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Full text of "Obras"

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OBRAS 

DE 

FR.    LUIS    DE   GRANADA 


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Esta  edición  de  las  Obras  de  Fr.  Luis  de  Granada  consta 
de  los  tomos  siguientes: 

I.  Guía  de  Pecadores 

lí.  Libro  de  la  Oración  y  Meditación. 

III.  Memorial  de  la  Vida  Cristiana. 

IV.  Adiciones  al  Memorial  de  la  Vida  Cristiana. 
V-IX.  Introducción  del  Símbolo  de  la  Fe. 

X.  Guía  de  Pecadores  (texto  primitivo). 

Tratado  de  la  Oración  y  Meditación  (compendio). 

XI.  Manual  de  Oraciones. 
Manual  de  Oraciones  (ampliado). 
Memorial  de  lo  que  debe  hacer  el  cristiano. 
Tratado  de  algunas  Oraciones. 

Vita  Christi. 

Tratado  de  Meditación. 

Recopilación  del  Libro  de  la  Oración. 

XII.  Imitación  de  Cristo. 
Escala  Espiritual. 

Oraciones  y  Ejercicios  Espirituales. 

XIII.  Compendio  de  Doctrina  Cristiana  (trad.  del  P.  Cuervo). 

XIV.  Doctrina  Espiritual. 
Diálogo  de  la  Encarnación. 
Sermón  de  la  Redención. 
Vida  del  B.  Juan  de  Avila. 

Vida  del  V.  D.  Fr.  Bartolomé  de  los  Mártires. 

Vida  del  Cardenal  D.  Enrique,  rey  de  Portugal. 

Vida  de  Sor  Ana  de  la  Concepción,  franciscana. 

Vida  de  Doña  Elvira  de  Mendoza. 

Vida  de  Melicia  Hernández. 

Cartas. 

Sermón  en  las  Caídas  Públicas. 

Vida  de  Fr.  Luis  de  Granada,  por  el  P.  Fr.  Justo  Cuervo. 

Bibliografía  Granadina,  por  el  mismo. 


C953^ 


OBRAS 


DE 


FR.  LUIS  DE  GRANADA 

DE  LA  ORDEN  DE  SANTO  DOMINGO 


EDICIÓN  CRÍTICA  Y  COMPLETA 


FR.  JUSTO  CUERVO 

UE  LA  MISMA  ORDEN 

DOCTOR    EN    FILOSOFÍA    Y    LETRAS 

LECTOR    DE    TEOLOGÍA 


TOMO   X 


APR  O  5  198^ 


MADRID 

IMPRENTA  DE  LA  VIUDA  É  HIJA  DE  GÓMEZ  FUENTENEBRO 
CALLE  I>E  BORDADORES,   NÚM.    lO. 


1906 


PRÓLOGO 


/gn^'^L  Libro  llamado  Guía  de  Pecadores,  que  ocupa  la 
Jj^^  mayor  parte  de  este  volumen,  hasta  ahora  nunca 
¿i(9'm¿¿  ha  figurado  en  las  colecciones  granadinas.  Publi- 
cóse por  vez  primera  en  Lisboa,  el  primer  tomo  en  1556,  y 
en  1557  el  segundo,  siendo  imposible  determinar  cuál  sea  la 
edición  príncipe,  por  existir  ejemplares  de  tres  ediciones  de 
ambos  tomos  hechas  en  los  años  indicados. 

Incluida  esta  obra  en  el  Catálogo  del  inquisidor  Valdés 
en  1559,  el  venerable  autor  la  retiró  de  la  circulación,  pero 
dejando  echados  en  ella  los  cimientos  de  la  célebre  Guía  de 
Pecadores,  que  imprimió  once  años  más  tarde,  en  1567. 
Porque  el  tomo  primero  de  la  Guia  primitiva  de  1556  no  es 
sino  un  compendio  de  la  gran  Guía  posterior,  según  el  mismo 
Granada  lo  había  anunciado  en  el  prólogo.  «Mi  intención, 
dice  Fr.  Luis  (i),  es  (si  el  Señor  fuere  servido)  tratar  este 
mismo  argumento  más  copiosamente  en  otro  libro,  conten- 
tándome al  presente  con  sacar  á  luz  este  pequeño  volumen, 
que  es  como  un  epítome  y  sumario  de  lo  que  en  el  otro  se  ha 
de  tractar». 

El  compendio  es  demasiado  breve,  y  no  se  hallan  indica- 
das en  él  materias  importantes,  maravillosamente  desarro 
liadas  en  la  Guía  extensa,  á  saber,  los  títulos  por  que  estamos 
obligados  á  servir  á  Dios  por  ser  quien  es,  y  muchos  de  los 
privilegios  concedidos  á  la  virtud.  De  todos  modos,  en  los 
diez  capitulitos  de  que  el  compendio  consta,  se  descubre 
siempre  la  elocuencia  soberana  del  autor,  manifestada  antes 


(i)     Página  6  de  este  tomo. 


VI  PROLOGO 


en  el  Libro  de  la  Oración  (1554),  y  consagrada  después  en  la 
famosísima  Guía  de  Pecadores  (1567), 

El  tomo  segundo  contiene  oraciones  devotísimas  y  un 
tratado  de  meditación,  para  lo  cual  «señaladamente  sirve  la 
consideración  de  los  beneficios  divinos  y  de  todos  los  pasos 
y  misterios  de  la  vida  de  Cristo,  que  es  la  suma  de  toda  esta 
filosofía  celestial»  (i).  Es  la  tercera  parte  prometida  en  la 
primera  impresión  del  Libro  de  la  Oración^  aunque  acom- 
pañada de  otras  cosas  (2). 

¿Por  qué  prohibió  Valdés  la  primera  Guia  de  Pecadores? 
Siendo  toda  ella  de  purísima  ortodoxia,  no  hubo  otra  razón 
que  los  largos  pasajes  del  nuevo  testamento  traducidos  al 
castellano  que  se  hallan  al  final  del  tomo  primero,  como  el 
Sermón  del  Señor  en  el  monte,  con  algunos  otros  pedazos  de 
doctrina  sacados  del  santo  Evangelio  y  de  las  epístolas  de 
San  Pablo.  No  puede  darse  otra  explicación,  y  se  equivocan 
grandemente  los  que  suponen  ediciones  corrompidas  por  los 
luteranos,  cuyos  principios  fundamentales  están  expresa- 
mente condenados  en  todos  los  ejemplares  conocidos  (3).  Y 
así  se  comprende  cómo  esta  obra,  á  pesar  de  la  prohibición 
del  inquisidor  Valdés,  fué  traducida  y  publicada  en  italiano 
(Venecia,  1563  y  1564;  Roma,  1585),  en  francés  (París,  1583),  y 
hasta  en  japonés  (1599)  y  en  griego  moderno  (Roma,  1628). 
Á  continuación  del  Libro  llamado  Guia  de  Pecadores 
va  en  este  tomo  el  Tratado  de  la  Oración  y  Meditación, 
impreso  en  Lisboa  en  casa  de  loannes  Blavio  de  Colonia. 
Esta  edición,  que  es  la  príncipe,  no  lleva  año;  pero  no 
puede  ser  de  antes  del  1557,  por  citarse  en  ella  (pág.  465)  la 
Seguvda  Parte  (ó  tomo)  de  la  Guía  de  Pecadores.  Tampoco 
es  probable  que  sea  posterior  al  año  1559,  en  el  cual  se  publi- 
có el  Cathalogus  Librorum  qui  prohibentur,  del  inquisidor 
Valdés,  donde  se  incluyó  la  misma  Guía,  la  cual  por  esta 
prohibición  no  podía  ser  ya  citada  por  autores  católicos  en 
España. 

Aunque  el  Tratado  de  la  Oración  lleva  en  la  portada  el 


(i)    Página  265. 

(2)  Véanse  las  páginas  6  de  este  tomo,  8  y  433  del  II,  y  436  del  XIV. 

(3)  Véanse  las  páginas  25  y  126  de  este  tomo. 


PROLOGO  VII 

nombre  del  «R.  P.  Fr.  Pedro  de  Alcántara,  fraile  menor  de 
la  Orden  del  B.  S.  Francisco»,  sin  duda  ni  temor  alguno  lo 
adjudico  á  Fr.  Luis  de  Granada,  su  verdadero  y  único  autor. 
Creo  haberlo  demostrado  evidentemente  en  otra  parte  (i),  y 
aunque  en  la  Bibliografía  Granadina  ampliaré  las  pruebas, 
aquí  sólo  llamaré  la  atención  sobre  la  advertencia  del  impre- 
sor al  lector  (pág.  440),  sobre  la  confesión  explícita  de  San 
Pedro  de  Alcántara  reconociendo  por  autor  principal  á  Fray 
Luis  de  Granada  (pág.  442),  sobre  la  cita  del  Libro  (grande) 
de  la  Oración  (pág.  509)  y  de  la  primitiva  Guia  de  Pecadores 
(pág.  465),  y  sobre  los  numerosos  pasajes  del  Tratado  de  la 
Oración  tomados  de  dicha  Guía  (páginas  297  y  491,  299  y  493, 
384  y  483,  385  y  484,  386  y  485,  400  y  506).  Todo  lo  cual 
demuestra  evidentemente  dos  cosas: 

1  .^  San  Pedro  de  Alcántara  recopiló  ó  compendió  el  Libro 
(grande)  de  la  Oración^  de  Fr.  Luis  de  Granada. 

2.^  Este  Tratado  de  la  Oración,  aunque  en  la  portada 
aparezca  bajo  el  nombre  del  R.  P.  Fr.  Pedro  de  Alcántara, 
no  es  el  suyo,  sino  otra  «recopilación  más  copiosa»  hecha 
por  el  principal  autor  (pág.  440),  el  cual  no  puede  ser  otro 
que  Fr.  Luis  de  Granada.  ¿Cuál  es  entonces  la  recopilación 
ó  compendio  hecho  por  San  Pedro  de  Alcántara?  ¿Dónde 
está?  En  la  Biblioteca  Vaticana,  donde  existe  un  ejemplar 
de  la  edición  de  Alcalá,  1558,  que  reproduciremos  fielmente 
en  la  Bibliografía  Granadina. 


Fr.  Justo  Cuervo 


(i)  Véase  mi  Biografía  de  Fr.  Luis  de  Granada,  con  unos  articulas  literarios 
donde  se  demuestra  que  el  Venerable  Padre,  y  no  Satt  Pedro  de  Alcántara,  es  el  verda- 
dero y  único  autor  del  Libro  de  la  Oración  (Madrid,  1896). 


LIBRO   LLAMADO 

GUIA   DE  PECADORES 

EN  EL  CUAL  SE  ENSEÑA 

TODO  LO  QUE   EL  CRISTIANO  DEBE  HACER 
DENDE  EL  PRINCIPIO  DE  SU  CONVERSIÓN 

HASTA  EL  FIN  DE  LA  PERFECCIÓN 

COMPUESTO    POR  EL 

R.   P.    FRAY    LUIS    DE    GRANADA 

de  la  Orden  de  Sattcto  Domingo, 


IMPRESO  EN  LISBOA 
En  Casa  de  Ioannes  Blavio  de  Colonia 
155Ó 
Con  privilegio  Real  por  diez  años. 


APROBACIÓN  DE  LA  OBRA 


Fué  visto  y  aprobado  el  presente  libro  por  el  muy  R.  Padre 
Maestro  F.  Gaspar  de  los  Reyes,  examinador  de  libros  por  el 
Reverendísimo  y  Serenísimo  Cardenal  Infante,  Inquisidor  gene- 
ral en  estos  reinos  de  Portugal. 


LO  CONTENIDO  EN  ESTE  LIBRO 


Esta  doctrina  está  repartida  en  cuatro  libros. 

El  primero  trata  de  la  conversión  del  pecador:  en  el  cual  se 
pone  una  exhortación  á  bien  vivir. 

En  el  segundo  se  dan  reglas  de  bien  vivir. 

En  el  tercero  se  trata  de  tres  principales  medios  con  que  se 
alcanza  la  gracia  para  bien  vivir,  que  son  oración,  confesión  y 
comunión. 

En  el  cuarto  sumariamente  se  trata  de  la  perfección,  que  es 
el  término  y  fin  de  la  buena  vida. 


A  LA  MUY  MAGNÍFICA  SEÑORA 


LA  SEÑORA  DOÑA  ELVIRA  DE  MENDOZA 


EN    MONTE    MAYOR    EL    NUEVO 


CARTA  DEL  AUTOR 


»0R  muchas  razones  me  moví  á  enviar  á  v.  m.  este 
pequeño  tratado,  y  particularmente  por  tener  enten- 
^  Kk'(^Jh  dido  con  cuan  alegre  cara  suele  v.  m.  recibir  seme- 
jantes presentes:  como  quien  la  mayor  parte  del  tiempo  y  de  la 
vida  gasta  en  ellos.  Porque  aunque  el  estado  de  casada  y  el  cargo 
de  la  casa  y  familia  sean  cosas  que  muchas  veces  distrayan  el 
ánimo  destos  sanctos  ejercicios,  pero  á  v.  m.  (por  singular  mer- 
ced y  privilegio  de  Dios)  cupo  en  suerte  la  compañía  de  tal  ma- 
rido, que  no  solamente  no  desfavorece  los  piadosos  ejercicios  de 
virtud  y  cristiandad,  sino  antes  tiene  ésta  por  suma  y  verdadera 
gloria  de  la  nobleza  cristiana,  como  en  hecho  de  verdad  lo  es.  Y 
lo  mismo  ha  querido  nuestro  Señor  que  tengan  otros  muchos 
señores  de  esta  noble  casa  y  familia,  con  lo  cual  hacen  más  ilus- 
tre su  sangre,  que  con  todos  los  otros  títulos  y  blasones  del  mun- 
do: los  cuales  así  como  son  de  mundo,  así  mueren  y  acaban  con 
él.  Así  que  reciba  v.  m.  este  pequeño  presente  para  sí,  y  para 
todos  estos  señores  sus  sobrinos  y  deudos:  en  quien  confío  en 
nuestro  Señor  será  muy  bien  empleado.  Y  si  algo  hay  en  esto  de 
servicio,  no  quiero  por  él  otro  galardón,  sino  alguna  pequeña 
parte  de  las  continuas  oraciones  de  v.  m.  Cuya  vida  y  estado 
nuestro  Señor  prospere  por  largos  tiempos  en  su  servicio. 


AL  LECTOR 


)RES  cosas  se  requieren,  cristiano  lector,  para  hacer  á  un 
hombre  verdaderamente  bueno  y  virtuoso,  que  es  el 
fin  que  la  doctrina  cristiana  pretende.  La  primera  es 
ganarle  la  voluntad  y  persuadirle  que  quiera  y  se  determine  á 
bien  vivir.  La  segunda  es  enseñarle  qué  es  lo  que  ha  de  hacer 
para  bien  vivir.  La  tercera,  declararle  cómo  alcanzará  fuerzas  y 
espíritu  para  vivir  esta  manera  de  vida.  Entre  estas  tres  cosas,  la 
postrera  es  la  más  importante  y  más  necesaria:  porque  (como  dice 
Aristóteles)  el  saber  poco  ó  nada  aprovecha  para  la  virtud.  Por- 
que dado  caso  que  yo  sepa  el  valor  y  méritos  de  la  virtud,  para 
inclinarme  á  ella,  y  sepa  todo  lo  que  tengo  de  hacer  para  ser  vir- 
tuoso, ¿qué  me  aprovecha  todo  esto,  si  no  tengo  fuerzas  para  re- 
sistir al  poder  de  la  mala  costumbre  y  á  la  tiranía  de  mis  pa- 
siones y  apetitos  que  me  llevan  en  pos  de  sí?  Por  do  parece 
claro  que  aunque  todas  estas  tres  partes  sean  necesarias,  la  prin- 
cipal entre  ellas  es  esta  tercera. 

Estas  tres  cosas  enseña  la  doctrina  cristiana  más  altamente 
que  todas  las  doctrinas  del  mundo,  con  tres  cosas  principales  de 
que  trata:  que  son  artículos  de  fe,  mandamientos  y  sacramentos. 
Porque  los  artículos  de  la  fe  nos  persuaden  á  bien  vivir,  alegán- 
donos, poniéndonos  delante  el  juicio  de  Dios,  el  paraíso,  el  in- 
fierno, los  beneficios  divinos  y  otras  cosas  que  á  esto  nos  pueden 
mover.  Los  mandamientos  de  la  ley  nos  enseñan  á  bien  vivir, 
declarándonos  lo  que  para  esto  debemos  hacer  y  debemos  huir. 
Y  porque  esto  no  se  puede  hacer  con  solas  nuestras  fuerzas  (por 
haber  quedado  la  naturaleza  muy  estragada  por  el  pecado)  so- 
córrennos  los  sacramentos  con  el  espíritu  y  gracia  que  nos  dan 
por  virtud  de  la  pasión  de  Cristo:  los  cuales  nos  dan  fuerzas  para 
cumplir  todo  esto.  Lo  cual  por  singular  excelenciay  providencia  de 
Dios  se  halla  en  sola  la  religión  cristiana,  y  en  ninguna  otra  se  halló 
jamás  ni  puede  hallar.  Porque  toda  la  filosofía  del  mundo,  y  toda 
la  facultad  humana,  no  se  extiende  á  más  que  á  persuadir  y  en- 


AL  LECTOR  § 


señar  los  hombres  en  alguna  manera  á  bien  vivir,  mas  no  á  dar 
espíritu  y  fuerzas  para  ello:  porque  esto  sólo  se  reservó  á  Cristo 
nuestro  Salvador  y  á  la  gracia  de  su  Evangelio. 

Pues  por  esto  con  muy  alto  consejo  está  repartida  esta  celes- 
tial doctrina  en  estas  tres  partes  principales  (que  corresponden  á 
estas  tres  cosas  susodichas)  de  las  cuales  convenía  que  tratasen 
siempre  todos  los  enseñadores  de  esta  doctrina:  unas  veces  ex- 
hortando á  bien  vivir  con  las  persuasiones  y  misterios  de  la  fe: 
otras,  enseñando  á  bien  vivir,  declarando  en  particular  la  doctrina 
de  los  mandamientos  y  de  los  pecados  contrarios  á  ellos:  y  otras, 
declarando  por  qué  medios  se  alcanza  la  gracia  para  cumplir  esos 
mandamientos,  exhortando  á  la  humilde  y  devota  frecuencia  de 
los  sacramentos:  con  los  cuales  se  junta  la  oración  (de  la  cual 
también  tratan  después  de  los  sacramentos  todos  los  que  escri- 
ben de  esta  doctrina)  porque  así  como  los  sacramentos  tienen 
virtud  para  dar  gracia,  así  la  oración  tiene  por  oficio  pedirla,  y  así 
nos  ayuda  en  esta  misma  demanda. 

§.n. 

Pues  como  esta  doctrina  sea  tan  necesaria,  parecióme  sería 
cosa  conveniente  escribir  de  ella  este  pequeño  volumen,  para 
que  fuese  como  un  manual  que  trajese  cada  uno  consigo,  en  el 
cual  pudiese  brevemente  aprender  lo  que  le  conviene.  Y  aunque 
otros  muchos  escritores  han  tratado  desta  misma  materia,  pero  la 
diferencia  está  en  esto,  que  los  otros  trataron  más  principalmente 
la  teórica  de  ella,  declarando  lo  que  pertenecía  á  la  inteligencia 
de  estas  cosas:  mas  aquí  presupuesta  la  teórica,  solamente  se 
trata  la  prática,  que  es  el  fin  á  que  todo  esto  se  ordena:  que  son 
aquellas  tres  cosas  que  dijimos  se  requerían  para  bien  vivir. 

Y  así  llevando  esta  orden  susodicha,  la  primera  parte  deste 
libro  se  emplea  en  persuadir  el  hombre  á  bien  vivir,  poniéndole 
delante  lo  que  para  esto  nos  propone  la  fe,  que  es  el  juicio  final, 
el  paraíso,  y  el  infierno,  y  los  beneficios  divdnos  y  otras  cosas  se- 
mejantes. La  segunda  enseña  lo  que  habemos  de  hacer  para  bien 
vivir,  proponiendo  para  esto  diversas  reglas  y  documentos  saca- 
dos de  la  ley  de  Dios  y  de  sus  avisos  y  mandamientos.  La  ter- 
cera trata  de  los  tres  principales  medios  con  que  se  alcanza  la  di- 
vina gracia,  que  son  confesión,  comunión  y  oración:  porque  los 


GUIA  DE  PECADORES 


sacramentos  tienen  virtud  para  dar  gracia,  y  la  oración  tiene  por 
oficio  pedirla,  y  así  le  corresponde  por  premio  alcanzarla.  Y  desta 
manera  cresciendo  por  ambas  partes  el  don  de  la  gracia,  crescen 
también  con  ella  las  riquezas  de  las  virtudes  y  de  la  buena  vida. 
En  los  otros  sacramentos  no  me  quise  entremeter,  por  la  breve- 
dad desta  escriptura. 

Al  cabo  de  todo  esto  (para  conclusión  desta  materia)  añadí 
unos  breves  avisos  y  documentos  de  la  perfección  desta  vida: 
los  cuales  aunque  pertenecían  á  la  segunda  parte  desta  doctri- 
na, quise  ponerlos  al  cabo  della:  porque  no  son  para  todos,  sino 
para  solos  aquéllos  que  se  han  ya  ejercitado  y  aprovechado  en 
los  documentos  de  las  reglas  pasadas. 

Alovíme  á  tomar  este  poco  de  trabajo  porque  algunos  predi- 
cadores celosos  de  la  honra  de  nuestro  Señor  y  salud  de  las  áni- 
mas, deseaban  que  hubiese  algún  pequeñuelo  volumen  que  tra- 
tase de  todas  estas  cosas,  el  cual  pudiesen  encomendar  en  los 
pueblos  donde  predicasen:  para  que  pues  la  memoria  de  los  hom- 
bres es  tan  flaca  y  la  voluntad  tan  tibia  para  lo  bueno,  pudiesen 
todos  tener  á  la  mano  este  pequeño  despertador,  para  que  ayu- 
dasen á  la  memoria  con  la  escriptura  y  á  la  tibieza  de  la  volun- 
tad con  el  calor  de  la  doctrina:  y  para  que  no  sólo  en  presencia, 
sino  también  en  ausencia  del  predicador  tuviesen  este  familiar 
predicador  en  casa  para  todas  las  veces  que  le  quisiesen  oir.  Esto 
es  lo  que  en  suma  contiene  este  breve  compendio:  y  bien  veo  que 
todo  ello  va  tratado  con  demasiada  brevedad:  mas  mi  intención 
es  (si  el  Señor  fuere  servido)  tratar  este  mismo  argumento  más 
copiosamente  en  otro  libro,  contentándome  al  presente  con  sacar 
á  luz  este  pequeño  volumen,  que  es  como  un  epítome  y  sumario 
de  lo  que  en  el  otro  se  ha  de  tractar. 

Resta  (para  salir  de  cargo)  avisar  al  cristiano  lector  que  aquí 
va  la  tercera  parte  que  prometimos  en  la  primera  impresión  del 
Libro  de  la  Oración,  aunque  acompañada  con  otras  cosas. 

Y  este  presente  tractado,  y  cualquier  otra  escriptura  mía,  hú- 
milmente  subjecto  á  la  corrección  de  la  Sancta  Madre  Iglesia, 
abrazando  lo  que  ella  abraza,  y  reprobando  lo  que  reprueba. 


COMIENZA  EL  LIBRO  PRIMERO 

QUE   TRATA 

DE  LA  CONVERSIÓN  DEL  PECADOR 

EN  EL  CUAL  SE  CONTIENE 
UNA    BREVE    EXHORTACIÓN   Á    BIEN   VIVIR 


'UENTA  la  Escriptura  divina  que  antes  que  Dios  destru- 
yese la  cibdad  y  reino  de  I  lierusalem  por  Nabuco- 
donosor  rey  de  Babilonia,  dijo  al  profeta  Hieremías 
estas  palabras:  Toma  un  libro  en  blanco,  y  escribe  en  él  todas 
las  palabras  que  te  he  dicho  contra  Judá  y  contra  Israel  dende 
el  día  que  comencé  á  hablar  contigo  hasta  el  día  presente,  y  lée- 
lo en  presencia  del  pueblo,  para  ver  si  por  v^entura  oyendo  esta 
gente  todos  los  males  que  yo  pienso  hacerles,  se  apartarán  de 
sus  malos  caminos,  para  que  así  les  sea  yo  propicio,  y  les  perdone 
sus  pecados,  y  cese  de  enviarles  este  castigo  que  tengo  deter- 
minado. Y  dice  luego  la  Escriptura  que  como  Baruch  notario  des- 
te  profeta  escribiese  todas  estas  palabras  y  las  leyese  en  pre- 
sencia del  pueblo  y  de  los  príncipes  del,  que  cayó  tan  gran 
temor  y  espanto  sobre  ellos,  que  se  miraban  á  las  caras  unos  á 
otros  como  atónitos,  por  la  grandeza  de  las  cosas  que  habían 
oído. 

Este  es,  hermano  mío,  el  medio  que  Dios  tomó  en  aquel 
tiempo  (y  en  otros  muchos  tiempos)  para  despertar  los  corazo- 
nes de  los  hombres  y  apartarlos  de  su  mal  camino,  como  uno 
de  los  más  eficaces  y  poderosos  que  para  esto  hay.  Porque  son 
tantas  y  tan  grandes  las  cosas  que  las  palabras  de  Dios  y  las 
letras  sagradas  y  la  profesión  de  nuestra  fe  nos  predican  en  fa- 
vor de  la  virtud  y  disfavor  del  vicio,  que  si  los  hombres  aten- 
tamente las  leyesen  y  ponderasen,  no  sería  posible  que  mu- 
chas veces  no  les  diese  grandes  vuelcos  el   corazón,  conside- 


S  GUIA  DE  PECADORES 

rando  por  aquí  la  grandeza  del  peligro  y  descuido  en  que  viven. 
Y  por  esto  una  de  las  cosas  que  más  deseaba  el  profeta  para 
remedio  de  estos  males,  era  ésta,  cuando  decía:  Gente  es  sin  con- 
sejo y  sin  prudencia:  pluguiese  á  Dios  que  supiesen,  y  enten- 
diesen, y  proveyesen  atentamente  lo  que  les  está  por  venir. 
Porque  verdaderamente,  si  los  hombres  esto  hiciesen  como  de- 
brían,  no  sería  posible  durar  mucho  tiempo  en  un  tan  errado  y 
tan  perdido  camino  como  llevan. 

Mas  ellos  andan  tan  beudos  y  tan  empapados  en  el  amor 
de  las  cosas  desta  vida,  unos  en  busca  de  honras,  otros  de  ha- 
ciendas, otros  de  deleites,  otros  de  oficios,  de  dignidades,  de 
privanzas  y  de  otros  semejantes  intereses,  que  ocupados  y  aho- 
gados con  los  cuidados  y  con  el  amor  encendidísimo  destas  co- 
sas, ni  tienen  espacio,  ni  ojos,  ni  corazón  para  entrar  un  poco 
dentro  de  sí  mismos,  y  abrir  los  ojos  á  la  consideración  de  todo 
esto.  Por  lo  cual  con  mucha  razón  dice  de  ellos  el  Profeta:  Hecho 
esEfraímasí  como  paloma  engañada  que  no  tiene  corazón.  Porque 
dado  caso  que  los  malos  tengan  corazón  para  amar  y  pensar  y  re- 
pensar las  cosas  desta  vida,  no  lo  quieren  tener  para  pensar  las 
de  la  otra:  las  cuales  son  tales  y  tan  admirables,  que  la  menor  de 
ellas  que  atentamente  se  considerase,  bastaba  para  dejarlos  ató- 
nitos y  convencidos  de  su  engaño. 

Pues  por  esta  causa  me  paresció  sería  cosa  conveniente  po- 
ner aquí  algunas  destas  cosas  ante  los  ojos  de  quien  las  qui- 
siese leer,  y  escrebir  (á  imitación  del  profeta  Hieremías)  no  so- 
lamente los  males  que  Dios  tiene  aparejados  para  los  malos,  sino 
también  el  descanso  y  los  bienes  que  tiene  proveídos  para  los 
buenos,  para  ver  si  por  ventura  oídas  y  entendidas  estas  cosas 
(como  dice  el  Profeta)  se  volverán  algunos  de  su  mal  camino: 
para  que  así  tenga  Dios  por  bien  de  recebirlos,  y  perdonarlos,  y 
librarlos  de  las  penas  que  Él  tiene  en  sus  Escrituras  amenazadas 
para  los  tales  como  ellos. 


DE  LA  CONSIDERACIÓN  DE  LA  ^lUERTE 

CAPÍTULO  II. 


COMENZANDO  agora  por  lo  que  está  más  cerca  de  nues- 
tros ojos  y  de  nuestra  consideración,  acuérdate,  her- 

_     mano,  que  eres  cristiano  y  que  eres  hombre:  por  la 

parte  que  eres  hombre,  sabes  cierto  que  has  de  morir,  y  por  la  que 
eres  cristiano  sabes  también  que  has  de  dar  cuenta  de  tu  vida  aca- 
bando de  morir.  En  esta  parte  no  nos  deja  dubdar  la  fe  que  profesa- 
mos, ni  en  la  otra  la  experiencia  de  lo  que  cada  día  vemos.  Así  que 
no  puede  nadie  excusar  este  trago,  que  sea  Emperador  que  sea 
Papa.  Día  vendrá  en  que  amanezcas  y  no  anochezcas,  ó  ano- 
chezcas y  no  amanezcas.  Día  vendrá  (y  no  sabes  cuándo,  si  hoy, 
si  mañana)  en  el  cual  tú  mismo  que  estás  agora  leyendo  esta 
escriptura,  sano  y  bueno  de  todos  tus  miembros  y  sentidos, 
midiendo  los  días  de  tu  vida  conforme  á  tus  negocios  y  deseos, 
te  has  de  ver  en  una  cama,  con  una  vela  en  la  mano,  esperando 
el  golpe  de  la  muerte  y  la  sentencia  dada  contra  todo  el  lina- 
je humano,  de  la  cual  no  hay  apelación  ni  suplicación.  Allí  se  te 
representará  luego  el  apartamiento  de  todas  las  cosas,  el  ago- 
nía de  la  muerte,  el  término  de  la  vida,  el  horror  de  la  sepultu- 
ra, la  suerte  del  cuerpo,  que  vendrá  á  ser  manjar  de  gusanos,  y 
mucho  más  la  del  ánima,  que  entonces  está  dentro  del  cuerpo, 
y  de  ahí  á  dos  horas  no  sabes  dónde  estará. 

Asi  te  parecerá  que  estás  ya  presente  en  el  juicio  de  Dios 
y  que  todos  tus  pecados  te  están  acusando  y  poniendo  deman- 
da delante  del.  Allí  verás  abiertamente  qué  tan  grandes  males 
eran  los  que  tú  tan  fácilmente  cometías,  y  maldirás  mil  v^eces 
el  día  en  que  pecaste,  y  el  deleite  que  te  hizo  pecar.  Allí  no 
acabarás  de  maravillarte  de  ti  mismo,  cómo  por  cosas  tan  livia- 
nas (cuales  eran  las  que  tú  amabas)  te  pusiste  en  peligro  de  pa- 
decer eternalmente  dolores  tan  grandes  como  allí  comenzarás  á 
sentir.  Porque  como  los  deleites  sean  ya  pasados,  y  el  juicio  de 


10  GUIA  DE  PECADORES 

ellos  comience  ya  á  parecer:  lo  que  de  suyo  era  poco  y  dejó  de 
ser,  paresce  nada:  y  lo  que  de  suyo  es  mucho,  y  está  presente, 
parece  más  claro  lo  que  es.  Pues  como  tú  veas  que  por  cosas 
tan  vanas  estás  en  términos  de  perder  tanto  bien,  y  mirando  á 
todas  partes  te  veas  por  todas  cercado  y  atribulado  (porque  ni 
queda  más  dempo  de  vida,  ni  hay  más  plazo  de  penitencia,  y 
el  curso  de  tus  días  es  ya  fenecido,  y  ni  los  amigos  ni  los  ídolos 
que  adoraste,  te  pueden  allí  valer,  antes  las  cosas  que  más  ama- 
bas y  preciabas  te  han  de  dar  allí  mayor  tormento)  dime,  ruégo- 
te,  cuando  te  veas  en  este  trance,  ¿qué  sentirás?  ¿donde  irás?  ¿qué 
harás?  ¿á  quién  llamarás?  Volver  atrás  es  imposible,  pasar  ade- 
lante es  intolerable,  estarte  así  no  se  concede.  Pues  ¿qué  harás? 
Entonces  (dice  Dios  por  el  Profeta)  se  pondrá  el  sol  á  los 
malos  en  medio  del  día,  y  haré  que  se  les  escurezca  la  tierra  en 
el  día  claro,  y  converdré  sus  fiestas  en  llanto  y  sus  postrimerías 
en  día  amargo.  ¡Qué palabras  éstas  tan  para  temer!  Entonces  (dice) 
se  les  pondrá  el  sol  en  medio  del  día:  porque  representándose  á 
los  malos  en  aquella  hora  la  muchedumbre  de  sus  pecados,  y 
viendo  que  la  justicia  de  Dios  les  comienza  ya  á  cerrar  los  tér- 
minos de  la  vida  y  de  la  penitencia,  vienen  muchos  dellos  á  te- 
ner tan  grandes  temores  y  desconfianzas,  que  les  parece  que  es- 
tán ya  desahuciados  y  despedidos  de  la  misericordia  divina.  Y 
estando  aun  en  medio  del  día,  esto  es,  dentro  del  término  desta 
vida  (que  es  dempo  de  merecer  y  desmerecer)  les  parecerá  que 
para  ellos  no  hay  lugar  de  mérito  ni  de  demérito,  sino  que  todo 
les  está  ya  como  cerrado.  Poderosa  es  la  pasión  del  temor,  la 
cual  de  las  cosas  pequeñas  hace  grandes,  y  de  las  ausentes  pre- 
sentes. Y  si  esto  hace  á  las  veces  un  temor  liviano,  ¿qué  hará 
entonces  el  temor  de  tan  justo  y  tan  verdadero  peligro?  Vense 
en  esta  vida  aun  entre  sus  amigos,  y  paréceles  que  ya  comien- 
zan á  sentir  el  dolor  de  los  condenados.  Juntamente  están  vivos 
y  muertos,  y  doliéndose  de  los  bienes  presentes  que  dejan,  co- 
mienzan á  padecer  los  males  venideros  que  barruntan.  Tienen 
por  dichosos  á  los  que  acá  se  quedan,  y  créceles  con  esta  invi- 
día  la  causa  de  su  dolor.  Pues  entonces  se  les  pondrá  el  sol  en 
medio  del  día,  cuando  á  doquiera  que  volvieren  los  ojos  les 
parecerá  que  por  todas  partes  les  está  cerrado  el  camino  del 
cielo,  y  que  ninguno  rayo  se  les  descubre  de  luz.  Porque  si  mi- 
ran á  la  misericordia  de  Dios,  paréceles  que  la  tienen  desmere- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  II.  U 


cida  y  ofendida:  si  á  la  justicia,  paréceles  que  viene  ya  á  dar  so- 
bre su  cabeza,  y  que  hasta  allí  ha  sido  su  día,  y  que  dende  allí 
comienza  ya  á  ser  el  día  de  Dios.  Si  miran  á  la  vida  pasada, 
toda  ella  los  está  acusando:  si  al  tiempo  presente,  ven  que  se 
están  muriendo:  si  un  poco  más  adelante,  ven  al  Juez  que  los 
está  esperando  para  entrar  con  ellos  en  juicio.  Pues  entre  tantos 
objectos  y  causas  de  temor  ^  qué  harán? 

Dice  más,  que  se  les  convertirá  en  tinieblas  la  luz  del  día 
claro.  Quiere  decir,  que  las  cosas  que  les  solían  dar  antes  mayor 
alegría,  entonces  les  darán  mayor  dolor.  Alegre  cosa  es  para  el 
que  vive,  la  vista  de  sus  hijos,  y  de  sus  amigos,  y  de  su  casa  y 
hacienda,  y  de  todo  lo  que  ama.  Mas  entonces  se  convertirá 
esta  luz  en  tinieblas:  porque  todas  estas  cosas  darán  allí  mayor 
tormento  y  serán  más  crueles  verdugos  de  sus  amadores.  Por- 
que natural  cosa  es  que  así  como  la  posesión  y  presencia  de  lo 
que  se  ama,  da  alegría,  así  el  apartamiento  y  la  pérdida  dé  dolor. 
Y  por  esto  quitan  á  los  dulces  hijos  de  la  presencia  del  padre 
que  se  está  muriendo,  y  se  esconde  la  buena  mujer  en  este 
tiempo,  por  no  dar  y  tomar  tan  crueles  dolores  con  su  presen- 
cia. Y  con  ser  la  partida  para  tan  lejos,  y  la  despedida  para  tan 
largo  camino,  no  deja  guardar  el  dolor  los  términos  de  la  buena 
crianza,  ni  da  lugar  al  que  se  parte  para  decir  á  los  amigos:  Que- 
daos á  Dios.  Si  tú  has  llegado  á  este  punto,  en  todo  esto  verás 
que  digo  verdad:  mas  si  aun  no  has  llegado  á  él,  cree  á  los  que 
por  aquí  han  pasado,  pues  como  dice  el  Sabio,  los  que  nave- 
gan la  mar,  cuentan  los  peligros  de  ella. 

§.  n. 

Y  si  tales  son  las  cosas  que  pasan  antes  de  la  salida,  <jqué 
será  las  que  pasarán  después  de  ella?  Si  tal  es  la  víspera  y  la 
vigilia,  ^  qué  tal  será  la  misma  fiesta  y  el  día?  Dime  pues,  ¿qué 
sentirás  en  aquella  hora,  cuando  salido  ya  desta  vida  entres  en 
aquel  divino  juicio,  solo,  pobre  y  desnudo,  sin  más  valedores 
que  tus  buenas  obras,  y  sin  más  compañía  que  la  de  tu  propria 
consciencia,  y  esto  en  un  tribunal  tan  riguroso,  donde  no  se 
trata  de  cortar  la  cabeza  y  perder  la  vida  temporal,  sino  de  vida 
y  muerte  perdurable?  Y  si  en  la  tela  deste  juicio  te  hallares  al- 
canzado de  cuenta,  ¡cuáles  serán  entonces  los  desmayos  y  tra- 


12  GUIA  DE  PECADORES 


sudores  de  tu  corazón!  ¡Cuan  confuso  te  hallarás,  cuan  arre- 
pentido y  cuan  pobre  de  consejo!  Grande  fué  el  cortamiento  y 
desmayo  de  los  príncipes  de  Judá  cuando  vieron  la  espada  ven- 
cedora de  Sesach  rey  de  Egipto  volar  por  las  plazas  de  Hieru- 
salem,  cuando  por  la  pena  del  castigo  presente  conoscieron  la 
culpa  del  yerro  pasado.  Mas  ¿qué  es  todo  esto  en  comparación 
de  la  confusión  y  perplejidad  en  que  allí  los  malos  se  verán? 
^ Qué  harán?  <i Dónde  irán?  ^  Con  qué  se  defenderán?  Lágrimas 
allí  no  valen:  arrepentimientos  allí  no  aprovechan:  oraciones  allí 
no  se  oyen:  promesas  para  adelante  allí  no  se  admiten:  tiempo 
de  penitencia  allí  no  se  da,  porque  acabado  el  postrer  punto  de 
la  vida,  ya  no  hay  más  tiempo  de  penitencia.  Pues  riquezas,  y 
linaje,  y  favor  de  mundo,  mucho  menos  aprovecharán:  porque 
como  dice  el  Sabio:  No  aprovecharán  las  riquezas  en  el  día  de  la. 
venganza,  mas  la  justicia  sola  librará  de  la  muerte. 

Pues  el  rigor  de  la  tela  deste  juicio,  ^  quién  lo  podrá  expli- 
car? De  un  defunto  leemos  que  apáreselo  á  un  amigo  suyo  muy 
afatigado  y  aquejado  de  dolores,  repitiendo  con  grandes  voces 
y  gemidos  estas  palabras:  Nadie  cree,  nadie  cree,  nadie  cree.  Y 
como  el  amigo  le  preguntase  qué  quería  decir  aquello,  respon- 
dió: Nadie  cree  cuan  estrechamente  juzga  Dios,  y  cuan  severa- 
mente castiga. 

Para  confirmación  de  lo  cual  referiré  aqui  una  cosa  de  grande 
admiración  que  S.  Juan  Clímaco  escribe  haber  acaescido  á  un 
religioso  de  su  tiempo.  Dice  él  que  en  un  cierto  monesterio  de 
aquéllos  había  un  monje  descuidado  en  su  manera  de  vida:  el 
cual  llegando  á  punto  de  muerte,  fué  arrebatado  en  espíritu:  don- 
de vio  el  rigor  y  severidad  espantosa  deste  postrero  juicio  que 
todos  esperamos.  Y  como  después  por  especial  misericordia  y 
dispensación  de  Dios  volviese  en  sí,  alcanzado  espacio  de  peni- 
tencia, dice  este  Sancto  que  rogó  á  todos  los  religiosos  que  pre- 
sentes estábamos,  que  saliésemos  de  su  celda:  y  cerrando  la 
puerta  á  piedra  y  lodo,  quedóse  dentro  hasta  el  día  que  murió  (que 
fué  por  espacio  de  doce  años)  sin  salir  jamás  de  allí,  ni  hablar 
palabra  á  nadie,  ni  comer  otra  cosa  todo  aquel  tiempo,  sino  solo 
pan  y  agua:  y  asentado  en  su  celda,  estaba  como  atónito,  revol- 
viendo en  su  corazón  lo  que  había  visto  en  aquel  arrebatamiento: 
y  tenía  tan  fijo  el  pensamiento  en  ello,  que  así  también  tenía  el 
rostro  fijo  en  un  lugar,  sin  volverlo  á  una  parte  ni  á  otra,  dcrra- 


LIBRO   I.   CAPÍTULO   IÍ.  13 


mando  á  la  continua  muy  fervientes  lágrimas,  las  cuales  corrían 
siempre  hilo  á  hilo  por  sus  ojos.  Y  llegada  la  hora  de  su  muerte, 
rompimos  la  puerta,  que  estaba  (como  se  dijo)  cerrada,  y  entra- 
mos todos  los  monjes  de  aquel  desierto  en  su  celda,  y  rogámosle 
con  toda  humildad  nos  dijese  alguna  palabra  de  edificación:  y  no 
dijo  más  que  sola  ésta:  Dígoos  de  verdad,  Padres,  que  si  los  hom- 
bres entendiesen  cuan  espantoso  es  este  último  trance  y  juicio 
de  la  muerte,  que  no  sería  posible  jam.ás  ofender  á  Dios.  To- 
das éstas  son  palabras  de  S.  Juan  Clímaco,  que  se  halló  presente 
á  este  negocio,  y  da  testimonio  de  lo  que  vio.  De  manera  que  en 
el  hecho  (aunque  parezca  increíble)  no  hay  que  dudar,  pues  tan 
fiel  es  el  testigo:  y  en  lo  demás  hay  por  qué  temer,  considerando 
la  penitencia  que  este  sancto  hizo,  y  mucho  más  la  grandeza  de 
aquella  visión  que  vio,  de  donde  procedió  la  tal  penitencia.  Y 
que  esto  sea  verdad,  basta  la  conformidad  que  tiene  con  las  Es- 
crituras sagradas,  en  las  cuales  leemos  aquella  tan  celebrada  sen- 
tencia: Acuérdate  de  tus  postrimerías,  y  nunca  jamás  pecarás. 

Y  pues  éste  es  tan  sano  y  tan  provechoso  consejo,  ruégote 
agora,  hermano,  lo  quieras  tomar  para  ti,  acordándote  y  conside- 
rando con  toda  atención  esto  en  que  has  de  parar.  Y  como  hay 
en  esto  muchas  cosas  que  pensar  y  que  rumiar,  á  lo  menos  rué- 
gote que  destas  tres  jamás  caiga  olvido  en  tu  memoria.  La  pri- 
mera, qué  tan  grande  ha  de  ser  la  pena  que  alh  recibirás  por 
haber  ofendido  á  Dios.  La  segunda,  qué  tanto  es  lo  que  allí  de- 
searas haberle  servido  y  agradado,  para  tenerle  propicio  en  aque- 
lla hora.  La  tercera,  qué  linaje  de  penitencia  desearas  allí  hacer, 
si  para  esto  se  te  diese  tiempo:  porque  de  tal  manera  trabajes 
por  vivir  agora,  como  entonces  desearas  haber  vivido. 


DEL    JUICIO    FINAL 

CAPÍTULO  III. 


ESPUES  de  la  muerte  se  sigue  el  juicio  particular  de 
cada  uno,  y  después  el  juicio  universal  de  todos, 
cuando  se  cumplirá  aquello  que  dice  el  Apóstol: 
Todos  conviene  que  seamos  presentados  ante  el  tribunal  de  Cris- 
to: para  que  dé  cada  uno  cuenta  del  bien  ó  mal  que  hizo  en  este 
cuerpo. 

Muchas  cosas  hay  que  considerar  en  este  juicio:  mas  una  de 
las  principales  es  ver  de  qué  género  de  cosas  se  nos  ha  de  pedir 
cuenta  en  él.  Escudriñaré  (dice  Dios)  á  Hierusalén  con  una  can- 
dela en  la  mano.  Manera  de  hablar  es  ésta  de  la  Escriptura  divi- 
na, en  la  cual  se  da  á  entender  la  menudencia  de  las  cosas  de  que 
allí  se  han  de  examinar:  cuales  son  las  que  los  hombres  suelen 
buscar  desta  manera.  Porque  no  habrá  un  solo  pensamiento  vano, 
ni  un  punto  de  tiempo  mal  gastado,  que  no  haya  de  ser  traído  á 
cuenta  en  aquel  juicio.  ¿A  quién  no  ponen  admiración  aquellas 
palabras  del  Salvador:  En  verdad  os  digo  que  de  cualquier  pa- 
labra ociosa  que  hablaren  los  hombres,  darán  cuenta  en  el  día 
del  juicio?  Pues  si  destas  palabras  que  no  hacen  á  nadie  mal  ni 
bien,  se  ha  de  pedir  cuenta,  ¿qué  será  de  las  palabras  deshones- 
tas, y  de  los  pensamientos  sucios,  y  de  las  manos  sangrientas, 
y  de  los  ojos  adúlteros,  y  finalmente  de  todo  el  tiempo  de  la 
vida  expendido  en  malas  obras?  Si  esto  es  verdad  (como  lo  es) 
I  qué  se  puede  decir  del  rigor  deste  juicio,  que  no  sea  menos  de 
lo  que  es  ?  ¡  Cuan  asombrado  quedará  un  hombre,  cuando  en  pre- 
sencia de  un  tan  gran  senado  se  le  haga  cargo  de  una  palabrilla 
que  tal  día  habló  sin  propósito  !  ¿A  quién  no  pone  en  admiración 
esta  tan  nueva  demanda?  ¿  Quién  osara  decir  esto,  si  Dios  no  lo 
dijera?  ¿Qué  Rey  jamás  pidió  cuenta  á  alguno  de  sus  criados  de 
un  cabo  de  un  agujeta?  ¡Oh  alteza  de  la  religión  cristiana,  cuan 
grande  es  la  pureza  que  enseñas,  y  cuan  estrecha  la  cuenta  con 
que  la  pides,  y  con  cuan  riguroso  juicio  la  castigas! 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   Ílt.     '  i  5 

¡Cuál  será  también  la  vergüenza  que  allí  los  malos  pasarán, 
cuando  todas  las  maldades  que  ellos  tem'an  encubiertas  con  las 
paredes  de  sus  casas,  y  todas  las  torpezas  y  deshonestidades  que 
cometieron  dende  sus  primeros  días,  con  todos  los  rincones  y  se- 
cretos de  sus  conciencias,  sean  pregonados  en  la  plaza  y  ojos  de 
todo  el  mundo !  Pues  ¿  quién  tendrá  la  consciencia  tan  limpia,  que 
no  comience  dende  agora  á  mudar  las  colores  y  temer  esta  ver- 
güenza? Porque  si  descubrir  un  hombre  sus  culpas  á  un  confe- 
sor en  un  fuero  tan  secreto  como  el  de  la  confesión,  es  cosa  tan 
vergonzosa  que  muchos  por  esto  se  tragan  el  pecado  y  se  quedan 
en  estado  de  condenación,  por  no  pasar  aquella  vergüenza,  ,3  qué 
será  la  vergüenza  de  Dios  y  de  todos  los  siglos  presentes,  pasa- 
dos y  venideros?  Será  tan  grande  esta  vergüenza,  que  como  el 
Profeta  dice,  darán  voces  á  los  montes  y  dirán:  Oh  montes,  caed 
sobre  nosotros,  y  sumidnos  en  los  abismos  donde  no  parezcamos 
con  tan  grande  confusión. 

Pues  ^1  qué  será,  sobre  todo  esto,  esperar  el  rayo  de  aquella  sen- 
tencia final:  Id,  malditos,  al  fuego  eterno,  que  está  aparejado  para 
Satanás  y  para  sus  ángeles?  ¿Qué  sentirán  los  malaventurados 
con  esta  palabra  ?  Si  apenas  podemos  (dice  el  sancto  Job)  oir  la 
más  pequeña  de  sus  palabras,  ^  quién  podrá  esperar  aquel  espan- 
toso trueno  de  su  grandeza? 

Esta  palabra  será  tan  espantosa  y  de  tanta  virtud,  que  por 
ella  se  abrirá  la  tierra  en  un  momento,  y  serán  sumidos  y  des- 
peñados en  los  abismos  los  que  (como  dice  el  mismo  Job)  tañían 
aquí  el  pandero  y  la  vihuela,  y  se  holgaban  con  la  suavidad  y 
música  de  los  órganos,  y  gastaban  sus  días  en  deleites  y  vani- 
dad. Esta  caída  describe  S.  Juan  en  el  Apocalipsi  por  estas  pala- 
bras. Vi  (dice  él)  un  ángel  que  descendía  del  cielo  con  gran  poder, 
y  con  tanta  claridad,  que  hacía  resplandecer  toda  la  tierra,  y  dio 
una  grande  voz  diciendo:  Cayó,  cayó  aquella  gran  cibdad  de  Ba- 
bilonia, y  ya  es  hecha  morada  de  demonios,  y  cárcel  de  todos 
los  espíritus  sucios  y  de  todas  las  aves  sucias  y  abominables.  Y 
añade  luego  el  Evangelista  diciendo:  Y  vi  á  un  ángel  poderoso 
levantar  en  alto  una  piedra  como  de  un  molino,  y  arrojóla  en  la 
mar  diciendo:  Con  este  ímpetu  será  arrojada  aquella  gran  cibdad 
de  Babilonia  en  el  profundo,  y  nunca  jamás  volverá  á  ser. 

Desta  manera,  pues,  cairán  los  malos  en  aquel  despeñadero  y 
en  aquella  cárcel  de  tinieblas  y  confusión.  Mas  ¿  qué  lengua  podrá 


í6  GUÍA  DE  PECADORES 


explicar  la  muchedumbre  de  penas  que  allí  padescerán?  Allí  ar- 
derán sus  cuerpos  en  vivas  llamas,  que  nunca  jamás  se  acabarán. 
Allí  estarán  sus  ánimas  carcomiéndose  y  despedazándose  con 
aquel  gusano  remordedor  de  la  consciencia,  que  nunca  cesará 
de  morder.  Allí  será  aquel  perpetuo  llanto  y  crujir  de  dientes, 
con  que  tantas  veces  nos  amenazan  las  Escripturas  divinas.  Allí 
los  malaventurados  con  una  cruel  desesperación  y  rabia  volverán 
las  iras  contra  Dios  y  contra  sí  mismos,  y  allí  estarán  comiendo  sus 
carnes  á  bocados,  rompiendo  sus  entrañas  consospiros,  quebrando 
sus  dientes  á  tenazadas,  y  despezando  rabiosamente  sus  carnes 
con  sus  uñas,  y  blasfemando  y  renegando  siempre  del  juez  que  así 
los  mandó  penar.  Allí  cada  uno  dellos  maldirá  á  su  desastrada 
suerte  y  su  desdichado  nascimiento,  repetiendo  siempre  aque- 
llas tristes  lamentaciones  y  palabras  de  Job,  aunque  con  otro 
ánimo  y  con  otro  diferente  propósito  del  que  fueron  dichas.  Pe- 
rezca (dirán)  el  día  en  que  nascí,  y  la  noche  en  que  fué  dicho: 
Concebido  es  este  hombre.  Aquel  día  se  vuelva  en  tinieblas,  no  ten- 
ga Dios  cuenta  con  él,  ni  sea  alumbrado  con  lumbre.  Escurézcan- 
lo  tinieblas  y  sombra  de  muerte:  sea  lleno  de  escuridad  y  de 
amargura.  En  aquella  noche  corra  un  torbellino  tenebroso,  no  sea 
contado  en  el  número  de  los  días  ni  de  los  meses  del  año.  ^  Por- 
qué no  me  tomó  la  muerte  en  el  vientre  de  mi  madre?  ¿  Porqué 
luego  como  acabé  de  nascer,  no  perecí?  (¡Porqué  me  recibieron 
en  el  regazo?  ¿Porqué  me  dieron  leche  á  los  pechos? 

Ésta  pues  será  la  música,  éstas  las  canciones,  éstos  los  maitines 
continuos  de  aquellos  malaventurados.  ¡  Oh  disdichadas  lenguas, 
que  ninguna  otra  palabra  hablaréis  sino  blasfemias!  ¡Oh  mise- 
rables oídos,  que  ninguna  otra  cosa  oiréis  sino  gemidos !  ¡  Oh  des- 
venturados ojos,  que  ninguna  otra  cosa  veréis  sino  miserias  !  ¡  Oh 
tristes  cuerpos,  que  ningún  otro  refigerio  tendréis  sino  llamas  1 

¡Cuáles  estarán  entonces  los  que  toda  su  vida  gastaron  en  de- 
leites y  pasatiempos!  ¡Oh,  cuan  breve  delectación  hizo  tan  larga 
soga  de  miserias!  Oh  locos  y  desventurados,  ¿qué  os  aprovechan 
agora  todos  aquellos  pasatiempos  de  que  tan  poco  tiempo  go- 
zastes,  pues  agora  eternalmente  lloraréis?  (¡Qué  se  hicieron  vues- 
tras riquezas?  i dónde  están  vuestros  thesoros?  ¿dónde  están  vues- 
tros deleites  y  placeres?  Pasáronse  los  siete  años  de  fertilidad,  y 
sucedieron  los  otros  siete  de  tanta  esteriHdad,  que  se  tragaron 
toda  la  abundancia  de  los  pasados,  sin  que  quedase  della  rastro  ni 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   IIL  1 7 


memoria.  Pereció  ya  vuestra  gloria,  y  hundióse  vuestra  felicidad 
en  ese  piélago  de  dolor.  A  tanta  esterilidad  sois  venidos,  que  ni 
una  sola  gota  de  agua  se  os  concede,  para  templar  esa  tan  anti- 
gua y  tan  rabiosa  sed  que  os  atormenta.  Y  no  sólo  no  os  aprove- 
chará vuestra  antigua  prosperidad,  sino  antes  ésa  es  la  que  más 
cruelmente  os  afligirá.  Porque  ahí  es  donde  se  cumplirá  aquello 
que  dijo  el  sancto  Job,  que  la  dulcedumbre  de  los  malos  vendrá  á 
parar  en  gusanos,  cuando  (como  declara  S.  Gregorio)  la  memo- 
ria de  los  deleites  pasados  les  haga  sentir  más  el  amargura  de  los 
dolores  presentes,  acordándose  cómo  se  vieron,  y  cómo  se 
ven,  y  cómo  por  lo  que  tan  presto  se  pasó,  padescen  lo  que  nun- 
ca jamás  se  acabará. 

Entonces  claramente  conocerán  la  burla  del  enemigo,  y  caí- 
dos ya  en  la  cuenta  (aunque  tarde)  comenzarán  á  decir  aquellas 
palabras  de  la  Sabiduría:  ¡Desventurados  de  nosotros,  cómo  se  ve 
agora  que  erramos  el  camino  de  la  verdad,  y  que  la  lumbre  de 
justicia  no  nos  alumbró,  y  que  el  sol  de  inteligencia  no  salió  so- 
bre nosotros!  Aperreados  anduvimos  por  el  camino  de  la  maldad 
y  perdición,  y  nuestros  caminos  fueron  ásperos  y  dificultosos,  y  el 
camino  del  Señor  tan  llano  nunca  supimos  atinarlo.  ,1  Qué  nos  apro- 
vechó nuestra  soberbia,  y  la  pompa  de  nuestras  riquezas?  Pa- 
sáronse todas  estas  cosas  como  sombra  que  vuela,  ó  como  correo 
que  va  por  la  posta,  ó  como  navio  que  navega  por  el  agua,  que 
después  de  pasado,  no  deja  rastro  de  su  camino.  Tales  palabras 
dijeron  en  el  infierno  los  que  pecaron,  porque  la  esperanza  del 
malo  es  como  el  pelito  que  se  lleva  el  viento,  ó  como  la  espuma 
de  la  mar  que  deshace  la  ola,  ó  como  el  humo  que  luego  se  resuel- 
ve en  el  aire,  ó  como  la  memoria  del  huésped  de  un  día  que  va 
de  camino.  Éstas  son  las  querellas,  éste  el  arrepentimiento,  ésta 
la  penitencia  perpetua  que  aUí  hacen  los  malos:  la  cual  nada  les 
aprovechará,  porque  ya  pasó  el  tiempo  de  aprovechar. 

Venid,  pues,  agora  que  es  tiempo,  los  que  tenéis  oídos  para 
oir,  y  tomad  aquel  consejo  tan  saludable  que  os  da  Dios  por  su 
Profeta  diciendo:  Dad  gloria  al  Señor  Dios  vuestro  antes  que  se 
escurezca  el  día,  antes  que  caiga  sobre  vosotros  la  noche  escura 
de  la  muerte,  antes  que  vengan  á  tropezar  vuestros  pies  en  aque- 
llos montes  escuros  y  tenebrosos,  donde  esperaréis  la  lumbre,  y 
volvérseos  ha  en  tinieblas  y  sombras  de  muerte.  Y  el  mismo  Se- 
ñor, que  mejor  que  nadie  conoce  la  grandeza  deste  peligro,  nos 

QBRAS  DE  GRANADA  X-a 


GUIA  bE  PECADORES 


previene  para  esto  con  tiempo  en  su  Evangelio  diciendo:  Mirad 
no  se  carguen  y  apesguen  vuestros  corazones  con  demasiados  co- 
meres y  beberes  y  con  los  cuidados  y  negocios  desta  vida,  y  os 
venga  de  rebato  aquel  temeroso  día:  porque  así  como  lazo  ha  de 
venir  sobre  todos  los  que  moran  sobre  la  haz  de  la  tierra.  Y  por 
esto  velad  y  haced  oración  en  todo  tiempo:  porque  merezcáis  ser 
librados  de  todos  estos  males  que  han  de  venir,  y  parescer  de- 
lante del  Hijo  de  la  Virgen. 


DE  LA  GLORIA  DE  LOS  BIENAVENTURADOS 

Cx\PÍTULO  IV 


ESPUÉS  de  la  condenación  y  sentencia  de  los  malos, 
sigúese  luego  el  galardón  y  gloria  de  los  buenos: 
que  es  aquel  bienaventurado  reino,  y  aquella  di- 
chosa vida  que  Dios  les  tiene  aparejada  dende  el  principio  del 
mundo.  Qué  tal  sea  esta  vida,  no  hay  lenguas  de  ángeles  ni  de 
hombres  que  basten  para  lo  explicar.  Mas  para  tener  algún 
olor  y  conoscimiento  de  ella,  oye  agora  brevemente  lo  que 
S.  Augustín  dice  de  ella  en  una  meditación  suya  por  estas  pala- 
bras. ¡Oh  vida  aparejada  de  Dios  para  sus  amigos,  vida  biena- 
venturada, vida  segura,  vida  sosegada,  vida  hermosa,  vida  lim- 
pia, vida  casta,  vida  sancta,  vida  no  sabidora  de  muerte,  vida 
sin  tristeza,  sin  trabajo,  sin  dolor,  sin  congoja,  sin  corrupción, 
sin  sobresalto,  sin  variedad  ni  mudanza:  vida  llena  de  toda  her- 
mosura y  dignidad,  donde  ni  hay  enemigo  que  ofenda,  ni  delei- 
te que  inficione,  donde  el  amor  es  perfecto,  y  el  temor  ninguno, 
donde  el  día  es  eterno,  y  el  espíritu  de  todos  uno,  donde  Dios  se 
ve  cara  á  cara,  y  solo  este  manjar  se  come  en  ella  sin  hastío!  De- 
leítame considerar  tu  claridad,  y  agradan  tus  bienes  á  mi  deseoso 
corazón.  Cuanto  más  te  considero,  más  me  hiere  tu  amor.  Gran- 
demente me  deleita  el  deseo  grande  de  ti,  y  no  menos  me  es 
dulce  tu  memoria.  ¡  Oh  vida  felicísima,  oh  reino  verdaderamente 
bienaventurado,  que  careces  de  muerte,  que  no  tienes  fin:  á  quien 
ningunos  tiempos  suceden,  donde  el  día  sin  noche  continuado  no 
sabe  qué  cosa  es  mudanza:  donde  el  caballero  vencedor  ayunta- 
do á  aquellos  perpetuos  coros  de  ángeles,  y  coronada  la  cabeza 
con  guirnalda  de  gloria,  canta  á  Dios  un  cantar  de  los  cantares  de 
Siónl  Dichosa  y  muy  dicliosa  sería  mi  ánima,  si  acabado  el  curso 
desta  peregrinación,  mereciese  yo  ver  tu  gloria,  tu  bienaven- 
turanza, tu  hermosura,  los  muros  y  puertas  de  tu  ciudad,  tus  pla- 
zas, tus  aposentos,  tus  generosos  ciudadanos  y  tu  rey  omnipo- 
tente en  su  hermosa  majestad.  Las  piedras  de  tus  muros  son  pre- 
ciosas, las  puertas  están  sembradas  de  perlas  resplandecientes,  tus 


20  GUIA  DE  PECADOREÓ 


plazas  son  de  oro  muy  subido,  en  las  cuales  nunca  faltan  perpe- 
tuas alabanzas.  Las  casas  son  de  sillería,  los  sillares  son  zafires,  los 
maderamientos  racimos  de  oro,  donde  ninguno  entra  sino  limpio, 
y  ninguno  mora  que  sea  sucio.  Hermosa  y  suave  eres  en  tus  de- 
leites, madre  nuestra  Hierusalén.  Ninguna  cosa  en  ti  se  padece  de 
las  que  aquí  se  padecen.  Muy  diferentes  son  tus  cosas,  de  las  que 
en  esta  vida  miserable  siempre  vemos.  En  ti  nunca  se  ven  tinie- 
blas, ni  noche,  ni  mudanza  de  tiempos.  La  luz  que  te  alumbra  ni 
es  de  lámparas,  ni  de  luna,  ni  de  lúcidas  estrellas,  sino  Dios  que 
procede  de  Dios,  y  luz  que  mana  de  luz,  es  el  que  te  da  claridad. 
El  mismo  Rey  de  los  reyes  reside  siempre  en  medio  de  ti  cerca- 
do de  sus  ministros.  Allí  los  ángeles  á  coros  le  dan  música  muy 
suave.  Allí  se  goza  la  hermandad  de  aquellos  nobles  ciudadanos. 
Allí  se  celebra  una  perpetua  solemnidad  y  fiesta  con  cada  uno  de 
los  que  entran  desta  peregrinación.  Allí  está  la  orden  de  los  pro- 
fetas, allí  el  señalado  coro  de  los  Apóstoles,  allí  el  ejército  nun- 
ca vencido  de  los  mártires,  allí  el  reverendísimo  convento  de  los 
confesores,  aUí  los  verdaderos  y  perfectos  religiosos,  allí  las  sane- 
tas  mujeres  que  juntamente  vencieron  los  mundanos  deleites  con 
la  flaqueza  feminil,  allí  los  mancebos  y  doncellas  más  ancianos  en 
virtudes  que  en  edad,  allí  las  ovejas  y  corderos  que  escaparon 
de  los  lobos  y  de  los  lazos  engañosos  desta  vida,  tienen  perpetua 
fiesta  cada  cual  en  su  ventana,  todos  semejantes  en  el  gozo,  aun- 
que en  el  grado  diferentes.  Allí  reina  la  caridad  en  toda  su  per- 
fección: porque  Dios  es  en  todos  todas  las  cosas:  á  quien  contem- 
plan sin  fin,  en  cuyo  amor  siempre  arden,  á  quien  siempre  aman, 
amando  alaban,  y  alabando  aman,  y  todo  su  ejercicio  es  alaban- 
zas sin  cansancio  y  sin  trabajo.  ¡Oh,  dichoso  yo,  y  verdaderamente 
dichoso,  cuando  suelto  de  las  prisiones  deste  corpezuelo,  mere- 
ciere oir  aquellos  cantares  de  la  música  celestial,  entonados  en 
alabanza  del  Rey  eterno  por  todos  los  ciudadanos  de  aquella  no- 
ble ciudad!  ¡Dichoso  yo,  y  muy  dichoso,  cuando  me  hallare  entre 
los  capellanes  de  aquella  capilla,  y  me  cupiere  la  vez  de  entonar 
yo  también  mi  aleluya,  y  asistir  á  mi  Rey,  á  mi  Dios,  á  mi  Se- 
ñor, y  verle  en  su  gloria,  así  como  él  me  lo  prometió  cuando  dijo: 
Padre,  ésta  es  mi  última  y  determinada  voluntad,  que  todos  los 
que  tú  me  diste,  se  hallen  comigo,  y  vean  la  claridad  que  tuve 
contigo  antes  que  el  mundo  fuese  criado.  Hasta  aquí  son  pala- 
bras de  S.  Augustín. 


LIBRO  I.  Capítulo  iv.  2t 


Pues  dime  agora,  ,3 qué  día  será  aquel  que  amanecerá  por  tu 
casa  (si  hobieres  vivido  en  temor  de  Dios)  cuando  acabado  el 
curso  desta  peregrinación,  pases  de  la  muerte  á  la  inmortalidad, 
y  en  el  paso  que  los  otros  comienzan  á  temer,  comiences  tú  á  le- 
vantar cabeza,  porque  se  allega  el  día  de  tu  redempción?  Sal  un 
poco  (dice  S.  Hierónimo  á  la  virgen  Eustoquio)  de  la  cárcel  dése 
cuerpo,  y  puesta  á  la  puerta  dése  tabernáculo,  pon  delante  tus 
ojos  el  galardón  de  los  trabajos  presentes.  Dime,  ¿qué  día  será 
aquel  cuando  la  sagrada  virgen  María  acompañada  de  coros  de 
vírgines  te  venga  á  recebir,  y  cuando  el  mismo  Señor  y  esposo 
tuyo  con  todos  los  sanctos  te  salga  al  camino  diciendo:  Levántate 
y  date  priesa,  querida  mía,  hermosa  mía,  paloma  mía,  que  el  in- 
vierno es  ya  pasado,  y  el  torbellino  de  las  aguas  ha  cesado,  y  las 
flores  han  aparecido  en  nuestra  tierra? 

Pues  ¿qué  tan  grande  será  el  gozo  que  tu  ánima  recibirá,  cuan- 
do en  esta  hora  sea  presentada  ante  el  trono  de  aquella  beatísi- 
ma Trinidad  por  mano  de  los  sanctos  ángeles  (y  especialmente  de 
aquél  á  quien  fuiste  como  á  fiel  depositario  encomendada)  cuan- 
do éste  con  los  demás  prediquen  tus  buenas  obras  y  las  cruces 
y  trabajos  que  padeciste  por  Dios?  Escribe  San  Lucas  que  cuando 
murió  aquella  sancta  limosnera  Tabita,  todas  las  viudas  y  pobres 
cercaron  al  apóstol  S.  Pedro,  mostrándole  las  vestiduras  que  les 
hacía:  por  las  cuales  cosas  movido  el  Apóstol,  rogó  á  Dios  por 
aquella  tan  piadosa  mujer,  y  por  sus  oraciones  le  alcanzó  la  vida. 
Pues  ¿qué  gozo  sintirá  tu  ánima,  cuando  aquellos  bienaventura- 
dos espíritus  te  tomen  en  medio,  y  puestos  ante  el  divino  consis- 
torio prediquen  tus  buenas  obras,  y  cuenten  por  su  orden  tus 
limosnas,  tus  oraciones,  tus  ayunos,  la  inocencia  de  tu  vida,  el 
sufrimiento  de  las  injurias,  la  paciencia  en  los  trabajos,  la  tem- 
planza en  los  regalos,  con  todas  las  otras  virtudes  y  buenas 
obras  que  heciste  ?  ¡  Oh,  cuánta  alegría  recibirás  en  aquella  hora 
por  todo  el  bien  que  hobieres  hecho,  y  cómo  conocerás  allí  el 
valor  y  excelencia  de  la  virtud!  Allí  el  varón  obediente  hablará 
victorias,  aUí  la  virtud  recibirá  su  premio,  y  el  bueno  será  hon- 
rado según  su  merecimiento. 

Demás  desto,  ¿qué  gozo  será  aquel  que  recibirás,  cuando 
viéndote  en  aquel  puerto  de  tanta  seguridad,  vuelvas  los  ojos  al 
curso  de  la  navegación  pasada,  y  veas  las  tormentas  en  que  te 
vistes,  y  los  estrechos  por  do  pasaste,  y  los  peligros  de  ladro- 


22  GUIA  DE  PECADORES 


nes  y  cosarios  de  que  escapaste?  Allí  es  donde  se  canta  aquel 
cantar  del  Profeta,  que  dice:  Si  no  fuera  porque  el  Señor  me  ayu- 
dó, poco  faltó  para  que  mi  ánima  fuera  á  parar  en  los  infiernos.  Es- 
pecialmente cuando  dende  allí  veas  tantos  pecados  como  cada 
hora  se  hacen  en  el  mundo,  tantas  ánimas  como  cada  día  descien- 
den al  infierno,  y  cómo  entre  tanta  muchedumbre  de  perdidos 
quiso  Dios  que  tú  fueses  del  número  de  los  ganados,  y  de  aqué- 
llos á  quien  hobiese  de  caber  tan  dichosa  suerte. 

¿  Qué  será  sobre  todo  esto  ver  las  fiestas  y  triunfos  que  cada 
día  se  celebran  con  los  nuevos  hermanos  que  vencido  ya  el 
mundo,  y  acabado  el  curso  de  su  peregrinación,  entran  á  ser  co- 
ronados con  ellos?  ¡  Oh,  qué  gozo  se  recibe  de  ver  restaurarse  aque- 
llas sillas,y  edificarse  aquellaciudad,  y  repararse  los  muros  de  aque- 
lla noble  Hierusalem !  ¡Con  cuan  alegres  brazos  los  recibe  toda 
aquella  corte  del  cielo,  viéndolos  venir  cargados  de  los  despojos 
del  enemigo  vencido !  Allí  entrarán  con  los  varones  triunfantes 
también  las  mujeres  vencedoras,  que  juntamente  con  el  siglo  ven- 
cieron la  flaqueza  de  su  condición.  Allí  entrarán  las  vírgines  ino- 
centes martirizadas  por  Cristo,  con  doblado  triunfo  de  la  carne  y 
del  mundo,  con  guirnaldas  de  azucenas  y  rosas  en  sus  cabezas. 
Allí  también  muchos  mozos  y  niños  que  sobrepujaron  la  ternura 
de  sus  años  con  discreción  y  virtudes,  entran  cada  día  á  recebir 
el  premio  de  su  pureza  virginal.  Allí  hallan  á  sus  amigos,  cono- 
cen á  sus  maestros,  reconocen  á  sus  padres,  abrázanse  y  danse  dul- 
ce paz,  y  reciben  la  norabuena  de  tal  entrada  y  tal  gloria.  ¡  Oh, 
cuan  dulcemente  sabe  entonces  el  fructo  de  la  virtud,  aunque  un 
tiempo  parecían  amargas  sus  raíces !  Dulce  es  la  sombra  después 
del  retesero  del  medio  día,  dulce  la  fuente  al  caminante  cansa- 
do, dulce  el  sueño  y  reposo  al  siervo  trabajador:  pero  mu}'  más 
dulce  es  á  los  sanctos  la  paz  después  de  la  guerra,  la  seguridad 
después  del  peligro,  y  el  descanso  perdurable  después  de  la  fa- 
tiga de  los  trabajos  pasados. 

Ya  son  acabadas  las  guerras,  ya  no  hay  más  por  qué  andar  ar- 
mados á  la  diestra  y  á  la  siniestra.  Armados  subieron  los  hijos  de 
Israel  á  la  tierra  de  promisión:  mas  después  de  conquistada  la  tie- 
rra, arrimaron  sus  lanzas,  y  dejaron  las  armas,  y  olvidados  ya  to- 
dos los  temores  y  alborotos  de  guerra,  cada  uno  á  la  sombra  de 
su  parra  y  de  su  higuera,  gozaban  del  ocio  y  de  los  fructos  de  la 
dulce  paz.  Ya  pueden  allí  dormir  los  ojos  cansados  de  las  conti- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  IV.  23 


nuas  vigilias:  ya  puede  decenderse  de  su  estancia  el  profeta 
velador  que  fijaba  sus  pies  sobre  el  lugar  de  la  guarnición.  Ya 
puede  reposar  el  bienaventurado  Padre  Hierónimo,  que  juntaba 
las  noches  con  los  días,  hiriendo  sus  pechos  en  la  oración,  pe- 
leando animosamente  contra  las  fuerzas  importunas  de  la  antigua 
serpiente.  No  suenan  allí  jamás  las  armas  temerosas  del  enemigo 
sangriento:  no  tienen  allí  lugar  las  astucias  de  la  culebra  enros- 
cada: no  llega  aquí  la  vista  del  ponzoñoso  basilisco,  ni  se  oirá 
allí  el  silbo  de  la  antigua  serpiente,  sino  el  silbo  del  aire  del  Espí- 
ritu Sancto,  donde  se  vea  la  gloria  de  Dios.  Ésta  es  la  región  de 
paz  y  seguridad  puesta  sobre  todos  los  elementos,  donde  no  lle- 
gan los  nublados  y  torbellinos  del  aire  tenebroso. 

¡Oh,  cuan  gloriosas  cosas  nos  han  dicho  de  ti,  ciudad  de  Dios! 
Bienaventurados  (dice  el  sancto  Tobías)  los  que  te  aman,  y  se 
gozan  de  tu  paz.  Anima  mía,  bendice  al  Señor,  porque  libró  á  Hie- 
rusalem  su  ciudad  de  todas  sus  tribulaciones.  Bienaventurado  seré 
yo  si  llegaren  las  reliquias  de  mi  generación  á  ver  la  claridad  de 
Hierusalem.  Las  puertas  de  Hierusalem  de  zafires  y  esmeraldas 
serán  labradas,  y  de  piedras  preciosas  se  edificará  todo  el  cerco 
de  sus  muros.  De  piedras  blancas  y  limpias  serán  soladas  sus  pla- 
zas, y  por  todos  los  barrios  della  se  cantará  aleluya.  Oh  alegre 
patria,  oh  dulce  gloria,  oh  compañía  bienaventurada,  ¿quién  serán 
aquéllos  tan  dichosos,  que  están  escogidos  para  ti?  Atrevimiento 
parece  desearte,  mas  no  puede  nadie  vivir  sin  tu  deseo. 

Hijos  de  Adam,  linaje  de  hombres  miserablemente  ciego 
y  engañado,  ovejas  descarriadas  y  perdidas,  si  ésta  es  vues- 
tra majada,  ¿tras  qué  andáis?  ¿qué  hacéis?  ¿cómo  dejáis  per- 
der un  tan  grande  bien,  por  tan  pequeño  trabajo?  Si  para  esto 
son  menester  trabajos,  dende  aquí  os  llamo  á  todos  los  trabajos  del 
mundo,  que  vengáis  á  dar  sobre  mí.  Lluevan  sobre  mí  dolores, 
fatíguenme  enfermedades,  aflíjanme  tribulaciones,  persígame 
uno,  inquiéteme  otro,  conjuren  contra  mí  todas  las  criaturas,  sea 
yo  hecho  oprobrio  de  los  hombres  y  desecho  del  mundo:  desfa- 
llezca en  dolor  mi  vida,  y  mis  años  con  gemidos,  con  tanto  que 
después  desto  venga  yo  á  descansar  en  el  día  de  la  tribulación,  y 
merezca  subir  á  aquel  pueblo  guarnecido  y  hermoseado  desta 
gloria. 

Anda  pues  agora,  loco  amador  del  mundo,  busca  títulos  y 
honras,  edifica  recámaras  y  palacios,  ensancha  términos  y  here- 


■  24  GUIA  DE  PECADORES 


dades,  manda  si  quisieres  á  reinos  y  mundos,  que  nunca  serás  por 
eso  tan  grande  como  el  menor  de  los  siervos  de  Dios,  que  recibe 
lo  que  el  mundo  no  puede  dar,  y  goza  de  lo  que  para  siempre  ha 
de  durar.  Tú  con  tus  pompas  y  riquezas  serás  con  el  rico  glotón 
sepultado  en  el  infierno,  y  éste  con  el  pobre  Lázaro  será  por  los 
ángeles  llevado  al  seno  de  Abraham. 


DE  LAS  PENAS  DEL  INFIERNO 

CAPÍTULO  V 


«ASTABA  la  menor  parte  deste  galardón  para  mover 
nuestros  corazones  á  mucho  más  aun  de  lo  que  nos 
manda  Dios.  Pues  ¿qué  será  si  con  la  grandeza  desta 
gloria  juntamos  también  la  grandeza  de  la  pena  que  está  á  los 
malos  aparejada?  Porque  no  se  puede  aquí  el  malo  consolar  di- 
ciendo: Si  fuere  malo,  todo  lo  hace  no  ir  á  gozar  de  Dios:  en  lo 
demás  no  tendré  pena  ni  gloria:  no  me  queda  qué  padescer.  No 
es  así,  sino  que  forzadamente  nos  ha  de  caber  una  destas  dos 
suertes  tan  desiguales:  que  ó  habemos  de  ser  compañeros  de 
los  ángeles,  ó  compañeros  de  los  demonios:  ó  habemos  de  reinar 
para  siempre  con  Dios,  ó  arder  para  siempre  en  el  infierno:  por- 
que no  se  da  medio  entre  estos  dos  extremos,  excepto  el  purga- 
torio. Éstos  son  en  figura  aquellas  dos  canastas  que  mostró 
Dios  al  profeta  Hieremías  ante  las  puertas  del  templo:  la  una  lle- 
na de  higos  buenos,  y  en  gran  manera  buenos,  y  la  otra  de  hi- 
gos malos,  y  tan  malos,  que  por  ninguna  vía  se  podían  comer  de 
malos.  Las  cuales  significan  dos  diferencias  de  personas:  unas,  con 
que  Dios  ha  de  usar  de  misericordia,  que  son  todos  los  escogidos: 
y  otras,  con  quien  ha  de  usar  de  justicia,  que  son  todos  los  repro- 
bados: y  la  suerte  de  los  unos  es  tan  dichosa  y  la  de  los  otros  tan 
desdichada,  que  ningún  linaje  de  palabras  basta  para  explicar  la 
grandeza  destos  dos  extremos  tan  distantes.  Porque  (dejadas  apar- 
te las  otras  consideraciones)  la  suerte  de  los  buenos  es  un  bien 
universal  en  quien  están  todos  los  bienes,  y  por  el  contrario,  la  de 
los  malos  un  mal  universal  que  abraza  y  comprehende  en  sí  todos 
los  males. 

Para  lo  cual  es  de  saber  que  todos  los  males  desta  vida  son  ma- 
les particulares.  Y  por  eso  no  atormentan  generalmente  todos  nues- 
tros sentidos,  sino  uno  solo,  ó  algunos.  Y  poniendo  agora  ejemplo 
en  las  enfermedades  corporales,  vemos  que  hay  un  mal  de  ojos, 


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otro  de  oídos,  otro  de  corazón,  otro  de  estómago,  otro  de  vien- 
tre, y  así  otros  desta  cualidad.  Ninguno  destos  males  es  univer- 
sal de  todos  los  miembros,  sino  particular  de  alguno  dellos.  Y  con 
todo  esto  vemos  la  pena  que  da  un  solo  mal  de  éstos,  y  la  mala 
noche  que  pasa  un  doliente  con  cualquiera  dellos,  aunque  no  sea 
más  que  un  dolor  de  un  diente  ó  de  una  muela.  Pues  pongamos 
agora  caso  que  algún  hombre  estuviese  padesciendo  un  mal  tan 
universal,  que  no  le  dejase  miembro,  ni  sentido,  ni  coyuntura  sin 
su  proprio  tormento:  sino  que  en  un  mismo  tiempo  estuviese  pades- 
ciendo agudísimos  dolores  en  la  cabeza,  y  en  los  ojos,  y  en  los 
oídos,  y  en  los  dientes,  y  en  el  estómago,  y  en  el  hígado,  y  en  el 
corazón,  y  (por  abreviar)  en  todos  los  otros  miembros  y  coyun- 
turas de  su  cuerpo,  y  que  así  estuviese  tendido  en  una  cama,  co- 
ciéndose en  estos  dolores,  y  teniendo  para  cada  uno  de  los  miem- 
bros su  propio  verdugo.  El  que  desta  manera  estuviese  penando, 
<:qué  tan  grande  trabajo  te  paresce  que  pasaría?  ó  <jqué  cosa  po- 
dría ser  más  miserable  y  más  para  haber  piedad?  A  un  perro  de 
la  calle  que  vieses  desta  manera  penar,  te  pondría  lástima  y  com- 
pasión. Pues  esto  es,  hermano  mío,  si  alguna  comparación  se  pue- 
de hacer,  lo  que  no  por  una  noche,  sino  eternalmente  se  pade- 
ce en  aquel  malaventurado  lugar.  Porque  así  como  los  malos 
con  todos  sus  miembros  y  sentidos  ofendieron  á  Dios,  y  de  todos 
hicieron  armas  para  servir  al  pecado,  así  ordenará  él  que  todos 
sean  allí  atormentados  y  que  cada  uno  dellos  pene  con  su  pro- 
pio tormento.  Allí  pues  los  ojos  deshonestos  y  carnales  serán 
atormentados  con  la  visión  horrible  de  los  demonios:  los  oídos, 
con  la  confusión  de  las  voces  y  gemidos  que  allí  sonarán:  las  na- 
rices, con  el  hedor  intolerable  de  aquel  sucio  lugar:  el  gusto,  con 
rabiosísima  hambre  y  sed:  el  tacto  y  todos  los  miembros  del  cuer- 
po, con  frío  y  fuego  incomportable:  la  imaginación  padescerá  con 
la  aprehensión  de  los  dolores  presentes,  la  memoria  con  la  re- 
cordación de  los  placeres  pasados,  el  entendimiento  con  la  consi- 
deración de  los  bienes  perdidos  y  de  los  males  advenideros. 

Esta  muchedumbre  de  penas  nos  significa  la  Escritura  divina 
cuando  dice  que  en  el  infierno  habrá  hambre,  sed,  y  llanto,  y  clu- 
jir  de  dientes,  y  cuchillo  dos  veces  agudo,  y  espíritus  criados  para 
venganza,  y  serpientes,  y  gusanos,  y  escorpiones,  y  martillos,  y 
ascensios,  y  agua  de  hiél,  y  espíritu  de  tempestad,  y  otras  cosas 
semejantes:  por  las  cuales  se  nos  figura  la  muchedumbre  y  terri- 


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bleza  espantosa  de  los  tormentos  de  aquel  lugar.  Allí  también  ha- 
brá aquellas  tinieblas  interiores  y  exteriores  para  cuerpos  y  áni- 
mas, muy  más  escuras  que  las  de  Egipto,  que  se  podían  palpar 
con  las  manos.  Allí  habrá  fuego,  y  no  como  el  de  acá,  que  ator- 
menta poco  y  acaba  presto,  sino  como  conviene  para  aquel  lugar, 
que  atormente  mucho,  y  nunca  acabe  de  atormentar. 

Pues  si  esto  es  verdad,  ^  cómo  se  compadece  que  los  que  esto 
creen  y  confiesan,  vivan  con  tan  extraño  descuido?  ¿A  qué  tra- 
bajos no  se  pondría  un  hombre,  por  excusar  un  solo  día,  y  una 
hora  que  fuese,  del  menor  destos  tormentos?  Pues  ^  cómo  por  evi- 
tar una  eternidad  de  males,  y  tan  grandes  males,  no  se  ponen  á 
un  tan  pequeño  trabajo  como  es  el  de  la  virtud?  Cosa  es  ésta  para 
sacar  de  juicio  á  quien  profundamente  la  considerase. 

Y  si  entre  tanta  muchedumbre  de  penas  hobiese  alguna  espe- 
ranza de  término  ó  de  alivio,  aun  sería  esto  alguna  manera  de 
consuelo:  mas  no  es  así,  sino  que  de  todo  en  todo  están  allí  ce- 
rradas las  puertas  á  todo  género  de  alivio  y  de  esperanza.  En  to- 
das cuantas  maneras  de  trabajos  hay  en  esta  vida,  siempre  que- 
da algún  resquicio  por  donde  pueda  recibir  el  que  padece  algún 
linaje  de  consuelo.  Unas  veces  la  razón,  otras  el  tiempo,  otras  los 
amigos,  otras  la  compañía  del  mal  de  muchos,  otras  á  lo  menos 
la  esperanza  del  fin,  consuelan  al  que  padece.  Mas  en  solo  este  mal 
están  de  tal  manera  cerrados  todos  los  caminos,  y  tomados  todos 
los  puertos  de  consolación,  que  de  ninguna  parte  pueden  los  mi- 
serables esperar  remedio,  ni  del  cielo,  ni  de  la  tierra,  ni  de  lo  pa- 
sado, ni  de  lo  presente,  ni  de  lo  venidero,  ni  de  otra  alguna  parte: 
sino  de  todas  parece  que  les  tiran  saetas,  y  que  todas  las  criatu- 
ras han  conjurado  contra  ellos,  y  ellos  mismos  son  crueles  contra 
sí.  Éste  es  aquel  aprieto  de  que  se  quejan  los  malaventurados  por 
el  profeta  diciendo:  Cercádome  han  dolores  de  muerte,  y  do- 
lores de  infierno  me  han  cercado:  porque  á  cualquier  parte  que 
vuelvan  y  revuelvan  los  ojos,  siempre  ven  causas  de  dolores,  y 
ninguna  de  consolación.  Entraron  (dice  el  Evangelista)  las  vírgi- 
nes  que  estaban  apercebidas  al  palacio  del  esposo:  y  luego  se  ce- 
rró la  puerta.  ¡Oh  cerradura  perpetua,  oh  clausura  inmortal,  oh 
puerta  de  todos  los  bienes,  que  nunca  te  abrirás  jamás!  Como  si 
más  claramente  dijera:  Cerrada  está  la  puerta  del  perdón,  de  la 
misericordia,  del  consuelo,  de  la  intercesión,  de  la  esperanza,  de 
la  gracia,  del  merescimiento,  y  de  todos  los  bienes.  Seis  días  no 


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más  se  coje  el  maná,  y  al  séptimo  día  (que  es  el  sábado)  no  se  halla: 
y  por  eso  ayunará  para  siempre  quien  con  tiempo  no  se  proveyó. 
Por  temor  del  frío  (dice  el  Sabio)  no  quiso  arar  el  perezoso:  y  por 
esto  andará  á  mendigar  en  el  verano,  y  no  le  darán.  Y  en  otro 
lugar:  El  que  allega  en  el  verano,  es  hijo  discreto:  y  el  que  en- 
tonces se  echa  á  dormir,  hijo  de  confusión.  ^Qué  mayor  confusión 
que  la  que  padesce  aquel  miserable  rico  avariento,  el  cual  con  las 
migajuelas  de  pan  que  se  le  caían  de  la  mesa,  pudiera  comprar  la 
hartura  del  cielo,  y  que  por  no  haber  querido  dar  esta  poquedad, 
viniese  á  tal  extremo  de  pobreza,  que  pidiese  y  pida  para  siem- 
pre una  sola  gota  de  agua,  y  no  se  la  den?  ¿A  quién  no  mueve 
aquella  petición  del  malaventurado  que  dice:  Padre  Abraham,  ten 
compasión  de  mí,  y  envía  á  Lázaro,  para  que  moje  la  punta  del 
dedo  en  agua,  y  me  toque  en  la  lengua,  porque  me  atormenta 
esta  llama?  ¿Qué  más  escasa  petición  se  pudiera  pedir  que  ésta? 
No  se  atrevió  á  pedir  un  solo  jarro  de  agua,  ni  aun  siquiera  que 
mojase  toda  la  mano  en  agua,  y  lo  que  más  es  de  maravillar,  ni 
aun  todo  el  dedo,  sino  sola  la  punta  del  dedo,  para  tocarle  la  len- 
gua: y  aun  esto  no  se  le  concedió.  Por  donde  verás  cuan  cerrada 
está  la  puerta  de  todo  consuelo,  y  cuan  universal  es  aquel  entre- 
dicho y  descomunión  que  está  puesta  á  los  malos,  pues  aun  esto 
no  se  alcanza.  De  suerte  que  á  doquiera  que  volvieren  los  ojos,  á 
doquiera  que  extendieren  las  manos,  ningún  consuelo  hallarán, 
por  pequeño  que  sea.  Y  así  como  el  que  se  está  ahogando  en  la 
mar,  sumido  ya  debajo  las  aguas,  que  no  halla  sobre  qué  hacer 
pie,  y  tiende  muchas  veces  las  manos  á  todas  partes  en  vano  (por- 
que todo  lo  que  apreta  es  agua  líquida  y  deleznable  que  le  burla 
y  engaña)  así  acaescerá  aUí  á  los  malaventurados  cuando  estén 
ahogándose  en  aquel  piélago  de  tantas  miserias,  agonizando  y  ba- 
tallando siempre  con  la  muerte,  sin  tener  arrimo  ni  consuelo  so- 
bre que  puedan  estribar. 

Esta  es,  pues,  la  mayor  de  las  penas  que  en  aquel  malaventu- 
rado lugar  se  padescen.  Porque  si  estas  penas  hobieran  de  durar 
por  algún  tiempo  limitado,  aunque  fuera  mil  años,  ó  cien  mil  años, 
ó  cien  mil  millones  de  años,  aun  esto  fuera  algún  linaje  de  con- 
suelo, porque  ninguna  cosa  es  cumplidamente  grande,  si  tiene 
fin:  mas  no  es  así,  sino  que  sus  penas  compiten  con  la  eternidad 
de  Dios,  y  la  duración  de  su  miseria  con  la  duración  de  la  divina 
gloria.  En  cuanto  Dios  viviere,  ellos  morirán,  y  cuando  Dios  de- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  V.  2g 


jare  de  ser  el  que  es,  dejarán  ellos  de  ser  lo  que  son.  ¡  Oh  vida 
mortífera,  oh  muerte  inmortal!  No  sé  cómo  te  llame,  si  vida,  si 
muerte.  Si  eres  vida,  ¿cómo  matas?  Y  si  eres  muerte,  ¿cómo  du- 
ras? Ni  te  llamaré  lo  uno  ni  lo  otro,  porque  en  lo  uno  y  en  lo  otro 
hay  algo  de  bien.  En  la  vida  hay  descanso,  y  en  la  muerte  tér- 
mino, que  es  grande  alivio  de  los  trabajos:  tú  ni  tienes  descanso 
ni  término.  Pues  ¿qué  eres?  Eres  lo  malo  de  la  vida,  y  lo  malo 
de  la  muerte:  porque  de  la  muerte  tienes  el  tormento  sin  el  tér- 
mino, y  de  la  vida,  la  duración  sin  el  descanso.  Despojó  Dios  á 
la  vida  y  á  la  muerte  de  lo  bueno  que  tenían,  y  puso  en  ti  lo  que 
restaba,  para  castigo  de  los  malos.  ¡  Oh  amarga  composición,  oh 
purga  desabrida  del  cáliz  del  Señor,  del  cual  beberán  todos  los 
pecadores  de  la  tierra! 

Pues  en  esta  duración,  en  esta  eternidad  querría  yo,  hermano 
mío,  que  hincases  un  poco  los  ojos  de  la  consideración,  y  que 
(como  animal  limpio)  rumiases  agora  este  paso  dentro  de  ti.  Y 
para  que  mejor  esto  hagas,  ponte  á  considerar  el  trabajo  que  pasa 
un  enfermo  en  una  mala  noche,  especialmente  si  le  aqueja  algún 
grande  dolor,  ó  alguna  enfermedad  aguda.  Mira  qué  de  vuelcos 
da  en  aquella  cama,  qué  desasosiego  tiene  consigo,  qué  tan  larga 
le  parece  aquella  noche,  que  hace  de  contar  las  horas  del  reloj,  y 
cuan  grande  le  parece  cada  una:  y  todo  se  le  va  en  desear  la 
luz  de  la  mañana,  que  tan  poca  parte  ha  de  ser  para  curar  su  mal. 
Pues  si  éste  se  tiene  por  tan  grande  trabajo,  ¿cuál  será  el  de  aque- 
lla noche  eterna,  que  no  tiene  mañana,  ni  espera  el  alba  del  día? 
¿  Óh  escuridad  profunda,  oh  noche  perpetua,  oh  noche  maldita  por 
boca  de  Dios  y  de  sus  sanctos,  que  deseas  la  luz,  y  no  la  verás, 
ni  el  resplandor  de  la  mañana  que  se  levanta.  Pues  mira  agora 
qué  linaje  de  tormento  sea  vivir  para  siempre  en  tal  noche  como 
ésta,  acostado  no  en  una  cama  blanda  (como  lo  está  un  doliente) 
sino  en  un  horno  de  llamas  tan  terribles.  ¿Qué  espaldas  bastarán 
para  sufrir  estos  ardores?  ¿Qué  corazón  no  se  despedazará  con  la 
continuación  deste  tormento  ?  ¿Quién  de  vosotros  (dice  Dios  por 
su  Profeta)  podrá  morar  con  aquel  fuego  tragador,  y  hacer 
vida  con  aquellos  ardores  eternos ?  ¡Oh  cosa  para  temer!  Si  sólo 
poner  la  punta  del  dedo  sobre  un  ascua  por  espacio  de  sola  un 
Avemaria,  parece  cosa  intolerable,  ¿que  será  estar  en  cuerpo  y  en 
ánima  ardiendo  en  aquellos  fuegos  tan  vivos,  que  los  desta  vida 
(comparados  con  ellos)  no  son  más  qué  pintados?  ¿Hay  juicio  en 


JO  GÜlA  DE  PECADORES 


la  tierra?  ¿Tienen  seso  los  hombres?  ¿Entienden  qué  quieren  decir 
estas  palabras?  ¿Creen  que  esto  es  fábula  de  poetas?  ¿Piensan  que 
esto  les  toca  á  ellos,  ó  que  se  dice  por  otros?  Nada  desto  ha  lugar 
que  se  diga,  pues  clama  en  su  Evangelio  aquella  eterna  Verdad 
diciendo:  El  cielo  y  la  tierra  faltarán,  mas  mis  palabras  no 
faltarán. 


DE  LA  OBLIGACIÓN  QUE  TENEMOS  AL  SERVICIO  DE  NUESTRO  SeÑOR 
POR  RAZÓN  DE  LOS  BENEFICIOS  RECEBIDOS. 

CAPÍTULO  VI. 


ALGUNO  por  ventura  parescerá  cosa  demasiada  acumu- 
lar tantas  razones  para  justificar  este  partido  y  abonar 
una  cosa  tan  sancta  como  es  el  camino  de  la  virtud. 
Mas  no  se  hace  esto  para  abono  de  la  virtud,  ni  porque  sea  dubdo- 
sa  esta  causa:  sino  porque  es  grande  la  malicia  de  nuestro  corazón, 
y  muy  grandes  también  los  combates  que  militan  contra  este  bien: 
y  así  conviene  que  sean  grandes  los  reparos  con  que  se  ha  de  de- 
fender, Y  por  esto  para  mayor  confirmación  deste  negocio  será  bien 
añadir  aquí  la  obligación  grande  que  tenemos  al  servicio  de  nues- 
tro Señor,  no  sólo  por  lo  que  del  esperamos  y  tememos,  sino  tam- 
bién por  lo  que  del  tenemos  recebido.  Porque  si  todas  las  criaturas 
naturalmente  aman  á  quien  bien  les  hace:  si  aun  hasta  las  bestias 
brutas  reconocen  á  sus  bienhechores,  si  la  ley  del  agradecimiento 
es  tan  poderosa  que  pone  debajo  de  su  dulce  yugo  hasta  los  ti- 
gres, leones  y  serpientes,  ¿cómo  seré  yo  más  fiero  que  todas  estas 
fieras,  dejando  de  amar  y  reconocer  á  quien  tanto  bien  me  ha  he- 
cho? ¿Qué  hay  en  mí,  ni  fiíera  de  mí,  que  no  sea  todo  bene- 
ficios deDios?  Tú, Señor,  criaste  mi  ánima  á  tu  imagen  y  semejanza: 
tú  organizaste  mi  cuerpo,  y  lo  guarneciste  con  tanta  variedad  y 
hermosura  de  miembros  y  sentidos,  que  se  parece  bien  por  el 
artificio  de  la  obra,  que  tú  fuiste  el  autor  della.  Todo  lo  que  des- 
pués ha  sido  necesario  para  la  conservación  desta  obra,  tú  lo  ha- 
ces. Tu  providencia  me  rige,  tus  manos  me  sostienen,  tus  criaturas 
me  sirven,  tus  manjares  me  sustentan,  tus  medicinas  me  sanan, 
tus  cielos  me  gobiernan,  tus  ángeles  me  guardan,  tu  sabiduría  me 
enseña,  tu  misericordia  me  provee,  tu  paciencia  me  sufre,  y  final- 
mente todo  lo  que  poseo  es  hacienda  tuya  y  misericordia  tuya. 
¿Quién  me  da  el  ser  que  tengo,  sino  tú  que  eres  fuente  del  ser? 
¿Quién  la  vida  que  vivo,  sino  tú  por  quien  todas  las  cosas  viven? 
¿Quién  el  juicio  y  entendimiento,  sino  tú  que  eres  lumbre  de  cía- 


32  GUIA  DE  PECADORES 


ridad  eterna?  Pues  ¿qué  será  razón  que  haga  el  hombre  por  quien 
todo  esto  hizo  por  él?  ¿Porqué  no  servirá  todo  al  que  lo  hizo 
todo,  y  lo  conserva  todo,  y  por  cuya  providenciase  rige  todo? 

Y  si  esto  se  le  debe  por  los  beneficios  de  naturaleza,  ¿qué  se 
le  deberá  por  los  de  gracia?  ¿Con  qué  le  pagarás  que  entre  tan- 
tas maneras  de  gentes  y  naciones  de  infieles  como  hay  en  el 
mundo,  te  escogió  para  sí,  y  te  hizo  cristiano,  y  te  lavó  con 
aquel  agua  que  salió  de  su  precioso  costado,  y  te  adoptó  allí 
por  hijo,  y  te  dio  todos  aquellos  atavíos  y  joyas  que  para  esta 
dignidad  se  requirían?  Mas  después  de  perdida  esta  primera 
dignidad,  ¿quién  podrá  explicar  con  cuánta  paciencia  te  sufi-ió 
cuando  pecabas,  con  qué  ojos  te  miró  cuando  tú  no  le  mira- 
bas, con  qué  amor  te  aguardó  cuando  tú  dilatabas  la  venida, 
y  cuántas  inspiraciones  te  envió  para  que  vinieses  á  él?  Callo  los 
otros  beneficios  y  sacramentos  que  ordenó  para  tu  salud,  y  otras 
muchas  gracias  semejantes:  mas  no  se  puede  callar  aquella  gracia 
de  gracias  y  sacramento  de  sacramentos,  por  el  cual  quiso  Dios 
morar  en  la  tierra  con  los  hombres  y  dárseles  cada  día  en  mante- 
nimiento y  en  remedio.  Una  vez  fué  ofrecido  en  sacrificio  por 
nosotros  en  la  cruz:  mas  aquí  cada  día  se  ofrece  en  el  altar  por 
nuestros  pecados.  Cada  vez  (dice  él)  que  esto  hiciéredes,  hacedlo 
en  memoria  de  mí.  ¡Oh  memorial  de  salud,  oh  sacrificio  singular, 
oh  hostia  agradable,  pan  de  vida,  mantenimiento  suave,  manjar 
de  reyes,  y  maná  que  en  sí  contiene  toda  suavidad !  ¿  Quién  te 
podrá  cumplidamente  alabar?  ¿  Quién  dignamente  recibir?  ¿Quién 
con  debido  acatamiento  venerar?  Desfallece  mi  ánima  pensando 
en  ti:  no  puede  mi  lengua  hablar  de  ti:  ni  puedo,  cuanto  deseo, 
engrandecer  tus  maravillas. 

Y  si  este  beneficio  se  concediera  á  solos  inocentes  y  limpios, 
aun  fuera  dádiva  inestimable:  mas  ¿qué  diré,  que  por  el  mismo  caso 
que  se  quiso  comunicar  á  éstos,  se  obligó  á  pasar  por  las  manos 
de  muchos  malos  ministros,  cuyas  ánimas  son  moradas  de  Sata- 
nás, cuyos  cuerpos  son  vasos  de  lujuria,  cuya  vida  se  gasta  en 
deleites,  y  torpezas,  y  vicios?  Y  con  todo  esto,  por  visitar  y  con- 
solar á  sus  amigos,  consiente  ser  tratado  déstos,  y  tratado  con  sus 
manos  sucias,  y  recibido  en  sus  bocas  sacrilegas,  sepultado  en 
sus  cuerpos  hediondos.  Una  sola  vez  fué  vendido  su  cuerpo,  mas 
millares  de  veces  lo  es  en  este  sacramento:  una  vez  fué  escarne- 
cido y  menospreciado  en  su  pasión,  mas  mil  veces  lo  es  de  los 


LIBRO  I.  CAflTULü  VI.  33 


malos  en  la  mesa  del  altar:  una  vez  se  vio  puesto  entre  dos  la- 
drones, y  mil  veces  se  ve  aquí  envuelto  en  manos  de  pecadores. 
Pues  ^qué  diré  sobre  todo  esto  de  aquella  soberana  gracia 
y  de  aquel  supremo  beneficio  de  nuestra  redempción?  Alábente, 
Señor,  los  cielos,  y  los  ángeles  prediquen  para  siempre  tus  ma- 
ravillas. ^Qué  necesidad  tenías  tú  de  nuestros  bienes,  ni  qué  per- 
juicio te  venía  de  nuestros  males?  Si  pecares  (dice  Job)  ¿qué  mal 
le  harás?  Y  si  se  multiplicaren  tus  maldades,  ¿en  qué  le  dañarás? 
Y  si  bien  hicieres,  ¿qué  le  darás,  ó  qué  podrá  él  recibir  de  tus 
manos?  Pues  aquel  Dios  tan  rico  y  tan  exempto  de  males:  aquél 
cuyas  riquezas,  cuyo  poder,  cuya  sabiduría,  ni  puede  crescer  ni 
ser  más  de  lo  que  es:  aquél  que  ni  antes  de  la  creación  del  mundo, 
ni  agora  después  de  criado,  es  mayor  ni  menor  de  lo  que  era:  ni 
porque  todos  los  ángeles  y  hombres  se  salven  y  le  alaben,  es  más 
honrado:  ni  porque  todos  se  condenen  y  le  blasfemen,  menos 
glorioso:  este  tan  gran  Señor,  no  por  necesidad  sino  por  cari- 
dad, siendo  nosotros  sus  enemigos  y  traidores,  tuvo  por  bien  de 
inclinar  los  cielos  de  su  grandeza,  y  descendir  á  este  lugar  de 
destierro,  y  vestirse  de  nuestra  mortalidad,  y  tomar  sobre  sí  todas 
las  deudas  y  culpas  de  los  hombres,  y  padecer  por  ellas  los  ma- 
yores tormentos  que  jamás  en  el  mundo  se  padescieron  ni  pa- 
decerán. Por  mí,  Señor,  nasciste  en  un  establo,  por  mí  ñiiste  recli- 
nado en  un  pesebre,  por  mí  fuiste  circuncidado  al  octavo  día,  por 
mí  fuiste  desterrado  en  Egipto,  y  por  mí  finalmente  perseguido 
y  maltratado  con  infinitas  maneras  de  deshonras  y  ignominias. 
Por  mí  ayunaste,  velaste,  caminaste,  sudaste,  predicaste,  lloraste 
y  probaste  por  experiencia  todos  los  males  que  había  merecido 
mi  culpa,  no  siendo  tú  el  culpado  sino  el  inocente  y  ofendido.  Por 
mí  finalmente  fuiste  preso,  desamparado,  vendido,  negado,  pre- 
sentado ante  unos  y  otros  tribunales  y  jueces,  y  ante  ellos  acu- 
sado, abofeteado,  infamado,  escupido,  escarnecido,  azotado,  sen- 
tenciado, pregonado,  crucificado,  blasfemado,  alanceado  y  final- 
mente muerto  y  sepultado.  Pues  ¿con  qué  podré  3^0  pagar,  no 
digo  todo  este  beneficio,  sino  la  menor  gota  de  sangre  que  de- 
rramaste por  mí?  ¿Cómo  será  posible  no  amar  á  quien  así  me 
amó,  así  me  buscó,  así  me  redimió,  y  por  tan  caro  precio  me 
compró?  Si  yo  (dice  el  Salvador)  fuere  levantado  de  la  tierra,  to- 
das las  cosas  trairé  á  mí  mismo.  ¿Con  qué  fuerzas,  con  qué  cade- 
nas? Con  fuerzas  de  amor  y  con  cadenas  de  beneficios.  Con  las 

QBRAS  DE  GRANADA  X-j 


34  t;tIA  DE  PECADORES 


cuerdas  de  Adam  los  trairé  á  mí  (dice  el  Señor)  y  con  ataduras 
de  amor.  Pues  ^quién  no  será  llevado  por  estas  cuerdas?  ^ quién 
no  se  dejará  prender  destas  cadenas?  ^ quién  no  será  vencido  con 
tantos  beneficios?  Si  una  gota  de  agua  cayendo  continuamente 
sobre  una  piedra, basta  para  romperla,  ¿cómo  no  bastarán  las  cres- 
cientes  de  tantos  beneficios  para  romper  mi  corazón?  Si  aun  hasta 
la  misma  tierra  echada  en  el  fuego  se  convierte  en  fuego,  ¿  cómo 
no  arderá  mi  corazón,  cercado  de  tan  grande  fuego  de  amor  ? 

Y  si  tan  grande  culpa  es  no  amar  este  Señor,  ¿  qué  será  me- 
nospreciarle, y  ofenderle,  y  quebrantar  sus  mandamientos?  ¿Cómo 
puedes  tener  manos  para  ofender  aquellas  manos  que  tan  libera- 
les fueron  para  contigo  hasta  ponerse  por  ti  en  una  cruz  ?  Cuan- 
do aquella  mala  mujer  solicitaba  al  sancto  patriarca  Josef  á  que 
hiciese  traición  á  su  señor,  defendíase  el  sancto  mozo  de  ella  con 
estas  palabras:  Mira  que  todas  cuantas  cosas  tiene  mi  señor,  ha 
puesto  en  mis  manos,  sacando  á  ti  sola  que  eres  su  mujer.  Pues 
¿cómo  podré  yo  cometer  tan  gran  maldad  contra  él  y  pecar  con- 
tra mi  señor?  Como  si  dijera:  Si  mi  señor  ha  sido  tan  bueno  y 
tan  largo  para  comigo,  si  todo  cuanto  tiene  ha  puesto  en  mis 
manos,  si  así  me  ha  honrado,  y  favorecido,  y  fiado  de  mí  todas 
sus  cosas,  ¿  cómo  podré  yo  (estando  preso  con  tantas  cadenas  de 
beneficios)  tener  manos  para  ofender  á  tan  buen  señor?  Y  no  se 
contentó  con  decir  no  debo,  ó  no  es  razón  de  ofenderle, 
sino,  ¿cómo  le  podré  ofenderle?  dando  á  entender  que  la  gran- 
deza de  los  beneficios,  no  sólo  quita  la  voluntad,  sino  también 
en  su  manera  las  fuerzas  y  la  posibilidad  para  ofender  al  bien- 
hechor, y  ata  al  hombre  de  pies  y  manos  para  no  hacer  cosa  con- 
tra él.  Pues  si  esta  manera  de  religión  y  agradescimiento  meres- 
cían  aquellos  beneficios,  ¿qué  merescerán  los  beneficios  de  Dios? 
Aquel  hombre  puso  en  las  manos  de  Josef  cuanto  tenía;  Dios 
ha  puesto  en  tus  manos  todo  cuanto  tiene.  IVIira  pues  cuánto  es 
más  lo  que  Dios  tiene,  que  lo  que  aquél  tenía:  porque  tanto  más 
es  lo  que  tú  tienes  recebido,  que  lo  que  aquél  recibió.  Si  no,  dime, 
¿qué  hacienda  tiene  Dios  que  no  la  haya  puesto  en  tus  manos?  El 
cielo,  la  tierra,  el  sol,  la  luna,  las  estrellas,  los  ríos,  los  mares,  las  aves, 
los  pesces,  los  árboles,  los  animales,  y  finalmente  todo  cuanto  hay 
debajo  del  cielo  en  tus  manos  está  puesto.  Y  no  sólo  cuanto  hay 
debajo  del  cielo,  sino  también  cuanto  hay  sobre  el  cielo,  que  es 
la  gloria  de  allá,  y  las  riquezas  de  allá,  y  los  deleites  de  allá,  y  los 


LIBRO  I.  CAPÍTULO   VL  35 

ángeles  y  los  sanctos  que  están  allá,  también  sirven  y  militan 
para  tu  provecho.  Todas  las  cosas  (dice  el  i\póstol)  son  vuestras, 
sea  Paulo,  sea  Apolo,  sea  Pedro,  sea  el  mundo,  sea  la  vida,  sea 
la  muerte,  sea  lo  presente,  sea  lo  venidero:  todo  es  vuestro,  por- 
que todo  milita  y  sirve  para  vuestro  bien.  Y  no  sólo  lo  que  está 
sobre  los  cielos,  sino  también  el  mismo  Señor  de  los  cielos  se  nos 
ha  dado  en  mil  maneras:  en  padre,  en  tutor,  en  salvador,  en  maes- 
tro, en  médico,  en  precio,  en  mantenimiento,  en  remedio,  en  ga- 
lardón, y  en  todas  las  cosas.  El  Padre  nos  dio  á  su  Hijo,  el  Hijo  nos 
meresció  al  Espíritu  Sancto,  y  el  Espíritu  Sancto  nos  hace  me- 
rescer  al  mismo  Padre,  de  quien  manan  todos  los  bienes.  Pues  si 
este  Padre  (como  el  Apóstol  dice)  nos  dio  á  su  mismo  Hijo  (que 
era  la  mayor  dádiva  que  nos  podía  dar)  ^cómo  no  nos  dará  con 
él  todas  las  cosas? 

Pues  si  es  verdad  que  todo  cuanto  Dios  tiene  ha  puesto  en 
tus  manos,  si  por  tantas  partes  te  tiene  obligado  y  preso  con  tan- 
tos beneficios,  ¿cómo  es  posible  que  tengas  manos  para  ofender  á 
tan  larguísimo  y  piadosísimo  bienhechor?  Extremo  mal  parece 
que  era  no  agradescer  tan  grandes  bienes:  pues  ¿  qué  será  añadir 
al  desagradecimiento  menosprecio  y  ofensas  del  bienhechor?  Si 
aquel  mancebo  se  hallaba  tan  cativo  y  tan  impotente  para  ofen- 
der á  quien  le  había  puesto  en  las  manos  toda  su  casa,  ^cómo  tie- 
nes tú  fuerzas  y  corazón  para  ofender  á  quien  el  cielo,  y  la  tie- 
rra, y  á  sí  mismo  se  puso  en  tus  manos?  ¡Oh  más  ingrato  que  los 
brutos  animales,  oh  más  fiero  que  las  fieras,  oh  más  sensible 
que  todas  las  cosas  insensibles,  si  no  sientes  tan  grande  mal!  Por- 
que ¿qué  fiera,  qué  león,  qué  tigre  se  desmandó  jamás  en  hacer 
mal  á  quien  bien  le  hiciese?  De  un  perro  escribe  Sant  Ambrosio 
que  estuvo  toda  una  noche  llorando  y  aullando  á  su  señor,  por- 
que se  lo  había  muerto  un  su  contrario:  y  como  otro  día  por  la 
mañana  se  llegase  mucha  gente  á  ver  el  muerto,  y  entre  ellos 
también  el  matador,  arremetió  luego  contra  él  y  á  bocados  y  la- 
dridos dio  á  entender  la  culpa  secreta  del  malhechor.  Pues  si  los 
perros,  por  un  pedazo  de  pan,  tal  amor  y  fe  tienen  con  sus  seño- 
res, ¿cómo  serás  tú  tan  ingrato,  que  en  ley  de  razón  y  humanidad 
te  dejes  vencer  de  un  perro?  Y  si  aquel  animal  tanto  se  indignaba 
contra  quien  le  mató  su  señor,  ¿cómo  no  te  indignarás  tú  contra 
los  que  mataron  al  tuyo?  Y  ¿quién  son  (si  piensas)  los  que  le  ma- 
taron, sino  tus  pecados?  Éstos  fueron  los  que  le  prendieron,  és- 


36  GUIA  DE  PECADORES 


tos  los  que  le  ataron,  y  azotaron,  y  pusieron  en  cruz.  Porque  no 
fueran  los  verdugos  poderosos  para  esto,  si  tus  pecados  no  lo  fue- 
ran. Pues  ¿porqué  no  te  embravecerás  contra  este  tan  cruel 
homicida  que  quitó  la  vida  á  tu  Señor?  <:  Porqué,  viéndole  muerto 
ante  ti  y  por  ti,  no  crecerá  más  en  ti  el  amor  para  con  El  y  el 
aborrecimiento  contra  el  pecado  que  le  mató? 

Especialmente  sabiendo  que  todo  lo  que  en  este  mundo  hi- 
zo, dijo  y  padesció,  todo  fué  por  causar  en  nuestros  corazones 
aborrescimiento  y  apartamiento  del  pecado.  Por  matar  el  pecado 
murió,  y  por  echarle  clavos  en  pies  y  manos  se  dejó  El  enclavar 
en  la  cruz.  Pues  ¿porqué  quieres  tú  hacer  vanos  todos  los  traba- 
jos y  sudores  de  Cristo,  pues  te  quieres  quedar  en  aquella  mis- 
ma servidumbre  de  que  él  con  su  sangre  te  libró?  ¿Cómo  no  tem- 
blarás de  solo  el  nombre  del  pecado,  pues  ves  á  Dios  hacer  tan 
grandes  extremos  por  destruirlo?  ¿Qué  más  pudiera  Dios  hacer 
para  retraer  á  los  hombres  de  pecar,  que  ponérseles  delante  atra- 
vesado en  una  cruz?  ¿Quién  osaría  ofender  á  Dios,  si  viese  el  pa- 
raíso y  el  infierno  abierto  delante  sí?  Pues  sin  dubda  mayor 
cosa  es  ver  á  Dios  puesto  en  una  cruz,  que  todo  esto.  Por  donde, 
á  quien  no  mueve  esta  hazaña  tan  grande,  no  sé  qué  cosa  haya 
en  el  mundo  que  le  puede  mover. 


DE  OTROS  I^IUCHOS  BIENES  QUE  DÉ  PRESENTE  ACOMPAÑAN 
Á  LA  VIRTUD 

CAPÍTULO  VIL 

SI  por  ventura  dijeres  que  todas  estas  cosas  susodichas 
son  obligaciones  de  justicia,  y  bienes  y  males  que  para 
adelante  se  prometen,  y  que  deseas  ver  algo  de  pre- 
sente que  te  mueva  el  corazón  (pues  tanto  suele  mover  la  vista  de 
los  objcctos  presentes)  también  te  daremos  aquí  las  manos  llenas  de 
eso  mismo  que  deseas.  Porque  dado  caso  que  nuestro  Señor  tenga 
el  mejor  vino  y  los  mejores  bocados  guardados  para  el  fin  del  con- 
vite, mas  no  por  eso  deja  á  los  suyos  ayunos  y  boquisecos  en 
este  camino:  porque  sabe  Él  bien  que  desta  manera  no  podrían  du- 
rar en  él.  Por  donde,  cuando  dijo  él  á  Abraham:  No  temas,  Abra- 
ham,  porque  soy  tu  defensor,  y  tu  galardón  será  muy  grande:  dos 
cosas  le  prometió  en  estas  palabras:  una  de  presente  (que  era  su 
tutela  y  amparo  para  todas  las  cosas  desta  vida)  y  otra  de  fu- 
turo, que  es  el  galardón  de  la  gloria,  que  se  guardaba  para  la 
otra.  Mas  qué  tan  grande  sea  la  primera  promesa,  y  cuántas  ma- 
neras de  bienes  y  favores  encierre  en  sí,  no  lo  podrá  entender, 
sino  quien  hobiere  diligentemente  leído  las  Escrituras  sagradas, 
las  cuales  ninguna  cosa  más  á  menudo  repiten  y  encarecen,  que 
la  grandeza  de  los  favores,  regalos  y  beneficios  que  nuestro  Se- 
ñor promete  á  los  suyos  en  esta  vida.  Lee  el  Psalmo  Dominiis  regit 
me:  \Qe,Qtii  habitat  in  adiiitorio  altissimi:  lee,  Diligam  te  dñe  for- 
fittido  mea:  lee  las  bendiciones  y  maldiciones  del  Deuteronomio, 
y  lee  finalmente  todo  el  nuevo  y  viejo  Testamento,  y  verás  claro 
cuántas  maneras  de  bienes  y  de  favores  se  prometen  á  los  jus- 
tos en  esta  vida. 

Oye  lo  que  dice  Salomón  en  sus  Proverbios  sobre  este  caso. 
Bienaventurado  el  varón  que  halló  la  sabiduría.  Porque  más  vale 
la  posesión  de  ella,  que  todos  los  tesoros  de  plata  y  oro,  por 
muy  subido  y  precioso  que  sea.  Más  vale  que  todas  las  riquezas 
del  mundo:  y  todo  cuánto  el  corazón  humano  puede  desear,  no 


jS  GUIA  DE  PECADORES 


se  puede  comparar  con  ella.  La  longura  de  días  está  en  su  dies- 
tra, y  en  su  siniestra  riquezas  y  gloria.  Sus  caminos  son  caminos 
hermosos,  y  todas  sus  sendas  son  pacíficas.  Árbol  de  vida  es  para 
todos  aquéllos  que  la  han  alcanzado:  y  el  que  perseverantem en- 
te la  poseyere,  será  bienaventurado.  Guarda  pues,  hijo  mío,  la  ley 
de  Dios  y  sus  consejos,  porque  esto  será  vida  para  tu  ánima,  y 
dulzura  para  tu  garganta.  Entonces  andarás  seguro  en  tus  cami- 
nos, y  tus  pies  no  hallarán  en  que  tropezar.  Si  durmieres,  no  ten- 
drás por  qué  temer:  y  si  reposares,  serte  ha  tu  sueño  reposado. 
Ésta  es  pues,  hermano,  la  suavidad  y  descanso  del  camino  de  los 
buenos:  mas  del  que  los  malos  llevan,  mira  cuan  diferentes  nue- 
vas nos  dé  la  Escríptura:  Quebrantamiento  y  desventura  hay  en 
los  caminos  de  ellos,  y  nunca  supieron  qué  cosa  era  camino  de 
.  paz.  Y  en  otro  lugar:  El  camino  de  los  malos  (dice  el  Eclesiás- 
tico) está  lleno  de  barrancos,  y  al  cabo  de  la  jornada  les  están 
aparejados  infierno,  tinieblas  y  pena.  ^Paréscete  pues  que  es  buen 
trueque  dejar  el  camino  de  Dios  por  el  del  mundo,  habiendo  tan- 
ta diferencia  del  uno  al  otro,  no  sólo  en  el  fin  del  camino,  sino 
también  en  todos  los  pasos  del?  Pues  ¿qué  mayor  desatino,  que 
querer  más  con  un  tormento  ganar  otro  tormento,  que  con  un 
descanso  otro  descanso? 

Y  para  que  aun  más  claro  veas  la  grandeza  deste  descanso, 
y  la  muchedumbre  de  bienes  que  de  presente  acompañan  este 
bien,  ruégote  que  oyas  atentamente  lo  que  el  mismo  Dios  y  Se- 
ñor nuestro  promete  por  Isaías  á  los  guardadores  de  su  ley,  cuasi 
por  estas  palabras,  según  que  las  declaran  diversos  intérpretes. 
Cuando  hicieres  (dice  él)  tales  y  tales  cosas  que  yo  mando,  luego 
te  amanecerá  el  alba  del  día  claro  (que  es  el  sol  de  justicia)  que 
deshaga  todas  las  tinieblas  de  tus  errores  y  tristezas:  y  luego  co- 
menzarás á  tener  entera  y  verdadera  salud:  y  la  justicia  de  tus 
buenas  obras  irá  como  una  candela  delante  de  ti,  y  la  gloria  del 
Señor  por  todas  partes  te  cercará,  para  que  seas  honrado  ante  los 
ojos  de  Dios  y  de  los  hombres.  Entonces  invocarás  el  nombre 
del  Señor,  y  oirte  ha:  clamarás,  y  dirá:  vesme  aquí  presente  para 
todo  lo  que  te  cumpliere.  Entonces  en  medio  de  las  tinieblas  de 
las  tribulaciones  y  angustias  desta  vida  te  resplandescerá  la  luz 
del  favor  divino  que  te  consuele,  y  tus  tinieblas  serán  como  el 
medio  día:  porque  las  mismas  calamidades,  y  aun  las  caídas  de 
los  pecados  pasados,  ordenará  el  Señor  que  te  vengan  á  ser  oca- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  VIL  5^ 


sión  de  mayor  felicidad.  Y  darte  ha  él  siempre  verdadera  paz  y 
descanso  en  el  ánima,  y  en  el  tiempo  de  la  hambre  y  esterilidad 
te  dará  hartura  y  abundancia,  y  tus  huesos  serán  librados  de  la 
muerte  y  de  los  fuegos  eternos.  Y  serás  como  un  jardín  de  re- 
gadío y  como  una  fuente  de  agua  que  nunca  deje  de  correr,  y 
edificarse  ha  en  ti  lo  que  de  muchos  años  estaba  desierto,  para 
que  permanezca  con  sólidos  fundamentos  de  generación  en  ge- 
neración. Y  si  trabajares  por  sanctificar  mis  fiestas,  no  gastándo- 
las en  malos  pasos,  ni  en  hacer  tu  voluntad  contra  la  mía,  guar- 
dando muy  delicadamente  y  con  toda  solicitud  lo  que  yo  mando 
en  este  día,  entonces  te  deleitarás  en  el  Señor  (cuyos  deleites  so- 
brepujan á  todos  los  deleites  del  mundo)  y  levantarte  he  sobre 
todas  las  alturas  de  la  tierra  (que  es  á  un  estado  de  vida  felicísi- 
ma adonde  no  puede  llegar  toda  la  facultad  de  la  fortuna  ni  de 
la  naturaleza  humana)  finalmente  darte  he  después  la  hartura  y 
abundancia  de  aquella  preciosa  heredad  que  prometí  yo  á  Jacob 
tu  padre,  que  es  la  bienaventuranza  de  la  gloria:  porque  la  boca 
del  Señor  ha  hablado. 

Estos,  pues,  son  los  bienes  que  promete  Dios  á  los  suyos:  de 
los  cuales  aunque  algunos  sean  de  futuro,  los  más  dellos  son  de 
presente:  como  es  aquella  nueva  luz  y  resplandores  del  cielo, 
aquella  hartura  y  abundancia  de  todos  los  bienes,  aquel  arrimo 
y  confianza  en  Dios,  aquella  asistencia  divina  á  todas  las  oracio- 
nes y  peticiones,  aquella  paz  y  tranquilidad  de  consciencia, 
aquella  tutela  y  procidencia  divina,  aquel  jardín  de  regadío,  que 
es  el  verdor  y  hermosura  de  la  gracia,  aquella  fuente  que  nunca 
le  faltan  aguas,  que  es  la  provisión  y  suficiencia  de  todas  las  co- 
sas, aquellos  deleites  divinos  que  sobrepujan  á  todos  los  huma- 
nos, y  aquel  levantamiento  de  espíritu  á  donde  no  puede  llegar 
toda  la  facultad  de  la  naturaleza  criada.  Todos  éstos  son  favores 
que  Dios  promete  á  los  suyos:  todos  son  obras  de  su  misericordia, 
efectos  de  su  gracia,  testimonios  de  su  amor,  y  regalos  de  la  pro- 
videncia paternal  que  él  tiene  de  los  suyos.  Sobre  cada  uno  de 
los  cuales  había  tanto  que  decir,  que  no  sufre  la  brevedad  deste 
volumen  que  de  cada  cosa  destas  se  trate  en  particular.  Pues  de 
todos  estos  bienes  gozan  los  buenos  en  esta  vida  y  en  la  otra,  y 
de  todos  ellos  carescen  los  malos:  para  que  por  aquí  veas  la  dis- 
tancia que  hay  de  los  unos  á  los  otros,  pues  tan  ricos  están  los 
unos  de  favores  del  cielo,  y  tan  pobres  y  necesitados  los  otros. 


40  GUIA  DE  PECADORES 


Porque  sí  miras  atentamente  todas  estas  palabras  susodichas,  y 
miras  también  la  condición  y  estado  de  los  buenos  y  de  los  ma- 
los, hallarás  que  los  unos  están  en  gracia  de  Dios,  y  los  otros  en 
desgracia:  los  unos  son  amigos,  los  otros  enemigos:  los  unos  están 
en  luz,  los  otros  en  tinieblas:  los  unos  gozan  de  consolaciones  de 
ángeles,  los  otros  de  deleites  de  puercos:  los  unos  son  verdade- 
ramente libres  y  señores  de  sí  mismos,  los  otros  esclavos  de 
Satanás:  los  unos  viven  en  continua  paz,  los  otros  en  cruelísima 
guerra:  á  los  unos  alegra  el  testimonio  de  la  buena  consciencia, 
á  los  otros  remuerde  siempre  el  gusano  de  la  suya:  los  unos  en 
la  tribulación  permanecen  en  su  mismo  lugar,  los  otros  como  paja 
liviana  son  arrebatados  del  viento:  los  unos  están  amarrados  y 
y  seguros  con  el  áncora  de  la  esperanza,  los  otros  desamarra- 
dos y  expuestos  á  los  ímpetos  de  la  fortuna:  las  oraciones  de  los 
unos  son  aceptas  y  agradables  en  los  oídos  de  Dios,  las  de  los 
otros  aborrecidas  y  execrables:  la  muerte  de  los  unos  es  quieta, 
pacífica  y  preciosa  en  el  acatamiento  divino:  la  de  los  otros  in- 
quieta, congojosa  y  llena  de  mil  temores:  finalmente  los  unos 
viven  como  hijos  debajo  de  la  tutela  y  amparo  de  Dios,  y  duer- 
men dulcemente  debajo  la  sombra  de  su  providencia  pastoral: 
los  otros,  excluidos  desta  manera  de  providencia,  andan  como 
ovejas  descarriadas  sin  pastor  y  sin  dueño,  expuestas  á  todos 
los  peligros  y  encuentros  de  la  fortuna. 

Pues  si  todos  estos  bienes  acompañan  á  la  virtud,  dime,  jqué 
es  lo  que  te  detiene  para  que  no  abraces  tan  grande  bien?  ¡jQué 
puedes  alegar  en  descargo  de  tu  negligencia?  Decir  que  esto  no 
es  verdad,  no  ha  lugar,  pues  lo  ves  todo  fundado  en  palabras  de 
Dios  y  testimonios  de  su  Escriptura.  Decir  que  éstos  sean  peque- 
ños bienes,  no  ha  lugar,  pues  exceden  (como  ya  dijimos)  todo  lo 
que  el  corazón  humano  puede  desear.  Decir  que  eres  enemigo 
de  ti  mismo  y  que  no  cobdicias  estos  bienes,  tampoco  esto  se 
puede  decir:  pues  el  hombre  naturalmente  es  amigo  de  sí  mis- 
mo, y  la  voluntad  humana  tiene  por  objecto  el  bien,  que  es  el 
blanco  y  paradero  de  su  deseo.  Decir  que  no  entiendes  ni  gus- 
tas estos  bienes,  no  basta  para  descargarte  de  culpa,  pues  tienes 
la  fe  de  ellos,  aunque  no  tengas  el  gusto,  porque  el  gusto  piér- 
dese por  el  pecado,  mas  no  la  fe:  y  la  fe  es  testigo  más  cierto, 
más  seguro  y  más  abonado  que  todas  las  otras  experiencias  y 
testigos  del  mundo.  Pues  ¿  porqué  no  desmentirás  con  este  testi- 


Libro  i.  capítulo  vil  41 

go  á  todos  los  otros?  ¿Porqué  no  creerás  más  á  la  fe,  que  á  tu 
proprio  parecer  y  juicio?  ¡Oh,  si  quisieses  acabar  de  determinarte, 
y  arrojarte  en  los  brazos  de  Dios,  y  fiarte  del,  cómo  verías  luego 
en  ti  el  cumplimiento  destas  profecías!  Verías  la  grandeza  des- 
tos  tesoros:  verías  cuan  ciegos  andan  todos  los  amadores  deste 
siglo,  pues  no  buscan  este  bien:  y  verías  finalmente  con  cuánta 
razón  nos  convida  el  Salvador  á  esta  manera  de  vida  diciendo: 
Venid  á  mí  todos  los  que  estáis  trabajados  y  cargados,  que  yo 
os  daré  refrigerio:  tomad  mi  yugo  sobre  vosotros,  y  hallaréis  des- 
canso para  vuestras  ánimas:  porque  mi  yugo  es  muy  suave,  y 
mi  carga  liviana.  No  es  Dios  engañador,  ni  falso  prometedor,  ni 
grande  encarescedor  de  las  cosas  que  promete.  Pues  ¿porqué  hu- 
yes el  descanso?  ¿Porqué  desechas  la  paz  y  la  suavidad?  ¿Porqué 
desprecias  el  halago  y  la  dulce  voz  de  tu  pastor?  ¿Cómo  osas 
despedir  de  ti  la  virtud,  teniendo  tal  sobreescrito  como  éste,  fir- 
mado de  la  mano  de  Dios?  Menores  cosas  oyó  la  Reina  Sabá  de 
Salomón,  y  vino  de  los  últimos  fines  de  la  tierra  á  probar  lo  que 
había  oído.  Pues  ¿¡porqué  oyendo  tú  tales  y  tan  ciertas  nuevas  de 
la  virtud,  no  te  aventurarás  á  un  poco  de  trabajo,  siquiera  por 
averiguar  la  verdad  deste  negocio?  Fíate  pues,  hermano,  fíate  de 
Dios  y  de  su  palabra,  y  arrójate  confiadamente  en  sus  brazos, 
y  suelta  de  las  manos  esa  nonada  que  te  detiene,  y  verás  cómo 
queda  vencida  la  fama  de  la  virtud  con  sus  merecimientos,  y  có- 
mo es  nada  todo  lo  que  se  dice,  en  comparación  de  lo  que  es. 


RESPONDE  Á  LAS  EXCUSAS  DE  LOS  MALOS 

CAPÍTULO  VIII. 


'ON  todas  estas  cosas  que  justifican  el  partido  de  la 
virtud,  no  les  faltan  sus  excusas  á  los  malos  con  que 
defenderse:  porque  como  está  escrito,  achaques  bus- 
ca el  que  quiere  apartarse  de  su  amigo:  y  quien  esto  hace,  en 
todo  tiempo  será  digno  de  reprehensión. 

Algunos  pues  hay  que  con  una  sola  palabra  responden  á  todo 
esto,  diciendo  que  adelante  se  emendarán  y  tomarán  otro  ca- 
mino de  vida,  paresciéndoles  que  por  agora  les  es  muy  dificul- 
toso este  negocio,  y  que  adelante  les  será  más  fácil.  Éste  es  uno 
de  los  grandes  engaños  que  se  pueden  pensar.  Porque  si  tú  quie- 
res todo  este  tiempo  perseverar  en  esa  mala  vida  que  vives,  y 
añadir  pecados  á  pecados,  ^cómo  podrás  adelante  más  fácilmente 
dejarlos,  estando  más  mal  acostumbrado  y  habituado  á  ellos? 
Adelante  (si  ese  adelante  llegare  y  no  se  acabare  mañana)  esta- 
rá la  mala  costumbre  más  confirmada,  y  la  naturaleza  más  estra- 
gada, y  el  demonio  más  apoderado  de  ti,  y  tú  más  alejado  de 
Dios,  y  por  consiguiente  más  ciego  y  más  arraigado  en  el  mal. 
Pues  ¿cómo  te  será  más  fácil  este  negocio,  cresciendo  en  él  todas 
estas  nuevas  dificultades  con  la  perseverancia  del  pecar?  Si  cada 
vez  que  pecas  te  alejas  como  una  jornada  del  camino  de  la  vir- 
tud, ¿cómo  te  volverás  á  él  más  fácilmente,  habiéndote  alejado 
tantas  jornadas  cuantos  pecados  has  cometido  ?  Bien  parece  esta 
respuesta  de  quien  tiene  por  maestro  al  padre  de  la  mentira,  pues 
te  hace  creer  que  mientra  más  tiempo  hobiere  gastado  en  apren- 
der el  vicio,  y  olvidar  la  virtud,  y  desandar  el  camino  della,  te 
será  más  fácil  volver  á  él. 

Pues  ¿qué  diré  entre  todas  estas  cosas  del  poder  solo  de  la 
mala  costumbre  y  de  la  fuerza  que  tiene  para  detenernos  en  el 
mal?  Porque  es  cierto  que  así  como  los  que  hincan  un  clavo,  con 
cada  golpe  que  le  dan,  lo  hincan  más,  y  con  otro  golpe  más,  y 
así  mientra  más  golpes  le  dan,  más  fijo  queda  y  más  dificultoso 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  VITI.  4  5 


de  arrancar:  así  con  cada  obra  mala  que  hacemos,  como  con  una 
martillada  se  hinca  más  y  más  el  vicio  en  nuestras  ánimas,  y  así 
queda  tan  aferrado,  que  apenas  hay  manera  para  poderlo  des- 
pués arrancar.  Por  donde  vemos  que  la  vejez  de  aquéllos  que 
gastaron  la  mocedad  en  tales  y  tales  vicios,  suele  ser  muchas  ve- 
ces amancillada  con  las  disoluciones  de  aquella  edad  pasada, 
aunque  la  presente  las  rehuse,  y  la  misma  naturaleza  las  sacuda 
de  sí:  porque  todo  esto  vence  la  tiranía  y  fuerza  de  la  mala 
costumbre.  Por  lo  cual  se  escribe  en  el  libro  de  Job  que  los  hue- 
sos del  malo  serán  llenos  de  los  vicios  de  su  mocedad,  y  con  él 
dormirán  en  la  sepultura.  De  manera  que  los  tales  vicios  no  tienen 
otro  término,  sino  el  común  término  de  todas  las  cosas,  que  es  la 
muerte,  la  cual  sola  basta  para  curarlos.  Y  la  causa  de  esto 
es,  porque  por  razón  de  la  vieja  costumbre  (que  está  ya  conver- 
tida en  naturaleza)  tienen  los  apetitos  de  los  vicios  tan  íntima- 
mente arraigados  en  los  huesos  y  medulas  de  su  ánima,  como 
una  calentura  lenta  de  tísicos,  que  está  allá  metida  en  las  entra- 
ñas del  hombre,  que  no  espera  cura  ni  medicina. 

Esto  mismo  nos  mostró  también  el  Salvador  en  la  resurrec- 
tión  de  Lázaro  de  cuatro  días  muerto,  al  cual  resuscitó  con  tan 
grandes  clamores  y  sentimientos:  como  quiera  que  los  otros 
muertos  resuscitase  con  tanta  muestra  de  facilidad:  para  dar  á  en- 
tender cuan  gran  milagro  sea  resuscitar  Dios  al  que  está  ya  de 
cuatro  días  muerto  y  hediondo,  esto  es,  de  muchos  días  y  de 
mucho  tiempo  acostumbrado  á  pecar.  Porque  (como  declara  San 
Augustín)  entre  estos  cuatro  días,  el  primero  es  el  deleite  del  pe- 
cado, el  segundo  el  consentimiento,  el  tercero  la  obra,  el  cuarto 
la  costumbre  de  pecar:  y  el  que  á  este  punto  llega,  ya  es  Lázaro 
de  cuatro  días  muerto,  que  no  resuscita  sino  á  fuerza  de  brami- 
dos y  lágrimas  del  Salvador. 

Y  ya  que  este  bien  viniese  por  tu  casa  (lo  cual  vemos  cuan 
pocas  veces  acaesce)  dime,  (¡en  qué  ley  cabe  que  habiéndote  Dios 
amado  ab  aeterno  y  criado  para  darte  gloria  para  siempre,  no 
quieras  emplear  en  servicio  de  tan  antiguo  amador  y  bienhechor 
esa  tan  corta  vida  que  tienes,  sino  que  aun  dése  momento  le 
quieras  quitar  tantas  mitades  ? 


44  GUIA  D15  PECADORES 


Contra  los  que  dilatan  la  penitencia  á  la  muerte, 
§.  II. 

'AvS  algunos  hay  tan  ciegos  y  desvergonzados,  que  no  se 
contentan  con  echar  este  negocio  para  adelante,  sino  aun 
lo  reservan  para  el  mismo  punto  de  la  muerte.  Oh  loco  desvaria- 
do, i  y  con  solo  ese  precio  piensas  comprar  el  reino  de  los  cielos, 
y  merecer  la  compañía  y  silla  de  los  ángeles?^ Tú  no  ves  que  todo 
lo  que  en  esta  hora  se  hace,  por  la  mayor  parte  es  necesidad  y 
no  voluntad,  fuerza  y  no  libertad,  temor  y  no  amor,  y  si  amor, 
no  amor  de  Dios,  sino  amor  proprio,  que  naturalmente  teme  su 
daño?  ¿Tú  no  ves  que  es  contra  todas  las  lej^es  de  la  divina  jus- 
ticia, que  habiendo  empleado  toda  la  vida  en  servicio  del  demo- 
nio, vayas  en  cabo  á  pedir  el  galardón  á  Dios?  ¿No  miras  en 
lo  que  pararon  aquellas  cinco  vírgines  locas  del  Evangelio,  que 
aguardaron  á  aparejarse  para  la  cuenta  al  tiempo  que  querían 
darla?  Pues,  ¿cómo  esperas  tú  otro  mejor  suceso,  después  de  avi- 
sado por  este  ejemplo,  permaneciendo  en  el  mismo  descuido? 

Poderoso  es  Dios  para  inspirar  verdadera  penitencia  cuando 
él  quisiere:  mas,  cuan  pocas  veces  acaesca  en  esta  hora  y  cuan  po- 
cos en  ella  hagan  verdadera  penitencia,  pregúntalo  á  Sanct  Augus- 
tín,  á  Sanct  Ambrosio,  á  Sanct  Gregorio,  y  finalmente  á  todos  los 
sanctos,  y  verás  cuan  escrupulosamente  hablan  en  esto,  y  enten- 
derás cuan  gran  locura  sea  tener  tú  por  segura  la  nevegación  de 
un  golfo  de  quien  tan  sabios  marineros  hablan  con  tan  gran  te- 
mor. Oficio  es  el  bien  morir,  que  conviene  aprenderse  toda  la 
vida:  porque  en  la  hora  de  la  muerte  hay  tanto  que  hacer  en 
morir,  que  apenas  hay  espacio  para  aprender  á  bien  morir. 

General  regla  es  que  cual  es  la  vida  de  cada  uno,  tal  es  su 
muerte,  y  por  consiguiente,  que  si  la  vida  fuere  mala,  también 
lo  será  la  muerte,  si  Dios  no  quiere  por  especial  privilegio  ha- 
cer otra  cosa.  Esta  sentencia  no  es  mía,  sino  del  Apóstol,  el  cual 
dice  que  el  fin  de  los  malos  será  conforme  á  sus  obras:  porque 
regularmente  hablando,  ni  de  malas  obras  se  espera  buen  fin,  ni 
de  buenas  malo. 

Revuelve  todas  las  Escripturas  sagradas,  y  no  hallarás  en  ellas 
otra  sentencia  más  veces  repetida  que  ésta,  que  lo  que  sembra- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  VIH.  4  5 


re  el  hombre,  eso  cogerá,  y  que  á  la  hora  de  la  muerte  vendrán  los 
malos  á  coger  el  fructo  de  sus  caminos,  y  que  Dios  ha  de  dar  á 
cada  uno  según  sus  obras,  y  que  el  fin  de  cada  uno  será  confor- 
me á  la  vida  que  hobiere  vivido,  y  que  la  justicia  del  justo  estará 
sobre  su  cabeza,  y  la  maldad  del  malo  sobre  la  suya,  y  otras  mil 
sentencias  semejantes.  Si  toda  la  Escriptura  divina  se  pudiese 
fundir  para,  ver  qué  salía  della,  apenas  saldría  otra  cosa  más  ve- 
ces repetida  que  ésta.  Pues  si  tus  obras  todas  son  malas,  y  la  vida 
mala,  ^qué  podemos  prenosticar  della  (si  echamos  juicio  por  este 
astrolabio)  sino  tal  fin,  cuales  han  sido  los  medios,  y  cual  ha  sido 
la  vida?  ^Qué  podremos  juzgar  que  cogerá  en  la  otra  vida  sino 
corrupción,  quien  en  ésta  ninguna  otra  cosa  sembró  sino  corrup- 
ción? (jPor  ventura  (dice  el  Salvador)  cogerán  de  las  espinas  car- 
dos, ó  de  los  cardos  higos  ? 

Y  si  la  casa  del  malo  (como  dice  Salomón)  está  inclinada  á 
la  muerte,  y  sus  sendas  van  derechas  al  infierno,  ¿qué  se  puede 
esperar  dcste  camino  sino  este  paradero  ?  ¿A  dónde  caira  el  árbol, 
ó  la  pared  que  está  inclinada  á  un  lado,  cuando  caiga,  sino  hacia 
la  parte  que  está  inclinada?  Pues  aquél  cuya  vida,  cuyas  palabras, 
cuyas  obras  y  pensamientos  han  estado  siempre  inclinados  al  in- 
fierno (porque  todas  han  sido  merecedoras  del)  ¿adonde  irá  á 
parar  después  de  todo  esto,  sino  á  él?  ¿Adonde  irá  á  parar  sino 
á  las  tinieblas  exteriores,  el  que  siempre  anduvo  en  las  interio- 
res? ¿Cómo  quieres  tú  que  al  cabo  de  la  jornada  venga  á  parar 
en  el  cielo  quien  anduvo  siempre  por  el  camino  del  infierno? 


Contra  los  que  se  favorecen  con  la  misericordia  de  Dios  para  el  mal 

§.  ni. 

'i  por  otra  parte  dices  que  es  grande  la  misericordia  de 
Dios,  y  ésa  te  calienta  de  tal  manera,  que  perseverando 
en  tu  mala  vida,  tengas  por  segura  tu  salvación,  dime,  ¿qué  mayor 
ofensa  puedes  hacer  á  esa  misericordia,  que  tomar  de  ella  oca- 
sión para  más  ofenderla?  ¿Quién  te  enseñó  á  hacer  esa  conse- 
cuencia, que  porque  Dios  es  bueno,  tengas  tú  licencia  para  ser 
más  malo,  y  salir  con  ello  ?  A  lo  menos  el  Espíritu  Sancto  no  en- 
seña argüir  desa  manera,  sino  desta;  Porque  Dios  es  bueno,  me- 


40  CUIA  DE  PECADORES 


rece  ser  honrado,  y  obedecido,  y  amado  sobre  todas  las  cosas. 
Porque  Dios  es  piadoso  y  misericordioso,  es  razón  que  yo  lo  sea 
y  esté  confiado  en  él  que  me  perdonará,  por  grande  pecador 
que  haya  sido,  si  me  apartare  del  pecado  y  me  volviere  de  todo 
corazón  á  él.  Mas  si  perseverando  siempre  en  el  mal,  todavía 
crees  que  no  se  compadesce  con  su  misericordia  que  te  conde- 
nes, oye  lo  que  con  esa  misericordia  se  compadece. 

No  me  negarás  sino  que  de  cien  partes  del  mundo,  apenas 
es  una  de  cristianos,  y  que  de  las  noventa  y  nueve  que  quedan 
ni  una  sola  se  salva.  Porque  así  como  fuera  del  arca  de  Noé  no 
escapó  ninguno  en  tiempo  del  diluvio,  ni  fuera  de  la  casa  deRaab 
se  guareció  ninguno  de  los  moradores  de  Hiericó,  así  ninguno  se 
salva  fuera  de  la  casa  de  Dios,  que  es  su  Iglesia.  Pues  lo  que  se 
llama  cristiandad,  mira  de  la  manera  que  está  en  nuestros  tiem- 
pos, y  hallarás  por  cierto  que  en  todo  este  cuerpo  místico  den- 
de  la  planta  del  pie  hasta  la  cabeza  apenas  hay  en  él  cosa  del 
todo  sana.  Saca  afuera  algunas  cibdades  principales  (donde  hay 
algún  rastro  de  doctrina)  y  discurre  por  todo  esotro  carnaje  de 
villas  y  lugares  (donde  no  hay  memoria  della)  y  hallarás  mu- 
chos pueblos  de  quien  se  puede  verificar  aquello  que  dijo  Dios 
en  un  tiempo  por  Hierusalem:  Rodead  todas  las  calles  y  barrios 
de  Hierusalem,  y  buscad  un  hombre  que  sea  verdaderamente 
justo,  y  yo  usaré  de  misericordia  con  él.  Corre,  no  digo  ya  por 
todos  los  mesones  y  plazas,  que  éstos  son  lugares  dedicados  á 
mentiras  y  trampas,  sino  por  todas  las  casas  de  vecinos,  y  (como 
dice  Hieremías)  pon  la  oreja  á  escuchar  lo  que  hablan,  y  halla- 
rás que  apenas  se  oye  palabra  que  buena  sea:  sino  aquí  oi- 
rás murmuraciones,  allí  torpezas,  aquí  juramentos,  alH  blasfe- 
mias, y  rencillas,  y  cobdicias,  y  amenazas:  y  finalmente  en  toda 
parte  el  corazón  y  la  lengua  tratan  de  la  tierra  y  de  sus  ganan- 
cias, y  en  muy  pocas  de  Dios  y  de  sus  cosas,  si  no  es  para  jurar 
y  perjurar  su  nombre,  que  es  aquella  memoria  de  que  se  queja 
por  el  mismo  Profeta  diciendo:  Acuérdanse  de  mí,  mas  no  co  • 
mo  debrían,  jurando  por  mi  nombre  mentirosamente.  De  manera 
que  á  lo  menos  por  las  insignias  que  se  ven  de  fuera,  apenas 
podrás  juzgar  si  aquel  pueblo  es  de  cristianos  ó  de  gentiles, 
si  no  es  por  ventura  por  las  torres  de  las  campanas  que  asoman 
de  lejos,  ó  por  los  juramentos  y  perjurios  que  se  oyen  de  cerca: 
y  cuasi  todo  lo  demás  de  gentiles  es.  Pues  ¿  cómo  pueden  entrar 


LIBRO  1.  CArÍTULO  VIH.  47 


éstos  en  la  cuenta  de  aquéllos  de  quien  dice  Isaías:  Todos  cuan- 
tos los  vieren,  luego  los  conocerán,  porque  éstas  son  las  plantas 
á  quien  Dios  echó  su  bendición?  Pues  si  tal  ha  de  ser  la  vida 
del  cristiano,  que  todos  cuantos  le  vieren,  le  juzguen  por  hijo 
de  Dios,  ^en  qué  cuenta  podremos  tener  á  éstos,  que  más  pare- 
cen burladores  y  despreciadores  de  Cristo,  que  cristianos  ?  Pues 
si  tal  es  la  vida  déstos,  ¿qué  se  puede  esperar  de  su  salvación, 
según  la  regla  general  que  arriba  pusimos? 

He  dicho  todo  esto,  para  que  entiendas  que  si  con  esta  tan 
gran  misericordia  de  Dios,  que  tú  alegas,  se  compadesce  que  ha- 
ya en  el  mundo  tantos  infieles,  y  en  la  Iglesia  tantos  malos 
cristianos,  y  que  si  de  los  infieles  se  pierden  todos,  y  de  los 
cristianos  tantos,  también  se  compadecerá  que  te  pierdas  tú 
también  con  ellos,  si  fueres  tal  como  ellos.  Por  ventura  riéronsete 
á  ti  los  cielos  cuando  nascías,  ó  mudáronse  entonces  los  dere- 
chos de  Dios  y  las  leyes  de  su  Evangelio  y  de  su  justicia,  por- 
que para  ti  haya  de  ser  un  mundo  y  para  los  otros  otro? 

Con  esta  misma  misericordia  se  compadesció  también  la  caí- 
da de  los  ángeles,  y  el  pecado  de  los  primeros  hombres  y  de 
todo  el  género  humano  con  ellos,  y  de  todo  el  mundo  con  las 
aguas  del  diluvio,  y  la  destruición  espantable  de  Hierusalem,  y 
de  Babilonia,  y  de  Nínive,  y  de  otras  nobilísimas  cibdades  y 
provincias:  y  con  ésa  se  ha  compadescido  que  el  infierno  haya 
dilatado  su  senOj  y  que  desciendan  cada  día  millares  de  ánimas 
á  él.  ¿Y  no  se  compadecerá  que  descienda  también  la  tuya,  si 
vivieres  esa  misma  vida?  Y  porque  no  digas  que  entonces  era 
Dios  riguroso  y  agora  manso,  mira  que  con  esa  mansedumbre 
se  compadesce  toda  esto  que  has  oído:  para  que  no  dejes  tú 
también  de  temer  tu  castigo,  aunque  seas  cristiano,  si  eres  malo, 
pues  está  claro  que  la  fe  ociosa  no  es  instrumento  de  salud,  sino 
causa  de  mayor  condenación. 

¿Perderá  por  ventura  Dios  su  gloria,  si  tú  solo  dejares  de  en- 
trar en  ella?  ¿Tienes  tú  algunas  grandes  habilidades  de  que  Dios 
tenga  particular  necesidad,  porque  te  haya  de  sufrir  con  todas 
tus  tachas  buenas  y  malas?  O  ¿tienes  alguna  cédula  de  seguro, 
para  que  contigo  solo  use  deste  nuevo  privilegio?  Pues  á  los  hi- 
jos de  David  que  fueron  privilegiados  por  los  méritos  de  su  pa- 
dre, no  dejó  Dios  de  dar  su  merecido  cuando  fueron  malos,  y 
así  muchos  de  ellos  acabaron  desastradamente.  ¿Y  estás  tú  vana- 


48  GUIA  DE  PECADORES 


mente  confiado,  creyendo  que  con  todo  eso  estás  seguro?  Ye- 
rras, hermano  mío,  yerras,  si  crees  que  eso  sea  esperar  en  Dios. 
No  es  ésa  esperanza,  sino  presumpción:  porque  esperanza  es  creer 
que  arrepintiéndote  y  apartándote  del  pecado,  te  perdonará 
Dios,  por  malo  que  hayas  sido:  mas  presumpción  es  creer  que 
perseverando  siempre  en  la  mala  vida^  todavía  tienes  tu  salva- 
ción segura. 

Contra  los  que  se  excusan  con  el  ajuor  del  mundo. 
§.  IV. 

)as  por  ventura  dirás  que  el  amor  del  mundo  y  de  sus 
cosas  tiene  preso  tu  corazón,  y  ése  es  el  que  te  impide 
este  camino.  Esta  excusa  es  de  hombre  que  aun  no  ha  probado 
por  experiencia  los  bienes  espirituales,  y  por  eso  estima  en  tanto 
los  corporales.  El  rústico  aldeano  piensa  que  no  hay  otra  cosa 
mejor  que  su  aldea,  cuando  no  ha  visto  los  grandes  y  hermosos 
edificios  de  las  ricas  cibdades.  El  niño  llora  cuando  sale  del  vien- 
tre de  su  madre,  porque  no  conosce  cuánto  mejor  mundo  es  este 
á  donde  viene,  que  aquel  de  donde  sale.  Aquellos  primeros  hom- 
bres del  mundo  estimaban  en  mucho  la  billota  y  las  casas  pa- 
jizas, antes  que  se  descubriesen  las  mieses  abundosas  y  los 
edificios  de  cantería  seguros.  Y  desta  manera,  como  los  hombres 
carnales  no  hayan  visto  ni  gustado  los  bienes  espirituales,  ni  ex- 
perimentado la  suavidad,  la  dignidad,  la  nobleza  y  hermosura  de 
ellos,  precian  mucho  estos  falsos  y  caducos  bienes,  porque  no 
han  conoscido  los  otros,  porque  si  de  verdad  los  hobiesen  conos- 
cido,  no  sería  posible  que  no  despreciasen  éstos,  según  que  lo 
significó  el  profeta  Isaías  cuando  dijo:  En  aquel  día  escupirás 
y  abominarás  las  planchas  de  oro  y  plata,  y  las  imagines  de  los 
ídolos  que  adorabas,  como  paños  sucios  y  manchados,  y  dicirlas 
has  denodadamente:  ios  de  mí,  y  salid  de  mi  casa.  De  suerte  que 
así  como  escupieron  y  desecharon  los  hombres  á  los  falsos  dioses, 
cuando  conoscieron  al  verdadero  Dios,  así  escupen  y  desechan 
todos  los  falsos  bienes  del  mundo,  después  que  comienzan  á  gus- 
tar los  verdaderos  bienes  del  cielo.  Porque  (como  dice  S.  Ber- 
nardo) en  gustándose  la  suavidad  espiritual,  luego  toda  carne 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  VIIL  49 


(que  es  todos  los  bienes  y  deleites  del  mundo)  pierde  su  sabor. 
Ésta  es,  pues,  una  muy  principal  causa  deste  engaño  en  que  vi- 
ven los  hombres. 

Hay  otra  allende  de  ésta,  la  cual  es,  que  no  sólo  no  conoscen 
los  bienes  espirituales,  mas  ni  aun  conocen  esos  mismos  tempo- 
rales: porque  no  sería  posible  que  los  amasen  como  los  aman,  si 
de  verdad  los  conosciesen.  Porque,  dime,  ¿qué  cosa  es  este  mundo 
con  todos  sus  bienes  (si  se  mirase  con  buenos  ojos,  y  se  enten- 
diesen bien  sus  telas,  sus  marañas,  sus  paraderos  y  sus  engaños) 
qué  es,  digo,  sino  una  arca  de  trabajos,  una  escuela  de  vanida- 
des, una  plaza  de  engaños,  un  labirinto  de  errores,  una  cárcel  de 
tinieblas,  un  camino  de  salteadores,  una  laguna  cenagosa  y  un 
mar  de  continuos  movimientos?  ¿Qué  es  este  mundo,  sino  (como 
dice  un  sabio)  tierra  estéril,  campo  pedregoso,  bosque  lleno  de 
espinas,  prado  verde  y  lleno  de  serpientes,  jardín  florido  y  sin 
fruto,  río  de  lágrimas,  fuente  de  cuidados,  dulce  ponzoña,  fábula 
compuesta  y  frenesí  deleitable?  ¿Qué  bienes  hay  en  él  que  no 
sean  falsos,  y  qué  males  que  no  sean  verdaderos?  Su  sosiego  es 
congojoso,  su  seguridad  sin  fundamento,  su  miedo  sin  causa,  sus 
trabajos  sin  fructo,  sus  lágrimas  sin  propósito,  sus  propósitos  sin 
suceso,  su  esperanza  vana,  su  alegría  fingida,  su  dolor  verdade- 
ro, su  orden  y  concierto  lleno  de  confusión.  Así  que,  hermano 
mío,  ten  por  cierto  que  la  paz  y  contentamiento  que  deseas,  no 
se  halla  en  el  mundo,  sino  en  Dios:  ni  en  la  posesión  de  las  co- 
sas, sino  en  el  menosprecio  y  desestima  de  ellas.  Cerca  la  mar  y  la 
tierra,  y  anda  por  do  quisieres  (dice  S.  Augustín)  que  á  doquie- 
ra que  fueres,  serás  miserable,  si  no  vas  á  Dios. 


Contra  los  que  se  excusan  diciendo  que  es  áspero  el  camino  de  Dios. 

§.  V. 


^TROS  hay  que  se  excusan  por  otra  manera,  diciendo  que  es 
áspero  el  camino  de  Dios,  por  mandarse  en  él  cosas  difi- 
cultosas y  contrarias  á  la  inclinación  y  apetitos  del  hombre.  Ésta 
es  una  de  las  principales  excusas  que  á  muchos  hace  desmayar 
en  este  negocio.  Los  que  esto  dicen  (puesto  caso  que  sean  cris- 

OBRAS  DE  GRAN.\DA  X-4 


50  GUIA  DÉ  PECADORES 


tianos  y  vivan  en  la  ley  de  gracia)  no  han  conocido  la  primera 
letra  del  a.  b.  c.  desta  ley,  ni  se  han  desayunado  deste  misterio. 
¡  Pobre  de  ti !  Tú  que  dices  que  eres  cristiano,  dime,  ^para  qué  vino 
Cristo  al  mundo?  ^Para  qué  derramó  su  sangre?  ¿Para  qué  instituyó 
los  sacramentos?  ¿Para  qué  envió  el  Espíritu  Sancto?  ¿Qué  quiere 
decir  Evangelio?  ¿Qué  quiere  decir  gracia?  ¿Qué  Jesús?  ¿Qué  sig- 
nifica ese  nombre  tan  celebrado  de  ese  mismo  Señor  que  adoras?  Y 
si  no  lo  sabes,  pregúntalo  al  Evangelista  que  dice:  Ponerle  has  por 
nombre  Jesús,  porque  Él  hará  salvo  á  su  pueblo  de  sus  pecados. 
Pues  ¿qué  es  ser  salvador  y  librador  de  pecados,  sino  merecer- 
nos el  perdón  de  los  pecados  pasados,  y  alcanzarnos  gracia  para 
excusar  los  venideros?  ¿Para  qué  vino  Cristo  al  mundo,  sino  para 
ayudarte  á  ser  salvo?  ¿Para  qué  murió  en  la  cruz,  sino  para  ma- 
tar el  pecado?  ¿Para  qué  resuscitó  después  de  muerto,  sino  para 
hacerte  resuscitar  en  esta  nueva  manera  de  vida?  ¿Para  qué  de- 
rramó su  sangre,  sino  para  hacer  della  una  medecina  con  que  sa- 
nase tus  llagas?  ¿Para  qué  ordenó  los  sacramentos,  sino  para  re- 
medio y  socorro  de  los  pecados?  ¿Cuál  es  el  principal  fructo  de  su 
pasión  y  de  su  venida,  sino  habérsenos  allanado  por  ella  el  camino 
del  cielo,  que  antes  era  áspero  y  dificultoso  ?  Así  lo  significó  Isaías 
cuando  dijo  que  en  la  venida  del  Mesías  los  caminos  torcidos  se 
enderezarían,  y  los  ásperos  se  allanarían.  Finalmente  ¿para  qué 
sobre  todo  esto  envió  el  Espíritu  Sancto,  sino  para  que  de  carne 
te  hiciese  espíritu,  y  para  qué  le  envió  en  forma  de  fuego,  sino 
para  que  como  fuego  te  encendiese,  y  alumbrase,  y  fortaleciese, 
y  alegrase,  y  transformase  en  sí  mismo,  y.  te  subiese  al  cielo  de 
donde  él  fué  enviado?  ¿Para  qué  es  la  gracia  junto  con  las  virtu- 
des infusas  que  de  ella  proceden,  sino  para  hacer  suave  el  yugo 
de  Cristo,  para  hacer  ligero  el  ejercicio  de  las  virtudes,  para  can- 
tar en  las  tribulaciones,  para  esperar  en  los  peligros  y  vencer  en 
las  tentaciones?  Éste  es  el  principio,  y  el  medio,  y  el  fin  del  Evan- 
gelio: conviene  saber,  que  así  como  un  hombre  terrenal  y  peca- 
dor (que  fué  Adam)  nos  hizo  pecadores  y  terrenos,  así  otro  hom- 
bre celestial  y  justo  (que  vino  del  cielo)  nos  hizo  celestiales  y 
justos.  ¿Qué  otra  cosa  escriben  los  Evangelistas ?  ¿Qué  otras  pro- 
mesas anunciaron  los  Profetas?  ¿Qué  otra  predicaron  los  Apósto- 
les? No  hay  más  teología  que  ésta.  Ésta  es  la  palabra  abreviada 
que  Dios  hizo  sobre  la  tierra,  ésta  es  la  consumación  y  abrevia- 
ción que  el  profeta  Isaías  dice  que  oyó  á  Dios,  de  la  cual  se  si- 


LIBRO  I.   CAPÍTULO   VIIL  5 1 


guieron  luego  en  el  mundo  tantas  riquezas  y  abundancia  de  vir- 
tudes y  de  justicia. 

Haz  pues  tú  agora  cuenta  que  vienes  de  nuevo  á  la  religión 
cristiana,  y  que  preguntas  á  algún  sabio  teólogo  qué  es  lo  que 
contiene  y  manda  esta  nueva  religión,  y  responderte  ha  que 
manda  al  hombre  ser  bueno,  y  da  ayuda  para  serlo:  que  manda 
al  hombre  carnal  ser  espiritual,  y  da  al  Espíritu  Sancto,  para  que 
lo  pueda  ser.  Grandísima  miseria  es  que  á  cabo  de  tantos  años 
como  ha  que  eres  cristiano,  no  sepas  la  diferencia  que  hay  del 
cristiano  al  judío,  ni  de  la  ley  de  Escriptura  á  la  de  gracia.  La 
diferencia  está  en  esto  (pues  no  lo  sabes)  que  aquella  ley  man- 
daba al  hombre  ser  bueno,  y  no  le  daba  (cuanto  era  de  su  parte) 
fuerzas  para  serlo:  mas  ésta  manda  que  seas  bueno,  y  date  gracia 
para  ello:  y  por  eso  se  llama  ley  de  gracia.  Aquélla  mandaba  pe- 
lear, y  no  daba  armas  para  la  pelea:  mandaba  subir  al  cielo,  y  no 
daba  escalera  para  ello:  mandaba  á  los  hombres  ser  espirituales, 
y  no  daba  el  Espíritu  Sancto  para  que  lo  fuesen.  Agora  es  de 
otra  manera  (porque  ya  cesó  aquel  estado,  y  sucedió  este  otro 
tan  diferente,  por  los  méritos  y  por  la  sangre  de  Cristo)  ^y  tú  to- 
davía, como  si  no  hobiera  cesado  aquel  estado  ni  venido  Cristo 
al  mundo,  estás  judaizando,  creyendo  que  por  tus  fuerzas  solas 
has  de  cumplir  la  ley,  y  por  ella  has  de  ser  justificado? 

Pues  quienquiera  que  esto  entendiere,  verá  luego  claramente 
la  concordia  de  muchas  auctoridades  della,  de  las  cuales  unas  ha- 
cen este  camino  áspero,  y  otras  suave:  porque  en  un  lugar  dice 
el  Profeta:  Por  amor  de  las  palabras  de  tus  labios  yo  anduve  por 
caminos  duros.  Y  en  otro  dice:  En  el  camino  de  tus  mandamien- 
tos me  deleité,  así  como  en  todas  las  riquezas.  Porque  este  cami- 
no tiene  arabas  estas  cosas:  conviene  saber,  dificultad  y  suavidad, 
la  una  por  parte  de  la  naturaleza,  y  la  otra  por  virtud  de  la  gra- 
cia: y  así  lo  que  era  dificultoso  por  una  razón,  se  hace  ligero  por 
otra.  Lo  uno  y  lo  otro  significó  el  Señor  cuando  dijo  que  su  yugo 
era  suave,  y  su  carga  liviana.  Porque  en  decir  yugo,  significó  el 
peso  que  aquí  había,  y  en  decir  suave,  la  facilidad  que  por  parte 
de  la  gracia  se  le  daba. 

Y  si  por  ventura  preguntares,  ¿cómo  es  posible  que  sea  yugo 
y  sea  suave,  pues  la  condición  del  yugo  es  ser  pesado?  A  esto 
se  responde  que  la  causa  es,  porque  Dios  lo  alivia,  y  aun  ayu- 
da á  tirallo,  como  él  lo  prometió  por  el  profeta  Oseas  diciendo; 


^i  GUIA  DE  PECADORES 


Yo  les  seré  como  quien  levanta  el  yugo  y  lo  quita  de  encima  de 
las  cervices.  Pues  luego  (jqué  maravilla  es  que  sea  liviano  el  yugo 
que  Dios  alivia,  y  el  que  ayuda  á  levantar?  Si  la  zarza  ardía  y 
no  se  quemaba,  porque  Dios  estaba  en  ella,  ^  qué  mucho  es  que 
ésta  sea  carga  y  ser  liviana,  pues  el  mismo  Dios  está  en  ella  ayu- 
dándola á  llevar?  ¿Quieres  ver  lo  uno  y  lo  otro  juntamente  en 
una  misma  persona?  Oye  lo  que  dice  S.  Pablo.  En  todas  las  co- 
sas padescemos  tribulaciones,  y  no  nos  angustiamos:  vivimos  en 
extrema  pobreza,  y  no  somos  vencidos  con  ella:  sufrimos  per- 
secuciones, y  no  somos  desamparados:  humíllannos,  y  no  somos 
confundidos:  abátennos  hasta  la  tierra,  y  no  somos  por  eso  per- 
didos. ¿Ves  pues  aquí  por  un  cabo  la  carga  de  los  trabajos,  y  por 
.  otro  el  alivio  y  suavidad  que  hay  en  ellos  por  parte  de  la  gracia? 
Pues  aun  más  claro  significó  esto  mismo  el  profeta  Isaías  cuando 
dijo:  Los  que  esperan  en  el  Señor,  mudarán  la  fortaleza,  corre- 
rán, y  no  trabajarán:  andarán,  y  no  desfallescerán.  ¿Ves  pues  aquí 
el  yugo  deshecho  por  virtud  de  la  gracia?  ¿Ves  trocada  la  fortale- 
za de  la  carne  en  fortaleza  de  espíritu,  ó  por  mejor  decir,  la  for- 
taleza del  hombre  en  la  de  Dios?  ¿Ves  cómo  el  Profeta  ni  calló  el 
trabajo,  ni  calló  el  descanso,  ni  la  ventaja  que  había  de  lo  uno  á 
lo  otro,  cuando  dijo:  correrán,  y  no  trabajarán:  andarán,  y  no  des- 
fallescerán? 

Así  que,  hermano  mío,  no  tienes  por  qué  desechar  este  cami- 
no por  áspero  y  dificultoso,  pues  en  él  está  Dios  y  está  su  gracia: 
porque  no  es  razón  que  sea  más  poderosa  la  naturaleza  que  la 
gracia,  ni  Adam  que  Cristo,  ni  el  demonio  que  Dios,  ni  la  con- 
dición y  naturaleza  del  mal  que  la  del  bien. 


QUE  NO  DEBE  EL  HOMBRE  DILATAR  PARA  ADEL.\NTE  SU  CONVER- 
SIÓN, PUES  TIENE  TANTAS  DEUDAS  QUE  DESCARGAR 

CAPÍTULO  IX. 

UES  si  por  una  parte  son  tantas  y  tan  grandes  las  causas  que 
nos  obligan  á  mudar  la  vida,  y  por  otra  no  tenemos  excusa 
alguna  suficiente  para  no  hacer  esta  mudanza,  ruégote  que  me 
digas,  ^para  cuándo  aguardas  á  hacerla?  Vuelve  agora,  herma- 
no, un    poco  los  ojos  á  la  vida  pasada,  y  mira  (en  cualquier 
edad  que  agora  estés)  que  ya  es  tiempo,  y  pasa  de  tiempo,  de 
comenzar   á  descargar  algo   de  las  deudas  pasadas.  Mira  que 
siendo   cristiano    reengendrado  con  el  agua  del  sancto  bautis- 
mo, teniendo  á  Dios  por  padre  y  á  la  Iglesia  por  madre,  y  ha- 
biéndote criado  con  la  leche  del  Evangelio  (que  es  con  la  doc- 
trina de  los  Apóstoles  y  Evangelistas)  y  (lo  que  más  es)  con  el 
mismo  pan  de  los  ángeles  (que  es  el  Sacramento  del  altar)  con 
todo  esto  has  vivido  con  tanta  licencia  como  si  fueras  un  puro 
gentil  que  ningún  conoscimiento  tuvieras  de  Dios.  Sino,  dime, 
^qué  linaje  de  pecado  hay  que  no  hayas  cometido?  ^  Qué  árbol  ve- 
dado hay  en  que  no  hayas  puesto  los  ojos?  <Qué  prado  verde  hay 
donde  á  lo  menos  con  el  deseo  no  hayas  hecho  fiesta  á  tu  luju- 
ria? ¿Qué  se  ha  ofrecido  á  esos  ojos,  que  no  lo  hayas  deseado? 
¿Qué  apetito  dejaste  de  cumplir,  acordándote  que  tenías  Dios  y 
que  eras  cristiano?  ¿Qué  más  hicieras  si  no  tuvieras  fe,  si  no  espe- 
raras otra  vida,  sino  temieras  juicio?  ¿Qué  ha  sido  toda  tu  vida, 
sino  una  tela  de  pecados,  un  muladar  de  vicios,  un  camino  de 
abrojos,  y  una  perpetua  desobediencia  de  Dios?  ¿Con  quién  has 
vivido  hasta  aquí,  sino  con  tu  apetito,  y  con  tu  carne,  y  con  tu 
honra,  y  con  el  mundo  ?  Ésos  han  sido  tus  dioses,  ésos  los  ídolos 
á  quien  has  servido,  y  cuyas  leyes  has  guardado.  Cuenta  con  Dios, 
con  su  ley  y  con  su  obediencia,  por  ventura  no  la  has  tenido  más 
que  si  fuera  un  Dios  de  palo.  Porque  es  cierto  que  muchos  cris- 
tianos hay,  que  con  la  misma  facilidad  que  pecarían  si  creyesen 
que  no  hay  Dios,  con  esa  misma  pecan  creyendo  que  lo  hay,  y 


S4  GUIA  DE  PECADORES 


ninguna  cosa  menos  hacen  creyendo  lo  uno,  que  harían  creyendo 
lo  otro.  Pues  ^qué  mayor  injuria,  qué  mayor  desprecio  puede  ser 
de  tan  alta  majestad?  Finalmente,  creyendo  todo  lo  que  la  reli- 
gión cristiana  cree,  de  tal  manera  has  vivido  como  si  creyeras  ser 
la  mayor  fábula  ó  mentira  del  mundo. 

Y  si  no  te  espanta  la  muchedumbre  de  los  pecados  pasados  y 
la  facilidad  con  que  los  heciste,  ¿  cómo  no  te  espanta  siquiera  la 
majestad  y  grandeza  de  Aquél  contra  quien  pecaste?  Álzalos  ojos, 
y  mira  la  inmensidad  y  grandeza  de  aquel  Señor  (á  quien  ado- 
ran los  poderes  del  cielo,  ante  cuyo  acatamiento  está  postrada 
la  redondez  del  mundo,  en  cuya  presencia  todo  lo  criado  no  es 
más  que  una  paja  liviana  que  se  lleva  el  viento)  y  mira  cuan 
grande  mal  sea  que  un  vilísimo  gusanillo  como  tú  se  haya  tan- 
tas veces  atrevido  á  ofender  y  provocar  á  ira  los  ojos  de  tan 
grande  majestad. 

Mira  la  grandeza  espantosa  de  su  justicia  y  los  castigos  tan 
horribles  que  hasta  hoy  tiene  hechos  en  el  mundo  contra  el  pe- 
cado, no  sólo  en  particulares  personas,  sino  también  en  cibdades, 
gentes,  reinos  y  provincias,  y  en  todo  el  universo  mundo:  y  no 
sólo  en  la  tierra,  sino  en  el  cielo:  y  no  sólo  en  extraños  y  peca- 
dores, sino  en  su  mismo  Hijo  inocentísimo,  porque  se  puso  á  pa- 
gar por  ellos.  Pues  si  esto  se  hace  en  el  madero  verde,  y  por  pe- 
cados ajenos,  en  el  seco  y  cargado  de  pecados  propios  (¿qué  se 
hará?  Pues  ¿qué  cosa  puede  ser  más  desatinada  que  ponerse  á 
burlar  un  tan  vil  hombrecillo  con  un  Señor  que  tiene  la  mano  tan 
pesada,  que  si  la  carga  sobre  ti,  de  un  golpe  te  arrojará  en  el  pro- 
fundo de  los  infiernos? 

Mira  otrosí  la  paciencia  deste  Señor,  el  cual  ha  tanto  tiempo 
que  te  aguarda,  cuanto  ha  que  le  ofendes:  y  que  si  después  de 
tantas  riquezas  de  longanimidad  y  paciencia  con  que  te  ha  espe- 
rado, todavía  perseveras  en  usar  mal  de  su  misericordia  para  pro- 
vocar su  ira,  desarmará  su  arco,  y  sacudirá  su  aljaba,  y  llovera 
sobre  ti  saetas  de  muerte. 

Mira  la  profundidad  de  sus  juicios  tan  altos,  de  los  cuales  lee- 
mos y  vemos  cada  día  tan  grandes  maravillas.  Vemos  un  Salo- 
món, después  de  aquella  sabiduría  tan  grande  y  de  aquellas  tres 
mil  parábolas  y  misterios  profundísimos  de  los  Cantares,  desam- 
parado de  Dios  y  derribado  ante  las  estatuas  de  los  ídolos.  Ve- 
mos uno  de  aquellos  siete  primeros  diáconos  de  la  Iglesia,  que 


LIBRO    I.  CAPÍTULO   IX.  $^ 


estaban  llenos  del  Espíritu  Sancto,  hecho  no  sólo  hereje,  sino  he- 
resiarca  y  padre  de  herejías.  Vemos  cada  día  muchas  estrellas  caer 
del  cielo  en  la  tierra  con  miserables  caídas,  y  venir  á  revolcarse 
en  el  cieno,  y  comer  manjar  de  puercos,  los  que  asentados  á  la 
mesa  de  Dios  se  mantenían  del  pan  de  los  ángeles.  Pues  si  los 
justos  por  alguna  secreta  soberbia,  ó  negligencia,  ó  desagradeci- 
miento que  tuvieron,  son  así  desamparados  de  Dios  á  cabo  de 
tantos  años  de  servicio,  ^qué  esperas  tú,  que  ninguna  otra  cosa 
has  hecho  en  toda  la  vida  sino  multiplicar  ofensas  contra  Dios? 

Pues  veamos,  quien  desta  manera  ha  vivido,  ¿no  sería  razón 
que  cesase  ya  de  añadir  pecados  á  pecados,  y  deudas  á  deudas, 
y  que  comenzase  ya  aplacar  á  Dios  y  descargar  su  ánima?  ¿No 
sería  razón  que  bastase  lo  que  hasta  aquí  se  ha  dado  al  mundo, 
y  á  la  carne,  y  al  demonio,  y  que  se  diese  algo  de  lo  que  queda 
al  que  todo  lo  dio?  ^jNo  sería  razón  temer  á  cabo  de  tanto  tiempo 
y  de  tantas  injurias  la  justicia  divina,  que  cuanto  sufre  los  malos 
con  mayor  paciencia,  tanto  los  castiga  después  con  mayor  justi- 
cia? ¿No  sería  justo  temer  estar  tanto  tiempo  en  pecado  y  en  des- 
gracia de  Dios,  y  tener  contra  sí  un  tan  poderoso  contrario  como 
él,  y  de  padre  piadoso,  hacello  juez  y  enemigo?  ¿No  sería  razón 
temer  la  fuerza  de  la  mala  costumbre,  no  venga  á  convertirse  en 
naturaleza,  y  hacer  del  vicio  necesidad,  ó  poco  menos?  ¿Cómo  no 
temes  de  venir  poco  á  poco  á  dar  contigo  en  aquel  despeñade- 
ro del  sentido  reprobado,  al  cual  después  que  viene  el  hombre,  ya 
no  hace  caso  de  nada? 

Dijo  el  patriarca  Jacob  á  su  suegro  Labán:  Catorce  años  ha 
que  te  sirvo  y  que  miro  por  tu  hacienda:  tiempo  es  ya  que  yo 
también  mire  por  la  mía,  y  comience  á  entender  en  las  cosas  de 
mi  casa.  Pues  si  tú  tantos  años  ha  que  te  has  empleado  en  ser- 
vicio deste  mundo  y  desta  vida,  ¿no  será  razón  comenzar  ya  á 
ganar  algo  para  tu  ánima  y  para  la  vida  advenidera?  No  hay  cosa 
más  breve  ni  más  frágil  que  la  vida  del  hombre:  pues  ¿porqué 
proveyendo  con  tanto  cuidado  lo  necesario  para  esta  vida  tan 
breve,  no  provees  algo  para  aquella  que  durará  para  siempre? 


CONCLUSIÓN  DE  TODO  LO  SUSODICHO 

CAPITULO  X. 

UES  si  todo  esto  es  así,  ruégote  agora,  hermano,  por  la  san- 
gre de  Cristo  que  te  acuerdes  de  ti  mismo,  y  mires  que 
eres  cristiano,  y  que  tienes  por  suma  verdad  todo  lo  que  predi- 
ca la  fe.  Pues  esa  fe  te  dice  que  tienes  sobre  ti  un  juez,  ante 
cuyos  ojos  están  presentes  todos  los  pasos  y  momentos  de  tu 
vida,  en  que  es  cierto  que  ha  de  venir  día  en  que  te  pida  cuen- 
ta hasta  de  una  palabra  ociosa.  Esa  fe  te  dice  que  no  se  acaba 
del  todo  el  hombre  cuando  muere,  sino  que  después  de  esta 
vida  temporal  queda  otra  vida  perdurable:  y  que  no  mueren  las 
ánimas  con  los  cuerpos,  sino  que  quedándose  el  cuerpo  en 
la  sepultura,  el  ánima  entrará  en  otra  nueva  región  y  en  otro 
nuevo  mundo,  donde  tal  tendrá  la  suerte  y  la  compañía,  cua- 
les tuvo  aquí  las  costumbres  y  la  vida.  Esa  fe  te  dice  que  así  el 
galardón  de  la  virtud,  como  el  castigo  del  vicio,  es  una  cosa  tan 
grande,  que  aunque  todo  el  mundo  estuviese  lleno  de  libros,  y 
todas  las  criaturas  fuesen  escritores,  antes  se  cansarían  los  escrip- 
tores,  y  se  agotaría  el  mundo,  que  se  acabase  de  declarar  lo  que 
cada  cosa  destas  comprehende.  Esa  misma  fe  te  dice  que  son 
tan  grandes  las  deudas  y  beneficios  que  debemos  á  Dios,  que 
aunque  el  hombre  tuviese  más  vidas  que  arenas  hay  en  la  mar, 
era  poco  emplearlas  todas  en  su  servicio.  Esa  misma  fe  te  dice 
que  la  virtud  es  un  bien  tan  grande,  que  todos  los  tesoros  del 
mundo,  y  todo  cuanto  el  corazón  humano  puede  desear,  no  se 
puede  comparar  con  ella. 

Pues  si  tantas  y  tan  grandes  cosas  nos  convidan  á  la  virtud, 
(3 cómo  son  tan  pocos  los  amadores  y  seguidores  della?  Si  los  hom- 
bres se  mueven  por  interese,  ^  qué  mayor  interese  que  vida  per- 
durable? Si  por  temor  de  castigo,  ¿qué  mayor  castigo  que  pena 
para  siempre?  Si  por  obligaciones  de  deudas  y  beneficios,  ¿qué 
mayores  deudas  que  las  que  se  deben  á  Dios,  así  por  ser  él  quien 
es,  como  por  lo  que  del  tenemos  recibido?  Si  nos  mueve  el  te- 


LIBRO  I.  CAPÍTULO  X.  57 


mor  de  los  peligros,  ^qué  ma3^or  peligro  que  el  de  la  muerte,  cuya 
hora  es  tan  incierta,  y  cuya  cuenta  tan  estrecha?  Si  la  paz,  y  la  li- 
bertad, y  el  sosiego  del  espíritu,  y  la  suavidad  de  la  vida,  son  cosas 
que  todo  el  mundo  desea,  claro  está  que  se  hallará  mejor  todo 
esto  en  la  vida  que  se  rige  por  virtud  y  por  razón,  que  en  la  que 
se  rige  por  antojo  y  por  pasión:  pues  el  hombre  es  criatura  racio- 
nal y  no  bestial.  Y  si  todo  esto  es  poco  para  tener  en  algo  este 
negocio,  ^no  bastará  ver  que  por  él  bajó  Dios  del  cielo  á  la  tie- 
rra, y  se  hizo  hombre,  y  (habiendo  criado  en  seis  días  el  mundo) 
gastó  treinta  y  tres  años  en  esta  obra,  y  sobre  ella  perdió  la  vi- 
da? Dios  muere  porque  el  pecado  muera,  y  con  todo  esto  ^que- 
remos dar  vida  en  nuestros  corazones  á  quien  Dios  la  quiso  qui- 
tar con  su  muerte? 

^Cué  más  diré?  Sobran  ya  razones,  sobran,  si  por  razón  se  ho- 
biese  de  llevar  este  negocio.  Porque  no  digo  yo  mirando  á  Dios 
en  una  cruz,  mas  á  doquiera  que  volviéremos  los  ojos,  hallare- 
mos que  todas  las  cosas  nos  dan  voces  y  nos  llaman  á  este  bien: 
pues  no  hay  criatura  en  el  mundo  fsi  bien  se  mira)  que  no  nos 
llame  al  amor  y  servicio  del  común  Señor.  De  manera  que  cuan- 
tas son  las  criaturas  del  mundo,  tantos  son  los  predicadores,  tan- 
tos los  libros,  tantas  las  razones  y  finalmente  tantas  las  voces 
que  nos  llaman  á  Él. 

Pues  ^cómo  es  posible  que  tantas  voces  como  estas,  y  tantas 
promesas  y  amenazas,  no  sean  parte  para  llevarnos  á  Él?  ,3 Qué 
más  había  Dios  de  hacer  de  lo  que  hizo,  ni  prometer  de  lo  que 
prometió,  ni  amenazar  de  lo  que  amenazó,  para  traernos  á  sí,  y 
apartarnos  de  pecado?  Y  con  todo  esto,  [  que  sea  tan  grande,  no 
digo  yo  el  atrevimiento,  sino  el  encantamiento  de  los  hombres !  Y 
hombres  que  tienen  esto  por  fe,  ¡  que  no  recelen  estar  todos  los 
días  de  su  vida  en  pecado,  y  acostarse  con  pecado,  y  levantarse 
con  pecado,  y  derramarse  por  todo  género  de  pecados,  y  esto 
tan  sin  temor,  y  tan  sin  escrúpulo,  y  tan  sin  perder  por  eso  el  sue- 
ño ni  la  comida,  como  si  todo  lo  que  creen  fuese  sueño,  y  todo 
lo  que  dicen  los  Evangelios  mentira! 

Di,  traidor,  di,  tizón  aparejado  para  arder  en  aquellas  eternas 
y  vengadoras  llamas,  ¿qué  más  harías  de  lo  que  haces,  si  tuvie- 
ses por  mentira  todo  lo  que  crees?  Porque  veo  que  aunque  por 
temor  de  la  justicia  del  mundo  refrenas  algo  de  tus  apetitos,  mas 
por  temor  de  Dios  no  veo  que  dejas  de  hacer  lo  que  quieres,  ni 


5^  GUIA  DE  PECADORES 


tomar  vengfanza  de  quien  quieres,  ni  cumplir  todo  lo  que  deseas, 
si  puedes.  Dirae,  ciego  y  desatinado,  entre  tanta  sepfuridad  y  con- 
fianza <jqué  hace  el  gusano  de  la  consciencia?  ^Dónde  está  la  fe? 
(1  Dónde  el  seso,  y  el  juicio,  y  la  razón,  que  sola  te  quedaba  de 
hombre?  ^'Cómo  no  temes  tan  grandes,  tan  ciertos  y  tan  verda- 
deros peligros?  Si  te  pusiesen  un  manjar  delante,  y  algún  hom- 
bre (aunque  fuese  mentiroso)  te  dijese  que  tenía  ponzoña,  osa- 
rías por  ventura  tocar  en  él,  por  sabroso  que  fuese  el  manjar,  y 
mentiroso  el  denunciador?  Pues  si  los  Profetas,  si  los  Apóstoles, 
si  los  Evangelistas,  si  el  mismo  Dios  te  da  voces  y  te  dice:  La 
muerte  está  en  esa  olla,  hombre  miserable,  la  muerte  está  en  esa 
golosina  que  el  diablo  te  pone  delante,  ^cómo  osas  tomar  la  muer- 
te con  tus  manos,  y  beber  tu  perdición?  ^Qué  hace  esa  fe  en  tu 
corazón?  ¿Dónde  está  su  luz?  ¡jDónde  sus  aceros  y  sus  filos,  pues 
ninguna  cosa  corta  de  tus  vicios?  ¡Oh  miserable  frenético  embau- 
cado por  el  enemigo,  sentenciado  á  perpetuas  tinieblas  interiores 
y  exteriores,  para  que  de  las  unas  vayas  á  las  otras:  ciego  para 
ver  tu  miseria,  insensible  para  entender  tu  daño,  y  duro  más  que 
diamante  para  no  sentir  el  martillo  délas  palabras  divinas!  ¡Oh 
mil  veces  miserable,  digno  de  ser  llorado  no  con  otras  lágrimas 
que  con  aquellas  que  lloraron  tu  perdición  diciendo:  Si  conocie- 
ses en  este  día  la  paz,  y  el  descanso,  y  las  riquezas  que  Dios  te 
ofrece,  las  cuales  están  agora  escondidas  de  tus  ojos!  ¡Oh,  misera- 
ble el  día  de  tu  nascimiento,  y  mucho  más  el  de  tu  muerte,  por- 
que será  principio  de  tu  condenación!  ¡Cuánto  mejor  te  fuera 
nunca  haber  nacido,  si  has  de  ser  para  siempre  condenado!  ¡Cuán- 
to mejor  te  fuera  no  haber  sido  bautizado,  ni  recibido  la  fe,  pues 
de  ninguna  otra  cosa  allí  te  servirá,  sino  de  que  sea  más  inexcu- 
sable tu  culpa!  Porque  si  la  lumbre  sola  de  la  razón  bastó  para 
hacer  inexcusables  á  los  filósofos,  perqué  conosciendo  á  Dios  en 
alguna  manera,  no  le  glorificaron  ni  sirvieron  (como  dice  el  Após- 
tol) (¡cuánto  menos  excusa  tendrá  quien  recibió  lumbre  de  fe,  y 
agua  del  bautismo,  y  cada  año  abre  su  boca  para  recibir  al  mismo 
Dios,  y  cada  día  oye  su  doctrina,  si  ninguna  cosa  hace  más  que 
aquéllos? 

Pues  (jqué  podemos  luego  inferir  de  todo  lo  susodicho,  sino 
concluir  en  breve  que  no  hav  otro  seso,  ni  otra  sabiduría,  ni  otro 
consejo  en  el  mundo,  sino  que  dejados  á  parte  todos  los  emba- 
razos y  marañas  desta  vida,  sigamos  aquel  único  y  verdadero 


MBRO  1.  CAPÍTULO  X.  ^^ 

camino  por  do  se  alcanza  la  verdadera  paz  y  la  vida  perdura- 
ble? A  ésto  nos  llama  la  razón,  y  la  justicia,  y  la  ley,  y  el  cielo, 
y  la  tierra,  y  el  infierno,  y  la  vida,  y  la  muerte,  y  la  justicia,  y  la 
misericordia  de  Dios.  A  esto  señaladamente  nos  convida  el  Es- 
píritu Sancto  por  boca  del  Eclesiástico  diciendo  así:  Hijo,  dende 
los  primeros  años  de  tu  mocedad  oye  la  doctrina,  y  en  tus  pos- 
trimerías gozarás  del  dulce  fructo  de  la  sabiduría.  Así  como  el 
que  ara  y  siembra,  te  llega  á  ella,  y  espera  con  paciencia  los 
fructos  que  te  dará.  Poco  será  lo  que  trabajarás,  y  presto  goza- 
rás de  grandes  bienes.  Oye,  hijo  mío,  mis  palabras,  y  no  tengas 
en  poco  este  consejo  que  te  daré.  Pon  de  buena  gana  tus  pies  en 
los  grillos  della,  y  tu  cuello  en  sus  cadenas.  Abaja  los  hombros, 
y  llévala  sobre  ti,  y  no  te  entristezcas  con  las  ataduras  della. 
Allégate  á  ella  con  todo  corazón,  y  con  todas  tus  fuerzas  sigue 
sus  caminos.  Búscala  con  toda  diligencia,  y  descubrírsete  ha:  y  des- 
pués que  la  hobieres  hallado,  no  la  desampares,  porque  por  ella 
vendrás  á  hallar  descanso  en  tus  postrimerías,  y  lo  que  antes  te 
parecía  trabajoso,  después  se  te  hará  deleitable.  Y  serte  han  sus 
grillos  defensión  de  fortaleza  y  fundamentos  de  virtud,  y  sus  ca- 
denas vestidura  de  gloria,  porque  en  ella  hay  hermosura  de  vi- 
da, y  sus  vínculos  son  atadura  de  salud.  Hasta  aquí  son  palabras 
del  Eclesiástico:  por  las  cuales  en  alguna  manera  entenderás 
qué  tan  grande  sea  la  hermosura,  los  deleites,  la  libertad  y  ri- 
quezas de  la  verdadera  sabiduría,  que  es  la  misma  virtud  y  co- 
nosciniiento  de  Dios,  de  que  hablamos  aquí. 

Y  si  aun  todo  esto  no  basta  para  vencer  tu  corazón,  alza  los 
ojos  á  lo  alto,  y  no  mires  á  las  aguas  del  mundo  que  desvane- 
cen: sino  mira  á  aquel  Señor  que  está  en  la  cruz  muriendo  y  sa- 
tisfaciendo por  tus  pecados.  Allí  está  en  aquella  figura  que  ves, 
clavados  los  pies  para  esperarte,  y  abiertos  los  brazos  para  reci- 
birte, y  inclinada  la  cabeza  para  darte  (cuando  vinieres)  como  al 
hijo  pródigo  besos  de  paz.  Dende  ahí  te  está  llamando  (si  lo  sabes 
oir)  con  tantas  voces  y  clamores,  cuantas  llagas  tiene  en  todo  su 
cuerpo.  Dende  ahí  pues  imagina  que  habla  á  tu  corazón,  y  le  dice 
así:  Vuélvete,  vuélvete,  Sunamitis,  vuélvete  á  mí,  que  yo  te  reci- 
biré. Bien  sé  que  has  fornicado  con  todos  cuantos  amadores  has 
querido:  mas  con  todo  eso  vuélvete  á  mí,  que  yo  te  perdonaré. 
Vuélvete  á  mí,  que  yo  soy  tu  padre,  tu  Dios,  tu  hacedor,  tu  sal- 
vador, y  tu  verdadero  amigo,  y  tu  único  bienhechor,  y  tu  bien- 


6o  GUIA  DE  PECADORES 


aventuranza  cumplida,  y  tu  último  fin.  En  mí  hallarás  descanso, 
y  alegría,  y  paz,  y  salud,  y  verdad,  y  sabiduría,  y  todos  los  bie- 
nes. En  mí  hallarás  la  vera  de  las  aguas  vivas,  que  matan  la  sed 
y  levantan  hasta  la  vida  eterna.  En  mí  estarás  como  árbol  plan- 
tado par  de  las  corrientes  de  las  aguas,  que  da  su  fructo  en  su 
tiempo,  y  nunca  perderá  su  frescura:  y  todo  lo  que  hicieres  será 
prosperado. 

Éstas  son,  hermano  mío,  las  voces  con  que  la  Sabiduría  eterna 
llama  á  los  pecadores.  Si  tú  quieres  más  creer  á  estas  voces  que 
á  las  de  la  antigua  serpiente,  y  volverte  á  Dios,  y  mudar  la  vida 
(que  es  lo  que  en  esta  escriptura  se  pretende)  cómo  esto  se  haya 
de  facer,  el  libro  seguiente  te  lo  dirá. 


FIN   DEL  LIBRO  PRIMERO 


COMIENZA  EL  LIBRO  SEGUNDO 

EN  EL  CUAL   SE   CONTIENEN 

REGLAS    DE    BIEN   VIVIR 


CAPITULO  I. 


L  cristiano  que  tocado  ya  de  la  mano  de  Dios,  y  mo- 
vido por  la  consideración  de  estas  persuasiones  su- 
sodichas, ó  por  cualesquier  otras  que  el  Espíritu 
Sancto  lo  haya  querido  mover,  se  ha  determinado  de  mudar  la 
vida,  dos  cosas  le  enseña  el  profeta  David  que  debe  hacer,  que 
son,  guardarse  de  mal  y  hacer  bien:  porque  en  estas  dos  cosas 
consiste  la  suma  de  toda  justicia.  Pues  siguiendo  esta  orden  y 
divisióxi  del  Profeta,  partiremos  esta  Regla  en  dos  partes:  en  la 
primera  de  las  cuales  trataremos  de  los  males  que  debemos  huir, 
y  de  sus  remedios,  y  en  la  segunda,  de  los  bienes  que  debemos 
hacer,  que  es  de  las  virtudes  de  que  debemos  usar  así  para  con 
Dios,  como  para  con  los  prójimos,  como  también  para  con  nos- 
otros mismos.  Mas  antes  que  esto  comencemos,  será  necesario 
poner  dos  preámbulos  para  todo  este  negocio. 


DE   DOS  COSAS 
QUE  HA  DE  PRESUPONER  EL  QUE  SE  DETERM^JÍA  SERVIR  Á  DIOS. 

CAPÍTULO  II. 


'UES  el  que  de  nuevo  se  determina  de  ofrecer  al  ser- 
vicio de  nuestro  Señor,  la  primera  cosa  que  le  con- 
viene hacer,  es,  que  sienta  bien  desta  nueva  profe- 
sión que  toma,  y  la  estime  en  lo  que  ella  merece  ser  estimada: 
entendiendo  (lo  que  es  suma  verdad)  que  ésta  es  la  mayor  em- 
presa, la  mejor  jornada,  la  mayor  cordura,  el  mayor  tesoro,  la 
mayor  sabiduría,  y  el  mayor  bien  y  mayor  negocio  de  cuantos 
hay  en  el  mundo:  antes,  que  ni  hay  otro  bien  que  sea  verdadero 
bien,  ni  otro  negocio  que  sea  negocio,  sino  éste,  que  es  fin  de  to- 
dos los  bienes  y  de  todos  los  negocios,  pues  (como  dice  el  Salva- 
dor) una  sola  cosa  es  necesaria,  que  es  amar  y  servir  á  solo  Dios. 
Y  lo  mismo  entendió  Salomón  en  aquellas  últimas  palabras  con 
que  dio  fin  á  su  Eclesiastés  diciendo:  Teme  á  Dios  y  guarda  sus 
mandamientos,  porque  esto  es  todo  hombre:  quiere  decir,  éste 
es  todo  el  ser  y  todo  el  bien  del  hombre,  y  para  esto  fué  cria- 
do el  hombre.  Y  todo  lo  que  sale  de  aquí,  es  lo  que  dijo  al  prin- 
cipio deste  libro,  vanidad  de  vanidades  y  todo  vanidad. 

Para  tener  este  concepto  de  la  virtud  y  desta  nueva  profe- 
sión, te  sirve  todo  el  libro  pasado,  conviene  saber,  la  considera- 
ción de  la  muerte,  del  juicio,  del  paraíso,  del  infierno,  de  los  be- 
neficios divinos,  de  tus  proprios  pecados,  y  de  todos  los  otros 
bienes  que  de  presente  acompañan  á  la  virtud,  y  de  futuro  se  le 
prometen:  porque  todas  estas  cosas  declaran  la  importancia  de 
este  negocio  y  la  obligación  grande  que  tenemos  á  él.  Y  aun- 
que nada  desto  hubiera,  bastaba  haber  bajado  Dios  del  cielo  á 
la  tierra  sobre  este  caso,  y  padescido  muerte  por  matar  y  deste- 
rrar del  mundo  al  pecado,  que  es  la  mayor  hazaña  de  cuantas 
Dios  ha  hecho,  ni  hará  jamás. 

El  segundo  presupuesto  sea,  que  entendida  la  dignidad  y  im- 
portancia deste  negocio,  y  conosciendo  que  ninguna  cosa  hay  en 


LreRO  II.  CAPÍTULO  II. 


el  mundo  grande,  que  no  tenga  un  pedazo  de  dificultad  aneja,  te 
aparejes  con  esforzado  corazón  á  todas  las  dificultades,  contradi- 
ciones, persecuciones,  murmuraciones  y  encuentros  que  sobre 
este  caso  se  te  ofi-ecieren,  considerando  que  la  joya  por  que  mi- 
litas, es  de  tan  gran  valor,  y  la  margarita  de  tan  grande  precio, 
que  de  todo  esto  y  mucho  más  es  merecedora:  aprovechándote 
para  esto  del  ejemplo  de  Cristo  y  de  todos  los  sanctos  mártires, 
que  por  muy  más  caro  precio  la  compraron. 

Y  para  que  no  te  haga  desmayar  este  presupuesto,  acuérda- 
te que  donde  hay  trabajos  de  mundo,  hay  favores  del  cielo,  y 
donde  hay  contradiciones  de  naturaleza,  hay  socorros  de  gra- 
cia, que  es  más  poderosa  que  la  naturaleza.  Porque  (como  en  el 
libro  precedente  dijimos)  lo  uno  y  lo  otro  se  halla  en  este  cami- 
no. En  él  hay  yugo,  pero  muy  suave:  en  él  hay  carga,  pero  muy 
liviana:  porque  lo  que  la  naturaleza  hace  pesado,  el  favor  de  la  gra- 
cia hace  ligero,  como  lo  significó  el  Profeta  cuando  dijo  que  el  yugo 
se  pudriría  por  virtud  del  olio,  dando  á  entender  que  la  carga 
de  la  ley  divina  se  quitaría  ó  aliviaría  con  la  abundancia  del 
olio  de  la  divina  gracia.  De  manera  que  hay  trabajos  y  no  hay 
trabajos,  hay  yugo  y  no  hay  yugo,  porque  el  yugo  se  deshace 
con  la  virtud  del  olio.  Así  que,  hermano  mío,  si  lo  uno  te  desma- 
ya, lo  otro  te  debe  animar,  y  sobre  todo  (como  dije)  el  valor  de 
la  joya,  que  aunque  se  diesen  mil  cuentos  de  vidas  por  ella,  to- 
davía se  daba  de  gracia,  pues  ninguna  cosa  críada  alcanza  á  mere- 
recer  la  gloria.  Presupuestos  estos  dos  preámbulos,  comencemos 
ya  la  pnmera  parte  desta  doctrina,  que  trata  de  los  pecados  y 
de  sus  remedios. 


PRIMERA  PARTE  DESTA  REGLA 

QUE  TrL\TA 

DE  LOS  VICIOS   Y  DE   SUS  REMEDIOS 


DEL  PECADO  MORTAL  EN  COMÚN 

CAPÍTULO  m. 

RESUPUESTOS  ya  estos  dos  preámbulos,  el  primer  fun- 
'fT  damento  desta  obra  y  la  primera  piedra  deste  edi- 
VC^^  ficio  es  asentar  en  tu  corazón  un  muy  firme  y  deter- 
minado propósito  de  morir  mil  muertes  (si  fuese  necesario)  antes 
que  hacer  un  pecado  mortal  contra  Dios.  De  manera  que  así  co- 
mo una  mujer  noble  y  virtuosa  está  aparejada  para  morir  antes 
que  hacer  traición  á  su  marido,  así  el  cristiano  debe  ser  tan  fiel  á 
Dios,  y  debe  estar  tan  casado  con  él,  que  esté  aparejado  á  pa- 
descer  cualquier  detrimento  de  vida,  de  honra  y  de  hacienda  (por 
grande  que  sea)  antes  que  cometer  esta  manera  de  traición  con- 
tra él.  Para  lo  cual  (entre  otras  muchas  cosas)  te  aprovechará  en- 
tender las  pérdidas  en  que  un  hombre  cae  por  un  pecado  mor- 
tal, las  cuales  son  tantas  y  tan  grandes,  que  quienquiera  que 
atentamente  las  considerare,  no  podrá  dejar  de  quedar  atónito  y 
espantado  de  ver  la  faciUdad  que  muchos  tienen  en  cometer  este 
género  de  pecados. 

Porque  por  este  pecado  se  pierde  primeramente  la  gracia  del 
Espíritu  Sancto  (que  es  la  mayor  dádiva  de  cuantas  Dios  puede 
dar  á  una  pura  criatura  en  esta  vida)  porque  no  es  otra  cosa  gra- 
cia sino  una  forma  sobrenatural  que  hace  al  hombre  (si  decir  se 
puede)  pariente  de  Dios,  que  es  consorte  y  participante  de  la  na- 
turaleza divina.  Piérdese  también  la  amistad  y  privanza  con  Dios, 
que  anda  siempre  en  compañía  de  la  misma  gracia:  y  si  es  mu- 
cho perder  la  de  un  príncipe  de  la  tierra,  bien  se  ve  cuánto  más 


LIBRO  11.  CAPltULO  111.  ííí 


será  perder  la  del  Rey  de  cielos  y  tierra.  Piérdense  también  las 
virtudes  infusas  y  dones  del  Espíritu  Sancto,  con  los  cuales  el 
hombre  estaba  hermoso  y  ataviado  en  los  ojos  de  Dios,  y  armado 
y  fortalecido  contra  todo  el  poder  y  fuerzas  del  enemigo.  Piér- 
dese el  derecho  del  reino  de  los  cielos  (que  también  procede 
desa  misma  gracia)  porque  por  la  gracia  se  da  la  gloria,  como  di- 
ce el  Apóstol.  Piérdese  el  espíritu  de  adopción,  que  nos  hace  hi- 
jos de  Dios  y  así  nos  da  espíritu  y  corazón  de  hijos  para  con  él: 
y  junto  con  este  espíritu  se  pierde  el  tratamiento  de  hijo  y  la 
providencia  paternal  que  Dios  tiene  de  aquéllos  que  así  recibe 
por  hijos,  que  es  uno  de  los  grandes  bienes  que  en  este  mundo 
se  pueden  poseer,  en  el  cual  con  grandísima  razón  se  gloriaba  el 
Profeta  cuando  decía:  Alegrarme  he,  Señor,  en  verme  puesto  de- 
bajo la  sombra  de  tus  alas,  que  es  debajo  de  la  tutela  y  provi- 
dencia paternal  que  tienes  de  los  que  recibes  por  tuyos.  Piérde- 
se también  por  aquí  la  paz  y  serenidad  de  la  buena  consciencia: 
piérdense  los  regalos  y  consolaciones  del  Espíritu  Sancto:  piér- 
dese el  fructo  y  mérito  de  todos  cuantos  bienes  se  han  hecho  en 
toda  la  vida  hasta  aquella  hora.  Piérdese  la  participación  de  los 
bienes  de  toda  la  iglesia,  de  los  cuales  no  goza  el  hombre  de  la 
manera  que  antes  gozaba,  y  sobre  todo  esto  piérdese  la  partici- 
pación de  los  méritos  de  Cristo  nuestra  cabeza,  por  no  estar  el 
hombre  con  él  uñido  (como  miembro  vivo)  por  caridad  y  por 
gracia.  Todo  esto  se  pierde  por  un  pecado  mortal:  y  lo  que  se 
gana  es  quedar  condenado  á  las  penas  del  inñerno  para  siempre, 
quedar  por  entonces  borrado  del  libro  de  la  vida,  quedar  hecho 
en  lugar  de  hijo  de  Dios,  esclavo  del  demonio,  y  en  lugar  de 
templo  y  morada  de  la  Sanctísima  Trinidad,  hecho  cueva  de  la- 
drones y  nido  de  serpientes  y  basiliscos.  Finalmente  queda  el 
hombre  como  quedó  el  rey  Sedequías  en  poder  de  Nabucodono- 
sor,  ó  como  Sansón  después  de  perdidos  los  cabellos  (en  que  es- 
taba toda  su  fortaleza)  flaco  como  todos  los  otros  hombres,  y  en 
poder  de  sus  enemigos,  los  cuales  le  arrancaron  los  ojos  y  le  ata- 
ron á  una  atahona  como  á  bestia,  y  así  le  hacían  moler  y  enten- 
der en  oficio  de  bestia.  Pues  en  este  mesmo  estado  queda  el 
hombre  miserable  después  que  por  el  pecado  pierde  los  cabe- 
llos (que  es  la  fortaleza  y  ornamento  de  la  divina  gracia)  flaco 
para  todas  las  obras  buenas,  y  ciego  para  el  conoscimiento  de  las 
cosas  divinas,  y  cativo  en  poder  de  los  demonios,  los  cuales  lo 

ORRAS  DE  GRANAD.\  X— ¿ 


66  GUÍA  DE  PECADORES 


ocupan  siempre  en  oficios  de  bestia,  que  es  en  cumplir  y  poner 
por  obra  todos  sus  apetitos  bestiales. 

¿Parécete,  pues,  que  es  estado  éste  para  desear?  ¿Parécete 
que  son  pérdidas  éstas  para  temer?  ¿Parécete  que  es  posible  que 
tengan  seso  de  hombres  los  que  teniendo  esto  por  fe,  osan  co- 
meter con  tanta  facilidad  tantos  pecados?  Verdaderamente  ésta  es 
una  de  las  cosas  de  mayor  asombro  y  espanto  que  ha}'  en  el  mun- 
do. Porque  cosa  es  pecado  mortal,  que  ni  de  un  rayo  que  cayese 
par  de  nosotros,  ni  del  mismo  infierno  que  viésemos  abierto  ante 
los  ojos,  habíamos  de  tener  tan  grande  espanto  como  de  sólo  oir 
este  nombre  de  pecado  mortal. 

Pues  de  todas  estas  consideraciones  te  debes  aprovechar  cada 
vez  que  fueres  solicitado  del  enemigo  á  pecar,  pesando  en  una 
balanza  por  una  parte  todas  estas  pérdidas,  y  por  otra  el  interese 
y  golosina  del  pecado,  y  mirando  si  es  razón  que  por  una  tan  su- 
cia y  tan  torpe  ganancia  pierdas  todos  estos  tan  grandes  y  tan 
inestimables  tesoros.  Porque  el  que  esto  hiciere,  ninguna  cosa  le 
falta  para  ser  hijo  heredero  de  aquel  profano  Esaú:  de  quien  dice 
la  Escriptura  que  vendió  un  tan  rico  mayorazgo  que  le  pertene- 
cía, por  una  tan  baja  golosina:  y  esto  hecho,  fuese,  haciendo 
poco  caso  de  haber  vendido  una  heredad  de  tanto  precio. 


DE  LOS  PECADOS  EN  PARTICULAR 

CAPÍTULO  IV. 

fo  AUNQUE  de  todos  los  pecados  mortales  generalmente  se 
'  debe  el  hombre  apartar,  pero  señaladamente  lo  debe 
hacer  de  estos  seis,  que  son  los  más  ordinarios  y  en  que  más 
veces  puede  caer. 

Entre  los  cuales  el  primero  y  el  más  grave  de  todos  es  la  blas- 
femia, que  es  un  pecado  muy  vecino  á  los  tres  mayores  peca- 
dos del  mundo,  que  son  infidelidad,  desesperación  y  odio  de  Dios 
(que  es  absolutamente  el  mayor  de  todos)  al  cual  es  muy  seme- 
jante la  blasfemia:  porque  el  blasfemo,  si  pudiese  en  aquella  hora 
tomar  á  Dios  entre  los  dientes,  parece  que  lo  despedazaría  con 
aquel  espíritu  de  furor  que  el  demonio  le  inspira.  Por  donde  dijo 
S.  Augustín  que  no  menos  pecaban  los  que  blasfemaban  de  Cris- 
to, que  agora  reina  en  el  cielo,  que  los  que  le  crucificaron  cuando 
estaba  acá  en  la  tierra.  Éste  es  un  pecado  que  castiga  Dios  tan 
gravemente,  que  porque  el  rey  Senaquerib  blasfemó  contra  él,  le 
mató  en  una  noche  ciento  y  ochenta  y  cinco  mil  hombres  que 
tenía  puestos  en  campo,  y  de  ahí  á  pocos  días  se  levantaron  con- 
tra él  sus  proprios  hijos  y  le  mataron:  porque  justa  cosa  era  que 
los  mismos  hijos  rebelasen  contra  el  padre  que  había  sido  rebel- 
de y  blasfemo  contra  Dios. 

Las  mujeres  no  caen  en  este  pecado  comúnmente,  pero  caen 
en  otro  muy  semejante  á  él,  que  es  v^olvxrse  contra  Dios  en  los 
trabajos  que  les  envía,  y  quejarse  del  y  de  su  providencia,  y  po- 
ner mácula  en  su  justicia,  y  decir  que  no  le  agradescen  la  vida 
que  les  da,  y  maldecir  al  día  de  su  nascimiento  y  el  siglo  de  sus 
padres,  y  pedirse  la  muerte  con  la  ira  y  rabia  que  tienen,  y  que- 
jarse porque  tanto  tarda,  y  á  veces  ofrecerse  al  demonio  y  echar 
maldiciones  sobre  sí.  Todo  esto  es  linaje  de  blasfemia,  y  todo  len- 
guaje que  propriamente  se  usa  en  el  infierno  entre  los  conde- 
nados, los  cuales  día  y  noche  ninguna  otra  cosa  hacen  sino  ésta:  y 
déstos  parece  que  han  de  ser  compañeros  los  que  agora  usan  este 
mismo  oficio  y  hablan  en  esta  misma  lengua.  Y  por  esto  si  tú  te- 
mes ser  deste  número,  trabaja  por  humillarte  y  abajar  la  cabeza 
en  todos  los  trabajos  que  Dios  te  envía,  tomándolos  de  su  mano 


68  (^UIA  DE  PECADORES 


como  una  purga  ordenada  por  un  sapientísimo  médico  para  tu 
remedio,  presuponiendo  que  Dios  es  la  misma  bondad  y  la  mis- 
ma rectitud  y  justicia,  y  que  tan  imposible  es  hacer  cosa  mal  he- 
cha, como  dejar  de  ser  el  que  es. 

Y  si  dices  que  los  trabajos  son  grandes,  piensa  cuerdamente 
que  no  los  haces  menores  con  la  impaciencia,  sino  antes  con  ella 
los  acrescientas  y  doblas.  Y  si  quieres  hacer  que  te  parezcan  pe- 
queños, compáralos  (como  aconseja  S.  Bernardo)  con  cuatro  co- 
sas, conviene  saber,  con  los  beneficios  que  has  recebido  de  Dios, 
y  con  los  pecados  que  has  hecho  contra  él,  y  con  las  penas  del 
infierno  que  por  ellos  mereces,  3^  con  la  gloria  del  paraíso  que 
por  ellos  esperas:  y  con  cualquier  cosa  destas  que  los  compares, 
te  parecerán  pequeños,  cuanto  más  si  los  comparas  con  todas 
ellas  juntas. 

El  segundo  pecado,  que  tampoco  está  muy  lejos  de  este,  es  ju- 
rar el  nombre  de  Dios  en  vano:  porque  este  pecado  es  derecha- 
mente contra  Dios,  y  así  de  su  condición  es  más  grave  que  cual- 
quier otro  pecado  que  se  haga  contra  el  prójimo,  por  muy  gra- 
ve que  sea.  Y  no  sólo  tiene  esto  verdad  cuando  se  jura  por  el 
mismo  nombre  de  Dios,  sino  también  cuando  se  jura  por  la 
cruz,  y  por  los  sanctos,  y  por  la  vida  propria:  porque  cualquiera 
destos  juramentos  (si  cae  sobre  mentira)  es  pecado  mortal,  y  pe- 
cado muy  reprehendido  en  las  Escripturas  sagradas  como  inju- 
rioso á  la  divina  Majestad. 

Verdad  es  que  cuando  el  hombre  descuidadamente  sin  mirar 
en  ello  jura  mentira,  excusarse  ha  de  pecado  mortal:  porque  don- 
de no  hay  juicio  de  razón  ni  determinación  de  voluntad,  no 
hay  esta  manera  de  pecado. 

Mas  esto  no  se  entiende  en  los  que  tienen  costumbre  de  jurar 
á  cada  paso  sin  hacer  caso  ni  mirar  cómo  juran,  y  no  les  pesa  de 
tenerla,  ni  procuran  hacer  lo  que  es  de  su  parte  por  quitarla:  por- 
que éstos  no  se  excusan  de  pecado  cuando  por  razón  desta  mala 
costumbre  juran  mentira  sin  mirar  en  ello,  pudiendo  y  debiendo 
mirarlo,  ni  pueden  alegar  diciendo  qué  no  miraron  en  ello  ni  era 
su  voluntad  jurar  mentira:  porque  supuesto  que  ellos  quieren  te- 
ner esta  mala  costumbre,  también  quieren  lo  que  se  sigue  de  ella, 
que  es  este  y  otros  semejantes  inconvenientes:  y  por  esto  no  de- 
jan de  imputárseles  por  pecados  y  llamarse  voluntarios. 

Por  esto  debe  trabajar  el  cristiano  todo  lo  posible  de  des- 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  IV.  69 


arraigar  de  sí  esta  mala  costumbre,  para  que  así  no  se  le  imputen 
estos  descuidos  por  culpa  mortal.  Y  para  esto  no  hay  otro  mejor 
medio  que  tomar  aquel  tan  saludable  consejo  que  nos  dio  prime- 
ro el  Salvador,  y  después  su  apóstol  Santiago  diciendo:  Ante  to- 
das las  cosas,  hermanos  míos,  no  queráis  jurar  ni  por  el  cielo  ni  por 
la  tierra,  ni  otro  cualquier  juramento:  sino  sea  vuestra  manera  de 
hablar,  sí  por  sí,  y  no  por  no,  porque  no  vengáis  á  caer  en  juicio 
de  condenación.  Quiere  decir,  porque  no  os  lleve  la  costumbre  á 
jurar  alguna  mentira,  por  donde  seáis  juzgados  y  sentenciados  á 
muerte  perpetua. 

Y  no  sólo  de  su  propria  persona,  sino  también  de  sus  hijos,  y 
familia,  y  casa,  trabaje  por  desterrar  este  tan  peligroso  vicio,  re- 
prehendiendo y  avisando  á  todos  sus  familiares,  cuando  los  viere 
jurar  cualquier  juramento  que  sea.  Y  cuando  él  mismo  en  esto  se 
descuidare,  tenga  por  estilo  de  dar  alguna  limosna,  ó  rezar  siquie- 
ra un  Pater  noster  }-  Ave  María,  para  que  esto  le  sea  no  tanto 
penitencia  de  la  culpa,  cuanto  memorial  y  despertador  para  no 
caer  más  en  ella. 

El  tercero  pecado  que  debe  huir  después  destc,  es  todo  gé- 
nero de  torpeza  y  carnalidad:  en  el  cual  pecado  puede  el  hom- 
bre caer,  ó  por  obra,  ó  por  palabra,  ó  por  pensamiento  y  deseo 
determinado  de  hacer  algún  mal  recaudo,  ó  también  por  delecta- 
ción morosa,  que  es  otra  manera  de  pecado  mortal  más  subtil  y 
menos  conoscido.  Y  delectación  morosa  llamamos,  cuando  un 
hombre  voluntariamente  se  quiere  estar  pensando  y  deleitando 
en  un  pensamiento  torpe  (aunque  no  le  quisiese  poner  por  obra)  por- 
que también  esto  es  pecado  mortal  como  lo  demás.  Esto  se  en- 
tiende, cuando  el  hombre  ve  lo  que  piensa,  }'  quiere  estarse  en 
ello,  ó  no  lo  quiere  apartar  de  sí:  porque  si  esto  fuese  como  á 
traición,  y  el  hombre  no  echase  de  ver  lo  que  hace,  y  cuando  vol- 
viese en  sí  y  se  hallase  con  el  hurto  en  las  manos,  trabajase  por 
sacudirle  de  sí,  }'a  esto  no  sería  pecado  mortal,  por  la  falta  que 
hubo  de  deliberación. 

El  cuarto  pecado  mortal  es,  cualquier  odio  y  enemistad  for- 
mada, que  comúnmente  viene  acompañada  con  deseo  de  ven- 
ganza. Digo  esto,  porque  cuando  es  algún  rancorcillo  y  desgusto 
entre  personas,  que  no  llega  á  deseos  de  venganza,  ni  á  desear 
mal,  ó  pedirlo  á  Dios,  ó  procurarlo,  no  es  pecado  mortal:  mas  de 
la  otra  manera  sí,  y  muy  grave,  como  luego  se  verá. 


70  GUIA  DE  PECADORES 


El  quinto  pecado  mortal  es,  retener  lo  ajeno  contra  la  vo- 
luntad de  su  dueño.  Porque  todo  el  tiempo  que  desta  manera  lo  re- 
tiene, está  en  estado  de  condenación,  como  si  estuviese  enemis- 
tado, ó  amancebado:  porque  no  sólo  es  pecado  mortal  el  tomar 
lo  ajeno,  sino  también  el  retenerlo  contra  voluntad  de  cuyo  es. 
Y  no  basta  que  tenga  el  hombre  propósito  de  restituir  adelante 
(como  algunos  hacen)  si  luego  lo  puede  hacer,  porque  no  sólo 
tiene  obligación  á  restituir,  sino  también  á  luego  restituir,  si  lue- 
go puede.  Porque  si  no  pudiese  luego,  ó  del  todo  no  pudiese,  por 
haber  venido  á  suma  pobreza,  en  tal  caso  no  sería  obligado  ni  á 
uno  ni  á  otro,  porque  Dios  no  obliga  á  nadie  á  lo  imposible. 

El  sexto  pecado  mortales,  quebrantar  cualquier  de  los  man- 
damientos de  la  Iglesia  que  obligan  debajo  de  precepto,  como 
son  oir  misa  entera  con  atención  Domingos  y  fiestas,  confesar 
una  vez  en  el  año,  comulgar  por  Pascua,  y  ayunar  los  días  que  ella 
manda  &c.  Este  ayuno  obliga  de  XXI  años  arriba,  á  los  que  no  son 
enfermos,  ó  muy  flacos,  ó  viejos,  ó  trabajadores,  ó  mujeres  que 
crían,  ó  están  preñadas,  y  á  los  que  no  tienen  para  comer  bas- 
tantemente una  vez  al  día.  Y  así  puede  haber  otros  impidimen- 
tos  semejantes. 

En  lo  que  toca  al  oir  de  las  misas  los  días  de  obligación,  ha- 
se  de  advertir  que  no  cumple  con  este  mandamiento  el  que  está 
en  la  misa  con  solo  el  cuerpo,  y  mucho  menos  el  que  allí  está 
parlando:  sino  es  necesario  que  procure  estar  allí  atento  á  la  mi- 
sa y  á  los  misterios  de  ella,  ó  de  alguno  otro  sancto  pensamien- 
to, ó  á  lo  menos  rezando  alguna  cosa  devota. 

ítem,  los  que  tienen  esclavos,  criados,  hijos  y  familia,  deben 
procurar  con  todo  estudio  y  diligencia  que  éstos  oyan  misa  los 
días  de  obligación,  y  si  no  pudieren  acudir  á  la  mayor  (por  haber 
de  quedar  en  casa  á  aderezar  la  comida,  ó  á  otras  cosas  necesarias) 
á  lo  menos  procuren  que  ese  día  por  la  mañana  oyan  una  misa 
rezada,  para  que  así  cumplan  con  esta  obligación.  En  lo  cual  hay 
muchos  señores  de  familia  muy  culpados  y  negligentes  en  esta 
parte,  los  cuales  darán  á  Dios  cuenta  estrecha  desta  negligencia. 
Verdad  es  que  cuando  se  ofreciese  urgente  y  racionable  causa 
por  donde  no  se  pudiese  oir  la  misa  (como  es  estar  curando  de  un 
enfermo  ó  cosas  semejantes)  entonces  no  sería  pecado  dejar  la 
misa,  porque  la  necesidad  caresce  de  ley. 


DE  OTRAS  SEIS  MANERAS 
DE    PECADOS  QUE  MUCHAS    VECES  PUEDEN  SER  MORTALES 

CAPÍTULO  V. 


STAS  seis  maneras  de  pecados  susodichos  siempre 
son  mortales.  Hay  otras  seis  que  aunque  no  siem- 
pre sean  mortales,  muchas  veces  lo  pueden  ser,  y 
comúnmente  son  pecados  veniales  graves  y  muy  vecinos  á  mor- 
tales, por  lo  cual  se  deben  también  evitar  con  todo  estudio  y 
diligencia. 

Entre  los  cuales  el  primero  es  la  envidia,  que  aunque  no  to- 
das veces  sea  pecado  mortal  (como  cuando  es  de  cosas  peque- 
ñas, ó  cuando  es  más  un  movimiento  en  la  parte  sensitiva  de 
nuestra  ánima,  que  en  la  voluntad  determinada  por  juicio  de  ra- 
zón) mas  muchas  veces  lo  puede  ser,  cuando  es  en  cosas  graves 
y  con  juicio  y  determinación  de  la  voluntad.  Y  ella  misma  de  su 
linaje  es  pecado  mortal:  porque  milita  contra  la  caridad,  en  la 
cual  consiste  la  vida  del  ánima.  Y  por  tanto  debe  el  hombre  huir 
deste  pecado  como  de  la  misma  muerte. 

El  segundo  pecado  es  ira,  que  aunque  no  siempre,  ni  las  más 
veces,  sea  pecado  mortal,  algunas  veces  lo  puede  ser:  como  cuan- 
do llega  á  decir  palabras,  no  sólo  desentonadas  y  coléricas,  sino 
también  afrentosas  y  injuriosas  al  prójimo.  Y  cuando  no  es  pe- 
cado mortal,  á  lo  menos  es  pecado  grave,  y  que  desasosiega  mu- 
cho el  ánima,  y  turba  la  paz  de  la  consciencia.  Los  señores  que 
tienen  esclavos  y  criados,  bien  pueden  (cuando  es  razón)  casti- 
garlos por  obra  y  por  palabra:  mas  deben  refrenar  cuanto  pudie- 
ren la  ira  del  corazón,  y  guardarse  de  llamarles  perros,  ó  moros, 
ó  de  encomendarlos  al  demonio,  ó  de  echarles  maldiciones,  es- 
pecialmente cuando  son  hijos. 

El  tercero  pecado  es  murmuración,  la  cual  algunas  veces 
viene  á  parar  en  detracción:  porque  comenzando  á  decir  de  una 


^1  GUIA  DE  PECADORES 


persona  las  culpas  públicas  y  livianas,  de  ahí  venimos  poco  á 
poco  á  parar  en  las  secretas  y  graves,  con  que  una  persona  que- 
da infamada  y  publicada  por  mala:  lo  cual  sin  dubda  es  de 
grandísimo  peligro  y  perjuicio,  pues  es  contra  la  fama  }'  la  hon- 
ra, la  cual  todos  tienen  en  mas  que  la  hacienda,  y  algunos  aun  en 
más  que  la  misma  vida. 

El  cuarto  pecado  es  escarnecer  y  mofar  del  prójimo:  el  cual 
vicio  tiene  toda  la  fealdad  que  el  pasado,  y  añade  más  sobre  él 
soberbia,  presumpción,  menosprecio  y  desdén,  que  es  una  cosa 
muy  aborrecible  á  Dios  y  al  mundo.  Por  lo  cual  mandaba  el 
mismo  Dios  en  la  le}'  diciendo:  No  serás  maldiciente  ni  escarne- 
cedor en  los  pueblos. 

El  quinto  pecado  es  juzgar  temerariamente  los  hechos  y  di- 
chos de  los  prójimos,  echando  á  mala  parte  lo  que  se  podía 
echar  á  buena,  contra  aquello  que  el  Salvador  nos  manda  en  el 
EvangeHo  diciendo:  No  juzguéis,  y  no  seréis  juzgados:  no  conde- 
néis, y  no  seréis  condenados.  Esto  también  muchas  veces  puede 
ser  pecado  mortal,  cuando  lo  que  se  juzga  es  cosa  grave,  y  se 
juzga  livianamente  y  con  poco  fundamento.  Mas  cuando  la  cosa 
fuese  liviana,  y  el  juicio  fuese  más  sospecha  que  juicio,  entonces 
no  sería  pecado  mortal.  En  este  pecado  hay  un  grande  y  no  co- 
noscido  peligro,  algunas  veces  en  hombres,  y  muchas  más  en 
mujeres,  las  cuales,  cuando  les  falta  algo  de  sus  casas,  ó  tienen 
celos  de  sus  maridos,  con  el  dolor  y  escocimiento  de  lo  uno 
ó  de  lo  otro  dan  lugar  á  su  corazón  de  sospechar,  y  á  veces  tam- 
bién de  juzgar  sobre  hulano  y  hulana,  por  muy  livianos  indicios 
que  tengan:  y  (lo  que  peor  es)  muchas  veces  sacan  por  la  boca 
lo  que  tienen  en  el  corazón:  donde  vienen  á  hacer  á  una  ladrona, 
á  otra  mala  mujer,  á  otra  entrevenidera,  ó  hechicera:  donde  caen 
en  dos  grandes  pecados:  el  uno  juzgar  al  prójimo,  y  el  otro  le- 
vantarle falso  testimonio:  á  quien  después  quedan  obligadas  á  res- 
tituir su  fama,  que  por  maravilla  restituyen. 

El  sexto  pecado  es  mentira  y  lisonja,  que  también  pueden 
ser  pecados  mortales,  cuando  lo  uno  ó  lo  otro  cae  en  cosa  gra- 
ve y  perjudicial  al  prójimo:  lo  cual  es  pecado  mortal,  y  aun  con 
cargo  de  restitución,  cuando  de  aquí  se  siguió  algún  daño  notable. 

Éstos  son  los  pecados  más  cuotidianos  en  que  más  veces 
suelen  caer  los  hombres:  de  los  cuales  todos  debemos  siempre 
huir  con  suma  diligencia,  de  los  unos  porque  son  mortales,  y  de 


LIBRO  n.  CAPÍTULO  V.  73 


los  otros  porque  están  muy  cerca  de  serlo,  demás  de  ser  de  suyo 
más  graves  que  los  otros  comunes  veniales.  Desta  manera  con- 
servaremos la  inocencia  y  aquellas  vestiduras  blancas  que  nos 
aconseja  Salomón,  cuando  dice:  En  todo  tiempo  estén  blancas 
tus  vestiduras,  y  nunca  jamás  falte  olio  de  tu  cabeza,  que  es  la 
unción  de  lo  divina  gracia,  la  cual  nos  da  lumbre  y  fortaleza  para 
todas  las  cosas,  y  nos  enseña  y  esfuerza  para  todo  bien. 


DE  LOS  PECADOS  VENIALES 

CAPÍTULO  VI. 

AUNQUE  éstos  sean  los  principales  pecados  de  que  te 
debes  guardar,  no  por  eso  pienses  ya  que  tienes  li- 
cencia para  aflojar  la  rienda  á  todos  los  otros  pecados 
veniales.  Antes  instantísimamente  te  ruego  no  seas  del  número 
de  aquéllos  que  en  sabiendo  que  una  cosa  no  es  pecado  mortal, 
luego  sin  más  escrúpulo  se  arrojan  á  ella  con  grandísima  facili- 
dad. Acuérdate  que  dice  el  Sabio  que  el  que  menosprecia  las 
cosas  menores,  presto  caira  en  las  mayores.  Acuérdate  del  pro- 
verbio que  dice  que  por  un  clavo  se  pierde  una  herradura,  y  por 
una  herradura  un  caballo,  y  por  un  caballo  un  caballero.  Las  casas 
que  vienen  á  caer  por  tiempo,  primero  comenzaron  por  unas  pe- 
queñas goteras,  y  ésas  poco  á  poco  fueron  pudriendo  la  madera:  y 
así  vinieron  á  arruinarse  y  dar  consigo  en  tierra.  Acuérdate  que 
aunque  sea  verdad  que  no  bastan  siete  ni  siete  rail  pecados  venia- 
les para  hacer  un  mortal,  pero  que  todavía  es  verdad  lo  que  dice 
S,  Augustín  por  estas  palabras:  No  queráis  menospreciar  los  peca- 
dos veniales,  porque  son  pequeños,  sino  temedlos,  porque  son  mu- 
chos. Porque  muchas  veces  acaesce  que  las  bestias  pequeñas 
(cuando  son  muchas)  maten  los  hombres.  (¡Por  ventura  no  son 
muy  menudos  los  granos  del  arena?  Pues  si  cargáis  un  navio  de 
mucha  arena,  presto  se  irá  con  ella  á  fondo.  ¡Cuan  menudas  son 
las  gotas  del  agua!  ¿Por  ventura  no  hinchen  los  caudalosos  ríos, 
y  derriban  las  casas  soberbias?  Esto  pues  dice  S.  Augustín:  no 
porque  muchos  pecados  veniales  hagan  un  mortal  (como  ya  diji- 
mos) sino  porque  disponen  para  él,  y  muchas  veces  vienen  á  dar 
en  él.  Y  no  sólo  esto  es  verdad,  sino  también  lo  que  dice  S.  Grego- 
rio, que  muchas  veces  es  ma^'or  peligro  caer  en  las  culpas  pe- 
queñas, que  en  las  grandes.  Porque  la  culpa  grande,  cuanto  más 
claro  se  conoce,  tanto  más  presto  se  emienda:  mas  la  pequeña, 
como  se  tiene  en  nada,  tanto  más  peligrosamente  se  repite,  cuan- 
to más  seguramente  se  comete. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  VL  75 

Finalmente  los  pecados  veniales,  por  pequeños  que  sean,  ha- 
cen mucho  daño  en  el  ánima,  porque  quitan  la  devoción,  turban 
la  paz  de  la  consciencia,  apagan  el  fervor  de  la  caridad,  enfla- 
quecen los  corazones,  amortiguan  el  vigor  del  ánimo,  aflojan  el 
rigor  de  la  vida  espiritual,  y  finalmente  resisten  en  su  manera  al 
Espíritu  Sancto,  y  impiden  su  operación  en  nosotros:  por  donde 
con  todo  estudio  se  deben  evitar,  pues  nos  consta  cierto  que  no 
hay  enemigo  tan  pequeño,  que  despreciado,  no  sea  muy  pode- 
roso para  dañar. 

Y  si  quieres  saber  en  qué  géneros  de  cosas  se  cometen  estos 
pecados,  digo  que  en  un  poco  de  ira,  ó  de  gula,  ó  de  vanaglo- 
ria, en  palabras  y  pensamientos  ociosos,  en  risas  y  burlas  desor- 
denadas, en  tiempo  perdido,  en  dormir  demasiado,  en  mentiras 
y  lisonjerías  de  cosas  livianas,  y  así  en  otras  cosas  semejantes. 

Tenemos  pues  aquí  señaladas  tres  diferencias  de  pecados, 
unos,  que  comúnmente  son  mortales:  otros,  que  comúnmente 
son  veniales:  otros,  como  medios  entre  estos  dos  extremos,  que  á 
veces  son  mortales  y  á  veces  veniales.  De  todos  conviene  que 
nos  guardemos,  pero  mucho  más  de  éstos  que  están  como  en  el 
medio,  y  mucho  más  de  los  mortales,  pues  por  ellos  solos  se  rom- 
pe la  paz  y  amistad  con  Dios,  y  se  pierden  todos  aquellos  bie- 
nes que  arriba  dijimos.  Agora  será  bien  que  tratemos  de  los  re- 
medios generales  que  hay  contra  ellos. 


DE  LOS  REMEDIOS  GENERALES   CONTRA  TODO  PECADO 

CAPÍTULO  VIL 


PORQUE  no  basta  descubrir  las  llagas,  si  no  se  provee 
de  medicina  contra  ellas,  señalaré  aquí  en  breve  do- 
ce maneras  de  remedios  generales  que  hay  contra 
todo  género  de  pecados,  especialmente  contra  los  mortales. 

Entre  los  cuales,  el  primero  es  considerar  atentamente  todas 
aquellas  pérdidas  que  dijimos  se  perdían  por  un  pecado  mortal. 
Porque  apenas  puede  haber  hombre  que  tenga  seso  y  se  ponga 
á  considerar  todas  aquellas  pérdidas  sobredichas,  ó  parte  de  ellas, 
que  tenga  manos  ó  corazón  para  cometer  un  pecado  desta 
cualidad. 

El  segundo,  huir  las  ocasiones  de  pecados,  como  son  juegos, 
malas  compañías,  conversaciones,  comunicaciones  sospechosas,  y 
vista  y  trato  de  mujeres:  porque  quien  esto  no  evita,  bien  pue- 
de tenerse  por  caído  y  llorarse  }^a  por  muerto.  Si  un  hombre 
estuviese  tan  flaco  y  enfermo  que  de  su  estado  proprio  cayese  mu- 
chas veces  en  tierra,  ¿qué  seguridad  tendría  éste,  si  le  tirasen  por 
el  brazo,  ó  le  diesen  un  empellón?  Pues  si  el  hombre  por  el 
pecado  quedó  tan  miserable  y  tan  flaco,  que  muchas  veces  cae 
por  su  propria  flaqueza,  sin  tener  ocasión  para  caer,  (iqué  hará 
ofreciéndosele  ocasión  para  ello,  pues  es  verdadera  sentencia 
que  en  el  arca  abierta  el  justo  peca? 

El  tercero  es  resistir  al  principio  de  la  temptación  con  gran- 
dísima presteza,  poniendo  ante  los  ojos  del  ánima  á  Cristo  cru- 
cificado, con  aquella  misma  figura  lastimera  que  tuvo  en  la  cruz, 
todo  hecho  llagas  y  ríos  de  sangre,  y  acordarse  que  aquél  es 
Dios,  y  que  se  puso  allí  por  el  pecado,  }'  temblar  de  hacer  cosa 
que  fué  parte  para  traer  á  Dios  en  tal  estado.  Y  considerando 
esto,  llamémosle  de  lo  íntimo  de  nuestro  corazón  para  que  nos 
ayude  y  libre  dése  dragón  infernal,  }'  no  permita  que  tan  gran  tra- 
bajo suyo  haya  sido  tomado  por  nosotros  en  vano. 


LlteRO    li.  CAPÍTULO   Vit.  77 


El  cuarto  es  el  uso  de  los  sacramentos,  que  no  son  otra  cosa 
sino  remedios  inventados  por  Dios  para  curar  los  pecados  he- 
chos y  preservar  de  los  venideros:  y  es  el  mayor  beneficio  que 
recibimos  en  la  ley  de  gracia.  Y  aunque  en  todo  tiempo  tenga 
sazón  el  uso  de  los  sacramentos,  pero  especialmente  al  tiempo  de 
la  temptación  es  grandísimo  remedio  acudir  á  la  confesión.  Y  si 
alguna  vez  (lo  que  Dios  no  permita)  cayeses  en  pecado,  en  nin- 
guna manera  te  debes  acostar  con  él,  porque  no  sabes  lo  que 
será  de  ahí  á  la  mañana:  sino  trabaja  ese  mismo  día  por  confe- 
sarte y  arrepentirte,  porque  como  dice  S.  Gregorio,  si  el  pecado 
no  se  quita  luego  por  la  penitencia,  luego  con  su  propria  carga 
trae  otro  en  pos  de  sí. 

El  quinto  es  el  uso  de  la  frecuente  y  devota  oración:  en  la 
cual  se  pide  fortaleza  y  gracia  contra  el  pecado,  y  se  gustan  las 
consolaciones  del  Espíritu  Sancto,  con  que  fácilmente  se  despre- 
cian las  del  mundo,  y  se  alcanza  el  espíritu  de  la  devoción  esen- 
cial, que  nos  hace  promptos  y  hábiles  para  todo  bien. 

El  sexto  es  lición  de  buenos  y  sanctos  libros:  con  la  cual  se 
ocupa  bien  el  tiempo,  y  se  alumbra  el  entendimiento  con  el  co- 
noscimiento  de  la  verdad,  y  se  enciende  la  voluntad  en  devo- 
ción, y  así  se  hace  el  hombre  más  fuerte  contra  el  pecado  y  más 
hábil  para  toda  virtud. 

El  séptimo  es  ocupación  en  obras  pías  y  ejercicios  honestos: 
porque  el  hombre  ocioso  es  como  la  tierra  holgada,  que  no  lleva 
otra  cosa  sino  cardos  y  espinas:  por  donde  con  razón  dijo  el  Sa- 
bio que  muchos  males  enseñó  al  hombre  la  ociosidad. 

El  octavo  es  el  ayuno  y  las  asperezas  corporales,  y  absti- 
nencia de  vino  y  de  manjares  calientes:  porque  entre  otros  loo- 
res que  tiene  el  ayuno,  éste  es  muy  principal,  que  enflaquecien- 
do el  enemigo  doméstico,  enflaquece  también  todos  los  ímpetus 
y  pasiones  del.  Y  por  esta  causa,  y  también  por  satisfación  de 
nuestros  pecados  y  por  imitación  y  honra  de  la  pasión  de  Cristo, 
se  da  por  muy  saludable  consejo  que  el  cristiano  procure  cada 
día  (y  especialmente  todos  los  viernes  del  año)  hacer  alguna  ma- 
nera de  penitencia,  aunque  sea  pequeña,  ó  en  el  comer,  ó  en  el 
beber,  ó  en  el  dormir,  ó  en  estar  de  rodillas,  ó  en  sufrir  algún  pe- 
queñuelo  trabajo,  ó  en  perdonar  algún  enojo,  ó  en  negar  su  pro- 
pria voluntad  y  apetito  en  cosas  que  mucho  desea,  ó  en  otra 
cualquier  obra  semejante:  porque  esto  aprovecha  no  sólo  para 


78  CUIA  DE  PECADORES 


remedio  de  los  pecados,  sino  también  para  otros  grandes  pro- 
vechos. 

El  nono  es  silencio  y  soledad:  porque  como  dice  Salomón, 
en  el  mucho  hablar  no  pueden  faltar  pecados:  y  como  dijo  otro 
sabio,  nunca  entré  en  la  compañía  de  otros  hombres,  que  no  salie- 
se de  allí  menos  hombre.  Y  por  esto  el  que  quiere  quitar  parte 
de  sus  armas  al  pecado,  huya  de  conversaciones,  de  compañías 
no  necesarias  y  de  visitaciones  }■  cumplimientos  de  mundo:  por- 
que por  experiencia  hallará  (si  esto  no  hace)  cuál  vuelve  después 
á  su  posada,  cuan  desconsolado  y  descontento,  y  cuan  llena  la 
cabeza  de  imagines  y  representaciones  de  cosas,  que  le  dan  bien 
en  qué  entender  al  tiempo  que  quiere  recogerse. 

El  décimo  es  examinarse  cada  noche  antes  que  se  acueste,  y 
tomarse  cuenta  de  lo  que  ha  hecho  aquel  día,  y  de  cómo  ha  gas- 
tado el  tiempo.  Y  puede  proceder  en  este  examen  por  los  mismos 
documentos  desta  regla,  considerando  si  ha  caído  en  alguno  des- 
tos  doce  pecados  que  aquí  habemos  contado,  y  desfallescido  en 
los  remedios. 

Desta  manera  podrá  examinarse,  y  también  acusarse  ante 
Dios,  de  la  soberbia  y  vanagloria,  de  la  invidia,  rancores,  ó  ene- 
mistades, de  las  sospechas  y  juicios  temerarios,  de  la  vana  tris- 
teza y  vana  alegría  por  las  cosas  del  mundo,  de  los  deseos  des- 
ordenados de  tener  haciendas,  ó  estados,  ó  honras  temporales, 
de  las  tentaciones  contra  la  fe  y  contra  la  limpieza  y  castidad,  de 
las  mentiras  y  palabras  ociosas,  de  los  juramentos  sin  necesidad, 
de  las  burlas  y  palabras  dichas  en  ofensas  del  prójimo,  de  la  pe- 
reza y  negligencia  en  las  obras  de  virtud,  de  que  eres  tibio  en  el 
amor  de  Dios,  desagradecido  á  su  majestad,  olvidado  de  los  be- 
neficios recebidos,  seco  como  una  arista  en  la  oración,  frío  en  la 
caridad  con  los  pobres.  Y  de  todo  esto  en  particular  te  pese,  y 
pide  perdón  á  nuestro  Señor  con  firme  propósito  de  la  emienda. 
Y  después  que  así  hubieres  lavado  con  lágrimas  tu  lecho  (según 
lo  hacía  David)  dormirás  con  más  sosegado  sueño,  y  sentirás  gran- 
de ahvio  de  tu  conciencia  y  espiritual  consolación  en  tu  alma. 

Y  para  los  que  son  particularmente  tentados  de  algún  vicio 
(como  es  ira,  vanagloria,  jactancia,  ó  otros  semejantes)  es  muy  gran 
remedio  (demás  deste  examen  y  confisión  de  la  noche)  armarse 
cada  día  por  la  mañana  con  propósitos  y  oraciones  contra  este 
tal  vicio,  pidiendo  instantemente  al  Señor  especial  ayuda  contra 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  MI. 


él:  porque  esta  manera  de  prevención  y  reparo  cuotidiano  hace 
mucho  al  caso  para  ganar  victoria  del  enemigo.  Y  no  menos 
ayuda  para  esto  tomar  cada  semana  una  especial  empresa,  ó  de 
vencer  un  vicio,  ó  de  alcanzar  una  virtud:  porque  desta  manera 
poco  á  poco  va  el  hombre  ganando  tierra,  }'  alcanzando  virtudes, 
y  apoderándose  de  sí  mismo. 

El  undécimo  remedio  es  vivir  con  cuidado  de  evitar  aun  los 
pecados  veniales:  pues  ellos  son  los  que  disponen  para  los  mor- 
tales, de  lo  cual  arriba  \'a  tratamos.  Porque  el  que  está  habituado 
á  huir  los  menores  males,  mucho  mas  se  guardará  de  los  ma}'orcs. 

El  duodécimo  y  último  remedio  es  romper  con  el  mundo  y 
con  todas  sus  leyes,  vanidades  y  cumplimientos,  }'  no  hacer  caso 
del  decir  de  las  gentes:  porque  éste  es  el  primer  capítulo  que  ha 
de  aceptar  el  que  trata  de  amistad  con  Dios,  según  aquello  de  San- 
tiago que  dice:  Quienquiera  que  quisiere  ser  amigo  de  Dios,  lue- 
go se  ha  de  declarar  por  enemigo  del  mundo.  Porque  de  otra  ma- 
nera (como  dice  el  Salvador)  imposible  es  servir  á  dos  señores, 
especialmente  siendo  tan  contrarios  como  son,  pues  Dios  es  la  su- 
ma de  todos  bienes,  y  el  mundo  está  todo  (como  dice  S.  Juan) 
armado  sobre  males.  Y  tenga  por  cierto  quienquiera  que  no  rom- 
piere con  el,  mundo,  ni  le  perdiere  la  vergüenza  en  lo  que  debe 
perderse,  que  no  podrá  dejar  de  hacer  muchos  males  por  temor 
del  mundo,  y  excusarse  de  muchos  bienes  por  la  misma  causa:  y 
esto  basta  para  tenerse  por  siervo  del  mundo  y  no  de  Dios,  pues 
por  no  descontentar  al  mundo,  descontenta  á  Dios. 


DE  LOS  REMEDIOS  PARTICULARES   CONTRA  LOS  VICIOS 

CAPÍTULO  VIII. 


STOS  son  los  remedios  generales  que  se  suelen  dar 
contra  los  vicios.  Hay  otros  particulares  que  militan 
contra  cada  uno  de  los  vicios  en  particular.  Y  porque 
las  raíces  de  todos  cuantos  vicios  hay,  son  aquellos  siete  (que  por 
esto  se  llaman  capitales)  contra  éstos  puedes  aprovecharte  destos 
brevísimos  y  eficacísimos  remedios,  con  los  cuales  se  defendía  un 
religioso  varón,  diciendo  así: 

Contra  la  soberbia. 

Cuando  considero  á  cuan  grande  extremo  de  humildad  se 
abajó  aquel  altísimo  Hijo  de  Dios  por  mí,  nunca  tanto  me  pudo 
abatir  alguna  criatura,  que  no  me  tuviese  por  digno  de  mayor 
abatimiento. 

Contra  ¡a  avaricia. 

Como  entendí  que  con  ninguna  cosa  podía  mi  ánima  tener 
hartura  sino  con  solo  Dios,  parescióme  que  era  gran  locura  bus- 
car otra  cosa  fuera  del. 

Contra  la  lujuria. 

Después  que  entendí  la  grandísima  dignidad  que  mi  cuerpo 
recibe,  cuando  recibe  el  sacratísimo  cuerpo  de  Cristo,  parecióme 
que  era  grande  sacrilegio  profanar  el  templo  que  él  para  sí  con- 
sagró, con  la  torpeza  de  los  pecados  carnales. 

Contra  la  ira. 

Ninguna  injuria  de  hombres  bastará  para  turbarme,  si  me 
acordare  de  las  injurias  que  yo  tengo  hechas  contra  Dios. 

Contra  el  odio  y  invidia. 

Después  que  entendí  cómo  Dios  había  recebido  un  tan  gran 
pecador  como  yo,  no  pude  querer  á  nadie  mal,  ni  negarle  perdón. 


LIBRO  II.  CAPÍtULO  Vltl.  8 1 


Contra  la  gida. 

Quien  considerare  aquella  amarguísima  hiél  y  vinagre  que  en 
medio  de  sus  tormentos  se  dio  por  último  refrigerio  al  Hijo  de 
Dios,  que  por  ajenos  pecados  padecía,  habrá  vergüenza  de  buscar 
manjares  regalados  y  exquisitos,  teniendo  tanta  obligación  á  pa- 
descer  algo  por  sus  proprios  pecados. 

Contra  la  pereza. 

Como  entendí  que  después  de  tan  brevísimo  trabajo  se  alcan- 
zaba gloria  perdurable,  parescióme  que  era  muy  pequeña  cual- 
quier fatiga  que  por  esta  causa  se  padesciese. 


OBRAS  DE  GRANADA  X— 6 


SEGUNDA  PARTE  DE  ESTA  REGLA 

EN   QUE   SE   TRATA 

DEL  EJERCICIO  Y  USO  DE  LAS  VIRTUDES 


CAPITULO  IX. 


RUDENTiSlMAMENTE  dividió  el  profeta  David  la  su- 
ma de  toda  la  justicia  en  dos  partes,  que  son,  no  hacer 
mal  y  hacer  bien:  á  la  primera  de  las  cuales  perte- 
nece huir  de  los  vicios,  y  á  la  segunda  usar  de  las  virtudes.  Y  pues 
habernos  dicho  ya  brevemente  de  la  una,  será  razón  digamos 
agora  con  la  misma  brevedad  de  la  otra. 

A  esta  segunda  parte  de  justicia  pertenece  dar  á  cada  uno  lo 
que  es  suyo,  especialmente  á  Dios,  y  al  prójimo,  y  á  sí  mismo.  Por 
que  el  cumplimiento  desta  parte  consiste  en  estar  el  hombre  bien 
ordenado  para  con  estos  tres  géneros  de  personas:  y  esto  hecho, 
no  resta  más  que  hacer,  para  que  el  hombre  se  llame  enteramen- 
te justo.  Pues  si  quieres  saber  en  muy  pocas  palabras  y  por  unas 
muy  breves  comparaciones  cómo  esto  se  deba  hacer,  digo  que 
con  estas  tres  obligaciones  cumplirá  el  hombre  perfectísimamente, 
si  tuviere  estas  tres  cosas:  conviene  saber,  para  con  Dios  corazón 
de  hijo,  y  para  con  el  prójimo  corazón  de  madre,  y  para  consi- 
go espíritu  y  corazón  de  juez.  Éstas  son  aquellas  tres  partes  de 
justicia  en  que  el  Profeta  constituyó  la  suma  de  todo  nuestro 
bien,  cuando  dijo:  Enseñarte  he,  oh  hombre,  en  qué  está  todo  el 
bien,  y  qué  es  lo  que  el  Señor  quiere  de  ti.  Quiere  que  hagas 
juicio,  y  que  ames  la  misericordia,  y  que  andes  solícito  y  cuida- 
doso con  Dios.  Entre  las  cuales  partes  el  hacer  juicio  declara  lo 
que  el  hombre  debe  hacer  para  consigo:  y  el  amar  la  misericor- 
dia, lo  que  debe  para  con  el  prójimo:  y  el  andar  solícito  con  Dios, 
lo  que  debe  á  su  servicio  y  obediencia.  Y  pues  en  estas  tres  co- 
sas está  todo  nuestro  bien,  de  ellas  trataremos  agora  por  la  orden 
siguiente. 


PARA    CONSIGO 

CAPÍTULO  X. 

ORQUE  la  caridad  bien  ordenada  comienza  de  sí  mismo,  co- 
3  meneemos  por  donde  el  Profeta  comenzó,  que  es  por  el  ha- 
cer juicio,  que  pertenece  al  espíritu  y  corazón  de  juez.  Pues  al  ofi- 
cio del  buen  juez  pertenece  tener  bien  ordenada  y  reformada  su 
república.  Para  lo  cual  necesariamente  se  requieren  dos  cosas, 
que  son,  prudencia  y  fortaleza:  prudencia  para  entender  todo  lo 
que  se  debe  facer,  y  fortaleza  para  ejecutarlo  con  todo  rigor  y 
sev^eridad. 

Y  porque  en  esta  pequeña  república  del  hombre  hay  dos  par- 
tes principales  que  reformar  (que  son  el  cuerpo  con  todos  sus 
miembros  y  sentidos,  y  el  ánima  con  todos  sus  afectos  y  poten- 
cias) todas  estas  cosas  conviene  que  sean  reformadas  y  endereza- 
das al  bien  en  la  manera  siguiente. 

De  la  reformación  del  cuerpo 
§•1. 

Primeramente  el  cuerpo  conviene  que  sea  tratado  con  rigor 
y  aspereza,  no  con  regalos  ni  blanduras:  porque  así  como  la 
carne  muerta  con  la  sal  y  con  la  mirra  (que  es  amarguísima)  se 
conserva,  y  sin  ella  luego  se  daña  y  se  hinche  de  gusanos,  así 
también  este  cuerpo  con  los  regalos  y  blanduras  se  corrompe  y 
se  hinche  de  vicios,  y  con  el  rigor  y  aspereza  se  conserva  en  to- 
da virtud. 

Ejemplo  tenemos  en  muchas  cibdades  famosísimas  y  en  rei- 
nos y  imperios  que  con  regalos  y  delicias  se  perdieron  y  caye- 
ron de  la  cumbre  de  su  dignidad:  porque  ninguna  cosa  hay  que 
haga  á  los  hombres  más  mujeriles  y  efeminados  y  más  inhábiles 
para  toda  virtud,  que  el  uso  y  demasía  destas  cosas.  Pues  por  esto 


§4  GUIA  DÉ  PECADORES 


conviene  que  en  todas  las  cosas  se  trate  con  aspereza:  en  el  co- 
mer, en  el  beber,  en  el  vestir,  en  la  cama,  en  la  mesa,  en  la  casa, 
3'  finalmente  en  todas  las  cosas  que  pertenecen  para  conserva- 
ción del  cuerpo,  en  las  cuales  no  se  ha  de  tener  respecto  á  su  re- 
galo, sino  á  la  necesidad. 

Á  esta  misma  parte  pertenece  también  la  composición  y  dis- 
ciplina del  hombre  exterior,  guardando  aquello  que  dice  S.  Au- 
gustín,  que  en  el  andar,  y  en  el  estar,  y  en  el  hábito,  y  en  todos 
los  otros  movimientos  corporales,  ninguna  cosa  se  haga  que  ofen- 
da los  ojos  de  nadie,  sino  lo  que  convenga  á  la  sanctidad  de 
nuestra  profesión.  Y  por  esto  procure  el  siervo  de  Dios  tratar  con 
los  hombres  con  tanta  gravedad,  y  humildad,  y  suavidad,  y  man- 
sedumbre, que  todos  cuantos  con  él  trataren,  queden  siempre  edi- 
ficados y  aprovechados  con  su  ejemplo.  Desta  manera  podrá  con- 
servar su  espíritu  quieto  y  reposado:  porque  de  otra  manera,  por 
maravilla  se  puede  hallar  corazón  recogido  en  cuerpo  inquieto  y 
desasosegado. 


De  /aguarda  de  los  sentidos 
§.  II. 


i\  ONCERTADO  desta  manera  el  cuerpo,  mire  luego  por  el  con- 
ZJ  cierto  y  guarda  de  los  sentidos.  Entre  los  cuales  ponga  se- 
ñaladamente recaudo  en  los  ojos,  que  son  como  unas  puertas  don- 
de se  desembarcan  todas  las  vanidades  que  entran  en  nuestra  áni- 
ma, y  muchas  veces  suelen  ser  ventanas  de  perdición  por  donde  se 
nos  entra  la  misma  muerte.  Y  pues  el  sancto  Job  con  toda  su  ino- 
cencia ponía  guarda  en  estas  puertas,  y  el  rey  David  con  toda  su 
sanctidad, por  no  ponerla,  vino  á  tan  grande  mal,  ¿quién  de  noso- 
tros se  podrá  tener  por  seguro,  si  no  pusiere  aquí  todo  recaudo? 
En  los  oídos  también  conviene  poner  el  mismo  cobro  que  en 
los  ojos:  porque  por  estas  puertas  entran  también  muchas  cosas 
en  nuestra  ánima,  que  la  inquietan,  distraen  y  ensucian.  Y  prime- 
ramente conviene  guardar  aquello  que  nos  aconseja  el  Sabio  di- 
ciendo: Cerca  tus  orejas  con  espinas,  y  no  quieras  oir  las  malas 
lenguas.  Donde  no  se  contenta  con  que  tapemos  los  oídos  para  no 
oir  semejantes  palabras,  sino   quiere  que  esto  sea  con  espinas; 


IJBRO   II.  CArÍTLLO  X.  S^ 


para  significar  que  de  tal  manera  y  con  tal  semblante  debemos 
oir  las  tales  palabras,  que  el  que  las  dice,  quede  pungido  y  lasti- 
mado como  si  pusiese  las  manos  en  espinas,  según  que  él  mismo 
más  claramente  lo  significó  en  otro  lugar  diciendo:  El  viento  cier- 
zo esparce  las  nubes,  y  el  rostro  triste  las  palabras  del  que  mur- 
mura. Porque  (como  S.  Hierónimo  dice  á  este  propósito)  la  saeta 
no  se  hinca  en  la  piedra  dura,  sino  antes  muchas  veces  de  ahí 
resurte,  y  hiere  al  que  tiró.  Y  no  sólo  nos  debemos  guardar  de 
oir  palabras  perjudiciales,  sino  también  de  oir  nuevas  de  cosas 
que  pasan  por  el  mundo,  que  no  nos  tocan:  porque  los  que  destas 
cosas  no  se  guardan,  después  lo  vienen  á  pagar  al  tiempo  de  la 
oración,  donde  se  les  ponen  delante  las  imagines  de  las  cosas  que 
oyeron:  las  cuales  de  tal  manera  embarazan  y  ocupan  sus  cora- 
zones, que  no  les  dejan  puramente  contemplar  las  cosas  divinas. 

Del  sentido  del  oler  no  hay  que  decir:  porque  traer  olores,  ó 
ser  amigo  de  ellos  (demás  de  ser  una  cosa  mu}'  lasciva  y  sensual) 
es  cosa  infame,  y  no  de  hombres  sino  de  mujeres,  y  aun  no  de 
buenas  mujeres. 

Del  gusto  hay  más  c|ue  decir,  el  cual  conviene  que  sea  morti- 
ficado con  la  memoria  de  la  hiél  y  vinagre  que  el  Señor  en  la 
cruz  bebió,  y  con  los  ejemplos  de  todos  los  sanctos  que  tan  ex- 
tremados fueron  en  la  virtud  de  la  abstinencia:  para  cjue  por  este 
ejemplo  huyamos  de  todo  género  de  regalos,  y  sabores,  y  man- 
jares exquisitos,  }'■  vinos  preciosos,  acordándonos  que  está  escrito: 
El  que  es  amigo  de  convites  vivirá  en  pobreza,  y  el  que  se  huelga 
con  vinos  preciosos  y  manjares  delicados,  nunca  medrará.  Acuér- 
date siempre  que  el  rico  glotón  del  Evangelio,  por  haber  sido  tan 
largo  en  esta  parte,  pide  tantos  mil  años  ha  una  gota  de  agua  en 
el  infierno,  y  no  se  la  dan.  ¡Desdichado  gusto  que  durando  por  un 
tan  breve  momento,  es  castigado  con  eterno  tormento! 

De  la  lengua 
§.   III. 

/>^.|.E  la  lengua  hay  mucho  que  decir,  pues  dijo  el  Sabio:  La 
X-/  muerte  y  la  vida  está  en  manos  de  la  lengua.  En  las  cuales 
palabras  dio  á  entender  que  todo  el  bien  }'  mal  del  hombre  con- 


%6  GUIA  BE  PECADORES 


sistía  en  la  buena  ó  mala  guarda  deste  órgano.  Y  no  menos  en- 
cáreselo este  negocio  el  apóstol  Santiago  cuando  dijo  que  así 
como  los  navios  grandes  se  rigen  por  un  pequeño  gobernalle,  y 
los  caballos  poderosos  con  un  pequeño  freno,  así  quienquiera  que 
trajere  muy  bien  gobernada  y  enfrenada  su  lengua,  será  pode- 
roso para  enfrenar  y  poner  en  orden  todo  lo  demás  de  la  vida. 

Pues  para  el  buen  gobierno  desta  parte  conviene  que  todas 
las  veces  que  habláremos,  tengamos  atención  á  cuatro  cosas:  con- 
•\iene  saber,  á  lo  que  decimos,  y  á  la  manera  en  que  lo  decimos, 
al  tiempo  en  que  se  dice,  y  al  fin  con  que  se  dice. 

Y  primeramente  en  lo  que  se  dice  (que  es  en  la  materia  de 
que  hablamos)  conviene  guardar  aquello  que  el  Apóstol  aconseja 
diciendo:  Toda  palabra  mala  no  salga  por  vuestra  boca,  sino  la 
que  fuere  buena  y  provechosa  para  edificar  los  o}'entes.  Y  en 
otro  lugar,  especificando  más  las  palabras  malas,  dice:  Palabras 
torpes  y  locas,  y  chucarrerías,  ó  truhanerías,  que  no  convienen 
para  la  gravedad  de  nuestro  instituto,  no  se  nombren  entre  vos- 
otros. Por  donde,  así  como  dicen  que  los  sabios  marineros  tienen 
marcados  en  la  carta  de  marear  todos  los  bajos  en  que  las  naos 
podrían  peligrar,  para  guardarse  de  ellos,  así  el  siervo  de  Dios  debe 
también  tener  señaladas  todas  estas  especies  de  palabras  malas,  de 
que  siempre  se  deben  guardar  para  no  peligrar  en  ellas.  Sean,  pues, 
para  ti  como  bajos  ó  como  rocas  de  la  mar  todas  las  palabras  tor- 
pes, mentirosas,  lisonjeras,  airadas,  maliciosas  y  vanas,  y  especial- 
mente las  que  fueran  en  alabanza  tuya,  ó  en  vituperio  del  prójimo: 
para  que  así  estés  lejos  por  una  parte  de  jactancia,  y  por  otra  de 
murmuración,  que  son  dos  vicios  muy  comunes  entre  los  hom- 
bres. Y  no  menos  debes  ser  fiel  en  el  secreto  que  te  encomen- 
daron, y  tener  por  otra  roca  no  menos  peligrosa  que  las  pasadas 
descubrir  el  secreto  que  de  ti  se  confió. 

En  el  modo  del  hablar  conviene  mirar  qne  no  hablemos,  ni 
con  demasiada  blandura,  ni  con  demasiada  desenvoltura,  ni  apre- 
suradamente, ni  curiosa  y  polidamente,  sino  con  gravedad,  con 
reposo,  con  mansedumbre,  con  llaneza  y  simplicidad.  La  buena 
agua  dicen  que  no  ha  de  tener  ningún  sabor,  y  la  graciosa  y  bue- 
na manera  de  hablar  no  ha  de  tener  resabio  de  cosa  exquisita  y 
afectada. 

Á  este  modo  pertenece  también  no  ser  el  hombre  porfiado, 
y  cabezudo,  y  amigo  de  salir  con  la  suya:  porque  muchas  veces 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  X.  S; 


por  aquí  se  pierde  la  paz  de  la  conscíencia,  y  aun  la  caridad,  y  la 
paciencia,  y  los  amigos.  De  largos  y  generosos  corazones  es  dejar- 
se vencer  en  semejantes  contiendas,  y  de  prudentes  y  discretos 
varones  cumplir  aquello  que  nos  aconseja  el  Sabio  diciendo:  En 
muchas  cosas  conviene  que  te  ha^-as  como  hombre  que  no  sabe,  y 
oye  callando  y  preguntando  á  los  que  saben. 

I.o  tercero  conviene  mirar,  demás  del  modo,  que  digamos 
también  las  cosas  en  su  tiempo:  porque  (como  dice  el  Sabio)  de 
la  boca  del  loco  no  es  bien  recibida  la  palabra  sentenciosa,  por- 
que no  la  dice  en  su  tiempo.  Y  por  el  contrario,  es  cosa  tan  her- 
mosa decir  cada  cosa  en  su  lugar,  que  dice  el  mismo  Sabio:  Así 
como  parecen  bien  las  manzanas  de  oro  sobre  las  columnas  de 
plata,  así  las  palabras  dichas  con  sazón  y  con  tiempo. 

Lo  último,  después  de  todo  esto,  conviene  mirar  el  fin  y  la  in- 
tención que  tenemos  cuando  hablamos:  porque  unos  hablan  co- 
sas buenas  por  parescer  buenos,  otros  por  parescer  discretos,  otros 
por  venderse  por  agudos  y  bien  hablados:  de  lo  cual  lo  uno  es 
hipocresía  y  fingimiento,  y  lo  otro  vanidad  y  locura.  Y  por  esto 
conviene  mirar  que  no  sólo  sean  las  palabras  buenas,  sino  que 
también  el  fin  sea  bueno,  pretendiendo  siempre  con  purísima  in- 
tención la  gloria  de  solo  Dios  y  el  provecho  de  nuestros  prójimos. 

También  conviene  después  de  todo  esto  mirar  quién  habla: 
porque  hablar  mozos  donde  están  viejos,  y  simples  donde  están 
sabios,  y  seglares  en  presencia  de  sacerdotes  y  religiosos,  y  final- 
mente dondequiera  que  no  se  recibirá  bien  lo  que  se  dice,  ó  pa- 
rescerá  presumpción  decirse,  es  muy  loable  y  necesaria  cosa 
callar. 

Todos  estos  punctos  y  acentos  ha  de  mirar  el  que  habla,  para 
que  no  }'erre.  Y  porque  no  es  de  todos  mirar  todas  estas  circuns- 
tancias, por  eso  es  gran  remedio  acogerse  al  puerto  del  silencio, 
donde  con  solo  cuidado  y  atención  de  callar  cumple  el  hombre 
con  todas  estas  observ^ancias  y  obligaciones.  Por  lo  cual  dijo  el 
Sabio  que  aun  el  loco,  si  callase,  sería  tenido  por  s  abio,  y  si  ce- 
rrase sus  labrios,  á  muchos  parescería  discreto. 


GUIA  DE  PECADORES 


De  la  mortificación  de  las  pasiones. 
§.  IV. 


y  ONCERTADO  desta  manera  el  cuerpo  con  todos  sus  sentidos, 
quédanos  agora  la  mayor  parte  deste  negocio,que  es  el  con- 
cierto del  ánima  con  todas  sus  potencias.  Donde  primeramente 
se  nos  ofrece  el  apetito  sensitivo,  quecomprehende  todos  los  afec- 
tos y  movimientos  naturales,  como  son:  amor,  odio,  alegría,  tris- 
teza, deseo,  temor,  esperanza,  ira,  y  otros  semejantes  afectos.  Ésta 
es  la  más  baja  parte  de  nuestra  ánima,  y  por  conseguiente  la  que 
más  nos  hace  semejantes  á  bestias,  las  cuales  en  todo  y  por  todo 
se  rigen  por  estos  apetitos  y  afectos.  Ésta  es  la  que  más  nosacevila 
y  abate  á  la  tierra,  y  más  nos  aparta  de  las  cosas  del  cielo.  Ésta 
es  la  fuente  y  el  venero  de  todos  cuantos  males  hay  en  el  mun- 
do,y  laque  es  causa  de  nuestraperdición, porque  (como  dice S.  Ber- 
nardo) cese  la  propria  voluntad  (que  son  los  deseos  deste  apetito) 
y  no  habrá  para  quién  sea  el  infierno.  Aquí  está  todo  el  almacén, 
toda  la  fuerza  y  toda  la  munición  del  pecado:  porque  de  aquí  to- 
ma fuerzas  y  armas,  y  aquí  toma  todos  sus  filos  y  aceros  para  he- 
rirnos más  agudamente.  Ésta  es  otra  nuestra  Eva  (que  es  la  par- 
te más  flaca  y  más  mal  inclinada  de  nuestra  ánima)  por  la  cual 
aquella  antigua  serpiente  acomete  á  nuestro  Adam  (que  es  la  par- 
te superior  de  nuestra  ánima,  donde  está  el  entendimiento  y  v^o- 
luntad)  para  que  quiera  poner  los  ojos  en  el  árbol  vedado.  Ésta 
es  donde  más  se  descubren  y  señalan  las  fuerzas  del  pecado  ori- 
ginal, y  donde  más  poderosamente  empleó  toda  la  fuerza  de  su 
ponzoña.  Aquí  son  las  batallas,  aquí  las  caídas,  aquí  las  victorias, 
aquí  las  coronas:  quiero  decir  que  aquí  son  las  caídas  de  los  fla- 
cos, aquí  las  victorias  de  los  esforzados  y  aquí  las  coronas  de  los 
vencedores,  y  aquí  finalmente  toda  la  milicia  y  ejercicio  de  la  vir- 
tud. Porc^ue  en  domar  estas  fieras  y  en  enfrenar  estas  bestias 
bravas  consiste  una  muy  gran  parte  del  ejercicio  de  las  virtudes 
morales.  Ésta  es  la  viña  que  habemos  siempre  de  cavar,  ésta  la 
huerta  que  habemos  de  escardar,  éstas  las  malas  plantas  que 
habemos  de  arrancar  para  plantar  en  su  lugar  las  de  las  vir- 
tudes. 


UBKO  II.  CAPÍTn.0  X.  89 

Pues  según  esto,  el  principal  ejercicio  del  siervo  de  Dios  es 
andar  siempre  por  esta  huerta  con  un  escardillo  en  la  mano,  en- 
tresacando las  malas  hierbas  de  las  buenas:  ó  por  otra  compara- 
ción, estar  siempre  como  el  gobernador  de  un  carro  sobre  estas 
pasiones  para  reprimirlas,  y  regirlas,  y  enderezarlas,  unas  veces 
aflojando  las  riendas,  otras  recogiéndolas,  para  que  no  vayan  al 
paso  que  ellas  quisieren,  sino  al  que  quiere  la  ley  de  la  razón.  Este 
es  el  ejercicio  principal  de  los  hijos  de  Dios,  los  cuales  no  se  ri- 
gen ya  por  afectos  de  carne  ni  de  sangre,  sino  por  espíritu  de 
Dios.  En  éste  se  diferencian  los  hombres  carnales  de  los  espiri- 
tuales, que  los  unos  á  manera  de  bestias  brutas  se  mueven  por 
estos  afectos,  y  los  otros  por  espíritu  de  Dios  y  por  razón. 

Ésta  es  aquella  mortificación  y  aquella  mirra  tan  alabada  en 
las  Escripturas  sagradas.  Ésta  es  la  muerte  y  la  sepultura  á  que 
tantas  veces  nos  convida  el  Apóstol.  Ésta  es  la  cruz  y  el  nega- 
miento de  sí  mismo  que  nos  predica  el  Evangelio.  Esto  el  hacer 
juicio  y  justicia,  que  tantas  veces  nos  repiten  los  Psalmos  y  Profe- 
tas. Y  por  esto  aquí  principalmente  conviene  emplear  todos  nues- 
tros trabajos,  nuestras  fuerzas,  nuestras  oraciones  y  ejercicios. 

Y  particularmente  conviene  que  cada  uno  tenga  muy  bien 
entendida  su  natural  condición  y  sus  inclinaciones,  v  allí  tenga 
siempre  ma}'or  recaudo,  donde  sintiere  mayor  peligro.  Y  aunque 
hayamos  de  tener  siempre  guerra  con  todos  nuestros  apetitos, 
pero  especialmente  la  conviene  tener  con  los  deseos  de  honra,  de 
deleites  y  de  bienes  temporales:  porque  éstas  son  las  tres  princi- 
pales fuentes  y  raíces  de  todos  los  males. 

Miremos  también  no  seamos  apetitosos,  esto  es,  muy  amigos 
de  que  se  haga  siempre  nuestra  voluntad  }'  se  cumplan  todos 
nuestros  apetitos,  que  es  un  vicio  muy  aparejado  para  grandes 
desasosiegos  y  caídas,  y  muy  familiar  á  grandes  señores  y  á  to- 
das las  personas  criadas  y  habituadas  en  hacer  su  voluntad.  Para 
lo  cual  muchas  veces  aprovechará  ejercitarnos  en  cosas  con- 
trarias á  nuestros  apetitos,  y  negar  nuestra  propria  voluntad  aun 
en  las  cosas  lícitas,  para  que  así  estemos  diestros  y  fáciles  para 
negarla  en  las  cosas  ilícitas.  Porque  no  menos  se  requieren  estos 
ensaA^es  y  ejercicios  para  ser  diestros  en  las  armas  espirituales, 
que  para  serlo  en  las  carnales,  sino  tanto  más,  cuanto  es  mayor 
victoria  vencer  á  sí  y  vencer  demonios,  que  vencer  todo  lo  de- 
más. Debe  también  ejercitarse  en  oficios  humildes  y  bajos,  sin  te- 


gO  CUTA  DIC  PECADORES 


ner  cuenta  con  el  decir  de  las  gentes,  pues  tan  poco  es  lo  que  el 
mundo  puede  dar  ni  quitar  al  que  tiene  á  Dios  por  su  tesoro  y 
heredad. 

De  Ja  reformación  de  ¡a  voluntad 

§.  V. 

ARA  alcanzar  esta  mortificación,  ayuda  en  gran  manera  la 
la  reformación  y  ornamento  de  la  voluntad  superior  (que 
es  el  apetito  racional)  la  cual  habemos  de  adornar  con  estas  tres 
virtudes  (entre  otras  muchas)  que  son,  humildad  de  corazón,  po- 
breza de  espíritu  y  odio  sancto  de  sí  mismo.  Porque  estas  tres  vir- 
tudes hacen  más  fácil  el  negocio  de  la  mortificación,  demás  de 
ser  ellas  por  sí  virtudes  muy  eminentes.  La  humildad  es  (como 
la  difine  S.  Bernardo)  desprecio  de  sí  mismo,  que  nasce  del  pro- 
fundo y  verdadero  conoscimiento  de  sí  mismo.  A  la  cual  virtud 
pertenece  desterrar  del  ánima  todos  los  ramos  y  hijos  de  la  sober- 
bia con  todos  los  apetitos  y  deseos  de  honra,  y  ponerse  en  el  más 
bajo  lugar  de  las  criaturas,  creyendo  que  á  cualquiera  otra  cria- 
tura que  nuestro  Señor  diese  los  aparejos  de  bien  vivir  que  ha 
dado  á  él,  los  agradescería  mejor  y  se  aprovecharía  más  de  ellos 
que  él. 

Y  no  basta  que  tenga  el  hombre  dentro  de  sí  este  reconosci- 
miento  y  desprecio:  sino  procure  tratarse  en  lo  de  fuera  lo  más 
llana  y  húmilmente  que  le  sea  posible  (según  la  cualidad  de  su 
estado)  haciendo  poco  caso  de  los  juicios  y  voces  del  mundo  que 
á  esto  contradijeren.  Para  lo  cual  conviene  que  todas  nuestras  co- 
sas den  olor  de  pobreza,  bajeza  y  humildad,  subjectándonos  por 
amor  de  Dios,  no  sólo  á  los  mayores  y  iguales,  sino  también  á 
los  menores. 

La  segunda  virtud  es  pobreza  de  espíritu,  que  es  un  menos- 
precio voluntario  de  las  cosas  del  mundo  y  un  contentamiento 
con  la  suerte  que  Dios  nos  dio  (por  muy  pobre  que  sea)  la  cual 
corta  de  un  golpe  la  raíz  de  todos  los  males  (que  es  la  cobdicia) 
y  pone  al  hombre  en  tanta  paz  }'  sosiego  de  corazón,  que  osó  de- 
cir della  Séneca  estas  palabras:  El  que  tiene  cerrada  la  puerta  á 
los  deseos  de  su  cobdicia,  bien  puede  Competir  con  Júpiter  en  la 
felicidad*  Dando  á  entender  que  pues  la  felicidad  del  hombre  es 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  X.  Qí 

sosiego  de  los  deseos  de  su  corazón,  quien  ha  llegado  á  tener  so- 
segados estos  deseos,  ya  ha  llegado  á  la  cumbre  de  la  felicidad,  ó 
á  lo  menos  tiene  alcanzada  gran  parte  de  ella. 

La  tercera  virtud  es  el  odio  sancto  de  sí  mismo,  de  que  dice 
el  Salvador:  El  que  ama  su  vida,  ése  la  destru3'e,  y  el  que  la  abo- 
rrece, ése  la  guarda  para  la  vida  eterna.  Lo  cual  no  se  entiende 
de  mal  odio  (como  el  que  se  tienen  los  hombres  aburridos  y  de- 
sesperados) sino  del  que  tuvieron  los  sanctos  á  su  propria  carne, 
como  á  quien  les  fué  causa  de  muchos  males  y  les  es  siempre  es- 
torbo de  muchos  bienes,  tratándola  no  conforme  á  su  gusto  _v 
apetito,  sino  conforme  á  lo  que  pide  la  ley  de  la  razón,  la  cual 
muchas  veces  quiere  que  la  trayamos  arrastrada,  y  mal  tratada,  }' 
hecha  un  estropajo  del  espíritu,  para  que  á  costa  della  se  haga  lo 
que  conviene  á  él.  Porque  de  otra  manera  vendrá  á  ser  lo  que 
dice  el  Sabio:  El  que  cría  regaladamente  á  su  criado  dende  su 
niñez,  después  le  hallará  rebelde  y  contumaz,  cuando  se  quiera 
servir  del.  Por  donde  se  nos  amonesta  en  otro  lugar  que  como 
á  bestia  mal  domada  le  demos  de  palos  y  sofrenadas,  y  le  ten- 
gamos preso  con  unas  sueltas,  y  hagamos  trabajar,  porque  no  esté 
ocioso  y  así  se  haga  soberbio  y  malicioso.  Pues  este  sancto  odio 
señaladamente  aprovecha  para  el  negocio  de  la  mortificación,  que 
es,  para  mortificar  y  cortar  todos  nuestros  malos  apetitos  y  deseos, 
aunque  duela:  porque  de  otra  manera  ;cómo  será  posible  herir 
de  agudo,  y  sacar  sangre,  y  dar  grande  golpe  en  cosa  que  mu- 
cho amamos?  Por  donde  el  brazo  y  fortaleza  de  la  mortificación 
toma  las  fuerzas  emprestadas  no  sólo  del  amor  de  Dios,  sino  tam- 
bién del  odio  de  sí  mismo,  y  con  ellas  tiene  ánimo,  no  de  piado- 
so, sino  de  severo  zurujano  para  cortar  por  doquiera  que  lo  pide 
la  corrupción  de  los  miembros  dañados,  sin  alguna  piedad. 

De  la  reformación  de  la  iuiaginación 
§.  VI. 

.ESPUÉS  de  estas  dos  potencias  apetitivas  hay  otras  dos  (si  se 
sufre  decir)  cognoscitivas,  que  son  imaginación  y  entendi- 
miento, las  cuales  corresponden  á  las  dos  precedentes,  para  que 
cada  cual  de  los  .dos  apetitos  susodichos  tenga  su  guía  y  cojios- 


92  GUIA  DE  PECADORES 


cimiento  proporcionado.  Pues  h  imaginación  (que  es  la  más  baja 
dellas)  es  una  de  las  potencias  de  nuestra  ánima  que  más  desman- 
dadas quedaron  por  el  pecado,  y  menos  subjectas  á  la  razón.  De 
donde  nasce  que  muchas  veces  se  nos  va  de  casa  como  esclavo  fu- 
gitivo sin  Ucencia,  y  primero  ha  dado  una  vuelta  al  mundo,  que 
echemos  de  ver  adonde  está.  Es  también  una  potencia  muy  ape- 
titosa y  cobdiciosa  de  pensar  todo  cuanto  se  le  pone  delante,  á 
manera  de  los  perros  golosos  que  todo  lo  andan  probando  y  tras- 
tornando, y  en  todo  quieren  meter  el  hocico,  y  aunque  aveces  los 
azoten  y  echen  á  palos, siempre  se  vuelven  al  regosto.  Es  también 
una  potencia  muy  libre  y  muy  cerrera,  como  una  bestia  salvaje 
que  se  anda  de  otero  en  otero,  sin  querer  sufrir  sueltas,  ni  ca- 
bestro, ni  dueño  que  la  gobierne. 

Y  demás  de  tener  ella  de  suyo  estas  malas  mañas,  hay  algu- 
nos que  acrescientan  su  malicia  con  negligencia,  tratándola  como 
á  un  hijo  regalado,al  cual  dejan  discurrir  por  todas  cuantas  cosas 
quiere,  sin  contradición  y  sin  freno:  de  donde  nasce  que  después, 
cuando  la  quieren  quietar  en  la  consideración  de  las  cosas  divi- 
nas, no  les  obedesce,  por  el  mal  hábito  que  tiene  cobrado.  Por  lo 
cual  conviene  que  entendidas  las  malas  mañas  desta  bestia,  le 
acortemos  los  pasos  y  la  atemos  á  un  solo  pesebre  (que  es  á  la 
consideración  sola  de  las  cosas  buenas  ó  necesarias)  poniéndole 
perpetuo  silencio  en  lo  demás.  De  suerte  que  así  como  atamos 
arriba  la  lengua,  para  que  no  hablase  sino  palabras  buenas  ó  ne- 
cesarias, así  también  atemos  la  imaginación  á  buenos  y  sanctos 
pensamientos,  cerrando  la  puerta  á  todos  los  otros. 

Para  lo  cual  conviene  que  haya  de  nuestra  parte  grande  dis- 
creción y  vigilancia,  para  examinar  cuáles  pensamientos  debemos 
admitir  y  cuáles  desechar,  para  que  á  los  unos  recibamos  como 
amigos,  y  á  los  otros  desechemos  como  á  enemigos.  Porque  los 
que  en  esto  son  desproveídos,  muchas  veces  dejan  entrar  en  su 
ánima  cosas  que  le  quitan  no  solamente  la  devoción  y  el  fervor 
de  la  caridad,  sino  también  la  misma  caridad  en  que  está  la  vi- 
da del  ánima.  Durmióse  la  portera  del  rey  Isbosef  (que  estaba 
limpiando  el  trigo  á  la  puerta  de  su  recámara)  y  entraron  dos 
ladrones  famosos  y  cortaron  la  cabeza  al  rey.  Desta  manera  cuan- 
do se  duerme  la  discreción,  que  tiene  por  oficio  escoger  y  apar- 
tar la  paja  del  grano  (que  es  el  buen  pensamiento  del  malo)  entran 
tales  pensamientos  en  el  ánima,  que  muchasveces  le  quitan  la  vida. 


LÍBRO  lí.     CAPÍTULO  X.  g^> 


Y  no  sólo  para  conservar  esta  vida,  sino  también  para  el  si- 
lencio y  recogimiento  de  la  oración  vale  mucho  esta  diligencia: 
porque  así  como  la  imaginación  inquieta  y  corredora  no  deja  te- 
ner oración  sosegada,  así  la  recogida  y  habituada  á  sanctos  pen- 
samientos fácilmente  persevera  y  se  quieta  en  ellos. 

De  Ja  reformación  del  entendhniento 
§.  VIL 


J^.I.ESPUÉS  de  todas  estas  partes  y  potencias  del  hombre  resta 
^-•y'  la  más  alta  y  más  noble  de  todas  (que  es  el  entendimiento) 
el  cual  entre  otras  virtudes  ha  de  ser  adornado  con  aquella  altí- 
sima y  rarísima  virtud  de  la  prudencia  y  discreción.  Esta  virtud 
en  la  vida  espiritual  es  lo  que  los  ojos  en  el  cuerpo,  lo  que  el 
piloto  en  el  navio,  lo  que  el  rey  en  el  reino,  y  lo  que  el  gober- 
nador en  el  carro,  que  tiene  por  oficio  llevar  las  riendas  en  la 
mano  y  guiar  el  carro  por  donde  ha  de  caminar.  Sin  esta  virtud 
la  vida  espiritual  sería  toda  ciega,  desproveída,  desconcertada  y 
llena  de  confusión.  Por  donde  aquel  bienaventurado  padre  Anto- 
nio en  un  ayuntamiento  que  tuvo  con  otros  sanctos  monjes  (don- 
de se  trataba  de  la  excelencia  de  las  virtudes)  vino  á  poner  ésta 
en  altísimo  lugar,  como  á  guía  y  maestra  de  todas  las  otras.  Por 
donde  todos  los  amadores  de  la  virtud  deben  señaladamente  po- 
ner sus  ojos  en  ella,  para  que  así  puedan  aprovechar  más  en  to- 
das las  otras. 

Esta  virtud  no  tiene  un  oficio  solo,  sino  muchos  y  diversos: 
porque  no  sólo  es  virtud  particular,  sino  también  general,  que 
entreviene  en  los  ejercicios  de  las  otras  virtudes,  dando  orden  en 
todo  lo  que  conviene.  Y  según  este  oficio  general  trataremos  aquí 
de  algunos  actos  que  á  ella  pertenecen. 

Porque  primeramente  á  !a  prudencia  pertenece  conocer  el  fin 
de  todas  nuestras  obras,  que  es  Dios,  y  enderezar  á  él  todo  lo  que 
hiciéremos,  examinando  subtilmente  la  intención  que  tenemos  en 
las  obras  que  hacemos,  para  ver  si  buscamos  puramente  á  Dios, 
ó  si  buscamos  á  nosotros:  porque  la  naturaleza  humana  (como 
dice  un  doctor)  es  muy  subtil,  y  en  todas  las  cosas  busca  á  sí  mis- 
ma, aun  en  los  muy  altos  ejercicios. 


94  t>UlA  DE  PECADORES 


Prudencia  es  también  saber  tratar  con  los  prójimos,  para  que 
les  aprovechemos  y  no  escandalicemos.  Para  lo  cual  conviene 
prudentemente  tomar  el  pulso  á  la  condición  y  espíritu  de  cada 
uno  y  llevarlo  por  aquellos  términos  y  por  aquellos  medios  por 
donde  pueda  ser  mejor  encaminado. 

Prudencia  es  también  saber  sufrir  los  defectos  de  los  otros,  y 
dar  pasada  á  las  flaquezas  ajenas,  y  no  querer  descarnar  las  lla- 
gas hasta  el  hueso,  acordándose  que  todas  las  cosas  humanas 
están  compuestas  de  acto  y  potencia:  esto  es,  de  perfecto  y  im- 
perfecto, y  que  no  puede  dejar  de  haber  infinitas  imperfecciones 
y  defectos  en  la  vida,  especialmente  después  de  aquella  gran  caída 
de  la  naturaleza  por  el  pecado.  De  donde,  así  como  dijo  Aristó- 
tiles  que  no  era  de  hombre  sabio  pedir  igual  certidumbre  y  ave- 
riguación en  todas  las  materias  (porque  unas  se  pueden  clara- 
mente averiguar,  y  otras  no)  así  tampoco  es  de  hombre  pruden- 
te pedir  que  todas  las  cosas  humanas  estén  tan  sentadas  por  ni- 
vel, que  no  haya  más  que  desear:  porque  unas  pueden  sufrir  esto, 
y  otras  no.  Y  el  que  pusiese  pies  en  pared  por  hacer  violenta- 
mente lo  contrario,  causaría  más  daño  con  los  medios  que  para 
esto  tomase,  que  provecho  con  el  fin  que  pretendiese,  aunque 
saliese  con  él. 

Prudencia  es  también  conoscer  el  hombre  á  sí  mismo  y  tener 
muy  bien  entendido  todo  lo  que  hay  de  sus  puertas  adentro, 
conviene  saber,  todos  sus  resabios,  siniestros,  apetitos  y  malas  in- 
clinaciones, y  finalmente  su  poco  saber  y  poca  virtud,  para  que 
no  presuma  de  sí  vanamente,  y  para  que  mejor  entienda  con  qué 
género  de  enemigos  ha  de  tener  guerra  continua,  hasta  acabar 
de  echarlos  fuera  de  la  tierra  de  promisión  (que  es  su  ánima) 
y  con  cuánta  solicitud  y  atención  le  conviene  velar  sobre  esto. 

Prudencia  es  también  saber  gobernar  la  lengua,  conforme  á 
las  leyes  y  circunstancias  que  arriba  dijimos,  y  entender  muy 
bien  lo  que  se  debe  hablar  y  lo  que  se  debe  callar,  y  el  tiempo 
de  lo  uno  y  de  lo  otro:  porque  (como  dice  Salomón)  ha}'  tiempo 
de  hablar,  y  tiempo  también  de  callar:  pues  nos  consta  que  en 
la  mesa,  y  en  los  convites,  y  en  otras  cosas  semejantes,  con  ma- 
yor alabanza  calla  el  sabio  que  habla. 

Prudencia  es  no  fiarse  de  todos,  ni  derramar  luego  todo  su 
espíritu  con  el  calor  de  la  plática,  ni  decir  luego  todo  lo  que  el 
hombre  siente  de  las  cosas,  pues  como   dice  el  Sabio;  Todo  su 


LIBRO  lí.  CAPÍTULO    X.  95 


espíritu  derrama  el  nescio,  mas  el  sabio  detiénese  y  guarda  las 
cosas  para  adelante.  Mas  el  que  se  fía  de  quien  no  se  debe  fiar, 
siempre  vivirá  en  peligro,  y  será  perpetuo  esclavo  de  quien  se  fió. 
Prudencia  es  saber  el  hombre  repararse  ante  de  los  peligros, 
y  sangrarse  en  sanidad,  y  oler  dende  lejos  la  guerra  que  se  pue- 
de levantar  en  tales  y  tales  negocios,  y  repararse  primero  con 
oraciones  y  consideraciones  para  lo  que  podrá  suceder.  Este  avi- 
so es  del  Eclesiático,  que  dice:  Antes  que  venga  la  enfermedad, 
provéete  de  medicina.  Por  lo  cual,  cuando  fueres  á  fiestas,  á  con- 
vites, ó  á  tratar  con  hombres  rijosos  y  mal  condicionados,  ó 
á  lugares  donde  se  puede  ofrecer  alguna  ocasión  ó  peligro, 
siempre  debes  ir  prevenido  y  reparado  para  lo  que  podrá  su- 
ceder. 

Prudencia  es  también  saber  tratar  el  cuerpo  con  discreción  y 
templanza,  para  que  ni  lo  regalemos,  ni  lo  matemos,  ni  le  quite- 
mos lo  necesario,  ni  le  demos  lo  superfluo,  trayéndolo  castigado 
y  no  mortificado,  para  que  ni  nos  falte  en  el  camino  por  la  fla- 
queza, ni  derribe  al  que  va  encima  con  la  hartura  y  abundancia. 
Prudencia  es  también,  y  muy  grande,  saber  tomar  las  ocupa- 
ciones (por  honestas  que  sean)  con  templanza,  para  que  no  aho- 
guemos el  espíritu  con  el  demasiado  trabajo,  á  quien  todas  las 
cosas  (como  dice  S.  Francisco  en  su  regla)  deben  servir,  y  para 
que  de  tal  manera  nos  entreguemos  á  las  cosas  exteriores,  que 
no  perdamos  las  interiores,  y  así  entendamos  en  los  ejercicios 
del  amor  del  prójimo,  que  no  perdámoslos  del  amor  divino.  Por- 
que si  los  Apóstoles  (que  tanto  espíritu  y  suficiencia  tenían  para 
todo)  se  desembarazaron  de  algunas  cosas  menores  por  no  faltar 
en  el  ejercicio  de  las  mayores,  nadie  deba  presumir  tanto  de  sus 
fuerzas,  que  piense  bastar  para  todo,  pues  es  cierto  que  por  la 
mayor  parte  aprieta  poco  quien  abarca  mucho. 

Prudencia  es  también  entender  las  artes  y  celadas  del  ene- 
migo, sus  entradas,  y  sus  salidas,  y  sus  reveses,  y  no  creer  á  todo 
espíritu,  ni  dejarse  vencer  de  cualquier  figura  de  bien:  pues  mu- 
chas veces  Satanás  se  transfigura  en  ángel  de  luz  y  trabaja  por 
engañar  siempre  á  los  buenos  con  especie  de  bien.  Y  por  esto 
de  ningún  peligro  nos  debemos  más  recatar,  que  de  aquel  que 
viene  con  máscara  de  virtud,  Á  lo  menos  es  cierto  que  á  los 
muy  determinados  en  el  bien  comúnmente  acomete  el  demonio 
por  esta  vía. 


g6  GUIA  DE  PECADORES 


Prudencia  es  también  saber  temer,  y  saber  acometer:  saber 
cuándo  es  ganancia  perder,  y  cuándo  es  pérdida  ganar,  y  sobre 
todo,  saber  despreciar  los  juicios  y  pareceres  del  mundo,  y  el 
decir  de  las  gentes,  y  los  ladridos  de  los  gozques  que  nunca  ce- 
san de  ladrar  á  bulto  sin  propósito,  acordándose  que  está  escrito: 
Si  hiciese  caso  de  agradar  y  contentar  á  los  hombres,  no  me  ten- 
dría por  siervo  de  Cristo.  Á  lo  menos  esto  es  cierto,  que  ninguna 
mayor  locura  puede  hacer  un  hombre,  que  regirse  por  una  bestia 
de  tantas  cabezas  como  es  el  vulgo,  que  ningún  tiento  ni  conside- 
ración tiene  en  lo  que  dice.  Bien  es  no  escandalizar  á  nadie  y  te- 
mer donde  hay  razón  de  temer,  y  bien  es  no  moverse  á  todos 
vientos.  Pues  hallar  medio  entre  estos  dos  extremos,  oficio  es  de 
prudencia  singular. 

De  ¡a  prudencia  en  los  negocios 
§.  VIII. 

jo  menos  se  requiere  prudencia  para  acertar  en  los  nego- 
cios y  no  caer  en  yerros  que  después  no  se  puedan  cu- 
rar sin  grandes  inconvenientes,  con  que  muchas  veces  se  pierde 
la  paz  de  la  consciencia  y  se  perturba  la  orden  de  la  vida.  Para 
lo  cual  podrán  algún  tanto  aprovechar  los  avisos  siguientes. 

El  primero  de  los  cuales  es  del  Sabio,  que  dice:  Tus  ojos  es- 
tén siempre  atentos  á  la  rectitud,  y  tus  párpados  miren  primero 
los  pasos  que  has  de  dar.  Donde  nos  aconseja  que  no  nos  arro- 
jemos inconsideradamente  á  las  cosas  que  se  han  de  hacer,  sino 
que  ante  toda  obra  preceda  maduro  consejo  y  deliberación.  Para 
lo  cual  hallo  ser  cuatro  cosas  necesarias.  La  primera,  encomendar 
á  nuestro  Señor  los  negocios.  La  segunda,  pensarlos  muy  bien 
pensados  con  toda  atención  y  discreción,  mirando  no  solamente 
la  substancia  de  la  obra,  sino  también  todas  las  circunstancias 
della:  porque  una  sola  que  falte,  basta  para  condenación  de 
todo  lo  que  se  hace.  Porque  aunque  sea  muy  acabada  la  obra  y 
muy  bien  circunstancionada,  sólo  hacerse  sin  tiempo,  basta  para 
poner  mácula  en  ella.  La  tercera,  tomar  consejo  y  tratar  con  otros 
lo  que  se  ha  de  hacer:  mas  éstos  sean  pocos  y  muy  escogidos, 
porque  aunque  es  provechoso  oír  los  pareceres  de  todos  para 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  X.  97 


ventilar  la  causa,  pero  la  determinación  ha  de  ser  de  pocos,  para 
no  errar  en  la  sentencia.  La  cuarta,  y  muy  necesaria,  es  dar  tiem- 
po á  la  deliberación  y  dejar  madurar  el  consejo  por  algunos  días, 
porque  así  como  se  conocen  mejor  las  personas  con  la  comunica- 
ción de  muchos  días,  así  también  lo  hacen  los  consejos.  Muchas 
veces  una  persona  á  las  primeras  entradas  paresce  uno,  y  des- 
pués descubre  otro:  y  así  lo  hacen  á  veces  los  consejos  y  deter- 
minaciones: que  lo  que  á  los  principios  agradaba,  después  de  bien 
considerado  viene  á  desagradar.  La  quinta  cosa  es  guardarse  de 
cuatro  madrastas  que  tiene  la  virtud  de  la  prudencia:  que  son,  pre- 
cipitación, pasión,  obstinación  en  el  proprio  parecer  y  repunta  de 
vanidad.  Porque  la  precipitación  no  delibera,  la  pasión  ciega,  la 
obstinación  cierra  la  puerta  al  buen  consejo,  y  la  vanidad  (do- 
quiera que  entrev^iene)  todo  lo  tizna. 

A  esta  misma  virtud  pertenece  huir  siempre  de  los  extremos 
y  ponerse  en  el  medio:  porque  la  virtud  y  la  verdad  huyen  siem- 
pre de  los  extremos  y  ponen  su  silla  en  el  medio.  Por  donde  ni 
todo  lo  condenes,  ni  todo  lo  justifiques,  ni  todo  lo  niegues,  ni  todo 
lo  concedas,  ni  todo  lo  creas,  ni  todo  lo  dejes  de  creer,  ni  por  la 
culpa  de  pocos  condenes  á  muchos,  ni  por  la  sanctidad  de  algu- 
nos apruebes  á  todos:  sino  en  todo  mira  siempre  el  fiel  de  la  ra- 
zón, y  no  te  dejes  llevar  del  ímpeto  de  la  pasión  á  los  extremos. 

Regla  es  también  de  prudencia  no  mirar  á  la  antigüedad  y 
novedad  de  las  cosas  para  aprobarlas  ó  condenarlas:  porque  mu- 
chas cosas  hay  muy  acostumbradas  y  muy  malas,  y  otras  hay 
muy  nuevas  y  muy  buenas:  y  ni  la  vejez  es  parte  para  justificar 
lo  malo,  ni  la  novedad  lo  debe  ser  para  condenar  lo  bueno,  sino 
en  todo  y  por  todo  hinca  los  ojos  en  los  méritos  de  las  cosas  y 
no  en  los  años.  Porque  el  vicio  ninguna  cosa  gana  por  ser  anti- 
guo, sino  ser  más  incurable,  y  la  virtud  ninguna  cosa  pierde  por 
ser  nueva,  sino  ser  menos  conoscida. 

Regla  es  también  de  prudencia  no  engañarse  con  la  figura  y 
aparencia  de  las  cosas  para  arrojarse  luego  á  dar  sentencia  sobre 
ellas:  porque  ni  es  oro  todo  lo  que  reluce,  ni  bueno  todo  lo  que 
parece  bien,  y  muchas  veces  debajo  de  la  miel  hay  hiél,  y  deba- 
jo de  las  flores  espinas.  Acuérdate  que  dice  Aristótiles  que  al- 
gunas veces  tiene  la  mentira  más  aparencia  de  verdad  que  la  mis- 
ma verdad:  y  así  también  podrá  acaescer  que  el  mal  tenga  más 
aparencia  de  bien  que  el  mismo  bien. 

OBRAS  DE  GRAN.'ID.\  X— 7 


98  GUIA  t)E  PECADORES 


Sobre  todo  esto  debes  asentar  en  tu  corazón  que  así  como  la 
gravedad  y  peso  en  las  cosas  es  compañera  de  la  prudencia,  así 
la  facilidad  y  liviandad  es  de  locura.  Por  lo  cual  debes  estar  muy 
avisado  no  seas  fácil  en  estas  seis  cosas,  conviene  saber: 

1.  en  creer, 

2.  en  conceder, 

3.  en  prometer, 

4.  en  determinar, 

5.  en  conversar  livianamente  con  los  hombres 

6.  y  mucho  menos  en  la  ira. 

Porque  en  todas  estas  cosas  hay  conoscido  peligro  en  ser  el 
hombre  fácil  y  ligero  para  ellas.  Porque  creer  ligeramente  es  li- 
viandad de  corazón:  prometer  fácilmente  es  perder  la  libertad: 
conceder  fácilmente  es  tener  de  qué  arrepentirse:  determinar  fá- 
cilmente es  ponerse  á  peligro  de  errar  (como  hizo  David  en  la 
causa  de  Mifiboseth):  facilidad  en  la  conversación  es  causa  de 
menosprecio,  y  facilidad  en  la  ira  es  manifiesto  indicio  de  locu- 
ra. Porque  escrito  está  que  el  hombre  que  sabe  sufrir,  sabrá  go- 
bernar su  vida  con  mucha  prudencia:  mas  el  que  no  sabe  sufrir, 
no  podrá  dejar  de  hacer  grandes  locuras. 

De  algunos  medios  por  do  se  alcanza  esta  virtud 
§.  IX. 


'ara  alcanzar  esta  virtud  (entre  otros  medios)  aprovecha  mu- 
cho la  experiencia  de  los  yerros  pasados,  y  también  de  los 
acertamientos  y  buenos  sucesos,  así  proprios  como  ajenos:  por- 
que de  aquí  se  toman  ordinariamente  muchos  avisos  y  reglas  de 
prudencia.  Y  por  la  misma  razón  se  dice  que  la  memoria  de  lo 
pasado  es  muy  familiar  ayudadora  y  maestra  de  la  prudencia,  y 
que  el  día  presente  es  discípulo  del  pasado:  pues  (como  dice  Sa- 
lomón) lo  que  será  es  lo  que  fué,  y  lo  que  fué  es  lo  que  será.  Y 
por  esto  por  lo  pasado  podremos  juzgar  lo  venidero  y  lo  presen- 
te, y  por  lo  presente  lo  pasado. 

Mas  sobre  todo  ayuda  para  alcanzar  esta  virtud  la  profunda  y 
verdadera  humildad  de  corazón,  así  como  lo  que  más  la  impide 
es  la  soberbia:  porque  escrito  está  que  donde  está  la  humildad, 


LIBRO     II.   CAPÍTULO    X.  99 


ahí  está  la  sabiduría.  Y  demás  de  esto,  todas  las  Escrituras  cla- 
man que  Dios  enseña  á  los  humildes,  y  que  es  maestro  de  los  pe- 
queñuelos,  y  que  á  ellos  comunica  sus  secretos.  Mas  con  todo 
esto,  no  ha  de  ser  tal  la  humildad,  que  se  rinda  á  cualesquier  pa- 
receres y  se  deje  llevar  de  todos  vientos:  porque  ésta  ya  no 
sería  humildad,  sino  instabilidad  y  flaqueza  de  corazón.  En  lo  cual 
quiso  proveer  el  Sabio  cuando  dijo:  No  quieras  ser  humilde  en 
tu  sabiduría:  dando  á  entender  que  en  las  verdades  que  tiene  el 
hombre  con  justos  y  catóHcos  fundamientos  asentados  en  su  co- 
razón, ha  de  ser  constante  y  no  se  ha  de  mover  á  lumbre  de  pa- 
jas (como  hacen  algunos  flacos)  ni  dejarse  llevar  de  cualesquier 
pareceres. 

Lo  último  que  ayuda  á  alcanzar  esta  virtud  es  la  humilde  y 
devota  oración:  porque  como  uno  de  los  principales  oficios  del 
Espíritu  Sancto  sea  alumbrar  el  entendimiento  con  el  don  de  la 
sciencia,  sabiduría,  consejo  y  entendimiento,  cuanto  el  hombre  con 
mayor  devoción  y  humildad  se  presentare  delante  del  con  co- 
razón de  discípulo  y  de  niño,  tanto  será  más  claramente  enseña- 
do y  lleno  destos  dones  celestiales. 

Mucho  nos  habemos  alargado  en  tratar  de  esta  virtud:  porque 
como  ella  sea  la  guía  de  todas  las  otras,  era  necesario  procurar 
que  la  guía  no  fuese  ciega,  porque  no  quedase  á  escuras  y  sin 
ojos  todo  el  cuerpo  de  las  virtudes.  Y  porque  todo  esto  sirve  para 
justificar  y  ordenar  el  hombre  para  consigo  mismo  (que  es  la 
primera  parte  de  justicia  que  arriba  pusimos)  será  bien  que  di- 
gamos ya  de  la  segunda,  que  es  de  lo  que  debe  hacer  para  con 
su  prójimo. 


PARA  CON  EL  PRÓJIMO 

CAPÍTULO  XI. 


A  segunda  parte  de  justicia  es  hacer  el  hombre  lo 
que  debe  para  con  sus  prójimos,  que  es  usar  con 
ellos  de  aquella  caridad  y  misericordia  que  Dios  nos 
manda.  Qué  tan  principal  sea  esta  parte,  y  cuánto  nos  sea  enco- 
mendada en  las  Escrituras  divinas  (que  son  los  maestros  y  ada- 
lides de  nuestra  vida)  no  lo  podrá  creer  sino  quien  las  hobiere 
leído.  Lee  los  Profetas,  lee  los  Evangelios,  lee  las  Epístolas  sa- 
gradas, y  verás  tan  encarecido  este  negocio,  que  te  pondrá  admi- 
ración. En  Isaías  pone  Dios  la  suma  de  toda  la  justicia  en  la  ca- 
ridad y  buen  tratamiento  de  los  prójimos.  Y  así,  cuando  los  judíos 
se  quejaban  diciendo:  ¿Porqué,  Señor,  ayunamos  y  no  miraste 
nuestros  ayunos,  y  aflijimos  nuestras  ánimas  y  no  heciste  caso 
dello?  respóndeles  Dios:  Porque  en  el  día  del  ayuno  vivís  á  vues- 
tra voluntad  y  no  á  la  mía,  y  apretáis  y  fatigáis  á  todos  vuestros 
deudores.  Ayunáis,  mas  no  de  pleitos  y  contiendas,  ni  de  hacer 
mal  á  vuestros  prójimos.  No  es  pues  ése  el  ayuno  que  me  agra- 
da á  mí,  sino  éste;  rompe  las  escrituras  y  contratos  usurarios, 
quita  de  encima  de  los  pobres  las  cargas  con  que  los  tienes 
opresos,  deja  en  su  libertad  á  los  afligidos  y  necesitados,  y  sáca- 
los del  yugo  que  tienes  puesto  sobre  ellos.  De  un  pan  que  tuvie- 
res, parte  el  medio  con  el  pobre,  y  acoje  á  los  necesitados  y  pe- 
regrinos en  tu  casa.  Y  cuando  esto  hicieres,  y  abrieres  tus  entra- 
ñas al  necesitado,  y  le  socorrieres  y  dieres  hartura,  entonces  te 
haré  tales  y  tales  bienes:  los  cuales  prosigue  muy  copiosamente 
hasta  el  fin  del  capítulo,  según  que  en  el  libro  precedente  alega- 
mos. Ves  aquí  pues,  hermano,  en  qué  puso  Dios  la  suma  de  la 
verdadera  justicia,  y  cuan  piadosamente  quiso  que  nos  hobiése- 
mos  con  nuestros  prójimos  en  esta  parte. 

La  misma  sentencia  hallarás  en  el  profeta  Zacarías,  donde 
preguntando  los  judíos  á  Dios  si  habían  de  ayunar  tales  y  tales 
días  para  agradarle  y  cumplir  su  ley,  respóndeles  Dios  y  declá- 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XI.  101 


rales  con  qué  género  de  obras  le  habían  de  agradar,  diciendo:  Mi- 
rad que  guardéis  justicia,  y  juzguéis  justamente  las  causas  de 
vuestros  prójimos,  y  que  uséis  de  misericordia  y  de  obras  de  piedad 
con  vuestros  hermanos,  y  no  queráis  buscar  asillas  para  calum- 
niar á  la  viuda,  y  al  huérfano,  y  al  extranjero,  y  al  pobre:  y  nadie 
trate  en  su  corazón  de  hacer  mal  á  nadie,  y  desta  manera  me  agra- 
daréis y  cumpliréis  mi  ley.  Harto  encarescido  está  aquí  este  ne- 
gocio, pero  mucho  más  lo  encáreselo  el  mismo  Señor  por  Isaías 
cuando  dijo:  Éste  es  mi  descanso,  que  refrigeréis  y  consoléis  á  los 
cansados:  porque  esto  parece  que  era  lo  último  que  se  podía  en- 
carecer este  negocio,  cuando  el  Señor  se  ponía  en  el  lugar  del 
pobre,  y  tomaba  por  su  proprio  descanso  el  que  por  él  se  daba 
á  los  cansados. 

Mas  sobre  todo  esto  confieso  que  me  maravillo  de  lo  que  leo 
en  el  capítulo  XVI  de  Ezequiel,  donde  contando  el  mismo  Dios 
los  pecados  por  donde  aquella  infame  cibdad  de  Sodoma  vino  á 
dar  consigo  en  el  extremo  de  tan  grandes  males,  los  resumió  en 
cinco  pecados  diciendo:  Ésta  fué  la  maldad  de  tu  hermana  Sodo- 
ma: soberbia,  y  hartura,  y  abundancia,  y  ociosidad,  y  no  haber 
querido  extender  las  manos  para  socorrer  al  pobre  y  al  necesita- 
do. Pues  ^qué  más  mal  quieres  tú  oir  deste  vicio,  que  haberlo 
puesto  Dios  por  el  postrero  de  los  escalones  por  donde  subieron 
aquellos  malaventurados  al  extremo  de  tan  grande  mal?  ¿Dónde 
están  los  que  atesoran  ducados  sobre  ducados,  y  con  todo  esto  se 
tienen  por  seguros,  teniendo  compañeros  en  esta  culpa  á  los  mo- 
radores de  Sodoma? 

Estas  y  otras  cosas  semejantes  dicen  los  Profetas.  Pues  el 
Evangelio  (que  es  ley  de  amor)  ;qué  dirá?  ¿Qué  más  se  pudo 
decir  en  favor  desta  virtud,  que  poner  el  Señor  toda  la  razón  y 
fundamiento  de  la  sentencia  del  juicio  final  en  sólo  haber  usado 
ó  no  usado  de  obras  de  misericordia?  ¿Qué  más  se  puede  decir 
que  lo  que  se  sigue  después  desto  en  el  mismo  contexto:  Lo  que 
á  uno  destos  mis  pequeñuelos  hecistes,  á  mí  lo  hecistes?  ¿Que  más 
se  puede  decir  que  poner  en  solos  estos  dos  mandamientos  de 
amor  de  Dios  y  del  prójimo  la  suma  de  la  ley  y  de  los  Profetas? 
Pues  en  aquel  postrer  sermón  de  la  cena  ¿qué  otra  cosa  más  enco- 
mienda el  Salvador  que  la  caridad  y  bienquerencia  para  con  los 
prójimos?  Éste  (dice  él)  es  mi  mandamiento,  que  os  améis  unos  á 
otros  así  como  yo  os  amé.  Y  más  abajo:  En  esto  (dice  él)  conos- 


T02  ÓriA  r>E  PECADORES 


cerán  todos  que  sois  mis  discípulos,  si  os  amáredes  unos  á 
otros.  Y  no  contento  con  encomendarles  esto  tan  encarescida- 
mente,  hace  luego  oración  al  Padre  por  el  cumplimiento  desta 
ley  diciendo:  Ruégote,  Padre,  que  ellos  sean  entre  sí  una  misma 
cosa,  así  como  tú  y  3-0  lo  somos,  para  que  conozca  el  mundo  que 
tú  me  enviaste.  Dando  á  entender  que  la  caridad  y  amor  entre 
los  cristianos  había  de  ser  tan  sobrenatural,  y  tan  grande,  y  tan 
fuera  de  todo  lo  que  se  puede  esperar  de  carne  y  de  sangre,  que 
había  de  bastar  (como  un  manifiesto  miraglo)  para  convencer  los 
entendimientos  de  los  hombres,  y  hacerles  creer  que  no  era  po- 
sible que  no  fuesen  hombres  del  cielo  los  que  tal  caridad  entre 
sí  tenían. 

Pues  ^qué  diré  del  Apóstol  S,  Pablo?  ¿En  cuál  desús  Epísto- 
las no  es  ésta  la  mayor  de  sus  encomiendas?  ¡Qué  alabanzas 
predica  de  la  caridad!  ¡cuánto  la  engrandece!  ¡cuan  por  menu- 
do cuenta  todas  sus  excelencias!  ¡cómo  la  antepone  á  todas  las 
otras  virtudes  y  dones  del  Espíritu  Sancto,  diciendo  que  ella  es  el 
más  excelente  camino  para  ir  á  Dios!  Y  no  contento  con  esto, 
en  un  lugar  dice  que  la  caridad  es  vínculo  de  perfección:  en  otro 
dice  que  es  fin  de  todos  los  mandamientos:  en  otro,  que  el  que 
ama  á  su  prójimo  tiene  cumplida  la  ley.  Pues  ¿qué  mayores  ala- 
banzas se  podían  esperar  de  una  virtud, que  ésta?  ¿Cuál  es  el  hom- 
bre deseoso  de  saber  con  qué  género  de  obras  agradará  á  Dios, 
que  no  quede  admirado  y  enamorado  desta  virtud,  y  determi- 
nado de  ordenar  y  enderezar  todas  sus  obras  á  ella? 

Pues  aun  queda  sobre  todo  esto  la  Canónica  de  aquel  tan 
grande  amado  y  amador  de  Cristo  S.  Juan  Evangelista,  en  la  cual 
ninguna  cosa  más  repite,  ni  más  encaresce,  ni  más  encomienda 
que  esta  virtud.  Y  lo  que  hizo  en  esta  Epístola,  eso  mismo  dice 
su  historia  que  hacía  toda  la  vida.  Y  preguntando  por  qué  tantas 
veces  repetía  esta  sentencia,  respondió  que  porque  sola  ésta  (si 
debidamente  se  cumpliese)  bastaba  para  nuestra  salud. 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XI.  IO3 


De  lo$  oficios  de  ¡a  caridad 


EGÚN  esto  el  que  de  veras  desea  acertar  á  contentar  á  Dios, 
entienda  que  el  camino  para  esto  es  el  cumplimiento  des- 
te  mandamiento  de  amor,  con  tanto  que  este  amor  no  sea  desnu- 
do y  seco,  sino  acompañado  de  todos  los  efectos  y  obras  que  del 
verdadero  amor  se  suelen  seguir:  porque  de  otra  manera  no  me- 
recería nombre  de  amor,  como  lo  significó  el  mismo  Evangelista 
cuando  dijo:  Si  alguno  tuviere  de  los  bienes  deste  mundo,  y  vien- 
do á  su  prójimo  en  necesidad  no  le  socorre,  ¿cómo  está  la  cari- 
dad de  Dios  en  él?  Hijuelos,  no  amemos  con  solas  palabras,  sino 
con  obras  y  con  verdad. 

Según  esto  debajo  deste  nombre  de  amor  (entre  otras  mu- 
chas obras)  se  encierran  señaladamente  estas  seis,  conviene  saber, 
amar,  aconsejar,  socorrer,  sufrir,  perdonar  y  edificar.  Las  cuales 
obras  tienen  tal  conexión  con  la  caridad,  que  el  que  más  tuvie- 
re dellas,  tendrá  más  de  caridad,  y  el  que  menos,  menos.  Por- 
que algunos  aman,  y  no  pasa  más  adelante  este  amor.  Otros 
aman  y  ayudan  con  avisos  y  buenos  consejos,  mas  no  echarán 
mano  á  la  bolsa  ni  abrirán  el  arca  para  socorreros.  Otros  aman, 
avisan  y  socorren  con  lo  que  tienen:  mas  no  sufren  con  pacien- 
cia las  injurias  ni  las  flaquezas  ajenas,  ni  cumplen  con  aquel  dicho 
del  Apóstol:  Lleve  cada  uno  la  carga  del  otro,  y  así  cumpliréis 
la  ley  de  Cristo.  Otros  ya  que  sufren  las  injurias  con  paciencia, 
no  las  perdonan  con  misericordia:  y  aunque  dentro  del  corazón 
no  tienen  odio,  no  quieren  mostrar  buena  cara  en  lo  de  fuera. 
Éstos  aunque  aciertan  en  lo  primero,  todavía  desfallecen  en  lo  se- 
gundo, y  no  llegan  á  la  perfección  de  esta  virtud.  Otros  hay  que  tie- 
nen todo  esto,  mas  no  edifican  á  sus  prójimos  con  palabras  y  ejem- 
plos: que  es  uno  de  los  más  altos  oficios  de  la  caridad.  Pues  se- 
gún esta  orden,  podrá  cada  uno  examinar  cuánto  tiene  y  cuánto 
le  falta  de  la  perfección  de  esta  virtud.  Porque  el  que  ama,  po- 
demos decir  que  está  en  el  primer  grado  de  caridad:  el  que  ama 
y  aconseja,  en  el  segundo:  el  que  ayuda,  en  el  tercero:  el  que 
sufrCj  en  el  cuarto:  el  que  perdona  y  sufre,  en  el  quinto:  y  el  que 


!04  GUIA  DE  PECADORES 


sobre  todo  esto  edifica  con  sus  palabras  y  buena  vida  (que  es 
oficio  de  varones  perfectos  y  apostólicos)  en  el  postrero. 

Estos  son  los  actos  positiv'os  ó  afirmativos  que  encierra  en  sí 
la  caridad,  en  que  se  declara  lo  que  debemos  hacer  con  el  pró- 
jimo. Hay  otros  negativos,  donde  se  declara  lo  que  no  debemos 
de  hacer, que  son:  No  juzgar  á  nadie, no  decir  mal  de  nadie,  no  to- 
car en  la  hacienda,  ni  en  la  honra,  ni  en  la  mujer  de  nadie,  no  es- 
candalizar con  palabras  injuriosas,  ni  descorteses,  ni  desentonadas 
á  nadie,  y  mucho  menos  con  malos  ejemplos  y  consejos.  Quien- 
quiera que  esto  hiciere,  cumplirá  enteramente  con  todo  lo  que 
nos  pide  la  perfección  de  este  divino  mandamiento. 

Y  si  de  todo  esto  quieres  tener  particular  memoria,  y  com- 
prehenderlo  en  una  palabra,  trabaja  por  tener  (como  ya  dijimos) 
para  con  el  prójimo  corazón  de  madre,  y  así  podrás  cumplir  en- 
teramente con  todo  lo  susodicho.  Mira  de  la  manera  que  una 
buena  y  cuerda  madre  ama  á  su  hijo,  cómo  le  avisa,  cómo  le 
acude  en  sus  necesidades,  cómo  lleva  todas  sus  faltas,  unas  ve- 
ces sufriéndolas  con  paciencia,  otras  castigándolas  con  justicia, 
otras  disimulándolas  y  tapándolas  con  prudencia:  porque  de  to- 
das estas  virtudes  se  sirve  la  caridad  como  reina  y  madre  de  las 
virtudes.  ]\Iira  cómo  se  goza  de  sus  bienes,  cómo  le  pesa  de  sus 
males,  cómo  los  tiene  y  los  siente  por  suyos  proprios,  cuan  gran- 
de celo  tiene  de  su  honra  }'■  de  su  provecho,  con  qué  devo- 
ción ruega  siem.pre  á  Dios  por  él,  y  finalmente  cuánto  más  cui- 
dado tiene  del  que  de  sí  misma,  y  cómo  es  cruel  para  sí,  por 
ser  piadosa  para  con  él.  Y  si  tú  pudieres  arribar  á  tener  esta  ma- 
nera de  corazón  para  con  el  prójimo,  habrás  llegado  á  la  perfec- 
ción de  la  caridad:  y  ya  que  no  puedas  llegar  aquí,  á  lo  menos 
esto  debes  tener  por  blanco  de  tu  deseo,  y  á  esto  debes  siempre 
enderezar  tu  vida:  porque  mientras  más  alto  pretendieres  subir, 
menos  bajo  quedarás. 

Y  si  me  preguntas,  ;cómo  podré  yo  llegar  á  tener  esa  manera 
de  corazón  para  con  un  extraño  r  A  esto  respondo  que  no  has  de 
mirar  tú  al  prójimo  como  á  extraño,  sino  como  á  imagen  de 
Dios,  como  á  obra  de  sus  manos,  como  á  hijo  suyo  y  como  á 
miembro  vivo  de  Cristo:  pues  tantas  veces  nos  predica  San  Pa- 
blo que  todos  somos  miembros  de  Cristo  y  que  por  eso  pecar 
contra  el  prójimo  es  pecar  contra  Cristo,  y  hacer  bien  al  próji- 
mo es  hacer  bien  á  Cristo.  De  suerte  que  no  has  de  mirar  al 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XI.  10$ 


prójimo  como  hombre,  ni  como  á  tal  hombre,  sino  como  al  mis- 
mo Cristo,  ó  como  á  miembro  vivo  de  este  Señor,  pues  á  la  ver- 
dad lo  es:  y  dado  que  no  lo  sea  cuanto  á  la  materia  del  cuerpo, 
I  qué  hace  esto  al  caso,  pues  lo  es  cuanto  á  la  participación  de  su 
espíritu  y  cuanto  á  la  grandeza  del  galardón,  pues  él  dice  que 
así  le  pagará  el  beneficio  como  si  él  lo  recibiera? 

Considera  también  todas  aquellas  encomiendas  y  encaresci- 
mientos  que  arriba  pusimos  de  la  excelencia  desta  virtud,  y  de 
lo  mucho  que  por  el  mismo  Señor  nos  es  encomendada:  porque 
si  hay  en  ti  deseo  vivo  de  agradar  á  Dios,  no  podrás  dejar  de 
procurar  con  suma  diligencia  ima  cosa  que  tanto  le  agrada. 

Mira  también  el  amor  que  tienen  entre  sí  parientes  con  pa- 
rientes sólo  por  comunicar  en  un  poco  de  carne  y  de  sangre,  y 
avergüénzate  que  no  pueda  más  en  ti  la  gracia  que  la  naturale- 
za, y  la  unión  del  espíritu  que  la  de  la  carne.  Si  dices  que  ahí  se 
halla  unión  y  participación  en  una  misma  raíz  y  en  una  misma 
sangre  que  es  común  á  entrambos,  mira  las  uniones  que  el  Após- 
tol pone  entre  los  fieles:  pues  todos  tienen  un  padre, una  madre, 
un  señor,  un  bautismo,  una  fe,  una  esperanza,  un  mantenimien- 
to y  un  mismo  espíritu  que  les  anima  y  da  vida.  Todos  tienen 
un  padre,  que  es  Dios:  una  madre,  que  es  la  Iglesia:  un  Señor, 
que  es  Cristo:  una  fe,  que  es  una  lumbre  sobrenatural  en  que 
todos  comunicamos  y  nos  diferenciamos  de  todas  las  otras  gen- 
tes: una  esperanza,  que  es  una  misma  heredad  de  gloria,  en  la 
cual  seremos  todos  una  ánima  y  un  corazón:  un  bautismo, donde 
todos  fuimos  adoptados  por  hijos  de  un  mismo  padre  y  hechos 
hermanos  entre  nosotros:  un  mismo  mantenimiento,  que  es  el 
Sanctísimo  Sacramento  del  cuerpo  de  Cristo, con  que  todos  somos 
uñidos  y  hechos  una  misma  cosa  con  él,  así  como  de  muchos 
granos  de  trigo  se  hace  un  pan,  y  de  muchos  granos  de  uvas  un 
solo  vino.  Y  sobre  todo  esto  participamos  un  mismo  espíritu,  que 
es  el  Espíritu  Santo,  el  cual  mora  en  todas  las  ánimas  de  los  fie- 
les, ó  por  fe,  ó  por  fe  y  gracia  juntamente,  y  los  anima  y  sus- 
tenta en  esta  vida.  Pues  si  los  miembros  de  un  cuerpo  (aunque 
tengan  diversos  oficios  y  figuras  entre  sí)  se  aman  tanto,  por  ser 
todos  animados  con  una  misma  ánima  racional,  :  cuánta  mayor 
razón  será  que  se  amen  los  fieles  entre  sí,  pues  todos  son  ani- 
mados con  este  Espíritu  divino,  que  cuanto  es  más  noble,  tanto  es 
más  poderoso  para  causar  unidad  en  las  cosas  donde  está?  Pues 


lo6 


GLIA  DE  PECADORES 


si  sola  unidad  de  carne  y  de  sangre  basta  para  causar  tan  gran- 
de amor  entre  parientes,  ¿  cuanto  más  todas  estas  unidades  y  co- 
municaciones tan  grandes? 

Sobre  todo  esto  pon  los  ojos  en  aquel  único  y  singular  ejem- 
plo de  amor  que  Cristo  nos  tuvo:  el  cual  nos  amó  tan  fuertemen- 
te, tan  dulcemente,  tan  graciosamente,  tan  perseverantemente 
y  tan  sin  interese  suyo  ni  merescimiento  nuestro:  para  que  es- 
forzado tú  con  este  tan  noble  ejemplo  y  obligado  con  tan  gran- 
de beneficio,  te  dispongas  según  tu  posibilidad  á  amar  al  próji- 
mo desta  manera:  para  que  así  cumplas  fielmente  aquel  manda- 
miento que  el  Señor  te  dejó  tan  encomendado  á  la  salida  deste 
mundo,  cuando  dijo:  Éste  es  mi  mandamiento,  que  os  améis  unos 
á  otros,  así  como  Yo  os  amé. 


PARA    CON    DIOS 

CAPITULO  XII. 


jiCHO  ya  de  lo  que  debemos  hacer  para  con  nosotros 
y  con  nuestros  prójimos,  digamos  agora  de  lo  que  de- 
bemos hacer  para  con  Dios,  que  es  la  principal  y  la 
más  alta  parte  de  justicia  que  hay:  á  la  cual  sirven  aquellas  tres 
virtudes  teologales,  fe,  esperanza  y  caridad,  que  tienen  por  ob- 
jecto  á  Dios,  y  la  virtud  que.  los  teólogos  llaman  religión,  que 
tiene  por  objecto  el  culto  de  Dios. 

Pues  con  todas  las  obligaciones  que  debajo  de  todas  estas  vir- 
tudes se  comprehenden,  cumplirá  el  hombre  enteramente,  si  lle- 
gare á  tener  para  con  Dios  el  corazón  que  tiene  un  buen  hijo 
para  con  su  padre.  De  suerte  que  así  como  cumple  consigo  quien 
para  consigo  tiene  corazón  de  buen  juez,  y  con  el  prójimo  quien 
para  con  él  tiene  corazón  de  madre  (como  ya  dijimos)  así  tam- 
bién en  su  manera  cumplirá  con  Dios  quien  tuviere  corazón  de 
hijo  para  con  Él,  pues  uno  de  los  principales  oficios  del  espíritu 
de  Cristo  es  darnos  esta  manera  de  corazón  para  con  Dios. 

Considera,  pues,  agora  diligentemente  el  corazón  que  tiene 
un  buen  hijo  para  con  su  padre:  qué  amor  le  tiene,  qué  temor  y 
reverencia,  qué  obediencia,  qué  confianza,  qué  celo  de  su  hon- 
ra, cuan  sin  interese  le  sirve,  cuan  confiadamente  acude  á  él  en 
todas  sus  necesidades,  cuan  húmilmente  sufre  sus  reprehensio- 
nes y  castigos  con  todo  lo  demás:  y  ten  tú  este  mismo  corazón 
para  con  Dios,  y  habrás  cumplido  enteramente  con  esta  parte 
de  justicia. 

Pues  para  tener  este  corazón,  ocho  virtudes  principalmente 
me  parecen  ser  necesarias:  entre  las  cuales  la  primera  y  la  más 
principal  es  amor,  la  segunda  temor  y  reverencia,  la  tercera 
confianza,  la  cuarta  celo  de  honra  divina,  la  quinta  pureza  de  in- 
tención en  las  obras  de  su  servicio,  la  sexta  oración  y  recurso 
á  Él  en  todas  las  necesidades,  la  séptima  agradescimiento  á  sus 
beneficios,  la  octava  obediencia  y  conformidad  entera  con  su 
sancta  voluntad. 


108  GUIA  DE  PECADORES 


§.    I. 

Según  esta  orden  la  primera  cosa  y  la  más  principal  que  de- 
bemos hacer,  es  amar  este  Señor  así  como  Él  lo  manda:  que  es, 
con  todo  nuestro  corazón,  con  toda  nuestra  ánima,  con  todo 
nuestro  entendimiento  y  con  todas  nuestras  fuerzas.  De  suerte 
que  todo  cuanto  hay  en  el  hombre  (cada  cosa  en  su  manera)  ame 
y  sirva  á  este  Señor:  el  entendimiento  pensando  en  Él,  la  vo- 
luntad amándole,  los  afectos  inclinándose  á  lo  que  pide  su  amor, 
y  las  fuerzas  de  todos  los  miembros  y  sentidos  empleándose  en 
ejecutar  todo  lo  que  ordenare  este  amor.  A  este  amor  nos  lla- 
man y  compelen  todas  cuantas  razones  y  motivos  de  amor  se 
hallan  en  todas  las  criaturas:  porque  todas  ellas  están  juntas  en 
solo  Dios,  y  todas  en  sumo  grado  de  perfección,  como  adelante 
se  verá,  cuando  desto  se  tratare  en  su  lugar. 

§.  11. 

La  segunda  cosa  que  debemos  tener  para  agradar  á  Dios  es 
temor:  no  temor  servil  (que  es  por  miedo  del  castigo)  sino  te- 
mor filial,  que  es  por  no  enojar  á  un  tan  amable  y  tan  piadoso 
padre  y  Señor.  Porque  tal  es  el  temor  que  enfrena  á  los  buenos 
hijos  para  no  hacer  cosa  que  no  deban,  y  tal  es  el  que  hace  solíci- 
ta á  la  buena  mujer  para  no  consentir  que  haya  cosa  en  su  casa 
que  ofenda  á  los  ojos  de  su  marido.  Este  sancto  temor  (que  es 
particular  don  del  Espíritu  Sancto)  se  cría  en  nuestra  ánima 
considerando  estas  cuatro  cosas,  conviene  saber,  la  alteza  de  la 
divina  majestad,  la  profundidad  de  sus  juicios,  la  grandeza  de 
su  justicia,  la  muchedumbre  de  nuestros  pecados,  y  especialmente 
la  resistencia  que  tenemos  á  las  inspiraciones  divinas.  Por  lo 
cual  será  necesario  algunas  veces  ocupar  el  corazón  en  la  consi- 
deración de  estas  cuatro  cosas:  porque  ella  es  la  que  sirve  para 
criar  y  fomentar  en  nuestras  ánimas  este  sancto  afecto,  el  cual 
echa  fuera  del  ánima  todo  pecado. 

Á  este  mismo  temor  pertenece  que  cuando  estuviéremos 
en  los  oficios  divinos  y  en  las  iglesias  (mayormente  donde  está 
el  Sanctísimo  Sacramento)  estemos  allí,  no  parlando,  ni  pasean- 
do, ni  derramando  los  ojos  á  diversas  partes  (como  hacen  mu- 


LIBRO  il.  CAPÍTULO   XIL  lOQ 

chos)  sino  con  grande  temor  y  acatamiento  de  aquella  imperial 
Majestad  ante  quien  estamos,  la  cual  por  una  especial  manera 
asiste  en  aquel  lugar. 

§.  m. 

La  tercera  virtud  es  confianza:  esto  es,  que  así  como  un  hijo 
en  todas  las  tribulaciones  y  necesidades  que  se  le  ofrecen  (si  tie- 
ne el  padre  rico  y  poderoso)  está  muy  seguro  y  confiado  que 
no  le  ha  de  faltar  el  socorro  y  providencia  de  su  padre,  así  el 
hombre  ha  de  tener  en  esta  parte  un  corazón  tan  de  hijo  para 
con  Dios,  que  considerando  cómo  tiene  por  padre  á  Aquél  en 
cuyas  manos  está  todo  el  poder  del  cielo  y  de  la  tierra,  esté  con- 
fiado en  todas  las  tribulaciones  que  se  le  ofrecieren,  que  vol- 
viéndose á  Él  y  confiando  en  su  misericordia,  le  sacará  de  aquel 
trabajo,  ó  lo  enderezará  para  mayor  bien  y  provecho  suyo.  Por- 
que si  esta  manera  de  confianza  tiene  un  hijo  en  su  padre,  y  con 
ella  duerme  seguro,  (i  cuánto  más  se  debe  tener  en  Aquél  que  es 
más  padre  que  todos  los  padres,  y  más  rico  que  todos  los  ricos, 
y  que  verdaderamente  no  es  menos  padre  que  rico,  ni  menos 
rico  que  padre  ? 

Y  si  dijieres  que  la  falta  de  servicios  y  merescimientos  y 
la  muchedumbre  de  los  pecados  de  la  vida  pasada  te  hace  des- 
mayar, el  remedio  es  no  mirar  por  entonces  á  esto,  sino  mirar  á 
Dios,  y  mirar  á  su  Hijo,  nuestro  único  salvador  y  medianero, 
para  cobrar  esfuerzo  en  Él.  De  donde,  así  como  los  que  pasan 
un  río  impetuoso  (cuando  se  les  desvanece  la  cabeza  con  la  fuer- 
za de  la  corriente)  les  damos  voces  y  decimos  que  no  miren  á  las 
aguas  que  desvanecen,  sino  que  alcen  los  ojos  á  lo  alto  y  camina- 
rán seguros, así  también  se  debe  aconsejar  á  los  flacos  en  estapar- 
te avisándoles  que  no  miren  por  entonces  á  sí  ni  á  sus  pecados 
pasados.  Pues  dirás:  ^En  qué  debo  mirar  para  cobrar  esa  mane- 
ra de  esfuerzo  y  confianza?  A  esto  te  respondo  que  mires  pri- 
meramente á  aquella  inmensa  bondad  y  misericordia  de  Dios, 
que  se  extiende  al  remedio  de  todos  los  males  del  mundo:  que 
mires  la  verdad  de  su  palabra,  por  la  cual  tiene  prometido  su 
favor  y  socorro  á  todos  los  que  invocaren  húmilmente  su  saricto 
nombre,  y  se  pusieren  debajo  de  su  amparo:  pues  vemos  que 
aun  los  mismos  enemigos  que  traen  bando  unos  con  otros,  no 


1  10  GUIA  DE  PECADORES 


niegan  su  favor  á  los  que  se  van  á  meter  por  sus  puertas,  y 
guarescer  en  sus  casas  al  tiempo  del  peligro.  Mira  también  la 
muchedumbre  de  los  beneficios  que  hasta  agora  tienes  de  su 
piadosa  mano  recibidos,  y  aprende  de  la  misericordia  experi- 
mentada en  las  mercedes  pasadas  á  esperar  las  venideras.  Y  so- 
bre todo  esto  mira  á  Cristo  con  todos  sus  trabajos  y  meresci- 
mientos,  los  cuales  son  nuestra  justicia,  nuestro  derecho  y  el  tí- 
tulo qué  tenemos  para  pedir  mercedes  á  Dios:  pues  nos  consta 
que  estos  merescimientos  por  una  parte  son  tan  grandes,  que  no 
pueden  ser  mayores,  y  por  otra  son  tan  nuestros  (si  estamos  uni- 
dos con  Él  por  fe  y  amor)  como  si  nosotros  mismos  los  hubié- 
ramos ganado  por  nuestra  lanza.  Éstos  son  los  principales  estri- 
bos de  nuestra  confianza,  y  éstos  son  los  que  hacían  á  los  sanctos 
estar  tan  firmes  en  lo  que  esperaban,  como  lo  estaba  en  su  lugar 
el  monte  de  Sión. 

Mas  es  mucho  de  sentir  que  teniendo  tan  grandes  motivos 
para  confiar,  somos  muy  flacos  en  esta  parte:  pues  luego  como 
vemos  el  peligro  al  ojo,  desmayamos,  y  nos  vamos  á  Egipto  á 
buscar  amparo  en  la  sombra  y  carros  de  Faraón.  De  manera  que 
hallaréis  muchos  siervos  de  Dios  muy  ayunadores,  y  rezadores,  y 
limosneros,  y  llenos  de  otras  virtudes:  mas  muy  pocos  que  ten- 
gan aquella  manera  de  confianza  que  tenía  Sancta  Susana,  la  cual 
estando  sentenciada  á  muerte  y  sacándola  ya  para  la  ejecución 
de  la  sentencia,  dice  la  Escriptura  que  estaba  su  corazón  con- 
fiado en  el  Señor. 

Autoridades  para  persuadir  esta  virtud,  quien  las  quisiere 
traer,  puede  traer  aquí  toda  la  Escriptura  Sagrada,  mayormente 
Psalmos  y  Profetas:  porque  apenas  hay  en  ellos  cosa  más  repe- 
tida que  la  esperanza  en  Dios  y  la  certenidad  del  socorro  para 
los  que  esperan  en  El. 

§.  IV. 

La  cuarta  virtud  es  celo  de  la  honra  de  Dios:  esto  es,  que  el 
mayor  de  nuestros  cuidados  y  el  mayor  de  nuestros  deseos  sea 
ver  prosperada  y  adelantada  la  honra  de  Dios,  y  ver  sanctifica- 
do  y  glorificado  su  nombre,  y  hecha  su  voluntad  en  el  cielo  y  en 
la  tierra:  y  el  mayor  de  todos  nuestros  dolores  sea  ver  que  esto 
no  se  hace  así,  sino  muy  al  revés.  Tal  era  el  corazón  y  celo  que 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XII.  t  f  I 


tuvieron  todos  los  sanctos,  en  cuyo  nombre  fueron  dichas  aque- 
llas palabras:  El  celo,  Señor,  de  vuestra  gloria  tiene  enflaqueci- 
das y  envejecidas  mis  carnes:  porque  era  tan  grande  la  aflicción 
que  por  esta  causa  sentían,  que  el  dolor  del  ánirna  salía  á  la  cara, 
y  enflaquecía  el  cuerpo,  y  corrompía  la  sangre,  y  daba  muestras 
de  sí  en  todo  el  hombre  exterior.  Y  si  nosotros  tal  celo  como 
éste  tuviésemos,  luego  seríamos  señalados  con  aquella  gloriosa 
señal  de  Ezequiel  en  las  frentes,  por  la  cual  estaríamos  libres  de 
todos  los  castigos  y  azotes  de  la  justicia  divina. 

§.  V. 

La  quinta  virtud  es  pureza  de  intención,  á  la  cual  pertenece 
que  en  todas  las  obras  que  hiciéremos,  no  busquemos  á  nosotros, 
ni  pretendamos  algún  interese  nuestro  eterno  ni  temporal,  sino 
puramente  la  gloria  y  obediencia  y  beneplácito  de  este  Señor, 
teniendo  por  cierto  que  así  como  los  que  juegan  á  la  gana  pierde, 
perdiendo  ganan  y  ganando  pierden,  así  mientra  más  sin  intere- 
se tratáremos  en  esta  parte  con  Dios,  más  ganaremos  con  Él,  y  al 
revés.  Esta  es  una  de  las  cosas  que  más  habemos  de  mirar  y 
examinar  en  nuestras  obras,  y  de  que  mayores  celos  habernos 
de  tener,  recelando  no  se  nos  vayan  por  ventura  los  ojos  á  mi- 
rar en  ellas  otra  cosa  que  Dios:  porque  la  naturaleza  humana 
(como  ya  dijimos)  es  subtil  y  en  todas  las  cosas  busca  á  sí  misma. 
Muchos  hay  muy  ricos  de  buenas  obras  que  por  ventura,  cuan- 
do sean  examinadas  en  el  contraste  de  la  justicia  divina,  se  ha- 
llarán faltas  desta  pureza  de  intención,  que  es  aquel  ojo  del 
Evangelio,  que  si  es  claro,  todo  el  cuerpo  hace  claro,  y  si  escuro, 
todo  lo  hace  también  escuro. 

Muchas  personas  hay  constituidas  en  dignidad  así  en  la  re- 
pública como  en  la  Iglesia,  que  viendo  cómo  siempre  la  virtud 
en  semejantes  oficios  es  favorescida,  trabajan  por  ser  virtuosos 
y  vivir  á  ley  de  hombres  de  bien,  lavando  sus  manos  de  toda  vile- 
za y  de  toda  cosa  que  pueda  amancillar  su  honra:  mas  esto  hacen 
por  no  caer  de  la  reputación  en  que  están,  por  ser  bien  quistos 
con  sus  príncipes,  por  ser  favorescidos  y  acrecentados  en  sus  ofi- 
cios y  llevados  á  otros  mayores.  De  manera  que  estas  obras  no  pro- 
ceden de  centella  viva  de  amor  y  temor  de  Dios,  ni  tienen  por  fin 
su  obediencia  y  su  gloria,  sino  sólo  el  interese  y  la  gloria  propria 


112  GUIA  DE  PECADORES 


del  hombre.  Pues  lo  que  así  se  hace,  aunque  á  los  ojos  del  mundo 
parezca  algo,  en  los  de  Dios  es  todo  humo  y  sombra  de  justicia, 
no  verdadera  justicia.  Porque  virtudes  morales  sin  espíritu  de  amor 
y  temor  de  Dios,  muchas  tuvieron  los  gentiles,  como  Sócrates,  y 
Platón,  y  Catón,  y  otros  nobles  griegos  y  latinos:  mas  con  todas 
ellas  se  fueron  á  los  infiernos.  Porque  no  agrada  á  Dios,  ni  la 
sciencia,  ni  la  elocuencia,  ni  la  alteza  de  ingenio,  ni  la  nobleza 
de  condición,  ni  tampoco  las  virtudes  morales  por  sí  solas,  ni  los 
trabajos  corporales  (aunque  sea  sacrificar  los  proprios  hijos)  sino 
sólo  este  espíritu  de  amor  enviado  del  cielo,  y  lo  que  nasce  des- 
ta  raíz  y  procede  de  ella.  No  había  en  el  templo  cosa  que  no 
fuese,  ó  de  oro  ó  dorada:  ni  hay  cosa  que  agrade  á  los  ojos  de 
Dios  en  el  templo  vivo  de  nuestra  ánima,  que  no  sea  caridad,  ó 
vaya  dorado  con  ella. 

Por  donde  el  siervo  de  Dios  no  ponga  tanto  los  ojos  en  lo 
que  hace,  cuanto  en  lo  que  pretende  con  lo  que  hace:  porque  ba- 
jísimas  obras  con  altísima  intención  son  altísimas,  y  altísimas  y 
provechosísimas  con  bajísima  intención  son  bajísimas.  Porque  no 
mira  Dios  tanto  al  cuerpo  de  la  obra,  cuanto  al  ánima  de  la  in- 
tención, que  procede  de  la  fuente  del  amor. 


La  sexta  virtud  es  oración,  mediante  la  cual  como  hijos  re- 
corramos á  nuestro  padre  en  el  tiempo  de  la  tribulación  (como 
hacen  hasta  los  niños  chiquitos,  que  con  cualquier  miedo  ó  so- 
bresalto luego  acuden  á  sus  madres)  y  para  que  mediante  ella 
tengamos  continua  memoria  de  nuestro  Padre,  y  andemos  siem- 
pre en  su  presencia,  y  muchas  veces  platiquemos  con  Él:  pues 
todo  esto  está  anejo  á  la  condición  y  obligación  de  los  buenos 
hijos  para  con  sus  padres. 

§.  VIL 

La  séptima  virtud  es  hacimiento  de  gracias  y  reconosci mien- 
to de  los  beneficios  paternales,  que  es  una  de  las  mayores  deu- 
das que  debemos  á  Dios  y  que  más  mal  solemos  pagar.  Desta 
virtud  y  de  la  pasada  trataremos  adelante  en  su  proprio  lugar. 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  XII.  I  I 


§.  VIII. 

La  octava  virtud  es  obediencia  general  á  todo  lo  que  manda 
Dios,  en  la  cual  consiste  el  cumplimiento  y  la  suma  de  toda  jus- 
ticia. Esta  virtud  tiene  tres  grados.  El  primero  obedecer  á  los 
mandamientos  divinos,  el  segundo  á  los  consejos,  el  tercero  á  las 
inspiraciones  y  llamamientos  de  Dios.  La  guarda  de  los  manda- 
mientos del  todo  punto  es  necesaria  para  la  salud:  la  de  los  con- 
sejos ayuda  para  la  de  los  mandamientos,  sin  la  cual  muchas  ve- 
ces suele  correr  peligro.  Porque  el  no  jurar  (aunque  sea  verdad) 
sir\^e  para  no  jurar  cuando  sea  mentira:  el  no  pleitear,  para  no 
perder  la  paz  y  la  caridad:  el  no  poseer  cosa  propria,  para  estar 
más  seguro  de  cobdiciar  la  ajena,  y  el  hacer  bien  á  quien  nos  ha- 
ce mal,  para  estar  más  lejos  de  procurarle  ó  hacerle  mal.  Desta  ma- 
nera los  consejos  sirven  como  de  antemuro  á  los  preceptos,  y 
por  esto  el  que  desea  acertar,  no  se  contente  con  la  guarda  de  lo 
uno,  sino  trabaje  (según  le  fuere  posible  y  según  la  condición  de 
su  estado)  por  guardar  lo  otro.  Porque  así  como  el  que  lucha  con 
otro,  no  se  contenta  con  no  dejarse  derribar,  sino  trabaja  por  de- 
rribar si  puede  á  su  adversario  (porque  así  está  más  seguro  de  no 
caer)  y  así  como  el  que  pasa  un  río  impetuoso,  no  se  contenta 
con  atravesar  por  medio  del  río,  sino  antes  sube  hacia  arriba, 
y  corta  el  agua  contra  la  corriente,  para  estar  más  seguro  de  no 
irse  tras  ella,  así  el  siervo  de  Dios  no  sólo  ha  de  poner  los  ojos  en 
aquello  que  puntualmente  basta  para  salvarse,  sino  tomar  el  ne- 
gocio más  de  atrás:  porque  si  no  saHere  con  lo  que  pretende  (que 
es  lo  mejor)  á  lo  menos  llegue  á  lo  que  cumple  para  su  salud, 
que  es  lo  que  basta. 

El  tercero  grado  dijimos  que  era  obedescer  á  las  inspiracio- 
nes divinas:  porque  no  es  ésta  menos  obediencia  que  las  pasa- 
das, pues  los  buenos  servidores  no  sólo  obedecen  á  lo  que  su  se- 
ñor les  manda  por  palabras,  sino  también  á  lo  que  les  significa 
por  señales.  Y  por  esto  conváene  que  el  hombre  esté  atento  á  los 
movimientos  y  inspiraciones  divinas,  para  que  luego  acuda  con 
aquellos  sanctos  animales  de  Ezequiel  al  ímpeto  y  llamamiento 
del  Espíritu  Sancto. 

Y  porque  en  esto  podría  haber  engaño,  tomando  por  inspira- 
ción divina  la  que  podría  ser  humana  ó  di¿ibólica,  por  esto  nos 

OBRAS  DE  GRANADA  X— S 


ÍÍ4  GUIA  DE  PECADORES 

conviene  hacer  aquí  aquello  que  dice  S.  Juan:  No  queráis  creer 
á  todo  espíritu,  sino  probad  los  espíritus  si  son  de  Dios.  Y  para 
esto  (demás  del  contraste  de  la  Escriptura  divina  y  de  la  doc- 
trina de  los  sanctos,  en  el  cual  se  han  de  examinar  estas  cosas) 
podrás  guardar  esta  regla  general,  que  como  haya  dos  maneras 
de  servicios  de  Dios,  unos  voluntarios  y  otros  obligatorios,  cuan- 
do éstos  acaesciere  encontrarse,  siempre  han  de  preceder  los 
obligatorios  á  los  voluntarios,  por  muy  grandes  y  muy  meritorios 
que  sean.  Y  así  se  ha  de  entender  aquella  sentencia  tan  celebra- 
da de  Samuel,  que  dice:  Más  vale  la  obediencia  que  el  sacrificio: 
porque  primero  quiere  Dios  que  el  hombre  obedezca  á  su  pala- 
bra, y  después  le  haga  todos  los  servicios  que  quisiere,  sin  per- 
juicio desta  obediencia. 

Y  por  servicios  necesarios  entendemos  primeramente  la  guar- 
da de  los  mandamientos  de  Dios,  sin  la  cual  no  hay  salud.  Lo 
segundo,  la  guarda  de  los  mandamientos  de  aquéllos  que  están 
en  su  lugar:  pues  quien  á  éstos  resiste,  resiste  á  la  ordenación  de 
Dios.  Lo  tercero,  la  guarda  de  todas  aquellas  cosas  que  están  ane- 
jas al  estado  de  cada  uno:  como  son  las  obligaciones  que  tiene 
el  perlado  en  su  estado,  y  el  religioso  y  el  casado  en  el  suyo.  Lo 
cuarto,  la  de  aquellas  cosas  que  aunque  no  sean  absolutamente 
necesarias,  ayudan  grandemente  á  la  conservación  de  las  nece- 
sarias: porque  también  éstas  participan  alguna  manera  de  nece- 
sidad, por  razón  de  las  otras.  Pongamos  ejemplo.  Tienes  tú  ya 
experiencia  de  mucho  tiempo  que  cuando  cada  día  tienes  un  pe- 
dazo de  recogimiento  (para  entrar  dentro  de  ti  mismo  y  exami- 
nar tu  conciencia  y  tratar  con  Dios  del  remedio  della)  traes  la 
vida  más  concertada,  y  eres  más  señor  de  ti  y  de  tus  pasiones,  y 
estás  más  hábil  y  prompto  para  toda  virtud:  y  por  el  contrario, 
que  cuando  faltas  en  esto,  luego  desfalleces,  y  desvaras  en  mu- 
chas faltas,  y  te  ves  en  peligro  de  volver  á  las  costumbres  pasa- 
das, porque  aun  no  tienes  suficiente  caudal  de  gracia,  ni  estás  aun 
del  todo  fundado  en  la  virtud,  y  por  esto  (como  el  pobre  que  el 
día  que  no  lo  gana,  no  lo  come)  así  tú  el  día  que  no  te  dan  este 
socorro  de  devoción,  quedas  ayuno,  y  flaco,  y  fácil  para  caer  en 
las  cosas  menores,  que  disponen  para  las  mayores.  Pues  en  tal 
caso  debes  entender  que  Dios  te  llama  á  este  ejercicio,  pues  ves 
que  comúnmente  por  este  medio  te  ayuda,  y  sin  él  sueles  des- 
fallecer. Esto  digo,  no  para  que  entiendas  aquí  necesidad  de  pre- 


LIBRO  IL   CAPÍTULO   XÍL  II 


cepto,  sino  necesidad  de  un  muy  conveniente  medio  para  mejor 
responder  á  tu  profesión. 

ítem,  eres  regalado  y  amigo  de  ti  mismo  y  enemigo  de  cual- 
quier trabajo  y  aspereza,  y  ves  que  por  esto  se  impide  mucho  tu 
aprovechamiento,  porque  por  esta  causa  dejas  de  entender  en 
muchas  obras  virtuosas,  por  ser  trabajosas,  y  desvaras  en  muchas 
culpables,  por  ser  deleitables:  en  este  caso  entiende  que  el  Señor 
te  llama  á  la  fortaleza,  y  á  la  aspereza  y  mal  tratamiento  de  tu 
cuerpo,  y  al  trabajo  de  la  mortificación,  y  de  todos  tus  gustos  y 
apetitos,  pues  ves  por  experiencia  lo  que  te  importa  este  negocio. 

Desta  manera  puedes  discurrir  por  todas  aquellas  obras  cuyo 
ejercicio  te  hace  mayor  provecho,  y  cuya  falta  te  hace  mayor 
falta,  y  á  ésas  entiende  que  te  llama  nuestro  Señor:  aunque  en 
esto  y  en  todas  las  cosas  debes  siempre  seguir  el  consejo  de  los 
mejores. 

De  lo  dicho  parece  que  para  acertar  á  escoger,  no  ha  de  po- 
ner el  hombre  los  ojos  en  lo  que  de  suyo  es  mejor,  sino  en  lo 
que  para  él  es  mejor  y  más  necesario:  porque  muchas  obras  hay 
altísimas  y  de  grandísima  perfección,  que  no  serán  por  eso  me- 
jores para  mí,  aunque  sean  mejores  en  sí:  porque  no  tengo  yo 
fuerzas  para  ellas,  ni  soy  llamado  para  eso.  Y  por  tanto  cada  uno 
permanezca  en  su  llamamiento,  y  *se  mida  consigo  mismo,  y  pon- 
ga los  ojos  en  lo  que  más  le  arina,  y  no  los  extienda  á  lo  que 
de  todo  en  todo  excede  sus  fuerzas,  como  lo  aconseja  el  Sabio 
diciendo:  No  levantes  los  ojos  á  las  riquezas  que  no  puedes  al- 
canzar, porque  tomarán  alas  como  de  águila  y  volarán  al  cielo.  Y 
á  los  que  hacen  lo  contrario,  reprehende  el  Profeta  diciendo:  Mi- 
rastes  á  lo  más,  y  convertióse  en  menos:  abarcastes  mucho,  y 
apretastes  poco. 

Ésta  es  la  ley  que  se  ha  de  guardar  entre  los  servicios  volun- 
tarios y  obligatorios:  mas  entre  los  que  son  voluntarios,  podrás 
tener  la  siguiente.  Entre  esta  manera  de  servicios,  unos  son  pú- 
blicos y  otros  secretos:  de  unos  se  nos  sigue  honra,  interese  y 
deleite,  y  de  otros  nada  desto  se  sigue.  Pues  entre  éstos  (si  quie- 
res no  errar)  siempre  debes  tener  un  poco  más  de  recelo  délos 
públicos  que  de  los  secretos,  y  de  los  que  traen  algún  interese 
que  de  los  que  no  lo  traen.  Porque  (como  ya  muchas  veces  di- 
jimos) la  naturaleza  del  amor  proprio  es  muy  subtil  y  siempre 
se  busca  á  sí  misma,  aun  en  los  muy  altos  ejercicios.  Por  lo  cual 


lió  GUIA  DE  PECADORES 


decía  un  religioso  varón:  ^Sabéis  dónde  está  Dios?  Donde  no  es- 
táis vos.  Dando  á  entender  que  aquélla  era  más  puramente  obra 
de  Dios,  donde  no  se  hallaba  interese  proprio:  porque  aquí  no 
parece  que  se  busca  ni  se  pretende  otra  cosa  que  Dios.  Y  no 
digo  esto  para  que  de  tal  manera  declinemos  á  este  extremo, 
que  siempre  hayamos  de  acudir  á  él  (porque  en  el  otro  puede 
haber  y  hay  muchas  veces  mayor  mérito  y  mayor  razón  de  obli- 
gación con  todos  esos  contrapesos)  sino  para  dar  aviso  de  las 
malicias  y  resabios  del  amor  proprio,  para  que  no  todas  veces  el 
hombre  se  fíe  del,  aunque  venga  con  máscara  de  virtud. 

Estos  tres  grados  abraza  en  sí  la  obediencia  perfecta,  los  cua- 
les por  ventura  significó  el  Apóstol  cuando  dijo:  No  queráis,  her- 
manos míos,  ser  imprudentes,  sino  discretos  y  avisados,  para  en- 
tender cuál  sea  la  voluntad  de  Dios,  buena,  agradable  y  perfecta: 
donde  parece  comprehender  estos  tres  grados  de  obediencia: 
porque  buena  es  la  obediencia  de  los  preceptos,  y  agradable  la 
de  los  consejos,  y  perfecta  la  de  las  inspiraciones  y  llamamientos 
divinos:  porque  entonces  habrá  llegado  el  hombre  á  la  perfec- 
ción de  la  obediencia,  cuando  hobiere  puesto  por  obra  todo  lo 
que  Dios  le  manda,  aconseja  y  inspira. 

§.  IX. 

Á  estos  tres  grados  se  añade  el  cuarto,  que  es  una  perfectísima 
conformidad  con  la  divina  voluntad  en  todo  lo  que  ordenare  de 
nosotros,  dejándonos  guiar  (como  ovejas)  de  su  providencia  pasto- 
ral por  honra  y  por  deshonra,  por  infamia  y  por  buena  fama,  por 
salud  ó  por  enfermedad,  por  muerte  ó  por  vida,  abajando  húmil- 
mente  y  alegremente  la  cabeza  á  todo  lo  que  El  ordenare  de  nos, 
y  tomando  con  igual  corazón  los  azotes  y  los  regalos,  los  favores 
y  los  disfavores  de  su  mano,  no  mirando  lo  que  nos  da,  sino  quién 
lo  da,  y  el  amor  con  que  lo  da:  pues  no  con  menor  amor  azota  el 
padre  á  su  hijo,  que  le  regala,  cuando  ve  que  le  conviene. 

Para  este  grado  sirve  la  paciencia  en  los  trabajos  y  adversi- 
dades, en  la  cual  ponen  los  doctores  tres  grados  excelentes:  en- 
tre los  cuales  el  primero  es  llevar  los  trabajos  con  paciencia,  el 
segundo  desearlos  por  amor  de  Dios,  el  tercero  alegrarse  en  ellos 
por  esta  misma  causa.  El  primer  grado  se  ve  claramente  en  la 
paciencia  del  sancto  Job:  el  segundo,  en  el  deseo  que  tuvieron 


LIBRO  11.  CAPÍTULO  XÍI.  1 1^ 


algunos  mártires  del  martirio:  el  tercero,  en  el  alegría  que  reci- 
bieron los  Apóstoles  por  haber  sido  merecedores  de  padecer  in- 
jurias por  el  nombre  de  Cristo.  Y  este  mismo  tuvo  el  Apóstol 
cuando  en  una  parte  dice  que  se  gloriaba  en  las  tribulaciones: 
en  otra,  que  se  alegraba  en  sus  enfermedades,  en  angustias,  en 
azotes  &c.  por  Cristo:  en  otra,  donde  (tratando  de  su  prisión)  pide 
á  los  Filipenses  que  le  sean  compañeros  en  el  alegría  que  tenía 
por  verse  preso  en  aquella  cadena  por  Cristo.  Y  esta  misma  gra- 
cia escribe  él  que  fué  dada  en  aquellos  tiempos  á  los  fieles  de  las 
iglesias  de  Alacedonia,  los  cuales  tuvieron  abundantísima  alegría 
en  medio  de  una  grande  tribulación.  Éste  es  uno  de  los  altos  gra- 
dos de  paciencia  y  de  caridad  y  perfección  adonde  una  criatura 
puede  llegar:  al  cual  grado  llegan  muy  pocos,  y  por  esto  no  obliga 
Dios  á  nadie  debajo  de  precepto  á  él,  así  como  ni  al  pasado. 

Verdad  es  que  no  se  entiende  por  esto  que  nos  hayamos  de 
alegrar  en  las  muertes,  y  calamidades,  y  trabajos  de  nuestros 
prójimos,  ni  menos  de  nuestros  parientes  y  amigos,  y  mucho  me- 
nos de  la  Iglesia.  Porque  la  misma  caridad  que  nos  pide  alegría 
en  lo  uno,  nos  mueve  á  tristeza  y  compasión  en  lo  otro,  pues  ella, 
es  la  que  sabe  gozar  con  los  que  gozan,  y  llorar  con  los  que  lloran, 
como  vemos  que  lo  hacían  los  Profetas,  los  cuales  gastaban  toda 
la  vida  en  llorar  y  sentir  las  calamidades  y  azotes  de  los  hombres. 

El  que  estos  cuatro  grados  de  obediencia  tuviere,  habrá  al- 
canzado aquella  resignación  que  tanto  engrandecen  los  maestros 
de  la  vida  espiritual,  la  cual  de  tal  manera  subjecta  y  pone  un 
hombre  en  las  manos  de  Dios,  como  un  poco  de  cera  blanda  ó 
de  barro  en  las  manos  de  un  artífice,  para  que  el  Señor  obre  en 
él  todo  lo  que  quisiere  sin  resistencia.  Porque  resignada  desta 
manera  la  propria  voluntad  (como  cuando  se  resigna  un  benefi- 
cio en  manos  de  un  perlado)  queda  el  hombre  en  aquel  estado 
que  significó  el  Profeta  cuando  dijo:  El  Señor  me  habló  al  oído, 
y  yo  no  le  contradigo,  ni  doy  paso  atrás,  rehusando  lo  que  me 
manda.  Éste  es  el  medio  y  el  camino  que  hay  para  subir  á  altí- 
sima perfección,  y  para  ser  un  hombre  hecho  á  la  voluntad  de 
Dios,  como  se  dice  de  David. 

Pues  quienquiera  que  estas  ocho  condiciones  ó  virtudes  tu- 
viere, tendrá  para  con  Dios  corazón  de  hijo,  y  habrá  cumplido 
enteramente  con  esta  postrera  y  suma  parte  de  justicia,  que  da  á 
Dios  lo  que  se  le  debe. 


DE  LAS  OBLIGACIONES  DE  LOS  ESTADOS 

CAPÍTULO  XIIL 


ICIIO  ya  en  general  de  lo  que  conviene  á  todo  género 
de  personas,  convenía  descendir  en  particular  á  tratar 
de  lo  que  á  cada  una  conviene  en  su  estado.  Mas  por- 
que éste  sería  largo  negocio,  por  agora  bastará  avisar  brevemen- 
te que  demás  de  lo  susodicho  debe  tener  cada  uno  respecto  á 
las  leyes  y  obligaciones  de  su  estado,  las  cuales  son  muchas  y 
diversas,  según  la  di\'ersidad  de  los  estados  que  hay  en  la  Igle- 
sia. Porque  unos  son  perlados,  otros  subditos,  otros  casados,  otros 
religiosos,  otros  padres  de  familia  &c.  Y  para  cada  uno  de  éstos 
había  de  haber  una  ley  por  sí. 

El  perlado  dice  el  Apóstol  que  ejercite  su  oficio  con  toda 
solicitud  y  vigilancia:  y  lo  mismo  le  aconseja  Salomón  cuando 
dice:  Fijo  mío,  si  te  obligaste  \'  saliste  por  fiador  de  algún  amigo 
tuyo,  mira  que  has  tomado  sobre  ti  una  grande  carga,  y  por  esto 
discurre,  date  priesa,  despierta  á  tu  amigo,  no  des  sueño  á  tus 
ojos,  ni  dejes  plegar  tus  párpados,  hasta  poner  el  negocio  en  ta- 
les términos  que  salgas  bien  de  esa  obligación.  Y  no  te  maravi- 
lles porque  este  sabio  pida  tanta  solicitud  sobre  este  caso:  por- 
que por  dos  causas  suelen  tener  los  hombres  grande  solicitud  en 
la  guarda  de  las  cosas,  ó  porque  son  de  grande  valor,  ó  porque 
están  en  gran  peligro:  y  ambas  concurren  en  el  negocio  de  las 
ánimas  en  tan  subido  grado,  que  ni  el  precio  puede  ser  mayor, 
ni  tampoco  el  peligro:  por  donde  conviene  que  sean  guardadas 
con  grandísimo  recaudo. 

El  subdito  ha  de  mirar  á  su  perlado,  no  como  á  hombre,  sino 
como  á  Dios,  para  reverenciarle  y  hacer  lo  que  le  manda,  con  aque- 
lla promptitud  y  devoción  que  lo  hiciera  si  se  lo  mandara  Dios. 
Porque  si  el  señor  á  quien  yo  sirvo,  me  manda  obedecer  á  su 
mayordomo,  cuando  obedezco  al  mayordomo,  ¿á  quién  obedezco 
sino  al  señor?  Pues  si  Dios  me  manda  obedecer  al  perlado,  cuan- 
do hago  lo  que  el  perlado  manda,  ^á  quién  obedezco,  al  perlado 


Libro  ii.  capítulo  xíil  í  lo 


ó  á  Dios?  Y  sí  S.  Pablo  quiere  que  el  siervo  obedezca  á  su  se- 
ñor, no  como  á  hombre,  sino  como  á  Cristo,  al  cual  solamente 
subjectó  la  condición  de  la  fortuna,  ^-cuánto  más  el  subdito  á  su 
perlado,  á  quién  subjectó  el  vínculo  de  la  obediencia? 

En  esta  sancta  obediencia  ponen  tres  grados:  el  primero,  obe- 
decer con  sola  obra:  el  segundo,  con  obra  y  con  voluntad:  el  ter- 
cero, con  obra,  voluntad  y  entendimiento.  Porque  algunos  hacen 
lo  que  les  mandan,  mas  ni  les  paresce  bien  lo  mandado,  ni  lo  ha- 
cen de  voluntad:  otros  lo  hacen,  y  de  buena  \^oluntad,  mas  no 
les  parece  acertado  lo  que  se  les  manda:  otros  hay  que  (cativan- 
do  su  entendimiento  en  servicio  de  Cristo)  obedecen  al  perlado 
como  á  Dios,  que  es  con  obra,  voluntad  y  entendimiento,  ha- 
ciendo lo  que  les  manda  voluntariamente  y  aprobando  lo  que  se 
manda,  húmilmente,  sin  querer  hacerse  jueces  de  aquéllos  de 
quien  han  de  ser  juzgados. 

Así  que,  hermano  mío,  con  todo  estudio  trabaja  por  obede- 
cer á  tu  perlado,  acordándote  que  está  escrito:  El  que  á  vosotros 
oye,  á  mí  oye,  y  el  que  á  vosotros  desprecia,  á  mí  desprecia.  No 
pongas  jamás  la  boca  en  ellos,  porque  no  te  sea  dicho  de  parte 
del  Señor:  No  es  vuestra  murmuración  contra  nosotros,  sino  con- 
tra Dios.  No  los  tengas  en  poco,  porque  no  te  diga  el  mismo  Se- 
ñor: No  despreciaron  á  ti,  sino  á  mí,  para  que  no  reine  sobre 
ellos.  No  trates  con  ellos  con  falsedad  y  doblez,  porque  no  te 
sea  dicho:  No  mentiste  á  los  hombres  sino  á  Dios,  }'  así  pagues 
con  arrebatada  muerte  la  culpa  de  tu  atrevimiento  como  los  que 
esto  hicieron. 

§.  I. 

La  mujer  casada  mire  por  el  gobierno  de  su  casa,  por  la  pro- 
visión de  los  suyos,  por  el  contentamiento  de  su  marido,  y  por 
todo  lo  demás:  y  cuando  hobiere  satisfecho  á  esta  obligación,  ex- 
tienda las  velas  á  toda  la  devoción  que  quisiere,  habiendo  prime- 
ro cumplido  con  las  obligaciones  de  su  estado. 

Los  padres  que  tienen  hijos,  tengan  siempre  ante  los  ojos 
aquel  espantoso  castigo  que  recibió  HeH,  por  haber  sido  negli- 
gente en  el  castigo  y  enseñanza  de  sus  hijos,  cuya  negligencia 
castigó  Dios,  no  sólo  con  las  arrebatadas  muertes  del  y  dellos, 
sino  con  la  prisión  del  arca  del  testamento,  y  con  privación  per- 


120  GUIA  DE  PECADORES 


petua  del  sumo  sacerdocio,  y  con  la  calamidad  y  muerte  común 
de  todo  el  pueblo.  Mira  que  los  pecados  del  hijo  son  pecados  del 
padre,  y  la  perdición  del  hijo  es  perdición  del  padre,  y  que  no 
merece  nombre  de  padre  el  que  habiendo  engendrado  su  hijo 
para  este  mundo,  no  lo  engendra  para  el  cielo.  Castigúele,  avíse- 
le, apártele  de  malas  compañías,  búsquele  buenos  maestros,  críe- 
le en  virtud,  enséñele  dende  su  niñez  con  Tobías  á  temer  á  Dios, 
quiébrele  muchas  veces  la  propria  voluntad,  y  pues  antes  que 
naciese  le  fué  padre  del  cuerpo,  después  de  nascido  séale  padre 
del  ánima.  Porque  no  es  razón  que  se  contente  el  hombre  con 
ser  padre  de  la  manera  que  los  pájaros  y  los  animales  son  pa- 
dres, que  no  hacen  más  que  dar  de  comer  y  sustentar  sus  hi- 
jos. Sea  él  padre  como  hombre,  y  como  hombre  cristiano,  y  co- 
mo verdadero  siervo  de  Dios,  que  cría  su  hijo  para  hijo  de  Dios, 
heredero  del  cielo,  y  no  para  esclavo  de  Satanás  y  morador  del 
infierno. 

Los  señores  de  familia  que  tienen  criados  y  esclavos,  acuér- 
dense de  aquella  terrible  amenaza  de  S.  Pablo  que  dice:  Si  algu- 
no no  tiene  cuidado  de  sus  domésticos  y  familiares,  este  tal  ne- 
gado ha  la  fe  (ó  la  fidelidad  que  debiera  guardar)  y  es  peor  que 
un  infiel.  iVcuérdese  que  éstos  son  como  ovejas  de  su  manada,  y 
que  él  es  como  pastor  y  guarda  de  ellas,  mayormente  de  los  que 
son  esclavos,  y  piense  que  algún  tiempo  le  pedirán  cuenta  de 
ellos,  y  le  dirán:  ; Dónde  está  la  grey  que  te  fué  encomendada,  y 
el  ganado  noble  que  tenías  á  tu  cargo?  Y  llámalo  con  mucha  ra- 
zón noble,  por  causa  del  precio  con  que  fué  comprado,  y  por  la 
sacratísima  humanidad  de  Cristo  con  que  fué  ennoblecido:  pues 
que  ningún  esclavo  hay  tan  bajo,  que  no  sea  libre  }-  noble  por  la 
humanidad  y  sangre  de  Cristo. 

Tenga  pues  el  buen  cristiano  cuidado  que  los  que  tiene  en 
su  casa,  estén  libres  de  vicios  conoscidos,  como  son  enemistades, 
juegos,  perjurios,  blasfemias  y  deshonestidades.  Y  demás  desto, 
que  sepan  la  doctrina  cristiana,  y  que  guarden  los  mandamientos 
de  la  Iglesia,  y  señaladamente  el  de  oír  misa  domingos  y  fiestas, 
y  ayunar  los  días  que  son  de  ayuno,  si  no  tuvieren  algún  legítimo 
impidimento,  según  que  arriba  fué  declarado. 


AVISO   PRIMERO 

DE  LA  ESTIMA  DE  LAS  VIRTUDES  PARA  MAYOR 

ENTENDIMIENTO  DESTA  REGLA 

CAPÍTULO  XIV. 


sí  como  al  principio  desta  regla  pusimos  algunos 
preámbulos  que  para  antes  della  se  requerían,  asi 
^  después  de  ella  conviene  dar  algunos  avisos,  para 
que  mejor  se  entienda  lo  contenido  en  ella.  Porque  primeramen- 
te (como  aquí  se  haya  tratado  de  muchas  maneras  de  virtudes) 
es  necesario  declarar  la  dignidad  que  tienen  unas  sobre  otras,  para 
que  sepamos  estimar  cada  cosa  en  lo  que  es,  y  dar  á  cada  una 
su  lugar.  Porque  así  como  el  que  trata  en  piedras  preciosas,  con- 
viene que  entienda  el  valor  de  ellas  (porque  no  se  engañe  en 
el  precio)  y  así  como  el  mayordomo  de  un  señor  conviene  que 
sepa  los  méritos  de  los  que  tiene  en  su  casa,  para  que  trate  á  cada 
uno  según  su  merescimiento  (porque  lo  contrario  sería  desorden 
y  confusión)  así  el  que  trata  en  las  margaritas  de  las  virtudes,  y 
el  que  (como  buen  ma}'ordomo)  ha  de  dar  á  cada  una  su  dere- 
cho, conviene  que  para  esto  tenga  mu}^  entendido  el  precio  de 
ellas:  y  para  que  cuando  las  cosas  se  encontraren,  sepa  cuáles  ha 
de  anteponer  á  cuáles,  porque  no  venga  á  ser  (como  dicen)  alle- 
srador  de  la  ceniza  w  derramador  de  la  harina,  como  á  muchos 
acontesce. 

Pues  para  esto  es  de  saber  que  todas  las  virtudes  de  que 
hasta  aquí  habemos  tratado,  se  pueden  reducir  á  dos  órdenes: 
porque  unas  son  más  espirituales  y  interiores,  y  otras  más  visi- 
bles y  exteriores.  En  la  primera  orden  ponemos  las  virtudes  teo- 
logales, con  todas  las  otras  que  señalamos  para  con  Dios,  y  prin- 
cipalmente la  caridad,  que  tiene  el  primer  lugar  (como  reina)  en- 
tre todas  ellas.  Y  con  éstas  se  juntan  otras  virtudes  mu}'  nobles 
y  muy  vecinas  á  éstas:  que  son,  humildad,  castidad,  misericor- 
dia, paciencia,  discreción,  devoción,  pobreza  de  espíritu,  menos- 
precio del  mundo,  negamiento  de  nuestra  propria  voluntad,  amor 
de   la  cruz   y   aspereza  de   Cristo,  y  otras   semejantes  á  éstas, 


!22  GUIA  DE  PECADORES 


que  llamamos  aquí  (extendido  este  vocablo)  virtudes.  Y  lla- 
márnoslas espirituales  y  interiores,  porque  principalmente  resi- 
den en  el  ánimo:  puesto  caso  que  proceden  también  á  obras  ex- 
teriores: como  paresce  en  la  caridad  y  religión  para  con  Dios, 
que  aunque  sean  virtudes  interiores,  producen  también  sus  actos 
exteriores  para  honra  y  gloria  del  mismo  Dios. 

Otras  virtudes  hay  que  son  más  visibles  y  exteriores:  como 
son,  el  ayuno,  la  disciplina,  el  silencio,  el  encerramiento,  el  leer, 
rezar,  cantar,  peregrinar,  oir  misa,  asistir  á  los  sermones  y  oficios 
divinos,  con  todas  las  otras  observancias  y  cerimonias  corporales 
de  la  vida  cristiana,  ó  religiosa.  Porque  aunque  estas  virtudes  es- 
tén en  el  ánimo,  pero  los  actos  proprios  de  ellas,  salen  más  afue- 
ra que  los  de  las  otras,  que  muchas  veces  son  ocultos  y  invisibles: 
como  son,  creer,  amar,  esperar,  adorar,  contemplar,  humillarse 
interiormente,  dolerse  de  los  pecados,  juzgar  discretamente,  y 
otros  actos  semejantes. 

Entre  estas  dos  maneras  de  virtudes  no  hay  que  dudar  sino 
que  las  primeras  son  más  excelentes  y  más  necesarias  que  las  se- 
gundas con  grandísima  ventaja.  Porque  como  dijo  el  Señor  á  la 
Samaritana:  Mujer,  créeme  que  es  llegada  ya  la  hora  cuando  los 
verdaderos  adoradores  adorarán  al  Padre  en  espíritu  y  en  ver- 
dad, porque  el  Padre  tales  quiere  que  sean  los  que  le  adoran.  Es- 
píritu es  Dios,  y  por  eso  los  que  le  adoran,  en  espíritu  y  v^erdad 
conviene  que  le  adoren.  Esto  es  en  romance  claro  lo  que  canta 
aquel  versico  tan  celebrado  en  las  escuelas  de  los  niños:  Pues 
que  Dios  es  espíritu  (como  las  Escripturas  nos  lo  enseñan)  por 
eso  conviene  que  sea  honrado  con  pureza  y  limpieza  de  espíritu. 
Por  esto  el  profeta  David,  describiendo  la  hermosura  de  la  Igle- 
sia, ó  del  ánima  que  está  en  gracia,  dice  que  toda  la  gloria  y 
hermosura  de  ella  está  allá  dentro  escondida,  donde  está  guarne- 
cida con  fajas  de  oro  y  vestida  de  diversos  colores  de  virtudes. 
Lo  mismo  nos  significó  el  Apóstol  cuando  dijo  á  su  discípulo  Ti- 
moteo: Ejercítate  en  la  piedad,  porque  el  ejercicio  corporal  para 
pocas  cosas  es  provechoso,  mas  la  piedad  para  todo  vale:  pues 
á  ella  se  prometen  los  bienes  desta  vida  y  de  la  otra.  Donde  por 
la  piedad  entiende  el  culto  de  Dios  y  la  misericordia  para  con  los 
prójimos,  y  por  el  ejercicio  corporal,  la  abstinencia  y  las  otras 
asperezas  corporales,  como  Sancfo  Tomás  }'  Cayetano  declaran 
sobre  este  paso. 


tIBRO  II.  CAPÍTULO  XIV.  12  J 

Entendieron  esta  verdad  hasta  los  filósofos  gentiles:  porque 
Aristóteles  (que  tan  pocas  cosas  escribió  de  Dios)  con  todo  eso 
dijo:  Si  los  dioses  tienen  cuidado  de  las  cosas  humanas  (como  es 
razón  que  se  crea)  cosa  verisímil  es  que  se  huelguen  con  la  cosa 
más  buena  y  semejante  á  ellos.  Ésta  es  la  mente  ó  el  espíritu  del 
hombre,  y  por  esto  los  que  adornaren  este  espíritu  con  el  conos- 
cimiento  de  la  verdad  y  con  la  reformación  de  sus  afectos,  éstos 
han  de  ser  muy  agradables  á  Dios.  Lo  mismo  sintió  maravillosa- 
mente el  príncipe  de  los  médicos  Galeno,  el  cual  tratando  en  un 
libro  de  la  composición  y  artificio  del  cuerpo  humano,  y  llegan- 
do á  un  paso  donde  singularmente  resplandecía  la  grandeza  de 
la  sabiduría  y  providencia  de  aquel  artífice  soberano,  arrebata- 
do en  una  profunda  admiración  de  tan  grandes  maravillas,  como 
olvidado  de  la  profesión  de  médico  y  pasando  á  la  de  teólogo, 
exclamó  diciendo:  Honren  los  otros  á  Dios  con  sus  hecatombas 
(que  son  sacrificios  de  cien  bueyes)  yo  le  honraré  reconosciendo 
la  grandeza  de  su  sabiduría,  que  tan  altamente  supo  ordenar  las 
cosas:  y  la  grandeza  de  su  poder, que  tan  enteramente  pudo  poner 
por  obra  todo  lo  que  ordenó:  y  la  grandeza  de  su  bondad,  la  cual 
de  ninguna  cosa  tuvo  envidia  á  sus  criaturas,  pues  tan  cumplida- 
mente prove3'ó  á  cada  una  de  todo  loque  le  cumplía,  sin  alguna 
manera  de  falta.  Esto  dijo  este  filósofo  gentil.  Dime,  ¿qué  más 
pudiera  decir  un  perfecto  cristiano?  ¿Qué  más  dijera  si  hoblera 
leído  aquel  dicho  del  Profeta:  Misericordia  quiero  y  no  sacrificio, 
y  conoscimiento  de  Dios  más  que  holocaustos?  Aluda  las  heca- 
tombas en  holocaustos,  y  verás  la  concordia  que  tuvo  aquí  el  fi- 
lósofo gentil  con  el  Profeta. 

Mas  con  todos  estos  loores  que  se  dan  á  estas  virtudes,  las 
otras  que  pusimos  en  la  segunda  orden  (dado  caso  que  en  la 
dignidad  sean  menores)  pero  son  importantísimas  para  alcanzar 
las  mayores  y  conservarlas,  y  algunas  de  ellas  necesarias,  por 
razón  del  precepto  ó  voto  que  en  ellas  entreviene.  Esto  se  prue- 
ba claramente  discurriendo  por  aquellas  mismas  virtudes  que  di- 
jimos. Porque  el  encerramiento  y  la  soledad  excusa  al  hombre 
de  ver,  de  oír,  de  hablar  y  de  tratar  mil  cosas  y  tropezar  en  mil 
ocasiones,  en  las  cuales  se  pone  á  peligro  no  sólo  la  paz  y  sosie- 
go de  la  consciencia,  sino  también  la  castidad  y  la  inocencia.  El 
silencio  ya  se  ve  cuánto  ayuda  para  conservar  la  dev^oción  }'•  ex- 
cusar los  pecados  que  se  hacen  hablando,  pues  dijo  el  Sabio  que 


^24  CUIA  DE  PECADORES 


en  el  mucho  hablar  no  podían  faltar  pecados.  El  ayuno  (demás 
de  ser  acto  de  la  virtud  de  la  temperancia,  y  ser  obra  satisfa- 
toria  y  meritoria,  si  se  hace  en  caridad)  enflaquece  el  cuerpo, y  le- 
vanta el  espíritu,  y  debilita  nuestro  adversario,  y  dispone  para  la 
oración,  lición  y  contemplación,  y  excusa  los  gastos  y  cobdicias 
en  que  viven  los  amigos  de  comer  y  beber,  y  las  burlerías  y 
y  parlerías  y  porfías  y  disoluciones  en  que  entienden  después  de 
hartos.  Pues  el  leer  libros  sanctos,  y  oír  semejantes  sermones,  y 
el  rezar  y  cantar  y  asistir  á  los  oficios  divinos,  bien  se  ve  cómo 
éstos  son  actos  de  religión,  y  incentivaos  de  devoción,  y  medios 
para  alumbrar  más  el  entendimiento  y  encender  más  el  afecto  en 
las  cosas  espirituales. 

Pruébase  también  esto  mismo  por  una  experiencia  tan  clara, 
que  si  los  herejes  la  miraran,  no  vinieran  á  dar  en  el  extremo 
que  dieron.  Porque  vemos  cada  día  con  los  ojos  y  tocamos  con 
las  manos,  que  en  todos  los  monesterios  donde  florece  la  obser- 
vancia regular,  3'  la  guarda  de  todo  lo  exterior,  siempre  hay  ma- 
yor virtud,  mayor  devoción,  más  caridad,  más  valor  y  ser  en  las 
personas,  mas  temor  de  Dios,  y  finalmente  más  cristiandad:  y  por 
el  contrario,  donde  no  se  tiene  cuenta  con  esto,  así  como  la 
observancia  anda  rota,  así  también  anda  la  conciencia,  y  las 
costumbres,  y  la  vida:  porque  como  hay  mayores  ocasiones  de 
pecar,  así  hay  más  pecados  y  desconciertos.  De  suerte  que  como 
en  la  viña  bien  guardada  y  bien  cercada  está  todo  seguro,  y  la 
que  caresce  de  guarda  y  de  cerca  está  toda  robada  y  esquilmada, 
así  está  la  reHgión  cuando  se  guarda  la  observancia  regular,  ó 
no  se  guarda.  Pues  ¡jqué  más  argumento  queremos  que  éste, 
que  procede  de  una  tan  clara  experiencia,  para  ver  la  utilidad  y 
importancia  destas  cosas? 

Pues  ya,  si  un  hombre  pretende  alcanzar  y  conservar  siempre 
aquella  soberana  virtud  de  la  devoción  (que  siendo  una  sola  vir- 
tud hace  al  hombre  hábil  y  prompto  para  toda  virtud  y  es  co- 
mo espuelas  y  estímulo  no  para  un  bien  solo,  sino  para  todo  bien) 
¿cómo  será  posible  alcanzar  y  conservar  este  afecto  tan  sobrena- 
tural y  tan  delicado,  si  se  descuida  en  la  guarda  de  sí  mismo? 
Porque  este  afecto  es  tan  delicado  y  (si  sufre  decirse)  tan  fugitivo, 
que  á  vuelta  de  cabeza  no  sé  cómo  luego  desaparesce.  Porque 
una  risa  desordenada,  una  habla  demasiada,  una  cena  larga,  un 
poco  de  ira,  ó  de  porfía,  ó  de  otro  cualquier  distraimiento,  un  po- 


Libro  ii.  capítulo  xiv.  1 2  5 


nerse  á  querer  ver,  oir,  ó  entender  en  cosas  no  necesarias  (aun- 
que no  sean  malas)  basta  para  agotar  mucha  parte  de  la  devo- 
ción. De  manera  que  no  sólo  los  pecados,  sino  los  negocios  no 
necesarios  y  cualquier  cosa  que  nos  haga  div^ertir  de  Dios,  nos 
hace  disminuir  la  devoción.  Porque  así  como  el  hierro,  para  que 
esté  hecho  fuego,  conviene  que  esté  siempre  ó  cuasi  siempre  en 
el  fuego  (porque  si  lo  sacáis  de  allí,  de  ahí  á  poco  se  vuelve  á 
su  frialdad  natural)  así  este  noble  afecto  depende  tanto  de  andar 
el  hombre  siempre  uñido  con  Dios  por  actual  amor  y  conside- 
ración, que  en  desviándolo  de  allí,  luego  se  vuelve  al  paso  de 
la  madre,  que  es  á  la  disposición  de  su  propria  naturaleza. 

Por  donde  el  que  trata  da  alcanzar  y  conservar  este  sancto 
afecto,  ha  de  andar  tan  solícito  en  la  guarda  de  sí  mismo,  esto 
es,  de  los  ojos,  de  los  oídos,  de  la  lengua,  del  corazón,  ha  de  ser 
tan  templado  en  el  comer  y  beber,  ha  de  ser  tan  sosegado  en  to- 
das sus  palabras  y  movimientos,  ha  de  amar  tanto  el  silencio  y 
la  soledad,  ha  de  procurar  tanto  la  asistencia  á  los  oficios  divi- 
nos y  todas  aquellas  cosas  que  le  puedan  despertar  y  provocar 
devoción,  que  mediante  estas  diligencias  pueda  conservar  y  te- 
ner seguro  este  tan  precioso  tesoro.  Y  si  esto  no  hace,  tenga  por 
cierto  que  no  le  sucederá  este  negocio  prósperamente. 

Todo  esto  nos  declara  bastantemente  la  importancia  de  estas 
virtudes,  dejando  en  su  lugar  y  no  derogando  á  la  dignidad  de 
las  otras  que  son  mayores.  De  lo  cual  todo  se  podrá  colegir  la 
diferencia  que  hay  entre  las  unas  y  las  otras,  porque  las  unas 
son  como  fin,  las  otras  como  medio  para  este  fin:  las  unas  como 
salud,  las  otras  como  medicina  con  que  se  alcanza  la  salud.  Las 
unas  son  como  espíritu  de  la  religión,  las  otras  como  el  cuerpo 
de  ella,  que  aunque  es  menor  que  el  espíritu,  es  parte  principal 
del  compuesto  y  de  que  tiene  necesidad  para  sus  operaciones. 
Las  unas  son  como  tesoro,  y  las  otras  como  llave  con  que  se  guar- 
da este  tesoro:  las  unas  son  como  la  fruta  del  árbol,  y  las  otras  como 
las  hojas  que  adornan  el  árbol  y  conservan  la  fruta  del.  Aunque 
en  esto  falta  la  comparación,  porque  las  hojas  del  árbol  de  tal 
manera  guardan  el  fruto,  que  no  son  parte  del  fruto:  mas  estas 
virtudes  de  tal  manera  son  guarda  de  la  justicia,  que  también 
son  partes  de  justicia:  pues  todas  éstas  son  obras  virtuosas,  que 
ejercitadas  en  caridad  son  merecedoras  de  gracia  y  gloria. 

Ésta  es  pues,  hermano,  la  estima  que  debes  tener  de  las  vir- 


126  GUIA  DÉ  PECADORES 


tudes  de  que  en  esta  regla  habernos  tratado  (que  es  lo  que  al 
principio  deste  capítulo  propusimos)  y  con  esta  doctrina  estare- 
mos seguros  de  dos  extremos  viciosos,  que  es,  de  dos  grandes 
errores  que  ha  habido  en  el  mundo  en  esta  parte:  el  uno  antiguo 
de  los  fariseos,  y  el  otro  nuevo  de  los  luteranos.  Porque  los  fa- 
riseos, como  gente  carnal  y  ambiciosa  y  como  hombres  criados 
en  la  observancia  de  aquella  ley  que  aun  era  de  carne,  no  ha- 
cían caso  de  la  verdadera  justicia  (que  consiste  en  las  virtudes 
espirituales)  como  toda  la  historia  del  Evangelio  nos  lo  muestra. 
Y  así  quedábanse  (como  dice  el  Apóstol)  con  la  imagen  sola  de 
la  virtud  sin  poseer  la  substancia  de  ella,  paresciendo  buenos  en 
lo  de  fuera  y  siendo  abominables  en  lo  de  dentro.  Mas  los  lutera- 
nos agora  por  el  contrario,  entendiendo  este  engaño,  por  huir  de 
un  extremo  vinieron  á  dar  en  otro,  que  fué,  despreciar  del  todo 
las  virtudes  exteriores,  cayendo  (como  dicen)  en  el  peligro  de 
Escila  por  huir  el  de  Caribdis.  Mas  la  verdadera  y  católica  doc- 
trina huye  de  estos  dos  extremos  y  busca  la  verdad  en  el  me- 
dio: y  de  tal  manera  la  busca,  que  dando  su  lugar  y  preeminen- 
cia á  las  virtudes  interiores,  da  también  el  suyo  á  las  exteriores, 
poniendo  las  unas  como  en  la  orden  de  los  senadores,  y  las  otras 
como  en  la  de  los  caballeros  y  cibdadanos  (que  componen  una 
misma  república)  para  que  se  sepa  el  valor  de  cada  cosa  y  se 
dé  á  cada  una  su  derecho. 


DE  CUATRO  DOCUMENTOS 
QUE  SE  SIGUEN  DESTA  DOCTRINA  SUSODICHA. 

CAPÍTULO  XV. 

.ESTA  doctrina  susodicha  se  infieren  cuatro  documentos  muy 
importantes  para  la  vida  espiritual.  El  primero  es  que  el 
perfecto  varón  y  siervo  de  Dios  no  se  ha  de  contentar  con  bus- 
car solas  las  virtudes  espirituales  (aunque  éstas  sean  las  más  no- 
bles) sino  debe  también  juntar  con  ellas  las  otras,  así  para  la 
conservación  de  aquéllas  como  para  conseguir  enteramente  el 
cumplimiento  de  toda  justicia.  Para  lo  cual  debe  considerar 
que  así  como  el  hombre  no  es  ánima  sola,  ni  cuerpo  solo,  sino 
cuerpo  y  ánima  juntamente  (porque  el  ánima  sola  sin  el  cuerpo 
no  hace  hombre  perfecto,  y  el  cuerpo  sin  el  ánima  no  es  más 
que  un  muladar  de  gusanos)  así  también  entienda  que  la  ver- 
dadera y  perfecta  cristiandad  no  es  lo  interior  solo,  ni  lo  exte- 
rior solo,  sino  uno  y  otro  juntamente.  Porque  lo  interior  solo,  ni 
se  puede  conservar  sin  algo  ó  mucho  de  lo  exterior  (según  la 
obligación  y  estado  de  cada  uno)  ni  basta  para  cumpHmiento 
de  toda  justicia:  mas  lo  exterior  sin  lo  interior  no  es  más  parte 
para  hacer  á  un  hombre  virtuoso,  que  el  cuerpo  sin  ánima  para 
hacerle  hombre.  Porque  así  como  todo  el  ser  y  vida  que  tiene 
el  cuerpo,  recibe  del  ánima,  así  todo  el  valor  y  precio  que  tie- 
ne lo  exterior,  se  recibe  de  lo  interior,  y  señaladamente  de  la 
caridad. 

Por  donde  el  que  quiere  vivir  desengañado,  así  como  no 
apartaría  el  cuerpo  del  ánima  si  quisiese  formar  un  hombre,  así 
tampoco  debe  apartar  lo  corporal  de  lo  espiritual  si  quiere 
hacer  un  perfecto  cristiano.  i\brace  el  cuerpo  con  el  ánima  jun- 
tamente, abrace  el  arca  con  su  tesoro,  abrace  la  viña  con  su  cer- 
ca, abrace  la  virtud  con  los  reparos  y  defensivos  della  (que  tam- 
bién son  parte  de  la  misma  virtud)  porque  de  otra  manera  crea 
que  se  quedará  sin  lo  uno  y  sin  lo  otro:  porque  lo  uno  no  po- 
drá alcanzar,  y  lo  otro  no  le  aprovechará,  aunque  lo  alcance. 


128  GUIA  DE  PECADORES 


Acuérdese  que  así  como  la  naturaleza  y  el  arte  (imitadora  de  na- 
turaleza) ninguna  cosa  hacen  sin  su  corteza  y  vestidura  y  sin 
sus  reparos  y  defensivos  para  conservación  y  ornamento  de  las 
cosas,  así  tampoco  es  razón  que  lo  haga  la  gracia,  pues  es  más 
perfecta  forma  que  éstas  y  hace  sus  obras  más  perfectamente. 
Acuérdese  que  está  escrito  que  el  que  teme  á  Dios,  ninguna  co- 
sa menosprecia,  y  que  el  que  no  hace  caso  de  las  cosas  menores, 
presto  caira  en  las  mayores.  Acuérdese  de  lo  que  arriba  dijimos, 
que  por  un  clavo  se  pierde  una  herradura,  y  por  una  herradura 
un  caballo,  &c.  Acuérdese  de  los  peligros  que  aUí  señalamos  de 
no  hacer  caso  de  cosas  pequeñas,  porque  ése  era  el  camino 
para  no  lo  hacer  de  las  grandes.  Mire  que  en  la  orden  de  las 
plagas  de  Egipto  tras  de  los  mosquitos  vinieron  las  moscas:  para 
que  por  aquí  entienda  que  el  quebrantamiento  de  lar  cosas  me- 
nores abre  la  puerta  para  las  mayores:  de  suerte  que  el  que  no 
hace  caso  de  los  mosquitos  que  pican,  presto  vendrá  á  parar  en 
las  moscas  que  ensucian. 

Documento  segundo. 
§.  11. 

OR  aquí  también  se  conoscerá  en  cuáles  virtudes  habernos 
de  poner  mayor  diligencia,  y  en  cuáles  menor.  Porque  así 
como  los  hombres  hacen  más  por  una  pieza  de  oro  que  por  otra 
de  plata,  y  más  por  un  ojo  que  por  un  dedo  de  la  mano,  así  con- 
viene que  repartamos  la  diligencia  y  estudio  de  las  virtudes  con- 
forme á  la  dignidad  y  méritos  de  ellas.  Porque  de  otra  manera, 
si  somos  diligentes  en  lo  menos  y  negligentes  en  lo  más,  todo  el 
negocio  espiritual  irá  desordenado.  Por  donde  prudentísimamen- 
te  hacen  los  perlados  que  así  como  en  sus  capítulos  y  ayunta- 
mientos repiten  muchas  veces  estas  voces:  silencio,  ayuno,  ence- 
rramiento, cerimonias,  composición  y  coro,  así  y  mucho  más  repi- 
ten éstas:  caridad,  humildad,  oración,  devoción,  consideración,  te- 
mor de  Dios,  amor  del  prójimo,  y  otras  semejantes.  Y  tanto  más 
conviene  hacer  esto,  cuanto  es  más  secreta  la  falta  de  lo  interior 
que  la  de  lo  exterior,  y  por  eso  aun  más  peligrosa.  Porque  como  los 
hombres  suelen  acudir  más  á  los  defectos  que  ven,  que  á  los  que 


LIBRO  ir.  CAPÍTULO  ^V.  1 29 


no  ven,  corre  peligro  no  vengan  por  esta  causa  á  no  hacer  caso 
de  los  defectos  interiores,  porque  no  se  ven,  y  haciéndolo  mucho 
de  los  exteriores,  porque  se  ven. 

Y  demás  desto  las  virtudes  exteriores,  así  como  son  más  vi- 
sibles y  manifiestas  á  los  ojos  de  los  hombres,  así  son  más  hon- 
rosas y  más  conoscidas  dellos,  como  es  la  abstinencia,  las  vigi- 
lias, las  disciplinas  y  el  rigor  y  aspereza  corporal.  Mas  las  virtu- 
des interiores,  como  es  la  esperanza,  la  caridad,  la  humildad,  la 
discreción,  el  temor  de  Dios,  el  menosprecio  del  mundo,  &c.  son 
más  ocultas  á  los  ojos  de  los  hombres:  por  donde,  aunque  sean 
de  grandísima  honra  delante  de  Dios,  no  son  de  tanta  honra  en 
el  juicio  del  mundo:  porque  como  dijo  el  mismo  Señor,  los  hom- 
bres ven  lo  que  por  de  fuera  parece,  mas  el  Señor  mira  el  cora- 
zón. Conforme  á  lo  cual  dice  el  Apóstol:  No  es  agradable  á  Dios 
el  que  solamente  en  lo  público  es  fiel  y  el  que  públicamente 
trae  circuncidada  su  carne,  sino  el  que  en  lo  interior  de  su  ánima  es 
fiel  y  trae  circuncidado  su  corazón,  no  con  cuchillo  de  carne  sino 
con  el  temor  de  Dios,  cuya  alabanza  no  es  de  los  hombres  (que 
no  tienen  ojos  para  ver  esta  espiritual  circuncisión)  sino  de  solo 
Dios.  Pues  como  estas  cosas  exteriores  sean  tan  aparentes  y  hon- 
rosas, y  el  apetito  de  la  honra  y  de  la  propria  excelencia  sea  uno 
de  los  más  subtiles  y  más  poderosos  apetitos  del  hombre,  corre 
gran  peligro  no  nos  lleve  este  afecto  á  mirar  y  celar  más  aquellas 
virtudes  de  que  se  sigue  mayor  honra,  que  de  las  que  se  sigue 
menor.  Porque  al  amor  de  las  unas  nos  llama  el  espíritu,  mas 
al  de  las  otras  espíritu  y  carne  juntamente,  la  cual  es  vehemen- 
tísima y  subtiHsima  en  todos  sus  apetitos.  Y  siendo  esto  así, 
hay  razón  para  temer  no  prevalezcan  estos  dos  afectos  contra 
uno  y  así  le  corran  el  campo.  Contra  lo  cual  se  opone  la  luz  des- 
ta  doctrina,  que  aboga  por  la  causa  mejor  y  pide  que  sin  em- 
bargo de  todo  esto  se  le  dé  su  merecido,  amonestando  que  se 
cele  y  encomiende  con  mayor  diligencia  lo  que  nos  consta  ser 
de  mayor  importancia. 

Documento  tercero, 

§.  in. 

'oR  aquí  también  se  entenderá  que  cuando  alguna  vez  acaes- 
ciere  encontrarse  de  tal  manera  las  unas  virtudes  con  las 
otras  que  no  se  pueda  cumplir  'juntamente  con  ambas,  que  en 

OBRAS  DE  GRANADA  X— 9 


130 


GUIA  DE  PECADORES 


tal  caso  (conforme  á  la  regla  y  orden  que  hay  en  los  mismos  man- 
damientos de  Dios,  cuando  aciertan  á  encontrarse)  dé  lugar  lo 
menor  á  lo  mayor,  porque  lo  contrario  sería  gran  desorden  y 
perversión.  Esto  dice  S.  Bernardo  en  el  libro  de  la  dispensación, 
por   estas  palabras:  Muchas  cosas  instituyeron  los  padres  para 
guarda  y  acrecentamiento  de  la  caridad.  Pues  todo  el  tiempo  que 
estas  cosas  sirvieren  á  la  caridad,  no  se  deben  alterar  ni  variar. 
Mas  si  por  ventura  alguna  vez  acertasen  á  serle  contrarias,  ^no 
está  claro  que  sería  muy  justo  que  las  cosas  que  se  ordenaron 
para  la  caridad  (cuando  no  se  compadescen  con  ella)  ó  se  deja- 
sen, ó  se  interrumpiesen,  ó  se  mudasen  en  otras  por  autoridad  de 
aquéllos  á  quien  esto  incumbe?  Porque  de  otra  manera,  perver- 
sa cosa  sería  si  lo  que  se  ordenó  para  la  caridad,   se  guardase 
contra  la  ley  de  la  caridad.  Es   pues   la  conclusión,  que  todas 
estas  cosas  deben  permanecer  estables  y  fijas  en  cuanto  sirven 
y  militan  para  esta  virtud,  y  no  de  otra  manera.  Hasta  aquí  son 
palabras  de  S.  Bernardo,  el   cual   alega  para  confirmación  de 
lo  dicho  dos  decretos,  uno  del  papa  Gelasio  y  otro  de  León.  Por 
do  parece  (tornando  á  nuestro  propósito)  que  si  un  sacerdote 
fuese  idóneo  para  predicar  y  confesar,   y  hacer  en  esto  mucho 
fructo,  y  él  fuese  de  tal  cualidad  que  no  pudiese   entender  en 
esto  sin  que  le  dispensasen  del  coro,  ó  de  los  ayunos,  ó  de  otras 
cosas  semejantes,  contra  caridad  sería  si  por  ver  el  coro  más  lleno 
de  cantores,  ó  por  no  dispensar  en  las  cosas  menores,  se  dejasen 
las  mayores,  cuales  son  los  actos  excelentes  de  la  caridad.  Por- 
que esto  sería  tan  gran  desorden  y  perversión  como  si  un  hom- 
bre por  amparar  el  brazo  pusiese  la  cabeza  á  esperar  el  golpe 
del  espada.  Verdad  es  que  este  ejemplo   particular  no  se  debe 
entender  en  las  órdenes  monacales,  que  están  dedicadas  á  la  vida 
contemplativa  (como  es  la  Cartuja,  &c.)  porque  éstas  así  como 
tienen  otro  instituto  y  otro  fin,  así  tienen  otras  reglas  y  medios 
para  conseguir  su  fin. 

Cuarto  dociwmifo. 
§.  IV. 

|.E  aquí  también  se  puede  colegir  que  hay  dos  maneras  de 
justicia,  una  verdadera  y  otra  falsa.  Verdadera  es  la  que 
abraza  las  cosas  interiores  con  todas  aquellas  exteriores  que  para 


LIBRO  II.   CAPÍTULO  XV.  13 1 


conservación  suya  se  requieren.  Falsa  la  que  retiene  algunas  de 
las  exteriores  sin  las  interiores,  esto  es,  sin  amor  de  Dios,  sin  te- 
mor, sin  humildad,  sin  devoción,  y  sin  otras  semejantes  vir- 
tudes, cual  era  la  de  los  fariseos,  á  quien  dijo  el  Señor:  ¡  Ay  de 
vosotros,  letrados  y  fariseos,  que  pagáis  muy  escrupulosamente  el 
diezmo  de  todas  vuestras  legumbres  y  hortalizas,  y  no  hacéis  caso 
de  las  cosas  más  importantes  que  manda  la  ley,  que  son  juicio, 
y  misericordia,  y  verdad!  Y  en  otro  lugar  les  dice  que  eran  muy 
solícitos  en  los  lavatorios  de  los  platos  y  de  las  manos  y  en  otras 
cosas  semejantes,  teniendo  los  corazones  llenos  de  rapiña  y  de 
maldad.  Por  donde  en  otro  lugar  les  dice  que  eran  como  los  se- 
pulcros blanqueados,  que  de  fuera  parecían  á  los  hombres  her- 
mosos, y  dentro  estaban  llenos  de  huesos  de  muertos. 

Ésta  es  la  manera  de  justicia  que  tantas  veces  reprehende  el 
Señor  en  las  Escripturas  de  los  Profetas:  porque  por  uno  dellos 
dice  así:  Este  pueblo  con  los  labios  me  honra,  y  su  corazón  está 
lejos  de  mí.  Sin  causa  y  sin  propósito  me  honran,  guardando  las 
doctrinas  y  leyes  de  los  hombres  y  desamparando  la  ley  que  yo 
les  di.  Y  en  otro  lugar:  ¿Para  qué  quiero  yo  (dice  Él)  la  muche- 
dumbre de  vuestros  sacrificios?  Lleno  estoy  ya  de  los  holocaus- 
tos de  vuestros  carneros  y  de  las  enjundias  de  vuestros  ganados. 
No  me  ofrezcáis  de  aquí  adelante  sacrificios  en  balde.  Vuestro 
encienso  me  es  abominación,  vuestros  ayuntamientos  son  perver- 
sos, vuestras  calendas  (que  son  las  fiestas  que  hacéis  al  principio 
de  cada  mes)  y  las  otras  festividades  del  año  aborresció  mi  áni- 
ma: molestas  me  son  y  enojosas,  y  paso  trabajo  en  sufrirlas.  Pues 
¿qué  es  esto?  ¿Condena  Dios  lo  que  Él  mismo  ordenó  y  tan  en- 
carescidamente  mandó,  mayormente  siendo  éstos  actos  de  aque- 
lla nobiUsima  virtud  que  llaman  religión,  que  tiene  por  oficio  ve- 
nerar á  Dios  con  actos  de  adoración  y  religión?   No  por  cierto: 
mas  condena  los  hombres  que  se  contentaban  con  solo  esto  sin 
tener  cuenta  con  la  verdadera  justicia  y  con  el  temor  de  Dios, 
como  luego  lo  significa  diciendo:  Lavaos,  sed  limpios,  quitad  la 
maldad  de  vuestros  pensamientos  delante  de  mis  ojos,  cesad  de 
hacer  maldad  y  aprended  á  hacer  bien  &c.  y  entonces  yo  per- 
donaré vuestros  pecados  y  desterraré  la  fealdad  y  tizne  de  vues- 
tras ánimas. 

Y  en  otro  lugar  aun  más  encarescidamente  repite  lo  mismo 
por  estas  palabras:  El  que  me  sacrifica  un  buey,  es  para  mí  como 


132  GUIA  DE  PECADORES 


si  matase  un  hombre:  el  que  me  sacrifica  otra  res,  como  el  que 
me  despedazase  un  perro:  el  que  me  ofrece  alguna  ofrenda,  co- 
mo si  me  ofreciese  sangre  de  puercos:  el  que  me  ofrece  encien- 
so,  como  el  que  bendijese  á  un  ídolo.  Pues  «jqué  es  esto,  Señor? 
^Porqué  tenéis  por  tan  abominables  las  mismas  obras  que  vos 
mandastes?  Luego  da  la  causa  desto  diciendo:  Estas  cosas  esco- 
gieron en  sus  caminos  para  agradarme  con  ellas,  y  con  todo  esto 
se  deleitaron  en  sus  maldades  y  abominaciones.  ¿Ves,  pues,  cuán- 
to valen  todas  las  cosas  exteriores  sin  fundamento  de  lo  inte- 
rior ?  Á  este  mismo  propósito  por  otro  Profeta  dice  así:  Quita  de 
mis  oídos  el  ruido  de  tus  cantares,  que  no  quiero  oir  la  melodía 
de  tus  instrumentos  músicos.  Y  aun  en  otro  lugar  más  encaresci- 
damente  dice  que  derramará  sobre  ellos  el  estiércol  de  sus  so- 
lemnidades. Pues  ¿qué  más  que  esto  es  menester  para  que  en- 
tiendan los  hombres  lo  que  montan  todas  estas  cosas  exteriores, 
por  altísimas  y  nobilísimas  que  sean,  cuando  les  falta  el  funda- 
mento de  justicia,  que  consiste  en  el  amor  y  temor  de  Dios,  y 
aborrescimiento  del  pecado? 

Y  si  preguntares,  ¿qué  es  la  causa  por  que  tanto  afea  Dios  esta 
manera  de  servicios,  comparando  los  sacrificios  con  homicidios, 
y  el  encienso  con  la  idolatría,  y  llamando  ruido  al  cantar  de  los 
psalmos,  y  estiércol  á  las  fiestas  de  sus  solemnidades?  La  res- 
puesta es:  porque  demás  de  ser  estas  cosas  de  ningún  meresci- 
miento  (cuando  carescen  del  fundamento  que  ya  dijimos)  toman 
muchos  de  ellas  ocasión  para  soberbia,  y  presunción,  y  menos- 
precio de  los  otros  que  no  hacen  lo  que  ellos  hacen,  y  (lo  que 
peor  es)  por  aquí  vienen  á  tener  una  falsa  seguridad  causada 
de  aquella  falsa  justicia,  que  es  uno  de  los  grandes  peligros  que 
puede  haber  en  este  camino,  porque  contentos  con  esto  no  tra- 
bajan ni  procuran  lo  demás.  ¿Quieres  ver  esto  muy  claro?  Mira 
la  oración  de  aquel  fariseo  del  Evangeho,  que  decía  así:  Dios, 
gracias  te  doy  porque  no  soy  como  los  otros  hombres,  robado- 
res, adúlteros,  injustos,  como  lo  es  este  publicano.  Ayuno  dos 
días  cada  semana  y  pago  fielmente  el  diezmo  de  todo  lo  que 
poseo.  Mira,  pues,  cuan  claramente  se  descubren  aquí  aquellas 
tres  peligrosísimas  rocas  que  dijimos.  La  presumpción,  cuando 
dice:  no  soy  yo  como  los  otros  hombres:  el  menosprecio  de  los 
otros,  cuando  dice:  como  este  publicano:  la  falsa  seguridad,  cuan- 
do dice  que  da  gracias  á  Dios  por  aquella  manera  de  vida  que 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XV.  133 


vivía,  parecíéndole  que  estaba  seguro  en  ella  y  que  no  tenía  por 
qué  temer. 

De  donde  nasce  que  los  que  de  esta  manera  son  justos,  vie- 
nen á  dar  en  un  linaje  de  hipocresía  muy  peligrosa.  Para  lo  cual 
es  de  saber  que  hay  dos  maneras  de  hipocresía:  una  muy  baja 
y  grosera,  que  es  la  de  aquéllos  que  claramente  ven  que  son  ma- 
los y  muéstranse  en  lo  de  fuera  buenos,  para  engañar  el  pueblo. 
Otra  hay  más  subtil  y  más  delicada,  con  que  el  hombre  no  sólo 
engaña  á  los  otros,  sino  también  engaña  á  sí  mismo,  cual  era 
la  deste  fariseo,  que  realmente  con  aquella  sombra  de  justicia,  no 
sólo  había  engañado  á  los  otros,  sino  también  á  sí  mismo:  por- 
que siendo  de  verdad  malo,  él  se  tenía  por  bueno.  Ésta  es  aque- 
lla manera  de  hipocresía  de  que  dijo  el  Sabio:  Hay  un  camino 
que  parece  al  hombre  derecho,  y  con  esto  va  á  parar  en  la  muer- 
te. Y  en  otro  lugar,  entre  cuatro  géneros  de  males  que  hay  en 
el  mundo,  cuenta  éste  diciendo:  La  generación  que  maldice  á  su 
padre,  y  no  bendice  á  su  madre:  la  generación  que  se  tiene  por 
limpia,  y  con  todo  esto  no  está  limpia  de  sus  pecados:  la  gene- 
ración que  trae  los  ojos  altivos,  y  lev^anta  sus  párpados  en  alto; 
la  generación  que  tiene  por  dientes  cuchillos,  y  se  traga  los  po- 
bres de  la  tierra.  Estos  cuatro  géneros  de  personas  cuenta  aquí 
el  Sabio  entre  las  más  infames  y  peligrosas  del  mundo,  y  entre 
ellas  cuenta  ésta  de  que  aquí  hablamos,  que  son  los  hipócritas 
para  sí  mismos,  que  se  tienen  por  limpios  siendo  sucios,  como  lo 
era  este  fariseo. 

Éste  es  un  estado  de  tan  gran  peHgro,  que  verdaderamente 
sería  menos  mal  ser  un  hombre  muy  malo,  y  tenerse  por  tal,  que 
ser  desta  manera  justo,  y  tenerse  por  seguro.  Porque  cuanto 
quiera  que  sea  un  hombre  malo,  principio  es  en  fin  de  salud  el 
conoscimiento  de  la  enfermedad.  Mas  el  que  no  conosce  su  mal, 
el  que  estando  enfermo  no  se  quiere  tener  por  tal,  ^cómo  sufrirá 
la  medicina?  Por  esta  razón  dijo  el  Señor  á  los  fariseos  que  los 
publícanos  y  las  malas  mujeres  les  precederían  en  el  reino  de  los 
cielos.Donde  en  el  griego  leemos  preceden,  de  presente:  por  don- 
de aun  está  más  claro  lo  que  decimos.  Esto  mismo  nos  repre- 
sentan muy  á  la  clara  aquellas  tan  escuras  y  temerosas  palabras 
que  dijo  el  Señor  en  el  Apocalipsi:  Ojalá  fueses,  ó  bien  frío,  ó 
bien  caliente:  mas  porque  eres  tibio,  comenzarte  he  á  echar  de  mi 
boca.  Pues  ¿cómo  es  posible  que  caya    en  deseo  de  Dios  ser  un 


!34  GUIA  DE  PECADORES 


hombre  frío?  Y  ^cómo  es  posible  que  sea  de  peor  condición  el 
tibio  que  el  frío,  pues  está  más  cerca  del  caliente?  Oye  agora  la 
respuesta.  Caliente  es  aquél  que  con  el  fuego  de  la  caridad  que 
tiene,  posee  todas  las  virtudes  así  interiores  como  exteriores,  de 
que  ya  dijimos:  frío  es  aquél  que  así  como  carece  de  caridad,  así 
carece  de  lo  uno  y  de  lo  otro,  así  de  lo  interior  como  exterior:  ti- 
bio es  aquél  que  tiene  parte  de  ambos  los  extremos,  porque  tie- 
ne algo  de  lo  exterior,  y  ninguna  cosa  de  lo  interior,  á  lo  menos 
de  caridad.  Pues  danos  aquí  á  entender  el  Señor  que  este  tal  es 
de  peor  condición  que  el  que  está  del  todo  frío,  no  por  ventura 
porque  tenga  más  pecados  que  él,  sino  porque  es  más  incu- 
rable su  mal,  porque  tanto  está  más  lejos  del  remedio,  cuanto  se 
tiene  por  más  seguro.  Porque  de  aquella  justicia  superficial  que 
tiene,  toma  ocasión  para  creer  de  sí  que  es  algo,  como  quiera 
que  á  la  verdad  sea  nada.  Y  que  éste  sea  el  sentido  literal  des- 
tas  palabras,  e\ádentemente  se  ve  por  lo  que  luego  encontinen- 
te  se  sigue:  porque  explicando  el  Señor  más  claramente  á  quién 
llamaba  tibio,  dijo:  Dices  que  eres  rico  y  que  no  te  falta  nada 
para  la  verdadera  justicia,  y  no  entiendes  que  eres  mezquino,  y 
miserable,  pobre,  y  ciego,  y  desnudo.  ¿No  te  paresce  que  ves  en 
estas  palabras  debujada  la  imagen  de  aquel  fariseo  que  decía: 
Dios,  gracias  te  doy  que  no  soy  3'o  como  los  otros  Hombres  &c? 
Verdaderamente  éste  es  el  que  se  tenía  en  su  corazón  por  rico  de 
riquezas  espirituales,  pues  por  esto  daba  gracias  á  Dios:  mas  sin 
dubda  él  era  pobre,  ciego  y  desnudo,  pues  dentro  estaba  vacío 
de  justicia,  lleno  de  soberbia  }'  ciego  para  no  conocer  su  pro- 
pria  culpa. 

Tenemos,  pues,  aquí  ya  declarado  cómo  hay  dos  maneras  de 
justicia,  una  falsa  y  otra  verdadera,  y  cuan  grande  sea  la  exce- 
lencia de  la  verdadera,  }'  cuánto  el  peligro  de  la  falsa.  Y  no 
piense  nadie  que  se  ha  perdido  tiempo  en  gastar  en  esto  tantas 
palabras:  porque  pues  el  sancto  Evangelio  (que  es  la  más  alta  de 
todas  las  Escrituras  divinas,  y  la  que  singularmente  es  espejo  y 
regla  de  nuestra  vida)  tantas  veces  reprehende  esta  manera  de 
justicia,  y  lo  mismo  hacen  tantas  veces  los  Profetas  (como  arriba 
declaramos)  no  era  razón  que  pasásemos  en  esta  regla  liviana- 
mente por  lo  que  tantas  veces  repiten  y  encarecen  las  Escriptu- 
ras  divinas.  Mavormente  que  los  peligros  claros  y  manifiestos 
quienquiera  los  conoce  (porque  son  como  las  rocas  que  están  en 


LIBRO  ÍI.  CAPÍTULO  XV.  I35 


la  mar  descubiertas)  y  por  esto  tienen  menos  necesidad  de  doc- 
trina: mas  los  ocultos  y  disimulados  (como  los  bajos  que  están 
cubiertos  con  el  agua)  ésos  es  razón  que  estén  más  claramente 
señalados  y  marcados  en  la  carta  del  marear,  para  no  peligrar 
en  ellos. 

Y  no  se  engañe  nadie  diciendo  que  entonces  era  esta  doctri- 
na necesaria,  porque  reinaba  mucho  este  vicio,  y  agora  no:  por- 
que antes  creo  que  siempre  el  mundo  fué  cuasi  de  una  manera> 
porque  unos  mismos  hombres,  y  una  misma  naturaleza,  y  unas 
mismas  inclinaciones,  y  un  mismo  pecado  original  en  que  todos 
somos  concebidos  (que  es  la  fuente  de  todos  los  pecados)  forza- 
do es  que  para  unos  mismos  delictos:  porque  donde  hay  tanta 
semejanza  en  las  causas  de  los  males,  también  la  ha  de  haber  en 
los  mismos  males  Y  así  los  mismos  vicios  que  había  entonces  en 
tales  y  tales  géneros  de  personas,  ésos  mismos  hay  agora,  aun- 
que alterados  algún  tanto  los  nombres  de  ellos:  así  como  las  co- 
medias de  Planto  ó  de  Terencio  son  la?  mi?mas  que  fueron  mil 
años  ha,  puesto  caso  que  cada  día  (cuando  se  representan)  se 
mudan  las  personas  que  las  representan. 

De  donde  así  como  entonces  aquel  pueblo  rudo  y  carnal  pen- 
saba que  tenía  á  Dios  por  el  pie,  cuando  ofrecía  aquellos  sacrifi- 
cios, y  ayunaba  aquellos  ayunos,  y  guardaba  aquellas  fiestas  lite- 
ralmente y  no  espiritualmente,  así  hallaréis  agora  muchos  cris- 
tianos que  oyen  cada  domingo  su  misa,  y  rezan  por  sus  horas  y 
por  sus  cuentas,  y  ayunan  cada  semana  los  sábados  á  nuestra  Se- 
ñora, y  huelgan  de  oir  sermones  y  otras  cosas  semejantes:  y  con 
hacer  esto  (que  á  la  verdad  es  bien  hecho)  tienen  tan  vivos  los 
apetitos  de  la  honra,  y  de  la  cobdicia,  y  de  la  ira,  como  todos  los 
otros  hombres  que  nada  desto  hacen.  Olvídansse  de  las  obliga- 
ciones de  sus  estados,  tienen  poca  cuenta  con  la  salvación  de  sus 
domésticos  y  familiares,  andan  en  sus  odios  y  pasiones  y  pundo- 
nores, y  no  se  humillarán  ni  darán  á  torcer  su  brazo  por  todo  el 
mundo.  Y  aun  algunos  dellos  hay  que  tienen  quitadas  las  hablas 
á  sus  prójimos,  á  veces  por  livianas  causas,  y  muchos  también 
pagan  muy  mal  las  deudas  que  deben  á  sus  criados  y  á  otros.  Y 
si  por  ventura  les  tocáis  en  un  punto  de  honra,  ó  de  interese,  ó 
de  cosa  semejante,  veréis  luego  desarmado  todo  el  negocio  y 
puesto  por  tierra.  Y  algunos  de  éstos  son  muy  largos  en  rezar 
muchas  coronas  de  Avemarias,  y  muy  estrechos  en  dar  Hmosna 


135  GUIA  DE  PECADORES 


y  hacer  bien  á  los  necesitados.  Y  otros  hallaréis  que  por  todo  el 
mundo  no  comerán  carne  el  miércoles  y  otros  días  de  devoción: 
y  con  esto  murmuian  sin  ningún  temor  de  Dios,  y  degüellan 
cruelísimamente  los  prójimos.  De  manera  que  siendo  muy  escru- 
pulosos en  no  comer  carne  de  animales  (que  Dios  les  concedió) 
ningún  escrúpulo  tienen  de  comer  carnes  y  vidas  de  hombres, 
que  Dios  tan  caramente  les  prohibió.  Porque  verdaderamente 
una  de  las  cosas  que  más  había  de  celar  el  cristiano,  es  la  fama 
y  honra  de  su  prójimo:  de  que  éstos  tienen  muy  poco  cuidado, 
teniéndolo  tanto  de  cosas  sin  comparación  menores. 

Esto  y  otras  cosas  semejantes  no  me  puede  negar  nadie  sino 
que  cada  día  pasan  entre  los  hombres  del  mundo  y  entre  los  de 
fuera  del  mundo.  Y  pues  éste  es  tan  grande  y  tan  universal  en- 
gaño, necesaria  cosa  era  dar  este  desengaño,  mayormente  pues 
no  todos  los  que  tienen  por  oficio  darlo,  lo  dan.  Y  por  esto  con- 
venía que  con  doctrina  clara  se  supliese  esta  falta,  para  aviso  de 
los  que  desean  acertar  este  camino. 

Y  para  que  el  cristiano  lector  se  aproveche  mejor  de  lo  di- 
cho y  no  venga  á  enfermar  con  la  medicina,  conviene  que  tome 
primero  el  pulso  á  su  espíritu  y  condición,  para  ver  á  loque  es  más 
inclinado.  Porque  hay  unas  doctrinas  generales,  que  sirven  para 
todo  género  de  personas,  como  las  que  se  dan  de  la  caridad,  hu- 
mildad, paciencia,  obediencia  &c.  Otras  hay  particulares,  que  son 
para  remedios  particulares  de  personas,  que  no  arman  tanto  á 
á  otras.  Porque  á  un  muy  escrupuloso  es  menester  alargarle  algo 
la  conciencia,  mas  al  que  es  largo  de  conciencia,  es  menester  es- 
trechársela: al  pusilánime  y  desconfiado  conviene  predicar  de  la 
misericordia,  al  presumptuoso  déla  justicia,  y  así  á  todos  los  demás, 
según  nos  lo  aconseja  el  Eclesiástico,  diciendo  que  tratemos  con 
el  injusto  de  la  justicia,  con  el  temeroso  de  la  guerra,  con  el  in- 
vidioso  del  agradescimiento,  con  el  inhumano  de  la  humanidad, 
con  el  perezoso  del  trabajo,  y  así  con  todos  los  demás. 

Pues  según  esto,  como  haya  dos  diferencias  de  personas,  unas 
que  se  acuestan  más  á  lo  interior,  sin  hacer  tanto  caso  de  lo  ex- 
terior, y  otras  que  se  inclinan  más  á  lo  exterior,  sin  tener  tanta 
cuenta  con  lo  interior,  á  los  unos  conviene  encarecer  lo  uno,  y 
á  los  otros  lo  otro:  para  que  así  vengan  á  reducirse  los  humores  á 
debida  proporción.  Nos  en  esta  doctrina  de  tal  manera  templa- 
mos el  estilo,  que  cada  cosa  pusiésemos  en  su  lugar,  levantando 


LIBRO  II.  CAPÍtULO  XV.  1 37 


las  cosas  mayores  sin  perjuicio  de  las  menores,  y  encargando  las 
menores  sin  agravio  de  las  mayores.  Y  desta  manera  estaremos 
libres  de  aquellas  dos  peligrosísimas  rocas  que  aquí  habernos 
querido  derribar:  la  una  de  los  que  precian  tanto  lo  interior,  que 
desprecian  lo  exterior:  y  la  otra  de  los  que  abrazando  mucho  lo 
exterior,  se  descuidan  en  lo  interior,  mayormente  en  el  temor  de 
Dios  y  aborrecimiento  del  pecado. 

La  suma,  pues,  deste  negocio  sea  fundarnos  en  un  profun- 
dísimo temor  de  Dios,  que  nos  haga  tremer  de  solo  el  nombre  del 
pecado.  Y  quien  éste  tuviere  muy  arraigado  en  su  ánima,  ténga- 
se por  dichoso,  y  sobre  este  fundamento  edifique  lo  que  quisie- 
re. Mas  el  que  se  hallare  fácil  para  cometer  un  pecado,  téngase 
por  miserable,  ciego  y  malaventurado,  aunque  tenga  todas  las 
aparencias  de  sanctidad  que  hay  en  el  mundo. 


SEGUNDO    AVISO 


CAPITULO  XVI, 


L  segundo  aviso  sirve  para  no  juzgar  unos  á  otros  en 
la  manera  de  vida  que  cada  uno  tiene.  Para  lo  cual 
es  de  saber  que  como  sean  muchas  las  virtudes  que 
se  requieren  para  la  vida  cristiana,  unos  se  dan  más  á  unas,  y  otros 
á  otras.  Porque  unos  se  dan  más  á  aquellas  virtudes  que  ordenan 
al  hombre  para  con  Dios,  que  por  la  mayor  parte  pertenecen  á 
la  vida  contemplativa:  otros  á  las  que  nos  ordenan  para  con  el 
prójimo,  que  pertenecen  á  la  activa:  otros  á  las  que  ordenan  al 
hombre  consigo  mismo,  que  son  más  familiares  á  la  vida  mo- 
nástica. 

.  ítem,  como  todas  las  obras  virtuosas  sean  medios  para  alcan- 
zar la  gracia,  unos  la  procuran  más  por  un  medio,  y  otros  por 
otro.  Porque  unos  la  buscan  con  ayunos  y  disciplinas  y  aspere- 
zas corporales,  otros  con  limosnas  y  obras  de  misericordia,  otros 
con  oraciones  y  meditaciones  continuas:  en  el  cual  medio  hay  tan- 
ta variedad,  cuantos  modos  hay  de  orar  y  meditar:  porque  unos 
se  hallan  bien  con  un  linaje  de  oraciones  y  meditaciones,  y  otros 
con  otras:  y  así  como  hay  infinitas  cosas  que  meditar,  así  hay  in- 
finitos modos  de  meditación,  entre  los  cuales  aquél  es  mejor  para 
cada  uno,  en  que  halla  mayor  devoción  y  más  provecho. 

Pues  acerca  desto  suele  haber  un  muy  común  engaño  entre 
personas  virtuosas:  y  es,  que  los  que  han  aprovechado  por  al- 
guno destos  medios,  piensan  que  como  ellos  medraron  por  allí, 
que  no  hay  otro  camino  para  medrar  con  Dios  sino  sólo  aquél 
y  ése  querían  enseñar  á  todos:  }'  tienen  por  errados  á  los  que  por 
allí  no  van,  pareciéndoles  que  no  hay  más  de  un  camino  solo 
para  el  cielo.  El  que  se  da  mucho  á  la  oración,  piensa  que  sin  esto 
no  hay  salud.  El  que  se  da  m-ucho  á  ayunos,  parécele  que  todo 
es  burla  sino  ayunar.  El  que  se  da  á  la  vida  contemplativa, 
piensa  que  todos  los  que  no  son  contemplad v^os,  viven  en  gran- 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XVI.  l3o 


dísímo  peligro:  y  toman  esto  tan  por  el  cabo,  que  algunos  vie- 
nen cuasi  á  deshacer,  ó  á  lo  menos  á  tener  en  poco  la  vida  acti- 
va. Por  el  contrario  los  activos,  como  no  saben  por  experiencia 
qué  es  lo  que  pasa  entre  Dios  y  el  ánima  en  aquel  ocio  de  la 
contemplación,  y  ven  el  provecho  palpable  que  se  sigue  de  la 
vida  activa,  y  como  el  Evangelio  dice  que  en  el  día  del  juicio  se 
ha  de  dar  el  reino  de  los  cielos  á  los  que  se  dan  á  esta  vida,  des- 
hacen cuanto  pueden  la  vida  contemplativa,  y  apenas  pue- 
den aprobar  vida  contemplativa  pura,  si  no  es  compuesta  de  la 
una  y  de  la  otra:  como  si  esto  fuese  fácil  de  hacer  á  quienquie- 
ra. Asimismo  el  que  se  da  á  la  oración  mental,  parécele  que  toda 
otra  oración  sin  ésta  es  infructuosa:  y  el  que  á  la  vocal,  dice  que 
ésta  es  .de  mayor  trabajo  y  que  así  será  de  mayor  provecho. 

De  suerte  que  cada  buhonero  (como  dicen)  alaba  sus  agujas: 
y  así  cada  uno  con  una  tácita  soberbia  y  ignorancia  (sin  ver  lo  que 
hace)  alaba  á  sí  mismo,  engrandesciendo  aquello  en  que  él  tiene 
más  caudal.  Y  asi  viene  á  ser  el  negocio  de  las  virtudes  como  el 
de  las  sciencias;  en  las  cuales  cada  uno  alaba  y  levanta  sobre  los 
cielos  aquella  sciencia  en  que  él  reina,  apocando  }'  deshaciendo 
todas  las  otras.  El  orador  dice  que  no  hay  otra  arte  en  el  mun- 
do que  iguale  con  la  elocuencia:  el  astrólogo,  que  no  la  hay  tal 
como  la  que  trata  del  cielo  y  de  las  estrellas:  el  filósofo  dice 
otro  tanto:  el  que  se  da  á  la  Escriptura  divina  dice  mucho  más, 
y  con  mayor  razón:  el  que  al  estudio  de  las  lenguas  (porque  sir- 
ven para  la  Escriptura)  dice  lo  mismo:  el  teólogo  escolástico  no 
se  contenta  con  el  lugar  de  en  medio,  sino  pone  su  silla  sobre 
todos.  Y  á  ninguno  le  faltan  razones,  y  grandes  razones,  para 
creer  que  su  sciencia  es  la  mejor  y  más  necesaria.  Pues  esto  que 
se  halla  en  las  sciencias  tan  descubiertamente,  se  halla  en  las  vir- 
tudes, aunque  más  disimuladamente:  porque  cada  uno  de  los  ama- 
dores de  las  virtudes  por  un  cabo  desea  acertar  en  lo  mejor,  y 
por  otro  busca  lo  que  más  arma  con  su  naturaleza,  y  de  aquí  na- 
ce que  lo  que  á  él  está  mejor,  cree  que  es  mejor  para  todos,  y 
el  zapato  que  á  él  viene  justo,  cree  que  también  vendrá  justo  á 
todos  los  otros. 

Pues  desta  raíz  nascen  los  juicios  de  las  vidas  ajenas,  y  las  di- 
visiones y  scismas  espirituales  entre  los  hermanos,  creyendo  los 
unos  de  los  otros  que  van  descaminados,  porque  no  van  por  el 
camino  que  ellos  van.  Cuasi  en  este  engaño  vivían  los  de  Corin- 


140  GUIA  DE  PECADORES 


to:  los  cuales  habiendo  recibido  muchos  y  diversos  dones  de  Dios, 
cada  uno  tenía  el  suyo  por  mejor,  y  así  se  anteponían  unos  á 
otros,  preferiendo  unos  el  don  de  las  lenguas,  otros  de  la  profecía, 
otros  la  interpretación  de  las  Escripturas,  otros  el  hacer  miraglos, 
y  así  todos  los  demás. 

Contra  este  engaño  no  hay  otra  mejor  medicina  que  aquélla 
de  que  el  Apóstol  usa  en  esta  Epístola  contra  esta  dolencia. 
Donde  copiosísimamente  declara  cómo  el  Espíritu  Sancto  quiso 
que  la  Iglesia  fuese  un  perfectísimo  y  hermosísimo  cuerpo,  digno 
de  tal  cabeza  como  es  Cristo:  por  lo  cual  así  como  en  un  cuerpo 
conviene  que  haya  diversos  miembros,  los  cuales  tengan  entre  sí 
diversísimas  figuras  y  oficios,  así  conviene  que  en  este  cuerpo 
místico  haya  esta  misma  variedad  en  diversos  grados  y  maneras 
de  vidas,  para  que  de  todos  ellos  resulte  una  común  fábrica  des- 
te  cuerpo,  y  una  común  consonancia  y  armonía  de  diversas  vo- 
ces. En  lo  cual  (demás  de  la  hermosura  de  la  obra)  resplandece 
también  la  grandeza  de  la  bondad  y  misericordia  divina,  que  así 
como  desea  comunicarse  á  todos,  y  llevar  á  todos  á  su  reino,  así 
no  quiso  que  hubiese  para  esto  un  solo  camino,  sino  muchos  y  di- 
versos, según  la  diversidad  de  las  condiciones  y  corazones  de  los 
hombres:  para  que  así  les  fuese  más  fácil  este  negocio,  y  nadie  se 
pudiese  excusar  de  andar  este  camino. 

Pues  quien  esto  atentamente  considerare,  dejará  á  cada  uno 
en  su  llamamiento:  esto  es,  dejará  el  pie  ser  pie,  y  á  la  mano  ser 
mano,  y  no  querrá  ni  que  todos  sean  pies,  ni  todos  manos.  Esto 
es  lo  que  tan  largamente  pretendió  persuadir  el  Apóstol  en  la 
Epístola  susodicha,  y  esto  mismo  es  lo  que  nos  aconseja  cuando 
dice:  El  que  no  come,  no  menosprecie  al  que  come.  Porque  por 
ventura  aquél  que  no  come  tendrá  por  una  parte  necesidad  de 
comer,  y  por  otra  quizá  tendrá  otra  virtud  más  alta  que  ésa  que 
tú  tienes,  de  que  tu  carecerás:  por  donde  en  lo  uno  no  tendrá 
culpa,  y  en  lo  otro  te  hará  ventaja.  Porque  así  como  no  menos 
sirven  para  el  canto  los  puntos  que  están  en  regla,  que  los  que 
están  en  espacio,  así  no  menos  sirven  á  la  consonancia  y  música 
espiritual  de  la  Iglesia  el  que  come  que  el  que  no  come,  y  el  que 
parece  que  está  ocioso  que  el  que  está  ocupado,  si  en  su  ocio 
trabaja  por  alcanzar  con  qué  pueda  después  edificar  á  su  pró- 
jimo. 

Esto  mismo  nos  encomienda  muy  encarescidamente  S.  Ber- 


Ln3Ro  ir.  CAPÍTULO  XVI.  141 

nardo,  avisando  que  excepto  aquéllos  á  quien  es  dado  ser  jue- 
ces y  presidentes  en  la  Iglesia,  nadie  se  entremeta  en  querer  es- 
cudriñar ni  juzgar  la  vida  de  nadie,  ni  comparar  la  suya  con  la 
de  nadie:  porque  no  le  acaezca  lo  que  al  monje  que  tenía  por 
agravio  que  su  pobreza  se  igualase  con  las  riquezas  de  Gregorio: 
á  quien  fué  dicho  que  más  rico  era  él  con  una  gatilla  que  tenía, 
que  el  otro  con  tantas  riquezas. 


TERCER  AVISO 

CAPÍTULO  XVII. 


^^'   L  postrer  aviso  sea  éste,  que  porque  en  esta  regla  se  han 


puesto  muchas  maneras  de  virtudes  y  documentos  para  re- 
glar la  vida,  y  nuestro  entendimiento  no  puede  comprehender  mu- 
chas cosas  juntas,  para  esto  conviene  procurar  una  virtud  general 
que  las  comprehenda  todas,  y  supla  (según  es  posible)  las  veces 
de  todas,  que  es,  una  perpetua  solicitud  y  vigilancia  y  una  conti- 
nua atención  á  todo  lo  que  hobiéremos  de  hacer  y  decir,  para  que 
todo  vaya  nivelado  con  el  juicio  de  la  razón.  De  suerte  que  así  co- 
mo cuando  un  embajador  hace  una  habla  delante  de  un  grande  se- 
nado, en  un  mismo  tiempo  está  atento  á  las  cosas  que  ha  de  decir, 
y  á  las  palabras  con  que  las  ha  de  decir,  y  á  la  voz  y  á  los  meneos 
del  cuerpo,  y  á  otras  cosas  semejantes,  así  el  siervo  de  Dios  tra- 
baje (cuanto  le  sea  posible)  por  traer  consigo  una  perpetua  aten- 
ción y  vigilancia  para  mirar  por  sí  y  por  todo  lo  que  hace,  para  que 
hablando,  callando,  preguntando,  respondiendo,  negociando,  en  la 
mesa,  en  la  plaza,  en  la  iglesia,  en  casa  y  fuera  de  casa,  esté  como 
con  un  compás  en  la  mano,  midiendo  y  compasando  sus  obras,  sus 
palabras  y  pensamientos,  con  todo  lo  demás:  para  que  todo  vaya 
conforme  á  la  le)'  de  Dios,  y  al  juicio  de  la  razón,  y  al  decoro  y 
decencia  de  su  persona.  Porque  como  sea  tanta  la  distancia  que  hay 
entre  el  bien  y  el  mal,  y  Dios  ha^^a  impreso  en  nuestras  ánimas 
una  luz  y  conoscimiento  de  lo  uno  y  de  lo  otro,  apenas  hay  hom- 
bre tan  simple,  que  si  mira  atentamente  lo  que  hace,  no  se  le 
trasluzga  poco  más  ó  menos  lo  que  debe  hacer:  y  así  esta  aten- 
ción y  solicitud  sirv^e  por  todos  los  documentos  desta  regla,  y  de 
muchas  otras. 

Ésta  es  aquella  solicitud  que  nos  encomendó  el  Espíritu  Sanc- 
to  cuando  dijo:  Guarda,  hombre,  á  ti  mismo  y  á  tu  ánima  solíci- 
tamente. Ésta  es  la  tercera  parte  de  las  tres  que  señaló  el  pro- 
feta Miqueas  (según  que  arriba  alegamos)  que  es  andar  solícito 


LIBRO  II.  CAPÍTULO   XVII.  1 43 


con  Dios:  la  cual  es  un  continuo  cuidado  y  atención  de  no  hacer 
cosa  que  sea  contra  su  sancta  voluntad.  Esto  nos  significa  la  mu- 
chedumbre de  ojos  que  tenían  aquellos  misteriosos  animales  de 
Ecequiel:  con  los  cuales  nos  dan  á  entender  la  grandeza  de  la  aten- 
ción y  vigilancia  con  que  debemos  militar  en  esta  milicia,  donde 
hay  tantos  enemigos  y  tantas  cosas  á  que  acudir  y  proveer.  Esto 
nos  representa  aquella  postura  de  los  setenta  caballeros  esfor- 
zados que  guardaban  el  lecho  de  Salomón,  los  cuales  tenían  las 
espadas  sobre  el  muslo  á  punto  de  desenvainar:  para  dar  á  en- 
tender esta  manera  de  atención  y  vigilancia  con  que  conv^iene 
que  ande  el  que  anda  siempre  entre  tantos  enjambres  y  escua- 
drones de  enemigos. 

La  causa  desta  tan  grande  solicitud  es  (demás  de  la  muche- 
dumbre de  los  peligros)  la  alteza  y  deHcadeza  deste  negocio,  ma- 
3^ormente  en  aquéllos  que  anhelan  y  procuran  arribar  á  la  perfec- 
ción de  la  vida  espiritual.  Porque  conversar  y  vivir  como  Dios 
meresce,  y  guardarse  limpio  y  sin  mancilla  deste  siglo,  y  vivir  en 
esta  carne  sin  tizne  de  carne,  y  conservarse  sin  reprehensión  y 
sin  querella  para  el  día  del  Señor  (como  dice  el  Apóstol)  son  co- 
sas tan  altas  y  tan  sobrenaturales,  que  todo  esto  es  menester  y 
mucho  más,  y  aun  Dios  y  ayuda. 

Mira  pues  la  atención  que  tiene  un  hombre  cuando  está  ha- 
ciendo alguna  obra  muy  delicada:  porque  ésta  es  la  más  delica- 
da obra  que  se  puede  hacer,  _v  la  que  pide  mayor  atención.  Mira 
también  de  la  manera  que  anda  el  que  lleva  en  las  manos  un  vaso 
muy  lleno  de  un  precioso  licor,  para  que  no  se  le  vierta  nada: 
mira  el  tiento  que  lleva  el  que  pasa  un  río  por  unas  piedras  mal 
asentadas,  para  no  caer  ó  no  mojarse  en  el  agua:  y  sobre  todo  mira 
el  que  lleva  el  que  anda  paseándose  por  una  maroma,  para  no  de- 
clinar un  punto  á  la  diestra  ni  á  la  siniestra  por  no  caer:  y  desta 
manera  trabaja  siempre  por  andar  (mayormente  á  los  principios 
hasta  hacer  hábito)  con  tanto  cuidado  y  atención,  que  ni  hables  una 
palabra,  ni  tengas  un  pensamiento,  ni  hagas  un  meneo  que  des- 
diga un  punto  (en  cuanto  fuere  posible)  de  la  línea  de  la  virtud. 

Para  esto  da  Séneca  un  muy  familiar  y  maravilloso  consejo, 
diciendo  que  debía  el  hombre  deseoso  de  la  virtud  imaginar  que 
tiene  delante  sí  alguna  persona  de  grande  veneración  y  á  quien 
tuviese  mucho  acatamiento;  y  hacer  y  decir  todas  las  cosas  como 
las  haría  y  diría  si  realmente  lo  tuviera  delante. 


Í44  GUÍA  DE  PECADORES 


Otro  medio  hay  para  esto  mismo  no  menos  conveniente  que 
el  pasado,  que  es  pensar  el  hombre  que  no  tiene  más  que  solo 
aquel  día  de  vida,  y  hacer  todas  las  cosas  como  si  creyese  que 
aquel  mismo  día  en  la  noche  hobiese  de  parecer  ante  el  tribu- 
nal de  Cristo  y  dar  cuenta  de  sí. 

Pero  muy  más  excelente  medio  es  andar  siempre  (en  cuanto 
sea  posible)  en  la  presencia  del  Señor,  y  traerlo  ante  los  ojos, 
pues  en  hecho  de  verdad  Él  está  en  todo  lugar  presente)  y  hacer 
todas  las  cosas  como  quien  tiene  tal  majestad,  tal  testigo  y  tal 
juez  delante,  pidiéndole  siempre  gracia  para  conversar  de  tal 
manera  que  no  sea  indigno  de  tal  presencia.  De  suerte  que  esta 
atención  que  aquí  aconsejamos,  ha  de  tirar  á  dos  blancos,  el  uno 
á  mirar  interiormente  á  Dios  y  estar  delante  del  adorándole, 
alabándole,  reverenciándole,  amándole,  dándole  gracias  y  ofre- 
ciéndole siempre  sacrificio  de  devoción  en  el  altar  de  nuestro  co- 
razón, y  el  otro,  mirar  todo  lo  que  hacemos,  pensamos  y  deci- 
mos: para  que  de  tal  manera  hagamos  nuestras  obras,  que  en  nin- 
na  cosa  nos  desviemos  de  la  senda  de  la  virtud.  De  suerte  que 
con  el  uno  de  los  dos  ojos  habernos  de  mirar  á  Dios  pidiéndole 
gracia,  y  con  el  otro  á  la  decencia  de  nuestra  vida  usando  bien 
de  ella.  Y  así  habemos  de  emplear  la  luz  que  Dios  nos  dio,  en  la 
consideración  de  las  cosas  divinas  y  en  la  rectificación  de  las 
obras  humanas,  estando  por  una  parte  atentos  á  Dios,  y  por  otra 
á  todo  lo  que  debemos  hacer. 

Y  aunque  esto  no  se  pueda  hacer  siempre,  á  lo  menos  pro- 
curemos que  sea  con  la  mayor  continuación  que  pudiéremos, 
pues  esta  manera  de  atención  no  se  impide  con  los  ejercicios 
corporales,  antes  en  ellos  está  el  corazón  libre  para  hurtarse  mu- 
chas veces  de  los  negocios  y  esconderse  en  las  llagas  de  Cristo. 


CUARTO  AVISO 

DE   LA   FORTALEZA  QUE  SE  REQUIERE  PARA  ALCANZAR 

LAS  VIRTUDES 

CAPÍTULO  XVIII. 

L  precedente  aviso  nos  proveyó  de  ojos  para  mirar 
atentamente  lo  que  debemos  hacer:  éste  nos  pro- 
veerá de  brazos,  que  es,  de  fortaleza,  para  poderlo 
hacer.  Porque  como  haya  dos  dificultades  en  la  virtud,  la  una  en 
distinguir  y  apartar  lo  bueno  de  lo  malo,  y  la  otra  en  vencer  lo 
uno  y  proseguir  lo  otro,  para  lo  uno  se  requiere  atención  y  vi- 
gilancia, y  para  lo  otro  fortaleza  y  diligencia:  y  cualquiera  destas 
dos  cosas  que  falte,  queda  imperfecto  el  negocio  de  la  virtud, 
porque  ó  quedará  ciego,  si  falta  la  vigilancia,  ó  manco,  si  faltare 
la  fortaleza. 

Esta  fortaleza  no  es  aquélla  que  tiene  por  oficio  templar  los 
atrevimientos  y  temores  (que  es  una  de  las  cuatro  virtudes  car- 
dinales) sino  es  una  fortaleza  general  que  sirve  para  vencer  todas 
las  dificultades  que  nos  impiden  el  uso  de  las  virtudes:  y  por  esto 
anda  siempre  en  compañía  dellas  como  con  la  espada  en  la  mano, 
haciéndoles  camino  por  doquiera  que  van.  Porque  la  virtud  (co- 
mo dicen  los  filósofos)  es  cosa  ardua  y  dificultosa,  y  por  esto  con- 
viene que  tenga  siempre  á  su  lado  esta  fortaleza,  para  que  le 
ayude  á  vencer  esta  dificultad.  De  donde,  así  como  el  herrero 
tiene  necesidad  de  traer  siempre  el  martillo  en  las  manos,  por 
razón  de  la  materia  que  labra,  que  es  dura  de  domar,  así  tam- 
bién el  hombre  virtuoso  tiene  necesidad  desta  fortaleza  como  de 
un  martillo  espiritual,  por  razón  desta  dificultad  que  en  la  virtud 
se  halla.  Por  donde,  así  como  el  herrero  sin  martillo  ninguna 
cosa  haría,  así  tampoco  el  amador  de  las  virtudes  sin  fortaleza, 
por  la  misma  razón.  Si  no,  dime,  j  cuál  de  las  virtudes  hay  que 
no  traiga  consigo  algún  especial  trabajo  y  dificultad?  Míralas  to- 
das una  por  una,  la  oración,  el  ayuno,  la  obediencia,  la  templan- 
za, la  pobreza  de  espíritu,  la  paciencia,  la  castidad,  la  humildad: 
todas  ellas  finalmente  siempre  tienen  alguna  dificultad  aneja  ó 

OBRAS  DE  GRANADA  X— is 


146 


GUIA  DE  PEa\DORÉS 


por  parte  del  amor  proprio,  ó  por  parte  del  enemigo,  ó  por  parte 
del  mismo  mundo.  Pues  quitada  esta  fortaleza  de  por  medio, 
^qué  podrá  el  amor  de  la  virtud  desarmado  y  desnudo?  Por  do 
parece  que  sin  esta  virtud  todas  las  otras  están  como  atadas  de 
pies  y  manos  para  no  poderse  ejercitar. 

Y  por  esto  tú,  hermano  mío,  que  deseas  aprovechar  en  las 
virtudes,  haz  cuenta  que  el  mismo  Señor  de  las  virtudes  te  dice 
también  á  ti  aquellas  palabras  que  dijo  á  Moisén,  aunque  en  otro 
significado:  Toma  esta  vara  de  Dios  en  la  mano,  que  con  ella  has 
de  hacer  todas  las  señales  y  maravillas  con  que  has  de  sacar  á 
mi  pueblo  de  Egipto.  Ten  por  cierto  que  así  como  aquella  vara 
fué  el  instrumento  de  todas  aquellas  maravillas,  y  la  que  dio  cabo 
á  aquella  jornada  tan  gloriosa,  así  esta  vara  de  virtud  y  fortaleza 
es  la  que  ha  de  vencer  todas  las  dificultades  que  el  amor  de 
nuestra  carne  y  el  enemigo  nos  han  de  poner  delante  y  hacer- 
nos salir  al  cabo  con  esta  empresa  tan  gloriosa.  Y  por  esto  nun- 
ca esta  vara  se  ha  de  soltar  de  la  mano,  pues  ninguna  destas  ma- 
ravillas se  puede  hacer  sin  ella. 

Por  lo  cual  me  parece  avisar  aquí  de  un  grande  engaño  que 
suele  acaescer  á  los  que  comienzan  de  nuevo  á  servir  á  Dios. 
Los  cuales  como  leen  en  algunos  Übros  espirituales  cuan  gran- 
des sean  las  consolaciones  y  gustos  del  Espíritu  SancLo  y  cuánta 
la  suavidad  y  dulzura  de  la  caridad,  creen  que  todo  este  cami- 
no es  de  deleites,  y  que  no  hay  en  él  fatiga  ni  trabajo,  y  así  se 
disponen  para  él  como  para  una  cosa  fácil  y  deleitable:  de  ma- 
nera que  no  se  arman  como  para  entrar  en  batalla,  sino  vístense 
como  para  ir  á  una  fiesta.  Y  no  miran  qne  aunque  el  amor  de 
Dios  de  suyo  es  muy  dulce,  el  camino  para  él  es  muy  agro:  por- 
que para  esto  conviene  vencer  el  amor  proprio  y  pelear  siempre 
consigo  mismo,  que  es  la  mayor  pelea  que  puede  ser.  Lo  uno  y 
lo  otro  significó  el  Profeta  Isaías  cuando  dijo:  Sacúdete  del  pol- 
vo, levántate  y  asiéntate,  Hierusalem.  Porque  en  el  asentar  es 
verdad  que  no  hay  trabajo,  mas  hailo  en  el  sacudir  el  polvo  de 
las  afecciones  terrenales  y  en  levantarnos  del  pecado  y  sueño 
que  dormimos,  que  es  lo  que  se  requiere  para  venir  á  esta  ma- 
nera de  asiento. 

Aunque  también  es  verdad  que  provee  el  Señor  de  grandes 
y  maravillosas  consolaciones  á  los  que  fielmente  trabajan  y  á 
todos  aquéllos  que  trocaron  ya  los  placeres  del  mundo  por  los 


LIBRO  II.  CAPÍTULO  XVIH.  14; 


del  cielo.  Mas  si  este  trueque  no  se  hace,  y  el  hombre  todavía  no 
quiere  soltar  de  las  manos  la  presa  que  tiene,  crea  que  no  le  da- 
rán este  refresco,  pues  sabemos  que  no  se  dio  el  maná  á  los  hi- 
jos de  Israel  en  el  desierto  hasta  que  se  les  acabó  la  harina  de 
Egipto. 

Pues  tornando  al  propósito,  los  que  no  se  armaren  desta  for- 
taleza, ténganse  por  despedidos  de  lo  que  buscan,  y  sepan  cierto 
que  mientras  no  mudaren  los  ánimos  y  el  propósito,  nunca  lo  ha- 
llarán. Crean  que  con  trabajos  se  gana  el  descanso,  y  con  bata- 
llas la  corona,  y  con  lágrimas  el  alegría,  y  con  el  aborrescimien- 
to  de  sí  mismo  el  amor  suavísimo  de  Dios.  Y  de  aquí  nasció 
reprehenderse  tantas  veces  en  los  Proverbios  la  pereza  y  negli- 
gencia, y  alabarse  tanto  la  fortaleza  y  diligencia  (como  en  otra 
parte  declaramos)  porque  sabía  muy  bien  el  Espíritu  Sancto,  au- 
tor desta  doctrina,  cuan  grande  impedimento  para  la  virtud  era 
lo  uno,  y  cuan  grande  ayuda  lo  otro. 

De  los  medios  por  donde  se  alcanzará  esta  fortaleza, 
§.  II. 


)AS  por  ventura  preguntarás:  ^iqué  medio  para  alcanzar  esa 
fortaleza,  pues  también  ella  es  dificultosa  como  las  otras  vir- 
tudes? Porque  no  en  balde  comenzó  el  Sabio  aquel  su  abeceda- 
rio tan  lleno  de  doctrina  espiritual,  por  esta  sentencia:  Mujer  fuerte 
¿quién  la  hallará?  El  valor  de  ella  es  sobre  todos  los  tesoros  y 
piedras  preciosas  traídas  dende  los  últimos  fines  de  la  tierra. 

Pues  ¿por  qué  medios  podremos  alcanzar  cosa  de  tan  gran 
valor?  Primeramente  considerando  este  mismo  valor,  porque  sin 
dubda  cosa  es  de  gran  valor  la  que  tanto  ayuda  para  alcanzar 
el  tesoro  inestimable  de  las  virtudes. Si  no, dime:  ¿qué  es  la  causa 
por  que  los  hombres  del  mundo  huyen  tanto  de  la  virtud?  No  es 
otra  sino  la  dificultad  que  hallan  en  ella:  porque  por  lo  demás 
¿qué  cosa  hay  más  honesta,  ni  más  honrosa,  ni  más  hermosa,  ni 
más  provechosa  que  la  virtud?  Sola  la  dificultad  que  ha}^  en  ella, 
es  la  que  hace  desmayar  á  los  cobardes  y  perezosos.  Dice  el 
perezoso:  El  león  está  en  el  camino,  en  medio  de  las  plazas  ten- 
go de  ser  muerto.  Y  en  otra  parte  añade   el   mismo  Sabio  di- 


Í4¿  GUÍA  DE  PECADORES 


ciendo:  El  loco  mete  las  manos  en  el  seno  y  come  sus  carnes, 
diciendo:  más  vale  un  poquito  con  descanso  que  las  manos  lle- 
nas con  aflicción  y  trabajo.  Pues  como  no  haya  otra  cosa  que  nos 
aparte  de  la  virtud  sino  sólo  esta  dificultad,  teniendo  fortaleza 
con  que  vencer  esta  dificultad,  luego  es  conquistado  el  reino  de 
las  virtudes.  Pues  ¿quién  no  tomará  aliento  y  se  esforzará  á  con- 
quistar esta  fuerza,  la  cual  ganada,  es  ganado  el  reino  de  las  vir- 
tudes, y  con  él  el  de  los  cielos,  el  cual  no  pueden  ganar  sino  sólo 
los  esforzados?  Con  esta  misma  fortaleza  es  vencido  el  amor 
proprio  con  todo  su  ejército:  y  echado  fuera  este  enemigo,  luego 
es  allí  aposentado  el  amor  de  Dios,  ó  por  mejor  decir,  el  mismo 
Dios,  pues  (como  dice  S.  Juan)  quien  está  en  caridad,  está  en 
Dios. 

Aprovecha  también  para  esto  el  ejemplo  de  muchos  siervos 
de  Dios  que  agora  vemos  en  el  mundo  pobres,  desnudos,  des- 
calzos y  amarillos,  faltos  de  sueño,  y  de  regalo,  y  de  todo  lo  ne- 
cesario para  la  vida.  Algunos  de  los  cuales  desean  y  aman  tanto 
los  trabajos  y  asperezas,  que  así  como  los  mercaderes  andan  á 
buscar  las  ferias  más  ricas,  y  los  estudiantes  las  universidades  más 
ilustres,  así  ellos  andan  á  buscar  los  monesterios  y  provincias  de 
mayor  rigor  y  aspereza  donde  hallen  no  hartura  sino  hambre,  no 
riquezas  sino  pobreza,  no  regalo  de  cuerpo  sino  cruz  y  mal  tra- 
tamiento de  cuerpo.  Pues  ¿  qué  cosa  más  contraria  á  los  nortes 
del  mundo  y  á  los  deseos  de  las  gentes,  que  andar  á  buscar  un 
hombre  por  tierras  extrañas  arte  y  manera  cómo  ande  más  ham- 
briento, más  pobre,  más  remendado  y  desnudo  ?  Obras  son  éstas 
contrarias  á  carne  y  á  sangre,  mas  muy  conformes  al  espíritu  del 
Señor. 

Y  más  particularmente  aprovecha  y  también  condena  nues- 
tros regalos  el  ejemplo  de  los  mártires,  que  con  tales  y  tan  cru- 
dos géneros  de  tormentos  conquistaron  el  cielo.  Apenas  hay  día 
que  no  nos  proponga  la  Iglesia  algún  ejemplo  déstos,  no  tanto 
por  honrar  á  ellos  con  la  fiesta  que  les  hace,  cuanto  por  apro- 
vechar á  nosotros  con  el  ejemplo  que  nos  da.  Un  día  nos  pro- 
ponen un  mártir  asado,  otro  desollado,  otro  ahogado,  otro  des- 
peñado, otro  atenazado,  otro  desmembrado,  otro  aradas  las  car- 
nes con  sulcos  de  hierro,  otro  hecho  un  erizo  con  saetas,  otro 
echado  á  freír  en  una  tina  de  aceite,  y  otros  de  otras  maneras 
atormentados.  Y  muchos  dellos  pasaron  no  por  un  solo  género 


LIBRO  II.  CAPITULO  XVIII.  1 49 


de  tormento  sino  por  todos  aquellos  que  la  naturaleza  y  com- 
postura del  cuerpo  humano  podía  sufrir.  Porque  á  muchos  de  la 
prisión  pasaban  á  los  azotes,  y  de  los  azotes  á  las  brasas,  y  de 
las  brasas  á  los  peines  de  hierro,  y  de  allí  al  cuchillo,  que  sólo 
bastaba  para  acabar  la  vida,  mas  no  la  fe  ni  la  fortaleza. 

Pues  i  qué  diré  de  las  artes  y  invenciones  que  la  ingeniosa 
crueldad,  no  ya  de  los  hombres,  sino  de  los  demonios,  inventó 
para  combatir  la  fe  y  fortaleza  de  los  espíritus  con  el  tormento 
de  los  cuerpos?  Á  unos  después  de  cruelísimamente  llagados,  ha- 
cían acostar  en  una  cama  de  abrojos  y   de  cascos  de  tejas  muy 
agudas,  para  que  por  todas  partes  el  cuerpo  tendido  recebiese  en 
un  punto  mil  heridas  y  padesciese  un  dolor  universal  en  todos 
los  miembros,  y  así  fuese  combatida  la  fe  con  un  ejército  de  do- 
lores extraños.  Á  otros  hacían  pasear  con  las  plantas  desnudas 
sobre  carbones  encendidos.  Á  otros  arrastraban  por  cardos  y 
rastrojos  atados  á  las  colas  de  caballos  no  domados.  Para  otros 
inventaban  ruedas   horribles  cercadas  de   navajas  muy   agudas, 
para  que  estando  en  lo  alto  el  cuerpo  fijo,  esperase  el  encuentro 
de  toda  aquella  orden  de  navajas  que  lo  despedazasen.  A  otros 
tendían  en  unos  ingenios  de  madera  que  para  esto  tenían  hechos, 
y  estirados  allí  fuertemente  los  cuerpos,  los  araban  de  alto  á  bajo 
con  garfios  de  hierro.  ¿  Qué  diré,  sino  que   aun  no   contenta  la 
ferocidad  de  los  tiranos  con  todos  estos  ensayes  de  tormentos, 
vino  á  inventar  otro  más  nuevo,  que  fué  atar  por   los  pies   al 
mártir  á  las  ramas  de  dos  grandes  árboles  abajándolas  violen- 
tamente hasta  el  suelo,  para  que   soltándolas  después  y  resur- 
tiendo á  sus  lugares  llevasen  volando  por  los  aires  cada  una  su  pe- 
dazo de  cuerpo?  Mártir  hubo  en  Nicomedia  (y  como  este  hubo 
otros  innumerables)  á  quien  después  de  haber  azotado  tan  cru- 
damente que  no  sólo  habían  rasgado  ya  la  piel  y  los  cueros,  sino 
que  ya  los  azotes  habían  comido  mucha  parte  de  la  carne  y  lle- 
gado á  descubrir  por  muchas  partes  los  huesos  blancos  entre  las 
heridas  coloradas:  y  acabado  este  tormento  le  regaron  las  llagas 
con  vinagre  y  las  polvorearon  con  sal,  y  no  contentos  con  esto, 
viendo  aun  que  todavía  estaba  el  ánima  en  el  cuerpo,  le  tendie- 
ron sobre  unas  parrillas  al  fuego,  y  allí  le  volteaban  de  una  ban- 
da á  otra  con  horcas  de  hierro,  hasta  que  así  asado  ya  y  tos- 
tado el  sagrado  cuerpo  envió  el  espíritu  á  Dios.  De  manera  que 
los  perversos  homicidas  pretendían  otra  cosa  aun  más  cruel  que 


150  GUIA  DE  PECADORES 

ja  muerte  (que  es  la  última  de  las  cosas  terribles)  porque  no 
pretendían  tanto  matar  como  atormentar  con  tantos  y  tan  horri- 
bles martirios  que  sin  herida  ninguna  de  muerte  hiciesen  partir 
las  ánimas  de  los  cuerpos  á  poder  de  tormentos. 

No  eran,  pues,  estos  mártires  de  otros  cuerpos  que  los  nues- 
tros, ni  de  otra  masa  y  composición  que  la  nuestra,  ni  tenían  por 
ayudador  otro  Dios  que  el  que  nosotros  tenemos,  ni  esperaban 
otra  gloria  que  la  que  todos  esperamos.  Pues  si  éstos  con  tales  y 
tantas  muertes  compraron  la  vida  eterna,  ^cómo  nosotros  por  la 
misma  causa  no  mortificaremos  siquiera  los  malos  deseos  de  nues- 
tra carne?  Si  aquéllos  morían  de  hambre,  ¿por  qué  tú  no  ayuna- 
rás un  día?  Si  aquéllos  perseveraban  enclavados  en  la  cruz  oran- 
do, ¿porqué  tú  no  perseverarás  un  rato  de  rodillas  en  oración? 
Si  aquéllos  tan  fácilmente  dejaban  cortar  y  despedazar  sus  miem- 
bros ¿  porqué  tú  no  cercenarás  y  mortificarás  tus  apetitos  y  pa- 
siones? Si  aquéllos  estaban  tanto  tiempo  encerrados  en  cárceles 
escuras,  ¿y  porqué  tú  no  estarás  siquiera  un  poco  recogido  en  la 
celda?  Si  aquéllos  así  dejaban  arar  sus  espaldas,  ¿porqué  tú  al- 
guna vez  por  Cristo  no  desciplinarás  las  tuyas? 

Y  si  aun  estos  ejemplos  no  bastan,  alza  los  ojos  á  aquel  sanc- 
to  madero  de  la  Cruz,  y  mira  quién  es  Aquél  que  allí  está  pades- 
ciendo  tan  crueles  tormentos  por  tu  amor.  Mirad  (dice  el  Após- 
tol) á  Aquél  que  tan  grandes  encuentros  recibió  de  los  pecado- 
res, porque  no  os  canséis  ni  desmayéis  en  los  trabajos.  Espanto- 
so ejemplo  es  éste  por  doquiera  que  lo  quisieres  mirar.  Porque 
si  miras  los  trabajos,  no  pueden  ser  mayores:  si  á  la  persona  que 
los  padece,  no  puede  ser  más  excelente:  si  á  la  causa  por  que 
los  padece,  ni  es  por  culpa  suya  (porque  Él  es  la  misma  inocen- 
cia) ni  por  necesidad  suya  (porque  Él  es  señor  de  todo  lo  cria- 
do) sino  por  sola  caridad  y  amor.  Y  con  ser  esto  así,  padeció  en 
su  cuerpo  y  ánima  tan  grandes  tormentos,  que  todas  las  pasio- 
nes de  los  mártires  y  de  todos  los  hombres  del  mundo  no  igua- 
lan con  ellos.  Cosa  fué  ésta  de  que  se  espantaron  los  cielos,  y 
tembló  la  tierra,  y  se  despedazaron  las  piedras,  y  sintieron  todas 
las  cosas  insensibles.  Pues  ¿como  será  el  hombre  tan  insensible 
que  no  sienta  lo  que  sentieron  los  elementos?  Y  ¿como  será  tan 
ingrato,  que  no  procure  de  imitar  algo  de  aquello  que  se  hizo  por 
su  ejemplo?  Porque  por  esto  (como  dijo  el  mismo  Señor)  conve- 
nía que  Cristo  padesciese  y  así  entrase  en  su  gloria,  porque  pues 


IJI^RO  ir.  CAPÍTULO  xviir.  t  $  1 


había  venido  al  mundo  para  guiarnos  al  cíelo,  que  pues  el  cami- 
no para  él  era  la  cruz,  que  fuese  Él  en  la  delantera  crucificado, 
para  que  así  tomase  esfuerzo  el  vasallo  para  pasar  los  menores 
trabajos,  pues  veía  á  su  Rey  cargado  de  los  mayores. 

Pues  ¿quién  será  tan  ingrato,  ó  tan  regalado,  ó  tan  soberbio, 
ó  tan  desvergonzado,  que  viendo  al  Señor  de  la  majestad  con 
todos  sus  amigos  y  escogidos  caminar  con  tanto  trabajo,  que  quie- 
ra él  ir  en  una  litera  y  gastar  la  vida  en  regalos?  Mandaba  el  rey 
David  á  Urías,  que  venía  de  la  guerra,  ir  á  dormir  y  descansar 
á  su  casa  y  cenar  con  su  mujer,  y  el  buen  criado  respondió: 
El  arca  de  Dios  está  en  las  tiendas,  y  los  siervos  del  Rey  mi  se- 
ñor duermen  sobre  la  haz  de  la  tierrra,  ¿y  iré  yo  á  mi  casa  á  co- 
mer y  beber  y  descansar?  Por  la  salud  tuya  y  por  la  de  tu  áni- 
ma tal  cosa  no  haré.  ¡  Oh  fiel  y  buen  criado,  tan  digno  de  ser 
alabado  cuan  indignamente  muerto!  Pues  ;cómo  tú,  cristiano, 
viendo  de  la  manera  que  ves  á  tu  Señor  en  la  cruz,  no  tendrás 
este  mismo  comedimento?  El  arca  de  Dios  hecha  de  madera 
de  cedro  incorruptible  padece  dolores  y  muerte:  ¿y  tú  buscas 
regalos  y  descanso?  Aquel  arca  donde  estaba  el  maná  y  el  pan 
de  los  ángeles  escondido,  gustó  hiél  y  vinagre  por  ti:  ¿y  tú 
buscas  deleites  y  golosinas?  Aquel  arca  donde  estaban  las  tablas 
de  la  le>^  (que  son  todos  los  tesoros  de  la  sabiduría  y  sciencia 
de  Dios)  es  vituperada  y  tenida  por  locura:  ^y  tú  buscas  honras 
y  alabanzas?  Y  si  no  basta  el  ejemplo  desta  arca  mística  para 
confundirte,  junta  con  ella  los  trabajos  de  los  siervos  de  Dios  que 
duermen  sobre  la  haz  de  la  tierra:  conviene  saber,  los  ejemplos  y 
pasiones  de  tantos  sanctos,  de  tantos  profetas,  y  mártires,  y  con- 
fesores, y  vírgines,  que  con  tantos  dolores  y  asperezas  pasa- 
ron esta  vida,  como  lo  cuenta  uno  dellos,  diciendo  así:  Los  san- 
ctos padescieron  escarnios,  azotes,  prisiones  y  cárceles:  fueron 
apedreados,  aserrados,  tentados  y  muertos  á  cuchillo.  Anduvie- 
ron pobremente  vestidos  de  pieles  de  ovejas  y  de  cabras,  ne- 
cesitados, angustiados,  afligidos,  de  los  cuales  el  mundo  no  era 
merecedor.  Vivían  en  las  soledades  y  desiertos,  en  las  cuevas  y 
concavidades  de  la  tierra,  y  todos  ellos  en  medio  destos  trabajos 
fueron  probados  y  hallados  fieles  á  Dios. 

Pues  si  ésta  fué  la  vida  de  los  sanctos  y  (lo  que  más  es)  del 
Sancto  de  los  sanctos,  no  sé  yo  por  cierto  con  qué  título  ni  por 
cuál  privilegio  piensa  alguno  de  ir  á  donde  ellos  fueron,  si  no  va 


152  GUIA  DE  PECADORES 


por  el  camino  que  ellos  caminaron,  que  fué  de  cruz  y  de  traba- 
jos. Y  por  tanto,  hermano  mío,  si  deseas  ser  compañero  de  su 
gloria,  procura  serio  de  su  pena:  si  quieres  reinar  con  ellos,  pro- 
cura también  de  padecer  con  ellos. 

Todo  esto  sirve  para  exhortarte  á  esta  noble  virtud  de  for- 
taleza, para  que  así  seas  imitador  de  aquella  sancta  ánima,  de  quien 
se  dice  que  ciñó  sus  lomos  con  fortaleza  y  esforzó  sus  brazos 
para  el  trabajo:  y  para  que  trayas  siempre  este  propósito  en  el 
corazón,  escribe  en  las  paredes  de  tu  celda  estas  palabras  del 
Salvador: 

El  reino  de  los  cielos  padesce fuerza^  y  los  esforzados  son  los 
que  lo  arrebatan. 

ítem  éstas  del  mismo  Señor: 

Quienquiera  que  quisiere  venir  en  pos  de  tni,  niegue  á  si 
mismo,  y  tome  su  cruz.,  y  sígame, 

ítem  éstas  del  Sancto  Job: 
La  cruz  eligió  mi  ánima,  y  la  muerte  desearon  mis  huesos. 

Para  este  mismo  propósito  sirve  el  segundo  preámbulo  que 
antes  desta  regla  pusimos,  y  el  capítulo  en  que  hablamos  de  la 
mortificación  de  las  pasiones  y  del  odio  sancto  de  sí  mismo,  pa- 
ra que  con  todas  estas  exhortaciones  y  socorros  concibamos  esta 
determinación  y  fortaleza,  con  la  cual  es  luego  allanado  el  cami- 
no de  la  virtud. 

Esto  es,  cristiano  lector,  lo  que  por  agora  me  páreselo  que  te 
debía  avisar  para  la  institución  y  orden  de  tu  vida:  mas  porque 
todo  esto  es  poco,  según  lo  mucho  que  en  esta  parte  había  que 
decir,  quise  añadir  aquí  estas  breves  Reglas  que  se  siguen,  para 
autorizar  con  ellas  esta  escritura  y  suplir  con  ellas  todas  las 
faltas  y  imperfecciones  que  por  mi  parte  ha  habido  en  ella. 


FIN   DE   LA  REGLA 


SÍGUESE 

UNA  BREVE  REGLA   DE  VIDA  CRISTIANA 

QUE  EL  Reverendísimo  P.  F,  Tomás  de  Villanueva 

Arzobispo  de  Valencia 

envió  á  una  persona  noble  y  virtuosa. 


'rimeramente  debe  vuesa  merced  ante  todas  las  co- 
sas procurar  la  limpieza  de  su  ánima,  trabajando  por 
traer  la  consciencia  limpia  de  todo  linaje  de  pecado 
mortal  y  venial  grave,  con  todo  cuidado,  aviso  y  diligencia:  so- 
bre la  cual  limpieza  se  funda  el  espíritu,  como  sobre  oro  fino  el 
rusicler.  Esta  pureza  es  el  primer  fundamento  de  todo  bien,  por 
la  cual  se  asegura  la  consciencia  y  la  salvación,  y  en  ésta  se  ha 
de  emplear  todo  nuestro  cuidado  y  estudio.  Valen  para  alcanzar 
esta  pureza  las  cosas  siguientes: 

Clausura  y  recogimiento  de  cuerpo  y  de  sentidos,  apartar  con- 
versaciones de  mundanos  y  visitaciones  demasiadas  y  sin  pro- 
vecho, ocupación  continua  en  buenas  obras,  limpiar  muy  á  me- 
nudo el  ánima  con  el  escoba  de  la  confesión,  comulgar  á  menudo, 
tomarse  cuenta  á  la  noche  de  cómo  ha  vivido  el  día,  pedir  al  Se- 
ñor gracia  para  ello  con  lágrimas  y  gran  deseo,  y  otras  cosas 
desta  manera.  Ninguna  persona  debe  reposar  hasta  haber  alcan- 
zado de  Dios  esta  virtud,  para  contenerse  de  todo  pecado  mortal. 
Ésta  es  la  mejor  y  mayor  jornada  para  el  cielo. 

Lo  segundo  que  debe  hacer,  es,  ofrecer  y  resignar  á  sí  mis- 
mo y  á  todas  sus  cosas  (que  es  todo  cuanto  tiene  y  sabe  y  pue- 
de) á  Dios,  subjectándose  á  él  de  tal  manera,  que  si  supiese  cuál 
es  su  voluntad  y  de  qué  es  él  más  servido  y  agradado,  luego  lo 
haría  y  pondría  por  obra,  aunque  todo  el  mundo  se  lo  estorba- 
se. Esta  manera  de  obediencia  general  es  el  fin  y  cumplimiento 
de  toda  justicia. 

Lo  tercero,  debe  conversar  con  Dios  á  menudo  á  solas  en 
lugar  apartado,  abriéndole  sus  entrañas  y  derramando  delante 
del  su  corazón  con  palabras  vivas  y  entrañables,  con  mucha  re- 


154  GUIA  DE  PECADORES 


verencía  y  acatamiento,  como  criatura  á  su  criador,  descubrién- 
dole sus  faltas,  quejándose  de  sus  tibiezas  y  negligencias,  consi- 
derando sus  dones  y  beneficios  y  misericordias,  su  amor,  su  bon- 
dad, la  gloria  que  le  tiene  aparejada,  y  razonando  con  El  más 
oyendo  que  hablando.  Para  esto  basta  recogerse  á  la  oración,  es- 
pecialmente á  las  mañanas  (que  es  cuando  el  sentido  está  más 
descansado  y  más  vivo)  por  la  puerta  que  le  abrieren,  que  es,  ó 
por  la  contrición  y  dolor  de  los  pecados,  ó  por  el  agradescimien- 
to  de  los  beneficios  divinos,  ó  por  la  meditación  de  la  sagrada 
pasión.  Tome  lo  que  le  dieren,  y  téngalo  en  mucho,  porque  se 
lo  den  otra  vez.  Esta  familiaridad  con  Dios  es  el  venero  de  toda 
riqueza  espiritual  y  el  tesoro  de  toda  virtud. 

Lo  cuarto,  tenga  muy  gran  cuidado  y  aviso  de  no  perder  el 
tiempo  y  este  momento  de  vida  de  que  depende  nuestra  eterni- 
dad. Siempre  esté  ocupado  en  Dios,  empleando  el  día  en  oir  mi- 
sa, y  misas  (si  hay  oportunidad  para  ello)  y  óigalas  devotísima- 
mente,  y  asimismo  en  rezar  sus  devociones,  conversar  con  Dios 
á  solas  (como  dicho  es)  á  ratos  en  liciones  espirituales  y  medita- 
ciones profundas  de  sus  pecados,  de  la  pasión,  del  engaño  de  los 
mortales,  de  la  brevedad  y  falacia  desta  vida,  de  la  eternidad  de 
la  otra,  y  en  leer  ejemplos  de  sanctos,  maravillándose  de  las  vir- 
tudes que  tuvieron:  variando  estos  ejercicios,  porque  no  le  cau- 
sen hastío.  Otro  rato  será  bien  entender  en  obras  activas,  visitar 
hospitales  y  enfermos,  curarlos  y  darles  lo  necesario  con  toda 
caridad,  sirviendo  á  Cristo  en  cada  uno  dellos:  otro  rato  en  labor 
de  manos  para  iglesias  y  altares,  labrando  ó  cosiendo,  &  castera. 
Otro  rato  hablando  con  alguna  persona  espiritual  que  le  des- 
pierte á  bien  vivir,  lo  cual  también  sirve  de  una  lícita  y  sancta 
recreación.  Desta  manera  siempre  faltará  día.  Y  para  que  el  va- 
lor del  tiempo  le  dé  espuelas  á  bien  obrar,  ponga  en  su  oratorio 
estas  palabras,  y  piénselas  muy  bien: 

Momentiim  unde  pendet  cvternitas. 

Lo  quinto,  de  tal  manera  abrace  la  vida  contemplativa,  que 
no  deje  la  activa.  Porque  para  todo  hay  tiempo:  y  no  deje  sus  li- 
mosnas y  piedad  para  con  los  pobres,  dando  por  sus  manos  á  Dios 
lo  que  sobra  de  lo  necesario  para  su  casa  y  persona. 

Lo  sexto,  que  mientras  tuviere  enfermedades,  no  siga  aspe- 
rezas corporales,  porque  no  se  haga  inútil  y  más  enfermo:  baste- 


Regla  de  Santo  Tumás  de  Villanueva.       155 


!e  sufrir  con  paciencia  sus  enfermedades  por  agora:  y  cuando  Dios 
le  diere  fuerzas,  podrá  con  moderación  llevar  la  cruz  de  la  peni- 
tencia. Por  agora  procure  aprov^echar  en  las  virtudes  espiritualcF, 
que  son  las  más  perfectas:  como  son,  caridad,  humildad,  pacien- 
cia, mansedumbre,  paz  de  corazón,  gozo  en  el  Espíritu  Sancto, 
menosprecio  de  sí  y  del  mundo,  recogimiento,  y  castidad,  y  otras 
semejantes,  las  cuales  no  estorba  la  enfermedad. 

Lo  séptimo,  que  rompa  con  el  mundo,  si  quiere  agradar  á 
Dios:  y  huya  las  conversaciones  de  las  gentes,  si  quisiere  conver- 
sar con  Dios:  y  desprecie  todos  los  gozos  y  pasatiempos  corpo- 
rales, si  quiere  gustar  de  los  espirituales:  olvídese  de  quién  es,  y 
téngase  por  esclavo  de  Jesucristo.  Huya  de  toda  vanidad  y  cum- 
plimiento de  honra:  no  se  le  dé  nada  porque  le  reprehendan  y 
tengan  en  poco  por  esto  los  amadores  del  mundo.  Haga  lo  que 
cumple  al  servicio  del  eterno  Dios:  aquí  ponga  todo  su  corazón, 
y  luego  despreciará  todo  lo  demás.  Nunca  se  aparte  de  su  memo- 
ria gloria  y  pena  para  siempre  sin  íin.  Sea  firme  y  constante  en 
lo  que  comenzare,  y  no  siervo  tibio  y  perezoso. 

Lo  octavo,  quite  toda  afición  y  amor  demasiado  de  criatura: 
sobre  todos  los  que  ama,  ame  á  Dios  y  por  Dios,  y  deje  siempre 
el  corazón  libre  y  desocupado  para  El. 

Lo  último,  tenga  mucho  cuidado  (si  tiene  casa)  que  todos  sus 
subditos  vivan  bien,  y  que  sean  bien  tratados.  No  siga  muchos 
pareceres:  asiente  en  un  estilo  de  vida,  y  sígalo. 


SIGÚESE 
OTRA  BREVE  REGLA  DE  VIDA  CRISTIANA 

COMPUESTA  POR 
EL  REVERENDO  PADRE  MAESTRO  lOANNES  DE  AviLA 


O  primero  que  debe  hacer  el  que  desea  agradar  á 
nuestro  Señor,  es,  tener  dos  ratos  buenos  entre  día 
y  noche  diputados  para  oración.  El  de  la  mañana 
para  pensar  en  el  misterio  de  la  pasión,  y  el  de  la  noche  para 
acordarse  de  la  muerte,  considerando  muy  despacio  y  con  mu- 
cha atención  cómo  se  ha  de  acabar  esta  vida  y  cómo  ha  de  dar 
cuenta  de  la  más  chica  palabra  ociosa  que  hobiere  hablado,  con 
otras  cosas  semejantes.  Y  así  cumplirá  el  consejo  de  la  sancta 
Escritura  que  dice:  Acuérdate  de  tus  postrimerías,  y  no  pecarás 
jamás. 

Lo  segundo  sea,  que  trabaje  por  traer  siempre  su  memoria 
en  algún  buen  pensamiento,  porque  el  demonio  le  halle  siempre 
ocupado,  y  ande  siempre  con  una  memoria  que  Dios  le  mira,  tra- 
bajando de  andar  siempre  compuesto  con  reverencia  delante  tan 
gran  Señor,  gozándose  de  que  su  Majestad  sea  en  sí  mismo  tan 
lleno  de  gloria  como  es.  Desta  manera  le  traían  presente  aque- 
llos Padres  del  Testamento  viejo,  los  cuales  juraban  diciendo:  Vi- 
ve el  Señor  delante  de  quien  estoy.  Por  do  parece  que  traían 
consigo  esta  memoria:  y  es  mucha  razón  que  así  la  traya  él,  pues 
trae  consigo  un  ángel  que  está  siempre  delante  de  Dios,  cu\'a 
Majestad  hinche  todo  lo  criado,  diciendo  el  mismo  Dios:  Yo  hin- 
cho el  cielo  y  la  tierra.  Y  pues  en  todo  lugar  está  Dios  tan  pode- 
roso y  tan  sabio  y  tan  glorioso  como  en  el  cielo,  en  todo  lugar 
es  razón  que  nuestra  alma  le  adore,  para  que  ninguna  criatura 
nos  mueva  á  ofenderle. 

El  tercero  sea,  que  trabaje  de  confesar  y  comulgar  á  menu- 
do, por  imitar  aquel  sancto  tiempo  de  la  primitiva  Iglesia,  cuan- 
do comulgaban  de  ocho  á  ocho  días  los  fieles.  De  cu3='a  memoria 
quedó  agora  el  pan  bendito  que  dan  á  los  domingos  con  la  paz; 


Regla  del  K  Juan  de  Avila. 


3/ 


para  que  cuando  vea  sacar  aquel  pan,  se  acuerde  que  la  frialdad 
nuestra  causó  que  se  diese  aquel panbendito,  y  no  el  mismo  Sanc- 
tísimo  Sacramento,  como  antes  daban,  según  parece  por  muchas 
historias. 

El  cuarto  documento  sea,  que  asiente  en  su  corazón  muy  fijo 
que  si  al  cielo  quiere  ir,  que  ha  de  pasar  muchos  trabajos  y  que 
ha  de  ser  escarnecido  y  perseguido  de  muchos,  conforme  á  aquel 
dicho  de  nuestro  Redemptor:  Si  á  mí  persiguieron,  á  vosotros 
perseguirán:  para  que  estando  así  armado,  no  le  aparten  de  sus 
buenos  ejercicios  las  malas  lenguas,  ni  los  contrarios  que  donde- 
quiera ha  de  hallar,  sino  como  hombre  que  ya  lo  sabe,  no  se  le 
haga  nueva  una  cosa  tan  cierta  á  todos  los  que  sirven  á  Dios:  sino 
mire  á  Cristo  nuestro  Redemptor  y  á  todos  los  sanctos,  que  fue- 
ron por  aquí:  y  baje  la  cabeza  sin  alboroto  ninguno,  dejando  los 
perros  que  ladren  cuanto  quisieren. 

Sea  el  quinto,  que  ponga  siempre  sus  ojos  en  sus  faltas,  y 
deje  de  mirar  las  ajenas,  conforme  á  aquel  dicho  de  nuestro  Se- 
ñor: Hipócrita,  ¿  porqué  miras  la  paja  en  el  ojo  de  tu  hermano,  y 
no  consideras  tú  la  viga  que  tienes  atravesada  en  el  tuyo?  No 
tenga  cuenta  más  de  con  sus  proprios  defectos,  y  si  algo  viere 
en  el  prójimo  digno  de  reprehensión,  no  se  indigne  contra  él,  sino 
compadézcase  de  él,  porque  la  sanctidad  verdadera  dice  S.  Gre- 
gorio que  es  compadescerse  de  los  pecados,  y  la  falsa  indig- 
narse contra  ellos.  Si  son  personas  que  tomarán  su  corrección, 
corríjalas  caritativamente,  conociéndose  por  hombre  de  la  misma 
masa  de  Adam:  y  si  no  lo  son,  vuélvase  á  Dios,  suplicándole  que 
los  remedie,  y  dándole  gracias  porque  ha  guardado  á  él  de  pe- 
cado semejante,  hallándose  muy  obligado  á  servir  al  Señor  que 
de  este  mal  le  libró,  en  el  cual  él  también  cayera,  si  el  Señor  no 
le  guardara. 

Sea  el  sexto,  que  trabaje  lo  más  que  pudiere  por  hacer  algu- 
na caridad  cada  día  á  algún  prójimo,  acordándose  de  aquella 
sentencia  del  Redemptor  que  dice:  En  esto  conocerán  todos  si 
sois  mis  discípulos,  si  os  amáredes  unos  á  otros.  Y  conforme  á 
esto  debe  también  tener  memoria  cada  día  de  rogar  á  Dios  por 
la  Iglesia,  que  con  tanta  costa  redimió. 

Sea  el  séptimo,  que  pida  siempre  á  Dios  perseverancia,  acor- 
dándose de  el  dicho  de  nuestro  Redemptor,  que  el  que  perse- 
verare hasta  la  fin,  será  salvo.  Y  así  ponga  sus  ojos  en  la  muer- 


1  í8  GUIA  DE  PECADORES 


te,  teniendo  ciclante  que  si  hasta  allí  no  clara  en  la  virtud,  que 
todo  lo  que  hiciere  se  perderá.  Y  así  quite  siempre  los  ojos  del 
bien  que  hiciere,  y  póngalos  en  lo  que  le  quedaba  por  hacer, 
para  que  lo  hecho  no  le  ensoberbezca,  y  lo  por  hacer  le  ponga 
humildad  y  cuidado  de  pedir  á  Dios  gracia  para  cumplirlo.  Y  te- 
ma siempre  no  sea  él  uno  de  aquéllos  que  dijo  el  Salvador  que 
se  habían  de  resfriar  en  la  caridad,  porque  había  de  abundar  la 
malicia.  Como  vemos  que  muchos  hacen,  que  la  mucha  maldad 
que  ven  por  ese  mundo  en  tanta  abundancia,  les  es  ocasión  de 
dejar  los  buenos  ejercicios  que  comenzaron,  y  saliéndose  de  So- 
doma  (como  la  mujer  de  Lot)  por  tornar  la  cabeza  atrás  se  que- 
dan hechos  estatuas  de  sal,  su  alma  endurecida  para  el  bien,  y 
sabrosa  y  apetitosa  para  el  mal. 

Sea  el  octavo,  que  en  todas  sus  obras  busque  la  gloria  de 
Dios,  y  no  su  consuelo  ni  su  provecho:  para  que  aunque  se  halle 
seca  su  alma  y  desconsolada,  no  por  eso  deje  sus  sanctos  ejerci- 
cios, con  que  Dios  se  glorifica  y  se  sirve.  Y  así  ordene  cuanto  hi- 
ciere á  que  Dios  sea  glorificado,  conforme  al  consejo  de  S.  Pablo 
que  dice:  Ora  comáis,  ó  bebáis,  ó  hagáis  otra  cualquier  cosa, 
todo  lo  haced  para  gloria  de  Dios.  Y  pues  las  obras  naturales, 
como  el  comer  y  beber,  dice  el  Apóstol  que  se  hagan  para  glo- 
ria de  Dios,  mucha  más  razón  es  que  se  haga  la  oración  y  lo  de- 
más. Y  así  pretendiendo  solo  esto,  no  le  desconsolará  mucho  la 
sequedad,  que  á  muchos  desconsuela  y  hace  aflojar  en  el  servi- 
cio de  Dios,  habiendo  de  ser  entonces  más  diligentes  en  la  guar- 
da de  sí  mismos  y  más  solícitos  en  escudriñar  si  han  hecho  algún 
pecado  por  el  cual  el  Señor  los  dejase  así  desconsolados,  y  pro- 
veer en  esto  con  diligencia,  pues  las  más  veces  nace  el  tal  des- 
consuelo de  soberbia,  ó  murmuración,  ó  pláticas  vanas,  que  aun- 
que parecen  pequeña  culpa,  todavía  desconsuelan  el  alma. 

Sea  el  nono,  que  huiga  muy  de  raíz  toda  compañía  que  no 
le  trajere  provecho:  porque  della  sale  todo  el  mal  que  á  nuestra 
ánima  lastima,  porque  (como  dice  el  Profeta)  la  garganta  de  los 
malos  es  como  una  sepultura  abierta  de  donde  siempre  salen  he- 
dores de  muerte.  Y  por  esto,  siempre  debe  huir  la  compañía  de 
los  tales:  porque  si  en  ello  mira,  nunca  hablan  sino  palabras  con- 
formes á  la  muerte  que  sus  ánimas  dentro  de  sí  tienen,  y  á  mejor 
librar,  cuando  las  palabras  son  cuerdas  al  parecer  dellos,  enton- 
ces son  nocivas  al  prójimo,  diciendo  mal  y  murmurando.  Lo  cual 


Regla  del  B.  Juan  de  Ávila.  i  59 


debe  él  con  gran  cuidado  huir,  reprehendiéndolo  si  es  persona 
que  aprovechará,  y  si  no,  mostrándole  un  semblante  triste:  por- 
que dice  S.  Bernardo  que  dubda  él  cuál  peca  más,  el  que 
murmura,  ó  el  que  oye  de  buena  gana  murmurar.  Debe  luego, 
por  no  caer  en  este  pecado,  mostrar  mala  cara  y  no  oir  al  mur- 
murador: porque  viendo  su  semblante,  cesará  su  murmuración, 
porque  (como  dice  San  Hierónimo)  pocas  veces  uno  murmura, 
cuando  ve  que  el  oyente  oye  de  mala  gana. 

El  décimo  y  último  sea,  que  de  tal  manera  obre  bien,  que 
ponga  sus  ojos  y  confianza  en  los  merecimientos  de  Jesucristo, 
no  mirando  á  lo  que  hace,  sino  á  la  muerte  y  pasión  del  Redemp- 
tor:  porque  sin  El  todo  es  poco  lo  que  hacemos.  Quiero  decir,  que 
el  valor  de  nuestras  obras  nasce  de  los  merecimientos  de  Je- 
sucristo, y  de  la  gracia  que  por  El  se  nos  da:  y  así  debe  lan- 
zar toda  soberbia  y  vanagloria  de  su  corazón,  por  muchas  obras 
buenas  que  le  parezca  hazer,  porque  (si  bien  mira  en  ello)  halla- 
rá que  por  la  mayor  parte  todo  cuanto  hace  va  mezclado  de  mil 
imperfecciones,  por  donde  más  tenemos  por  qué  pedir  perdón  al 
Señor  por  la  mala  manera  de  obrar,  que  por  dónde  esperar  el 
galardón  por  la  substancia  de  las  obras.  Porque  mirada  su  ma- 
jestad, delante  cuyo  acatamiento  tiemblan  los  serafines,  van  nues- 
tras obras  tan  tibias,  tan  sin  reverencia  y  con  tanta  mezcla  de 
imperfecciones,  que  está  muy  claro  aceptarlas  Dios  por  el  amor 
de  su  unigénito  Hijo.  Y  así  quitada  toda  liviandad  de  corazón, 
acabada  la  buena  obra,  preséntese  delante  de  Dios,  pidiéndole 
perdón  del  desacato  y  poca  reverencia  con  que  la  hizo,  y  ofrez- 
ca á  Jesucristo  al  eterno  Padre,  confiando  que  por  amor  de  aquel 
Señor  el  Padre  eterno  aceptará  aquella  obra  con  que  le  hobiere 
servido.  De  esta  manera  vivirá  humilde  y  confiado:  porque  el 
verdadero  camino  para  el  cielo  dice  un  doctor  que  es  obrar  bien 
y  no  presumir  de  sí,  sino  poner  su  confianza  en  Cristo. 


SÍGUESE 
EL   SERMÓN    DEL  SEÑOR   EN    EL   MONTE 

CON  ALGUNOS  OTROS  PEDAZOS  DE  DOCTRINA  SACADOS 

DEL  Santo  Evangelio  y  de  las  Epístolas  de  S.  Pablo 
PRÓLOGO 


^ABIDA  cosa  es  que  entre  todas  las  doctrinas  que  están 
escritas,  la  más  alta  y  más  divina  es  la  que  salió  por 
la  boca  de  aquella  eterna  Sabiduría  que  nos  habla  en 
el  Evangelio:  y  entre  todas  las  doctrinas  del  Evangelio,  la  más 
provechosa  es  aquélla  que  el  Señor  predicó  en  el  monte  (que  re- 
cuenta el  evangelista  S.  Mateo  en  tres  capítulos  de  su  evange- 
lio) y  la  que  predicó  á  los  discípulos  cuando  los  envió  á  predi- 
car, y  cuando  se  despidió  dellos  en  el  Sermón  de  sobrecena.  Y 
por  esto  me  pareció  sería  cosa  conveniente,  para  mayor  luz  y 
cumplimiento  desta  doctrina,  juntar  con  ella  estas  palabras  de 
vida:  pues  está  claro  que  cuanto  fueron  enseñadas  por  más  alto 
Maestro,  tanto  son  de  mayor  auctoridad  y  tanto  serán  merece- 
doras de  mayor  atención  y  reverencia.  Así  que,  pues  hasta  aquí 
habemos  oído  á  los  ministros  de  Dios,  oyamos  agora  al  mismo 
Dios,  que  habla  por  boca  de  su  unigénito  Hijo:  si  hasta  aquí  ha- 
bemos bebido  de  los  chorrillos  de  la  sabiduría  humana,  bebamos 
agora  de  la  misma  fuente  de  vida:  y  si  teníamos  en  poco  las  pa- 
labras saUdas  del  pecho  de  un  hombre  mortal,  tengamos  en  mu- 
cho las  que  salieron  de  aquel  almario  donde  están  encerrados 
todos  los  tesoros  de  la  sabiduría  y  sciencia  de  Dios. 

Entendía  aquel  gran  filósofo  Platón  que  Dios  merecía  ser  ve- 
nerado y  honrado  sobre  todas  las  cosas,  y  decía  que  ninguna  cosa 
había  más  excelente  que  aquella  virtud  que  se  llama  religión,  con 
la  cual  veneramos  á  Dios:  mas  no  sabía  él  con  qué  manera  de 
culto  y  veneración  había  de  ser  honrado:  y  por  esto  dice  que 
deseaba  ser  discípulo  de  quien  le  enseñase  con  qué  género  de 


Sermón  del  Señor  i6t 


ritos  y  cerinionia  agradaría  á  aquella  soberana  Majestad:  porque 
veía  al  mundo  muy  vario  y  perplejo  en  este  negocio.  Pues  quien- 
quiera que  este  deseo  tuviere,  aquí  le  presentamos  el  unigénito 
Hijo  de  Dios  salido  del  pecho  del  eterno  Padre,  para  dar  nuevas 
al  mundo  de  lo  que  allí  dentro  pasa,  y  para  dar  noticia  á  los  hom- 
bres, de  las  cosas  que  más  agradan  y  deleitan  á  aquellas  beatí- 
simas entrañas  de  donde  él  salió. 

Ésta  es  la  regla  de  las  reglas,  y  la  doctrina  de  las  doctrinas, 
y  la  medida  con  que  se  han  de  reglar  y  medir  todas  las  otras  re- 
glas y  institutos  de  vida:  porque  cuanto  más  se  llegaren  á  ésta 
y  mejor  encaminaren  todos  sus  ritos  y  cerimonias  á  alcanzar  el 
cumplimiento  della,  tanto  serán  más  acertadas,  y  cuanto  más  se 
desviaren  désta,  tanto  menos  lo  serán.  Lo  que  aquí  principalmen- 
te se  enseña,  es,  caridad,  humildad,  castidad,  mansedumbre,  pacien- 
cia, obediencia,  misericordia,  limosna,  oración,  pureza  de  inten- 
ción, limpieza  de  corazón,  pobreza  de  espíritu,  menosprecio  de 
mundo,  mortificación  de  apetitos,  y  negamiento  de  sí  mismo  y  de 
su  voluntad,  con  otras  virtudes  semejantes  que  tan  á  menudo  se 
predican  y  encarescen  en  el  Evangelio.  Pues  cuanto  las  vidas  de 
los  hombres  y  las  reglas  humanas  más  se  llegaren  á  esto,  tanto 
serán  más  perfectas,  y  cuanto  menos  se  allegaren,  menos. 

Resta  luego  que  pues  esta  doctrina  es  de  tanta  dignidad,  que 
todas  las  veces  que  nos  llegáremos  á  leerla,  nos  lleguemos  con 
aquel  acatamiento  y  reverencia  que  llegaríamos  á  unas  preciosas 
reliquias  que  hobiesen  tocado  en  el  mismo  cuerpo  de  Cristo:  por- 
que pues  estas  palabras  salieron  de  su  mismo  pecho,  no  menos 
se  deben  tener  por  reliquias,  que  las  que  tocaron  en  su  sacratí- 
simo cuerpo,  sino  mucho  más.  Acordémonos  que  está  escrito:  <!  So- 
bre quién  reposará  mi  espíritu,  sino  sobre  el  humilde,  y  manso, 
y  que  tiembla  de  mis  palabras?  Y  en  otro  lugar:  Oíd  (dice  el  Pro- 
feta) la  palabra  del  Señor,  los  que  treméis  cuando  la  oís.  Porque 
solo  aquél  digna  y  fructuosamente  la  oye,  que  desta  manera  la 
oye.  Aparéjese,  pues, el  hombre  cuando  quisiere  leer  esta  Escri- 
tura, haciendo  primero  oración  al  Señor,  pidiendo  lumbre  para 
entenderla,  espíritu  para  sentirla  y  fuerzas  para  obrarla:  para  que 
así  le  comprehenda  aquella  bendición  del  Señor  que  dice:  Bien- 
aventurados los  que  oyen  la  palabra  de  Dios  y  la  guardan. 

OBRAS  DE  GRANADA  X~u 


lé2  GUIA  DÉ  PECADORES 


§.    I. 

Por  razón  de  la  brevedad  deste  volumen  no  se  pone  aquí  la 
declaración  desta  doctrina:  bastará  declarar  algunos  pasos  que 
tienen  necesidad  de  declaración,  remitiendo  lo  demás  al  espíritu 
y  devoción  del  que  esto  leyere. 

En  el  número  I,  donde  dice:  Yo  digo  á  vosotros,  nota  que 
por  juicio  entiende  aquí  el  juzgado  donde  había  pocos  jueces,  y 
era  liviana  la  pena.  Por  concilio  entiende  el  juzgado  donde  todos 
los  jueces  juzgaban,  como  en  cosa  de  más  calidad.  Añade  nues- 
tro Redemptor  sobre  estos  dos  juicios  el  tormento  del  infierno. 

En  el  número  II,  donde  dice:  Conciértate  con  tu  adversario, 
nota  que  en  esto  se  nos  enseña  con  cuánta  diligencia  habemos 
de  procurar  que  no  se  rompa  la  caridad,  y  el  peligro  que  de  no 
hacerlo,  nos  puede  venir.  Pónese  por  ejemplo  señaladamente  la 
materia  de  los  pleitos,  que  suelen  ser  ocasiones  de  muchos  ma- 
les. Son  en  él  particularmente  reprehendidos  los  deudores  ava- 
rientos que  no  quieren  pagar  lo  que  deben,  sin  pleitos  y  sin  con- 
tiendas. Es  ejemplo  universal  para  otras  muchas  cosas. 

En  el  número  ill,  donde  dice:  Si  tu  ojo  derecho,  nota  que 
aquí  nos  enseña  con  cuánto  cuidado  debemos  excusar  todas  las 
ocasiones  de  pecados,  aunque  sea  apartándonos  de  cosas  de  gran- 
de gusto  y  importancia,  las  cuales  significó  por  nombre  de  ojos,  y 
pies,  y  manos,  mandándonos  que  no  tengamos  ley  con  nada  des- 
to,  porque  la  tengamos  con  Dios:  porque  la  naturaleza  humana 
es  tan  flaca  y  tan  inclinada  al  mal,  que  teniendo  el  objecto  y  la 
ocasión  presente,  es  como  milagro  dejar  de  peligrar. 

En  el  número  iv,  donde  dice:  Cuando  oráredes,  no  gastéis 
muchas  palabras,  nota  que  no  se  reprehende  aquí  la  oración  lar- 
ga y  prolija  (pues  el  Señor  la  hizo  tal  en  el  huerto)  sino  aquéllos 
que  piensan  que  la  razón  total  de  ser  oídos  es  mucho  número  de 
oraciones  dichas  sin  espíritu  y  sin  atención,  creyendo  que  el  va- 
lor de  las  oraciones  es  como  el  de  los  dineros,  que  cuando  son 
muchos,  valen  más. 

En  el  número  V,  donde  dice:  Cuando  ayunas  unge  tu  cabe- 
za &c.  no  se  entiende  otra  cosa  más  de  que  disimulemos  y  encu- 
bramos decentemente  así  el  a3'uno  como  cualquier  otro  bien  que 
hiciéremos,  por  el  peligro  de  la  vanagloria. 

En  el  número  vi,  donde  dice:  La  candela  de  tu  cuerpo  es  tu 


Sermón  del  Señor  163 


ojo,  nota  que  aquí  habla  de  la  intención  en  el  bien  obrar,  la  cual 
es  lo  que  los  ojos  en  el  cuerpo:  porque  si  los  ojos  están  ciegos, 
todo  el  cuerpo  y  todos  los  miembros  están  ciegos,  y  por  el  con- 
trario, si  están  claros  y  limpios.  Así,  pues,  cuando  la  intención  es 
pura  y  limpia,  todo  el  cuerpo  de  la  obra  es  limpio:  mas  si  Ja  in- 
tención es  mala  ó  vana,  tal  es  también  el  cuerpo  de  la  obra  que 
se  hace  con  ella. 


SÍGUESE 
EL  SERMÓN  DEL  SEÑOR    EN   EL    MONTE 

CONTENIDO 
EN  EL  CAP.  V,  Y  VI,  Y  VII  DE  S.  MaTEO 

lENDO  Jesús  las  compañas,  subió  en  el  monte:  y  como 
se  hubiese  asentado,  llegáronse  á  Él  sus  discípulos, 
y  abriendo  su  boca,  enseñábalos,  diciendo: 

Bienaventurados  los  pobres  en  el  espíritu,  porque  dellos  es  el 
reino  de  los  cielos. 

Bienaventurados  los  mansos,  porque  ellos  heredarán  la  tierra. 

Bienaventurados  los  que  lloran,  porque  ellos  serán  con- 
solados. 

Bienaventurados  los  que  tienen  hambre  y  sed  de  justicia,  por- 
que ellos  recibirán  hartura. 

Bienaventurados  los  misericordiosos,  porque  ellos  alcanzarán 
misericordia 

Bienaventurados  los  limpios  de  corazón,  porque  ellos  verán 
á  Dios. 

Bienaventurados  los  pacíficos,  porque  ellos  serán  llamados 
hijos  de  Dios. 

Bienaventurados  los  que  padecen  persecución  por  hacer  lo 
que  deben,  porque  dellos  es  el  reino  de  los  cielos. 

Bienaventurados  sois  cuando  os  injuriaren  los  hombres,  y  os 
persiguieren,  y  dijeren  muchos  males  contra  vosotros,  y  esto  di- 
jeren por  mi  causa  y  mintiendo.  Alegraos  y  gózaos,  porque  vues- 
tro premio  es  abundante  en  los  cielos.  Porque  desta  manera  per- 
siguieron á  los  Profetas  que  fueron  ante  vosotros. 


164  GUIA  DÉ  PECADORES 


Vosotros  sois  la  sal  de  la  tierra:  y  si  la  sal  pierde  su  sabor, 
¿con  qué  podrá  ser  salada?  Para  ninguna  cosa  aprovecha  de  ahí 
adelante,  sino  para  que  sea  lanzada  fuera  y  pisada  de  los  hom- 
bres. 

Vosotros  sois  luz  del  mundo.  No  puede  la  ciudad  que  está 
edificada  en  el  monte,  ser  escondida:  ni  encienden  la  candela  y 
la  ponen  debajo  del  almud,  sino  sobre  el  candelero,  para  que  dé 
luz  á  todos  los  que  están  en  casa.  Desta  manera  resplandezca 
vuestra  luz  delante  de  los  hombres,  para  que  vean  vuestras  bue- 
nas obras  y  den  gloria  á   vuestro  Padre  que  está  en  los  cielos. 

No  penséis  que  fué  mi  venida  para  destruir  la  Ley  ó  los  Pro- 
fetas. No  vine  para  destruir  la  Ley,  sino  para  cumplirla.  Dígoos 
de  verdad  que  antes  pasará  el  cielo  y  la  tierra  que  una  jota  ó  un 
punto  de  la  ley  se  deje  de  cumplir,  hasta  que  todas  las  cosas  sean 
hechas.  Cualquiera,  pues,  que  quebrantare  uno  de  estos  manda- 
mientos pequeños,  y  así  lo  enseñare  á  los  hombres,  pequeño  será 
llamado  en  el  reino  de  los  cielos.  Mas  el  que  obrare  y  enseñare, 
éste  será  llamado  grande  en  el  reino  de  los  cielos.  Dígoos  de 
verdad  que  si  no  fuere  mayor  vuestra  justicia  que  la  de  los  es- 
cribas y  fariseos,  no  podéis  entrar  en  el  reino  de  los  cielos. 

Oído  habéis  que  fué  dicho  á  los  antiguos:  no  matarás,  y  cual- 
quiera que  matare  quedará  obligado  á  juicio.  Yo  digo  á  vosotros 
que  cualquiera  que  se  airare  contra  su  hermano,  será  obligado  á 
juicio.  Y  cualquiera  que  dijere  contra  su  hermano  apuntamien- 
to de  injuria,  será  obligado  á  concilio.  Cualquiera  que  le  dijere 
loco,  será  obligado  á  la  llama  del  infierno. 

Pues  si  llevares  tu  ofrenda  al  altar  y  ahí  te  viniere  á  la  me- 
moria tfue  tu  prójimo  tiene  alguna  razón  de  enojo  contra  ti,  deja 
allí  la  ofrenda  delante  del  altar,  y  ve,  y  reconcilíate  primero 
con  tu  hermano:  y  cuando  esto  hayas  hecho,  ve  y  ofrece  tu 
ofrenda. 

Conciértate  con  tu  adversario  de  presto,  entretanto  que  es- 
tuvieres en  el  camino  con  él,  porque  por  ventura  tu  contrario  no 
te  lleve  delante  del  juez,  y  el  juez  te  entregue  al  ministro,  y  seas 
metido  en  la  cárcel.  Dígote  de  verdad  que  no  saldrás  de  alH 
hasta  que  hayas  pagado  hasta  el  último  cuatrín. 

Oístes  que  fué  dicho  á  los  antiguos:  No  cometerás  adulterio. 
Yo  digo  á  vosotros  que  todo  aquél  que  mirare  á  la  mujer  para 
codiciarla,  ya  cometió  adulterio  contra  ella  dentro  de  su  cora- 


Sermón  del  Señor  165 


zón.  Pues  si  tu  ojo  derecho  fuere  escándalo  para  tí,  sácalo  y  lán- 
zalo fuera:  porque  mejor  te  será  que  uno  de  tus  miembros  pe- 
rezca, que  ser  todo  tu  cuerpo  echado  en  la  llama  del  infierno. 
Y  si  tu  mano  derecha  te  escandalizare,  córtala  y  alánzala  de  ti: 
porque  mejor  te  será  que  perezca  uno  de  tus  miembros^  que  ser 
echado  todo  tu  cuerpo  en  el  infierno. 

Dicho  está:  cualquiera  que  desechare  á  su  mujer,  déle  carta 
de  quitación.  Yo  digo  á  vosotros  que  todo  aquél  que  dejare  á 
su  mujer,  si  no  fuere  por  causa  de  fornicación,  hace  que  ella  sea 
adúltera,  y  el  que  se  casare  con  ella  comete  adulterio. 

ítem,  habéis  oído  que  fué  dicho  á  los  antiguos:  No  te  perju- 
rarás, y  cumplirás  con  el  Señor  lo  que  jurares.  Yo  digo  á  vos- 
otros que  en  ninguna  manera  juréis:  ni  por  el  cielo,  porque  es 
trono  de  Dios:  ni  por  la  tierra,  porque  es  estrado  de  sus  pies:  ni 
por  Hierusalem,  porque  es  ciudad  del  grande  Re\'.  Ni  tampoco 
jurarás  por  tu  cabeza,  porque  no  es  en  tu  poder  hacer  un  cabe- 
llo blanco  ó  negro.  Será,  pues,  vuestra  habla  sí  por  sí  y  no  por 
no,  porque  lo  que  demás  desto  se  añade,  de  mala  raíz  procede. 
Oído  habéis  que  fué  dicho:  ojo  por  ojo  y  diente  por  diente.  Yo 
digo  á  vosotros  que  no  resistáis  al  mal:  antes  si  alguno  te  diere 
una  bofetada  en  tu  maxila  derecha,  ofrécele  la  otra.  Y  al  que 
quisiere  contender  contigo  por  pleito  y  llevarte  tu  sayo,  déjale 
también  la  capa.  Y  si  alguno  te  llevare  por  espacio  de  mil  pa- 
sos, ve  con  él  dos  mil.  Al  que  te  pidiere,  darás,  y  no  desecharás 
al  que  te  pidiere  emprestado. 

Oído  habéis  que  fué  dicho:  Amarás  á  tu  prójimo  y  aborre- 
cerás á  tu  enemigo.  Yo  digo  á  vosotros:  amad  á  vuestros  ene- 
migos, orad  bien  á  los  que  os  maldicen,  haced  bien  á  los  que 
os  aborrecen,  haced  oración  por  los  que  os  perjudican  y  persi- 
guen, porque  seáis  hijos  de  vuestro  Padre  que  está  en  los  cielos, 
el  cual  deja  salir  su  sol  sobre  buenos  y  malos,  y  llueve  sobre 
justos  y  pecadores.  Porque  si  solamente  amáredes  á  los  que  os 
aman,  ¿"qué  premio  tenéis  por  esto?  ¿Por  ventura  no  hacen  esto 
mismo  los  publícanos?  Y  si  solamente  saludáredes  y  tratáredes 
amigablemente  á  vuestros  hermanos,  jqué  cosa  de  ventaja  ha- 
céis? ¿Por  ventura  no  hacen  esto  mismo  los  publícanos?  Seréis 
pues  vosotros  perfectos,  como  es  perfecto  vuestro  Padre  que 
está  en  los  cielos. 


1 66  GUIA  DE  PECADORES 


Cap,  vi, 

'IRAD  bien  que  no  hagáis  vuestra  limosna  en  presencia  de 
los  hombres  para  ser  vistos .dellos,  porque  de  otra  mane- 
ra no  tenéis  premio  de  mano  de  vuestro  Padre  que  está  en  los 
cielos.  De  manera  que  cuando  tú  hicieres  limosna,  no  vaya  la 
trompeta  pregonando  delante  de  ti,  de  la  manera  que  lo  hacen 
los  hipócritas  en  las  congregaciones  y  conventículos,  para  ser  de 
los  hombres  glorificados.  Dígoos  de  verdad  que  ya  tienen  reci- 
bido su  galardón.  Mas  tú  cuando  hicieres  limosna,  no  sepa  tu 
mano  izquierda  lo  que  hace  la  derecha,  porque  tu  limosna  sea 
en  secreto,  y  tu  Padre  que  lo'  ve  en  secreto,  te  lo  pagará  en  pú- 
blica plaza. 

Semejantemente  cuando  oráredes,  no  seréis  como  los  hipócri- 
tas, que  suelen  estar  orando  en  los  ayuntamientos  y  rincones  de 
las  plazas,  para  que  los  vean  los  hombres.  Dígoos  de  verdad  que 
recibieron  ya  su  galardón.  Pues  tú,  cuando  oras,  entra  en  tu  re- 
traimiento y  cerrada  tu  puerta  haz  oración  á  tu  Padre  en  oculto, 
y  tu  Padre  que  lo  ve  en  oculto,  te  dará  en  público  el  galardón. 

Y  cuando  oráredes,  no  gastéis  muchas  palabras,  como  hacen 
los  gentiles,  pensando  que  por  hablar  mucho  serán  oídos.  No 
seáis  pues  semejantes  á  ellos,  porque  bien  sabe  vuestro  Padre  lo 
que  habéis  menester  antes  que  le  pidáis.  Oraréis  pues  en  esta 
forma:  Padre  nuestro  que  estás  en  los  cielos,  tu  nombre,  sea 
sanctificado.  Venga  el  tu  reino.  Hágase  en  la  tierra  tu  voluntad, 
así  como  se  hace  en  el  cielo.  Nuestro  pan  de  cada  día  dánoslo 
hoy.  Y  perdónanos  nuestras  deudas,  así  como  nosotros  las  per- 
donamos á  nuestros  deudores.  Y  no  nos  traigas  en  tentación,  sino 
líbranos  del  mal.  Amén.  Porque  si  perdonáredes  sus  pecados  á 
los  hombres,  el  Padre  celestial  perdonará  á  vosotros.  Mas  si  vos- 
otros no  perdonáredes  á  los  hombres,  ni  vuestro  Padre  perdo- 
nará á  vosotros  los  vuestros. 

Cuando  ayunáredes,  no  os  hagáis  tristes  como  los  hipócritas, 
los  cuales  demudan  sus  gestos,  para  que  los  hombres  vean  que 
ayunan.  Dígoos  de  verdad  que  tienen  recebido  ya  su  galardón. 
Mas  tú  cuando  a}'unares,  unge  tu  cabeza  y  lava  tu  rostro,  para 
que  los  hombres  no  vean  que  ayunas,  sino  tu  Padre  que  está  en 
oculto,  y  este  Padre  que  lo  ve  en  secreto  te  dará,  la  paga  en  pú- 
blico. 


Sermón  del  Señor  167 


No  alleguéis  v^uestros  tesoros  en  la  tierra,  donde  la  carcoma 
y  la  polilla  corrompen  y  donde  los  ladrones  cavan  y  hurtan: 
mas  poned  vuestros  tesoros  en  el  cielo,  donde  ni  la  carcoma  ni 
la  polilla  corrompen,  y  donde  los  ladrones  no  cavan  ni  hurtan:  por- 
que donde  estuviere  vuestro  tesoro,  allí  estará  vuestro  corazón. 

La  candela  del  cuerpo  es  el  ojo.  De  manera  que  si  tu  ojo  fue- 
re simple,  todo  tu  cuerpo  será  resplandeciente,  mas  si  fuere  malo 
tu  ojo,  todo  tu  cuerpo  será  tenebroso.  Pues  si  la  lumbre  que  es  en 
ti,  son  tinieblas,  las  mismas  tinieblas  ¿qué  tan  grandes  serán? 

Ninguno  puede  servir  á  dos  señores,  porque  ó  aborrecerá  al 
uno  y  amará  al  otro,  ó  allegarse  ha  al  uno  y  menospreciará  al 
otro.  No  podéis  servir  á  Dios  y  á  las  riquezas. 

Por  tanto  os  digo  que  no  seáis  solícitos  para  vuestra  vida  de 
lo  que  habéis  de  comer  y  beber,  ni  para  vuestro  cuerpo  de  lo 
que  habéis  de  vestir.  ¿Por  ventura  no  vale  la  vida  más  que  el 
manjar,  y  el  cuerpo  más  que  la  vestidura?  Volved  los  ojos  á  las 
aves  del  cielo,  que  ni  siembran,  ni  cojen,  ni  amontonan  en  las 
trojes,  y  vuestro  Padre  celestial  les  da  de  comer.  ¿  Por  ventura  no 
sois  vosotros  más  aventajados  que  ellas?  ¿Quién  de  vosotros  con 
su  solicitud  puede  añadir  un  cobdo  á  su  estatura?  Pues  de  la 
vestidura  también  ¿para  qué  tenéis  congoja?  Parad  mientes  en 
los  lirios  del  campo  cómo  crecen  sin  trabajar  ni  hilar.  Dígoos  de 
verdad  que  ni  Salomón  en  toda  su  gloria  se  vestió  como  uno 
déstos.  Pues  si  el  heno  del  campo,  que  hoy  es  y  mañana  lo  echan 
en  el  horno,  así  viste  Dios,  ¿cuánto  más  á  vosotros,  hombres  de 
poca  fe?  Ansí  que  no  tengáis  congoja,  diciendo  qué  comeremos 
ó  qué  beberemos  ó  con  qué  nos  cubriremos,  porque  todas  estas 
cosas  buscan  los  gentiles.  Sabe  bien  vuestro  Padre  celestial  que 
de  todas  estas  cosas  tenéis  necesidad.  Buscad,  pues,  primero 
el  reino  de  Dios  y  su  justicia,  y  estas  cosas  todas  se  os  añadirán. 
Ansí  que  no  seáis  solícitos  para  mañana,  porque  el  día  de  ma- 
ñana amanescerá  con  su  solicitud.  Bástale  á  cada  día  su  propria 
fatiga. 

Cap.  vii. 

|o  juzguéis,  porque  no  seáis  juzgados.  No  condenéis,  porque 
no  seáis  condenados.  Porque   de   la  manera  que  juzgáre- 
des,  seréis  juzgados:  y  con  la  medida  que  midiéredes,  seréis  medi- 


l68  GUIA  DE  PECADORES 


dos.  ^Porqué  estás  atento  á  la  paja  que  está  en  el  ojo  de  tu  her- 
mano, y  no  ves  la  viga  que  está  en  el  tuyo?  ¿Cómo,  veamos,  dirás 
á  tu  hermano,  espera,  sacaré  una  pajuela  de  tu  ojo,  teniendo  tú 
una  viga  en  el  tuyo?  Hipócrita,  alanza  primero  la  viga  de  tu  ojo, 
y  entonces  verás  para  sacar  la  pajuela  del  ojo  de  tu  hermano. 

No  deis  lo  que  es  sancto  á  los  perros,  ni  alancéis  vuestras  pie- 
dras preciosas  ante  los  puercos,  porque  por  ventura  no  las  pisen 
con  sus  pies,  y  los  perros  vueltos  contra  vosotros  os  despedacen. 

Pedid  y  daros  han,  buscad  3^  hallaréis,  llamad  y  abriros  han: 
porque  todo  aquél  que  pide  recibe,  y  el  que  busca  halla,  y  al  que 
llama  le  abren.  ^Por  ventura  hay  entre  vosotros  algún  hombre 
que  pidiéndole  su  hijo  pan,  le  dé  una  piedra,  ó  que  si  le  pidiere 
un  pez,  le  dé  una  serpiente?  Pues  si  vosotros  siendo  malos  sabéis 
dar  buenos  dones  á  vuestros  hijos,  ¿  cuánto  más  vuestro  Padre  que 
está  en  los  cielos  dará  buenas  cosas  á  quien  se  las  pidiere? 

Todo  aquello  que  queréis  vosotros  que  los  otros  hombres 
hagan  con  vosotros,  aquello  mismo  haced  vosotros  con  ellos: 
porque  esto  es  la  Ley  y  los  Profetas. 

Entrad  por  la  puerta  angosta:  porque  ancho  y  espacioso  es  el 
camino  que  lleva  á  la  perdición,  y  muchos  son  los  que  entran 
por  él.  Porque  angosta  es  la  puerta  y  estrecha  la  carrera  que 
lleva  á  la  vida,  y  pocos  son  los  que  la  hallan. 

Guardaos  atentamente  de  los  falsos  profetas  que  vienen  á 
vosotros  con  vestiduras  de  ovejas,  y  dentro  son  lobos  robadores. 
Por  sus  fructos  los  conosceréis.  ¿  Por  ventura  cojen  uvas  de  las  es- 
pinas, ó  higos  de  los  abrojos?  Pues  desta  manera  todo  buen  ár- 
bol da  buenos  fructos,  y  el  árbol  podrido  da  mal  fructo.  No  puede 
el  buen  árbol  dar  malos  fructos,  ni  el  malo  buenos.  Todo  árbol 
que  no  da  buen  fructo,  será  cortado  y  echado  en  el  fuego.  Por 
sus  obras,  pues,  los  conosceréis. 

No  todo  aquél  que  me  dice  Señor,  Señor,  entrará  en  el  rei- 
no de  los  cielos,  sino  el  que  hiciere  la  voluntad  de  mi  Padre  que 
está  en  ellos.  Muchos  me  dirán  en  aquel  día:  Señor,  Señor,  ¿no 
profetizarnos  en  nombre  tuyo?  ¿No  alanzamos  en  tu  nombre  de- 
monios, y  hecimosen  tu  nombre  muchas  maravillas?  Entonces  res- 
ponderles he:  Nunca  os  conoscí:  apartaos  de  mí  los  que  obráis 
maldad. 

Pues  todo  aquél  que  oye  estas  mis  palabras  y  las  pone  por 
obra,  será  semejante  á  un  varón  sabio  que  edificó  su  casa  sobre 


Sermón  del  Señor  169 


peña:  y  descendió  la  lluvia,  y  vinieron  los  ríos,  y  soplaron  los 
vientos,  y  combatieron  aquella  casa,  y  no  cayó,  porque  estaba 
fundada  sobre  piedra.  Por  el  contrario,  todo  aquél  que  oye  estas 
mis  palabras  y  no  las  pone  por  obra,  será  semejante  á  un  hom- 
bre loco  que  edificó  su  casa  sobre  arena:  y  descendió  la  lluvia,  y 
vinieron  los  ríos,  y  soplaron  los  vientos,  y  embistieron  sobre  aque- 
lla casa,  y  cayó,  y  fué  grande  su  caída. 

Y  acontesció  que  como  estas  palabras  acabase  Jesús,  se  es- 
pantaron las  compañas  de  su  doctrina:  porque  los  enseñaba  como 
quien  tiene  potestad,  y  no  como  los  letrados  de  la  ley. 

^Item  en  el  capítulo  xxv  de  S.  Mateo,  hablando  el  Señor  de 
las  obras  de  misericordia,  dice  así: 

')  LANDO  venga  el  Hijo  del  hombre  en  su  majestad,  y  todos 
tlJ  los  ángeles  con  él,  entonces  se  asentará  sobre  la  silla  de 
su  majestad:  y  juntarse  han  delante  del  todas  las  gentes,  y  apar- 
tará los  unos  de  los  otros  de  la  manera  que  el  pastor  aparta  las 
ovejas  de  los  cabritos,  y  pondrá  las  ovejas  á  la  diestra  y  los  ca- 
britos á  la  siniestra.  Entonces  dirá  el  Rey  á  los  que  estuvieren  á 
su  diestra:  Venid,  benditos  de  mi  padre,  y  tomad  el  reino  que 
os  está  aparejado  dende  el  principio  del  mundo.  Porque  tuve 
hambre,  y  dístesme  de  comer:  tuve  sed, y  dístesme  de  beber:  era 
huésped,  y  recogístesme:  estaba  desnudo,  y  vestístesme:  estaba  en- 
fermo, y  visitástesme:  estaba  en  la  cárcel,  y  venistes  á  mí.  Enton- 
ces le  responderán  los  justos,  diciendo:  Señor,  ^  cuándo  te  vimos 
hambriento,  y  te  dimos  de  comer,  sediento,  y  te  dimos  de  beber? 
(¡Y  cuándo  te  vimos  huésped, y  te  recogimos, ó  desnudo,  y  te  cu- 
brimos? Ó  ¿cuándo  te  vimos  enfermo  ó  encarcelado,  y  venimos 
á  ti  ?  Y  respondiendo  el  Rey,  decirles  ha:  En  verdad  os  digo  que 
cuando  esto  hecistes  á  uno  destos  pequeñuelos  hermanos  míos, 
á  mí  lo  hecistes.  Entonces  dirá  también  á  los  que  estuvieren  á  su 
siniestra:  Apartaos  de  mí,  malditos,  al  fuego  eterno,  que  está  apa- 
rejado al  diablo  y  á  sus  ángeles:  porque  hube  hambre,  y  no  me 
distes  de  comer:  y  sed,  y  no  me  distes  de  beber:  era  huésped,  y 
no  me  recogistes:  andaba  desnudo,  y  no  me  vestistes:  estaba  en- 
fermo y  en  la  cárcel,  y  no  me  visitastes.  Entonces  responderán 
los  malos,  diciendo:  Señor,  ¿cuándo  te  vimos  hambriento,  ó  se- 
diento, ó  huésped,  ó  desnudo,  ó  enfermo,  ó  en  la  cárcel,  y  no  te 


1 70  GUIA  DE  PECADORES 


proveímos?  Entonces  responderles  ha,  diciendo:  En  verdad  os 
digo  que  cuando  no  lo  hecístes  á  uno  destos  menores,  ni  á  mí  lo 
hecistes.  Y  irán  éstos  al  tormento  eterno,  y  los  justos  á  la  vida 
eterna. 

II  ítem  en  el  capítulo  X  de  S.  Mateo,  enviando  el  Señor  los  dis- 
cípulos á  predicar,  les  dio  esta  regla  de  perfección  y  vida  apos- 
tólica: en  el  cual  dice  así: 


LLAMANDO  Jesús  SUS  doce  discípulos,  dióles  poder  para 
alanzar  los  espirites  sucios  y  curar  toda  manera  de  enfer- 
fermedades  y  dolencias  en  el  pueblo.  Y  díjoles:  Id,  y  predicad 
que  es  allegado  ya  el  reino  de  los  cielos.  Curad  los  leprosos,  lan- 
zad los  demonios,  de  balde  lo  recebistes,  de  balde  lo  dad.  No 
queráis  llevar  oro,  ni  plata,  ni  dinero  en  vuestras  bolsas,  ni  alfor- 
jas para  el  camino,  ni  vestiduras  dobladas,  ni  zapatos,  ni  bordón: 
porque  merecedor  es  el  trabajador  de  su  manjar.  En  cualquier 
ciudad  ó  castillo  que  entráredes,  preguntad  quién  allí  sea  digno, 
y  estad  en  su  casa  hasta  que  de  allí  os  vais.  Y  entrando  en  la 
casa,  saludadla  diciendo:  Paz  sea  en  esta  casa.  Y  si  allí  estuviere 
algún  hijo  de  paz,  descansará  sobre  él  vuestra  paz:  y  si  no,  vol- 
verse ha  con  vosotros.  Mirad  que  os  envío  como  á  corderos  entre 
lobos.  Y  por  esto,  conviene  que  seáis  prudentes  como  serpientes, 
y  simples  como  palomas.  Y  parad  mentes  en  los  hombres:  por- 
que os  han  de  entregar  á  los  concilios,  y  azotar  en  sus  sinagogas, 
y  llevar  ante  los  presidentes  y  reyes,  para  testimonio  de  ellos  y 
de  las  gentes.  Y  cuando  os  entregaren  á  ellos,  no  os  paréis  á  pen- 
sar qué  ni  cómo  hablaréis:  porque  en  aquella  hora  se  os  dará  lo 
que  habéis  de  hablar:  porque  no  seréis  vosotros  los  que  habla- 
réis, sino  el  espíritu  de  vuestro  padre  que  hablará,  en  vosotros.  Y 
entregará  el  hermano  á  su  hermano  á  la  muerte,  y  el  padre  á  su 
hijo,  y  levantarse  han  !os  hijos  contra  los  padres,  y  matarlos  han, 
y  seréis  aborrecibles  á  todos  los  hombres  por  amor  de  mí:  mas 
el  que  perseverare  hasta  la  fin,  será  salvo.  No  es  el  discípulo  so- 
bre el  maestro,  ni  el  siervo  sobre  su  señor:  basta  al  discípulo  que 
sea  como  su  maestro,  y  al  siervo  que  sea  como  su  señor.  Pues 
si  al  padre  de  la  familia  llamaron  Beelzebub,  ¿cuánto  más  llama- 
rán á  los  de  su  casa?  No  temáis  á  lo?  que  matan  el  cuerpo,  y  no 
pueden  matar  el  ánima:  sino  temed  Aquél  que  después  de  muer- 


Regla  DE  PERFECCIÓN  17  i 


to  el  cuerpo,  puede  enviar  el  ánima  al  infierno.  ¿Por  ventura  no 
se  venden  cinco  pájaros  por  un  muy  bajo  precio?  Y  con  esto  ni 
uno  solo  de  ellos  cae  en  el  lazo  sin  consentimiento  de  vuestro 
padre.  Pues  tened  por  cierto  que  él  tiene  contados  todos  vues- 
tros cabellos.  Así  que,  no  tenéis  por  qué  temer,  porque  más  valéis 
vosotros  que  muchos  pájaros.  En  verdad  os  digo  que  quienquie- 
ra que  me  confesare  delante  de  los  hombres,  yo  le  confesaré  de- 
lante de  mi  padre:  y  quien  delante  de  ellos  me  negare,  yo  le  ne- 
garé delante  de  mi  padre.  No  penséis  que  vine  á  poner  paz  en  la 
tierra,  porque  no  vine  á  poner  paz,  sino  cuchillo.  Ca  vine  á  apar- 
tar al  hombre  de  su  padre,  y  á  la  hija  de  su  madre,  y  á  la  nue- 
ra de  su  suegra:  y  enemigos  del  hombre  serán  los  mismos  de  su 
casa.  El  que  ama  á  su  padre  ó  á  su  madre  más  que  á  mí,  no  es 
digno  de  mí.  Y  el  que  ama  á  su  hijo  ó  á  su  hija  más  que  á  mí,  no 
es  digno  de  mí.  Y  el  que  no  lleva  su  cruz  á  cuestas  y  va  en  pos 
de  mí,  no  es  digno  de  mí.  El  que  ama  su  vida,  ése  la  pierde:  y 
el  que  la  perdiere  por  amor  de  mí,  ése  la  hallará  en  la  vida  eter- 
na. El  que  recibe  á  vosotros,  á  mí  recibe,  y  el  que  á  mí  recibe, 
recibe  aquél  que  me  envió.  El  que  recibe  al  profeta  porque  es 
profeta,  recibirá  galardón  de  profeta.  Y  el  que  recibe  al  justo 
porque  es  justo,  recibirá  galardón  de  justo.  Y  quienquiera  que 
diere  á  beber  á  uno  déstos  un  solo  jarro  de  agua  fría  porque  es 
discípulo  mío,  en  verdad  os  digo  que  no  perderá  su  galardón. 

SÍGUESE  OTRO  PEDAZO  DE  DOCTRINA  SINGULAR 

sacada  del  Sermón  de  sobrecena,  que  el  Salvador  predicó  víspera 
de  su  pasión  á  los  discípulos.  Joan,  ij,  16,  ij. 

^I^,CABAD0S  los  misterios  de  la  cena,  predicó  el  Señor  un  ser- 
iS.  món  de  grande  consolación  y  doctrina  á  sus  discípulos, 
donde  entre  otras  muchas  cosas  dice  así. 

Un  nuevo  mandamiento  os  doy,  que  os  améis  unos  á  otros 
así  como  yo  os  amé.  En  esto  conocerán  todos  que  sois  mis  discí- 
pulos, si  os  amáredes  unos  á  otros.  Éste  es  mi  mandamiento,  que 
os  améis  unos  á  otros  así  como  yo  os  amé.  Ninguno  tiene  mayor 
amor  que  aquél  que  pone  la  vida  por  sus  amigos.  Vosotros  sois 
mis  amigos,  si  haciéredes  lo  que  yo  os  mando.  Ya  no  os  llamaré 
siervos,  porque  el  siervo  no  sabe  lo  que  hace  su  señor.  Mas  á 
vosotros  llamé  amigos,  porque  os  di  parte  de  todo  lo  que  supe 


172  GUIA  DE  PECADORES 

de  mi  padre.  No  me  escogistes  vosotros,  sino  yo  os  escogí  y 
diputé  para  que  vayáis,  y  fructifiquéis,  y  vuestro  fructo  perma- 
nezca: para  que  cualquier  cosa  que  pidiéredes  al  padre  en  mi 
nombre,  os  sea  concedida. 

Esto  os  mando,  que  os  améis  unos  á  otros.  Si  el  mundo  os 
aborreciere,  acordaos  que  primero  me  aborreció  á  mí.  Si  fuése- 
des  del  mundo,  el  mundo  amaría  lo  que  es  suyo:  mas  porque  no 
sois  del  mundo  (por  haberos  yo  escogido  del  mundo)  por  eso  os 
aborrece  el  mundo.  Acordaos  de  una  palabra  que  os  dije:  No  es 
mayor  el  siervo  que  su  señor.  Si  á  mí  persiguieron,  á  vosotros 
perseguirán,  y  si  á  mí  anduvieron  mirándome  á  las  palabras,  tam- 
bién andarán  mirando  las  vuestras. 

En  verdad,  en  verdad  os  digo  que  el  que  en  mí  creyere,  hará 
las  obras  que  yo  hago:  y  aun  mayores  las  hará:  porque  yo  voy 
al  padre,  y  cualquier  cosa  que  le  pidiéredes  en  mi  nombre,  yo 
la  alcanzaré,  para  que  así  sea  glorificado  el  padre  en  el  hijo.  Si 
alguna  cosa  pidiéredes  al  padre  en  mi  nombre,  yo  la  acabaré 
con  él.  Si  me  queréis  bien,  guardad  mis  mandamientos,  y  yo  ro- 
garé al  padre,  y  daros  ha  otro  consolador  que  permanezca  con 
vosotros  eternalmente,  que  es  el  espíritu  de  verdad,  á  quien  el 
mundo  no  puede  recebir,  porque  no  le  ve  ni  le  conosce:  mas  vo- 
sotros le  conosceréis,  porque  en  vosotros  permanecerá  y  estará. 
No  os  tengo  de  dejar  huérfanos:  vendré  á  vosotros.  De  aquí  á 
muy  poco  no  me  verá  el  mundo,  mas  vosotros  me  veréis:  porque 
yo  vivo,  y  vosotros  viviréis.  En  aquel  día  conosceréis  cómo  yo  es- 
toy en  mi  padre,  y  vosotros  en  mí,  y  yo  en  vosotros.  El  que 
tiene  mis  mandamientos  y  los  guarda,  ése  es  el  que  me  ama:  y  el 
que  me  ama,  será  amado  de  mi  padre,  y  yo  le  amaré,  y  me  le 
daré  á  conoscer. 

^Y  más  abajo,  avisándoles  de  los  peligros  y  trabajos  venideros, 
dice  así: 

En  verdad  os  digo  que  lloraréis  y  plantearéis  vosotros,  y  el 
mundo  se  alegrará,  y  vosotros  os  entristeceréis:  mas  vuestra  tris- 
teza se  volverá  en  alegría.  La  mujer  cuando  pare,  tristeza  tiene, 
porque  es  llegada  su  hora:  mas  después  que  ha  parido,  ya  no  se 
acuerda  del  trabajo  pasado,  por  el  gozo  que  recibe  de  ver  un 
hombre  nascido  en  el  mundo.  Pues  así  vosotros  agora  tenéis  tris- 
teza: mas  yo  os  volveré  á  ver  otra  vez,  y  gozarse  ha  vuestro  co- 
razón, y  vuestro  gozo  nadie  os  le  quitará. 


bOCTRIÑA  SÍNtíÜLAR.  1  7  3 


En  verdad,  en  verdad  os  digo  que  si  alguna  cosa  pidiéredes 
al  padre  en  mi  nombre,  que  os  la  dará.  Hasta  agora  no  habéis 
pedido  nada  en  mi  nombre:  pedid,  y  recebiréis,  para  que  vuestro 
gozo  sea  cumplido.  Estas  cosas  os  he  hablado  escuramente:  mas 
ya  se  llega  la  hora  cuando  no  os  hablaré  escuramente,  sino  des- 
cubiertamente os  hablaré  de  mi  padre.  En  aquel  día  pediréis  en 
mi  nombre:  y  no  digo  yo  que  rogaré  al  padre  por  vosotros:  por- 
que el  padre  os  ama,  porque  vosotros  me  amastes  y  creístes  que 
salí  del.  Sah  del  padre  y  vine  al  mundo:  y  otra  vez  vuelvo  á 
dejar  el  mundo,  y  torno  al  padre. 

1ÍY  más  abajo,  haciendo  oración  por  los  discípulos,  dice  así: 

Padre  sancto,  guarda  á  éstos  que  me  diste  en  tu  nombre,  para 
que  así  sean  una  misma  cosa,  así  como  nos  lo  somos.  Cuando  yo 
estaba  con  ellos,  yo  los  guardaba  en  tu  nombre,  y  ninguno  de  ellos 
se  perdió,  sino  solo  el  hijo  de  la  perdición,  para  que  se  cumpHese 
la  Escriptura.  Mas  agora  yo  vuelvo  á  ti,  y  hablo  estas  cosas  en  el 
mundo,  para  que  tengan  mi  gozo  cumplido  en  sí  mismos.  Yo  les 
di  tus  palabras,  y  el  mundo  los  aborresció,  porque  no  son  del 
mundo.  No  te  ruego  que  los  saques  del  mundo,  sino  que  los 
guardes  de  mal.  Sanctifícalos  de  verdad.  Tu  palabra  es  verdad. 
Así  como  tú  me  enviaste  al  mundo,  así  yo  los  envié  al  mundo.  Y 
yo  por  ellos  sanctifico  á  mí  mismo,  porque  ellos  sean  sanctos  de 
verdad.  Y  no  ruego  solamente  por  ellos,  sino  también  por  todos 
aquéllos  que  han  de  creer  en  mí  mediante  su  palabra.  Yo  les  he 
dado  la  claridad  que  tú  me  diste,  para  que  ellos  sean  una  cosa 
así  como  nos  lo  somos,  yo  en  ellos,  y  tú  en  mí,  para  que  sean 
consumados  en  uno,  y  conozca  el  mundo  que  tú  me  enviaste,  y 
amaste  á  ellos,  así  como  á  mí  amaste.  Padre,  quiero  que  los  que 
me  diste,  estén  comigo  adonde  yo  estuviere,  para  que  vean  la 
claridad  que  tú  me  diste. 

SÍGUESE  UN   BREVE    PARÁFRASI 

sobre  algunos  Capítulos  de  las  Epístolas  de  S.  Pablo,  y  prijnero 

sobre  el  capitulo  XII  de  la  Epístola  á  los  Romanos,  donde 

concluye  la  Epístola,  diciendo  así: 


UEGOOS,  hermanos  míos,  por  la  misericordia  de  Dios,  que 
le  ofrezcáis  vuestros  cuerpos  así  como  un  sacrificio  vivo, 
sancto  y  agradable  á  Dios,  y  mirad  que  vuestro  servicio  sea  re- 


174  GUIA  DE  PECADORES 


glado  con  la  razón.  Y  no  queráis  conformaros  con  este  siglo,  sino 
reformaos  con  la  novedad  del  conoscimiento  que  os  es  dado,  para 
que  con  él  entendáis  cuál  sea  la  voluntad  de  Dios,  buena,  agra- 
dable y  perfecta.  Y  por  esto  aconsejo  (por  la  gracia  que  me  es 
dada)  á  todos  los  que  están  entre  vosotros,  que  nadie  quiera  sa- 
ber más  de  lo  que  conviene  saber:  sino  procure  saber  lo  que  le 
basta,  según  la  medida  de  la  fe  que  le  es  dada.  Porque  así  como 
en  un  cuerpo  hay  muchos  miembros,  mas  no  todos  ellos  tienen 
un  mismo  oficio,  así  todos  nosotros  (aunque  muchos)  somos  una 
misma  cosa  en  Cristo,  y  los  unos  sonios  miembros  de  los  otros.  Y 
así  tenemos  diferentes  dones  de  Dios,  según  la  diversidad  de  la 
gracia  que  nos  es  dada,  de  los  cuales  debe  cada  uno  usar  según 
su  llamamiento:  el  que  profetiza,  mirando  que  su  profecía  sea  con- 
forme á  la  lumbre  de  la  fe:  el  que  recibió  algún  ministerio,  en 
administrarlo:  el  que  enseña,  en  el  trabajo  del  enseñar:  el  que 
amonesta,  en  amonestar:  el  que  da  lo  que  tiene  por  Dios,  que  lo 
dé  con  simplicidad:  el  que  preside  sobre  otros,  que  sea  con  soli- 
citud: el  que  usa  de  misericordia,  que  sea  con  alegría.  Teneos 
amor  sin  fingimiento,  aborreced  el  mal,  allegaos  al  bien.  Amaos 
con  amor  de  hermanos,  y  tomad  siempre  la  delantera  en  honra- 
ros unos  á  otros.  Sed  soHcitos,  y  no  perezosos:  sed  fervientes  en 
el  espíritu,  para  servir  al  Señor.  Estad  gozosos  con  la  esperanza, 
sed  sufridos  en  la  tribulación,  daos  con  toda  instancia  á  la  ora- 
ción, ó  socorred  á  las  necesidades  de  los  sanctos,  acoged  en  vues- 
tra casa  los  peregrinos.  Bendecid  á  los  que  os  persiguen,  ben- 
decidlos, y  no  los  queráis  maldecir.  Gózaos  con  los  que  se  gozan, 
llorad  con  los  que  lloran.  Sentid  todos  una  misma  cosa.  No  seáis 
altivos  en  vuestros  pensamientos,  sino  antes  os  acomodad  á  los 
pequeñuelos  y  humildes.  No  os  tengáis  por  prudentes  en  vuestra 
estimación.  A  ninguno  deis  mal  por  mal,  y  proveed  que  viváis 
con  tanta  honestidad,  que  ni  Dios  ni  los  hombres  tengan  justa 
querella  de  vosotros.  Y  si  fuere  posible  (á  lo  menos  cuanto  es  de 
vuestra  parte)  trabajad  por  tener  paz  con  todos  los  hombres.  No 
os  queráis  defender,  hermanos  míos,  sino  dad  lugar  á  la  ira,  pues 
está  escrito:  A  mí  se  deje  la  venganza,  que  yo  daré  á  cada  uno 
su  merecido,  dice  el  Señor.  Antes,  si  tu  enemigo  tuviere  hambre, 
dale  de  comer,  y  si  sed,  dale  de  beber.  Porque  haciendo  esto,  le 
pondrás  carbones  de  fuego  sobre  la  cabeza,  para  encenderle  en 
tu  amor.  No  te  dejes  vencer  del  mal,  desistiendo  de  hacer  virtud 


BREVE  PARÁFRASÍ 


por  la  culpa  de  otro,  sino  trabaja  por  vencer  los  males  ajenos  con 
beneficios. 

11  Sigúese  el  capítulo  iv,  y  v,  y  vi  de  la  Epístola  á  los  de  Efeso. 


LEGÓOS  hermanos  míos,  yo  preso  en  esta  cadena  por  la 
gloria  del  Señor,  que  viváis  conforme  al  llamamiento  á  que 
sois  llamados,  con  toda  humildad  y  mansedumbre,  con  pacien- 
cia soportándoos  unos  á  otros  con  caridad,  procurando  conser- 
var entre  vosotros  la  unidad  del  espíritu,  mediante  el  vínculo  de 
la  paz,  á  la  cual  pertenece  conservar  esta  unidad.  Seamos  todos 
un  mismo  cuerpo  y  un  mismo  espíritu,  pues  somos  llamados  á 
la  esperanza  de  un  mismo  galardón.  Uno  es  el  Señor  que  todos 
tenemos,  una  la  fe,  uno  el  bautismio,  un  Dios  y  Padre  de  todos, 
que  es  sobre  todos,  y  por  todas  las  cosas,  y  es  en  todos  nos- 
otros. 

Y  más  abajo: 

Esto,  pues,  os  amonesto  y  testifico  en  el  Señor,  que  ya  no 
viváis  de  la  manera  que  los  gentiles,  los  cuales  viven  conforme  á 
la  vanidad  de  su  entendimiento:  el  cual  tienen  escurescido  con  ti- 
nieblas, estando  alejados  de  aquella  manera  de  vida  que  Dios 
enseña,  por  la  ignorancia  que  en  sí  tienen  por  razón  de  la  ce- 
guedad de  su  corazón.  Los  cuales  perdida  la  esperanza  de  los 
bienes  advenideros,  se  entregaron  á  toda  deshonestidad,  sucie- 
dad y  avaricia.  Mas  vosotros  no  habéis  aprendido  esto  de  Cristo: 
si  con  todo  esto  le  habéis  oído  y  estáis  por  él  enseñados  en  el 
camino  de  la  verdad:  por  lo  cual  os  conviene  despojar  el  viejo 
hombre  con  toda  su  antigua  conversación,  el  cual  se  corrompe  y 
estraga  con  deseos  engañosos,  y  renovaos  en  el  espíritu  de  vues- 
tro ánimo,  vistiéndoos  de  otro  nuev^o  hombre  criado  según  Dios 
en  justicia  y  sanctidad  verdadera.  Por  lo  cual  despojándoos  de  to- 
da mentira,  trate  verdad  cada  uno  con  su  prójimo,  porque  somos 
unos  miembros  de  otros.  Airaos  y  no  queráis  pecar.  Mirad  que 
no  se  ponga  el  sol  sobre  vuestra  ira.  No  queráis  dar  lugar  al  dia- 
blo. El  que  hasta  aquí  hurtaba,  ya  no  hurte,  sino  trabaje  con  sus 
manos  en  cosa  que  sea  honesta,  para  que  tenga  con  qué  poder 
socorrer  á  los  que  padescen  necesidad.  Toda  palabra  mala  no 
salga  por  vuestra  boca,  sino  la  que  fuere  buena  para  edificación 
de  la  fe,  y  provecho  de  los  oyentes,  y  no  queráis  entristecer  al 


176  GUIA  DE  PECADORES 


Espíritu  Sancto,  con  el  cual  estáis  señalados  para  el  día  de  la  re- 
dempción,  en  el  cual  habéis  de  ser  salvos.  Toda  amargura,  ira, 
indignación,  vocinglería  y  maledicencia,  sea  quitada  de  vosotros, 
con  toda  malicia.  Y  sed  entre  vosotros  benignos  y  misericordio- 
sos, perdonándoos  unos  á  otros,  así  como  Dios  os  perdonó  por 
Cristo. 

Cap.  V. 

'ed,  pues,  imitadores  de  Dios  así  como  hijos  muy  amados,  y 
vivid  siempre  en  amor,  así  como  Cristo  nos  amó  y  se 
ofreció  por  nosotros  á  Dios  en  ofrenda  y  sacrificio  de  grande 
acepción  y  suavidad.  Cosa  de  fornicación,  ó  suciedad,  ó  avaricia, 
ni  aun  se  nombre  entre  vosotros,  así  como  conviene  á  sanctos:  ni 
tampoco  palabras  torpes,  ó  desvariadas,  ó  chucarrerías,  que  no 
convienen  para  la  gravedad  de  nuestro  instituto:  sino  en  lugar  de 
esto  haya  hacimiento  de  gracias.  Porque  esto  habéis  de  saber  y 
entender,  que  todo  fornicador,  ó  sucio,  ó  avariento  (lo  cual  es  ser- 
vir á  ídolos)  no  tienen  parte  en  el  reino  de  Cristo  y  de  Dios?Na- 
die  os  engañe  con  vanas  palabras,  porque  por  estos  pecados  vino 
la  ira  de  Dios  en  los  hijos  de  la  desconfianza.  No  queráis,  pues, 
tener  que  ver  con  ellos.  Porque  aunque  algún  tiempo  érades  ti- 
nieblas, agora  sois  luz  en  el  Señor,  y  por  eso  conviene  que  vi- 
váis como  hijos  de  luz.  Y  el  fructo  desta  luz  es  vivir  en  toda  bon- 
dad, y  justicia,  y  sanctidad  verdadera,  mirando  con  atención  lo 
que  sea  más  agradable  á  Dios.  Y  no  queráis  seguir  las  obras  in- 
fructuosas de  las  tinieblas,  sino  antes  las  reprehended. 

Así  que,  hermanos  míos,  mirad  que  andéis  con  toda  circuns- 
pección, no  como  hombres  ignorantes,  sino  como  discretos,  traba- 
jando por  aprovecharos  del  tiempo  y  de  cualquier  oportunidad 
y  ocasión  que  se  os  ofrezca  para  bien  hacer:  porque  los  días  son 
malos.  Y  por  tanto,  no  seáis  imprudentes,  sino  avisados  para  en- 
tender cuál  sea  la  voluntad  de  Dios.  Y  no  queráis  hinchióos  de 
vino  (en  el  cual  está  la  lujuria)  sino  procurad  de  andar  llenos  del 
Espíritu  Sancto,  platicando  en  vuestros  corazones  con  vosotros 
mismos  en  psalmos,  y  himnos,  y  cantares  espirituales,  cantando 
dentro  de  vuestros  corazones  á  Dios,  y  dándole  gracias  en  nom- 
bre de  Cristo  por  todos  sus  beneficios,  humillándoos  y  subjec- 
tándoos  unos  á  otros  con  temor  de  Cristo. 


liREVE   PARÁFRASr  1 77 


Las  mujeres  estén  subjectas  á  sus  maridos  así  como  al  Se- 
ñor, porque  el  varón  es  cabeza  de  la  mujer,  así  como  Cristo  es 
de  la  Iglesia:  el  cual  da  salud  al  cuerpo  de  ella.  Vosotros  tam- 
bién los  maridos,  amad  á  vuestras  mujeres,  así  como  Cristo  amó 
á  la  Iglesia,  y  ofreció  á  sí  mismo  por  ella,  alimpiándola  con  lava- 
torio de  agua  y  palabra  de  vida,  para  juntar  consigo  una  glo- 
riosa Iglesia,  que  no  tuviese  mácula  ni  ruga,  sino  que  fuese  lim- 
pia y  sin  mancilla.  Y  así  los  maridos  han  de  amar  á  sus  mujeres 
como  á  sus  proprios  cuerpos.  El  que  ama  á  su  mujer,  á  sí  mismo 
ama.  Porque  ninguno  jamás  tuvo  odio  á  su  propria  carne,  sino 
antes  la  cría  y  regala,  así  como  Cristo  amó  la  Iglesia,  porque 
miembros  somos  de  su  cuerpo,  carne  de  su  carne,  y  huesos  de 
sus  huesos.  Por  esto  dejará  el  hombre  su  padre  y  á  su  madre,  y 
allegarse  ha  á  su  mujer,  y  serán  dos  en  una  carne.  Este  sacra- 
mento es  grande,  entendiéndolo  de  Cristo  y  de  la  Iglesia.  Así 
que,  cada  uno  de  vosotros  ame  á  su  mujer  como  á  sí  mismo,  y 
la  mujer  tema  á  su  marido. 

Cap.  vi. 


jíjOS,  obedesced  á  vuestros  padres  en  el  Señor,  porque  esto 
pide  la  ley  de  la  justicia.  Honra  á  tu  padre  y  á  tu  madre 
(que  es  el  primer  mandamiento  de  aquéllos  á  quien  se  añade  luego 
la  promesa)  para  que  te  sucedan  las  cosas  prósperamente  y  vi- 
vas largos  días  sobre  la  tierra.  Y  vosotros,  padres,  no  queráis  pro- 
vocar á  ira  á  vuestros  hijos,  sino  criadlos  con  disciplina  y  ense- 
ñanza conforme  á  la  ley  del  Señor.  Los  que  sois  sier^^os,  obedes- 
ced á  vuestros  señores  carnales  con  temor  y  temblor  y  con  sim- 
plicidad de  corazón,  como  si  sirviésedes  á  Cristo,  no  mirando  á 
sólo  hacer  lo  que  debéis  cuando  los  tenéis  presentes,  como  quien 
desea  agradar  á  los  hombres,  sino  como  siervos  de  Cristo,  ha- 
ciendo en  esto  de  todo  corazón  la  voluntad  de  Dios,  sirviéndoles 
con  amor,  como  quien  sirve  á  Dios  y  no  á  hombres,  sabiendo 
que  cada  uno  recibirá  del  Señor  el  galardón  del  bien  que  hicie- 
re, ora  sea  siervo,  ora  libre.  Y  vosotros  los  que  sois  señores,  tra- 
tadlos de  la  misma  manera,  templándoos  en  los  castigos  y  ame- 
nazas, sabiendo  que  tenéis  un  común  Señor  en  el  cielo,  en  el  cual 
no  ha  lugar  la  acepción  de  personas. 

OBRAS  PE  GRAXADA  X— 18 


GUIA  DE  PECADORES 


De  aquí  adelante,  hermanos,  esforzaos  en  el  Señor  y  en  el  po- 
der de  su  virtud,  y  vestios  las  armas  de  Dios,  para  que  podáis  es- 
tar firmes  contra  las  celadas  del  enemigo:  porque  no  tenemos 
trabada  pelea  contra  carne  y  contra  sangre,  sino  contra  los  prín- 
cipes y  potestades,  y  contra  los  regidores  deste  mundo  tenebro- 
so, y  contra  las  espirituales  malicias  que  están  en  este  aire.  Por 
tanto,  tomad  las  armas  de  Dios,  para  que  con  ellas  podáis  resistir 
en  el  día  malo  y  estar  en  todo  perfectos.  Estad,  pues,  ceñidos 
vuestros  lomos  con  verdad,  y  vestidos  de  la  loriga  de  justicia, 
y  calzados  los  pies  como  aparejados  para  predicar  el  Evangelio 
de  la  paz,  tomando  en  todas  las  cosas  el  escudo  de  la  fe,  con  la 
cual  podáis  amatar  todas  las  saetas  encendidas  de  aquel  malvado, 
y  tomad  el  capacete  de  salud  (que  es  la  esperanza  en  Cristo  nues- 
tro Salvador)  y  el  cuchillo  del  espíritu  (que  es  la  palabra  de  Dios) 
orando  para  esto  en  todo  tiempo  con  fervor  de  espíritu  con  toda 
instancia  y  con  toda  oración  y  suplicación,  y  especialmente  ha- 
ciendo oración  por  todos  los  sanctos  y  por  mí,  para  que  me  sean 
dadas  palabras  con  que  libre  y  confiadamente  publique  el  mis- 
terio del  Evangelio,  por  cuya  predicación  estoy  preso  en  esta  ca- 
dena, para  que  en  él  hable  como  me  conviene  hablar. 

1[  ítem,  en  el  capítulo  iii   y  iv  de   la  Epístola  á  los  Colosenses, 
dice  así: 

Jermanos,  si  habéis  ya  resucitado  con  Cristo  á  otra  nueva 
manera  de  vida,  buscad  las  cosas  que  están  en  lo  alto,  don- 
de está  Cristo  asentado  á  la  diestra  del  Padre:  éstas  procurad  de 
saber  y  traer  en  vuestro  corazón,  y  no  las  que  están  sobre  la 
tierra.  Porque  ya  estáis  muertos  á  todas  éstas,  y  vuestra  vida  está 
escondida  con  Cristo  en  Dios:  porque  Él  solo  conosce  la  digni- 
dad desta  vida,  así  como  Él  solo  conosce  la  dignidad  de  Cristo. 
Y  así  cuando  Cristo  descubriere  al  mundo  su  gloria,  entonces  tam- 
bién se  descubrirá  la  vuestra.  Y  por  tanto, procurad  de  mortificar 
vuestros  miembros  que  están  sobre  la  tierra,  que  son  fornicación, 
suciedad,  lujuria,  cobdicia  mala  y  avaricia  (la  cual  es  una  manera 
de  idolatría)  por  los  cuales  pecados  vino  la  ira  del  Señor  sobre 
los  hijos  de  la  incredulidad,  entre  los  cuales  algún  tiempo  estu- 
vistes,  cuando  vivíades  en  ellos.  Mas  agora  os  conviene  dejar 
todas  estas  cosas,  conv^iene  saber,  ira,  indignación,  malicia,  blas- 


BREVE   PARÁFRASr  1 79 


femia  y  toda  palabra  torpe,  que  nunca  salga  de  vuestra  boca.  No 
queráis  decir  mentira  unos  á  otros,  pues  habéis  comenzado  á  des- 
pojaros del  viejo  hombre  con  todas  sus  obras,  y  á  vestir  el  nue- 
vo, el  cual  es  renovado  á  imagen  de  Aquél  que  lo  crió,  mediante 
el  conoscimiento  de  Dios:  en  el  cual  no  se  conosce  macho  ni 
hembra,  gentil  ni  judío,  circuncisión  ni  prepucio,  bárbaro  ni  es- 
cita, pues  todos  son  una  misma  cosa  en  Cristo.  Y  por  tanto,  como 
escogidos  de  Dios  y  como  sanctos  y  amados  suyos,  vestios  de 
entrañas  de  misericordia,  de  benignidad,  de  humildad,  de  mo- 
destia, de  paciencia,  sufriéndoos  unos  á  otros,  perdonándoos  unos 
á  otros  (si  alguno  tiene  querella  de  otro)  para  que  así  como  el 
Señor  os  perdonó,  así  vosotros  perdonéis.  Y  sobre  todas  estas 
cosas  tened  caridad,  la  cual  es  vínculo  de  perfección,  y  la  paz  y 
concordia  de  Cristo  triunfe  en  vuestros  corazones  y  los  rija,  á  la 
cual  sois  llamados  en  un  mismo  cuerpo  de  su  Iglesia:  por  el  cual 
beneficio  le  debéis  ser  agradescidos.  Y  la  palabra  de  Cristo  (que 
es  su  doctrina)  more  en  vosotros  abundantemente,  en  toda  sabi- 
duría enseñando  y  amonestando  á  vosotros  mismos  con  psalmos 
y  himnos  y  cantares  espirituales,  cantando  alabanzas  á  Dios  en 
vuestro  corazón.  Las  palabras  que  habláredes,  y  las  obras  que  hi- 
ciéredes,  todas  las  haced  para  gloria  de  Cristo,  dando  gracias  á 
Dios  y  al  Padre  eterno  por  él. 

lY  más  abajo,  después  de  haber  encomendado  en  particular  las 
obligaciones  que  cada  uno  tiene  en  su  estado,  como  arriba  se 
trató,  añade  y  dice  así: 

Daos  con  toda  instancia  á  la  oración,  velando  en  ella  con  ha- 
cimiento  de  gracias,  haciendo  oración  también  por  mí,  porque 
Dios  me  abra  camino  y  me  dé  palabras  para  hablar  el  misterio 
de  Cristo  (por  el  cual  estoy  agora  preso)  para  que  lo  publique  y 
enseñe  como  me  conviene  hacer.  Y  mirad  que  tratéis  avisada- 
mente con  los  que  están  fuera  (esto  es,  con  los  que  no  han  en- 
trado en  el  cuerpo  de  la  Iglesia)  buscando  siempre  ocasión  para 
traerlos  á  Cristo.  Y  vuestras  palabras  vayan  siempre  saladas 
con  suavidad  y  discreción,  para  que  entendáis  cómo  habéis  de 
responder  á  cada  uno. 

líltem,  para  que  veas,  cristiano  lector,  cómo  la  perfección  de  la 
vida  cristiana  (con  ser  un  paraíso  del  hombre  interior)  es  una 
perpetua  cruz  del  exterior,  y  por  consiguiente,  cuánta  necesidad 


I  8o  GUIA  DE  PECADORES 


tenemos  de  aquella  fortaleza  general  que  pusimos  en  el  postrer 
aviso  de  nuestra  regla,  oye  lo  que  este  celestial  enseñador  dice 
en  el  sexto  capítulo  de  la  Epístola  á  los  de  Corinto. 

para  ayudaros,  hermanos  míos,  en  vuestro  buen  propósito, 
os  amonestamos  que  no  recibáis  en  balde  la  gracia  del 
Señor,  porque  escrito  está:  En  el  tiempo  acepto  te  oí  y  en  el 
día  de  salud  te  ayudé.  Veis  aquí  agora  estamos  en  el  tiempo 
acepto  á  Dios  y  en  el  día  de  la  salud,  y  por  tanto  á  nadie  demos 
causa  de  ofensión  ni  de  querella,  para  que  no  sea  vituperado 
nuestro  ministerio,  sino  que  en  todo  nos  hayamos  como  ministros 
de  Dios  en  mucha  paciencia,  en  tribulaciones,  en  necesidades,  en 
angustias,  en  azotes,  en  cárceles,  en  ser  tenidos  y  tratados  del 
mundo  como  hombres  revoltosos,  en  trabajos,  en  vigilias,  en  ayu- 
nos, en  castidad,  en  sciencia,  en  longanimidad,  en  suavidad,  en  el 
Espíritu  Sancto,  en  caridad  no  fingida,  en  hablar  verdad,  en  vir- 
tud de  Dios,  andando  siempre  armados  con  armas  de  justicia  á 
la  diestra  y  á  la  siniestra,  esto  es,  pasando  igualmente  por  hon- 
ras y  por  deshonras,  por  infamia  y  por  buena  fama,  siendo  te- 
nidos por  engañadores,  como  quier  que  seamos  verdaderos:  sien- 
do tenidos  por  no  conocidos  de  Dios,  como  quier  que  seamos 
conoscidos:  siendo  reputados  por  muertos  como  quiera  que  es- 
temos vivos:  siendo  castigados,  mas  no  por  eso  mortificados  ó 
muertos:  paresciendo  en  lo  defuera  tristes,  y  estando  siempre  en 
el  ánimo  gozosos:  siendo  tenidos  por  pobres,  como  quiera  que 
hagamos  ricos  á  muchos:  tratándonos  como  si  nada  tuviésemos,  y 
poseyendo  todas  las  cosas. 

1ÍY  porque  no  pienses,  cristiano  lector,  que  esto  es  decir  y  no 
hacer,  oye  lo  que  dice  tras  esto  en  el  capítulo  xi  de  la  misma 
Epístola,  dando  cuenta  de  sus  trabajos. 

Heme  visto  por  amor  de  Cristo  en  muchos  trabajos  y  en  mu- 
chas más  cárceles,  y  sufrido  muchos  más  azotes  de  los  que  se 
puede  creer.  Cinco  veces  fui  azotado  de  los  judíos,  dándome  cada 
vez  los  cuarenta  azotes  que  manda  la  ley,  haciéndome  gracia  de 
solo  uno.  Otras  tres  veces  fui  azotado  con  varas  por  los  genti- 
les, una  vez  fui  apedreado,  tres  veces  padescí  naufragios,  una 
noche  y  un  día  estuve  en  el  profundo  de  la  mar.  En  los  cami- 
nos muchas  veces  padescí  peligros  de  ríos,  peligros  de  ladrones, 


BREVE  PaRAFRASI  18 1 


peligros  de  la  gente  de  mi  linaje,  peligros  de  las  otras  gentes,  pe- 
ligros en  la  cibdad  y  peligros  en  la  soledad,  peligros  en  la  mar 
y  peligros  en  los  falsos  hermanos,  con  trabajo  y  molestia  y  con 

muchas  vigilias,  con  hambre  y  sed,  y  con  muchos  ayunos, 
con  frío  y  desnudez.  Y  entre  otras  cosas  no  cuento  los  otros 
trabajos  que  de  fuera  me  vienen,  que  son  la  instancia  y  priesas 

de  cada  día  y  el  cuidado  de  todas  las  iglesias  de  Dios.  <j  Quién 
está  enfermo,  que  yo  no  lo  esté?  ^iQuién  se  escandaliza,  que  yo 
no  me  abrase?  Si  es  lícito  al  hombre  gloriarse,  en  estos  trabajos 
que  por  Cristo  padescí  me  gloriaré.  Dios  y  el  Padre  de  nuestro 
Señor  Jesucristo  (el  cual  es  bendito  en  todos  los  siglos)  sabe  que 
no  miento.  El  presidente  de  Damasco  tenía  puestas  guardas  en 
esta  cibdad  para  prenderme,  y  en  una  espuerta  me  colgaron  por 
el  muro,  y  desta  manera  escapé  de  sus  manos. 

Y  si  es  lícito  gloriarme  (aunque  esto  no  conviene)  vendré  á 
las  visiones  y  revelaciones  del  Señor.  Conosco  un  hombre  en 
Cristo  Jesú  que  antes  destos  catorce  años  fué  arrebatado  hasta 
el  tercero  cielo  (en  cuerpo  ó  fuera  de  cuerpo  no  lo  sé,  Dios  lo 
sabe)  y  sé  que  este  hombre  (en  cuerpo  ó  fuera  de  cuerpo  no  lo 
sé.  Dios  lo  sabe)  fué  arrebatado  al  Paraíso,  y  oyó  allí  tan  gran- 
des secretos,  que  no  es  lícito  al  hombre  hablarlos.  Y  porque  la 
grandeza  de  las  revelaciones  no  me  ensoberbezca,  rae  fué  dado 
un  estímulo  de  mi  carne,  que  es  un  ángel  de  Satanás,  que  me  dé 
de  bofetadas.  Por  lo  cual  rogué  tres  veces  al  Señor  que  me  li- 
brase del,  y  respondióme:  Bástate  para  eso  mi  gracia,  porque  la 
virtud  cresce  con  los  trabajos,  porque  more  en  mí  la  virtud  de  Cris- 
to. Por  lo  cual  me  alegro  en  mis  fatigas,  en  las  injurias,  en  las 
necesidades,  en  las  persecuciones  y!  en  las  angustias  por  Cristo: 
porque  cuando  me  veo  en  estos  trabajos,  entonces  estoy  más  po- 
deroso. 


FIN   DEL    SEGUNDO  LIBRO 


Esfe  volumen,  cristiano  lector,  cresció  más  de.  lo  que  se  pen- 
saba, y  por  esto  lo  que  resta  va  en  otro  volumen. 


AL  RELIGIOSO  LECTOR 


A  que  pusimos  en  este  segundo  libro,  religioso  lector, 
algunos  avisos  y  reglas  pertenescientes  á  diversas 
maneras  y  estados  de  personas,  parescióme  cosa 
conveniente  poner  también  aquí  alguna  regla  apropriada  para 
■religiosos  y  religiosas,  que  es  uno  de  los  principales  estados  de  la 
Iglesia.  Para  lo  cual  no  me  páreselo  que  había  cosa  más  propria 
que  una  carta  que  el  muy  R.  P.  F.  Hierónimo  de  Ferrara  envió  á 
una  señora  que  quería  entrar  por  monja  en  un  monesterio:  en  la 
cual  brevísima  y  religiosamente  declara  todo  lo  principal  que  á 
este  estado  pertenece.  La  cual  hice  trasladar  á  un  religioso  de  len- 
gua toscana  en  castellana;  y  añadir  á  este  segundo  libro,  pidiendo  á 
todos  los  religiosos  y  religiosas  por  honra  de  Cristo  la  quieran 
leer  muchas  veces  atentamente  y  tener  por  un  clarísimo  espejo 
y  dechado  de  su  vida,  para  que  por  ella  vean  la  obligación  que 
sobre  sí  tienen,  y  el  grande  peligro  y  engaño  en  que  viven,  si  con 
ella  no  cumplen. 


TRATADO 

QUE  ENVIÓ 

EL  R.  P.  FR.    HIERÓNIMO   DE    FERRARA 

DE  LA  Orden  de  los  Frailes  Predicadores 
Á    LA   SEÑORA   MAGDALENA 

Condesa  de  la  Mirándula 

LA   CUAL  quería  ENTRAR  EN   RELIGIÓN 


I ABIENDO  sabido  }'o,  carísima  mía  en  el  Señor,  el  deseo 
de  vuestro  corazón  que  tenéis  de  desamparar  la  va- 
nidad del  siglo  y  seguir  la  verdad  del  eterno  Espo- 
so, la  caridad  me  fuerza  á  escribiros  estas  pocas  palabras,  para 
confirmaros  en  vuestro  propósito  y  para  mostraros  el  camino  de 
Dios  cerca  deste  estado  que  habéis  sanctamente  escogido,  para 
que  no  sigáis  los  yerros  de  muchos  y  los  malos  usos  de  nuestro 
tiempo:  porque  muchos  hay  que  creen  que  desamparan  al  siglo, 
mas  á  la  verdad  no  lo  desamparan,  sino  van  de  un  siglo  á  otro,  y 
muchas  veces  engañados  del  demonio  pierden  el  uno  y  el  otro. 
Pues  será  necesario  á  cada  un  religioso  entender  claramente,  y 
entendiendo  considerar  continuamente,  y  considerando  amar  ar- 
dientemente, y  amando  obrar  solícitamente  aquello  por  lo  cual 
entró  en  el  monasterio.  Muchos  hay  en  estos  días  que  no  entien- 
den á  qué  fin  entraron  en  la  religión,  y  por  esto  no  pueden  bien 
enderezar  su  vida:  porque  el  conoscimiento  del  fin  es  la  regla  de 
nuestras  obras.  Otros  hay  que  conocen  el  fin  á  que  vinieron,  pero ' 
no  le  consideran,  y  con  esto  viven  en  el  monesterio  sin  fi-uto  de 
buenas  obras.  Otros  conociendo  y  considerando  su  fin,  no  le  aman 
ardientemente,  y  con  esto  quedan  tibios  y  hacen  las  obras  de 
Dios  con  negligencia,  no  pensando  aquel  dicho  del  Profeta:  Mal- 
dito el  hombre  que  hace  las  obras  de  Dios  negligentemente.  Otros 


1^4  <^'^'IA  ^^  PECAI^ORES 


conociendo  y  considerando  y  amando  su  fin,  no  le  ponen  en 
obra  como  conviene:  y  éstos  caen  del  primer  fervor,  y  muchas 
veces  pierden  el  fruto  de  sus  trabajos.  Pues  para  que  vos  no  per- 
dáis vuestros  trabajos  en  esta  caballería  en  que  entrastes,  os  es 
necesario  claramente  entender,  y  continuamente  considerar,  y  ar- 
dientemente amar,  y  obrar  diligentemente  aquello  que  pertenece 
para  el  fin  de  la  religión  cristiana,  y  especialmente  á  aquéllos  que 
por  la  excelencia  de  su  estado  son  llamados  singularmente  reli- 
giosos. Pues  dado  que  el  fin  de  todos  los  cristianos  sea  el  reino 
del  cielo,  mas  con  todo  esto  yo  al  presente  no  hablo  del  último 
fin,  sino  del  fin  más  cercano  que  los  sanctos  religiosos  trabajan 
por  alcanzar  en  la  presente  vida.  El  cual  no  es  otro  que  la  cari- 
dad de  Dios  y  del  prójimo.  Por  esto  los  sanctos  religiosos  procu- 
ran y  no  pretenden  otra  cosa  más  que  uñir  su  ánima  por  caridad 
con  Cristo  crucificado,  hasta  que  lleguen  á  aquel  término  que 
puedan  decir  con  el  Apóstol:  Vivo  yo,  ya  no  yo,  mas  vive  en  mí 
Cristo.  Así  que  de  día  y  de  noche  no  piensa  otra  cosa  su  ánima, 
no  sospira  por  otra  su  corazón,  y  su  lengua  otra  cosa  no  habla, 
sino  á  Cristo  crucificado.  Por  cuyo  amor  no  solamente  los  traba- 
jos y  las  tribulaciones  no  le  son  graves,  mas  antes  le  parece  gran- 
de dignidad  poder  padecer  algo  por  quien  tuvo  por  bien  ser  por 
ellos  crucificado.  Tanto,  que  pueden  decir  con  admirable  fervor 
lo  que  el  Apóstol  osadamente  decía:  Guárdeme  Dios  que  yo  en 
otra  cosa  me  gloríe  sino  en  la  cruz  de  mi  Señor  Jesucristo,  por 
quien  el  mundo  está  para  mí  crucificado,  y  yo  por  Él  al  mundo. 
Pues  á  este  fin  y  á  este  amor  están  atentos  los  ojos  del  buen  re- 
ligioso, y  tanto  le  parece  que  crece  ó  falta  en  la  religión,  cuanto 
va  adelante  ó  vuelve  atrás  en  este  deseo,  sabiendo  que  el  Após- 
tol Sant  Pablo  dice:  El  fin  del  precepto  es  la  caridad  de  cora- 
zón puro,  y  consciencia  buena,  y  fe  no  fingida.  Y  porque  la  per- 
fección desta  caridad  no  se  alcanza  sin  la  pureza  del  corazón,  es 
necesario  que  quien  quiere  crecer  en  el  amor  divino,  limpie  su 
corazón  de  toda  afición  carnal  y  terrena,  y  arranque  las  malas 
raíces  de  la  propria  voluntad  y  sensualidad,  las  cuales  ó  por  el 
principio  de  nuestro  nascimiento,  ó  por  la  mala  costumbre  de 
nuestra  vida,  habernos  acquerido.  Esta  pureza  es  la  última  dispo- 
sición para  el  amor  de  Cristo.  Porque  luego  que  el  hombre  ha 
desamparado  el  siglo,  y  limpiado  dentro  de  sí  el  corazón  de  toda 
mancilla  de  pecado  y  de  toda  afición  de  criatura,  alcanza  cum- 


r>E  LOS  VOTOS  RELIGIOSOS  1 85 


plidamente  el  amor  del  esposo  eterno  Cristo  Jesú  crucificado. 
Pues  para  alcanzar  esta  caridad  y  pureza  (que  siempre  ha  de  pre- 
tender en  todas  sus  cosas  el  verdadero  religioso)  es  necesario 
(según  dijimos)  conozca  claramente  que  no  mora  para  otra  cosa 
en  el  monesterio,  sino  para  limpiar  su  corazón  y  hinchirlo  de 
amor  divino.  Y  porque  la  consideración  hace  al  hombre  ende- 
rezar el  camino,  es  menester  traer  esto  continuamente  delante  los 
ojos,  y  considerarlo  continuamente,  y  procurarlo  con  ardiente  de- 
seo, y  trabajar  por  obrarlo  solícita  y  infatigablemente.  Para  esto 
se  hacen  en  la  religión  los  tres  votos,  para  que  por  ellos  se  lim- 
pie el  corazón  de  todo  afecto  terreno  y  perecedero. 

Del  primer  voto  de  la  pobreza. 

L  primer  voto  es  de  la  pobreza,  que  limpia  el  corazón  de  la 
afición  de  los  bienes  terrenos:  el  cual  voto  no  basta  guar- 
dar solamente  en  las  cosas  de  fuera,  mas  es  menester  amar  tanto 
la  pobreza,  que  el  siervo  ó  la  esposa  de  Cristo  no  quiera  poseer 
sino  aquello  que  le  es  necesario  para  pasar  la  vida,  aun  con  fa- 
tiga y  trabajo,  sin  poner  la  esperanza  en  cosa  del  mundo,  sino 
en  solo  Cristo  Jesú,  el  cual  mantiene  á  todo  el  mundo.  Este  vo- 
to, hija  mía,  en  nuestro  tiempo  es  mal  guardado  de  muchos  reli- 
giosos, los  cuales  querrían  ser  pobres,  mas  de  tal  manera  que 
nada  les  faltase.  Dejan  en  el  siglo  cosas  de  mucho  valor,  y  des- 
pués en  el  monesterio  envuelven  sus  corazones  en  cosas  peque- 
ñas, conviene  saber,  en  el  amor  de  una  celda,  ó  de  una  túnica 
nueva,  ó  de  un  breviario  polido,  ó  de  otras  cosas  de  niños,  que 
les  impiden  la  pureza  del  ánima,  y  inquietan  á  sí  mesmos,  y  fi- 
nalmente viven  en  el  monesterio  como  los  árboles  estériles  y  sin 
fruto  en  la  huerta.  ¡Oh,  miserable  condición  de  hombres  que  han 
dejado  el  oro  y  plata  y  otras  cosas  preciosas,  y  después  ensu- 
cian sus  ánimas  con  la  arena  y  con  el  polvo!  Pues  á  vos  convie- 
ne considerar  que  de  la  manera  que  en  el  siglo  los  desposados 
se  deleitan  en  ver  sus  esposas  ataviadas  de  oro  y  plata  y  piedras 
preciosas,  así  el  Esposo  celestial  por  el  contrario  desea  ver  su  es- 
posa despojada  de  todo  ornamento  terreno  y  vestida  de  lo  que 
más  propriamente  conviene  á  su  estado.  Porque  cuanto  más  po- 
bre fuere  de  corazón  y  de  obra,  tanto  más  será  á  él  semejante, 
y  por  consiguiente  de  él  más  amada.  Del  Abad  Arsenio  se  lee 


1 86  GUIA  DE  PECADORES 


que  siendo  mayordomo  en  el  palacio  del  Emperador,  así  como 
en  aquella  corte  ninguno  se  vestía  más  preciosamente  que  él  sien- 
do lego,  así  después  que  se  hizo  monje,  ninguno  en  el  yermo  ves- 
tía más  pobremente.  Tanto,  que  los  otros  monjes  se  afrentaban 
viendo  que  siendo  ellos  de  más  bajo  estado,  se  vestían  mejor  que 
él,  que  había  sido  en  el  mundo  grande  y  poderoso.  Y  así  era 
espejo  y  ejemplo  de  humildad  y  pobreza  á  todos  los  ermitaños. 
Por  tanto,  queriendo  vos  despediros  deste  mundo  por  seguir  á 
Cristo,  y  descendir  de  alto  estado  y  de  muchas  riquezas  á  la  po- 
breza de  Cristo  nuestro  Salvador,  cuanto  estando  en  el  mundo  os 
vestiérades  más  rica  y  pomposamenre  que  vuestras  compañeras, 
tanto  holgad  en  el  monesterio  vestiros  más  despreciadamente 
que  ellas.  Porque  justa  cosa  es  que  los  que  en  la  caballería  del 
diablo  procuraban  de  aventajarse  á  sus  compañeros,  después  que 
vinieren  á  los  reales  de  Cristo,  procuren  en  esto  también  llevar- 
les ventaja.  Pues  que  así  es,  no  os  conviene  traer  vestido  nuevo, 
ó  de  paño  fino,  ni  cosillas  de  oro,  ni  breviarios  dorados,  ni  otros 
libros  de  precio:  ni  conviene  que  las  cosas  que  pertenecen  á  vues- 
tro menester,  sean  de  grande  valor:  porque  no  parezca  que  no 
habéis  despreciado  al  mundo  y  que  todavía  se  os  acuerda  de  la 
dignidad  de  vuestros  padres  y  de  la  pompa  y  trajes  deste  mun- 
do maligno,  como  hacen  algunas  mal  enseñadas  en  el  camino  de 
Cristo,  las  cuales  queriendo  entrar  en  el  monesterio,  se  proveen 
de  hábitos  nuevos  y  preciosos,  como  si  hubiesen  de  ir  á  casarse 
no  con  Cristo  pobre,  mas  con  algún  príncipe  deste  siglo.  Dejad, 
dejad,  hija  mía,  esta  mala  costumbre,  y  entrad  en  el  monesterio 
pobre  y  desnuda.  Traed  un  vestido  pobre  y  grosero  y  remen- 
dado, y  todas  las  otras  cosas  sin  las  cuales  no  podréis  vivir  en  tal 
estado,  sean  convenientes  á  la  pobreza  y  no  á  la  vanidad.  El  bre- 
viario sea  bajamente  encuadernado,  sin  hojas  doradas  ni  ilumi- 
naciones, y  sin  cintas  de  seda,  y  sin  otras  gentilezas,  cubierto  de 
cuero  ó  de  lienzo:  y  aun  si  pudiésedes  pasar  sin  breviario,  sería 
mucho  mejor,  y  decir  el  oficio  juntamente  con  las  otras,  ó  cuan- 
do acaesciese  que  rezásedes  á  solas,  con  algún  breviario  común 
del  monesterio.  Vuestros  libritos  sean  antes  emendados  que  lo- 
zanos, y  después  que  hubiéredes  usado  dellos,  ponedlos  en  el  lugar 
común  para  su  guarda.  Vuestra  celda  sea  tal,  y  esté  de  tal  mane- 
ra proveída,  que  la  podáis  dejar  abierta  aun  á  los  ladrones.  No 
tengáis  en  ella  sino  apenas  aquello  que  es  necesario,  la  cama  sim- 


"DE  LOS  VOTOS  RELIGIOSOS  187 

pie,  la  mesa  simple,  las  imagines  simples,  y  todas  vuestras  cosas 
finalmente  de  olor  de  pobreza.  Muñecas  labradas  y  vestidas  no 
se  hallen  en  vuestras  celdas,  las  cuales  son  el  día  de  hoy  ídolos 
de  las  monjas,  en  que  gastan  muchos  dineros  con  que  podrían 
enriquecer  á  muchos  pobres.  De  lo  cual  darán  cuenta  á  Dios  en 
el  día  del  juicio,  afuera  del  perdimiento  de  tiempo  que  pasan  la- 
brando inútilmente  estas  niñerías.  Tened  un  crucifijo  en  vuestro 
oratorio,  no  de  oro,  ni  de  plata,  ni  curiosamente  labrado,  mas  de- 
voto y  lastimero,  que  os  despierte  la  devoción  del  alma:  y  sea 
de  poco  precio,  para  que  siéndoos  pedido,  fácilmente  le  podáis 
dejar  de  las  manos.  No  os  dejéis  engañar  diciendo:  Mis  parientes 
son  ricos,  y  á  ellos  se  hace  poco  trabajo  darme  cosas  preciosas: 
porque  en  el  monesterio  no  habéis  de  mirar  lo  que  es  proporcio- 
nado á  vuestros  parientes,  sino  lo  que  conviene  al  estado  de  la 
servidumbre  de  Cristo.  Porque  no  solamente  habéis  de  buscar 
aquí  la  salvación  de  vuestras  ánimas,  sino  también  dar  ejemplo  á 
los  otros  con  que  se  salven. Porque  os  afirmo  y  testifico  que  cuan- 
to más  amáredes  esta  pobreza,  tanto  más  poseeréis  la  paz  y  pu- 
reza del  corazón,  y  por  consiguiente  la  caridad.  Tampoco  os  de- 
jéis engañar  de  algunos  que  dicen  que  esta  pobreza  no  consiste 
en  el  carecer  de  las  cosas  exteriores,  mas  en  la  afición  y  propó- 
sito interior.  Porque  dado  que  esto  sea  así  verdad,  todavía  es 
muy  dificultoso  y  cuasi  imposible  poseer  las  cosas  exteriores,  y 
no  amarlas.  Por  la  cual  razón  los  sanctos  pasados  (puesto  que  su 
afición  fuese  toda  por  Cristo)  pero  con  esto  se  despojaban  de 
toda  cosa,  sabiendo  ellos  que  la  posesión  de  las  cosas  terrenas  es 
ocasión  de  muchos  pecados.  Y  esto  se  ve  claramente  en  muchos 
religiosos,  los  cuales  tienen  abundancia  así  en  las  cosas  comunes 
del  monesterio  como  en  las  particulares  de  sus  celdas,  los  cuales 
son  tibios  en  el  amor  de  Cristo  y  poco  llegados  á  la  oración, 
ociosos,  sensuales,  parleros,  murmuradores,  airados,  codiciosos, 
mudables,  envidiosos,  soberbios  y  desobedientes.  Lo  cual  les  vie- 
ne, porque  dejaron  el  primer  fundamento  de  la  pobreza  verda- 
dera, no  entendiendo  que  quien  sirve  á  Dios  en  el  monesterio, 
conviene  que  sea  pobre  así  en  el  espíritu  como  en  los  bienes  ex- 
teriores. Pues  no  os  mueva  persuasión  de  algún  hom.bre  á  lo  con- 
trario desta  regla  que  yo  os  he  dado.  De  otra  manera,  tened  por 
cierto  que  no  hallaréis  contentamiento:  porque  ésta  es  doctrina 
de  todos  los  sanctos,  probada  por  continua  experiencia. 


l8g  GUIA  DE  PECADORES 


Del  segundo  voto  de  castidad. 

L  segundo  voto  limpia  el  corazón  de  todas  las  aficiones  car- 
nales, que  es  el  de  la  castidad.  El  cual  cuánto  sea  trabajoso 
para  ser  perfectamente  guardado,  muéstralo  Sant  Augustín  cuan- 
do dice:  Entre  todas  las  batallas  de  los  cristianos,  la  más  dura  es 
la  de  la  castidad,  donde  es  continua  la  guerra  y  muy  rara  la  vic- 
toria. Y  este  combate  es  más  terrible  en  la  mocedad,  y  tanto 
más  cuanto  la  castidad  quiere  ser  guardada  con  el  ánima  y  con  el 
cuerpo  juntamente.  Y  porque  contra  la  castidad  se  levantan  tres 
cosas,  conviene  saber,  los  encuentros  que  de  fuera  se  ofrecen,  la 
inclinación  de  la  carne  y  los  pensamientos  interiores  del  ánimo, 
por  esto  los  sanctos  Padres  proveyeron  en  la  religión  contra  estas 
tres  cosas  de  otras  tres  contrarias  á  ellas,  que  son,  encerramiento, 
penitencia  y  continuo  ejercicio,  ó  del  ánima,  ó  del  cuerpo.  Las 
cuales  cosas  quien  no  tuviere,  tenga  por  cierto  que  no  tendrá  vic- 
toria en  esta  batalla.  Pero  no  basta  para  lo  primero  estar  cerrada 
la  puerta  del  monesterio,  si  la  esposa  de  Cristo  en  el  moneste- 
rio  no  está  secreta.  Porque  muchas  en  este  tiempo  están  ence- 
rradas entre  cuatro  paredes:  mas  todo  el  día  están  puestas  á  la 
reja  ó  al  torno,  y  debajo  de  especie  de  espíritu  y  de  piedad  todo 
el  día  murmuran  y  parlan  con  sus  amigos  y  parientes,  á  los  cua- 
les convidan  á  que  vayan  muchas  veces  á  visitarlas:  las  cuales, 
si  verdaderamente  tuviesen  espíritu,  no  los  querrían  ver  de  los 
ojos,  antes  los  despedirían  con  palabras  duras,  no  haciendo  caso 
si  por  eso  se  enojasen.  Vayan  las  tales  á  leer  en  las  vidas  de  los 
sanctos  Padres,  y  hallarán  cómo  los  hijos  no  querían  ver  á  sus 
proprias  madres,  ni  los  hermanos  á  sus  hermanas,  ni  las  herma- 
nas á  sus  hermanos.  Acordábanse  éstos  bien  de  lo  que  dice  el 
Salvador:  No  vine  á  poner  paz  en  la  tierra,  sino  cuchillo:  porque 
vine  á  apartar  al  hombre  de  su  padre,  y  á  la  hija  de  su  madre,  y 
á  la  nuera  de  su  suegra,  y  á  que  tuviese  el  hombre  por  sus  ene- 
migos á  los  mismos  de  su  casa.  Así  que,  señora  muy  amada  en 
Cristo  Jesú,  entrando  en  el  monesterio,  dejad  afuera  todos  los 
vuestros,  y  de  tal  manera  los  dejad,  que  no  los  queráis  más  ver 
ni  oír,  especialmente  á  los  hombres.  De  esta  manera  obedeceréis 
á  la  voz  del  Padre  eterno  que  dice  á  la  esposa  de  su  amado  Hijo 
Jesucristo:  oye,  hija,  y  ve,  y  inclina  tu  oreja,  y  olvídate   de  tu 


DE  LOS  VOTOS  RELIGIOSOS  1 89 

pueblo  y  de  la  casa  de  tu  padre,  y  codiciará  el  rey  tu  hermosu- 
ra. Porque  es  imposible  conversar  al  modo  que  conversan  algu- 
nas monjas  tibias,  queriendo  ser  graciosas  á  los  ojos  de  los  se- 
glares, y  no  hinchir  la  fantasía  de  muchas  vanidades  y  de  deseos 
carnales.  Y  después  que  desta  manera  os  apartáredes  del  siglo 
(porque  la  carne  nunca  cesa  de  conquistar  al  espíritu,  según  que 
está  escrito:  la  carne  codicia  contra  el  espíritu,  y  el  espíritu  con- 
tra la  carne)  tenéis  necesidad  de  la  segunda  defensa,  que  es  la  pe- 
nitencia. En  la  cual  es  menester  tener  templanza,  de  manera  que 
no  sea  demasiada  ni  menor  de  lo  que  conviene.  El  cual  medio  es 
muy  dificultoso  de  acertar,  y  no  se  puede  dar  mejor  regla  á  los  que 
comienzan,  que  ésta,  conviene  saber,  que  tomen  consejo  con  los 
experimentados  y  discretos  en  la  vida  espiritual.  Pero  debe  el 
siervo  de  Dios  y  la  sierva  de  Cristo  antes  acostarse  á  la  auste- 
ridad que  al  regalo,  de  tal  manera  que  siempre  sea  estrecho  un 
poco  en  el  comer,  y  en  el  beber,  y  en  el  dormir,  y  en  las  otras  co- 
sas y  necesidades  corporales:  las  cuales  ha  de  tomar  como  me- 
dicinas, considerando  lo  que  dice  el  Apóstol:  Vuestro  servicio 
sea  con  discreción. 

Después  desto  resta  combatir  con  los  pensamientos:  para  lo 
cual  es  necesaria  la  tercera  arma,  esto  es,  el  continuo  ejercicio,  ó 
espiritual,  ó  corporal.  Por  tanto  los  sanctos  nuestros  padres  orde- 
naron que  en  los  monesterios  estén  siempre  los  religiosos  ocupa- 
dos, ó  en  ejercicios  espirituales,  esto  es,  en  leer,  cantar,  decir  psal- 
mos,  meditar,  orar,  ó  en  los  corporales,  como  son  obras  de  manos. 
De  donde  dice  S.  Hierónimo:  Siempre  haz  alguna  obra,  porque  el 
diablo  siempre  te  halle  ocupado.  Pues  si  estas  tres  cosas  diligen- 
temente guardares,  la  flor  de  vuestra  virginidad  estará  limpia  y 
resplandeciente  para  el  esposo  de  vuestra  ánima  Cristo  Jesú. 

Del  tercero  voto  de  obediencia, 

L  tercero  voto  que  alimpia  el  corazón  de  los  desordenados 
deseos  del  ánimo,  es  el  voto  de  la  obediencia:  la  cual  es 
acepta  sobre  todo  sacrificio,  como  escribe  el  Profeta,  diciendo: 
Mejor  es  la  obediencia  que  los  sacrificios.  El  cual  voto  (si  le 
queréis  guardar  como  conviene,  por  agradar  á  vuestro  Esposo, 
(jue  se  hizo  obediente  hasta  la  muerte,  y  muerte  de  cruz)  es  me- 


190  GUIA  DE   PECADORES 


nester  que  hagáis  lo  que  hizo  un  monje,  el  cual  por  breve  tiem- 
po llegó  por  esta  vía  á  grande  santidad  de  vida.  Porque  entran- 
do en  el  monesterio  asentó  consigo  mismo,  diciendo:  Tú  y  el 
asno  seréis  una  misma  cosa.  El  asno  va  donde  es  llevado,  lleva 
grande  carga  y  sufre  los  palos  que  le  dan,  y  con  todo  calla. 
Así  conviene  que  olvidéis  la  gloria  del  siglo  perecedero,  y  os 
acordéis  que  todos  somos  hijos  de  Adán,  todos  mortales,  todos 
iguales  en  la  naturaleza,  y  que  siempre  tengáis  en  la  memoria  la  hu- 
mildad de  nuestro  Salvador.  El  cual  siendo  Dios,  se  sujetó  á  la  obe- 
diencia de  los  hombres,  conviene  saber, de  la  virgen  María  y  de  Jo- 
sé, para  que  no  se  afrente  el  hombre  de  sujetarse  á  la  obediencia 
de  otro  hombre.  Pues  así  como  entráredes  en  el  monesterio, 
determinad  que  vais  á  servir,  y  no  á  ser  servida:  á  obedecer,  y  no 
á  mandar:  y  á  sujectaros  á  aquéllas  las  cuales  por  ventura  se  tu- 
vieran por  dichosas  de  serviros  en  el  siglo.  Pues  haced  un  propó- 
sito firme  en  vuestro  ánimo,  no  sólo  de  ser  subjecta  y  obediente  á 
vuestras  superiores,  sino  también  á  vuestras  iguales,  y  aun  á  las 
más  bajas:  como  el  Hijo  de  la  Virgen  no  vino  para  ser  servido, 
sino  para  servir  y  para  dar  su  ánima  en  redención  por  muchos, 
pensando  siempre  que  toda  su  vida  fué  humildad  y  que  la  so- 
berbia es  principio  y  raíz  de  todos  los  males:  por  la  cual  Lucifer 
con  sus  compañeros  cayó  del  muy  alto  cielo  en  los  abismos. 
Porque  quien  se  ensalza  será  humillado,  y  quien  se  humilla  será 
ensalzado.  Brevemente,  entrando  en  el  monesterio  pensad  que 
nada  sabéis  de  bien  ni  de  mal,  sino  lo  que  os  enseñaren.  No  dis- 
putéis con  alguna  persona,  ni  contradigáis  á  alguno,  ni  os  tengáis 
por  sabia.  Porque  dice  nuestro  Salvador:  Si  no  os  volviéredes  y 
hiciéredes  como  este  pequeñuelo,  no  entraréis  en  el  reino  de  los 
cielos.  Estad  en  el  monasterio  en  el  lugar  más  bajo,  y  entrad  en 
él  como  niña  para  aprender  y  no  para  enseñar.  Porque  todo  re- 
ligioso, mayormente  mozo,  que  se  tiene  por  sabio,  va  fuera  del 
camino  de  Dios,  y  no  sabe  dónde  camina. 

Pues  tornando  á  lo  primero,  digo  que  estos  tres  votos  se  ins- 
tituyeron en  la  religión  para  purificar  el  ánima  de  los  afectos  y 
amor  de  las  cosas  criadas  así  exteriores  como  interiores,  cual  es 
el  amor  de  la  propria  excelencia.  Para  que  el  corazón  totalmente 
desnudo  de  su  proprio  amor,  todo  se  vista  de  caridad  y  se  en- 
cienda en  el  amor  de  Cristo  crucificado,  con  el  cual  se  haga  una 
misma  cosa.  Y  á  este  fin  se  ordenan  todas  las  otras  cosas  de  la 


DE  LOS  VOTOS  RELIGIOSOS  I9I 


religión:  á  esto  es  los  ayunos,  las  vigilias,  los  trabajos,  el  silencio 
y  las  oraciones.  Por  tanto,  si  el  religioso  no  pone  siempre  los 
ojos  en  este  blanco,  no  puede  entender  si  aprovecha  en  la  reli- 
gión ó  no.  Pues  si  queréis  ser  bienaventurada  en  este  siglo  y  en  el 
venidero,  yo  os  amonesto  que  dejéis  este  vano  siglo,  como  ha- 
béis determinado:  pero  amonestóos  que  le  dejéis,  no  en  parte 
sino  en  todo,  y  transpasaos  toda  á  Dios,  en  cuyo  solo  amor  se 
halla  paz  y  reposo,  como  dice  S.  Augustín.  Hecístenos,  Señor,  para 
ti,  y  nuestro  corazón  está  desasosegado  hasta  que  descanse  en  ti. 
Pues  guardad  diligentemente  lo  que  yo  os  he  aquí  escrito,  ayun- 
tando á  esto  la  continua  oración,  la  cual  es  el  principal  estudio 
del  religioso.  Mas  porque  la  oración  no  se  puede  bien  hacer  si 
no  nace  del  silencio  y  del  trabajo,  conviéneos  en  todo  caso  re- 
frenar la  lengua:  porque  como  dice  Santiago  Apóstol,  quien  pien- 
sa que  es  religioso,  y  no  refrena  su  lengua,  sino  engaña  su  co- 
razón, vana  es  su  religión.  Haciéndoos  saber  que  en  ninguna 
cosa  puede  el  demonio  más  presto  engañar  á  los  religiosos,  que 
en  la  lengua:  porque  debajo  de  color  de  alguna  recreación,  ó  de 
otros  bienes  semejantes,  trae  á  parlar  demasiadamente,  y  mu- 
chas veces  á  murmurar  del  prójimo,  no  considerando  aquella 
sentencia  de  Salomón,  que  dice:  En  el  mucho  hablar  no  faltará 
pecado:  y  que  por  el  mucho  hablar  se  pierde  la  fuerza  de  la 
oración.  De  la  cual  el  demonio  ha  mayor  miedo  que  de  ningu- 
na otra  cosa,  y  sin  la  cual  ningún  temor  tiene  al  religioso,  Y  si  á 
todos  los  religiosos  es  necesario  guardar  la  lengua,  mucho  más 
necesario  es  á  las  vírgines  de  Cristo,  á  las  cuales  conviene  ser 
muy  vergonzosas  y  apenas  hablar  cuando  son  preguntadas.  A 
las  cuales  la  sagrada  Virgen  dio  ejemplo  desto  cuando  hablan- 
do con  el  Ángel,  y  diciéndole  él  muchas  cosas,  y  de  grande  im- 
portancia, ella  respondió  poquísimas  palabras,  y  solas  aquellas 
que  fueron  necesarias  á  lo  que  el  Ángel  le  propuso.  Finalmen- 
te, por  mucho  parlar  pierde  el  religioso  el  vigor  de  su  ánimo,  y 
inquieta  á  sí  y  á  los  otros.  Pero  es  necesario  acompañar  el  silen- 
cio con  el  trabajo,  porque  el  uno  no  se  sufre  sin  el  otro,  y  am- 
bos á  dos  engendran  como  padre  y  madre  á  la  oración,  que  es 
la  elevación  del  ánima  en  Dios,  como  dice  el  Profeta.  Bueno  es 
al  varón  que  traya  el  yugo  dende  su  mocedad.  Sentarse  ha  soHta- 
rio,  y  callará,  y  levantará  su  ánima  sobre  sí.  Por  esto  debéis 
acostumbraros  en  la  religión  á  estar  muchas  veces  solitaria,  ma- 


192  GUIA  DE  t^ECADORES 


yormente  á  los  tiempos  ordenados.  Y  no  busquéis  ni  tengáis  al- 
guna amistad  particular,  mas  sed  común  á  todas:  y  mayormen- 
te huid   la  compañía   de  las  hermanas  murmuradoras  y  de  las 
disolutas  (si  alguna  hay  en  vuestra  casa)  y  llegaos  siempre  á 
aquéllas  que  tienen  espíritu  y  buen  olor  de  devoción,  y    son 
ejemplares  y  graves  en  sus  pláticas.  Y  llamo  aquí  graves,  no  á 
las  que  son  soberbias,  sino  á  las  que  son  calladas  y  humildes  en 
su  conversación,  de  las  cuales  podáis  siempre  aprender  y  sacar 
fruto  de  virtud.  Así  que,  como  arriba  es  dicho,  amad  siempre  la 
soledad,  en  la  cual  ejercitéis  vuestro  entendimiento  en  santas  U- 
ciones  de  la  Escritura   sagrada  y  de  santos  doctores.  Y   espe- 
cialmente os  amonesto  que  después  de  las  Escrituras  sanctas  os 
ejercitéis  en  el  estudio  de  las  Colaciones  de  los  sanctos  Padres, 
que  escribió  Juan  Casiano,  y  de  las  vidas  de  aquellos  Padres  del 
yermo  que  escribió  S.  Hierónimo.  Después  de  la  cual  lición  de- 
béis meditar  }'  rumiar  cómo  podáis  poner  por  obra  lo  que  hu- 
biéredes  leído.  Después  de  la  cual  meditación  habéis  de  levantar 
el  ánima  á  Dios  y   hacer  oración,  suplicándole  os  conceda  las 
gracias  que  á  ellos  concedió,  para  que  le  podáis  servir,  así  en  las 
cosas  prósperas  cómo  en  las  adversas,  con  corazón  puro,  senci- 
llo y  entero.  Haciendo  desta  manera,  siempre  seréis  ocupada  en 
las  obras   divinas.  Y  lo  mismo  podréis  también  guardar  en  los 
ejercicios  exteriores,  conviene  saber,  que  labrando,  ó  cosiendo 
con  las  manos,  el  entendimiento  esté  ocupado  en  las  cosas  espi- 
rituales, y  vuestro  celestial  esposo  os  concederá  la  gracia  de  la 
contemplación,  en  la  cual  gustaréis  una  cosa  que  este  mundo  no 
conoce,  3^  viviréis  alegre,  pareciéndoos  cualquiera  cosa  ligera  de 
hacer,  por  la  dulzura  del  amor  de  Cristo,  y  así  ganaréis  la  gloria 
del  cielo.  Rogaréis  asimismo  por  raí  pecador,  para  que  Dios  me 
dé  gracia  de  llegar  juntamente  con  vos  al  triunfo  de  su  gloria 
soberana.  El  cual  es  bendito  en    todos  los  siglos  de  los  siglos. 
Amén. 


F  I  N 


SEGUNDA  PARTE  DEL  LIBRO  LLAMADO 

GUIA   DE  PECADORES 

EN  LA  CUAL  SE  TRATA  DE  TRES  MUY  PRINCIPALES  MEDIOS 

CON  QUE  SÉ  ALCANZA  LA  DIVINA  GRACIA 

QUE  SON 

ORACIÓN,  CONFESIÓN  Y  COMUNIÓN 

VA  ENTRETEGIDO  AQUÍ  UN  F/TA  CHRISTl  MUY  DEVOTO,  Y  UN  PIADOSO 

EJERCICIO  EN  LA  CONSIDERACIÓN  DE  LOS  BENEFICIOS  DIVINOS: 

CON  OTRAS  MUCHAS  ORACIONES  PARA  DIVERSOS 

PROPÓSITOS  Y  AFECTOS 

POR  EL  R.  P.  FRAY  LUIS  DE  GRx\NADA 

Provincial  de  la  Orden  da  Sancto  Domingo 
en  la    Provincia  de  Portugal. 


^"^y(^^r^ 


IMPRESO  EN  LISBOA 
En  Casa  de  Ioannes  Blavio  de  Colonia 

1557 
Con  privilegio  Real  por  diez  años. 

X-13 


Fué  examinado  este  segundo  volumen  del  libro  llamado 
G'iía  de  Pecadores  por  el  R.  P.  Maestro  Fr.  Gaspar  de  los  Re- 
yes, examinador  de  libros  por  el  Reverendísimo  y  Serenísimo 
Cardenal  Infante,  Inquisidor  general  en  estos  reinos  de  Portugal. 


Está  tasado  cada  pliego  á  cinco  blancas. 

Y  véndese  en  casa  de  Juan  de  Borgoña,  librero  del  Rey. 


'I 


)os  el  Licenciado  Don  Pedro  de  Illanes,  Maestrescuela  de  Oviedo,  Canónigo 
de  Lugo,  Provisor  y  Vicario  general  en  lo  espiritual  y  temporal  en  la  Igle- 
sia y  Obispado  de  Salamanca  por  el  Ilustrísimo  y  Reverendísimo  Señor 
Don  Francisco  Manrique  de  Lara,  Obispo  de  Salamanca,  del  Consejo  de  Su  Ma- 
jestad, por  la  presente  damos  licencia  y  facultad  á  cualquier  impresor  deste  dicho 
Obispado,  para  que  pueda  imprimir  y  vender  un  libro  llamado  Guía  de  Pecadores, 
dividido  en  dos  partes,  primera  y  segunda,  que  hizo  el  Reverendo  Padre  Fray  Luis 
de  Granada,  Provincial  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  en  los  reinos  de  Portu- 
gal: con  que  antes  y  primero  sea  el  dicho  libro  visto  y  aprobado  por  el  Reverendo 
Padre  Maestro  Fray  Gaspar  de  Torres,  Comendador  del  Monesterio  de  la  Vera 
Cruz  desta  Ciudad  de  Salamanca,  y  con  su  cédula  de  aprobación  damos  la  dicha 
licencia  conforme  al  Decreto  del  Concilio  Tridentino.  Fecha  en  Salamanca  á  vein- 
te días  de  Hebrero  de  mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  siete  años.  =  El  Licenciado 
Illanes. 


APROBACIÓN  DE  LA  OBRA 

íoR  mandado  y  comisión  del  muy  Reverendo  Señor  Don  Pedro  de  Illanes, 
Vicario  general  y  Provisor  en  el  Obispado  de  Salamanca,  leí  con  mucha 
atención  dos  partes  que  compuso  el  muy  R.  Padre  Provincial  Fray  Luis  de 
Granada,  que  tiene  por  lítalo.  Guía  de  Pecadores,  las  cuales  contienen  doctrina 
muy  católica,  consideraciones  muy  subidas  y  avisos  muy  provechosos.  V  como  sea 
el  autor  persona  muy  religiosa  y  tan  ejercitada  en  cosas  espirituales,  con  gran  se- 
guridad podemos  (pues  ninguno  con  verdad  puede  decir  estar  sin  pecado)  tomar 
su  guía:  y  así  me  parece  ser  muy  lítil  se  imprima  y  comunique  esta  Guía  de  Pe- 
cadores para  mejor  atinar  el  camino  del  cielo.  Fecha  en  Salamanca  á  tres  de  Mar- 
zo de  l^^'].-=Fray  Gaspar  de   Torres. 


ESPUÉs  fué  vista  la  presente  obra  por  mandado  de  los  Señores  del  Consejo 
•  Real  de  Su  Majestad  en  Valladolid  por  el  muy  Reverendo  Padre  Fray  Ro- 
drigo de  Vadillo,  de  la  Orden  de  San  Benito,  predicador  de  Su  Majestad, 
y  aprobada  por  devota  y  católica,  y  de  cuya  lección  redundaría  gran  provecho  á  los 
lectores,  y  tal,  que  era  muy  justo  que  se  imprimiese. 


EL  REY. 


|oR  cuanto  por  parte  de  vos  Fray  Luis  de  Granada,  Provincial  de  la  Orden 
de  Sancto  Domingo  en  el  reino  de  Portugal,  me  ha  sido  fecha  relación  que 
vos  habéis  compuesto  un  libro  llamado  Guía  de  Pecadores,  dividido  en  dos 
partes,  primera  y  segunda,  en  el  cual  habéis  tenido  mucho  trabajo,  suplicándonos 
os  diese  licencia  para  que  vos,  ó  la  persona  que  vuestro  poder  hubiese,  y  no  otra 
persona  alguna,  pudiésedes  imprimir  y  vender  el  dicho  libro,  ó  como  la  mi  merced 
fuese,  el  cual  visto  y  examinado  en  el  ná  consejo,  fué  acordado  que  debíamos  man- 
dar esta  mi  cédula  en  la  dicha  razón,  y  yo  túvelo  por  bien,  por  lo  cual  vos  doy  li- 
cencia y  facultad  para  que  vos,  ó  la  persona  que  vuestro  poder  hubiere,  podáis 
imprimir  el  dicho  libro  que  de  suso  se  hace  mención,  y  para  que  por  tiempo  de 
diez  años  primeros  siguientes,  que  corran  y  se  cuenten  desde  el  día  de  la  data  desta 
mi  cédula  en  adelante,  podáis  vender  el  dicho  libro,  y  mando  y  defiendo  que  per- 
sona alguna  sin  vuestra  licencia  durante  el  dicho  tiempo  de  los  diches  diez  años 
no  le  pueda  imprimir  ni  vender,  so  pena  de  perder  los  libros  que  dello  hubiere  im- 
primido y  más  diez  mil  maravedís  para  la  mi  cámara,  con  tanto  que  hayáis  de  ven- 
der y  vendáis  cada  pliego  de  molde  de  la  dicha  impresión  á  cinco  blancas  y  no 
más.  E  mando  á  los  del  mi  consejo,  presidente  y  oidores  de  las  mi^  audiencias,  al- 
caldes, alguaciles  de  la  mi  casa  y  corte  y  chancillerías,  y  á  todos  los  corregidores, 
asistentes,  gobernadores,  alcaldes  &  otros  jueces  y  justicias  cualesquier  de  todas  las 
ciudades,  villas  y  lugares  de  los  nuestros  Reinos  y  señoríos,  y  á  cada  uno  dellos, 
an^í  á  los  que  agora  son  como  á  los  que  serán  de  aquí  adelante,  que  vos  guarden 
y  cumplan  y  hagan  guardar  y  cumplir  esta  mi  cédula  y  merced  que  vos  ansí  hace- 
mos, «S:  que  contra  el  tenor  y  forma  della  no  vayan  ni  pasen,  ni  consientan  ir  ni 
pasar  por  alguna  manera  so  pena  de  la  mi  merced  y  de  cincuenta  mil  maravedís 
para  la  mi  cámara.  Fecha  en  Valladolid  á  treinta  días  del  mes  de  Marzo  de  mil  y 
quinientos  y  cincuenta  y  siete  años.=Za  Princesa, 

Por  mandado  de  Su  Majestad,  Su  Alteza  en  su  nombre  =yuan  Vázquez, 

Por  otros  diez  años  está  concedido  semejante  privilegio  que  éste  para  esta  obra 
en  los  reinos  de  Portugal. 


Á  LA  MUY  ALTA 

Y     MUY     PODEROSA     SEÑORA 

DOÑA   CATALINA 

Reina  de  Portugal  &c. 
NUESTRA  SEÑORA 

)RES  cosas  señaladamente  se  requieren,  serenísima  & 
cristianísima  señora,  para  la  perfecta  sabiduría  que 
'4,  nos  enseña  la  religión  cristiana.  La  primera  es  enten- 
der lo  que  nos  importa  guardar  la  ley  de  Dios.  La  segunda,  sa- 
ber qué  es  lo  que  contiene  esa  ley  de  Dios.  Y  la  tercera,  cómo 
alcanzaremos  fuerzas  para  que  la  podamos  guardar.  De  las  dos 
cosas  primeras  tratamos  en  los  dos  libros  pasados,  y  de  la  ter- 
cera tractaremos  agora  en  el  presente:  que  es,  de  los  principales 
medios  y  ejercicios  con  que  se  alcanza  la  divina  gracia  (en  la  cual 
consiste  toda  nuestra  fortaleza)  que  son  (entre  otros  muchos) 
oración,  confesión  y  comunión.  De  esto  tiene  V,  A.  no  solamen- 
te la  teórica,  sino  mucho  más  la  prática:  pues  de  tal  manera  se 
ocupa  en  estos  tres  sanctos  ejercicios,  que  este  solo  ejemplo  ha- 
bía de  bastar  para  que  todas  las  personas  deste  reino,  y  aun  de 
todos  los  otros  reinos,  supiesen  estimar  estos  piadosos  ejercicios, 
y  no  perseguirlos,  como  á  ratos  lo  suele  hacer  el  mundo  cuando 
se  le  antoja. 

Y  aunque  de  la  oración  tratamos  en  otro  libro  muy  á  la  lar- 
ga, pero  aquí  se  trata  della  más  compendiosamente,  y  se  añaden 
muchas  cosas  que  allí  no  se  pusieron.  Porque  primeramente,  aquí 
se  ponen  muchas  oraciones  vocales  para  diversos  propósitos  y 
afectos,  -que  aUí  se  prometieron,  y  aquí  se  escriben,  las  cuales  por 
la  mayor  parte  saqué  de  un  muy  religioso  doctor  llamado  Lu- 
do vico  Blosio,  monje  de  S.  Benito,  á  cuyas  escrituras  me  dicen 
ser  V.  A.  muy  aficionada.  Lo  segundo,  aquí  se  pone  un  muy  de- 
voto ejercicio  en  la  consideración  de  los  beneficios  divinos  (de 
que  también  V.  A.  con  mucha  razón  es  muy  devota)  porque 


1 93  GUIA   DE   PECADORES 


verdaderamente  no  hay  cosa  que  más  provoque  al  amor  y  ser- 
vicio deste  común  Señor,  que  la  profunda  y  devota  considera- 
ción de  sus  beneficios  y  misericordias.  Lo  tercero  (y  más  prin- 
cipal) aquí  se  pone  un  Vita  Christi,  donde  se  tratan  todos  los 
pasos  principales  de  la  vida  de  nuestro  Salvador,  dende  el  prin- 
cipio de  su  encarnación  hasta  el  fin  de  su  gloriosa  ascensión,  po- 
niendo primero  el  texto  de  los  Evangelistas,  y  después  apuntan- 
do algunas  consideraciones  sobre  los  principales  pasos  del  texto: 
de  las  cuales  unas  sirven  para  mover  á  compasión,  otras  á  devo- 
ción, otras  á  amor  de  Cristo,  otras  á  agradescimiento  de  sus  be- 
neficios, y  otras  también  para  sacar  alguna  doctrina  con  que  se 
emiende  nuestra  vida. 

Todo  esto  se  trató  con  la  mayor  brevedad  que  me  fué  po- 
sible, no  haciendo  más  que  apuntar  las  cosas,  dejando  la  dilata- 
ción de  ellas  á  la  piadosa  meditación  del  que  en  esto  se  ejerci- 
tase: porque  así  suelen  platicar  esto  los  que  más  acertadamente 
lo  saben  enseñar.  Ésta  es  la  más  excelente  materia  de  considera- 
ción de  cuantas  hay,  la  más  copiosa,  más  dulce,  más  moral  y  más 
provechosa.  De  la  cual  hasta  agora  no  pienso  que  se  ha  escrito 
en  lenguaje  castellano  cosa  digna  de  lición,  excepta  los  libros  del 
Cartujano,  que  no  son  para  traer  en  el  seno,  como  esta  celestial 
doctrina  requería. 

Reciba, pues,  V.  A.  este  pequeño  presente  con  su  acostumbra- 
da serenidad:  del  cual  si  tomare  algún  pequeño  gusto,  placerá 
al  Señor  abrirme  camino  para  que  le  pueda  enviar  este  mismo 
argumento  de  la  vida  de  Cristo  tratado  más  copiosamente,  para 
que  por  medio  de  V.  A.  participen  y  gozen  deste  fructo  del 
árbol  de  vida  todos  sus  vasallos  y  naturales. 

Siervo  de  V.  A.=Fray  Luis  de  Granada. 


DE  DOCE   SINGULARES   PROVECHOS 
Y   EXCELENCIAS   QUE  TIENE  LA  VIRTUD  DE  LA  ORACIÓN 

CAPÍTULO  I. 


'ara  que  el  siervo  de  Dios  con  más  alegre  corazón  se 
mueva  al  trabajo  y  ejercicio  de  la  oración,  pondré 
aquí  sumariamente  algunos  provechos  y  excelen- 
cias desta  virtud,  presuponiendo  primero  (como  adelante  se  tra- 
tará) que  no  hablo  aquí  de  cualquier  manera  de  oración,  sino  de 
aquélla  que  es  atenta  y  devota,  y  que  va  acompañada  con  la  me- 
ditación y  consideración  de  las  cosas  divinas.  Y  para  más  claro 
entendimiento  desto,  será  bien  hacer  una  comparación  desta  vir- 
tud á  las  otras,  para  que  se  vea  claro  lo  que  tiene  común  con 
ellas,  y  lo  que  tiene  de  más. 

La  primera  cosa  pues  que  tienen  las  otras  virtudes,  es  ser 
merecedoras  de  gracia  y  de  gloria  (si  se  ejercitan  con  caridad)  y 
esto  también  lo  tiene  la  oración,  aun  en  más  subido  grado  que  las 
otras  virtudes  morales:  porque  es  acto  de  religión,  que  es  la  más 
excelente  de  todas  estas  virtudes,  y  más  propincua  á  las  teolo- 
gales: y  así,  cuanto  es  de  más  noble  casta  tanto  por  esta  parte  es 
de  mayor  merecimiento. 

La  segunda  cosa  que  tienen  muchas  de  las  otras  virtudes,  es 
ser  satisfactorias  por  las  penas  que  se  deben  por  los  pecados,  en 
esta  vida,  ó  en  la  otra:  y  esta  excelencia  tampoco  falta  á  esta 
virtud.  Porque  la  satisfación  destas  penas  señaladamente  se  hace 
por  ayunos,  limosnas  y  oraciones,  como  está  determinado  en  el 
Concilio  Florentino.  Estas  dos  cosas  tiene  la  oración  comunes  con 
otras  virtudes. 

Tiene  demás  desto  (lo  tercero  y  proprio  suyo)  ser  obra  im- 
petratoria: esto  es,  que  es  instrumento  proporcionado  para  al- 
canzar de  nuestro  Señor  no  solo  acrescimiento  de  gracia  y  glo- 
ria (que  es  lo  que  cae  debajo  de  nombre  de  merescimiento)  sino 
otras    innumerables    cosas  que  se  piden   y  alcanzan  por  ora- 


200  GI'fA  DE  PECADORES 


ción,  como  leemos  en  las  Escrípturas  sagradas  y  vidas  de  san- 
ctos.  Porque,  como  dice  el  Profeta,  los  ojos  del  Señor  están  so- 
bre los  justos,  y  sus  oídos  en  las  oraciones  de  ellos.  Y  qué  tanto 
sea  lo  que  por  este  medio  se  alcanza,  el  mismo  negocio  parece 
que  de  suyo  se  lo  dice,  si  se  mira  con  todas  sus  circunstancias. 
Porque  siendo  Dios  (como  lo  es)  infinitamente  bueno  y  dadivoso, 
y  llegándose  un  hombre  á  El  con  entrañable  deseo  de  hacer  su 
voluntad,  y  reconosciendo  por  una  parte  húmilmente  su  mise- 
ria y  la  inhabilidad  que  para  esto  tiene,  y  confesando  por  otra 
su  inefable  bondad  y  misericordia,  se  derriba  á  sus  pies,  y  per- 
severa con  la  Cananea  llamando  á  las  puertas  de  su  clemencia, 
pidiendo  por  las  llagas  y  merescimientos  de  Cristo  una  miga- 
juela  de  gracia  para  servir  mejor  con  ella  al  mismo  Señor  que  la 
pide:  y  esto  hace  á  la  mañana,  y  á  la  noche,  y  al  mediodía,  y  cuasi 
toda  la  vida,  y  muchas  veces  persevera  clamando  dos  y  tres  horas 
continuas:  quien  esto  hace,  ,jqué  no  alcanzará  de  aquella  infini- 
ta largueza,  á  quien  ninguna  cosa  es  más  natural  ni  más  gloriosa 
que  usar  de  misericordia  y  perdonar  ?  Y  si  esta  misericordia  llega 
hasta  oír  á  los  pecadores  (que  son  enemigos  suyos)  ^qué  hará  á 
los  justos,  á  los  cuales  ha  recebido  por  hijos?  Pues  si  los  padres 
de  la  tierra,  siendo  malos,  saben  dar  buenas  dádivas  á  sus  hijos, 
^  cuánto  más  aquel  Padre  que  está  en  los  cielos,  dará  su  espíritu 
bueno  á  los  que  se  le  pidieren?  Y  si  los  jueces  siendo  malos  no 
pueden  dejar  de  hacer  justicia  cuando  son  importunados  por  ella, 
¿cómo  no  cumplirá  Dios  de  justicia,  y  volverá  por  la  causa  de 
sus  escogidos  que  claman  á  Él  día  y  noche  sobre  ella?  Ésta  es, 
pues,  la  tercera  y  muy  propria  y  singular  excelencia  desta  virtud. 

Y  para  mayor  verificación  desto,  lee  todas  las  historias  y  toda  la 
Escriptura  del  Testamento  viejo,  y  hallarás  por  cierto  que  nunca 
jamás  los  hijos  de  Israel  clamaron  á  Dios  viéndose  en  alguna  gran 
tribulación,  que  no  fuesen  oídos  y  socorridos  por  ella:  por  donde 
verás  con  cuánta  razón  canta  la  Iglesia  diciendo  que  nadie  hace 
oración  á  Dios  en  vano,  esto  es,  sin  esperanza  de  misericordia. 

La  cuarta  es,  que  en  ella  muchas  veces  se  gustan  los  deleites 
y  consolaciones  espirituales,  que  son  grandísima  ayuda,  así  para 
acometer  cualesquier  trabajos  y  dificultades  por  amor  de  Dios,  co- 
mo para  despreciar  todos  los  otros  deleites  carnales  y  mundanos. 

Y  quien  quisiere  v^er  esto  más  á  la  larga, lea  á  S.  Agustín  en  el  ca- 
pítulo 23  de  sus  Soliloquios  y  á  S.  Bernardo  en  el  Sermón  35  de 


LIKRí)  III.  CAPÍTULO   I.  20I 


los  Cantares,  y  ahí  verá  cuánta  parte  sean  estos  espirituales  de- 
leites para  todo  lo  susodicho. 

La  quinta  es,  que  en  la  oración  (mayormente  cuando  es  aten- 
ta y  devota  como  aquí  presuponemos)  se  ejercitan  en  su  mane- 
ra los  actos  de  muchas  singulares  y  excelentes  virtudes,  como 
son,  fe,  esperanza,  caridad,  temor,  dolor  de  pecados,  agradesci- 
miento  de  los  beneficios  divinos,  conoscimiento  de  sí  mismo, 
adoración  y  reverencia  de  la  divina  Majestad,  propósitos  y  de- 
terminaciones de  bien  vivir  y  de  padescer  trabajos  por  amor  del 
Señor,  con  otros  semejantes  actos  virtuosos,  como  en  otra  parte 
declaramos.  Y  señaladamente  aquí  muchas  veces  entrevienen  ac- 
tos de  caridad,  y  ejercicio  en  el  amor  divino,  que  es  (como  di- 
ce Sto.  Tomás)  la  más  alta  obra  y  de  mayor  merescimiento  de 
cuantas  se  pueden  ejercitar  en  esta  vida.  Porque  aquí  muchas 
veces  entreviene  la  consideración  de  las  perfecciones  de  Dios  y 
de  sus  beneficios  (como  adelante  se  dirá)  que  son  las  cosas  cuya 
consideración  más  poderosamente  enciende  en  nuestros  corazo- 
nes la  llama  deste  divino  amor.  Quien  quisiere  ver  esto  más  á 
la  larga,  lea  á  Fray  Hierónimo  de  Ferrara,  lib.  I  De  simpJicitate 
vites  christiancB  en  la  décima  conclusión. 

La  sexta  es,  que  la  oración  es  singular  remedio  y  escu- 
do para  contra  todas  las  tribulaciones  y  tentaciones  del  ene- 
migo: porque  es  un  principal  medio  para  implorar  y  atraer  á  sí 
el  favor  divino,  que  es  el  mayor  escudo  que  hay  para  contra  todo 
género  de  tentación.  Y  para  prueba  desto  (demás  del  común 
ejemplo  de  todos  los  sanctos,  que  á  esta  sagrada  áncora  se  aco- 
gían en  el  tiempo  del  peligro)  basta  que  aquel  Maestro  desta 
espiritual  milicia  armó  á  sus  discípulos  con  estas  armas  al  tiem- 
po de  la  mayor  necesidad,  diciéndoles:  Velad  y  orad,  porque  no 
entréis  en  tentación.  Esto  mismo  entendió  el  profeta  David,  cuan- 
do dijo:  Si  no  fuera,  Señor,  porque  tenía  ocupado  mi  corazón  en 
la  consideración  de  tu  ley,  por  ventura  desfallescería  mi  ánima  en 
el  tiempo  de  la  tribulación. Y  en  otro  lugar:  Mis  ojos  (dice  él)  tengo 
siempre  puestos  en  el  Señor,  porque  Él  librará  mis  pies  de  los  lazos. 

La  séptima  es,  que  en  esta  manera  de  oración  entreviene  la 
consideración,  así  de  los  misterios  de  la  vida  de  Cristo  como  del 
Símbolo  de  la  fe,  que  son  las  primeras  raíces  y  fundamentos  de 
la  vida  cristiana:  la  cual  consideración,  cuanto  es  más  larga  y  más 
profunda,  tanto  abre  más  los  ojos  del  hombre  para  el  conosci- 


202  GUIA  DE  PECADORES 


miento  de  la  suma  verdad,  y  tanto  más  le  despierta  al  amor  y 
temor  de  Dios  y  menosprecio  del  mundo.  De  cuyas  alabanzas 
quien  quisiere  saber  algo,  lea  el  principio  del  primer  libro  de  la 
Consideración,  que  escribió  S.  Bernardo  al  papa  Eugenio,  y  allí 
Verá  los  grandes  provechos  que  desta  consideración  se  siguen.  Y 
para  mejor  entendimiento  desto,  es  de  saber  que  una  de  las  ma- 
yores hermosuras  y  consonancias  que  tiene  la  religión  cristiana, 
es  (ya  que  nos  manda  vivir  vida  celestial)  proveernos  de  singu- 
lares ayudas  y  ingenios  para  vivir  esta  manera  de  vida.  Quiero 
decir,  ya  que  nos  manda  edificar  una  obra  tan  alta,  proveernos  de 
suficientes  andamios  y  coadjutores  para  ella.  Estos  son  los  artícu- 
los y  determinaciones  de  nuestra  fe,  la  muchedumbre  de  los  be- 
neficios divinos,  los  misterios  de  la  vida  de  Cristo,  los  ejemplos 
de  innumerables  sanctos  y  sanctas,  y  otras  cosas  semejantes:  las 
cuales  son  tan  grandes  estímulos  y  motivos  para  bien  vivir,  que 
exceden  todo  lo  que  en  este  género  se  puede  encarecer  y  pen- 
sar. Pues  es  cierto  que  el  ánima  que  tiene  consideración,  es  la  que 
tiene  la  llave  destos  tesoros,  y  la  que  mediante  este  ejercicio  lo 
ve  todo,  y  gusta  de  todo,  y  se  aprovecha  de  todo.  Y  así  con  las 
llaves  desta  consideración  abre  las  puertas  del  infierno  y  des- 
ciende allá  á  ver  lo  que  aquellos  malaventurados  padescen,  y 
con  estas  mismas  abre  las  puertas  del  paraíso,  y  sube  allá  á  ver 
lo  que  aquellos  bienaventurados  gozan:  y  así,  con  lo  uno  se  des- 
pierta al  temor  de  tan  horribles  tormentos,  y  con  lo  otro,  al  amor 
de  tan  grande  galardón:  y  con  lo  uno  y  con  lo  otro  se  mueve 
(como  con  dos  espuelas)  á  andar  este  camino  de  la  virtud.  Mas 
por  el  contrarío,  al  que  ninguna  manera  de  consideración  tiene, 
todo  le  está  cerrado  y  tapado,  y  así  tan  poco  le  presta  todo  esto, 
como  si  nada  dello  hubiera  en  el  mundo.  Porque  así  como  la  mis- 
ma cuenta  sería  no  haber  medicina  en  el  mundo,  ó  no  querer 
usar  della,  aunque  la  hubiese,  así  lo  mismo  es  no  haber  nada 
desto  de  por  medio,  ó  no  querer  poner  el  hombre  los  ojos  en 
considerarlo.  Pues  sin  estos  andamios  ^cómo  se  levantará  este 
edificio?  Sin  estas  espuelas  ¿cómo  se  andará  este  camino?  Sin  es- 
tas ayudas  y  socorros  de  vida  celestial  ¿cómo  se  podrá  vivir  esta 
vida?  Ves  luego  cuánta  necesidad  tiene  el  cristiano  de  alguna  ma- 
nera de  consideración  (aunque  no  sea  con  ejercicios  limitados  y 
ordenados)  para  despertarse  al  amor  y  temor  de  Dios  y  perseve- 
rar en  el  bien. 


LIBRO  II I.  CAPÍTULO    I.  203 


La  octava  es,  que  la  persona  que  cada  día  tiene  (como  el  pro- 
feta Daniel)  sus  tiempos  determinados  para  oración,  cada  hora 
déstas  entra  en  juicio  consigo,  y  se  tiene  capítulo,  y  examina  su 
consciencia,  y  se  acusa  de  sus  males,  y  propone  la  emienda  de 
ellos,  y  pide  al  Señor  gracia  y  favor  para  esto:  y  así,  con  esta 
cuenta  que  cada  día  se  toma,  y  con  esta  renovación  de  buenos 
propósitos  y  deseos,  cada  hora  se  va  disponiendo  y  aprovechando 
más  y  más  en  la  vida  espiritual. 

La  nona  es,  que  la  persona  que  se  determina  de  tener  esta 
manera  de  ejercicio  y  recogimiento,  y  se  pone  á  querer  mante- 
ner oración  y  devoción,  por  el  mismo  caso  se  obliga  á  todos 
aquellos  medios  sin  los  cuales  esto  no  se  puede  sustentar:  y  el 
que  esto  no  procura,  ó  no  perseverará  en  la  oración,  ó  será  vano 
todo  su  trabajo,  si  no  procura  tener  todas  aquellas  virtudes  con 
que  se  conserva  esta  virtud.  Y  aun  ésta  es  una  de  las  cosas  que 
más  provocan  y  despiertan  este  sobredicho  capítulo  y  examen 
que  dijimos:  porque  faltando  al  ánima  aquella  ración  ordinaria 
de  devoción  que  el  Señor  le  suele  dar,  luego  cree  que  esto  le 
acaescería  por  alguna  culpa  suya:  y  para  esto  examina  su  con- 
ciencia, y  trabaja  por  emendar  aquello  que  le  fué  causa  de  tan 
grande  pérdida. 

La  décima  es,  que  la  oración  es  un  medio  convenientísimo 
para  llegar  al  hombre  á  su  último  fin,  que  es  hacerlo  semejante  á 
Dios;  porque  así  como  el  aldeano,  tratando  con  cortesanos,  poco  á 
poco  se  va  haciendo  cortesano,  y  el  no  sabio,  tratando  con  sa- 
bios, se  hace  sabio,  y  el  grosero,  conversando  con  elocuentes,  elo- 
cuente &c.  así,  y  mucho  más,  el  que  trata  y  conversa  muy  á 
menudo  con  Dios,  poco  á  poco  se  va  haciendo  divino:  porque 
mucho  más  comunicativo  es  Dios  de  sí  mismo,  que  ninguna  des- 
tas  criaturas  lo  pueden  ser.  Por  donde  dijo  el  Apóstol:  El  que  se 
allega  al  Señor,  un  espíritu  se  hace  con  él. 

La  undécima  es,  que  siendo  esta  virtud  de  tanta  excelencia 
y  eficacia  para  todo  bien,  es  en  gran  manera  acomodada  á  todo 
género  de  personas,  lugares  y  tiempos:  porque  ningún  lugar  hay 
tan  público,  ningún  tiempo  tan  embarazado,  ningún  ejercicio  tan 
extraño  y  ninguna  persona  tan  inhábil  que  no  pueda  (con  el  fa- 
vor de  Dios)  en  cualquier  sazón  déstas  hurtar  á  ratos  el  corazón 
de  ios  negocios,  y  levantarlo  á  Dios,  que  es  la  oración  de  que 
aquí  hablamos:  pues  no  es  otra  cosa  oración  sino  levantamiento 


2ü4  CUIA  DE  PECADORES 


de  nuestro  espíritu  á  Dios.  De  la  limosna  se  excusa  el  pobre,  por- 
que no  tiene  qué  dar:  del  ayuno  el  flaco,  porque  no  puede  ayu- 
nar: de  la  peregrinación  el  enfermo,  porque  no  puede  caminar: 
de  la  lición  el  ignorante,  porque  no  sabe  leer:  de  la  frecuencia 
de  los  Sacramentos  (que  es  lo  que  más  ayuda  para  toda  v'irtud)  se 
excusan  muchos  por  muchas  maneras  de  impedimentos  con  que 
esto  se  impide,  ó  se  dilata  más  de  lo  que  la  necesidad  y  devo- 
ción de  los  fieles  requería.  Mas  la  oración,  como  no  depende  más 
que  de  la  voluntad  del  hombre,  á  nadie  puede  faltar  en  todo  tiem- 
po y  lugar,  si  el  hombre  no  quisiere  faltar  á  sí  mismo. 

Todas  estas  excelencias  se  han  dicho  con  suma  brevedad,  ex- 
cepta la  que  se  sigue,  que  porque  hacía  más  al  propósito  de  esta 
escriptura,  se  trató  más  copiosamente.  Mas  así  con  ésta  como  con 
las  otras  solamente  pretendo  probar  la  utilidad  grande  desta  vir- 
tud, no  la  necesidad:  porque  ésta  no  la  pongo  mayor  que  en  los 
otros  preceptos  afirmativos,  los  cuales  no  obligan  más  que  en  so- 
los aquellos  tiempos  y  artículos  de  necesidad  que  los  doctores 
señalan.  Verdad  es  que  si  uno  (demás  de  la  común  obligación  de 
la  vida  cristiana)  quisiese  vivir  vida  espiritual  y  aspirar  á  la  per- 
fección, esto  no  se  podría  hacer  sin  algún  ejercicio  de  oración  y 
consideración,  aunque  esto  no  fuese  en  tiempos  limitados  ni  con 
ejercicios  ordenados,  sino  con  cualquier  otra  manera  que  el  Es- 
píritu Sancto  le  enseñase:  porque  yendo  uno  por  la  calle  y  en- 
tendiendo en  los  negocios  familiares  de  su  casa,  puede  traer  á 
Dios  ante  sus  ojos  y  ocuparse  en  sanctos  pensamientos.  Puesto 
caso  que  esto,  regularmente  hablando,  no  es  de  todos,  sino  de 
aquéllos  que  teniendo  el  pecho  lleno,  regüeldan,  adoquiera  que 
están,  la  abundancia  de  la  devoción  y  suavidad  divina  que  re- 
bosa en  su  corazón.  Porque  así  como  una  sala,  regada  muy  bien 
por  la  mañana  en  el  verano,  echa  de  sí  todo  el  día  un  frescor  de- 
leitable, así  el  corazón  que  á  lo  menos  una  vez  al  día  es  regado 
abundantemente  con  agua  de  lágrimas  y  devoción,  siempre  está 
echando  de  sí  muchos  sanctos  pensamientos  con  que  el  ánima  es- 
piritualmente  es  refrigerada  y  consolada. 

Pues  tornando  al  propósito,  la  duodécima  excelencia  desta 
virtud  (por  la  parte  que  abraza  y  comprehende  también  la  medi- 
tación y  consideración)  es  ser  un  grande  estímulo  y  incentivo 
de  la  devoción,  la  cual  hace  al  hombre  prompto  y  hábil  para  toda 
virtud.  Porque  devoción  propriamente  hablando  (como  dice  San- 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  I.  205 


to  Tomás)  es  una  virtud  que  hace  al  hombre  prompto  y  aparejado 
para  todo  bien,  y  la  que  le  despierta  y  habilita  para  toda  obra 
virtuosa.  De  manera  que  con  ser  ella  una  simple  virtud  (como 
dice  el  mismo  Sancto)  es  de  tan  maravilloso  poder  y  fecundidad, 
que  despierta  y  habilita  al  hombre  para  todas  las  virtudes  y  para 
todo  aquello  que  entiende  ser  agradable  á  nuestro  Señor. 

Indicio  tenemos  desto,  si  consideramos  cuál  sale  el  hombre 
después  que  ha  tenido  una  larga  y  profunda  oración,  cuan  de- 
voto, cuan  alegre,  cuan  esforzado  para  el  bien,  cuan  ganoso  de 
poner  luego  las  manos  en  algo  por  amor  de  Dios,  cuan  lleno  de 
buenos  propósitos  y  deseos,  y  sobre  todo  (si  la  oración  ha  sido 
tal)  cuan  deseoso  de  padescer  trabajos  y  vituperios,  y  aun  de- 
rramar sangre  por  Aquél  que  tan  dulce  y  tan  amable  se  le  mos- 
tró en  la  oración,  y  tan  digno  de  todo  servicio.  De  manera  que 
no  sólo  sale  de  allí  con  esfuerzo  para  llevar  la  carga  de  los  man- 
damientos, sino  también  la  sobrecarga  de  los  consejos,  con  todo 
lo  demás  que  se  le  puede  ofrecer. 

Y  que  la  oración  y  consideración  sean  causa  desta  devoción, 
enséñalo  claramente  Sto.  Tomás  en  el  lugar  alegado,  donde  dice 
que  la  devoción  procede  de  dos  causas,  una  exterior  y  otra  in- 
terior. Y  la  exterior  dice  que  es  el  Espíritu  Sancto,  el  cual  es  autor 
y  inspirador  de  la  devoción,  y  la  interior  dice  que  es  la  medita- 
ción y  consideración  de  las  cosas  espirituales,  y  señaladamente  de 
dos,  conviene  saber,  de  las  perfecciones  y  beneficios  de  Dios,  y 
de  los  pecados  y  miserias  del  hombre.  Porque  con  la  profunda 
consideración  destas  cosas  se  despierta  en  la  voluntad  este  buen 
afecto  que  llamamos  devoción,  el  cual  nos  hace  hábiles  y  prom- 
ptos  para  toda  virtud.  Pues  si  de  tan  grande  bien  es  causa  la  de- 
voción, y  ésta  es  hija  y  compañera  de  la  meditación,  ¿qué  tal  será 
el  árbol  que  tal  fructo  produce,  y  la  causa  de  donde  nasce  tal 
efecto  ? 

Y  para  mayor  declaración  desto,  no  dejaré  de  referir  aquí  lo 
que  el  Cardenal  Cayetano  dice  sobre  este  paso  cuasi  por  estas 
palabras:  En  este  artículo  tercero  debes  notar  dos  causas  intrín- 
secas que  el  sancto  Doctor  señala  de  la  devoción,  las  cuales  son, 
por  una  parte,  la  meditación  de  Dios  y  de  sus  beneficios,  y  por 
otra,  la  consideración  de  los  proprios  defectos.  A  la  primera  par- 
te pertenesce  la  consideración  de  la  bondad,  misericordia,  justi- 
cia, caridad  y  hermosura  de  Dios  con  todos  los  atributos  y  per- 


2o6  GUIA  DE  PECADORES 


fecciones  suyas,  y  señaladamente  la  de  caridad  y  amor  para  con 
todos  los  hombres,  y  particularmente  para  con  cada  uno  de  ellos, 
ítem,  la  consideración  de  los  beneficios  divinos,  como  son,  la  crea- 
ción, la  redempción,  el  bautismo,  el  Sacramento  del  altar,  las  ins- 
piraciones divinas,  los  llamamientos  y  voces  de  Dios,  ó  por  sí  ó 
por  otras  causas  segundas,  el  habernos  esperado  tanto  tiempo  á 
penitencia,  el  habernos  misericordiosamente  preservado  de  tantos 
peligros,  así  de  cuerpo  como  de  ánima,  y  el  haber  deputado  sus 
mismos  ángeles  para  nuestra  guarda,  con  todos  los  otros  benefi- 
cios divinos. 

Á  la  segunda  parte  pertenesce  la  consideración  de  sí  mismo, 
conviene  saber,  de  los  proprios  defectos  y  miserias,  así  de  las  cul- 
pas presentes  como  de  las  pasadas:  la  facilidad  y  promptitud  tan 
grande  que  tenemos  por  parte  de  nuestro  apetito  para  todo  gé- 
nero de  pecado:  el  estrago  de  la  propria  hacienda  (que  es  de  las 
habilidades  y  bienes  de  naturaleza)  por  haber  habituado  las  in- 
clinaciones y  potencias  de  nuestra  ánima  á  mal  obrar:  la  habita- 
ción en  esta  región  tan  distante  y  can  apartada  de  la  conversa- 
ción y  amistad  de  Dios:  la  perversidad  de  nuestro  apetito,  que 
más  siente  los  provechos  y  daños  temporales  que  los  espirituales: 
la  desnudez  y  pobreza  de  las  virtudes:  las  heridas  y  llagas  espiri- 
tuales de  nuestra  ánima,  que  son,  ceguedad,  malicia,  concupiscen- 
cia y  ñaqueza:  las  cadenas  con  que  estamos  atados  de  pies  y  ma- 
nos, que  son  los  impedimentos  grandes  que  por  parte  de  nuestra 
carne  tenemos  para  bien  obrar:  el  estar  en  tinieblas  y  hedores  y 
amarguras,  y  no  sentirlo:  no  oir  la  voz  del  Pastor  que  nos  llama 
de  dentro:  y  sobre  todo  esto,  haber  hecho  tantas  veces  á  Dios 
nuestro  capital  enemigo,  pecando  mortalmente,  y  por  consiguien- 
te, haberle  hecho  tan  grande  injuria  como  sino  lo  quisiéramos  te- 
ner por  Dios,  y  haber  puesto  en  su  lugar  y  hecho  dioses  al  vien- 
tre, y  al  dinero,  y  á  la  honra,  y  al  deleite,  y  otras  cosas  semejantes, 
las  cuales  antepusimos  y  preciamos  más  que  á  Dios. 

Pues  destas  meditaciones  (las  cuales  habían  de  ser  cuotidia- 
nas á  los  rehgiosos  y  á  todas  las  personas  espirituales,  dejado  á 
parte  el  mucho  hablar  de  las  oraciones  vocales,  cuando  no  son  de 
obHgación)  se  engendra  la  devoción,  y  con  ella  juntamente  todas 
las  otras  virtudes.  Y  no  merescen  nombre  de  religiosos  ni  reli- 
giosas ni  de  personas  espirituales  los  que  á  lo  menos  una  vez  al 
día  no  se  ejercitan  en  esto.  Porque  así  como  no  se  puede  alean- 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  I.  20/ 


zar  el  efecto  sin  la  causa,  ni  el  fin  sin  el  medio,  ni  el  puerto  sin  la 
navegación  que  para  él  se  ordena,  así  tampoco  se  puede  alcanzar 
la  verdadera  religión  sin  frecuentar  y  repetir  los  actos  de  las  cau- 
sas y  medios  con  que  ella  se  alcanza. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  Cayetano,  en  las  cuales  ves  cuán- 
to alaba  y  cuan  encarescidamente  encomienda  aquí  el  ejercicio 
desta  meditación.  Porque,  primeramente,  dice  que  con  la  conside- 
ración cuotidiana  destas  cosas  se  engendra  la  devoción,  y  con  ella 
consecuentemente  todas  las  otras  virtudes,  cuyo  estímulo  es  la 
devoción.  Lo  segundo,  que  no  merecen  nombre  de  religiosos  ni 
de  personas  espirituales  los  que  á  lo  menos  una  vez  al  día  no 
se  recogen  un  poco  para  vacar  á  este  sancto  ejercicio.  Lo  tercero, 
que  así  como  no  se  puede  conseguir  el  fin  sin  los  medios  (como 
es  el  puerto  sin  la  navegación)  asi  tampoco  la  pureza  y  perfec- 
ción de  la  religión,  sin  los  ejercicios  de  la  oración  y  considera- 
ción, que  son  las  causas  della. 

Y  lo  que  dice,  que  para  esto  se  debe  dejar  el  mucho  hablar 
de  las  oraciones  vocales,  no  lo  dice  para  condenar  por  esto  el  uso 
de  la  oración  vocal:  porque  no  es  cosa  que  cabe  en  entendimiento 
de  hombre  de  razón,  alabando  la  oración  mental,  condenar  la  vo- 
cal. Porque,  si  es  sancta  cosa  llamar  á  Dios  con  el  corazón,  ¿cómo 
puede  ser  no  sancta  añadir  á  la  voz  del  corazón  la  de  la  boca  y 
de  la  lengua  que  él  crió  para  su  alabanza?  Mas  dice  esto  para 
condenar  no  el  uso,  sino  el  abuso  de  las  oraciones  vocales  de  al- 
gunas personas  que  rezan  tan  apresuradamente,  tan  de  corrida  y 
tan  sin  atención  y  devoción,  que  ningún  fructo,  ó  cuasi  ninguno, 
sacan  desta  manera  de  rezar.  Y  aun  algunas  veces  en  lugar  de 
fructo  sacan  daño,  cuando,  ya  que  se  ponen  á  rezar  y  hablar  con 
Dios,  no  hacen  esto  con  la  reverencia  y  atención  y  con  las  otras 
circunstancias  que  debrían,  como  lo  declara  este  mismo  doctor 
en  la  Suma  de  pecados.  Y  pluguiese  á  Dios  no  fuesen  muchos  los 
que  en  esta  culpa  caen:  mas  quien  mira  de  la  manera  que  muchos 
clérigos  y  sacerdotes  el  día  de  hoy  rezan  y  cantan  las  horas  y  el 
oficio  divino,  así  en  púbUco  como  en  secreto,  y  el  poco  fructo  y 
devoción  que  desto  sacan,  verá  claramente  con  cuánta  razón  re- 
prehende este  doctor,  no  el  uso,  sino  el  abuso  desta  manera  de 
orar. 

Todas  cuantas  veces  leo  esta  doctrina,  confiésote,  cristiano 
lector,  que  me  maravillo  mucho  de  ver  en  cuan  pocas  palabras 


2o8  GUIA  DE  PECADORES 


comprehendió  aquí  este  doctor  todos  los  ejercicios  y  cuasi  toda 
la  doctrina  de  cuantos  libros  espirituales  hay:  porque  quienquiera 
que  atentamente  los  leyere,  verá  que  aunque  en  la  manera  de  las 
palabras  parezcan  diferentes,  pero  en  la  substancia,  ni  dicen  más 
ni  pretenden  más  de  lo  que  este  doctor  enseñó,  ni  aun  encares- 
cen  y  autorizan  más  sus  ejercicios  de  lo  que  éste  los  encáreselo. 
Por  do  paresce  claro  cómo  la  Iglesia  se  rige  por  un  mismo  espíritu, 
y  cómo  todos  los  siervos  de  Dios  tienen  un  mismo  Maestro,  pues 
todos  vienen  á  dar  en  un  mismo  fin  y  en  un  mismo  camino.  Haz  tú 
lo  que  este  doctor  enseña  (que  es,  señalar  caia  día  un  pedazo  de 
tiempo  para  pensar  en  tus  pecados  y  en  los  beneficios  de  Dios, 
entre  los  cuales  el  más  principal  es  el  de  nuestra  redempción,  don- 
de entran  todos  los  misterios  principales  de  la  vida  de  Cristo)  y 
trabaja  como  animal  limpio  por  rumiar  las  palabras  y  obras  de  la 
vida  de  este  Señor,  que  ni  es  otra  cosa  el  Rosario  de  nuestra  Se- 
ñora, ni  otra  la  que  todos  los  libros  devotos  enseñan.  Todo  es  un 
mismo  manjar:  mas  como  son  diversos  los  gustos,  unos  lo  guisan 
de  una  manera  y  otros  de  otra.  Lea  quien  pudiere  los  opúsculos 
de  S.  Buenaventura,  que  fué  un  doctor  tan  señalado  en  letras, 
en  devoción,  en  religión,  en  prudencia  de  gobernar  (pues  á  los 
trece  años  de  su  profesión  fué  general  de  su  orden,  y  después 
obispo  y  cardenal)  y  ahí  verá  cuántas  maneras  de  potajes  hace  este 
sancto  de  la  vida  y  pasión  de  Cristo,  enseñándola  á  meditar,  unas 
veces  por  las  horas  del  día,  otras  por  los  días  de  la  semana,  otras 
reduciéndola  á  himnos  y  oraciones  vocales,  otras  haciendo  della 
un  árbol  de  la  vida  del  Crucificado.  Y  todo  esto  hacía  el  sancto 
varón,  porque  entendía,  por  una  parte,  cuánto  nos  importaba  este 
sancto  ejercicio,  y  por  otra,  cuan  diferentes  eran  los  gustos  de 
los  hombres.  Y  por  esto  guisaba  este  manjar  de  tantas  maneras. 
Para  declaración  del  fructo  que  de  aquí  se  sigue,  no  alegaré 
más  de  lo  que  este  sancto  doctor  alegó,  que  es,  la  experiencia  de 
muchas  personas  que  él  escribe,  en  su  tiempo  grandemente  apro- 
vechadas por  medio  destos  ejercicios:  y  la  misma  podemos  alegar 
agora:  pues  quienquiera  que  mirare  este  negocio  con  claros  ojos, 
hallará  por  cierto  que  todas  las  personas  que  tienen  sus  tiempos 
deputados  para  emplearse  en  estas  sanctas  meditaciones  y  consi- 
deraciones, regularmente  hablando  están  más  aprovechadas  en 
el  servicio  de  Dios  y  en  el  camino  de  las  virtudes:  y  que  en  ellas 
se  halla  más  devoción,  más  fervor  de  espíritu,  más  lágrimas,  más 


LIBRO   III.   CAPÍTULO   I.  209 

silencio  y  recogimiento,  más  amor  y  temor  de  Dios,  más  abo- 
rrescimiento  del  pecado,  más  sentimiento  de  las  cosas  espiritua- 
les, más  gusto  de  las  palabras  divinas,  más  piedad  y  misericordia 
para  con  los  prójimos,  y  demás  desto,  tanto  ejercicio  de  ayunos, 
vigilias,  asperezas  y  disciplinas,  que  ninguna  otra  cosa  vemos 
cada  día,  sino  muchas  cabezas,  estómagos  y  cuerpos  estragados, 
y  otros  semejantes  excesos  ocasionados  del  fervor  de  la  de- 
voción. 

EJEMPLOS  DE  LOS  SANCTOS 

y  especialmente  de  nuestro  Padre  Sancto  Domingo. 

'uES  por  estas  y  otras  semejantes  utilidades  fueron  todos  los 
sanctos  tan  dados  á  los  ejercicios  de  la  oración  y  considera- 
ción como  leemos  en  sus  historias.  Si  no,  dime,  ¿  qué  otra  cosa  ha- 
cían aquellos  sanctos  Padres  del  desierto,  aun  cuando  entendían  en 
tejer  sus  canastillas  de  mimbres,  sino  vacar  á  la  oración?  ¿Qué 
hizo  el  primero  de  todos  ellos  (que  fué  S.  Pablo)  por  todos  aque- 
llos sesenta  años  que  estuvo  en  el  desierto  sin  vista  de  hombre 
mortal,  sino  ocuparse  día  y  noche  en  oración?  ¿Para  qué  el  bien- 
aventurado Hilarión  sobre  diez  veces  mudó  la  celd^  que  tenía, 
por  esconderse  de  la  gente  que  lo  buscaba,  sino  para  ocuparse 
(como  escribe  S.  Hierónimo  perpetuamente  en  ayunos,  y  psalmos, 
y  oraciones?  ¿Qué  otra  cosa  hacían  todos  los  otros  que  llamaban 
anacoritas  (que  quiere  decir  solitarios)  sino  entender  siempre  en 
oficio  de  ángeles,  que  es  vacar  á  la  contemplación  de  las  cosas 
divinas?  ¿Qué  otra  cosa  leemos  en  los  Hbros  de  Judith,  de  Ester, 
de  Tobías,  de  los  Reyes  y  de  los  nobles  Macabeos,  sino  maravi- 
llas y  grandezas  alcanzadas  por  oración?  ¿Quién  esforzó  el  animo 
de  aquella  sancta  Judith  para  emprender  una  tan  gran  hazaña  (co- 
mo fué  cortar  la  cabeza  de  Holofernes)  sino  la  virtud  de  la  ora- 
ción? Puesta  la  ciudad  en  tan  grande  estrecho  por  el  ejército  de 
los  asirlos,  los  sacerdotes  oraban,  la  gente  del  pueblo  oraba,  los 
niños  también  oraban,  la  sancta  Judith  en  su  retraimiento  oraba,  y 
al  tiempo  que  se  partió  para  el  campo  de  los  enemigos,  mandó 
que  ninguna  otra  cosa  se  hiciese  por  ella  sino  oración:  y  estan- 
do entre  ellos,  cada  noche  salía  fuera  á  hacer  oración,  y  al  tiem- 
po que  desenvainó  el  espada  para  herir  la  cerviz  del  tirano,  es- 

OBRAS  DE  GRANAI^A  X— i^ 


210  GUIA  DK  PECADORES 


forzó  el  brazo  flaco  y  femenil  con  la  virtud  de  la  oración:  y  así, 
cortada  la  cabeza  del  enemigo,  dio  fin  á  aquella  tan  memorable 
hazaña. 

Y  si  por  ventura  dijeres  que  todos  estos  padres  antiguos  (ma- 
yormente los  que  moraban  en  los  desiertos)  tenían  más  aparejo 
para  este  ejercicio,  porque  carescían  de  todo  negocio,  para  eso 
te  quiero  poner  agora  delante  uno  de  los  más  ocupados  hom- 
bres del  mundo,  que  fué  nuestro  glorioso  Padre  Sto.  Domingo 
el  cual  no  por  eso  dejó  de  llegar  á  la  cumbre  de  la  perfecta  ora- 
ción y  contemplación.  De  suerte  que  estando  en  medio  de  la  pla- 
za de  todos  los  negocios  que  la  caridad  y  misericordia  le  pedían, 
no  por  eso  carescía  de  la  oración  y  contemplación  que  los  mon- 
jes en  el  desierto  tenían.  Por  donde  con  mucha  razón  le  compe- 
te aquella  alabanza  del  Sabio  que  dice:  Fué  así  como  la  oliva  que 
comienza  á  brotar,  y  como  el  aciprés  que  se  levanta  á  lo  alto.  Ex- 
traña cosa  parece  caber  en  una  persona  propriedades  de  dos  co- 
sas tan  distantes,  como  son  el  aciprés  alto  y  estéril  y  la  oliva  baja 
y  fecunda.  Sin  dubda  lo  uno  y  lo  otro  conviene  á  este  bien- 
aventurado Padre,  pues  como  oliva  fructuosa  daba  olio  de  mise- 
ricordia para  socorro  de  los  prójimos,  ocupándose  en  obras  de 
vida  activa,  y  como  aciprés  que  todo  se  va  á  lo  alto,  subía  con 
excesos  de  amor  á  los  ejercicios  de  la  vida  contemplativa:  y  así 
abrazaba  en  uno  ambas  hermosuras  de  oliva  y  de  aciprés,  to- 
mando de  la  una  la  fecundidad,  dejando  la  bajeza,  y  del  otro  la 
alteza,  dejada  la  esterilidad. 

Pues  qué  tan  continuas  hayan  sido  las  oraciones  de  este  San- 
cto,  y  de  cuántas  maneras  de  orar  haya  usado,  es  bien  que  lo 
oigan  agora  todos,  y  mucho  más  los  que  se  glorían  del  nombre 
de  sus  hijos,  á  quien  es  más  dulce  y  más  eficaz  la  memoria  de  los 
ejemplos  del  padre.  Pues  de  la  continua  oración  de  este  Sancto,  y 
de  las  maneras  que  tenía  de  orar,  escribe  S.  Antonino  en  la  ter- 
cera parte  de  sus  historias  así:  Aunque  toda  la  vida  de  este  San  - 
cto  era  una  prolija  y  continua  oración,  todavía  (demás  de  las  sie- 
te horas  canónicas)  usaba  de  otros  muchos  modos  de  orar,  para 
despertar  más  con  algunos  actos  exteriores  la  devoción  interior. 
De  los  cuales  el  primero  era  inclinándose  profundamente  ante  el 
altar,  presuponiendo  que  el  altar  era  Cristo,  acordándose  que  está 
escrito:  La  oración  del  que  se  humilla,  penetra  los  cielos.  Y  así 
aconsejaba  él  á  sus  frailes  que  se  humillasen  profundamente  cuan- 


LIBRO   III.      CAPITULO   I.  211 


do  pasasen  ante  la  imagen  del  Crucifijo  por  nosotros  humillado. 
El  segundo  era  prostrándose  todo  en  tierra  de  largo  á  largo,  de 
la  manera  que  Cristo  oró  en  el  huerto:  y  así  compungido  en  su 
corazón  y  como  hombre  confundido,  dentro  de  sí  decía:  Señor 
Dios,  apiádate  de  mí  pecador.  Y  aquello  del  psalmo:  Humilla- 
da está,  Señor,  en  el  polvo  nuestra  ánima,  y  nuestro  vientre  está 
pegado  con  la  tierra.  Y  exhortando  sus  frailes  á  esta  manera  de 
orar,  les  alegaba  el  ejemplo  de  aquellos  sanctos  Magos,  que  pros- 
trados  en  tierra  adoraron  al  niño  Jesús.  Añadiendo  que  aun- 
que ellos  no  tuviesen  pecados  por  qué  orar,  debían  orar  por  los 
pecados  ajenos  y  por  la  conversión  de  sus  prójimos. 

El  tercero  era  estando  en  pie  y  disciplinándose  con  una  ca- 
dena de  hierro,  diciendo  aquel  verso  del  Profeta:  Tu  disciplina, 
Señor,  me  corregió  hasta  la  fin,  y  tu  disciplina  me  enseñará.  Y 
en  memoria  de  esto  se  ordenó  después  entre  sus  religiosos  que 
los  días  feriales  recibiesen  todos  en  común  disciplinas  con  unas 
varas,  diciendo  el  psalmo  de  Miserere  me  i  Deas,  por  sus  pecados 
y  por  los  ajenos. 

El  cuarto  era  hincándose  muchas  veces  de  rodillas,  á  imita- 
ción de  aquel  leproso  de  el  Evangelio,  que  arrodillado  ante  la  pre- 
sencia del  Salvador  decía:  Señor,  si  quieres,  puédesme  alimpiar: 
y  á  imitación  del  bienaventurado  S.  Esteban,  que  puesto  de  ro- 
dillas hizo  oración  por  sus  enemigos.  Y  en  esta  manera  de  orar, 
muchas  veces  era  oído  levantar  la  voz  en  alto  y  decir:  A  ti.  Señor, 
clamaré.  Dios  mío,  no  calles  tú  á  mí.  Otras  veces  hablaba  con  solo 
el  corazón  en  gran  silencio,  donde  le  acontescía  estar  algunas  ve- 
ces como  suspenso  y  espantado  por  un  grande  espacio,  y  allí  pa- 
resce  que  pasaba  de  vuelo,  y  penetraba  los  cielos  con  el  enten- 
dimiento: y  después  volvía  en  si  con  mucha  alegría,  y  limpiaba 
las  lágrimas  que  de  los  ojos  corrían,  y  tornaba  con  toda  compo- 
sición y  presteza  á  levantarse  en  pie,  y  después  á  hincarse  de 
rodillas  como  de  antes. 

El  quinto  era  estando  en  pie  delante  del  altar,  las  manos  le- 
vantadas y  un  poco  extendidas  á  manera  de  un  libro  abierto:  y 
así  estaba  como  delante  de  Dios,  leyendo  con  grande  devoción 
y  reverencia,  y  meditando  las  palabras  divinas,  y  platicándolas 
dulcemente  consigo. 

El  sexto  era  poniéndose  en  cruz,  como  oró  cuando  resuscitó  á 
un  mancebo  en  la  iglesia  de  S,  Sixto  en  Roma,  cuando  fué  visto 


212  GUIA  DE  PECADORES 


levantarse  en  el  aire  con  grande  admiración  de  los  que  presen- 
tes estaban.  De  esta  manera  oró  el  Salvador  cuando  estando  cru- 
cificado, hizo  oración  por  nosotros  con  grande  clamor  y  lágrimas 
y  fué  oído  por  su  reverencia. 

El  séptimo  era  algunas  veces  estando  en  pie  y  las  manos  ex- 
tendidas y  derechas  al  cielo,  como  saeta  que  sube  á  lo  alto  de 
un  arco  flechado:  y  créese  que  en  esta  manera  de  orar  se  le 
acrescentaba  la  gracia,  y  alcanzaba  lo  que  pedía  -al  Señor  para 
su  Orden.  Y  algunas  veces,  orando  desta  manera,  le  oían  los 
frailes  decir  aquellas  palabras  del  psalmo:  Oye,  Señor,  mi  voz, 
cuando  clamo  á  ti,  y  cuando  levanto  mis  manos  á  tu  sancto  templo. 

El  octavo  era  el  que  tenía  después  de  las  horas  canónicas,  ó 
de  las  gracias  que  se  dan  después  de  comer.  Porque  en  estos 
tiempos  el  sancto  varón  lleno  de  espíritu  de  devoción  con  las  pa- 
labras de  los  psalmos  que  había  cantado,  ó  de  las  que  había  oído 
en  la  lición  de  la  mesa,  luego  se  recogía  en  la  celda  ó  en  algún 
lugar  solitario,  y  hecha  la  señal  de  la  cruz,  abría  un  libro  y  co- 
menzaba á  leer  por  él  con  grande  suavidad,  paresciéndole  que 
le  hablaba  el  mismo  Dios  en  aquel  libro,  y  que  él  oía  sus  pa- 
labras atentamente,  diciendo  con  el  Profeta:  Oiré  lo  que  habla 
en  mí  el  Señor  Dios.  Y  era  cosa  maravillosa  ver  de  la  manera 
que  el  sancto  varón  se  había  en  este  ejercicio:  porque  algunas  ve- 
ces parescía  que  disputaba  con  otra  persona,  y  que  le  hablaba 
con  atención,  y  otras  veces  que  le  oía  con  gran  silencio:  unas 
veces  se  sonreía,  otras  lloraba,  unas  hincaba  los  ojos  en  un  lu- 
gar, otras  los  abajaba.  Y  así  en  este  ejercicio  como  en  todos 
los  demás  tenía  él  por  costumbre  levantarse  siempre  de  la  U- 
ción  á  la  oración  y  de  la  meditación  á  la  contemplación:  y  así  en 
un  mismo  rato  de  ejercicio  subía  por  todos  los  pasos  de  aquella 
escalera  mística  que  describe  S.  Bernardo.  Y  era  tanta  la  reve- 
rencia que  tenía  á  las  palabras  de  Dios  y  á  los  libros  de  los  san- 
ctos,  que  cuando  estaba  solo,  inclinaba  la  cabeza  al  libro,  y  lo  to- 
maba en  las  manos,  y  lo  besaba,  especialmente  si  era  de  los  Evan- 
gelios. 

El  nono  era  otra  muy  loable  costumbre  que  el  sancto  varón 
tenía  cuando  andaba  camino,  que  siempre  iba  dentro  de  sí  oran- 
do y  meditando:  y  para  mejor  hacer  esto,  decía  á  los  compañe- 
ros que  se  fuesen  delante  ó  se  quedasen  atrás,  por  quedarse  él 
solo,  alegándoles  para  esto  dulcemente  aquel  dicho  del  Profeta 


LIBRO  Iir.  CAPÍTULO  L  2l3 


que  dice:  Llevarla  he  á  la  soledad,  y  hablarle  he  al  corazón.  Y 
tenía  por  costumbre  en  esta  manera  de  oración  mover  algunas 
veces  las  manos,  como  si  quisiese  ojear  algunas  moscas  de  de- 
1  ante  de  sí,  y  signábase  muchas  veces  con  la  señal  de  la  cruz.  Y 
creían  los  religiosos  que  por  esta  manera  de  ejercicio  había  al- 
canzado entendimiento  de  las  Escripturas  sagradas. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Antonino. 

Estos,  pues,  son  los  modos  de  orar,  éstos  los  ejercicios  y  los 
ejemplos  de  este  glorioso  Padre.  No  sé  aquí  por  cierto  qué  pri- 
mero diga,  ni  de  qué  primero  me  maraville.  Maravillóme  cuando 
considero  qué  tan  grande  sería  la  suavidad  y  gusto  que  este 
bienaventurado  Padre  recibía,  cuando  así  perseveraba  en  estos 
ejercicios,  pues  ni  de  día,  ni  de  noche,  ni  andando,  ni  parado,  ni 
comiendo,  ni  después  de  haber  comido,  se  cansaba  ni  se  hartaba 
de  estar  siempre  ocupado  en  estos  divinos  coloquios.  Maravilló- 
me de  ver  tantas  maneras  de  potajes  y  ensaladas  como  este  san- 
cto  varón  halló  en  una  cosa  tan  simple  como  es  la  oración,  para 
nunca  empalagarse  comiendo  siempre  de  un  mismo  manjar,  y 
para  despertar  más  el  apetito  de  las  cosas  espirituales  con  esta 
variedad.  Sobre  todo  esto  me  maravillo  de  la  destreza  de  este 
tan  valeroso  capitán,  que  no  menos  peleaba  con  la  mano  sinies- 
tra que  con  la  diestra:  pues  tan  continuo  era  en  el  socorro  de  los 
prójimos  y  tan  continuo  en  el  trato  con  Dios,  sin  impidirse  el 
un  ejercicio  al  otro.  De  ángeles  es  entender  de  tal  manera  en 
los  negocios  de  los  hombres,  que  no  por  eso  dejen  la  contem- 
plación de  Dios:  y  este  ángel  de  la  tierra  y  hombre  del  cielo  de 
tal  manera  tenía  sus  ojos  puestos  en  Dios,  que  ni  la  gobernación 
de  toda  su  Orden,  ni  el  estudio  de  las  letras,  ni  las  ocupaciones 
del  predicar  y  confesar  y  disputar  con  herejes  y  andar  caminos 
y  acudir  á  tantas  cosas  impedían  aquella  unión  de  su  beatísimo 
espíritu  con  Dios.  Y  si  algunas  veces  por  algún  breve  momento 
le  impidían,  es  de  creer  que  luego  (á  semejanza  de  aquellos 
misteriosos  animales  de  Ezequiel)  iba  y  volvía  al  secreto  de  su 
recogimiento  como  un  relámpago  resplandeciente.  Porque  co- 
mo varón  perfecto,  había  llegado  á  aquel  estado  felicísimo  don- 
de las  dos  maneras  de  vida,  activa  y  contemplativa,  hacen  una 
compuesta  de  ambas,  sin  que  la  una  perjudique  á  la  otra,  sino 
antes  ayudándose  una  á  otra.  Porque  el  ejercicio  de  las  buenas 
obras  hacía  su  oración  más  eficaz  y  más  acepta,  y  la  devoción  que 


214  GUIA  DE  PECADORES 


sacaba  de  la  oración  le  hacía  más  prompto  y  ligero  en  el  bien  obrar. 
Y  demás  desto,  con  la  oración  guiaba  mejor  los  negocios  de  la 
gobernación:  porque  los  consultaba  primero  con  Dios,  y  les  pe- 
día el  buen  suceso:  y  con  ella  también  guiaba  los  de  la  predi- 
cación: porque  por  ella  salían  sus  palabras  teñidas  con  el  espiri- 
to de  la  devoción  y  encendidas  como  hachas  en  la  fragua  del  di- 
vino amor.  Y  de  aquí  fué  que  preguntándole  una  vez  dónde  ha- 
bía aprendido  aquellas  maravillas  que  predicaba,  respondió  que 
en  el  libro  del  amor.  En  el  cual  si  estudiasen  agora  tanto  los  pre- 
dicadores como  estudian  en  los  otros  libros  humanos,  no  hay 
dubda  sino  que  sin  comparación  harían  mucho  mayor  provecho 
del  que  hacen. 

Resta,  pues,  avisar  y  suplicar  á  todos  los  que  nos  preciamos 
deste  glorioso  Padre,  que  pues  somos  hijos  suyos  según  el  espí- 
ritu y  no  según  la  carne,  que  no  usurpemos  este  tan  glorioso 
nombre  sin  causa:  sino  que  ó  dejemos  el  nombre  de  hijos,  ó  tra- 
bajemos por  ser  herederos  del  espíritu  de  nuestro  Padre.  Su  es- 
píritu fué  apostólico,  y  su  instituto,  de  vida  apostólica:  si  nos  agra- 
da la  gloria  deste  nombre,  no  nos  desagraden  los  ejercicios  por 
donde  el  nombre  se  merece.  Los  ejercicios  de  los  Apóstoles  fue- 
ron universales  en  todo  género  de  virtud,  y  señaladamente  (como 
ellos  mismos  lo  testificaron)  en  oración  y  predicación.  De  los 
cuales  usaban  de  tal  manera,  que  del  uno  se  ayudaban  para  el 
otro:  porque  en  la  oración  cogían  lo  que  en  la  predicación  ense- 
ñaban, ejercitando  en  lo  uno  el  oficio  de  la  vida  contemplativa, 
y  en  lo  otro  de  la  activa.  Éste  sea  pues,  muy  amados  hermanos, 
nuestro  instituto,  y  á  éste  enderecemos  la  proa  de  todos  nuestros 
ejercicios:  para  que  á  imitación  deste  bienaventurado  Padre  me- 
rezcamos pasar  gloriosamente  de  el  instituto  y  perfección  de  la 
vida  monástica  al  de  la  apostólica,  no  perdiendo  lo  uno  por  lo 
otro,  sino  acrescentando  lo  uno  á  lo  otro,  que  es  una  perfección 
mayor  á  otra  menor. 


DE  TRES  MANERAS  DE  HACER  ORACIÓN 

CAPÍTULO  II. 


'ara  que  mejor  se  entienda  de  qué  linaje  de  oración 
tratamos  en  este  libro,  será  necesario  tratar  prime- 
S_SJ^R  ro  de  diversas  maneras  que  ha}^  de  orar,  y  de  la  ven- 
taja que  hay  de  las  unas  á  las  otras.  Y  porque  acerca  desto  sue- 
le haber  alguna  diversidad  de  pareceres  entre  la  gente  devota 
(por  donde  vienen  á  confundir  y  escurecer  esta  materia,  que  de 
suyo  es  clarísima)  no  será  fuera  de  propósito  poner  aquí  una 
breve  resolución  de  todo  este  negocio.  Y  para  mayor  luz  de  lo 
que  se  dijiere,  presupondré  primero  dos  muy  comunes  senten- 
cias de  los  doctores  en  esta  materia. 

La  primera  es:  la  oración  de  necesidad  pide  alguna  mane- 
ra de  atención  actual  ó  virtual  (como  adelante  se  declarará)  y 
la  que  ninguna  manera  de  atención  tuviese,  no  merece  nombre 
de  oración.  Esta  sentencia  es  de  loannes  Casiano,  que  dice  así: 
Poco  ora  el  que  solamente  ora  cuando  está  hincado  de  rodillas, 
y  ninguna  cosa  ora  el  que,  aunque  esté  hincado  de  rodillas,  vo- 
luntariamente se  distrae.  Por  do  parece  ser  verdad  lo  que  co- 
múnmente se  dice,  que  la  atención  es  ánima  de  la  oración:  por- 
que aunque  la  caridad  sea  ánima  de  la  oración  cuanto  al  ser  me- 
ritoria, pero  la  atención  se  dice  ánima  de  la  oración  cuanto  al  ser 
oración.  Por  donde,  así  como  faltando  la  caridad,  no  será  meri- 
toria la  oración,  así  faltando  del  todo  la  atención  susodicha,  no 
será  oración. 

El  segundo  fundamento  sea,  que  entre  las  condiciones  que 
ha  de  tener  la  fructuosa  y  perfecta  oración,  una  de  las  princi- 
pales es  que  se  haga  con  espíritu  y  devoción,  como  nos  lo  acon- 
seja el  Apóstol  cuando  dice:  Orad  todo  tiempo  en  espíritu.  Y  orar 
en  espíritu  es  orar  con  entrañables  deseos  y  sospiros  del  ánima, 
con  los  cuales  el  Espíritu  Sancto  hace  orar  á  sus  siervos:  porque 
orar  desta  manera  es  especial  del  Espíritu  Sancto.  De  donde 
se  infiere  que  cuanto  una  oración  se  hiciere  con  mayor  espíritu 


2J6  CT'TA    DE  PECADORES 


y  devoción,  tanto  será  por  esta  cabeza  más  fructuosa.  Destos  dos 
fundamentos  tan  claros  depende  toda  la  resolución  desta  materia: 
porque  por  ellos  podrá  quienquiera  juzgar  cuál  sea  oración  y 
cuál  no,  y  cuál  sea  más  provechosa  y  cuál  menos. 

Mas  para  mayor  claridad  de  lo  dicho,  es  de  saber  que  hay  tres 
maneras  de  hacer  oración.  Porque  unos  rezan  por  sus  horas  ó 
por  sus  cuentas  muy  apresuradamente,  y  muy  de  corrida,  y  con 
poca  atención  á  lo  que  dicen.  Esta  manera  de  orar,  así  como  se 
hace  con  poco  espíritu  y  atención,  así  es  de  poco  fructo,  como 
se  infiere  claro  de  lo  que  acabamos  de  decir.  Y  tanta  podría  ser 
en  esta  parte  la  negligencia  y  el  descuido,  que  la  tal  oración  se 
convertiese  en  pecado,  cuando  el  hombre  se  pusiese  á  orar  sin 
ninguna  manera  de  reverencia  y  atención.  Porque  dado  caso  (co- 
mo el  Cardenal  Cayetano  dice)  que  no  sea  el  hombre  obligado  á 
orar,  mas  ya  que  era  (pues  no  es  otra  cosa  orar  sino  hablar  con 
Dios)  ha  de  procurar  de  acompañar  su  oración  con  atención  y  re- 
verencia de  aquel  Señor  con  quien  está  hablando:  y  si  esto  no 
quiere  hacer,  hace  contra  lo  que  debe  á  tan  grande  Majestad,  lo 
cual  no  carece  de  pecado. 

Y  porque  es  innumerable  la  gente,  así  de  clérigos  y  sacer- 
dotes como  de  otros  legos,  que  rezan  desta  manera,  por  eso  es 
tantas  veces  reprehendida  esta  manera  de  orar  de  los  sanctos:  y 
por  esto  dijo  Cayetano  que  se  había  de  dejar  el  mucho  hablar  de 
las  oraciones  vocales,  como  arriba  declaramos.  Y  que  ésta  sea 
muy  común  manera  de  orar  del  mundo,  manifiéstalo  su  grande 
perdición:  porque  si  el  mundo  estuviera  más  reformado  en  la  ma- 
nera del  orar,  también  lo  estuviera  en  la  del  vivir. 

Segunda  manera  de  orar 
§.  II. 

^TRA  manera  de  orar  hay  de  mucho  mayor  provecho,  que 
es  cuando  uno  reza,  ó  por  sus  horas  ó  por  sus  cuentas,  pro- 
curando (según  le  es  posible)  de  estar  entero  y  atento  á  aquello 
que  hace,  diciéndolo  con  todo  reposo  y  sosiego,  y  habiéndose  en 
ello  como  hombre  que  entiende  que  está  hablando  con  Dios,  que 
es  con  reverencia  y  atención. 


LIBRO  III.  CAPÍTULO   II.  21; 


Y  porque  esta  atención  es  una  de  las  principales  cosas  que  se 
requerían  para  la  oración,  es  de  notar  que  hay  tres  maneras  de 
atención:  una  á  las  palabras,  procurando  decirlas  bien  pronuncia- 
das y  con  aquella  reverencia  y  devoción  que  se  debe  á  palabras 
sagradas,  como  hacen  las  personas  que  cantan  ó  rezan  devota- 
mente los  psalmos  en  lengua  que  no  entienden.  Otra  hay  mejor 
que  ésta,  que  es  de  aquéllos  que  entienden  las  palabras  que  di- 
cen, y  así  trabajan  por  ir  atentos  al  sentido  dellas  cuando  las  di- 
cen, cumpliendo  aquello  que  dice  S.  Augustín  en  su  regla:  Cuan- 
do con  psalmos  y  himnos  hacéis  oración  á  Dios,  procurad  de  tra- 
tar en  vuestro  corazón  lo  que  pronunciáis  por  la  boca.  Hay  aun 
otra  mejor  atención,  que  es  la  de  aquéllos  que  aunque  van  re- 
zando los  psalmos  con  la  boca,  tienen  el  espíritu  levantado  y  fijo 
en  Dios,  sin  discurrir  por  la  diversidad  de  los  conceptos  que 
aquellas  palabras  significan:  porque  éste  es  el  fin  de  todos  estos 
sanctos  ejercicios,  y  el  fin  siempre  es  mejor  que  las  cosas  que  se 
ordenan  á  él.  Demás  de  ser  verdad  que  mucho  más  aprovecha 
un  misterio  ó  una  palabra  sancta  profiíndamente  considerada, 
que  muchas  pasadas  así  de  corrida. 

También  aquí  es  de  notar,  acerca  de  la  atención,  que  cuando 
el  hombre  se  llega  á  orar  con  intención  de  hacer  en  esta  parte 
lo  que  debe,  si  después,  no  por  culpa  suya,  sino  por  la  fi-agilidad 
humana,  se  derrama  una  vez  y  muchas  en  otros  pensamientos, 
que  no  por  eso  caresce  de  muchos  de  los  fructos  de  la  oración. 
Porque  la  oración  (como  ya  dijimos)  es  obra  meritoria,  satisfac- 
toria y  empetratoria:  y  ninguno  destos  fructos  pierde  en  este  es- 
pacio, por  razón  de  aquel  buen  propósito  y  determinación  que  al 
principio  tuvo.  Porque  así  como  la  piedra,  después  de  despedida 
de  la  mano,  se  mueve  en  virtud  de  aquel  ímpeto  que  le  puso  el 
brazo  cuando  la  despedió  de  sí,  así  también  lo  hace  la  oración  en 
virtud  de  aquel  primer  buen  propósito  y  determinación  que  el 
hombre  tuvo  cuando  comenzó  á  orar.  Solamente  caresce  por  en- 
tonces (como  dice  Sto.  Tomás)  del  gusto  y  consolaciones  del 
Espíritu  Sancto,  las  cuales  dependen  de  la  actual  consideración 
y  contemplación  de  las  cosas  divinas:  y  por  eso  faltando  ésta, 
falta  también  lo  que  se  sigue  della.  La  cual  doctrina  sirve  para 
consolación  de  las  personas  humildes  y  devotas,  que  suelen  de- 
masiadamente afligirse  cuando  ven  que  se  les  distrae  el  corazón 
en  este  tiempo:  como  quiera  que  esto  sea  natural  á  todo  hom- 


21  8  r.UTA    I)F,  Pl'CADORES 


bre,  y  muchas  veces  sea  más  este  vicio  de  naturaleza  que  de  la 
persona. 

Pues  tornando  al  propósito,  esta  manera  de  oración  susodi- 
cha, demás  de  ser  muy  provechosa,  es  muy  fácil  á  todo  género 
de  personas.  Porque  la  meditación  y  consideración  no  es  para 
todos:  porque  presupone  devoción  y  alguna  inteligencia  de  las 
cosas  espirituales:  porque  si  ésta  falta,  luego  falta  la  materia  de 
la  meditación,  y  si  falta  la  devoción  (como  ésta  sea  la  lengua  del 
alma,  según  dice  S.  Bernardo)  luego  el  hombre  queda  mudo,  y 
ni  sabe  ni  tiene  que  hablar  con  Dios.  Mas  en  esta  manera  de  orar 
no  puede  faltar  materia,  mientras  no  faltaren  psalmos  ó  oracio- 
nes que  rezar:  y  la  devoción  tiene  grandes  despertadores  en  las 
palabras  dulces  y  devotas,  que  suelen  ser  unas  espirituales  saetas 
y  brasas  que  encienden  y  hieren  el  corazón.  Y  así  los  que  ni  tienen 
materia  de  meditación  ni  caudal  de  devoción,  vanse  en  pos  de 
aquellas  sentencias  y  palabras  sanctas,  y  guían  por  allí  su  espí- 
ritu, como  los  niños  que  cuando  no  saben  andar,  los  arriman  á 
unas  carretillas,  y  así  se  mueven  al  paso  de  ellas  los  que  por  sí 
solos  no  se  podrían  mover.  Desta  manera  los  que  por  razón  de  su 
espiritual  infancia  no  saben  aun  hablar  con  Dios,  habíanle  con 
aquellas  palabras  ajenas,  y  con  ellas  provocan  y  despiertan  su 
devoción. 

Y  no  sólo  para  niños  y  principiantes,  sino  también  para  los 
aprovechados  y  perfectos  ayuda  muchas  veces  esta  manera  de 
oración,  cuando  por  distraimiento  de  negocios,  ó  trabajo  de  ca- 
minos, ó  fatiga  de  enfermedades,  no  pueden  tan  fácilmente  le- 
vantar el  espíritu  á  Dios:  porque  entonces  es  gran  remedio  ir  poco 
á  poco  despertando  y  encendiendo  la  devoción  con  palabras  san- 
ctas y  devotas.  Conforme  á  lo  cual  leemos  del  bienaventurado 
S.  Augustín  que  diez  días  antes  que  muriese  mandó  que  le  escri- 
biesen los  siete  psalmos  penitenciales,  y  los  pusiesen  en  una  pa- 
red enfrente  del,  y  allí  los  estaba  leyendo  y  derramando  muchas 
lágrimas  cuando  los  leía.  Y  con  este  mismo  intento  la  sancta  ma- 
dre Iglesia,  llena  de  Espíritu  Sancto,  ordenó  los  cantares  de  los 
psalmos  y  de  los  otros  oficios  divinos,  para  despertar  con  aque- 
llas celestiales  voces  la  devoción  de  los  que  oran.  Donde  no  sólo 
la  virtud  y  sentido  de  las  palabras,  sino  también  la  suavidad  y 
melodía  de  las  voces  penetra  el  corazón  y  despierta  la  devoción, 
como  leemos  de  S.  Augustín,  el  cual  derramaba  muchas  lágrimas 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  2  !  Q 


y  sentía  grande  dulzura  en  su  ánima,  oyendo  los  cantos  y  la  mú- 
sica de  las  voces  de  la  Iglesia.  Porque  (como  dice  un  filósofo)  na- 
turalmente es  tan  deleitable  la  música  á  nuestros  sentidos,  que 
hasta  los  niños  en  la  cuna  se  adormecen  y  acallan  con  la  suavidad 
de  las  voces  de  las  madres  que  les  están  dulcemente  cantando. 

Mas  así  como  las  palabras  sanctas  y  devotas  ayudan  á  des- 
pertar la  devoción  cuando  está  dormida,  así  después  que  está  ya 
despierta  y  encendida,  muchas  veces  la  podrían  impedir.  Porque 
cuando  el  ánima  se  levanta  y  suspende  en  algún  grande  afecto 
y  sentimiento  de  amor  ó  temor  de  Dios,  ó  de  la  admiración  de  la 
grandeza  de  sus  obras  y  maravillas,  entonces  querría  el  hombre 
estarse  con  S.  Pedro  en  un  mismo  lugar,  y  no  salir  de  allí  (donde 
el  Espíritu  Sancto  le  da  aquel  sentimiento)  y  pensar  ó  hablar  en 
otra  cosa  es  sacarle  de  un  muy  deleitable  paraíso  y  darle  un 
grave  tormento.  Y  cuanto  más  aquí  se  juntan  las  fuerzas  del  áni- 
ma á  gozar  desta  fiesta  que  Dios  le  hace,  tanto  queda  más  enva- 
rada la  lengua  y  todos  los  otros  miembros  y  sentidos  para  me- 
nos poder  usar  de  sus  oficios,  ni  acudir  á  otra  cosa. 

Pues  cuando  algunas  veces  el  hombre  se  viere  en  esta  dis- 
posición, y  sintiere  que  la  pronunciación  de  las  palabras  le  es  al- 
gún impedimento  de  su  devoción,  debe  dejar  luego  las  palabras, 
como  deja  el  marinero  el  navio  cuando  ha  llegado  al  puerto,  y 
el  enfermo  la  medicina  cuando  ha  alcanzado  la  salud:  pues  no  es 
razón  que  lo  que  se  ordenó  para  la  devoción,  milite  contra  esa 
misma  devoción  para  quien  se  ordenó.  Porque  entonces  ya  no 
serviría  el  medio  para  el  fin,  sino  el  fin  para  el  medio,  lo  cual  es 
manifiesta  desorden  y  perversión.  Por  do  parece  cuánto  yerran 
algunas  personas  devotas  que  rezando  algunas  oraciones  por  sus 
horas  ó  por  sus  cuentas,  y  dándoles  nuestro  Señor  alguna  seña- 
lada devoción  y  sentimiento  en  ellas,  y  viendo  que  entonces  el 
proceder  y  pasar  adelante  les  impide  el  gusto  y  sentimiento  de 
aquello  que  se  les  dio,  todavía  procuran  cumplir  con  su  tarea  y 
llevar  al  cabo  su  oración,  no  mirando  que  esto  es  huir  de  lo  que 
buscan  y  desechar  lo  que  ya  tenían  hallado:  pues  nos  consta  que 
todo  esto  se  ordena  para  la  devoción,  y  que  las  palabras  devo- 
tas tanto  tienen  de  más  ó  menos  provecho  cuanto  más  ó  me- 
nos sirven  para  este  propósito. 

Verdad  es  que  esto  no  se  entiende  en  las  oraciones  públicas, 
que  se  ordenaron  para  edificación  del  pueblo,  ni  en  aquéllas  á 


220  CLIA   DE  PECADORES 


que  el  hombre  está  obligado  per  razón  de  voto  ó  de  otro  vínculo 
semejante,  sino  en  las  que  el  hombre  toma  por  su  voluntad  para 
despertar  con  ellas  su  devoción. 

De  ¡a  tercera  ?nanera  de  orar 

§.  ni- 

|ay  aun  otra  manera  de  orar  algo  diferente  de  la  pasada,  que 
es  no  con  palabras  escritas  ó  decoradas,  sino  con  aquellas 
que  nos  enseña  la  devoción,  ó  la  tribulación,  ó  el  Espíritu  Sancto, 
que  nos  hacen  pedir  con  gemidos  que  no  se  pueden  explicar.  Tal 
fué  la  oración  que  hizo  Moisén  á  Dios  cuando  pecó  el  pueblo,  y 
la  de  Ezequías  cuando  lo  cercó  Senaquerib,  y  la  de  Josafat  cuan- 
do vinieron  sobre  él  los  moabitas  y  amonitas,  y  la  de  Mardoqueo 
cuando  lo  perseguía  Amón,  y  la  de  Ester  y  de  Judit  y  de  Tobías 
y  de  todos  los  sanctos  y  sanctas  del  viejo  Testamento,  y  así  tam- 
bién las  de  todos  aquéllos  que  en  el  nuevo  con  viva  fe  pedían  al 
Salvador  remedio  de  sus  necesidades,  no  con  palabras  compues- 
tas ó  decoradas,  sino  con  aquellas  que  el  Espíritu  Sancto  y  su 
tribulación  les  enseñaba. 

Entre  esta  manera  de  oración  y  la  pasada  ninguna  diferen- 
cia esencial  hay  ni  puede  haber:  porque  la  una  es  oración,  y  la 
otra  oración:  la  una  acto  de  religión,  y  la  otra  también.  Y  por 
eso,  así  como  dar  limosna  Pedro  y  dar  limosna  Juan  no  difieren 
esencialmente,  porque  ambas  son  obras  de  una  misma  especie, 
así  el  orar  de  aquella  manera  ó  désta,  tampoco  difieren  esen- 
cialmente, pues  ambos  son  actos  de  una  misma  especie,  que  es 
(como  dije)  religión.  Solamente  podrá  aquí  entrevenir  alguna  di- 
ferencia accidental  por  parte  de  las  circunstancias  con  que  se  pue- 
de hacer  esta  ó  aquella  oración:  porque  siendo  verdad  que  la  de- 
voción y  espíritu  con  que  oramos  es  como  ánima  de  la  oración, 
tanto  una  oración  será  más  excelente  que  otra,  cuanto  se  hiciere 
con  mayor  espíritu  y  dex'oción.  Por  donde  si  el  que  reza  por  unas 
cuentas  ó  por  un  libro,  ora  con  mayor  espíritu  y  devoción  que 
el  otro,  ésa  será  mejor  oración.  Y  si  esto  tuviere  el  que  ora  con 
las  palabras  que  su  devoción  y  tribulación  le  hacen  decir,  ésa 
oración  será  mejor. 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  22  I 


Lo  común  es  que  los  que  desta  postrer  manera  oran,  suelen 
orar  con  mayor  fervor  y  atención:  porque  la  misma  tribulación 
que  los  fatiga,  es  como  pólvora  que  lleva  sus  oraciones  al  cielo  y 
les  hace  clamar  á  Dios  de  todo  su  corazón,  de  quien  sólo  espe- 
ran su  remedio.  Porque  así  como  el  sermón  decorado  (como  uno 
que  se  predica  en  latín)  comúnmente  no  se  dice  con  tanto  fer- 
vor como  aquel  que  va  más  profundamente  considerado  que  de- 
corado, así  también  ordinariamente  suele  acaescer  en  la  oración 
que  se  dice  de  coro,  ó  en  la  que  se  dice  dictándola  y  ordenándo- 
la el  corazón,  aunque  algunas  veces  puede  acaescer  lo  contrario. 
Y  orar  de  esta  manera  es  muy  gran  parte  para  ser  oído,  según 
aquello  del  psalmo  que  dice:  Clamé  con  todo  mi  corazón,  óye- 
me. Señor.  Y  aquello  del  mismo  profeta:  El  deseo  de  los  pobres 
oyó  Dios:  esto  es,  la  oración  que  se  hace  con  espíritu:  porque  no 
es  otra  cosa  orar  en  espíritu,  sino  pedir  con  entrañables  sospiros 
y  deseos  del  corazón,  como  ya  dijimos.  Tal  fué  la  oración  de 
Ana,  madre  de  Samuel,  que  viéndose  aco?ada  de  su  competidora, 
hizo  oración  á  Dios  con  grande  ansia  de  su  corazón,  de  donde  le 
vino  que  con  la  fuerza  y  embebecimiento  del  espíritu  hacía  tales 
gestos  por  defuera,  que  el  sacerdote  Helí  creyó  que  estaba  beo- 
da: mas  no  era  cierto  del  vino  que  él  pensaba,  sino  del  vino  de 
la  devoción  que  se  había  exprimido  en  el  lagar  de  su  ánima  con 
husillo  de  la  tribulación. 

Tiene  también  otra  cosa  esta  manera  de  orar,  que  suele  cau  - 
sar  menos  hastío  en  el  que  ora.  Porque  aunque  á  los  varones  es- 
pirituales y  perfectos  nunca  les  dé  en  rostro  ninguna  oración  escri- 
ta, por  muchas  veces  que  la  repitan  (porque  siempre  hallan  en  ella 
nuevo  gusto)  mas  á  los  flacos  y  defectuosos  muchas  veces  acaesce 
lo  contrario,  después  que  tienen  muchas  veces  trillada  y  repetida 
una  oración  ó  un  psalmo.  De  donde  nasce  que  mayor  gusto  to- 
man en  cualquier  lectura  y  oración  las  primeras  veces  que  la  leen , 
que  después  de  haberla  pasado  muchas  veces.  Y  este  hastío  no 
menos  se  debe  temer  en  las  cosas  espirituales  que  en  las  corpo- 
rales: pues  en  ambos  casos  retrae  á  los  hombres  del  remedio  que 
les  ha  de  venir  por  vía  de  mantenimiento  espiritual  ó  corporal. 
Lo  cual  no  ha  tanto  lugar  en  estotra  manera  de  oración:  porque 
cuando  no  tiene  el  hombre  palabras  señaladas  para  orar,  ora  con 
aquellas  que  le  enseña  la  devoción,  ó  la  tribulación,  ó  la  disposi- 
ción que  de  presente  tiene:  y  como  estas  cosas  sean  cada  día  y. 


222  GUIA  DE  PECADORES 


cada  hora  de  su  manera,  así  son  di\'ersísimas  las  palabras  y  las 
sentencias  y  afectos  con  que  el  hombre  ora,  y  así  hay  menos 
ocasión  para  tener  este  hastío.  De  donde  nasce  que  cuando  el  áni- 
ma está  muy  devota  y  muy  enamorada  de  Dios,  sabe  decir  cosas 
tan  excelentes,  que  Tulio  con  toda  su  elocuencia  no  acertaría  á 
las  decir  tales. 

También  es  de  notar  que  á  esta  manera  de  oración  está  ane- 
ja la  meditación  y  consideración  de  las  cosas  espirituales,  á  la 
cual  el  uso  tiene  puesto  nombre  de  oración  mental:  porque  por 
ella  se  levanta  la  mente  á  Dios.  Y  esta  manera  de  consideración 
no  se  puede  negar  sino  que  sea  de  inestimable  provecho,  como 
arriba  tocamos,  alegando  para  esto  los  libros  de  la  Considera- 
ción de  S.  Bernardo.  Porque  así  como  la  especulación  y  estu- 
dio de  las  sciencias  humanas  es  un  muy  principal  medio  para  al- 
canzar la  sabiduría  humana,  así  la  consideración  de  las  cosas  di- 
vinas es  un  muy  principal  medio  para  alcanzar  la  verdadera  y  su- 
ma sabiduría,  en  la  cual  consiste  todo  nuestro  bien. 

De  aquí  se  sigue  también  otro  provecho,  que  es  la  digestión 
y  sentimiento  de  las  cosas  espirituales.  Porque  el  que  reza  por  sus 
horas  ó  por  sus  cuentas,  pasa  por  las  cosas  más  ligeramente,  has- 
ta llegar  al  término  de  su  oración  y  dar  cabo  á  sus  devociones 
ordinarias:  mas  el  que  considera  no  tiene  cuenta  con  esto,  sino 
con  estarse  en  una  palabra  de  la  Escriptura  ó  en  un  misterio  de  la 
vida  de  Cristo  todo  el  tiempo  que  halla  que  rumiar  en  ella,  que 
á  veces  acaesce  durar  por  grande  espacio,  como  se  lee  de  S.  Fran- 
cisco, que  toda  una  noche  entera  se  estuvo  repitiendo  estas  dos 
palabras:  Dios  mío,  conózcate  á  tí,  y  conózcame  á  mí.  Y  consta - 
nos  claro  que  mucho  más  aprovecha  un  misterio  desta  manera 
considerado,  que  muchos  y  muy  grandes  misterios  pasados  apre- 
suradamente y  de  corrida.  Y  esto  que  por  una  parte  es  tan  pro- 
vechoso, por  otra  es  tan  deleitable,  que  después  que  el  ánima 
está  embebecida  y  suspensa  en  algún  paso  destos,  á  palos  no  la 
podrán  echar  de  allí,  ni  hacer  pensar  en  otra  cosa  sin  mucho  tra- 
bajo y  desgusto  suyo:  porque  la  fuerza  del  deleite  la  llama  y  arre- 
bata en  pos  de  sí. 

Bien  es  verdad  que  también  el  que  reza  por  un  Ubro  podría 
hacer  esto  mismo,  si  todas  las  veces  que  llegase  á  un  paso  dulce 
y  devoto,  hiciese  aUí  una  estación  y  se  pusiese  á  considerar  des- 
pacio lo  que  allí  el  Espíritu  Sancto  le  diese  á  entender:  y  así  hay 


LIBRO   III.  CAPÍTULO  IL  223 


algunas  personas  que  se  están  una  hora  rezando  la  oración  del 
Paternóster,  ó  el  símbolo  de  la  fe  (que  es  el  Credo)  deteniéndose 
en  la  consideración  de  los  misterios  que  allí  se  contienen,con  gran- 
de gusto  y  provecho.  Y  esta  manera  de  rezar  (demás  de  ser  muy 
fácil  á  todo  género  de  personas)  es  de  grande  provecho,  y  es  la 
misma  que  aquí  enseñamos  y  encarecemos,  que  es  la  que  tiene 
aneja  á  sí  la  consideración. 

Y  porque  unos  se  aplican  más  á  una  manera  de  orar,  y  otros 
á  otra,  y  unos  sienten  más  provecho  en  una,  y  otros  en  otra,  por 
eso  me  pareció  sería  cosa  conveniente  tratar  aquí  de  entrambas: 
para  que  los  que  no  están  aun  dispuestos  y  hábiles  para  la  consi- 
deración (que  requiere,  como  dijimos,  mayor  inteligencia  de  las 
cosas  espirituales)  ni  tienen  aun  la  lengua  que  S.  Bernardo  dice 
de  la  devoción,  para  hablar  con  Dios  y  alegar  de  su  derecho, 
tengan  aquí  sus  oraciones  escriptas  por  donde  puedan  guiar  su 
espíritu,  y  despertar  sus  afectos,  y  significar  sus  peticiones  á  Dios: 
para  que  después  de  ejercitados  en  esto,  y  ganada  alguna  devo- 
ción, pasen  á  la  segunda  parte,  que  trata  de  la  consideración, 
donde  ya  el  hombre  no  habla  por  boca  ajena,  sino  bebe  (como 
dicen)  por  su  pico,  y  sabe  hablar  y  negociar  con  Dios.  Desta  ma- 
nera será  más  fácil  de  entrar  en  este  camino  de  la  oración,  co- 
menzando por  lo  más  fácil,  y  procediendo  por  ahí  á  lo  más  di- 
ficultoso. 


SUMA    DE    TODAS    LAS    ORACIONES 

CONTENIDAS   EN   ESTA  PRIMERA  PARTE 


ARA  dar  materia  competente  á  esta  primera  manera 
„„  ^ ,,,     de  orar,  señalaré  primero  aquí  cuatro  maneras  de 

tjÑ^^  oraciones  que  el  siervo  de  Dios  debe  hacer  cada 
día.  La  primera,  para  repentirse  de  sus  pecados  y  pedir  al 
Señor  perdón  dellos.  La  segunda,  para  darle  gracia  por  los 
beneficios  recebidos.  La  tercera,  para  ofrecer  ante  el  acata- 
miento divino  los  méritos  y  trabajos  de  Cristo.  La  cuarta,  para 
pedir  al  Señor  por  estos  merecimientos  remedio  para  todas 
nuestras  necesidades  y  miserias,  y  también  para  las  de  nuestros 
prójimos  y  de  toda  su  Iglesia. 

Después  de  esto  se  pondrán  tres  muy  devotas  oraciones  á  la 
Virgen  nuestra  Señora,  abogada  y  madre  nuestra:  de  las  cuales 
se  podrá  un  día  rezar  una,  y  otro  otra,  para  que  con  la  variedad 
de  las  oraciones  se  renueve  y  despierte  algún  tanto  la  devoción. 
Y  para  los  sábados  especialmente  (que  es  día  diputado  á  la  ve- 
neración de  esta  sacratísima  Virgen)  pondremos  otra  oración,  en 
la  cual  se  condene  una  breve  conmemoración  de  todos  los  pa- 
sos principales  de  su  vida  sanctísima. 

Y  después  de  todo  esto  pondremos  siete  oraciones,  las  cua- 
les podrá  cada  uno  repartir  por  los  días  de  la  semana,  cada  día 
la  suya:  en  las  cuales  se  tratan  todos  los  principales  misterios  de 
la  vida  de  nuestro  Salvador,  dende  el  misterio  de  su  encarnación 
hasta  la  venida  del  Espíritu  Sancto,  pidiendo  en  cada  misterio 
déstos  alguna  petición  conforme  á  lo  que  se  trata  en  él. 

ORACIÓN  PRIMERA 

PARA  PEDIR  AL  SeÑOR  PERDÓN  DE  LOS  PECADOS 

^H  Padre  todopoderoso,  todo  piadoso  y  misericordioso,   yo 
miserable  pecador,  con  cuanta  humildad  puedo  y  con  en- 
tera confianza  de  tu  infinita  bondad  y  misericordia,  derribado 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  22  5 


ante  tus  pies,  confieso  húmilmente  mis  grandes  y  graves  peca- 
dos, con  los  cuales  hasta  agora  ofendí  á  ti  mi  benignísimo  Pa- 
dre. Confieso  también  mi  muy  grande  desagradecimiento  á  tus 
infinitos  beneficios:  que  es,  á  tanto  amor  y  benignidad  como 
comigo  usaste,  esperándome  tanto  tiempo  á  penitencia  y  no  cas- 
tigándome, ni  echándome  en  los  infiernos,  donde  merescía  estar 
por  mis  malicias,  sino  antes  muchas  veces  provocándome  y  con- 
vidándome con  tu  gracia.  ¡Oh,  cuántas  veces.  Señor  mío,  llamas- 
te á  las  puertas  de  mi  ánima  con  muchas  inspiraciones!  ¡Cuán- 
tas veces  me  provocaste  con  beneficios!  ¡Cuántas  me  halagaste 
con  regalos!  ¡Cuántas  me  apretaste  con  afliciones!  Pero  con  to- 
das ellas  te  despedí  de  mí,  y  siempre  te  volví  las  espaldas,  sos- 
teniéndome tú  todavía  con  inefable  paciencia.  ¡Oh  cuan  justa- 
mente me  pudieras  echar  en  el  abismo  del  infierno,  y  por  tu  sola 
clemencia  detuviste  el  ímpeto  y  furor  de  la  ira  que  yo  tenía 
merecida!  Maravilla  es  por  cierto,  oh  Padre  dulcísimo,  cómo  mi 
corazón  no  revienta  de  dolor,  cuando  tales  cosas  considero.  Ver- 
daderamente ni  el  mismo  infierno  tiene  tantos  tormentos  cuan- 
tos merece  la  culpa  de  mis  pecados.  Indigno  soy  de  llamarme 
tu  criatura,  y  de  que  la  tierra  me  sustente  y  me  dé  fructos  con 
que  viva.  Maravilla  es.  Señor,  cómo  no  han  tomado  venganza 
todas  las  criaturas  y  todos  los  elementos  de  las  injurias  y  des- 
acatos que  he  hecho  contra  ti  con  mis  continuas  maldades.  Pero 
ya.  Padre  misericordioso,  ten  misericordia  de  mí,  y  vuelve  á  mí 
desconsolado  y  miserable  pecador  los  ojos  de  tu  divina  clemencia. 
Ábreme  las  entrañas  de  tu  piedad  y  recíbeme  graciosamente 
en  ellas.  Perdóname  porque  tanto  dilaté  convertirme  á  ti.  Descú- 
breme ese  benignísimo  pecho  de  padre,  y  dame  el  mantenimien- 
to y  sustentación  que  sueles  dar  á  tus  hijos.  Suplicóte,  Señor, 
obres  agora  en  mí  prestamente  aquello  para  que  tanto  tiempo  me 
esperaste,  y  para  lo  que  eternalmente  me  tienes  determinado.  ¡  Ay 
de  mí,  miserable  pecador,  que  desamparé  un  Padre  tan  benigno 
y  tan  poderoso,  que  nunca  comigo  mostró  sino  amor,  sino  be- 
neficios, sino  gracia  y  fidelidad!  ¡Ay  de  mí,  porque  te  negué  el 
corazón  en  que  habías  acordado  fundar  tu  templo  y  morada,  y  le 
ensucié  con  mucha  basura,  y  le  hice  vaso  de  maldad  y  cueva  de 
los  espíritus  malignos!  Claramente,  Señor,  confieso  que  soy  el 
más  vicioso  de  cuantos  viciosos  el  mundo  tiene:  mas  con  todo 
esto  confío  en  tu  inmensa  bondad.  Porque  dado  que  mis  peca- 

OBRAS  DE  GRANADA,  X— ij 


226  GUIA  DE  PECADORES 


dos  no  tengan  cuento,  tampoco  lo  tiene  la  muchedumbre  de  tus 
misericordias.  Oh  Padre  amantísimo,  si  tú  quieres,  sin  dubda 
puedes  alimpiarme.  Sáname,  Señor,  y  seré  sano:  pues  claramen- 
te confieso  que  pequé  contra  ti.  Acuérdate  de  la  palabra  de  tan- 
ta consolación  que  pronunciaste  por  uno  de  tus  profetas,  dicien- 
do: Tú  fornicaste  con  muchos  enamorados:  pero  vuélvete  á  mí, 
que  yo  te  recebiré.  Por  lo  cual,  Padre  piadoso,  confiado  en  esta 
promesa,  y  de  todo  corazón,  me  vuelvo  á  ti,  como  si  comigo 
solo  hubieras  hablado,  y  á  mí  solo  quisieras  llamar  con  voz  tan 
amorosa.  Porque  yo  so}^  aquella  sucia  y  desleal  ánima,  aquel 
hijo  pródigo  y  desperdiciado  que  desdichadamente  me  enajené 
de  ti.  Padre  de  las  lumbres,  de  quien  todos  los  bienes  descienden, 
y  como  oveja  modorra  me  perdí  de  tu  rebaño  y  me  alejé  de  tu 
cabana,  perdiendo  y  destruyendo  tan  largas  mercedes  cuantas 
con  infinita  liberalidad  me  habías  concedido.  Déjete,  fuente  de 
aguas  vivas,  y  cavé  para  mi  beber  pozos  salobres  de  amargas 
consolaciones  que  súbitamente  se  agotan:  es  cierto  que  todos  los 
temporales  y  carnales  deleites  más  presto  que  humo  desapare- 
cen. Déjete,  pan  de  vida,  y  comí  las  bellotas  desechadas  y  ho- 
lladas de  los  puercos,  siguiendo  mis  aficiones  viciosas  y  mis  ape- 
titos bestiales.  Desampárete,  sumo  y  perfectísimo  bien,  y  fuíme 
tras  los  terrenos  y  perecederos  bienes,  y  con  ellos  perecí.  Porque 
desnudo,  pobre,  miserable  y  sucio  fui  hecho,  y  en  el  estiércol  de 
mis  vicios  me  podrí.  Mas  agora.  Padre  mío,  suplicóte  quieras  ol- 
vidarte de  la  afrenta  y  deservicios  que  te  hice,  no  por  la  peniten- 
cia que  yo  tengo  hecha,  sino  por  la  que  por  ellos  hizo  tu  uni- 
génito Hijo. 

Y  tú,  oh  dulcísimo  Hijo,  Salvador  y  Señor  mío  Jesucristo,  ten 
misericordia  de  mí.  En  tu  di\dna  clemencia,  y  en  tu  benigna  gra- 
cia, y  en  las  sacratísimas  llagas  que  por  mí  recebiste,  descargo 
todas  mis  maldades,  todo  mi  desagradecimiento,  mi  deshonesti- 
dad, mi  ira,  mi  soberbia,  mi  avaricia,  mi  desobediencia,  mis  sol- 
turas, mis  desvergüenzas,  mis  atrevimientos,  con  todos  los  otros 
males  míos.  Y  ruégote,  Dios  mío,  que  todos  los  quieras  deshacer 
con  tu  preciosa  sangre,  de  tal  manera  que  ninguna  memoria  que- 
de dellas.  Oh  amable  Jesú,  único  consuelo  mío,  vesme  aquí,  v^en- 
go  á  ti  con  toda  afición  y  deseo  de  te  amar  y  de  huir  todo 
aquello  que  me  pueda  apartar  de  tu  amor.  Tú  eres  toda  mi  espe- 
ranza y  toda  mi  consolación  y  mi  amparo.  Cuanto  me  turban  y 


LIBRO  lir.  CAPÍTULO   IL  22; 


enflaquecen  mis  pecados,  tanto  me  alegra  y  esfuerza  tu  inmensa 
bondad  y  los  merecimientos  de  tu  pasión.  Porque  todo  cuanto 
yo  por  mi  culpa  hice,  por  tu  muerte  cruel  fué  deshecho:  y  todo 
cuanto  á  mí  falta,  sobra  al  valor  de  tu  sacratísima  encarnación 
y  pasión,  Y  dado  que  mis  pecados  sean  grandes  y  inumerables, 
pero  muy  pequeños  y  pocos  son,  comparados  á  tu  infinita  mise- 
ricordia. Por  lo  cual  confio  de  tu  bondad  que  no  dejarás  perecer 
á  quien  criaste  á  tu  imagen  y  semejanza,  y  por  quien  te  heciste 
consorte  de  nuestra  misma  naturaleza,  nuestra  carne  y  nuestra 
sangre.  Finalmente  espero  que  no  seré  de  ti  condenado,  pues 
con  tanto  trabajo  y  por  tan  caro  precio  me  rederaiste.  Tú  que 
vives  y  reinas  &c. 

SEGUNDA  ORACIÓN 

PARA  DAR  AL  SeÑOR  GRACIAS  POR  LOS  BENEFICIOS  RECEBIDOS 

GRACIAS  te  doy,  dulce  Jesú,  porque  me  heciste  y  criaste  á 
Is  tu  imagen  y  semejanza,  y  por  este  cuerpo  que  me  diste 
con  todos  sus  sentidos,  y  esta  ánima  con  todas  sus  potencias,  para 
que  con  ellas  te  conociese  y  amase.  Dame,  Señor,  gracia  para 
que  de  tal  manera  sirva  yo  á  ti  mi  Criador  y  Padre  celestial,  que 
muertas  todas  mis  pasiones  y  viciosas  aficiones,  vaelva  á  refor- 
mar en  mí  esta  imagen  que  tú  criaste,  y  á  ser  semejante  á  ti  por 
inocencia  de  vida. 

Gracias  te  doy  por  el  beneficio  de  la  conservación:  porque  tú 
mismo  que  me  criaste,  me  estás  siempre  conservando  en  este 
ser  que  me  diste,  y  porque  para  esta  misma  conservación  criaste 
cuantas  cosas  hay  en  este  mundo:  el  cielo,  la  tierra,  la  mar,  el  sol, 
la  luna,  las  estrellas,  los  animales,  los  peces,  las  aves,  los  árboles, 
y  finalmente,  todas  las  otras  criaturas,  de  las  cuales  unas  heciste 
para  mantenerme,  otras  para  curarme,  otras  para  recrearme,  otras 
para  enseñarme  y  otras  también  para  castigarme.  Suplicóte,  Se- 
ñor, me  concedas  que  sepa  yo  usar  como  debo  de  tus  criaturas 
y  aprovecharme  dellas  para  lo  que  tú  las  criaste:  esto  es,  para 
que  por  ellas  venga  yo  en  conoscimiento  de  ti  mi  verdadero  Dios 
y  Señor,  y  por  ellas  se  encienda  mi  espíritu  y  arrebate  en  admi- 
ración y  amor  de  tu  sancto  nombre. 


228  GUIA  DE  PECADORES 


Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  por  el  beneficio  de  la  redempción: 
que  es,  por  aquella  incomprehensible  bondad  y  misericordia  que 
comigo  usaste,  y  por  aquella  profundísima  humildad  y  ardentí- 
sima caridad  con  que  me  amaste  y  trabajaste  á  sufrir  por  mí  tan- 
tas y  tan  grandes  fatigas.  Gracias  te  doy  por  todos  los  pasos  y 
trabajos  de  tu  vida  sanctísima  y  de  tu  afligida  y  deshonrada  muer- 
te. Gracias  te  doy  por  la  humildad  de  la  encarnación,  por  la  po- 
breza del  nacimiento,  por  la  sangre  de  la  circuncisión,  por  el  des- 
tierro de  Egipto,  por  el  ayuno  del  desierto,  por  las  vigilias  de  las 
oraciones,  por  el  cansancio  de  los  caminos,  por  el  discurso  de  las 
predicaciones,  por  el  trabajo  de  las  persecuciones,  por  las  calum- 
nias de  tus  adversarios  y  por  la  pobreza  y  humildad  de  toda  tu 
vida  sanctísima.  Gracias  te  doy  por  todas  las  fatigas  y  deshonras 
que  por  mi  causa  padeciste  en  tu  afligidísima  y  deshonradísima 
muerte.  Gracias  te  doy  por  la  oración  del  Huerto,  por  el  sudor 
de  sangre,  por  la  prisión,  por  las  bofetadas,  por  las  blasfemias, 
por  los  azotes,  por  la  corona  de  espinas,  por  la  vestidura  de  púr- 
pura, por  los  escarnios,  por  los  vituperios,  por  la  sentencia  del 
juez,  por  la  hiél  y  vinagre,  por  los  clavos,  por  la  muerte,  por  la 
sepultura  y  por  la  cruz,  y  demás  desto  por  tu  gloriosa  resurre- 
ción  y  ascensión  y  venida  del  Espíritu  Sancto:  pues  todos  estos 
pasos  y  misterios  ordenaste  para  mi  salud. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  dende  el  nacimiento  y  princi- 
pio de  mi  vida  me  recibiste  en  el  gremio  de  tu  Iglesia,  y  me 
criaste  en  la  fe  católica,  y  me  heciste  cristiano,  y  sustentaste  y  con- 
servaste mi  ánima  y  mi  cuerpo  hasta  el  día  presente.  Plega  á  tu 
piedad  que  tú  solo  seas  manjar  sabroso  de  mi  corazón,  y  de  ti 
solo,  fuente  de  vida,  tenga  siempre  sed  mi  ánima,  hasta  que  aca- 
bado el  curso  desta  peregrinación  goce  en  tu  bienaventuranza 
de  aquel  abundantísimo  río  de  deleites  que  corre  de  ti,  fuente 
de  vida. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  hasta  agora  me  has  guardado 
y  librado  de  muchos  y  grandes  peligros  así  de  cuerpo  como  de 
ánima,  meresciendo  yo  por  mis  grandes  y  continuas  maldades 
ser  muchas  veces  de  ti  desamparado.  Alumbra,  Señor,  mi  cora- 
zón con  la  luz  de  tu  gracia,  para  que  conociendo  enteramente  la 
grandeza  de  esta  piedad  y  de  mi  desagradescimiento,  llore  siem- 
pre mis  pecados,  y  trabaje  de  aquí  adelante  por  agradar  á  ti, 
único  Señor  y  Salvador  mío. 


LIBR(3  III.  CAPÍTULO  II.  229 


Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  porque  estando  yo  durmiendo  en 
el  sucísimo  muladar  de  mis  vicios,  viviendo  torpísimamente,  me 
sufriste  tanto  tiempo  con  tanta  paciencia  y  me  esperaste  á  peni- 
tencia. Concédeme,  Señor,  que  con  verdadera  y  viva  contrición 
y  con  buenas  obras  lave  las  heces  de  mis  pecados  pasados,  y  de 
aquí  adelante  con  limpieza  de  corazón  te  ame  con  ardentísimo 
amor. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  caminando  yo  por  el  camino 
de  la  perdición,  y  estando  ya  en  medio  de  las  gargantas  del  in- 
fierno, no  consentiste  que  pereciese:  mas  otra  vez  me  trajiste  al 
camino  de  la  vida,  no  oyéndote  yo,  sino  huyendo  de  ti,  y  resis- 
tiendo á  tus  sanctas  inspiraciones.  Concédeme  que  de  aquí  ade- 
lante te  siga  con  humilde  afición,  y  con  toda  presteza  y  obedien- 
cia abrace  tus  sanctas  inspiraciones,  y  despida  de  mi  corazón  el 
amor  de  todas  las  cosas  visibles,  para  que  todo  entero  se  emplee 
en  ti,  sin  nunca  jamás  de  ti  se  apartar. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  porque  has  gobernado  y  defen- 
dido á  mí  vilísimo  pecador,  y  de  tal  manera  has  mirado  con  los 
ojos  de  tu  misericordia  (y  aun  todavía  pecando  yo,  tan  benigna- 
mente me  sostienes  y  tan  continuamente  me  visitas  y  recreas) 
como  si  olvidado  de  todos  los  otros  hombres,  de  mí  solo  tuvie- 
ses cuidado.  Haz,  Señor,  que  yo  también  ardentísimamente  te 
ame,  y  todas  las  cosas  perecederas  por  ti  desampare,  en  ti  solo 
piense  y  con  ánimo  promptísimo  siga  y  cumpla  siempre  tu  vo- 
luntad. 

Gracias  te  doy,  Señor,  sobre  todos  estos  beneficios,  porque 
me  redemistecon  tantos  trabajos,  porque  ordenaste  para  mi  reme- 
dio tales  y  tan  maravillosos  sacramentos,  porque  me  visitas  con 
tantas  inspiraciones,  porque  me  has  preservado  de  tantos  males, 
y  por  otros  muchos  particulares  y  secretos  beneficios  que  me 
has  hecho,  y  por  la  bienaventuranza  de  la  gloria  que  me  tienes 
aparejada,  si  yo  por  mi  grande  culpa  no  me  hiciere  indigno  de 
ella.  Dame,  Señor,  que  de  tal  manera  use  yo  destos  beneficios, 
que  no  me  sean  ocasión  de  soberbia  y  negligencia,  sino  de  mayor 
humildad,  agradescimiento  y  deseos  de  tu  servicio. 


230  GUIA   DE  PECADORES 


TERCERA  ORACIÓN 

en  la  cual  ofrece  el  hombre  los  trabajos  y  méritos  de 
Cristo  nuestro  Salvador  al  Padre 


UÉ  daré  yo  al  Señor  por  todo  lo  que  Él  me  ha  dado?  (¡Con 
qué  le  serviré  tantos  beneficios?  ,iOué  le  ofreceré  portan- 
tas  misericordias?  ¡Oh  cuan  mal  he  respondido  á  tan  largo  y  tan 
piadoso  bienhechor!  Porque  siempre  fui  desagradescido  á  tus  be- 
neficios, siempre  puse  impidimento  á  tus  inspiraciones,  añadien- 
do culpas  á  culpas  y  pecados  á  pecados.  Confieso  que  no  merez- 
co nombre  de  hijo:  mas  todavía  te  reconozco  por  Padre.  Porque 
tú  eres  verdaderamente  mi  Padre  y  toda  mi  confianza,  tú  eres 
fuente  de  misericordia  que  no  desechas  á  los  sucios  que  corren 
á  ti,  sino  antes  los  lavas  y  recreas.  Pues  ves  aquí,  oh  suave  so- 
corro mío,  cómo  yo  el  más  pobre  de  todas  las  criaturas  vengo  á 
ti  sin  traer  cosa  comigo  más  que  la  carga  de  mis  pecados.  Hú- 
milmente  me  derribo  á  los  pies  de  tu  piedad,  húmilmente  pido  á 
tu  misericordia:  perdóname,  esperanza  mía  certísima,  y  sálvame 
por  tu  infinita  bondad. 

Dulce  Jesú,  yo  en  remisión  de  todos  mis  pecados  te  ofrezco 
aquella  espantable  caridad  por  la  cual  tú.  Dios  de  infinita  majes- 
tad, no  te  desdeñaste  hacer  hombre  por  nosotros  y  vivir  en  este 
mundo  treinta  y  tres  años  con  muchos  trabajos,  tristezas,  perse- 
cuciones, contradiciones,  cansancios  y  fatigas.  Ofrézcote  aquella 
congoja  mortal,  aquel  sudor  de  sangre,  aquella  agonía  que  oran- 
do en  el  huerto  al  Padre,  hincadas  las  rodillas,  tu  piadoso  corazón 
afligía.  Ofrézcote  aquel  ardiente  deseo  que  de  padecer  tenías, 
cuando  tan  de  voluntad  te  entregaste  á  tus  enemigos  y  te  ofre- 
ciste por  nosotros  en  sacrificio.  Ofrézcote  las  prisiones,  los  azo- 
tes, los  denuestos,  las  injurias,  las  blasfemias,  las  bofetadas,  los 
pescozones,  las  salivas  de  las  torpes  bocas  de  tus  enemigos,  con 
todos  los  otros  linajes  de  tormentos  que  en  la  casa  de  Anas  y 
Caifas  toda  aquella  noche  dolorosa  por  nuestra  causa  padeciste. 
Todas  estas  cosas  te  ofrezco,  rogando  á  tu  piedad  sin  medida  que 
por  estos  merecimientos  perdones  mis  pecados,  purifiques  mi  áni- 
ma y  la  lleves  á  la  vida  eterna. 


LIBRO    III.   CAPITULO    II.  23 1 


Ofrézcote  también  aquella  inefable  humildad  y  paciencia  que 
tuviste  cuando  te  coronaban  con  espinas,  y  para  mayor  escarnio 
te  vistieron  una  ropa  colorada,  y  burlando  te  saludaban,  y  escu- 
pían, y  herían  con  la  caña  que  en  la  mano  tenías.  Ofrézcote  aquel 
cansancio  doloroso  de  tu  sacratísimo  cuerpo,  aquellos  tan  cansa- 
dos pasos  de  tus  pies  y  aquella  tan  pesada  carga  de  la  cruz  que 
llevabas  en  tus  hombros.  Ofrézcote  aquel  sudor  y  sed  que  en  la 
cruz  padeciste,  con  otras  muchas  penas  que  con  mansísimo  y 
prontísimo  corazón  sufriste.  Todo  esto  te  ofrezco,  con  las  gracias 
que  yo  te  puedo  dar,  rogando  á  tu  piedad  inmensa  que  por  es- 
tos merecimientos  perdones  mis  pecados,  purifiques  mi  ánima  y 
la  lleves  á  la  vida  eterna. 

Dulce  Jesú,  por  todas  mis  maldades  te  ofrezco  los  crudelísi- 
mos  dolores  que  sufriste  cuando  quitándote  la  vestidura,  que 
estaba  pegada  á  las  espaldas,  se  renovaron  las  llagas  de  tus  azo- 
tes, cuando  se  enclavaron  tus  pies  y  manos  en  el  sancto  madero, 
cuando  se  descojuntaban  tus  miembros,  cuando  tu  preciosa  san- 
gre (como  arroyo  de  sus  fuentes)  corría  de  tus  heridas.  Ofrézcote 
cada  gota  de  esa  sangre  preciosa,  ofrézcote  aquella  benignidad 
y  mansedumbre  con  que  sufriste  la  contradición  y  vituperios  de 
aquellos  malvados  que  meneando  sus  cabezas  te  escarnecían, 
excusándolos  tú  benignamente  y  rogando  al  Padre  por  ellos.  Todo 
esto  te  ofrezco  junto  con  las  gracias  que  yo  te  puedo  dar,  para 
que  por  estos  merescimientos  perdones  mis  pecados,  purifiques 
mi  ánima  y  la  lleves  á  la  vida  eterna. 

Dulce  Jesú,  por  todas  mis  liviandades  y  negligencias  te  ofrez- 
co aquellos  incomprehensibles  tormentos  que  sufriste  cuando  de- 
jado de  todas  partes  á  la  fuerza  de  las  angustias  y  desamparado 
de  todo  consuelo,  miserablemente  estabas  colgado  en  la  cruz  en- 
tre dos  ladrones.  Ofrézcote  la  gran  sed  que  allí  padeciste,  y  aque- 
lla piedad  y  reverencia  con  que  inclinada  la  cabeza  al  Padre  le 
encomendaste  tu  espíritu.  Ofrézcote  aquella  piadosa  y  saludable 
sangre  que  de  tu  costado  herido  y  alanceado  salió  en  tanta  abun- 
dancia. Esto  te  ofrezco  junto  con  las  gracias  que  yo  te  puedo  dar, 
suplicándote  por  estos  merescimientos  perdones  mis  pecados, 
purifiques  mi  ánima  y  la  lleves  á  la  vida  eterna.  Tú  que  vives  y 
reinas  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 


232  GUIA  DE  PECADORES 


CUARTA  ORACIÓN 
Á  Dios  y  á  todos  los  sanctos  para  pedir  todo  lo  que  es 

NECESARIO    ASÍ    PARA    NOS    COMO   PARA    NUESTROS   PRÓJIMOS. 

ADRE  benignísimo,  Padre  piadoso  y  misericordioso,  habe 
misericordia  de  raí.  Yo  por  todos  mis  pecados  y  por  los  de 
todo  el  mundo  te  ofrezco  la  vida,  la  pasión  y  la  muerte  de  tu 
unigénito  Hijo.  Ofrézcote  cuanto  en  este  mundo  hizo  y  padeció 
por  nuestra  causa.  Ofrézcote  todos  sus  trabajos,  ayunos,  cansan- 
cios, vigilias  y  oraciones.  Ofrézcote  sus  lágrimas,  su  doctrina,  su 
humildad,  su  mansedumbre,  su  caridad,  su  paciencia  con  todas 
sus  virtudes.  Ofrézcote  su  sanctísimo  corazón  hecho  un  panal  de 
miel  por  la  grandeza  de  su  amor.  Ofrézcote  los  merecimientos 
de  su  dulcísima  madre  y  de  todos  los  sanctos,  para  que  por  to- 
dos ellos  me  perdones  y  hayas  misericordia  de  mí.  A  tí  sea  glo- 
ria en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 

Piadoso  Jesú,  Redemptor  y  Señor  mío,  habe  misericordia  de 
mí.  Gracias  te  doy  por  la  infinita  muchedumbre  de  tus  misericor- 
dias. Gracias  te  doy  por  las  mercedes  sin  cuento  que  á  mí  indig- 
no has  hecho  y  cada  día  haces.  Gracias  te  doy  por  tu  sacratísima 
encarnación,  por  tu  limpiísimo  nascimiento,  por  tu  perfectísima 
conversación,  por  tu  crudelísima  pasión,  por  el  derramamiento  de 
tu  bendita  sangre  y  por  tu  tan  afrentosa  muerte.  Ruégote,  pia- 
doso Señor,  me  quieras  hacer  particionero  de  todos  tus  mere- 
cimientos, para  que  encorporado  en  ti  y  hecho  una  cosa  contigo 
por  amor  y  imitación  de  tu  vida  sanctísima,  merezca  yo  gozar  de 
ti  como  el  sarmiento  de  la  vid:  pues  tú  eres  verdadera  \'id  y  vida 
de  todos  tus  fieles.  Á  ti  sea  loor  y  imperio  en  los  siglos  de  los 
siglos. 

'  Espíritu  Sancto  consolador  mío,  ayúdame,  Señor.  A  ti  enco- 
miendo mi  ánima,  y  mi  cuerpo,  y  todas  mis  cosas.  En  tus  manos 
dejo  el  proceso  y  fin  de  mi  vida.  Dame  que  acabe  yo  en  tu  ser- 
vicio haciendo  verdadera  penitencia  de  mis  pecados  y  doliéndo- 
me  gravemente  de  ellos  antes  que  parta  deste  cuerpo  mortal.  Yo 
ciego  y  enfermo,  mientra  en  este  mundo  vivo,  fácilmente  cayo 
en  el  lazo  de  mis  aficiones,  fácilmente  yerro,  fácilmente  soy  en- 


tiBRO  IIT.  CAPÍTULO  II.  2  33 


ganado  y  escarnecido.  Por  esto  me  entrego  á  ti  y  me  pongo  de- 
bajo de  tu  amparo.  Defiende,  Señor,  á  este  pobre  siervo  tuyo  de 
todos  los  males.  Enseña  y  alumbra  mi  entendimiento,  gobierna 
mi  ánima,  rige  mi  cuerpo,  fortalece  mi  espíritu  contra  la  desor- 
denada flaqueza  de  mi  corazón  y  contra  los  demasiados  escrú- 
pulos de  mi  consciencia.  Dame  cierta  fe,  firme  esperanza,  pura  y 
perfecta  caridad.  Dame  que  con  suavidad  te  ame,  que  mis  entra- 
ñas se  aficionen  á  ti,  y  que  en  todo  lugar  y  tiempo  cumpla  yo 
tu  sancta  voluntad.  A  ti  sea  bendición  y  hacimiento  de  gracias  en 
los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 

Adoro,  reverencio,  glorifico  á  ti,  Sancta  Trinidad,  Dios  to- 
dopoderoso, Padre,  Hijo  y  Espíritu  Sancto.  Ante  tu  divina  ma- 
jestad del  todo  me  derribo,  y  á  tu  sandísima  voluntad  irrevoca- 
blemente me  entrego.  Señor,  aparta  de  mí  y  de  todos  los  fieles 
todo  lo  que  te  desagrada,  y  concédenos  todo  aquello  que  con- 
tenta á  tus  beatísimos  ojos,  y  haz  que  seamos  tales  cuales  quie- 
res que  seamos.  Encomiéndote  toda  esta  nuestra  compañía,  to- 
das las  cosas  deste  lugar,  todos  sus  negocios  espirituales  y 
temporales.  Encomiéndote  á  mis  padres,  hermanos,  parientes, 
bienhechores,  amigos,  familiares,  y  á  todos  aquéllos  por  quien 
debo  rogarte,  y  á  todos  los  que  pidieron  ó  piden  mis  oraciones. 
Encomiéndote  á  toda  tu  Iglesia:  haz  que  todos,  Señor,  te  sirvan, 
todos  te  conozcan,  todos  te  amen,  y  se  amen  entre  sí.  A  los  erra- 
dos vuelve  al  camino,  apaga  las  herejías,  y  convierte  á  la  fe  á  to- 
dos los  que  aun  no  tienen  conoscimiento  de  tu  sancto  nombre.  Da- 
nos paz  y  consérvanos  en  ella,  así  como  tú  lo  quieres  y  á  nos- 
otros conviene.  Recrea  y  consuela  á  todos  los  que  viven  en  tris- 
tezas, tentaciones,  desastres  y  aflicciones  espirituales  ó  corporales. 
Finalmente  debajo  de  tu  fiel  amparo  encomiendo  todas  tus  cria- 
turas, para  que  á  los  vivos  concedas  gracia,  y  á  los  muertos  eter- 
no descanso. 

Saludóte,  resplandeciente  lirio  de  la  hermosa  y  sosegada  pri- 
mavera, Virgen  sacratísima  María.  Saludóte,  olorosísima  violeta  de 
suavidad  divina.  Saludóte,  fresquísima  rosa  de  celestiales  delei- 
tes, de  quien  quiso  nacer  y  mamar  leche  el  Rey  de  los  cielos  Je- 
sucristo, resplandor  de  la  gloria  del  Padre  y  figura  de  su  sustan- 
cia. Alcánzame,  Señora  mía,  de  la  mano  de  tu  Hijo  todo  aquello 
que  tú  conoces  ser  necesario  para  mi  ánima.  Ayuda,  piadosa  Ma- 
dre, á  mi  flaqueza  en  todas  mis  tentaciones  y  necesidades  y  en 


234  GUIA  DE  PECADORES 


la  hora  de  mi  muerte,  para  que  por  tu  favor  y  socorro  merezca 
estar  seguro  y  confiado  en  aquel  grande  y  postrero  trabajo. 

Oh  bienaventurados  espíritus  angélicos,  que  con  suave  me- 
lodía á  una  voz  glorificáis  un  común  Señor  y  gozáis  siempre 
de  sus  deleites,  habed  misericordia  de  mí.  Y  principalmente  tú, 
sancto  ángel  guardador  de  mi  ánima  y  de  mi  cuerpo,  á  quien  es- 
pecialmente soy  encomendado,  ten  de  mí  fiel  y  diligente  cuida- 
do. Oh  sanctos  y  sanctas  de  Dios,  que  después  de  navegado  el 
turbio  y  tempestuoso  piélago  deste  siglo  y  salidos  deste  destie- 
rro, llegastes  al  puerto  de  la  ciudad  celestial,  sed  mis  medianeros 
y  abogados,  y  rogad  al  Señor  por  mí,  para  que  por  vuestros  me- 
recimientos y  oraciones  sea  yo  favorescido  agora  y  en  la  hora 
postrera  de  mi  muerte.  Amén. 


SÍGUESE  UNA  DEVOTÍSIMA  ORACIÓN 
PARA  PEDIR   Á   Nuestro   Señor   su  amor 

Sv^NCLlNADAS  las  rodillas  de  mi  corazón,  postrado  y  sumido  en 
X  el  abismo  de  mi  vileza,  con  todo  el  acatamiento  y  reveren- 
cia que  á  este  vilísimo  gusano  es  posible,  me  presento.  Dios  mío, 
delante  ti,  como  una  de  las  más  pobres  y  viles  criaturas  del  mun- 
do Aquí  me  pongo  ante  las  corrientes  de  tu  misericordia,  ante 
las  influencias  de  tu  gracia,  ante  los  resplandores  del  verdade- 
ro sol  de  justicia,  que  se  derraman  por  toda  la  tierra  y  se  comu- 
nican liberalmente  á  todos  aquéllos  que  no  les  cierran  las  puer- 
tas. Aquí  me  pongo  ante  ti  como  una  materia  prima  desnuda  de 
todas  las  formas  ante  aquél  que  es  acto  puro,  queda  ser  y  virtud 
á  todas  las  formas.  Aquí  se  pone  ante  las  manos  del  sapientísimo 
y  clementísimo  maestro  una  masa  de  barro  y  un  tronco  nudoso 
recién  cortado  del  árbol  con  su  corteza:  haz  del,  clementísimo 
Padre,  aquello  para  que  tú  lo  criaste.  Criásteme  para  que  te  ama- 
se: dame  gracia  para  que  pueda  hacer  aquello  para  que  tú  me 
heciste.  Grande  atrevimiento  es  para  criatura  tan  baja  pedir  un 
amor  tan  alto,  y  según  es  grande  mi  bajeza,  otra  cosa  más  hu- 
milde quisiera  pedir:  mas  ¿  qué  haré,  que  tú  mandas  que  te  ame, 
y  me  criaste  para  que  te  amase,  y  me  amenazas  si  no  te  amo,  y 
moriste  porque  yo  te  amase,  y  me  mandas  que  no  te  pida  otra 


LIBRO  III.   CAPÍTULO  II.  235 


cosa  más  principalmente  que  amor,  y  es  tanto  lo  que  deseas  que 
te  ame,  que  (viendo  mi  desamor)  ordenaste  un  bocado  de  ma- 
ravillosa virtud  para  transformar  los  corazones  en  tu  amor?  Oh 
Salvador  mío,  ¿qué  soy  yo  á  ti,  para  que  me  mandes  que  te  ame, 
y  que  para  esto  hayas  buscado  tales  y  tan  admirables  invencio- 
nes? ¿Qué  soy  yo  á  ti  sino  trabajos,  y  tormentos,  y  cruz?  ¿Y  qué 
eres  tú  á  mí  sino  salud,  y  descanso,  y  todos  los  bienes?  Pues  si 
tú  amas  á  mí,  siendo  el  que  soy  para  contigo,  ¿porqué  no  ama- 
ré yo  á  ti,  siendo  el  que  eres  para  comigo? 

Pues  confiando.  Señor,  en  todas  estas  prendas  de  amor  y  en 
aquel  tan  gracioso  mandamiento  con  que  al  fin  de  la  vida  tuvis- 
te por  bien  mandarme  tan  encarescidamente  que  te  amase,  por 
esta  gracia  te  pido  otra  gracia,  que  es  darme  lo  que  me  mandas 
que  te  dé,  pues  yo  no  lo  puedo  dar  sin  ti.  No  merezco  yo  amar- 
te, mas  tú  mereces  ser  amado:  y  por  esto  no  te  oso  pedir  que 
tú  me  ames,  sino  que  mes  des  licencia  para  que  te  ose  yo  amar. 
No  huyas.  Señor,  no  huyas:  déjate  amar  de  tus  criaturas,  amor 
infinito. 

Oh  Dios,  que  esencialmente  eres  amor,  amor  increado,  amor 
infinito,  amor  sin  medida,  no  sólo  amador,  sino  todo  amor,  de 
quien  proceden  los  amores  de  todos  los  serafines  y  de  todas  las 
criaturas,  así  como  de  la  lumbre  del  sol  la  de  todas  las  estre- 
llas, ¿porqué  no  te  amaré  yo?  ¿Porqué  no  me  quemaré  yo  en 
ese  fuego  de  amor,  que  abrasa  todo  el  universo? 

Oh  Dios,  que  esencialmente  eres  la  misma  bondad,  por  quien 
es  bueno  todo  lo  que  es  bueno,  de  quien  se  derivan  los  bienes 
de  todas  las  criaturas  así  como  del  mar  todas  las  aguas,  ante  cuya 
sobreexcelente  bondad  no  hay  cosa  en  el  cielo  ni  en  la  tierra  que 
se  pueda  llamar  buena,  ¿  porqué  no  te  amaré  yo,  pues  el  objeto 
del  amor  es  la  bondad  ? 

Oh  Dios,  que  esencialmente  eres  la  mesma  hermosura,  de 
quien  procede  toda  la  hermosura  del  campo,  en  quien  están 
embebidos  los  mayorazgos  de  todas  las  hermosuras  criadas  así 
como  en  el  hombre  están  las  perfecciones  de  todas  las  otras  cria- 
turas inferiores,  ¿  porqué  no  te  amaré  yo,  pues  tanto  poder  tiene 
la  hermosura  para  robar  los  corazones  ? 

Y  si  no  te  amo  por  lo  que  tú  eres  en  ti,  ¿porqué  no  te  amaré 
por  lo  que  eres  para  mí?  El  hijo  ama  á  su  padre,  por  del  recebir 
el  ser  que  tiene.  Los  miembros  aman  á  su  cabeza  y  se  ponen  á 


236  GUIA  DE  PECADORES 


morir  por  ella,  porque  por  ella  son  conservados  en  su  ser.  To- 
dos los  efectos  aman  á  sus  causas,  porque  dellas  recibieron  el 
ser  que  tienen,  y  por  ellas  esperan  recibir  lo  que  les  falta.  Pues 
¿qué  título  déstos  falta  á  ti,  Dios  mío,  porque  no  te  haya  yo  de 
de  pagar  todos  estos  derechos  y  tributos  de  amor?  Tú  me  diste 
el  ser  que  tengo,  muy  más  perfectamente  que  mis  padres  me  lo 
dieron.  Tú  me  conservas  en  este  ser  que  me  diste,  mucho  mejor 
que  la  cabeza  conserva  á  los  miembros.  Tú  has  de  acabar  lo  que 
falta  desta  obra  comenzada,  hasta  llegarla  al  postrer  punto  de 
de  su  perfección.  Tú  eres  el  padre  que  me  heciste,  y  la  cabeza 
que  me  conservas,  y  el  esposo  que  das  á  mi  ánima  cumplido  con- 
tentamiento, y  el  último  fin  y  bienaventuranza  para  quien  den- 
de  ab  aeterno  me  criaste.  Tú  eres  el  hacedor  desta  casa,  el  pintor 
desta  figura  hecha  á  tu  imagen  y  semejanza,  que  aun  está  por 
acabar.  Lo  que  tiene,  de  ti  lo  recibió,  y  lo  que  le  falta,  de  ti  lo 
espera  recebir:  porque  así  como  nadie  le  pudo  dar  Jo  que  tiene 
sino  tú,  así  nadie  puede  cumplir  lo  que  le  falta  sino  tú.  De  mane- 
ra que  lo  que  tiene,  y  lo  que  es,  y  lo  que  espera,  tuyo  es.  Pues 
¿á  quién  otro  ha  de  mirar  sino  á  ti?  ¿Con  quién  ha  de  tener  cuen- 
ta sino  contigo?  ¿De  cuyos  ojos  ha  de  estar  colgada  sino  de  los 
tuyos?  ¿Cuyo  ha  de  ser  todo  su  amor  sino  de  aquél  cuyo  es 
todo  su  bien?  ¿Por  ventura  (dice  Hieremías)  olvidarse  ha  la  don- 
cella del  más  hermoso  de  sus  atavíos  y  de  la  faja  con  que  se  ciñe 
los  pechos  ?  Pues  si  tú.  Dios  mío,  eres  todo  el  ornamento  y  her- 
mosura de  mi  ánima,  si  tú  eres  toda  mi  gloria  y  mi  esperanza, 
¿cómo  será  posible  olvidarme  de  ti? 

Los  amores,  pues,  que  deben  los  hijos  á  sus  padres,  y  los 
miembros  á  sus  cabezas,  y  las  esposas  á  sus  esposos,  y  los  efec- 
tos á  sus  causas,  júntalos  todos,  ánima  mía,  en  uno,  y  ofrécelos  á 
este  Señor:  porque  Él  solo  te  es  todas  las  cosas  por  muy  más 
excelente  manera  que  ellas  te  lo  pueden  ser.  Pues  ¿qué  tengo 
yo  que  ver  con  el  cielo,  ni  qué  tengo  que  desear  sobre  la  tierra? 
Desfallecido  ha  mi  carne  y  mi  corazón.  Dios  de  mi  corazón,  y 
mi  sola  heredad  Dios  para  siempre.  íos,  ios  de  mi  casa  todas  las 
criaturas,  robadoras  y  adúlteras  de  mi  Dios,  arredraos  y  alejaos 
de  mí,  que  ni  vosotras  sois  para  mí,  ni  yo  soy  para  vosotras.  Mis 
esclavos  sois  y  servidores,  diputados  por  mi  Señor  para  mi  ser- 
vicio: no  es  razón  que  yo  sea  adúltera  y  desleal  á  tal  esposo,  y 
haga  traición  con  los  mismos  criados  que  Él  deputó  para  mí. 


LIBRO  iir.  Capítulo  n.  ^37 


Pues,  oh  Dios  mío  y  todas  las  cosas,  ^j  porqué  no  te  amaré 
yo  con  todos  los  amores?  Tú  eres  Dios  mío  verdadero,  Padre 
mío  sancto,  Señor  mío  piadoso,  Rey  mío  grande,  amador  mío 
hermoso,  pan  mío  vivo,  sacerdote  mío  eterno,  sacrificio  mío  lim- 
pio, lumbre  mía  verdadadera,  dulcedumbre  mía  sancta,  sabiduría 
mía  cierta,  simplicidad  mía  pura,  heredad  mía  rica,  misericordia 
mía  grande,  redempción  mía  cumplida,  esperanza  mía  segura,  ca- 
ridad mía  perfecta,  vida  mía  eterna, alegría  y  bienaventuranza  mía 
perdurable.  Pues  si  tú,  Dios  mío,  me  eres  todas  estas  cosas,  ¿por- 
qué no  te  amaré  yo  con  todas  mis  entrañas  y  con  todo  mi  co- 
razón? Oh  alegría  y  descanso,  oh  gozo  y  deleite  mío,  ensancha 
mi  corazón  en  tu  amor,  porque  sepan  todas  mis  ftaerzas  y  senti- 
dos cuan  dulce  cosa  sea  resolverse  todo  y  nadar  hasta  sumirse  de- 
bajo de  las  olas  de  tu  amor.  Un  río  de  fuego  arrebatado  y  en- 
cendido dice  el  Profeta  que  vio  salir  de  la  cara  de  Dios:  hazme. 
Señor,  nadar  en  ese  río,  ponme  en  medio  de  esa  corriente  para 
que  me  arrebate  y  lleve  en  pos  de  sí  donde  nunca  más  pa- 
rezca, y  donde  sea  todo  consumido  y  transformado  en  amor. 
¡Oh  amor  no  criado,  que  siempre  ardes  y  nunca  mueres!  ¡Oh 
amor,  que  siempre  vives  y  siempre  hierves  en  el  pecho  divino! 
¡  Oh  eterno  latido  del  corazón  del  Padre,  que  nunca  cesas  de  he- 
rir en  la  cara  del  Hijo  con  latidos  de  infinito  amor!  Sea  yo  herido 
con  ese  latido,  sea  yo  encendido  en  ese  fuego,  siga  yo  á  ti,  mi  ama- 
do, á  lo  alto,  cante  yo  á  ti  canción  de  amor,  y  desfallezca  mi  áni- 
ma en  tus  alabanzas  con  júbilos  de  inefable  amor.  Dulcísimo, 
benignísimo,  amantísimo,  carísimo, suavísimo,  preciosísimo,  ama- 
bilísimo, hermosísimo,  piadosísimo,  clementísimo,  altísimo,  diviní- 
simo, admirable,  inefable,  inestimable,  incomparable,  poderoso, 
magnífico,  grande,  incomprehensible,  infinito,  inmenso,  todo  po- 
deroso, todo  piadoso  y  todo  amoroso,  más  dulce  que  la  miel,  más 
blanco  que  la  nieve,  más  deleitable  que  todos  los  deleites,  más 
suave  que  todo  licor  suave,  más  precioso  que  el  oro  y  piedras 
preciosas:  y  «jqué  digo  cuando  esto  digo?  Dios  mío,  vida  mía,  úni- 
ca esperanza  mía,  muy  grande  misericordia  mía  y  dulcedumbre 
bienaventurada  mía.  ¡  OIi  todo  amable!  ¡Oh  todo  dulce!  ¡Oh  todo 
deleitable!  ¡Oh  sanctísimo  Padre!  ¡Oh  clementísimo  Hijo!  ¡Oh 
amantísimo  Espíritu  Sancto!  ¿Cuándo  en  lo  mas  íntimo  de  mi 
ánima  y  en  lo  más  secreto  della  vos.  Padre  amantísimo,  seréis  lo 
más  íntimo,  y  del  todo  me  poseeréis?  ¿Cuándo  seré  yo  todo  vues- 


238 


GUIA  DE  PECADORES 


tro,  y  vos  todo  mío?  ¿Cuándo,  Rey  mío,  será  esto?  ¿Cuándo  ven- 
drá este  día?  ¡Oh!  ¿Cuándo?  ¡Oh I  ¿Si  será?  ¿Piensas  por  ventura 
que  lo  veré?  ¡Oh  qué  gran  tardanza!  ¡Oh  qué  penosa  dilación! 
Date  priesa,  oh  buen  Jesú,  date  priesa:  aguija,  Señor,  aguija,  no 
te  tardes:  corre,  amado  mío,  con  la  ligereza  del  gamo  y  de  la  ca- 
bra montes  sobre  los  montes  de  Betel. 

¡Oh  Dios  mío,  esposo  de  mi  ánima,  descanso  de  mi  vida,  lum- 
bre de  mis  ojos,  consuelo  de  mis  trabajos,  puerto  de  mis  deseos, 
paraíso  de  mi  corazón,  centro  de  mi  ánima,  prenda  de  mi  gloria, 
compañía  de  mi  peregrinación,  alegría  de  mi  destierro,  medicina 
de  mis  llagas,  azote  piadoso  de  mis  culpas,  maestro  de  mis  igno- 
rancias, guía  de  mis  caminos,  nido  en  que  mi  ánima  reposa,  puer- 
to donde  se  salva,  espejo  en  que  se  mira,  báculo  á  quien  se  arri- 
ma, piedra  sobre  que  se  funda  y  tesoro  preciosísimo  en  que  se 
gloría! 

Pues  si  tú.  Señor,  me  eres  todas  estas  cosas,  ¿cómo  será  po- 
sible olvidarme  de  ti?  Si  me  olvidare  yo  de  ti,  sea  echada  en 
olvido  mi  diestra,  pegúeseme  la  lengua  á  los  paladares,  si  no  me 
acordare  de  ti  y  si  no  te  pusiere  yo,  Señor,  en  la  delantera  de 
todas  mis  alegrías.  No  descansaré,  oh  beatísima  Trinidad,  no 
daré  sueño  á  mis  ojos,  ni  reposo  á  los  días  de  mi  vida,  hasta  que 
halle  yo  este  amor,  hasta  que  halle  yo  lugar  en  mi  corazón  para 
el  Señor,  y  morada  para  el  Dios  de  Jacob,  que  vive  y  reina  en 
los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 


SÍGUENSE  TRES  MUY  DEVOTAS  ORACIONES 
Á  NUESTRA  Señora 


ORACIÓN  PRIMERA 


j.iOS  te  salve,  excelentísima  Señora  y  después  de  Dios  entre 
los  sanctos  sanctísima  María,  que  con  virginidad  de  madre  y 
con  maternidad  de  virgen  maravillosamente  engendraste  á  Jesu- 
cristo, Salvador  del  mundo.  Tú  eres  graciosísimo  templo  de  Dios, 
tú  sagrario  del  Espíritu  Sancto,  tú  recámara  gloriosa  de  la  sanc- 
tísima Trinidad.  Por  ti,  Señora,  vive  la  redondez  de  la  tierra,  con- 


LIBRO   III.  CAPÍTULO  II.  239 


tígo  se  recrean  los  vivos,  y  con  la  memoria  de  tu  dulce  nombre 
se  alegran  las  ánimas  de  los  finados.  Inclina,  Señora,  los  oídos  de 
tu  piedad  á  las  oraciones  deste  tu  vil  siervo,  y  con  los  rayos  de  tu 
sanctidad  destierra  la  escuridad  de  mis  vicios,  para  que  así  pueda 
yo  agradar  á  tus  purísimos  y  beatísimos  ojos. 

Dios  te  salve,  benignísima  Madre  de  misericordia.  Dios  te  sal- 
ve, reparadora  de  la  gracia  y  del  perdón.  ¿Quién  no  te  amará? 
¿Quién  no  te  honrará?  ¿Quién  no  se  encomendará  á  tí?  Tú  eres 
en  las  cosas  dubdosas  nuestra  luz,  en  las  tristezas  consuelo,  en  las 
angustias  alivio,  y  en  los  peligros  y  tentaciones  fiel  socorro.  Tú 
eres,  después  de  tu  unigénito  Hijo,  cierta  salud,  esperanza  nues- 
tra. Tú  eres  la  más  excelente  de  las  mujeres,  la  más  graciosa  y 
la  más  hermosa.  Bienaventurados  los  que  te  aman  y  los  que  por 
sanctidad  de  vida  se  hacen  tus  familiares.  Á  tu  piedad  encomien- 
do. Señora,  mi  ánima  y  mi  cuerpo:  rige,  enseña  y  defiéndeme  en 
todas  las  horas  y  momentos,  oh  dulce  amparo  y  vida  mía. 

Dios  te  salve,  magnífica  sala  y  resplandesciente  palacio  del 
Emperador  eterno.  Tú  eres  aquella  hembra  amable,  piadosa,  pru- 
dente, generosa,  elegante  y  digna  de  ser  honrada  sobre  todas  las 
criaturas.  Tú  eres  aquella  Reina  del  cielo,  que  resplandeces  como 
la  mañana  que  se  levanta,  hermosa  como  la  luna,  escogida  como 
el  sol,  y  terrible  á  los  demonios  como  las  haces  de  los  reales 
bien  ordenadas.  Dame,  Señora,  que  entre  las  tempestades  desta 
vida  siempre  tenga  los  ojos  en  ti,  para  que  despreciadas  todas 
las  cosas  visibles,  contemple  aquellos  hermosos  deleites  y  delei- 
tables hermosuras  de  las  moradas  de  la  gloria. 

Dios  te  salve,  estrella  resplandesciente  y  clarísima  lumbrera 
María,  de  quien  nació  el  sol  de  justicia,  Cristo  nuestro  Salvador. 
Tú  eres  virgen  sobre  toda  hermosura  hermosa,  tú  eres  madre  so- 
bre toda  honestidad  graciosa,  que  con  benignos  ojos  miras  á  los 
hijos  de  la  Iglesia  doquiera  que  están  por  todo  el  mundo.  Tu 
dulce  nombre  recrea  los  cansados,  tu  sereno  resplandor  alumbra 
los  ciegos,  el  suave  olor  de  tus  virtudes  alegra  los  justos,  el 
bendito  fructo  de  tu  virginal  vientre  harta  los  bienaventurados. 
Tú,  después  del  Señor,  eres  la  primera  que  mereces  todos  los 
loores  de  los  ángeles  y  de  los  hombres.  Ruega  por  mí.  Señora, 
para  que  ayudado  con  tus  ruegos  merezca  ver  al  Dios  de  los 
dioses  y  á  ti,  Señora  de  las  señoras,  en  Sión:  que  es  en  la  gloria 
perdurable. 


240  GUIA   DE  PECADORES 


Dios  te  salve,  bienaventurada  Madre  de  soberana  clemencia 
y  consolación,  por  quien  descendió  al  mundo  la  bendición  ce- 
lestial y  la  gracia  de  la  felicidad  eterna.  De  ti  tomó  carne,  y  de 
tu  virginal  vientre  salió  aquel  niño  Jesú,  único  autor  de  nuestra 
salud,  el  más  suave,  el  más  hermoso,  el  más  noble  de  todos  los 
hijos  de  los  hombres.  Tu  religiosa  memoria  consuela  los  tristes, 
tu  casta  contemplación  alegra  los  sanctos,  tu  perfecta  inocencia 
alimpia  los  pecadores.  Todos  los  hijos  de  Dios  hallan  en  ti  repo- 
sado descanso.  Alcánzame,  Señora,  perfecta  limpieza  de  corazón 
para  que  me  cuentes  en  el  número  de  aquéllos  que  merecen  ser 
amados  de  ti  y  de  tu  unigénito  Hijo. 

Dios  te  salve,  María,  virgen  bellísima,  virgen  más  clara  que 
el  sol,  más  luciente  que  las  estrellas,  más  dulce  que  la  miel,  más 
suave  que  el  bálsamo,  más  hermosa  que  las  rosas,  y  más  blanca 
que  el  azucena.  Tú  eres  fuente  del  Paraíso,  tú  pozo  de  aguas  vi- 
vas, tú  trono  del  verdadero  Salomón,  tú  vaso  purísimo  vacío  de 
toda  amargura  y  lleno  de  toda  consolación.  El  Señor  te  crió  vir- 
gen sin  mancilla,  el  Señor  te  escogió  por  sierva  humilde,  el  Se- 
ñor te  amó  como  esposa  dignísima.  Tú  eres  gloria  del  hnaje  hu- 
mano y  singular  hermosura  y  ornamento  de  todo  el  universo.  No 
vuelvas,  Señora,  los  ojos  de  mí,  pecador  miserable:  mas  de  sucio 
me  haz  limpio,  de  pecador  justo,  de  perezoso  diligente,  y  de  ti- 
bio y  seco  ferviente  y  devoto. 

Dios  te  salve,  esperanza  segura  de  los  que  de  sí  desesperan,  y 
eficacísima  ayudadora  de  todos  los  desamparados,  á  quien  tanta 
honra  hace  tu  Hijo,  que  todo  cuanto  le  pides  te  concede,  todo 
lo  que  quisieres  se  cumple.  Tú  tienes  las  llaves  del  tesoro  celes- 
tial, tú  eres  más  honrada  que  los  querubines,  más  alta  que  los 
serafines,  y  tú  gloria  y  honra  del  linaje  humano.  Todas  las  eda- 
des y  generaciones  te  bendicen,  y  todas  las  criaturas  alaban  la 
gloria  de  tu  nombre.  Ensalzada  eres,  oh  Señora,  sobre  los  coros 
de  los  ángeles,  y  como  á  la  primavera,  te  accompañan  las  flores 
y  rosas  y  las  frescuras  de  los  valles.  Sáname,  oh  bienaventurada, 
y  seré  sano:  sálvame,  y  seré  salvo,  y  bendecirte  he  en  los  siglos 
de  los  siglos  por  siempre  jamás.  Amén. 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  24 1 


SEGUNDA  ORACIÓN  A  NUESTRA  SEÑORA 

^(•Q.IOS  te  salve,  alegría  del  cielo  y  gozo  de  la  tierra,  María.  Tú 
eres  aquella  serenísima  madre  de  la  luz,  que  amorosamente 
alumbras  las  ánimas  de  los  que  te  aman.  Tú  eres  aquella  dulcí- 
sima madre  de  piedad,  que  dichosamente  llevas  á  tus  fieles  sier- 
vos á  las  alegres  moradas  del  cielo.  Tú,  hermosa  como  paloma, 
subes  sobre  los  ríos  de  las  aguas,  cuyos  vestidos  son  de  inesti- 
mable suavidad.  A  ti.  Señora,  levanto  mi  rostro,  á  ti  miran  los 
ojos  de  mi  corazón,  en  ti  confía  mi  ánima:  habe  misericordia  de 
mí,  porque  después  de  tu  unigénito  Hijo,  en  ti  está  toda  mi  salud. 

Dios  te  salve,  entera  y  de  todo  pecado  limpia  virgen  madre 
de  Dios.  Dios  te  salve,  amparo  certísimo  de  todos  los  que  te  lla- 
man. Tú  eres  castillo  fortísimo,  dentro  de  cuyos  muros  están  se- 
guros los  que  á  ti  se  acojen:  tú  eres  fidelísima  defensora  de  todos 
los  que  te  alaban,  tú  resplandeciente  nube  que  templas  el  ardor 
de  nuestros  apetitos,  tú  rocío  deleitable  que  apagas  el  fuego  en- 
cendido de  nuestras  cobdicias,  tú  llave  esmaltada  de  perlas  que 
abres  las  puertas  del  paraíso,  tú  flor  entre  las  espinas  y  rosa  de 
los  valles,  que  alegras  los  ojos  de  todos  los  que  te  miran.  Toda 
eres  mansa,  toda  deleitable,  toda  resplandeciente  y  toda  benigna. 
Socórreme,  dulcísima  abogada  mía,  y  después  de  las  ondas  deste 
siglo  llévame  al  puerto  de  la  bienaventuranza  perdurable. 

Dios  te  salve,  alabanza  de  los  profetas,  honra  de  los  apósto- 
les, esfuerzo  de  los  mártires,  confesores  y  vírgines.  Tú  eres  pal- 
ma hormosísima  de  justicia,  tú  nardo  olorosísimo  de  castidad,  tú 
fresco  jardín  de  celestiales  deleites,  tú  arca  del  testamento  donde 
está  el  maná  escondido,  tú  tierra  bendita  que  llevaste  el  fructo 
del  árbol  de  vida,  tú  piedra  espiritual  de  donde  manaron  arro- 
yos de  agua  viva.  ¡Oh  María,  cuan  sancta  eres  tú  y  cuan  malo 
yo,  cuan  humilde  lú  y  cuan  soberbio  yo,  cuan  ilustre  tú  y  cuan 
escuro  yo!  ¡Oh  Virgen  sin  mancilla,  cuan  grande  distancia  hay 
entre  tu  pureza,  mayor  que  la  de  ángeles,  y  mi  suciedad,  ma- 
yor que  la  de  todos  los  pecadores!  Alirapia,  Señora,  mi  corazón 
de  toda  fealdad  de  pecado:  quita  de  mí  todo  lo  que  desagrada 
á  tus  virginales  ojos:  libra  mi  ánima  de  los  deseos  terrenos,  y 
levántala  al  amor  de  los  bienes  celestiales  para  gloria  y  honra 
tuya  y  de  tu  unigénito  Hijo. 

OBRA.S  DE  GRANADA..  X-iü 


¿42  GUIA  DÉ  PECADORES 

Dios  te  salve,  preciosísima  margarita  y  perla  singular  del  li- 
naje humano.  Toda  eres  hermosa,  oh  sacratísima  Virgen,  y  no 
hay  en  ti  mácula  alguna.  Tú  eres  vaso  de  escogimiento  y  alma- 
rio riquísimo  de  todas  las  gracias.  Tú  excedes  en  fe  á  los  patriar- 
cas, en  sciencia  á  los  profetas,  en  celo  á  los  apóstoles,  en  pacien- 
cia á  los  mártires,  en  templanza  á  los  confesores,  en  humildad  y 
inocencia  á  las  vírgines.  Tú,  adornada  de  preciosísimas  joyas,  le- 
vantas y  suspendes  en  tu  admiración  á  todos  los  cortesanos  del 
cielo.  Tú  eres  clarísimo  sol  que  nunca  se  eclipsa:  dende  la  tierra 
alumbrabas  los  cielos,  y  agora  dende  los  cielos  alumbras  la  tie- 
rra y  deshaces  las  tinieblas  del  mundo.  No  me  desprecies,  oh  es- 
peranza mía,  sino  ayuda  y  socorre  en  todas  sus  necesidades  á 
este  vilísimo  pecador. 

Dios  te  salve,  virgen  sacratísima  y  entre  las  mujeres  bendi- 
tas singularmente  dotada  de  insigne  bendición.  Tú  valle  deleito- 
so, hermoseado  de  flores  eternas.  Tú  rosa  hermosísima  que  da 
de  sí  olor  de  inestimable  suavidad.  Tú  estrella  de  Jacob  resplan- 
deciente que  aclaras  los  cielos.  Tú  vara  de  Jesé  florida,  que  ale- 
gras el  mundo.  Todos  los  ángeles  se  maravillan  de  tu  hermosu- 
ra, y  todos  desean  ver  tu  cara.  ¡Oh  mujer  de  toda  belleza  y 
sanctidad!  ¡Oh  Señora  esclarecida,  que  sobre  todos  los  ángeles 
tienes  tu  asiento !  Atiende,  Señora,  á  mis  lágrimas  y  gemidos:  vi- 
sita y  consuela  este  siervo  inútil  con  tu  gracia,  y  alcánzale  perdón 
de  sus  pecados. 

Dios  te  salve,  singular  ornamento  del  cielo  y  amparo  de  la 
tierra.  Dios  te  salve.  Madre  mil  veces  dichosa  del  Rey  eterno.  Tú, 
Señora,  después  de  tu  unigénito  Hijo,  tienes  el  imperio  de  todas 
las  cosas.  A  ti  todas  las  edades  y  todos  los  linajes  de  mujeres  y 
hombres  inclinan  la  cabeza,  á  tus  pies  se  derriba  toda  la  redon- 
dez de  la  tierra,  porque  después  de  la  inefable  y  suma  Trinidad 
no  tiene  el  palacio  del  cielo  otra  cosa  más  hermosa  que  tú.  Oyen- 
do tu  nombre,  tiemblan  los  demonios:  descubriéndose  tu  resplan- 
dor, huyen  las  tinieblas,  y  á  tu  querer  se  abren  de  par  en  par  las 
puertas  de  los  cielos.  ¡  Oh  esperanza  de  los  cristianos,  después  de 
Cristo  tu  Hijo!  ¡Oh  Reina  de  misericordia,  dulzura  de  la  vida,  á 
ti  suspiro  desterrado  en  este  valle  de  lágrimas,  hijo  de  Eva!  Ayú- 
dame, Señora,  en  mis  trabajos,  defiéndeme  en  mis  peligros,  es- 
fuérzame en  mis  desmayos,  y  después  deste  destierro,  mués- 
trame al  bendito  fructo  de  tu  vientre  Jesucristo:  el  cual  vive  y 
reina  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén, 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  11.  243 


TERCERA  ORACIÓN  A  NUESTRA  SEÑORA 

.IOS  te  salve,  limpísima  recámara  del  Espíritu  Sancto  y  sa- 
grado relicario  del  Verbo  divino.  Dios  te  salve,  sanctísima 
madre  y  virgen  María,  que  pariste  al  gozo  de  los  ángeles  y  á  la 
salud  de  los  hombres  Cristo  Jesú,  y  en  su  niñez  le  envolviste  en 
pañales,  le  apretaste  en  tus  brazos,  le  acallaste  en  tu  regazo,  le 
criaste  con  la  leche  de  tus  pechos,  y  le  regalaste  con  besos  y 
abrazos.  Ruégote,  Señora,  por  ese  misericordioso  y  virginal  pe- 
cho y  por  la  diligencia  y  solícito  cuidado  con  que  serviste  y  pro- 
veíste á  la  niñez  de  tu  unigénito  Hijo,  que  defiendas  ante  él  mi 
causa,  deshagas  mis  pecados,  y  me  alcances  perdón  de  todos 
ellos.  Favoréceme,  piadosa  gobernadora  mía,  mientras  en  este 
peligroso  mar  navego,  y  principalmente  en  el  término  de  mi  vi- 
da, para  que  guiándome  y  alumbrándome  tú,  prósperamente  lle- 
gue al  puerto  de  la  celestial  Hierusalén,  donde  para  siempre  te 
alabe  en  los  siglos  de  los  siglos. 

Dios  te  salve,  serenísima  y  suavísima  Madre  del  Rey  y  Sal- 
vador del  mundo,  María.  Tú  eres  aquella  tórtola  castísima,  cuya 
voz  dulcísimamente  sonó  en  los  oídos  del  Todopoderoso.  Tú  eres 
aquella  paloma  honestísima,  cuyo  gemido  agradó  sumamente  al 
Espíritu  Sancto.  Oh  Virgen  graciosa,  Virgen  de  maravillosa  her- 
mosura, aclara  las  tinieblas  interiores  de  mi  ánima  con  el  rayo  de 
tu  luz,  para  que  quitada  la  escuridad  de  mis  vicios,  pueda  yo  con- 
templar la  grandeza  de  tu  hermosura. 

Dios  te  salve,  amable  doncella  y  hija  escogida  de  Dios.  Oh 
Virgen  honestísima,  oh  la  más  hermosa  de  todas  las  mujeres, 
muéstrame,  yo  te  suplico,  tu  hermosa  cara,  con  cuya  vista  se  des- 
pierten en  mí  maravillosas  afeciones  de  castidad.  Suene  tu  dul- 
ce voz  en  mis  oídos,  por  cuyo  sonido  resucite' mi  espíritu  de  la 
muerte  del  pecado  y  del  sueño  de  la  tibia  conversación.  Aquel 
inefable  olor  de  tu  limpieza  recree  siempre  mi  corazón,  y  ocupe 
todas  mis  entrañas,  para  que  olvidado  de  todas  las  cosas  transito- 
rias, siempre  sospire  por  ti. 

Dios  te  salve,  amiga  de  la  sanctísima  Trinidad.  Oh  virgen  ca- 
llada, virgen  humilde,  virgen  graciosa ,  aclara  el  centro  de  mi  áni- 
ma con  el  serenísimo  resplandor  de  tu  cara,  para  qu  e  en  ti  se  de- 
leite y  alegre.  Llévame  en  pos  de  ti,  y  corra  yo  ligeramente  al 


244  GUIA  DE  PECADORES 


olor  de  tus  ungüentos.  Alegra  mi  espíritu,  oh  piadosa  virgen, 
para  que  alegremente  te  sirva,  perfectamente  con  todo  mi  cora- 
zón y  con  todas  mis  entrañas  te  ame.  Visita  al  huérfano  que  gi- 
me, y  toca  las  cuerdas  de  mi  corazón,  para  que  suavemente  re- 
suenen tus  alabanzas. 

Dios  te  salve,  hija  de  Sión  mil  veces  bienaventurada.  Dios  te 
salve,  panar  de  miel  celestial.  ¡  Oh  virgen  ante  del  parto,  virgen 
en  el  parto,  virgen  después  del  parto !  Oh  serenísima  reina,  mi- 
ra á  este  pobrecillo  dende  la  cumbre  de  tu  gloria.  Acércate,  Se- 
ñora, á  la  región  deste  pecador  miserable,  y  visita  mi  corazón  con 
tu  deseada  presencia.  Regocíjese  contigo  mi  espíritu,  alábente 
mis  entrañas,  y  con  la  fuerza  de  tu  sancto  amor  se  derrita  mi 
corazón. 

Dios  te  salve,  virgen  piadosa  y  suave  María.  Dios  te  salve, 
puerta  de  oriente  siempre  cerrada,  por  la  cual  vino  á  nuestras  tie- 
rras Aquél  más  hermoso  que  todos  los  hijos  de  los  hombres.  Vuel- 
ve, oh  clarísima,  vuelve  á  mí  aquellos  blandísimos  ojos  de  tu  vir- 
ginal rostro,  y  destierra  las  tinieblas  de  mi  ceguedad  con  la  cla- 
ridad de  tu  venida.  Aparta,  Señora,  mi  ánima  de  todas  las  cosas 
que  están  debajo  del  cielo,  y  suspéndela  en  la  contemplación  pu- 
rísima de  tu  grandeza,  haciéndola  gustar  aquellos  dulcísimos  li- 
cores de  la  felicidad  eterna. 

Dios  te  salve,  amadora  de  la  soledad  y  diligentísima  guarda- 
dora de  la  quietud  interior.  Dios  te  salve,  virgen  dotada  de  ma- 
ravillosa honestidad  y  de  inefable  sabiduría.  Oh  virgen  es- 
cogida, virgen  la  más  hermosa  de  las  hijas  de  Hierusalén,  re- 
coje  los  pensamientos  derramados  de  tu  siervo,  y  haz  reposar 
en  ti  mi  espíritu  derramado  y  distraído.  Tú  eres  sacratísimo  ta- 
bernáculo de  la  Divinidad,  tú  vergel  cercado,  donde  se  cogió 
aquella  hermosísima  y  única  flor  Jesucristo,  Salvador  de  nues- 
tras almas. 

Dios  te  salve,  violeta  de  altísima  humildad,  rosa  de  caridad  y 
lirio  purísimo  de  castidad.  Dios  te  salve,  generosísima  madre  del 
Criador  soberano.  Oh  virgen  suave,  llegue  hasta  mí  el  olor  de 
tus  perfumes  aromáticos,  siéntate  mi  espíritu  en  la  noche,  gócen- 
se contigo  mis  entrañas  en  el  día.  A  ti  se  aficione  suavemente  mi 
corazón,  á  ti  ame  entrañablemente  mi  ánima,  y  alegremente  se 
ocupe  en  tus  alabanzas.  Tú  eres  florido  tálamo  del  Esposo  celes- 
tial, tú  deleitable  paraíso  de  los  ángeles,  tú  recámara  de  divinos 


LIBRO  III.     CAPITULO  1.  24$ 

sacramentos,  tú  madre,  tú  hija,  tú  esposa  de  Dios  altísimo,  tú  eres 
y  serás  siempre  mi  esperanza  y  dulce  consuelo  de  mi  vida.  Amén. 

SigtieJise  7111  as  siete  mvy  devotas  oraciones,  en  las  cuales  breve- 
mente se  comprenden  iodos  los  principales  misterios  de  la  vida 
de  Cristo:  las  cuales  podrá  cada  tino  repartir  por  los  días  de  la 
semana,  rezando  cada  un  día  la  suya,  y  procurando  de  sentir  y 
considerar  atenta  y  sosegadamente  lo  que  cada  uno  de  estos  miste- 
rios representa. 

ORACIÓN  PRIMERA  DE  LA  VIDA  DE  CRISTO 


GRACIAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  por  mí  tuviste  por  bien  des- 
C\¿l/^s  cendir  de  tu  casa  real  y  del  altísimo  seno  del  Padre  á  este 
valle  de  miserias,  y  tomar  carne  humana  en  el  castísimo  vientre 
de  la  sacratísima  Virgen  tu  madre.  Ruégote,  Señor,  quieras  apa- 
rejar mi  corazón  para  tu  morada,  y  para  esto  le  atavíes  y  ador- 
nes de  virtudes  para  que  tú  solo  perpetuamente  le  poseas.  ¡Oh, 
si  3^o  fuese  tal  que  mereciese  convidarte  á  él  húmilmente,  y  re- 
cebirte  en  él  amorosamente,  y  tenerte  en  él  perseverantemente  ! 
¡Oh,  si  con  tan  fuertes  brazos  de  amor  te  abrazase,  que  nunca  ja- 
más ni  con  el  afición  ni  con  el  pensamiento  me  desviase  de  ti ! 

Gracias  te  do}^,  dulce  Jesú,  que  quesiste  que  la  suavísima  Vir- 
gen, habiéndote  concebido,  fuese  á  visitar  á  Elisabeth  su  parien- 
ta,  para  que  la  saludase  y  sirviese  en  su  preñez.  En  cuyas  limpí- 
simas entrañas  no  te  desdeñaste  estar  escondido  por  espacio  de 
nueve  meses.  Dame  gracia  de  verdadera  humildad,  y  imprímela 
en  lo  más  íntimo  de  mi  corazón,  para  que  con  ella  me  halles 
siempre  aparejado  para  las  cosas  de  tu  servicio.  Haz,  Señor,  que 
mi  corazón  tenga  siempre  hastío  de  las  cosas  mundanas,  y  esté 
siempre  hambriento  y  cobdicioso  de  tenerte  dentro  de  sí  por  mo- 
rador y  poseedor. 

Gracias  te  doy,  dulcísimo  Jesú,  á  quien  la  Virgen  sacratísima 
parió  sin  dolor  y  sin  menoscabo  de  su  virginal  pureza,  y  ponién- 
dote como  á  pobre  y  pasible  en  un  pesebie,  humildemente  te  ado- 
ró y  reverenció.  Plega  á  tu  misericordia  que  continuamente  nas- 
cas  dentro  de  mí  por  nuevo  fervor  de  caridad,  y  plégate,  Señor, 
ser  de  mi  corazón  único  deseo,  única  suavidad  y  única  esperan- 


246  GUIA  DE  PECADORES 


za  mía.  ]  Oh,  sí  á  ti  solo  buscase,  en  ti  solo  pensase  y  á  ti  solo  ama- 
se con  ardentísimo  amor! 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  no  rehusaste,  naciendo  en  el 
rigor  del  frío,  ser  envuelto  en  pobres  pañales  y  mamar  leche  á 
los  pechos  de  tu  madre,  como  niño  de  teta.  Dame,  Señor,  que 
sea  yo  siempre  delante  de  ti  verdadero  humilde  y  verdadero  po- 
bre de  espíritu.  Dame  que  por  tu  nombre  sufra  de  buena  gana 
cualesquier  cosas  ásperas  y  trabajosas, y  que  ninguna  cosa  en  este 
mundo  ame  fuera  de  ti,  3^  ninguna  quiera  poseer  sin  ti. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  siendo  recién  nacido,  fuiste 
con  alegres  cantares  alabado  de  los  ángeles,  á  quien  los  pastores 
devotamente  buscaron  y  adoraron  con  grande  admiración  y  ale- 
gría. Concédeme  que  en  tus  loores  persevere  yo  alegremente,  y 
te  busque  con  los  pastores  diligentemente,  y  buscado,  te  halle  y 
posea  perdurablemente. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  en  el  día  octavo  quesiste  (se- 
gún la  general  costumbre  de  los  otros  niños)  ser  circuncidado,  y 
siendo  aun  ternecico  derramar  sangre,  y  para  nuestro  maravillo- 
so consuelo  llamarte  Jesús.  Plégate,  Señor,  tenerme  señalado  y 
contado  en  el  número  de  los  tuyos,  y  circuncidar  de  mi  ánima 
todos  los  excesos  y  demasías:  esto  es,  todas  las  malas  palabras, 
obras  y  pensamientos.  Tú,  Señor,  te  llamas  Jesús,  que  quiere  de- 
cir Salvador:  porque  á  ti  solo  conviene  dar  salud.  Pídote  pues. 
Señor,  que  la  memoria  de  este  suavísimo  y  muy  deseado  nombre 
despida  de  mí  toda  desordenada  pusilanimidad  y  flaqueza,  y  me 
dé  firme  confianza  de  tu  misericordia,  y  con  su  virtud  me  defien- 
da de  todas  las  persecuciones  y  asechanzas  del  enemigo. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  á  quien  los  Magos,  buscándote  con 
entrañable  devoción  y  fe,  hallaron  por  la  guía  de  una  estrella, 
y  derribados  delante  ti  te  ofrecieron  oro,  encienso  y  mirra.  Con- 
cédeme que  con  estos  dichosos  varones  te  busque  yo  siempre  en 
el  pesebre  de  mi  corazón,  y  dentro  de  él  te  adore  en  espíritu  y 
en  verdad,  y  con  ellos  te  presente  oro  de  resplandeciente  cari- 
dad, encienso  de  devoción  y  olorosa  mirra  de  perfecta  mortifica- 
ción, y  finalmente  que  todas  las  fuerzas  de  mi  ánima  emplee  y 
ocupe  en  hacer  tu  sancta  voluntad, 

Gracias  te  doy.  Cristo  Jesú,  que  por  darnos  ejemplo  de  obe- 
diencia y  humildad  quesiste  por  nosotros  subjectarte  á  la  ley,  y 
ser  llevado  al  templo  en  los  brazos  de  tu  sanctísima  madre, y  que 


LIBRO  in.  CAPÍTULO  IL  ^47 


por  tí  se  ofreciese  ofrenda  de  pobres.  Donde  el  justo  Simeón  y 
la  profetisa  Ana,  alegrándose  con  tu  presencia,  dieron  magnífi- 
cos testimonios  de  tu  persona.  ¡  Oh,  si  nunca  tocase  lo  secreto 
de  mi  corazón  ni  un  solo  punto  de  vanagloria!  ¡Oh,  si  de  mí  se 
desterrase  mil  leguas  toda  manera  de  presumpción,  y  muriese 
en  mí  todo  apetito  de  favor  y  todo  linaje  de  amor  proprio!  Con- 
cédeme, Señor,  que  yo  huya  toda  honra  de  hombres  y  todo  loor 
humano,  y  que  á  todos  los  hombres  por  ti  me  subjecte,  y  á  todos 
obedezca  de  buena  gana. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  niño  chiquito,  que  con  tu  tierna 
madre  luego  fuiste  perseguido,  y  no  te  desdeñaste  de  huir  y  ser 
desterrado  en  Egipto.  Concédeme  que  en  todas  las  tempestades 
de  mis  persecuciones,  en  todas  mis  tribulaciones  y  tentaciones  á 
ti  solo  me  acoja,  á  ti  solo  busque,  á  ti  solo  llame,  y  cuanto  de  tu 
mano  me  veniere,  alegremente  lo  reciba,  y  con  manso  corazón 
lo  sufra,  dándote  siempre  gracias  por  todo  lo  que  de  mí  hicieres. 

Gracias  te  do}',  dulce  Jesú,  á  quien  tu  piadosa  madre  (cuan- 
do te  quedaste  en  el  templo)  con  grande  tristeza  anduvo  buscan- 
do tres  días,  y  después  de  ellos  con  suma  alegría  te  halló  en  me- 
dio de  los  doctores,  oyéndolos  y  preguntándolos  sabiamente.  \  Oh, 
si  de  tal  manera  te  me  dieses,  así  te  me  comunicases,  que  nunca 
más  de  ti  me  desviases  ni  desamparases!  Sacude,  Señor,  de  mi 
corazón  toda  pereza,  destierra  del  toda  tibieza,  que  á  ti  es  muy 
desagradable,  y  dame  perfecta  devoción  y  ardiente  sed  de  tu 
justicia,  la  cual  de  tal  manera  posea  mi  corazón  y  todo  cuanto 
está  dentro  de  mí,  que  nunca  jamás  me  harte  ni  me  canse  de  ser- 
virte. Paternóster.  Avemaria. 

SEGUNDA  ORACIÓN  Á  JESÚ 

/fáí^RAClAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  entrando  en  el  río  Jordán, 
<^1>Í<>  quesiste  ser  baptizado  por  la  mano  de  tu  siervo.  Ten  por 
bien.  Señor,  de  purificarme  en  esta  vida  por  tus  merecimientos, 
y  limpiarme  de  mis  vicios,  y  embriagarme  con  tu  amor  y  con  el 
deseo  de  la  patria  celestial.  Ten  por  bien,  ante  que  mi  alma  sal- 
ga desta  carne,  hacerme  tal  cual  tú  quieres  que  sea:  para  que 
partiendo  desta  peregrinación  y  destierro,  luego  me  junte  con- 
tigo donde  te  vea  y  goze  en  aquella  bienaventurada  gloria  que 
durará  para  siempre. 


24^  GUIA  DE  PECADORES 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  morando  en  el  desierto  an- 
tes de  la  predicación  del  Evangelio  entre  los  animales  fieros,  y 
perseverando  cuarenta  días  y  cuarenta  noches  en  ayunos,  y  ve- 
lando á  la  continua  en  gemidos  y  oraciones,  permitiste  ser  ten- 
tado de  Satanás,  y  después  de  la  victoria  fuiste  festejado  y  ser- 
vido de  ángeles.  Dame  que  con  tu  gracia  castigue  yo  y  subjecte 
todas  mis  aficiones  viciosas,  y  con  perseverancia  me  ocupe  en 
ayunos,  vigilias,  oraciones  y  en  todos  los  otros  espirituales  ejer- 
cicios, y  especialmente  me  concede  que  con  el  socorro  de  tu 
gracia  sea  yo  librado  del  vicio  de  la  gula  y  de  todos  los  otros 
lazos  y  celadas  del  enemigo.  Ninguna  tentación  me  ensucie,  nin- 
guna me  aparte  de  ti:  mas  antes  todas  ellas  me  sean  ocasión  de 
acudir  siempre  á  ti  y  de  juntarme  y  abrazarme  contigo. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  por  mí  fuiste  afligido  en  este 
mundo  con  muchas  penas  y  necesidades,  con  frío  y  con  calor, 
con  sed  y  con  hambre,  y  con  cansancio  y  sudores.  Dame,  Señor, 
que  todas  las  adversidades  reciba  yo  alegremente,  como  dadas 
de  tu  mano,  y  con  paciente  corazón  las  sufra  por  tu  honra,  y  en 
cualquier  placer  ó  pesar,  y  en  cualquier  desastre  ó  acaescimien- 
to  persevere  yo  en  ti  sin  moverme,  procurando  siempre  que  se 
haga  tu  voluntad  y  no  la  mía. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  sufriste  muchos  trabajos,  bus- 
cando (como  verdadero  pastor  y  salvador  del  mundo)  la  con- 
versión de  las  ánimas,  desvelándote  en  oraciones,  fatigándote  en 
caminos,  publicando  la  doctrina  celestial,  discurriendo  de  tierra 
en  tierra,  de  ciudad  en  ciudad,  de  aldea  en  aldea  y  de  castillo 
en  castillo.  Dame,  Señor,  gracia  para  que  nunca  jamás  empere- 
ce en  las  cosas  de  tu  servicio:  mas  antes  esté  presto  y  ligero  para 
todo  lo  bueno.  Dame  que  con  ardentísima  sed  codicie  la  salud 
de  todos,  y  (cuanto  en  mí  fuere)  la  procure,  y  siempre  y  en  todo 
lugar  tenga  celo  de  tu  honra,  y  en  ella  me  emplee  todo. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  conversando  con  los  hombres 
quesiste  benignísimamente  consolarlos,  y  con  muchos  milagros 
curar  misericordiosamente  sus  enfermedades.  Dame  corazón  lleno 
de  afición  piadosa  con  todos,  y  de  sancta  compasión,  para  que 
me  compadezca  de  las  afliciones  de  todos,  y  sienta  las  miserias 
ajenas  como  las  mías  proprias,  y  sufra  con  igual  corazón  las  im- 
perfecciones de  todos,  y  socorra  alegremente  cuanto  pudiere  á 
sus  necesidades.  Limpia,  Señor,  y  sana  mi  ánima  perfectamen- 


LIBRO  ITT.  CAPÍTULO  11.  249 


te  de  tedas  las  viciosas  pasiones  y  malos  deseos  de  que  está  en- 
ferma: para  que  curada  de  todos  estos  males,  y  suelta  de  todos 
estos  impedimentos,  se  levante  libremente  á  lo  alto,  y  110  des- 
canse hasta  que  por  amor  purísi  mo  merezca  llegar  á  tus  divinos 
abrazos. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  por  mí  padeciste  muchas  in- 
jurias, blasfemias,  denuestos,  calumnias  y  persecuciones,  de  aqué- 
llos mismos  á  quien  hacías  tan  grandes  bienes.  Dame  corazón 
verdaderamente  inocente  y  simple,  para  que  puramente  ame  á 
mis  enemigos,  y  me  duela  dellos  en  mis  entrañas,  y  dentro  de 
mí  los  excuse:  para  que  dando  bien  por  mal,  sea  imitador  de 
tu  perfecta  caridad  y  paciencia. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  viniendo  á  Hierusalem  man- 
so y  humilde,  sentado  sobre  una  asna,  y  cantando  los  que  solem- 
nemente te  recibieron  gloriosos  loores,  tú  derramaste  dolorosas 
lágrimas,  sintiendo  la  destruición  de  aquella  ciudad  y  la  perdi- 
ción de  tantas  ánimas.  Concédeme,  Señor,  entrañable  conocimien- 
to de  mí  mismo,  para  que  vea  claramente  mi  indignidad,  y  así 
profundísimamente  me  humille  y  desprecie.  ¡  Oh,  si  nunca  me  de- 
leitasen los  favores  y  alabanzas  de  los  hombres,  mas  entendiese 
siempre  en  llorar  mis  proprias  miserias  y  pecados!  ¡Oh, si  los  da- 
ños ajenos  tuviese  por  míos,  y  por  los  pecados  ajenos  llorase  co- 
mo por  los  proprios!  Paternóster.  Avemaria. 

TERCERA  ORACIÓN  Á  JESÚ 

/K^RACL^S  te  dov,  dulce  Jesú,  que  para  dar  fin  á  la  ley  co- 
(^_A\  miste  el  cordero  pascual  en  Hierusalem  con  tus  discípu- 
los, y  dándoles  ejemplo  de  inefable  humildad  y  amor,  lavaste  sus 
pies  hincado  de  rodillas,  y  los  limpiaste  con  la  toalla  que  esta- 
bas ceñido.  Plágate,  Señor,  que  este  ejemplo  penetre  mi  corazón 
y  derribe  cualquiera  presunción  y  soberbia  que  haya  en  él. 
Dame,  Señor,  humildad  profundísima,  con  la  cual  sin  alguna 
alteración  huelgue  yo  de  subjectarme  á  todos.  Dame  perfecta  obe- 
diencia, con  que  guarde  enteramente  tus  mandamientos  y  los  de 
aquéllos  que  nos  gobiernan  y  mandan  en  tu  nombre.  Dame  ca- 
ridad ferventísima,  con  la  cual  puramente  ame  á  ti  y  todos  los 
hombres  por  amor  de  ti. 


250  GUIA  DE  PECADORES 


Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  con  altísima  caridad  insti- 
tuíste el  sacramento  de  tu  cuerpo  y  sangre,  y  con  liberalidad  es- 
pantosa te  nos  diste  por  manjar,  y  quedaste  desta  manera  cor- 
poralmente  con  nosotros  hasta  la  fin  del  mundo.  Despierta,  yo  te 
suplico,  dentro  de  mí  deseos  vivos  y  una  encendida  hambre  des- 
te  venerable  sacramento.  Dame  que  con  casto  amor,  con  profun- 
da humildad,  con  pureza  de  corazón  me  allegue  á  recibirte  en 
esta  mesa  de  vida,  y  tanta  sed  tenga  de  ti  mi  ánima,  tanto 
esté  llagada  de  tu  amor,  que  después  en  tu  reino  merezca 
gozar  de  tus  eternos  deleites  para  honra  y  gloria  de  tu  sancto 
nombre. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  queriendo  partir  deste  mun- 
do, amonestaste  y  consolaste  á  tus  discípulos  con  palabras  lle- 
nas de  inefable  amor,  y  con  oración  no  menos  encendida  los  en- 
comendaste al  Padre,  declarando  manifiestamente  con  cuan  tier- 
nas entrañas  amabas  á  ellos  y  á  todos  los  que  por  su  doctrina 
habíamos  de  creer  en  ti.  Haz  que  mi  corazón  tome  sabor  en  tus 
palabras,  y  siempre  las  halle  dulces  más  que  la  miel  y  el  panal. 
Infunde,  Señor,  en  mi  pecho  el  espíritu  de  aquella  tu  abrasada 
amonestación,  para  que  todo  yo  sea  transformado  con  ella  en  tu 
amor.  Enderézame,  Dios  mío,  en  todas  las  cosas,  para  que  en  mí 
y  por  mí  se  haga  siempre  tu  sancta  voluntad. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  cuando  se  acercó  tu  pasión, 
comenzaste  á  espantarte,  y  congojarte,  y  tener  tristeza,  signifi- 
cando en  ti  la  flaqueza  natural  de  tus  espirituales  miembros,  para 
consolarlos  y  esforzarlos  con  esta  ternura,  cuando  ellos  temiesen 
ó  esperasen  la  muerte.  Defiéndeme,  Señor,  por  este  trabajo  tuyo 
así  de  la  viciosa  tristeza  como  de  la  vana  alegría.  Dame  que  to- 
das las  penas  y  tristezas  que  hasta  agora  he  tenido  y  adelante 
tendré,  se  enderecen  á  gloria  de  tu  sancto  nombre  y  á  perdón 
de  mis  pecados.  Aparta  de  mí  toda  desconfianza  y  toda  desorde- 
nada pusilanimidad,  y  sustenta  siempre  contigo  mi  espíritu. 

Gracias  te  do}-,  dulce  Jesú,  que  derribado  en  tierra  heciste 
oración  al  Padre,  y  te  ofreciste  todo  á  su  disposición,  diciendo 
que  en  todo  se  cumpliese  su  voluntad  y  no  la  tuya.  Dame  que 
en  todas  mis  necesidades  á  ti  me  socorra  por  oración,  y  todo  me 
entregue  á  tu  providencia,  sin  elección  de  mi  propria  voluntad 
ni  de  algún  interese  proprio:  nunca  huya  las  adversidades, ni  por 
ellas  vuelva  atrás  del  bien  comenzado,  mas  todas  las  cosas  reciba 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  2^í 


con  ánimo  sosegado,  como  dadas  de  tu  mano  piadosa,  y  todas 
las  sufra  por  tu  amor  con  corazón  manso  y  humilde. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  consentiste  ser  llevado  con 
gente  armada  atado  como  ladrón  y  malhechor  á  casa  de  Anas  y 
parecer  en  juicio  delante  de  él.  ¡Oh  maravillosa  mansedumbre 
de  mi  Redemptor!  Siendo  preso,  siendo  maltratado,  siendo  arras- 
trado, no  te  quejas,  no  murmuras,  no  resistes,  mas  callado  sigues 
los  pasos  de  los  que  te  llevan,  obedesces  á  los  que  te  mandan  y 
sufres  con  suma  paciencia  á  los  que  te  atormentan.  Haz,  Señor 
mío,  que  los  ejemplos  de  tantas  y  tan  excelentes  virtudes  res- 
plandezcan en  mí,  para  gloria  y  honra  de  tu  sanctísimo  nombre. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  re}'  del  cielo  y  de  la  tierra,  que 
estando  ante  el  soberbio  pontífice  como  un  hombrecillo  vil  y  des- 
preciado, sufriste  con  mansedumbre  la  cruel  bofetada  que  uno 
de  sus  ministros  te  dio  en  la  cara.  Refrena,  Señor,  en  mí  todos 
los  ímpetus  de  ira  y  braveza,  amata  todas  las  repuntas  de  indig- 
nación y  rancor,  y  apaga  todas  las  centellas  de  cobdicia  de  ven- 
ganza, para  que  siendo  yo  injuriado,  no  por  eso  me  turbe,  ni  riña, 
ni  me  altere,  mas  sufriéndolo  todo  mansamente,  haga  bien  á  to- 
dos los  que  mal  me  hicieren.  Paternóster.  Avemaria. 

CUARTA   ORACIÓN  Á  JESÚ 

RACIAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  por  toda  aquella  noche 
fuiste  por  mi  escarnecido  y  acosado  de  tus  enemigos,  y 
herido  con  bofetadas  y  puñadas,  y  con  diversas  maneras  de  in- 
jurias y  baldones  deshonrado.  Bien  sabes.  Señor  mío,  cuan  duro 
me  es  sufrir  aun  cosas  muy  pequeñas.  Bien  sabes  que  ninguna 
virtud  tengo,  que  mi  voluntad  es  perezosa,  y  mi  deseo  frío.  Ayu- 
da, Señor,  misericordiosamente  á  mi  flaqueza,  y  dame  gracia  para 
que  ningún  ímpeto  de  adversidad  me  derribe  ni  me  espante. 
Dame  que  no  resista  á  los  males  que  me  sobrevinieren,  ni  me 
altere  por  las  injurias  recebidas:  mas  dándote  gracias  en  todas  las 
cosas,  todo  lo  refiera  á  gloria  y  honra  de  tu  nombre. 

Gracias  te  do}',  dulce  Jesú,  que  estando  en  la  audiencia  de 
Pilato,  callabas  á  todas  las  falsas  acusaciones  y  deshonras  que  te 
ponían,  como  manso  cordero  que  no  abre  su  boca  ni  resiste  á 
los  que  le  trcsquilan.  Concédeme,  Señor,  que  no  me  turben  las 


252  GIjiA  DE  PECADORES 


murmuraciones  y  infamias  que  de  mí  se  dijeren,  mas  callando 
venza  á  todos  los  que  me  hacen  injuria.  Dame  gracia  de  perfec- 
ta humildad,  por  lo  cual  ni  codicie  ser  loado,  ni  huya  de  ser  dis- 
famado por  tu  amor. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  con  grande  abatimiento  y  con 
grande  ruido  de  pueblo  fuiste  llevado  por  medio  de  la  ciudad 
á  Herodes  del  juzgado  de  Pilato,  Concédeme  fortaleza  para  que 
no  me  quebranten  las  persecuciones  de  mis  enemigos,  ni  me  em- 
bravezcan sus  injurias,  ni  me  afrenten  sus  desprecios,  mas  todo 
lo  sufra  con  mansedumbre,  y  callando  pase  por  todo:  para  que 
conforme  á  la  ley  de  tu  sancto  mandamiento,  en  mi  paciencia 
posea  mi  ánima. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  preguntado  por  Herodes  con 
muchas  palabras,  y  acusado  por  los  pontífices  y  sacerdotes  de 
muchas  maneras,  á  ninguna  cosa  respondiste,  sino  todo  lo  ven- 
ciste callando.  Dame,  Señor,  gracia  para  refrenar  mi  lengua,  y  no 
me  consientas  hablar  palabras  viciosas  ni  perder  tiempo  en  fá- 
bulas ociosas:  mas  concédeme  que  siempre  hable  lo  que  es  justo 
y  honesto  y  provechoso,  según  tu  voluntad.  Dame  que  aborrez- 
ca el  vicio  de  maldecir,  y  ame  hablar  y  sentir  bien  de  todos. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  siendo  comparado  con  el 
famoso  ladrón  Barrabás,  fuiste  juzgado  por  más  malo  y  menos 
digno  de  la  vida,  y  así  perdonaron  al  homecida,  y  á  ti,  autor  de 
la  vida,  pidieron  para  la  muerte.  Bien  parece.  Señor,  que  tú  eres 
aquella  viva  piedra  que  reprobaron  los  hombres  y  escogió  Dios 
para  sí.  ¡  Oh,  si  ninguna  cosa  yo  antepusiese  á  ti,  y  por  ninguna 
te  trocase,  mas  todas  las  cosas  tuviese  por  estiércol  en  compara- 
ción de  ti!  Concédeme,  Señor,  que  el  veneno  de  la  envidia  nun- 
ca inficione  mi  ánima,  sino  que  en  ti  solo  repose  y  en  ti  solo  halle 
toda  mi  salud. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  consentiste  desnudar  tu  sa- 
cratísima y  virginal  carne,  y  atarla  á  una  coluna,  y  allí  ser  azo- 
tada con  terribles  azotes,  para  que  con  tus  heridas  sanases  las 
nuestras.  Desnuda,  Señor,  mi  corazón  de  todo  pensamiento  feo, 
despójame  del  hombre  viejo  con  todas  sus  obras,  y  vísteme  del 
nuevo  que  á  semejanza  tuya  es  criado  en  justicia  y  verdadera 
sanctidad,  y  concédeme  que  sufra  yo  con  toda  humildad  y  pa- 
ciencia los  azotes  de  tu  paternal  corrección. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  á  quien  después  de  tantos  azotes 


LtBRO  Itl.  CAPÍTULO   lí.  ¿53 


recebidos  y  tanta  sangre  derramada,  injuriaron  coiji  diversas  ma- 
neras de  baldones  y  vituperios.  Porque  para  mayor  deshonra 
te  vestieron  una  ropa  colorada, y  apretaron  á  tu  divina  cabeza  una 
corona  de  espinas,  y  pusieron  en  tu  mano  una  caña  en  lu- 
gar de  cetro,  y  hincando  fingidamente  las  rodillas  delante  de  ti, 
te  saludaban  diciendo:  Dios  te  salv^e,  Rey  de  los  judíos.  Enclava, 
Señor,  en  mi  corazón  la  continua  memoria  de  este  paso  doloroso, 
y  hiérelo  con  las  saetas  agudas  de  tu  ardentísima  caridad.  Dame 
que  á  ti  solo  ame,  en  ti  solo  piense  y  en  ti  solo  seguramente  re- 
pose: ninguna  tribulación,  ninguna  angustia,  ninguna  persecución 
y  ningún  tormento  me  aparte  de  ti,  ni  tenga  yo  por  mengua  ser 
amenguado  y  despreciado  contigo. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  demás  de  los  otros  denues- 
tos y  injurias  que  por  mí  sufriste,  quesiste  llevar  la  cruz  hasta  el 
monte  Calvario  con  mucho  trabajo  y  fatiga  de  tu  cuerpo  y  de 
tus  hombros  muy  quebrantados.  Dame,  Señor,  que  con  esforzado 
y  devoto  corazón  abrace  yo  tu  cruz,  negando  á  mí  mismo,  y  imi- 
tando con  ferviente  caridad  los  ejemplos  de  tus  virtudes,  me- 
rezca húmilmente  seguirte  hasta  la  muerte. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  en  aquel  tristísimo  camino 
(cuando  ibas  á  ser  crucificado)  benignamente  amonestaste  á  las 
mujeres  que  te  lloraban,  que  por  sí  mismas  y  por  sus  hijos  y  no 
por  ti  llorasen.  Dame,  Señor,  lágrimas  de  piadosa  compasión  y 
de  sancto  amor,  que  derritan  la  dureza  de  mi  corazón  y  le  ha- 
gan gracioso  delante  de  ti.  Concédeme  también  que  encendido 
con  tu  ardentísimo  amor,  todas  las  cosas  por  ti  me  den  en  ros- 
tro, á  ti  solo  ame,  y  en  ti  solo  descanse  perpetuamente.  Pater- 
nóster. Avemaria. 

QUINTA  ORACIÓN  Á  JESÚ 


•;RACiAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  fatigados  los  hombros  con 
el  peso  de  la  cruz,  llegaste  cansado  al  lugar  del  tormen- 
to, donde  estando  sediento  y  aflegido  te  dieron  á  beber  vinagre 
mezclado  con  hiél.  ¡  Oh,  si  con  esto  matases  en  mí  el  regalo  de  la 
gula  y  los  deleites  de  la  carne,  y  hicieses  que  en  ningún  tiempo 
consintiese  á  ninguna  fea  delectación !  Dame  pues.  Señor,  aque- 
lla honestísima  y  muy  necesaria  virtud  de  la  templanza  en  el  co- 


254 


GUIA  DE  PECADORES 


mer,  para  que  refrenados  todos  los  desordenados  apetitos  de  la 
gula,  de  ti  solo  tenga  hambre  y  sed,  y  en  ti  solo  sean  todos  mis 
deleites. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  en  los  ojos  de  todo  el  pue- 
blo consentiste  que  te  desnudasen,  donde  al  quitar  de  las  vesti- 
duras al  redropelo,  se  renovaron  tus  llagas,  y  tornó  á  manar  san- 
gre de  ellas  y  á  renovarse  tus  dolores.  Concédeme,  Dios  mío, 
verdadero  amor  de  la  pobreza,  y  dame  gracia  para  que  nunca 
me  entristezca  por  cosa  que  me  falte.  Dame  paciente  sufrimiento 
de  las  necesidades  y  desastres  de  esta  vida:  desnuda  mi  corazón 
de  todas  imaginaciones  y  aficiones  terrenas,  y  renueva  cada  día 
en  mí  sanctos  propósitos  y  deseos  verdaderos  de  tu  sancto  amor. 
Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,que  no  rehusaste  ser  estirado  cruel- 
mente en  el  madero,  y  ser  descoyuntadas  todas  las  junturas  de 
tus  sacratísimos  miembros,  y  ser  traspasado  con  agudos  clavos 
y  afijado  en  la  misma  cruz.  Concédeme,  Señor,  que  con  ánima 
fiel  y  agradecida  tenga  yo  siempre  memoria  de  esta  tu  excesiva 
caridad,  con  la  cual  tan  benignamente  extendiste  tus  brazos  y 
abriste  tus  manos,  para  que  fuesen  enclavadas,  y  entregaste  tus 
pies  para  que  fuesen  barrenados.  Ea  pues,  Señor,  ensancha  mi  co- 
razón con  perfecta  caridad,  traspasa  y  enclava  con  el  mismo  cla- 
vo de  tu  amor  todos  mis  sentidos,  y  encierra  dentro  de  ti  solo  to- 
dos mis  pensamientos  y  aficiones. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  tres  horas  estuviste  colgado 
en  el  afrentoso  madero  de  la  cruz,  y  derramando  copiosamente 
tu  sangre,  sentiste  gravísimo  dolor  en  todos  tus  miembros.  Cuel- 
ga, Señor,  dése  mesmo  madero  esta  miserable  ánima  que  yace 
en  la  tierra,  y  hmpiala  de  la  suciedad  de  sus  pecados  y  apetitos 
con  los  arroyos  de  esa  sangre.  ¡Oh  sangre  dadora  de  salud  y  da- 
dora de  vida!  Ten  por  bien.  Señor,  ten  por  bien  de  lavarme  con 
esa  preciosa  sangre,  y  purificarme  y  sanctificarme  con  ella.  Ten 
por  bien.  Señor,  ofrecerla  á  tu  Padre  para  perfecta  satisfación  y 
remedio  de  todos  mis  males.  Suplicóte  que  con  aficionadísimo 
amor  merezca  yo  chupar  con  mi  corazón  y  lamer  con  la  lengua 
de  mi  ánima  las  preciosísimas  gotas  de  esa  sangre  divina,  y  aquí 
guste  yo  cuan  suave  es  tu  espíritu  y  cuan  dulce  este  precioso 
licor. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  por  raí  quesiste  ser  puesto  en 
medio  de  dos  ladrones,  y  tenido  por  uno  dellos,  para  que  con  tu 


LIBRO  líl.  CAPÍTULO  tí.  ^  $  5 


increíble  humildad  y  paciencia  curases  nuestra  impaciencia  y  so- 
berbia, y  del  todo  la  destruyeses.  Levanta,  Señor,  mi  espíritu  á 
lo  alto',  para  que  dende  allí  desprecie  todas  las  cosas  que  en  este 
mundo  se  ven,  v  en  ti  solo  ponga  mis  ojos,  á  ti  solo  ame,  en  ti 
solo  piense,  por  ti  solo  suspire,  de  ti  hable,  á  ti  sueñe,  á  ti  sepa  y 
en  ti  rae  deleite,  y  fuera  de  ti  no  quiera  tener  otro  contentamiento. 
Gracias  te  doy,  dulce  Jesii,que  tan  bueno  fuiste  aun  para  con 
los  muy  malos,  que  por  los  raesmos  que  te  crucificaron,  heciste 
oración  diciendo:  Padre,  perdónalos,  que  no  saben  lo  que  hacen. 
Dame,  Señor,  gracia  de  verdadera  paciencia  y  mansedumbre,  con 
la  cual  (conforme  á  tu  ejemplo  y  mandamiento)  ame  yo  á  mis 
enemigos,  y  haga  bien  á  los  que  me  hicieren  mal,  y  húmilmente 
te  suplique  por  ellos,  y  los  perdone  de  corazón. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,á  quien  escarnecieron  tus  perver- 
sos enemigos  con  grandes  blasfemias,  mientras  sufrías  intolera- 
bles dolores  y  angustias  en  la  cruz.  Dame,  Señor,  que  acordán- 
dome de  la  inefable  humildad  y  paciencia  con  que  sufriste  tan- 
tos dolores  y  vituperios,  pacientemente  sufra  cosas  semejantes, 
y  contigo  persevere  en  la  cruz  de  la  paciencia  hasta  la  muerte. 
Ningún  ímpetu  de  tentaciones,  ninguna  tempestad  de  tribulacio- 
nes,''ningún  torbellino  de  injurias  me  desvíe  del  buen  propósito 
comenzado,  ni  la  muerte,  ni  la  vida,  ni  lo  presente,  ni  lo  veni- 
dero, ni  alguna  otra  criatura  me  aparte  de  ti. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  sufriste  á  uno  de  los  dos  la- 
drones te  escarneciese,  y  al  otro  que  confesó  su  injusticia,  y  con 
piadosa  fe  te  confesó,  prometiste  benignamente  la  gloria  del  pa- 
raíso. ¡Oh  quién  fuese  tan  dichoso,  que  mereciese  ser  mirado  con 
aquellos  misericordiosos  ojos  que  miraste  este  dichoso  ladrón, 
para  que  ayudándome  tu  gracia,  viviese  vida  tan  inocente,  que 
en  el  término  de  la  vida  mereciese  oir  de  ti  esa  tan  dulce  pala- 
bra: Hoy  serás  comigo  en  el  paraíso!  Paternóster.  Avemaria. 

SEXTA  ORACIÓN  Á  JESÚ 

)@^  RAQAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  viendo  dende  la  cruz  á  tu 
T^^  dulcísima  madre  llena  de  dolor  y  de  lágrimas,  compa- 
desciéndose  tu  corazón  de  su  angustia,  la  encomendaste  á  tu  dis- 
cípulo S.  Juan,  y  luego  á  ella  encomendaste  al  mismo  discípulo, 


256  GUIA  DÉ  PECADORES 


y  en  él  á  todos  nosotros.  Pues  concédeme  que  yo  ame  y  honre 
á  esta  Señora  con  ardentísimo  y  castísimo  amor,  para  que  te- 
niéndola yo  por  madre,  merezca  que  ella  me  tenga  por  hijo,  y 
me  trate  como  á  tal.  Dámela,  Señor,  por  ayudadora  en  todas 
mis  necesidades,  mayormente  en  la  hora  de  mi  fallecimiento. 
Amén. 

Gracias  te  doy,  dulcísimo  Jesú,  que  aun  teniendo  tus  llagas  abier- 
tas, y  la  cabeza  rodeada  de  espinas,  y  colgado  miserablemente 
de  los  brazos  de  la  cruz,  te  quejaste  protestando  que  eras  des- 
amparado del  Padre.  Dame  que  en  todas  mis  adversidades,  y  ten- 
taciones, y  desamparos,  me  socorra  á  ti,  padre  piadoso,  y  descon- 
fiando de  mí,  en  ti  solo  confíe,  y  todo  me  ponga  en  tus  manos. 
Llaga,  Señor,  lo  interior  de  mi  ánima  con  la  memoria  de  tus  lla- 
gas: imprímelas  en  lo  íntimo  de  mi  corazón,  y  embriágame  de 
tal  manera  con  tu  sangre,  que  ninguna  otra  cosa  piense  ni  bus- 
que sino  á  ti:  á  ti  halle,  y  á  ti  tenga,  y  á  ti  posea  perdurable- 
mente. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  gastado  y  seco  ya  tu  cuerpo 
por  la  grandeza  de  los  tormentos  y  por  el  derramamiento  de 
tanta  sangre,  y  acezando  con  vehementísima  sed  y  con  ardor 
del  deseo  que  tenías  de  nuestra  salud,  dijiste:  Sed  he.  Dame,  Se- 
ñor, una  sed  encendidísima  de  tu  honra  y  de  la  salvación  de  las 
ánimas,  para  que  conforme  á  tu  sancta  voluntad  me  emplee  todo 
en  su  provecho,  en  cuanto  (según  la  medida  de  mi  estado)  me 
fuere  concedido.  Dame  que  ningún  amor  de  las  cosas  perecede- 
ras me  prenda,  ninguna  criatura  me  enlace:  y  las  cosas  que  fue- 
ren para  amar,  en  ti  las  ame,  y  á  ti  ame  sobre  todas  ellas,  y  en  ti 
solo  sea  todo  mi  descanso. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  á  la  hora  de  tu  muerte  que- 
siste  que  para  matar  la  sed  te  pusiesen  en  la  boca  una  esponja 
llena  de  vinagre,  para  que  gustando  en  paso  tan  trabajoso  ese 
tan  amargo  refrigerio,  satisficie'ses  al  Padre  por  todas  nuestras  go- 
losinas y  deleites,  y  nos  dejases  ejemplo  maravilloso  de  pobreza 
y  aspereza.  Dame,  Señor,  que  por  tu  amor  desprecie  yo  cuales- 
quier  sabores  de  comeres  y  regalos  exquisitos,  y  de  lo  que  me 
concedes  para  sustentar  este  corpezuelo,  use  medidamente,  dán- 
dote por  ello  muchas  gracias.  Limpia^  Señor,  y  sana  el  paladar 
de  mi  ánima,  para  que  todo  lo  que  á  ti  agrada,  me  sea  sabroso,  y 
todo  lo  que  te  desagrada,  desabrido. 


LIBRO  m.  CAPÍTULO  11.  257 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  amador  ferventísimo  del  linaje 
humano,  que  tan  cumplida  y  ordenadamente  acabaste  la  obra  de 
nuestra  redempción,  ofreciendo  á  ti  mismo  en  sacrificio  vivo  en 
el  altar  de  la  cruz  por  los  pecados  del  mundo.  Dame,  Señor,  que 
tú  solo  seas  el  blanco  y  el  paradero  de  todos  mis  pensamientos, 
palabras  y  obras,  para  que  en  todas  las  cosas  con  derecha  y  cas- 
ta intención  busque  sola  tu  honra,  y  fuera  de  ti  ninguna  cosa  bus- 
que ni  desee.  Dame  que  en  tu  servicio  nunca  afloje,  nunca  des- 
maye, mas  renovando  cada  día  el  fervor  del  espíritu,  me  apre- 
sure más  y  más  á  servirte  y  alabarte. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  de  tu  voluntad  llamaste  la 
muerte,  abajando  tu  venerable  cabeza,  y  encomendando  tu  espí- 
ritu en  las  manos  del  Padre,  le  despediste  de  tu  carne:  donde  cla- 
ramente nos  enseñaste  cómo  eras  tú  aquel  buen  pastor  que  po- 
siste  tu  vida  por  tus  ovejas.  Concédeme,  Señor,  que  muera  yo  á 
todos  mis  vicios  y  malos  deseos,  y  á  ti  solo  viva,  á  ti  solo  sienta, 
para  que  acabado  el  curso  desta  vida  en  caridad  verdadera,  lue- 
go entre  en  ti,  que  eres  el  verdadero  paraíso  de  nuestras  almas. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  con  lanza  de  un  caballero  que- 
siste  que  tu  suavísimo  corazón  fuese  abierto,  de  donde  manase 
agua  y  sangre  para  lavar  y  dar  vida  á  nuestras  ánimas.  ¡  Oh,  si  lla- 
gases mi  corazón  con  la  lanza  de  tu  amor  de  tal  manera  que 
ninguna  cosa  pudiese  ya  querer  sino  lo  que  tú  quieres!  Entre, 
Señor,  entre  mi  ánima  por  la  llaga  de  tu  costado  al  secreto  de 
tu  caridad  y  al  tesoro  de  tu  divinidad,  para  que  allí  adore  á  ti 
mi  Dios  verdadero  por  mí  crucificado  y  muerto,  y  raídas  de  mi 
memoria  todas  las  figuras  de  las  cosas  visibles,  á  ti  solo  entienda 
y  ved.  siempre  en  todas  las  cosas. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  con  grande  llanto  de  tus  ami- 
gos fuiste  quitado  de  la  cruz,  y  ungido  con  olorosos  ungüentos, 
y  envuelto  en  una  sábana,  y  puesto  en  ajena  sepultura.  Entierra, 
Señor,  contigo,  entierra  todos  mis  sentidos,  todas  mis  fuerzas  y 
aficiones,  para  que  ayuntado  contigo  con  fuerte  vínculo  de  amo  r, 
quede  como  fuera  de  mí  para  todo  lo  que  es  á  ti  contrario,  y  á 
ti  solo  sienta,  único  Redemptor  mío,  único  bien  y  tesoro  mío.  Pa- 
ternóster. Avemaria. 

OBRAS  DE  GRANADA  X— X7 


258  GUIA  DE  PECADORES 


SÉPTIIVIA  ORACIÓN  A  JESÚ 

RACIAS  te  doy,  dulce  Jesú,  que  poderosamente  descendiste 
á  los  infiernos,  donde  quebrantando  el  poder  del  diablo, 
alegraste  con  tu  presencia  á  los  antiguos  padres  que  estaban  allí 
cativos,  y  sacándolos  de  sus  tinieblas  y  prisiones,  los  llevaste  á 
los  deleites  del  paraíso.  Pues  decienda  agora,  yo  te  suplico,  la 
virtud  de  tu  sangre  y  de  tu  pasión  sobre  las  ánimas  de  mis  pa- 
dres, parientes,  amigos  y  bienhechores,  y  de  todos  los  fieles  de- 
fiintos,  para  que  sueltas  de  las  penas  de  purgatorio,  sean  recebi- 
das  en  el  seno  de  la  eterna  felicidad. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  saliendo  victorioso  del  sepul- 
cro cerrado  con  nobilísimo  triunfo,  vencida  la  muerte,  resucitaste 
de  entre  los  muertos,  y  volviendo  su  hermosísima  claridad  á  tu 
cuerpo  precioso,  diste  inestimable  gozo  con  tu  visitación  á  tus 
amigos.  Dame,  Señor,  que  resucitando  yo  de  la  muerte  de  los 
vicios  y  de  la  vieja  conversación,  ande  de  aquí  adelante  en  nove- 
dad de  vida,  y  busque  las  cosas  altas  y  no  las  bajas,  para  que 
cuando  tú  mi  vida  aparecieres  otra  vez  en  la  tierra,  yo  también 
aparezca  contigo  en  la  gloria. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  cumplidos  cuarenta  días  des- 
pués de  tu  resurrección,  delante  tus  discípulos  subiste  glorioso 
triunfador  á  los  cielos,  donde  asentado  á  la  diestra  del  Padre  vi- 
ves y  reinas  por  todos  los  siglos,  ¡  Oh  si  mi  ánima  estuviese  en- 
ferma de  tu  amor!  ¡Oh  si  de  todas  las  cosas  mundanas  tuviese 
hastío,  y  por  las  celestiales  siempre  suspirase,  y  dellas  tuviese 
un  continuo  y  encendido  deseo!  ¡Oh  si  ninguna  cosa  me  aficio- 
nase, ninguna  me  alegrase,  sino  tú  solo,  mi  Señor  y  mi  Dios! 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  enviaste  tu  espíritu  sobre  tus 
escogidos,  que  perseveraban  en  oración,  y  los  enviaste  á  enseñar 
las  gentes  por  toda  la  redondez  del  mundo.  Limpia,  Señor,  lo  in- 
terior de  mi  corazón,  dame  verdadera  pureza  y  limpieza  de  con- 
sciencia,  para  que  el  mismo  consolador  hallando  en  ella  agradable 
posada,  la  hermosee  con  los  abundantes  dones  de  su  gracia,  y  El 
solo  me  consuele,  me  confirme,  me  ocupe,  me  rija  y  todo  me 
posea. 

Gracias  te  doy,  dulce  Jesú,  que  cuando  volvieres  en  el  día 
postrero  á  juzgar  el  mundo,  darás  á  cada  uno  según  sus  obras,  ó 


LIBRO  ni.  CAPÍTULO  IL  2$g 


galardón,  ó  castigo.  Piadosísimo  Señor  Dios  mío,  concédeme  que 
pasada  inocentemente  (según  tu  sancta  voluntad)  la  carrera  des- 
ta  miserable  vida,  salga  mi  ánima  de  la  cárcel  deste  cuerpo  tan 
adornada  de  merescimientos  y  virtudes,  que  sea  recebida  mise- 
ricordiosamente en  las  moradas  de  tu  gloria,  donde  con  todos 
los  sanctos  te  alabe  y  bendiga  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 
Paternóster.  Avemaria. 


Sígnese  tma  imiy  devota  oración,  en  la  cual  brevemente  se  contie- 
ne toda  la  vida  de  Nuestra  Señora,  la  cual  podrá  cada  uno  rezar 
todos  los  sábados,  que  son  días  dedicados  á  esta  virgen. 


¡•IOS  te  salve,  suavísinía  virgen  María,  á  quien  Dios  escogió 
por  madre  suya  ante  de  todos  los  siglos.  Tú  eres  aquella 
bienaventurada  hembra,  de  quien  el  Rey  del  cielo  y  de  la  tierra 
quiso  tomar  carne  para  redemir  el  linaje  humano.  Tú  eres  aque- 
lla piadosa  medianera  entre  Dios  y  los  hombres,  por  la  cual  se 
juntó  el  cielo  con  la  tierra  y  las  cosas  altas  con  las  bajas.  Tú  eres 
entrada  de  nuestra  vida,  tú  puerta  de  la  divina  gracia,  tú  puerto 
deste  siglo  tempestuoso.  Alcánzame,  Señora,  perfecto  perdón  de 
mis  pecados,  y  perfecta  gracia  del  Espíritu  Sancto,  para  que  con 
todo  cuidado  honre  y  ame  á  tu  Hijo  mi  salvador,  y  á  ti,  Madre 
de  misericordia. 

Dios  te  salve,  virgen  suave,  á  quien  los  padres  antiguos  de- 
searon con  entrañables  deseos,  y  representaron  con  diversas  fi- 
guras, y  prometieron  con  muchas  revelaciones  que  les  fueron 
hechas.  Recíbeme,  Señora,  por  tu  siervo,  y  por  tu  hijo.  Madre  de 
gracia,  y  concédeme  que  sea  yo  del  número  de  los  que  amas  y 
tienes  escritos  en  tu  pecho  virginal,  á  los  cuales  enseñas,  ende- 
rezas, recreas  y  defiendes  en  todas  las  cosas. 

Dios  te  salve,  virgen  suave,  á  quien  Dios  hermoseó  maravi- 
llosamente en  el  vientre  de  tu  madre,  y  adornó  de  todas  las 
perfecciones  y  gracias.  ¡  Oh  virgen  clarísima,  virgen  resplande- 
ciente, virgen  purísima, escogida  doncella  entre  millares!  No  me 
deseches.  Señora,  aunque  sea  el  que  tú  sabes  que  soy:  sino  oye 
al  miserable  que  te  llama,  consuela  al  que  te  desea  servir,  y  ayu- 
da al  que  en  ti  tiene  puesta  su  esperanza. 


26o  GUIA  DE  PECADORES 


Dios  te  salve,  María  suave,  cuyo  nacimiento  esperado  de  tan- 
tos siglos,  y  deseado  de  tantas  gentes,  alegró  el  mundo  con  nue- 
va luz  y  nuevo  gozo.  Oh  virgen  inocentísima,  hazme  de  verdad 
inocente,  y  deshaz  todo  lo  que  en  mí  desagrada  á  tus  limpísimos 
ojos,  Habe  misericordia  de  mí,  pues  dende  tu  niñez  por  todas 
las  edades  creció  contigo  la  misericordia. 

Dios  te  salve,  María  suave,  en  quien  Dios  derramó  toda  her- 
mosura corporal  y  toda  gracia  espiritual,  con  la  cual  te  hizo  ama- 
ble á  todas  las  gentes.  Oh  elegantísima  y  belhsima  virgen,  ata- 
vía (yo  te  suplico)  mi  ánima  con  ornamentos  espirituales:  planta 
en  mi  corazón  vivas  aficiones  de  pureza  y  castidad,  para  que  así 
te  agrade  yo  en  todas  las  cosas,  y  sea  verdadero  imitador  y 
siervo  tuyo. 

Dios  te  salve,  María  suave,  á  quien  tus  sanctísimos  padres 
trajeron  al  templo,  y  presentaron  al  Señor,  y  ofrecieron  á  su 
sancto  servicio.  Donde  heciste  vida  de  ángel,  en  todo  humilde, 
en  todo  piadosa,  en  todo  mansa,  en  todo  benigna,  en  todo  sua- 
ve, en  todo  agradable  al  Señor.  Concédeme  que  reciba  yo  el 
olor  de  tu  sandísima  conversación,  para  que  cuanto  en  mi  fue- 
re, á  nadie  sea  pesado,  á  nadie  escandalice,  á  nadie  ofenda,  mas 
á  todos  consuele  y  á  todos  provoque  al  amor  de  Dios  y  despre- 
cio del  siglo. 

Dios  te  salve,  María  suave,  alférez  de  las  vírgines,  que  con- 
sagrándote toda  para  Dios  heciste  voto  de  virginidad  con  alegre 
y  determinada  voluntad.  Tú  eres  perfecto  dechado  de  castidad, 
tú  eres  aquella  hermosísima  de  quien  nadie  sintió  ni  deseó  sino 
toda  honestidad:  cuya  sanctísima  y  castísima  conversación  pene- 
traba los  corazones  de  los  que  te  miraban  con  una  lumbre  celes- 
tial, y  criaba  en  ellos  amor  de  limpieza  y  castidad.  Alcánzame, 
Señora,  verdadera  limpieza  del  ánima  y  del  cuerpo,  de  tal  ma- 
nera que  ninguna  fealdad  me  ensucie,  ningún  vicio  me  posea  y 
á  ningunos  deleites  consienta:  mas  despreciando  todos  los  rega- 
los de  la  carne  y  todas  sus  codicias,  en  solo  Dios  me  deleite  y 
descanse. 

Dios  te  salve,  María  suave,  á  quien  en  sus  sagrados  estudios 
y  ejercicios  de  contemplación  consolaba  Dios  con  familiar  mi- 
nisterio de  los  ángeles  y  con  maravilloso  gozo  de  la  pura  con- 
sciencia.  Alcánzame  por  tus  merecimientos  amor  del  silencio  y 
reposo,  y  ocupación  en  sanctas  oraciones   y  sagrada  lición,  y  en, 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  26 1 


otros  espirituales  ejercicios, con  sinceridad  y  sosiego  de  mi  ánima, 
y  que  éstos  sean  mis  deleites  todo  el  tiempo  que  fuere  detenido 
en  la  miserable  cárcel  deste  cuerpo. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  siendo  virgen  fuiste  despo- 
sada con  el  sancto  virgen  Josef  por  divino  consejo.  No  me  con-, 
sientas,  oh  consoladora  raía,  no  me  consientas  apartar  de  ti,  mas 
mírame  siempre  con  benignos  ojos.  Porque  como  no  puede  vi- 
vir para  siempre  aquél  á  quien  tú  mirares  con  ofendidos  ojos,  así 
no  podrá  perecer  para  siempre  aquél  á  quien  mirares  con  ojos 
benignos.  Recibe,  Señora  mía,  al  ánima  que  te  busca,  endereza  al 
que  te  ama,  y  conserva  al  que  confía  en  ti.  Sey  comigo  siempre 
piadosa,  para  que  por  ti  halle  gracia  en  los  ojos  del  Señor  que 
te  escogió. 

Dios  te  salve,  María  suave,  á  quien  estando  en  altísima  con- 
templación el  ángel  Gabriel  saludó  húmilmente  dentro  de  tu  se- 
creto retraimiento,  y  ahí  te  dio  parte  de  los  misterios  del  conse- 
jo divino.  ¡  Oh  si  toda  mi  alegría  fuese  saludarte  muy  á  menudo, 
y  presentarte  muy  devotos  servicios!  ¡Oh  si  ninguna  cosa  en  mí 
hubiese,  que  ofendiese  tu  vista  más  pura  que  de  ángeles! 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  en  tus  castísimas  entrañas  con- 
cebiste al  Hijo  de  Dios.  ¡Oh  la  más  dichosa  de  las  mujeres!  dime: 
^qué  sentiste  en  aquella  hora  en  lo  secreto  de  tu  corazón,  con 
cuánta  dulzura  tu  bienaventurada  ánima  se  derritió,  cuando  aque- 
lla vena  de  aguas  vivas  y  principio  de  toda  dulcedumbre  entró 
en  tu  sanctísimo  tálamo,  y  se  vestió  de  tu  purísima  carne?  Alabo 
y  glorifico,  virgen  gloriosa,  y  húmilmente  reverencio  tu  sacratísi- 
mo vientre:  y  tú  ten  por  bien  de  guardar  y  acrescentar  siempre 
en  mi  ánima  el  don  de  la  pureza  y  castidad. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  llevando  al  Rey  de  la  gloria 
encerrado  en  tu  vientre,  subiste  á  las  montes  de  Judea,  y  visi- 
taste y  serviste  á  Elisabet  tu  parienta.  Visita,  Señora,  mi  ánima,  y 
haz  que  en  todos  los  días  de  mi  vida  fidelísimamente  te  sirva,  y 
con  afición  castísima  te  ame. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  con  tu  sanctísimo  esposo  Jo- 
sef doncella  delicada  y  preñada  te  partiste  para  Bedén  á  pagar  el 
censo  común  que  todos  pagaban.  Dame  gracia  para  sufrir  pa- 
cientemente las  miserias  deste  destierro,  y  para  anhelar  siempre 
á  la  celestial  Betlén,  donde  está  el  pan  de  vida  Cristo  Jesú  nues- 
tra salud. 


262  GUIA  DE  PECADORES 


Dios  te  salve,  María  suave,  que  cansada  del  camino  cuando 
llegaste  á  la  ciudad,  no  hallaste  posada,  y  escogiste  un  establo 
donde  morases  y  parieses  al  Rey  de  la  gloria.  Gobierna,  Seño- 
ra, todas  las  aficiones  de  mi  ánima,  para  que  ninguna  cosa  vicio- 
samente ame,  y  ninguna  me  prenda,  sino  que  como  peregrino  y 
extranjero  en  este  mundo  sospire  con  todos  mis  deseos  por  las 
eternas  moradas,  y  en  solo  Dios  ponga  mi  descanso. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  sin  dolor  y  sin  detrimento  de 
tu  purísima  virginidad  pariste  al  Salvador  del  mundo  y  alegría 
del  cielo.  Tú  eres  virgen  y  juntamente  madre,  tú  templo  del 
verdadero  Salomón,  tú  arca  y  sanctuario  de  Dios,  tú  la  puerta  ce- 
rrada que  vio  Ezequiel,tú  el  huerto  cercado  y  fuente  sellada  del 
Esposo  celestial.  Hinche,  Señora,  mi  corazón  y  todos  mis  senti- 
dos de  tu  gracia,  para  que  renovado  con  este  socorro  viva  vida 
agradable  á  tu  Hijo  y  á  ti. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  envolviste  á  Jesú,  fruci-o  de 
tu  castísimo  vientre,  en  pobres  pañales  y  le  reclinaste  en  un  pe- 
sebre. ¡  Oh  si  tu  amor  tanto  ocupase  mi  espíritu,  y  tu  pureza  de 
vida  tanto  hermosease  mi  ánima,  que  viniese  á  ser  como  un  niño 
recién  nacido,  para  que  en  cualesquier  tribulaciones  meresciese 
ser  de  ti  ayudado  y  recreado  con  tus  beneficios! 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  al  niño  Jesú  diste  á  mamar 
leche  de  tus  virginales  pechos,  y  teniéndole  dulcemente  en  tus 
brazos,  húmilmente  le  besaste  y  adoraste.  Dame,  Señora,  que 
cuando  viniere  fatigado  de  los  trabajos  y  miserias  deste  mundo, 
me  socorra  al  seno  de  tu  maternal  piedad,  y  recreado  por  ti  con 
leche  de  espiritual  consolación,  desprecie  todas  las  otras  conso- 
laciones deste  siglo. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  á  los  cuarenta  días  presen- 
taste el  niño  en  el  templo,  y  después  huiste  con  él  á  Egigto,  y  á 
los  doce  años  después  de  perdido  le  hallaste  en  el  mismo  templo 
con  inestimable  alegría.  Dame  gracia  para  que  espiritualmente 
ande  yo  contigo  todos  estos  caminos,  que  por  ti  sea  presentado 
en  el  templo  vivo,  y  contigo  halle  yo  el  niño  perdido. 

Dios  te  salve,  María  suave,  que  diligentemente  curaste  de  la 
niñez  y  tierna  edad  del  Salvador,  y  después  en  su  juventud  y 
edad  de  varón  (cuando  predicaba)  devotamente  le  seguiste.  Da- 
me que  despreciadas  todas  las  cosas  transitorias,  á  ti  ame,  á  ti 
siga,  y  siempre  sospire  por  tu  presencia. 


LIBRO  III.  CAPÍTULO  II.  263 


Dios  te  salve,  María  suave,  que  sentiste  grave  dolor  por  los 
crudelísimos  dolores  y  persecuciones  de  tu  amado  Hijo,  y  en  las 
entrañas  de  tu  corazón  te  compadeciste  de  su  terrible  y  afrento- 
sa muerte.  Dame  que  al  mismo  Dios  mío  siempre  alabe  por  to- 
das las  cosas  que  por  mí  hizo  y  padesció,  y  por  El  me  compa- 
dezca de  todos  cuantos  fueren  puestos  en  trabajos  y  angustias. 

Dios  te  salve,  JMaría  suave,  cuya  ánima  bienaventurada  tras- 
pasó el  cuchillo  de  dolor  cuando  estuviste  bañada  de  lágrimas  al 
pie  de  la  cruz,  mirando  con  piadosos  ojos  las  heridas  y  la  sangre 
del  hijo  que  padecía.  Dame,  Señora,  que  yo  fielmente  perseve- 
re contigo  al  pie  de  la  cruz,  y  con  devoto  corazón  celebre  la 
pasión  y  muerte  de  tu  unigénito  hijo  mi  Redemptor. 

Dios  te  salve,  María  suave,  á  quien  Jesús  alegró  con  su  triun- 
fal resurrección,  y  después  de  su  gloriosa  ascensión  á  los  cielos 
llevó  consigo  y  asentó  sobre  todos  los  coros  de  los  ángeles  en 
trono  real  como  reina  y  señora  de  todo  lo  criado.  Rogárnoste 
pues  húmilmente,  Señora  y  madre  nuestra,  quieras  tener  fiel  cui- 
dabo  de  nosotros,  y  abogar  por  nos  ante  el  tribunal  de  tu  muy 
amado  Hijo,  para  que  cuando  viniere  á  juzgar  vivos  y  muertos, 
seamos  por  tu  intercesión  librados  de  la  muerte  y  colocados  á 
su  diestra  en  compañía  de  aquéllos  que  han  de  reinar  en  los  si- 
glos de  los  siglos.  Amén.  Paternóster.  Avemaria. 


SEGUNDA  PARTE  DESTE  TERCERO  LIBRO 

EN  LA  CUAL  SE  TRATA 

DE  LA  MEDITACIÓN  Ó   CONSIDERACIÓN 


N  el  principio  deste  libro  tocamos  algo  de  los  pro- 
vechos grandes  de  la  meditación  y  consideración, 
declarando  cómo  ella  era  causa  de  la  devoción,  que 
es  estímulo  de  todas  las  otras  virtudes  y  otras  cosas  semejantes. 
También  dijimos  que  esta  meditación  no  era  fácil  á  todo  género 
de  personas,  porque  presuponía  algún  conoscimiento  de  las  co- 
sas espirituales  (que  es  la  materia  de  la  meditación)  y  presupo- 
nía también  alguna  devoción,  sin  la  cual  apenas  sabe  el  hombre 
hablar  con  Dios.  Désta,  pues,  trataremos  agora  en  la  segunda 
parte  deste  libro,  proponiendo  sumariamente  algunas  meditacio- 
nes y  consideraciones  devotas,  en  que  el  hombre  se  pueda  ejer- 
citar. Para  lo  cual  aprovechará  muy  mucho  la  hción  de  libros 
espirituales  (que  dan  materia  copiosa  de  meditar)  y  señalada- 
mente la  doctrina  del  Símbolo,  que  trata  de  los  principales  mis- 
terios de  nuestra  fe,  cuya  consideración  es  uno  de  los  principa- 
les frenos  y  fundamentos  de  la  vida  cristiana. 

Mas  aquí  es  de  notar  que  esta  consideración  á  unos  es  en- 
señada por  el  Espíritu  Sancto,  maestro  de  los  Apóstoles  y  Profe- 
fetas:  el  cual  muchas  veces  levanta  y  suspende  los  corazones  de 
los  hombres  en  la  consideración  de  las  cosas  celestiales,  y  los  guía 
y  enseña  en  este  camino,  como  se  dice  en  figura  de  aquellos  mis- 
teriosos animales  de  Ezequiel,  que  donde  los  movía  el  ímpeto 
del  espíritu,  allí  se  movían.  Éstos,  pues,  sin  avisos  y  sin  reglas 
humanas  andan  prósperamente  por  este  camino,  para  los  cuales 
no  será  tan  necesaria  la  doctrina  de  este  libro. 

Otros  hay  que  enseña  Dios  por  ministerio  de  las  causas  se- 
gundas (que  son  los  maestros  de  su  Iglesia)  los  cuales  suplen  con 
doctrina  la  falta  desta  gracia,  ó  por  mejor  decir,  ayudan  á  la 
gracia  con  la  doctrina,  así  como  se  ayniáa.  con  arte  la  naturaleza. 


LTBRO  III.  PARTE  11.  265 


Pues  á  éstos  conviene  declarar  la  materia  desta  consideración 
y  el  modo  que  en  ella  han  de  tener,  para  que  con  más  provecho 
y  devoción  se  ocupen  en  ella,  y  para  que  ni  por  demasiada  flo- 
jedad y  regalo  dejen  de  aprovechar,  ni  por  demasiada  diligencia 
y  trabajo  indiscreto  pierdan  la  salud  y  el  fructo  de  sus  trabajos. 

La  materia  pues  de  la  meditación  son  todas  aquellas  cosas 
cuya  consideración  nos  puede  mover  á  algún  afecto  devoto:  como 
es  amor  ó  temor  de  Dios,  admiración  de  sus  maravillas, agrades- 
cimiento  de  sus  beneficios,  dolor  de  nuestras  culpas,  aborresci- 
miento  del  pecado,  menosprecio  del  mundo  &c.  Y  como  para 
esto  sirva  la  materia  de  toda  la  Escriptura  sagrada  y  toda  la  fá- 
brica deste  mundo,  con  todas  las  obras  que  hay  en  él,  pero  se- 
ñaladamente sirve  la  consideración  de  los  beneficios  divinos  y  de 
todos  los  pasos  y  misterios  de  la  vida  de  Cristo,  que  es  la  suma 
de  toda  esta  filosofía  celestial.  Estas  dos  cosas  son  la  principal 
materia  desta  consideración,  de  cuyas  alabanzas  están  llenos  los 
libros  de  todos  los  sanctos,  y  por  eso  no  hay  necesidad  de  gas- 
tar agora  tiempo  en  alabar  esta  materia,  pues  tan  aprobada  es 
y  tan  recibida  y  celebrada  de  todos. 

Y  así  como  damos  dos  refecciones  al  cuerpo  cada  día,  así 
será  bien  que  los  que  más  desocupados  estuvieren,  tengan  dos 
tiempos  señalados  cada  día,  en  los  cuales  se  puedan  ejercitar  en 
la  consideración  destas  dos  cosas,  con  las  cuales  se  pueden  tam- 
bién juntar  otras  que  están  anejas  á  ellas.  Porque  antes  de  la  con- 
sideración de  los  divinos  beneficios,  puede  preceder  una  devota 
preparación,  con  que  aparejemos  el  ánimo  para  orar:  y  después 
della  se  pueden  seguir  otras  dos,  que  son:  ofrecimiento  y  petición, 
de  que  trataremos  en  su  lugar. 

Esto  decimos,  no  para  hacer  ley  general,  ni  poner  edictos 
públicos,  que  siempre  se  hayan  de  guardar,  sino  para  introducir 
á  los  nuevos  en  este  camino,  porque  después  de  una  vez  entra- 
dos en  él,  y  admitidos  á  la  recámara  del  esposo  y  á  la  bodega 
de  sus  vinos  preciosos,  la  experiencia  y  la  devoción  les  ense- 
ñará mejor  lo  que  han  de  hacer.  Porque  por  experiencia  se  sabe 
que  si  á  un  novicio  principiante  no  hacéis  más  que  alabarle  en 
común  la  oración  ó  la  meditación,  sin  imponerle  en  el  camino 
y  señalarie  en  particular  la  materia  y  la  manera  deste  ejercicio, 
que  con  lo  que  responderá  al  fructo  de  vuestra  exhortación, 
será  con  tomar  unas  cuentas  y  rezar  seis  ó  siete  mil  Avemarias 


266  GUIA  DE  PECADORES 


muy  de  corrida,  paresciéndole  que  todo  el  fruto  de  la  oración 
está  en  el  número  de  lo  que  se  reza,  ó  á  bien  librar,  responde- 
ros ha  con  ponerse  á  meditar  ya  esto,  ya  lo  otro,  con  un  cora- 
zón vagabundo,  sin  firmeza  ni  estabilidad  en  alguna  cierta  y  pia- 
dosa inquisición.  Lo  cual,  aunque  sea  consideración,  no  es  de  las 
más  frutuosas  y  provechosas  de  que  aquí  queremos  tratar. 

Para  lo  cual  es  de  saber  (como  dice  Ricardo)  que  debajo  des- 
te  nombre  de  consideración  se  comprehenden  tres  cosas:  con- 
viene saber,  cogitación,  meditación  y  contemplación,  las  cuales 
difieren  entre  sí  desta  manera,  que  la  cogitación  discurre  sin  tra- 
bajo y  sin  fi-ucto,  ó  á  lo  menos  con  poco  trabajo  y  poco  fi-ucto:  la 
meditación  insiste  en  una  cosa  con  trabajo  y  con  fi-ucto:  mas  la 
contemplación  permanece  fija  en  una  misma  cosa  sin  trabajo  y 
con  fi-ucto.  Por  la  cual  distinción  se  colige  lo  poco  que  aprovecha 
esta  manera  de  cogitación,  que  es  la  que  sin  tener  materia  ni 
intento  cierto  discurre  por  diversos  pensamientos,  dejándose 
llevar  ya  de  uno  ya  de  otro,  sin  firmeza,  sin  estabilidad  y  sin 
atención  solícita  y  diligente,  estando  ya  aquí,  ya  allí,  y  tratando 
este  negocio  tan  tibiamente,  que  fácilmente  es  llevada  de  cuales- 
quier  otros  pensamientos  peregrinos. 

Por  esto,  pues,  es  cosa  conveniente  que  haya  á  lo  menos  á 
los  principios  materia  determinada  para  este  ejercicio,  y  tiempos 
también  señalados  para  esto,  exemptos  y  secuestrados  de  las  otras 
ocupaciones  del  día  y  deputados  para  Dios,  así  como  los  tiene  la 
Iglesia  para  las  oraciones  públicas  y  oficios  divinos.  Aunque  ni 
tampoco  esto  se  pide  con  tanto  rigor,  que  sea  luego  pecado  ha- 
cer lo  contrario.  Porque  fuera  de  aquellos  tiempos  y  lugares  se- 
ñalados puede  el  hombre  levantar  su  espíritu  á  Dios,  así  con 
aquellas  meditaciones,  como  con  otras  que  le  muevan  á  devo- 
ción: porque  como  éste  sea  el  fin  principal  que  se  pretende,  cual- 
quier cosa  que  sirva  para  esto  no  se  ha  de  tener  por  extraña  de 
este  ejercicio.  Por  donde  uno  de  los  más  comunes  avisos  que  en 
esta  parte  se  dan,  es  que  cuando  estando  el  hombre  en  una  con- 
sideración, se  le  ofrece  evidentemente  más  fructo  y  más  miel  en 
otra,  que  siempre  debe  preceder  ésta  á  la  otra,  pues  por  ella  se 
consigue  mejor  el  fin  que  se  pretende,  que  es  la  devoción. 


LIBRO  Iir.  PARTE  lí.  26/ 

Cómo  se  haya  de  enseñar  esta  doctrina.— %-  I. 

por  tanto  los  confesores  y  padres  espirituales  ó  maestros 
que  desean  enseñar  esta  manera  de  filosofía  celestial  y 
quieren  entroducir  en  este  sancto  ejercicio  á  los  deseosos  de 
aprovechar  en  él,  la  manera  que  para  esto  podrán  tener  será 
ésta.  Primeramente  débenles  ir  poco  á  poco  leyendo  ó  plati- 
cando esta  segunda  parte  del  presente  libro  (que  trata  de  la 
materia  de  la  consideración)  y  especialmente  enseñarles  la  histo- 
ria de  todos  los  pasos  principales  de  la  vida  de  Cristo,  y  des- 
pués los  puntos  sobre  que  podrán  filosofar  en  esa  mism.a  histo- 
ria, como  adelante  se  platica.  Y  para  que  mejor  esto  se  les  quede 
en  la  memoria,  es  muy  buen  aviso  pedirles  cada  día  cuenta  de  la 
lición  pasada,  mandándoles  que  digan  primero  la  historia  del 
misterio  y  después  los  puntos  sobre  que  podrán  filosofar  en  él: 
porque  desta  manera  se  ha  visto  por  experiencia  que  quedan  los 
hombres  en  pocos  días  muy  bien  enseñados  y  aprovechados.  Y 
así  entroducidos  por  esta  vía,  fácilmente  podrán  ellos  por  sí  ad- 
vertir y  notar  algunos  puntos  y  consideraciones  sobre  los  dichos 
pasos,  con  que  unas  veces  se  muevan  á  imitación  de  los  ejemplos 
de  Cristo,  otras  á  agradescimiento  de  sus  beneficios,  otras  á  com- 
pasión de  sus  trabajos,  otras  á  amor  y  devoción  de  un  Señor  que 
tanto  los  amó,  y  otras  á  otros  afectos  y  documentos  semejantes. 

Enseñada  y  platicada  desta  manera  la  materia  de  la  consi- 
deración, proceda  luego  á  enseñar  el  modo  que  se  debe  tener 
en  ella  para  que  se  haga  con  más  fructo  y  devoción,  y  para  dar 
los  avisos  que  para  este  camino  son  necesarios  para  evitar  los 
engaños  del  enemigo,  los  peligros  de  las  tentaciones  y  las  in- 
discreciones que  puede  haber  en  él.  De  lo  cual  todo  se  trata  su- 
mariamente en  el  resto  deste  tercero  libro. 

Y  después  destos  rudimentos  podrá  el  piadoso  lector  nadar 
ya  (como  dicen)  sin  corteza,  y  extender  más  libremente  la  ma- 
teria de  la  meditación  á  todas  las  Escripturas  Sagradas  y  á  todo 
aquello  en  que  su  ánima  hallare  más  gusto  y  aprovechamiento. 

Bien  sé  que  otros  añaden  á  esta  materia  otras  algunas  (como 
nos  añadimos  las  meditaciones  de  la  tarde  en  el  Libro  de  la  Ora- 
ción) y  así  se  podrían  señalar  otras  muchas  (pues  la  materia  des- 
te  ejercicio  es  cuasi  infinita)  pero  yo  traté  aquí  de  la  materia  más 
conveniente  y  del  modo  más  fácil  que  se  podía  tener  para  en- 


268  GUIA  t>E  PECADORES 

señarse  esto  á  los  que  de  nuevo  quisiesen  comenzar  á  filosofar 
en  esta  filosofía  celestial. 

Presupuesto  este  breve  preámbulo,  comenzaremos  agora  á 
tratar  de  los  dos  ejercicios  susodichos:  conviene  saber,  de  la  con- 
sideración de  los  beneficios  divinos  (que  podrá  servir  para  el 
tiempo  de  la  mañana,  porque  es  ejercicio  más  vehemente)  y  de 
los  principales  pasos  y  misterios  de  la  vida  de  Cristo,  que  podrá 
servir  para  la  tarde,  porque  es  de  mayor  facilidad  y  menor  tra- 
bajo, por  razón  de  la  variedad  y  suavidad  que  hay  en  el  dis- 
curso y  consideración  destos  misterios  tan  gloriosos. 


EJERCICIO  PRIMERO 

EN  LA  CONSIDERACIÓN  DE  LOS  BENEFICIOS  DIVINOS, 
Y   DE   CUATRO  PARTES   QUE  PUEDEN  ENTRE  VENIR  EN   ÉL. 

CAPÍTULO  I. 


^])RES  cosas  señaladamente  debe  el  hombre  hacer  en 
la  oración.  La  primera,  dar  gracias  á  nuestro  Señor 
por  los  beneficios  recebidos.  La  segunda,  ofrecer  á  sí 
y  á  todas  sus  cosas,  junto  con  los  trabajos  y  merescimientos  de 
Cristo,  en  sacrificio  por  nuestros  pecados.  La  tercera,  pedir  el 
socorro  y  favor  divino  así  para  todas  sus  necesidades  espiritua- 
les y  corporales,  como  para  las  de  sus  prójimos  y  de  todo  el 
mundo. 

Entre  estas  tres  partes  la  primera  (que  es  el  hacimiento  de 
gracias)  es  una  cosa  muy  debida,  muy  dulce  y  muy  copiosa  para 
meditar.  Muy  debida,  porque  ¿qué  cosa  más  debida  que  dar 
gracias  á  nuestro  Señor  por  tantos  millares  de  beneficios  como 
cada  día  llueve  sobre  nosotros?  Muy  dulce,  porque  cada  uno  des- 
tos  beneficios  bien  considerados  es  como  una  saeta,  ó  como  una 
brasa  que  nos  enciende  en  el  amor  de  Dios,  que  es  el  más  dulce 
pasto  que  hay  para  nuestras  ánimas.  Muy  copiosa,  porque  como 
estos  beneficios  sean  tantos  y  tan  grandes  (especialmente  el  be- 
neficio de  la  redempción,  que  incluye  todos  los  pasos  y  trabajos 
de  la  vida  de  Cristo,  y  el  de  la  glorificación,  que  comprehende 
todos  los  gozos  de  los  bienaventurados)  hay  tanto  que  rumiar 
y  que  considerar  en  ellos,  que  si  el  hombre  quisiere  (á  imitación 
de  los  sanctos)  estarse  la  mayor  parte  de  la  noche  ó  del  día  en 
oración,  nunca  le  faltara  materia,  ni  cosas  en  que  pensar. 

La  segunda  parte  (que  es  el  ofrecimiento)  es  un  linaje  de  sa- 
crificio vivo  que  el  hombre  ofrece  á  Dios,  entregando  todas  sus 
cosas  y  á  sí  mismo  con  ellas  en  sus  manos,  y  resignándose  todo 
en  el  beneplácito  de  su  divina  voluntad,  para  que  Él  haga  de  él 
y  de  todas  sus  cosas  lo  que  fuere  servido,  y  el  hombre  de    ahí 


2;0  GUIA  DE  PECADORES 

adelante  no  viva  ya  para  sí,  sino  para  Dios,  ni  tenga  más  cuenta 
con  su  voluntad  y  provecho,  sino  con  sola  la  voluntad  y  gloria 
de  Dios.  Hacer  esto,  es  uno  de  los  principales  actos  de  aquella 
piedad  y  religión  que  debemos  á  Dios,  y  es  una  renovación  cuo- 
tidiana de  nuestra  profesión  y  de  la  ley  en  que  habernos  de  vi- 
vir, y  es  un  freno  con  que  nos  podemos  dar  una  gran  sofrena- 
da todas  las  veces  que  intentamos  hacer  nuestra  voluntad  con- 
tra la  de  Dios,  acordándonos  de  aquel  asiento  y  determinación  que 
con  él  capitulamos,  y  de  aquella  ofrenda  que  le  ofrecimos:  con- 
tra la  cual  cometemos  un  linaje  de  furto  espiritual,  volviendo 
á  tomar  y  enajenar  lo  que  tantas  veces  le  entregamos.  Y  por- 
que todo  esto  en  fin  es  poco  (porque  es  nuestro)  debemos  tam- 
bién ofrecerle  junto  con  esto  todos  los  méritos  y  trabajos  de 
Cristo,  que  es  la  mayor  y  más  agradable  ofrenda  que  le  pode- 
mos ofrecer. 

La  tercera  parte  (que  es  la  petición)  es  también  acto  desta 
misma  religión:  en  la  cual  podemos  ejercitar  en  su  manera  las 
obras  de  misericordia,  rogando  á  Dios  por  las  necesidades  de  la 
Iglesia,  y  podemos  también  ejercitar  actos  de  amor  de  Dios,  de- 
teniéndonos en  el  fin  de  esta  parte  en  la  petición  de  este  amor, 
pidiéndolo  con  muy  entrañables  y  encendidos  deseos. 

Estas  son  las  tres  cosas  más  principales  que  debemos  tratar 
en  la  oración.  Mas  porque  el  Sabio  nos  aconseja  que  aparejemos 
nuestra  ánima  antes  de  la  oración,  será  necesario  presuponer  an- 
tes de  estas  tres  partes  la  cuarta,  que  es  una  humilde  y  devota 
preparación  para  orar.  Y  así  vendrán  á  ser  cuatro  partes  las  de 
este  ejercicio,  conviene  saber:  preparación,  hacimiento  de  gracias, 
ofrecimiento  y  petición,  de  las  cuales  trataremos  aquí  agora  por 
su  orden. 


DE  LA  UTILIDAD   DESTE   EJERCICIO   SUSODICHO 
Y  DE  LAS  PARTES  DEL 

CAPÍTULO  II. 


lUÉ  tan  grande  sea  la  utilidad  deste  ejercicio  susodi- 
cho, cristiano  lector,  no  sé  palabras  con  que  te  lo 
pueda  explicar.  A  lo  menos,  una  cosa  te  puedo  de- 
cir de  cierto,  que  muchos  años  anduve  buscando  entre  las  escrip- 
turas  de  muchos  libros  devotos  alguna  manera  y  orden  que  se 
pudiese  tener  en  esta  sancta  ocupación,  para  que  se  pudiese  en- 
señar palpablemente  á  los  que  de  nuevo  comienzan  á  recogerse 
y  tener  comunicación  y  trato  con  Dios,  y  apenas  hallé  cosa  que 
tanto  me  satisficiese  como  ésta,  por  razón  de  cinco  comodidades 
que  en  ella  hay. 

La  primera,  porque  aquí  entrevienen  expresamente  muchos 
actos  de  aquellas  altísimas  virtudes  que  arriba  dijimos:  porque 
aquí  entrevienen  actos  de  amor,  de  temor,  de  dolor  de  los  pe- 
cados, de  agradescimiento  de  los  beneficios  divinos,  de  humildad, 
y  reverencia,  y  obediencia,  y  reUgión,  y  de  otras  virtudes  seme- 
jantes que  en  este  ejercicio  se  platican,  como  en  el  proceso  cía, 
ramente  se  verá. 

La  segunda,  por  la  orden  que  estos  mismos  actos  llevan  en- 
tre sí:  porque  si  bien  lo  miras,  hallarás  que  cada  uno  déstos  pa- 
rece que  demanda  luego  por  su  misma  orden  el  que  se  sigue. 
Porque  primeramente  la  preparación  de  suyo  está  que  ha  de  pre- 
ceder á  todo  este  ejercicio,  y  que  la  más  conveniente  es  la  que 
comienza  por  la  acusación  de  los  pecados  y  por  la  humildad  y 
abatimiento  de  sí  mismo,  que  es  como  quien  hace  una  profunda 
reverencia  primero  que  se  ponga  á  hablar  con  un  señor  de  tanta 
majestad.  Esto  hecho,  convenientísimo  principio  es  para  pedir 
nuevas  mercedes,  entrar  reconosciendo  y  dando  gracias  por  las 
viejas.  A  la  cual  manera  de  entrada  nos  convida  el  Psalmista 
cuando  dice;  Comencemos  á  presentarnos  ante  la  cara  de  Dios 


272  GUIA  DE  PECADORES 


con  hacimiento  de  gracias,  como  traslada  S.  Hierónimo  en  este 
paso.  Tras  esto,  parece  que  luego  (como  ya  dijimos)  se  sigue 
aquel  afecto  que  significó  el  mismo  profeta  cuando  dijo:  ¡jQué 
daré  yo  al  Señor  por  todo  lo  que  me  ha  dado?  A]  cual  se  res- 
ponde con  el  ofrecimiento  y  resignación  que  luego  se  sigue.  ,, 

Y  tras  de  tal  ofrecimiento  (como  son  los  trabajos  y  meresci-  I 
mientos  de  Cristo)  ^qué  se  puede  mejor  seguir,  que  pedir  merce- 
des por  ellos,  que  es  la  cuarta  parte  deste  ejercicio? 

Y  en  esta  petición  ^en  qué  podemos  mejor  parar  y  reposar 
que  en  pedir  el  amor  de  Dios,  que  es  la  cosa  que  Él  más  huelga 
de  dar,  y  más  nos  conviene  recibir,  la  cual  es  de  tal  cualidad,  que 
el  mismo  pedirla  y  desearla  es  ya  principio  de  poseerla? 

Pues  ésta  es  una  de  las  principales  comodidades  que  tiene 
este  ejercicio,  que  la  una  parte  demanda  á  la  otra,  y  el  afecto  que 
precede  pide  luego  al  que  se  sigue.  Porque  la  condición  de  nues- 
tro corazón  es  ésta,  que  cuando  está  tocado  del  afecto  y  senti- 
miento de  alguna  cosa,  no  querría  soltarla  de  las  manos,  y  tiene 
cuasi  por  tormento  saHr  della  para  otra,  si  no  es  tan  consecuente  y 
tan  vecina  á  ella,  que  salir  á  ella  sea  como  quedarse  en  la  misma 
que  antes  estaba. 

La  tercera  comodidad  es,  que  como  sea  verdad  que  todos  los 
que  cesan  en  estos  ejercicios,  principalmente  cesen  por  falta  de 
materia  (que  es  por  agotárseles  y  acabárseles  el  hilo  de  la  medi- 
tación) aquí  no  ha  lugar  este  inconveniente:  porque  en  cada  cosa 
déstas  hay  tanta  materia  de  meditación,  que  si  el  hombre  quisie- 
re día  y  noche  entender  en  esto,  nunca  le  faltara  materia  que 
meditar.  Si  no,  mira  cuánto  hay  que  pensar  en  la  preparación 
acerca  de  la  grandeza  de  Dios  y  de  nuestra  vileza:  cuánto  en 
los  beneficios  divinos,  que  son  más  que  las  arenas  de  la  mar: 
cuánto  en  el  ofrecimiento,  especialmente  de  los  trabajos  y  méri- 
tos de  Cristo,  que  abrazan  todos  los  pasos  y  misterios  de  su  vida 
sanctísima:  cuánto  en  la  materia  de  la  petición,  que  comprehen- 
de  todos  los  vicios  y  virtudes,  y  todas  las  necesidades  y  mise- 
rias de  nuestra  vida,  para  las  cuales  pedimos  aquí  remedio:  cuán- 
to en  el  ejercicio  del  amor  divino,  donde  tantas  razones  y  consi- 
deraciones hay  para  despertarlo,  y  tantas  maneras  para  desearlo 
y  pedirlo.  Verdaderamente  cada  una  destas  partes  por  sí  sola 
basta  para  dar  materia  de  meditación,  á  veces  todo  el  tiempo  del 
ejercicio:  y  aun  así  conviene  hacerse,  cuando  el  Espíritu  Sancto 


LIBRO  III.  PARTE  II.  2/3 


nos  abriere  más  la  puerta  del  sentimiento  en  una  cosa  que  en 
otra,  aunque  se  gaste  en  ella  toda  la  hora. 

La  cuarta  y  muy  principal  comodidad  es,  que  todo  el  ejerci- 
cio (si  bien  se  mira)  de  tal  manera  va  ordenado,  que  aunque  va- 
mos por  todo  él  meditando,  siempre  podemos  ir  hablando  con 
Dios:  que  es  una  de  las  cosas  que  más  ayudan  á  tener  el  espíri- 
tu atento  y  levantado  á  lo  alto.  Porque  la  meditación  (cuando  de 
otra  manera  por  sí  sola  discurre  considerando  diversas  cosas  con 
que  despierte  el  afecto  de  la  devoción)  suele  ser  por  parte  de 
nuestra  flaqueza  natural  muy  instable,  porque  tiene  rail  salideros 
y  prendederos,  por  donde  unas  veces  desaparece,  otras  se  pren- 
de en  cosas  que  ya  salen  de  la  materia  de  meditación  fructuosa, 
y  á  veces  en  lugar  de  meditar  se  pone  el  hombre  á  estudiar  y 
especular,  no  tanto  para  encender  la  voluntad,  cuanto  por  en- 
señar el  entendimiento,  que  es  cosa  muy  diferente  del  fin  que 
aquí  se  pretende.  Mas  cuando  de  tal  manera  se  ordena  esto,  que 
siempre  varaos  hablando  y  platicando  con  Dios,  entonces  va  el 
espíritu  con  mayor  devoción  y  elevación  y  con  mayor  acata- 
miento y  reverencia  de  la  divina  majestad  con  quien  va  hablan- 
do, y  así  no  va  tan  flojo,  ni  tan  tibio,  ni  tan  instable,  no  se  de- 
rrama tanto  por  diversas  cosas,  como  acaesce  en  la  meditación. 
Por  donde  es  mucho  más  provechosa  esta  manera  de  proceder, 
que  la  otra,  por  esta  razón. 

Lo  quinto,  tiene  también  otra  cosa  este  ejercicio,  que  no  rae- 
nos  conviene  á  perfectos  que  á  principiantes:  porque  todas  estas 
cosas  generalraente  son  proporcionadas  á  todos,  sino  que  á  los 
principiantes  conviene  parar  más  en  la  preparación,  que  trata  de 
la  propria  confusión  y  dolor  de  los  pecados,  y  menos  en  la  pos- 
trera, que  trata  del  amor  divino:  mas  á  los  que  están  ya  de  al- 
gunos días  más  ejercitados,  conviene  más  el  ejercicio  de  la  pos- 
trera, que  trata  del  amor  divino,  que  es  materia  más  conveniente 
para  los  tales:  aunque  ni  el  ejercicio  de  los  penitentes  ha  de  ca- 
recer de  amor  (pues  el  verdadero  dolor  nasce  del  amor)  ni  el  de 
los  más  aprovechados  ha  de  carecer  de  dolor,  pues  todos  ofen- 
demos cada  día  en  muchas  cosas,  las  cuales  con  amoroso  dolor 
deben  ser  purgadas  y  lloradas. 

Una  sola  cosa  conviene  aquí  avisar,  y  es,  que  entre  estas  cinco 
partes  susodichas,  la  más  provechosa  es  el  ejercicio  en  el  amor  di- 
vino, que  se  pone  al  cabo.  Y  por  esto  debemos  mirar  que  de  tal 

OBRAS  DE  GRANADA.  X— 18" 


274  GUIA  DE  PECADORES 


manera  partamos  el  tiempo  con  las  otras,  que  siempre  quede  algo 
para  ésta:  porque  así  como  la  caridad  es  fin  de  todas  las  virtudes, 
así  el  ejercicio  della  es  el  fin  de  todos  los  otros  ejercicios,  y  por 
esto,  tratar  de  los  otros  y  no  déste,  sería  usar  de  los  medios 
y  no  conseguir  el  fin.  Presupuesto,  pues,  este  pequeño  pre- 
ámbulo, comencemos  á  tratar  de  cada  parte  de  éstas  por  su 
orden. 


PREPARACIÓN  Y  PRINCIPIO  DEL  EJERCICIO 

CAPÍTULO  III. 


' RIMERAMENTE,  antes  que  comencemos  á  hablar  con 
nuestro  Señor,  será  muy  bien  aparejar  el  corazón 
para  este  negocio  de  tanta  dignidad:  para  lo  cual 
debemos  hacer  las  tres  cosas  siguientes. 

La  primera  (porque  no  pensemos  que  hablamos  al  aire,  y 
que  está  muy  lejos  de  nosotros  el  que  nos  ha  de  oir)  pongamos 
ante  los  ojos  la  presencia  de  Dios,  que  hinche  cielos  y  tierra,  y 
está  en  todo  lugar  presente,  no  sólo  por  potencia  y  presencia, 
sino  también  por  verdadera  y  real  esencia.  Porque  dondequiera 
que  hay  algo  que  tenga  ser,  ahí  está  El  como  causa  y  fuente  del  ser, 
dándolo  á  todas  las  criaturas:  porque  la  causa  y  el  efecto  de  ne- 
cesidad han  de  estar  juntos  y  tocarse  uno  á  otro.  Y  por  esto  en 
todo  lugar  es  necesario  que  esté  Dios  presente,  y  así  lo  contem- 
plaba el  profeta  Elias  cuando  decía:  Vive  el  Señor  Dios  de  los 
ejércitos,  en  cuya  presencia  estoy. 

Pues  así  has  de  presuponer  que  está  Dios  presente  á  tu  ora- 
ción tan  entero  y  tan  grande  como  está  en  el  cielo,  y  pensar  que 
no  hablas  á  las  paredes,  sino  á  Dios  que  realmente  está  delante 
de  ti,  oyendo  tus  palabras,  y  mirando  tu  devoción  y  tus  lágrimas, 
y  delectándose  y  manteniéndose  de  ellas:  porque  aunque  univer- 
salmente  asista  Él  á  todas  las  criaturas,  mas  particularmente  asis- 
te á  los  que  oran,  como  expresamente  nos  lo  denunció  un  pro- 
feta diciendo:  No  hay  nación  en  el  mundo  tan  grande,  que  ten- 
ga sus  dioses  tan  cercanos  á  sí,  como  nuestro  Señor  Dios  asis- 
te á  todas  nuestras  oraciones.  Pues  ¿qué  más  bien  quieres  tú  que 
saber  tan  de  cierto  (aunque  no  lo  veas  con  ojos  de  carne)  que  te 
ve  y  te  oye  desta  manera  Aquél  que  tan  piadoso  y  poderoso  es 
para  remediar  tu  vida? 

La  segunda  cosa  que  debes  hacer  (después  q\se  así  te  veas 
en  su  presencia)  es  una  profundísima  reverencia  de  todo  cora- 
zón. Y  llamo  aquí  reverencia,  un  reconosciraiento  de  la  majestad 


2/6  GUIA   DE  PECADORES 


de  Aquél  á  quien  vas  á  hablar,  y  de  la  bajeza  de  ti  que  le  vas  á 
hablar,  como  lo  reconoscía  aquel  sancto  patriarca  que  decía:  Ha- 
blaré á  mi  Señor,  aunque  sea  polvo  y  ceniza.  Para  esto  debes  le- 
vantar un  poco  los  ojos  de  la  consideración  á  pensar  la  grande- 
za, la  majestad,  la  infinidad,  la  inmensidad,  la  omnipotencia,  la  sa- 
biduría, la  bondad,  la  hermosura  y  las  otras  perfecciones  deste 
soberano  Señor,  las  cuales  son  tan  grandes  y  sobrepujan  tanto 
el  entendimiento  así  humano  como  angélico  (que  como  dice  un 
religioso  doctor)  si  todo  el  universo  mundo  estuviese  lleno  de  li- 
bros, y  todas  las  criaturas  del  fuesen  escritores,  y  toda  el  agua 
de  la  mar  fuese  tinta,  antes  se  acabarían  todos  los  libros,  y  se  ago- 
taría la  mar,  y  se  cansarían  los  escritores,  que  pudiesen  cum- 
plidamente explicar  una  sola  de  sus  perfecciones.  Y  añade  más, 
diciendo  que  si  de  todos  los  corazones  de  los  hombres  se  hi- 
ciese un  solo  corazón  que  tuviese  la  virtud  y  capacidad  de  todos, 
y  éste  llegase  á  sentir  algo  de  cualquiera  destas  perfecciones  co- 
mo ella  es  en  sí,  no  sería  posible  que  á  la  hora  no  reventase,  si 
por  especial  milagro  de  Dios  no  fuese  para  ello  confortado.  Fi- 
nalmente, es  tan  grande  la  majestad  y  inmensidad  deste  Señor,  que 
toda  esta  tan  gran  máquina  del  mundo  con  todo  cuanto  ha}^  en 
ella,  apenas  es  una  pequeñita  hormiga  delante  de  él.  Pues  si  todo 
el  universo  mundo  no  es  más  que  esto  en  su  presencia,  tú  que  tan 
pequeña  parte  eres  del  mundo  ^jqué  parecerás  delante  del?  Pues 
este  provecho  (entre  otros)  te  traerá  esta  consideración,  que  más 
claramente  verás  por  ella  lo  que  eres.  Porque  muchas  veces  en 
levantando  los  ojos  á  aquella  beatísima  luz,  la  primera  cosa  que 
verás  será  tu  nada,  y  así  verás  cómo  todas  las  cosas  de  suyo  son 
nada,  y  cómo  él  les  da  todo  el  ser  y  hermosura  que  tienen,  y  có- 
mo en  él,  y  del,  y  por  él  son  y  se  conservan  todas  ellas. 

Esta  consideración  basta  para  que  el  hombre  se  humille  has- 
ta el  polvo  de  la  tierra,  y  encoja  sus  alas,  y  se  suma  en  los  abis- 
mos en  presencia  de  tan  grande  majestad.  Y  esta  misma  consi- 
deración bastará  para  hacerle  estar  con  temor  y  temblor  delante 
de  este  Señor:  y  cuanto  su  corazón  estuviere  más  tomado  deste 
temor,  tanto  menos  se  descuidará  ni  derramará  en  otros  pensa- 
mientos peregrinos:  porque  el  freno  del  temor  no  le  consentirá 
desmandarse  ni  descuidarse  en  presencia  de  tan  grande  majestad. 

Hecha  esta  reverencia,  la  tercera  cosa  que  debe  hacer  es,  que 
(porque  el  justo  al  principio  es  acusador  de  sí  mismo)  comience 


LIBRO  III.  PARTE  II.  277 


luego  á  acusarse  de  todos  sus  pecados,  trayendo  á  la  memoria 
de  la  manera  que  vivió  antes  que  el  Señor  le  abriese  los  ojos, 
y  de  la  que  vive  agora  en  el  tiempo  presente.  Porque  en  aquel 
tiempo  hallará  haberse  derramado  por  todos  los  vicios  del  mun- 
do, y  dejádose  llevar  (como  una  bestia  bruta)  de  todos  sus  ape- 
titos y  pasiones,  viviendo  como  un  gentil  que  ningún  conosci- 
miento  tiene  de  Dios.  Mas  agora  de  presente  considere  cuan 
mal  responde  á  las  inspiraciones  divinas,  cuan  mal  se  aprovecha 
de  las  oportunidades  y  aparejos  que  el  Señor  le  dio  para  bien 
vivir,  cuan  fácilmente  quebranta  sus  buenos  propósitos  por  cual- 
quier ocasión  que  se  le  ofrece,  cuan  amigo  es  de  sí  mismo  y  de 
su  propria  voluntad,  cuan  poco  ha  mortificado  sus  pasiones,  cuan 
poco  ha  aprovechado  en  las  virtudes,  cuan  subjecto  está  todavía 
á  la  vanagloria,  y  á  la  ira,  y  á  la  envidia,  y  á  la  gula,  y  á  la  li- 
viandad de  corazón,  y  á  las  risas  demasiadas,  y  á  las  palabras 
vanas.  Cuan  poco  amor  y  temor  tiene  para  con  Dios,  cuan  poca 
piedad  para  con  los  prójimos  y  cuan  poco  rigor  para  consigo: 
finalmente  cuan  poca  guarda  tiene  en  su  corazón,  en  sus  ojos,  en 
sus  oídos  y  en  su  lengua,  y  así  en  todo  lo  demás. 

Considerando,  pues,  todas  estas  miserias  y  culpas,  arrójese  á 
los  pies  del  Señor,  y  mirando  la  insuficiencia  que  de  su  parte  tie- 
ne para  presentarse  delante  del,  entre  por  aquellas  rosadas  y  amo- 
rosas llagas  de  su  sacratísimo  cuerpo,  para  que  con  la  eficacia 
de  ellas  y  con  aquella  ardentísima  sangre  que  de  ellas  mana,  sean 
lavadas  sus  manchas  y  quede  ?u  espíritu  limpio  y  hábil  para  pa- 
rescer  delante  del,  arrojando  todas  sus  miserias  y  imperfecciones 
y  todo  lo  que  ha}^  en  él  (que  desagrade  á  sus  limpísimos  ojos  y 
le  hace  desemejante  á  él)  en  estas  sacratísimas  fuentes  y  en  el 
abismo  de  su  infinita  bondad,  para  que  allí  sean  consumidas  y 
abrasadas,  y  él  con  ellas:  porque  su  ánima  sea  purificada  y  lim- 
pia, y  no  ha3^a  en  ella  cosa  que  ponga  impedimento  á  los  rayos 
de  su  beatísima  luz. 

Desta  manera,  pues,  se  arrepienta  de  sus  pecados  y  diga  su 
culpa  de  ellos,  y  propuesta  la  enmienda  de  ellos,  pida  perdón  al  Se- 
ñor, para  que  con  estos  actos  de  penitencia  haga  propicio  al  juez 
con  quien  ha  de  negociar  sus  negocios.  Para  lo  cual  podrá  decir 
con  toda  devoción  la  confesión  general,  ó  el  Psalmo  de  Miserere 
mei  Deiis^  ó  otra  cosa  semejante,  para  despertar  con  estas  sane- 


2/8  GUIA  DE  PECADORES 


tas  palabras  la  tibieza  que  el  corazón  suele  tener  al  principio  de 
la  oración. 

Y  no  sólo  pida  al  Señor  perdón  de  los  pecados,  sino  también 
ayuda  para  que  aquel  poco  de  tiempo  que  quiere  llegarse  á  ha- 
blar con  él,  esté  allí  con  aquel  temor  y  reverencia  que  se  debe  á 
tan  alta  majestad,  y  con  aquella  atención  y  humildad  que  se  re- 
quiere para  recebir  el  Espíritu  Sancto  y  la  gracia  de  la  devoción 
que  en  aquel  ejercicio  se  reparte  á  todos  los  que  religiosamente 
perseveran  en  él.  Esto  basta  para  la  preparación,  en  la  cual  pue- 
de el  hombre  extender  las  velas  todo  cuanto  quisiere  en  el  co- 
noscimiento  de  sí  mismo  y  de  sus  proprias  miserias,  según  que 
adelante  se  declara. 

También  ayudará  mucho  para  esta  misma  preparación  (cuan- 
do el  ánimo  estuviere  muy  derramado)  recojerlo  con  la  lición 
de  algún  libro  devoto,  ó  con  algunas  oraciones  vocales,  porque 
éstas  devotamente  dichas  suelen  ayudar  mucho  á  recojer  el  co- 
razón derramado. 


HACIMIENTO  DE  GRACIAS 

CAPÍTULO  IV. 

[espués  de  la  preparación  podemos  luego  comenzar  á 
dar  gracias  á  nuestro  Señor  por  los  beneficios  recebi- 
dos,  que  es  una  de  las  principales  partes  deste  ejerci- 
cio, como  ya  dijimos. 

Y  como  sean  innumerables  los  beneficios  divinos,  reduciré- 
moslos  aquí  á  diez  maneras  de  beneficios,  de  los  cuales  podemos 
hacer  un  psalterio  de  diez  cuerdas,  en  el  cual  con  el  profeta  Da- 
vid cantemos  y  alabemos  á  Dios.  Entre  estos  beneficios  el  pri- 
mero es  de  la  creación,  el  segundo  de  la  conservación,  el  terce- 
ro de  la  redempcion,  el  cuarto  del  bautismo,  el  quinto  del  lla- 
mamiento, el  sexto  de  las  inspiraciones  divinas,  el  séptimo  de  las 
preservaciones  de  males,  el  octavo  de  los  Sacramentos,  el  nove- 
no de  los  beneficios  particulares,  el  décimo  de  la  bienaventu- 
ranza de  la  gloria  que  nos  está  prometida.  En  cada  uno  destos 
beneficios  había  mucho  que  encarescer  y  que  decir:  mas  yo  no 
haré  por  agora  más  que  correr  sumariamente  por  todos  ellos  para 
que  se  entienda  la  importancia  del  beneficio  y  el  agradescimien- 
to  que  se  debe  por  él. 

§.  I. 

Pues  entre  estos  beneficios  el  primero  y  el  fundamento  de 
todos  es  habernos  Dios  criado  y  hecho  á  su  imagen  y  seme- 
janza. De  manera  que  hoy  ha  tantos  años  que  (cuanto  á  la  prin- 
cipal parte  de  ti,  que  es  el  ánima)  eras  nada:  y  fuiste  ab  eterno 
nada  (que  es  menos  que  una  hormiga,  menos  que  una  piedra, 
finalmente  nada)  y  así  pudieras  ser  eternalmente  nada:  y  tan  hon- 
rado se  quedara  el  mundo  que  fueras  tú  en  él  como  que  dejaras  de 
ser:  y  plugo  á  aquella  divina  bondad  ante  todo  merescimiento  tuyo, 
por  sola  misericordia  y  nobleza  suya,  sacarte  de  aquel  abismo 
y  de  aquellas  profundísimas  tinieblas  en  que  ab  eterno  morabas, 


28o  GUIA  DE  PECADORES 


y  darte  ser,  y  hacerte  algo,  y  no  cualquier  algo,  esto  es,  no  pie- 
dra, ni  ave,  ni  serpiente,  sino  hombre,  que  es  una  de  las  más 
nobles  criaturas  del  mundo.  En  el  cual  beneficio  nos  dio  este 
cuerpo  con  todos  sus  miembros  y  sentidos  (de  los  cuales  cuánto 
valga  cada  uno,  la  falta  del  lo  muestra  cuando  la  hay)  3^  esta 
ánima  racional  con  todas  sus  potencias,  hecha  á  su  imagen  y  se 
mejanza,  conviene  saber:  inmortal,  incorruptible,  intelectual  y 
capaz  del  mismo  Dios  y  de  su  misma  bienaventuranza.  Por  don- 
de verás  que  si  tanto  debes  á  los  padres,  porque  fueron  instru- 
mentos de  Dios  para  formar  tu  cuerpo,  (¡cuánto  más  deberás  al 
que  con  ellos  formó  tu  cuerpo,  y  sin  ellos  crió  tu  alma,  sin  la 
cual  el  cuerpo  no  fuera  más  que  una  bestia  muerta,  ó  un  pedazo 
de  carne  podrida. 

§.  n. 

El  segundo  beneficio  es  de  la  conservación:  porque  no  sólo 
te  sacó  de  no  ser  á  ser  mediante  el  beneficio  de  la  creación, 
sino  también  te  conserva  en  ese  ser  que  te  dio:  de  tal  manera, 
que  si  un  solo  punto  desviase  sus  ojos  de  ti,  luego  desfallecerías 
y  te  volverías  en  aquella  misma  nada  de  que  fuiste  criado.  De 
suerte  que  así  como  el  sol  produce  de  sí  los  rayos  de  la  luz  en 
este  aire,  y  el  mismo  que  los  produce  los  conserva  en  el  ser  que 
les  dio,  así  también  lo  hace  este  mismo  Señor  con  nosotros,  sa- 
cándonos de  no  ser  á  ser,  y  después  conservándonos  en  ese 
mismo  ser:  de  manera  que  lo  que  una  vez  nos  dio,  siempre  nos 
lo  está  dando  y  conservando,  que  es  como  si  de  nuevo  siempre 
nos  estuviese  criando. 

Para  esto  crió  todas  cuantas  cosas  hay  en  el  mundo,  pues 
todas  vemos  que  sirven  á  la  conservación  del  hombre,  cada  cual 
en  su  manera.  Porque  unas  son  para  mantenerle,  otras  para  ves- 
tirle, otras  para  curarle,  otras  para  recrearle,  otras  para  enseñar- 
le, y  otras  para  castigarle:  porque  de  todo  es  razón  que  haya 
en  la  casa  del  buen  padre:  y  es  cosa  muy  para  considerar,  ver  la 
largueza  y  abundancia  con  que  este  Señor  nos  proveyó  de  todo 
esto.  [Qué  de  manjares  crió  para  sustentarnos!  ¡Qué  de  paños 
para  vestirnos!  ¡  Qué  de  yerbas  para  curarnos!  Y  sobre  todo,  ¡que 
de  diferencias  de  cosas  para  recrearnos!  Porque  unas  sirven  para 
recreación  de  la  vista  (que  son  todas  las  flores  y  colores)  otras 


LIBRO  m.  PARTE  II.  28 1 


para  los  oídos  (que  son  todas  las  músicas  y  cantos  de  aves)  otras 
para  las  narices  (que  son  todos  los  olores  y  especies  aromáticas) 
otras  para  el  gusto  (que  son  cuasi  infinitas  maneras  de  frutas, 
de  pesces,  y  aves,  y  animales)  porque  todas  estas  cosas  son  más 
para  el  hombre  que  para  sí  mismas,  pues  más  goza  el  hombre 
del  servicio  y  usofructo  dellas,  que  ellas  mismas.  Mira,  pues,  cuan 
largamente,  y  cuan  regaladamente  se  hubo  Dios  contigo  en  esta 
parte,  y  cuántas  maneras,  de  beneficios  te  hizo  en  este  beneficio. 
Porque  en  él  se  comprehenden  todas  las  criaturas  del  mundo, 
que  fueron  criadas  para  tu  servicio,  pues  Dios  para  el  suyo  no 
tenía  de  ellas  necesidad.  Y  no  sólo  las  de  la  tierra,  sino  también 
las  del  cielo  (como  son  el  sol  y  luna,  estrellas  y  planetas)  y  aun 
las  que  están  sobre  los  cielos,  como  son  los  ángeles  que  ven 
su  cara,  los  cuales  también  diputó  para  nuestra  guarda  y  com- 
pañía. 

§.  m. 

El  tercero  beneficio  es  de  la  redempcíón:  el  cual  excede  todo 
lo  que  la  lengua  mortal  puede  encarescer  y  decir.  Porque  si  con- 
sideras en  él  estas  cinco  cosas,  conviene  saber,  lo  que  el  Señor 
por  este  beneficio  nos  dio,  el  medio  por  donde  lo  dio,  el  amor  con 
que  lo  dio,  la  persona  que  lo  dio,  y  la  persona  que  lo  recibió, 
cada  cosa  déstas  te  pondrá  nuevo  espanto  y  admiración,  y  en- 
tenderás que  ni  la  dádiva  pudo  ser  mayor,  ni  el  medio  más  ex- 
celente, ni  el  amor  más  subido,  ni  la  persona  que  lo  dió~  más 
digna,  ni  la  que  lo  recibió  (quitando  aparte  los  demonios)  más 
indigna. 

En  cada  cosa  déstas  hay  mucho  que  considerar,  y  particu- 
larmente en  la  grandeza  del  amor  con  que  el  Señor  obró  todo 
esto  (que  bastara  para  padescer  mil  veces  más  de  lo  que  pades- 
ció,  si  nos  fuera  necesario)  y  asimismo,  en  el  medio  que  esco- 
gió para  hacer  esta  obra,  que  fué  tomar  sobre  sí  todos  nuestros 
males,  para  hacernos  gracia  de  sus  bienes.  Aquí  entran  todos  los 
pasos  y  misterios  de  su  muerte  y  de  su  vida  sanctísima,  los  cua- 
les todos  son  partes  deste  beneficio,  3'  cada  uno  de  ellos  por  sí 
grandísimo  beneficio.  Aquí  entra  la  humildad  de  la  encarnación, 
la  pobreza  del  nascimiento,  la  sangre  de  la  circuncisión,  el  des- 
tierro de  Egipto,  el  ayuno  del  desierto,  los  caminos,  las  vigilias, 


282  GUIA  DE  PECADORES 


los  trabajos  y  persecuciones  de  la  vida,  los  dolores  y  afrentas 
de  la  muerte  (que  fueron  tantas  cuantas  nunca  jamás  se  vieron) 
por  las  cuales  todas  y  por  cada  una  en  particular  debemos  dar 
infinitas  gracias  á  este  Señor  que  por  tan  ásperos  caminos  nos 
buscó,  y  por  tan  caro  precio  nos  compró,  para  darnos  más  claro 
testimonio  de  lo  mucho  que  nos  amaba,  y  echar  mayor  cargo 
y  obligación  sobre  nuestros  hombros,  para  qne  así  le  amásemos 
como  nos  amó. 


§.  IV. 

El  cuarto  beneficio  es  del  bautismo,  por  el  cual  aquel  Señor 
de  infinita  piedad  y  misericordia,  sin  preceder  algún  meresci- 
miento  de  nuestra  parte,  por  sola  bondad  y  misericordia  suya, 
tuvo  por  bien  lavarnos  con  aquella  agua  que  salió  de  su  pre- 
cioso costado,  y  desterrar  con  ella  la  fealdad  de  nuestras  ánimas, 
y  librarnos  de  la  tiranía  de  nuestros  enemigos  (que  son  pecado, 
infierno,  demonio  y  muerte)  y  hacernos  templo  vivo  y  morada 
suya,  y  darnos  allí  espíritu  de  adopción  (que  es  ser  recibidos 
por  hijos  de  Dios)  y  proveernos  de  todos  los  atavíos  que  para 
esta  dignidad  se  requerían  (que  son  la  gracia  y  las  virtudes  in- 
fusas y  dones  del  Espíritu  Sancto)  con  las  cuales  parezcamos 
hermosos  en  los  ojos  de  Dios,  y  cobremos  nuevas  fuerzas  para 
triunfar  del  demonio,  para  que  así  podamos  conseguir  el  fin  para 
que  fuimos  criados, que  es  el  reino  de  los  cielos.  Pues  ¿con  qué 
pagarás  al  Señor  este  beneficio? 

¿Qué  le  darás,  porque  entre  tanta  muchedumbre  de  naciones 
bárbaras,  de  infieles,  de  turcos,  de  moros,  de  gentiles  (que  ado- 
ran piedras,  y  palos,  y  serpientes)  quiso  el  Señor  que  fueses  cris- 
tiano, y  que  te  cupiese  la  suerte  en  el  gremio  de  la  Iglesia,  y  en  la 
heredad  y  casa  del  Señor,  y  en  el  Arca  del  verdadero  Noé,  para 
que  no  perecieses  con  todo  el  otro  restante  del  mundo  en  el  di- 
luvio de  la  infidelidad,  donde  tantos  millones  de  ánimas  cada  día 
perecen  ?  Mira  cuántas  ánimas  crió  Dios  el  día  que  crió  la  tuya, 
de  las  cuales  unas  cayeron  en  Turquía,  otras  en  Guinea,  otras 
en  Berbería  &c.  y  así  pudiera  caer  la  tuya,  y  no  quiso  este  Se- 
ñor que  cayese  sino  en  el  paraíso  y  gremio  de  su  Iglesia,  que  es 
la  casa  de  los  hijos  de  Dios  y  de  sus  predestinados.  Pues  ¿qué 
les  darás  por  este  beneficio? 


LIBRO  III.  PARTE  II.  283 


§.  V. 

El  quinto  beneficio  es  del  llamamiento:  y  entiendo  aquí  por 
llamamiento,  si  algún  tiempo  viviste  rotamente  sin  ningún  temor 
de  Dios,  y  agora  vives  de  otra  manera,  trabajando  con  todas 
tus  fuerzas  por  evitar  todo  pecado  mortal.  Á  esto  pongo  nom- 
bre de  llamamiento:  porque  es  grandísima  conjectura  para  creer 
que  eres  llamado  á  la  gracia,  pues  esta  mudanza  no  parece  de 
carne  ni  sangre,  sino  de  la  diestra  del  muy  alto. 

Pues  si  habiendo  vivido  algún  tiempo  en  aquel  estado  mise- 
rable, te  sacó  Dios  de  allí  con  su  piadosa  y  poderosa  mano,  y  te 
puso  en  éste,  <jqué  gracias  será  razón  que  le  des  por  este  bene- 
ficio? Porque  no  entra  aquí  un  solo  beneficio,  sino  otros  muchos 
que  andan  en  compañía  de  éste.  Porque  un  beneficio  fué  espe- 
rarte tanto  tiempo  á  penitencia,  sin  cortar  el  hilo  de  la  mala  vida, 
que  por  ventura  se  cortó  á  otros  que  quizá  por  esta  causa  es- 
tarán agora  penando  en  el  infierno.  Otro  fué  sufrir  tantos  peca- 
dos, tantos  atrevimientos,  tantas  torpezas,  tantas  desobediencias 
y  tantas  desvergüenzas  como  en  aquel  estado  te  sufrió  con  tan 
larga  paciencia:  otro  fué  en  lugar  de  castigos  enviarte  tantos  avi- 
sos, y  maestros,  y  despertadores,  y  tantas  buenas  inspiraciones 
para  despertarte  y  sacarte  de  aquel  peligro.  Otro  fué  llamarte 
con  tan  poderoso  llamamiento,  que  bastase  para  romper  las  ca- 
denas con  que  estabas  preso,  que  eran  el  deleite  del  vicio,  y  el 
poder  del  demonio,  y  la  fuerza  de  la  mala  costumbre,  que  es  la 
soga  de  los  tres  ramales  con  que  el  demonio  tiene  preso  á  los 
suyos:  la  cual  dificultosísimamente  se  rompe.  Otro  fué  recebir- 
te  finalmente  como  al  hijo  pródigo  en  su  casa,  y  perdonarte  (si 
por  ventura  estás  ya  perdonado)  tantos  pecados,  y  hacerte  llano 
el  camino  del  cielo,  y  darte  otro  corazón  con  el  cual  te  fuese 
dulce  lo  que  antes  era  amargo,  y  te  amargase  lo  que  antes  era 
dulce,  para  que  así  pudieses  perseverar  en  el  bien. 

Y  sobre  todo  esto  es  mucho  más  de  notar  haber  hecho  el  Se- 
ñor esto  por  pura  gracia  y  misericordia,  que  es  ante  todo  me- 
recimiento tuyo,  porque  en  aquel  estado  no  se  puede  hacer  cosa 
alguna  que  tenga  mérito  ni  precio  delante  del.  ¿  Cuántos  millares 
de  ánimas  piensas  que  estarán  agora  penando  en  el  infierno  por 
no  haber  usado  el  Señor  con  ellas  de  tan  grande  beneficio,  esto 


284  GUIA  DE  PECADORES 

es,  ó  porque  no  las  esperó  tanto  tiempo,  ó  porque  no  las  sufrió 
con  tanta  paciencia,  ó  porque  no  las  llamó  con  tan  poderoso 
llamamiento,  ó  porque  no  las  confirmó  con  tan  abundante  gra- 
cia? Pues  ^qué  heciste  tú  más  que  ellas?  ¿Qué  más  mereciste 
que  ellas,  para  que  fueses  tanto  más  dichoso  que  ellas?  Si  eres  tú 
uno  de  los  dos  que  estaban  moliendo  en  una  misma  atahona,  ó 
dormiendo  en  una  cama  (esto  es,  en  el  mismo  deleite  ó  en  la 
misma  culpa)  ^  porqué  habías  de  ser  tú  más  el  que  tomaron  para 
la  gloría,  que  el  que  dejaron  para  la  pena,  estando  ambos  en  una 
misma  culpa?  ^  Porqué  habías  de  ser  tú  escogido  para  vaso  pre- 
cioso de  la  mesa  de  Dios,  y  el  otro  dejado  para  vaso  sucio  de 
que  se  sirviese  el  demonio  ? 

Corre  por  todas  las  edades  pasadas,  y  acuérdate  de  los  niños 
y  de  los  mozos  que  tuviste  ó  por  vecinos,  ó  por  amigos,  ó  por 
compañeros  de  tus  disoluciones  y  de  tus  vicios,  los  cuales  per- 
manescieron  ó  acabaron  por  ventura  en  aquel  mismo  estado 
de  donde  Dios  á  ti  te  sacó,  y  mira  cuan  gran  misericordia  fué 
que  permanesciendo  ellos  en  aquel  mismo  estado,  sacase  Dios 
á  ti  de  tal  peligro,  habiendo  perseverado  con  ellos  en  un  mismo 
delicto.  Vuélvete,  pues,  á  Dios,  y  dile:  Señor  (jqué  vistes  en  raí? 
¿Qué  necesidad  teníades  Vos  de  mí?  ¿  Qué  servicios  os  hice  yo? 
¿De  dónde  á  mí  tanto  bien  que  dejando  aquéllos  en  sus  tinieblas, 
enviásedes  á  mí  este  rayo  de  luz?  ¿Qué gracia  os  daré  por  este 
beneficio?  ¿Con  qué  palabras  os  alabaré?  Alabeos,  Señor,  mi 
lengua,  y.  mi  corazón,  y  todos  mis  huesos  digan:  Señor  ¿quién  es 
como  vos?  ¿  Quién  pudiera  hacer  esta  mudanza  sino  vos?  ¿Quién 
pudiera  librarme  de  la  garganta  de  aquella  antigua  serpiente 
sino  vos?  ¿Quién  me  pudiera  hacer  amargo  lo  dulce  y  dulce  lo 
amargo  sino  vos?  Alabad  (dice  el  Profeta)  al  Señor,  porque  es 
bueno  y  porque  su  misericordia  permanece  en  todos  los  siglos. 
¿Quién  quieres,  Profeta,  que  le  alabe?  ¿Quién  tendrá  lengua  para 
saber  pronunciar  sus  alabanzas  ?  Alábenlo  (dice  él)  los  que  han 
sido  redemidos  del  Señor,  los  que  Él  libró  de  la  mano  del  ene- 
migo: porque  solos  ésos  tendrán  lengua  para  alabarle,  que  tienen 
experiencia  de  ese  tan  grande  beneficio. 

§•  VI. 

El  sexto  beneficio  es  de  las  inspiraciones  y  buenos  propósi- 
tos que  el  Señor  nos  envía,  con  que  nos  despierta  siempre  y  nos 


LIBRO  III.  PARTE    II.  285 


llama  á  todo  bien.  Porque  así  como  el  corazón  está  siempre  en- 
viando espíritus  y  calor  á  todos  los  miembros  del  cuerpo,  así  el 
Espíritu  Sancto,  que  (según  Sancto  Tomás)  es  como  corazón  de  la 
Iglesia,  siempre  está  inspirando  buenas  inspiraciones  y  propósitos 
en  el  ánima  ;donde  mora.  Pues  según  esto,  todas  cuantas  buenas 
obras  has  hecho,  cuantos  buenos  deseos  y  propósitos  has  teni- 
do, cuantas  lágrimas  has  derramado,  cuantas  consolaciones  del 
Espíritu  Sancto  has  recebido,  cuantos  pasos  buenos  has  dado,  cuan- 
tas lumbres  y  sentimientos  de  Dios  has  tenido,  cuantos  buenos  pen- 
samientos has  pensado,  en  cuantos  negocios  has  acertado,  todos 
son  beneficios  de  Dios:  porque  así  como  todas  cuantas  gotas  de 
agua  caen  en  la  tierra,  vienen  de  la  mar  (que  es  fuente  de  todas 
las  aguas)  así  cuantas  maneras  de  bienes  suceden  á  los  hombres, 
todos  nascen  del  pélago  de  los  bienes,  que  es  Dios.  Porque  sen- 
tencia es  de  muchos  teólogos  que  para  hacer  una  obra  meritoria 
(demás  de  la  gracia  habitual  del  Espíritu  Sancto)  es  menester 
especial  ayuda  y  tocamiento  de  Dios,  que  interiormente  nos  to- 
que y  nos  despierte  á  bien  obrar. 

De  donde,  así  como  cuando  un  hombre  enfermo  de  modo- 
rra está  muy  cargado  de  sueño,  le  ponemos  otro  al  lado  que  de 
rato  en  rato  le  esté  avisando  que  no  se  duerma,  así  habemos  de 
imaginar  que  está  el  Espíritu  Sancto  á  nuestro  lado  ejercitando 
con  nosotros  esto  mismo:  y  esto  por  tantas  vías  y  maneras  y 
tan  á  la  continua,  que  parece  que  no  tiene  otro  oficio  en  que  en- 
tender sino  solo  éste.  Por  donde  cada  vez  si  el  .hombre  sintiese 
que  interiormente  le  mueven  acá  dentro  á  que  despierte  y  se 
acuerde  de  Dios,  ó  que  ponga  las  manos  en  alguna  buena  obra, 
luego  había  de  reconoscer  la  visitación  y  beneficio  de  la  pre- 
sencia divina,  y  hacerle  una  profunda  reverencia  en  su  ánima,  y 
acudir  luego  á  poner  por  obra  lo  que  se  le  manda. 

§.  VIL 

El  séptimo  beneficio  es  de  las  preservaciones  de  males,  el 
cual  comprehende  todos  los  males  del  mundo,  de  que  el  Señor 
por  su  misericordia  nos  ha  librado.  Entre  los  cuales  hay  males 
de  naturaleza,  y  males  de  fortuna,  y  males  de  culpa,  que  son  to- 
das las  maneras  de  pecados  que  hay  en  el  mundo. 

Pues  has  de  tener  por  cierto  que  ningún  mal  hay  que  tenga 


286  GUIA  DE  PECADORES 


un  hombre,  que  no  le  pueda  tener  otro  hombre,  pues  es  hombre 
como  él,  y  hijo  de  Adán  como  él,  y  concebido  en  pecado  como 
él,  y  finalmente  compañero  de  la  misma  naturaleza  y  de  la  mis- 
ma culpa,  y  así  subjecto  á  la  misma  miseria  que  él. 

Según  esta  cuenta,  todos  cuantos  males  hay  en  el  mundo, 
son  beneficios  tuyos,  pues  en  todos  ellos  pudieras  haber  caído, 
si  Dios  por  su  misericordia  no  te  hubiera  preservado.  Ves  uno 
ciego,  otro  lisiado,  otro  tullido,  otro  loco,  otro  con  los  dolores  de 
la  gota,  otro  de  la  piedra,  otro  preso  tantos  años  ha,  otro  cati- 
vo, otro  condenado  á  las  galeras,  otro  al  cuchillo,  con  otros  mi- 
llones de  males  que  ves  á  cada  paso  y  á  cada  hora  por  ese  mun- 
do: cada  vez  que  esto  vieses,  habías  de  hincar  las  rodillas  del 
corazón  á  Dios  y  levantar  las  manos  al  cielo  diciendo:  Señor,  esto 
os  debo  yo  á  vos.  Sea  para  siempre  bendito  vuestro  nombre, 
que  yo  pudiera  ser  como  éste  y  como  aquél,  y  si  así  me  viera, 
quizá  perdiera  la  paciencia,  y  deseara  acabar  la  vida,  y  diera  to- 
dos los  tesoros  del  mundo  por  no  verme  así,  y  besara  los  pies  á 
quien  desto  me  Ubrara,  y  oñ'eciéramele  por  esclavo  perpetuo. 
Pues  beso.  Señor  mío,  vuestros  pies  y  vuestros  manos  millares 
de  veces,  y  ofi'ézcome  por  vuestro  perpetuo  esclavo,  y  doos  in- 
finitas gracias,  porque  por  sola  vuestra  misericordia  enderezas- 
tes  mi  vida  de  tal  manera  que  no  me  viese  en  estos  males. 

§.  vni. 

El  octavo  beneficio  es  el  de  los  Sacramentos,  y  señaladamen- 
te de  la  confesión  y  comunión.  Pues  ¿cuánto  debes  al  Señor  por 
haberte  dejado  una  fuente  abierta  en  su  precioso  costado,  para 
que  en  ella  te  bañases  y  lavases  todas  cuantas  veces  sintieses  tu 
ánima  amancillada  con  algún  pecado  ?  ¿  Qué  es  el  sacramento  de 
la  confesión,  sino  un  baño  limpísimo  para  lavar  nuestras  máculas, 
y  una  medicina  perfectisima  para  sanar  nuestras  enfermedades, 
y  un  medio  eficacísimo  para  reconciliarnos  con  Dios  á  costa  de 
la  sangre  de  Cristo?  Dime,  si  estuvieses  sentenciado  á  una  muerte 
afrentosa,  ó  á  cien  azotes  por  las  calles  públicas,  y  un  amigo  tu^'^o 
por  pura  nobleza  y  misericordia  se  pusiese  á  pasar  aquella  ver- 
güenza y  recebir  aquellos  azotes  por  ti,  y  tú  le  vieses  desta  ma- 
nera ir  azotando  por  las  calles  con  una  soga  á  la  garganta,  ¿  con 
qué  ojos  le  mirarías?  ¿Con   qué  corazón  le  agradecerías  aquel 


LIBRO  III.  PARTE   II.  287 


tan  grande  beneficio?  Pues  ninguna  otra  cosa  pienses  que  es  el 
sacramento  de  la  confesión  sino  ésta.  Porque  tú  estabas  senten- 
ciado á  azotes  y  á  muerte  perpetua  por  tus  pecados,  y  el  Hijo  de 
Dios  movido  de  pura  lástima  y  compasión,  se  atravesó  de  por 
medio  y  se  puso  á  esperar  los  azotes  y  sentencia  que  tú  mere- 
cías: y  en  virtud  de  esta  satisfacción  manda  Dios  al  sacerdote 
qne  te  dé  por  libre,  porque  ya  se  entregó  de  la  deuda  que  le 
debías,  en  las  espaldas  de  su  Hijo.  Pues  ¿con  qué  corazón,  con  qué 
amor,  con  qué  ojos  será  razón  que  mires  á  quien  tal  hizo  por  ti? 
¿Y  qué  no  será  razón  que  hagas  tú  por  él  ? 

Pues  del  sacramento  de  la  comunión  ¿qué  diré?  Éste  es  el  sa- 
cramento de  sacramentos,  el  misterio  de  misterios,  el  beneficio  de 
beneficios  y  el  memorial  de  todas  las  maravillas  de  Dios.  Éste 
es  sacramento  de  gracia,  sacramento  de  amor,  sacramento  de 
unidad,  sacramento  de  devoción  y  de  remisión  y  de  todos  los 
bienes.  Aquí  es  el  hombre  visitado  de  Dios,  aquí  es  honrado  con 
la  presencia  divina,  aquí  es  hecho  templo  vivo  de  la  Sanctísima 
Trinidad.  Aquí  se  da  la  gracia  en  mayor  abundancia  que  en  los 
otros  sacramentos,  aquí  se  gusta  la  divina  suavidad  en  su  misma 
fuente,  aquí  se  enciende  el  fuego  del  amor  de  Dios,  aquí  se  abra- 
za el  ánima  con  su  esposo,  de  donde  resultan  en  ella  maravillo- 
sos deleites.  Éste  es  el  viático  con  que  se  ha  de  andar  este  cami- 
no del  cielo,  y  éste  es  el  pan  de  trabajadores,  con  que  se  es- 
fuerzan los  que  trabajan  y  cavan  en  la  viña  del  Señor.  Aquí  se 
renuevan  los  buenos  propósitos,  aquí  reverdecen  los  buenos  de- 
seos, aquí  se  acrescienta  la  devoción,  aquí  se  abren  las  fuentes 
de  las  lágrimas,  aquí  se  refresca  la  juventud  del  ánima,  y  aquí 
finalmente  se  mantiene  y  come  de  Cristo,  que  es  el  mayor  bien 
que  en  esta  vida  se  puede  recebir.  Porque  no  es  otra  cosa  co- 
mer á  Cristo,  sino  hacernos  participantes  de  su  espíritu,  de  su 
gracia  y  de  su  justicia,  de  sus  merescimientos  y  de  todas  sus 
virtudes  y  trabajos.  Porque  así  como  el  que  come  hace  suyo 
proprio  lo  que  come,  y  no  como  quiera  suyo,  sino  su  misma  car- 
ne y  su  misma  sangre,  así  comer  á  Cristo  no  es  otra  cosa  que  apli- 
car á  nosotros  y  hacer  nuestros  los  bienes  de  Cristo,  para  que  así 
seamos  mirados  del  Padre  eterno  con  aquellos  ojos  que  es  mira- 
do él,  no  ya  como  extraños  y  peregrinos,  sino  como  partes  y 
miembros  de  su  mismo  Hijo.  Pues  ¿qué  mayor  gracia,  qué  raa* 
yor  misericordia  que  ésta? 


GUIA  DE  PECADORES 


§.  IX. 

Todos  estos  beneficios  de  que  hasta  aquí  habernos  tratado, 
por  la  mayor  parte  son  comunes  á  todos  los  fieles:  quedan  des- 
pués déstos  los  particulares  y  ocultos  que  cada  uno  por  su  parte 
habrá  recibido,  de  los  cuales  así  como  nadie  puede  hacer  suma, 
así  el  que  los  ha  recibido  no  puede  tener  de  ellos  ignorancia. 
Discurre,  pues,  por  todas  aquellas  tres  maneras  de  bienes  que  se 
hallan  en  los  hombres,  que  son  bienes  de  naturaleza,  de  fortuna 
y  de  gracia,  y  mira  en  lo  que  te  ha  aventajado  el  Señor  sobre 
otros  muchos  hombres,  y  reconosce  que  de  todo  eso  le  eres  deu- 
dor. Mira' (cuanto  á  los  bienes  de  naturaleza)  las  habilidades  na- 
turales que  te  ha  dado,  el  ingenio,  la  condición,  la  discreción  na- 
tural, los  padres,  la  patria,  el  linaje,  las  fuerzas,  la  salud,  la  vida, 
y  otras  cosas  semejantes.  Cuanto  á  los  bienes  de  fortuna,  mira  la 
hacienda  y  el  patrimonio  que  te  dio,  la  honra,  el  lugar,  el  oficio, 
y  otras  cosas  semejantes  que  no  nascen  con  nosotros,  sino  nos 
vinieron  después  por  la  providencia  de  Dios.  Cuanto  á  los  bienes 
de  gracia,  mira  si  por  ventura  has  recebido  algunos  particulares 
dones  del  Señor,  como  son  lágrimas,  devoción,  castidad,  caridad 
y  misericordia  para  con  los  prójimos,  menosprecio  de  hacienda, 
de  oficios  y  dignidades,  y  contentamiento  con  lo  que  Dios  te  dio. 
Mira  si  ha  mucho  tiempo  que  te  preservó  de  pecado  mortal,  que 
es  una  grande  y  singular  prenda  de  la  divina  gracia.  Mira  los  pe- 
ligros y  tentaciones  que  por  su  misericordia  y  providencia  has 
vencido,  y  otras  cosas  semejantes. 

Mira  también  con  los  bienes  de  gracia  los  aparejos  que  el  Se- 
ñor te  ha  dado  para  bien  vivir,  los  maestros,  los  confesores,  los 
predicadores,  los  compañeros,  la  doctrina,  el  oficio  y  el  estado 
en  que  te  puso.  Si  eres  sacerdote,  si  bien  casado,  ó  por  ventura 
Ubre  de  las  cargas  del  matrimonio,  y  con  esto  vives  contento  y 
seguro,  que  es  mayor  bien  que  el  primero.  Y  sobre  todo  mira  si 
eres  religioso,  mayormente  en  provincia  ó  monesterio  donde  flo- 
rece la  observancia  regular:  porque  si  hay  cosa  en  el  mundo  que 
tenga  imagen  y  semejanza  del  cielo,  es  la  congregación  obser- 
vante de  la  vida  religiosa,  por  razón  de  la  paz  y  quietud  interior 
y  exterior  que  allí  se  halla,  y  de  la  buena  compañía,  que  es  el 
paraíso  de  la  tierra,  y  de  los  aparejos  y  ayudas  grandes  para  bien 
vivir,  y  de  los  votos  esenciales,  que  hacen  de  hombre  ángel. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  289 


Otros  beneficios  hay  más  ocultos  que  éstos,  los  cuales  aun  el 
mismo  que  los  tiene  no  los  conosce.  Porque  muchas  veces  infun- 
de el  Señor  algunos  dones  y  virtudes  en  el  ánima  tan  secreta- 
mente, que  el  mismo  que  los  recibe  no  los  entiende,  como  lo  sig- 
nificó el  Santo  Job  cuando  dijo:  Si  viniere  á  mí,  no  le  veré,  y  si  se 
fuere,  también  esto  ignorará  mi  ánima,  Y  hacer  él  esto  así,  es  do- 
blada misericordia,  porque  esto  es  asegurarnos  del  peligro  de  la 
soberbia,  para  que  así  esté  en  nosotros  más  segura  la  gracia:  que 
es  como  quien  da  el  tesoro,  y  da  también  la  llave  para  guardar 
el  tesoro. 

Y  así  como  hay  dones  ocultos,  así  también  hay  preservacio- 
nes de  males  ocultos,  que  el  mismo  hombre  preservado  no  en- 
tiende. ¿Qué  sabes  tú  si  estando  alguna  vez  para  pasar  por  una 
calle  (donde  por  ventura  se  te  ofreciera  ocasión  para  alguna  culpa 
semejante  á  la  que  David  cometió  por  la  ocasión  que  tuvo)  te  es- 
torbó Dios  ese  camino,  ó  te  puso  en  corazón  que  fueses  por  otra 
parte  para  excusarte  de  ese  peligro?  ¿Cuántas  veces  habrá  hecho 
el  Señor  con  nosotros  aquello  que  hizo  con  S.  Pedro  cuando  le 
dijo:  Pedro, Satanás  andaba  muy  solícito  para  acribaros  y  aven- 
taros como  á  trigo,  mas  yo  hice  oración  por  ti  porque  no  des- 
falleciese tu  fe?  ¿Cuántas  veces,  pues,  habrá  el  Señor  prevenido 
con  su  providencia  paternal  nuestros  peligros,  y  atajado  los  pasos 
al  deraonio,y  enflaquecido  las  fuerzas  de  nuestro  adversario  para 
que  no  prevaleciese  contra  nosotros?  Pues  por  estos  beneficios 
ocultos  no  menos  le  debemos  gracias  que  por  los  manifiestos, 
sino  muchas  más.  Porque  así  como  por  los  pecados  ocultos  le 
debemos  pedir  perdón,  así  por  los  beneficios  ocultos  le  debemos 
agradescimiento. 

§.x. 

El  décimo  beneficio  es  de  la  glorificación  que  adelante  se  nos 
promete  por  corona,  y  agora  se  posee  por  la  esperanza.  Aquí  pue- 
de el  hombre  espaciarse  cuanto  quisiere  en  la  consideración 
deste  soberano  bien,  y  aquí  puede  alargar  la  vista,  y  extender  los 
ojos,  y  considerar  la  grandeza  deste  bien  que  nos  está  guardado. 
Sube  pues,  hermano,  con  el  espíritu  á  esta  noble  región,  y  mira 
atentamente  quesera  ver  la  hermosura  de  aquella  ciudad  soberana, 
aquellos  muros  y  puertas  de  piedras  preciosas,  aquellas  plazas  de 

OBRAS  DE  GRANADA  X— 19 


290  GUIA   DE  PECADORES 


oro  purísimo  y  aquellas  arboledas  y  fuentes  de  agua  viva.  ¿  Qué  será 
ver  aquellos  nueve  coros  de  ángeles  repartidos  en  sus  hierarquías, 
tan  hermosos,  tan  gloriosos,  tan  bien  ordenados  y  tan  resplan- 
descientes?  <jQué  será  ver  aquellas  órdenes  y  sillas  de  vírgines, 
de  confesores,  de  mártires,  de  apóstoles,  de  patriarcas  y  de  pro- 
fetas? ¿Qué  será  ver  la  sacratísima  Virgen  señora  y  abogada  nues- 
tra sobre  todos  los  coros  de  los  ángeles  ensalzada?  ¿Qué  será  ver 
aquella  sacratísima  humanidad  de  Cristo  Señor  nuestro  y  herma- 
no nuestro,  asentada  á  la  diestra  del  Padre,  abogando  por  nos- 
otros y  haciendo  nuestros  negocios  ?  ¿Qué  será  sobre  todo  esto  ver 
Aquél  á  quien  ver,  es  verlo  todo,  gozarlo  todo,  y  poseerlo  todo 
y  saberlo  todo  de  una  vez?  ¿  Qué  será  ver  aquella  luz  inmensa, 
aquella  hermosura  infinita,  aquel  piélago  de  riquezas,  aquel  abis- 
mo de  deleites  y  aquella  fuente  de  todos  los  bienes  ?  ¿  Qué  será 
oir  aquella  música,  asentarse  á  aquella  mesa,  pasear  por  aquellas 
plazas  y  conversar  con  aquellos  ciudadanos  tan  nobles,  tan  san- 
ctos,  tan  hermosos  y  tan  discretos?  Pues  ¿qué  debes  al  Señor  que 
para  tan  grande  bien  te  crió,  y  te  redimió,  y  te  ha  esperado  hasta 
agora,  y  te  ayuda  siempre  para  alcanzar  esta  corona  ? 


Aviso  de  la  manera  del  dar  las  gracias, 

'uES  por  todos  estos  beneficios  debes  dar  infinitas  gracias  á 
este  Señor:  y  para  que  con  mayor  atención  puedas  hacer 
esto,  es  muy  buen  consejo  proceder  en  este  hacimiento  de  gra- 
cias hablando  con  el  mismo  Señor,  y  enderezando  las  palabras  á 
Él,  diciendo  así,  ó  de  otra  manera  semejante. 

Gracias  te  do}',  Señor,  porque  me  heciste  y  criaste  á  tu  ima- 
gen y  semejanza,  dándome  este  cuerpo  con  todos  sus  sentidos,  y 
esta  ánima  con  todas  sus  potencias  para  que  te  conociese  y 
amase  &c. 

Gracias  te  doy  por  el  beneficio  de  la  conservación,  porque 
tú  mismo  que  me  criaste,  me  estás  siempre  conservando  en  este 
ser  que  me  diste,  y  porque  para  esta  misma  conservación  criaste 
todas  cuantas  cosas  hay  en  este  mundo,  el  cielo,  la  tierra,  la  mar, 
el  sol,  la  luna,  las  estrellas,  los  árboles,  las  aves,  los  pesces,  los  ani- 
males, y  finalmente  todas  las  otras  cosas  que  criaste,  unas  para 
mantenerme,  otras  para  curarme,  otras  &c. 


LIBRO   III.   PARTE  II.  29 1 


Gracias  te  doy  por  el  beneficio  de  la  redempción,  que  es  por 
aquella  incomprehensible  bondad  y  misericordia  de  que  comigo 
usaste,  y  por  aquella  profundísima  humildad  y  ardentísima  cari- 
dad con  que  me  amaste  y  te  abajaste  á  sufrir  por  mí  tantas  y  tan 
grandes  fatigas.  Gracias  te  doy  por  todos  los  pasos  y  trabajos 
de  tu  vida  sanctísima  y  de  tu  afligida  y  deshonrada  muerte.  Gra- 
cias te  doy  por  la  humildad  de  la  encarnación,  por  la  pobreza 
del  nascimiento,  por  la  sangre  de  la  circuncisión,  por  el  destierro 
de  Egipto,  por  el  ayuno  y  tentación  del  desierto,  por  las  vigilias 
de  las  oraciones,  por  el  cansancio  de  los  caminos,  por  el  discurso 
de  las  predicaciones,  por  el  trabajo  de  las  persecuciones,  por  las 
calumnias  de  tus  adversarios  y  por  la  pobreza  y  humildad  de 
toda  tu  vida  sanctísima.  Gracias  te  doy  por  todas  las  fatigas  y 
deshonras  que  por  mi  causa  padeciste  en  tu  afligidísima  y  des- 
honradísima  muerte.  Gracias  te  doy  por  la  oración  del  huerto, 
por  el  sudor  de  sangre,  por  la  prisión,  por  las  bofetadas,  por  las 
blasfemias,  por  los  azotes,  por  la  corona  de  espinas,  por  la  vesti- 
dura de  púrpura,  por  los  escarnios,  &c. 

Desta  manera  puede  el  hombre  proceder  por  todos  los  otros 
beneficios  susodichos:  porque  entendida  la  substancia  de  cada 
uno  de  ellos,  fácil  cosa  será  enderezar  el  hombre  las  palabras  á 
Dios  y  darle  gracias  por  ellos.  Digo  esto,  porque  (como  arriba 
tocamos)  más  atento  está  el  corazón,  y  más  levantado  el  espíri- 
tu y  más  religioso  cuando  considera  estas  cosas  hablándolas  con 
Dios,  que  cuando  las  piensa  consigo  mismo,  ó  las  habla  con  su 
propria  ánima.  Porque  el  hablar  con  aquella  soberana  majestad 
es  una  cosa  que  levanta  y  empina  el  espíritu  del  hombre,  y  así 
no  está  tan  descaído,  ni  tan  flojo,  ni  tan  fácil  para  ser  llevado  de 
cualquier  imaginación,  porque  el  temor  y  reverencia  de  Aquél 
con  quien  está  hablando,  tiene  más  atento  y  más  fijo  su  corazón. 

Después  de  dadas  las  gracias  por  esta  manera,  podrá  el  hom- 
bre (si  hallare  en  sí  devoción  para  eso)  convocar  todas  las  cria- 
turas del  cielo  y  de  la  tierra,  para  que  todas  le  ayuden  á  bende- 
cir y  alabar  á  este  Señor  que  tan  magníficamente  lo  ha  hecho 
con  él.  Y  para  esto  no  hay  mejor  instrumento  que  aquel  divino 
cántico  que  cantaron  aquellos  tres  mozos  que  echó  Nabucodo- 
nosor  en  el  horno  de  Babilonia,  porque  no  quisieron  adorar  su 
estatua  de  oro:  á  los  cuales  dice  la  Escriptura  que  no  tocó  el  fue- 
go, ni  entristeció,  ni  dio  alguna  molestia.  Y  entonces  todos  ellos 


292  GUIA  DE  PECADORES 


tres,  experimentada  esta  tan  grande  bondad  y  providencia  del 
Señor  para  con  sus  siervos,  como  con  una  boca  alababan  y  glo- 
rificaban al  Señor  en  medio  del  horno  diciendo: 


ENDITO  seáis  vos,  Señor  Dios  de  nuestros  padres,  y  alabado 
\^  y  ensalzado  en  todos  los  siglos.  Y  bendito  sea  el  sancto 
nombre  de  vuestra  gloria,  y  alabado  y  ensalzado  en  todos  los 
siglos. 

Bendito  seáis,  Señor,  en  el  sancto  templo  de  vuestra  gloria,  y 
alabado  y  ensalzado  en  todos  los  siglos. 

Bendito  seáis  en  el  trono  de  vuestro  reino,  y  alabado  y  en- 
salzado en  todos  los  siglos. 

Bendito  seáis  vos  que  estáis  asentado  sobre  los  querubines,  y 
dende  ahí  veis  los  abismos,  y  alabado  y  ensalzado  en  todos  los 
siglos. 

Bendito  seáis.  Señor,  en  el  firmamento  del  cielo,  y  alabado  y 
ensalzado  en  todos  los  siglos. 

Bendecid  todas  las  obras  del  Señor  al  Señor,  alabadlo  y  en- 
salzadlo  en  todos  los  siglos. 

Angeles  del  Señor,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Cielos,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en  todos  los 

siglos. 

Aguas  que  estáis  sobre  los  cielos,  bendecid  al  Señor,  alabad- 
lo y  ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Todas  las  virtudes  del  cielo,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y 
ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Sol  y  luna,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en  todos 
los  siglos. 

Estrellas  del  cielo,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Lluvias  y  rocío,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en 
todos  los  siglos. 

Todos  los  espíritus  del  Señor,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y 
ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Fuego  y  calor,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en 
todos  los  siglos. 


LIBRO   ni.  PARTE  II.  293 


Rocíos  y  heladas,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Invierno  y  estío,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Hielo  y  frío,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en  to- 
dos los  siglos. 

Nieves  y  heladas,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Noches  y  días,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en 
todos  los  siglos. 

Luz  y  tinieblas,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en 
todos  los  siglos. 

Relámpagos  y  nubes,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensal- 
zadlo en  todos  los  siglos. 

La  tierra  bendiga  al  Señor,  alábelo  y  ensálcelo  en  todos  los 
siglos. 

Montes  y  collados,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Todas  las  cosas  que  fructifican  sobre  la  tierra,  bendecid  al  Se- 
ñor, alabadlo  y  ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Fuentes,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en  todos 
los  siglos. 

Mares  y  ríos,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo  en 
todos  los  siglos. 

Ballenas  y  todos  los  peces  del  mar,  bendecid  al  Señor,  ala- 
badlo y  ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Aves  que  voláis  por  el  aire,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y 
ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Todas  las  bestias  y  ganados,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y 
ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Hijos  de  los  hombres,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  glorifi- 
cadlo  en  todos  los  siglos. 

Bendiga  Israel  al  Señor,  alábelo  y  ensálcelo  en  todos  los  siglos. 

Sacerdotes  del  Señor,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensal- 
zadlo en  todos  los  siglos. 

Siervos  del  Señor,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  ensalzadlo 
en  todos  los  siglos. 

Espíritus  y  ánimas  de  los  justos,  bendecid  al  Señor,  alabadlo 
y  ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 


294  GUIA  DE  PECADORES 


Sanctos  y  humildes  de  corazón,  bendecid  al  Señor,  alabadlo 
y  ensalzadlo  en  todos  los  siglos. 

Ananía,  Azaría  y  Misael,  bendecid  al  Señor,  alabadlo  y  en- 
salzadlo en  todos  los  siglos,  porque  nos  libró  del  infierno,  y  de 
la  muerte,  y  de  medio  de  la  llama,  y  del  fuego. 

Alabad  al  Señor,  porque  es  bueno,  porque  para  siempre  dura 
su  misericordia. 

Todos  los  religiosos,  bendecid  á  nuestro  Dios,  loadle  y  con- 
fesad su  gloria,  porque  su  misericordia  permanece  en  todos  los 
siglos. 

OFRECIMIENTO 


j.ESPUÉS  deste  hacimiento  de  gracias,  se  sigue  el  ofrecimien- 
to y  la  resignación.  Porque  después  que  el  hombre  ha  re- 
conoscido  la  grandeza  de  las  mercedes  del  Señor,  luego  se  le- 
vanta en  el  ánima  aquel  afecto  y  deseo  que  tenía  el  Profeta  cuan- 
do decía:  «jQué  daré  yo  al  Señor  por  todas  las  mercedes  que  me 
ha  hecho?  Pues  á  este  afecto  podemos  luego  responder  con  ofre- 
cer al  Señor  eso  que  de  nuestra  parte  podemos  y  tenemos  (aun- 
que todo  sea  suyo)  porque  así  vuelvan  las  aguas  al  lugar  de  do 
salieron,  para  que  tornen  otra  vez  á  correr.  Y  según  esto  podre- 
mos ofrecer  tres  cosas. 

La  primera,  todos  cuantos  bienes  con  su  ayuda  hiciéremos, 
y  males  padesciéremos,  todas  nuestras  palabras,  obras  y  pensa- 
mientos, nuestros  placeres  y  pesares,  nuestros  trabajos  y  descan- 
sos, nuestro  ocio  y  nuestros  negocios,  y  hasta  las  mismas  obras 
necesarias  para  la  vida  (como  son  comer,  beber  y  dormir)  por- 
que todo  esto  quiere  el  Apóstol  que  le  ofrezcamos  para  gloria  su- 
ya, para  que  así  las  estrellas  luzgan  con  alegría  al  Señor  que  las 
crió.  De  manera  que  aunque  al  tiempo  del  obrar  nos  olvidemos 
de  referir  actualmente  estas  obras  á  Dios,  dende  agora  las  de- 
mos por  ofrecidas  y  referidas  á  él. 

Lo  segundo,  ofrezcámosle  no  sólo  nuestras  cosas,  sino  tam- 
bién á  nosotros  mismos,  que  es  otra  ofrenda  mayor.  Porque  una 
cosa  es  ofrecer  la  fruta  del  árbol,  y  otra  ofrecer  el  mismo  árbol 
con  su  fructa  para  que  de  ahí  adelante  fructifique  para  aquél  á 
quien  se  da.  Ofrézcase,  pues,  el  hombre  á  sí  mismo,  despose- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  295 


yéndose  y  desapropriándose  de  sí,  y  entregándose  por  esclavo 
en  las  manos  de  su  criador,  pues  en  hecho  de  verdad  fué  com- 
prado y  rescatado  por  él. 

Pues  así  como  el  esclavo  (en  cuanto  esclavo)  no  tiene  licen- 
cia para  hacer  en  nada  su  voluntad,  sino  la  de  su  señor,  así  él  se 
ofrezca  por  tal  para  nunca  más  hacer  su  propria  voluntad  en  al- 
guna cosa  grande  ni  pequeña,  buena  ni  mala,  sino  sola  aquella 
que  entendiere  ser  conforme  á  la  voluntad  de  su  Señor. 

ítem,  así  como  el  esclavo  no  trabaja  para  sí,  ni  adquiere  para 
sí,  sino  para  su  señor,  así  él  de  aquí  adelante  ni  trabaje  para  sí, 
ni  se  busque  á  sí,  ni  pretenda  cosa  suya  propria,  sino  sola  la  hon- 
ra, gloria  y  beneplácito  de  su  Señor. 

ítem,  así  como  del  esclavo  hace  su  señor  todo  lo  que  quiere, 
vendiéndolo,  empeñándolo,  enajenándolo,  castigándolo  &c.  así 
él  también  se  resigne  y  ofrezca  como  esclavo  en  las  manos  de  su 
Señor,  para  que  haga  del  todo  lo  que  fuere  servido  en  tiempo 
ó  en  eternidad.  Si  quisiere  que  viva,  que  muera,  que  esté  rico, 
que  pobre,  que  sano,  que  enfermo,  que  honrado,  que  deshon- 
rado, en  todo  y  por  todo  se  derribe  á  sus  pies  y  se  resigne  en  el 
beneplácito  de  su  sanctísima  voluntad.  Éste  es  uno  de  los  gran- 
des sacrificios  que  podemos  ofrecer  á  nuestro  Señor,  si  lo  ofre- 
cemos con  todo  nuestro  corazón  y  con  una  profunda  y  verda- 
dera subjección  y  humildad. 

Mas  porque  todo  esto  es  poco  para  lo  que  Dios  merece,  ofrez- 
cámosle lo  tercero  otra  ofrenda  de  inestimable  precio  y  acep- 
ción, que  es  la  vida,  la  muerte,  los  trabajos  y  merescimientos  de 
nuestro  Salvador:  pues  ésta  es  nuestra  justicia,  nuestro  derecho, 
nuestro  mayorazgo,  nuestro  tesoro,  nuestra  herencia  y  todo  nues- 
tro bien. 

Lleguemos  pues  (como  dice  el  Apóstol)  confiadamente  al 
trono  de  su  gracia,  y  ofrezcamos  al  Padre  esta  tan  preciosa 
ofrenda,  recontando  todos  los  trabajos  y  méritos  de  su  Hijo  den- 
de  el  pesebre  hasta  la  cruz,  no  como  hacienda  ajena,  sino  como 
derecho  y  patrimonio  nuestro. 


296  GUIA  DE  PECADORES 


De  la  manera  del  ofrecer. 
§•  I. 

acordémonos  de  hacer  esto  de  la  manera  que  antes  dijimos, 
que  es  enderezando  las  palabras  á  nuestro  Señor,  y  di- 
ciendo así,  ó  de  otra  manera. 

Pues  <]  qué  te  daré  yo,  Señor,  por  tantos  beneficios?  ^Oué  te  po- 
dré ofrecer  de  mi  parte?  Tuyo  es.  Señor,  todo  lo  que  hay  en 
nosotros,  y  lo  que  de  tu  mano  habemos  recibido  te  ofrecemos. 
Ofrézcote  pues,  Señor,  primeramente,  todas  cuantas  obras  este 
día  y  de  aquí  adelante  hiciere,  y  los  trabajos  que  padesciere,  el 
comer,  el  beber,  el  dormir,  el  hablar,  el  callar,  para  que  todo  ello 
sea  para  eterna  gloria  y  alabanza  tuya. 

Ofrézcote  no  sólo  todas  mis  cosas,  sino  á  mí  también  con 
ellas  por.  perpetuo  esclavo  tuyo,  para  que  de  hoy  más  no  tenga 
que  ver  con  mi  voluntad,  sino  con  la  tuya,  ni  pretenda  cosa  mía, 
ni  interese  mío,  ni  contentamiento  mío,  sino  sola  tu  gloria  y  solo 
el  beneplácito  de  tu  sancta  voluntad.  Y  así  como  de  un  esclavo 
hace  el  señor  todo  lo  que  quiere,  así  yo  postrado  á  tus  pies  me 
pongo  en  tus  sanctísimas  manos  para  que  en  esta  vida  y  en  la 
otra  hagas  de  mí  todo  lo  que  fueres  servido.  Si  quisieres  que 
viva,  que  muera  &c.  como  arriba. 

Y  porque  todo  esto  es  poco  para  lo  que  tú  mereces  y  yo  debo, 
ofrézcote  sobre  todo  la  más  rica  y  más  preciosa  ofrenda  que  se  te 
puede  ofrecer  en  cielos  y  tierra,  que  es  la  vida,  la  muerte,  la  san- 
gre, los  trabajos,  las  virtudes  y  merescimientos  de  tu  unigénito 
Hijo,  los  cuales  aunque  fueron  suj^^os  cuanto  á  la  pasión,  son  más 
míos  que  suyos  cuanto  al  usufructo  y  satisfación.  Ofrézcote, 
pues,  las  lágrimas  de  su  nascimiento,  la  dureza  del  pesebre,  la 
pobreza  del  establo,  la  sangre  de  la  circuncisión,  el  destierro  de 
Egipto,  la  humildad  de  su  bautismo,  la  tentación  del  desierto,  los 
caminos  del  Evangelio,  los  trabajos  del  día,  las  vigilias  de  la  no- 
che, las  contradiciones  del  mundo,  las  calumnias  de  sus  contra- 
rios, los  dolores  de  su  sacratísima  pasión,  los  azotes  á  la  colum- 
na, la  corona  de  espinas,  los  vituperios,  los  clavos,  la  hiél  y  vina- 
gre, la  lanza,  la  sepultura  y  la  cruz.  Ofrézcote  todas  aquellas 
virtudes  que  resplandescieron  en  su  vida  sanctísima,  con  que  tan- 


LIBRO  III.  PARTE  11.  297 


to  te  honró  y  agradó,  aquel  celo  de  tu  honra,  aquel  tan  encen- 
dido deseo  de  tu  gloria,  aquella  obediencia  hasta  la  muerte, 
aquella  lealtad  y  fidelidad  para  contigo,  aquella  caridad  tan  ex- 
tendida para  con  nosotros,  aquella  humildad  tan  profunda,  aque- 
lla paciencia  inexpugnable,  aquel  silencio  y  mansedumbre  entre 
tantas  acusaciones  y  injurias,  aquella  desnudez  y  pobreza  tan  ex- 
tremada, con  todas  las  otras  virtudes  de  su  pasión  y  vida  sanc- 
tísima:  porque  éstas  son  las  flores  más  hermosas,  y  el  encienso 
más  suave,  y  el  sacrificio  más  agradable  que  se  puede  oft-ecer 
ante  tu  acatamiento  divino.  Y  seas  tú  Dios  bendito,  que  tal  de- 
recho nos  diste  y  tal  ofi-enda  nos  entregaste,  para  que  de  nues- 
tra parte  te  la  pudiésemos  ofi-ecer  en  olor  de  suavidad. 

PETICIÓN 


i£\FREClDA  esta  tan  rica  ofrenda,  seguramente  podemos  pe- 
dir luego  mercedes  á  este  Señor.  Y  primeramente  pida- 
mos socorro  y  ayuda  para  todas  las  necesidades  corporales  y 
espirituales  de  nuestros  prójimos,  que  es  una  de  las  principales 
obras  de  misericordia  que  les  podemos  hacer.  Pidamos,  pues, 
con  gran  afecto  de  caridad  y  con  celo  de  la  honra  de  nuestro 
Señor,  que  todas  las  gentes  y  naciones  del  mundo  le  conoscan, 
alaben  y  adoren  como  á  su  único  y  verdadero  Dios  y  Señor,  di- 
ciendo de  lo  íntimo  de  nuestro  corazón  aquellas  palabras  del 
Profeta:  Confiésente  los  pueblos,  Señor,  confiésente  los  pueblos. 

Roguemos  también  por  todas  las  cabezas  de  la  Iglesia,  como 
son  Papa,  Cardenales,  Obispos,  con  todos  los  otros  ministros  y 
Perlados  inferiores,  para  que  el  Señor  los  rija  y  alumbre  de  tal 
manera,  que  lleven  todos  los  hombres  al  conoscimiento  y  obe- 
diencia de  su  criador.  Y  asimismo  debemos  rogar  (como  lo  acon- 
seja S.  Pablo)  por  los  reyes  y  príncipes  y  por  todos  aquéllos  que 
están  constituidos  en  dignidad,  para  que  mediante  su  providen- 
cia vivamos  vida  quieta  y  reposada,  porque  esto  es  acepto  de- 
lante de  Dios  nuestro  Salvador,  el  cual  quiere  que  todos  los 
hombres  se  salven  y  vengan  en  conoscimiento  de  la  verdad. 

Roguemos  también  por  todos  los  miembros  de  su  cuerpo 
místico,  por  los  justos  que  el  Señor  los  conserve,  y  por  los  pe- 
cados que  los  convierta,  y  por  los  defuntos  que  los  saque  mi- 


298  GUIA   DE  PECADORES 


sericordiosamente  de  tanto  trabajo  y  los  lleve  al  descanso  de  la 
vida  perdurable. 

§.  n. 

Después  de  haber  pedido  para  nuestros  prójimos,  pidamos 
luego  para  nosotros:  y  qué  sea  lo  que  le  habernos  de  pedir,  su 
misma  necesidad  lo  enseñará  á  cada  uno,  si  bien  se  conosciere. 
Mas  para  mayor  facilidad  desta  doctrina  podemos  pedir  las  mer- 
cedes siguientes. 

Primeramente  pidamos  por  los  méritos  y  trabajos  deste  Señor 
perdón  de  todos  nuestros  pecados  y  emienda  dellos,  y  especial- 
mente pidamos  favor  contra  todas  aquellas  pasiones  y  vicios  á 
que  somos  más  inclinados,  descubriendo  todas  estas  llagas  á  aquel 
celestial  zurujano,  para  que  Él  las  sane  y  las  cure  con  la  unción 
de  su  gracia. 

Lo  segundo  pidamos  aquellas  altísimas  y  nobilísimas  virtu- 
des en  que  consiste  la  suma  de  toda  la  perfección,  que  son  fe, 
esperanza,  amor,  temor,  humildad,  paciencia,  obediencia,  fortale- 
za para  todo  trabajo,  pobreza  de  espíritu,  menosprecio  de  mun- 
do, discreción,  pureza  de  intención,  con  otras  semejantes  virtu- 
des que  están  en  la  cumbre  deste  espiritual  edificio.  Porque  la 
fe  es  la  primera  raíz  de  toda  la  cristiandad:  la  esperanza  es  el 
báculo  y  remedio  contra  las  tribulaciones  desta  vida:  la  ca- 
ridad es  fin  de  toda  la  perfección  cristiana:  el  temor  de  Dios  es 
principio  de  la  verdadera  sabiduría:  la  humildad  es  el  fundamen- 
to de  todas  las  virtudes:  la  paciencia  es  armadura  contra  los  gol- 
pes y  encuentros  del  enemigo:  la  obediencia  es  una  muy  agra- 
dable ofrenda,  donde  el  hombre  ofrece  á  sí  mismo  á  Dios  en  sa- 
crificio: la  discreción  es  los  ojos  con  que  el  ánima  ve  y  anda 
todos  sus  caminos:  y  la  fortaleza,  los  brazos  conque  hace  todas 
sus  obras:  y  la  pureza  de  intención,  la  que  refiere  y  endereza  to- 
das nuestras  obras  á  Dios. 

Lo  tercero  pidamos  luego  las  otras  virtudes  que  demás  de 
ser  ellas  de  suyo  muy  principales,  sirven  para  la  guarda  de  estas 
mayores:  como  son  la  templanza  en  comer  y  beber,  la  modera- 
ción de  la  lengua,  la  guarda  de  los  sentidos,  la  mesura  y  com- 
posición del  hombre  exterior,  la  suavidad  y  buen  ejemplo  para 
con  los  prójimos,  el  rigor  y  aspereza  para  consigo,  con  otras  vir- 
tudes semejantes. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  299 


Después  desto,  acabe  con  la  petición  del  amor  de  Dios,  y  en 
ésta  se  detenga  y  ocupe  la  mayor  parte  del  tiempo,  pidiendo  al 
Señor  esta  petición  con  entrañables  afectos  y  deseos  (pues  en 
ella  consi  ste  todo  nuestro  bien)  y  podrá  decir  así. 


Petición  especial  del  amor  de  Nuestro  Señor. 

§■  ni. 


,OBRE  todas  estas  virtudes,  dame,  Señor,  gracia  para  que  te 
ame  yo  con  todo  mi  corazón,  con  toda  mi  ánima,  con  to- 
das mis  fuerzas  y  con  todas  mis  entrañas,  así  como  tú  lo  man- 
das. ¡  Oh  toda  mi  esperanza,  toda  mi  gloria,  todo  mi  refugio  y  ale- 
gría! ¡Oh  el  más  amado  de  los  amados!  ¡Oh  esposo  florido, 
esposo  suave,  esposo  melifluo!  ¡Oh  dulzura  de  mi  corazón!  ¡Oh 
vida  de  mi  ánima  y  descanso  alegre  de  mi  espíritu !  ¡  Oh  her- 
moso y  claro  día  de  la  eternidad,  y  serena  luz  de  mis  entrañas,  y 
paraíso  florido  de  mi  ánima!  ¡Oh  amable  principio  mío  y  suma 
suficiencia  mía! 

Apareja,  Dios  mío,  apareja,  Señor,  una  agradable  morada  para 
ti  en  mí,  para  que  según  la  promesa  de  tu  sancta  palabra  ven- 
gas á  mí  y  reposes  en  mí.  Mortifica  en  mí  todo  lo  que  desagra- 
da á  tus  ojos,  y  hazme  hombre  según  tu  corazón.  Hiere,  Señor, 
lo  más  íntimo  de  mi  ánima  con  las  saetas  de  tu  amor,  y  embriá- 
gala con  el  vino  de  tu  perfecta  caridad.  Oh,  ¿cuándo  será  esto? 
¿Cuándo  te  agradaré  en  todas  las  cosas?  ¿Cuándo  estará  muerto 
todo  lo  que  hay  contrario  á  ti  en  mí?   ¿Cuándo    seré  del  todo 
tuyo?  ¿  Cuándo  dejaré  de  ser  mío?  ¿Cuándo  ninguna  cosa  fuera 
de  ti  vivirá  en  mí?  ¿Cuando  ardentísimamente  te  amaré?  ¿Cuán- 
do me  abrasará  todo  la  llama  de  tu  amor?  ¿Cuándo   estaré  todo 
derretido  y  traspasado  con   tu  eficacísima   suavidad?   ¿Cuándo 
abrirás  á  este  pobre  mendigo  y  le  descubrirás  el   hermosísimo 
reino  tuyo,  que  está  dentro  de  mí,  el  cual  eres  tú  con  todas  tus  ri- 
quezas? ¿Cuándo  me  arrebatarás,  anegarás,  y  transportarás,  y  es- 
conderás en  ti  donde   nunca   más  parezca?  ¿Cuándo,  quitados 
todos  los   impedimentos  y  estorbos,  me  harás  un  espíritu  con- 
tigo, para  que  nunca  ya  me  pueda  más  apartar  de  ti? 


300  GUIA  DE  PECADORES 


I  Oh  amado,  amado,  amado  de  mi  ánima!  i  Oh  dulzura,  dulzura, 
dulzura  de  mi  corazón!  Óyeme,  Señor,  no  por  mis  merescimien- 
tos,  sino  por  tu  infinita  bondad.  Enséñame,  alúmbrame,  enderé- 
zame y  ayúdame  en  todas  las  cosas,  porque  ninguna  cosa  haga 
ni  diga,  sino  lo  que  fuere  á  tus  ojos  agradable. 

Y  porque  una  de  las  cosas  que  más  te  agrada  y  más  hiere 
tu  corazón,  es  tener  ojos  para  saberte  mirar,  dame.  Señor,  esos 
ojos  con  que  te  mire:  conviene  saber,  ojos  de  paloma  sencillos, 
ojos  castos  y  vergonzosos,  ojos  humildes  y  amorosos,  ojos  devo- 
tos y  llorosos,  ojos  atentos  y  discretos  para  entender  tu  voluntad 
y  cumplirla,  para  que  mirándote  yo  con  estos  ojos,  sea  de  ti  mi- 
rado con  aquellos  ojos  con  que  miraste  á  S.  Pedro,  cuando  le 
heciste  llorar  su  pecado:  con  aquellos  ojos  con  que  miraste  al 
hijo  pródigo,  cuando  le  saliste  á  recebir  y  le  diste  beso  de  paz: 
con  aquellos  ojos  con  que  miraste  al  publicano,  cuando  él  no 
osaba  alzar  las  suyos  al  cielo:  con  aquellos  ojos  con  que  miraste 
á  la  Magdalena,  cuando  ella  lavaba  tus  pies  con  las  lágrimas  de 
los  suyos:  con  aquellos  ojos  finalmente  con  que  miraste  á  la  es- 
posa en  los  Cantares,  cuando  le  dijiste:  Hermosa  eres,  amiga  mía, 
hermosa  eres,  los  ojos  tienes  de  paloma:  para  que  agradándote 
de  los  ojos  y  hermosura  de  mi  ánima,  la  acrescientes  y  le  des 
aquellos  arreos  de  virtudes  y  gracias  con  que  siempre  te  parez- 
ca hermosa. 

Oh  altísima,  clementísima,  benignísima  Trinidad,  Padre,  Hijo, 
Espíritu  Sancto,  un  solo  Dios  verdadero,  enséñame,  enderézame, 
ayúdame.  Señor,  en  todo.  Oh  Padre  todopoderoso,  por  la  gran- 
deza  de  tu  infinito  poder  asienta  y  confirma  mi  memoria  en  ti, 
y  hínchela  de  sanctos  y  devotos  pensamientos.  Oh  Fijo,  por  la 
eterna  sabiduría  tuya  clarifica  mi  entendimiento  y  adórnalo  con 
el  conoscimiento  de  la  suma  verdad  y  de  mi  extremada  vileza. 
Oh  Espíritu  Sancto,  amor  del  Padre  y  del  Fijo,  por  tu  incompre- 
hensible bondad  traspasa  en  ti  toda  mi  voluntad  y  enciéndela 
con  un  tan  grande  fuego  de  amor,  que  ningunas  aguas  lo  pue- 
dan apagar.  ¡  Oh  Trinidad  sagrada,  único  Dios  mío  y  todo  mi  bien! 
¡Oh  si  pudiese  yo  alabarte  y  amarte  tan  perfectamente  como  te 
alaban  y  aman  todos  los  ángeles  y  todos  los  sanctos!  ¡Oh  si  tu- 
viese yo  el  amor  de  todas  las  criaturas,  cuan  de  buena  gana  te 
lo  daría  y  lo  traspasaría  en  ti,  aunque  ni  éste  bastaría  á  amarte 
como  tú  mereces!  Tú  solo  te  puedes  dignamente  amar  y  dig- 


LIBRO  III.   PARTE  II.  301 


ñámente  alabar,  porque  tú  solo  comprehendes  tu  incomprehen- 
sible bondad,  y  así  tú  solo  la  puedes  amar  cuanto  ella  merece: 
de  manera  que  en  solo  ese  tu  divino  pecho  se  guarda  justicia  de 


amor. 


Oh  María,  María,  María,  virgen  sanctísima,  madre  de  Dios, 
reina  del  cielo,  señora  del  mundo,  sagrario  del  Espíritu  Sancto, 
lirio  de  pureza,  rosa  de  paciencia,  paraíso  de  deleites,  espejo  de 
castidad,  dechado  de  inocencia,  ruega  por  este  pobre  desterrado 
y  peregrino,  y  parte  con  él  de  las  sobras  de  tu  abundantísima 
gracia  y  candad.  Oh  vosotros  bienaventurados  sanctos  y  sane- 
tas,  y  vosotros  bienaventurados  espíritus  que  así  ardéis  en  el 
amor  de  vuestro  criador,  y  señaladamente  vosotros  bienaven- 
turados serafines  que  abrasáis  los  cielos  y  la  tierra  con  vuestro 
amor,  no  desamparéis  este  pobre  y  miserable  corazón,  sino  alim- 
piadlo  como  los  labrios  de  Isaías  de  todos  sus  pecados,  y  abra- 
sadlo con  la  llama  de  ese  vuestro  ardentísimo  amor,  para  que 
á  este  solo  Señor  ame,  á  Él  solo  busque,  en  El  solo  repose  y 
more  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 

1Í  El  que   quisiere   ver  más  oraciones  para  este  propósito  de 
amor  de  Dios,  búsquelas  adelante  en  el  fin  del  cuarto  libro. 

Aviso  acerca  desta  postrera  parte  de  la  petición. 
§.  I. 


)as  aquí  es  de  notar  acerca  desta  postrera  parte  de  la  pe- 
*„  J  tición,  que  una  de  las  principales  condiciones  con  que 
ha  de  ir  acompañada,  es  confianza  en  Dios,  según  aquello  del 
Salvador  que  dice:  Cualquier  cosa  que  pidiéredes  en  la  oración, 
creed  que  la  recebiréis,  y  dárseos  ha.  Y  Santiago  dice:  el  que 
pide,  mire  que  pida  con  fe,  no  dubdando  que  le  darán  lo  que 

pide,  &c. 

Mas  por  ventura  dirás:  ^jcómo  podrá  tener  esa  confianza  quien 
tiene  tan  pocos  merescimientos  ?  Á  esto  se  responde  que  esta 
confianza  no  estriba  en  tan  flaco  fundamento  como  son  los 
merescimientos  del  hombre  (que  son  muy  pequeños)  sino  en 
otros  más  firmes  y  más  constantes,  que  son  por  una  parte  los 
merescimientos  de  Cristo  y  por  otra  la  bondad  y  misericordia 


302  GUIA  DE  PECADORES 


de  nuestro  Señor.  En  esta  bondad  confiaba  el  Profeta  en  su  ora- 
ción cuando  decía:  Señor,  no  presentamos  nuestras  oraciones 
ante  tu  acatamiento  confiando  en  nuestros  merescimientos,  sino 
en  tus  grandes  misericordias.  Y  qué  tan  grande  sea  esta  misericor- 
dia, conócese  por  el  tamaño  de  la  grandeza  divina:  porque  como 
dice  el  Sabio,  cual  es  la  grandeza  de  Dios,  tal  es  la  de  su  mise- 
ricordia. Porque  como  es  infinitamente  grande,  así  es  infinitamen- 
te misericordioso,  y  como  tiene  infinitas  riquezas  que  repartir, 
así  tiene  infinita  largueza  para  repartirlas.  Ca  de  otra  manera, 
grande  imperfección  y  disonancia  fuera  en  aquella  divina  sub- 
stancia, si  teniendo  infinitos  bienes  que  dar,  no  tuviera  infinito 
ánimo  y  corazón  para  darlos. 

Y  aunque  todas  las  perfeciones  divinas  sean  en  él  una  mis- 
ma cosa,  y  así  todas  sean  iguales,  no  se  puede  negar  sino  que 
en  las  obras  de  misericordia  es  más  extremado  y  más  copioso. 
Porque  aunque  haya  hecho  muchas  y  muy  grandes  obras  para 
mostrar  las  otras  virtudes  y  perfecciones  suyas,  mucho  mayo- 
res las  ha  hecho  para  mostrar  su  bondad  y  misericordia.  Porque 
para  mostrar  la  grandeza  de  su  poder  y  sabiduría,  crió  el  mundo, 
y  para  mostrar  la  grandeza  de  su  rigor  y  justicia,  lo  destruyó 
con  las  aguas  del  diluvio:  mas  para  mostrar  la  grandeza  de  su 
bondad  y  misericordia,  murió  por  él  y  derramó  su  sangre  por  él. 
Pues  ¿cuánto  mayor  obra  es  morir  Dios  que  matar  los  hom- 
bres, y  padescer  Dios  por  el  mundo  que  criar  el  mundo  ?  Por 
donde  en  aquella  maravillosa  visión  en  que  Moisén  vio  la  gloria 
de  Dios  en  el  monte,  entre  las  grandes  perfecciones  y  maravi- 
llas que  allí  le  fueron  descubiertas,  ésta  sola  fué  la  que  gritó  y 
proclamó  á  grandes  v^oces,  diciendo:  Misericordioso,  piadoso,  su  - 
fridor,  de  grande  misericordia,  que  quitas  los  pecados  y  malda- 
des de  los  hombres,  y  no  hay  quien  delante  ti  por  sí  mismo  sea 
inocente.  Semejante  testimonio  es  el  del  profeta  Joel,  que  dice 
así:  Convertios  á  vuestro  Señor  Dios,  porque  benigno  es  y  mi- 
sericordioso, sufrido,  y  de  grande  misericordia,  y  pesaroso  del  mal 
que  os  ha  de  venir. 

Por  esto  canta  la  Iglesia:  Señor  Dios,  á  quien  es  proprio  ha  - 
ber  misericordia  y  perdonar.  Y  esto  dice,  no  porque  no  le  sean 
también  proprias  todas  las  otras  virtudes  y  perfecciones  suyas, 
sino  porque  ésta  es  obra  de  bondad  y  misericordia,  que  es  la 
cosa  de  que  Él  más  se  precia,  y  de  que  más  quiere  ser  alabado, 


LIBRO  III.  PARTE  II.  303 


y  la  que  más  conviene  á  la  gloria  de  su  majestad.  Desta  mane- 
ra le  alaba  el  profeta  Miqueas,  diciendo:  ¿Quien  es  semejante á  ti, 
Señor,  que  quitas  las  maldades  y  trasladas  los  pecados  de  las  re- 
liquias de  tu  heredad?  No  enviará  más  su  furor  sobre  ellos,  por- 
que es  amador  de  misericordia.  Volverse  ha,  y  habrá  misericor- 
dia de  nosotros,  y  perdonará  todas  nuestras  maldades,  y  arroja- 
rá en  el  profundo  de  la  mar  todos  nuestros  pecados. 

Pues  por  esto,  hermano  mío,  cuando  fueres  á  pedir  á  este 
Señor  perdón  y  misericordia,  no  te  acobardes  ni  desmayes,  pen- 
sando que  le  vas  á  importunar  ó  á  obligar  á  que  haga  cosa  con; 
traria  á  su  honra  ó  á  su  naturaleza:  antes  cree  que  le  vas  á  dar 
materia  de  alabanza,  y  ocasión  de  hacer  una  cosa  muy  honrosa, 
y  muy  gloriosa,  y  muy  conforme  á  quien  Él  es.  Porque  así  como 
es  natural  al  sol  alumbrar,  y  al  fuego  quemar,  y  á  la  nieve  enfriar, 
así  es  natural  á  aquella  infinita  bondad  usar  de  misericordia  y 
perdonar.  Antes  sin  ninguna  comparación  le  es  esto  muy  más 
natural,  porque  esas  propriedades  convienen  accidentalmente  á 
esas  criaturas,  mas  á  Dios  esencialmente,  pues  Él  es  esencial- 
mente la  misma  bondad. 

§.  II. 

El  segundo  fundamento  de  esta  confianza  dijimos  que  eran 
los  merescimientos  de  Cristo,  que  es  nuestro  Salvador,  redemp- 
tor  y  abogado,  cuya  justicia  es  nuestra,  cuya  sanctidad  es  nues- 
tra, cuyos  trabajos,  y  sudores,  y  vigilias,  y  lágrimas,  y  tesoros 
son  nuestros.  Porque  no  es  menos  nuestra  la  justicia  del  segun- 
do Adam  que  la  culpa  del  primero,  ni  es  menos  parte  la  justicia 
del  uno  para  salvarnos  que  la  culpa  del  otro  para  condenarnos. 
Pues  si  el  patriarca  Jacob  alcanzó  la  bendición  que  no  se  le  de- 
bía, porque  iba  vestido  de  las  vestiduras  del  primogénito  á  quien 
se  debía,  mucho  más  alcanzaremos  nosotros  la  bendición  de  la 
gracia  que  no  se  nos  debe,  si  fuéremos  vestidos  de  la  vestidura  de 
justicia  de  aquel  Unigénito  á  quien  todo  se  debe.  Pues  alegando 
este  derecho,  y  ofreciendo  esta  satisfación,  y  presentando  es- 
tos merescimientos,  y  abogando  el  mismo  Señor  por  nosotros, 
¿qué  temeremos?  Dios  es  el  que  justifica,  ¿quién  será  parte  para 
condenarnos?  ¿Quién  osará  poner  acusaciones  contra  los  esco- 
gidos de  Dios,  defendiéndolos  el  mismo  Dios?  Éste  es  Aquél  á, 


304  GUIA  DE   PECADORES 


quien  todos  los  Profetas  dan  testimonio  que  por  Él  se  da  per- 
dón de  los  pecados,  y  no  hay  debajo  del  cielo  otro  nombre  so 
cuyo  título  y  amparo  podamos  ser  salvos,  sino  éste  solo.  Éste  es 
el  templo  vivo  de  Salomón  y  el  altar  donde  todas  las  peticiones 
que  se  ofrecen  á  Dios,  le  son  agradables,  como  Él  mismo  lo  testi- 
ficó por  su  profeta,  diciendo:  Los  holocaustos  y  sacrificios  de  ellos 
me  serán  agradables,  ofreciéndolos  en  mi  altar:  el  cual  no  es  otro 
por  cierto,  que  la  sacratísima  humanidad  de  Cristo.  Porque  por 
eso  eran  tan  grandes  los  celos  que  Dios  tenía  sobre  que  no  ho- 
biese  más  que  un  solo  altar  en  toda  la  tierra  de  Israel,  y  por 
consiguiente  en  todo  el  mundo,  para  dar  á  entender  que  no  ha- 
bía más  que  un  solo  sacrificio,  y  un  solo  sacerdote,  y  un  solo 
abogado,  por  quien  todos  nuestros  sacrificios  y  oraciones  le  fue- 
sen agradables,  que  era  Cristo.  Pues  con  tales  prendas  como 
éstas,  confiadamente  y  húmilmente  nos  podemos  llegar  á  pedir 
mercedes  por  él. 

Y  porque  mejor  entiendas,  oh  hermano,  cuan  grande  sea  este 
tesoro,  para  que  sepas  gloriarte  en  él,  y  preciarte  del,  y  dar  gra- 
cias á  Dios  por  él,  ponerte  he  un  ejemplo  delante,  que  bastará 
para  darte  alguna  manera  de  luz  y  conoscimiento  deste  tesoro. 
Pocos  días  ha  que  un  hombre  de  bien  queriendo  pedir  merce- 
des á  un  príncipe,  escribió  una  petición,  en  la  cual  refería  por  su 
orden  todos  los  servicios  y  jornadas  que  por  su  mandado  había 
hecho  un  padre  suyo  en  diversos  tiempos  y  lugares:  y  después 
de  referidos  y  amplificados  estos  méritos  uno  por  uno,  pedía  con 
tan  grande  rigor  la  satisfación  y  premio  de  todos  aquellos  ser- 
vicios, como  si  él  mismo  por  su  persona  los  hubiera  hecho.  Pues 
esta  misma  es  la  causa  que  tenemos  agora  con  Dios,  y  ésta  la 
manera  que  habemos  de  tener  para  negociar  con  él.  Pues  en  he- 
cho de  verdad  todos  los  que  están  en  gracia  son  hijos  adoptivos 
de  Cristo,  y  él  es  nuestro  padre  (como  lo  llama  Isaías)  y  nues- 
tro segundo  Adam  (como  lo  llama  S.  Pablo)  y  por  consiguien- 
te, nosotros  somos  sus  legítimos  sucesores  y  herederos,  y  no 
ab  intestato,  sino  por  el  testamento  que  él  mismo  el  jueves  de  la 
Cena  ordenó  y  confirmó,  no  con  sangre  de  cabritos,  sino  con  su 
misma  sangre,  la  cual  dijo  que  derramaba  por  nosotros,  y  así  nos 
hacía  herederos  de  ella.  Por  eso  tenemos  derecho  para  pedir  con 
toda  seguridad  y  confianza  el  galardón  de  sus  trabajos,  pues 
todo  lo  que  él  en  este  mundo  lastó  y  padesció,  y  todos  los  pa- 


LIBRO   Iir.   PARTE   II.  305 


SOS  que  dio,  no  los  dio  para  sí,  sino  para  nosotros.  Por  nosotros 
encarnó,  nasció,  trabajó,  ayunó,  caminó,  sudó,  padesció,  mu- 
rió &c.  Y  de  todo  esto  nos  dejó  por  herederos  en  su  testamento 
porque  de  nada  desto  tenía  El  necesidad  para  pagar  lo  que  debía, 
porque  era  inocente,  ni  para  alcanzar  la  gracia  y  gloria  que  tenía, 
porque  era  Dios. 

Pues  éstos  son,  hermano  mío,  los  principales  estribos  y  fun- 
damentos de  la  esperanza  del  cristiano  (demás  de  la  verdad  de  la 
palabra  de  Dios,  con  la  cual  tiene  prometido  su  fiel  socorro  y 
amparo  á  todos  los  que  se  acogieren  á  él  y  húmilmente  espera- 
ren en  él,  como  toda  la  Escriptura  divina  testifica)  y  en  éstos  se- 
ñaladamente se  ha  de  fiandar  la  confianza  con  que  habemos  de 
hacer  nuestras  oraciones  al  Señor. 


OBRAS  DE  GRANADA.  X— 20 


SÍGUESE 

EL  SEGUNDO  EJERCICIO  ESPIRITUAL 

QUE   TRATA  DE   LA   CONSIDERACIÓN 

DE    LOS  PRINCIPALES    MISTERIOS  DE   LA   VIDA   DE   CrISTO, 

REPARTIDO  EN  DOS  SEMANAS. 


CABADO  el  primer  ejercicio  de  la  consideración  de 
los  beneficios  divinos,  sigúese  el  segundo  que  tra- 
ta de  los  principales  pasos  de  la  vida  de  Cristo,  de 
cuyas  alabanzas  no  es  necesario  tratar  al  presente,  pues  todas 
las  vidas  y  libros  de  los  sanctos  están  llenos  de  ellas,  A  lo  menos 
esto  es  cierto,  que  así  como  entre  todas  las  obras  de  Dios  la 
más  alta  y  más  esclarecida  fué  la  sacratísima  humanidad  de 
Cristo,  así  ella  es  la  que  más  altamente  nos  levanta  al  conosci- 
miento  de  la  divinidad,  y  la  que  más  nos  descubre  la  grandeza 
de  las  perfecciones  divinas:  conviene  saber,  la  sabiduría,  la  om- 
nipotencia, la  bondad,  la  misericordia,  la  justicia,  la  caridad,  la 
benignidad,  y  finalmente  todas  las  otras  perfecciones  divinas. 
Porque  ella  es  aquella  escalera  mística  que  vio  el  patriarca 
Jacob  en  sueños,  por  la  cual  los  ángeles  subían  y  descendían: 
porque  por  aquí  suben  los  hombres  al  conocimiento  de  Dios  y 
descienden  al  de  sí  mismos. 

La  orden  que  en  la  consideración  destos  pasos  se  puede  te- 
ner, es  la  que  á  cada  uno  mejor  armare  y  más  sirviere  para  su 
gusto  y  devoción.  A  mí  paresció  sería  cosa  muy  conveniente 
para  los  principiantes  repartir  la  consideración  de  todos  estos  san- 
ctos misterios  por  los  días  de  dos  semanas,  en  la  una  de  las  cua- 
les se  pusiesen  los  principales  pasos  de  la  vida  de  nuestro 
Señor  Jesucristo,  y  en  la  otra  los  de  su  pasión  y  muerte  sanctí- 
sima,  señalando  para  cada  día  dos  ó  tres  pasos  principales  des- 
tos,  aunque  ningún  inconveniente  sería  algunas  veces  estarse  en 
un  paso  muchos  días  (si  el  Señor  diese  mucho  á  sentir  en  él)  ó 
considerar  muchos  en  uno,  cuando  esto  no  sucediese. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  307 


La  manera  de  tratar  cada  uno  destos  misterios  es  poniendo 
primero  el  texto  del  sancto  Evangelio  (que  es  la  más  alta  y  más 
dulce  escriptura  de  cuantas  hay  en  el  mundo)  y  después  notan- 
do algunos  puntos  morales  y  devotos  sobre  que  se  pudiese  fun- 
dar esta  consideración:  de  los  cuales  unos  sirven  para  la  imita- 
ción de  las  virtudes  de  Cristo,  otros  para  el  agradescimiento  de 
sus  beneficios,  otros  para  compasión  de  sus  trabajos,  otros  para 
devoción  y  otros  también  para  despertar  el  amor  de  este  sobe- 
rano Señor,  y  otros  para  otros  afectos  y  virtudes  semejantes,  se- 
gún que  el  Señor  nos  diere  á  entender. 

Y  todos  estos  puntos  puse  con  la  mayor  brevedad  que  me 
fué  posible,  lo  uno  para  que  más  fácilmente  se  pudiesen  tomar 
en  la  memoria,  y  lo  otro  para  que  el  piadoso  ejercitador  puesto 
en  el  camino  pusiese  de  su  casa  lo  demás,  porque  siempre  esto 
que  sale  del  proprio  pecho  (por  bajo  que  sea)  es  más  dulce  y 
provechoso  que  todo  lo  que  viene  de  fuera.  Y  placerá  al  Señor 
darnos  gracia  para  sacar  presto  á  luz  un  libro  de  estos  misterios 
donde  todos  estos  puntos  se  traten  más  extendidamente,  y  se  vea 
lo  mucho  que  cada  uno  dellos  comprehende. 

Y  porque  la  consideración  destos  misterios  sea  más  acompa- 
ñada, será  bien  que  antes  de  la  meditación  preceda  la  misma 
preparación  que  arriba  pusimos,  y  que  después  de  ella  se  siga  un 
devoto  hacimiento  de  gracias  por  el  beneficio  que  en  aquel  paso 
se  nos  representa,  y  por  todos  los  otros  beneficios  divinos.  Des- 
pués de  lo  cual  se  puede  seguir  el  mismo  ofrecimiento  y  peti- . 
ción  que  arriba  se  puso.  De  manera  que  en  este  sancto  ejercicio 
podrán  alguna  vez  entrevenir  estas  cinco  partes,  conviene  saber , 
preparación,  meditación,  hacimiento  de  gracias,  ofrecimiento  y 
petición.  De  las  cuales  partes  tratamos  en  el  ejercicio  pasado, 
sino  que  aquí  se  pueden  praticar  con  más  brevedad,  porque  as  í 
quede  más  tiempo  para  la  meditación.  Esto  se  dice,  no  porque 
sea  esto  siempre  necesario,  sino  para  que  tenga  el  hombre  mu- 
chas cosas  de  que  echar  mano,  con  que  despierte  la  devoción,  y 
tenga  también  copiosa  materia  de  meditación,  para  que  por  falta 
désta  no  venga  á  dar  en  seco,  y  perder  el  hilo  deste  sancto 
ejercicio. 

Presupuesto  pues  este  pequeño  preámbulo,  comencemos  á 
entrar  ya  en  los  misterios  de  la  vida  deste  Seño  r. 


3o8  GUIA  DE  PECADORES 


EL  LUNES  I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  señalamos,  pensarás  la  embajada  del  Ángel  á  Nuestra  Se- 
ñora, y  en  la  visitación  suya  á  Sancta  Isabel. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  así. 

UÉ  enviado  el  ángel  Gabriel  por  Dios  á  una  ciudad  de  la 
provincia  de  Galilea  (que  tenía  por  nombre  Nazaret)  á  una 
virgen  desposada  con  un  varón  llamado  Josef,  de  la  casa  de  Da- 
vid, y  el  nombre  de  la  virgen  era  María.  Y  entrando  el  ángel  á 
ella,  díjole:  Dios  te  salve,  llena  de  gracia,  el  Señor  es  contigo, 
bendita  tú  entre  las  mujeres.  La  cual  oyendo  esto,  turbóse  con 
estas  palabras,  y  pensaba  entre  sí  qué  manera  de  salutación  era 
ésta.  Y  respondió  el  ángel,  y  díjole:  No  temas,  María,  porque  ha- 
llaste gracia  en  los  ojos  de  Dios.  Mira  que  concebirás  en  tu  vien- 
tre, y  parirás  un  hijo,  y  ponerle  has  nombre  Jesús.  Este  será  gran- 
de, y  llamarse  ha  Hijo  del  muy  alto,  y  darle  ha  el  Señor  Dios  la 
silla  del  rey  David  su  padre,  y  reinará  en  la  casa  de  Jacob  para 
siempre,  y  su  reino  no  tendrá  fin.  Dijo  entonces  María  al  ángel: 
¿Cómo  se  hará  esto?  Porque  no  conozco  varón.  Y  respondió  el 
ángel,  y  díjole:  El  Espíritu  Sancto  sobrevendrá  en  ti,  y  la  virtud 
del  muy  alto  te  cubrirá  con  su  sombra,  y  por  esto  lo  que  de  ti 
naciere,  será  una  cosa  sancta,  y  será  llamado  Hijo  de  Dios.  Y 
(para  esto)  mira  que  Elisabet  tu  parienta  ha  concebido  un  hijo 
en  su  vejez,  y  aquélla  que  todos  llamaban  estéril,  está  agora  en 
el  sexto  mes  de  su  preñez:  para  que  veas  cómo  no  hay  cosa  im- 
posible á  Dios.  Dijo  (entonces)  María:  He  aquí  la  sierva  del  Se- 
ñor, sea  hecho  en  mí  según  tu  palabra. 

Y  levantándose  María,  subió  á  las  montañas  con  grande 
priesa,  y  entró  en  la  casa  de  Zacarías,  y  saludó  á  Elisabet.  Y  fué 
así,  que  como  oyese  EUsabet  la  salutación  de  María,  gozóse  el 
ñiño  que  estaba  en  su  vientre,  y  fué  llena  del  Espíritu  Sancto 
Elisabet,  y  exclamó  con  una  grande  voz,  y  dijo:  Bendita  tú  entre 
las  mujeres,  y  bendito  el  fructo  de  tu  vientre.  ¿Y  de  dónde  á  mí 
tan  grande  bien  que  la  madre  de  mi  Señor  venga  á  mí?  Porque 
en  el  punto  que  sonó  la  voz  de  tu  salutación  en  mis  oídos,  se  gozó 


LIBRO  III.  PARTE   II.  3O9 


con  alegría  el  niño  en  mi  vientre.  Y  bienaventurada  tú,  porque 
creíste:  porque  en  ti  se  cumplirán  las  cosas  que  de  parte  del 
Señor  te  fueron  dichas.  Dijo  (entonces)  María:  Engrandesce  mi 
ánima  al  Señor,  y  mi  espíritu  se  alegró  en  Dios  mi  salvador. 
Porque  tuvo  Él  por  bien  de  mirar  á  la  humildad  de  su  sierva, 
por  eso  me  llamarán  bienaventurada  todas  las  generaciones. 
Porque  hizo  en  mí  grandes  cosas  Aquél  que  es  poderoso  para 
hacerlas,  cuyo  nombre  es  sancto,  y  cuya  misericordia  corre  de 
generación  en  generación  para  con  aquéllos  que  le  temen.  Usó 
del  gran  poder  de  su  brazo,  y  derribó  los  soberbios  de  los  pen- 
samientos de  su  corazón.  Derrocó  los  poderosos  de  sus  sillas,  y 
levantó  los  humildes.  A  los  hambrientos  hinchió  de  bienes,  y  á 
los  ricos  dejó  vacíos.  Recibió  (benignamente)  á  Israel  su  siervo, 
acordándose  de  su  misericordia.  Así  como  lo  prometió  á  nues- 
tros padres  Abraham  y  á  sus  hijos  en  los  siglos. 

Y  estuvo  María  con  Elisabet  cuasi  tres  meses,  y  volvióse  á 
su  casa. 

Consideraciones  sobre  estos  pasos  del  texto, 
y  primero  de  la  Encarnación. 

É CERCA  deste  sancto  evangelio  puedes  primeramente  consi- 
derar la  inefable  caridad  de  Dios,  que  al  tiempo  que  nos- 
otros dormíamos  y  menos  cuidado  teníamos  de  nuestra  salud, 
y  ni  con  oraciones  ni  con  servicios  procurábamos  nuestro  reme- 
dio, se  acordó  Él  de  remediarnos:  y  pudiendo  hacer  esto  por  otras 
muchas  maneras,  lo  quiso  hacer  por  ésta,  que  á  Él  le  era  tan 
costosa  (que  fué  enviar  su  unigénito  Hijo  al  mundo)  por  ser  ésta 
la  más  conveniente  que  había  para  nuestra  salud.  De  la  cual  ca- 
ridad dijo  el  mismo  Señor  en  el  Evangelio:  En  tanta  manera  amó 
Dios  al  mundo,  que  le  dio  su  unigénito  Hijo,  para  que  mediante 
la  fe  y  amor  que  tuviésemos  con  Él,  alcanzásemos  la  vida  eterna. 
II.  Considera  luego  la  excelencia,  la  manera  de  vida  y  las 
virtudes  admirables  desta  Virgen  que  Dios  escogió  por  madre:  por- 
que tal  y  tan  grande  fué  su  sanctidad,  cual  era  la  dignidad  para 
que  Dios  la  escogía,  que  después  de  la  gracia  de  la  unión  del 
Verbo  divino,  es  la  mayor  de  cuantas  se  pueden  entender.  Por- 
que ésta  es  la  condición  de  Dios,  hacer  siempre  las  obras  pro- 
porcionadas con  los  fines  para  que  las  ordena. 


3  10  GUIA  DE  PECADORES 


ni.  Considera  los  ejercicios  en  que  estaría  ocupada  al  tiempo 
que  el  Ángel  la  saludó.  Porque  es  de  creer  que  estaría  á  la  sazón 
en  su  oratorio  ó  retraimiento,  donde  tendríasus  libros  devotos,  su 
psalterio  y  sus  profetas,  con  los  otros  libros  sagrados,  y  allí  gas- 
taría la  mayor  parte  de  la  noche  en  sanctos  ejercicios  de  oracio- 
nes, contemplaciones  y  alabanzas  divinas,  con  grandes  arrebata- 
mientos y  júbilos  de  corazón,  y  con  grande  abundancia  de  lágri- 
mas: y  á  la  sazón  es  de  creer  que  estaría  ocupada  en  alguna  al- 
tísima contemplación  que  perteneciese  al  propósito  del  presente 
misterio. 

IV.  Considera  la  maravillosa  vergüenza  y  silencio  desta  Vir- 
gen, que  apenas  habló  una  palabra  necesaria,  después  de  muchas 
que  el  Ángel  le  habló. 

V.  Considera  también  su  grande  humildad,  pues  teniendo 
tanta  razón  para  temer  viendo  delante  de  sí  un  ángel  en  tan  res- 
plandeciente figura,  no  se  hace  mención  deste  temor,  sino  del 
que  recibió  en  oirse  alabar  y  llamar  llena  de  gracia  y  bendita 
entre  las  mujeres:  porque  para  el  verdadero  humilde  ninguna 
cosa  hay  más  nueva  ni  más  temerosa  que  oir  sus  alabanzas: 
porque  éstos  son  los  ladrones  y  robadores  del  tesoro  de  la  hu- 
milidad. 

VI.  Considera  también  el  amor  inestimable  que  esta  Virgen 
tenía  á  la  castidad,  pues  ella  fué  la  primera  que  en  el  mundo  fizo 
este  nuevo  voto  sin  tener  ejemplo  que  imitar.  Y  qué  tan  grande 
haya  sido  el  amor  que  tuvo  á  esta  virtud,  parece  claro,  pues  ofre- 
ciéndole tan  grande  gloria  como  es  ser  madre  de  Dios,  todavía 
trató  de  volver  por  la  gloria  desta  virtud,  y  todavía  (como  San 
Bernardo  dice)  sintió  mucho  el  pensar  que  para  esto  se  había  de 
dispensar  el  voto  de  su  pureza  virginal. 

VII.  Piensa  también  en  la  fe  desta  Señora,  de  la  cual  con  mu- 
cha razón  fué  alabada  de  Sancta  Isabel,  pues  creyó  tantas  maravi- 
llas juntas,  y  tan  increíbles  á  todo  humano  entendimiento.  Pues  si 
tanto  alaba  el  Apóstol  la  fe  de  Abraham,  porque  creyó  que  una 
mujer  estéril  pariría,  ¿cuánto  fué  mayor  la  fe  desta  doncella  que 
creyó  que  una  virgen  pariría,  y  que  Dios  encarnaría,  y  que  todo 
esto  sería  por  Espíritu  Sancto,  sin  obra  de  varón?  De  donde 
aprenderás,  ánima  mía,  á  creer  y  fiarte  de  todas  las  palabras  y 
promesas  de  Dios,  aunque  al  seso  humano  parezcan  increíbles. 

Vin.     Considera  después  de  todo  este  tan  dulce  diálogo,  con 


LIBRO   III.  PARTE  II.  3 II 


cuánta  humildad  y  obediencia  se  resignó  esta  Señora  en  las  manos 
de  Dios,  diciendo:  He  aquí  la  esclava  del  Señor  &c.  para  que  tú 
aprendas  de  aquí  á  hacer  otro  tanto  en  todo  lo  que  el  Señor  qui- 
siere hacer  de  ti,  así  en  esta  vida  como  en  la  otra. 

IX.  Considera  cómo  dicha  esta  palabra  se  juntó  el  cielo  con 
la  tierra,  que  es  la  alteza  del  Verbo  divino  con  la  bajeza  de  nues- 
tro lodo,  y  considera  qué  tan  grandes  serían  las  alegrías  de  aquel 
pecho  virginal  con  esta  sobrevenida  del  Espíritu  Sancto:  el  cual 
de  tal  manera  esclareció  y  adornó  aquel  tálamo  celestial,  que 
mereciese  ser  dignísima  morada  y  hospedería  del  Señor  de  todo 
lo  criado. 

X.  Considera  también  la  inefable  dignidad  y  gloria  que  nos 
vino  por  este  misterio  de  la  Encarnación:  porque  si  tanto  se  precia 
y  estima  la  hidalguía  y  parentesco  de  nobles,  ^cuánto  nos  debe- 
mos preciar  de  tener  parentesco  con  Dios,  y  de  que  seamos  ya 
una  mesma  carne  y  sangre  con  El?  Y  si  esta  carne  mía  es  ya  car- 
ne suya,  ^cómo  la  osaré  yo  más  ensuciar  y  injuriar  con  vicios  y 
torpezas,  pues  esto  es  injuriar  la  carne  del  mismo  Dios? 

XI.  Y  si  Él  se  hizo  hombre  por  hacernos  dioses,  y  se  juntó  con 
nuestra  carne  por  ajuntarnos  con  su  espíritu,  ¿porqué  no  trabaja- 
remos nosotros  por  levantarnos  del  polvo  de  nuestra  bajeza  y 
villanía  á  participar  de  tanta  gloria?  Si  El  tanto  descendió  por  jun- 
tarse con  la  bajeza  de  nuestra  carne,  ¿porqué  no  trabajaremos 
nosotros  por  juntarnos  con  la  alteza  de  su  espíritu?  Y  si  El  se  juntó 
con  nosotros  en  la  mayor  unidad  que  podía  ser  (que  fué  unidad 
personal)  ¿porqué  no  trabajaremos  nosotros  por  juntar  nuestro  es- 
píritu con  el  suyo  en  la  mayor  unidad  que  nos  sea  posible,  que 
es  por  una  continuada  unión  de  entendimiento  y  voluntad?  Indig- 
na cosa  es  por  cierto  que  hiciese  Dios  tanto  por  juntarse  con  las 
criaturas,  y  que  las  criaturas  hagan  tanto  por  apartarse  de  su 
criador.  La  conclusión,  pues,  deste  soberano  misterio  es  que  el 
propósito  y  fin  deste  ayuntamiento  divino  fué  querer  ayuntar- 
nos consigo:  por  lo  cual  no  responde  á  la  fe  deste  misterio  ni  á 
la  confesión  deste  beneficio  quien  no  trabaja  por  aj untarse  con 
El  en  esta  manera  de  unión  espiritual. 


312  GUIA   DE   PECADORES 


De  ¡a  Visitación  de  Nuestra  Señora. 

^CERCA  de  la  Visitación  de  Nuestra  Señora  considera  prime- 
ramente cómo  esta  sagrada  virgen  María  después  que  se 
vio  en  cuerpo  3'  en  ánima  llena  de  Dios,  se  puso  luego  en  camino 
para  ir  á  visitar  y  servir  á  Sancta  Elisabet,  dándonos  en 
esto  ejemplo,  que  cuanto  más  llenos  y  favorescidos  nos  viéremos 
con  dones  de  Dios,  tanto  seamos  para  con  los  prójimos  más  humil- 
des y  más  caritativos,  considerando  que  la  alteza  de  los  dones  que 
recibimos,  no  la  recebimos  por  nosotros  solos,  sino  también  para 
nuestros  prójimos,  como  la  recibió  aquél  que  dijo:  Dístele  señorío 
sobre  toda  carne,  para  que  á  todos  los  que  tú  le  diste,  les  dé  la 
vida  eterna. 

II.  Aprendan  también  de  aquí  los  contemplativos  á  descendir 
de  la  alteza  de  su  contemplación  á  los  trabajos  de  la  acción,  cuan- 
do la  necesidad  ó  la  caridad  de  los  hermanos  lo  pide,  pues  esta 
Virgen  al  tiernpo  que  quisiera  ella  estar  toda  suspensa  en  la  ad- 
miración y  contemplación  de  tan  alto  misterio,  no  por  eso  dejó 
de  acudir  á  la  obligación  de  este  tan  piadoso  ejercicio. 

III.  Aprendan  también  á  no  interrumpir  el  mismo  ejercicio 
de  las  obras  interiores  en  el  ejercicio  exterior:  pues  la  Virgen  en 
este  camino  no  por  eso  desvió  los  ojos  de  la  consideración  y 
admiración  de  este  soberano  misterio  que  Dios  en  ella  había 
obrado. 

IV.  Aprendamos  también  todos  á  no  hacer  las  obras  de  Dios 
perezosa  y  negligentemente:  pues  de  la  Virgen  se  dice  que  con 
gran  apresuramiento  iba  á  entender  en  esta  obra  de  piedad.  Por- 
que por  eso  se  dice  que  hace  Dios  á  sus  ministros  como  fuego 
encendido,  que  es  el  más  ligero  y  más  activo  de  los  elementos: 
porque  tales  conviene  que  sean  sus  siervos,  y  con  tal  manera  de 
fervor  y  diligencia  conviene  que  entiendan  en  las  obras  de  su 
servicio,  no  acelerando  los  pasos  del  cuerpo,  sino  avivando  los 
deseos  del  espíritu  y  mortificando  los  cuidados  del  mundo,  por- 
que esto  es  no  pararse  á  saludar  á  nadie  en  el  camino.  Primero 
la  Virgen  se  detuvo  en  la  contemplación  y  después  se  dio  prie- 
sa en  el  camino,  porque  esos  solos  son  diligentes  en  la  acción, 
que  se  saben  quietar  en  la  contemplación. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  313 


V.  Considera  también  de  cuánta  virtud  fué  la  voz  de  la  sa- 
lutación desta  Virgen  (que  sería,  Dios  os  alumbre,  ó  Dios  os  sal- 
ve) pues  así  como  llegó  á  los  oídos  de  la  madre,  alumbre  al  hi- 
jo y  á  la  madre,  y  á  ambos  hinchió  del  Espíritu  Sancto:  para  que 
entiendas  cuánto  te  conviene  servir  á  esta  Señora  y  tenerla  por 
abogada,  pues  tan  dulce  y  tan  poderosa  es  su  voz,  no  sólo  en  los 
oídos  de  los  hombres,  sino  mucho  más  en  los  de  Dios.  Estaba 
llena  del  Espíritu  Sancto:  por  esto  no  me  maravillo  que  tal  efi- 
cacia tuviesen  sus  palabras,  porque  la  suelen  tener  las  de  aqué- 
llos que  están  llenos  de  este  Espíritu. 

VI.  Considera  también  en  el  sentimiento  maravilloso  del 
niño:  para  que  veas  que  cuando  el  Espíritu  Sancto  quiere  obrar, 
no  impide  ni  la  edad,  ni  la  insuficiencia  de  las  cosas,  ni  el  lu- 
gar, ni  lo  demás. 

VII.  Considera  también  cuan  grande  sería  la  admiración  y 
alegría  de  aquella  sancta  mujer  con  el  súbito  resplandor  de  tan 
grande  luz  (que  es  con  el  nuevo  conoscimiento  de  tan  grandes 
maravillas)  pues  en  aquel  instante  por  una  muy  alta  manera  le 
fué  hecha  revelación  cuasi  de  todos  los  misterios  y  discurso  del 
Evangelio.  Porque  allí  conosció  cómo  aquella  doncella  que  tenía 
delante,  era  madre  de  Dios,  y  que  había  concebido  del  Espíritu 
Sancto,  y  que  el  Hijo  de  Dios  había  encarnado  en  sus  entrañas, 
y  que  el  Mesías  era  ya  venido,  y  que  el  mundo  con  su  venida 
había  de  ser  reformado,  y  finalmente  allí  conosció  todo  lo  que 
el  Ángel  con  la  misma  Virgen  había  tractado.  Pues  si  el  estilo  del 
Espíritu  Sancto  es  dar  el  sentimiento  de  la  voluntad  conforme 
á  la  lumbre  que  da  al  entendimiento,  ¿cuáles  serían  los  ardores 
y  sentimientos  de  su  voluntad  precediendo  tal  lumbre  en  el  en- 
tendimiento? No  hay  palabras  que  basten  para  explicar  esto  co- 
mo es:  porque  por  aquí  veas  cuan  grandes  sean  los  dones  y 
favores  de  Dios  aun  en  esta  vida  mortal  para  con  los  suyos. 

VIII.  Entendido  por  esta  vía  el  corazón  de  esta  sancta  mujer, 
trabaja  (si  pudieres)  por  entender  el  corazón  de  la  Virgen,  y  las 
palabras  de  aquella  maravillosa  canción  que  cantó  sobre  este  tan 
alto  misterio.  Mira  cuan  alabada  es  allí  la  humildad,  cuan  detes- 
tada la  soberbia  y  cuan  encarecida  la  misericordia,  y  la  fidelidad, 
y  la  providencia  paternal  de  Dios  para  con  los  suyos.  Oh  bien- 
aventurada Virgen,  <iqué  sentía  tu  piadoso  corazón  cuando  decías: 
Engrandece  mi  ánima  á  Dios,  y  mi  espíritu  se  alegró  en  Dios,  y 


314  GUIA  DE  PECADORES 


hizo  en  mi  grandes  cosas  el  todopoderoso?  ¿Qué  grandezas  y  qué 
maravillas  eran  ésas?  No  es  dado  á  nosotros  escudriñarlas,  sino 
maravillarnos,  y  espantarnos,  y  quedar  atónitos  con  la  considera- 
ción de  ellas.  ¡Oh,  dichosa  suerte  la  de  los  justos,  pues  tan  altamen- 
te son  á  veces  visitados  y  consolados  de  Dios!  Verdaderamente 
con  mucha  razón  dijo  el  profeta:  Voz  de  alegría  y  de  salud  en 
las  moradas  de  los  justos:  porque  en  solos  ellos  está  la  verdadera 
salud  y  la  verdadera  alegría,  como  quiera  que  de  los  malos  esté 
escrito:  Quebrantamientos  y  desventura  en  los  caminos  dellos,  y 
el  camino  de  la  paz  nunca  supieron  atinarlo. 

IX.  Bendice  la  sancta  Virgen  á  Dios,  y  Elisabet  cuenta  sus 
maravillas:  para  que  veas  el  fructo  de  las  pláticas  y  comunicación 
de  los  siervos  de  Dios,  que  todo  es  encenderse  y  despertarse  á 
sus  alabanzas. 

EL  MARTES  I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  pusimos,  se  ha  de  pensar  la  revelación  hecha  al  sancto  Jo- 
sef  de  la  pureza  de  Nuestra  Señora,  y  el  nascimiento  del  Sal- 
vador. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi: 


'\  OMO  estuviese  desposada  María  madre  de  Jesú  con  Josef, 
¿J  primero  que  se  juntasen  en  uno,  fué  hallada  haber  conce- 
bido en  su  vientre  del  Espíritu  Sancto.  Y  Josef  su  esposo,  como 
fuese  varón  justo  y  no  quisiese  infamarla,  quiso  secretamente 
dejarla.  Y  estando  él  en  estos  pensamientos,  he  aquí  el  Ángel  del 
Señor  le  apáreselo  en  sueños  diciendo:  José,  hijo  de  David,  no 
temas  recebir  á  tu  esposa  María,  porque  lo  que  en  su  vientre  ha 
nascido,  del  Espíritu  Sancto  es.  Y  parirá  un  hijo,  y  ponerle  has 
por  nombre  Jesús:  porque  él  hará  salvo  á  su  pueblo  de  sus  pe- 
cados. Todo  esto  fué  así  hecho,  para  que  se  cumpliese  lo  que  el 
Señor  había  dicho  antes  por  el  Profeta:  Mirad  que  una  virgen 
concebirá  y  parirá  un  hijo,  y  llamarle  han  por  nombre  Emanuel, 
que  quiere  decir,  Dios  con  nosotros.  Levantándose  pues  Josef 
del  sueño,  hizo  lo  que  el  ángel  le  había  mandado,  y  recibió  á  su 
esposa  María. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  3^5 


Y  acaesció  que  en  aquellos  días  se  publicó  un  edicto  del  em- 
perador  César  Augusto,  en  que  mandaba  que  se  encabezase  todo 
el  mundo.  Este  primer  encabezamiento  fué  hecho  por  Girino  pre- 
sidente de  Siria,  Iban  todos  cada  uno  á  su  tierra,  para  esta  pro- 
testación. Pues  conforme  á  esta  ley  subió  Josef  de  la  provincia 
de  Galilea  y  de  la  ciudad  de  Nazaret  á  la  provincia  de  Judea 
y  á  la  ciudad  de  David,  que  se  llama  Bedeem,  porque  era  de  la 
casa  y  familia  de  David,  para  protestar  allí  con  María  esposa 
suya  que  iba  preñada.  Y  acaesció  que  estando  allí,  se  cumplie- 
ron los  días  de  su  parto,  y  parió  su  hijo  primogénito,  y  envol- 
viólo en  pañales,  y  acostólo  en  un  pesebre, porque  no  había  otro 
lugar  en  aquel  mesón. 

Y  había  en  aquella  región  unos  pastores  que  á  la  sazón  es- 
taban velando  y  guardaban  las  vigilias  de  la  noche  sobre  su  ga- 
nado. Y  el  Ángel  del  Señor  vino  á  ellos,  y  la  claridad  de  Dios 
resplandesció  sobre  ellos,  y  temieron  con  gran  temor.  Y  díjoles 
el  Ángel:  No  queráis  temer:  mirad  que  os  denuncio  unas  nuevas 
de  grande  alegría  que  será  para  todo  el  pueblo,  que  os  es  nas- 
cido  hoy  un  Salvador,  que  es  Gristo  nuestro  Señor,  en  la  ciudad 
de  David.  Y  esto  os  doy  por  señal,  que  hallaréis  un  niño  envuel- 
to en  pañales  y  puesto  en  un  pesebre.  Y  luego  á  deshora  se 
juntó  con  el  Ángel  una  muchedumbre  del  ejército  celestial,  que 
alababan  á  Dios  y  decían:  Gloria  sea  á  Dios  en  las  alturas,  y  paz 
á  los  hombres  de  buena  voluntad. 

Y  como  los  ángeles  se  apartaron  dellos  y  se  fueron  al  cielo, 
los  pastores  hablaban  entre  sí  diciendo:  Pasemos  hasta  Betleem,  y 
veamos  este  misterio  que  el  Señor  ha  obrado  y  nos  ha  revela- 
do. Y  vinieron  á  grande  priesa,  y  hallaron  á  María,  y  á  Josef,  y 
al  niño  puesto  en  el  pesebre.  Y  viéndolo  conoscieron  lo  que  les  ha- 
bía sido  revelado  acerca  deste  niño.  Y  todos  los  que  lo  oyeron, 
se  maravillaron  de  las  cosas  que  les  habían  sido  dichas  por  los 
pastores, 

Y  María  guardaba  todos  estos  misterios  conferiéndolos  en  su 
corazón.  Y  volviéronse  los  pastores  alabando  y  glorificando  á 
Dios  por  todo  lo  que  habían  oído  y  visto,  y  según  que  les  fuera 
revelado. 


3i6  GUIA  DE  PECADORES 


Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto,  y  primero 
sobre  Ja  revelación  hecha  al  sancto  Josef. 


j  CERCA  de  la  revelación  hecha  al  sancto  Josef  de  la  pureza 
virginal  de  Nuestra  Señora,  considera  primeramente  la 
grandeza  del  trabajo  que  padescería  la  Virgen  viendo  al  espo- 
so tan  amado  con  tan  grande  turbación  y  aflición  como  consi- 
go traía:  que  (para  una  mujer  y  tal  mujer)  es  uno  de  los  mayores 
trabajos  que  pueden  ser:  para  que  por  aquí  veas  cómo  á  tiem- 
pos desampara  el  Señor  á  los  suyos,  y  los  ejercita  y  prueba  con 
grandes  angustias  y  tribulaciones. 

II.  Considera  la  paciencia,  y  el  silencio,  y  la  confianza  con  que 
la  Virgen  padescería  este  trabajo,  pues  ni  por  eso  perdió  la  paz 
de  su  consciencia,  ni  descubrió  el  secreto  de  aquel  gran  misterio, 
ni  perdió  la  confianza  de  que  el  Señor  volvería  por  su  inocencia, 
sino  puesta  en  continua  oración  descubría  y  encomendaba  al 
Señor  su  causa. 

III.  Piensa  luego  en  la  revelación  hecha  al  sancto  varón:  para 
que  por  aquí  entiendas  cómo  el  Señor  azota  y  regala,  mortifica 
y  da  vida,  derriba  hasta  los  infiernos  y  saca  dellos,  y  cómo  fi- 
nalmente es  verdad  lo  que  dice  el  Apóstol:  Sabe  muy  bien  el 
Señor  librar  á  los  justos  de  la  tribulación. 

IV.  Considera  también  la  grandeza  de  la  misericordia  deste  san- 
to varón,  pues  no  quiso  acusar  á  la  Virgen,  aun  en  caso  donde 
la  ley  le  daba  el  cuchillo  contra  ella,  sino  antes  quiso  ser  cruel 
para  sí  que  riguroso  para  con  ella,  pues  escogió  antes  irse  por 
esos  mundos  perdido,  que  poner  la  lengua  ó  las  manos  en  ella. 
Por  donde  verás  cuan  familiar  es  á  los  justos  la  virtud  de  la  mi- 
sericordia, y  con  cuánta  razón  dijo  el  Sabio:  El  justo  tiene  lás- 
tima aun  de  las  bestias  de  su  casa,  mas  las  entrañas  de  los  malos 
son  crueles. 

V.  Aquí  puedes  luego  considerar  qué  tan  grande  sería  el  ale- 
gria  deste  varón  cuando  hallase  inocencia  en  quien  tanto  desea- 
ba hallaria,  y  qué  tan  grande  seria  el  alegria  de  la  Virgen,  vien- 
do por  una  parte  el  esposo  dulcísimo  despenado  y  vueltas  sus 
lágrimas  en  alegría,  y  por  otra  considerando  el  socorro  de  la 
divina  providencia,  y  la  fidelidad  que  el  Señor  tiene  para  con 


LIBRO  III.  PARTE    II.  317 


todos  aquéllos  que  fielmente  esperan  en  Él.  El  hombre  cuerdo 
(dice  el  Sabio)  cree  á  la  ley  de  Dios,  y  la  ley  le  será  fiel.  ¿Qué 
sería  ver  allí  con  cuántas  lágrimas  el  esposo  pediría  perdón  á  la 
esposa  de  la  sospecha  pasada,  y  con  qué  ojos  la  miraría  de  ahí 
adelante,  y  con  cuánta  reverencia  y  acatamiento  la  trataría?  Y 
¿qué  sería  ver  las  lágrimas  de  la  Virgen,  y  las  alabanzas  con  que 
alabarían  á  Dios  toda  aquella  noche  por  ese  tan  grande  bene- 
ficio? 


Del  Nacimiento  del  Salvador. 


RIMERAMENTE  antes  de  entrar  en  la  consideración  de  este 
misterio,  mira  cómo  hace  mención  el  Evangelista  del  edic- 
to de  César  Augusto,  poniéndolo  por  causa  de  este  camino:  para 
que  veas  cómo  todas  las  cosas  sirven  á  la  divina  providencia,  y 
cómo  sin  saber  los  hombres  lo  que  hacen,  hacen  la  voluntad  de 
Dios. 

II.  Obedesció  la  Virgen  á  este  edicto,  y  obedesce  también  el 
Hijo  de  Dios,  que  iba  en  sus  entrañas:  porque  por  aquí  veas  cuan 
obediente  se  ha  hecho  por  nosotros  el  Señor  de  los  ángeles, 
pues  comienza  á  obedescer  antes  que  nazca.  Considera  también 
el  trabajo  que  la  Virgen  pasaría  en  este  camino,  pues  el  tiempo 
era  tan  contrario  al  caminar,  y  ella  era  tan  delicada,  y  la  despensa 
y  provisión  para  el  camino  tan  pobre.  Camina,  pues,  tú  con  el 
espíritu  en  esta  sancta  romería,  y  sigue  estos  pasos  piadosos,  y 
sirve  lo  que  pudieres  á  estos  sanctos  peregrinos,  y  mira  cómo 
en  todo  este  camino  unas  veces  hablan  de  Dios,  otras  van  ha- 
blando con  Dios,  unas  veces  orando,  otras  dulcemente  plati- 
cando, y  así  alternando  los  ejercicios,  vencían  el  trabajo  del  ca- 
minar. 

III.  Considera  luego  cómo  venida  la  sacratísima  Virgen  á 
Betleem,  y  llegada  ya  aquella  dichosa  hora  del  parto  virginal, 
puesta  en  alguna  altísima  contemplación  (como  siempre  lo  esta- 
ba) nos  dio  aquel  fructo  de  su  vientre  virginal,  y  descubrió  al 
mundo  este  nuevo  sol  de  justicia.  Imagina  pues  al  mundo  en- 
vuelto en  unas  escurísimas  y  muy  espesas  tinieblas,  y  míralo  ago- 
ra esclarescido  con  esta  suavísima  y  hermosísima  luz.  Porque 


3l8  GUIA  DE  PECADORES 


(como  dice  la  Escriptura)  llegóse  ya  el  tiempo  en  que  se  descu- 
brió el  sol,  que  hasta  entonces  estaba  cubierto  con  los  nublados. 
Pues  con  este  nuevo  resplandor  ¿quién  no  se  alegrará?  ¿quién  no 
se  calentará?  ¿quién  no  despertará  del  sueño  de  sus  pecados?  Hu- 
yan á  la  presencia  de  este  sol  las  fieras  infernales  (que  suelen 
andar  de  noche)  y  salga  ya  el  hombre  á  entender  en  su  obra,  la 
cual  no  es  otra  que  vivir  conforme  á  razón,  porque  todo  lo  que 
es  contra  razón,  contra  natura  es:  y  tal  es  todo  pecado,  como 
dice  Sancto  Dionisio. 

IV.  Parió  la  Virgen  al  hijo,  y  pariólo  sin  dolor:  para  que  en- 
tiendas que  el  ánima  que  á  Dios  concibe,  á  Dios  pare  sin  alguna 
molestia.  Solo  este  parto  carece  de  dolor:  todos  los  otros  son  do- 
lorosos. Pariólo  también  sin  menoscabo  de  su  integridad  y  pu- 
reza virginal,  porque  no  era  razón  que  quitase  la  integridad  y 
pureza  que  halló  en  la  madre,  el  que  venía  á  hacernos  enteros 
y  puros  á  todos. 

V.  Considera  luego  cuál  haya  sido  la  causa  de  una  tan  gran- 
de maravilla  y  novedad  como  fué  vestirse  Dios  de  carne  visible. 
Porque  no  fué  otra  que  querer  levantarnos  por  este  medio  al 
amor  de  las  cosas  invisibles,  como  lo  canta  la  Iglesia,  Por  do 
parece  que  pues  éste  fué  el  fin  del  nascimiento  de  Cristo,  que  el 
que  no  ha  conseguido  este  fin  (esto  es,  el  que  no  ha  despojado  su 
corazón  del  amor  de  las  cosas  visibles,  y  levantádolo  al  de  las  in- 
visibles) para  este  tal  aun  no  es  nascido  Cristo,  pues  no  ha  con- 
seguido el  fin  para  que  él  nasció.  Si  un  médico  entrase  en  un 
hospital,  y  curando  todos  los  otros  enfermos  se  dejase  uno  por 
curar,  bien  podíamos  decir  que  para  éste  no  vino  el  médico, 
pues  éste  no  gozó  del  beneficio  de  su  venida.  ¡Malaventurado 
de  ti  que  estás  en  pecado,  pues  para  ti  podemos  decir  que  aun 
no  es  nascido  Cristo !  Pues  en  esta  misma  cuenta  se  deben  te- 
ner todos  los  que  no  se  quieren  aprovechar  del  beneficio  de 
Cristo. 

VI.  Piensa  también  en  la  causa  de  haber  tomado  este  tan 
grande  Dios  figura  de  niño  ternecico,  que  no  fué  otra  que  que- 
rer desterrar  de  tu  corazón  todo  temor  desordenado,  toda  pu- 
silanimidad y  desconfianza:  porque  ¿quién  temblará  de  un  niño 
chiquito?  ¿Quién  desmayará  en  su  presencia?  ¿Quién  no  presu- 
mirá de  aplacarle  (si  estuviere  ensañado)  con  pequeños  presen- 
tes y  halagos? 


LIBRO  III.  PARTE   II.  319 


VIL  Pon  luego  los  ojos  en  la  sacratísima  Virgen,  y  mira  con 
qué  amor  y  reverencia  abrazaría  aquel  sancto  niño.  ¡Cómo  lo 
adoraría!  ¡Con  qué  devoción  lo  arrimaría  á  sus  pechos  y  le  da- 
ría de  la  leche  dellos !  ¡  Cuáles  serían  las  alegrías  de  su  corazón ! 
¡Cuántas  las  lágrimas  de  sus  ojos,  viéndose  madre  de  tal  Hijo, 
viéndose  abrazada  con  tal  tesoro,  y  viéndose,  finalmente,  parida 
sin  dolor  ni  menoscabo  de  su  pureza  virginal! 

VIII.  Mira  luego  con  cuánta  devoción  y  compasión  le  acos- 
taría en  aquel  pesebre,  porque  no  tenía  otro  mejor  aposento  en 
aquel  establo:  donde  hallarás  maravillosos  ejemplos  de  humildad, 
pobreza,  aspereza  y  caridad  ?  ¿  Qué  mayor  humildad  que  nascer 
Dios  en  un  establo?  ,jQué  mayor  pobreza  que  los  pañales  en  que 
fué  envuelto?  ,iQué  mayor  aspereza  que  ser  en  tan  tierna  edad 
reclinado  en  un  pesebre?  ^Qué  mayor  caridad  que  ponerse  á 
padecer  todos  estos  trabajos  por  nuestra  causa  el  Señor  de  todo 
lo  criado?  Y  mira  aquí  cómo  las  cosas  más  bajas  del  mundo  es- 
cogió Dios:  luego  éstas  deben  ser  las  mejores,  aunque  todo  el 
mundo  lo  contradiga. 

IX.  Y  el  ponerlo  la  Virgen  en  este  lugar,  no  responde  al 
amor,  sino  al  misterio.  Porque  si  al  amor  mirara,  ^qué  cosa  más 
dulce  para  tal  madre  que  tener  á  tal  hijo  entre  sus  pechos  ? 

X-  También  tienes  aquí  que  mirar  (demás  de  aquellas  dos 
resplandescientes  lumbres  Madre  y  Hijo)  las  lágrimas  y  alegrías 
del  sancto  Josef,  los  cancares  de  los  ángeles  y  particularmente  la 
devoción  de  los  pastores.  Y  si  tú  quieres  que  te  quepa  alguna 
parte  de  esta  fiesta  como  á  ellos,  trabaja  por  imitar  la  simplicidad, 
la  humildad,  la  pobreza  y  las  vigilias  dellos,  y  serás  visitado  de 
los  ángeles,  y  cercado  de  luz  como  ellos.  No  seas  doblado,  ni 
malicioso,  ni  ambicioso:  conténtate  con  las  riquezas  de  la  sim- 
plicidad, viv^e  según  naturaleza,  y  luego  este  niño  amador  de 
simples  y  de  niños  te  hará  participante  de  sus  misterios. 

XI.  En  cabo  de  todo  esto  mira  cómo  la  sacratísima  Virgen 
meditaba  y  confería  todos  estos  misterios  en  su  corazón  (como 
dice  el  Evangelista)  para  que  veas  cuan  alto  y  cuan  divino 
ejercicio  sea  la  consideración  de  la  vida  de  Cristo,  pues  aquélla 
que  fué  consumadísimo  dechado  de  toda  perfección  y  contem- 
plación, tan  á  la  continua  se  ejercitaba  en  él. 


320  GUIA  DE  PECADORES 


EL  MIÉRCOLES    I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  pusimos,  se  ha  de  pensar  la  Circuncisión  del  Señor  y  la 
adoración  de  los  Reyes. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi. 

j.ESPUÉS  de  pasados  los  ocho  días  para  haberse  de  circuncidar 
el  niño,  fuéle  puesto  por  nombre  Jesús:  el  cual  nombre 
fué  pronunciado  por  el  Ángel  primero  que  en  el  vientre  fuese 
concebido. 

Y  como  hubiese  nascido  Jesús  en  Betleem  de  Judea  en  tiem- 
po del  rey  Herodes,  he  aquí  donde  vinieron  unos  sabios  de  Orien- 
te á  Hierusalem,  diciendo:  ¿  Dónde  está  el  que  es  nascido  rey  de 
los  judíos?  Porque  vimos  su  estrella  en  Oriente,  y  venimos  á  ado- 
rarle. Oyendo  esto  el  rey  Herodes,  fué  turbado,  y  toda  Hieru- 
salem con  él.  Y  ayuntando  todos  los  príncipes  y  sacerdotes  y 
letrados  del  pueblo,  preguntábales  dónde  Cristo  había  de  nacer. 
Ellos  le  dijieron  que  en  Betleem  de  Judea,  porque  así  estaba  es- 
crito por  el  Profeta:  Tú,  Betleem,  tierra  de  Judea,  no  eres  la  me- 
nor entre  las  principales  tierras  de  Judea:  porque  de  ti  saldrá 
un  duque  que  rija  á  mi  pueblo  Israel.  Entonces  Herodes  lla- 
mando secretamente  los  sabios,  supo  dellos  diligentemente  el 
tiempo  en  que  la  estrella  les  había  aparescido.  Y  euviándolos 
á  Betleem,  dijo:  Id,  y  preguntad  diligentemente  por  este  niño,  y 
cuando  le  hobierdes  hallado,  hacédmelo  saber  para  que  yo  tam- 
bién vaya  á  adorarle.  Los  cuales  oído  esto,  se  partieron  su  ca- 
mino. Y  he  aquí  la  estrella  que  habían  visto  en  Oriente,  iba  de- 
lante dellos  hasta  venir  á  ponerse  sobre  el  lugar  donde  estaba 
el  niño.  Y  viendo  ellos  la  estrella  gozáronse  con  un  grande  gozo 
muy  mucho.  Y  entrando  en  la  casa,  hallaron  al  niño  con  María 
su  madre:  y  prostrados  en  tierra  le  adoraron,  y  abiertos  sus  co- 
fres le  ofrecieron  presentes,  oro,  encienso  y  mirra:  y  siendo  avi- 
sados en  sueños  que  no  volviesen  á  Herodes,  por  otro  camino 
volvieron  á  su  región. 


LIBRO  III.  PARTE  ir.  32 1 


Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto., 
y  primero  de  la  Circuncisión. 

!;«3.ESPUÉS  de  los  ocho  días  &c.  Hácese  mención  del  número 
de  los  días,  para  que  se  vea  la  obediencia  que  tuvo  este 
Señor  á  la  ley,  y  también  para  que  se  entienda  cuan  temprano 
comenzó  á  servir  al  hombre,  para  que  movido  el  hombre  por 
este  ejemplo  no  dilate  su  conversión  para  adelante,  sino  dende 
luego  comience  á  servir  á  Dios. 

II.  Aquí  puedes  luego  considerar  el  dolor  que  padescería 
aquella  delicadísima  y  ternísima  carne  con  este  nuevo  martirio: 
el  cual  era  tan  grande  (especialmente  al  tercero  día)  que  algunas 
veces  acaescía  morir  del.  Por  donde  verás  lo  que  debes  á  este 
Señor,  que  tan  temprano  comenzó  á  padescer  tan  graves  dolores 
y  hacer  tan  dura  penitencia  por  las  demasías  y  torpezas  en  que 
tú  caíste.  Y  mira  cómo  el  primer  día  de  su  nascimiento  derramó 
lágrimas,  y  el  octavo  sangre:  para  que  veas  cómo  no  se  cansa  la 
caridad  de  Cristo,  y  cómo  le  va  costando  el  hombre  de  cada  vez 
más. 

III.  Considera  también  el  dolor  y  lágrimas  del  sancto  Josef, 
que  tan  tiernamente  amaba  este  niño  (que  por  ventura  fué  el  mi- 
nistro desta  circuncisión)  y  mucho  más  las  de  su  sacratísima 
madre,  que  mucho  más  le  amaba,  y  mira  la  diligencia  que  pon- 
dría en  arrullar  y  acallar  el  niño  (que  como  verdadero  niño,  aun- 
que verdadero  Dios,  lloraba)  y  con  qué  reverencia  recogería 
aquellas  sanctas  reliquias  y  aquella  preciosa  sangre,  cuyo  valor 
ella  tan  bien  conoscía. 

IV.  Mira  también  cuan  tarde  comenzó  el  Hijo  de  Dios  á  pre- 
dicar y  cuan  temprano  á  padescer,  pues  á  los  treinta  años  co- 
menzó la  predicación  y  á  los  ocho  días  padesció  la  circuncisión 
y  comenzó  á  hacer  oficio  de  redemptor.  Mir  a  cómo  aquel  espo- 
so de  sangre  comienza  ya  á  derramar  sangre  por  su  esposa  la 
Iglesia:  mira  cómo  el  segundo  Adam  salido  del  paraíso  de  las 
entrañas  virginales  comienza  ya  á  saber  de  bien  y  de  mal,  y  mira 
cómo  aquel  caudaloso  mercader  y  comprador  del  linaje  huma- 
no comienza  ya  á  dar  señal  de  la  paga  advenidera,  derramando 
agora  esta  poquita  de  sangre  en  prendas  de  la  mucha  que  ade- 

OBRAS  DE  GRANADA  X— 8* 


322  GUIA   DE   PECADORES 


lante  derramará.  Por  aquí,  pues,  verás  con  qué  deseos  viene  al 
mundo,  pues  tan  temprano  comienza  á  dar  por  el  hombre  este 
tesoro.  Adora  pues,  oh  ánima  mia,  adora  y  reverencia  esta  pre- 
ciosa gota  de  sangre,  en  la  cual  está  todo  el  precio  de  tu  salud, 
la  cual  sola  bastara  para  nuestro  remedio,  si  la  superabundante 
misericordia  de  Dios  no  quisiera  tan  superabundantemente  sa- 
tisfacer por  nuestras  culpas. 

V.  Considera  también  el  inestimable  ejemplo  de  humildad 
que  aquí  te  da  el  Hijo  de  Dios  tomando  por  ti  imagen  de  pe- 
cador: porque  no  era  otra  cosa  la  circuncisión  sino  un  cauterio 
dado  contra  el  pecado  original,  y  por  consiguiente,  así  como  el 
hombre  que  anduviese  desorejado  ó  ensambenitado  tendría  ima- 
gen de  ladrón  y  de  hereje,  así  el  circuncidado  tiene  imagen  de 
pecador.  Pues  ¿  qué  mayor  humildad  que  tomar  aquella  suma 
inocencia  tal  figura  y  semejanza? 

VI.  Y  no  sólo  tomó  aquí  imagen  de  pecador,  sino  también 
de  esclavo:  porque  aquella  misma  señal  era  como  hierro  de  es- 
clavo y  de  hombre  subjecto  á  la  ley  y  servidumbre  del  pecado, 
y  hacíase  con  cuchillo  de  piedra  para  dar  á  entender  la  dureza 
del  corazón  de  aquel  pueblo  á  quien  se  daba,  de  quien  dijo  Dios: 
Yo  conozco  muy  bien  tu  rebeldía  y  tu  durísima  cerviz.  Mira,  pues, 
por  qué  medios  tan  costosos  se  puso  este  dulcísimo  Señor  á 
obrar  tu  salud.  Tomó  imagen  de  pecador  para  librarte  de  pe- 
cado, tomó  hierro  de  esclavo  para  darte  espíritu  de  libertad, 
subjectóse  al  yugo  durísimo  de  la  ley  porque  tú  te  subjectases  al 
suavísimo  yugo  de  Dios.  Pues  ¿con  qué  pagarás  al  Señor  tal  re- 
medio como  éste  y  tal  manera  de  remediarte? 

VIL  Mira  también  cómo  hoy  le  ponen  por  nombre  Jesús, 
que  quiere  decir  Salvador,  para  que  si  la  señal  de  pecador  te 
desmayaba,  te  esfuerce  este  dulcísimo  y  eficacísimo  nombre  de 
Salvador.  Adora  pues,  oh  ánima  mía,  abraza  y  besa  ese  dulcísi- 
mo nombre,  más  dulce  que  la  miel,  más  suave  que  el  olio,  más 
medicinable  que  el  bálsamo  y  más  poderoso  que  todos  los  po- 
deres del  mundo.  Éste  es  el  nombre  que  deseaban  los  Patriarcas, 
por  quien  suspiraban  los  Profetas,  á  quien  repetían  y  cantaban  los 
Psalmos  y  todas  las  generaciones  del  mundo.  Este  es  el  nombre 
que  adoran  los  ángeles,  que  temen  los  demonios,  y  de  quien  hu- 
yen todos  los  poderes  contrarios,  y  con  cuya  invocación  se  sal- 
van los  pecadores:  porque  no  se  ha  dado  otro  nombre  debajo  de 


LIBRO  III.  PARTE  II.  323 


los  cielos  á  los  hombres,  por  quien  hayan  de  ser  salvos,  sino  solo 
éste,  y  en  otro  ninguno  hay  salud.  ¡  Oh  nombre  dulce,  nombre 
suave,  nombre  glorioso,  quién  te  trajese  siempre  escrito  con  le- 
tras de  oro  en  medio  del  corazón !  Oh,  pues,  hombre  flaco  y  des- 
confiado, si  no  bastó  la  blandura  del  niño  recién  nascido  para  ha- 
certe llegar  á  él,  baste  la  virtud  y  eficacia  deste  nombre,  para 
que  no  huyas  del.  Llégate  confiadamente  á  él,  y  dile  con  el  de- 
votísimo Anselmo:  Oh  Jesús,  por  honra  de  tu  sancto  nombre  sey 
para  mí  Jesús.  Porque  ¿  qué  quiere  decir  Jesús,  sino  Salvador  ? 
Muestra  pues.  Señor,  en  mí  la  eficacia  deste  sanctísimo  nombre 
y  dame  por  él  cumplida  y  verdadera  salud. 

Sobre  el  Evangelio  de  los  Magos. 
§.  I. 

^CERCA  de  la  adoración  destos  sanctos  reyes  considera 
primeramente  cómo  éstos  fueron  las  primicias  de  la  genti- 
Hdad:  esto  es,  los  primeros  hombres  que  entre  los  gentiles  reci- 
bieron la  fe  del  Evangelio,  y  abrieron  camino  para  todos  los  de- 
más. De  donde  así  como  Abraham  se  llama  padre  de  todos  los 
creyentes,  así  éstos  con  mucha  razón  se  pueden  llamar  padres  de 
la  Iglesia.  Y  por  esto,  así  como  dijo  el  Señor  álos  judíos:  Si  sois 
hijos  de  Abraham,  haced  obras  de  Abraham,  así  puede  decir  á 
nosotros  que  si  somos  hijos  destos  sanctos  reyes,  seamos  imita- 
dores suyos. 

II.  Mas  ^en  qué  los  imitaremos?  Primeramente  imitémoslos 
en  ir  con  ellos  á  buscar  este  Señor,  aunque  sea  hasta  el  cabo  del 
mundo.  Caminemos  con  ellos  á  Betleem  y  juntémonos  en  su  com- 
pañía, que  por  sus  pajes  podremos  pasar  y  entrar  adonde  ellos 
entraren,  para  que  con  ellos  veamos  esta  visión  tan  grande,  como 
es  la  majestad  de  Dios  en  carne  mortal. 

III.  Imitémoslos  en  saHr  para  esto  de  nuestras  casas  y  de 
nuestra  región:  esto  es,  del  amor  de  las  criaturas,  y  de  los  apeti- 
tos y  objectos  de  nuestros  sentidos,  y  de  la  región  del  amor  pro- 
prio:  porque  salidos  deste  lugar  y  purificados  nuestros  corazones 
de  todos  estos  peregrinos  amores,  luego  hallaremos  en  ellos  el 
amor  de  Dios. 


324  GUIA  DE  PECABORES 


IV.  Imitéraoslos  en  el  trabajo  del  camino,  en  la  constancia 
de  la  fe,  en  la  libertad  de  la  confesión  y  sobre  todo  en  la  obe- 
diencia á  la  estrella  que  los  guiaba,  que  son  las  inspiraciones  y 
instinctos  del  Espíritu  Sancto,  que  nos  guía  por  este  camino,  de 
quien  dice  el  profeta:  El  Espíritu  tuyo  bueno  me  guiará.  Señor,  á 
la  tierra  derecha. 

V.  Imitémoslos  también  en  la  virtud  de  la  perseverancia, 
pues  desamparándolos  la  guía  celestial,  no  por  eso  desmayaron, 
ni  se  volvieron  á  sus  casas,  ni  desistieron  de  su  demanda,  sino 
prosiguieron  constantemente  su  camino,  usando  de  toda  buena 
industria,  cuando  les  faltó  la  guía  que  los  llevaba.  Pues  así  nos- 
otros no  debemos  desmayar  ni  aflojar  en  nuestros  propósitos, 
cuando  nos  desampara  el  rayo  de  la  devoción,  ni  el  fervor  de  la 
suavidad  interior,  sino  trabajar  por  pasar  adelante  haciendo  lo 
que  es  de  nuestra  parte,  teniendo  por  cierto  que  la  estrella  que 
primero  vimos,  volverá  aparecemos,  según  aquello  del  sancto 
Job  que  dice:  En  sus  manos  esconde  la  luz,  y  mándale  que  tor- 
ne á  nascer  &c. 

VI.  Imitémoslos  en  la  fe,  pues  entrando  en  un  tan  pobre  apo- 
sento y  no  viendo  ningún  aparato  ni  insignias  de  rey,  no  dub- 
daron  ser  Aquél  señor  y  rey  de  todo  lo  criado,  y  así  postrados 
por  tierra  con  suma  reverencia  le  adoraron.  Así  nosotros  debe- 
mos captivar  nuestro  entendimiento  en  servicio  de  la  fe,  y  fiar- 
nos de  todas  las  palabras  y  promesas  de  Dios,  y  esperar  siempre 
favor  y  socorro,  aunque  nos  lo  nieguen  todas  las  razones  y  pru- 
dencia del  mundo. 

VII.  Imitémoslos  finalmente  en  la  ofrenda  que  ofrecieron,  que 
fué  oro,  incienso  y  mirra,  que  es  la  más  rica  y  más  perfecta  ofren- 
da de  cuantas  podemos  ofrecer.  Confieso  que  tres  cosas  deseo  en 
todos  aquéllos  que  tienen  título  ó  hábito  de  siervos  de  Dios:  que 
son,  caridad  cordial  y  entrañable  para  con  los  prójimos,  rigor  y 
aspereza  para  consigo  y  devoción  y  oración  para  con  Dios.  Don  - 
de  estas  tres  cosas  hay,  creo  que  hay  suma  religión,  y  donde 
estas  tres  cosas  faltan  (aunque  haya  otras  muestras  y  aparencias 
de  virtud)  confieso  que  no  me  hinchen  el  corazón.  Si  no  veo 
esta  centella  viva  de  amor  entrañable  para  con  los  prójimos  con 
un  ferviente  deseo  de  su  salvación,  si  no  veo  diligente  estudio  de 
oración  y  devoción,  si  no  veo  rigor  y  aspereza  de  vida,  para  otros 
podrán  ser  sanctos,  mas  para  mí  no  lo  son.  Pues  ésta  es,  herma- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  32? 


no,  la  ofrenda  que  ofrecieron  estos  sanctos  Reyes,  conviene  sa- 
ber, oro  de  caridad,  encienso  de  devoción  y  mirra  de  mortifica- 
ción, que  son  las  tres  principales  virtudes  que  el  verdadero  siervo 
de  Dios  debe  tener  asentadas  en  su  corazón. 

VIII.  Imitémoslos  finalmente  en  volver  á  nuestra  región  por 
otro  camino,  que  es,  dejando'el  camino  del  viejo  Adam,  que  es 
de  la  carne  y  del  mundo,  y  siguiendo  el  que  nos  enseña  el  nue- 
vo, que  es  el  camino  del  espíritu.  De  manera  que  no  sólo  no  nos 
han  de  mover  los  juicios  del  mundo  ni  los  apetitos  de  nuestra 
propria  voluntad,  sino  antes  cualquier  cosa  que  desta  parte  pro- 
cediere, por  muy  justificada  que  parezca,  la  debemos  tener  por 
sospechosa. 

IX.  Después  de  todo  esto,  desviando  un  poco  los  ojos  destos 
sanctos  Reyes,  pongámoslos  en  la  Reina  de  los  ángeles,  y  consi- 
deremos cuál  sería  en  este  paso  su  alegría,  su  devoción,  sus  lá- 
grimas y  el  ardor  de  su  corazón,  viendo  sobre  todos  los  testimo- 
nios pasados  este  nuevo  testimonio  de  la  gloria  de  su  Hijo,  vien- 
do cómo  ya  comenzaba  á  reinar  el  conoscimiento  de  Dios  en  el 
mundo,  cómo  ya  comenzaba  á  fundarse  la  Iglesia  y  cumplirse 
todas  las  maravillas  que  estaban  profetizadas.  Pues  la  que  tanto 
deseaba  la  gloria  de  Dios  y  la  salud  de  las  ánimas,  ¿qué  tanto 
se  alegraría  con  los  nuevos  preludios  desta  obra?  Si  tanto  se  ale- 
gró su  espíritu  con  la  promesa  destas  maravillas,  ¿cuánto  se  ale- 
graría con  tan  prósperos  principios  y  prendas  de  ellas?  Oh  bien- 
aventurada Señora,  ¿quién  podría  sentir  el  gozo  que  recebistes  en 
ver  que  era  adorado  de  los  reyes  como  Dios  verdadero  el  Hijo 
que  pocos  días  antes  habíades  parido?  ¡Oh  infancia  maravillosa, 
á  la  cual  sirven  las  estrellas!  ¡Oh  cuánto  es  alta  la  gloria  y  grande- 
za deste  niño  nuestro  redemptor  Jesú,  á  cuyos  pañales  velan  los 
ángeles,  sirven  las  estrellas,  tremen  los  Reyes  y  se  inclinan  en  tie- 
rra los  seguidores  de  la  sabiduría!  ¡Oh  bienaventurada  choza!  ¡Oh 
silla  de  Dios  segunda  del  cielo,  adonde  no  resplandecen  antor- 
chas encendidas,  sino  estrellas!  ¡Oh  palacio  celestial,  donde  no 
mora  rey  coronado,  mas  Dios  humillado,  que  tiene  por  estrado 
blando  y  muelle  un  duro  pesebre,  y  por  palacios  dorados  una 
choza  ahumada,  pero  adornada  y  esclarecida  con  resplandor  de 
la  estrella!  Espantóme  cuando  por  una  parte  veo  los  paños,  y 
por  otra  miro  á  los  cielos:  maravillóme  cuando  veo  en  un  peque- 
ñuelo  pesebre  al  que  tiene  señorío  sobre  las  mismas  estrellas. 


326  GUIA  DE  PECADORES 


Acabada  la  meditación,  sigúese  luego  el  hacimiento  de  gra- 
ci  as,  ofrecimiento  y  petición  &c. 

EL  JUEVES  I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  pusimos,  se  ha  de  pensar  el  misterio  de  la  Purificación  de 
Nuestra  Señora  y  la  Presentación  del  niño  Jesús  en  el  templo, 
con  las  profecías  del  sancto  Simeón  y  de  Ana. 

El  iexto  del  evangelista  S.  Lucas  dice  asi. 

j.ESPUtíS  de  cumplidos  los  días  de  la  purificación  de  María 
según  la  ley  de  Moisén,  llevaron  al  niño  Jesús  al  templo 
para  presentarlo  al  Señor,  según  que  estaba  escrito  en  la  ley, 
la  cual  dice  que  todo  hijo  varón  que  abre  el  vientre  de  la  ma- 
dre, ha  de  ser  sanctificado  y  ofrecido  al  Señor.  Y  asimismo  para 
ofrecer  la  ofrenda  que  mandaba  la  ley,  que  era  un  par  de  tór- 
tolas, ó  un  par  de  palominos.  Y  había  un  hombre  en  Hierusalem, 
que  tenía  por  nombre  Simeón,  el  cual  era  justo  y  temoroso  de 
Di  os,  y  vivía  esperando  al  consolación  de  Israel,  y  el  Espíritu 
Sancto  moraba  en  él.  Y  había  recebido  respuesta  del  Espíritu 
Sancto  que  no  vería  la  muerte  hasta  que  viese  al  ungido  del 
Señor.  Y  á  la  sazón  movido  del  Espíritu  Sancto  vino  al  templo. 
Y  como  trajesen  al  niño  Jesús  sus  padres  para  hacer  lo  que  era 
costumbre  según  la  ley,  él  lo  tomó  en  sus  brazos,  y  alabó  á 
Dios,  y  dijo:  Agora,  Señor,  dejas  á  tu  siervo  en  paz,  según  la 
promesa  de  tu  palabra.  Porque  ya  han  visto  mis  ojos  tu  salud,  la 
cual  aparejaste  ante  la  cara  de  todos  los  pueblos.  Lo  cual  sea 
lumbre  para  que  sean  alumbradas  las  gentes,  y  para  gloria  de 
tu  pueblo  Israel. 

Y  estaba  el  padre  y  la  madre  de  Jesús  maravillándose  de  las 
cosas  que  de  él  se  decían.  Y  bendíjoles  Simeón,  y  dijo  á  María 
su  madre:  Mira  que  este  niño  está  puesto  aquí  para  caída  y  para 
levantamiento  de  muchos  en  Israel,  y  por  una  señal  á  quien  ha 
de  contradecir  el  mundo.  Y  tu  ánima  será  atravesada  con  un  cu- 
chillo, para  que  sean  descubiertos  las  pensamientos  de  muchos. 

Y  había  una  mujer  profetisa  llamada  Ana,  hija  de  Fanuel,  del 
tribu  de  Aser.  Ésta  era  una  mujer  de  muchos  días,  y  había  vi- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  327 


vido  con  su  marido  siete  años  dende  su  virginidad,  y  era  ya  viu- 
da hasta  las  ochenta  y  cuatro  años  de  su  edad,  la  cual  nunca  se 
apartaba  del  templo,  sirviendo  con  a3mnos  3'  oraciones  día  y  no- 
che: la  cual  sobrevino  á  esta  misma  hora,  y  alababa  á  Dios,  y  ha- 
blaba del  á  todos  los  que  esperaban  la  redempción  de  Israel.  Y 
después  que  acabaron  todo  loque  habían  de  hacer  según  la  ley  de 
Dios,  volviéronse  á  la  provincia  de  Galilea,  á  su  ciudad  de  Naza- 
ret.  Y  el  niño  crescía  y  era  confortado,  lleno  de  sabiduría,  y  la 
gracia  de  Dios  estaba  en  él. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto^ 
y  primero  de  la  Purificación. 


CERCA  de  la  Purificación  de  Nuestra  Señora  considera  pri- 
iy^  meramente  la  humildad  profundísima  desta  Virgen,  que  ha- 
biendo quedado  de  aquel  parto  virginal  más  pura  que  las  estre- 
llas del  cielo,  no  se  desdeñó  de  subjectar  á  las  leyes  de  la  purifi- 
cación y  ser  tenida  por  mujer  no  limpia.  Donde  verás  cuan  dife- 
rente camino  llevan  la  madre  y  el  hijo,  del  que  llevamos  nos- 
otros. Porque  nosotros  queremos  ser  pecadores,  y  no  queremos 
parecerlo:  mas  Cristo  y  su  madre  no  quieren  ser  pecadores,  y  no 
se  desdeñan  de  parecerlo.  Porque  del  hijo  se  dice  que  después 
de  los  ocho  días  se  subjectó  al  remedio  de  la  circuncisión  (que 
era  señal  de  pecadores)  y  de  la  madre,  que  después  de  los  cua- 
renta días  se  subjectó  á  la  ley  de  la  purificación,  que  era  sacri- 
ficio de  no  Umpias. 

II.  Considera  también  la  humildad  y  caridad  del  Hijo  de  Dios, 
el  cual  en  este  mismo  día  se  ofreció  por  nosotros  en  el  templo, 
y  se  entregó  por  nuestra  ofrenda  suavísima  ante  los  ojos  del  Pa- 
dre, para  que  tuviésemos  este  nuevo  título  y  derecho  para  ale- 
gar en  todas  nuestras  peticiones  delante  del.  En  el  Evangelio 
pasado  viste  cómo  las  primicias  de  los  judíos  y  gentiles  se  ofre- 
cieron á  este  Señor:  mas  agora  (como  en  pago  desta  ofrenda)  se 
ofrece  el  mismo  Señor  al  Padre  por  aquéllos  mismos  que  se  ofre- 
cieron á  él. 

III.  Y  mira  que  así  como  con  la  ofrenda  de  las  primicias  se 
sanctificaban  y  ofrecían  todos  los  otros  fructos,  así  con  la  ofrenda 
de  los  primogénitos  se  ofrecían  todos  los  otros  hijos.  Para  que 


328  GUIA  DE  PECADORES 


por  aquí  entiendas  que  este  día  ofreciendo  la  Virgen  en  nombre 
de  la  Iglesia  este  primogénito  á  Dios,  todos  nosotros  fuimos  ofre- 
cidos en  él,  para  que  de  aquí  adelante  ya  no  sirvamos  más  al 
mundo  ni  al  pecado,  sino  á  solo  El. 

IV.  Y  mira  también  que  aquellos  primogénitos  eranredemi- 
dos,  y  nosotros  no:  porque  mucho  mejor  nos  está  ser  suyos  que 
ser  nuestros,  porque  desta  manera  quedando  horros  del  pecado 
y  hechos  siervos  de  Dios,  recibimos  en  esta  vida  en  premio  de 
nuestros  trabajos  la  sanctificación  de  nuestras  ánimas,  y  después 
la  vida  eterna. 

V.  Mira  también  cómo  la  Virgen  acompañó  esta  ofrenda  de 
tanto  precio  con  otra  de  tan  pequeño  valor,  como  eran  aquellas 
aves  que  mandaba  ofrecer  la  ley:  para  que  tú  de  aquí  aprendas 
á  ajuntar  tus  pobres  servicios  con  los  servicios  de  Cristo,  para  que 
con  el  valor  y  precio  de  los  suyos  sean  recibidos  y  preciados 
los  tuyos.  La  yedra  por  sí  no  sube  á  lo  alto,  mas  arrimada  á  un 
árbol,  sube  cuanto  el  árbol  sube:  y  no  menos  sube  la  bajeza  de 
nuestras  obras,  si  las  ayuntamos  á  este  árbol  de  vida.  Junta,  pues, 
tus  oraciones  con  las  suyas,  tus  lágrimas  con  las  suyas,  tus  ayu- 
nos y  vigilias  con  las  suyas,  y  ofrécelas  al  Señor,  para  que  lo  que 
por  sí  es  de  poco  precio,  por  él  sea  de  mucho  valor. 

VI.  Mira  también  que  la  ofrenda  que  se  ofrece  es  de  aves,  y 
de  aves  que  tienen  el  gemido  por  canto:  para  que  por  aquí  en- 
tiendas que  la  vida  de  los  sanctos  en  este  destierro  no  es  otra 
que  gemir  y  volar:  y  de  lo  uno  se  sigue  lo  otro,  porque  del  vue- 
lo de  la  consideración  se  sigue  el  gemido  de  la  compunción.  Por- 
que el  que  continuamente  anda  considerando  las  miserias  deste 
siglo,  la  ausencia  de  Dios  y  la  peregrinación  deste  destierro,  ^có- 
mo puede  dejar  de  vivir  en  continuo  gemido?  ¿Cómo  puede  dejar 
de  decir  con  el  profeta:  Fuéronme  mis  lágrimas  pan  de  noche  y 
de  día,  mientra  le  dicen  á  mi  ánima,  dónde  está  tu  Dios  ? 

Vn.  Considera  también  la  grandeza  del  alegría  que  aquel 
sancto  Simeón  recebió  con  la  vista  y  presencia  deste  misterio,  la 
cual  excede  todo  encarescimiento.  Porque  cuando  este  varón  (que 
tanto  celo  tenía  de  la  gloria  de  Dios  y  de  la  salud  de  las  ánimas, 
y  que  tanto  deseaba  ver  antes  de  su  partida  Aquél  en  cuya  con- 
templación respiraban  los  deseos  de  todos  los  padres,  y  en  cuya 
venida  estaba  la  salud  y  remedio  de  todos  los  siglos)  cuando  le 
viese  delante  de  sí,  y  le  recibiese  en  sus  brazos,  y  conociese  por 


LIBRO  III.  PARTE  II.  329 


la  lumbre  del  Espíritu  Sancto  que  dentro  de  aquel  corpecico 
estaba  encerrada  toda  la  Majestad  de  Dios,  y  viese  juntamente 
en  presencia  de  tal  hijo  tal  madre,  ¿qué  sentiría  su  piadoso  co- 
razón con  la  vista  de  dos  tales  lumbreras  y  con  el  conoscimien- 
to  de  tan  grandes  maravillas?  ¿Qué  diría?  ¿Qué  sentiría?  ¿Qué 
sería  ver  las  lágrimas  de  sus  ojos,  y  los  colores  y  alteración  de 
su  rostro,  y  la  devoción  con  que  cantaría  aquel  suavísimo  cán- 
tico, en  que  está  encerrada  la  suma  de  todo  el  Evangelio?  ¡Oh 
Señor,  y  cuan  dichosos  son  los  que  os  aman  y  sirven,  y  cuan  bien 
empleados  sus  trabajos,  pues  aun  antes  de  la  paga  advenidera 
tan  grandemente  son  remunerados  en  esta  vida! 

VIII.  Y  mira  bien  de  la  manera  que  van  las  cosas  espiritua- 
les encadenadas:  porque  de  la  caridad  que  este  sancto  varón  te- 
nía, procedía  el  deseo  de  la  salvación  de  las  ánimas,  y  del  deseo 
la  esperanza,  y  de  la  esperanza  junto  con  el  deseo  la  oración 
continua,  y  ésta  es  la  que  alcanzó  aquella  respuesta  del  Espíri- 
tu Sancto.  Pues  ¿porqué  no  aprenderemos  de  aquí  á  esperar 
en  Dios  y  pedirle  lo  que  esperamos,  para  recebir  del  semejante 
respuesta? 

De  este  sancto  varón  se  dice  que  vino  por  el  Espíritu  San- 
cto al  templo,  y  el  que  le  movió  á  venir  al  templo,  ése  le  dio 
conoscimiento  de  aquel  Señor  que  venía  al  templo:  para  que  en- 
tiendas que  á  los  que  obedecen  fielmente  á  los  primeros  movi- 
mientos del  Espíritu  Sancto,  suele  Él  dar  parte  de  sus  secretos  y 
maravillas. 

Cantó  antes  que  muriese,  aquella  dulce  canción:  Nunc  dimit- 
tis  &c.  Por  do  parece  que  tenía  la  muerte  en  deseo  y  la  vida  en 
paciencia,  y  si  deseaba  vivir,  no  era  por  amor  de  la  vida,  sino  de 
la  vista  del  Salvador.  Pues  ¿qué  hiciera  si  pensara  vedo  des- 
pués desta  vida?  ¿Cuánto  más  deseara  la  muerte  el  que  aun  así 
la  deseaba?  Pues  ¿cómo  nosotros  tan  al  contrario  aborrecemos 
la  muerte  y  deseamos  la  vida,  sabiendo  que  después  de  ella  ha- 
bemos  de  gozar  desta  misma  vista? 

De  Ana  profetisa. 

^•j.EsruÉS  de  todo  esto  hay  mucho  que  considerar  en  las  vir- 
tudes y  manera  de  vida  de  aquella  sancta  viuda  Ana,  en 
sus  ayunos  y  oraciones  y  servicios  continuos,  en  la  pureza  de  su 


330  GUIA  DE  PECADORES 


continencia  y  perpetua  morada  del  templo:  para  que  entiendas 
que  á  tal  vida  y  á  tales  ejercicios  se  deben  tales  consolaciones 
y  regalos  de  Dios,  cuales  ella  este  día  recibió. 

IX.  Sobre  todo  esto  es  mucho  de  considerar  aquella  triste  y 
dolorosa  profecía  que  el  sancto  Simeón  profetizó  á  la  sacratísima 
Virgen.  Porque  es  cierto  que  así  como  por  lumbre  de  Dios  en- 
tendió lo  que  estaba  por  venir,  así  por  mandamiento  de  Dios  lo 
denunció.  Pues  ¿porqué  quesíste.  Señor,  que  tan  temprano  se 
descubriese  á  esta  inocentísima  y  amantísima  esposa  tuya  una 
tal  nueva,  que  le  fuese  perpetuo  cuchillo  y  martirio  toda  la  vi- 
da? ¿Porqué  no  estuviera  este  misterio  debajo  de  silencio  has- 
ta el  mismo  tiempo  del  trabajo,  para  que  entonces  solamente 
fuera  mártir,  y  no  lo  fuera  toda  la  vida?  ¿Porqué,  Señor,  no  se 
contenta  tu  piadoso  corazón  con  que  esta  doncella  sea  siempre 
virgen,  sino  también  quieres  que  sea  siempre  mártir?  ¿Porqué, 
Señor,  afliges  á  quien  tanto  amas,  á  quien  tanto  te  ha  servido  y 
á  quien  nunca  te  hizo  por  donde  mereciese  castigo?  Ciertamen- 
te, Señor,  por  eso  la  afliges,  porque  la  amas:  conviene  saber,  por 
no  defraudarle  de  la  gloría,  de  la  paciencia,  y  de  la  corona  del 
martirio,  y  del  ejercicio  de  la  virtud,  y  de  la  imitación  de  Cristo, 
y  del  premio  de  los  trabajos,  que  cuanto  son  mayores,  tanto  son 
dignos  de  mayor  gratificación.  Nadie,  pues,  infame  los  trabajos, 
nadie  aborrezca  la  cruz,  nadie  se  tenga  por  desfavorecido  de 
Dios,  cuando  se  viere  atribulado,  pues  la  más  amada  y  favore- 
cida de  todas  las  criaturas  fué  la  más  lastimada  y  afligida  de 
todas. 

Acabada  la  meditación,  sigúese  luego  el  hacimiento  de  gra- 
cias, ofrecimiento  y  petición  &c. 

EL  VIERNES  I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que  arri- 
ba pusimos,  se  ha  de  pensar  la  huida  del  Salvador  á  Egipto,  y 
cuando  á  los  doce  años  se  perdió  en  el  templo. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi: 

^•j.ESl'UÉS  de  idos  á  su  región  los  Magos,  el  Ángel  del  Señor 
apáreselo  en  sueños  á  Josef,  diciendo:  Levántate  y  toma 
al  niño  y  á  su  madre,  y  huye  á  la  tierra  de  Egipto,  porque  ha  de 


LIBRO  III.  PARTE  II.  331 


acaescer  que  Herodes  busque  el  niño  para  lo  matar.  El  cual  le- 
vantándose tomó  al  niño  y  á  su  madre,  y  fuese  á  Egipto,  y  está- 
base allí  hasta  la  muerte  de  Herodes,  para  que  se  cumpliese  lo  que 
dijo  el  Señor  por  el  Profeta,  que  dice:  De  Egipto  llamé  á  mi  hijo. 
Entonces  Herodes  viendo  que  había  sido  burlado  de  los  Magos, 
airóse  mucho.  Y  enviando  sus  ministros,  mató  todos  cuantos  niños 
había  en  Betleem  y  en  toda  su  tierra,  de  dos  años  abajo,  según 
el  tiempo  que  había  preguntado  á  los  Magos.  Entonces  se  cum- 
plió lo  que  había  sido  dicho  por  el  Profeta  que  dice:  Voces  fue- 
ron oídas  en  Rama  de  mucho  llanto  y  aullido,  con  que  Raquel 
lloraba  sus  hijos:  y  no  quiso  recebir  consolación  por  verlos 
muertos. 

Después  de  la  muerte  de  Herodes,  he  aquí  el  Ángel  del  Se- 
ñor apáreselo  en  sueños  á  Josef  diciendo:  Levántate  y  toma  al 
niño  y  á  su  madre,  y  vuélvete  á  la  tierra  de  Israel,  porque  ya 
son  muertos  los  que  querían  matar  al  niño.  El  cual  como  se  le- 
vantase, tomó  al  niño  y  á  su  madre  y  vino  á  tierra  de  Israel.  Y 
ovendo  que  Arquelao  reinaba  en  Judea  por  Herodes  su  padre, 
temió  ir  á  ella.  Y  amonestado  en  sueños  fuese  á  la  provincia  de 
Galilea:  y  viniendo,  moró  en  Nazaret,  para  que  se  cumpliese  lo 
que  estaba  dicho  por  los  Profetas,  que  sería  llamado  Nazareo. 

Y  iban  sus  padres  á  Hierusalem  todos  los  años  el  día  solem- 
ne de  la  Pascua.  Y  como  fuese  el  niño  de  doce  años,  subiendo 
sus  padres  á  Hierusalem  según  la  costumbre  de  la  fiesta,  y  aca- 
bados ya  los  días,  como  se  volviesen,  quedóse  el  niño  Jesús  en 
Hierusalem  sin  que  lo  supiesen  sus  padres.  Y  pensando  que  es- 
taría entre  la  compañía,  vinieron  camino  de  un  día  buscándolo 
entre  los  parientes  y  conoscidos.  Y  como  no  le  hallasen,  volvié- 
ronse á  Hierusalem  en  busca  del.  Y  sucedió  que  á  cabo  de  tres 
días  le  hallaron  en  el  templo,  asentado  en  medio  de  los  docto- 
res, oyéndolos  y  preguntándolos.  Y  estaban  espantados  todos  los 
que  le  oían,  viendo  su  prudencia  y  sus  respuestas:  y  como  le 
vieron  sus  padres,  maravilláronse.  Y  díjole  su  madre:  Hijo,  ^por 
qué  lo  habéis  hecho  así  ?  Veis  á  vuestro  padre  y  á  mí  que  en 
dolor  os  andábamos  buscando.  Y  díjoles  Él:  ¿Para  que  me  bus- 
cábades?  ¿No  sabíades  que  en  estas  cosas  que  son  de  mi  Padre 
me  conviene  á  mí  estar?  Y  ellos  no  entendieron  la  palabra  que 
les  dijo.  Y  descendió  con  ellos,  y  vino  á  Nazaret,  y  era  subdito 
á  ellos.  Y  su  madre  guardaba  todas  estas  palabras  en  su  cora- 


332  GUIA  DE  PECADORES 


zón:  y  Jesús  aprovechaba  en  sabiduría  y  edad  y  gracia  delante  de 
Dios  y  de  los  hombres. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto, 
y  primero  sobre  ¡a  huida  de  Egipto. 

^j  CERCA  de  la  persecución  de  Herodes  y  huida  del  Señor  á 
Egipto  considera  primeramente  el  temor  y  sobresalto 
que  recibiría  la  Virgen  cuando  á  la  media  noche  le  diesen  este 
rebato,  y  le  dijiesen  que  Herodes  andaba  con  gran  fervor  en  busca 
del  niño  para  matarlo.  Mira  qué  nueva  ésta  para  quien  tal  amor 
tenía.  Porque  aunque  eUa  tenía  fuertemente  amarrado  su  cora- 
zón con  el  áncora  de  la  esperanza,  mas  no  por  eso  dejaba  de 
ser  éste  gran  sobresalto  para  quien  en  tanto  estimaba  este  teso- 
ro. Mira,  pues,  con  cuánta  presteza  se  levantaría  de  la  cama  y  se 
abrazaría  con  el  niño,  y  cuan  poco  pararía  en  dejar  la  tierra,  los 
parientes,  los  amigos  y  la  casa  con  todas  sus  alhajas,  por  poner 
en  cobro  aquella  tan  preciosa  margarita.  Pues  por  aquí  enten- 
derá el  verdadero  cristiano  el  poco  caso  que  debe  hacer  de  todos 
los  bienes  y  riquezas  del  mundo,  cuando  le  fueren  ocasión  de 
perder  por  ellos  á  Cristo:  lo  cual  hacen  muy  al  revés  los  ama- 
dores deste  siglo,  pues  por  tan  pequeños  intereses  se  ponen  á 
perder  un  tan  inestimable  tesoro. 

II.  Considera  también  los  trabajos  que  pasaría  la  Virgen  y  el 
sancto  Josef  en  este  tan  apresurado  y  peligroso  camino,  espe- 
cialmente yendo  tan  mal  proveídos  así  por  razón  de  la  po- 
breza como  por  la  priesa  de  la  partida,  y  mucho  más  los  que 
padescerían  en  aquel  destierro  de  siete  años  en  tierra  de  idó- 
latras y  gentiles,  donde  sería  tan  poca  la  caridad  y  humanidad 
para  con  los  extraños,  cuan  sobrada  la  maldad  y  inhumanidad 
aun  para  con  los  suyos.  Estarían  cierto  allí  como  gente  pobre, 
extranjera,  arrinconada,  mal  aposentada,  y  desfavorecida  del 
mundo,  aunque  alegre  y  contenta  por  tener  en  salvo  su  tesoro. 
Por  aquí,  pues,  entenderás  cómo  trata  nuestro  Señor  á  sus  muy 
grandes  amigos  en  este  mundo,  cómo  los  atribula  y  prueba  y 
ejercita  en  esta  vida,  para  regalarlos  y  coronarlos  en  la  otra. 

III.  Considera  también  la  crueldad  deste  malvado  Rey,  que 
pudo  acabar  con  su  corazón  derramar  tanta  sangre  de  inocen- 


LIBRO  m.  PARTE  II.  333 


tes,  y  mira  cuan  furioso  y  pestilencial  es  el  apetito  de  la  ambi- 
ción y  avaricia,  pues  tanto  pudo  con  ese  cruel  tirano,  que  le  hizo 
descabezar  tantos  niños,  por  sólo  matar  á  aquel  uno,  por  quien 
imaginaba  que  se  podía  menoscabar  algo  de  su  imperio.  Apren- 
de pues  aquí,  hermano,  á  huir  la  honra  y  despreciar  las  falsas  y 
engañosas  riquezas,  porque  no  te  sean  ocasión  de  semejantes 
despeñaderos. 

IV.  Mira  también  cómo  apenas  era  nascido  Cristo,  cuando 
luego  se  levantó  un  Herodes  para  matarlo:  para  que  por  aquí 
entiendas  que  apenas  habrá  nascido  Cristo  en  tu  corazón,  cuan- 
do luego  se  levanten  otros  muchos  Herodes  que  lo  quieran  ma- 
tar. Porque  luego  el  mundo  con  sus  persecuciones,  y  la  carne  con 
sus  halagos,  y  los  falsos  amigos  con  sus  consejos,  y  el  demonio 
con  todos  sus  artificios,  han  de  trabajar  por  apartarte  de  tu  buen 
propósito:  lo  cual  no  es  otra  cosa  que  matar  en  ti  á  Cristo  recién 
nascido. 

V.  Huye  pues  entonces  con  aquella  sancta  mujer  del  Apo- 
calipsi  al  desierto  (que  es  á  la  soledad  y  apartamiento  de  los  hom- 
bres) mayormente  aquéllos  que  te  puedan  dañar.  Y  mira  que 
más  seguro  estuvo  Cristo  en  Egipto  que  en  Judea  (esto  es,  en 
tierra  de  infieles  que  de  fieles)  porque  á  veces  está  más  seguro 
el  cristiano  entre  paganos,  que  entre  los  carnales  y  malos  cris- 
tianos. Porque  menos  peligroso  es  el  enemigo  público  que  el  trai- 
dor secreto,  y  menos  daño  hace  el  lobo  en  figura  de  lobo,  que 
debajo  de  piel  de  oveja.  Por  donde  dice  el  Apóstol:  Escrebíos 
en  una  carta  que  no  tuviésedes  comunicación  con  los  hombres 
carnales  y  fornicadores:  no  entendáis  que  hablo  de  los  fornica- 
dores deste  mundo  (porque  para  eso  era  menester  salir  deste 
mundo)  sino  que  si  alguno  de  los  que  tienen  nombre  de  herma- 
nos, es  fornicador,  ó  sucio,  ó  avariento,  que  déste  os  apartéis,  de  tal 
manera,  que  ni  aun  á  comer  os  asentéis  con  él. 

VI.  Finalmente  á  cabo  de  los  siete  años  muerto  Herodes, 
volvióse  el  niño  y  la  madre  á  su  tierra:  para  que  veas  cómo  en 
muy  breve  espacio  se  acaba  la  prosperidad  de  los  malos  y  los 
trabajos  de  los  buenos:  sino  que  la  prosperidad  de  los  unos  pare 
tristeza  eterna,  y  el  trabajo  de  los  otros  alegría  perdurable.  Así 
lo  dice  el  Señor  por  su  Profeta:  Por  un  punto  y  por  un  breve 
espacio  de  tiempo  te  desamparé,  mas  con  misericordia  eterna 
me  acordaré  de  ti.  ■' 


334  GUIA  DE  PECADORES 


De  cuando  se  perdió  el  Niño  de  doce  años  en  el  templo. 

""ODOS  los  años  subía  Jesús  al  templo,  y  después  de  perdi- 
do se  halló  en  el  templo,  y  cuando  entraba  en  Hierusalem 
luego  se  iba  al  templo:  para  que  por  aquí  entiendas  que  toda 
la  vida  del  cristiano  ha  de  ser  morar  y  conversar  en  el  templo. 
En  el  templo,  ó  hablamos  con  Dios,  ó  hablamos  de  Dios,  unas 
veces  orando,  y  otras  escuchando,  pues  quienquiera  que  esto 
hace  (doquiera  que  esté)  siempre  está  en  el  templo. 

II.  En  este  paso  una  de  las  principales  cosas  que  hay  qué 
considerar,  es  la  grandeza  del  dolor  con  que  la  sacratísima  Vir- 
gen andaría  en  busca  del  niño  todo  este  tiempo.  Porque  no  hay 
amor  sin  dolor,  ni  es  menor  el  dolor  de  lo  que  se  pierde,  que  el 
amor  de  lo  que  se  posee.  Pues  la  que  tanto  amaba  y  preciaba 
este  tesoro,  { qué  tanto  sentiría  el  haberle  perdido  ?  Tres  días  se 
dieron  de  tiempo  al  patriarca  Abraham  antes  del  sacrificio  de 
su  hijo,  para  que  en  este  espacio  luchase  el  amor  de  la  carne  con 
el  del  espíritu,  y  la  afición  de  padre  con  la  obediencia  de  Dios. 
Pues  ¡cuál  sería  el  martirio  desta  sacratísima  Virgen,  cuando  en 
aquel  pecho  virginal  comenzase  á  luchar  por  una  parte  el  amor 
y  dolor  del  hijo  perdido,  y  por  otra  el  temor  y  esperanza  de  ha- 
llarlo! ¡Cuál  seríala  diligencia  que  tendría  esta  piadosa  mujer 
buscando  la  dragma  perdida,  y  con  cuánta  diligencia  pregunta- 
ría por  ella  en  todos  los  barrios  y  plazas  de  la  ciudad!  Pues  en 
todo  este  tiempo  ¿  si  comería,  si  bebería,  si  dormiría,  si  daría  sue- 
ño á  sus  ojos,  y  descanso  á  sus  días,  hasta  hallar  al  amado  de  su 
ánima?  ¡Cuáles  serían  allí  sus  lágrimas,  sus  gemidos,  sus  discur- 
sos, su  diligencia,  }'■  sus  oraciones  y  peticiones  á  Dios!  Señor, 
I  y  que  habéis  de  afligir  á  los  que  amáis!  ¡Qué  cuidado  tenéis  de 
probarlos,  y  ejercitarlos,  y  darles  tantas  ocasiones  de  sufi-ir,  de 
padescer,  de  orar,  de  temer,  de  esperar,  de  humillarse,  y  de  acu- 
dir siempre  en  todas  sus  necesidades  á  Vos ! 

III.  Buscó  la  Virgen  al  niño  entre  parientes  y  conoscidos,  y 
no  le  halló:  para  que  tú  por  aquí  entiendas  que  no  se  halla  Cris- 
to en  los  afectos  y  regalos  de  carne  y  de  sangre,  sino  en  la  re- 
nunciación y  mortificación  de  todas  estas  ternuras.  ¿A  quien  (dice 
el  profeta)  enseñará  Dios  su  sabiduría,  á  quién  revelará  sus  mis- 
terios? A  los  destetados  de  la  leche  y  á  los  apartados  de  los  pe- 


LIBRO     Iir.  PARTE    II.  335 


chos.Por  eso  se  dice  á  la  hija  del  rey:  o^'-e,  hija,  y  ve,  y  indina  tu 
oreja,  y  olvídate  de  tu  pueblo  y  de  la  casa  de  tu  padre,  y  cob- 
diciará  el  rey  tu  fermosura. 

IV.  Considera  las  palabras  que  dice  la  madre  al  Hijo:  Hijo, 
¿porqué  lo  habéis  hecho  así  con  nosotros?  Mira  que  vuestro  pa- 
dre y  yo  con  dolor  os  habernos  buscado.  Pues  tú  que  buscas  al 
niño  perdido,  quiero  decir,  que  buscas  el  fervor  de  la  devoción 
pasada  y  la  dulcedumbre  de  la  divina  familiaridad  ya  gustada, 
no  pienses  que  la  podrás  todas  veces  hallar,  si  no  la  buscas  con 
dolor.  El  profeta  David  primero  repitió  muchos  versos  doloro- 
sos, y  dio  muy  grandes  gemidos  en  aquel  famoso  psalmo  de  la 
penitencia,  y  después  al  cabo  vino  á  decir:  Vuélveme,  Señor,  el 
alegría  de  tu  salud,  y  confórtame  con  espíritu  principal.  Pruden- 
tísimamente  dijo  un  religioso  doctor:  Lo  que  nada  cuesta,  nada 
vale:  y  así,  lo  que  mucho  vale,  mucho  es  lo  que  nos  ha  de  cos- 
tar. Aquella  gloriosa  mujer  del  Apocalipsi  no  pare  sin  grandísi- 
mos dolores:  para  que  por  aquí  entiendas  que  no  conseguirás  el 
fructo  glorioso  de  la  perfección,  sino  con  el  doloroso  parto  de  la 
aflición.  Por  donde  dice  S.  Buenaventura,  que  regularmente 
hablando,  ninguna  notable  gracia  es  comunicada  á  las  ánimas 
sino  por  aflición  y  oración. 

Vase  el  niño  con  sus  padres,  y  obedece  con  toda  humildad  y 
subjección  á  dos  criaturas  el  Señor  de  todo  lo  criado.  Humíllate 
pues,  polvo  y  ceniza,  y  aprende  por  este  ejemplo  á  obedecer  no 
sólo  á  los  mayores  y  iguales,  sino  también  á  los  menores  por 
amor  deste  Señor. 

V.  Mas  ¿qué  quiere  decir  que  por  una  parte  les  obedece  con 
tanta  humildad,  y  por  otra  les  responde  con  tanta  Ubertad?  ¿Para 
qué  me  buscábades  (dice  Él)  no  sabíades  ?  &c.  Para  que  por  aquí 
entiendas  cómo  la  filosofía  cristiana  sabe  juntar  en  uno  mu- 
chas virtudes  que  parecen  entre  sí  contrarias,  como  son  humil- 
dad y  magnanimidad,  gravedad  y  suavidad,  subjección  y  liber- 
tad, fervor  y  discreción,  rigor  y  misericordia,  con  otras  semejan- 
tes. Y  por  esto,  cuando  la  razón  ó  la  honra  de  Dios  lo  pide,  debe 
el  verdadero  cristiano  trascender  todas  las  cosas  humanas  y  po- 
ner debajo  los  pies  todas  las  criaturas:  como  lo  hacía  el  Apóstol, 
el  cual  (según  la  cualidad  de  los  negocios)  unas  veces  se  hacía 
mosquito,  otras  elefante,  unas  se  ponía  debajo  los  pies  de  los 
hombres,  otras  se  subía  sobre  todo  el  mundo. 


330  GUIA  DE  PECADORES 


EL  SÁBADO  I. 

Este  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  pusimos,  se  ha  de  pensar  el  baptismo  y  ayuno  del  Salva- 
dor y  el  misterio  de  su  gloriosa  transfiguración. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi. 

NTONCES  vino  Jesús  de  Galilea  al  río  Jordán,  donde  S.  Juan 
bautizaba,  para  ser  bautizado  del.  Mas  Sant  Juan  lo  estor- 
baba diciendo:  Yo  tengo  de  ser  bautizado  de  ti,  ¿y  tú  vienes  á 
mí?  Y  respondiendo  Jesús  díjole:  deja  ora,  porque  así  nos  con- 
viene cumplir  toda  justicia.  Entonces  le  dejó,  y  bautizado  Jesús, 
luego  salió  del  agua,  y  allí  se  le  abrieron  los  cielos,  y  vio  el  Espí- 
ritu de  Dios  que  descendía  como  paloma  y  venía  sobre  él.  Y  veis 
aquí  una  voz  del  cielo  que  decía:  Éste  es  mi  amado  Hijo,  en 
quien  yo  me  agradé. 

Entonces  fiié  Jesús  llevado  al  desierto  por  espíritu,  para  que 
fuese  tentado  del  demonio.  Y  como  ayunase  cuarenta  días  y  cua- 
renta noches,  después  hobo  hambre.  Y  llegándose  el  tentador,  dí- 
jole: Si  eres  Hijo  de  Dios,  di  que  estas  piedras  se  hagan  pan.  El 
cual  respondiendo  le  dijo:  Escrito  está  que  no  vive  el  hombre 
con  solo  pan,  sino  con  toda  palabra  que  sale  de  la  boca  de  Dios. 
Entonces  el  demonio  le  tomó  y  llevó  á  la  sancta  Ciudad,  y  le 
puso  sobre  el  pináculo  del  templo,  y  le  dijo:  Si  eres  Hijo  de  Dios, 
échate  de  aquí  abajo,  porque  escrito  está  que  á  sus  ángeles, 
tiene  Dios  mandado  de  ti  que  te  traigan  en  las  manos,  porque 
no  tropiecen  tus  pies  en  una  piedra.  Díjole  entonces  Jesús:  Es- 
cripto  está:  No  tentarás  á  tu  Señor  Dios.  Otra  vez  el  demonio 
le  tomó  y  llevó  á  un  monte  muy  alto,  y  le  mostró  todos  los  rei- 
nos del  mundo  y  la  gloria  de  ellos,  y  díjole:  Todas  estas  cosas 
te  daré,  si  cayendo  en  tierra  me  adorares.  Entonces  le  dijo  Je- 
sús: Vete,  Satanás,  porque  escrito  está:  A  tu  Señor  Dios  adora- 
rás y  á  Él  solo  servirás.  Entonces  le  dejó  el  demonio.  Y  luego 
los  ángeles  se  allegaron  á  Él,  y  le  servían.  Y  acabada  toda  la 
tentación,  apartóse  el  demonio  del  hasta  su  tiempo. 

Y  tomó  Jesús  á  Pedro,  á  Jacobo  y  Sant  Juan  su  hermano  , 
y  llevólos  á  un  monte  alto  á  solas.  Y  acaesció  que  estando  Él 


LIBRO  III.  PARTE  II.  33/ 


haciendo  oración,  se  le  mudó  la  figura  del  rostro,  y  resplandeció 
su  cara  como  el  sol,  y  sus  vestiduras  se  pararon  blancas  como  la 
nieve.  Y  aparescieron  allí  Moisén  y  Elias  con  majestad  hablando 
con  Él,  y  hablaban  de  la  muerte  con  que  había  de  acabar  en 
Hierusalem.  Y  respondiendo  Pedro  dijo:  Maestro,  bueno  es  que 
nos  estemos  aquí.  Si  quieres,  hagamos  aquí  tres  moradas,  una 
para  ti,  y  otra  para  Moisén,  y  otra  para  Elias.  Y  estando  Él  ha- 
blando esto,  veis  aquí  apáreselo  una  nube  resplandesciente,  y 
una  voz  dende  la  nube  que  decía:  Éste  es  mi  Hijo  muy  amado, 
en  quien  yo  mucho  me  agradé,  á  El  oíd.  Y  oyendo  esto  los  discí- 
pulos, cayeron  en  tierra  y  temieron  mucho.  Y  allegóse  Jesús,  y 
tocóles  diciendo:  Levantaos  y  no  queráis  temer.  Y  alzando  sus 
ojos,  no  vieron  más  que  á  solo  Jesús.  Y  descendiendo  ellos  del 
monte,  mandóles  Jesús  diciendo:  A  nadie  deis  cuenta  desta  vi- 
sión, hasta  que  el  Hijo  del  hombre  resuscite  de  la  muerte. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto, 
y  primero  del  bautismo  de  Cristo. 

'rimeramente  acerca  del  bautismo  de  Cristo  considera  la 
profundísima  humildad  deste  Señor,  que  habiendo  callado 
por  espacio  de  treinta  años,  escogió  solos  tres  para  predicar:  para 
que  veas  cuánto  tiempo  dedicó  al  recogimiento  del  silencio,  y 
cuan  poco  al  oficio  de  la  predicación.  Nosotros  (como  dice  Sant 
Bernardo)  estaraos  llenos  de  bocas,  y  por  todas  querríamos  ha- 
blar. Si  algo  pensamos  que  sabemos,  no  podemos  callar,  ni  nos 
tenemos  por  sabios,  si  los  otros  no  saben  lo  que  sabemos.  Todas 
nuestras  habilidades  (por  pequeñas  que  sean)  querríamos  que 
ñiesen  publicadas  en  las  plazas. 

II.  Considera  también  cómo  vino  el  Señor  de  Galilea  á  Ju- 
dea  donde  bautizaba  S.  Juan,  y  mira  cuan  pobre,  cuan  solo  y 
cuan  desacompañado  viene  por  aquellos  caminos  (pues  aun  no 
tenía  discípulos)  y  sobre  todo  míralo  cómo  viene  al  bautismo  en 
compañía  de  publícanos,  de  pecadores,  y  de  soldados,  y  de  fari- 
seos, como  si  fuera  uno  dellos,  esperando  que  le  cupiese  la  vez 
para  ser  con  ellos  bautizado.  Mira  cómo  se  llega  á  S.  Juan  como 
discípulo  á  maestro,  como  pecador  á  sancto,  como  no  limpio  al 
limpio.  Pues  ¿quién  considerando  esto,  osará  justificarse,  y  enso- 
berbecerse, y  anteponerse  á  los  otros  ? 

OBRAS  DE  GRANADA.  X-íj 


338  GUIA   DE  PECADORES 


in.  Treme  el  Bautista,  y  no  osa  tocar  aquella  sagrada  cabe- 
za, mas  el  Señor  responde  que  así  conviene  cumplir  toda  justicia. 
Donde  dio  brevemente  á  entender  que  en  la  perfecta  humildad 
está  la  perfecta  justicia.  Conforme  á  esto  dijo  S.  Augustín  que 
aquél  es  verdaderamente  perfecto,  que  es  verdaderamente  hu- 
milde, y  aquél  perfectísimo  que  humilísimo. 

IV.  Mira  cómo  orando  Jesú  se  abrieron  los  cielos,  y  descen- 
dió sobre  Él  el  Espíritu  Sancto,  y  sonó  la  voz  del  Padre:  para 
que  por  aquí  entiendas  el  valor  y  eficacia  de  la  oración,  pues 
toda  esta  manera  de  favores  y  beneficios  hace  el  Señor  á  los  que 
húmilmente  perseveran  en  ella. 

Del  ayuno  y  tentación. 

§.  I. 

I.ESPUÉS  del  sacro  misterio  del  bautismo,  y  del  magnífico 
testimonio  del  cielo,  es  llevado  Jesús  por  el  Espíritu  Sanc- 
to al  desierto,  para  que  allí  sea  tentado  del  enemigo.  ¿Qué  con- 
secuencia tienen  entre  sí  estos  misterios?  ^Cómo  dicen  en  uno  los 
trabajos  y  tentaciones  del  desierto  con  los  pregones  del  cielo  y 
con  los  favores  del  Espíritu  Sancto?  Primeramente  por  aquí  en- 
tenderemos que  el  regalar  Dios  á  sus  siervos  no  es  para  asegu- 
rarlos, sino  para  esforzarlos  y  disponerlos  para  mayores  traba- 
jos. Así  da  de  comer  el  caminante  á  su  caballo  para  esforzarlo 
en  el  camino,  y  así  arma  el  capitán  á  su  soldado  para  ponerle 
en  el  mayor  peligro.  Y  por  esto  el  que  así  se  viere  visitado  de 
Dios,  no  por  eso  se  tenga  por  más  seguro,  sino  antes  por  citado 
y  emplazado  para  mayor  peligro. 

n.  IMira  también  cómo  el  Señor  antes  que  diese  principio  á 
la  predicación  del  Evangelio,  se  aparejó  con  ayuno  de  cuarenta 
días  y  con  la  soledad  y  ejercicios  del  desierto:  para  que  por  aquí 
entiendas  qué  tan  grande  sea  el  negocio  de  la  salud  de  las  áni- 
mas, pues  Aquél  que  era  sumamente  perfecto  (sin  tener  deso 
necesidad)  se  aparejó  con  tan  grandes  aparejos  para  él.  Y  por 
aquí  también  entenderán  los  oficiales  deste  oficio  con  qué  gé- 
nero de  rudimentos  se  han  de  ejercitar  antes  que  comiencen  este 
negocio.  Porque  ninguno  debe  salir  á  lo  público  de  la  predica- 
ción, si  primero  no  se  hobiere  ejercitado  en  el  secreto  de  la  con- 


8 

i. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  339 


templación.  Porque  (como  dice  S.  Gregorio)  ninguno  sale  segu- 
ro fuera,  si  primero  no  se  ejercitó  de  dentro. 

líl.  Tres  maneras  de  vida  ponen  los  sanctos:  una  puramente 
activa,  que  principalmente  entiende  en  obras  de  misericordia,  otra 
puramente  contemplativa  (más  perfecta  que  ésta)  que  solamente 
entiende  en  ejercicios  de  oración  y  contemplación  (si  no  es  cuan- 
do la  obediencia  ó  la  necesidad  de  la  caridad  lo  impide)  otra  hay 
más  perfecta  que  éstas  (que  es  compuesta  de  ambas)  que  tiene 
lo  uno  y  lo  otro,  sin  que  por  esto  pierda  uno  ni  otro,  cual  fué  la 
vida  de  los  Apóstoles,'y  cual  debía  de  ser  la  de  todos  los  predi- 
cadores. Pues  la  orden  que  se  ha  de  tener  en  estas  vidas  (según 
S.  Buenaventura)  es  ésta,  que  regularmente  hablando,  ninguno 
debe  pasar  á  la  segunda  vida,  sino  después  de  ejercitado  en  la 
primera:  y  ninguno  debe  pasar  á  la  tercera  (que  pertenece  á  los 
predicadores)  si  primero  no  se  ha  ejercitado  en  la  segunda.  Por- 
que (como  dice  S.  Gregorio)  los  verdaderos  predicadores  reco- 
gen en  la  oración  lo  que  en  la  predicación  derraman.  De  mane- 
ra que  no  la  plaza,  sino  la  soledad  es  maestra  de  los  predicadores, 
donde  Dios  habla  al  corazón  palabras  que  salgan  del  corazón,  y 
revela  los  secretos  de  su  sabiduría. 

IV.  Amemos  pues  la  soledad,  la  cual  el  Señor  sanctificó  con 
su  ejemplo:  porque  el  que  no  conversa  con  los  hombres,  forzado 
es  que  converse  con  Dios.  ¡Oh  miseria  del  siglo  presente!  ¿Dón- 
de están  agora  aquellos  dichosos  tiempos,  donde  los  desiertos 
estaban  llenos  de  Anacoritas?  ¿Dónde  está  el  desierto  de  Egip- 
to, de  Tebas,  de  Escitia  y  de  Palestina?  ¿Dónde  está  aquel  desier- 
to de  quien  anunciaron  los  Profetas:  Hará  el  Señor  que  el  desier- 
to esté  lleno  de  deleites,  y  la  soledad  que  sea  como  un  vergel  de 
Dios?  ¿Dónde  están  aquellas  flores  siempre  verdes,  aunque  plan- 
tadas en  tierra  desierta,  y  sin  camino,  y  sin  agua?  Ya  los  hombres 
desampararon  los  desiertos,  y  se  entregaron  á  la  vida  carnal  y 
llena  de  cuidados.  Por  donde  (si  por  estar  ya  cubierto  de  yerba 
este  camino)  no  tienes  aparejo  para  ir  al  desierto,  á  lo  menos  haz 
dentro  de  ti  un  espiritual  desierto,  recoje  tus  sentidos  y  entra 
dentro  de  ti  mismo,  porque  por  aquí  entrarás  á  Dios.  Entra  con 
perseverancia  en  el  desierto  del  ejercicio  interior,  y  así  verás  con 
Moisés  grandes  visiones,  y  recebirás  grandes  consolaciones  co- 
mo él. 

V,    Mas  perseverando  en  esta  soledad,  conviénete  volar  á  lo 


340  GUIA  DE  PECADORES 


alto:  para  lo  cual  es  necesario  el  ayuno:  porque  el  vientre  car- 
gado de  mantenimiento  no  está  hábil  para  subir  á  lo  alto.  Y  por 
9Sto  dos  alas  te  son  necesarias  para  este  vuelo,  una  de  ayuno  y 
otra  de  oración:  porque  si  permanesciendo  en  el  desierto  care- 
ces destas  alas,  ya  puedes  entender  la  parte  que  te  cabrá  de  aque- 
lla sentencia  del  Filósofo  que  dice:  El  hombre  que  vive  en 
soledad,  ó  es  divino,  ó  bestial.  Ayunó  aquella  carne  sanctísima, 
que  no  sabía  qué  cosa  era  rebelar  contra  el  espíritu,  porque  ayu- 
ne la  tuya  perversísima,  que  á  manera  de  aquel  horno  de  Babi- 
lonia siempre  levanta  llamas  para  quemarlo.  Y  mira  que  entre 
las  obras  exteriores  comenzó  el  Señor  por  el  ayuno:  porque  la 
primera  batalla  del  cristiano  es  contra  el  vicio  de  la  gula,  la  cual 
el  que  no  venciere,  en  vano  trabaja  contra  las  otras. 

VI.  Después  de  ayunados  cuarenta  días,  dice  el  Evangelista 
que  hubo  hambre.  Dos  cosas  hay  en  el  ajoino,  la  una  es  priva- 
ción del  gusto  que  hay  en  el  comer,  y  la  otra  el  tormento  de  la 
hambre:  la  una  padesció  el  Señor  cuarenta  días,  y  la  otra  por 
pequeño  espacio  de  tiempo:  para  que  entiendas  que  siempre  has 
de  procurar  la  privación  de  este  deleite  (porque  éste  no  es  nece- 
sario á  la  naturaleza)  mas  no  siempre  la  hambre,  sino  según  que 
lo  requiere  la  virtud  de  la  templanza. 

VIL  Estuvo  el  Señor  miraculosamente  sin  comer  cuarenta  días: 
y  deste  milagro  te  cabrá  mucha  parte,  si  te  ocupares  en  lo  que 
Él  se  ocupó,  que  es  en  continua  oración  y  contemplación.  Así  lee- 
mos de  aquellos  Padres  del  desierto  que  perseveraban  las  sema- 
nas enteras  sin  mantenimiento,  porque  se  ocupaban  siempre  en 
este  ejercicio. 

De  la  Transfiguración. 

§.n, 

É, CERCA  de  la  transfiguración  del  Señor  considera  el  artifi- 
cio que  tuvo  este  suavísimo  Señor  para  traernos  á  sí.  Vio 
Él  que  los  hombres  se  movían  más  por  los  gustos  de  los  bienes 
presentes,  que  por  las  promesas  de  los  advenideros,  conforme  á 
aquella  sentencia  del  Sabio,  que  dice:  Más  vale  ver  lo  que  de- 
seas que  desear  lo  que  no  sabes.  Piíes  por  esto,  después  de  ha- 
berles predicado  muchas  veces  que  su  galardón  sería  grande  en 


LIBRO   III.   PARTE  II.  34 1 


el  reino  de  los  cielos,  y  que  estarían  asentados  sobre  doce  si- 
llas, &c.  agora  les  dio  á  gustar  una  pequeña  parte  destos  bienes, 
para  que  mostrando  al  luchador  el  palio  de  la  victoria,  le  hicie- 
se cobrar  nuevo  aliento  para  el  trabajo  de  la  pelea. 

II.  Ni  mostró  aquí  la  mejor  parte  desta  promesa  (que  es  la 
gloria  esencial)  porque  ésta  sobrepuja  todo  sentido,  sino  sola  una 
parte  de  la  accidental  (que  es  la  claridad  y  hermosura  de  los  cuer- 
pos gloriosos)  y  esto  con  mucha  razón.  Porque  esta  carne  es  la 
que  nos  impide  en  este  camino,  ésta  es  la  que  nos  aparta  de  la 
imitación  de  Cristo  y  ésta  la  que  nos  estorba  el  llevar  su  cruz: 
y  por  esto  convenía  que  para  despertarla  y  sacarla  de  harona  le 
mostrasen  la  grandeza  desta  gloria,  para  que  así  se  esforzase  más 
al  trabajo  de  la  carrera.  Por  lo  cual  si  desmayas  oyendo  que  te 
mandan  crucificar  y  mortificar  la  carne,  esfuérzate  oyendo  lo  que 
dice  el  Apóstol:  Al  Salvador  esperamos  nuestro  Señor  Jesucris- 
to, el  cual  reformará  el  cuerpo  de  nuestra  humildad,  haciéndolo 
semejante  al  cuerpo  de  su  gloriosa  claridad. 

III.  Transfiguróse  el  Señor  en  un  monte  solitario  y  apartado. 
Bien  pudiera  transfigurarse  si  quisiera  en  el  valle  y  en  lo  poblado, 
mas  no  quiso,  para  que  por  aquí  entiendas  que  no  conseguirán 
los  hombres  este  beneficio  de  la  transfiguración  en  lo  público  de 
los  negocios,  sino  en  la  soledad  de  la  oración,  ni  en  el  valle  lo- 
doso de  los  apetitos  bestiales,  sino  en  el  monte  de  la  mortifica- 
ción, que  es  en  la  victoria  de  las  pasiones  sensuales.  Pues  en  este 
monte  solitario  se  ve  Cristo  transfigurado,  en  éste  se  ve  la  her- 
mosura de  Dios,  en  éste  se  reciben  las  arras  del  Espíritu  Sancto, 
en  éste  se  da  á  probar  una  gota  de  aquel  río  que  alegra  la  ciu- 
dad de  Dios,  y  en  éste  finalmente  se  da  la  cata  de  aquel  vino 
precioso  que  embriaga  los  moradores  del  cielo.  ¡  Oh,  si  una  vez 
llegases  á  la  cumbre  deste  monte,  cuan  de  verdad  dirías  con  San 
Pedro:  Bueno  es,  Señor,  que  nos  estemos  aquí!  Como  si  dijiera: 
Troquemos,  Señor,  todo  lo  demás  por  este  monte,  troquemos  to- 
dos los  otros  bienes  y  regalos  del  mundo  por  la  soledad  y  bie- 
nes de  este  desierto. 

IV.  No  sabía  Pedro  lo  que  se  decía:  para  que  por  aquí  en- 
tiendas cuánta  sea  la  grandeza  deste  deleite  y  cuánta  la  fuerza 
deste  vino  celestial,  pues  de  tal  manera  roba  los  corazones  de  los 
hombres,  que  del  todo  los  enajena  y  los  hace  salir  de  sí. 

V.  En  medio  de  la  gloria  de  la  transfiguración  trataban  con 


342  GUIA  DE  PECADORES 


Cristo  los  Profetas  del  exceso  de  la  pasión:  para  que  veas  cuá- 
les hayan  de  ser  los  propósitos  y  determinaciones  del  hombre, 
cuando  más  favorescido  y  regalado  se  viere  de  Dios.  Porque 
no  han  de  ser  otros  que  desear  padescer  mil  cruces  por  Aquél 
que  tan  dulce  y  tan  amable  se  les  ha  mostrado,  y  tan  digno  de 
ser  servido. 

EL  DOMNGO  I. 

Este  día,  después  de  hecha  la  preparación  que  arriba  dijimos, 
pensarás  en  la  doctrina  del  Salvador,  y  en  las  virtudes  de  su  vida 
sanctísima,  y  en  los  trabajos  y  discursos  de  su  predicación,  y  lo 
que  particularmente  le  acaesció  con  aquellas  cuatro  mujeres  pe- 
cadoras, Samaritana,  Cananea,  Magdalena  y  mujer  adúltera. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi. 

volviendo  Jesús  en  virtud  del  espíritu  á  Galilea,  la  fama 
de  Él  corrió  por  toda  aquella  región:  y  rodeaba  toda  la 
tierra  de  Galilea  enseñando  en  las  sinagogas  della,  y  predicando 
el  Evangelio  del  reino,  y  sanando  todas  las  enfermedades  y  ma- 
les que  había  en  el  pueblo.  Y  corrió  la  fama  del  por  toda  la 
Siria,  y  ofreciéronle  todos  los  dolientes  y  todos  los  tocados  de 
diversas  enfermedades  y  tormentos,  y  los  endemoniados,  y  luná- 
ticos, y  paralíticos,  á  los  cuales  todos  dio  salud:  y  siguiéronle  mu- 
chas compañas  de  Galilea  y  Decapoli,  y  de  Hierusalem,  y  de  Ju- 
dea,  y  de  la  otra  banda  del  río  Jordán. 

De  la  Samaritana. 

flNO  Jesús  á  una  ciudad  de  Samaría  que  se  llama  Sicar,  jun- 
to á  la  heredad  que  dio  Jacob  á  Josef  su  hijo.  Estaba  allí 
una  fuente  de  Jacob.  Y  Jesús  fatigado  del  camino  estaba  asenta- 
do así  sobre  la  fuente,  y  era  hora  cuasi  de  medio  día.  Vino  en- 
tonces una  mujer  de  Samaría  á  coger  agua,  á  la  cual  dijo  Jesús: 
Dame  de  beber:  porque  sus  discípulos  habían  ido  á  la  ciudad  á 
comprar  de  comer.  Díjole  pues  la  mujer  samaritana:  ¿Cómo  tú 
siendo  judío  me  pides  de  beber,  que  soy  mujer  samaritana?  Por- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  343 


que  no  tienen  comunicación  entre  sí  los  judíos  con  los  samari- 
tanos.  Respondióle  Jesús  y  díjole:  Si  conocieses  el  don  de  Dios 
y  quién  es  el  que  te  dice  dame  de  beber,  tú  por  ventura   le  pi- 
dirías  á  él,  y  darte  hía  agua  viva.  Díjole  la  mujer:  Señor,  no  te- 
néis en  qué  coger  el  agua,  y  el  pozo  es  hondo,  ¿pues  dónde  te- 
néis vos  agua  viva?  ¿Por  ventura  sois  vos  mayor  que  nuestro 
padre  Jacob,  el  cual  nos  dio  este  pozo,  y  él  bebió  de  aquí,  y  sus 
hijos,  y  sus  ganados?  Respondió  Jesús  y  díjole:  Todo  aquél  que 
bebiere  de  esa  agua,  tendrá  sed  otra  vez:  mas  el  que  bebiere  del 
agua  que  yo  le  daré,  nunca  más  terna  sed,  sino  el  agua  que  yo  le 
daré  se  hará  en  él  una  fuente  de  agua  que  suba  hasta  la  vida  eter- 
na. Díjole  entonces  la  mujer:  Señor,  dame  de  esa  aguapara  que 
no  tenga  sed,  ni  venga  más  aquí  por  agua.  Díjole  Jesús:  Ve,  y 
llama  á  tu  marido,  y  ven  aquí.  Respondió  la  mujer  y  díjole:  No 
tengo  marido.  Díjole  Jesús:  Bien  dijiste,  no  tengo  marido,  porque 
cinco  maridos  tuviste,  y  éste  que  agora  tienes  no  es  tuyo.  En  esto 
la  verdad  dijiste.  Díjole  la  mujer:  Señor,  paréceme  que  sois  pro- 
feta. Nuestros  padres  adoraron  en  este  monte,  y  vosotros  decís 
que  Hierusalem  es  lugar  de  adoración.  Díjole  Jesús:  Mujer,  crée- 
me que  vendrá  tiempo  cuando   ni    en  este  monte  ni  en  Hieru- 
salem adoraréis  al  Padre.  Vosotros  adoráis  lo  que  no  sabéis:  nos- 
otros adoramos  lo  que  sabemos,  porque  la  salud  de  los  judíos  es. 
Mas  llegada  es  la  hora,  y  ésta  presente  es,  cuando  los  verdade- 
ros adoradores  adorarán  al  Padre  en  espíritu  y  en  verdad:  por- 
que el  Padre  desta  manera  quiere  ser  adorado.  Espíritu  es  Dios, 
y  por  esto  los  que  le  adoran,  en  espíritu  y  verdad  conviene  que 
le  adoren.  Díjole  entonces  la  mujer:  Bien  sé  que  el  Mesías  ha  de 
venir,  que  se  llama  Cristo,  y  cuando  Él  venga,  enseñarnos  ha  to- 
das las  cosas.  Díjole  Jesús:  Yo  soy  que  hablo  contigo.  Y   luego 
vinieron  los  discípulos  y  rogábanle  diciendo:  :\Iaestro,  come.  Y 
Él  les  dijo:  Yo  tengo  un  manjar  que  comer,  de  que  vosotros  no 
sabéis.  Decían  pues  los  discípulos  entre  sí:  ¿Por  ventura  trájole 
alguien  de  comer?  Díjoles  entonces  Jesús:  Ah  manjar  es  hacer  la 
voluntad  de  Aquél  que  me  envió,  y  dar  cabo  de  la  obra  que  me 
encomendó. 


344  GUIA  DE  PECADORES 


De  la   Cananea. 

llegando  Jesús  á  la  tierra  de  Tiro  y  de  Sidón,  he  aquí  una 
mujer  Cananea,  saliendo  de  aquella  tierra,  daba  voces  y 
decía:  Señor,  Hijo  de  David,  ten  misericordia  de  mí,  que  mi  hija  es 
malamente  atormentada  del  demonio.  El  cual  no  le  respondió 
palabra.  Y  allegándose  los  discípulos  rogábanle  diciendo:  Déjala, 
Señor,  porque  viene  dando  voces  en  pos  de  nosotros.  Y  El  res- 
pondiendo dijo:  No  soy  enviado  sino  á  las  ovejas  que  perecie- 
ron de  la  casa  de  Israel.  Mas  ella  vino  y  adoróle  diciendo:  Señor, 
ayúdame.  El  cual  respondiendo  dijo:  No  es  bien  tomar  el  pan 
de  los  hijos  y  darlo  á  los  perros.  ^las  ella  respondió:  Sí,  Señor, 
porque  los  perrillos  comen  de  las  migajas  que  caen  de  la  mesa 
de  sus  señores.  Entonces  respondiendo  Jesús,  díjole:  Oh  mujer, 
grande  es  tu  fe:  hágase  así  como  tú  lo  quieres.  Y  luego  fué  sana 
su  hija  de  aquella  hora. 

De  la  mujer  tomada  en  adulterio. 

N  aquel  tiempo  trajeron  los  letrados  y  fariseos  una  mujer 
tomada  en  adulterio,  y  pusiéronla  en  medio  delante  de  Je- 
sús, y  dijéronle:  Maestro,  esta  mujer  fué  agora  tomada  en  adul- 
terio, y  Moisén  nos  mandó  en  la  ley  apedrear  á  las  tales.  A  Ti 
I  qué  es  lo  que  te  paresce  ?  Esto  decían  tentándole  para  que  le 
pudiesen  acusar.  Mas  Jesús  inclinándose  hacia  bajo  escrebía  con 
el  dedo  en  la  tierra.  Y  como  ellos  perseverasen  preguntándole, 
levantóse  y  díjoles:  El  que  de  vosotros  está  sin  pecado,  ése  le 
tire  la  primera  piedra.  Y  otra  vez  inclinándose  escribía  en  tierra. 
Oyendo  esto,  íbanse  uno  en  pos  de  otro,  comenzando  dende  los 
más  ancianos.  Y  quedó  solo  Jesús,  y  la  mujer  en  medio  delante 
del.  Y  levantándose  Jesús,  díjole:  Mujer,  ^ dónde  están  los  que 
te  acusaban?  ¿Nadie  te  condenó?  Respondió  ella:  Nadie,  Señor. 
Díjole  entonces  Jesús:  Pues  ni  yo  te  condenaré:  vete  en  paz,  y  de 
aquí  adelante  no  ofendas  más  á  Dios. 


LIBRO  III.  PARTE  11.  345 


De  ¡a  conversión  de  la  Magdalena. 

rogaba  á  Jesús  un  fariseo  que  comiese  con  él:  y  entrando 
en  casa  del  fariseo,  asentóse  á  la  mesa.  Y  veis  aquí  donde 
viene  una  mujer  pecadora  que  estaba  en  la  ciudad, la  cual  después 
que  supo  que  Jesús  comía  en  la  casa  del  fariseo,  trajo  un  bote  de 
alabastro  lleno  de  ungüento  oloroso, y  llegándose  por  las  espaldas 
á  los  pies  de  Jesú,  comenzó  á  regarlos  con  lágrimas  y  enjugar- 
los con  sus  cabellos,  y  besaba  sus  pies,  y  ungíalos  con  ungüento. 
Viendo  esto  el  fariseo  que  le  había  convidado,  decía  dentro  de 
sí:  Si  éste  fuese  profeta,  sabría  quién  y  cuál  es  esta  mujer  que  le 
toca,  pues  es  mujer  pecadora.  Y  respondiendo  Jesús,  díjole:  Si- 
món, un  poco  tengo  que  decirte.  Respondió  él:  Maestro,  di.  Dos 
deudores  tenía  un  acreedor:  el  uno  le  debía  quinientos  dineros, 
y  el  otro  cincuenta.  Y  no  teniendo  ellos  con  qué  pagarle,  hízo- 
les  gracia  de  la  deuda.  ¿Cual  déstos  te  parece  que  amará  más 
al  acreedor?  Respondió  Simón  y  dijo:  Pienso  que  aquél  á  quien 
más  perdonó.  Respondióle  el  Señor:  Bien  lo  has  determinado. 

Y  volviéndose  á  la  mujer,  dijo  á  Simón:  ¿Ves  esta  mujer?  Entré 
en  tu  casa  y  no  me  diste  agua  para  lavar  los  pies,  y  ésta  regó 
mis  pies  con  lágrimas  y  aiimpiólos  con  sus  cabellos.  No  me  diste 
beso  de  paz,  y  ésta  dende  que  entró  no  ha  cesado  de  besar  mis 
pies.  Por  lo  cual  te  digo  que  le  son  perdonados  muchos  pecados, 
porque  amó  mucho.  Mas  á  quien  menos  se  perdona,  menos  ama. 

Y  dijo  entonces  á  la  mujer:  Tus  pecados  te  son  perdonados.  Y 
comenzaron  los  que  estaban  á  la  mesa  á  decir  entre  sí:  ¿  Quién 
es  éste  que  perdónalos  pecados?  Dijo  entonces  Jesús  á  la  mujer: 
Tu  fe  te  hizo  salva,  vete  en  paz. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto, 
y  primero  de  la  vida  del  Salvador. 

¡.ESPUÉS  de  considerados  en  particular  los  sobredichos  mis- 

'■  teños  de  la  infancia  de  Cristo,  resta  considerar  en  común 

algo  de  su  vida  sanctísima.  Donde  señaladamente  se  nos  ofrecen 
cuatro  cosas  de  grande  consideración:  conviene  saber,  la  alteza  de 
su  doctrina,  los  ejemplos  de  sus  virtudes,  los  discursos  y  traba- 


346  GUIA  DE  PECADORES 


jos  de  SUS  caminos  y  los  beneficios  que  á  los  hombres  hizo  en 
ellos. 

I.  Cuanto  á  lo  primero  es  mucho  de  considerar  la  alteza  de  la 
doctrina  de  Cristo.  Para  lo  cual  es  de  saber  que  así  como  en  la 
república  hay  diversas  maneras  de  estados  de  personas,  unas  más 
bajas  y  otras  más  altas,  así  entre  las  virtudes  (aunque  todas  sean 
de  grande  precio  por  razón  del  principio  de  donde  nascen,  que 
es  la  gracia,  y  del  fin  adonde  nos  llevan,  que  es  la  gloria)  pero 
todavía  hay  entre  ellas  mucha  diferencia.  Porque  unas  son  meno- 
res, y  otras  mayores,  y  otras  altísimas  y  nobilísimas,  que  están 
en  la  cumbre  de  la  perfección.  Pues  déstas  señaladamente  trata 
la  doctrina  del  Evangelio,  cuales  son  primeramente  aquellas  tres 
altísimas  virtudes,  fe,  esperanza  y  caridad,  y  después  déstas  hu- 
mildad, castidad,  mansedumbre,  paciencia,  obediencia,  misericor- 
dia, limosna,  oración,  pureza  de  intención,  limpieza  de  corazón, 
pobreza  de  espíritu,  menosprecio  de  mundo,-  mortificación  de 
apetitos,  amor  de  la  cruz  y  negamiento  de  sí  mismo  y  de  la  pro- 
pria  voluntad,  con  otras  virtudes  semejantes.  De  éstas,  pues,  tra- 
ta por  la  mayor  parte  la  doctrina  del  Evangelio,  y  éstas  debe 
procurar  sobre  todas  las  otras  el  que  desea  ser  verdadero  discí- 
pulo y  imitador  de  Cristo. 

II.  Y  para  salir  mejor  con  esto,  ponga  luego  el  hombre  los 
ojos  en  los  ejemplos  de  la  vida  de  Cristo,  donde  hallará  todas 
estas  virtudes  más  explicadas  por  sus  obras  que  por  sus  pala- 
bras: porque  sabía  muy  bien  este  Señor  cuánto  más  compendioso 
camino  para  la  virtud  era  el  de  la  vida,  que  el  de  la  doctrina.  Y 
aunque  todos  los  ejemplos  de  virtudes  resplandezcan  en  su  vida 
sanctísima,  pero  señaladamente  resplandece  la  profundidad  de 
su  humildad,  la  grandeza  de  su  caridad,  la  suavidad  de  su  man- 
sedumbre, la  dulzura  de  su  conversación,  la  benignidad  de  sus 
palabras  y  la  medida  y  moderación  en  todas  las  cosas.  ¡  Qué  se- 
veridad tenía  para  con  los  grandes,  qué  suavidad  para  con  los 
pequeños,  qué  blandura  para  con  los  enfermos  y  qué  benigni- 
dad para  tratar  con  sus  discípulos  y  para  sufrir  las  ignorancias  y 
groserías  que  tenían  en  aquel  tiempo! 

III.  También  hay  mucho  que  considerar  en  los  discursos  y 
trabajos  de  sus  caminos,  mirando  de  la  manera  que  este  Señor 
anduvo  por  el  mundo  procurando  la  salud  de  las  ánimas,  de  pro- 
vincia en  provincia,  de  ciudad  en  ciudad,  de  villa  en  villa  y  de 


LIBRO  III.  PARTE  II.  347 


aldea  en  aldea:  y  esto  con  tantos  trabajos,  cansancios,  sudores, 
vigilias,  persecuciones,  calumnias,  hambre,  sed,  frío,  calor,  y  con 
otras  innumerables  fatigas,  declarándonos  por  aquí  la  grandeza 
de  su  amor,  y  enseñando  á  nunca  cesar  ni  aflojar  en  el  servicio 
de  Dios. 

IV.  Y  no  menos  son  de  considerar  los  beneficios  que  al  mun- 
do hizo  en  estos  caminos,  sanando  los  enfermos,  alumbrando  los 
ciegos,  alimpiando  los  leprosos,  restituyendo  los  paralíticos,  lan- 
zando los  demonios,  resuscitando  los  muertos  3^  (lo  que  más  es) 
sacando  de  poder  del  enemigo  los  pecadores.  Desta  manera  con- 
versó el  Señor  con  los  hombres,  y  así  corrió  toda  la  tierra,  ha- 
ciendo bien  á  todos  3^  sanando  todos  los  opresos  del  diablo,  por- 
que la  virtud  de  Dios  estaba  con  él.  Así  convenía  por  cierto  que 
conversase  con  los  hombres  el  que  se  hizo  hombre  por  ellos,  y 
así  convenía  que  viviese  en  el  mundo  el  que  descendió  del  cielo 
á  la  tierra  á  visitar  el  mundo.  Tal  convenía  que  fuese  su  doctri- 
na, su  vida,  sus  ejemplos,  sus  obras  3^  sus  beneficios,  en  los  cua- 
les se  declarase  la  grandeza  de  su  poder  y  la  grandeza  de  su 
bondad.  Si  Dios  había  de  encarnar  y  conversar  entre  los  hom- 
bres, tales  convenía  que  fuesen  las  entradas  y  salidas  de  su  vida 
y  tal  el  suceso  3'  paradero  de  toda  ella. 

De  la  Samaritana. 


^°o  aunque  todas  las  obras  3'  beneficios  de  este  Señor  sean 
mucho  para  considerar,  señaladamente  sirve  para  esto  lo 
que  pasó  con  aquellas  cuatro  mujeres  pecadoras,  Samaritana,  Ca- 
nanea,  Magdalena  3'  mujer  adúltera. 

I.  Cerca  de  la  Samaritana  se  nos  ofrece  primeramente  que 
considerar  aquella  ardentísima  sed  que  el  Salvador  tenía  de  nues- 
tra salud:  la  cual  excede  todo  lo  que  se  puede  encarecer.  De 
Sancta  Caterina  de  Sena  se  escribe  que  cuando  veía  pasar  por  la 
calle  algunos  Religiosos  Predicadores,  que  salía  de  su  casa  y  be- 
saba la  tierra  que  hollaban,  con  grande  devoción.  Y  preguntada 
por  qué  hacía  esto,  respondió  que  le  había  dado  nuestro  Señor 
conoscimiento  de  la  hermosura  de  las  ánimas  que  estaban  en  gra- 
cia, 3'  que  por  esto  tenía  por  tan  dichosos  á  los  hombres  que  en- 
tendían en  este  negocio,  que  no  podía  dejar  de  poner  la  boca  y 


348  GUIA  DE  PECADORES 


besar  la  tierra  que  hollaban.  Pues  si  tal  celo  tenía  esta  sancta 
mujer  por  aquella  poca  de  luz  y  gracia  que  tenía,  ¿cuál  sería  el 
celo  de  Aquél  que  era  la  misma  fuente  de  gracia,  de  Aquél  tan 
grande  amador  de  las  ánimas,  de  Aquél  que  venía  á  ser  padre 
del  siglo  advenidero,  y  de  Aquél  cuyas  entrañas  comía  el  celo  de 
la  gloria  de  Dios? 

II.  Pues  este  tan  grande  amor  hizo  á  este  Señor  descendir 
del  cielo  á  la  tierra.  Éste  le  hacía  andar  caminos  y  carreras,  pro- 
curando la  salud  de  las  ánimas.  Éste  le  fatigaba,  y  le  desvelaba, 
y  le  hacía  sudar,  y  trabajar,  y  andar  de  tierra  en  tierra  y  de  lu- 
gar en  lugar,  entendiendo  en  este  negocio. 

III.  Andando  pues  en  estos  pasos,  llegó  una  vez  á  la  ciudad 
de  Samaría,  á  hora  de  medio  día,  cansado,  asoleado,  sudado,  con 
mucha  hambre  y  mucha  sed  y  fatiga.  De  manera  que  aquí  por 
nuestra  causa  se  cansó  el  descanso  de  los  ángeles,  sudó  el  refri- 
gerio de  los  bienaventurados,  padeció  hambre  el  pan  de  vida,  y 
sed  la  fuente  de  la  hartura.  Asiéntase  par  de  la  fuentecilla  la  fuen- 
te de  agua  viva,  y  asiéntase  así  como  cualquiera  de  los  otros  hom- 
bres de  por  ahí,  sin  poner  silla  ni  estrado,  como  lo  merecía  el  que 
era  rey  y  príncipe  del  cielo.  Ni  pienses  que  se  asentó  para  beber 
(porque  no  se  hace  mención  allí  de  que  bebiese)  sino  para  espe- 
rar oportunidad  para  cazar  un  ánima  que  ahí  había  de  venir:  y 
armóle  un  lazo  en  aquellos  bebederos. 

IV.  Cansado  estaba  del  camino,  mas  descansado  para  dar  sa- 
lud: y  así  llegando  una  mujer  pecadora  á  aquella  fuente,  pedióle 
agua  como  cansado,  y  ofrecióle  gracia  como  deseoso  y  sediento 
de  su  salud.  Mujer  (dice  Él)  dame  de  beber.  Considera  aquí  la 
pobreza  del  Salvador,  que  siendo  rico  se  hizo  tan  pobre  por  nos- 
otros, y  considera  juntamente  su  humildad,  su  facilidad,  su  be- 
nignidad y  tractabilidad:  finalmente  tal  muestra  dio  de  sí,  que  de 
ahí  tomó  la  mujer  ocasión  de  estarse  allí  hablando  y  filosofando 
con  Él.  De  aquí  aprendió  aquel  buen  dispensador  á  hacerse  todo 
á  todos  los  hombres,  para  hacer  á  todos  salvos. 

V.  A  esta  demanda  respondió  ella  diciendo:  ¿  Cómo  siendo 
tú  judío  me  pides  agua?  &c.  Esquiva  es  para  Dios  el  alma  que 
está  en  pecado.  Sacude  de  sí  los  beneficios  y  visitaciones  divinas, 
y  extraña  todos  los  buenos  movimientos. 

VI.  Si  supieses  (dice  el  Señor)  el  don  de  Dios,  tú  por  ventu- 
ra le  pedirías  &c.  j  Cuan  bien  dice,  si  supieses !  El   no  saber,  el 


LIBRO  III.  PARTE  II.  349 


no  considerar,  el  no  estudiar  y  meditar  las  obras  y  maravillas  de 
Dios,  es  causa  de  no  pedir,  no  llorar  y  no  importunar  á  Dios  con- 
tinuamente. Por  eso  lloraba  el  Señor  aquella  desconocida  ciudad 
diciendo:  ¡Si  conocieses  agora  tul  Por  eso  (dice  el  Señor)  fué 
llevado  captivo  mi  pueblo,  porque  no  tuvo  sciencia.  Por  eso  cla- 
maba el  profeta  diciendo:  Gente  es  sin  consejo  y  sin  prudencia: 
pluguiese  á  Dios  que  supiesen,  y  entendiesen,  y  echasen  los  ojos 
adelante  para  mirar  por  lo  futuro. 

VIL  Si  supieses  (dice)  quién  es  el  que  te  dice,  dame  de  be- 
ber. Saber  quién  es  Dios,  cuan  bueno,  cuan  dadivoso,  cuan  lar- 
go y  cuan  piadoso  para  los  que  se  encomiendan  á  Él,  hace  á  los 
hombres  perseverar  día  y  noche  en  oración  y  acudir  á  Él  en  toda 
tribulación,  porque  saben  cuan  cierto  tienen  por  esta  vía  su  re- 
medio. Mas  la  ignorancia  desto  hace  á  los  hombres  tibios  y  flo- 
jos en  la  oración,  porque  así  como  esta  ignorancia  les  hace  tener 
por  flaco  este  remedio,  así  los  hace  tardíos  y  perezosos  en  este 
ejercicio. 

VIII.  Señor  (dice  ella)  dadme  de  esa  agua  &c.  Provocada  la 
mujer  con  la  suavidad  desta  dulce  voz  de  agua  viva,  pide  con 
gran  deseo  que  le  den  della.  Pues  nosotros  que  tantas  veces  oí- 
mos al  Señor  clamar  en  el  Evangelio:  Si  alguno  tiene  sed,  venga 
á  mí  y  beba,  ¿cómo  no  nos  encendemos  con  esta  voz  en  el  de- 
seo de  tan  grande  bien?  Y  si  los  hombres  de  este  siglo  tanto  ha- 
cen por  los  charquillos  del  agua  turbia  deste  mundo  (que  más 
son  para  atizar  la  sed  que  para  matarla)  ¿cómo  no  sospiramos 
nosotros  por  aquella  fuente  de  agua  viva  que  sola  basta  para 
dar  cumplida  hartura? 

De  ¡a  Cananea. 


vQUí  también  se  nos  ofrece  que  considerar  la  caridad  del 
[^Jt  Señor,  y  el  ardor  que  tenía  de  nuestra  salud  (como  en  el 
Evangelio  pasado)  pues  así  como  aquel  camino  se  ordenó  para 
convertir  la  Samaritana,  así  éste  para  dar  salud  á  la  Cananea.  Por- 
que aunque  se  hubo  diferentemente  con  la  una  que  con  la  otra, 
pero  todo  fué  obrar  una  misma  salud,  aunque  por  medios  dife- 
rentes: para  que  por  aquí  entendamos  la  diversidad  de  los  cami- 
nos de  Dios,  y  aprendamos  á  esperar  en  Él  en  todo  tiempo. 


350  GUIA  DE  PECADORES 


II.  Saliendo  Cristo  de  los  fines  de  Judea,  y  saliendo  esta  mu- 
jer de  su  tierra,  se  obró  la  salud  que  deseaba:  para  que  entien- 
das que  haciendo  el  hombre  lo  que  es  de  su  parte,  y  Dios  lo  que 
es  de  la  suya,  se  alcanza  la  verdadera  salud.  Ni  basta  que  el  hom- 
bre obre,  si  Dios  no  ayuda:  ni  basta  que  Dios  ayude,  si  el  hom- 
bre no  obra.  Porque  lo  uno  y  lo  otro  es  necesario,  según  lo  sig- 
nificó el  Profeta  cuando  dijo:  Si  el  Señor  no  edificare  la  ciudad, 
en  vano  trabajan  los  que  la  edifican. 

III.  Dice  más  el  Evangelista,  que  no  quiso  el  Señor  que  na- 
die supiese  desta  jornada.  Y  con  todo  esto  no  pudo  ser  encu- 
bierta: para  que  entiendas  cuan  piadosamente  se  nos  encubre  el 
Señor,  y  cómo  no  se  aleja  de  nosotros  más  que  un  tiro  de  pie- 
dra (que  es  hasta  donde  lo  podemos  alcanzar)  y  cómo  finalmente 
aunque  á  veces  se  encubre  á  sus  siervos  en  la  oración,  pero  de 
tal  manera  se  encubre,  que  lo  puedan  sacar  por  rastro  los  que 
diligentemente  le  buscaren. 

IV.  Y  si  quieres  saber  cómo  le  has  de  buscar,  mira  cómo  lo 
buscó  esta  mujer.  Clamó,  siguió,  importunó,  perseveró,  sufrió, 
confió,  humillóse  y  postróse  á  sus  pies,  y  así  halló  lo  que  de- 
seaba. Busca  tú  á  Dios  desta  manera,  y  ten  por  cierto  que  aun- 
que hayas  sido  idólatra  y  cananeo,  que  finalmente  le  hallarás. 
Hallarme  heis  (dice  el  Señor)  si  me  buscardes  con  todo  corazón. 
Y  buscarle  con  todo  corazón  es  buscarle  con  fe,  con  humildad, 
con  paciencia,  con  perseverancia  y  con  continua  oración,  como 
esta  mujer  le  buscó. 

V.  Oh  mujer,  grande  es  tu  fe  &c.  Palabra  es  ésta  no  sólo  de 
admiración,  sino  también  de  grande  contentamiento.  Pues  si  tú 
deseas  sumamente  agradar  á  Dios,  haz  lo  que  esta  mujer  hizo, 
búscale  como  ella  lo  buscó,  y  darle  has  este  mismo  contenta- 
miento, y  alcanzarás  lo  que  deseas. 

De  la  Magdalena. 

N  la  conversión  de  la  Magdalena  tienes  que  considerar  la 
grandeza  de  su  arrepentimiento,  la  muchedumbre  de  sus 
lágrimas,  la  manera  de  su  servicio,  la  amargura  de  su  dolor  y  el 
menosprecio  del  mundo.  ¡Qué  tan  grande  fué  su  arrepentimien- 
to, pues  así  la  hizo  despreciar  el  mundo!  ¡Cuántas  sus  lágrimas, 


LIBRO  III.  PARTE  II.  351 


pues  bastaron  para  lavarlos  pies  de  Cristo!  ¡Cuánto  su  amor, 
pues  con  sus  proprios  cabellos  enjugó  los  pies  del  que  amaba! 
¡Qué  tan  ciega  la  había  hecho  la  luz  del  cielo,  pues  así  cerró 
los  ojos  al  mundo,  cuando  se  entró  en  medio  día  en  el  convite 
del  fariseo! 

II.  Con  todo  esto  la  condena  el  fariseo,  mas  absuélvela  Dios 
callando  ella:  para  que  veas  cuan  diferentes  sean  los  juicios  de 
los  hombres  de  los  de  Dios,  y  cuan  buena  defensa  callar  el  hom- 
bre para  hacer  á  Dios  su  defensor. 

De  la  mujer  adúltera. 

N  el  Evangelio  de  la  mujer  adúltera  tienes  que  considerar 
la  incomprehensible  suavidad  y  misericordia  deste  Señor, 
la  cual  dio  lugar  á  esta  calunia  de  sus  adversarios.  Porque  tal 
era  su  vida,  su  modestia,  sus  obras  y  sus  palabras,  que  pareció 
cosa  imposible  á  sus  contrarios  poder  salir  por  aquella  suavísima 
boca  palabra  de  condenación.  No  hallaron  los  adversarios  de  Da- 
niel aparejo  para  calumniarle,  sino  procurando  impidirle  la  ora- 
ción que  él  tanto  usaba:  ni  los  de  el  Salvador,  sino  atravesándole 
y  poniéndole  á  peligro  la  misericordia  que  Él  tanto  encarescía. 
Tales  pues  conviene  que  sean  tus  entrañas,  tales  tus  palabras  y 
tu  rostro,  si  quieres  ser  un  hermosísimo  traslado  de  Cristo.  Por 
esto  no  se  contenta  el  Apóstol  con  mandarnos  que  seamos  mi- 
sericordiosos, sino  dice  que  nos  vistamos  en  entrañas  de  miseri- 
cordia. Mira  pues  tú,  cuál  estaría  el  mundo,  si  todos  los  hombres 
vistiesen  este  vestido. 


PREÁAIBULO  PARA  LA  SEMANA  SIGUIENTE 

DE  LAS   COSAS   QUE   SE   HAN   DE  CONSmERAR  EN  LOS   MISTERIOS 
DE   LA   SAGRADA    PASIÓN. 


A  pasión  de  nuestro  Salvador  no  es  otra  cosa  que  un 
epílogo  y  recapitulación  de  toda  su  vida  y  doctri- 
na, y  una  palabra  abreviada,  en  la  cual  nos  quiso  Él 
enseñar  toda  la  sabiduría  del  Evangelio.  Y  por  esto  quiso  pa- 
descer  en  una  ciudad  populosa,  y  en  tiempo  que  había  grande 
aj untamiento  de  gentes,  y  ser  levantado  en  una  cruz  en  alto  para 
que  así  fuese  vasto  y  oído  de  todo  el  mundo,  pues  aquí  se  tra- 
taba el  común  negocio  de  todos,  y  de  que  pendía  la  salud  de 
todos.  Y  pues  tantas  cosas  están  encerradas  en  este  misterio,  no 
se  debe  contentar  el  que  lo  considera,  con  poner  los  ojos  en  una 
cosa  sola,  sino  en  todas  aquellas  para  que  hallare  salida  y  motivo 
en  él.  Y  como  éstas  sean  muchas  y  diversas,  reducirlas  he  yo 
agora  aquí  á  cierto  número,  para  que  así  sea  más  fácil  esta  doc- 
trina. 

I.  Porque  primeramente  debe  el  hombre  poner  los  ojos  en 
la  acerbidad  y  grandeza  de  los  dolores  que  aquel  delicatísimo 
Señor  en  su  cuerpo  y  ánima  padesció,  para  compadescerse  tier- 
namente del,  como  es  razón  que  se  compadescan  los  miembros 
de  su  cabeza. 

n.  Debe  también  considerar  cómo  de  todos  estos  dolores 
fueron  causa  nuestros  pecados:  para  que  por  esta  vía  se  mueva 
á  dolor  y  aborrescimiento  dellos,  como  cosa  que  fué  causa  de  tan 
grandes  y  espantosos  tormentos:  pues  está  claro  que  si  no  ho- 
biera  pecados  de  por  medio,  no  padeciera  este  Señor  lo  que  pa- 
desció. 

III.  Otras  veces  debe  considerar  la  grandeza  de  las  virtudes 
de  Cristo,  cue  señaladamente  resplandecen  en  su  sacratísima  pa- 
sión: especialmente  su  caridad,  su  humildad,  su  paciencia,  su  obe- 
diencia, su  fortaleza,  su  mansedumbre,  su  silencio  y  discreción  &c. 


LIBRO   III.  PARTE   II.  353 


para  que  por  esta  vía  se  incline  á  imitar  algo  de  lo  que  allí  se 
le  representa. 

IV.  Otras  veces  debemos  poner  los  ojos  en  la  grandeza  del 
beneficio  que  el  Señor  aquí  nos  hizo,  pensando  en  lo  mucho  que 
nos  dio,  y  en  lo  mucho  que  le  costó  lo  que  nos  dio,  con  todas 
las  otras  circunstancias  deste  negocio,  para  que  así  nos  incHne- 
mos  á  darle  infinitas  gracias  y  alabanzas  por  él. 

V.  Otras  veces  conviene  levantar  por  aquí  los  ojos  al  co- 
noscimiento  de  Dios,  esto  es,  al  conoscimiento  de  la  bondad,  de 
la  misericordia,  de  la  justicia  y  de  la  benignidad  de  Dios,  y  se- 
ñaladamente de  su  ardentísima  caridad,  la  cual  en  ninguna  otra 
obra  resplandece  más  que  en  la  de  su  sagrada  pasión.  Porque 
como  sea  mayor  argumento  de  amor  padecer  males  por  el  ami- 
go, que  hacerle  bienes,  y  Dios  podía  lo  uno  y  no  lo  otro  (por 
donde  no  tenían  los  hombres  entera  noticia  de  su  amor)  plugo  á 
su  divina  bondad  vestirse  de  naturaleza  en  que  pudiese  pades- 
cer  males,  y  tan  grandes  males,  para  que  así  estuviera  el  hom- 
bre del  todo  seguro  de  su  amor. 

VI.  Otras  veces,  finalmente,  podemos  levantar  los  ojos  á  con- 
siderar por  aquí  la  alteza  del  consejo  divino  y  la  proporción  y 
conveniencia  deste  medio  que  la  sabiduría  de  Dios  escogió 
para  sanar  nuestra  miseria,  que  es,  para  satisfacer  por  nuestras 
culpas,  para  curar  nuestra  soberbia,  nuestra  avaricia,  nuestra  pu- 
silanimidad y  desconfianza,  y  para  plantar  en  nuestras  ánimas  la 
caridad,  la  humildad,  la  paciencia,  la  obediencia,  el  menosprecio 
del  mundo,  el  aborrecimiento  del  pecado  y  el  amor  de  la  cruz, 
con  otras  virtudes  semejantes. 

De  suerte  que  tenemos  aquí  seis  maneras  de  que  podemos 
meditar  la  sagrada  pasión.  La  primera,  por  vía  de  compasión,  la 
segunda,  de  arrepentimiento,  la  tercera,  de  imitación,  la  cuarta 
de  agradescimiento,  la  quinta, de  amor,  la  sexta,  de  admiración  de 
la  sabiduría  y  consejo  divino.  Pues  para  todas  estas  seis  cosas  ha- 
llaremos camino  en  cualquier  paso  de  la  pasión,  y  así  en  todas 
ellas  debemos  poner  los  ojos  de  la  consideración,  ya  en  unas,  ya 
en  otras,  según  que  el  Espíritu  Sancto  nos  abriere  camino. 

Verdad  es  que  algunas  destas  cosas  pertenecen  más  á  un  li- 
naje de  personas  que  á  otras:  porque  á  los  principiantes  está  muy 
bien  la  segunda  manera  de  consideración,  que  es  por  vía  de  do- 
lor y  arrepentimiento  de  los  pecados,  y  á  los  más  aprovechado  s 

OBRAS  DE  GRANADA  X-aj 


354  GUIA  DE  PECADORES 


la  cuarta  y  quinta,  que  sirven  para  despertar  y  encender  más  el 
amor  de  Dios:  aunque  lo  uno  y  lo  otro  sea  también  común  á 
todos. 

Presupuesto  pues  agora  este  pequeño  preámbulo,  comenza- 
remos á  proseguir  con  la  misma  brevedad  estos  sagrados  mis- 
terios. 

EL  LUNES  II. 

Este  día,  hecha  la  preparación  que  arriba  pusimos,  se  deben 
meditar  estos  tres  misterios,  conviene  saber:  la  entrada  del  Sal- 
vador en  Hierusalem  domingo  de  Ramos,  y  el  lavatorio  de  los 
pies,  y  la  institución  del  Sanctísimo  Sacramento. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  así. 

V  OMO  se  acercase  el  Señor  á  Hierusalem,  y  viniese  á  una  villa 
que  se  llama  Betfagé,  que  está  junto  al  monte  Olívete, 
envió  á  dos  de  sus  discípulos,  diciendo:  Id  á  un  castillo  que  está 
enfrente  de  vosotros,  y  ahí  hallaréis  una  asna  atada  y  un  pollino: 
desatalda  y  traédmela  aquí.  Y  si  alguno  os  dijere  algo,  decilde 
que  el  Señor  tiene  necesidad  destas  bestias,  y  luego  os  dejará. 
Caminando  pues  los  discípulos,  hicieron  lo  que  el  Señor  les  ha- 
bía mandado,  y  trajeron  el  asna  y  el  pollino,  y  pusieron  sobre 
ellos  sus  vestiduras,  y  hiciéronle  asentar  sobre  ellos.  Y  mucha 
gente  de  los  que  le  salieron  á  recebir,  tendían  sus  ropas  en  el  ca- 
mino, y  otros  cortaban  ramos  de  árboles  y  echábanlos  por  el  ca- 
mino, y  las  compañas  que  iban  delante,  y  quedaban  atrás,  daban 
voces,  diciendo:  Sálvanos,  hijo  de  David.  Bendito  sea  el  que  vie- 
ne en  el  nombre  del  Señor.  Sálvanos  en  las  alturas. 

Del  lavatorio  de  los  pies 
y  de  la  insUtución  del  Sanctisiino  Sacramento. 

°S  antes  del  día  de  la  fiesta  de  la  Pascua,  sabiendo  Jesús  que 
era  ya  llegada  su  hora  para  pasar  de  este  mundo  al  Padre, 
como  El  amase  á  los  suyos  que  tem'a  en  este  mundo,  en  la  fin  los 
amó.  Y  aparejada  la  cena,  como  el  demonio  hubiese  puesto  en 
el  corazón  de  Judas  que  le  vendiese,  sabiendo  que  todas  las  co- 


LIBRO  Iir.  PARTE  II.  355 


sas  había  el  Padre  puesto  en  sus  manos,  y  que  de  Dios  había  ve- 
nido y  á  Dios  volvía,  levantóse  de  la  mesa  y  quitóse  las  vesti- 
duras. Y  como  tomase  un  lienzo,  ciñióse  con  él,  y  echó  agua  en  un 
baño,  y  comenzó  á  lavar  los  pies  de  sus  discípulos  y  alimpiarlos 
con  el  lienzo  que  se  había  ceñido.  Llegó  pues  á  Simón  Pedro,  y 
díjole  Pedro:  Señor,  ^tú  me  quieres  lavar  los  pies?  Respondióle 
Jesús  y  díjole:  Lo  que  yo  hago  no  sabes  tú  agora,  saberlo  has 
después.  Díjole  Pedro:  Nunca  jamás  me  lavarás  los  pies.  Respon- 
dióle Jesús  y  díjole:  Si  no  te  lavare,  no  ternas  parte  en  mí.  Díjo- 
le Simón  Pedro:  Señor,  desa  manera,  no  solamente  los  pies,  sino 
también  las  manos  y  la  cabeza.  Dícele  Jesús:  El  que  está  lavado 
no  tiene  necesidad  que  le  laven  más  que  los  pies,  porque  todo  lo 
demás  está  limpio.  Y  vosotros  ya  estáis  limpios,  aunque  no  todos. 
Sabía  Él  quién  era  el  que  le  había  de  vender.  Y  por  esto  dijo, 
no  todos.  Pues  como  acabó  de  lavarles  los  pies,  tomó  sus  vesti- 
duras,y  tornándose  á  asentar,  díj oles: ^Entendéis  estoque  he  he- 
cho con  vosotros?  Vosotros  me  llamáis  Maestro  y  Señor,  y  bien 
decís,  porque  de  verdad  lo  soy.  Pues  si  yo  os  he  lavado  los  pies 
siendo  vuestro  Señor  y  Maestro,  vosotros  debéis  también  unos 
á  otros  lavaros  los  pies.  Porque  ejemplo  os  he  dado,  para  que  así 
como  yo  lo  hice,  así  vosotros  lo  hagáis. 

Acabado  el  lavatorio,  tomó  el  pan,  y  bendíjolo,  y  partiólo,  y 
diólo  á  los  discípulos,  diciendo:  Tomad  y  comed,  que  éste  es  mi 
cuerpo.  Y  tomando  también  el  cáliz,  dio  gracias,  y  entregóselo 
diciendo:  Bebed  todos  deste  cáliz,  porque  ésta  es  mi  sangre  del 
nuevo  testamento,  que  por  vosotros  será  derramada  en  remisión 
de  los  pecados.  Y  cada  vez  que  esto  hiciéredes,  haceldo  en  me- 
moria de  mí. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto ^ 
y  primero  del  Dottiittgo  de  Ramos. 

N  la  manera  de  entrar  el  Señor  en  la  ciudad  de  Hierusa- 
lem  con  tanta  pompa  y  alegría,  puedes  ver  el  alegría  y 
promptitud  de  ánimo  con  que  iba  á  ofrecerse  por  nosotros  en  sa- 
crificio, y  puedes  también  entender  que  si  hasta  allí  vivió  sin 
gloria,  no  fué  porque  no  pudo,  sino  porque  no  la  quiso,  pues  la 
tuvo  tan  copiosa  cuando  la  quiso. 

II.    En  los  ramos  con  que  la  gente  devota  le  recibe,  verás 


356  GUIA  DE  PECADORES 


cuan  fácilmente  halla  la  devoción  qué  poder  ofrecer  á  Dios.  Si  no, 
dame  un  hombre  devoto,  que  aunque  sea  pobre  y  lisiado,  la  de- 
voción le  ministrará  luego  de  qué  pueda  hacer  á  Dios  sacrificio. 
III  Los  niños  imitando  el  ejemplo  de  los  hombres  clamaban 
y  servían  en  aquella  fiesta  en  lo  que  podían:  para  que  veas  cuan 
cierta  cosa  es  imitar  los  menores  el  ejemplo  de  los  mayores,  es- 
pecialmente los  niños,  y  también  para  que  entiendas  cuan  cierta 
cosa  es  aposentarse  luego  la  divina  gracia  donde  mora  la  inocencia. 

IV.  Hacíanle  esta  fiesta  (dice  el  Evangelista)  porque  se  acor- 
daban de  las  maravillas  que  había  obrado  en  aquella  tierra.  Don- 
de verás  que  el  traer  á  la  memoria,  el  filosofar,  el  rumiar  y  con- 
siderar las  obras  de  Dios,  es  causa  de  dar  gloria  al  mismo  Dios. 
Por  donde  con  mucha  razón  está  creído  de  los  sabios  que  falta 
de  consideración  es  la  que  tiene  tan  ciego  y  tan  perdido  el  mundo. 

V.  Reprehendían  los  fariseos  á  los  que  esta  fiesta  hacían,  á  los 
cuales  dijo  el  Señor:  Si  éstos  callaren,  las  piedras  hablarán.  Pues 
si  esto  es  así,  no  callemos,  hermanos,  porque  no  seamos  peores 
que  piedras,  ni  nos  dejemos  de  aparejar  siempre  para  la  gracia, 
pues  aun  á  las  piedras  no  se  niega. 

Del  lavatorio  de  los  pies. 

Js^^A  principal  cosa  que  hay  que  considerar  y  que  imitar  en 
Jt-J  este  Evangelio,  es  el  ejemplo  de  aquella  inefable  caridad 
y  humildad  que  el  Hijo  de  Dios  nos  dejó  á  la  salida  desta  vida:  en 
la  cual  nos  enseñó  á  amar  unos  á  otros,  y  á  servir  unos  á  otros  y 
humillarnos  unos  á  otros,  no  sólo  á  los  mayores  y  iguales,  sino 
también  á  los  menores,  pues  el  mayor  de  los  mayores  (que  era 
el  Hijo  de  Dios)  se  humilló  á  los  menores,  que  eran  aquellos  rús- 
ticos y  groseros  pescadores. 

II.  Y  no  sólo  esta  obra  singular,  mas  todas  las  palabras  de 
este  Evangelio  son  mucho  para  considerar.  Al  fin,  dice  el  Evan- 
gelista que  amó  los  suyos  el  Salvador,  Para  que  en  esto  veas 
cuan  perseverante,  cuan  firme  y  verdadero  es  el  amor  de  Cristo, 
y  cómo  (cuanto  es  de  su  parte)  nunca  cesa  hasta  poner  en  salvo 
á  los  que  ama.  En  víspera  estaba  de  su  pasión:  la  muerte,  la  cruz 
y  los  azotes  tenía  ante  los  ojos:  mas  ni  esto  ni  todo  lo  demás 
bastó  para  que  dejase  de  enseñar  y  ordenar  allí  todo  lo  que  con- 
venía para  nuestra  salud. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  357 


III.  Como  el  demonio  (dice)  hubiese  puesto  en  corazón  á  Ju- 
das que  le  vendiese.  Tan  grande  y  tan  espantoso  maleficio  no 
bastó  para  que  el  Señor  lo  excluyese  de  aquel  beneficio,  ni  echar- 
le ftiera  de  la  cena,  sino  antes  con  oficios  de  caridad  y  humil- 
dad pretendió  curar  su  rebeldía.  Nosotros  como  flacos  y  pusi- 
lánimes por  cualquier  cosilla  quitamos  la  habla,  y  cerramos  lue- 
go las  puertas  de  la  misericordia,  y  dejamos  de  hacer  el  bien 
que  solíamos  á  los  hermanos. 

IV.  Sabiendo  (dice)  que  todas  las  cosas  puso  el  Padre  en  sus 
manos:  para  que  veas  que  ni  el  poder,  ni  la  sabiduría,  ni  la  ma- 
jestad, ni  la  grandeza,  ftjeron  parte  para  que  no  se  inclinase  á 
una  obra  de  tanta  humildad  como  ftié  lavar  los  pies  de  los  pes- 
cadores. 

V.  Quitóse  (dice)  las  vestiduras  &c.  ¡Oh  ingratitud  y  mise- 
ria del  linaje  humano!  Dios  quita  todos  los  impedimentos  para 
servir  al  hombre:  pues  ^porqué  no  los  quitará  el  hombre  para 
servir  á  Dios?  Si  el  cielo  así  se  inclina  á  la  tierra,  ^porqué  no  se 
inclinará  la  tierra  al  cielo?  Si  el  abismo  de  la  misericordia  así  se 
inclina  al  de  la  miseria,  ^porqué  no  se  inclinará  el  de  la  miseria 
ala  misma  misericordia? 

VI.  Él  mismo  ftié  el  que  se  ciñió,  y  el  que  echó  agua  en  el 
baño,  y  el  que  lavó  los  pies  de  los  discípulos:  para  que  por  aquí 
entiendan  los  amadores  de  la  virtud  y  los  que  tienen  cargo  de 
ánimas,  que  no  han  de  cometer  á  otros  los  oficios  de  piedad,  sino 
ellos  por  sí  mismos  han  de  poner  las  manos  en  todo.  Porque  si 
el  hombre  desea  el  galardón  en  sí  y  no  en  otro,  por  sí  mismo  ha 
de  hacer  las  obras  de  virtud  y  no  por  otro. 

VII.  Respóndele  Pedro:  ^iTú,  Señor,  lavas  á  mí  los  pies?  Bien 
parece  cuan  grosera  es  la  razón  del  hombre  para  penetrar  las 
obras  de  Dios,  y  por  consiguiente  cómo  es  necesario  descalzar 
los  zapatos,  esto  es,  despojarse  de  todos  los  juicios  y  pareceres 
humanos  y  vestirse  de  humildad  y  fe  para  tratar  con  él  y  con- 
siderar sus  maravillas. 

VIII.  Respóndele  Cristo:  Si  no  te  lavare,  no  tendrás  parte  en 
mí.  Esta  palabra  había  de  traer  el  cristiano  siempre  en  su  cora- 
zón, y  ésta  sola  le  debría  bastar  por  escudo  contra  todas  las  ten- 
taciones del  enemigo.  Señor,  ¿que  si  esto  hago,  no  tendré  parte 
en  vos?  ¿Que  estaré  descomulgado  de  vos?  ¿Que  estaré  ñiera 
de  vuestra  amistad  y  gracia,  y  fuera  del  amparo  de  vuestra  pro- 


358  GUIA  DE  PECADORES 


videncia?  Pues  ¿qué  será  de  mí  sin  vos?  Antes  me  vea  yo,  Señor, 
sumido  en  los  abismos,  que  consienta  estar  un  solo  momento 
apartado  de  vos. 

De  la  institución  del  Sancttsimo  Sacramento. 


UCHO  se  nos  descubrió  la  grandeza  del  amor  de  Cristo  en 
•^'  ^  la  obra  del  lavatorio,  mas  mucho  más  se  descubre  en  la 
instituición  del  Sanctísimo  Sacramento.  Si  no,  pide  al  Señor  ojos 
para  saber  mirar  esta  obra  por  todas  partes,  porque  por  todas 
ellas  está  echando  llamas  de  amor.  Si  miras  lo  que  se  da,  y  á 
quien  se  da,  y  el  fin  para  que  se  da,  y  la  manera  en  que  se  da, 
y  aun  el  tiempo  en  que  se  da,  cada  cosa  de  éstas  por  sí  es  un 
grande  incentivo  de  amor. 

11.  Mira  el  tiempo  en  que  se  da,  que  es  (como  lo  notó  el 
Apóstol)  en  aquella  noche  en  que  el  mundo  le  hacía  el  más  mal 
tratamiento  que  podía,  porque  en  ésa  se  puso  él  á  hacerle  el 
mayor  bien  que  podía,  que  era  darse  á  sí  mismo.  Mira,  pues,  cuán- 
to resplandece  aquí  la  inmensidad  de  la  largueza  y  bondad  de 
Dios. 

m.  Y  ya  que  la  dádiva  era  tan  grande,  si  la  diera  á  quien  la 
mereciera,  ó  á  quien  la  agradeciera,  ó  á  quien  supiera  aprove- 
charse de  ella,  no  fuera  tanto:  mas  darla  á  quien  tan  mal  la  conos- 
ce,  y  tan  poco  la  agradece,  y  tan  mal  se  sabe  della  aprovechar, 
esto  es  de  bondad  y  misericordia  singular.  Quisiste,  Señor,  de- 
clarar la  grandeza  de  tu  bondad  al  mundo,  y  supístelo  muy  bien 
hacer,  porque  para  esto  buscaste  la  más  ingrata  y  más  indigna 
de  las  criaturas,  para  que  tanto  más  resplandeciese  la  grandeza 
de  tu  gracia,  cuanto  más  indigna  era  la  persona. 

IV.  Los  pintores  cuando  pintan  una  imagen  blanca,  suelen 
ponerla  en  medio  de  un  campo  negro,  para  que  salga  mejor  el 
un  contrario  par  del  otro.  Pues  así  tú,  Señor,  usaste  de  esta  tan 
maravillosa  gracia  con  una  tan  indigna  criatura,  para  que  la  in- 
dignidad de  esa  criatura  descubriese  más  la  grandeza  de  tu 
gracia. 

V.  Ni  es  menos  de  notar  la  especie  en  que  este  Señor  quiso 
quedar  acá  con  nosotros:  porque  si  en  su  propria  forma  quedara, 
qredara  solamente  para  ser  venerado:  mas  quedando  en  fornií? 


LIBRO  III.  PARTE  II.  359 


de  pan,  queda  para  ser  amado  y  venerado.  Venerándolo  se 
ejercita  la  fe,  amándolo  la  caridad.  Y  así  este  divino  manjar  es 
nutrimento  de  fe  y  amor. 

VI.  Llámase  pan  de  vida,  porque  es  la  misma  vida  en  figura 
de  pan,  y  por  esto  esotro  pan  poco  á  poco  va  dando  vida  á  quien 
lo  come,  después  de  muchas  digestiones:  mas  el  que  dignamente 
come  este  pan,  en  un  momento  recibe  vida,  porque  come  la  mis- 
ma vida.  De  manera  que  si  tienes  horror  deste  manjar  porque  es 
vivo,  allégate  á  él  porque  es  pan:  y  si  lo  tienes  en  poco  porque 
es  pan,  estímalo  en  mucho  porque  es  vivo. 

VIL  Sobre  todas  estas  cosas  mueve  el  fin  para  que  este  mis- 
terio fué  instituido,  que  fué  para  transformar,  abrasar  y  unir  los 
hombres  con  Dios  por  amor  y  hacedos  una  misma  cosa  con  El.  Oh 
rey  de  gloria,  ^  qué  tiene  este  hombre,  porque  tanto  le  amas  y 
tanto  quieres  ser  amado  del?  ¡Oh  cosa  de  grande  admiración!  Si 
todo  tu  ser  y  tu  gloria  y  bienaventuranza  dependiera  del  hom- 
bre (así  como  toda  la  del  hombre  pende  de  ti)  ¿qué  más  hicieras 
de  lo  que  heciste  para  ser  amado  del?  Cosa  es  por  cierto  mara- 
villosa, que  estando  toda  mi  salud,  toda  mi  gloria  y  bienaventu- 
ranza en  ti,  huya  de  ti,  y  teniendo  tú  tan  poca  necesidad  de  mí, 
ha  gas  tantos  extremos  por  mí. 

EL  MARTES  II. 

Este  día,  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que  arri- 
ba pusimos,  pensarás  en  estos  tres  pasos,  conviene  saber,  en  la 
oración  del  huerto,  y  en  1 1  prisión  del  Salvador,  y  en  el  desam- 
paro de  sus  discípulos. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  así: 

É.CABADA  la  cena,  vino  el  Señor  con  sus  discípulos  al  huer- 
to que  se  dice  de  Getsemaní,  y  díjoles:  Esperad  aquí  hasta 
que  vaya  allí,  y  haga  oración.  Y  tomando  consigo  á  Pedro  y  á 
los  dos  hijos  del  Zebedeo,  comenzó  á  temer  y  entristecerse,  y 
díjoles:  Triste  está  mi  ánima  hasta  la  muerte:  esperadme  aquí,  y 
velad  comigo.  Y  adelantándose  un  poquito  dellos,  postróse:  y 
caído  sobre  su  rostro,  oró  y  dijo:  Padre  mío,  si  es  posible,  pase 
este  cáliz  de  mí:  mas  no  se  haga  como  yo  lo  quiero,  sino  como 


36o  GUIA  DE  PECADORES 


tú.  Y  vino  á  los  discípulos,  y  hallólos  durmiendo,  y  dijo  á  Pe- 
dro: ¿Así  no  pudiste  una  hora  velar  comigo?  Velad  y  orad,  por- 
que no  entréis  en  tentación.  El  espíritu  está  prompto,  mas  la  car- 
ne flaca,  Y  otra  vez  volvió,  y  hizo  la  misma  oración,  diciendo: 
Padre  mío,  si  no  puede  pasar  este  cáliz  sin  que  lo  haya  de  beber, 
hágase  tu  voluntad.  Y  vino  otra  vez,  y  halló  los  discípulos  dur- 
miendo, porque  estaban  sus  ojos  cargados  de  sueño,  y  dejándo- 
los así,  volvió  tercera  vez,  y  hizo  la  misma  oración.  Y  aparesció- 
le  allí  un  ángel  del  cielo  que  lo  confortaba:  y  puesto  en  agonía, 
hacía  más  larga  su  oración.  Y  hízose  el  sudor  del  así  como  gotas 
de  sangre,  que  corrían  hasta  el  suelo.  Entonces  vino  á  sus  discí- 
pulos, y  díjoles:  Dormid  ya  y  descansad:  veis  aquí  llegada  la  hora, 
y  el  hijo  de  la  Virgen  será  entregado  en  manos  de  pecadores. 
Levantaos  y  vamos:  catad  que  agora  vendrá  el  que  me  ha  de 
entregar. 

Aun  Él  estaba  hablando  esto,  y  he  aquí  á  Judas  uno  de  los 
doce,  vino,  y  con  él  mucha  compañía  de  gente  con  espadas  y 
lanzas,  y  hachas,  y  armas,  y  lanternas,  enviados  por  los  principes 
de  los  sacerdotes  y  ancianos  del  pueblo.  Y  el  que  lo  traía  ven- 
dido, dióles  esta  señal  diciendo:  A  cualquiera  que  yo  besare, 
prendedle  vosotros  y  llevadlo  á  buen  recaudo.  Y  luego  allegán- 
dose á  Jesú,  dijo:  Dios  te  salve,  Maestro.  Y  dióle  paz  en  el  ros- 
tro. Y  díjole  Jesús.  ¿Amigo,  á  qué  veniste?  Pues  Simón  Pedro 
como  tuviese  una  espada,  desenvainóla,  y  hirió  á  un  criado  del 
Pontífice,  y  cortóle  la  oreja  derecha.  Y  llamábase  el  criado  Mal- 
eo. Dijo  pues  entonces  Jesús  á  Pedro:  Mete  la  espada  en  su  vai- 
na. El  cáliz  que  me  dio  mi  padre,  ¿no  quieres  que  le  beba?  Y 
corno  le  tocase  la  oreja,  sanólo.  En  aquella  hora  dijo  Jesús  á  los 
príncipes  de  los  sacerdotes,  y  á  los  oficiales  del  templo,  y  á  los 
ancianos  que  habían  venido  á  Él:  ¿Como  á  ladrón  salistes  á  mí 
con  espadas  y  lanzas?  Y  habiendo  yo  cada  día  estado  con  vos- 
otros en  el  templo,  no  pusistes  las  manos  en  mí.  Mas  ésta  es  vues- 
tra hora  y  el  poder  de  las  tinieblas.  Entonces  los  soldados  y  el 
tribuno  y  los  ministros  de  los  judíos  pusieron  las  manos  en  Je- 
sús, y  atáronle,  y  así  atado  le  trajeron  primero  á  casa  de  Anas,  por 
que  era  suegro  de  Caifas,  el  cual  era  pontífice  de  aquel  año.  En- 
tonces todos  los  discípulos  dejaron  al  Señor  y  huyeron. 


LIBRO    III.  PARTE    II.  3^1 


Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto. 

.CERCA  de  la  sacratísima  pasión  del  Salvador  primeramente 
[3:  considera  cómo  acabados  los  misterios  de  la  cena,  dio  el 
Señor  licencia  á  todos  los  dolores  y  pasiones  que  entrasen  en  su 
ánima  y  le  comenzasen  á  entristecer:  y  la  tristeza  fué  tan  gran- 
de, que  le  hizo  decir  aquellas  dolorosas  palabras:  Triste  está  mi 
ánima  hasta  la  muerte:  conviene  saber,  llena  de  tristeza  mortal, 
bastante  para  causar  la  muerte,  si  Él  miraculosamente  no  reser- 
vara la  vida  para  mayores  martirios. 

II.  Mira  cómo  cercado  de  esta  tristeza,  se  fué  al  huerto  á  ha- 
cer oración  y  dar  cuenta  al  Padre  de  sus  trabajos,  para  enseñar- 
nos que  en  todas  nuestras  tribulaciones  y  fatigas  debemos  recu- 
rrir co}^.fiadamente  al  eterno  Padre  con  afecto  y  corazón  de  hi- 
jos, para  ser  socorridos.  El  cual  socorro  es  tan  grande,  tan  cier- 
to y  tan  verdadero,  que  si  tuviésemos  una  poca  de  luz  del  cielo, 
á  lo  menos  por  esta  causa  habíamos  de  desear  siempre  tribula- 
ciones, por  tener  ocasión  de  acudir  muchas  veces  á  este  Padre. 
Y  mira  cómo  cuanto  más  crescía  el  agonía  de  su  pasión,  tanto 
más  prolijamente  oraba,  para  enseñarnos  que  mientra  más  cres- 
ciere  nuestra  tribulación,  mas  ha  de  crecer  el  ejercicio  de  la  ora- 
ción. De  manera  que  el  crescimiento  de  una  fuerza  ha  de  ser 
causa  del  crescimiento  de  la  otra.  Y  así  en  lo  primero  nos  enseña  á 
orar,  y  en  lo  segundo  á  perseverar  en  la  oración.  Pues,  oh  alma 
mía,  <jpara  qué  andas  buscando  remedios  vanos  y  infieles  en  tus 
necesidades?  ¿Porqué  no  te  socorres  al  Padre  celestial  diciendo: 
Señor,  si  es  posible,  pase  este  cáliz  de  mí,  y  si  no,  hágase  vuestra 
sancta  voluntad? 

III.  Considera  el  agonía  espantosa  que  el  Señor  padeció  en 
aquella  oración,  la  cual  bastó  para  hacerle  sudar  gotas  de  sangre, 
cosa  nunca  jamás  vista  ni  oída  en  el  mundo.  Y  la  causa  deste  tan 
extraño  sudor  fué  la  aprehensión  vehementísima  de  todos  los 
dolores  y  martirios  que  le  estaban  aparejados,  y  de  la  causa  de 
ellos,  que  fueron  nuestros  pecados.  De  manera  que  allí  fué  inte- 
riormente azotado,  escupido,  abofeteado,- coronado,  reprobado  y 
crucificado,  aprehendiendo  en  su  delicatísima  imaginación  todas 
las  imagines  destos  tormentos,  y  sentiendo  en  la  parte  afectiva 
dolores  conformes  á  las  dichas  imagines.  Y  todo  esto  sin  mezcla 


302  GUIA  DE  PECADORES 


de  ningún  consuelo  ni  alivio,  ni  del  cielo,  ni  de  la  tierra,  ni  de  sus 
amigos,  ni  de  sí  mismo. 

IV.  Considera,  pues,  de  la  manera  que  estaba  allí  aquella  sa- 
cratísima humanidad  agonizando,  yendo  y  volviendo  de  los  dis- 
cípulos al  Padre,  y  del  Padre  á  los  discípulos,  buscando  conso- 
lación, y  no  hallándola,  como  el  más  desamparado  hombre  del 
mundo,  y  más  indigno  de  consolación.  Porque  el  Padre  no  oía 
la  oración  que  por  parte  de  la  inocentísima  carne  se  le  hacía:  los 
discípulos  amados  (que  con  su  presencia  y  compañía  pudieran 
algún  tanto  aliviar  la  carga  de  aquella  noche  tristísima)  dormían: 
Judas  y  los  príncipes  de  los  sacerdotes,  armados  de  mil  engaños 
y  malicias,  velaban.  Y  sobre  todos  estos  desamparos  era  aun 
mayor  el  desamparo  de  sí  mismo:  porque  ni  de  la  parte  supe- 
rior de  la  razón,  ni  de  la  divinidad,  recebía  algún  linaje  de  con- 
suelo. De  manera  que  á  solo  el  amantísimo  Hijo  dio  el  Padre  á 
beber  el  cáliz  de  todas  las  iras  que  había  concebido  contra  el 
mundo,  y  éste  puro  sin  alguna  mezcla  de  consolación.  Por  don- 
de vino  á  decir  el  Hijo  dulcísimo  aquellas  palabras:  Por  mí,  Se- 
ñor, pasaron  todas  tus  iras,  y  tus  espantos  me  conturbaron.  Y 
dice  muy  bien  pasaron,  y  no,  permanecieron:  porque  no  mere- 
cía Él  la  ira  como  pecador,  sino  como  fiador  y  remediador  de 
pecadores. 

V.  Pues,  oh  Cordero  inocentísimo,  ,1  quién  puso  sobre  vos  esa 
tan  pesada  carga,  que  sólo  imaginarla  os  hace  sudar  gotas  de 
sangre?  ^jQuién  os  hirió.  Señor?  ¿Qué  sangre  es  ésa  que  está  go- 
teando de  todo  vuestro  cuerpo?  No  veo  aun  agora  verdugos,  ni 
parecen  aquí  señales  de  azotes,  ni  de  clavos  ni  espinas:  en- 
tiendo, Señor,  que  vuestra  grande  candad  quiere  ser  la  primera 
en  sacaros  sangre  sin  hierro  y  sin  cuchillo,  para  que  se  entienda 
que  ella  es  la  que  abre  camino  á  todos  los  otros  perseguidores. 


De  la  prisión  del  Salvador. 

ONSIDERA  lucero  cómo  acabada  la  oración  vino  todo  aquel 
¿)  escuadrón  de  gente  armada,  y  con  ellos  también  muchos 
dt  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  fariseos,  para  prender  al  Cor- 
dero. Porque  no  se  atrevieron  á  fiar  este  negocio  de  los  minis- 
tros y  soldados  mercenarios  (porque  no  les  acaesciese  lo  que 


LIBRO  III.  PARTE  II.  3^3 


ofr.ra  vez,  cuando  la  predicación  del  Señor  los  convertió  y  los 
hizo  volver  sin  él)  sino  ellos  mismos  vinieron  en  persona,  como 
gente  tan  confiada  de  su  malicia,  que  ni  por  sermones  ni  por 
cosas  que  viesen,  esperaban  desistir  de  su  demanda.  De  manera 
que  los  que  eran  mayores  en  la  dignidad,  ésos  fueron  mayores 
en  la  maldad,  cuando  vinieron  á  estragarse.  De  donde  aprende- 
rás que  así  como  el  mejor  vino  se  hace  el  más  fuerte  vinagre 
(cuando  se  viene  á  corromper)  así  aquéllos  que  por  razón  de  su 
estado  ó  dignidad  están  más  altos  y  más  llegados  á  Dios  (como 
son  los  sacerdotes  y  religiosos)  cuando  se  dañan,  vienen  á  ser 
peores  que  todos  los  otros  hombres,  así  como  del  mayor  ángel  se 
hizo  el  mayor  diablo. 

II.  Venía  Judas  por  adalid  y  capitán  de  este  ejército  de  Sa- 
tanás, caído  ya  (como  otro  Lucifer)  del  más  alto  estado  de  la 
Iglesia  (que  es  el  apostolado)  en  el  más  profundo  abismo  de 
maldad,  que  era  ser  el  primer  conjurado  en  la  muerte  de  Cristo. 
Mira,  pues,  á  qué  extremo  de  males  llegó  este  miserable,  por  no 
resistir  á  los  principios  de  sus  malas  afeciones  y  cobdicias.  j  Ay 
de  ti,  si  no  resistes  á  las  tuyas !  Porque  ^  qué  se  podrá  esperar  de 
ti,  que  no  tienes  tantos  aparejos  y  defensivos  como  éste  tuvo? 
No  aprendes  en  tal  escuela,  no  conversas  con  tal  maestro  ni  con 
tales  condiscípulos,  ¿pues  qué  puedes  esperar  de  ti,  si  por  todas 
partes  no  te  velas? 

III.  Habíales  este  traidor  dado  señal  diciendo:  A  quienquie- 
ra que  3^0  besare  &c.  El  Maestro  dulcísimo,  y  fuente  de  caridad 
y  amor,  ¿con  qué  otro  cebo  le  habían  de  armar  lazos,  con  qué 
otra  señal  le  habían  de  prender,  sino  con  señal  de  amor?  Acep- 
tó el  Señor  este  cruel  beso,  por  quebrantar  siquiera  con  la  dul- 
zura de  esta  mansedumbre  la  dureza  de  aquel  rebelde  corazón: 
mas  al  ánimo  obstinado  y  pervertido  por  demás  son  los  reme- 
dios. Mas  tú,  ánima  mía,  considera  que  si  este  dulcísimo  y  man- 
sísimo cordero  no  desechó  el  engañoso  beso  del  que  tan  cruel- 
mente le  vendía,  ¿cómo  desechará  el  beso  interior  del  que  en- 
trañablemente le  ama? 

IV.  Considera  también  la  virtud  de  aquellas  palabras  que  el 
Señor  dijo  á  Pedro,  cuando  hirió  al  criado  del  Pontífice:  El  cáliz 
que  me  dio  mi  Padre,  ¿no  quieres  que  le  beba?  Este  es  el  es- 
cudo general  con  que  se  ha  de  defender  el  cristiano  en  todos  los 
trabajos  y  tribulaciones.  Venga  por  quien  viniere,  sea  hombre, 


364  CTJIA  DE  PECADORES 


sea  demonio,  todo  ello  viene  por  parte  de  Dios,  todo  es  cáliz 
qu^  nos  da  el  eterno  Padre.  Así  lo  confesó  el  sancto  Job,  cuando 
viéndose  tan  afligido  y  mal  tratado  del  demonio,  dijo:  Diosl  o  dio, 
y  Dios  lo  quitó:  como  al  Señor  plugo,  así  se  hizo,  sea  el  nombre 
del  Señor  bendito.  Así  lo  confesó  también  el  rey  David  cuando 
le  maldecía  Semeí,  diciendo  que  Dios  le  había  mandado  que  le 
maldijese.  Y  pues  todos  éstos  son  cálices  del  Padre,  no  hay  por 
qué  temer  la  purga  ordenada  por  mano  de  físico  tan  piadoso, 
que  tiene  nombre  de  padre,  ni  tampoco  hay  por  qué  recelar  el 
amargura  del  vaso,  después  que  aquellos  dulcísimos  labrios  del 
Hijo  (en  quien  toda  la  gracia  fué  derramada)  quedaron  impre- 
sos en  él. 

V.  Huyen  los  discípulos  y  desamparan  al  Señor.  Siguiéron- 
le hasta  la  cena,  y  desamparáronle  en  el  camino  de  la  cruz.  To- 
dos somos  en  esta  parte  imitadores  de  los  discípulos,  todos  huí- 
mos los  trabajos  y  dejamos  de  seguir  á  Cristo  cuando  camina  á 
la  cruz,  deseándole  seguir  cuando  camina  á  los  cielos.  Y  si  por 
ventura  le  seguimos,  seguírnosle  dende  lejos  (como  los  discípulos 
le  siguían)  que  es  poniéndonos  á  muy  pequeños  trabajos  por  su 
amor.  Mas  ¡  ay  de  mí,  que  ellos  huían  de  ti  por  el  peligro  que 
vían:  mas  yo  sin  peligro  huyo,  y  no  sólo  sin  peligro,  mas  antes 
viendo  el  peligro  que  se  me  sigue  de  apartarme  de  ti:  pues  apar- 
tarme de  ti  es  apartarme  de  la  luz,  de  la  vida,  del  descanso,  de 
la  consolación  y  de  todos  los  bienes !  ¡  Cuánto'es,  pues,  mayor 
mi  culpa  que  la  suya! 

EL  MIÉRCOLES  11. 

Este  día  se  ha  de  contemplar  la  presentación  del  Señor  á  los 
pontífices  y  jueces:  la  primera  á  Anas,  la  segunda  á  Caifas,  la 
tercera  á  Herodes,  la  cuarta  á  Pilato:  y  después  de  esto  los  azo- 
tes á  la  columna. 

El  texto  de  los  Evatigelistas  dice  así. 

,y  UES  como  el  Señor  fuese  presentado  al  pontífice  Anas,  pre- 
1^  guntóle  el  Pontífice  por  sus  discípulos  y  doctrina.  Respon- 
dió Jesús:  Yo  públicamente  he  hablado  al  mundo,  yo  siem.pre 
enseñé  en  públicos  ayuntamientos  y  en  el  templo,  donde  todos 


LIBRO  Iir.  PARTE  II.  .  3^5 


los  judíos  se  juntan,  y  en  secreto  no  he  hablado  nada.  ¿Qué  me 
preguntas  á  mí?  Pregunta  á  los  que  la  han  oído,  que  ellos  saben 
lo  que  yo  he  dicho.  Como  él  dijese  esto,  uno  de  los  ministros 
que  asistían  al  Pontífice,  dio  una  bofetada  á  Jesús,  diciendo:  ¿Así 
respondes  al  Pontífice?  Respondió  Jesús:  Si  mal  hablé,  muéstra- 
me en  qué,  y  si  bien,  ¿porqué  me  hieres? 

Y  envióle  Anas  atado  á  Caifas,  donde  los  letrados  de  la  ley 
y  los  ancianos  estaban  ayuntados.  El  Príncipe  de  los  sacerdo- 
tes y  los  letrados  buscaban  algún  falso  testimonio  contra  Jesús, 
por  donde  le  condenasen  á  muerte,  y  no  lo  hallaban,  aunque  se 
juntaron  allí  muchos  falsos  testigos.  En  fin  vinieron  dos  falsos 
testigos,  y  dijeron:  Éste  dijo:  Yo  puedo  destruir  el  templo  de  Dios 
y  volverlo  á  reedificar  después  de  tres  días.  Y  levantándose  el 
Príncipe  de  los  sacerdotes  díjole:  Conjuróte  de  parte  de  Dios 
vivo  que  nos  digas  si  tú  eres  Cristo  Hijo  de  Dios.  Díjole  Jesús, 
Tú  lo  dijiste.  Mas  en  verdad  os  digo  que  presto  veréis  al  hijo 
del  hombre  asentado  á  la  diestra  de  la  virtud  de  Dios,  y  venir 
en  las  nubes  del  cielo.  Entonces  el  Príncipe  de  los  sacerdotes 
rasgó  sus  vestiduras  y  dijo:  Blasfemado  ha.  ¿Qué  necesidad  te- 
nemos aquí  de  testigos  ?  Catad  aquí  habéis  oído  la  blasfemia, 
¿qué  os  parece?  Ellos  respondieron:  Merecedor  es  de  muerte.  En- 
tonces escupieron  en  su  rostro,  y  diéronle  de  pescozones,  y  otros 
le  daban  en  la  cara  bofetadas  y  decían:  Profetízanos,  Cristo,  ¿quién 
es  el  que  te  hirió  ? 

El  día  siguiente  por  la  mañana,  toda  la  muchedumbre  de  los 
príncipes  del  pueblo  llevaron  á  Jesús  á  Pilato,  y  comenzaron  á 
acusarle,  diciendo:  Á  este  hombre  hallamos  que  pervertía  nues- 
tra gente  y  vedaba  que  no  se  pagase  tributo  á  César,  diciendo 
que  Él  era  el  rey  Mesías.  Y  Pilato  preguntóle,  diciendo:  ¿Tú  eres 
rey  de  los  judíos?  Y  Él  respondió:  Tú  lo  dices.  Y  siendo  acusa- 
do de  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  de  los  ancianos,  no  res- 
pondía nada.  Entonces  le  dijo  Pilato:  ¿No  oyes  cuántos  testimo- 
nios dicen  contra  ti?  Y  Él  no  le  respondió  á  ninguna  palabra, tanto 
que  el  juez  estaba  maravillado  en  gran  manera.  Dijo  pues  Pilato 
á  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  á  la  gente:  No  hallo  culpa  en 
este  hombre.  Mas  ellos  daban  voces  y  porfiaban  diciendo:  Ha  al- 
borotado el  pueblo,  enseñando  por  toda  Judea,  comenzando  den- 
de  Galilea  hasta  aquí. 

Pilato,  oyendo  que  se  hacía  mención  de  Galilea,  preguntó  si 


366  ^  GUIA  DE  PECADORES 


por  ventura  el  Señor  fuese  de  Galilea.  Y  como  supo  que  era  de 
la  jurisdición  de  Herodes,  enviólo  á  él,  el  cual  en  aquellos  días 
estaba  en  Jerusalem.  Y  Herodes  viendo  á  Jesú,  gozóse  mucho, 
porque  había  mucho  tiempo  que  le  deseaba  ver,  y  había  oído 
muchas  cosas  del,  y  esperaba  ver  algún  milagro  que  hiciese  de- 
lante del.  Estaban  allí  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  letrados  de 
la  ley  acusándole  fuertemente:  y  menospreciólo  Herodes  con 
toda  su  corte,  y  hizo  burla  del.  Y  vestiéndole  de  una  vestidura 
blanca,  volvióle  á  enviar  á  Pilato. 

Y  por  razón  del  día  solemne  de  la  Pascua  tenía  por  costum- 
bre el  presidente  soltarles  un  preso,  cual  elle s  le  pidiesen.  Y  te- 
nía entonces  preso  un  malhechor  famoso  que  se  decía  Barrabás. 
Pues  ayuntándolos  á  todos  en  uno,  díjoles  Pilato:  i  A  quién  que- 
réis que  os  suelte  de  los  dos,  á  Barrabás,  ó  á  Jesús  que  se  llama 
Cristo?  Y  ellos  respondieron:  No  á  éste  sino  á  Barrabás:  el  cual 
estaba  en  la  cárcel  por  un  alboroto  que  había  levantado  en  la 
ciudad,  en  el  cual  había  muerto  un  hombre.  Díjoles  entonces  Pi- 
lato: Pues  ¿qué  haré  de  Jesús  que  se  llama  Cristo?  Dicen  todos: 
Sea  crucificado.  Entonces  tomó  Pilato  á  Jesús  y  azotólo. 

Meditación  sobre  estos  pasos  del  texto. 

^ODOS  estos  pasos  y  estaciones  que  el  Salvador  anduvo,  es- 
tán llenos  de  doctrina  y  ejemplos,  y  por  esto  en  todos  ellos 
conviene  que  le  sigamos  y  acompañemos,  para  sentir  y  agradas - 
cer  todo  lo  que  padece  por  nuestra  causa. 

I.  Pues  primeramente  considera  aquella  tan  grande  afrenta 
que  el  Señor  recibió  en  casa  del  primer  juez  con  la  bofetada  que 
allí  le  dieron,  y  mira  cómo  el  Pontífice  y  los  circunstantes  se  ríen 
de  ver  al  Señor  tan  duramente  herido,  y  por  el  contrario  cómo 
los  que  eran  de  su  parte  se  entristecerían,  no  pudiendo  sufrir 
tan  grande  injuria  en  persona  de  tan  grande  majestad.  Mira  otrosí 
con  cuánta  caridad  y  mansedumbre  corrigió  al  que  le  había  he- 
rido, diciendo:  Si  mal  hablé,  muéstrame  en  qué,y  si  bien,  ¿porqué 
me  hieres?  Como  si  claramente  dijera:  Mal  me  has  injuriado  sin 
habértelo  merecido. 

II.  Considera  luego  cómo  fué  llevado  á  casa  de  Caifas,  y  las 
injurias  que  allí  recibió  cuando  respondió  á  la  pregunta  del  Pon- 
tífice que  le  preguntaba  quién  era.  Porque  allí  no  uno  solo,  sino 


LIBRO   III.   PARTE  II.  367 


todos  cuantos  presentes  estaban,  arremetieron  al  cordero  como 
lobos  rabiosos,  y  todos  á  una  le  herían  sin  ninguna  piedad.  Unos 
le  daban  de  bofetadas  y  pescozones,  otros  escupían  en  su  rostro, 
otros  arrancaban  sus  venerables  cabellos,  y  otros  hacían  y  de- 
cían contra  Él  muchos  denuestos  y  escarnios.  Pero  lo  que  enton- 
ces más  sentía  el  Salvador,  era  la  ofensa  que  se  hacía  á  su  eter- 
no Padre,  compadesciéndose  mucho  más  de  la  culpa  de  sus  ene- 
migos, que  de  sus  proprios  trabajos. 

III.  Lo  tercero  considera  las  fatigas  que  toda  aquella  noche  pa- 
desció  en  poder  de  los  soldados  que  le  tenían  á  cargo,  y  cómo 
luego  por  la  mañana  fué  presentado  por  todo  el  concilio  de  los 
sacerdotes  ante  el  presidente  Pilato,  y  acusado  con  falsos  testi.nc  - 
nios,  y  cómo  por  él  fué  mandado  llevar  al  rey  Herodes  para 
que  él  conosciese  de  la  causa.  Mira  pues  al  Señor  en  todos  estos 
pasos  y  caminos  cómo  es  llevado  y  traído  por  las  calles  públi- 
cas y  plazas  de  Hierusalem  con  grande  alboroto  y  concurso  de 
pueblo,  y  con  gente  de  armas  y  ministros  de  justicia  que  le  iban 
guardando  como  á  un  malhechor.  Y  juntamente  con  esto  consi- 
sidera  la  grandeza  de  la  injuria  que  en  casa  de  aquel  rey  inicuo 
recibió,  donde  fué  burlado  del  y  de  toda  su  corte,  y  vestido  como 
loco  de  una  vestidura  blanca,  y  traído  con  ella  otra  vez  por  los 
mismos  lugares  por  do  había  venido.  Aquí  aprenderás  á  ser  hu- 
milde, cuando  fueres  menospreciado  ó  curiosa  y  vanamente  pre- 
guntado, y  con  esto  verás  cuántos  pasos  y  caminos  será  razón 
dar  á  veces  por  amor  de  Dios  y  de  los  prójimos,  pues  tantos  y 
tan  trabajosos  dio  el  Criador  del  mundo  por  nosotros. 

IV.  Sobre  todo  esto  considera  aquellos  cruelísimos  azotes  que 
el  Salvador  recibió  á  la  columna.  Porque  como  el  juez  vio  la  fu- 
ria con  que  aquellos  malaventurados  pidían  al  Salvador  la  muer- 
te, por  satisfacer  en  algo  á  su  rabioso  apetito,  mandólo  cruelmente 
azotar,  creyendo  que  con  solo  esto  se  aplacarían. 

V.  Pues  si  quieres,  oh  ánima  mía,  saber  lo  que  por  ti  pades- 
ció  el  Salvador  en  este  paso,  entra  con  el  espíritu  en  el  pretorio 
de  Pilato,  y  lleva  las  lágrimas  aparejadas,  que  serán  bien  menes- 
ter para  lo  que  allí  verás.  Allí  desnudan  de  sus  vestiduras  al  que 
viste  los  campos  de  hermosura,  y  atan  á  la  columna  á  las  manos 
que  los  cielos  criaron.  Atado  pues  ya,  y  desnudo  el  Salvador,  y 
aparejado  para  los  azotes,  aparéjanse  por  otra  parte  los  minis- 
tros malvados,  y  desmídanse  también  ellos  para  mejor  ejecutar 


368  GUIA  DE  PECADORES 


en  Él  su  crueldad.  Comienzan  de  dos  en  dos  á  descargar  sus  lá- 
tigos y  disciplinas  sobre  aquellas  carnes  virginales.  Unos  caen  so- 
bre las  espaldas,  otros  sobre  los  pechos,  otros  lo  ciñen  por  la  cin- 
tura y  por  el  vientre.  Levántanse  por  todas  partes  las  ronchas 
y  cardenales:  por  otra  rásganse  los  cueros  y  las  venas,  y  comien- 
za á  reventar  aquella  sangre  divina.  Comienza  luego  el  cuerpo  á 
teñirse  de  diversos  colores  y  pinturas:  mas  después  cayendo  unos 
azotes  sobre  otros,  ensánchanse  unas  llagas  con  otras,  y  rásgase 
por  todas  partes  la  carne  bendita,  y  ya  entonces  el  cuerpo  no 
parecía  pintado  como  de  antes,  porque  todo  estaba  desollado  y 
hecho  una  grande  llaga  que  por  todas  partes  manaba  sangre.  En- 
tonces se  cumplió  aquella  profecía  de  Isaías  que  dice:  Perdido  ha 
su  parecer  y  hermosura:  vímosle,  y  no  tenía  figura  de  hombre,  y 
deseamos  verle  el  más  despreciado  y  abatido  de  todos  los  hom- 
bres, varón  de  dolores  y  que  sabe  de  enfermedades.  Y  nosotros 
tuvímoslo  por  leproso,  y  herido  de  Dios,  y  humillado:  mas  El  fué 
herido  por  nuestras  maldades  y  atormentado  por  nuestros  pe- 
cados. La  disciplina  de  nuestra  paz  cayó  sobre  El,  pagando  Él  lo 
que  nosotros  merescíaraos,  y  con  sus  llagas  y  dolores  fuimos  cu- 
rados. 

VI.  A  todo  esto  el  inocente  Cordero  estaba  sosegado  y  mudo, 
y  en  medio  de  tan  grandes  dolores  estaba  aquel  sagrado  cora- 
zón pacífico,  y  aquel  precioso  y  sancto  cuerpo  quedo  y  fijo  mu  - 
cho  más  que  la  columna.  Si  no  fueran  más  que  las  sogas  las  que 
lo  tenían  atado,  no  pudieran  las  carnes  dejar  de  hacer  su  senti- 
miento al  caer  de  tales  golpes:  mas  como  eran  otras  prisiones  más 
fuertes  las  que  allí  le  tenían  preso  (que  eran  las  de  nuestro  amor) 
éstas  fueron  bastantes  para  que  su  preciosísimo  cuerpo  estuvie- 
se tan  sosegado,  y  su  lindo  rostro  tan  sereno,  y  su  corazón  tan 
pacífico  y  reposado.  Los  cielos  se  entristecían  de  dolor,  los  án- 
geles de  la  paz  lloraban  de  compasión,  y  el  mismo  que  pades- 
cía  no  se  acuita,  ni  se  queja,  ni  ruega  que  den  un  poco  de  alivio  á 
tal  dolor.  Los  brazos  de  los  verdugos  estaban  ya  cansados  ator- 
mentando, y  el  atormentado  no  desfallecía  ni  se  cansaba  de  pa- 
descer. 

VIL  Acabado  ya  el  martirio  de  los  azotes,  desatan  al  Salva- 
dor de  la  columna:  donde  puedes,  ánima  mía,  considerar  cuan  de- 
bilitado quedaría,  y  cómo  apenas  se  podría  sostener  en  los  miem- 
bros, por  estar  todos  tan  lastimados,  y  tan  desangrados,  y  sobre 


LIBRO  Iir.  PARTE    II.  369 


todo  tan  pasmados  por  el  grande  frío  que  hacía,  y  por  haber  es- 
tado el  sancto  cuerpo  tanto  tiempo  desnudo  y  despojado,  no  sola- 
mente de  las  vestiduras,  sino  también  de  los  cueros  y  de  la  sangre. 
No  hubo  allí  unturas  para  las  heridas  del  disciplinado,  no  lava- 
torio para  sus  llagas,  no  conservas  ni  letuarios  para  quien  tal  no- 
che y  tal  día  había  llevado. 

VIII.  Ni  tampoco  hubo  quien  movido  á  piedad  le  diese  las 
vestiduras  que  estaban  por  el  pretorio  derramadas,  sino  Él  mis- 
mo desnudo  ya,  y  avergonzado,  y  temblando  de  frío  las  anduvo 
recogiendo  con  toda  humildad  y  mansedumbre,  y  así  se  las  vistió 
delante  de  aquellos  carniceros,  como  si  fuera  un  esclavo  que  ellos 
hobieran  azotado  ó  castigado  por  algún  delicto  {  Cómo  no  tiem- 
blan los  hombres  deste  juicio?  ^Cómo  no  entienden  por  aquí  la 
severidad  de  aquella  divina  justicia,  que  tal  satisfación  pidió  por 
los  pecados  del  mundo?  Suelen  los  que  tienen  cargo  de  criar 
príncipes  azotar  un  esclavillo  delante  dellos  ásperamente,  para 
hacerlos  temer  con  esto:  y  aun  hasta  los  leones  temen  cuando 
ven  azotar  un  cachorrillo  delante  sí.  Pues  si  teme  el  león,  { cómo 
no  teme  el  cabrito?  Si  teme  el  hijo  del  rey  cuando  ve  azotar  de- 
lante de  sí  al  esclavillo,  { cuánta  razón  es  que  tema  el  esclavo 
malo  cuando  ve  azotar  y  tratar  así  al  Hijo  del  Rey  del  cielo  ?  Si 
esto  se  hace  con  el  que  paga  por  pecados  ajenos,  i  qué  se  hará 
con  el  que  fuere  castigado  por  los  proprios  ?  Pues,  oh  rey  mío  y 
misericordia  mía,  dame  gracia  para  que  atado  yo  contigo  á  esta 
columna,  aprenda  de  aquí  no  sólo  á  amarte  viendo  lo  que  pa- 
desces  por  mí,  sino  también  á  temerte  viendo  lo  que  se  paga 
por  el  pecado. 

Acabada  la  meditación,  &c. 

EL  JUEVES  II. 

Este  día  podrás  pensar  en  la  coronación  de  espinas  y  el  Ecce 
Homo,  y  cómo  el  Salvador  llevó  la  cruz  á  cuestas. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  asi. 

^  NTONCES,  conviene  saber,  después  de  haber  azotado  al  Se- 
il-J  ñor,  los  soldados  del  presidente  recibiendo  á  Jesús  en  el 
audiencia,  llamaron  allí  toda  la  gente  de  guerra,  y  desnudándo- 

OBRAS  DE  GRANADA.  X-24 


370  GUIA  DE  PECADORES 


le  de  sus  vestiduras,  cubriéronle  con  una  ropa  colorada,  y  tejien- 
do una  corona  de  espinas  pusiéronla  sobre  su  cabeza,  y  una  caña 
en  su  mano  derecha,  y  hincadas  las  rodillas  burlaban  del,  di- 
ciendo: Dios  te  salve,  rey  de  los  judíos.  Y  escupiendo  en  Él,  to- 
maban la  caña  que  tenía  en  la  mano,  y  hiríanle  con  ella  en  la 
cabeza,  y  dábanle  de  bofetadas. 

Salió  pues  otra  vez  Pilato,  y  díjoles:  Veislo,  aquí  os  lo  traigo 
fuera,  para  que  conozcáis  que  no  hallo  en  El  causa  para  lo  jus- 
ticiar. Salió  pues  Jesús  fuera,  puesta  la  corona  de  espinas  en  la 
cabeza,  y  vestida  la  ropa  de  púrpura.  Y  díceles:  Ecce  Homo.  Pues 
como  lo  viesen  los  pontífices  y  ministros  del  pueblo,  daban  vo- 
ces diciendo:  Crucifícalo,  crucifícalo.  Díceles  Pilato:  Tomadlo  vos- 
otros y  cruciñcadlo,  porque  yo  no  hallo  causa  para  lo  crucificar. 
Respondieron  los  judíos:  Nosotros  tenemos  ley,  y  según  la  ley 
ha  de  morir,  porque  se  hizo  hijo  de  Dios.  Pues  como  oyese  Pilato 
estas  palabras,  te  mió  más.  Y  entrando  otra  vez  en  el  audiencia,  dijo 
á  Jesús:  ¿  De  dónde  eres  tú?  Y  Jesús  no  le  respondió.  Dícele  Pilato: 
¿Á  mí  no  me  hablas?  ¿No  sabes  que  tengo  poder  para  crucificarte, 
y  poder  para  soltarte?  Respondió  Jesús:  No  temías  poder  ninguno 
sobre  mí,  si  no  te  fuera  dado  de  arriba.  Y  por  tanto  el  que  me  en- 
tregó en  tus  manos,  mayor  pecado  tiene  sobre  sí.  Desde  entonces 
procuraba  Pilato  de  soltarle.  Mas  ellos  daban  grandes  voces  pi- 
diendo que  fuese  crucificado,  y  prevalecían  las  voces  dellos,  y  Pi- 
lato determinó  que  se  compUese  su  petición,  y  soltóles  al  que  por 
razón  del  homicidio  y  escándalo  había  sido  echado  en  la  cárcel,  y 
entregó  á  Jesús  á  la  voluntad  dellos.  Y  tomaron  á  Jesús  y  sacá- 
ronlo fuera,  y  llevando  Él  sobre  sí  la  cruz,  salió  al  lugar  que  se  de- 
cía Calvario.  Seguíalo  en  este  camino  mucha  compañía  del  pueblo 
y  de  mujeres  que  iban  llorando  y  lamentando  en  pos  del.  Y  vol- 
viéndose á  ellas  díjoles;  Hijas  de  Hierusalem,  no  lloréis  sobre  mí, 
sino  sobre  vosotras  llorad,  y  sobre  vuestros  hijos.  Porque  presto 
vernán  días  en  que  digan:  Bienaventuradas  las  estériles,  y  los 
vientres  que  no  engendraron,  y  los  pechos  que  no  criaron.  En- 
tonces comenzarán  á  decir  á  los  montes:  Caed  sobre  nosotros, 
y  á  los  collados:  Cubridnos:  porque  si  esto  hacen  en  el  madero 
verde,  ¿en  el  seco  qué  se  hará? 


LIBRO  III.  PARTE  11.  37 1 


Meditación  sobre  estos  pasos  del  texto. 

\CABADO  el  martirio  de  los  azotes,  comiénzase  de  nuevo  otro 
no  menos  injurioso,  que  fué  la  coronación  de  espinas.  Ha- 
bían menester  nuestras  galas  y  atavíos  especial  medicina,  pues 
tan  especialmente  con  ellas  ofendimos  á  Dios,  y  borramos  la 
imagen  que  Él  puso  en  nuestras  ánimas,  y  pusimos  en  su  lugar 
la  que  el  demonio  nos  enseñó.  Pues  para  satisfacer  por  esta  cul- 
pa, es  aquí  afeada  la  hermosura  del  cielo,  y  es  pungida  con  crue- 
les espinas  aquella  cabeza  de  oro.  Llegan,  pues,  los  soldados  del 
presidente,  y  llaman  toda  la  otra  gente  de  su  compañía,  para  que 
gozasen  desta  tan  inhumana  fiesta  y  les  ayudasen  con  sus  ceri- 
monias  y  reverencias  á  celebrarla:  y  tejiendo  primeramente  una 
corona  de  juncos  marinos,  híncansela  por  el  sagrado  celebro  para 
que  así  padeciese  con  ella  por  una  parte  sumo  dolor,  y  por  otra 
sumo  escarnio.  Muchas  de  las  espinas  se  quebraban  al  entrar  por 
la  cabeza,  otras  llegaban  (como  dice  S.  Bernardo)  hasta  los  hue- 
sos. Y  no  contentos  con  este  tan  doloroso  escarnio,  vístenle  de 
una  púrpura  vieja  y  rasgada,  y  pénenle  por  ceptro  real  una  caña 
en  la  mano,  y  hincándose  de  rodillas,  dábanle  de  bofetadas,y  escu- 
píanle en  la  cara,  y  tomábanle  la  caña  de  las  manos,  y  hiríanle 
con  ella  en  la  cabeza,  diciendo:  Dios  te  salve,  rey  de  los  judíos. 

n.  No  parece  que  era  posible  caber  tantas  invenciones  de 
crueldades  en  corazones  humanos.  Porque  cosas  eran  éstas  que 
si  en  un  perro  de  la  calle  se  hicieran,  bastaran  para  enternecer 
cualquiera  corazón.  Mas  como  era  el  demonio  el  que  las  inventa- 
ba, y  Dios  el  que  las  padescía,  ni  aquella  tan  grande  malicia  se 
hartaba  con  ningún  tormento,  según  era  grande  su  odio,  ni  á 
aquella  divina  piedad  bastaban  todos  estos  trabajos,  según  era 
grande  su  amor. 

in.  Mas  tú,  ánima  mía,  deja  de  considerar  agora  la  crueldad 
de  los  hombres  y  la  malicia  de  los  demonios,  y  vuelve  los  ojos 
á  considerar  la  figura  tan  lastimera  que  allí  ternía  el  más  hermoso 
de  los  hijos  de  los  hombres.  Oh  pacientísimo  y  clementísimo  Re- 
demptor,  ¿qué  figura  es  ésta  tan  dolorosa,  qué  martirio  tan  nue- 
vo, qué  mudanza  tan  extraña?  jEres  tú  Aquél  que  poco  antes 
discurrías  por  las  ciudades  predicando  y  haciendo  tantas  mara- 
villas? ¿Eres  tú  Aquél  que  poco  antes  en  el  monte  Tabor  res- 


372  GUIA  DE  PECADORES 


plandeciste  con  figura  celestial  y  vestiduras  de  nieve?  ^Eres  tú 
Aquél  testificado  con  voces  del  cielo  por  Hijo  de  Dios  y  maestro 
del  mundo?  Pues  ^cómo  se  perdió  aquella  hermosura  tan  gran- 
de? ^Qué  se  hizo  aquel  resplandor  de  tu  cara?  ^Dónde  están  las 
vestiduras  de  nieve?  <jQué  es  de  la  gloria  del  Hijo?  ^Qué  es  de 
la  dignidad  y  pompa  de  rey?  ¿Ese  es  el  reino  que  te  tenían  apa- 
rejado? ¿Ésa  es  la  corona,  ésa  la  púrpura,  y  el  ceptro  y  las  ceri- 
monias  de  rey?  ¿Ése  el  reino  tan  cantado  por  los  Profetas,  tan 
predicado  en  los  Psalmos,  tan  esperado  de  las  gentes?  ¡Oh  nue- 
va manera  de  reino!  ¿Quién  escogerá  ese  reinado?  ¿Quién  alzará 
esa  corona,  aunque  la  hallare  en  el  suelo? 

IV. .  Deleitábase  antes  mi  ánima  cuando  te  miraba  muy  más 
hermoso  que  aquel  tan  afamado  Absalón,  que  dende  la  punta  del 
pie  hasta  la  cabeza  no  tenía  mácula,  y  agora  veo  que  desde  la 
planta  del  pie  hasta  la  cabeza  no  hay  en  ti  cosa  sana.  Véote  el 
más  abatido  de  los  hombres,  sin  hermosura,  sin  honra  y  sin  fi- 
gura, no  solamente  de  rey,  mas  ni  de  hombre.  La  sangre  que  de 
la  cabeza  deciende,  ha  cubierto  la  imagen  del  rostro,  las  saUvas 
han  borrado  la  figura  del  hombre.  Gusano  pareces  y  no  hombre, 
oprobrio  de  los  hombres  y  desecho  del  mundo.  Ésta  es,  Señor, 
la  cura  de  mi  soberbia,  ésta  la  satisfación  de  mis  atavíos  y  re- 
galos, éste  el  dechado  de  la  verdadera  humildad  y  paciencia,  éste 
el  camino  de  la  cruz  para  el  reino,  y  éste  el  ejemplo  del  menos- 
precio del  mundo.  Esto  me  predican  tus  llagas,  esto  me  enseñan 
tus  deshonras,  esto  es  lo  que  leo  en  el  Ubro  de  tu  pasión. 

V.  Pues  como  el  presidente  tuviese  claramente  conoscida  la 
inocencia  del  Salvador,  y  viese  que  no  su  culpa,  sino  la  invidia 
de  sus  enemigos  le  condenaban,  procuraba  por  todas  vías  librarle 
de  sus  manos.  Para  lo  cual  le  pareció  bastante  medio  sacarlo  así 
como  estaba  á  vista  del  pueblo  furioso:  porque  Él  estaba  tal,  que 
bastaba  la  figura  que  tenía  (según  él  creyó)  para  amansar  la  fu- 
ria de  sus  rabiosos  corazones. 

VI.  Tú,  ánima  mía,  procura  hallarte  presente  á  este  espectá- 
culo tan  doloroso,  y  como  si  allí  te  hallaras,  mira  con  grande 
atención  la  figura  que  trae  Aquél  que  es  resplandor  de  la  gloria 
del  Padre,  por  restituir  la  que  tú  perdiste.  Mira  cuan  avergonzado 
estaría  allí  en  medio  de  tanta  gente  con  su  vestidura  de  escarnio 
colorada  y  mal  puesta,  con  su  corona  de  espinas  en  la  cabeza, 
con  su  caña  en  la  mano,  con  el  cuerpo  todo  quebrantado  y  mo- 


LffiRO  III.  PARTE  11.  373 


lido  de  azotes  y  temblando  de  frío.  Mira  cuál  estaría  aquel  di- 
vino rostro  hinchado  de  los  golpes,  afeado  con  las  salivas,  rascu- 
ñado con  las  espinas,  arroyado  con  la  sangre,  por  unas  partes 
reciente  y  fresca,  y  por  otras  fea  y  denegrida.  Y  como  el  sancto 
Cordero  tenía  las  manos  atadas,  no  podría  con  ellas  alimpiar  los 
hilos  de  la  sangre  que  por  los  ojos  caían,  y  así  estarían  aquellas 
dos  lumbreras  del  cielo  eclipsadas  y  ciegas,}^  hechas  un  pedazo  de 
carne  y  de  sangre.  Finalmente  tal  estaba  su  figura,  que  ya  ni  pa- 
recía quién  era,  y  aun  apenas  parecería  hombre,  sino  un  retablo 
de  dolores  pintado  por  las  manos  de  aquel  cruel  presidente,  á 
fin  de  que  así  como  los  oradores  de  Roma  (para  mover  los  jue- 
ces) ponían  delante  á  los  reos  con  un  hábito  y  rostro  muy  dolo- 
roso, así  el  Señor  saliese  con  tales  y  tan  lastimeras  insignias,  que 
abogase  por  él  ante  sus  enemigos  su  cuerpo  tan  despedazado  y 
su  lastimera  figura. 

Vn.  Mas  como  todo  esto  ninguna  cosa  aprovechase,  dióse 
por  sentencia  que  el  inocente  fuese  condenado  á  muerte,  y  muer- 
te de  cruz.  Y  para  que  por  todas  partes  creciese  su  tormento  y  su 
deshonra,  ordenaron  sus  enemigos  que  él  mismo  llevase  el  ma- 
dero en  que  había  de  ser  justiciado. 

Toman,  pues,  aquellos  crueles  carniceros  el  sancto  madero 
(que  según  se  escribe,  era  de  quince  pies  en  largo)  y  cárganlo 
sobre  los  hombros  del  Salvador,  el  cual  según  los  trabajos  de 
aquel  día  y  de  la  noche  pasada,  y  la  mucha  sangre  que  con  los 
azotes  había  perdido,  apenas  podía  tenerse  en  pie  y  sostener  la 
carga  de  su  proprio  cuerpo:  y  sobre  ésta  le  añaden  tan  grande 
sobrecarga  como  era  el  peso  de  la  cruz.  Aquí  pues,  oh  ánima  mía, 
lleva  el  Señor  sobre  sí  la  carga  de  tus  pecados  y  el  peso  de  to- 
das tus  maldades.  Dale  gracias  por  ese  tan  grande  beneficio,  y 
a3'údale  á  llevar  esa  cruz  por  imitación  de  su  ejemplo,  y  si- 
gúelo con  las  lágrimas  de  esas  piadosas  mujeres  que  lo  van  acom- 
pañando, y  mira  sobre  todo  esto  que  si  eso  se  hace  en  el  madero 
verde,  en  el  seco  ,jqué  se  hará? 

EL  VIERNES  11. 

Este  día,  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
arriba  pusimos,  se  ha  de  meditar  cómo  el  Salvador  fué  enclava- 
do en  la  cruz,  con  todo  lo  que  pasó  acerca  de  este  misterio. 


374  GUIA  DE  PECADORES 


El  texto  de  los  Evangelistas. 

^^  INIERON  (dice  el  Evangelista)  al  lugar  que  se  dice  Gólgo- 
'*'''  ta,  que  es  al  monte  Calvario,  y  allí  dieron  á  beber  al  Señor 
vino  mezclado  con  hiél:  y  como  lo  gustase,  no  lo  quiso  beber. 
Era  entonces  hora  de  tercia,  y  crucificáronlo,  y  con  él  crucifica- 
ron dos  ladrones,  uno  á  la  diestra  y  otro  á  la  siniestra.  Y  allí  se 
cumplió  la  Escriptura  que  dice:  Con  los  malos  fué  reputado.  Es- 
cribió también  un  título  Pilato,  y  púsolo  sobre  la  cruz.  Y  es- 
taba escrito  en  él:  Jesús  Nazareno  Rey  de  los  judíos.  Este  títu- 
lo leyeron  muchos  de  los  judíos,  porque  el  lugar  donde  Jesús  fué 
crucificado,  estaba  cerca  de  la  ciudad.  Y  estaba  escrito  con  le- 
tras hebreas,  griegas  y  latinas.  Decían  pues  á  Pilato  los  prín- 
cipes de  los  judíos:  No  escribas  Rey  de  los  judíos,  sino  que  Él 
dijo,  Rey  soy  de  los  judíos.  Respondió  Pilato:  lo  escrito,  es- 
crito. 

Mas  los  soldados  después  que  le  hobieron  crucificado,  toma- 
ron sus  vestiduras,  y  repartiéronlas  en  cuatro  partes,  para  que 
les  cupiese  á  cada  uno  su  parte.  Y  tornaron  también  la  túnica,  la 
cual  no  era  cosida,  sino  tejida  de  alto  á  bajo.  Dijeron  pues  entre 
sí  los  soldados:  No  partamos  esta  túnica,  sino  echemos  suertes 
sobre  quién  se  la  llevará.  Para  que  se  cumpliese  la  Escriptura  que 
dice:  Partieron  mis  vestiduras  entre  sí,  y  sobre  mi  vestidura  echa- 
ron suertes.  Esto  fué  lo  que  hicieron  los  soldados. 

Y  los  que  pasaban  por  aquel  camino,  blasfemaban  del  Se- 
ñor, meneando  las  cabezas  y  diciendo:  Ah,  que  destruyes  el  tem- 
plo de  Dios,  y  en  tres  días  lo  vuelves  á  reedificar,  hazte  salvo  á 
ti  mismo.  Si  eres  Hijo  de  Dios,  desciende  de  la  cruz.  Ansimismo 
los  príncipes  de  los  sacerdotes  escarnecían  del,  con  los  letrados 
de  la  ley  y  con  los  ancianos,  y  decían:  A  otros  hizo  salvos,  y  á 
sí  no  puede  salvar.  Pues  que  es  rey  de  Israel,  descienda  de  la 
cruz,  y  creeremos  en  Él.  Tiene  su  esperanza  en  Dios,  líbrelo  si 
quiere  hbrarlo,  pues  Él  dijo:  Hijo  soy  de  Dios.  Y  con  aquellas 
mismas  palabras  le  daban  en  cara  los  ladrones  que  estaban  cru- 
cificados con  Él. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  375 


Meditación  sobre  estos  pasos  del  texto. 

J  ONSIDERA  pues, oh  ánima  mía,  cómo  el  viernes  cuasi  á  la  hora 
de  sexta  (que  es  cerca  del  medio  día,  cuando  el  verdadero 
sol  de  justicia  había  llegado  ya  por  su  curso  á  lo  más  alto  del 
cielo,  que  es  á  la  mayor  muestra  de  su  caridad)  vino  el  Salvador 
al  monte  Calvario  á  ofrecerse  en  sacrificio  por  la  salud  de  los 
hombres.  Piensa,  pues,  agora  con  qué  entrañas  de  amor  miraría 
aquella  cruz  tendida  á  la  larga,  tan  amada  y  deseada  todo  el 
tiempo  de  su  vida.  Árbol  de  vida  es  el  cumplimiento  del  deseo 
(dice  el  Sabio).  Pues  si  tan  grande  era  el  deseo  que  el  Salvador 
tenía  de  esta  cruz,  cuando  viese  ya  cumplido  este  deseo,  ^cuán 
de  veras  le  parecería  lo  que  era,  pues  verdaderamente  era  ár- 
bol de  vida?  Y  si  al  patriarca  Jacob  le  parecían  poco  los  siete 
años  de  servicio,  por  la  grandeza  del  amor  que  tenía  á  su  esposa 
Raquel,  ¿cuánto  menor  parecería  este  trabajo  á  quien  tanto  más 
noble  esposa  alcanzaba  por  este  medio  que  Raquel,  y  tanto  más 
la  quería? 

I.  Llega  pues  el  manso  Jesú,  y  él  mismo  por  su  paso  se  va  á 
la  cruz,  y  tiéndese  de  espaldas  en  aquella  cama  que  el  mundo  le 
tenía  aparejada,  y  alzando  sus  ojos  al  cielo,  abre  los  brazos  de  su 
muy  ancha  y  extendida  caridad,  y  ofrécese  á  sí  mismo  sacrificio 
vivo  y  verdadero  sobre  el  altar  de  la  cruz,  haciendo  oración  al 
Padre,  y  diciendo  así:  Oh  Padre  eterno,  gracias  doy  á  vuestra 
infinita  bondad  por  todas  las  obras  que  en  todo  el  discurso  de 
la  vida  pasada  habéis  obrado  por  mí.  Agora  fenecido  ya  con 
vuestra  obediencia  el  número  de  mis  días,  vuelvo  á  vos  no  por 
otro  camino  que  por  la  cruz.  Vos  mandastes  que  yo  padeciese 
esta  muerte  por  amor  de  los  hombres:  yo  vengo  á  cumplir 
esta  obediencia  y  á  ofrecer  aquí  mi  vida  en  sacrificio  por  su 
amor. 

II.  Tendido  pues  el  Salvador  en  esta  cama,  llega  uno  de  aque- 
llos malvados  ministros  con  un  grueso  clavo  en  la  mano,  y  pues- 
ta la  punta  del  clavo  en  medio  de  la  sagrada  palma,  comienza  á 
dar  golpes  con  el  martillo  y  á  hacer  camino  al  hierro  duro  por 
las  blandas  carnes  del  Salvador.  Los  oídos  de  la  sacratísima  Vir- 
gen oyeron  estas  martilladas  y  recibieron  estos  golpes  en  medio 
del  corazón,  y  sus  ojos  pudieron  ver  tal  espectáculo  como  éste 


376  Gl'IA   DE  PECADORES 


sin  morir.  Verdaderamente  aquí  fué  su  corazón  traspasado  con 
esta  mano,  y  aquí  fueron  rasgadas  con  este  clavo  sus  entrañas 
y  su  pecho  virginal. 

III.  Con  la  fuerza  del  dolor  de  la  herida  todas  las  cuerdas  y 
nervios  del  cuerpo  se  encogieron  hacia  la  parte  de  la  mano  clava- 
da, y  llevaron  en  pos  de  sí  todo  el  peso  del  cuerpo.  Y  estando 
así  cargado  el  buen  Jesú  hacia  esta  parte,  tomó  el  ministro  la  otra 
mano,  y  por  hacer  que  llegase  al  agujero  que  estaba  hecho,  es- 
tiróla tan  fuertemente,  que  hizo  desencajarse  los  huesos  de  los 
pechos,  y  desabrocharse  toda  aquella  compostura  y  armonía  del 
cuerpo  divino,  y  así  quedaron  sus  huesos  tan  distinctos  y  señala- 
dos, que  (como  el  Profeta  dice)  los  pudieron  contar.  ¡  Oh  cruel  mi- 
nistro! ¡Oh  crueles  clavos!  ¡Oh  martillo  cruel!  ^Cómo?  ¿Y  no  bastaba 
la  primera  crueldad,  sin  que  añadiérades  una  herida  sobre  otra 
herida,  y  un  dolor  sobre  otro  dolor?  Mas  los  clavos,  si  pudiesen 
hablar,  responderían:  El  criador  nos  manda  esto,  y  somos  obliga- 
dos á  obedecer.  Este  cruel  ministro  hace  lo  que  hace  por  su 
crueldad,  mas  nosotros  por  obediencia  de  nuestro  criador,  el  cual 
quiere  que  seamos  duros  y  crueles  contra  Él,  y  que  penetremos 
su  carne,  y  rompamos  sus  nervios,  y  no  usemos  con  El  de  nin- 
guna piedad,  porque  se  muestre  la  suya  para  con  los  hombres, 
y  así  se  les  descubran  las  entrañas  de  su  amor.  Tú  te  quejas,  áni- 
ma, de  nuestra  dureza:  entiende  pues  que  por  tu  amor  somos  tan 
duros,  porque  el  Señor  te  ama  y  quiere  sufrir  nuestra  dureza  por 
tu  amor.  Mas  si  quieres  volver  los  ojos  á  ti  misma,  hallarás  que 
eres  más  cruel  y  más  dura  que  nosotros.  Porque  tú  v^es  este  dul- 
císimo esposo  tuyo  hecho  un  piélago  de  dolores  por  tu  causa, 
tú  ves  ese  sancto  cuerpo  tan  despedazado  y  tan  mal  tratado, 
que  si  á  un  grande  enemigo  tuyo  vieras  de  esa  manera,  te  mo- 
vieras á  compasión:  y  en  todo  esto  tienes  el  corazón  tan  duro, 
que  ni  sientes  lo  que  padesce,  ni  derramas  una  sola  lágrima  de 
dolor.  Pues  ¿qué  dureza  es  ésta  tan  extraña?  ¿Cómo  no  se  rom- 
pen aquí  tus  entrañas  de  dolor?  ¡Oh  esposa  cruel!  ¡Oh  esposa  de 
hierro!  Éste  había  de  ser  tu  pan  de  noche  y  de  día,  y  éstas  tus 
continuas  consideraciones  y  lamentaciones,  repitiendo  muchas 
veces  aquellas  palabras  de  la  esposa  que  dice:  Manojico  de  mi- 
rra es  mi  amado  para  mí,  entre  mis  pechos  morará. 

IV.  Enclavadas  ya  las  manos  en  la  forma  susodicha,  llegan 
luego  los  crueles  ministros  á  los  pies  para  enclavarlos  de  la  mis- 


LIBRO  III.  PARTE  11.  377 


ma  manera.  Y  es  cosa  muy  creíble,  que  al  tiempo  del  herir  el 
clavo  con  el  martillo,  algunas  veces  errarían  con  su  furia  y  des- 
atino los  golpes,  ó  desviaría  el  martillo  del  clavo,  y  iría  á  des- 
cargar  sobre  los  dedos  y  huesos  de  los  sagrados  pies,  lo  cual 
sería  cosa  de  gravísimo  dolor. 

V.  Cata  aquí  pues,  oh  ánima  mía, tu  Salvador  en  la  cruz,  don- 
de duerme  y  donde  apascienta  sus  cabritos  al  medio  día.  Aquí 
tienes  pues  el  pasto  de  tu  vida,  aquí  la  medicina  de  tus  llagas, 
aquí  el  remedio  de  tus  ignorancias,  y  aquí  la  satisfación  de  tus 
culpas,  y  aquí  el  espejo  en  que  puedas  ver  todas  tus  faltas.  Este 
es  el  espejo  que  mandó  Dios  poner  en  el  templo,  donde  los  sa- 
cerdotes se  mirasen  cuando  hobiesen  de  entrar  á  ministrar  en  el 
templo:  porque  aquí  el  ánima  devota  mirándose  en  esta  cruz,  y 
contemplando  las  virtudes  y  perfeciones  del  que  en  ella  está 
crucificado,  ve  más  claro  que  en  un  espejo  todas  las  fealdades  y 
defectos  de  su  vida.  ¡Oh  espejo  limpio  y  hermoso  de  todas  las  vir- 
tudes, y  cuan  á  la  clara  descubres  dende  esa  cruz  todos  mis  vi- 
cios y  pecados!  Esa  cruz  dolorosa  condena  todos  mis  desorde- 
nados apetitos  y  deleites,  esa  desnudez  tan  extremada  todas  mis 
superfluidades  y  demasías,  esa  corona  de  espinas  todas  mis  ga- 
las y  atavíos,  esa  hiél  y  vinagre  tan  amarga  mi  demasiado  y  cu- 
rioso comer  y  beber.  Esos  brazos  tan  extendidos  para  abrazar  á 
amigos  y  enemigos,  condenan  mis  odios  y  mis  pasiones:  esa  ora- 
ción que  heciste  por  tus  enemigos,  reprehende  las  iras  que  yo 
tengo  contra  los  míos:  ese  corazón  abierto  para  todos,  y  para  los 
mismos  que  lo  alancearon,  condena  la  dureza  del  mío  tan  cerra- 
do para  las  necesidades  de  mis  prójimos:  esos  ojos  desmayados 
y  llorosos  por  mis  pecados,  castigan  la  vanidad  y  disolución  de 
los  míos,  y  esos  oídos  que  con  tanta  paciencia  oyeron  tantas  in- 
jurias, descubren  la  grandeza  de  mi  impaciencia,  que  con  una 
paja  se  perturba.  De  manera  que  tú  todo  de  pies  á  cabeza  me 
eres  un  espejo  de  perfección  y  un  dechado  singular  de  toda  vir- 
tud. Aquí  señaladamente  resplandescen  aquellas  cuatro  nobilí- 
simas virtudes,  caridad,  paciencia,  obediencia  y  humildad.  Con 
estas  cuatro  piedras  preciosas  quisiste  adornar  los  cuatro  brazos 
de  la  cruz.  La  caridad  está  en  lo  alto,  la  humildad  (fundamento 
de  todas  las  virtudes)  en  lo  bajo,  la  obediencia  á  la  mano  diestra, 
y  la  paciencia  á  la  siniestra.  Con  esas  cuatro  esmeraldas  enrique- 
ciste esa  gloriosa  bandera,  mostrándote  en  ella  tan  paciente  en 


378  GUIA  DE  PECADORES 


las  heridas,  tan  humilde  en  las  injurias,  tan  amoroso  para  con  los 
hombres  y  tan  obediente  para  con  Dios. 

VI.  Aquí  pues  tienes,  ánima  mía,  dónde  aprender,  y  con  qué 
te  reprehender,  y  también  con  qué  te  consolar:  porque  todos  es- 
tos oficios  hacen  las  virtudes  y  llagas  de  Cristo.  Enseñan  á  los 
diligentes,  corrigen  á  los  negligentes,  curan  á  los  enfermos  y  es- 
fuerzan á  los  flacos  y  desconfiados.  Satisfaga  pues,  oh  eterno 
Padre,  ante  tu  divino  acatamiento  su  obediencia  por  mi  desobe- 
diencia, su  humildad  por  mi  soberbia,  su  paciencia  por  mi  impa- 
ciencia, su  largueza  por  mi  avaricia,  y  sus  trabajos  y  asperezas 
por  mis  deleites  y  regalos.  Su  preciosa  y  no  debida  muerte  te 
ofrezco  por  la  muerte  que  yo  te  debo,  y  sus  penas  por  las  penas 
que  yo  merezco,  y  su  cumplida  satisfación  por  todas  las  deudas 
de  mis  pecados,  pues  todo  lo  que  por  mi  parte  faltó.  El  perfectí- 
simamente  lo  suplió.  Y  pues  tú.  Señor,  no  castigas  una  cosa  dos 
veces,  ya  que  en  él  castigaste  mis  culpas,  no  las  quieras  otra  vez 
eternalmente  castigar  en  mí. 

EL   SÁBADO  II. 

Este  día,  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que  arri- 
ba pusimos,  pensarás  en  las  siete  palabras  que  el  Salvador  habló 
en  la  cruz,  y  en  el  descendimiento  della  y  oficio  de  la  sepultura. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  así. 

STANDO  pues  los  príncipes  de  los  sacerdotes  y  los  ladrones 
blasfemando  del  Señor,  Él  por  el  contrario  hacía  por  ellos 
oración,  y  decía:  Padre,  perdónales,  que  no  saben  lo  que  hacen. 

Y  uno  de  los  ladrones  que  estaban  colgados,  blasfemaba  di- 
ciendo: Si  tú  eres  Cristo,  salva  á  ti  y  á  nos.  Y  respondiendo  el 
otro  decía:  ¿  Ni  aun  tú  temes  á  Dios,  que  estás  en  la  mism.a  cond  e- 
nación?  Nosotros  por  cierto  justamente  padescemos,  pues  que  re- 
cibimos las  pagas  de  nuestras  obras.  Mas  éste  no  ha  hecho  mal 
ninguno.  Y  decía  á  Jesús:  Señor,  acuérdate  de  mí,  cuando  estu- 
vieres en  tu  reino.  Y  díjole  Jesús:  En  verdad  te  digo,  hoy  serás 
comigo  en  el  paraíso. 

Y  estaba  en  pie  junto  á  la  cruz  de  Jesú  su  madre,  y  una  her- 
mana de  su  madre,  que  se  decía  María,  mujer  de  Cleofás,  y  María 


LIBRO  III.  PARTE  II.  379 


Magdalena.  Pues  como  viese  Jesús  á  la  madre  y  al  discípulo  que 
Él  amaba,  que  asimismo  estaba  allí,  dijo  á  su  madre:  Mujer,  cata 
ahí  tu  hijo.  Y  luego  dijo  al  discípulo:  Cata  ahí  tu  madre.  Y  dende 
aquella  hora  el  discípulo  la  tomó  por  su3^a. 

Y  á  la  hora  de  nona  exclamó  Jesús  con  gran  voz  diciendo: 
Eli,  Eli,  lamasabatani:  que  quiere  decir,  Dios  mío,  Dios  mío,  ¿por- 
qué me  desamparaste?  Y  algunos  de  los  circunstantes  decían:  Es- 
pera, veamos  si  viene  Elias  á  librarlo.  Después  desto  sabiendo 
Jesús  que  ya  todas  las  cosas  eran  cumplidas,  porque  se  cumplie- 
se la  Escriptura:  dijo:  Sed  tengo.  Y  estaba  allí  á  la  sazón  un  vaso 
lleno  de  vinagre,  y  ellos  tomando  una  esponja  llena  de  vinagre,  y 
atándola  en  una  caña  con  una  rama  de  hisopo,  pusiéronla  en  la 
boca.  Y  como  tomase  Jesús  el  vinagre,  dijo:  Acabado  es. 

Y  clamando  otra  vez  con  una  voz  grande,  dijo:  Padre,  en  tus 
manos  encomiendo  mi  espíritu.  Y  diciendo  esto,  inchnada  la  ca- 
beza, dio  el  espíritu.  Y  desde  la  hora  de  sexta  fueron  hechas  ti- 
nieblas sobre  toda  la  tierra  hasta  la  hora  de  nona,  y  el  velo  del 
templo  se  partió  en  dos  partes  de  alto  abajo,  y  la  tierra  tembló, 
y  las  piedras  se  partieron,  y  muchos  cuerpos  de  sanctos  que  dur- 
mían,  resuscitaron.  Y  estaban  todos  sus  amigos  y  conoscidos  y 
las  mujeres  mirándolo  dende  lejos,  entre  las  cuales  estaba  María 
Magdalena,  y  María  m.adre  de  Santiago  el  menor  y  de  Josef,  y 
de  Salomé  (que  cuando  el  Señor  estaba  en  Galilea,  le  seguían  y 
proveían  de  lo  necesario  de  sus  haciendas)  y  otras  muchas  mu- 
jeres que  juntamente  habían  subido  con  Él  á  Hierusalem. 

Después  desto  rogó  á  Pilato  Josef  de  Arimatea  (porque  era 
discípulo  de  Jesú,  aunque  secreto  por  temor  de  los  judíos)  que  le 
diese  licencia  para  quitar  el  cuerpo  de  Jesú  de  la  cruz.  Y  con- 
cedióselo  Pilato.  Vino  también  Nicodemus,  aquel  que  había  ve- 
nido á  Jesú  de  noche,  trayendo  cuasi  cien  libras  de  ungüento 
hecho  de  mirra  y  aloe.  Tomaron  pues  el  cuerpo  de  Jesú,  y  atá- 
ronlo con  lienzos,  ungiéndolo  con  aquellos  olores,  de  la  manera 
que  los  judíos  tienen  por  costumbre  de  sepultar  los  muertos. 
Y  había  en  el  lugar  donde  el  Señor  fué  sepultado  un  huerto, 
y  en  este  huerto  un  sepulcro  nuevo,  donde  hasta  entonces  na- 
die había  sido  sepultado.  Allí,  pues,  por  razón  de  la  fiesta  de  los 
judíos  (porque  estaba  cerca  el  lugar)  pusieron  á  Jesús. 


38o  GUIA  DE  PECADORES 


Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto. 

AS  palabras  que  los  hombres  hablan  al  tiempo  que  parten 
desta  vida  (cuando  más  de  cerca  miran  las  cosas  de  la  otra) 
suelen  ser  muy  notadas  3'  encomendadas  á  la  memoria,  mayor- 
mente cuando  son  de  padres,  ó  amigos,  ó  de  varones  sabios  y 
prudentes.  Y  pues  el  más  sabio  de  los  sabios,  y  más  amigo  de 
los  amigos,  y  más  padre  que  todos  los  padres,  habló  siete  pala- 
bras al  fin  de  la  vida,  justo  es  que  nosotros  que  somos  sus  espi- 
rituales hijos,  las  tengamos  siempre  en  la  memoria  y  que  en  ellas 
estudiemos  noche  y  día. 

I.  Mira,  pues,  con  cuánta  caridad  en  estas  palabras  encomen- 
dó sus  enemigos  al  Padre,  con  cuánta  misericordia  recibió  al  la- 
drón que  le  confesaba,  con  qué  entrañas  encomendó  la  piadosa 
madre  al  amado  discípulo,  con  cuánta  sed  y  ardor  mostró  que 
deseaba  la  salud  de  los  hombres,  con  qué  dolorosa  voz  derramó 
su  oración  y  pronunció  su  tribulación  ante  al  acatamiento  divi- 
no, cómo  llevó  hasta  el  cabo  tan  perfectamente  la  obediencia 
del  Padre,  y  cómo  finalmente  le  encomendó  su  espíritu  y  se  re- 
signó todo  en  sus  benditísimas  manos. 

II.  Por  do  parecd  cómo  en  cada  una  destas  palabras  está 
encerrado  un  singular  documento  de  virtud.  En  la  primera  se  nos 
encomendó  la  caridad  para  con  los  enemigos:  en  la  segunda,  la 
misericordia  para  con  los  pecadores:  en  la  tercera,  la  piedad  para 
con  los  padres:  en  la  cuarta,  el  deseo  de  la  salud  de  los  prójimos: 
en  la  quinta,  la  oración  en  las  tribulaciones  y  desamparos  de  Dios: 
en  la  sexta,  la  virtud  de  la  obediencia  y  perseverancia:  y  en  la 
séptima,  la  perfecta  resignación  en  las  manos  de  Dios,  que  es  la 
suma  de  toda  nuestra  perfección. 

III.  Considera  luego  aquella  cruel  herida  que  el  Señor  reci- 
bió en  su  precioso  y  sagrado  pecho,  para  dejarnos  por  allí  el  ca- 
mino abierto  para  su  piadoso  corazón.  Mandaba  Dios  en  la  ley 
que  se  señalasen  en  la  tierra  de  promisión  ciertas  ciudades  de 
refugio,  para  que  en  ellas  se  pudiesen  guarecer  los  que  hobiesen 
cometido  algún  delicto:  mas  en  la  ley  de  gracia,  en  lugar  destas 
ciudades  de  refugio  tienen  todos  los  pecadores  estas  preciosísi- 
mas llagas  de  Cristo,  en  las  cuales  se  puedan  guarecer  de  todos 
los  peligros  y  contradiciones  del  mundo. 


LIBRO  III.  PARTE  II.  3^1 


IV.  Y  para  esto  señaladamente  sirve  la  de  su  preciosísimo 
costado,figurada  en  aquella  ventana  que  mandó  Dios  hacer  á  Noé 
á  un  lado  de  la  arca,  para  que  por  ella  entrasen  todos  los  anima- 
les á  guarecerse  de  las  aguas  del  diluvio.  Pues,  oh  todos  los  afli- 
gidos y  atribulados  con  las  aguas  del  diluvio  deste  siglo  tempes- 
tuoso, todos  los  deseosos  de  la  verdadera  paz  y  tranquilidad  de 
vuestras  ánimas,  acogeos  á  este  puerto,  entrad  en  esta  arca  de 
seguridad  y  reposo,  y  entrad  por  la  puerta  que  está  abierta  de 
su  precioso  costado.  Ésta  sea  vuestra  morada,  vuestro  paraíso  y 
vuestro  templo,  donde  para  siempre  reposéis. 

V.  Tras  desto  resta  considerar  con  cuánta  devoción  y  com- 
pasión desclavarían  y  quitarían  aquellos  sanctos  varones  el  sa- 
cratísimo cuerpo  de  la  cruz:  con  qué  lágrimas  y  sentimiento  lo 
recebiría  en  sus  brazos  la  afligidísima  madre:  cuáles  serían  allí 
las  lágrimas  del  amado  discípulo,  de  la  Sancta  Magdalena  y  de 
las  otras  piadosas  mujeres:  cómo  lo  envolverían  en  aquella  sá- 
bana limpia,  y  cubrirían  su  rostro  con  un  sudario,  y  finalmente 
lo  llevarían  en  sus  andas,  y  lo  depositarían  en  aquel  huerto  don- 
de estaba  el  sancto  sepulcro.  En  el  huerto  se  comenzó  la  pasión 
de  Cristo,  y  en  el  huerto  se  acabó:  para  que  entiendas  cómo  por 
esta  vía  nos  libró  el  Señor  de  la  culpa  cometida  en  el  huerto  del 
paraíso,  y  por  ella  finalmente  nos  lleva  al  huerto  de  la  bienaven- 
turanza de  su  gloria. 

VI.  Ésta  es,  hermano  mío,  la  suma  de  la  sagrada  pasión,  éstas 
son  las  heridas  y  llagas  que  por  nosotros  recibió  el  Hijo  de  Dios . 
Ésta,  pues,  sea  nuestra  gloria,  nuestra  guarida,  nuestras  canciones 
y  lamentaciones  todo  el  tiempo  de  nuestra  vida,  como  lo  eran 
de  aquel  religiosísimo  y  devotísimo  sancto  que  dice  así:  ¡Oh  pa- 
sión amable!  ¡Oh  muerte  deleitable!  Si  yo  fuera  el  madero  de  aqu  e- 
lla  sancta  cruz,  y  en  mí  fueran  enclavados  los  pies  y  manos  del 
buen  Jesú,  dijera  á  aquellos  sanctos  varones  que  lo  descendieron 
de  la  cruz:  No  me  apartéis  de  mi  Señor,  sino  sepultadme  con  Él, 
para  que  nunca  jamás  me  vea  yo  apartado  del.  Alas  lo  que  no  pue- 
do hacer  con  el  cuerpo,  quiero  lo  hacer  con  el  corazón.  ¡  Oh,  qué 
buena  cosa  es  estar  en  Jesucristo  crucificado!  Quiero  hacer  en  Él 
tres  moradas,  una  en  los  pies,  otra  en  las  manos,  y  otra  perpetua 
en  su  corazón.  Aquí  quiero  sosegar,  y  descansar,  y  dormir,  y  orar. 
Aquí  hablaré  á  su  corazón,  y  concederme  ha  todo  cuanto  le  pi- 
diere. I  Oh  muy  amables  llagas  de  nuestro  Salvador  y  Redemptor 


382  GUIA  DE  PECADORES 


Jesucristo!  Entrando  una  vez  por  ellas  los  ojos  abiertos,  la  san- 
gre que  dellas  salía,  cegóme  la  vista,  y  después  que  ya  otra  cosa 
no  pude  ver  sino  sangre,  atentando  con  las  manos  entré  dentro 
hasta  las  entrañas  de  su  caridad,  en  las  cuales  así  me  hallé  en- 
vuelto, que  ya  más  no  pude  salir.  En  ellas  moro,  y  de  sus  man- 
jares me  sustento,  y  bebo  de  su  dulce  licor,  el  cual  es  tan  grande, 
que  ni  lo  sé  ni  lo  puedo  decir.  Mas  he  gran  temor  de  salir  desta 
tan  deleitable  morada  y  perder  la  consolación  en  que  vivo:  mas 
tengo  firme  esperanza  que  pues  sus  llagas  están  siempre  abier- 
tas, que  por  ellas  me  volveré  á  entrar,  porque  mi  morada  sea  para 
siempre  en  Él.  ¡  Oh  bienaventurada  lanza  y  bienaventurados  cla- 
vos, que  nos  abristes  el  camino  de  la  vida !  Si  yo  fuera  el  hierro 
de  aquella  lanza,  nunca  quisiera  de  aquel  divino  pecho  salir,  sino 
antes  dijera:  Éste  es  mi  descanso  en  los  siglos  de  los  siglos,  aquí 
moraré,  porque  esta  morada  escogí. 

Hasta  aquí  son  palabras  de  S.  Buenaventura. 

EL  DOMINGO  II. 

Este  día  podrás  pensar  la  descendida  del  Señor  al  limbo,  y 
en  el  aparescimiento  á  Nuestra  Señora  y  á  la  Sancta  Magdalena 
y  á  los  discípulos,  y  después  el  misterio  de  su  gloriosa  ascensión. 

El  texto  de  los  Evangelistas  dice  así. 

L  domingo  siguiente  después  del  viernes  de  la  cruz,  vino 
María  Magdalena  muy  de  mañana  antes  que  esclaresciese 
al  sepulcro,  y  vio  quitada  la  piedra  del,  y  que  no  estaba  allí  el 
cuerpo.Pues  como  no  le  halló,  estaba  allí  fuera  de  la  casa  del  mo- 
numento en  el  huerto  llorando.  Y  estando  así  llorando, encunóse, 
y  miró  en  el  monumento,  y  vio  dos  ángeles  asentados  y  vestidos 
de  blanco,  uno  á  la  cabecera  y  otro  á  los- pies  del  lugar  adonde 
fuera  puesto  el  cuerpo  de  Jesú.  Los  cuales  le  dijeron: Mujer,  ,3  por- 
qué lloras?  Y  respondió:  Porque  han  llevado  á  mi  Señor,  y  no  sé 
dónde  lo  pusieron.  Y  como  dijo  esto,  volvió  el  rostro  y  vio  al 
Señor  y  no  lo  conosció.  Díjole  pues  el  Señor:  Mujer,  ¿para  qué 
lloras?  ¿Á  quién  buscas?  Ella  creyendo  que  era  el  hortelano  de 
aquel  huerto,  díjole:  Señor,  si  tú  le  tomaste,  dime  dónde  le  pu- 


LIBRO   III.    PARTE  II.  383 


siste,  que  yo  le  llevaré.  Dijo  entonces  el  Señor:  María.  Respon- 
dió ella:  Maestro.  Dícele  el  Señor:  No  toques  á  mí,  sino  ve  y  di 
á  mis  hermanos  que  subo  á  mi  Padre  y  á  vuestro  Padre,  á  mi 
Dios  y  á  vuestro  Dios.  Vino  luego  María  Magdalena  y  dio  cuen- 
ta desto  á  los  discípulos,  diciendo:  Vi  al  Señor,  y  díjorae  esto  y 
esto  que  os  dijese. 

De  cÓ7no  el  Señor  apareció  á  sus  discípulos. 

STANDO  ellos  hablando  esto,  apareció  Jesús  en  medio  de 
sus  discípulos,  y  díjoles:  Paz  sea  con  vosotros.  Mas  ellos 
conturbados  y  espantados,  pensaban  que  vían  algún  espíritu,  y 
El  díjoles:  ¿  De  qué  ós  turbáis?  Mirad  mis  pies  y  mis  manos,  que 
yo  mismo  soy.  Palpad  y  ved,  porque  el  espíritu  no  tiene  carne 
como  veis  que  yo  tengo.  Y  dicho  esto,  mostróles  las  manos  y  los 
pies.  Estando  ellos  así,  que  por  una  parte  no  creían  y  por  otra  se 
maravillaban  de  alegría,  díjoles:  ^Tenéis  aquí  algo   que  comer? 

Y  ellos  ofreciéronle  un  pedazo  de  pesce  asado  y  un  panal  de  miel. 

Y  como  comiese  delante  dellos,  tomando  las  sobras  de  lo  que 
quedaba,  dióselas,  y  díjoles:  Estas  son  las  palabras  que  yo  os  decía 
cuando  estaba  con  vosotros,  que  era  necesario  cumplirse  todas  las 
cosas  que  de  mí  están  escriptas  en  la  ley  de  Moisén  y  en  los  pro- 
fetas y  psalmos.  Entonces  les  abrió  el  sentido  para  entendiesen  las 
Escripturas.  Y  díjoles:  Así  está  escripto,  y  así  convenía  que  Cristo 
padeciese  y  resucitase  de  los  muertos  al  tercero  día,  y  se  pre- 
dicase en  su  nombre  penitencia  y  perdón  de  pecados  en  todas 
las  gentes,  comenzando  de  Hierusalem.  Y  vosotros  sois  testigos 
de  todo  esto.  Y  yo  enviaré  sobre  vosotros  la  promesa  de  mi  Pa- 
dre, y  entretando  estad  quietos  en  la  ciudad  hasta  que  seáis  ves- 
tidos de  la  virtud  de  lo  alto. 

De  la  Ascensión  del  Señor, 

llevólos  á  Betañia,  y  levantadas  sus  manos  en  alto,  bendí- 
joles.  Y  acaesció  que  estándolos  bendiciendo,  apartóse  de 
ellos,  y  subióse  al  cielo,  tomándolo  una  nube  delante  de  sus  ojos. 

Y  como  ellos  estuviesen  mirando  cómo  iba  al  cielo,  veis  aquí  dos 
varones  vestidos  de  ropas  blancas  se  llegaron  á  ellos,  y  les  dije- 


384  GUIA  DE  PECADORES 


ron:  Varones  de  Galilea,  ,jqué  hacéis  aquí  mirando  al  cielo?  Este 
Jesús  que  es  llevado  al  cielo  de  entre  vosotros,  de  esta  misma 
manera  volverá,  como  le  visteis  ir  al  cielo. 

Materia  de  consideración  sobre  estos  pasos  del  texto. 


CERCA  de  la  resurrección  del  Señor  considera  primeramen- 
te qué  tan  grande  sería  el  alegría  que  aquellos  sanctos  pa- 
dres del  limbo  recibirían  este  día  con  la  visitación  y  presencia  de 
su  libertador,  y  qué  gracias  y  alabanzas  le  darían  por  esta  salud 
tan  deseada  y  esperada.  Dicen  los  que  vuelven  de  las  Indias 
orientales  en  España,  que  tienen  por  bien  empleado  todo  el  trabajo 
de  la  navegación  pasada,  por  el  alegría  que  reciben  el  día  que 
vuelven  á  su  tierra.  Pues  si  esto  hace  la  navegación  y  destierro 
de  un  año  ó  de  dos  años,  ¿qué  haría  el  destierro  de  tres  ó  cua- 
tro mil  años  el  día  que  recibiesen  tan  gran  salud  y  viniesen  á 
tomar  puerto  en  la  tierra  de  los  vivientes? 

II.  Considera  también  el  alegría  que  la  sacratísima  Virgen 
recibiría  este  día  con  la  vista  del  Hijo  resuscitado:  pues  es  cierto 
que  así  como  ella  fué  la  que  más  sintió  los  dolores  de  su  pasión, 
asi  ella  fué  la  que  más  gozó  del  alegría  de  su  resurrección.  Pues 
¿qué  sintiría  cuando  viese  ante  sí  su  Hijo  vivo  y  glorioso,  acom- 
pañado de  todos  aquellos  sanctos  padres  que  con  El  resuscita- 
ron?  ¿Qué  diría?  ¿Cuáles  serían  sus  abrazos  y  besos,  y  las  lágrimas 
de  sus  ojos  piadosos,  y  los  deseos  de  irse  tras  Él,  si  le  fuera 
concedido  ? 

III.  Considera  el  alegría  de  aquellas  sanctas  Marías,  y  espe- 
cialmente de  aquella  que  perseveraba  llorando  par  de  el  sepul- 
cro, cuando  se  derribase  ante  los  pies  del  Señor  y  le  viese  en 
tan  gloriosa  figura.  Y  mira  bien  que  después  de  la  madre,  á 
aquélla  primero  apareció,  que  más  amó,  más  perseveró,  más 
lloró  y  más  solícitamente  le  buscó:  para  que  así  tengas  por  cier- 
to que  hallarás  á  Dios,  si  con  estas  mismas  lágrimas  y  diligencia 
le  buscares. 

IV.  Considera  también  por  una  parte  la  flaqueza  de  los  discí- 
pulos, que  tan  presto  desfallecieron  y  perdieron  la  fe  con  solo  el 
escándalo  de  la  pasión,  teniendo  tantas  prendas  de  milagros  para 
tío  desmayar,  y  entiende  por  aquí  cuan  grande  sea  nuestra  mi- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  385 


seria  y  cuan  pocas  cosas  bastan  para  hacernos  perder  la  fe  y  la 
confianza,  por  mayores  prendas  y  firmezas  que  tengamos.  Y  con- 
sidera por  otra  la  bondad  y  providencia  paternal  de  nuestro  Se- 
ñor, que  no  deja  á  los  suyos  por  mucho  tiempo  estar  penando, 
sino  luego  los  socorre  con  el  regalo  de  su  visitación.  Conoce 
muy  bien  nuestra  flaqueza,  sabe  la  masa  de  que  somos  com- 
puestos, y  por  esto  no  permite  que  seamos  tentados  más  de  lo 
que  podemos.  Cinco  veces  les  apareció  el  mismo  día  que  resus- 
citó,  y  los  tres  días  del  sepulcro  abrevió  en  cuarenta  horas  (que 
aun  no  hacen  dos  días  naturales)  y  en  lugar  destas  cuarenta  ho- 
ras de  tristeza  les  dio  cuarenta  días  de  alegría:  para  que  veas 
cuan  piadoso  ,v  cuan  benigno  es  este  Señor  para  con  los  suyos, 
y  cuánto  más  largo  es  en  darles  consolaciones  que  trabajos. 

V.  Considera  de  la  manera  que  aparesció  á  los  dos  discípulos 
que  iban  á  Emaús,  en  hábito  de  pelegrino,  y  mira  cuan  afable  se 
les  mostró,  cuan  familiarmente  los  acompañó,  cuan  dulcemente  se 
les  disimuló,  y  en  cabo  cuan  amorosamente  se  les  descubrió,  y  los 
dejó  con  toda  miel  y  suavidad  en  los  labrios.  Sean,  pues,  tales 
tus  pláticas  cuales  eran  las  de  éstos,  y  trata  con  dolor  y  senti- 
miento lo  que  trataban  éstos  (que  eran  los  dolores  y  trabajos  de 
Cristo)  y  ten  por  cierto  que  no  te  faltará  su  presencia  y  compa- 
ñía, así  como  á  éstos  no  faltó. 

De  ¡a  Ascensión  del  Señor. 

j  CERCA  del  misterio  de  la  Ascensión  considera  primeramen- 
JL  mente  cómo  dilató  el  Señor  esta  subida  á  los  cielos  por 
espacio  de  cuarenta  días,  en  los  cuales  aparesció  muchas  veces 
á  sus  discípulos,  y  los  enseñaba,  y  platicaba  con  ellos  del  reino 
de  Dios.  De  manera  que  no  quiso  subir  á  los  cielos,  ni  apartarse 
de  ellos,  hasta  que  los  dejó  tales  que  pudiesen  con  el  espíritu  su- 
bir al  cielo  con  Él.  Donde  verás  que  á  aquéllos  desampara  mu- 
chas veces  la  presencia  corporal  de  Cristo  (esto  es,  la  consolación 
sensible  de  la  devoción)  que  pueden  ya  con  el  espíritu  volar  á  lo 
alto,  y  están  más  seguros  del  peligro.  En  lo  cual  maravillosamente 
resplandesce  la  providencia  de  Dios,  y  la  manera  que  tiene  en 
tratar  á  los  suyos  en  diversos  tiempos,  cómo  regala  á  los  flacos 
y  ejercita  los  fuertes,  da  leche  á  los  pequeñuelos  y  desteta  los 

OBRAS  DE  GRANADA.  X— 25 


386  GUIA  DE  PECADORES 


grandes,  consuela  los  unos  y  prueba  los  otros,  y  así  trata  á  cada 
uno  según  su  condición.  Por  donde  ni  el  regalado  tiene  por  qué 
presumir,  pues  el  regalo  es  argumento  de  flaqueza,  ni  el  des- 
consolado por  qué  desmayar,  pues  esto  es  muchas  veces  indicio 
de  fortaleza. 

II.  Mandó  á  los  discípulos  que  estuviesen  todos  á  una  en  la 
ciudad  esperando  la  virtud  y  socorro  del  cielo:  para  que  entien- 
das cuánto  hace  al  caso  la  concordia  para  alcanzar  la  gracia, 
según  aquello  del  Psalmista  que  dice:  Mirad  cuan  buena  cosa  es 
y  cuan  alegre  morar  los  hermanos  en  uno  &c.  Porque  sobre  los 
tales  enviará  el  Señor  la  misericordia  y  la  vida  en  los  siglos. 

III.  En  presencia  de  los  discípulos,  y  viéndolo  ellos,  subió  al 
cielo:  porque  ellos  habían  de  ser  testigos  destos  misterios,  y  nin- 
guno es  mejor  testigo  de  las  obras  de  Dios,  que  el  que  las  sabe 
por  experiencia.  Si  quieres  saber  de  veras  cuan  bueno  es  Dios, 
cuan  dulce  y  cuan  suave  para  con  los  suyos,  cuánta  sea  la  virtud 
y  eficacia  de  su  gracia,  de  su  amor  y  de  sus  consolaciones,  pre- 
gúntalo á  los  que  lo  han  probado,  que  ésos  te  darán  dello  sufi- 
ciente testimonio. 

IV.  Quiso  también  que  le  viesen  subir  á  los  cielos,  para  que 
le  siguiesen  con  los  ojos  y  con  el  espíritu,  para  que  sintiesen  su 
partida,  para  que  les  hiciese  soledad  su  ausencia,  porque  éste  era 
el  más  conveniente  aparejo  para  recibir  la  divina  gracia.  Pedió 
Elíseo  á  Elias  su  espíritu,  y  respondióle  el  buen  maestro:  Si  vie- 
res cuando  me  parto  de  ti,  será  lo  que  pediste.  Pues  aquéllos 
serán  herederos  del  espíritu  de  Cristo,  á  quien  el  amor  hiciere 
sentir  la  partida  de  Cristo,  los  que  sintieren  su  ausencia,  y  que- 
daren en  este  destierro  sospirando  siempre  por  su  presencia.  Por- 
que el  Espíritu  Sancto  ama  á  los  amadores  de  Cristo:  y  de  tal 
manera  los  ama,  que  no  les  pide  otro  más  conveniente  aparejo 
que  amor,  para  comunicarles  su  gracia.  Así  lo  hizo  con  aquella 
sancta  pecadora  de  quien  se  dijo:  Fuéronle  perdonados  muchos 
pecados,  porque  amó  mucho. 

V.  Pues  ¡qué  sería  la  soledad,  el  sentimiento,  las  voces  y 
las  lágrimas  de  la  sacratísima  Virgen,  del  amado  discípulo,  y  de 
la  sancta  Magdalena,  y  de  todos  los  Apóstoles,  cuando  viesen  ír- 
seles y  desaparecer  de  sus  ojos  Aquél  que  tan  robados  tenía  sus 
corazones!  Y  con  todo  esto  se  dice  que  volvieron  á  Hierusalera 
con  grande  gozo,  por  lo  mucho  que  le  amaban.  Porque  el  mismo 


LIBRO  III.  PARTE  ll.  38/ 


amor  que  les  hacía  sentir  tanto  su  partida,  por  otra  parte  les  ha- 
cía gozarse  mucho  más  de  su  gloria:  porque  el  verdadero  amor 
no  se  busca  á  sí,  sino  al  que  ama. 

VI.  Resta  considerar  con  cuánta  gloría,  con  qué  alegría  y  con 
qué  voces  y  alabanzas  sería  recebido  aquel  noble  triunfador  en 
la  ciudad  soberana,  cuál  sería  la  fiesta  y  el  recibimiento  que  le 
harían,  qué  sería  ver  allí  ayuntados  en  uno  hombres  y  ángeles, 
y  todos  á  una  caminar  á  aquella  noble  ciudad,  y  poblar  aquellas 
sillas  desiertas  de  tantos  años,  y  subir  sobre  todos  aquella  sacra- 
tísima Humanidad,y  asentarse  á  la  diestra  del  Padre. Todo  esto  es 
mucho  de  considerar,  para  que  se  vea  cuan  bien  empleados  son 
los  trabajos  por  amor  de  Dios,  y  cómo  el  que  se  humilló  y  pa- 
desció  más  que  todas  las  criaturas,  es  aquí  engrandescido  y  le- 
vantado sobre  todas  ellas. 


TERCERO  EJERCICIO 

DE  LA  MEMORIA  CONTINUA  DE  DIOS 

[emáS  destos  dos  ejercicios  de  la  consideración  de  los 
beneficios  divinos  y  de  los  misterios  de  la  vida  de 
Cristo,  hay  otro  perpetuo  que  nos  enseñó  el  profeta 
David  cuando  dijo: Ponía  yo  al  Señor  siempre  delante  de  mis  ojos, 
porque  Él  anda  á  mi  diestra  para  que  no  pueda  yo  ser  movi- 
do. Y  en  otro  lugar:  Mis  ojos  (dice)  tengo  siempre  puestos  en  el 
Señor,  porque  Él  librará  mis  pies  de  los  lazos. 

Debe,  pues,  el  cristiano  (conforme  á  este  ejemplo)  trabajar 
cuanto  le  sea  posible  por  no  perder  á  Dios  de  vista,  y  por  andar 
siempre  en  su  presencia  y  hacer  y  decir  todas  sus  cosas  como 
quien  las  hace  en  presencia  de  Aquél  que  todo  lo  ve.  Esto  es 
una  de  las  cosas  que  más  ayuda  á  conservar  la  devoción,  y  á 
entretener  el  hombre  en  toda  virtud  y  justicia,  y  hacerle  andar 
humilde,  recogido  y  compuesto  dentro  y  fuera  de  sí  mismo.  Y 
porque  nuestro  corazón  es  tan  instable,  que  no  puede  siempre 
permanecer  en  esto,  á  lo  menos  trabaje  el  hombre  de  acudir  mu- 
chas veces  á  este  puerto  y  tomar  ocasión  así  de  los  artículos  y 
tiempos  del  día,  como  de  los  mismos  negocios  que  se  le  ofrecie- 
ren, para  levantar  su  corazón  á  Dios  y  perseverar  en  este  ejer- 
cicio. Porque  primeramente  á  la  mañana,  en  despertando  en  la 
cama,  puede  luego  poner  los  ojos  en  el  paso  que  ha  de  meditar 
aquel  día,  para  ocupar  luego  la  posada  con  buenos  pensamientos 
antes  que  los  contrarios  la  ocupen:  porque  después  son  dificul- 
tosísimos de  echar  de  casa. 

En  levantándose  debe  luego  dar  gracias  al  Señor  por  la  no- 
che quieta  que  le  dio,  y  por  todos  los  otros  beneficios  recibidos, 
y  ofrecer  todo  lo  que  aquel  día  hiciere,  dijere  ó  padesciere,  que 
todo  sea  para  su  gloria,  y  pedirle  gracia  contra  todas  aquellas 
culpas  y  negligencias  á  que  se  siente  más  inclinado,  y  en  que 
suele  caer  más  á  menudo. 

Tras  desto,  cuando  comenzare  á  obrar  y  poner  las  manos 
en  algo,  siempre  anteponga  la  oración  á  todas  sus   obras,  para 


LIBRO  III.  PARTE  II.  3S9 


que  todas  comiencen  por  Dios,  y  vengan  finalmente  á  acabarse 
por  Él. 

A  la  hora  de  tercia,  cuando  oye  tañer  á  misa,  acuérdese  que 
aquella  hora  vino  el  Espíritu  Sancto  sobre  los  discípulos,  y  pida 
húmilmente  al  Señor  una  centella  siquiera  de  aquel  divino  fue- 
go que  Él  vino  á  poner  al  mundo. 

Antes  y  después  de  haber  comido  y  cuando  come,  extienda 
su  corazón  á  pensar  en  la  variedad  y  infinidad  de  cosas  que  la 
divina  largueza  y  providencia  crió  para  sustentación  de  los  hom- 
bres, y  en  la  ingratitud  y  olvido  dellos  para  con  Él,  y  en  la  par- 
ticular merced  que  á  él  hace,  proveyéndole  tan  sobradamente  y 
tan  sin  trabajo  suyo  de  lo  que  otros  tienen  tanta  necesidad.  Y 
para  que  la  comida  sea  con  más  templanza,  puede  traer  á  la  me- 
moria la  hiél  y  vinagre  de  Cristo,  y  las  abstinencias  espantosas 
de  aquellos  Padres  del  yermo,  y  la  sed  que  padesce  aquel  rico 
glotón  hasta  hoy  en  el  infierno,  por  haber  sido  en  esta  parte  de- 
masiadamente regalado. 

A  medio  día  acuérdese  que  el  Señor  expiró  en  esta  hora: 
á  las  vísperas,  que  entonces  fué  quitado  de  la  cruz:  y  á  las  com- 
pletas, que  en  esta  hora  fué  sepultado  en  el  sepulcro:  y  á  la  me- 
dia noche,  que  en  esa  misma  hora  nasció  y  resuscitó  para  nues- 
tro bien:  y  déle  gracias  por  todos  estos  beneficios,  pidiéndole  que 
le  haga  siempre  participante  de  estos  misterios. 

Antes  que  se  acueste,  examine  su  consciencia  (como  ya  se 
dijo  y  adelante  se  dirá)  y  cuando  se  acostare  en  la  cama,  cruce 
sus  brazos  y  póngase  en  la  manera  que  estará  en  la  sepultura, 
y  mire  en  qué  ha  de  parar  toda  la  gloria  del  mundo,  y  en  cabo 
diga  un  responso  sobre  sí,  como  sobre  un  defunto,  y  pida  al  Se- 
ñor entonces  socorro  para  aquella  postrera  necesidad.  Y  todas 
cuantas  veces  despertare  de  noche,  siempre  sea  con  la  memoria 
de  Dios  y  con  la  boca  llena  de  sus  alabanzas,  diciendo  el  Glo- 
ria Patri  &c.  Jesu,  nostra  redemptio  &c.  ó  alguna  cosa  semejante. 

Todas  las  veces  que  el  reloj  diere  la  hora,  acuérdese  de  la 
hora  de  su  muerte,  que  á  más  andar  se  va  llegando,  y  de  la 
hora  que  Dios  por  él  murió,  y  diga:  Bendita  sea  la  hora  en  que 
mi  Señor  Jesucristo  nasció  y  murió  por  mí.  Señor  Dios  mío,  á 
la  hora  de  mi  muerte  acuérdate  de  mí. 

Todas  las  veces  que  hobiere  de  entrar  en  algún  negocio,  mo- 
yormente  si  es  perplejo,  peligroso  ó  dificultoso,  ármese  primera 


390  GUIA  DE  PECADORES 


solícita  y  fuertemente  con  oraciones,  consideraciones  y  fuertes 
propósitos,  para  salir  bien  de  aquel  peligro,  sin  remordimientos 
de  consciencia  y  materia  de  descontentos. 

Y  aunque  muchas  veces  haciendo  todas  estas  cosas  no  sienta 
gusto  ni  devoción,  ni  le  parezca  que  esto  sir\'e  de  nada,  no  por 
eso  desista  deste  piadoso  cuidado,  porque  todavía  esto  es  de  mu- 
cho más  provecho  de  lo  que  él  piensa.  Y  crea  cierto  que  una  de 
las  cosas  que  más  sirven  para  hacer  al  hombre  andar  como 
un  reloj  muy  concertado,  es  traer  siempre  el  corazón  con  este 
continuo  recogimiento.  Y  porque  desto  tratamos  en  otra  parte 
más  copiosamente,  por  agora  bastará  lo  dicho,  pues  entendido  el 
intento  de  este  negocio,  fácilmente  inventará  luego  la  devoción 
otras  maneras  de  oraciones  y  meditaciones  con  que  levantar  mu- 
chas veces  el  espíritu  á  Dios. 


CUARTO  EJERCICIO 

EN  EL  EXAMEN  DE  Sí  MISMO 

,EMAs  déstos  hay  otro  muy  principal  ejercicio,  que  es 
como  fin  de  todos  estotros,  el  cual  también  nos  en- 
señó el  mismo  profeta  David,  cuando  dijo:  Páseme  á 
meditar  de  noche  en  mi  corazón,  y  allí  me  ejercitaba  y  barría 
mi  espíritu.  En  las  cuales  palabras  da  á  entender  el  ejercicio 
que  tenía  de  recogerse  en  el  tiempo  más  quieto  y  oportuno  de  la 
noche,  para  escudriñar  su  vida,  y  examinar  su  consciencia,  y  ba- 
rrer y  echar  fuera  toda  la  inmundicia  de  vicios  que  hallase 
en  ella. 

Pues  para  esto  es  mucho  de  notar  que  lo  que  principalmen- 
te pretendemos  alcanzar  por  todos  estos  ejercicios  sobredichos, 
es  el  cumplim.iento  de  la  ley  de  Dios,  y  la  mortificación  de  todos 
nuestros  apetitos  y  malas  inclinaciones,  y  la  ejecución  de  las  obras 
de  las  virtudes.  Porque  para  alcanzar  esto  aprovecha  señaladamen- 
te la  lición,  la  consideración,  la  oración,  y  también  el  silencio,  el  re- 
cogimiento, el  ayuno,  la  misa,  el  oficio  divino,  las  cerimonias  sa- 
gradas y  el  uso  de  los  sacramentos,  y  otras  cosas  semejantes.  De 
manera  que  así  como  el  comer  sirve  para  vivir,  y  la  medicina 
para  la  salud,  así  todos  estos  sanctos  ejercicios  (demás  de  ser 
muy  gran  parte  de  la  virtud)  son  medios  eficacísimos  para  alcan- 
zar la  perfección  de  las  virtudes,  cada  uno  en  su  manera.  Entre 
los  cuales  uno  de  los  más  principales  (como  ya  dijimos)  es  la 
oración  y  consideración:  por  donde  si  encomendamos  mucho  esta 
virtud  en  diversos  lugares,  no  la  encomendamos  solamente  por 
lo  que  ella  es  en  sí,  sino  mucho  más  por  lo  que  ayuda  para  las 
otras  virtudes. 

Y  con  ser  esto  así,  hay  muchas  personas  muy  engañadas:  las 
cuales  engolosinadas  con  la  miel  que  hallan  en  estos  ejercicios, 
y  atemorizadas  con  la  dificultad  del  fin  á  que  se  ordenan,  em- 
plean todo  su  caudal  en  lo  uno,  porque  es  dulce,  y  dejan  lo  otro, 
porque  es  amargo.  ¡Pobres  de  vosotros!  ^Qué  os  aprovecha  ca\'ar 


392  GUIA   DE  PECADORES 


la  tierra,  si  no  sembráis?  ¿Qué  ablandar  el  fuego  en  la  fragua,  si 
no  lo  labráis?  (iQué  tomar  purgas  y  medicinas,  si  no  sanáis?  Pues  si 
todo  esto  se  ordena  para  alcanzar  la  virtud,  (¡qué  os  pueden  apro- 
vechar todos  estos  y  otros  muchos  ejercicios,  si  no  la  alcanzáis? 

Pues  para  no  caer  en  este  engaño  diabólico  (en  que  muchas 
■personas  el  día  de  hoy  están  caídas)  el  remedio  es  que  así 
como  el  que  navega  por  la  mar,  tiene  los  ojos  y  el  corazón  siem- 
pre puestos  en  el  puerto,  y  á  él  endereza  todos  los  pasos  de  su 
navegación,  así  el  varón  devoto  enderece  todos  sus  ejercicios  al 
puerto  de  las  virtudes,  y  éstas  pretenda  alcanzar  en  todos  ellos: 
y  cuando  esto  no  le  sucediere,  tenga  por  mal  empleados  todos 
sus  trabajos,  pues  sabe  que  está  escripto:  No  todo  aquél  que  me 
dice,  Señor,  Señor,  entrará  en  el  reino  de  los  cielos,  sino  el  que 
hace  la  voluntad  de  mi  Padre. 

Pues  por  esta  causa  dije  que  el  principal  destos  ejercicios  ha 
de  ser  el  examen  de  la  vida,  que  es  estudiar  en  la  purificación  de 
la  consciencia,  y  en  la  mortificación  de  las  pasiones,  y  en  la  eje- 
cución y  plática  de  las  virtudes.  Para  lo  cual  debe  el  hombre 
tener  por  estilo  tomar  cada  día  un  pedazo  de  tiempo,  y  entrar 
en  juicio  consigo  mismo,  y  meter  la  mano  en  su  señó,  y  exami- 
nar con  todo  rigor  primeramente  la  intención  que  tiene  en  las 
obras  que  hace,  si  es  Dios, si  mundo,  si  algún  interese  proprio:  por- 
que infinitas  veces  acaesce  perderse  todo  el  mérito  de  las  obras 
que  hacemos,  por  la  dañada  intención  que  en  ellas  tenemos. 

Examine  también  sus  aficiones,  y  mire  si  está  secretamente 
enlazado  en  el  amor  de  alguna  criatura,  sea  persona,  sea  otra 
cosa  cualquiera:  como  vemos  muchos  cativos  del  afición  de  su 
celda,  de  sus  libricos,  de  sus  imagines,  de  sus  parientes,  de  su 
quietud  que  llaman,  y  de  otros  idolillos  semejantes  en  que  están 
enlazados  sus  corazones.  Los  cuales  ordinariamente  son  cadenas 
que  impiden  á  las  personas  espirituales  el  vuelo  de  la  oración  y 
contemplación. 

Examine  también  sus  afectos  y  pasiones,  para  ver  qué  tanto 
es  lo  que  tiene  ya  vencido  y  mortificado  dellas.  Mire  si  todavía 
vive  en  él  el  afecto  de  la  ira,  de  la  vanagloria,  de  la  envidia,  de  la 
tristeza  perezosa,  de  la  vana  alegría,  de  la  ambición,  de  la  pre- 
sumpción,  del  amor  proprio,  de  los  apetitos  del  regalo  y  buen  tra- 
tamiento de  su  cuerpo,  y  de  otras  cosas  semejantes. 

Examine  también  los  pensamientos  de  su  corazón,  y  mire  la 


LIBRO  III.  PARTE  II.  393 


guarda  que  tiene  puesta  en  él,  y  de  la  manera  que  resiste  á  los 
malos  pensamientos,  si  por  ventura  se  detiene  algo  en  despe- 
dirlos de  sí,  &c. 

Examine  también  sus  palabras  y  su  lengua  (que  es  uno  de 
los  mayores  monstruos  que  hay,  y  más  dificultoso  de  domar)  y 
mire  si  es  muy  hablador,  si  jura  sin  necesidad,  si  miente,  si  lison- 
jea, si  dice  bien  de  sí,  ó  mal  de  otro,  si  es  precipitado  en  hablar, 
si  mal  compuesto,  ó  desentonado,  ó  atronado  en  sus  palabras, 
si  muy  desenvuelto,  ó  muy  polido,  ó  por  el  contrario  muy  efe- 
minado  en  la  manera  del  hablar,  &c. 

Examine  también  sus  obras,  y  principalmente  mire  lo  que  ha 
alcanzado  en  las  virtudes:  cuánto  tiene  de  misericordia,  de  obe- 
diencia, de  paciencia,  de  humildad,  de  mansedumbre,  de  pruden- 
cia, de  esperanza,  de  menosprecio  de  mundo,  y  de  amor  y  te- 
mor de  Dios,  &c.  Mire,  pues,  lo  que  ha  aprovechado  en  el  ejer- 
cicio de  las  virtudes  y  en  la  victoria  de  sus  pasiones,  que  es  el 
fin  de  todo  este  negocio,  como  ya  dijimos. 

Mire  el  tiempo  cómo  lo  gasta,  pues  de  cada  momento  ha  de 
dar  cuenta,  y  mire  finalmente  todo  lo  demás  que  desta  materia 
tratamos  en  el  hbro  pasado,  donde  también  hablamos  deste  mis- 
mo ejercicio.  El  cual  es  muy  breve  de  decir  y  muy  largo  de 
hacer:  y  aunque  hinche  pocas  hojas  de  escriptura,  debe  ocupar 
mucha  parte' de  la  vida,  pues  toda  ella  ha  de  ser  un  perpetuo 
examen  y  escrutinio  de  la  consciencia. 

Acabado  este  examen,  llore  todos  estos  males  que  en  sí  ha- 
llare, y  pida  húmilmente  al  Señor  el  perdón  y  remedio  dellos: 
mas  de  tal  manera  los  llore,  que  nunca  por  eso  desespere,  antes 
si  mil  veces  al  día  cayere,  mil  veces  se  levante  y  se  vuelva  á  su 
criador,  y  cuanto  más  viere  que  le  sufren,  y  le  esperan,  y  le  per- 
donan, tanto  más  conozca  y  ame  la  paciencia  y  nobleza  de  su 
perdonador.  Desta  manera  hará  medicina  de  la  ponzoña,  y  to- 
mará ocasión  para  más  amar  de  donde  otros  la  toman  para 
desmayar. 


QUINTO  EJERCICIO 

DE  LA  MANERA  DE  DECIR  EL  OFICIO  DIVINO 


l¿^^^  STOS  cuatro  ejercicios  susodichos  son  comunes  á  todos 
(|  ^r^^^  hay  otro  especial  para  las  personas  eclesiásticas  y 

^  >„^  religiosas,  que  es  el  cantar  psalmos  y  asistir  á  las 
siete  horas  del  oficio  divino,  el  cual  también  nos  enseñó  el  so- 
bredicho rey  David,  grande  enseñador  de  todos  estos  espiritua- 
les ejercicios,  cuando  en  uno  de  sus  Psalmos  dijo:  Siete  veces  en 
el  día  te  di.  Señor,  alabanzas  sobre  los  juicios  de  tu  justicia. 

Pues  qué  tan  grandes  sean  las  utilidades  deste  tan  sancto  y 
canónico  ejercicio,  apenas  se  puede  explicar  con  palabras.  Por- 
que primeramente,  aquí  entreviene  el  espíritu  y  la  doctrina  délos 
Psalmos,  de  cuyas  alabanzas  dice  un  religioso  doctor  así:  Muchos 
dijeron  muchas  cosas  excelentemente  en  alabanzas  de  la  psal- 
modia,  mas  ninguno  hasta  agora  la  alabó  según  su  dignidad  y 
merescimiento,  ni  la  alabará  jamás.  Porque  tanta  es  la  virtud  de 
ella,  que  no  se  puede  explicar  con  palabras.  Si  la  entendiésemos 
y  tratásemos  dignamente,  sola  ella  podría  bastar  para  todos  los 
espirituales  ejercicios,  ora  quisiésemos  leer,  ó  meditar,  ó  orar,  ó 
alabar  á  Dios.  Porque  ella  es  un  tesoro  infinito,  en  quien  está 
encerrado  todo  lo  que  para  la  purificación,  ó  salud,  ó  enseñanza, 
ó  atavío,  ó  consolación  de  nuestras  ánimas  es  necesario.  Torre 
es,  yelmo  es,  cuchillo  es,  medicina  es,  mantenimiento  es,  un- 
güento es,  corona  es  y  lumbre  es.  Libra  á  los  que  peligran,  sana 
á  los  enfermos,  alumbra  los  ciegos,  despierta  los  perezosos,  in- 
flama los  fi-íos,  consuela  los  tristes,  esfijerza  los  flacos,  cría  abo- 
rrecimiento del  pecado,  engendra  menosprecio  del  mundo,  en- 
ciende en  el  amor  de  Dios,  causa  deseo  de  la  vida  eterna,  con- 
firma la  fe,  fortalece  la  esperanza,  acrescienta  la  caridad,  esfuerza 
la  paciencia,  enseña  la  templanza,  imprime  la  castidad,  purifica 
los  corazones,  pacifica  las  consciencias,  alegra  las  ánimas,  renue- 
va y  trasforraa  todo  el  hombre  interior,  y  lo  deja  con  una  ma- 


LIBRO  III.  PARTE  II.  395 


ravillosa  dulcedumbre  rociado  y  recreado.  De  manera  que  nin- 
guna oración  puede  ser  compuesta  por  humano  ingenio  tan 
perfecta,  ni  tan  alta,  ni  tan  sagrada  como  ésta  es.  Y  por  esto  el  áni- 
ma que  no  tiene  estragado  el  paladar  interior,  siente  maravillosos 
y  inefables  deleites  en  ella.  Finalmente  la  psalmodia  es  cantar 
del  cielo:  así  hace  celestiales  á  todos  los  que  se  dan  á  ella,  y  los 
hace  de  hombres  ángeles.  Dejadas,  pues,  todas  las  vanidades 
deste  siglo,  exhórtemenos  (según  el  consejo  del  Apóstol)  unos  á 
otros  en  psalmos,  himnos  y  cantares  espirituales,  cantando  en 
nuestros  corazones  á  Dios,  y  adornando  nuestras  ánimas  con  las 
alabanzas  divinas. 

Todas  estas  palabras  declaran  cuan  divino  sea  este  ejercicio: 
con  lo  cual  también  se  junta  la  suavidad  del  canto  eclesiástico  y 
de  las  voces  de  la  Iglesia,  que  ayudan  mucho  á  despertar  el  gus- 
to y  devoción  de  lo  que  se  canta.  Y  a}aida  también  la  cuantidad 
y  variedad  del  tiempo  en  que  esto  se  hace:  porque  así  como  en 
esto  se  gastan  muchas  horas  del  día,  así  hay  mucho  aparejo  para 
embriagar  las  ánimas  con  este  licor  celestial.  Y  con  esto  también 
se  junta  la  reverencia  del  lugar  y  la  presencia  del  sanctísimo  Sa- 
cramento, ante  quien  se  celebran  los  oficios  divinos:  que  es  una 
cosa  muy  poderosa  para  despertar  la  devoción.  Y  júntase  con  esto 
también  el  ejemplo  y  compañía  de  los  otros  que  cantan,  que  hace 
más  cierta  la  asistencia  de  los  sanctos  ángeles  y  más  eficaz  nues- 
tra oración,  según  aquello  del  Salvador  que  dice:  Si  dos  de  vos- 
otros consintieren  sobre  la  tierra  en  cualquier  cosa  que  pidieren 
á  mi  Padre,  serles  ha  concedida. 

Todas  estas  cosas  declaran  la  alteza  y  dignidad  deste  sancto 
ejercicio,  si  se  hiciese  como  debe.  Mas  hay  de  nuestra  parte  un 
grande  impedimento,  que  es  la  poca  atención  y  devoción  conque 
asistimos  á  los  oficios  divinos,  parte  por  nuestra  culpa  y  negli- 
gencia, y  parte  también  por  la  flaqueza  y  inconstancia  de  nuestro 
corazón.  Porque  no  hay  hoja  de  árbol  tan  inconstante,  tan  ins- 
table y  tan  movediza  como  es  el  corazón  humano,  pues  apenas 
hay  momento  que  permanezca  en  un  mismo  ser,  si  no  está  fuer- 
temente aferrado  con  alguna  grande  pasión  ó  devoción. 

Pues  el  que  desea  no  carecer  del  fructo  deste  divinísimo  ejer- 
cicio, lo  que  debe  hacer  es  lo  siguiente. 

Primeramente  procure  de  tener  sus  oraciones  y  devociones 
particulares,  como  arriba  se  ha  tratado:  porque  (como  dice  Jer- 


39^  GtJlA  DE  PECADORES 


son)  ninguno  asiste  mejor  á  las  oraciones  públicas,  que  aquél  que 
está  mejor  ejercitado  en  las  oraciones  secretas,  porque  en  las  unas 
se  dispone  y  apareja  el  corazón  para  las  otras. 

Lo  segundo  que  debe  hacer,  es  aparejarse  antes  que  vaya 
al  coro,  con  todas  aquellas  consideraciones  y  preámbulos  que  arri- 
ba señalamos  en  la  preparación  para  orar,  y  junto  con  esto  supli- 
car al  Señor  quiera  recoger  todos  los  derramamientos  de  su  co- 
razón y  le  dé  gracia  para  asistir  á  los  oficios  divinos  con  aquella 
atención  y  devoción,  y  con  aquel  gusto  y  sentimiento,  y  con  aquel 
acatamiento  y  reverencia  que  conviene  tener  delante  de  su  Ma- 
jestad y  de  toda  la  corte  celestial  que  allí  existe,  y  no  permita 
El  que  entristezcamos  á  los  sanctos  ángeles  y  los  dejemos  ir  va- 
cíos de  nuestras  oraciones,  ni  permita  que  asistamos  en  compa- 
ñía de  los  otros  que  cantan,  en  la  manera  que  asistía  Satanás  en- 
tre los  hijos  de  Dios:  ni  que  seamos  del  número  de  aquéllos  que 
habiendo  pisado  en  los  lagares  (donde  se  exprime  el  vino  del  Es- 
píritu Sancto)  quedemos  muertos  de  sed. 

Y  demás  de  esto,  en  llegando  á  la  puerta  del  coro  (como 
aconseja  Sant  Bernardo)  mandemos  á  todos  nuestros  pensamien- 
tos y  cuidados  que  nos  queden  allí  aguardando  entretanto  que 
estamos  negociando  con  Dios.  De  manera  que  sólo  Abraham  y 
Isaac  (que  es  figura  del  gozo  espiritual)  suban  á  lo  alto  del  mon- 
te, mas  todos  los  otros  criados  y  familia  se  queden  á  las  raíces  del. 

Lo  tercero,  después  de  entrado  en  el  coro,  trabaje  por  reco- 
ger sus  pensamientos  y  cumplir  aquello  de  Sant  Augustín,  que  di- 
ce: Cuando  con  los  psalmos  y  himnos  hacéis  oración  á  Dios,  traba- 
jad que  lo  que  pronunciáis  por  la  boca,  eso  tengáis  en  el  cora- 
zón. Para  lo  cual  conviene  mucho  considerar  que  aquel  lugar  de 
las  alabanzas  divinas  es  también  lugar  de  juicio,  donde  cada  uno 
recibirá  la  luz  3^  el  sentimiento  de  las  cosas  espirituales  según 
su  merecido  y  según  la  manera  de  su  aparejo.  Y  para  mayor 
acrecentamiento  de  este  temor,  debe  el  hombre  afear  la  culpa  de 
su  distraimiento  por  todas  las  vías  que  pudiere.  Para  lo  cual,  im.a- 
gine  que  esto  es  un  linaje  de  apostasía  espiritual,  tener  el  cuer- 
po en  el  coro  y  andar  con  el  corazón  por  el  mundo.  Imagine  tam- 
bién que  esto  es  un  linaje  de  hurto  y  de  sacrilegio,  con  que  de- 
fraudamos á  Dios  del  sacrificio  que  por  nuestra  parte  le  debe- 
mos. Imagine  que  esto  es  ofrecer  á  Dios  los  huesos  roídos  de  la 
vianda,  y  dar  al  mundo  la  pulpa  y  la  médula  del  corazón.  Imagine 


LIBRO  III.  PARTE  II.  397 


que  esto  es  ofrecerle  sacrificio  con  levadura  (cosa  tan  defendida 
en  la  ley)  cuando  con  pensamientos  y  cuidados  terrenos  conta- 
minamos y  ensuciamos  las  alabanzas  que  le  ofrecemos.  Y  sobre 
todo  esto  imagine  que  en  hecho  de  verdad  las  personas  eclesiás- 
ticas están  obligadas  so  pena  de  pecado  mortal  á  decir  el  oficio 
divino:  lo  cual  no  ha  de  ser  sin  alguna  manera  de  atención,  que 
es  cosa  que  se  había  mucho  de  encarecer  y  avisar,  por  el  grandí- 
simo descuido  y  peligro  que  en  esto  hay. 

Pues  para  esto  conviene  estar  ahí  con  grandísima  vigilancia  y 
proveer  que  esta  anguila  tan  deleznable  de  nuestro  corazón  no 
se  nos  cuele  por  entre  los  dedos  sin  sentirlo.  Imagine  que  el  co- 
razón humano  está  como  un  pedazo  de  carne  con  cinco  ó  seis 
alanos  hambrientos  al  derredor:  porque  por  un  cabo  están  los 
cuidados,  por  otro  los  negocios,  por  otro  las  aficiones,  por  otro 
las  indev^ociones,  las  cuales  como  unos  alanos  hambrientos  están 
rabiando  por  dar  bocados  en  el  corazón  y  llevárselo  en  pos  de 
sí,  y  no  á  pedazos  sino  todo  entero:  y  por  esto  conviene  velar 
con  grandísima  diligencia  sobre  la  guarda  del. 

Los  que  entienden  latín,  pueden  ayudar  á  la  atención  con  los 
misterios  que  van  diciendo:  mas  los  que  no  lo  entienden, pueden 
ocuparse  en  algún  sancto  pensamiento  con  que  se  sustente  y  cebe 
la  devoción.  Y  es  muy  buen  consejo  repartir  los  pasos  de  la  sa- 
grada Pasión  por  las  siete  horas  canónicas:  y  no  sólo  esto,  mas 
toda  la  vida  de  Cristo  y  todos  los  beneficios  divinos  (de  que 
arriba  tratamos)  y  cualquiera  otro  pensamiento  puede  ser  materia 
de  consideración  en  este  sancto  ejercicio.  Y  el  que  esto  hiciere, 
tenga  por  cierto  que  aprovechará  muy  mucho  en  poco  tiempo,  y 
que  recibirá  tan  grandes  lumbres  y  consolaciones  del  Espíritu 
Sancto,  que  le  parecerá  muchas  veces  que  no  está  ya  en  la  tierra, 
sino  en  el  cielo.  Y  si  cuando  así  estuviere,  entendiere  que  la  pro- 
nunciación de  las  palabras  le  es  impedimento  de  la  devoción  y 
elevación  del  espíritu  en  Dios,  podrá  entonces  dejar  de  pronun- 
ciarlas, si  hay  otros  que  suplan  por  Él,  ó  si  la  obediencia  ro  le 
manda  lo  contrario:  y  después  de  acabada  la  hora  podrá  suplir 
aquello  que  faltó. 


TERCERO  TRACTADO  DE  ESTE  LIBRO 

EN  EL   CUAL   SE   TRATA 

DE   LA   FORMA   QUE   SE   PODRÁ   TENER  EN  EL  EJERCICIO 

DE     LA     CONSIDERACIÓN. 

¡^])0D0  lo  que  hasta  aquí  se  ha  dicho,  sirve  para  dar 
materia  de  consideración,  que  es  una  de  las  princi- 
pales partes  deste  negocio:  porque  la  menor  parte 
de  la  gente  tiene  suficiente  materia  de  consideración,  y  así  por 
falta  de  ella,  faltan  muchos  en  este  ejercicio.  Agora  diremos  su- 
mariamente de  la  manera  y  forma  que  en  esto  se  podrá  tener. 

I.  Sea  pues  el  primero  aviso  éste,  que  cuando  nos  pusiéremos 
á  considerar  alguna  cosa  de  las  susodichas  en  sus  tiempos  y  ejer- 
cicios determinados,  no  debemos  estar  tan  atados  á  ella,  que  ten- 
gamos por  mal  hecho  salir  de  aquélla  á  otra,  cuando  halláremos 
en  ella  más  devoción,  más  gusto  ó  más  provecho.  Porque  como 
el  fin  de  todo  esto  sea  la  devoción,  lo  que  más  sirviere  para  la  de- 
voción, eso  se  ha  de  tener  por  lo  mejor.  Aunque  esto  no  se  debe 
hacer  por  livianas  causas,  sino  con  ventaja  conocida. 

II.  Sea  el  segundo,  que  los  misterios  de  la  vida  de  nuestro 
Salvador,  y  todos  aquellos  que  se  pueden  figurar  y  debujar  con 
la  imaginación  (como  es  el  lugar  del  paraíso,  del  infierno,  de  la 
sepultura,  &c.)  debe  el  hombre  procurar  de  figurarles  allí  delante 
de  sí,  ó  dentro  de  su  mismo  corazón,  para  que  esta  presencia  de 
los  objetos  le  despierte  más  la  devoción.  Desta  manera  cuando 
meditare  el  misterio  del  nascimiento,  ó  el  paso  de  la  columna,  &c. 
podrá  figurar  dentro  de  sí  ó  delante  de  sí  aquel  establo  ó  aquel 
pretorio,  con  todo  lo  demás  que  allí  pasó,  como  un  pintor  lo  de- 
bujaría  en  una  tabla:  porque  mientra  más  al  proprio  lo  pintare, 
más  afectuosamente  se  moverá  su  corazón. 

III.  Sea  el  tercero  y  muy  principal,  que  en  esta  representa- 
ción y  consideración  se  contente  con  una  simple  y  sosegada  vista 
de  ías  cosas  y  con  un  moderado  afecto  y  sentimiento  dellas,  tal 
cual  el  Señor  quisiere  dar.  De  manera  que  ni  fatigue  el  enten- 


LIBRO  III.  TRATADO  ÍII.  399 


pimiento  con  demasiada  especulación  y  vehemente  atención  (por- 
que no  estrague  la  cabeza  y  desfallezca  á  medio  camino)  ni  fa- 
tigue tampoco  la  parte  afectiva  del  ánima  con  demasiados  afec- 
tos y  sentimientos  sacados  y  exprimidos  á  fuerza  de  brazos,  por- 
que esto  más  suele  impedir  que  ayudar  la  devoción.  De  manera 
que  aunque  este  negocio  sea  más  de  voluntad  que  de  entendi- 
miento, pero  ni  en  lo  uno  ni  en  lo  otro  conviene  que  haya  de- 
masiada ni  forzada  violencia,  sino  sosegada  y  quieta  atención.  Por 
do  parece  que  ni  aciertan  los  que  son  muy  parleros  con  el  entendi- 
miento, ni  tampoco  los  que  quieren  exprimir  las  lágrimas  y  la  devo- 
ción y  compasión  á  fuerza  de  brazos:  porque  lo  uno  y  lo  otro  es 
extremo  del  cual  huye  siempre  la  virtud,  que  está  en  el  medio. 

IV.  Sea  el  cuarto,  que  no  se  congoje  cuando  en  la  oración  le 
perseguieren  diversos  pensamientos,  ni  cuando  le  faltaren  las  con- 
solaciones espirituales.  Porque  io  uno  es  natural  condición  de 
nuestra  flaqueza,  y  lo  otro  muchas  veces  permisión  divina,  la  cual 
quiere  por  esta  vía  probar  y  ejercitar  nuestra  humildad,  nuestra 
fidelidad,  nuestra  paciencia  y  perseverancia.  Así  lo  hizo  con  la 
Cananea,  y  cuanto  más  ásperamente  parece  que  la  trató  á  los 
principios,  tanto  más  gloriosamente  la  honró  y  consoló  al  fin. 

V.  Y  mu}-  particularmente  debe  estar  avisado  que  no  se  con- 
goje cuando  esto  señaladamente  le  acaesciere  al  principio  del  ejer- 
cicio: porque  (regularmente  hablando)  no  puede  súbitamente  el 
corazón  humano  pasar  del  extremo  de  la  sequedad  al  extremo 
de  la  devoción  sino  pasando  por  los  medios.  Verdad  es  que  así 
como  cuando  está  más  seca  la  leña,  más  presto  se  enciende  el 
fuego  en  ella,  y  cuanto  más  verde  más  tarde,  así  también  lo  hace 
la  llama  de  la  devoción  en  la  leña  de  nuestro  corazón.  Espere, 
pues,  el  hombre  á  los  principios  con  toda  humildad  y  paciencia, 
porque  de  toda  esta  dilación  es  merecedora  la  divina  gracia.  Ne- 
gocio es  éste  de  corazones  sosegados  y  flemáticos,  no  de  colé- 
ricos y  bulliciosos.  Y  si  después  desta  dilación  y  esperanza  el 
Señor  le  diere  algo,  tómelo  con  mucha  humildad  y  agradeci- 
miento: y  si  no,  haga  también  lo  mismo,  no  agraviándose  de  lo  que 
se  le  niega,  pues  no  lo  merece,  sino  agradesciendo  lo  que  le  dan, 
pues  se  lo  dan  de  gracia.  Esto  hecho,  levántese  contento  y  ale- 
gre, y  piense  que  no  ha  perdido  tiempo  en  esto,  pues  hizo  lo 
que  era  de  su  parte,  que  es  lo  que  el  Señor  pide  á  una  tan  flaca 
y  miserable  criatura  como  es  el  hombre. 


DE   LAS   COSAS   QUE   AYUDAN  Á   LA   DEVOCIÓN 

CAPÍTULO  II. 

'ara  este  mismo  negocio  hace  mucho  al  caso  procu- 
rar todas  aquellas  cosas  que  ayudan  á  la  devoción, 
'^  üv\\^¿^  y  evitar  todas  aquellas  que  la  impiden:  porque  (co- 
mo arriba  dijimos)  así  como  la  consideración  ayuda  á  la  devo- 
ción, así  también  la  devoción  á  la  misma  consideración  de  donde 
nace:  lo  cual  es  común  á  todas  las  virtudes,  que  tienen  esta  ma- 
nera de  conexión,  porque  las  unas  se  ayudan  á  las  otras  como 
madre  á  hija  y  hija  á  madre. 

I.  Las  cosas,  pues,  que  ayudan  á  la  devoción,  son  muchas. 
Porque  primeramente  ayuda  tomar  estos  sanctos  ejercicios  muy 
de  veras  y  muy  á  pechos,  con  un  corazón  muy  determinado  y 
ofrecido  á  todo  lo  que  fuere  necesario  para  alcanzar  esta  precio- 
sa margarita,  por  arduo  y  dificultoso  que  sea. 

II.  Ayuda  también  la  guarda  del  corazón  de  todo  género  de 
pensamientos  ociosos  y  vanos,  y  de  todos  los  afectos  y  amores 
peregrinos,  y  de  todas  las  turbaciones  y  movimientos  apasiona- 
dos, pues  está  claro  que  cada  cosa  de  éstas  impide  la  devoción, 
y  que  no  menos  conviene  tener  el  corazón  templado  para  orar 
y  meditar,  que  la  vihuela  para  tañer. 

III.  Ayuda  también  la  guarda  de  los  sentidos,  especialmente 
de  los  ojos,  y  de  los  oídos,  y  de  la  lengua:  porque  por  la  lengua 
se  derrama  el  corazón,  y  por  los  ojos  y  oídos  se  hinche  de  di- 
versas imagines  de  cosas  con  que  se  perturba  la  paz  y  sosiego 
del  ánima.  Por  donde  con  razón  se  dice  que  el  contemplativo  ha 
de  ser  sordo,  y  ciego,  y  mudo,  para  que  no  derramándose  nada 
por  defuera,  esté  todo  recogido  de  dentro. 

IV.  Ayuda  para  esto  mismo  la  soledad,  porque  no  sólo  quita 
las  ocasiones  de  distraimiento  á  los  sentidos  y  al  corazón,  sino 
también  convida  al  hombre  á  que  more  dentro  de  sí  mismo  y 
trate  con  Dios  y  consigo. 

V.  Ayuda  otrosí  la  lición  de  los  libros  espirituales  y  devotos, 
porque  dan  materia  de  consideración,  y  recogen  el  corazón,  y 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  4OI 


despiertan  la  devoción,  y  hacen  que  el  hombre  de  buena  gana 
piense  en  aquello  que  le  supo  dulcemente. 

VI.  Ayuda  la  memoria  continua  de  Dios  y  el  uso  de  aque- 
llas breves  oraciones  que  S.  Augustín  llamó  jaculatorias,  porque 
éstas  guardan  la  casa  del  corazón  y  conserv' an  el  calor  de  la  de- 
voción, como  arriba  se  platicó. 

VIL  Ayuda  también  la  continuación  y  perseverancia  en  los 
buenos  ejercicios  en  sus  tiempos  y  lugares  ordenados,  mayor- 
mente á  la  noche  ó  á  la  madrugada,  que  son  los  tiempos  más 
convenibles  para  la  oración, como  toda  la  Escriptura  nos  enseña. 

VIH.  Ayudan  las  asperezas  y  abstinencias  corporales,  la  mesa 
pobre,  la  cama  dura,  el  cilicio  y  la  disciplina,  y  otras  cosas  seme- 
jantes: porque  todas  estas  cosas  así  como  nascen  de  la  devoción, 
así  despiertan,  conservan  y  acrecientan  la  raíz  de  donde  nascen. 

IX.  Ayudan  finalmente  las  obras  de  misericordia,  porque  nos 
dan  confianza  para  parecer  delante  de  Dios,  y  acompañan  nues- 
tras oraciones  con  servicios,  porque  no  se  puedan  llamar  del  todo 
ruegos  secos,  y  merecen  que  sea  misericordiosamente  recebida 
la  oración,  pues  procede  de  misericordioso  corazón. 


OBRAS  DE  GRANADA.  X-s6 


DE  LAS  COSAS  QUE  IMPIDEN  LA  ORACIÓN. 

CAPÍTULO  III. 

ASÍ  como  hay  cosas  que  ayudan  á  la  devoción,  así 
también  hay  cosas  que  la  impiden:  entre  las  cuales 

la  primera  son  los  pecados,  no  sólo  los  mortales  sino 

también  los  veniales,  porque  éstos  aunque  no  quitan  la  caridad, 
quitan  el  fervor  de  la  caridad,  que  es  cuasi  lo  mismo  que  devo- 
ción, ó  causa  della  muy  propincua. 

II.  Impide  también  el  remordimiento  de  la  consciencia,  que 
procede  de  los  mismos  pecados  (cuando  es  excesivo  y  demasiado) 
porque  trae  el  ánima  inquieta,  caída  y  desmayada  para  todo  buen 
ejercicio. 

III.  Impiden  también  los  escrúpulos,  por  la  misma  causa:  por- 
que son  como  espinas  que  punzan  la  consciencia,  y  la  inquietan  y 
perturban,  y  no  la  dejan  reposar  y  sosegar  en  Dios. 

IV.  Impide  también  cualquier  amargura  y  desabrimiento  de 
corazón  y  tristeza  desordenada,  porque  con  esto  muy  mal  se  pue- 
de compadescer  el  gusto  y  suavidad  de  la  buena  consciencia. 

V.  Impiden  otrosí  los  cuidados  demasiados,  los  cuales  son 
aquellos  mosquitos  de  Egipto  que  inquietan  el  ánima  y  no  la 
dejan  dormir  este  sueño  espiritual  que  se  duerme  en  la  oración. 

VI.  Impiden  también  las  ocupaciones  demasiadas,  porque 
ocupan  el  tiempo  y  ahogan  el  espíritu,  y  así  dejan  al  hombre 
sin  tiempo  y  sin  corazón  para  vacar  á  Dios. 

VIL  Impiden  los  regalos  y  consolaciones  sensuales,  cuando 
el  hombre  es  demasiado  en  ellas:  porque  el  que  se  da  mucho  á 
los  consolaciones  del  mundo,  no  merece  las  del  Espíritu  Sancto, 
como  dice  S.  Bernardo. 

VIII.  Impide  el  regalo  y  demasiado  comer  y  beber,  mayor- 
mente las  cenas  largas,  porque  éstas  hacen  muy  mala  la  cama  á 
los  espirituales  ejercicios  y  á  las  sagradas  vigilias. 

IX.  Impide  el  vicio  de  la  curiosidad  así  de  los  sentidos  como 
del  entendimiento  y  voluntad,  que  es  querer  oir  y  ver  y  saber 
muchas  cosas,  y  desear  cosas  polidas,  curiosas  y  bien  labradas: 


LIBRO  ni.  TRATADO  III.  4O3 


porque  todo  esto  ocupa  el  tiempo,  embaraza  los  sentidos  y   in- 
quieta el  ánima,  y  así  impide  la  devoción. 

X.  Impide  finalmente  la  interrupción  de  estos  sanctos  ejer- 
cicios (si  no  es  por  causa  de  alguna  piadosa  ó  justa  necesidad) 
por  ser  (como  lo  es)  muy  delicado  el  espíritu  de  la  devoción,  el 
cual  después  de  ido,  ó  no  vuelve,  ó  con  mucha  dificultad.  Y  por 
esto  así  como  los  árboles  y  los  cuerpos  humanos  quieren  sus  rie- 
gos y  mantenimientos  ordinarios,  y  en  faltando  esto  luego  des- 
fallecen y  desmedran,  así  también  lo  hace  la  devoción  cuando 
le  falta  el  riego  y  mantenimiento  de  la  consideración. 

Todo  esto  se  ha  dicho  así  sumariamente  para  que  mejor  se 
pudiese  tener  en  la  memoria, la  declaración  de  lo  cual  podrá  ver 
quien  quisiere  en  la  primera  y  segunda  parte  del  Libro  de  la 
Oración  y  Meditación,  á  donde  remitimos  al  cristiano  lector. 

Sigúese  tina  breve  majiera  de  aparejarse  para  la  confesión. 


'res  medios  dijimos  arriba  que  servían  para  alcanzar  la  divi- 
na gracia:  conviene  saber,  oración,  confesión  y  comunión. 
Dicho  pues  ya  en  este  tercero  Ubro  del  primero,  resta  que  su- 
mariamente digamos  algo  de  los  otros  que  se  siguen,  y  primero 
de  la  confesión. 

Para  lo  cual  es  de  saber  que  hay  dos  maneras  de  confesión, 
unas  de  personas  que  han  ya  mudado  la  vida  y  se  confiesan  á 
menudo,  y  otras  de  las  que  de  nuevo  comienzan  á  mudarla  y 
hacer  penitencia  de  las  culpas  pasadas. 

A  éstas  pues  se  suele  dar  un  muy  saludable  consejo,  que  es 
hacer  al  principio  desta  mudanza  una  confesión  general,  para  ba- 
rrer con  ella  todos  los  defectos  y  negligencias  de  las  confesiones 
pasadas.  Para  lo  cual  es  bien  tomar  cinco  ó  seis  días  de  espacio 
para  examinar  la  conscienciay  hacer  un  inventario  de  toda  la  vida 
pasada.  Y  para  mejor  hacer  esto,  aprovechará  mucho  tomar  al- 
guno de  esos  Confesionales  que  hay,  y  discurriendo  por  las  prin- 
cipales partes  del,  traer  á  la  memoria  todas  sus  culpas  y  negli- 
gencias y  ponerlas  brevemente  por  escrito  (si  es  persona  que  sabe 
escrebir)  para  dar  mejor  cuenta  dellas. 

Y  porque  este  examen  se  ha  de  hacer  de  la  manera  que  el 
Profeta  dice  (que  es,  con  dolor  y  amargura  de  corazón)  por  esto 


404  GUIA  DE  PECADORES 


debe  en  los  tales  días  ejercitarse  en  todas  aquellas  maneras  de 
oraciones  y  consideraciones  que  le  puedan  provocar  á  dolor  y 
arrepentimiento  de  sus  culpas,  y  temor  y  vergüenza  dellas, 
cuanto  le  sea  posible.  Para  lo  cual  aprovecha  mucho  la  conside- 
ración de  la  muerte,  y  del  juicio  final,  y  de  las  penas  del  infierno, 
y  de  la  pasión  de  Cristo,  considerándola  en  cuanto  fué  causada 
por  nuestros  pecados,  pues  está  claro  que  si  no  hobiera  pecados 
de  por  medio,  no  padesciera  Él  lo  que  padesció.  Ésta  es  una  de 
las  consideraciones  que  más  nos  puede  mover  á  dolor  y  abo- 
rrecimiento del  pecado  (que  es  la  principal  parte  de  la  peniten- 
cia) en  la  cual  el  hombre  se  debe  ejercitar,  no  por  cinco  ni  por 
seis  días,  sino  cuasi  todo  el  tiempo  de  la  vida.  En  lo  cual  se  en- 
gañan muchos  penitentes,  que  siendo  diligentísimos  en  examinar 
sus  pecados,  son  negligentísimos  en  llorarlos.  Porque  aunque  lo 
uno  y  lo  otro  sea  necesario,  pero  mucho  más  lo  segundo  que  lo 
primero,  y  creo  que  la  causa  de  estarse  muchos  en  el  camino  de 
la  virtud  muy  desmedrados  y  caídos  y  no  arribar  en  mucho  tiem- 
po á  la  perfección  (y  aun  á  veces  de  dejar  el  camino  comenza- 
do) es  no  haberse  fundado  bien  ni  echado  raíces  altas  en  este 
ejercicio.  Porque  como  éste  sea  el  fundamento  de  todo  el  edifi- 
cio espiritual,  cuando  el  fundamento  fuere  flaco,  no  podrá  ser  fir- 
me ni  seguro  el  edificio. 

Por  lo  cual  debe  el  hombre  diputar  algunos  días  (cada  uno 
más  ó  menos,  según  que  el  Espíritu  Sancto  le  enseñare)  en  los 
cuales  como  dije  se  ejercite  en  todas  aquellas  maneras  de  ora- 
ciones y  consideraciones  que  le  puedan  inducir  á  este  dolor.  Y 
porque  entre  todas  éstas  la  principal  es  la  memoria  de  la  pasión 
de  Cristo  (considerada  en  aquella  manera  que  dijimos)  en  ésa 
principalmente  se  debe  ejercitar  los  ratos  que  pudiere.  Y  para 
que  esto  se  hiciese  con  mayor  facihdad,  puse  aquí  una  oración 
sacada  en  sentencia  de  Serafino  de  Fermo,  donde  se  tratan  cuasi 
todos  los  pasos  de  la  pasión  por  esta  vía.  Ésta  pues  trabaje  el 
verdadero  penitente  por  rezar  con  la,  mayor  dev^oción  que  pu- 
diere, deteniéndose  más  en  aquellos  pasos  en  que  el  Espíritu  San- 
cto le  diere  más  á  sentir.  De  las  otras  cosas  que  se  requieren  para 
la  perfección  de  la  penitencia,  no  es  mi  intención  hablar  en  este 
tratado,  porque  no  pretendí  escribir  aquí  más  de  lo  que  buena- 
mente se  sufría  en  un  devocionario,  dejando  lo  demás  para  los 
otros  autores. 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  405 


SÍGUESE  UNA  DEVOTÍSIMA  ORACIÓN 

para  alcanzar  dolor  de  los  pecados, 
la  cual  se  puede  muchas  veces  rezar  antes  y  después  de  la  confesión. 


^EÑOR  Dios  y  Salvador  mío,  ¿con  qué  cara  pareceré  yo  ago- 
ra delante  tu  acatamiento,  habiendo  sido  el  verdugo  y  la 
causa  de  tu  pasión?  Verdaderamente,  si  no  me  pusiera  esfuerzo  la 
grandeza  de  tu  bondad,  no  osara  parecer  delante  ti.  Mas  pues 
sufriste  ser  abrazado  y  besado  del  mismo  que  te  vendió,  y  per- 
donaste y  excusaste  á  los  que  te  crucificaron,  sufre  agora  un  poco 
las  palabras  deste  miserable  pecador,  que  peor  que  todos  ésos 
te  ha  tratado. 

Señor  mío,  ¡qué  tan  grande  fué  la  pena  que recebiste,  viendo 
á  tu  proprio  discípulo  ir  á  contratar  con  los  fariseos  en  qué  ma- 
nera y  por  qué  precio  te  vendería,  haciendo  almoneda  de  tu  san- 
gre, y  poniéndola  en  precio  como  se  pornía  una  bestia  en  el 
mercado!  Bien  pudieras  entonces  quejarte  del  y  decirle:  Oh  dis- 
cípulo mío,  ¿qué  malas  obras  has  recibido  de  mí,  porque  así  te 
has  encruelecido  contra  mí?  Mas  deja.  Señor,  de  quejarte  del,  por- 
que el  que  eso  hizo,  no  conoscía  quién  tú  eras,  y  por  eso  te  ven- 
dió. Yo  soy  el  verdadero  traidor  y  vendedor  tuyo,  que  creyen- 
do ser  tú  verdadero  Dios,  no  por  eso  dejé  de  hacer  este  mismo 
trato  con  el  demonio,  consintiendo  voluntariamente  en  el  peca- 
do, por  el  cual  muchas  veces  te  vendí.  Pues  por  esto  te  daré  siem- 
pre infinitas  gracias,  porque  habiéndole  seguido  en  la  primera 
culpa,  no  permitiste  que  le  siguiese  en  la  segunda,  para  que  des- 
esperase y  me  perdiese  como  él  desesperó. 

¡Qué  tan  grande  fué,  Señor  mío,  aquel  dolor  que  traspasó  tu 
ánima,  cuando  para  haber  de  ir  á  padecer  tan  cruda  muerte,  te 
despediste  de  tu  bendita  Madre,  á  la  cual  amabas  más  que  á  tu 
propria  vida !  ¡  Y  qué  tan  grande  fué  la  pena  della  cuando  vio 
partir  de  sí  Aquél  que  era  toda  su  bienaventuranza!  Mis  pecados 
fueron.  Señor,  la  causa  así  del  uno  como  del  otro  dolor,  pues 
por  librarme  dellos,  dejaste  primero  el  cielo  y  después  la  Madre 
y  todo  lo  que  amabas,  hasta  tu  misma  vida.  Oh  Virgen,  yo  soy 


406  GUIA  DE  PECADORES 


la  causa  de  tanto  mal:  bien  puedes  quejarte  de  mí  como  de  cau- 
sador de  tus  dolores. 

¿Qué  es  esto,  Señor,  que  tu  Padre  se  ha  vuelto  contra  ti  como 
cruel,  pues  habiéndole  rogado  ya  dos  veces  en  un  caso  de  tanta 
necesidad,  que  te  tiene  puesto  en  agonía  de  muerte,  no  te  oye? 
¿Por  cuál  pecado  tuyo  así  te  ha  cerrado  las  puertas  de  su  acos- 
tumbrada misericordia?  Mas  en  cabo  veo  que  te  ha  oído  y  en- 
viado un  ángel  para  que  te  esfuerce:  mas  el  esfuerzo  no  es  otro 
que  morir  en  cruz.  De  manera  que  no  se  ha  diminuido  con  el  es- 
fuerzo este  trabajo,  sino  crecido,  pues  te  veo  puesto  en  tan  gran- 
de agonía,  que  te  hace  sudar  gotas  de  sangre.  ¡  Ay  de  mí.  Señor 
mío  doloroso,  que  estás  caído  en  tierra,  desamparado  de  los  dis- 
cípulos y  también  de  tu  mismo  Padre,  esperando  que  así  como 
yo  con  mis  pecados  te  puse  en  ese  conflicto,  así  con  mi  peniten- 
cia te  diese  algún  refrigerio,  y  con  todo  esto  no  lo  doy! 

Oh  discípulos,  grande  fué  vuestra  cobardía,  pues  desampa- 
rastes  á  vuestro  Maestro,  el  cual  poco  antes  os  había  lavado  los 
pies,  y  dado  su  sacratísimo  cuerpo,  y  avisado  de  todo  lo  que  os 
había  de  acontecer.  Mas  podríades  dar  alguna  excusa,  diciendo  que 
por  temor  ó  flaqueza  le  desamparastes.  Mas  yo  miserable  ¿  qué 
excusa  terne  delante  del,  que  no  una  sino  muchas  veces,  y  no 
por  temor  de  la  muerte  (porque  nadie  me  amenazaba  con  ella) 
sino  por  mi  propria  malicia  le  desamparé?  Vosotros  luego  os  vol- 
vistes  con  la  penitencia:  3^0  ha  tanto  tiempo  que  le  ofendo,  y 
todavía  persevero  en  mi  pecado.  Vosotros  con  la  fe  recobrastes 
al  doble  lo  que  perdistes:  yo  no  crezco  en  esa  fe,  sino  cada  día 
la  diminuyo. 

¿Porqué  no  huyes,  Señor,  de  ese  traidor  que  viene  con  tan 
crueles  ministros  á  prenderte  y  á  entregarte  con  beso  de  falsa 
paz?  Gran  paciencia  fué  por  cierto  la  que  aquí  mostraste:  pero 
muy  grande  es  también  la  que  has  usado  comigo,  que  tantas 
veces  con  beso  de  paz  te  he  recebido  en  el  Sacramento,  y  dando 
á  entender  con  las  palabras  que  era  tuyo,  después  con  las  obras 
te  negaba  y  te  vendía. 

Yo,  Señor,  soy  aquél  que  con  mi  ingratitud  y  desobediencia 
y  con  mi  obstinación  até  tus  manos,  aquellas  manos  que  tan  pia- 
dosamente me  criaron,  aquellas  manos  que  tan  fielmente  obra- 
ron mi  salud.  Yo  te  eché  la  soga  á  la  garganta  cuando  menos- 
precié la  gracia  recebida:  yo  te  di  de  bofetadas  en  la  cara  cuan- 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  407 

do  blasfemé  tu  sancto  nombre.  Y  con  todas  estas  buenas  obras 
no  reviento  de  dolor,  sino  todavía  persevero  en  mis  pecados. 

Allende  desto,  véote,  Señor,  toda  esa  noche  estar  en  pena  en- 
tre enemigos  y  foldados,  escarnecido,  escupido  y  abofeteado  de- 
llos,  y  no  veo  quién  te  consuele,  ni  quién  enjugue  ese  divino 
rostro  de  lágrimas  y  de  sangre  bañado.  Pues  ^ quién  te  ha  así  tan 
mal  tratado,  sino  yo?  Tú  no  quieres  recibir  consuelo,  porque  yo 
sea  tu  consolador:  mas  ¡  ay  de  mí,  que  siempre  te  ofendo,  y  de 
mí  no  tienes  que  recebir  otro  consuelo  sino  pecados ! 

Oh  Pedro,  que  si  tú  negando  al  buen  Maestro,  le  entristeciste, 
á  lo  menos  cuando  Él  te  miró  y  oíste  la  voz  del  gallo,  volviste 
sobre  ti  y  lloraste  amargamente  tu  pecado.  Mas  yo  miserable  soy 
tal,  que  cuando  Él  me  mira,  cierro  los  ojos,  y  cuando  me  hace  oír 
la  voz  de  su  Evangelio,  hágome  sordo,  y  cuando  me  llama  á  pe- 
nitencia, vuélvome  á  la  vida  pasada.  Así  que,  Señor  mío,  de  mí 
no  recibes  consuelo  sino  acrescentamiento  de  trabajos. 

Corazón  mío,  <!  cómo  no  te  despedazas?  ^  Cómo  no  te  resuel- 
ves en  lágrimas,  viendo  al  Hijo  de  Dios  por  tu  causa  llevado  ante 
la  presencia  de  Anas,  donde  (queriendo  Él  mansamente  dar  cuen- 
ta de  su  doctrina)  le  fué  puesto  silencio  con  una  gran  bofetada? 
^  Cómo  no  ves  de  la  manera  que  lo  llevan  por  las  plazas  públi- 
cas á  unos  y  á  otros  jueces,  ya  á  Caifas,  3'a  á  Pilato,  ya  á  Herodes, 
señalándole  con  el  dedo  y  llamándole  engañador  y  blasfemo? 
¡Oh,  cuan  grande  es  aquella  culpa  que  al  Inocentísimo  hace  ser 
tenido  por  tan  malo,  y  al  Profeta  de  los  profetas  por  hereje,  y  al 
Señor  de  los  señores  por  abatido  y  blasfemo ! 

Bien  pudiera  bastar  esto.  Señor  mío,  para  que  por  aquí  se 
conociera  tu  paciencia  y  mi  malicia.  Mas  ¿  qué  es  esto,  que  te  veo 
desnudo  y  atado  á  una  coluna,  y  por  mano  de  cruelísimos  ver- 
dugos azotado?  ¡Ay  de  mí,  que  á  doquiera  que  vuelvas  los  ojos, 
no  hallas  consolador!  Pues  ¿quién  son  tus  verdugos  y  quién  tus 
azotes  sino  mis  pecados  ?  No  es  maravilla  que  estés  todo  herido 
y  despedazado,  ni  que  todos  tus  delicadísimos  miembros  lluevan 
sangre,  pues  es  tanta  la  muchedumbre  de  los  pecados  por  quien 
padeces.  Porque  ,jqué  otra  cosa  ha  sido  añadir  yo  pecados  á  pe- 
cados, sino  añadir  azotes  á  tus  azotes  y  heridas  á  tus  heridas?  Y 
con  todo  esto  tú,  corazón  mío,  no  revientas,  sino  antes  todavía  per- 
severas en  herir  á  este  Señor. 

¡  Cuan  crueles  fueron  aquéllos,  Señor  mío,  que  viéndote  todo 


408  GUIA  DE  PECADORES 


despedazado,  y  de  espinas  agudísimas  coronado,  y  con  la  púr- 
pura y  caña  en  la  mano  por  escarnio,  no  sólo  no  se  movieron  á 
compasión,  mas  antes  dieron  voces  y  dijeron:  Crucifícalo,  cruci- 
fícalo !  Bien  pudieras  en  aquella  hora  decir:  Pueblo  mío,  ¿qué  te 
he  hecho  yo,  porque  así  te  has  vuelto  contra  mí?  Bien  pudieras 
quejarte  de  que  la  vida  de  Barrabás,  público  ladrón,  fuese  tenida 
en  más  precio  que  la  tuya.  Mas  yo.  Señor,  podré  en  alguna  ma- 
nera excusar  esta  gente,  porque  si  ellos  del  todo  conocieran  quién 
tú  eras,  no  cometerían  una  tan  grande  maldad.  Mas  ¡jqué  excu- 
sa tendré  yo,  que  sabiendo  que  eres  Dios,  y  creyendo  que  con 
un  pecado  mortal  eres  otra  vez  crucificado,  y  que  por  él  se  de- 
rrama y  desperdicia  tu  sangre  (pues  se  pierde  un  ánima  compra- 
da por  ella)  con  todo  eso  he  vuelto  tantas  veces  á  crucificarte 
con  mis  pecados?  ¡  Ay  de  mí,  que  tantas  veces  he  pedido  que  viva 
Barrabás  y  mueras  Tú,  cuantas  he  pecado  contra  Ti,  pues  por  el 
pecado  muere  Dios  en  el  ánima  y  vive  en  ella  Satanás ! 

I  Oh  Señor  mío,  y  cómo  veo  que  la  sentencia  está  ya  dada 
contra  Ti,  y  ya  caminas  al  lugar  de  la  justicia  con  la  cruz  á  cues- 
tas, acompañado  de  enemigos!  ¡Ay  de  mí,  que  tu  rostro  no  es 
ya  el  que  solía:  tu  sagrada  cara  (entre  las  salivas  y  lágrimas  es- 
condida) no  parece  ya  de  hombre,  y  mucho  menos  de  Dios  y 
hombre:  tu  hermosura  se  ha  vuelto  en  fealdad,  tu  crédito  en 
infamia,  y  tu  alegría  en  amargura!  Tu  piadosa  Madre  no  pudien- 
do  socorrerte,  te  da  mayor  pena  con  tu  presencia.  Toda  ley  re- 
clama y  dice  que  no  eres  digno  de  muerte,  los  ángeles  de  la  paz 
lloran  amargamente,  todas  las  criaturas  se  quejan:  solo  mi  peca- 
do pide  tu  muerte,  solo  él  te  ha  despojado  de  tus  fuerzas  y  te 
sigue  hasta  la  cruz.  Por  donde  parece  que  es  mayor  mi  maldad 
que  la  bondad  de  todas  las  criaturas,  pues  más  parte  es  ella  sola 
para  traerte  á  la  muerte,  que  la  bondad  de  todas  ellas  para  darte 
la  vida. 

Señor,  pues  que  siempre  hasta  agora  te  he  acompañado  con 
mis  pecados,  dame  gracia  para  que  agora  te  acompañé  en  la 
cruz,  no  para  satisfacer  aquí  por  ellos  (porque  esto  á  ti  solo  perte- 
nece) sino  para  poner  ya  fin  á  mi  continuo  pecar.  Oh  ánima  mía,  á 
lo  menos  agora  puedes  bien  claro  ver  en  esta  pena  la  graveza  de 
tu  culpa,  pues  es  cierto  que  cuando  tú  extendías  las  manos  á  tus 
torpezas  y  deshonestidades,  entonces  enclavabas  las  suyas  en  la 
cruz,  y  tanto  le  dabas  mayor  pena  cuanto  era  más  crescido  tu  de- 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  4^9 


leite.  Y  cuando  con  vestiduras  preciosas  y  collares  de  oro  te  ata- 
viabas para  agradar  al  mundo,  entonces  le  desnudabas  y  le  saca- 
bas á  la  vergüenza.  Y  ^  qué  piensas  tú  que  haya  sido  el  deshonesto 
mirar  de  tus  ojos,  sino  lágrimas  de  los  suyos?  ¿Qué  otra  cosa  el 
ataviar  tu  cabeza,  y  pintar  las  mejillas,  y  preciarte  de  suaves  olo- 
res, sino  traspasar  su  cabeza  con  espinas  y  abofetear  su  rostro  y 
pelarle  la  sagrada  barba?  ¡  Oh  fructo  amarguísimo  de  mi  pecado, 
por  el  cual  veo  morir  al  Dios  de  mi  vida!  Oh  cruz,  no  fué  la  na- 
turaleza la  que  así  te  hizo  yerta  y  dura  para  sostener  al  que  sos- 
tiene todo  el  mundo,  sino  la  rebeldía  y  dureza  de  mi  propria  obs- 
tinación. Oh  clavos,  no  fué  el  venero  de  la  tierra  el  que  así  os  hizo 
tiesos  y  duros  (porque  ya  que  lo  fuérades,  luego  os  tornáredes 
blandos  por  no  lastimar  á  Aquél  que  os  había  criado)  sino  la  du- 
reza y  rebeldía  de  mi  corazón.  Oh  hiél  y  vinagre,  si  el  amargura 
de  mi  pecado  no  os  hobiera  hecho  tan  amargos,  muy  presto  os 
hiciérades  dulces,  por  dar  algún  refrigerio  á  aquella  extrema  sed 
de  vuestro  Dios  y  Señor.  Mas  es  tan  grande  mi  maldad  y  desco- 
nocimiento, que  dándome  Él  voces  de  la  cruz  hasta  la  hora  pre- 
sente y  diciéndome:  Yo  muero  aquí  de  sed  por  el  gran  deseo  de 
tu  salud,  no  quiero  inclinar  mis  orejas  á  su  voz,  ni  otra  cosa  tiene 
que  recibir  de  mí  sino  hiél  de  pecados.  Asi  que  primero  morirá 
Él  allí  de  sed,  que  yo  (con  la  enmienda  de  mi  vida)  le  dé  algún 
refrigerio. 

No  sé  ya  más  qué  poder  decir,  pues  no  hallo  en  todo  el  mun- 
do otra  mayor  dureza  que  la  mía.  Veo  cubrirse  el  mundo  de  ti- 
nieblas y  escurecerse  los  cielos  de  dolor,  y  yo  no  me  duelo:  veo 
despedazarse  las  piedras  y  los  muros  y  las  montañas,  y  yo  no 
me  despedazo:  veo  llorar  con  la  piadosa  Madre  los  ángeles  y  to- 
das las  criaturas,  y  yo  no  lloro:  veo  temblar  la  tierra  con  todo  lo 
que  en  ella  es,  y  yo  no  tiemblo:  veo  al  Centurión  y  á  los  otros 
soldados  herir  sus  pechos  y  volver  á  sus  casas  arrepentidos,  y  yo 
aun  con  todo  esto  le  ofendo.  Oh  todas  las  criaturas  del  mundo, 
si  yo  soy  la  causa  de  vuestra  turbación,  ¿porqué  no  os  volvéis 
contra  mí?  ¿Porqué  no  tomáis  venganza  de  las  injurias  de  vues- 
tro Señor  ?  Yo  os  requiero  que  no  tengáis  piedad  de  mí,  pues  yo 
nunca  la  he  tenido  de  vuestro  Señor.  No  penséis  que  podréis  ser 
en  algo  demasiadas  y  crueles  contra  mí,  porque  nunca  podrá  ser 
tanta  la  pena  que  me  daréis,  cuanta  fué  la  gravedad  de  mis  cul- 
pas. Oh  Virgen  dolorosa,  oh  bienaventurado  Juan,  y  Magdale- 


4T0  GUIA  DE  PECADORES 


na,  y  vosotras  sanctas  mujeres  que  yacéis  al  pie  de  la  cruz  lloran- 
do, ¿  qué  será  de  mí  malvado,  ó  por  mejor  decir,  única  fuente  de 
todos  los  males?  Yo  soy  la  causa  de  vuestra  pena  y  de  la  de  todas 
las  criaturas,  y  para  mayor  colmo  de  mi  malicia  no  puedo  con  las 
otras  criaturas  dolerme  de  tanto  mal,  por  donde  con  mucha  ra- 
zón me  tengo  por  digno  de  ser  descomulgado  y  apartado  de  la 
compañía  de  todas  ellas. 

Oh  Señor  mío,  ¿qué  será  de  mí?  Tú  rogaste  al  Padre  que 
perdonase  á  los  que  te  crucificaban,  excusándolos  con  su  igno- 
rancia: mas  yo  no  peco  ya  por  ignorancia  sino  por  malicia,  y  por 
eso  no  me  debe  alcanzar  parte  desa  oración.  Tú  perdonaste  allí 
al  buen  ladrón  y  le  prometiste  el  Paraíso:  mas  yo  no  soy  merece- 
dor desta  promesa,  porque  ni  tengo  la  fe  que  él  tuvo,  ni  sus  lágri- 
mas y  contrición.  Tú  allí  encomendaste  la  Madre  al  discípulo 
amado:  mas  yo  ¿  á  quién  debo  ser  encomendado,  viviendo  tan 
obstinado  en  el  mal?  Tú  dejaste  las  vestiduras  á  los  soldados,  y 
el  cuerpo  á  Nicodemus:  mas  á  mí  no  me  puedes  dejar  otra  cosa 
por  vía  de  justicia  sino  el  infierno,  el  cual  yo  acepto  de  buena 
voluntad.  Y  pues  habiendo  cometido  contra  ti  tan  grandes  pe- 
cados, no  te  he  honrado  con  mi  penitencia,  yo  te  honraré  de  aquí 
adelante  en  el  infierno  con  mi  pena,  y  seré  materia  de  alabanza 
á  todas  tus  criaturas. 

SÍGUESE  OTRA  ORACIÓN 
para  antes  de  la  confesión. 

¿Soberano  Hacedor  de  todas  las  cosas, pensando  comigo  mis- 
mo cuánto  he  ofendido  con  mis  pecados  á  tu  infinita  Ma- 
jestad, espantóme  de  mi  locura:  considerando  cuan  benigno  y 
"magnífico  Padre  he  desamparado,  maldigo  mi  desagradecimien- 
to: viendo  de  cuan  noble  libertad  caí  en  tan  miserable  servidum- 
bre, condeno  mi  desatino,  y  no  sé  qué  pueda  poner  delante  de 
mis  ojos  sino  infierno  y  desesperación,  porque  tu  justicia  (de 
quien  no  puedo  huir)  espanta  mi  consciencia.  Mas  por  el  contra- 
rio, cuando  considero  aquella  tu  grande  misericordia,  que  (según 
el  testimonio  de  tu  Profeta)  va  delante  de  todas  tus  obras,  y  con 
la  cual  en  cierta  manera  vences  á  ti  mismo  (puesto  que  de  nadie 
puedes  ser  vencido)  luego  un  frescor  alegre  de  esperanza  recrea 


LIBRÓ  m.  TRATADO  ni.  4II 


y  esfuerza  mi  ánima  entristecida.  Porque  ¿cómo  desesperaré  yo 
de  hallar  perdón  en  Aquél  que  por  la  Escritura  de  sus  profetas 
tantas  veces  convida  los  pecadores  á  penitencia,  diciendo  que 
no  quiere  la  muerte  del  pecador,  sino  que  se  convierta  y  viva? 
Y  allende  desto  tu  unigénito  Hijo  nos  manifestó  por  muchas  com- 
paraciones cuan  aparejado  está  tu  perdón  á  todos  los  arrepenti- 
dos. Esto  nos  significó  por  la  joya  perdida  y  hallada,  y  por  la 
oveja  descarriada  y  traída  sobre  los  hombros  de  su  pastor,  y 
mucho  más  por  la  comparación  del  hijo  pródigo,  cuya  imagen 
en  mí  conozco.  Porque  yo  soy  el  que  injustísimamente  desam- 
paré á  ti,  mi  amantísimo  Padre,  y  el  que  desperdicié  malamente 
toda  rni  hacienda,  y  obedeciendo  á  los  apetitos  de  mi  carne,  huí 
de  la  subjección  de  tus  mandamientos, y  caí  en  el  torpísimo  cative- 
rio  de  los  pecados,  y  quedé  puesto  en  extrema  miseria,  de  la 
cual  no  sé  otro  que  me  pueda  sacar,  sino  solo  Aquél  que  desam- 
paré. Reciba  pues,  Señor,  tu  misericordia  al  humilde  que  te  pide 
perdón,  á  quien  hasta  agora  has  esperado  tan  blandamente.  No 
merezco  levantar  á  ti  los  ojos,  ó  llamarte  Padre:  mas  tú  que  ver- 
daderamente eres  Padre,  ten  por  bien  mirarme  con  tales  ojos. 
Porque  tu  vista  sola  resuscita  los  muertos,  y  ella  es  la  que  hace 
volver  en  sí  á  los  desatinados,  pues  aun  hasta  el  mismo  pesar 
que  de  raí  tengo,  no  lo  pudiera  tener  si  tú  no  me  hobieras  mi- 
rado. Cuando  lejos  de  ti  andaba  perdido,  mirásteme  dende  el  cie- 
lo, y  abriste  mis  ojos  para  que  me  mirase  y  me  hallase  metido 
en  tantos  males,  y  agora  me  sales  á  recebir,  dándome  el  cono- 
cimiento y  memioria  de  la  inocencia  perdida.  I^  pido  tus  abra- 
zos ni  besos,  no  demando  la  vestidura  rica  que  solía  vestirme,  ni 
el  anillo  de  mi  antigua  dignidad,  ni  te  suplico  me  recibas  á  la 
honra  de  tus  hijos:  asaz  me  irá  bien,  si  me  contares  entre  tus  es- 
clavos herrados  con  tu  señal  y  atados  con  tus  cadenas  como  á 
fugitivos,  para  que  no  pueda  ya  más  apartarme  de  ti.  No  me  pe- 
sará ser  en  esta  vida  uno  de  los  más  desechados,  ni  ser  azotado 
con  azotes  de  penitencia,  ni  vestirme  de  cilicio  y  de  jerga,  con 
tanto  que  para  siempre  no  me  vea  yo  apartado  de  ti.  Óyeme 
pues.  Padre  piadoso,  y  dame  el  favor  de  tu  unigénito  Hijo  y  el 
remedio  de  su  muerte.  Dame  tu  espíritu  que  purifique  mi  cora- 
zón y  le  confirme  en  tu  gracia,  porque  no  torne  á  volver  por 
mi  ignorancia  al  destierro  de  donde  me  revocó  tu  clemencia.  Tú 
que  vives  y  reinas  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 


412  GUIA  DE  PECADORES 


SÍGUESE  OTRA  MUY  DEVOTA  ORACIÓN 
fara  después  de  haber  confesado. 

JuiÉN  es  el  hombre,  oh  Padre  de  las  misericordias,  á  quien 
^  tanto  amaste,  que  por  él  dieses  tu  preciosísimo  y  amantí- 
símo  Hijo?  Porque  nosotros  viviésemos,  Él  murió:  porque  nos- 
otros nos  alegrásemos.  Él  se  entristeció:  porque  nosotros  saná- 
semos. Él  fué  llagado,  y  porque  fuésemos  limpios,  Él  derramó 
su  sangre  preciosa.  ¿Qué  hallaste,  Señor,  en  el  hombre,  porque 
tanto  le  ames  y  tanto  hagas  por  él?  Porque  según  veo,  todo  el 
riquísimo  tesoro  y  todo  lo  que  tu  paternal  corazón  pudo  dar, 
diste  por  su  rescate,  que  fué  Jesucristo  tu  amado  Hijo,  verbo  de 
tu  corazón,  con  quien  nos  declaras  el  amor  que  como  verdadero 
Padre  dende  ab  eterno  nos  tienes.  Oh  clementísimo  Padre,  por 
el  amor  y  humilísimos  ruegos  de  tu  amado  Hijo  perdona  las 
culpas  deste  tu  desleal  esclavo.  Acuérdate  del  dignísimo  sacri- 
ficio de  tu  Hijo,  y  olvídate  del  desacato  de  tu  vilísimo  siervo, 
pues  mucho  más  es  lo  que  Él  te  pagó  por  mí,  que  lo  que  yo  te 
puedo  deber.  ¡Oh,  si  tuvieses  por  bien  poner  en  una  balanza  mi 
malicia  y  su  bondad,  mis  vicios  y  sus  heridas,  sin  dubda  ellas  pe- 
sarían mucho  más!  Porque  ¿qué  delicto  puede  ser  tan  grave,  por 
quien  no  pueda  satisfacer  tal  tristeza,  tal  aflición,  tal  obediencia, 
tal  humildad,  tan  vencedora  paciencia  y  sobre  todo  tan  inmenso 
amor?  ¿Qué  crimen  habrá  tan  enorme,  que  no  pueda  ser  lavado 
con  aquel  fervoroso  y  sangriento  sudor,  y  con  aquel  abundoso 
río  de  su  sangre?  ¿Qué  pecado  habrá  tan  abominable,  á  quien  no 
sobrepuje  la  muerte  de  Cristo?  Oh  Padre  celestial,  ofrézcote  yo 
agora  al  mismo  salvador  y  redemptor  mío  Jesucristo  tu  muy 
querido  hijo,  ayuntando  mi  pobre  devoción  y  agradecimiento  con 
aquel  tan  grande  amor  y  candad  con  que  tú  le  enviaste  al  mun- 
do, para  que  se  vistiese  de  mi  carne  y  me  librase  de  la  eterna 
damnación.  Ofrézcote  sus  dolores  extraños  y  sus  incomprehensi- 
bles angustias  (las  cuales  tú  solo  cumplidamente  conoces)  por  to- 
dos mis  pecados,  en  lugar  del  dolor  y  contrición  que  yo  soy  obli- 
gado á  tener  por  ellos.  Ofrézcote  su  sangriento  sudor  por  las  lá- 
grimas que  yo  hubiera  de  tener,  y  no  tengo,  ni  puedo  derra- 
mar por  la  dureza  grande  de  mi  corazón.  Ofrézcote  sus  humilí- 


LIBRO   III.   TRATADO   III.  413 

simas  y  muy  inflamadas  oraciones,  por  toda  la  tibieza,  pereza  y 
negligencia  mía.  Finalmente  ofrézcote  todos  sus  gravísimos  tra- 
bajos y  ejercicios  de  virtudes,  su  áspera  y  rigurosa  vida,  y  todo 
cuanto  en  ella  obró,  y  los  crudelísimos  tormentos  que  sufrió,  jun- 
to con  todos  los  loores  de  los  soberanos  espíritus,  y  con  los  me- 
recimientos de  todos  los  sanctos,  en  sacrificio  digno  de  tu  glo- 
ria, por  todos  los  pecados  con  que  yo  en  toda  mi  vida  te  he 
ofendido,  y  por  las  buenas  obras  que  dejé  de  hacer,  y  asimismo 
por  todos  los  vivos  y  defunctos,  por  los  cuales  tú,  mi  Dios,  quie- 
res ser  rogado,  y  me  mandas  rogar,  para  que  á  todos  ellos  des 
por  los  merecimientos  de  este  Señor  lo  que  tú  sabes  que  les 
conviene,  para  que  fielmente  te  sirvan  en  aquel  estado  á  que  por 
tu  misericordia  fueron  llamados.  Tú  que  vives  y  reinas  en  los  si- 
glos de  los  siglos.  Amén. 

SÍGUESE  UNA  BREVE  MANERA  DE  CONFESAR 
para  las  personas  que  se  confiesan  á  menudo. 


jNO  de  los  trabajos  que  padescen  las  personas  que  se  con- 
\¿J'  fiesan  á  menudo,  es  no  hallar  á  veces  cosas  de  que  echar 
mano  para  haberse  de  confesar.  Porque  como  por  una  parte  creen 
y  saben  cierto  que  no  carecen  de  pecados,  y  por  otra  al  tiempo  del 
confesar  no  los  hallan,  congójanse  por  esto  demasiadamente  y 
creen  de  sí  que  nunca  jamás  se  confiesan  á  derechas. 

De  esto  podríamos  señalar  dos  causas.  La  una,  que  en  hecho 
de  verdad  es  dificultoso  negocio  conoscer  el  hombre  á  sí  mismo 
y  entender  muy  bien  todos  los  rincones  de  su  consciencia.  Porque 
no  en  balde  dijo  el  Profeta:  Los  delictos  ^ quién  los  entiende?  De 
mis  pecados  ocultos  líbrame.  Señor.  La  otra  causa  es,  porque  los 
pecados  de  los  justos  (los  cuales  dice  el  Sabio  que  caen  siete  veces 
al  día)  más  son  pecados  de  omisión  que  de  comisión,  los  cuales 
son  muy  dificultosos  de  conoscer.  Para  cuyo  entendimiento  es  de 
saber  que  todos  los  pecados  se  cometen  por  una  de  dos  vías:  con- 
viene saber,  ó  por  vía  de  comisión  (que  es  haciendo  algunas  obras 
malas,  como  es  hurtar,  matar,  deshonrar  &c.)  ó  por  vía  de  omisión, 
que  es,  dejando  de  hacer  algunas  buenas,  como  es  dejando  de  amar 
á  Dios,  ayunar,  rezar  &c.  Pues  entre  estas  dos  maneras  de  pecados 


414  GUIA  DE  PECADORES 


los  primeros  (como  consisten  en  hacer)  son  muy  sensibles  y  muy 
fáciles  de  conoscer:  mas  los  segundos  (como  no  consisten  en  ha- 
cer, sino  en  dejar  de  hacer)  son  más  dificultosos,  porque  lo  que 
no  es,  no  tiene  tomo  para  echarse  de  ver.  Por  donde  no  es  de 
maravillar  que  las  personas  espirituales  (mayormente  cuando  son 
simples)  no  hallen  á  veces  pecados  de  que  acusarse:  porque  como 
las  tales  personas  no  caen  tantas  veces  en  aquellos  pecados  de 
comisión  (que  dijimos)  y  los  otros  que  son  por  vía  de  omisión, 
no  los  entienden,  de  aquí  nace  no  hallar  de  qué  confesarse,  y  el 
afligirse  por  esto. 

Pues  para  remedio  desto  me  páreselo  ordenar  este  memorial 
para  las  tales  personas,  en  el  cual  principalmente  se  trata  deste 
género  de  pecados.  Y  porque  los  tales  pecados  pueden  ser,  ó  con- 
tra Dios,  ó  contra  nos,  ó  contra  nuestros  prójimos,  por  eso  va  el  me- 
morial repartido  en  tres  partes,  que  destas  tres  maneras  de  ne- 
gligencias tratan.  Muchas  de  las  cuales  á  veces  no  serían  ni  aun 
pecados  veniales,  mas  todavía  son  imperfecciones  y  desfalleci- 
mientos, y  muchas  veces  podrán  ser  pecados  veniales:  por  don- 
de los  que  caminan  á  la  perfección,  no  del  todo  deben  dejar  la 
acusación  de  ellas.  Aunque  esto  no  conviene  que  se  haga  siem- 
pre, sino  algunas  veces  (especialmente  en  las  fiestas  señaladas) 
porque  no  se  cansen  los  confesores  con  nuestra  demasiada  pro- 
lijidad. Mas  las  otras  veces  ordinarias  podrá  cada  uno  tomar  de 
aquí  lo  que  le  paresciere  que  más  hace  para  descargo  de  su 
conciencia. 

SÍGUESE   EL  MEMORIAL. 

¡(•fl.iCHA  la  confesión  general,  antes  que  entre  en  la  acusación 
particular  de  sus  culpas,  acúsese  de  estas  cuatro  cosas 
siguientes. 

Primeramente,  de  no  venir  tan  aparejado  á  este  sacramento, 
ni  haber  puesto  tanta  diligencia  en  examinar  su  consciencia,  co- 
mo debiera. 

Lo  segundo,  de  no  traer  tanto  dolor  y  arrepentimiento  de 
sus  culpas,  ni  tan  firme  y  verdadero  propósito  de  apartarse  de- 
Uas,  cuanto  debiera. 

Lo  tercero,  de  no  haberse  llegado  al  sancto  sacramento  de  la 
Comunión  con  aquella  pureza  de  consciencia  y  con  aquella  re- 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  4 1  5 


verenda  y  devoción  que  convenía,  y  después  de  haber  comul- 
gado, no  haber  tenido  aquel  recogimiento  que  para  tan  alto  hués- 
ped se  requería. 

Lo  cuarto, de  no  haber  puesto  tanta  diligencia  en  la  enmienda 
de  su  vida,  y  procurado  de  aprovechar  cada  día  más  en  el  per- 
vicio  de  nuestro  Señor,  sino  antes  permanescido  en  una  misma 
tibieza  y  negligencia,  y  aun  vuelto  atrás.  Dicho  esto,  comience 
á  acusarse  por  la  orden  siguiente. 

Para  con  Dios, 

'ara  con  Dios,  acúsese  primeramente  de  la  caridad:  convie- 
ne saber,  de  no  haber  amado  á  Dios  con  todo  su  corazón 
y  ánima,  como  era  obligado,  sino  antes  puesto  su  amor  desorde- 
nadamente en  las  criaturas  y  vanidades  deste  siglo,  olvidándose 
de  su  Criador. 

De  la  fe  se  acuse,  si  no  ha  tenido  tan  firme  fe  como  debiera, 
y  si  no  ha  desechado  de  sí  tan  presto  las  fantasías  y  pensamien- 
tos que  el  demonio  acerca  desto  le  ha  traído. 

De  la  esperanza  se  acuse,  si  en  los  trabajos  y  necesidades 
que  se  le  han  ofrecido,  no  ha  recorrido  á  nuestro  Señor  con  aque- 
lla seguridad  y  confianza  que  debiera,  y  si  ha  desmayado  y  con- 
gojádose  demasiadamente  con  ellos:  porque  esto  nasce  de  fla- 
queza de  confianza. 

De  la  pureza  de  intención,  acúsese  que  las  obras  del  servi- 
cio de  nuestro  Señor  no  las  hace  con  aquella  pureza  de  inten- 
ción, por  solo  Dios,  como  debría,  sino  algunas  veces  por  cumpli- 
miento, otras  por  sola  costumbre,  otras  porque  son  conformes  á 
su  gusto  y  apetito,  y  otras  por  otros  semejantes  intereses  y  res- 
pectos. 

Acúsese  también  de  haber  sido  muy  flojo  y  negligente  en 
responder  á  las  inspiraciones  de  nuestro  Señor  y  á  sus  llama- 
mientos, resistiendo  en  esto  muchas  veces  al  Espíritu  Sancto, 
por  no  hacerse  fuerza  y  ponerse  á  un  poco  de  trabajo.  Ésta  es 
una  culpa  muy  espiritual,  y  muy  secreta,  y  muy  digna  de  hacer 
siempre  consciencia  della. 

Asimismo,  de  no  haber  sido  tan  agradescido  á  los  beneficios 
divinos  como  debiera,  ni  dado  tantas  gracias  por  ellos,  ni  apro- 
vechádose  de  ellos  para  amar  &  servir  más  al  dador  de  todo, sino 


4l6  GUIA  DE  PECADORES 


á  veces  para  ensoberbecerse  con  ellos  y  tener  en  menos  á  los 
otros. 

También  se  acuse  del  olvido  de  nuestro  Señor,  trayéndolo 
muchas  veces  como  desterrado  de  su  corazón,  habiendo  siempre 
de  andar  en  su  presencia  y  traerlo  ante  los  ojos. 

También  se  acuse  de  la  poca  reverencia  que  ha  tenido  á 
nuestro  Señor  estando  en  las  iglesias  delante  el  sanctísimo  Sa- 
cramento, especialmente  oyendo  la  misa, estando  allí  con  mucho 
menor  temor  y  reverencia  que  estaría  delante  un  príncipe  de 
la  tierra,  que  es  un  vil  gusanillo  como  él. 

De  la  paciencia  en  las  adversidades,  acúsese  si  por  ventura 
no  ha  tenido  aquel  sufrimiento  en  los  trabajos  que  Dios  le  en- 
vía, ni  conocido  que  son  enviados  de  su  mano  para  su  bien,  ni 
dádole  aquellas  gracias  que  se  deben  á  tal  médico  por  tal  me- 
dicina, sino  antes  por  ventura  quejándose  y  murmurando  della. 
Esto  se  puede  especificar  más,  si  particularmente  nos  remuerde 
la  consciencia  de  algo. 

Para  consigo  mismo. 

VjCERCA  de  sí  mismo,  se  acuse  primeramente  de  no  tener 
aquella  prudencia  y  consideración  que  debría  en  todas  las 
cosas,  mayormente  en  las  palabras  que  ha  de  hablar,  y  en  todo 
lo  demás.  De  donde  viene  á  caer  en  muchos  yerros,  por  arro- 
jarse tan  presto  y  tan  sin  consideración  á  las  cosas,  y  ser  en  ellas 
muy  precipitado  y  liviano. 

De  la  negligencia  en  la  oración,  acúsese  si  ha  dejado  algunas 
veces  de  cumplir  con  sus  oraciones  y  ejercicios  acostumbrados, 
por  U víanos  impedimentos  que  se  le  hayan  ofrecido. 

ítem,  de  estar  en  la  oración  flojo  y  tibio,  y  derramado  el  co- 
razón con  diversos  pensamientos  y  cuidados,  y  de  no  estar  allí 
con  la  atención  y  reverencia  que  debía  tener  quien  está  delante 
de  Dios  y  habla  con  Él. 

De  la  constancia  y  perseverancia  en  los  buenos  propósitos, 
acúsese  gravemente  de  haber  sido  muy  liviano  y  muy  incons- 
tante en  los  buenos  propósitos  que  propone,  proponiendo  agora 
y  quebrantando  luego  lo  que  propuso,  y  siendo  en  esto  más  mo- 
vible y  más  inconstante  que  la  foja  del  árbol  que  se  menea  á 
cada  viento. 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  417 


De  la  mortificación  de  la  propria  voluntad,  acúsese  de  no  te- 
ner su  voluntad  tan  mortificada  y  tan  quebrada  como  debiera, 
y  tan  subjecta  á  la  de  nuestro  Señor,  sino  antes  muy  viva  y  muy 
entera  para  todo  lo  que  quiere  hacer,  procurando  siempre  de 
salir  con  sus  apetitos  adelante. 

De  la  mortificación  de  la  propria  sensualidad  y  de  la  carne, 
acúsese  de  no  tratarse  con  aquel  rigor  y  aspereza  que  debía,  sino 
antes  amarse  mucho  y  tratarse  regaladamente,  siendo  demasia- 
damente piadoso  para  sí  y  para  todas  sus  necesidades. 

De  la  mortificación  de  la  curiosidad,  acúsese  si  por  ventura 
es  amigo  de  saber  nuevas  y  historias,  ó  de  estudios  y  Ubros  cu- 
riosos, ó  de  alhajas,  y  vestidos,  y  otras  cosillas  polidas  y  bien  la- 
bradas, y  cosas  semejantes,  con  que  tiene  preso,  cautivo  y  em- 
barazado su  corazón. 

De  la  paz  del  corazón,  acúsese  de  no  haber  tenido  aquella 
paz  y  sosiego  interior  que  debía,  sino  antes  turbádose  muchas 
veces  con  los  accidentes  de  todas  las  cosas  que  se  ofi^ecen,  y  de- 
jándose llevar  por  doquiera  de  sus  pasiones,  sin  tener  dentro  de 
sí  ninguna  firmeza  ni  estabilidad. 

De  la  guarda  de  los  sentidos,  acúsese  de  no  traerlos  tan  re- 
cogidos como  era  razón,  sino  muy  placeros  y  derramados  por 
muchas  partes,  y  ser  por  esto  causa  que  el  corazón  se  vaya  tam- 
bién tras  ellos,  y  se  derrame. 

De  la  composición  del  hombre  exterior,  acúsese  de  no  an- 
dar tan  compuesto  en  todas  sus  cosas  y  movimientos  exteriores, 
ni  ser  tan  discipHnado  en  sus  palabras  y  obras  y  en  todos  sus 
pasos  y  movimientos  como  debría. 

También  se  acuse  aquí  del  tiempo  perdido  y  mal  gastado,  y 
de  muchas  palabras,  y  obras,  y  pensamientos  ociosos  en  que  lo 
habrá  ocupado,  pudiendo  con  él  granjear  bienes  eternos. 

Pafa  con  el  prójimo. 

^CERCA  del  prójimo,  se  acuse  de  no  tener  para  con  los  pró- 
jimos aquella  caridad  y  amor  que  Dios  manda,  ni  alegrán- 
dose tanto  de  sus  bienes,  ni  compadeciéndose  tanto  de  sus  ma- 
les como  de  los  suyos  propios,  según  que  lo  pedía  la  ley  de 
la  caridad. 

OBRAS  DE  GRANADA.  X-zy 


41 8  GUIA  DE  PECADORES 


De  no  haberlos  tenido  en  aquella  estima  y  reputación  que 
debiera,  sino  antes  muchas  veces  desestimándolos  y  desprecián- 
dolos en  su  corazón,  teniéndose  á  sí  en  mucho,  y  á  los  otros  en 
poco,  como  lo  hacía  el  fariseo  con  el  publicano. 

De  no  haber  sofrido  con  paciencia  los  defectos  ajenos,  ni 
compadecídose  dellos,  sino  antes  indignándose  contra  ellos,  y  des- 
preciándolos. 

De  no  haber  tenido  aquel  celo  y  deseo  de  la  salud  de  las 
ánimas,  ni  aquel  dolor  y  sentimiento  por  tantas  caídas  y  males 
como  hay  en  el  mundo,  ni  tanto  cuidado  de  rogar  á  Dios  por  ellas 
como  requería  tan  grande  necesidad. 

De  no  haber  dado  á  los  prójimos  aquel  ejemplo  que  debría 
en  todas  sus  cosas,  sino  antes  escandaUzándolos  muchas  veces  con 
palabras  y  obras  desordenadas. 

De  no  haber  tratado  á  los  prójimos  con  aquella  humanidad  y 
blandura  que  debiera,  sino  muchas  veces  con  aspereza,  y  seque- 
dad, y  desabrimiento,  y  desgracia,  &c. 

En  cada  cosa  destas  susodichas  debe  el  hombre  cargar  la 
mano  más  ó  menos,  según  se  hallare  culpado  en  ella.  Y  si  es  la 
negligencia  tal,  que  se  puede  especificar  cuántas  veces  cayó  en 
ella,  también  se  debe  hacer:  como  es  el  poco  sufrimiento  en  las 
adversidades,  y  el  dejar  los  ejercicios  de  devoción  acostumbrados 
sin  causa.  Porque  aunque  esto  no  sea  cosa  de  obligación,  todavía 
es  imperfección  dejarse  de  hacer. 

De  ¡os  pecados  de  comisión. 

¿I.ESPUÉS  de  haberse  acusado  desta  manera  de  los  pecados 
de  omisión,  puede  luego  acusarse  de  los  demás,  discu- 
rriendo por  los  diez  mandamientos,  y  pecados  capitales,  y  obras 
de  misericordia,  como  se  suele  hacer. 

Y  cuanto  á  los  diez  mandamientos,  particularmente  puede 
detenerse  en  cinco  dellos,  conviene .  saber,  en  el  segundo  de  no 
jurar,  si  por  ventura  ha  jurado,  &c. 

Y  en  el  tercero  de  sanctificar  las  fiestas,  de  cómo  las  sanc- 
tificó,  &c. 

Y  en  el  cuarto  de  honrar  los  padres,  de  cómo  cumplió  con 
las  obligaciones  de  su  estado  y  familia,  con  el  castigo  y  doctrina 
de  sus  hijos,  criados  y  esclavos,  &c. 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  419 


Y  en  el  sexto,  de  cómo  desechó  de  sí  los  pensamientos  des- 
honestos, &c. 

Y  en  el  octavo,  de  los  juicios  temerarios,  murmuraciones,  men- 
tiras y  sospechas,  &c. 

Cuanto  á  los  pecados  mortales,  puede  parar  señaladamente 
en  otros  cinco,  conviene  saber,  en  el  primero  de  la  soberbia, 
acusándose  de  la  falta  de  humildad  interior  y  exterior,  y  de 
las  especies  más  comunes  de  la  soberbia,  que  son  vanagloria, 
presumpción,  ambición,  jactancia,  &c.  si  en  alguna  de  éstas  ha 
caído. 

Y  también  en  el  segundo  de  el  avaricia,  de  no  tener  tan  des- 
pegado de  su  corazón  todo  amor  y  cobdicia  de  bienes  tempo- 
rales, y  no  ser  tan  pobre  de  espíritu  como  debiera. 

Y  en  el  cuarto  de  la  gula,  si  en  el  comer  y  beber  no  ha  te- 
nido la  templanza  y  medida  que  era  razón. 

Y  en  el  quinto  de  la  ira,  si  se  ha  desmandado  en  palabras 
airadas  ó  injuriosas.  Si  ha  echado  maldiciones.  Si  ha  ofrecido  al 
demonio  &c. 

Y  en  el  séptimo,  de  la  pereza  y  tibieza  en  las  cosas  del  ser- 
vicio de  nuestro  Señor. 

Asimismo  cuanto  á  las  obras  de  misericordia  se  acuse  de  no 
haber  socorrido  á  los  prójimos,  ni  compadecídose  de  sus  traba- 
jos, ni  rogado  á  Dios  por  ellos,  ni  amonestádolos  y  corregídolos 
con  caridad,  cuando  era  menester. 

Discurriendo,  pues,  desta  manera  por  todos  estos  pasos,  no 
habrá  ninguno  tan  justo,  ni  tan  Umpio,  que  no  halle  dentro  de  sí 
muchas  culpas  y  miserias  de  que  se  deba  acusar. 

Y  tenga  aviso  que  no  vaya  cada  vez  por  todas  estas  cosas  á 
hecho  leyéndolas  por  el  libro,  ó  rezándolas  de  coro  como  oración 
de  ciego  (según  que  hacen  muchos  con  grande  sequedad  de  es- 
píritu y  con  muy  poco  reconoscimiento  de  sus  yerros)  sino  dis- 
curriendo por  las  cosas  susodichas,  eche  mano  de  aquéllas  en 
que  se  hallare  más  culpado,  y  de  ésas  se  acuse,  no  por  las  pala- 
bra que  aquí  van  escritas,  sino  por  las  que  el  conosciraiento  de 
su  culpa  y  la  cualidad  della  le  enseñaren. 

Después  destas  acusaciones  generales,  debe  cada  uno  des- 
cendir  á  las  particulares  de  su  proprio  estado:  conviene  saber,  el 
casado  del  suyo,  y  el  clérigo,  y  el  religioso,  y  el  perlado,  y  el  se- 
ñor de  famiUa,  y  el  mercader,  y  el  oficial,  y  así  todos  los  demáSj 


420  GUIA  DE  PECADORES 

mirando  atentamente  las  obligaciones  de  su  estado,  y  acusándose 
de  todo  lo  que  en  ellas  hobiere  desfallecido. 

Examinada,  pues,  la  consciencia  por  esta  orden  susodicha, 
debe  antes  que  se  confiese  y  después  de  haberse  confesado,  re- 
zar aquellas  oraciones  que  poco  antes  señalamos  para  pedir  al 
Señor  perdón  de  sus  pecados,  y  despertar  su  corazón  al  dolor  y 
arrepentimiento  dellos. 

Sigúese  una  breve  manera  de  aparejarse  para  el  Sacramento 
de  la  Comunión. 

*ORQUE  el  sanctísimo  Sacramento  del  altar  es  vida  de  los 
que  dignamente  le  reciben,  y  juicio  de  los  que  le  reciben 
indignamente,  por  esto  conviene  mucho  mirar  con  qué  manera 
de  aparejo  nos  llegamos  á  él. 

Para  lo  cual  es  de  saber  que  (según  se  colige  de  la  doctrina 
de  los  sanctos)  cinco  cosas  se  requieren  para  comulgar  digna- 
mente, conviene  saber,  limpieza  de  consciencia,  limpieza  de  cuer- 
po, pureza  de  intención,  actual  devoción  y  memoria  de  la  sacra- 
tísima Pasión:  de  las  cuales  cosas  diremos  aquí  sumariamente. 

§.  I. 

La  primera  cosa  pues  que  se  requiere,  es  hmpieza  de  cons- 
ciencia, conviene  saber,  de  todo  pecado  mortal.  Porque  por  esto 
dijo  el  Profeta:  Lavaré  mis  manos  entre  los  inocentes  y  cercaré, 
Señor,  tu  altar:  donde  primero  dice  que  lavará  sus  manos,  que 
son  las  culpas  de  sus  obras,  y  después  que  se  acercará  al  altar, 
que  es  á  la  mesa  de  este  Señor.  Y  por  esto  mismo  nos  amenazó 
tan  espantosamente  el  Apóstol,  cuando  dijo:  Quienquiera  que  co- 
miere el  pan,  ó  bebiere  el  cáliz  del  Señor  indignamente,  será  reo 
contra  el  cuerpo  y  sangre  del  Señor.  En  las  cuales  palabras  da  á 
entender  que  los  que  se  llegan  en  pecado  mortal  á  este  misterio, 
cometen  una  culpa  semejante  á  la  que  cometieron  aquéllos  que 
crucificaron  á  Cristo,  pues  los  unos  y  los  otros  pecan  contra  el 
mismo  cuerpo  y  sangre  de  Cristo,  aunque  sea  en  diferente 
manera. 

Y  demás  desto,  {  qué  se  puede  seguir  de  juntarse  en  uno  dos 
cosas  tan  contrarias,  como  son  Cristo  y  el  pecador,  sino  corrup- 
ción de  la  una  á  la  otra?  Porque  las  cosas  semejantes  fácilmente 


LffiRO  III.  TRATADO  III.  42 1 


se  juntan  unas  con  otras,  como  un  hierro  con  otro  hierro  y  un  li- 
cor con  otro  licor.  Mas  las  contrarias  (como  son  el  agua  y  el  fue- 
go) en  ninguna  manera  se  pueden  juntar  sin  corromper  la  una 
á  la  otra.  Pues  como  por  medio  de  este  sanctísimo  Sacramento 
especialmente  se  junte  el  hombre  con  Cristo,  ¿qué  se  puede  es- 
perar de  esta  junta  sino  corrupción  de  la  parte  más  flaca?  ¿Cómo 
se  juntará  en  uno  el  bueno  con  el  malo,  el  limpio  con  el  sucio, 
el  humilde  con  el  soberbio,  y  el  manso  con  el  airado,  y  el  mise- 
ricordioso con  el  crudo?  Pues  por  esto  conviene  que  haya  alguna 
manera  de  semejanza  entre  el  cristiano  y  entre  Cristo,  ó  en  la 
obra,  ó  en  la  voluntad,  para  llegarse  dignamente  á  este  misterio. 
Lo  cual  todo  destruye  el  pecado  cuando  no  se  ha  purgado  por 
penitencia. 

Y  como  quiera  que  todos  los  pecados  mortales  hagan  esto, 
señaladamente  lo  hacen  dos  (que  más  particularmente  repugnan 
á  este  sacramento)  que  son,  enemistad  y  deshonestidad.  El  pri- 
mero, porque  como  éste  sea  sacramento  de  unión  (con  que  los 
fieles  comiendo  un  mismo  manjar,  se  hacen  un  ánima  y  un  co- 
razón) ¿qué  cosa  puede  ser  más  contraria  á  esta  unión,  que  la 
división  de  los  corazones  que  se  causa  con  el  odio?  Y  no  menos 
impide  el  segundo,  que  es  la  deshonestidad:  porque  si  este  sa- 
cramento no  sólo  se  recibe  en  el  ánima  sino  también  en  el  cuer- 
po, ¿qué  cosa  más  contraria  para  esto  que  aquel  linaje  de  peca- 
do, que  (como  dice  el  x\póstoI)  no  sólo  ensucia  el  ánima  sino 
también  el  cuerpo?  Y  por  esto  de  todos  y  más  destos  ha  de  ir 
limpio  el  que  se  llega  á  este  misterio,  arrepintiéndose  con  todo 
corazón  de  estos  y  de  todos  los  otros  males,  y  proponiendo  la 
emienda  dellos,  y  lavando  con  lágrimas  y  dolor  la  fealdad  de  sus 
culpas,  y  confesándose  enteramente  dellas. 

Y  no  sólo  de  las  mortales,  mas  también  de  las  veniales  debe 
tener  arrepentimiento  verdadero,  porque  aunque  éstas  no  quiten 
la  caridad,  quitan  el  fervor  de  la  caridad  y  el  fervor  de  la  de- 
voción, que  es  una  de  las  cosas  que  se  piden  para  este  aparejo. 
Y  trabaje  porque  este  arrepentimiento  sea  verdadero,  y  no  así 
superficial  y  como  por  cumplimiento,  cual  es  el  de  aquéllos  que 
cada  día  se  confiesan,  más  por  costumbre  y  cerimonia  que  con 
verdadero  dolor  y  arrepentimiento.  De  donde  nasce  que  siempre 
vivan  en  perpetua  tibieza  y  negligencia,  sin  emendarse  ni  aprove- 
char un  día  más  que  otro,  y  esto  cuasi  toda  la  vida. 


422  GUIA  DE  PECADORES 


§.  II. 

La  segunda  cosa  que  se  requiere,  es  limpieza  corporal,  con- 
viene saber,  que  aquella  noche  antes  no  haya  tenido  algún  tor- 
pe sueño  con  lo  que  del  se  suele  seguir,  porque  esto  comúnmen- 
te hace  botos  los  sentidos  y  el  entendimiento,  y  así  hace  al  hom- 
bre menos  devoto  y  menos  hábil  para  este  misterio.  Verdad  es 
que  cuando  esto  acaesciese  sin  pecado,  como  muchas  veces  acae- 
ce, ó  por  obra  del  demonio,  ó  por  flaqueza,  ó  otra  cualquier  dis- 
posición de  naturaleza,  y  por  otra  parte  hobiese  alguna  señala- 
da fiesta,  ó  otra  alguna  causa  racionable  para  comulgar,  no  debe 
el  hombre  abstenerse  por  solo  esto  de  la  comunión,  mayormen- 
te no  hallándose  pesado  y  boto  para  ella,  que  es  la  causa  por 
donde  impide  esta  manera  de  ilusión.  Mas  fuera  desta  necesidad 
dice  Sancto  Tomás  que  aunque  esto  acaesciese  sin  ninguna  cul- 
pa, es  loable  cosa  abstenerse  por  aquel  día  deste  sacramento. 

Y  por  la  misma  razón  deben  abstenerse  los  casados  del  uso 
del  matrimonio  la  víspera  de  la  comunión.  Porque  si  para  vacar 
á  la  oración  les  da  el  Apóstol  este  consejo,  ¿cuánto  más  para  la 
sagrada  comunión,  que  requiere  mayor  pureza?  Verdad  es  que 
cuando  esto  no  viene  por  parte  del  que  ha  de  comulgar,  y  si 
aguardase  esta  sazón,  ó  nunca  comulgaría,  ó  muy  pocas  veces,  no 
se  le  debe  por  esto  poner  entredicho  en  este  misterio  (como  dice 
S.  Gregorio)  porque  no  es  razón  privar  á  un  inocente  de  tan 
grande  beneficio  por  hacer  lo  que  debe  á  su  estado,  especialmen- 
te cuando  la  persona  es  tal  que  ninguna  pesadumbre  ni  menos- 
cabo de  devoción  recibe  por  eso  (como  á  muchas  acaesce)  y 
cuando  de  tal  manera  usa  del  matrimonio,  que  estando  en  el 
fuego,  no  se  quema,  como  dice  el  mismo  Sancto. 

§.  m. 

La  tercera  cosa  que  se  requiere,  es  pureza  de  intención:  de  la 
cual  carescen  los  que  se  llegan  á  comulgar,  ó  por  sola  costum- 
bre, ó  por  pura  necesidad,  ó  por  sólo  hallar  un  poco  de  gusto  y 
suavidad  en  la  comunión,  ó  por  ventura  por  alguna  ostentación 
de  virtud  (como  hacen  los  que  sirven  á  la  vanidad  y  ojos  del 
mundo)  ó  por  cobdicia  de  dinero,  como  hacen  algunos  malos  sa- 
cerdotes. Pues  quitados  estos  fines  á  parte,  comulgue  el  hombre 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  423 


por  aquel  fin  para  que  fué  instituido  este  sacramento,  que  es  para 
unirse  el  ánima  con  Cristo  por  amor,  y  para  sustentarse  en  la  vi- 
da espiritual  con  este  manjar,  y  para  crescer  con  él  de  virtud  en 
virtud,  y  para  alcanzar  por  él  perdón  de  sus  pecados,  y  para 
ofrecer  al  Padre  esta  divina  Hostia  por  la  salud  del  mundo,  y 
para  hacerse  participante  de  los  méritos  del  Hijo,  y  para  recebir 
por  Él  al  Espíritu  Sancto,  y  también  para  gustar  cuan  suave  es 
el  Señor,  no  por  razón  de  solo  el  gusto,  sino  por  el  esfuerzo  que 
con  él  se  recibe  para  toda  virtud.  Pues  el  que  con  estos  y  otros 
semejantes  fines  se  llegare  á  este  misterio,  éste  tendrá  aquella 
pureza  de  intención  que  para  comulgar  se  requiere. 

§.  IV. 

La  cuarta  cosa  que  se  ha  de  tener,  es  actual  devoción:  la  cual 
tendrá  el  que  se  llegare  con  actual  amor  y  temor  del  que  en 
este  sacramento  se  encierra:  porque  estos  dos  afectos  y  virtudes 
señaladamente  se  requieren  para  llegar  á  él.  Para  lo  cual  (des- 
pués de  la  divina  gracia)  una  de  las  cosas  que  más  a>aida,  es  la 
consideración.  Porque  para  el  temor  y  reverencia  aprovecha 
mucho  la  consideración  de  la  majestad  de  Dios,  y  de  nuestra  vi- 
leza y  miseria,  porque  cualquiera  destos  dos  extremos  profun- 
damente considerado,  hace  al  hombre  humilde  y  temeroso,  cuan- 
do piensa  llegarse  á  este  tan  alto  Sacramento.  Mas  para  el  amor 
y  deseo  sirve  la  consideración  de  la  bondad  y  misericordia  de 
nuestro  Señor,  y  de  las  causas  y  efectos  deste  divino  Sacramen- 
to, que  no  fueron  otras  que  las  de  su  venida  al  mundo.  Porque 
así  como  el  amor  fué  el  que  le  trajo  del  cielo  á  la  tierra,  y  el 
que  no  paró  hasta  ponerlo  en  manos  de  pecadores,  así  el  amor 
es  el  que  agora  le  hace  venir  otra  vez  al  mundo,  y  el  que  otra 
vez  le  deposita  en  nuestras  manos:  y  lo  que  entonces  obró  en 
aquella  primera  venida,  eso  mismo  es  lo  que  obra  agora  en  és- 
ta. Porque  este  venerable  Sacramento  perdona  los  pecados  pa- 
sados, esfuerza  contra  los  venideros,  enflaquece  las  pasiones,  di- 
minuye las  tentaciones,  despierta  la  devoción,  alumbra  la  fe,  en- 
ciende la  caridad,  confirma  la  esperanza,  fortalece  nuestra  fla- 
queza, repara  nuestra  virtud,  alegra  la  consciencia,  hace  al  hom- 
bre participante  de  los  merescimientos  de  Cristo,  y  dale  prendas 
de  la  vida  perdurable.  Éste  es  aquel  pan  que  confirma  el  cora- 


424  CUJA  DE  PECADORES 


zón  del  hombre,  que  sustenta  los  caminantes,  levanta  los  caídos, 
esfuerza  los  flacos,  arma  los  fuertes,  alegra  los  tristes,  consuela 
los  atribulados,  alumbra  los  ignorantes,  enciende  los  tibios,  des- 
pierta los  perezosos,  cura  los  enfermos,  y  es  común  socorro  de 
todos  los  necesitados.  Pues  si  tales  y  tan  maravillosos  son  los  efec- 
tos  deste  sacramento,  y  tal  la  bondad  y  amor  del  que  nos  lo  da, 
^  quién  no  será  cobdicioso  de  tales  riquezas?  ^-Quién  no  tendrá 
hambre  de  tan  excelente  manjar? 

Y  puesto  caso  que  este  sacramento  sea  de  tanta  dignidad,  no 
por  eso  debe  el  hombre  apartarse  de  él,  considerando  su  indig- 
nidad y  pobreza,  porque  para  pobres  se  proveyó  este  tesoro,  y 
para  enfermos  se  ordenó  esta  medicina,  y  para  necesitados  se 
dio  este  socorro,  y  para  hambrientos  se  aderezó  este  manjar.  Ver- 
dad es  que  él  es  pan  de  ángeles:  mas  también  es  pan  de  peni- 
tentes. Verdad  es  que  es  manjar  de  sanos:  mas  también  es  me- 
dicina de  enfermos.  Verdad  es  que  es  convite  de  reyes:  mas  tam- 
bién es  pan  de  trabajadores.  Verdad  es  que  es  manjar  de  robustos: 
mas  también  es  leche  de  niños.  Así  que  para  todos  es  todas  las 
cosas,  y  ninguno  por  imperfecto  que  sea  se  debe  abstener  de  esta 
medicina  si  de  todo  corazón  desea  sanar.  No  tienen  los  sanos  ne- 
cesidad de  médico  sino  los  enfermos,  y  pues  para  éstos  señala- 
damente vino  Cristo  al  mundo,  para  éstos  señaladamente  viene 
agora  en  este  sacramento. 

Con  estas  consideraciones  se  despiertan  el  amor  y  temor  deste 
sanctísimo  Sacramento,  para  lo  cual  sir^^e  una  devota  meditación 
que  adelante  se  pone. 

Y  para  esto  será  bien  que  el  hombre  tome  unos  tres  días  an- 
tes de  la  sagrada  comunión  á  honra  de  la  sanctísima  Trinidad 
(como  lo  aconseja  en  un  tratado  suyo  el  religiosísimo  duque  de  Gan- 
día) para  que  en  este  tiempo  se  ejercite  en  estas  y  otras  seme- 
jantes consideraciones,  invocando  el  primer  día  el  favor  del  Pa- 
dre, el  segundo  del  Hijo,  el  tercero  del  Espíritu  Sancto,  y  todos 
ellos  el  de  nuestra  Señora,  para  que  por  todas  partes  reciba  ayu- 
da para  un  tan  gran  negocio  como  es  aparejarse  dignamente  para 
este  misterio. 

Y  en  todo  este  tiempo  debe  andar  con  especial  cuidado  de 
mirar  por  sí  y  particularmente  procurar  que  esté  limpia  la  casa 
del  corazón,  donde  se  ha  de  aposentar  este  huésped  celestial,  y 
asimismo  la  puerta  de  la  boca,  por  donde  ha  de  entrar  en  ella, 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  42  5 


pues  no  es  justo  que  salgan  palabras  torpes  ni  maldicientes  por 
el  lugar  por  donde  ha  de  entrar  la  palabra  de  Dios  eterna  y  el 
Señor  de  toda  criatura. 

Y  el  mismo  cuidado  que  tuviere  antes  de  la  comunión,  ese 
mismo  conviene  tener  después,  para  que  por  todas  partes  le  sea 
ocasión  de  enriquescer  este  divino  sacramento,  y  por  todas  se  ha- 
bilite más  y  más  á  las  influencias  del. 

§•  V. 

La  quinta  cosa  que  se  requiere,  es  memoria  de  la  sagrada  Pa- 
sión: por  la  cual  fué  instituido  este  venerable  sacramento, para  que 
cada  vez  que  lo  recibiésemos,  nos  acordásemos  de  aquella  inmen- 
sa caridad  con  que  el  Hijo  de  Dios  se  ofreció  por  nosotros  en  la 
cruz,  y  de  todos  los  trabajos  que  por  nuestro  amor  pasó  dende 
el  pesebre  hasta  la  sepultura,  para  que  de  todos  ellos  tuviésemos 
aquel  reconoscimiento  y  diésemos  aquellas  gracias  que  merescía 
un  tan  grande  beneficio.  Y  por  esto  la  mañana  ó  la  noche  antes 
de  la  comunión  debemos  gastar  un  pedazo  de  tiempo  en  esta  pia- 
dosa meditación,  dando  gracias  al  Señor  por  este  beneficio,  que 
es,  por  todos  los  dolores  y  trabajos  que  en  su  muerte  y  vidasan- 
ctísima  por  nosotros  padesció. 

§.  VI. 

Después  de  todo  esto,  cuando  se  llegare  á  comulgar,  llegúe- 
se con  gran  temor  y  temblor,  diciendo  de  corazón  aquellas  pa- 
labras del  Centurión:  Doiíime,  7ion  siim  digmis  &-'C.  Y  cuando  re- 
cibiere la  hostia,  deténgala  un  poquito  en  la  boca  hasta  que  se 
humedezca  en  ella,  porque  no  se  le  pegue  álos  paladares.  Y  des- 
pués que  hobiere  comulgado,  no  escupa  luego  de  ahíá  un  peda- 
zo de  tiempo,  si  no  fuere  habiendo  necesidad,  y  en  lugar  limpio 
y  honesto,  ni  tampoco  se  vaya  luego  á  comer,  porque  no  junte 
con  aquella  divina  Hostia  otro  manjar  corruptible. 

Y  porque  todo  el  tiempo  en  que  la  hostia  está  entera  en  nues- 
tro pecho, es  tiempo  en  que  el  Sacramento  influye  gracia  en  el  áni- 
ma (como  dice  Cayetano)  en  ninguna  manera  conviene  que  sal- 
ga luego  de  la  iglesia,  ni  se  divierta  en  pláticas  ni  pensamientos 
de  cosas  terrenas,  sino  que  entonces  (más  que  en  otro  tiempo) 
emplee  todo  su  espíritu  y  todas  las  fuerzas  de  su  devoción  y  amor 


426  GUIA  DE  PECADORES 


en  dar  gracias  al  Señor  por  aquella  visitación  y  extender  los  bra- 
zos de  su  afición  al  que  tiene  dentro  de  sus  entrañas.  Y  trabaje 
por  acompañar  todo  aquel  día  con  este  amor  y  reconoscimiento 
al  huésped  que  le  vino  del  cielo,  no  desamparándolo  y  dejándo- 
lo solo  acabándolo  de  recibir,  como  hacen  algunos.  Y  tenga  por 
cierto  que  muchas  veces  en  media  hora  destas  se  alcanza  más 
luz,  más  devoción  y  más  espíritu  y  fortaleza,  que  en  muchos  otros 
muy  largos  y  espaciosos  ejercicios.  Porque  en  estos  obra  sola  la 
devoción  del  que  ora,  mas  aquí  obra  el  Sacramento  junto  con  la 
devoción:  y  entonces  parece  que  navega  el  hombre  á  solo  remo, 
mas  aquí  á  velas  y  remos  juntamente. 

SÍGUESE  UNA  MEDITACIÓN 

^ara  antes  de  la  sagrada  comunión,  para  despertar  en  el  ánima 
temor  y  amor  deste  Sanctisimo  Sacramento, 


JüiÉN  eres  tú,  Señor  mío,  y  quién  soy  yo,  para  que  me  ose 
llegar  á  ti?  ¿Qué  cosa  es  el  hombre  para  que  pueda  rece- 
bir  en  sí  á  Dios  su  hacedor?  ¿Qué  es  de  sí  el  hombre  sino  vaso 
de  corrupción,  muladar  de  vicios,  manjar  de  gusanos,  hijo  del  de- 
monio, heredero  del  infierno,  menospreciador  de  Dios,  y  una  cria- 
tura inhabilísima  para  todo  lo  bueno,  y  poderosísima  para  todo 
lo  malo?  ¿Qué  es  el  hombre  sino  un  animal  en  todo  miserable, 
en  sus  consejos  ciego,  en  sus  pensamientos  loco,  en  sus  obras 
vano,  en  sus  apetitos  sucio,  y  finalmente  en  todas  las  cosas  pe- 
queño, y  en  sola  su  estima  grande?  Cata  aquí.  Señor  mío,  quién 
soy  yo:  mas  ¿quién  eres  Tú?  Tú  eres  sin  cantidad  grande,, sin  ca- 
lidad bueno,  sin  medida  sabio  y  sin  mutación  eterno.  Tú  eres  en 
la  grandeza  infinito,  en  la  virtud  omnipotente,  en  la  sabiduría  in- 
menso, en  los  consejos  admirable,  en  los  juicios  terrible  y  en  to- 
das las  virtudes  acabado.  Pues  ¿  cómo  una  tan  vil  y  sucia  criatura 
se  osará  llegar  á  un  Dios  de  tan  grande  majestad?  Las  estrellas  no 
están  linjpias  delante  de  tu  acatamiento, las  colunas  del  cielo  tiem- 
blan delante  ti,  los  más  altos  de  los  serafines  encogen  sus  alas  en 
tu  presencia:  pues  ¿  cómo  te  osará  recebir  dentro  de  sí  una  tan 
baja  criatura?  El  sancto  Baptista  dende  las  entrañas  de  su  madre 
sanctificado,  no  osa  tocar  tu  cabeza:  el  príncipe  de  los  Aposto- 


LIBRO  m.  PARTE  II.  427 


les  da  voces  y  dice:  Apártate  de  mí,  Señor,  que  soy  hombre  pe- 
cador: ^y  osaré  yo  llegarme  á  ti  tan  cargado  de  pecados? 

Si  aquellos  panes  que  estaban  sobre  la  mesa  del  templo  de- 
lante Dios  (que  no  eran  más  que  una  som.bra  de  este  misterio)  no 
podía  comer  sino  quien  estuviese  limpio  y  sanctificado,  ¿cómo 
me  atreveré  yo  á  comer  del  pan  de  los  ángeles,  estando  tan  aje- 
no de  toda  sanctidad?  Aquel  cordero  pascual  (que  era  figura  de 
este  sacramento)  mandaba  Dios  que  se  comiese  con  pan  cence- 
ño y  con  lechugas  amargas,  calzados  los  zapatos  y  ceñidas  las 
renes:  pues  ¿cómo  osaré  yo  llegarme  al  verdadero  Cordero  pas- 
cual sin  llevar  este  aparejo?  ¿Qué  es  de  la  pureza  del  pan  cen- 
ceño sin  levadura  de  pecado?  ¿Qué  es  de  las  lechugas  amargas 
de  la  verdadera  contrición?  ¿Dónde  está  la  pureza  de  las  renes  y 
la  limpieza  de  los  pies,  que  son  los  deseos?  Temo,  y  mucho  temo, 
cómo  seré  rescebido  en  esta  mesa,  si  me  falta  este  aparejo.  Desta 
mesa  fué  desechado  aquél  que  no  se  halló  con  ropa  de  bodas,  y 
atado  de  pies  y  manos  fué  ma  ndado  echar  en  las  tinieblas  exte- 
riores. Pues  ¿qué  otra  cosa  espero  yo,  si  de  esta  manera  me  hallare 
en  este  convite?  Oh  divinos  ojos,  á  los  cuales  están  abiertos  y 
desnudos  todos  los  rincones  de  nuestras  ánimas,  ¿  qué  será  de  la 
mía,  si  ante  ellos  paresciere  así  desnuda? 

Tocar  el  arca  del  testamento  (que  no  era  más  que  figura  des- 
te  misterio)  fué  cosa  tan  grave,  que  el  sacerdote  que  la  tocó  lla- 
mado Oza,  fué  luego  castigado  con  arrebatada  muerte.  Pues  ¿có- 
mo no  temeré  yo  el  mismo  castigo,  si  recibiere  indignamente  al 
que  por  aquella  arca  era  figurado?  No  hicieron  los  Betsamistas 
más  que  mirar  curiosamente  esta  misma  arca,  cuando  pasaba  por 
su  tierra,  y  por  solo  este  atrevimiento  dice  la  Escriptura  divina 
que  mató  Dios  cincuenta  mil  hombres  de  aquel  pueblo.  ¡  Oh  cosa 
para  temer!  No  menospreciaron  el  arca,  no  la  recibieron  con 
mala  cara,  antes  se  alegraron,  y  le  hicieron  fiesta,  y  le  ofrecieron 
sacrificios:  y  sólo  haber  querido  curiosamente  mirarla,  fué  culpa 
digna  de  tan  grande  pena.  ¿Quién  temiera  tal  castigo  por  tal  de- 
licto,  de  un  Dios  tan  piadoso?  Pues  ¡oh  misericordioso  y  terrible 
Dios,  cuánto  mayor  cosa  es  tu  sacramento  que  aquel  arca,  y 
cuánto  mayor  cosa  es  rescebirte  que  mirarte! Pues  ¿cómo  no  tem- 
blaré yo,  cuando  me  llegare  á  rescibir  un  Dios  de  tan  grande  ma- 
jestad y  justicia,  y  que  quiere  ser  tratado  con  tanta  revevencia? 

Y  si  tanta  razón  tengo  para  temer  considerando  tu  grandeza. 


428  GUIA  DE  PECADORES 


¡cuánto  más  debo  temer  considerando  mi  indignidad  y  sinjusti- 
cia!  Acuérdeme,  Señor,  de  muchas  y  muy  graves  culpas  que 
tengo  en  este  mundo  cometidas  contra  ti.  Tiempo  hubo  (y  ple- 
ga  á  tu  misericordia  no  lo  sea  también  ahora)  cuando  la  cosa  más 
oh'idada  y  menos  amada  eras  tú,  hermosura  infinita,  y  cuando 
el  polvo  de  las  criaturas  tenía  en  más  que  el  tesoro  de  tu  gracia 
y  la  esperanza  de  tu  gloria.  La  ley  de  mi  vida  eran  mis  deseos, 
la  obediencia  tenía  dada  á  mis  apetitos:  no  tenía  cuenta  contigo 
más  que  si  nunca  te  conosciera.  Yo  so}'  aquel  necio  que  dijo 
en  su  corazón:  No  hay  Dios,  porque  de  tal  manera  viví  un  tiem- 
po como  si  creyera  que  no  lo  había.  Nunca  por  tu  amor  traba- 
jé, nunca  por  tu  justicia  temí,  nunca  por  tus  leyes  me  aparté  de 
lo  malo,  nunca  por  tus  beneficios  te  di  las  gracias  que  debía,  nun- 
ca por  saber  que  tú  estabas  en  todo  lugar  presente,  dejé  de  pe- 
car contra  ti.  Todo  lo  que  mis  ojos  desearon  les  concedí,  y  no 
fui  á  la  mano  á  mi  corazón  para  estorbarle  alguno  de  sus  de- 
leites. (jOué  género  de  maldades  hay,  por  donde  no  haya  pasa- 
do mi  malicia?  ¿Qué  otra  cosa  fué  toda  mi  vida  sino  una  perpe- 
tua guerra  contra  ti,  y  una  renovación  de  todos  los  martirios  que 
pasaste  por  mi?  ¡Cuántas  veces  por  la  golosina  de  un  deleite,  ó 
de  un  poco  de  dinero,  como  otro  Judas  te  vendí!  Pues  ¿qué  será 
allegarme  yo  agora  á  recebirte,  sino  darte  paz  con  el  mismo  Ju- 
das, después  de  haberte  vendido?  ¿Qué  hice  las  otras  veces  que 
comulgué,  y  acabando  de  comulgar  te  ofendí,  sino  escarnecerte 
con  los  soldados,  que  por  una  parte  hincadas  las  rodillas  te  ado- 
raban, y  por  otra  con  la  caña  te  herían?  Pues,  oh  Salvador  y  Juez 
mío,  ¿cómo  te  osaré  recibir  en  una  tan  sucia  posada?  ¿Cómo  de- 
positaré tu  sagrado  cuerpo  en  la  cama  de  los  dragones  y  en  el 
nido  de  las  serpientes?  ¿Qué  cosa  es  el  ánima  llena  de  pecados 
sino  una  casa  del  demonio,  un  establo  de  bestias,  un  cenagal  de 
puercos  y  un  muladar  de  todas  las  inmundicias^  Pues  ¿cómo  es- 
tarás tú,  pureza  virginal  y  fuente  de  hermosura,  en  lugar  tan  abo- 
minable? ¿Qué  tiene  que  ver  la  luz  con  las  tinieblas,  y  la  com- 
pañía de  Dios  con  la  de  Belial?  Oh  flor  del  campo  y  azucena  de 
los  valles,  ¿cómo  quieres  tú  agora  ser  hecho  manjar  de  bestias? 
¿Cómo  se  ha  de  dar  ese  divino  manjar  á  los  perros,  y  esa  tan 
preciosa  margarita  á  los  puercos?  Oh  amador  de  las  ánimas  pu- 
ras y  limpias,  que  te  pascientas  entre  los  lirios  mientras  dura  el 
día  y  se  inclinan  las  sombras,  ¿  qué  pasto  te  podré  yo  dar  en  este 


LIBRO  Iir.  TRATADO  III.  429 


corazón,  donde  no  nascen  estas  flores,  sino  solamente  cardos  y 
espinas  ? 

Tu  lecho  es  de  madera  de  Líbano,  las  columnas  tiene  de  plata, 
y  el  reclinatorio  de  oro,  y  la  subida  colorada.  No  hay  en  esta  casa 
ninguno  de  estos  colores:  pues  i  qué  silla  te  daré  yo  cuando  en- 
trares en  ella?  Tu  sagrado  cuerpo  fué  envuelto  en  una  sábana 
limpia  y  sepultado  en  un  sepulcro,  donde  nadie  había  sido  sepul- 
tado: pues  ¿qué  parte  hay  en  mi  ánima  que  sea  limpia  y  nueva, 
donde  te  pueda  yo  sepultar?  ¿Qué  ha  sido  mi  boca  sino  sepultura 
abierta,  por  donde  saUa  el  hedor  de  mis  pecados?  ¿Qué  mi  co- 
razón, sino  fuente  de  vicios?  ¿Qué  mi  voluntad,  sino  casa  y  cama 
del  enemigo?  Pues  ¿cómo  osaré  yo  llegarme  con  estos  labios  su- 
cios á  rescibirte  y  darte  paz?  Ninguna  parte  hay  en  mi  ánima  que 
esté  pura  y  limpia  y  que  no  haya  sido  muchas  veces  corrompida 
por  el  pecado:  pues  ¿qué  es  del  sepulcro  nuevo  y  Umpio,  donde 
te  haya  de  sepultar? 

Oh  Redemptor  y  Salvador  mío,  confúndome  de  verme  tal. 
Avergüénzorae  de  ver  cuál  voy  á  la  cama  y  á  los  brazos  del 
Esposo  del  cielo,  que  de  nuevo  me  quiere  recibir.  ¿Hasta  aquí  ha 
llegado  tu  piedad,  que  no  te  afrentes.  Rey  de  gloria,  de  recibir  en 
tu  casa  y  tomar  por  esposa  á  la  desechada  y  deshonrada  por 
un  tal  vilísimo  rufián?  Llevóse  el  demonio  la  flor  de  mi  honesti- 
dad, ¿y  contentaste  tú  con  los  desechos  del  enemigo?  Tú  (dices) 
has  fornicado  con  todos  cuantos  amadores  has  querido:  pero  con 
todo  eso  vuélvete  á  mí,  que  yo  te  recibiré. 

Conozco,  Señor,  mi  indignidad  y  conozco  tu  gran  misericor- 
dia. Ésta  es  la  que  me  da  atrevimiento  para  llegarme  á  ti  tal  cual 
aquí  estoy.  Porque  mientra  más  indigno  fuere  yo,  más  glorifica- 
do quedarás  tú  en  no  desechar  y  tener  asco  de  tan  sucia  criatu- 
ra. No  desechas.  Señor,  los  pecadores,  antes  los  llamas  y  los  atraes 
á  ti.  Tú  eres  el  que  dijiste:  Venid  á  mí  todos  los  que  estáis  tra- 
bajados y  cargados,  que  yo  os  daré  refrigerio.  Tú  dijiste:  No  tienen 
necesidad  los  sanos  del  médico,  sino  los  enfermos.  Y:  no  vine  á 
buscar  los  justos,  sino  á  los  pecadores.  De  ti  públicamente  se  de- 
cía que  recibías  los  pecadores  y  comías  con  ellos.  No  has  muda- 
do. Señor,  la  condición  que  tenías  entonces,  y  por  eso  creo  que 
agora  también  llamas  dende  el  cielo  á  los  que  entonces  llama- 
bas en  la  tierra.  Pues  yo,  movido  por  este  piadoso  llamamiento, 
vengo  á  ti  cargado  de  pecados,  para  que  me  descargues,  y  tra- 


430  GUIA   DE  PECADORES 


bajado  con  mis  proprias  miserias  y  tentaciones,  para  que  me  des 
refrigerio.  Vengo  como  enfermo  al  médico,  para  que  me  sane,  y 
como  pecador  al  justo  y  fuente  de  justicia,  para  que  me  justi- 
fique. 

Dicen  que  recibes  los  pecadores  y  comes  con  ellos,  y  que  tu 
manjar  es  la  conversación  de  los  tales.  Si  tanto  te  deleita  ese  con- 
vite, cata  aquí  un  pecador  con  quien  puedas  comer  de  ese  manjar. 
Bien  creo,  Señor,  que  te  deleitaron  más  las  lágrimas  de  aquella 
pública  pecadora  que  el  convite  soberbio  del  fariseo,  pues  no  me- 
nospreciaste sus  lágrimas  ni  la  desechaste  por  pecadora,  sino  an- 
tes la  recebiste,  y  la  perdonaste,  y  la  defendiste,  y  por  unas  po- 
cas de  lágrimas  le  perdonaste  muchos  pecados.  Aquí  se  te 
pone.  Señor,  agora  otra  nueva  ocasión  de  mayor  gloria,  que 
es  un  pecador  con  más  pecados  y  menos  lágrimas.  No  fué 
aquélla  la  última  de  tus  misericordias,  ni  la  primera.  Otras  mu- 
chas tales  tenías  hechas,  y  otras  muchas  te  quedaban  por  hacer. 
Entre  agora  ésta  en  la  cuenta  de  ellas,  y  perdona  á  quien  más 
te  ha  ofendido  y  menos  llora  porque  te  ofendió.  No  tiene 
tantas  lágrimas  que  basten  para  lavar  tus  pies:  mas  Tú  tienes 
derramada  tanta  sangre,  que  basta  para  lavar  todos  los  pecados 
del  mundo. 

No  te  indignes.  Dios  mío,  porque  estando  tal  cual  estoy,  me 
oso  llegar  á  ti.  Acuérdate  que  no  te  indignaste  cuando  aquella 
pobre  mujer  que  padescía  flujo  de  sangre,  se  llegó  á  recibir  el  re- 
medio de  su  enfermedad  tocando  el  hilo  de  tu  vestidura,  antes 
la  consolaste  y  esforzaste  diciendo:  Confía,  hija,  que  tu  fe  te  hizo 
salva.  Pues  como  yo  padezca  otro  flujo  de  sangre  más  peligroso 
y  más  incurable  que  éste,  ^qué  puedo  hacer  sino  llegarme  á  ti 
para  recibir  el  beneficio  de  mi  salud  ? 

No  has  mudado.  Señor  mío,  la  condición  ni  el  oficio  que  te- 
nías en  la  tierra,  aunque  te  subiste  al  cielo.  Porque  si  así  fuera, 
otro  evangelio  fuera  menester,  que  nos  declarara  la  condición 
'que  tienes  allá,  si  fuera  diferente  la  de  acá.  Leo  pues  en  tus  evan- 
gelios que  todos  los  enfermos  y  miserables  se  llegaban  á  tocarte, 
porque  de  ti  saUa  virtud  y  sanaba  á  todos.  A  ti  se  llegaban  los 
leprosos,  y  Tú  extendías  tu  bendita  mano  y  los  alimpiabas.  Á 
Ti  venían  los  ciegos,  á  Ti  los  sordos,  á  Ti  los  paralíticos,  á  Ti 
los  mismos  endemoniados,  á  Ti  finalmente  acudían  todos  los 
monstruos  del  mundo,  y  á  ninguno  dellos  te  negaste.  En  Ti  solo 


LIBRO  III.  TRATADO   III.  431 


está  la  salud,  en  Ti  la  vida,  en  Ti  el  remedio  de  todos  los  males. 
Tan  piadoso  eres  para  querer  dar  salud,  cuan  poderoso  para  darla. 
Pues  ¿á  dónde  iremos  los  necesitados  sino  á  Ti? 

Conozco,  Señor,  verdaderamente  que  este  divino  Sacramen- 
to no  sólo  es  manjar  de  sanos,  sino  medicina  de  enfermos:  no 
sólo  es  fortaleza  de  vivos,  sino  resurrección  de  muertos:  no  sólo 
enamora  y  deleita  los  justos,  sino  también  sana  y  purifica  los  pe- 
cadores. Cada  uno  se  llegue  como  estuviere,  y  tome  del  la  parte 
que  le  pertenezca.  Llegúense  los  justos  á  comer  y  gozar  en  esta 
mesa,  y  suene  la  voz  de  su  confesión  y  alabanza  en  este  convi- 
te: yo  me  llegaré  como  pecador  y  enfermo  á  recibir  este  cáliz 
de  mi  salud.  Por  ninguna  vía  puedo  pasar  sin  este  misterio,  y 
por  ninguna  parte  me  puedo  del  excusar.  Si  estuviere  enfermo, 
aquí  me  curarán,  y  si  sano,  aquí  me  conservarán.  Si  estuviere  vivo, 
aquí  me  sustentarán,  y  si  muerto,  aquí  me  resuscitarán.  Si  ardie- 
re en  el  amor  divino,  aquí  me  abrasarán,  y  si  estuviere  tibio,  aquí 
me  calentarán.  No  desmayaré  por  verme  ciego,  porque  el  Señor 
alumbra  ciegos:  no  por  verme  caído,  porque  el  Señor  levan- 
ta los  caídos.  No  huiré  del  (como  hizo  Adán)  por  verme  desnudo, 
porque  él  es  poderoso  para  cubrir  mi  desnudez:  no  por  verme 
sucio,  porque  él  es  fuente  de  misericordia:  no  por  verme  pobre, 
porque  él  es  Señor  de  todo  lo  criado.  No  pienso  que  le  hago  en 
esto  injuria,  antes  le  doy  ocasión  (mientra  más  miserable  fuere) 
para  que  resplandezca  más  en  mí  la  grandeza  de  su  misericor- 
dia. Las  tinieblas  del  ciego  dende  su  nascimiento  sirvieron  para 
que  resplandesciese  más  la  gloria  de  Dios,  y  la  torpeza  de  mis 
culpas  servirá  para  que  se  vea  cuan  bueno  es  Aquél  que  siendo 
tan  alto,  no  desdeña  un  tan  miserable  pecador.  Especialmente  que 
no  se  tiene  aquí  respecto  á  mí,  sino  á  los  merescimientos  de  mi 
Señor  Jesucristo,  por  los  cuales  el  eterno  Padre  ha  por  bien  de 
tomarme  por  hijo  y  tratarme  como  á  tal. 

Pues  por  esto  te  suplico,  clementísimo  Dios  y  Padre  de  este 
Señor,  que  pues  el  sancto  rey  David  asentaba  á  su  mesa  á  un 
hombre  tullido  y  lisiado,  porque  era  fijo  de  aquel  grande  amigo 
suyo  Jonatás  (queriendo  en  esto  honrar  al  hijo  por  los  méritos 
de  su  padre)  así  tú,  eterno  Padre,  tengas  por  bien  asentar  á  este 
tan  pobre  y  disforme  pecador  á  tu  sagrada  mesa,  no  por  él,  sino 
por  los  méritos  de  aquel  tan  grande  amigo  tuyo  Jesucristo  nues- 
tro verdadero  Señor  y  Padre,  que  con  tantos  dolores  y  trabajos 


432  GUIA  DE  PECADORES 


nos  engendró  en  la  cruz:  el  cual  contigo  vive  y  reina  en  los  si- 
glos de  los  siglos.  Amén. 

SÍGUESE  OTRA  MEDITACIÓN 

para    después  de  haber   cofnulgado. 

^H  Dios  mío  y  misericordia  mía,  ¿qué  gracias  te  podré  yo  dar, 
porque  tú,  Rey  de  los  reyes  y  Señor  de  los  señores,  has 
querida  hoy  visitar  mi  ánima,  y  entrar  en  mi  pobre  posada,  y 
hacerte  una  cosa  comigo  mediante  la  virtud  inestimable  deste 
Sacramento?  ¿Con  qué  te  pagaré  esta  honra?  ¿Con  qué  te  serviré 
este  beneficio?  ¿Qué  gracias  te  podrá  dar  una  criatura  tan  pobre, 
por  una  dádiva  tan  rica? 

Mas  no  es  sola  ésta  la  dádiva  que  nos  das,  sino  otras  innu- 
merables que  se  juntan  con  ella.  Porque  no  te  contentaste  con 
hacernos  aquí  participantes  de  tu  soberana  deidad,  sino  también 
nos  haces  de  tu  sancta  humanidad  y  de  todos  los  merescimien- 
tos  que  nos  ganaste  con  ella.  Porque  aquí  nos  das  tu  carne  y  tu 
sangre,  y  con  esto  nos  hace  participantes  de  todos  los  tesoros  y 
merescimientos  que  con  esa  misma  carne  y  sangre  nos  ganaste. 
¡  Oh  maravillosa  comunicación!  ¡Oh  preciosa  dádiva  mal  conoscida 
de  los  hombres,  y  digna  de  ser  agradescida  con  perpetuos  loores ! 
Oh  clementísimo  Reparador  de  nuestras  ánimas,  ¿  con  qué  mayo- 
res riquezas  las  pudieras  enriquecer  que  con  éstas?  Bien  dijiste, 
Señor,  hablando  en  ta  oración  al  Padre:  Yo,  Padre,  me  sanctifico 
por  ellos,  porque  ellos  sean  sanctos  de  verdad.  ¡  Oh  nueva  ma- 
nera de  sanctificar,  tan  costosa  para  el  sanctificador  y  tan  fácil 
para  el  sanctificado!  Tuya  es  la  sanctidad,  y  mío  es  el  fructo:  tuyo 
el  trabajo,  y  mío  el  provecho:  tuya  la  costa,  y  mía  la  ganancia: 
tuya  la  disciplina,  y  mío  el  perdón  de  la  culpa.  Finalmente  tuya 
es  la  purga  y  la  sangría,  y  mía  es  la  salud  y  la  vida  que  se  al- 
canza con  ella. 

Según  esta  cuenta,  Salvador  mío,  tu  sanctidad  es  nuestra,  tus 
virtudes  nuestras,  tus  merescimientos  nuestros,  y  finalmente  to- 
dos los  trabajos  de  tu  vida  nuestros  son,  y  en  todos  ellos  tene- 
mos nuestra  parte,  la  cual  se  nos  comunica  por  este  sacramento. 
Por  aquí  se  nos  comunica  la  humildad  de  tu  encarnación,  la  po- 
breza del  pesebre,  la  sangre  de  la  circuncisión,  el  destierro  de 


LIBRO   III.  TRATADO  III.  433 

Egipto,  el  cansancio  de  los  caminos,  el  merescimiento  de  las  pre- 
dicaciones, la  paciencia  de  las  injurias,  y  finalmente  todos  los  tra- 
bajos de  tu  sagrada  pasión.  Míos  son  aquellos  azotes,  y  aquellos 
clavos,  y  aquellas  bofetadas  y  espinas,  y  aquella  sangre  preciosa 
que  por  mí  se  derramó.  A  mí  lavaron  aquellas  lágrimas,  á  mí  sa- 
naron aquellas  heridas,  y  por  mí  satisficieron  aquellos  azotes.  ¡Oh 
dichosa  comunicación!  ¡Oh  carta  de  maravillosa  hermandad  !  ¡Oh 
compañía  de  inefables  tesoros!  ^Qué  caudal  pusimos  nosotros,  Se- 
ñor, de  nuestra  parte  para  esto?  ^  Qué  te  dimos  porque  tal  dádiva 
nos  dieses?  Ninguna  cosa  hubo  cierto  de  por  medio  más  que  tu 
sola  bondad.  ¿Porqué  alumbra  el  sol?  ¿Porqué  calienta  el  fuego? 
¿Porqué  enfrían  las  aguas?  Porque  es  natural  propriedad  destas 
criaturas  producir  tales  efectos.  Pues  á  ti.  Dios  mío,  es  proprio 
haber  misericordia  y  perdonar,  y  (lo  que  más  es)  perdonar  á  los 
otros  y  no  perdonar  á  ti.  Tu  misma  naturaleza  es  bondad,  y  no 
cualquiera  bondad,  sino  suma  bondad.  Pues  así  como  á  la  bon- 
dad pertenesce  comunicarse,  así  á  la  suma  bondad  sumamente  co- 
municarse, y  así  lo  heciste  Tú  con  nosotros,  pues  en  todo  te  nos 
diste.  Nasciendo  te  nos  diste  por  hermano,  comiendo  por  man- 
tenimiento, muriendo  te  nos  das  en  precio,  y  reinando  en  ga- 
lardón ? 

Finalmente  si  quieres,  ánima  mía,  en  una  palabra  comprehen- 
der  los  bienes  que  consigo  te  trae  este  divino  Sacramento,  con- 
sidera los  que  trajo  este  Señor  al  mundo  cuando  á  él  vino.  Pues 
así  como  cuando  vino  al  mundo,  dio  al  mundo  vida  de  gracia  (con 
todo  lo  demás  que  s-í  sigue  della)  así  cuando  por  este  medio  vie- 
ne al  ánima,  le  da  esta  misma  vida.  ¡  Oh  manjar  divino,  por  quien 
los  hijos  de  los  hombres  se  hacen  hijos  de  Dios,  y  por  quien  nues- 
tra humanidad  se  mortifica  para  que  Dios  viva  en  ella!  ¡Oh  pan 
dulcísimo,  digno  de  ser  adorado,  que  mantienes  el  ánima,  y  no  el 
vientre:  confirmas  el  corazón,  y  no  cargas  el  cuerpo:  alegras  el 
espíritu,  y  no  embotas  el  entendimiento:  con  cuya  virtud  muere 
nuestra  sensualidad,  y  la  voluntad  propria  es  degollada,  para  que 
se  cumpla  en  nosotros  la  voluntad  divina  ! 

Mas  ya.  Señor,  que  así  determinabas  de  comunicarnos  tu  gra- 
cia y  hacernos  participantes  de  ti,  pudieras  hacer  esto  de  muchas 
maneras  y  por  otros  muchos  medios.  Mas  esto  fué  cosa  de  suma 
caridad,  que  inventaste  para  ello  un  medio  tan  alto  y  tan  honroso 
para  el  hombre,  que  excede  todo  lo  que  se  puede  desear.  To- 
deras DE  GRANADA.  X— í3 


434  GUIA  DE  PECADORES 


maste  por  medio  para  darnos  parte  de  ti,  abrazarte  con  nosotros 
y  entrar  tú  mismo  en  nuestras  ánimas  debajo  de  especie  de  man- 
tenimiento, para  obrar  en  ellas  esta  unión  tan  admirable.  Dime, 
Señor,  ^qué  pudieras  hacer  con  que  más  humillaras  á  ti  y  levan- 
taras á  los  hombres,  pues  á  los  hombres  hiciste  dioses  y  á  ti  he- 
ciste  manjar  de  hombres? 

^  Qué  quieres,  Salvador  mío,  que  infiera  yo  deste  misterio  y 
desta  entrada  tan  familiar,  sino  que  entrañablemente  nos  amas  y 
que  así  quieres  ser  amado  de  nosotros  ?  Si  tú  así  nos  previenes; 
así  nos  echas  los  brazos  encima,  así  te  juntas  con  nosotros,  <jqué 
puedo  yo  colegir  de  aquí,  sino  que  de  corazón  nos  amas  y  que 
tus  deleites  son  estar  con  los  hijos  de  los  hombres  ?  Pensaba  yo, 
Señor,  que  tus  deleites  eran  estar  entre  los  ángeles:  y  agora  en- 
tiendo que  también  tienes  tus  deleites  en  la  tierra,  y  acá  en  este 
desierto  tienes  también  (como  otro  Salomón)  tu  casa  de  solaz  en 
el  monte  Líbano,  donde  vas  á  recrearte. 

Pues  ¿qué  gracias,  qué  alabanzas  te  daré  yo,  Señor,  por  este 
beneficio?  Si  el  agradecimiento  ha  de  responder  á  la  dádiva,  ¿qué 
linaje  de  agradescimiento  bastará  para  esta  dádiva?  En  el  Éxodo 
leemos  que  dijiste  á  Moisén:  Toma  un  vaso  de  oro,  y  hínchelo  de 
maná,  y  ponió  dentro  del  arca  del  amistad,  y  esté  ahí  guardado 
siempre:  para  que  sepan  las  generaciones  advenideras  con  qué  li- 
naje de  mantenimiento  sustenté  yo  á  vuestros  padres  cuarenta 
años  en  el  desierto.  Pues  si  en  tanto  quesiste  que  se  estimase  aquel 
manjar  corruptible,  que  lo  mandaste  guardar  por  memoria  en  lu- 
gar de  tanta  veneración,  ¿  en  cuánto  será  razón  que  se  tenga  este 
manjar  incorruptible,  que  da  vida  eterna  á  quien  lo  come?  Veo 
clararriente  que  lo  que  va  de  manjar  á  manjar,  eso  va  de  bene- 
ficio á  beneficio,  y  eso  ha  de  ir  de  agradescimiento  á  agradesci- 
miento. Aquel  manjar  era  de  la  tierra,  éste  del  cielo:  aquél  era 
manjar  de  cuerpos,  éste  de  ánimas:  aquél  no  daba  verdadera  vida 
á  los  que  le  comían,  éste  es  vida  eterna  de  quien  le  come.  Mas 
¿qué  hay  que  hacer  comparación  de  uno  á  otro,  pues  lo  que  va 
de  criador  á  criatura,  eso  va  de  manjar  á  manjar?  Pues  si  tal  me- 
moria y  agrasdecimiento  pediste  por  haber  mantenido  á  aquel 
pueblo  con  aquel  manjar  mortal  y  corruptible,  ¿qué  pedirás  por 
habernos  mantenido  con  tanto  más  excelente  manjar  cuanto  es 
Dios  mejor  que  su  criatura?  No  hay  agradescimiento  ni  alaban- 
zas que  basten  para  esto. 


.^ 


LIBRO  III.  TRATADO  III.  435 


Pues  como  desafuciado  ya  de  poder  pagar  esta  deuda,  no 
me  queda  otro  remedio  sino  recibir  con  el  Profeta  el  cáliz  de  mi 
salud  y  invocar  el  nombre  del  Señor.  Esto  es,  no  pagar  los  be- 
neficios con  beneficios,  sino  pedir  beneficios  sobre  beneficios  y 
mercedes  sobre  mercedes,  Pídote  pues,  Señor,  recibas  este  ve- 
nerable Sacramento  para  satisfación  de  todas  mis  culpas  y  pe- 
cados y  para  complida  emienda  de  mi  vida.  Por  él  repara  todas 
mis  caídas  y  suple  todas  las  faltas  de  mi  pobreza.  Por  él  morti- 
fica en  mí  todo  lo  que  desagrada  á  tus  divinos  ojos,  y  hazme  hom- 
bre según  tu  voluntad.  Por  él  conforma  mi  espíritu,  ánima  y  cuer- 
po con  el  espíritu,  ánima  y  cuerpo  de  tu  sacratísima  humanidad, 
y  esclarésceme  todo  con  la  lumbre  de  tu  divinidad.  Por  él  me  con- 
cede que  en  ti  esté  sie.Tipre  firme,  y  á  ti  perfecta  y  perseveran- 
temente  ame,  y  contigo  esté  siempre  unido  y  incorporado  para 
gloria  y  honra  de  tu  sancto  nombre. 

Convierte,  Señor,  á  los  miserables  pecadores.  Vuelve  á  tu  Igle- 
sia los  herejes  y  scismáticos.  Alumbra  á  todos  los  infieles  que  no 
te  conoscen.  Socorre  á  todos  los  que  están  puestos  en  tribulacio- 
nes y  necesidades.  Ayuda  á  todos  aquéllos  por  quien  yo  soy  obli- 
gado á  rogarte.  Consuela  á  todos  mis  padres,  parientes,  amigos, 
y  enemigos,  y  bienhechores.  Ten  misericordia  de  todos  aquéllos 
por  quien  derramaste  tu  preciosa  sangre.  Da  perdón  y  gracia  á 
los  vivos,  y  á  todos  los  defunctos  descanso  y  gloria  perdurable. 
Que  vives  y  reinas  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 

ORACIÓN 

PARA  DESPUÉS  DE  HABER   ALZADO  EX  LA  MISA 
de  diversas  palabras  de  S.  Augusitn. 

^0°  LEMENTÍSIMO  y  Soberano  Criador  del  cielo  y  de  la  tierra,  yo 
el  más  vil  y  miserable  de  los  pecadores,  te  ofrezco  junta- 
mente con  la  Iglesia  este  preciosísimo  sacrificio  (que  es  tu  uni- 
génito y  amantísimo  Hijo)  por  todos  los  pecados  que  yo  he  hecho, 
y  por  todos  los  beneficios  que  de  tu  mano  he  recebido.  Mira, 
clementísimo  Rey,  al  que  padesce,  y  acuérdate  benignamente  de 
aquél  por  quien  padesce.  ¿Por  ventura  no  es  éste,  Señor,  el  Hijo  que 
entregaste  á  la  muerte  por  remedio  del  siervo?  ¿Por  ventura  no 
es  éste  el  autor  de  la  vida,  el  cual  llevado  comg  oveja  al  mata- 


436  GUIA  DE  PECADORES 


dero,  no  rehusó  padescer  un  tan  cruelísimo  linaje  de  muerte? 
Vuelve,  Señor  Dios  mío,  los  ojos  de  tu  Majestad  sobre  esta  obra 
de  inefable  piedad.  Mira  el  dulce  Hijo  extendido  en  un  madero, 
y  sus  manos  inocentes  corriendo  sangre,  y  ten  por  bien  perdo- 
nar las  maldades  que  cometieron  las  mías.  Considera  su  pecho 
desnudo,  herido  con  un  cruel  hierro  de  lanza,  y  renuévame  con  la 
sagrada  fuente  que  de  ahí  creo  haber  salido.  Mira  esos  pies  sin 
mancilla,  que  nunca  estuvieron  en  el  camino  de  los  pecadores, 
atravesados  con  duros  clavos,  y  ten  por  bien  de  enderezar  los 
míos  en  el  camino  de  tus  mandamientos,  Ruégote,  Rey  de  los 
sanctos,  por  este  Sancto  de  los  sanctos,  por  este  redemptor  mío, 
que  sea  yo  uñido  con  él  en  espíritu,  pues  no  tuvo  horror  de  jun- 
tarse con  mi  carne.  ¿Por  ventura  no  consideras,  piadoso  Padre,  la 
cabeza  descaecida  del  amantísimo  Hijo,  su  blanca  cerviz  inclinada 
y  caída  con  la  presencia  de  la  muerte?  Mira,  clementísimo  Cria- 
dor, cuál  está  el  cuerpo  del  Hijo  amado,  y  ten  misericordia  de  tu 
miserable  siervo.  Mira  cómo  está  blanqueando  su  pecho  desnu- 
do, cómo  bermejea  su  sangriento  costado,  cómo  están  secas  sus 
entrañas  estiradas,  cómo  están  descaídos  sus  ojos  hermosos,  cómo 
está  amarilla  su  real  figura,  cómo  están  yertos  sus  brazos  tendi- 
dos, cómo  están  colgadas  sus  rodillas  de  alabastro,  y  cómo  riega 
sus  atravesados  pies  el  río  de  su  sangre  preciosa.  Mira,  glorioso 
Padre,  los  miembros  despedazados  del  amantísimo  Hijo,  y  acuér- 
date de  la  miseria  de  tu  vil  criado.  Mira  la  pena  de  Dios  huma- 
nado, y  remedia  la  miseria  del  hombre  culpado.  Mira  el  tormento 
del  Redemptor,  y  perdona  la  culpa  del  redemido.  Éste  es  nuestro 
fiel  abogado  delante  de  ti,  Padre  todopoderoso.  Éste  es  aquel 
sumo  Pontífice  que  no  tiene  necesidad  de  ser  sanctificado  con 
sangre  ajena,  pues  Él  resplandece  rosciado  con  la  suya  propria. 
Ruégote  pues,  piadoso  Padre,  que  por  esta  oración  lo  merezca 
yo  tener  por  ayudador,  pues  de  gracia,  sin  que  yo  te  lo  mereciese, 
me  lo  diste  por  Redemptor. 


FIN 


TRATADO 


DE   LA 


ORACIÓN  Y  MEDITACIÓN 


TRATADO 


DE  LA 


ORACIÓN  Y  MEDITACIÓN 


RECOPILADO  POR 


EL  R.   P.  F.  PEDRO  DE  ALCÁNTARA 


FRAILE   MENOR 


DE  LA  Orden  del  B.  S.  Francisco 


Añadióse  al  cabo  una  breve  Introducción,  para  los  que  co- 
jnienzan  á  servir  á  Dios,  y  un  Tratado  de  los  tres  votos  de  la 
Religión^  compuesto  por  F.  Hierónimo  de  Ferrara. 


IMPRESO  EN  LISBOA 

En  Casa  de  Ioannes  Blavio  de  Colonia 

Con  Real  privilegio. 


A 


ELmPRESOR  AL  CRISTIANO  LECTOR 


STE  tratado,  cristiano  lector,  vino  á  mis  manos  con 
algunos  vicios  que  había  sacado  de  la  impresión.  Y 
por  parecerm.e  libro  muy  provechoso  á  todo  fiel 
cristiano,  y  demás  de  esto,  ser  breve  para  poderse  leer  de  cual- 
quier hombre,  aunque  estuviese  muy  ocupado,  y  fácil  para  ser 
comprado  de  quienquiera,  aunque  fuese  muy  pobre,  rogué  al 
principal  autor  de  él  quisiese  tomar  un  poco  de  trabajo  para 
emendarlo,  siquiera  porque  no  anduviese  en  las  manos  de  los 
hombres  tan  vicioso:  y  su  Reverencia  lo  hizo  tan  bien,  que  no 
sólo  lo  emendó,  sino  cuasi  lo  hizo  de  nuevo,  añadiendo  y  quitan- 
do muchas  cosas,  de  tal  manera  que  el  libro  que  venía  en  solos 
cinco  pliegos  impreso,  sale  agora  con  doblado  volumen,  para  que 
así  tenga  el  piadoso  lector  esta  recopilación  más  copiosa,  y  así 
pueda  mejor  aprovechar?e  de  esta  doctrina.  Vale. 


AL  MUY  MAGNÍFICO  Y  MUY  DEVOTO 

SEÑOR  RODRTGO  DE  CHAVES 

VECINO  DE  Ciudad-Rodrigo 
CARTA  DEL  AUTOR 


UY  magnífico  y  muy  devoto  Señor:  Nunca  yo  me  mo- 
viera á  recopilar  este  breve  tratado,  ni  á  consentir 
que  se  imprimiese,  si  no  fuera  por  las  muchas  veces 
que  vuestra  merced  me  mandó  escribiese  alguna  cosa  de  oración 
breve  y  compendiosa,  y  con  claridad,  cuyo  provecho  fuese  más 
común,  pues  siendo  de  pequeño  volumen  y  precio,  aprovecha- 
ría á  los  pobres,  que  no  tienen  tanta  posibilidad  para  libros  más 
costosos,  escribiéndose  con  más  claridad,  aprovechará  á  los  sim- 
ples, que  no  tienen  tanto  caudal  de  entendimiento.  Y  parescién- 
dome  que  no  es  de  menor  mérito  obedescer  en  este  caso  á  quien 
pide  cosa  tan  piadosa  y  sancta,  que  el  fructo  que  se  puede  sacar 
della,  quise  poner  por  obra  tan  sancto  mandamiento,  bien  certi- 
ficado que  para  mí  no  puede  este  pequeño  trabajo  dejar  de  ser 
de  provecho,  si  la  mucha  afición  y  voluntad  que  tengo  al  ser- 
vicio de  vuestra  merced  y  de  la  señora  doña  Francisca  vuestra 
benedicta  compañera  (no  menos  ligada  con  vuestra  merced  con 
el  vínculo  de  la  caridad  y  amor  en  Jesucristo  nuestro  Señor,  que 
con  el  del  matrimonio)  no  me  lleva  alguna  parte  del  merescimien- 
to.  Aunque  si  es  verdad,  como  lo  es,  que  todo  el  bien  que  hacen 
nuestros  hermanos,  de  que  nos  gozamos  los  cristianos,  resulta  en 
mérito  particular  del  que  se  huelga,  bien  podré  yo  decir  que  soy 
participante,  y  de  todas  vuestras  buenas  obras,  pues  como  con  hi- 
jos muy  queridos  en  el  Señor  (que  así  quiero  llamar  á  vuestras 
mercedes,  pues  me  tenéis  por  padre)  nunca  ha  faltado  la  pobreza 
de  mi  doctrina  y  industria  para  ayudar  á  la  riqueza  de  vuestros 


442  CARTA  DEL  AUTOR. 


sanctos  propósitos  y  altos  pensamientos.  Y  habiendo  leído,  entre 
otros  libros  de  romance  devotos,  el  Libro  de  la  Oración  que  nue- 
vamente compuso  el  muy  Reverendo  Padre  Provincial  Fray  Luis 
de  Granada,  de  la  Orden  de  los  Predicadores,  y  paresciéndome 
que  era  el  mejor  de  los  que  en  nuestra  lengua  he  leído  (por  poner 
de  mejor  manera  en  prática  el  ejercicio  de  la  oración,  con  muy 
buenas  meditaciones  y  avisos  muy  provechosos,  ansí  para  princi- 
piantes como  para  aprovechados  y  perfectos)  determiné  favores- 
cerme  del,  poniendo  en  este  tratado  brevemente  y  lo  más  claro 
que  yo  supe,  todo  lo  que  aquél  tiene  necesario  para  la  oración, 
y  otras  cosas  para  algunos  más  aprovechados  en  ella  para  el 
efecto  ya  dicho,  y  aun  para  que  los  que  tienen  el  libro  de  aquel 
Padre,  lo  puedan  mejor  tomar  y  retener  en  la  memoria,  viendo 
más  recopilado  y  breve  lo  que  el  otro  tiene  más  á  la  larga.  Ple- 
ga  al  Señor  que  así  aproveche  á  todos  los  que  le  buscan  (pues 
no  es  para  los  demás)  que  consiga  vuestra  merced  el  interese 
espiritual  de  su  buen  deseo  y  el  de  mi  voluntad:  todo  á  honra  y 
gloria  de  Jesucristo  nuestro  bien,  cuyo  es  todo  lo  que  es  bueno. 


DEL  FRUCTO  QUE  SE  SACA  DE  LA  ORACIÓN  Y  MEDITACIÓN. 

CAPÍTULO  L 

Jorque  este  breve  tratado  habla  de  la  oración  y  me- 
5^^^   ditación,  será  bien  al  principio  decir  en  pocas  pala- 


U7:m 


bras  el  fructo  que  de  este  sancto  ejercicio  se  puede 
sacar,  porque  con  roas  alegre  corazón  se  ofrezcan  los  hombres 

á  él. 

Notoria  cosa  es  que  uno  de  los  mayores  impedimentos  que 
el  hombre  tiene  para  alcanzar  su  última  felicidad  y  bienaventu- 
ranza, es  la  mala  inclinación  de  su  corazón  y  la  dificultad  y  pesa- 
dumbre que  tiene  para  bien  obrar:  porque  á  no  estar  ésta  de  por 
medio,  facilísima  cosa  le  sería  correr  por  el  camino  de  las  virtu- 
des, y  alcanzar  el  fin  para  que  fué  criado.  Por  lo  cual  dijo  el  Após- 
tol: Huélgome  con  la  ley  de  Dios  según  el  hombre  interior,  pero 
siento  otra  ley  y  inclinación  en  mis  miembros,  que  contradice  á 
la  ley  de  mi  espíritu,  y  me  lleva  tras  sí  captivo  á  la  ley  del  pe- 
cado. Ésta  es,  pues,  la  causa  más  universal  que  hay  de  todo  nues- 
tro mal.  Pues  para  quitar  esta  pesadumbre  y  dificultad,  y  facili- 
tar este  negocio,  una  de  las  cosas  que  más  aprovechan,  es  la  de- 
voción. Porque  (como  dice  Sancto  Tomás)  no  es  otra  cosa  de- 
voción, sino  una  promptitud  y  ligereza  para  bien  obrar:  la  cual 
despide  de  nuestra  ánima  toda  esta  dificultad  y  pesadumbre,  y 
nos  hace  prontos  y  ligeros  para  todo   bien.  Porque  es  una  re- 
fección  espiritual,  un   refresco  y  roscío  del  cielo,  un  soplo   y 
aliento  del  Espíritu  Sancto,  y  un  afecto  sobrenatural:  el  cual  de 
tal  manera  regala,  esfuerza  y  trasforma  el  corazón  del  hombre, 
que  le  pone  nuevo  gusto  y  aliento  para  las  cosas  espirituales,  y 
nuevo  desgusto  y  aborrescimiento  de  las  sensuales.  Lo  cual  nos 
muestra  la  experiencia  de  cada  día:  porque  al  tiempo  que  una 
persona  espiritual  sale  de  alguna  profunda  y  devota  oración,  allí 
se  le  renuevan  todos  los  buenos  propósitos,  allí  son  los  fervo- 
res y  determinaciones  de  bien  obrar,  alli  el  deseo  de  agradar  y 
amar  á  un  Señor  tan  bueno  y  tan  dulce  como  alH  se  le  ha  mos- 


444  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

trado,  y  de  padecer  nuevos  trabajos  y  asperezas,  y  aun  derra- 
mar sangre  por  Él,  y  allí  finalmente  reverdece  y  se  renueva  toda 
la  frescura  de  nuestra  alma. 

Y  si  me  preguntas  por  qué  medios  se  alcanza  este  tan  po- 
deroso y  tan  noble  afecto  de  devoción,  á  esto  responde  el  mis- 
mo Sancto  Doctor  diciendo  que  por  la  meditación  y  contem- 
plación de  las  cosas  divinas:  porque  de  la  profunda  meditación 
y  consideración  de  ellas  redunda  este  afecto  y  sentimiento  en  la 
voluntad  (que  llamamos  devoción)  el  cual  nos  incita  y  mueve  á 
todo  bien.  Y  por  eso  es  tan  alabado  y  encomendado  este  sancto 
y  religioso  ejercicio  de  todos  los  Sanctos:  porque  es  medio  para 
alcanzar  la  devoción,  la  cual  aunque  no  es  más  que  una  sola  vir- 
tud, nos  habilita  y  mueve  á  todas  las  otras  virtudes,  y  es  como 
un  estímulo  general  para  todas  ellas.  Y  si  quieres  ver  cómo  esto 
es  verdad,  mira  cuan  abiertamente  lo  dice  Sanct  Buenaventura 
por  estas  palabras:  Si  quieres  sufrir  con  paciencia  las  adversida- 
des y  miserias  desta  vida,  seas  hombre  de  oración.  Si  quieres  al- 
canzar virtud  y  fortaleza  para  vencer  las  tentaciones  del  ene- 
migo, seas  hombre  de  oración.  Si  quieres  mortificar  tu  propria 
voluntad  con  todas  sus  aficiones  y  apetitos,  seas  hombre  de  ora- 
ción. Si  quieres  conoscer  las  astucias  de  Satanás,  y  defenderte  de 
sus  engaños,  seas  hombre  de  oración.  Si  quieres  vivir  alegre- 
mente y  caminar  con  suavidad  por  el  camino  de  la  penitencia  y 
del  trabajo,  seas  hombre  de  oración.  Si  quieres  ojear  de  tu  áni- 
ma las  moscas  importunas  de  los  vanos  pensamientos  y  cuida- 
dos, seas  hombre  de  oración.  Si  la  quieres  sustentar  con  la  gro- 
sura de  la  devoción,  y  traerla  siempre  llena  de  buenos  pensa- 
mientos y  deseos,  seas  hombre  de  oración.  Si  quieres  fortalecer 
y  confirmar  tu  corazón  en  el  camino  de  Dios,  seas  hombre  de 
oración.  Finalmente,  si  quieres  desarraigar  de  tu  ánima  todos  los 
vicios,  y  plantar  en  su  lugar  las  virtudes,  seas  hombre  de  ora- 
ción: porque  en  ella  se  rescibe  la  unión  y  gracia  del  Espíritu 
Sancto,  la  cual  enseña  todas  las  cosas.  Y  demás  desto,  si  quieres 
subir  á  la  alteza  de  la  contemplación,  y  gozar  de  los  dulces  abra- 
zos del  Esposo,  ejercítate  en  la  oración,  porque  éste  es  el  camino 
por  do  sube  el  ánima  á  la  contemplación  y  gusto  de  las  cosas  ce- 
lestiales. (jVes,  pues,  de  cuánta  virtud  y  poder  sea  la  oración?  Y 
para  prueba  de  todo  lo  dicho  (dejado  aparte  el  testimonio  de  las 
Escripturas  Divinas)  esto  baste  agora  por  suficiente  probanza,  que 


PARTE  I.  CAPÍTULO  I.  445 


habernos  oído  y  visto,  y  vemos  cada  día  muchas  personas  sim- 
ples, las  cuales  han  alcanzado  todas  estas  cosas  susodichas,  y 
otras  mayores,  mediante  el  ejercicio  de  la  oración.  Hasta  aquí 
son  palabras  de  Sant  Buenaventura.  ^Pues  qué  tesoro,  qué  tien- 
da se  puede  hallar  más  rica  ni  más  llena  de  todos  los  bienes  que 
ésta?  Oye  también  lo  que  dice  á  este  propósito  otro  muy  religio- 
so y  sancto  Doctor,  hablando  de  esta  misma  virtud.  En  la  ora- 
ción (dice  él)  se  alimpia  el  ánima  de  los  pecados,  apaciéntase  la 
caridad,  certifícase  la  fe,  fortaléscese  la  esperanza,  alégrase  el  es- 
píritu, derrítense  las  entrañas ,  pacifícase  el  corazón,  descúbrese  la 
verdad,  véncese  la  tentación,  huye  la  tristeza,  renuévanse  los  sen- 
tidos, repárase  la  virtud  enflaquecida,  despídese  la  tibieza,  con- 
súmese el  orín  de  los  vicios,  y  en  ella  saltan  centellas  vivas  de 
deseos  del  Cielo,  entre  las  cuales  arde  la  llama  del  divino  amor. 
Grandes  son  las  excelencias  de  la  oración,  grandes  son  sus  pri- 
vilegios. A  ella  están  abiertos  los  cielos,  á  ella  se  descubren  los 
secretos,  y  á  ella  están  siempre  atentos  los  oídos  de  Dios. 

Esto  baste  agora  para  que  en  alguna  manera  se  vea  el  fructo 
de  este  sancto  ejercicio. 

DE  LA  MATERIA  DE   LA   MEDITACIÓN. 

CAPITULO  II. 

ISTO  de  cuánto  fructo  sea  la  oración  y  meditación,  veamos 
agora  cuáles  sean  las  cosas  que  debemos  meditar.  A  lo 
cual  se  responde  que  por  cuanto  este  sancto  ejercicio  se  ordena  á 
criar  en  nuestros  corazones  amor  y  temor  de  Dios,  y  guarda  de 
sus  mandamientos,  aquélla  será  más  conveniente  materia  deste 
ejercicio,  que  más  hiciere  á  este  propósito.  Y  aunque  sea  verdad 
que  todas  las  cosas  criadas  y  todas  las  Escripturas  sagradas  nos 
muevan  á  esto,  pero  generalmente  hablando,  los  misterios  de 
nuestra  fe  (que  se  contienen  en  el  Símbolo,  que  es  el  Credo)  son 
los  más  eficaces  y  provechosos  para  esto.  Porque  en  él  se  trata 
de  los  beneficios  Divinos,  del  Juicio  final,  de  las  penas  del  Infier- 
no y  de  la  gloria  del  Paraíso,  que  son  grandísimos  estímulos  para 
mover  nuestro  corazón  al  amor  y  temor  de  Dios:  y  en  él  también 
se  trata  la  vida  y  pasión  de  Cristo  nuestro  Salvador,  en  la  cual 
consiste  todo  nuestro  bien.  Estas  dos  cosas  señaladamente  se  tra- 


.  446  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

tan  en  el  Símbolo,  y  éstas  son  las  que  más  ordinariamente  rumia- 
mos en  la  meditación:  por  lo  cual,  con  mucha  razón  se  dice  que 
el  Símbolo  es  la  materia  propriísima  de  este  sancto  ejercicio,  aun- 
que también  lo  será  para  cada  uno  lo  que  más  moviere  su  corazón 
al  amor  y  temor  de  Dios. 

Pues  según  esto,  para  introducir  á  los  nuevos  y  principian- 
tes en  este  camino  (á  los  cuales  conviene  dar  el  manjar  como  di- 
gesto y  mastigado)  señalaré  aquí  brevemente  dos  maneras  de 
meditaciones  para  todos  los  días  de  la  semana:  unas  para  la  no- 
che, y  otras  para  la  mañana,  sacadas  por  la  mayor  parte  de  los 
misterios  de  nuestra  fe:  para  que  así  como  damos  á  nuestro  cuer- 
po dos  refecciones  cada  día,  así  también  las  demos  al  ánima,  cuyo 
pasto  es  la  meditación  y  consideración  de  las  cosas  divinas. 
De  estas  meditaciones,  las  unas  son  de  los  misterios  de  la  sagra- 
da pasión  y  resurrección  de  Cristo,  y  las  otras  de  los  otros  mis- 
terios que  ya  dijimos.  Y  quien  no  tuviere  tiempo  para  recoger- 
se dos  veces  al  día,  á  lo  menos  podrá  una  semana  meditar  los 
unos  misterios,  y  otra  los  otros:  ó  quedarse  con  solos  los  de  la 
pasión  y  vida  de  Jesucristo  (que  son  los  más  principales)  aun- 
que los  otros  no  conviene  que  se  dejen  al  principio  de  la  con- 
versión, porque  son  más  convenientes  para  este  tiempo,  donde 
principalmente  se  requiere  temor  de  Dios,  dolor  y  detestación  de 
los  pecados. 

SÍGUENSE  LAS  PRIMERAS  SIETE  MEDITACIONES 

para  los  días  de  ¡a  semana. 

EL  LUNES. 

^STE  día  podrás  entender  en  la  memoria  de  los  pecados  y 
^  i  en  el  conocimiento  de  ti  mismo,  para  que  en  lo  uno  veas 
cuántos  males  tienes,  y  en  lo  otro  cómo  ningún  bien  tienes  que 
no  sea  de  Dios,  que  es  el  medio  por  do  se  alcanza  la  humildad, 
madre  de  todas  las  virtudes. 

Para  esto  debes  primero  pensar  en  la  muchedumbre  de  los 
pecados  de  la  vida  pasada,  especialmente  en  aquellos  que  hecis- 
te  en  el  tiempo  que  menos  conocías  á  Dios.  Porque  si  lo  sabes- 
bien  mirar,  hallarás  que  se  han  multiplicado  sobre  los  cabellos  de 
tu  cabeza,  y  que  viviste  en  aquel  tiempo  como  un  gentil  que  no 
sabe  qué  cosa  es  Dios.  Discurre,  pues,  brevemente  por  todos  los 


PARTE   I.   EL  LUNES.  447 


diez  mandamientos  y  por  los  siete  pecados  mortales,  y  verás  que 
ninguno  dellos  hay  en  que  no  hayas  caído  muchas  veces  por 
obra,  ó  por  palabra,  ó  pensamiento. 

Lo  segundo,  discurre  por  todos  los  beneficios  divinos  y  por 
los  tiempos  de  la  vida  pasada,  y  mira  en  qué  los  has  empleado, 
pues  de  todos  ellos  has  de  dar  cuenta  á  Dios.  Pues  dime  agora: 
¿en  qué  gastaste  la  niñez?  ¿En  qué  la  mocedad?  ¿En  qué  la  ju- 
ventud? ¿En  qué,  finalmente,  todos  los  días  de  la  vida  pasada? 
¿  En  qué  ocupaste  los  sentidos  corporales  y  las  potencias  del  áni- 
ma, que  Dios  te  dio  para  que  lo  conocieses  y  sirvieses?  ¿En  qué 
se  emplearon  tus  ojos,  sino  en  ver  la  vanidad?  ¿En  qué  tus  oídos, 
sino  en  oir  la  mentira?  ¿En  qué  tu  lengua,  sino  en  mil  maneras  de 
juramentos  y  murmuraciones,  y  en  qué  tu  gusto  y  tu  oler  y  tocar^ 
sino  en  regalos  y  blanduras  sensuales  ? 

¿Cómo  te  aprovechaste  de  los  Sacramentos  que  Dios  ordenó 
para  tu  remedio?  ¿  Cómo  le  diste  gracias  por  sus  beneficios?  ¿  Có- 
mo respondiste  á  sus  inspiraciones  ?  ¿  En  qué  empleaste  la  salud, 
y  las  fuerzas,  y  las  habilidades  de  naturaleza,  y  los  bienes  que 
dicen  de  fortuna,  y  los  aparejos  y  oportunidades  para  bien  vivir? 
¿Qué  cuidado  tuviste  del  prójimo  que  Dios  te  encomendó,  y  de 
aquellas  obras  de  misericordia  que  te  señaló  para  con  él?  Pues 
¿qué  responderás  en  aquel  día  de  la  cuenta,  cuando  Dios  te  diga: 
Dame  cuenta  de  tu  mayordomía  y  de  la  hacienda  que  te  en- 
tregué, porque  ya  no  quiero  que  trates  más  en  ella?  jOh  árbol 
seco  y  aparejado  para  los  tormentos  eternos!  ¿Qué  responderás 
en  aquel  día,  cuando  te  pidan  cuenta  de  todo  el  tiempo  de  tu 
vida,  y  de  todos  los  punctos  y  momentos  della? 

Lo  tercero,  piensa  en  los  pecados  que  has  hecho  y  haces  cada 
día,  después  que  abriste  más  los  ojos  al  conoscimiento  de  Dios, 
y  hallarás  que  todavía  vive  en  ti  Adán  con  muchas  de  las  raíces 
y  costumbres  antiguas.  Mira  cuan  desacatado  eres  para  con  Dios, 
cuan  ingrato  á  sus  beneficios,  cuan  rebelde  á  sus  inspiraciones, 
cuan  perezoso  para  los  cosas  de  su  servicio,  las  cuales  nunca  ha- 
ces, ni  con  aquella  presteza  y  diligencia,  ni  con  aquella  pureza 
de  intención  que  debrías,  sino  por  otros  respectos  y  intereses  del 
mundo. 

Considera  otrosí  cuan  duro  eres  para  con  el  prójimo,  y  cuan 
piadoso  para  contigo,  cuan  amigo  de  tu  propria  voluntad,  y  de 
tu  carne  y  de  tu  honra,  y  de  todos  tus  intereses.   Mira  cómo  to- 


44 S  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


davía  eres  soberbio,  ambicioso,  airado,  súbito,  vanaglorioso,  envi- 
dioso, malicioso,  regalado,  mudable,  liviano,  sensual,  amigo  de 
tus  recreaciones  y  conversaciones  y  risas  y  parlerías.  Mira  otro- 
sí cuan  inconstante  eres  en  los  buenos  propósitos,  cuan  inconside- 
rado en  tus  palabras,  cuan  desproveído  en  tus  obras,  y  cuan  co- 
barde y  pusilánime  para  cualesquier  graves  negocios. 

Lo  cuarto,  considerada  ya  por  esta  orden  la  muchedumbre 
de  tus  pecados,  considera  luego  la  gravedad  dellos,  para  que  veas 
cómo  por  todas  partes  es  crescida  tu  miseria.  Para  lo  cual  debes 
primeramente  considerar  estas  tres  circunstancias  en  los  pecados 
de  la  vida  pasada,  conviene  á  saber:  contra  quién  pecaste,  por- 
qué pecaste,  y  en  qué  manera  pecaste.  Si  miras  contra  quién 
pecaste,  hallarás  que  pecaste  contra  Dios,  cuya  bondad  y  ma- 
jestad es  infinita,  y  cuyos  beneficios  y  misericordias  para  con  el 
hombre  sobrepujan  las  arenas  de  la  mar.  Mas  (jpor  qué  causa  pe- 
caste? Por  un  puncto  de  honra,  por  un  deleite  de  bestias,  por  un 
cabello  de  interese,  y  muchas  veces  sin  interese,  por  sola  cos- 
tumbre y  desprecio  de  Dios.  Mas  ^en  qué  manera  pecaste?  Con 
tanta  facilidad,  con  tanto  atrevimiento,  tan  sin  escrúpulo,  tan  sin 
temor,  y  á  veces  con  tanta  facilidad  y  contentamiento,  como  si 
pecaras  contra  un  Dios  de  palo,  que  ni  sabe  ni  ve  lo  que  pasa 
en  el  mundo.  Pues  ¿ésta  era  la  honra  que  se  debía  á  tan  alta 
Majestad?  ¿Éste  es  el  agradescimiento  de  tantos  beneficios?  ¿Así 
se  paga  aquella  sangre  preciosa  que  se  derramó  en  la  cruz,  y 
aquellos  azotes  y  bofetadas  que  se  recibieron  por  ti?  ¡Oh,  mise- 
rable de  ti  por  lo  que  perdiste,  y  mucho  más  por  lo  que  heciste, 
y  muy  mucho  más,  si  con  todo  esto  no  sientes  tu  perdición  !  Des- 
pués de  esto,  es  cosa  de  grandísimo  provecho  detener  un  poco  los 
ojos  á  la  consideración  en  pensar  tu  nada,  esto  es,  cómo  de  tu 
parte  no  tienes  otra  cosa  más  que  nada  y  pecado,  y  cómo  todo 
lo  demás  es  de  Dios.  Porque  claro  está  que  así  los  bienes  de  na- 
turaleza como  los  de  gracia  (que  son  los  mayores)  son  todos 
suyos:  porque  suya  es  la  gracia  de  la  predestinación  (que  es  la 
fuente  de  todas  las  otras  gracias)  y  suya  la  de  la  vocación,  y  suya 
la  gracia  concomitante,  y  suya  la  gracia  de  la  perseverancia,  y 
suya  la  gracia  de  la  vida  eterna.  Pues  ¿  qué  tienes  de  que  te  pue- 
das gloriar,  sino  nada  y  pecado  ?  Reposa,  pues,  un  poco  en  la  con- 
sideración de  esa  nada,  y  pon  esto  solo  á  tu  cuenta,  y  todo  lo 
demás  á  la  de  Dios,  para  que  clara  y  palpablemente  veas  quién 


PARTE  I.  EL  LUNES  449 


eres  tú  y  quién  es  Él,  cuan  pobre  tú  y  cuan  rico  Él,  y  por  con- 
siguiente, cuan  poco  debes  confiar  en  ti  y  estimar  á  ti,  y  cuánto 
confiar  en  Él,  amar  á  Él  y  gloriarte  en  Él. 

Pues  consideradas  todas  estas  cosas  susodichas,  siente  de  ti 
lo  más  bajamente  que  te  sea  posible.  Piensa  que  no  eres  más 
que  una  cañavera  que  se  muda  á  todos  vientos,  sin  peso,  sin  vir- 
tud, sin  firmeza,  sin  estabilidad  y  sin  ninguna  manera  de  ser.  Pien- 
sa que  eres  un  Lázaro  de  cuatro  días  muerto,  y  un  cuerpo  he- 
diondo y  abominable,  lleno  de  gusanos,  que  todos  cuantos  pasan 
se  tapan  las  narices  y  los  ojos  por  no  verlo.  Parézcate  que  des- 
ta  manera  hiedes  delante  de  Dios  y  de  sus  ángeles,  y  tente  por 
indigno  de  alzar  los  ojos  al  cielo,  y  de  que  te  sustente  la  tierra,  y 
de  que  te  sirvan  las  criaturas,  y  del  mismo  pan  que  comes,  y  del 
aire  que  recibes. 

Derríbate  con  aquella  pública  pecadora  á  los  pies  del  Salva- 
dor, y  cubierta  tu  cara  de  confusión  con  aquella  vergüenza  que 
parescería  una  mujer  delante  de  su  marido  cuando  le  hobiese  he- 
cho traición,  y  con  mucho  dolor  y  arrepentimiento  de  tu  corazón 
pídele  perdón  de  tus  yerros,  y  que  por  su  infinita  piedad  y  mi- 
sericordia haya  por  bien  de  volverte  á  recebir  en  su  casa. 


EL  MARTES. 

^STE  día  pensarás  en  las  miserias  de  la  vida  humana,  para  que 
^LJ  por  ellas  veas  cuan  vana  sea  la  gloria  del  mundo  y  cuan  dig- 
na de  ser  menospreciada,  pues  se  funda  sobre  tan  flaco  cimiento 
como  esta  tan  miserable  vida:  y  aunque  los  defectos  y  miserias 
desta  vida  sean  cuasi  innumerables,  tú  puedes  agora  señalada- 
mente considerar  estas  siete. 

Primeramente  considera  cuan  breve  sea  esta  vida,  pues  el  más 
largo  tiempo  della  es  de  setenta  ú  ochenta  años,  porque  todo  lo 
demás  (si  algo  queda,  como  dice  el  Profeta)  es  trabajo  y  dolor:  y 
si  de  aquí  se  saca  el  tiempo  de  la  niñez,  que  más  es  vida  de  be- 
tias  que  de  hombres,  y  el  que  se  gasta  durmiendo,  cuando  no  usa- 
mos de  los  sentidos  ni  de  la  razón  (que  nos  hace  hombres)  ha- 
llaremos ser  aun  más  breve  de  lo  que  paresce.  Y  si  sobre  todo 
esto  la  comparas  con  la  eternidad  de  la  vida  advenidera,  ape- 
nas te  parecerá  un  punto.  Por  do  verás   cuan  desvariados  son 

OBRAS  DE  GRANADA.  X-sa 


450  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

los  que  por  gozar  deste  soplo  de  vida  tan  breve,  se  ponen  á  per- 
der el  descanso  de  aquella  que  para  siempre  ha  de  durar. 

Lo  segundo,  considera  cuan  incierta  sea  esta  vida  (que  es  otra 
miseria  sobre  la  pasada)  porque  no  basta  ser  de  suyo  tan  breve 
como  es,  sino  que  eso  poco  que  hay  de  vida,  no  está  seguro  sino 
dubdoso.  Porque  ¿  cuántos  llegan  á  esos  setenta  ó  ochenta  años 
que  dijimos?  ¡A  cuántos  se  corta  la  tela  en  comenzándose  á  tejer  I 
¡Cuántos  se  van  en  flor  (como  dicen)  ó  en  agraz!  No  sabéis  (dice 
el  Salvador)  cuándo  vendrá  vuestro  Señor,  si  á  la  mañana,  si  al 
mediodía,  si  á  la  media  noche,  si  al  canto  del  gallo. 

Aprovecharte  ha,  para  mejor  sentir  esto,  acordarte  de  la  muer- 
te de  muchas  personas  que  habrás  conoscido  en  este  mundo,es- 
pecialmente  de  tus  amigos  y  familiares,  y  de  algunas  personas 
ilustres  y  señaladas,  á  las  cuales  salteó  la  muerte  en  diversas  eda- 
des y  dejó  burlados  todos  sus  propósitos  y  esperanzas. 

Lo  tercero,  piensa  cuan  frágil  y  quebradiza  sea  esta  vida,  y 
hallarás  que  no  hay  vaso  de  vidrio  tan  delicado  como  ella  es: 
pues  un  aire,  un  sol,  un  jarro  de  agua  fría,  un  vaho  de  un  en- 
fermo, basta  para  despojarnos  della,  como  parece  por  las  expe- 
riencias cuotidianas  de  muchas  personas,  á  las  cuales  en  lo  más 
florido  de  su  edad  bastó  para  derribar  cualquier  ocasión  de  las 
sobredichas. 

Lo  cuarto,  considera  cuan  mudable  es  y  cómo  nunca  per- 
manesce  en  un  mismo  ser.  Para  lo  cual  debes  considerar  cuánta 
sea  la  mudanza  de  nuestros  cuerpos,  los  cuales  nunca  perraanes- 
cen  en  una  misma  salud  y  disposición:  y  cuánta  mayor  la  de  los 
ánimos,  que  siempre  andan  como  la  mar  alterados  con  diversos 
vientos  y  olas  de  pasiones,  y  apetitos,  y  cuidados,  que  á  cada  hora 
nos  perturban:  y  finalmente,  cuántas  sean  las  mudanzas  que  di- 
cen de  la  fortuna,  que  nunca  consiente  mucho  permanecer  ni  en 
un  mismo  estado  ni  en  una  misma  prosperidad  y  alegría  las  co- 
sas de  la  vida  humana,  sino  siempre  rueda  de  un  lugar  en  otro. 
Y  sobre  todo  esto  considera  cuan  continuo  sea  el  movimiento 
de  nuestra  vida,  pues  día  y  noche  nunca  para,  sino  siempre  va 
perdiendo  de  su  derecho.  Según  esto,  ¿  qué  es  nuestra  vida  sino 
una  candela  que  siempre  se  está  gastando,  y  mientras  más  arde 
.y  resplandesce,  más  se  gasta?  ,jQué  es  nuestra  vida,  sino  una  flor 
que  se  abre  á  la  mañana,  y  al  medio  día  se  marchita,  y  á  la  tar- 
de se  seca? 


PARTE  I.  EL  MAJITES  45  I 


Pues  por  razón  desta  continua  mudanza  dice  Dios  por  Isaías: 
Toda  carne  es  heno,  y  toda  la  gloria  de  ella  es  como  la  flor  del 
campo.  Sobre  las  cuales  palabras  dice  S.  Hierónimo:  Verdadera- 
mente quien  considerare  la  fragilidad  de  nuestra  carne,  y  cómo 
en  todos  los  puntos  y  momentos  de  tiempos  crescemos  y  des- 
crecemos, sin  jamás  permanescer  en  un  mismo  estado,  y  cómo 
este  que  agora  estamos  hablando,  trazando  y  escudriñando,  se 
está  quitando  de  nuestra  vida,  no  dubdará  llamar  á  nuestra  carne 
heno,  y  toda  su  gloria  como  la  flor  del  campo.  El  que  agora  es 
niño  de  teta,  súbitamente  se  hace  muchacho,  y  el  muchacho,  mozo, 
y  el  mozo  muy  aína  llega  á  la  vejez,  y  primero  se  halla  viejo,  que 
se  maraville  de  ver  cómo  ya  no  es  mozo.  Y  la  mujer  hermosa, 
que  llevaba  tras  sí  las  manadas  de  los  mozuelos  locos,  muy  pres- 
to descubre  la  frente  arada  con  arrugas,  y  la  que  antes  era  ama- 
ble, de  ahí  á  poco  viene  á  ser  aborrescible. 

Lo  quinto,  considera  cuan  engañosa  sea  (que  por  ventura  es 
lo  peor  que  tiene,  pues  á  tantos  engaña,  y  tantos  y  tan  ciegos 
amadores  lleva  tras  sí)  pues  siendo  fea  nos  parece  hermosa,  sien- 
do amarga  nos  parece  dulce,  siendo  breve  á  cada  uno  la  suya 
le  parece  larga,  y  siendo  tan  miserable  parece  tan  amable,  que 
no  hay  peligro  ni  trabajo  á  que  no  se  pongan  los  hombres  por 
ella,  aunque  sea  con  detrimento  de  la  vida  perdurable,  haciendo 
cosas  por  do  vengan  á  perder  la  vida  perdurable. 

Lo  sexto,  considera  cómo  demás  de  ser  tan  breve,  &c.  (según 
está  dicho)  eso  poco  que  hay  de  vida  está  subjecto  á  tantas  mi- 
serias, así  del  ánimo  como  del  cuerpo,  que  todo  ello  no  es  otra 
cosa  sino  un  valle  de  lágrimas  y  un  piélago  de  infinitas  miserias. 
Escribe  S.  Hierónimo  que  Jerjes,  aquel  poderosísimo  rey  que 
derribaba  los  montes  y  allanaba  los  mares,  como  se  subiese  á 
un  monte  alto  á  ver  dende  allí  un  ejército  que  tenía  ayuntado 
de  infinitas  gentes,  después  que  lo  hubo  bien  mirado,  dice  que 
se  paró  á  llorar:  y  preguntado  por  qué  lloraba,  respondió:  Lloro 
porque  de  aquí  á  cien  años  no  estará  vivo  ninguno  de  cuantos 
aquí  veo  presentes.  ¡Oh  si  pudiésemos  (dice  S.  Hierónimo)  su- 
birnos á  alguna  atalaya,  que  dende  ella  pudiésemos  ver  toda  la 
tierra  debajo  de  nuestros  pies!  Dende  ahí  verías  las  caídas  y  mi- 
serias de  todo  el  mundo,  y  gentes  destruidas  por  gentes,  y  reinos 
por  reinos.  Verías  cómo  á  unos  atormentan,  á  otros  matan:  unos 
se  ahogan  en  la  mar,  otros  son  llevados  captivos.  Aquí  verías 


452  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

bodas,  allí  planto:  aquí  matar  unos,  allí  morir  otros:  unos  abundar 
en  riquezas,  otros  mendigar.  Y  finalmente,  verías  no  solamente 
el  ejército  de  Jerjes,  sino  á  todos  los  hombres  del  mundo  que  ago- 
ra son,  los  cuales  de  aquí  á  pocos  días  acabarán.  Discurre  por  to- 
das las  enfermedades  y  trabajos  de  los  cuerpos  humanos,  y  por 
todas  las  afliciones  y  cuidados  de  los  espíritus,  y  por  los  peligros 
que  hay,  así  en  todos  los  estados  como  en  todas  las  edades  de 
los  hombres,  y  verás  aun  más  claro  cuántas  sean  las  miserias  des- 
ta  vida,  para  que  viendo  tan  claramente  cuan  poco  es  todo  lo 
que  el  mundo  puede  dar,  más  fácilmente  menosprecies  todo  lo 
que  hay  en  él. 

A  todas  estas  miserias  sucede  la  última,  que  es  el  morir,  la 
cual  así  para  lo  del  cuerpo  como  para  lo  del  ánima,  es  la  última 
de  todas  las  cosas  terribles:  pues  el  cuerpo  será  en  un  puncto  des- 
pojado de  todas  las  cosas,  y  del  ánima  se  ha  de  determinar  en- 
tonces lo  que  para  siempre  ha  de  ser. 

Todo  esto  te  dará  á  entender  cuan  breve  y  miserable  sea  la 
gloria  del  mundo  (pues  tal  es  la  vida  de  los  mundanos  sobre  que 
se  funda)  y  por  consiguiente  cuan  digna  sea  ella  de  ser  hollada  y 
menospreciada. 


EL  MIÉRCOLES. 

ESTE  día  pensarás  en  el  paso  de  la  muerte,  que  es  una  de  las 
más  provechosas  consideraciones  que  hay,  así  para  alcan- 
zar la  verdadera  sabiduría  como  para  huir  el  pecado,  como  tam- 
bién para  comenzar  con  tiempo  aparejarse  para  la  hora  de  la 
cuenta. 

Piensa,  pues,  primeramente  cuan  incierta  es  aquella  hora  en 
que  te  ha  de  saltear  la  muerte:  porque  no  sabes  en  qué  día,  ni 
en  qué  lugar,  ni  en  qué  estado  te  tomará.  Solamente  sabes  que 
has  de  morir,  todo  lo  demás  está  incierto:  sino  que  ordinariamen- 
te suele  sobrevenir  esta  hora  al  tiempo  que  el  hombre  está  más 
descuidado  y  olvidado  della. 

Lo  segundo,  piensa  en  el  apartamiento  que  allí  habrá,  no  sólo 
entre  todas  las  cosas  que  se  aman  en  esta  vida,  sino  también  en- 
tre el  ánima  y  el  cuerpo,  compañía  tan  antigua  y  tan  amada.  Si 
se  tiene  por  grande  mal  el  destierro  de  la  patria  y  de  los  aires 


PARTE  I.  EL  MIÉRCOLES  453 


en  que  el  hombre  se  crió,  pudiendo  el  desterrado  llevar  consigo 
todo  lo  que  ama,  ¿  cuánto  mayor  será  el  destierro  universal  de 
todas  las  cosas,  de  la  casa,  y  de  la  hacienda,  y  de  los  amigos,  y 
del  padre,  y  de  la  madre,  y  de  los  hijos,  y  desta  luz  y  aire  co- 
mún, y  finalmente  de  todas  las  cosas?  Si  un  buey  da  bramidos 
cuando  lo  apartan  de  otro  buey  con  quien  araba,  ;qué  bramido 
será  el  de  tu  corazón,  cuando  te  aparten  de  todos  aquéllos  con 
cuya  compañía  trajiste  acuestas  el^iigo  de  las  cargas  desta  vida? 

Considera  también  la  pena  que  el  hombre  allí  recibe,  cuando 
se  le  representa  en  lo  que  han  de  parar  el  cuerpo  y  el  ánima 
después  de  la  muerte.  Porque  del  cuerpo  ya  sabe  que  no  le  pue- 
de caber  otra  suerte  mejor  que  un  hoyo  de  siete  pies  en  largo, 
en  compañía  de  los  otros  muertos:  mas  del  ánima  no  sabe  cierto 
lo  que  será,  ni  qué  suerte  le  ha  de  caber.  Ésta  es  una  de  las  ma- 
yores congojas  que  allí  se  padescen,  saber  que  hay  gloria  y  pena 
para  siempre,  y  estar  tan  cerca  de  lo  uno  y  de  lo  otro,  y  no  saber 
cuál  destas  dos  suertes  tan  desiguales  nos  ha  de  caber. 

Tras  desta  congoja  se  sigue  otra  no  menor,  que  es  la  cuen- 
ta que  allí  se  ha  de  dar,  la  cual  es  tal,  que  hace  temblar  aun  los 
muy  esforzados.  De  Arsenio  se  escribe  que  estando  ya  para  mo- 
rir, comenzó  á  temer.  Y  como  sus  discípulos  le  dijesen:  Padre,  ^y 
tú  agora  temes?  respondió:  Hijos,  no  es  nuevo  en  mí  ese  temor, 
porque  siempre  viví  con  él.  Allí,  pues,  se  le  representan  al  hom- 
bre todos  los  pecados  de  la  vida  pasada  como  un  escuadrón  de 
enemigos  que  vienen  á  dar  sobre  é!,  y  los  más  grandes  y  en  que 
mayor  deleite  recibió,  ésos  se  representan  más  vivamente  y  son 
causa  de  mayor  temor.  ¡  Oh  cuan  amarga  es  allí  la  memoria  del 
deleite  pasado,  que  en  otro  tiempo  parescía  tan  dulce!  Por  cier- 
to con  mucha  razón  dijo  el  Sabio:  No  mires  al  vino  cuando  está 
rubio  y  cuando  resplandesce  en  el  vidrio  su  color,  porque  aun- 
que al  tiempo  del  beber  paresce  blando,  mas  á  la  postre  muerde 
como  culebra  y  derrama  su  ponzoña  como  basilisco.  Éstas  son 
las  heces  de  aquel  brebaje  ponzoñoso  del  enemigo,  éste  es  el  dejo 
que  tiene  aquel  cáliz  de  Babilonia  por  defuera  dorado.  Pues  en- 
tonces el  hombre  miserable  viéndose  cercado  de  tantos  acusa- 
dores, comienza  á  temer  la  tela  deste  juicio,  y  á  decir  entre  si: 
^Miserable  de  mí,  que  tan  engañado  he  vivido  y  por  tales  caminos 
he  andado,  <iqué  será  de  mí  agora  en  este  juicio?  Si  Sanct  Pablo 
dice  que  lo  que  el  hombre  hobiere  sembrado,  eso  cojera,  yo  que 


454  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

ninguna  otra  cosa  he  sembrado  sino  obras  de  carne,  ¿qué  espe- 
ro coger  de  aquí  sino  corrupción?  Si  Sanct  Juan  dice  que  en  aque- 
11a  soberana  ciudad,  que  es  toda  oro  limpio,  no  ha  de  entrar  cosa 
sucia,  i-qué  espera  quien  tan  sucia  y  tan  torpemente  ha  vivido? 

Después  desto  suceden  los  sacramentos  de  la  Confesión  y 
Comunión  y  de  la  Extrema-Unción,  que  es  el  último  socorro  con 
que  la  Iglesia  nos  puede  ayudar  en  aquel  trabajo:  y  así  en  éste 
como  en  los  otros  debes  considerar  las  ansias  y  congojas  que 
allí  el  hombre  padescerá  por  haber  vivido  mal,  y  cuánto  quisiera 
haber  llevado  otro  camino,  y  qué  vida  haría  entonces  si  le  diesen 
tiempo  para  eso,  y  cómo  allí  se  esforzará  á  llamar  á  Dios,  y 
los  dolores  y  la  priesa  de  la  enfermedad  apenas  le  darán  lugar. 

]\h*ra  también  aquellos  postreros  accidentes  de  la  enferme- 
dad, que  son  como  mensajeros  de  la  muerte,  cuan  espantosos 
son,  3'  cuan  para  temer.  Levántase  el  pecho,  enronquécese  la 
voz,  rauérense  los  pies,  hiélanse  las  rodillas,  afílanse  las  narices, 
húndense  los  ojos,  párase  el  rostro  difuncto,  y  la  lengua  no  acier- 
ta ya  á  hacer  su  oficio,  y  finalmente,  con  la  priesa  del  ánima  que 
se  parte,  turbados  todos  los  sentidos,  pierden  su  valor  y  su  vir- 
tud. Mas  sobre  todo,  el  ánima  es  la  que  allí  padesce  ma3'ores 
trabajos:  porque  está  batallando  y  agonizando,  parte  por  la  sa- 
lida, y  parte  por  el  temor  de  la  cuenta  que  se  le  apareja:  porque 
ella  naturalmente  rehusa  la  salida,  y  ama  la  estada,  y  teme  la 
cuenta. 

Salida  ya  el  ánima  de  las  carnes,  aun  te  quedan  dos  caminos 
por  andar:  el  uno,  acompañando  el  cuerpo  hasta  la  sepultura,  y 
el  otro,  siguiendo  el  ánima  hasta  la  determinación  de  su  causa, 
considerando  lo  que  á  cada  una  destas  partes  acaescerá.  Mira, 
pues,  cuál  queda  el  cuerpo  después  que  su  ánima  lo  desampara, 
cuál  es  aquella  noble  vestidura  que  le  aparejan  para  enterrarlo, 
y  cuan  presto  procuran  echarlo  de  casa.  Considera  su  enterra- 
miento con  todo  lo  que  en  él  pasará,  el  doblar  de  las  campanas, 
el  preguntar  todos  por  el  muerto,  los  oficios  y  cantos  dolorosos 
de  la  Iglesia,  el  acompañamiento  y  sentimiento  de  los  amigos,  y 
finalmente  todas  las  particularidades  que  allí  suelen  acaescer,  has- 
ta dejar  el  cuerpo  en  la  sepultura,  donde  quedará  sepultado  en 
aquella  tierra  de  perpetuo  olvido. 

Dejado  el  cuerpo  en  la  sepultura,  vete  luego  en  pos  del  áni- 
ma, y  mira  el  camino  que  llevará  por  aquella  nueva  región,  y  en 


Parte  i.  el  miércoles  455 

lo  que  finalmente  parará,  y  cómo  será  juzgada.  Imagina  que  estás 
ya  presente  á  este  juicio,  y  que  toda  la  Corte  del  cielo  está  aguar- 
dando el  fin  desta  sentencia,  donde  se  hará  el  cargo  y  el  descargo 
de  todo  lo  recebido,  hasta  el  cabo  del  agujeta.  Ahí  se  pedirá 
cuenta  de  la  vida,  de  la  hacienda,  de  la  familia,  de  las  inspira- 
ciones de  Dios,  de  los  aparejos  que  tuvimos  para  bien  vivir,  y 
sobre  todo,  de  la  sangre  de  Cristo,  y  allí  será  cada  uno  juzgado 
según  la  cuenta  que  diere  de  lo  recebido. 


EL  JUEVES. 

nipSTE  día  pensarás  en  el  juicio  final,  para  que  con  esta  cón- 
}P  j  sideración  se  despierten  en  tu  ánima  aquellos  dos  tan  prin- 
cipales afectos  que  debe  tener  todo  fiel  cristiano,  conviene  saber, 
temor  de  Dios  y  aborrecimiento  del  pecado. 

Piensa,  pues,  primeramente  cuan  terrible  será  aquel  día,  en 
el  cual  se  averiguarán  las  causas  de  todos  los  hijos  de  Adán,  y 
se  concluirán  los  procesos  de  nuestras  vidas,  y  se  dará  sentencia 
difinitiva  de  lo  que  para  siempre  ha  de  ser.  Aquel  día  abrazará 
en  sí  los  días  de  todos  los  siglos  presentes,  pasados  y  venideros, 
porque  en  él  dará  el  mundo  cuenta  de  todos  estos  tiempos,  y  en 
él  derramará  la  ira  y  saña  que  tiene  recogida  en  todos  los  si- 
glos. Pues  ¡qué  tan  arrebatado  saldrá  entonces  aquel  tan  cauda- 
loso río  de  la  indignación  Divina,  teniendo  tantas  acogidas  de 
ira  y  saña  cuantos  pecados  se  han  hecho  dende  el  principio  del 
mundo! 

Lo  segundo,  considera  las  señales  espantosas  que  precede- 
rán este  día:  porque  (como  dice  el  Salvador)  antes  que  venga 
este  día,  habrá  señales  en  el  sol,  y  en  la  luna,  y  en  las  estrellas, 
y  finalmente  en  todas  las  criaturas  del  cielo  y  de  la  tierra.  Por- 
que tudas  ellas  sentirán  su  fin  antes  que  fenezcan,  y  se  estreme- 
cerán y  comenzarán  á  caer  primero  que  caigan.  Mas  los  hom- 
bres dice  que  andarán  secos  y  ahilados  de  muerte,  oyendo  los 
bramidos  espantosos  de  la  mar,  y  viendo  las  grandes  olas  y  tor- 
mentas que  levantará,  barruntando  por  aquí  las  grandes  calami- 
dades y  miserias  que  amenazan  al  mundo  con  tan  temerosas  se- 
ñales. Y  así  andarán  atónitos  y  espantados,  las  caras  amarillas  y 
desfiguradas,  antes  de  la  muerte  muertos  y  antes  del  juicio  sen- 


456  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

tenciados,  midiendo  los  peligros  con  sus  proprios  temores,  y  tan 

ocupados  cada  uno  con  el  su3'o,  que  no  se  acordará  del  ajeno, 

aunque  sea  padre  ó  hijo.  Nadie  habrá  para  nadie,  porque  nadie 

bastará  para  sí  solo. 

Lo  tercero,  considera  aquel  diluvio  universal  de  fuego  que 

vendrá  delante  del  Juez,  y  aquel  sonido  temeroso  de  la  trompeta 

que  tocará  el  Arcángel,  para  convocar  todas  las  generaciones 

del  mundo  á  que  se  junten  en  un  lugar  y  se  hallen  presentes  en 

juicio,  y  sobre  todo,  la  majestad  espantable  con  que  ha  de  venir 

el  Juez. 

Después  de  esto,  considera  cuan  estrecha  será  la  cuenta  que 
allí  á  cada  uno  se  pedirá.  Verdaderamente  (dice  Job)  no  podrá 
ser  el  hombre  justificado  si  se  compara  con  Dios.  Y  si  se  quisiere 
poner  con  Él  en  juicio,  de  mil  cargos  que  le  haga,  no  le  podrá 
responder  á  solo  uno.  Pues  ¿qué  sentirá  entonces  cada  uno  de  los 
malos,  cuando  entre  Dios  con  él  en  este  examen,  y  allá  dentro 
de  su  consciencia  diga  así:  Ven  acá,  hombre  malo,  ¿qué  viste  en 
raí,  porque  así  me  despreciaste  y  te  pasaste  al  bando  de  mi  ene- 
migo? Yo  te  crié  á  mi  imagen  y  semejanza.  Yo  te  di  la  lumbre 
de  la  fe,  y  te  hice  cristiano,  y  te  redimí  con  mi  propria  sangre. 
Por  ti  ayuné,  caminé,  velé,  trabajé  y  sudé  gotas  de  sangre.  Por 
ti  sufrí  persecuciones,  azotes,  blasfemias,  escarnios,  bofetadas,  des- 
honras, tormentos  y  cruz.  Testigos  son  esta  cruz  y  clavos  que 
aquí  parescen,  testigos  estas  llagas  de  pies  y  manos  que  en  mi 
cuerpo  quedaron,  testigos  el  cielo  y  la  tierra  delante  quien  pa- 
descí.  Pues  ¿qué  heciste  desa  ánima  tuya,  que  yo  con  mi  sangre 
hice  mía?  ¿En  cuyo  servicio  empleaste  lo  que  yo  compré  tan  ca- 
ramente? Oh  generación  loca  y  adúltera,  ¿porqué  quisiste  más 
servir  á  ese  enimigo  tuyo  con  trabajo,  que  á  mí,  tu  Redemptor 
y  Criador,  con  alegría?  Llámeos  tantas  veces,  y  no  me  respon- 
distes:  toqué  á  vuestras  puertas,  y  no  despertastes:  extendí  mis 
manos  en  la  cruz,  y  no  las  mirastes:  menospreciastes  mis  consejos 
y  todas  mis  promesas  y  amenazas.  Pues  decid  agora  vosotros, 
ángeles,  juzgad  vosotros,  jueces,  entre  mí  y  mi  viña,  ¿qué  más 
debí  yo  hacer  por  ella  de  lo  que  hice? 

Pues  ¿qué  responderán  aquí  los  malos,  los  burladores  de  las 
cosas  divinas,  los  mofadores  de  la  virtud,  los  menospreciadores 
de  la  simplicidad,  los  que  tuvieron  más  cuenta  con  las  leyes  del 
mundo  que  con  las  de  Dios,  los  que  á  todas  sus  voces  estuvieron 


PARTE  I.  EL  JUEVES  457 


sordos,  á  todas  sus  inspiraciones  insensibles,  á  todos  sus  manda- 
mientos rebeldes,  y  á  todos  sus  azotes  y  beneficios  ingratos  y  du- 
ros? ¿Qué  responderán  los  que  vivieron  como  si  creyeran  que 
no  había  Dios,  y  los  que  con  ninguna  ley  tuvieron  cuenta,  sino 
con  solo  su  interese?  ¿Qué  haréis  los  tales  (dice  Isaías)  en  el  día 
de  la  visitación  y  calamidad  que  os  vendrá  de  lejos?  ¿A  quién 
pediréis  socorro,  y  qué  os  aprovechará  la  abundancia  de  vues- 
tras riquezas? 

Lo  quinto,  considera  después  de  todo  esto  la  terrible  senten- 
cia que  el  Juez  fulminará  contra  los  malos,  y  aquella  temerosa 
palabra  que  hará  retiñir  las  orejas  de  quien  la  oyere.  Sus  labios 
(dice  Isaías)  están  llenos  de  indignación,  y  su  lengua  es  como 
fuego  que  traga.  ¿Qué  fuego  abrasará  tanto  como  aquellas  pala- 
bras: Apartaos  de  mí,  malditos,  al  fuego  perdurable,  que  está  apa- 
rejado para  Satanás  y  para  sus  ángeles?  En  cada  una  de  las  cua- 
les palabras  tienes  mucho  que  sentir  y  que  pensar  en  el  aparta- 
miento, en  la  maldición,  en  el  fuego,  en  la  compañía  y  sobre 
todo  en  la  eternidad. 


EL  VIERNES. 

ESTE  día  meditarás  en  las  penas  del  infierno,  para  que  con  esta 
meditación  también  se  confirme  más  tu  ánima  en  el  temor 
de  Dios  y  aborrecimiento  del  pecado. 

Estas  penas  dice  Sant  Buenaventura  que  se  deben  imaginar 
debajo  de  algunas  figuras  y  semejanzas  corporales  que  los  San- 
ctos  nos  enseñaron.  Por  lo  cual  será  cosa  conveniente  imaginar 
el  lugar  del  infierno  (según  él  mismo  dice)  como  un  lago  escuro 
y  tenebroso  puesto  debajo  de  la  tierra,  ó  como  Un  pozo  pro- 
fundísimo lleno  de  fuego,  ó  como  una  ciudad  espantable  y  tene- 
brosa que  toda  se  arde  en  vivas  llamas,  en  la  cual  no  suena  otra 
cosa  sino  voces  y  gemidos  de  atormentadores  y  atormentados, 
con  perpetuo  llanto  y  crujir  de  dientes. 

Pues  en  este  malaventurado  lugar  se  padescen  dos  penas 
principales,  la  una  que  llaman  de  sentido,  y  la  otra  de  daño.  Y 
cuanto  á  la  primera,  piensa  cómo  no  habrá  allí  sentido  alguno 
dentro  ni  fuera  del  ánima,  que  no  esté  penando  con  su  proprio 
tormento:  porque  así  como  los  malos  ofendieron  á  Dios  con  to- 


45 S  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


dos  sus  miembros  y  sentidos,  y  de  todos  hicieron  armas  para 
servir  al  pecado,  así  ordenará  Él  que  cada  uno  dellos  pene  con 
su  proprio  tormento  y  pague  su  merescido.  Allí  los  ojos  adúlte- 
ros y  deshonestos  padescerán  con  la  vásión  horrible  de  los  de- 
monios. Allí  las  orejas  que  se  dieron  á  oir  mentiras  y  torpeda- 
des,  oirán  perpetuas  blasfemias  y  gemidos.  Allí  las  narices  ama- 
doras de  perfumes  y  olores  sensuales  serán  llenas  de  intolerable 
hedor.  Allí  el  gusto  que  se  regalaba  con  diversos  manjares  y  go- 
losinas, será  atormentado  con  rabiosa  hambre  y  sed.  Allí  la  len- 
gua murmuradora  y  blasfema  será  amargada  con  la  hiél  de  dra- 
gones. Allí  el  tacto  amador  de  regalos  y  blanduras  andará  na- 
dando en  aquellas  heladas  que  dice  Job  del  río  Cocito,  y  entre 
los  ardores  y  llamas  de  fuego.  Allí  la  imaginación  padecerá  con 
la  aprehensión  de  los  dolores  presentes,  la  memoria  con  la  re- 
cordación de  los  placeres  pasados,  el  entendimiento  con  la  re- 
presentación de  los  males  advenideros,  y  la  voluntad  con  gran- 
dísimas iras  y  rabias  que  los  malos  ternán  contra  Dios,  Final- 
mente, allí  se  hallarán  en  uno  todos  los  males  y  tormentos  que 
se  pueden  pensar:  porque  (como  dice  San  Gregorio)  allí  habrá 
frío  que  no  se  pueda  sufrir,  fuego  que  no  se  pueda  apagar,  gu- 
sano inmortal,  hedor  intolerable,  tinieblas  palpables,  azotes  de 
atormentadores,  visión  de  demonios,  confusión  de  pecados  y  de- 
sesperación de  todos  los  bienes.  Pues  dime  agora,  si  el  menor 
de  todos  estos  males  que  aquí  hay,  se  padesciese  por  muy  pe- 
queño espacio  de  tiempo,  sería  tan  recio  de  llevar,  ,jqué  será  pa- 
descer  allí  en  un  mismo  tiempo  toda  esta  muchedumbre  de  ma- 
les en  todos  los  miembros  y  sentidos  interiores  y  exteriores,  y 
esto  no  por  espacio  de  una  noche  sola  ni  de  mil,  sino  de  una 
eternidad  infinita?  ¿Qué  sentidos,  qué  palabras,  qué  juicio  hay  en 
el  mundo  que  pueda  sentir  ni  encarecer  esto  como  es? 

Pues  no  es  ésta  la  mayor  de  las  penas  que  allí  se  pasan:  otra 
hay  sin  comparación  mayor,  que  es  la  que  llaman  los  teólogos 
pena  de  daño,  la  cual  es  haber  de  carecer  para  siempre  de  la 
vista  de  Dios  y  de  su  gloriosa  compañía:  porque  tanto  es  ma- 
yor una  pena,  cuanto  priva  al  hombre  de  mayor  bien,  y  pues 
Dios  es  el  mayor  bien  de  los  bienes,  así  carecer  de  él  será  el 
mayor  mal  de  los  males,  cual  de  verdad  éste  es. 

Éstas  son  las  penas  que  generalmente  competen  á  todos  los 
condenados.  Mas  allende  destas  penas  generales,  hay  otras  par- 


PARTE  I.  EL  VIERNES  459 


ticulares  que  allí  padescerá  cada  uno  conforme  á  la  calidad  de 
su  delicto.  Porque  una  será  allí  la  pena  del  soberbio,  y  otra  la  del 
envidioso,  y  otra  la  del  avariento,  y  otra  la  del  lujurioso,  y  así 
las  demás.  Allí  se  tasará  el  dolor  conforme  al  deleite  recebido, 
y  la  confusión  conforme  á  la  presum.pción  y  soberbia,  y  la  des- 
nudez conforme  á  la  demasía  y  abundancia,  y  la  hambre  y  sed 
conforme  al  regalo  y  á  la  hartura  pasada. 

A  todas  estas  penas  sucede  la  eternidad  del  padescer,  que 
es  como  el  sello  y  la  llave  de  todas  ellas:  porque  todo  esto  aun 
sería  tolerable  si  fuese  finito:  porque  ninguna  cosa  es  grande  si 
tiene  fin.  Mas  pena  que  no  tiene  fin,  ni  alivio,  ni  declinación,  ni 
diminución,  ni  hay  esperanza  que  se  acabará  jamás,  ni  la  pena, 
ni  el  que  la  da,  ni  el  que  la  padesce,  sino  que  es  como  un  des- 
tierro preciso  y  como  un  sanctbcnito  irremisible,  que  nunca 
jamás  se  quita,  esto  es  cosa  para  sacar  de  juicio  á  quien  atenta- 
mente lo  considera. 

De  aquí  nasce  aquel  odio  rabiosísimo  que  los  malaventu- 
rados tienen  contra  Dios,  y  aquellos  reniegos  y  blasfemias  que 
arrojan  contra  Él  diciendo:  [Maldito  sea  Dios,  porque  nos  hizo, 
y  porque  nos  condenó  á  muerte,  y  porque  no  nos  quiere  acabar 
de  matar.  ^laldito  sea  su  poder,  pues  tan  fuertemente  nos  azo- 
ta: y  maldito  su  saber,  pues  ninguna  culpa  nuestra  se  le  encu- 
bre: y  maldita  su  justicia,  pues  por  culpas  temporales  nos  con- 
denó á  tormentos  eternos.  Sea  también  maldita  la  cruz,  pues  nada 
nos  aprovechó  su  remedio,  y  maldita  la  sangre  que  en  ella  se 
derramó,  pues  clama  contra  nosotros  pidiendo  justicia.  Sea  tam- 
bién maldita  la  Madre  de  Dios,  que  para  todos  fué  piadosa,  y 
para  nosotros  cruel:  y  malditos  cuantos  Sanctos  hay  en  el  cielo, 
pues  así  se  huelgan  de  nuestro  mal.  Éstas  serán  sus  perpetuas 
canciones  noche  y  día,  y  éstos  sus  perpetuos  maitines  y  psalmos 
en  los  siglos  de  los  siglos. 


EL  SÁBADO. 

P(I?STE  día  pensarás  en  la  gloria  de  los  bienaventurados,  para 
}P  1  que  por  aquí  se  mueva  tu  corazón  al  menosprecio  del  mun- 
do, y  deseo  de  la  compañía  dellos.  Pues  para  entender  algo  deste 
bien,  puedes  considerar  estas  cinco  cosas,  entre  otras  que  hay  en 


460  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

él:  conviene  saber,  la  excelencia  del  lugar,  el  gozo  de  la  com- 
pañía, la  visión  de  Dios,  la  gloria  de  los  cuerpos  y  finalmente  el 
cumplimiento  de  todos  los  bienes  que  allí  hay. 

Primeramente  considera  la  excelencia  del  lugar,  y  señalada- 
mente la  grandeza  del,  que  es  admirable:  porque  cuando  el  hom- 
bre lee  en  algunos  graves  autores  que  cualquier  de  las  estrellas 
del  cielo  es  mayor  que  toda  la  tierra,  y  aun  que  hay  algunas  de 
ellas  de  tan  notable  grandeza,  que  son  noventa  veces  mayores 
que  toda  ella,  y  con  esto  alza  los  ojos  al  cíelo,  y  ve  en  él  tanta 
muchedumbre  de  estrellas,  y  tantos  espacios  vacíos,  donde  po- 
drían caber  otras  tantas  muchas  más,  ¿cómo  no  se  espanta?  ¿Có- 
mo no  se  queda  atónito  y  ñiera  de  sí,  considerando  la  inmen- 
sidad de  aquel  lugar,  y  mucho  más  la  de  aquel  soberano  Señor 
que  lo  crió? 

Pues  la  hermosura  del  no  se  puede  explicar  con  palabras: 
porque  si  en  este  valle  de  lágrimas  y  lugar  de  destierro  crió  Dios 
cosas  tan  admirables  y  de  tanta  hermosura,  ¿qué  habrá  criado 
en  aquel  lugar,  que  es  aposento  de  su  gloria,  trono  de  su  gran- 
deza, palacio  de  su  majestad,  casa  de  sus  escogidos  y  paraíso  de 
todos  los  deleites? 

Después  de  la  excelencia  del  lugar,  considera  la  nobleza  de 
los  moradores  del,  cuyo  número,  cuya  sanctidad,  cuA'as  riquezas 
y  hermosura  excede  todo  lo  que  se  puede  pensar.  Sanct  Juan 
dice  que  es  tan  grande  la  muchedumbre  de  los  escogidos,  que 
nadie  basta  para  poder  contarlos.  Sanct  Dionisio  dice  que  es  tan 
grande  el  número  de  los  ángeles,  que  excede  sin  comparación 
al  de  todas  cuantas  cosas  materiales  hay  en  la  tierra.  Santo  To- 
más, conformándose  con  este  parescer,  dice  que  así  como  la 
grandeza  de  los  cielos  excede  á  la  de  la  tierra  sin  proporción, 
así  la  muchedumbre  de  aquellos  espíritus  gloriosos  excede  á  la 
de  todas  las  cosas  materiales  que  hay  en  este  mundo,  con  esta 
misma  ventaja.  Pues  ¿qué  cosa  puede  ser  más  admirable?  Por 
cierto  cosa  es  ésta,  que  si  bien  se  considerase,  bastaba  para  dejar 
a^ónitos  todos  los  hombres.  Y  si  cada  uno  de  aquellos  bienaven- 
turados espíritus  (aunque  sea  el  menor  dellos)  es  más  hermoso  de 
ver  que  todo  este  mundo  visible,  ¿quesera  ver  tanto  número  de 
espíritus  tan  hermosos  y  ver  las  perfecciones  y  oficios  de  cada 
uno  dellos?  Allí  discurren  los  ángeles,  ministran  los  arcángeles, 
triunfan  los  principados,   alégranse  las  potestades,   enseñorean 


PARTE   I.  EL   SÁBADO  46 1 


las  dominaciones,  resplandescen  las  virtudes,  relampaguean  los 
tronos,  lucen  los  querubines  y  arden  los  serafines,  y  todos  can- 
tan alabanzas  á  Dios.  Pues  si  la  compañía  y  comunicación  de  los 
buenos  es  tan  dulce  y  amigable,  ¿qué  será  tratar  allí  con  tantos 
buenos,  hablar  con  los  apóstoles;  conversar  con  los  profetas,  co- 
municar con  los  mártires  y  con  todos  los  escogidos? 

Y  si  tan  grande  gloria  es  gozar  de  la  compañía  de  los  bue- 
nos, ¿qué  será  gozar  de  la  compañía  y  presencia  de  Aquél  á  quien 
alaban  las  estrellas  de  la  mañana,  de  cuya  hermosura  el  sol  y  la 
luna  se  maravillan,  ante  cuyo  acatamiento  se  arrodillan  los  ánge- 
les y  todos  aquellos  espíritus  soberanos?  ¿Qué  será  ver  aquel  bien 
universal  en  quien  están  todos  los  bienes,  y  aquel  mundo  mayor 
en  quien  están  todos  los  mundos,  y  á  Aquél  que  siendo  uno,  es 
todas  las  cosas,  y  siendo  simplicísimo,  abraza  las  perfecciones  de 
todas?  Si  tan  grande  cosa  fué  oir  y  ver  al  rey  Salomón,  que  de- 
cía la  reina  Sabá:  Bienaventurados  los  que  asisten  delante  ti,  y 
gozan  de  tu  sabiduría,  ¿qué  será  ver  aquel  sumo  Salomón,  aque- 
lla eterna  sabiduría,  aquella  infinita  grandeza,  aquella  inestimable 
hermosura,  aquella  inmensa  bondad,  y  gozar  della  para  siempre? 
Ésta  es  la  gloria  esencial  de  los  Sanctos,  éste  el  último  fin  y 
puerto  de  todos  nuestros  deseos. 

Considera  después  desto  la  gloria  de  los  cuerpos,  los  cuales 
gozarán  de  aquellas  cuatro  singulares  dotes,  que  son  subtileza, 
ligereza,  impasibilidad  y  claridad,  la  cual  será  tan  grande  que 
cada  uno  de  ellos  resplandecerá  como  el  sol  en  el  reino  de  su  Pa- 
dre. Pues  si  no  más  de  un  sol,  que  está  en  medio  de  el  cielo,  basta 
para  dar  luz  y  alegría  á  todo  este  mundo,  ¿qué  harán  tantos  so- 
les y  lámparas  como  allí  resplandescerán?  Pues  ¿qué  diré  de  to- 
dos los  otros  bienes  que  alU  hay?  Allí  habrá  salud  sin  enferme- 
dad, libertad  sin  servidumbre,  hermosura  sin  fealdad,  inmortali- 
dad sin  corrupción,  abundancia  sin  necesidad,  sosiego  sin  turba- 
ción, seguridad  sin  temor,  conoscimiento  sin  error,  hartura  sin 
hastío,  alegría  sin  tristeza,  y  honra  sin  contradición.  Allí  será  (dice 
Sanct  Augustín)  verdadera  la  gloria,  donde  ninguno  será  alaba- 
do por  error  ni  por  lisonja.  AUí  será  verdadera  la  honra,  la  cual  ni 
se  negará  al  digno,  ni  se  concederá  al  indigno.  Allí  será  verdadera 
la  paz,  donde  ni  de  sí  ni  de  otro  será  el  hombre  molestado.  El  pre- 
mio de  la  virtud  será  el  mismo  que  dio  la  virtud  y  se  prometió 
por  galardón  della,  el  cual  se  verá  sin  fin,  y  se  amará  sin  hastío, 


462  TRATADO   DE  LA  ORACIÓN 

y  se  alabará  sin  cansando.  Allí  el  lugar  es  ancho,  hermoso,  res- 
plandesciente  y  seguro,  la  compañía  muy  buena  y  agradable;  el 
tiempo  de  una  manera,  no  ya  distincto  en  tarde  y  mañana,  sino 
continuado  con  una  simple  eternidad.  Allí  habrá  perpetuo  vera- 
no, que  con  el  frescor  y  aire  del  Espíritu  Sancto  siempre  flores- 
ce.  Allí  todos  se  alegran,  todos  cantan  y  alaban  á  aquel  sumo 
Dador  de  todo,  por  cuya  largueza  viven  y  reinan  para  siempre. 
¡Oh  ciudad  celestial,  morada  segura,  tierra  donde  se  halla  todo 
lo  que  deleita,  pueblo  sin  murmuración,  vecinos  quietos,  y  hom- 
bres sin  ninguna  necesidad!  ¡Oh  si  se  acabase  ya.  esta  contienda! 
¡Oh  si  se  concluyesen  los  días  de  mi  destierro !  ¿  Cuándo  llegará 
este  día?  ¿Cuándo  vendré  y  paresceré  ante  la  cara  de  mi  Dios? 


EL  DOMINGO. 

n[PsTE  día  pensarás  en  los  beneficios  divinos,  para  dar  gracias 
fpj  al  Señor  por  ellos  y  encenderte  más  en  el  amor  de  quien 
tanto  bien  te  hizo.  Y  aunque  estos  beneficios  sean  innumerables, 
mas  puedes  tú  á  lo  menos  considerar  estos  cinco  más  principa- 
les, conviene  saber,  de  la  creación,  conservación,  redención,  vo- 
cación, con  los  otros  beneficios  particulares  y  ocultos. 

Y  primeramente,  cuanto  al  beneficio  de  la  creación  consi- 
dera con  mucha  atención  lo  que  eras  antes  que  fueses  criado,  y 
lo  que  Dios  hizo  contigo  y  te  dio  ante  todo  merescimiento,  con- 
viene saber,  ese  cuerpo  con  todos  sus  miembros  y  sentidos,  y 
esa  tan  excelente  ánima  con  aquellas  tres  tan  notábiles  potencias, 
que  son  entendimiento,  memoria  y  voluntad.  Y  mira  bien  que 
darte  esta  tal  ánima  fué  darte  todas  las  cosas,  pues  ninguna  per- 
fección hay  en  alguna  criatura  que  el  hombre  no  la  tenga  en  su 
manera.  Por  do  paresce  que  darnos  esta  pieza  sola  fué  darnos 
de  una  vez  todas  las  cosas  juntas. 

Cuanto  al  beneficio  de  la  conservación  mira  cuan  colgado 
está  todo  tu  ser  de  la  Providencia  divina:  cómo  no  vivirías  un 
punto,  ni  darías  un  paso,  si  no  fuese  por  El:  cómo  todas  las  cosas 
del  mundo  crió  para  tu  servicio,  la  mar,  la  tierra,  las  aves,  los 
pesces,  los  anúnales,  las  plantas,  hasta  los  mismos  ángeles  del 
cielo.  Considera  con  esto  la  salud  que  te  da,  las  fuerzas,  la  vida, 
el  mantenimiento,  con  todos  los  otros  socorros  temporales.  Y  so- 


PATRE  í.    EL    DOMINGO  463 


bre  todo  esto  pondera  mucho  las  miserias  y  desastres  en  que 
cada  día  ves  caer  los  otros  hombres,  en  los  cuales  pudieras  tú 
también  haber  caído,  si  Dios  por  su  piedad  no  te  hobiera  pre- 
servado. 

Cuanto  al  beneficio  de  la  redempción  puedes  considerar  dos 
cosas.  La  primera,  cuántos  y  cuan  grandes  hayan  sido  los  bienes 
que  nos  dio  mediante  el  beneficio  de  la  redempción,  y  la  segun- 
da, cuántos  y  cuan  grandes  hayan  sido  los  males  que  padesció 
en  su  cuerpo  y  ánima  sanctísima,  para  ganarnos  estos  bienes. 
Y  para  sentir  más  lo  que  debes  á  este  Señor  por  lo  que  por  ti 
padesció,  puedes  considerar  estas  cuatro  principales  circunstan- 
cias en  el  misterio  de  su  sagrada  pasión,  conviene  saber:  quién 
padesce,  qué  es  lo  que  padesce,  por  quién  padesce,y  por  qué  cau- 
sa lo  padesce.  ¿Quién  padesce?  Dios.  (jQué  padesce?  Los  mayores 
tormentos  y  deshonras  que  jamás  se  padescieron,  ¿Por  quién  pa- 
desce? Por  criaturas  infernales,  y  abominables,  y  semejantes  á  los 
mismos  demonios  en  sus  obras.  ¿Por  qué  causa  padesce?  No  por 
su  provecho  ni  por  nuestro  merescimiento,  sino  por  las  entrañas 
de  su  infinita  caridad  y  misericordia. 

Cuanto  al  beneficio  de  la  vocación,  considera  primeramente 
cuan  grande  merced  de  Dios  fué  hacerte  cristiano,  y  llamarte  á 
la  fe  por  medio  del  baptismo,  y  hacerte  también  participante  de 
los  otros  Sacramentos.  Y  si  después  deste  llamamiento,  perdida 
ya  la  inocencia,  te  sacó  de  pecado,  y  volvió  á  su  gracia,  y  te 
puso  en  estado  de  salud,  ¿cómo  le  podrás  alabar  por  este  bene- 
ficio? ¡Qué  tan  grande  misericordia  fue  aguardarte  tanto  tiempo, 
y  sufrirte  tantos  pecados,  y  enviarte  tantas  inspiraciones,  y  no 
cortarte  el  hilo  de  la  vida, como  se  cortó  á  otros  en  ese  mismo  es- 
tado, y  finalmente  llamarte  con  tan  poderosa  gracia  que  resusci- 
tases  de  muerte  á  vida,  y  abrieses  los  ojos  á  la  luz!  ¡Qué  miseri- 
cordia fué  después  de  ya  convertido  darte  gracia  para  no  volver 
al  pecado,  y  vencer  al  enemigo,  y  perseverar  en  lo  bueno !  És- 
tos son  los  beneficios  públicos  y  conoscidos:  otros  hay  secretos, 
que  no  los  conoscesino  el  que  los  ha  rescebido,  y  aun  otros  hay 
tan  secretos,  que  el  mismo  que  los  recibió  no  los  conosce,  sino 
solo  Aquél  que  los  hizo,  i  Cuántas  veces  habrás  en  este  mundo  me- 
rescido  por  tu  soberbia,  ó  negligencia,  ó  desagradescimiento,  que 
Dios  te  desamparase,  como  habrá  desamparado  á  otros  muchos 
por  alguna  destas  causas,  y  no  lo  ha  hecho  I  j  Cuántos  males  y  oca- 


.  464  TRATADO   DE  LA  ORACIÓN 

siones  de  males  habrá  prevenido  el  Señor  con  su  providencia, 
deshaciendo  las  redes  del  enemigo,  y  acortándole  los  pasos,  y  no 
dando  lugar  á  sus  tratos  y  consejos!  ¡Cuántas  veces  habrá  he- 
cho con  cada  uno  de  nosotros  aquello  que  El  dijo  á  Sanct  Pedro: 
Mira  que  Satanás  andaba  muy  negociado  para  aventaros  á  todos 
como  á  trigo,  mas  yo  he  rogado  por  ti  que  no  desfallezca  tu  fe ! 
Pues  ¿quién  podrá  saber  estos  secretos  sino  Dios?  Los  beneficios 
positivos  bien  los  puede  á  veces  conoscer  el  hombre,  mas  los 
privativos,  que  no  consisten  en  hacernos  bienes  sino  en  librarnos 
de  males,  ¿  quién  los  conoscerá  ?  Pues  así  por  éstos  como  por  los 
otros  es  razón  que  demos  siempre  gracias  al  Señor,  y  que  enten- 
damos cuan  alcanzados  andamos  de  cuenta,  y  cuánto  más  es  lo 
que  debemos  de  lo  que  le  podemos  pagar,  pues  aun  no  lo  pode- 
mos entender. 


DEL  TIEMPO  Y  ERUCTO  DESTAS  MEDITACIONES  SUSODICHAS. 

CAPÍTULO  III. 

P(Í?STAS  son,  cristiano  lector,  las  primeras  siete  meditaciones  en 
^' j  que  puedes  filosofar  y  ocupar  tu  pensamiento  por  los  días 
de  la  semana,  no  porque  no  puedas  también  pensar  en  otras  co- 
sas y  en  otros  días  allende  de  éstos:  porque  (como  ya  dijimos) 
cualquier  cosa  que  induce  nuestro  corazón  á  amor  y  temor 
de  Dios,  y  guarda  de  sus  mandamientos,  es  materia  de  medita- 
ción. Pero  señálanse  estos  pasos  que  tengo  dichos:  lo  uno,  porque 
son  los  principales  misterios  de  nuestra  fe,  y  los  que  (cuanto  es 
de  su  parte)  más  nos  mueven  á  lo  dicho,  y  lo  otro,  porque  los  prin- 
cipiantes (que  han  menester  leche)  tengan  aquí  cuasi  masticadas 
y  digestas  las  cosas  que  pueden  meditar,  porque  no  anden  co- 
mo peregrinos  en  extraña  región,  discurriendo  por  lugares  in- 
ciertos, tomando  unas  cosas  y  dejando  otras,  sin  tener  estabili- 
dad en  alguna. 

También  es  de  saber  que  las  meditaciones  de  esta  semana 
son  muy  convenientes  (como  ya  dijimos)  para  el  principio  de  la 
conversión  (que  es  cuando  el  hombre  de  nuevo  se  vuelve  á  Dios) 
porque  entonces  conviene  comenzar  por  todas  aquellas  cosas  que 
nos  puedan  mover  á  dolor  y  aborrescimiento  del  pecado,  temor 


PARTE  I.  CAPÍTULO   III.  465 


de  Dios  y  menosprecio  del  mundo,  que  son  los  primeros  escalo- 
nes de  este  camino.  Y  por  esto  deben  los  que  comienzan,  per- 
severar por  algún  espacio  de  tiempo  en  la  consideración  de  es- 
tas cosas,  para  que  así  se  funden  más  en  las  virtudes  y  afectos 
susodichos. 

DE   LAS   OTRAS    SIETE    ÍMEDITACIONES   DE    LA   SAGRADA  PASIÓN, 
Y  DE  LA  MANERA  QUE  HABEMOS  DE  TENER  EN  MEDITARLA. 

CAPÍTULO  IV. 

p^  ESPUÉS  de  éstas  se  siguen  las  otras  siete  meditaciones  de  la 
(f^-  sagrada  pasión,  resurrección  y  ascensión  de  Cristo,  á  las  cua- 
les se  podrán  añadir  los  otros  pasos  principales  de  su  vida  sa- 
cratísima, que  se  trata  en  la  segunda  parte  de  la  Guía  de  Peca- 
dores, y  en  otros  lugares. 

Aquí  es  de  notar  que  seis  cosas  se  han  de  meditar  en  la  pa- 
sión de  Cristo:  la  grandeza  de  sus  dolores,  para  compadescer- 
nos  dellos:  la  graveza  de  nuestro  pecado,  que  la  causó,  para  abo- 
rrecerlo: la  grandeza  del  beneficio,  para  agradescerlo:  la  exce- 
lencia de  la  divñna  bondad  y  caridad,  que  allí  se  descubre,  para 
amarla:  la  conveniencia  del  misterio,  para  maravillarnos  del:  y  la 
muchedumbre  de  las  virtudes  de  Cristo  que  allí  resplandescen, 
para  imitarlas.  Pues  conforme  á  esto,  cuando  vamos  meditando 
debemos  ir  inclinando  nuestro  corazón  unas  veces  á  compasión 
de  los  dolores  de  Cristo,  pues  fueron  los  mayores  del  mundo, 
así  por  la  delicadeza  de  su  cuerpo  como  por  la  grandeza  de  su 
amor,  como  también  por  padescer  sin  ninguna  manera  de  con- 
solación, como  en  otra  parte  está  declarado.  Otras  veces  debe- 
mos tener  respecto  á  sacar  de  aquí  motivos  de  dolor  de  nuestros 
pecados,  considerando  que  ellos  fueron  la  causa  de  que  El  pa- 
desciese  tantos  y  tan  graves  dolores  como  padesció.  Otras  ve- 
ces debemos  sacar  de  aquí  motivos  de  amor  y  de  agradesci- 
miento,  considerando  la  grandeza  del  amor  que  Él  por  aquí  nos 
descubrió,  y  la  grandeza  del  beneficio  que  nos  hizo,  redimiéndo- 
nos tan  copiosamente,  con  tanta  costa  suya  y  tanto  provecho 
nuestro. 

Otras  veces  debemos  levantar  los  ojos  á  pensarla  convenien- 
cia del  medio  que  Dios  tomó  para  curar  nuestra  miseria,  esto  es, 

OBRAS  DE  GRANADA  X-^a 


466  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

para  satisfacer  por  nuestras  deudas,  para  socorrer  á  nuestras  ne- 
cesidades, para  merecernos  su  gracia  y  humillar  nuestra  sober- 
bia y  inducirnos  al  menosprecio  del  mundo,  al  amor  de  la  cruz, 
de  la  pobreza,  de  la  aspereza,  de  las  injurias  y  de  todos  los  otros 
virtuosos  y  honestos  trabajos. 

Otras  veces  debemos  poner  los  ojos  en  los  ejemplos  de  vir- 
tudes que  en  su  sacratísima  vida  y  muerte  resplandecen,  en  su 
mansedumbre,  paciencia,  obediencia,  misericordia,  pobreza,  aspe- 
reza, caridad,  humildad,  benignidad,  modestia,  y  en  todas  las  otras 
virtudes  que  en  todas  sus  obras  y  palabras  más  que  las  estre- 
llas en  e!  cielo  resplandescen,  para  imitar  algo  de  lo  que  en  El 
vemos,  porque  no  tengamos  ocioso  el  espíritu  y  gracia  que  de 
Él  para  esto  recebimos,  y  así  caminemos  á  El  por  El.  Esta  es  la 
más  alta  y  la  más  provechosa  manera  que  hay  de  meditar  la  pa- 
sión de  Cristo,  que  es  por  vía  de  imitación,  para  que  por  la  imi- 
tación vengamos  á  la  transformación,  y  así  podamos  ya  decir  con 
el  Apóstol:  Vivo  yo,  ya  no  yo,  mas  vive  en  mí  Cristo. 

Demás  de  esto,  conviene  en  todos  estos  pasos  tener  á  Cristo 
ante  los  ojos  presente,  y  hacer  cuenta  que  le  tenemos  delante 
cuando  padesce,  y  tener  cuenta,  no  sólo  con  la  historia  de  la  pa- 
sión, sino  también  con  todas  las  circunstancias  de  ella,  especial- 
mente con  estas  cuatro:  quién  padesce,  por  quién  padesce, 
cómo  padesce,  por  qué  causa  padesce.  <j Quién  padesce?  Dios 
todopoderoso,  infinito,  inmenso,  &c.  ¿Por  quién  padesce?  Por  la 
más  ingrata  y  desconocida  criatura  del  mundo.  ¿Cómo  padesce? 
Con  grandísima  humildad,  caridad,  benignidad,  mansedumbre, 
misericordia,  paciencia,  modestia,  &c.  ¿Por  qué  causa  padesce?  No 
por  algún  interese  suyo  ni  merescimiento  nuestro,  sino  por  solas 
las  entrañas  de  su  infinita  piedad  y  misericordia.  Demás  de  esto  no 
se  contente  el  hombre  con  mirar  lo  que  por  defuera  padesce,  sino 
mucho  más  lo  que  padesce  de  dentro:  porque  mucho  más  hay 
que  contemplar  en  el  ánima  de  Cristo,  que  en  el  cuerpo  de  Cristo, 
así  en  el  sentimiento  de  sus  dolores,  como  en  los  otros  afectos  y 
consideraciones  que  en  ella  había. 

Presupuesto  pues  agora  este  pequeño  preámbulo,  comence- 
mos á  repetir  y  poner  por  orden  los  misterios  de  esta  sagrada 
Pasión. 


PARTE  I.  EL  LUNES  467 


SÍGUENSE  LAS  OTRAS  SIETE  MEDITACIONES  DE  LA  SAGRADA  PASIÓN 

EL  LUNES. 

DIT'STE  día  hecha  la  señal  de  la  cruz,  con  la  preparación  que 
yÜv  j  adelante  se  pone,  se  ha  de  pensar  el  lavatorio  de  los  pies  y 
la  instituición  del  Sanctísimo  Sacramento. 

Considera  pues,  oh  ánima  mía,  en  esta  cena  á  tu  dulce  y  be- 
nigno Jesú,  y  mira  el  ejemplo  inestimable  de  humildad  que  aquí 
te  da,  levantándose  de  la  mesa  y  lavando  los  pies  á  sus  discípu- 
los. Oh  buen  Jesú,  ¿qué  es  eso  que  haces?  Oh  dulce  Jesú,  ¿por 
qué  tanto  se  humilla  tu  Majestad?  ¿Qué  sintieras,  ánima  raía,  si 
vieras  allí  á  Dios  arrodillado  ante  los  pies  de  los  hombres  y  ante 
los  pies  de  Judas?  Oh  cruel,  ¿cómo  no  te  ablanda  el  corazón  esa 
tan  grande  humildad?  ¿Cómo  no  te  rompe  las  entrañas  esa  tan 
grande  mansedumbre?  ¿Es  posible  que  tú  hayas  ordenado  de  ven- 
der este  mansísimo  Cordero?  ¿Es  posible  que  no  te  hayas  agora 
compungido  con  este  ejemplo?  Oh  blancas  y  hermosas  manos, 
¿cómo  podéis  tocar  pies  tan  sucios  y  abominables?  Oh  purísimas 
manos,  ¿  cómo  no  tenéis  asco  de  lavar  los  pies  enlodados  en  los 
caminos  y  tratos  de  vuestra  sangre?  Oh  Apóstoles  bienaventu- 
rados, ¿cómo  no  tembláis  viendo  esa  tan  grande  humildad?  Pe- 
dro, ¿qué  haces?  ¿Por  ventura  consentirás  que  el  Señor  de  la  ma- 
jestad te  lave  los  pies?  Maravillado  y  atónito  Sanct  Pedro  como 
viese  al  Señor  arrodillado  delante  sí,  comenzó  á  decir:  ¿Tú,  Señor, 
lavas  á  mí  los  pies?  ¿No  eres  Tú  Hijo  de  Dios  vivo?  ¿No  eres 
Tú  el  criador  del  mundo,  la  hermosura  del  cielo,  el  paraíso  de 
los  ángeles,  el  remedio  de  los  hombres,  el  resplandor  de  la  glo- 
ria del  Padre,  la  fuente  de  la  sabiduría  de  Dios  en  las  alturas? 
¿Pues  Tú  me  quieres  á  mí  lavar  los  pies?  Tú,  Señor  de  tanta  ma- 
jestad y  gloria, ¿quieres  entender  en  oficio  de  tan  gran  bajeza?  &c. 

Considera  también  cómo  acabando  de  lavar  los  pies,  los  ahm- 
pia  con  aquel  sagrado  lienzo  que  estaba  ceñido:  y  sube  más  arri- 
ba con  los  ojos  del  ánima,  y  verás  allí  representado  el  misterio 
de  nuestra  Redempción.  Mira  cómo  aquel  lienzo  recogió  en  sí  toda 
la  inmundicia  de  los  pies  sucios:  así  allí  ellos  quedaron  limpios, 
y  el  lienzo  quedaría  manchado  y  sucio  después  de  hecho  este 
oficio.  ¿Qué  cosa  más  sucia  que  el  hombre  concebido  en  peca- 


468  TRATADO   DE  LA  ORACIÓN 

do,  y  qué  cosa  más  limpia  y  más  hermosa  que  Cristo  concebido 
de  Espíritu  Sancto?  Blanco  y  colorado  es  mi  amado  (dice  la  Es- 
posa) y  escogido  entre  millares.  Pues  este  tan  hermoso  y  tan 
Hmpio  quiso  recebir  en  sí  todas  las  manchas  y  fealdades  de  nues- 
tras ánimas,  y  dejándolas  limpias  y  libres  dellas,  El  quedó  (como 
lo  ves)  en  la  cruz  amancillado  y  afeado  con  ellas. 

Después  desto  considera  aquellas  palabras  con  que  dio  fin 
el  Salvador  á  esta  historia  diciendo:  Ejemplo  os  he  dado,  para 
que  como  Yo  lo  hice,  así  vosotros  lo  hagáis.  Las  cuales  palabras 
no  sólo  se  han  de  referir  á  este  paso  y  ejemplo  de  humildad, 
sino  también  á  todas  las  obras  y  vida  de  Cristo,  porque  ella  es 
un  perfectísimo  dechado  de  todas  las  virtudes,  especialmente  de 
la  que  en  este  lugar  se  nos  representa. 


De  la  institución  del  Sanctisi?no  Sacramento, 

"TEJARA  entender  algo  deste  misterio,  has  de  presuponer  que  nin- 
^¡P^  guna  lengua  criada  puede  declarar  la  grandeza  del  amor 
que  Cristo  tiene  á  su  Esposa  la  Iglesia,  y  por  consiguiente  á 
cada  una  de  las  ánimas  que  están  en  gracia,  porque  cada  una  de- 
llas es  también  esposa  suya.  Pues  queriendo  este  Esposo  dulcí- 
simo partirse  desta  vida  y  ausentarse  de  su  esposa  la  Iglesia 
(porque  esta  ausencia  no  le  fuese  causa  de  olvido)  dejóle  por  me- 
morial este  Sanctísimo  Sacramento  (en  que  se  quedaba  El  mis- 
mo) no  queriendo  que  entre  Él  y  ella  hobiese  otra  prenda  que 
despertase  su  memoria,  sino  solo  Él.  Quería  también  el  Esposo 
en  esta  ausencia  tan  larga  dejar  á  su  Esposa  compañía,  porque 
no  se  quedase  sola,  y  dejóle  la  deste  Sacramento,  donde  se  que- 
da Él  mismo,  que  era  la  mejor  compañía  que  le  podía  dejar.  Que- 
ría también  entonces  ir  á  padescer  muerte  por  la  Esposa,  y  re- 
demirla,  y  enriquecerla  con  el  precio  de  su  sangre.  Y  porque 
ella  pudiese  (cuando  quisiese)  gozar  deste  tesoro,  dejóle  las  lla- 
ves del  en  este  Sacramento:  porque  (como  dice  Sant  Crisósto- 
mo)  todas  las  veces  que  nos  llegamos  á  él,  debemos  pensar  que 
llegamos  á  poner  la  boca  en  el  costado  de  Cristo,  y  bebemos  de 
aquella  preciosa  sangre,  y  nos  hacemos  participantes  del.  De- 
seaba otrosí  este  celestial  Esposo  ser  amado  de  su  Esposa  con 
grande  amor,  y  para  esto  ordenó  este  misterioso  bocado  con 


PARTE  I.  EL  LUNES.  469 


tales  palabras  consagrado,  que  quien  dignamente  lo  recibe,  luego 
es  tocado  y  herido  deste  amor. 

Quería  también  aseguralla  y  darle  prendas  de  aquella  bien- 
aventurada herencia  de  la  gloria,  para  que  con  la  esperanza 
deste  bien  pasase  alegremente  por  todos  los  otros  trabajos  y  aspe- 
rezas desta  vida.  Pues  para  que  la  Esposa  tuviese  cierta  y  segura 
la  esperanza  deste  bien, dejóle  acá  en  prendas  ese  inefable  tesoro, 
que  vale  tanto  como  todo  lo  que  allá  se  espera,  para  que  no 
desconfiase  que  se  le  dará  Dios  en  la  gloria,  donde  vivirá  en 
espíritu,  pues  no  se  le  negó  en  este  valle  de  lágrimas,  donde 
vive  en  carne. 

Quería  también  á  la  hora  de  su  muerte  hacer  testamento  y 
dejar  á  la  Eeoosa  alguna  manda  señalada  para  su  remedio,  y  de- 
jóle ésta,  que  era  la  más  preciosa  y  provechosa  que  le  pudiera 
dejar,  pues  en  ella  le  deja  á  Dios.  Quería  finalmente  dejar  á  nues- 
tras ánimas  suficiente  provisión  y  mantenimiento  con  que  vivie- 
sen, porque  no  tiene  menor  necesidad  el  ánima  de  su  proprio 
mantenimiento  para  vivir  vida  espiritual,  que  el  cuerpo  del  suyo 
para  la  vida  corporal.  Pues  para  esto  ordenó  este  tan  sabio  mé- 
dico (el  cual  tan  bien  tenía  tomados  los  pulsos  de  nuestra  fla- 
queza) este  Sacramento,  y  por  eso  lo  ordenó  en  especie  de  man- 
tenimiento, para  que  la  misma  especie  en  que  lo  instituía,  nos  de- 
clarase el  efecto  que  obraba,  y  la  necesidad  que  nuestras  ánimas 
del  tenían,  no  menor  que  la  que  los  cuerpos  tienen  de  su  pro- 
prio manjar. 

EL  MARTES. 

PIJ'STE  día  pensarás  en  la  Oración  del  Huerto,  y  en  la  prisión 
fflj  del  Salvador,  y  en  la  entrada  y  afrentas  de  la  casa  de  Anas. 
Considera  pues,  primeramente,  cómo  acabada  aquella  miste- 
riosa cena,  se  fué  el  Señor  con  sus  discípulos  al  monte  Olívete  á 
hacer  oración  antes  que  entrase  en  la  batalla  de  su  pasión,  para 
enseñarnos  cómo  en  todos  los  trabajos  y  tentaciones  desta  vida  ha- 
bemos  siempre  de  recorrer  á  la  oración  (como  á  una  sagrada  án- 
cora) por  cuya  virtud,  ó  nos  será  quitada  la  carga  de  la  tribula- 
ción, ó  se  nos  darán  fuerzas  para  llevarla,  que  es  otra  gracia 
mayor.  Para  compañía  deste  camino  tomó  consigo  aquellos  tres 
más  amados  discípulos  Sanct  Pedro,  Santiago  y  Sant  Juan,  los 


470  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


cuales  habían  sido  testigos  de  su  gloriosa  transfiguración,  para 
que  ellos  mismos  viesen  cuan  diferente  figura  tomaba  agora  por 
amor  de  los  hombres  el  que  tan  glorioso  se  les  había  mostrado 
en  aquella  visión.  Y  porque  entendiesen  que  no  eran  menores 
los  trabajos  interiores  de  su  ánima,  que  los  que  por  defuera  co- 
menzaba á  descubrir,  díjoles  aquellas  tan  dolorosas  palabras:  Tris- 
te está  mi  ánima  hasta  la  muerte:  esperadme  aquí,  y  velad  co- 
migo.  Acabadas  estas  palabras,  apartóse  el  Señor  de  los  discí- 
pulos cuanto  un  tiro  de  piedra,  y  prostrado  en  tierra  con  grandí- 
sima reverencia  comenzó  su  oración  diciendo:  Padre,  si  es  posible, 
traspasa  de  mí  este  cáliz:  mas  no  se  haga  como  yo  lo  quiero,  sino 
como  tú.  Y  hecha  esta  oración  tres  veces,  á  la  tercera  fué  puesto 
en  tan  grande  agonía,  que  comenzó  á  sudar  gotas  de  sangre,  que 
iban  por  todo  su  sagrado  cuerpo  hilo  á  hilo  hasta  caer  en  tierra. 
Considera,  pues,  al  Señor  en  este  paso  tan  doloroso,  y  mira  cómo 
representándosele  allí  todos  los  tormentos  que  había  de  padescer, 
y  aprendiendo  perfectísimamente  tan  crueles  dolores  como  se 
aparejaban  para  el  más  delicado  de  los  cuerpos,  y  poniéndosele 
delante  todos  los  pecados  del  mundo  (por  los  cuales  padescía)  y 
el  desagradescimiento  de  tantas  ánimas  que  no  habían  de  reco- 
noscer  este  beneficio  ni  aprovecharse  de  tan  grande  y  tan  cos- 
toso remedio,  fué  su  ánima  en  tanta  manera  angustiada,  y  sus  sen- 
tidos y  carne  delicadísima  tan  turbados,  que  todas  las  fuerzas  y 
elementos  de  su  cuerpo  se  destemplaron,  y  la  carne  bendita  se 
abrió  por  todas  partes,  y  dio  lugar  á  la  sangre  que  manase  por 
toda  ella  en  tanta  abundancia,  que  corriese  hasta  la  tierra.  Y  si 
la  carne,  que  de  sola  recudida  padescía  estos  dolores,  tal  estaba, 
¿qué  tal  estaría  el  ánima,  que  derechamente  los  padescía?  Mira 
después  cómo  acabada  la  oración,  llegó  aquel  falso  amigo  con 
aquella  infernal  compañía,  renunciado  ya  el  oficio  del  apostola- 
do, y  hecho  adalid  y  capitán  del  ejército  de  Satanás.  Mira  cuan 
sin  vergüenza  se  adelantó  primero  que  todos,  y  llegado  al  buen 
Maestro  lo  vendió  con  beso  de  falsa  paz.  En  aquella  hora  dijo  el 
Señor  á  los  que  le  venían  á  prender:  Así  como  á  ladrón  salis- 
tes  á  mí  con  espadas  y  lanzas,  y  habiendo  Yo  estado  con  vos- 
otros cada  día  en  el  templo,  no  extendistes  las  manos  en  mí:  mas 
ésta  es  vuestra  hora  y  el  poder  de  las  tinieblas.  Este  es  un  misterio 
de  grande  admiración.  ¿Qué  cosa  de  mayor  espanto  que  ver  al 
Hijo  de  Dios  tomar  imagen,  no  solamente  de  pecador,  sino  tam- 


PARTE  I.  EL  MARTES  47 1 


bi'én  de  condenado?  Ésta  es  (dice  Él)  vuestra  hora  y  el  poder 
de  las  tinieblas.  De  las  cuales  palabras  se  saca  que  por  aquella 
hora  fué  entregado  aquel  inocentísimo  Cordero  en  poder  de  los 
príncipes  de  las  tinieblas,  que  son  los  demonios,  para  que  por  me- 
dio de  sus  ministros  ejecutasen  en  Él  todos  los  tormentos  y  cruel- 
dades que  quisiesen.  Piensa,  pues,  agora  tú  hasta  dónde  se  abajó 
aquella  alteza  divina  por  ti,  pues  llegó  al  postrero  de  todos  los 
males,  que  es  á  ser  entregado  en  poder  dé  los  demonios.  Y  por- 
que la  pena  que  tus  pecados  merecían,  era  ésta.  El  se  quiso  po- 
ner á  esta  pena,  porque  tú  quedases  libre  della. 

Dichas  estas  palabras,  arremetió  luego  toda  aquella  manada 
de  lobos  hambrientos  con  aquel  manso  Cordero,  y  unos  lo  arre- 
bataban por  una  parte,  otros  por  otra,  cada  uno  como  más  podía. 
¡Oh  .cuan  inhumanamente  le  tratarían!  ¡Cuántas  descortesías  le 
dirían!  ¡Cuántos  golpes  y  estirones  le  darían !  ¡  Qué  gritos  y  voces 
alzarían,  como  suelen  hacer  los  vencedores  cuando  se  ven  ya  con 
la  presa!  Toman  aquellas  sanctas  manos,  que  poco  antes  habían 
obrado  tantas  maravillas,  y  atañías  muy  fuertemente  con  unos 
lazos  corredizos,  hasta  desollarle  los  cueros  de  los  brazos  y  hasta 
hacerle  reventar  la  sangre,  y  así  lo  llevan  atado  por  las  calles 
públicas  con  grande  ignominia.  Míralo  muy  bien  cuál  va  por  este 
camino,  desamparado  de  sus  discípulos,  acompañado  de  sus  ene- 
migos, el  paso  corrido,  el  huelgo  apresurado,  la  color  mudada, 
y  eí  rostro  ya  encendido  y  sonroseado  con  la  priesa  del  cami- 
nar. Y  contempla  en  tan  mal  tratamiento  de  su  persona  tanta 
mesura  en  su  rostro,  tanta  gravedad  en  sus  ojos,  y  aquel  sem- 
blante divino,  que  en  medio  de  todas  las  descortesías  del  mundo 
nunca  pudo  ser  escurecido. 

Luego  puedes  ir  con  el  Señor  á  la  casa  de  Anas,  y  mira  cómo 
allí  respondiendo  el  Señor  cortésmente  á  la  pregunta  que  el  pon- 
tífice le  hizo  sobre  sus  discípulos  y  doctrina,  uno  de  aquellos 
malvados  que  presentes  estaban,  dio  una  gran  bofetada  en  su 
rostro  diciendo:  ¿Así  has  de  responder  al  pontífice?  Al  cual  el 
Salvador  benignamente  respondió:  Si  mal  hablé,  muéstrame  en 
qué:  y  si  bien,  ¿porqué  me  hieres?  Mira  pues  aquí,  oh  anima  mía, 
no  solamente  la  mansedumbre  desta  respuesta,  sino  también  aquel 
divino  rostro  señalado  y  colorado  con  la  fuerza  del  golpe,  y  aque- 
lla mesura  de  ojos  tan  serenos  y  tan  sin  turbación  en  aquella 
afrenta,  y  aquella  ánima  sanctísima  en  lo  interior  tan  humilde  y 


472  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

tan  aparejada  para  volver  la  otra  mejilla,  si  el  verdugo  lo  de- 
mandara, 

EL  MIÉRCOLES. 

V^  STE  día  pensarás  en  la  presentación  del  Señor  ante  el  pon- 
^  J  tífice  Caifas,  y  en  los  trabajos  de  aquella  noche,  y  en  la  ne- 
gación de  Sanct  Pedro  y  azotes  á  la  columna. 

Primeramente  considera  cómo  de  la  primera  casa  de  Anas 
llevan  al  Señor  á  la  del  pontífice  Caifas,  donde  será  razón  que  lo 
vayas  acompañando,  y  ahí  verás  eclipsado  el  Sol  de  justicia,  y 
escupido  aquel  divino  rostro,  en  que  desean  mirar  los  ángeles. 
Porque  como  el  Salvador,  siendo  conjurado  por  el  nombre  del  Pa- 
dre que  dijese  quién  era,  respondiese  á  esta  pregunta  lo  que  con- 
venía, aquéllos  que  tan  indignos  eran  de  tan  alta  respuesta,  ce- 
gándose con  el  resplandor  de  tan  grande  luz,  volviéronse  contra 
El  como  perros  rabiosos,  y  allí  descargaron  sobre  Él  todas  sus 
iras  y  rabias.  Allí  todos  á  porfía  le  dan  de  bofetones  y  pescozo- 
nes, allí  le  escupen  con  sus  infernales  bocas  en  aquel  divino  ros- 
tro, allí  le  cubren  los  ojos  con  un  paño,  y  dándole  bofetadas  en  la 
cara,  juegan  con  Él  diciendo:  Adevina  quién  te  dio.  ¡Oh  mara- 
villosa humildad  y  paciencia  del  Hijo  de  Dios!  ¡Oh  hermosura 
de  los  ángeles!  ¿Rostro  era  ése  para  escupir  en  él?  Al  rincón 
más  despreciado  suelen  volver  los  hombres  la  cara,  cuando  quie- 
ren escupir:  y  ^en  todo  ese  palacio  no  se  halló  otro  lugar  más 
despreciado  que  tu  rostro  para  escupir  en  él?  ¿Cómo  no  te  humi- 
llas con  este  ejemplo,  tierra  y  ceniza? 

Después  de  esto  considera  los  trabajos  que  el  Salvador  pasó 
toda  aquella  noche  dolorosa:  porque  los  soldados  que  lo  guarda- 
ban, escarnecían  del  (como  dice  Sanct  Lucas)  y  tomaban  por  me- 
dio para  vencer  el  sueño  de  la  noche,  estar  burlando  y  jugando 
con  el  Señor  de  la  majestad.  Mira  pues,  oh  ánima  mía,  cómo  tu 
dulce  Esposo  está  puesto  como  blanco  á  las  saetas  de  tantos  gol- 
pes y  bofetadas  como  allí  le  daban.  ¡Oh  noche  cruel!  ¡Oh  noche 
desasosegada,  en  la  cual,  oh  buen  Jésú,  no  dormías,  ni  dormían 
los  que  tenían  por  descanso  atormentarte!  La  noche  fué  orde- 
nada para  que  en  ella  todas  las  criaturas  tomasen  reposo,  y  los 
sentidos  y  miembros  cansados  de  los  trabajos  del  día  descansa- 
sen: y  ésta   toman  agora  los  malos  para  atormentar  todos  tus 


PARTE  I.  EL  MIÉRCOLES  473 

miembros  y  sentidos,  hiriendo  tu  cuerpo,  afligiendo  tu  ánima, 
atando  tus  manos,  abofeteando  tu  cara,  escupiendo  tu  rostro  y 
atormentando  tus  oídos,  porque  en  el  tiempo  en  que  todos  los 
miembros  suelen  descansar,  todos  ellos  en  ti  penasen  y  trabaja- 
sen. ¡  Qué  maitines  éstos  tan  diferentes  de  los  que  en  aquella 
hora  te  cantarían  los  coros  de  los  ángeles  en  el  cielo!  Allá  dicen: 
Sancto,  Sancto.  Acá  dicen:  muera,  muera,  crucifícalo,  crucifícalo. 
Oh  ángeles  del  paraíso,  que  las  unas  y  las  otras  voces  oíades, 
¿que  sentíades  viendo  tan  mal  tratado  en  la  tierra  Aquél  á  quien 
vosotros  con  tanta  reverencia  tratáis  en  el  cielo?  ¡jQué  sentíades 
viendo  que  Dios  tales  cosas  padescía  por  los  mismos  que  tales 
cosas  hacían?  ¿Quién  jamás  oyó  tal  manera  de  caridad,  que  pa- 
dezca uno  muerte,  por  librar  de  la  muerte  al  mismo  que  se  la  da? 

Crescieron  sobre  esto  los  trabajos  de  aquella  noche  dolorosa 
con  la  negación  de  Sanct  Pedro.  Aquel  tan  familiar  amigo,  aquel 
escogido  para  ver  la  gloria  de  la  transfiguración,  aquel  entre  to- 
dos honrado  con  el  principado  de  la  Iglesia,  ése  primero  que  to- 
dos, no  una  sino  tres  veces,  en  presencia  del  mismo  Señor,  jura 
3^  perjura  que  no  lo  conosce  ni  sabe  quién  es.  Oh  Pedro,  ¿tan  mal 
hombre  es  ése  que  ahí  está,  que  por  tan  gran  vergüenza  tienes 
aun  haberle  conoscido?  Mira  que  eso  es  condenarle  tú  primero 
que  los  pontífices,  pues  das  á  entender  que  Él  sea  persona  tal, 
que  tú  mismo  te  deshonras  de  conocerlo.  Pues  ¿qué  mayor  in- 
juria puede  ser  que  ésa?  Volvióse  entonces  el  Salvador,  y  miró 
á  Pedro,  y  vánsele  los  ojos  tras  aquella  oveja  que  se  le  había  per- 
dido. I  Oh  vista  de  maravillosa  virtud  I  ]  Oh  vista  callada,  mas  gran- 
demente significativa!  Bien  entendió  Pedro  el  lenguaje  y  las  vo- 
ces de  aquella  vista,  pues  las  del  gallo  no  bastaron  para  desper- 
tarlo, y  éstas  sí.  Mas  no  solamente  hablan,  sino  también  obran 
los  ojos  de  Cristo,  y  las  lágrimas  de  Pedro  lo  declaran,  las  cuales 
no  manaron  tanto  de  los  ojos  de  Pedro,  cuanto  de  los  ojos  de 
Cristo. 

Después  de  todas  estas  injurias,  considera  los  azotes  que  el 
Salvador  padesció  á  la  columna:  porque  el  juez,  visto  que  no  po- 
día aplacar  la  furia  de  aquellas  infernales  fieras,  determinó  hacer 
en  El  un  tan  famoso  castigo,  que  bastase  para  satisfacer  á  la  ra- 
bia de  aquellos  tan  crueles  corazones,  para  que  contentos  con  esto 
dejasen  de  pedirle  la  muerte.  Entra  pues  agora,  ánima  mía,  con 
el  espíritu  en  el  pretorio  de  Pilato,  y  lleva  contigo  las  lágrimas 


474  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

aparejadas,  que  serán  bien  menester  para  lo  que  allí  verás  y  oirás. 
Mira  cómo  aquellos  crueles  y  viles  carniceros  desnudan  al  Sal- 
vador de  sus  vestiduras  con  tanta  inhumanidad,  y  cómo  El  se 
deja  desnudar  dellos  con  tanta  humildad,  sin  abrir  la  boca  ni  res- 
ponder palabra  á  tantas  descortesías  como  allí  le  harían.  Mira  cómo 
lue^o  atan  aquel  sancto  cuerpo  á  una  columna,  para  que  así  lo 
pudiesen  herir  más  á  su  placer  donde  y  como  ellos  más  quisie- 
sen. Mira  cuan  solo  estaba  allí  el  Señor  de  los  ángeles  entre  tan 
crueles  verdugos,  sin  tener  de  su  parte  ni  padrinos  ni  valedo- 
res que  hiciesen  por  Él,  ni  aun  siquiera  ojos  que  se  compades- 
ciesen  del.  Mira  cómo  luego  comienzan  con  grandísima  crueldad 
á  descargar  sus  látigos  y  disciplinas  sobre  aquellas  delicadísimas 
carnes,  y  cómo  se  añaden  azotes  sobre  azotes,  llagas  sobre  lla- 
gas, y  heridas  sobre  heridas.  Allí  verías  luego  ceñirse  aquel  sa- 
cratísimo cuerpo  de  cardenales,  rasgarse  los  cueros,  reventar  la 
sangre  y  correr  á  hilos  por  todas  partes.  Mas  sobre  todo  esto,  ¡  qué 
sería  ver  aquella  tan  grande  llaga  que  en  medio  de  las  espaldas 
estaría  abierta,  donde  principalmente  caían  todos  los  golpes! 

Considera  luego,  acabados  los  azotes,  cómo  el  Señor  se  cu- 
briría, y  cómo  andaría  por  todo  aquel  pretorio  buscando  sus  \  es- 
tidura.5  en  presencia  de  aquellos  crueles  carniceros,  sin  que  nadie 
le  sirviese,  ni  ayudase,  ni  proveyese  de  ningún  lavatorio  ni  re- 
frig-;rio  de  los  que  se  suelen  dar  á  los  que  así  quedan  llagados. 
Todas  éstas  son  cosas  dignas  de  grande  sentimiento,  agrasdes- 
cimiento  y  consideración. 

EL  JUEVES. 

W?  STE  día  se  ha  de  pensar  la  coronación  de  espinas,  y  el  Ecce 
§vj  Homo,  y  cómo  el  Salvador  llevó  la  cruz  á  cuestas.  A  la 
consideración  destos  pasos  tan  dolorosos  nos  convida  la  Esposa 
en  el  libro  de  los  Cantares  por  estas  palabras:  Salid,  hijas  de  Sión, 
y  mirad  al  rey  Salomón  con  la  corona  que  le  coronó  su  madre 
en  el  día  de  su  desposorio  y  en  el  día  del  alegría  de  su  corazón. 
Oh  ánima  mía,  ¿qué  haces?  Corazón  mío,  ¿qué  piensas?  Lengua 
mía,  ¿cómo  has  enmudescido?  Oh  dulcísimo  Salvador  mío,  cuan- 
do yo  abro  los  ojos,  y  miro  este  retablo  tan  doloroso  que  aquí  se 
me  pone  delante,  el  corazón  se  me  parte  de  dolor.  Pues  ¿cómo, 
Señor,  no  bastaban  ya  los  azotes  pasados,  y  la  muerte  venidera, 


PARTE   I.  EL  JUEVES  475 


y  tanta  sangre  derramada,  sino  que  por  fuerza  habían  de  sacar 
Jas  espinas  la  sangre  de  la  cabeza,  á  quien  los  azotes  perdonaron? 
Pues  para  que  sientas  algo,  ánima  mía,  deste  paso  tan  doloroso, 
pon  primero  ante  tus  ojos  la  imagen  antigua  deste  Señor  y  la 
gran  excelencia  de  sus  virtudes,  y  luego  vuelve  á  mirar  de  la  ma- 
nera que  aquí  está.  Mira  la  grandeza  de  su  hermosura,  la  mesu- 
ra de  sus  ojos,  la  dulzura  de  sus  palabras,  su  autoridad,  su  man- 
sedumbre, su  serenidad  y  aquel  aspecto  suyo  de  tanta  venera- 
ción. 

Y  después  que  así  lo  hobieres  mirado  y  deleitádote  de  ver 
una  tan  acabada  figura,  vueh'e  los  ojos  á  mirallo  tal  cual  aquí  lo 
ves,  cubierto  con  aquella  púrpura  de  escarnio,  la  caña  por  cetro 
real  en  la  mano,  y  aquella  horrible  diadema  en  la  cabeza,  aque- 
llos ojos  mortales,  aquel  rostro  defuncto,  y  aquella  figura  toda 
borrada  con  la  sangre  y  afeada  con  las  salivas  que  por  todo  el 
rostro  estaban  tendidas.  Míralo  todo  de  dentro  y  fuera,  el  corazón 
atravesado  con  dolores,  el  cuerpo  lleno  de  llagas,  desamparado 
de  sus  discípulos,  perseguido  de  los  judíos,  escarnecido  de  los 
•  soldados,  despreciado  de  los  pontífices,  desechado  del  rey  inicuo, 
acusado  injustamente,  y  desamparado  de  todo  favor  humano.  Y 
no  pienses  esto  como  cosa  ya  pasada,  sino  como  presente:  no  co- 
mo dolor  ajeno,  sino  como  tuyo  proprio.  A  ti  mismo  te  pon  en 
lugar  del  que  padesce,  y  mira  lo  que  sentirías  si  en  una  parte  tan 
sensible  como  es  la  cabeza,  te  hincasen  muchas  y  muy  agudas 
espinas,  que  penetrasen  hasta  los  huesos.  Y  ^'qué  digo  espinas? 
Una  sola  punzada  de  un  alfiler  que  fuese,  apenas  lo  podrías  su- 
frir. Pues  (jqué  sentiría  aquella  delicadísima  cabeza  con  este  li- 
naje de  tormentos? 

Acaba  la  coronación  y  escarnios  del  Salvador,  tomólo  el  juez 
por  la  mano  así  como  estaba  tan  maltratado,  y  sacándolo  á  vista 
del  pueblo  furioso,  díjoles:  Ecce  Homo.  Como  si  dijera:  Si  por  in- 
vidia  le  procurábades  la  muerte,  veislo  aquí  tal  que  no  está  para 
tenerle  envidia  sino  lástima.  ¿Temíades  no  se  hiciese  rey?  Veislo 
aquí  tan  disfigurado,  que  apenas  paresce  hombre.  Destas  manos 
atadas  ¿qué  os  teméis?  A  este  hombre  azotado,  ¿qué  más  le  de- 
mandáis? 

Por  aquí  puedes  entender,  ánima  mía,  qué  tal  saldría  enton- 
ces el  Salvador,  pues  el  juez  creyó  que  bastaba  la  figura  que  allí 
traía,  para  quebrar  el  corazón  de  tales  enemigos.  En  lo  cual  pue- 


4/6  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

des  bien  entender  cuan  mal  caso  sea  no  tener  un  cristiano  com- 
pasión de  los  dolores  de  Cristo,  pues  ellos  eran  tales  que  basta- 
ban (según  el  juez  creyó)  para  ablandar  aquellos  tan  fieros  co- 
razones. 

Pues  como  Pilato  viese  que  no  bastaban  las  justicias  que  se 
habían  hecho  en  aquel  sancto  Cordero,  para  amansar  el  furor  de 
sus  enemigos,  entró  en  el  pretorio  y  asentóse  en  su  tribunal  para 
dar  final  sentencia  en  aquella  causa.  Estaba  ya  á  las  puertas  apa- 
rejada la  cruz  y  asomaba  por  lo  alto  aquella  temerosa  bandera, 
amenazando  á  la  cabeza  del  Salvador.  Dada  pues  ya  y  promul- 
gada la  sentencia  cruel,  añaden  los  enemigos  una  crueldad  á  otra, 
que  filé  cargar  sobre  aquellas  espaldas  tan  molidas  y  despeda- 
zadas con  los  azotes  pasados  el  madero  de  la  cruz.  No  rehusó  con 
todo  esto  el  piadoso  Señor  esta  carga,  en  la  cual  iban  todos  nues- 
tros pecados,  sino  antes  la  abrazó  con  suma  caridad  y  obediencia 
por  nuestro  amor. 

Camina,  pues,  el  inocente  Isaac  al  lugar  del  sacrificio  con  aque- 
lla carga  tan  pesada  sobre  sus  hombros  tan  flacos,  siguiéndolo 
mucha  gente  y  muchas  piadosas  mujeres,  que  con  sus  lágrimas  le 
acompañaban.  ^ Quién  no  había  de  derramar  lágrimas,  viendo  al 
Rey  de  los  ángeles  caminar  paso  á  paso  con  aquella  carga  tan  pe- 
sada, temblando  las  rodillas,  inclinado  el  cuerpo,  los  ojos  mesu- 
rados, el  rostro  sangriento,  con  aquella  guirnalda  en  la  cabeza  y 
con  aquellos  tan  vergonzosos  clamores  y  pregones  que  daban 
contra  Él? 

Entretanto,  ánima  mía,  aparta  un  poco  los  ojos  deste  cruel 
espectáculo,  y  con  pasos  apresurados,  con  aquejados  gemidos, 
con  ojos  llorosos,  camina  para  el  palacio  de  la  V^irgen,  y  cuando 
á  ella  llegares,  derribado  ante  sus  pies,  comienza  á  decirle  con  do- 
lorosa  voz:  ¡Oh  Señora  de  los  ángeles,  Reina  del  cielo,  puerta 
del  Paraíso,  abogada  del  mundo,  refugio  de  los  pecadores,  salud 
de  los  justos,  alegría  de  los  sanctos,  maestra  de  las  virtudes,  es- 
pejo de  limpieza,  título  de  castidad,  dechado  de  paciencia  y  su- 
ma de  toda  perfección!  ¡  Ay  de  mí.  Señora  mía!  ¿Para  qué  se  ha 
guardado  mi  vista  para  esta  hora?  ¿Cómo  puedo  yo  vivir,  ha- 
biendo visto  con  mis  ojos  lo  que  vi?  ¿Para  qué  son  más  pala- 
bras? Dejo  á  tu  unigénito  Hijo  y  mi  Señor  en  manos  de  sus  ene- 
migos, con  una  cruz  á  cuestas,  para  ser  en  ella  justiciado. 

¿Qué  sentido  puede  aquí  alcanzar  hasta  dónde  llegó  ese  do- 


PARTE  I.  EL  JUEVES  477 


lor  á  la  Virgen  ?  Desfalleció  aquí  su  ánima,  y  cubrióse  la  cara  y 
todos  sus  virginales  miembros  de  un  sudor  de  muerte,  que  bastara 
para  acaballe  la  vida,  si  la  dispensación  divina  no  la  guardara  para 
mayor  trabajo  y  también  para  mayor  corona. 

Camina,  pues,  la  Virgen  en  busca  del  Hijo,  dándole  el  deseo 
de  verle  las  fuerzas  que  el  dolor  le  quitaba.  Oye  dende  lejos  el 
ruido  de  las  armas,  y  el  tropel  de  las  gentes,  y  el  clamor  de  los 
pregones  con  que  lo  iban  pregonando.  Ve  luego  resplandecer 
los  hierros  de  las  lanzas  y  alabardas  que  asomaban  por  lo  alto. 
Halla  en  el  camino  las  gotas  y  el  rastro  de  la  sangre,  que  basta- 
ban ya  para  mostrarle  los  pasos  del  Hijo  y  guiarla  sin  otra  guía. 
Acércase  más  y  más  á  su  amado  Hijo,  y  tiende  sus  ojos  escures- 
cidos  con  el  dolor  y  sombra  de  la  muerte,  para  ver  (si  pudiese) 
al  que  tanto  amaba  su  ánima.  ¡Oh  amor  y  temor  del  corazón  de 
María!  Por  una  parte  deseaba  verlo,  y  por  otra  rehusaba  de  ver 
tan  lastimera  figura.  Finalmente  llegada  ya  donde  lo  pudiese  ver, 
míranse  aquellas  dos  lumbreras  del  cielo  una  á  otra,  y  atravié- 
sanse  los  corazones  con  los  ojos,  y  hieren  con  su  vista  sus  ánimas 
lastimadas.  Las  lenguas  estaban  enmudecidas:  mas  al  corazón  de 
la  Madre  hablaba  el  del  Hijo  dulcísimo  y  le  decía:  ¿Para  qué  ve- 
niste  aquí,  paloma  mía, querida  mía  y  madre  mía?  Tu  dolor  acres- 
cienta  al  mío,  y  tus  tormentos  atormentan  á  mí.  Vuélvete,  madre 
raía,  vuélvete  á  tu  posada,  que  no  pertenesce  á  tu  vergüenza  y 
pureza  virginal  compañía  de  homicidas  y  de  ladrones. 

Estas  y  otras  más  lastimeras  palabras  se  hablarían  aque- 
llos piadosos  corazones,  y  desta  manera  se  anduvo  aquel  traba- 
joso camino  hasta  el  lugar  de  la  cruz. 

EL  VIERNES. 

^STE  día  se  ha  de  contemplar  el  misterio  de  la  cruz  y  las  siete 
^j  palabras  que  el  Señor  habló. 

Despierta  pues  agora,  ánima  mía,  y  comienza  á  pensar  el  mis- 
terio desta  sancta  cruz,  por  cuyo  fructo  se  reparó  el  daño  de 
aquel  venenoso  fructo  del  árbol  vedado. Mira  primeramente  cómo 
llegado  ya  el  Salvador  á  este  lugar,  aquellos  perversos  enemigos 
(porque  fuese  más  vergonzosa  su  muerte)  lo  desnudan  de  todas 
sus  vestiduras,  hasta  la  túnica  interior,  que  era  toda  tejida  de  alto 
á  bajo,  sin  costura  alguna.  :Mira  pues   aquí  con  cuánta  raanse« 


478  TRATADO  DE  La  ORACIÓN 

dumbre  se  deja  desollar  aquel  inocentísimo  Cordero,  sin  abrir  su 
boca  ni  hablar  palabra  contra  los  que  así  lo  trataban.  Antes  de 
muy  buena  voluntad  consentía  ser  despojado  de  sus  vestiduras, 
y  quedar  á  la  vergüenza  desnudo,  porque  con  ellas  se  cubriese 
mejor  que  con  las  hojas  de  higuera  la  desnudez  en  que  por  el 
pecado  caímos. 

Dicen  algunos  doctores  que  para  desnudar  al  Señor  esta  tú- 
nica, le  quitaron  con  grande  crueldad  la  corona  de  espinas  que 
tenía  en  la  cabeza,  y  después  de  ya  desnudo  se  la  volvieron  á 
poner  y  á  hincalle  otra  vez  las  espinas  por  el  celebro,  que  sería 
cosa  de  grandísimo  dolor.  Y  es  de  creer  cierto  que  usarían  desta 
crueldad  los  que  de  otras  muchas  y  muy  extrañas  usaron  con  Él 
en  todo  el  proceso  de  su  pasión,  mayormente  diciendo  el  Evan- 
gelista que  hicieron  en  Él  todo  lo  que  quisieron.  Y  como  la  tú- 
nica estaba  pegada  á  las  llagas  de  los  azotes,  y  la  sangre  estaba 
ya  helada  y  abrazada  con  la  misma  vestidura,  al  tiempo  que  se 
la  desnudaron  (como  eran  tan  ajenos  de  piedad  aquellos  malva- 
dos) despegáronsela  de  golpe  y  con  tanta  fuerza,  que  le  desolla- 
ron y  renovaron  todas  las  llagas  de  los  azotes,  de  tal  manera,  que 
el  sancto  cuerpo  quedó  por  todas  partes  abierto  y  como  descor- 
tezado y  hecho  todo  una  grande  llaga,  que  por  todas  partes  ma- 
naba sangre. 

Considera  pues  aquí,  ánima  mía,  la  alteza  de  la  divina  bon- 
dad y  misericordia  que  en  este  misterio  tan  claramente  resplan- 
dece: mira  cómo  Aquél  que  viste  los  cielos  de  nubes  y  los  campos 
de  flores  y  hermosura,  es  aquí  despojado  de  todas  sus  vestidu- 
ras. Considera  el  frío  qne  padescería  aquel  sancto  cuerpo  estando 
como  estaba  despedazado  y  desnudo,  no  sólo  de  sus  vestiduras, 
sino  también  de  los  cueros  y  de  la  piel,  y  con  tantas  puertas  de 
llagas  abiertas  por  todo  Él.  Y  si  estando  Sanct  Pedro  vestido  y 
calzado  la  noche  antes,  padescía  frío,  ¿cuánto  mayor  lo  pades- 
cería aquel  delicadísimo  cuerpo  estando  tan  llagado  y  desnudo? 

Después  desto  considera  cómo  el  Señor  fué  enclavado  en  la 
cruz,  y  el  dolor  que  padescería  al  tiempo  que  aquellos  clavos 
gruesos  y  esquinados  entraban  por  las  más  sentibles  y  más  deli- 
cadas partes  del  más  delicado  de  todos  los  cuerpos.  Y  mira  tam- 
bién lo  que  la  Virgen  sentiría  cuando  viese  con  sus  ojos,  y  oye- 
se con  sus  oídos  los  crueles  y  duros  golpes  que  sobre  aquellos 
miembros  divinales  tan  á  menudo  caían:  porque  verdaderamente 


PARTE  I.  ÉL  VIERNES  479 


aquellas  martilladas  y  clavos  al  Hijo  pasaban  las  manos,  mas  á  la 
Madre  herían  el  corazón. 

Mira  cómo  luego  levantaron  la  cruz  en  alto,  y  la  fueron  á 
hincar  en  un  hoyo  que  para  esto  tenían  hecho,  y  cómo  (según 
eran  crueles  los  ministros)  al  tiempo  del  asentar  la  dejaron  caer 
de  golpe,  y  así  se  estremecería  todo  aquel  sancto  cuerpo  en  el 
aire,  y  se  rasgarían  más  los  agujeros  de  los  clavos,  que  sería  cosa 
de  intolerable  dolor. 

Pues,  oh  Salvador  y  Redemptor  mío,  ¿qué  corazón  habrá  tan 
de  piedra  que  no  se  parta  de  dolor  (pues  en  este  día  se  partie- 
ron las  piedras)  considerando  lo  que  padesces  en  esta  cruz?  Cer- 
cádote  han,  Señor,  dolores  de  muerte,  y  envestido  han  sobre  ti 
todos  los  vientos  y  olas  de  la  mar.  Atollado  has  en  el  profundo 
de  los  abismos,  y  no  hallas  sobre  qué  estribar.  El  Padre  te  ha 
desamparado,  ¿qué  esperas,  Señor,  de  los  hombres?  Los  enemi- 
gos te  dan  grita,  los  amigos  te  quiebran  el  corazón,  tu  ánima  está 
afligida  y  no  admites  consuelo  por  mi  amor.  Duros  fueron  cierto 
mis  pecados,  y  tu  penitencia  lo  declara.  Véote,  Rey  mío,  cosido 
con  un  madero,  no  hay  quien  sostenga  tu  cuerpo  sino  tres  gar- 
fios de  hierro,  dellos  cuelga  tu  sagrada  carne,  sin  tener  otro  re- 
frigerio. Cuando  cargas  el  cuerpo  sobre  los  pies,  desgárranse  las 
heridas  de  los  pies  con  los  clavos  que  tienen  atravesados.  Cuan- 
do lo  cargas  sobre  las  manos,  desgárranse  las  heridas  de  las  ma- 
nos con  el  peso  del  cuerpo.  Pues  la  sancta  cabeza  atormentada 
y  enflaquecida  con  la  corona  de  espinas,  ¿qué  almohada  la  sos- 
ternía?  ¡Oh  cuan  bien  empleados  fueran  aUí  vuestros  brazos,  se- 
renísima Virgen,  para  este  oficio!  Mas  no  servirán  agora  aUí  los 
vuestros,  sino  los  de  la  cruz.  Sobre  eUos  se  reclinará  la  sagrada 
cabeza  cuando  quisiere  descansar,  y  el  refrigerio  que  dellos  re- 
cibirá, será  hincarse  más  las  espinas  por  el  celebro. 

Crescieron  los  dolores  del  Hijo  con  la  presencia  de  la  Madre, 
con  los  cuales  no  menos  estaba  su  corazón  crucificado  de  dentro, 
que  el  sagrado  cuerpo  lo  estaba  de  fuera.  Dos  cruces  hay  para 
ti,  oh  buen  Jesú,  en  este  día:  una  para  el  cuerpo,  y  otra  para  el 
ánima:  la  una  es  de  pasión,  la  otra  de  compasión:  la  una  traspasa 
el  cuerpo  con  clavos  de  hierro,  y  la  otra  tu  ánima  sanctísima  con 
clavos  de  dolor.  ¿Quién  podría,  oh  buen  Jesú,  declarar  lo  que 
sentías,  cuando  considerabas  las  angustias  de  aquella  ánima  san- 
ctísima, la  cual  tan  de  cierto  sabías  estar  contigo  crucificada  en 


480  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

en  la  cruz:  cuando  veías  aquel  piadoso  corazón  traspasado  y 
atravesado  con  cuchillo  de  dolor:  cuando  tendías  los  ojos  san- 
grientos y  mirabas  aquel  divino  rostro  cubierto  de  amarillez  de 
muerte,  y  aquellas  angustias  de  su  ánimo  sin  muerte  ya  más 
que  muerto,  y  aquellos  ríos  de  lágrimas  que  de  sus  purísimos 
ojos  salían,  y  oías  los  gemidos  que  se  arrancaban  de  aquel  sa- 
grado pecho  exprimidos  con  el  peso  de  tan  gran  dolor? 

Después  desto  puedes  considerar  aquellas  siete  palabras  que 
el  Señor  habló  en  la  cruz.  De  las  cuales  la  primera  fué:  Padre, 
perdona  á  éstos,  que  no  saben  lo  que  se  hacen.  La  segunda  al 
ladrón:  Hoy  serás  comigo  en  el  Paraíso.  La  tercera  á  su  Madre 
sanctísima:  Mujer,  cata  ahí  á  tu  Hijo.  La  cuarta:  Sed  he.  La  quin- 
ta: Dios  mío.  Dios  mío,  ¿porqué  me  desamparaste?  La  sexta:  Aca- 
bado es.  La  séptima:  Padre,  en  tus  manos  encomiendo  mi  es- 
píritu. 

Mira  pues,  oh  ánima  mía,  con  cuánta  caridad  en  estas  pala- 
bras encomendó  sus  enemigos  al  Padre,  con  cuánta  misericordia 
recibió  al  ladrón  que  le  confesaba,  con  qué  entrañas  encomendó 
la  piadosa  ^^ladre  al  amado  discípulo,  con  cuánta  sed  y  ardor 
mostró  que  deseaba  la  salud  de  los  hombres,  con  cuan  dolorosa 
voz  derramó  su  oración  y  pronunció  su  tribulación  ante  el  aca- 
tamiento divino,  cómo  llevó  hasta  el  cabo  tan  perfectamente  la 
obediencia  del  Padre,  y  cómo  finalmente  le  encomendó  su  espí- 
ritu y  se  resignó  todo  en  sus  benditísimas  manos.  Por  do  pares- 
ce  cómo  en  cada  una  destas  palabras  está  encerrado  un  singular 
documento  de  virtud.  En  la  primera  se  nos  encomienda  la  cari- 
dad para  con  los  enemigos:  en  la  segunda,  la  misericordia  para 
con  los  pecadores:  en  la  tercera,  la  piedad  para  con  los  padres: 
en  la  cuarta,  el  deseo  de  la  salud  de  los  prójimos:  en  la  quinta, 
la  oración  en  las  tribulaciones  y  desamparos  de  Dios:  en  la  sexta, 
la  virtud  de  la  obediencia  y  perseverancia:  y  en  la  séptima,  la 
perfecta  resignación  en  las  manos  de  Dios,  que  es  la  suma  de 
toda  nuestra  perfección. 

EL  SÁBADO. 

SPsTE  día  se  ha  de  contemplar  la  lanzada  que  se  dio  al  Salva- 
je dor,  y  el  descendimiento  de  la  cruz,  con  el  llanto  de  Nuestra 
Señora,  y  oficio  de  la  sepultura. 


PARTE   I.  EL   SÁBADO  48 1 


Considera,  pues,  cómo  habiendo  ya  expirado  el  Salvador  en 
la  cruz,  y  cumplídose  el  deseo  de  aquellos  crueles  enemigos,  que 
tanto  deseaban  verle  muerto,  aun  después  de  esto  no  se  apagó 
la  llama  de  su  furor:  porque  con  todo  esto  se  quisieron  más  ven- 
gar y  encarnizar  en  aquellas  santas  reliquias,  que  quedaron  par- 
tiendo, y  echando  suertes  sobre  sus  vestiduras,  y  rasgando  su  sa- 
grado pecho  con  una  lanza  cruel.  ¡Oh  crueles  ministros!  ¡Oh 
corazones  de  hierro?  ^  Y  tan  poco  os  paresce  lo  que  ha  padescido 
el  cuerpo  vivo,  que  no  le  queréis  perdonar  aun  después  de  muer- 
to? ¿Qué  rabia  de  enemistad  hay  tan  grande,  que  no  se  aplaque 
cuando  ve  al  enemigo  muerto  delante  sí?  Alzad  un  poco  esos 
crueles  ojos,  y  mirad  aquella  cara  mortal,  aquellos  ojos  defunc- 
tos,  aquel  caimiento  de  rostro  y  aquella  amarillez  y  sombra  de 
muerte,  que  aunque  seáis  más  duros  que  el  hierro,  y  que  el  dia- 
mante, y  que  vosotros  mismos,  viéndolos  os  amansaréis.  Llega, 
pues,  el  ministro  con  la  lanza  en  la  mano,  y  atraviésala  con  gran 
fuerza  por  los  pechos  desnudos  del  Salvador.  Estremecióse  la 
cruz  en  el  aire  con  la  fuerza  del  golpe,  y  saUó  de  ahí  agua  y 
sangre,  con  que  se  lavan  los  pecados  del  mundo,  j  Oh  río  que 
sales  del  Paraíso  y  riegas  con  tus  corrientes  toda  la  sobrehaz  de 
la  tierra!  ¡Oh  llaga  del  costado  precioso,  hecha  más  con  el  amor 
de  los  hombres,  que  con  el  hierro  de  la  lanza  cruel!  ¡Oh  puerta 
del  cielo,  ventana  del  paraíso,  lugar  de  refugio,  torre  de  fortale- 
za, sanctuario  de  los  justos,  sepultura  de  peregrinos,  nido  de  las 
palomas  sencillas  y  lecho  florido  de  la  esposa  de  Salomón!  ¡Dios 
te  salve,  llaga  del  costado  precioso,  que  llagas  los  devotos  cora- 
zones, herida  que  hieres  las  ánimas  de  los  justos, rosa  de  inefa- 
ble hermosura,  rubí  de  precio  inestimable,  entrada  para  el  cora- 
zón de  Cristo,  testimonio  de  su  amor  y  prenda  de  la  vida  per- 
durable ! 

Después  desto  considera  cómo  aquel  mismo  día  en  la  tarde 
llegaron  aquellos  dos  sanctos  varones  Josef  y  Nicodemus,  y  arri- 
madas sus  escaleras  á  la  cruz,  descendieron  en  brazos  el  cuerpo 
del  Salvador.  Como  la  Virgen  vio  que  acabada  ya  la  tormenta 
de  la  pasión,  llegaba  el  sagrado  cuerpo  á  tierra,  aparéjase  ella 
para  darle  puerto  seguro  en  sus  pechos,  y  recebirlo  de  los  bra- 
zos de  la  cruz  en  los  suyos.  Pide,  pues,  con  grande  humildad  á 
aquella  noble  gente  que  pues  no  se  había  despedido  de  su  Hijo, 
ni  recibido  del  los  postreros  abrazos  en  la  cruz  al  tiempo  de  su 

OBRAS  DE  GRANADA.  X— 34 


482  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

partida,  que  la  dejen  agora  llegar  á  Él,  y  no  quieran  que  por  to- 
das partes  crezca  su  desconsuelo,  si  habiéndoselo  quitado 
por  un  cabo  los  enemigos  vivo,  agora  los  amigos  se  lo  quitan 
muerto. 

Pues  cuando  la  Virgen  le  tuvo  en  sus  brazos,  ^qué  lengua 
podrá  explicar  lo  que  sintió?  Oh  ángeles  de  la  paz,  llorad  con 
esta  sagrada  Virgen,  llorad  cielos,  llorad  estrellas  del  cielo,  y  to- 
das las  criaturas  del  mundo  acompañad  el  llanto  de  María.  Abrá- 
zase la  Madre  con  el  cuerpo  despedazado,  apriétalo  fuertemente 
en  sus  pechos  (para  solo  esto  le  quedaban  fuerzas)  mete  su  cara 
entre  las  espinas  de  la  sagrada  cabeza,  júntase  rostro  con  ros- 
tro, tíñese  la  cara  de  la  sacratísima  Madre  con  la  sangre  del  Hijo, 
y  riégase  la  del  Hijo  con  las  lágrimas  de  la  Madre.  ¡Oh  dulce 
Madre!  ¿Y  es  ése  por  ventura  vuestro  dulcísimo  Hijo?  ¿Es  ése  el 
que  concebistes  con  tanta  gloria  y  paristes  con  tanta  alegría? 
Pues  (jqué  se  hicieron  vuestros  gozos  pasados?  ,: Dónde  se  fueron 
vuestras  alegrías  antiguas?  ¿Dónde  está  aquel  espejo  de  hermo- 
sura en  que  os  mirábades?  Lloraban  todos  los  que  presentes  es- 
taban, lloraban  aquellas  sanctas  mujeres,  lloraban  aquellos  nobles 
varones,  lloraba  el  cielo,  y  la  tierra,  y  todas  las  criaturas  acom- 
pañaban las  lágrimas  de  la  Virgen.  Lloraba  otrosí  el  sancto  Evan- 
gelista, y  abrazado  con  el  cuerpo  de  su  Maestro  decía:  Oh  buen 
Maestro  y  Señor  mío,  ¿quién  me  enseñará  ya  de  aquí  adelante? 
¿A  quién  iré  con  mis  dudas?  ¿En  cuyos  pechos  descansaré?  ¿Quién 
me  dará  parte  de  los  secretos  del  cielo?  ¿Qué  mudanza  ha  sido 
ésta  tan  extraña?  Antenoche  me  tuviste  en  tus  sagrados  pe- 
chos, dándome  alegría  de  vida:  ¡  y  agora  te  pago  aquel  tan  gran- 
de beneficio  teniéndote  en  los  míos  muerto!  ¿Éste  es  el  rostro 
que  yo  vi  transfigurado  en  el  monte  Tabor?  ¿Ésta  es  aquella  fi- 
gura más  clara  que  el  sol  de  medio  día? 

Lloraba  también  aquella  sancta  pecadora,  y  abrazada  con  los 
pies  del  Salvador  decía:  Oh  lumbre  de  mis  ojos  y  remedio  de 
mi  ánima,  si  me  viere  fatigada  de  los  pecados,  ¿quién  me  recibi- 
rá? ¿Quién  curará  mis  llagas?  ¿Quién  responderá  por  mí?  ¿Quién 
me  defenderá  de  los  fariseos?  ¡Oh  cuan  de  otra  manera  tuve  yo 
estos  pies,y  los  lavé,  cuando  en  ellos  me  recibiste!  ¡  Oh  amado  de 
mis  entrañas,  quién  me  diese  agora  que  yo  muriese  contigo! 
Oh  vida  de  mi  ánima,  ¿cómo  puedo  decir  que  te  amo,  pues  es- 
toy viva,  teniéndote  delante  de  mis  ojos  muerto  ? 


PARTE  I.   EL  SÁBADO  483 


Desta  manera  lloraban  y  lamentaban  toda  aquella  sancta  com- 
pañía, regando  y  lavando  con  lágrimas  el  cuerpo  sagrado.  Lle- 
gada pues  ya  la  hora  de  la  sepultura,  envuelven  el  sancto  cuer- 
po en  una  sábana  limpia,  atan  su  rostro  con  un  sudario,  y  puesto 
encima  de  un  lecho,  caminan  con  él  al  lugar  del  monumento,  y 
allí  depositan  aquel  precioso  tesoro.  El  sepulcro  se  cubrió  con 
una  losa,  y  el  corazón  de  la  Madre  con  una  escura  niebla  de  tris- 
teza. Allí  se  despide  otra  vez  de  su  Hijo,  allí  comienza  de  nuevo 
á  sentir  su  soledad,  allí  se  ve  ya  desposeída  de  todo  su  bien,  allí 
se  le  queda  el  corazón  sepultado,  donde  quedaba  su  tesoro. 

EL  DOMINGO. 

PIpSTE  día  podrás  |pensar  la  descendida  del  Señor  al  limbo, 
^j  y  el  aparescimiento  á  Nuestra  Señora  y  á  la  sancta  Magda- 
lena y  á  los  discípulos,  y  después  el  misterio  de  su  gloriosa  As- 
censión. 

Cuanto  á  lo  primero  considera  qué  tan  grande  sería  el  ale- 
gría que  aquellos  sanctos  Padres  del  limbo  recibirían  este  día  con 
la  visitación  y  presencia  de  su  libertador,  y  qué  gracias  y  alaban- 
zas le  darían  por  esta  salud  tan  deseada  y  esperada.  Dicen  los  que 
vuelven  de  las  Indias  Orientales  en  España,  que  tienen  por  bien 
empleado  todo  el  trabajo  de  la  navegación  pasada,  por  el  alegría 
que  reciben  el  día  que  vuelven  á  su  tierra.  Pues  si  esto  hace  la 
navegación  y  destierro  de  un  año  ó  de  dos  años,  ¿qué  haría  el 
destierro  de  tres  ó  cuatro  mil  años  el  día  que  recibiesen  tan  gran 
salud,  y  viniesen  á  tomar  puerto  en  la  tierra  de  los  vivientes? 

Considera  también  el  alegría  que  la  sacratísima  Virgen  reci- 
biría este  día  con  la  vista  del  Hijo  resuscitado,  pues  es  cierto 
que  así  como  ella  fué  la  que  más  sentió  los  dolores  de  su  pasión, 
así  fuella  que  más  gozó  del  alegría  de  su  resurrección.  Pues 
¿qué  sentiría  cuando  viese  ante  sí  su  Hijo  vivo  y  glorioso,  acom- 
pañado de  todos  aquellos  sanctos  Padres  que  con  El  resuscita- 
ron?  ¿Qué  haría?  ¿Qué  diría?  ¿Cuáles  serían  sus  abrazos  y  besos, 
y  las  lágrimas  de  sus  ojos  piadosos,  y  los  deseos  de  irse  tras  El, 
si  le  fuera  concedido? 

Considera  el  alegría  de  aquellas  sanctas  Marías,  y  especial- 
mente de  aquella  que  perseveraba  llorando  par  del  sepulcro, 
cuando  viese  al  Amado  de  su  ánima,  y  se  derribase  á  sus  pies, 


484  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


y  hallase  resuscitado  y  vivo  al  que  buscaba  y  deseaba  ver  si- 
quiera muerto.  Y  mira  bien  que  después  de  la  Madre  á  aquella 
primero  apareció,  que  más  amó,  más  perseveró,  más  lloró,  más 
solícitamente  le  buscó:  para  que  así  tengas  por  cierto  que  halla- 
rás á  Dios  si  con  estas  mismas  lágrimas  y  diligencia  lo  buscares. 

Considera  de  la  manera  que  apáreselo  á  los  discípulos  que 
iban  á  Emaús,  en  hábito  de  peregrino,  y  mira  cuan  afable  se  les 
mostró,  cuan  familiarmente  los  acompañó,  cuan  dulcemente  se 
les  disimuló,  y  en  cabo  cuan  amorosamente  se  les  descubrió,  y 
los  dejó  con  toda  la  miel  y  suavidad  en  los  labios.  Sean,  pues, 
tales  tus  pláticas,  cuales  eran  las  de  éstos,  y  trata  con  dolor  y 
sentimiento  lo  que  trataban  éstos  (que  eran  los  dolores  y  traba- 
jos de  Cristo)  y  ten  por  cierto  que  no  te  faltará  su  presencia  y 
compañía,  si  tuvieres  siempre  esta  memoria. 

Acerca  del  misterio  de  la  Ascensión,  considera  primeramente 
cómo  dilató  el  Señor  esta  subida  á  los  cielos  por  espacio  de 
cuarenta  días,  en  los  cuales  aparesció  muchas  veces  á  sus  discí- 
pulos, y  los  enseñaba  y  platicaba  con  ellos  del  reino  de  Dios. 
De  manera  que  no  quiso  subir  á  los  cielos,  ni  apartarse  dellos, 
hasta  que  los  dejó  tales,  que  pudiesen  con  el  espíritu  subir  al  cie- 
lo con  Él.  Donde  verás  que  aquéllQS  desampara  muchas  veces 
la  presencia  corporal  de  Cristo  (esto  es,  la  consolación  sensible  de 
la  devoción)  que  pueden  ya  con  el  espíritu  volar  á  lo  alto,  y  es- 
tán más  seguros  del  peligro.  En  lo  cual  maravillosamente  res- 
plandece la  providencia  de  Dios,  y  la  manera  que  tiene  en  tra- 
tar á  los  suyos  en  diversos  tiempos:  cómo  regala  los  flacos,  y 
ejercita  los  fuertes:  da  leche  á  los  pequeñuelos,  y  desteta  á  los 
grandes:  consuela  los  unos,  y  prueba  los  otros,  y  así  trata  á  cada 
uno  según  el  grado  de  su  aprovechamiento.  Por  donde  ni  el  re- 
galado tiene  por  qué  presumir,  pues  el  regalo  es  argumento  de 
flaqueza,  ni  el  desconsolado  por  qué  desmayar,  pues  esto  es  mu- 
chas veces  indicio  de  fortaleza. 

En  presencia  de  los  discípulos,  y  viendo  ellos,  subió  al  cielo: 
porque  ellos  habían  de  ser  testigos  destos  misterios,  y  ninguno 
es  mejor  testigo  de  las  obras  de  Dios,  que  el  que  las  sabe  por 
experiencia.  Si  quieres  saber  de  veras  cuan  bueno  es  Dios,  cuan 
dulce  y  cuan  suave  para  con  los  suyos,  cuánta  sea  la  virtud  y  efi- 
cacia de  su  gracia,  de  su  amor,  de  su  providencia  y  de  sus  con- 
solaciones, pregúntalo  á  los  que  lo  han  probado,  que  ésos  te  da- 


PARTE   I.  EL  DOMINGO  4^5 


rán  dello  suficientísimo  testimonio.  Quiso  también  que  le  viesen 
subir  á  los  cielos,  para  que  le  siguiesen  con  los  ojos  y  con  el  es- 
píritu, para  que  sintiesen  su  partida,  para  que  les  hiciese  soledad 
su  ausencia,  porque  éste  era  el  más  conveniente  aparejo  para 
recibir  su  gracia.  Pidió  Eliseo  á  Elias  su  espíritu,  y  respondióle  el 
buen  maestro:  Si  vieres  cuando  me  parto  de  ti,  será  lo  que  pe- 
diste. Pues  aquéllos  serán  herederos  del  espíritu  de  Cristo,  á  quien 
el  amor  hiciere  sentir  la  partida  de  Cristo,  los  que  sintieren  su  au- 
sencia, y  quedaren  en  este  destierro  sospirando  siempre  por  su 
presencia.  Así  lo  sentía  aquel  sancto  varón  que  decía:  Fuístete,  con- 
solador mío,  y  no  te  despediste  de  mí:  yendo  por  tu  camino  ben- 
dijiste á  los  tuyos,  y  no  lo  vi.  Los  ángeles  prometieron  que  vol- 
verías, y  no  lo  oí,  &c. 

Pues  ¡  cuál  sería  la  soledad,  el  sentimiento,  las  voces  y  las  lá- 
grimas de  la  sacratísima  Virgen,  del  amado  discípulo,  y  de  la  san- 
ta Magdalena,  y  de  todos  los  Apóstoles,  cuando  viesen  írseles  y 
desaparecer  de  sus  ojos  Aquél  que  tan  robados  tenía  sus  corazo- 
nes! Y  con  todo  esto  se  dice  que  volvieron  á  Hierusalem  con 
grande  gozo, por  lo  mucho  que  le  amaban.  Porque  el  mismo  amor 
que  les  hacía  sentir  tanto  su  partida,  por  otra  parte  les  hacía  go- 
zarse de  su  gloria:  porque  el  verdadero  amor  no  se  busca  á  sí,  sino 
al  que  ama. 

Resta  considerar  con  cuánta  gloria,  con  qué  alegría  y  con 
qué  voces  y  alabanzas  sería  recibido  aquel  noble  triunfador  en 
la  ciudad  soberana,  cuál  sería  la  fiesta  y  el  recebimiento  que  le 
harían,  qué  sería  ver  allí  ayuntados  en  uno  hombres  y  ángeles,  y 
todos  á  una  caminar  á  aquella  ciudad,  y  poblar  aquellas  sillas 
desiertas  de  tantos  años,  y  subir  sobre  todos  aquella  sacratísima 
Humanidad,  y  asentarse  á  la  diestra  del  Padre.  Todo  es  mucho  de 
considerar,  para  que  se  vea  cuan  bien  e.Tipleados  son  los  traba- 
jos por  amor  de  Dios,  y  cómo  el  que  se  humilló  y  padesció  más 
que  todas  las  criaturas,  es  aquí  engrandescido  y  levantado  sobre 
todas  ellas:  para  que  por  aquí  entiendan  los  amadores  de  la  ver- 
dadera gloria  el  camino  que  han  de  llevar  para  alcanzarla,  que 
es  descender  para  subir,  y  ponerse  debajo  de  todos  para  ser  le- 
vantados sobre  todos. 


486  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


DE  SEIS  COSAS  QUE  PUEDEN  ENTREVENIR  EN  ÉL 
EJERCICIO  DE  LA  ORACIÓN. 

CAPÍTULO  V. 

ESTAS  son,  cristiano  lector,  las  meditaciones  en  que  te  puedes 
ejercitar  los  días  de  la  semana,  para  que  así  no  te  falte  ma- 
teria en  que  pensar.  Mas  aquí  es  de  notar  que  antes  desta  me- 
ditación pueden  preceder  algunas  cosas  y  seguirse  después  otras, 
que  están  anejas  y  son  como  vecinas  de  ellas. 

Porque  primeramente,  antes  que  entremos  en  la  meditación, 
es  necesario  aparejar  el  corazón  para  este  sancto  ejercicio,  que 
es  como  quien  templa  la  vihuela  para  tañer. 

Después  de  la  preparación  se  sigue  la  lición  del  paso  que 
se  ha  de  meditar  en  aquel  día,  según  el  repartimiento  de  los  días 
de  la  semana  (como  arriba  lo  tratamos).  Lo  cual  sin  duda  es  ne- 
cesario á  los  principios,  hasta  que  el  hombre  sepa  lo  que  ha  de 
meditar. 

Después  de  la  meditación  se  puede  seguir  un  devoto  haci- 
miento  de  gracias  por  los  beneficios  recebidos,  y  un  ofi-ecimien- 
to  de  toda  nuestra  vida  y  de  la  de  Cristo  nuestro  Salvador,  en  re- 
compensa de  ellos. 

La  última  parte  es  la  petición,  que  propriamente  se  llama  ora- 
ción, en  la  cual  pedimos  todo  aquello  que  conviene  así  para  nues- 
tra salud  como  para  la  de  nuestros  prójimos  y  de  toda  la  Iglesia. 

Estas  seis  cosas  pueden  entrevenir  en  la  oración,  las  cuales, 
entre  otros  provechos,  tienen  también  éste,  que  dan  al  hombre 
más  copiosa  materia  de  meditar,  poniéndole  delante  todas  estas 
diferencias  de  manjares,  para  que  si  no  pudiere  comer  de  uno, 
coma  de  otro,  y  para  que  si  en  una  cosa  se  le  acabare  el  hilo  de 
la  meditación,  entre  luego  en  otra,  donde  se  le  ofrezca  otra  cosa 
en  que  meditar. 

Bien  veo  que  ni  todas  estas  partes  ni  esta  orden  es  siempre 
necesaria:  mas  todavía  servirá  esto  á  los  que  comienzan,  para  que 
tengan  alguna  orden  y  hilo  por  donde  se  puedan  al  principio 
regir.  Y  por  esto  de  ninguna  cosa  que  aquí  dijere,  quiero  que  se 
haga  ley  perpetua  ni  regla  general:  porque  mi  intento  no  fué 
hacer  ley,  sino  introdución,  para  emponer  á  los  nuevos  en  este 


PARTE  I.  CAPITULO  V.  487 


camino,  en  el  cual  después  que  hobieren  entrado,  el  uso,  y  la  ex- 
periencia, y  mucho  más  el  Espíritu  Sancto,  les  enseñará  lo  demás. 

DE   LA   PREPARACIÓN  QUE  SE  REQUIERE  PARA 
ANTES  DE  LA  ORACIÓN. 

CAPITULO  VI. 

cKl  GORA  será  bien  que  tratemos  en  particular  de  cada  una  des- 
j[^  tas  partes  susodichas,  y  primero  de  la  preparación,  que  es 
la  primera  de  todas. 

Puesto  en  el  lugar  de  la  oración  de  rodillas,  ó  en  pie,  ó  en 
cruz,  ó  prostrado,  ó  sentado,  si  de  otra  manera  no  pudiere  estar, 
hecha  primero  la  señal  de  la  cruz,  recogerá  su  imaginación,  y 
apartarla  ha  de  todas  las  cosas  de  esta  vida,  y  levantará  su  enten- 
dimiento arriba  considerando  que  lo  mira  Nuestro  Señor.  Y  es- 
tará allí  con  aquella  atención  y  reverencia  como  que  realmente 
le  tuviese  presente:  y  con  un  general  arrepentimiento  de  sus  pe- 
cados (si  es  la  oración  de  la  mañana)  dirá  la  confesión  general,  y 
si  es  la  oración  de  la  noche,  examinará  su  consciencia  de  todo  lo 
que  aquel  día  ha  pensado,  hablado,  y  obrado,  y  oído,  y  del  olvi- 
do que  de  Nuestro  Señor  ha  tenido:  y  doliéndose  de  los  defectos 
de  aquel  día  y  de  todos  los  de  la  vida  pasada,  y  humillándose 
delante  la  divina  Majestad  ante  quien  está,  dirá  aquellas  palabras 
del  sancto  Patriarca:  Hablaré  á  mi  Señor,  aunque  sea  polvo  y  ce- 
niza: y  luego  dirá  aquellos  versos  del  Psalmo:  A  ti  levanté  mis 
ojos,  que  moras  en  los  cielos.  Así  como  los  ojos  de  los  siervos  es- 
tán puestos  en  las  manos  de  sus  señores,  y  como  los  ojos  de  la 
sierva  en  las  manos  de  su  señora,  así  están  puestos  nuestros  ojos 
en  nuestro  Señor,  esperando  que  haya  misericordia  de  nosotros. 
Ten  misericordia  de  nosotros.  Señor,  ten  misericordia  de  nos- 
otros. Gloria  Patri,  &c.  Y  porque  no  somos.  Señor,  poderosos 
para  pensar  cosa  buena  de  nuestra  parte,  sino  que  toda  nuestra 
suficiencia  es  de  Dios,  ni  nadie  puede  invocar  dignamente  el  nom- 
bre de  jesús,  sino  con  favor  del  Espíritu  Sancto,  por  tanto  ven, 
oh  dulcísimo  Espíritu,  y  envía  dende  el  cielo  los  rayos  de  tu  luz. 
Ven,  oh  Padre  de  los  pobres:  ven,  oh  dador  de  las  lumbres:  ven, 
lumbre  de  los  corazones:  ven,  consolador  muy  bueno,  y  dulce 
huésped  de  nuestra  ánima,  y  dulce  refrigerio  de  ella.  En  el  tra- 


4S8  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

bajo  su  descanso,  en  el  ardor  del  estío  su  templanza,  y  en  las  lá- 
grimas su  consuelo.  Oh  luz  beatísima,  hinche  lo  íntimo  del  cura- 
zón  de  tus  fieles. 

Ver.  Einiüe  spiritiim  tuum.  &^c. 

Res.  Et  renovahis. 

Oratio.  Deus  qui  corda^  &fic. 

Dicho  esto,  suplicará  luego  á  nuestro  Señor  que  le  dé  gracia 
para  que  esté  allí  con  aquella  atención  y  devoción,  y  con  aquel 
recogimiento  interior,  y  con  aquel  temor  y  reverencia  que  con- 
viene para  estar  ante  tan  soberana  Majestad,  y  que  ansí  gaste 
aquel  tiempo  de  la  oración,  que  salga  della  con  nuevas  fuerzas 
y  aliento  para  todas  las  cosas  de  su  servicio,  porque  la  oración 
que  no  pare  luego  este  fructo,  muy  imperfecta  es  y  de  muy  bajo 
valor. 


DE    LA    LICIÓN. 

CAPÍTULO  VIL 

ÉCABADA  la  preparación,  se  sigue  luego  la  lición  de  lo  que  se 
ha  de  meditar  en  la  oración.  La  cual  no  ha  de  ser  apresurada 
ni  corrida,  sino  atenta  y  sosegada,  aplicando  á  ella  no  sólo  el  en- 
tendimiento para  entender  lo  que  se  lee,  sino  mucho  más  la  vo- 
luntad, para  gustar  lo  que  se  entiende.  Y  cuando  hallare  algún 
paso  devoto,  deténgase  algo  más  en  él,  para  mejor  sentirlo:  y  no 
sea  muy  larga  la  lición,  porque  se  dé  más  tiempo  á  la  meditación, 
que  es  tanto  de  mayor  provecho  cuanto  rumia  y  penetra  las  cosas 
más  de  espacio  y  con  más  afecto.  Pero  cuando  tuviere  el  corazón 
tan  destraído  que  no  pueda  entrar  en  la  oración,  puédese  detener 
algo  más  en  la  lición,  ó  ayuntar  en  uno  la  lición  con  la  meditación, 
leyendo  un  paso  y  meditando  sobre  él,  y  luego  otro  y  otro  de 
la  mesma  manera:  porque  yendo  desta  manera  atado  el  entendi- 
miento á  las  palabras  de  la  lición,  no  tiene  tanto  lugar  de  de- 
rramarse por  diversas  partes  como  cuando  va  libre  y  suelto. 
Aunque  mejor  sería  pelear  en  desechar  los  pensamientos,  y  per- 
severar y  luchar  (como  otro  Jacob  toda  la  noche)  en  el  trabajo  de 
la  oración.  Porque  al  fin,  acabada  la  batalla,  se  alcanza  la  victoria, 
dando  nuestro  Señor  la  devoción,  ó  otra  gracia  mayor,  la  cual 
nunca  se  niega  á  los  que  fielmente  pelean. 


PARTE  I.  CAPÍTULO  VIII.  4^9 


DE  LA  MEDITACIÓN. 

CAPÍTULO  VIH. 

|E\  ESPUÉS  de  la  lición  se  sigue  la  meditación  del  paso  que  ha- 
3E^-  bemos  leído,  Y  ésta,  unas  veces  es  de  cosas  que  se  pue- 
den figurar  con  la  imaginación,  como  son  todos  los  pasos  de  la 
vida  y  pasión  de  Cristo,  el  juicio  final,  el  infierno  y  el  paraíso: 
otras  es  de  cosas  que  pertenescen  más  al  entendimiento  que  á 
la  imaginación,  como  es  la  consideración  de  los  beneficios  de 
Dios  y  de  su  bondad,  justicia  y  misericordia,  ó  cualquier  otra  de 
sus  perfecciones. 

Esta  meditación  se  llama  intelectual,  y  la  otra  imaginaria.  Y 
de  la  una  y  de  la  otra  solemos  usar  en  estos  ejercicios,  según  que 
la  materia  de  las  cosas  lo  requiere.  Y  cuando  la  meditación  es 
imaginaria,  habemos  de  figurar  cada  cosa  destas  de  la  manera 
que  ella  es,  ó  de  la  manera  que  pasaría,  y  hacer  cuenta  que  en 
el  proprio  lugar  donde  estamos,  pasa  todo  aquello  en  presencia 
nuestra:  porque  con  esta  representación  de  las  cosas  sea  más  viva 
la  consideración  y  sentimiento  dellas.  Y  aun  imaginar  que  pasan 
estas  cosas  dentro  de  nuestro  corazón,  es  mejor:  que  pues  caben 
en  él  ciudades  y  reinos,  mejor  cabrá  la  representación  destos  mis- 
terios, y  ayudará  esto  mucho  para  traer  el  ánima  recogida,  ocupán- 
dose dentro  de  sí  misma  (como  abeja  dentro  de  su  corcho)  en  la- 
brar su  panal  de  miel:  porque  ir  con  el  pensamiento  á  Hierusalem 
á  meditar  las  cosas  que  allí  pasaron  en  sus  proprios  lugares,  es  cosa 
que  suele  enflaquecer  y  hacer  daño  á  las  cabezas:  y  por  esta  mis- 
ma razón  no  debe  el  hombre  hincar  mucho  la  imaginación  en 
las  cosas  que  piensa,  por  no  fatigar  con  esta  vehemente  apre- 
hensión la  naturaleza. 


DEL  HACIMIENTO  DE  GRACIAS. 

CAPÍTULO  IX. 

3^  ESPUÉS  de  la  meditación  se  sigue  el  hacimiento  de  gracias: 
J^ •  para  lo  cual  se  debe  tomar  ocasión  de  la  meditación  pasa- 
da, haciendo  gracias  á  nuestro  Señor  por  el  beneficio  que  en 


490  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

aquello  nos  hizo.  Como  si  la  meditación  fué  de  la  Pasión,  debe 
dar  gracias  á  nuestro  Señor  porque  nos  redimió  con  tantos  tra- 
bajos: y  si  fué  de  los  pecados,  porque  lo  esperó  tanto  tiempo  á 
penitencia:  y  si  de  las  miserias  desta  vida,  por  las  muchas  de  que 
lo  ha  librado:  y  si  del  paso  de  la  muerte,  porque  lo  libró  de  los 
peligros  della  y  esperó  á  penitencia:  y  si  de  la  gloria  del  paraíso, 
porque  lo  crió  para  tanto  bien,  y  así  de  los  demás. 

Con  estos  beneficios  juntará  todos  los  otros  de  que  arriba 
tratamos,  que  son  el  beneficio  de  la  creación,  conservación,  re- 
dempción,  vocación,  &c.  Y  así  dará  gracias  á  nuestro  Señor,  por- 
que lo  hizo  á  su  imagen  y  semejanza,  y  le  dio  memoria  para  que 
se  acordase  del,  entendimiento  para  que  lo  conociese,  voluntad 
para  que  le  amase:  y  porque  le  dio  un  ángel  que  lo  guardase 
de  tantos  trabajos  y  peligros,  y  de  tantos  pecados  mortales,  y  de 
la  muerte  cuando  estaba  en  ellos,  que  no  fué  menos  que  librarlo 
de  la  muerte  eterna,  y  porque  tuvo  por  bien  de  tomar  nuestra 
naturaleza  y  morir  por  nosotros:  y  porque  le  hizo  nascer  de  pa- 
dres cristianos,  y  le  dio  el  sagrado  Baptismo,  y  en  él  le  dio  su 
gracia,  y  prometió  su  gloria,  y  le  recibió  por  hijo  adoptivo:  y 
porque  le  dio  armas  para  pelear  contra  el  demonio,  y  el  mundo, 
y  la  carne,  en  el  Sacramento  de  la  Confirmación:  y  porque  le  dio 
á  sí  mesmo  en  el  Sacramento  del  altar:  y  porque  le  dio  el  Sa- 
cramento de  la  Penitencia,  para  tornar  á  cobrar  la  gracia  perdi- 
da por  el  pecado  mortal,  y  por  las  muchas  buenas  inspiraciones 
que  siempre  le  ha  enviado  y  envía,  y  por  el  ayuda  que  le  dio 
para  orar,  y  bien  obrar,  y  perseverar  en  el  bien  comenzado.  Y 
con  estos  beneficios  junte  los  demás  beneficios  generales  y  par- 
ticulares que  conosce  haber  rescibido  de  nuestro  Señor.  Y  por 
éstos  y  por  todos  los  otros,  así  públicos  como  secretos,  dé  todas 
cuantas  gracias  pudiere,  y  convide  á  todas  las  criaturas,  así  del 
cielo  como  de  la  tierra,  para  que  le  ayuden  á  este  oficio.  Y  con 
este  espíritu  podrá  decir  (si  quisiere)  aquel  cántico:  Benedicite  om- 
nia  opera  Domini  Domino,  laúdate  et.  superexaltate,  &c.  O  el 
psalmo:  Benedic  anima  mea  Domino,  et  omnia  quce  intra  me  stint 
nomini  sancto  ejns.  Benedic  anima  mea  Domino,  et  noli  ohlivis- 
ci  omnes  retributiones  ejns.  Qui  propiiiatur  oimiibus  iniquitatihus 
tuis,  qui  sanat  omnes  infirmitates  tuas.  Qui  redimit  de  interitii 
viam  Uiam,  qui  coronal  ie  in  7nisericordia  et  miserationihus,  &c. 


PARTE  I.  CAPÍTULO  X  49 1 


DEL   OFRECIMENTO. 

CAPÍTULO  X. 

flB\  ADAS  de  todo  corazón  al  Señor  las  gracias  por  todos  estos 
lE/'"  beneficios,  luego  naturalmente  prorrumpe  el  corazón  en 
aquel  afecto  del  profeta  David,  que  dice:  ¿Qué  daré  yo  al  Señor 
por  todas  las  mercedes  que  me  ha  hecho?  A  este  deseo  satisface 
el  hombre  en  alguna  manera,  dando  y  ofreciendo  á  Dios  de  su 
parte  todo  lo  que  tiene  y  puede  ofrecerle. 

Y  para  esto  primeramente  debe  ofrecer  á  sí  mismo  por 
perpetuo  esclavo  su^'o,  resignándose  y  poniéndose  en  sus  manos, 
para  que  haga  del  todo  lo  que  quisiere,  en  tiempo  y  en  eterni- 
dad, y  ofrecer  juntamente  todas  sus  palabras,  obras,  pensamien- 
tos y  trabajos,  que  es  todo  lo  que  liiciere  y  padesciere,  para  que 
todo  sea  á  gloria  y  honra  de  su  sancto  nombre. 

Lo  segundo  ofrezca  al  Padre  los  méritos  y  servicios  de  su 
Hijo,  y  todos  los  trabajos  que  en  este  mundo  por  su  obediencia 
padesció  dende  el  pesebre  hasta  la  cruz,  pues  todos  ellos  son  ha- 
cienda nuestra  y  herencia  que  él  nos  dejó  en  el  Nuevo  Testa- 
mento, por  el  cual  nos  hizo  herederos  de  todo  este  gran  tesoro. 

Y  así  como  no  es  menos  mío  lo  dado  de  gracia,  que  lo  adquiri- 
do por  mi  lanza,  así  no  son  menos  míos  los  méritos  y  el  derecho 
que  Él  me  dio,  que  si  yo  los  hubiera  sudado  y  trabajado  por  mí. 

Y  por  esto  no  menos  puede  ofrecer  el  hombre  esta  segunda  ofren- 
da que  la  primera,  recontando  por  su  orden  todos  estos  servi- 
cios y  trabajos  y  todas  las  virtudes  de  su  vida  sanctísima,  su 
obediencia,  su  paciencia,  su  humildad,  su  fidelidad,  su  caridad,  su 
misericordia,  con  todas  las  demás:  porque  ésta  es  la  más  rica  y 
más  preciosa  ofrenda  que  le  podemos  ofrecer. 

DE   LA   PETICIÓN. 

CAPÍTULO  XI. 

§FRECIDA  tan  rica  ofrenda,  seguramente  podemos  pedir  lue- 
go mercedes  por  ella.  Y  primeramente  pidamos  con  gran 
afecto  de  caridad  y  con  celo  de  la  honra  de  nuestro  Señor  que 
todas  las  gentes  y  naciones  del  mundo  le  conozcan,  alaben  y 


492  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

adoren  como  á  su  único  y  verdadero  Dios  y  Señor,  diciendo  de 
lo  íntimo  de  nuestro  corazón  aquellas  palabras  del  profeta:  Con- 
fiésente los  pueblos,  Señor,  confiésente  los  pueblos.  Roguemos 
también  por  las  cabezas  de  la  Iglesia,  como  son  Papa,  Cardena- 
les, Obispos,  con  todos  los  otros  ministros  y  perlados  inferiores, 
para  que  el  Señor  los  rija  y  alumbre  de  tal  manera  que  lleven 
todos  los  hombres  al  conoscimiento  y  obediencia  de  su  criador. 
Y  asimesmo  debemos  rogar  (como  lo  aconseja  S.  Pablo)  por 
los  reyes  y  príncipes  y  por  todos  los  que  están  constituidos  en 
dignidad,  para  que  mediante  su  providencia  vivamos  vida  quie- 
ta y  reposada:  porque  esto  es  acepto  delante  de  Dios  nuestro 
Salvador,  el  cual  quiere  que  todos  los  hombres  se  salven  y  ven- 
gan al  conoscimiento  de  la  verdad.  Roguemos  también  por  to- 
dos los  miembros  de  su  cuerpo  místico:  por  los  justos,  que  el 
Señor  los  conserve,  y  por  los  pecadores,  que  los  convierta,  y  por 
los  defunctos,  que  los  saque  misericordiosamente  de  tanto  tra- 
bajo y  los  lleve  al  descanso  de  la  vida  perdurable. 

Roguemos  también  por  todos  los  pobres,  enfermos,  encarce- 
lados, captivos,  &c.  que  Dios,  por  los  méritos  de  su  Hijo,  los 
a3'ude  y  libre  de  mal. 

Y  después  de  haber  pedido  para  nuestros  prójimos,  pidamos 
luego  para  nosotros.  Y  qué  sea  lo  que  le  habemos  de  pedir, su  mis- 
ma necesidad  lo  enseñará  á  cada  uno,  si  bien  se  conosciere.  Mas 
para  mayor  facilidad  desta  doctrina,  podemos  pedir  las  merce- 
des siguientes. 

Primeramente,  pidamos  por  los  méritos  y  trabajos  deste  Se- 
ñor perdón  de  todos  nuestros  pecados  y  emienda  dellos,  y  es- 
pecialmente pidamos  favor  contra  todas  aquellas  pasiones  y  vi- 
cios á  que  somos  más  inclinados  y  más  tentados,  descubriendo 
todas  estas  llagas  á  aquel  médico  celestial,  para  que  Él  las  sane 
y  las  cure  con  la  unción  de  su  gracia. 

Lo  segundo,  pidamos  aquellas  altísimas  y  nobilísimas  virtu- 
des en  que  consiste  la  suma  de  toda  la  perfección  cristiana,  que 
son:  fe,  esperanza,  amor,  temor,  humildad,  paciencia,  obediencia, 
fortaleza  para  todo  trabajo,  pobreza  de  espíritu,  menosprecio  de 
mundo,  discreción,  pureza  de  intención,  con  otras  semejantes  vir- 
tudes que  están  en  la  cumbre  deste  espiritual  edificio:  porque  la 
fe  es  la  primera  raíz  de  la  cristiandad,  la  esperanza  es  el  báculo 
y  remedio  contra  las  tentaciones  desta  vida,  la  caridad  es  fin  de 


PARTE  I.  CAPÍTULO  XI.  493 


toda  la  perfección  cristiana,  el  temor  de  Dios  es  principio  de  la 
verdadera  sabiduría,  la  humildad  es  el  fundamento  de  todas  las 
virtudes,  la  paciencia  es  armadura  contra  los  golpes  y  encuen- 
tros del  enemigo,  la  obediencia  es  una  muy  agradable  ofrenda 
donde  el  hombre  ofrece  á  sí  mesmo  á  Dios  en  sacrificio,  la  dis- 
creción es  los  ojos  con  que  el  ánima  ve  y  anda  todos  sus  cami- 
nos, y  la  fortaleza  los  brazos  con  que  hace  todas  sus  obras,  y  la 
pureza  de  intención  la  que  refiere  y  endereza  todas  nuestras  obras 
á  Dios. 

Lo  tercero,  pidamos  luego  las  otras  virtudes  que  demás  de 
ser  ellas  de  suyo  muy  principales,  sirven  para  la  guarda  destas 
mayores,  como  son  la  templanza  en  comer  y  beber,  la  modera- 
ción de  la  lengua,  la  guarda  de  los  sentidos,  la  mesura  y  compo- 
sición del  hombre  exterior,  la  suavidad  y  buen  ejemplo  para  los 
prójimos,  el  rigor  y  aspereza  para  consigo,  con  otras  virtudes  se- 
mejantes. 

Después  desto,  acabe  con  la  petición  del  amor  de  Dios,  y  en 
ésta  se  detenga  y  ocupe  la  mayor  parte  del  tiempo,  pidiendo  al 
Señor  esta  virtud  con  entrañables  afectos  y  deseos  (pues  en  ella 
consiste  todo  nuestro  bien)  y  podrá  decir  así. 

Petición  especial  del  amor  de  Dios. 

(^OBRE  todas  estas  virtudes,  dame,  Señor,  gracia  para  que  te 
)^  ame  yo  con  todo  mi  corazón,  con  toda  mi  ánima,  con  todas 
mis  fuerzas  y  con  todas  mis  entrañas,  así  como  tú  lo  mandas. 
¡Oh  toda  mi  esperanza,  toda  mi  gloria,  todo  mi  refugio  y  ale- 
gría! ¡Oh  el  más  amado  de  los  amados  I  ¡Oh  Esposo  florido,  Es- 
poso suave.  Esposo  melifluo!  ¡Oh  dulzura  de  mi  corazón!  ¡Oh 
vida  de  mi  ánima  y  descanso  alegre  de  mi  espíritu!  ¡Oh  hermo- 
so y  claro  día  de  la  eternidad,  y  serena  luz  de  mis  entrañas,  y  pa- 
raíso florido  de  mi  corazón !  ¡  Oh  amable  principio  mío  y  suma 
suficiencia  mía! 

Apareja,  Dios  mío,  apareja,  Señor,  una  agradable  morada  para 
ti  en  mí,  para  que  según  la  promesa  de  tu  sancta  palabra  ven- 
gas á  mí  y  reposes  en  mí.  Mortifica  en  mí  todo  lo  que  desagrada 
á  tus  ojos,  y  hazme  hombre  según  tu  corazón.  Hiere,  Señor,  lo 
más  íntimo  de  mi  ánima  con  las  saetas  de  tu  amor,  y  embriágala 
con  el  vino  de  tu  perfecta  caridad.  ¡Oh !  ^Cuándo  será  esto?  ¿Cuán- 
do te  agradaré  en  todas  las  cosas?  ¿Cuándo  estará  muerto  todo 


494  TRATADO   DE  LA  ORACIÓN 

lo  que  hay  contrario  á  ti  en  mí?  ^Cuándo  seré  del  todo  tuyo?  ¿Cuán- 
do dejaré  de  ser  mío?  ¿Cuándo  ninguna  cosa  fuera  de  ti  vivirá  en 
mí?  ¿Cuándo  ardentísimamente  te  amaré?  ¿Cuándo  me  abrasará 
toda  la  llama  de  tu  amor?  ¿Cuándo  estaré  todo  derretido  y  traspa- 
sado con  tu  eficacísima  suavidad?  ¿Cuándo  abrirás  á  este  pobre 
mendigo,  y  le  descubrirás  el  hermosísimo  reino  tuyo,  que  está 
dentro  de  mí,  el  cual  eres  tú  con  todas  tus  riquezas?  ¿Cuándo  me 
arrebatarás,  anegarás,  y  transportarás,  y  esconderás  en  ti,  donde 
nunca  más  parezca?  ¿Cuándo  quitados  todos  los  impedimentos  y 
estorbos,  me  harás  un  espíritu  contigo,  para  que  nunca  ya  me  pue- 
da más  apartar  de  ti? 

¡Oh  amado,  amado,  amado  de  mi  ánima!  jOh  dulzura,  dul- 
zura de  mi  corazón!  Óyeme,  Señor,  no  por  mis  merescimientos, 
sino  por  tu  infinita  bondad.  Enséñame,  alúmbrame,  enderézame 
y  ayúdame  en  todas  las  cosas,  para  que  ninguna  cosa  se  haga 
ni  diga,  sino  lo  que  fuere  á  tus  ojos  agradable.  ¡  Oh  Dios  mío, 
amado  mío,  entrañas  mías,  bien  de  mi  ánima!  ¡Oh  amor  mío  dul- 
ce! ¡Oh  deleite  mío  grande!  ¡Oh  fortaleza  mía,  oh  vida  mía,  va- 
ledme:  luz  mía,  guiadme! 

Oh  Dios  de  mis  entrañas,  ¿porqué  no  te  das  al  pobre?  ¿Hin- 
ches los  cielos  y  la  tierra,  y  mi  corazón  dejas  vacío?  Pues  vistes 
los  Urios  del  campo,  y  guisas  de  comer  á  las  av'ecillas,  y  mantienes 
los  gusanos,  ¿porqué  te  olvidas  de  mí,  pues  á  todos  olvido  por 
ti?  Tarde  te  conoscí,  bondad  infinita:  tarde  te  amé,  hermosura  tan 
antigua  y  tan  nueva.  ¡Triste  del  tiempo  que  no  te  amé!  ¡Triste 
de  mí,  pues  no  te  conoscía!  ¡Ciego  de  mí,  que  no  te  veía!  Es- 
tabas dentro  de  mí,  y  yo  andaba  á  buscarte  por  defuera.  Pues 
aunque  te  hallé  tarde,  no  permitas,  Señor,  por  tu  divina  clemen- 
cia, que  jamás  te  deje. 

Y  porque  una  de  las  cosas  que  más  te  agradan  y  más  hie- 
ren tu  corazón,  es  tener  ojos  para  saberte  mirar,  dame.  Señor,  esos 
ojos  con  que  te  mire:  conviene  saber,  ojos  de  paloma  sencillos, 
ojos  castos  y  vergonzosos,  ojos  humildes  y  amorosos,  ojos  de- 
votos y  llorosos,  ojos  atentos  y  discretos  para  entender  tu  vo- 
luntad y  cumplirla,  para  que  mirándote  yo  con  estos  ojos,  sea  de 
ti  mirado  con  aquellos  ojos  con  que  miraste  á  Sanct  Pedro  cuan- 
do le  heciste  llorar  su  pecado;  con  aquellos  ojos  con  que  miraste 
al  hijo  pródigo  cuando  le  saliste  á  recebir  y  le  diste  beso  de  paz: 
Qon  aquellos  ojos  con  que  miraste  al  publicano,  cuando  él  no  osa- 


PARTE  I.  CAPÍTULO  XI.  495 


ba  alzar  los  ojos  al  cielo:  con  aquellos  ojos  con  que  miraste  á  la 
Magdalena,  cuando  ella  lavaba  tus  pies  con  las  lágrimas  de  los 
suyos:  finalmente,  con  aquellos  ojos  con  que  miraste  á  la  Espo- 
sa en  los  Cantares,  cuando  le  dijiste:  Hermosa  eres,  amiga  mía, 
hermosa  eres,  tus  ojos  son  de  paloma:  para  que  agradándote  de 
los  ojos  y  hermosura  de  mi  ánima,  le  des  aquellos  arreos  de  vir- 
tudes y  gracias  con  que  siempre  te  parezca  hermosa. 

¡Oh  altísima,  clementísima,  benigm'sima  Trinidad, Padre,  Hijo, 
Espíritu  Sancto,  un  solo  Dios  verdadero !  Enséñame,  enderézame 
y  ayúdame.  Señor,  en  todo.  Oh  Padre  todopoderoso,  por  la  gran- 
deza de  tu  infinito  poder  asienta  y  confirma  mi  memoria  en  ti,  y 
hínchela  de  sanctos  y  devotos  pensamientos.  Oh  Hijo  sanctísi- 
mo,por  la  eterna  sabiduría  tuya  clarifica  mi  entendimiento  y  adór- 
nalo con  el  conoscimiento  de  la  suma  verdad  y  de  mi  extre- 
mada vileza.  Oh  Espíritu  Sancto,  amor  del  Padre  y  del  Hijo, 
por  tu  incomprehensible  bondad  traspasa  en  mí  toda  tu  volun- 
tad, y  enciéndela  con  un  tan  grande  fijego  de  amor,  que  ningunas 
aguas  lo  puedan  apagar !  j  Oh  Trinidad  sagrada,  único  Dios  mío 
y  todo  mi  bien!  ¡Oh  si  pudiese  yo  alabarte  y  amarte  como  te 
alaban  y  aman  todos  los  ángeles!  ¡Oh  si  tuviese  yo  el  amor  de 
todas  las  criaturas,  cuan  de  buena  gana  te  lo  daría  y  traspasa- 
ría en  ti,  aunque  ni  éste  bastaría  para  amarte  como  tú  meresces ! 
Tú  solo  te  puedes  dignamente  amar  y  dignamente  alabar,  por- 
que tú  solo  comprehendes  tu  incomprehensible  bondad,  y  así  tú 
solo  la  puedes  amar  cuanto  ella  meresce:  de  manera  que  en  solo 
ese  divinísimo  pecho  se  guarda  justicia  de  amor. 

¡  Oh  María,  María,  María,  Virgen  sanctísima.  Madre  de  Dios, 
Reina  del  cielo,  Señora  del  mundo,  sagrario  del  Espíritu  Sancto, 
lirio  de  pureza,  rosa  de  paciencia,  paraíso  de  deleites,  espejo  de 
castidad,  dechado  de  inocencia!  Ruega  por  este  pobre  desterra- 
do y  peregrino,  y  parte  con  él  de  las  sobras  de  tu  abundantísima 
caridad.  Oh  vosotros  bienaventurados  Sanctos  y  Sanctas,  y  vos- 
otros bienaventurados  espíritus,  que  así  ardéis  en  el  amor  de  vues- 
tro Criador,  y  señaladamente  vosotros  Serafines,  que  abrasáis  los 
cielos  y  la  tierra  con  vuestro  amor,  no  desamparéis  este  pobre  y 
miserable  corazón,  sino  alimpiadlo  como  los  labrios  de  Esaías  de 
todos  sus  pecados,  y  abrasadlo  con  la  llama  de  ese  \mestro  ar- 
dentísimo amor,  para  que  á  solo  este  Señor  ame,  á  Él  solo  busque, 
en  El  solo  repose  y  more  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 


496  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


DE   ALGUNOS  AVISOS   QUE   SE   DEBEN   TENER 
EN   ESTE   SANCTO   EJERCICIO. 

CAPÍTULO  XII. 

JODO  lo  que  hasta  aquí  se  ha  dicho,  sirve  para  dar  materia  de 
j_  consideración,  que  es  una  de  las  principales  partes  deste 
negocio:  porque  la  menor  parte  de  la  gente  tiene  suficiente  ma- 
teria de  consideración,  y  así  por  falta  de  ella  faltan  muchos  en 
este  ejercicio.  Agora  diremos  sumariamente  de  la  manera  y  for- 
ma que  en  esto  se  podrá  tener.  Y  aunque  de  esta  materia  el  prin- 
cipal maestro  sea  el  Espíritu  Sancto,  pero  todavía  la  experiencia 
nos  ha  mostrado  ser  necesarios  algunos  avisos  en  esta  parte:  por- 
que el  camino  para  ir  áDios  es  arduo  y  tiene  necesidad  de  guía, 
sin  la  cual  muchos  andan  mucho  tiempo  perdidos  y  descami- 
nados. 

§.  I. 

Sea  pues  el  primer  aviso  éste,  que  cuando  nos  pusiéremos 
á  considerar  alguna  cosa  de  las  susodichas  en  sus  tiempos  y  ejerci- 
cios determinados,  no  debemos  estar  tan  atados  á  ella,  que  ten- 
gamos por  mal  hecho  saHr  de  aquella  á  otra,  cuando  halláremos 
en  ella  más  devoción,  más  gusto  ó  más  provecho:  porque  como 
el  fin  de  todo  esto  sea  la  devoción,  lo  que  más  sirviere  para  este 
fin,  eso  se  ha  de  tener  por  lo  mejor.Aunque  esto  no  se  debe  hacer 
por  livianas  causas,  sino  con  ventaja  conoscida.  Asimismo,  si  en 
algún  paso  de  su  oración  ó  meditación  sintiere  más  gusto  ó 
devoción  que  en  otro,  deténgase  en  él  todo  el  espacio  que  le 
durare  este  afecto,  aunque  todo  el  tiempo  del  recogimiento  se 
le  vaya  en  eso.  Porque  como  el  fin  de  todo  esto  sea  la  devoción 
(como  dijimos)  yerro  sería  buscar  en  otra  parte  con  esperanza 
dubdosa  lo  que  ya  tenemos  en  las  manos  cierto. 

§.  11. 

Sea  el  segundo,  que  trabaje  el  hombre  por  excusar  en  este 
ejercicio  la  demasiada  especulación  del  entendimiento,  y  procu- 
re de  tratar  este  negocio  más  con  afectos  y  sentimientos  de  la 
voluntad,  que  con  discursos  y  especulaciones  del  entendimiento. 


PATRE  í.  CAPÍTULO  XII.  497 


Porque  sin  dubda  no  aciertan  este  camino  los  que  de  tal  ma- 
nera se  ponen  en  la  oración  á  meditar  los  misterios  divinos,  co- 
mo si  los  estudiasen  para  predicar:  lo  cual  más  es  derramar  el 
espíritu  que  recogello,  y  andar  más  fuera  de  sí,  que  dentro  de 
sí.  De  donde  nasce  que  acabada  su  oración,  se  quedan  secos,  y 
sin  jugo  de  devoción,  y  tan  fáciles  y  ligeros  para  cualquier  li- 
viandad, como  lo  estaban  antes.  Porque  en  hecho  de  verdad  los 
tales  no  han  orado,  sino  parlado  y  estudiado,  que  es  un  negocio 
bien  diferente  de  la  oración.  Debrían  los  tales  considerar  que  en 
este  ejercicio  más  nos  llegamos  á  escuchar  que  á  parlar.  Pues 
para  acertar  en  este  negocio,  llegúese  el  hombre  con  corazón  de 
una  vejecica  ignorante  y  humilde,  y  más  con  voluntad  dispuesta 
y  aparejada  para  sentir  y  aficionarse  á  las  cosas  de  Dios,  que  con 
entendimiento  despabilado  y  atento  para  escudriñarlas,  porque 
esto  es  proprio  de  los  que  estudian  para  saber,  y  no  de  los  que 
oran  y  piensan  en  Dios  para  llorar. 

§.  ni. 

El  aviso  pasado  nos  enseña  cómo  debemos  sosegar  el  en- 
tendimiento y  entregar  todo  este  negocio  á  la  voluntad:  mas  el 
presente  pone  también  su  tasa  y  medida  á  la  misma  voluntad, 
para  que  no  sea  demasiada  ni  vehemente  en  su  ejercicio.  Para 
lo  cual  es  de  saber  que  la  devoción  que  pretendemos  alcanzar, 
no  es  cosa  que  se  ha  de  alcanzar  á  fuerza  de  brazos  (como  al- 
gunos piensan)  los  cuales  con  demasiados  ahíncos  y  tristezas  for- 
zadas y  como  hechizas  procuran  alcanzar  lágrimas  y  compa- 
sión, cuando  piensan  en  la  pasión  del  Salvador:  porque  esto  suele 
secar  más  el  corazón,  y  hacerlo  más  inhábil  para  la  visitación  del 
Señor,  como  enseña  Casiano.  Y  demás  desto  suelen  estas  cosas 
hacer  daño  á  la  salud  corporal,  y  á  veces  dejan  el  ánima  tan  ate- 
morizada con  el  sinsabor  que  aUí  recibió,  que  teme  tornar  otra 
vez  al  ejercicio,  como  á  cosa  que  experimentó  haberle  dado  mu- 
cha pena.  Conténtese,  pues,  el  hombre  con  hacer  buenamente  lo 
que  es  de  su  parte,  que  es  hallarse  presente  á  lo  que  el  Señor 
padesció,  mirando  con  una  vista  sencilla  y  sosegada  y  con  un 
corazón  tierno,  y  compasivo,  y  aparejado  para  cualquier  senti- 
miento que  el  Señor  le  quisiere  dar,  lo  que  por  él  padesció,  más 
dispuesto  para  recibir  el  afecto  que  su  misericordia  le  diere,  que 

QBRAS  DE  GRANADA  X-38 


498  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


para  exprimirlo  á  fuerza  de  brazos.  Y  esto  hecho,  no  se  congoje 
por  lo  demás,  cuando  no  le  fuere  dado. 

§-IV. 

De  todo  lo  susodicho  podremos  colegir  cuál  sea  la  manera  de 
atención  que  debemos  tener  en  la  oración:  porque  aquí  principal- 
mente conviene  tener  el  corazón  no  caído  ni  flojo,  sino  vivo,  aten- 
to y  levantado  á  lo  alto.  Mas  así  como  es  necesario  estar  aquí 
con  esta  atención  y  recogimiento  de  corazón,  así  por  otra  parte 
conviene  que  esta  atención  sea  templada  y  moderada,  porque 
no  sea  dañosa  á  la  salud,  ni  impida  á  la  devoción:  porque  algu- 
nos hay  que  fatigan  la  cabeza  con  la  demasiada  fuerza  que  po- 
nen para  estar  atentos  á  lo  que  piensan  (como  ya  dijimos).  Y  otros 
hay,  que  por  huir  deste  inconveniente,  están  allí  muy  flojos  y 
remisos  y  muy  fáciles  para  ser  llevados  de  todos  vientos.  Para 
huir  destos  extremos  conviene  llevar  tal  medio  que  ni  con  la  de- 
masiada atención  fatiguemos  la  cabeza,  ni  con  el  mucho  descui- 
do y  flojedad  dejemos  andar  vagueando  el  pensamiento  por  do 
quisiere.  De  manera  que  así  como  solemos  decir  al  que  va  sobre 
una  bestia  maliciosa,  que  lleve  la  rienda  tiesa,  conviene  saber,  ni 
muy  apretada,  ni  muy  floja,  porque  ni  vuelva  atrás,  ni  camine  con 
peligro,  así  debemos  procurar  que  vaya  nuestra  atención,  mode- 
rada y  no  forzada,  con  cuidado  y  no  con  fatiga  congojosa. 

Mas  particularmente  conviene  avisar  que  al  principio  de  la 
meditación  no  fatiguemos  la  cabeza  con  demasiada  atención,  por- 
que cuando  esto  se  hace,  suelen  faltar  para  adelante  las  fuerzas, 
como  faltan  al  caminante,  cuando  al  principio  de  la  jornada  se  da 
mucha  priesa  á  caminar. 

§.  V. 

Mas  entre  todos  estos  avisos,  el  principal  sea  que  no  desma- 
ye el  que  ora,  ni  desista  de  su  ejercicio,  cuando  no  siente  luego 
aquella  blandura  de  devoción  que  él  desea.  Necesario  es  con 
longanimidad  y  perseverancia  esperar  la  venida  del  Señor,  por- 
que á  la  gloria  de  su  Majestad,  y  á  la  bajeza  de  nuestra  condi- 
ción, y  á  la  grandeza  del  negocio  que  tratamos,  pertenesce  que 
estemos  muchas  veces  esperando  y  aguardando  á  las  puertas  de 
su  palacio  sagrado. 


PARTE   I.   CAPÍTULO  XII.  499 

Pues  cuando  desta  manera  hayas  aguardado  un  poco  de  tiem- 
po, si  el  Señor  viniere,  dale  gracias  por  su  venida:  y  si  te  pares- 
ciere  que  no  viene,  humíllate  delante  del,  y  conosce  que  no  me- 
resces  lo  que  no  te  dieron,  y  conténtate  con  haber  allí  hecho  sa- 
crificio de  ti  mismo  y  negado  tu  propria  voluntad,  y  crucificado 
tu  apetito,  y  luchado  con  el  demonio  y  contigo  mismo,  3'  hecho 
á  lo  menos  eso  que  era  de  tu  parte.  Y  si  no  adoraste  al  Señor 
con  la  adoración  sensible  que  deseabas,  basta  que  lo  adoraste  en 
espíritu  y  en  verdad,  como  Él  quiere  ser  adorado.  Y  créeme 
cierto  que  éste  es  el  paso  más  peligroso  desta  navegación  y  el 
lugar  donde  se  prueban  los  verdaderos  devotos,  y  que  si  deste 
sales  bien,  en  todo  lo  demás  te  irá  prósperamente. 

Finalmente,  si  todavía  te  paresciese  que  era  tiempo  perdido 
perseverar  en  la  oración  y  fatigar  la  cabeza  sin  provecho,  en  tal 
caso  no  tendría  por  inconveniente  que  después  de  haber  hecho 
lo  que  es  en  ti,  tomases  algún  libro  devoto,  y  trocases  por  enton- 
ces la  oración  por  la  lición,  con  tanto  que  el  leer  fuese  no  corri- 
do ni  apresurado,  sino  reposado  y  con  mucho  sentimiento  de  lo 
que  vas  leyendo,  mezclando  muchas  veces  en  sus  lugares  la  ora- 
ción con  la  lición,  lo  cual  es  cosa  muy  provechosa  y  muy  fá- 
cil de  hacer  á  todo  género  de  personas,  aunque  sean  muy  rudas 
y  principiantes  en  este  camino. 

§.  VI. 

Y  no  es  diferente  documento  del  pasado,  ni  menos  necesa- 
rio, avisar  que  el  siervo  de  Dios  no  se  contente  con  cualquier 
gustillo  que  halla  en  su  oración,  como  hacen  algunos,  que  en  de- 
rramando una  lagrimilla  ó  sintiendo  alguna  ternura  de  cora- 
zón, piensan  que  han  ya  cumplido  con  su  ejercicio.  Esto  no  bas- 
ta para  lo  que  aquí  pretendemos.  Porque  así  como  no  basta  para 
que  la  tierra  frutifique,un  pequeño  rocío  de  agua,  que  no  hace 
más  que  matar  el  polvo  y  mojar  la  tierra  por  defuera,  sino  que 
es  menester  tanta  agua,  que  cale  hasta  lo  íntimo  de  la  tierra  y  la 
deje  harta  de  agua  para  que  pueda  fructificar,  así  también  es  acá 
necesaria  la  abundancia  deste  roscío  y  agua  celestial  para  dar 
fructo  de  buenas  obras.  Pues  por  esto  con  mucha  razón  se  acon- 
seja que  tomemos  para  este  sancto  ejercicio  el  más  largo  espa- 
cio que  pudiéremos.  Y  mejor  sería  un  rato  largo  que  dos  cortos, 


500  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


porque  si  el  espacio  es  breve,  todo  él  se  gasta  en  sosegar  la  ima- 
ginación y  quietar  el  corazón,  y  después  de  ya  quieto  levanta- 
monos  del  ejercicio  cuando  lo  hobiéramos  de  comenzar. 

Y  descendiendo  más  en  particular  á  limitar  este  tiempo,  pa- 
résceme  que  todo  lo  que  es  menos  de  hora  y  media  ó  dos  ho- 
ras, es  corto  plazo  para  la  oración,  porque  muchas  veces  se  pasa 
más  que  media  hora  en  templar  la  vihuela  y  en  quietar  (como 
dije)  la  imaginación,  y  todo  el  otro  espacio  es  menester  para  go- 
zar del  fructo  de  la  oración.  Verdad  es  que  cuando  este  ejercicio 
se  tiene  después  de  algunos  otros  sanctos  ejercicios,  como  es  des- 
pués de  maitines,  ó  después  de  haber  oído  ó  dicho  misa,  ó  después 
de  alguna  devota  Hción  ó  oración  vocal,  más  dispuesto  se  halla  el 
corazón  para  este  negocio,  y  (así  como  en  leña  seca)  muy  más 
presto  se  enciende  este  fuego  celestial.  También  el  tiempo  de  la 
madrugada  sufre  ser  más  corto,  porque  es  el  más  aparejado  de 
cuantos  hay  para  este  oficio.  Mas  el  que  fuere  pobre  de  tiempo  por 
sus  muchas  ocupaciones,  no  deje  de  ofrecer  su  cornadillo  con  la 
pobre  viuda  en  el  templo,  porque  si  esto  no  queda  por  su  ne- 
gligencia, Aquél  que  todas  las  criaturas  provee  conforme  á  su  ne- 
cesidad y  naturaleza,  proveerá  á  él  también  según  la  suya. 

§.vn. 

Conforme  á  este  documento  se  da  otro  semejante  á  él,  y  es 
que  cuando  el  ánima  fuere  visitada  en  la  oración  ó  fuera  della  con 
alguna  particular  visitación  del  Señor,  que  no  la  deje  jpasar  en  va- 
no, sino  que  se  aproveche  de  aquella  ocasión  que  se  le  ofresce: 
porque  es  cierto  que  con  este  viento  navegará  el  hombre  más  en 
una  hora,  que  sin  él  en  muy  muchos  días.  Así  se  dice  que  lo  ha- 
cía Sanct  Francisco,  de  quien  escribe  Sanct  Buenaventura  que 
era  tan  particular  el  cuidado  que  en  esto  tenía,  que  si  andando 
camino  lo  visitaba  nuestro  Señor  con  alguna  particular  visitación, 
hacía  ir  delante  los  compañeros,  y  él  estábase  quedo  hasta  aca- 
bar de  rumiar  y  digerir  aquel  bocado  que  le  venía  del  cielo.  Los 
que  así  no  lo  hacen,  suelen  comúnmente  ser  castigados  con  esta 
pena,  que  no  hallen  á  Dios  cuando  lo  buscaren,  pues  cuando  El 
lois  buscaba,  no  los  halló. 


PARTE    I.   CAPÍTULO  XII  SOI 


§.vnL 

El  último  y  más  principal  aviso  sea,  que  procuremos  en  este 
sancto  ejercicio  de  juntar  en  uno  la  meditación  con  la  contem- 
plación, haciendo  de  la  una  escalón  para  subir  á  la  otra:  para  lo 
cual  es  de  saber  que  el  oficio  de  la  meditación  es  considerar  con 
es^^udio  y  atención  las  cosas  divinas,  discurriendo  de  unas  en 
otras,  para  mover  nuestro  corazón  á  algún  afecto  y  sentimiento 
de  ellas,  que  es  como  quien  hiere  un  pedernal  para  sacar  alguna 
centella  del.  Mas  la  contemplación  es  haber  ya  sacado  esta  cen- 
tella, quiero  decir,  haber  ya  hallado  ese  afecto  y  sentimiento  que 
se  buscaba,  y  estar  con  reposo  y  silencio  gozando  del,  no  con 
muchos  discursos  y  especulaciones  del  entendimiento,  sino  con 
una  simple  vista  de  la  verdad.  Por  lo  cual  dice  un  sancto  Doctor 
que  la  meditación  discurre  con  trabajo  y  con  fructo,  mas  la  con- 
templación sin  trabajo  y  con  fructo:  la  una  busca,  la  otra  halla: 
la  una  rumia  el  manjar,  la  otra  lo  gusta:  la  una  discurre  y  hace 
consideraciones,  la  otra  se  contenta  con  una  simple  vista  de  las 
cosas,  porque  tiene  ya  el  amor  y  gusto  de  ellas:  finalmente,  la 
una  es  como  medio,  la  otra  como  fin:  la  una  como  camino  y  mo- 
vimiento, y  la  otra  como  término  de  este  camino  y  movimiento. 
De  aquí  se  infiere  una  cosa  muy  común  que  enseñan  todos 
los  maestros  de  la  vida  espiritual  (aunque  poco  entendida  de  los 
que  la  leen)  conviene  saber,  que  así  como  alcanzado  el  fin  cesan 
los  medios,  como  tomado  el  puerto  cesa  la  navegación,  así  cuan- 
do el  hombre  mediante  el  trabajo  de  la  meditación  llegare  al 
reposo  y  gusto  de  la  contemplación,  debe  por  entonces  cesar  de 
aquella  piadosa  y  trabajosa  inquisición,  y  contento  con  una  sim- 
ple vista  y  memoria  de  Dios  (como  si  lo  tuviese  presente)  gozar 
de  aquel  afecto  que  se  le  da,  ora  sea   de  amor,  ora  de  admi- 
ración, ó  de  alegría,  ó  cosa  semejante.  La  razón  por  que  esto  se 
aconseja,  es  porque  como  el  fin  de  todo  este  negocio  consista 
más  en  el  amor  y  afectos  de  la  voluntad,  que  en  la  especula- 
ción del  entendimiento,  cuando  ya  la  voluntad  está  presa  y   to- 
mada de  este  afecto,  debemos  excusar  todos  los  discursos  y  es- 
peculaciones del  entendimiento  en  cuanto  nos  sea  posible,  para 
que  nuestra  ánima  con  todas  sus  fuerzas  se  emplee  en  esto,  sin 
derramarse  por  los  actos  de  otras  potencias.  Y  por  esto  aconseja 


502  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

un  doctor  que  así  como  el  hombre  se  sintiere  inflamar  del  amor 
de  Dios,  debe  luego  dejar  todos  estos  discursos  y  pensamientos 
(por  mu}'-  altos  que  parezcan)  no  porque  sean  malos,  sino  por- 
que entonces  son  impeditivos  de  otro  bien  mayor:  que  no  es 
otra  cosa  más  que  cesar  el  movimiento  llegado  al  término,  y 
dejar  la  meditación  por  amor  de  la  contemplación.  Lo  cual  se- 
ñaladamente se  puede  hacer  al  fin  de  todo  el  ejercicio,  que  es 
después  de  la  petición  del  amor  de  Dios,  de  que  arriba  tratamos: 
lo  uno,  porque  se  presupone  ya  entonces  que  el  trabajo  del  ejer- 
cicio pasado  habrá  parido  algún  afecto  y  sentimiento  de  Dios, 
pues  (como  dice  el  Sabio)  más  vale  el  fin  de  la  oración  que  el 
principio:  y  lo  otro,  porque  después  del  trabajo  de  la  meditación 
y  oración  es  razón  que  el  hombre  dé  un  poco  de  huelga  al  en- 
tendimiento y  le  deje  reposar  en  los  brazos  de  la  contemplación. 
Pues  en  este  tiempo  deseche  el  hombre  todas  las  imaginaciones 
que  se  le  ofi^ecieren,  acalle  el  entendimiento,  quiete  la  memoria 
y  fíjela  en  nuestro  Señor,  considerando  que  está  en  su  presencia, 
no  especulando  por  entonces  cosas  particulares  de  Dios.  Contén- 
tese con  el  conoscimiento  que  de  Él  tiene  por  fe,  y  aplique  la  vo- 
luntad y  el  amor,  pues  éste  solo  le  abraza,  y  en  él  está  el  fructo 
de  toda  la  meditación,  y  el  entendimiento  es  cuasi  nada  lo  que  de 
Dios  puede  conocer,  y  puédele  la  voluntad  mucho  amar.  Enciérre- 
se dentro  de  sí  mismo  en  el  centro  de  su  ánima,  donde  está  la  ima- 
gen de  Dios,  y  allí  esté  atento  á  él,  como  quien  escucha  al  que 
habla  de  alguna  torre  alta,  ó  como  que  le  tuviese  dentro  de  su 
corazón,  y  como  que  en  todo  lo  criado  no  hobiese  otra  cosa  sino 
sola  ella  y  solo  él.  Y  aun  de  sí  misma  y  de  lo  que  hace,  se  había 
de  olvidar,  porque  (como  decía  uno  de  aquellos  Padres)  aquella 
es  perfecta  oración,  donde  el  que  está  orando,  no  se  acuerda  que 
está  orando.  Y  no  sólo  al  fin  del  ejercicio,  sino  también  al  me- 
dio, y  en  cualquier  otra  parte  que  nos  tomare  este  sueño  espiri- 
tual, cuando  está  como  adormecido  el  entendimiento  y  vela  la 
voluntad,  debemos  hacer  esta  pausa,  y  gozar  deste  beneficio,  y 
volver  á  nuestro  trabajo,  acabado  de  digerir  y  gustar  aquel  bo- 
cado, así  como  hace  el  hortolano  cuando  riega  una  era,  que  des- 
pués de  llena  de  agua  detiene  el  hilo  de  la  corriente,  y  deja  em- 
papar y  difundirse  por  las  entrañas  de  la  tierra  seca  la  que  ha 
recibido:  y  esto  hecho,  torna  á  soltar  el  hilo  de  la  fuente,  para 
que  aun  reciba  más  y  más,  y  quede  mejor  regada.  Mas  lo  que 


PARTE  I.  CAPÍULO  XII.  503 

entonces  el  ánima  siente,  lo  que  goza,  la  luz,  y  la  hartura,  y  la 
caridad  y  paz  que  recibe,  no  se  puede  explicar  ccn  palabras 
pues  aquí  está  la  paz  que  excede  todo  sentido,  y  la  felicidad  que 
en  esta  vida  se  puede  alcanzar. 

Algunos  hay  tan  tomados  del  amor  de  Dios,  que  apenas  han 
comenzado  á  pensar  en  Él,  cuando  luego  la  memoria  de  su  dul- 
ce nombre  les  derrite  las  entrañas:  los  cuales  tienen  tan  poca  ne- 
cesidad de  discursos  y  consideraciones  para  amarle,  como  la  ma- 
dre ó  la  esposa  para  regalarse  con  lá  memoria  de  su  hijo  ó  es- 
poso, cuando  le  hablan  del:  y  otros,  que  no  sólo  en  el  ejercicio 
de  la  oración,  sino  fuera  del,  andan  tan  absortos  y  tan  empapa- 
dos en  Dios,  que  de  todas  las  cosas  y  de  sí  mesmos  se  olvidan 
por  Él.  Porque  si  esto  puede  muchas  veces  el  amor  furioso  de  un 
perdido,  <:  cuánto  mas  lo  podrá  el  amor  de  aquella  infinita  her- 
mosura, pues  no  es  menos  poderosa  la  gracia  que  la  naturaleza 
y  que  la  culpa?  Pues  cuando  esto  el  ánima  sintiere,  en  cualquier 
parte  de  la  oración  que  lo  sienta,  en  ninguna  manera  lo  debe 
desechar,  aunque  todo  el  tiempo  del  ejercicio  se  gastase  en  esto 
sin  rezar  ó  meditar  las  otras  cosas  que  tenía  determinadas,  si  no 
fuesen  de  obligación:  porque  así  como  dice  S.  Augustín  que  se 
ha  de  dejar  la  oración  vocal,  cuando  alguna  vez  fuese  impedi- 
mento de  la  devoción,  así  también  se  debe  dejar  la  meditación, 
cuando  fuese  impedimento  de  la  contemplación. 

Donde  también  es  mucho  de  notar  que  así  como  nos  con- 
viene dejar  la  meditación  por  la  afección,  para  subir  de  menos  á 
más,  así  por  el  contrario  á  veces  convendrá  dejar  la  afección  por 
la  meditación,  cuando  la  afección  fuese  tan  vehemente,  que  se 
temiese  peligro  á  la  salud  perseverando  en  ella,  como  muchas 
veces  acaesce  á  los  que  sin  este  aviso  se  dan  á  estos  ejercicios, 
y  los  toman  sin  discreción,  atraídos  con  la  fuerza  de  la  divina 
suavidad.  Y  en  tal  caso  como  éste  dice  un  doctor  que  es  buen 
remedio  salir  algún  afecto  de  compasión,  meditando  un  poco  en 
la  pasión  de  Cristo,  ó  en  los  pecados  y  miserias  del  mundo,  para 
aliviar  y  desahogar  el  corazón. 


SEGUNDA  PARTE 

DESTE  TRATADO 

QUE  HABLA  DE  LA  DEVOCIÓN 


QUÉ  COSA   SEA  DEVOCIÓN. 

CAPÍTULO  I. 

L  mayor  trabajo  que  padescen  las  personas  que  se 
dan  á  la  oración,  es  la  falta  de  devoción  que  mu- 
$  chas  veces  en  ella  sienten:  porque  cuando  ésta  no 
falta,  ninguna  cosa  hay  más  dulce  ni  más  fácil  que  orar.  Por  esta 
razón  (ya  que  habernos  tratado  de  la  materia  de  la  oración  y  del 
modo  que  en  ella  se  podrá  tener)  será  bien  que  tratemos  agora 
de  las  cosas  que  ayudan  á  la  devoción,  y  también  de  las  que  la 
impiden,  y  de  las  tentaciones  más  comunes  de  las  personas  devo- 
tas, y  de  algunos  avisos  que  para  este  ejercicio  serán  necesarios. 
Mas  primero  hará  mucho  al  caso  declarar  qué  cosa  sea  devoción, 
porque  sepamos  antes  qué  tal  sea  la  joya  por  que  militamos. 

Devoción  dice  Sancto  Tomás  que  es  una  virtud,  la  cual  hace 
al  hombre  prompto  y  hábil  para  toda  virtud,  y  le  despierta  y  fa- 
cilita para  el  bien  obrar.  La  cual  difinición  manifiestamente  de- 
clara la  necesidad  y  utilidad  grande  de  esta  virtud,  porque  en 
ella  está  encerrado  más  de  lo  que  algunos  pueden  pensar. 

Para  lo  cual  es  de  saber  que  el  mayor  impedimento  que  te- 
nemos para  bien  vivir,  es  la  corrupción  de  la  naturaleza,  que  nos 
vino  por  el  pecado,  de  la  cual  procede  una  grande  inclinación 
que  tenemos  para  el  mal,  y  una  grande  dificultad  y  pesadumbre 
para  el  bien:  y  estas  dos  cosas  nos  hacen  dificultosísimo  el  camino 
de  la  virtud,  siendo  ella  de  suyo  la  cosa  más  dulce,  más  hermosa, 
más  amable,  más  honrosa  del  mundo.  Pues  contra  esta  dificultad 
y  pesadumbre  proveyó  la  divina  Sabiduría  de  convenientísimo 
remedio,  que  es  la  virtud  y  socorro  de  la  devoción:  porque  así 


PARTE  II.  CAPÍTULO  I.  $0$ 


como  el  viento  cierzo  esparce  las  nubes  y  deja  el  cielo  sereno  y 
escombrado,  así  la  verdadera  devoción  sacude  de  nuestra  ánima 
toda  esta  pesadumbre  y  dificultad,  y  la  deja  por  entonces  habi- 
litada y  desembarazada  para  todo  bien:  porque  esta  virtud  de  tal 
manera  es  virtud,  que  también  es  un  especial  don  del  Espíritu 
Sancto,  un  roscío  del  cielo,  un  socorro  y  visitación  de  Dios,  al- 
canzado por  la  oración,  cuya  condición  es  pelear  contra  esta  di- 
ficultad, despedir  esta  tibieza,  dar  esta  promptitud,  hinchir  el  áni- 
ma de  buenos  deseos,  alumbrar  el  entendimiento,  esforzar  la  vo- 
luntad, encender  el  amor  de  Dios,  apagar  las  llamas  de  los  malos 
deseos,  causar  hastío  del  mundo  y  aborrescimiento  de  pecado,  y 
dar  al  hombre  por  entonces  otro  fervor,  otro  espíritu  y  otro  es- 
fuerzo y  aliento  para  bien  obrar.  De  manera  que  así  como  San- 
són, cuando  tenía  cabellos,  tenía  mayores  fuerzas  que  todos  los 
otros  hombres  del  mundo,  y  cuando  éstos  le   faltaban,  era  tan 
flaco  como  todos  los  otros,  así  lo  es  también  el  ánima  del  cristia- 
no cuando  tiene  esta  devoción  y  cuando  no  la  tiene. Esto  es,  pues, 
lo  que  Sancto  Tomás  quiso  significar  en  aquella  difinición,  y  ésta 
es  sin    dubda  la  mayor  alabanza   que  se  puede   decir    de  esta 
virtud,  que  siendo  una  sola,  es  como  un  estímulo  y  aguijón  de  to- 
das las  otras.  Y  por  esto,  el  que  de  verdad  desea  caminar  por  el 
camino  de  las  virtudes,  no  vaya  sin  estas  espuelas,  porque  nunca 
podrá  sacar  de  harona  á  su  mala  bestia,  si  va  sin  ellas. 

De  lo  dicho  parece  claro  qué  cosa  sea  la  verdadera  y  esen- 
cial devoción:  porque  no  es  devoción  aquella  ternura  de  corazón 
ó  consolación  que  sienten  algunas  veces  los  que  oran,  sino  esta 
promptitud  y  ahento  para  bien  obrar:  de  donde  muchas  veces 
acaesce  hallarse  lo  uno  sin  lo  otro,  cuando  el  Señor  quiere  pro- 
bar los  suyos.  Verdad  es  que  de  esta  devoción  y  promptitud 
muchas  veces  nasce  aquella  consolación:  y  por  el  contrario,  esta 
mesma  consolación  y  gusto  espiritual  acrecienta  la  devoción  esen- 
cial, que  es  aquella  promptitud  y  aliento  para  bien  obrar.  Y  por 
esta  causa  los  siervos  de  Dios  pueden  con  mucha  razón  desear  y 
pedir  estas  alegrías  y  consolaciones,  no  por  el  gusto  que  en  ellas 
hay,  sino  porque  son  causa  del  acrescentamiento  desta  devoción 
que  nos  habilita  para  el  bien  obrar,  como  lo  significó  el  Profeta 
cuando  dijo:  Por  el  camino  de  tus  mandamientos.  Señor,  corrí, 
cuando  dilataste  mi  corazón:  conviene  saber,  con  el  alegría  de  tu 
consolación,  que  fué  causa  desta  ligereza.  Pues  de  los  medios  por 


506  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

do  se  alcanza  esta  devoción,  pretendemos  agora  aquí  tratar:  y 
porque  con  esta  virtud  andan  juntas  todas  las  otras  que  tienen 
especial  familiaridad  con  Dios,  por  eso,  tratar  de  los  medios  por 
do  se  alcanza  la  devoción,  es  tratar  de  los  medios  por  do  se  al- 
canza la  perfecta  oración,  y  la  contemplación,  y  las  consolaciones 
del  Espíritu  Sancto,  y  el  amor  de  Dios,  y  la  sabiduría  del  cielo, 
y  aquella  unión  de  nuestro  espíritu  con  Dios,  que  es  el  fin  de 
toda  la  vida  espiritual:  y  es  finalmente  tratar  de  los  medios  por 
do  se  alcanza  el  mismo  Dios  en  esta  vida,  qne  es  aquel  tesoro 
del  Evangelio  y  aquella  preciosa  margarita,  por  cuya  posesión  el 
sabio  mercader  alegremente  se  deshizo  de  todas  sus  cosas.  Por 
do  paresce  que  ésta  es  una  altísima  teología,  pues  aquí  se  en- 
seña el  camino  para  el  sumo  bien,  y  paso  por  paso  se  arma  una 
escalera  para  alcanzar  el  fructo  de  la  felicidad,  según  que  en  esta 
vida  se  puede  alcanzar. 


DE  NUEVE   COSAS  QUE  AYUDAN  Á  ALCANZAR  LA  DEVOCIÓN. 

CAPÍTULO  II. 

f;i,  AS  cosas  pues  que  ayudan  á  la  devoción,  son  muchas:  porque 
2j  primeramente  hace  mucho  al  caso  tomar  estos  sanctos  ejer- 
cicios muy  de  veras  y  muy  á  pechos,  con  un  corazón  muy  de- 
terminado y  ofrecido  á  todo  lo  que  fuere  necesario  para  alcanzar 
esta  preciosa  margarita,  por  arduo  y  dificultoso  que  sea:  porque 
es  cierto  que  ninguna  cosa  grande  hay,  que  no  sea  muy  dificul- 
tosa, y  así  también  lo  es  ésta,  á  lo  menos  á  los  principios. 

Ayuda  también  la  guarda  del  corazón  de  todo  género  de  pen- 
samientos ociosos  y  vanos,  y  de  todos  los  afectos  y  amores  pe- 
regrinos, y  de  todas  las  turbaciones  y  movimientos  apasionados, 
pues  está  claro  que  cada  cosa  de  éstas  impide  la  devoción,  y  que 
no  menos  conviene  tener  el  corazón  templado  para  orar  y  me- 
ditar, que  la  vihuela  para  tañer. 

Ayuda  también  la  guarda  de  los  sentidos,  especialmente  de 
los  ojos,  y  de  los  oídos,  y  de  la  lengua:  porque  por  la  lengua  se 
derrama  el  corazón,  y  por  los  ojos  y  oídos  se  hinche  de  diversas 
imaginaciones  de  cosas  con  que  se  perturba  la  paz  y  sosiego  del 
ánima.  Por  donde  con  razón  se  dice  que  el  contemplativo  ha  de 


PARTE  II.  CAPÍTULO  II.  $0^ 


ser  sordo,  y  ciego,  y  mudo,  porque  cuanto  menos  se  derrama- 
re por  defuera,  tanto  más  recogido  estará  de  dentro. 

Ayuda  para  esto  mismo  la  soledad,  porque  no  sólo  quita  las 
ocasiones  de  distraimiento  á  los  sentidos  y  al  corazón,  y  las  oca- 
siones de  los  pecados,  sino  también  convida  al  hombre  á  que 
more  dentro  de  sí  mismo,  y  trate  con  Dios  y  consigo,  movido 
con  la  oportunidad  del  lugar,  que  no  admite  otra  compañía  que 
ésta. 

Ayuda  otrosí  la  lición  de  los  libros  espirituales  y  devotos, 
porque  dan  materia  de  consideración,  y  recogen  el  corazón,  y 
despiertan  la  devoción,  y  hacen  que  el  hombre  de  buena  gana 
piense  en  aquello  que  le  supo  dulcemente,  mas  antes  siempre  se 
representa  á  la  memoria  lo  que  abunda  en  el  corazón. 

Ayuda  la  memoria  continua  de  Dios,  y  el  andar  siempre  en 
su  presencia,  y  el  uso  de  aquellas  breves  oraciones  que  Sant  Au- 
gustín  llama  jaculatorias:  porque  éstas  guardan  la  casa  del  co- 
razón, y  conservan  el  calor  de  la  devoción,  como  arriba  se  pla- 
ticó. Y  así  se  halla  el  hombre  á  cada  hora  prompto  para  llegarse 
á  la  oración.  Éste  es  uno  de  los  principales  documentos  de  la 
vida  espiritual,  y  uno  de  los  mayores  remedios  para  aquéllos 
que  ni  tienen  tiempo  ni  lugar  para  darse  á  la  oración:  y  el  que 
trajere  siempre  este  cuidado,  en  poco  tiempo  aprovechará  muy 
mucho. 

Ayuda  también  la  continuación  y  perseverancia  en  los  bue- 
nos ejercicios  en  sus  tiempos  y  lugares  ordenados,  mayormente 
á  la  noche  ó  á  la  madrugada,  que  son  los  tiempos  más  conveni- 
bles para  la  oración,  como  toda  la  Escritura  nos  enseña. 

Ayudan  las  asperezas  y  abstinencias  corporales,  la  mesa  po- 
bre, la  cama  dura,  el  cilicio  y  la  disciplina,  y  otras  cosas  seme- 
jantes: porque  todas  estas  cosas,  así  como  nascen  de  devoción, 
así  también  despiertan,  conservan  y  acrescientan  la  raíz  de  don- 
de nascen. 

Ayudan,  finalmente,  las  obras  de  misericordia,  porque  nos 
dan  confianza  para  parescer  delante  de  Dios,  y  acompañan  nues- 
tras oraciones  con  servicios,  porque  no  se  puedan  llamar  del  todo 
ruegos  secos,  y  merescen  que  sea  misericordiosamente  recibida 
la  oración,  pues  procede  de  misericordioso  corazón. 


508  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

DE  DIEZ  COSAS  QUE  IMPIDEN  LA  DEVOCIÓN. 

CAPÍTULO  III. 

ASÍ  como  hay  cosas  que  ayudan  á  la  devoción,  así  también 
hay  cosas  que  la  impiden:  entre  las  cuales  la  primera  es  los 
pecados,  no  sólo  los  mortales,  sino  también  los  veniales,  porque 
éstos  aunque  no  quitan  la  caridad,  quitan  el  fervor  de  la  caridad, 
que  es  cuasi  lo  mismo  que  devoción:  por  donde  es  razón  evitar- 
los con  todo  cuidado,  ya  que  no  fuese  por  el  mal  que  nos  hacen, 
á  lo  menos  por  el  grande  bien  que  nos  impiden. 

Impide  también  el  remordimiento  de  la  consciencia,  que  pro- 
cede de  los  mismos  pecados  (cuando  es  demasiado)  porque  trae 
el  ánima  inquieta,  caída,  desmayada,  flaca  para  todo  buen  ejer- 
cicio. 

Impiden  también  los  escrúpulos  por  la  misma  causa,  porque 
son  como  espinas  que  punzan  la  consciencia,  y  la  inquietan,  y  no 
la  dejan  reposar  y  sosegar  en  Dios  y  gozar  de  la  verdadera  paz. 

Impide  también  cualquier  amargura  y  desabrimiento  de  co- 
razón, y  tristeza  desordenada,  porque  con  esto  muy  mal  se  pue- 
de compadescer  el  gusto  y  suavidad  de  la  buena  consciencia  y 
del  alegría  espiritual. 

Impiden  otrosí  los  cuidados  demasiados,  los  cuales  son  aque- 
llos mosquitos  de  Egipto,  que  inquietan  el  ánima  3^  no  la  dejan 
dormir  este  sueño  espiritual  que  se  duerme  en  la  oración,  antes 
allí  más  que  en  otra  parte  la  inquietan  y  divierten  de  su  ejercicio- 
Impiden  también  las  ocupaciones  demasiadas,  porque  ocupan 
el  tiempo  y  ahogan  el  espíritu,  y  así  dejan  al  hombre  sin  tiempo 
y  sin  corazón  para  vacar  á  Dios. 

Impiden  los  regalos  y  consolaciones  sensuales  (cuando  el  hom- 
bre es  demasiado  en  ellas)  porque  el  que  se  da  mucho  á  las  con- 
solaciones del  mundo,  no  meresce  las  del  Espíritu  Sancto,  como 
dice  Sanct  Bernardo. 

Impide  el  regalo  en  el  demasiado  comer  y  beber,  mayor- 
mente las  cenas  largas,  porque  éstas  hacen  muy  mala  cama  á  los 
espirituales  ejercicios  y  á  las  vigilias  sagradas,  porque  con  el 
cuerpo  pesado  y  harto  de  mantenimiento  muy  mal  aparejado 
está  el  ánimo  para  volar  á  lo  alto. 


PARTE  II.  CAPÍTULO  III.  5^9 


Impide  el  vicio  de  la  curiosidad,  así  de  los  sentidos  como 
del  entendimiento,  que  es  querer  oir,  y  ver,  y  saber  muchas  co- 
sas, y  desear  cosas  polidas,  curiosas  y  bien  labradas,  porque  todo 
esto  ocupa  el  tiempo,  embaraza  los  sentidos,  inquieta  el  ánima  y 
derrámala  en  muchas  partes,  y  así  impide  la  devoción. 

Impide,  finalmente,  la  interrupción  de  todos  estos  sanctos 
ejercicios,  si  no  es  cuando  se  dejan  por  causa  de  alguna  piadosa 
ó  justa  necesidad:  porque  (como  dice  un  Doctor)  es  muy  deli- 
cado el  espíritu  de  la  devoción,  el  cual  después  de  ido,  ó  no 
vuelve,  ó  á  lo  menos  con  mucha  dificultad.  Y  por  esto,  así  como 
los  árboles  y  los  cuerpos  humanos  quieren  sus  riegos  y  mante- 
nimientos ordinarios,  y  en  faltando  esto  luego  desfallecen  y  des- 
medran, así  también  lo  hace  la  devoción,  cuando  le  falta  el  riego 
y  mantenimiento  de  la  consideración. 

Todo  esto  se  ha  dicho  así  sumariamente,  para  que  mejor  se 
pudiese  tener  en  la  memoria,  la  declaración  de  lo  cual  podrá  ver 
quien  quisiere  en  la  primera  y  segunda  parte  del  Libro  de  la  Ora- 
ción y  Meditación,  adonde  remitimos  al  cristiano  lector. 

DE    LAS    TENTACIONES    MÁS    COMUNES     QUE     SUELEN    FATIGAR 
Á  LOS  QUE  SE  DAN  Á  LA  ORACIÓN,  Y  DE  SUS  REMEDIOS. 

CAPÍTULO  IV. 

,GORA  será  bien  tratar  de  las  tentaciones  más  comunes  de  las 
personas  que  se  dan  á  la  oración,  y  de  sus  remedios:  las  cua- 
les por  la  mayor  parte  son  las  siguientes:  la  falta  de  las  conso- 
laciones espirituales,  la  guerra  de  los  pensamientos  importunos, 
los  pensamientos  de  blasfemia  y  infidelidad,  el  temor  desordena- 
do, el  sueño  demasiado,  la  desconfianza  de  aprovechar,  la  pre- 
sumpción  de  estar  ya  muy  aprovechado,  el  apetito  demasiado  de 
saber,  el  indiscreto  celo  de  aprovechar.  Estas  son  las  más  co- 
munes tentaciones  que  hay  en  este  camino,  los  remedios  de  las 
cuales  son  los  siguientes. 

§.  I. 

Primeramente,  al  que  le  faltaren  las  consolaciones  espirituales, 
el  remedio  es,  que  no  por  eso  deje  el  ejercicio  de  la  oración  acos- 


510  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

tumbrada,  aunque  le  parezca  desabrida  y  de  poco  fructo,  sino  pón- 
gase en  la  presencia  de  Dios  como  reo  y  culpado,  y  examine  su 
consciencia,  y  mire  si  por  ventura  perdió  esta  gracia  por  su  cul- 
pa, y  suplique  al  Señor  con  entera  confianza  le  perdone  y  de- 
clare las  riquezas  inestimables  de  su  paciencia  y  misericordia  en 
sufrir  y  perdonar  á  quien  otra  cosa  no  sabe  sino  ofenderle.  Desta 
manera  sacará  provecho  de  su  sequedad,  tomando  ocasión  para 
más  se  humillar,  viendo  lo  mucho  que  peca,  y  para  más  amar  á 
Dios,  viendo  lo  mucho  que  le  perdona.  Y  aunque  no  halle  gusto 
en  estos  ejercicios,  no  desista  dellos,  porque  no  se  requiere  que 
sea  siempre  sabroso  lo  que  ha  de  ser  provechoso.  A  lo  menos 
esto  se  halla  por  experiencia,  que  todas  las  veces  que  el  hombre 
persevera  en  la  oración  con  un  poco  de  atención  y  cuidado,  ha- 
ciendo buenamente  lo  poco  que  puede,  al  cabo  sale  de  allí  con- 
solado y  alegre,  viendo  que  hizo  de  su  parte  algo  de  lo  que  era 
en  sí.  Mucho  hace  en  los  ojos  de  Dios  quien  hace  todo  lo  que 
puede,  aunque  pueda  poco.  No  mira  nuestro  Señor  tanto  al  cau- 
dal del  hombre,  cuanto  á  su  posibilidad  y  voluntad.  Mucho  da 
quien  desea  dar  mucho,  quien  da  todo  lo  que  tiene,  quien  no  deja 
nada  para  sí.  No  es  mucho  durar  mucho  en  la  oración,  cuando 
es  mucha  la  consolación.  Lo  mucho  es  que  cuando  la  devoción 
es  poca,  la  oración  sea  mucha,  y  mucho  mayor  la  humildad,  y  la 
paciencia,  y  la  perseverancia  en  el  bien  obrar. 

También  es  necesario  en  estos  tiempos  andar  con  mayor  soli- 
citud y  cuidado  que  en  los  otros,  velando  sobre  la  guarda  de  sí 
mismo  y  examinando  con  atención  sus  pensamientos  y  palabras 
y  obras.  Porque  como  entonces  nos  falte  el  alegría  espiritual  (que 
es  el  principal  remo  desta  navegación)  es  menester  suplir  con 
cuidado  y  diligencia  lo  que  falta  de  gracia.  Cuando  así  te  vieres, 
has  de  hacer  cuenta  (como  dice  Sanct  Bernardo)  que  se  te  han 
dormido  las  velas  que  te  guardaban,  y  que  se  te  han  caído  los 
muros  que  te  defendían.  Y  por  eso  toda  la  esperanza  de  salud 
está  en  las  armas,  pues  ya  no  te  ha  de  defender  el  muro,  sino  la 
espada  y  la  destreza  en  el  pelear.  ¡  Oh  cuánta  es  la  gloria  del  áni- 
ma que  desta  manera  batalla,  que  sin  escudo  se  defiende,  y  que 
sin  armas  pelea,  y  sin  fortaleza  es  fuerte,  y  hallándose  en  la  ba- 
talla sola,  toma  esfuerzo  y  ánimo  por  compañía! 

No  hay  mayor  gloria  en  el  mundo  que  imitar  en  las  virtudes 
al  Salvador,  Y  entre  sus  virtudes  se  cuenta  por  muy  principal 


PARTE  II.  CAPÍTULO  IV.  5  II 


haber  padescido  lo  que  padesció,  sin  admitir  en  su  ánima  ningún 
género  de  consuelo.  De  manera  que  el  que  ansí  padesciere  y  pe- 
leare, tanto  será  mayor  imitador  de  Cristo,  cuanto  más  caresciere 
de  todo  género  de  consuelo.  Y  esto  es  beber  el  cáliz  de  la  obe- 
diencia puro,  sin  mezcla  de  otro  licor.  Éste  es  el  toque  principal 
en  que  se  prueba  la  fineza  de  los  amigos,  si  son  verdaderos  ó 
no  lo  son. 

§.  II. 

Contra  la  tentación  de  los  pensamientos  importunos  que  nos 
suelen  combatir  en  la  oración,  el  remedio  es  pelear  varonilmen- 
te y  perseverantemente  contra  ellos,  aunque  esta  resistencia  no 
ha  de  ser  con  demasiada  fatiga  y  congoja  de  espíritu,  porque  no 
es  este  negocio  tanto  de  fuerza  cuanto  de  gracia  y  humildad.  Y 
por  esto,  cuando  el  hombre  se  hallare  desta  manera,  debe  volver- 
se á  Dios  sin  escrúpulo  y  sin  congoja  (pues  esto,  ó  no  es  culpa,  ó 
es  muy  liviana) -y  con  toda  humildad  y  devoción  le  diga:  Veis 
aquí.  Señor  mío,  quién  yo  soy,  ¿qué  se  esperaba  deste  mu- 
ladar, sino  semejantes  olores  ?  ¿  Qué  se  esperaba  desta  tierra,  que 
Vos  maldijistes,  sino  zarzas  y  espinas?  Éste  es  el  fructo  que  ella 
puede  dar,  si  vos,  Señor,  no  la  alimpiáis.  Y  dicho  esto,  torne  á 
atar  su  hilo  como  de  antes,  y  espere  con  paciencia  la  visitación 
del  Señor,  que  nunca  falta  á  los  humildes.  Y  si  todavía  te  inquie- 
taren los  pensamientos,  y  tú  todavía  perseverantemente  les  resis- 
tieres y  hicieres  lo  que  es  en  ti,  debes  tener  por  cierto  que  mu- 
cha más  tierra  ganas  en  esta  resistencia,  que  si  estuvieras  gozando 
de  Dios  á  todo  sabor. 

§.  m. 

Para  remedio  de  las  tentaciones  de  blasfemia,  es  de  saber 
que  así  como  ningún  Hnaje  de  tentación  es  más  penoso  que  éste, 
así  ninguno  hay  menos  peligroso.  Y  así  el  remedio  es  no  hacer 
caso  destas  tentaciones,  pues  el  pecado  no  está  en  el  sentimiento, 
sino  en  el  consentimiento  y  en  el  deleite,  el  cual  aquí  no  hay,  sino 
antes  lo  contrario,  y  así  más  se  puede  llamar  ésta  pena  que 
culpa,  porque  cuan  lejos  está  el  hombre  de  recebir  alegría  con 
estas  tentaciones,  tan  lejos  está  de  tener  culpa  en  ellas.  Y  por  eso 


5  1 2  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

el  remedio  (como  dije)  es  menospreciarlas  y  no  temerlas:  porque 
cuando  demasiadamente  se  temen,  el  mismo  temor  las  despierta 
y  las  levanta. 

§.  IV. 

Contra  las  tentaciones  de  infidelidad  el  remedio  es  que  acor- 
dándose el  hombre  por  un  cabo  de  la  pequenez  humana,  y  por 
otro  de  la  grandeza  divina,  piense  en  lo  que  Dios  le  manda,  y  no 
sea  curioso  en  querer  escudriñar  sus  obras,  pues  vemos  que  mu- 
chas dellas  exceden  todo  nuestro  saber.  Y  por  tanto  el  que  quie- 
re entrar  en  este  sanctuario  de  las  obras  divinas,  ha  de  entrar 
con  mucha  humildad  y  reverencia,  y  llevar  consigo  ojos  de  pa- 
loma sencilla  y  no  de  serpiente  maliciosa,  y  corazón  de  discípulo 
y  no  de  juez  temerario.  Hágase  como  niño  pequeño,  porque  á 
los  tales  enseña  Dios  sus  secretos.  No  cure  de  saber  el  porqué  de 
las  obras  divinas,  cierre  el  ojo  de  la  razón  y  abra  sólo  el  de  la 
fe:  porque  éste  es  el  instrumento  con  que  se  han  de  tantear  las 
obras  de  Dios.  Para  mirar  las  obras  humanas,  muy  bueno  es  el 
ojo  de  la  razón  humana:  mas  para  mirar  las  divinas,  no  hay  cosa 
más  desproporcionada  que  él.  Mas  porque  ordinariamente  esta 
tentación  es  al  hombre  penosísima,  el  remedio  es  el  de  la  pasa- 
da, que  es  no  hacer  caso  della,  pues  más  es  ésta  pena  que  culpa: 
porque  no  puede  haber  culpa  en  lo  que  la  voluntad  está  con- 
traria, como  allí  se  declaró. 

§.   V. 

Algunos  hay  que  son  combatidos  de  grandes  temores  y  fan- 
tasías, cuando  se  apartan  solos  de  noche  á  orar.  Contra  esta  ten- 
tación el  remedio  es  hacerse  el  hombre  fuerza,  y  perseverar  en 
su  ejercicio:  porque  huyendo,  cresce  el  temor,  y  peleando,  la 
osadía.  Aprovecha  también  considerar  que  ni  el  demonio  ni 
otra  cosa  es  poderosa  para  nos  dañar,  sin  licencia  de  nuestro 
Señor.  También  aprovecha  considerar  que  tenemos  al  ángel  de 
nuestra  guarda  á  nuestro  lado,  y  en  la  oración  mejor  que  en  otra 
parte,  porque  allí  asiste  él  para  nos  ayudar,  y  llevar  nuestras  ora- 
ciones al  cielo,  y  defendernos  del  enemigo,  que  no  nos  pueda 
hacer  mal. 


PARTE  II.  CAPÍTULO  IV.  513 


§.  VI. 

Contra  el  sueño  demasiado  el  remedio  es  considerar  que  el 
sueño  unas  veces  procede  de  necesidad,  y  entonces  el  remedio 
es  no  negar  al  cuerpo  lo  que  es  suyo,  porque  no  nos  impida  lo 
que  es  nuestro.  Otras  procede  de  enfermedad,  y  entonces  no 
debe  el  hombre  congojarse  por  eso,  pues  no  tiene  culpa,  ni  tam- 
poco debe  dejarse  del  todo  vencer,  sino  hacer  de  su  parte  lo 
que  buenamente  pudiere,  para  que  del  todo  no  se  pierda  la  ora- 
ción, sin  la  cual  no  tenemos  seguridad  ni  alegría  verdadera  en 
esta  vida.  Otras  veces  nasce  el  sueño  de  pereza,  ó  del  demonio 
que  lo  procura.  Entonces  el  remedio  es  el  ayuno,  no  beber  vino, 
beber  poca  agua,  estar  de  rodillas,  ó  en  pie,  ó  en  cruz,  y  no  arri- 
mado, hacer  alguna  disciplina,  ó  otra  cualquier  aspereza  que 
despierte  y  punce  la  carne. 

Finalmente,  el  único  y  general  remedio  así  para  este  mal 
como  para  los  otros,  es  pedirlo  á  Aquél  que  está  aparejado  para 
dar,  si  hobiere  quien  siempre  le  quiera  pedir. 

§.  vn. 

Contra  las  tentaciones  de  la  desconfianza  y  de  la  presump- 
ción,  que  son  vicios  contrarios,  es  forzado  que  haya  diversos  re- 
medios. Para  la  desconfianza  el  remedio  es  considerar  que  este 
negocio  no  se  ha  de  alcanzar  por  solas  tus  fuerzas,  sino  por  la 
divina  gracia,  la  cual  tanto  más  presto  se  alcanza,  cuanto  más 
el  hombre  desconfía  de  su  propria  virtud,  y  confía  en  sola  la 
bondad  de  Dios,  á  quien  todo  es  posible. 

Para  la  presumpción  el  remedio  es  considerar  que  no  hay 
más  claro  indicio  de  estar  el  hombre  muy  lejos,  que  creer  que 
está  muy  cerca:  porque  en  este  camino  los  que  van  descubriendo 
más  tierra,  ésos  se  dan  mayor  priesa  por  ver  lo  mucho  que  les 
falta,  y  por  eso  nunca  hacen  caso  de  lo  que  tienen,  en  compara- 
ción de  lo  que  desean.  Mírate,  pues,  como  en  un  espejo  en  la 
vida  de  los  Sanctos  y  en  las  de  otras  personas  señaladas  que 
agora  viven  en  carne,  y  verás  que  eres  ante  ellos  como  un  ena- 
no en  presencia  de  un  gigante,  y  así  no  presumirás. 

OBRAS  DE  GRANADA.  X— 33 


514  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 


§.  vm. 

Contra  la  tentación  del  demasiado  apetito  de  saber  y  de  estu- 
diar, el  primer  remedio  es  considerar  cuánto  más  excelente  es  la 
virtud  que  la  sciencia,  y  cuánto  más  excelente  la  sabiduría  divi- 
na que  la  humana,  para  que  por  aquí  vea  el  hombre  cuánto  más 
se  debe  ocupar  en  los  ejercicios  por  do  se  alcanza  la  una,  que  )a 
otra.  Tenga  la  gloria  de  la  sabiduría  del  mundo  las  grandezas 
que  quisieres,  que  al  fin  se  acaba  esta  gloria  con  la  vida.  Pues 
¿qué  cosa  puede  ser  más  miserable  que  adquirir  con  tanto  tra- 
bajo lo  que  tan  poco  se  ha  de  gozar?  Todo  lo  que  aquí  puedes 
saber,  es  nada:  y  si  te  ejercitares  en  el  amor  de  Dios,  presto  lo 
irás  á  ver,  y  en  él  verás  todas  las  cosas.  Y  el  día  del  juicio  no 
nos  preguntarán  qué  leímos,  sino  qué  hecimos,  ni  cuan  bien  ha- 
blamos ó  predicamos,  sino  cuan  bien  obramos. 

§.  IX. 

Contra  la  tentación  del  indiscreto  celo  de  aprovechar  á  otros, 
el  principal  remedio  es  que  de  tal  manera  entendamos  en  el 
provecho  del  prójimo,  que  no  sea  con  perjuicio  nuestro,  y  que 
de  tal  manera  entendamos  en  los  negocios  de  las  consciencias 
ajenas,  que  tomemos  tiempo  para  las  nuestras:  el  cual  ha  de  ser 
tanto,  que  baste  para  traer  á  la  continua  el  corazón  devoto  y  re- 
cogido, porque  esto  es  andar  en  espíritu,  como  dice  el  Apóstol, 
que  es  andar  el  hombre  más  en  Dios  que  en  sí  mesmo.  Pues 
como  esto  sea  raíz  y  principio  de  todo  nuestro  bien,  todo  nues- 
tro trabajo  ha  de  ser  procurar  de  tener  tan  larga  y  tan  profunda 
oración,  que  baste  para  traer  siempre  el  corazón  con  esta  ma- 
nera de  recogimiento  y  de  devoción:  para  lo  cual  no  basta  cual- 
quier manera  de  recogimiento  y  oración,  sino  es  menester  que 
sea  muy  larga  y  muy  profunda. 

DE  ALGUNOS  AVISOS 
NECESARIOS  PARA  LOS  QUE  SE  DAN  Á  LA  ORACIÓN. 

CAPÍTULO  V. 

Jna  de  las  cosas  más  arduas  y  dificultosas  que  hay  en  esta 
_    vida,  es  saber  ir  á  Dios  y  tratar  familiarmente  con  él.  Y  por 
eso  no  se  puede  este  camino  andar  sin  alguna  buena  guía,  ni 


PARTE  II.  CAPÍTULO  V.  515 


tampoco  sin  algunos  avisos,  para  no  perderse  en  él,  y  por  esto 
será  necesario  apuntar  aquí  algunos  con  nuestra  acostumbrada 
brevedad.  Entre  los  cuales  el  primero  sea  acerca  del  fin  que  en 
estes  ejercicios  se  ha  de  tener.  Para  lo  cual  es  de  saber  que  co- 
mo esta  comunicación  con  Dios  sea  una  cosa  tan  dulce  y  tan 
deleitable,  según  que  dice  el  Sabio,  de  aquí  nasce  que  muchas 
personas  atraídas  con  la  fuerza  desta  maravillosa  suavidad  (que 
es  sobre  todo  lo  que  se  puede  decir)  se  llegan  á  Dios  y  se  dan 
á  todos  los  espirituales  ejercicios,  así  de  lición  como  de  oración 
y  uso  de  Sacramentos,  por  el  gusto  grande  que  hallan  en  ellos, 
de  tal  manera  que  el  principal  fin  que  á  esto  los  lleva,  es  el  de- 
seo de  esta  maravillosa  suavidad.  Éste  es  un  muy  grande  y  muy 
universal  engaño,  en  que  caen  muchos.  Porque  como  el  princi- 
pal fin  de  todas  nuestras  obras  haya  de  ser  amar  á  Dios  y  bus- 
car á  Dios,  esto  más  es  amar  á  sí  y  buscar  á  sí:  conviene  saber, 
su  proprio  gusto  y  contentamiento,  que  es  el  fin  que  los  filóso- 
fos pretendían  en  su  contemplación.  Y  esto  es  también  (como 
dice  un  Doctor)  un  linaje  de  avaricia,  lujuria  y  gula  espiritual,  que 
no  es  menos  peligrosa  que  la  otra  sensual.    - 

Y  lo  que  más  es,  de  este  mismo  engaño  se  sigue  otro  no  me- 
nor, que  es  juzgar  el  hombre  á  sí  y  á  los  otros  por  estos  gustos 
y  sentimientos,  creyendo  que  tanto  tiene  cada  uno  más  ó  me- 
nos de  perfección,  cuanto  más  ó  menos  gusta  ó  no  gusta  de 
Dios:  que  es  un  engaño  muy  grande.  Pues  contra  estos  dos  en- 
gaños sirve  este  aviso  y  regla  general,  que  cada  uno  entienda 
que  el  fin  de  todos  estos  ejercicios  y  de  toda  la  vida  espiritual 
es  la  obediencia  de  los  mandamientos  de  Dios  y  el  cumplimien- 
to de  la  divina  voluntad,  para  lo  cual  es  necesario  que  muera  la 
voluntad  propria,  para  que  así  viva  y  reine  la  divina,  pues  es  tan 
contraria  á  ella. 

Y  porque  tan  gran  victoria  como  ésta  no  se  puede  alcanzar 
sin  muy  grandes  favores  y  regalos  de  Dios,  por  esto  principal- 
mente se  ha  de  ejercitar  la  oración,  para  que  por  ella  se  alcan- 
cen estos  favores  y  se  sientan  estos  regalos,  para  salir  con  esta 
empresa.  Y  desta  manera  y  para  tal  fin  se  pueden  pedir  y  pro- 
curar los  deleites  de  la  oración  (según  que  arriba  dijimos)  como 
los  pedía  David  cuando  decía:  Vuélveme,  Señor,  el  alegría  de  tu 
salud,  y  confírmame  con  espíritu  principal.  Pues  conforme  á  esto, 
entenderá  el  hombre  cuál  ha  de  ser  el  fin  que  ha  de  tener  en 


5  l6  TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

estos  ejercicios,  y  por  aquí  también  entenderá  por  dónde  ha  de 
estimar  y  medir  su  aprovechamiento  y  el  de  los  otros:  conviene 
saber,  no  por  los  gustos  que  hubiere  recibido  de  Dios,  sino  por  lo 
que  por  Él  hubiere  padescido,  así  por  hacer  la  voluntad  divina 
como  por  negar  la  propria. 

Que  éste  haya  de  ser  el  fin  de  todas  nuestras  liciones  y  ora- 
ciones, no  quiero  traer  para  esto  más  argumento  que  aquella  di- 
vina oración  ó  psalmo:  Beaii  immaculati  in  via,  que  teniendo  cien- 
to y  setenta  y  siete  versos  (porque  es  el  ma^^or  del  Psalterio)  no 
se  hallará  en  él  uno  solo  que  no  haga  mención  de  la  ley  de  Dios 
y  de  la  guarda  de  sus  mandamientos:  lo  cual  quiso  el  Espíritu 
Sancto  que  así  fuese,  para  que  por  aquí  claramente  viesen  los 
hombres  cómo  todas  sus  oraciones  y  meditaciones  se  habían  de 
ordenar  en  todo  y  en  parte  á  este  fin,  que  es  á  la  obediencia  y 
guarda  de  la  ley  de  Dios.  Todo  lo  que  va  fuera  de  aquí,  es  uno 
de  los  muy  subtiles  y  más  colorados  engaños  del  enemigo,  con  el 
cual  hace  creer  á  los  hombres  que  son  algo,  no  lo  siendo.  Por  lo 
cual  dicen  muy  bien  los  Sanctos  que  la  verdadera  prueba  del 
hombre  no  es  el  gusto  de  la  oración,  sino  la  paciencia  de  la  tri- 
bulación, la  abnegación  de  sí  mismo  y  el  cumplimiento  de  la  di- 
vina voluntad:  aunque  para  todo  esto  aprovecha  grandemente  así 
la  oración  como  los  gustos  y  consolaciones  que  en  ella  se  dan. 

Pues  conforme  á  esto,  el  que  quisiere  ver  qué  tanto  ha  apro- 
vechado en  este  camino  de  Dios,  mire  cuánto  cresce  cada  día  en 
humildad  interior  y  exterior,  cómo  sufre  las  injurias  de  los  otros, 
cómo  sabe  dar  pasada  á  las  flaquezas  ajenas,  cómo  acude  á  las 
necesidades  de  sus  prójimos,  cómo  se  compadesce  y  no  se  in- 
digna contra  loS  defectos  ajenos,  cómo  sabe  esperar  en  Dios  en 
el  tiempo  de  la  tribulación,  cómo  rige  su  lengua,  cómo  guarda 
su  corazón,  cómo  trae  domada  su  carne  con  todos  sus  apetitos 
y  sentidos,  cómo  se  sabe  valer  en  las  prosperidades  y  adversi- 
dades, cómo  se  repara  y  provee  en  todas  las  cosas  con  gravedad 
y  discreción.  Y  sobre  todo  esto,  mire  si  está  muerto  al  amor  de 
la  honra  y  del  regalo  y  del  mundo:  y  según  lo  que  en  esto  ho- 
biere  aprovechado  ó  desaprovechado,  así  se  juzgue,  y  no  según 
lo  que  siente  ó  no  siente  de  Dios.  Y  por  esto  siempre  ha  de  te- 
ner el  un  ojo,  y  el  mas  principal,  en  la  mortificación,  y  el  otro  en 
la  oración,  porque  esa  misma  mortificación  no  se  puede  perfec- 
tamente alcanzar  sin  el  socorro  de  la  oración. 


PARTE  II.  CAPÍTULO  V.  517 


§.  II. 

Y  si  no  debemos  desear  consolaciones  y  deleites  espirituales 
para  sólo  parar  en  ellos,  sino  por  los  provechos  que  nos  causan, 
mucho  menos  se  deben  desear  visiones,  ó  revelaciones,  ó  arre- 
batamientos y  cosas  semejantes,  que  pueden  ser  más  peligrosas 
á  los  que  no  están  fundados  en  humildad.  Y  no  tenga  el  hom- 
bre miedo  de  ser  en  esto  desobediente  á  Dios:  porque  cuando 
él  quiere  revelar  algo,  él  lo  sabe  descubrir  por  tales  modos,  que 
por  más  que  el  hombre  huya,  él  se  lo  certificará  de  manera  que 
no  pueda  dubdar,  aunque  quiera. 

§.  ni. 

Debe  ansimismo  ser  avisado  en  callar  los  favores  y  regalos 
que  nuestro  Señor  le  hiciere,  si  no  fuere  á  solo  su  maestro  espi- 
ritual. Por  lo  cual  dice  Sanct  Bernardo  que  el  varón  devoto  ha 
de  tener  en  la  celda  escritas  estas  palabras:  Mi  secreto  para  raí, 
mi  secreto  para  mí. 

§.  IV. 

También  debe  el  hombre  tener  aviso  de  tratar  con  Dios  con 
la  mayor  humildad  y  reverencia  que  le  sea  posible,  de  manera 
que  nunca  el  ánima  ha  de  estar  tan  regalada  y  favorescida  de 
Dios,  que  no  vuelva  los  ojos  hacia  dentro,  y  mire  su  vileza,  y 
encoja  sus  alas,  y  se  humille  delante  tan  grande  Majestad,  como 
lo  hacía  S.  Augustín,  de  quien  se  dice  que  había  aprendido  ale- 
grarse en  la  presencia  de  Dios  con  tremor. 

§.  V. 

Dijimos  arriba  que  el  siervo  de  Dios  ha  de  trabajar  por  te- 
ner sus  tiempos  señalados  para  vacar  á  Dios.  Pues  allende  éste 
ordinario  de  cada  día,  debe  desocuparse  á  tiempos  de  todo  gé- 
nero de  negocios,  aunque  sean  sanctos,  para  entregarse  del  todo 
á  los  espirituales  ejercicios  y  dar  á  su  ánima  un  abundante  pas- 
to, con  el  cual  se  repare  lo  que  con  los  defectos  de  cada  día  se 


5  I  8  TRATADO   DE  LA  ORACIÓN 

gasta,  y  se  cobren  nuevas  fuerzas  para  pasar  adelante.  Y  aunque 
esto  se  debe  hacer  en  otros  tiempos,  más  especialmente  se  debe 
hacer  en  las  fiestas  principales  del  año  y  en  los  tiempos  de  tri- 
bulaciones y  trabajos,  después  de  algunos  caminos  largos  y  de 
algunos  negocios  que  han  causado  distraimiento  y  derramamien- 
to en  el  corazón,  para  tornar  á  recogerlo. 

§.VI. 

Algunos  hay  también  que  tienen  poco  tiento  y  discreción  en 
sus  ejercicios,  cuando  les  va  bien  con  Dios.  A  los  cuales  su  mis- 
ma prosperidad  viene  á  ser  ocasión  de  su  peligro.  Porque  hay 
muchos  á  quien  paresce  que  se  les  da  esta  gracia  á  manos  lle- 
nas, los  cuales  como  hallan  tan  suave  la  comunicación  del  Se- 
ñor, entréganse  tanto  á  ella  y  alargan  tanto  los  tiempos  de  la 
oración  y  las  vigilias  y  asperezas  corporales,  que  la  naturaleza, 
no  pudiendo  sufrir  á  la  continua  tanta  carga,  viene  á  dar  con 
ella  en  tierra. 

De  donde  nasce  qué  á  muchos  vienen  á  estragarse  los  estó- 
magos y  las  cabezas,  con  que  se  hacen  inhábiles,  no  sólo  para 
los  otros  trabajos  corporales,  sino  también  para  esos  mismos  ejer- 
cicios de  oración. 

Por  lo  cual  conviene  tener  mucho  tiento  en  estas  cosas,  ma- 
yormente á  los  principios,  donde  los  fervores  y  consolaciones  son 
mayores,  y  la  experiencia  y  discreción  menor,  para  que  de  tal 
modo  tracemos  la  manera  del  caminar,  que  no  faltemos  á  medio 
camino. 

Otro  extremo  contrario  es  el  de  los  regalados,  que  so  color 
de  discreción  hurtan  el  cuerpo  á  los  trabajos:  el  cual  aunque  en 
todo  género  .de  personas  sea  muy  dañoso,  mucho  más  lo  es  en 
los  que  comienzan,  porque  como  dice  S.  Bernardo,  imposible  es 
que  persevere  mucho  en  la  vida  religiosa  el  que  siendo  novicio 
es  ya  discreto,  siendo  principiante  quiere  ser  prudente,  y  siendo 
aun  nuevo  y  mozo  comienza  á  tratarse  y  regalarse  como  viejo. 

Y  no  es  fácil  de  juzgar  cuál  destos  dos  extremos  sea  más  pe- 
ligroso, sino  que  la  indiscreción  (como  dice  muy  bien  Gersón)  es 
más  incurable:  porque  mientra  el  cuerpo  está  sano,  esperanza  hay 
que  podrá  haber  remedio,  mas  después  de  ya  estragado  con  la 
indiscreción,  mal  se  puede  remediar. 


PARTE  II,  CAPÍTULO  V.  519 


§.  VIL 

Otro  peligro  hay  también  en  este  camino,  y  por  ventura  ma- 
yor que  todos  los  pasados,  el  cual  es  que  muchas  personas  des- 
pués que  algunas  veces  han  experimentado  la  virtud  inestima- 
ble de  la  oración,  y  visto  por  experiencia  cómo  todo  el  concier- 
to  de  la  vida  espiritual  depende  della,  parésceles  que  ella  sola  es 
el  todo  y  que  ella  sola  basta  para  ponerlos  en  salvo,  y  así  vie- 
nen á  olvidarse  de  las  otras  virtudes  y  aflojar  en  todo  lo  demás. 
De  donde  también  procede  que  como  todas  las  otras  virtudes 
ayuden  á  esta  virtud,  faltando  el  fundamento,  también  falta  el 
edificio:  y  así  mientra  más  el  hombre  procura  esta  virtud,  menos 
puede  salir  con  ella. 

Por  esto,  pues,  el  siervo  de  Dios  debe  poner  los  ojos,  no  en 
una  virtud  sola,  por  grande  que  sea,  sino  en  todas  las  virtudes: 
porque  así  como  en  la  vihuela  una  sola  voz  no  hace  harmonía  si 
no  suenan  todas,  así  una  virtud  sola  no  basta  para  hacer  esta  es- 
piritual consonancia  si  todas  no  responden  con  ella.  Y  así  como 
un  reloj,  si  se  embaraza  un  solo  punto,  para  todo,  así  también 
acaesce  en  el  reloj  de  la  vida  espiritual,  si  falta  una  sola  virtud. 


§.  VIII. 

Aquí  también  conviene  avisar  que  todas  estas  cosas  que  hasta 
aquí  se  han  dicho  para  ayudar  á  la  devoción,  se  han  de  tomar  co- 
mo unos  aparejos  con  que  el  hombre  se  dispone  para  la  divina 
gracia,  ocupándose  diligentemente  en  ellos,  y  quitando  la  con- 
fianza de  ellos  y  poniéndola  en  solo  Dios.  Digo  esto,  porque  hay 
algunas  personas  que  hacen  una  como  arte  de  todas  estas  reglas 
y  documentos,  paresciéndoles  que  así  como  el  que  aprende  un 
oficio,  guardadas  bien  las  reglas  del,  por  vártud  dellas  saldrá  lue- 
go buen  oficial,  así  también  el  que  estas  reglas  guardare,  por  vir- 
tud dellas  alcanzará  luego  lo  que  desea:  sin  mirar  que  esto  es  ha- 
cer arte  de  la  gracia,  y  atribuir  á  reglas  y  artificios  humanos  lo 
que  es  pura  dádiva  y  misericordia  del  Señor, 

Pues  por  esto  conviene  tomar  estos  negocios,  no  como  cosa 
de  arte,  sino  como  de  gracia:  porque  tomándolo  desta  manera, 


520  TRATADO  DE   LA   ORACIÓN 

sabrá  el  hombre  que  el  principal  medio  que  para  esto  se  requie- 
re, es  una  profunda  humildad  y  conoscimiento  de  su  propria  mi- 
seria, con  grandísima  confianza  en  la  divina  misericordia,  para  que 
del  conoscimiento  de  lo  uno  y  de  lo  otro  procedan  siempre  con- 
tinuas lágrimas  y  oraciones,  con  las  cuales,  entrando  el  hombre 
por  la  puerta  de  la  humildad,  alcance  lo  que  desea  por  humildad, 
y  lo  conserve  con  humildad,  y  lo  agradezca  con  humildad,  que 
es  puerta  general  de  todos  los  bienes. 


FIN  DEL  LIBRO   DE  LA   ORACIÓN 


SÍGUESE  UNA  BREVE  INTRODUCCIÓN 

PARA 
LOS  QUE  COMIENZAN  Á  SERVIR  Á  NUESTRO  SEÑOR. 


Sí  como  todas  las  artes  humanas  tienen  sus  primeros 
principios  y  elementos,  que  son  como  un  A.  B.  C. 
de  donde  comienzan,  así  también  los  tiene  el  cami- 
no de  Dios  (que  es  arte  de  las  artes  y  fin  de  toda  nuestra  vida) 
y  éstos  será  bien  señalar  aquí  brevemente  para  los  que  de  nuevo 
quieren  entrar  en  él.  Y  porque  los  comienzos  de  las  cosas  han  de 
ser  de  lo  más  fácil,  de  aquí  será  razón  que  comencemos  apun- 
tando algunos  ejercicios  espirituales  que  con  ser  muy  fáciles  de 
cumplir,  son  como  una  leche  y  nutrimento  de  esta  vida  espiritual. 
Porque  así  como  el  pesce  se  conserva  en  el  agua,  así  la  vida  es- 
piritual con  ejercicios  espirituales. 

Entre  éstos  el  primero  sea  que  así  como  el  hombre  se  deter- 
minare de  servir  á  Dios  y  dejar  al  mundo,  haga  luego  una  con- 
fesión general  de  todas  las  culpas  de  la  vida  pasada.  Para  lo  cual 
debe  tomar  algunos  días  antes,  en  los  cuales  discurriendo  por  to- 
das las  edades  de  la  vida  pasada  y  por  todos  los  mandamientos 
de  la  ley  divina,  examine  con  dolor  y  amargura  de  su  corazón 
todo  lo  que  ha  dicho,  hecho  ó  pensado  contra  Dios,  contra  su  pró- 
jimo y  contra  sí  mismo,  para  confesarlo  enteramente  á  su  proprio 
confesor,  aprovechándose  en  esto  de  la  pluma  para  poder  mejor 
ayudar  á  la  flaqueza  de  la  memoria.  Y  aquí  debe  enseñar  el  buen 
maestro  á  su  discípulo  la  manera  de  confesarse,  y  examinarse,  y 
aparejarse  para  la  confesión,  así  para  ésta  general  como  paralas 
otras  ordinarias  que  más  á  menudo  se  han  de  facer.  Porque  no  es 
de  todos  ni  saberse  conoscer,  ni  tampoco  saberse  confesar  fruc- 
tuosamente, si  no  son  avisados  y  enseñados  en  esta  parte. 

Lo  segundo,  debe  aconsejarle  que  en  este  tiempo  se  ejercite 
en  las  meditaciones  arriba  puestas,  especialmente  en  las  de  la  pri- 
mera semana  (que  son  más  acomodadas  para  este  tiempo)  procu- 


522  BREVE  INTRODUCCIÓN 


rando  por  medio  dellas  inclinar  su  corazón  á  dolor  y  aborreci- 
miento de  los  pecados,  temor  de  Dios  y  menosprecio  del  mundo. 
Y  aquí  se  ofresce  gran  oportunidad  al  maestro  para  platicar  el 
ejercicio  de  la  oración  y  meditación,  y  declarar  todos  los  avisos 
arriba  escritos,  en  los  cuales  conviene  que  esté  muy  resoluto  para 
darlos  á  conocer  y  saberlos  bien  enseñar  de  tal  manera  que  de 
buen  maestro  salga  el  discípulo  bien  enseñado. 

Lo  tercero,  debe  enseñarle  con  cuánta  reverencia  y  con  qué 
devoción  se  ha  de  aparejar  un  día  ó  dos  antes  para  la  sagrada 
Comunión,  y  con  cuánto  temor  y  temblor  se  ha  de  allegar  á  ella, 
y  con  cuánta  devoción  se  ha  de  recoger  después  della,  para  abra- 
zar el  Señor  que  rescibió,  y  derribarse  á  sus  pies,  y  darle  gracias 
por  tal  hospedería,  tal  visitación  y  tal  beneficio.  Y  asimismo  le 
enseñe  cuan  recogido  y  quieto  ha  de  estar  aquel  día  y  el  día  pre- 
decente,  y  en  qué  género  de  liciones,  meditaciones  y  oraciones 
se  ha  de  ocupar,  para  mejor  aparejarse  á  este  misterio  y  apro- 
vecharse del. 

Lo  cuarto,  enséñele  de  la  manera  que  se  ha  de  haber  en  todos 
los  lugares  y  tiempos  y  en  todas  las  otras  obras  exteriores,  con 
cuánta  templanza  y  honestidad  ha  de  tomar  refección  en  la  mesa, 
con  cuánta  devoción  y  acatamiento  ha  de  estar  en  la  misa  y  do- 
quiera que  estuviere  el  Sanctísimo  Sacramento,  con  cuánta  aten- 
ción y  devoción  ha  de  asistir  á  los  oficios  divinos,  aparejándose 
primeramente  con  oración  y  recogimiento  de  corazón  para  ellos 
y  peleando  fiíertemente  en  ellos  contra  todas  las  importunas  ima- 
ginaciones del  enemigo,  que  más  allí  que  en  otra  parte  nos  com- 
baten. 

Enséñele  también  cuan  compuesto  ha  de  ser  en  sus  movi- 
mientos, cuan  mesurado  en  sus  ojos,  cuan  considerado  en  sus  pa- 
labras, cuan  templado  en  sus  risas,  cuan  humilde  á  los  mayores, 
cuan  benigno  á  los  menores,  cuan  cortés  á  sus  iguales,  cuan  hu- 
mano para  con  los  pobres,  cuan  piadoso  para  con  los  enfermos, 
y  cómo  no  ha  de  ser  precipitado  ni  inconsiderado  en  todas  sus 
cosas. 

Enséñele  también  cómo  ha  de  andar  en  la  presencia  de  Dios, 
trayéndole  siempre  ante  los  ojos  como  juez  y  testigo  de  su  vdda, 
haciendo  todas  las  cosas  con  aquel  mismo  tiento  y  religión  que 
las  haría  si  realmente  le  tuviese  delante. 

Y  asimismo  le   enseñe  cómo  debe  andar  siempre  encerrado 


BREVE  INTRODUCCIÓN  523 


y  escondido  dentro  de  su  corazón,  y  cómo  debe  procurar  en  todo 
lugar  y  tiempo  y  en  todo  género  de  negocios  hurtar  el  corazón 
y  levantarlo  á  Dios  con  alguna  breve  oración,  tomando  motivo 
para  esto  de  todas  cuantas  cosas  03'ere  y  viere,  como  hacen  las 
abejas,  que  de  todas  las  flores  sacan  algo  para  hacer  su  miel.  Y 
particularmente  es  muy  loable  consejo  que  á  imitación  del  Após- 
tol S.  Bartolomé  muchas  veces  entre  día  y  noche,  hincado  de 
rodillas,  ó  en  pie,  ó  como  pudiere,  haga  oración  á  Dios  y  juntas 
las  manos  ofrezca  á  sí  mismo  con  todos  sus  deseos  á  nuestro  Se- 
ñor, pidiéndole  su  amor  y  gracia,  aunque  esto  no  s.ea  más  que  por 
un  Credo  ó  dos:  porque  de  esta  devoción  muchas  veces  se  sigue 
más  provecho  de  lo  que  nadie  puede  pensar.  Esto  sirve  para  que 
en  el  altar  de  nuestro  corazón  siempre  haya  fuego,  procurando 
atizarlo  con  todas  estas  consideraciones  y  palabras  devotas,  que 
son  como  nutrimento  de  la  devoción  y  amor  de  Dios:  y  erando 
alguna  vez  el  pensamiento  se  le  derramare, debe  recogerlo  y  re- 
ducirlo á  lo  interior,  no  con  pena  y  desasosiego  (como  se  suele 
hacer)  sino  amorosa  y  devotamente,  porque  con  el  fuego  del  di- 
vino amor  se  deshacen  y  consumen  todas  estas  negligencias,  como 
dicen  los  sanctos.  Y  podrá  entonces,  vuelto  á  sí  mismo,  repre- 
henderse mansamente  diciendo:  ;Dónde  me  fui,  oh  buen  Jesús? 
<]Por  qué  me  aparté  de  ti  ?  ^Dónde  te  has  ido  volando, ánima  mía? 
¿Qué  traes  de  allá,  sino  derramamiento  y  tibieza?  ¿No  sabes  que 
el  Señor  está  con  los  que  están  consigo,  y  se  aparta  de  los  que 
se  apartan  de  su  corazón? 

Y  aunque  en  todo  tiempo  debe  el  hombre  traer  consigo  este 

cuidado,  cuanto  le  sea  posible,  pero  señaladamente  á  la  mañana 

en  despertando  trabaje  por  cerrar  la  puerta  á  todo  género  de  pen- 

m.ientos  terrenos  y  ocupar  la  posada  con  la  memoria  de.  nuestro 

Señor,  ofreciéndole  luego  las  primicias  del  día.  Y  podrá  en  este 

tiempo  hacer  tres  cosas:  la  primera,  darle  gracia  porque  le  dio 

aquella  noche  quieta  y  le  libró  de  las  fantasmas  y  asechanzas  del 

enemigo,  y  por  todos  los  otros  beneficios,  como  es  de  la  creación, 

conservación,  vocación,  rederapción,  &c.  La  segunda,  ofrézcale 

todo  cuanto  aquel  día  hiciere  y  padesciere  y  trabajare,  y  todos 

los  pasos  y  ejercicios  en  que  se  ocupare,  y  á  sí  mismo  también 

se  ofrezca  con  todas  sus  cosas,  para  que  todo  sea  á  gloria  suya 

y  de  todo  haga  él  lo  que  fuere  á  su  sancta  voluntad  como  de  cosa 

suya.  La  tercera,  pídale  gracia  para  que  en  aquel  día  no  haga  cosa 


$24  BREVE  INTRODUCCIÓN 


que  sea  ofensa  de  su  Majestad,  y  principalmente  le  pida  favor 
para  contra  todos  aquellos  vicios  que  se  siente  más  tentado,  y 
ármese  con  una  fuerte  determinación  y  circunspeción  contra  ellos, 
y  con  esto  diga  la  oración  del  Pater  noster  y  Ave  María  de  es- 
pacio devotamente. 

A  la  noche,  antes  que  se  acueste,  entre  consigo  en  juicio  y  tó- 
mese cuenta  de  todo  lo  que  aquel  día  hizo,  ó  dijo,  ó  pensó  con- 
tra la  ley  de  Dios,  y  de  las  negligencias  y  tibieza  que  tuvo  en  su 
servicio,  y  del  olvido  del.  Y  dicha  con  devoción  la  confesión  ge- 
neral con  un  Pater  noster  y  Ave  María,  pida  perdón  de  lo  mal 
hecho  y  gracia  para  la  emienda  de  ello. 

Cuando  se  acostare,  póngase  en  la  cama  de  la  manera  que  es- 
tará en  la  sepultura,  y  considere  un  poco  la  figura  que  aUí  ha  de 
tener  su  cuerpo,  y  rece  sobre  sí  un  responso  ó  un  Pater  noster 
y  un  Ave  María  como  sobre  un  defuncto. 

Todas  las  veces  que  despertare  de  noche,  sea  con  un  Gloria 
Patria  &c.  Jesu  nostra  Redemptio,  &c.  ó  con  otro  cosa  seme- 
jante: }'■  todas  las  veces  que  el  reloj  diere  la  hora,  diga:  Bendita 
sea  la  hora  en  que  mi  Señor  Jesucristo  nasció  y  murió  por  mí. 
Señor,  á  la  hora  de  mi  muerte  acuérdate  de  mí.  Y  piense  enton- 
ces cómo  ya  tiene  una  hora  menos  de  vida,  y  que  poco  á  poco 
se  acabará  de  andar  esta  jornada. 

Cuando  se  sentare  á  la  mesa,  piense  cómo  Dios  es  el  que  le 
da  de  comer  y  el  que  crió  todas  las  cosas  para  su  servicio,  y  déle 
gracias  por  la  comida  que  le  da,  y  mire  á  cuántos  falta  lo  que  á 
él  sobra,  y  con  cuánta  facilidad  posee  lo  que  otros  alcanzan  con 
tanto  trabajo  y  peligro. 

Cuando  fuere  tentado  del  enemigo,  el  mayor  remedio  es  co- 
rrer con  grandísima  ligereza  á  la  cruz,  y  mirar  allí  á  Cristo  des- 
pedazado, y  descoyuntado,  y  desfigurado,  manando  ríos  de  san- 
gre, y  acordarse  que  la  principal  causa  por  que  allí  se  puso,  fué 
por  destruir  el  pecado:  y  suplicarle  ha  con  toda  devoción  no 
permita  él  que  reine  en  nuestros  corazones  una  cosa  tan  abomi- 
nable y  que  él  con  tantos  trabajos  procuró -destruir.  Y  así  dirá 
de  todo  corazón:  ¡Señor,  que  os  pusiésedes  Vos  ahí  porque  yo  no 
pecase,  y  que  no  baste  eso  para  apartarme  de  pecar!  No  lo  per- 
mitáis, Señor,  por  esas  s?cratísimas  llagas,  no  me  desamparéis, 
mi  Dios,  pues  me  vengo  á  Vos.  Si  no,  mostradme  otro  mejor 
puerto  donde  me  pueda  guarecer.  Si  Vos  me  desamparáis,  ^qué 


BREVE   INTRODUCCIÓN  5^5 


será  de  mí?  ¿Á  dónde  iré?  ¿Quién  me  defenderá?  Ayudadme, 
Señor  Dios  mío,  y  defendedme  de  este  dragón,  pues  yo  no  pue- 
do sin  Vos.  Y  será  muy  bien  á  veces  hacer  á  mucha  priesa  la  se- 
ñal de  la  cruz  encima  del  corazón,  si  estuviere  en  parte  que  lo 
pueda  hacer  sin  nota  de  nadie.  Desta  manera  las  tentaciones  le 
serán  ocasión  de  mayor  corona  y  de  que  más  veces  al  día  levan- 
te su  corazón  á  Dios,  y  así  el  demonio  que  venía  por  lana,  vol- 
verá, como  dicen,  tresquilado.  Ésta  es,  cristiano  lector,  la  leche 
de  los  que  comienzan:  oye  agora  en  el  siguiente  capítulo  la  suma 
de  toda  esta  espiritual  doctrina., 

DE  TRES  COSAS 

QUE  DEBE  HACER 
EL  QUE  DESEA  APROVECHAR   MUCHO  EN   POCO   TIEMPO. 

n(I?L  que  quiere  en  poco  tiempo  aprovechar  mucho, mediante  la 
Wj  gracia  de  nuestro  Señor, ha  de  ser  soHcito  en  estas  tres  cosas. 

La  primera,  en  la  aspereza  y  maltratamiento  de  su  carne,  en 
la  vileza,  aspereza  y  templanza  del  comer  y  beber,  en  el  vestir, 
en  la  cama  y  en  todas  las  cosas  que  usare,  en  estar  de  rodillas,  ó 
en  pie,  ó  en  cruz,  ó  prostrado  en  la  oración,  en  tomar  discipli- 
nas, en  traer  cilicios,  en  ayunos,  y  sobre  todo,  en  las  vigilias  sane- 
tas  en  oración.  Y  en  todo  se  ha  de  mirar  que  se  aflija  la  car- 
ne y  no  se  amate  el  espíritu,  ni  se  haga  daño  la  salud  corporal. 
Y  por  esto  ha  de  ser  con  consejo  de  su  maestro  espiritual,  si  lo 
tiene,  y  si  no  lo  tiene,  de  otra  persona  muy  espiritual  y  muy  peni- 
tente y  ejemplar.  Y  porque  muy  pocos  sienten  la  perfección  sino 
como  ellos  la  obran,  si  aun  esto  no  hobiere,  ayúdese  de  su  buena 
discreción,  fundada  en  nuestro  Señor,  y  no  en  el  saber  de  la  carne, 
que  el  regalo  finge  ser  discreción,  y  vaya  experimentando  las  co- 
sas, porque  la  experiencia  con  la  oración  y  pura  intención  le  irá 
dando  lumbre  de  lo  que  debe  hacer. 

Lo  segundo  y  más  principal,  conviene  que  sea  solícito  en  la 
mortificación  interior  de  sí  mismo  y  de  sus  apetitos  y  sensuales 
inclinaciones  y  en  la  abnegación  de  su  propria  voluntad,  por  cum- 
plir la  divina  y  la  de  sus  mayores,  á  quien  debe  obediencia,  y 
de  su  maestro  espiritual,  si  lo  tiene,  y  en  el  ejercicio  de  las  virtu- 
des interiores  y  exteriores,  cuando  le  fuere  necesario,  ó  la  cari- 


526  BREVE   INTRODUCCIÓN 


dad  del  prójimo  ó  de  sí  mesmo  le  obligare,  ó  nuestro  Señor  de 
dentro  le  convidare  á  ello,  aunque  sea  sin  obligación  de  pre- 
cepto. 

Lo  tercero,  ha  de  ser  solícito  en  la  continua  oración.  Porque 
es  imposible  á  nosotros  crucificar  nuestra  carne,  y  mucho  más  im- 
posible la  mortificación  interior  y  negamiento  de  nosotros  mes- 
mos  y  el  ejercicio  de  las  virtudes  (por  ser  sobre  nuestra  natura- 
leza) sino  mediante  la  gracia  de  nuestro  Señor.  Al  cual  es  faci- 
lísimo obrar  en  nosotros  sobre  toda  naturaleza,  lo  cual  él  hará  si 
instantemente  le  pedimos.  Y  pues  somos. pobres  y  no  tenemos 
fuerzas  para  trabajar,  si  queremos  ser  ricos  de  dones  celestiales, 
necesario  nos  es  mendigar  á  quien  nunca  cesará  de  nos  dar,  si 
nosotros  no  cesáremos  de  le  pedir.  Y  por  esto,  el  que  quiere  en- 
riquecerse de  estos  dones  y  sobre  todo  poseer  á  Dios  por  gracia 
singular,  debe  tener  sus  tiempos  diputados  para  la  oración  y  á 
veces  alargarlos  (como  dicho  es)  y  andar  siempre  en  la  presencia 
del  Señor,  como  ya  dijimos. 

Estas  tres  cosas  son  las  que  principalmente  debe  procurar  el 
siervo  de  Dios,  si  quiere  ser  purísimo  y  perfectísimo  holocausto 
suyo.  Porque  guardadas  estas  tres  cosas,  queda  todo  el  hombre 
reformado  con  todas  sus  partes,  que  son,  espíritu,  ánima  y  carne. 
Porque  con  los  ayunos  y  asperezas  corporales  se  sanctifica  la 
carne,  con  la  mortificación  y  abnegación  de  todos  los  apetitos  se 
purifica  el  ánima,  y  con  la  oración  y  contemplación  se  perfeciona 
el  espíritu,  el  cual  allegándose  á  Dios,  se  hace  una  cosa  con  él, 
que  es  su  última  perfección. 

Mas  aquí  es  de  notar  que  para  la  perfección  deste  holocausto 
aun  faltan  dos  cosas,  porque  en  el  cuerpo  hay  sentidos,  y  en  el 
ánima  imaginación  y  pensamientos:  por  donde  á  estas  tres  cosas 
debemos  añadir  otras  dos,  que  son  la  guarda  de  los  sentidos,  con- 
viene saber,  de  los  ojos  y  de  los  oídos,  y  mucho  más  de  la  len- 
gua que  es  la  llave  de  todo,  y  la  guarda  del  corazón  ó  de  la  ima- 
ginación, para  que  no  ande  cerrera  y  libre  discurriendo  por  do 
quisiere,  sino  que  esté  siempre  atada  á  sanctas  consideraciones  y 
pensamientos.  Porque,  como  dice  S.  Bernardo,  no  basta  al  varón 
devoto  que  tenga  enfrenados  sus  afectos,  si  no  tiene  también  en- 
frenada y  recogida  su  imaginación. 

Y  para  reducir  todas  estas  cosas  á  alguna  orden,  has  de  tener 
muy  entendido  que  tal  quedó  por  el  pecado  el  corazón  del  hom- 


BREVE  INTRODUCCIÓN  527 


bre  para  bien  obrar,  como  la  tierra  para  fructificar.  Vemos,  pues, 
que  la  tierra  para  esto  tiene  necesidad  de  dos  cosas,  conviene 
saber,  de  agua  y  rocío  del  cielo,  y  de  trabajo  y  agricultura  del 
hombre.  Sin  estas  dos  cosas,  la  tierra  de  suyo  no  lleva  más  que 
zarzas  y  espinas.  Pues  así  has  de  entender  que  nuestro  corazón 
después  del  pecado  no  lleva  de  suyo  más  que  aquellas  espinas 
que  dice  el  Apóstol:  Manifiestas  son  las  obras  de  la  carne,  que 
son,  fornicación,  suciedad,  deshonestidad,  iras,  contiendas,  porfías, 
invidias,  discordias,  bandos,  &c.  Mas  si  ha  de  llevar  fructo  de  vida 
eterna,  ha  de  ser  con  trabajo  y  sudor  de  nuestro  rostro,  y  tam- 
bién con  agua  y  roscío  del  cielo.  Para  lo  primero  sirve  el  casti- 
go de  la  carne,  la  guarda  de  los  sentidos,  la  mortificación  de 
nuestros  apetitos  y  el  recogimiento  de  nuestra  imaginación,  que 
es  como  una  agricultura  y  labor  espiritual:  mas  para  lo  segundo 
sirven  los  Sacramentos  y  la  oración,  porque  los  Sacramentos  tie- 
nen virtud  para  dar  esta  agua  de  cielo,  que  es  la  gracia,  y  la  ora- 
ción tiene  por  oficio  pedirla,  y  así  le  correspode  por  premio  al- 
canzarla. Y  desta  manera,  entreviniendo  la  gracia  de  Dios  y  el 
trabajo  del  hombre,  da  fructo  de  bendición  esta  tierra  de  maldi- 
ción, puesto  caso  que  también  este  nuestro  trabajo  no  carece  de 
gracia,  pues  todo  lo  bueno  es  de  Dios. 

Por  do  paresce  que  la  vida  del  verdadero  y  perfecto  cristia- 
no (si  alguno  la  quisiere  abreviar)  es  continuamente  orar  y  traba- 
jar, y  por  consiguiente,  que  dos  pies  son  muy  necesarios  para  este 
camino,  uno  de  trabajo  y  otro  de  oración,  confiando  el  hombre 
en  Dios  y  trabajando  constantemente  por  su  amor,  de  tal  manera, 
que  ni  por  la  demasiada  confianza  en  Dios  se  eche  á  dormir 
(como  hacen  los  perdidos)  ni  por  la  demasiada  confianza  en  sus 
trabajos  menosprecie  el  socorro  de  la  divina  gracia  (como  hicie- 
ron los  palagianos)  sino  como  suelen  decir,  con  el  mazo  dando  y 
á  Dios  llamando. 

Por  aquí  podrá  cada  cual  entender  que  no  es  otra  cosa  la 
vida  cristiana,  sino  una  perpetua  cruz  y  una  perpetua  oración.  Y 
cuando  digo  cruz,  entiéndola  universalmente  de  todo  el  hombre 
y  de  todas  las  partes  del,  pues  todas  quedaron  por  el  pecado  li- 
siadas y  todas  tienen  necesidad  de  cuchillo  y  reformación.  De 
manera  que  es  necesaria  una  cruz  para  la  carne  y  otra  para  los 
ojos,  otra  para  los  oídos,  otra  para  la  lengua,  otra  para  los  afec- 
tos y  apetitos,  y  otra  para  la  imaginación.  Todas  estas  cruces  son 


528  BREVE  INTRODUCCIÓN 


necesarias,  y  éste  es  el  suspendió  y  la  muerte  que  ha  de  abrazar 
y  elegir  nuestra  ánima,  para  que  muerta  á  la  vida  del  primer  Adán, 
viva  vida  del  segundo.  Sin  esta  cruz  ninguna  cosa  valen  todas 
nuestras  oraciones,  sino  para  vivir  más  engañados:  de  manera  que 
ni  aprovecha  el  trabajo  sin  la  oración,  porque  no  será  durable,  ni 
la  oración  sin  el  trabajo,  porque  no  será  fructuosa.  Con  estas  dos 
virtudes  seremos  templo  vivo  de  Dios,  que  tenía  dos  lugares,  uno 
de  sacrificio  y  el  otro  de  oración.  Con  éstas  iremos  al  monte  de 
la  mirra  y  al  collado  del  encienso,  subiendo  por  el  collado  al  mon- 
te, esto  es,  por  la  dulzura  de  la  oración  á  la  amargura  de  la  mor- 
tificación. 


FIN  DE  ESTA  INTRODUCCIÓN. 


SIGÚESE  UN  BREVE  TRATADO 

DE  LA  GUARDA  DE 

LOS  TRES  VOTOS  DE  LA  RELIGIÓN 

COMPUESTO  POR 

EL  R.  P.  F.  HIERÓNIMO  DE  FERRARA 

Y   DIRIGIDO 

A  UNA  Señora   que  quería  entrar  en  religión 


PROLOGO  BREVE  SOBRE  ESTE  TRATADO 


UNQUE  este  tratado,  cristiano  lector,  señaladamente 
pertenezca  á  Religiosos  (cuyos  son  estos  tres  votos 
de  que  aquí  se  trata)  pero  también  se  pueden  apro- 
vechar de  él  en  su  manera  todos  los  que  desean  alcanzar  la  per- 
fección de  la  vida  cristiana,  aunque  no  sean  Religiosos.  Porque 
también  éstos  son  obligados  á  guardar  la  castidad  que  pide  la 
condición  de  su  estado,  que  es  la  virginal,  ó  vidual,  ó  conyugal. 
También  son  obligados  á  guardar  obediencia  á  Dios  y  á  sus  ma- 
yores, como  son  los  señores,  los  padres,  los  maridos  y  los  per- 
lados. Y  la  pobreza,  aunque  no  sean  obligados  á  guardarla  como 
los  Religiosos,  mas  deben  amarla  y  procurarla,  y  despedir  de  sí 
el  amor  de  todas  las  cosas  terrenas,  para  que  así  no  haya  cosa 
que  tire  por  su  corazón  y  lo  aparte  de  Dios.  Por  do  paresce  que 
á  todos  los  tales  será  provechosa  la  lición  deste  maravilloso  tra- 
tado, aunque  no  sean  Religiosos. 


ÓBfeAS  DE  GRANADA  X-S4 


530  TRATADO  DEL  P.  F.  HIERÓNIMO  FERRARA 


SÍGUESE  EL  TRATADO 

DE  LOS  TRES  VOTOS  DE  LA  RELIGIÓN 

compuesto  por  Fray  Hierónimo  de  Ferrara. 

Cabiendo  sabido  yo,  carísima  mía  en  el  Señor,  el  deseo  que 
tenéis  de  desamparar  la  vanidad  del  siglo  y  seguir  la  ver- 
dad del  eterno  Esposo... 

Véase  este  7nismo  tomo,  de  la  página  i8j  á  la  igz,  donde  se  ha- 
llará íntegro  este  Tratado  de  los  Votos, 

DOCTRINA  DEL  MISMO  P.  F.  HIERÓNIMO 

Á  otra  noble  señora. 

§OBRE  todas  las  cosas  amad  á  Dios  de  todo  corazón,  y  procu- 
rad su  honra  con  mayor  cuidado  que  la  salud  de  vuestra  áni- 
ma. Trabajad  con  toda  diligencia  por  purificar  la  consciencia  con 
la  frecuente  confesión.  Quitad  el  amor  de  las  cosas  terrenas.  Co- 
mulgad á  menudo  con  toda  devoción.  No  os  tengáis  por  mejor 
que  alguna  otra  criatura,  cuanto  quier  que  sea  pecadora,  sino  por 
peor.  No  juzguéis  mal  de  nadie,  sino  siempre  bien.  Vivid  en  todo 
silencio.  Huid  de  compañías  y  convites  profanos.  Estad  solitaria 
cuanto  sea  posible  á  vuestro  estado.  Palabras  de  murmuración,  ó 
detracción,  ó  de  escarnio,  ó  de  donaires,  ó  ociosidad,  sean  lejos  de 
vuestros  oídos,  y  mucho  más  de  vuestra  boca.  Orad  á  menudo,  ó 
contemplad  á  cada  hora.  Trabajad  por  tener  en  toda  paz  vuestra 
familia.  No  parezca  en  vuestras  palabras  ni  meneos  alguna  re- 
punta de  soberbia.  No  seáis  muy  familiar  para  con  vuestros  sub- 
ditos, sino  usad  con  ellos  de  una  mansa  gravedad.  Dad  á  todos 
ejemplo  de  buena  vida.  Reprehended  caritativamente  á  los  que 
yerran,  y  exhortad  á  todos  á  bien  obrar.  Amad  la  castidad  en 
vuestra  casa,  y  mucho  más  en  los  de  más  tierna  edad.  Mostraos 
muy  enemiga  de  la  deshonestidad,  reprehendiendo  ásperamente 
todo  linaje  de  palabra,  ó  de  obra,  ó  de  vestido  menos  honesto. 
No  seáis  parcial  en  repartir  las  cosas,  sino  según  la  calidad  y  méri- 
tos de  cada  uno.  Sed  piadosa  para  con  los  pobres  y  ayudadlos  cuan- 


TRATADO  DEL  P.  F.  HIERONIMO  FERRARA  53  I 


to  sea  posible,  porque  esto  es  muy  agradable  á  Dios.  Mostraos  afa- 
ble á  todos,  mayormente  á  las  personas  miserables,  y  hacedles 
todo  el  bien  que  pudiéredes.  En  las  prosperidades  sed  humilde 
de  corazón;  y  en  las  adversidades  paciente.  Rogad  continuamente 
á  Dios  que  os  enseñe  á  hacer  su  voluntad,  y  crecer  de  virtud  en 
virtud,  y  responder  á  sus  inspiraciones,  porque  la  unción  del  Es- 
píritu Sancto  os  enseñará  muchas  cosas.  Y  particularmente  ro- 
gad por  la  perseverancia,  viviendo  siempre  en  temor  y  trayen- 
do siempre  á  Dios  ante  los  ojos.  Renovad  de  día  en  día  los  bue- 
nos propósitos,  y  trabajad  por  rumiar  siempre  alguna  cosa  de- 
vota, cuando  coméis,  y  cuando  trabajáis,  y  cuando  camináis:  y  fi- 
nalmente en  cualquier  lugar  y  tiempo  buscad  secretamente  en 
vuestro  corazón  al  buen  Jesú,  y  no  se  caiga  jamás  de  vuestra 
memoria  su  pasión  y  encarnación.  Porque  cuanto  más  frecuen- 
táredes  esta  contemplación,  tanto  más  os  será  dulce  y  tanto  ma- 
yores consolaciones  recibiréis  de  Dios,  y  alcanzaréis  mucho  de  sus 
secretos  (los  cuales  .no  puede  entender  ni  gustar  la  sabiduría 
mundana)  y  sentiréis  en  el  corazón  un  continuo  ardor  del  fuego 
de  la  caridad  y  un  deseo  grande  de  veros  fuera  deste  mundo  y 
estar  con  Dios,  que  vive  y  reina  en  los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 

SÍGUESE  UNA  DEVOTÍSIMA  ORACIÓN 

en  la  cual  se  ejercitan  los  actos  de  muchas  nobilísimas  virtudes, 
y  especialmente  del  amor  de  Dios. 

PREÁ^ffiULO  PARA  ANTES  DESTA  ORACIÓN 
De  la  preparación  y  ánimo  con  que  se  ha  de  hacer, 

fUANDO  te  asentares  (dice  el  Sabio)  á  la  mesa  del  poderoso,  di- 
ligentemente considera  lo  que  se  te  pone  delante,  para 
que  por  ahí  entiendas  lo  que  por  tu  parte  debes  aparejar.  Pues 
conforme  á  este  documento,  el  que  se  llega  á  tratar  con  Dios 
en  !a  oración,  ponga  primero  los  ojos  en  el  Señor  con  quien  va 
á  tratar,  y  considere  atentamente  quién  Él  es:  porque  tal  cora- 
zón y  tales  afectos  conviene  que  tenga  para  con  Él,  cual  es  el 
que  aUí  se  le  pone  delante.  Levante,  pues,  húmilmente  los  ojos 
á  lo  alto,  y  mírelo  asentado  en  el  trono  de  su  Majestad  sobre  todo 


532  PREÁMBULO 


lo  criado,  y  considere  cómo  Él  es  el  que  tiene  en  su  vestidura 
y  en  su  muslo  escrito,  Rey  de  los  reyes  y  Señor  de  los  señores: 
y  también  cómo  Él  es  infinitamente  perfecto,  hermoso,  glorioso, 
bueno,  misericordioso,  justo,  terrible  y  admirable:  y  cómo  tam- 
bién es  benignísimo  padre,  y  liberalísirao  bienhechor,  y  clementí- 
simo Redemptor  y  Salvador. 

Y  después  que  así  le  hubiere  mirado,  entienda  luego  con  qué 
virtudes  y  afectos  debe  por  su  parte  corresponder  á  estos  títulos: 
y  hallará  que  por  la  parte  que  es  Dios,  meresce  ser  adorado:  por 
la  que  es  infinitamente  perfecto  y  glorioso,  alabado:  por  la  que 
es  bueno  y  hermoso,  amado:  por  la  que  es  terrible  y  justo,  temi- 
do: por  la  que  es  Señor  y  Rey  de  todas  las  cosas,  obedescido:  por 
razón  de  sus  beneficios  meresce  infinitas  bendiciones  y  gracias,  y 
por  ser  nuestro  Criador  y  Redemptor  meresce  que  le  ofrezcamos 
todo  lo  que  somos,  pues  todo  es  suyo:  y  por  ser  nuestro  ayuda- 
dor y  Salvador,  conviene  que  á  El  solo  pidamos  el  remedio  de 
todas  nuestras  necesidades.  Estos  y  otros  semejantes  actos  de 
virtudes  debe  la  criatura  racional  á  estos  títulos  y  grandezas  de 
su  Criador:  de  manera  que  á  su  divinidad  se  debe  adoración,  á 
sus  perfecciones  alabanza,  á  sus  beneficios  agradescimiento,  á  su 
bondad  amor,  á  su  justicia  temor,  á  su  misericordia  esperanza, 
al  señorío  de  su  Majestad  obediencia,  á  la  posesión  de  todas  las 
cosas,  que  todo  se  le  ofrezca,  y  al  oficio  continuo  de  ayudar  y 
perdonarnos,  que  todo  se  le  pida. 

Éstas  son  las  virtudes  y  éstos  los  afectos  con  que  de  nuestra 
parte  habernos  de  corresponder  y  honrar  á  este  Señor,  que  así 
como  es  todas  las  cosas,  así  quiere  ser  venerado  y  acatado  con 
todos  estos  afectos  y  sentimientos.  Los  cuales  aunque  virtualmen- 
te  se  ejerciten  y  entrevengan  en  todas  las  obras  que  se  hacen  por 
su  amor,  pero  señaladamente  se  ejercitan  en  la  oración:  y  ésta 
es  una  de  las  mayores  excelencias  que  ella  tiene,  que  haciéndo- 
se como  conviene,  entrevengan  en  ella  los  actos  de  todas  estas  no- 
bilísimas virtudes,  fe,  esperanza,  caridad,  humildad,  religión,  te- 
mor de  Dios,  y  otras  tales,  como  claramente  se  verá  en  la  ora- 
ción siguiente  (que  todo  esto  contiene)  la  cual  por  eso  convie- 
ne que  sea  muy  estimada  y  con  mucha  devoción  y  sosiego  ejer- 
citada. 

Y  porque  el  justo  al  principio  es  acusador  de  sí  mismo,  y  la 
puerta  primera  para  entrar  á  Dios  es  la  penitencia  y  la  humildad, 


PREÁNffiULO  533 


debe  el  hombre  antes  que  la  comience,  rezar  devotamente  la  con- 
fesión general,  ó  alguno  de  los  siete  Psalmos  Penitenciales:  y  esto 
hecho,  comience  su  oración,  rezando  también  los  pedazos  de  psal- 
mos que  en  ella  son  apuntados,  si  en  esto  hallare  devoción. 

SÍGUESE  LA  ORACIÓN. 

§H  mi  Dios  y  todas  las  cosas!  ¡  Oh  mi  Dios  y  todas  las  cosasl 
¡Oh  mi  Dios  y  todas  las  cosas!  Vos  sois  mi  Dios,  mi  criador, 
mi  gobernador,  mi  redemptor,  mi  salvador,  centro  y  esposo  de 
mi  ánima,  y  mi  último  fin.  Vos  sois  mi  padre,  y  mi  madre,  y  mi 
rey,  y  mi  señor,  y  mi  pastor,  y  mi  médico,  y  mi  maestro,  y  mi 
defensor,  y  todas  las  cosas.  Vos  sois  todo  mi  tesoro,  mi  heredad, 
mi  esperanza,  mi  riqueza,  mi  paz,  mi  gloria,  mi  sabiduría,  mi  ale- 
gría, y  todo  cuanto  más  se  puede  desear. 

Por  tanto.  Señor  mío,  á  Vos  primeramente  adoro  con  la  más 
profunda  humildad  y  reverencia  que  puedo,  y  con  aquella  ado- 
ración de  latría  que  á  Vos  solo  se  debe,  y  no  á  criatura  alguna, 
de  la  manera  que  os  adoran  las  dominaciones  del  cielo  y  todas 
las  criaturas  del  mundo:  las  cuales  aunque  no  os  conozcan,  toda- 
vía no  pueden  cada  cual  en  su  manera  dejar  de  adorar  el  sceptro 
de  vuestra  divinidad  y  reconoscer  vuestra  grandeza:  porque  Vos 
solo  sois  Dios  de  los  dioses,  Rey  de  los  reyes.  Señor  de  los  se- 
ñores y  Cosa  de  las  cosas.  Vos  sois  Alfa  y  Omega,  que  es,  el  prin- 
cipio y  el  fin  de  todas  las  cosas,  y  principio  sin  principio  y  fin  sin 
fin  de  todas  ellas.  Vos  sois  el  que  solo  sois,  porque  todas  las  otras 
cosas  (por  altísimas  que  sean)  tienen  el  ser  imperfecto,  dependien- 
te y  como  emprestado:  mas  el  vuestro  es  sumo,  perfecto,  univer- 
sal y  que  de  nadie  depende  sino  de  solo  Vos.  Por  lo  cual  con  mu- 
cha razón  se  dice  que  Vos  solo  sois  el  que  sois,  y  que  todo  lo  criado 
no  tiene  ser  delante  de  Vos.  Pues,  oh  Señor  Dios  de  las  virtudes  (co- 
mo dice  vuestro  Profeta)  ¿quién  será  semejante  á  Vos?  Poderoso 
sois,  Señor,  y  vuestra  bondad  está  al  derredor  de  Vos.  Vos  tenéis 
señorío  sobre  la  mar,  y  Vos  amansáis  el  movimiento  de  sus  olas. 
Vos  humillastes  y  heristes  al  soberbio,  y  con  el  brazo  de  vuestra 
virtud  desbaratastes  vuestros  enemigos.  Vuestros  son  los  cielos  y 
vuestra  la  tierra:  la  redondez  de  la  tierra  con  todas  las  cosas  de 
que  está  poblada.  Vos  la  fundastes:  la  mar  y  el  viento  Aquilón 
que  la  levanta.  Vos  los  criastes.  El  monte  Tabor  y  Hermón  en 


534  ORACIÓN  DEVOTÍSIMA 


vuestro  nombre  se  alegrarán,  y  solo  vuestro  brazo  es  el  podero- 
so. Pues  confesando  yo,  Señor,  todas  estas  maravillas  y  grande- 
zas, prostrado  ante  vuestro  divino  acatamiento,  con  toda  la  hu- 
mildad que  me  es  posible,  os  adoro  como  os  adoran  todos  aque- 
llos espíritus  bienaventurados  que  derribados  ante  el  trono  de 
vuestra  Majestad  y  poniendo  sus  coronas  ante  vuestros  pies,  os 
adoran  y  reverencian,  confesando  que  todo  lo  que  tienen  es  de 
Vos.  Pues  así  yo,  la  más  vil  de  todas  las  criaturas,  mil  veces  os 
reverencio  y  adoro,  confesando  que  Vos  sois  mi  verdadero  Dios 
y  Señor,  y  que  todo  lo  que  soy,  vivo,  tengo  y  espero,  es  todo 
vuestro:  y  así  pido  á  todas  las  criaturas  que  ellas  también  junta- 
mente comigo  os  alaben  y  adoren,  y  así  las  llamo  y  convido  á 
esto  con  aquel  cántico  de  vuestro  Profeta,  que  dice:  Venid,  y  ale- 
grémonos delante  el  Señor,  y  cantemos  á  Dios  nuestro  Salvador, 
presentémonos  ante  su  cara  confesando  su  gloria,  y  con  psalmos 
le  alabemos.  Porque  nuestro  Dios  es  gran  Señor  y  Rey  grande 
sobre  todos  los  dioses,  porque  no  desechará  el  Señor  su  pueblo,  ca 
en  su  mano  están  todos  los  fines  de  la  tierra,  y  las  alturas  de  los 
montes  su3''as  son.  Suyo  es  tan.bién  el  mar,  y  Él  lo  hizo,  y  la  tie- 
rra también  fundaron  sus  manos.  Venid,  pues,  y  adoremos  al  Se- 
ñor, y  prostrémonos  y  lloremos  delante  del,  porque  Él  es  nuestro 
Señor  Dios,  y  nosotros  somos  su  pueblo  y  ovejas  de  su  ma- 
nada. 

También,  Señor  mío,  os  bendigo  y  alabo,  porque  á  Vos  solo 
pertenesce  el  himno  y  la  alabanza  en  Sión:  pues  Vos  solo  sois 
piélago  de  todas  las  perfecciones"  y  un  mar  de  sabiduría,  de  om- 
nipotencia, de  riquezas,  de  grandeza,  de  hermosura,  de  suavidad, 
de  majestad,  de  eternidad,  en  quien  están  todas  las  perfecciones 
y  hermosuras  de  cuantas  criaturas  hay  en  el  cielo  y  en  la  tierra 
en  sumo  grado  de  perfección:  en  cu3'a  comparación  toda  hermo- 
sura es  fealdad,  toda  riqueza  es  pobreza,  todo  poder  es  flaqueza, 
toda  sabiduría  es  ignorancia  y  toda  dulzura  amargura,  y  final- 
mente todo  cuanto  en  el  cielo  y  en  la  tierra  resplandesce,  no  luce 
tanto  delante  de  Vos  cuanto  una  pequeña  candelica  delante 
del  sol. 

Pues  por  tal.  Señor,  os  confieso  y  por  tal  os  alabo,  y  glorifico 
vuestro  sancto  nombre,  y  por  tal  pido  á  todos  los  ángeles  del 
cielo  que  os  canten  dignas  alabanzas  y  suplan  en  esta  parte 
mis   faltas,   diciendo  con  el  Profeta:  Laúdate  Dominum  de  cce- 


ORACIÓN  DEVOTÍSIMA  535 


h's,  laúdate  eiim  in  excehis.  Laúdate  eum  omnes  angelí  ejus,  laú- 
date erim  omnes  virtutes  ejus,  &=c. 

También,  Señor,  os  doy  gracias  por  todos  los  beneficios  y 
mercedes  que  me  habéis  hecho  dende  el  día  que  fui  concebido 
hasta  este  día  de  hoy,  y  por  el  amor  que  dende  ah  alterno  me  tu- 
vistes,  cuando  dende  entonces  determinastes  de  criarme,  y  rede- 
mirme,  y  hacerme  vuestro,  y  darme  todo  lo  que  hasta  agora  me 
habéis  dado,  pues  todo  cuanto  tengo  y  espero,  es  vuestro.  Vues- 
tro es  mi  cuerpo  con  todos  sus  miembros  y  sentidos,  vuestra  mi 
ánima  con  todas  sus  habilidades  y  potencias,  vuestras  todas  las  ho- 
ras y  momentos  que  hasta  aquí  he  viv^ido,  vuestras  las  fuerzas  y 
la  salud  que  rae  habéis  dado,  vuestro  el  cielo  y  la  tierra  que  me 
sustentan,  vuestro  el  sol,  y  la  luna,  y  las  estrellas,  y  los  campos, 
y  las  aves,  y  los  pesces,  y  los  animales,  y  todas  las  criaturas  que 
por  vuestro  mandamiento  me  sirven.  Todo  esto.  Señor  mío,  es 
vuestro,  y  por  ello  os  doy  todas  cuantas  gracias  os  puedo  dar:  pero 
mucho  mayores  os  las  doy,  porque  Vos  quisistes  ser  mío,  pues 
todo  os  ofrescistes  y  expendistes  en  mi  remedio,  pues  para  mí  os 
vestistes  de  carne,  para  mí  nascistes  en  un  establo,  para  mí  fuis- 
tes  reclinado  en  un  pesebre,  para  mí  envuelto  en  pañales,  para 
mí  fuistes  circuncidado  al  octavo  día,  para  mí  desterrado  en  Egip- 
to, para  mí  en  tantas  maneras  tentado,  y  perseguido,  y  maltrata- 
do, y  azotado,  y  coronado,  y  deshonrado,  y  sentenciado  á  muer- 
te, y  en  una  cruz  enclavado.  Para  mí   ayunastes,  y  orastes,  y 
velastes,  y  llorastes,  y  caminastes,  y  padescistes  los  mayores  tor- 
mentos y  deshonras  que  se  padescieron  jamás.  Para  mí  ordenastes 
y  confeccionastes  las  medicinas  de  vuestros  sacramentos  con  el 
licor  de  vuestra  sangre,  y  señaladamente  el  mayor  de  los  sacra- 
mentos, que  es  el  de  vuestro  sanctísimo  Cuerpo,  donde  estáis  Vos, 
mi  Dios,  para  mi  reparo,  para  mi  mantenimiento,  para  mi  esfuer- 
zo, para  mis  deleites,  para  mi  esperanza  y  para  prenda  y  testi- 
monio de  vuestro  amor.  Por  todo  esto  os  doy  infinitas  gracias,  y 
ruego  á  todas  las  criaturas   que  pues  todas  ellas  son  beneficios 
vuestros,  todas  me  ayuden  á  dároslas  dignamente.  Y  así  i>ara 
esto  las  llamo  y  convido  con   aquel  cántico   que  aquellos  tres 
sanctos  mozos  en  medio  de  las  llamas  del  horno  de  Babilonia  os 
cantaban,  diciendo:  Benedicite  ojunia  opera  Domini  Domino^  laú- 
date &>  snperexaltate  eum  in  sopcula.  Benedicite  angelí  Domini  Do- 
mino, benedicite  coeli  Domino. 


536  ORACIÓN  DEVOTÍSIMA 


Y  si  tan  debido  es  el  amor  á  los  bienhechores  por  razón  de 
los  beneficios,  si  cada  beneficio  es  como  un  tizón  y  un  incenti- 
vo de  amor,  y  si  según  la  muchedumbre  de  la  leña,  así  es  gran- 
de el  fijego  que  se  enciende  en  ella,  ¿  qué  tan  grande  ha  de  ser  el 
fuego  de  amor  que  ha  de  arder  en  mi  corazón,  si  tanta  es  la  leña 
de  vuestros  beneficios  y  tantos  los  incentivos  que  tengo  de  amor? 
Si  todo  este  mundo  visible  y  invisible  es  para  mí  beneficios 
vuestros,  ,jqué  tan  grande  es  razón  que  sea  la  llama  de  amor  que 
se  ha  de  levantar  dellos?  Especialmente  no  sólo  os  debo  yo  amor 
por  esto,  sino  también  porque  en  Vos  solo  se  hallan  todas  las 
razones  y  causas  de  amor  que  hay  en  todas  las  criaturas,  todas  en 
sumo  grado  de  perfección.  Porque  si  por  bondad  va,  ¿  quién  más 
bueno  que  Vos?  Si  por  hermosura  va,  <í  quién  más  hermoso  que 
Vos?  Si  por  suavidad  y  benignidad  va,  <i quién  más  suave  y  más 
benigno  que  Vos?  Si  por  amistad  va,  ¿quién  más  nos  amó  que  el 
que  tanto  por  nosotros  padesció  ?  Si  por  beneficios  va,  ¿  cuyo  es 
todo  lo  que  tenemos  sino  vuestro?  Si  por  esperanza  va,  ¿de  quién 
esperamos  todo  lo  que  nos  falta  sino  de  vuestra  misericordia?  Si 
los  padres,  y  las  madres,  y  los  esposos,  y  los  hermanos,  y  los  ami- 
gos son  amados,  ¿á  quién  más  de  verdad  pertenecen  todos  estos 
títulos  que  á  Vos?  Ámeos  pues  yo.  Señor,  con  toda  mi  ánima,}' 
con  todas  mis  entrañas,  y  con  todas  mis  fuerzas,  y  diga  yo  de 
todo  mi  corazón  con  vuestro  Profeta:  Diliganí  te,  Domine,  forti- 
iudo  mea:  Dominiis  firmamenUim  meiim  &=  refugiiim  menm  &> 
Uherator  meus:  Deus  meus  adjntor  meus,  &>  speraho  in  eum.  Pro- 
tector meus  6^  cornu  sahitis  mece  &>  susceptor  meus. 

Y  no  sólo  me  obliga  todo  esto  á  amaros,  sino  también  á  po- 
ner toda  mi  esperanza  en  solo  Vos.  Porque  ¿  en  quién  tengo  yo 
de  esperar,  sino  en  quien  tanto  me  ama,  y  en  quien  tanto  bien  me 
ha  hecho,  y  en  quien  tanto  por  mí  ha  padescido,  y  en  quien  tan- 
tas veces  me  ha  llamado,  y  esperado,  y  sufrido,  y  perdonado,  y 
librado  de  tantos  males?  ¿En  quién  tengo  yo  de  esperar  sino  en 
Aquél  que  es  infinitamente  misericordioso,  piadoso,  amoroso,  be- 
nigno, sufridor  y  perdonador?  ¿En  quién  tengo  yo  de  esperar 
sino  en  Aquél  que  es  mi  padre,  y  padre  todopoderoso,  padre 
para  amarme  y  poderoso  para  remediarme,  padre  para  querer- 
me bien  y  poderoso  para  hacerme  bien,  el  cual  tiene  mayor  cui- 
dado y  providencia  de  sus  espirituales  hijos  que  ningún  padre 
carnal  de  los  suyos  ?  ¿En  quién,  finalmente,  tengo  yo  de  esperar 


ORACIÓN  DEVOTÍSIMA  537 


sino  en  Aquél  que  cuasi  en  todas  sus  Escripturas  ninguna  cosa 
hace  sino  mandarme  que  me  llegue  á  Él  y  espere  en  El,  y  pro- 
meterme mil  cuentos  de  favores  y  mercedes  si  así  lo  hiciere,  dán- 
dome en  prendas  de  todo  esto  su  verdad  y  palabra,  los  benefi- 
cios hechos,  y  los  tormentos  padescidos,  y  la  sangre  derramada 
en  confirmación  desta  verdad?  Pues  ¿qué  no  esperaré  yo  de  un 
Dios  tan  bueno  y  tan  verdadero,  de  un  Dios  que  tanto  me  amó, 
que  se  vistió  de  carne  por  mí,  y  sufrió  azotes  y  repelones  y  bo- 
fetadas por  mí,  y  finalmente  de  un  Dios  que  se  dejó  morir  en 
una  cruz  por  mí,  y  se  encerró  en  una  hostia  consagrada  por  mí? 
¿  Cómo  huirá  de  mí  cuando  lo  buscare,  el  que  me  buscó  cuando 
yo  le  huía?  ¿Cómo  me  negará  el  perdón  cuando  se  lo  pidiere,  el 
que  me  lo  meresció  cuando  yo  no  lo  pedía?  ¿Cómo  me  negará 
el  remedio  cuando  ya  no  le  cuesta  nada,  el  que  me  lo  procuró 
cuando  tanto  le  costaba?  Pues  por  todas  estas  razones  confiada- 
mente esperaré  yo  en  Él,  y  con  el  sancto  Profeta  en  medio  de 
todas  mis  tribulaciones  y  necesidades  esforzadamente  cantaré:  Do- 
minus  illmninatio  viea  et  salus  mea,  quem  timebo?  Dommus  pro- 
tector vitce  mea,  a  quo  trepidaba?  Si  consistant  adversum  me  castra, 
non  timebit  cor  meum.  Si  exurgat  adversum  me  proslium,  in  hoc  ego 
sperabo.  Y  finalmente,  con  el  mismo  también  diré:  In  pace  in  idip- 
sum  dormiam  et  requiescam:  qiioniam  tu  Domine  singulariter  in 
spe  consiituisti  me. 

Mas  porque  la  esperanza  y  el  amor  no  están  seguros  sin  te- 
mor, témaos  también.  Señor,  mi  alma  y  mi  corazón:  pues  en  Vos 
(que  sois  todas  las  cosas)  no  menos  hay  razón  para  ser  temido 
que  amado  y  esperado.  Porque  como  sois  infinitamente  miseri- 
cordioso, así  sois  infinitamente  justo,  y  así  como  son  innumera- 
bles las  obras  de  vuestra  misericordia,  así  lo  son  también  las  de 
vuestra  justicia,  y  (lo  que  más  es  para  temer)  sin  comparación 
son  muchos  más  los  vasos  de  ira  que  los  de  misericordia,  pues 
tantos  son  los  condenados,  y  tan  pocos  los  escogidos.  Témaos 
yo  pues,  Señor,  por  la  grandeza  desta  justicia,  y  por  la  profun- 
didad de  vuestros  juicios,  y  por  la  alteza  de  vuestra  majestad,  y 
por  la  inmensidad  de  vuestra  grandeza,  y  por  la  muchedumbre 
de  mis  pecados  y  atrevimientos,  y  sobre  todo  por  la  resistencia 
continua  de  vuestras  inspiraciones.  Témaos  pues  yo,  y  trema 
delante  de  Vos,  ante  cuyo  acatamiento  tremen  las  potestades  y 
tiemblan  las  columnas  del  cielo  y  toda  la  redondez  de  la  tierra. 


53^  ORACIÓN  DEVOTÍSIMA 


Y  así  prostrado  ante  la  presencia  de  tan  grande  Majestad,  canta- 
ré con  el  Profeta  diciendo:  Domine,  ne  in  furore  tuo  argtias  me, 
ñeque  in  ira  ttia  corripias  me.  Miserere  mei,  Domine,  quoniam  in- 
firmus  sum,  &=c. 

Y  así  como  por  todas  estas  razones  os  debo  yo  temor  y  re- 
verencia, así  también  por  ellas  y  por  otras  os  debo  obediencia: 
porque  vos  sois  mi  rey,  mi  señor  y  mi  emperador,  á  quien  el 
cielo  y  la  tierra,  la  mar  y  todas  las  otras  criaturas  obedescen,  y 
cuyos  mandamientos  y  leyes  hasta  agora  han  guardado,  y  guar- 
darán para  siempre.  Pues  obedézcaos  yo,  Señor,  más  que  todas 
éstas,  pues  os  soy  más  obligado  que  ellas:  obedézcaos  yo.  Rey 
mío  y  Señor  mío,  y  guarde  enteramente  todas  ^  uestras  leyes  san- 
ctísimas.  Reinad  vos,Señor,en  mí,  y  no  reine  más  en  mí  el  mundo, 
ni  el  príncipe  deste  mundo,  ni  mi  carne,  ni  mi  propria  voluntad, 
sino  la  vuestra.  Vayan  fuera  de  mí  todos  estos  tiranos,  usurpa- 
dores de  vuestra  silla,  ladrones  de  vuestra  gloria,  pervertedores 
de  vuestra  justicia,  y  solo  Vos,  Señor,  mandad  y  ordenad,  y  Vos 
solo  y  vuestro  sceptro  sea  reconoscido  y  obedescido,  para  que 
así  se  haga  vuestra  voluntad  en  la  tierra  como  se  hace  en  el  cie- 
lo. ¡Oh,  cuándo  será  este  dial  ¡Oh,  cuándo  me  veré  libre  destos 
tiranos!  ¡Oh,  cuándo  no  se  oirá  en  mi  ánima  otra  voz  sino  la  vues- 
tra! ¡Oh,  cuándo  estarán  tan  rendidas  las  fuerzas  y  lanzas  de  mis 
enemigos,  que  no  haya  contradicción  en  mí  para  el  cumplimien- 
to de  vuestra  sancta  voluntad!  i  Cuándo  estará  tan  sosegado  este 
mar,  cuándo  tan  sereno  y  escombrado  este  cielo,  cuándo  tan  aca- 
lladas y  mortificadas  mis  pasiones,  que  no  haya  onda,  ni  nube, 
ni  clamor,  ni  otra  alguna  perturbación  que  altere  esta  paz  y  obra, 
y  que  impida  este  vuestro  reino  en  mí?  ¡Oh,  cuándo  vendrá  este 
día!  ¡Oh,  si  será!  ¡  Oh,  si  le  veré  jamás!  Dadme  vos.  Señor,  esta 
obediencia,  ó  por  mejor  decir,  dadme  este  señorío  sobre  mi  co- 
razón, para  que  de  tal  manera  me  obedezca  él  á  mí,  que  del  todo 
lo  subjecte  yo  á  Vos,  y  puesto  en  esta  subjección,  diga  de  todo 
mi  corazón  con  el  Profeta:  Legeni  pone  mihi.  Domine,  viam  justifi- 
cationum  tuarum,  &=  exquiram  eam  semper,  &^c, 

Y  así  como  estoy  obligado  á  obedesceros,  así  también  lo  es- 
toy para  entregarme  y  ofrecerme  á  Vos  y  resignarme  en  vues- 
tras manos,  pues  soy  todo  vuestro,  y  vuestro  por  tantos  y  tan 
justos  títulos:  vuestro,  porque  me  criastes  y  distes  este  ser  que 
tengo:    vuestro,   porque  me   conserváis   en   él  con  los   benefi- 


ORACIÓN  DEVOTÍSIMA  539 


dos  y  regalos  de  vuestra  providencia:  vuestro,  porque  me  sacas- 
tes  de  captivo  y  me  comprastes,  no  con  oro  ni  plata,  sino  con 
vuestra  sangre:  y  vuestro,  porque  tantas  otras  veces  me  habéis 
redemido,  cuantas  me  habéis  sacado  de  pecado.  Pues  si  por  tan- 
tos títulos  soy  vuestro,  y  si  Vos  por  tantos  títulos  sois  mi  rey,  mi 
señor  y  mi  redemptor  y  mi  librador,  aquí  os  vuelvo  á  entregar 
vuestra  hacienda,  que  soy  yo:  aquí  me  ofrezco  por  vuestro  es- 
clavo y  captivo,  aquí  os  entrego  las  llaves  y  homenaje  de  mi  vo- 
luntad, para  que  ya  de  aquí  adelante  no  sea  más  mío  ni  de 
nadie,  sino  vuestro:  para  que  ya  no  viva  para  mí  sino  para  Vos, 
ni  haga  más  mi  voluntad  sino  la  vuestra,  de  tal  manera  que  ni 
coma,  ni  beba,  ni  duerma,  ni  haga  otra  cosa  que  no  sea  según 
Vos  y  para  Vos.  Aquí  me  presento  á  Vos  para  que  dispongáis  de 
mí  como  de  hacienda  vuestra  á  vuestra  voluntad.  Si  queréis  que 
viva,  que  muera,  que  esté  sano,  que  enfermo,  que  rico,  que  po- 
bre, que  honrado,  que  deshonrado,  para  todo  me  ofrezco  y  resig- 
no en  vuestras  manos  y  me  desposeo  de  mí,  para  que  no  sea  ya 
más  mío,  sino  vuestro:  para  que  lo  que  es  vuestro  por  justicia, 
lo  sea  también  por  mi  voluntad.  Y  así  me  ofrezco  todo  á  Vos  con 
el  Profeta,  diciendo:  /«  manus  Uias,  Domine,  covimendo  spiriUnn 
meum:  redemiste  me,  Domine  Deus  veritatis. 

Mas  porque  nada  desto  puedo  3^0  cumplir  sin  Vos,  porque 
es  tan  grande  mi  pobreza,  mi  flaqueza,  mis  miserias  y  mi  inha- 
bilidad, que  ni  puedo  dar  un  paso,  ni  abrir  la  boca  y  decir  dig- 
namente Jesús  sin  Vos:  por  tanto.  Señor,  húmilmente  me  derribo 
á  vuestros  pies  y  os  pido  misericordia  y  favor.  Porque  á  Vos 
solo  pertenesce  ser  ayudador  de  los  hombres  y  dador  de  todos 
los  bienes,  ni  hay  en  el  mundo  otro  Dios  justo  3^  Salvador  sino 
Vos:  por  eso  vengo  á  Vos  á  suplicaros  primeramente  me  otor- 
guéis perdón  de  mis  pecados  3'  verdadera  contrición  y  confesión 
de  todos  ellos,  3^  me  deis  gracia  para  que  no  os  ofenda  más  en 
ellos  ni  en  otros:  y  señaladamente  os  pido  virtud  para  castigar 
mi  carne,  enfrenar  mi  lengua,  mortificar  los  apetitos  de  mi  co- 
razón 3^  recoger  los  pensamientos  de  mi  imaginación,  para  que 
estando  yo  así  todo  renovado  3'  reformado,  merezca  ser  templo 
vivo  3^  morada  vuestra.  Dadme  también  todas  aquellas  virtudes 
con  que  sea  no  sólo  purificada,  sino  también  adornada  esta  mo- 
rada vuestra:  que  son,  temor  de  vuestro  sancto  nombre,  firmí- 
sima esperanza,  profundísima  humildad,  perfectísima  paciencia, 


540  ORACIÓN  DEVOTÍSIMA 


clara  discreción,  pobreza  de  espíritu,  perfecta  obediencia,  conti- 
nua fortaleza  y  diligencia  para  todos  los  trabajos  de  vuestro  ser- 
vicio, y  sobre  todo  ardentísima  caridad  para  con  mis  prójimos 
y  para  con  Vos. 

PETICIÓN  ESPECIAL  DEL  AMOR  DE  DIOS. 

,H  buen  Jesú,  oh  vida  de  mi  ánima,  ^cuándo  os  agradaré  en 
todo  y  por  todo?  ^Cuándo  perfetamente  moriré  á  mí  y 
á  todas  las  criaturas  por  vuestro  amor?  Habed  misericordia  de 
mí,  Señor,  y  ayudadme.  Aquí  me  presento  ante  vuestro  divino 
acatamiento,  y  dende  aquí  saludo  todas  vuestras  rosadas  y  her- 
mosas llagas.  Escondedme,  Señor,  en  ellas,  porque  perfetamente 
sea  limpio  y  embriagado  con  ellas  de  vuestro  amor.  Oh  Señor 
Dios  mío,  oh  amable  principio  mío,  oh  clarísima  luz  de  mi  en- 
tendimiento, oh  hartura  y  descanso  de  mi  voluntad,  <j  cuándo  os 
amaré  ardentísimamente?  E^'a,  Señor,  tened  por  bien  de  traspa- 
sar mi  ánima  con  las  saetas  de  vuestro  dulcísimo  amor,  j  Oh  todo 
mi  deseo,  toda  mi  esperanza,  todo  mi  refrigerio !  ¡  Oh,  si  fuera  mi 
ánima  digna  de  ser  abrasada  de  vos,  porque  así  toda  su  tibieza 
fuese  consumida  con  el  fuego  de  vuestro  amor!  ¡Oh  ánima  de  mi 
ánima,  oh  vida  de  mi  vida,  á  Vos  todo  deseo  y  á  mí  todo  me 
ofrezco,  todo  á  todo,  uno  á  uno  y  único  á  único!  ¡Oh,  si  se  cum- 
pliesen en  mí  aquellas  palabras  vuestras  que  dijistes  al  Padre: 
Ruégote,  Padre,  que  ellos  sean  una  misma  cosa  comigol  Ninguna 
otra  cosa  quiero,  ninguna  otra  cosa  deseo  ni  pido  sino  á  Vos,  por- 
que Vos  solo  me  bastáis.  Vos  sois  mi  padre,  y  mi  madre,  y  mi 
tutor,  y  mi  gobernador,  y  todo  mi  bien.  Vos  sois  todo  amable, 
todo  deleitable  y  todo  fiel.  ^' Quién  tan  liberal  como  el  que  por 
tan  vil  criatura  á  sí  mismo  se  dio?  ^¡ Quién  tan  humilde  que  así  in- 
clinase la  grandeza  de  su  majestad?  ¡  Oh  Señor,  que  á  nadie  de?- 
preciáis,  de  nadie  tenéis  asco,  á  nadie  que  os  busque  desecháis, 
sino  antes  le  prevenís  y  despertáis  y  le  salís  al  camino,  porque 
vuestros  deleites  son  estar  con  los  hijos  de  los  hombres!  ¡Oh! 
Bendíganos,  Señor,  los  ángeles.  ¿Qué  hallasteis  en  nosotros  sino 
miserias  y  pecados,  para  que  queráis  estar  en  nuestra  compañía 
hasta  la  fin  del  mundo?  ¿No  bastaba  haber  padescido  por  nos- 
otros, y  dejar  los  Sacramentos  y  los  ángeles  en  nuestra  compa- 
ñía, sino  que  con  todo  esto  queráis  Vos  también  estar  con  nos- 


PETICIÓN  DEL  AMOR  DE  DIOS  54 1 

otros,  porque  sois  tan  bueno  que  no  os  podéis  negar?  Haga- 
mos pues,  Señor,  un  trueque  (si  os  place).  Vos  tened  cuidado 
de  mí,  y  yo  lo  tendré  de  vos,  y  haced  comigo  así  como  vos  que- 
réis y  sabéis  que  me  conviene:  porque  vuestro  3^0  quiero  ser, 
y  no  de  otro.  Dadme,  Señor,  que  ninguna  otra  cosa  desee  sino  á 
Vos,  y  que  todo  me  ofrezca  á  Vos,  sin  que  más  me  vuelva  á 
tomar.  ¡Oh  fuego  que  me  enciendes!  ¡Oh  caridad  que  me  infla- 
mas I  ¡Oh  lumbre  que  me  alumbras!    Oh  descanso  mío  I    ¡Oh 
vida  mía!  ¡Oh  amor  que  siempre  ardes  y  nunca  mueres!  ¿Cuándo 
te  amaré  perfetamente?  ¿Cuándo  os  abrazaré  con  los  brazos  de  mi 
ánima  desnudos?  ¿Cuándo  menospreciaré  á  mí  y  á  todo  el  mundo 
por  vuestro  amor?  ¿Cuándo  mi  ánima  con  toda  su  virtud  y  fuer- 
zas se  uñirá  con  Vos  ?  ¿  Cuándo  se  verá  sumida  y  anegada  en  el 
abismo  de  vuestro  amor?  Dulcísimo,  amantísimo,  hermosísimo, 
sapientísimo,  riquísimo,  nobilísimo,  preciosísimo  y  dignísimo  de 
ser  amado  y  adorado,  ¿cuándo  os    amaré  de  tal  manera  que 
yo  todo  fuere  convertido  (si  fuere  posible)  en  amor?  ¡Oh  vida 
de  mi  ánima,  que  por  darme  vida  padescistes  muertes,  y  murien- 
do matastes  la  muerte !  Matad,  Señor,  también  á  mí  del  todo,  con- 
viene saber,  todas  mis  malas  inclinaciones  y  proprias  volunta- 
des, y  todo  aquello  que  puede  ser  impedimento  para  que  Vos 
no  váváis  en  mí:  y  después  que  así  me  hobiéredes  muerto,  ha- 
cedme  vivir  en  Vos,  esto  es,  en  amor  y  obediencia,  guardando 
fielmente  vuestros  mandamientos  y  los  de  mis  mayores,  y  ha- 
ciendo siempre  vuestra  sancta  voluntad.  ¡Oh  buen  Jesú!  Dadme, 
Señor,  perfecto  apartamiento  y  aborrecimiento  de  todo  pecado, 
y  perfecta  conversión  de  mi  corazón,  para  que  en  Vos  solo  estén 
todos  mis  pensamientos,  mis  deseos,  mis  cuidados,  mi  memoria 
y  todas  mis  fuerzas.  ¡Oh  vida  sin  la  cual  muero,  y  verdad  sin  la 
cual  yerro!  ¡  Oh  camino  sin  el  cual  me  pierdo !  ¡  Oh  salud  sin  la  cual 
no  vivo!  ¡Oh  lumbre  sin  la  cual  ando  en  tinieblas!  No  me  dejéis, 
Señor,  apartar  de  Vos,  pues  en  Vos  solo  vivo,  sin  Vos  muero,  en 
Vos  me  salvo,  y  fuera  de  Vos  me  pierdo,  que  vivís  y  reináis  en 
los  siglos  de  los  siglos.  Amén. 


FIN 


TABLA 

GUÍA  DE  PECADORES 


LIBRO   PRIMERO 

Páginas, 


Dedicatoria.   ,,..,, ••  3 

CAPITULO  I. —Que  trata  de  la  conversión  del  pecador,  en  el  cual  se  con- 
tiene una  breve  exhortación  á  bien  vivir 7 

CAP.  II. — De  la  consideración  de  la  muerte ,     ........  9 

CAP.  III.— Del  juicio  final «      .      .      .      .  14 

CAP.  IV. — Déla  gloria  de  los  bienaventurados 19 

CAP.  V. — De  las  penas  del  infierno 25 

CAP.  VI. — De  la  obligación  que  tenemos  al  servicio  de  nuestro  Señor  por 

razón  de  los  beneficios  recebidos 31 

CAP.    VII, — De    otros    muchos   bienes   que   de  presente  acompañan  á  la 

virtud 37 

CAP.  VIII. — Responde  á  las  excusas  de  los  malos 42 

8.  II. — Contra  los  que  dilatan  la  penitencia  para  la  hora  de  la  muerte.     .  44 

8.  IIL — Contra  los  que  se  favorecen  con  la  misericordia  de  Dios  para  el  mal.  45 

8.  IV. — Contra  los  que  se  excusan  con  el  amor  del  mundo 48 

.  8.  V. — Contra  los  que  se  excusan  diciendo  que  es  áspero  el  camino  de  Dios.  49 
CAP.  IX.  — Que  no  debe  el  hombre  dilatar  para  adelante  su  conversión,  pues 

tiene  tantas  deudas  que  descargar 53 

CAP.  X.— Conclusión  de  todo  lo  susodicho 56 

LIBRO    SEGUNDO 

EN  EL  CUAL  SE  CONTIENEN  REGLAS  DE  BIEN  VIVIR 

CAPITULO  PRIMERO 61 

CAP.  II. — De  dos  cosas   que   ha  de   suporier  el  que  se  determina  servir  á 

Dios 62 

PRIMERA  PARTE  DESTA  REGLA 
QUE  TRATA  DE  LOS  VICIOS  Y  DE  SUS  REMEDIOS 

CAP.  III.— Del  pecado  mortal  en  común 64 

CAP.  IV. — De  los  pecados  en  particular •      .      .  67 

CAP.  V, — De  otras  seis  maneras  de  pecados,  que  muchas  veces  pueden  ser 

mortales .  Jl 

CAP.  VI.— De  los  pecados  veniales .  74 

CAP.  VIL— De  los  remedios  generales  contra  todo  pecado 76 

CAP»  VIII.— De  los  remedios  particulares  contra  los  vicios.      .      ,     ,      ,  80 


544  TABLA 


Páginas, 

CAP.  IX. — Segunda  parte  de  esta  regla,  en  que  se  trata  del  ejercicio  y  uso 

de  las  virtudes       ....,..c«...          ••  S2 

CAP.  X.— Para  consigo 83 

§.  I. — De  la  reformación  del  cuerpo 83 

8.  II. — De  la  guarda  de  los  sentidos,      , 84 

§.  III:— De  la  lengua 85 

8.  IV. — De  la  mortificación  de  las  pasiones..    ........  88 

8.  V. —  De  la  reformación  de  la  voluntad .  90 

8,  VI. — De  la  reformación  de  la  imaginación 9 1 

8   VII. — De  la  reformación  del  entendimiento 93 

8.  VIII. —De  la  prudencia  en  los  negocios 96 

8.  IX. — De  algunos  medios  por  do  se  alcanza  esta  virtud ......  98 

CAP.  XI. — Para  con  el  prójimo. 100 

8.  I.  —  De  los  oficios  de  la  caridad 103 

CAP.  XII.— Para  con  Dios 107 

CAP.  XIII. — De  las  obligaciones   de  los  estados.  .......  118 

CAP.  XIV. — Aviso  primero  de  la  estima  de  las  virtudes  para  mejor  enten- 
dimiento desta  regla I2i 

CAP.  XV.— De  cuatro  documentos  que  se  siguen  desta  doctrina  susodicha,  127 

§,  II.— Documento  segundo 128 

§.  III. — Documento  tercero 129 

§,  IV. — Cuarto  documento 130 

CAP.  XVI.— Segundo  aviso -138 

CAP.  XVII. — Tercero  aviso ......  I42 

CAP.  XVIII. — Cuarto  aviso,  de  la  fortaleza  que  se  requiere  para  alcanzar 

las  virtudes I45 

8    II. — De  los  medios  por  donde  se  alcanzará  esta  fortaleza    ....  147 

Fin  de  la  regla 152 

Una  breve  regla  de  vida  cristiana,  que  el  Reverendísimo  P.  F.  Tomás  de 
Villanueva,  arzobispo  de  Valencia,  envió  á  una  persona  noble  y  vir- 
tuosa                     153 

Otra  breve  regla  de  vida  cristiana,  compuesta  por  el  Reverendo  P.  Maestro 

loannes  de  Avila 156 

Prólogo  del  Sermón  del  Señor 160 

El  Sermón  del  Señor  en  el  monte,    con  algunos  otros  pedazos  de  doctrina 

sacados  del  S.  Evangelio  y  de  las  epístolas  de  S.  Pablo. .      ,      .      .  163 
En  el  cap.  XXV  de  S.  Mateo,   hablando  el  Señor  de  las  obras  de  miseri- 
cordia   169 

En  el  cap.  X  de  S.  Mateo,  enviando  el  Señor  sus  discípulos  á  predicar,  les 

dio  esta  regla  de  perfección  y  vida  apostólica 1 70 

Un  otro  pedazo  de  doctrina  singular,  sacada  del  Sermón  de  sobrecena  que 
el  Salvador   predicó    víspera  de  pasión  á  los   discípulos,   Joan.  XV, 

XVI  y  XVII 171 


TABLA  445 


LIBRO   TERCERO 

Páginas. 

Dedicatoria.   , '97 

CAPITULO  I. —  De  doce  singulares  provechos  y  excelencias  que  tiene  la 

virtud  de  la  oración '99 

Suma  de  todas  las  oraciones  contenidas  en  esta  primera  parte 214 

Oración  primera  para  pedir  al  Señor  perdón  de  los  pecados 224 

Segunda  oración  para  dar  al  Señor  gracias  por  los  beneficios  recebidos.     .  227 
Tercera  oración,  en  la  cual  ofrece  el  hombre  los  trabajos  y  méritos  de  Cris- 
to nuestro  Salvador  al  Padre • 230 

Cuarta  oración  á  Dios  y  á  todos  los  sanctos 232 

Síguense  tres  muy  devotas  oraciones  á  nuestra  Señora, ......  SJS 

Síguense  siete  muy  devotas  oraciones  de  los  principales  misterios  de  la  vida 

de  Cristo  repartida  por  los  días  de  la  semana 245 

Oración  primera  de  la  vida  de  Cristo 245 

Segunda  oración  ájesú ^47 

Tercera  oración  á  Jesú ^49 

Cuarta  oración  á  Jesú » *S* 

Quinta  oración  á  Jesú. ^53 

Sexta  oración  á  Jesú *55 

Séptima  oración  á  Jesú *5" 

Sigúese  una  muy  devota  oración,  en  la  cual  brevemente  se  contiene  toda  la 

vida  de  nuestra  Señora 259 

SEGUNDA  PARTE  DESTE  TERCERO  LIBRO 

En  la  cual  se  trata  de  la  meditación  ó  consideración 264 

Cómo  se  haya  de  enseñar  esta  doctrina 267 

CAP.  I.  —  Ejercicio  primero  en  la  consideración  de  los  beneficios  divinos,  y 

de  cuatro  partes  que  pueden  entrevenir  en  él 269 

CAP.  II.— De  la  utilidad  deste  ejercicio  susodicho  y  de  las  partes  del,      .  27 1 

CAP.  III.— Preparación  y  principio  del  ejercicio 275 

CAP.  IV.- Placimiento  de  gracias 279 

Aviso  de  la  manera  del  dar  las  gracias 290 

Ofrecimiento 294 

De  la  manera  del  ofrecer 296 

De  la  petición 297 

Petición  especial  del  amor  de  nuestro  Señor 299 

Aviso  acerca  desta  postrera  parte  de  la  petición 3°* 

Sigúese  el  segundo  ejercicio  espiritual  que  trata  de  la  consideración  de  los 

principales  misterios  de  la  vida  de  Cristo  repartido  en  dos  semanas.  306 

Primera  semana,  el  Lunes  1 3°^ 

La  encarnación  y  visitación  de  nuestra  Señora. 3°9 

ElIVlartesI 3^4 

La  revelación  á  sant  Josef  y  el  nascimiento  del  Salvador 3*6 

OBRAS  DE  GRANADA.  X— 35 


446  TABLA 

Páginas. 

El  Miércoles  I ♦ 320 

La  circuncisión  y  adoraci(5n  de  los  Magos 321 

El  Jueves  1 326 

De  la  purificación  de  nuestra  Señora  ,      . .^27 

De  Ana  profetisa 3*9 

El  Viernes  I '      •  33«> 

La  huida  á  Egipto  y  cuando  se  perdió  el  niño  en  el  templo 332 

El  Sábado  I 3^6 

El  baptismo,  ayuno  y  transfiguración 337 

El  Domingo  I • 34* 

De  la  Samaritana 34^ 

De  la  Cananea 349 

De  la  conversión  de  la  Magdalena 35» 

De  la  mujer  adúltera 35 í 

Preámbulo  para  la  semana  siguiente  de  las  cosas  que  se  han  de  considerar 

en  los  misterios  de  la  sagrada  Pasión.  .      ....'...  352 

El  Lunes  11 354 

La  entrada  con  los  ramos,  y  el  lavatorio  de  los  pies,  y  la  institución   del 

Sanctísimo   Sacramento 355 

El  Martes  II 359 

La  oración  del  huerto  y  la  prisión  del  Salvador 36» 

El  Miércoles  II ' 3^4 

La  presentación  ante  los  jueces,  y  de  los  azotes  á  la  columna .....  366 

El  Jueves  II 3^9 

La  coronación  de  espinas,  el  Ecce  Homo,  el  llevar  la  cruz  á  cuestas.    .      .  37* 

El  Viernes  II 373 

El  martirio  de  la  cruz *     S^S 

El  Sábado  II 37» 

Las  siete  palabras,  y  el  descendimiento  de  la  cruz,  y  oficio  de  la  sepultura.      380 

El  Domingo  II 3^2 

De  cómo  el  Señor  apareció  á  sus  discípulos •      3^4 

Dt  la  ascensión  del  Señor 3^5 

Tercero  ejercicio  de  la  memoria  continua  de  Dios  ....*...      388 

Cuarto  ejercicio  en  el  examen  de  sí  mismo 39* 

Quinto  ejercicio  de  la  manera  de  decir  el  oficio  divino 394 

Tercero  tratado  de  este  libro  en  el  cual  se  trata  de  la  forma  que  se  podrá 

tener  en  el  ejercicio  de  la  consideración. 39^ 

De  las  cosas  que  ayudan  á  la  devoción 40O 

De  las  cosas  que  impiden  la  devoción .......      .....     402 

Una  breve  manera  de  aparejarse  para  la  confesión 4^3 

Una  devotísima  oración  para  alcanzar  dolor  de  los  pecados 405 

Otra  oración  para  antes  de  la  confesión 4'o 

Otra  muy  devota  oración  para  después  de  haber  confesado 4*2 

Una  breve  manera  de  confesar  para  las  personas  que  se  confiesan  á  menudo.      413 
Una  breve  manera  de  aparejarse  para  la  comunión 420 


TABLA  447 

Páginas. 

Una  meditación  para  antes  de  la  sagrada  comunión  para  despertar  en  el 

ánima  temor  y  amor  deste  sanctísimo  Sacramento 426 

Otra  meditación  para  después  de  haber  comulgado.      .....     432 

Oración  para  después  de  haber  alzado  en  la  misa,  de  diversas  palabras  de 

S.    Augustín 435 

TRATADO  DE  LA  ORACIÓN 

Y  MEDITACIÓN. 

Dedicatoria 44' 

CAPITULO  I.— Del  fructo  que  se  saca  de  la  oración  y  meditación.   .      .  443 

CAP.   II.  — De  la  materia  de  la  meditación 445 

Síguense  las  primeras  siete  meditaciones  para  los  días  de  la  semana:  lunes, 

martes,  &c 44^ 

CAP.  III .  — Del  fructo  y  tiempo  destas  meditaciones  susodichas.  .  .  .  464 
CAP.  IV.— De  las  siete  meditaciones  de  la  sagrada  Pasión,  y  de  la  manera 

que  habemos  de  tener  para  meditarla 465 

Síguense  las  otras  siete  meditaciones  de  í  a  sagrada  Pasión:  lunes,  martes,  &c .  467 

CAP  V.  — De  seis  cosas  que  pueden  entre  venir  en  el  ejercicio  de  la  oración.  486 

CAP.  VI. — De  la  preparación  que  se  requiere  para  antes  de  la  oración.      .  487 

CAP.  VII.— De  la  lición 488 

CAP.  VIII.— De  la   meditación 489 

CAP.  IX. — Del  hacimieuto  de  gracias 4^9 

CAP.  X.  — Del  ofrecimiento 49» 

CAP.  XI.     De  la  petición 49» 

Petición  especial  del  amor  de  Dios 493 

CAP.  XI. — De  algunos  avisos  que  se  debe  tener  en  este  sancto  ejercicio .  496 

SEGUNDA  PARTE 

CAPITULO  I.  — Qué  cosa  sea  devoción 5o4 

CAP.  II. — De  nueve  cosas  que  ayudan  á  alcanzar  la  devoción.      .      .      .  506 

CAP.  III, — De  diez  cosas  que  impiden  la  devoción 5^8 

CAP.  IV.— De  las  tentaciones  más  comunes  que  suelen  fatigar  á  los  que  se 

dan  á  la  oración,  y  de  sus  remedios 5^9 

CAP.  V. — De  algunos  avisos  necesarios  para  los  que  se  dan  á  la  oración.  514 
Sigúese  luego    una   breve    Introducción   para  los  que   comienzan   á  servir 

á  Dios S2S 

Sigúese  otro  tratado  de  los  tres  votos  de  los  Religiosos .      .....  5*9 


FIN   DE   LA   TABLA 


A    IMAYOR    HONRA    Y    GLORIA    DE    DiOS 

ACABÓSE  DE   IMPRIMIR  ESTE   VOLUMEN   EN    VaLLADOLID 

EN   CASA    DE   ANDRÉS   MARTÍN 

EL  DÍA    iP  DE  DICIEMBRE 

1902 


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