia de los pies sucios: así allí ellos quedaron limpios,
y el lienzo quedaría manchado y sucio después de hecho este
oficio. ¿Qué cosa más sucia que el hombre concebido en peca-
468 TRATADO DE LA ORACIÓN
do, y qué cosa más limpia y más hermosa que Cristo concebido
de Espíritu Sancto? Blanco y colorado es mi amado (dice la Es-
posa) y escogido entre millares. Pues este tan hermoso y tan
Hmpio quiso recebir en sí todas las manchas y fealdades de nues-
tras ánimas, y dejándolas limpias y libres dellas, El quedó (como
lo ves) en la cruz amancillado y afeado con ellas.
Después desto considera aquellas palabras con que dio fin
el Salvador á esta historia diciendo: Ejemplo os he dado, para
que como Yo lo hice, así vosotros lo hagáis. Las cuales palabras
no sólo se han de referir á este paso y ejemplo de humildad,
sino también á todas las obras y vida de Cristo, porque ella es
un perfectísimo dechado de todas las virtudes, especialmente de
la que en este lugar se nos representa.
De la institución del Sanctisi?no Sacramento,
"TEJARA entender algo deste misterio, has de presuponer que nin-
^¡P^ guna lengua criada puede declarar la grandeza del amor
que Cristo tiene á su Esposa la Iglesia, y por consiguiente á
cada una de las ánimas que están en gracia, porque cada una de-
llas es también esposa suya. Pues queriendo este Esposo dulcí-
simo partirse desta vida y ausentarse de su esposa la Iglesia
(porque esta ausencia no le fuese causa de olvido) dejóle por me-
morial este Sanctísimo Sacramento (en que se quedaba El mis-
mo) no queriendo que entre Él y ella hobiese otra prenda que
despertase su memoria, sino solo Él. Quería también el Esposo
en esta ausencia tan larga dejar á su Esposa compañía, porque
no se quedase sola, y dejóle la deste Sacramento, donde se que-
da Él mismo, que era la mejor compañía que le podía dejar. Que-
ría también entonces ir á padescer muerte por la Esposa, y re-
demirla, y enriquecerla con el precio de su sangre. Y porque
ella pudiese (cuando quisiese) gozar deste tesoro, dejóle las lla-
ves del en este Sacramento: porque (como dice Sant Crisósto-
mo) todas las veces que nos llegamos á él, debemos pensar que
llegamos á poner la boca en el costado de Cristo, y bebemos de
aquella preciosa sangre, y nos hacemos participantes del. De-
seaba otrosí este celestial Esposo ser amado de su Esposa con
grande amor, y para esto ordenó este misterioso bocado con
PARTE I. EL LUNES. 469
tales palabras consagrado, que quien dignamente lo recibe, luego
es tocado y herido deste amor.
Quería también aseguralla y darle prendas de aquella bien-
aventurada herencia de la gloria, para que con la esperanza
deste bien pasase alegremente por todos los otros trabajos y aspe-
rezas desta vida. Pues para que la Esposa tuviese cierta y segura
la esperanza deste bien, dejóle acá en prendas ese inefable tesoro,
que vale tanto como todo lo que allá se espera, para que no
desconfiase que se le dará Dios en la gloria, donde vivirá en
espíritu, pues no se le negó en este valle de lágrimas, donde
vive en carne.
Quería también á la hora de su muerte hacer testamento y
dejar á la Eeoosa alguna manda señalada para su remedio, y de-
jóle ésta, que era la más preciosa y provechosa que le pudiera
dejar, pues en ella le deja á Dios. Quería finalmente dejar á nues-
tras ánimas suficiente provisión y mantenimiento con que vivie-
sen, porque no tiene menor necesidad el ánima de su proprio
mantenimiento para vivir vida espiritual, que el cuerpo del suyo
para la vida corporal. Pues para esto ordenó este tan sabio mé-
dico (el cual tan bien tenía tomados los pulsos de nuestra fla-
queza) este Sacramento, y por eso lo ordenó en especie de man-
tenimiento, para que la misma especie en que lo instituía, nos de-
clarase el efecto que obraba, y la necesidad que nuestras ánimas
del tenían, no menor que la que los cuerpos tienen de su pro-
prio manjar.
EL MARTES.
PIJ'STE día pensarás en la Oración del Huerto, y en la prisión
fflj del Salvador, y en la entrada y afrentas de la casa de Anas.
Considera pues, primeramente, cómo acabada aquella miste-
riosa cena, se fué el Señor con sus discípulos al monte Olívete á
hacer oración antes que entrase en la batalla de su pasión, para
enseñarnos cómo en todos los trabajos y tentaciones desta vida ha-
bemos siempre de recorrer á la oración (como á una sagrada án-
cora) por cuya virtud, ó nos será quitada la carga de la tribula-
ción, ó se nos darán fuerzas para llevarla, que es otra gracia
mayor. Para compañía deste camino tomó consigo aquellos tres
más amados discípulos Sanct Pedro, Santiago y Sant Juan, los
470 TRATADO DE LA ORACIÓN
cuales habían sido testigos de su gloriosa transfiguración, para
que ellos mismos viesen cuan diferente figura tomaba agora por
amor de los hombres el que tan glorioso se les había mostrado
en aquella visión. Y porque entendiesen que no eran menores
los trabajos interiores de su ánima, que los que por defuera co-
menzaba á descubrir, díjoles aquellas tan dolorosas palabras: Tris-
te está mi ánima hasta la muerte: esperadme aquí, y velad co-
migo. Acabadas estas palabras, apartóse el Señor de los discí-
pulos cuanto un tiro de piedra, y prostrado en tierra con grandí-
sima reverencia comenzó su oración diciendo: Padre, si es posible,
traspasa de mí este cáliz: mas no se haga como yo lo quiero, sino
como tú. Y hecha esta oración tres veces, á la tercera fué puesto
en tan grande agonía, que comenzó á sudar gotas de sangre, que
iban por todo su sagrado cuerpo hilo á hilo hasta caer en tierra.
Considera, pues, al Señor en este paso tan doloroso, y mira cómo
representándosele allí todos los tormentos que había de padescer,
y aprendiendo perfectísimamente tan crueles dolores como se
aparejaban para el más delicado de los cuerpos, y poniéndosele
delante todos los pecados del mundo (por los cuales padescía) y
el desagradescimiento de tantas ánimas que no habían de reco-
noscer este beneficio ni aprovecharse de tan grande y tan cos-
toso remedio, fué su ánima en tanta manera angustiada, y sus sen-
tidos y carne delicadísima tan turbados, que todas las fuerzas y
elementos de su cuerpo se destemplaron, y la carne bendita se
abrió por todas partes, y dio lugar á la sangre que manase por
toda ella en tanta abundancia, que corriese hasta la tierra. Y si
la carne, que de sola recudida padescía estos dolores, tal estaba,
¿qué tal estaría el ánima, que derechamente los padescía? Mira
después cómo acabada la oración, llegó aquel falso amigo con
aquella infernal compañía, renunciado ya el oficio del apostola-
do, y hecho adalid y capitán del ejército de Satanás. Mira cuan
sin vergüenza se adelantó primero que todos, y llegado al buen
Maestro lo vendió con beso de falsa paz. En aquella hora dijo el
Señor á los que le venían á prender: Así como á ladrón salis-
tes á mí con espadas y lanzas, y habiendo Yo estado con vos-
otros cada día en el templo, no extendistes las manos en mí: mas
ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. Este es un misterio
de grande admiración. ¿Qué cosa de mayor espanto que ver al
Hijo de Dios tomar imagen, no solamente de pecador, sino tam-
PARTE I. EL MARTES 47 1
bi'én de condenado? Ésta es (dice Él) vuestra hora y el poder
de las tinieblas. De las cuales palabras se saca que por aquella
hora fué entregado aquel inocentísimo Cordero en poder de los
príncipes de las tinieblas, que son los demonios, para que por me-
dio de sus ministros ejecutasen en Él todos los tormentos y cruel-
dades que quisiesen. Piensa, pues, agora tú hasta dónde se abajó
aquella alteza divina por ti, pues llegó al postrero de todos los
males, que es á ser entregado en poder dé los demonios. Y por-
que la pena que tus pecados merecían, era ésta. El se quiso po-
ner á esta pena, porque tú quedases libre della.
Dichas estas palabras, arremetió luego toda aquella manada
de lobos hambrientos con aquel manso Cordero, y unos lo arre-
bataban por una parte, otros por otra, cada uno como más podía.
¡Oh .cuan inhumanamente le tratarían! ¡Cuántas descortesías le
dirían! ¡Cuántos golpes y estirones le darían ! ¡ Qué gritos y voces
alzarían, como suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con
la presa! Toman aquellas sanctas manos, que poco antes habían
obrado tantas maravillas, y atañías muy fuertemente con unos
lazos corredizos, hasta desollarle los cueros de los brazos y hasta
hacerle reventar la sangre, y así lo llevan atado por las calles
públicas con grande ignominia. Míralo muy bien cuál va por este
camino, desamparado de sus discípulos, acompañado de sus ene-
migos, el paso corrido, el huelgo apresurado, la color mudada,
y eí rostro ya encendido y sonroseado con la priesa del cami-
nar. Y contempla en tan mal tratamiento de su persona tanta
mesura en su rostro, tanta gravedad en sus ojos, y aquel sem-
blante divino, que en medio de todas las descortesías del mundo
nunca pudo ser escurecido.
Luego puedes ir con el Señor á la casa de Anas, y mira cómo
allí respondiendo el Señor cortésmente á la pregunta que el pon-
tífice le hizo sobre sus discípulos y doctrina, uno de aquellos
malvados que presentes estaban, dio una gran bofetada en su
rostro diciendo: ¿Así has de responder al pontífice? Al cual el
Salvador benignamente respondió: Si mal hablé, muéstrame en
qué: y si bien, ¿porqué me hieres? Mira pues aquí, oh anima mía,
no solamente la mansedumbre desta respuesta, sino también aquel
divino rostro señalado y colorado con la fuerza del golpe, y aque-
lla mesura de ojos tan serenos y tan sin turbación en aquella
afrenta, y aquella ánima sanctísima en lo interior tan humilde y
472 TRATADO DE LA ORACIÓN
tan aparejada para volver la otra mejilla, si el verdugo lo de-
mandara,
EL MIÉRCOLES.
V^ STE día pensarás en la presentación del Señor ante el pon-
^ J tífice Caifas, y en los trabajos de aquella noche, y en la ne-
gación de Sanct Pedro y azotes á la columna.
Primeramente considera cómo de la primera casa de Anas
llevan al Señor á la del pontífice Caifas, donde será razón que lo
vayas acompañando, y ahí verás eclipsado el Sol de justicia, y
escupido aquel divino rostro, en que desean mirar los ángeles.
Porque como el Salvador, siendo conjurado por el nombre del Pa-
dre que dijese quién era, respondiese á esta pregunta lo que con-
venía, aquéllos que tan indignos eran de tan alta respuesta, ce-
gándose con el resplandor de tan grande luz, volviéronse contra
El como perros rabiosos, y allí descargaron sobre Él todas sus
iras y rabias. Allí todos á porfía le dan de bofetones y pescozo-
nes, allí le escupen con sus infernales bocas en aquel divino ros-
tro, allí le cubren los ojos con un paño, y dándole bofetadas en la
cara, juegan con Él diciendo: Adevina quién te dio. ¡Oh mara-
villosa humildad y paciencia del Hijo de Dios! ¡Oh hermosura
de los ángeles! ¿Rostro era ése para escupir en él? Al rincón
más despreciado suelen volver los hombres la cara, cuando quie-
ren escupir: y ^en todo ese palacio no se halló otro lugar más
despreciado que tu rostro para escupir en él? ¿Cómo no te humi-
llas con este ejemplo, tierra y ceniza?
Después de esto considera los trabajos que el Salvador pasó
toda aquella noche dolorosa: porque los soldados que lo guarda-
ban, escarnecían del (como dice Sanct Lucas) y tomaban por me-
dio para vencer el sueño de la noche, estar burlando y jugando
con el Señor de la majestad. Mira pues, oh ánima mía, cómo tu
dulce Esposo está puesto como blanco á las saetas de tantos gol-
pes y bofetadas como allí le daban. ¡Oh noche cruel! ¡Oh noche
desasosegada, en la cual, oh buen Jésú, no dormías, ni dormían
los que tenían por descanso atormentarte! La noche fué orde-
nada para que en ella todas las criaturas tomasen reposo, y los
sentidos y miembros cansados de los trabajos del día descansa-
sen: y ésta toman agora los malos para atormentar todos tus
PARTE I. EL MIÉRCOLES 473
miembros y sentidos, hiriendo tu cuerpo, afligiendo tu ánima,
atando tus manos, abofeteando tu cara, escupiendo tu rostro y
atormentando tus oídos, porque en el tiempo en que todos los
miembros suelen descansar, todos ellos en ti penasen y trabaja-
sen. ¡ Qué maitines éstos tan diferentes de los que en aquella
hora te cantarían los coros de los ángeles en el cielo! Allá dicen:
Sancto, Sancto. Acá dicen: muera, muera, crucifícalo, crucifícalo.
Oh ángeles del paraíso, que las unas y las otras voces oíades,
¿que sentíades viendo tan mal tratado en la tierra Aquél á quien
vosotros con tanta reverencia tratáis en el cielo? ¡jQué sentíades
viendo que Dios tales cosas padescía por los mismos que tales
cosas hacían? ¿Quién jamás oyó tal manera de caridad, que pa-
dezca uno muerte, por librar de la muerte al mismo que se la da?
Crescieron sobre esto los trabajos de aquella noche dolorosa
con la negación de Sanct Pedro. Aquel tan familiar amigo, aquel
escogido para ver la gloria de la transfiguración, aquel entre to-
dos honrado con el principado de la Iglesia, ése primero que to-
dos, no una sino tres veces, en presencia del mismo Señor, jura
3^ perjura que no lo conosce ni sabe quién es. Oh Pedro, ¿tan mal
hombre es ése que ahí está, que por tan gran vergüenza tienes
aun haberle conoscido? Mira que eso es condenarle tú primero
que los pontífices, pues das á entender que Él sea persona tal,
que tú mismo te deshonras de conocerlo. Pues ¿qué mayor in-
juria puede ser que ésa? Volvióse entonces el Salvador, y miró
á Pedro, y vánsele los ojos tras aquella oveja que se le había per-
dido. I Oh vista de maravillosa virtud I ] Oh vista callada, mas gran-
demente significativa! Bien entendió Pedro el lenguaje y las vo-
ces de aquella vista, pues las del gallo no bastaron para desper-
tarlo, y éstas sí. Mas no solamente hablan, sino también obran
los ojos de Cristo, y las lágrimas de Pedro lo declaran, las cuales
no manaron tanto de los ojos de Pedro, cuanto de los ojos de
Cristo.
Después de todas estas injurias, considera los azotes que el
Salvador padesció á la columna: porque el juez, visto que no po-
día aplacar la furia de aquellas infernales fieras, determinó hacer
en El un tan famoso castigo, que bastase para satisfacer á la ra-
bia de aquellos tan crueles corazones, para que contentos con esto
dejasen de pedirle la muerte. Entra pues agora, ánima mía, con
el espíritu en el pretorio de Pilato, y lleva contigo las lágrimas
474 TRATADO DE LA ORACIÓN
aparejadas, que serán bien menester para lo que allí verás y oirás.
Mira cómo aquellos crueles y viles carniceros desnudan al Sal-
vador de sus vestiduras con tanta inhumanidad, y cómo El se
deja desnudar dellos con tanta humildad, sin abrir la boca ni res-
ponder palabra á tantas descortesías como allí le harían. Mira cómo
lue^o atan aquel sancto cuerpo á una columna, para que así lo
pudiesen herir más á su placer donde y como ellos más quisie-
sen. Mira cuan solo estaba allí el Señor de los ángeles entre tan
crueles verdugos, sin tener de su parte ni padrinos ni valedo-
res que hiciesen por Él, ni aun siquiera ojos que se compades-
ciesen del. Mira cómo luego comienzan con grandísima crueldad
á descargar sus látigos y disciplinas sobre aquellas delicadísimas
carnes, y cómo se añaden azotes sobre azotes, llagas sobre lla-
gas, y heridas sobre heridas. Allí verías luego ceñirse aquel sa-
cratísimo cuerpo de cardenales, rasgarse los cueros, reventar la
sangre y correr á hilos por todas partes. Mas sobre todo esto, ¡ qué
sería ver aquella tan grande llaga que en medio de las espaldas
estaría abierta, donde principalmente caían todos los golpes!
Considera luego, acabados los azotes, cómo el Señor se cu-
briría, y cómo andaría por todo aquel pretorio buscando sus \ es-
tidura.5 en presencia de aquellos crueles carniceros, sin que nadie
le sirviese, ni ayudase, ni proveyese de ningún lavatorio ni re-
frig-;rio de los que se suelen dar á los que así quedan llagados.
Todas éstas son cosas dignas de grande sentimiento, agrasdes-
cimiento y consideración.
EL JUEVES.
W? STE día se ha de pensar la coronación de espinas, y el Ecce
§vj Homo, y cómo el Salvador llevó la cruz á cuestas. A la
consideración destos pasos tan dolorosos nos convida la Esposa
en el libro de los Cantares por estas palabras: Salid, hijas de Sión,
y mirad al rey Salomón con la corona que le coronó su madre
en el día de su desposorio y en el día del alegría de su corazón.
Oh ánima mía, ¿qué haces? Corazón mío, ¿qué piensas? Lengua
mía, ¿cómo has enmudescido? Oh dulcísimo Salvador mío, cuan-
do yo abro los ojos, y miro este retablo tan doloroso que aquí se
me pone delante, el corazón se me parte de dolor. Pues ¿cómo,
Señor, no bastaban ya los azotes pasados, y la muerte venidera,
PARTE I. EL JUEVES 475
y tanta sangre derramada, sino que por fuerza habían de sacar
Jas espinas la sangre de la cabeza, á quien los azotes perdonaron?
Pues para que sientas algo, ánima mía, deste paso tan doloroso,
pon primero ante tus ojos la imagen antigua deste Señor y la
gran excelencia de sus virtudes, y luego vuelve á mirar de la ma-
nera que aquí está. Mira la grandeza de su hermosura, la mesu-
ra de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su man-
sedumbre, su serenidad y aquel aspecto suyo de tanta venera-
ción.
Y después que así lo hobieres mirado y deleitádote de ver
una tan acabada figura, vueh'e los ojos á mirallo tal cual aquí lo
ves, cubierto con aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro
real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, aque-
llos ojos mortales, aquel rostro defuncto, y aquella figura toda
borrada con la sangre y afeada con las salivas que por todo el
rostro estaban tendidas. Míralo todo de dentro y fuera, el corazón
atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado
de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los
• soldados, despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo,
acusado injustamente, y desamparado de todo favor humano. Y
no pienses esto como cosa ya pasada, sino como presente: no co-
mo dolor ajeno, sino como tuyo proprio. A ti mismo te pon en
lugar del que padesce, y mira lo que sentirías si en una parte tan
sensible como es la cabeza, te hincasen muchas y muy agudas
espinas, que penetrasen hasta los huesos. Y ^'qué digo espinas?
Una sola punzada de un alfiler que fuese, apenas lo podrías su-
frir. Pues (jqué sentiría aquella delicadísima cabeza con este li-
naje de tormentos?
Acaba la coronación y escarnios del Salvador, tomólo el juez
por la mano así como estaba tan maltratado, y sacándolo á vista
del pueblo furioso, díjoles: Ecce Homo. Como si dijera: Si por in-
vidia le procurábades la muerte, veislo aquí tal que no está para
tenerle envidia sino lástima. ¿Temíades no se hiciese rey? Veislo
aquí tan disfigurado, que apenas paresce hombre. Destas manos
atadas ¿qué os teméis? A este hombre azotado, ¿qué más le de-
mandáis?
Por aquí puedes entender, ánima mía, qué tal saldría enton-
ces el Salvador, pues el juez creyó que bastaba la figura que allí
traía, para quebrar el corazón de tales enemigos. En lo cual pue-
4/6 TRATADO DE LA ORACIÓN
des bien entender cuan mal caso sea no tener un cristiano com-
pasión de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales que basta-
ban (según el juez creyó) para ablandar aquellos tan fieros co-
razones.
Pues como Pilato viese que no bastaban las justicias que se
habían hecho en aquel sancto Cordero, para amansar el furor de
sus enemigos, entró en el pretorio y asentóse en su tribunal para
dar final sentencia en aquella causa. Estaba ya á las puertas apa-
rejada la cruz y asomaba por lo alto aquella temerosa bandera,
amenazando á la cabeza del Salvador. Dada pues ya y promul-
gada la sentencia cruel, añaden los enemigos una crueldad á otra,
que filé cargar sobre aquellas espaldas tan molidas y despeda-
zadas con los azotes pasados el madero de la cruz. No rehusó con
todo esto el piadoso Señor esta carga, en la cual iban todos nues-
tros pecados, sino antes la abrazó con suma caridad y obediencia
por nuestro amor.
Camina, pues, el inocente Isaac al lugar del sacrificio con aque-
lla carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndolo
mucha gente y muchas piadosas mujeres, que con sus lágrimas le
acompañaban. ^ Quién no había de derramar lágrimas, viendo al
Rey de los ángeles caminar paso á paso con aquella carga tan pe-
sada, temblando las rodillas, inclinado el cuerpo, los ojos mesu-
rados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza y
con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban
contra Él?
Entretanto, ánima mía, aparta un poco los ojos deste cruel
espectáculo, y con pasos apresurados, con aquejados gemidos,
con ojos llorosos, camina para el palacio de la V^irgen, y cuando
á ella llegares, derribado ante sus pies, comienza á decirle con do-
lorosa voz: ¡Oh Señora de los ángeles, Reina del cielo, puerta
del Paraíso, abogada del mundo, refugio de los pecadores, salud
de los justos, alegría de los sanctos, maestra de las virtudes, es-
pejo de limpieza, título de castidad, dechado de paciencia y su-
ma de toda perfección! ¡ Ay de mí. Señora mía! ¿Para qué se ha
guardado mi vista para esta hora? ¿Cómo puedo yo vivir, ha-
biendo visto con mis ojos lo que vi? ¿Para qué son más pala-
bras? Dejo á tu unigénito Hijo y mi Señor en manos de sus ene-
migos, con una cruz á cuestas, para ser en ella justiciado.
¿Qué sentido puede aquí alcanzar hasta dónde llegó ese do-
PARTE I. EL JUEVES 477
lor á la Virgen ? Desfalleció aquí su ánima, y cubrióse la cara y
todos sus virginales miembros de un sudor de muerte, que bastara
para acaballe la vida, si la dispensación divina no la guardara para
mayor trabajo y también para mayor corona.
Camina, pues, la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo
de verle las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye dende lejos el
ruido de las armas, y el tropel de las gentes, y el clamor de los
pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer
los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto.
Halla en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que basta-
ban ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otra guía.
Acércase más y más á su amado Hijo, y tiende sus ojos escures-
cidos con el dolor y sombra de la muerte, para ver (si pudiese)
al que tanto amaba su ánima. ¡Oh amor y temor del corazón de
María! Por una parte deseaba verlo, y por otra rehusaba de ver
tan lastimera figura. Finalmente llegada ya donde lo pudiese ver,
míranse aquellas dos lumbreras del cielo una á otra, y atravié-
sanse los corazones con los ojos, y hieren con su vista sus ánimas
lastimadas. Las lenguas estaban enmudecidas: mas al corazón de
la Madre hablaba el del Hijo dulcísimo y le decía: ¿Para qué ve-
niste aquí, paloma mía, querida mía y madre mía? Tu dolor acres-
cienta al mío, y tus tormentos atormentan á mí. Vuélvete, madre
raía, vuélvete á tu posada, que no pertenesce á tu vergüenza y
pureza virginal compañía de homicidas y de ladrones.
Estas y otras más lastimeras palabras se hablarían aque-
llos piadosos corazones, y desta manera se anduvo aquel traba-
joso camino hasta el lugar de la cruz.
EL VIERNES.
^STE día se ha de contemplar el misterio de la cruz y las siete
^j palabras que el Señor habló.
Despierta pues agora, ánima mía, y comienza á pensar el mis-
terio desta sancta cruz, por cuyo fructo se reparó el daño de
aquel venenoso fructo del árbol vedado. Mira primeramente cómo
llegado ya el Salvador á este lugar, aquellos perversos enemigos
(porque fuese más vergonzosa su muerte) lo desnudan de todas
sus vestiduras, hasta la túnica interior, que era toda tejida de alto
á bajo, sin costura alguna. :Mira pues aquí con cuánta raanse«
478 TRATADO DE La ORACIÓN
dumbre se deja desollar aquel inocentísimo Cordero, sin abrir su
boca ni hablar palabra contra los que así lo trataban. Antes de
muy buena voluntad consentía ser despojado de sus vestiduras,
y quedar á la vergüenza desnudo, porque con ellas se cubriese
mejor que con las hojas de higuera la desnudez en que por el
pecado caímos.
Dicen algunos doctores que para desnudar al Señor esta tú-
nica, le quitaron con grande crueldad la corona de espinas que
tenía en la cabeza, y después de ya desnudo se la volvieron á
poner y á hincalle otra vez las espinas por el celebro, que sería
cosa de grandísimo dolor. Y es de creer cierto que usarían desta
crueldad los que de otras muchas y muy extrañas usaron con Él
en todo el proceso de su pasión, mayormente diciendo el Evan-
gelista que hicieron en Él todo lo que quisieron. Y como la tú-
nica estaba pegada á las llagas de los azotes, y la sangre estaba
ya helada y abrazada con la misma vestidura, al tiempo que se
la desnudaron (como eran tan ajenos de piedad aquellos malva-
dos) despegáronsela de golpe y con tanta fuerza, que le desolla-
ron y renovaron todas las llagas de los azotes, de tal manera, que
el sancto cuerpo quedó por todas partes abierto y como descor-
tezado y hecho todo una grande llaga, que por todas partes ma-
naba sangre.
Considera pues aquí, ánima mía, la alteza de la divina bon-
dad y misericordia que en este misterio tan claramente resplan-
dece: mira cómo Aquél que viste los cielos de nubes y los campos
de flores y hermosura, es aquí despojado de todas sus vestidu-
ras. Considera el frío qne padescería aquel sancto cuerpo estando
como estaba despedazado y desnudo, no sólo de sus vestiduras,
sino también de los cueros y de la piel, y con tantas puertas de
llagas abiertas por todo Él. Y si estando Sanct Pedro vestido y
calzado la noche antes, padescía frío, ¿cuánto mayor lo pades-
cería aquel delicadísimo cuerpo estando tan llagado y desnudo?
Después desto considera cómo el Señor fué enclavado en la
cruz, y el dolor que padescería al tiempo que aquellos clavos
gruesos y esquinados entraban por las más sentibles y más deli-
cadas partes del más delicado de todos los cuerpos. Y mira tam-
bién lo que la Virgen sentiría cuando viese con sus ojos, y oye-
se con sus oídos los crueles y duros golpes que sobre aquellos
miembros divinales tan á menudo caían: porque verdaderamente
PARTE I. ÉL VIERNES 479
aquellas martilladas y clavos al Hijo pasaban las manos, mas á la
Madre herían el corazón.
Mira cómo luego levantaron la cruz en alto, y la fueron á
hincar en un hoyo que para esto tenían hecho, y cómo (según
eran crueles los ministros) al tiempo del asentar la dejaron caer
de golpe, y así se estremecería todo aquel sancto cuerpo en el
aire, y se rasgarían más los agujeros de los clavos, que sería cosa
de intolerable dolor.
Pues, oh Salvador y Redemptor mío, ¿qué corazón habrá tan
de piedra que no se parta de dolor (pues en este día se partie-
ron las piedras) considerando lo que padesces en esta cruz? Cer-
cádote han, Señor, dolores de muerte, y envestido han sobre ti
todos los vientos y olas de la mar. Atollado has en el profundo
de los abismos, y no hallas sobre qué estribar. El Padre te ha
desamparado, ¿qué esperas, Señor, de los hombres? Los enemi-
gos te dan grita, los amigos te quiebran el corazón, tu ánima está
afligida y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron cierto
mis pecados, y tu penitencia lo declara. Véote, Rey mío, cosido
con un madero, no hay quien sostenga tu cuerpo sino tres gar-
fios de hierro, dellos cuelga tu sagrada carne, sin tener otro re-
frigerio. Cuando cargas el cuerpo sobre los pies, desgárranse las
heridas de los pies con los clavos que tienen atravesados. Cuan-
do lo cargas sobre las manos, desgárranse las heridas de las ma-
nos con el peso del cuerpo. Pues la sancta cabeza atormentada
y enflaquecida con la corona de espinas, ¿qué almohada la sos-
ternía? ¡Oh cuan bien empleados fueran aUí vuestros brazos, se-
renísima Virgen, para este oficio! Mas no servirán agora aUí los
vuestros, sino los de la cruz. Sobre eUos se reclinará la sagrada
cabeza cuando quisiere descansar, y el refrigerio que dellos re-
cibirá, será hincarse más las espinas por el celebro.
Crescieron los dolores del Hijo con la presencia de la Madre,
con los cuales no menos estaba su corazón crucificado de dentro,
que el sagrado cuerpo lo estaba de fuera. Dos cruces hay para
ti, oh buen Jesú, en este día: una para el cuerpo, y otra para el
ánima: la una es de pasión, la otra de compasión: la una traspasa
el cuerpo con clavos de hierro, y la otra tu ánima sanctísima con
clavos de dolor. ¿Quién podría, oh buen Jesú, declarar lo que
sentías, cuando considerabas las angustias de aquella ánima san-
ctísima, la cual tan de cierto sabías estar contigo crucificada en
480 TRATADO DE LA ORACIÓN
en la cruz: cuando veías aquel piadoso corazón traspasado y
atravesado con cuchillo de dolor: cuando tendías los ojos san-
grientos y mirabas aquel divino rostro cubierto de amarillez de
muerte, y aquellas angustias de su ánimo sin muerte ya más
que muerto, y aquellos ríos de lágrimas que de sus purísimos
ojos salían, y oías los gemidos que se arrancaban de aquel sa-
grado pecho exprimidos con el peso de tan gran dolor?
Después desto puedes considerar aquellas siete palabras que
el Señor habló en la cruz. De las cuales la primera fué: Padre,
perdona á éstos, que no saben lo que se hacen. La segunda al
ladrón: Hoy serás comigo en el Paraíso. La tercera á su Madre
sanctísima: Mujer, cata ahí á tu Hijo. La cuarta: Sed he. La quin-
ta: Dios mío. Dios mío, ¿porqué me desamparaste? La sexta: Aca-
bado es. La séptima: Padre, en tus manos encomiendo mi es-
píritu.
Mira pues, oh ánima mía, con cuánta caridad en estas pala-
bras encomendó sus enemigos al Padre, con cuánta misericordia
recibió al ladrón que le confesaba, con qué entrañas encomendó
la piadosa ^^ladre al amado discípulo, con cuánta sed y ardor
mostró que deseaba la salud de los hombres, con cuan dolorosa
voz derramó su oración y pronunció su tribulación ante el aca-
tamiento divino, cómo llevó hasta el cabo tan perfectamente la
obediencia del Padre, y cómo finalmente le encomendó su espí-
ritu y se resignó todo en sus benditísimas manos. Por do pares-
ce cómo en cada una destas palabras está encerrado un singular
documento de virtud. En la primera se nos encomienda la cari-
dad para con los enemigos: en la segunda, la misericordia para
con los pecadores: en la tercera, la piedad para con los padres:
en la cuarta, el deseo de la salud de los prójimos: en la quinta,
la oración en las tribulaciones y desamparos de Dios: en la sexta,
la virtud de la obediencia y perseverancia: y en la séptima, la
perfecta resignación en las manos de Dios, que es la suma de
toda nuestra perfección.
EL SÁBADO.
SPsTE día se ha de contemplar la lanzada que se dio al Salva-
je dor, y el descendimiento de la cruz, con el llanto de Nuestra
Señora, y oficio de la sepultura.
PARTE I. EL SÁBADO 48 1
Considera, pues, cómo habiendo ya expirado el Salvador en
la cruz, y cumplídose el deseo de aquellos crueles enemigos, que
tanto deseaban verle muerto, aun después de esto no se apagó
la llama de su furor: porque con todo esto se quisieron más ven-
gar y encarnizar en aquellas santas reliquias, que quedaron par-
tiendo, y echando suertes sobre sus vestiduras, y rasgando su sa-
grado pecho con una lanza cruel. ¡Oh crueles ministros! ¡Oh
corazones de hierro? ^ Y tan poco os paresce lo que ha padescido
el cuerpo vivo, que no le queréis perdonar aun después de muer-
to? ¿Qué rabia de enemistad hay tan grande, que no se aplaque
cuando ve al enemigo muerto delante sí? Alzad un poco esos
crueles ojos, y mirad aquella cara mortal, aquellos ojos defunc-
tos, aquel caimiento de rostro y aquella amarillez y sombra de
muerte, que aunque seáis más duros que el hierro, y que el dia-
mante, y que vosotros mismos, viéndolos os amansaréis. Llega,
pues, el ministro con la lanza en la mano, y atraviésala con gran
fuerza por los pechos desnudos del Salvador. Estremecióse la
cruz en el aire con la fuerza del golpe, y saUó de ahí agua y
sangre, con que se lavan los pecados del mundo, j Oh río que
sales del Paraíso y riegas con tus corrientes toda la sobrehaz de
la tierra! ¡Oh llaga del costado precioso, hecha más con el amor
de los hombres, que con el hierro de la lanza cruel! ¡Oh puerta
del cielo, ventana del paraíso, lugar de refugio, torre de fortale-
za, sanctuario de los justos, sepultura de peregrinos, nido de las
palomas sencillas y lecho florido de la esposa de Salomón! ¡Dios
te salve, llaga del costado precioso, que llagas los devotos cora-
zones, herida que hieres las ánimas de los justos, rosa de inefa-
ble hermosura, rubí de precio inestimable, entrada para el cora-
zón de Cristo, testimonio de su amor y prenda de la vida per-
durable !
Después desto considera cómo aquel mismo día en la tarde
llegaron aquellos dos sanctos varones Josef y Nicodemus, y arri-
madas sus escaleras á la cruz, descendieron en brazos el cuerpo
del Salvador. Como la Virgen vio que acabada ya la tormenta
de la pasión, llegaba el sagrado cuerpo á tierra, aparéjase ella
para darle puerto seguro en sus pechos, y recebirlo de los bra-
zos de la cruz en los suyos. Pide, pues, con grande humildad á
aquella noble gente que pues no se había despedido de su Hijo,
ni recibido del los postreros abrazos en la cruz al tiempo de su
OBRAS DE GRANADA. X— 34
482 TRATADO DE LA ORACIÓN
partida, que la dejen agora llegar á Él, y no quieran que por to-
das partes crezca su desconsuelo, si habiéndoselo quitado
por un cabo los enemigos vivo, agora los amigos se lo quitan
muerto.
Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ^qué lengua
podrá explicar lo que sintió? Oh ángeles de la paz, llorad con
esta sagrada Virgen, llorad cielos, llorad estrellas del cielo, y to-
das las criaturas del mundo acompañad el llanto de María. Abrá-
zase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente
en sus pechos (para solo esto le quedaban fuerzas) mete su cara
entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con ros-
tro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo,
y riégase la del Hijo con las lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce
Madre! ¿Y es ése por ventura vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el
que concebistes con tanta gloria y paristes con tanta alegría?
Pues (jqué se hicieron vuestros gozos pasados? ,: Dónde se fueron
vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermo-
sura en que os mirábades? Lloraban todos los que presentes es-
taban, lloraban aquellas sanctas mujeres, lloraban aquellos nobles
varones, lloraba el cielo, y la tierra, y todas las criaturas acom-
pañaban las lágrimas de la Virgen. Lloraba otrosí el sancto Evan-
gelista, y abrazado con el cuerpo de su Maestro decía: Oh buen
Maestro y Señor mío, ¿quién me enseñará ya de aquí adelante?
¿A quién iré con mis dudas? ¿En cuyos pechos descansaré? ¿Quién
me dará parte de los secretos del cielo? ¿Qué mudanza ha sido
ésta tan extraña? Antenoche me tuviste en tus sagrados pe-
chos, dándome alegría de vida: ¡ y agora te pago aquel tan gran-
de beneficio teniéndote en los míos muerto! ¿Éste es el rostro
que yo vi transfigurado en el monte Tabor? ¿Ésta es aquella fi-
gura más clara que el sol de medio día?
Lloraba también aquella sancta pecadora, y abrazada con los
pies del Salvador decía: Oh lumbre de mis ojos y remedio de
mi ánima, si me viere fatigada de los pecados, ¿quién me recibi-
rá? ¿Quién curará mis llagas? ¿Quién responderá por mí? ¿Quién
me defenderá de los fariseos? ¡Oh cuan de otra manera tuve yo
estos pies,y los lavé, cuando en ellos me recibiste! ¡ Oh amado de
mis entrañas, quién me diese agora que yo muriese contigo!
Oh vida de mi ánima, ¿cómo puedo decir que te amo, pues es-
toy viva, teniéndote delante de mis ojos muerto ?
PARTE I. EL SÁBADO 483
Desta manera lloraban y lamentaban toda aquella sancta com-
pañía, regando y lavando con lágrimas el cuerpo sagrado. Lle-
gada pues ya la hora de la sepultura, envuelven el sancto cuer-
po en una sábana limpia, atan su rostro con un sudario, y puesto
encima de un lecho, caminan con él al lugar del monumento, y
allí depositan aquel precioso tesoro. El sepulcro se cubrió con
una losa, y el corazón de la Madre con una escura niebla de tris-
teza. Allí se despide otra vez de su Hijo, allí comienza de nuevo
á sentir su soledad, allí se ve ya desposeída de todo su bien, allí
se le queda el corazón sepultado, donde quedaba su tesoro.
EL DOMINGO.
PIpSTE día podrás |pensar la descendida del Señor al limbo,
^j y el aparescimiento á Nuestra Señora y á la sancta Magda-
lena y á los discípulos, y después el misterio de su gloriosa As-
censión.
Cuanto á lo primero considera qué tan grande sería el ale-
gría que aquellos sanctos Padres del limbo recibirían este día con
la visitación y presencia de su libertador, y qué gracias y alaban-
zas le darían por esta salud tan deseada y esperada. Dicen los que
vuelven de las Indias Orientales en España, que tienen por bien
empleado todo el trabajo de la navegación pasada, por el alegría
que reciben el día que vuelven á su tierra. Pues si esto hace la
navegación y destierro de un año ó de dos años, ¿qué haría el
destierro de tres ó cuatro mil años el día que recibiesen tan gran
salud, y viniesen á tomar puerto en la tierra de los vivientes?
Considera también el alegría que la sacratísima Virgen reci-
biría este día con la vista del Hijo resuscitado, pues es cierto
que así como ella fué la que más sentió los dolores de su pasión,
así fuella que más gozó del alegría de su resurrección. Pues
¿qué sentiría cuando viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acom-
pañado de todos aquellos sanctos Padres que con El resuscita-
ron? ¿Qué haría? ¿Qué diría? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos,
y las lágrimas de sus ojos piadosos, y los deseos de irse tras El,
si le fuera concedido?
Considera el alegría de aquellas sanctas Marías, y especial-
mente de aquella que perseveraba llorando par del sepulcro,
cuando viese al Amado de su ánima, y se derribase á sus pies,
484 TRATADO DE LA ORACIÓN
y hallase resuscitado y vivo al que buscaba y deseaba ver si-
quiera muerto. Y mira bien que después de la Madre á aquella
primero apareció, que más amó, más perseveró, más lloró, más
solícitamente le buscó: para que así tengas por cierto que halla-
rás á Dios si con estas mismas lágrimas y diligencia lo buscares.
Considera de la manera que apáreselo á los discípulos que
iban á Emaús, en hábito de peregrino, y mira cuan afable se les
mostró, cuan familiarmente los acompañó, cuan dulcemente se
les disimuló, y en cabo cuan amorosamente se les descubrió, y
los dejó con toda la miel y suavidad en los labios. Sean, pues,
tales tus pláticas, cuales eran las de éstos, y trata con dolor y
sentimiento lo que trataban éstos (que eran los dolores y traba-
jos de Cristo) y ten por cierto que no te faltará su presencia y
compañía, si tuvieres siempre esta memoria.
Acerca del misterio de la Ascensión, considera primeramente
cómo dilató el Señor esta subida á los cielos por espacio de
cuarenta días, en los cuales aparesció muchas veces á sus discí-
pulos, y los enseñaba y platicaba con ellos del reino de Dios.
De manera que no quiso subir á los cielos, ni apartarse dellos,
hasta que los dejó tales, que pudiesen con el espíritu subir al cie-
lo con Él. Donde verás que aquéllQS desampara muchas veces
la presencia corporal de Cristo (esto es, la consolación sensible de
la devoción) que pueden ya con el espíritu volar á lo alto, y es-
tán más seguros del peligro. En lo cual maravillosamente res-
plandece la providencia de Dios, y la manera que tiene en tra-
tar á los suyos en diversos tiempos: cómo regala los flacos, y
ejercita los fuertes: da leche á los pequeñuelos, y desteta á los
grandes: consuela los unos, y prueba los otros, y así trata á cada
uno según el grado de su aprovechamiento. Por donde ni el re-
galado tiene por qué presumir, pues el regalo es argumento de
flaqueza, ni el desconsolado por qué desmayar, pues esto es mu-
chas veces indicio de fortaleza.
En presencia de los discípulos, y viendo ellos, subió al cielo:
porque ellos habían de ser testigos destos misterios, y ninguno
es mejor testigo de las obras de Dios, que el que las sabe por
experiencia. Si quieres saber de veras cuan bueno es Dios, cuan
dulce y cuan suave para con los suyos, cuánta sea la virtud y efi-
cacia de su gracia, de su amor, de su providencia y de sus con-
solaciones, pregúntalo á los que lo han probado, que ésos te da-
PARTE I. EL DOMINGO 4^5
rán dello suficientísimo testimonio. Quiso también que le viesen
subir á los cielos, para que le siguiesen con los ojos y con el es-
píritu, para que sintiesen su partida, para que les hiciese soledad
su ausencia, porque éste era el más conveniente aparejo para
recibir su gracia. Pidió Eliseo á Elias su espíritu, y respondióle el
buen maestro: Si vieres cuando me parto de ti, será lo que pe-
diste. Pues aquéllos serán herederos del espíritu de Cristo, á quien
el amor hiciere sentir la partida de Cristo, los que sintieren su au-
sencia, y quedaren en este destierro sospirando siempre por su
presencia. Así lo sentía aquel sancto varón que decía: Fuístete, con-
solador mío, y no te despediste de mí: yendo por tu camino ben-
dijiste á los tuyos, y no lo vi. Los ángeles prometieron que vol-
verías, y no lo oí, &c.
Pues ¡ cuál sería la soledad, el sentimiento, las voces y las lá-
grimas de la sacratísima Virgen, del amado discípulo, y de la san-
ta Magdalena, y de todos los Apóstoles, cuando viesen írseles y
desaparecer de sus ojos Aquél que tan robados tenía sus corazo-
nes! Y con todo esto se dice que volvieron á Hierusalem con
grande gozo, por lo mucho que le amaban. Porque el mismo amor
que les hacía sentir tanto su partida, por otra parte les hacía go-
zarse de su gloria: porque el verdadero amor no se busca á sí, sino
al que ama.
Resta considerar con cuánta gloria, con qué alegría y con
qué voces y alabanzas sería recibido aquel noble triunfador en
la ciudad soberana, cuál sería la fiesta y el recebimiento que le
harían, qué sería ver allí ayuntados en uno hombres y ángeles, y
todos á una caminar á aquella ciudad, y poblar aquellas sillas
desiertas de tantos años, y subir sobre todos aquella sacratísima
Humanidad, y asentarse á la diestra del Padre. Todo es mucho de
considerar, para que se vea cuan bien e.Tipleados son los traba-
jos por amor de Dios, y cómo el que se humilló y padesció más
que todas las criaturas, es aquí engrandescido y levantado sobre
todas ellas: para que por aquí entiendan los amadores de la ver-
dadera gloria el camino que han de llevar para alcanzarla, que
es descender para subir, y ponerse debajo de todos para ser le-
vantados sobre todos.
486 TRATADO DE LA ORACIÓN
DE SEIS COSAS QUE PUEDEN ENTREVENIR EN ÉL
EJERCICIO DE LA ORACIÓN.
CAPÍTULO V.
ESTAS son, cristiano lector, las meditaciones en que te puedes
ejercitar los días de la semana, para que así no te falte ma-
teria en que pensar. Mas aquí es de notar que antes desta me-
ditación pueden preceder algunas cosas y seguirse después otras,
que están anejas y son como vecinas de ellas.
Porque primeramente, antes que entremos en la meditación,
es necesario aparejar el corazón para este sancto ejercicio, que
es como quien templa la vihuela para tañer.
Después de la preparación se sigue la lición del paso que
se ha de meditar en aquel día, según el repartimiento de los días
de la semana (como arriba lo tratamos). Lo cual sin duda es ne-
cesario á los principios, hasta que el hombre sepa lo que ha de
meditar.
Después de la meditación se puede seguir un devoto haci-
miento de gracias por los beneficios recebidos, y un ofi-ecimien-
to de toda nuestra vida y de la de Cristo nuestro Salvador, en re-
compensa de ellos.
La última parte es la petición, que propriamente se llama ora-
ción, en la cual pedimos todo aquello que conviene así para nues-
tra salud como para la de nuestros prójimos y de toda la Iglesia.
Estas seis cosas pueden entrevenir en la oración, las cuales,
entre otros provechos, tienen también éste, que dan al hombre
más copiosa materia de meditar, poniéndole delante todas estas
diferencias de manjares, para que si no pudiere comer de uno,
coma de otro, y para que si en una cosa se le acabare el hilo de
la meditación, entre luego en otra, donde se le ofrezca otra cosa
en que meditar.
Bien veo que ni todas estas partes ni esta orden es siempre
necesaria: mas todavía servirá esto á los que comienzan, para que
tengan alguna orden y hilo por donde se puedan al principio
regir. Y por esto de ninguna cosa que aquí dijere, quiero que se
haga ley perpetua ni regla general: porque mi intento no fué
hacer ley, sino introdución, para emponer á los nuevos en este
PARTE I. CAPITULO V. 487
camino, en el cual después que hobieren entrado, el uso, y la ex-
periencia, y mucho más el Espíritu Sancto, les enseñará lo demás.
DE LA PREPARACIÓN QUE SE REQUIERE PARA
ANTES DE LA ORACIÓN.
CAPITULO VI.
cKl GORA será bien que tratemos en particular de cada una des-
j[^ tas partes susodichas, y primero de la preparación, que es
la primera de todas.
Puesto en el lugar de la oración de rodillas, ó en pie, ó en
cruz, ó prostrado, ó sentado, si de otra manera no pudiere estar,
hecha primero la señal de la cruz, recogerá su imaginación, y
apartarla ha de todas las cosas de esta vida, y levantará su enten-
dimiento arriba considerando que lo mira Nuestro Señor. Y es-
tará allí con aquella atención y reverencia como que realmente
le tuviese presente: y con un general arrepentimiento de sus pe-
cados (si es la oración de la mañana) dirá la confesión general, y
si es la oración de la noche, examinará su consciencia de todo lo
que aquel día ha pensado, hablado, y obrado, y oído, y del olvi-
do que de Nuestro Señor ha tenido: y doliéndose de los defectos
de aquel día y de todos los de la vida pasada, y humillándose
delante la divina Majestad ante quien está, dirá aquellas palabras
del sancto Patriarca: Hablaré á mi Señor, aunque sea polvo y ce-
niza: y luego dirá aquellos versos del Psalmo: A ti levanté mis
ojos, que moras en los cielos. Así como los ojos de los siervos es-
tán puestos en las manos de sus señores, y como los ojos de la
sierva en las manos de su señora, así están puestos nuestros ojos
en nuestro Señor, esperando que haya misericordia de nosotros.
Ten misericordia de nosotros. Señor, ten misericordia de nos-
otros. Gloria Patri, &c. Y porque no somos. Señor, poderosos
para pensar cosa buena de nuestra parte, sino que toda nuestra
suficiencia es de Dios, ni nadie puede invocar dignamente el nom-
bre de jesús, sino con favor del Espíritu Sancto, por tanto ven,
oh dulcísimo Espíritu, y envía dende el cielo los rayos de tu luz.
Ven, oh Padre de los pobres: ven, oh dador de las lumbres: ven,
lumbre de los corazones: ven, consolador muy bueno, y dulce
huésped de nuestra ánima, y dulce refrigerio de ella. En el tra-
4S8 TRATADO DE LA ORACIÓN
bajo su descanso, en el ardor del estío su templanza, y en las lá-
grimas su consuelo. Oh luz beatísima, hinche lo íntimo del cura-
zón de tus fieles.
Ver. Einiüe spiritiim tuum. &^c.
Res. Et renovahis.
Oratio. Deus qui corda^ &fic.
Dicho esto, suplicará luego á nuestro Señor que le dé gracia
para que esté allí con aquella atención y devoción, y con aquel
recogimiento interior, y con aquel temor y reverencia que con-
viene para estar ante tan soberana Majestad, y que ansí gaste
aquel tiempo de la oración, que salga della con nuevas fuerzas
y aliento para todas las cosas de su servicio, porque la oración
que no pare luego este fructo, muy imperfecta es y de muy bajo
valor.
DE LA LICIÓN.
CAPÍTULO VIL
ÉCABADA la preparación, se sigue luego la lición de lo que se
ha de meditar en la oración. La cual no ha de ser apresurada
ni corrida, sino atenta y sosegada, aplicando á ella no sólo el en-
tendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la vo-
luntad, para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún
paso devoto, deténgase algo más en él, para mejor sentirlo: y no
sea muy larga la lición, porque se dé más tiempo á la meditación,
que es tanto de mayor provecho cuanto rumia y penetra las cosas
más de espacio y con más afecto. Pero cuando tuviere el corazón
tan destraído que no pueda entrar en la oración, puédese detener
algo más en la lición, ó ayuntar en uno la lición con la meditación,
leyendo un paso y meditando sobre él, y luego otro y otro de
la mesma manera: porque yendo desta manera atado el entendi-
miento á las palabras de la lición, no tiene tanto lugar de de-
rramarse por diversas partes como cuando va libre y suelto.
Aunque mejor sería pelear en desechar los pensamientos, y per-
severar y luchar (como otro Jacob toda la noche) en el trabajo de
la oración. Porque al fin, acabada la batalla, se alcanza la victoria,
dando nuestro Señor la devoción, ó otra gracia mayor, la cual
nunca se niega á los que fielmente pelean.
PARTE I. CAPÍTULO VIII. 4^9
DE LA MEDITACIÓN.
CAPÍTULO VIH.
|E\ ESPUÉS de la lición se sigue la meditación del paso que ha-
3E^- bemos leído, Y ésta, unas veces es de cosas que se pue-
den figurar con la imaginación, como son todos los pasos de la
vida y pasión de Cristo, el juicio final, el infierno y el paraíso:
otras es de cosas que pertenescen más al entendimiento que á
la imaginación, como es la consideración de los beneficios de
Dios y de su bondad, justicia y misericordia, ó cualquier otra de
sus perfecciones.
Esta meditación se llama intelectual, y la otra imaginaria. Y
de la una y de la otra solemos usar en estos ejercicios, según que
la materia de las cosas lo requiere. Y cuando la meditación es
imaginaria, habemos de figurar cada cosa destas de la manera
que ella es, ó de la manera que pasaría, y hacer cuenta que en
el proprio lugar donde estamos, pasa todo aquello en presencia
nuestra: porque con esta representación de las cosas sea más viva
la consideración y sentimiento dellas. Y aun imaginar que pasan
estas cosas dentro de nuestro corazón, es mejor: que pues caben
en él ciudades y reinos, mejor cabrá la representación destos mis-
terios, y ayudará esto mucho para traer el ánima recogida, ocupán-
dose dentro de sí misma (como abeja dentro de su corcho) en la-
brar su panal de miel: porque ir con el pensamiento á Hierusalem
á meditar las cosas que allí pasaron en sus proprios lugares, es cosa
que suele enflaquecer y hacer daño á las cabezas: y por esta mis-
ma razón no debe el hombre hincar mucho la imaginación en
las cosas que piensa, por no fatigar con esta vehemente apre-
hensión la naturaleza.
DEL HACIMIENTO DE GRACIAS.
CAPÍTULO IX.
3^ ESPUÉS de la meditación se sigue el hacimiento de gracias:
J^ • para lo cual se debe tomar ocasión de la meditación pasa-
da, haciendo gracias á nuestro Señor por el beneficio que en
490 TRATADO DE LA ORACIÓN
aquello nos hizo. Como si la meditación fué de la Pasión, debe
dar gracias á nuestro Señor porque nos redimió con tantos tra-
bajos: y si fué de los pecados, porque lo esperó tanto tiempo á
penitencia: y si de las miserias desta vida, por las muchas de que
lo ha librado: y si del paso de la muerte, porque lo libró de los
peligros della y esperó á penitencia: y si de la gloria del paraíso,
porque lo crió para tanto bien, y así de los demás.
Con estos beneficios juntará todos los otros de que arriba
tratamos, que son el beneficio de la creación, conservación, re-
dempción, vocación, &c. Y así dará gracias á nuestro Señor, por-
que lo hizo á su imagen y semejanza, y le dio memoria para que
se acordase del, entendimiento para que lo conociese, voluntad
para que le amase: y porque le dio un ángel que lo guardase
de tantos trabajos y peligros, y de tantos pecados mortales, y de
la muerte cuando estaba en ellos, que no fué menos que librarlo
de la muerte eterna, y porque tuvo por bien de tomar nuestra
naturaleza y morir por nosotros: y porque le hizo nascer de pa-
dres cristianos, y le dio el sagrado Baptismo, y en él le dio su
gracia, y prometió su gloria, y le recibió por hijo adoptivo: y
porque le dio armas para pelear contra el demonio, y el mundo,
y la carne, en el Sacramento de la Confirmación: y porque le dio
á sí mesmo en el Sacramento del altar: y porque le dio el Sa-
cramento de la Penitencia, para tornar á cobrar la gracia perdi-
da por el pecado mortal, y por las muchas buenas inspiraciones
que siempre le ha enviado y envía, y por el ayuda que le dio
para orar, y bien obrar, y perseverar en el bien comenzado. Y
con estos beneficios junte los demás beneficios generales y par-
ticulares que conosce haber rescibido de nuestro Señor. Y por
éstos y por todos los otros, así públicos como secretos, dé todas
cuantas gracias pudiere, y convide á todas las criaturas, así del
cielo como de la tierra, para que le ayuden á este oficio. Y con
este espíritu podrá decir (si quisiere) aquel cántico: Benedicite om-
nia opera Domini Domino, laúdate et. superexaltate, &c. O el
psalmo: Benedic anima mea Domino, et omnia quce intra me stint
nomini sancto ejns. Benedic anima mea Domino, et noli ohlivis-
ci omnes retributiones ejns. Qui propiiiatur oimiibus iniquitatihus
tuis, qui sanat omnes infirmitates tuas. Qui redimit de interitii
viam Uiam, qui coronal ie in 7nisericordia et miserationihus, &c.
PARTE I. CAPÍTULO X 49 1
DEL OFRECIMENTO.
CAPÍTULO X.
flB\ ADAS de todo corazón al Señor las gracias por todos estos
lE/'" beneficios, luego naturalmente prorrumpe el corazón en
aquel afecto del profeta David, que dice: ¿Qué daré yo al Señor
por todas las mercedes que me ha hecho? A este deseo satisface
el hombre en alguna manera, dando y ofreciendo á Dios de su
parte todo lo que tiene y puede ofrecerle.
Y para esto primeramente debe ofrecer á sí mismo por
perpetuo esclavo su^'o, resignándose y poniéndose en sus manos,
para que haga del todo lo que quisiere, en tiempo y en eterni-
dad, y ofrecer juntamente todas sus palabras, obras, pensamien-
tos y trabajos, que es todo lo que liiciere y padesciere, para que
todo sea á gloria y honra de su sancto nombre.
Lo segundo ofrezca al Padre los méritos y servicios de su
Hijo, y todos los trabajos que en este mundo por su obediencia
padesció dende el pesebre hasta la cruz, pues todos ellos son ha-
cienda nuestra y herencia que él nos dejó en el Nuevo Testa-
mento, por el cual nos hizo herederos de todo este gran tesoro.
Y así como no es menos mío lo dado de gracia, que lo adquiri-
do por mi lanza, así no son menos míos los méritos y el derecho
que Él me dio, que si yo los hubiera sudado y trabajado por mí.
Y por esto no menos puede ofrecer el hombre esta segunda ofren-
da que la primera, recontando por su orden todos estos servi-
cios y trabajos y todas las virtudes de su vida sanctísima, su
obediencia, su paciencia, su humildad, su fidelidad, su caridad, su
misericordia, con todas las demás: porque ésta es la más rica y
más preciosa ofrenda que le podemos ofrecer.
DE LA PETICIÓN.
CAPÍTULO XI.
§FRECIDA tan rica ofrenda, seguramente podemos pedir lue-
go mercedes por ella. Y primeramente pidamos con gran
afecto de caridad y con celo de la honra de nuestro Señor que
todas las gentes y naciones del mundo le conozcan, alaben y
492 TRATADO DE LA ORACIÓN
adoren como á su único y verdadero Dios y Señor, diciendo de
lo íntimo de nuestro corazón aquellas palabras del profeta: Con-
fiésente los pueblos, Señor, confiésente los pueblos. Roguemos
también por las cabezas de la Iglesia, como son Papa, Cardena-
les, Obispos, con todos los otros ministros y perlados inferiores,
para que el Señor los rija y alumbre de tal manera que lleven
todos los hombres al conoscimiento y obediencia de su criador.
Y asimesmo debemos rogar (como lo aconseja S. Pablo) por
los reyes y príncipes y por todos los que están constituidos en
dignidad, para que mediante su providencia vivamos vida quie-
ta y reposada: porque esto es acepto delante de Dios nuestro
Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y ven-
gan al conoscimiento de la verdad. Roguemos también por to-
dos los miembros de su cuerpo místico: por los justos, que el
Señor los conserve, y por los pecadores, que los convierta, y por
los defunctos, que los saque misericordiosamente de tanto tra-
bajo y los lleve al descanso de la vida perdurable.
Roguemos también por todos los pobres, enfermos, encarce-
lados, captivos, &c. que Dios, por los méritos de su Hijo, los
a3'ude y libre de mal.
Y después de haber pedido para nuestros prójimos, pidamos
luego para nosotros. Y qué sea lo que le habemos de pedir, su mis-
ma necesidad lo enseñará á cada uno, si bien se conosciere. Mas
para mayor facilidad desta doctrina, podemos pedir las merce-
des siguientes.
Primeramente, pidamos por los méritos y trabajos deste Se-
ñor perdón de todos nuestros pecados y emienda dellos, y es-
pecialmente pidamos favor contra todas aquellas pasiones y vi-
cios á que somos más inclinados y más tentados, descubriendo
todas estas llagas á aquel médico celestial, para que Él las sane
y las cure con la unción de su gracia.
Lo segundo, pidamos aquellas altísimas y nobilísimas virtu-
des en que consiste la suma de toda la perfección cristiana, que
son: fe, esperanza, amor, temor, humildad, paciencia, obediencia,
fortaleza para todo trabajo, pobreza de espíritu, menosprecio de
mundo, discreción, pureza de intención, con otras semejantes vir-
tudes que están en la cumbre deste espiritual edificio: porque la
fe es la primera raíz de la cristiandad, la esperanza es el báculo
y remedio contra las tentaciones desta vida, la caridad es fin de
PARTE I. CAPÍTULO XI. 493
toda la perfección cristiana, el temor de Dios es principio de la
verdadera sabiduría, la humildad es el fundamento de todas las
virtudes, la paciencia es armadura contra los golpes y encuen-
tros del enemigo, la obediencia es una muy agradable ofrenda
donde el hombre ofrece á sí mesmo á Dios en sacrificio, la dis-
creción es los ojos con que el ánima ve y anda todos sus cami-
nos, y la fortaleza los brazos con que hace todas sus obras, y la
pureza de intención la que refiere y endereza todas nuestras obras
á Dios.
Lo tercero, pidamos luego las otras virtudes que demás de
ser ellas de suyo muy principales, sirven para la guarda destas
mayores, como son la templanza en comer y beber, la modera-
ción de la lengua, la guarda de los sentidos, la mesura y compo-
sición del hombre exterior, la suavidad y buen ejemplo para los
prójimos, el rigor y aspereza para consigo, con otras virtudes se-
mejantes.
Después desto, acabe con la petición del amor de Dios, y en
ésta se detenga y ocupe la mayor parte del tiempo, pidiendo al
Señor esta virtud con entrañables afectos y deseos (pues en ella
consiste todo nuestro bien) y podrá decir así.
Petición especial del amor de Dios.
(^OBRE todas estas virtudes, dame, Señor, gracia para que te
)^ ame yo con todo mi corazón, con toda mi ánima, con todas
mis fuerzas y con todas mis entrañas, así como tú lo mandas.
¡Oh toda mi esperanza, toda mi gloria, todo mi refugio y ale-
gría! ¡Oh el más amado de los amados I ¡Oh Esposo florido, Es-
poso suave. Esposo melifluo! ¡Oh dulzura de mi corazón! ¡Oh
vida de mi ánima y descanso alegre de mi espíritu! ¡Oh hermo-
so y claro día de la eternidad, y serena luz de mis entrañas, y pa-
raíso florido de mi corazón ! ¡ Oh amable principio mío y suma
suficiencia mía!
Apareja, Dios mío, apareja, Señor, una agradable morada para
ti en mí, para que según la promesa de tu sancta palabra ven-
gas á mí y reposes en mí. Mortifica en mí todo lo que desagrada
á tus ojos, y hazme hombre según tu corazón. Hiere, Señor, lo
más íntimo de mi ánima con las saetas de tu amor, y embriágala
con el vino de tu perfecta caridad. ¡Oh ! ^Cuándo será esto? ¿Cuán-
do te agradaré en todas las cosas? ¿Cuándo estará muerto todo
494 TRATADO DE LA ORACIÓN
lo que hay contrario á ti en mí? ^Cuándo seré del todo tuyo? ¿Cuán-
do dejaré de ser mío? ¿Cuándo ninguna cosa fuera de ti vivirá en
mí? ¿Cuándo ardentísimamente te amaré? ¿Cuándo me abrasará
toda la llama de tu amor? ¿Cuándo estaré todo derretido y traspa-
sado con tu eficacísima suavidad? ¿Cuándo abrirás á este pobre
mendigo, y le descubrirás el hermosísimo reino tuyo, que está
dentro de mí, el cual eres tú con todas tus riquezas? ¿Cuándo me
arrebatarás, anegarás, y transportarás, y esconderás en ti, donde
nunca más parezca? ¿Cuándo quitados todos los impedimentos y
estorbos, me harás un espíritu contigo, para que nunca ya me pue-
da más apartar de ti?
¡Oh amado, amado, amado de mi ánima! jOh dulzura, dul-
zura de mi corazón! Óyeme, Señor, no por mis merescimientos,
sino por tu infinita bondad. Enséñame, alúmbrame, enderézame
y ayúdame en todas las cosas, para que ninguna cosa se haga
ni diga, sino lo que fuere á tus ojos agradable. ¡ Oh Dios mío,
amado mío, entrañas mías, bien de mi ánima! ¡Oh amor mío dul-
ce! ¡Oh deleite mío grande! ¡Oh fortaleza mía, oh vida mía, va-
ledme: luz mía, guiadme!
Oh Dios de mis entrañas, ¿porqué no te das al pobre? ¿Hin-
ches los cielos y la tierra, y mi corazón dejas vacío? Pues vistes
los Urios del campo, y guisas de comer á las av'ecillas, y mantienes
los gusanos, ¿porqué te olvidas de mí, pues á todos olvido por
ti? Tarde te conoscí, bondad infinita: tarde te amé, hermosura tan
antigua y tan nueva. ¡Triste del tiempo que no te amé! ¡Triste
de mí, pues no te conoscía! ¡Ciego de mí, que no te veía! Es-
tabas dentro de mí, y yo andaba á buscarte por defuera. Pues
aunque te hallé tarde, no permitas, Señor, por tu divina clemen-
cia, que jamás te deje.
Y porque una de las cosas que más te agradan y más hie-
ren tu corazón, es tener ojos para saberte mirar, dame. Señor, esos
ojos con que te mire: conviene saber, ojos de paloma sencillos,
ojos castos y vergonzosos, ojos humildes y amorosos, ojos de-
votos y llorosos, ojos atentos y discretos para entender tu vo-
luntad y cumplirla, para que mirándote yo con estos ojos, sea de
ti mirado con aquellos ojos con que miraste á Sanct Pedro cuan-
do le heciste llorar su pecado; con aquellos ojos con que miraste
al hijo pródigo cuando le saliste á recebir y le diste beso de paz:
Qon aquellos ojos con que miraste al publicano, cuando él no osa-
PARTE I. CAPÍTULO XI. 495
ba alzar los ojos al cielo: con aquellos ojos con que miraste á la
Magdalena, cuando ella lavaba tus pies con las lágrimas de los
suyos: finalmente, con aquellos ojos con que miraste á la Espo-
sa en los Cantares, cuando le dijiste: Hermosa eres, amiga mía,
hermosa eres, tus ojos son de paloma: para que agradándote de
los ojos y hermosura de mi ánima, le des aquellos arreos de vir-
tudes y gracias con que siempre te parezca hermosa.
¡Oh altísima, clementísima, benigm'sima Trinidad, Padre, Hijo,
Espíritu Sancto, un solo Dios verdadero ! Enséñame, enderézame
y ayúdame. Señor, en todo. Oh Padre todopoderoso, por la gran-
deza de tu infinito poder asienta y confirma mi memoria en ti, y
hínchela de sanctos y devotos pensamientos. Oh Hijo sanctísi-
mo,por la eterna sabiduría tuya clarifica mi entendimiento y adór-
nalo con el conoscimiento de la suma verdad y de mi extre-
mada vileza. Oh Espíritu Sancto, amor del Padre y del Hijo,
por tu incomprehensible bondad traspasa en mí toda tu volun-
tad, y enciéndela con un tan grande fijego de amor, que ningunas
aguas lo puedan apagar ! j Oh Trinidad sagrada, único Dios mío
y todo mi bien! ¡Oh si pudiese yo alabarte y amarte como te
alaban y aman todos los ángeles! ¡Oh si tuviese yo el amor de
todas las criaturas, cuan de buena gana te lo daría y traspasa-
ría en ti, aunque ni éste bastaría para amarte como tú meresces !
Tú solo te puedes dignamente amar y dignamente alabar, por-
que tú solo comprehendes tu incomprehensible bondad, y así tú
solo la puedes amar cuanto ella meresce: de manera que en solo
ese divinísimo pecho se guarda justicia de amor.
¡ Oh María, María, María, Virgen sanctísima. Madre de Dios,
Reina del cielo, Señora del mundo, sagrario del Espíritu Sancto,
lirio de pureza, rosa de paciencia, paraíso de deleites, espejo de
castidad, dechado de inocencia! Ruega por este pobre desterra-
do y peregrino, y parte con él de las sobras de tu abundantísima
caridad. Oh vosotros bienaventurados Sanctos y Sanctas, y vos-
otros bienaventurados espíritus, que así ardéis en el amor de vues-
tro Criador, y señaladamente vosotros Serafines, que abrasáis los
cielos y la tierra con vuestro amor, no desamparéis este pobre y
miserable corazón, sino alimpiadlo como los labrios de Esaías de
todos sus pecados, y abrasadlo con la llama de ese \mestro ar-
dentísimo amor, para que á solo este Señor ame, á Él solo busque,
en El solo repose y more en los siglos de los siglos. Amén.
496 TRATADO DE LA ORACIÓN
DE ALGUNOS AVISOS QUE SE DEBEN TENER
EN ESTE SANCTO EJERCICIO.
CAPÍTULO XII.
JODO lo que hasta aquí se ha dicho, sirve para dar materia de
j_ consideración, que es una de las principales partes deste
negocio: porque la menor parte de la gente tiene suficiente ma-
teria de consideración, y así por falta de ella faltan muchos en
este ejercicio. Agora diremos sumariamente de la manera y for-
ma que en esto se podrá tener. Y aunque de esta materia el prin-
cipal maestro sea el Espíritu Sancto, pero todavía la experiencia
nos ha mostrado ser necesarios algunos avisos en esta parte: por-
que el camino para ir áDios es arduo y tiene necesidad de guía,
sin la cual muchos andan mucho tiempo perdidos y descami-
nados.
§. I.
Sea pues el primer aviso éste, que cuando nos pusiéremos
á considerar alguna cosa de las susodichas en sus tiempos y ejerci-
cios determinados, no debemos estar tan atados á ella, que ten-
gamos por mal hecho saHr de aquella á otra, cuando halláremos
en ella más devoción, más gusto ó más provecho: porque como
el fin de todo esto sea la devoción, lo que más sirviere para este
fin, eso se ha de tener por lo mejor.Aunque esto no se debe hacer
por livianas causas, sino con ventaja conoscida. Asimismo, si en
algún paso de su oración ó meditación sintiere más gusto ó
devoción que en otro, deténgase en él todo el espacio que le
durare este afecto, aunque todo el tiempo del recogimiento se
le vaya en eso. Porque como el fin de todo esto sea la devoción
(como dijimos) yerro sería buscar en otra parte con esperanza
dubdosa lo que ya tenemos en las manos cierto.
§. 11.
Sea el segundo, que trabaje el hombre por excusar en este
ejercicio la demasiada especulación del entendimiento, y procu-
re de tratar este negocio más con afectos y sentimientos de la
voluntad, que con discursos y especulaciones del entendimiento.
PATRE í. CAPÍTULO XII. 497
Porque sin dubda no aciertan este camino los que de tal ma-
nera se ponen en la oración á meditar los misterios divinos, co-
mo si los estudiasen para predicar: lo cual más es derramar el
espíritu que recogello, y andar más fuera de sí, que dentro de
sí. De donde nasce que acabada su oración, se quedan secos, y
sin jugo de devoción, y tan fáciles y ligeros para cualquier li-
viandad, como lo estaban antes. Porque en hecho de verdad los
tales no han orado, sino parlado y estudiado, que es un negocio
bien diferente de la oración. Debrían los tales considerar que en
este ejercicio más nos llegamos á escuchar que á parlar. Pues
para acertar en este negocio, llegúese el hombre con corazón de
una vejecica ignorante y humilde, y más con voluntad dispuesta
y aparejada para sentir y aficionarse á las cosas de Dios, que con
entendimiento despabilado y atento para escudriñarlas, porque
esto es proprio de los que estudian para saber, y no de los que
oran y piensan en Dios para llorar.
§. ni.
El aviso pasado nos enseña cómo debemos sosegar el en-
tendimiento y entregar todo este negocio á la voluntad: mas el
presente pone también su tasa y medida á la misma voluntad,
para que no sea demasiada ni vehemente en su ejercicio. Para
lo cual es de saber que la devoción que pretendemos alcanzar,
no es cosa que se ha de alcanzar á fuerza de brazos (como al-
gunos piensan) los cuales con demasiados ahíncos y tristezas for-
zadas y como hechizas procuran alcanzar lágrimas y compa-
sión, cuando piensan en la pasión del Salvador: porque esto suele
secar más el corazón, y hacerlo más inhábil para la visitación del
Señor, como enseña Casiano. Y demás desto suelen estas cosas
hacer daño á la salud corporal, y á veces dejan el ánima tan ate-
morizada con el sinsabor que aUí recibió, que teme tornar otra
vez al ejercicio, como á cosa que experimentó haberle dado mu-
cha pena. Conténtese, pues, el hombre con hacer buenamente lo
que es de su parte, que es hallarse presente á lo que el Señor
padesció, mirando con una vista sencilla y sosegada y con un
corazón tierno, y compasivo, y aparejado para cualquier senti-
miento que el Señor le quisiere dar, lo que por él padesció, más
dispuesto para recibir el afecto que su misericordia le diere, que
QBRAS DE GRANADA X-38
498 TRATADO DE LA ORACIÓN
para exprimirlo á fuerza de brazos. Y esto hecho, no se congoje
por lo demás, cuando no le fuere dado.
§-IV.
De todo lo susodicho podremos colegir cuál sea la manera de
atención que debemos tener en la oración: porque aquí principal-
mente conviene tener el corazón no caído ni flojo, sino vivo, aten-
to y levantado á lo alto. Mas así como es necesario estar aquí
con esta atención y recogimiento de corazón, así por otra parte
conviene que esta atención sea templada y moderada, porque
no sea dañosa á la salud, ni impida á la devoción: porque algu-
nos hay que fatigan la cabeza con la demasiada fuerza que po-
nen para estar atentos á lo que piensan (como ya dijimos). Y otros
hay, que por huir deste inconveniente, están allí muy flojos y
remisos y muy fáciles para ser llevados de todos vientos. Para
huir destos extremos conviene llevar tal medio que ni con la de-
masiada atención fatiguemos la cabeza, ni con el mucho descui-
do y flojedad dejemos andar vagueando el pensamiento por do
quisiere. De manera que así como solemos decir al que va sobre
una bestia maliciosa, que lleve la rienda tiesa, conviene saber, ni
muy apretada, ni muy floja, porque ni vuelva atrás, ni camine con
peligro, así debemos procurar que vaya nuestra atención, mode-
rada y no forzada, con cuidado y no con fatiga congojosa.
Mas particularmente conviene avisar que al principio de la
meditación no fatiguemos la cabeza con demasiada atención, por-
que cuando esto se hace, suelen faltar para adelante las fuerzas,
como faltan al caminante, cuando al principio de la jornada se da
mucha priesa á caminar.
§. V.
Mas entre todos estos avisos, el principal sea que no desma-
ye el que ora, ni desista de su ejercicio, cuando no siente luego
aquella blandura de devoción que él desea. Necesario es con
longanimidad y perseverancia esperar la venida del Señor, por-
que á la gloria de su Majestad, y á la bajeza de nuestra condi-
ción, y á la grandeza del negocio que tratamos, pertenesce que
estemos muchas veces esperando y aguardando á las puertas de
su palacio sagrado.
PARTE I. CAPÍTULO XII. 499
Pues cuando desta manera hayas aguardado un poco de tiem-
po, si el Señor viniere, dale gracias por su venida: y si te pares-
ciere que no viene, humíllate delante del, y conosce que no me-
resces lo que no te dieron, y conténtate con haber allí hecho sa-
crificio de ti mismo y negado tu propria voluntad, y crucificado
tu apetito, y luchado con el demonio y contigo mismo, 3' hecho
á lo menos eso que era de tu parte. Y si no adoraste al Señor
con la adoración sensible que deseabas, basta que lo adoraste en
espíritu y en verdad, como Él quiere ser adorado. Y créeme
cierto que éste es el paso más peligroso desta navegación y el
lugar donde se prueban los verdaderos devotos, y que si deste
sales bien, en todo lo demás te irá prósperamente.
Finalmente, si todavía te paresciese que era tiempo perdido
perseverar en la oración y fatigar la cabeza sin provecho, en tal
caso no tendría por inconveniente que después de haber hecho
lo que es en ti, tomases algún libro devoto, y trocases por enton-
ces la oración por la lición, con tanto que el leer fuese no corri-
do ni apresurado, sino reposado y con mucho sentimiento de lo
que vas leyendo, mezclando muchas veces en sus lugares la ora-
ción con la lición, lo cual es cosa muy provechosa y muy fá-
cil de hacer á todo género de personas, aunque sean muy rudas
y principiantes en este camino.
§. VI.
Y no es diferente documento del pasado, ni menos necesa-
rio, avisar que el siervo de Dios no se contente con cualquier
gustillo que halla en su oración, como hacen algunos, que en de-
rramando una lagrimilla ó sintiendo alguna ternura de cora-
zón, piensan que han ya cumplido con su ejercicio. Esto no bas-
ta para lo que aquí pretendemos. Porque así como no basta para
que la tierra frutifique,un pequeño rocío de agua, que no hace
más que matar el polvo y mojar la tierra por defuera, sino que
es menester tanta agua, que cale hasta lo íntimo de la tierra y la
deje harta de agua para que pueda fructificar, así también es acá
necesaria la abundancia deste roscío y agua celestial para dar
fructo de buenas obras. Pues por esto con mucha razón se acon-
seja que tomemos para este sancto ejercicio el más largo espa-
cio que pudiéremos. Y mejor sería un rato largo que dos cortos,
500 TRATADO DE LA ORACIÓN
porque si el espacio es breve, todo él se gasta en sosegar la ima-
ginación y quietar el corazón, y después de ya quieto levanta-
monos del ejercicio cuando lo hobiéramos de comenzar.
Y descendiendo más en particular á limitar este tiempo, pa-
résceme que todo lo que es menos de hora y media ó dos ho-
ras, es corto plazo para la oración, porque muchas veces se pasa
más que media hora en templar la vihuela y en quietar (como
dije) la imaginación, y todo el otro espacio es menester para go-
zar del fructo de la oración. Verdad es que cuando este ejercicio
se tiene después de algunos otros sanctos ejercicios, como es des-
pués de maitines, ó después de haber oído ó dicho misa, ó después
de alguna devota Hción ó oración vocal, más dispuesto se halla el
corazón para este negocio, y (así como en leña seca) muy más
presto se enciende este fuego celestial. También el tiempo de la
madrugada sufre ser más corto, porque es el más aparejado de
cuantos hay para este oficio. Mas el que fuere pobre de tiempo por
sus muchas ocupaciones, no deje de ofrecer su cornadillo con la
pobre viuda en el templo, porque si esto no queda por su ne-
gligencia, Aquél que todas las criaturas provee conforme á su ne-
cesidad y naturaleza, proveerá á él también según la suya.
§.vn.
Conforme á este documento se da otro semejante á él, y es
que cuando el ánima fuere visitada en la oración ó fuera della con
alguna particular visitación del Señor, que no la deje jpasar en va-
no, sino que se aproveche de aquella ocasión que se le ofresce:
porque es cierto que con este viento navegará el hombre más en
una hora, que sin él en muy muchos días. Así se dice que lo ha-
cía Sanct Francisco, de quien escribe Sanct Buenaventura que
era tan particular el cuidado que en esto tenía, que si andando
camino lo visitaba nuestro Señor con alguna particular visitación,
hacía ir delante los compañeros, y él estábase quedo hasta aca-
bar de rumiar y digerir aquel bocado que le venía del cielo. Los
que así no lo hacen, suelen comúnmente ser castigados con esta
pena, que no hallen á Dios cuando lo buscaren, pues cuando El
lois buscaba, no los halló.
PARTE I. CAPÍTULO XII SOI
§.vnL
El último y más principal aviso sea, que procuremos en este
sancto ejercicio de juntar en uno la meditación con la contem-
plación, haciendo de la una escalón para subir á la otra: para lo
cual es de saber que el oficio de la meditación es considerar con
es^^udio y atención las cosas divinas, discurriendo de unas en
otras, para mover nuestro corazón á algún afecto y sentimiento
de ellas, que es como quien hiere un pedernal para sacar alguna
centella del. Mas la contemplación es haber ya sacado esta cen-
tella, quiero decir, haber ya hallado ese afecto y sentimiento que
se buscaba, y estar con reposo y silencio gozando del, no con
muchos discursos y especulaciones del entendimiento, sino con
una simple vista de la verdad. Por lo cual dice un sancto Doctor
que la meditación discurre con trabajo y con fructo, mas la con-
templación sin trabajo y con fructo: la una busca, la otra halla:
la una rumia el manjar, la otra lo gusta: la una discurre y hace
consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las
cosas, porque tiene ya el amor y gusto de ellas: finalmente, la
una es como medio, la otra como fin: la una como camino y mo-
vimiento, y la otra como término de este camino y movimiento.
De aquí se infiere una cosa muy común que enseñan todos
los maestros de la vida espiritual (aunque poco entendida de los
que la leen) conviene saber, que así como alcanzado el fin cesan
los medios, como tomado el puerto cesa la navegación, así cuan-
do el hombre mediante el trabajo de la meditación llegare al
reposo y gusto de la contemplación, debe por entonces cesar de
aquella piadosa y trabajosa inquisición, y contento con una sim-
ple vista y memoria de Dios (como si lo tuviese presente) gozar
de aquel afecto que se le da, ora sea de amor, ora de admi-
ración, ó de alegría, ó cosa semejante. La razón por que esto se
aconseja, es porque como el fin de todo este negocio consista
más en el amor y afectos de la voluntad, que en la especula-
ción del entendimiento, cuando ya la voluntad está presa y to-
mada de este afecto, debemos excusar todos los discursos y es-
peculaciones del entendimiento en cuanto nos sea posible, para
que nuestra ánima con todas sus fuerzas se emplee en esto, sin
derramarse por los actos de otras potencias. Y por esto aconseja
502 TRATADO DE LA ORACIÓN
un doctor que así como el hombre se sintiere inflamar del amor
de Dios, debe luego dejar todos estos discursos y pensamientos
(por mu}'- altos que parezcan) no porque sean malos, sino por-
que entonces son impeditivos de otro bien mayor: que no es
otra cosa más que cesar el movimiento llegado al término, y
dejar la meditación por amor de la contemplación. Lo cual se-
ñaladamente se puede hacer al fin de todo el ejercicio, que es
después de la petición del amor de Dios, de que arriba tratamos:
lo uno, porque se presupone ya entonces que el trabajo del ejer-
cicio pasado habrá parido algún afecto y sentimiento de Dios,
pues (como dice el Sabio) más vale el fin de la oración que el
principio: y lo otro, porque después del trabajo de la meditación
y oración es razón que el hombre dé un poco de huelga al en-
tendimiento y le deje reposar en los brazos de la contemplación.
Pues en este tiempo deseche el hombre todas las imaginaciones
que se le ofi^ecieren, acalle el entendimiento, quiete la memoria
y fíjela en nuestro Señor, considerando que está en su presencia,
no especulando por entonces cosas particulares de Dios. Contén-
tese con el conoscimiento que de Él tiene por fe, y aplique la vo-
luntad y el amor, pues éste solo le abraza, y en él está el fructo
de toda la meditación, y el entendimiento es cuasi nada lo que de
Dios puede conocer, y puédele la voluntad mucho amar. Enciérre-
se dentro de sí mismo en el centro de su ánima, donde está la ima-
gen de Dios, y allí esté atento á él, como quien escucha al que
habla de alguna torre alta, ó como que le tuviese dentro de su
corazón, y como que en todo lo criado no hobiese otra cosa sino
sola ella y solo él. Y aun de sí misma y de lo que hace, se había
de olvidar, porque (como decía uno de aquellos Padres) aquella
es perfecta oración, donde el que está orando, no se acuerda que
está orando. Y no sólo al fin del ejercicio, sino también al me-
dio, y en cualquier otra parte que nos tomare este sueño espiri-
tual, cuando está como adormecido el entendimiento y vela la
voluntad, debemos hacer esta pausa, y gozar deste beneficio, y
volver á nuestro trabajo, acabado de digerir y gustar aquel bo-
cado, así como hace el hortolano cuando riega una era, que des-
pués de llena de agua detiene el hilo de la corriente, y deja em-
papar y difundirse por las entrañas de la tierra seca la que ha
recibido: y esto hecho, torna á soltar el hilo de la fuente, para
que aun reciba más y más, y quede mejor regada. Mas lo que
PARTE I. CAPÍULO XII. 503
entonces el ánima siente, lo que goza, la luz, y la hartura, y la
caridad y paz que recibe, no se puede explicar ccn palabras
pues aquí está la paz que excede todo sentido, y la felicidad que
en esta vida se puede alcanzar.
Algunos hay tan tomados del amor de Dios, que apenas han
comenzado á pensar en Él, cuando luego la memoria de su dul-
ce nombre les derrite las entrañas: los cuales tienen tan poca ne-
cesidad de discursos y consideraciones para amarle, como la ma-
dre ó la esposa para regalarse con lá memoria de su hijo ó es-
poso, cuando le hablan del: y otros, que no sólo en el ejercicio
de la oración, sino fuera del, andan tan absortos y tan empapa-
dos en Dios, que de todas las cosas y de sí mesmos se olvidan
por Él. Porque si esto puede muchas veces el amor furioso de un
perdido, <: cuánto mas lo podrá el amor de aquella infinita her-
mosura, pues no es menos poderosa la gracia que la naturaleza
y que la culpa? Pues cuando esto el ánima sintiere, en cualquier
parte de la oración que lo sienta, en ninguna manera lo debe
desechar, aunque todo el tiempo del ejercicio se gastase en esto
sin rezar ó meditar las otras cosas que tenía determinadas, si no
fuesen de obligación: porque así como dice S. Augustín que se
ha de dejar la oración vocal, cuando alguna vez fuese impedi-
mento de la devoción, así también se debe dejar la meditación,
cuando fuese impedimento de la contemplación.
Donde también es mucho de notar que así como nos con-
viene dejar la meditación por la afección, para subir de menos á
más, así por el contrario á veces convendrá dejar la afección por
la meditación, cuando la afección fuese tan vehemente, que se
temiese peligro á la salud perseverando en ella, como muchas
veces acaesce á los que sin este aviso se dan á estos ejercicios,
y los toman sin discreción, atraídos con la fuerza de la divina
suavidad. Y en tal caso como éste dice un doctor que es buen
remedio salir algún afecto de compasión, meditando un poco en
la pasión de Cristo, ó en los pecados y miserias del mundo, para
aliviar y desahogar el corazón.
SEGUNDA PARTE
DESTE TRATADO
QUE HABLA DE LA DEVOCIÓN
QUÉ COSA SEA DEVOCIÓN.
CAPÍTULO I.
L mayor trabajo que padescen las personas que se
dan á la oración, es la falta de devoción que mu-
$ chas veces en ella sienten: porque cuando ésta no
falta, ninguna cosa hay más dulce ni más fácil que orar. Por esta
razón (ya que habernos tratado de la materia de la oración y del
modo que en ella se podrá tener) será bien que tratemos agora
de las cosas que ayudan á la devoción, y también de las que la
impiden, y de las tentaciones más comunes de las personas devo-
tas, y de algunos avisos que para este ejercicio serán necesarios.
Mas primero hará mucho al caso declarar qué cosa sea devoción,
porque sepamos antes qué tal sea la joya por que militamos.
Devoción dice Sancto Tomás que es una virtud, la cual hace
al hombre prompto y hábil para toda virtud, y le despierta y fa-
cilita para el bien obrar. La cual difinición manifiestamente de-
clara la necesidad y utilidad grande de esta virtud, porque en
ella está encerrado más de lo que algunos pueden pensar.
Para lo cual es de saber que el mayor impedimento que te-
nemos para bien vivir, es la corrupción de la naturaleza, que nos
vino por el pecado, de la cual procede una grande inclinación
que tenemos para el mal, y una grande dificultad y pesadumbre
para el bien: y estas dos cosas nos hacen dificultosísimo el camino
de la virtud, siendo ella de suyo la cosa más dulce, más hermosa,
más amable, más honrosa del mundo. Pues contra esta dificultad
y pesadumbre proveyó la divina Sabiduría de convenientísimo
remedio, que es la virtud y socorro de la devoción: porque así
PARTE II. CAPÍTULO I. $0$
como el viento cierzo esparce las nubes y deja el cielo sereno y
escombrado, así la verdadera devoción sacude de nuestra ánima
toda esta pesadumbre y dificultad, y la deja por entonces habi-
litada y desembarazada para todo bien: porque esta virtud de tal
manera es virtud, que también es un especial don del Espíritu
Sancto, un roscío del cielo, un socorro y visitación de Dios, al-
canzado por la oración, cuya condición es pelear contra esta di-
ficultad, despedir esta tibieza, dar esta promptitud, hinchir el áni-
ma de buenos deseos, alumbrar el entendimiento, esforzar la vo-
luntad, encender el amor de Dios, apagar las llamas de los malos
deseos, causar hastío del mundo y aborrescimiento de pecado, y
dar al hombre por entonces otro fervor, otro espíritu y otro es-
fuerzo y aliento para bien obrar. De manera que así como San-
són, cuando tenía cabellos, tenía mayores fuerzas que todos los
otros hombres del mundo, y cuando éstos le faltaban, era tan
flaco como todos los otros, así lo es también el ánima del cristia-
no cuando tiene esta devoción y cuando no la tiene. Esto es, pues,
lo que Sancto Tomás quiso significar en aquella difinición, y ésta
es sin dubda la mayor alabanza que se puede decir de esta
virtud, que siendo una sola, es como un estímulo y aguijón de to-
das las otras. Y por esto, el que de verdad desea caminar por el
camino de las virtudes, no vaya sin estas espuelas, porque nunca
podrá sacar de harona á su mala bestia, si va sin ellas.
De lo dicho parece claro qué cosa sea la verdadera y esen-
cial devoción: porque no es devoción aquella ternura de corazón
ó consolación que sienten algunas veces los que oran, sino esta
promptitud y ahento para bien obrar: de donde muchas veces
acaesce hallarse lo uno sin lo otro, cuando el Señor quiere pro-
bar los suyos. Verdad es que de esta devoción y promptitud
muchas veces nasce aquella consolación: y por el contrario, esta
mesma consolación y gusto espiritual acrecienta la devoción esen-
cial, que es aquella promptitud y aliento para bien obrar. Y por
esta causa los siervos de Dios pueden con mucha razón desear y
pedir estas alegrías y consolaciones, no por el gusto que en ellas
hay, sino porque son causa del acrescentamiento desta devoción
que nos habilita para el bien obrar, como lo significó el Profeta
cuando dijo: Por el camino de tus mandamientos. Señor, corrí,
cuando dilataste mi corazón: conviene saber, con el alegría de tu
consolación, que fué causa desta ligereza. Pues de los medios por
506 TRATADO DE LA ORACIÓN
do se alcanza esta devoción, pretendemos agora aquí tratar: y
porque con esta virtud andan juntas todas las otras que tienen
especial familiaridad con Dios, por eso, tratar de los medios por
do se alcanza la devoción, es tratar de los medios por do se al-
canza la perfecta oración, y la contemplación, y las consolaciones
del Espíritu Sancto, y el amor de Dios, y la sabiduría del cielo,
y aquella unión de nuestro espíritu con Dios, que es el fin de
toda la vida espiritual: y es finalmente tratar de los medios por
do se alcanza el mismo Dios en esta vida, qne es aquel tesoro
del Evangelio y aquella preciosa margarita, por cuya posesión el
sabio mercader alegremente se deshizo de todas sus cosas. Por
do paresce que ésta es una altísima teología, pues aquí se en-
seña el camino para el sumo bien, y paso por paso se arma una
escalera para alcanzar el fructo de la felicidad, según que en esta
vida se puede alcanzar.
DE NUEVE COSAS QUE AYUDAN Á ALCANZAR LA DEVOCIÓN.
CAPÍTULO II.
f;i, AS cosas pues que ayudan á la devoción, son muchas: porque
2j primeramente hace mucho al caso tomar estos sanctos ejer-
cicios muy de veras y muy á pechos, con un corazón muy de-
terminado y ofrecido á todo lo que fuere necesario para alcanzar
esta preciosa margarita, por arduo y dificultoso que sea: porque
es cierto que ninguna cosa grande hay, que no sea muy dificul-
tosa, y así también lo es ésta, á lo menos á los principios.
Ayuda también la guarda del corazón de todo género de pen-
samientos ociosos y vanos, y de todos los afectos y amores pe-
regrinos, y de todas las turbaciones y movimientos apasionados,
pues está claro que cada cosa de éstas impide la devoción, y que
no menos conviene tener el corazón templado para orar y me-
ditar, que la vihuela para tañer.
Ayuda también la guarda de los sentidos, especialmente de
los ojos, y de los oídos, y de la lengua: porque por la lengua se
derrama el corazón, y por los ojos y oídos se hinche de diversas
imaginaciones de cosas con que se perturba la paz y sosiego del
ánima. Por donde con razón se dice que el contemplativo ha de
PARTE II. CAPÍTULO II. $0^
ser sordo, y ciego, y mudo, porque cuanto menos se derrama-
re por defuera, tanto más recogido estará de dentro.
Ayuda para esto mismo la soledad, porque no sólo quita las
ocasiones de distraimiento á los sentidos y al corazón, y las oca-
siones de los pecados, sino también convida al hombre á que
more dentro de sí mismo, y trate con Dios y consigo, movido
con la oportunidad del lugar, que no admite otra compañía que
ésta.
Ayuda otrosí la lición de los libros espirituales y devotos,
porque dan materia de consideración, y recogen el corazón, y
despiertan la devoción, y hacen que el hombre de buena gana
piense en aquello que le supo dulcemente, mas antes siempre se
representa á la memoria lo que abunda en el corazón.
Ayuda la memoria continua de Dios, y el andar siempre en
su presencia, y el uso de aquellas breves oraciones que Sant Au-
gustín llama jaculatorias: porque éstas guardan la casa del co-
razón, y conservan el calor de la devoción, como arriba se pla-
ticó. Y así se halla el hombre á cada hora prompto para llegarse
á la oración. Éste es uno de los principales documentos de la
vida espiritual, y uno de los mayores remedios para aquéllos
que ni tienen tiempo ni lugar para darse á la oración: y el que
trajere siempre este cuidado, en poco tiempo aprovechará muy
mucho.
Ayuda también la continuación y perseverancia en los bue-
nos ejercicios en sus tiempos y lugares ordenados, mayormente
á la noche ó á la madrugada, que son los tiempos más conveni-
bles para la oración, como toda la Escritura nos enseña.
Ayudan las asperezas y abstinencias corporales, la mesa po-
bre, la cama dura, el cilicio y la disciplina, y otras cosas seme-
jantes: porque todas estas cosas, así como nascen de devoción,
así también despiertan, conservan y acrescientan la raíz de don-
de nascen.
Ayudan, finalmente, las obras de misericordia, porque nos
dan confianza para parescer delante de Dios, y acompañan nues-
tras oraciones con servicios, porque no se puedan llamar del todo
ruegos secos, y merescen que sea misericordiosamente recibida
la oración, pues procede de misericordioso corazón.
508 TRATADO DE LA ORACIÓN
DE DIEZ COSAS QUE IMPIDEN LA DEVOCIÓN.
CAPÍTULO III.
ASÍ como hay cosas que ayudan á la devoción, así también
hay cosas que la impiden: entre las cuales la primera es los
pecados, no sólo los mortales, sino también los veniales, porque
éstos aunque no quitan la caridad, quitan el fervor de la caridad,
que es cuasi lo mismo que devoción: por donde es razón evitar-
los con todo cuidado, ya que no fuese por el mal que nos hacen,
á lo menos por el grande bien que nos impiden.
Impide también el remordimiento de la consciencia, que pro-
cede de los mismos pecados (cuando es demasiado) porque trae
el ánima inquieta, caída, desmayada, flaca para todo buen ejer-
cicio.
Impiden también los escrúpulos por la misma causa, porque
son como espinas que punzan la consciencia, y la inquietan, y no
la dejan reposar y sosegar en Dios y gozar de la verdadera paz.
Impide también cualquier amargura y desabrimiento de co-
razón, y tristeza desordenada, porque con esto muy mal se pue-
de compadescer el gusto y suavidad de la buena consciencia y
del alegría espiritual.
Impiden otrosí los cuidados demasiados, los cuales son aque-
llos mosquitos de Egipto, que inquietan el ánima 3^ no la dejan
dormir este sueño espiritual que se duerme en la oración, antes
allí más que en otra parte la inquietan y divierten de su ejercicio-
Impiden también las ocupaciones demasiadas, porque ocupan
el tiempo y ahogan el espíritu, y así dejan al hombre sin tiempo
y sin corazón para vacar á Dios.
Impiden los regalos y consolaciones sensuales (cuando el hom-
bre es demasiado en ellas) porque el que se da mucho á las con-
solaciones del mundo, no meresce las del Espíritu Sancto, como
dice Sanct Bernardo.
Impide el regalo en el demasiado comer y beber, mayor-
mente las cenas largas, porque éstas hacen muy mala cama á los
espirituales ejercicios y á las vigilias sagradas, porque con el
cuerpo pesado y harto de mantenimiento muy mal aparejado
está el ánimo para volar á lo alto.
PARTE II. CAPÍTULO III. 5^9
Impide el vicio de la curiosidad, así de los sentidos como
del entendimiento, que es querer oir, y ver, y saber muchas co-
sas, y desear cosas polidas, curiosas y bien labradas, porque todo
esto ocupa el tiempo, embaraza los sentidos, inquieta el ánima y
derrámala en muchas partes, y así impide la devoción.
Impide, finalmente, la interrupción de todos estos sanctos
ejercicios, si no es cuando se dejan por causa de alguna piadosa
ó justa necesidad: porque (como dice un Doctor) es muy deli-
cado el espíritu de la devoción, el cual después de ido, ó no
vuelve, ó á lo menos con mucha dificultad. Y por esto, así como
los árboles y los cuerpos humanos quieren sus riegos y mante-
nimientos ordinarios, y en faltando esto luego desfallecen y des-
medran, así también lo hace la devoción, cuando le falta el riego
y mantenimiento de la consideración.
Todo esto se ha dicho así sumariamente, para que mejor se
pudiese tener en la memoria, la declaración de lo cual podrá ver
quien quisiere en la primera y segunda parte del Libro de la Ora-
ción y Meditación, adonde remitimos al cristiano lector.
DE LAS TENTACIONES MÁS COMUNES QUE SUELEN FATIGAR
Á LOS QUE SE DAN Á LA ORACIÓN, Y DE SUS REMEDIOS.
CAPÍTULO IV.
,GORA será bien tratar de las tentaciones más comunes de las
personas que se dan á la oración, y de sus remedios: las cua-
les por la mayor parte son las siguientes: la falta de las conso-
laciones espirituales, la guerra de los pensamientos importunos,
los pensamientos de blasfemia y infidelidad, el temor desordena-
do, el sueño demasiado, la desconfianza de aprovechar, la pre-
sumpción de estar ya muy aprovechado, el apetito demasiado de
saber, el indiscreto celo de aprovechar. Estas son las más co-
munes tentaciones que hay en este camino, los remedios de las
cuales son los siguientes.
§. I.
Primeramente, al que le faltaren las consolaciones espirituales,
el remedio es, que no por eso deje el ejercicio de la oración acos-
510 TRATADO DE LA ORACIÓN
tumbrada, aunque le parezca desabrida y de poco fructo, sino pón-
gase en la presencia de Dios como reo y culpado, y examine su
consciencia, y mire si por ventura perdió esta gracia por su cul-
pa, y suplique al Señor con entera confianza le perdone y de-
clare las riquezas inestimables de su paciencia y misericordia en
sufrir y perdonar á quien otra cosa no sabe sino ofenderle. Desta
manera sacará provecho de su sequedad, tomando ocasión para
más se humillar, viendo lo mucho que peca, y para más amar á
Dios, viendo lo mucho que le perdona. Y aunque no halle gusto
en estos ejercicios, no desista dellos, porque no se requiere que
sea siempre sabroso lo que ha de ser provechoso. A lo menos
esto se halla por experiencia, que todas las veces que el hombre
persevera en la oración con un poco de atención y cuidado, ha-
ciendo buenamente lo poco que puede, al cabo sale de allí con-
solado y alegre, viendo que hizo de su parte algo de lo que era
en sí. Mucho hace en los ojos de Dios quien hace todo lo que
puede, aunque pueda poco. No mira nuestro Señor tanto al cau-
dal del hombre, cuanto á su posibilidad y voluntad. Mucho da
quien desea dar mucho, quien da todo lo que tiene, quien no deja
nada para sí. No es mucho durar mucho en la oración, cuando
es mucha la consolación. Lo mucho es que cuando la devoción
es poca, la oración sea mucha, y mucho mayor la humildad, y la
paciencia, y la perseverancia en el bien obrar.
También es necesario en estos tiempos andar con mayor soli-
citud y cuidado que en los otros, velando sobre la guarda de sí
mismo y examinando con atención sus pensamientos y palabras
y obras. Porque como entonces nos falte el alegría espiritual (que
es el principal remo desta navegación) es menester suplir con
cuidado y diligencia lo que falta de gracia. Cuando así te vieres,
has de hacer cuenta (como dice Sanct Bernardo) que se te han
dormido las velas que te guardaban, y que se te han caído los
muros que te defendían. Y por eso toda la esperanza de salud
está en las armas, pues ya no te ha de defender el muro, sino la
espada y la destreza en el pelear. ¡ Oh cuánta es la gloria del áni-
ma que desta manera batalla, que sin escudo se defiende, y que
sin armas pelea, y sin fortaleza es fuerte, y hallándose en la ba-
talla sola, toma esfuerzo y ánimo por compañía!
No hay mayor gloria en el mundo que imitar en las virtudes
al Salvador, Y entre sus virtudes se cuenta por muy principal
PARTE II. CAPÍTULO IV. 5 II
haber padescido lo que padesció, sin admitir en su ánima ningún
género de consuelo. De manera que el que ansí padesciere y pe-
leare, tanto será mayor imitador de Cristo, cuanto más caresciere
de todo género de consuelo. Y esto es beber el cáliz de la obe-
diencia puro, sin mezcla de otro licor. Éste es el toque principal
en que se prueba la fineza de los amigos, si son verdaderos ó
no lo son.
§. II.
Contra la tentación de los pensamientos importunos que nos
suelen combatir en la oración, el remedio es pelear varonilmen-
te y perseverantemente contra ellos, aunque esta resistencia no
ha de ser con demasiada fatiga y congoja de espíritu, porque no
es este negocio tanto de fuerza cuanto de gracia y humildad. Y
por esto, cuando el hombre se hallare desta manera, debe volver-
se á Dios sin escrúpulo y sin congoja (pues esto, ó no es culpa, ó
es muy liviana) -y con toda humildad y devoción le diga: Veis
aquí. Señor mío, quién yo soy, ¿qué se esperaba deste mu-
ladar, sino semejantes olores ? ¿ Qué se esperaba desta tierra, que
Vos maldijistes, sino zarzas y espinas? Éste es el fructo que ella
puede dar, si vos, Señor, no la alimpiáis. Y dicho esto, torne á
atar su hilo como de antes, y espere con paciencia la visitación
del Señor, que nunca falta á los humildes. Y si todavía te inquie-
taren los pensamientos, y tú todavía perseverantemente les resis-
tieres y hicieres lo que es en ti, debes tener por cierto que mu-
cha más tierra ganas en esta resistencia, que si estuvieras gozando
de Dios á todo sabor.
§. m.
Para remedio de las tentaciones de blasfemia, es de saber
que así como ningún Hnaje de tentación es más penoso que éste,
así ninguno hay menos peligroso. Y así el remedio es no hacer
caso destas tentaciones, pues el pecado no está en el sentimiento,
sino en el consentimiento y en el deleite, el cual aquí no hay, sino
antes lo contrario, y así más se puede llamar ésta pena que
culpa, porque cuan lejos está el hombre de recebir alegría con
estas tentaciones, tan lejos está de tener culpa en ellas. Y por eso
5 1 2 TRATADO DE LA ORACIÓN
el remedio (como dije) es menospreciarlas y no temerlas: porque
cuando demasiadamente se temen, el mismo temor las despierta
y las levanta.
§. IV.
Contra las tentaciones de infidelidad el remedio es que acor-
dándose el hombre por un cabo de la pequenez humana, y por
otro de la grandeza divina, piense en lo que Dios le manda, y no
sea curioso en querer escudriñar sus obras, pues vemos que mu-
chas dellas exceden todo nuestro saber. Y por tanto el que quie-
re entrar en este sanctuario de las obras divinas, ha de entrar
con mucha humildad y reverencia, y llevar consigo ojos de pa-
loma sencilla y no de serpiente maliciosa, y corazón de discípulo
y no de juez temerario. Hágase como niño pequeño, porque á
los tales enseña Dios sus secretos. No cure de saber el porqué de
las obras divinas, cierre el ojo de la razón y abra sólo el de la
fe: porque éste es el instrumento con que se han de tantear las
obras de Dios. Para mirar las obras humanas, muy bueno es el
ojo de la razón humana: mas para mirar las divinas, no hay cosa
más desproporcionada que él. Mas porque ordinariamente esta
tentación es al hombre penosísima, el remedio es el de la pasa-
da, que es no hacer caso della, pues más es ésta pena que culpa:
porque no puede haber culpa en lo que la voluntad está con-
traria, como allí se declaró.
§. V.
Algunos hay que son combatidos de grandes temores y fan-
tasías, cuando se apartan solos de noche á orar. Contra esta ten-
tación el remedio es hacerse el hombre fuerza, y perseverar en
su ejercicio: porque huyendo, cresce el temor, y peleando, la
osadía. Aprovecha también considerar que ni el demonio ni
otra cosa es poderosa para nos dañar, sin licencia de nuestro
Señor. También aprovecha considerar que tenemos al ángel de
nuestra guarda á nuestro lado, y en la oración mejor que en otra
parte, porque allí asiste él para nos ayudar, y llevar nuestras ora-
ciones al cielo, y defendernos del enemigo, que no nos pueda
hacer mal.
PARTE II. CAPÍTULO IV. 513
§. VI.
Contra el sueño demasiado el remedio es considerar que el
sueño unas veces procede de necesidad, y entonces el remedio
es no negar al cuerpo lo que es suyo, porque no nos impida lo
que es nuestro. Otras procede de enfermedad, y entonces no
debe el hombre congojarse por eso, pues no tiene culpa, ni tam-
poco debe dejarse del todo vencer, sino hacer de su parte lo
que buenamente pudiere, para que del todo no se pierda la ora-
ción, sin la cual no tenemos seguridad ni alegría verdadera en
esta vida. Otras veces nasce el sueño de pereza, ó del demonio
que lo procura. Entonces el remedio es el ayuno, no beber vino,
beber poca agua, estar de rodillas, ó en pie, ó en cruz, y no arri-
mado, hacer alguna disciplina, ó otra cualquier aspereza que
despierte y punce la carne.
Finalmente, el único y general remedio así para este mal
como para los otros, es pedirlo á Aquél que está aparejado para
dar, si hobiere quien siempre le quiera pedir.
§. vn.
Contra las tentaciones de la desconfianza y de la presump-
ción, que son vicios contrarios, es forzado que haya diversos re-
medios. Para la desconfianza el remedio es considerar que este
negocio no se ha de alcanzar por solas tus fuerzas, sino por la
divina gracia, la cual tanto más presto se alcanza, cuanto más
el hombre desconfía de su propria virtud, y confía en sola la
bondad de Dios, á quien todo es posible.
Para la presumpción el remedio es considerar que no hay
más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que
está muy cerca: porque en este camino los que van descubriendo
más tierra, ésos se dan mayor priesa por ver lo mucho que les
falta, y por eso nunca hacen caso de lo que tienen, en compara-
ción de lo que desean. Mírate, pues, como en un espejo en la
vida de los Sanctos y en las de otras personas señaladas que
agora viven en carne, y verás que eres ante ellos como un ena-
no en presencia de un gigante, y así no presumirás.
OBRAS DE GRANADA. X— 33
514 TRATADO DE LA ORACIÓN
§. vm.
Contra la tentación del demasiado apetito de saber y de estu-
diar, el primer remedio es considerar cuánto más excelente es la
virtud que la sciencia, y cuánto más excelente la sabiduría divi-
na que la humana, para que por aquí vea el hombre cuánto más
se debe ocupar en los ejercicios por do se alcanza la una, que )a
otra. Tenga la gloria de la sabiduría del mundo las grandezas
que quisieres, que al fin se acaba esta gloria con la vida. Pues
¿qué cosa puede ser más miserable que adquirir con tanto tra-
bajo lo que tan poco se ha de gozar? Todo lo que aquí puedes
saber, es nada: y si te ejercitares en el amor de Dios, presto lo
irás á ver, y en él verás todas las cosas. Y el día del juicio no
nos preguntarán qué leímos, sino qué hecimos, ni cuan bien ha-
blamos ó predicamos, sino cuan bien obramos.
§. IX.
Contra la tentación del indiscreto celo de aprovechar á otros,
el principal remedio es que de tal manera entendamos en el
provecho del prójimo, que no sea con perjuicio nuestro, y que
de tal manera entendamos en los negocios de las consciencias
ajenas, que tomemos tiempo para las nuestras: el cual ha de ser
tanto, que baste para traer á la continua el corazón devoto y re-
cogido, porque esto es andar en espíritu, como dice el Apóstol,
que es andar el hombre más en Dios que en sí mesmo. Pues
como esto sea raíz y principio de todo nuestro bien, todo nues-
tro trabajo ha de ser procurar de tener tan larga y tan profunda
oración, que baste para traer siempre el corazón con esta ma-
nera de recogimiento y de devoción: para lo cual no basta cual-
quier manera de recogimiento y oración, sino es menester que
sea muy larga y muy profunda.
DE ALGUNOS AVISOS
NECESARIOS PARA LOS QUE SE DAN Á LA ORACIÓN.
CAPÍTULO V.
Jna de las cosas más arduas y dificultosas que hay en esta
_ vida, es saber ir á Dios y tratar familiarmente con él. Y por
eso no se puede este camino andar sin alguna buena guía, ni
PARTE II. CAPÍTULO V. 515
tampoco sin algunos avisos, para no perderse en él, y por esto
será necesario apuntar aquí algunos con nuestra acostumbrada
brevedad. Entre los cuales el primero sea acerca del fin que en
estes ejercicios se ha de tener. Para lo cual es de saber que co-
mo esta comunicación con Dios sea una cosa tan dulce y tan
deleitable, según que dice el Sabio, de aquí nasce que muchas
personas atraídas con la fuerza desta maravillosa suavidad (que
es sobre todo lo que se puede decir) se llegan á Dios y se dan
á todos los espirituales ejercicios, así de lición como de oración
y uso de Sacramentos, por el gusto grande que hallan en ellos,
de tal manera que el principal fin que á esto los lleva, es el de-
seo de esta maravillosa suavidad. Éste es un muy grande y muy
universal engaño, en que caen muchos. Porque como el princi-
pal fin de todas nuestras obras haya de ser amar á Dios y bus-
car á Dios, esto más es amar á sí y buscar á sí: conviene saber,
su proprio gusto y contentamiento, que es el fin que los filóso-
fos pretendían en su contemplación. Y esto es también (como
dice un Doctor) un linaje de avaricia, lujuria y gula espiritual, que
no es menos peligrosa que la otra sensual. -
Y lo que más es, de este mismo engaño se sigue otro no me-
nor, que es juzgar el hombre á sí y á los otros por estos gustos
y sentimientos, creyendo que tanto tiene cada uno más ó me-
nos de perfección, cuanto más ó menos gusta ó no gusta de
Dios: que es un engaño muy grande. Pues contra estos dos en-
gaños sirve este aviso y regla general, que cada uno entienda
que el fin de todos estos ejercicios y de toda la vida espiritual
es la obediencia de los mandamientos de Dios y el cumplimien-
to de la divina voluntad, para lo cual es necesario que muera la
voluntad propria, para que así viva y reine la divina, pues es tan
contraria á ella.
Y porque tan gran victoria como ésta no se puede alcanzar
sin muy grandes favores y regalos de Dios, por esto principal-
mente se ha de ejercitar la oración, para que por ella se alcan-
cen estos favores y se sientan estos regalos, para salir con esta
empresa. Y desta manera y para tal fin se pueden pedir y pro-
curar los deleites de la oración (según que arriba dijimos) como
los pedía David cuando decía: Vuélveme, Señor, el alegría de tu
salud, y confírmame con espíritu principal. Pues conforme á esto,
entenderá el hombre cuál ha de ser el fin que ha de tener en
5 l6 TRATADO DE LA ORACIÓN
estos ejercicios, y por aquí también entenderá por dónde ha de
estimar y medir su aprovechamiento y el de los otros: conviene
saber, no por los gustos que hubiere recibido de Dios, sino por lo
que por Él hubiere padescido, así por hacer la voluntad divina
como por negar la propria.
Que éste haya de ser el fin de todas nuestras liciones y ora-
ciones, no quiero traer para esto más argumento que aquella di-
vina oración ó psalmo: Beaii immaculati in via, que teniendo cien-
to y setenta y siete versos (porque es el ma^^or del Psalterio) no
se hallará en él uno solo que no haga mención de la ley de Dios
y de la guarda de sus mandamientos: lo cual quiso el Espíritu
Sancto que así fuese, para que por aquí claramente viesen los
hombres cómo todas sus oraciones y meditaciones se habían de
ordenar en todo y en parte á este fin, que es á la obediencia y
guarda de la ley de Dios. Todo lo que va fuera de aquí, es uno
de los muy subtiles y más colorados engaños del enemigo, con el
cual hace creer á los hombres que son algo, no lo siendo. Por lo
cual dicen muy bien los Sanctos que la verdadera prueba del
hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de la tri-
bulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la di-
vina voluntad: aunque para todo esto aprovecha grandemente así
la oración como los gustos y consolaciones que en ella se dan.
Pues conforme á esto, el que quisiere ver qué tanto ha apro-
vechado en este camino de Dios, mire cuánto cresce cada día en
humildad interior y exterior, cómo sufre las injurias de los otros,
cómo sabe dar pasada á las flaquezas ajenas, cómo acude á las
necesidades de sus prójimos, cómo se compadesce y no se in-
digna contra loS defectos ajenos, cómo sabe esperar en Dios en
el tiempo de la tribulación, cómo rige su lengua, cómo guarda
su corazón, cómo trae domada su carne con todos sus apetitos
y sentidos, cómo se sabe valer en las prosperidades y adversi-
dades, cómo se repara y provee en todas las cosas con gravedad
y discreción. Y sobre todo esto, mire si está muerto al amor de
la honra y del regalo y del mundo: y según lo que en esto ho-
biere aprovechado ó desaprovechado, así se juzgue, y no según
lo que siente ó no siente de Dios. Y por esto siempre ha de te-
ner el un ojo, y el mas principal, en la mortificación, y el otro en
la oración, porque esa misma mortificación no se puede perfec-
tamente alcanzar sin el socorro de la oración.
PARTE II. CAPÍTULO V. 517
§. II.
Y si no debemos desear consolaciones y deleites espirituales
para sólo parar en ellos, sino por los provechos que nos causan,
mucho menos se deben desear visiones, ó revelaciones, ó arre-
batamientos y cosas semejantes, que pueden ser más peligrosas
á los que no están fundados en humildad. Y no tenga el hom-
bre miedo de ser en esto desobediente á Dios: porque cuando
él quiere revelar algo, él lo sabe descubrir por tales modos, que
por más que el hombre huya, él se lo certificará de manera que
no pueda dubdar, aunque quiera.
§. ni.
Debe ansimismo ser avisado en callar los favores y regalos
que nuestro Señor le hiciere, si no fuere á solo su maestro espi-
ritual. Por lo cual dice Sanct Bernardo que el varón devoto ha
de tener en la celda escritas estas palabras: Mi secreto para raí,
mi secreto para mí.
§. IV.
También debe el hombre tener aviso de tratar con Dios con
la mayor humildad y reverencia que le sea posible, de manera
que nunca el ánima ha de estar tan regalada y favorescida de
Dios, que no vuelva los ojos hacia dentro, y mire su vileza, y
encoja sus alas, y se humille delante tan grande Majestad, como
lo hacía S. Augustín, de quien se dice que había aprendido ale-
grarse en la presencia de Dios con tremor.
§. V.
Dijimos arriba que el siervo de Dios ha de trabajar por te-
ner sus tiempos señalados para vacar á Dios. Pues allende éste
ordinario de cada día, debe desocuparse á tiempos de todo gé-
nero de negocios, aunque sean sanctos, para entregarse del todo
á los espirituales ejercicios y dar á su ánima un abundante pas-
to, con el cual se repare lo que con los defectos de cada día se
5 I 8 TRATADO DE LA ORACIÓN
gasta, y se cobren nuevas fuerzas para pasar adelante. Y aunque
esto se debe hacer en otros tiempos, más especialmente se debe
hacer en las fiestas principales del año y en los tiempos de tri-
bulaciones y trabajos, después de algunos caminos largos y de
algunos negocios que han causado distraimiento y derramamien-
to en el corazón, para tornar á recogerlo.
§.VI.
Algunos hay también que tienen poco tiento y discreción en
sus ejercicios, cuando les va bien con Dios. A los cuales su mis-
ma prosperidad viene á ser ocasión de su peligro. Porque hay
muchos á quien paresce que se les da esta gracia á manos lle-
nas, los cuales como hallan tan suave la comunicación del Se-
ñor, entréganse tanto á ella y alargan tanto los tiempos de la
oración y las vigilias y asperezas corporales, que la naturaleza,
no pudiendo sufrir á la continua tanta carga, viene á dar con
ella en tierra.
De donde nasce qué á muchos vienen á estragarse los estó-
magos y las cabezas, con que se hacen inhábiles, no sólo para
los otros trabajos corporales, sino también para esos mismos ejer-
cicios de oración.
Por lo cual conviene tener mucho tiento en estas cosas, ma-
yormente á los principios, donde los fervores y consolaciones son
mayores, y la experiencia y discreción menor, para que de tal
modo tracemos la manera del caminar, que no faltemos á medio
camino.
Otro extremo contrario es el de los regalados, que so color
de discreción hurtan el cuerpo á los trabajos: el cual aunque en
todo género .de personas sea muy dañoso, mucho más lo es en
los que comienzan, porque como dice S. Bernardo, imposible es
que persevere mucho en la vida religiosa el que siendo novicio
es ya discreto, siendo principiante quiere ser prudente, y siendo
aun nuevo y mozo comienza á tratarse y regalarse como viejo.
Y no es fácil de juzgar cuál destos dos extremos sea más pe-
ligroso, sino que la indiscreción (como dice muy bien Gersón) es
más incurable: porque mientra el cuerpo está sano, esperanza hay
que podrá haber remedio, mas después de ya estragado con la
indiscreción, mal se puede remediar.
PARTE II, CAPÍTULO V. 519
§. VIL
Otro peligro hay también en este camino, y por ventura ma-
yor que todos los pasados, el cual es que muchas personas des-
pués que algunas veces han experimentado la virtud inestima-
ble de la oración, y visto por experiencia cómo todo el concier-
to de la vida espiritual depende della, parésceles que ella sola es
el todo y que ella sola basta para ponerlos en salvo, y así vie-
nen á olvidarse de las otras virtudes y aflojar en todo lo demás.
De donde también procede que como todas las otras virtudes
ayuden á esta virtud, faltando el fundamento, también falta el
edificio: y así mientra más el hombre procura esta virtud, menos
puede salir con ella.
Por esto, pues, el siervo de Dios debe poner los ojos, no en
una virtud sola, por grande que sea, sino en todas las virtudes:
porque así como en la vihuela una sola voz no hace harmonía si
no suenan todas, así una virtud sola no basta para hacer esta es-
piritual consonancia si todas no responden con ella. Y así como
un reloj, si se embaraza un solo punto, para todo, así también
acaesce en el reloj de la vida espiritual, si falta una sola virtud.
§. VIII.
Aquí también conviene avisar que todas estas cosas que hasta
aquí se han dicho para ayudar á la devoción, se han de tomar co-
mo unos aparejos con que el hombre se dispone para la divina
gracia, ocupándose diligentemente en ellos, y quitando la con-
fianza de ellos y poniéndola en solo Dios. Digo esto, porque hay
algunas personas que hacen una como arte de todas estas reglas
y documentos, paresciéndoles que así como el que aprende un
oficio, guardadas bien las reglas del, por vártud dellas saldrá lue-
go buen oficial, así también el que estas reglas guardare, por vir-
tud dellas alcanzará luego lo que desea: sin mirar que esto es ha-
cer arte de la gracia, y atribuir á reglas y artificios humanos lo
que es pura dádiva y misericordia del Señor,
Pues por esto conviene tomar estos negocios, no como cosa
de arte, sino como de gracia: porque tomándolo desta manera,
520 TRATADO DE LA ORACIÓN
sabrá el hombre que el principal medio que para esto se requie-
re, es una profunda humildad y conoscimiento de su propria mi-
seria, con grandísima confianza en la divina misericordia, para que
del conoscimiento de lo uno y de lo otro procedan siempre con-
tinuas lágrimas y oraciones, con las cuales, entrando el hombre
por la puerta de la humildad, alcance lo que desea por humildad,
y lo conserve con humildad, y lo agradezca con humildad, que
es puerta general de todos los bienes.
FIN DEL LIBRO DE LA ORACIÓN
SÍGUESE UNA BREVE INTRODUCCIÓN
PARA
LOS QUE COMIENZAN Á SERVIR Á NUESTRO SEÑOR.
Sí como todas las artes humanas tienen sus primeros
principios y elementos, que son como un A. B. C.
de donde comienzan, así también los tiene el cami-
no de Dios (que es arte de las artes y fin de toda nuestra vida)
y éstos será bien señalar aquí brevemente para los que de nuevo
quieren entrar en él. Y porque los comienzos de las cosas han de
ser de lo más fácil, de aquí será razón que comencemos apun-
tando algunos ejercicios espirituales que con ser muy fáciles de
cumplir, son como una leche y nutrimento de esta vida espiritual.
Porque así como el pesce se conserva en el agua, así la vida es-
piritual con ejercicios espirituales.
Entre éstos el primero sea que así como el hombre se deter-
minare de servir á Dios y dejar al mundo, haga luego una con-
fesión general de todas las culpas de la vida pasada. Para lo cual
debe tomar algunos días antes, en los cuales discurriendo por to-
das las edades de la vida pasada y por todos los mandamientos
de la ley divina, examine con dolor y amargura de su corazón
todo lo que ha dicho, hecho ó pensado contra Dios, contra su pró-
jimo y contra sí mismo, para confesarlo enteramente á su proprio
confesor, aprovechándose en esto de la pluma para poder mejor
ayudar á la flaqueza de la memoria. Y aquí debe enseñar el buen
maestro á su discípulo la manera de confesarse, y examinarse, y
aparejarse para la confesión, así para ésta general como paralas
otras ordinarias que más á menudo se han de facer. Porque no es
de todos ni saberse conoscer, ni tampoco saberse confesar fruc-
tuosamente, si no son avisados y enseñados en esta parte.
Lo segundo, debe aconsejarle que en este tiempo se ejercite
en las meditaciones arriba puestas, especialmente en las de la pri-
mera semana (que son más acomodadas para este tiempo) procu-
522 BREVE INTRODUCCIÓN
rando por medio dellas inclinar su corazón á dolor y aborreci-
miento de los pecados, temor de Dios y menosprecio del mundo.
Y aquí se ofresce gran oportunidad al maestro para platicar el
ejercicio de la oración y meditación, y declarar todos los avisos
arriba escritos, en los cuales conviene que esté muy resoluto para
darlos á conocer y saberlos bien enseñar de tal manera que de
buen maestro salga el discípulo bien enseñado.
Lo tercero, debe enseñarle con cuánta reverencia y con qué
devoción se ha de aparejar un día ó dos antes para la sagrada
Comunión, y con cuánto temor y temblor se ha de allegar á ella,
y con cuánta devoción se ha de recoger después della, para abra-
zar el Señor que rescibió, y derribarse á sus pies, y darle gracias
por tal hospedería, tal visitación y tal beneficio. Y asimismo le
enseñe cuan recogido y quieto ha de estar aquel día y el día pre-
decente, y en qué género de liciones, meditaciones y oraciones
se ha de ocupar, para mejor aparejarse á este misterio y apro-
vecharse del.
Lo cuarto, enséñele de la manera que se ha de haber en todos
los lugares y tiempos y en todas las otras obras exteriores, con
cuánta templanza y honestidad ha de tomar refección en la mesa,
con cuánta devoción y acatamiento ha de estar en la misa y do-
quiera que estuviere el Sanctísimo Sacramento, con cuánta aten-
ción y devoción ha de asistir á los oficios divinos, aparejándose
primeramente con oración y recogimiento de corazón para ellos
y peleando fiíertemente en ellos contra todas las importunas ima-
ginaciones del enemigo, que más allí que en otra parte nos com-
baten.
Enséñele también cuan compuesto ha de ser en sus movi-
mientos, cuan mesurado en sus ojos, cuan considerado en sus pa-
labras, cuan templado en sus risas, cuan humilde á los mayores,
cuan benigno á los menores, cuan cortés á sus iguales, cuan hu-
mano para con los pobres, cuan piadoso para con los enfermos,
y cómo no ha de ser precipitado ni inconsiderado en todas sus
cosas.
Enséñele también cómo ha de andar en la presencia de Dios,
trayéndole siempre ante los ojos como juez y testigo de su vdda,
haciendo todas las cosas con aquel mismo tiento y religión que
las haría si realmente le tuviese delante.
Y asimismo le enseñe cómo debe andar siempre encerrado
BREVE INTRODUCCIÓN 523
y escondido dentro de su corazón, y cómo debe procurar en todo
lugar y tiempo y en todo género de negocios hurtar el corazón
y levantarlo á Dios con alguna breve oración, tomando motivo
para esto de todas cuantas cosas 03'ere y viere, como hacen las
abejas, que de todas las flores sacan algo para hacer su miel. Y
particularmente es muy loable consejo que á imitación del Após-
tol S. Bartolomé muchas veces entre día y noche, hincado de
rodillas, ó en pie, ó como pudiere, haga oración á Dios y juntas
las manos ofrezca á sí mismo con todos sus deseos á nuestro Se-
ñor, pidiéndole su amor y gracia, aunque esto no s.ea más que por
un Credo ó dos: porque de esta devoción muchas veces se sigue
más provecho de lo que nadie puede pensar. Esto sirve para que
en el altar de nuestro corazón siempre haya fuego, procurando
atizarlo con todas estas consideraciones y palabras devotas, que
son como nutrimento de la devoción y amor de Dios: y erando
alguna vez el pensamiento se le derramare, debe recogerlo y re-
ducirlo á lo interior, no con pena y desasosiego (como se suele
hacer) sino amorosa y devotamente, porque con el fuego del di-
vino amor se deshacen y consumen todas estas negligencias, como
dicen los sanctos. Y podrá entonces, vuelto á sí mismo, repre-
henderse mansamente diciendo: ;Dónde me fui, oh buen Jesús?
<]Por qué me aparté de ti ? ^Dónde te has ido volando, ánima mía?
¿Qué traes de allá, sino derramamiento y tibieza? ¿No sabes que
el Señor está con los que están consigo, y se aparta de los que
se apartan de su corazón?
Y aunque en todo tiempo debe el hombre traer consigo este
cuidado, cuanto le sea posible, pero señaladamente á la mañana
en despertando trabaje por cerrar la puerta á todo género de pen-
m.ientos terrenos y ocupar la posada con la memoria de. nuestro
Señor, ofreciéndole luego las primicias del día. Y podrá en este
tiempo hacer tres cosas: la primera, darle gracia porque le dio
aquella noche quieta y le libró de las fantasmas y asechanzas del
enemigo, y por todos los otros beneficios, como es de la creación,
conservación, vocación, rederapción, &c. La segunda, ofrézcale
todo cuanto aquel día hiciere y padesciere y trabajare, y todos
los pasos y ejercicios en que se ocupare, y á sí mismo también
se ofrezca con todas sus cosas, para que todo sea á gloria suya
y de todo haga él lo que fuere á su sancta voluntad como de cosa
suya. La tercera, pídale gracia para que en aquel día no haga cosa
$24 BREVE INTRODUCCIÓN
que sea ofensa de su Majestad, y principalmente le pida favor
para contra todos aquellos vicios que se siente más tentado, y
ármese con una fuerte determinación y circunspeción contra ellos,
y con esto diga la oración del Pater noster y Ave María de es-
pacio devotamente.
A la noche, antes que se acueste, entre consigo en juicio y tó-
mese cuenta de todo lo que aquel día hizo, ó dijo, ó pensó con-
tra la ley de Dios, y de las negligencias y tibieza que tuvo en su
servicio, y del olvido del. Y dicha con devoción la confesión ge-
neral con un Pater noster y Ave María, pida perdón de lo mal
hecho y gracia para la emienda de ello.
Cuando se acostare, póngase en la cama de la manera que es-
tará en la sepultura, y considere un poco la figura que aUí ha de
tener su cuerpo, y rece sobre sí un responso ó un Pater noster
y un Ave María como sobre un defuncto.
Todas las veces que despertare de noche, sea con un Gloria
Patria &c. Jesu nostra Redemptio, &c. ó con otro cosa seme-
jante: }'■ todas las veces que el reloj diere la hora, diga: Bendita
sea la hora en que mi Señor Jesucristo nasció y murió por mí.
Señor, á la hora de mi muerte acuérdate de mí. Y piense enton-
ces cómo ya tiene una hora menos de vida, y que poco á poco
se acabará de andar esta jornada.
Cuando se sentare á la mesa, piense cómo Dios es el que le
da de comer y el que crió todas las cosas para su servicio, y déle
gracias por la comida que le da, y mire á cuántos falta lo que á
él sobra, y con cuánta facilidad posee lo que otros alcanzan con
tanto trabajo y peligro.
Cuando fuere tentado del enemigo, el mayor remedio es co-
rrer con grandísima ligereza á la cruz, y mirar allí á Cristo des-
pedazado, y descoyuntado, y desfigurado, manando ríos de san-
gre, y acordarse que la principal causa por que allí se puso, fué
por destruir el pecado: y suplicarle ha con toda devoción no
permita él que reine en nuestros corazones una cosa tan abomi-
nable y que él con tantos trabajos procuró -destruir. Y así dirá
de todo corazón: ¡Señor, que os pusiésedes Vos ahí porque yo no
pecase, y que no baste eso para apartarme de pecar! No lo per-
mitáis, Señor, por esas s?cratísimas llagas, no me desamparéis,
mi Dios, pues me vengo á Vos. Si no, mostradme otro mejor
puerto donde me pueda guarecer. Si Vos me desamparáis, ^qué
BREVE INTRODUCCIÓN 5^5
será de mí? ¿Á dónde iré? ¿Quién me defenderá? Ayudadme,
Señor Dios mío, y defendedme de este dragón, pues yo no pue-
do sin Vos. Y será muy bien á veces hacer á mucha priesa la se-
ñal de la cruz encima del corazón, si estuviere en parte que lo
pueda hacer sin nota de nadie. Desta manera las tentaciones le
serán ocasión de mayor corona y de que más veces al día levan-
te su corazón á Dios, y así el demonio que venía por lana, vol-
verá, como dicen, tresquilado. Ésta es, cristiano lector, la leche
de los que comienzan: oye agora en el siguiente capítulo la suma
de toda esta espiritual doctrina.,
DE TRES COSAS
QUE DEBE HACER
EL QUE DESEA APROVECHAR MUCHO EN POCO TIEMPO.
n(I?L que quiere en poco tiempo aprovechar mucho, mediante la
Wj gracia de nuestro Señor, ha de ser soHcito en estas tres cosas.
La primera, en la aspereza y maltratamiento de su carne, en
la vileza, aspereza y templanza del comer y beber, en el vestir,
en la cama y en todas las cosas que usare, en estar de rodillas, ó
en pie, ó en cruz, ó prostrado en la oración, en tomar discipli-
nas, en traer cilicios, en ayunos, y sobre todo, en las vigilias sane-
tas en oración. Y en todo se ha de mirar que se aflija la car-
ne y no se amate el espíritu, ni se haga daño la salud corporal.
Y por esto ha de ser con consejo de su maestro espiritual, si lo
tiene, y si no lo tiene, de otra persona muy espiritual y muy peni-
tente y ejemplar. Y porque muy pocos sienten la perfección sino
como ellos la obran, si aun esto no hobiere, ayúdese de su buena
discreción, fundada en nuestro Señor, y no en el saber de la carne,
que el regalo finge ser discreción, y vaya experimentando las co-
sas, porque la experiencia con la oración y pura intención le irá
dando lumbre de lo que debe hacer.
Lo segundo y más principal, conviene que sea solícito en la
mortificación interior de sí mismo y de sus apetitos y sensuales
inclinaciones y en la abnegación de su propria voluntad, por cum-
plir la divina y la de sus mayores, á quien debe obediencia, y
de su maestro espiritual, si lo tiene, y en el ejercicio de las virtu-
des interiores y exteriores, cuando le fuere necesario, ó la cari-
526 BREVE INTRODUCCIÓN
dad del prójimo ó de sí mesmo le obligare, ó nuestro Señor de
dentro le convidare á ello, aunque sea sin obligación de pre-
cepto.
Lo tercero, ha de ser solícito en la continua oración. Porque
es imposible á nosotros crucificar nuestra carne, y mucho más im-
posible la mortificación interior y negamiento de nosotros mes-
mos y el ejercicio de las virtudes (por ser sobre nuestra natura-
leza) sino mediante la gracia de nuestro Señor. Al cual es faci-
lísimo obrar en nosotros sobre toda naturaleza, lo cual él hará si
instantemente le pedimos. Y pues somos. pobres y no tenemos
fuerzas para trabajar, si queremos ser ricos de dones celestiales,
necesario nos es mendigar á quien nunca cesará de nos dar, si
nosotros no cesáremos de le pedir. Y por esto, el que quiere en-
riquecerse de estos dones y sobre todo poseer á Dios por gracia
singular, debe tener sus tiempos diputados para la oración y á
veces alargarlos (como dicho es) y andar siempre en la presencia
del Señor, como ya dijimos.
Estas tres cosas son las que principalmente debe procurar el
siervo de Dios, si quiere ser purísimo y perfectísimo holocausto
suyo. Porque guardadas estas tres cosas, queda todo el hombre
reformado con todas sus partes, que son, espíritu, ánima y carne.
Porque con los ayunos y asperezas corporales se sanctifica la
carne, con la mortificación y abnegación de todos los apetitos se
purifica el ánima, y con la oración y contemplación se perfeciona
el espíritu, el cual allegándose á Dios, se hace una cosa con él,
que es su última perfección.
Mas aquí es de notar que para la perfección deste holocausto
aun faltan dos cosas, porque en el cuerpo hay sentidos, y en el
ánima imaginación y pensamientos: por donde á estas tres cosas
debemos añadir otras dos, que son la guarda de los sentidos, con-
viene saber, de los ojos y de los oídos, y mucho más de la len-
gua que es la llave de todo, y la guarda del corazón ó de la ima-
ginación, para que no ande cerrera y libre discurriendo por do
quisiere, sino que esté siempre atada á sanctas consideraciones y
pensamientos. Porque, como dice S. Bernardo, no basta al varón
devoto que tenga enfrenados sus afectos, si no tiene también en-
frenada y recogida su imaginación.
Y para reducir todas estas cosas á alguna orden, has de tener
muy entendido que tal quedó por el pecado el corazón del hom-
BREVE INTRODUCCIÓN 527
bre para bien obrar, como la tierra para fructificar. Vemos, pues,
que la tierra para esto tiene necesidad de dos cosas, conviene
saber, de agua y rocío del cielo, y de trabajo y agricultura del
hombre. Sin estas dos cosas, la tierra de suyo no lleva más que
zarzas y espinas. Pues así has de entender que nuestro corazón
después del pecado no lleva de suyo más que aquellas espinas
que dice el Apóstol: Manifiestas son las obras de la carne, que
son, fornicación, suciedad, deshonestidad, iras, contiendas, porfías,
invidias, discordias, bandos, &c. Mas si ha de llevar fructo de vida
eterna, ha de ser con trabajo y sudor de nuestro rostro, y tam-
bién con agua y roscío del cielo. Para lo primero sirve el casti-
go de la carne, la guarda de los sentidos, la mortificación de
nuestros apetitos y el recogimiento de nuestra imaginación, que
es como una agricultura y labor espiritual: mas para lo segundo
sirven los Sacramentos y la oración, porque los Sacramentos tie-
nen virtud para dar esta agua de cielo, que es la gracia, y la ora-
ción tiene por oficio pedirla, y así le correspode por premio al-
canzarla. Y desta manera, entreviniendo la gracia de Dios y el
trabajo del hombre, da fructo de bendición esta tierra de maldi-
ción, puesto caso que también este nuestro trabajo no carece de
gracia, pues todo lo bueno es de Dios.
Por do paresce que la vida del verdadero y perfecto cristia-
no (si alguno la quisiere abreviar) es continuamente orar y traba-
jar, y por consiguiente, que dos pies son muy necesarios para este
camino, uno de trabajo y otro de oración, confiando el hombre
en Dios y trabajando constantemente por su amor, de tal manera,
que ni por la demasiada confianza en Dios se eche á dormir
(como hacen los perdidos) ni por la demasiada confianza en sus
trabajos menosprecie el socorro de la divina gracia (como hicie-
ron los palagianos) sino como suelen decir, con el mazo dando y
á Dios llamando.
Por aquí podrá cada cual entender que no es otra cosa la
vida cristiana, sino una perpetua cruz y una perpetua oración. Y
cuando digo cruz, entiéndola universalmente de todo el hombre
y de todas las partes del, pues todas quedaron por el pecado li-
siadas y todas tienen necesidad de cuchillo y reformación. De
manera que es necesaria una cruz para la carne y otra para los
ojos, otra para los oídos, otra para la lengua, otra para los afec-
tos y apetitos, y otra para la imaginación. Todas estas cruces son
528 BREVE INTRODUCCIÓN
necesarias, y éste es el suspendió y la muerte que ha de abrazar
y elegir nuestra ánima, para que muerta á la vida del primer Adán,
viva vida del segundo. Sin esta cruz ninguna cosa valen todas
nuestras oraciones, sino para vivir más engañados: de manera que
ni aprovecha el trabajo sin la oración, porque no será durable, ni
la oración sin el trabajo, porque no será fructuosa. Con estas dos
virtudes seremos templo vivo de Dios, que tenía dos lugares, uno
de sacrificio y el otro de oración. Con éstas iremos al monte de
la mirra y al collado del encienso, subiendo por el collado al mon-
te, esto es, por la dulzura de la oración á la amargura de la mor-
tificación.
FIN DE ESTA INTRODUCCIÓN.
SIGÚESE UN BREVE TRATADO
DE LA GUARDA DE
LOS TRES VOTOS DE LA RELIGIÓN
COMPUESTO POR
EL R. P. F. HIERÓNIMO DE FERRARA
Y DIRIGIDO
A UNA Señora que quería entrar en religión
PROLOGO BREVE SOBRE ESTE TRATADO
UNQUE este tratado, cristiano lector, señaladamente
pertenezca á Religiosos (cuyos son estos tres votos
de que aquí se trata) pero también se pueden apro-
vechar de él en su manera todos los que desean alcanzar la per-
fección de la vida cristiana, aunque no sean Religiosos. Porque
también éstos son obligados á guardar la castidad que pide la
condición de su estado, que es la virginal, ó vidual, ó conyugal.
También son obligados á guardar obediencia á Dios y á sus ma-
yores, como son los señores, los padres, los maridos y los per-
lados. Y la pobreza, aunque no sean obligados á guardarla como
los Religiosos, mas deben amarla y procurarla, y despedir de sí
el amor de todas las cosas terrenas, para que así no haya cosa
que tire por su corazón y lo aparte de Dios. Por do paresce que
á todos los tales será provechosa la lición deste maravilloso tra-
tado, aunque no sean Religiosos.
ÓBfeAS DE GRANADA X-S4
530 TRATADO DEL P. F. HIERÓNIMO FERRARA
SÍGUESE EL TRATADO
DE LOS TRES VOTOS DE LA RELIGIÓN
compuesto por Fray Hierónimo de Ferrara.
Cabiendo sabido yo, carísima mía en el Señor, el deseo que
tenéis de desamparar la vanidad del siglo y seguir la ver-
dad del eterno Esposo...
Véase este 7nismo tomo, de la página i8j á la igz, donde se ha-
llará íntegro este Tratado de los Votos,
DOCTRINA DEL MISMO P. F. HIERÓNIMO
Á otra noble señora.
§OBRE todas las cosas amad á Dios de todo corazón, y procu-
rad su honra con mayor cuidado que la salud de vuestra áni-
ma. Trabajad con toda diligencia por purificar la consciencia con
la frecuente confesión. Quitad el amor de las cosas terrenas. Co-
mulgad á menudo con toda devoción. No os tengáis por mejor
que alguna otra criatura, cuanto quier que sea pecadora, sino por
peor. No juzguéis mal de nadie, sino siempre bien. Vivid en todo
silencio. Huid de compañías y convites profanos. Estad solitaria
cuanto sea posible á vuestro estado. Palabras de murmuración, ó
detracción, ó de escarnio, ó de donaires, ó ociosidad, sean lejos de
vuestros oídos, y mucho más de vuestra boca. Orad á menudo, ó
contemplad á cada hora. Trabajad por tener en toda paz vuestra
familia. No parezca en vuestras palabras ni meneos alguna re-
punta de soberbia. No seáis muy familiar para con vuestros sub-
ditos, sino usad con ellos de una mansa gravedad. Dad á todos
ejemplo de buena vida. Reprehended caritativamente á los que
yerran, y exhortad á todos á bien obrar. Amad la castidad en
vuestra casa, y mucho más en los de más tierna edad. Mostraos
muy enemiga de la deshonestidad, reprehendiendo ásperamente
todo linaje de palabra, ó de obra, ó de vestido menos honesto.
No seáis parcial en repartir las cosas, sino según la calidad y méri-
tos de cada uno. Sed piadosa para con los pobres y ayudadlos cuan-
TRATADO DEL P. F. HIERONIMO FERRARA 53 I
to sea posible, porque esto es muy agradable á Dios. Mostraos afa-
ble á todos, mayormente á las personas miserables, y hacedles
todo el bien que pudiéredes. En las prosperidades sed humilde
de corazón; y en las adversidades paciente. Rogad continuamente
á Dios que os enseñe á hacer su voluntad, y crecer de virtud en
virtud, y responder á sus inspiraciones, porque la unción del Es-
píritu Sancto os enseñará muchas cosas. Y particularmente ro-
gad por la perseverancia, viviendo siempre en temor y trayen-
do siempre á Dios ante los ojos. Renovad de día en día los bue-
nos propósitos, y trabajad por rumiar siempre alguna cosa de-
vota, cuando coméis, y cuando trabajáis, y cuando camináis: y fi-
nalmente en cualquier lugar y tiempo buscad secretamente en
vuestro corazón al buen Jesú, y no se caiga jamás de vuestra
memoria su pasión y encarnación. Porque cuanto más frecuen-
táredes esta contemplación, tanto más os será dulce y tanto ma-
yores consolaciones recibiréis de Dios, y alcanzaréis mucho de sus
secretos (los cuales .no puede entender ni gustar la sabiduría
mundana) y sentiréis en el corazón un continuo ardor del fuego
de la caridad y un deseo grande de veros fuera deste mundo y
estar con Dios, que vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.
SÍGUESE UNA DEVOTÍSIMA ORACIÓN
en la cual se ejercitan los actos de muchas nobilísimas virtudes,
y especialmente del amor de Dios.
PREÁ^ffiULO PARA ANTES DESTA ORACIÓN
De la preparación y ánimo con que se ha de hacer,
fUANDO te asentares (dice el Sabio) á la mesa del poderoso, di-
ligentemente considera lo que se te pone delante, para
que por ahí entiendas lo que por tu parte debes aparejar. Pues
conforme á este documento, el que se llega á tratar con Dios
en !a oración, ponga primero los ojos en el Señor con quien va
á tratar, y considere atentamente quién Él es: porque tal cora-
zón y tales afectos conviene que tenga para con Él, cual es el
que aUí se le pone delante. Levante, pues, húmilmente los ojos
á lo alto, y mírelo asentado en el trono de su Majestad sobre todo
532 PREÁMBULO
lo criado, y considere cómo Él es el que tiene en su vestidura
y en su muslo escrito, Rey de los reyes y Señor de los señores:
y también cómo Él es infinitamente perfecto, hermoso, glorioso,
bueno, misericordioso, justo, terrible y admirable: y cómo tam-
bién es benignísimo padre, y liberalísirao bienhechor, y clementí-
simo Redemptor y Salvador.
Y después que así le hubiere mirado, entienda luego con qué
virtudes y afectos debe por su parte corresponder á estos títulos:
y hallará que por la parte que es Dios, meresce ser adorado: por
la que es infinitamente perfecto y glorioso, alabado: por la que
es bueno y hermoso, amado: por la que es terrible y justo, temi-
do: por la que es Señor y Rey de todas las cosas, obedescido: por
razón de sus beneficios meresce infinitas bendiciones y gracias, y
por ser nuestro Criador y Redemptor meresce que le ofrezcamos
todo lo que somos, pues todo es suyo: y por ser nuestro ayuda-
dor y Salvador, conviene que á El solo pidamos el remedio de
todas nuestras necesidades. Estos y otros semejantes actos de
virtudes debe la criatura racional á estos títulos y grandezas de
su Criador: de manera que á su divinidad se debe adoración, á
sus perfecciones alabanza, á sus beneficios agradescimiento, á su
bondad amor, á su justicia temor, á su misericordia esperanza,
al señorío de su Majestad obediencia, á la posesión de todas las
cosas, que todo se le ofrezca, y al oficio continuo de ayudar y
perdonarnos, que todo se le pida.
Éstas son las virtudes y éstos los afectos con que de nuestra
parte habernos de corresponder y honrar á este Señor, que así
como es todas las cosas, así quiere ser venerado y acatado con
todos estos afectos y sentimientos. Los cuales aunque virtualmen-
te se ejerciten y entrevengan en todas las obras que se hacen por
su amor, pero señaladamente se ejercitan en la oración: y ésta
es una de las mayores excelencias que ella tiene, que haciéndo-
se como conviene, entrevengan en ella los actos de todas estas no-
bilísimas virtudes, fe, esperanza, caridad, humildad, religión, te-
mor de Dios, y otras tales, como claramente se verá en la ora-
ción siguiente (que todo esto contiene) la cual por eso convie-
ne que sea muy estimada y con mucha devoción y sosiego ejer-
citada.
Y porque el justo al principio es acusador de sí mismo, y la
puerta primera para entrar á Dios es la penitencia y la humildad,
PREÁNffiULO 533
debe el hombre antes que la comience, rezar devotamente la con-
fesión general, ó alguno de los siete Psalmos Penitenciales: y esto
hecho, comience su oración, rezando también los pedazos de psal-
mos que en ella son apuntados, si en esto hallare devoción.
SÍGUESE LA ORACIÓN.
§H mi Dios y todas las cosas! ¡ Oh mi Dios y todas las cosasl
¡Oh mi Dios y todas las cosas! Vos sois mi Dios, mi criador,
mi gobernador, mi redemptor, mi salvador, centro y esposo de
mi ánima, y mi último fin. Vos sois mi padre, y mi madre, y mi
rey, y mi señor, y mi pastor, y mi médico, y mi maestro, y mi
defensor, y todas las cosas. Vos sois todo mi tesoro, mi heredad,
mi esperanza, mi riqueza, mi paz, mi gloria, mi sabiduría, mi ale-
gría, y todo cuanto más se puede desear.
Por tanto. Señor mío, á Vos primeramente adoro con la más
profunda humildad y reverencia que puedo, y con aquella ado-
ración de latría que á Vos solo se debe, y no á criatura alguna,
de la manera que os adoran las dominaciones del cielo y todas
las criaturas del mundo: las cuales aunque no os conozcan, toda-
vía no pueden cada cual en su manera dejar de adorar el sceptro
de vuestra divinidad y reconoscer vuestra grandeza: porque Vos
solo sois Dios de los dioses, Rey de los reyes. Señor de los se-
ñores y Cosa de las cosas. Vos sois Alfa y Omega, que es, el prin-
cipio y el fin de todas las cosas, y principio sin principio y fin sin
fin de todas ellas. Vos sois el que solo sois, porque todas las otras
cosas (por altísimas que sean) tienen el ser imperfecto, dependien-
te y como emprestado: mas el vuestro es sumo, perfecto, univer-
sal y que de nadie depende sino de solo Vos. Por lo cual con mu-
cha razón se dice que Vos solo sois el que sois, y que todo lo criado
no tiene ser delante de Vos. Pues, oh Señor Dios de las virtudes (co-
mo dice vuestro Profeta) ¿quién será semejante á Vos? Poderoso
sois, Señor, y vuestra bondad está al derredor de Vos. Vos tenéis
señorío sobre la mar, y Vos amansáis el movimiento de sus olas.
Vos humillastes y heristes al soberbio, y con el brazo de vuestra
virtud desbaratastes vuestros enemigos. Vuestros son los cielos y
vuestra la tierra: la redondez de la tierra con todas las cosas de
que está poblada. Vos la fundastes: la mar y el viento Aquilón
que la levanta. Vos los criastes. El monte Tabor y Hermón en
534 ORACIÓN DEVOTÍSIMA
vuestro nombre se alegrarán, y solo vuestro brazo es el podero-
so. Pues confesando yo, Señor, todas estas maravillas y grande-
zas, prostrado ante vuestro divino acatamiento, con toda la hu-
mildad que me es posible, os adoro como os adoran todos aque-
llos espíritus bienaventurados que derribados ante el trono de
vuestra Majestad y poniendo sus coronas ante vuestros pies, os
adoran y reverencian, confesando que todo lo que tienen es de
Vos. Pues así yo, la más vil de todas las criaturas, mil veces os
reverencio y adoro, confesando que Vos sois mi verdadero Dios
y Señor, y que todo lo que soy, vivo, tengo y espero, es todo
vuestro: y así pido á todas las criaturas que ellas también junta-
mente comigo os alaben y adoren, y así las llamo y convido á
esto con aquel cántico de vuestro Profeta, que dice: Venid, y ale-
grémonos delante el Señor, y cantemos á Dios nuestro Salvador,
presentémonos ante su cara confesando su gloria, y con psalmos
le alabemos. Porque nuestro Dios es gran Señor y Rey grande
sobre todos los dioses, porque no desechará el Señor su pueblo, ca
en su mano están todos los fines de la tierra, y las alturas de los
montes su3''as son. Suyo es tan.bién el mar, y Él lo hizo, y la tie-
rra también fundaron sus manos. Venid, pues, y adoremos al Se-
ñor, y prostrémonos y lloremos delante del, porque Él es nuestro
Señor Dios, y nosotros somos su pueblo y ovejas de su ma-
nada.
También, Señor mío, os bendigo y alabo, porque á Vos solo
pertenesce el himno y la alabanza en Sión: pues Vos solo sois
piélago de todas las perfecciones" y un mar de sabiduría, de om-
nipotencia, de riquezas, de grandeza, de hermosura, de suavidad,
de majestad, de eternidad, en quien están todas las perfecciones
y hermosuras de cuantas criaturas hay en el cielo y en la tierra
en sumo grado de perfección: en cu3'a comparación toda hermo-
sura es fealdad, toda riqueza es pobreza, todo poder es flaqueza,
toda sabiduría es ignorancia y toda dulzura amargura, y final-
mente todo cuanto en el cielo y en la tierra resplandesce, no luce
tanto delante de Vos cuanto una pequeña candelica delante
del sol.
Pues por tal. Señor, os confieso y por tal os alabo, y glorifico
vuestro sancto nombre, y por tal pido á todos los ángeles del
cielo que os canten dignas alabanzas y suplan en esta parte
mis faltas, diciendo con el Profeta: Laúdate Dominum de cce-
ORACIÓN DEVOTÍSIMA 535
h's, laúdate eiim in excehis. Laúdate eum omnes angelí ejus, laú-
date erim omnes virtutes ejus, &=c.
También, Señor, os doy gracias por todos los beneficios y
mercedes que me habéis hecho dende el día que fui concebido
hasta este día de hoy, y por el amor que dende ah alterno me tu-
vistes, cuando dende entonces determinastes de criarme, y rede-
mirme, y hacerme vuestro, y darme todo lo que hasta agora me
habéis dado, pues todo cuanto tengo y espero, es vuestro. Vues-
tro es mi cuerpo con todos sus miembros y sentidos, vuestra mi
ánima con todas sus habilidades y potencias, vuestras todas las ho-
ras y momentos que hasta aquí he viv^ido, vuestras las fuerzas y
la salud que rae habéis dado, vuestro el cielo y la tierra que me
sustentan, vuestro el sol, y la luna, y las estrellas, y los campos,
y las aves, y los pesces, y los animales, y todas las criaturas que
por vuestro mandamiento me sirven. Todo esto. Señor mío, es
vuestro, y por ello os doy todas cuantas gracias os puedo dar: pero
mucho mayores os las doy, porque Vos quisistes ser mío, pues
todo os ofrescistes y expendistes en mi remedio, pues para mí os
vestistes de carne, para mí nascistes en un establo, para mí fuis-
tes reclinado en un pesebre, para mí envuelto en pañales, para
mí fuistes circuncidado al octavo día, para mí desterrado en Egip-
to, para mí en tantas maneras tentado, y perseguido, y maltrata-
do, y azotado, y coronado, y deshonrado, y sentenciado á muer-
te, y en una cruz enclavado. Para mí ayunastes, y orastes, y
velastes, y llorastes, y caminastes, y padescistes los mayores tor-
mentos y deshonras que se padescieron jamás. Para mí ordenastes
y confeccionastes las medicinas de vuestros sacramentos con el
licor de vuestra sangre, y señaladamente el mayor de los sacra-
mentos, que es el de vuestro sanctísimo Cuerpo, donde estáis Vos,
mi Dios, para mi reparo, para mi mantenimiento, para mi esfuer-
zo, para mis deleites, para mi esperanza y para prenda y testi-
monio de vuestro amor. Por todo esto os doy infinitas gracias, y
ruego á todas las criaturas que pues todas ellas son beneficios
vuestros, todas me ayuden á dároslas dignamente. Y así i>ara
esto las llamo y convido con aquel cántico que aquellos tres
sanctos mozos en medio de las llamas del horno de Babilonia os
cantaban, diciendo: Benedicite ojunia opera Domini Domino^ laú-
date &> snperexaltate eum in sopcula. Benedicite angelí Domini Do-
mino, benedicite coeli Domino.
536 ORACIÓN DEVOTÍSIMA
Y si tan debido es el amor á los bienhechores por razón de
los beneficios, si cada beneficio es como un tizón y un incenti-
vo de amor, y si según la muchedumbre de la leña, así es gran-
de el fijego que se enciende en ella, ¿ qué tan grande ha de ser el
fuego de amor que ha de arder en mi corazón, si tanta es la leña
de vuestros beneficios y tantos los incentivos que tengo de amor?
Si todo este mundo visible y invisible es para mí beneficios
vuestros, ,jqué tan grande es razón que sea la llama de amor que
se ha de levantar dellos? Especialmente no sólo os debo yo amor
por esto, sino también porque en Vos solo se hallan todas las
razones y causas de amor que hay en todas las criaturas, todas en
sumo grado de perfección. Porque si por bondad va, ¿ quién más
bueno que Vos? Si por hermosura va, <í quién más hermoso que
Vos? Si por suavidad y benignidad va, <i quién más suave y más
benigno que Vos? Si por amistad va, ¿quién más nos amó que el
que tanto por nosotros padesció ? Si por beneficios va, ¿ cuyo es
todo lo que tenemos sino vuestro? Si por esperanza va, ¿de quién
esperamos todo lo que nos falta sino de vuestra misericordia? Si
los padres, y las madres, y los esposos, y los hermanos, y los ami-
gos son amados, ¿á quién más de verdad pertenecen todos estos
títulos que á Vos? Ámeos pues yo. Señor, con toda mi ánima,}'
con todas mis entrañas, y con todas mis fuerzas, y diga yo de
todo mi corazón con vuestro Profeta: Diliganí te, Domine, forti-
iudo mea: Dominiis firmamenUim meiim &= refugiiim menm &>
Uherator meus: Deus meus adjntor meus, &> speraho in eum. Pro-
tector meus 6^ cornu sahitis mece &> susceptor meus.
Y no sólo me obliga todo esto á amaros, sino también á po-
ner toda mi esperanza en solo Vos. Porque ¿ en quién tengo yo
de esperar, sino en quien tanto me ama, y en quien tanto bien me
ha hecho, y en quien tanto por mí ha padescido, y en quien tan-
tas veces me ha llamado, y esperado, y sufrido, y perdonado, y
librado de tantos males? ¿En quién tengo yo de esperar sino en
Aquél que es infinitamente misericordioso, piadoso, amoroso, be-
nigno, sufridor y perdonador? ¿En quién tengo yo de esperar
sino en Aquél que es mi padre, y padre todopoderoso, padre
para amarme y poderoso para remediarme, padre para querer-
me bien y poderoso para hacerme bien, el cual tiene mayor cui-
dado y providencia de sus espirituales hijos que ningún padre
carnal de los suyos ? ¿En quién, finalmente, tengo yo de esperar
ORACIÓN DEVOTÍSIMA 537
sino en Aquél que cuasi en todas sus Escripturas ninguna cosa
hace sino mandarme que me llegue á Él y espere en El, y pro-
meterme mil cuentos de favores y mercedes si así lo hiciere, dán-
dome en prendas de todo esto su verdad y palabra, los benefi-
cios hechos, y los tormentos padescidos, y la sangre derramada
en confirmación desta verdad? Pues ¿qué no esperaré yo de un
Dios tan bueno y tan verdadero, de un Dios que tanto me amó,
que se vistió de carne por mí, y sufrió azotes y repelones y bo-
fetadas por mí, y finalmente de un Dios que se dejó morir en
una cruz por mí, y se encerró en una hostia consagrada por mí?
¿ Cómo huirá de mí cuando lo buscare, el que me buscó cuando
yo le huía? ¿Cómo me negará el perdón cuando se lo pidiere, el
que me lo meresció cuando yo no lo pedía? ¿Cómo me negará
el remedio cuando ya no le cuesta nada, el que me lo procuró
cuando tanto le costaba? Pues por todas estas razones confiada-
mente esperaré yo en Él, y con el sancto Profeta en medio de
todas mis tribulaciones y necesidades esforzadamente cantaré: Do-
minus illmninatio viea et salus mea, quem timebo? Dommus pro-
tector vitce mea, a quo trepidaba? Si consistant adversum me castra,
non timebit cor meum. Si exurgat adversum me proslium, in hoc ego
sperabo. Y finalmente, con el mismo también diré: In pace in idip-
sum dormiam et requiescam: qiioniam tu Domine singulariter in
spe consiituisti me.
Mas porque la esperanza y el amor no están seguros sin te-
mor, témaos también. Señor, mi alma y mi corazón: pues en Vos
(que sois todas las cosas) no menos hay razón para ser temido
que amado y esperado. Porque como sois infinitamente miseri-
cordioso, así sois infinitamente justo, y así como son innumera-
bles las obras de vuestra misericordia, así lo son también las de
vuestra justicia, y (lo que más es para temer) sin comparación
son muchos más los vasos de ira que los de misericordia, pues
tantos son los condenados, y tan pocos los escogidos. Témaos
yo pues, Señor, por la grandeza desta justicia, y por la profun-
didad de vuestros juicios, y por la alteza de vuestra majestad, y
por la inmensidad de vuestra grandeza, y por la muchedumbre
de mis pecados y atrevimientos, y sobre todo por la resistencia
continua de vuestras inspiraciones. Témaos pues yo, y trema
delante de Vos, ante cuyo acatamiento tremen las potestades y
tiemblan las columnas del cielo y toda la redondez de la tierra.
53^ ORACIÓN DEVOTÍSIMA
Y así prostrado ante la presencia de tan grande Majestad, canta-
ré con el Profeta diciendo: Domine, ne in furore tuo argtias me,
ñeque in ira ttia corripias me. Miserere mei, Domine, quoniam in-
firmus sum, &=c.
Y así como por todas estas razones os debo yo temor y re-
verencia, así también por ellas y por otras os debo obediencia:
porque vos sois mi rey, mi señor y mi emperador, á quien el
cielo y la tierra, la mar y todas las otras criaturas obedescen, y
cuyos mandamientos y leyes hasta agora han guardado, y guar-
darán para siempre. Pues obedézcaos yo, Señor, más que todas
éstas, pues os soy más obligado que ellas: obedézcaos yo. Rey
mío y Señor mío, y guarde enteramente todas ^ uestras leyes san-
ctísimas. Reinad vos,Señor,en mí, y no reine más en mí el mundo,
ni el príncipe deste mundo, ni mi carne, ni mi propria voluntad,
sino la vuestra. Vayan fuera de mí todos estos tiranos, usurpa-
dores de vuestra silla, ladrones de vuestra gloria, pervertedores
de vuestra justicia, y solo Vos, Señor, mandad y ordenad, y Vos
solo y vuestro sceptro sea reconoscido y obedescido, para que
así se haga vuestra voluntad en la tierra como se hace en el cie-
lo. ¡Oh, cuándo será este dial ¡Oh, cuándo me veré libre destos
tiranos! ¡Oh, cuándo no se oirá en mi ánima otra voz sino la vues-
tra! ¡Oh, cuándo estarán tan rendidas las fuerzas y lanzas de mis
enemigos, que no haya contradicción en mí para el cumplimien-
to de vuestra sancta voluntad! i Cuándo estará tan sosegado este
mar, cuándo tan sereno y escombrado este cielo, cuándo tan aca-
lladas y mortificadas mis pasiones, que no haya onda, ni nube,
ni clamor, ni otra alguna perturbación que altere esta paz y obra,
y que impida este vuestro reino en mí? ¡Oh, cuándo vendrá este
día! ¡Oh, si será! ¡ Oh, si le veré jamás! Dadme vos. Señor, esta
obediencia, ó por mejor decir, dadme este señorío sobre mi co-
razón, para que de tal manera me obedezca él á mí, que del todo
lo subjecte yo á Vos, y puesto en esta subjección, diga de todo
mi corazón con el Profeta: Legeni pone mihi. Domine, viam justifi-
cationum tuarum, &= exquiram eam semper, &^c,
Y así como estoy obligado á obedesceros, así también lo es-
toy para entregarme y ofrecerme á Vos y resignarme en vues-
tras manos, pues soy todo vuestro, y vuestro por tantos y tan
justos títulos: vuestro, porque me criastes y distes este ser que
tengo: vuestro, porque me conserváis en él con los benefi-
ORACIÓN DEVOTÍSIMA 539
dos y regalos de vuestra providencia: vuestro, porque me sacas-
tes de captivo y me comprastes, no con oro ni plata, sino con
vuestra sangre: y vuestro, porque tantas otras veces me habéis
redemido, cuantas me habéis sacado de pecado. Pues si por tan-
tos títulos soy vuestro, y si Vos por tantos títulos sois mi rey, mi
señor y mi redemptor y mi librador, aquí os vuelvo á entregar
vuestra hacienda, que soy yo: aquí me ofrezco por vuestro es-
clavo y captivo, aquí os entrego las llaves y homenaje de mi vo-
luntad, para que ya de aquí adelante no sea más mío ni de
nadie, sino vuestro: para que ya no viva para mí sino para Vos,
ni haga más mi voluntad sino la vuestra, de tal manera que ni
coma, ni beba, ni duerma, ni haga otra cosa que no sea según
Vos y para Vos. Aquí me presento á Vos para que dispongáis de
mí como de hacienda vuestra á vuestra voluntad. Si queréis que
viva, que muera, que esté sano, que enfermo, que rico, que po-
bre, que honrado, que deshonrado, para todo me ofrezco y resig-
no en vuestras manos y me desposeo de mí, para que no sea ya
más mío, sino vuestro: para que lo que es vuestro por justicia,
lo sea también por mi voluntad. Y así me ofrezco todo á Vos con
el Profeta, diciendo: /« manus Uias, Domine, covimendo spiriUnn
meum: redemiste me, Domine Deus veritatis.
Mas porque nada desto puedo 3^0 cumplir sin Vos, porque
es tan grande mi pobreza, mi flaqueza, mis miserias y mi inha-
bilidad, que ni puedo dar un paso, ni abrir la boca y decir dig-
namente Jesús sin Vos: por tanto. Señor, húmilmente me derribo
á vuestros pies y os pido misericordia y favor. Porque á Vos
solo pertenesce ser ayudador de los hombres y dador de todos
los bienes, ni hay en el mundo otro Dios justo 3^ Salvador sino
Vos: por eso vengo á Vos á suplicaros primeramente me otor-
guéis perdón de mis pecados 3' verdadera contrición y confesión
de todos ellos, 3^ me deis gracia para que no os ofenda más en
ellos ni en otros: y señaladamente os pido virtud para castigar
mi carne, enfrenar mi lengua, mortificar los apetitos de mi co-
razón 3^ recoger los pensamientos de mi imaginación, para que
estando yo así todo renovado 3' reformado, merezca ser templo
vivo 3^ morada vuestra. Dadme también todas aquellas virtudes
con que sea no sólo purificada, sino también adornada esta mo-
rada vuestra: que son, temor de vuestro sancto nombre, firmí-
sima esperanza, profundísima humildad, perfectísima paciencia,
540 ORACIÓN DEVOTÍSIMA
clara discreción, pobreza de espíritu, perfecta obediencia, conti-
nua fortaleza y diligencia para todos los trabajos de vuestro ser-
vicio, y sobre todo ardentísima caridad para con mis prójimos
y para con Vos.
PETICIÓN ESPECIAL DEL AMOR DE DIOS.
,H buen Jesú, oh vida de mi ánima, ^cuándo os agradaré en
todo y por todo? ^Cuándo perfetamente moriré á mí y
á todas las criaturas por vuestro amor? Habed misericordia de
mí, Señor, y ayudadme. Aquí me presento ante vuestro divino
acatamiento, y dende aquí saludo todas vuestras rosadas y her-
mosas llagas. Escondedme, Señor, en ellas, porque perfetamente
sea limpio y embriagado con ellas de vuestro amor. Oh Señor
Dios mío, oh amable principio mío, oh clarísima luz de mi en-
tendimiento, oh hartura y descanso de mi voluntad, <j cuándo os
amaré ardentísimamente? E^'a, Señor, tened por bien de traspa-
sar mi ánima con las saetas de vuestro dulcísimo amor, j Oh todo
mi deseo, toda mi esperanza, todo mi refrigerio ! ¡ Oh, si fuera mi
ánima digna de ser abrasada de vos, porque así toda su tibieza
fuese consumida con el fuego de vuestro amor! ¡Oh ánima de mi
ánima, oh vida de mi vida, á Vos todo deseo y á mí todo me
ofrezco, todo á todo, uno á uno y único á único! ¡Oh, si se cum-
pliesen en mí aquellas palabras vuestras que dijistes al Padre:
Ruégote, Padre, que ellos sean una misma cosa comigol Ninguna
otra cosa quiero, ninguna otra cosa deseo ni pido sino á Vos, por-
que Vos solo me bastáis. Vos sois mi padre, y mi madre, y mi
tutor, y mi gobernador, y todo mi bien. Vos sois todo amable,
todo deleitable y todo fiel. ^' Quién tan liberal como el que por
tan vil criatura á sí mismo se dio? ^¡ Quién tan humilde que así in-
clinase la grandeza de su majestad? ¡ Oh Señor, que á nadie de?-
preciáis, de nadie tenéis asco, á nadie que os busque desecháis,
sino antes le prevenís y despertáis y le salís al camino, porque
vuestros deleites son estar con los hijos de los hombres! ¡Oh!
Bendíganos, Señor, los ángeles. ¿Qué hallasteis en nosotros sino
miserias y pecados, para que queráis estar en nuestra compañía
hasta la fin del mundo? ¿No bastaba haber padescido por nos-
otros, y dejar los Sacramentos y los ángeles en nuestra compa-
ñía, sino que con todo esto queráis Vos también estar con nos-
PETICIÓN DEL AMOR DE DIOS 54 1
otros, porque sois tan bueno que no os podéis negar? Haga-
mos pues, Señor, un trueque (si os place). Vos tened cuidado
de mí, y yo lo tendré de vos, y haced comigo así como vos que-
réis y sabéis que me conviene: porque vuestro 3^0 quiero ser,
y no de otro. Dadme, Señor, que ninguna otra cosa desee sino á
Vos, y que todo me ofrezca á Vos, sin que más me vuelva á
tomar. ¡Oh fuego que me enciendes! ¡Oh caridad que me infla-
mas I ¡Oh lumbre que me alumbras! Oh descanso mío I ¡Oh
vida mía! ¡Oh amor que siempre ardes y nunca mueres! ¿Cuándo
te amaré perfetamente? ¿Cuándo os abrazaré con los brazos de mi
ánima desnudos? ¿Cuándo menospreciaré á mí y á todo el mundo
por vuestro amor? ¿Cuándo mi ánima con toda su virtud y fuer-
zas se uñirá con Vos ? ¿ Cuándo se verá sumida y anegada en el
abismo de vuestro amor? Dulcísimo, amantísimo, hermosísimo,
sapientísimo, riquísimo, nobilísimo, preciosísimo y dignísimo de
ser amado y adorado, ¿cuándo os amaré de tal manera que
yo todo fuere convertido (si fuere posible) en amor? ¡Oh vida
de mi ánima, que por darme vida padescistes muertes, y murien-
do matastes la muerte ! Matad, Señor, también á mí del todo, con-
viene saber, todas mis malas inclinaciones y proprias volunta-
des, y todo aquello que puede ser impedimento para que Vos
no váváis en mí: y después que así me hobiéredes muerto, ha-
cedme vivir en Vos, esto es, en amor y obediencia, guardando
fielmente vuestros mandamientos y los de mis mayores, y ha-
ciendo siempre vuestra sancta voluntad. ¡Oh buen Jesú! Dadme,
Señor, perfecto apartamiento y aborrecimiento de todo pecado,
y perfecta conversión de mi corazón, para que en Vos solo estén
todos mis pensamientos, mis deseos, mis cuidados, mi memoria
y todas mis fuerzas. ¡Oh vida sin la cual muero, y verdad sin la
cual yerro! ¡ Oh camino sin el cual me pierdo ! ¡ Oh salud sin la cual
no vivo! ¡Oh lumbre sin la cual ando en tinieblas! No me dejéis,
Señor, apartar de Vos, pues en Vos solo vivo, sin Vos muero, en
Vos me salvo, y fuera de Vos me pierdo, que vivís y reináis en
los siglos de los siglos. Amén.
FIN
TABLA
GUÍA DE PECADORES
LIBRO PRIMERO
Páginas,
Dedicatoria. ,,..,, •• 3
CAPITULO I. —Que trata de la conversión del pecador, en el cual se con-
tiene una breve exhortación á bien vivir 7
CAP. II. — De la consideración de la muerte , ........ 9
CAP. III.— Del juicio final « . . . . 14
CAP. IV. — Déla gloria de los bienaventurados 19
CAP. V. — De las penas del infierno 25
CAP. VI. — De la obligación que tenemos al servicio de nuestro Señor por
razón de los beneficios recebidos 31
CAP. VII, — De otros muchos bienes que de presente acompañan á la
virtud 37
CAP. VIII. — Responde á las excusas de los malos 42
8. II. — Contra los que dilatan la penitencia para la hora de la muerte. . 44
8. IIL — Contra los que se favorecen con la misericordia de Dios para el mal. 45
8. IV. — Contra los que se excusan con el amor del mundo 48
. 8. V. — Contra los que se excusan diciendo que es áspero el camino de Dios. 49
CAP. IX. — Que no debe el hombre dilatar para adelante su conversión, pues
tiene tantas deudas que descargar 53
CAP. X.— Conclusión de todo lo susodicho 56
LIBRO SEGUNDO
EN EL CUAL SE CONTIENEN REGLAS DE BIEN VIVIR
CAPITULO PRIMERO 61
CAP. II. — De dos cosas que ha de suporier el que se determina servir á
Dios 62
PRIMERA PARTE DESTA REGLA
QUE TRATA DE LOS VICIOS Y DE SUS REMEDIOS
CAP. III.— Del pecado mortal en común 64
CAP. IV. — De los pecados en particular • . . 67
CAP. V, — De otras seis maneras de pecados, que muchas veces pueden ser
mortales . Jl
CAP. VI.— De los pecados veniales . 74
CAP. VIL— De los remedios generales contra todo pecado 76
CAP» VIII.— De los remedios particulares contra los vicios. . , , , 80
544 TABLA
Páginas,
CAP. IX. — Segunda parte de esta regla, en que se trata del ejercicio y uso
de las virtudes ....,..c«... •• S2
CAP. X.— Para consigo 83
§. I. — De la reformación del cuerpo 83
8. II. — De la guarda de los sentidos, , 84
§. III:— De la lengua 85
8. IV. — De la mortificación de las pasiones.. ........ 88
8. V. — De la reformación de la voluntad . 90
8, VI. — De la reformación de la imaginación 9 1
8 VII. — De la reformación del entendimiento 93
8. VIII. —De la prudencia en los negocios 96
8. IX. — De algunos medios por do se alcanza esta virtud ...... 98
CAP. XI. — Para con el prójimo. 100
8. I. — De los oficios de la caridad 103
CAP. XII.— Para con Dios 107
CAP. XIII. — De las obligaciones de los estados. ....... 118
CAP. XIV. — Aviso primero de la estima de las virtudes para mejor enten-
dimiento desta regla I2i
CAP. XV.— De cuatro documentos que se siguen desta doctrina susodicha, 127
§, II.— Documento segundo 128
§. III. — Documento tercero 129
§, IV. — Cuarto documento 130
CAP. XVI.— Segundo aviso -138
CAP. XVII. — Tercero aviso ...... I42
CAP. XVIII. — Cuarto aviso, de la fortaleza que se requiere para alcanzar
las virtudes I45
8 II. — De los medios por donde se alcanzará esta fortaleza .... 147
Fin de la regla 152
Una breve regla de vida cristiana, que el Reverendísimo P. F. Tomás de
Villanueva, arzobispo de Valencia, envió á una persona noble y vir-
tuosa 153
Otra breve regla de vida cristiana, compuesta por el Reverendo P. Maestro
loannes de Avila 156
Prólogo del Sermón del Señor 160
El Sermón del Señor en el monte, con algunos otros pedazos de doctrina
sacados del S. Evangelio y de las epístolas de S. Pablo. . , . . 163
En el cap. XXV de S. Mateo, hablando el Señor de las obras de miseri-
cordia 169
En el cap. X de S. Mateo, enviando el Señor sus discípulos á predicar, les
dio esta regla de perfección y vida apostólica 1 70
Un otro pedazo de doctrina singular, sacada del Sermón de sobrecena que
el Salvador predicó víspera de pasión á los discípulos, Joan. XV,
XVI y XVII 171
TABLA 445
LIBRO TERCERO
Páginas.
Dedicatoria. , '97
CAPITULO I. — De doce singulares provechos y excelencias que tiene la
virtud de la oración '99
Suma de todas las oraciones contenidas en esta primera parte 214
Oración primera para pedir al Señor perdón de los pecados 224
Segunda oración para dar al Señor gracias por los beneficios recebidos. . 227
Tercera oración, en la cual ofrece el hombre los trabajos y méritos de Cris-
to nuestro Salvador al Padre • 230
Cuarta oración á Dios y á todos los sanctos 232
Síguense tres muy devotas oraciones á nuestra Señora, ...... SJS
Síguense siete muy devotas oraciones de los principales misterios de la vida
de Cristo repartida por los días de la semana 245
Oración primera de la vida de Cristo 245
Segunda oración ájesú ^47
Tercera oración á Jesú ^49
Cuarta oración á Jesú » *S*
Quinta oración á Jesú. ^53
Sexta oración á Jesú *55
Séptima oración á Jesú *5"
Sigúese una muy devota oración, en la cual brevemente se contiene toda la
vida de nuestra Señora 259
SEGUNDA PARTE DESTE TERCERO LIBRO
En la cual se trata de la meditación ó consideración 264
Cómo se haya de enseñar esta doctrina 267
CAP. I. — Ejercicio primero en la consideración de los beneficios divinos, y
de cuatro partes que pueden entrevenir en él 269
CAP. II.— De la utilidad deste ejercicio susodicho y de las partes del, . 27 1
CAP. III.— Preparación y principio del ejercicio 275
CAP. IV.- Placimiento de gracias 279
Aviso de la manera del dar las gracias 290
Ofrecimiento 294
De la manera del ofrecer 296
De la petición 297
Petición especial del amor de nuestro Señor 299
Aviso acerca desta postrera parte de la petición 3°*
Sigúese el segundo ejercicio espiritual que trata de la consideración de los
principales misterios de la vida de Cristo repartido en dos semanas. 306
Primera semana, el Lunes 1 3°^
La encarnación y visitación de nuestra Señora. 3°9
ElIVlartesI 3^4
La revelación á sant Josef y el nascimiento del Salvador 3*6
OBRAS DE GRANADA. X— 35
446 TABLA
Páginas.
El Miércoles I ♦ 320
La circuncisión y adoraci(5n de los Magos 321
El Jueves 1 326
De la purificación de nuestra Señora , . .^27
De Ana profetisa 3*9
El Viernes I ' • 33«>
La huida á Egipto y cuando se perdió el niño en el templo 332
El Sábado I 3^6
El baptismo, ayuno y transfiguración 337
El Domingo I • 34*
De la Samaritana 34^
De la Cananea 349
De la conversión de la Magdalena 35»
De la mujer adúltera 35 í
Preámbulo para la semana siguiente de las cosas que se han de considerar
en los misterios de la sagrada Pasión. . ....'... 352
El Lunes 11 354
La entrada con los ramos, y el lavatorio de los pies, y la institución del
Sanctísimo Sacramento 355
El Martes II 359
La oración del huerto y la prisión del Salvador 36»
El Miércoles II ' 3^4
La presentación ante los jueces, y de los azotes á la columna ..... 366
El Jueves II 3^9
La coronación de espinas, el Ecce Homo, el llevar la cruz á cuestas. . . 37*
El Viernes II 373
El martirio de la cruz * S^S
El Sábado II 37»
Las siete palabras, y el descendimiento de la cruz, y oficio de la sepultura. 380
El Domingo II 3^2
De cómo el Señor apareció á sus discípulos • 3^4
Dt la ascensión del Señor 3^5
Tercero ejercicio de la memoria continua de Dios ....*... 388
Cuarto ejercicio en el examen de sí mismo 39*
Quinto ejercicio de la manera de decir el oficio divino 394
Tercero tratado de este libro en el cual se trata de la forma que se podrá
tener en el ejercicio de la consideración. 39^
De las cosas que ayudan á la devoción 40O
De las cosas que impiden la devoción ....... ..... 402
Una breve manera de aparejarse para la confesión 4^3
Una devotísima oración para alcanzar dolor de los pecados 405
Otra oración para antes de la confesión 4'o
Otra muy devota oración para después de haber confesado 4*2
Una breve manera de confesar para las personas que se confiesan á menudo. 413
Una breve manera de aparejarse para la comunión 420
TABLA 447
Páginas.
Una meditación para antes de la sagrada comunión para despertar en el
ánima temor y amor deste sanctísimo Sacramento 426
Otra meditación para después de haber comulgado. ..... 432
Oración para después de haber alzado en la misa, de diversas palabras de
S. Augustín 435
TRATADO DE LA ORACIÓN
Y MEDITACIÓN.
Dedicatoria 44'
CAPITULO I.— Del fructo que se saca de la oración y meditación. . . 443
CAP. II. — De la materia de la meditación 445
Síguense las primeras siete meditaciones para los días de la semana: lunes,
martes, &c 44^
CAP. III . — Del fructo y tiempo destas meditaciones susodichas. . . . 464
CAP. IV.— De las siete meditaciones de la sagrada Pasión, y de la manera
que habemos de tener para meditarla 465
Síguense las otras siete meditaciones de í a sagrada Pasión: lunes, martes, &c . 467
CAP V. — De seis cosas que pueden entre venir en el ejercicio de la oración. 486
CAP. VI. — De la preparación que se requiere para antes de la oración. . 487
CAP. VII.— De la lición 488
CAP. VIII.— De la meditación 489
CAP. IX. — Del hacimieuto de gracias 4^9
CAP. X. — Del ofrecimiento 49»
CAP. XI. De la petición 49»
Petición especial del amor de Dios 493
CAP. XI. — De algunos avisos que se debe tener en este sancto ejercicio . 496
SEGUNDA PARTE
CAPITULO I. — Qué cosa sea devoción 5o4
CAP. II. — De nueve cosas que ayudan á alcanzar la devoción. . . . 506
CAP. III, — De diez cosas que impiden la devoción 5^8
CAP. IV.— De las tentaciones más comunes que suelen fatigar á los que se
dan á la oración, y de sus remedios 5^9
CAP. V. — De algunos avisos necesarios para los que se dan á la oración. 514
Sigúese luego una breve Introducción para los que comienzan á servir
á Dios S2S
Sigúese otro tratado de los tres votos de los Religiosos . ..... 5*9
FIN DE LA TABLA
A IMAYOR HONRA Y GLORIA DE DiOS
ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE VOLUMEN EN VaLLADOLID
EN CASA DE ANDRÉS MARTÍN
EL DÍA iP DE DICIEMBRE
1902
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