LIBRARY OF
WELLESLEY COLLEGE
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Boston Library Consortium Member Librarles
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BIBUPlECA MI5irCA (ARMElflANA
OBRñS DE STñ. TERESA DE JESÚS
BIBLIOTECA MÍSTICA CARMELITANA
OBRAS
DE
STA. TERESA DE JESÚS
EDITADAS Y ANOTADAS POR EL
P. SILVERIO DE SANTA TERESA, C. D.
TOMO II
RELACIONES ESPIRITUALES
BURGOS:
Tipografía de «Bl Monte Carmelo»
1915.
ES PROPIEDAD
r?
<í^-.
Véí
APROBACIONES
Imprimi potest-
Fr. Ezechiel a S. C. Jgsu, Provine ialis
Prou. S. Joachim Navanae.
Imprimatut.
f JosEPHUs, Archp. Burgensis.
CARTA DE SU SANTIDAD
Oy7y4;^^/^(y'
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Cki:>/Ceptiiiii <K U. ia,iu><xviuUz <.oi,toiiuiMi ii|pi:>^í)cit«
^ cLcuúoxxuti tu¿ 6\x>'iiti/:> Vl/totiitii octipta. 7>c zc ^Mnoti
<i<x <xtauc cx?ccUcíX, a<u3iin/m Datic cxat te ixcyxtcd'v^^^
atiente tai ti coptooc <>\^czx}it ,{cL\n <xJCt(^ .
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OjA.\\í><xrx^\x\\\ i<:/utiu O^lecUi?, ^illnll iittiíD advtotatioiitt'Vtt
VIII CARTA DE SU SANTIDAD
M^uo M,í</it U CH/Wi/i ftuxtu uUii^tcc pzoj:>oyito -ac>faJi> •
^vtlO|0^i4 oO íCLid c ?culevitt<X cxSo<?fv?c4^4i.tii — :>.
^5tpooto&c<xi 1 1 c)6 ct tcc) Ictioi LC u u cae feo ti uvit co t uri .
Rl amado hijo Silverio de Santa Teresa, sacerdote de la Ordejj de
Carmelitas Descalzos.
BENEDICTO PñPfl XV
Amado hijo: Salud y Bendición Apostólica.
Es ciertamente mii\' justo que al emprender la meritlsirna labor
de editar las obras de los autores ascéticos y místicos más esclare-
cidos de tu Orden, hayas comenzado por los escritos de la Santa
Madre y Legisladora^ Teresa de Jesúo. Porque ésta es aquella Virgen
avilesa que trata tan colmadamente de la perfección de la vida cris-
tiana, y con tan profundo sentido sigue las maravillosas ascensiones
de la gracia divina en las almas justas, que se presenta como guia
y maestra en el camino de la virtud más encumbrada. Te felicitamos
efusivamente, asi por haber emprendido una obra de tanto empeño,
como por los valiosos documentos que publicas. Y si a esto se añade,
como esperamos, una moderada elegancia en el decir, que tan bien
parece en este género de escritos, a la vez que con oportunas anota-
ciones que los ilustren, juzgaremos desde luego que has trabajado
con provecho en la consecución de ambos fines, que son el bien espi-
ritual de los prójimos y la gloria de tu Orden religiosa. Te damos las
gracias de corazón por el primer tomo de la obra que te dignaste
enviarnos, amado hijo. Y a fin de que continúes con ánimo hasta ter-
minarla según tus propósitos, te enviamos cariñosamente la Bendición
Apostólica, prenda de auxilios celestiales.
Dado en Roma, junto a San Pedro, a 8 de Mayo de 1915, año
primero de nuestro Pontificado (1).
Benedicto, Papa XV.
1 La Carta de Su Santidad venia acompañada de lo siguiente de Su Eminencia el Carde-
nal Secrelario fie Estado.
SECRETARIA DE ESTADO
DE SU SANTIDAD
Del Vaticano, 9 de Mayo de 1915.
Muy Rdo. Padre:
fígradeciendo el Padre Santo el primer volumen de ta Biblioteca Mística
Carmelitana, que comprende la Vida de Santa Teresa de Jesús, ofrecido por
V. R. como homenaje de veneración ñlial a Su Santidad, se ha dignado darle
las gracias en una venerada Carta autógrafa.
Me es muy grato remitirle el dicho documento pontiñcio, y aprovecho con
agrado la ocasión para manifestar a V. R. los sentimientos de mi sincera
estimación.
De V. R. afmo. en el Señor.
f Pedro, Cardenal Gasparri.
R. P. Silverio de Santa Teresa, de la Orden de Carmelitas Descalzos.
INTRODUCCIÓN A LAS RELACIONES ESPIRITUALES
DE SANTA TERESA
Santa Teresa en el Libro de la Vida, como se ha podido observar
por su lectura, se detiene particularmente en dar a conocer el estado
de su alma y los grandes favores recibidos de Dios. Extremadamente hu-
milde, hacía mucho caudal de sus faltas, y no acertaba a compren-
der cómo a una persona tan ruin (calificativo que con mal disimu-
lada fruición se aplica a cada momento), podía Dios otorgar tan
levantadas mercedes. De ahí sus dudas de espíritu, que apenas la de-
jaron hasta descender al sepulcro, y su empeño constante en darse
a conocer a los hombres más doctos y santos de su tiempo. Viene
a comprender la Autobiografía casi los primeros cincuenta años de
su vida, y como en los restantes no cesaron los favores del cielo,
pródigamente concedidos a esta alma portentosa, se vio en la nece-
sidad de escribir nuevas relaciones para sus confesores, y someter a
su juicio aquellos dones divinos. Por lo mismo, las Relaciones son
prolongación de los admirables capítulos de su Vida, donde nos ha
descrito, con la sencillez de la verdad misma, el interior de su alma,
hermosa.
A este precioso diamante le faltaban aún nuevas lumbres por des-
cubrir, cada vez de más subido valor, a medida que se aproximaba
la fecha en que había de ser engastado en la primorosa corona que los
grandes siervos de Dios labran diariamente al Cordero inmaculado.
En las Relaciones, se observan la misma ingenuidad y gracia
de narración que en la Vida^ las mismas opulentas manifestaciones
de la gracia, el mismo candoroso temor de no ser engañada por ar-
dides demoníacos, las mismas vigorosas pinceladas ascéticas y místi-
cas, los mismos abrasamientos de caridad, que terminaron por con-
sumirla y transportarla al cielo en un suspiro inefable de amor a Jesús,
que el corazón fué incapaz de soportar.
Lógico es que se publiquen a continuación de su Vida. Así lo
comprendió Fr. Luis de León, que dio a la luz algunas de estas Reía-
Xn INTRODUCCIÓN
clones y mercedes de Dios, aunque posteriormente los editores no
han tenido criterio fijo en la colocación de ellas, distribuyéndolas entre
las cartas, muy separadas unas de otras, privándonos así de la grata
impresión de conjunto que nos producen seguidas, como su argumento
reclama. Además, se omitieron muchas, y otras se imprimieron mutiladas.
Las que publicamos en este volumen, comprenden desde el año
1560 hasta el 1581, poco antes de su muerte. Cinco son las Rela-
ciones dirigidas, a sus confesores, que se han conservado. La primera,
que comienza: «La manera de proceder en la oración que ahora tengo»,
es de 1560 y ise ha creído que fué escrita a San Pedro de ñicántara,
aunque la misma Santa parece contradecirlo cuando dice: «Esta Rela-
ción que no es de mi letra, que va al principio, es que la di
yo a mi confesor, y él, sin quitar ni poner cosa, la sacó de la
suya. Era muy espiritual y teólogo, con quien trataba todas las cosas
de imi alma, y él las trató con otros letrados; entre ellos, fué el P.Man-
cio». Estas palabras inducen a creer que el confesor de quien aquí
habla es el P. . Ibáñez, hombre muy docto y virtuoso, como la Santa
afirma en diversos pasajes de su vida. Sabemos por Ycpes (1) que
Ibáñez consultó al P. Mancio las cosas de Santa Teresa, y por medio
de él se puso en comunicación espiritual con el célebre catedrático
de Prima de la Universidad salmantina. Fué escrita hacia mediados
del año 1560, fecha en que consta ciertamente comunicaba la Santa
su conciencia con el P. Ibáñez. Pudo, sin embargo, San Pedro de Al-
cántara conocer esta Relación, porque en estos años trató mucho a la
M. Teresa, la consoló y dio seguridades de buen espíritu; y aun con-
certaron entrambos que ella le escribiese cuanto le ocurriera en
adelante, lo cual no impidió que el mismo Santo le aconsejase que «de lo
que tuviese alguna duda, y por más siguridad de todo, diese parte
a el confesor» (2). Lo más probable es que la Relación fué escrita y
dirigida al P. Ibáñez y que el Sanio tuvo conocimiento de ella.
La segunda, continuación de la primera, fué escrita, según dice
la misma Santa, algo más de un año después, en el palacio de D.« Lui-
sa de la Cerda (Toledo), como claramente da a entender en varios
pasajes de ella. Permaneció allí Santa Teresa desde principios de
1562 hasta los primeros días de Julio, que volvió a Avila. Estaba en-
tonces en la ciudad imperial su buen amigo el P. García de Toledo,
quien seguramente la vio antes de enviarla al P. Ibáñez, a quien la
destinaba (3).
1 Vida de S. Teresa, Próloflo.
2 Vida, c. XXX, p. 240.
3 También de esta Relación pudo tener conocimiento S. Pedro de í'Mcantaia. Según el
P. Lorenzo, en la Vidn de este Santo, hallándose Santa Teresa con D.a Luiso de la Cerda,
INTRODÜCCTOK XÚI
Ambas Relaciones se completan por otra tercera, escrita en el
convento de la Encamación, nueve meses después que terminó la se-
gunda, hacia la primera mitad del año 1563. También parece compuesta
para el P. García de Toledo o el P. Báñez, con quienes por esta fecha
se confesaba, según presumimos (1).
Ribera y Yepes en sus vidas respectivas de Santa Teresa, fueron
los primeros en publicar estas Relaciones. En 1615, las publicó el
padre Tomás de Jesús, y lo mismo hicieron el padre Jerónimo de San
José y el padre Francisco de Santa María. Por primera vez
aparecieron, aunque fraccionadas, en la edición de las Obras de la
Santa hecha en ñmberes, año de 1630, por Baltasar Moreto, y en
las siguientes se publicaron como cartas. Antonio de San José, en
las notas a las Cartas de la Santa de la edición de 1778, dice que
los originales de estas Relaciones estaban en poder del intendente
del Duque de Béjar, en la villa del mismo nombre. No sabemos dónde
paran hoy, si es que se conservan todavía estos venerandos originales.
Según noticias que nos han dado de ese lugar, allí no hay vestigio
de ellos, por desgracia.
Otras tres Relaciones han llegado hasta nosotros, hechas por la
Santa a sus confesores. Dos dirigidas al P. Rodrigo Alvarez, de la
Compañía de Jesús, y la tercera a D. Alonso Velázquez, canónigo de
Toledo, y íobispo después de Osma. Padeció muchos trabajos la Santa
en la fundación de Sevilla, principalmente por las falsas acusaciones
de una monja enfermiza (histérica la llamaríamos hoy) (2), que no
contenta con traer afligida a la Comunidad por sus rarezas y estrafa-
larias veleidades, salió del convento que la Santa acababa de fundar e
hizo denuncias tan graves a la Inquisición, que hubo ésta de tomar
cartas en el asunto. Quien más sufrió en este negocio fué la M. Fun-
dadora. De nuevo se puso en tela de juicio la bondad de su espíritu,
para salir de nuevo también más acrisolado y hermoso. Gozaba fama
de discreto y avisado director de almas el P. Rodrigo Alvarez, de
la Compañía de Jesús, y a él le encomendó el Santo Tribunal el
concertando la fundación de su primer monasterio de Descalzas, tenía algunas dificultades acerca
de la pobreza absoluta en que quería fundarlo, o para consultarlas a S. Pedro de Alcántara,
le suplicó fuese a Toledo, donde D.a Luisa le hospedaría con mucho gusto en su palacio.
El Santo se determinó a ir, h pasó allí algún tiempo con grande contento y provecho de
Santa Teresa y de D.a Luisa, que le cobró singular cariño y le ofreció lo necesario para dos
fundaciones de sus religiosos, una en Paracuellos y otra en Malagón. (Cfr. Dortentum poeni-
tentiae sive Vita S. Detri de Hlcantara, aucthore Fr. Laurentio a D. Paulo Sueco, lib. III,
c. XIV, p. 126).
1 El P. Jerónimo de San José (Historia del Carrren Descalzo, 1. V, c. VI, p. 807), se
inclina por e! P. García de Toledo, fundado en que el P. Báñez era poco amigo de que se
escribiesen e.stas cosav.
2 Cfr. Ramillete de Mirra, por María de S. José, primera priora de las Carmelitas Des-
calzas de Sevilla.
XIV INTRODUCCIÓN
examen de la M. Teresa. Para ello le escribió la Santa una Relación
por los meses de Febrero o Marzo, y otra algunas semanas más tarde,
aunque ésta última, no como a calificador del Santo Oficio, sino como
a director de su alma, según había hecho antes con otros directores.
El P. Rodrigo consultó a varones discretos, y aprobó el espíritu de
la Santa (1).
En la primera de las Relaciones al P. Rodrigo Alvarez, habla
Santa Teresa en tercera persona y enumera muchos de los directores
espirituales que había tenido. Dos veces debió de redactar este escrito,
con alguna leve diferencia. El que trae Ribera, que dice haber tenido
el autógrafo delante (2), que se halla en los Códices de Avila y
Toledo, de que luego hablaremos, y el que se conserva original en los
Carmelitas Descalzos de Viterbo (Italia), no publicado todavía en nin-
guna de las adiciones españolas de las obras de Santa Teresa.
De la atenta lectura de ambos documentos, parece inferirse, que el
autógrafo de Viterbo fué el primer escrito de la Santa, que luego,
algo modificado, le ísirvió para la redacción definitiva, que había de re-
mitir al P. Rodrigo. Existiendo el original de esta Relación, claro es
que hemos de preferirle a las copias que de la segunda redacción nos
quedan, por autorizadas que sean, que lo son mucho; por eso, publica-
remos el de Viterbo como texto de lectura, dejando para los Apén-
dices la última redacción de él, según se halla en los antiguos men-
cionados Códices de ñvila y Toledo.
De la otra Relación al Padre Rodrigo, no se conserva el original,
pero sí copias contemporáneas de la Santa, que nos han servido para
editarla. Publicadas estas Relaciones por Ribera, se han reproducido
después en las ediciones de las Obras de Santa Teresa, entre las Cartas.
La última Relación fué escrita en el mes de Mayo de 1581, es-
tando en la fundación de Palencia. Dirígela al doctor Velázquez, obispo
de Osma, grande amigo de la Santa, a la que había confesado es-
tando en Toledo (3). El Obispo de Osma siempre había sentido bien del
espíritu de la Madre Teresa, a quien tenía singular veneración, y
deseando en su diócesis un convento de Carmelitas Descalzas, escri-
bió para conseguirlo a la M. Fundadora, ñntes de salir para esta nue-
va fundación, la Santa dio cuenta al Prelado de su espíritu en un her-
moso documento, que puede ser considerado como la última bellísima
manifestación del estado de su alma, ya en plena madurez.
1 Pueden verse acerca de esto las Declaraciones del P. Hennquez, S. J., en el Proceso
de canonización de la Santa hecho en Salamanca, ano de 1590, y la del licenciado Femando
de Mata en Sevilla, año de 1596.
2 Vida de S. Teresa, lib. I, c. VII.
3 Habla la Santa con giande elogio del Di. Velázquez en su correspondencia epistolar.
INTRODUCCIÓN XV
Salió a luz por primera vez este escrito, como carta de Santa
Teresa, en Bruselas, año de 1647, y entre las Cartas ha venido publicán-
dose en las ediciones castellanas, sin exceptuar las de La Fuente. En
ésta saldrá en el lugar que le corresponde, corregida conforme a dos
extensos fragmentos autógrafos que se veneran en las Carmelitas Descal-
zas de Santa ñna de Madrid,
Hdemás de estas Relaciones dirigidas a los confesores, existen
otras de corta redacción, que declaran gracias o mercedes recibidas de
Dios, hablas interiores y algunas revelaciones. Gran parte de ellas
están escritas después de la comunión. Son interesantes y completan
el cuadro incomparable en que campea este espíritu, tan lleno de
carismas. Estas Mercedes divinas, lindamente narradas, semejan a las
pequeñas partículas que se desprenden de la piedra preciosa al enta-
llarla el lapidario, diminutas ciertamente, pero de facetas no menos
brillantes y hermosas que la piedra misma de que formaron parte.
Algunas hacen referencia a su alma; otras a distintas personas, muy
conocidas de la Santa, entre las cuales está en lugar preeminente el
P. Jerónimo Gracián. No faltan algunas que han debido de ser re-
laciones escritas para sus confesores, pero o porque la Santa no
las completó, o porque se han perdido, se hallan hoy en estado muy
fragmentario.
De la existencia de estos escritos sueltos no cabe dudar. R más
de afirmarlo Fray Luis de León, lo testimoniaron muchos testigos
oculares en los Procesos para la canonización de la Santa. Dice
a este propósito María de San José, hermana del P. Gracián, en
las Informaciones de Madrid: «Conoció en la M. Teresa de Jesús y
lo sabe porque ha tenido muchos papeles y cartas suyas escritas a la
M. María Bautista, con quien ella comunicaba más en particular, y
otras cartas escritas al P. Fray Domingo Báñez, su confesor, en que
le daba cuenta de algunas cosas particulares de su espíritu y avisos
que Nuestro Señor le daba. Y sabe esta testigo que muchas cosas
dejó escritas de su mano, que después de muerta, esta testigo las
trasladó (1), y el P. Fray Luis de León y otras personas doctas
fueron de parecer que algunas de ellas se imprimiesen, que son las
que están al cabo de la Vida de la dicha Madre. Y otras, por
ser muy subidas de espíritu y que no todos las alcanzarían, no se
imprimieron; y otras que tocaban a personas particulares que, por
ser vivas las personas a quien tocaban, no se imprimieron, y algunas
1 Memorias Historíales, letia R, núm. 50. El traslado de María de S. José, inserto en
diversos parajes del /Iño Teresiano, se conserva en las Carmelitas Descalzas de Consuegra,
donde la venerable .V.adre pasó la mauor parte de su vida religiosa.
X\l INTRODL'CXICN
de ellas tocaban a profecía, y parte de ellas ha visto cinnplidas, como
era que estando un hennano de esta testigo muy malo, y dándole pena
a la dicha Madre pensar si le había de faltar, dijo después, que ella
había de morir primero que él, como fué ansí, que ella murió y él es
vivo» (1).
Lo mismo aseguran en las Informaciones hechas para la cano-
nización de la Santa muchas primitivas Descalzas que la conocieron,
vivieron con ella, y hasta copiaron algunas de estas mercedes. Parece
que Santa Teresa, terminada su primera fundación de San José, gozó
de relativa tranquilidad de espíritu y no se curaba de escribir los fa-
vores que iba recibiendo de Dios, hasta que el mismo Jesús se lo
avisó, sobre todo desde 1571 en que conoció al P. Gradan y tuvo
sobre él no pocas revelaciones, ilsí nos lo asegura María de San José,
que en sus Recreaciones dice: «Y como ya por la fundación de este
monasterio y por verse cumplidas clara y manifiestamente todas las
cosas, así la misma Madre como los confesores, satisfechos del ver-
dadero espíritu de Dios, y con esto contenta, no se curaba de ir es-
cribiendo muchas grandezas que el Señor le manifestaba, como yo
lo entendí de la misma Aladre; hasta que después se lo mandó
Nuestro Señor, y comienza a decir otras revelaciones en un cuader-
nito, y dice: «Año de mil y quinientos y setenta y uno...» (2).
Las palabras transcritas explican el número escaso de Relaciones
que se conservan del año 1562 al 1571, abundando en cambio desde
esta fecha, principalmente del año 75 hasta el año penúltimo de su
vida. Las Relaciones anteriores al 71 debían de andar en hojas sueltas
aimque ordenadas; pero desde esta fecha comenzó a escribirlas en
cuadernos, como hemos visto en María de San José, y afirma la misma
Santa en ima de las últimas mercedes donde dice: «Ahora, tomando
a leer este cuadernillo, he pensado si ha de ser ésta la fiesta».
El cuadernillo donde la Santa apuntaba las mercedes de Dios,
debió de perderse muy pronto. Las religiosas primitivas hablan de él
g lo tuvieron algimas en sus manos. También lo tuvo el P. Francisco
de Ribera, como veremos luego. Otras relaciones aisladas de su letra,
las vieron y copiaron biógrafos primitivos de la Santa y muchos escri-
tores de los primeros tiempos de su Reforma. Los pocos autógrafos
conservados hasta nosotros, se indicarán en sus lugares propios. Sólo
añadimos, como prudente precaución, que las mercedes veneradas en
algunos lugares como originales de la Santa, están compuestas con
letras de la ínclita Doctora, cortadas, por lo regular, de cartas suyas.
1 Véas« la Rc'.acón LV, p- 78.
2 Recreación rictima.
INTBODt'CClON S\,Ü
y puestas en forma que reproduzcan un aviso, relación o pensamiento
de sus escritos. Hemos visto algunos casos de estos, y es necesario
proceder con no poca diligencia y cautela antes de calificar de autó-
grafo de la Santa lo que es solamente arreglo infortunado de letras
suyas. Por ejemplo, los cuatro avisos a los Superiores de la Reforma,
que recibió en San José de H;-ila en 1579, se hallan de letra de la
Santa en las Carmelitas Descalzas dsi Corpus Christi de Rlcalá de
Henares, pero no es un original suyo, sino un papel en que se fue-
ron pegando letras de Santa Teresa hasta componer los mencionados
avisos. Los editores, sin embargo, los han dado como autógrafos. Casos
parecidos habremos de citar bastantes en esta edición.
Fray Luis de León fué d primero que publicó cierto numero de
estas relaciones en la edición de las Obras de la Santa hecha en Sa-
lamanca (1). Maria de S. José nos ha dicho las razones que tuvo el fa-
moso agustino para no publicar todas las que tenía a la vista. Los
Padres Ribera, Yepes, Jerónimo de San José y Francisco de Santa
María dieron a conocer algunas nuevas, y otras han venido editándose
como cartas incompletas, avisos o fragmentos sueltos en las ediciones
de estos escritos, pero en número harto limitado, hasta que D. Vicente de
la Fuente tuvo el buen acuerdo de publicarlas casi todas, valiéndose de
un Códice que los diligentes Carmelitas que trabajaban en la segimda
mitad del siglo XV'III en una nueva edición de las Obras de Santa
Teresa, tenían preparado (2).
A pesar del orden truculento y embrollador y de las innumerables
faltas de texto y notas con que las Relaciones salieron, hemos de
agradecerle todavía que las publicase juntas y desglosase de las cartas
las que con ellas andaban mezcladas. La citada copia es trasunto de
dos Códices que se conservan en las Carmelitas Descalzas de Avila
y Toledo. Entrambos contienen la colección más numerosa de Relaciones
de Santa Teresa que se conoce, y son de absoluta necesidad para la
ajustada publicación de ellas.
El Códice de las Carmelitas Descalzas de Anla hace un cuaderno en
cuarto, que se compone de las Relaciones de Santa Teresa y de otros
documentos debidos a distintas plumas. El manuscrito es del tianpo
1 En la página 545 de esta edición salmantina se lee: «El .Waesao Fr. Lais d€ León
al lector. Con los criginales dcste libro vinieron a mis manes unos papeles escritos por las
de !a santa madre Teresa ce Jesús, rn ene, o para metcoiia snga, o paia dar necia a sas
confesores, tenia puestas cosas qne Dios !• d?cía g mercedes ane le hada, demás de las que
en este libro se contienen, gce me pareció ponerlas con el, por ser de macha ediñcacioa. Y
ansi las puse a la letra como la madre las escribe, q'je dice aas;». Pobiicalas Fr. Luis de L«ón
con notables alteraciones g cambio de palabras, g corresponden, según vienen ec la e<iición
principe, a las que en el texto lle\-an los números .XX.X\1. .XX\1, XXX. XI, .XII. V^UTII,
XXV, XV. IX. xvi-xvu g xxn. xlx, xx, xxui. xxrv, .xx\\ vin. .xiv. lxvu.
2 Guáidase en la Bibücieca >iacioaeI, .\^s. 1.400.
XVltl INTRODUeaON
de la misma Santa o poco después. Comparando la letra de las Rela-
ciones con la de las primitivas religiosas de S. José, nos ha parecido
que €s de Rna de S. Pedro, que profesó en esta casa el día 15 de ñgos-
to de 1571 y murió el año de 1588 (1). Fundo mi opinión en que las
profesiones extendidas hasta el año 1585 en el Libro primitivo de San
José, están redactadas por la misma mano que el Códice de las Rela-
ciones, y aquéllas ¡son de letra de la Madre ñna. De 1585 a 1589 no
hubo ninguna profesión ¡en Avila. El 28 de Octubre de este año, pro-
fesó la M. ñna de la Madre de Dios, y ya la fórmula extendida
en el registro es de otra letra, lo que da más firmeza a mis conjeturas.
La transcripción está hecha con mucha fidelidad en cincuenta y
cinco hojas y media, y es el Manuscrito que más Relaciones copia de
Santa Teresa. Algo difiere su ortografía de la empleada por la Santa,
en determinadas palabras; pero el respeto de la M. Ana a los autó-
grafos que hubo de trasladar es grandísimo. No se advierte ningún
cambio de palabras por otras que pudieran parecer más propias, como
alguna vez se ¡nota en lotros manuscritos, ni se altera el hipérbaton, ni se
hace mutación alguna. No habiendo salido la M. Ana de S. Pedro del
Convento de San José de Avila, es muy verosímil que la Santa Fun-
dadora, aprovechándose de la letra hermosa y clara de esta religiosa,
la mandase sacar una copia de todas las mercedes de Dios que había
escrito, ya en papeles sueltos, ya en cuadernillos. La autoridad de esta
copia es muy grande, y la seguimos en la presente edición en todas las
Relaciones de que no se conservan autógrafos, a no ser que otra cosa
advirtamos en nota (2). A sesenta llegan, sin contar las dos al P. Ro-
drigo Alvarez, las de este Códice, y están separadas unas de otras con
suficiente espacio para significar que son distintas. Los números de
orden puestos a cada Relación, no los creo de la M. Ana, sino del
P. Manuel de Sta. María, que le manejó hacia el año 1786 (3), y escribió
al margen algunas indicaciones con respecto al Códice de Toledo y
a las Adiciones de Fr. Luis de León.
1 Ana de S. Pedro fWasteels), natural de Flandes, casó con el hidalgo Matías de
Guzmán, oriundo de Avila, y se establecieron en esta vieja ciudad castellana, cerca del mO'-
nasterio de San José. Habiendo enviudado joven aún, se hizo Carmelita descalza en la misma
ciudad, donde profesó el 15 de Agosto de 1571. Falleció el 8 de Mayo de 1588, a los cin-
cuenta años de edad, según dice el Libro de Profesiones del convento.
2 En las palabras que la Santa escribe por modo uniforme como perfeto, efeto, Josef,
ecesivo, otava. fe, ecelencia, etc., etc., no seguimos a la copia cuando usa diferente orto*
grafía, sino que las reproducimos según las empleaba su autora.
3 En la primera hoja escribe el P. Manuel: tpavores de Su Magestad a N. Gloriosa
M. Sta. Teresa, en los últimos 20 aiíos de su vida. Documento apreciable de el Archivo del
primitivo Convento de San Joseph de Avila: Que comoquiera que se le notan freqüentlsimos
variantes y discrepancias de como la Santa se explicaba y lo escribía comunmente, se tuvo a
la vista y sirvió de mucho el año de 1786 para un asunto grave de las Obras de la misma
Santa, confiado a Religiosos de esta Provincia de N. P. S. Elias por los Prelados superiores
de Nuestra Sagrada Religión».
INTRODUCCIÓN XIX
Otra copia importante de las Relaciones de Sta. Teresa guardan las
Carmelitas Descalzas de Toledo, a continuación de un Manuscrito antiguo
que traslada el libro de las Fundaciones de Santa Teresa (1). Ocupan
las Relaciones del folio 132 al 158, de muy buena letra, que parece de
fines del siglo XVI. Es tan completo este Códice como el de Avila, si
bien no transcribe con tanta fidelidad los originales (2). En las Re-
laciones se notan algunas variantes que el copista hizo atendiendo al
rigor teológico del significado de ciertas palabras, y sospecho que al-
guna vez también al mejor giro literario. En algún caso suprime pá-
rrafos que no le parecen oportunos; así, en la segunda Relación al
P. Rodrigo Alvarez, de los cuatro finales, omite los tres, dejando sólo
el último. También corrige a Santa Teresa las faltas ortográficas de
latín de los pocos textos que cita. Tanto estas correcciones como las
mencionadas más arriba, indican que el autor de esta copia era per-
sona culta y de no escaso saber teológico.
Por la fidelidad del trasunto es inferior a la copia abulense.
ñlguna diferencia hay en el orden de las Relaciones. El Códice de
Toledo copia al principio las dos al P. Rodrigo que el de ñvila re-
produce al fin, y en las Relaciones cortas también hay alguna discrepan-
cia levísima. La primera de Avila es la última en el de Toledo. Casi
todas las demás siguen el mismo orden. Esto parece indicar que los
copistas sacaron sus traslados de documentos análogos, aunque no los
mismos, y que las Relaciones de la Santa debían de estar reunidas
y ordenadas, no sólo las referentes a Gracián, sino casi todas las que
hoy conocemos. De otro modo no se explica que, copias hechas en
diversos tiempos y por distintos ejemplares, coincidan en el número y
orden de documentos trasladados, de correr las Relaciones en hojas suel-
tas y desperdigadas por España y otros países. Quizá a esto se deba
también el número cortísimo de autógrafos que se conserva de estos
escritos. Si se juntaron todos en cuaderno, y éste se ha perdido, como
hmdadamente creemos, nada tiene de extraño, que no demos con los
autógrafos, si se exceptúan los de Consuegra, que, según Gracián, los
escribió dos veces la Santa, el de San Egidio en Roma' y cuatro líneas
en Lucena. Las demás Relaciones, que pasan por originales, como las
de Alcalá de Henares, la del Convento del Puig, en el antiguo reino de
Valencia, la de Jupille, en Bélgica, y muchas otras, son composiciones,
según es dicho, de letras de la Santa, tomadas de escritos suyos.
1 «Libro de las Fundaciones y los Monasterios que fundó la M. Theresa de Jesús, de la
primera regla, que llaman Descalzas de N. Sra. del Carmen». Un volum. en 4. o, de letra de
fines del siglo XVI.
2 Dos Relaciones echamos de menos en esta Copia, que trae la de Avila bajo los
números XIV y XLV, que corresponden en el presente tomo al XIV y XLIV, págs. 47 y 72.
XX INTRODUCC'.nM
En el Manuscrito 1.^00 de la Biblioteca Nacional se halla un traslado
de estas Relaciones, sacado bajo la dirección del P. ñndrés de la
Encarnación, en Febrero de 1579, para el Archivo general de los Car-
melitas Descalzos. El P. Manuel de Sta. María, puso al margen algu-
nas citas útiles y muy oportunas. De este religioso y del P. Jacinto
de Sta. Teresa son las ocho hojas y media de variantes entre los Có-
dices de Avila y Toledo que publicaron en el mismo Manuscrito, según
cotejo de ambos Códices hecho por orden de sus Superiores en Segovia
(Febrero de 1787). Nosotros, omitiendo la reproducción de estas va-
riantes, preferimos publicar íntegro el Manuscrito de Toledo para que
los lectores por sí mismos puedan apreciar las diferencias con el de
Avila, que publicamos en el texto.
En las Carmelitas Descalzas de Salamanca tuvimos años pasados la
buena fortuna de tropezar con un manuscrito completamente ignorado has-
ta el presente, que al verlo nos pareció de letra de Teresita, sobrina de
la Santa e hija de D. Lorenzo de Cepeda. Examinado más despacio y
compulsado con otros originales suyos, nos hemos confirmado en la
opinión primera. Es un Cuadernillo, con cubierta de papel, de veinti-
siete hojas útiles. Contiene treinta y ocho Relaciones, casi con el mismo
orden de colocación que el Códice de Avila (1). Sin embargo, copia
una que no se halla ni en éste ni en el de Toledo, aunque ya
la publicaron Fr. Luis de León y el P. Ribera (2).
Al decir de la Santa, su sobrina tenía muy linda letra, y no fué
ésta la única vez que la escogió para amanuense. En la página cxxix
de los «Preliminares» vimos cómo Teresita había sacado una copia
del Libro de la Vida por mandato de la Santa (3), y seguramente
que otras muchas cosas le copiaría, las cuales no han llegado hasta
nosotros. Del presente traslado no parece que haya lugar a duda. La
letra es idéntica a la de dos cartas suyas, que tenemos en nuestro
poder, de 31 de JiÜio y 18 de Agosto de 1610, y a la que la misma
M. Teresa escribió en 2^ de Mayo del mismo aña a su buena amiga
Ana de San Bartolomé, que entonces estaba en el Carmelo de Tours,
y que luego llevó consigo al de Amberes, donde hoy se guarda. Los
rasgos son muy parecidos; más seguridad y firmeza se nota en las
cartas y hasta más perfección en el trazado, porque las Relaciones
debió de escribirlas muy joven, y se conoce que las iba trasladando
El cuaderno mide exactaniente 147 por 103 milímetros. El orden de las Relaciones con
respecto al Códice de Avila es el siguiente: !, 2, S, 5, 3, 6, 7, 8. 9, 10, 12, 13, 14, 15, 16, 17,
18, 19, 20, 21, 11, 22, 23, 21, 25, 26, 27, 30, 36, 37, 38, 39, 32, 33, 31, 35, 31.
2 Es la Relación VIII del texto, p. 41.
3 Véase la página 330 del presente tomo, donde la misma religiosa lo declara en su De-
posición del nfto 1610.
INTRODUCCIÓN XXI
letra por letra, ñparte de estas pequeñas e inevitables diferencias, el
trazado general es idéntico. La forma peculiar de los puntos sobre las
íes de esta copia, persevera en las cartas.
También la encontramos semejante a la del manuscrito antiguo que
guardan las Carmelitas Descalzas de Hvila, el cual contiene una re-
lación de las virtudes de la Santa hecha por su prima María de San
Jerónimo (1), y las últimas acciones de la misma contadas por Ana
de San Bartolomé (2). Para mí no cabe duda que este Códice es de
letra de la M. Teresa, y lo mismo sienten las religiosas de San José.
R mayor abundamiento, la copia de la firma de Santa Teresa
al pie de la Revelación que tuvo en la ermita de San José da ñvila,
año de 1579, es igual a la que la misma copista puso en su profesión
hecha el 5 de Noviembre de 1582, que puede verse en el Libro de
Profesiones de dicho Monasterio. La semejanza de la firma, no sólo
nos cerciora de la procedencia de la copia, sino que nos advierte, que
ésta debió de hacerla en vida de la Santa, o poco después de muerta,
porque su sobrina, más adelante firmaba Theresa, con hache, y con
esta letra viene asimismo en el citado Códice de Avila, debido a la
pluma de la misma religiosa. Nuestros lectores verán en los Apén-
dices este hermoso trasunto de la sobrina de Santa Teresa de Jesús.
¿Copió más Relaciones la sobrina de la Santa? Bien pudo hacerlo,
juntas vivieron en San José la M. Ana de San Pedro y ella; pero
go no he podido dar con otros manuscritos que las contengan. En el de
Salamanca, la última hoja lleva únicamente cuatro líneas escritas. No
es inverosímil que continuase trasladando en otros cuadernos las demás
mercedes divinas de su santa Tía.
Del P. Ribera existe otro traslado bastante completo y fiel de
las Relaciones de Santa Teresa en la Biblioteca de la Real Academia
de la Historia. Recientemente le han dado a conocer D. José Gómez
Centurión y el P. Fidel Fita (3). Contiene este Códice un traslado del
Libro de las Fundaciones (págs. 1-214). A continuación copia algunas
Relaciones precedidas de este epígrafe: «Relación que hizo la AVadre
Teresa de Jesús de con quien había tratado y comunicado su espíritu.
Oración de la Santa Madre Teresa de Jesús» (págs. 217-227) (4).
1 Véase la página 291.
2 La reproducimos en los Apéndices, página 232. No estábamos seguros entonces del
autor de la copia, Pero hou, hechos nuevos estudios de compulsa, no tememos aftnnai, que
tanto la relación que firma la M. María de S. Jerónimo, como el otro escrito de la V. Ana
de S. Bartolomé, son de letra de la M. Teresa, sobrina de la SantH.
3 Véanse los números del Boletín de la Real ñcademía de la Histona. correspondientes
a los meses de Marzo, Abril y Septiembre-Octubre de 1915. El Códice lleva esta signatura:
Estante 11, grada 5.a, número 132,
4 Son las dirigidas al P. Rodrigo Alvarez, que nosotros publicamos en los núms. IV ü V.
XXII INTROnurri'^N
Con el título «Todo esto que se sigue saqué de catorce papeles,
todos escritos de mano de la Madre Teresa de Jesús, salvo uno», con-
tinúa trasladando nuevas Relaciones (págs. 227-2'10). Por fin, de la
página 245 a la 252, copia las Relaciones, que publicamos en los
Apéndices. Todos estos traslados, en parte de letra del mismo P. Ri-
bera, son de grande importancia y arguyen el exquisito esmero que
puso, así en la biografía de la Santa, como en la reproducción de textos
de sus escritos. Bien podemos asegurar, que no hay relación, ni mer-
ced de Dios, de las que conocemos, que él ignorase, y muchas están
citadas en su Vida de Santa Teresa, publicada en 1590, como notaremos
al reproducirlas.
Sobre las mercedes que hacen referencia al P. Jerónimo Gracián,
además de los Manuscritos de ñvila, Toledo y del P. Ribera, tene-
mos otras muchas fuentes de indiscutible autenticidad. Juan Vázquez del
Mármol, notario apostólico, sacó copia autorizada de los originales que
él mismo asegura tener a la vista, cuando dice: «Por la presente Yo,
Juan Vázquez del Mármol, doy fe como notario apostólico, que he
visto algunas veces, y tenido en mi poder y leído muchas y diversas
veces, un pliego de papel de letra de la M. Teresa de Jesús, la cual
conosco ser suya, per (sic) muchas carta/s y otros papeles que he visto
de la mesma letra y firma en poder de las personas a quien las en-
viaba y de personas de su Religión; de (sic) sobrescrito decía: Es
cosa de mi alma y conciencia; nadie Las vea aunque me muera, sino
desse al Padre Maestro Gracián. Y allí de la mesma letra que lo di-
cho, y la carta está firmada Teresa de Jesús*. Traslada a continuación
el contenido de los dichos papeles, que fué el día 30 de Septiembre de
1603. Esta copia, que se guarda en el archivo de los Carmelitas Descal-
zos de Hvila^ y de la que tengo un ejemplar fotografiado, estuvo en po-
der del hermano del P. Jerónimo, Fray Lorenzo Gracián, quien al mar-
gen de las palabras de Mármol que acabamos de trasladar, puso: «Los
originales tiene al presente Tomás Gracián». «Este papel, de letra
de nuestra Santa Me. Teresa, vi yo y conocí ser letra suya, por cartas
que tiene mi madre de letra de la Santa. Fr. Lorenzo de la Madre
de Dios». Estas notas no hay duda que son del hermano del P. Jeró-
nimo, cuya letra conozco por escritos suyos que he visto en varios
archivos de la Descalcez (1).
Existe además de estos mismos papeles, según es dicho, una copia
en el Convento de Carmelitas Descalzas de Consuegra, de letra de la
M. María de S. José, hermana de Gracián, de la que trasladó gran par-
te el P. Antonio de S. Joaquín, en el tomo VIII de su Año Teresiano.
OUa copia análoga, se contiene en el Ms. 2.711 de la Biblioteca Nacional.
INTRODUCCIÓN XXHI
María de San José también las menciona en su Libro de Recreaciones.
En sus lugares respectivos damos más pormenores acerca de estas copias.
En la presente edición, las Relaciones se insertan cada una de
por sí, con entera independencia, y en cuanto sea posible, según
el tiempo en cfue fueron recibidas, no escritas. K ciencia fija se sabe
de muchas el lugar, día y año en que acaecieron; de otras es más
dudoso, y no faltan tampoco cuya fecha es de muy difícil averigua-
ción. En esta tarea han hecho labor meritísima las Carmelitas Des-
calzas del primer Monasterio de París en su conocida edición de las
Obras de Santa Teresa, y muchos otros escritores desde el siglo XVIII.
Algún orden de tiempo se nota también en los Códices antiguos, aun-
que no muy severo, y a veces con notables quebrantos o excepciones
de cronología.
Para mayor claridad, publicaremos primero las Relaciones a sus con-
fesores y a continuación las mercedes y favores divinos, que para su go-
bierno iba escribiendo la Santa en papeles sueltos o cuadernillos. Si no
hay entre ellas la necesaria división de argumento para publicarlas se-
paradas, porque todas tratan de favores que Dios concedía a su alma,
todavía hallamos la suficiente diferencia para que las Relaciones a sus
confesores vayan las primeras y no mezcladas con las Mercedes divinas.
No nos satisface tampoco el agrupamiento caprichoso y desordenado con
que en la edición de Rivadeneyra se incorporan bajo el nombre de
una Relación, por ejemplo, la III, IV, V y IX, mercedes que fueron
escritas y recibidas en distintos tiempos y lugares, sin más nexo o
lazo de unión, que el común de ser mercedes del cielo. R imitación
de los Códices antiguos, se reproducirán en ésta separadamente, y
de esta suerte conservarán la independencia que les es propia y será
más clara y fácil su lectura (1).
Llamar a este conjunto de escritos sueltos de Santa Teresa Libro
de las Relaciones, como hace D. Vicente de la Fuente, es muy impropio,
atendiendo al significado que se da a la palabra libro. Basta la de-
nominación de Relaciones de espíritu, que no son libro nuevo de
Santa Teresa, sino complemento, como dejamos escrito, de su Autobio-
grafía, la cual no comprende los últimos veinte años de su vida.
Con tal procedimiento podrán presentarse con método estos escritos de
Sta. Teresa, indispensables en absoluto para conocer las grandes mara-
villas que la gracia obró en su alma y obligado complemento de
su vida interior. Las enmiendas hechas a las anteriores ediciones, prin-
1 Dejamos para la sección de Escritos sueltos, cuatro pensamientos de la Santa, que
los manuscritos antiguos copian entre las Relaciones, no siendo éste su lugar propio. Co-
mienza el primero: Le confesión es para decir culpas...
XXIV INTRODUCCIÓN
cipalmcntc a la de Rivadeneyra, son tan numerosas, que si las fué-
ramos a notar todas, el texto quedaría abrumado por ellas, con per-
juicio de los lectores y de la misma Santa. Nos limitamos, según las
normas que nos hemos propuesto observar en esta edición, a notas
meramente históricas, cronológicas y algunas más. Ni siquiera ad-
vertiremos las variantes que hay en las copias antiguas sobre una mis-
ma frase. Adoptamos la más autorizada, y para que los curiosos y
aficionados a estos pormenores críticos de textos, no se nos quejen,
verán en los Apéndices fielmente reproducidas las copias de Toledo,
y las demás inéditas que conocemos y pueden tener alguna importancia.
Preferimos esto, a no estar interrumpiendo a cada momento la lectura
con observaciones y correcciones.
Para evitar desproporción en los volúmenes, publicamos en éste
los documentos relacionados con los dos primeros tomos de esta Bi-
blioteca, limitándonos a los que tienen relación más directa con Santa
Teresa y dejando para otro lugar los pertenecientes a sus padres y
parientes, que no son pocos. Muchos de los que insertamos son iné-
ditos, y algunos tan importantes como el Dictamen del P. Ibáñez
sobre el espíritu de la Santa, que por vez primera se publica íntegro,
tal como lo trae Fray Jerónimo de S. José, las Deposiciones de Teresa
de Jesús en el Proceso de Avila, las Relaciones espirituales que esta
misma religiosa copió de su santa Tía, y muchísimos más, que verá
el curioso lector. De gran parte de ellos tenemos copias fotográficas,
y de otros nos hemos procurado reproducciones fieles. En su publi-
cación, es muy difícil observar pleno rigor lógico o cronológico, por
la misma índole de las materias que contienen. Algún orden de tiem-
po, aunque muy laxo, se ha tenido presente, trasladando orimcro los que
atañen a Santa Teresa en la Encarnación, y continuando por los de su
Reforma en San José de Avila, muerte, canonización, patronato e im-
presión de sus escritos. Por último, se insertan algunas copias antiguas
de sus Relaciones, en atención principalmente a los eruditos.
Fr. Silverío de Santa Teresa, C. D.
RELACIONES ESPIRITUALES
DE
STH. TERESR DE JESÚS
A SUS CONFESORES
Y MERCEDES QUE RECIBIÓ DE DIOS
II
RELACIONES ESPIRITUALES
DIRIGIDAS POR
SANTA TERESA DE JESÚS
A SUS CONFESORES
RELACIÓN PRIMERA
EN Lñ ENCARNACIÓN DE AVILA, AÑO DE 1560 (1).
JESÚS
La manera de proceder en la oración que ahora tengo,
es la presente. Pocas veces son las que estando en oración,
puedo tener discurso de entendimiento; porque luego comienza
a recogerse el alma, y estar en quietud u arrobamiento, de tal
manera que ninguna cosa puedo usar de las potencias y sentidos;
tanto que, si no es oir, y eso no para entender, otra cosa no
aprovecha.
1 Dirigida, como hemos dicho en la Introducción, al P. Pedro Ibáñez, desde la Encarna-
ción de Avila hacia mediados o fines de 1560. Primeramente fué impresa por Ribera y Yepes
ü reproducida por el P. Fray Tomás de Jesús. En la edición de Amberes por Baltasar Moreto
(1630), publicóse de nuevo, dividida en dos partes. El P. Pedro de la Anunciación la editó
entre las cartas, y asi ha venido imprimiéndose hasta la edición de Rivadeneyra. En muchos
manuscritos antiguos de la Biblioteca Nacional la hemos visto copiada. El P. Manuel de Santa
María le puso algunas enmiendas al margen de la edición de 1752 que hemos tenido en cuenta
para la corrección del texto. Dejamos apuntado que la aprobación en treinta y tres razones de
este escrito, que se ha publicado en algunas ediciones españolas y extranjeras, no es de San
Pedro de Alcántara, sino del P. Ibáñez.
H LAS RELACIONES
Acaéceme muchas vec€s, sin querer pensar en cosas de Dios,
sino tratando de otras cosas, y pareciéndome que, aunque mu-
cho procurase tener oración, no lo podría hacer por estar con
gran sequedad, ayudando a esto los dolores corporales, darme
tan de presto este recogimiento y levantamiento de espíritu, que
no me puedo valer, y en un punto dejarse con los efetos y apro-
vechamientos que después tray. Y esto sin haber tenido visión,
ni entendido cosa, ni sabiendo dónde estoy, sino que, parecién-
dome se pierde el alma, la veo con ganancias, que aunque en
un año quisiera ganarlas yo por fuerzas, me parece no fuera
posible sigún quedo con ganancias.
Otras veces me dan unos ímpetus muy grandes, con un des-
hacimiento por Dios que no me puedo valer. Parece se me va
a acabar la vida, y ansí me hace dar voces y llamar a Dios,
y esto con gran furor me da. Algunas veces no puedo estar sen-
tada sigún me dan las bascas, y esta pena me viene sin procu-
rarla, y es tal, que el alma nunca querría salir de ella mientras
viviese. Y son las ansias que tengo por no vivir y parecer que
se vive, sin poderse remediar; pues el remedio para ver a Dios,
€s la muerte, y esta no puede tomarla; y con esto parece a mi
alma que todos están consoladísimos, sino ella, y que todos ha-
llan remedio para sus trabajos, sino ella. Es tanto lo que aprieta
esto, que si el Señor no lo remediase con algún arrobamiento,
donde todo se aplaca, y el alma queda con gran quietud y satis-
fecha, algunas veces con ver algo de lo que desea, otras con
entender otras cosas, sin nada de esto parece era imposible salir
de aquella pena.
Otras veces me vienen unos deseos de servir a Dios con unos
ímpetus tan grandes, que no lo sé encarecer, y con una pena
de ver de cuan poco provecho soy. Paréceme entonces que ningún
trabajo ni cosa se me pornía delante, ni muerte ni martirio,
que no los pasase con facilidad. Esto es también sin considera-
ción, sino en un punto, que me revuelve toda, y no sé de dónde
me viene tanto esfuerzo. Paréceme que querría dar voces, y dar
a entender a todos lo que les va en no se contentar con cosas
pocas, y cuánto bien hay que nos dará Dios en dispuniéndonos
RELACIÓN PRIMERA 5
nosotros. Digo que son estos deseos de manera, que me deshago
entre mí pareciéndome que quiero lo que no puedo. Paréceme
me tiene atada este cuerpo, por no ser para servir a Dios en nada,
y al estado ( 1 ) ; porque a no le tener, haría cosas muy señaladas,
en lo que mis fuerzas pueden; y ansí de verme sin ningún poder
para servir a Dios, siento de manera esta pena, que no lo puedo
encarecer: acabo con regalo y recogimiento y consuelo de Dios.
Otras veces me ha acaecido, cuando me dan estas ansias
por servirle, querer hacer penitencias, mas no puedo. Esto me
aliviaría mucho y alivia y alegra, aunque no son casi nada,
por la flaqueza de mi cuerpo; aunque si me dejase con estos
deseos, creo haría demasiado.
Algunas veces me da gran pena haber de tratar con nadie,
y me aflige tanto, que me hace llorar harto, porque toda mi ansia
es por estar sola; y aunque algunas veces no rezo, ni leo, me
consuela la soledad, y la conversación, especial de parientes
y deudos, me parece pesada, y que estoy como vendida, salvo
con los que trato cosas de oración y de alma, que con éstos me
consuelo y alegro, aunque algunas veces me hartan y querría no
verlos, sino irme adonde estuviese sola, aunque esto pocas veces,
especialmente con los que trato mi conciencia siempre me con-
suelan.
Otras veces me da gran pena haber de comer y dormir, y
ver que yo, más que nadie, no lo puedo dejar. Hágolo por ser-
vir a Dios, y ansí se lo ofrezco. Todo el tiempo me parece breve
y que me falta para rezar, porque de estar sola nunca me can-
saría. Siempre tengo deseo de tener tiempo para leer, porque a
esto he sido muy aficionada. Leo muy poco, porque en tomando
el libro, me recojo en contentándome, y ansí se va la lición en
oración, y es poco, porque tengo muchas ocupaciones, y aunque
buenas, no me dan el contento que me daría esto. Y ansí ando
siempre deseando tiempo, y esto me hace serme todo desabri-
do, sigún creo, ver que no se hace lo que quiero y deseo.
Todos estos deseos y más de virtud, me ha dado nuestro
1 Al estado religioso a que por su profesión pertenecía.
b LñS RELACIONES
Señor después que me dio esta oración quieta con estos arroba-
mientos, y hallóme tan mijorada, que me parece era antes una
perdición. Déjanme estos arrobamientos y visiones con las ga-
nancias que aquí diré; y digo que si algún bien tengo, de
aquí me ha venido. Hame venido una determinación muy grande
de no ofender a Dios ni venialmente, que antes moriría mil muer-
tes que tal hiciese, entendiendo que lo hago. Determinación de
que ninguna cosa que yo pensare ser más perfeción y que haría
más servicio a nuestro Señor, diciéndolo quien de mí tiene cui-
dado y me rige que lo hiciese, sintiese cualquiera cosa, que por
ningún tesoro lo dejaría de hacer. Y si lo contrario hiciese, me
parece no ternía cara para pedir nada a Dios nuestro Señor, ni
para tener oración, aunque en todo esto hago muchas faltas e
imperfeciones. Obediencia a quien me confiesa (1), aunque con
imperfeción; pero entendiendo yo que quiere una cosa o me la
manda, sigún entiendo, no la dejaría de hacer; y si la dejase,
pensaría andaba muy engañada.
Deseo de pobreza, aunque con imperfeción; mas paréceme
que aunque tuviese muchos tesoros, no ternía renta particular,
ni dineros ascendidos para mí sola, ni se me da nada; sólo
querría tener lo necesario. Con todo, siento tengo harta falta
en esta virtud; porque aunque para mí no lo deseo, querríalo
tener para dar, aunque no deseo renta ni cosa para mí.
Casi con todas las visiones que he tenido me he quedado
con aprovechamiento, si no es engaño del demonio; en esto
remítome a mis confesores.
Cuando veo alguna cosa hermosa, rica, como agua, campo,
flores, olores, músicas, etc., paréceme no lo querría ver ni oír:
tanta es la diferencia de ello a lo que yo suelo ver, y ansí se
me quita la gana de ellas. Y de aquí he venido a dárseme tan
poco por estas cosas, que si no es primer movimiento, otra cosa
no me ha quedado de ello, y esto me parece basura.
Si hablo u trato oon algunas personas profanas, porque no
puede ser menos, aunque sea de cosas de oración, si mucho lo
1 Confesábala pór este tiempo el P. Baltasar Alvaiez.
RELACIÓN PRIMERA 7
trato, aunque sea por pasatiempo, si no es necesario, me estoy
forzando, porque me da gran pena. Cosas de regocijo, de que
solía ser amiga, y de cosas de el mundo, todo me da en rostro
y no lo puedo ver.
Estos deseos de amar y servir a Dios y verle, que he dicho
que tengo, no son ayudados con consideración, como tenía antes,
cuando me parecía que estaba muy devota y con muchas lágrimas;
mas con una inflamación y hervor tan ecesivo, que torno a decir,
que si Dios no me remediase con algún arrobamiento, donde
me parece queda el alma satisfecha, me parece sería para acabar
presto la vida.
A los que veo más aprovechados, y con estas determinacio-
nes, y desasidos y animosos, los amo mucho, y con tales querría
yo tratar, y parece que me ayudan. Las personas que veo tími-
das g que me parece a mí van atentando en las cosas, que con-
forme a razón acá se pueden hacer, parece que me congojan,
y me hacen llamar a Dios y a los santos que estas tales cosas,
que ahora nos espantan, acometieron. No porque yo sea para
nada, pero porque me parece que ayuda Dios a los que por El
se ponen a mucho, y que nunca falta a quien en El solo confía,
y querría hallar quien me ayudase a creerlo ansí, y no tener
cuidado de lo que he de comer y vestir, sino dejarlo a Dios.
No se entiende que este dejar a Dios lo que he menester, es
de manera que no lo procure, mas no con cuidado, que me dé
cuidado digo (1). Y después que me ha dado esta libertad, vame
bien con esto, y procuro olvidarme de mí cuanto puedo. Esto
no me parece habrá un año que me lo ha dado nuestro Señor.
Vanagloria, gloria a Dios, que yo entienda, no hay por qué
la tener; porque veo claro en estas cosas que Dios da, no poner
nada de mí; antes me da Dios a sentir miserias mías, que con
cuanto yo pudiera pensar, me parece no pudiera ver tantas ver-
dades como en un rato conozco.
Cuando hablo de estas cosas, de pocos días acá, paréceme
son como de otra persona. Antes me parecía algunas veces era
1 Al margen de la copia de esta Relación, sacada por su confesor, puso la Santa las
cláusulas aclarativas que compienden estas dos líneas.
8 LAS RELACIONES
afrenta que las supiesen de mí, mas ahora paréceme que no soy
por esto mijor, sino más ruin, pues tan poco me aprovecho con
tantas mercedes. Y, cierto, por todas partes me parece no ha habido
otra peor en el mundo que go; y ansí las virtudes de los otros
me parecen de harto más merecimiento, y que yo no hago sino
recibir mercedes, y que a los otros les ha de dar Dios por junto
lo que aquí me quiere dar a mí, y suplicóle no me quiera pagar
en esta vida; y ansí creo que de flaca y ruin, me ha llevado Dios
por este camino.
Estando en oración, y aun casi siempre que yo pueda consi-
derar un poco, aunque yo lo procurase, no puedo pedir descan-
sos, ni desearlos de Dios; porque veo que no vivió El sino con
trabajos, y estos le suplico me dé dándome primero gracia para
sufrirlos.
Todas las cosas de esta suerte, y de muy subida perfeción,
parece se me imprimen en la oración, tanto, que me espanto de
ver tantas verdades y tan claras, que me parecen desatino las cosas
del imundo; y ansí he menester cuidado para pensar cómo me había
antes en las cosas del mundo, que me parece que sentir las
muertes y trabajos de él es desatino, a lo menos que dure
mucho el dolor u el amor de los parientes, amigos, etc. Digo que
ando con cuidado, considerándome la que era y lo que solía sentir.
Si veo en algunas personas algunas cosas que a la clara
parecen pecados, no me puedo determinar que aquéllos hayan
ofendido a Dios, y si algo me detengo en ello, que es poco u
nada, nunca me determinaba, aunque lo vía claro: parecíame
que el cuidado que yo traigo de servir a Dios, traen todos. Y
en esto me ha hecho gran merced, que nunca me detengo en cosa
mala, que se me acuerde después, y si se me acuerda, siempre
veo otra virtud en la tal persona. Ansí que nunca me fatigan estas
cosas, sino es lo común, y las herejías, que muchas veces me
afligen, y, casi siempre que pienso en ellas, me parece que solo
esto es trabajo de sentir. Y también siento si veo algunos que
trataban en oración y tornan atrás; esto me da pena, mas no
mucha, porque procuro no detenerme. También me hallo mijo-
rada en curiosidades que solía tener, aunque no de el todo, que
RELACIÓN PRIMERA 9
no me veo estar en esto siempre mortificada, aunque algunas
veces sí.
Esto todo que he dicho, es lo ordinario que pasa en mi alma,
sigún puedo entender, y muy contino tener el pensamiento en
Dios. Y aunque trate de otras cosas, sin querer yo, como digo,
no entiendo quién me despierta; y esto no siempre, sino cuando
trato algunas cosas de importancia; y esto, gloria a Dios, es a
ratos el pensarlo, y no me ocupa siempre.
Viénenme algunos días, aunque no son muchas veces, y dura
como tres u cuatro u cinco días, que me parece que todas las
cosas buenas y hervores y visiones se me quitan, y aun de la
memoria, que aunque quiera no sé que cosa buena haya habido
en mí. Todo me parece suefíoi, u a lo menos no me puedo acordar
de nada. Apriétanme los males corporales en junto; túrbaseme el
entendimiento, que ninguna cosa de Dios puedo pensar ni sé
en qué ley vivo. Si leo no lo entiendo; paréceme estoy llena de
faltas, sin ningún ánimo para la virtud; y el grande ánimo
que suelo tener queda en esto, que me parece a la menor ten-
tación y mormuración de el mundo no podría resistir. Ofré-
ceseme entonces que no soy para nada, que quién me mete en
más de en lo común. Tengo tristeza, paréceme tengo engañados
a todos los que tienen algún crédito de mí; querríame asconder
donde nadie me viese; no deseo entonces soledad para virtud,
sino de pusilaminidad. Paréceme querría reñir con todos los que
me contradijesen: trayo esta batería, salvo que me hace Dios
esta merced, que no le ofendo más que suelo, ni le pido que quite
esto, mas que si es su voluntad que esté ansí siempre, que me
tenga de su mano para que no le ofenda, y conformóme con El
de todo corazón, y creo que el no me tener siempre ansí, es
merced grandísima que me hace.
Una cosa me espanta, que estando de esta suerte, una sola
palabra de las que suelo entender, u una visión, u un poco de
recogimiento, que dure un Avemaria, u en llegándome a comul-
gar, queda el alma y el cuerpo tan quieto, tan sano y tan claro
el entendimiento, con toda la fortaleza y deseos que suelo. Y tengo
expiriencia de esto, que son muchas veces, al menos cuando co-
10 LñS RELACIONES
mulgo, ha más de m^dio año que notablemente siento clara salud
corporal, y con los arrobamientos algunas veces. Y dúrame más
de tres horas algunas veces, y otras todo el día estoy con gran
mijoría, y a mi parecer no es antojo, porque lo he echado de
ver y he tenido cuenta de ello. Ansí que, cuando tengo este
recogimiento, no tengo miedo a ninguna enfermedad. Verdad es
que cuando tengo la oración, como solía antes, no siento esta
mijoría.
Todas estas cosas que he dicho, me hacen a mí creer que
estas cosas son de Dios; porque como conozco quien yo era,
que llevaba camino de perderme y en poco tiempo, con estas
cosas es cierto que mi alma se espantaba, sin entender por dónde
me venían estas virtudes: no me conocía, y vía ser cosa dada y
no ganada por trabajo. Entiendo con toda verdad y claridad,
y sé que no me engaño, que no sólo ha sido medio para traerme
Dios a su servicio, pero para sacarme de el infierno, lo cual
saben mis confesores, a quien me he confesado generalmente.
También cuando veo alguna persona, que sabe alguna cosa
de mí, le querría dar a entender mi vida; porque me parece
ser honra mía que nuestro Señor sea alabado, y ninguna cosa
se me da por lo demás. Esto sabe El bien, u yo estoy muy cie-
ga, que ni honra, ni vida, ni gloria, ni bien ninguno en cuerpo
ni alma hay quien me detenga, ni quiera, ni desee mi provecho,
sino su gloria. No puedo yo creer que el demonio ha buscado
tantos medios para ganar mi alma, para después perderla, que no
le tengo por tan necio. Ni puedo creer de Dios, que ya que por
mis pecados mereciese andar engañada, haya dejado tantas ora-
ciones de tan buenos (1), como dos años ha se hacen, que yo
no hago otra cosa sino rogarlo a todos, para que el Señor me dé
a conocer si es esto su gloria, u me lleve por otro camino. No
creo primitirá su divina Majestad que siempre fuesen adelante
estas cosas si no fueran suyas. Estas cosas y razones de tantos
santos me esfuerzan cuando trayo estos temores de si no es Dios,
siendo yo tan ruin. Mas cuando estoy en oración, y en los días
1 Cfr. Vida, c. XXV.
RELACIÓN PRIMERA 11
que ando quieta y el pensamiento en Dios, aunque se junten
cuantos letrados y santos hay en el mundo, y me diesen todos
los tormentos imaginables, y yo quisiese creerlo, no me podrían
hacer creer que esto es demonio, porque no puedo. Y cuando
me quisieron poner en que lo creyese, temía viendo quien lo
decía, y pensaba que ellos debían decir verdad, y que yo, siendo
la que era, debía de estar engañada. Mas a la primera palabra,
u recogimiento u visión, era deshecho todo lo que me liabían
dicho: yo no podía más y creía que era Dios.
Aunque puedo pensar que podía mezclarse alguna vez demo-
nio, y esto es ansí, como lo he visto y dicho, mas tray diferentes
efetos; y a quien tiene expiriencia, no le engañará, a mi parecer.
Con todo esto digo, que, aunque creo que es Dios ciertamente,
yo no haría cosa alguna, si no le pareciese a quien tiene cargo
de mí, que es más servicio de nuestro Señor, por ninguna cosa;
y nunca he entendido, sino que obedezca y que no calle nada,
que esto me conviene. Soy muy ordinario reprendida de mis
faltas, y de manera que llega a las entrañas; y avisos, cuando
hay u puede haber algún peligro en cosa que trato, que me han
hecho harto provecho, traycndome los pecados pasados a la me-
moria muchas veces, que me lastima harto.
Mucho me he alargado, mas es ansí, cierto, que en los bie-
nes que me veo cuando salgo de oración, me parece quedo corta;
después, con muchas imperfeciones y sin provecho y harto ruin.
Y por ventura las cosas buenas no las entiendo, mas que me en-
gaño; pero la diferencia de mi vida es notoria, y me hace pen-
sar en todo lo dicho, digo lo que me parece que es verdad haber
sentido. Estas son las perfeciones que siento haber el Señor
obrado en mí tan ruin e imperfeta. Todo lo remito al juicio de
vuestra merced, pues sabe toda mi alma (1).
1 Aquí añade Ribera, 1. IV, c. XXVI: 'Esta Relación estaba escrita de mano ajena,
aunque después, como veremos, la misma Madre dice que está como ella la escribió. Lo
que se sigue, todo estaba de su misma mano».
RELACIÓN II
EN EL PALACIO DE D.a LUISA DE LA CERDA, AÑO DE 1562 (1).
JESÚS
Paréceme ha más de un año que escribí esto que aquí está.
Hame tenido Dios de su mano en todo él, que no he andado peor,
antes veo mucha mijoría en lo que diré. Sea alabado por todo.
Las visiones y revelaciones no han cesado, mas son más su-
bidas mucho. Hame enseñado el Señor un modo de oración,
que me hallo en él más aprovechada, y con muy mayor desasi-
miento en las cosas de esta vida, y con más ánimo y libertad.
Los arrobamientos han crecido, porque a veces es con ímpetu y
de suerte, que, sin poderme valer exteriormente, se me conoce,
y aun estando en compañía, porque es de manera que no se puede
disimular, si no es con dar a entender, como soy enferma de el
corazón, que es algún desmayo. Aunque trayo gran cuidado de
resistir al principio, algunas veces no puedo.
En lo de la pobreza, me parece me ha hecho Dios mucha
merced, porque aun lo necesario no querría tener, si no fuese de
limosna; y ansí deseo en extremo estar adonde no se coma de otra
cosa. Paréceme a mí que estar donde estoy cierta que no me ha
1 Escrita en el palacio de D.a Luisa de la Cerda en Toledo, donde estuvo la Santa, por
indicación de su P. Provincial, desde principios de 1562 hasta el mes de Julio del mismo año.
La escribió, probablemente, para el P. Ibáñez, como Ib anterior, aunque no dejaría de verla el
P. García de Toledo, que a esta sazón se hallaba en la ciudad imperial. Tiene muchos puntos
de referencia esta Relación con el capítulo XXXIV de la Vida.
14 LñS RELACIONES
de faltar de comer y de vestir, que no se cumple con tanta per-
feción el voto ni el consejo de Cristo como adonde no hay
renta, que alguna vez faltará; y los bienes que con la verdadera
pobreza se ganan, parécenme muchos y no los querría perder (1),
Hallóme con una fe tan grande muchas veces en parecerme no
puede faltar Dios a quien le sirve, y no tiniendo ninguna duda
que hay ni ha de haber ningún tiempo en que falten sus pala-
bras, que no puedo persuadirme a otra cosa, ni puedo temer,
y ansí siento mucho cuando me aconsejan tenga renta, y tornó-
me a Dios.
Paréceme tengo mucha más piadad de los pobres que solía,
tiniendo yo una lástima grande y deseo de remediarlos, que,
si mirase a mi voluntad, les daría lo que trayo vestido. Ningún
asco tengo de ellos, aunque los trate y llegue a las manos; y
esto veo es ahora don de Dios, que aunque por amor de El hacía
limosna, piadad natural no la tenía. Bien conocida mijoría siento
en esto.
En cosas que dicen de mí de mormuración, que son hartas,
y en mi perjuicio, y hartos, también me siento muy mijorada;
no parece me hace casi impresión más que a un bobo. Pa-
réceme algunas veces tienen razón, y casi siempre. Siéntolo tan
poco, que aun no me parece tengo que ofrecer a Dios, como tengo
expiriencia que gana mi alma mucho, antes me parece me hacen
bien. Y así ninguna enemistad me queda con ellos en llegán-
dome la primera v€z a la oración; que luego que lo oyó, un poco
de contradición me hace, no con inquietud ni alteración, antes,
como veo algunas veces otras personas, me han lástima. Es
ansí que entre raí me río (2), porque me parece todos los agra-
vios de tan poco tomo los de esta vida, que no hay que sentir;
porque me figuro andar en un sueño, y veo que en despertan-
do será todo nada.
Dame Dios más vivos deseos, más gana de soledad, muy
1 En el capitulo XXXV de la Vida habla la Santa de la visita que le hizo en Toledo la
venerable María de Jesús, y de cómo aprendió de ella que la Regla del Carmen mandaba no se
tuviese propio.
2 Así lo trae Ribera, y me parece en este pasaje más propio de la Santa que no el me
deshago, que viene en algunos manuscritos antiguos.
RELñCIOM II 15
mayor desasimiento, como he dicho, con visiones, que se me ha
hecho entender lo que es todo, aunque deje cuantos amigos y ami-
gas y deudos; que esto es lo de menos, antes me cansan muy
mucho parientes. Como sea por un tantico de servir más a Dios,
los dejo con toda libertad y contento, y ansí en cada parte ha-
llo paz.
Algunas cosas que en oración he sido aconsejada, me han
salido muy verdaderas. Ansí que de parte de hacerme Dios mer-
cedes, hallóme muy más mijorada; de servirle yo de mi parte
harto más ruin; porque el regalo he tenido más, que se ha
ofrecido, aunque hartas veces me da harta pena. La penitencia
es muy poca; la honra que me hacen, mucha; bien contra mi
voluntad hartas veces. Mas, en fin, me veo con vida regalada,
y no penitente (1). Dios lo remedie como puede.
1 De estas palabtas se infiere con evidencia que escribió esta Relación en el casa de
Dofia Luisa.
RELACIÓN III
EN SAN JOSÉ DE AVILA, AÑO DE 1563 (1).
Esto que está aquí de mi letra, ha nueve meses, poco más u
menos, que lo escribí. Después acá no lie tornado atrás de las mer-
cedes que Dios me ha hecho. Me parece he recibido de nuevo,
a lo que entiendo, mucha mayor libertad. Hasta ahora parecíame
había menester a otros, y tenía más confianza en ayudas de el
mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de ro-
mero seco, y que asiéndose a ellos no hay siguridad, que en
habiendo algún peso de contradiciones u mormuraciones, se quie-
bran. Y ansí tengo expiriencia que el verdadero remedio para no
caer, es asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso.
Hallóle amigo verdadero, y hallóme con esto con un señorío, que
me parece podría resistir a todo el mundo, que fuese contra mí,
con no me faltar Dios.
Entendiendo esta verdad tan clara, solía ser muy amiga de
que me quisiesen bien. Ya no se me da nada, antes me parece
en parte me cansa, salvo con los que trato mi alma u yo pienso
aprovechar; que los unos porque me sufran, y los otros porque
con más afición crean lo que les digo de la vanidad que es todo,
querría me la tuviesen.
En muy grandes trabajos, y persecuciones y contradicio-
I Dirigida al Padre García de Toledo, o quizá al Padre Báñez, que los dos la confesaban
en 1563, cuando fué escrita, en el primitivo monasterio de San José de Avila. En el original,
esta tercera Relación estaba separada de las precedentes por una taya.
II 2
18 LñS RELACIONES
n€s que he tenido estos meses (1), hame dado Dios gran ánimo;
y cuando mayores, mayor, sin cansarme en padecer. Y con las
personas que decían mal de mí, no sólo no estaba mal con ellas,
sino que me parece las cobraba amor de nuevo; no sé cómo era
esto, bien dado de la mano de el Señor.
De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuo-
sa en desearla. Ahora van mis deseos con tanta quietud, que
cuando los veo cumplidos, aun no entiendo si me huelgo. Que
pesar y placer, si no es en cosas de oración, todo va templado,
que parezco boba, y como tal ando algunos días.
Los ímpetus que me dan algunas veces, y han dado de ha-
cer penitencias, son grandes, y si alguna hago, siéntola tan
poco con aquel gran deseo, que alguna vez me parece, y casi
siempre, que es regalo particular, aunque hago poca, por ser
muy enferma.
Es grandísima pena para mí muchas veces, y ahora más
ecesiva, el haber de comer, en especial si estoy en oración. Debe
ser grande, porque me hace llorar mucho y decir palabras de
aflición, casi sin sentirme, lo que yo no suelo hacer. Por gran-
dísimos trabajos que he tenido en esta vida no me acuerdo ha-
berlas dicho, que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo
recio corazón.
Deseo grandísimo, más que suelo, siento en mí de que
tenga Dios personas que con todo desasimiento le sirvan, y que
en nada de lo de acá se detengan, como veo es todo burla, en
especial letrados; que como veo las grandes necesidades de la
Ilesia, que estas me afligen tanto, que me parece cosa de burla
tener por otra cosa pena, y ansí no hago sino encomendarlos a
Dios; porque veo yo que haría más provecho una persona de el
todo perfeta, con hervor verdadero de amor de Dios, que mu-
chas con tibieza. '
En cosas de la fe me hallo, a mi parecer, con muy mayor
fortaleza. Paréceme a mí que contra todos los luteranos me
pornía yo sola a hacerles entender su yerro. Siento mucho la per-
1 Habla de los que tuvo en la fundación de S. José de Avila.
RELACIÓN III 19
dición de tantas almas. Veo muchas aprovechadas, que conozco
claro ha querido Dios que sea por mis medios; y conozco que
por su bondad, va en crecimiento mi alma en amarle cada
día más.
Parécemc que aunque con estudio quisiese tener vanaglo-
ria, que no podría, ni veo cómo pudiese pensar que ninguna
de estas virtudes es mía; porque ha poco que me vi sin ninguna
muchos años, y ahora de mi parte no hago más de recibir merce-
des, sin servir, sino como la cosa más sin provecho de el mundo.
Y, es ansí, que considero algunas veces cómo todos aprovechan
sino yo, que para ninguna cosa valgo. Esto no es, cierto, humildad,
sino verdad, y conocerme tan sin provecho, me tray con temores
algunas veces de pensar no sea engañada. Ansí que veo claro
que de estas revelaciones y arrobamientos, que yo ninguna par-
te soy, ni hago para ellos más que una tabla, me vienen estas
ganancias. Esto me hace asigurar y traer más sosiego, y póngo-
me en los brazos de Dios, y fío de mis deseos, que estos, cierto,
entiendo son morir por El, y perder todo el descanso y venga
lo que viniere.
Viénenme días que me acuerdo infinitas veces de lo que dice
S. Pablo (1), aunque a buen siguro que no sea ansí en mí. Que ni
me parece vivo yo, ni hablo, ni tengo querer, sino que está en mí
quien me gobierna y da fuerza; y ando como casi fuera de mí,
y ansí me es grandísima pena la vida. Y la mayor cosa que yo
ofrezco a Dios por gran servicio, es cómo siéndome tan p2-
noso estar apartada de El, por su amor quiero vivir. Esto querría
yo fuese con grandes trabajos y persecuciones; ya que no soy
para aprovechar, querría ser para sufrir; y cuantos hay en el
mundo pasaría por un tantico de más mérito, digo en cumplir
más su voluntad.
Ninguna cosa he entendido en la oración, aunque sea dos
años antes, que no la haya visto cumplida. Son tantas las que
veo, y lo que entiendo de las grandezas de Dios, y cómo las ha
guiado, que casi ninguna vez comienzo a pensar en ello que
1 Gal. II, 20.
20 LñS RELACIONES
no me falte el entendimiento, como quien ve cosas que van muy
adelante de lo que puedo entender, y quedo en recogimiento.
Guárdame tanto Dios en no ofenderle, que, cierto, algunas
veces me espanto, que me parece veo el gran cuidado que tray
de mí, sin poner yo en ello casi nada, siendo un piélago de
pecados y maldades antes de estas cosas, y sin parecerme era
señora de mí para dejarlas de hacer. Y para lo que yo querría
se supiesen, es para que se entienda el gran poder de Dios. Sea
alabado por siempre jamás. Amén.
Jesús. — Esta Relación, que no es de mi letra, que va al
principio, es que la di yo a mi confesor (1), y él, sin quitar
ni poner cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual y teólogo,
con quien trataba todas las cosas de mi alma, y él las trató
con otros letrados, y entre ellos fué el Padre Mancio (2). Ninguna
han hallado que no sea muy conforme a la Sagrada Escritura.
Esto me hace ya estar sosegada, aunque entiendo he menester,
mientra Dios me llevare por este camino, no me fiar de mí en
nada; y ansí lo he hecho siempre, aunque siento mucho. Mire
vuestra merced que todo esto va debajo de confesión, como lo
supliqué a vuestra merced.
1 P. Ibánez.
2 Nació este célebre hijo de Sto. Domingo en Becerril de los Campos (Palencia), por los
aflos de 1497. Tomó el hábito en los Dominicos de Salamanca, y muy pronto llegó a ser uno
de los más profundos teólogos de su tiempo. De él decía el P. Báñez «que sólo su nombre
oprimía a los más doctos». Después de haber regentado cátedras de Prima en Alcalá y Sala-
manca, murió santamente el 9 de Julio de 1566.
RELACIÓN IV
EN. SEVILLA AÑO DE 1576 (1).
JESÚS
Esta monja ha cuarenta años que tomó el hábito, y desde
el primero comenzó a pensar en la Pasión de Nuestro Señor por
los misterios y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa que
fuese sobrenatural, sino en las criaturas u cosas de que sacaba
cuan presto se acaba todo, y en esto gastaba algunos ratos dej
día sin pasarle por pensamiento desear más, porque se tenía
por tal, que aun pensar en Dios vía que no merecía. En esto pasó
como ventidós años con grandes sequedades, leyendo también
en buenos libros. Había como deciocho, cuando se comenzó a
tratar del primer monesterio que fundó en Avila de Descalzas,
como tres años antes que comenzó a parecerle que le hablaban
interiormente algunas veces y haber algunas visiones y tener re-
velaciones. Esto jamás vio nada, ni lo ha visto con los ojos
corporales, sino una representación como un relámpago; mas que-
dábasele tan imprimido y con tantos efetos, como si lo viera
con los ojos corporales, y más. Ella era temerorísima, que aun
1 Escribió la Sania Madre esta Relación el año de 1576, estando en Sevilla, para el Padre
Rodrigo Aivarez, de la Compsnía de Jesús, calificador del Santo Oficio. Nació el P. Rodrigo en
África año de 1523, y por los de 15Ó8 recibió la solana de la Compañía. Murió en 1587. Docto,
discreto y virtuoso, ayudó mucho a la Santa con su consejo y favor en las difíciles circunstancias
en que hubo de verse por la persecución que en mal hora se suscitó en aquella ciudad contra las
Carmelitas Descalzas. Hace en este escrito un resumen interesante de su espíritu, y enumera los
diversos directores a quienes se había confiado hasta aquella fecha. Por lo regular, habla en ella
en tercera persona. La Relación se publica conforme al autógrafo que se venera en el convento
de Carmelitas Descalzos de Viterbo, del que poseemos copia fotográfica.
22 LAS RELACIONES
algunas veces de día no osaba estar sola. Y como aunque más
hacía no podía excusar esto, andaba afligidísima, temiendo no
fuese engaño del demonio. Y comenzó a tratar con personas
espirituales de la Compañía de Jesús, entre los cuales fué el Pa-
dre Araoz que acertó a ir allí, que era Comisario de la Compa-
ñía (1); y el Padre Francisco, que fué duque de Gandía trató
dos veces (2); ya un provincial de la Compañía que está ahora
en Roma, de los cuatro, llamado Gil González (3); y aun al
que ahora lo es en Castilla, aunque a éste no tanto (4); a Baltasar
Alvarez, que es ahora Retor de Salamanca, la confesó seis
años (5); al Retor de Cuenca (6) llamado Salazar (7); ya el
de Segovia llamado Santander (8); éste no tanto tiempo; al Re-
tor de Burgos que llaman Ripalda (9); y aun estaba harto mal
con ella hasta que la trató; a el dotor Pablo Hernández de
Toledo, que era Consultor de la Inquisición (10); a otro Ordó-
1 Antonio Aráoz, pariente de San Ignacio, g uno de los primitivos padres de la Compa-
ñía que más trabajaron por su crecimiento y buen gobierno. Natural de Vergara, donde había
nacido en 1516, murió en Madrid, después de haber desempeñado importantes cargos, en 30 de
Enero de 1573. Verosímilmente habló a Santa Teresa cuando trataba de la fundación de San
José de Avila, siendo Comisario general de la Compañía (1562-1565). (Cfr. Astrain, Historia
de la Compañía, t. I, 1. II, c. I y IV, y t. II, 1. I, c. VIII).
2 Véase el tomo I, c. XXIV, p. 186.
3 Hombre muy influyente en la Compañía durante los generalatos de los Padres AAercurian
y Aquaviva, trató a la Santa durante doce años, aunque más frecuentemente de 1571 a 1574,
siendo ella Priora de la Encarnación. De carácter dulce y comunicativo, fué uno de los hombres
más eminentes de gobierno que por entonces tuvo la Compañía de Jesús. Había nacido en 1532
en Burujón (Toledo) y murió en 15%. (Cfr. Astrain, t. I, 1. II, c. IX, y t. II, 1. II, c. IV).
4 En Valladolid, fundando el monasterio de las Descalzas en 1568, conoció Santa Teresa
al P. Juan Suárez, Provincial que había sido de Castilla. Había nacido en Cuenca el año de 1525
y murió en Valladolid a los setenta años de edad. Consérvase una carta de la Santa a este
Padre, de 1578, con quien tuvo un disgusto de consideración por algunas cosas del P. Salazar.
5 Cfr. Vida, c. XXVIII, p. 224.
6 Primero escribió la Santa Cigüenza, pero luego borró algunas letras, leyendo Cuenca
(Cuenca), donde, efectivamente, era rector.
7 Cfr. Libro de la Vida, c. XXIV, p. 188.
8 Conoció la Santa al P. Luis de Santander en Segovia, siendo rector de la casa que
la Compañía tenía en esta ciudad, cuando fué a fundar un nuevo monasterio de Descalzas
en 1574. Escribiendo Santa Teresa a D. Teutonio y María Bautista, habla con grande estima
de este Padre. (Vid. Astrain, t. II, 1. I, c. III, y 1. III, c. V).
9 Yendo a fundar a Salamanca tomó por confesor la Santa al célebre autor del Cate-
cismo, que lleva su nombre, durante el tiempo que permaneció allí. Antes de esta fecha
(1573), ya había tratado al P. Jerónimo Ripalda en Avila. El aconsejó a la Santa que con-
tinuase el Libro de las Fundaciones. Murió el ilustre jesuíta en Toledo, año de 1618. Era
natural de Teruel, donde había nacido en 1535. Fué rector de los Colegios de Villagarcía,
Salamanca, Burgos y Valladolid.
10 Desde 1568 pertenecía este Padre a la Residencia que la Compañía tenía en Toledo.
Frecuentó mucho por este tiempo el trato con la M. Fundadora, a quien ayudó no poco a
levantar aquélla casa de Religiosas Descalzas. Escribiendo la Santa en 1578 a Gracián, llama
a este Padre «mi buen amigo».
RELACIÓN IV 23
ñez, quG fué R^tor en Avila (1); como estaba en los lugares,
ansí procuraba los que de ellos eran más estimados (2).
A Fray Pedro de Alcántara trató mucho, y fué el que mucho
puso por ella (3). Estuvieron más de seis años en este tiempo ha-
ciendo hartas pruebas, g ella con hartas lágrimas y afleción;
y mientra más pruebas se hacían, más tenía, y suspensiones
hartas veces en la oración y aun fuera de ella. Hacíanse hartas
oraciones y decíanse misas porque Dios la llevase por otro ca-
mino; porque su temor era grandísimo cuando no estaba en la
oración, aunque en todas las cosas que tocaban al servicio de
Dios se entendía clara mejoría y ninguna vanagloria ni so-
berbia; antes se corría de los que lo sabían, y sentía más tra-
tarlo que si fueran pecados, porque le parecía que se reirían
de ella y que eran cosas de mujercillas.
Habrá como trece años, poco más a menos, que fué allí el
Obispo de Salamanca, que era Inquisidor, creo en Toledo, y lo
había sido aquí (4). Ella procuró de hablarle para asegurarse
más, y dióle cuenta de todo. El le dijo que todo esto no era cosa
que tocaba a su oficio, porque todo lo que vía y entendía siempre
la afirmaba más en la fe católica, que ella siempre estuvo y Cotá
firme, y con grandísimos deseos de la honra de Dios y bien de
las almas, que por una se dejara matar muchas veces. Díjole,
como la vio tan fatigada, que escribiese a el Maestro Avila, que
era vivo, una larga relación de todo, que era hombre que enten-
día mucho de oración, y que con lo que la escribiese, se sosega-
se. Ella lo hizo ansí, y él la escribió asegurándola mucho (5).
Fué de suerte esta relación, que todos los letrados que la han
visto, que eran mis confesores, decían era de gran provecho para
1 Mantuvo relaciones espirituales muy íntimas con este Padre de la Compafiía, como
puede verse en la carta que le dirigió en 1573, siendo Priora de la Encarnación, cuando él
tenía la residencia en Medina del Campo.
2 Entre otros, fueron el P. Domenech en Toledo, Enrique Henríquez en Sevilla, Bar-
tolomé Pérez Nueros en diversos lugares y Juan del Águila, Rector de Burgos, Gonzalo
Dávila, Diego de Cetina y el venerable Padre Juan de Prádanos, de quien hicimos mención
en el t. I, p. 186.
3 Cfr. t. I, c. XXX, p. 238.
4 D. Francisco Soto de Salazar, de Bonilla de la Sierra, canónigo de Avila, inquisidor
en Córdoba, Sevilla y Toledo, fué obispo de Albarracín, Segorbe y Salamanca. Murió el 29
de Enero de 1578.
5 En los Apéndices veremos las cartas del B. Avila.
24 LAS RELACIONES
aviso de cosas espirituales, y mandáronla que lo trasladase y
hiciese otro librillo para sus hijas, que era priora, adonde las
diese algunos avisos (1). Con todo esto, a tiempos no le faltaban
temores, y parecióle que a gente espiritual también podían estar
engañados como ella, que quería tratar con grandes letrados,
aunque no fuesen muy dados a oración, porque ella no quería
sino saber si eran conforme a la Sagrada Escritura todo lo que
tenía. Y algunas veces se consolaba pareciéndole que, aunque por
sus pecados mereciese ser engañada, que a tantos buenos como
deseaban darle luz, que no primitiría Dios se engañasen.
Con este intento comenzó a tratar con padres de Santo Do-
mingo en estas cosas, que antes que las tuviese, muchas veces se
confesaba con ellos. Son estos los que ha tratado: Fray Vicente
Barrón la confesó un año y medio en Toledo, yendo a fundar allí,
que era consultor de la Inquisición y gran letrado (2); éste
la aseguró mucho, y todos le decían que como no ofendiese a
Dios y se conociese por ruin, que de qué temía. Con el Maestro
Fray Domingo Bañes (3), que es consultor del Santo Oficio ahora
en Valladolid, me confesé seis años, y siempre trata con él por
cartas, cuando algo de nuevo se le ha ofrecido. Con el Maestro
Chaves (4). Con el segundo fué Fray Pedro Ibáñez, que era enton-
ces letor en Avila, y grandísimo letrado (5) ; y con otro dominico
que llaman Fray García de Toledo (6). Con el P. Maestro Fray
Bartolomé de Medina, catedrático de Salamanca (7); y sabía que
1 El Camino de Perfección.
2 Cfr. t. I, págs. 29 y 50. El P. Barrón fué uno de los confesores que por los años
de 1568 ü siguientes tuvo la Santa en Toledo, cuando trataba de aquella fundación. En su
juventud ya se había confesado con él en Santo Tomás de Avila.
3 Vid. t. I, p. 347.
4 Afamado teólogo dominico, confesor de Felipe II. Favoreció mucho la Reforma de los
Descalzos con el gran prestigio de que gozaba en la corte. Conoció a la Santa en el tiempo que
fué rector del Colegio de Santo Tomás de Avila. Murió el 17 de Junio de 1592. (Cfr. Padre
Felipe Martín, Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores, p. 666).
5 Cfr. t. I, p. 271.
6 Cfr. t. I, p. 286.
7 Bartolomé de Medina, de la Orden de Predicadores, y profesor de las Universidades
de Alcalá y Salamanca. Mal dispuesto contra la Santa antes de conocerla, la cobró parti-
cular estima después que la trató. Estando la Santa en Alba (1574), iba todas las semanas de
Salamanca a confesarla el P. Bartolomé. Murió en 1580. Acerca del cambio que experimentó
el P. Medina, así que hubo tratado a la Santa, he aquí lo que dice en el Proceso de Avila
D. Francisco Mena, beneficiado de la parroquia de San Vicente: «Al artículo 17 dijo: que el
Padre Maestro Fray Bartolomé de Medina de la Orden de Santo Domingo, catedrático de
Prima de Teología en la Universidad de Salamanca, cuyo discípulo fué este testigo, al prin-
RELACIÓN IV 25
estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y pa-
recióle que éste la diría mejor si iba engañada que nenguno; esto
ha poco más de dos años; y procuróse confesar con él, y dióle
larga relación de todo, lo que allí estuvo, y procuró que viese
lo que había escrito para que entendiese mejor su vida. El la
asiguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo. También
se confesó algún tiempo con el Padre Alaestro Fray Felipe de
Meneses (1), que estuvo en Valladolid a fundar, y era el Prior u
Retor de aquel Colegio de San Gregorio; y habiendo oído estas
cosas, la había ido a hablar en Avila con harta caridad, quirien-
do saber si estaba engañada, y que si no era razón porque la
mormurasen tanto; y se satisfizo mucho. También trató parti-
cularmente con un Provincial de Santo Domingo, llamado Sali-
nas, hombre muy espiritual y gran siervo de Dios (2) ; y con otro
letor que es ahora en Segovia, llamado Fray Diego de Yanguas,
harto de agudo ingenio (3).
Otros algunos, que en tantos años y con temor ha habido
lugar para ello, en especial como andaba en tantas partes a fuxi-
dar, lianse hecho hartas pruebas, porque todos deseaban acertar
a darla luz, por donde la han asegurado y se han asegurado.
Siempre jamás estaba sujeta y lo está a todo lo que tiene la
santa fe católica; y toda su oración y de las casas que ha fun-
dado, es porque vaya en aumento. Decía ella que cuando al-
cipio recibió mal las cosas de la Santa Madre, en tal forma, que públicamente en su cá-
tedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus
casas rezando e hilando, u sabido esto por la Santa Madre, deseó mucho hablarle u comu-
nicarle su espíritu y el fin de sus fundaciones; y habiéndole comunicado, le satisfizo de
suerte, que públicamente en la mesraa cátedra alabó y aprobó el espíritu de la Santa Madre,
y entre otras palabras que de ella dijo, fueron estas: «Señores, el otro día dije aquí unas
palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas Descalzas y hablé
mal. Hela comunicado y tratado, y sin duda tiene el espíritu de Dios y va por muy buen
camino».
1 Aventajado escritor ascético y ejemplar religioso, después de haber desempeñado una
cátedra en Alcalá, fué regente del Colegio de San Gregorio de^ Valladolid. Murió el año de
1572 en su convento de Santa Marta (Galicia).
2 Juan de Salinas, provincial durante varios años, conoció a la Santa en Toledo, y la
confesó muy amenudo durante el tiempo que permaneció en aquella ciudad. Murió el Padre
Salinas en 1569.
3 Diego Yanguas, de extraordinaria capacidad g virtud y célebre por sus comentarios
de cátedra a la Suma de Santo Tomás, confesó a la Santa Madre en Segovia cuando hizo
aquella fundación en 1574. Con el P. Jerónimo Gracián examinó, entre otros escritos de la
Santa, Las Motadas. Otros muchos Padres de la gloriosa Orden de Santo Domingo trataron
a la Santa, como puede verse en la citada obra del P. Felipe Martín, Santa Teresa y la
Orden de Piedicadores y en ¡a del P. Paulino Alvarez, Santa Teresa y el A Báñez.
26 LAS RELACIONES
guna cosa de estas la enducicra contra lo que es fe católica y la
ley de Dios, que no hubiera menester andar a buscar pruebas,
que luego viera era demonio.
Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes si
le decían sus confesores al contrario, lo hacía luego y siempre
daba parte de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era
Dios con cuanto le decían que sí, que lo jurara, aunque por los
efetos y las grandes mercedes que le ha hecho, en algunas cosas
le parecía buen espíritu, mas siempre deseaba virtudes, y en
esto ha puesto a sus monjas, diciendo que la más humilde y mor-
tificada sería la más espiritual.
Esto que ha escrito dio al Padre Maestro Fray Domingo
Bañes, que está en Valladolid, que es con quien más ha tratado y
trata. Piensa que los habrá presentado al Santo Oficio en Ma-
drid (1). En todo ello se sujeta a la correción de la fe católica
y de la Ilesia. Nenguno la ha puesto culpa, porque son estas
cosas que no están en mano de nadie, y Nuestro Señor no pide
lo imposible.
Como se ha dado cuenta a tantos por el gran temor que
traía, hanse divulgado mucho estas cosas, que ha sido para ella
harto grandísimo^ tormento y cruz (2). Dice ella que no por hu-
mildad, sino porque siempre aborrecía estas cosas que decían de
mujeres. Tenía extremo a no se sujetar a quien le parecía que
creía era todo de Dios, porque luego temía los había de engañar
a entramos el demonio. Con quien vía temeroso, trataba su alma
de mejor gana, aunque también le daba pena con los que de]
todo despreciaban estas cosas; era por probarla; porque le pare-
cían algunas muy de Dios, y no quisiera, que pues no vían causa
las condenaran determinadamente, tampoco como que creyeran
que todo era de Dios, porque entendía ella muy bien que podía
haber engaño, y por esto jamás le pareció asegurarse del todo
en lo que podía haber peligro. Procuraba lo más que podía en
ninguna cosa ofender a Dios y siempre obedecer; y con estas
dos cosas se pensaba librar, aunque fuese demonio.
1 Cfr. t. I, Preliminares, págs. CXVII y CXXV.
2 La Santa expresa esta palabra por una "f.
RELACIÓN IV 27
Desde que tuvo cosas sobrenaturales, siempre se inclinaba
su espíritu a buscar lo más perfeto, y casi ordinario traía gran-
des deseos de padecer; y en las persecuciones, que tuvo hartas,
se hallaba consolada, y con amor particular a quien la perseguía,
Gran deseo de pobreza y soledad, y de salir de este destierro
por ver a Dios. Por estos efetos y otros semejantes, se comenzó
a asosegar, pareciéndole que espíritu que la dejaba con estas vir-
tudes no sería malo, y ansí se lo decían con los que lo trataba,
aunque para dejar de temer no, sino para no andar tan fatigada.
Jamás su espíritu la persuadía a que encubriese nada, sino a
que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del cuerpo vio nada,
como está dicho, sino con una delicadez y cosa tan inteletual,
que algunas veces pensaba a los principios se le había antojado,
otras no lo podía pensar. Tampoco oyó jamás con los oídos
corporales, si no fueron dos veces, y éstas no entendió cosa de
las que decían, ni sabía qué.
Estas cosas no eran continas, sino en alguna necesidad al-
gunas veces, como fué una que había estado algunos días con
unos tormentos interiores incomportables y un desasosiego in-
terior de temor si la traía engañada el demonio, como más lar-
gamente están en aquella Relación, y también están sus pecados,
que ansí han sido públicos, como estotras cosas, porque el miedo
que traía le ha hecho olvidar su crédito. Y estando ansí con
aflición que no se puede decir, con sólo entender esta palabra
en lo interior: Yo soy; no tengas miedo, quedaba el alma tan
quieta y animosa y confiada, que no podía entender de dónde
le había venido tan gran bien; pues no había bastado confe.sor,
ni bastaran muchos letrados con muchas palabras para ponerle
aquella paz y quietud que con una se le había puesto. Y ansí
otras veces que con alguna visión quedaba fortalecida; porque
a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos y
contradiciones y enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa;
que jamás anda sin algún género de padecer. Hay más y menos,
mas lo ordinario es siempre dolores con otras hartas enferme-
dades, aunque después que es monja la han apretado más.
Si en algo sirve al Señor, y las mercedes que le hace pasa
28 LñS RELACIONES
de presto por su, memoria, aunque de las mercedes muchas veces
se acuerda; mas no puede detenerse allí mucho, como en los
pecados, que siempre están atormentándola como un cieno de
mal olor. El haber tenido tantos pecados y servido a Dios tan
poco, debe ser causa de no ser tentada de vanagloria. Jamás con
cosa de su espíritu tuvo persuasión, ni cosa sino de toda lim-
pieza y castidad; y sobre todo un gran temor de no ofender a
Dios Nuestro Señor y de hacer en todo su voluntad. Esto le
suplica siempre, y a su parecer está tan determinada a no salir
de ella, que no la dirían cosa en que pensase servir más a Dios
los que la tratan, confesores y perlados, que la dejase de poner
por obra, confiada en que el Señor ayuda a los que se determinan
por su servicio y gloria.
No se acuerda más de sí, ni de su provecho, en comparación
de esto, que si no fuese, a cuanto ella puede entender de sí, y
entienden sus confesores. Es todo gran verdad lo que va en este
papel, y lo puede probar con ellos v. m. si quiere, y qon todas
las personas que la han tratado de veinte años a esta parte.
Muy ordinario la mueve su espíritu a alabanzas de Dios, y que-
rría que todo el mundo entendiese en esto, aunque a ella le
costase muy mucho. De aquí le viene el deseo del bien de las
almas; y de ver cuan basuras son las cosas exteriores de este
mundo y cuan preciosas las interiores, que no tienen compara-
ción, ha venido a tener en poco las cosas del.
La manera de visión que v. m. me preguntó, es que no se
ve cosa ni interior ni exteriormente, porque no es imaginaria; mas
sin verse nada, entiende el alma quién es, y hacia dónde se le
representa más claramente que si lo viese, salvo que no se le
le representa cosa particular, sino como si una persona sintiese
que está otra cabe ella, y porque estuviese ascuras no la vemos,
cierto entiende que está allí, salvo que no es comparación esta
bastante; porque el que está ascuras, por alguna vía, u oyendo
ruido, u habiendo visto antes la persona, entiende que está
allí, u la conoce de antes; acá no hay nada de eso, sino que
sin palabra exterior ni interior entiende el alma clarísimamente
quién es, y hacia qué parte está, y a las veces lo que quiere
RELACIÓN IV 29
sinificar. Por dónde u cómo, no lo sabe; mas ello pasa ansí;
y lo que dura no puede inorarlo; y cuando se quita, aunque
más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se ve
que es imaginación y no presencia, que esta no está en su mano;
y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no
tenerse en nada a quien Dios hace esta merc€d, porque ve que
es cosa dada y que ella allí ni puede quitar ni poner; y esto
hace quedar con mucha más humildad y amor de servir siempre
a este Señor tan poderoso, que puede hacer lo que acá no po-
demos aún entender, cómo, aunque más letras tengan, hay cosas
que no se alcanzan. Sea bendito El que lo da. Amen, para siem-
pre jamás (1).
1 Además de los códices de Avila y Toledo, conservaban copias antiguas de esta Reln-
ción las Carmelitas de Consuegra, Valladolld, Málaga y Oporto.
RELACIÓN V
EN SEVILLA, AÑO DE 1576 (1).
JESÚS
Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pue-
dan entender estas cosas de el espíritu interiores, cuanto más
con brevedad pasan, que si la obediencia no lo hace, será dicha
atinar, especial en cosas tan dificultosas. Mas poco va en que
desatine, pues va a manos que otros mayores habrá entendido
de mi. En todo lo que dijere, suplico a vuestra merced que en-
tienda que no €s mi intento pensar es acertado, que yo podré
no entenderlo; mas lo que puedo certificar es, que no diré
cosa que no haya expirimentado algunas y muchas veces. Si es
bien u mal, vuestra merced lo verá y me avisará dello.
Paréceme será dar a vuestra merced gusto comenzar a tra-
tar del principio de cosas sobrenaturales, que en devoción, y
ternura, y lágrimas y meditaciones que acá podemos adquirir
con ayuda de <¿\ Señor, entendidas están.
La primera oración que sentí, a mi parecer sobrenatural,
que llamo yo lo que con idustria ni deligencia no se puede
adquirir, aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello
sí, y debe de hacer mucho al caso, es un recogimiento inte-
1 Esta Relación, como la anterior, es para el P. Rodrigo Alvarez, a quien da cuenta
de su espíritu, como a su director, a diferencia de la anterior que le dirigió como a califi-
cador del Santo Oficio, y por eso habla en ella en tercera persona, como hemos visto. Esta
Relación fué publicada ya por Ribera, 1. IV, c. III.
32 LAS RELACIONES
rior que se siente en el alma, que parece ella tiene allá otros
sentidos, como acá los exteriores, que ella en sí parece se quie-
re apartar de los bullicios exteriores; y ansí algunas veces los
lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos y no oír, ni ver
ni entender sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que
es poder tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún
sentido ni potencia, que todo está entero; mas estálo para em-
plearse en Dios. Y esto a quien Nuestro Señor lo hubiere dado
será fácil de entender; y a quien no, a lo menos será menester
muchas palabras y comparaciones.
De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz
interior muy regalada, que está el alma que no le parece le falta
nada; que aun el hablar le cansa, digo el rezar y el meditar,
no querría sino amar: dura rato y aún ratos.
Desta oración suele proceder un sueño que llaman de las
potencias, que ni están asortas, ni tan suspensas que se pueda
llamar arrobamiento. Aunque no es del todo unión, alguna vez,
y aun muchas, entiende el alma que está unida sola la voluntad, y
se entiende muy claro, digo claro, a lo que parece. Está empleada
toda en Dios, y que ve el alma la falta de poder estar ni obrar
en otra cosa; y las otras dos potencias están libres para negocios
y obras de el servicio de Dios. En fin, andan juntas Marta y
María. Yo pregunte al Padre Francisco si sería engaño esto,
porque me traía boba; y me dijo, que muchas veces acaecía (1).
Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente;
porque ninguna cosa puede obrar, porque el entendimiento está
como espantado. La voluntad ama más que entiende; mas ni
entiende si ama ni qué hace de manera que lo pueda decir la
memoria, a mi parecer, que no hay ninguna, ni pensamiento,
ni aun por entonces son los sentidos despiertos, sino como quien
los perdió para más emplear el alma en lo que goza, a mi pa-
recer; que por aquel breve espacio se pierden: pasa presto. En
la riqueza que queda en el alma de humildad y otras virtudes
y deseos, se entiende el gran bien que le vino de aquella mer-
1 San Francisco de Borja. (Cfr. t. I, c. XXIV, p. 186).
RELACIÓN V 33
ced; mas no se puede decir lo que es; porque, aunque el
alma se da a entender, no sabe cómo lo entiende ni decirlo. A
mi parecer, si esta es verdadera, es la mayor merced que Nues-
tro Señor hace en este camino espiritual, a lo menos de las
grandes.
Arrobamientos y suspensión, a mi parecer, todo es uno,
sino que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arro-
bamiento, que espanta; y verdaderamente, también se puede lla-
mar suspensión esta unión que queda dicha. La diferencia que
hay del arrobamiento a ella, es ésta: que dura más y siéntese
más en esto exterior, porque se va acortando el huelgo, de ma-
nera que no se puede hablar, ni los ojos abrir; aunque esto
mesmo se hace en la unión, es acá con mayor fuerza, porque el
calor natural se va no sé yo adonde, que cuando es grande el arro-
bamiento, que en todas estas maneras de oración hay más y me-
nos, cuando es grande, como digo, quedan las manos heladas
y algunas veces extendidas como unos palos; y el cuerpo, si toma
en pie, ansí se queda, u de rodillas; y es tanto lo que se emplea
en el gozo de lo que el Señor le representa, que parece se
olvida de animar en el cuerpo y le deja desamparado, y, si dura,
quedan los niervos con sentimiento.
Paréceme que quiere aquí el Señor que el alma entienda
más de lo que goza, que en la unión, y ansí se le descubren al-
gunas cosas de Su Majestad en el rato muy ordinariamente;
y los efetos con que queda el alma son grandes, y el olvidarse
a sí por querer que sea conocido y alabado tan gran Dios y Se-
ñor. A mi parecer, si es de Dios, que no puede quedar sin un
gran conocimiento de que ella allí no pudo nada y de su miseria
y ingratitud de no haber servido a quien por solo su bondad le
hace tan gran merced. Porque el sentimiento y suavidad es tan
ecesivo que todo lo que acá se puede comparar, que si aquella me-
moria no se le pasase, siempre habría asco de los contentos de
acá; y ansí viene a tener todas las cosas del mundo en poco.
La diferencia que hay de arrobamiento y arrebatamiento es,
que el arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas
exteriores, y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios. El arre-
II 3
34 LñS RELACIONES
batamiento viene con una sola noticia que Su Majestad da en lo
mug íntimo de el alma, con una velocidad que la parece que la
arrebata a lo superior della, que a su parecer se le va de el
cuerpo; y ansí es menester ánimo a los principios para entregar-
se en los brazos de el Señor, que la lleve a do quisiere, porque,
hasta que Su Majestad la pone en paz adonde quiere llevarla,
digo llevarla que entienda cosas altas, cierto, es menester a los
principios estar bien determinada a morir por El; porque la
pobre alma no sabe qué ha de ser aquello, digo a los principios.
Quedan las virtudes, a mi parecer, de esto más fuertes; porque
deséase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios
para temerle y amarle. Pues ansí, sin ser más en nuestra mano,
arrebata el alma, bien como Señor de ella; queda gran arrepen-
timiento de haberle ofendido, y espanto de cómo osó ofender
tan gran Majestad, y grandísima ansia porque no haya quien
le ofenda, sino que todos le alaben. Pienso que deben venir de
aquí estos deseos tan grandísimos de que se salven las almas,
y de ser alguna parte para ello, y para que este Dios sea alabado
como merece.
El vuelo de espíritu es un no sé cómo le llame, que sube de
lo más íntimo de el alma. Sola esta comparación se me acuerda,
que puse adonde vuestra merced sabe, que están largamente de-
claradas estas maneras de oración y otras, y es tal mi memoria,
que luego se me olvida (1). Paréceme que el alma y el espíritu
debe ser una cosa; sino que como un fuego, que si es grande y ha
estado dispuniéndose para arder, ansí el alma de la dispusición
que tiene con Dios, como el fuego, ya que de presto arde, echa
una llama que llega a lo alto, aunque tan fuego es como el otro
que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de que-
dar el fuego. Ansí acá en el alma parece que produce de sí
una cosa tan de presto y tan delicada, que sube a la parte supe-
rior y va donde el Señor quiere, que no se puede declarar
más, y parece vuelo, que yo no sé otra cosa como compararlo.
Sé que se entiende muy claro y que no se puede estorbar.
1 Vida, c. XVII, p. 132.
RELACIÓN V 35
Parece que aquella avecica del espíritu se escapó de esta
miseria de esta carne g cárcel deste cuerpo, g ansí puede más
emplearse en lo que le da el Señor. Es cosa tan delicada y tan
preciosa, a lo que entiende el alma, que no le parece hag en
ello ilusión, ni aun en ninguna cosa de estas, cuando pasan.
Después eran los temores, por ser tan ruin quien lo recibe, que
todo le parecía había razón de temer, aunque en lo interior de el
alma queda una certidumbre g siguridad, con que se podía vivir;
mas no para dejar de poner deligencias para no ser engañada.
ímpetus llamo go a un deseo que da el alma algunas veces,
sin haber precedido antes oración, g aun lo más contino, sino
una memoria que viene de presto de que está ausente de Dios,
u de alguna palabra que oge, que vaga a esto. Es tan poderosa
esta memoria g de tanta fuerza algunas veces, que en un instante
parece que desatina; como cuando se da una nueva de presto
mug penosa, que no sabía, o un gran sobresalto, que parece
quita el discurso a el pensamiento para consolarse, sino que
se queda como asorta. Ansí es acá, salvo que la pena es por tal
causa, que queda a el alma un conocer, que es bien empleado
morir por ella. Ello es que parece que todo lo que el alma en-
tiende entonces, es para más pena, g que no quiere el Señor
que todo su ser le aproveche de otra cosa, ni acordarse es su
voluntad que viva, sino parécete que está en una tan gran soledad
g desamparo de todo, que no se puede escribir; porque todo el
mundo g sus cosas le dan pena, g que ninguna cosa criada le
hace compañía, ni quiere el alma sino al Criador, g esto velo
imposible si no muere, g como ella no se ha de matar, muere por
morir, de tal manera que verdaderamente es peligro de muerte,
g vese como colgada entre cielo g tierra, que no sabe qué se
hacer de sí. Y de poco en poco dale Dios una noticia de sí
para que vea lo que pierde, de una manera tan extraña, que no
se puede decir; porque ninguna hag en la tierra, a lo menos
de cuantas go he pasado, que le iguale; baste que de media hora
que dure, deja tan descoguntado el cuerpo g tan abiertas las ca-
nillas, que aun no quedan las manos para poder escribir g con
grandísimos dolores.
36 LflS RELACIONES
De esto ninguna cosa siente hasta que se pasa aquel ímpetu.
Harto tiene que hacer en sentir lo interior, ni creo sentiría
graves tormentos; y está con todos sus sentidos, y puede hablar
y aun mirar; andar no, que la derrueca el gran golpe de el
amor. Esto, aunque se muera por tenerlo, si no es cuando lo da
Dios, no aprovecha. Deja grandísimos efetos y ganancia en el
alma. Unos letrados dicen que es uno, otros otro; nadie lo con-
dena. El Maestro Avila me escribió era bueno (1), y ansí lo dicen
todos. El alma bien entiende es gran merced de el Señor: a ser
muy a menudo, podo duraría la vida.
El ordinario ímpetu, es que viene este deseo de servir a Dios
con una gran ternura y lágrimas por salir de este destierro;
mas como hay libertad para considerar el alma que es la voluntad
del Señor que viva, con eso se consuela, y le ofrece el vivir,
suplicándole no sea sino para su gloria; con esto pasa.
Otra manera harto ordinaria de oración, es una manera de
herida que parece a el alma como si una saeta la metiesen por
el corazón, o por ella mesma. Ansí causa un dolor grande que
hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este
dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga material, sino
en lo interior de el alma, sin que parezca dolor corporal; sino
que, como no se puede dar a entender sino por comparaciones,
pónense estas groseras, que para lo que ello es lo son, mas no
sé yo decirlo de otra suerte. Por eso no son estas cosas para
escribir ni decir, porque es imposible entenderlo, sino quien
lo ha expirimentado, digo adonde llega esta pena, porque las
penas del espíritu son diferentísimas de las de acá. Por aquí
saco yo cómo padecen más las almas en el infierno y purgatorio
que acá se puede entender por estas penas corporales.
Otras veces parece que esta herida del amor sale de lo íntimo
de el alma; los efetos son grandes; y cuando el Señor no lo da,
no hay remedio aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de
tener cuando El es servido de darlo. Son como unos deseos
de Dios tan vivds y tan delgados, que no se pueden decir; y como
1 Lleva la carta fecha de 12 de Septiembre de 1568.
RELACIÓN V 37
el alma se ve atada para no gozar como querría de Dios, dale
un aborrecimiento grande con el cuerpo, y paréoele como una
gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que
entiende entonces, a su parecer, que goza en sí, sin embarazo
del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado
de Adán en quitar esta libertad.
Esta oración antes de los arrobamientos y los ímpetus gran-
des que he dicho, se tuvo. Olvídeme de decir, que casi siempre
no se quitan aquellos ímpetus grandes, si no es con un arroba-
miento y regalo grande de el Señor, adonde consuela el alma
y la anima para vivir por El.
Todo esto que está dicho, no puede ser antojo, por algunas
causas, que sería largo de decir. Si es bueno u no, el Señor lo
sabe. Los efetos y cómo deja aprovechada el alma, no se puede
dejar de entender, a todo mi parecer.
Las Personas veo claro ser distintas (1), como lo vía ayer,
cuando hablaba vuestra merced con el Provincial (2) ; salvo que ni
veo nada, ni oyó, coraio ya a vuestra merced he dicho ; mas es con
una certidumbre extraña, aunque no vean los ojos de el alma, y en
faltando aquella presencia, se ve que falta. El cómo, yo no lo sé,
mas muy bien sé que no es imaginación; porque aunque después
me deshaga para tornarlo a representar, no puedo, aunque lo
he probado; y ansí es todo lo que aquí va, a lo que yo puedo
entender, que como ha tantos años, hase podido ver para decir-
lo con esta determinación. Verdad es, y advierta vuestra merced
en esto, que la Persona que habla siempre, bien puedo afirmarla
que me parece que es; las demás no podría así afirmarlo. La una
bien sé que nunca ha sido; la causa jamás lo he entendido, ni
yo me ocupo más en pedir de lo que Dios quiere, porque luego
me parece me había de engañar el demonio, y tampoco lo pe-
diré ahora, que habría temor de ello.
La principal paréceme que alguna vez; mas como ahora no
me acuerdo bien, ni lo que era, no lo osaré afirmar. Todo está
1 Este y los dos párrafos siguientes, faltan en el códice de Toledo.
2 Alude al P. Rodriao Alvarez y a' P- Diego de Acosta, Provincial de la Compañía en
Andalucía.
38 LflS RELACIONES
escrito adonde vuestra merced sabe, y esto muy largamente que
aquí va, aunque no se si por estas palabras. Aunque se dan a
entender estas Personas distintas por una manera extraña, entiende
el alma ser un solo Dios. No me acuerdo haberme parecido que
habla Nuestro Señor, si no es la Humanidad, y, ya digo, esto
puedo afirmar que no es antojo.
Lo que dice vuestra merced del agua, yo no lo sé ni tam-
poco he entendido adonde está el Paraíso terrenal. Ya he dicho
que lo que el Señor me da» a entender, que yo no puedo excusar,
enticndolo porque no puedo más; mas pedir yo a Su Majestad
que me dé a entender ninguna cosa, jamás lo he hecho, que lue-
go me parecería que yo lo imaginaba, y que me había de engañar
el demonio, y jamás, gloria a Dios, fui curiosa en desear saber
cosas, ni se me da nada de saber más. Harto trabajo me ha
costado esto, que sin querer, como digo, he entendido, aunque
pienso ha sido medio que tomó el Señor para mi salvación, como
me vio tan ruin, que los buenos no han menester tanto para
servir a Su Majestad.
Otra oración me acuerdo, que es primero que la primera
que dije, que es una presencia de Dios que no es visión de nin-
guna manera, sino que parece que cada y cuando, al menos
cuando no hay sequedades, que una persona se quiere encomen-
dar a Su Majestad, aunque sea rezar vocalmente, le halla. Ple-
ga a El que no pierda yo tantas mercedes por mi culpa y que
haya misericordia de mí (1).
1 La inteligencia de este párrafo, como tantos otros de la insigne Doctora, ha dado ocasión
a muchas controversias, y aun actualmente se discute en libros y revistas científicas, nacionales
y extranjeras. No es de incumbencia del editor terciar en ellas, ni es posible siquiera, ya que
exigen prolijas exposiciones de doctrina mística, incompatibles con una nota, que necesariamente
ha de ser breve. En cambio, procuraremos dar un texto esmerado, que es nuestro deber principal,
a fln de que los Doctores católicos discutan sobre la base firme y segura de una lección ajustada
en todo al pensamiento de la gran Mística avilesa.
RELACIÓN VI
EN PñLENCIA, AÑO DE 1581 (1).
JESÚS
¡Oh quién pudiera dar a entender bien a V. S. la quietud y
sosiego con que se halla mi alma! ; (2) porque de que ha de gozar
de Dios tiene ya tanta certidumbre, que le parece goza el alma
que ya le ha dado la posesión aunque no el gozo. Como si uno
hubiese dado una gran renta a otro con muy firmes escrituras
para que la gozara de aquí a cierto tiempo y llevara los frutos;
mas hasta entonces no goza sino de la posesión que ya le han
dado de que gozará esta renta. Y con el agradecimiento que le
queda, ni la querría gozar, porque le parece no lo ha merecido,
sino servir, aunque sea padeciendo mucho; y aun algunas veces
parece que de aquí a la fin del mundo cería poco para servir
a quien le dio esta posesión. Porque, a l.i verdad, ya en parte
no está sujeta a las miserias del mundo como solía; porque
aunque pasa más, no parece, sino que es como en la ropa; que
1 Va dirigida a su antiguo confesor en Toledo, ahora obispo de Osma, D. Alonso Ve-
lázquez. En el cap. XXX de las Fundaciones, habla de él la Santa con particular estima, lo
mismo que en algunas cartas. De canónigo de Toledo, pasó a obispo de Osma, g por fin, a
la Sede compostelana, de donde fué nombrado arzobispo en Mayo de 1583. Murió el H de
Enero de 1587.
La mayor parte de esta Relación, publicada por vez primera en el tomo II, carta IV, de
la edición de 1671, ha sido reproducida en las demás del mismo modo. El autógrafo, que se
halla bastante deteriorado, se venera en las Carmelitas Descalzas de Santa Ana de Madrid.
Poseemos de él una reproducción fotográfica.
2 Aquí comienza el original de Madrid. Sobre esta primera línea del autógrafo se lee:
Parte de una relación que la M.e me embió consultando su spu. y manera de proceder. La
letra es de la época, y, a lo que parece, del mismo doctor Velázquez. También parece infe--
rirse de las palabras transcritas, que a la Relación falta bastante para estar completa, si bien la
lectura de lo que de ella se conserva inclina el ánimo a creer lo contrario.
40 LñS RELACIONES
el alma €stá como en un castillo con señorío, y ansí no pierde
la paz, aunque esta seguridad no quita un gran temor de no
ofender a Dios, y quitar todo lo que le puede impidir a no
le servir, antes anda con más cuidado. Mas anda tan olvidada
de su propio provecho, que le parece ha perdido en parte e]
ser, según anda olvidada de sí. En esto todo va a la honra de
Dios y como haga más su voluntad y sea glorificado.
Conque esto es ansí, de lo que toca a su salud y cuerpo,
me parece se tray más cuidado, y menos mortificación en comer,
y en hacer penitencia, no los deseos que tenía, mas, al parecer,
todo va a fin de poder más servir a Dios en otras cosas, que
muchas veces le ofrece como un gran sacrificio el cuidado del
cuerpo, y cansa harto, y algunas se prueba en algo; mas a todo
su parecer no lo puede hacer sin daño de su salud, y ponésele
delante lo que los perlados la mandan. En esto, y el deseo que
tiene de su salud, también debe entremeterse harto amor propio;
mas a mi parecer, entiendo me daría mucho más gusto, y me le
daba, cuando podía hacer mucha penitencia; porque siquiera pa-
recía hacía algo, y daba buen ejemplo y andaba sin este tra-
bajo que da el no servir a Dios en nada. V. S. mire lo que
en esto será mejor hacer.
Lo de las visiones imaginarias ha cesado; mas parece que
siempre se anda esta visión inteletual de estas tres Personas,
y de la Humanidad, que es, a mi parecer, cosa muy más subida;
y ahora entiendo, a mi parecer, que eran de Dios las que he
tenido, porque dispunien el alma para el estado en que ahora
está, sino como tan miserable y de poca fortaleza, íbala Dios
llevando como vía era menester; mas, a mi parecer, son de pre-
ciar cuando son de Dios mucho.
Las hablas interiores no se han quitado, que cuando es me-
nester, me da Nuestro Señor algunos avisos; y aun ahora en
Palencia se hubiera hecho un buen borrón, aunque no de pe-
cado, si no fuera por esto (1).
1 Véase lo que dice la Santa en el capítulo XXIX de Las Fundaciones sobie la adquisi^
ción de unas casas junto a Nuestra SeBora de la Calle, en esta ciudad.
RELACIÓN Vi 4Í
Los atos y deseos no parece lleva la fuerza que solían, que
aunque son grandes, es tan mayor la que tiene el que se haga
la voluntad de Dios y lo que sea más su gloria, que como el
alma tiene bien entendido que Su Majestad sabe lo que para
esto conviene y está tan apartada de interese propio, acábanse
presto estos deseos y atos, y a mi parecer no llevan fuerza-
De aquí procede el miedo que trayo algunas veces, aunque no
con inquietud y pena como solía, de que está el alma embobada,
y yo sin hacer nada, porque penitencia no puedo. Atos de
padecer y martirio y de ver a Dios, no llevan fuerza, y lo más
ordinario no puedo. Parece vivo sólo para comer y dormir y no
tener pena de nada, y aun esto no me la da, sino que algunas
veces, como digo, temo no sea engaño; mas no lo puedo creer,
porque a todo mi parecer, no reina en mí con fuerza asi-
miento de ninguna criatura ni de toda la gloria del cielo, sino
amar a este Dios, que esto no se menoscaba, antes, a mi pa-
recer, crece y el desear que todos le sirvan.
Mas con esto me espanta una cosa, que aquellos sentimien-
tos tan ecesivos e interiores que me solían atormentar de ver
perder las almas y de pensar si hacía alguna ofensa a Dios, tam-
poco lo puedo sentir ahora ansí, aunque, a mi parecer, no es
menor el deseo de que no sea ofendido.
Ha de advertir V. S., que en todo esto ni en lo que ahora
tengo, ni en lo pasado, puedo poder más ni es en mi mano; servir
más sí podría si no fuese ruin; mas digo que si ahora con gran
cuidado procurase desear morirme, no podría ni hacer los atos
como solía, ni tener las penas por las ofensas de Dios, ni tam-
poco los temores tan grandes que traje tantos años, que me
parecía si andaba engañada, y ansí ya no he menester andar
con letrados ni decir a nadie nada, sólo satisfacerme si voy bien
ahora y puedo hacer algo. Y esto he tratado con algunos que
había tratado lo demás, que es Fray Domingo y el Maestro Me-
dina y unos de la Compañía (1). Con lo que V. S. ahora me
1 Puede referirse a los PP. Baltasar Alvarez y Jerónimo Ripalda, a quienes el aflo ante-
rior (1580) había hablado en Toledo g Valladolid, respectivamente.
42 LAS RELACIONES
dijere, acabaré por el gran crédito que tengo de él; mírelo mu-
cho por amor de Dios. Tampoco se me ha quitado entender están
en €l cielo algunas almas que se mueren, de las que me tocan,
otras no (1).
La soledad que hace pensar no se puede dar aquel sentido
a €l que mama los pechos de mi madre. La ida de Egito (2).
La paz interior y la poca fuerza que tienen contentos ni
descontentos por quitarla, de manera que dure, esta presencia,
tan sin poderse dudar de las tres Personas, que parece claro,
se experimenta lo que dice S. Juan (3), que haría morada con el
alma, esto no sólo por gracia, sino porque quiere dar a sentir
esta presencia g tray tantos bienes, que no se pueden decir, en
especial, que no es menester andar a buscar consideraciones
para conocer que está allí Dios. Esto es casi ordinario, si no es
cuando la mucha enfermedad aprieta; que algunas veces parece
quiere Dios se padezca sin consuelo interior, mas nunca, ni
por primer movimiento, tuerce la voluntad de que se haga en
ella la de Dios. Tiene tanta fuerza este rendimiento a ella, que
la muerte, ni la vida se quiere, sino es por poco tiempo cuando
desea ver a Dios; mas luego se le representa con tanta fuerza
estar presentes estas tres Personas, que con esto se ha remedia-
do la pena de esta ausencia y queda el deseo de vivir, si él
quiere, para servirle más; y si pudiese ser parte que siquiera
un alma le amase más y alabase por mi intercesión, que aunque
fuese por poco tiempo, le parece importa más que estar en
la gloria (4).
Teresa de Jesús.
1 Una sería la de su hermano D. Lorenzo de Cepeda, muerto en 1580, cuando la Santa se
hallaba en Segovia. En el original estas dos líneas están escritas al margen.
2 Estas dos líneas envuelven pensamientos para nosotros incomprensibles. Quizá la Santa
empleó este lenguaje emblemático para ocultarlos a los indiscretos. El Sr. Velázquez segura-
mente que los entendería muy bien. Puede ser también que Santa Teresa expresase en cifra
estos conceptos, que luego pudo exponer de palabra al piadoso Obispo al ir a la fundación
de Soria. Advertimos que la Santa pone la acostumbrada línea, equivalente al punto, antes
de las palabras: La ida de Egipto, formando distinto período, y no uno sólo, como se ve en
Rivadeneyra u muchos manuscritos antiguos. Tampoco vienen en adición marginal, como dicen
las Carmelitas de París (Oeuvres, t. II, p. 32'i), sino en el texto.
3 Joann, XIV, 23.
4 Al terminar la Relación, y en sentido inverso, había escrito la Santa: <tjhs. La gracia del
Espíritu Santo sea con v. m.», comienzo, sin duda, de alguna carta que se proponía escribir.
MERCEDES DE DIOS
VII (1)
A diecisiete días de Noviembre, otava de San Martín, año de
mil y quinientos y sesenta y nueve, vi, para lo que yo sé, haber
pasado doce años para treinta y tres, que es lo que vivió él
Señor. Faltan veinte y uno.
Es en Toledo, en el monesterio del glorioso San Josef
del Carmen.
Yo por ti y tu por mí. Vida (2).
Doce por mí, y no por mi voluntad, se han vivido.
1 Estando en la fundación de Toledo escribió la Santa este señalado favor, en el que
parece habérsele revelado la fecha de su muerte. No se ha descifrado nunca el sentido enig-
mático de las palabras de esta revelación. El P. Antonio de San José discurre largamente en
el tomo IV de las Cartas, página 386 y siguientes, de la edición de 1793, sobre el significado
de ellas; pero, a mi juicio, más que aclararlas las embrolla. María de San José, en una de sus
Deposiciones jurídicas para la canonización de la Santa, asegura que su hermano, el P. Jeró-
nimo Gracián, poseía la clave del misterio. Se nos antoja que no debió de conocerlo tampoco,
poi lo menos de una manera completa y clara. Hablando de esto en los Diálogos sobre la
muerte de la Madre Teresa (Burgos, 1915, p. 19), dice el P. Gracian: «Sé yo de esta Madre
que más de diez años antes que muriese, sabía el tiempo dt su muerte y lo traía escrito en su
breviario; y aunque no se colige con claridad, porque hay algunas cifras suyas, pero sácase
de la edad que dicen algunos que subió al cielo María Santísima, le reveló Cristo que había
de morir, que fué sesenta y ocho años». No es más explícita al hablar de esta revelación la
sobrina de la Santa, Teresa de Jesús, hija de D. Lorenzo, eíi la declaración del Proceso de
Avila: tEn una o dos partes halló esta declarante, escrita de su letra, esta cifra, leyéndola algu-
nas veces con harta advertencia: Octava de San Martín, treinta y tres; yo por ti e tú por mi.
No decía más; pero, a lo que esta declarante ha podido entender, fueron estas palabras dichas
de Cristo Nuestro Señor en la oración a la dicha santa Madre Teresa de Jesús, con excesivo
amor, mostrándola la activa unión que tenía ya con su alma, y que por ella de nuevo la ofre-
cía su vida santísima, e que la que ella había de vivir en retorno de la suya, serían otros treinta
U tres años, contados desde el día que la hizo esta merced hasta el de su muerte». Como se ve,
la explicación es inexacta en cuanto al tiempo y nada aclara los demás puntos. Publicada entre
los fragmentos de la Santa en el tomo IV del Epistolario, la reproducimos nosotros aquí como
lugar más propio. El original se venera en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo.
2 Separa la Santa esta última palabra de las anteriores por dos líneas verticales. No deben
unirse, pot consiguiente, como se ha hecho hasta ahora, leyendo por mí vida, y alterando com-
pletamente el sentido.
44
LñS RELACIONES
VIII (1)
Estando en el monesterio de Tokdo, y aconsejándome algu-
nos que no diese el enterramiento de el a quien no fuese
caballero, díjome el Señor: «Mucho te desatinará, hija, si miras
las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado
de él: ¿por ventura serán los grandes del mundo, grandes de-
lante de mí, o habéis vosotras de ser estimadas por linajes
u por virtudes?»
IX (2)
Acabando de comulgar, segundo día de Cuaresma en San
Josef de Malagón, se me representó nuestro Señor Jesucristo en
visión imaginaria como suele, y estando yo mirándole, vi que en
la cabeza, en lugar de corona de espinas, en toda ella, que debía
ser adonde hicieron llaga, tenía una corona de gran resplandor.
Como yo soy devota de este paso, consoléme mucho y comencé
a pensar qué gran tormento debía ser, pues había hecho tantas
1 Recibió esta merced en Toledo en 1569 o 1570. Hablando de ella el P. Ribera en el
libro II, c. 14 de la Vida de Santa Teresa, dice que estaba en un papel que él vio y tenía
escrito pot defuera: «Esto era sobre que me aconsejaban que no diese el enterramiento de To"
ledo, de que no era caballero». Por este tiempo, Alonso Alvarez, no muy hacendado, pero
sí muy virtuoso y devoto de la Santa, pretendía de ella enterramiento en la capilla mayor del
convento para sí y sus descendientes, y muchas personas aconsejaban a la Fundadora que
no se lo concediese, porque no era noble ni caballero. Habla de esto mismo en el capítulo XV
de Las Fundaciones. Esta merced es una de las que publicó Fr. Luis de León; los códices de
Avila y Toledo no la traen. Las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Alcalá de Henares
poseen un papel antiguo en el que se halla esta merced, compuesta con letras cortadas de algún
escrito de la Santa, aunque el P. Fidel Fita (Boletín de la Real Academia de la Histsria,
Noviembre de 1914), le tiene por autógrafo. Otro papel como el de Alcalá poseen las Carmelitas
Descalzas de Lucena.
2 No recibió este favor el año de 1568, como opinan algunos escritores, porque la pose-
sión del nuevo monasterio se tomó el Domingo de Ramos de este mismo año, y mal pudo reci-
birlo el segundo día de Cuaresma, cuando aun no vivía en él. Probablemente, sería hacia el
año de 1570, en que andaba la Santa por tierras de Toledo. De todas suertes, hubo de recibirla
antes del 73, año en que dio comienzo al Libro de las Fundaciones. Es la primera revelación
que trae el códice de Avila. Publicáronla Fr. Luis de León y Ribera, lib. II, c. XI.
I
MERCEDES DE DIOS 45
heridas y a darme pena. Díjome g1 Señor, que no le hubiese lás-
tima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le da-
ban». Y yo le dije qué podría hacer para remedio de esto, que
determinada estaba a todo. Díjome «que no era ahora tiempo de
descansar, sino que me diese priesa a hacer estas casas, que
con las almas de ellas tenia él descanso. Que tomase cuantas
me diesen, porque había muchas que por no tener adonde no le
servían, y que las que hiciese en lugares pequeños fuesen como
ésta, que tanto podían merecer con deseo de hacer lo que en
las otras, y que procurase anduviesen todas debajo de un go-
bierno de perlado, y que pusiese mucho que por cosa de man-
tenimiento corporal no se perdiese la paz interior, que El nos
ayudaría para que nunca faltase. En especial tuviesen cuenta
con las enfermas, que la perlada que no proveyese y regalase
a las enfermas era como los amigos de Job, que El daba el
azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la
paciencia; que escribiese la fundación de estas casas». Yo pen-
saba cómo en la de Medina nunca había entendido nada para
escribir su fundación. Díjome «que qué más quería de ver que su
fundación había sido milagrosa». Quiso decir, que haciéndolo
solo El, pareciendo ir sin ningún camino, y determinarme yo a
ponerlo por obra.
X (11
Estando yo pensando cómo en un aviso que me había dado
el Señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo suplica-
ba y pensaba debía de ser demonio, díjome: «Que no era, que El
me avisaría cuando fuese tiempo».
1 Año de 1570 o 1571. Cfr. Vida, c. XXXIV.
46 LAS RELACIONES
XI (1)
Estando pensando una vez con cuanta más limpieza se vive
estando apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos
debo andar mal y con muchas faltas, entendí: «No puede ser
menos, hija, procura siempre en todo reta intención y desasi-
miento, y mírame a Mí, que vaya lo que hicieres conforme a lo ,
que yo hice».
XII (2)
Estando pensando qué sería la causa de no tener ahora casi
nunca arrobamientos en público, entendí: «No conviene ahora,
bastante crédito tienes para lo que Yo pretendo; vamos mirando
la flaqueza de los maliciosos».
XIII (3)
Estando un día muy penada por el remedio de la Orden,
me dijo el Señor: «Has lo que es en tí y déjame tú a Mí
y no te inquietes por nada; goza de el bien que te ha sido dado,
que es muy grande. Mi Padre se deleita contigo y el Espíritu
Santo te ama».
1 Esta merced, con las dos siguientes, fueron hechas a la Santa hacia el 1570. Muchos
escritores dicen que el autógrafo se conserva en las Carmelitas Descalzas de Calahorra. No le
tengo por tal, sino, como tantos otros, compuesto de letras de la Santa, cortadas de alguna
carta suya. En él se separan las cláusulas e incisos con puntos y comas y se escribe con c la
palabra recta, contra la costumbre de la Santa. Cfr. adiciones de Fray Luis de León, Ribera,
1. II, c. XVIII.
2 Cfr. ñdiciones de Fr. Luis de León.
3 Hállase únicamente en los códices de Avila y Toledo.
MERCEDES DE DIOS 47
XIV (1)
Un día me dijo el Señor: «Siempre deseas los trabajos,
y por otra parte los rehusas; Yo dispongo las cosas conforme
a lo que sé d€ tu voluntad, y no conforme a tu sensualidad y
flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: he querido que
ganes tú esta corona. En tus días verás muy adelantada la
Orden de la Virgen». Esto entendí de el Señor mediado Febrero,
año de 1571.
XV (2)
Todo ayer me hallé con gran soledad, que si no fué cuando
comulgué, no hizo en mí ninguna operación ser día de la Resu-
rreción. Anoche estando con todas dijeron un cantarcillo de cómo
era recio de sufrir vivir sin Dios (3). Como estaba ya con pena
1 Probablemente en Alba de Termes, poco antes de salir para Salamanca. Las Agustinas
de jupille (Bélgica) conservan, según algunos escritores, el autógrafo de esta Relación. Por la
fotografía que de él poseo, no me atrevo a juzgar si está compuesta de letras cortadas de la
Santa, como ocurre con la que se venera en las Carmelitas Descalzas del Corpus Christi de Al-
calá, en el mismo papel que la Relación VIII, o si es verdadero autógrafo. Por lo demás, el có-
dice de Avila está conforme con el de las Agustinas de Bélgica y con las Hdiciones de Fray
Luis de León.
2 Consérvase el original casi entero, en las Carmelitas Descalzas de San Egidio de Ro-
ma. Se conoce que debió de llegar a ellas fraccionado en varias pyrtes, que después no se
se unieron con el orden debido.'. En los códices antiguos, lo mismo que en la edición principe,
viene muij incompleta esta Relación. Al .W. R. P. Elias de San Ambrosio, secretario de
N. M. R. P. General, debo una excelente fotografía de este precioso autógrafo. Parece pro-
bable que este escrito lo destinaba la Santa al P. Martín Gutiérrez, rector de la Compañía
en Salamanca, por el mes de Abril de 1571. El P. Martín cayó en mano de los hugonotes
en Francia cuando regresaba de Roma de elegir sucesor en el generalato a San Francisco de
Boria. Murió por la fe el 21 de Febrero de 1573.
3 La autora del cantarcillo que así arrobó a la Santa Fundadora, fué la M. Isabel de Jesús,
siendo novicia en las Carmelitas de Salamanca. Ella misma nos da los siguientes pormenores
de esta escena amorosa en las Deposiciones jurídicas de aquella ciudad: «Digo que conocí y
traté a nuestra Santo Madre por espacio de once aftos, y anduve con ella algunas jornadas, y
vi en ella resplandecer todas las virtudes en superior grado. Resplandecía especialmente en ella
una continua oración y presencia de Dios, como lo manifestaban los continuos arrobamientos
que tenía, en los cuales la vi muchas veces; y especialmente me acuerdo, que siendo yo no-
vicia, estando en la recreación, canté una letra que trataba de lo que siente un alma el ausen-
cia de su Dios, y estándola contando, se quedó arrobada entre las demás religiosas. Y habien-
i
48 LAS RELACIONES
fué tanta la operación que me hizo, que se me comenzaron a ento-
mecer las manos, y no bastó resistencia, sino que como salgo de
mí por los arrobamientos de contento, de la mesma manera se
suspende el alma con la grandísima pena, que queda enajenada,
y hasta hoy no lo he entendido; antes de unos días acá, me pa-
recía no tener tan grandes ímpetus como solía, y ahora me pa-
rece que es la causa esto que he dicho, no sé yo si puede ser.
Que antes no llegaba la pena a salir de mí, y como es tan intole-
rable, y yo me estaba en mis sentidos, hacíame dar gritos gran-
des sin poderlo excusar. Ahora, como ha crecido, ha llegado a
términos de este traspasamiento, y entendiendo más el que Nues-
tra Señora tuvo, que hasta hoy, como digo, no he entendido qué es
traspasamiento. Quedó tan quebrantado el cuerpo, que aun esto
escribo hoy con harta pena, que quedan como descoyuntadas las
manos y con dolor. Diráme vuestra merced de que me vea, si
puede ser este enajenamiento de pena, y si lo siento como es,
u me engaño.
do esperado un rato, como no volvía en sí, la llevaron tres o cuatro a la su celda en peso, que
lo que allá pasó no lo sé; sólo que la vi salir al otro día, después de comer, de su celda, y
parece que estaba todavía absorta y como fuera de si. Y por un escrito que después vi de
ella, hallamos otras y yo que en aquel arrobamiento le había hecho Dios Nuestro Señor una
muy señalada merced, porque cotejamos el día y hora en que le sucedió con lo que ella escri-
bía, y hallamos ser así. Esto fué en Salamanca».
El P. Ribera, después de copiar esta Relación, añade: «Esto pasó en Salamanca el primer
año después de aquella fundación, y lo mismo sabía yo de quien se halló delante, y lo vio y
cantó el cantar, el cual era: «Véante mis ojos— Dulce Jesús bueno», con sus coplas. Y como
la tocaron en el deseo mayor de su alma, quedó tan sin sentido, que la hubieron de llevar
como muerta a la celda y acostarla, y duróla mucho, y aun al día siguiente andaba como fuera
de sí. (Cfr. 1. IV, c. X). El cantarcillo y sus coplas, que hicieron caer en tan dulce éxtasis
a la Santa, según un antiguo códice de las Carmelitas Descalzas de Cuerva, del que hay un
trasunto en el Ms. 1.400 de la Biblioteca Nacional y otros, es como sigue:
Véante mis ojos, ¿Cuándo vendrá el día
Dulce Jesús bueno. Que alcéis mi destierro?
Véante mis ojos. Véante mis ojos
Muérame yo luego. Muérame yo luego.
Vea quien quisiere No quiero contento,
Rosas y jazmines, AVi Jesús ausente.
Que si yo te viere Que todo es tormento
Veré mil jardines. A quien esto siente.
Flor de serafines. Sólo me sustente
Jesús Nazareno, Tu amor y deseo;
Véante mis ojos, Véante mis ojos,
Muérame yo luego. Dulce Jesús bueno.
Véome cautivo Véante mis ojos.
Sin tal compañía Dulce Jesús bueno,
Muerte es la que vivo Véante mis ojos.
Sin vos, vida mía. Muétame yo luego.
MERCEDES DE DIOS 49
Hasta esta mañana estaba con esta pena, que estando en
oración tuve un gran arrobamiento, y parecíame que Nuestro Se-
ñor me había llevado el espíritu junto a su Padre y di jóle: «Esta
que me diste te doy», y parecíame que me llegaba a sí. Esto no
es cosa imaginaria, sino con una certeza grande y una delicadez
tan espiritual, que todo no se sabe decir. Díjome algunas pala-
bras, que no se me acuerdan, de hacerme merced eran algunas.
Duró algún espacio tenerme cabe sí.
Como vuestra merced se fué ayer tan presto y yo veo las
muchas ocupaciones que tiene para poderme yo consolar con él,
aún lo necesario, porque veo son más necesarias las ocupaciones
de vuestra merced, quedé un rato con pena y tristeza. Como yo
tenía la soledad que he dicho ayudaba, y como criatura de la
tierra no me parece me tiene asida, dióme algún escrúpulo, te-
miendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era anoche,
y respondióme hoy Nuestro Señor a ello, y díjome que no me
maravillase, que ansí como los mortales desean compañía para
comunicar sus contentos sensuales, ansí el alma la desea cuando
haya quien la entienda, comunicar sus gozos y penas, y se entris-
tece no tener con quien. Díjome: «El va ahora bien y me agradan
sus obras». Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que
había yo dicho a vuestra merced que pasaban de presto estas vi-
siones. Y díjome «que había diferencia de esto a las imaginarias,
y que no podía en las mercedes que nos hacía haber regla cierta,
porque unas veces convenía de una manera y otras de otra».
Un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se
sentó cabe mí Nuestro Señor y comenzóme a consolar con grandes
regalos, y díjome, entre otras cosas: «Vesme aquí, hija, que yo
soy; muestra tus manos», y parecíame que me las tomaba y lle-
gaba a su costado, y dijo: «Mira mis llagas; no estás sin mí;
pasa la brevedad de la vida». En algunas cosas que me dijo,
entendí que después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra,
sino es en el Santísimo Sacramento, a comunicarse con nadie (1).
I Estas ocho líi eas forman una Revelación en un papel que se venera en las Carmelitas
del Corpus Christi de Alcalá, y que el P. Fita, en el lugar anteriormente citado, tiene equivo-
cadamente por autógrafo. No conozco más autógrafos de ella que el de San Egidio de Roma. El
II • 1
50 LñS RELACIONES
Díjome «que en resucitando había visto a Nuestra Señora, por-
que estaba ga con gran necesidad, que la pena la tenía tan
absorta y traspasada, que aun no tornaba luego en sí para gozar
de aquel gozo. Por aquí entendí esotro mi traspasamiento, bien
diferente. Mas ¡cuál debía ser el de la Virgen! y que había es-
tado mucho con ella; porque había sido menester hasta con-
solarla.
XVI di
El martes después de la Ascensión, habiendo estado un rato
en oración, después de comulgar con pena, porque me devertía
de manera que no podía estar en una cosa, quejábame al Se-
ñor de nuestro miserable natural. Comenzó a inflamarse mi alma,
pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la
Santísima Trinidad en visión inteletual, adonde entendió mi alma
por cierta manera de representación, como figura de la verdad,
para que lo pudiese entender mi torpeza, cómo es Dios trino y
uno; y ansí me parecía hablarme todas tres Personas, y que se
representaban dentro de mi alma distintamente, diciéndome «que
desde est€ día vería mijoría en mí en tres cosas, que cada una
destas Personas me hacía merced: la una en la caridad y en
padecer con contento, en sentir esta caridad con encendimiento
en el alma. Entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que
estarán con el alma que está en gracia las tres divinas Perso-
nas, porque las vía dentro de mí por la manera dicha». Estando
yo después agradeciendo a el Señor tan gran merced, hallándome
indina de ella, decía a Su Majestad con harto sentimiento, que,
códice de Avila conforma con él, lo que aumenta grandemente su fidelidad y autoridad para las
Relaciones de las cuales no se conservan los originales. Acababa de recibir una merced muy
tierna cayendo en dulce anobo místico al canto de unas encendidas estrofas el tercer día de
Pascua de Resurrección, según ella declara en el capítulo XI de la Morada VI, y poco después,
el día de la Octava, a cuyo evangelio evidentemente alude, fué favorecida con esta segunda. Por
eso se halla escrita a continuación de la anterior, y es del mismo año que ella.
1 En el monasterio de San José de Avila, a 29 de Mayo de 1571, donde se había reti-
rado por orden del provincial de los Calzados, P. Alonso González.
MERCEDES DE DIOS 51
pues me había de hacer semejantes mercedes, que por qué me
había dejado de su mano para qu€ fuese tan ruin, porque el
día antes había tenido gran pena por mis pecados, tiniéndolos
presentes. Vía claramente lo mucho que el Señor había puesto
de su parte, desde que era muy nina, para allegarme a sí con
medios harto eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por
donde claro se me representó el ecesivo amor que Dios nos
tiene en perdonar todo esto, cuando nos queremos tornar a El,
y más conmigo que con nadie, por muchas causas. Parece que-
dó en mi alma tan imprimidas aquellas tres Personas que vi,
siendo un solo Dios, que a durar ansí, imposible sería dejar
de estar recogida con tan divina compañía. Otras algunas cosas
y palabras que aquí se pasaron, no hay para qué escribir.
XVII í»
Una vez, poco antes de esto, yendo a comulgar, estando la
Forma en el relicario, que aun no se me había dado, vi una ma-
nera de paloma que meneaba las alas con ruido. Turbóme tanto
y suspendióme, que con harta fuerza tomé la Forma. Esto era
todo en San Josef de Avila. Dábame el Santísimo Sacramento el
Padre Francisco de Salcedo. Otro día, oyendo su misa, vi a el
Señor glorificado en la Hostia. Di jome que le era acetable su
sacrificio.
XVIII í2)
Esta presencia de las tres Personas que dije a el principio,
he traído hasta hoy, que es día de la Comemoración de San
1 En Avila como la anterior.
2 Probablemente recibió este favor en Medina del Campo el 30 de Junio de 1571, adonde
se habia trasladado por indicación del P. Pedro Fernández, Visitador Apostólico, para ejercer el
cargo de priora.
52 LñS RELACIONES
Pablo, presentes en mi alma muy ordinario, y como yo estaba
mostrada a traer sólo a Jesucristo, siempre parece me hacia
algún impedimento ver tres Personas, aunque entiendo es un
solo Dios, y dijome hoy el Señor, pensando yo en esto: «Que
erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que
las del cuerpo; que entendiese que era muy diferentes y que
era capaz el alma para gozar mucho. Parecióme se me represen-
tó como cuando en una esponja se encorpora y embebe el agua,
ansí me parecía mi alma que se hinchía de aquella divinidad,
y por cierta manera gozaba en sí y tenía las tres Personas.
También entendí: «No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado
en ti, sino de encerrarte tú en Mí». Parecíame que de dentro
de mi alma, que estaban y vía yo estas tres Personas, se comu-
nicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar
conmigo.
XIX (1)
Estando pocos días después desto que digo, pensando si
tenían razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y
que estaría yo mijor empleándome siempre en oración, entendí:
«Mientra se vive no está la ganancia en procurar gozarme más,
sino en hacer mi voluntad». Parecíame a mí, que pues San Pablo
dice del encerramiento de las mujeres (2), que me lo han dicho
poco ha, y aun antes lo había oído, que ésta sería la voluntad de
Dios, di jome: «Diles que no se sigan por sola una parte de la
Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme
las manos».
1 En Medina por el mismo tiempo que la anterior. Algunas líneas de esta merced se vene-
ran en la iglesia de Puig (Francia). Cfr. Hdiciones de Fr. Luis de León y Ribera, 1. II, c. XVIII.
2 Bd Tit., II, 5.
MERCEDES DE DIOS 53
XX (1)
Estando yo un día después de la Otava de la Visitación en-
comendando a Dios a un hermano mío en una ermita de el Monte
Carmelo, dije al Señor, no sé si en mi pensamiento, porque está
este mi hermano adonde tiene peligro su salvación. Si ijo viera.
Señor, un hermano vuestro en este peligro, ¿qué hiciera por
remediarle? Parecíame a mí que no me quedara cosa que pu-
diera por hacer. Díjome el Señor: «¡Oh, hija, hija, hermanas
son mías estas de la Encarnación, y te detienes! Pues ten ánimo,
mira lo quiero Yo, y no es tan dificultoso como te parece, y por
donde pensáis perderán estotras casas, ganará lo uno y lo otro;
no resistas, que es grande mi poder» (2).
1 Julio de 1571, en Medina, cuando fué llamada por el Visitador Apostólico a desempeñar
el cargo de priora en la Encarnación ij socorrer el convento, que se hallaba en grande pobreza.
Habla aquí de su hermano Agustín de Ahumada, entregado al cuidado de los bienes temporales
en Chile, con detrimento de los eternos. Cfr. Pólit, La familia de Sta. Teresa en Hméríca, c. II.
2 María de San José en el Libro de Recreaciones, después de copiar esta merced con
leves diferencias del texto que publica3iios, añade: «Bien se vio claro en esta obra este poder
grande del Señor, porque resistiendo las monjas y ayudando los frailes a impedir esta reforma
que se quería hacer, al fin el Visitador la llevó al monasterio, y usando de todo el poder que
tenía y el que el Rey para la reforma daba, que el uno y el otro fué bien menester segtin la
fuerza que pusieron para no recibirla, no porque no fuese de todos amada y bien recibida por
su persona, como aquella que era allí bien conocida su gran discreción y suavidad, mas este
nombre de reforma que por nuestros pecados es el día de hoy tan temido, y el demonio que
ayuda temiendo los bienes que de entrar allí aquella Santa .■^c habían de seguir, levantó tan
grande escándalo y ruido, que se hundía el monasterio, y las más conocidas y amigas en
aquel tiempo, no la conocían, y todas la resistían, que no fué esta pequeña guerra. Y acon-
teció una cosa muy graciosa que nuestra Madre me contó, riéndose de su poca memoria; y
fué, que habiendo entrado en el monasterio con la fuerza que habernos dicho, llevándola el
mismo Visitador y ayudando la justicia para aquietar las grandes voces que daban y resis-
tencia que se hacía, y unas deshonrándola y otras maldiciéndola, al fin la llevaron al coro,
y entrando por él, olvidósele a lo que iba, y fuese a su silla, a donde se solía sentar
cuando era monja de allí, sin se acordar que iba por priora; y así, disimulando su risa, que
era más que pena, se fué a su silla donde puso una imagen de Nuestra Señora, diciéndoles
que aquella era Superiora y no ella; y con esto y con su gran discreción y gracia, que
Nuestro Señor le dio, las aquietó y puso en estado». María Pinel, hablando de esta merced en
su Historia manuscrita del Convento de la Encarnación, añade: «Vino con esto la Santa a ser
prelada, y aunque las religiosas por ser sin votos (la había nombrado el Visitador Apostólico
Fray Pedro Fernández) resistían, pareciéndolas juzgarían habían cometido alguna culpa, no
obstante, con el mandato que traía de Dios y palabra de que había de ayudarlas, envió a decir
desde S. José, que si no echaban antes las seglares, había muchas, que no había de ir a ser
priora. Aunque la resistían, por la razón dicha, las echaron al punto».
54
LAS RELACIONES
XXI
El deseo y ímpetus tan grande de morir se me han qui-
tado, en especial desde el día de la Madalena que determiné de
vivir de buena gana por servir mucho a Dios, si no es algunas
veces; que todavía el deseo de verle, aunque más le desecho, no
puedo (1).
XXII
Una vez entendí: «Tiempo verná que en esta ilesia se ha-
gan muchos milagros: llamarla han la ilesia santa». Es en San
Josef de Avila, año 1571 (2).
XXIII
Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía
doña Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más,
sigún los deseos que me ha dado alguna vez el Señor de hacerla,
si no fuera por obedecer a los confesores, que si sería mijor no
los obedecer de quí adelante en eso, me dijo: «Eso no, hija,
buen camino llevas y siguro. ¿Ves toda la penitencia que hace?
En más tengo tu obediencia» (3).
1 Ribera, 1. IV, c. X, dice haber tenido el original de estas líneas.
2 El mismo P. Ribera, lib. IV, c. V, vio esta profecía escrita de mano de la Santa.
3 Catalina de Cardona nació en Ñapóles en 1519. Vino a España con la Duquesa de
Calabria, y en la corte llegó a ser aya del príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, g de D. Juan,
hijo de Carlos V. Retiróse a la edad de cuarenta y cuatro años a un desierto cerca de La Roda
(Albacete), donde hizo extraordinaria penitencia. Cedido el desierto a la Reforma del Carmen,
MERCEDES DE DIOS 55
XXIV (1)
Una v€z, estando en oración, me mostró el Señor por una
extraña manera de visión inteletual, cómo estaba el alma que
está en gracia, en cuya compañía vi la Santísima Trinidad por
visión inteletual, de cuya compañía venía a el alma un poder
que señoreaba toda la tierra. Dicronseme a entender aquellas
palabras de los Cantares que dice: Venial dilectas meas in hor-
tuní suum el comedat (2). Mostróme también cómo está el alma
que está en pecado, sin ningún poder, sino como una persona
que estuviese de el todo atada y liada, y atapado los ojos, que
aunque quiere ver, no puede, ni andar, ni oír y en gran escuri-
dad. Hiciéronme tanta lástima las almas que están ansí, que
cualquier trabajo me parece ligero por librar una. Parecióme,
que a entender esto como yo lo vi, que se puede mal decir, que
no era posible querer ninguno perder tanto bien ni estar en
tanto mal (3).
tomó el hábito de carmelita en las Descalzas de Pastrana el d de Mayo de 1571, establecién-
dose luego en una caverna próxima al monasterio, donde murió el 11 de Mayo de 1577. De
esta penitente habla extensamente la Reforma de los Descalros, t. I, lib. IV, c. 2-20, y mu-
chos de nuest.os escritores primitivos. En las Carmelitas de Consuegra y otros lugares hemos
visto retratos muy antiguos de ella en hábito de religioso cí;rmelita. Véase también el elogio
que hace de su penitencia Santa Teresa en el capítulo XXVlll de Las Fundaciones, y Gradan
en el Diálogo XIII de la Peregrinación de JJnastasio. No se sabe dónde ocurrió esta merced
a la Santa el año de 1571. Cfr. Bdiciones de Fr: Luis de León y Ribera, 1. IV, c. XVIIL
1 Esta merced es de 1571.
2 El códice de Avila, fiel seguramente a la ortografía del original, escribe: Veni dilectas
meus in hortum meo et comeded.
3 Cfr. adiciones de Fr. Luis de León. Sobre el alma en pecado, véase lo que escribió en
el capítulo I de las Moradas VII.
56 LAS RELACIONES
XXV (1)
La víspera de San Sebastián, el primer año que vine a ser
Priora en la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prio-
ral, adonde está puesta Nuestra Señora, bajar con gran multitud
de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí (2). A mi parecer,
no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Parecióme
se parecía algo a la imagen que me dio la Condesa (3), aunque
fué de presto el poderla determinar, por suspenderme luego mu-
cho. Parecíame encima de las comas de las sillas, g sobre los
antepechos ángeles, aunque no con forma corporal, que era vi-
sión inteletual. Estuvo ansí toda la Salve, y díjome: «Bien
acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas
que hicieren a mi Hijo y se las presentaré». Después de esto
quédeme yo en la oración que trayo de estar el alma con la San-
tísima Trinidad, y parecíame que la persona de el Padre me
llegaba a Sí y decía palabras muy agradables. Entre ellas me
dijo, mostrándome lo que me quería: v<Yo te di a mi Hijo y al
Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿Qué me puedes tú dar
a mí?» (4).
XXVI
El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran
suspensión, de manera que aun no podía pasar la Forma, y te-
1 En el monasterio de la Encarnación de Avila, el 19 de Enero de 1572, de donde era
priora desde el mes de Octubre del año precedente.
2 Aun se conserva esta silla afortunada, ü 'as religiosas cantan Completas todos los años,
con gran solemnidad, la víspera de San Sebastián, en conmemoración de este favor de la Reina
de los cielos. De él hablan la Madre María Bautista en las Informaciones de Valladolid y
María Pinel.
3 El cuadro fué regalado a la Santa por D.a María de Velasco y Aragón, Condesa de
Osorno, el cual se venera hoy en San José de Avila.
4 Cfr. adiciones de Fr. Luis de León, y Ribera, 1. III, c. I, y 1- IV, c. X.
MERCEDES DE DIOS
67
niéndomcla €n la boca, verdaderamente me pareció, cuando tor-
né un poco en mí, que toda la boca se m€ había hinchido de
sangre; y parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta
de ella, como que entonces acabara de derramarla el Señor. Me
parece estaba caliente, y era ecesiva la suavidad que entonces
sentía, y díjome el Señor: «Hija, yo quiero que mi sangre te
aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo
lo derramé con muchos dolores, y gózaslo tú con tan gran de-
leite como ves; bien te pago el convite que me hacías este día».
Esto dijo, porque ha más de treinta años que yo comulgaba este
día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar a el
Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los
judíos, después de tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan
lejos, y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en
mala posada, sigún ahora veo. Y ansí hacía unas consideraciones
bobas, y debíalas admitir el Señor; porque esta es de las visio-
nes que yo tengo por muy ciertas, y ansí, para la comunión, me
ha quedado aprovechamiento (1).
Antes de esto había estado, creo tres días, con aquella gran
pena, que trayo más unas veces que otras, de que estoy ausente
de Dios, y estos días había sido bien grande, que parecía no
lo podía sufrir, y habiendo estado ansí harto fatigada, vi que
era tarde para hacer colación y no podía,, y a causa de los vómi-
tos, háceme mucha flaqueza no la hacer un rato antes, y ansí
con harta fuerza puse el pan delante para hacérmela para comer-
lo, y luego se me representó allí Cristo, y parecíame que me partía
del pan y me lo iba a poner en la boca, y díjome: «Come,
hija, y pasa como pudieres; pésame d€ lo que padeces, mas
1 En la iglesia de la Encarnación de Avila, sobre el antiguo comulgatorio, se venera
un cuadro que reproduce este favor divino, y en él se lee que la Santa lo recibió en aquel
mismo lugar. Lo mismo asegura María Pinel en su Historia manuscrita del convento por
estas palabras: «En el coro bajo, el Domingo de Ramos, se halló toda bañada en la sangre
de Jesús y llena la boca de aquel néctar soberano, pagándole Nuestro Señor el hospedaje
que le hacía; porque además de comulgar, no comía hasta las tres de la tarde, y se estaba
acompañando a Su Majestad, y dando la comida a un pobre. Y a su imitación, se hace así
en esta casa, no comiendo aunque vayan a refectorio para cumplir con aquel acto». No sé
por qué las Carmelitas de París (Oeuvres, t. II, p. 229), y otros escritores, afirman que el
caso ocurrió en Salamanca, en Abril de 1571. El año en que recibió este regalado favor
fué, a lo que se me alcanza, el de 1572, siendo priora del monasterio de la Encarnación.
58 LAS RELACIONES
Gsto t€ conviene ahora». Quedé quitada aquella pena y conso-
lada, porque verdaderamente me pareció se estaba conmigo, y
todo otro día, y con esto se satisface el deseo por entonces.
Esto decir pésame, me hizo reparar, porque ya no me parece
puede tener pena de nada.
X X ^'^ I í
«¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu Dios?
¿No ves cuan mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te
dueles de mí?» (1).
XXVIII
Sobre el temor de pensar si no están en gracia (2) : «Hija,
muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel; nadie se
perderá sin entenderlo. Engañarse ha quien se asigure por rega-
los espirituales. La verdadera siguridad es el testimonio de la
buena conciencia; mas nadie piense que por sí puede estar en
luz, ansí como no podría hacer que no viniese la noche, porque
depende de mí la gracia. El mejor remedio que puede haber
para detener la luz, es entender que no puede nada y que le
viene de mí; porque aunque esté en ella, en un punto que yo
me aparte, verná la noche. Esta es la verdadera humildad, co-
nocer lo que puede y lo que yo puedo. No dejes de escribir
los avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres
por escrito los de los hombres, por qué piensas pierdes tiem-
po en escribir los que te doy; tiempo verná que los hayas
todos menester».
1 Mayo de 1572, en la Encarnación.
2 Siempre se había escrito erróneamente este título diciendo: «Sobre el temor de pensar si
estou en gracia». Del contexto de la revelación parece deducirse que se refiere a otras personas,
por quienes la Santa se interesaba. Recibióla en la Encarnación, año de 1572.
MERCEDES DE DIOS 59
XXIX (1)
Sobre darme a entender qué es unión. «No pienses, hija,
que es unión estar muy junta conmigo, porque también lo están
los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos y gustos de
la oración, aunque sea en muy subido grado, aunque sean míos,
medios son para ganar las almas muchas veces, aunque no estén
en gracia». Estaba yo cuando esto entendía en gran manera le-
vantado el espíritu. Dióme a entender el Señor qué era espíritu,
y cómo estaba el alma entonces, y cómo se entienden las pala-
bras de la Magnifica: Exultavit spiritus meus (2), no lo sabré
decir; paréceme se me dio a entender que el espíritu era lo su-
perior de la voluntad.
Tornando a la unión, entendí que era este espíritu limpio
y levantado de todas las cosas de la tierra, no quedar cosa de
él, que quiera salir de la voluntad de Dios, sino que de tal ma-
nera esté un espíritu y una voluntad conforme con la suya, y un
desasimiento de todo, empleado en Dios, que no haya memoria
de amor en sí ni en ninguna cosa criada. He yo pensado si esto
es unión, luego un alma que siempre está en esta determinación,
siempre podemos decir está en oración de unión, y es verdad que
ésta no puede durar sino muy poco. Ofréceseme que cuanto a an-
dar justamente, y mereciendo y ganando sí hará, mas no se puede
decir anda unida el alma como en la contemplación, paréceme
entendí, aunque no por palabras, que es tanto el polvo de nues-
tra miseria y faltas y estorbos en que nos tornamos a enfoscar,
que no sería posible estar con la limpieza que está el espíritu
cuando se junta con el de Dios, que vaya fuera y levantado de
nuestra miserable miseria. Y paréceme a mí que si esta es unión,
estar tan hecha una nuestra voluntad y espíritu con el de Dios,
que no es posible tenerla quien no esté en estado de gracia, que
me habían dicho que sí. Ansí me parece a mí será bien dificulto-
1 La Encamación, 1572.
2 El Códice de Avila: Exultabit espíritus meus.
60 LAS RELACIONES
SO entender cuando es unión, sino por particular gracia de Dios,
pues no se puede entender cuándo estamos en ella.
Escríbame vuestra merced su parecer y en lo que desatino,
y tórneme a enviar este papel (1).
XXX (2)
Había leído en un libro que era imperfeción tener imagines
curiosas, y ansí quería no tener en la celda una que tenía. Y
también antes que leyese esto, me parecía pobreza no tener
ninguna sino de papel, y como después un día de esto leí esto,
ya no las tuviera de otra cosa. Y entendí esto estando descuidada
de ello: «Que no era buena mortificación; que cuál era mijor:
la pobreza u la caridad. Que pues era lo mijor el amor, que
todo lo que me despertase a él no lo dejase, ni lo quitase a mis
monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas en las imagi-
nes decía el libro, que no la imagen. Que lo que el demonio
hacía en los luteranos, era quitarles todos los medios para más
despertar, y ansí iban perdidos. Mis cristianos, hija, han de ha-
cer ahora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen».
Entendí que tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora
y a san Josef, porque muchas veces, yendo perdida de el todo,
por sus ruegos me tornaba Dios a dar salud.
XXXI (3)
Otava de el Espíritu Santo, me hizo el Señor una merced
y me dio esperanza de que esta casa se iría mijorando; digo las
almas de ella.
1 Cfr. Ribera, 1. IV, c. XX. Estas palabras parecen indicar que había entregado la Rela-
ción a uno de los confesores que entonces tenía.
2 En la Encarnación. 1572.
3 Refiérese esta merced a las monjas de la Encarnación. La mejoría de que en ella se
MERCEDES DE DIOS 61
XXXII H)
Día de la Madalena, me tornó el Señor a confirmar una
merced que me había hecho en Toledo, eligiéndome en ausencia
de cierta persona en su lugar.
XXXIII (2)
Un día después de san Mateo, estando como suelo, des-
pués que vi la visión de la Santísima Trinidad y cómo está
con el alma que está en gracia, se me dio a entender muy clara-
mente, de manera que por ciertas maneras y comparaciones por
visión imaginaria lo vi. Y aunque otras veces se me ha dado
a entender por visión la Santísima Trinidad inteletual, no me
habla fué muy notable, como se infiere de una carta de la Santa, escrita en el mes de Marzo
de 1572, donde dice: «Es para alabar a Nuestro Señor la mudanza que en ellas ha hecho...
Verdaderamente hay aquí grandes siervas de Dios, y casi todas se van mijorando».
1 En el mismo monasterio, 22 de )ulio de 1572. Para la inteligencia de estas palabras,
dice Yepes en el libro I, c. XIX de la Vida.- «Como un día de la Magdalena estuviese la
Madre con una envidia santa de lo mucho que el Señor la había amado, le dijo: /I esta tuve
por mi amiga mientras estuve en la tierra, y a ti tengo ahora que estoy en el cielo. Y esta
merced le confirmó el Señor después por algunos años el mismo día de la Magdalena».
2 Hay una copia de esta Relación en el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional. Allí se
dice que el original estuvo en poder de Fray Diego de Guevara, que profesó en el convento
de San Agustín de Madrid, y murió en San Felipe el Real año de 1633. El mismo Padre, en
su Deposición jurídica para la canonización de la Santa en Salamanca, dice: «Yo tengo un
papel escrito de su mano que me dio la Madre Ana de Jesús cuando se iba a Francia; y en
él refiere una merced que Nuestro Señor la hizo un día después de S. Mateo, infundiéndola
altísimo conocimiento de la Santísima Trinidad. El cual papel venero y reverencio como reli-
quia de Santo, y le tengo para mi consuelo; y una persona bien grave, el tiempo que le leía,
estuvo descaperuzado; y le han vi.sto las personas más doctas de España. Estando en Alcalá
le mostré al doctor Luis de Montesinos, catedrático de Prima de aquella Universidad, y se
consoló mucho de verle, y le tuvo algunos días ij alababa a Dios de ver la propiedad y expe-
dición con que una mujer sencilla declaraba un misterio tan profundo. Y el mismo juicio ha
hecho el P. M.o Fray Agustín Antolínez, catedrático de Prima desta Universidad; y el Padre
Francisco Guirón, Rector que fué del Colegio de la Compañía de Jesús, le tuvo muchos días
en su poder, y le vieron personas graves deste colegio, y aun me parece se trasladó». (Véase la
Deposición íntegra en el Ms. 13.229 de la Biblioteca Nacional). Según se lee en la pág. 223
del Ms. 12.763 antes citado, el autógrafo que contenía esta Relación de la Santa pasó a poder
de D. Antonio de Paz, residente en Salamanca. La Relación es de 22 de Septiembre de 1572.
62 LñS RELACIONES
ha quedado después algunos días la verdad, como ahora digo,
para poderlo pensar y consolarme en esto. Y ahora veo que de la
mesma manera lo he oído a letrados, y no lo he entendido como
ahora, aunque siempre sin detenimiento lo creía, porque no he
tenido tentaciones de la fe.
A las personas inorantes parécenos que las Personas de la
Santísima Trinidad todas tres están, como lo vemos pintado, en
una Persona, a 'manera de cuando se pinta en un cuerpo tres ros-
tros; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa imposible y que
no hay quien ose pensar en ello; porque el entendimiento se em-
baraza, y teme no quede dudoso de esta verdad y quita una
gran ganancia.
Lo que a mí se me representó, son tres Personas distintas,
que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he
pensado que sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se ve
esta verdad. Estas Personas se aman y comunican y se conocen.
Pues si cada una es por sí, ¿cómo decimos que todas tres son
una esencia, y lo creemos, y es muy gran verdad y por ella mo-
riría yo mil muertes? En todas tres Personas no hay más de
un querer y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa
puede una sin otra, sino que de cuantas criaturas hay, es sólo
un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre?
No, que es todo un poder, y lo mesmo el Espíritu Santo, ansí
que es un solo Dios todopoderoso, y todas tres Personas una
Majestad. ¿Podría uno amar al Padre sin querer al Hijo y al
Espíritu Santo? No, sino quien contentare a la una de estas
tres Personas divinas, contenta a todas tres; y quien la ofen-
diere, lo mesmo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo y sin el
Espíritu Santo? No, porque es una esencia, y adonde está el
uno están todas las tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo
vemos que están divisas tres Personas, y cómo tomó carne hu-
mana el Hijo, y no el Padre ni el Espíritu Santo? Esto no lo
entendí yo; los teólogos lo saben. Bien sé yo que en aquella
obra tan maravillosa, que estaban todas tres, y no me ocupo en
pensar mucho esto. Luego se concluye mi pensamiento con ver
que es Dios todopoderoso, y como lo quiso lo pudo, y ansí
MERCEDES DE DIOS 63
podrá todo lo que quisiere; y mientra menos lo entiendo, más
lo creo y me hace mayor devoción. Sea por siempre bendito,
amen.
XXXIV (•)
Si no me hubiera nuestro Señor hecho las mercedes que
me ha hecho, no me parece tuviera ánimo para las obras que
se han hecho, ni fuerzas para los trabajos que se han padecido, y
contradiciones y juicios. Y ansí, después que se comenzaron las
fundaciones, se me quitaron los temores que antes traía de
pensar ser engañada, y se me puso certidumbre que era Dios,
y con esto me arrojaba a cosas dificultosas, aunque siempre
con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como quiso
Nuestro Señor despertar el principio de esta Orden, y por su
misericordia me tomó por medio, había Su Majestad de poner
lo que me faltaba, que era todo, para que hubiese efeto, y se mos-
trase mijor su grandeza en cosa tan ruin.
XXXV (2)
Estando en la Encarnación el segundo año que tenía el
priorato, Otava de San Martín, estando comulgando, partió la
Forma el Padre Fray Juan de la Cruz (3), que me daba el Santí-
1 El original de esta Relnción se veneraba a fines del siglo XVIII en el Desierto de la
Isla, cerca de Bilbao, que para su recogimiento tenían los Carmelitas Descalzos de la Provincia
de San Joaquín.
2 En la Encarnación, a mediados de Noviembre de 1572.
3 San Juan de la Cruz c-;! confesor del convento desde mediados de Mayo del mismo
año. Hablando de este nombramiento dice Ycpcs (líb. II, c. XXV); *Ya que la Madre tenía
tan bien pertrechada su casa por de fuera, y cerradas las puertas de los locutorios por donde
entran de ordinario los ladrones que roban las almas y quietud de las pobres religiosas,
acordó para remediar más de raiz lo interior y más secreto del alma, que viniesen a la Encarna-
64 LñS RELACIONES
simo Sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de
Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho
que gustaba mucho cuando eran grandes las Formas; no por-
que no entendía no importaba para dejar de estar el Señor en-
tero, aunque fuese muy pequeño pedacico. Di jome Su Majestad:
«No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí».
Dándome a entender que no importaba.
Entonces represénteseme por visión imaginaria, como otras
veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjo-
me: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde
hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no
sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino
como verdadera esposa mía. Mi honra es ya tuya y la tuya mía».
Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí,
y quedé como desatinada, y dije al Señor, que o ensanchase
mi bajeza, o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no
me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve ansí todo el día
muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor con-
fusión y afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes
mercedes ( 1 ) .
XXXVI (2)
Esto me dijo el Señor otro día: «¿Piensas, hija, que está
el merecer en gozar? No está sino en obrar y en padecer y en
amar. No habrás oído que San Pablo estuviese gozando de los
ción confesores Descalzos de la nueva Reformación, que ija se había fundado; porque algunas,
deseando comenzar nueva vida, querían hacer confesiones generales y estaban con grande ansia
de tener personas que las tratasen de espíritu y oración. La Santa pidió al Visitador dos reli-
giosos Descalzos para confesores de su convento, y él señaló al P. Fray Juan de la Cruz, y
a otro Padre llamado Fray Germán, ambos de singular virtud y religión».
1 Cfr. Fr. Luis de León, Ribera, lib. IV, c. X, y la Deposición de María Bautista en
Valladolid.
2 Probablemente recibió esta merced en la Encarnación, año de 1572. De esta visión se
han compuesto, de letras de la Santa, algunos ejemplares. Las Carmelitas Descalzas de Alba
poseen uno. Ténga-se presente esta observación, porque algunos escritores, como las Carme-
Utas de París, lo consideran autógrafo.
fflERCEDES DE DIOS 65
gozos celestialGs más de una vez, y muchas que padeció, y ves
mi vida toda llena de padecer, y sólo en el monte Tabor habrás
oído mi gozo. No pienses, cuando ves a mi Madre que me tiene
en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin grave tor-
mento. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi
Padre clara luz para que viese lo que Yo había de padecer. Los
grandes santos que vivieron en los desiertos, como eran guiados
por Dios, ansí hacían graves penitencias, y sin esto tenían gran-
des batallas con el demonio y consigo mesmos; mucho tiem-
po se pasaban sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija,
que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos
responde el amor. ¿En que te le puedo más mostrar que querer
para ti lo que quise para Mí? Mira estas llagas, que nunca lle-
garán aquí tus dolores. Este es el camino de la verdad. Ansí me
ayudarás a llorar la perdición que train los del mundo, enten-
diendo tú esto, que todos sus deseos, y cuidados y pensamientos
se emplean en cómo tener lo contrario». Cuando empece a te-
ner oración, estaba con tan gran mal de cabeza, que me parecía
casi imposible poderla tener. Di jome el Señor: «Por aquí verás el
premio de el padecer, que como no estabas tú con salud para ha-
blar conmigo, he Yo hablado contigo y regaládote». Y es ansí
cierto, que sería como hora y media, poco menos, el tiempo que
estuve recogida. En el me dijo las palabras dichas y todo lo
demás. Ni yo me divertía, ni sé adonde estaba, y con tan gran
contento, que no sé decirlo, y quedóme buena la cabeza, que
me ha espantado, y harto deseo de padecer. Es verdad que al
menos yo no he oído que el Señor tuviese otro gozo en la vida
sino esa vez, ni San Pablo. También me dijo que trajese mucho
en la memoria las palabras que el Señor dijo a sus Apóstoles,
«que no había de ser más el siervo que el Señor» (1).
1 Joan,, XIH, 16.
II
66 LñS RELACIONES
XXXVII
Vi una gran tempestad de trabajos, y que como los egicios
perseguían a los hijos de Israel, así habíamos de ser persegui-
dos; mas que Dios nos pasaría a pie enjuto, y los enemigos
serían envueltos en las olas (1).
XXXVIII
Estando un día en el convento de Beas, me dijo Nuestro
Señor, que, pues era su esposa, que le pidiese, que me prometía
que todo me lo concedería cuanto yo le pidiese. Y por señas,
me dio un anillo hermoso, con una piedra a modo de amatista,
mas con un resplandor muy diferente de acá, y me lo puso en
el dedo. Esto escribo por mi confusión, viendo la bondad de
Dios y mi ruin vida, que merecía estar en los infiernos. Mas
1 Explicando esta visión, que se refiere a los grandes trabajos de la santa y sus hijas en
Sevilla, dice María de San José en el Libro de Recreaciones, pág. 94: «Pasaron desde la
fundación de éste hasta la de Villanueva de la Jara, que fué el doceno, un mar tempestuoso de
persecuciones, como la misma Madre lo había profetizado cuatro años antes, como yo lo vi es-
crito en un papel de su mano que enviaba al Padre Elíseo (Gracián), donde decía que había
visto un gran mar de persecuciones, donde, así como los egipcios, viniendo persiguiendo a los
hijos de Israel, se habían ahogado en el mar, y los del pueblo de Dios pasaron en salvo, así
serían nuestros enemigos ahogados y pasaría el ejército de la Virgen libre. Y así fué, que
usando el demonio de las armas que suele, que son mentiras y testimonios, comenzó a divulgar
abominaciones, primeramente de aquellas dos purísimas almas de la Madre Angela y el Padre
Elíseo (Santa Teresa y Gracián), y juntamente de toda la Congregación de religiosas y religiosos,
ü como nunca falta quien dé crédito a semejantes cosas, y aun por ventura antes que al bien,
comenzóse una persecución tal que el demonio la había trazado y nuestro gran Dios permitido
para que se hiciesen fuertes los fundamentos en este edificio. Y así fué que, pensando el demo-
nio deshacernos y anegarnos, nos dio el Señor por este medio paso enjuto y firme, porque
nuestro invictísimo y católico rey y señor, D. Felipe II, estando, como dice el Sabio, su cora-
zón en las manos de Dios, no fué engañado, antes tomando la protección de esta manadita de
la soberana Virgen, impetró y alcanzó del Sumo Pontífice aquel tan favorable Breve con que se
hizo la separación de la Provincia, que fué año de mil y quinientos y ochenta y uno, a seis de
Marzo, día del glorioso San Cirilo, de que la felicísima Angela no poco se alegró, y decía, con
el santo viejo Simeón, que la llevase el Señor en paz, habiéndole muchos años antes Su Ma-
jestad divina prometido que no la llevaría de esta vida hasta que viese todas las coshs de su
Religión en gran prosperidad, como con esto nos quedaban. Teniendo en cuenta que esta reve-
lación ocurrió cuatro años antes de su cumplimiento, la hubo de recibir la Santa de 1573 a 1574.
MERCEDES DE DIOS 67
¡ay, hijas! Gncomiéndcnm^ a Dios y sean devotas de San Josef,
que puede mucho. Esta bebería escribo.... (1).
XXXIX (2)
Año de MDLXXV, en el mes de Abril, estando go en la
Fundación de Beas, acertó a venir allí el Maestro Fray Jeróni-
1 Por primera vez publicó esta merced el P. Fací en su libro Gracias efe la grada de
Sania Teresa, pág. 371, (Zaragoza, 1757). La Comunidad de Carmelitas Descalzas de Santa
Teresa de Zaragoza conserva un papel antiguo en que se halla, de donde la copió Faci. Existe
la tradición entre las religiosas de que la escribió la secretaria de la Santa y la firmó ella. La
letra bien puede ser del último tercio del siglo XVI, pero la firma de Santa Teresa no se lee
en este documento. Fundó la Santa en Beas en el mes de Febrero de 1575, tiempo en que
pudo recibir esta merced.
2 Venérase el original en las Carmelitas Descalzas de Consuegra. La diferencia del autó-
grafo ü la Relación publicada por el señor La Fuente y otros escritores es muy notable, como
puede ver cualquiera que guste de compararlos. En cambio, sólo hemos notado pequefias y muy
leves variantes con el publicado por Mármol en Excelencias, vida y tr.ibajos del P. Jerónimo
Gradan de la Madre de Dios, Carmelita, Parte I. a, c. XVII. Del mismo Mármol se conserva
en el archivo de los Carmelitas Descalzos de Avila un traslado auténtico que de varias Relacio-
nes referentes a Gracián hizo en Valladolid el día 30 de Septiembre de 1606. El traslado comien-
za así: «Visiones de N. Mdre. S.a Theresa de Ihs. de el P. Gracián. Por la presente, Yo, Juan
Vázquez del A\ármol, doy fee, como notario apostólico, que he visto algunas veces y tenido en
mi poder, y 'leído muchas y diversas veces en pliego de papel, de letra de la Madre Teresa
de Jesús, la qual conozco ser suya por muchas carta.s y otros papeles que he visto de la mesma
letra y firma en poder de las personas a quien las enviaba, y de personas de su Religión, que las
tenían y tienen por suyas. El qual estaba doblado como carta, y en lugar de sobrescrito, dezia:
Es cosa de mi alma y conciencia, nadie lo lea aunque me muera, sino dése al Padre maestro
Gracián. Y allí, de la mesma letra que lo dicho, y la carta está firmada Teresa de Jesús. Del
qual dicho papel tresladé (sic), fiel y verdaderamente, la presente copia, que es del tenor si-
guiente». R\ margen, el P. Lorenzo de la Madre de Dios, hermano del P. Gracián, puso dos
notas. En una dice, que él mismo, que conocía bien la letra de la Santa, vio el papel; y en
la otra, que los papeles estaban en poder de su hermano, el secretario de Felipe II, Tomás
Gracián. Después de copiar Mármol con mucha fidelidad la Relación, añade: «En la otra hoja
del dicho papel, dice deste tenor>, y traslada con no menor exactitud la que nosotros publica-
mos a coninuación de ésta.
En Peregrinación de ñnastasio, Diálogo XVI, da el P. Ciracián pormenores muy curiosos
acerca de estas Relaciones. Preguntado Anastasio la razón de mandar In Madre Teresa se las
entregasen, que las habría bien menester, responde:^'>Lo que en eso entiendo, es que yo
me vi en un tiempo tan afrentado, deshonrado y abatido, que no había nadie que volviese por
mí, y algunos mostraban este papel, para que dándose crédito a la M. Teresa, no cayese de
todo punto de la reputación, que también alguna.s veces es necesario para el servicio de Dios;
aunque, a la verdad, algunos de mis émulos negaban ser letra de la M. Teresa; otros daban
tal sentido a esto que dice de tomarnos las manos, que era mayor afrenta. Y a mi parecer, eso
de las manos fué profetizar la Madre lo que después sucedió, que desde que la vi en Beas
y ella tuvo esa revelación hasta que murió, en todos los negocios que se me ofrecieron a mí
o a ella, así de la Orden como de otros particulares, siempre fuimos conformes... Y una vez,
tomando mi dicho el Patriarca de Valencia para la canonización del santo Padre Ignacio de
Loyola, fundador de la Compañía de Jesú.s, porque dicen en una pregunta: «si el testigo está
Infamado», mostrándole este papel y reconociendo el Patriarca la letra de la Madre, me
aceptó por suficiente testigo; y entonces vi cumplido lo que ella dijo, que habría tiempo en
que le hubiese menester».
68 LAS RELACIONES
mo de la Madre de Dios Gracián, y habiéndome yo confesado
con él algunas veces, aunque no tiniéndok en el lugar que a
otros confesores había tenido, para del todo gobernarme por él.
Estando un día comiendo sin nengún recogimiento interior, se
comenzó mi alma a suspender y recoger, de suerte que pensé
me quería venir algún arrobamiento, y represénteseme esta vi-
sión con la brevedad ordinaria, que es como un relámpago. Pa-
recióme que estaba junto a mí Nuestro Señor Jesucristo, de
la forma que Su Majestad se me suele representar, y hacia el
lado derecho estaba el mesmo Alaestro Gracián y yo al izquierdo.
Tomónos el Señor las manos derechas, y juntólas y díjome: «Que
éste quería tomase en su lugar mientra viviese, y que entramos
nos conformásemos en todo, porque convenía ansí». Quedé con
una siguridad tan grande de que era de Dios, que aunque se me
ponían delante dos confesores que había tenido mucho tiempo
y a quien había seguido y debido mucho, que me hacían re-
sistencia harta; en especial el uno me la hacía muy grande, pa-
reciéndome le hacía agravio. Era el gran respeto y amor que le
tenía. La seguridad con que de aquí quedé de que me convenía
aquello, y el alivio de parecer que había ya acabado de andar
a cada cabo que iba con diferentes pareceres, y algunos que me
hacían padecer harto por no me entender, aunque jamás deje
a ninguno, pareciéndome estaba la falta en mí, hasta que se iba
y yo me iba. Tornóme otras dos veces a decir el Señor que no
temiese, pues El me le daba con diferentes palabras, y ansí
me determiné a no hacer otra cosa, y propuse en mí llevarlo
adelante mientra viviese, siguiendo en todo su parecer, como
no fuese notablemente contra Dios, de lo que estoy bien cierta
no será. Porque el mesmo propósito que yo tengo de siguir en
todo lo más perfeto creo tiene, según por algunas cosas he en-
tendido y quedado con una paz y alivio tan grande, que me ha
espantado y certificado lo quiere el Señor. Porque esta paz tan
grhnde del alma y consuelo no me parece podría ponerla el
demonio. Paréceme queda ansí en mí de un arte que no lo
sé decir, sino que cada vez que se me acuerda, alabo de nuevo
a Nuestro Señor. Y se me acuerda de aquel verso que dice: Qu¿
MERCEDES DE DIOS 69
posuit fines siios pacem (1). Y querríame deshacer en alabanzas
ÚG Dios. Paréceme ha de ser pa gloria suya, y ansí lo torno a
proponer ahora de no hacer jamás mudanza.
XL (2)
El segundo día de Pascua de Espíritu Santo, después de
esta mi determinación, viniendo yo a Sevilla, oímos misa en
una ermita en Ecija, y en ella nos quedamos la siesta (3). Estan-
do mis compañeras en la ermita y yo sola en una sacristía
que allí había, comencé a pensar la gran merced que me había
hecho el Espíritu Santo una víspera de esta Pascua (4), y dié-
ronme grandes deseos de hacerle un señalado servicio, y no ha-
llaba cosa que no estuviese hecha, y recordé que, pues puesto
que el voto de la obediencia tenía heciio, no de la manera
que se podía hacer de perfeción, y represénteseme que le sería
agradable prometer lo que ya tenía propuesto con el P. Fray
Jerónimo Y por una parte me parecía no hacía en ello nada,
por otra se me hacía una cosa muy recia, considerando que con
los perlados no se descubre lo interior, y que, en fin, se mu-
dan y viene otro, si con uno no se halla bien; y que era quedar
sin nenguna libertad, interior y exterior mente, toda la vida.
Y apretóme un poco, y aun harto, no lo hacer. Esta mesma
resistencia que hizo a mi voluntad, me causó afrenta y parecer-
1 Psalm. CXLVII, 3. La Santa escribe: Qui posuy fines saos in pace.
2 23 de Mayo de 1575. El autógrafo en las Carmelitas Descalzas de Consuegra. De este
y del anterior poseemos copia fotográfica, conforme a la cual se han corregido. En uno de
sus Diálogos, dice Gracián hablando de este voto, que la Santa dejó dos traslados, uno que
poseía él, y otro que tenía su hermana María de San José en las Carmelitas Descalzas de
Consuegra. Este es el que ha llegado hasta nosotros. El segundo quizá pasase a poder de To-
más Gracián, como nos ha dicho su hermano el P. Lorenzo. Este mismo Padre pone al margen
de esta Relación, en la citada copia de Mármol, la siguiente nota: «Este papel de la S. M. ley
yo de su letra propia conocida. Fr. Lorenzo de la Madre de Dios». No me cabe duda que son
del hermano del Padre Gracián ésta y otras anotaciones que se hallan en esta copia, porque
he visto letra suya en diversos archivos. »
3 Siesta, y no fiesta, como escriben algunos, se lee en el original. Quiere decir la Santa,
que estuvieron en la ermita todo el tiempo que duró el resistero o mayor fuerza del sol.
1 Vida, c. XXXVin, p. 332.
7Ó LAS RELACIONES
m€ ya había algo que no hacía por Dios, ofreciéndoseme de lo
que yo he huido siempre. El caso es' que apretó de manera la
dificultad, que no me parece he hecho cosa en mi vida, ni el
hacer profesión, que me hiciese más resistencia, fuera de cuando
salí de casa de mi padre para ser monja. Y fué la causa, que
no se me ponía delante lo que le quiero; antes entonces, como
a otro, no le consideraba, ni las partes que tiene, sino sólo si sería
bien hacer aquello por el Espíritu Santo.
En las dudas que se me representaban si sería servicio
de Dios u no, creo estaba el detenerme. A cabo de un rato de ba-
talla, dióme el Señor una gran confianza, pareciéndome que yo
hacía aquella promesa por el Espíritu Santo, que obligado queda-
ba a darle luz para que me lo diese, junto con acordarme que
me la había dado Jesucristo Nuestro Señor. Y con esto me hinqué
de rodillas y prometí de hacer todo cuanto me dijese por toda
mi vida, como no fuese contra Dios, ni los perlados a quien tenía
obligación. Advertí que no fuese sino en cosas graves por quitar
escrúpulos, como si importunándole una cosa me dijese no k
hablase en ello más, en algunas de mi regalo u el suyo, que son
niñerías, que no se quiere dejar de obedecer; y que de todas
mis faltas y pecados no le encubriría cosa a sabiendas, que tam-
bién es esto más que lo que se hace con los perlados. En fin,
tenerle en lugar de Dios, interior y exterior mente.
No sé si merecí más; gran cosa me parecía había hecho
por el Espíritu Santo, al menos todo lo que supe. Y ansí quedé
con gran satisf ación y alegría, y lo he estado después acá; y pen-
sando quedar apretada, con mayor libertad y muy confiada le
ha de hacer Nuestro Señor nuevas mercedes por este servicio
que yo le he hacho, para que a mí me alcance parte y en todo
me dé luz. Bendito sea el que crió persona que me satisficie-
se de manera que yo me atreviese a hacer esto.
MERCEDES DE DIOS 71
XLI ")
Jesús. — Una persona, día de Pascua de Espíritu Santo, es-
tando en Ecija, acordándose de una merced grande que había
recibido de nuestro Señor una víspera desta fiesta, deseando ha-
cer una cosa muy particular por su servicio, le pareció sería bien
prometer de no encubrir ninguna cosa de falta u pecado que
hiciese en toda su vida, desde aquel punto, a un confesor a quien
tenía en lugar de Dios, porque esta obligación no se tiene a
los Perlados, aunque ya esta persona tenía hecho voto de obedien-
cia, parecía que era esto más. Y también hacer todo lo que le di-
jese como no fuese contra la obediencia que tenía prometida, en
cosas graves se entiende. Y aunque se le hizo áspero al principio,
lo prometió. La primera cosa que la hizo determinar, fué enten-
der hacía algún servicio al Espíritu Santo. La segunda, tener por
tan gran siervo de Dios y letrado a la persona que escogió, que
daría luz a su alma y la ayudaría a más servir a Nuestro Señor.
Desto no supo nada la mesma persona hasta después de algunos
días que estaba hecha la promesa. Es esta persona el Padre
Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (2).
1 Es casi igual que la anterior. Después de haber trasladado las dos Relaciones preceden-
fes, dice Mérmol en el manuscrito citado: «Assi mesmo doy fee, yo el dicho notario Apostó-
lico, que he visto y tenido en mi poder, y leydo y trasladado fielmente otros papeles de la
mesma letra de la madre Teresa de Jhs., sin firma, del tenor siguiente, ñ. las espaldas dice:
Promesa,- y dentro: «Una persona, día de Pascua etc.» Aquí copia esta Relación tal como
nosotros la publicamos. Al terminar la Relación, pone el siguiente testimonio: «Todo lo cual
doy testimonio que está escrito de una misma letra, la qual, como dicho es, conozco ser de
la madre Teresa de Jhs.; y por serme pedido, di éste que es hecho en la ciudad de Va-
lladolid, último día del mes de setiembre, de mil y seiscientos y tres años. Y lo signé con mi
acostumbrado signo... En testimonio de Verdad Juan Vázquez del Mármol».
2 En la vida del P. Gracián, después de copiar esta Relación, añade el mismo Mármol:
«He querido referir aquí esta promesa, aunque se hacía relación delía en lo que está escrito
antes, sólo por ponderar aqueiids pobireras palabras donde dice que esta persona era el Padre
Fr. Jerónimo Gracián, que no vaca de misterio». Reproduce también esta merced, la M. María
de San José en su Libro de Recreaciones, p. 103.
72 LAS RELACIONES
XLII (1)
Estando €l día de la Madalena considerando la amistad que
estoy obligada a tener a Nuestro Señor conforme a las palabras
que me ha dicho sobre esta Santa, y tiniendo grandes deseos
de imitarla, y me hizo el Señor una gran merced y me dijo: «Que
de aquí adelante me esforzase, que le había de servir más que
hasta aquí». Dióme deseo de no me morir tan presto, porque
hubiese tiempo para emplearme en esto, y quedé con gran de-
terminación de padecer.
XLIII (2)
Estaba un día muy recogida encomendando a Dios a Elí-
seo (3). Entendí: «Es mi verdadero hijo, no le dejaré de ayu-
dar», o una palabra de esta suerte, que no me acuerdo bien.
XLIV ('')
Acabando la víspera de San Laurencio de comulgar, estaba
el ingenio tan distraído y divertido, que no me podía valer, y
comencé a haber envidia de los que estaban en los desiertos.
1 En Sevilla, 22 de Julio de 1575.
2 En Sevilla. Mármol, en el traslado ya varias veces mencionado, escribe antes de repro-
ducir esta Relación: «Copia de algunos extiaordinarios sucesos de oración que tuvo la A\adre
Teresa de Jhs. acerca del P. Fr. Jerónimo Qracián de la Madre de Dios, recopilados de un
cuaderno de letra de In misma madre Teresa de Jhs., que tiene en su poder el mismo Padre
Gracián, donde hay otros muchos más. Los que hablan del son estos». Entresaca y copia las
mercedes que nosotros publicamos bajo los números XLIII, XLIV, LV, LVTII, LIX y LX.
3 Así llama al P. Gracián.
4 En el mismo monasterio de Carmelitas, 9 de Agosto de 1575.
MERCEDES DE DIOS 73
parcciéndome que como no oyesen ni viesen nada, estaban libres
deste divertimiento. Entendí: «Mucho te engañas, hija, antes allí
tienen más fuertes las tentaciones de los demonios; ten paciencia,
que mientras se vive no se excusa». Estando en esto, súbitamente
me vino un recogimiento con una luz tan grande interior, que me
paresce estaba en otro mundo, y hallóse el espíritu dentro de sí
en una floresta y huerto muy deleitoso, tanto, que me hizo
acordar de lo que dice sn los Cantares: Venial dilectas meas
in hortam saam. Vi allí a mi Elíseo, cierto nonada negro, sino
con una hermosura extraña; encima de la cabeza tenía como
una guirnalda de gran pedrería, y muchas doncellas que anda-
ban allí delante del, con ramas en las manos, todas cantando
cánticos de alabanzas de Dios. Yo no hacía sino abrir los ojos
para si me distraía, y no bastaba a quitar esta atención, sino
que me parecía había una música de pajaritos y ángeles, de que
el alma gozaba, aunque yo no la oía, mas ella estaba en aquel
deleite. Yo miraba cómo no había allí otro hombre ninguno. Di-
jéronme: «Este mereció estar entre vosotras, y toda esta fiesta
que ves habrá en el día que estableciere en alabanzas de mi
Madre, y date priesa si quieres llegar a donde está él». Esto duró
más de hora y media, que no me podía divertir, con gran deleite,
cosa diferente de otras visiones. Y lo que de aquí saqué, fué
amor a Elíseo, y tenerle más presente en aquella hermosura. He
habido rniedo si fué tentación, que imaginación no fué posible.
XLV (1)
Una vez entendí cómo estaba el Señor en todas las cosas y
cómo en el alma, y púsoseme comparación de una esponja (2)
que embebe el agua en sí.
1 En Sevilla, aflo de 1575.
2 Esta misma comparación viene en la Merced XII.
74 LAS RELACIONES
XLVI
Como vinieron mis hermanos, y yo debo al uno tanto (1), no
dejo de estar con él y tratar lo que conviene a su alma y asien-
to, y todo me daba cansancio y pena; y estándole ofreciendo a
el Señor y pareciéndome lo hacía por estar obligada, acordóseme
que está en las Costituciones nuestras, que nos dicen que nos des-
viemos de deudos (2), y estando pensando si estaba obligada,
me dijo el Señor: «No, hija, que vuestros Institutos no son de
ir sino conforme a mi Ley». Verdad es que el intento de las
Costituciones son porque no se asgan a ellos, y esto, a mi pa-
recer, antes me cansa y deshace más tratarlos.
XLVII í5)
Habiendo acabado de comulgar el día de San Agustín, yo
no sabré decir cómo, se me dio a entender, y casi a ver, sino
que fué cosa inteletual y que pasó presto, cómo las Tres Perso-
nas de la Santísima Trinidad, que yo trayo en mi alma esculpidas,
1 Sus hermanos Lorenzo de Cepeda y Pedro de Ahumada llegaron de Indias a princi-
pios de Agosto de 1575. Desembarcaron en Sanlúcar de Barrameda y continuaron el viaje a
Sevilla, donde los esperaba Santa Teresa. A Sevilla vinieron a saludarles, desde Alba de
Tormes, D.a Juana de Ahumada y su marido Juan de Ovalle. La Santa debía mucho a su
hermano D. Lorenzo por lo que la ayudó en la fundación del primitivo monasterio de San
José, como dijimos en el tomo I, p. 279. Su -llegada a Sevilla, no pudo ser mes oportuna
para la compra de la casa de la nueva fundación de Descalzas que proyectaba. (Cfr. Funda-
ciones, c. XXV). Con D. Lorenzo vinieron sus hijos Francisco, Lorenzo y Teresita, más
adelante carmelita descalza, con el nombre de Teresa de Jesús, como su santa tía. En varias
cartas habla la Santa de esta llegada de sus hermanos, pero principalmente en la escrita a dofla
Juona en 15 de Agosto de 1575. El limo. Sr. Pólit da interesantes pormenores del viaje de
los hermanos de Santa Teresa a E.spaña en su obra La familia de Santa Teresa en üméríca,
c. III. Cfr. Ribera, lib. IV, c. X.
3 En las Constituciones que dio la Santa a sus monjas se lee a este propósito: «Capí-
tulo IV, núm. 5. De tratar mucho con deudos se desvíen lo más que pudieren, porque, de-
jado que se pegan mucho sus cosas, será dificultoso dejar de tratar con ellos alguna del
siglo».
3 Según Ribera, 1. IV, c. IV, ocurrió en Sevilla. La fecha es de 28 de Agosto de 1575.
MERCEDES DE DIOS 75
son una. Por una pintura tan extraña se me dio a entender g
por una luz tan clara, que ha hecho bien diferente operación que
tenerlo por fe. He quedado de aqui a no poder pensar ninguna
de las Tres Personas Divinas, sin entender que son todas tres,
de manera que estaba yo hoy considerando, cómo siendo tan
una, había tomado carne humana el Hijo solo, y dióme el Se-
ñor a entender cómo con ser una cosa eran divisas. Son unas
grandezas que de nuevo desea el alma de salir de este embarazo
que hace el cuerpo para no gozar de ellas, que aunque pa-
rece no son para nuestra bajeza, entender algo dellas, queda una
ganancia en el alma, con pasar en un punto, sin comparación
mayor que con muchos años de meditación, y sin saber entender
cómo.
XLVIII í')
El día de Nuestra Señora de la Natividad tengo particular
alegría. Cuando este día viene, parecíame sería bien renovar
los votos, y queriéndolo hacer, se me representó la Virgen Se-
ñora nuestra por visión iluminativa, y parecióme los hacía en
sus manos, y que le eran agradables. Quedóme esta visión por
algunos días, como estaba, junto conmigo, hacia el lado izquierdo.
XLIX (2)
Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente
que mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del
Señor, cuya presencia se me representó y hízome gran operación
y aprovechamiento.
1 En Sevilla, 8 de Setiembre de 1575.
2 Probablemente en Sevilla, año de 1575.
76 LAS RELACIONES
L ID
Estaba una vez pensando si me habían de mandar ir a
reformar cierto monesterio, ij dábame pena. Entendí: «¿De qué
teméis? ¿Qué podéis perder sino las vidas que tantas veces me
las habéis ofrecido?» Yo os ayudaré. Fué en una ocasión (2) de
suerte que me satisfizo el alma mucho.
LI (3)
Habiendo un día hablado a una persona que había mucho
dejado por Dios y acordándome cómo nunca yo dejé nada por
1 En Sevilla, 1575.
2 Se trata de las Carmelitas Calzadas de Paterna, a quien Graciún quiso reformar u
librar de algunas calumnias que contra ellas corrían. En Peregrinación de Rrmstasio, Diá-
logo I, escribe: «Por defender de infamia las religiosas Calzadas de Paterna, enviando al
convento dellas tres Descalzas que las reformasen, las mesmas Calzadas a quien defendí me
levantaron tan falso testimonio consigo mesmas, que es horror decillo". Estando Paterna
cerca de Sevilla, es fácil que el P. Gracián se acordara de la Santa para este negocio, si
bien no llegó a efectuarlo. Más largos pormenores nos da de esta reforma de Paterna
María de San José en el Libro de Recreaciones, p. 121, por estos términos: «Estuvimos con el
trabajo g soledad que he diclio desde que nuestra Madre se fué hasta Octubre, que nuestro
Padre Gracián, deseando reformar el monasterio de las monjas de Paterna, que era de las
Calzadas, u quitar una mala fama que de ellas con falsedad de sus mismos frailes se había
sembrado, y deseando saber la verdad, acordó de enviar, y escogió para presidenta, a la madre
Isabel de San Francisco y a Isabel de San Jerónimo, mis dos buenas compañeras, que no fué
menos trabajo, o por mejor decir, el mayor; porque quedamos tres solas de las que habíamos ve-
nido a fundar. Y por mucho que diga, no acabaré de decir con qué quedamos y los trabajos que
ellas en un año que estuvieron padecieron, como se puede entender habiéndolas puesto el Visi-
tador para la reforma de la casa. Bastará decir sola una cosa, y es que ni aun de comer las
querían dar, y así era necesario que de otraj partes las socorriesen. Las malas palabras que a cad<i
paso oían no hay para qué decirlas; basta que hubo noche que las dos, con la H.a Margarita de la
Concepción, lega, que las fué a ayudar, se alteraron tanto, que aquella noche se encerraron las tres
pobres monjas en un aposentillo, y sentadas en un peldaño de estera en que apenas cabían, es-
tuvieron toda la noche sin dormir ni salir de allí, porque toda ella estuvieron desde afuera ame-
nazándolas que las habían de matar, y haciendo diligencias para entrar.
»Con todas estas contradicciones estuvieron un año entero, y aunque con harto trabajo, no de-
jaron de hacer fruto; y tanto, que las mismas monjas lo confesaban y que eran santas, jj las de-
jaban confundidas; y aunque aborrecían sus casas, después de ellas vueltas, lle\'aron adelante muchas
de las que habían reformado. A lo menos pusieron con forma de convento, e introdujeron seguir
formando comunidad en coro y refectorio, que ni de esto ni cosa de iglesia sabían, con otros incon-
venientes, que quitaron no pocos. Andando las cosas de la visita como ya hemos dicho y cesando
la que el Padre Gracián hacía, volvieron las hermanas, saliendo de allí día de Santa Bárbara».
3 En Sevilla. 1575.
MERCEDES DE DIOS 77
El, ni en cosa le he servido como estoy obligada, y mirando las
muchas mercedes que ha hecho a mi alma, comencéme a fatigar
mucho, y díjome el Señor: «Ya sabes el desposorio que hay
entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo, y ansí
te doy todos los trabajos y dolores que pasé, y con esto puedes
pedir a mi Padre como cosa propia.» Aunque yo he oído decir
que somos participantes de esto, ahora fué tan de otra manera,
que pareció había quedado con gran señorío, porque la amistad
con que se me hizo esta merced, no se puede decir aquí. Pare-
cióme lo admitía el Padre, y desde entonces miro muy de otra
suerte lo que padeció el Señor, como cosa propia, y dame gran
alivio (1).
LII (2)
Estando yo una vez deseando de hacer algo en servicio de
Nuestro Señor, pensé qué apocadamente podía yo servirle, y dije
entre mí: ¿Para qué. Señor, queréis Vos mis obras? Díjome:
«Para ver tu voluntad, hija».
Lili (5)
Dióme una vez el Señor una luz en una cosa que yo gusté de
entenderla, y olvidóseme luego desde a poco, que no he podido
más tornar a caer en lo que era; y estando yo procurando se
1 Por Ribera, 1. IV, c. X, sabemos que recibió este favor la Santa en Sevilla. Habla de
él también en Las Aloradas, Morada VI, c. V. María Bautista en las Deposiciones de Valla-
dolid, reproduce esta merced y a continuación añade: «Una noche del día del Santísimo Sacra-
mento vio nuestra Santa salir a Cristo Nuestro Señor de la custodia y se vino a ella, toda la
cabeza corriendo sangre, y muij fatigado le dijo: «Que las cabezas de su Iglesia le tenían de
aquella manera; que no lo hiciese, porque sería señal de que también lo encubriría a Su Ma-
(estad si pudiera». Y así tuvo siempre gran claridad con sus confesores y prelados».
2 En Sevilla, ano de 1575.
3 En el mismo convento y el mismo año.
78 LAS RELACIONES
me acordase, entendí esto: «Ya sabes que te hablo algunas ve-
ces; no dejes de escribirlo, porque, aunque a ti no aproveche,
podrá aprovechar a otros». Yo estaba pensando si por mis peca-
dos había de aprovechar a otros y perderme yo. Di jome: «No
hayas miedo».
LIV (11
Estaba una vez recogida con esta compañía que trayo siem-
pre en el alma, y parecióme estar Dios de manera en ella, que
me acordé de cuando San Pedro dijo: «Tú eres Cristo, hijo
de Dios vivo» (2), porque ansí estaba Dios vivo en mi alma. Esto
no es como otras visiones, porque lleve fuerza con la fe, de
manera que no se puede dudar que está la Trinidad por presen-
cia y por potencia y esencia en nuestras almas. Es cosa de gran-
dísimo provecho entender esta verdad, y como estaba espantada
de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí:
«No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen». También en-
tendí algunas cosas de la causa porque Dios se deleita con las
almas más que con otras criaturas, tan delicadas que, aunque
el entendimiento las entendió de presto, no las sabré decir.
LV (5)
Habiendo estado con tanta pena del mal de nuestro Pa-
dre (^), que no sosegaba, y suplicando a el Señor un día aca-
bando de comulgar muy encarescidamente esta petición, que pues
El me le había dado, no me viese yo sin él, me dijo: «No hayas
miedo».
1 En Sevilla, año de 1575.
2 Matth., XVI, 16.
3 En Sevilla, 1575. Corregida por la copia de A\árniol.
4 P. Jerónimo Gracián.
MERCEDES DE DIOS 79
LVI (lí
Estando una v€z con esta presencia de las Tres Personas
que trayo en el alma, era con tanta luz, que no se puede dudar
el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a en-
tender cosas que yo no las sabré decir después. Entre ellas era
cómo había la F^ersona del Hijo tomado carne humana y no
las demás. No sabré, como digo, decir cosa de esto, que pasan
algunas tan en secreto de el alma, que parece el entendimiento
entiende como una persona que, dormiendo o medio dormida, le
parece entiende lo que se habla. Yo estaba pensando cuan recio
era el vivir que nos privaba de no estar ansí siempre en aquella
admirable compañía, y dije entre mí: Señor, dadme algún medio
para que yo pueda llevar esta vida. Díjome: «Piensa, hija,
cómo después de acabada no me puedes servir en lo que ahora,
y come por Mí y duerme por Mí, y todo lo que hicieres sea
por Mí, como si no lo vivieses tú ya, sino Yo, que esto es lo
que decía San Pablo» (2).
LV^II ">
Una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo
este Sacratísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro
de nuestra alma. Como yo entiendo y he visto están estas Divinas
Personas, y cuan agradable le es esta ofrenda de su Hijo, por-
que se deleita y goza con El, digamos acá en la tierra, porque
su Humanidad no está con nosotros en el alma, sino la Divinidad,
y ansí le es tan aceto y agradable y nos hace tan grandes mer-
1 Sevilla, 1575.
2 Cfr. Ribera, 1. IV, c. IV.
3 Sevilla, 1575.
80 LflS RELACIONES
cedes, entendí que también recibe este sacrificio aunque esté
en pecado el sacerdote, salvo que no se comunican las mercedes
a su alma como a los que están en gracia; y no porque dejen
de estar estas influencias en su fuerza, que proceden de esta
comunicación con que el Padre recibe este sacrificio, sino por
falta de quien le ha de recibir; como no es por falta del sol
no resplandecer cuando da en un pedazo de pez, como en uno
de cristal. Si yo ahora lo dijera, me diera mijor a entender;
importa saber cómo es esto, porque hay grandes secretos en lo
interior cuando se comulga. Es lástima que estos cuerpos no nos
lo dejan gozar.
LVIII d'
Otava de Todos Santos, tuve dos o tres días muy traba-
josos de la memoria de mis grandes pecados, y unos temores
grandes de persecuciones, que no se fundaban sino en que me
habían de levantar grandes testimonios, y todo el ánimo que suelo
tener a padecer por Dios me faltaba. Aunque yo me quería ani-
mar y hacía atos ij vía que sería gran ganancia a mi alma, apro-
vechaba poco, que no se me quitaba el temor y era una guerra
desabrida. Tomé con una letra adonde dice mi buen Padre (2).
que dice San Pablo que no primita Dios que seamos tentados más
de lo que podemos sufrir (3). Aquello me alivió harto, mas no
bastaba, antes otro día me dio una aflición grande de verme sin
él, como no tenía a quien acudir con esta tribulación, que me
parecía vivir en tan gran soledad. Y ayudaba el ver que no hallo
ya quien me dé alivio sino él, que lo más había de estar ausente,
que me €s harto gran tormento.
1 En Sevilla, año de 1575. Recuérdese lo que dejamos dicho en la Introducción sobre
la denuncia que hizo la novicia a la Inquisición contra la Comunidad de las Carmelitas Des"
calzas, estando allí la santa Fundadora. Véase también el capítulo XXV de Las Fundaciones.
La publicamos conforme a la copia de Mármol.
2 Gracián.
3 ! ad Cotinth., X, 13.
MERCEDES DE DIOS 81
Otra noche después, estando leyendo en un libro, hallé otro
dicho de san Pablo, que me comenzó a consolar, y recogida
un poco, estaba pensando cuan presente había traído d€ antes
a Nuestro Señor, que tan verdaderamente me parecía ser Dios
vivo. Pensando en esto, me dijo y parecióme muy dentro de mí,
como al lado del corazón, por visión intelectual: «Aquí estoy, sino
que quiero que veas lo poco que puedes sin Mí» (1). Luego me
asiguré y se quitaron todos los miedos, y estando la misma no-
che €n Maitines, el mesmo Señor, por visión inteletual, tan gran-
de que casi parecía imaginaria, se me puso €n los brazos a manera
de como se pinta la «Quinta angustia» (2). Hízome temor harto
esta visión, porque era muy patente y tan junta a mí, que me hizo
pensar si era ilusión. Di jome: «No te espantes de esto, que con
mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima».
Máseme ansí quedado esta visión hasta ahora representada. Lo
que dije de Nuestro Señor, me duró más de un mes. Ya se
me ha quitado.
LIX O
Estando una noche con harta pena porque había mucho que
no sabía de mi Padre (4), y aun no estaba bueno cuando me es-
cribió la postrera vez, aunque no era como la primera pena de
su mal, que era confiada y de aquella manera nunca la tuve des-
pués, mas el cuidado impedía la oración, parecióme de presto,
y fué ansí que no pudo ser imaginación, que en lo interior se
me representó una luz, y vi que venía por el camino alegre, y
rostro blanco, aunque de la luz que vi, debió hacer blanco el
1 Hasta aquí copia Mármol. Lo siguiente tráenlo solamente los Códices de Avila y
Toledo.
2 La Virgen de los Dolores, llamada también de las Angustias, principalmente en An-
dalucía, que representa a María teniendo en sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo. Propia-
mente, no es la Quinfa, sino la Sexta Angustia a la que se refiere Santa Teresa.
3 En Sevilla, Noviembre de 1575.
-1 'Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.
II 6
82 LAS RELACIONES
rostro, que ansí me parece lo están todos en el cielo; y he
pensado si de el resplandor y luz que sale de Nuestro Señor
les hace estar blancos. Entendí: «Dile que sin temor comience
luego, que suya es la Vitoria» (1).
Un día después que vino, estando yo a la noche alabando
a Nuestro Señor por tantas mercedes como me había hecho, me
dijo: «¿Que me pides tú que no haya yo hecho, hija mía?».
LX í2)
El día que se presentó el Breve (3), como yo estuviese con
grandísima atención, que me tenía toda turbada, que aun rezar
no podía, porque me habían venido a decir que Nuestro Padre
estaba en gran aprieto, porque no le dejaban salir, y había gran
ruido, entendí estas palabras: «¡Oh mujer de poca fe, sosiégate,
que muy bien se va haciendo!» Era día de la Presentación de
Nuestra Señora, año de mil y quinientos y setenta y cinco. Pro-
puse en mi si esta Virgen acababa con su Hijo que viésemos a
nuestro Padre libre destos frailes, y a nosotras de pedirle orde-
nase que en cada cabo se celebrase con solenidad esta fiesta en
nuestros monesterios de Descalzas. Cuando esto propuse, no se
me acordaba de lo que entendí que había el Padre de establecer
fiesta, en la visión que vi. Ahora, tornando a leer este cuader-
nillo he pensado si ha de ser esta la fiesta (4).
1 Dice Gracián en la Deregrínación de Hnastasio, Diálogo XVI, después de tepio-
ducir esta merced divina: «Esto era al tiempo que yo había sacado el Breve del nuncio
Ormaneto con cartas del Rey para la visita de los Calzado.s de Andalucía y venia a Se-
villa a presentarle, que había tenido una enfermedad, aunque no muy grande». Es la última
de la copia de Mármol, por la cual va corregida.
2 Sevilla, 22 de Noviembre de 1575.
3 Después de copiar esta Relación, añade por su cuenta Gracián, que presentó el Breve
a los Calzados de Sevilla el día de la Presentación. Cír. Peregrinaciones de Mnastasio, Diá-
logo XVI.
4 Recibió Santa Teresa esta merced en ocasión en que el P. Gracián comenzaba la visita
lie los Carmelitas Calzados de Andalucía por encargo del Nuncio de Su Santidad. Recordando
María de San José este favor de la Santa, escribe: «Comenzó su visita, la cual tomaban los
Padres tan mal, que el día que hubo de ir a tomar la obediencia, estaban los frailes armados
para defenderse, y hubo tal ruido, que vinieron a decir a nuestra Madre, que estaba en ora-
MERCEDES DE DIOS 83
LXI ")
Estando un día en oración, sentí estar el alma tan dentro
de Dios, que no parecía había mundo, sino embebida en el.
Dióscme aquí a entender aquel verso de la Magnifica: Et exul-
iavit spirltus, de manera que no se me puede olvidar (2).
LXI I ^^
Estaba una vez pensando sobre el querer deshacer este mo-
nesterio de Descalzas, si era el intento poco a poco irlas acabando
todas. Entendí: «Eso pretenden, mas no lo verán, sino muy al
contrario» (4),
ción con todas sus monjas, que había muerto el Padre Gracián, u lue estaban las puertas del
monasterio cerradas; g había tan gran grita y ruido, qi'e la Santa se turbó harto, y ento ees
fué cuando le dijo nuestro Señor: «¡Oh mujer de poca fe, sosiégate que bien se va haciendo!»
Era víspera de Nuestra Señora de la Presentación, y prometió nuestra A\adre, si le libraba el
Señor u 'e sacaba Iiien, que le celebraría aquella fiesta con gran solemnidad».
Hablando Mármol en la Vida del P. Gracián acerca de la institución de esta fiesta, dice: «Por
este propósito que dice aquí nuestra Santa Madre, que tuvo de pedir se ordenase la fiesta de la
Presentación, habla el mismo Padre Maestro Gracián en una carta que escribió desde Roma
a la hermana .'Wariana de Christo, monja descalza, en el Convento de las Descalzas Car-
melitas de Barcelona, y hermana de la Duquesa de César, por estas palabras: «Y ya que vues-
tra caridad e."< profesa, sea mil veces de norabuena, y el particular de haber hecho los vo-
tos día de la Presentación de Nuestra Señora, me es para mi particular motivo de encomen-
dársela cada día, como a mi propia alma, porque ese día estuve bien cerca de perder la vida
por la Orden, cuando andábamos en los primeros golpes de las fundaciones, y viendo la Madre
Teresa de Jesús que me tenían a puerta cerrada cercado cien personas (que si entonces me
mataran hubiera ahorrado tiempo tan mal gastado como después acá lie tenido), hizo voto
que si Nuestra Señora me escapaba de aquel trago, celebrar aquella fiesta con mucha soleni-
dad y ella y sus hijas, y en un tiempo se guardaba esto, ahora no se nada».
1 En el mismo monasterio y por la misma época.
2 Véase la A\erced XXIX.
3 En el mismo monasterio.
4 Para la inteligencia de estas palabras, reproduciremos lo que escribe María de San
José en su citado Libro de Recreaciones, recordando lo hecho por el Capítulo general de los
Carmelitas Calzados celebrado en Plasencia de Italia en 1575; tMandóse también en este Ca-
pítulo, que se le quitase a nuestra Madre las patentes y comisiones que tenía para fundar, y
estuviese reclusa en un monasterio sin salir de é!, u que los Descalzos y Descalzas se cal-
aasen, y cantasen por punto u otras cosas asi. Escandalizarse ha cualquleía que oyere decir,
84 LAS RELACIONES
LXIII (1)
Habiendo comenzado a confesarme con una persona en una
ciudad que al presente estoy, g ella con haberme tenido mucha
voluntad y tenerla después que admitió el gobierno de mi alma,
se apartaba de venir acá (2). Estando yo en oración una noche,
pensando en la falta que me hacía, entendí que le tenía Dios para
que no viniese, porque me convenía tratar mi alma con una perso-
que un varón tan santo, como de verdad lo era nuestro Padre General, y tantos Padres gra-
ves ü siervos de Dios, hiciesen un acto tan contra razón y mandasen deshacer los conventos
que con autoridad apostólica se habían fundado. Mas cuando no se oye sino a una parte, y
esa apasionada, como lo estaban en aquella coyuntura los Padres que de España iban al, Ca-
pítulo, es cosa ordinaria errar el juicio y tener por crimen lo que no lo es, y más cuando el
demonio atiza, como aquí debía de atizar, por deshacer a los Descalzos, como Nuestro Señor
lo mostró a nuestra Santa Madre, estando en esta coyuntura en oración, y pidiéndole que
no permitiese se deshiciesen aquellas casas de Descalzos, dijo el Señor: Eso pretenden, mas
no lo verán, sino muy al contrarío*.
Ya por el mes de Agosto de 1573 había recibido el P. Jerónimo Gracián, cuando sólo
contaba veinte u ocho años de edad, del Padre Francisco de Vargas, dominico. Visita-
dor Apostólico de los Carmelitas Calzados de Andalucía, la comisión de sustituirle, la cual
expiró con la muerte de San Pío V. De nuevo volvió a recibir el mismo encargo por orden
del nuncio Ormaneto en Agosto de 1575, como escribe el mismo P. Gracián por estas pala-
bras: «Acaeció, pues, llegando yo a Madrid, que viendo el rey don Felipe II ser necesario
continuar la visita de los Calzados Carmelitas, y de los Trinitarios, Mercenarios, Mínimos,
y Calzados Franciscos de Andalucía, que estaba comenzada con Breve de Pío V, envió al
Padre Olea, de la Compañía de Jesús, para que informase cuan necesaria era esta continuación
de visita, y decíase que la quería hacer por mano de los Padres de la Compañía. Ellos por
no meterse en este conflicto con frailes, insistieron en ser mejor que se hiciese por frailes
de las mismas Ordenes, y así con nuevas comisiones del nuncio Ormaneto, que tenía facul-
tad de Gregorio XIII para ello, me enviaron a mí por Visitador Apostólico de todos los
Carmelitas Descalzos y de los Calzados de Andalucía. La primera parte de esta comisión
bien me agradó, porque no estando sujetos los Descalzos a los Calzados no los podían
deshacer, y podía yo fundar, como fundé, más de veinte conventos de ellos, con que la Con-
gregación de los Descalzos echó raíces. Mas en la segunda, rehusaba mi flaqueza, temiendo
la muerte, que infamias y afrentas yo las tenía tragadas, y diciendo yo este temor al car-
denal Quiroga, para que intercediese con el Rey me descargase de los Calzados, me dijo
con cólera santa: Mátenos: ¿a quién hemos de fiar esto sino a hombres de sangre y no-
bleza y conocido como vos, que no tema la muerte?; y así con esta resolución de perder
la vida y con el Breve del nuncio Ormaneto y cartas del Rey, torné a cnminar la vuelta de
Andalucía». (Peregrinaciones de Rnastasio, Diálogo I, pág. 27).
1 Toledo, Agosto de 1576.
2 El P. Diego de Yepes, de la Orden de San Jerónimo, autor de una piadosa vida
de la Santa y más tarde obispo de Tarazona. Por la declaración del P. Yanguas en las
Informaciones de Segovia, sabemos que este Padre aconsejó a la Santa se confesase en
Toledo con Yepes, Prior en aquel tiempo del convento de la Sisla. Dice el P. Yepes que
en varias ocasiones, al disponerse para subir a confesarla, se le ofrecían en el momento
trabajos y negocios que se lo impedían. A lo que parece, todo era ordenamiento de Dios
para que comunicase su espíritu con el doctor Vclázquez, como ya lo notó el P. Gracián,
conocedor de esta revelación de la Madre. La Santa, sin embargo, continuó confesándose
algunas veces con el P. Yepes.
MERCEDES DE DIOS 85
na del mismo lugar. A mí me pesó por haber de conocer condi-
ción nueva, que podía ser no me entendiese y inquietase y por
tener amor a quien me hacía esta caridad; aunque siempre que
vía u oía predicar a esta persona, me hacía contento espiritual,
y por tener muchas ocupaciones esta persona, también me parecía
inconveniente. Díjome el Señor: «Yo haré que te oya y te en-
tienda. Declárate con él, que algún remedio será de tus traba-
jos». Esto postrero fué, sigún pienso, porque estaba yo entonces
fatigadísima de estar ausente de Dios. También me dijo entonces
Su Majestad, «que bien vía el trabajo que tenía; mas que no
podía ser menos mientra viviese en este destierro, que todo era
para más bien mío», y me consoló mucho. Ansí me ha acaecido,
que huelga de oírme, y busca tiempo y me ha entendido y dado
gran alivio. Es muy letrado y santo.
LXIV (1)
Estando un día de la Presentación encomendando mucho
a Dios a una persona, y parecíame que todavía era inconvi-
niente el tener renta y libertad, para la gran santidad que yo
le deseaba, púsoseme delante su poca salud y la mucha luz que
daba a las almas, y entendí: «Mucho me sirve, mas gran cosa
es siguirme desnudo de todo como yo me puse en la cruz. Dile
que se fíe de Mí». Esto postrero fué porque me acordé yo que
no podría con su poca salud llevar tanta perfeción.
1 Toledo, Agosto de 1576.
86 LAS RELACIONES
LXV
Estando una vez pensando la pena que me daba el comer
carne y n¡o hacer penitencia, entendí, «que algunas veces era
más amor propio que deseo della» (1).
LX (2)
Estando una vez con mucha pena de haber ofendido a Dios,
me dijo: «Todos tus pecados son delante de Mí como si no
fueran; en lo porvenir te esfuerza, que no son acabados tus
trabajos».
LXI (3)
Estando en San Josef de Avila, víspera de Pascua del Es-
píritu Santo, en la ermita de Nazaret, considerando en una gran-
dísima merced que nuestro Señor me había hecho en- tal día
como éste, veinte años había (4), poco más a menos, me comenzó
1 Los prelados i) confesores, atendiendo a las enfermedades que con harta frecuencia
padecía la Santa, la prohibían hacer muchas <Ie las penitencias que su fervor pedía, y hasta le
mandaban en ocasiones comer de carne. Dice Mana del i^iacimiento en las Informaciones de
Madrid, que «estando en Toledo mala nuestra Santa, le mandaron los médicos comiese carne,
lo cual ella repugnó mucho. Y al fin, convencida, dijo que no la comería si no era dándole li-
cencia primero su confesor, que era el P. Fray Diego de Yepes, y estaba media legua de allí (en
el monasterio de la Sisla), y al fin le hubieron de traer».
2 En Toledo, 1576 o 1577.
3 En San José de Avila, afio de 157'), 6 de Junio. El original de esta interesante merced
está en el Libro de las Fundaciones, en una hoja pegada al fin del capítulo XXVIl. El de las
Descalzas del Corpus Christi de Alcalá de Henares, no es autógrafo, sino que está compuesto
de letras cortadas de otros escritos de la Santa. Las Carmelitas Descalzas de Ñapóles poseen
otro ejemplar que pasa por autógrafo.
k Habla de este favor en el capítulo XXXVIII de la Vida.
MERCEDES DE DIOS 87
un ímpetu y hervor grande de espíritu, que me hizo suspender.
En este gran recogimiento entendí de nuestro Señor lo que ahora
diré: «Que dijese a jestos Padres Descalzos de su parte, que pro-
curasen guardar estas cuatro cosas, y que mientra las guardasen,
siempre iría en más crecimiento esta Relisión, y cuando en ellas
faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. La
primera, que los cabezas (1) estuviesen conformes. La segunda (2),
que aunque tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos
frailes. La tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para
bien de sus almas. La cuarta, que enseñasen más con obras
que con palabras. Esto fué año de MDLXXIX. Y porque es
gran verdad, lo firmo de mi nombre. Teresa de Jesús.
1 Así lo escribe la Santa y con mucha propiedad, por cierto, aunque en las ediciones pu-
blicadas hasta ahora siempre se dice las cabezas».
2 Santa Teresa escribe en cifra esta palabra en la forma siguiente: La ¡I, que aunque etc.
APÉNDICES
AL LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA DE JESÚS
APÉNDICES
DOCUMENTOS REFERENTES R LA SANTA Y A SUS OBRAS (1).
CÉDULA EN QUE D. ALONSO SÁNCHEZ DE CEPEDA TENIA APUNTADA LA FECHA
UtX NACIMIENTO DE SU HIJA TERESA.
En miércoles, veinte y ocho días del mes de marzo de quinientos y
quince años, nació Teresa, mi hija, a las cinco horas de la mañana,
media hora más o menos, que fué el dicho miércoles, casi amanecido.
Fueron su compadre Vela Núñez, y la madrina doña María del Águila,
fija de Francisco de Pajares (2).
1 Para la publicación de documentos, en cuanto nos sea posible, seguiremos el orden
cronológico en relación con los hechos sucesivos de la biografía de la Santa, A no ser en casos
excepcionales, adoptamos la ortografía moderna por las razones que dejamos cosignadas en las
páginas CXIll y CXIV de los Preliminares.
2 La hoja donde el padre de Santa Teresa apuntaba el nacimiento de sus hijos estuvo en
poder de la M. María de San José, como ella misma dice en el Libro de Recreaciones, ha-
blando de los hermanos de la Santa: «Esto que yo aquí he puesto está sacado de escrituras
antiguas, que dicen de sus abuelos ser parroquianos en S. Juan, adonde echan suerte los hijos-
dalgos, y así las echaron sus hijos y abuelos, y no he hallado más hermanos, ni están escritos
en el libro donde su padre escribía los nacimientos de sus hijos, porque la hoja de esto tengo
ÜO en mi poder de la letra, como he dicho, del padre de nuestra madre».
Esta hoja vino a parar más tarde a nuestro convento de Pastrana, como dice el P. Antonio
de S. Joaquín en el Mño Teresiano, día 28 de Marzo, La Santa solía llevar en su breviario la
fecha de su nacimiento, que por cierto le pone un día más tarde: «Miércoles, dice, día de San
Bertoldi, de la Orden del Carmen, a 29 días de Marzo de 1515, a las cinco de la mañana, nació
Teresa de Jesús, la pecadora'. El breviario donde estaba escrita esta nota, venerábase en las
Carmelitas Descalzas de Lisboa desde los tiempos del P. Gracián, quien tal vez lo regalaría a
aquellas religiosas. Este Padre puso en él la siguiente nota. «Este breviario era de la Madre
Teresa de Jesús, que rezaba en él cuando Nuestro Señor la llevó al cielo desde Alba, y purque
es así verdad, lo firmé de mi nombre.— Frsi/ Jerónimo Gracián de la Madre de Dios». La fe-
92 APÉNDICES
II
ESCRITURA DE DOTE HECHA POR LA SANTA AL TOMAR EL HABITO EN LA
ENCARNACIÓN (1).
Entrada, pues, en el convento la santa doncella (2), no luego le die-
ron el hábito, sino que primero avisaron a su padre; el cual, vista la de-
terminación tan firme de su hija, aunque por amarla mucho quisiera te-
nerla siempre consigo, no quiso impedirla su santo propósito, sino
ayudarla en todo lo que fuese menester. Trataron luego de la dote, y
lo demás que era necesario para el sustento y ajuar de la novicia», y se
hicieron los conciertos y obligaciones de una y otra parte ante escri-
bano y testigos, como consta de las Escrituras auténticas que el año de
mil seiscientos y once se hallaron en poder de Juan González, escribano
público, y uno de los cinco del número de la villa de ñlba de Tormes
y su jurisdicción. Las cuales Escrituras pondré aquí, como en el ori-
ginal se contienen, en lo que hacen a nuestro propósito, por conservar
cha de la Santa está equivocada; además, el 29 de Marzo de aquel año no fué miércoles sino
jueves. Quizá se copiase mal el texto de la Santa; pero como se ignora donde para actualmente
el breviario de Lisboa, no es posible compulsarlo con las versiones publicadas.
Fué bautizada Santa Teresa el día 4 de Abril, Miércoles de Semana Santa, y día en que
se dijo la primera misa en el monasterio de la Encarnación, como observa María Pinel en un
escrito que publicaremos más adelante. Aun se conserva en la parroquia de San Juan, a la que
pertenecían los padres de Santa Teresa, la pila en que fué bautizada, cerrada hoy por un en"
verjado, que costeó, según el Año Teresiano, t. IV, p. 59, D.a Teresa Farfán, con una pintura
que representa a la Santa y una inscripción que dice así:
VIGÉSIMA OCTAVA MARTII
TERESIA OBORTA
APRILIS ANTE NONAS EST
SACRO FONTE RENATA
M. D. X. V.
Francisco Vela Nuñez fué quien, con D. Blasco Vela Núñez, su hermano y primer virrey
del Perú, dio la famosa batalla de Iñaquito cerca de la capital del Ecuador, en Enero del
1546, contra Gonzalo Pizarro. Al lado de los Velas luchaban cinco hermanos de Santa Teresa,
según dejamos escrito en nota al capítulo IV de la Vida, p. 19. Doña María del Águila, era
hija de Francisco de Pajares, deudo y grande amigo de D. Alonso y a quien la Madre de Santa
Teresa nombró testamentario suyo.
1 No están de acuerdo los biógrafos de la Santa en señalar el día que tomó el hábito.
El P. Ribera, lib. I, c. IV, Yepes, 1. I, c. IV, y María Pinel en la Historia manuscrita de la
Encamación, dicen que fué en 2 de Noviembre de 1535. Los Bolandos, ñcta S. Teresiae,
n. 82, D. Vicente de la Fuente, en Casas y Recuerdos de Sta. Teresa en España, c. III, p. 76,
lo retrasan al año de 1533. En cambio, los historiadores del Carmen asignan el de 1536; así
el P. Francisco de Santa María, Reforma de los Descalzos, lib. I, c. VIII, y el P. Jerónimo de
San José, como puede verse en los documentos que de él copiamos y que dirimen la cuestión
definitivamente. Santa Teresa tomó el hábito el 2 de Noviembre de 1536, a los veintiún años,
siete meses y seis días de edad. A la escritura de dote que transcribimos y a la renuncia de su
legítima en su hermana D.a Juana, añadiremos luego una prueba más, que nos da el Padre
Andrés de la Encarnación.
2 Copiado de la Historia del Carmen Descalzo, lib. II, cap. VIII.
APÉNDICES 93
algo de la venerable antigüedad y estilo de aquel tiempo, dejando
algunas cláusulas que solamente son formulares y cauciónales. La pri-
mera escritura dice así: «la Dei nomine Amen. Sepan cuantos este pú-
blico instrumento vieren, cómo estando en el monasterio de Nuestra
Señora, Santa María de la Encarnación, extramuros de la noble ciudad
de ñvila, de la Orden del Carmen, a treinta y un días del mes de
Otubrc, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, de mil e
quinientos e treinta e seis años; estando las muy reverendas señoras,
priora, monjas e convento del diclio monasterio juntas a su Capítulo, a
el locutorio del dicho monasterio, tras las redes, a campana tañida,
según que lo lian de uso e de costumbre, para las cosas tocantes al dicho
monasterio, conviene a saber: la muy reverenda y magnífica señora doña
Francisca del Águila, priora del dicho monasterio, doña María Cimbrón,
supriora, e doña María de Luna, e Isabel Valle, e Inés de Ceballos,
Ana Múñez, e Catalina de la Concepción, e Inés de Oliva, e Mari-Bonal,
y Elvira de Saona, y Ana de la Purificación, e Beatriz Bautista, e
doña Aldonza Loarte, e Francisca Briceño, e Ana de Vergas, e Fran-
cisca de Vergas, e María de Vega, e doña Ana Girón, e Juana Suárez,
e doña Beatriz Chacón, e doña Isabel de Avila, e doña Beatriz Juárez,
e doña Juana del Águila, e Catalina de Valdivieso, e Francisca Bullón, e
María Juárez, e María Bautista; monjas profesas del dicho monasterio
e otras monjas: estando presente en el dicho monasterio con las dichas
señoras religiosas, tras las redes del la señora doña Teresa de Ahumada,
hija de los señores Alonso Sánchez de Cepedaí e doña Beatriz de Ahu-
mada, su mujer, ya difunta, que sea en gloria; estando asímesmo pre-
sente en el dicho locutorio, fuera de las redes, por la parte de afuera,
el dicho señor Alonso Sánchez de Cepeda, en presencia de mí el no-
tario público, e testigos infraescritos. Luego la dicha señora priora,
monjas e convento, dijeron, que por cuanto ellas tenían concertado con
el dicho señor Alonso Sánchez de Cepeda de recebir en el dicho mo-
nasterio por monja e religiosa de velo, y del coro del dicho monasterio
a la dicha doña Teresa de Ahumada su hija, que presente estaba, con
el dote y según que adelante hará mención. Por ende, todas unánimes
y conformes, e nemine discrepante, por sí, e por el dicho monasterio, e
por las otras religiosas del, e por sus sucesores, dijeron que recebían
c recebieron desde agora por monja de vela y del coro del dicho mo-
nasterio, a la dicha doña Teresa de Ahumada, para la tener y alimentar
en el dicho monasterio todos los días de su vida e dar los alimentos e
sustentación que oviere menester, como a las otras religiosas del coro
del dicho monasterio, por razón que el dicho Alonso Sánchez da con ella
al dicho monasterio e convento de la Encarnación de la dicha ciudad de
Avila, en dote, y para su alimento y sustentación, veinte u cinco fanegas
de pan de renta, por mitad trigo e cebada, en heredad que lo rente en
el lugar e término de Goterrendura, jurisdición de la dicha ciudad. La
cual heredad les ha de dar que rente el dicho pan, sin aboyo alguno,
para el día que la dicha doña Teresa hiciere profesión, e recibiere el
velo, que será después que haya pasado, e cumplido año e día que
haya estado con el liábito en el dicho monasterio. Y en defeto de no
les dar el dicho pan de renta para el dicho termino, que les de en
lugar dello, e por ello, dozientos ducados de oro, en que montan
94 APÉNDICES
setenta y cinco mil maravedís; cual mas quisiere dar el dicho Rlonso
Sánchez, o el dicho pan de renta, o los dichos docientos ducados de
oro, cumplido el dicho año y dia de noviciado. E que para el día de
Nuestra Señora de Agosto del año venidero de mil quinientos e treinta
y siete años, les dé el dicho Alonso Sánchez las dichas veinte y cinco
fanegas de pan, por mitad trigo e cebada, puestas en el dicho lugar
de Goterrendura, para los alimentos de la dicha doña Teresa del año
del noviciado; e más les ha de dar una cama para la dicha doña Tere-
sa, que tenga una colcha, e unos paramentos de raz e una sobrecama,
e una manta blanca^, e una frazada, e seis sábanas de lienzo, e seis al-
mohadas, e Idos colchones, e una alombra, e dos cogines, e una cama
de cordeles. E vestir a la dicha doña Teresa de los vestidos e hábitos
necesarios para su entrada y profesión: en que le ha de dar para
todos hábitos, uno de helarte y otro de veintidoseno; e tres sayas, una
de grana, e otra blanca e otra de Palencia; e dos mantos, uno de
grana e otro de estameña; e un zamarro, e sus tocados, e camisas c
calzado y los libros, como se da a las otras religiosas.
E mas ha de dar de presente, a la entrada, una colación para todo
el convento e velas de cera. E más para el día que recibiere el velo,
ha de dar al dicho convento una colación e una comida, e a cada
religiosa un tocado o su valor, según es costumbre del dicho monasterio.
Esto por razón de las legítimas herencias que a la dicha doña Teresa
c al dicho monasterio e convento en su nombre, por razón de su ingreso
le pertenecen c pueden pertenecer de los bienes y herencias y sucesiones,
así de la dicha doña Beatriz de Ahumada, su madre, difunta, como del
dicho Alonso Sánchez, su padre, como de Hernando de Ahumada, y Rodri-
go y Lorenzo, e Antonio, e Pedro, y Jerónimo, e Agustín, e doña juana de
Ahumada, sus hermanos, hijos de los dichos Alonso Sánchez e doña Bea-
triz de Ahumada, u de cualesquier dellos, después de sus días, ex testa-
mento, o ab intestato, o en otra cualquiera manera, con tal que si los
dichos sus hermanos hicieren alguna manda particular por donación o
otra última voluntad al dicho monasterio e convento, o a la dicha
doña Teresa, que lo puedan gozar c haber, conforme a derecho e
leyes destos Reinos, demás desta dicha dote; no obstante la renuncia-
ción que de los dichos bienes e legítimas adelante harán en el dicho
Alonso Sánchez. La cual dicha dote de las dichas veinte y cinco fanegas
de pan de renta, u de los dichos docientos ducados, por el haber, cama,
e vestidos, e gastos de entrada e profesión, e velo, confesaron ser
suficiente e competente para la sustentación e alimentos de la dicha
doña Teresa, e por tal la habían e tenían, según la cantidad y calidad
desta hacienda de los dichos Alonso Sánchez y doña Beatriz de Ahumada,
su mujer, y el mucho número de hijos que tienen. E habida considera-
ción a ser la dicha doña Teresa hija de nobles padres y deudos, y
persona de loables costumbres, etc.» Lo restante de la dicha escritura,
son cláusulas prolijas, de aceptaciones, renunciaciones y cauciones de
una y otra parte. Testificóla Vicente de San Andrés, Notario público
de la ciudad de Avila, y fueron testigos Jerónimo Xuárez y Diego Mcxía,
y Francisco de la Cena, vecinos de la mesma ciudad».
APÉNDICES 95
III
RENUNCIA LA SANTA SU LEGITIMA EN FAVOR DE SU HERAIANA D.a JUANA.
Continúa el P. Jerónimo: «ñquel mismo día se iiizo otra escritura
en que otorgó la Santa una cesión y renunciación de la legítima de su
hermano Rodrigo de Cepeda, que se la dejaba por su testamento. De
la cual escritura también trasladaremos otro pedazo, que dice y em-
pieza así: «Sepan cuantos esta carta de cesión y renunciación vieren,
como yo doña Teresa de Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda
y de doña Beatriz de Ahumada, su mujer, ya difunta, que Dios haya en
gloria, mis señores padres, vecina de la noble ciudad de Avila, con licen-
cia e autoridad, y expreso consentimiento, que para lo que de yuso se
hará mención, pido e suplico a vos el dicho Alonso Sánchez de Cepeda,
mi señor e padre, que presente estáis, e yo el dicho Alonso Sánchez de
Cepeda, que presente estoy, así lo otorgo, e conozco que doy e otorgo
la dicha licencia a vos la dicha doña Teresa de Ahumada mi !iija, para
lo de yuso contenido, e para cada cosa dello, e consiento en ello;
la cual licencia me obligo de no revocar, ni contradecir, ahora ni en
tiempo alguno, so obligación que hago de mi persona e bienes. Por
ende, yo la diclia doña Teresa, aceptando, como acepto, la dicha licen-
cia, e usando della digo: que por cuanto yo estoy determinada, si plu-
guiere a la voluntad de Dios nuestro Señor, de entrar en Religión,
e recebir el hábito de Nuestra Señora en el Monasterio c casa de
la Encarnación, extramuros desta dicha ciudad, y dejar este mundo,
y las cosas del como vanas y transitorias, como siempre por mí ha sido
deseado, para la cual entrada ha muchos días que pedí licencia al
dicho Alonso Sánchez, mi señor; la cual él me ha dado con su ben-
dición, y me dota suficientemente, según lo tiene concertado con la
señora priora e convento del dicho monasterio. E por cuanto Rodrigo
de Cepeda, mi hermano, que está alísente, en un testamento que hizo
c otorgó ante Alonso de Segovia, escrtbano público y del número desta
dicha ciudad, me mandó la legítima que a él le pertenecía de la dicha
doña Beatriz de Ahumada, nuestra madre ya difunta: por ende, otorgo,
e conozco por esta presente carta, que cedo, e renuncio, e traspaso para
siempre jamás en doña Juana de Ahumada, mi hermana, que está
ausente, bien así como si estuviese presente, para ella y para sus
herederos y sucesores, la legítima que de la dicha nuestra madre per-
tenece al dicho Rodrigo de Cepeda, nuestro hermano, según e de la
manera quel dicho Rodrigo de Cepeda me lo mand'ó, e manda por su
testamento, &». Las demás cláusulas son como las de la escritura pa-
sada, formulares y cauciónales. Su fecha es, como se ha dicho, el mismo
día y año; el escribano que la testificó Francisco de Triviño, de el
número de los de la dicha ciudad de Avila. Los testigos el bachiller
% APÉNDICES
Cosme Martínez, cura de Santiago, Vicente de San ñndrés y Diego
Mcxía, vecino de la misma ciudad.
»Hechas estas escrituras y conciertos se trató de dar el hábito a
la novicia; el cual recibió con grande fiesta y solemnidad a los dos
días del mes de Noviembre del año de 1536, siendo la santa de edad
de veinte y un años y siete meses, y Pontífice Paulo III, emperador
y rey de España Carlos V, General de la Orden de Nuestra Señora del
Carmen Nicolao Audet, y Provincial de Castilla el Padre Fr. Anto-
nio de Lara (1).
»La causa deste yerro fué, que como hallaron que tomó el hábito
aquel día de las Animas, y la Santa en su libro cuenta seguidamente
eslo, con el salir de casa de su padre y tomarle, creyeron que había
sido todo en un mismo día. El en que salió no es cierto; pero, sivalen
conjeturas, parece sería el de la fiesta de San Simón y Judas, que es
a veinte ¡j ocho de Octubre y la más próxima al día en que se hicieron
las escribirás, que fué, como dicho es, a treinta y uno; porque algo
habemos de dar de intervalo, para la novedad del caso, para el des-
consuelo de su padre, para el concierto de la dote, y lo demás que
se presume antecedería al acto de tomar el hábito, que se hizo con
solemnidad. Pero en esto va poco; y lo que importa, que es el día y
aíío en que le tomó, es cierto, como queda asentado».
1 Adei:iás de la Escritura de dote u renuncia de la legítima, aprobadas por el Provincial de
los Calzados con fecha 11 de Octubre de 1537, el P. Andrés menciona otra tercera que con ellos
estaba hecha por D. Alonso Sánchez de Cepeda, a 23 de Octubre del mismo año, en la que se
lee: «Que po; cuanto su hija era de próximo para hacer profesión ij quedó en su licencia darla,
o 200 ducados o 25 fanegas de pan de renta, determinaba darla esto segundo». Existía en tiempo
del P. Andrés copia notarial de todas estas escrituras en nuestro convento de Segovia, pero se
perdió en los saqueos de la Francesada, o quizá cuando la exclaustración del año 35. Lástima
que el inteligente investigador de las cosas de la Santa no sacase un traslado. Mientras vivió
D. Alonso pagó las fanegas de dote convenidas, g después de su muerte el cufiado de la
Santa, D. Martín de Guzmán Barrientos, como veremos en el Epistolario. (Cfr. Memorias His-
toriales, 1. R, n. 288).
APÉNDICES 97
IV
FECHA DE Lft MUERTE DE LOS PADRES DE SANTA TERESA Y LUGAR DE SU
ENTERRAMIENTO (1).
En el capítulo primero del Libro de la Vida habla la Santa de
su buena madre, y dice que cuando murió tenía ella «doce años,
poco menos». Ni Ribera (libro I, c. 4), ni Ycpes, (libro I, c. 2), pu-
sieron ningún reparo a estas palabras de la inmortal Fundadora. De
ser cierto que Santa Teresa tenía doce años solamente cuando murió
su madre, la muerte hubo de ocurrir, lo más tardei, a fínes de Marzo
de 1527. La fecha es evidentemente equivocada, porque el testamento
de D.a Beatriz, del que sacó en 1762 una copia el P. Manuel de Santa
María de otra que se conservaba en el hospital de la Misericordia,
de Avila, lleva fecha de 2^4 de Noviembre de 1528.
¿Murió poco después D.a Beatriz de Ahumada? Pudiera ser que
la madre de la Santa se hubiese resuelto a otorgar testamento en
vista de una muerte próxima; este peligro, sin embargo, no se con-
signa en él. Nada se puede sacar de los archivos parroquiales de Gota-
rrendura ni de San Juan de Avila, porque no se guardan en ellos do-
cumentos de aquella fecha; todos son bastante posteriores.
Por otra parte, las declaraciones de los testigos que en 15 de
Octubre de 1544 se tomaron en los autos del pleito acerca de la cu-
raduría de los bienes de D. Alonso de Cepeda, no están concordes
al señalar la fecha de la muerte de D.a Beatriz. Mientras los testigos
Juan Ximénez y Alonso Bengrilla (Venegrilla), aseguran que haría
como trece o catorce años que había muerto, Sebastián Gutiérrez afir-
ma textualmente: «A la cuarta pregunta dixo: que lo que sabe es que
este testigo estuvo presente al tiempo que fálleselo la dicha Beatriz
de Ahumada, que avra diez e seis o diez e siete años; e este testigo
la traxo a enterrar a esta ciudad de Avila, e la enterraron en San
Juan». Si la fecha de Sebastián Gutiérrez es la verdadera, bien pudo
morir D.a Beatriz poco después de haber hecho el testamento. Por el
contrario, si nos atenem- a las declaraciones de Venegrilla, D.^ Bea-
triz no murió hasta 1530 o 1531. De todas suertes, su muerte es pos-
terior a la señalada por la Santa y sus primeros biógrafos.
De los mismos autos de este pleito se deduce por afirmación uná-
nime de los testigos, que D. Alonso Sánchez de Cepeda, padre de la
Santa, murió a fines de 1543. A pedimento del hermano del difunto,
1 Si bien no tenemos proDÓsito en los Apéndices al tomo primero de traer documentos
pertenecientes a los padres y parientes de Santa Teresa, sino ceñirnos a los que tienen relación
más directa con ella, hacemos esta excepción para aclarar dos extremos de los que se habla en
el Libio de la Vida con alguna vaguedad e imprecisión cronológica.
II 7
98 APÉNDICES
D. Lorenzo de Cepeda, se procedió a la apertura del testamento el dia
26 de Diciembre de 1543. «E yo, el dicho escribano, doy fe que el dicho
testamento de el dicho Alonso Sánchez, ante el señor licenciado Barrio-
nuevo, Teniente que a la sazón era de Corregidor de la dicha ciudad
en veynte e seys días de Diciembre, segundo día (de Pascua), de el
año de mili c quinientos e quarenta c quatro (cuarenta y tres es la
verdadera fecha), ante el dicho señor Teniente e en presencia de mí
el dicho escribano e testigos de yuso escritos, de pedimiento del señor
maestro Lorenzo de Cepeda, testamentario del dicho Alonso Sánchez-
Testigos que a ello fueron presentes: Diego de Tapia, e Antonio del
Peso, e Pedro Rengilfo, vecinos de Avila &». Llamábase el escribano,
Hernando Manzanas. Don Alonso murió el día 2^ de Diciembre, dos
antes de abrirse el testamento (1).
Sobre el lugar del enterramiento de los padres de la Santa,
se ha escrito no poco. De D.a Beatriz no cabe dudar que lo fué en
San Juan, según hemos visto por las palabras de Sebastián Gutiérrez,
antiguo sacristán de Gotarrendura, quien acompañó al cadáver hasta
dejarlo sepultado en la dicha parroquia de Avila. ¿Lo fué también allí
su esposo D. Alonso? No parece inverosímil. Las excavaciones hechas
en el convento de San Francisco de la misma ciudad en 1641, donde
según algunos escritores estaba enterrado D. Alonso, no dieron ningún
resultado. Sobre esto escribe el P. Juan del Espíritu Santo bajo el
título: «Razones que se ofrecen para entender que los huesos que se
sacaron del convento de San Francisco de esta ciudad de Avila en el
mes de Diciembre de 641 no son de los padres de nuestra Madre
Santa Teresa (2):
»N. Madre Sta. Teresa dice en el capítulo 38 de su Vida que
vio a sus padres en el cielo, y sería de gran consuelo para toda la
Religión encontrar con sus cuerpos, para tenerlos con la debida re-
verencia. Pero esto mismo obliga a que se haga diligencia para sa-
berse con certeza; porque en duda no será razón se veneren por cor-
tesanos del cielo a los que quizá no están allá, ni se salvaron. El
] Cfr. Ms. 8.713 de la Biblioteca Nacional.
2- La exhumación fué hecha por el P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, de la que dio
cuenta por estos términos en unas observacione.s al Padre l-rancisco de Santa María, un año
antes de la muerte de éste: «Dice V. R. que los padres de nuestra Santa Madre están enterrados
en San Francisco de Avila. La verdad es que la fama comiiri es esa, y que guiado de ella, es.-
tando yo en aquella ciudad el año de seiscientos cuarenta v uno, hice granees instancias para
que se trajesen sus cuerpos a nuestro convento y se pusiesen en él con decencia, que la Santa
dice que vio sus almas en el cielo. Y iiabiéndolo negociado con los prelados y con el Guardián
de San Francisco con mucho secreto, el mismo día de Navidad del afto cuarenta y uno, a las
diez de la noche (que aquel día en que en el convento de San Francisco, por estar más cansa-
dos, se acostaron más presto, pareció más a propósito), estando prevenido el P. Guardián y
sacristán solamente, fui r.] convento con dos oficiales y un hermano donado; y después de haber
ayudado a levantar la losa de la sepultura, donde es fama que estaban, estuve más de una hora
de rodillas, sacando los huesos uno por uno y echándolos en una sábana, y después en un
cofre; cerrada la sepultura, los llevamos al convento». Cfr. P. .Wanuel de Stinta María en el
Espicilegio Historial, (Ms. 8.713). Análogas noticias se hallan en el Archivo de los Carmelitas
Descalzos de Avila y en el del Sr. Marqués de San Juan de Piedras Albas.
APÉNDICES 99
P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, lector en este nuestro convento de
Avila, en 25 de Diciembre de 641, hizo las diligencias para sacar unos
huesos del convento de San Francisco de una sepultura que dijeron
ser de los padres de nuestra gloriosa Madre; y con efecto, los trujo
a este nuestro convento dicho de Avila. Pero después, reparando en
algunos papeles auténticos que hay, y se han leído, se ofrecen muchas
razones para dudar si son estos huesos de los padres de la Santa. La
primera razón y muy fuerte es, que los padres de N. Madre Santa
fueron Alonso Sánchez de CepeÜa y D.a Beatriz de Ahumada, como
consta de la vida de la misma Santa, que escribieron el Sr. Obispo
de Tarazona y el P. Ribera, y consta del testamento de D.b Beatriz
de Ahumada, que entre los hijos nombra a N. Madre Santa Teresa,
y en esto no hay duda; y el título y inscripción de la sepultura, de
donde el dicho P. Fr. Antonio sacó los huesos en el dicho convento
de San Francisco, dice así: Aquí yacen los muy ilustres señores Fran-
cisco Alvarez de Cepeda y D.^ María de Ahumada, su mujer. De suerte
que la sepultura y entierro era de Francisco de Cepeda, tío de N. Ma-
dre Santa, y hermano de su padre, y de D.a María de Ahumada,
prima de la Santa, hija de Juan Alvarez Cimbrón y de D.a Fulana
de Ahumada (1), como consta del testamento original de la dicha
D.a María de Ahumada, que le vio y leyó el dicho P. Fr. Antonio de
la Madre de Dios, y se llama D.a María de Ahumada por su madre,
y así no era de los padres de la Santa.
»Diránme que se enterraron los padres de la Santa en el entierro
de su tío Francisco de Cepeda; pero esto no es verdad (y sea la se-
gunda razón no menos fuerte que la primera). D.s Beatriz de Ahumada,
madre de nuestra Santa, en el testamento que hizo en Goterrendura,
a 24 de Noviembre de 1528 (este testamento auténtico ha visto el
dicho P. Fr. Antonio), se manda enterrar en San Juan, en la parte
que a Alonso Sánchez de Cepeda su marido le pareciere. Luego no
está enterrada en San Francisco, donde sacaron los huesos.
vLa tercera razón, porque entre los muchos huesos que se sacaron
de la sepultura de Francisco Alvarez de Cepeda, no se halló más
que una calavera de mujer, entre muchas de hombres, como consta
de las comisuras, por ser diferentes que las de los hombres (2), y esta
calavera no es de D.a Beatriz de Ahumada, madre de N. Madre Santa
Teresa: lo uno, porque esta señora se mandó enterrar en San Juan;
lo segundo, porque esta calavera es de D.s María de Ahumada, prima
de la Santa, como consta del testamento original de esta señora, en
que se manda enterrar en dicha sepultura de San Francisco, y del
1 Llamébase Catalina de Tapia, hija de Diego de Tapiñ y María Alvarez de Aliumaria,
hermana de Juan de Ahumada, abuelo materno de Santa Teresa.
2 El P. Manuel de Santa María, que copia este documento, pone aquí esta nota: «Si
lo dice por la comisura sagital, igualmente se halla u se echa de menos en ellas que en
nosotros, de quf tengo hechas experiencias varias, cuando no dijeran lo mismo los de la
facultad, u no se demostrara con lo que sucede en esta misma sepultura, donde, como cons-
ta del testamento de doña María, cuya cláusula también yo he visto, y del de su hijo don
Vicente, cura de Villanueva del Aceral, que también se enterró en ella, estaban con los
cuerpos de su abuelo, padre y marido, también los de su madre Catalina de Tapia, y con
todo, no bailaron por donde distinguir de las otras esta cabeza^.
100 APÉNDICES
árbol de la casa; lo tercero, porque la inscripción de la sepultura dic€
que yace allí D.^ María de Ahumada. Conque cesa toda duda que
no puede ser D.a Beatriz de Ahumada. Y el haberse dicho y corrido
que estaban los padres de la Santa en la sepultura de San Francisco,
puede ser porque como los sobrenombres de marido y mujer de Cepeda
y Ahumada eran los mismos que los apellidos que tenían los oadres de
la Santa, por ser todos tan parientes, no reparando en los nombres
propios, fácilmente se podían equivocar, pues siendo tan antiguo el
entierro, eran pocos y raros los que sabían los nombres propios de los
padres de N. iW. Sta. Teresa.
^También dicen en San Francisco, y está recibido, que la sepul-
tura de Francisco Alvarez de Cepeda es de los Cepedas; y no es ver-
dad, porque aquella era de los Cimbrones, y D.a María de Ahumada,
mujer que fué de Francisco Alvarez de Cepeda, dice que la heredó
de su padre Juan Alvarez Cimbrón. Consta del testamento original
de la dicha D.§ María de Ahumada. Y así, en esta parte, al dicho
y voz del vulgo debe dar poco crédito habiendo razones tan eficaces
en contrario. Y dado que estas razones no prueban del todo no ser
estos los huesos de los padres de la Santa, por lo menos hacen el
caso muy dudosio, y mucho más inclinado a que no son dichos huesos.
Por lo cual será cordura buscar el testamento del padre de la Santa,
a ver si da más luz de lo dicho; que podría ser por allí se ave-
riguase la verdad. Entre tanto, me parece sería acertado no innovar,
ni divulgar que dichos huesos son de los padres de N. Santa Madre
Teresa» (1).
1 En el Libro de Difuntos de la iglesia parroquial de San Pedro extramuros de la ciudad
de Avila, que dio principio en 6 de Enero de 1705, se hacf notar en su primera hoja, que el
cadáver del Excmo. Sr. D. Francisco Ponce de León Spínola, Duque de Arcos, «se depositó
en el convento de religiosas de Carmelitas Descalzas de N. M. Sonta Teresa, en la capilla suya
propia, que tienen en dicho convento, de donde son patronos de él u donde están enterrados los
padres de N. M. Santa Teresa de )esús». Publicó este documento en el cuaderno de Marzo de
1915 del Boletín de la Ucademia de la Historia, D. Leonardo Herrero, teniente mayor de la
parroquia de San Juan de Avila. El enterramiento del Duque en S. José es cierto, como consta
en documentos del Archivo de las Carmelitas Descalzas, pero la afirmación de reposar allí
los padres de Sta. Teresa, está fundada en una tradición que hasta el presente, por desgracia,
no tiene ningún valor histórico.
Del testamento de D. Alonso Sánchez de Cepeda, tenemos solamente la cláusula que
transcribió el P. Manuel eñ su Espicilegio, con otras piezas pertenecientes al pleito que
Juan de Ovalle siguió contra D.a Maria ds Ahumada, y que terminó gracias a la intervención
de Santa Teresa. De la citada cláusula nada se saca respecto del lugar donde deseaba ser
enlerrado. El mismo P. Manuel, después de copiarla, pone esta nota marginal: «¡Que lástima
que el secretario no hubiese escrito un par de renglones más! Esto digo, porque habiendo
buscado en Avila les papeles de Hernando Manzanas, ante quien se otorgó dicho testamento,
sólo consta haber habido alli un escribano de este nombre, pero no instrumento alguno suyo,
hallándose parte de los de su sucesor inmediato, que fué Juan de Santo Domingo. Puede ser
que el tiempo los descubra y así sabremos dónde está enterrado. Lo que yo tengo por más
verídico, es haberse f-nterrado con su mujer en San Juan, como el que los papeles de dicho
secretarlo perecieron en un incendio que dicen hubo en Avila en las casas n oficios de Agun-
tamiento». Tomándolos del Ms. 8.713, publicó la cláusula del testamento de D. Alonso y demás
instrumentos justificativos del pleito citado, Seirano y Sanz en sus Hpuntes para una biblioteca
de escritoras españolas, tomo II, págs. 479-500. Esperamos que los trabajos del P. Manuel se
completen en breve, principalmente con los documentos que se guardan en el archivo de las
Carmelitas Descalzas de Alba de Termes.
APF.MDICES 101
S.1NTA TERESA EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA (1).
No es mi intención pedir al que leyere este breve compendio, le
mire con pía afección, porque mi ignorancia no es digna de ningún
aprecio, que desde luego concederé a todos la razón en contrario.
Sólo digo que este trabajo no es hijo del entendimiento, porque es
muy corto el mío, como en cada cláusula se reconocerá; sino parto
de la voluntad y entrañable amor y veneración con que miro este
sagrado convento, de quien tan sin méritos míos ss sirvió Muestro Se-
ñor de hacerme hija, por bien varios rodeos y estorbos; que unos dis-
puso Su Majestad y otros facilitó para que yo consiguiese el ser hija
de mi Señora del Carmen. No caen sobre crecidos méritos, por muchos
que sean, el Iser bastantes para pisar este santo solar tan santificado con
las mercedes que Nuestro Señor y su Santísima Madre se sirvieron
de hacer a mi Madre Santa Teresa en él; cuánto más los cortos míos,
y que menos que ninguna he sabido corresponder al agradecimiento de
tan gran beneficio, ni imitar a la menor de las religiosas que han exis-
tido y hoy visten este santo hábito.
Y aunque uno y otro reconozco la fuerza del amor a la Santa y
al convento, me motivan a que publique al mundo que aquí fué donde
recibió las mayores mercedes que Nuestro Señor se sirvió de hacer-
la en su santa vida. De sesenta y siete años que la duró, vivió los
veinte en casa de su padre y en el religiosísimo convento de Santa
María de Gracia, en cuya entrada en él dijo con espíritu profético
Santo Tomás de Villanueva, que a la sazón estaba en Avila: «Hoy
1 Del excelente Manuscrito de D.a Meria Pinel de Monroy, que contiene la historia del
monasterio de la Encarnación de Avila, entresacamos los siguientes párrafos, que dan a co-
nocer muchos pormenores de la vida de Santa Teresa durante cerca de treinta anos que vi-
vió en él. Düña A\aiia Pinel, hiiii de una ilustre familia de Avila, entró en la Encarnación,
donde ya vivía una hermana suya llamada Manuela, el año de 1640, n murió en 1707. Am-
bas hermanas llegaron a ser prioras del monasteiio. Recogió D.a María durante su vida mu-
chas noticias referentes a la historia de su comunidad, en particular de Santa Teresa, sobre la
cual, la tradición, pura todavi-i y sin mcz.clas de leyenda, conservaba muy rica información,
y hacia el ocaso de su vida, con sencillo y animado estilo y candoroso entusiasmo y devo-
ción, la trasladó a este Códice que guarda aún el convento.
Con esta religiosa, no debe confundirse otra del mismo monasterio, llamada María Espinel,
autora de la Carta a un Prelado de su Orden, que publicamos a continuación, página 113. Esta
mon)a entró en la Encarnación en 1590, a los once años de edad, y murió en ÍMl. No llegó
a ver a la Santa, pero trató a muchas religiosas que la habían conocido, y de sus labios reco-
gió las noticias que da en la citada epístola. Aunque muchos escritores, y aun las monjas de
la Encarnación, la apellidan Pinel, y así lo hacemos nosotros, no hay duda que su verdadero
nombre patronímico es el ya indicado.
102 APÉNDICES ,
ha entrado en este santo convento una gran lumbrera de la Iglesia
de Dios», En él la empezó Nuestro Sefior a dar las primeras alda-
badas en su corazón, que después, con soberano impulso, acabó de con-
quistar. Treinta años vivió en la Encarnación, con los tres en que
vino a ser priora; los diecisiete vivió en la Descalcez; en ellos poco
la logró cada convento; sólo en su primogénito San José estuvo cinco
años, no cabales; aunque siempre que se ofrecía pasar por Avila se
detenía allí lo que podía, dando de ellos un par de días a este con-
vento, diciendo al entrar: «Vuélveme a mi madre».
Y una vez que tuvo más tiempo, estuvo once días, y queriendo los
prelados que fuese a /Aalagón a examinar el espíritu de la venerable
virgen Ana de San Agustín, que juzgo que fué el año 81, en que se
detuvo algunos meses en San José, dice en una carta: «No sé qué
le liace esta pobre vieja, que no me dejan descansar, y quieren que
vaya a Malagón; como gran cosa sienten en la Encarnación el que
me vaya de aquí, que todavía tienen esperanza de verme allá». Como
gran cosa, dice, que lo sienten en la Encarnación; ¿qué cosa mayor
que tenerla tan cerca para su consuelo?
Por lo diciio se conocerá, cómo la mayor parte de su vida estuvo
en la Encarnación, y que en San José sólo estuvo cinco años y algunas
muy breves temporadas. Un año en Sevilla, que fué en la fundación
en que más se detuvo, por los grandes trabajos de ella; en Toledo
otro, cuando estuvo presa; con que en las demás se detenía muy
poco tiempo, que de unas a otras solía haber ya cuatro meses, ya tres,
gastándose de estos días en sacar la licencia y buscar casa.
Parece que este divino sol de Teresa obraba como este sol natu-
ral, que dando los doce meses del año vuelta a todo el zodíaco, sólo
un mes se detiene en cada uno, dejando que los astros menores per-
feccionen sus influencias. Así que fundaba en uno, decíase la primera
misa, repartía los oficios de priora, supriora, maestra, sacristana y
portera, que para todos los ocho primeros sacaba cuatro de la Encar-
nación, y dejando por su cuenta el plantar la observancia, detenién-
dose en esto un mes o poco más, pasaba a otro, con la experiencia
de cuan llenamente sabían perfeccionar los principios que dejaba ya
entablados. Lo mismo hizo después del priorato en los conventos que
fundó, satisfecha de ver desempeñarse a las hijas de la Encarnación,
y seguir las huellas de su capitana, no como bisoñas en la Descalcez,
sino como soldados muy expertos en aquella sagrada milicia... (1).
NOTICIAS DEL SANTO CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA, CASA PRIMERA
DE MI SANTA MADRE TERESA DE JESÚS.
Queriendo la divina Sabiduría adornar con ornato hermosísimo la
Iglesia en estos postreros siglos y renovar la Orden de la Madre de
Dios, restituyéndola aquel lustre primitivo, quiso que esta obra, así
como la de la restauración del género humano, fuese por ima mujer,
porque las obras de la gracia, tanto cuanto más valientes, piden y nece-
1 Continúa en algunas hojas lo que parece introducción o prólogo de este A\anu,\crito.
APÉNDICES 103
Sitan más flacos instrumentos, para que campee más el valor del brazo
que la obra. Quiso asimismo que, siendo en honra de la Virgen Santísima
y siendo reparación del mundo para mejorarle en costumbres, fuese me-
diante la Encarnación, pues sólo el nombre de este soberano misterio
es bastante para obrar prodigios admirables y soberanos portentos.
Dispuso, pues, que deseosas de recogerse a vida virtuosa unas personas
de esta ciudad, se determinasen a hacer un Beaterío donde vivir reco-
gidas, siendo la primera que se movía a esta santa resolución doña
Elvira González de Medina, para lo cual trajeron un Breve en que se
las daba licencia para ser beatas, o dominicas o carmelitas.
Escogieron lo último y erigióse el Beaterío año de 1479, a 25
de Junio, con votos simples y no más que una casa particular adonde
tendrían su oratorio. Y habiendo consagrado en iglesia el señor Don
ñlonso de Fonseca, obispo de esta ciudad, una sinagoga de judíos cer-
cana al Beaterío, se la dio, y tomando un solar de judíos que los di-
vidía, se hizo todo uno. Era el designio ser catorce beatas, las doce
en nombre de los doce Apóstoles, y las dos en nombre de Jesucristo
nuestro Bien y su Santísima Madre.
Entre las que entraron en el Beaterío fué una D.3 Beatriz Higuera,
hija del señor de Orígüelos, la cual, habiendo estado algunos años en el
Beaterío, no se llevando bien con la madre y mayor del Beaterío,
se fué a 'las Dueñas de Alba, y habiendo muerto la Madre que le era
opuesta, se volvió y la eligieron por mayor, de 26 años de edad. Esta
sierva de Nuestro Señor, llamándola Su Majestad a más perfeción
de vida, las animó a que fuesen monjas, prometiéndose a dar forma
a la vida religiosa. Y para solicitar medios para fundar el convento,
puso pleito a su padre y le sacó su legítima, con que compró un
osario de judíos que estaba extramuros de la ciudad, donde edificó
un convento capaz; pero todo a teja vana, cercado de tapias de tie-
rra, y con sumas incomodidades, pues faltando el sustento, no puede
haber ninguna. Sólo tenían pan por haberlas anejado unos préstamos
pequeños que tenía en este obispado el señor D. Gutiérrez de Toledo,
hijo del señor primer duque de Alba, Don García Alvarez de Toledo, y
agua de una fuente que compró la venerable D.a Beatriz Higuera. Esto
parecía bastante al aliento y fervor de las que empezaron hazaña tan
grande, sin saber los altos fines que en esto tenía Nuestro Señor, y
como todos los ignoraban, culpábanla la locura y contradecían la eje-
cución, pero todo lo venció la gracia...
Dispúsose el convento, y ordenó Nuestro Señor que se dijese en
él la primera misa el día que se bautizó mí gran Madre, Santa Te-
resa de Jesús, a ^1 de Abril del año de 1515, en la parroquia de
San Juan, que como fué el gran Presursor el que bautizó en el Jor-
dán a Cristo Nuestro Bien, quiso que su amada esposa se bautizase en
casa del Bautista, y porque fué el primer reformador del Orden del
Carmen, que vino en espíritu y virtud de Elias, encaminando sus dis-
cípulos a la ley de gracia, siendo San Andrés el primero que siguió
a Cristo nuestro Bien amador de la cruz...
Dióla, pues, esta piedra preciosa para corona de su edificio, que
hiciese en los ojos de Diols y de las gentes glorioso el solar de donde
descendía, y quiso que, como la reparación del mundo se obró por
104 APÉNDICES
María Santísima, Señora nuestra, mediante la Encarnación, así me-
diante el convento de la Encarnación, dedicado a honra de este santo
misterio, se iiiciese la reparación de la Orden de la Virgen. Y como
nació su precioso Hijo en el portal de Belén en tan suma pobre-
za, así naciese esta Reforma de un convento tan pobre, cercado de pa-
redes de tierra y con un coro y iglesia a teja vana, como lioy lo
está, y el coro lo estuvo ciento diez años, nevándoles a las religio-
sas sobre los breviarios en el invierno, y entrando el sol en el verano;
de forma que, cerradas las ventanas, se veía a leer, con gran daño
uno y otro de las saludes. Pero la iglesia no ha habido con que po-
der remediarla como otros muchos sitios de la casa. Y así, siempre
que en sus cartas habla la Santa del convento, dice: «las pob recitas
de la Encarnación».
Creció tanto con la devoción del hábito de la Virgen en tanto el nú-
mero del nuevo convento, que sin acobardarlas el que no les daban
más que pan, llegaron en breve a ser 180 religiosas, viniendo a que-
dar de dos maneras estrecho, por la falta de hacienda, y por no ser
capaz la fábrica a tanta multitud. Pero la divina Sabiduría, que sabe
por líneas torcidas escribir derecho, dispuso este al paracer desorden
para que pudiesen criarse y salir de este convento treinta religiosas
selectas y consumadas en la virtud a ser primeras piedras de nues-
tra sagrada Reforma, y las que corriesen con la esposa tras los olores
suavísimos del Soberano Esposo.
Entre las religiosas que había en el convento, estaba ima íntima
amiga de mi gran Madre, que se llamaba Juana Suárez, por cuyo ca-
riño (ya que ,se resolvió a ser monja), vino la Santa a tomar en éste
el santo hábito, siendo alta providencia de Dios lo que a la Santa
le parecía desordenado afecto de una criatura. Tomóle a 2 de Noviem-
bre del año 1535, día de la Conmemoración de las Hlmas (1); o porque,
como la Santa dijo, le tomaba para tener en esta vida el purgatorio que
merecía por sus pecados, y aquel día parece nos representa las penas
de este santo lugar, o porque la Virgen Santísima y todos los Santos
apadrinasen estos gloriosos principios.
Esta, pues, tan gloriosa hazaña se quiso persuadir mi Madre Santa
que la hizo sin amor de Dios, como ella lo dice en su Vida, c. IV,
¿qué pudiéramos decir si la hubiéramos de dar crédito en esto? Que
sin amor de Dios venció al mundo y se negó a sí misma; no era
milagro que después, con tanto amor de Dios, triunfase de todo el
infierno y emprendiese tan admirables portentos, siendo uno mesmo
emprender y conseguir.
Vivió Nuestra Madre en este santo convento 25 años y medio;
porque, como hemos dicho, tomó el santo hábito año de 1535, no como
quiere el P. Cronista el de 36, porque la escritura de la dote se
hizo al tiempo de la profesión, y así mismo la renuncia; y así profesó
el dicho año dfe 36 y estuvo hasta el de 1563 por la cuaresma, que
fué cuando el P. Provincial la dio licencia para que se fuese al nuevo
convento de S. José, que son los 25 años y medio. Las virtudes que
1 Ya dejamos dicho, pág. ''3, que !a Santa tomó el hábito el 2 de Noviembre de 1556.
APE.VDICES 105
en este tiempo ejercitó, las mercedes que recibió en él, ¿quién po-
drá enteramente saberlas? Sólo Dios, por cuyo amor las obró, podrá,
saberlas y sólo plumas de ángeles, que fueron testigos, podrán escri-
birlas. No obstante, muchas se saben por los libros que la Santa
escribió, muchas por lo que de ella escribieron sus tres cronistas, el
el P. Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús, y el Sr. Obis-
po de Tarazona, D. Fr. Diego de Ycpes sus confesores, y el P. Fran-
cisco de Santa María, historiador general de la Orden, y no pocas
por las religiosas ique la conocieron y trataron, que la última, que fué
la venerable D.a María Suárez, murió año 1638, que a esta religiosa
y a otras muchas que hay hoy en el convento, religiosas, que la al-
canzaron mucho tiempo. Lo primero es de saber, que todo el libro
de su Vida le escribió antes de salir a la fundación del convento de
S. José, porque lel libro se acabó año de 1561, en Julio, y la Santa
salió el Agosto ique se siguió en el mismo año, y sólo lo que añadió
después fué la fundación de S. José, y en esto concuerdan todos los
autores dichos; materia que no admite duda, porque por las que la
Santa tenía de si iba bien o no y si eran ciertas las mercedes, lo es-
cribió para enviar al P. M. Avila, aquel apóstol de la .Plndalucia, y
después ya estaba asegurada en sus dudas. Y como seguía camino se-
guro escribió el de Perfección por orden de sus confesores, y des-
pués de éste las Moradas.
Asentando, pues, que todas aquellas cosas pasaron en casa, digo que
en la portería vio a Cristo a la Columna en visión imaginaria, como lo
dice la Santa; y en el mismo le hizo pintar años después, así para
recuerdo de aquella misericordia, como para muestra de cómo se debe
obrar en las porterías de sus esposas. En el primero y segundo lo-
cutorio vio el sapo, que éstos están sin división por la parte de aden-
tro, santificados, además de la asistencia de la Santa, con la de San
Francisco de Borja y San Pedro de Alcántara, adonde, dándole de
comer un día, ivió que Nuestro Señor entraba al Santo los bocados
en la boca, favor que después manifestó Su Majestad a la Venerable
María Díaz en casa de Diego de Avila Velázquez. Y viendo la Santa
esta tiernísima muestra de amor de la Soberana Majestad, quedó la
Santa arrobada. En la iglesia de este convento, diciendo misa este
Santo, vio que le ayudaban como diácono y subdiácono San Francisco
y San Antonio. En el tercer locutorio, que hizo la Santa para su
despacho cuando fué priora, (y por eso se llama siempre el de Nues-
tra Santa Madre), fué donde muchas veces se arrobaron la Santa y
nuestro P. San Juan de la Cruz. De una de las cuales fué testigo la
M. Beatriz de Jesús, sobrina de la Santa, que era portera y la iba
a pedir una licencia. Estaba la Santa de rodillas asida a la reja, y
el Santo, con silla y todo, junto al techo, en una pieza después de la
portería, que está en el claustro. Hablando otra vez los dos, fué a
suceder lo mismo', y el Santo se levantó en pie para resistir el ímpetu
del espíritu, que fué cuando dijo la Santa: «No se puede hablar de
Dios con mi P. Fr. Juan, porque luego se traspone o hace trasponer».
En los claustros la acompañaba Cristo con la cruz a cuestas, y
en el de su celda, para avivar la ternura de su consideración, arrodi-
lló Cristo nuestro Bien como cuando llevaba la cruz en Jerusalén. En
106 APÉNDICES
SU celda fueron infinitas las mercedes, porque en viéndose perdida, o por
mejor decir, ganada toda y engolfada en el mar de las misericordias, se
iba a recoger a su celda, y especialmente, se sabe la merced del día
de Pentecostés en que bajó el Espíritu Santo sobre su cabeza, la pri-
mera vez. Que otra, veinte años después, acordándose de ésta, se la
repitió Su Majestad en la Descalcez, como la Santa dice en su Vida,
donde están -Jambas. En una celda del corredor alto, donde estaba,
después de fundado San José, cuando la envió a llamar la prelada, vio
a San Pedro de Alcántara ya glorioso y la dijo: «Dichosa penitencia
que tal premio ha ¡merecido»; está con toda decencia el sitio. En el coro
bajo, el domingo de Ramos, se halló toda bañada en la sangre de
Cristo, y llena la boca de aquel néctar soberano, pagándola Nuestro
Señor el hospedaje que le hacía aquel día; porque además de comul-
gar, siempre no comía hasta las tres de la tarde, estándose acompa-
ñando a Su Majestad hasta aquella hora, y en reverencia suya daba
de comer ja un pobre; y a su imitación se hace en esta casa así,
no comiendo, aunque vayan a refitorio, no más de las que basten para
cumplir con aquel acto de comunidad. Y ansí las que han comido,
como las que están en ayunas, se van desde el refetorio al coro, de-
jando a la puerta la comida todas las que pueden por sí mismas para
el pobre que tienen [prevenido, y solicita cada una a las porteras no
falte pobre para ella.
La merced del dardo, fué en el coro alto; y es menester entender
que no fué una vez sola, sino muchas las que el Serafín hirió este
amoroso pecho, y así lo siente el Sr. Obispo de Tarazona que dice:
«Los días que le duraba esta visión, que fueron algunos, porque no fué
sola una vez lo que el ángel la hería y sacaba el corazón, andaba
enajenada y fuera de sí, y no quería ver ni hablar, sino abrazarse
con aquella sabrosa pena*. Hasta aquí el Sr. Yepes. Pero cuando él
no lo dijera, lo afirmaban las * religiosas de aquel tiempo; así, una
de estas veces fué siendo priora, en un aposento de la celda prioral.
Dormía en otro sobre aquél la venerable ñna María de Jesús, su
tiernísima hija; oyó los gemidos y bajó a ver si quería algo, y dí-
jola: «Vayase, mi hija, y tal la suceda». A poco rato, abrasándose
en fuego divino, de que también quiere Nuestro Señor que participen
los cuerpos, la llamó para que la quítase el pelo, y estándoselo
quitando, pensaba entre sí guardarle por reliquia de su querida madre;
pero la Santa, entendiendo lo que dentro de sí discurría su hija, la
dijo: «¿Para qué piensa boberías? mire que la mando que Jo eche en
el muladar». Obediencia que decía la sierva de Dios que la había
costado terrible dolor de su corazón.
Cuando Nuestro Señor dispuso que viniese a ser priora de esta
Santa casa para que gozase el fruto y la luz de la oliva que había
producido, resistiendo la Santa, como está en las adiciones de su
vida y en los tres autores referidos, la dijo Nuestro Señor: «¡Oh
hija, hermanas son mías estas de la Encamación, y te detienes! Pues
ten ánimo, mira que lo quiero yo, y no es tan dificultoso como te
parece, y por donde piensas perderán esotras casas, ganará lo uno
y lo otro; no resistas que es grande mi poder». Vino con esto la
Santa a ser prelada, y aunque las religiosas, por ser sin votos,
APÉNDICES 107
resistían, pareciéndolas juzgarían habían cometido alguna culpa, no
obstante, con el mandato que traía de Dios y palabra de que había
de ayudarlas, envió a decir desde San José, que si no echaban antes
las seglares, que había muchas, no había de ir a ser priora.
Y aunque la resistían, por la razón dicha, las echaron al punto,
obedeciendo antes de haberla dado la obediencia; una de las cuales
fué la venerable D.a María Juárez. La tía que la tenía, le envió a
Nuestra Santa Madre para que se doliese de ella por no tener padre
ni madre. Compadeciéndose la Santa, la dio la licencia por escrito para
que quedase en nombre de criada, y así volvió, diciendo: «Cédula trai-
go de moza de mi tía». Y queriendo valerse del ejemplar otra reli-
giosa, se la volvió a enviar su tía, agradeciendo a la Santa la ca-
ridad, pero no quería que por ella quedase otra más. Y entonces
la Santa pidió a un caballero de esta ciudad se la tuviese en su
casa, y después la buscó obras pías para el dote, y la dio el hábito,
y salió tan hija de la Santa, que guardó en esta santa casa muchos
años la Regla primitiva, haciendo en todo vida de Descalza, en co-
mida, cama y vestido, y fué alma muy favorecida de Dios.
Llegó, en fin, el día en que la Santa había de venir a ser priora,
y fué en 6 de Octubre de 1571. Vino abrazada con una imagen de
San José, mi padre, el que había traído consigo en todas las funda-
ciones que había hecho hasta aquel día, del cual diremos adelante.
Protestaban las religiosas que las dejasen votar; el P. Provincial
decía: «pues, en fin, no quieren a la M. Teresa de Jesús». Pero
en medio de la resistencia, D.a Catalina de Castro levantó la voz
y dijo: «la queremos y la amamos; Te Deum landamiis^. Palabras que
hasta hoy se repiten en esta santa Comunidad con la fuerza del amor.
Con esto la siguieron muchas, y todas le dieron la obediencia, y
como en todo la ¡guiaba Nuestro Señor y gobernaba sus acciones, se valió
de un medio grande para allanar los interiores de las que tuvieran al-
guna repugnancia. Puso ten la silla prioral una imagen de Nuestra Se-
ñora, hermosísima, que tendrá vara y cuarta de alta, (es vestida y
no sabemos si lestaba en la iglesia o sí la Santa la tenía en su
oratorio) ; en la silla suprioral puso a mi Padre San José, que tal
había de ser el Suprior donde la Reina de los ángeles y hombres
era la Priora. La Santa puso las llaves del convento en las manos, y
tocó a capítulo, y sentóse la Santa a sus pies; y hizo el capítulo que
refieren los tres autores citados y trae también el Sr. D. Juan de
Palafox, al fin del libro de las cartas de nuestra Santa Madre, con
que los corazones de todas quedaron derretidos como la cera en la
fuerza del sol. Y porque Jesucristo nuestro Bien y su Santísima Ma-
dre se esmeraban en favorecer esta santa Comunidad, quiso la So-
berana Reina bajar a aceptar lel oficio perpetuo de priora de su con-
vento, principalmente por los méritos de su sierva Teresa y por los
de tantas que ayudaban a sus hazañosas obras, siguiendo como sol-
dados esforzados a tan animoso capitán, a su capitana para reformar
la Orden de esta Soberana Señora. Y en manifestación de que acep-
taba el oflcio, la víspera de S. Sebastián (como lo cuenta la Santa
en las Adiciones de su vida, empezando la Salve cantada de Com-
pletas, vio la Santa, bajar a esta Soberana Señora acompañada de
108 APÉNDICES
los espíritus celestiales, y que se ponía en la silla prioral. Y dice la
Santa: «No vi la imagen, por todo el espacio de la Salve, sino a la
del cielo en ella. Estaban todas las sillas, coronamientos y antepe-
chos llenos de ángeles, y díjome Su Majestad: «Bien acertaste en
ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que en este coro
se hicieren a ;ni Hijo y se las presentaré». Después de esto, quedando
la Santa en el coro recogida (como lo cuenta el P. Fr. Francisco
de Ribera): «Después de Jesto quédeme yo, dice la Santa, en la ora-
ción que traigo de estar el alma con la Santísima Trinidad y pareció-
me que la Persona del Padre me illegaba a sí y decía palabras muy
agradables, entre ellas me dijo, mostrándome lo que me quería: «Yo.
te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esta Virgen: ¿qué me
darás tu a mí?» en que se verá el aprecio que se debe hacer de
la primera merced. Pues el Padre le hace cargo de haberla dado esta
Virgen, ¿en cuánto la debemos venerar y apreciar sus esclavas y hi-
jas, no mereciendo estar continuamente a sus pies?
El mismo P. Ribera y el Sr. Obispo de Tarazona dicen
ambos: Otro favor recibido en esta casa. Octava de Pascua de Es-
píritu Santo, que cuenta con palabras también de la Santa. «Octa-
va, dice, de Espíritu Santo me hizo Nuestro Señor una merced y
me dio esperanza que esta casa iría en aumento, digo las almas
de ella; también afirmó la Santa que nunca faltarían en esta santa
casa almas que agradasen a Dios; y que entonces había más de ca-
torce, que si las hubiera cuando destruyó el mundo con agua, por su
respeto no le destruyera». Cuando la daban quejas que sacaba muchas
y las más aventajadas, decía la Santa: «Más de cuarenta quedan que
podrían fundar una Religión».
Salieron para la Reforma, como he dicho, treinta religiosas, y por
falta de salud de algunas, y otras porque hacían falta en la casa, vol-
vieron hasta ocho, quedando allá las veintidós, y éstas sin tres segla-
res, que una de ellas fué la celebradísima M. María Bautista, sobrina
de nuestra Santa Madre. Para S. José salieron el año 1562, cuando
se fundó el primer convento: 1. Ana de S. Juan, a quien hizo priora
mi M. Santa Teresa, y no queriendo aceptarlo por conocer no era
justo que la Santa lo fundase y ella le gobernase, y el Sr. Obispo
hizo que mi madre Santa le tomase. 2. Ana de los Angeles, a quien
hizo supriora. 3. María Isabel, 'i. Isabe! de San Pablo, que era novicia
en la Encarnación, y profesó en San José. Y otras fueron saliendo tam-
bién adelante para S. José. — Para Medina del Campo, Agosto de 1567:
5. Doña Inés de Tapia, allá Inés de Jesús, a quien hizo la Santa
priora nueve años, y Idespués fué catorce en Palencia y otros conven-
tos; volvió a Medina donde murió. 6. Doña Ana de Tapia su hermana,
allá de la Encarnación, fué allí supriora, y eran ambas primas her-
manas de la Santa; padres hermanos y madres hermanas. Fué a la
fundación de Salamanca, y ,fué priora trece años, donde murió, y su
hermana en Medina; ambas en un día. 7. D.a Isabel Arias, allí de
la Cruz, fué después priora de Valladolid. 8. Doña Teresa de Quesada. —
A Malagón, año de 1568, a 15 de Abril: 9. Isabel de Jesús, donde
fué priora y maestra de novicias muchos laños, y donde murió. Fué hija
de Nicolás Gutiérrez, grande amigo de mi Madre Santa Teresa, natural
APÉNDICES 109
de Salamanca; fueron seis hermanas y todas siguieron a la Santa.
10. Su hermana Ana ¡María de Jesús y después la pidieron en Salamanca
para que fundase las Madres Recoletas Agustinas.— fl Valladolid, a 15
de Agosto 1568: 11. Su hermana Juliana de la Magdalena; fué allí
priora, después en Segovia y Soria; volvió a Valladolid, donde murió
en un éxtasis grande de amor de Dios. 12. María del Sacramento fué
priora después en Alba, donde murió muy anciana. — Toledo, a 14 de
Mayo, año 1569: 13. Doña Catalina Yera. 11. Doña Juana Yera, allá del
Espíritu Santo, fué priora lallí y ¡después en Alba, donde murió. 15. Doña
Antonia del Águila, de allí a Pastrana y después a Segovia. 16. Doña
Isabel Juárez. — Pastrana, a 9 de Julio de 1569: 17. Jerónima de San
Agustín; después vind a Segovia, cuando se trasladó allí el Convento de
Pastrana. Segovia, 19 de Marzo del año 157^1: 18. la M. Juana Bautista,
de las seis hijas de Nicolás Gutiérrez, y de allí a Soria; desde donde
volvió a Segovia por priora, y desde allí por fundadora a Calahorra,
y después a Pamplona, donde murió priora. 19. María de San Pe-
dro, su hermana, fué también en adelante a Segovia. 20. Antonia del
Espíritu Santo la llevó la Santa a Valladolid una de las veces que
volvió allá, donde murió. 21. Isabel de San José también fué a Va-
lladolid donde murió, que como de los conventos ya fundados iba sa-
cando para otros, sabiendo los deseos de otras de la Encarnación
y sus grandes virtudes, cuando pasaba por Avila las iba llevando.
22. María de la Visitación, también cuando volvió a Toledo el año
de 70 la llevó allá, donde murió. Ocaña, 23. La A\. Beatriz de Jesús,
parienta de la Santa, fué la que la vio arrobada en el locutorio y
a raí P. San Juan de la Cruz en la Encarnación. Salió a S. José,
que la llevó consigo cuando acabó el priorato y después salió a la
fundación de Ocaña, donde murió. Las que se siguen salieron después
del año de 77, que como no la pudieron conseguir por priora, como io
solicitaron a costa de tantos trabajos, prisiones y descomuniones, la
fueron a buscar allá, siguiendo ¡el olor de sus virtudes, que como dice
el P. Francisco de Ribera, refiriendo las palabras que Cristo nuestro
Bien la dijo, cuando la mandó que fuese a ser priora: «Ve, que por
donde piensas perderá esto, ganará todo», y que se verificó; que con
el asistencia de la Santa se perfeccionaron tantas en la virtud, que
la siguieron muchas, que la ayudaron en adelante a las demás fun-
daciones, y la una de ellas fué: 24. D.a Beatriz Juárez, que íué tam-
bién a Ocaña, que se fundó después de muerta la Santa. 25. D.a Qui-
tcria Dávila fué a ser priora de Medina, año de 77 y también la acom-
pañó a 'Salamanca cuando las alumbraron los ángeles. 26. María Mag-
dalena. 27. doña María de Cepeda, prima de la Santa. 28. María Juá-
rez. 29. María Vela. 30. Isabel López. Estas fueron las treinta reli-
giosas que salieron, sin las dos que estaban seglares, ambas sobrinas
de la Santa, que una fué la M. María Bautista, que ofreció su dote
para la fundación de S. José. Fué después priora de Valladolid, donde
murió. Y D.a Beatriz, a quien la Santa crió en su celda y la llevó
consigo, y en traje de seglar la trajo en su compañía en algunas
fundaciones, y después tomó el hábito y fué a la de Madrid, donde
murió antes de la Santa, con que logró el tenerla por cronista escri-
biendo su vida en el Libro de las Fundaciones.
lio
APÉNDICES
De las treinta que salieron, volvieron ocho: 1. Doña Quiteria de
Hvila, acabado el priorato de Medina, como queda dicho, porque la
eligieron en la Encarnación, y el P. Provincial la obligó a que le
aceptase. Fuélo cinco veces, como se dirá adelante, y lo que debió
a mi Madre Santa Teresa, y a mi Padre San Elias, a la hora de
su muerte. 2. Doña María de Cepeda volvió por sus grandes enfer-
medades, de que resultó estar tullida en la cama veinte años y vio
beatificada a su prima. 3. D.a Catalina Ycra, también por su falta
de salud. ^. Por lo mismo volvió D.a Beatriz Juárez. 5. D.a Teresa de
Quesada también, y aunque no perseveraron en la Descalcez, las amó
mucho la Santa y fueron muy observantes religiosas. 6. La V. Ana
M.a de Jesús la pidieron en Salamanca para que fundase las iV\M. Re-
coletas Agustinas de aquella ,€iudad, las participase el espíritu de mi
Madre Santa; plantando aquella fundación con el que la Santa ha-
bía fundado las suyas, como le conserva aquella santa Comunidad; allí
perseveró hasta el año 1615, y volvió a la Encarnación y murió el
de 18. 7. D.a ¡Antonia del Águila, y la 8 M. Isabel López.
Volvieron a la Encamación desde Segovia después de haber es-
tado en tres fundaciones, porque como habían salido tantas y habían
muerto muchas de unas tercianas pestilenciales, fué forzoso el que
viniesen, y fen la Encarnación guardaron la Regla primitiva hasta morir
entrambas en su primitivo nido.
El P. Fr. Francisco de Santa María, y el P, Ribera y el Sr. Obis-
po de Tarazona traen una Relación que se halló en poder de la M. M.a
Bautista, de mercedes que tenía escritas nuestra Sta. Madre del tiem-
po que fué Priora en esta casa. En una dice: «Estando en la En-
carnación el segundo ano ique tenía de Priorato, sobre cierta ocasión,
acabando de comulgar, me dijo Su Majestad: «No hayas miedo hija,
que nadie sea parte para quitarte de mi», que dicen muchos fué con-
firmación de la gracia. Otra merced dice la misma Santa que es-
tando recogida con la presencia de la Santísima Trinidad, manifestán-
dola Nuestro Señor cosas altísimas y viendo tan gran Majestad (dice
la Santa): «En cosa tan baja como en mi alma entendí: VV^ es hnja
¡mes está hecha, a mi imagen^.
Otra vez, lamentándose la Santa como David de que se alargaba
su destierro y duraba tanto la vida, la dijo: Piensa hija mía, como
después de acabada no me puedes servir lo que ahora; come por mi,
duerme por mí, y todo lo que hicieres sea por mí, como si no vivieras
tú ya, si no 'es yo, que esto es lo que decía San Pablo. La misma
relación dice, que estando en el coro una noche del Santísimo Sacra-
mento, vio salir nuestra Santa Madre a Cristo de la misma custodia y
que se vino a ,ella, toda la cabeza corriendo sangre y como fatigado, la
dijo: «Que las cabezas íde la Iglesia la tenían de aquella manera», y
que se lo dij0( a una que le hizo harto provecho...
Después de esto, vino N. S. Padre a ser confesor, conque dán-
dose la mano el uno en el gobierno y el otro en el confesonario, cria-
ron espíritus admirables y mujeres insignes, las cuales, entregadas a
la virtud, pasaban su pobreza con suma alegría, y la Santa hacía lo
que podía por su socorro. Daba a ochenta un real cada semana, de
las más pobres, y solicitó después con D. Francisco de Guzmán, her-
.APÉNDICES 111
mano de la V. D.^ Francisca de Bracanionte, de las más finas hijas
de mi M. Sta. Teresa y gran imitadora suya, de la casa de los
Marqueses de Fuente el Sol (llamaban a este caballero en casa, Ven-
tura de Bracamente; pudo ser se llame D. Francisco Ventura de Bra-
camente y Guzmán, y su santa y humilde hermana, le llamase sólo
el nombre de Ventura), que las diese este mesmo socorro, y lo hizo
hasta que murió. Y estando en Salamanca la Santa rezando Maitines con
la V. D.9 Quiteria Dávila, se arrobó la Santa, y instada de D.a Quiteria
le dijese lo que había visto, la dijo: «murió D. Francisco de Guzmán».
Y consolando a su hermana D.a Francisca, la dijo: «no tenga pena,
que en buen lugar está, que yo vi un cuerpo glorificado muy her-
moso; y aunque él no lo era, reconocí ser él». Así lo cuenta el P.
Ribera, libro 2, cap. 5, conque a un tiempo solicitaba la Santa el
ciclo a sus amigos en sus limosnas y los socorros a sus hijas.
En la carta 'tó, que es a la M. Maria Bautista, la dice que le
busque unos dineros prestados, porque va a la Encarnación y no se
sufre ir sin dineros, mostrando en todo amor de madre. Pagábala
N. Señor con finezas grandes lo que trabajaba en su viña, y guardó
para esta ocasión la mayor de las mercedes. Octava de S. Martín,
segundo año del priorato, que por haber comenzado a Octubre del
71 hemos de decir fué a 18 de Noviembre, año de 72, dice la Santa
que fué el desposorio del clavo por arras ea el comulgatorio de esta
santa casa, dándola la comunión mi padre S. Juan de la Cruz, en que
le dijo aquellas tan tiernas palabras que la Santa refiere: «Toma este
clavo en señal de que serás mi esposa desde hoy; hasta ahora no lo
habías merecido; de aquí (adelante, no sólo como Criador y romo tu Rey
y tu Dios mirarás por mi honra, sino como verdadera esposa mía,
mi honra es tuya y la tuya es mía». ¡Oh Dios mío! ¿cómo las que lle-
gamos a recibiros en este comulgatorio, tálamo dichoso de tales des-
posorios, no nos abrasamos en vivo amor tuyo? Y ¿qué se admira
el mundo de que sean cada día mayores las honras que Dios da
a esta Esposa suya, si es la honra de Dios la de Teresa?
Otras muchas veces se Je manifestó la SSma. Trinidad, conforme
suele hacerlo a los viadores, que ya nos enseñan no será con la vista
clara de aquella divina Esencia, pero en la más superior forma y
manera que se sufre a los que están en carne mortal. Aquí, llegán-
dola el Hijo al Padre Eterno, le dijo: «Esta que me diste te doy».
Aquí, acabando de comulgar la tomaba S. M. la mano, y llegándola
a su costado, le dijo: «Mira mis llagas, no estás sin Mí; pasa la
brevedad de la vida». Otra vez la dijo: «^Ya sabes el desposorio que
hay entre Mí y Tú; y habiendo éste, lo que yo tengo es tuyo. Y
así te doy todos los dolores y trabajos que pasé, y con esto puedes
pedir a mi Padre como cosa propia». Otra vez, estando dando gra-
cias a N. Señor por una merced, la dijo: «¿qué me pedirás tu a Mi
que no haga yo, hija mía?» (1).
Todas estas mercedes recibió en ©1 coro bajo, y otras infinitas
que guardó la relación de ellas la M. Maria Bautista, con el amor
1 En cuanto al lugar donde la -Santa recibió estas y otras mercedes de que habla este Có-
dice, nos atenemos a lo dicho en las notos del texto de las Relaciones.
112 APÉNDICES
de haberse criado en casa y saber el que su Sta. Tía y Madre tenía
a su convento. Cuando iba y venia, o pasaba por la ciudad, siempre
venía a ¡estarse algunos días en casa, y decía: ¿qué les parece?; vuél-
veme a mi madre. Y en estos tiempos consolaba a unas, alentaba a
otras y enseñaba a todas.
Estando priora del convento murió una sobrina de la Santa, que se
llamaba D.a Leonor de Cepeda, religiosa en casa, hermana -de la
M. María Bautista, y fué Octava de Corpus. La Santa hizo la en-
terrasen con la Misa del Santísimo y que anduviese la procesión
con Su Majestad alrededor del cuerpo, que entonces entraba acá den-
tro por una puerta que había del coro bajo a la iglesia (a que gus-
taba venir hartas veces el Sr. D. Alvaro de Mendoza), y hizo esto la
Santa porque un día antes que muriese, vio la Santa el dichoso
fin que había de tener y que no había de llegar al purgatorio. Y
cuando las religiosas llevaban el cuerpo en el féretro, vio que los án-
geles la ayudaban a llevar, y dijo así: «porque se vea cuanto honra
Dios los cuerpos donde estuvieron almas buenas». También estando
en S. José murió en casa Ana de S. Pablo, y afirmó también no ha-
bía pasado por el Purgatorio (1). También siendo priora, la partía
<el pan N. Señor, y se le dio por su mano estando una noche
muy mala.
El año de 72, a primero de Marzo, pasó a mejor vida el glo-
rioso Pontífice S. Pío V, que tanto la favoreció, y en muestra de
lo que la amaba, 'de camino del cielo se la apareció glorioso como
S. Pedro de Alcántara; y siendo el año de 72 estaba la S. Priora
en esta santa casa. Así lo supo de boca de la Santa la V. M. Ana
de Jesús, y así )o testificó en la Deposición que hizo para la cano-
nización de la Santa, afirmándolo con juramento. Así lo dice el Rdmo.
P. Fr. Francisco de Sta. María en la primera parte de las Cró-
nicas, tom. I, lib. 3, cap. 1, fol. 398.
No eran menores las mercedes, como la Santa dice, que recibió
de mi P. S. José; y en orden a esta casa, dice la tradición de
todas, que el Santo que puso en la silla suprioral le parlaba cuanto
las religiosas hacían, y así le nombraba el Parlero. En testimonio
de esta verdad, se quedó la boca abierta milagrosamente. Tenía gran
devoción con esta santa Imagen de N. P. S. José el Inquisidor Ge-
neral D. Diego Arce de Reinoso, siendo prelado de este convento, y
el Sr. 'D. Francisco de Rojas, obispo hoy de Cartajena:, y decía que siem-
pre que le veía, le parecía iba a hablar alguna palabra y que quisiera
merecer que fuera para Su Ilustrísima... (2).
1 Véase el Libro de la Vida. c. XXXVIII, n. 341.
2 Hasta aquí lo más principal que de la Santa contiene el Manuscrilo de la Encarnación.
APÉNDICES 113
VI
CARTA DE DOÑA MARÍA PINEL A UN PRELADO DE SU ORDEN, EN LA QUE
REFIERE ALGUNOS HECHOS DE SANTA TERESA DE JESÚS (1).
Pax Christi. Por el buen deseo que Vuestra Paternidad significa
tener, y por el término con que procede, quisiera tener noticia de muchas
cosas para satisfacer respondiendo a propósito de lo que pregunta;
mas yo entiendo que han andado tan diligentes los que han escrito,
que, o inquiriendo de las personas que pueden tener noticia, o coli-
giendo de lo que nuestra Santa Madre escribió, no hayan escrito todas
las cosas notables que podemos alcanzar; porque de las interiores y
que sólo el Señor que las obró las sabe, no hablamos, que allí bien
hubiera que decir si Su Majestad lo revelara.
Digo, pues, que la vida que la Santa Madre hizo en este convento
veintisiete años que fué religiosa en él, fué como ella de si la escribe,
que cuando su testimonio no fuera tan suficiente como es, las religio-
sas de aquel tiempo lo certifican ansí, y entre ellas es la señora doña
Inés de Quesada, que era ya monja de velo cuando la santa Madre
vino a tomar el hábito; y aun cuenta esta sierva de Nuestro Señor una
cosa, que aunque es menudencia, me causa devoción, que dice: «Yo rae
acuerdo cuando la Santa Madre venía seglar algunas veces a este con-
vento, y doy por señas que traía una saya naranjada, con unos ribetes
de terciopelo negro»; hoy vive esta religiosa y tiene más edad que
tuviera la Santa Madre si fuera viva.
Doña María de Cepeda, parienta suya, dice que viniendo una noche
de Maitines con la Santa Madre, dijo: ¡Oh hermana! Si ella supiese
el escudero que llevamos, cómo se holgaría; y preguntándola doña Ma-
ría que quién era, respondió que Cristo con la cruz a cuestas. La noche
que en su oratorio hacía desamen y no hallaba haber hecho ninguna
obra de caridad, se iba al coro, y todas las capas que hallaba en las
antiformas descosidas las cosía, que serían hartas, pues había al pie
de doscientas religiosas. Otras veces se iba con una linternica a las
escaleras, para que no cayesen las que iban sin luz y para darla a las
que la buscasen. La vida y modo de proceder que tuvo cuando fué
priora, fué tal cual se puede entender de una alma tan llena de Dios,
y de los efetos que hizo en el alma de las religiosas, pues haciendo la
Santa Madre todo lo que quiso en el gobierno del convento, dentro
1 Esta carta autógrafa, que la hemos visto entre los papeles que de nuestro Archivo ge-
neral de San Hermenegildo se guardan en la Biblioteca Nacional, y se publicó en un tomo de
Relaciones Históricas de los siglos XVI y XVII, por La sociedad de Bibliófilos españoles,
Madrid, 1896, debió de ser dirigida a algún prelado de la Reforma Carmelitana que pidió a la
venerable María Pinel datos sobre Santa Teresa en la Encarnación.
II 8
114 JIPBIIDICBS
de muy pocos días, con su prudencia, redujo a su amistad y muy grande
afición a algunas que en el principio habían iieciio contradicción. Y el
haberse desenconado tan presto, argumento es de que no era mortal
el odio que la teníaní, y que entre ellas había mucha cristiandad y reli-
gión, pues tan presto mudaron opinión para seguir la mejor parte.
Estas y otras razones pudieran haber considerado los autores que
han escrito haciendo tanta ponderación y espanto de las contradicciones
y alborotos deste convento; y si cada uno metiese la mano en su pecho
y considerase lo que haría si en su casa le quisiesen meter inopinada-
mente quien le mandase y gobernase, no se espantaría de lo que en
aquel caso sucedió, pues no ha tres años que una comunidad muy reli-
giosa y reformada, hubo hartas inquietudes y pesadumbres sobre admi-
tir un capellán de muy conocida virtud, porque tenían puestos los ojos
en otro, siendo tan diferente un capellán que las diga misa, de una
priora que las gobierne. Y si le pareciere alguno que por ser la virtud
y santidad de la Madre tan conocida, fué muy culpable la contradicción
que se hizo, a eso se puede responder que, después que la expiriencia
hizo segura y libre de sospechas la santidad de la Madre, fué y es
tan estimada y venerada en esta casa y religiosas, como en las que
fundó, y ansí se puede decir más; porque los que fueron fundados de
la Madre gozaron sólo el tiempo de la seguridad, y este convento y
religión gozó también del tiempo de principios. Y como en ellos todas
las cosas, por buenas que sean, están sujetas a engaño, especialmente
las que traen novedad^ y desto habido tantas experiencias, no es mara-
villa hubiese contradicciones de sus mismos hermanos con santo celo;
pues la misma Santa Madre, como ella confiesa y repite muchas veces,
con ser las cosas que deseaba tan buenas y con hablarla Nuestro Señor
y asegurarla, aun no se determinaba de una y muchas veces, ¿qué
mucho es que los que no tenían tan claras revelaciones dudasen y con-
tradijesen?
Y si no, mire Vuestra Paternidad, si agora en su familia quisiese
alguno introducir alguna cosa nueva, aunque fuese de mayor perfección,
tendría contradicciones. Bien veo que lo que la Santa Madre introdujo,
no fué novedad ni cosa extraña, comparado con el modo de vivir de
nuestros antiguos padres, sino lo mismo; mas fué cosa nueva compa-
rado con la observancia de la Regla mitigada que en aquel tiempo se
guardaba. No quiero cansar más a Vuestra Paternidad con estas cosas,
que mejor, sin comparación ninguna, las sabrá disponer que yo decir.
Olvidábaseme de decir que, en el tiempo que la Madre fué priora,
estuvo a la muerte de algunas religiosas, y dio alegrísimas nuevas de
su salvación, diciendo que se iban dende las camas al cielo; y dicién-
dola una señora antigua que había algunas imperfecciones en las ceri-
monias de la Orden, la Santa Madre la respondió: No se aflija, her-
mana, que yo la digo que hay más de catorce justas por quien Dios
hace mercedes a esta casa; y si Su Majestad se contentaba con siete
para no anegar a !m mundo, de creer es que le agradaría mucho este
convento.
De lo que toca al santo Fray Juan de la Cruz, digo a Vuestra
Paternidad que le prendieron estando en esta casa de la Encarnación
y le llevaron a Toledo; y de su prisión y persecuciones digo lo mismo
APÉNDICES 115
que de las de la Santa Madre; el Padre Fray Juan de Santa María,
en Toledo le tuvo a su cargo. Dice que siempre vio en el siervo de
Dios una grandísima paciencia en sus trabajos, de que le está muy edi-
ficado, y que una cruz que le dio el Santo en agradecimiento de algún
regalo que le deseó hacer, la estima en tanto, que no la dará por nin-
guna cosa; no dice más desto. Las señoras antiguas que le conocieron,
dicen mucho de su santidad, g que cuando salió de las cárceles de
Toledo vino a esta ciudad y convento, y estando con algunas, les dijo:
«¡Oh monjas de la Encarnación, qué de ello rae costáis y qué de ello
me debéis!».
En lo que toca a la profecía o dicho de que había de salir de
esta casa una Teresa santa, no hay quien sepa con claridad el prin-
cipio que tuvo, más de que en aquel tiempo se decía, y la santa Madre
solía decir a otra gran religiosa, que se llamaba doña Teresa de Que-
sada y era hermana de la doña Inés de Quesada, que dije arriba, que
después fué priora en Medina del Campo y se llamaba Teresa de la
Coluna; digo que le solía decir: «Mire, hermana, que dicen que ha de
salir desta casa una Teresa santa; plega a Dios que sea una de las
dos y que sea yo». Y la otra señora respondía: «Plega' a Dios que yo».
Yo entiendo que ambas cumplieron su deseo; lo que yo entiendo del
principio, esto es, que será lo que el Padre Ribera dice del zahori, y
lo que Vuestra Paternidad dice de Juan de Dios, desta manera: que
Juan de Dios diría esoí, y como no todas conociesen quién era, como al-
gunas le nombrarían santo y le tendrían por tal, otras le llamarían
zahori, que muchas veces suceden semejantes cosas.
Lo que le sé decir a Vuestra Paternidad de lo que siento, es que
Nuestro Señor quiere muy bien a esta santa casa y que ha tenido y
tiene en ella muchas almas que le desean agradar. Que las haya tenido,
la Santa Madre lo afirma en algunas partes, en aquellos capítulos diez
y siete y diez y ocho de su Vida, y no habla de cumplimiento, sino
verdades; y que lo sean, testigos son las obras de haber sacado de la
cantera deste convento veinte o más piedras fundamentales de esc
gran edificio que con el favor de Dios fundó; y bien creo no hay con-
vento que pueda tener el blasón que éste tiene, de haber tenido tanto
que dar, quedándose con tanto bueno como tiene; pues para gloria del
Señor, que lo hace, lo digo, que hay muchas almas en este santo convento,
que no sólo sacan el agua que la Santa Madre dice en su Vida, a
brazos y con la noria, y algunas a quien el Señor llueve por su bondad
la cuarta agua en grande abundancia, que así me lo ha certificado quien
tiene alguna noticia de lo que pasa en las almas.
Y por el consuelo de Vuestra Paternidad y mío, le quiero contar
una cosa que sucedió en este convento pocos días ha, para que de ahí
infiera que la Santa Madre tiene amor a esta casa, y desto son testigos
los Padres confesores que hay en ella, que pasó por sus manos y tra-
taron mucho a la señora doña Quiteria de Avila, religiosa que fué
priora en este convento cinco veces y que anduvo con la Santa Madre
en algunas fundaciones, creo por espacio de dos años, porque eran
muy amigas, y a esta causa la Santa Madre la pedía algunas veces
tomase el hábito de Descalza y no lo pudo acabar; porque esta señora
decía que no se inclinaba sino a seguir su primera vocación, en la
116
APÉNDICES
cual murió guardando perfectísimamente su regla. Cuenta, pues, uno
de los Padres confesores deste convento, el caso que digo, desta ma-
nera: tenía yo por particular consuelo y recreación hablar con la se-
ñora doña Quiteria de Avila en cosas de la Santa Madre, como testigo
de vista y compañera que había sido suya, y entre otras cosas que me
contó, me dijo algunas veces: «Padre, gran consuelo tengo y confianza
en una palabra que me dio la Santa Madre Teresa de Jesús de que me
había de ayudar en la hora de mi muerte., y fué que, despidiéndome de
ella para volverm^e a este convento de la Encarnación, le dije: «AUre,
Madre, que no se olvide Vuestra Reverencia de encomendarme a Nues-
tro Señor»; y me respondió: «Vaya, hija, enhorabuena y sirva a Muestro
Señor y sea buena religiosa, que cuando se muera o cuando se haya de
morir, echará de ver lo que me debe y la quiero y cómo la encomiendo
a Dios».
Después de haberme contado esto, algunas veces que he dicho, su-
cedió que estando esta señora religiosa en su celda, a los últimos de
Hgosto del año de mil y seiscientos y seis, un día, después de medio-
día, quiriendo reposar un poco sobre un estradillo donde estaba sen-
tada, reclinó la cabeza, y antes que se durmiese, vido entrar por la
puerta de la celda, que estaba enfrente de su rostro, una religiosa
venerable con un paso grave; y aunque la vido muy bien, no tanto que
apercibiese las señas del rostro para conocer quién era, y llegando
esta religiosa, que entró hasta la mitad de la celda sin hablar palabra,
volvió las espaldas, dando muestras de que se quería volver a salir
por la puerta; y parecisndole a la señora doña Quiteria que aquella
religiosa se volvía, pensando que dormía, por no despertarla, la co-
menzó a decir: «No se vaya, señora, que no duermo», y no se fué
derecha a la puerta de la celda, sinq a la cama de aquella señora reli-
giosa, que estaba al otro lado en par de la puerta, y en llegando a
la cama se desapareció, quedando desto la señora doña Quiteria algo
turbada, aunque como era mujer de valor y ánimo, luego volvió en
sí. Luego, la noche siguiente, acostándose esta religiosa en su cama,
antes de dormirse, oyó en su interior unas palabras claras y distintas
que le dijeron: De aquí a siete meses morirás, ñlgo de esto debía
de contar esta señora, de manera que yo lo vine a oir de algunas re-
ligiosas, aunque no tan por extenso, y no le di crédito hasta que de allí
a cuatro o seis días vino a mi confesonario la señora doña Quiteria
y me contó todo el suceso de la manera que yo le he referido, certifi-
cándome que en ninguna destas ocasiones estaba dormida. Yo la creí
porque conocía su mucho valor y verdad. Preguntóme qué me parecía
de aquello y qué sería bien hacer; yo dije: «Si esa es merced ij aviso
de Muestro Señor, es gran regalo; y si acaso fuere ilusión, tomemos
lo que no nos puede hacer daño, que es el apercibimiento». Parecióle
bien y pusimos silencio, haciendo la religiosa de allí adelante una
vida ejemplarísima, aunque toda la que ella tuvo, que serían más de
ochenta años, lo había sido.
Sucedió, pues, que el día de la Encarnación del año de mil y
seiscientos y siete, que es a los últimos de Marzo, bajó esta señora
a confesarse, y acabando de recibir el Santísimo Sacramento de mi
mano, por la ventanita donde Muestro Señor hizo tantas mercedes a
APÉNDICES 117
nuestra señora Madre, le dio un frío de calentura muy grande, y
luego dijo: «Esto es morir, que ahora ss cumplen los siete meses». Lle-
váronla a la celda, y al cabo de cinco días se la llevó Nuestro Señor
con una muerte sosegada y pacífica, y el tiempo que le duró la ha-
bla, que fué hasta muy poquito antes de expirar, decía: «Gran coa-
suelo tengo y gran confianza que antes que parta desta vida, tengo de
ver a la Santa Madre y a nuestro Padre Elias», de quien era muy devo-
ta. Juntando agora la promesa de la Santa Madre con la visión, y el
aviso y el cumplimiento de las palabras que la dijeron, tengo por
cierto que fué la Santa Madre la monja que se le apareció y la avisó.
Creo que con mi largueza habré cansado a Vuestra Paternidad;
suplicóle me perdone, que porque entiendo que le causará devoción, lo
he contado a Vuestra Paternidad. Le suplico me tenga por muy sierva
suya, que me tengo por muy favorecida en que se sirva de mandar
en cosas de su gusto y más las que yo tan en el alma tengo,
que si está más adonde ama que adonde anima, sin duda me la tiene
usurpada la Santa Madre, y por el consiguiente buenas mercedes;
mas llegando a este punto, será cordura el callar aunque sea con lá-
grimas en los ojos. R Vuestra Paternidad suplico me encomiende a
Dios en sus oraciones y me mande. De ñvila y Septiembre, 12, de
\6\0.— Doña Alaría Pine!.
118 APÉNDICES
VII
NOTICIA DEL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE AVILA, DONDE TOMO LA
SANTA EL HABITO DE RELIGIOSA CARMELITA (1).
El convento de la Encarnación de Avila, de la Orden de Nuestra
Señora del Carmen, donde nuestra bienaventurada Madre Santa Tere-
sa de Jesús tomó el iiábito, es uno de los más insignes que tiene
aquella noble ciudad, y después que la Santa entró y vivió en él,
uno de los más famosos del mundo. Y porque este ilustre convento
fué el jardín donde se crió flor tan hermosa, el campo donde flo-
reció tan fértil planta, y la cantera donde se cortó la primera y fun-
damental piedra del edificio espiritual de nuestra Reforma, parece
obligación forzosa hacer aquí particular mención del. Fundó este mo-
nasterio D.a Elvira de Medina, año de mil y quinientos y trece, dos años
antes que naciese nuestra Santa Madre, en el mismo lugar y sitio que
hoy tiene, fuera de la ciudad, hacia la parte del Septentrión, en
la casa y solar antiguo del mayorazgo que se decía de San Miguel
del Arroyo. Es muy dilatado y grande el edificio; excelente la igle-
sia y claustro; tiene mucha habitación, grande huerta, y abundancia de
agua; y aunque no es rico, pero suficientemente acomodado. Creció en
breve tiempo la fama de su mucha religión y observancia, y con ella
el número de sus religiosas, de suerte que ya por los años de mil
y quinientos y cincuenta, morando allí nuestra Santa Madre, vinieron
a ser ciento y noventa monjas, según consta de varias y fidedignas
relaciones.
Ha habido entre las religiosas deste monasterio muchas de seña-
lada virtud y fama de santidad, de las cuales referiré algunas breve-
mente. Ana M.a de Jesús, natural de Salamanca, fué muy amada de
nuestra Santa Madre Teresa, su secretaria y compañera de celda, y
hermana de otras tres religiosas de aquel convento, que después, si-
guiendo a la Santa, fueron descalzas, y se llamaron Isabel de Jesús,
Juliana de la Magdalena y Jerónima de San Agustín. Ana María,
perseverando en su primera vocación, se mejoró mucho en ella, y
vivió con gran ejemplo y reformación. Hizo particular estima de su
virtud nuestro venerable P. Fr, Juan de la Cruz, siendo confesor
suyo, cuando lo fué de aquel convento, y ella tuvo entonces revela-
ción de la pureza y admirable inocencia del alma del varón santo,
como se dirá en su lugar. Fué regalada del Señor con particulares
1 El clásico escrüor e historiador dilifrente de la Reforma del Carmen, P. Jerónimo de San
José, lib. II, cap. IX-, añade algunos pormenores a las Relaciones de Maria Pinel, principalmente
en lo que atañe a la fábrica del Monasterio y a la celda habitada por la Santa, tal como se ha-
llaba en el siglo XVII, desde cuya fecha, nu ha tenido modificación ninfluna notable.
APÉNDICES 119
mercedes en la oración, y no menos con trabajos y enfermedades,
los cuales padeció con grande igualdad y esfuerzo de ánimo. Sacá-
ronla de su convento por orden y mandato del Sr. Nuncio de España,
para fundar uno de Agustinas Recoletas en Salamanca, y después
de haberle fundado e instruido, volvió al suyo donde murió llena de
días, virtudes y merecimientos. Semejante a esta fué Marina Maldo-
nado, natural de Avila, de vida muy penitente y austera. Solía revol-
carse, como San Benito, entre zarzas. Dormía sobre una estera,
vestía túnicas muy ásperas, y ayunaba todo el año, disimulando
desta suerte la singularidad de su abstinencia en la Comunidad,
en lo cual perseveró por tiempo de diez y siete años. No trataba con
seglares aunque fuesen deudos, pero con Dios continuamente. Hizo
y bordó un frontal para una imagen de Nuestra Señora que hay
muy venerada en aquel convento, por habérsele aparecido, y hablado
en ella la Virgen Santísima a nuestra Santa Madre, y sin haber
jamás aprendido ni sabido hasta entonces qué cosa era bordar, salió
excelente y admirable la labor. Dice le agradeció la Virgen este
servicio y afecto con un abrazo que le dio por medio de esta santa
imagen. Vivió en todo muy ajustada a sus obligaciones, y murió con-
forme había vivido, dejando en la celda un olor del cielo, y en la
estimación de todas, opinión de verdadera y grande religiosa.
Doña Francisca de Bracamonte, natural y de lo más noble de
Avila, ilustró con su ejemplar virtud aquel monesterio. Fué, cuando
noble, humilde y despreciadora de las honras y estimación del mundo.
Siendo con general aclamación deseada de todo el convento por prio-
ra, después de haber ellf» hecho muchas diligencias con las religiosas
para que no la eligiesen; y pareciendo imposible faltarle voto alguno,
acudió a Dios, y fué la instancia de su oración y lágrimas tal, que
alcanzó del Señor mudase de repente los ánimos y la dejasen libre. Guar-
dó la abstinencia de miércoles y sábados, hasta el mismo día en
que murió, que fué miércoles.
Doña Antonia del Águila, no menos ilusíre en sangre y virtud,
natural de la misma ciudad, fué singularmente señalada en el afec-
to a los pobres y a la pobreza religiosa, socorriendo a aquéllos
y guardando ésta con ejemplar demostración. Comía una sola vez
y parcamente al día, gastando lo más del y parte de la noche en
oración, en la cual, habiendo recibido muchas misericordias del Se-
ñor, acabó loablemente el curso de su vida. Francisca de Valverde.
natural de la misma ciudad, fué muy dada a los mismos santos
ejercicios de limosna, pobreza y oración; con los cuales, bien dis-
puesta para el último trance, dijo alegre y gozosa en aquel paso:
Si esto es morir, dulcísima es la muerte. Catalina de Jesús, lega,
fué religiosa de gran sencillez y virtud. Comulgaba por mandado de
su confesor todos los días, y mostróle Nuestro Señor serle esto agra-
dable con la visión que dicen tuvo de una mesa y convite muy esplén-
dido que cada día se le representaba. Hizo por su cuenta una vez
la fiesta de Nuestra Señora de las Candelas, y con haber puesto
muchas que ardiesen, de ninguna se halló haberse gastado la cera.
Murió con el fervor que había vivido; y al tiempo del expirar, se le
arrancó el alma con un suspiro de voz muy entera y fuerte, que causó
120 APÉNDICES
admiración. Doña Teresa de Quesada, muy querida y estimada de
nuestra Santa Madre por su gran virtud, fué tan observante, pobre
y humilde, que siendo muy noble y de ochenta años, no quiso tener
celda particular como la tenían las demás de su calidad y antigüedad
en la casa, y así durmió y vivió en el dormitorio y enfermería común.
Doña Antonia de Monroy, después de muy loable y ejemplar vida
y de una larga y penosa enfermedad, es fama haberla regalado el
Señor en la muerte con una visión de todas las virtudes, que en
forma de doncellas hermosísimas, coronadas de gloria, la consolaron
y acompañaron al cielo. Doña Quiteria de Avila, prima de la mar-
quesa de Velada, acompañó a nuestra Santa Madre en Ja lundación
de Salamanca, donde al entrar de noche vio aquellas dos milagrosas
luces, que, como después se dirá, la alumbraron. Profetizóle la Santa
el día de su muerte, y apareciósele en ella consolándola. Pudiérase
hacer una muy larga y digna historia, si hubiéramos de referir las
demás que en este gran convento han dejado fama de santidad; pero
esto es de otro asunto, y para el mío bastan las dichas.
Todas estas religiosas siervas de Dios ilustran mucho el convento de
la Encarnación de Avila; pero lo que singularmente lo ennoblece son
tres cosas: la primera, haber tenido por hija una tan gran Madre,
que se ha alzado con este nombre en la Iglesia; la segunda, haber
sido allí vicario y confesor del convento nuestro venerable Padre Fray
Juan de la Cruz, primer descalzo Carmelita, varón tan grande como
se dirá en el tomo siguiente. Y la tercera, las prendas y memorias que
de ambos quedaron y se conservan en el santo monasterio. La primera
y segunda excelencia se descucñrá en todo el discurso de esta historia;
porque así en las grandezas de la vida de nuestra Santa Madre y ve-
nerable Padre, como en las demás de toda la Reforma que nació de-
llos, tiene su parte este religiosísimo Convento. Pero la tercera ex-
celencia, especialmente por parte de la Santa, testifican la celda, el
coro, la iglesia, confesonarios, tornos, redes y todas las paredes de
aquella casa, en la cual vivió i; moró tantos años y recibió de Nuestro
Señor tan singulares y frecuentes mercedes.
Con particular memoria se venera la puerta por donde entró a to-
mar el hábito aquella dichosísima doncella, y por donde salió después
a fundar su Religión y Reforma, y adonde, estando hablando con una
persona, se le apareció Cristo Señor nuestro. También el locutorio,
donde el Señor la atemorizó para apartarla de cierta conversación,
con la figura de una asquerosa sabandija (1), y mucho más otro, que
labró la misma Santa, llamado por eso locutorio de la Santa Madre,
donde hablando con nuestro venerable Padre Fray Juan de la Cruz,
se quedaron ambos juntamente arrobados. El coro alto donde le dijo
nuestro Señor que no quería tuviese ya conversación con hombres,
sino con ángeles (2); el bajo, donde, habiendo comulgado, se halló la
boca llena de sangre de Cristo Señor nuestro (3), y donde después de
otra comunión, I2 mandó el Señor fundase el primer monasterio de
1 Cfr. Libro de la Vida, c. VIII, p. 45,
2 Ibid., c. XXIV, p. 188.
3 Obras de Sta. Teresa de Jesús, t. II, Relación XXVI, p. 56.
APÉNDICES 121
SU Reforma. La ventanilla por donde comulgaba tantas veces y re-
cibía tan regaladas mercedes, que el Señor allí le hizo, 9 especial-
mente aquella de darle el clavo y tomarla por esposa (1), aunque ya
entonces era Descalza y gobernaba aquella casa. El claustro del coro
donde se le aparecieron San Pedro y San Pablo. Las escaleras y dor-
mitorios por donde la acompañaba el Señor con la cruz a cuestas,
y finalmente, la celda donde gozó de tantas consolaciones, ilustracio-
nes y visitas celestiales.
Consérvanse en el mismo convento la imagen de nuestra Seño-
ra, que está en el coro, en que la Santa vio bajar del cielo a la
Virgen Santísima y ponerse allí (2); un crucifijo muy semejante al
de Burgos, que envió desde Toledo a esta casa y un San José que
les llevó la misma Santa, del cual decían las monjas, siendo priora,
que le parlaba todo lo que pasaba en la casa; un Santo Cristo de
pincel, que hizo pintar al modo que se le representó en una visión,
y otras muchas prendas y reliquias suyas que allí quedaron de
aquel tiempo.
Pero lo principal que de la Santa ha quedado y se conserva siem-
pre, es una gran reformación e imitación de sus virtudes y obser-
vancia de algunas santas costumbres que introdujo. Trátase mucho
de oración y contemplación, de penitencia, de recogimiento y silencio,
de observancia regular. No se usan melindres mujeriles, ni los tra-
jes y galas que entre algunas monjas suele haber. Está muy rece-
bido el vestir pobremente y traer los hábitos remendados aún las
de menos edad. No entran unas en celdas de otras, sino para visitar
alguna enferma, o con otras justificadas causas, ni se juntan a di-
vertimientos que no sean muy decentes; y con haber muchas religiosas
mozas y que saben tañer con destreza varios instrumentos, sólo usan
dellos y su música para el culto divino. Todo lo cual es mucho de loar
y de gran edificación el monasterio donde las leyes no son tan es-
trechas como en otros.
Confiesan habor quedado esta reformación de la que allí asentó
Nuestra Santa Madre con su ejemplo y doctrina; la cual, para que
siempre les esté predicando, se lee en sus libros todo el año, si no
sólo los días que hay obligación de leer otra lectura. Guárdase invio-
lablemente una procesión que instituyó del Jueves Santo por la noche
después de Completas, llevando en ella la santa imagen de Nuestra
Señora, en la cual vio, como queda dicho, a la Virgen Santísima,
y una de las estaciones que con ella se hace es en la celda de
la Santa. Cántase por institución suya todos los sábados después de
Completas a Nuestra Señora, delante desta imagen, la antífona de
la Concepción, con las oraciones que señaló la misma Santa Madre-
El lavatorio del Jueves Santo, que se solía hacer con muy grande
adorno y aparato, le hizo ella, siendo priora, con sola una bacía y un
jarro de Talavera; lo cual se observa hoy en aquel convento con gran
puntualidad. También se observa la fiesta que instituyó de Nuestra
1 Obras de Sta. Teresa de Jesús, t. II, Relación XXXV, p. W.
2 Ibld., Relación XXV, p. 56.
122 APÉNDICES
Señora de las Angustias el primer viernes de Cuaresma, y una her-
mandad de que cada religiosa haga decir por la que muere una misa.
Guardan, a imitación de la Santa, el no desayunarse el Domingo de
Ramos, después de haber comulgado, hasta las cuatro de la tarde,
y el coger los mantos de las religiosas, que en el coro quedan des-
cogidos, como ella lo hacía a horas extraordinarias.
De todas las memorias que en aquel convento han quedado de
nuestra gloriosa Madre, ha sido siempre y es muy tierna y regalada,
la de su santa celda, donde pasó tan gran parte de su mejor vida,
y gozó de tan crecidos y soberanos beneficios del cielo. Tuvo dos
celdas en este monasterio; una en que vivió, antes de ser priora,
veinte y siete años, y otra en que moró los tres del priorato, siendo
Descalza. La primera se dividía en dos aposentos, uno en bajo y otro
en alto; en el bajo tenía su oratorio, y en él un hueco donde había
algunas imágenes, y sobre él un letrero que decía: Non intres in
judicium cum servo tuo, Domine-, que siempre tuvo espíritu de humildad
y contrición. En el aposento de arriba, que era muy alegre y apartado
de ruido, dormía y se retiraba a tener oración, ñmbos se convirtieron
después en oratorios. En aquel hueco del de abajo, donde la Santa
tenía sus imágenes, se puso un retrato suyo, que dicen le es muy
parecido, con una lámpara encendida. En el de arriba se hizo un re-
tablo, con un excelente cuadro, de cuando la hirió el serafín, y se
adornaron las paredes de aquel oratorio con otras pinturas de pasos
de su vida. Estaba también allí adornado con mucha decencia el
Cristo que dijimos hizo pintar la Santa de la manera que se le había
aparecido en una visión, al cual todos los martes de Cuaresma iba
la Comunidad a cantar un Miserere a canto de órgano.
Tenía este oratorio, como el de abajo, lámpara, y algunas veces,
que por causas necesarias entraban los prelados o confesores, de-
cían allí misa. Era frecuentado de las religiosas con gran devoción;
acudían a aquel lugar como a un común refugio en todos sus trabajos
a encomendarse a la Santa, y pedirle favor, o darle gracias de las
misericordias que del Señor recibían por su medio. Perseveraban mu-
chas allí en oración día y noche, y eran allí consoladas con abundancia
de favores del cielo, y sólo el ver las paredes de aquel santuario
bastaba para sacar lágrimas, y bañar en devoción a quien llegaba
a verle.
Pero habiendo estado así este devotísimo sitio muchos años, en
estos pasados, deseando el Sr. Obispo de aquella ciudad, D. Francisco
Márquez Gaceta, enterrarse en él y que también el pueblo le gozase
y frecuentase, alcanzó de las monjas se le dejasen disponer en tal
forma que, labrada allí una capilla suntuosa, en la cual estuviese
con gran decencia debajo de viriles de cristal patente siempre el
Santísimo Sacramento, viniese a tener la entrada por el cuerpo de
la iglesia, y así se ha hecho, dando para ello el Sr. Obispo toda
su hacienda, de la cual señaló siete mil ducados para hacer la ca-
pilla, cuatro mil para capellanes y quinientos ducados de renta para
el convento. Bien se ve en este caso que ha sido particular providen-
cia del cielo y premio concedido a los merecimientos de la Santa,
que el aposento donde ella moró le haya escogido Nuestro Señor para
APÉNDICES 123
templo y morada suya. Como también que de la madera de su celda
se haya hecho la custodia, donde el cuerpo sacratísimo del Señor está
reservado; que así favorece y honra Su Divina Majestad a su que-
rida esposa Teresa, cumpliendo cada día la palabra que de celar su
honra dio (1).
1 A poco de comenzar la obra en 1628, murió el señor Obispo, u sus herederos no la
continuaron ni dieron cosa alguna al convento. Una Memoria que me han enviado las religiosas
de la Encarnación, dice a este propósito; «Se empezó la obra el año 1628, y muriendo el Pre-
lado, estando la fábrica en el principio, no se pudo dar un paso adelante, porque no tenían con
qué; que a no haberlas sustentado el amor ternísimo tenido a estas santas paredes y ladrillos,
hubieran buscado otras partes. Aunque ahora está más reparada esta necesidad, no alcanza, con
que no ha sido posible. Diónos la Reina nuestra señora, que Dios tiene en el cielo, una licencia
para pedir en las Indias para esta fábrica; pero como a la sazón pedían para Alba u para San
José, u esta casa no tenía quien la favoreciese, ni se encargase de ella, solos cinco sujetos obró
la devoción, siendo así que se han enviado en diferentes embarcaciones cédulas. De lo que ha
venido, se ha labrado la Capilla, con harto empeño, por falta de caudal. Como ya, gracias a
Dios, está acabada, no digo lo demás.
»E1 retablo es de la madera de la misma celda. Forma un castillo, por ser el intento que
llevaban de que estuviese en medio de la Capilla con altar de cuatro haces, porque es la planta
de la Capilla la misma que San Isidro de Madrid^.
El origen de la inscripción que hoy se lee en el centro del pavimento, según esta Memoria,
fué el siguiente. Por orden de alguna monja, fué a barrer la Capilla una criada. «Ella debía
de ir con mucha devoción; y estando en su labor, oyó que la decían, sin saber quien: Ista
tena sancta est. Afervorizóse, con lo que interiormente se le decía, aunque no entendía; y cogió
la tierra y llevó a guardar por reliquia. Luego, con el pavor que la causó, fué a preguntar a una
religiosa qué querían decir aquellas palabras. A lo que contestó le religiosa, que quién la había
metido a ella en latines. Entonces se lo dijo, y ella quedó muy consolada cuando oyó la expli-
cación que le dio la religiosa, y ésta conmovida de ver que el cielo enseñaba por tan raro modo
la veneración que se debe a tan santo lugar». La Capilla tiene acceso por la iglesia en la que
se abre un amplio y corto pasadizo cerca del presbiterio, por el lado del Evangelio. Enfrente de
la puerta está el altar en forma de castillo, hecho con la madera de la celda de la Santa, y a lo
izquierda, según se entra, el altar de S. José señala el lugar que ocupaba la puerta de la antigua
habitación. La inscripción mencionada del pavimento, dice: La tierra que pisas es santa. Pala"
bras oídas en la ediñcación de este templo, que dio principio el año de 1628. Aunque espa-
ciosa, no encierra la Capilla nada notable para el arte. Harto mejor habría sido respetar la celda
como estaba en tiempo de la Santa, pero el buen Obispo de Avila no opinó así y ya no
tiene remedio. Sin Santísimo Sacramento, carece del culto a que la venerable estancia, testigo
de tantas maravillas de amor divino, parece tener derecho. La Comunidad es pobre y no puede
hacer más de lo que hace. ¿No habrá medio de mejorarla y de asegurar un culto más intenso
para que el piadoso visitante no reciba penosa y fría impresión allí donde tanto se prodigó el
calor de la caridad'
La celda que ocupó cuando fué de priora en 1571, está sobre lo que hoy se llama locu-
torio alto.
124 APÉNDICES
VIII
CARTA DE SAN LUIS BELTRAN A SANTA TERESA (1).
Madre Teresa: Recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que
me pedís parecer, es tan en servicio del Señor, he querido encomendár-
selo en mis pobres oraciones y sacrificios, y ésta ha sido la causa de
haber tardado en responderos. Agora digo, en nombre del mismo Se-
ñor, que os animéis para tan grande empresa, que El os ayudará y fa-
vorecerá; y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años,
que vuestra Religión no sea una de las más ilustres que haya en la
iglesia de Dios, el cual os guarde, etc. En Valencia.— Fr. Luis Beltr.in.
1 La fama de este santo Dominico llegó hasta Santa Teresa y le escribió dándole cuenta
de sus propósitos de reforma de la Orden del Carmen. ■ Fr. Vicente Justiniano Antist, en las
Rdiciones a la Vida de San Luis Beltrán, dice a este propósito: «La bienaventurada Madre
Teresa de Jesús, fundadora de las Descalzas y Descalzos Carmelitas, en los primeros años
que empezó a fundar la vida recoleta de su Orden, procuró de consultar sus intentos con muchas
personas espirituales, particularmente con el P. Fr. Luis Beltrán, que moraba entonces en esta
casa de Predicadores (Valencia). Escribióle una cartfi y dióle cuenta de su deseo y de algunas
revelaciones que había tenido sobre ello. El P. Fr. Luis encomendó a Dios en sus oraciones y
sacrificios los buenos intentos della, y al cabo de tres o cuatro meses, le respondió en esta
forma». Copia la carta del Santo como nosotros la publicamos, y fué escrita entre 1561 y 1562.
El P, Vicente fué contemporáneo de San Luis Beltrán.
APÉNDICES 125
IX
CARTA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA A SANTA TERESA (1).
El Espíritu Santo hincha el alma de vuestra merced. Una suya vi,
que me enseñó el señor Gonzalo de Aranda, y cierto que me espanté
que vuestra merced ponía en parecer de letrados lo que no es de su
facultad, que si fuera cosa de pleitos o caso de conciencia, bien era
tomar parecer de juristas o teólogos; mas en la perfeción de la vida
no se ha de tratar sino con los que la viven, porque no tiene ordina-
riamente alguno más conciencia ni buen sentimiento, de cuanto bien
obra; y en los consejos evangélicos no hay que tomar parecer si será
bien seguirlos o no, o si son observables o no, porque es ramo de
infidelidad. Porque el consejo de Dios no puede dejar de ser bueno,
ni es dificultoso de guardar, si no es a los incrédulos y a los que
fían poco de Dios, y a los que solamente se guían por prudencia hu-
mana; porque el que dio el consejo dará el remedio, pues que le
puede dar, ni hay algún hombre bueno que dé consejo que no quiera
que salga bueno, aunque de nuestra naturaleza seamos malos, cuanto
más el soberanamente bueno y poderoso quiere y puede que sus con-
sejos valgan a quien los siguiere.
Si vuestra merced quiere seguir el consejo de Cristo de mayor
perfeción en materias de pobreza, sígalo, porque no se dio más a
hombres que a mujeres, y El hará que le vaya muy bien como ha ido
a todos los que lo han seguido. Y si quiere tomar el consejo de letra-
dos sin espíritu, busque harta renta, ? ver si le valen ellos ni ella
más que el carecer della por seguir el consejo de Cristo. Que si vemos
faltas en monesterios de mujeres pobres, es porque son pobres contra
su voluntad, y por no poder más, y no por seguir el consejo de Cristo,
que yo no alabo simplemente la pobreza, sino la sufrida con paciencia
por amor de Cristo, Señor Nuestro, y mucho más la deseada, procu-
rada y abrazada por amor; porque si yo otra cosa sintiese o tuviese
con determinación, no me tendría por seguro en la fe.
Yo creo en esto y en todo a Cristo, Muestro Señor, y creo firme-
mente que sus consejos son muy buenos, como consejos de Dios, y creo,
que aunque no obliguen a pecado, que obligan a un hombre a ser
mucho más perfeto, siguiéndolos, que no los siguiendo. Digo, que le
obligan que le hacen más perfeto, a lo menos en esto, y más santo y
más agradable a Dios. Tengo ñor bienaventuindos, como Su Majestad
dice, a los pobres de espíritu, que son los pobres de voluntad, y tén-
1 Recibió esta carta, escrita el H de Abril de 1562, estando en el palacio de D.a Luisa de
la Cerda en Toledo. Véase el capítulo XXXV de la Vida, página 296. Publicó esta carta Yapes,
11b. II. c. VII. Tráela también el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional.
126 APÉNDICES
golo visto, aunque creo más a Dios que a mi experiencia; y que los
que son de todo corazón pobres, con la gracia del Señor, viven vida
bienaventurada, como en esta vida la viven los que aman, confían y
esperan en Dios.
Su Majestad dé a vuestra merced luz para que entienda estas ver-
dades y las obre. No crea a los que dijeren lo contrario por falta de
luz, o por incredulidad, o por no haber gustado cuan suave es el
Señor a los que le temen y aman, y renuncian por su amor todas las
cosas del mundo no necesarias para su mayor amor; porque son ene-
migos de llevar la cruz de Cristo y no creen su gloria, que después
de ella se sigue. Y dé asiraesmo luz a vuestra merced, para que en
verdades tan manifiestas no vacile, ni tome parecer sino de los se-
guidores de los consejos de Cristo, que aunque los demás se salvan,
si guardan lo que son obligados, comunmente no tienen luz para más
de lo que obran; y aunque su consejo sea bueno, mejor es el de
Cristo, Nuestro Señor, que sabe lo que aconseja y da favor para lo
cumplir, y da al fin el pago a los que confían en El, y no en
las cosas de la tierra.
De Avila y de ñbril 14 de 1562 años.— Humilde capellán de vuestra
merced. Fray Pedro de Alcántara (1).
1 Algunas cartas más debió de escribir a Sta. Teresa este gran amador de la pobreza,
pero se han perdido, o por lo menos se ignora su paradero. En los sobrescritos solía poner:
H la muy magníñca y religiosísima señora £)." Teresa de Rhumada, que Nuestro Señor haga
Santa. (Cfr. Ribera, lib. I, c. XVII).
APÉNDICES 127
CARTA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA AL OBISPO DE AVILA SOBRE LA FUNDACIÓN
DEL CONVENTO DE SAN JOSÉ (1).
El espíritu de Cristo hincha el ánima de vuestra señoría: Reci-
bida su santa bendición. La enfermedad me ha agraviado tanto, que ha
impedido tratar un negocio muy importante al servicio de Nuestro Se-
ñor; y por ser tal y no quede por hacer lo que es de nuestra
parte, en breve quise dar noticia del a vuestra señoría; y es, que
una persona muy espiritual, con verdadero celo, ha algunos días pre-
tende hacer en este lugar un monesterio religiosísimo y de entera per-
feción de monjas de la primera Regl^ y Orden de Nuestra Señora del
Monte Carmelo, para lo cual ha querido tomar por fin y remedio de
la observación de la dicha primera Regla dar la obediencia al Ordinario
deste lugar; y confiando en la santidad y bondad grande de vuestra
señoría, después que Nuestro Señor se le dio por perlado, han traído
el negocio hasta hora con gasto de más de cinco mil reales, para lo
cual tienen traído Breve.
Es negocio que rae ha parecido bien; por lo cual, por amor de
Nuestro Señor, pido a vuestra señoría lo ampare y reciba; porque
entiendo es en aumento del culto divino y bien desta ciudad. Y si a
vuestra señoría parece, pues yo no puedo ir a tomar su santa ben-
dición y tratar esto, recibiré mucha caridad mande vuestra señoría
el maestro Daza venga a que yo lo trate con él, o con quien a
vuestra señoría parezca. Mas, a lo que entiendo, esto se podrá fiar
y tratar con el Maestro, y desto recibiré mucha consolación y caridad.
Digo que puede vuestra señoría tratar de esto con el maestro Daza,
y con Gonzalo de Hranda y con Francisco de Salcedo, que son las
personas que vuestra señoría sabe, y tendrán más particular conoci-
miento de esto que yo; aunque yo me satisfago bien de las personas
principales que han de entrar, que son gente aprobada ij la más prin-
cipal; creo yo que mora el espíritu de Nuestro Señor en ella; el cual
Su Majestad dé y conserve en vuestra señoría, para mucha gloria suya y
universal provecho de su Iglesia. Amen, ñmen.— Siervo y capellán de
vuestra señoría indigno. Fray Pedro de Alcántara.
1 El original, conforme al cual va corregida, se conserva en las Carmelitas Descalzas de
San José de Avila. La carta fué escrita en Julio o Agosto de 1562. El sobrescrito dice: Jil iíus-'
trísimo y reverendísimo señor Obispo de JJvila, que Nuestro Señor haga santo.
128 APÉNDICES
XI
CONMUTACIÓN DEL VOTO DE PERFECCIÓN QUE HIZO SANTA TERESA, 1565 (1).
Fray ñngel de Salazar.. provincial de la Provincia de Castilla,
de la Orden de Nuestra Señora del Carmen. Por la presente damos
nuestra autoridad y comisión al muy reverendo padre prior de nuestra
casa del Carmen de Avilai, y al muy reverendo Fray García de Toledo,
de la Orden de Santo Domingo, que cualquiera de sus Reverencias,
administrando el sacramento de la penitencia y confesión, a la ca-
rísima hermana nuestra Teresa de Jesús, madre de las religiosas de
San José, la puedan relajar cualquier voto que haya hecho, o comu-
íárselo, como mejor les pareciere convenir al servicio de Nuestro Se-
ñor y al sosiego de la conciencia de la sobredicha nuestra Hermana.
Para lo cual, como dicho es, les damos nuestras veces y la autoridad que
por nuestro oficio y ministerio tenemos. Fecha en Toledo, a dos días
2 Hacia el ano 1560 tenía ua hecho este voto la Santa cuando aun vivía en la Encarna-
cióu. «El modo pue tuvo de hacerlo, dice el P. Jerónimo de S. José, Historia del Carmen Des-
calzo, lib. II, c. XXVI, fué desta manera: Andaba la santa virgen cuando Nuestro Señor la co-
menzó a enternecer con su amor y a regalar con sus misericordias, por otra parte algo asida a
los gustos ü pasatiempos del mundo, aunque todos venían a parar en un rato de buena conver-
sación, lo cual traía el corazón como partido, ni bien puesto en las cosas de Dios, ni bien en
las del mundo, viviendo, como dijimos ya con sus palabras mismas, una vida penosísima y llena
de mil muertes. Andando, pues, desta manera, queriéndola Nuestro Seftor hacer ya toda suya, le
dijo en un gran arrobamiento, que de allí adelante no quería tuviese conversación con hombres,
sino con ángeles. Y como el decir de Dios es hacer, dejó desde entonces su corazón tan des-
asido de las cosas de la tierra y tan entregado a las del cielo y al gusto de Dios, que concibió
luego un grande y poderoso deseo de amarle con todas sus fuerzas, haciendo propósito firmísi-
mo de no dejar de hacer cosa alguna en que más le pudiese agradar y servir. Pasando adelante
en estos deseos, y creciendo cada día más en fervor con las muchas y nuevas mercedes que el
Señor le hacía, y especialmente con aquella del serafín que dulcemente le hirió el corazón y
abrasó en el amor divino, solicitada del Señor, e inspirada y enseñada del cielo, le pareció
sería cosa agradable a su divina Majestad el confirmar con voto el propósito que tenía hecho de
servirle con tanta perfección. Comunicólo con sus confesores y prelados, y teniendo de unos y
otros el beneplácito para ello, hizo el voto que tanto deseaba, con lo cual quedó su corazón
descansado y desahogado, ofreciendo a Dios un sacrificio de su alma tan perfecto».
Debía de ocasionarle este voto algunas dudas y ansiedades de espíritu cuando su confesor,
el Padre García de Toledo, procuró que el provincial calzado, P. Ángel de Salazar, se lo
conmutase, como lo hizo. Para mayor tranquilidad, el P. García de Toledo dio a la Santa algu-
nas instrucciones acerca del modo cómo había de hacerse de nuevo. Jerónimo de S. José, en el
lugar arriba citado, añade: <;E1 P. Ribera y el Obispo de Tarazona dicen, que por excusar escrúpulos
entendía la Santa este voto, no en cosas muy menudas, sino en las que fueren algo y de im-
portancia. Yo no hallo esa limitación en la forma, ni en la reforma del, sino solas aquellas tres
tan cuerdas y necesarias condiciones que advirtió el P. Maestro Fr. García de Toledo en su pa-
recer, cuyo papel tengo por cierto no llegó a manos destos dos autores, como a las mías; y así
no hay por qué añadamos esa limitación, que no puso la Santa, ni su confesor, ni de otra parte
nos consta».
APÉNDICES 129
del mes de marzo de mil y quinientos sesenta y cinco años. — Fray
Ángel de Salazar, Provincial.
EN EL REVERSO DEL MISMO PAPEL ESCRIBIÓ EL P. GARCÍA DE TOLEDO:
Oída la confesión, como aquí dice el Padre Provincial, y enten-
diendo que para el sosiego y quietud de la conciencia de vuestra mer-
ced y ds sus confesores (que en esto cs todo uno), yo anulo y irrito
el voto que hizo: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
Como me parece que le puede hacer de nuevo, es votando de que
en todo aquello que vuestra merced consultare con su confesor, sobre
si es más perfección^ o noi, y el, entendiendo este voto, declarare lo que
es más perfección, que aquello sea obligada a seguir. Y digo que
serán menester tres cosas: la primera, que el confesor sepa que tiene
l^echo ese voto; la segunda, que vuestra merced se lo pregunte y no de
otra manera; la tercera, que él declare lo que es mayor perfección,
y con estas tres condiciones obligue el voto y de otro arte no. Porque
como antes estaba hecho el voto, era grandísimo escrúpulo para vuestra
marced, y para un confesor más mientras más delgada conciencia tuviere.
Son hoy (1). Fray García de Toledo (2).
Dióme el Reverendísimo General licencia para prometer este voto,
y para gastar todo lo que me diesen en limosna; dijo que me hacía
su procuradora. — Teresa de Jesús.
1 Aqui parece quiso el P. Garcia de Toledo poner la fecha de relajación del voto, que
seria poco después de estar facultado por el P. Provincial. El Prior de los Calzados de Avila,
a quien e! P. Ángel de Salazar otorgó la misma licencia, era el P. Antonio de Heredia, el
pri:Tiero que pocos años después abrazó, con San Juan de la Cruz, la reforma de los Carme-
litas. Por este voto y por los dos informes del P. Ibáñez que publicamos a continuación, puede
barruntarse el grado de perfección a que había llegado Santa Teresa cuando emprendió la Refor-
ma del Carmen.
2 Lar tres líneas siguientes, púsolas Santa Teresa en 15ó7 cuando habló en Avila con el
P. Juan Bautista Rúbeo, que vino a visitar los conventos que en España tenia la Orden del
Carmen. El original de estos documentos se venera en las Carmelitas Descalzas de Calahona.
Quedan corregidos por una copia fotográfica que poseemos.
II
130 APÉNDICES
XII
DICTAMEN DEL P. PEDRO IBAÑEZ SOBRE EL ESPÍRITU DE SANTA TERESA (1).
1. El fin de Dios es llegar un alma a sí y el del demonio apar-
tarla de Dios. Nuestro Señor nunca pone medios que aparten a uno de
SÍ, ni el demonio que lleguen a Dios. Todas las visiones y las demás
cosas que pasan por ella la llegan más a Dios, y la hacen más hu-
milde, obediente etc.
2. Doctrina es de Santo Tomás, y de todos los Santos, que, en
la paz y quietud del alma que deja el ñngel de luz, se conoce. Nunca
tiene estas cosas que no quede con grande paz y contento, tanto que
todos los placeres de la tierra juntos la parecen no son como el menor.
3. Ninguna falta tiene ni imperfeción de que no sea reprendida
del que la habla interiormente.
y. Jamás pidió ni deseó estas cosas, sino cumplir en todo la vo-
luntad de Dios Nuestro Señor.
5. Todas las cosas que le dice van conformes a la Escritura divina
tí a lo que la Iglesia enseña, y son muy verdaderas en todo rigor esco-
lástico.
1 Cuando la Santa, pata acallar incertidumbtes de conciencia, escribió las Relaciones a sus
confesores que ya conocemos, el P. Ibáfiez compuso este magnífico Dictamen, defendiéndola con
las razones gravísimas que verá el lector. R nuestro juicio, lo escribió con el fin de leerlo en al-
guna junta que por los años de 1559 o 1560 se celebró en Avila, entre algunas personas espiri-
tuales ü doctas, para deliberar acerca del espíritu de la M. Teresa. No han motivo para atribuir
este escrito a San Pedro de Alcántara. Las primitivas religio.'5as de San José de seguro lo ha-
brían tenido muy presente de proceder de persona tan afamada y santa. Nada dicen, sin em-
bargo, afirmando en cambio que el Dictamen era de un hijo de Sto. Domingo. Teresa de Jesús,
sobrina de la Santa, depone en el Proceso de Avila de 1610: «De una Relación original que esta
declarante tiene en su poder, habida de la Madre María de San Jerónimo, priora que fué mu-
chos aflos de este Convento de San Joseph, ya difunta, de cuyo valor y santidad oyó esta
declarante muchas alabanzas a la misma Santa Madre, sábese la estima que de la dicha Santa
Madre tenía uno de sus confesores, aun antes que saliese a fundar este primer convento; el
cual memorial, según ha podido colegir de otros memoriales que ha tenido en su poder, fué
del Padre Fr. Pedro Ibáñez, gravísimo Padre de la Orden de Santo Domingo, o del dicho
P. Fr. Domingo Báñez, que conforman mucho con unas razones que puso el dicho P. Fray
Pedro Ibáñez en un cuaderno grande de cosas en que aprobaba el espíritu de dicha Santa
Madre, que poco ha le invió esta declarante a su Padre General que al presente es, las cuales
dio entre otras el dicho sumario para probar ser de Dios el espíritu que tenía la dicha Santa
Madre Teresa de Jesús, delante de una junta que se hizo de personas muy graves y doctas
para examinar el espíritu de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, aunque no se ha podido
entender claro de cuál de los dos Padres que ha nombrado es la memoria que aquí irá referida>.
La duda de la sobrina de la Santa entre Ibáñez y Domingo Báñez, que confunde en la
Deposición, no ofrece dificultad mayor, sabiendo que Báñez no conoció a la Fundadora hasta
bien entrado el año 62, cuando ya este papel estaba escrito, y por quien evidentemente la
había tratado mucho. En la razón 29 dice la M. Teresa, que había hecho provecho a muchas
personas, entre otras, al autor del escrito, cosa que cuadra muy bien al P. Ibáñez, en la
fecha de que venimos hablando.
APÉNDICES 131
6. Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza, deseos fer-
ventísimos de agradar a Dios', y a trueco de esto, atropellar a cuanto
hay en la tierra.
7. Hanle dicho que todo lo que pidiere a Dios, siendo justo, lo
hará. Muchas ha pedido y cosas que no son para carta, por ser largas,
y todas se las ha concedido Nuestro Señor.
8. Cuando estas cosas son de Dios, siempre son ordenadas para
bien propio, común o de alguno. De su aprovechamiento tiene expe-
riencia y del de otras muchas personas.
9. Ninguno la trata, si no lleva prava disposición, que sus cosas
no le muevan a devoción, aunque ella no las dice.
10. Cada día va creciendo en la perfeción de las virtudes y siem-
pre la enseñan cosas de mayor perfeción. Y así, en todo su discurso
de tiempo, en las mismas visiones ha ido creciendo de la manera que
dice Santo Tomás.
11. Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación, ni le
dicen cosas impertinentes. De algunos le han dicho que están llenos de
demonios; pero para que entienda cuál está un alma cuando mortal-
mente ha ofendido al Señor.
12. Estilo es del demonio, cuando pretende engañar, avisar que
callen lo que les dice; mas a ella le avisan que lo comunique con le-
trados siervos del Señor, y que cuando callare, por ventura la enga-
ñará el demonio.
13. Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas
y la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta
monjas tratan en su casa de grande recogimiento (1).
1^1. Estas cosas ordinariamente le vienen después de larga oración,
y de estar muy puesta en Dios y abrasada en su amor, o comulgando.
15. Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar, y que el
demonio no la engañe.
16. Causan en ella profundísima humildad; conoce lo que recibe
ser de la mano del Señor, y lo poco que tiene de sí.
17. Cuando está sin aquellas cosas, suélenle dar pena y trabajo
cosas que se le ofrecen; en viniendo aquello, no hay memoria de
nada, sino gran deseo de padecer, y desto gusta tanto, que se espanta,
18. Cáusanle holgarse y consolarse con los trabajos, murmura-
ciones contra sí, enfermedades, y así las tiene terribles, de corazón,
vómitos, y otros muchos dolores, los cuales, cuando tiene las visiones,
todos se le quitan.
19. Hace muy grade penitencia con todo esto, de ayunos, disci-
plinas y mortificaciones.
20. Las cosas que en la tierra le pueden dar contento alguno y
los trabajos, que ha padecido muchos, sufre con igualdad de ánimo,
sin perder la paz y quietud de su alma.
21. Tiene tan firme propósito de no ofender al Señor, que tiene
hecho voto de ninguna cosa entender que es más perfeción, o que se la
diga quien lo entiende, que no la haga, y con tener por santos a los
1 Habla del monastetio de la Encarnación.
152 APÉNDICES
de la Compañía, y parecerle que por su medio Nuestro Señor le ha hecho
tantas mercedes, me ha dicho a mí que si no tratarlos supiese que
es más perfeción, que para siempre jamás no les hablaría, ni vería, con
ser ellos los que la han quietado v, encaminado en estas cosas.
22. Los gustos que ordinariamente tiene y sentimientos de Dios,
y derretirse en su amor, es cierto que espanta, y con ellos se suele
estar casi todo el día arrebatada.
23. En oyendo hablar de Dios con devoción y fuerza, se suele
arrebatar muchas veces, y con procurar resistir, no puede, y queda
entonces tal a los que la ven, que pone grandísima devoción.
24. No puede sufrir a quien la trata que no le diga sus faltas y
no la reprenda, lo cual recibe con grande humildad.
25. Con estas cosas no puede sufrir a los que están en estado de
perfeción, que no la procuren tener conforme a su instituto.
26. Está desapegadísima de parientes, de querer tratar con las
gentes, amiga de soledad; tiene grande devoción con los Santos, y en
sus fiestas y misterios que la Iglesia representa, tiene grandísimos
sentimientos de Nuestro Señor.
27. Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la
tierra le dicen que es demonio o dijesen, temei y tiembla antes de las
visiones; pero estando en oración y recogimiento, aunque la hagan mil
pedazos, no se persuadirá sino que es Dios el que trata y habla.
28. Hale dado Dios un tan fuerte y valeroso ánimo que espanta.
Solía ser temerosa; agora atropella a todos los demonios. Es muy fuera
de melindres y niñerías de mujeres; muy sin escrúpulos; es rectísima.
29. Con esto le ha dado Nuestro Señor el don de lágrimas suaví-
simas, grande compasión de los prójimos, conocimiento de sus faltas,
tener en mucho a los buenos, abatirse a sí misma. Y digo, cierto,
que ha hecho provecho a hartas personas, y yo soy una.
30. Trae ordinaria memoria de Dios y sentimiento de su presencia.
31. Ninguna cosa le han dicho jamás que no haya sido así y no
se haya cumplido, y esto es grandísimo argumento.
32. Estas cosas causan en ella una claridad de entendimiento y
una luz en las cosas de Dios admirable.
33. Que le dijeron que mirase las Escrituras y que no se hallaría
que jamás alma que deseaba agradair a Dios hubiese estado engañada
tanto tiempo (1).
1 Tanto Ribera como Yepes copiaron este escrito, cuyo original se hallaba en la Encarna-
ción. Más tarde debió de pertenecer a San José de Avila, y allí lo tenía la M. Teresa, sobrina
de la Santa, cuando dijo su Dicho en el Proceso de 1610, u en él lo trasladó íntegro. Alguna
pequeña variedad de palabras hay en estos autores, que en nada alteran el sentido. El traslado
de Ribera nos parece el más exacto.
APÉNDICES 133
XIII
INFORME DEL P. PEDRO IBAÑEZ SOBRE EL ESPÍRITU DE SANTA TERESA (1).
En la ciudad de Avila hay una nueva casa de Religiosas Descalzas y
pobres, que viven de limosna, de la Orden del Carmen; la cual se ha
fundado y hecho por orden de una religiosa del monasterio de la En-
carnación que hay en la misma ciudad y en la misma Orden. Llámase
a esta señora ahora Teresa de Jesús, y antes llamábase doña Teresa de
Ahumada, natural de aquella ciudad y de unos caballeros de aquel
nombre. Son tantas las cosas que a esta señora se le revelan y muestras
tan grandes de muy subida santidad, que ponen gran admiración; y
como es cosa tan poco vista, especialmente en nuestros tiempos, virtud
y aprovechamiento espiritual en tan admirable manera, no falta quien
diga ser cosa del enemigo y muy engañosa. Otros hay más avisados que
se detienen en condenarlo; pero están con duda si es cosa de Dios o
ilusión del demonio; otros hay que tienen a esta señora por muy sierva
de Dios; pero esta su opinión va más fundada en buena voluntad que
le tienen que no en razones bastantes para tener aquella estima y pa-
recer. Y por tanto, aunque no hubiese otro fin en aclarar este negocio,
sino confirmar en la verdad a los que la han recibido, y desengañar a
quien no siente ni atina lo que en esto hay, parece muy bastante razón
ésta para poner algún trabajo en manifestar estas cosas, cuanto más
que si ello es verdad y de Dios, es para gran alabanza de Su Majestad,
que cosas tan heroicas obre en una mujer tan flaca y tan enferma.
Ayudará también para que los flacos y imperfetos nos esforcemos a
servir a Dios, pues vemos delante nosotros cuántas grandezas obra
1 En el Prólogo a la Vida de la Santa hace mención Yepes de este escrito del P. Pedro
Jbáñez, del cual copia algunos párrafos tomados del original que eu su tiempo se guardaba en
S. José de Avila. En la parte copiada en la nota de la pág. 130 de la deposición de la Madre
Teresa, dice que «poco ha le envió (el Memorial) esta declarante a su P. General». Estas pala-
bras están en conformidad con las que escribió el P. Jerónimo de San José en su Historia del
Carmen Descalzo, lib. V, cap. VII, p. 812, en las que asegura haber copiado fielmente dicho
original «que se guarda en los Archivos de la Orden». Bien pudo ocurrir que estando en
San José la Madre Teresa lo remitiese, como ella dice, al Padre General, para depositarlo en los
Archivos de la Reforma. El original ha desaparecido, ü sólo nos queda la copia íntegra que
publicó el P. Jerónimo en el lugar citado. Como de la obra del docto P. Carmelita se conserva
sólo un ejemplar en la Biblioteca de San I.sidro de Madrid, ha sido desconocido este trabajo del
P. Ibáñez hasta que lo dio a la publicidad, en extracto muy extenso, D. Miguel Mir en su Santa
Teresa de Jesús, t. I, p. 779. Por vez primera sale hoy íntegra y bien corregida, según la repro-
ducción fotográfica que tenemos en nuestro poder, esta profunda apología de la bondad del es-
píritu de la Santa, escrita de 1562 a 1561, por quien tanto la había tratado, y que es de las más
cabales y encarecidas que han podido hacerse de una persona cuando aun peregrinaba por este
mundo. Contra costumbre, no estuvo en lo firme el P. Ribera al afirmar (lib. IV, c Vj, hablando
de esta Relación, que, a lo que podía colegir, el autor de ella era de la Compañía de Jesús.
134 APÉNDICES
Dios en persona de menos fuerzas que nosotros. Refrescarse ha también
la memoria de las grandezas que Su Majestad comunicó en aquellos bue-
nos tiempos cuando tantos santos hubo antes de nosotros; y también,
si esta religiosa es santa, vendrános gran provecho eiicomendándonos
en sus oraciones y aprovechándonos de su favor. Y aunque estos sean
motivos bastantes para resolver esta dificultad, otra cosa muy impor-
tante se ofrece cerca de esto, que es muy necesaria para cualquier
cristiano avisado, y es de gran dificultad, que es dar orden cómo se
conozcan los que verdaderamente tienen visiones y revelaciones de Dios,
o cuando son engañosas en sí o en otras personas.
Esta sierva de Dios, doña Teresa de Ahumada, de niña comenzó
a tener muestras de gran devoción, y que Su Majestad la tenía para
que, dejado el mundo, le sirviese en la religión y apartada de conver-
saciones del siglo. Porque siendo muy niña, como oyese hablar del
cielo, y del gran gozo que hay para los buenos, y el mucho tormento
para los malos, como se hablaba en casa de sus padres de los már-
tires que con su pasión habían alcanzado tanto bien, deseaba ella ir
a tierra de moros a morir por nuestro Señor; y como vía que la
tierna edad no daba lugar a efetuar esto, íbase a un huerto de su
casa a hacer ermitas para apartarse del mundo; pero con algunas
compañías de niñas, que no alcanzaban tanto, sino esta vanidad tan
usada entre los mayores y menores. No crecieron sus deseos, hasta que
de diez y nueve años (1) fué Dios servido, por ejemplo de una monja
santa, que se metiese religiosa en el monasterio de la Encarnación
de ñvila, donde después de muchos buenos deseos y estorbos que
tuvo, así por no darse tanto a oración, como por no tener por malas
algunas conversaciones que la estorbaban a tratar y gozar mucho de
Dios, al fin, mirando mejor lo que convenía, avisada con enfermedades
y consejos de un fraile dominico, que la confesó, entendió cuan gran
embarazo era, no sólo para su aprovechamiento espiritual, sino tam-
bién para su salvación tener mucha amistad y familiaridad con per-
sonas que no trataban de veras de Dios. Y así, desechadas estas ma-
rañas, comenzó a tomar muy de veras el ejercicio de la oración, ejer-
citándose mucho en penitencia, en muchos rigurosos ayunos, siendo
muy obediente a su conefsor; y, según lo que adelante se referirá,
debieron de ser muchas y muy aventajadas las obras santas que esta
sierva de Dios hizo, pues tanto se le quiso Su Majestad comunicar.
Viniéronle cosas muy particulares, como parecerle verdaderamente,
a lo que ella sentía, que le hablaba Cristo Nuestro Señor, que la
enseñaba muchas cosas, que se le revelaban misterios y cosas muy se-
cretas, y que habían de venir, como cerca de las herejías d» Francia,
cerca de algunas cosas que había de hacer ella. También le parecía
que Dios le mandaba dijese algunas cosas a sus confesores y a otras
personas. Parecíale también que traía cabe sí al lado derecho a Nues-
tro Señor Jesucristo, que la andaba amparando y gobernando. Como
esta sierva de Dios se reconocía por tan flaca y miserable, tenía gran-
dísima pena, pensando que era engaño del enemigo, y que ella no
1 Ya hemos dicho que fué a los veintiuno y siete meses. La monja ?;anta de que habla
el P. Ibáflez, se llamaba D.a Juana Suárez. Cfr. Libro de la Vida, c. III, p. 16.
APÉNDICES 135
era tal que mereciese tanto favor y regalo de Dios, antes se lo
ofrecían sus pecados, y que por ellos Dios permitía fuese engañada
y atormentada. Ayudaban también a esta sospecha los miserables casos
que acontecieron entonces en estos Reinos, porque mujeres y personas
que parecían muy santas, y que frecuentaban mucho los Sacramentos,
fueron declaradas por burladoras y herejes, y con muy gran verdad;
y aun recibióse entre muchos, que algunas mujeres de las condenadas
habían tenido algunas ilusiones y apariciones del demonio, que habían
ayudado a su perdición, y con esto fatigábase mucho esta religiosa
y lloraba su acaecimiento. Juntamente con eso acrecentaba sus temo-
res lo que le decían sus confesores; porque certificaban era demonio
todo esto; y no solos los confesores, sino también otras personas muy
virtuosas y que trataban muy de veras de espíritu, la reñían y porfia-
ban que era engaño y que se apartase cuanto pudiese dello. Y todos
juntos van a ella después de mucho acuerdo y le dan esta resolución;
de suerte que todos cuantos supieron el caso en Avila por entonces, la
condenaban por cosa muy cierta.
Fatigábase también mucho esta persona, porque aunque ella procu-
raba de estorbar las visiones y razones que le hacían en la oración,
pero no podía resistirlas, y así estaba la más congojada del mundo,
viéndose como sin remedio, no pudiendo dejar de creer a sus confesores
y a los otros, que los tenía por letrados y muy acertados en cosas
de espíritu, y teniéndose a sí por muy ignorante y miserable. También
cuando le venían en aquellos arrobamientos las visiones y pláticas no
podía resistirlas, y pensaba que por sus pecados Dios la dejaba y
quería castigar. Son estos arrobamientos una manera que parece des-
amparar el alma al cuerpo y que nada se ocupa en obrar con los senti-
dos; es como llevada, y que ella no se va allá. Esta manera de eleva-
ción, lio sólo se halla en los buenos y por virtud divina, sino también
suele acontecer por obra del demonio; por donde no se convencían los
que trataban esta religiosa a pensar que era obra de Dios.
Tenía ella en estas visiones y elevaciones, cuando actualmente le
venían, gran certidumbre, a su parecer, que no eran del demonio, sino
de Dios; pero pasado aquel punto, como era temerosa de Dios y no se
creía a sí misma, tenía por cierto lo que los otros le decían; y aun de
aquí tomaban razón para pensar ser engaño; porque el demonio muchas
veces habla diciendo que es Dios y enviado del, y este es su camino
ordinario para engañar las almas poco avisadas; y aunque en con-
sejos, avisos y tentaciones entra con apariencia de bien, pero mayor
cuidado tiene de hacerse ángel bueno en visiones y apariciones.
ñsí a estos siervos de Dios, que determinadamente decían ser engaño
lo que a doña Teresa pasaba, como a otros que sin ser consultados en
este caso hablan condenando el caso, son muchas las razones y de harta
fuerza, que a quien no estuviere avisado en este hecho, con mucha apa-
rencia le traerán a despreciar la persona y sus devociones.
La primera es por ver cuántas ilusiones y mentiras se han visto
en personas que decían tener estas revelaciones y que Dios las hablaba,
y juntamente con esto se han visto hombres doctos y religiosos muy
engañados en aprobar estas visiones, como al mismo tiempo a ellos
mismos los enseñó. Pudiéranse traer expresados personas engañadas,
136 APÉNDICES
que tuvieron letrados que aprobaban sus cosas, y después vio el mundo
claramente su engaño, no obstante que parecían cosas de Dios, y que
para confirmar ser verdad, al parecer hacía Dios milagros, y estos en-
gaños muy particularmente acontecen en mujeres y muy pocas veces
en hombres; y como la razón mande que en aprobar o condenar siga-
mos lo que comunmente acontece, parece que se ha de condenar este
nuestro caso, pues tan ordinariamente salen los semejantes con burla
y engaño.
La segunda razón es, como las revelaciones y visiones sean mer-
cedes que Dios hace ordinariamente a sus siervos y varones santos que
tienen gran familiaridad con Dios, en saberlas bien conocer hemos de
seguir la doctrina y avisos de los santos, como si dijésemos que en
teología se han de creer los teólogas y en cosas de guerra los capitanes,
y en cada arte se ha de dar crédito a los que la tratan yexperimcntan,
y los santos han siempre enseñado que no se reciban por verdaderas
revelaciones, ni visiones, sino muy poquísimas, y con gran necesidad,
y que los que quieren de veras aprovechar en amar a Dios, no sólo no
las deseen, sino que las huyan como cosa dañosa regularmente; donde
viene, que muchos siervos de Dios apareciéndoseles, a lo que exterior-
mente se podría juzgar, ángeles y cosas de Dios, no las quisieron
recebir, como Fray Juan Hurtado dijo en una destas apariciones que se
le hizo estando en oración: «No quiero yo que se me haga a mi este
favor, que muy bien creo sin esos milagros». Y Casiano cuenta algunos
ejemplos cerca desto al mismo fin; luego desta doctrina y experien-
cia de los santos hemos de condenar estas visiones y apariciones, es-
pecialmente en tanto número como a esta religiosa le acontecen.
La tercera razón es, porque es cosa muy cierta que estas visiones
y apariciones, si son veraderas, son milagro; y para haber de recebir
alguna cosa por milagro, es menester gran necesidad; porque cosa
tan maravillosa no conviene que se haga sin mucha importancia, y ésta
no se ve aquí; principalmente, que los milagros ordénanse para con-
firmar la fe y dotrina que se predica en nombre de Dios, y esto todo
cesa en una monja encerrada, donde cuanto pasa es entre Dios y ella,
Y gran publicidad se requería en los milagros para confirmar la fe
contra los herejes. Ni más ni menos se requería para confirmar do-
trina del cielo; cuánto y más que a las mujeres póneseles precepto en
la Escritura que no enseñen; y así no parece haber razón para que tan
fácilmente se reciba en mujeres esta virtud de hacer milagros.
La cuarta razón, que también hace gran fuerza, es que no sólo
los santos, pero todos los sabios se ofenden mucho de que se publi-
quen las mercedes que particularmente les hace Dios, en especial cerca
de apariciones y visiones; aunque los santos las tenían hartas veces,
pero tenían gran cuidado de encubrirlas, y tenían por cierto que, si
las manifestaran. Dios les castigara y les privara de tanta merced. Y
aun parece claro que no se compadece la humildad con publicar cosas
tan grandes que particularmente Dios hace a sus siervos; porque la
humildad desea que todos nos tengan por malos y que tenemos injuriado
a Dios; los milagros y maravillas son muestra que estamos en privanza
y gracia de Dios.
La postrera es, que esto puede ser mentira y engaño; y no parece
APÉNDICES 137
razón que fuerce a que no sea tenido por tal; y así no se ha de
recebir por verdad; y aunque parezca por algunas razones ser verdad,
no se toma argumento bastante; porque los engaños del demonio son
de €sa suerte, que van tan vestidos de apariencia de verdad, que parece
no faltarles nada para ella; y aun mezcla muchas verdades para per-
suadir una mentira. Y si juntamente con eso dijésemos que aun los malos
pueden hacer milagros y tener espíritu de profecía, como el Señor dice,
no resta ninguna razón para tener esto por cosa verdadera y de autori-
dad, sino que en este negocio sigamos la experiencia de los antiguos
y su dotrina, que con tanta dificultad se hacían creer ser cosas seme-
jantes de verdad y de santidad.
Esto que tratamos fué negocio muy antiguo en la Iglesia, que parece
en muchos casos haber acontecido lo mismo que ahora tratamos, y por
evitar prolixidad contarse ha uno. Habrá ciento y cincuenta años, en
tiempo que se celebraba el Concilio Constanciense en la ciudad de Cons-
tancia en Alemania, que Dios en Sena de Italia levantó un gran espí-
ritu y heroica santidad en una mujer, que se llamó Caterina, que des-
pués fué canonizada, y llamada Santa Caterina de Sena. Llegó a tanta
privanza con Dios, que ella misma cuenta cosas increíbles al parecer,
sin comer, ni meter en su boca otra cosa sino el Santísimo Sacramento;
que venía Nuestro Señor, y le sacaba su propio corazón, y en su lugar
le daba otro, y otras cosas semejantes, que conforme a la razón son
cosas repugnantes; y como oyese algo dcsto un Maestreescuela de Pa-
rís, llamado Gersón, varón señalado en virtud' y dotrina, que nos dejó
muchas obras suyas de gran espíritu, escribió contra esto, y trató
muy de veras que se pusiese silencio en aquellas revelaciones, y tuvo
por cosa muy acertada que el Concilio en esto pusiese su autoridad,
condenando y reprobando esto; y también leemos, que otros más prin-
cipales, y muy cabidos con el Papa, contradijeron mucho a la bienaven-
turada, porque como no la trataron en particular, juzgaban sus cosas
por razones humanas, las cuales han hecho que ordinariamente la virtud
y los que de veras han tratado della hayan tenido gran contradición,
y hayan tomado por principal negocio persuadir que eran burladores, y
no hemos visto, ni leemos persona espiritual y aprovechada en amor de
Dios, que no haya tenido algunos que deshiciesen la estima y precio
que entre los hombres aquellos buenos tenían. Y en pena de los pecados
destos que son prudentes, a su parecer, y porque es cosa donde ellos
son sobrepujados en bienes tan grandes, como son estos regalos de Dios,
como no sufriendo superioridad con alguna envidia a su eminencia de
letras y manera de vivir, permite Dios sean engañados, y persigan lo
bueno, aunque con buen celo. Algunos suelen dar su parecer en cosas
semejantes contra la verdad. Desto se saca, que por tener esta sierva
de Dios alguna contradición en estos que la contradicen, no por eso
el varón prudente ha de tener por engaño el favor que Su Majestad a
esta religiosa hace; cuánto más que estos que perseveran en este errado
parecer son personas que jamás hablaron ni trataron a doña Teresa, ni
se han querido informar en particular de sus cosas, sino, por vía vulgar,
por algunas de las razones que pusimos arriba, se determinaron en esto.
También para entender mejor esta verdad que buscamos se ha de
advertir que hay muchas cosas que, tomadas ellas en sí, parecen malas
138 APÉNDICES
y las condenan todos; pero si se añade alguna circunstancia, hácese
aquella obra muy santa y virtuosa. Como quien dijese, si es lícito tomar
lo ajeno; todos responderán que es malo; pero si se añadiese que se
tomaba lo ajeno para bien de su dueño porque no se matase o matase
a otro, clara cosa es que será cosa muy santa. Por la misma razón,
creer revelaciones y visiones frecuentemente no es cosa de mucho aviso
y prudencia; pero en algún caso particular y con algunas circunstancias,
cosa muy acertada es.
Es también necesario considerar que ningún tiempo ha habido en el
mundo donde Nuestro Señor no haya tenido algunas personas con quie-
nes tuviese gran familiaridad y declarase y revelase muchos secretos
y cosas que Su Majestad determinaba hacer. Esto está muy probado
en la Sagrada Escritura por las revelaciones que leemos hacía Dios
a flbraham y a aquellos santos de la ley natural y de la ley vieja,
y mucho más en la ley de gracia, donde ha habido infinitos santos
y profetas y revelaciones. Pero es muy manifiesto el testimonio del
profeta ñmós, donde haciendo razones para probar que Dios le enviaba
a los judíos a decir algunos avisos y castigos que Dios les había
de enviar, dice: ¿Por ventura hará Dios alguna cosa sin revelarla a
sus Profetas, y sin darles parte de ella? Como si dijera, que precia
ITios tanto a los hombres, que como ellos se huelgan tanto de saber
secretos, y es parte de amistad decir sus cosas y secretos al amigo,
esa ley quiere Dios guardar con nosotros. De aquí se infiere, que
todo el tiempo que el mundo durare, no fallarán profetas, y privados
de Dios en la Iglesia. Habrá en unos tiempos más que en otros;
pero siempre los habrá; y ordinariamente son estos a quien Dios
les hace grandes favores, hombres muy dados a oración, y a contem-
plación, y quietud. También se ha de advertir mucho que aunque en
tiempos pasados, que fueron más cercanos a la Pasión de Nuestro
Señor, haya habido más número de santos y comunmente fuesen más
santos, y más enriquecidos de bienes espirituales que no en estos
nuestros miserables tiempos; pero con todo eso no hay duda sino que hay
algunos, que aunque están ocultos y su Divina Majestad no los quiere
declarar al mundo por sus pecados, pero que son tan aventajados en la
virtud como algunos y como muchos de los pasados; porque tienen
tanta oración como ellos y se emplean todo cuanto pueden en servir
a Su Majestad; y Dios no es acetador de personas, sino que como
al que se apareja le da su amistadj y no al que no quiere aparejarse,
así también a los que igualmente se aparejan, sean los que fueren
y estén donde estuvieren y en cualquier tiempo, les da Dios igual gracia.
Y también hay otra razón, que como por bien de su Iglesia Dios da
santos para que con sus oraciones e intercesión aprovechen a los oíros y
aplaquen la ira de Dios, que amenaza al mundo; como estas necesidades
se ofrecen también en estos tiempos, y aún mayores que en los pa-
sados, conviene a la Providencia de Dios que dé a su Iglesia algunas
personas tan privadas con él, que le aplaquen al tiempo de sus
necesidades.
Destas consideraciones se toma una gran razón para lo que
hemos de tratar. Que como ahora tenga Dios algunos santos en la
Iglesia, no es razón que nadie se ofenda, cuando en particular señala-
APÉNDICES 139
ren algún santo los que le conocen y han tratado, porque no puede
haber santos, si no es que algunos en particular lo sean. Y si ha
de haber algunos santos, y por tales los hemos de tener, aquéllos
han de ser que tienen en su vida y manera más muestras y señales
de santidad. Y habiendo duda si es verdaderamente de Dios alguna
revelación, o maravilla que de alguna persona oyéremos, muy gran
argumento es para creer que es verdad y de Dios saber que vive
con gran perfeción cristiana.
Muchos han trabajado por dar señales y conocimiento si el es-
píritu que parece bueno lo es, y si la revelación que parece del cielo,
verdaderamente es de Dios; y con toda la dotrina que enseñaron, no
se puede bien atinar en particular, pues sabiendo todas aquellas maneras
para conocer esta dificultad, se han engañado muchos. Y Qersón que
más habló en abrir camino para esto, poniendo tantos documentos, vino
a burlar de las visiones y revelaciones que Santa Caterina de Sena
tuvo, guiándose por razones naturales, y por estas ciencias humanas. Y
aunque ayuden algo estas dotrinas para eso, y la razón natural, pero
no son bastantes para determinadamente reprobar y condenar cosas
tan maravillosas. Lo uno, porque hay muchos secretos en las ciencias.
que nosotros, por mucho que estudiemos, no los podemos alcanzar; y
son más las cosas que ignoramos, aun en estas cosas que cada día
traemos entre manos, que no las que sabemos. Lo otro, porque en
sus santos obra Dios muchas cosas milagrosamente que van sobre
nuestra razón natural. Pero con todo esto pondremos algunas vías y
maneras que sean muy ciertas, y dellas sacaremos la verdad que
buscamos.
Para lo cual se ha de entender que, como los corazones de nuestros
prójimos nosotros no los podemos conocer en sí ni verlos, hemos de
buscar otro medio para saber si son buenos o malos, y éstos son los
efetos y el fruto que viene de nuestros corazones; y así como la en-
fermedad interior del cuerpo el médico la conoce por su efeto, que
es el desconcierto del pulso, así también la verdad interior del alma
y su sanidad se conoce en alguna manera por las obras y concierto que
en sus cosas muestra. También es de considerar, que como estas revela-
ciones y visiones no pueden ser sino buenas y verdaderas, o malas y
mentirosas, como lo bueno y verdadero sea de Dios y el pecado y en-
gaño nazca del demonio, por la condición y ingenio de Dios hemos de
sacar, cuando hay duda, si aquello viene de Dios. Y por las mañas y
astucias de que usa el demonio hemos de colegir si es cosa del demonio,
y así se ponen estas reglas para conocer esto.
La primera, cuando aquella persona a quien se hacen estas revela-
ciones! siente en ellas y después dellas menosprecio de sí y conocimiento
de sus faltas, y que se rconoce por más flaca y miserable que a los
otros, es manifiesta señal que aquella revelación es verdadera y de Dios.
Esta señal se halló en todos cuantos siervos de Dios ha habido en el ¡mun-
do y faltó en todos los burladores que el demonio les engañaba. De las
verdaderas visiones y revelaciones seguíanse bienes para los prójimos y
edificación dellos; de las que eran obra del demonio han venido hin-
chazón y admiración en los que las sabían, y no otra cosa; y como un
fuego por donde pasa calienta y abrasa, y un hielo enfría y quita el
140 APÉNDICES
calor, así también cuando Dios viene a un alma por visión o revelación,
deja alguna impresión de lo que él causa y desea en las almas, y esto
es humildad y amor, y el demonio pega soberbia y inquietud. Esto
claramente vemos en Nuestra Señora, y en Santa Isabel, cuando tuvie-
ron aquellas revelaciones, y a Nuestra Señora le apareció el ángel. Dice
la Escritura, que Nuestra Señora quedó turbada con la salutación del
ángel, reconociendo que aquella gran embajada y salutación, a su
parecer, excedía su dignidad y merecimientos; y Santa Isabel, luego
cuando vio a nuestra Señora y fué llena de espíritu de revelación,
dijo que no era ella digna para que la Madre de su Señor viniese a
ella; y todo lo contrario se ha visto en las personas que engañadas del
demonio han tenido estas ilusiones.
Segunda regla. Para conocer si algunas visiones y revelaciones son
de Dios o del demonio, es ver si, recebidas estas cosas, mueven a aquel
a quien son hechas a recogimiento y despeganiiento de cosas y nego-
cios. Porque si se sigue después desto huir el mundo y que no le
traten ni le precien, sino estarse muy olvidado y descuidado del mundo,
es cosa muy clara que es de Dios y no engaño lo que se recibió.
Pero cuando estas visiones y revelaciones tienen libertad y querer
andar a ser visto y admirado del mundo y que vean cuántas mercedes
le hace Dios, o que al tiempo que le viene alguna operación maravi-
llosa al parecer de los hombres, admiten a unos y a otros no, o
quieren que sea en lugar donde todos le vean y en tiempo que muchos
concurran a ello, no se dude sino que es engaño. Pongamos en común
algunos ejemplos, sin nombrar a nadie. Tuvieron algunos visiones y
apariciones; luego en recibiéndolas mudaron manera de vivir, y se
fueron a los yermos, y otros se metieron monjes o frailes, dejando
el mundo. Aqueilo fué cierta señal que Dios entendió en aquella obra.
Hubo otras personas que tuvieron visiones, y luego vinieron a dejar
el mal estado que tenían; colígese que era de Dios aquella obra.
Otras personas, al revés, tuvieron visiones y hablas que parecían ser
de Dios; después de recibidas, vinieron a dejar la soledad que tenían,
a frecuentar las plazas y muchedumbre de hombres, y a querer ser
vistas en las cortes de los reyes, es cosa muy clara que no es de
Dios. Hemos visto también, que después de algunas revelaciones y
visiones, han querido que les viniesen algunas maravillas donde las
viesen y admirasen, como que al tiempo de la misa estuviesen allí al-
gunos caballeros y principales, para que viesen cómo se elevaba de
tierra y estaba en éxtasi arrebatada, y que los demás que eran pobres
o gente común no viese aquello. La razón para esto es que la soberbia
quiere que todos le precien a quien está con ella, todos hablen del,
se admiren de las grandezas y singularidades que él tiene y no
los otros, y precia el mundo a que tiene esto; y el amor y espíritu
de Dios y la humildad huye todo esto y no quiere sino que todos le
menosprecien. Esta señal, y manera eficaz para conocer cuál es la ver-
dadera revelación, y visión, y verdadero espíritu de Dios, tiene grandes
razones, y documentos de los Santos, y fundamento en la Escritura,
pero por brevedad se deja de traer más. Baste aquello del Profeta
Isaías que dice: Mi secreto para mí. Como si dijera; El regalo y
favor que Dios a mí me hace para mí, no ha de ser publicado, ni
APÉNDICES l'tl
querer ser manifestado. Es verdad que algunos santos que llegaron a gran
privanza con Dios fueron mandados por el espíritu de Dios que hicie-
sen cosas en virtud de Nuestro Señor, por donde vinieron a ser cono-
cidos por grandes siervos de Dios; pero ya en este caso ellos por su
voluntad no querían ser declarados por siervos de Dios, sino forzados
a obedecer, venían a hacer aquella manifestación; mas cuando esto
acontecía, ellos no se publicaban por ganar crédito y autoridad con el
mundo, sino por buscar la gloria de Dios, obedeciéndole en aquello
contra su descanso.
La tercera manera para conocer verdaderamente si estas revela-
ciones y visiones son de Dios o engañosas, es si aquella persona a
quien se hacen es muy dada a oración', o si es poco ejercitada en ella,
y ver también si en sus palabras, y tratas y conversación muestra amor
de Dios, no aparente, sino verdadero» y que por tal se conozca. En lo
primero, que es la oración, hallamos claramente ejemplos en la Escri-
tura, como cuando Rebeca no tenía hijos, fué a consultar al Señor, y
hízosele revelación que había de parir dos hijos, y concebirlos junta-
mente, y la calidad dellos; aquel consultar al Señor fué por oración,
y así se entendió ser verdadera profecía y revelación. A Samuel, estando
en la casa de Dios en Silo, le fueron hechas aquellas hablas tantas
veces; a Ana Profetisa, que vio a nuestro Señor niño, cuando le pre-
sentaba i!j líeina de los Angeles en el Templo, dice primero San Lucas,
de cuan gran oración era, y que nunca faltaba del Templo. Y para
probar esto basta decir, que nunca jamás persona dada mucho a ora-
ción y perseverando en ella, fué engañada del demonio, sino muy cora-
batida del para dejar la oración. Es verdad que algunas personas ha
habido engañadas, y que vinieron a grandes males en la fe, y come-
tieron otros vicios, y que parecían muy dadas a oración, pero sin falta
ninguna; no era así, sino que eran muy dadas a mucha parla, y aficio-
nadísimas a personas que no les aprovechaban a medrar en la virtud.
Porque es cosa muy averiguada que la oración, hecha como se ha de
hacer, allega y aficiona mucho a Dios y desapega desfotras amis-
tades que no traen provecho espiritual y no se ordenan a esto. El
demonio también es excluido grandemente por el amor de Dios; no
hay cosa que más aííorrezca; y por eso, cuando hay alguna visión
o revelación para enamorar a Dios, es imposible que el demonio
tenga parte ni operación en aquello; y como este amor de Dios se
alcanza con mucha oración, lo que más principalmente procura el
demonio es quitar la oración; porque, cesando ella, el favor y ayuda
de Dios nos deja y quedamos llenos de flaquezas.
La cuarta razón es cuando una persona, a quien estas revelaciones
y visiones se hacen, tiene gran cuidado de informarse de otros que
tienen ciencia y buen parecer en aquello o en otras cosas semejantes;
principalmente dando parte dellas a sus confesores, y declarándose-
lo todo y no ocultando nada dello, es cosa cierta que no hay engaño
ninguno, haciendo lo que ellos quieren y le aconsejaren.
Esta es una verdad muy manifiesta, así por experiencia como por
razón. Leemos en las vidas de los Padres y de los Santos, que algunos,
a los principios que trataban delicadamente con Dios, el demonio
les hacía mil engaños con visiones y invenciones, y parecían cosa de
142 APÉNDICES
Dios; pero los que usaban de este remedio de ir luego a dar parte
de lo que pasaba a sus mayores, Dios les alumbraba por sus siervos
y les guiaba para que conociesen el engaño si lo era; y los que por
su juicio y parecer eran guiados, venían a ser muy engañados. Esta
también es gran razón para ser esto cierto, porque Nuestro Señor
no deja a nadie sin remedio; y quien con buena intención y deseo
de no ser engañado usa de los remedios que Dios tiene puestos,
es la fidelidad de Dios y su bondad tan grande que no le dejará
ser engañado; y aunque se puedan hallar algunas ignorancias en los
siervos de Dios entretanto que están en esta vida, pero cuando el
demonio viene a engañar con visiones e ilusiones; para que no peque
aquel a quien son hechas, es menester que entienda son del enemigo;
y así cuando hace lo que en sí es para ser desengañado, Dios le
favorecerá para que lo entienda. Hay también en esto, que cuando
una persona no se cree a sí, sino que lo consulta con quien lo en-
tiende, queriendo tomar su parecer, ejercita un acto grande de hu-
mildad, por donde merece que Nuestro Señor le socorra y no la deje
engañar. Si lavar los pies, y servir a otro, y preferirle a nosotros,
es gran humildad, mucha mayor es, rendir a otro nuestro entendimien-
to, que es la mejor potencia que Dios nos imprimió en el alma.
Desta verdad se sigue, que cuando alguna persona tiene alguna vi-
sión o revelación, que puede ser de Dios o del demonio, no querer
esta persona dar parte a otro que entiende en aquel negocio, sino
que por sí mismo aprueba aquello, por la poca humildad que tiene y la
poca" diligencia que aplica para alcanzar la verdad, es de creer que
es engaño del demonio; porque Dios humildad pega cuando viene
a nuestras almas, y reconocimiento grande de nuestra flaqueza y miseria.
Este descubrir a otro nuestra tentación y trabajo para seguir su pa-
recer, es gran remedio para vencerle.
El quinto medio para alcanzar la verdad en estos casos, es el
parecer de aquellos que más entienden en aquel caso y también de
nuestros propios confesores, a quienes nos descubrimos, para ser guia-
dos en la verdad. Quiero decir: viene una persona, y con algunas
visiones y revelaciones que se le hacen, viendo cuan miserable es,
se aflige, temiendo que Dios le quiere desamparar; cuando esta per-
sona fuere con humildad y deseo de saber la verdad a su confesor,
y aquellos ',ue mejor parecer le pueden dar en el caso, según la
opinión que en el pueblo hay de aquel negocio, aunque otros digan
lo contrario, no tema, ni deje de creer el cuerdo, sino que aquello es
verdad, y que no hay falta en ello. Hay en todas las cosas humanas
diversos pareceres, por haber diversos entendimientos, diversos deseos,
y por no tener igual relación y conocimiento del negocio que se trata,
y como la verdad sea una, y ellos sean contrarios, no puede estar en
poder de todos, sino de los unos; estos son los confesores, con aque-
llos que tienen mejor parecer, y que por persuasión del propio con-
fesor son consultados; y así como en otra cualquier cosa, después de
tener el acuerdo de nuestros confesores, y de aquellos que lo saben
mejor, es imprudencia tratar más dello, en especial con los que
menos saben; así también en lo que tratamos, cuando estuviere muy
asentado por los confesores de aquella persona, y de otros que en-
APÉNDICES 145
tienden más en este punto, esta tal persona no tiene por qué in-
quietarse más en querer certificarse más de otros, porque hay muchas
faltas en seguir esa determinación, y ningún provecho se sacará
della. Donde se han de avisar dos cosas: la una es que en esto
que tratamos, y cerca de cosas de ánima, que no son contratos, sino
tentaciones espirituales, no se tiene buen parecer con sola teología
escolástica, sino requiérese alguna noticia de cosas espirituales y de
perfeción, que no se disputan en escuelas, sino que tienen particular
dificultad en sí, y para entenderlas es menester haber tratado o leído
cosas de vida espiritual; y sin haber pasado por ellas no se entienden,
por muchos argumentos que se estudien. Esta otra ciencia es afectiva
y va por sus principios, que no se pueden tanto declarar, sin los
experimentar; y así muy poco importa que teólogos que no saben
por experiencia cosas de oración, hablen o reprueben esto que trata-
mos. Lo segundo es, que cuando aconteciese que todos los confesores
del que tiene o ve estas revelaciones y visiones, y todos los que han
sido consultados sobre ello viniesen a aprobarlo por verdadero, y que
no había engaño en ello, no había ya dudar ni tratar otra cosa, en
especial si fuesen consultadas sobre este negocio personas de cien-
cia y de gran vida y santidad, como se dirá haber acontecido en lo
que tratamos.
El sexto camino para atinar bien en esto que buscamos, es si
aquella persona de quien tratamos ha tenido grandes contrariedades
y persecuciones en sus cosas, y sin haber hecho cosa alguna entre los
hombres por donde le hubiese de venir tanto mal; y también si en
la persecución que ha tenido en tiempos que le venían estas revelacio-
ciones ha sido afligida por los buenos, que con buen celo y deseo
de acertar la reñían y perseguían. Esta regla es muy verdadera, porque
cuando una alma trae cuidado de servir a su Dios y de su salvación,
cuando !e viene la tribulación y trabajo, si se toma con paciencia, dice
la Escritura, que Dios vive y está aposentado en aquel corazón. Pues
estando Su Majestad dentro de nuestn alma, no es de creer que el
demonio esté apoderado de nosotros ni tenga por entonces poder para
destruirnos; antes es argumento que aquello que padece la tal alma
es consolación enviada de Dios en premio del trabajo que había en-
viado a aquella persona; porque no acostumbra Nuestro Señor a en-
viar en pago de la paciencia que hemos tenido, algún engaño del de-
monio. Tenemos ejemplo claro en Job. Permitió Dios al demonio que
atribulase a Job y le hiriese en hacienda, hijos y en su propio cuerpo.
Llevólo con mucho sufrimiento; viniéronle después unas visiones y
revelaciones, que fueron muy verdaderas del mismo Dios, en las cua-
les mientras no tuvo entrada el enemigo, y como el trabajo y perse-
cución es camino por donde Dios limpia el alma, y la purifica y la
enseña su dotrina para que no sea engañada, cuanto mayor fuere la
tentación y trabajo, más parte le cabe del favor de Dios para no ser
engañada. Y la cumbre de la persecución en los que tratan de sal-
varse, es ver que los siervos de Dios y los buenos les contradicen,
y les humillan y los persiguen. Porque les viene entonces una gran
desconfianza de Dios; temen, que pues los siervos de Dios la fatigan
g la condenan, que Dios, que gobierna aquellos buenos y por quien
14^ ftPENDICES
los buenos deshacen aquella persona, tiene ya desamparado al pobre
afligido. Principalmente cuando los confesores, los predicadores, los
que son tenidos por más santos, contradicen y persiguen al que de
veras trata de salvarse; porque cuando los que no son tales hacen
daño, es muy gran consolación ver que los ministros del demonio
nos hacen mal, que es como si el demonio por sí, de envidia de
nuestra virtud, nos viniese a molestar para tentarnos, no para con-
denarnos.
Otra manera hay de conocer esta diferencia de revelaciones que,
aunque en parte la puedan conocer todos, pero enteramente solos los
confesores y los que tratan la conciencia de aquel alma; y es la
puridad de su conciencia y la entereza en la virtud. Para declarar
esto, base de advertir que el hombre puede engañar a otro haciéndole
entender que es bueno, así en la confesión, como fuera de ella; pero
a todos los que la tratan y confiesan no puede ser ordinariamente que
sea mala, y que algunos con quienes ella trata no descubran algo de
sus flaquezas; porque no se puede tanto disimular y encubrir la maldad
de la voluntad, sin que en algo no se entienda de los más avisados,
especialmente cuando trata su alma con muchos y hombres doctos y
avisados, y cuando dentro de su misma casa hay personas desaficionadas
al vicio y desean y procuran mucho entenderle para remediarle y pu-
blicarle. Este camino de oler si hay engaño en revelaciones, es muy
seguro y eficaz; porque los regalos que Dios recibe en los hombres
son de los que guardan sus almas muy limpias y apuradas del pecado.
Estos son los que con gran ánimo triunfan del demonio y con gran
confusión suya le acocean, y así no osan tanto acometerles. Es tan so-
berbio el enemigo, que por no verse tan corrido y vencido, no osa
acometer tantas veces a hombres tan aprovechados, que tienen limpia
conciencia, y por la envidia que tienen a la corona que se gana re-
sistiéndoles, no quiere tan fácilmente acometer a estos que son gran-
des y de mucha virtud. También es aquí de notar, que los santos
que fueron regalados de Dios, aun en esta vida, con visiones y reve-
laciones, por tener tanta puridad de conciencia les hizo Dios aquel
favor; y así donde hubiere mucho de tan gran bien, es de creer
que Dios quiere muy familiarmente tratar con aquella alma. Y como
Su Majestad dice por San Mateo, que los limpios de corazón sou
los que han de ver a Dios en la bienaventuranza, también se colige
de aquello que los más limpios de corazón ven más de los secretos y
maravillas de Dios, aun en esta vida, como por razones muy bastan-
tes se prueba.
La otava vía para conocer si es espíritu de Dios o del demonio el
que anda en estas visiones y revelaciones, es ver lo que sacan y medran
aquellos que conversan familiarmente aquella persona y los que la
hablan. Porque, como los santos enseñan, esta diferencia hay entre la
gracia con que estamos en amistad de Dios y entre las gracias que se
llaman dadas de gracia: que aquella gracia por donde somos amigos de
Dios, dase para bien de nuestras almas, justificándolas y haciéndolas
divinas; pero las otras comunícalas Dios para aprovechar a los próji-
mos y traerlos a amor de Dios. Donde se sigue, que como las reve-
laciones y espíritu de profecía se cuenten entre aquellas gracias dadas
JIPENDTCES 1^5
para bien de nuestros prójimos, cuando vienen buenos efetos en edifi-
car a los que tratamos y encaminarlos a Dios, y esto no es particular
con uno, sino con todos en lo que hubiese duda si era verdadero don
aquél o no, quítase muy claramente con esto. Esto tenemos muy expre-
sado en San Mateo, donde Su Majestad amonestaba tuviésemos gran
recato en guardarnos de los falsos profetas; y para que no errásemos
sobre este aviso, pone que se tenga atención a los efetos de los Pro-
fetas, que así sabremos muy bien diferenciarlos; si lo que proviene de
las revelaciones o profecías fuere libertad, soberbia o buen tratamiento
y regalo, no es de Dios, sino el demonio se enviste en ángel de
luz para engañarnos; y cuando hubiese muchos buenos efetos, si ul-
tiniadaraente se conoce alguno, el enemigo es aquel que más delicada-
mente nos quiere engañar. Pero si todo lo que de aquello resulta es
bien i) aprovechamiento de todos con cuantos trata, ciertamente es de
Dios; pues sola una señal que dejó Su Majestad para esto se ve
tan notoriamente cumplida en aquella persona. Visto hemos, y siempre
ha habido algunos, quo parecían ser privados de Dios, y haber recibido
particulares dones de Dios para muy buenos efetos, y advirtiendo bien
en ello, no se hallaba sino un admirarse y un contento curioso de
haber visto cosj semejante en los Apóstoles y siervos de Dios era ver
a estas personas quedar con gran aprovechamiento, con buenos deseos,
con gran determinación de rendirse a Dios.
La nona manera de aclarar con seguridad y certidumbre esta duda,
es ver lo que se le liabla y revela a esta persona, a quien le
son hechas estas visiones y revelaciones; en lo cual puede haber dos
cosas. La una es, que aunque aquella persona diga a otras algo de lo
qu3 ve o oye, pero encubre algo, y no lo quiere manifestar o no lo
quiere decir a personas doctas, sino huye dellas y trátalas con igno-
rantes; hallamos en esto, cuando aquel a quien se hacen las revelacio-
nes no sabe letras; porque si fuese letrado, otro negocio sería. La
segunda es cuando en aquellas revelaciones hay cosas impertinentes,
curiosas o no de tanta edificación; porque en estos dos casos no hay
que disputar ni dudar, que notoriamente son razón bastante para tener
por malas aquellas revelaciones y espíritu; pero, al contrario, cuando
muu llanamente se cuentan y refieren a todos los que pueden bien ju/gar
y entender aquello, y sin dejar ni encubrir nada, y todo ello es muy
asentado, muy seguro, muy sin sospecha de mal, y que es en particular
lo que la Escritura en general enseña a todos, no hay que temer, sino
recebirlo como si manifiestamente nos viniese del Cielo aquel recaudo.
Es un ejemplo notorio sacado de la doctrina de Cristo Nuestro Señor:
cuando alguno se recata en su dotrina de personas doctas y cristianas,
dice el Evangelio que por el mismo caso se desprecie aquella dotrina,
aunque parezca muy buena. También si no viene con las verdades reve-
ladas de Dios, por el mismo caso se ha de huir dello.
Otra manera hay para sacar bien esta verdad, y es si aquellos
que con mucha atención han querido tratar a la persona que tiene
estas revelaciones y ninguna cosa han hallado en su trato y conversa-
ción oue no sea de muy entera virtud', y llegando con duda, se les ha
quitado con el tratar y oir a la tal persona, y ningún rastro de vani-
dad ban hallado en su conversación y palabras, es razón clara que
II 10
146 APÉNDICES
aquello es verdad cuando todos lo experimentamos; que a un predica-
dor, si es vano, en un sólo sermón se le echa de ver; y si alguno
es avisado y docto, en una vez que oiga a otro le cala las entra-
ñas y le ve de qué peca. Cuando a una persona, especialmente si es
llana y trata sin doblez a todas cuantas personas la hablan y con-
versan, la hallan tan entera en la virtud y sin ningún género de duda
ni sospecha de que haya engaño, no hay que temer, sino reconocer que
es de Dios lo que ve y oye en aquellas revelaciones. Oidose han
algunas personas que muchos las tenían por santas y buenas y creían
en sus apariciones y revelaciones; pero otros, que eran prudentes, mirá-
ronlo mejor y vieron razones para condenar aquello, y así fué conde-
nado después; pero cuando todos, y más los que más saben, aprecian
alguna persona, no hay duda sino que es Dios.
La última razón y vía para asegurar esto, es entender qué hace
el demonio con aquella persona. Si le hace aplauso u muestra algún con-
tento 'con ella, muy mala señal es; pero si la persigue y le hace males
y se le muestra horrible para espantarla y maltratarla, es cosa ciertd
que él no tiene ni posee aque' alma; porque a solos los siervos de Dios
quiere espantar y con amenazas engañar el demonio. Y en esta diferen-
cia ha aparecido hasta ahora a los santos y a los malos el demonio:
a los buenos horrible; a sus amigos, ya engañados, apacible. Y si cada
una destas razones y reglas es bastante para sin atrevimiento decir y
determinar que alguna persona tiene verdaderas revelaciones y apari-
ciones, ¿cuánto más será esto cierto si todas ellas se hallan en esta
persona de quien hablamos?
En el aplicar todas estas reglas a esta sierva de Dios se podía
hacer muy gran tratado, porque había en cada una dellas muchas
cosas que decir; pero con brevedad contaré algo de lo mucho que
hay. En lo primero, de la humildad y menosprecio de si, todas sus
hablas, sus cartas, sus cosas, van llenas de humildad, deseando gran-
demente que sus faltas y miserias pasadas todo el mundo las viese
y las hablase, molestándose también muy mucho de que la tengan por
buena; y a los principios, cuando le comenzaron a crecer las mer-
cedes de Dios, moríase en que nadie entendiese cosa dellas, porque
no sospechasen que era buena. Nunca se ha creído a sí misma, con
tener muy buen entendimiento; siempre se ha querido gobernar por
el parecer ajeno, ñmicísima de entender en los oficios más bajos y
humildes; y certifícanme sus compañeras, que cuando ella es cocinera,
la semana que le cabe, que ninguna necesidad padecen en casa, y
que se nota mucho cuan bien las provee Nuestro Señor la semana
que ella les ha de guisar de comer (1). Y tan gran pobreza como ella
quiere, no habiendo de ser vista de nadie, que no pueden salir, ni
1 En los comienzos de la fundación de S. José, la -Santa no admitió freilns o legas,
U por lo mismo hacían la cocina por semanas las religiosas de coro. Fra fama entre las
primitivas Descalzas de Avila que la Santa cocinaba con un gusto muy exquisito las po-
bres viandas de que disponía, y a pesar de la escasez extremada en que vivieron los pri-
meros años, la semana que estaba ella de cocina nunca faltó nada de lo necesario. Aun se
conserva en el convento la cocina donde se quedó arrobada con la sartén en la mano, con
peligro de verter el único aceite que había en casa, lo que ocasionó no poca fatiga a Isa-
bel de Santo Domingo, que a tal sazón entró allí.
APÉNDICES 147
nadie las habla, sino personas que tratan de espíritu, argumento claro
es de su gran humildadl y más con haber ya aprovechado grandemente
y haber mucho que Dios la habla. Y aunque a los principios cuando
Dios se quiere asi comunicar no se conozca bien claramente si es
Su Majestad el que habla o si es engaño, pero ¡ja andando más
en las revelaciones, distintisimamente y con gran certidumbre se co-
noce que es Dios, aunque no vean la esencia de Dios, como Jeremías
decia: «En verdad Dios me envía a vosotros, y yo sé que 51 me ha
hablado lo que os tengo de proponer, y soy enviado del»; con todo
esto, ninguna cosa se le revela ni le habla que no dé parte della a
su confesor o algún letrado, a quien ella escoge para con más seguridad
tratar su conciencia y estas cosas. Quiero contar algunos casos de
gran humildad que ha pasado esta persona.
Antes que entendiesen bien sus confesores el espíritu de Dios en
D.3 Teresa, por algunas razones que tuvieron, determinaron de ha-
blarla, diciéndola que como cosa muy pensada y alcanzada tenían to-
dos ellos (que eran muchos los que trataban esto), como la vían tan
afligida, que era engaño del demonio, y que el remedio era que, pues
ella no podía resistir, que cuando viniese el que la hablaba que le
diasG muchas higas y se santiguase, no ostante que ella sentía gran
aprovechamiento interior con aquellas hablas y apariciones que le eran
hechas (1). Ella determinó de obedecer; aunque ella entendía era cosa
de Dios, no quiso creerse; pero sintió mucho que la obediencia la
pusiese en necesidad de tratar así a su Maestro y Esposo, y comenzó
a llorar, y así rogaba a Su Majestad no la dejase engañar del de-
monio, y suplicó a San Pedro y San Pablo, porque era su fiesta
entonces, que la favoreciesen en que no fuese engañada. Víalos des-
pués cabe si muchas veces al lado izqiiierdoi, ;j que la aseguraban no
la dejarían engañar. Y como vino otra visión de Cristo y ella comenzó
a hacer lo que le mandaban sus confesores, pero suplicábale a Cristo
la perdonase, pues ella hacía aquello por obedecer a sus ministros;
respondíale Nuestro Señor que no se le diese nada y que hiciese lo
que le mandaban, pero que El haría que se entendiese la verdad. Y como
ellos andaban errados entonces, también tomaban remedios errados, y al-
gunas veces le mandaban no hiciese oración, porque estando en ella
le venían estas cosas, y entonces se mostraba muy enojado, y decía
que les dijese cómo aquello era tiranía, y comenzaba El a darle ra-
zones para que aquello no era engaño. Escribíle yo cómo por ventura
iría a verla una señora muy principal que estaba muy persuadida de la
verdad en este caso; estuvo con gran pena por ver su poquedad y que
le sería gran tormento ser vista de grandes señores, especialmente con
esa razón, que pensasen que era buena. Respondióle Nuestro Señor
que no estuviese penada de aquello, que convenía conociesen las mer-
cedes que de Su Majestad recebía, y que a los que la hablasen de
esos señores y grandes en el mundo que les hablase con libertad y lla-
neza, que ella no los había menester a ellos y ellos a ella sí. Yo
le importuné en un tiempo tratase con Su Majestad si le serviría
1 Véanse el capitulo XXIX u sÍQUÍentes del Libio de la Vida.
148 APÉNDICES
yo más en cierta parte, y como yo deseaba (que no es para decirlo
yo, ni para traer cosa mía en tratado de mujer tan santa), y respon-
dióme que en ninguna manera le hablase de aquello, porque con pa-
sar lo que yo sabía de las grandes mercedes que Dios le hacía,
si pensase preguntarle algo, ni de lo que a mí me toca, creería que
se había de abrir la tierra y que se había de condenar por aquel atre-
vimiento. En fin, su humildad es cosa increíble, como darán testi-
monio los que más la tratan.
También en la segunda regla se ha visto esta verdad, porque des-
pués que Su Majestad le hizo tanta merced de tratarla tan familiar-
mente, no ha tratado sino de recogerse lo más que una monja puede
en esta vida, como se ve en su casita; que ha sido una cosa de gran
admiración ver cómo emprendió este negocio de hacer aquella casa
de San José, y cómo ha salido con él. Como testigo de vista, digo
que notoriamente se ha conocido favorecer Dios a esta señora en
este caso, y que todo cuanto podemos decir en cerf: car su santidad,
es verdad. Hízola con expresa revelación del Señor, que tuvo muchas
veces, y la gran santidad que en aquella casa hay, da buen testimonio
desto, y tengo por cosa muy averiguada que ha de ser de gran nom-
bre en santidad. Estando un día después de haber rezado el himno de
Veni, Creator Spiritus, y habiendo estado casi dos horas en oración,
vínole un arrobamiento muy súbitamente, y con tanto ímpetu, que casi
la sacó de sí, y entendió estas palabras: 'Ya no quiero tengas con-
versación con hombres, sino con ángeles» (1); y fué el primer arroba-
miento que tuvo; y así quedó espantada, aunque consolada en gran
manera, y vino de tal suerte, que no pudo dudar sino que era de
Dios, cierto. Desde entonces certifica esta sierva de Dios, que nunca
ha podido tener amistad particular con ninguna persona, aunque fue-
sen deudos, sino con aquellas que ella entiende tratan de servir a
Dios de veras.
En la tercera señal darán testimonio grande las compañeras que
viven en la misma casa, que nunca jamás entiende sino en oración
o cosas della. Yo le pregunté un día que me dijese cómo gastaba
el tiempo, y pensaba yo que tenía algunas horas de oración, y que lo
demás gastaba en otros ejercicios. Respondióme, cómo yo trataba lo
dificultoso, y que le daba pena de su conciencia, que no se podía ima-
ginar persona enamorada tanto de otra, y que no se pudiese un punto
hallar sin lo que amaba, como ella era con Nuestro Señor, consolándo-
se con El, y hablando siempre del y con El. En la cuarta regla,
es verdad que ha tenido grandísimo cuidado de informarse de todos
cuantos buenos letrados estaban y pasaban por Hvila, sin dejar uno,
especialmente de aquellos que tenían eminencia en Teología, o trata-
ban cosas de oración, juntamente con ser letrados; y ella aconseja
este camino a personas que les fuere hecha la misma revelación; no
obstante que haya otros efetos muy buenos, por donde aun la misma
persona entienda aquello ser bueno y de Dios. Entre otros de quien
se informó, fué un santo fraile francisco, que yo conocí, llamado
l Libro d» ía Vida, t. XXIV, p. 188.
APÉNDICES 149
Fray Pedro de ñlcántara, de gran oración y penitencia y celo a su
profesión. Este Santo, sin tener mucho a qué venir a ñvila, Su Ma-
jestad le trajo para consolar a esta su sierva, cuando más contradi-
ción le hacían en estas cosas, y la aseguró que era de Dios, y que
ao había ningún engaño; y en la manera como vía a Dios y de
las revelaciones y habías que divinamente se le hacían, le dio en-
tera luz y seguridad. Y como este varón le dio tanto crédito, y
mostró gran particularidad de amistad, todos se rindieron dentonces
y ha tenido gran quietud. De manera, que todos cuantos han sido
consultados en este caso, dan firme testimonio que sin falta ninguna
este espíritu es de Dios, sin haber en ello ningún engaño; y con ser
muchos los que ahincadamente la contradecían y atemorizaban a los
principios, y porfiaban mucho en ello, todos ahora la tienen por gran
sierva de Dios, y la honran en todo lo que pueden. Tuvo en aquellos
tiempos grandes trabajos, en especial dentro de su casa, que era gran-
de, donde había muchos pareceres contra ella, y entonces sentíalos mu-
cho, por no estar tan aprovechada; pero ya Su Majestad ha hecho
tan gran serenidad así en su alma para estar muy cierta, que no hay
que temer en esto; y en todos cuantos tienen relación del caso, que
parece, como lo es, gran obra del Señor, y el mayor argumento para
la verdad de los que podemos hacer.
Mas es de notar que la pureza de la conciencia desta religiosa
es tan grande, que nos admira a los que la confesamos y comunica-
mos, y a sus compañeras; porque se puede decir que todo es Dios
lo que ella piensa y trata, todo va enderezado a la honra de Dios
y al aprovechamiento espiritual; y no hará pecado venial, por pe-
queño que sea, si ella entiende ser malo, por ninguna vía. De suerte
que todo su entender es cómo se mejorará cada día y alcanzará mayor
perfección. Y así ha hecho aquella casita de San Josef, poniéndola
en toda la perfección que acá en la tierra se puede poner en mujeres
ni en varones, como darán relación los que entienden la manera de
vida que en aquella casa hay.
Pues si queremos hablar algo del gran fruto espiritual que sacan
los que tratan esta sierva de Dios, será nunca acabar, porque es
gran maravilla de Dios lo que pasa. No quiero decir nada de mí
porque no lo hay por mis deméritos, aunque tengo tanta experiencia
en mí mismo, que después que la trato, me ha favorecido Nuestro
Señor en muy muchas cosas que claramente vía yo ser particular ayuda
de Dios, que acá, dentro de mí, no puedo más de tenerla por Santa
que puedo decir interiormente que no la conozco. Hame dicho muchas
cosas que sólo Dios las podía saber, por ser cosas futuras y que toca-
ban al corazón y aprovechamiento, y que parecían imposibles, y en
todas he hallado grandísima verdad. Pero a una persona que no
se acababa de determinar en tratar con gran delicadeza con Dios,
pensando yo que había comenzado ya, porque así lo habíamos con-
certado él y yo, y como en cosa hecha no quería yo volver por donde
esta persona estaba, hablóme esta Santa y díjome que su Maestro,
que es Cristo, decía que volviese yo por donde estaba; y que Je llevase
un recaudo bien breve, pero era todo de Dios y de su parte, y aun
hasta entonces se quería excusar doña Teresa con Dios, y díjole al
150 APÉNDICES
Señor: «¿Por qué me fatigáis en esto? ¿Vos no se lo podéis decir
a ellos? ¿Para qué ordenáis que yo entienda en csto?> Respondióle
Nuestro Señor: «Hágolo porque tú, como no puedes entender en más,
ayudes para que otros me sirvan,, y porque él no está dispuesto para
que yo le hable así a él, y si lo quisiese hacer, como no trata tanto
de oración, no me creería». Razones tan divinas muestran el espíritu que
aquella sierva suya tiene. Vengo y propóngole mi recaudo; comienza
a llorar, que le penetró las entrañas, y es un hombrazo que puede
gobernar el mundo, y que no es nada mujeril y afeminado para
llorar, sino muy hombrazo (1). Una señora hay en Avila, viuda, que
su manera y condición no era para tratar mucho de santidad, muy
desacreditada en el pueblo en perseverancia y en gastos. Quiso Dios
hacerla gran sierva swja, y con muy poca ocasión vinieron a cono-
cerse, y quiso tener algún tiempo a doña Teresa en su casa. Hase
vuelto una santa, que deja su estado y mayorazgo muy bueno, y se
mete en San Josef, y la gran mejora que ella siente en su alma
por la compañía desta sierva de Dios, lo puedo yo declarar con
papel (2). Hay en este punto muy muchas cosas donde Su Majestad,
por oraciones desta sierva suya, hizo grandes ei'etos.
Pues si vamos por el nono camino para descubrir esta verdad,
hay razones que convencen todo lo que a esta Santa se le ha reve-
lado, es para grandes efetos espirituales, para gran consolación de
afligidos, todo para gran aprovechamiento en el amor de Dios. Sería
prolijísimo querer contarlo todo, ni buena parte de lo que se le
ha revelado, y, como ya conté, todo contra su voluntad, porque se
vía en grandes trabajos con ello, y pasó sobre esto largas razones con
Nuestro Señor. Especialmente una vez dijo a Su Majestad hablándo-
le: «Señor, ¿no hay otras personas, especialmente letrados y varones,
que si Vos les hablásedes harían esto que Vos me mandáis mucho
mejor que yo, que soy tan mala?» Respondió Su Majestad, como quien
tenía dolor en su corazón: «Porque los letrados y varones no se
quieren disponer para tratar conmigo, vengo yo, como necesitado y
desechado de ellos, a buscar mujercitas con quien descanse y trate
mis cosas». Palabras son del Señor. Y cerca destas revelaciones dice
ella, que con habérsele hecho muy muchas y grandes revelaciones,
siempre ha salido, así como le dijo su Maestro, sin haber en ello
faltado un punto; y clara cosa es que, a ser del demonio, se hubiera
conocido alguna mentira, pues Su Majestad dio por San Juan esta
divisa para conocer al demonio, que es padre de la mentira.
Y antes que digamos de lo que pasa con el demonio, diré cerca
de este argumento lo que una vez pasó con Cristo, a quien ella llama
su Maestro. Como ella andaba tan fatigada con aquellas hablas y
visiones, viendo por una parte que no las podía excusar y que cuando
estaba en ellas no podía dejar de conocer que era Dios y no engaño.
1 Sospéchase si se refiere al P. Vicente Barrón. Lo que parece cierto, es que se trata
de un Padre de Sto. Domingo.
2 D.a Guiomar de Ulloa, que tanto fruto espiritual reportó con el trato de la Santa.
£1 propósito de entrar descalza lo realizó en 1578, pero hubo de salirse por falta de salud.
(Cfr. Libro de la Vida, c. XXIV, p. 187).
APÉNDICES 15Í
por otra parte, pasado aquello, venían las riñas de aquellos siervos de
Dios diciéndole que era demonio y aun caso de Inquisición; y como
también ella se vía tan mala, a su parecer, estaba la más congojada
del mundo y con lágrimas suplicaba a Su Majestad no la llevase
por aquel camino. Vino Nuestro Señor y hablóla, consolándola y dándo-
le razones para que viese no era demonio, por el efeto que ella sentía
cuando estaba con Su Majestad; y acababa la plática que Su Majes-
tad le hacía que mirase que el demonio no podía dar aquel sosiego
interior y consolación espiritual que ella experimentaba con él, ni de-
jaba el demonio de sus pláticas aquel amor y aprovechamiento de
virtudes que ella sentía tener cuando le hablaba; y El asegurábala con
que El haría entender que El era y no el demonio el que la hablaba
y enseñaba; y cierto, el demonio no tiene poder ni pretende con sus
artes sosegar interiormente nuestras almas ni corazones y darles apro-
vechamiento de amor y virtudes, como el que de Dios recibe estos
particulares favores experimenta. Pues en la última manera que po-
níamos, se declara esto muy ciertamente por las veces que esta sicrva
de Dios ha visto al demonio, y cómo le ha aparecido y lo que le ha
dicho. Una vez, estando en un oratorio, le apareció en una figura abo-
minable, especialmente la boca era espantosísima y de ella le salía
una gran llama de fuego, y díjola que bien se había librado de sus
manos, mas que él la tornaría a ellas, que no pensase la habían de
librar los de la Compañía, que ellos la dejarían. Quedó con gran
temor de esta habla y santiguóse; pero volvió otras dos veces, y como
trajo agua bendita y echó hacia él, se fué y no volvió más por en-
tonces (1). Otra vez estuvo cinco horas muy fatigada interiormente,
y en lo exterior en tanto grado que no se podía ya valer, y suplicaba
a Su Majestad que si El se servía con aquello, fuese muy adelante;
y luego quiso darle a entender Nuestro Señor qué era y vio cabe sí un
negrillo muy abominable, y regañando porque no halló ganancia (2).
Otras muchas veces se le ha aparecido para hacerla mal y espantarla,
y no lo hiciera tan claramente si él la tuviera por suya y la hubiera
engañado.
Resta ya decir algo a lo que se traía para que esto fuese engaño.
Lo primero es que en ninguna persona engañada ha habido, no
sólo tantas razones y argumentos para que vcidaderamente Dios le hi-
ciese estas mercedes; pero ni alguna destas se han hallado entera-
mente, como aquí se ha dicho, sino todo al contrario, y siempre hubo
personas santas y de letras que sabiendo el negocio y lo que pasaba,
lo contradijeron y prevalecieron.
Lo segundo es que los Santos no enseñaron que en ninguna manera
recibiésemos algunas revelaciones y tuviésemos a algunos por muy
santos, porque eso lucra muy dañoso a la Iglesia y a los cirstianos,
i; fuera muy falso contra lo que ellos experimentaban. Lo que dicen es
que no lo creamos con facilidad, y donde hay cosas tan grandes no
hay liviandad en creerlo.
1 Véase el capítulo XXXI de la Vida, p. 249.
2 Cfr. Vida. c. XXXI, p. 250.
152 APÉNDICES
Lo tercero es que para consolación de sus siervos y para que otros
se salven, siempre ha acostumbrado Su Majestad hacer a algunas per-
sonas estas maravillas, y pues tantas razones hay para que creamos
que esta religiosa es privada de Dios, no hay para qué negarlo, pues
ningún fundamento hay. Entendido esto que se ha puesto aquí, no
es probable ni verosímil.
Lo cuarto es que a los principios a solos sus confesores y a aque-
llos que la podían dar luz se descubrió con grandes sacramentos y
obligación que no se dijese a nadie. Después, contra toda su voluntad,
se ha publicado, y ahora para informarse de lo que cada 'lía pasa
con ella Nuestro Señor, y para hacer lo que la mandan sus con-
fesores, pasa por ello, en que se hablen estas cosas.
Quiero decir, ultimadamente, cómo visitando a un deudo suyo, que
estaba muy enfermo y sin remedio de la orina (1), llegó esta sierva
de Dios, y de piedad que tuvo al enfermo comenzó muy importunamen-
te a pedir a Nuestro Señor su salud. Luego estuvo bueno y nunca
más ha estado enfermo dello.
Otra vez, importunando mucho a Nuestro Señor por una persona
a quien tenía obligación, que había perdido la vista repentinamente,
temiendo no había de ser oída, apareciéndole Nuestro Señor, mos-
trándole la Haga del costado, y díjole, entre otras cosas, que ninguna
cosa le pediría que Su Majestad no la hiciese; y luego volvió a ver
como antes, de suerte que aun en los cuerpos ha hecho ya milagros
esta Santa. Gloria a Su Majestad.
1 Cfr. Vida, c. XXXIX, p. 346.
APÉNDICES
163
XIV
BRBVE PASA FUNDAR EL CONVENTO DE SAN JOSÉ DE AVILA.
(7 de Febrero de 1562) (1).
RaNLTRJS MlSARATlONK DlVlNA TITüLI
S. Angelí Presbiter Cardinalis.
Dilectls in Christo Domnae Aldon-
cae de Guzman, et Domnae Guio-
mar de Ulloa, mulieribus illustri-
bus, viduis, incoUs Abulensis Ci-
vitatis, Salutem in Domino.
Ex parte vestra Nobis oblata pe-
titio continebat, quod vos zelo de-
votionis accensae, ad Del laudem,
et honorem, desideratis in dicta ci-
vitate Abulensi unum Monasterium
numero et sub invocatione vobis
bene visis, Regulae et Ordinis Be-
atae Mariae de Monte Carmelo, ac
sub obedientia et correctione Ve-
nerabilis in Christo Paíris Dei gra-
tla Episcopi Hbulensis pro tenipore
existentis, cum ecclesia, campani-
li, campanis, claustro, refcctoric,
dormitorio, horto, et alus neces-
sariis officinis cónstruere et aedi-
ficare, nec non in eadem ecclesia
Rainucio, por la divina misericor-
dia. Presbítero Cardenal del titulo
de S. Angelo, a las amadas en
Cristo doña Aldonza de Guzmán y
doña Guiomar de Ulloa, mujeres
ilustres, viudas, vecinas de la ciudad
de Avila, salud en el Señor (2).
De vuestra parte Nos ha sido pre-
sentada una petición, la cual con-
tenía, que vosotras, movidas con
celo de devoción y para alabandii
y honra de Dios, deseáis hacer y
edificar en la dicha ciudad de ñvi-
la un monasterio de monjas, del
número y con la invocación que
bien visto os fuere, de la Regla
y Orden de Santa María del Mon-
te Carmelo, debajo la obediencia
y corrección del venerable en Cris-
to Padre, por la gracia de Dios,
Obispo de Avila, que por tiempo
fuere, con iglesia, campanario, cam-
panas, claustro, refectorio, donni-
1 Convenía pata el éxito de la proyectada reforma, que no apareciese la M. Teresa, ver-
dadera autora de ella; por eso se pide el Breve en nombre de las dos piadosas viudas amigas de
la Santa, D.a Aldonza de Guzmán y su hija D.a Guiomar de Ulloa. Así se lo aconsejaron San
Pedro de Alcántara y Fray Pedro Ibáñez. Para la mejor inteligencia de estos documentos pon-
tificios, léanse los capítulos XXIV, XXXII y XXXVI, con las notas respectivas, del Libro de In
Vida, de la presente edición.
Los tres documentos que aquí publicamos, pueden verse en el Bullaríum Carmelitanum, t. U,
péfls. 119, 123 y 135.
2 La versión castellana, así de este como del siguiente documento, es del P. Jerónimo de
San José. Cfr. Historia del Carmen Descalzo, pégs. 577 y 620.
154
APÉNDICES
unam scu plures Cappellaniam seu
Cappcllanias erigerc, ac Monasíe-
rium et Capellaniam seu Capella-
nias hujusmodi ex propriis vestris
bonis compeíenter dotare: id tamen
vobis liccre dubitatis, absque Se-
dis Apostolicae speciali licentia.
Quare supplicare fecistis humiliter,
vobis super his per dicíam Sedem
de opportuno remedio misericordi-
ter provideri.
Nos igitur attendentcs, quod in
his quae in divini cultus augmen-
tum tcndunt, favorabiles esse de-
bemus, atque benigne vestris in hac
parte supplicationibus inclinati, au-
ctoritate Domlni Papac, cujus Poe-
nitentiariae curam gcrimus, et de
ejus speciali mandato, super hoc vi-
vae vocis oráculo Nobis tacto, vo-
bis ut unum Monasterium Moxiia-
lium, numero et sub invocatione
vobis bene visis, Regulae et Ordi-
nis Beatae Mariae de Monte Car-
melo, ac sub obedientia, et corre-
cíione dicti Domini Episcopi Abu-
lensis pro tempore cxistentis,
cura ccclesia, campanili, campanis,
claustro, refectorio, horto, et alus
necessariis officinis, in aliquo loco
seu situ, intra aut extra muros dic-
tae civitatis ñbulensis vobis bene
viso, sine lamen alicujus piaejudiclo,
construere et aediñcare: ac in ea-
dem ecclcsia unam seu plures Cap-
pellaniam seu Cappellanias erigere,
ct Monasterium et Cappellaniam
scu Cappellanias hujusmodi ex pro-
priis vestris bonis competentcr do-
tare. Et postquam Monasterium
praedíctura constructum et erectum
fuerit, illud; illiusque Moniales pro
torio, huerta y otras oficinas nece-
sarias. Y asimismo deseáis fundar
en la misma iglesia, una o muchas
capellanías y dotar este tal monas-
terio y capellanías de vuestros pro-
pios bienes, empero dudáis seros
esto lícito sin especial licencia de
la Sede Apostólica; por lo cual
fué de vuestra parte humildemente
suplicado se os proveyese por la
dicha Santa Sede misericordiosa-
mente en todo lo sobredicho de re-
medio oportuno. Nos, pues, aten-
diendo a que en las cosas que se
encaminan al aumento del culto
divino debemos ser favorables y
benignos, inclinados en esta parte
a vuestros ruegos, por autori-
dad de nuestro Santísimo Padre,
cuya Penitenciaría está a nuestro
cargo, y de su especial mandato
sobre estas cosas a Nos de su
misma boca dado, por tenor de
las presentes os concedemos, y ha-
cemos gracia, que podáis fundar
y edificar un monasterio de monjas,
del número y con la invocación
que os fuere bien visto, de la Re-
gla y Orden de Santa María
del Monte Carmelo, debajo la obe-
diencia y corrección del dicho se-
ñor Obispo, que por tiempo fuere,
con iglesia, campanario, campanas,
refectorio, huerta y otras oficinas
necesarias en algún lugar o sitio,
dentro o fuera de los muros de
la dicha ciudad de Avila, según os
pareciere, empero sin perjuicio
de nadie; y que asimismo podáis
en la misma iglesia fundar una
o muchas capellanías, y el tal mo-
nasterio y capellanías dotarlas
APÉNDICES
155
tcmpore existentes, ómnibus et sin-
gulis privilegiis, immunitatibus,
cxemptionibus, praerogativis, liber-
tatibus, concGssionibus et indultis,
quibus alia dicti Ordinis B. Mariae
de Monte Carmelo Monasteria, et
illorum Móntales de jure, usu, con-
suctudine, vel alias in genere utun-
tur, potiuntur et gaudent, ac iiti,
potiri et gaudere poterunt quomo-
dolibet in futurum, uti, potiri et
gaudere libere et licite possint, et
valeant, tenore praesentium conce-
dimus et indulgemus.
Vobisque super fundatione, et do-
tatione hujusmodi, ac Priorisae, et
Monialibus dicti Monasterii pro tcm-
pore cxistentibus super his quae fe-
lix régimen et gubernium ejusdem
Monasterii concernent, quaecumque
statuta et Ordinationes licita et
honesta, et juri Canónico non con-
traria, condendi, et postquam con-
dita et ordinata fuerint, illa in
toto vel in parte juxta temporuin
qualitatem in melius mutandi, re-
formandi, altcrandi et etiam in
totum toUendi, eaque abrogandi, ac
alia similiter condendi, licentiam et
l^bcram facultatem impertiniur. Ac
tan; condita, quam mutanda, refor-
manda, alteranda et de novo con-
denda statuta et ordinationes hu-
jusmodi Apostólica auctoritate ex
nunc pro tune, et c contra confir-
niata fuisse et esse, ac inviolabili-
ter observari deberé. Sicque per
quoscumque judices el personas,
quav'is, etiam Apostólica auctoritate
fungentes, sublata eis, eorumque
cuilibet quavis aliter judicandi, in-
terpretandi et defiíiicndi facúltate
competentemente de vuestros pro-
pios bienes. Y después que el di-
cho monasterio fuere fundado, así
él, como sus monjas que por tiem-
po fueren, puedan libre y 'icita-
mente gozar, usar y tener iodos
y cada uno de aquellos privilegios,
inmunidades, exenciones, prerroga-
tivas, libertades, concesiones e in-
dultos, que por derecho, uso y cos-
tumbre, o en otra manera gene-
ralmente gozan, usan y tienen, o en
adelante podrán de cualquier mo-
do gozar, usar y tener otros mo-
nasterios de la dicha Orden de
Santa María del Monte Carmelo
y las monjas de ellos. Iten, a vos-
otras, sobre lo tocante a esta fun-
dación y dotación, y a la Priora y
mondas que por tiempo fueren en
lo concerniente al feliz y buen go-
bierno del dicho monasterio, da-
mos licencia y libre facultad de
hacer estatutos y ordenaciones lí-
citas y honestas, no contrarias al
Derecho Canónico, y después de he-
chas y ordenadas, de mudarlas en
mejor, establecerlas, alterarlas, y
también quitarlas y del todo abro-
garlas, en todo o en parte, según
la calidad de los tiempos, y hacer
asimismo otras de nuevo; y con
autoridad apostólica, determinamos
las tales constituciones y ordena-
ciones, así las hechas como las
mudadas, reformadas, alteradas y
de nuevo establecidas, haber sido,
y ser desde ahora por entonces, o
al contrario, confirmadas, y deber-
se inviolablemente guardar, y que
así debe ser juzgado, interpretado,
y definido por cualesquier jueces
156
APÉNDICES
et auctoritate, judicari, interpretan,
et definiri deberé: irritum que-
que, ct Inane, si secus super his a
quoquara quavis auctoritate scienter
vel ignoranter contigerit attentari,
decernimus.
Mandantes et districtius inhiben-
tes, in virtute sanctae obedientiae,
ct sub suspensione a divinis quoad
Episcopos vel alios raajores Prae-
latos, quo vero ad alios, excommu-
nicationis majoris latac sententiae
poena, quam contrafacientes ipso
facto incurrere volumus, et a qua
non nisi per Nos, aut Sedem ñpo-
stolicam, praetcrquam in raortis ar-
ticulo, absolvi possint, quibusvis
judicibus et personis tam eccle-
siasticis quam saecularibus, quavis
etiam ñposlolica auctoritate fun-
gentibus, ne vos, et pro tempore
existentes dicti Monasterii Moniales
directe vel indirecte quovis quae-
sito colore seu ingenio quomodoli-
bet indebite molestare, perturbare
vel inquietare audeant sive praesu-
mant: ac decernentes irritum, et
inane, si secus super his a quo-
quam quavis auctoritate, scienter
vel ignoranter contigerit attentari.
Quocirca discretis viris, Priori
Conventus de Magacela nullius
Dioecesls, et Cappellano Majori To-
letanae, ac Archidiácono Segovien-
sis, Ecclesiarura, et eorum cuilibet,
auctoritate et mandato praedictis
committimus et mandamus, quate-
nus vobis, et dicti Monasterii Mo-
nialibus pro tempore cxistentibus,
in praemissis efficacis defensionis
praesidio assistant, et quilibet eo-
rum faciat, vos et Moniales prae-
y personas que tengan cualquiera
autoridad, aunque sea apostólica:
quitándoles a los tales y a cada
uno de ellos, toda facultad y au-
toridad de juzgar, interpretar y
definir en contrario, y dando por
írrito y vano lo que sobre estas
cosas, por cualquier que sea, y
con cualquiera autoridad que lo ha-
ga, de industria o por ignorancia,
aconteciere ser intentado. Para lo
cual mandamos, y rigurosamente in-
hibimos, en virtud de santa obe-
diencia y debajo de suspensión a
divinis, a los Obispos o a otros
mayores Prelados, y a los demás
debajo de pena de excomunión la-
tae sententiae; la cual queremos
incurran ipso facto los que lo con-
trario hicieren, y no pueden ser
absueltos de ella fuera del artícu-
lo de la muerte, sino es por Nos,
o por la Sede Apostólica, a cuales-
quier jueces y personas, así ecle-
siásticas como seculares, de cual-
quier autoridad que tengan, aun-
que sea apostólica, que ni a vos-
otras, ni a las monjas, que por
tiempo fueren del dicho monasterio,
directa o indirectamente, debajo de
cualquier color o traza, en cual-
quier manera se atrevan o presu-
man indebidamente molestar, per-
turbar o inquietar. Y damos por
írrito y vano lo que contra esto
por cualquier persona, y con cual-
quiera autoridad, advertida o ig-
norantemente, sucediere intentarse.
Por lo cual, en virtud de la auto-
ridad y mandato sobredicho, come-
temos y mandamos a los discre-
tos varones el Prior del Conven-
.IFFWnTPrS
157
dictas confessione, indulto, licen-
tia et facúltate hujusmodi, omni-
busque «t singulis praemissis pacifi-
ce frui, et inviolabiliter gaudere-
non permitientes vos, et eas de-
super dictas per dicti Ordinis B.
Mariae de Aconte Carmelo, eí alio-
rum quorunivis Ordinum Superiores.
Praelatos, Priores, Reformatores,
Visitatores, et Fratres, aut alios
cujuscumque dignitatis, status, gra-
dus, ordinis vel condiíionis fue-
rint, et quacumque etiam pontjfi-
cali praefulgeant dignitate, vel au-
ctoritate etIam Apostólica fungan-
tur, publice vel occulte, directe vel
/ndirecte, quovis quaesito tolore seu
ingenio quomodolibet indebite mo-
lestari, perturbar! vel inquietari.
Contradicíores quoslibet et rcbel-
Ics, per censurara Ecclesiasticam, et
alia juris opportuna remedia ap-
pellatione postposita compescendo:
invocato etiam ad hoc, si opus fue-
rit, auxilio brachii saecularis.
Non obstantibus fel. rec. Bonifa-
cil Papae octavi de una, et Concilii
generalis de duabus dietis, dummo-
do non ultra tres, aliisque Constitu-
tlonibus et Ordinationibus /Iposto-
Ucis, ac B. Mariae de Monte Car-
melo hujusmodi, et illius Monaste-
riorum, etiam juramento, confirma-
tlone Apostólica, vel quavis lirmi-
tate alia roboratis statutis et con-
tó de Magacela, de ninguna dióce-
sis (I), y el capellán mayor de la
iglesia de Toledo, y Arcediano de
la iglesia de Segovia, y a cual-
quiera de ellos, que a vosotras y
a las monjas del dicho monasterio,
que. por tiempo fueren, en todo lo
sobredicho asistan con presidio de
eficaz defensión, y cada uno de
ellos haga que vosotras y las di-
chas monjas, pacífica e inviolable-
mente, gocéis de esta concesión, in-
dulto, licencia y facultad, y de to-
das y cada una de las cosas so-
bredichas. No permitiendo que vos-
otras, ni las demás monjas seáis
pública o ocultamente, directa o in-
directamente, debajo de cualquier
color o traza, en algún modo in-
debidamente, molestadas, perturba-
das o inquietadas por los Superio-
res, Prelados, Priores, Reform'Jido-
res. Visitadores y frailes de la di-
cha Orden de Santa María del
Monte Carmelo, o por cualesquier
otros, así eclesiásticos, como se-
culares jueces, y personas de cual-
quier dignidad, estado, grado, or-
den o condición que fueren, y en
cualquier dignidad, aunque sea pon-
tifical, que estuvieren constituidos, o
cualquiera autoridad que tuvieren,
aunque sea apostólica, reprimiendo
a cualesquier rebeldes con censuras
eclesiásticas, y otros oportunos re-
1 Sobre este personal^ dice el P. Jerónimo de S. Josc en 5U Historin del Carmen Des-
calzo, lib. III, r. X: cTamblén advierto que c! Prior de Magarehí es de )a Orden de Cala-
tiBva, D el lugar está en Andalucía, aunqup e) Prior (el cual tiene jurisdicción cuasi epis-
copal), no reside allí, sino en otro lugar cerca deste, llamado Villenueva de la S'rena, si
bien el título es de Magacela; u el oue tiene de Prior pudo sn causn oue en Roma s«
CTeyes? lo era de algún convento, u así se puso en el Breve, como si lo fueía, llamán-
dolo Prior del convento de Magacela». Tanto Magacela como Vlllanueva pertenecen a la pro-
viacia de Badajoz en Extremadura.
158
APÉNDICES
Guctudinibus, privilcgiis quoque in-
dultis, et litteris flpostolicis cisdcm
Ordini et Monasteriis, illorumque
Superioribus, et Generali, sub qui-
busvis vcrborum formis, et clausu-
lis, et derogatoriarum derogatoriis.
fortioribusque et efficatioribus, ac
insolitis, irritantibusque, et alus de-
cretis concessis, confirmatis, et
etiam iteratis vicibus innovalis,
etiam Mari magno, Bulla áurea,
vel alias nuncupatis. Quibus ómni-
bus, illorum tenores ac si de verbo
ad verbum insererentur praesenti-
bus, pro plenc et sufficienter ex-
pressis hnbentes, illis alias in suo
robore pcrmansuris, hac vice dum-
taxat, spccialiter et expresse dero-
gamus, caeterisque contrariis qui-
buscumquc.
Datum Romae apud S. Petrum
sub sigillo Poenitentiariae, séptimo
Idus Februarii, Pontificatus Domini
Pii Papae quarti anno tertio.
medios de derecho, quitada toda
apelación, e invocando, si fuere
necesario, el auxilio del brazo se-
glar. No obstantes las constitucio-
nes y ordenaciones de Bonifacio, de
felice recordación. Papa Octavo, de
una dieta, y la del Concilio gene-
ral de dos dietas, como no pasen
de tres; ni otras semejantes cons-
tituciones y ordenaciones apostóli-
cas, ni las de la Orden de Santa
María del Monte Carmelo, o los
demás monasterios de ella, aun-
que sean roboradas con juramento,
confirmación apostólica o cualquier
otra firmeza, ni otros estatutos y
costumbres, o también privilegios,
indultos, letras apostólicas, que a
la misma Orden y a sus monaste-
rios, superiores y General, debajo
de cualquier forma de palabras, y
clausulas derogatorias de derogato-
rias, y otras más fuertes y efica-
ces, y no acostumbradas e irritan-
tes, y otros decretos, fueren conce-
didas, confirmadas y muchas ve-
ces innovadas; aunque sea el Ma-
remagno. Bula Áurea, o en otra
manera nombradas: a las cuales
todas, cuyos tenores teniendo por
suficiente y plenamente expresos,
como si en las presentes Letras
de verbo ad verbum fuesen insertas,
quedando para lo demás en su
fuerza, por esta sola vez especial
y expresamente derogamos, y a
cualesquier otras cosas en contra-
rio. Dadas en Roma, en San Pedro,
debajo del sello de la Penitencia-
ría, a siete de Febrero, el tercero
año del Pontificado de nuestro san-
tísimo padre Papa Pío Cuarto.
APÉNDICES
159
XV
RESCRIPTO DE LA SaORflDA PENITENCIARIA PARA QUE LA SANTA PUEDA FUNDAR
SIN RENTA.
(5 de Diciembre de 1562) (1).
Ranutius Miseratione Divina titiili
S. Anofli Presbiter Cardinalis
Dllectis in Chrisío Abbatissae et
Monialibu - Monusterii S. Joscph
Abulensis, Ordinis Beatac Marine
de Monte Carmelo, snlulem in
Domino.
Ex parte vestía nobis oblata pe-
titio continebat, quod licet vos ex
indulto speciali Scdis Apostolicae
in vim quarumdam litterarum Apo-
stolicarum per officium Sacrae Poe-
nitentiariae expeditarum, Fundatri-
cibus dicti A\onasterii nuper erecti
concesso, quaecumquc bona in com-
muni et particulari habere et pos-
sidcre valeatis, nihilominus ob me-
liorem vitac frugem cupitis, bona
aliqua in communi aut particulari
habere seu possidere minime posse,
juxta formam Regulae dicti Ordi-
nis, sed ex cleemosynis vobis per
Christi fideles pie elargiendis vos
sustentare, prout aliae Moniales di-
cti Ordinis in illis partibus degunt;
id tamen vobis licere dubitatis abs-
que Sedis ñpostolicae licentia spe
RaiNucio, por la divina miseración,
presbítero Cardenal del título de
San Angelo, a las amadas en Cris-
lo Abadesa y monjas del monas-
terio de San fosé de la ciudad de
Avila, de la Orden de Santa Ma-
ría del Monte Carmelo, salud en
el Señor. De vuestra parte Nos ha
sido presentada una petición, la
cual contenia, que aunque por es-
pecial indulto de la Sede Apostó-
lica, concedido en virlud de unas
Lclrus apostólicas, despachadas por
el oficio de la sacra Penitenciaría a
las fundadoras del dicho monaste-
rio recién fundado, podáis tener
y poseer cualesquier bienes en co-
mún y en particular; pero aspi-
rando a mayor perfección de vida,
deseáis no poder tener ni ¡loseer
en común ni en particular bienes
algunos, según la forma de la pri-
mera Regla de la dicha Orden, sino
sustentaros de las limosnas que pia-
dosamente os dieren los fieles de
Cristo, según que otras monjas de
la misma Orden en aquellas partes
1 Tanto por la conversación que tuvo en Toledo con A\aría de Jesús, como por los
conse)os de San Pedro de Alcántara, la Santa se decidió al fin a fundar sin renta, obte-
niendo para ello este Rescripto. Véase el capítulo XXXV de la Vida, y la carta de S. Pedro
de Alcántara que publicamos en este tomo, p. 125.
160
nPENDíCES
dali. Quara suppUcari fecistis hu-
millter, vobis super his per Sedem
eamdem de opportuno remedio mi-
scricorditer provideri.
Nos, igitur, vestris in hac parte
supplicationibus incUnatl, auctorita-
te Domini Papae, cujus Poeniten-
tiariae curam gerimus, et de ejus
speciali iTiandato super hoc vivae
vocis oráculo nobis facto, Vobis,
ut bona aliqua in communi aut
in particulari habere seu possidere
minime possitis, juxta formam pri-
mac Regulae dicti Ordinis, sed ele-
cmosynis et charitatis subsidiis vo-
bis per Christifidcles pie elargien-
dis vos sustentare libere valeatis,
tcnore praesentium concedimus el
indulgemus. Non obstantibus Cons-
titutionibus et Ordinationibus ñpos-
tolicis, caeterisgue contrariis qui-
Duscumque.
Datum Romae apud S. Pet-um
sub sigillo Officii Poenitentiariac,
ponis Decembris Pontificatus Do-
mini Pii Papae Quarti anno Icrtio.
se sustentan; empero dudáis el se-
ros esto lícito sin especial Ucencia
de la Sede Apostólica, por lo cual
nos hicisteis suplicar humildemente
os fuese misericordiosamente pro-
veído por la misma Sede Apostólica
de remedio oportuno. Nos, pues,
inclinados en esta parte a vuestros
ruegos, por autoridad de nuestro
Padre y Señor el Papa, cuya Pe-
nitenciaria tenemos a nuestro car-
go, y de su especial mandato dado
a nosotros sobre este negocio por
su misma boca, por tenor de las
presentes os concedemos y hace-
mos gracia, que no podáis tener
ni poseer bienes algunos en comi'm
o en particular, según la forma de
la primera Regla de la dicha Or-
den, sino que libremente podáis
sustentaros de las limosnas y ca-
ritativos socorros que por los fie-
les de Cristo piadosamente os fue-
ren hechos. No obstantes las cons-
tituciones y ordenaciones apostóli-
cas, ni cualesquier otras en con-
trario. Dadas en Roma, a cinco de
Diciembre, el año tercero de nues-
tro .santísimo Padre g Señor Pío
Papa Cuarto.
.APÉNDICES
161
XVI
BREVE DE Pío IV QUE CONFIRA\fl Y RATIFICA LOS DOS ANTERIORES.
(17 de Julio de 1565).
Pius Episcopus, Servus Servorum
Dei.
Dilectis in Christo Filiabas Prio-
rissae, sea Matri forsan nun-
cupatae, et Conventui Monasterii
Monialium S. Josephi Abulensis,
et Aldoncae Giizman, et Guioma'
ri de Ulloa maíieribus viduis, in-
colis Abalen, salufem etc.
Cum a Nobis petitur, quod ju-
stum est, tan vigor aequitatis quam
ordo exigit rationis, ut id per so-
licitudinem Officii nostri ad dcbi-
tum perducatur effcctum.
Sane pro parte vestra Nobis nu-
per exbibita petitio continebat:
quod alias pcstquam vos in Chri-
sto filiae ñldonca, et Guiomara,
quae, ut asscritis, illustres et vi-
duae estis, pía dcvotione motae,
cupientcs terrena pro coelestibus
et transitoria pro aeternis felici
commercio commutare, ac de bo-
nis vestris vobis a Deo collatis
pro animarum vestrarum salute,
unum Monasterium ad Dei Omni-
potentis laudem et honorem, sub
vocabulo et invocatione vobis bene-
Pio, Obispo, siervo de los siervos
de Dios.
A nuestras amadas hijas la Priora,
o Madre, y Comunidad de reli-
glosas de San fosé de Avila, y
a las señoras Aldonza de Guzmán
y Guiomar de Ulloa, viudas, ve-
cinas de la misma ciudad, salud...
Cuando se nos pide una cosa
justa, la misma razón natural y el
orden de la justicia exige que inter-
pongamos toda la solicitud de nues-
tro cargo para acceder benigna-
mente, ñhora bien, no ha mucho
que de vuestra parte se nos hizo
un ruego formulado en los siguien-
tes términos: Que habiéndoos ya
antes propuesto vosotras, amadas
hijas en Cristo, ñldonza y üuio-
mar, viudas ilustres, según confe-
sión propia, llevadas de vuestra
devoción, y con el deseo de trocar
las cosas de la tierra por las del
cielo y lo transitorio por lo que
siempre dura, construir y edificar
con los bienes que de Dios habéis
recibido y para salvación de vues-
tras almas, un monasterio en ho-
1 Este Breve confirma los precedentes, autoriza de nuevo a las fundadoras para que
puedan hacer leyes o constituciones y asegura la residencia de la Madre Teresa con otras
dos monjas de la Encarnación en el convento de San José.
II 11
I
162
APÉNDICES
visis construere, erigcre et -lecli-
ficare proposueratis et desidera-
retis, idque absque Sedis Apostc-
licac speciali indulto faceré uosse
dubiíaretis: quasdam sub certa for-
ma tune cxpressa a Sede Apostó-
lica seu illius Sac. Poenitentiaria,
et Ínter alia, ut unurr. Monaste-
rium Monialiura, in numero et sub
invocatione vobis bene visis, Regu-
lae et Ordinis Beate Alariae de
Monte Carmelo, ac sub . obedientia
et correctione pro tempore existen-
tis Episcopi Abulensis cum Eccle
sia, Campanili, Campanis, Claustro
Refectorio, Dormitorio, fiorío et
alus necessariis officinis construe-
re et aedificare; nec non in ea-
dem Ecclesia unam seu plures Cap-
pellaniam seu Cappellanias erigere,
ac Monasterium et Cappellaniam
seu Cappellanias hujusmodi ex ve-
stris propriis bonis competenter do-
tare, et postquara sic construct-im,
et erectum, ac dotatum foret, illius
Moniales in eo pro tempore exi-
stentes, ómnibus et singulis privi-
Icgüs. gratiis, immunitaübus, exem-
ptionibus, prerogativis, libcrtoti-
bus, concessionibus et indultis, aui-
bus alia dicti Ordinis Monnste-
ria de jure, usu et consuetudine,
vel alias in genere utuntur, et po-
tiuntur, et gaudent, uti, potiri et
gaudere vobis concedí et indulgen.
Quodque vos, et Moniales dictí Mo-
nasterii pro tempore existentes, pro
illius felici regimine, et gubernío,
ac directíone, quaticumque statuta,
et ordinationes licita, et honesta,
ac juri canonice non contraria con-
dcre, et ordinare, et postquam con-
nor y alabanza de Dios Omnipo-
tente, bajo el título y advocación
que bien os pareciere, y habiendo
dudado sí podríais realizar vues-
tro deseo sin especial indulto de
la Sede Apostólica, ésta os conce-
dió algunas gracias en la rorma
allí expresada por la Santa Sede
o por la Sagrada Penitenciaria, y
entre ellas la de que pudierais
erigir un monasterio de religiosas,
con el número) y bajo la advocación
que bien os pareciere, de la Regla
y Orden de la bienaventurada Vir-
gen María del Monte Carmelo, bajo
la obediencia y corrección del que
fuere Obispo de Avila, con igle-
sia, campanario, campanas, claus-
tro, refectorio, dormitorio, huerta
y demás oficinas necesarias; y asi-
mismo que pudierais fundar en la
misma iglesia una o muchas cape-
llanías., y dotar dicho monasterio y
capellanías de vuestros propios bie-
nes. Y después que el dicho monas-
terio fuere fundado, así él como
las monjas que en él moraren, pue-
dan libre y lícitamente gozar y usar
de todos y cada uno de aquellos
privilegios, inmunidades, exencio-
nes, prerrogativas, libertades, con-
cesiones e indultos que por dere-
cho, uso y costumbre, o de cualquie-
ra otra manera, usan o gozan, o pue-
den en adelante usar y gozar otros
monasterios de la dicha Orden de
Santa María del Monte Carmelo.
A vosotras, además, en lo to-
cante a esta fundación y do-
tación, y a la Priora y mon-
jas que por tiempo fueren en lo
concerniente al feliz y buen gobier-
APÉNDICES
163
dita et ordinata forcnt, illa in toto
vei in parte juxta temporuin qua-
litatem in melius mutarc, formure,
alterare, ac in totum toUere, abro-
gare, et alia similia condere, im-
partiri, et tam condita, quam mu-
tanda, reformanda, alteranda, ac
denuo condenda statuta, et ordi-
nationes hujusmodi Apostólica au-
ctoritate ex tune prout ex iiunc,
et e contra confirmata fuisse, et
Gsse, ac inviolabiliter observar! de-
beré. Sicque per quoscumque ju-
dices et personas, quavis, etiam
apostólica auctoritate fungentes, su-
blata eis, et eorum cuilibet quavis
alitcr judicandi, interpretandi et
dcfiniendi facúltate et auctoritate,
judicari, et interpretar!, et def'niri
deberé; irritum quoque, et inane,
si secus super his a quoquam qua-
vis auctoritate scicnter, vel igno-
ranter contigerit attentari, decer-
ni et mandari. Et districtius in
virtute sanctae obedientiae, ac sub
suspensione a divinis quoad Epls-
copos, vel alies majorcs Praelatos,
quo vero ad alios, excommunica-
tionis majoris latae sententiae poe-
na, quam contrahacientes ipso facto
ijicurrere, et a qua non iiisi per
Sedem Apostolicr.m, praeterqiiam in
mortis articulo, absolví possint, de-
cerni ; ac quibusvis Judicibus, et per-
sonis tam ecclesiasticis, quam see-
cularibus quavis, etiam apostólica
auctoritate, fungentibus: ne vos, el
pro tempere existentes dicti ,Wona-
sterii Moniales directe vel indire-
ctc, quovis quaesito colore vel inge-
nio quomodolibet indcbite molesta-
re, perturbare et inquietare au-
no del dicho monasterio, se os
daba licencia, y libre facultad de
hacer estatutos y ordenaciones lí-
citas y honestas, no contrarias al
Derecho Canónico, y después de he-
chas y ordenadas, de mudarlas en
mejor, establecerlas, alterarlas, y
también quitarlas y del todo abro-
garlas, en todo o en parte, según
la calidad de los tiempos, y hacer
asimismo otras de nuevo; y con
autoridad apostólica, determinamos
las tales constituciones y ordena-
ciones, asi las hechas como las
mudadas, reformadas, alteradas y
de nuevo establecidas, haber sido,
y ser desde ahora por entonces, o
al contrario, confirmadas, y deber-
se inviolablemente guardar, y que
así debe ser juzgado, interpretado,
y definido por cualesquier jueces
y personas que tengan cualquiera
autoridad, aunque sea apostólica;
quitándoles a los tales y a cada
uno de ellos, toda facultad y au-
toridad de juzgar, interpretar y
definir en contrario, y dando por
írrito y vano lo que sobre estas
cosas, por cualquier que sea, y
con cualquiera autoridad que lo ha-
ga, de industria o por ignorancia,
aconteciere ser intentado. Para lo
cual se mandaba y rigurosamente
inhibía, en virtud de santa obe-
diencia y debajo de suspensión a
divinis, a los Obispos o a otros
mayores Prelados, y a los demás
debajo de pena de excomunión la-
tae sententiae; la cual queremos
incurran ipso facto los que lo con-
trario hicieren; y no pueden ser
a])sukiH,os de ella fuera del artícu-
164
aPENDICES
derent seu praesumerent, inhiberi;
ac si secus super iis a quoquam,
quavis auctoritate, scienter vel ig-
noranter contigerit attentari: etiam
irritum et inane etiam decer-
ni; nec non quibusdam Judicibus
tune cxpressis, quatenus vobis, et
dicti Monasterii Monialibus pro
tempere existentibus, in premJsis
efficacis defensionis praesidio assis-
terent, facerentque, seu quilibet eo-
rum facerex, vos, et Moniales prae-
fatas concessis indulto, licentia ac
facúltate hujusmodi, omnibusque, et
singulis praemissis pacifice frui, et
inviolabiliter gaudere; non permit-
ientes vos, et eos desuper per pre-
dicti Ordinis Beate Mariae de Monte
Carmelo, et aliorum quorumvis Or-
dinum Superiores, Prelatos, Prio-
res, Reformatores, Visitatores, et
fratres, aut alios quoscumque tam
ecclesiasticos, quam saeculares Ju-
dices, et personas, cujuscumque sta-
tus, gradus, ordinis, et cond'tionis
fueriní, et quacumque, etiam ponfci-
ficali dignitate, vel auctoritate,
etiam apostólica, fungantur, publice
vel occulte, directe vel indirecte,
quovis quaesito colore vel ingenio
quomodolibet indebite molestar!
perturban, vel inquietari. Contra-
dictores quoslibet ct rebelles, per
censuram ecclesiasticam et alia ju-
ris remedia opportuna, appellatione^
postposita, compescendo ; invocat(j
etiam ac hoc, si opus fuerit, auxi-
lio brachii saecularis, cum alus
clausulis et derogalionibus tune ex-
pressis, Vosque in Christo, Filíae
Priorissa et Conventus, per alias
etiam ab eadem Sede seu chacra
lo de la muerte, sino es por Nos,
o por la Sede Apostólica, a cuales-
quier jueces y personas, así ecle-
siásticas como seculares, de cual-
quier autoridad que tengan, aun-
que sea apostólica, que ni a vos-
otras, ni a las monjas, que por
tiem.po fueren del dicho monasterio,
directa o indirectamente, debajo de
cualquier color o traza, en cijal-
quier manera se atrevan o presu-
man indebidamente molestar, per-
turbar o inquietar, dando por
írrito y vano lo que contra esto
por cualquier persona, y con cual-
quiera autoridad, advertida o ig-
norantemente, sucediere intentarse.
No permitiendo que vosotras,
ni las demás monjas seáis pú-
blica o ocultamente, directa o in-
directamente, debajo de cualquier
color o traza, en algún modo in-
debidamente, molestadas, perturba-
das o inquietadas por los Superio-
res, Prelados, Priores, Reform-jdo-
res. Visitadores y frailes de la di-
cha Orden de Santa María del
Monte Carmelo, o por cualesquier
otros, así eclesiásticos, como se-
culares jueces, y personas de cual-
quier dignidad, estado, grado, or-
den o condición que fueren, y en
cualquier dignidad, aunque sea pon-
tifical, que estuvieren constituidos, o
cualquiera autoridad que tuvieren,
aunque sea apostólica, reprimiendo
a cualesquier rebeldes con censuras
eclesiásticas, y otros oportunos re-
medios de derecho, quitada toda
apelación, e invocando, si fuere
necesario, el auxilio del brazo se-
glar, con otras cláusulas y dero-
APÉNDICES
165
Poenitentiaria prefata, alias etiam
sub certa forma tune expressa,
etiara per quas ob melioris vitae
frugem inter aiia, ut bona aliqua
iii conmmuni aut particulari habe-
re seu possidere minime possitis
juxta íormam primae Regulae d^cti
Ordinis, sed ex eleemosynis et cha-
ritativis subsidiis vobis per Christi
fideles pie elargiendis, vos susten-
tare libere et licite valeatis, con-
cedi et indulgeri, obtinuistis lit-
teras, prout in singulis litteris pre-
dicíis desuper confectis dicitur ple-
nius contineri. Que omnia et sin-
gula pro illorum subsistentia fir-
raiori a Nobis Apostolice petistis
munimine roborari.
Nos, igitur, vestris justis postula-
tionibus grato concurrentes assen-
su, erectionem Monasterii, Indul-
tum, Voluntatem, Statuta, Obedien-
tiam eidem Ordinario ex indulto
predicto super dicto A\onasterio ac
dilcctis in Christo filiabus THERE-
SIñE de JESU, nunc modernae
Abbatissae seu Mater forsan nun-
cupatae, Mariac Elisabeth, et An-
nae de Angelis olim in Monasterio
A\onialium Incarnationis extra mu-
ros Abulenses, nunc vero in dicto
Monasterio S. Josephi degentibus,
ac alus dicti Monasterii Monialibus
pro tempore existentibus debitam
dandam: et decreta, ac omnia et
singula aiia in eisdem litteris con-
tenta, et inde sequuta quaequmque,
licita Lariicn, et honesta, sicut rite
et provide gesta sunt, rata et grata
habcntes, illa, apostólica auctorita-
te confirmamus, et presentís scripti
patrocinio communimus.
gaciones allí expresadas. Asimismo
manifestabais, que aunque por es-
pecial indulto de la Sede Apostó-
lica, concedido en virtud de unas
Letras apostólicas, despachadas por
el oficio de la sacra Penitenciaría a
las fundadoras del dicho monaste-
rio recién fundado, podáis tener
y poseer cualesquier bienes en co-
mún y en particular; pero aspi-
rando a mayor perfección de vida,
deseáis no poder tener ni poseer
en común ni en particular bienes
algunos, según la forma de la pri-
mera Regla de la dicha Orden, sino
sustentaros de las limosnas que pia-
dosamente os dieren los fieles de
Cristo, según que otras monjas de
la misma Orden en aquellas partes
se sustentan.
Todo lo cual pedíais fuese re-
frendado para mayor seguridad con
Nuestra Autoridad apostólica. A lo
cual Nos accedemos gustosos, y por
las presentes letras confirmamos y
corroboramos con Nuestra Autori-
dad apostólica la erección del mo-
nasterio, el indulto, voluntad, esta-
tutos y la obediencia que en virtud
del mencionado indulto acerca del
dicho monasterio deben prestar ai
Ordinario nuestras amadas hijas
Teresa de Jesús, Abadesa o Ma-
dre en la actualidad, María Isa-
bel y Ana de los Angeles, monjas
en otro tiempo del monasterio de
la Encarnación, extramuros de Avi-
la, y ahora del monasterio dicho de
San José, y todas las demás que
andando el tiempo vivieren en la
misma Comunidad; y asimismo to-
dos los decretos y demás disposi-
166
APÉNDICES
Nulli ergo omnino hominum lí-
ccat hanc paginam nostrae confir-
mationis et communitionis mfrin-
gere vel ci auso temerario con-
trairc. Si quis autem etc.
Datum Romae apud S. Marcum
anno Incarnationis Doininicae 1565.
XVI. Kal. ñugusti. Pontificatus no-
stri anno sexto.
cienes contenidas en las mismas
Letras apostólicas; y cuanto en vir-
tud de las mismas ordenadamente
se ha liecho, lo ratificamos y da-
mos por bien hecho, siempre que
sea lícito y honesto.
Nadie presuma contradecir estas
nuestras letras confirmatorias ni
oponerse temerariamente a ellas.
De lo contrario etc.. Dado en Ro-
ma, junto a San Marcos, en el año
1565 de la Encarnación del Señor,
el día decimosexto de las Kalendas
de Agosto, año sexto de nuestro
Pontificado.
APÉNDICES 167
XVII
ACTAS DEL CONCEJO DE ,\VILA SOBRE EL CONVENTO DE S'ÍN lOSE, FUNDADO POR
SrtNTH TERESA (5562-1564).
AÍSO DE 1562.
CONCEJO DE 22 DE AGOSTO.
En Avila, sábado, veinte y dos días del dicho raes de Hgosto del
dicho año (1562), estando en concejo juntos, a campana tañida, según
que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el Ilustre
Señor Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tie-
rra por Su A\ajestad, y Perálvarez Serrano, Regidor de la dicha cibdad,
ante mí, Gómez Caraporrío, escribano público y del dicho concejo y
testigos, se hizo y mandó lo siguiente.
Testigos: Diego Flores y Rodrigo Gallrgo, Mayordomos de la
dicha cibdad.
Los dichos Señores nombraron Presidente ül Señor Pedro del Águila,
y en su absencia, al Señor Perálvarez.
Este día pareció en el dicho concejo Lázaro Dávila, cantero veedor
de las fuentes y dixo que él ha sabido que Valle (1) que vive al
barrio de Señor San Roque, en las casas que eran de Valvellido, clérigo
difunto, quiere hacer cierto edeficio en las dichas casas, el cual, si se
hace como se dice, es muy gran daño y perjuicio para el edeficio de
las fuentes, por algunas cabsas que se pueden seguir, especialmente
porque subiendo obra alguna en el edeficio que se hiciere queda cubrió
por la parte de las dichas fuentes, y en invierno, especialmente cuando
helare, será ocasión y cabsa muy grande para que el agua de las di-
chas fuentes se hiele y no corra, de donde redundará muy gran daño
y perjuicio a toda la república desta cibdad. Por ende que pedía y
1 Las Actas del Concejo de Avila desde Enero de 1562 al mes de Abril de 1564, refe-
rentes al monasterio de San José, dan mucha luz a las cuestiones y pleitos que hubo al prin-
cipio, los cuales terminaron felizmente, quedando en paz las religiosas. A estas Actas hacen refe-
rencia todos los biógrafos antiguo.s de Santa Teresa, si bien ninguno las reprodujo. Andrés de
la Encarnación hizo en el siglo XVIII un extracto muy preciso para sus Memorias Historiales,
letra R. Don A\iguel Mir también las cita con alguna extensión en su libro sobre Santa Te"
resa, t. I, páginas 539 y siguientes, aunque con algunos errores de cronología y de apreciación
histórica. El Boletín de la Mcademia de la Historia publicó la mayor parte en su número
de Febrero de 1915. Visitando en Octubre de 1914 el Archivo del Ayuntamiento de Avila,
mandamos sacar una copia de las dichas Actas, que creemos es completa en lo que se refiere
a los primeros años de la fundación del convento de San [osé. De las dificultades que hubo
de superar la Santa en la fundación del primer convento de la Reforma, habla en varios capítu-
los del Libro de la Vida, principa, mente en el XXXVI.
168 HPENDICES
suplicaba a los dichos Señores estén advertidos para que si la dicha
obra se comenzare, se impida por esta cibdad, y los dichos Señores
agradecieron al dicho Lázaro Dávila de haber advertido de lo susodi-
cho a esta cibdad, al cual encargaron y mandaron que esté sobre gran
aviso de ver si se hiciere algún edeficio en lo susodicho, y al punto
lo haga saber a esta cibdad para que se remedie, y acordaron que
el dicho Señor Corregidor, y con su merced el Sr. Perálvarez, vayan
mañana o el lunes a ver lo que el dicho Lázaro Dávila dize, para
saber lo que conviene hacerse...
Garci Suárez, Perálvarez Serrano. Pasó ante mi, Gómez Campo-
rrio. Rubricado.
CONCEJO DE 25 DE AGOSTO.
En ñvila, veinte y cinco días del mes de Agosto de mil y qui-
nientos y sesenta y dos años, estando en concejo, a campana tañida,,
según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el
ilustre y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor
en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez Serrano,
Regidor de la dicha cibdad, ante mi Pedro de Villaquirán, escribano
público de Avila y testigos, se hizo y proveyó lo siguiente...
Sobre el inonesterio que nuevamente se ha hecho. — Este día los
dichos Señores dixeron, que por cuanto ahora nuevamente es venido a
su noticia que ciertas mujeres, diciendo que son monjas del Carmen,
han tomado una casa que es censual a esta cibdad, y han puesto
altares y dicho misas en ella, y por haber, como hay, muchos mones-
terios de frailes y monjas, e pobres, que padescen nescesidad, que para
que se remedie y provea sobre ello lo que conviniere al bien univer-
sal de esta cibdad, se Harnero y junten los caballeros regidores que hay
en esta cibdad para que sobre ello se provea para mañana miércoles,
a las nueve de la mañana, y que se llamen los letrados de esta cibdad.
A todo lo cual fueron presentes por testigos Francisco de Quiño-
nes, Procurador General del Común de la dicha cibdadi, y Diego Flores,
Mayordomo de la dicha cibdad. — Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Se-
rrano.— Rubricado.
CONCEJO DE 26 DE AGOSTO.
En la muy noble cibdad de Avila, miércoles, veinte y seis
días del mes de Agosto de mil e quinientos y sesenta y dos años,
estando juntos en ayuntamiento extraordinario Justicia y Regidores,
conviene a saber: los ilustres señores Garci Suárez Carvajal, Corre-
gidor desta dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Yera
y Perálvarez Serrano, Regidores desta cibdad, en presencia y por ante
mí Pedro de Villaquirán, escribano público del número desta cibdad
y testigos de yuso scriptos, abiéndose juntado para cosas tocantes a
la gobernación desta cibdad y su tierra, ordenaron y proveyeron lo
siguiente:
APÉNDICES 169
Este día, los dichos Señores, a cierta petición que dio Francisco
de Quiñones en nombre desta cibdad, le parece que es gran inconve-
niente y daño desta cibdad, que la casa que se haze agora nuevamente
del nombre de San Josep, se contradiga por esta cibdad y su tierra,
y que el dicho Francisco de Quiñones siga la cabsa, y que los licen-
ciados Daza y Ortega, letrados de la cibdad, entiendan en ello, y esto
por razón del perjuizio que a esta cibdad resulta y al edeficio de
las fuentes della, y asimismo por ser como es la casa y sitio do se
edifica censual a esta cibdad y por otras justas cabsas que a ello les
mueve, y que siendo nescesario se invíe al Consejo Real de Su Ma-
jestad sobre ello y se ganen todas las provisiones y recabdos necesa-
rios, y que los dichos señores, Alonso Yera y Perálvarez Serrano,
hablen en el caso al señor obispo, dándole cuenta de los daños y
perjuicios que de la nueva obra que se hace viene a esta cibdad, para
que se remedie,, y que visto salga a la cabsa por la cibdad, y Rodrigo
Gallego dé el censo que tiene la cibdad sobre las dichas casas para
que se vea y provea justicia, y así lo proveyeron y mandaron y fir-
máronlo de sus nombres. Garci Suárez Carvajal, Alonso Yera, Perál-
varez Serrano. Rubricado.
CONCEJO DE 29 DE AGOSTO.
En ñvila, sábado, veinte y nueve días del mes de Agosto del dicho
año, estando en Concejo juntos, a campana tañida, según que lo han
de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el ilustre y muy mag-
níficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad
y su tierra por Su Majestad^ y Juan de Henao, y Perálvarez Serrano,
Regidores de la dicha cibdad ante mí el dicho Gómez Campo Río,
escribano susodicho y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:
...Sobre lo del inonesterio: Este día, en el dicho concejo, los dichos
señores Justicia, Regidores, dixeron que para tratar y conferir sobre
lo tocante al monesterio que nuevamente se ha intentado hazer, acor-
daban y mandaban que para mañana domingo, a las tres después de
medio día. los señores Juan de Henao y Perálvarez Serrano, de parte
desta cibdad, pidan por merced a los señores Deán y Cabildo, tengan
por bien nombren personas que vengan a lo susodicho para tratar
dello a la dicha hora, y asimismo lo pidan y digan a los señores
Don Francisco de Valderrábano y Pedro del Peso, el Viejo, y si el
Señor Don Francisco tuviere ocupación, se diga al Señor Diego de
Bracamonte, y asimismo se pida y haga saber a los señores Prior
de Santo Tomás, y Guardián de San Francisco, y Prior de Nuestra
Señora del Carmen, y a los Abades del monesterio de Santispíritus,
y Nuestra Señora del Antigua, y a los Rectores del nombre de Jesús,
y a los letrados de la cibdad, y a Xrisptobal Xuárez y Alonso de Ro-
bledo, para que haya de todos los Estados de la dicha cibdad para tra-
tar sobre lo susodicho y para que cada uno diga su parecer en ello,
sirviendo a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad del Rey, nuestro
Señor, y procurando el bien de la República desta cibdad...
Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Juan de Henao. Pasó
ante mí, Gómez Campo Rio. Rubricado.
170 APÉNDICES
CONCEJO DE 30 AGOSTO.
En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, treinta días del mes
de Agosto, año del nascimicnto de Nuestro Salvador Jesucristo de
mil y quinientos y sesenta y dos años, estando en concejo en Ja parte
y lugar que se suelen y acostumbran juntar el ilustre y muy magníficos
señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra
por Su Majestad, y Don Antonio Vela, y Antonio del Peso, y Juan
de Hcnao y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, en pre-
sencia y por ante mi Gómez Campo Río, escribano público del número
en la dicha cibdad de Avila y su tierra, y escribano del concejo della
por Su Majestad, y testigos yuso scriptos, se hizo y pasó en el dicho
concejo lo que se sigue:
Junta sobre el monesterio nuevamente hecho de San Josep. Este
día, luego incontinente, vinieron al dicho concejo los muy magníficos
señores Don Francisco de Valderrábano y Pedro del Peso, el Viejo,
y los muy magníficos Señores el licenciado Brizuela, Provisor en la
dicha cibdad y su obispado, y Don Pedro Pérez, Chantre de la Santa
iglesia de Avila, y Don Xrisptóbal de Sedaño, Arcediano de Olmedo,
y el licenciado Juan de Soria, canónigo en la dicha Santa Iglesia y Fray
Pedro Serrano, Prior del monesterio y casa insinie de Señor Santo
Tomás de Aquino el Real, de Avila, y fray Pedro, y varios frailes de
la dicha casa y Orden (1), y Fray Martín de Aguirre, Guardián del
monesterio de Señor San Francisco, de los arrabales de la dicha cibdad
de Avila, y fray Hernando de Valderrábano, predicador en la dicha
casa, y tíon Fray Francisco Blanco, Abad de la casa y monesterio de
Señor Santispiritus, de los arrabales de la dicha cibdad, y Fray Simón
pedricador, y don Pedro de Antoyano, Abad de la casa de Nuestra
Señora del Antigua de la dicha cibdad de Avila, y Fray Martín de Pa-
lencia, monje de la dicha casa y monesterio, y el Alaestro Baltasar
Alvarez, y el Maestro Ribaldo, de la Orden y casa del nombre de
Jesús, que es en los arrabales de la dicha cibdad de Avila, y los licen-
ciados Daza, Cinbrón y Ortega, letrados en la dicha cibdad, y con su
Señoría y mercedes Xrisptóbal Xuárez del Yerro y Alonso de Ro-
bledo, del estado de los cibdadanos de la dicha cibdad.
Y estando así juntos en el dicho concejo, el dicho Señor licenciado
Brizuela, Provisor, dixo que teniendo entendido la junta que de su
señoría y mercedes se había de hazer y para el caso que se hacía,
1 Uno de estos frailes de que se habla aquí, fué el P. Domingo Báñez, como lo dice él
mismo en una nota puesta al margen del Capítulo XXXVI del autógrafo que contiene la Vida de
Santa Teresa. (Cfr. el Libro de la Vida, p. 311). En algunas copias, como en la citada del
Boletín de la Real ñcademia de la Historia, se ha publicado este pasaje defectuosamente, di-
ciendo: «...y Fr. Pedro Serrano, prior del monasterio y casa insinye de Señor Santo Tomas de
Aquino el Real, de Avila, y Fray Pedro ibáñez, fraile de la dicha casa y borden. ..>, como si
en aquella memorable junta no hubiera habido más que estos dos Padres del Convento de Santo
Tomes, cuando se sabe positivamente, que asistió u defendió la nueva fundación de San )osé
el Padte Búfiez.
APÉNDICES 171
el Obispo, su Señor, le mandó que viniese al dicho concejo a decir
y mostrar la cabsa porque había venido en el efecto del dicho moncs-
terio, que era por un Breve que Su Santidad había dado y concedido,
que allí traía, el cual mostró y se leyó a los dichos Señores que pre-
sentes estaban; el qual leído y dicho lo que el dicho Señor Provisor
quiso decir cerca de lo susodicho, se fué del dicho concejo.
Y como el dicho Señor Provisor fué ido del dicho concejo, el dicho
Señor Corregidor dixo a los dichos señores, que para la cabsa y
efecto que ha hecho llamar y juntar a sus mercedes, es la que de
suso por el dicho señor Provisor ha sido y está dicha, y para se lo
hacer saber para que sus mercedes fuesen servidos tratar dello para
dar sus pareceres de lo que más y mejor conviene que se haga cerca
de lo susodicho, para que con tales pareceres como los que sus mercades
darán, se haga y determine lo que más conviene al servicio de Dios
nuestro Señor y bien público de la dicha cibdad; lo cual así dicho
por el dicho señor Corregidor, luego los dichos señores trataron y
confirieron distancia de tiempo en lo que contenía el Breve y la fa-
cultad que por él Su Santidad da; y tratado y conferido, dixeron que
por ellos visto e oído, como no se ha guardado ni cumplido según y
conforme a la concesión que por él Su Santid.ad hace, y teniendo en-
tendido todas las cabsas que convienen mirarse y tener presente para
que haya efecto o no lo que está hecho, todos juntos vinieron a re-
solverse y se resumieron en que se liable a su señoría del Señor
Obispo, para que siéndole dicho las muchas cabsas que hay para que
no permita que el dicho monesterio haya efecto, sea servido de lo re-
mediar y evadir lo que en lo susodicho se puede tratar de pleitos y
otros inconvenientes; y siéndole dicho y aviéndoselo suplicado, si su
señoría no viniere en ello, todos juntos y cada uno por sí dixeron que
se resumían y resumieron atento lo que está dicho, y los grandes incon-
venientes que hay y pueden suceder, de haber en esta cibdad el dicho
monesterio, y teniendo liü y respecto a que demás de las cabsas su-
sodichas, por ser como es y ha de ser el dicho monesterio mendicante,
por no tener ni poder tener propios algunos de que se puedan sus-
tentar los monesterios pobres de Ordenes muy confirmadas en san-
tidad, religión, abtoridad y gran exemplo de la dicha cibdad, serán
muy agraviados por la nescesidad que padescerán por cabsa que con
las demandas que para el dicho monesterio se hacen, se les quitarán
a ellos las que hasta agora se les hacen, porque con todas ellas pa-
descen y tienen gran probeza, y porque también, y más principal de todo,
primero y ante todas cosas, se había de llevar y presentar el dicho
Breve a la Católica y Real Majestad del Rey nuestro Señor y Señores
del su muy alto y Real Consejo, para que informados de lo que con-
tiene, y oída la relación y cabsa justa que esta cibdad dará cerca de
lo que está dicho. Su Majestad mandase determinar lo que con jus-
ticia, como Rey y Señor que a todos la manda guardar y guarda, pro-
veyese y mandase lo que más servido fuese; y por no haberse hecho
antecediendo esto, primero que otra cosa se hiciese, por esta cabsa
como principal, y todas las que dicho y declarado tienen, se resumían
y resumieron, para que lo hecho en el dicho monesterio no haya efecto,
se siga y prosiga ante Su Santidad y ante la Católica y Real Majestad
172 APÉNDICES
del Rey nuestro Señor, y en su Real Consejo, y en todas las otras par-
tes que pareciere que conviene; y pidieron y mandaron a mí, el dicho
escribano, lo escriba y asiente así. Garci Suarez Carvajal, Perúbuirez
Serrano, Juan de ¡ienao. Pasó ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.
CONCEJO DE 5 DE SETIEMBRE.
En Avila, sábado, cinco días del mes de Septiembre de mil y qui-
nientos y sesenta y dos años, estando en concejo juntos, a campana
tañida, según que lo han de uso y costumbre, estando en el dicho con-
cejo el ilustre y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Co-
rregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad', y Hlonso Yera,
y Juan de Henao, y Gil de Villalba y Perálvarez Serrano, Regidores
de la dicha cibdad, ante raí Gómez Campo Río, escribano público y
del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos:
Francisco de Quiñones, Procurador General del Común de la dicha cib-
dad, y Diego Flores y Rodrigo Gallego, Mayordomos de la dicha cibdad...
Sobre la casa de San Josep. — Los dichos Señores dixeron, que
en lo que toca al nuevo monesterio que se quiere hacer, se hagan las
diligencias necesarias, y si se tratare de doctarse bastante y en ello
y en lo demás que convenga, se diere asiento en lo demás que está
pedido y se concertare con su señoría, se haga lo que pareciere con-
viene al buen efecto de lo que se pretende.
CONCEJO DE 12 DE SETIEMBBE.
En Avila, sábado, doze días del dicho mes de Septiembre del dicho
año, estando en concejo juntos, a campana tañida, según que lo han
de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el Ilustre Señor Garci
Suárez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su
Majestad y Alonso Guiera y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha
cibdad, en presencia de mí Gómez Campo Río, escribano público y
del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos:
Francisco de Quiñones, Procurador General del Común, y Rodrigo Ga-
llego, Mayordomo de la dicha cibdad...
Nombramiento de Alonso de Robledo para ir a Madrid a en-
tender en el negocio de las monjas de San Josep y del cortar las casas
de Caldandrín. — Los dichos Señores mandaron que se vaya a la vilia
de Madrid al Consejo de Su Majestad a llevar las informaciones que
están hechas sobre lo del monesterio que nuevamente se quiere hacer,
y sobre lo del derribar las casas de la Caldandrín, la calle abaxo como
van a la plaza, desde las casas de Pinel, y nombraron a Alonso de
Robledo, vecino desta cibdad que vaya a entender en el dicho ne-
gocio, y mandáronle dar por cada un día de los que en ello se ocupare
un ducado...
Garci Suárez Carvajal, Alonso Guiera, Perálvarez Serrano, Gómez
Campo Río. Rubricado.
APÉNDICES 173
CONCEJO DE 22 DE SETIEMBRE.
En Avila, martes, veinte y dos días del dicho mes de Septiembre
del diciio año, estando en concejo juntos;, a campana tañida, según que
lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo el ilustre
y muy magníficos Señores Garci Suárez Carvajal, Corregidor en la
dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Yera y Perál-
varez Serrano, Regidores de la dicha cibdad, ante mí Gómez Campo
Río, escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó
lo siguiente. Testigos: Vicente Hernández, Procurador general de los
pjeblos, y Diego Flores, Mayordomo de la cibdad....
Provisiones que se truxeron a concejo sobre el monesterio y el cor-
tar las casas de Caldandrín. — Este día se vieron y leyeron en el dicho
concejo dos provisiones que traxo Alonso de Robledo, a quien la cibdad
invió al Consejo Real sobre lo del monesterio que nuevamente se hace,
y sobre el derribar las casas de Caldandrín; las guales vistas, los di-
chos Señores Regidores requirieron con ellas al Sr. Corregidor para
que las guarde y cumpla como en ellas se contiene, y el dicho Señor
Corregidor las tomó en sus manos, y besó, y puso sobre su cabeza, y
obedeció con el acatamiento debido, y cuanto al cumplimiento dellas,.
'n lo que toca al dicho monesterio, la mandó notificar a la dicha cibdad
ara que aleguen y pidan lo que a la dicha cibdad vieren que conviene...
Garci Suárez Carvajal, Alonso Gtiiera, Pcrálvarez Serrano. Pasó ante
!í, Gómez Campo Río. Rubricado.
CONCEJO DE 27 DE OCTUBRE.
En Avila, martes, después de medio día, veinte y siete días del
mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y dos años, estando en
concejo juntos, a campana tañida, según que lo lian de uso y costumbre,
el muy ilustre Concejo de la cibdad, estando en él el Licenciado Juan
Páez de Saavedra, Alcalde mayor en dicha cibdad y su tierra, y Don
Antonio Vela, y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila, Regidores
de la dicha cibdad, ante mí Gómez Campo Río, escribano público del
número en la dicha cibdad y su tierra y escribano del concejo della por
Su Majestad y testigos yuso scriptos, se hizo y mandó lo siguiente.
Testigo: Alonso de Robledo, Procurador general de la dicha cibdad...
Sobre una carta que escribió Villena sobre el monesterio. — Este día,
en el dicho concejo, Alonso de Robledo, Procurador General del Común
desta cibdad, dio una carta de Diego de Villena, escribano público de
Avila, abierta, que dixo haberle dado el Señor Corregidor, en que
hace saber lo que ha pasado sobre el pleito de las monjas con el tras-
lado de dos escriptos, el uno presentado por parte de las dichas mon-
jas, y el otro por parte desta cibdad, todo lo cual se leyó en el
dicho concejo, y visto e oído lo que contiene, mandaron escribir al
dicho Villena entienda en el dicho negocio con toda diligencia y cuidado
174 APÉNDICES
y haga lo que en ello fuere menester, y mandaron que Rodrigo Ga-
llego, Mayordomo de la dicha cibdad, de 'os maravedís de las sobras
de alcabalas, dé al dicho Robledo quatro mil e quinientos maravedís
para inviar al dicho Villena para las costas y gastos del dicho pleito
tocantes a esta cibdad, y para ello le mandaron dar libramiento. Juan
P'áez de Soavedra, Pedro del Águila. Paso ante mí, Gómez Campo Río.
Rubricado.
CONCEJO DE 6 DE NOVIEMBRE.
En Avila, viernes, seis días del mes de Noviembre del dicho año,
estando el Ilustre Concejo de la dicha cibdad junto, en la parte y lugar
que se suele y acostumbra juntar, esLando en el dicho concejo el Licen-
ciado Juan Páez de Saavedra, Alcalde mayor en la dicha cibdad y
su tierra, y ñlonso Quiera y Pedro del Águila, Regidores de la dicha
cibdad, ante mí Gómez Campo Río, escribano público y del dicho con-
cejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigo: Alonso de Roble-
do, Procurador General del Común.
Sobre el monesterio de las descalzas. — Este día trajo al dicho con-
cejo Alonso de Robledo, Procurador General del Común desta cibdad,
dos cartas, una del señor Corregidor y otra del señor Juan de Henao,
y otra de Diego de Villena, escribano del número, sobre lo tocante al
monesterio que nuevamente se hace de las Descalzas, y en las del
señor Juan de Henao y Diego de Villena dicen que quieren concierto
y que doctarán el monesterio a vista del señor Obispo; y el señor
Corregidor dice en la suya que se haga saber a los Regidores que están
instrutos en ello y tratado sobre ello, la cibdad provea y responda lo
«que más viere que conviene: las guales dichas cartas se vieron y
leyeron, y visto e oído lo que contienen, se voctó sobre lo susodicho
en la manera siguiente:
El señor Alonso Guiera dixo que su vocto y parecer es, que pues
el dicho negocio pende en el Consejo Real de Su Majestad, donde
el dicho negocio se determinará con toda justicia y darán a cada parte
el derecho que tuviere, es su vocto y parecer que allí se acabe y difina,
porque haciéndose así, la cibdad quedará satisfecha de haber hecho
lo que debe, y descargada su conciencia con lo que los dichos se-
ñores determinaren.
El señor Pedro del Águila dixo que él no se ha hallado en el
dicho concejo a tratar del dicho negocio, pero que su vocto y parecer
es, que pues está puesto en el Consejo Real donde coa justicia lo de-
terminarán, su vocto es que así se haga, porque haciéndose así, la cib-
dad hace lo que es en ííí, y no le queda escrúpulo de conciencia de lo
que se proveyere por los dichos señores.
Y luego el dicho señor Alcalde mayor dixo que deste dicho ne-
gocio se dio cuenta de lo que parecía hacerse cerca dcllo en el Con-
sejo Real de Su Majestad, donde hay tanta ciencia y conciencia, y que
el dicho negocio determinarán con toda rectitud; decía y dixo que así
se haga porque las conciencias de todos quedaran satisfechas con aque-
APÉNDICES 175
lio que los dichos Señores proveyeren y mandaren, y que este es su
parecer conformándose con el de los dichos señores.
Los dichos señores mandaron escribir al dicho señor Corregidor,
que vieron la carta que su merced escribió a Alonso de Robledo, Pro-
curador General, y las que el Señor Juan de Henao y Villena es-
cribieron a la cibdad sobre el dicho negocio, y que vistas, la cibdad
determinó el dicho negocio se vea y determine por los Señores del
Consejo Real de Su Majestad, porque con estof y lo que está hecho, se
ha hecho lo posible, y con la determinación de los dichos señores,
la cibdad quedará sin escrúpulos de conciencia; y asimismo lo man-
daron escribir al señor Juan de Henao y al dicho Diego de Villena,
y que el dicho Diego de Villena siga la dicha cabsa con toda deli-
gcncia y cuidado para que con toda brevedad el dicho negocio se
despache, y mandaron que el pliego deste despacho lleve el mensajero
que traxo las dichas cartas...
Por ante mi, Gómez Campo Rio. Rubricado.
CONCEJO DE 17 DE NOVIEMBRE.
En Avila, martes, diez y siete días del mes de Noviembre de mil
y quinientos y sesenta y dos años, estando el muy Ilustre Concejo
juntos, a campana tañida, según que lo han de uso y costumbre, es-
tando en el dicho concejo Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la
dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Alonso Quiera, y Pedro
del Águila, Regidores de la dicha cibdad, nnte mi Gome?. Campo Río,
escribano público y del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo
siguiente. Testigo: Alonso de Robledo, Procurador General desta cibdad
y Rodrigo Gallego, Mayordomo della...
Cómo vino un Receptor de pedimiento de Las monjas de San
Jcsepe. — Este día pareció en el dicho concejo un hombre que se dixo
por su nombre Pedro de Villaicén, que dixo ser Recebtor ganado a
pedimento del nuevo monesterio de las Descalzas, y nresentó la re-
ccbtoría que trae, la cual se vio y leyó en el dicho concejo, y citó
a la cibdad para que vaya' a ver jurar y conocer los testigos que se
presentaren, e luego se fué del dicho concejo.
El cual dicho Recebtor ido del dicho concejo, Alonso de Robledo,
Procurador General del Común de la dicha cibdad, que presente estaba,
dixo que él, en nombre del dicho Común, quiere entender en la
dicha cabsa, y luego los dichos Señores Justicia y Regidores dixeron
que le nombraban y nombraron a él y al bachiller Ruiz, solicitador de
la cibdad, para que amos a dos hagan en la dicha cabsa lo que con-
venga y tea necesario, y mandaron que acudan a! licenciado Ortega como
letrado de la cibdad para que diga lo que conviniere hacer en la
dicha cabsa...
Garci Suárez Carvajal, Alonso Quiera, Pedro del A^ui/a. Pasó
ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.
176 APÉNDICES
CONCEJO DE 22 DE NOVIEMBRE.
Libramiento al Señor Corregidor; seis ducados que dio a V Hiena.
Otro sí, los dichos Señores mandaron que Rodrigo Gallego, iVLayor-
domo de la dicha cibdad, de los propios della, dé y pague al dicho
Señor Corregidor dos mil y doscientos y cincuenta maravedís que
dio y pagó a Diego de Villena, escribano que está en Madrid, en-
tendiendo en el pleito que la cibdad trata con el monesterio de San
Josepe, para su cuenta de lo que hobiere de haber y hobiere pagado,
de que ha de dar cuenta siendo venido y mandaron dar libramiento
para €llo.
CONCEJO DE 2^ DE NOVIEMBRE.
Los dichos Señores mandaron que Rodrigo Gallego, mayordomo
de esta cibdad, de los propios della, dé y pague a ñlonso de Roble-
do, Procurador general del Común de esta cibdad, cuatro mil e qui-
nientos maravedís para dar al Recebtor que está en esta cibdad sobre
c! negocio del monesterio que nuevamente se hace en esta cibdad,
de San Josepe, y para otras cosas que se hobieren de pagar del dicho
negocio, de que ha de dar cuenta» y mandáronle dar libramiento para
ello.
CONCEJO DE 1 DE DICIEMBRE.
En iívila, martes, primero día del mes de Diciembre de mil y
quinientos y sesenta y dos años, estando el muy Ilustre Concejo de la
dicha cibdad, juntó a su ayuntamiento a campana tañida, según que
lo han de uso y costumbre, estando en él Garci Súarez Carvajal, Corre-
gidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Don Antonio
Vela, y Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, ante mí Gómez
Campo Río, escribano pi'iblico y del dicho concejo y testigos, se hizo
y mandó lo siguiente. Testigo: Juan Verdugo, escribano público y
del dicho concejo... ' '^¡ f^^
Salario que se señaló a Juan Díaz sobre el acompañamiento de
San Josep. — Los dichos Señores dixeron que por parte desta cibdad
fué recusado el Recebtor que está en ella a hacer la probanza sobre
el monesterio de Señor San Josepe, y fué y está nombrado por su
acompañado Juan Díaz, escribano público de Avila, el qual con él re-
side ordinariamente, al cual se le ha de pagar el tiempo del dicho
acompañamiento; por tanto que le nombraban y nombraron de salario por
cada un día de los que en ello se ha ocupado y ocupare, seis reales,
atento que el dicho Juan Díaz no sale desta cibdad al dicho negocio...
Garci Suárcz Carvajal, Pedro del Águila. Por ante mí, Gómez
Campo Río. Rubricado. ' , .-''Tí. I?
APÉNDICES 177
CONCEJO DE 12 DE DICIEMBRE.
En Avila, sábado, doce días del mes de Diciembre de mil y
quinientos y s<?senta y dos años, estando el muy ilustre Concejo de la
dicha cibdad, juntó a su ayuntamiento a campana tañida, según que
lo han de uso y costumbre, estando en él Qarci Suárez Carvajal, Co-
rregidor en la dicha cibdad de Avila y su tierra por Su Majestad,
y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila, Regidores en la dicha
cibdad, en presencia de mí Gómez Campo Río, escribano susodicho y
testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos: Juan Verdugo, es-
cribano público y del dicho Concejo y Diego Flores y Rodrigo Ga-
llego, Mayordomos de la cibdad...
Este día, en el dicho concejo, el bachiller Ruiz, Solicitador de la
cibdad, dio noticia a su señoría, cómo la probanza que la ciubdad hacía
en el pleito de las monjas del nuevo moncsterio de San Josep, es
acabada, y el Recebtor se quiere partir, y porque no haga costa a
la cibdad, su señoría mande se le pague lo que se le debe. Y luego
los dichos Señores Justicia, Regidores, mandaron que lo que se ave-
riguare que se !e debe y diere firmado de su nombre Rodrigo Ga-
llego, se lo pague de las sobras de las alcabalas, y desde agora man-
daron dar libramiento para ello.
Giirci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano. Por ante mí, Gómez
Campo Rio. Rubricado.
AÑO DE 1563.
CONCEJO DE 12 DE ENERO.
En Avila, ¡nartes, doce días del mes de Enero de mil y quinientos
y sesenta y tres años, estando el muy ilustre Concejo de la dicha
cibdad en su ayuntamiento, a campana tañida, según que lo han de uso
y costumbre, estando en el dicho concejo Garci Suárez Carvajal, Corre-
gidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad, y Perálvarez
Serrano, y Antonio de Muño Hierro, y Pedro del Águila, Regidores
de la dicha cibdad, ante mí Gómez Campo Río, escribano público y
del dicho concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos:
Alonso de Robledo, Procurador General de la repiiblica de la dicha cib-
dad, y Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad.
Comisión al Señor Pedro del Águila para averignar la cuenta con
Robledo de lo que ha pagado en el pleito de las monjas. — Este día,
en el dicho concejo, Alonso de Robledo, Procurador General del Común,
dixo a los dichos Señores cómo él por su servicio y mandado pagó al
Recetor que vino a esta cibdad sobre lo de! monesterio de Señor
San Josepe, lo que se le debía de los días que en servicio de la
cibdad se ocupó de los derechos de las probanzas, las cuales traxo
al dicho concejo y dio y entregó a mí el dicho Gómez Campo Río;
II 11
178 APÉNDICES
pidió y suplicó a los dicho señores le manden pagar lo que dello se
le debe, y los dichos señores dixcron que cometían e cometie-
ron al Señor Pedro del Águila que vea la dicha cuenta y averigüe
lo que se debe al dicho Alonso de Robledo, y averiguado lo que pa-
reciere debérsele, se le libre en Rodrigo Gallego en los maravedís
de los propios de la cibdad, que son a su cargo.
Este día los dichos señores Justicia, Regidores mandaron escribir
al Señor Licenciado Pacheco, agradeciéndole mucho el cuidado que
tiene de avisar a esta cibdad de las cosas que pasan en la corte de
Su Majestad, y que así esta cibdad le está ofrecida y obligada para
las cosas que le tocasen con aquella voluntad que él mira las desta
cibdad, y que pues sabe el pleito que esta cibdad trata con el nuevo
monesterio que se quiere hazer de la Orden de los Carmenistas (sic)
y abogación de Señor San Josepe, en el cual están hechas probanzas
por amas partes y las que esta ciudad hizo se le invían, que le piden
por merced se presente, y en lo que toca al negocio, haga con el pro-
curador y letrado que esta cibdad en corte tiene, lo que sea necesa-
rio, y su merced haga en ello como en cosa propia, por importar,
como importa, mucho a esta cibdad lo que defiende, y que hable al
Señor Juan de Henao, a quien esta cibdad escribe, para que lo fa-
vorezca, como cosa que importa lo que está dicho, y que esté cierto
el trabajo se le gratificará.
Otro sí, los dichos señores mandaron escribir al Señor Juan de
Henao, que pues su merced sabe que la pretensión que esta cibdad
tiene defendiendo el nuevo monesterio que en ella se hace, es justa, lo
favorezca como hace las otras cosas que a esta cibdad tocan y dé
calor en ello al licenciado Pacheco, a quien se escribe, entienda en
ello como persona más desocupada.
Asimismo mandaron escribir al dicho licenciado Pacheco, que cuan-
do los procuradores de Cortes desta cibdad fueren a ella, les hable
en el negocio para que hagan en ello lo que conviniere y acá se les
encargará (1).
Este día, en el dicho concejo, por Diego de Villena fué dada una
petición suplicando le manden pagar cincuenta días que se ocupó
por esta cibdad en la villa de Madrid sobre el negocio de las monjas
de San Josepe, y dio un memorial y cartas de pago de lo que en el
dicho negocio gastó y pagó*, y dello se le descuente los maravedís que
tiene recibidos. Y los dichos Señores, cometieron a Alonso de Ro-
bledo, Procurador Genera! del Común desta cibdad, que vea la dicha
petición, memorial y cartas de pago que el dicho Diego de Villena
presenta y traiga declaración dello, para que se vea y provea y mande
lo que se debe hazer en ello.
Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Pedro del Águila. Por
ante mí, Gómez Campo Río. Rubricado.
1 El 16 de Febrero de 1563 se abrieron la? Cortes generales del reino en A^adrid, y estu-
vieron abiertas hasta el 27 de Agosto. Nada definitivo debieron de acordar acerca del pleito de
San José, puesto que continuó después por mucho tiempo todavía.
APÉNDICES 179
CONCEJO DE 16 DE ENERO.
En Avila, sábado, diez y seis días del raes de Enero de mil y
quinientos y sesenta y tres años, estando el muy Ilustre Concejo de
la dicha cibdad junto en su ayuntamiento, a campana tañida, según que
lo han de uso y costumbre, estando en el dicho Concejo Garci Suárez
Carvajal, Corregidor en la dicha cibdadi y su tierra por Su Majestad,
y Perálvarez Serrano y Pedro del Águila, Regidores de la dicha
cibdad, en presencia de mí Gómez Camporrio, escribano público y del
dicho Concejo y testigos, se hizo y mandó lo siguiente. Testigos:
Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la dicha cib-
dad, y Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad...
Sobre lo que pedía Diego de Villena del tiempo que se ocupó en
Madrid sobre el monesterio de las monjas. Este día, en el dicho Con-
cejo, Alonso de Robledo, Procurador del Común, averiguó la cuenta
con Diego de Villena, escribano, el cuai pareció haber recebido desta
cibdad diez y ocho ducados y haber pagado en cosas que mostró, cin-
cuenta y cinco reales y medio, y dice haber estado cincuenta días; y
vista la dicha relación, los dichos Señores dixeron, que el dicho Alonso
de Robledo hable al dicho Diego de Villena, que se contente con los
trece ducados que le quedan sin los que pagó, conforme a lo que tiene
recebido por los días que en el dicho negocio se pudo ocupar, atento
que entendería en otros negocios...
Garci Suárez Carvajal, Perálvarez Serrano. Pasó ante mí, Gómez
Campo Río. Rubricado.
CONCEJO DE 23 DE FEBRERO.
En Avila, martes, veinte y tres días del mes de Febrero de mil y
quinientos y sesenta y tres años, estando el muy Ilustre Concejo de
la dicha cibdad en su ayuntamiento, a campana tañida, según que lo
han de uso y costumbre, estando en el dicho Concejo Garci Suárez
Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su tierra por Su Majestad,
y Alonso Guiera, y Perálvarez Serrano, Regidores de la dicha cibdad,
ante mí Gómez Camporrio, escribano público y del dicho Concejo,
y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:
Testigos: Alonso de Robledo, Procurador general del Común de
la dicha cibdad, y el Licenciado Vicente Hernández, Procurador de la
dicha tierra, y Rodrigo Gallego, Mayordomo de la cibdad...
Librar a Alonso de Robledo dineros que gastó. Este día en el
dicho Concejo, Alonso de Robledo, Procurador general de la Repú-
blica desta cibdad, presentó un memorial de maravedís que ha gastado
por mandado desta cibdad en hacer aderezar ciertas calles y en lo
del pleito del nuevo monesterio de Señor San Josepe, su tenor del
cual es este que se sigue...
180 APÉNDICES
PLEITO DE LflS MONJAS
Que pagó a Juan Díaz, escribano, noventa y seis reales del
diez y seis días que fué acompañado, a seis reales por IniMiiLxim
día, que se lo mando dar el Señor Corregidor. .
De los mandamientos que se sacaron del Provisor y del Re-i
ccbtor para que dixesen los testigos, y de las notifica-!
cienes y del treslado del interrogatorio, tres reales yj
medio j
ex IX
Pagué al Receptor treinta y cinco reales con que se le aca-j
bó de pagar su salario y la probanza y scripturas que'iMcxc
dló, y dio carta de pago |
Suma en esto deste pleito cuatro mil y quinientos y ^6tenta("i -.
y tres maravedís I
El cual dicho memorial y cuenta asi presentado por el dicho
Alonso de Robledo, y visto y oído por los dichos señores lo que
en él contiene, pidió y suplicó a los dichos señores le manden librar
y pagar los dichos maravedís, e hizo juramento por el nombre de
Dios y de Santa María y sobre la señal de la cruz, en que puso
su mano derecha corporalmente, en forma debida de derecho, so car-
go del cual juró y declaró haberse gastado y él pagado en las cosas
susodichas los maravedís que montan en el dicho memorial, y hizo
el dicho juramento y respondió a la fuerza y confusión del, y dixo:
así lo juro e amén. Y luego los dichos señores Justicia, Regidores,
visto el dicho memorial y gasto en él contenido, mandaron librar
y pagar al dicho ñlonso de Robledo los maravedís contenidos en
el dicho memorial en esta manera: los gastados en aderezar las dichas
calles, en los maravedís de las sobras de las alcabalas desta cibdad,
y los maravedís gastados en el dicho pleito que esta cibdad con el di-
cho monesterio trata, en los maravedís de los propios y rentas que
esta cibdad tiene, y mandáronle dar libramientos en la forma su-
sodicha para que Rodrigo Gallego se lo dé y pague luego...
Garci Siiárez Carvajal, Perálvurez Serrano. Paso ante mí, (lómez
Campo Río. Rubricado.
CONCEJO DE 19 DE JUNIO.
En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, sábado, diez y nueve
días del dicho mes de Junio del dicho año, estando el muy Ilustre
Concejo, Justicia y Regidores de la dicha cibdad, estando en el dicho
concejo Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad y su
APÉNDICES 18Í
tierra por Su Majestad, y Don Antonio Vela, y Pedro del Hguila,
Regidores de la dicha cibdad en presencia de mí, Gómez Campo Río,
escribano susodicho y testigos, se hizo y mandó lo siguiente:
Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad....
Que se siga el pleito de Señor San Jusepe. Otro sí, los dichos
señores mandaron que se siga el pleito questa cibdad trata en corte
con el monesterio de Sr. San Jusepe.
Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela. Pasó ante mí, Gómez Campo
Río. Rubricado.
CONCEJO DE 13 DE NOVIEMBRE.
En la muy noble y muy leal cibdad de Avila, sábado, treze días
del mes de Noviembre del dicho año del Señor de mil y quinientos y
sesenta y tres años, estando junto el muy Ilustre Concejo, Justicia,
Regidores de la dicha cibdad de Avila, a campana tañida, según que
lo han de uso y costumbre, estando en el dicho concejo Qarci Súarez
Carvajal, Corregidor en la dicha cibdad de Avila y su tierra por Su
Majestad, y Alonso Quiera, y Perálvarez Serrano, y Pedro del Águila,
Regidores de la dicha cibdad, ante mí, Gómez Campo Río, escribano
público del número en la dicha cibdad de Avila y su tierra y escri-
bano del Concejo deila por Su Majestad, se hizo y mandó lo siguiente:
Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la dicha cibdad, y Pedro de
Villaqiiirán, escribano público del número y del dicho Concejo...
Sobre el edeficio que las monjas de San Josepe tienen hecho sobre
las fuentes. Este día los dichos Señores Regidores de suso declarados,
dixeron al dicho Señor Corregidor, que ya su merced sabe lo que
está pedido y hecho por parte desta cibdad sobre el edeficio que las
monjas del monesterio de Señor S. Josepe nuevamente tienen hecho sobre
el edeficio del agua de las fuentes desta cibdad, y porque como su mer-
ced sabe es en daño y perjuizio della y su república, por tanto que Je
pídeiL, y si nescesario es le requieren, lo mande determinar, y pidieron a
mi el dicho escribano lo escriba y asiente asi; y el dicho Señor Co-
rregidor dixo y respondió, que pidan lo que viere que les conviene
pedir, y se junte con lo que está hecho y procesado y se lo lleven para
que é! lo vea, y visto provea cerca dello lo que de justicia debe ser
hecho, y mandó a mí el dicho escribano lo escriba y asiente así.
E luego Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la
dicha cibdad, que presente estaba, dixo que pedía y pidió, requería
y requirió al dicho Señor Corregidor el tanto que los dichos Seño-
res Regidores lo tienen pedido y requerido, y pidió a mí el dicho es-
cribano lo escriba y asiente así; e luego, el dicho Señor Corregidor,
dixo que dexía y dixo, respondía y respondió lo que tiene dicho y res-
pondido al requerimiento que los dichos señores regidores le tienen
dicho y requerido.
Este día luego, los dichos señores regidores dixeron queste dicho
negocio y pleito que se trata por el edeficio, está cometido al Se-
182 APÉNDICES
ñor Perálvarez, que presente está, y si necesario es, aliora se le
tornaban a cometer y cometían para que en ello haga y mande hac2r
lo que convenga hacer y lo que sea nescesario...
Garci Siiárez Carvajal, Perálvarez Serrano, Alonso Quiera. Pasó
ante mí, Gómez Campo Río.
AÑO DE 1564.
CONCEJO DE 11 DE ENERO.
San Josepe. Trataron los dichos Señores Justicia e Regidores sobre
el edeficio que las monjas del monesterio de San Josepe tienen hecho
sobre los arcos de las fuentes de la cibdad, e habiendo platicado
sobre ello, acordaron e mandaron que el dicho Alonso de Robledo,
Procurador general del dicho Común, trate con las dichas monjas el
tiempo que quieren para desnacer el dicho edeficio y de la manera
que ha de quedar para adelante e lo concierte con ellas, e concertado
dé razón en el dicho consistorio para que los letrados de la cibdad,
ordenen las scripturas que sobrello se hobieren de hacer.
CONCEJO DE 1 DE FEBRERO.
Consistorio. En la noble cibdad de Avila, martes, primero días
del mes de Febrero, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e
quatro años, estando juntos en el consitorio los Ilustres Señores Jus-
ticia e Regidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que
lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes
e convenientes al buen gobierno e bien de la República, y estando
presentes, conviene a saber, los muy magníficos Señores el licenciado
Saavedra, Alcalde mayor de la dicha cibdad, e Perálvarez Serrano,
e Pedro del Águila, Regidor de la dicha cibdad, e por ante mí Juan
Valero, escribano público del número e del dicho Concejo, ordenaron
e mandaron lo siguiente.
Testigo: Alonso de Robledo, Procurador General del Común de la
dicha cibdad...
San Josepe. El dicho Alonso de Robledo, Procurador General del
dicho Común, dio razón en el dicho Consistorio cómo ha tratado
con las monjas del monesterio de San Josepe lo que por los dichos
señores Justicia z Regidores le había sido cometido, e las monjas
le habían respondido que ellas no derribarían el edificio, ni tenían
orden de poderle hazer en otra parte, porque son muy pobres; pero
que siendo los dichos señores Justicia e Regidores contentos, se obli-
garían, que siempre que fuese menester entrar en dicho monesterio a
ver o adobar el dicho edificio de las fuentes, abrirían la puerta del
dicho monesterio para que entrasen, así qualquiera de los dichos Se-
APÉNDICES 183
ñores Regidores o el Procurador de la cibdad, o otra qualquier per-
sona que por mandado de los dichos señores Justicia o Regidores fuese
menester entrar, e para ello darían fianzas; o sino, que, atento su
pobreza, si los dichos Señores Justicia o Regidores fuesen servidos
de ayudarles con alguna limosna que les diese la dicha cibdad para
mudar el dicho edificio a otra parte, le mudarían. Los dichos Seño-
res Justicias c Regidores, todos de una conformidad, dixeron que dicho
Alonso de Robledo, Procurador del dicho Común, torne a tratar con
las dichas religiosas, que dentro de un breve término, el qual come-
tieron al dicho Alonso de Robledo, derriben el dicho edificio, dejando
libre el de las dichas fuentes, donde no, les aperciba que se prose-
guirá la Justicia...
Hernando Saavedra, Perálvarez Serrano, Pedro del Águila. Pasó
ante mí, Juan Valero. Rubricado.
CONCEJO DE 12 DE FEBRERO.
Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, doze días del
mes de Febrero de mil e quinientos e sesenta e cuatro años, estando
junios en Consistorio los Ilustres Señores Justicia e Regidores de la
dicha cibdad de Avila, a campana tañida, según que lo han de uso y |de
costumbre de se juntar para las cosas tocantes e convenientes al bien
de la República e buena gobernación della, y estando presentes los
muy magníficos Señores el licenciado Saavedra, Alcalde mayor en la
dicha cibdad, e Don Antonio Vela, e Alonso Yera, e Pedro del Águila,
Regidores de la dicha cibdad, e por ante mi Juan Valero, escribano
público del numera e del Concejo de la dicha cibdad, ordenaron e ¡man-
daron lo siguiente.
Testigos: Alonso de Robledo, Procurador General del Común de
la dicha cibdad, e Diego Flores, Mayordomo della...
San Josepe. El dicho Alonso de Robledo, Procurador General del
Común de la dicha cibdad, dixo en el dicho Consistorio que a él
se le había cometido por los dichos Señores Justicia e regidores tra-
tase con las monjas del monesterio de San Josepe la resolución que
dan para derribar el edificio que tienen hecho junto con el de las
fuentes desta cibdad, e que las dichas Señoras le habían respondido
por scripto, que su señoría mande ver la dicha respuesta e proveer
sobrello lo que sea justicia; e luego yo, el dicho escribano, leí lo
que las dichas religiosas responden, e habiéndolo oído los dichos
señores, cometieron a los señores Don Antonio Vela e Alonso Yera,
regidores, que juntamente con el dicho Alonso de Robledo, Procura-
dor de la dicha cibdad, traten con las dichas religiosas derriben el
dicho edificio, dexándoles libre el de las fuentes de la dicha cibdad;
donde no, sentenciará el pleito que sobrello se trata y se seguirá
la justicia...
Licenciado Saavedra, Antonio Vela, Alonso Quiera, Pedro del Águi-
la. Pasó ante mí, Juan Valero. Rubricado.
184 APÉNDICES
CONCEJO DE 11 DE MARZO.
Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a onze días
del mes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos y sesenta e
cuatro años, estando juntos en consistorio, a campana tañida, según
que lo han de uso e de costumbre los Ilustres Señores Justicia e Re-
gidores de la dicha cibdad, de se juntar para las cosas tocantes c
convenientes al bien de la República e buen gobierno della, y estando
presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Corregidor de la
dicha cibdad, e los muy magníficos Señores Gil de Villalba, e Pedro
del Águila, Regidores de la dicha cibdad, e por ante mí Juan Valero,
escribano público del número e del dicho Concejo, ordenaron e man-
daron lo siguiente.
Testigo: el licenciado Vicente Hernández, Procurador General de
los pueblos, c Alonso de Robledo, Procurador General del Comiín de
la dicha cibdad...
San Josepe. Dióse una petición por parte del monesterio de San Jo-
tsepe, en que piden se cumpla el asiento que por parte desta cibdad les
ofrescieron los Señores Don Antonio Vela c Alonso Quiera, Regidores, e
quel censo que esta cibdad tiene sobre las casas donde es el dicho
monesterio, e síobre otras que quieren comprar e meter en él, la dicha
cibdad lo resciba sobre otras casas en esta cibdad, e que se nombre
persona por ella para que lo concierte. Los dichos Señores Justicia e
Regidores, habiendo oído la dicha petición, dixeron que en lo que toca
a lo que la cibdad les toma, está presta de pagar lo que fuese tasado
por dos personas, e que lo demás que piden se les de tiempo para
derribar el edificio. Respondieron, que luego entienden en derribarle
e se les da tiempo para ello e para que tengan hecha la pared, e
cercada su casa por todo el mes de Abril; c que en lo que toca
al mudar de los censos, son contentos que, dando el dicho monesterio
otro tanto censo en otras dos casas, se les dexará el que la dicha
cibdad tiene sobre el dicho monesterio e sobre las otras casas que
quieren comprar, con que en las otras casas dexen el dicho edifício
de las fuentes: libre; e cometieron al Señor licenciado Vicente Hernán-
dez que lo trate con las dichas religiosas, e que yo, el dicho escri-
bano, vaya con él para asentar lo que allí se tratare, e Alonso de
Robledo, Procurador General del Común de la dicha cibdad, que pre-
sente estaba, vino en esto...
Garci Suárez Carvajal, Gil de Villalba, Pedro del Águila. Pasó
ante mí, Juan Valero. Rubricado.
CONCEJO DE 18 DE MARZO.
Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a diez e ocho
días del raes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos e sesenta
e cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres Señores Jus-
ticias e Regidores de la dicha cibdad de Avila, a campana tañida,
APÉNDICES 185
según que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas
tocantes e convenientes al bien de la República e buena gobernación
della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal,
Corregidor de la dicha cibdad, e los muy magníficos Señores Don
Antonio Vela... Regidores de la dicha cibdad, e por ante mí Juan Va-
lero, escribano público del número c concejo de la dicha cibdad, pro-
veyeron lo siguiente.
Testigo: Diego Flores, Mayordomo de la cibdad...
Si/ii Josepc. El Señor Licenciado Vicente Hernández, dio razón
en el dicho Concejo de la respuesta que le dieran las monjas de San
Josepe cuando fué a tratar con ellas lo que se le cometió sobre el
edificio de las fuentes, que fué, que atento quel término que se les da
para derribar el edificio es breve, que suplican a Su Señoría los den
más término, e que en todo lo demás resciben muy grand merced,
de la que se les haze. El Señor Don Antonio Vela, pidió e requirió
al dicho Señor Corregidor mande executar la sentencia que sobre
el dicho edificio está hecha e dada con protestación de se quexar por
ante quien con derecho deba. A este requerimiento se arrimó el dicho
Alonso de Robledo, e el Señor Corregidor respondió que le traigan
el proceso e sentencia e está presto de cumplirlo.
Pidió Francisco Jiménez se le dé licencia para que celebre la venta
que tiene hecha de una casa suya, que és junto al monasterio de San
Josepc, la qual es censual a esta ciudad^ y la tiene vendida a Julián
Dávila, clérigo, vecino de Avila, o si no, que la tome la dicha cibdad
por el tanto, por quel tiene necesidad de su dinero. Los dichos Señores
Justicia e Regidores respondieron, que tienen entendido que la dicha
casa se compra para meterla en e! monasterio de San Josepe, e que
la cibdad tiene sesenta días para responder; que dentro dellos se
le responderá lo que ha de hazer, c que en el entretanto se le manda
no disponga de la dicha casa. Notifiquélo al dicho Francisco Ximéncz,
que presente estaba e lo oyó...
Tornaron los dichos Señores a tratar e platicar sobre el dicho edi-
ficio que se lia de derribar a las monjas de San Josepe, e habiéndolo
comunicado con los dichos licenciado Vicente Hernández e Alonso Ro-
bledo, Procurador del dicho Común, que presentes estaban, acordaron que,
atento que las dichas monjas son pobres, e que de la una e de la otra
parte del dicho edificio de las fuentes se les toma del suelo que ellas
tienen suyo propio, que se tase el dicho edificio e lo mismo el dicho
suelo que se les toma, e queste se les pague e gratifique, para que con
lo que se les diere puedan comenzar la pared que para cerrarse han
de hacer, e nombraron para tasarlo a Xrisptobal Martin e a Fabián
Pcrexil, carpinteros, vecinos de la dicha cibdad de Avila...
Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela. Pasó ante mí, Jnan Valero.
Rubricado.
CONCEJO DE 21 DE A\flRZ0.
Consistorio. En la muy noble cibdad de Avila, martes, a veinte
e un días del mes de Marzo, año del Señor de mil e quinientos
186 APÉNDICES
e sesenta e cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres
Señores Justicia e Regidores de la diclia cibdad, a campana tañida, se-
gún que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas
tocantes e convenientes al bien de la República e buena gobernación
della, y estando presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Co-
rregidor en la diclia cibdad, e los muy magníficos Señores Don An-
tonio Vela e Pedro del Águila, Regidores de la diciía cibdad, e por
ante mí Juan Valero, escribano público del numera^ e del dicho Concejo,
ordenaron e mandaron lo siguiente.
Testigos: Alonso de Robledo, Procurador del Común, e Diego Flo-
res, Mayordomo de la dicha cibdad e vecinos della...
Tasación del suelo que tomó a San Josepe. Pedro de Villaquirán,
escribano, vino al dicho Concejo con Fabián Perexil e Xrisptobal Mar-
tín, carpinteros, vecinos de Avila, nombrados por el dicho Concejo
para tasar lo que se toma a las monjas de San Josepe del suelo,
junto al edificio de los arcois, e presentaron una declaración e tasación
firmada de sus nombres e del dicho Pedro de Villaquirán, escribano,
la cual vista por ios dichos Señores, mandaron que los veinte mil
maravedís en qu€ tasaron el dicho suelo, se libren por terceras partes
en propios de la cibdad e sobras de alcabalais e fuentes, e que se dé
luego el dinero a Alonso de Robledo, Procurador del Común para que
dellos haga traer piedra e comience luego el edificio, e de los dichos
dineros pague él estando alzada la pared; dé aviso al Señor Corregidor
para que se derribe el dicho edificio...
Ordenaron e mandaron loa dichos Señores que si el monesterio
de San Josepe diere el censo que tiene esta cibdad sobre las casas
donde es el dicho monesterio, e sobre las que compraron de Fran-
cisco Ximénez, e sobre otras casas en esta cibdad, que se les dcxe
el dicho censo e se haga escriptura de transación, aunque el dicho censo
la den sobre una casa sola, dando primero razón qué casa es, e dónde,
para que la dicha cibdad se satisfaga del dicho censo.
Garci Siiárez Carvajal, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante
mí, Juan Valero. Rubricado.
CONCEJO DE 1 DE ABRIL.
Consistorio. En la nobie cibdad de Avila, sábado, a primero dia
del mes de Abril, año del Señor de mil e quinientos e sesenta e
cuatro años, estando juntos en consistorio los Ilustres Señores Justicia
e Regidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que lo han
de uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes c concer-?
nientes al bien de la República e buena gobernación della, y estando
presentes el Ilustre Señor Garci Súarez Carvajal, Corregidor en la
dicha cibdad, e los muy magníficos Señores D. Antonio Vela, e Pedro
del Águila, Regidores de la dicha Cibdad, e por ante mí Juan Valero,
escribano público del número' e del Concejo de la dicha cibdad, orde-
naron e mandaron lo siguiente.
Testigos, Alonso de Robledo, Procurador general del Común de
la dicha ciudad.
APÉNDICES 187
San Joscpe. Dióse una petición por parte de las monjas de San Jo-
sepe en que piden se les dé licencia para que se celebre la venta de las
casas que tienen compradas de Francisco Ximénez, e que en el en-
tretanto que dan el censo de la dicha casa e de la del monesterio en
otra parte, depositarán el dinero que puede valer, e pagarán los re-
ditos. Los dichos Señores Justicia e Regidores mandaron que señalen
primero el censo, o si no, que den una persona llana e abonada que
se obligue dentro de un año a dar comprado el dicho censo, y en el
entretanto le pagarán para lo cual a de hazer la obligación de la
manera que por parte de la cibdad se le pidiere...
Garci Suárez Carvajal, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante
mí, Juan Valero. Rubricado.
CONCEJO DE 22 DE ABRIL.
Consistorio. En la noble cibdad de ñvila, sábado, a veinte e dos
dias del mes de Abril, año del Señor de mil e quinientos e sesenta
e cuatro años, estando juntos en consitorio, a campana tañida, los
muy Ilustres Señores Justicia e Regidores de la dicha cibdad, según
que lo han de uso e de costumbre de se juntar para las cosas to-
cantes e concernientes al bien de la República e buena gobernación
della, y estando presentes el muy Ilustre Señor Garci Súarez Car-
vajal, Corregidor en la dicha cibdad, e los muy magníficos Seño-
res Alonso Yera e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad e
por ante mí Juan Valero, escribano público del número e del concejo
de la dicha cibdad, proveyeron lo siguiente.
Testigos: Alonso de Robledo, Procurador del Común, e Diego Flo-
res, Mayordomo de la dicha cibdad...
San Josepe. Dióse una petición por parte del monesterio de San
Josepe en que piden se les dé licencia para quel censo que la cibdad
tiene sobre las casas del dicho monesterio e sobre las que más ha com-
prado, se pase sobre dos pares de casas que Francisco de Peralta
tiene junto al dicho monesterio, e así mismo piden se les pague lo
que se tomare en un corral que han comprado, para quel edificio
de las fuentes quede libre, e si fuese posible, se les dexe un poco,
de manera quel dicho monesterio, dentro de su casa, se pueda ser-
vir del. Los dichos Señores Justicia, Regidores, habiéndola oído, res-
pondieron lo que tienen proveído en otras peticiones que por el dicho
monesterio se han dado, e cometieron al señor Pedro del Águila, Re-
gidor, e Alonso de Robledo, Procurador del Común, para que vean
las dichas casas e se satisfagan que son libres de censo, e en el
primar Concejo den razón dello para que se dé la dicha licencia,
e que con el deceno dinero se acuda a Rodrigo Gallego, mayordomo
de la dicha cibdad...
Garci Suárez Carvajal, Pedro del Águila. Pasó ante mí, Juan Va-
lero. Rubricado.
188 APÉNDICES
CONCEJO DE 29 DE flRRIL.
Consistorio. En la noble cibdad de Avila, sábado, a veinte e nueve
días del mes de Abril de rail e quinientos e sesenta e cuatro años,
estando juntos en consistorio los muy Ilustres Señores Justicia e Re-
gidores de la dicha cibdad, a campana tañida, según que lo han de
uso e de costumbre de se juntar para las cosas tocantes e concer-
nientes al bien de la República y buena gobernación della, y estando
presentes los muy magníficos Señores el licenciado Juan Páez de Saa-
vedra, Alcalde mayor en la dicha cibdad, e los Señores Don Antonio
Vela e Pedro del Águila, Regidores de la dicha cibdad, e por ante
mí Juan Valero, escribano público del número e del dicho Concejo,
ordenaron e tnandaron lo siguiente.
Testigos: el licenciado Vicente Hernández, Procurador General de
los pueblos, c Alonso de Roliledo, Procurador del Común, e Diego
Flores, Mayordomo de la dicha cibdad...
San Josepe. El dicho Señor Regidor Pedro del Águila dio razón
en el dicho Concejo, cómo juntamente con el dicho Alonso de Ro-
bledo, Procurador del Común desta cibdad, por comisión del dicho
Concejo, había visto las casas de Francisco de Peralta, que las mon-
jas de San Josepe han señalado para pagar sobrellas el censo que la
dicha cibdad tiene sobre las casas donde es el dicho monesterio, e
sobre las qucran de Francisco Ximénez, e sobre la cerca que agora
compran, e ique las dichas casas son buenas, pero que le paresce dificul-
tad no ser más de un par de casas, e sobre las que agora se
tiene el censo ser dos pares e una cerca, aunque para la cantidad
ques todo el dicho censo, son harto suficientes las casas del dicho
Peralta. Los dichos Señores Justicia e Regidores di.xeron que, atento
que! dicho trueco se hace para el beneficio de las dichas religiosas
e ques servicio de Dios Nuestro Señori, e que la cibdad en la cantidad
no pierde ninguna cosa, que daban e dieron licencia para que los
dichos censos se carguen sobre las casas del dicho Francisco de Pe-
ralta, e cometieron a Rodrigo Gallego, Mayordomo de la dicha cibdad.
que haga hacer las escrituras, constándole primero del título que tiene
a las dichas casas, la persona que se obligase al dicho censo, c así
mismo dieron licencia para que se pasen las ventas de la casa de
Francisco Ximénez e de la cerca que agora quieren comprar...
Licenciado Saavedra, Antonio Vela, Pedro del Águila. Pasó ante
mi, Juan Valero. Rubricado (1).
1 No dicen más los acuerdos del Conceio acerca de este pleito. Las Actas de 1562 están en
un volumen, y las de l-WS ij 15ót en otro. I.o que traen acerca de los censos de la ciudad
sobre algunas casas y la compra de otras por las religiosas de San José, está confotme con los
documentos del archivo de esta Comunidad, y que no reproducimos porque no es nuestro pro-
pósito escribir la hisloria de este monasterio, la cual dejamos para lugar más oportuno.
APÉNDICES 189
X Y I I I
jhs
PETICIOK nE SANTA TERESA AL CONCEJO DE AVILA (1).
A\uij ilustres Señores:
Como nos informamos no hacia ningiin daño al edificio del agua
estas ermititas que aquí se han hecho, y la necesidad era muy grande,
nunca pensamos, visto V. S. (2) la obra que está hecha, que sólo sirve de
alabanza del Señor y tener nosotras algún lugar apartado para ora-
ción, di€ra a V. S. pena; pues allí particularmente pedimos a Nuestro
Señor la conservación de esta ciudad en su servicio.
Visto V. S. lo toma con desgusto, de lo que todas estamos penadas,
suplicamos a V. S. lo vean; y estamos aparejadas a todas las escritu-
ras, y fianzas y censo que los letrados de V. S. ordenaren, para si-
1 Hállase el original en las Carmelitas Descalzas de Medina del Campo, del que tcneirios
fotografía. Como se deduce de la lectura de las Actas del Concejo de Avila, son varias la.s
piezas jurídicas que de las religiosas de San José figuraban en el pleito seguido con la ciudad,
probablemente de letra de Santa Teresa, como la que aquí publicamos. En la misma petición de
la Santa vienen las siguientes apostillas notariales, que nos dan a conocer la fecha en qué fué
escrita y presentndíi:
^En 7 Diciembre de 1505. Del nionesterio de San Josepe.
»En concejo, martes a siete de Diciembre de mil e quinientos e sesenta e tres años se
leyó esta carta o petición de las religiosas de San Josepe; e proveyeron los Señores Justicia c
Regidores que estaban en su dicho concejo, que para el primer regimiento se llamen todos los
Regidores que están en la cibdad, e se les muestre la dicha petición, para que sobre ella se
tome el acuerdo que les paresciere, o se prosiga la justicia. Juan Valero, (rubricado).
>t Que para sábado (11 de Diciembre), se llamen todos los caballeros, para el sábado
próximo, para que den el medio que les paresciere.
"En Avila, 20 de Enero de \^'i años, ante el señor Alcalde mayor, por ante mí Pedro
de Villaquirán, escribano, paresció presente el doctor Francisco de Robledo, Procurador general
primero de la dicha cibdad, y en el pleito que trata con el nionesterio de San Josepe, para la
información que le fué mandada dar, hizo presentación de la carta que las religiosas del dicho
monesterio escribieron a la cibdad, como parte para el pedimento de la que está ante Juan Va-
lero, escribano del Concejo y del número. El Señor Alcalde mayor la mandó poner en el pro-
ceso, e que lo verá e hará justicia. Testigos: Gil del Hierro, escribano, e Blas Martines, e /ln~
ionio Gortsales, presentes, vecinos de Avila-.
2 Si bien la Santa trae en singular estas abreviaturas, han de leerse en plural: «vuestras
señoría.'!», puesto que se dirige a los miembros que forman el consistorio abulense. Un facsímil
fotográfico publicóse en el Boletín de la Academia de la Historia, correspondiente al mes de
Marzo de 1915, pero en la versión que de él se hace, se cometen algunas faltas de lectura.
190 APÉNDICES
guridad de que en ningún tiempo verná daña, y a esto siempre estu-
vimos determinadas.
Si con todo esto, V. S. no se satisficieren, que muciio de enliora-
l^uena se quite, como V. S. vean primero el provecho y no daño que
hace; que más queremos no esté V. S. dosconten[tos], que todo el
consuelo que allí se tiene, aunque por ser espiritual, nos dará pena
carecer dél.
Nuestro Señor las muy ilustres personas de V. S. guarde y con-
serve siempre en su servicio, amén.
Indinas siervas, que las manos de V. S. besan,
LflS POBRES HERMANAS DE SaN JOSEF.
APÉNDICES 191
XIX
RELACIÓN DE LO QUE OCURRIÓ EN LA FUNDACIÓN DE SAN JOSÉ, POR JULIÁN
DE AVILA, TESTIGO OCULAR (1).
Llegado el mediodía después que la casa e monesterio de Señor
San José se fundó e publicó por el pueblo, a mi parescer que nunca
tan al vivo se representó en la Iglesia de Dios lo que pasó el día
de Ramos, cuando en Jerusalén rcscibieron a Jesucristo todo el pue-
blo junto, con el mayor aplauso e fiestas, que nunca a rey de la
tierra se hizo ni hará...; a este modo, ansí como la Santa Madre, viendo
acabado lo que tanto había trabajado, e tanto había deseado, la dio
el mayor contento que ella había tenido en la vida, ansí en sabiéndose
en el pueblo, y en habiéndose ya extendido casi por todos los vecinos
de él, fué tanto el contento y hacimiento de gracias a Dios, que de
todos se hacía, que no faltaba sino decir a voces, como el día de Ra-
mos dijeron: «Bendito sea el que viene en el nombre del Señor:
sálvanos. Señor, en las alturas». A este modo daban todos gracias
a Dios, alabándole e bendiciéndole de ver una iglesia nueva, un mo-
nesterio edificado tan de proviso, un fundamento de religión tan per-
fecto, que, en el contento común de todos, páresela esto pronóstico
del servicio que a Dios se había de hacer; de manera, que este
contento de todos, tan común c tan público, no duró más de otras
tres o cuatro horas, que a lo más no pasó del mediodía, que parescía
se había medido el contento y gozo de la Santa Madre con el de
todo el pueblo. Pero después, como dio el Señor licencia a el de-
monio para que le escureciese el entendimiento y la causare tanta
turbación, como lo dijo en el capítulo pasado, ansí paresce que a esta
medida permitió el Señor, por sus juicios secretos, se ofuscasen los
entendimientos de todos los principales de la ciudad, que les parescía
1 Para completar en lo posible la ¡nfoimación histórica acerca de lo ocurrido en la
fundación de la primera casa de la Reforma carmelitana, reproducimos la relación siguiente,
hecha por Julián de Avila, que intervino directamente en ella y ayudó no poco a Santa
Teresa en aquellos días de tan penosa tribulación. Nació este siervo de Dios en Avila por
los años de 1526. Intimó con la Santn cuando en 1562 se fundó el monasterio de San José.
Una hermana suya, María de San José, fué de las cuatro primeras que tomaron el
hábito de Descalzas. Muiió santamente en la misma ciudad el 26 de Febrero de 1605, sien-
do capellán del Monasterio de San José desde 1563. Sobre el Venerable Julián de Avila
véase la Vida que acaba de publicar en Toledo el P. Gerardo de S. Juan de la Cruz, C. D.
La relación que publicamos está lomada de la Vida de Santn Teresa de Jesús, escrita por
el Venerable y publicada en Madrid, ano de 1881. Véanse los capítulos VII y VIII de la parte
primera. En sustancia, repite lo mismo en la Declaración prestada para la beatificación y ca-
nonización de la Santa en Avila el aflo de 1596, la cual se conserva en el palacio epis-
copal de aquella ciudad.
192 ' APÉNDICES
que todo el pueblo se había de perder si no se deshacía aquella casita
pequeña y pobre, que se había levantado; e para esto pusieron tantas
diligencias como se podían poner cuando una ciudad se está abrasando
con fuego para matarlo, o como se pueden poner para escaparse
de los enemigos cuando la tienen cercada; lo cual diremos en particu-
lar, después que digamos de la manera que se hobieron con la
Santa Madre el Provincial y sus monjas de la Encarnación.
Y fué que, como supieron la priora y monjas de la Encarnación
lo que pasaba, hubo un alboroto y desasosiego no menos que el
que ya había en la ciudad. Los dichos que cada uno descía y de la
manera que la culpaban, ¿quién lo podrá descir? Parescía se ha-
llaban afrentadas en que se hiciese monesterio de su Orden sin re-
lajación; y dijeron, que aun nunca la Madre liabía podido guardar
lo relajado, que ¿cómo había de guardar lo riguroso? ; que lo que
había hecho más era por inquietar las comunidades, que no para otra
cosa; finalmente, sin más consideración envió la priora de la Encar-
nación a mandar a la Madre se saliese luego del monesterio que había
fundado, e fuese e volviese luego! a su propia casa de la Encarnación.
Y esto fué tan luego, que, pasada la hora de comer, que aún no sé
si para desayunarse la dieron lugar, porque fué tan obediente como
esto, que, en oyendo el mandato de la priora, luego se fué a la En-
carnación, dejando solas las cuatro doncellas pobres recién dadas el
iiábilo. Cualquiera que considerase lo que sentiría la Santa iWadre
en dejallas tan presto y lo que las recién tomadas el habito sen-
tirían en verse quedar solas con los hábitos ya rescibidos, y
con muestras que se los habían de quitar e volverse a sus casas;
esto bien se deja entender. Lo que se podría sentir e temer que todo
lo que se había hecho se había de deshacer, principalmente, que luego
entendieron de la suerte que también lo tomaban en la ciudad; pero
en estos trances tan terribles mostró el Señor cuan fortalescida tenía
a su sierva; porque, aunque todo esto era muy gran ocasión para
sentir mucho, y aun para desconfiar mucho, con todo eso fué a la
Encarnación luegoi, e iba muy contenta; lo uno, de que ya dejaba hecho
el monesterio; lo otro, de que se la ofrescían tan buenos lances de
trabajos en que se emplear; pues que no eran otros sus deseos sino
el de padescer por Jesucristo, porque bien vía y entendía que para
eso la había el Señor fortalescido con tantas y tan señaladas mer-
cedes. Ya llevaba tragado que ¡a habían de meter en alguna cárcel
oscura, y dejarla a solas en ella, con las demás circunstancias, que
a los que quieren castigar suelen hacer, y esto no solam.entc no la daba
pena, más antes la parescía la venia bien para descansar los muchos
días que había trabajado, y que la habían de dar lugar para recu-
perar el sueño que en muchas noches había perdido, e para fener muchas
horas de oración, que por las muchas ocupaciones había faltado. Con
estas prevenciones e presupuestos, salió del monesterio nuevo de San
José para ir a el de la Encarnación, yendo yo por escudero y como
su capellán. Desde aquel día me ofrescí por tal, y lo he sido hasta
agora, y seré hasta la muerte, habiéndolo ya sido al pie de cuarenta
y dos años. Porque mientras vivió, después que esta primera casa hizo,
la serví veinte años, y la acompañé en todas las más fundaciones que
APÉNDICES 193
en su vida hizo (1); y ansí todo lo que de aquí adelante dijere, lo diré
como testigo de vista; de manera que la llevamos y otros clérigos
a su casa de la Encarnación. Y por mal que fué rescibida, no fué
tanto como la sierva de Dios llevaba tragado, e ya encomendado, a Dios.
Porque, antes que saliese de San José (que se me había olvidado),
hizo oración a el Santísimo Sacramento, y encomendándole aquellas
nuevas plantas, y encargándolo y poniéndolo en las manos de Dios
y de Señor San José, con esto salió consolada en que todo se había
de hacer bien. Y ansí como la priora e monjas vieron a la Santa
Madre, paresce que la furia que tenían se había algo aplacado; por-
que, aunque ella no se disculpaba, remitióse el juicio de la causa para
,cuando viniese el Provincial; y ansí, mientras venía, la sierva de
Dios, como tenía segura la conciencia, y antes entendía había hecho
buena obra y honrado a la Orden, con esto no teníg que temer mucho
al Provincial. Porque, si quería también dar disculpas, teníalas muy
buenas e bastantes para satisfacer a cuantos la quisieren culpar, y con
esto ni perdía la quietud de su alma, ni la esperanza de que lo que
estaba hecho se había de aniquilar, como toda la demás gente pen-
saba, y aguardaba la ruina y estallido que de lo hecho se había de dar.
Pero como Dios era el que lo amparaba y guiaba, fué muy a el
revés de lo que pensaban; porque, venido el Provincial, como era
tan amigo de la religión e deseaba la perfección de ella, no le pá-
reselo tan mal como todos pensaban; antes la dijo que, como el pue-
blo se asosegase, la daría luego licencia para volverse con las nuevas
monjas, que, mirándolo bien, no hobiera quien no las tuviera lás-
tima el haberlas dejado tan solas, que verdaderamente parescían ovejas
entre lobos. Porque fué tanto el conato y furia que toda la ciudad
puso en que el monesterio se deshiciese, que no parescía sino que
a cada uno le iba la vida en ello; en tanta manera, que el Corregidor
fué determinado a sacarlas del monesterio, y las dijo que, si no que-
rían salir, las quebrantarían las puertas; e creo lo hicieran de hecho,
sino que, al fin, tuvieron respeto al Santísimo Sacramento, que estaba
muy cerca de la portería. Y también como el venerable D. Alvaro de
'Mendoza, obispo de Avila, había rescibido el monesterio por suyo,
estando debajo de su obediencia, no osaron desmandarse a hacerlo de
hecho; pero pensaron que con persuasiones y amenazas, que, como
era gente pobre las que habían tomado el hábito, de espantarlas y
hacerlas salir. Pero el Señor, que había dicho a la Santa Madre que
la Virgen guardaría una puerta y señor San José guardaría la otra,
lo cumplieron, y dieron a las cuatro pobrecitas tan grande espíritu
y esfuerzo, que no temiendo las amenazas del Corregidor, respondie-
ron que ellas no habían de salir, sino era por mano de quien allí las
había metido; que si querían quebrar las puertas las quebrasen en
hora buena, que quien lo hiciese mirase primero lo que hacía; y con
esto se volvieron, sin osar hacer a lo que venían determinados.
E como por este camino no hicieron nada, tomaron otro más pru-
dencial, y es que, como toda la ciudad era de un parescer de que se
1 Hasta que la Santa tuvo Carmelitas Uesralzos que la pudieran acompañar en los
viajes y ayudar en las fundaciones, siempre llevó consigo a este virtuoso sacerdote.
11 13
19t APÉNDICES
¡deshiciese el monesterio, acordaron de hacer una junta, la más so-
lemne que se podía hacer en el mundo, aunque fuera en ello sal-
varse toda España o perderse; porque convocaron los regidores, e
trujeron a su consistorio, lo primero todos los regidores, luego la
junta que se hace del Común, luego hicieron venir de todas las
Religiones dos religiosos los más letrados y de autoridad (1), y el Pro-
visor, y de parte del Cabildo. Estando esta tan famosa junta, empe-
zaron a poner en votos y paresceres, si sería bien que aquel mones-
terio, siendo de pobreza y estando la ciudad pobre, si era bien se
deshiciese, o si sería bien se quedase. Empezáronse a declarar todos
los convocados por su orden. Vinieron todos en parescer que era
bien que el monesterio se deshiciese, porque era mucho cargo para
la ciudad mantener a trece monjas, que entonces no se pretendía fue-
sen más, e no advertían que estas trece entraban a servir a Dios,
y que en la ciudad se mantienen muchos centenares de hombres y mu-
jeres que con su mala vida sirven a el demonio, e nunca se da orden
de quitar tantos que se mantienen sin trabajar, dando mal ejemplo a
los demás, e -parescíales que se había de destruir la ciudad por man-
tener trece Descalzas.
Bien se echó de ver cuánta diligencia ponía el demonio para cegar
los entendimientos de todos, haciéndoles traer las tinieblas por luz,
e la luz por tinieblas. En esto dije a el principio se había representado
lo que pasó el día de Ramos, que por la mañana rescibieron a Jesu-
cristo con tanta alegría y autoridad, y a la tarde le dejaron tan
a solas, que, viendo el Señor que todos le habían dejado, fué menes-
ter salirse de la ciudadl, e después todo fué hacer concilios para qui-
tarle la vida. Ansí el día de San Bartolomé, luego por la mañana,
alababan toda la ciudad a Dios por el nuevo monesterio que había
aparescido; pero después de mediodía no paresció sino que San Bar-
tolomé había soltado a todos los demonios del infierno, para que
destruyesen y deshiciesen aquella casita, que había de ser principio
de tantas almas como por ella se les habían de ir de entre manos.
E cierto que también se ha visto claro cómo lo permitió el Señor
para mostrar su poder en cosas tan dificultosas, y dar a entender
a la cristiandad cómo esta obra más era de la poderosa mano de
>Dios, que no de una mujer!, y que la quiso Dios tomar por instrumento
para darnos a entender, que con lo flaco puede vencer a lo fuerte, y
que la simplicidad santa vence a los sabios del mundo. De manera,
que en la junta tan solemne que se juntó para deshacer lo que Dios
iquería hacer, no se hallaron más de el Provisor y un fraile dominico (2)
que dieron algunas razones en contrario del parescer de todos y en
favor del monesterio. Sed ¿quid ínter tantos? No se hizo caudal de
tan pocos que hablaban sin pasión, habiendo tantos que la tenían.
Pero contra Dios no hay resistencia, aunque salieron todos con que
se había de deshacer, como Dios quería que se hiciese, valían poco
sus votos e diligencTas. E si el Obispo de Avila no estuviera tan
1 Algunos más asistieron de la Orden de Santo Domingo, como hemos visto en la
página 170.
2 P. Dominflo Báftez.
APÉNDICES 195
de parte de la Madre, no dudo sino que de hecho la acabaran aquel
día; pero esas son las trazas de Dios, para que por medios humanos
se haga lo que quiere.
También la favoresció mucho el Maestro Gaspar Daza, que era
por quien el Obispo se regía, y él y yo decíamos misa a las cuatro,
que habían quedado bien solas de las gentes, pero no de Dios, que
las miraba como plantas nuevas, de las cuales había de venir tan abun-
dante fruto a la Iglesia de Dios. De manera que, como vio la ciudad
e regidores que no les convenia de hecho derrocar las puertas, e des-
hacer el monesterio, dieron en llevarlo por vía de pleito, c lo que
era tan espiritual, hacerlo negocio de Hudiencia, e de estrados e pro-
curadores. E fué lo bueno que, aunque la Santa Madre tuvo licencia
de defender su causa por vía de pleito ordinario, ella no tenía dinero
para sustentar el pleito; y aunque lo tuviera, no la aprovechara. Por-
que como era la ciudad y el regimiento el que lo contradecía, no había
escribano, ni procurador, ni letrado que quisiere defender la causa;
a tanto que yo, como era clérigo, e no tenía miedo a los seglares,
me era forzado hablar en defensa del monesterio, y si algún rcqui-
rimiento se había de hacer a €l Corregidor, yo le hacía, e iba y venía
a la Encarnación a dar cuenta a la Santa Madre de lo que pasaba,
y ella servía de letrado, e yo de procuradora.
Y aunque en cuanto podía nos ayudaba aquel caballero que la
sierva de Dios tenía por amigo verdadero (1), que nunca la dejó de
favorescer, como era hombre de tanta autoridad, acóntesela entrar
yo en la pieza a hacer algún requirimiento a la justicia, y que-
dábase él como ascondido, porque no lo viesen en público andando
en estos dares c tomares. Gonzalo de Aranda, que era un clérigo muy
honrado y de mucha virtud, que también era de nuestra parte, se
movió a ir a la corte de parte del monesterio de San José (2), y
en poniendo que se puso la causa en el Consejo, mandaron dar un
recetor que viniese a Avila c hiciese información de parte de la ciudad
c de parte del monesterio. Y vino y muy despacio hizo sus informa-
ciones y las, llevó a el Conseje, e fué de suerte que, como la ciudad
había gastado sus dineros en pagar a el recetor, e como la pasión c
tentación se había ya aplacado, e también entenderían que la infor-
mación del monesterio iba más bastante que no la suya, no siguieron
el pleito, y quedóse el monesterio hecho, sin que hubiese quien se
lo contradijese. Y mientras el pleito duró, viendo el Señor a su
sierva algo temerosa, la consoló diciendo: «¿Qué temes? ¿No sabes
que soy poderoso P» Bien se ha visto que si el poder del Señor no
valiera, que una mujer encerrada no pudiese librarse de las manos
de tíintos e tan poderosos contrarios. Y aun el modo con que el
Señor favoresció esta su obra, es mucho de considerar que toda una
ciudad no fuese para resistir una monja encerrada y sin dinero, y
sin haber quien hable ni vuelva por ella sino personas que, movidas
de caridad y de la justicia o razón, ayudaban con sus personas y otras
con sus dineros; de suerte que, según fué fama, más dejó la ciudad
1 Véase el Libro de la Vida, p. 313.
2 Vida. c. XXXVl, páoina 313.
196 APÉNDICES
de seguir el pleito por no tener dinero que gastar en él, que por otra
causa alguna; y que a la sierva de Dios, no tiniendo hacienda, ni
dineros, ni deudos que se lo emprestasen, tuvo para sustentar el pleito
en Avila y «n la corte, y por falta de posibilidad nunca lo dejara...
Hcabada tan gran contradicción e pleito tan trabado como hubo
entre la ciudad y el nuevo monesterio, procuraba la Santa Madre al-
calzar licencia de su Provincial para venirse con aquellas nuevas plan-
tas, que tan a solas habían quedado. Y aunque tuvo gran miedo que
no se la habían de dar, como el Señor iba ya aplacando las furias
de los demonios, no solamente la dio licencia, sino también a otras
dos monjas, que viniesen con ella para poder enseñar las cuatro no-
vicias y empezar a hacer el Oficio divino. Con tan buena licencia,
salió acompañada de dos religiosas muy siervas de Dios: la una se
llamaba ñna de los Angeles, e la otra María de San Pablo...
Y entrando que entró en la portería, junto a ella estaba una reja
de palo, e muy cerca de la reja estaba el altar, aunque con decencia,
pero con harta pobreza y estrechura; porque en portería y coro, a
donde el Santísimo Sacramento estaba, no me paresce a raí habría
arriba de diez pasos: representaba bien a el portalico de Belén, ñl
lado de la mano izquierda, dentro de la reja que dividía la portería
y el coro, a donde estaba el Santísimo Santísimo Sacramento, casi
junto al altar, estaba otra rejica de palo, que hacía el coro de las
monjas; estaba todo junto, que casi no había pasos que dar para ir
de una parte a otra.
Llegó la Santa Madre, y abriendo la reja del coro de acá fuera,
postróse delante del Santísimo Sacramento, antes que en el monesterio
entrase, e puesta en arrobamiento, vio a Jesucristo que la rescibía
con grandísimo amor, e púsola en la cabeza una corona, agradescién-
dola lo que había hecho por su Santísima Madre. E no solamente la
consoló con esto, sino que también se la apáreselo la Virgen María...
Y en esta casa e Iglesia tan pobre, como se empezó a descir el
Oficio divino con devoción, empezáronla a tener todo el pueblo tan
grande, que los que la habían perseguido la alababan e descían ser
obra de Dios, y ayudaban con sus limosnas. E frecuentábase la Igle-
sia, aunque eran tan poquitos los que en ella cabían, que, con con-
formidad de todos, se empezaron a comprar las casas de más cerca,
e poco a poco se ha venido: a hacer tan buena iglesia, en su tanto,
como la hay en la ciudad. E tienen ya casa y huerta, lo que les
basta para pasar y guardar su Regla; que, aunque en sí es áspera,
como se lleva con tanta voluntad y amor de Dios, es fácil de llevar;
porque, como dijo Jesucristo en su santo Evangelio: mi yugo es suave,
e mi carga es liviana, a los que con amor verdadero de Dios la quie-
ren llevar. Porque, donde no hay amor, lo liviano se hace pesado, y
a donde le hay, lo pesado se hace liviano e llevadero, y lo dificul-
toso se hace fácil e se lleva con contento, como se ha visto e ve
en esta casa y en Ledas cuantas de Descalzas se han edificado; que,
con ser la más áspera Orden, y el encerramiento más estrecho, e la
penitencia mayor, se lleva con más contento que en las demás Ordenes.
La Regla es de Nuestra Señora del Carmen, sin relajación, como
la ordenó Fr. Hugo, cardenal de Santa Sabina, que fué dada el
Apéndices 197
año de mil y doscientos y cuarentai y ocho anos, en el año quinto del
Pontificado del Papa Inocencio cuarto. Nunca jamás se ha de comer
carne, ayunarse los ocho meses del año, y esto nunca se quebranta sino
con gran necesidad de enfermedad. Llámase la primitiva Regla, por-
que se procura guardar lo que guardaban los ermitaños antiguos, que
moraban en ermitas en el Monte Carmelo. Guárdase el voto de la
pobreza con todo rigor posible, porque nenguna monja puede poseer
íii tener en su celda cosa de adorno, ni vestido, ni comida, ni otra cosa
alguna más de un jergón de paja, en que se acostarán (porque no
duermen en colchones), con mantas de sayal, ni en almohadas de
cama. No se usa lienzo ni en camisas, sino siempre de estameñas; y
aun yo vi, con el fervor que al principio se tomaban, que usaron en
algún tiempo tener las túnicas primeras del sayal de que se hacen
los costales, hasta que el Perlado se les mandó quitar, porque no
les hiciese maj a la salud. No hablan con seglares, sino es cuando con-
viene al aprovechamiento de sus almas, e por negocio particular e
nescesario. Tienen tres horas de oración mental e lición, repartidas
entre día y noche. Tienen dos exámenes de conciencia, el uno antes
de comer, y el otro antes de acostar; y sobre todo, se fundan en
humildad e mortificación, y en trabajos como pobres. El vestido es
todo de sayal, con alpargatas a los pies por la honestidad. No pue-
den tener Don, aunque sean hijas de grandes.
198 APÉNDICES
XX
FACULTAD DEL P. PROVINCIAL CALZADO PARA QUE SANTA TERESA PUEDA VIVIR
EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).
NOS, Fray Ángel de Salazar, Provincial en la Provincia de Castilla
de la Orden de Nuestra Señora del Carmen.
Por la presente damos licencia a las carísimas y muy religiosas
señoras, doña Teresa de Ahumada y María Ordóñez, y Ana Gómez, y
doña María de Cepeda, religiosas profesas de nuestro monesterio de
la Encarnación de Avila, para que todas estas cuatro señoras reli-
giosas estén en la casa y monesterio de San Joseph desta sobredicha
ciudad, como hasta agora han estado para enseñamiento y doctrina
de las religiosas nuevas que en aquella casa agora se crían, y para
todo lo demás que en la edificación spiritual y temporal della man-
dare y ordenare el limo, y Rmo. Sr. Obispo de Avila, en cuya
obediencia y disposición la sobredicha casa del Señor S. Joseph se
funda, y las religiosas della viven. Y para que las sobredichas cuatro
religiosas de nuestra obediencia puedan vivir más sosegadamente y con
mayor descanso espiritual, por la presente les damos licencia para
que se puedan se confesar con cualesquiera confesores idóneos, reli-
giosos o clérigos, y para que puedan tener uso y administración de
cualesquiera limosnas y socorros que les fueren dados por sus deu-
dos o por otras qualesquiera personas, y gastarlos en sus usos y sus
necesidades, sin perjuicio ni ofensa de el santo voto de pobreza
que profesaron; y juntamente encargamos mucho a todas sus ca-
ridades que en el sobredicho monesterio y casa del Señor S. Joseph
hagan en todo según la voluntad y disposición de su Illmo. Señor,
cuyo servicio len esto y en todo deseamos, y damos la sobredicha li-
cencia para todo lo que dicho es, por espacio de un año; desde la
1 Consérvase el original de esta facultad en las Carmelitas Descalzas de San José de
Avila. Pasó la Santa definitivamente a su primer convento reformado a mediados de la Cuares-
ma de 1563, como hemos visto en María Pinel y otros escritores. El mismo P. Ángel de Sala-
zar dice en las Informaciones de Valiadolid que demoró la licencia para que pasase a San José
por algunas dificultades que se ofrecieron; pero al fin se la dio «por conocer el espíritu u santo
celo que la movía a tal empre.sa». Con ella fueron de la encarnación Ana de San Juan, Ana de
los Angeles, María Isabel e Isabel de San Pablo. «El ajuar que entonces llevó a su nuevo con-
vento, dice el P. Jerónimo de San José en su Historia del Carmen Descalzo, lib. IV, c. VI, pá-
gina 630, sacándolo prestado del monasterio de la Encarnación, fué una esterilla de pajas, un
cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado; de lo cual dejó una memoria
firmada de su mano en el convento de la Encarnación para que hubiese cuidado de cobrarlo y
ella de volverlo. ¡Tanta era la riqueza con que salió a fundar!»
APÉNDICES 199
fecha desta nuestra licencia, que es fecha en nuestra casa del Car-
raen de ñvila, a veinte y dos días del mes de Agosto (1), año de mil
y quinientos y sesenta y tres años. Y ansí lo firmamos de nuestro
nombre y sellamos con el sello de nuestro oficio.
t (aquí la firma)
t (aquí el sello)
1 Como para esta fecha llevaba ya la Santa viviendo algunos meses en San José, debió
de otorgarle esta facultad verbalmente bastante antes. El P. Ángel fué mug afecto a Santa Te-
resa ü muy amigo de toda reformación, así que gustaba de que, aun cuando vivía en la En-
carnación, visitase a las religiosas de San José, harto necesitadas de guía y de consueto.
200
APÉNDICES
XXI
HUTORIZflCION DEL NUNCIO DE SU SANTIDAD PARA QUE LA MADRE TERESA
PUEDA VIVIR EN SAN JOSÉ.
(21 de Agosto de ISó'l) (1).
Alexandcr Cribellus. Dei et Apos-
tolicae Sedis gratia, E pisco pus
Cariatensis et Geruníinus, sanctis-
simi in Christo Patris et Domini
nostri Domini Pii, divina providen-
tia, Papae Quarti, et dictac Se-
dis ciim potestate Legati de Late-
re ad serenissimum Dominum Phi-
lippum Hispaniarum Regem Catholi-
ciim, ct in Hispaniarum regnis Niin-
tías. Dilectae in Christo Theresiae
de Ahumada, moniali professae Or-
dinís Beatae Mariae de Monte Car-
melo, salutem in Domino. Exponi
nobis nuper fecisti, quod tu, ob
melioris vitae frugem et singula-
rem quem ad monasterium Sancti
Joseph Gjusdem Ordinis in civitate
Alejandro Críbelo, por la gracia
de DiOiS y de la Santa Sede Apos-
tólica, Obispo Cariatense y Gerun-
tino, Nuncio con potestad de Lega-
do a Laterc de nuestro Santísimo
en Cristo Padre y Señor, Pío, por
la divina Providencia, Papa Cuar-
to, y de la dicha Sede Apostólica,
al serenísimo señor rey católico de
las Españas don Felipe, en sus rei-
nos de España. A la amada en
Cristo Teresa de Ahumada, mon-
ja profesa de la Orden de Nuestra
Señora del Monte Carmelo, salud
en el Señor. De vuestra parte se
nos ha hecho ahora relación, cómo
por causa de servir a Nuestro Se-
ñor y del singular afecto que te-
néis al convento de San José, de
1 El original se guarda en las Carmelitas Descalzas de San José de Avila. La traducción
es de Fr. Jerónimo de San José, Historia del Carmen Descalzo, p. 923. Al terminar el año con-
cedido por el P. Ángel de Salazar para que la Santa morase en San José, le otorgó el Nuncio
de Su Santidad, previa autorización del P. Provincial, el permiso de continuar de conventual en
dicho monasterio. Aunque en el Breve se liice que Santa Teresa residía en la Encarnación, ha
de entenderse solamente de la conventualidad, que aun radicaba en aquella casa. Este Decreto
del Nuncio tuvo, por fin, confirmación plena por las Letras de Su Sautidad Pío IV, fechas a 17
de Julio de 1565, como hemos visto en la página 161.
APÉNDICES
201
Abulensi nuper fundatum et erec-
tum (in quo arctior viget obser-
vantia regularis dicti Ordinis quam
in monasterio Incarnationis ñbulen-
si, in quo de praesenti commora-
ris) geris affcctum, cuperes te
transferre, et inibi, sub illius arcta
ct regulari observantia debitum Do-
mino reddere famulatum. Nos ita-
que, te in hujusmodi laudabili pro-
posito confoverc volentes, et atten-
dentes ea, quae a nobis petis, jus-
ta fore et honesta, tuis in hac parte
supplicationibus inclinari, auctorita-
te Apostólica nobis concessa, qua
fungimur in hac parte, tibi, ut, ac-
cedente ad id licentia et assensu
Ministri Provincialis dicti Ordinis,
de dicto monasterio Incarnationis
ad monasterium Sancti Joseph ejus-
dem Ordinis supra dictum, in quo
regularis vigeat observantia, te
transferre, ac ómnibus et singulis
privilegiis, indultis et gratiis, qui-
bus caeterae moniales in eo ab
initio receptae quomodolibet utun-
tur, potiuntur ct gaudent, uti, po-
tiri et gaudere libere et licite va-
leas, in ómnibus et per omnia, te-
nore praesentium licentiam concedí-
mus et facultatem, te postmodum
a primo monasterio Incarnationis
ct illius observantiis penitus ab-
solventes. Non obstantibus ílposto-
licis Constitutionibus et Ordinatio-
nibus ac praefati monasterii sta-
tutis et consuetudinibus caeterisque
contrariis quibuscumque.
Datum in oppido de Madrid,
tolctanac dioecesis, anno Incarnatio-
nis Dominicae MDLXIV, duodeci-
religiosas de la misma Orden, poco
há fundado en la ciudad de Avila,
en el cual se guarda y florece más
la observancia regular que en el
convento de la Encarnación de la
misma ciudad, donde al presente
residís, deseáis pasaros a él, y
allí, y debajo de su estrecha y
regular observancia servir con per-
fección a Nuestro Señor. Nos, que-
riéndoos ayudar y favorecer tan
loable propósito, y teniendo aten-
ción a que lo que nos pedís es
justo y honesto, condescendiendo en
esta parte con vuestros ruegos y
petición, por la autoridad apostó-
lica que Nos es concedida y de que
usamos en esta parte, por el tenor
de las presentes, os concedemos
licencia y facultad, para que, in-
terviniendo la licencia y consenti-
miento del Padre Provincial de la
dicha Orden, os podáis pasar
del dicho monasterio de la Encar-
nación, al monasterio sobredicho de
San José de la misma Orden, en
el cual florezca la regular obser-
vancia, y que libre y lícitamente,
en todo y por todo, podáis usar,
gozar y aprovecharos de todos y
cualesquier privilegios, indultos y
gracias que en cualquier manera
usan, gozan y de que se aprove-
chan las demás religiosas que allí
fueron recibidas desde el principio.
Y desde ahora en adelante os ab-
solvemos, y del todo eximimos de
la residencia y observancias "del
primer monasterio de la Encarna-
ción. No obstantes las constitucio-
nes y ordenaciones apostólicas, y
estatutos y costumbres del dicho
202
APÉNDICES
mo Kal. Septembris, Pontiflcatus
praelibati sanctissimi Doniini no-
stri Pii Papae Quarti anno quinto.
Alexander Cribellas, Episcopus,
Nuntius Apostólicus.
Robe/tus Tontanus, Abbreviator.
monasterio, y cualesquier otras co-
sas en contrario. Dadas en la vi-
lla de Madrid, diócesis de Toledo,
año de la Encarnación de Cristo
Señor Nuestro de 1564. Día duo-
décimo de las Calendas de Se-
tiembre, y del Pontificado del di-
cho nuestro Santísimo en Cristo
Padre y Señor Pío Papa IV ,año
V. Alejandro Críbelo, Obispo, Nun-
cio Apostólico. Roberto Tontano,
Abreviador.
APÉNDICES
203
XXII
CÉDULA EN QUE HACE CONSTAR LA SANTA LA COMPRA DE UN PALOMAR A JUAN
DE SAN CRISTÓBAL.
t
jhs
Oy, domingo de Casimodo (1), de este año de 1564, se concertó
entre Juan de San Cristóbal y Teresa de Jesús la venta de esta
cerca del palomar, en cien (2) ducados, libres de décima y alcabala.
Dénsele de esta manera: los diez mil maravedís luego, y los diez
mil para Pascua de Spíritu Santo (3); lo demás para San Juan de este
presente año. Porque es verdad lo fir[mo] (4).
1 9 de Abril.
2 Escribió la Santa ducientos, pero luego, ella o algún otro, borró la primera y última sí-
laba, dejando cien.
3 21 de Mayo.
4 Del autógrafo falta la firma, la cual, como tantas otras de la Santa se cortaría para al-
gún relicario. El original de este recibo, de letra de Santa Teresa, se veneraba en las Carmelitas
Descalzas del Corpus Christi de Alcalá. Hoy le tienen los Descalzos de Avila, donde le foto-
grafiamos en Setiembre de IQlí. Aunque con algunas faltas, ya le habían publicado Castro Pa-
lomino, t. VI, y D. Vicente de la Fuente en Escritos de Santa Teresa, t. 1, pág. 521. En el
número de Noviembre de 1914 del Boletín de la Real flcademia de la Historia, publicó su
fotografía el P. Fita, hecha por el P. Justo del Niño Jesús, C. D., conventual de Avila. Tanto el
P. Fita en el número citado, como D. Bernerdino Melgar, en el correspondiente al mes de Diciembre,
tratan de ilustrar el autógrafo teresiano con largos comentarios, a mi juicio, no bien fundados.
Uno y otro dan por averiguado que el palomar de que aquí se habla, es el que Santa Teresa
heredó de su madre, según se cree, en Gotarrendura, y del cual habla la misma Santa en unas
cartas que por los años de 1546 escribió a Alonso Veneguilla o Vinegrilla, vecino de aquel
lugar. Presumimos que no se trata aquí de una venta hecha por la Santa, sino de la adqui-
sición a Juan de San Cristóbal de una cerca con palomar que tenía junto al recién fundado
convento de San José, en Avila, de la cual cerca hizo la Santa algunas ermitas por las
que el Concejo de Avila le obligó a derribar como perjudiciales al edificio de las fuentes,
según hemos visto por las Actas del mencionado Concejo. En la sesión por él celebrada
en 29 de Abril de 1564, se dice que Pedro del Águila y Alonso de Robledo, por comi-
sión del Concejo, habían visto «las casas de Francisco de Peralta, que las monjas de San Josepe
han señalado para pagar sobre ellas el censo que la dicha cibdad tiene sobre las casas donde
es el dicho monasterio, e sobre las queran del dicho Francisco Ximénez, e sobre la cerca que
agora compran^. El contrato de la cerca se había concertado en 9 de aquel mismo mes, cir-
cunstancia que bien pudieron ignorar los ediles de Avila, si bien tenían conocimiento de que las
religiosas intentaban comprarla, y aun dan por segura la adquisición. Por la pobreza en que se ha-
llaba el monasterio, se convino en pagarla en tres plazos. «Dénsele de esta manera», dice. ¿Qué
prueba más evidente queremos de que no es Juan de San Cristóbal el comprador, sino la
misma Santa? Difícil nos parece también que tratándose de la cerca y palomar de Gotarrendura,
se exprese la Santa en forma que da bien a entender que el palomar en cuestión estaba cerca
del convento donde ella residía. Si de la Santa fué el palomar de Gotarrendura, no le faltaría
204 APÉNDICES
XXIII
PROFESIÓN DE LAS CUATRO PRIMERAS RELIGIOSAS QUE TOMARON KL HABITO,
EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).
Profesión de Úrsula de los Santos.
ñ. veinte y lin días del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta
y cuatro años, siendo obispo dcsta ciudad de Avila el limo, y reveren-
dísimo señor don Alvaro de Mendoza, hizo su profesión la hermana
Úrsula de los Santos. Fué hija legítima de Martín de Rivilla y de
María fllveres de ñrévalo, naturales desta ciudad de Avila. Dio en
limosna trecientos ducados; fué la primera religiosa que tomó el hábito
desta santa Observancia. Su profesión fué del tenor siguiente:
Yo, Úrsula de los Santos, hago mi profesión, y prometo obedien-
cia, castidad y pobreza' a Dios Nuestro Señor y a la bienaventurada
Virgen M^ría del Monte Carmelo, y al limo, y reverendísimo señor
don Alvaro de Mendoza, obispo desta ciudad de Avila y a sus susce-
sores, según la Regla primitiva de Nuestra Señora del Monte Carmelo,
sin mitigación hasta la muerte. Hecha en Avila a veinte y uno de Oc-
tubre de mil y quinientos y sesenta y cuatro años. Y porqués ver-
dad lo firmo de mi nombre.
Úrsula de los Santos (2).
ocasión de venderlo cuando en 1562 se hallaba tan alcanzada de dineto por la fundación del
convento de San José.
De la compra de la cerca i) palomar para construir nuevas ermitas, tenemos, además de la
tradición de la Comunidad de San José de Avila, el claro y terminante testimonio del Padre
Jerónimo de San José, que ha sido el que mejor ha estudiado los orígenes de este primer
convento de la Descalcez carmelitana. En la Historia del Carmen Descalzo, libro IV, capítulo
XV, escribe: «Las ermitas que hay en este convento para retirarse a tener ejercicios espiri-
tuales las religiosas, las hizo y dispuso nuestra Madre Santa Teresa... La primera se llama de
la Coluna, por una imagen que en ella hay de Cristo Señor Nuestro a la Coluna. Hizo esta
ermita la Santa en una casilla vieja que había dentro de la cerca del convento, que era palomar,
y la acomodó muy devotamente». Juan de San Cristóbal pertenecía a la cuadrilla de San Pedro,
de Avila, y figura en los Repartimientos de Jileábala que obran en el Archivo del Ayunta-
miento de aquella ciudad.
1 Del Libro primitivo de Profesiones y Elecciones que guardan las Carmelitas Descalzas de
Avila, que tiene la portada escrita por el V. P. Gracián, trasladaiTios las profesiones siguientes
de las cuatro novicias que inauguraron el primer monasterio de la Reforma de Santa Teresa. Las
cuatro fueron extendidas por la misma pluma ii firmadas por la Santa, aunque hoy sólo se halla
su firma en la de María de la Cruz y María de San José.
2 Después de la firma de Úrsula de los Santos, la misma que escribió las fórmulas de la
profesión, añadió: «La H.a Úrsula de los Santos y la H.a Antonia del Espíritu Santo, y la H.a
M.a de la Cruz y la H.a María de San Joseph, fueron las cuatro religiosas que primero, y
todas juntas, tomaron este santo hábito». Al margen, de letra posterior: «Edad de 43». Es decir,
que la H.a Úrsula hizo la profesión a los 43 años. Y a continuación: «Falleció año 1574, a 19
de Febrero, de 53 años». Véase la nota del tomo I, pág. 305.
APÉNDICES
205
Profesión de Antonia del Espíritu Santo.
R veinte y uno del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta
y cuatro años, siendo obispo desta ciudad de Avila el limo, y reve-
rendísimo señor don Alvaro de Mendoza, iiizo su profesión la (lermana
Antonia del Espíritu Santo, que en el siglo se llamaba Antonia de
Henao. Fué hija legítima de Felipe de Arévalo y de Elvira Diez de
Henao, naturales desta ciudad de Avila. Dio de limosna decisiete mil
maravedís. Su profesión fué del tenor siguiente:
Yo, Antonia del Espíritu Santo, hago profesión y prometo obe-
diencia, castidad y pobreza a Dios Nuestro Señor^ y a la bienaventurada
Virgen María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor
don Alvaro de Mendoza, obispo de Avila y a sus suscesores, según la
Regla primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la
muerte. Y porque es verdad lo firmo de mi nombre. Hecha en Avila,
a veinte y uno del mes de Octubre de mil y quinientos y sesenta y
cuatro años (1).
Antonia del Espíritu Santo.
Profesión de María de la Cruz,
Yo, María de la Cruz, hago profesión y prometo obediencia, casti-
dad y pobreza a Dios Nuestro Señor, y a la bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor don Al-
varo de Mendoza, obispo de Avila y a sus suscesores, según la Regla
primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la muer-
te. Fecha en Avila, de mil y quinientos y sesenta y cinco años, a
veinte y dos días del mes de Abril. Y porqués verdad lo firmo de
mi nombre (2).
María de la Cruz.
Profesión de María de San José.
A dos días del mes de Julio de mU y quinientos y sesenta y seis
años, siendo obispo desta ciudad de Avila el limo, y reverendísimo se-
ñor don Alvaro de Mendoza, hizo su profesión en esta casa de S. Joseph
de Avila la h.a María de S. Joseph, que en el siglo se llamaba María
Dávila y fué una de las cuatro primeras que tomaron el hábito, y fué
1 La M. Antonia, después de haber estado en los conventos de Medina del Campo, Ma-
lagón, Valladolid y Granada, murió en el de Málaga el 7 de Julio de 1595.
2 Sin duda la encargada de escribir las profesiones en el libro, no se acordaba en aquel
momento de dónde era natural la H.a María de la Cruz, ni cómo se llamaban sus padres Por eso
de)ó en blanco unas cuantas líneas con intención de llenarlas después, pero no lo hizo. Ya dijimos
en el tomo I, pág. 305, que se llamó en el siglo María de la Paz, y fué natural de Ledesma, en
la provincia de Salamanca. Estaba sirviendo en casa de D.a Gniomar de Ulloa, donde conoció
a la Santa. Murió en Valladolid a 23 de Febrero de 1588.
206 APÉNDICES
hija legítima de Cristóbal Dávila y de Ana de Sto. Domingo, naturales
desta ciudad. Su profesión fué del tenor siguiente:
Yo, María de S. Joseph, hago mi profesión y prometo obediencia,
castidad y pobreza a Dios nuestro Señor, y a la bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo y al limo, y reverendísimo señor don /U-
varo de Mendoza, obispo de ñvila y a sus suscesores, según la Regla
primitiva de Nuestra Señora del Carmen, sin mitigación hasta la muer-
te. Y porque es verdad lo firmo de mi nombre. Hecha año de mil
y quinientos y sesenta y seis, a dos días del mes de Julio (1).
Alaría de S. Josefe.
1 María de San Josr, hermana de Julián de Avila, primer capellán de San José, no salió
del primitivo convento. Murió el 14 de julio de \ü(A, a los setenta y nueve aflos de edad.
APÉNDICES 207
XXIV
CARTA DEL VENERABLE MAESTRO JUAN DE AVILA A SANTA TERESA DE JESÚS (1).
La gracia del Espíritu Santo sea con vuesa merced siempre. Sea
en buen hora la venida a esas tierras; pues confío de Nuestro Señor
'que ha de ser para que El reciba mayor servicio de esa peregrinación,
que del encerramiento en la celda; que cierto, señora, la necesidad
que en las ánimas hay es tanta, que hace a los que un poco de cono-
cimiento tienen del valor dellas, apartarse de los abrazos continuos
del Señor por ganarle ánimas donde repose, pues tanto trabajó por
ellas. Plega a isu misericordia haga a vuesa merced ministro para re-
coger su preciosísima sangre, que por las ánimas derramó, porque no
se pierda en ellas, sino las riegue y haga dar fruto, que el Señor
coma con gusto y sabor.
Deseo que vuesa merced se sosiegue en lo que toca al examen de
aquel negocio; porque habiéndolo visto tales personas, vuesa merced
ha hecho lo que parece ser obligada. Y, cierto, creo que yo no
puedo advertir de cosa que aquellos padres no hayan advertido.
En el negocio del hospital de esa señora, hago lo que más puedo
hacer, que es rogar a una persona muy calificada vaya allá, y se
informe del negocio y me avise de lo que cumple, porque Nuestro
Señor sea servido se haga esa obra. Comuníquele vuesa merced y
creo se consolará de ello.
El Espíritu Santo sea amor único ríe vuesa merced, que para cum-
plir con estado de esposa fiel esto le debe. No le suplico rueguc por
mí, pues el mismo Señor le pone cuidado de ello. De Montilla, dos
de Hbril (2). Siervo de vuesa merced, Juan de Avila.
1 Habla en esta carta el Beato Avila del libro de la Vida que Santa Teresa había escrito,
y deseaba, para tranquilidad de su espíritu, que lo viese el celoso apóstol de Andalucía. Bien
conocida es la vida de este siervo de Dios. Nacido en Almodóvar del Campo el 6 de Enero
de 1500 u hecho sacerdote, consagró toda su vida a la cura de almas, en la que salió aventa-
jado maestro, como puede verse en la hermosa vida que de él escribió el piadoso P. Luis ite
Granada. Murió en .Y^ontilla (Córdoba), a 10 de Mayo de 1569. Autor de varias y muy estima-
das obras de piedad, fué beatificado por León XIII el 6 de Abril de 1894.
1 La caria fué escrita en 1568. Hallábase Santa Teresa entonces en Toledo, concertando
con D.a Luisa de la Cerda la fundación de Carmelitas Descalzas de Malagón. Esta carta fué
ya publicada por el autor del Eño Teresiñrto, tomo IV, 2 de Abril. El P. Antonio la encontró
en el rico archivo que en Pastrana tenía la Reforma. Por desgracia, en aquella villa, donde
estuvimos en el otoño de 1914, apenas si se ha salvado un documento de la Orden.
208 APÉNDICES
XXV
CARTA DEL VENERABLE MAESTRO AVILA fl LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS,
APROBANDO EL LIBRO DE LA VIDA (1).
La gracia y paz de Jesucristo, Nuestro Señor, sea con vuesa mer-
ced siempre. Cuando acepté el leer el libro que se me embió, no fué
tanto por pensar que yo era suficiente para juzgar las cosas dél,
como por pensar que podría con el favor de Nuestro Señor aprove-
cliarme algo con la doctrina dél. Y gracias a Cristo, que aunque lo
he visto, no con el reposo que era menester, mas heme consolado,
y podría sacar edificación, si por mí no queda. Y aunque, cierto,
yo me consolara con esta parte sin tocar en lo demás, no me parece
que el respecto que debo al negocio y a quien me lo encomienda,
me da licencia para dejar de decir algo de lo que siento, a lo menos
en general.
El libro no está para salir a manos de muchos, por que ha menes-
ter limar las palabras dél en algunas partes, en otras declararlas;
y otras cosas hay que al espíritu de v. m. pueden ser provechosas,
y no lo serían a quien las siguiese; por que las cosas particulares
por donde Dios lleva| a unos no son para otros, y estas cosas, o las
más dellas, me quedan acá apuntadas para ponellas en orden cuando
pudiere, y no faltará como enviallas a v. m.; porque si v. m. viese
mis enfermedades y otras necesarias ocupaciones, creo le moverían
más a compasión que a culparme de negligente (2).
La doctrina de la oración está buena por la mayor parte, y muy
bien puede vuesa merced fiarse della y seguirla, y en los raptos
halló las señales que tienen los que son verdaderos.
El modo de enseñar Dios al ánima sin imaginación y sin palabras
1 Vivía la Santa retirada en su monasterio de S. José desde 1562, como hemos visto por
los documentos anteriores. Fueron estos años, hasta que salió a fundar los demás conventos
de su Reforma, los más felices de su vida. En ellos, terminados los pleitos con la ciudad, pudo
darse con toda tranquilidad al trato íntimo con Dios. Redactó de nuevo y de manera más orde-
nada y completa la Relación de su vida, la cual, por indicación del inquisidor Soto y otros
doctos consejeros suyos, la envió al maestro Avila, que gozaba de mucha reputación de es-
piritual y profundo conocedor de espíritus. (Véase nuestra Introducción a la Vida de Santa
Teresa). El B. Avila examinó la Relación, y en esta carta da cuenta de este examen, notable
en verdad, y digno de varón tan austero y prudente. El P. Jerónimo Gracián fué el primero que
publicó esta carta en su Dilucidario del verdadero e'-.piritu. capítulo IV, copiándola del origi-
nal que tuvo en su poder. Tal vez se le daría la misma Santa. Una copia antigua se conserva
también en la Biblioteca Nacional, Ms. 12.7Ó3. Ambas copia?, hemos tenido presentes para la
publicación de esta carta, que en las Obras del Beato ha salido siempre con algunos errores.
2 Todo este párrafo se venía omitiendo desde tiempos muy antiguos, no obstante haberlo
publicado Gracián. También le trae el citado manuscrito de la Biblioteca Nacional. No se tiene
noticia de las cosas que dice dejaba apuntadas para ponerlas en orden y enviárselas a la Santa.
APÉNDICES 209
interiores ni exteriores, es muy seguro, y no hallo en qué tropezar, y
San Agustín habla bien del.
Las hablas interiores han engañado a muchos en nuestros tiem-
pos, y las exteriores son las menos seguras. El ver que no son
de espíritu propio, es cosa fácil el discernir; si son de espíritu bueno o
malo, es más dificultoso. Dansc muchas reglas para conocer si son
del Señor, y una es que sean dichas en tiempo de necesidad o de
algún gran provecho, ansí como para confortar al hombre tentado o
desconfiado, o para algún aviso de peligro. Porque como un hombre
bueno no habla palabra sin mucho peso, menos las hablará Dios. Y
mirado esto, y ser las palabras conforme a la Escritura divina y
a la doctrina de la Iglesia, me parece las que en el libro están,
ser de parte de Dios.
Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen,
y éstas en ninguna manera se deben desear; y si vienen sin ser
deseadas, aun se han de huir lo posible, aunque no por medio de
dar higas, sino fuese cuando de cierto se sabe ser espíritu malo;
y, cierto, a mí me hizo horror las que en este caso se dieron y
me dio mucha pena (1). Debe el hombre suplicar a Muestro Señor no
le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y de sus
santos se guarde para el cielo, y que acá le lleve por camino llano,
como lleva a sus fieles, y con otros buenos medios debe procurar el
huir destas cosas.
Mas si todo esto hecho duran las visiones, y el ánima saca dello
provecho, y no induce su vista a vanidad sino a mayor humildad, y
lo que dicen es dotrina de la Iglesia, y tiene esto por mucho tiempo,
y con una satisfación interior que se puede sentir mejor que decir,
no hay para qué huir dellas; aunque ninguno se debe fiar de su
juicio en esto, sino comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre.
Y leste es el medio universal que se ha de tomar en todas estas cosas,
y esperar en Dios, que si hay humildad para sujetarse al parecer ajeno,
no dejará engañar a quien desea acertar.
Y no se debe nadie atemorizar ni condenar de presto estas cosas,
por ver que la persona a quien se dan no es perfeta; porque no es
nuevo a la bondad del Señor sacar de malos, justos, y aun de pe-
cados graves grandes bienes con darles muy dulces gustos suyos, se-
gún lo he yo visto. ¿Quién pond'á tasa a la bondad del Señor?
Mayormente, que estas cosas no se dan por merecimientos, ni por
ser uno más fuerte; antes se dan a algunos por ser más flacos, y
como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos.
Ni tienen razón los que descreen estas cosas, porque son
muy altas, y parece cosa no creíble abajarse una Majestad in-
finita a comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito está
que Dios es amor; y si amor, es amor infinito y bondad infinita; y de
tal amor y bondad no hay que maravillarse que haga tales excesos de
amor, que turben a los que no le conocen. Y aunque muchos los co-
nozcan por fe, mas la experiencia particular del amoroso, y más que
1 . Cfr rjhTo np ifí Vida. cap. XXIX, p. 229.
II 14
210 APÉNDICES
amoroso trato de Dios con quien él quiere, si no se tiene, no se
podrá entender bien el punto donde llega esta comunicación; y así,
lie v¡st6 a pinchos escandalizados de oir las iiazañas del amor de Dios
con sus criaturas; y como ellos están de aquello muy lejos, no pien-
san hacer Dios con otros lo que con ellos no hace; siendo razón
que por ser la obra de amor, y amor que pone en admiración, se
tomase por señal que es de Dios, pues es maravilloso en sus obras,
y muy más en las de su misericordia, y de allí mesmo sacan ocasión
de descreer de donde la habían de sacar de creer, concurriendo las
otras circunstancias que den testimonio de ser cosa buena.
Paréceme, según del libro consta, que vuestra merced ha resistido
a estas cosas, y aun más de lo justo. Paréceme que le han aprovecha-
do a su ánima; y especialmente le han hecho más conocer su miseria
propia y faltas y enmendarse dellas. Han durado mucho, y siempre
con provecho espiritual. Incítanle a amor de DiO|S y a propio desprecio
y a hacer penitencia. No veo por qué condenarlas; inclinóme más a
tenerlas por buenas, con condición que siempre haya cautela de no
fiarse del todo, especialmente si es cosa no acostumbrada, o dice que
haga alguna cosa particular, y no muy llana. En todos estos casos
y semejantes, se debe suspender el crédito y pedir luego consejo.
ítem, se advierta, que aunque estas cosas sean de Dios, se sueleti
mezclar otras del enemigo, y por eso siempre ha de haber recelo. ítem,
ya que se sepa que son de Dios, no debe el hombre parar mucho
en ellas, pues no consiste la santidad sino en amor humilde de Dios
y del prójimo, y estotras cosas se deben tener en menos, aunque bue-
nas, y pasar su estudio en la humildad verdadera y amor del Señor.
También conviene no adorar visiones destas, sino a Jesucristo en el
rielo o en el Sacramento, y si es cosa de santos, alzar el corazón
al santo del cielo, y no a lo que se representa en la imaginación;
baste que me sirva aquello de imagen para llevarme a lo representado
por ella.
También digo que las cosas deste libro acaecen, aun en nues-
tros tiempos, a lOtras personas, y con mucha certidumbre que son de
Dios, cuya mano no es abreviada para hacer agora lo que en tiem-
pos pasados, y en vasos flacos para que El sea más glorificado.
Vuesa merced siga su camino; mas siempre con recelo de los
ladrones, y ¡preguntando por el camino derecho, y dé gracias a Nues-
tro Señor que le ha dado su amor, y propio conocimiento y amor
de penitencia y de cruz; de esotras cosas no haga mucho caso,
aunque tampoco las desprecie, pues hay señales que muy muchas de-
llas son de parte de Nuestro Señor, y las que no lo son, con pedir
consejo no le dañarán.
Yo no puedo creer que he escrito esto con mis fuerzas, pues no
las tengo, creo que la oración de vuesa merced lo ha hecho. Pídole por
amor de Jesucristo Nuestro Señor, se encargue de le suplicar por mí,
que El sabe que lo pido con mucha necesidad, y creo basta esto para
que vuesa merced haga lo que le suplico, y pido licencia para acabar
ésta, pues quedo obligado a escribir otra. Jesús sea glorificado de
todos y en todos, ümen. De Montilla, 12 de Setiembre de 1568 años.
Siervo de vuesa merced por Cristo, Juan de Avila.
SPENDICES 211
XXVI
APROBACIÓN QUE EL AMAESTRO FRAY DOMINGO BAÑEZ DIO DEL ESPÍRITU DE
SANTA TERESA Y DE LA RELACIÓN AUTÓGRAFA DE SU VIDA (1).
Visto he, y con mucha atención, este libro en que Teresa de Jesús,
monja carmelita y fundadora de las Descalzas Carmelitas, da rela-
ción llana de todo lo que por su alma pasa, a fin de ser enseñada y
guiada por sus confesores, y en todo él no he hallado cosa que a
mi juicio sea mala doctrina; antes tiene muchas de gran edificación
y aviso para personas que tratan de oración. Porque su mucha ex-
periencia desta religiosa y su discreción y humildad en haber siem-
pre buscado luz y letras en sus confesores, la hacen acertar a decir
cosas de oración, que a veces los muy letrados no aciertan así por
la falta de experiencia. Sola una cosa hay en este libro en que poder
reparar, y con razón; basta examinarla muy bien, y es que tiene
muchas revelaciones y visiones, las cuales siempre son mucho de te-
mer, especialmente en mujeres, que son más fáciles en creer que son
de Dios, y en poner en ellas la santidad, comoquiera que no con-
sista en ellas. Antes se han de tener por trabajos peligrosos para los
que pretenden perfeción, porque acostumbra Satanás transformarse en
ángel de luz, y engañar las almas curiosas y poco humildes, como en
nuestros tiempos se ha visto; mas no por eso hemos de hacer regla
general de que todas las revelaciones y visiones son del demonio.
Porque a ser así, no dixera San Pablo que Satanás se transfigura en
ángel de luz, si el ángel de luz no nos alumbrase algunas vezes. San-
tos han tenido revelaciones, y santas, no solamente de los tiempos
antiguos, mas aún en los modernos, como fué Santo Domingo, San
Francisco, San Vicente Ferrer, Santa Catalina de Sena, Santa Gertrude
y otros muchos que se podrían contar, y como siempre la Iglesia de
Dios es y ha de ser santa hasta el fín, no sólo porque profesa san-
tidad, sino porque hay en ella justos y perfectos en santidad, no
es razón que a carga cerrada condenemos y atropellemos las visiones
y revelaciones, pues suelen estar acompañadas de mucha virtud y
cristiandad. Antes conviene seguir el dicho del Apóstol en el cap. V de
la 1.a a los Tesalonicenses: Spiritum nolite extingúete. Prophetiaa
nolite spernere. Otnnia probate, quod boniim est tenete. Ah omni specie
mala ahstinete vos. Sobre el cual lugar, quien leyere a Santo Tomás,
entenderá con cuánta diligencia se deben examinar los que en la Igle-
1 Delatado el Libro de la Vida a !a Inquisición, su buen amigo, el P. Domingo Báflet,
escribió al final del autógrafo esta docta u rnuy discreta aprobación del espíritu de la Santa y
de su autobiografía. (Véase la Introducción a la Vida de Santa Teresa, t. I, págs. 117'-125.
212 APÉNDICES ^
sia de Dios descubren algún don particular, que puede ser para uti-
lidad o daño de los próximos, y cuánta atención se haya de tener
de parte de los examinadores, para no extinguir el fervor del espíritu
de Dios en los buenos, y para que otros no se acobarden en los ejer-
cicios de la vida cristiana perfecta.
Esta mujer, a lo que muestra su relación, aunque ella se enga-
ñase en algo, a lo menos no es engañadora, porque habla tan llana-
mente, bueno y malo, y con tanta gana de acertar, que no dexa dudar
de su buena ¡intención; y cuanto más razón hay de que semejantes es-
píritus sean examinados por haber visto en nuestros tiempos gente bur-
ladora, so color de virtud, tanto más conviene amparar a los que
con el color parece tienen la verdad de la virtud. Porque es cosa
extraña lo que se huelga la gente floxa y mundana de ver desautori-
zados a los que llevaban especie de virtud. Quexábase Dios antigua-
mente por el profeta Ezequiel, cap. XIII, de los falsos profetas, que
a los justos apretaban y a los pecadores lisonjeaban, ij díceles: Moerere
fecistis cor justi mendaciter, quem ego non contristavi: et confortastis
manas impii. En alguna manera se puede esto decir contra los que
espantan las almas, que van por el camino de oración y perfeción,
diciendo que son caminos peligrosos y singularidades, y que muchos
han caído en errores yendo por este camino, y que lo más seguro
es un camino llano y común y carretero.
De semejantes palabras, claro está, se entristecen los que quieren
seguir los consejos y perfeción con oración contina, cuanto les fuere
posible, y con muchos ayunos y vigilias y disciplinas; y por otra
parte los floxos, los viciosos se animan y pierden el temor de Dios,
porque tienen por más seguro su camino, y este es el engaño, que
llaman camino llano y seguro, la falta del conocimiento y considera-
ción de los despeñaderos y peligros por do caminamos todos en
este mundo. Comoquiera que no haya otra seguridad sino, conociendo
nuestros cuotidianos enemigos, invocar humildemente la misericordia
de Dios, si no queremos ser cautivos dellos. Cuánto más, que hay
almas a quien Dios aprieta de manera, para que entren el cami-
no de perfeción, que en cesando del fervor, no pueden tener medio,
sino luego dan en otro extremo de pecados; y estas tales tienen
extrema necesidad de velar y orar muy contino; y en fin, a nadie
dexó de hacer mal la tibieza. Meta cada uno la mano en su seno,
y hallará ser esto verdad. Creo, cierto, que si algún tiempo sufre
Dios a los tibios, que es por las oraciones de los fervorosos, que
de contino claman: Et ne nos inducas in tentaüonem.
He dicho esto, no para que luego canonicemos a los que nos pa-
rece van por camino de contemplación, que este es otro extremo del
mundo y solapada persecución de la virtud, santificar luego a los
que tienen especie Idella. Porque a ellos les dan motivo de vana-
gloria, y a la virtud no hacen mucha honra, antes la ponen en lugar
peligroso; porque cuando los que fueron tan alabados cayeren, más
detrimento padece el honor de la virtud, que si nunca fueran tan es-
timados; y así, tengo por tentación del demonio estos encarecimientos
de la santidad de Jos que viven en este mundo. Que tengamos buena
opinión de los siervos de Dios, muy justo es; mas siempre los mi-
APÉNDICES 2lá
remos como gente que está en peligro, por buenos que sean, y que el
ser buenos no nos es manifiesto tanto que nos podamos segurar
aún de presente. <
Considerando yo ser así verdad lo que tengo dicho, siempre he
procedido con recato en la examinación desta relación de la oración
y vida desta religiosa, y ninguno ha sido más incrédulo que yo en
lo que toca a jsus visiones y revelaciones, aunque no en lo que toca a
la virtud y buenos deseos suyos; porque dcsto tengo grande expe-
riencia de su verdad, de su obediencia, penitencia, paciencia y ca-
ridad con los que la persiguen, y otras virtudes, que quienquiera
que la tratare, verá en ella; y esto es lo que se puede preciar como
más cierta señal del verdadero amor de Dios, que las visiones g re-
velaciones. Y tampoco menosprecio sus revelaciones, y visiones y arro-
bamientos, antes sospecho que podrían ser de Dios, como en otros
santos lo fueron, mas en este caso siempre es más seguro quedar con
miedo y recato; porque en habiendo seguridad, tiene lugar el diablo
de hacer sus tiros, y lo que antes era quizá de Dios, se trocará y
será del demonio.
Y resuélveme en que este libro no está para que se comunique a
quienquiera, sino a los hombres doctos y de experiencia y dis-
creción cristiana. El está muy a propósito del fin para que se es-
cribió, que fué dar noticia esta religiosa de su alma a los que la
han de guiar para no ser engañada. De una cosa estoy yo bien cierto,
cuanto humanamente puede ser, que ella no es engañadora; y así
merece su claridad que todos la favorezcan en sus buenos propósi-
tos y buenas obras. Porque de trece años a esta parte, ha hecho
hasta una docena, creo son los monesterios de monjas descalzas Car-
melitas (1), con tanto rigor y perfeción como los que más, de que darán
buen testimonio los que los han visitado, como es el Provincial domi-
nico, Maestro en sagrada Teología, Fr. Pedro Fernández, y el Maes-
tro Fr. Hernando de Castillo y otros muchos. Esto es lo que por
ahora me parece acerca de la censura deste libro, sujetando mi
parecer al de la Santa Madre Iglesia y de sus ministros. Fecha en
el Colegio de San Gregorio de Valladolid, en siete días de Julio
de 1575 años. — Fr. Domingo Bañes.
1 Once había íundado para esta techa: Avila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid,
Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas y Sevilla. '
214 APÉNDICES
XXVII
PROFESIÓN DE SANTA TERESA EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).
Digo yo, Teresa de Jesús, monja de Nuestra Señora del Carmen,
profesa en la Encarnación de Avila y aiiora de presente estoy en San
Josef de Avila, adonde se guarda la primera Regla, y hasta ahora
yo la he guardado aquí con licencia de nuestro reverendísimo padre
General, Fray Juan Bautista, y también me la dio para que, aunque me
mandasen los perlados tornar a la Encarnación, allí la guardase. Es
mi voluntad de guardarla toda mi vida, y ansí lo prometo, y renuncio
todos los Breves que hayan dado los Pontífices para la mitigación de
la dicha primera Regla, que con el favor de Nuestro Señor la pienso
y prometo guardar hasta la muerte, y porque es verdad, lo firmo de
mí nombre. Hecha a XIII días del mes de Julio, año de JVl.DLXXI.—
Teresa de Jesús, Carmelita.
Presens fui:
El Maestro Daza.— Fray Mariano de Sto. Benedicto, presens fui. —
1 El original se venera en las Carmelitas Descalzas de Calahorra, de letra de la misma
Santa. R continuación de la firma de ella, pusieron la sutja los testigos que aquí se expre-
san, g por último, el P. Pedro Fernández confirmó en e! mismo documento, de su puño y letra,
la renuncia de la Santa a la Regla mitigada y le señaló conventualidad en los monasterios de
la Reforma. En cuanto al dia de la profesión, en que discrepan los manuscritos antiguos, fué el
13 de Julio. Proviene la discrepancia de haber puesto primero en números romanos, el día VIII,
y luego, sin borrar enteramente el V, le cruzó con una linea, para indicar el trece. El día trece
seflala también María de San José en su Libro de Recreaciones, página 89, grande autoridad en
la materia. La razón de haber hecho la profesión de Descalza después de tanto tiempo como se
había fundado la Reforma, fué, adema."? de la que expresa la Santa, haber ordenado el P. Comi-
sario apostólico que las que pasasen de la Regla mitigada debían primero renunciar a ella y
profesar la Descalcez. Dice María de San José en el lugar citado:
«Otra duda podrá quedar, a la cual quiero satisfacer, y es cómo habiendo ya nueve años
que se había fundado el primer monasterio, estando ya fundados ocho, renunció ahora nuestra
Madre la Regla mitigada y promete vivir en la primitiva, y cómo en su renunciación no hace
memoria de que ella fundó, ni comenzó esta vida. A esto último, respondido está en su gran
humildad; a lo primero, digo que ya tenía renunciado desde el principio, como de la misma re-
nunciación se puede colegir, y fué con licencia de nuestro reverendísimo Padre General, Fray Juan
Bautista <de Ravena, que había estado en España al principio de la fundación del primer monas-
terio; con que se alegró mucho, y mostró grande amor y favoreció a nuestra Madre y religiosas
de él, como tan santo y deseoso de la reformación de la Orden de la Virgen, de quien era tan
devoto, como verdadero hijo de esta Santísima Madre, aunque sintió verle sujeto al Ordinario y
leprendió a los religiosos por no la haber querido admitir. Pero, por remediar este dolor, que lo era
para él grande tener fuera de su obediencia aquella casa, que él llamaba santuario, dio a nues-
tra Madre facultades para fundar donde se ofreciese, y obligóla con precepto a que ninguna
fundación que saliere, dejase de admitir, en cualquiera de los lugares de España. Y conclu-
Uendo, cuanto al renunciarlo ahora en público, fué porque el Padre Visitador había hecho una
ley que, cualquiera de las monjas de la Mitigación que quisiese quedar en nuestros conventos
obligándose a guardar la Regla primitiva, hiciese su renunclacióu de la mitigada en público,
como se hace la profesión, y así comenzó nuestra Madre».
APÉNDICES 215
Prcscns fui: Francisco de Salcedo. — Hálleme presente: Fray Joan de
la Miseria. — Presens fui: Julián Dávilo.
Yo, fray Pedro Fernández, Comisario apostólico en la Provincia de
Castilla de la Orden del Carmen, acepto la dicha renunciación a peti-
ción de la dicha Madre, como prelado della, y la quito de la con-
ventualidad de la Encarnación, y hago conventual de los conventos
de la primera Regla, y agora la asigno y hago conventual del mo-
nasterio de Descalzas de Salamanca, y por cualquier vía que acabe
el oficio de priora de la Encarnación, que al presente tiene, la revoco
del dicho monasterio y la hago moradora del dicho monasterio de
Salamanca, y durante el dicho oficio también quiero que, en cuanto
a la conventualidad, pertenezca al dicho monasterio de Salamanca;
aunque por esto no le quito el oficio de priora de la Encarnación,
que bien lo puede ser con pertenecer su conventualidad a Salamanca;
y si acaso en la Orden del Carmen hay ley en contrario, por esta
vez yo la revoco y de mi autoridad uso lo dicho. Fecha en Medina
del Campo, a seis de Octubre de rail y quinientos y setenta y un
años. — Fray Pedro Fernández, Comisario apostólico (1).
1 En e! archivo de las Carmelitas Descalzas de Salamanca se llalla un traslado muy
antiguo de este documento. Queda corregido por la fotografía que poseemos del autógrafo
de Calahorra. Encabezando este autógrafo, de letra que nos parece del P. Gracián, se lee: «Pro-
fesión de la M. Theresa de Jhs., que me dio para que la guardase con otros papeles suyos*'.
216 APÉNDICES
XXVIII
PLATICA QUE HIZO SANTA TERESA A LAS MONJAS DE LA ENCARNaCION DE AVILA,
CUANDO HABIENDO YA RENUNCIADO LA REGLA MITIGADA, FUE A SEH PRE-
LADA DE AQUEL CONVENTO, AÑO DE 1571 (1).
Señoras, madres y hermanas mías: Nuestro Señor, por medio de la
obediencia, me ha enviado a esta casa, para hacer este oficio, de que
estaba yo descuidada, cuan lejos de merecerlo.
Hame dado mucha pena esta cleción, ansí por haberme puesto en
cosa que yo no sabré hacer, como porque a vuestras mercedes les hayan
quitado la mano que tenían para hacer sus eleciones, y les hayan dado
priora contra su voluntad y gusto, y priora que haría harto si acer-
tase a aprender de la menor que aquí está, lo mucho bueno que tiene.
Sólo vengo para servirlas y regalarlas en todo lo que yo pudiere; y
a esto espero que me ha de ayudar mucho el Señor, que en lo demás
cualquiera me puede enseñar y reformarme. Por eso vean, señoras mías,
lo que yo puedo hacer por cualquiera; aunque sea dar la sangre y la
vida, lo haré de muy buena voluntad.
Hija soy de esta casa, y hermana de todas vuestras mercedes. De
todas, o de la mayor parte, conozco la condición y las necesidades; no
hay para que se extrañen de quien es tan propia suya.
No teman mi gobierno, que, aunque hasta aquí he vivido y gobernado
entre Descalzas, sé bien, por la bondad del Señor, cómo se han de gober-
nar las que no lo son. Mi deseu es que sirvamos todas al Señor con
suavidad; y eso poco que nos manda nuestra Regla y Costituciones, lo
hagamos por amor de aquel Señor a quien tanto debemos. Bien conozco
nuestra flaqueza, que es grande; pero ya que aquí no lleguemos con las
obras, lleguemos con los deseos, que piadoso es el Señor, y hará que
poco a poco las obras igualen con la intención y deseo.
1 Hecha la profesión de Descalza carmelita, hubo la Santa de rendirse a la obediencia del
Comisario apostólico, P. Pedro Fernández, que, después de haberlo consultado con el Defini-
torio de los Calzados, la nombró Priora de la Encarnación. Segim María Pinel, tomó posesión,
no sin resistencia por parte de algunas religiosas, el 6 de Octubre de 1571. La plática que en
esta ocasión dirigió a la Comunidad, es un modelo acabado de discreción religiosa y rara habi-
lidad de gobierno, perfectamente acomodada a las difíciles circunstancias con que entraba a
desempeñar su oficio. Pronto conocieron las más enemigas de la nueva Priora su yerro y termi-
naron por amarla entrañíiblemente. No escribió Santa Teresa esta plática; pero la buena memoria
de las religiosas que la oyeron, la reprodujo después con bastante fidelidad, no sólo en los con-
ceptos, sino también en las palabras. Yepes publicó esta plática en el capítulo XXV del libro II
de la Vida de Santa Teresa. En algunas ediciones del siglo XVIII se reprodujo como fragmento
de la Santa. María Pinei describe muy bien todo lo hecho por la nueva Priora al tomar po-
sesión de su cargo Véa.se la página 107 de iste tomo.
"iPENplCES 217
XXIX
CARTA DE FRAY PEDRO FERNANDEZ A LA DUQUESA DE ALBA ALABANDO EL
GOBIERNO DE LA M. TERESA EN LA ENCARNACIÓN (1).
lima, y Exorna. Señora:
Cuando V. E. me mandó que diese ucencia a la Madre Teresa de
Jesús, se me representaron algunos inconvenientes; y ninguno me pa-
reció mayor que no hazer lo que V. E. me mandaba, y ansí gusté de
comunicar mi escrúpulo, y mucho más de hallar quien en alguna ma-
nera le quitase.
Venido aquí, hallo a la Madre con tan grande escrúpulo, que me
lo ha puesto a mí también, y no sin fundamento. Dezirlo he a V. E.
y lo que más hay de nuevo; y, si V. E. juzgare no ser bastante,
yo fiaré mi alma de la de V. E.
El escrúpulo de la Madre es, diciéndole que por algún tiempo
era necesario ir a Alba, porque V. E. se servía dello, fuera de ser
necesario para esa casa que ahí se halle, me respondió quel Señor
Obispo de /\vila había escripto a Su Santidad de Pío V la necesidad que
había de que esta Madre viese los monesterios que había fundado
y acabase lo comenzado, y muchas cosas en esta razón. Su Santidad
respondió que no saliese de su monesterio; y el Sr. Obispo tiene esta
respuesta, contra la cual ya V. E. vee lo que yo puedo hacer.
Y cuando esto no fuere ansí, sabiendo V. E. lo de acá, entiendo
que juzgará que se esté por agora.
El monesterio de la Encarnación es de ciento e treinta monjas.
Están todas con la quietud y sanctidad que están las diez o doce
Descalzas que hay en ese monesterio, que a mí me ha hecho extraña
admiración y consuelo. Todo esto es por la presencia de la Madre;
y a faltar ella agora un solo día, como la costumbre de la libertad
dcsta casa ha sido tan añeja y las raíces de la bondad que agora hay
tan cortas, porque son, cuando mucho, de un año, quitado el freno y
el respeto de andar sobre esta labor, se volvería como antes, porque
esta flaco el fundamento.
Y esto es tan cierto, que todas las que aquí tienen más celo, lo
entienden así; y la Madre lo vee tan claro que dice que, aunque de
1 Ciertas dificultades que se habían suscitado entre las Carmelitas y algunos vecinos de
Alba de Tormes, reclamaban la presencia de Santa Teresa en aquella villa. Pidiéronselo con
instancia al P. Comisario Apostólico de la Orden del Carmen, entre otras personas, la Excelen-
tísima Duquesa de Alba. La petición dio lugar a que el P. Pedro Fernández escribiese esta
carta, que incluye un elogio magnífico del gobierno de Santa Teresa en la Encarnación. Esta
es la razón de traerla aquí, tomada de la obra Documentos escogidos del Urchivo de la Casa
de ñlba. p. 455.
218 APÉNDICES
no salir de aquí se siguiese que se deshiciesen dos o más monesterios
de Descalzas, lo tendría por menos inconveniente que dexar a tal
sazón éste, donde, con su presencia, hay esperanza de dar asiento y
firmeza en lo porvenir.
Fuera de esto, como la Madre vino aquí con tanta violencia y
ruido, y a tanta costa del sosiego destas religiosas, a las cuales yo
he tenido penitenciadas, al tiempo que las va ganando y que está
la labor en flor y no ha llegado a grano, dexarla es de grande in-
conveniente y escrúpulo.
Yo sé que si V. E. viera el estado en que está el negocio, que
me mandara que en ningún caso tratara de mudanza, y que inpidiera
las licencias del Papa, si las hubiera; porque todo lo de las Descal-
zas es tener, por un año o dos, descomodidad de casa y abrigo en
cosas temporales; lo de acá es quedar sin fundamento y sin asiento en
lo espiritual; porque pasada esta ocasión, ninguna esperanza queda para
adelante, y porque del todo se haga lo posible para el buen orden
desta casa y ,para que persevere.
Yo me he detenido aquí, casi quince días, en ordenar el convento
de los frailes de modo que pueda hacer ayuda y no estorbo al de las
monjas, y traído aquí algunos descalzos, no para que el convento sea
de Descalzos, sino para que le gobiernen conforme a sus leyes, que si
las guardan, serán sanctos.
Dexo por presidente al P. Fray Antonio, Prior de Toledo, y Su-
prior otro padre de pancera; y, para dar a estos padres aliento,
es necesario la presencia de la Madre.
Con el buen orden que se toma, y la buena esperanza que hay
de firmeza en él, después que yo aquí vine, se le ha quitado del todo
a la JWadre la cuartana y está buena. Espero en Dios que ha de llevar
esta labor tan adelante y tan presto, que la Madre pueda en breve
dexar el oficio.
De la muerte de la Sra. Marquesa de Velada me ha cabido a mí
la parte que es razón; y, como capellán de la casa, he hecho lo que
he podido: encomendarla a Dios. Ella era tal, que entiendo que está
gozando del.
ñl Francisco Velázquez yo le escribo que yo daba la licencia que
V. E. me mandó, y que por la Madre ha quedado, y también por
el estado en que están los negocios de aquí.
Guarde nuestro Señor la excelentísima persona de V. E. en su
gracia, etc. De Avila', a 22 de Enero de 1573.
Siervo y capellán de V. E.
Fray Pedro Fernández.
APÉNDICES 219
XXX
PLTICION DE D.8 GUIOMAR DE ULUOrt A D. ALVARO DE MENDOZA, OBISPO
DK AVILA, PARA QUE LA COMUNIDAD DE CARMELITAS DESCALZAS DE SAN
JOSÉ PASE A LA OBEDIENCIA DE LOS PRELADOS DE LA ORDEN. EL SR. OBISPO
ACCEDIÓ A LA PETICIÓN (1).
¡n Deí nomine, Amen. Sea notorio a los quel presente público
testimonio vieren, cómo en la muy noble ciudad de Avila, a veinte y
siete días del mes de Julio, año del nascimiento de Nuestro Salvador
Jesucristo de mil e quinientos y setenta e siete años, estando ante el
ilustrísimo y reverendísimo señor D. Alvaro de Mendoza, obispo de
Avila, del Consejo Real de su Majestad, en presencia de mí Gaspar
Vázquez Salazar, notario público del número de la audiencia eclesiástica
de la ciudad e obispado de Avila y de los testigos yuso ascriptos, fué
ante su Señoría Ilustrísima presentada, y por mí, el dicho notario
leída, una petición del tenor siguiente:
Ilustrísimo e Reverendísimo Señor: D." Yomar de Ulloa, vecina
desta ciudad de Avila, digo que por la Bula apostólica que yo obtuve de
Su Santidad para fundar el monesterio de San Joseph, extramuros desla
ciudad, de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, Descalzas, recorrí
a V. s. y le pedí y supliqué diese facultad y licencia para que se
fundase el dicho monesterio, quedando debaxo de la obediencia y sub-
jeción de v. s. y de los otros señores perlados obispos que por tiempo
fueren de la ciudad de Avila; y ansí v. s. dio la dicha licencia y
facultad para le fundar. E se fundó y ha estado siempre debaxo
de la gobernación de v. s. Y porque en algunos arzobispados y obis-
pados están fundados muchos monesterios de monjas de la dicha Or-
den debaxo de la obediencia y subjección de sus superiores perlados
1 Santa Teresa siempre se inclinó a dar la obediencia de sus conventos a los superiores
de la Orden; por circunstancias bien especiales hubo de poner el de San José de Avila bajo la
jurisdicción del Ordinario, no sin haber pedido antes la del Provincial de los Carmelitas Calza-
dos. Vencidas ya las dificultades, de nuevo intentó ponerlo debajo de los prelados de la Reli-
gión, a lo cual la urgió Nuestro Seflor, según dice ella misma en el Libro de las Fundaciones
por estas palabras: «Convenía que las monjas de S. Josef diesen la obediencia a la Orden, que
lo procurase, porque a no hacer esto, presto vendría en relajamiento aquella casa». Estaba en-
tonces la Santa en Toledo y sometió el intento al Doctor Velázquez que a la sazón la confesa-
ba, aprobándolo sin reparo. Temía lo sintiese D. Alvaro de Mendoza, quien tanto había favo-
lecido al monasterio de S. José, pero el Sr. Obispo, vistas las razones que había para tal deter-
minación, vino pronto en ello, no sin manifestar su deseo de ser enterrado en la capilla mayor
del convento de S. José, muriese donde muriese, y de que la Santa también reposase en la misma
iglesia. Hizo la petición al seftor Obispo D.a Gulomar de Ulloa, la buena y fiel amiga de la
Santa. Por primera vez se publica este documento interesante según la fotografía que sacamos
de la copia notarial que del mismo Gaspar Vázquez de Salazar poseen las Carmelitas Descalzas
de Avila.
220 APÉNDICES
de la dicha Orden y este dicho monesterio está solo debaxo de la
obediencia del obispo de Avila, y por muchas causas y razones sería
y es gran inconveniente estar sólo debaxo de la sujección del obis-
po, porque pido e suplico a v. s. sea servido de mandar absolver a la
priora y monjas del dicho monesterio de la obidencia y subjectión que
le tiene prestada, y asi absueltas remitillas al perlado superior de la
dicha Orden del Carmen, y que le presten la obidencia y subjectión y
andar debaxo de su gobernación conforme a como andan estos mones-
terios de la misma Orden; para lo cual todo y en lo necesario el per-
miso de V. s. imploro e pido justicia. Doña GiUomar de Ullon. E
presentada en la manera que dicha es e por s. s. admitida, s. s. mandó
a ímí el dicho notario que se notifique e dé traslado a la priora, mon-
jas e Iconvento del dicho monesterio de Señor S. Joseph desta ciudad,
para si quisieren decir alguna cosa de su parte acerca de lo en la
dicha petición contenido lo digan ante su señoría, por sí o por su pro-
curador, que Su Señoría las oirá e guardará justicia, h todo lo cual
fueron presentes por testigos Juan Valiño y Juan de Castañeda y
JWateo Sánchez, vecinos de la dicha ciudad, familiares de su seño-
ría Ilustrísima. Pasó ante mí: Gaspar Vázquez Salazar.
E después de lo susodicho, en la dicha ciudad de Hvila, a veinte
e ocho días del dicho mes de Julio del dicho año, en cumplimiento
de lo por su Señoría Ilustrísima mandado e proveído, yo, el dicho
Gaspar Vázquez, noté estando dentro del monesterio de Señor S. Jo-
seph de la dicha ciudad, a la red del locutorio, juntas y congregadas
en la sala del dicho locutorio por dentro, a campana tañida, según
lo han de uso c costumbre congregarse las señoras Teresa de Jesús,
priora del dicho monesterio, e María de S. Jerónimo, sopriora, e Isabel
de S. Pablo, e María de S. José, e Ana de Jesús, e María de
Cristo, e Petronila Bautista, e Isabel Bautista, e Ana de San Pedro
Mariana de Jesús monjas profesas del dicho monesterio, las leí e
intimé e notifiqué la dicha petición, e lo en ella contenido, e por
su señoría proveído' e mandado. Las cuales, habiéndolo oído y enten-
dido, respondieron que ellas no tenían qué decir e alegar contra lo
en la dicha petición contenido, antes todas ellas, e uno a uno y con-
formes, nemine discrepante, dixeron que lo mismo que la dicha doña
Yomar por su petición tiene pedida e suplicado a Su S.a, eso mismo
le piden, e suplican las dichas señoras priora e monjas del dicho mones-
terio susodichas, y consienten por sí e por las demás monjas ausentes
profesas de la dicha casa, que S. S.a lima, las absuelva de la obe-
diencia que le tienen prestada por perlado, a él y a los otros sus
subcesores, y las remitió para ser gobernadas del superior de la Orden
de Nuestra Señora del Carmen, y al que sus veces tuviere para go-
bernar las monjas desta Orden de Descalzas; para que ellas así absuel-
tas y dadas por libres de la obediencia que tienen dada a Su S.3 y sus
subcesores, la puedan prestar y dar de nuevo al superior de la
dicha üraen, para estar e permanecer subjetas debajo de su go-
bernación y jurisdicción, a lo cual fueron presentes por testigos Julián
Dávila, clérigoi, y Francisco Alonso, vecinos de la ciudad de Avila. Pasó
ante mí, Gaspar Vázquez Salazar.
E después de lo susodicho, en la dicha ciudad de Avila, a dos días
APÉNDICES 221
del mes de Agosto del dicho año estando Su S.a Illma. don ñlvaro
de Mendoza, obispo de ñvila, del Consejo de Su Majestad, susodicho,
visto por S. S.3 la petición presentada por parte de doña Yomar de
Ulloa e por parte del dicho monesterio, priora, monjas e convento, e lo
por ellas respondido autuado e hecho, e visto que de la Orden de
las Descalzas de Nuestra Señora no hay más de este monesterio sub-
jecto al obispo y los demás monesterios fundados de esta orden estar
subjectos a los superiores della, si lo que por justas causas e ra-
zones que a ello le mueven, e usando e conformándose con lo que
en este caso de derecho está escripto absolvía e absolvió a la priora,
monjas c convento del dicho monesterio de la obediencia que le
tenían prestada, e dada como a obispo de Avila e a sus subceso-
res, e las libraba de la dicha obediencia, e así libradas e absueltas, las
remitía e remitió, trasfería e trasfirió al superior de la Orden de
nuestra Señora del Carmen, y a quien sus veces tuviere, para que de
nuevo le den la obediencia y subjección para que perpetuamente anden
debajo de su gobernación e amparo, según y de la manera que
los demás monesterios de monjas descalzas de la dicha Orden están
fundados en cualesquier arzobispados e obispados de los reinos de
Castilla, e ansí lo proveyó, e mandó e firmó de su nombre, siendo
presentes por testigos los señores don Diego del Águila, e Alonso Yera,
c Lorencio de Cepeda, vecinos de la dicha ciudad de Avila.
Pasó ante mí, Gaspar Vázquez Salazar.
222 APÉNDICES
XXXI
PATENTE POR I.A QUE SE ASIGNA A SANTA TF,RKSA CONVENTUALIDAD Y ENTERRA-
MIENTO EN SAN JOSÉ DE AVILA (1).
Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Comisario Apos-
tólico de la Orden de Nuestra Señora del Carmen en la Provincia
de Andalucía, y Descalzos de Castilla, así frailes como monjas, etc.
Por la presente y por la autoridad Apostólica a mí concedida, asigno
por conventual del ^Monesterio de las Descalzas de Señor San Joseph
de Avila a la Reverenda Madre Teresa de Jesús, fundadora de las
Monjas Descalzas desta Orden, y que, cuando Dios fuere servido de
llevársela, se entierre €n este dicho Convento, atento que esta casa
fué la primera casa de la Fundación desta Orden donde la dicha
Madre hizo profesión de Descalza, y principalmente atento que en
esto se dará algún gusto y se hace algún servicio al Ilustrísimo señor
don Alvaro de Mendoza, obispo de Avila, a quien toda nuestra Orden
tiene por padre y señor y fundador desta casa y de toda la Orden,
no obstante que el muy Reverendo Padre Fray Pedro Fernández,
Visitador Apostólico, la asignó fundación de San Joseph de Sala-
manca, porque aquello se entiende por tiempo de los tres años en que
se entienden las filiaciones, los cuales cumplidos queda libre de la
dicha casa, y atento que entonces esta casa era subiecta al Reveren-
dísimo Ordinario. En fe de lo cual di esta, firmada de mi nombre,
sellada con el sello de nuestro oficio. Fecha a 31 de Agosto 1577.
Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.
1 El original firmado por el P. Gracián se halla en el Archivo Histórico Nacional: Papeles
de las Carmelitas de S. José de ñvila. Con esta patente satisfacía el venerable Padre les de-
seos de aquella Comunidad, los del buen obispo y protector de ella, D. Alvaro de Mendoza,
y los de la Reforma de la Descalcez carmelitana. Es de notar que el P. Gracián extendió esta
patente pocos días después de haber pasado a la obediencia de la Orden el convento de las
Descalzas de Avila.
APÉNDICES 223
XXXII
ESCRITURA ACERCfl DE Lfl CAPILLA DE S. PABLO ENTRE LAS CARMELITAS DESCAL
ZAS DE SAN JOSÉ DE AVILA Y FRANCISCO DE SALCEDO.
(22 de Abril de 1579) (1).
In Dei nomine, Amen. Conoscida cosa sea a todos los que la pre-
sente Escritura vieren, cómo nos, la madre fundadora Teresa de Jesús,
priora, monjas c convento del Monesterio de San Jusepe, extramuros
de la ciudad de Avila, estando, como estamos, juntas e congregadas a
nuestro capítulo, a la red del locutorio del dicho monesterio, llamadas
a son de campana, según lo tenemos de uso e costumbre de nos juntar
para las cosas tocantes al dicho monesterio, y estando especialmente
presentes nos, la Madre Teresa de Jesús, fundadora de dicho mo-
nesterio, e María de Cristo, priora, e Isabel de San Pablo, Antonia
del Espíritu Santo, ,María de San Jerónimo, María de San Jusepe, Ana
de Jesús, Petronila Batista, Isabel Batista, Ana de San Pedro, e Ma-
riana de Jesús e Catalina de Jesús, e Catalina del Espíritu Santo,
todas monjas profesas e capitulares del dicho monesterio, por nos-
otras mismas e por las ausentes, e por las que después de nos su-
cedieren en el dicho monesterio para siempre jamás, de la una parte,
e de la otra yo, Francisco de Salcedo, clérigo, vecino desta dicha ciudad
de Avila, cada parte por lo que le toca de lo que yuso en esta
Escritura será declarado, decimos: que por cuanto de consentimiento
e voluntad de nos, la dicha Fundadora e convento, el dicho Señor Fran-
cisco de Salcedo hizo e fundó la Capilla que dicen de el Señor San
Pablo, que está junto y pegada al dicho monesterio de San Jusepe, la
qual hizo y edificó desde sus cimientos en suelo propio del dicho mo-
nesterio, lo cual se hizo para que el dicho Señor Francisco de Sal-
cedo, de sus bienes propios, dotase la dicha Capilla por la forma que
conviniese al servicio de Dios Nuestro Señor e utilidad del dicho mo-
nesterio, y el dicho señor Francisco de Salcedo quiere dotar la dicha
1 El caballero santo, como llamaba Santa Teresa a Francisco de Salcedo, conservó su
buena amistnd con la M. Fundadora hasta su muerte, acaecida en 1580. Eligió para enterramiento
la capilla de S. Pablo, que él había edificado, adosada al primitivo convento de S. José, dotán-
dola de algunos bienes, según las condiciones estipuladas entre él y la Comunidad. Publicamos
hoy esta Escritura sacada de un traslado que en Iñ de Julio de 1615 hizo, a pedimento de Do-
mingo González, en nombre de las Carmelitas Descalzas de Avila, Juan Díaz, escribano pú-
blico del número de aquella ciudad. Perteneció la copia al convento de Avila. Hog se halla en
el Archivo Histórico Nacional. (Papeles de las Carmelitas Descalzas de San José de ñvila).
En el Archivo de las dichas religiosas se conserva otro traslado antiguo, que también hemos
tenido presente para la corrección de pruebas.
224 APÉNDICES
Capilla, e para que en ella haya perpetuidad e sea propia del dicho Se-
ñor Francisco de Salcedo, de la manera e forma que abajo se dirá,
nos, ambas las dichas partes, nos hemos convenido e convenimos en la
forma c manera siguiente.
Condiciones. — Primeramente que nos, la dicha Fundadora, monjas e
convento del dicho monesterio de San Jusepe, por nosotras mismas y
en nombre del dicho monesterio e por las religiosas que en el suce-
dieren de aquí adelante para siempre jamás, no estante que la dicha
Capilla esté fundada y hecha en suelo propio del dicho monesterio,
seamos obligadas e nos obligamos, y el dicho monesterio e convento,
de no pedir, ni pediremos, a el dicho señor Francisco de Salcedo, ni a
sus herederos ni subcesores, cosa alguna por razón de lo susodicho,
y si alguna cosa se ie pidiere o demandare, que sobre ello no seamos
oídas en juicio ni fuera dól, y queremos e tenemos por bien que agora
e de aquí adelante, para siempre jamás, se dequede la dicha Capilla
para el dicho señor Francisco de Salcedo, en propiedad y posesión, y
que el dicho señor Francisco de Salcedo se pueda enterrar y en-
íierre libremente en ella, en la parte o lugar que él o sus testamen-
tarios escogieren e señalaren, y ansiraismo se pueda enterrar y entierre
cíi la dicha Capilla los subcesores del vínculo que dejó el señor Ra-
cionero, Vicente de Salcedo, y en los bienes del, o parte de ellos,
para siempre jamás, sin que se les pueda impedir ni estorbar, e con
que otra persona ninguna no se pueda enterra!- ni entierre en la dicha
Capilla, salvo si las monjas o religiosas del dicho monesterio se qui-
siesen enterrar en la dicha capilla lo puedan hacer; y enterrándose
las dichas religiosas en la dicha Capilla no se pueda enterrar otra
persona ninguna de los susodichos, salvo el dicho señor Francisco
de Salcedo, e en la sepultura que él se enterrare no se pueda enterrar
en ningún tiempo, para siempre jamás, otra persona alguna, ora sea
religiosa, o de otra calidad.
Iten, nos, el dicho convento, prometemos e nos obligamos e al
dicho monasterio e sucesoras en él, de que no cubriremos ni se cubri-
rá, agora ni para siempre jamás, el patio que está delante de las
puertas de la iglesia del dicho monesterio e capilla de San Pablo,
ni se alargará la dicha iglesia más hacia el dicho patio y capilla, sino
que por la parte de la puerta de la dicha iglesia e capilla se estará
como al presente está, e nos, la dicha Priora, monjas e convento
hemos de tener las llaves de la dicha capilla de San Pablo para la
tener con la limpieza e decencia que conviene.
Iten, yo, el dicho Francisco de Salcedo, prometo e me obligo de
dotar e que dotaré la dicha Capilla de hacienda bastante para que
se den en cada un año al capellán, que sirviere la dicha Capilla,
seis mil maravedís, e cuatro mil maravedís para un sacristán que sirva
la dicha Capilla en cada un año, e ansimismo para aceite a la lám-
para e para cera, vino y hostias, e reparos de la dicha Capilla lo
necesario, por la traza e orden, formai, e manera e condiciones que yo
porné c dejaré en mi testamento, y postrimera voluntad e memoria,
lo dejaré al tiempo de mi fin y muerte, o en otra cualquier manera. La
hacienda que yo así dejare para la dicha dotación de la dicha Ca-
APÉNDICES 225
pilla, se ha de beneficiar e beneficie por el capellán que fuere de la
dicha Capilla, el qual ha de arrendar g arriende la dicha hacien-
da, con parecer del señor Doctor Rueda, canónigo en la Calonxía
de Letura de la Santa Iglesia Catredal de esta ciudad de ñvila, e de
los que sucedieren en la dicha calonxía e prebenda después del, el
cual dicho capellán haya de cobrar e cobre los frutos e rentas de la
dicha hacienda; e por el trabajo que en esto ha de tener e tomar,
se le dé e ha de dar lo que al dicho señor Doctor Rueda e sucesores
en la dicha su calonxía e prebenda pareciere; y si al dicho señor Doc-
tor Rueda y sucesores en la dicha calonxía pareciere que el cuidado
e administración de la dicha hacienda le tenga el mayordomo del
dicho monesterio, si en algún tiempo le hobiere, o el capellán del
dicho monesterio, que en tal caso se lo pueda encargar e darle
lo que le pareciere por su trabajo.
Iten, que el dicho señor Doctor Rueda y el que sucediere en la
dicha su calonxía e prebenda, haya de tomar e tome cuenta al cape-
llán e persona que administrare y arrendare la dicha hacienda en cada
un año, para siempre jamás, por el fin del mes de Mayo, las cuales
cuentas se han de hacer en su casa; e por su trabaxo e cuidado que
ha de tener en lo susodicho, se le dé e pague mil maravedís en cada
un año, fenecidas las dichas cuentas.
Nombramiento de Capellán y Sacristán. — Iten, para que los ca-
pellanes c sacristanes que hobieren de servir y estar en la dicha Ca-
pilla, sea a contento de la dicha señora Priora, e religiosas e con-
vento e del dicho monesterio, la dicha señora Priora y religiosas hayan
de nombrar e nombren para siempre jamás capellanes e sacristanes
para la dicha Capilla, contando que éstos no sean ni han de ser
capellanes ni sacristanes de la dicha iglesia^ e monasterio de San Jusepe,
ni criados del dicho monesterio.
Iten, que cada c cuando y en cualquier tiempo que al dicho
señor Doctor Rueda y sucesor en la dicha su calonxía y prebenda
pareciere que los dichos capellanes e sacristanes, o qualquier de ellos,
no sirven bien la dicha Capilla, ni son convenientes para el dicho
servicio, por sola su voluntad, sin otra causa ni enformación algu-
na, los puedan quitar y remover, e la dicha señora Priora e religio-
sas del dicho monesterio puedan nombrar y nombren otros capella-
nes e sacristanes que convengan a la dicha Capilla; e siempre que
parezcan no ser convenientes para el servicio de la dicha Capilla
los tales capellanes e sacristanes, puedan ser y sean removidos e
quitados por la orden susodicha; e muriéndose los dichos capella-
nes e sacristanes e siendo removidos, como dicho es, la dicha se-
ñora Priora e religiosas del dicho monesterio, para siempre jamás,
puedan nombrar e nombren los tales capellanes e sacristanes, por la
orden susodicha.
Iten, reservo en mí, yo, el dicho Francisco de Salcedo, facultad para
que en mi vida, por disposición entre vivos, e por mi testamento, o en
otra cualquier manera, puedan dar y señalar a los dichos capellanes c
sacristanes que han de ser de la dicha Capilla, más o menos salarlo del
que de suso va puesto e señalado, y aquello que yo así declarare y
II 15
226 flPEnmcES
esefialarc se guarde; e cumpla, sin embargo de esta Escritura e de lo
que en ella va declarado. Todo lo cual, que dicho es e en esta Es-
critura se contiene, nos, ambas las dichas partes, prometemos e nos
obligamos de lo guardar y cumplir en todo y por todo, según 'j de la
manera y forma que arriba va declarado, inviolablemente, de manera
que para siempre jamás en todo tiempo sea firme y se cumpla como
dicho es; e nos, el dicho convento, prometemos e nos obligamos y el
dicho monesterio e sucesoras en él, de no reclamar de esta Escritura,
ni decir, ni alegar haber sido en ella lesas ni engañadas, ni otra causa,
ni excución ni defensión alguna, aunque nos competiese, declarando, como
declaramos, decimos e confesamos, que no enbargantc que la dicha
Capilla está hecha y edificada en suelo propio del dicho monesterio,
se hizo, labró y edificó a la propia costa y expensa del dicho señor
Francisco de Salcedo^, e de sus bienes e para él, e que la dicha Ca-
pilla y edificio della es en gran beneficio e utilidad, ornato y apro-
vechamiento del dicho monesterio, ansí por la dotación que en ella se
ha de hacer e hace, como por la eleción que el dicho convento ha de
hacer de capellanes e sacristanes para el servicio de dicha Capilla,
como por lo demás que va especificado en esta Escritura de suso.
E otro sí, nos, las dichas Priora y religiosas del dicho monesterio, pro-
metemos y nos obligamos, e ponemos con el dicho señor Francisco
de Salcedo, que dentro de dos meses primeros siguientes, traeremos
aprobación y ratificación de esta Escritura e de todo lo en ella con-
tenido de nuestro P. Provincial de la Regla de nuestra Orden, e que
apruebe, e ratifique, e dé por buena esta Escritura e todo lo contenido
en ella, para que tenga cumplido e verdadero efecto para siempre jamás;
para lo cual, todo que dicho es e cada cosa c parte de ello, ansí
cumplir e guardar, e haber por firme, nos, la dicha Fundadora, Priora,
e religiosas, monjas,' e convento del dicho monesterio, obligamos los bie-
nes propios, frutos y rentas de él; e yo, el dicho Francisco de Salcedo,
obligo mi persona e bienes muebles e raíces, habidos e por haber,
e ambas partes, cada uno por lo que le toca, damos poder e juris-
dición a todgs e cualesquier justicias y jueces de Su Majestad de todas
las ciudades, villas e lugares de estos Regnos e Señoríos de Su
Majestad, que de ello puedan y deban conocer, a cuya jurisdición nos
sometemos, e renunciamos nuestro propio fuero, jurisdición e dominio
y el privilegio de la ley Si convenerit furisdic. omniam judicum, para
que por todo rigor e premio del derecho nos compelan e apremien a
lo ansí cumplir, e pagar e haber por firme, bien e tan cumplida-
mente como si lo que dicho es y cada cosa e parte dello fuese sen-
tencia difinitiva de juez competente, dadq) a nuestro pedimento y oor nos
fuese consentida, no apelada, pasada en cosa juzgada, de que no ho-
biese apelación, ni otro remedio alguno; sobre lo cual renunciamos
todas e cualesquier leyes, fueros e derechos e ordenamientos canó-
nicos € previlegios, escritos y non escritos, ansí en general como en es-
pecial, g especialmente renunciamos la ley y derecho en que dice,
que general renunciación de leyes fecha non vala. E nos, la dicha
Priora, monjas e convento del dicho monesterio, por lo que nos toca,
para más firmeza e validación de esta Escritura, juramos g prome-
temos por Dios Nuestro Señor e por su gloriosa Madre, y por la
XPENDICES 227
señal de la Cruz, e por las palabras de los santos cuatro Evange-
lios, do quier que son escritas, que tememos, guardaremos e cum-
pliremos esta Escritura y lo en ella contenido, en todo e por todo,
como en ella se contiene; e contra ella, ni parte, no iremos, ni vernemos,
ni de ella reclamaremos, ni alegaremos la una parte, ni otra haber sido
lesos ni dañineados, ni pediremos contra ella ningún beneficio de
restitución in integrum, ni alegaremos otra causa, exceción ni defen-
sión alguna, aunque nos competiese e lo pudiéramos hacer, sopeña
de perjuros e de caer en caso de menos valer; y si lo hiciéremos
c cumpliéremos según dicho es. Dios nuestro Señor nos ayude en
este mundo a los cuerpos y en el otro a las ánimas; e por el
contrario, nos lo demande mal y caramente como a malos cristianos,
que a sabiendas juran, y jurando se perjuran en el santo nombre de
Dios en vano, y a la fuerza del dicho juramento cada uno de nos
decimos: ansí lo juroi, e amén.
E otrosí, debajo del dicho juramento, volvemos a jurar, según
de suso, que de este juramento o juramentos, ni del perjuicio del,
si en él cayéremos, no pediremos asolución ni relajación a nuestro
muy Santo Padre, ni a su Nuncio, Vice-canciller, Sumo Penitenciario,
Arzobispo, ni Obispo, ni otro Prelado ni Juez alguno que poder tenga
para nos le relajar e conceder, y en caso que propio motu, y cierta cien-
cia e poderío asoluto, nos sea suelto e relajado, no usaremos de la tal
asolución e relajación, aunque sea ud finen agendi tnnUitnmodo, ni
en otra manera: c tantas cuantas veces lo pidiéremos e nos fuere
ralajado, se entienda le hacemos de nuevo, de manera que siempre
haya un juramento más que relajaciones; sobre lo qual renunciamos
y apartamos de nuestro favor e ayucja las Bulas de San Pedro de
Roma, y de Cruzada, y otros qualesquiera breves, gracias e indul-
gencias, concedidas e por ccnceder, de que nos pudiésemos apro-
vechar, que no nos valan en juicio, ni fuera del. En testimonio de lo
cual otorgamos, desto que dicho es, dos cartas en un tenor, para cada
parte la suya, ante el presente escribano y testigos de suso escrito,
que es fecha e otorgada en la dicha ciudad de Avila, dentro del dicho
moncsterio, a veinte y dos días del mes de Abril de mil y quinientos
setenta e nueve años, siendo presentes por testigos, a lo que dicho
es, el Licenciado Vareo y Julián de Avila, clérigo, y Pedro López, ve-
cinos de Avila, y lo firmó de su nombre el dicho señor Francisco de
Salcedo, e las dichas Fundadora, e Priora, e Isabel de San Pablo, e
Antonia del Espíritu Santo. María de Cristo, Priora, Teresa de Jesús,
Antonia del Espíritu Santo (1), Isabel de San Pablo, Francisco de
Salcedo. Ante mí, Alonso Díaz.
E yo, Alonso Díaz, escribano público de Avila fui presente a lo
que dicho ca y fice mi signo.
1 Como por e.ste tiempo no había tnés de una Antonia del Espíritu Santo en San José iW
Avtla, parece eriu)vocn'~l(^n de copia la repetición de este nombre.
228 APÉNDICES
XXXIII
CONFIHMAaON DE Lfl PRECEDENTE ESCRITURA POR EL P. ÁNGEL DE SALAZflR (1).
En la Villa de Madrid, a veinte y siete días del mes de Junio,
de rail y quinientos y setenta y nueve años, yo. Fray Hngel de Sa-
lazar, Vicario general de los frailes y monjas Descalzos Carmelitas
de la primera Regla, vi y leí esta Escritura de contrato arriba con-
tenida y otorgada por parte de la Priora y Convento de San Josef
de la ciudad de Avila, que son de nuestra Congregación, y lo loo
y ratifico, y apruebo, según y como en ella se contiene; y a todo
lo en ella contenido interpongo mi autoridad y decreto, por cuanto
tengo entendido que es en pro, bien y utilidad del dicho monasterio
de San Josef de ñvila. Y en fée y testimonio de esto, otorgué esta
carta de aprobación y ratificación ante Roque de Huerta, notario
público y escribano de Su Majestad, y testigos abajo escriptos, y lo
firmé de mi nombre, y signé con mi signo; que fueron testigos a lo
sobredicho, el Padre Fray Nicolás de Jesús María, y Juan de Casas y
Andrés Ximenes, criados de la casa y monasterio de Nuestra Señora
del Carmen de Madrid, estantes en esta Corte. Fray Ángel de Salazar,
Vicario general.
E yo, Roque de Huerta, escribano de Su Majestad y su notario
público en la su Corte, Reynos y Señoríos, residente en ella, presente
fui a lo que dicho es puntualmente con los dichos testigos, y doy fée,
conosco al dicho muy Reverendo Padre Fray Ángel de Salazar, Vi-
cario general, que confirmando y aprobando esta Escriptura, aquí fir-
mó y selló; y en fée y testimonio de verdad lo escribí, signé y fir-
mé. En fée y testimonio de verdad Roque de Huerta, notario público
y escribano de Su Majestad (2).
1 En conformidad con lo acordado en la escritura anterior, el Provincial del Carmen rntl-'
flcó el convenio, que va adjunto al traslado de este documento, el cual, según dejamos dicho,
se halla en el /Irchivo Histórico Nacional.
2 /llonso Díaz, aflade: «Fecho y sacado fué este traslado de la dicha aprobación original
I) con él corregido u concertado en la ciudad de Avila a tres días de el mes de Enero de mil u
quinientos u ochenta g nueve años, siendo testigos Juan Díaz g Lucas Vázquez, vecinos de
Avila, ü go Alonso Díaz, escribano público de Avila, fui presente a lo ver corregir g concertar,
D fice mi signo etc.».
APÉNDICES 2Íd
XXXIV
CAUSAS POH DONDE NO PARECE CONVIENE HACEB CAPELLANÍA DE LOS BIENES
DE FRANaSCO DE SALCEDO (1).
I. Porque se tuerce la voluntad del señor Francisco (le Salcedo
de todo en todo, porque yo sé bien que todo su intento era dar auto-
ridad a esa ilesia, y que jamás faltase de ir muy adelante, y,
porque San Pablo fuese honrado, pospuso la ganancia, que a su alma
había de venir de las misas, que en redimiento y santidad tenía para
hacerla decir si quisiera.
II. Que habiendo poca fábrica, si por tiempo se viniere a caer
la ilesia, que con las de bóveda lo suelen hacer, no hay con qué
repararla.
III. Meter al Ordinario en lo que no está metido, y que se dé
susidio, que era lo que él defendiera si fuera vivo.
IV. Quítase a mi parecer mucho de la autoridad que puede tener
San Pablo; porque con buena fábrica la tiene, y con una capellanía
ni hace ni deshace, pues ansí como ansí dirán allí muchas misas.
V. Que no es inconveniente hacer muy ricos ternos, que pues se
han de hacer fiestas, no es razón ande cada vez a buscar prestado,
y como esto se haga no sobrará mucho dinero, y cuando sobre, se cum-
pliría mejor su voluntad en hacer mayor la ilesia, y de bóveda, que
pues aquí no la hay de San Pablo en este lugar, sería bien fuese
grande para celebrar sus fiestas.
1 Por la anterior escritura hemos visto el concierto que hubo entre Francisco de Salcedo
U Santa Teresa y sus monjas sobre la capilla de San Pablo, que aquél fundó jj dotó. Muerto el
donante, surgieron ciertas dificultades acerca de la aplicación de algunas cláusulas de la Escri-
tura, que la Santa, como testamentaria, aclara en este documento. No es posible en una nota
hacer la historia de la devota capilla, que todavía existe adosada a la iglesia de San José. En
ella reposan los restos de este bueno y constante amigo de Santa Teresa. (Cfr. tomo IV de las
Caitas, anot.idas por el P. Antonio de S. José, frag. LXXXIII de la edición de 1793).
Otras memorias y escrituras, análogas a esta, se hicieron en el siglo XVI. Don Lorenzo de
Cepeda, quiso y fué enterrado en la iglesia de S. José, y como él tantos otros esclaieddos va-
rones de Avila, amigos de la Santa.
230 APÉNDICES
XXXV
MKMORIA QUE ENVIÓ LA SANTA AL CAPITULO Dfi LA SEPAHACION, SOBRE
LA FUNDACIÓN DE SAN JOSÉ (1).
Fundóse esta casa de San Joscf de Avila, año de 1562, día de San
Bartolomé. Es la primera que fundó la madre Teresa de Jesús, con
ayuda de doña Aldonza de Guzmán y doña Guiomar de UUoa, su hija,
en cuyo nombre se trajo el Breve de la fundación; aunque ellas
gastaron poco, que no lo tenían. Fué menester ser en su nombre;
porque no se entendiese lo hacía la Madre Teresa de Jesús en el
monesterio a donde estaba; y por no le admitir la Orden, se sujetó
al Ordinario. Era entonces el reverendísimo señor don .Alvaro de
Mendoza, y cuando estuvo en Avila, le favoreció mucho, y daba siempre
pan y botica, y otras muchas limosnas. Cuando quiso salir de Avila
para ser obispo de Palencia, él mesmo procuró diésemos la obediencia a
la Orden, porque le pareció ser más servicio de Dios, y todos lo
quisimos. Está bien hecho; habrá casi tres años y echo meses (2). Hase
vivido de pobreza hasta ahora, con el ayuda que su señoría hacía, y
Francisco de Salcedo, que haya gloria, Lorencio de Cepeda, que esté
en gloria, y otras muchas personas de la ciudad, y héchose ilesia y
casa, y comprado sitio.
1 En 3 de Marzo de 1581, se reunieron en Alcalá de Henares, bdjo la presidencia del
Comisario Apostólico, P. Juan de las Cuevas, de la Orden de Santo Domingo, en Capitulo pro-
vincial los Carmelitas Descalzos para hacer efectivo el Breve de separación de los Calzados,
erigiendo provincia propia, si bien sujeta al Generalísimo de la Orden. La Sania escribió al Ca-
pítulo algunas cartas encaminadas principalmente al buen gobierno de sus monjas, y este corto
resumen histórico del primer convento reformado. Fray Antonio de San José, que le reproduce
en el tomo IV de las Cartas, fragmento 85, dice que en su tiempo se hallaba el original *n las
Carmelitas Descalzas de Jaén. Hemos visto su archivo y, por desgracia, no hemos dado con el
autógrafo, ni sabemos su paradero.
2 Hizo la petición D.a Guiomar de Ulloa, según acabamos de ver, el 27 de Julio de 1577.
APÉNDICES 231
XXXVI
ELECCIÓN DE SANTA TEBESA PARA PRIORA Ub SAN jOSE DE AVILA.
(10 de Setiembre de 1581) (1).
En este monesterio de S. José de Avila, lunes, a diez de Setiembre,
año de rail y quinientos y ochenta y uno, dejó el oficio de priora la
M. María de Cristo. Fué elegida la M. Teresa de Jesús por priora,
presidienao en la eleción el muy R. P. maestro Fr. Jerónimo Gracián
de la Madre de Dios, Provincial de los Descalzos y Descalzas, habiendo
para la dicha eleción casi todos los votos del convento, haciéndose
eleción canónica. Y por que es ansí lo firmo de mi nombre yo, el
sobredicho Provincial, y lo firman también la dicha priora y supriora
y clavarias.
Fr. Jerónimo de la Madre de Dios, Provincial.
Alaría de S. Jerónimo. Teresa de Jesús.
Isabel de S. Pablo.
1 La lomamos del Libro primitivo «le Profesiones y Ek-cciones de San José. Las firmas
son autógrafas. Falta la de Santa Teresa, que se cortó de la hoja donde se extendió su elección.
232 APENOICBS
XXXVII
ULTIMAS ACCIONES OE LA VIDA DE SANTA TERESA, POK LA VENEBABLE ANA
DE SAN BARTOLOMÉ (1).
Llegó Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús a esta casa de San
José de Avila, año de 1581, al principio del mes de Septiembre. Venía
de la fundación del monesterio de Soria, y como en esta casa de San
José tuvieron siempre deseo de tenerla por perlada, así lo procuraron
en llegando; y la que lo era entonces desta casa, acabó con el Padre
Provincial que la absolviese del oficio para elegir luego a Nuestra
Santa ,Madre, y así se hizo.
Fué esto en un tiempo que estaba esta casa en extrema nece-
sidad de lo temporal, y fué cosa para alabar a Dios que dende aquel
mesmo día nunca a esta casa le ha faltado lo necesario, antes ha
Ido tanto creciendo en esto, que con estar con hartas deudas, lo ha
el Señor de tal manera remediado, que no sólo éstas están pagadas,
•mas tiene ya la casa con que poder pasar sin el trabajo y apretura que
hasta entonces se tuvo. Pues si en lo espiritual hubiera yo de hablar,
había mucho que decir, sino que esto se queda para que los perlados
lo digan, como quien mejor lo sabe, que yo no tengo de hacer más
de dar esta relación que Nuestro Padre Provincial me ha mandado.
Pues estando todas muy contentas en tener aquí a Nuestra Santa
Madre y perlada desta casa, comenzó Nuestro Señor a mover a una
persona de la ciudad de Burgos para que se hiciese allí un monesterio
nuestro, y así escribió a la Madre para que fuese a fundarle (2). Ella
1 Por primera vez se publica en castellano esta relación de los últimos días de Santa Te-
resa, debida a su fiel y caritativa enfermera, /\na de San Bartolomé, que, como es sabido, la
acompañaba en las fundaciones, ij tenía especial gracia para cuidar de las enfermedades de la
Madre, que no fueron pocns en los últimos años de su vida. Hállase esta relación en las Carme-
litas Descalzas de Avila, en un cuaderno en cuarto, no de letra de la venerable Ana, que la
tenía bastante mediana y de lectura difícil, sino de una religiosa contemporánea suya, que la copió
a instancias de la Madre María de San Jerónimo. Antes de esta relación, viene otra de esta
Madre en el mismo Códice y de igual letra. Es de presumir que María de San Jerónimo tenilria
el original para trasladarlo, como hizo con otros apuntes relacionados con su santa prima.
Poseemos de todo este Códice copia fotográfica. Si bien solamente al último de la relación habla
de la muerte de la Santa, preferimos publicarla íntegra a dejarla dislocada y en estado frag-
mentario.
Ana de San Bartolomé, natural de Almendral (Avila), profesó de lega en Sen José de Avila
el 15 de Agosto de 1572, cuando contaba cerca de 22 años de edad. Acompañó en muchos
viajes a Santa Teresa y no la dejó hasta su muerte, a la cual la V. Ana estuvo presente. En
1604 salió con otras Descalzas a fundar en Francia, y allí la obediencia la obligó a hacerse de
coro, por ser de más utilidad a la Reforma. Murió en Amberes a 7 de Junio de 1626. Su causa
de beatificación está introducida en Roma. En 29 de Junio de 1735 declaró Clemente XII la he-
roicidad de las virtudes de esta Venerable.
2 D.a Catalina de Tolosa.
APÉNDICES 233
la respondió que procurase la licencia del señor Arzobispo (1), y que
en teniéndola la avisasen. Y esto no era con intento de ir ella a fun-
darle, sino de enviar monjas, Y estando con esta determinación, en-
tendió quera la voluntad de Dios quella mesraa fuese en persona a
fundarle; y entendióse bien ser esto así verdad por los trabajos y con-
tradiciones que en esta fundación se pasaron, que a no ir ella, fuera
imposible hacerse como adelante se verá.
En este tiempo vino el Padre Fray Juan de la Cruz, ques el
primer fraile descalzo que hubo en nuestra Orden. Traía cabalga-
duras y recaudo para llevar a Nuestra Santa Madre a fundar en Gra-
nada, que les parecía que por ser aquella fundación la primera en
aquel reino, convenía que fuese ella la que la hiciese. Como la Santa
Madre vio que no podía ir por haber de acudir a la de Burgos,
escogió dos monjas cuales convenía para tal jornada; la una dellas
era la Priora quera desta casa cuando eligieron a Nuestra Santa Ma-
dre, la otra era una monja de mucho espíritu y perfeción (2). Y
porque en aquella fundación se dirá lo mucho que hay que decir
dellas, no digo aquí más de que en esta casa dejaron mucho senti-
miento y soledad de carecer de tan buena compañía.
Partiéronse la víspera de San Andrés, y nuestra Santa Madre se
partió para la de Burgos otro día después de año nuevo de 82. Fueron
con ella dos monjas que había hecho traer de Alba para este efecto
y con su compañera. Iba con ella el Padre Provincial Fr. Jerónimo
de la Madre de Dios, y otros dos frailes que trajo consigo (3). La más
parte deste día que partieron de aquí, le llevaron de agua y nieve,
donde fué causa de comenzarle la perlesía, queste mal le apretaba
algunas veces, y así llegamos a Medina con harto trabajo por pasarse
casi todo el camino lloviendo. Detúvose en esta casa tres días; de
ahí pasamos a Valladolid, donde le apretó tanto el mal, que la di-
jeron los médicos que si no salía luego de allí, le cargaría una enfer-
medad, que no sería posible salir de allí tan aína, y así nos fuimos
luego de allí a Palencia, donde se había fundado una casa nuestra
un año había (4), y de entonces habían quedado en el pueblo con tanta
devoción con nuestra Santa Madre, que como supieron que iba, se
juntó tanta gente, que al tiempo que se hubo de apear ella y las monjas
del coche en que iban, con mucha dificultad nos dejaron bajar por
la gente que cargó a hablarla y pedirla la bendición, y los que no
podían alcanzar esto, se contentaban con oiría hablar.
Pues entrando en el monesterio, recibiéronla con un Te Denm,
como lo hacían en todos los monesterios. El contento y regocijo
de las monjas se echaba bien de ver en el aderezo que tenían en el
patio, donde no faltaban altares y otras cosas, que parecía lo tenían
hecho un cielo. Los días que estuvimos en esta casa, estuvo nuestra
Santa Madre harto mala y d tiempo hizo muy recio de muchas aguas.
1 Llamábase D. Cristóbal Vela, pariente letano de la Santa.
2 Matía de Cristo, que acababa de ser priora y Antonia del Espíritu Santo, una de las
cuatro primeras que tomaron el hábito en San José.
3 Fray Pedro de la Purificación y otro, cuyo nombre se Iflnora.
4 A flnes de Diciembre de 1580.
234 APÉNDICES
Todo esto no era parte para dejar de querer proseguir su camino
para Burgos. Decíanla que no se sufría ponerse en camino con tal
tiempo, porque podrían perecer, y ansí enviaron un hombre para que
mirase cómo estaban los caminos. El volvió y trajo harto malas nue-
vas de cómo estaban.
Estando la Santa JVladre en esta congoja, que no sabía qué se
hacer, se entendió después que le había dicho Nuestro Señor que
saliese, quél nos ayudaría; y bien se vio después según los peligros
en que nos vimos, que si Su iWajestad no nos guardara, era muy
cierto el perecer a la mitad del camino. Yendo caminando orilla de
un río, eran tan grandes los lodos, que fué necesario apearnos, por-
que atollaban los carros. Subiendo ya por una cuesta, habiendo sa-
lido deste peligro, vimos a ios ojos otro muy mayor, y fué que vio
la Santa Madre el carro donde iban sus monjas trastornarse de
manera que iban a caer en el río, y la cuesta en que íbamos era
tan agria, que mucha gente no fuera parte para librarlas ni detener
el carro para no caer. En este punto lo vio un mozo de los que lle-
vábamos, y asióse de la rueda y tuvo el carro para que no cayese:
que más pareció el ángel de la guarda que hombre, porque no era
posible poderle tener el solo si Dios no las quisiera librar.
A nuestra Santa Madre le dio harto trabajo el ver esto, porque
le pareció que sus monjas se iban ahogar; y dende que vio esto
quiso ir adelante, porque los demás peligros que se ofreciesen fuese
ella la primera en ellos. Y para el descanso deste trabajo que se
había pasado, llegamos aquella noche a una venta donde no había
para poder hacer una cama a nuestra Santa Madre, y con este poco
abrigo aun parecía que fuera bueno detenemos allí algunos días, por
las nuevas que nos daban de cuál estaba el camino, que los ríos
iban tan crecidos, quel agua subía sobre las puentes más de media
vara. El ventero era tan buen hombre y nos tuvo tanta lástima, que
se ofreció a ir delante para guiarnos por el agua; porque como iba tan
turbio y las puentes cubiertas, no se vía el camino por donde se había
de ir. Estas eran tan angostas y de madera, que sólo cabía en ellas
las ruedas, que por muy poquito que ladearan caíamos en el río. Para
entrar en este peligro nos confesamos y pedimos a nuestra Santa
Madre nos echase su bendición, como gente que iba a morir, y así
decíamos el credo. La Santa Madre, como nos vía tan desanimadas,
conformábase en algunas cosas con nosotras, y como ella llevaba más
fe de que Nuestro Señor nos había de sacar con bien deste pe-
ligro, decíanos con mucha alegría: ¡Ea, mis hijas! ¿qué más bien quie-
ren ellas que ser aquí mártires por amor de Nuestro Señor?». Y dijo
más, quella pasaría primero, y que si se ahogase, que les rogaba
que no pasasen más adelante, sino que se volviesen a la venta. ñ\
fin, fué Dios servido que salimos libres deste peligro.
Con estos trabajos iba tan mala nuestra Santa Madre y tan tra-
bada la lengua de la perlesía, quera lástima de vella. Llegamos a un
lugar antes de mediodía, y luego procuró quel P. Provincial se fuese
a decir misa; comulgó a ella y luego se le destrabó la lengua y quedó
mejor. De aquí fuimos a Burgos aquella noche, y llegamos con tan
grande agua, que iban las calles como ríos. La señora que nos estaba
APÉNDICES 235
esperando para aposentarnos en su casa (1), es persona de tanta
caridad, que nos tenía muy buena lumbre y muy bien que nos aposentó.
Como nuestra Madre iba tan mojada, detúvose más aquella noche
a la lumbre de lo quella solía; hízole tanto mal, quesa mesma noche
le dio un vahído» y tan recios vómitos, que como llevaba la garganta
enconada, se le hizo en ella una llaga que escupía sangre, de suerte
que no estuvo el día siguiente para levantarse a negociar, sino era
echada en una camilla que la pusieron a una ventana que salía a
un corredor, donde estaban los que la hablaban. Fueron a decir al
señor Arzobispo cómo era venida. Lo que respondió fué, que para
qué traía monjas, quél no había dicho sino quella viniese a negociar;
y pidiéndole licencia para que se pusiese el Santísimo Sacramento
y se dijese misa, porque en aquella mesma casa donde estábamos se
había de hacer el monesterio, respondió Su Señoría que bien nos
podíamos sosegar, porque se había de mirar despacio. Echáronle al-
gunas personas que le hablasen; nada bastaba; fué nuestro Padre
Provincial, y la respuesta que trajo, fué que bien nos podíamos tor-
nar, que no había necesidad en su pueblo de reformación, que muy
reformados estaban los monesterios. Dendc algunos días le fué otra
persona a hablar, y lo que la respondió, fué que ya pensó queramos
idas, que bien nos podíamos volver.
En este tiempo estaba la Santa Madre muy mala, de manera
que no podía comer sino cosas bebidas, por el gran mal que tenía en
la garganta, y como estaba desta manera, que aun para levantarse
de la cama no estaba, érale muy gran trabajo el haber de ir a oir
misa las fiestas, y a esta causa fueron a pedir licencia al señor Arzo-
bispo para que pudiesen decir misa en casa, y también porque las
monjas era tanto lo que sentían el verse entre los seglares en la
iglesia, que les acaecía de lo que lloraban dejar mojado el suelo donde
se sentaban, y el remedio que dio Su Señoría para este sentimiento
fué decir que no importaba, que antes darían buen ejemplo. Esto
bien se entiende que no nacía de falta de caridad de Su Señoría, que
ya todos conocen su mucha santidad, sino que Dios lo ordenaba así para
que la Santa Madre y las hermanas padeciesen. Y bien se echaba esto
de ver en la conformidad y perfeción con que la Madre lo llevaba,
porque yéndole algunas personas a hablar, venían tan desgustados y
desabridos de ver lo poco que alcanzaban. La Santa Madre le disculpaba
tanto y les decía tales palabras, que les quitaba la mohína con que
venían. En esto se pasaron algunas semanas, que con todo su mal iba
las fiestas a oir misa y comulgar, con estar las calles harto trabajosas
del tiempo que hacía; y todo esto no era el trabajo mayor que tenía,
sino ver al P. Provincial con el disgusto y pena que le daba ver esto,
y asimesmo a la señora que nos había llevado para hacer el mones-
terio; que la acaecía irse a confesar y no la querer absolver, porque
nos tenía en su casal y había sido ella la ocasión de nuestra ida.
Y en estando la Santa Madre un poco mejor, fué a hablar al Señor
Arzobispo a ver si ella podía acabar lo que los demás no habían po-
1 D.a Catalina de Tolosa,
236 APÉNDICES
dido, quedando mientras quella iba, tomando las hermanas disciplina;
y de manera concertaron esto, que duró toda la tarde mientras la Santa
Madre estuvo con el señor Arzobispo. Y estando con él en la plática,
di jóle: «JViire vuestra señoría que mis monjas se están disciplinando».
R esto respondió, «que bien podían disciplinarse harto, porque él no
tenía entonces determinación de dar la licencia», g así se volvió sin
ella la Santa Madre; y cuando la vimos venir, salimos a preguntarla
qué traía, porque en su semblante mostraba mucho contento. Cuando
supimos que no traía recaudo, nos pusimos harto tristes, mostrando
alguna queja del señor Arzobispo. Ella nos comenzó a consolar, di-
ciendo quera un santo y que daba muy buenas razones, que a ella
le contentaban y se había holgado mucho con él, que no tuviésemos
pena y confiásemos en Dios, que no se dejaría de hacer.
Pues viendo que no había remedio de la licencia para el mones-
terio ni para poder decir misa en casa, y lo que la Santa Madre y
todas sentíamos de irla a oír fuera, dióse orden para que fuésemos
a parte que pudiésemos oír misa sin salir de casa, y así nos fuimos a
un hospital (1), y allí dieron al P. Provincial un cuarto alto, donde ha-
bía una tribunita, donde podíamos oír misa. Esto estaba desembarazado,
por estar ello de suerte que nadie había gana de vivir en ello,
que tenía fama quen todo Burgos no se juntaban tantas brujas como
allí. Y algo debía de ser lo que decían, porque no dejó de aconte-
cemos algo el tiempo que allí estuvimos. Y fuera desto, era un cuarto
muy desabrigado, que para la enfermedad que la Santa Madre tenía,
pasó harto trabajo, y compadeciéndonos nosotras dello, nos i-espondía,
que demasiado de buen lugar era, que no lo merecía ella, que de
nosotras le pesaba a ella, que de sí no tenía ninguna pena, que no
merecía que la hubiesen recibido en aquel hospital. Y cuando le hacían
una pobre camilla, decía: ¡Oh, Señor mío, qué cama tan regalada
es esta estando Vos en una cruz! Y cada vez que comía, le salía
sangre de la llaga de la garganta, y habiéndola compasión, decía:
«No me hayan lástima, que más padeció mi Señor por mí cuando
bebió la hiél y vinagre».
Dijo un día, como tenía tan gran hastío, que de unas naranjas
dulces comiera, y el mesmo día se las envió una señora; y trayén-
dole unas pocas muy buenas, en viéndolas, echóselas en la manga
y dijo quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho; y
así fué, y repartiólas a los pobres, y volviendo, dijímosla que cómo
las había dado. Dijo: «Más las quiero yo para ellos que para mí;
vengo muy alegre que quedan muy consolados». Y bien se vio en
el rostro el contento que traía. Otra vez la trajeron unas limas, y
como las vio, dijo: «Bendito sea Dios, que me ha dado que lleve a
mis pobrecitos». Un día curaban a uno de unas postemas, y daba tan
terribles voces, que atormentaba a los otros, y compadeciéndose la
Santa Madre del, bajó, y viéndola el pobre, calló. Díjole ella: «Hijo,
¿cómo dais tales voces? ¿No lo llevaréis por amor de Dios con pa-
ciencia?». Respondió él: «Parece que se me arranca la vida»; y cs-
1 Hospital de la Concepción.
APÉNDICES 237
tando allí la Santa Madre un poco, dijo que se le habían quitado los
dolores, y después, aunque le curaban, nunca más le oímos quejar.
Decían los pobres a la hospitalera, que les llevase muchas veces
allá aquella santa mujer, que les consolaba mucho sólo verla y les
parecía se les aliviaban los males. Díjonos la mesma hospitalera, que
cuando supieron que nos íbamos de allí, que los había hallado llo-
rando y muy afligidos por saber se iba la Santa Madre; pues es-
tándolo nosotras la víspera de San José, porque se acercaba el tiempo
en que nos habían de echar del hospital, que no nos le dieron más de
hasta Pascua Florida, y si entonces no tuviésemos casa, que nos pu-
diesen echar del, y ésta no se hallaba; pues estando de la manera que
he dicho la víspera de nuestro Padre San José, nos la deparó Nuestro
Señor por una vía que más pareció milagro que otra cosa, y por en-
tender que nuestra Santa Madre lo tiene dicho en esta fundación,
no digo aquí más desto.
Concertada ya esta casa, nos pasamos a ella dentro de dos o
tres días; dende este tiempo hasta Pascua Florida se gastó en aco-
modar la casa. Después que estuvimos en ella, fué dos o tres veces
el señor Arzobispo a ver a nuestra Santa Madre y para ver el có-
modo que tenía la casa para el monasterio dándola esperanzas que
para Pascua Florida le daría licencia. Y estando un día Su Señoría
con nosotras, pidió un jarro de agua y la Santa Madre hizo que le
sacasen con él no sé que regalillo que la habían enviado. Como él lo
vio, dijo: «Harto ha alcanzado. Madre, conmigo, porque en todo Burgos
no he tomado otro tanto como esto por ser de su mano». La Madre
le respondió: «También quería yo alcanzar la licencia de la de Vuestra
Señoría». Y con no se la dar, quedó tan contenta y alabando a Nues-
tro Señor como si se la hubiera dado, y loándole mucho su santidad
y cuan bien parecían en la iglesia de Dios tales perlados, y nunca
la oímos palabra en contrario desto.
Estuvimos así hasta la Pascua Florida aguardando la licencia, y la
Semana Santa íbamos a una iglesia ^ oir los Oficios, y estando el
Jueves Santo en ella, quiriendo pasar unos hombres por donde la
Santa Madre estaba, como no se levantó tan presto como ellos qui-
sieran, la dieron de coces por echalla a un cabo para pasar; cuando
yo fui a ayudarla a levantar, hállela con tanta risa y contento, por
esto que me hizo alabar a Dios. Con esto, estuvimos esperando que nos
traerían la licencia para que se dijese misa en casa el día de Pascua.
Aquí quiso Dios probar más la paciencia de la Santa Madre, y por
mejor decir, la de las hermanas, quella harta tenía, y aguardándola
todos tres días, ningún día dellos vino a tiempo que nos excusase de
ir fuera a misa toda la Pascua. El postrer día, ya estaban las herma-
nas tan trabajadas y la señora que nos había llevado mucho más, de
manera que se despidió de la Santa Madte y sus monjas para no las
tornar más a ver hasta que supiese que la fundación estaba hecha.
En este tiempo quedaba la Santa Madre con harta pena de ver con la
que iba esta señora y tenían las hermanas, y en el mesmo punto
entró un caballero, a quien debíamos mucho, con la licencia del señor
Arzobispo para hacerse el raonesterio; y como él venía tan contento,
en entrando, antes que nos dijese nada, se fué con grandísima priesa
238
APÉNDICES
a tañer la campanilla questaba puesta. En esto entendimos que traía
la licencia. Con esto fué grande el regocijo de todas; con éste, se
puso otro día el Santísimo Sacramento (1) y se dijo la primera misa,
donde quedamos ya con nuestra clausura, no poco deseada de todas.
Dijo la primera misa y puso el Santísimo Sacramento unos Padres
de la Orden de Santo Domingo, que siempre los de ella han ayudado
a nuestra Santa Madre^ y favorecídola en sus necesidades.
Daquí a pocos días, se dio e! hábito a una doncella hija de la
Señora que procuró se hiciese allí nuestro monesterio; predicó a él
el señor Arzobispo, con tantas lágrimas y humildad, que fué harta
confusión para todas y devoción para el demás auditorio, porque
mostró, entre otras cosas que dijo, haberle pesado de haber dilatado
nuestro negocio. Loó mucho a la señora que nos llevó a aquella ciu-
dad, y fué mucho el amor que cobró a nuestra Santa Madre.
Dende ahí adelante fuese acreditando la casa de manera que
comenzó alguna gente principal a visitar a nuestra Santa Madre,
entre ellas fué una señora que había algunos años que deseaba que
Dios le diese hijos, y con tal fe se encomendó a Nuestra Madre que
lo pidiese a Su Majestad, que se cumplió su deseo. Ella quedó bien
agradecida por esta merced que Dios la hizo.
Pues en este tiempo, estando Nuestra Madre y todas contentísi-
mas en nuestra casa y de vernos ya encerradas, con que todo se había
hecho muy bien, quiso Nuestro Señor templarnos este contento con el
trabajo que sobrevino luego, así para nuestra casa, como para toda la
ciudad, y fué quel día de la Hscensión creció tanto el río y la mucha
agua que vinq a la ciudad, que llegó a términos que los monesterios
se despoblaban por no ser anegados. Nosotras también nos vimos
en este mesmo peligro, y por estarlo, aconsejaban a la Madre saliese
de la casa. Ella nunca lo quiso esto aceptar, sino hizo poner el San-
tísimo Sacramento en una pieza alta donde nos hizo a todas recoger
y estar diciendo letanías. En fin, el trabajo venía a tanto, que los
muertos desenterraba, y las casas se hundían y la nuestra era la que
tenía más peligro por estar en un llano y más cerca del río. En fin,
Dor no me alargar tanto, aunque había mucho que decir desto, con-
cluyo con decir, que la voz de mucha gente, especial del Sr. Hrzobispo,
era decir que por estar allí nuestra Santa Madre, había atado las
manos a Dios para que no pereciese aquel pueblo.
Pasado este trabajo, que fué harto mayor del que yo aquí signi-
fico, estando la dicha Madre con Nuestro Señor, le dijo: «Señor,
¿estáis ya contento?». Y la respuesta que la dio en esto fué de-
cirla: «Hnda que otro mayor trabajo te queda agora presto por pasar».
Ella al presente no entendió el porqué; después se vio bien en los
trabajos que pasó dende allí hasta que llegó a Alba, ansí en la poca
salud como en otros trabajos que se le ofrecieron graves, pues es-
tándose en Burgos con cuidado de no saber si se vernía luego o si se
deternía más allí, le dijo Nuestro Señor, que se viniese, que ya allí
no había más que hacer, que ya aquello estaba acabado; y así se vino
1 18 de Abril de 1582,
.IPENDICES 239
luego para Patencia, y dende allí a Medina, con intento de venirse
derecha a Avila. Halló allí al P. Vicario Provincial, Fr. Antonio de
Jesús, que la estaba esperando para mandarla que fuese a Alba, y con
haberla Dios hecho tanta merced en esta virtud de la obediencia, fue
tanto lo que ésta sintió por parccerle que a petición de la Duquesa la
hacían ir allá, que nunca la vi sentir tanto cosa que los perlados la
mandasen como ésta.
Fuimos de aquí en una carroza, que llevó el camino con tan
gran trabajo, que cuando llegamos a un lugarito cerca de Peñaranda, iba
la Santa Madre con tantos dolores y flaqueza, que la dio allí un
desmayo, que a todos nos hizo harta lástima verla, y para esto no
llevábamos cosa que la poder dar sino eran unos higos, y con eso
se quedó aquella noche, porque ni aun un huevo no se pudo fiallar
en todo el lugar; y congojándome yo de verla con tanta necesidad
y no tener con que la socorrer, consolábame ella diciendo que no tu-
viese pena, que demasiados de buenos eran aquellos higos, que mu-
chos pobres no temían tanto regalo. Esto decía por consolarme; mas
como yo ya conocía la gran paciencia y sufrimiento que tenía y el
gozo que le era padecer, creía ser más su trabajo del que significaba,
!J para remediarse esta necesidad fuimos otro día a otro lugar, y lo
que hallamos para comer fué unas berzas cocidas con harta cebolla,
de las cuales comió aunque era muy contrario para su mal. Rste día
llegamos a Alba, y tan mala nuestra Madre, que no estuvo para en-
tretenerse con sus monjas. Dijo que se sentía tan quebrantada, que
a su parecer no tenía hueso sano. Dende este día, quera víspera
de San Mateo, anduvo en pie con todo su trabajo hasta el día de
San A\iguel, que fué a comulgar. Viniendo de hacerlo, se echó luego
en la cama, porque no venía para otra cosa, que le dio un flujo de
sangre, de lo cual se entiende que murió. Dos días antes pidió que
le diesen el Santísimo Sacramento, porque entendía ya que se moría.
Cuando vio que se le llevaban, sentóse en la cama con gran ímpetu
dcspíritu, de manera que fué menester tenerla, porque parecía que se
quería echar de la cama. Decía con gran alegría: «Señor mío, ya
es tiempo de caminar; sea muy enhorabuena y cúmplase vuestra vo-
luntad». Daba muchas gracias a Dios por verse hija de la Iglesia
y que moría en ella, diciendo que por los méritos de Cristo esperaba
ser salva, y pedíanos a todas que lo suplicásemos a Dios que la per-
donase sus pecados, y que no mirase a ellos, sino a su misericordia.
Pedía perdón a todas con mucha humildad, diciendo que no mirasen
lo que ella había hecho y el mal ejemplo que las había dado.
Como vieron las hermanas que se moría, pidiéronla mucho que
les dijese algo para su aprovechamiento, y lo que las dijo fué, que
por amor de Dios las pedía guardasen mucho su Regla y Constitucio-
nes. No les quiso decir otra cosa. * Después desto, todo lo que más
habló, fué repetir muchas veces aquel verso de David que dice: Sacrifi-
cium Deo spiritus contri hulatus; cor contritum et hiimiliatum, Deas,
non despides (1). Especialmente dende cor contritum; ésto era lo que
1 Salmo L.
240 APÉNDICES
decía hasta que se le quitó el habla. Rntes que se le quitase, pidió
la Extremaunción, y recibióla con gran devoción.
El día de San Francisco por la tarde, a la noche, a las nueve,
la llevó Nuestro Señor consigo, quedando todas con tanta tristeza y
trabajo, que si lo hubiera de decir aquí, había bien qué; y algunas
cosas supe yo que habían pasado en expirando la Santa Madre, que
por ser señaladas no las pongo aquí; si a los perlados les pareciere,
ellos lo podrán decir.
El día siguiente la enterraron con la solenidad que se pudo hacer
en aquel lugar. Pusieron su cuerpo en un ataúd; cargaron sobre él
tanta piedra, cal y ladrillo, que se quebró el ataúd y se entró dentro
todo esto. Esto hizo la que dotó aquella casa, que se llamaba Teresa
de Láiz; no bastando nadie a estorbárselo, pareciéndole que por cargar
tanto desto, la ternía más segura que no se la sacasen de allí.
Pasados nueve meses, fué a aquella casa el P. Provincial, quera
entonces Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, y las hermanas
della le dieron mucha priesa para que abriese el sepulcro, diciendo
questaban con escrúpulo de cómo estaba puesto aquel santo cuer-
po; y así, a petición suya, comenzó a quererle abrir, y como le
habían cargado tanto de piedra y lo demás, nos dijeron que habían
estado cuatro días él y su compañero quitando lo que tenía encima (1).
Hallaron eí santo cuerpo tan lleno de tierra y maltratado, como se
habla quebrado el ataúd, quera lástima de ver. Dicen estaba tan fres-
co como si acabara de morir, y muy hinchado de la humedad y lleno
de moho, y los vestidos también, y todos podridos. Con esto estaba
g! cuerpo tan sin corrompimiento ninguno y entero, que ninguna parte
dé) tenía decentado, y no sólo no tenía mal olor, sino tan bueno como
hoy día se ve.
Pusiéronle otros vestidos y metiéronla en un arca en el mesmo lu-
gar en que antes estaba;, y de ahí a dos años y medio, poco menos (2),
cuando fueron a sacarla para traerla a esta casa de San José de
Avila, hallaron otra vez los vestidos casi podridos, y su santo cuerpo
tan sin corrupción como de antes, aunque muy enjuto, y con tan buen
olor, ques para alabar a Dios. El sea bendito para siempre.
De que Dios haya hecho esta merced a nuestra Madre en que su
cuerpo esté asina, no nos ha espantado a las que la vimos y tra-
tamos, porque si se hubiera de explicar aquí los trabajos y denuestos
que padeció, y con la paciencia que lo llevaba, y principalmente en
este camino postrero de Burgos, dende que salió de aquí de ñvila
hasta que volvió a ñlba, donde Dios la llevó, porque fué todo un pro-
lijo martirio, el cual no se puede declarar por agora. Por algunas
justas causas diré una palabra que la oí, que para su gran ánimo
y espíritu fué mucho decirla: «Que por muchos trabajos que había
pasado en todo el discurso de su vida, dijo, que nunca se había visto
tan apretada y afligida como en este tiempo». Y yo no me maravillo
1 Abrióse el 4 de Julio de 1583.
2 El traslado del cuerpo de Santa Teresa se acordó el 27 de Octubre de 1585, en el Capí'
tule que los Carmelitas Descalzos celebraron en Pastrana.
APÉNDICES 2^1
desto; porque, cierto, puedo decir con toda verdad que me parecía
muclias veces liabía Dios dado licencia a los demonios para que la
atormentasen, y no sólo a ellos, sino a todo género de gentes que
con ella trataba, y por mejor decir, para que labrasen su corona; que
cuando agora se me acuerda de lo que entonces vía, no lo puedo con-
siderar sin muciía ternura y lástima que me liace, y así vi yo bien
cumplida aquella palabra que Nuestro Señor la dijo en Burgos, «que
otro trabajo mayor la quedaba presto por pasar». El sea bendito para
siempre jamás, que tan largo es en dar materia de merecimiento
a sus escogidos.
Su iVlaj estad me de gracia para que sea una dellas.
11 16
242 APÉNDICES
XXXVIII
TESTIMONIO DE Lfl MUERTE DE SANTA TERESA, POR LA M. MARÍA DE SAN
FRANCISCO (1).
Digo, que yo me hallé a su muerte y a lo demás que en ella
sucedió, y me dijo el Padre Fray Domingo Báñez, y lo predicó en
un sermón de las honras de nuestra Santa Madre, cómo ocho antes
profetizó su muerte, y que había de ser en Alba de Tormes. Lo mismo
supe del Padre Mariano, y delante de mí el Padre Fray Antonio
de Jesús, acabando de confesar a nuestra Santa Madre, puesto de
rodillas, la dijo: «Madre, pida al Señor no nos la lleve ahora, ni
nos deje tan presto». A lo cual respondió: «Calla, Padre, ¿y tú has
de decir eso? Ya no soy menester en este mundo». Y desde entonces
comenzó a dejar cuidados y tratar de morirse. A las cinco de la
tarde, víspera de San Francisco, pidió el Santísimo Sacramento, y
estaba ya tan mala, que no se podía revolver en la cama, sino que
dos religiosas la volviesen, y mientras que no venía el Viático, co-
menzó a decir a todas las religiosas, puestas las manos, y con lágri-
mas en sus ojos: «Hijas mías y señoras mías, por amor de Dios las
pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Costituciones.
que si la guardan con la puntualidad que deben, no es menester otro
milagro para canonizarlas, ni miren el mal ejemplo que esta mala
monja las dio y ha dado, y perdónenme». Y en este punto acertó
a llegar el Santísimo Sacramento, y con estar tan rendida, se levantó
encima de la cama, de rodillas, sin ayuda de nadie, y se iba a echar
della si no la tuvieran; y poniéndosele el rostro con grande hermosura
y resplandor, c inflamada en el divino amor, con gran demostración
de espíritu y alegría, dijo al Señor cosas tan altas y divinas, que a
todos ponía gran devoción. Entre otras le oí decir: «¡Señor mío
y esposo mío!, ya es llegada la hora deseada; tiempo es ya que
nos veamos, amado mío y Señor mío; ya es tiempo de caminar; vamos
muy en hora buena; cúmplase vuestra voluntad; ya es llegada la
hora en que yo salga deste destierro, y mi alma goce, en uno, de
Vos que tanto ha deseado!». Y si el perlado no la estorbara, man-
dando en obediencia que callara, porque no la hiciera más mal, no
cesara de aquellos coloquios.
Después de haber recibido a Nuestro Señor, le daba muchas gra-
cias, porque la había hecho hija de la Iglesia y porque moría en
1 Esta relación de la Madre María de S. Francisco, hecha para las Informaciones de bea-
MflcBclón y canonización de la Santa en Medina del Campo, coincide en todo u completa la de
la venerable Ana de Jesús.
flPEKDICES 2^3
ella. Muchas veces repetía: -^iEn fin, Señor, soy hija de la Iglesia!».
Pidióle perdón con mucha devoción de sus pecados, y decía que por
)a sangre de Jesucristo había de ser salva. Y a las religiosas pedía
la ayudasen mucho a salir del purgatorio. Repetía muchas veces aque-
llos versos: Sacrificium Deo spiritus contribulatus, cor contritnm etc.
Ne pro} idas me a facie tua, etc. Cor mundum crea in me Deus; y
lo volvía en romance.
Preguntándole el Padre Fray Antonio de Jesús si quería que
llevasen su cuerpo a ñvila, respondió: «¡Jesús! ¿eso hase de preguntar,
Padre mío? ¿Tengo de tener yo cosa propia? ¿flquí no me harán
caridad de darme un poco de tierra?». Toda aquella noche repitió
los dichos versos, y a la mañana, día de San Francisco, como a las
siete, se echó de un lado como pintan a la Madalena, el rostro vuelto
a las religiosas con un Cristo, el rostro muy bello y encendido, con
tanta hermosura, que me pareció no se la había visto mayor en
mi vida; y no sé a dónde se escondieron las arrugas, que tenía hartas,
por ser de tanta edad y vivir muy enferma.
Desta suerte se estuvo en oración con grande quietud y paz, ha-
ciendo algunas señas exteriores, ya de encogimiento, ya de admira-
ción, como si la hablaran y ella respondiera; mas con gran serenidad
todo, y con maravillosas mudanzas de rostro, de encendimiento e
inflamación, que no parecía sino una luna llena, y a ratos, dando de
sí grandísimo olor. Y perseverando en la oración, muy alborozada y
alegre, como sonriéndose, dando tres suaves y devotos gemidos, como
de una una alma que está con Dios en la oración, que apenas se oían,
dio su alma al Señor, quedando con aventajada hermosura y resplan-
dor su rostro como un sol encendido. Antes que muriera llegó a la
.Santa, Isabel de la Cruz, que padecía gran dolor de cabeza y mal de
ojos, y cogiéndole las manos a la Santa, ella misma se las puso sobre
le cabeza, y al punto quedó libre de todo su mal. Luego que murió,
besando sus pies Catalina Baptista, cobró el olfato, que había perdido,
1! sintió gran fragancia en los pies de la Santa. Todo esto vi.
244 A9&NDICCS
XXXIX
BREVE PLATICA, QUE SANTA TERESA HIZO AL SALIR DE SU CO.WRNTO DB
VALLADOLID, TRES SEAIANAS ANTES QUE MURIESE (1).
Hijas mías, harto consolada voy desta casa, y de la perfeción
que en ella veo, y de la pobreza, y de la caridad que unas tienen
con otras; y si va como ahora, Nuestro Señor les ayudará mucho.
Procure cada una, que no falte por ella un punto de la perfeción
de la Religión.
No hagan los ejercicios della como por costumbre, sino haciendo
atos heroicos, y cada día de mayor perfeción.
Dense a tener grandes deseos, que se sacan grandes provechos,
aunque no se puedan poner por obra.
XL
PALABRAS DE SANTA TERESA A LAS MONJAS DE ALBA POCO ANTES DE MOMR (2).
Hijas y señoras mías: Perdónenme el mal ejemplo que les he
dado, y no aprendan de mí, que he sido la mayor pecadora del
mundo, y la que más mal ha guardado su Regla y Costituciones. Pí-
deles por amor de Dios, mis hijas, que las guarden con mucha per-
feción y obedezcan a sus superiores.
1 Publicó el P. Francisco de S. María en el tomo I, libro II, capítulo XVIII de su Refor-
ma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, esta breve plática que la Santa dirigió a
las Carmelitas Descalzas de Valladolid cuando en Setiembre, de regreso de la fundación de
Burgos, se dirigía a Medina y de allí a Alba, donde murió. No debe tenerse como escrito de la
Santa; ella no hizo más que proferir estas discretas palabras, que la memoria de sus buenas
hijas de Valladolid nos han conservado u trasmitido.
2 Lo mismo que las anteriores, fueron recogidas estas palabras por sus atribuladas hijas de
Alba al expirar Santa Teresa. Tráelas la Historia de la Reforma de los Descalzos, t. I, p. 847.
Conviniendo en la substancia, discrepan algo de las que leemos en algunas Deposiciones del
Proceso de canonización de la Santa.
APENOICBS 245
XLI
TESTIFICACIÓN DEL P. GRACIAN ACERCA DEL PRIMER RECONOCIAUENTO DEL CUER-
PO DE SANTA TERES.^ HECHO EN ALBA DE TORMES (1).
Yo, Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Prior de San Fe-
lipe y Vicario Provincial de la Orden de Nuestra Señora del Carmen
de los Carmelitas Descalzos de este reino de Portugal, por la presente
doy noticia y testimonio de verdad a todos los que la presente vieren,
que en los años pasados de mil y quinientos y ochenta y cuatro,
siendo Provincial en esta misma Orden de Carmelitas Descalzos, y
visitando el convento de Nuestra Señora de la ñnunciación de reli-
giosas Descalzas de la villa de Alba, donde estaba el cuerpo de la
Santa fl/ladre Teresa de Jesús, fui rogado e requerido por parte de
las religiosas del mismo convento, descubriese el sepulcro de la Santa
Aladre, para poner bien el cuerpo, porque le habían metido en un
hueco de una pared que está en el coro bajo, y echado gran cantidad
de cal, y temían que lo consumiese.
Y así, entrando en el coro bajo con mi compañero, Fray Cristóbal
de San Alberto, descubrimos el santo cuerpo, del cual salía una fra-
gancia y olor suavísima, y lo hallamos entero y oloroso y con los pe-
chos altos, como si estuviera viva, y con sangre fresca, como si aca-
bara de expirar, habiendo dos años que estaba sepultada; aunque la
cara y las manos que estaban descubiertas, se habían puesto dene-
gridas con la cal; lo demás estaba con hermoso color. Y yo corté
la mano izquierda de dicho cuerpo, la cual traía conmigo en una
toquilla con papeles, de la cual manaba como un aceite, que manchaba
1 Es interesante este Documento por las noticias que contiene u por rectificar, además, la
fecha en que por vez primera fué descubierto el cuerpo de Santa Teresa. Según liemos leído en
la Relación de Rna de San Bartolomé, pág. 240, el P. Gracián pasando por Alba nueve meses
después de la muerte de la Santa, a ruego de las religiosas de aquel convento, lo desenterró.
La misma opinión siguen Ribera, Yepes, Francisco de Sta. María ¡j otros escritores, señalando
el 4 de Julio de 1563 como fecha de la exhumación, como hemos visto en la nota primera de la
página poco lia dicha, que es la señalada por Ribera. Es muy extraño que tratándose de un
hecho tan notable y reciente, en el que personalmente había intervenido, se equivocara el Padre
Gracián, fijando la fecha cerca de año y medio más tarde de lo debido. Forzoso parece concluir,
que Gracián está en lo cierto al fijar la fecha de este descubrimiento del santo cuerpo, dos años
más tarde de la muerte, es decir, en Octubre de 1584. Y sin embargo, como veremos luego, en
las notas que el mismo P. Gracián puso a la Vida de la Santa por Ribera, nada dice de la
fecha que asigna el docto biógrafo al primer descubrimiento del cuerpo de Sta. Teresa, siendo
asi que a cada paso está confirmando o declarando con apostillas pasajes menos Importantes del
texto. El autógrafo de esta declaración lo guardaban, hasta la funesta revolución de Portugal,
ocurrida en 1910, las Carmelitas Descalzas de San Alberto de Lisboa. Nosotros la hemos tra^
ducido de la Chronica de Carmelitas Descalzos, de nuestra antigua Provincia de Portugal, t. I,
pág. 210, que la trasladó y publicó en portugués.
246 APÉNDICES
los papeles ij paños en que estaba envuelta. Después la deposité
en un cofrecito juntamente con la llave del sepulcro, en que dejé
el cuerpo mejor acomodado, y di a guardar el cofrecito, cerrado con
llave, a las monjas del monasterio de Avila, con intento de que si
el cuerpo no iba a Avila, gozasen ellas de la mano ; y si era lle-
vado a Avila, tornase yo a tomarla.
No sabiendo las religiosas lo que había en el cofrecito, sucedió
que entrando una noche a encomendarse a Dios en el coro la iW. flna
de San Pedro, supriora del dicho convento, vio visiblemente a la mis-
ma M. Teresa de Jesús en el coro con mucho resplandor, la cual,
alargando la mano hacía la parte del cofrecito, le dijo: Tenga cuenta
con aquel cofrecito, que está allí mi mano, y luego desapareció. Acon-
teció desde entonces también algunas veces a la M. Priora, María
de San Jerónimo, tomar un jarro para beber y pedir la bendición
a la Santa Madre, como si estuviera presente, y ver visiblemente la
mano que la bendecía; y asimismo acudir al dicho cofrecito algunas
religiosas que se vían atribuladas con algunas tentaciones y afligidas
con algunos dolores y tornar sanas y quietas.
Después, en el año 1585, celebrándose Capítulo provincial de nues-
tra Orden en la villa de Pastrana, se ordenó que el santo cuerpo
se trasladase de Alba a Avila, y yo pasé por Avila y pedí el co-
frecito para sacar la llave que allí estaba, y saqué juntamente la mano,
la cual hallé olorosa y que había henchido de aceite todas las sedas
en que estaba envuelta, y la traje a Portugal, depositándola en el
monasterio de San Alberto de las Carmelitas Descalzas de esta ciudad
de Lisboa, y el dedo meñique, que la falta, se cortó para mandar
a nuestro P. Provincial, Fray Nicolao de Jesús María. Y por esta
mano ha hecho Nuestro Señor algunas maravillas en el monasterio
de San Alberto.
En fe de lo cual di ésta, firmada de mi nombre y sellada con el
sello de nuestro oficio, en este monasterio de San Felipe de los
Carmelitas Descalzos de Lisboa, a doce días del mes de Marzo de
1587 años
Fr. Jerónimo Gradan de la Madre de Dios,
Vicario Provincial.
APÉNDICES 247
XLII
DECRETO DEL CAPITULO DE LOS CARMELITAS DESCALZOS PARA QUE EL CUERPO
DE SANTA TERESA SEA TRASLADADO DE ALBA A AVILA (1).
Fray Nicolás de Jesús María, Provincial de los Carmelitas Des-
calzos, y los cuatro Difinidores deste nuestro Capítulo provincial de
Pastrana, por la presente damos licencia al Reverendo Padre Fray
Gregorio Nazianceno, Vicario del nuestro districto de Castilla la Vie-
ja, para que lleve el cuerpo de nuestra Madre buena Teresa de Jesús,
que al presente está depositado en el nuestro monasterio de monjas
de Alba, y con la compañía y honra funeral conveniente a tan buena
Madre, lo lleve al nuestro convento de monjas de Hvila y le ponga
en la sepultura que el Ilustrísimo y Reverendísimo Obispo de Pa*
lencia (2) le tiene aparejado, por ser más decente a la virtud de la
1 Dice la Crónica de la Descalcez carmelitana hablando de este decreto capitular: «El
aflode15S5 hicieron los Descalzos en Pastrana su Capitulo para recibir al Padre Fray Nicolás de
Jesús Alaria, que volvía de Italia a tomar posesión del oficio de Provincial que el año antes le había
dado la Religión en el Capítulo de Lisboa. En éste propuso el P. Fray Jerónimo Gracián, Pro-
vincial que acababa de ser, electo ya Vicario Provincial de Portugal, cómo atendiendo a los
grandes favores y mercedes que toda la Orden había recibido del señor D. Alvaro de Mendoza,
obispo de Palencia, le había dado palabra y cédula firmada de llevar el santo cuerpo a la iglesia de
las religiosas de Avila, cuya capilla mayor él había labrado, para que al lado del Evangelio fuese
elevado y colocado. Añadió que la ciudad de Avila, por ser madre de la Santa, tenía más dere-
cho a su cuerpo que Alba, que la justicia de aquel convento, por ser original de toda la Reli-
gión, era manifiesta, que la veneración de la Santa pedía lo mesmo, por haber de ser forzosa-
mente más crecida en una ciudad populosa, noble, autorizada con iglesia catedral y muchos
conventos de religiosos y religiosas, de todo lo cual carecía .'^Mba. Que la Santa, cuando salió
de Burgos, a Avila caminaba, donde era priora, y en Alba .sólo tenía el hospedaje... Esforzó
estas razones una embajada que el Obispo envió al Capítulo con D. Juan Carrillo, tesorero de
la santa iglesia de Avila y después canónigo de la de Toledo, pidiendo se le cumpliese la obligación
que aun en vida de la mesma Santa le había hecho el P. Provincial, como en otra parte vimos,
en remuneración de el afecto que a la Orden había tenido». (Cfr. Historia de la Reforma de los
Descalzos, t. I, lib. V, c. 30). Estas eran las razones que tenían los superiores de la Reforma
para el traslado del cuerpo de Sla. Teresa y por ellas verá nuestro docto amigo D. José Lama-
no, (Cfr. Santa Teresa de Jesús en Riba de Tormes, p. 326), que no hay fundamento para
sospechar que la patente de Gracián señalando conventualidad y enterramiento a la Sauta en
San José de Avila, que hemos publicado en la pág. 222, sea un documento amañado «para co-
lorear el decreto acordado y promulgado por el Capítulo provincial reunido en Pastrana».
2 D. Alvaro de Mendoza había pasado del obispado de Avila a Palencia en 1587. Cuando
el monasterio de S. José de Avila se puso bajo la obediencia de la Orden, D. Alvaro manifestó su
devoción al Provincial de los Descalzos, P. Jerónimo Gracián, de ser enterrado en aquella igle-
sia, lo mismo que la Santa; y para su cumplimiento preparó su sepultura en el presbiterio, al
lado de la epístola, y enfrente la de Santa Teresa de Jesús. En las Informaciones hechas en
Avila en 1610 para la canonización de la Santn, dice su sobrina la M. Teresa: «El señor obispo
escogió la capilla mayor de este convento fuese suya, y que esta merced pedía a todas las mon-
jas de él y al P. Provincial, como a quien hacía las veces de la Orden; y que esto hacía por el
amor que siempre había tenido a esta casa; y lo principal por asegurar con esto el cuerpo de la
248 APÉNDICES
dicha Aladre, ü por ser ese el primer convento que ella fundó, g por
ser Priora del al tiempo que murió y al cual iba cuando enfermó,
y por lo mucho que a su Señoría Ilustrísima se debe, y por la de-
voción y deseo grande que tiene de ello, y por otras muchas razones
que nos mueven. Por lo cual mandamos, en virtud de Espíritu Santo
y santa obediencia, et sub praecepto, a las monjas del dicho monasterio
de Alba que no lo contiadigan ni impidan. Fecho en este Convento
de San Pedro de Pastrana, a veintisiete días del mes de Octubre
de 1585.
Fr. Nicolás de Jesús María, Provincial. — Fr. Gerónimo de la Madre
de Dios, Diffinidor.— fr. Juan de la Cruz, Diffinidor.— /"/•. Gregorio
Nazianceno, Diffinidor. — Fr. Bartolomé de Jesús.
M. Teresa de Jesús, por cuyo respeto principalmente se puso a esta petición». No faltaron difi-
cultades para conseguirlo, por tener las mismas pretensiones otras personas muy poderosas. Al-
gunos malos ratos pasó la Santa por este negocio estando en la fundación de Burgos, como se
infiere de estas palabras de su sobrina en el lugar arriba citado: «La Santa, no mirando a él,
Sino a las grandes obligaciones que se tenía al señor Obispo, hizo todas las diligencias posibles;
U vio esta declarante cuando estaba en Burgos con dicha Santa Madre, que padeció muchas pe-
nas u trabajos por esta causa... La decía algunas veces: «¡Qué mal parecía, hija, que la iglesia
de San José de Avila se tratase de dar a persona seglar, por rica que fuese y dejasen al buen
Obispo, que ha sido su padre, amparo y perlado desde el principio que se fundó!» D. Alvaro
está enterrado en San José de Avila, como vimos en el tomo I, pág. 282. Este y los cuatro do-
cumentos siguientes, con muchos otros que no publicamos, pueden verse en el Archivo Históri-
co Nacional: Dapeles de las Carmelitas Descalzas de S. José de Rvila,
APÉNDICES 249
X i i i í
EELflCION DEL TRASLADO DEL CUERPO DE SANTA TERESA DESDE ALBA AL CON-
VENTO DE SAN JOSÉ DE AVILA (1).
Partimos el P. Julián de Avila y yo el viernes, veintitrés deste
mes de Nobierabre de 1585, y el sábado siguiente llegamos [a Alba]
muy temprano, conforme a lo que me había escrito el P. Fr. Gre-
gorio Nacianceno; y antes de entrar en el lugar, le avisé cómo es-
tábamos allí, y escribióme que entrásemos con mucho recato y secreto,
y que aquella noche me viese con él en su posada, a las siete horas;
y fui y [le] hallé solo y vino luego el P. Fr. Jerónimo Gracián, que
había llegado aquel día de Salamanca. Tratamos de la manera que
Nuestro Señor había ordenado que fuese agora la traslación del cuer-
po de la Santa Madre, por medios muy singulares que habían pues-
to para ella, y desterrando de Alba todas las personas que podían
ser algún impedimento, y había en el pueblo la soledad que no se
vio en muchos anos, habiéndose partido el día antes la Duquesa;
y que el domingo luego siguiente, nos juntásemos en aquella misma
parte y hora y no pareciésemos en el lugar. Ansí se hizo; aquella
tarde, víspera de Santa Catalina (2), después de las cuatro, el Padre
Fr. Gregorio, que estaba bien deseoso de acabar con este hecho y
menos temeroso quel P. Gracián, ambos entraron en el monesterio y,
con ocasión de ver el santo cuerpo y condescender con las monjas
que se lo pedían con instancia, dispusieron el sepulcro de la Santa
Madre y, al anochecer, sacaron su cuerpo del arca donde estaba y
hallaron muy gastados los hábitos y ropa que tenía encima. Sacaron
el santo cuerpo y pusiéronle a donde todas las hermanas le vieron
con sumo contento y alegría. Idas ellas a decir Completas y una Vi-
gilia, lo cual rezaron tan apriesa, con deseo de volverse, que fué ne-
cesario mandarles a decir Maitines al coro alto, se quedaron los Padres,
y con ellos la Priora y Supriora (3) y Juana del Espíritu Santo;
y, pareciéndoles buen tiempo, notificaron a las tres la patente del Ca-
pítulo para la traslación del santo cuerpo a San Joseph de Avila, que
les causó infinita turbación y pena; y le quitaron un brazo que pu-
sieron en un baúl, que de acá se había llevado; y con <;er de vara
y media en largo, no cupo en él el santo cuerpo, y con dos llaves
le metieron en el arca que estaba antes, y cerrado con tres llaves,
1 La ejecución del anterior Decreto se efectuó al mes de ser publicado, con los pormenores
que se verán en esta relación. Por primera vez lo dio a la luz pública Serrano y Sanz en su
obra Mpuntes para un^ Biblioteca de escritoras españolas, t. II, p. 563.
2 24 de Noviembre.
3 Llamábase la primera, María de San Jerónimo, g Ana de San Pedro, la sejjunda.
250 APÉNDICES
la dejaron en el mesnio lugar que estaba, y vistieron el cuerpo de
sus hábitos y ;envuelto en una sábana y una manta de sayal. Abrazado
con él, [elj P. Fr. Gregorio le pasó a su aposento, que era enfrente
de la portería del monesterio, a donde yo estaba y Julián de Rvila
y un compañero del P. Vicario Provincial, y pasó tras él el P. Fr. Je-
rónimo Gracián y, puesto el santo cuerpo encima de una cama, le
descubrió y le vimos tan entero como se enterró, sin faltarle un
cabello, tan lleno de carne todo él, desde los pies a la cabeza, y el
vientre y pechos de manera como si allí no hubiese cosa corruptible,
de tal suerte, que llegando con la mano a la carne, se deja asir y
tocar como si acabara de morir, aunque pesa poco; el color del cuer-
po es semejante al de unos cuerecillos de vejigas en que se echa
manteca de vacas; el rostro está algo aplanado, porque se ve bien
que, cuando le enterraron, echaron tanta cal, ladrillo y piedra, que al-
guna le dio gran golpe en él, aunque no hay cosa rompida ni que-
brada; el olor que sale deste santo cuerpo, llegados muy cerca, es
eficacísimo y muy extraordinariamente bueno; y apartados, no es tan
recio, y es el mesmo olor, que nadie sabe decir qué semejanza tiene,
y si algo parece es a trébol, aunque poco. Después de haberle visto
este santo cuerpo bien y tomado entera satisfación de lo que aquí
digo, que es ansí, se envolvió y cosió en una sábana ansí vestido, y
se le envolvió en una frazada de sayal y otras cosas, y todo cosido
y liado, se llevó a mi posada luego, y tuvimos en nuestro aposento
Julián de ñvila y yo aquella noche una tan grande y santa con-
pañía con tanta fragancia de aquel buen olor que, después de puesto
en un macho entre dos costales de paja, como caminó, quedó en el
aposento notable seníiniiento deste olor. Salimos de ñlba el lunes,
a las cuatro de la mañana, y hizo la noche y mañana tan sin frío
y serena como de Junio; y lo mesmo ha sido desde que salimos
de ñvila hasta esta noche que llegamos a ella, a las seis dadas, y
se entregó esta tan gran reliquia a las hermanas de San Joseph, que es-
tán tan alegres con tenerla, cuanto las de ñlba desconsaladas de ha-
berla perdido; de las cuales, la sacristana y otra religiosa, estando
en el coro la noche antes que la sacasen de su sepulcro, oyeron en
el arca del nueve golpes, dados en poco espacio de tiempo, de tres
en tres; y el domingo, a las cinco de la mañana, otra religiosa vio
sobre su sepulcro andar una gran mariposa blanca buen rato; y la
mesma vio otra religiosa acabando de morir la Santa Madre, sobre
su cuerpo; y ellas lo dijeron el domingo a los padres y liermanas
con gran sencillez. Todo esto es poco para lo que se ha visto con
los ojos en este santo cuerpo y para lo que Nuestro Señor puede
hacer en sus santos. El sea bendito que ha traído a Vuestra Se-
ñoría un tal huésped a su capilla, por cuya intercesión puede Vues-
tra Señoría estar cierto que le dará acá vida para gozarla aca-
bada y perfecionada, y después le acompañará en la ctcriia.
Fray Gregorio Nacianreno.
D. Juan Carrillo.
APÉNDICES J51
XLI V
AlANDATO DEL MUNCIO DE SU SANTIDAD ORDENANDO QUE LAS CARAVELITAS DES-
CALZAS DE AVILA ENTREGUEN EL CUERPO UE SANTA TE.HESA AL P. i>JICOLAS
DORIA PARA QUE ESTE LO DEVUELVA A ALBA (1).
Nos, D. César Especiano, por la gracia de Dios y de la Santa
Sede Apostólica Obispo de Novara, Nuncio en estos Reinos de Es-
paña por nuestro muy Sancto Padre Sixto, por la Divina Providencia
Papa quinto, con facultad de Legado de latere, etc.
R vos, el Rvdo. P. Fr. Nicolás de Oria de Jesús María, Provincial
de la Orden de los Carmelitas Descalzos, e a la M. Maria de San
Jerónimo, Priora del Monesterio de San Josef, de la ciudad de ñvila,
de la dicha Orden, salud e gracia.
Sabed que habiendo venido a noticia de Su Santidad que la
Madre Teresa de Jesús, fundadora que fué de las Monjas Des-
calzas Carmelitas, murió, habrá cuatro años, poco más o menos, en
el convento de la Anunciación de la villa de Alba de Formes, de
la dicha Orden de las Descalzas, y que estando enterrada y sepultada
en el dicho convento, por orden del Capítulo [y] del Provincial de la
dicha Orden habían trasladado su cuerpo al dicho convento de San
Josef de la dicha ciudad de Avila, donde al presente estaba; y por-
que convenía, por obviar algunos debates y diferencias que el dicho
cuerpo de la dicha monja fuese vuelto enteramente al dicho mones-
terio de la Anunciación de la dicha villa de Alba de Tormes, Nos ha
cometido y mandado por sus Letras lo proveamos y mandemos. Ansí
y para el dicho efecto mandamos dar y dimos las presentes nues-
tras Letras para vos, por el tenor de las cuales y por la autoridad
apostólica a Nos concedida, de que en esta parte usamos, mandamos
a vos la dicha María de San Jerónimo, Priora del dicho monesterio
de San Josef de la dicha ciudad de Avila, en virtud de sancta obe-
diencia y so pena de excomunión mayor, latae sententiac, ipso jacto
incurrenda in eventum contraventionis, y a las demás monjas del
dicho monesterio, que, dentro de tres días primeros siguientes después
de la notificación de las presentes nuestras Letras, hecha en vuestras
1 Desde el momento que el cuerpo de Sr.nta Teresa fué trasladado a Avila, así el Duque
de Alba como su tío D. Hernando de Toledo, acudieron al Papa para que de nuevo fuese res-
tituido a Alba. Con esto se entabló pleito entre ambas Comunidades, representando a las Des-
calzas de Avila el P. Gregorio Narianceno, y el Duque defendía a las de Alba de Tormes. El
cuerpo entró en Alba la víspera de S. Bartolomé, 23 de Agosto de 1586, después de haber es-
tado en Avila nueve meses. Con la restitución del cuerpo, no se terminó el pleito, pues vemos
que el Nuncio de Su Santidad falló de nuevo en favor del convento de Alba en 1588, g
Sixto V ratificó la sentencia el 10 de Julio del año sifluiente.
252 APÉNDICES
personas, deis y entreguéis al dicho Fr. Nicolás Doria, Provincial su-
sodicho, el cuerpo entero de la dicha Madre Teresa de Jesús, como
está en vuestro raonesterio, sin faltar cosa del, para quel dicho Pro-
vincial le lleve o haga llevar, de noche y sin estrépito ni ruido, al
dicho convento de Alba, donde la susodicha murió y primero estaba;
lo cual haga con toda brevedad y so la dicha sentencia de exco-
munión mayor latae sententiae\ esto sin perjuicio del derecho de cual-
quier persona que le pretendiere tener al dicho cuerpo, y si algún
interesado sobre ello hubiere, acuda a Su Santidad, que le oirá y
guardará justicia. Dada en la villa de Madrid, a diez y ocho días
del mes de ñgosto de mil e quinientos y ochenta y seis años. — Epis-
copas novariensis, Nuntins et Commissariiis apostólicas.
Por mando de su Ilustrísima, Alonso de Robles, notario.
APEin)icES 253
XLV
ftPELiíaON POR PRRTE DEL DUQUE DE ALBA ñL NUNCIO DE SU SANTIDAD SU-
PLICaNDOLE FALLE EN EL PLEITO DEL CUERPO DE SANTA TERESA (1).
Pedro del Castillo, en nombre de D. Fernando de Toledo y duque
de ñlba, en el pleito con el convento de S. Joseph del de Descalzas
Carmelitas de Avila, respondiendo a lo alegado por la parte contraria
digo: Que Su Señoría ha de hacer según y como por mi parte está
pedido, y lo en contrario dicho cesa y se excluye por lo siguiente. Lo
primero, por lo general. Lo otro, porque mi parte es legítima para
contradecir que dicho cuerpo de la Madre Teresa de Jesús se tras-
lade al monasterio de Descalzas de Avila, por ser señor de la dicha
villa de Alba y habérsele adquirido derecho para que cuerpo tan justo
se conserve en la dicha villa, por los beneficios que se siguen, para
que Dios sea glorificado en sus siervos; y pues permitió que muriese
dicha Madre Teresa de Jesús en la dicha villa,- siendo de tan exera-
plar vida, es piedad cristiana creer que en el dicho lugar sea Dios
glorificado por medio de su sierva; y no obsta decir que la dicha
madre Teresa era Priora y conventual del Monasterio de S. Joseph
de Avila, pues, como está alegado, las sepulturas de los religiosos
se dan a los monasterios donde mueren, por obrar (ahorrar) pompas
y traslación de huesos, y no es considerable en derecho que los religio-
sos mueran estando per transiíum o de asiento; y no obsta decir
que su perlado le señaló sepultura, pues no lo pudo hacer, siendo con-
tra derecho, y el cxemplo del hijo y esclavo donde hay expresa de-
terminación en derecho, no ha lugar traerlo.
A consecuencia, y así el auto capitular Provincial, no pudo con-
firmar lo que de principio fué nulo, y menos obsta la conveniencia
y trato que se hizo con el Obispo, pues en perjuicio de tercero no
pudo tener efcto. Y las palabras enunciativas que dijo la dicha madre
Teresa de Jesús, que no le faltarían siete pies de sepultura, son
confirmatorias del trato que tenía hecho con la Duquesa de Alba,
que sea en gloria, y tienen mayor fuerza y son de más cfeto cuando
con la obra se cumple lo tratado, en especial cuando son reguladas
conforme a derecho, como ha sido en este caso. Y no obsta la presenta-
ción de escritura y respuesta de la citada queja por la parte contraria
de las monjas de la Encarnación de Alba, pues en ello hay y ha habido
violencia, y como superiores, los dichos frailes con excomuniones les
1 En este alegato las partes del Duque tratan de refutar las razones que el Capítulo de
Carmelitas Descalzos de Pastrana aducía para legitimar el derecho de las Descalzas de Avila al
cuerpo de su santa Fundadora. El documento lleva fecha de 21 de Julio de 1587.
251 APÉNDICES
han hecho hacer el permiso y declaración (1), pues lo contrario han siem-
pre dicho las dichas monjas, en particular y al tiempo que los di-
chos frailes, clandestinamente y con violencia y censuras, sacaron el
cuerpo de la dicha madre Teresa de Jesús de dicho monasterio, como
consta desta información de que hago presentación, por las cuales
razones y por las dichas y alegadas, a V. S. pido y suplico haga se-
gún y como tengo pedido. Para lo cual etc. — Pedro de Castillo. (Es
original).
1 En una carta del P. Gregorio Nacianceno, que se halla en el lugar antes citado del
Archivo Histórico Nacional, dice que las monjas de la Encarnación de Alba no se oponen
al traslado del cuerpo a Avila, sino que acatarán lo que la Provincia de los Descalzos dis-
pusiere. Poco después de esta carta, viene una Exposición del Concejo de Avila al Nuncio
de Su Santidad, suplicando que la Santa, por ser de aquella ciudad, por haber fundado en ella
el primer convento de su Reforma g por otras razones, quedase en San José.
aPENDiCES 255
SENTENCIA EN QUE SE RESUELVE EL PLEITO ENTRE Lñ C0MUNID.1D DB SAN
JOSÉ DE flVILR Y EL DUQUE DE ALBA Y LflS CARAíELITñS DF RQUELLA
VILLA aCERCH DE LA POSESIÓN DEL CUERPO DE SAVT^ TERESA (1).
Christi nomine invocato, pro tribunali sedcns et solum Deum prac
oculis habentes, per hanc nostrara deñnitivam sententiam quam de juris-
peritoruní consilio fecimus in his scriptis in causa ct causis quae Ínter
Monasterium seu conventum Sancti Josephi de Avila et litis consor-
tes, agentes ex una et Illustrissimos DD. Ducera Albae ac D. Her-
nandum de Toledo, Magnum Priorem Sancti Joannis, communitatem et
homines dictae villae de Alba ac lites consortes et eos conventos de
et super exhumatione corporis et ossium bonae memoriae Theresiae
de Jesús, monialis et fundatricis dictorum monasíeriorum, ac restitu-
tione in pretenso spolio, rebusque alus in actos causae et causarum
iiuiusmodi latius deductis et illorum occasione coram nobis in prima
seu veriori versae sunt et vertuntur instantia parte ex altera, dicimus,
pronuntiamus. sententiamus, decernimus et declaramus corpus ct ossa
bonae memoriae Theresiae minime amovendum nec amovenda, sed in
dicto monasterio monialium de Incarnatione de Alba perpetuo dimitten-
dum et reliquendum, dictumque monasterium de Incarnatione et alios
oranes litis consortes ab impetitis per dictum monasterium Sancti Jo-
sephi de Avila et litis consortes absolvendum ac penitus liberandum
fore et esse absolvimus et liberamus; molestationes, perturbationes, In-
quietationes et impedimenta quaecumque per praedictum monasterium
Sancti Josephi et litis consortes factas monasterio praedicto de In-
carnatione de Alba et litis consortes, fuisse nullas injustas, iniquas
ct de facto falsas, nullaque iniqua injusta et de facto facta illasque
et illa faceré minime licuisse, nec licere de jure, et propterea cisdera
Monasterio Sancti Josephi de Avila et alus litis consortibus perpe-
tuum desuper silentium iraponendum fore et esse et imponiraus, par-
1 Debidamente autorizado, el Nuncio falló en este pleito, mandando que pora siempre
quedase el cuerpo de Sta. Teresa en la villa ducal. La sentencia fué confirmada a 10 de JuUo
de 1589 pot la Santidad de SUto V.
256 APÉNDICES
tes tamen ambas justis de causis animum nostrum raoventibus, ac
expcnsis in hujusmodi causa factis, absolviraus et liberamus orani me-
liori modo.
Episcopus Novarensís, Nuntius Apostólicas.
En la villa de Madrid, a primero día del mes de Diciembre de
mi¡ y quinientos y ochenta y ocho años, el íllustrísimo Señor Don
César Speciano, obispo de Novara, Nuncio de su Santidad, estando en
audiencia pública, dio y pronunció la sentencia suprascripta y en ella
firmó su nombre y la mandó notificar a las partes, siendo testigos
Vicencio Rayóla y Francisco de Hita, estantes en esta villa. — Pasó ante
mí. Juan Baptista de la Canal, escribano (1).
1 El original hace una ho)a en folio.
APÉNDICES 257
XLVII
REE/ICION DEL P. RIBERA ACERCA DE LA MUERTE DE SANTA TERESA, TRASLADOS
DE SU SANTO CUERPO E INCORRUPCIÓN DE QUE FUE DOTADO (1).
Aquella noche llegó a Alba, que fué víspera del glorioso apóstol
y evangelista San Mateo. Llegó muy cansada y congojada con la en-
fermedad que traía, y luego la priora, que era entonces la iWadre
Juana del Espíritu Santo, y las monjas, la pidieron mucho que se
acostase, y «lia lo hizo diciendo: «Vélame Dios, qué cansada me sien-
to; más ha de veinte años que nunca rae acosté temprano, sino ahora».
A la mañana se levantó, y anduvo mirando la casa, y fuese a misa,
y comulgó con mucho espíritu y devoción, y de esta manera anduvo
cayendo y levantando; pero comulgando cada día con su acostum-
brada devoción, hasta el día de San Miguel que, habiendo ido a misa
y comulgado, se echó en la cama, porque no venía para otra cosa,
que la dio un flujo de sangre, de que se entiende que murió».
Tres días antes del día en que murió, estuvo casi toda la noche
en gran oraciónl, y a la mañana dijo que la viniese a confesar el Pa-
dre Fray Antonio de Jesús, y entendióse que la había Nuestro Señor
revelado su muerte, porque unas hermanas oyeron decir al Padre Fray
Antonio, en acabando de la confesar, que suplicase a nuestro Señor
no la llevase ahora, ni les dejase tan presto. Y la Madre respondía,
que ya ella no era menester en este mundo. Desde entonces co-
menzó a decir a sus monjas muchos consejos santos, y aunque siem-
pre los decía, entonces, como quien estaba de partida, con más veras
y con mayores muestras de amor. Víspera de San Francisco, a las
cinco de la tarde, pidió el Santísimo Sacramento, estando ya tan mala,
que en la cama no se podía menear, ni volver de un lado a otro,
si no la volvían. Y entretanto que se le traían, comenzó a decir a
las monjas, las manos puestas: «Hijas mías y señoras mías, por amor
<le Dios las pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Cons-
tituciones, y no miren el mal ejemplo que esta mala monja las ha
dado, y perdónenmele». Cuando le traían y vio entrar por la puerta
de la celda aquel Señor a quien tanto amaba, con estar antes tan
caída y con una pesadumbre mortal, y que no se podía revolver.
1 Con su acostumbrada exactitud y claridad, resume el P. Ribera en la Vida de la Santa,
lo acaecido en su muerte, sepultura, traslado de su cuerpo a Avila tj de nuevo a Alba de Tor-
mes, i) el estado de incorrupción que gozó durante muchos años, descrito con grande precisión
y elegancia. Véanse los capítulos XV y XVI del libro III, y el I, II y III del libro V. Leídos más
tarde estos capítulos por el P. Jerónimo Gracián, les dio su aprobación y puso algunas notas
marginales de gran valor en el ejemplar que él usó y del que ya habló en diversos lugares del
ñño Teresiano el P. Antonio de San Joaquín.
II 17
258 APÉNDICES
se levantó en la cama sin ayuda de nadie, que parecía se quería echar
de ella, y fué menester tenerla. Púsosele un rostro muy hermoso y
encendido, y muy diferente del que antes tenia, y muy más venerable,
no de la edad que ella era, sino de mucho menos. Y puestas las manos,
con grandísimo espíritu, y llena de alegría, comenzó aquel blanquísimo
cisne a cantar al fin de su vida con mayor dulzura que en toda ella
había cantado, y hablando con todo su bien, que tenía delante, decía
cosas altas, amorosas y dulces, que a todas ponían gran devoción.
Decía éstas, entre otras: «¡Oh Señor mío y esposo mío, ya es llegada
la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos! ¡Señor mío, ya es
tiempo de caminar, sea muy enhorabuena, y cúmplase vuestra santísi-
ma voluntad! Ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro,
y mi alma goce, en uno con vos, de lo que tanto ha deseado*.
Dábale muchas gracias porque la había hecho hija de la Iglesia, y
porque moría en ella, y muchas veces repetía esto: «En fin, Señor,
soy hija de la Iglesia».
Pedía con mucha devoción perdón a Nuestro Señor de sus pecados,
y decía que por los merecimientos de Jesucristo Nuestro Señor espe-
raba ser salva, y a las hermanas las pedía rogasen esto a Nuestro
Señor, y con mucha humildad las pedía perdón. Después, pidiéndola
las hermanas que las dijese algo, no las quiso decir más de que guar-
dasen muy bien la Regla y Constituciones, y obedeciesen siempre a
sus prelados, y esto decía algunas veces.
En todo este tiempo repetía muchas veces estos versos: Sacrifi-
ctíim Deo spiritus cotitribulatus. Cor confritiim et humiliatam, Deas,
non despides. Ne projicias me a facie Um, et Spiritum Sanctnm tnum
ne aaferas a me. Cor mundum crea in me, Deas. Y particularmente
este medio verso: Cor contritiim et hamiliatum, Deas, non despides,
no se le cayó de la boca hasta que se le quitó la habla. Pidió
la Extremaunción, y recibióla con grande reverencia a las nueve de
la noche del mismo día, víspera de San Francisco, y ayudaba a decir
los salmos, y respondía a las oraciones, y en recibiéndola, tornó a
dar gracias a Nuestro Señor, porque la había hecho hija de la Iglesia.
Después preguntóla el Padre Fray Antonio de Jesús si quería que
llevasen su cuerpo a ñvila, o que se quedase en Alba. A esto res-
pondió dando con el rostro a entender que la pesaba de aquella pre-
gunta, y (dijo: «¿Tengo yo de tener cosa propia? ¿aquí no me darán
un poco de tierra?».
En toda esta noche no dejó de padecer muchos dolores, saliendo
de cuando en cuando con sus versos acostumbrados; y el día siguien-
te, a las siete de la mañan^, se echó de un lado, de la manera
que pintan a la Magdalena, y con un crucifijo en la mano, el cual
tuvo hasta que se le quitaron para enterrarla. El rostro tenía encen-
dido, y asi se estuvo en oración con grandísimo sosiego y quietud, sin
menearse más. Cuando estaba en el artículo de la muerte, una her-
mana la estaba mirando con grande atención, y parecíala que veía
en ella señales de que la estaba hablando Nuestro Señor, y mostrán-
dola grandes cosas, porque hacía meneos, como quien se maravillaba
de lo mucho que veía. Así estuvo hasta las nueve de la noche, en que
dio su santa alma a su Criador, jueves, día de San Francisco, que es
ÁPF.NniCFS 259
a cuatro de octubre, año de 1582, que fué el año en que se enmen-
daron los tiempos (1), quitando diez días que andaban adelantados;
así el día siguiente se contaron quince de Octubre, presidiendo en la
silla de San Pedro el Papa Gregorio XIII, de gloriosa memoria, y
reinando en España el católico rey don Felipe, segundo de este nom-
bre. Nació esta santa, como queda dicho al principio, a veinte y ocho
de marzo, año de 1515, de donde se ve haber vivido sesenta y siete
años, y seis meses y siete días. Vivió en la Religión cuarenta y siete
años; los veinte y siete en la Encarnación, y los veinte postreros en
la primitiva Regla del Carmen. Su muerte fué tan sosegada, que a
las que muchas veces la habían visto en oración no las parecía sino
que estaba todavía en ella... (2).
Quedó su rostro hermosísimo, como murió, y sin arruga ninguna,
aunque solía tener hartas; todo el cuerpo muy blanco y también sin
arrugas, que parecía alabastro; la carne tan blanda y tan tratable
como la suelen tener los niños de dos o tres años. Vióse en ella lo
que San Buenaventura escribe de San Francisco en. su Vida, capítulo
quince, que quedó su carne muy blanca, figurando la gloria que des-
pués había de tener. Y sus miembros se mostraban tan blandos y tan
tratables a los que los tocaban, que parece tenían la ternura de la
niñez, y se veían hermoseados con manifiestas señales de inocencia y
santidad.
De todo el cuerpo salía un olor muy suave, que nadie pudiera de-
cir a qué olor se parecía, y de rato a rato venía más suave, y
era tan fuerte, que hubieron menester abrir la ventana, porque dolía
la cabeza a las que estaban allí. Esto era en una pieza baja que es-
taba en Is claustra, que ahora sirve de capítulo, y a otra que estaba
encima pasaba aún mucho olor, y por toda la casa andaba aquella
noche, y el día siguiente, y quedó entonces este olor en sus vestidos
y ropa, y (én las cosas que sirvieron en su enfermedad, en tanto ex-
tremo, que de allí a muchos días una hermana, oliendo siempre aquel
olor en la cocina y buscando dónde salía, halló debajo de im arca
una salserita de sal, con los dedos señalados en ella, que la llevaban
cuando estaba enferma, y de allí salía aquel olor. También quedó
en los platos, y aun en el agua con que los lavaban; y si en algún
rincón o entre paños sucios había algo que la hubiese tocado, sentían
el olor, y veían que era algo suyo. Una hermana, en acabándola de
amortajar, fuese a lavar las manos descuidadamente, y comenzó a
salir tan grande olor de ellas, y tan suave, que la parecía cosa del
cielo, porque acá nunca había visto cosa semejante....
1 Esta reforma del Calendario se promulgó en EspaPa por medio de una pragmática fir.-
mnda por Felice II el 19 de Septiembre, en Lisboa. La pírtp dispositiva dice: «Nuestro muy
santo padre Gregorio XIII, conformándose con la costunibre jj tradición de la Iglesia católica....
ordenó un calendario eclesiástico, en el cual, para enm-^ndar g reformar el yerro que se había ido
causando en la cuenta del curso del sol g de la luna, se mandan quitar- diez días del mes de
Octubre de este afio de ochenta ¡j dos, contando quincf de Octubre cuando se habían de contar
clncü'-.
2 Capítulo I del libro V de la Vida, por Ribera. En las notas que el P. Gracián tenia
puestas al ejemplar que él usó, decía: «Todo lo de este raDÍtulo sé como testigo de vista, porque
pasó.' por mi mano*.
260 APÉNDICES
Aquel año primero venían las monjas a visitar el cuerpo de su
Madre, y si acontecía alguna dormirse cabe él, oía algunas veces un
ruido que la despertaba para hacer oración. Sentían muchas veces
gran olor que salía de él, con estar debajo de tanta piedra y cal, y
particularmente se sentía este olor los días de los santos con quien
ella había tenido particular devoción; y en fin, en el sepulcro era el
olor casi ordinario. Este era muy suave, y no siempre de una manera:
unas veces como de azucenas, otras como de jazmines y violetas,
otras no sabían a qué le comparar.
Ponía esto a las religiosas mucho deseo de ver el cuerpo, porque
no parecía posible estar corrupto, echando de sí tan suave olor, y éste
sentían también personas de fuera; y llegando allí el Padre Maestro
Fray Jerónimo Gracián, Provincial, dijéronle lo que pasaba, y rogá-
ronle que se viese aquel Santo cuerpo. Parecióle bien al Padre, y co-
mienzan a quitar las piedras con mucho secreto (1); pero eran tantas,
que estuvieron él y su compañero cuatro días en quitarlas. Algunas de
estas piedras echaron sobre unas pajas (2), y hartos días después, en-
fundando con ellas un jergón para una novicia que se había recibido,
sintió la hermana que le enfundaba un suave olor en las pajas, y ma-
ravillándose mucho, y deseando saber de dónde venía, halló que le
habían tomado las pajas de las piedras del sepulcro que cayeron acaso
sobre ellas.
Abrieron el ataúd a H 'de Julio de 1583, nueve meses después del
entierro (3), y halláronle quebrado por encima y medio podrido y lleno
de moho, con mucho olor, de la mucha humedad que tenía; porque
para poner las piedras, habían echado primero cal sobre él, y aquella
humedad pasó abajo. Los vestidos también estaban podridos, y olien-
do a humedad (1). El santo cuerpo estaba lleno de la tierra que había
entrado por el ataúd, y también lleno de moho, pero sano y entero
como si entonces le acabaran de enterrar; porque como Nuestro Señor
en la vida le guardó enteramente de toda deshonestidad, con perfec-
tísima virginidad, así después de la muerte le guardó de toda corrup-
ción, y no quiso que tocasen los gusanos al que los ardores de la des-
honestidad habían perdonado (5). Quitáronle casi todos los vestidos
(porque se había enterrado con todos sus hábitos), y laváronle, y qui-
taron aquella tierra; y era grande y maravilloso el olor que se de-
rramó por toda la casa,) y duró algunos días en ella. De la tierra que
he dicho tuve yo alguna poca que me dieron, y tenía un muy lindo
olor, que nadie podía decir a qué olor se parecía; di jome a mí un
Padre de la Compañía, mostrándosela yo, que tenían en el colegio de
Avila, donde él estaba, una reliquia buena del mártir San Lorenzo,
1 «Entrábamos poco rato». (Nota del P. Gracián).
2 Aflade Gracián: «Echaron las piedras y ladrillos j) la tierra mug suavemente».
3 Véase lo que dejamos dicho en la pág. 245. Maravilla que Gracián no corrija la fecha
del P. Ribera.
4 «Los vestidos, apartados del cuerpo, olían mal y los mandé quemar; cuando estaban en
el cuerpo olían muy bien». (Nota de Gracián).
5 «Estaba tan entera, advierte Gracián, que mi compañero, Fr. Cristóbal de San Alberto,
ü yo nos salimos fuera mientras la desnudaron; y después, teniéndola cubierta con una sábana,
me llamaron, y descubriendo los pechos, me admiré de verlos tan llenos y altos".
APÉNDICES 261
que tenía el mismo olor. Pero el del cuerpo es grande y fuerte, y tan
nuevo, que nadie ha visto olor semejante.
Con esto, la pusieron otros vestidos nuevos y la envolvieron en
una sábana y la pusieron en una arca, en el mismo lugar donde antes
estaba, que ven ahora todos los que entran en la iglesia, porque está
abierta y descubierta. Pero antes de hacerse esto, la quitó la mano
izquierda el Padre Provincial (1), y él mismo la llevó después a Lisboa,
y la puso en el monasterio de las Descalzas, que poco antes allí se
había fundado (2). Quedóse, pues, allí el santo cuerpo con mucho con-
suelo de las monjas, y teníanle puesto lo mejor que podían, y visitá-
banle con mucha devoción. Después de esto, los Padres Descalzos
hicieron Capítulo en Pastrana, por Octubre del año de 1585, y el día
de San Lucas, que es a diez y ocho, determinaron que el santo cuerpo
se sacase secretamente de Riba y se llevase a San José de ñvila,
donde la Madre había comenzado, y de donde era priora cuando
murió. Movíales también a esto que el obispo de Palencia, Don Alvaro
de Mendoza, había tratado con ellos de hacer la capilla mayor del
mismo monasterio, y en ella, en el mejor lugar, hacer un sepulcro para
la Madre y después otro para sí, por la devoción que la tenía; nó que-
riendo, aun en la muerte, apartarse de ella, y así se le concedió. Dan
el cargo de esto al Padre Fray Gregorio Macianceno, Vicario pro-
vincial de Castilla, ordenándole que para consuelo de las monjas de
Alba les dejase allí un brazo; y hácese la patente para que le den
el cuerpo, y firmase el mismo día, como a las siete y media de la
noche (3).
Cosa fué maravillosa, pero muy cierta, y que quien quisiere la
puede saber de las monjas de Alba, que aquella misma hora, estando
todas en recreación tratando de las cosas que pensaban que se trata-
rían en el Capítulo, oyeron dar tres golpes juntos, recios, cerca de sí,
y esto por dos veces; y pensaron que era en el torno de la sacristía,
y temieron que alguno se había quedado allí. De allí a un poco,
haciendo la portera la diligencia que podía para ver si había quedado
alguna persona en la iglesia, oyó otros golpes de la misma manera,
y dijo la Priora: No se nos dé nada, que el demonio nos debe querer
turbar. Y otra monja dijo, que sin duda aquel ruido era en el arca
donde estaba el santo cuerpo, que estaba cerca del torno ya dicho, y
era así; pero no sabían qué fuese aquello, hasta que después, contán-
dolo al Padre Fray Gregorio, dijo que a aquella misma hora se esta-
1 Añade Gracián: «Esta mano traía ijo en una toquilla con papeles, y destilaba de ella
aceite, que me los manchó. Déjela en Avila en un cofrecito cerrado, y dentro la llave del arca,
donde quedaba el cuerpo, diciendo a las monjas que me guardasen aquel cofrecito, que tenía
algunas reliquias. Preguntóme Inés de San Pedro que de quién eran las reliquias que traía en
aquel cofrecito; y diciéndole que oor qué me lo preguntaba, dijo que, entrando en el coro, había
visto visiblemente a la Madre Santa Teresa, y le había dicho: Tened cuenta con aquel cofre'-
cito, que está allí su mano. Y otras monjas vían, cuando iban a besar, una mano que les echa-
ba la bendición».
2 «Cuando le corté la mano, dice Gracián, corté también un dedo meñique, que traigo con-
migo; y desde entonces acá, gloria a Dios, no he tenido enfermedad notable. Y cuando me cap-
fivaron, rae lo tomaron los turcos, y lo rescaté por unos veinte reales y unas sortijas de oro,
que hice hacer con unos rubinlcos que traía el dedo».
3 Véase la pág. 247.
262 APÉNDICES
ba firmando la patente para sacarle ,de allí, y entendieron que había
sido como aviso o despedida Ú2 la Santa Madre, que las quería dejar.
Y así fué, porque luego por Noviembre vino el Padre Fray Gregorio a
fllba (1), y la víspera de Santa Catalina, que es a veinte y cuatro del
mismo mes, hizo que las monjas se subiesen al coro alto a decir mai-
tines, y quedóse en el bajo con la Priora y con otras dos o tres
de las más antiguas, y notificólas la patente y mandato que traía
del Capítulo, y con mucho secreto y presteza, sacaron el cuerpo, que
estaba tan entero como al principio», y con el mismo olor que habemos
dicho, aunque algo más enjuto, pero los vestidos estaban casi podridos.
Dos milagros, ó mi juicio, manifiestos, se vieron aquí entonces,
fuera del principal de la incorrupción de aquel purísimo y virginal
cuerpo. El uno fué que, como a la Madre la salía sangre cuando
murió, la pusieron un manteico pequeño de estameña blanca nueva, y
éste se hinchió de sangre, y hallaron entonces, a cabo de tres años y
dos meses, la sangre en él, con un excelente olor, y de manera que
poniendo alguna parte de aquel manteico entre lienzo, le iba tiñendo
poco a poco, y quedaba colorado. Yo vi parte de este paño^ y he visto
otros muchos que se han teñido con él, sin mojarle ni hacer cosa nin-
guna, más de tenerlos algún día con él; y es cosa maravillosa, ver un
olor tan lindo en aquella sangre. El otro fué que, como se sacó el
cuerpo, el Padre Fray Gregorio Nacianceno, harto contra su volun-
tad, porque me decía que era aquel el mayor sacrificio que había
hecho a Nuestro Señor de sí, por cumplir su obediencia, sacó un cu-
chillo que traía colgado de la cinta para cortar el brazo que liabía de
dejar en el monasterio de Alba, y púsole debajo del brazo izquierdo,
aquel de donde faltaba la mano, y el que se le mancó cuando el demo-
nio la derribó de la escalera. Fué cosa maravillosa, que sin poner
fuerza más que si cortara un melón o un poco de queso fresco, como
él decía, partió el brazo por sus coyunturas, como si buen rato estu-
viera mirando para acertarlas (2). Y quedó el cuerpo a una parte, y lel
brazo a otra.
Y luego tomó el santo cuerpo, envuelto en una sábana, y se fué
con él a la portería. En esto, como salía tan gran olor, las monjas
arriba en el coro, sospecharon que las llevaban su tesoro, y fueron,
por el rastro del olor, a la portería; pero ya el Padre Fray Gregorio
había salido, y la puerta estaba cerrada; y así se hubieron de volver
harto tristes, quedándose solamente con el brazo y con una parte del
paño de la sangre. El Padre, luego sin detenerse, aquella misma
noche se partió para Avila, y fué allá el cuerpo, muy alegremente
recibido, y puesto muy decentemente donde todas las monjas le goza-
sen y se alegrasen con él. Tuviéronle al principio en el Capítulo, en
unas andas, con sus cortinas muy bien puestas; después hicieron un
cofre largo, a manera de tumba, aforrado por dentro de tafetán negro,
1 Dice aquí Qracián: «Yo vine con Fr. Gregorio, y llegando de Avila, pedí el cofrecito
para sacar la llave, y escondidamente saqué la mano y me la llevé después conmigo a Portugal,
donde iba elegido por Vicario Provincial, y saqué el cuerpo, sin el brazo, del convento, y quedé
quietando las monjas mientras el P. Fr. Gregorio se fué luego a Avila».
2 cNo tuve yo ánimo para cortáiselú*. (Mola de Graciúii).
APÉNDICES 263
con pasamanos de plata y seda,, y por de fuera, de terciopelo negro,
con pasamanos de oro y seda, y la clavazón dorada, como lo son
también las cerraduras y llaves y aldabas y dos escudos de oro y
de plata, uno de la Orden, otro del Santísimo nombre de Jesús. Y en-
cima de esta tumba, un letrero de tela de oro bordado, que dice: «La
Madre Teresa de Jesús» (1). Esta vi yo, y aunque no estaba allí el
cuerpo, se tenía todavía el olor.
Procurábase en esle tiempo mucho secreto, así en lo del milagro
del santo cuerpo, como en haberle traído a Avila, porque por enton-
ces parecía convenir así; pero' a algunos de los que lo sabían, les pa-
recía que era ra/:ón que entrasen médicos y teólogos, para que le
viesen y juzgasen si podía ser cosa natural, o si era milagrosa, y se
tomase por testimonio. Y para esto pidieron a la Madre María de
San Jerónimo, priora de aquella casa, una relación de todo lo que
había pasado; pero ella no la dio hasta tener licencia de su su-
perior, a quien pareció muy bien lo que se quería hacer; y ésta
vino, víspera de año nuevo, en la tarde. Y porque quería Nuestro
Señor que esto se abreviase, y se comenzasen a descubrir sus gran-
dezas, a la misma hora llegan a Avila el Padre Fray Diego de Ye-
pes (2), prior que era entonces de San Jerónimo de Madrid, y el
licenciado Laguna, oidor del Consejo Real, y don Francisco de Con-
treras, oidor que es ahora de Granada, que, con mucho frío y tra-
bajo venían de Madrid, sólo a ver esta maravilla de Dios. Fuéronse
a apear en casa del obispo don Pedro Fernández de Temiño, y de-
claráronle el secreto, y el tesoro que en su ciudad tenía. El se in-
formó enteramente del tesorero don Juan Carrillo, que lo sabía bien,
y luego Ciivió a decir a la Priora que irían allá todos el día siguiente
a las nueve. Luego al día siguiente, que era día de la Circuncisión,
principio del año de 1586, a las nueve, fué el Obispo con los oido-
res y dos médicos y otras personas, que por todas serían como veinte,
y entraron por e\ santo cuerpo el Padre Fray Diego de Yepes, y Ju-
lián de Avila, clérigo, y los dos médicos, y sacáronle a la por-
tería !j pusiéronle sobre una alfombra, cerrada la puerta de la calle;
y teniendo casi todos hachas encendidas, se descubrió el cuerpo, te-
niendo el Obispo descubierta la cabeza y todos los que estaban con
él, y puestos todos de rodillas le miraron con grande admiración y
con hartas lágrimas.
Los médicos le miraron con mucha curiosidad, y se resolvieron
en que era imposible ser aquello cosa natural, sino verdaderamente
milagrosa, como después, a la tarde, lo tornaron a decir al Obispo,
trayendo para ello algunas razones, Pero la cosa estaba tan clara,
que eran menester pocas. Porque un cuerpo que nunca jamás se abrió,
ñi le echaron bálsamo, ni la menor cosa del mundo, estar, a cabo de
tres años y tres meses, tan entero que no le faltase nada, y con un
olor tan admirable, ¿quién podía dejar de entender ser obra de la
mano derecha de Dios, y sobre toda virtud natural? No menos se
1 Venérase todavía en las Carmelitas Descalzas de Avila.
2 De este viaje a Avila da cuenta por extenso el P. Yepes en su Vida de la bienaventu-
rada viiíjcn Teresa u'e ¡t.si.s, liLi. lí, cap. XLII,
26-'l APÉNDICES
espantaron de ver el paño teñido en sangre tan fresca y tan oloro-
sa. El Obispo decía a las monjas que era grande el tesoro que tenían,
y que no tenían más que desear en esta vida, y encomendó mucho
que le tuviesen con gran decencia, y no se tornasen a servir de la
alfombra que se había puesto para él. Después de esto puso des-
comunión para que no publicasen lo que habían visto, pero ellos
andaban diciendo: ¡Oh! que habernos visto grandes maravillas; y
estaban tan ganosos de decirlo, que en fin, el Obispo hubo de alzar
la descomunión, y se publicó por toda la ciudad.
De esta manera andaban las cosas en Avila; pero en Hlba anda-
ban muy de otra, porque cuando se sacó el cuerpo de allí, el Duque
don ñntonio de Toledo, no era venido de Navarra, y el Prior de san
Juan, don Hernando de Toledo, su tío, también estaba ausente; y
cuando lo supo, tomó grande enojo, así por ser él muy devoto de la
santa Madre, como por entender el tesoro que aquella villa había
perdido; y parecióle que el agravio se había hecho no tanto al Duque
como a él, a cuyo cargo estaban todas las cosas del Duque, Después
vino al monasterio, y hizo, ante un escribano, un gran requerimiento
a la Priorai y a las monjas, mandando, debajo de graves penas, que
en ninguna manera dejasen sacar de allí el brazo que las había que-
dado. Y no se descuidó con esto del cuerpo, antes . escribió a Roma, y
negoció tan bien, que Su Santidad mandó a los Padres Descalzos,
que luego volviesen el cuerpo' a Alba y se le entregasen a la Priora
y al convento, y si algo tuviesen que alegar por su parte, pareciesen
por isí, o por medio de procurador, ante él.
El Padre Fray Nicolás de Jesús María, que era entonces Provin-
cial, como le fué notificado el mandamiento de Su Santidad, sin dila-
ción ninguna fué a Avila, y desde allí, con mucho secreto, envió al
Padre Fray Juan Bautista, que era entonces prior en Pastrana, con
el cuerpo; y él y el Padre Fray Nicolás de San Cirilo, prior que era
del monasterio de Mancera, llegaron con el cuerpo a Alba, a 23 de
Agosto, víspera de San Bartolomé, del mismo año de 1586, pero tan
disimulado el cuerpo, que nadie pudiera entender lo que traían; y
luego lo metieron en el monasterio, como a las ocho de la mañana,
poco más o menos.
Bien poco había que ellos habían llegado, cuando yo llegué al
mismo monasterio, y era mi camino a Avila, a visitar el santo cuerpo
y verle, que lo deseaba mucho; así que, al llegar poquito antes, le
hallara a Ja portería, y se cumpliera mi deseo. Como esto se supo en
Alba, vinieron los clérigos con deseo de hacer mucha fiesta, con su
procesión y con música; pero el Padre Provincial, que no ponía allí
el cuerpo para que se quedase, sino como de prestado solamente,
para cumplir lo que el Papa mandaba, ordenó que no se hiciese fiesta
ninguna, sino solamente se entregase a las monjas, de manera que
se llevase testimonio de ello; y el Padre Fray Juan Bautista, cum-
pliendo en todo su obediencia, no se desvió un punto de la orden
que traía.
Pusieron, pues, el cuerpo en el coro bajo, y estando el Duque a la
reja, y la Condesa de Lerín, su madre, y toda la iglesia llena de gente,
mostraron el santo cuerpo con luz suficiente; y preguntando el Padre
APÉNDICES 265
Prior de Pastrana a las monjas si conocían ser aquel cuerpo de la
Madre Teresa de Jesús, y si se daban por entregadas de él, respon-
cTíeron que sí; y los de fuera también dijeron que conocían bien ser
aquél el cuerpo, y de todo dio testimonio un escribano. Y ftié bien
menester estar detrás de reja, porque según era la muchedumbre y
devoción y ímpetu de la gente, si estuviera fuera, liicieran pedazos
el hábito para tomar reliquias, y aun el cuerpo corriera peligro.
Toda la tarde estuvo la iglesia tan llena de gente que venía a ver
aquella maravilla, que ni los podían echar, ni los que estábamos más
adentro podíamos salir hasta muy tarde, porque no se hartaban de verla.
Los de la villa, no creyendo que los Padres le querían dejar allí,
pusieron guardas para que no le sacasen, y querían hacer, c hicieron
también, requerimiento para que las monjas no le diesen, y estaban
muy alegres de que le hubiesen vuelto. De todo esto fui yo testigo,
y la vi despacio desde la reja, y después la besé los pies, aunque muy
de priesa, porque aun siendo de noche y cerrando las puertas de la
iglesia, no nos dejaban los de fuera. Diré también otra cosa, de que
soy buen testigo, que pasó por mí. Aquella misma noche, estando de
camino los Padres que la habían traído, vinieron a la posada a hacer
colación, y yo posaba también en la misma casa; y trajéronles allí el
hábito que había traído el cuerpo de la Santa, para volverle a Avila,
porque en Alba le habían puesto otro; y vino cogido y envuelto en
una manta, de manera que los dobleces de él salían afuera, y llegué
a olerle, y tenía excelente olor; estaría allí como tres cuartos de
hora, y luego fuéronse los Padres, y yo me pasé a aquella pieza donde
ellos habían estado, y de lo poco que estuvo en ella el hábito,
cogido de la manera que he dicho, quedó un olor en la cámara, que
luego le sentí y conocí muy bien. De allí a un poco, vino mi compa-
ñero, y pregúntele si olía algo; respondió que sí, y que se echaba
muy bien de ver. Dormí yo en la misma cámara aquella noche, y
todas las veces que despertaba sentía el mismo olor, y le conocía bien.
Desde entonces hasta ahora, se ha estado siempre el santo cuer-
po en Alba, juntamente con el brazo, aunque no se muestra sino muy
pocas veces. La causa de estar ahí es que el monasterio de Avila,
ayudando a ello la misma ciudad, pretendió que se había de volver
el cuerpo allá, y contradiciéndolo mucho don Antonio de Toledo,
duque de Alba y condestable de Navarra, y don Hernando de Toledo,
prior de San Juan, por parte suya y del monasterio y villa de Alba,
nuestro muy santo Padre Sixto V cometió el negocio a su Nuncio
César Speciano, obispo de Novara; el cual dio sentencia, en que para
siempre quedase en Alba, en Diciembre de 1588 años (1). Después se
apeló de esta sentencia para Su Santidad. Y el mismo Sixto V la con-
firmó, con toda la autoridad y gravedad de palabras que era nece-
sario, y con toda la firmeza que se podía desear, a 10 de Julio de
1589 años. Y así quedará allí en un muy buen sepulcro que el Prior
de San Juan, a quien se debe el quedar el cuerpo en Alba, ha dicho
que hará...
Véase la pág. 256.
266 APÉNDICES
Paréceme que los que esto leyeren, desearán tener más particu-
lar noticia de cómo está el cuerpo, y darésela yo de muy buena
gana, porque lo he mirado con mucha atención y cuidado, para po-
der dar esta cuenta que ahora daré. Mas comenzaré del brazo, que
le he tenido muchas veces en mis manos, y después diré del cuerpo.
El brazo es todo entero desde la coyuntura del hombro; fáltale la
mano, como ya he dicho, que está en Lisboa; y así por ser éste el
que se mancó y quebró en la caída de la escalera, como por haberle
quitado la mano, y haber por allí salido de la virtud, tiene menos
carne que el otro que está en el cuerpo; pero tiene harta, y al prin-
cipio tenia más, sino que se ha algo enjugado. La color es puramente
del dátil, la carne está como cecina, el cuero tiene rugas a la larga,
como suele quedar flaco en las personas que han sido gordas y no lo
son. F^ero está entero, que tiene su vello, yo le he visto muchas ve-
ces, y asídole. Siempre le tienen envuelto en un paño limpio, y de
allí a poco se hinche el paño de un óleo o grasa que sale de
él, y queda como si le hubieran metido en aceite, o en cosa se-
mejante; pero tiene este óleo aquel lindo olor que tiene el brazo
y el cuerpo.
Son muchísimos los paños que se han teñido ele esta manera, y
dado por reliquias, y cada día se dan y se tiñen, aunque algo me-
nos, como la carne se va enjugando más. En esta carne, no hay en-
trar corrupción, en ninguna manera del mundo, más que si fuese
de acero, aunque no sea más que media uña; y aunque más calores
haga, y la traigan en el pecho, o en cualquiera otra parte donde
haya mucho calor, ni aun perderá su olor, si la traen bien envuelta.
Esto es cosa muy probada y vista, de manera que, tener carne de
la Madre Teresa de Jesús, poca o mucha, es como tener huesos de
otros santos, para lo que es ef durar y no se corromper. La primera
vez que yo tomé este santo brazo en las manos, era antes de comer,
y quedóme en ellas el mismo olor que él tiene, y dábame tanto con-
suero, que no me qurse lavar, cuandío hube de comer, porque no se me
quitase el olor. En fin, después me hube de lavar, y no se quitó;
porque, aun después de acostacio, sentía el mismo olor en las manos.
Y fuera de esto, pegóseme de él una devoción, que la echaba bien de
ver, y me duró de esta manera como quince días.
El santo cuerpo vi muy' a raí contento a 25 de Marzo, que es el
día de la Encarnación de Nuestro Salvador y Señor, de este año
de 1588; y porque le vi muy bien, como quien pensaba dar este testi-
monio que aquí doy, podré dar buenas señas. Está enhiesto, aunque
algo inclinado para adelante, como suelen andar los viejos, y en él se
ve bien cómo era de harto buena estatura. Está de manera, que una
mano que le pongan en las espaldas, a que se arrime, se tiene en pie;
y le visten y 'desnudan, como si estuviera vivo. Todo él es de color de
dátil, como ya dije del brazo, aunque en algunas partes está más
blanco. Lo que más escura color tiene es el rostro, porque como cayó
el velo sobre él y se juntó mucho, y mucho polvo, quedó más maltra-
tado que otras partes del cuerpo; pero muy entero, de tal manera
que, ni en el pico de la nariz, no le falta poco ni mucho. La
cabeza tiene todo su cabello, como cuando la enterraron. Los ojos
APÉNDICES 267
están secos, porque se ha gastado ya la humedad que tenían, pero,
en lo demás, enteros. En los lunares que tenía en la cara, se tiene
aún los pelos. La boca tiene del todo cerrada, que no se puede abrir.
En las espaldas particularmente tiene mucha carne.
Aquella parte, donde se cortó el brazo, está jugosa, y el jugo
se pega a la mano, y deja el mismo olor que el cuerpo. La mano
muy bien hecha, y puesta como quien echa la bendición, aunque no
tiene los dedos enteros. Hicieron mal en quitárselos, porque mano
que tan grandes cosas hizo, y que Dios la dejó entera, siempre
lo había de estar. Los pies están muy lindos y muy proporcionados,
y en fin, todo el cuerpo está muy lleno de carne. El olor del cuerpo,
es €l mismo que el del brazo, pero más fuerte. Fuéme de tan gran
consuelo ver este tesoro escondido, que, a mi parecer, no debo de
haber Tenido mejor día en mi vida, y nunca me hartaba de verle.
Quédame una lástima, si le han de partir algún día^ o por ruego de
personas graves, o a instancia de los monasterios; porque en ninguna
manera se debía hacer, sino que esté como Dios le ha dejado, dando
testimonio de la grandeza de Dios y de la purísima virginidad y san-
tidad admirable de la Madre Teresa de Jesús, ñ mi parecer, no harán
como buenos hijos suyos, ni quien lo pidiere, ni quien lo conce-
diere..
268 APÉNDICES
XLVIII
NUEVO SEPULCRO DE LA SANTA HECHO EN 1588 Y SU APERTURA EN Í603 (1).
Después de esto, el año de mil quinientos y ochental y ocho, siendo
General nuestro Rvdo. P. Fr. Elias de San Martín y Provincial de
Castilla la Vieja el Padre Fray Tomás de Jesús, grande hijo de la
Santa, considerando los Prelados que la grandeza de los méritos de
la Santa y devoción de España, pedía más culto exterior para el
santo cuerpo que el que hasta entonces había tenido, trataron de
hacerle un sepulcro elevado. Eligieron para él la pared de la capilla
mayor del lado del Evangelio, que pasa de veintidós pies de ancho,
y treinta y dos de alto, donde eran los coros alto y bajo de las
religiosas, y acomodaron lo uno y lo otro de esta suerte. Fabricaron
una como portada de iglesia de piedra franca alabastrada, de excelente
grano, y con gran primor labrada, con dos pilastras a cada lado, dis-
tantes entre sí menos de cuatro pies, dejando más de ocho entre las
dos pilastras principales para las rejas de los coros. Sobre las cuatro
pilastras y capiteles corintos corre la cornisa, y sobre ella se levanta
el segundo cuerpo de diez pies de ancho, entrando en ellos las pi-
lastras suyas y catorce de alto, hasta la punta del frontispicio, acom-
pañado a un lado y a otro de airosos remates. Del cuerpo principal
de esta fábrica escogieron las religiosas para su coro la parte baja,
dejando el segundo cuerpo para el arca del santísimo cuerpo. Ador-
naron esta parte de colgaduras de tela de plata muy rica que dio la
Duquesa de ñlba, D.a A\cncía de A\endoza. En medio de esta como
capilla sentaron el arca aforrada de terciopelo carmesí, tachonada de
clavos y chapas doradas que había dado D.s María de Toledo y En-
ríquez, Duquesa que asimismo fué de Alba. Cubrieron el arca con un
dosel de brocado que, por orden del Rey D. Felipe el ÍI, envió la
Sra. Infanta su hija, D.3 Isabel Clara Eugenia, mujer del .archiduque
Alberto, y Condesa de Flandes. Con esto se cumplió la revelación que
la Santa tuvo, en aquel divino parasismo que padeció antes de ser
monja (1), en que vio que su cuerpo había de estar debajo de un paño
de brocado, como ya en otro lugar dijimos. Dentro del arca, en unas
planchas doradas, se abrieron unos versos que compuso el P. M. Fray
Diego de Yangües, de la Orden de Santo Domingo, hombre muy
docto y confesor de la Santa Virgen, y decían así:
1 Cfr. Reforma de los Descalzos de Nuestra Señoril del Carmen, t. I, lib. V, c XXXI.
2 Éralo ya en la Encarnación.
APÉNDICES 269
Arca Domini in qua erat manna, et virga, quae fronduerat, ct tabula
testamenti. (Hebr., IX).
En esta Arca de la Ley
Se encierra por cosa rara
Las tablas, Maná, y la Vara
Con que Cristo Nuestro Rey
Hace a su Virgen más clara.
Las tablas de su obediencia,
El JVlaná de su oración,
La Vara de perfección.
Con vara de penitencia,
Y carne sin corrupción.
Mon extinguetur in nocte lucerna e/us. (Proverb., capítulo XXXI).
Aquí yace recogida
La Mujer dichosa y fuerte,
Que en la noche de la muerte
Quedó con más luz y vida,
Y con más felice suerte.
El alma pura y sincera
Llena de lumbre de gloria:
Y para eterna memoria,
La carne sana y entera.
¿Dó está muerte tu victoria?
Por dentro del convento estaba esta capilla cerrada, dejando una
puerta pequeña para entrar a cuidar de su ornato y limpieza. Por la
parte de la iglesia pusieron una reja de hierro, muy bien artizada y
dorada; y delante de todo una lámpara de plata de grandeza y pri-
mor, que representase al Duque de Alba D. Antonio, que la dio. En
las distancias que hacían entre sí las dos pilastras, se esculpieron
dos inscripciones en la piedra: una latina y oirá castellana, que da
noticia del tesoro que guarda, y a que se ordenó toda la fábrica.
Rigidis Carmeli Patrnm restituiis Regalis: pluriinis virorum foc mi-
nar uinquc ercctis claustris: multis vcram virtuteni docentihus lihris edi-
lis, futuri praescia, signis clara, roeleste sidas ad sídera advolavit Reata
Virgo Thercsa, IV non. Octob. MDLXXXII.
'Maneí sub marmore non cinis, sed madidutn corpas incorruptum,
proprio suavissimo odore ostentuin gloriae.
Quiere decir en romance:
Restituida a su aspereza la Regla de los Padres del Carmelo:
fundados muchos conventos de frailes y monjas: escritos muchos libros
270 APÉNDICES
que enseñan la perfección de la virtud: projetizadas cosas futuras y
resplandeciendo en milagros: como celestial estrella, voló a las estrellas
la Beata Virgen Teresa, a IV del mes de Octubre de el año MDLXXXII.
Ha quedado en su sepultura, no su ceniza, sino su cuerpo fresco v
sin corrupción, con propio olor suavísimo por señal de su gloria.
El año de seiscientos y tres, el Rvdo. P. Fr. Francisco de la
JWadre de Dios, tercero General, informado que algunas personas graves
y devotas, interpretando las descomuniones que Sixto V, en Breve
particular, había despachado para que el santo cuerpo estuviese siem-
pre entero, con instancias urgentes obligaban a los religiosos a que
les diesen pedazos de carne, mandó al P. Fr. Tomás de Jesús, Difi-
nidor General, y Procurador de la canonización de la Santa, que de
tal manera enclavase el arca, que no se pudiese abrir sin romperla.
Fué a Salamanca, donde yo cuidaba de aquella casa, y habiendo
hecho muy fuertes abrazaderas y visagras de hierro, con clavazón
apropósito, me llevó en su compañía a Alba. Y habiendo avisado
a) Duque D. Antonio, y a D.a Mencía de Mendoza, su mujer, y a
D. Antonio de Toledo, Señor de la Horcajada, muy cercano pariente,
entrando en el convento, subimos al coro con todas las religiosas. Y,
habiendo puesto sobre una tarima el arca que trajeron de la capilla
o nicho, la abrió el P. Fr. Tomás, y, hincados de rodillas, habiendo
desenvuelto el sagrado cuerpo con toda decencia y veneración, de una
sábana de holanda muy delgada, lo primero con que nos regaló fué con
un rocío de olor celestial que de la carne y de la sábana, traspasada
del olio, salía. Detuvímonos un rato en la visita de aquella maravilla,,
y en la ponderación de las misericordias de Dios. Pidieron aquellos
señores reliquias de la virginal carne, y no se les pudo negar. A las
religiosas repartió el P. Fr. Tomás, y para sí tomó buenos pedazos.
Yo, aunque no me atreví a tanto, quedé con uno, poco menos que la
bola de la mano; y el Padre le arrancó una costilla, con más devo-
ción que piedad, de que todos quedamos sentidos. Clavóse el arca
fortísimamente, y envióse testimonio de lo hecho, con fe de los que
allí estábamos, al P. General.
APÉNDICES 271
XLIX
ACTA DE LA TRASLACIÓN DEL SEPULCRO DE LA SANTA HECHA A 13 DE JULIO
DE 1616 (1).
In nomine Domini Nostri Jesu Christi. — Siendo pontífice Romano
N. JW. S. Padre Paulo V, y reinando en España el católico Rey Don
Felipe III, y siendo Duque de ñlba D. Antonio Alvarez de Toledo,
Conficstablc de Navarra; Obispo de Salamanca, D. Francisco de A\en-
doza; Genera) quinto de nuestra Religión de Carmelitas Descalzos,
N. Padre Fray Joseph de Jesús María; Provincial, el Padre Fray Pedro
^de los Angeles, y Priora de esta casa la Madre Catalina de San Angelo,
en presencia de D. Antonio de Toledo, Señor de la Horcajada (el cual
por haber tenido deseo y devoción el Duque de hallarse presente, y no
haber podido venir a este acto, asistió por él, representando su persona),
el Santo cuerpo de nuestra Fundadora la gloriosa virgen Santa Teresa
fui trasladado a este lugar, habiendo antes sido enterrado en el suelo
del hueco de esta pared, debajo de la reja del coro, desde el día de
su glorioso tránsito, que fué a 5 de Octubre, cuando el Papa Gregorio
XIII, de felice recordación, hizo la corrección del año, quitando los diez
días, que fué el de 1582, reinando Felipe II, hasta que después de
algún tiempo, por ser tanta la fragancia y buen olor que salía del
sepulcro, fué desenterrado, y hallado entero, incorrupto y que manaba
óleo de suavísimo olor, en tanta abundancia, que por muchos años
duró el empapar las sábanas y lienzos en que se envolvían; y lo mismo
hacen hoy todas las reliquias de su carne virginal, por pequeñas que
sean, y hasta los mismos pañitos tocados del óleo lo comunican y pasan
los dobleces de los papeles en que se envuelven. Ahora últimamente en
1 Hablando de psta nueva disposición del sepulcro, dice la Reforma de los Descalzos,
t. I, lib. V. c. XXXI, pág. 860: «En tiempo del quinto, que fué nuestro P. Fr. José de
Jesús María, aflo de mi! seiscientos y quince, se dispuso diferentempnte el sepulcro, aten-
diendo siempre a su mayor veneración y custodia. Repartióse en tres partes el cuerpo mayor
del ediftcio, que antes estaba repartido en dos: la más baja dedicó para una capilla donde
se dice misa, tomando del coro lo que pareció necesario, y para darle algún descuello, se
cavó lo conveniente. Adornó las paredes de esta capilla, de buena pintura de historias de la
santa. El hoyo original donde estuvo el santo cuerpo quedó guarnecido con unas losas,
pero de suerte que pueden entrar los rosarios y medallas en él. Sobre esta capilla dio lu-
gar al coro de las religiosas, dejándole capaz bastantemente para poder oficiar desde él.
Sobre el coro, que es'i la parte superior y segundo cuerpo de la fábrica, está el sagrado
cuerpo en una caja nueva, que se encerró en una urna de piedra blanca alabastrada, muy
bien floreteada de oro, y cerróla por la parte del convento, de suerte que no se puede lle-
gar a ella, y por defuera la reja dorada que antes tenía. La Religión y otras personas par-
ticulares han hecho presentallas de lámparas de plata, que hoy llegan a veinte, entre chicas
y grandes, siendo la mayor de todas, la que el Duque D. Antonio envió* siendo Virrey de
Ñapóles, con que se halla aquella capilla bien adornada».
272 rtPENDlCES
honor de la Santa hizo la Religión la capilla que está debajo del coro,
dispuso el sepulcro, como se ve, en gracia de los fieles, que por su devo-
ción, o por voto le vienen a visitar, y esta urna de piedra para colocar
en ella el santo cuarpo, como se ha hecho, para mayor perpetuidad y
conservación de su entereza; porque en tiempos pasados se cortó de
él tanta cantidad de carne, que ha habido, y hay de ella reliquias innu-
merables. Las más principales son el brazo y corazón, que tiene esta
casa engastados en plata, y la mano que está en Lisboa. Han corrido
estas santas reliquias por todos los reinos y provincias de la cristian-
dad con singular estima y extraordinaria veneración de todo género de
personas, por los muchos milagros que Dios nuestro Señor ha obrado
por su medio.
Fué beatificada esta gloriosa virgen, sábado a 24 de Abril de lól^t,
según consta del Breve de la beatificación. Espérase cada día la cano-
nización, por estar ya hechas todas las diligencias en orden a ella, y
satisfecha la Rota en todo lo tocante a justicia, y sólo falta el fiat
de Su Santidad. Hízose ¡esta última traslación, asistiendo a ella N. Padre
General, miércoles 13 de Julio de 1616, siendo testigos el dicho Señor
de la Horcajada, D. Antonio de Toledo, y el Padre Fray Juan de San
Angelo, socio y secretario de N. Padre General. Y para que de ello
quede perpetua memoria, yo. Fray Diego de San José, Difinidor Ge-
neral y secretario de la dicha Orden, que presente fui a lo susodicho,,
juntamente con los testigos referidos, que aquí pusieron sus firmas,
por especial ordeni y expreso mandato que tuve de N. Padre General, el
cual, con su firma autorizó estas letras, las escribí de mi mano, firmé
'de mi nombre, y sellé con el sello principal y primitivo de nuestra sa-
grada Religión. Dadas en Alba de Tormes, día, mes y año susodicho, en
que doy fe la dicha traslación fus hecha. De esta Provincia de nuestro
Padre San Elias en los reinos de Castilla la Vieja y Navarra.
Fray José de Jesús María, General.~/5o« Antonio de Toledo. —
Fray Juan de San Angelo. — Fray Diego de San Joseph, Difinidor y
secretario.
APÉNDICES 273
CARTA DEL GENERAL EN QUE DA CUENTA DEL TRASLADO DEL CUERPO DE LA
SANTA VERIFICADO EN 1616, DEL ENVIÓ A ROMA DE SU PIE DERECHO Y DE
COMO FUE ALLÁ RECIBIDO (1).
Viniendo, pues, al caso, digo que ya les consta a todos vuestras
reverencias cómo el año próximo pasado trasladamos el cuerpo virginal
de nuestra gloriosa Madre a un honorífico y sumptuoso sepulcro, don-
de aquel precioso tesoro estuviese con más autoridad, seguridad y de-
cencia. Y como fué necesario abrir la rica caja donde estaba depositado,
para que se diese fe cómo real y verdaderamente se trasladaba el
santo cuerpo, y para desterrar el falso rumor que había esparcido de
que le habían hurtado, asistieron conmigo a este acto un caballero
principal, llamado Don Antonio de Toledo, señor de las villas de
la Horcajada y Booyos, primo del Duque de Alba, representando
su persona, por no haberse podido hallar presente su excelencia, y los
padres Fray Diego de San Joseph, Difinidor general, y Fray Juan
de San Angelo, nuestro secretario. Hallamos aquel purísimo cuerpo,
que fué templo del Espíritu Santo, no solamente incorrupto, pero tan
fragante y oloroso, que llenó de suavísimo olor toda la casa y iglesia.
Viéronle después más de treinta y cinco o cuarenta personas de todos
estados, con notable devoción, admiración y ternura, según más larga-
mente vuestras reverencias habrán visto por la relación que desto
anda impresa.
Lo que no saben es que, considerando que aquel sagrado cuerpo
se ocultaba de manera que quedábamos imposibilitados de volverle
a ver, habiéndome primero hecho instancia el muy reverendo padre
Fray Ferdinando de Santa María, Prepósito General de la Congrega-
ción de nuestros Padres Descalzos de Italia, que estimaba mucho aque-
lla Santa Congregación alguna reliquia, y que nuestro Santísimo Padre
y Señor gustaba dello, y había ordenado al ilustrísimo señor Cardenal
Gayo me escribiese, y yo había alcanzado del Padre Prepósito de-
sistiese de aquella pretensión hasta que la Santa estuviese canonizada,
porque hasta entonces, por algunos respectos considerables, no convenía
abrir dicho santo sepulcro. Viéndose antes obligado a abrirle por las
causas referidas, aunque no tuve nueva petición, me pareció era llegado
el plazo de cumplir a aquella Santa Congregación su deseo; y constán-
dome el gusto de Su Santidad, me atreví a sacar una santa reliquia
Amplfa el P. General en esta Carta las noticias dadas en el documento anterior, en el
cua no se menciona para nada el magnífico presente del pie de la Santa, que la Congrena"
ción de Carmelitas Descalzos de España hacía a la de sus hermanos de Italia. Véase el Jlño
Teresiano, i. V, día 25. De la carta publicamos únicamente lo que hace a nuestro propósito.
II 18
274 APÉNDICES
notable, y no más, como verdaderamente la sacaron, para satisfacer
a otras grandes y estrechas obligaciones, si no me lo impidiera un
Breve de la buena memoria de Sixto V.
La reliquias que sacamos fué el pie derecho entero, cortado por
la choquezuela, con su empeine carnal y planta, vestido de carne, y
con demostración conocida de sus venas y nervios; que aspiraba un
olor celestial el hueso por donde se dividió, que fué la choquezuela
entera.
Quedó tan bañado de óleo, que pasando el dedo por encima, se
echaba de ver claramente. Y lo que más es de ponderar, y yo lo tengo
por evidente milagro, es, que habiéndome yo quedado aquel verano en
aquella villa, estando un día con dolor de cabeza y alguna melancolía,
hice sacar al padre secretario la santa reliquia sobre una mesa para
besarla y venerarla, y poner sobre mi cabeza aquel sagrado pie, qni
stetit in directo, a quien Dios tomó por medio ad dirigendos pedes
nostros in viam pacis; para encaminarnos por el suive camino de la
paz que consiste en la regular observancia de nuestro instituto primitivo.
Desenvuelto el santo pie de unos lienzos, que tenía bañados de óleo
suavísimo, y habiéndole hecho veneración con todas las ceremonias que
he referido, comenzó a sudar gotas conocidamente, como unas perlitas
o como sudor, regalando la piadosa TWadre a sus hijuelos que con
devoción y gozo veneraban su santa reliquia, y las enjugábamos con
un paño con harta ternura.
Habiendo yo de hacer viaje a visita de Portugal, por haberme caído
enfermos ambos compañeros, y estando secreto el caso, yo mesmo fui
en persona en una litera; a Madrid, y se lo entregué al P. Fr. Alonso
de Jesús María, prior de aquel convento, para que le tuviese en
custodia hasta que viniesen por él de Italia, donde yo había escripto
al P. Prepósito General y al P. Fray Domingo de Jesús María, que
ahora está en el mesmo oficio, cómo les tenía para enviar aquel sobe-
rano tesoro. Vinieron por él el compañero del Padre General y otro re-
ligioso grave. Entregóselo el P, Prior; y habiendo visitado al Capítulo
genera!, cuando estaban congregados los capitulares de Italia, Francia,
Flandes, ñlemania y Bolonia, fué increíble el gozo de estos religio-
sísimos hijos al ver que su Santa Madre fuese por su pie a presidir
en el Capítulo, y a tomar la posesión de aquel su rebaño. Esparcióse
la fama por la romana Corte, vinieron muchos Cardenales y personas
graves a ver y venerar aquella Santa Reliquia, teniendo lo que veían
por cosa milagrosa y extraordinaria, como lo es,
En lo que agora se dirá. Padres míos, hay tanto que ver, que es-
timar y agradecer a Dios Nuestro Señor y a su Sacratísimo Vicario,
que las más bien cortadas plumas escribieran borrones, y las más ex-
peditas lenguas fueran balbucientes habiéndolo de tratar; y así yo lo
remito a pluma ajena y cierto original, trasladando aquí las palabras
de los capítulos de cartas de Roma que recebl agora. El primero
es de una de 26 de A\ayo, que me escribe el P. Fray Domingo de
Jesús María, General, recién electo de aquella Congregación Santa,
que dice así: *Pax Christi. Padre nuestro: pague Dios a vuestra reve-
rencia el consuelo, que nos ha dado con el gran tesoro que nos ha
enviado, ül fin, lo ha hecho vuestra reverencia como quien es, ij ha
aPF.NDiCES 275
cumplido muy bien con lo que esperábamos g nos prometíamos del
amor que nos ha siempre mostrado. No se podría imaginar cuánta
haya sido la alegría y devoción que tía causado en estos sus liijos,
y en particular en los Capitulares, que iian venido de partes tan re-
motas. El contento ha sido particular, y universal: particular en nos-
sotros sus siervos, y universal de los Cardenales y Prelados devotos
nuestros, de la Corte toda, y del mundo; que tal se puede decir
esta ciudad, pues comprende todas naciones. Llegaron los Padres, que
fueron allá, tan agradecidos de los regalos, que en todos esos con-
ventos de vuestra reverencia les hicieron, que no se puede encarecer.
Estos señores Cardenales, luego que supieron su llegada, vinieron todos
a ver la Santa Reliquia, y quedaron maravillados, alabando al Señor
de verla tan entera, y con tan admirable olor. Su Santidad no quiso
que se la llevásemos a palacio, diciendo que él mismo quería venir a
verla en nuestro convento. Y asi, habiendo primero enviado algunos
días antes al Cardenal Burgesio, su sobrino, ayer, después de Víspe-
ras, día del Corpus Christi, vino él mesmo, con mucho acompañamiento
de Cardenales y Prelados y otros cortesanos, no obstante que se
hallase muy cansado por la procesión de la mañana; y dijo, que se
había quedado en San Pedro a comer, a posta, por poder hacer esta
visita. Fué muy grande el consuelo que tuvo con el santo pie; y de
ver con sus ojos lo que había entendido de las maravillas que obra
Dios en el venerable cuerpo de nuestra Santa, dijo: «Que aquel olor
era olor de Santa»; y apretándole yo mucho por la canonización, dijo:
«Que lo merecía muy bien», y otras palabras llenas de buenas esperan-
zas, con mucha mayor demostración de las que ha dado en otras
ocasiones; con que pienso se ha de verificar los que vuestra reverencia
escribió a nuestro P. Fray Fernando y a mí, que nuestra Santa JWadre
vendría aquí con su pie a tratsr personalmente la causa de su ca-
nonización. Habléle también sobre la extensión del Breve, que pre-
tendemos, y de lo que respondió, espero lo alcanzaremos muy presto.
Pido a vuestra reverencia muy encarecidamente la ayuda de sus ora-
ciones, y la de todos sus hijos, y las de los amigos, y los mande
vuestra reverencia saludar de mi parte en el Señor. De vuestra reve-
rencia indigno y siervo, Fr. Domingo de Jesús María».
El segundo testigo es nuestro Procurador General de la Corte ro-
mana, de cuya carta, fecha el mismo día 26 de Mayo, se trasladó
el siguiente capítulo, que viniendo a la reliquia de nuestra Santa Ma-
dre, «digo que ha sido muy bien recibida,, y ha sido la cosa más acer-
tada el haberla enviado, que se pudiera desear. Hanla visto muchos
Cardenales y se han admirado y alabado al Señor. Hl señor Car-
denal Melino le enterneció tanto el corazón, que habla con grande
afición de la Santa. Fueron a Su Santidad el Padre General nuevo
g el pasado y le pidieron licencia para traerla, y que Su Santidad la
viese. Holgóse de saber hubiese allegado, y dijo que él quería ir a
la Scala a verla, cosa que es mucho de estimar. Cumplióse su pa-
labra ayer, día del Corpus por la tarde, quedándose de propósito en
San Pedro, para desde allí venirse por la Scala.
»Vino acompañado de diez y ocho Cardenales, y después de haber
hecho oración al Santísimo Sacramento, subió al oratorio de arriba,
276 APÉNDICES
donde está la reliquia, y se hincó de rodillas delante de ella y hizo
oración. Enseñáronsela y besó Su Santidad el pie de la Santa, y
advirtiendo el olor que tenía, dijo que era olor de Santa. Luego lle-
garon todos los Cardenales, uno a uno, y hicieron otro tanto. Hpretó
el pie Fray Domingo a Su Santidad en orden a la canonización, y el
Papa dijo que la merecía muy bien. En lo de la extensión dio buenas
esperanzas; espero en Dios que el haber visto el santo pie ha de ser
de mucha importancia para lo uno y para lo otro.
»Ida Su Santidad, se bajó la santa Reliquia a su altar, y en el
resto de la tarde la mostraron mucha gente que estuvo en los Mai-
tines, y entre ella a la Princesa Peretti, al Conde Espada, y otras mu-
chas personas de cuenta. Está su capilla muy bien adornada; tiene ya
tres lámparas de plata, muchas presentallas y votos, y cada día crece
grandemente la devoción y el común aplauso y deseo de verla cano-
nizada. Dios nos lo deje ver».
¿Qué podremos decir. Padres míos, viendo al que es Vice-Dios en
la tierra, a cuyos sagrados pies se postran todos los monarcas y
príncipes della, honrar con tan grandes demostraciones el pie de una
pobre Descalza, sino pronunciar aquellas tan repetidas palabras del
Salmista: Ni mis honorati siint amici tai Deas, repitiendo aquel nimís
tres o cuatro veces en este admirable espectáculo? Y aunque nimis
en este lugar quiere decir valde, que es mucho; si en alguna acción
podemos declarar esta palabra en todo su vigor, que es demasia-
damente en este extraordinario y estupendo acto.
Quedó admirada la Curia, creció la devoción de la Santa, exten-
dióse la grandeza y piedad de este hecho por toda la Iglesia. ¿Qué
nos falta, Padres míos, para tener canonizada nuestra .Santa, pues el
Santo, lugarteniente del Santo de los Santos, así la venera? Los
efectos que causó esta acción en el piadosísimo pecho del sagrado
Pontífice, ya lo experimentamos en la nueva gracia y favor que Su
Santidad ha hecho en la extensión para todo España (1), gustándose
que en toda ella se rece y diga misa de la Santa, cosa que en esta
Provincia se celebra con universal regocijo. Y lo propio será en
todas las demás, pues sabemos con cuan vivos deseos esperaban este
día, y mucho más el de su canonización.
1 Paulo V concedió en 16H, que pudieran rezar de Sta. Teresa los religiosos y religiosas
carmelitas. En 1616 a ambos Cleros de Castilla la Vieja; extendiólo al año siguiente a los reinos
de España g Portugal; y por fin, Urbano VIH a toda la Iglesia en 1636. Véanse los curiosos
pormenores que sobre esto publicamos en El Monte Carmelo, año de 1915, pág. 265.
KPENDICES 277
LI
ACTA DE LA APERTURA DEL SEPULCRO DE SANTA TERESA EN OCTUBRE DE 1750 (1).
In nomine Domini, Amen. Notum sit ómnibus, como en el año de
la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, 1750, el día 2 de Octubre,
dedicado a los santos Angeles de la Guarda, siendo Sumo Pontífice
nuestro santísimo Padre Benedicto XIV; reyes de España, D. Fernando
el VI y doña María Bárbara de Portugal: duquesa de Alba la excelen-
tísima señora doña jWaría Teresa Alvarez de Toledo, etc. General
de nuestra sagrada Reforma, N. M. R. Padre Fray Nicolás de Jesús
María; Provincial de esta Provincia de San Elias el Padre Fray
Juan de la Madre de Dios, y Priora del Convento de nuestras re-
ligiosas descalzas de la Encarnación de esta villa de Alba, la Madre
Alfonsa María de la Presentación; con la ocasión y motivo de haber
resuelto las mencionadas católicas Majestades pasar a Alba, a fin
de ver y adorar ^1 santo cuerpo de nuestra seráfica Madre Santa
Teresa de Jesús en su fiesta el día 15 del susodicho mes, se descu-
brió la urna de piedra blanca, que llaman de Villamayor, quitándole de
encima una grande máquina, compuesta de varías piedras de la misma
especie en que estaba encerrada el arca, que contenía el expresado
santo cuerpo de nuestra Mística Doctora. Toda esta mole estaba en-
cerrada en el hueco de la pared del altar mayor de dicho Convento
de la Encarnación, entre dos rejas grandes; la una que cae hacia
la iglesia, y la otra que cae hacia el convento, y está dividida en
dos partes, la una que se abrió con tres llaves; la una que tenía
y tine la Excma. casa de Alba, la otra el General de la Orden, y
la tercera la madre Priora del mencionado convento. Sacóse de dicha
urna con asistencia del Excmo. Señor Don Fernando de Silva Alvarez
de Toledo, Duque de Huesear, Iiijo primogénito de dicha Excma. se-
ñora Duquesa de Alba, del expresado General de la Orden, y de la
susodicha madre Priora, en presencia del Padre Definidor General
primero, Fr. Bartolomé del Espíritu Santo, de Fray Paulino de San
José, Procurador General de la Religión para la corte de Madrid,
1 Véase el Uño Teresiano, Julio, día 1." No habla el P. Antonio de S. Joaquín de la so-
lemne traslación del santo cuerpo a la nueva capilla en la iglesia de Alba, celebrada en 1677.
Menciona las fiestas que entonces se celebraron el P. A'\artín de San José en el tomo de ser-
mones que publicó, pág. 388 u siguientes. En la 405 dice expresamente que vio el cuerpo de la
Santa. Las Descalzas de Alba conservan en su arcliivo un «Libro de asiento de recibo y gasto
de la obra y capilla que se hace para N. Sta. Madre», de unas 148 hojas. Asiéntanse en él to-
das las limosnas que para esle fin se iban recogiendo. Contribuyeron con grandes cantidades los
Reyes de Espaiía, el Conde de Peñaranda y otras personas acomodadas. Las obras se inaugu-
raron el 24 de Septiembre de 1070 y costaron más de medio millón de reales. La mayor parte
de esta cantidad la tenían ya reunida al terminar las obras.
278 APÉNDICES
de Fray José de Jesús María, Prior del Convento de nuestro Padre
San Juan de la Cruz de esta misma villa, del H.o Fr. Juan de San
Pablo, lego, conventual de Madrid;, y de la Comunidad toda de dichas
religiosas del susodicho convento de la Anunciación, de Don Alonso
de Oviedo, Alcaide la fortaleza y guarda de la legua de los excelentí-
simos Duques, y de cuatro albañiles, que fueron llamados y sirvieron
para la maniobra susodicha, y se llaman Roque Sotino, Pedro Ro-
dríguez, José Rodríguez, todos vecinos de esta misma villa de Alba,
y Juan Antonio Barros, vecino de San Lorenzo de la Guardia en
Galicia, y de mí, el infrascripto secretario. Es dicha arca de madera,
tiene de largo algo menos de dos varas, de alto palmo y medio, y
algo más, y de ancho algo más de dos cuartas. Está aforrada por
de fuera de terciopelo carmesí, tachonado con tachones dorados, ador-
nada de cuatro dragones de dos cabezas de bronce doradas en fi-
gura de tarjetones; las dos están en la tapa del Arca por encima,
la una corresponde al lado, que es cabecera, en que están gravadas,
y esmaltadas de tinta las siguientes palabras: Arca Domini, in qiia
erat Manna, et Virga, qaae fronduerat, et Tabulae testimonii. (Hebr. IX),
y después estas quintillas (1).
Al lado que toca a los pies, corresponde la otra lámina,, o tarjctón,
donde del mismo modo están escritas estas palabras: Non extingaetur
in noctc lucerna e/'us. (Proverb. XXXI), y después estas quintillas (2).
En el frontispicio del arca, donde corresponden las cerraduras,
están las otras dos láminas o tarjetones dorados a proporción de
los dichos, que contienen los mismos textos y quintillas, con la di-
ferencia que el texto y quintillas que en la tapa están en la ca-
becera, en el frontispicio están a los pies; y el texto y quinti-
llas, que en la tapa están a los pies, en el frontispicio están en
la cabecera. Cíñela toda, excepta la cubierta o tapa, dos visagras
de media caña doradas, que le sirven de goznes para abrirla y ce-
rrarla. En la cubierta tiene tres varritas, asimismo de media caña
doradas, y son de casi dos palmos de largo, y la del medio remata
con una lámina en forma de escudo con sus adornos alrededor, en
cuyo campo se divisa grabada una letra F mayúscula. Adornan a los
cuatro ángulos dos cantoneras doradas en cada esquina; y bajo de cada
ángulo hay por estribo una bola dorada. Está asegurada por abajo
con seis visagras de hierro doradas, que al mismo tiempo le sirven de
adorno; y encima de las dos, que están en la testera, y a los pies,
hay una cruz de la misma materia dorada. Estaba cerrada con nueve
visagras de hierro doradas, y asimismo con una cerraja de la misma
materia dorada, la que por no hallarse e ignorarse la llave, se des-
cerrajó; y abriéndose en presencia de todas las mencionadas perso-
nas, se halló estar por adentro aforrada de damasco carmesí muy
hermoso, y tan lindo como si se hubiera entonces cortado de su
pieza nueva; lo que asimismo se notó del terciopelo de que estaba
aforrado por de fuera. Hallóse el santo cuerpo entero e incorrupto,
faltándole el pie derecho, que se venera en Roma en nuestro Con-
1 Son las que publicamos en la página 369.
2 Véase la página 269.
APEKDICES 27d
vento de Santa ^aría de la Escala; la mano izquierda, que está en
Lisboa; el brazo izquierdo y corazón, que separados se veneran en
dos preciosos relicarios de este mismo Convento de la Encarnación;
un pedazo de la mandíbula superior de la parte derecha, que está en
nuestro Colegio de San Pancracio en- Roma; el ojo izquierdo; algunas
costillas; algunos pedazos de carne y huesos, que le habían sacado
y están repartidos por la Cristiandad, Todo lo demás del cuerpo, se
conserva con piel, carne y huesos. La cabeza está dividida del busto,
porque le sacaron la mayor parte del cuello; se conserva, pero, entera
con piel y carne, y aun en el ojo derecho se distinguen con claridad
la niña o pupila, y las pestañas. Lo más admirable es, que el brazo
derecho está tan flexible, como si estuviera vivo. Conócese, que a
pedazos, y con fuerza le han arrancado la mano y solo con parte de
algunos tendones le ha quedado el hueso de medio muy blando y her-
moso. Asimismo en el pie izquierdo se divisan con toda distinción los
dedos y sus uñas. Estaba el santo cuerpo cubierto con un lienzo sutil
de holanda y encima de él un paño de seda sutil encarnada, ñl lado
del cuerpo de la misma arca, se encontró una caja de plomo cuadran-
gular de dos dedos de alto y de ancho, y largo de medio palmo, y
en ella un pergamino, en que se halla con bellísima letra el auto, que
dio con toda individuación de la identidad del cuerpo de nuestra
Santa iWadre, que con la misma arca estaba colocado, el Padre Fray
Diego de San Joseph, Difinidor General y Secretario, firmado del
mismo R. P. General Fray Joseph de Jesús María, de Don Antonio
de Toledo, y del Padre Fray Juan de San Angelo (1).
H izóse este descubrimiento ciento y veinte y ocho años y seis
meses después de la solemne canonización de la susodicha nuestra
Santa Madre Teresa, la que sucedió el año de 1521, a 12 de Marzo,
siendo Sumo Pontífice Gregorio XV, como consta de la Bula que
expidió en dicho día, mes y año en Roma el mismo Pontífice, y comien-
za: Omnipotens Sermo. Todos los presentes veneraron y adoraron con
grande devoción y júbilo el santo cuerpo; y habiendo llamado un ce-
rrajero, le hicimos poner una cerraja, con la que cerrada el arca, y
quedándose con la llave de ella el insinuado Excmo. Duque, nos sali-
mos todos del camarín, para que nadie pudiese acercarse a la dicha
arca, y entretanto se dio orden al mismo cerrajero, hiciese llave a
la cerraja dorada susodicha, y dos candados bien fuertes, con los
que quedó del todo asegurada la arca, quedándose la llave de dicha
cerraja para el Excmo. Sr. Duque; la del candado de la testera, para
N. M. R. P. General; y la del candado de la parte de los pies,
para la Madre Priora. Quedó dicha arca, así cerrada, expuesta en el
mismo hueco de la pared del altar mayor entre las dos rejas arriba
dichas, el día de la Santa, y por toda su octava; y como la venida
de sus Majestades no tuvo efecto, por haber enfermado estando ya
de viaje en el Escorial la Reina nuestra señora, se resolvió, que pa-
sada dicha octava se encerrase otra vez la arca en su insinuada urna
sepulcral, poniéndole otra vez encima las piedras mismas que se ha-
bían levantado, aunque la más pesada en la que se halla esculpido el
1 Queda publicada en la página 271.
280 APÉNDICES
verso de Isaías: Et erit Sepulcruin ejus glorio sum, se aserró y dividió
en tres trozos, para que si viniese otra ocasión de ser preciso descu-
brir el cuerpo de la Santa, se pudiese ejecutar con menos dificul-
tad y trabajo. En cuya consecuencia, siendo convenientísimo, para ma-
yor justificación de la identidad del sagrado cuerpo de nuestra Será-
fica Maestra, el que asistiesen al encerramiento en dicha urna sepul-
cral todos aquellos que habían asistido a la saca y descubrimiento
de él, y siendo entre todos de especialísima distinción y autoridad
el expresado Excmo. Sr. Duque de Huesear Don Fernando de Silva
ñlvarez de Toledo, habiendo sido preventivamente llamado del Rey
nuestro señor al Escorial, para que se supliese su ausencia, el día 18
del expresado mes de Octubre entró en la clausura del mencionado
Convento de la ilnunciación, con asistencia del susodicho N. M. R. P. Ge-
neral Fray Nicolás de Jesús María, y mía, de Bernardo González de
Luis, escribano público de esta villa de ñlba, y de varios testigos, que
escogió su excelencia y en presencia de todos, y asimismo de la Madre
Priora y de toda su Comunidad, se abrió la arca y, descubierto el
santo cuerpo, declaró su excelencia, bajo de juramento, puesta la mano
en el real toisón, que aquel cuerpo que allí se veía, era el mismo
que con la misma arca, el sobredicho día dos del corriente mes y año,
en presencia suya se había sacado de la mencionada urna; y que por
cuando se hallaba llamado del Rey nuestro señor, y no podía asistir
a la restitución de los dichos arca y cuerpo a su urna, daba, como en
efecto dio, poder con toda amplitud a Don Antonio de Oviedo, padre
de Don Alonso de Oviedo, arriba mencionado, que asimismo se ha-
llaba allí presente, para que asistiese en su nombre a dicha restitu-
ción del arca y cuerpo santo a su urna, firmase el auto, que de ella
se estipularía, e hiciese todo aquello que haría su excelencia si se
hallase presente, para cuyo fin le entregó delante de todos la llave,
que su excelencia tenía de dicha arca; y el expresado D. Antonio
de Oviedo aceptó asimismo, en presencia de todos los mencionados,
e inmediatamente se cerró con las tres llaves la dicha arca. Todo consta
del auto, que pasó ante dicho escribano, y los testigos en el mismo
auto expresados, el mencionado día 18 del corriente, como parece de
dicho auto, que dentro de la misma arca se encerrará con éste. Esto
supuesto, estando ya todo pronto para el mencionado encerramiento
del santo cuerpo, entraron el día 29 de los susodichos mes y año, a
las dos horas de la tarde, en la clausura del expresado Convento de
la Anunciación, N. M- R- P- Fr. Nicolás de Jesús María, y todos los
religiosos y seglares susodichos, que se hallaron presentes, como queda
expresado arriba, a la saca y descubrimiento del santo cuerpo, excep-
tuado el Excmo. señor Duque de Huesear, en cuyo lugar y nombre
entró el sobredicho D. Antonio de Oviedo; subieron juntos al camarín
de arriba, en donde está la urna sepulcral en el hueco de la pared
del altar mayor, y ¡estaba asimismo la arca cerrada con su cerraja y dos
candados; y en abriéndose ésta en presencia de todos, de la Madre
Priora y Comunidad del mismo Convento, se reconoció ser la misma
arca, y en ella el mismo cuerpo de Santa Teresa de Jesús, que se
habían sacado el susodicho día 2 del corriente mes y año de la insi-
nuada urna sepulcral; y afirmando todos ser una misma dicha arca.
APÉNDICES 281
con sola la añadidura de dos candados de hierro dorados que se le
habían puesto para más seguridad,, y ser uno mismo el cuerpo en ella
contenido, esto es, el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, a quien para
más decencia, habiéndole quitado de encima una sábana de holanda
g un paño de tafetán colorado, con que se halló cubierto, a fin de
repartirlos por reliquias, se le cubrió inmediatamente con una sábana
de media holanda en tres dobleces; encima de esta se puso otra
sábana de media holanda con encajes muy ricos, y sobre ésta un
tapete de tela de flores de oro, aforrado de tafetán encarnado con
puntilla de oro. La cabeza de la santa quedó cubierta con una toca de
media holanda, y encima de esta dos velos, el uno de tocar, y el
otro de comulgar, ambos de tafetán negro con puntilla de plata, y
bajo de dicha cabeza una almohada de media holanda con sus en-
cajes, y se cerró la arca delante de todos con las tres llaves, que-
dándose con la del candado de la testera N. M, R. P. General, con
la de la cerraja de medio D. Antonio de Oviedo para el Excmo. señor
Duque, y con la del candado de la parte de los pies, la mencionada
/Wadre Priora; y a más de esto se clavó dicha arca con siete visagras
de hierro doradas, e inmediatamente, en presencia de todos los suso-
dichos, a excepción del hermano Fr. Juan de San Pablo, que por
enfermo no pudo asistir, se encerró en su mencionada urna sepul-
cral, poniéndole encima todas las piedras arriba expresadas. Y para
que de todo quede en lo futuro perpetua memoria, yo Fr. Francisco
de San Antonio, secretario de N. M. R. P. General Fr. Nicolás de
Jesús iVlaria, que presente fui a lo susodicho, juntamente con los
testigos arriba mencionados, que aquí pusieron sus firmas, por espe-
cial orden y expreso mandato, que tuve de su reverencia, el cual
autorizó estas letras con su firma, las escribí de mi mano, firmé de
mi nombre, y sellé con el sello de oficio del dicho N. JA. R. P. Ge-
neral, en Alba de Tormes de esta Provincia de N. P. vSan Elias, en
el reino de Castilla la Vieja, día, mes y año susodicho, en que de
todo lo que en estas letras queda expresado doy fe y verdadero tes-
timonio. Fray Nicolás de Jesús María, General; Fr. Bartolomé del
Espíritu Sanio, Definidor primero; Fr. Paulino de San Joseph, Procura-
dor General; Fray Joseph de Jesús María, Prior; Don Alonso de
Oviedo, alcalde de la fortaleza. Por el Excmo. Sr. Duque, yo, Antonio
de Oviedo, lo firmo. Alfonsa María de la Presentación, Priora; Ca-
talina de la Santísima Trinidad, Supriora; María Teresa del Santí-
simo Sacramento, Teresa de San Joseph, Josefa Bernarda de la Anun-
ciación, Inés Francisca de San Joseph, Manuela de Jesús, Narcisa
del Espíritu Santo, Jerónima de Santa Ana, Francisca de San Joa-
quín, Antonia de la Santísima Trinidad, Teresa Joaquina de la Asun-
ción, Rosa de la Madre de Dios, Antonia de Cristo, María Clemen-
tina de San José, Anastasia de Santa Teresa, Teresa María de San
José, Jerónima de Jesús María y José, Josefa de Santa Teresa, Fray
Francisco de San Antonio, secretario.
282 APtN01C£S
LII
PREÁMBULO DEL ACTA ANTERIOR (1).
¡n Dei nomine, Amen. Fray Diego de San joseph, Difinidor Gene-
ral de la Orden de los Descalzos Carmelitas y Secretario de la
dicha Orden, por las presentes doy fe y verdadero testimonio, certi-
fico y hago saber a los que su tenor vieren, cómo en la villa de
ñlba de Tormes, lunes, a once días del mes de Julio de este pre-
sente año de mil y seiscientos y diez y seis, habiendo llegado a esta
villa nuestro Padre General, Fr. José de Jesús Maria, juntamente
con el señor de las villas de la Horcajada' y Bohoyos, D. ñntonio de
Toledo, conmigo y con su socio el Padre Fr. Juan de San /Ingelo,
y habiendo entrado dentro de la clausura del convento de la Encar-
nación, que es de Religiosas de nuestra Orden, desclavamos las visa-
gras y abrimos Q^ arca donde estaba €l santo cuerpo de nuestra glo-
riosa Madre y fundadora, la virgen Santa Teresa, y hallándole con
la misma entereza y frescura de carne que estaba cuando se encerró
¿n la dicha arca habrá trece años en presencia de los Duques y de
otras muchas personas graves. Quedó aquella noche en competente
en la dicha arca habrá trece años en presencia de los Duques y de
la arca en lo más alto de la casa, fué tanta la fragancia de olor
que se esparció por toda ello y en la iglesia, que sin saber cuándo
se abría, así los oficiales que trabajaban en la iglesia, como las mon-
jas que andaban por la casa, lo sintieron luego, y conocieron en esto
haberse abierto, según unos y otros afirmaron después. Y habiéndose
de poner y colocar en la urna de piedra, que para el efecto había
hecho la Religión, no obstante que por la mayor decencia deste
sagrado tesoro, y por otras razones y motivos, había nuestro Padre
General tratado con los dichos Duque y Duquesa de Alba, que sólo
se hallase a lia visura del santo cuerpo, su reverencia conmigo, con el
dicho P. Fr. Juan de San ñngelo, su socio, y con el dicho señor de la
Horcajada, el día siguiente acordó nuestro Padre General de consolar
al pueblo, y que por vista de ojos le constase y a todos fuese ma-
nifiesto estar el dicho santo cuerpo hoy con la entereza e incorrup-
ción que tenía cuando allí se puso. Para lo cual hizo convocar las
cabezas de los dos estados eclesiástico y secular desta República, g
asistieron a verlo el licenciado Medina y el licenciado Villa Gutiérrez,
oidores del Consejo del Duque, el corregidor y algunos de los caba-
lleros regidores desta villa, y del Clero vino el Vicario, acompañado
de personas graves y calificadas de su Cabildo, y otros muchos del
1 El acta de apertura del cuerpo de la Santa, que acabamos de ver, iba precedida de este
preámbulo del secretario general, Fr. Diego de San José.
APÉNDICES 283
pueblo; todos los cuales vieron el santo cuerpo, llegaron a besar
con grande veneración y devoción sus pies por verlos llenos de carne
tratable, y tocaron sus rosarios, dando muchas gracias a Dios Nuestro
Señor, por lo que habían visto. Y los rosarios de sólo haber tocado
aquella santa carne, conservaron después el santísimo olor que della
salía, con admiración de sus dueños, de manera que los andaban
dando a oler a otros. Vino entre la gente referida el Doctor Juan
López, médico del Duque, persona grave y muy opinada en filosofía
y medicina, i; en mi presencia testificó ser evidente milagro hallarse
tan entero el santo cuerpo, después de tantos años como ha que está
allí encerrado, y ¡en parte tan expuesta a corrupción cómo es aquella
donde ha estado; porque naturalmente era imposible haberse con-
servado así. Lo cual hecho en presencia de nuestro Padre General, del
dicho señor de la Horcajada y del P. Fr. Juan, socio de nuestro
Padre (quedando el dicho santo cuerpo con la entereza y frescura
de carne referida, envuelto en la propia sábana que se tenía), yo por
mi mano cerré y clavé la dicha arca con sus grapas y quedó esta se-
gunda noche con la clausura que la pasada. Y en hacimiento de gra-
cias se solemnizó con la música de chirimías y repique de campa-
nas de toda la villa, la merced que Dios nuestro Señor había hecho
a este estado en hallarse incorrupto este santo cuerpo. El día si-
guiente, que fué miércoles, a trece del dicho mes y año, vino al dicho
convento el Cabildo eclesiástiro en forma, con su música, a la cele-
bración de la Misa, que cantó nuestro Padre General, con mucha
solemnidad, asistiendo a ella el Consejo y Regimiento y todo el pue-
blo, y estando la arca que contenía el santo cuerpo sobre un bufete
cubierto con un dosel de tela de oro a vista del pueblo, cerrada y
clavadas en ella catorce visagras enteras de hierro doradas, y con
seis clavos cada una, como antes estaba, y quedó en ella incluso
un testimonio escrito en pergamino de mi letrai y mano, sellado con el
sello grande de la Orden, de que en las cosas más graves della se
usa, y metido en una caja de plomo, cuyo tenor de verbo ad verbum
era en la forma que se sigue (1).
1 Copia aquí el Acta según !a conocen ya los lectores, o al pie de ella escribe el citado
P. Diego: «Y acabada la misa, subimos a donde estaba preparada !a urna, ios cuatro contenidos
en este testimonio, u en presencia nuestra, u de otras personas que había allá arriba en el an-
damio, la dicha arca, que está por de dentro forrada en damasco, y por fuera cubierta de tercio-
pelo carmesí, con unas planchas, o tarjetas de plata dorada sobrepuestas de a medio relieve, y
esmaltadas en ellas unas letras que contienen autoridades de la Sagrada Escritura, con el cuerpo
de la dicha Santa Virgen, nuestra fundadora y Madre, se metió en la dicha urna de piedra, con
que se despidió la gente. Y para que de esta úllima traslación y colocación quede memoria en
los Archivos de nuestra Religión, para los siglos venideros, y del modo y solemnidad con que
se hizo, de que doy fe, yo el dicho Fr. Diego de San José, Difinidor y Secretario sobredicho,
di estas letras firmadas de mi nombre y .selladas con el sello grande de nuestra Religión, jj
nuestro Padre General las quiso autorizar con su firma, interponiendo la autoridad de su oficio,
y el dicho seflor de la Horcajada, lo firmó de su nombre. Que son fechas en la dicha villa de
Alba de Tornies. H^iy Jueves, a catorce de Julio de y mil seiscientos diez y seis años (en lugar
t del sello). Fr. José de Jesús María General. Don ñntonio de Toledo, Ft. Diego de San José,
Definidor general y secretario».
Tomamos estos documentos de un original Impreso que poseen las Carmelitas Descalzas de
Salamanca, autorizado por el P. Diego de San José, que escribe de su letra: «Concuerda con el
original. Fr. Diego de San José. Diffinidor y .secret.».
284 APÉNDICES
Lili
flCTfl DEL TRASLADO DEL CUERPO DE SANTA TERESA EN 13 DE OCTUBRE DE
1760 (1).
En el nombre de Dios Todopoderoso. Notorio y manifiesto sea
a todos los que el presente vieren, cómo el año de la Natividad de
Nuestro Señor Jesucristo de 1760, en el día 13 de Octubre, gober-
nando la Iglesia nuestro muy Santo Padre Clemente XIII, de feliz
memoria, y estos reinos de España el muy augusto monarca D. Carlos
III, siendo Obispo de Salamanca el limo. Sr. Dr. José Zorrilla de
San Martín, y su auxiliar el limo. D. Fr. Francisco de San Andrés,
1 No pudieron realizar en 1750 su proyectado viaje a Alba Fernando VI ij su esposa doña
Bárbara de Portugal. Diez años más tarde, reinando Carlos III (Fernando VI había muerto en
1759), se colocó en la magnífica urna de plata que D. Fernando y su esposa habían regalado, el
cuerpo de Santa Teresa, y se trasladó definitivamente al camarín del altar mayor donde hoy se
venera. Araujo, en su Guía de Riba, dice hablando de este camarín y sepulcro: «En el centro
(del altar mayor), se descubre el camarín del sepulcro de Santa Teresa, cerrado por doble verja,
plateada la exterior que da a la iglesia, y dorada la interior que da al convento; toda la obra
fué ejecutada a expensas de los reyes Fernando VI y su esposa, que habiendo sabido cuando
su proyectada peregrinación en 1750 que, descubiertos los restos de la Santa, se conservaban
incorruptos y viendo frustrados sus piadosos deseos, quisieron embellecer la iglesia que gozaba
tan insigne honra y encerrar tan santas reliquias en sepulcro digno en lo posible de su inmenso
valor; entonces fué cuando se rehicieron los dos altares laterales, se doró de nuevo el altar ma-
yor, se reconstruyó en mármol la arcada destinada a servir de camarín al sepulcro, revistiéndole
también, lo mismo que su pavimento, de ricos jaspes, y se labró por los mejores artistas de la
época la suntuosa urna de mármol negro jaspeado, sobre la que se asientan dos preciosos ange-
litos, uno de los cuales lleva el dardo de la Transverberación, y el otro la preciada corona de
las vírgenes. Cuando estuvo a punto, el 13 de Octubre de 1760 (ya Fernando VI había fallecido),
celebróse la solemnísima traslación del sagrado cuerpo a las cuatro de la tarde, a cuya ceremo-
nia acudieron de todas partes tan gran número de peregrinos, que jamás se había visto en toda
Castilla concurrencia igual; la antigua caja de madera forrada de terciopelo carmesí, regalo de la
Infanta D.a Isabel Clara Eugenia, esposa del Archiduque Alberto, es sustituida por otra más rica
de plata, con paredes labradas en relieve exteriormente, y tapizadas en el interior de terciopelo
carmesí con cojines cubiertos de seda roja en el fondo; allí se deposita el sagrado cuerpo en-
galanado con preciosos vestidos y llevando al cuello un collar semejante a los de la insigne
Orden del Toisón de oro, se guardan con él los procesos verbales de las anteriores exhumacio-
nes y el instruido entonces».
Debo una copia del Acta transcrita a las Carmelitas Descalzas de Alba de Termes. Es la
última vez que se abrió el sepulcro de Santa Teresa hasta 19H. Cuando la invasión francesa, en
tiempos de Napoleón, corrió mucho peligro el sepulcro; pero, al fin, no se tocó su santo cuerpo
y las religiosas lo pasaron harto mejor que de las circunstancias podía esperarse, como veremos
en el Libro de las Fundaciones. En virtud de un Moíu proprío, concedido por Pío X, con fecha
C de Junio de 1914 al General de los Carmelitas Descalzos, P. Clemente de los SS. Faustino g
Jovita, procedió éste, acompañado de su secretario, del P. Provincial de Castilla y otros Padres
Carmelitas Descalzos, en presencia de las religiosas, a la apertura del sepulcro. El cuerpo de la Santa
se halló lo mismo que dice el Acta de 1760. Merced a un acto de bondad del mismo P. General,
pudimos verlo y venerarlo con detenimiento. Fáltanle las partes del cuerpo que todos saben, g
las demás ya no gozan del estado de incorrupción de otros tiempos. De la cara ha desaparecido
APÉNDICES 285
obispo de Zela; Duque de Hlba, el Excmo. Sr. D. Fernando de Silva
fllvarez de Toledo; su inmediato sucesor y primogénito D. Fr. de Paula,
Duque de Huesear; General de la Sgda. Reforma de Carmelitas Des-
calzos, el Rvmo. P. Fr. Pablo de la Encarnación; Provincial de esta
Provincia de N. P. S. Elias de Castilla la Vieja, el Rvmo. P. Fr. José
de San Francisco; Priora del convento de Carmelitas Descalzas de
esta villa de Rlha de Tormes, la R. M. M.a Teresa del Santísimo
Sacramento.
En esta villa de Riba, expresados día, mes y año, con el especia-
lísimo motivo de haberse trasportado a ella una urna de plata, ricamente
adornada de realce, de la misma materia, constando su longitud de dos
varas, ancho correspondiente a una urna sepulcral, de altura como tres
cuartas, forrada toda por dentro de terciopelo carmesí, cuya espe-
cial alhaja mandaron en vida para mayor culto y veneración de la
seráfica Madre Santa Teresa de Jesús los muy augustos y católicos
reyes D. Fernando VI y D.^ María Bárbara de Portugal, que santa
gloria hayan, predecesores de nuestro ínclito actual monarca ya ci-
tado, a efecto de que le tuviera la voluntad de colocar en ella el
glorioso cuerpo de la Santa Madre Seráfica, según y como lo qui-
sieron los regios donantes expresados. Dichos señores ilustrísimos y
reverendísimos PP. General y Provincial, acompañados de todo el santo
Definitorio, que lo compone los Rvmos. Fr. ñgustín de la Concep-
ción, Fr. José de la Encarnación, Fr. Juan de San Gregorio, Fr. Benito
de San Bernardo, Fr. Manuel de San Juan Evangelista, Fr. Fran-
cisco de la Encarnación, con asistencia del Rvmo. Fr. Fernando de
San José, Procurador General de Madrid y Fr. ñntonio de San Joa-
quín, escritor del Año Teresiano, y otros diferentes Padres, así de
esta Provincia como de Castilla la Nueva, entraron en la clausura de
dicho convento, acompañados asimismo de la expresada M. Priora,
de la M. Josefa Bernarda de la Anunciación, Subpriora, la iVl. Tere-
sa de San José y la M. Manuela de Jesús, claveras de dicho convento,
con las demás religiosas de que se compone; habiendo reconocido
antes que la urna en que se hallaba dicho santo cuerpo aparecía ser
la misma que consta en el testimonio del dorso i) estaba con los
mismos signos, y en la capilla donde se colocó por vía de depósito,
que es el mismo paraje que sirvió a dicha Santa Madre en su vida de
habitación; tomando dicha arca que servía de urna por seis religio-
sas que para esto deputó el Rvmo. P. General, se llevó procesio-
nalmente con velas encendidas de todos los asistentes al camarín
bajo de dicho convento, a donde con asistencia de los ya citados
toda la piel, y lo restante del cuetpo está en plena momificación. Hoy no podríamos decir con
Ribera y otros escritores, que bastaba un dedo para sostenerla en pié. Sería peligroso sacarla de
la urna de plata en que yace, porque el movimiento menos prudente reduciría a polvo aquellos
santos despolos. Para gloria de su sierva, la dotó Dios de incorrupción por el tiempo que estimó
oportuno; hoy, que ya no es necesario, ha cesado, a lo que lealmente creemos, el prodigio que
fué la admiración de muchas generaciones. En mi juicio, la parte mejor conservada de la Santa,
es el brazo que cortó el P. Gregorio Nacianceno, y que se conserva en la misma iglesia de
Alba, en un relicario de plata. Expuesto el santo cuerpo en el oratorio del camarín por algunos
días, el mismo P. General, en presencia de la Comunidad y de varios testigos, clausuró el se-
pulcro, quedando intacto, lo mismo que se halló al abrirlo.
286 HPENDICES
compareció D. Hlonso de Oviedo, apoderado del Excmo. Sr. Duque
de Alba, D. Jaime TVlárquez, arquitecto de Su Majestad, a efecto de
abrir dicha arca en que se hallaba el santo cuerpo de la seráfica Aladre
vSanta Teresa de Jesús. Y permaneciendo todos los asistentes con lu-
ces encendidas, con toda devoción y ternura, se pasó a dicha abertura
a que prestó su llave el Rvmo. P. General, que es la que corresponde
al candado de yerro dorado que está a la parte superior de la citada
arca; el dicho D. Alonso de Oviedo, en nombre de dicho excelentísimo
señor Duque, con la llave que corresponde a la cerradura de yerro do-
rado de enmedio, y la expresada JA. Priora con la llave que corresponde
al candado de yerro dorado de parte inferior de los pies; y abierta
en esta forma dicha arca, se reconoció el santo Cuerpo de la Santa
Madre Teresa de Jesús en el mesmo ser y estado que aparecía tener
en el año de 1750, que consta por menor del testimonio de la vuelta
y con la misma positura, velos, sábanas y cubiertas que en él se
expresan, que se omite de exponer por menor por constar de dicho
testimonio con toda especialidad. Y así, reconocido dicho santo Cuer-
po por todos los asistentes, se adoró y dio el culto y veneración
que corresponde, y tocaron a él por mano de varios religiosos, dife-
rentes reliquias, rosarios, cintas y pedazos de tela, con lo que se
volvió a cerrar, hasta hoy 14 de este expresado mes y año, en que,
para consuelo de este pueblo como de muchos circunvecinos, se de-
terminó poner el santo Cuerpo en el coro bajo que tiene sus rejas
que dan a la parte de la iglesia de dicho convento, en que concu-
rriendo los expresados, en cuyo poder obran las llaves de dicha urna,
se abrió quedando manifiesto en dicho coro el glorioso Cuerpo, sien-
do visible a ios que lo registraron de la parte de la iglesia por dichas
rejas, la cabeíra de la Santa, por hallarse lo demás cubierto como se
expresa antecedentemente; en cuyo estado se mantuvo por espacio de
siete horas. Y por esto, siendo como las cuatro de la tarde, con asis-
tencia de los ya referidos en el principio de este testimonio y del
Excmo. Sr. D. Francisco 'Soiís, Arzobispo de Sevilla, Presbítero Car-
denal de la santa Iglesia Romana, por seis religiosas deputadas por
el Rvmo. P. General y ¡M. Priora, ya citadas, con las mismas sábanas
y demás compostura de dicho santo Cuerpo de Santa Teresa, se co-
locó y trasladó en dicha urna de plata nueva, a donde se adoró y
veneró por »os asistentes; que todos, en acompañamiento procesional-
mente, con velas encendidas, transportaron al camarín de dicho con-
vento, colocándose en su altar mayor, introduciéndose dicha urna de
plata en otra exquisitamente labrada de mármol de San Pablo, con
sus adornos de bronce dorados de oro molido, que se halla embutida
en un arco del mismo mármol en dicho altar, con toda magnificencia, y
dos ángeles en la superficie de dicha urna, de la misma materia. V
para que de todo ello quede en lo futuro perpetua memoria, yo, el
licenciado D. Manuel Francisco Gutiérrez Varona, abogado notarlo,
y secretario de Cámara de dicho limo. Sr. Obispo de Salamanca y su
obispado, en que se comprende esta villa ds Alba, que presente fui
a lo susodicho, y nosotros Fr. Francisco de la Presentación, Secretarlo
General, y Fr. Antonio de la Encamación, Secretario asimismo Ge-
neral de los Carmelitas Descalzos y Notario apostólico, que igualmente
APE^fDíCES 287
presentes fuimos, juntamente con los testigos arriba mencionados, que
aquí pusieron sus firmas, !o firmamos, signamos y autorizamos y re-
frendamos con los respectivos sellos de nuestros Secretarios, damos
fe y verdadero testimonio.
José, Obispo de Salamanca; Fr. Cardinalis de 5o//s, Arzobispo de Se-
villa; Fr. Francisco, de Zcla; Fr. Pablo de la Concepción, General; Fray
Agustín de la Concepción, Definidor; Fr. José de la Encarnación, ídem;
Fr. Juan de San Gregorio, ídem; Fr. Benito de San Bernardo, ídem;
Fr. Manuel de San Juan Evangelista, ídem; Fr. Francisco de la En-
carnación, ídem; Fr. José de San Francisco, Provincial; Fr. Fernando
de San José, Fr. Antonio de San Joaquín, M.^ Teresa del Sanfí<^inio
Sacramento, Priora; Josefa Bernarda de la Anunciación, Subpriora;
Teresa de San José, Manuela de Jesús, Clavarias; Licenciado D. Ma-
nuel Francisco Gutiérrez Varona, N.^ y S.^; Fr. Francisco de la Pre-
sentación y Fr. Antonio de la Encarnación, S.Q G.
Concuerda con su original, que obra en la urna de plata en que
se colocó el cuerpo de la gloriosa Madre Santa Teresa de jesús, y
otro de igual expresión que se halla en el archivo general de la Or-
den de Carmelitas Descalzos a que me remito. Y en fe de ello, a pedi-
mento de la M. Priora y religiosas del convento de Carmelitas Des-
calzas, doy el presente que signo y firmo; asimismo doy fe y verda-
dero testimonio que en dicha urna de plata en que se colocó el cuer-
po de la Santa Madre, entre las sábanas se pusieron unos papeles
de polvos que del mismo cuerpo, según aparecía, se habían recogido
de las sábanas en que S3 hallaba dicho santo cuerpo, con lo que se
cerró dicha urna con cuatro llaves, de las que se recogiííron dos por
el Rvmo. Padre General y Priora de este convento,, y las dos restantes
por D, ñlonso de Oviedo, apoderado del Excmo. Sr. Duque de fllba,
de las que por S. E. se habrá de entregar una a Su Majestad Ca-
tólica; y cerrada dicha urna en esta forma, se incluyó en la de mármol
y se cerró con tres llaves, que manifiestan en una tapa de bronce que
está a la parte de afuera; y para que conste del mismo pedimento
doy el presente que fírmo entre renglones: Fr. D. Francisco, Obispo
de Zela. — Vale. — Licenciado D. Manuel Francisco Gutiérrez Varona, N."
S.o — Firmas originales de las Monjas: M.^ Teresa del Sontísimo Sa-
cramento, Priora; Josefa B. de la Anunciación, Subpriora y Clava-
ria; Teresa de .San José, Clavaria; Manuela de Jesús, Clavaria; María
Elena de San José, Catalina de la Santísima Trinidad. Antonia de la
Santísima Trinidad, Jerónima de Santa Ana, Francisca de San Joaquín,
Teresa Joaquina de la Asunción. Anastasia de Santa Teresa. Josefa
de San Miguel. María Benita de Santo Domingo. Isabel /W.« de Jesús,
Josefa de Santo Teresa, Teresa María de San José.
288 APÉNDICES
LIV
COPIA DEL DECRETO DEL R. P. VICARIO GENERAL FR. ESTEBAN DE SAN JOSÉ,
Y SU DEFINITORIO, EN QUE PROMETEN, EN NOMBRE DE TODA LA RELIGIÓN,
NO MOVER NUNCA DE ESTE CONVENTO DE ALBA EL CUERPO DE N. M. SANTA
TERESA DE JESÚS. (aÑO DE 1676) (1).
J. ^. t J. T.
Nos, Fr. Esteban de San Joseph, Vicario General de la Orden
de Carmelitas Descalzos, Fr. Luis de Jesús M.a, Definidor General por
la Provincia de Castilla la Vieja, Fr. Rodrigo de San Joseph por la de
ñndalucia, Fr. Joseph de Jesús María por la de ñragón y Cataluña,
Fr. Juan de Jesús por la de Portugal, Fr. Antonio de San Joseph por
la de Castilla la Nueva) y Fr. Blas de San Jerónimo por la de Nueva
España en el Reino de ^éxico, juntos en este nuestro Colegio de
N. P. S. Cirilo de la villa de Alcalá de Henares, en junta extraor-
dinaria que celebramos en este dicho Colegio, decimos que por cuanto
habiendo muerto N. gloriosa y Santa Madre Teresa de Jesús en el
convento de nuestras religiosas de la villa de Hlba de Tormes, es-
tanto huéspeda en dicho convento, en 4 de Octubre de mil y qui-
nientos y ochenta y dos años, y de paso para su convento de Avila,
donde era actualmente Priora, llevaron los Prelados que entonces eran
de la Religión su santo cuerpo al dicho nuestro convento de religio-
sas de Avila, y por parte del Excmo. Sr. Duque de Alba, D. Antonio
Alvarez de Toledo se consiguió Breve de la Santidad de nuestro
muy santo Padre Sixto V; a instancia y súplica del Excmo. Sr. D. Fer-
nando de Toledo, su tío, gran Prior de San Juan, para que el dicho
santo cuerpo de N. gloriosa Santa Madre se volviese al dicho convento
de nuestras religiosas de Alba, de donde se había sacado, y que
puesto allí no se innovase por la Religión, y que en cumplimiento
1 No obstante la sentencia del nuncio Speciano de l.o de Diciembre de 1588, confirmada
al año siguiente por Sixto V, según hemos visto en la página 255, ni la ciudad ni las Carmeli-
tas de Avila se resignaban a perder el derecho que creían tener al cuerpo de la Santa. En la
declaración jurídica que Ana de Jesús prestó el año de 1597 en Salamanca, da a entender que
aun estaba «en contienda de si ha de quedar allí (en Alba) o no». Sabemos por un índice anti-
guo de los instrumentos y papeles que había en el Archivo de los Carmelitas Descalzos de
Avila, que todavía se conserva, si bien los documentos de que hace mención han desaparecido
casi todos, que en 1673 se elevó a Su Majestad un memorial para trasladar a Avila el cuerpo
de la Santa. Más tarde se renovaron estos deseos. A ellos quizá se responde en el decreto que
aquí publicamos, según el original que se guarda en las Carmelitas Descalzas de Alba.
APÉNDICES 289
y ejecución del dicho Breve, los dichos Prelados restituyeron el dicho
santo cuerpo al dicho convento de Hlba, en veinte y tres de Agosto
de mil quinientos y ochenta y seis años, y ha estado desde este
tiempo en este lugar, sin que por la Religión se haya innovado,
ni 'pretendido nunca sacar dicho santo cuerpo; y deseando ahora nos-
otros dar a esto firmeza, permanencia y estabilidad perpetua, en
atención a la gran piedad, afecto y devoción que nuestra sagrada
Religión ha experimentado siempre en los Excmos. Sres. Duques de
Hlba que han sido, y que se contina hoy por el Excmo. Sr. D. An-
tonio ñlvarez de Toledo, que al presente lo es, y de cuya grandeza
hemos recibido singularísimos beneficios con un cordial amparo y pro-
tección, y hoy de nuevo recibimos el que Su Excelencia se ha ser-
vido de dar licencia para que en dicha su villa de Hlba de Tormes
pueda fundar la Religión hospicio de religiosos secular o eclesiás-
tico, y que habiendo oportunidad de medios podamos pasar a la fun-
dación de convento de religiosos, siendo único fin de dicho excelen-
tísimo señor la mayor veneración y culto de nuestra Santa Madre, que
ha solicitado siempre Su Excelencia con todo estudio y devoción, y
que en dicho Convento y lugar le ha tenido nuestra gloriosa y santa
A'iadrc el tiempo que ha estado, yendo cada día a mayor aumento, y
que esperamos vaya siempre a más, estando a la protección de dichos
Excmos. Señores, especialmente por el medio de la asistencia de re-
ligiosos que Su Exea, se ha servido conceder, juntándose a esto
la gran veneración que ha tenido dicho santo cuerpo y los grandes
favores que Su Majestad ha hecho por su intercesión, indicios de que
se califica su voluntad divina, persevere dicho santo cuerpo, en el
lugar donae murió y que con tanta veneración se halla colocado.
En atención a todo lo referido y en remuneración y reconocimiento de
los singulares beneficios que, como hemos confesado, y es cierto, hemos
recibido de los dichos Excmos. Sres. Duques de Alba, y muy principal-
mente de los quQ reconocemos al dicho Excmo. Sr. D. Hntonio illva-
rez de Toledo, que lo es al presente: En nombre de toda la Reli-
gión y Én la mejor vía y forma que podemos y haya lugar de dere-
cho, nos apartamos de cualquier título, derecho o acción que tengamos
o podemos tener para que el dicho santo Cuerpo se remueva o pueda
llevar a ningún convento o a otra cualquiera parte; y desde luego
queremos y consentimos en que el dicho santo cuerpo sea venerado
y persevere en el dicho convento de nuestras religiosas de la dicha
villa de Alba de Tormes, sin que nunca por nosotros o por los que
después de nos viniesen, se pueda intentar, pedir o reclamar en contra-
rio; M caso que se pida, queremos no ser oídos, porque por este
apartamiento desistimos y nos apartamos de cualquiera acción o tí-
tulo oue tengamos o podamos tener; y a mayor abundancia lo renim-
ciamos a favor de dicho convento de Religiosas de la Villa de Alba
de Tormes, y de los Excmos. Sres. Duaues de Alba, como sus pro-
tectores, y queremos se estime este apartamiento siempre por con-
trato oneroso y que tenga contra nosotros y contra la dicha nuestra
Religión las mayores fuerzas que en derecho hayan lugar, respecto
de que declaramos y confesamos sernos útil y conveniente, y para
II 19
290 APÉNDICES
SU mayor firmeza, ofrecemos y nos obligamos a nunca reclamar con-
tra él y que los que vinieren harán lo mismo, y a la seguridad de
todo lo sobredicho obligamos todos los bienes espirituales y tempo-
rales de la dicha nuestra Religión. Y por la verdad, lo firmamos de
nuestros nombres, en Alcalá de Henares, a 15 de Hbril de 1676.
Fray Esteban de San José, Vicario General; Fr. Rodrigo de San
José, Definidor General; Fr. Juan de Jesús, Definidor General; Fr. An-
tonio de San José, Definidor; Fr. Luis de Jesús María, Definidor Ge-
neral; Fr. José de Jesús María, Definidor General; Fr. Blas de San
Jerónimo, Definidor General.
üPENCices 291
LV
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE SñNTfl TERESA SEGÚN UNA RELACIÓN DE SU PRUWA
LA VENERABLE MADRE MARÍA DE SAN JERÓNIMO (1).
Harto me holgara no tener tanta falta de memoria para cumplir
lo que la obediencia me ha mandado, que es que diga algunas cosas de
las que vi y oí a nuestra Santa Madre Teresa de Jesús el tiempo
que la tuvimos en esta casa; y si no fuera por la falta dicha, pudiera
decir muchas y también por haber pasado más de veinte años, digo
de los principios desta casa, donde nos dio tantos ejemplos a las que
acabábamos de venir a ella, y también porque en aquel tiempo se to-
maban las cosas tan al descuido, que nunca se miraban con pensamiento
de escribirse, y ansí las dejábamos todas olvidar. Y con esto lo que
de aquel tiempo sólo se podrá decir, es cosas generales, como es la
mucha humildad y caridad y afabilidad con que trataba con todas.
En aquellos principios no se tenían freilas, y andábamos a sema-
nas en la cocina, y con todas sus ocupaciones, que eran muchas, cum-
plía la semana que le venía como las demás hermanas, y no nos daba
poco contento verla en la cocina, porque lo hacía con gran alegría y
cuidado de regalar a todas, y así parece que le tenía Su Majestad de
enviar aquella semana más limosna que otras; y ansí decía que condes-
cendía Nuestro Señor con su deseo, que como le tenía de darnos bien
de comer, le enviaba con qué lo hiciese, ñcaecía algunas veces haber
un huevo o dos, o cosa semejante, para dar a todo el convento, y
diciendo questo se diese a quien tenía más necesidad, parcciéndonos
quella era quien más la tenía, por ser mujer de muchas enfermedades.
1 La fama de santidad que aun en vida gozó Sania Teresa, se acrecentó rápidamente
después de su muerte, merced a los prodigios que por su Intercesión comenzaron a obrarse.
Los Superiores de la Descalcez carmelitana pusieron buen cuidado en recoger de labios de per^
sonas autorizadas, que habían conocido y tratado a la Santa, todo lo más notable de su vida
admirable u edificativa, aun antes que comenzasen a Incoarse los diversos procesos de beati-
ficación 1) canonización. Una de estas interesantes relaciones, debida a la A\. María de S. leró-
nlmo, ha llegado hasta nosotros, y se conserva, firmada por ella, en el manuscrito, mencionado
ga en la página 232, de las Carmelitas Descalzas de S. José, del que poseemos reproducción
fotográfica. Fué María de S. Jerónimo, prima de Santa Teresa, y natural de Avila, donde nació
por los años de 15*11. Llamábanse sus padres Alonso Alvarez Dávila y Agencia de Salazar. El
30 de Septiembre de 1563 tomó el hábito en San José de su ciudad natal; en él desempeñó
muchos años el oficio de priora. La Santa hizo de la venerable María mucha estima por sus
grandes virtudes, claro talento y apreciables dotes de gobierno. En 1591 fué a Madrid para diri-
gir aquella comunidad de Carmelitas Descalzas, y en 1595 pasó a fundar en Ocafia un nuevo
convento. Llena de méritos, murió en Avila el Ó de Abril de 1602, según consta en el Libro de
Defunciones de aquella casa. María de S. Jerónimo fué grande amiga de Ana de S. Bartolomé,
U buena parte de lo que aquí refiere, de esta venerable lo supo.
292 APÉNDICES
con todo nunca admitía que se lo diesen, diciendo quella no tenía ne-
cesidad para ello, porque sus hijas lo comiesen, quen quitarles a ellas
el trabajo y tomarle para sí tenia extremo.
En la virtud de la caridad tenía gran extremo, especial con las en-
fermas que no les faltase todo lo necesario, y ansí víamos muchas
veces que acudía Nuestro Señor a proveer las necesidades, y corres-
pondía a la gran fe que ella tenia, y así nos decía muchas veces que
tuviésemos por cierto, que si no faltásemos en el servicio de Nuestro
Señor, quél nunca nos faltaría. Y decía esto como quien tenía tan
buena experiencia acerca desto de la fe con que comenzaba las cosas.
La oí decir un día, luego que se fundó esta casa, que tuvo necesidad de
hacer un poco de obra y que ella no tenía blanca para ello, ni sabía
de dónde la tener; con todo esto, como vio la necesidad, determinóse
a concertar la obra, que fué cantidad de ochenta ducados. Acabado de
hacer el concierto, vino una persona a verla, y dicléndole lo que había
concertado, díjole que para qué había hecho tal cosii no teniendo de
dónde lo pagar. Respondióle que Dios lo proveería, y así fué, que luego
otro día le trajeron cartas de un hermano que tenía en las Indias, en
que le enviaba, creo, más de docientos ducados (1).
Otra vez hubo necesidad de hacerse en esta casa iglesia, antes de la
que agora tenemos, de manera que aunque no era hacerla de principio,
se habían de gastar hartos reales para acomodarla. Ella no tenía
blanca ni sabía qué se hacer. Llamó a la hermana quera provisora, y
díjola que si tenía algo que la dar para comenzar aquella obra. Res-
pondióle la hermana que sólo un cuarto tenía en su poder, ñ. ella le
dio harto placer desto, mas no se desanimó para dejar de comenzar
la obra, y así la comenzó y acabó en breve tiempo, porque Nuestro
Señor la proveyó de limosna con que se hizo.
Pues si tractase del efecto que hacia en las almas su oración,
había mucho que tractar desto. Yo supe de una persona principal destos
reinos, que vino a su noticia questaba en una necesidad, y era que tenía
deseo de apartarse de cierta ocasión de pecado, y no podía, porque la
traía delante de los ojos y no tenía fuerza para quitarla. Ella la tuvo
con Nuestro Señor de manera que dentro de poco tiempo, lo que
había harto que duraba, se quitó todo. Ella dio orden cómo hablar y
escribir a esta persona; y con esto, y la oración y muchas penitencias
que hizo por ella, no sólo se quitó la ocasión y escándalo que había,
mas fué grande el bien y aprovechamiento que hubo después en esta
alma, donde quedó bien agradecida de la merced que Nuestro Señor
le había hecho por medio de la Santa Madre.
Oí decir que había un clérigo en cierto pueblo que había dos años
questaba en pecado mortal. Como 1? Santa Madre lo supo, escribióle
una carta; fué de tanto efecto, que dicen que con ésta salió de pecado
y que traía la carta consigo. R ella le debía de costar este negocio no
poca oración, porque lo víamos muchas veces cuando se ofrecía así
cosas semejantes de pedir a Nuestro Señor por almas questaban en
tal estado, la oración que le costaban y la batería que los demonios
1 Véase el tomo I, pág. 279.
APÉNDICES 293
la daban sobre ello, que algunas veces la víamos de manera que nos
hacía gran lástima ver cuál la paraban el cuerpo. Y aunque la batería
era interior, era de manera que redundaba en darla muchos golpes en
el cuerpo, y vía ella los demonios la rabia que les daba lo que ella
hacía por estas almas, y amenazábanla diciendo quellos se vengarían
della. Después de pasado, me lo contaba ella algunas veces, y decíame
que cuando vía algún alma destas con aprovechamiento y que iba me-
jorando, que ya ella vía que lo había de pagar. Destas cosas le acae-
cían muchas, porque era grande el ansia que tenía del bien de las
almas.
Traía grandes deseos de penitencia, y con esto siempre andaba
buscando invenciones para hacer más, que con tener grandes enferme-
dades, no se le ponía cosa delante, y ansí concertó un día con las her-
manas de que todas nos vistiésemos de jerga y que lo trajésemos en
lugar de estameña, que agora traemos junto al cuerpo, y que desto
fuesen las sábanas y las almohadas, y con esto dijo quella era la
primera que se lo había de poner y ansí lo hizo; porque decía que si
hacía daño, quella lo quería experimentar primero que las hermanas
se lo pusiesen, y lo trajo ella y todas hasta quel perlado mandó que
se quitase, porque decían era muy enfermo para la salud. En discipli-
nas y cilicios era lo que pasaba de manera hasta hacérsele llagas.
En lo que toca en lo de la oración, pasó mucho trabajo por que-
rerla encubrir, y tanto cuanto ella más hacía desto, más parece que
hacía Nuestro Señor para descubrirla. Dábale gran pena que la tuvie-
sen en posesión de santa. Yo vi un papel escripto de su letra sobre
una relación que daba a un confesor suyo, entendiendo que se tenía
della la opinión dicha. Deseábalo y tratábalo de irse a un monesterio
lejos de aquí (1), y entrar por freila, para disimular más y no ser
cognocida; y como el Señor la guardaba para otras obras mayores, no
permitía questo pasase adelante, porque era antes que se ñmdase
esta casa.
Oí decir a un confesor suyo, harto letrado y avisado, que su trato
más parecía de ángel que de criatura humana, y no me espanto que
dijese esto, porque fuera de lo quél sabia del mucho bien que había
venido a almas por tratarla, en sí mesmo tenía buena experiencia desto
en el aprovechamiento que liabía sentido después que la trataba. Por-
que aunque él era bueno, fué mucho el aprovechamiento de virtud que
después se vio en este Padre. Oíla decir un día questándole encomen-
dando a Dios a este mesmo, había dicho a Su Majestad: «Señor, este
es bueno para nuestro amigo», que con esta familiaridad tractaba con
Dios.
Tornando a lo que decía del cuidado que traía de encubrir su ora-
ción, comenzóle de manera una vez, que le levantaba el cuerpo de la
tierra; fué a tiempo que llegaba a comulgar, y como ella comenzó a
sentir esto, asióse con entrambas manos a la reja para tenerse fuerte-
mente, porque le dio gran pena que le comenzasen cosas tan exteriores,
y asi decía que le había costado mucha oración pedir al Señor se lo
1 Cfr. Libro de la Vida. pág. 265.
29^ APÉNDICES
quitase y así se lo quitó. Que aunque también le daba pena los arroba-
mientos delante de nosotras, ya en fin lo pasaba; mas de la gente
de fuera, era mucho lo que sentía, y disimulábalo con decir quera
enferma del corazón; y así, cuando esto le acaecía delante de alguien,
pedía que le diesen algo de comer y de beber, para por aquí dar a
entender quera necesidad de enfermedad.
Andando en estos ejercicios de oración y penitencia y aprovecha-
miento de almas, y con gran ejemplo de humildad que nos daba siem-
pre, vino el Generalísimo de Roma y dióle las patentes para fundar los
monesterios. Cuando salió a fundar el primero, había cinco años questa
casa se había hecho (1). Fué mucho lo que todas sentimos el día que
la vimos salir della, porque era en extremo lo que la amábamos, y así
cada una de nosotras tuviéramos por gran dicha que nos quisiera llevar
en su compañía. Procuró antes que fuese, dejarnos acomodadas de
casa y huerta, para que no sintiésemos tanto su ausencia, y con no
tener blanca para esto, se adeudó en nueve mil reales, y esto hizo con
la fe que hacía otras cosas de que Nuestro Señor se lo había de reme-
diar, y así le deparó monjas que trajeron esta limosna, y tales como
se podían desear de virtudes; que no fué poco en tal coyuntura haber
quien quisiese venir a tomar aquí el hábito; porque en sabiendo que
se supo que la Santa Madre salía desta casa, les parecía a todos que-
daba perdida y que todo se había de deshacer luego. Desto no tenía-
mos pena las que quedábamos en ella, que bien echábamos de ver
ser obra de Dios, por las cosas que habíamos visto que Su iVlajestad
había hecho después questábamos en ella; y ansí sólo teníamos pena
de vernos sin nuestra Santa Madre. Y aunque ella también sentía el
dejarnos, procuraba disimularlo por no nos dar pena. R la hora que
se hubo de partir, se fué a una ermita que hay en esta casa de un
Cristo a la Columna, a suplicarle muy de veras fuese servido de
que cuando ella volviese a esta casa, la hallase ella como la dejaba.
Concedióselo Nuestro Señor tan bien como se ha visto por la obra, que
no sólo en lo espiritual, sino en lo temporal se ha visto claramente
lo que Su Majestad ha favorecido esta casa, y se vía claramente que
era por medio de su oración; que aunque andaba en las fundaciones,
tenía cuidado della y era priora della, y así la que quedó entonces
por mayor, se vio claro lo poco que hacía en su gobierno.
Y porque este discurso de tiempo que pasó fundando los mones-
terios, ella lo dejó escripto, no diré aquí nada más de que sé claro que
lo menos de lo que pasó fué lo que escribió, porque si las cosas que yo
la oía contar de persecuciones y trabajos se hubieran de escribir, se
podía hacer un libro dello. Lo que yo podré decir aquí es de la pa-
ciencia que la vi en dos años que estuvo en esta casa, después que
fundó la de Sevilla. Vino de Toledo aquí cuando hubimos de dar la
obediencia a la Orden (2). Hecho esto, que fué una cosa de mucho con-
tento para ella, aguósele bien con los trabajos y persecuciones que
sobrevinieron luego, que fué cuando se andaba tratando de hacer pro-
vincia, que fueron tantos los enredos y marañas que el demonio le-
1 El primero después de San José, fué el de Medina del Campo, fundado en 15fi7.
2 Por Julio de 1577. (Véase la página 219).
APÉNDICES 295
vantó, que fué bien menester la perfeción que Dios la había dado
para llevarlo; porque no sólo procuraba que no pasase adelante el
hacerse la provincia, sino deshacer los raonesterios que estaban hechos,
y para esto inventaba de desacreditar a los frailes y a la Madre, levan-
tándoles terribles testimonios de cosas tan graves y malas, que sólo
oirlo no se podía sufrir.
Destas cosas y de otras venían muy a menudo cartas dándole cuenta
de todo lo que pasaba, porque se la daban muy por menudo de todos
los negocios, que nada se meneaba sin su parecer. Todas estas cosas
pasaban entre personas graves y delante del Nuncio. Veamos agora
cómo lo tomaba la Santa Madre cuando oía decir que tal la paraban
y que tanta diligencia y cuidado se ponía en deshacer con oprobio lo
que tanto trabajo a ella le había costado. Llamábanos a todas y leía-
nos las cartas, y ella se quedaba con la mayor paz y sosiego del
mundo, y hartas veces con risa de ver lo que decían della; nunca la
vi enojada, ni turbada ni con la menor alteración del mundo por cosa
que della dijesen, sino que decía que cobraba amor a estas personas
y las encomendaba mucho a Dios. Y no paraba en esto, sino que la
oí decir, que muchas veces le era esto causa de mucho gozo interior,
y mostrábalo bien el contento y regocijo que exteriormente le víamos
cuando estas cosas se ofrecían. Decía que le hacían mucho Dien, porque
ya que en aquello no tenía culpa, que en otras cosas había ofendido
a Dios, que se iría lo uno por lo otro. Venían otras veces nuevas de que
todos los negocios iban perdidos, porque parecía que cada día se iban
las cosas puniendo peor. Estaba en esto con un ánimo y confianza tan
grande, que no sólo no tenia necesidad de que la consolasen en ello,
mas ella lo hacía a nosotras viéndonos penadas, y nos decía que lo
encomendásemos a Nuestro Señor y no tuviésemos pena, que todo se
haría muy bien; y al tiempo que todos decían que los negocios iban
perdidos, entonces parecía que salía con nuevas confianzas, y respon-
día a quien se lo decía: ¿Ven todo esto que pasa? pues todo es
por mejor. Y así parecía que lo era para ella, porque la oía decir el
gran bien que en su alma había sentido y provecho de los trabajos y
contradiciones que había tenido.
La que tuvo de los amigos no fué la menor, sino mayor que todas;
porque, como es de quien más se siente, daban ocasión de mayor tra-
bajo, ñ ella se le dieron harto, porque, como los vía que andaban con
buen celo y la querían bien, parecíale que ellos eran los que acertaban
y quella debía de ser la que erraba; y como eran personas buenas,
era ocasión de ponella en mucha confusión, porque decía algunas veces
que le parecía que ellos eran los que acertaban y que ella era la que
erraba, y con todo cuanto la apretaban, nunca la oí decir de todas
estas personas sino palabras de mucha edificación, diciendo que eran
unos santos, y que todo lo que hacían lo era. Mientras pasaban estas
persecuciones, que fueron dos años en esta furia, el tiempo que le que-
daba de escribir para los negocios, escribía a los monesterios de las
monjas consolándolas, que lo habían bien menester, que como en lo que
se daba era deshacerlos, estaban fatigadas, y con ver letra suya les
era de mucho consuelo.
Este no les duró mucho, porque el demonio puso sus diligencias
296 APÉNDICES
para estorbarle; y fué que una noche cayó de unas escaleras abajo, y
fué de arte la caída, que no se pudo entender sino que el demonio la
había echado de las escaleras; porque iba con su luz en la mano, y
después de la haber subido toda, estando para entrar en el coro a
Completas, dijo que se le desatinó la cabeza de arte que la hizo tornar
atrás y caer. Lisióse de tal manera en un brazo, que nunca más le pudo
tornar a mandar como antes (1). Pasó grandísimos dolores del; duróle
años que casi no le pudo menear. Fué esto una cosa de harto trabajo
para las que la víamos y para ella: lo uno, porque en toda su vida
pudo vestirse ni desnudarse ni ponerse un velo sobre la cabeza; lo
otro, porque no podía escribir en tiempo que había tanta necesidad de
ello, y sabiendo en los monesterios que estaba de esta manera, sentí-
anlo mucho. Llevábalo todo con grandísima paciencia y alegría. Pre-
guntóla una hermana que si no tenía muchas ansias de comulgar,
porque había un mes que no lo había hecho, porque no estaba para
poderla levantar. Respondió que no, que estaba tan conforme con lo
que Nuestro Señor había hecho, que no sentía más que si comulgara
cada día.
Tuvo mucho hastío en este mal, y dijo un dís^ a la enfermera, que
le parecía que comiera bien de un melón, por la mucha sequedad que
tenía en la boca, mas que si no le había en casa, que no le fuesen
a buscar. No le había en casa; mas como había mandado que no le
buscasen, no osaron enviar por él, aunque vían ia necesidad; y dándola
de comer sin él, era tanto su hastío, que no pudo comer, y así le
quitaban ya la comida de delante. En esto llamaron al torno; yendo
a responder, hallaron en él medio melón, y no hallaron a nadie que
le pusiese, ni hasta hoy se supo quién, y así se puede entender que
Nuestro Señor movió alguna persona que socorriese la necesidad de
su sierva.
Pasados los dos años dichos de esta gran persecución, que de
otras que no fueron en este extremo, más fueron de quince años y aun
1 Le ocurrió este percance en la noche de Navidad de 1577. «Iba la Madre a completas
con su luz en la mano, u después de haber subido toda la escalera, estando para entrar en el
coro, quedó de presto como desatinada de la cabeza, y volvió atrás, \j cayó u quebróse el
brazo izquierdo. Fué grande el valor que tuvo de presente, y mayor el que tuvo después con
la cura; porque pasó mucho tiempo sin haber quien se le concertase, por estar a la sazón
mala una mujer de cerca de Medina, que tenía esta gracia. Y como no pudo venir, envió
a decir que la pusiesen algunas cosas, entreta¡ito que ella iba. Y ya cuando fué, estaba el
brazo añudado y manco. Y con todo eso se puso en sus manos, para que hiciese lo que
quisiese, con el deseo que tenía de padecer. Para esto mandó la Madre a las monjas que
se fuesen todas al coro a encomendarla a Dios, y quedóse sola con la mujer, y con otra
labradora su compañera. Las dos, que eran grandes y de muchas fuerzas, comenzaron a
tirarla fuertemente del brazo, hasta hacer dar un estallido a la choquezuela del hombro, como
estaba ya el brazo añudado, y hiciéronla pasar intolerables dolores. En éstos estaba ella con-
siderando el que Nuestro Señor había sufrido cuando le estiraron los brazos en la cruz.
Cuando volvieron las monjas, la hallaron como si no hubiera pasado nada, antes muy con-
tenta, y decía que no quisiera haber dejado de pasar aquello por todas las cosas de la tierra.
Duróle harto tiempo, que casi no le pudo menear, y en fin, quedó manca de él, y en toda
su vida pudo vestirse ni desnudarse, ni ponerse un velo sobre la cabeza. La caída fué tal,
y tan sin pensar, y tan sin ocasión, y tan grande, que todas las de casa tuvieron por cierto
haber sido el demonio el que se la hizo dar, y pareció más claro, porque, diciéndola una her-
mana que el demonio debía de haber hecho aquello, respondió la Madre: «Más mal quisiera
aún el hacer, si le dejaran*. (Cfr. Ribera, lib. IV, c. XVII).
APÉNDICES 297
veinte. Mandó el Nuncio que estuviesen sujetos estos monesterios al
Provincial de los Calzados, que aquella sazón era Fr. Ángel de Salazar,
y así él comenzó luego a visitar los monesterios. Yendo a la casa de
Salamanca, halló que había gran necesidad de que la Santa Madre
fuese allí por ciertos pleitos que traían sobre la compra de una casa,
y envióla obediencia de que fuese allí, y juntamente la mandó que
fuese a Valladolid, porque se lo había pedido mucho la señora doña
María de Mendoza, que esté en el cielo, al P. Fr. ñngel, que se lo
mandase, que era grande la devoción que esta señora la tenía; y así
se partió de esta casa a hacer estas dos jornadas. Llevó consigo una
hermana desta casa, que la trajo por compañera hasta que murió, y
así todo lo que de aquí adelante se dijere, es ella la que lo dice
como testigo de vista, que anduvo siempre a su lado, y es mujer a
quien se le puede dar crédito, porque es mucha su virtud y el talento
que Dios le ha dado (1). Sé que nuestra Santa Madre la tenía en mucho
y que se aconsejaba mejor con ella que con muchas monjas del coro,
porque es ella una freila. Yo la he tratado muchos años y sé harto
de su conciencia, y me hace harto alabar a Dios oiría y ver lo que
Dios ha puesto en esta alma. Yo creo que no dejarán de salir algunas
cosas suyas a luz, a su tiempo, para gloria de Nuestro Señor. He
dicho estas razones, porque se entienda que todo lo que agora se dijere,
es de testigo de vista y persona a quien podemos dar crédito. — María
de San Jerónimo (1).
Saliendo, pues, nuestra Santa Madre de esta casa de San Joseph de
Avila para la jornada que queda dicha, diéronla por su compañía un
sacerdote de los más contrarios que ella tenía, y que andaba con
harto cuidado para mirar todo lo que ella hacía y contradecir sus
cosas. Ella recibió esta compañía como de la mano de Dios; como
vía que la venía por la obediencia, fué con un amor y beneplácito trac-
tando con este Padre por el camino, que nos hacía alabar a Dios, y
no sólo le regalaba con lo que podía, mas como a amigo le daba las
imágenes y estampas que ella tenía para su regalo, y le decía: xMirc,
mi Padre, si le contenta otra cosa de lo que yo traigo, que se lo
daré de muy buena voluntad». Dióle una imagen del Espíritu Santo,
que ella quería mucho y no la había querido dar a otras personas, y
díjole que por lo mucho que le quería se la daba. Había un monesterio
cerca de este camino que iba, y sabiendo la Santa Madre que las per-
sonas de este monesterio le eran contrarias, pidió a este sacerdote que
la llevaba, que se fuesen por allí aunque rodeaban alguna legua; él
sabía bien la contradicción que en esta casa tenían con ella, y viendo
la humildad con que ella lo pedía, se lo concedió. Llegando a la casa
y nombrando a la Santa Madre que está allí, a mi parecer, que se tur-
baron los que en ella estaban, porque, aunque anduvimos buen rato
por ella, no parecía criatura. La Santa Madre los llamó, y viniendo
donde ella estaba, los abrazó a cada uno de por sí, mostrándolos tanto
amoi, que parecia los quería meter en su alma. Estuvo aquí desde
1 Venerable Ana de San Bartolomé.
2 La firma e:s autógrafa. £1 Códice continúa luego con la misma letra la relación de la
V. Ana de San Bartolomé, recogida por María dv; San Jerónimo.
298 APÉNDICES
hora de misa hasta la tarde con esta alegría y beneplácito. Cuando se
hubo de ir, salieron acompañándola fuera del lugar. Decían les hacía
ternura y soledad verla ir tan presto y mostraban tener harta confusión
de la santidad que veían en ella. Al Padre que iba con ella le pesó
harto cuando vía que se acababa la jornada del camino, porque iba
ya tan devoto y aficionado a la Santa Madre, que la dijo mirase si
quería servirse del para pasar más adelante, que le sería mucho
regalo.
Otras muchas personas vi muy contrarias a la buena opinión que
se podía tener de sus cosas, y en sabiéndolo la Santa Madre, los bus-
caba si estaban en parte donde los podía haber, y trataba con ellos lo
que le parecía les hacía más durar, y quedaban tan llanos y satis-
fechos, que era para alabar a Dios. Espantábanse mucho los que la
acompañaban por los caminos de ver los trabajos e infortunios que
se nos ofrecían, que a ellos les hacía desmayar g ver a la Santa con
tan buen ánimo en todo, y alentallos como si no pasara por ella mal
ninguno. Algunos días caminaba siendo todo el día de agua o nieve
y sin hallar poblado en algunas leguas, ni llevar alguna defensa para
no se mojar, y llegaba a la noche algunas posadas donde no había
lumbre ni con qué la hacer, ni qué comer, y el abrigo de la cama
y aposento donde estaba, era verse el cielo, y el agua que caía del
entraba en el mesmo aposento, y acaecíale algunas veces tener los
vestidos calados. De esta manera y otras semejantes, la vi andar por
los caminos, y con tanto espíritu y alegría, que parecía que se iba
deleitando en padecer. Y bien mostraba esto, porque nunca reparaba,
por mal tiempo que hiciese, en dejar de proseguir sus caminos con
todas las enfermedades que tenía. Decía a los que iban con ella en
tales tiempos: «Tengan mucho ánimo, que estos días son muy ricos
para ganar el cielo». Respondió el que iba con ella, que debía de Ir
bien trabajado: «También me le ganaba yo dende mi casa».
Aconteció llegar a una posada una noche de las dichas, bien nece-
sitada de abrigo, porque de la mucha humedad de los vestidos le había
dado mal de hijada y perlesía; y estando yo con ella y viéndola con
grandes temblores, salí a buscar lumbre para calentarla un paño.
Viendo esto una persona de bien que estaba en la posada, empenzó a
decir muchos baldones sobre la Santa Madre y cosas que parecía le
movía el demonio, porque de personas semejantes no se podía creer tal,
porque era un religioso; sino que lo debía Dios de ordenar para que
la Santa padeciese, y con todo su mal lo llevó con mucha alegría u
conformidad, pareciéndole no merecía ella oir otras cosas de sí.
Llegando un día a un lugar que se llama La Puebla, en la Mancha,
era día de la Encarnación, y fuese a apear a la iglesia para oir misa
y comulgar; y viéndola los de la iglesia, dijeron que aquella mujer
parecía que traía malos pasos, que sería bien prendella; y como la
vieron recibir el Santísimo Sacramento, llegáronse a ella muy escan-
dalizados; que cómo y cómo había comulgado, que primero que de allí
saliese harían probanza de quién era. A la Santa Madre le dio mucho
gozo de ver la opinión en que la tenían, y así no les respondió cosa
alguna.
Aquí pasó tanto en el alboroto que hubo en la Iglesia, que no es
APÉNDICES 299
nada lo que se puede decir, sigún lo que yo vi, y había grandes
fiestas que tenían para aquel día, porque era la vocación de la igle-
sia; y todo estuvo suspenso, porque todos estaban tan alborotados,
hasta averiguar qué gente era ésta, que no estaban para entender en
fiesta ninguna. Y a tanto llegó este alboroto, que fué menester que la
Santa Madre y las que veníamos con ella nos metiésemos en el coche
para que no nos viesen, aun antes que comiésemos bocado; y a no
traer entonces la compañía que traía, que era el P. Fr. Antonio de
Jesús, que le conocían por aquellas tierras, pasara la turbación más
adelante, y con cuantas satisfacciones él les daba, dijeron que querían
enviar un hombre con ellas para ver dónde iban^ y a todas estas cosas
nunca la Santa Madre respondió cosa.
JVIuchas veces la vi en ocasiones semejantes, o otros trabajos que
se le ofrecían por los caminos darle tanto ánimo el padecer, que aunque
venía mala, parecía quedaba buena y que aquello la daba la salud.
Yendo una vez a Malagón, y habiendo llevado muy mal camino y malas
noches, llegó tan mala, que le parecía no tenía cosa en todo su cuerpo
que no la doliese y que no estaba para menearse de una cama; y
llevando intento de pasar las monjas de una casa en que estaban a
otra nueva, dijéronle los oficiales en llegando, que más de medio
año era menester labrar antes que se pudiesen pasar a ella. Y dióle
esto pena a la Santa A\adre, y en amaneciendo otro día, porque el
que llegamos era ya muy tarde, fuimos a ver la casa y vió que era
verdad lo que los oficiales decían; y con todo esto dijo que se había
de hacer de manera que para la Concepción se pasasen las monjas,
y esto era día de Santa Catarina Mártir (1).
Espantáronse los oficiales cuando tal oyeron por parecerles impo-
sible, y aun yo me espantaba también de haberla visto la noche antes
tan mala y inhabilitada de sus miembros, y de verla que parecía no
tenía mal según el ánimo y aliento que mostraba. Hl fin se dio tan
buena maña, que se acomodó la casa como quería para el día dicho,
y hízose con mucha solemnidad del pueblo y de todas las aldeas.
Fueron las monjas en procesión con el Santísimo Sacramento. En todo
este tiempo que se acomodó la casa, anduvo la Santa Madre desde
que amanecía hasta las medias noches con los oficiales, y la primera
que tomaba la espuerta y la escoba era ella, y a las once de la
noche, que se iba a descansar, rezaba el Oficio divino. Y después de
venidas las monjas y la priora, las pedía perdón de las faltas y de
lo que no estuviese tan a su gusto, y así se postraba a sus pies
como si fuera la menor de todas. En todo nos daba gran ejemplo de
humildad; si algunas veces mandando hacer algunas cosas, o siendo
necesario, reprender otras, y vía que lo tomaban no tan bien y que
les duraba algún día la pena, iba a aquella hermana que estaba de
esta arte y la pedía perdón, echándose a sus pies y diciendo que no
había mirado lo que había dicho, que la perdonase. Era muy amiga
de pedir a todas parecer en cualquier cosa que hiciese.
Pues estándose en esta casa dicha, y habiéndose acabado de aco-
.noda: el mesmo día de la Concepción, en la noche le tornó el mesrao
Día 25 de Noviembre.
300 APÉNDICES
mal y tullimiento en los huesos, y dolores, que parecía no tenía cosa
sana, ni más ni menos que lo que tuvo cuando llegó del camino;
que se vio bien notablemente se lo había Dios quitado porque tenía
que hacer, y luego se lo volvió. Llegando la Pascua, fué tanto su
espíritu y gozo, que a todas nos le pegaba, y como ya estaba algo
mejor y levantada, fué al coro y dijo una lición y erró un poco en
ella, y por esto se postró en medio del coro, y fueron tantas las
lágrimas de las hermanas, que algunas no pudieron decir nada.
Y como ya tenía Nuestro Señor otro trabajo aparejado en que la
ejercitar, fuéla dando más salud, y así, antes que llegasen Carnesto-
lendas, vino allí el P. Fr, Antonio de Jesús y el P. Fr. Gabriel de
la Asunción para llevarla a la fundación de Villanueva de la Jara,
y como estos Padres eran tan cognocidos por toda la Mancha, en todos
los lugares que llegaban con nuestra Santa Madre, era tanta la gente
que cargaba a verla, que no nos podíamos revolver. Llegamos a un
lugar que llamaban Robledo, y en oyendo misa y comulgando la
Santa Madre, lleváronnos los Padres en casa de una su devota a
comer. Era una dueña muy honrada y aficionada a las cosas de la
virtud, y así hizo muy buen recogimiento a la Santa Madre y a su
compañía. Cargó tanta gente, que fué necesario que pusiesen dos al-
guaciles a la puerta para que nos dejasen comer; porque fué de ma-
nera, que por las paredes entraban y nada bastaba, y fué menester
encarcelar alguna gente para que pudiésemos salir, que toda su ansia
era por ver a la Madre, que hablalla no había remedio. Por esta
misma ocasión, en otro lugar cerca de este donde a la entrada hubo el
mismo concurso de gente, procuró la Santa Madre que otro día saliese-,
mos tres horas antes que amaneciese por librarse de la gente. En
saliendo del lugar, se quebró el coche, y como era de noche, no se
echó tanto de ver lo que se había hecho, y así anduvimos tres leguas
hasta llegar al lugar, que cuando amaneció y vimos lo que pasaba,
nos espantamos cómo había sido posible poder caminar con él, y
así decía quien iba con la Santa Madre que parecía milagro.
La devoción de todos estos lugares fué muy grande, y así, sabien-
do en otro que la Santa Madre había de pasar por allí, estaba allí
un labrador muy rico; en casa de éste la tenían aparejado gran cola-
ción y comida, y juntó sus hijos yernos que los trajo de otros lugares
para que les echase la bendición. Y no paró en esto la devoción
de esta buena gente, sino que el ganado también tenían junto para
que le bendijese. Llegando la Madre Santa aquí, no quiso detenerse
ni apearse por más que se lo importunaron, y así trajo toda su
gente para que allí la hablasen y los bendijese a todos, y dende aquí
nos fuimos luego.
Antes que llegásemos a Villanueva, había un monesterio de nues-
tros frailes, que habíamos de pasar por allí (1). Ellos, como supieron que
la Santa Madre llegaba, saliéronla a recibir en procesión buen trecho
antes que llegásemos al monesterio, y como era un campo raso, y ellos
que debían de venir con harto espíritu, pegábanle a quien los vía.
La Roda, célebre en los primeros años de la Descalcez.
APÉNDICES 301
Decía la Santa Madre que le había sido mucho consuelo el verlos,
porque le habían representado los santos del Yermo de nuestra Orden.
Llegaron todos de rodillas a pedirla la bendición y la llevaron en
procesión a la iglesia. El tiempo que aquí se detuvo, como se supo por
aquellos lugares alrededor, venía mucha gente a verla.
De aquí nos partimos para Villanueva de la Jara, y buen rato antes
que llegásemos al lugar, salieron muchos niños con gran devoción a
recibir a la Santa Madre, y en llegando al carro donde ella iba, se
arrodillaba, y que descaperuzados iban delante de ella, hasta que lle-
garon a la iglesia, a donde nos apeamos; y como lo que toca a esta
fundación la Santa JVladre lo tiene escrípto, no diré yo aquí mas de
como se hubo con aquellas beatas que estaban en aquella casa. Hecho
el monesterio, andaba en los oficios como las demás; y aunque no se
podía aprovechar de más de una mano, barría y servía en refitorio y
andaba lo que podía en la cocina. Quedándose un día fuera del re-
fitorio con un oficial que hacía un torno para un pozo (1), que era bien
grande, cayóscle al oficial y dio sobre la Santa Madre y derribóla
en el suelo. Quedóse él como pasmado, que no tuvo ánimo para levan-
tarla; ella se levantó con un aliento y ánimo como si no se hubiera
hecho nada. Decían había sido milagro no la haber muerto, y la parte
del cuerpo que la cogió el torno se le oaro negro; era víspera de San
José, y así echamos al Santo el haberla guardado.
De aqui nos venimos a Toledo; andaba con tanto agradecimiento
por los caminos, que todos gustaban de acompañarla. La orden que
en ellos traía: lo primero era oír misa y comulgar cada día, que esto
por más priesa que hubiese nunca lo dejaba; traía siempre agua
bendita y su campanilla para tañer a silencio y la tañíamos a su hora;
ya sabían los que iban allí que lo habían de guardar en tañendo.
Traía su relox para tomar las horas de oración, y cuando tañíamos al
salir de oración o silencio, no había más que ver, cuando iban algunos
mozos, la fiesta que hacían y el alegría que les daba el poder ya hablar,
y siempre tenía la Santa cuidado de nuc en estos tiempos les diesen
algo que comer por lo bien que lo habían hecho en callar.
Era muy afable a todos los que la tractaban. Algunas veces venían
algunas personas a hablarla con intento de si la podían coger algo, no
creyendo lo que della oían. Ella les hablaba en su lenguaje acostum-
brado, que era tractar cosas donde las almas saliesen con ganancia, y
así lo salieron éstas, que viniendo dos mancebos con la intención dicha,
antes que de con ella se quitasen, los tocó Nuestro Señor y le confe-
saron su culpa, diciendo con el intento que habían venido; en fin,
cuando ellos se fueron, iban muy mudados de como habían venido.
Era muy piadosa con los subditos humildes y subjectos a la obe-
diencia, y muy rigurosa con los que mostraban libertad; no era amiga
de gente triste, ni lo era ella, ni quería que los que iban en su
compañía lo fuesen. Decía: «Dios me libre de santos encapotados».
Sacaba pláticas de Dios por los caminos, de suerte que los que suelen
ir jurando y traveseando, gustaban más de oírla que de todos los
1 Consérvase aún el pozo en un patio del Convento.
502 APÉNDICES
placeres del mundo; que así se lo oí yo decir a ellos. Siempre en los
caminos era la primera que despertaba a todos y la postrera que se
sosegaba de noche.
Yendo a una fundación, había gran necesidad de agua por aquella
tierra, y los que iban con la Santa /Aadre, pidiéronla mucho que supli-
case a Nuestro Señor les diese agua. Ella hizo que todas las hermanas
que iban allí dijesen una letanía, y así la dijeron luego todas, y antes
que se acabase, comenzó a llover, y toda esa noche llovió mucho.
Luego dijo que cantasen un Te Deum dando gracias a Nuestro Señor
por la merced que les había hecho en darles agua. Hízoles tanta de-
voción esto a los que iban allí, que lloraban de ver que lo que habían
pedido a la Santa que les alcanzase, en tan poco espacio lo habían
visto cumplido; y desto y otras cosas hartas que la acaecían, estaba
tan lejos de vanagloria, que la oí yo decir que en su vida había tenido
que confesar de este pecado.
Y porque se vea las diferencias que hace el mundo, otro día, lle-
gando a otro lugar, salía alguna gente y decía [cosas] amargas de
ellas, que las llevan presas a la Inquisición; y juzgaban esto, porque
entre las personas que iban con la Santa Madre en este camino, iba
un alguacil con su vara, que era del Obispo de Osma, que había en-
viado por la Santa Madre para la fundación de Soria. Cuando llegó,
estaba él aguardándola, puesto a una ventana, de donde nos echó
la bendición; y porque ella tiene escripia esta fundación de Soria,
no diré yo aquí nada de ella; y dende aquí se fué al convento de
esta casa de San José de Avila (1).
1 Lo misma copistp, si bien con letra más grande u gruesa, continúa trasladando lo res-
tante de esta Relación, que ya queda publicado en las páginas 232 a 241, hablando de los últi-
mos días de Santa Teresa.
flPKNDICBS 303
LVl
DEPOSICIÓN DF. Lfl H.a TERESA DE JESÚS, SOBRINA DE Lfl SHNTfl EN EL PRO-
CESO DE flVILñ (1596) (1).
1.8 fl la primera pregunta.— Siendo preguntada si conoció a la Ma-
dre Teresa de Jesús, y si conoció a sus padres, y dónde era natural, y
quiénes fueron sus padrinos, y dónde se bautizó, dijo: esta decla-
rante es sobrina de la dicha Madre Teresa de Jesús, hija de her-
mano, y que la conoció, trató y comunicó por tiempo de ocho años, en
veces, las que la Santa Madre vino a esta casa, a la cual acompañó
desde Sevilla hasta la casa de San José de Rvila, y de ella salió
en su compañía a cabo de algunos días (o años), a la fundación
de Burgos, y en el último año en que la Santa Madre murió, siempre
anduvo en su compañía, y se halló a su muerte en la villa de ñlba
cuando murió; y sabe que fué natural de ñvila, y que su padre se llamó
Rlonso Sánchez de Cepeda, y su madre Doña Beatriz de Ahumada,
y ha entendido que a los veinte años y medio de su edad tomó el
hábito en la Encarnación (2), día de los difuntos, y que vivió en la
Religión 47 años; los 27 en la Encarnación, y los 20 postreros en
esta Orden de Descalzas que ella fundó.
2.a R la segunda, siendo preguntada si sabe que la Madre Teresa
de Jesús fuese mujer de grande espíritu y de mucha oración y que por
medio de ella tuvo gran trato con Dios Nuestro Señor, dijo: que lo
1 De entre las numerosas informaciones que de los Procesos de canonización de la Santa
tenemos en nuestro poder para publicarlos algún día, si Dios es servido, reproducimos hoy
las dos siguientes Declaraciones de la hija de D. Lorenzo de Cepeda, Teresa de Jesús, así
pot traer muchos pormenores referentes a la vida de su santa tía, como por hablar larga--
mente del convento de S. José de Avila. Una y otra están tomadas del Proceso incoado en
Avila, que en dos abultados tomos se guarda hoy en el palacio episcopal de aquella ciudad.
Esta primera declaración es de 22 de Enero de 1596, hecha al arcediano de Avila, D. Pedro
de Tablares, Juez apostólico, delegado para ello.
Nació la sobrina de la Santa en Quito, año de 1566. Conoció a la Santa en Sevilla
cuando en Agosto de 1575, después de haber desembarcado con su padre D. Lorenzo en
Sanlúcar de Barrameda, se dirigió a la capital andaluza, donde su tía estaba procurando una
fundación de Descalzas. Teresita entró con su hábito seglar en el convento de Sevilla, cuando
contaba cerca de nueve años, y de allí pasó a S. José de Avila para comenzar su novi-
ciado en Julio de 1576. Acompafió a la Santa en la fundación de Burgos, y de aquí salie-
ron con intención de ir a Avila para que hiciera la profesión en aquella casa. La muerte
de Santa Teresa la retrasó hasta el 5 de Noviembre de 1582. En S. José desempetló diversos
oficios con gran edificación de todas. Murió el 10 de Septiembre de 1610, a la edad de
cuarenta y tres años. La Relación de 1596 es mucho menos importante que la de 1610, pero
como en ésta hace referencia a menudo a la primera, publicamos las dos, aun a trueque de
repetir algunos párrafos.
2 Ya dijimos en la página 92, que la Santa, al entrar en la Encarnación, tenía veintiún
afios siete meses u seis días.
309 APÉNDICES
que esta declarante pudo conocer del tiempo que la trató y lo que
después oía, y antes ha entendido y oído a personas religiosas de
esta Orden y otras, es haber sido una alma de las más ejercitadas
y señaladas que ha habido en nuestros tiempos en la oración, en la
cual recibió grandísimas mercedes y favores de Su Majestad, con
grande presencia y comunicación suya y aumento de virtudes; e ansí,
en los últimos años de su vida, estaba ya tan llegada a Dios y tan
habituada a las cosas espirituales, que ansí parecía no vivir ya sino
en lo exterior, y eran cosas tan levantadas las que en su alma pasa-
ban, que no eran comunicables, y decía le faltaba tiempo para de-
cirlas; y ansí no le gastaba ya en tratar de ellas como solía, porque
su espíritu gozaba ya de gran tranquilidad y sosiego, y con este
alivio padecer (aia) los grandes trabajos que en la fundación de Bur-
gos se le ofrecieron. Tenía una afabilidad extraña; en toda ella mos-
traba un ser más que humano y una sencillez y nobleza, que decía
algo con aquella primera inocencia. Tenía gran devoción con los san-
tos; recibió por intercesión de ellos grandes favores de Dios; y apa-
rcciéndolc algunas veces y hallándola esta declarante un día en so-
ledad y muy recogida, viniendo^ a plática, la dijo del favor que Santa
Clara la hacía, y que apareciéndosele, la había animado a que prosi-
guiese en fundar estos monasterios, que ella la ayudaría, y harían
bien, dondequiera que estuviesen, los de sus monjas. Esto se ha visto
bien cumplido, ansí en Burgas y en Palencia y en esta ciudad, a las
cuales ayudaron en sustentar en sus principios las de la Orden de
Santa Clara.
Hizo grandísimo provecho a muchas personas, ansí para que sa-
liesen de pecados graves como para que otras se adelantasen mucho
en virtud y oración, por medio de la suya y de su comunicación;
e a esto de que se aprovechasen las almas se inclinaba mucho su espí-
ritu; y desde que era de poca edad, comenzó a hacer fruto en per-
sonas que trataban con ella, y este fruto ha sido hasta hoy día en
tantas personas, que no se le puede poner número fácilmente. Tenía
mucha luz para conocer espíritus y modos de oración, y algunas ve-
ces lo entendía sin decirla nada, y otras cosas que naturalmente era
imposible saberlas, si no era con espíritu de profecía. Y sabe esta
declarante que le tuvo conocidamente, y que algunas cosas que Nues-
tro Señor le reveló o dijo^ se vieron cumplidas antes y después de su
muerte, y que muchas de las vis'ones que tuvo, pertenecieron a este
espíritu. Era devotísima del Santísimo Sacramento; recibíale aún desde
que estaba en la Encarnación cada día, o los más, por orden de
sus confesores, con grande fe, sentimiento y reverencia y provecho;
G muchas de las revelaciones que tuvo fueron queriendo comulgar o
después de haber comulgado; quedaba su alma que se deshacía de
amor y gozo; otras en lágrimas; y de éstas acaeció a esta decla-
rante verla como echando fuego de su rostro, y con hacer en ella ad-
mirables efectos, y tener gran hambre de recibirle, tenía tanto rendi-
miento, que si por mortificarle la quitaban la comunión, o no había
oportunidad para recibirla, aunque fuera por algunos días, lo pasaba
con mucha conformidad, y conocimiento de su indignidad y buen celo
de los que se la quitaban.
APÉNDICES 305
3.a En la tercera pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre
Teresa de Jesús fué la que dio principio a la Orden que llaman de
Carmelitas Descalzas, y que lo que la movió para este principio fué,
como tiene dicho, la gloria de Dios Nuestro Señor y bien de las
almas, y del deseo entrañable que Dios le dio desde que se comen-
zó a dar de veras a la oración de hacer obras de mucho servicio suyo
y honra y gloria y de provecho para las almas, y el pretender vivir y
hacer que viviesen las gentes donde con más encerramiento, y peni-
tencia y pobreza pudiesen guardar lo que había prometido, no tratando
de Religión nueva, sino de renovar la antigua suya mitigada, y emplear
ella y las que la siguiesen toda su vida y oración en rogar por el
aumento de la Iglesia católica y destrucción de las herejías; las
cuales, y en especial las de Francia, le daban tanta pena, que le parecía
que mil vidas pusiera para remedio de una alma de las muchas que
allí se perdían; y viéndose mujer inhabilitada para aprovecharles en
lo que quisiera, determinó hacer esta obra para hacer guerra con las
oraciones y vida suya y de sus religiosas a los herejes, y ayudar a
los católicos con ejercicios espirituales y continua oración. Decía le daba
gran gozo ver una iglesia más en que estuviese el Santísimo Sa-
cramento.
Acuérdase haber oído decir, ansí a la Santa Madre, como a otras
personas, y en particular a una religiosa que se llamaba Isabel de
San Pablo, supriora que fué de esta casa de las Descalzas de ñvila
y contemporánea de la Santa Madre Teresa de Jesús cuando estaba
en la Encarnación, que ya es muerta y habrá que murió quince años,
poco más o menos, que diversas veces le ordenó y mandó Nuestro
Señor en la oración el comenzar y proseguir la fundación de estos
monasterios con particulares favores y ayuda suya, como se ve en el
aumento con que ha ido esta Religión de Monjas y Frailes, sin trazas
ni favores humanos. Vese esto claro porque ella le dio principio a los
Religiosos Descalzos, y esto le costó muchas y fervorosas oraciones,
y con sus vivas razones alcanzó licencia del P. Generalísimo; y al-
canzada, dábale gran cuidado no entender hubiese fraile en la Pro-
vincia de los Calzados que le pudiese ayudar a ponerlo por obra, ni
seglar que quisiese hacer tal comienzo de vida y religión; y ansí no
hacía sino suplicar a Nuestro Señor que siquiera una persona deputase.
Púsose a tratarlo con un Padre que era Prior de los Carmelitas miti-
gados de Medina, y con otro Padre, que se llamaban, el primero Fray
Antonio de Heredia, y el segundo Fr. Juan de la Cruz. Rmbos que-
rían irse a los Cartujos, y la Santa Madre les impuso y rogó lo de-
jasen y diesen principio al deseo que ella tenía de que hubiese Des-
calzos Carmelitas; y supo decirles tales razones, que con la ayuda
de Dios Nuestro Señor, de voluntad lo aceptaron; y ha oído decir
que uno de estos dos religiosos, que es Fr. Juan de la Cruz, que ha
años murió, está su cuerpo en la ciudad de Segovia, y que hace
milagros, y que está entero, sin corrupción. Y no sabiendo la Madre
Teresa qué se hacer de casa para do en ella hiciesen principio estos
dos religiosos, proveyó Dios Nuestro Señor que un caballero de Avila
se la ofreció, aunque pobre, en un lugarcillo llamado Duruelo. La
Santa Madre la fué a ver, y allí comenzó la primera fundación de Re-
II 20
306 APÉNDICES
ligiosos Descalzos Carmelitas; y ella informaba a sus dos frailes del
modo de vida que habían de tener, y con esto y acomodar sus cosas
para la fundación, les ayudó cuanto pudo: y con sus continuas oracio-
nes. Quedaron los frailes en la casa, a donde se dijo la primera misa
un domingo de Adviento, año de 1568.
4.3 En la cuarta pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre
tuvo grande fe, esperanza y caridad, y fué dotada de humildad, pa-
ciencia, pobreza penitencia y otras virtudes. En la fe la hizo Dios
tanta merced, que no sólo la tuvo grande, sino que jamás tuvo ten-
taciones contra ella. Teníala tan arraigada en su alma, que la parecía
que contra todos los herejes se pusiera ha hacerles entender iban
errados. Decía que las cosas de la fe, mientras menos las entendía,
más las creía y mayor devoción la hacían. Y aunque siempre estaba
con letrados, nunca preguntaba, ni aún lo deseaba saber, cómo hizo
Dios esto, o cómo pudo ser; porque para ella no había menester
más de: hízolo Dios iodo, y con esto no tenía que espantarse sino
que le alabar. Decía que cuando algunas cosas de las que vía o
entendía en la oración la llevaran a cosa contra la fe o ley de Dios,
no hubiera menester buscar letrados ni hacer pruebas, porque luego
viera que era demonio, y que sabía bien de sí que en cosa de la
fe o contra la menor ceremonia de la Iglesia, que quien viere que
ella había, o por cualquiera verdad de la Santa Escritura, pasara ella
mil muertes; y si pensara de sí otra cosa, ella misma fuera a de-
nunciar de sí a la Santa Inquisición.
De la virtud de la esperanza estaba tan llena y era tanta su
confianza en Nuestro Señor y sus palabras, que por desbaratados que
viera los negocios de sus fundaciones y sin remedio al parecer humano,
no desmayaba, sino con un ánimo tan grande y confiado se había
en ellos, que nada le parecía le podía faltar ni dejar de ser lo que
esperaba, antes mientras más persecuciones y contradicción tenía en
sus fundaciones y santos propósitos y deseos, más le crecía el áni-
mo y satisfacción de aquella obra; y aquellos monasterios estimaba
en más, que habían sido fundados con mayores contradicciones y tra-
bajo suyo. Es prueba de esto, ver que siendo una mujer sola, ence-
rrada, atada con obediencia, y sin dineros ni favores humanos, antes
con tantas contradicciones, saliese con una Orden, como se ha visto,
de religiosos y religiosas.
Cuanto a la caridad tenía un amor de Dios encendidísimo, y la
iba creciendo cada día más, y el deseo de su honra y gloria y una
sed vehemente de verle, y con tan grandes ímpetus, que la dejaba
fuera de sí y hacía desear la muerte con grandes ansias y otros efec-
tos particulares de amor. Tenía hecho voto de hacer siempre lo más
perfecto (1), y persuadía con veras que con advertencia no nos arro-
jásemos a hacer ni a decir cosa que fuese pecado venial. De or-
dinario andaba alabando a Dios Nuestro Señor, y esta testigo la
oyó decir palabras devotísimas y sentidas y algunos versos en latín.
Veníanle unos ímpetus tan grandes de amor de Dios, que no se
1 Véase la página 12S.
aPENDICES 307
podía valer ni cabía en sí, sino que 1g parecía que se le acababa la
vida y le daban grandes arrobamientos. Decía que con ver a otros en
el cielo con más gloria que a sí, se liolgaría, pero no llevaría en pacien-
cia de que otros amasen más a Dios que ella. Todos los trabajos le pa-
recían pequeños por su amor, y ansí decía que le parecía pasara mu-
chas muertes, porque una alma le sirviera, y hubiera para ella otra
más recia ni más trabajosa que pensar si le tenía ofendido. Tenía
gran humildad y conocimiento propio, y mostrábale bien en las cosas
que se ofrecían; humillábase y obedecía a sus propias monjas; tra-
tábalas con gran amor y llaneza, y a las preladas con mucho respeto
y sujeción, y esto hacía la tuviesen las subditas, sin que a ella la
tuviesen por superior, ni tuviese licencia, aunque estuviese presente.
Sentía de sí bajamente, junto con la estima que tenía de lo que Dios
hacía con ella y de la virtud de sus prójimos. Con todas sus enfer-
medades, que eran muchas, acudía, pudiendo, a trabajar en la cocina
y otros oficios bajos, y a la labor de manos como la menor de todas.
Procuraba, todo lo que podía, encubrir sus ejercicios, sin dar mues-
tras exteriores de santidad ni composturas fingidas; antes tenía un
exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba
por santa; pero tenía en toda ella un no sé qué tan de sustancia,
que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la tildaban, que lo era
mucho sin diligencia suya. Nunca estaba ociosa, ni la faltaba en qué
ejercitarse aun hasta las doce y la una de la noche. Sentía mucho
cuando los arrobamientos la daban en público, y de decir, aun a sus
confesores, la merced que Dios la hacía, tanto y más que si tuviese
que decir grandes pecados. Deseaba que los que pensaban bien de
ella supieran cómo había vivido, y procuraba que la tuviesen y cono-
ciesen por muy pecadora.
En su condición y trato era muy afable, gustosa y apacible, y
llana y de gran virtud, enemiga de hipocresías, y más de mostrarlas
ella en sí, ni desvanecerse por las obras que hacía; de lo cual la veían
tan lejos los que la trataban, que para esto no parecía había en ella
más que naturaleza ni ser que si no fuera; y échase bien de ver ser
verdad lo que viviendo les decía, que nunca había tenido que confe-
sarse de cosa de vanagloria, ni tenía de qué tenerla. Parecíales que
ella no hacía nada en las fundaciones, sino que era Dios el que las
obraba por su medio. Y acuérdase que dijo a esta declarante, con
muestra de sentimiento: «No sé para qué me llaman fundadora, pues
que Dios, y no yo, es el que ha fundado estas casas». No temía la
pobreza sino que la amaba, y al principio fundaba las casas y mo-
nasterios sin que tuviesen renta, sino que viviesen de limosna, y de
ella se sustentasen; pero creciendo el número y la pobreza de los
lugares, con parecer de personas doctas y graves, la admitió en común.
5.» En la quinta pregunta dijo: que sabe que la dicha Santa Madre
tuvo en esta vida y pasó grandes trabajos, y los llevó con grande
ánimo y paciencia por amor de Dios Nuestro Señor, de diversas ma-
neras, y que se levantaron contra ella grandes trabajos, y persecu-
ciones y murmuraciones, en especial en el comienzo de estos mo-
nasterios y en su modo de espíritu, levantándole falsos testimonios
y de cosas bien graves. Venían días que apenas había quien la qui-
308 APÉNDICES
sicre confesar, pareciéndoles que andaba engañada con ilusiones del
demonio, y recelándose de tratar con ella; todo lo cual recibía con
un gran ser y conformidad que mostraba bien dársela Nuestro Se-
ñor sobrenaturalmente. Otras veces, aunque se afligía, era con sumo
recogimiento y oración, y sumo cuidado de no decir cosa contra los
que la perseguían, si no era para disculparlos y decir bien de ellos;
amábalos como bienhechores suyos, y que miraban por el bien de su
alma; reprendía a sus monjas cuando decían algo de ellos que no
fuese en su favor. Tratábalos con tanta llaneza y amabilidad, que los
venía a mudar de su propósito con la fuerza de su virtud y volverlos sus
amigos. De dos en particular sabe esta declarante, que de muy con-
trarios suyos, viniero^rt a serla muy favorables y ayudarla a sus obras,
que eran personas graves.
Por los caminos y fundaciones padeció grandes descomodidades,
y trabajos y enfermedades, y esto no fuera parte para que la excu-
sase lo comenzado, ni alargó un día esperando que otro fuese mejor
para su jornada; y aunque caminaba, nunca dejó su oración ni co-
munión, ni perdía un punto su recogimiento y alegría espiritual.
En Sevilla y en Burgos padeció grandes trabajos en sus ñmda-
clones, y con gran paciencia los padeció; tenía gran sed de ellos,
y con el espíritu le iba creciendo la estima de ellos, tanto que nada
bastaba para quitársele. Era el lenguaje suyo muy ordinario: «O morir
o padecer:^. Tuvo grandes enfermedades, y con todo seguía a la co-
munidad, y en cuanto podía acudía a sus ejercicios, acudía al coro
y oración; y aunque tenía siempre mal de cabeza por el continuo
escribir, no faltaba a los negocios ni a los caminos que parece ex-
cedían a fuerzas humanas. Las penitencias, por grandes que fuesen,
le parecían nada según el deseo grande con que salía de ellas, y el
gusto y fervor con que las hacía; esto es en cuanto los confesores
la daban lugar y su falta de salud. Y con esto la vio esta declarante
hacer hartas, y en sus principios oyó decir que eran tan recias las
disciplinas, que se venía a criar materia en las llagas, y sobre ellas
las volvía a tomar con hortigas. y aunque era vieja y enferma, ayunaba.
Hacía otras cosas muchas de mortificaciones, y algunas por orden de
sus confesores, para más probar su espíritu; y por mortificarse, la oyó
decir esta declarante, que estando en la Encarnación, pidió la diesen
el oficio de la enfermería. Condolíase mucho con gente pobre y en-
ferma; procuraba fuesen regalados y amados con cuidado, y esto en-
cargaba mucho en sus monasterios, y mientras se daba licencia para
fundar el de Burgos, estaba recogida con sus monjas en lo alto de
un hospital que cae al cuarto sobre la enfermería de los pobres (1). Se
compadecía sumamente de oir los enfermos que se quejaban, y en-
traba a consolarlos y animarlos cuando bajaba a la iglesia, llevándoles
todo lo que ella podía: y Quitándose a sí misma lo necesario, con estar
muy mala, por dejárselo a ellos. Y era tanto y tan particular el con-
suelo que sentían con lo que les decía y animabak y con la misericor-
dia que con ellos usaba, condoliéndose de sus trabajos y dolores, que
cuando se iba, lloraban de perder aquella santa de su hospital.
1 Hospital de la Concepción.
APÉNDICES 309
Tenía mucha fuerza en su alma, y en toda su vida y trato, acom-
pañada con una claridad de entendimiento y una discreción tan asen-
tada, que ponía admiración a todos los que la trataban; con esto
tiene por cierto, por indicios probables que ha tenido para ello, que
fué virgen toda su vida. Y uno es, que tratando con ella una persona
que esta testigo conoce, de algunas tentaciones de carne, la respondió la
Santa Aladre: «No entiendo eso, porque me ha hecho el Señor mer-
ced que en cosas de esas toda mi vida no las haya tenido». Y aunque
en su libro encarece tanto los pecados de sus primeros años, sabe
de un Padre de la Compañía, que examinó harto estas cosas, que
nunca llegó a ninguna que la hiciese perder esta virtud. Era de
grande ánimo, y solía decir que, sirviendo ella a Dios, como le servía,
a quien los demonios y todas las cosas están sujetas, por qué había
de temer a nadie ni dejar de tener fortaleza para combatir con todo
el infierno; y la acaeció desafiar a los demonios y decirles que
viniesen a ver lo que la podían hacer, que ningún trabajo ni dificultad
la espantaría para que dejara de hacer lo que veía que era más ser-
vicio de Dios Nuestro Señor.
En la fundación de ñvila gastó muchos dineros, sin tenerlos,
cuando comenzaba la obra, ni saber de dónde los podía haber; y cuan-
do entró a fundar a Sevilla, no entró más que con una blanca, no
conociendo en la ciudad a nadie que la pudiese ayudar; y antes que
de allí saliese, con estar tan lejos de ñvila y de personas que la
conocían, dejó comprada casa de 6.000 ducados. Y no fué sólo esta
vez la que se puso a hacer tales obras, sino otras, sin tener caudal
para ellas, y con todo salía bien y se lo proveía Dios Nuestro Señor.
De los demonios era muy molestada, y ordinariamente, cuando por sus
oraciones sacaba alguna persona de su poder y se mejoraba mucho
de vida, luego la atormentaban reciamente; y una vez, en especial,
pareció haber sido demonio factor o causa de una gran caída que
dio, yendo a completas, de que quedó el brazo izquierdo quebrado;
y aunque en la cura padeció grandes dolores, nunca más pudo man-
darle, ni hacer casi nada con él, en los años que después vivió.
6.a En la sexta pregunta dijo: que sabe y se acuerda que la dicha
M. Teresa de Jesús murió en ñlba, hallándose esta testigo presente
en el monasterio de Descalzas Carmelitas que allí fundó, día de San
Francisco, 4 de Octubre del año 1582, a las 9 horas de la noche,
y que sabe que por entonces la enterraron, y le vio en el dicho mo-
nasterio en la reja del coro bajo, en el hueco de ella. Lo cual vio
esta testigo, porque acompañaba a la dicha Santa Madre en el último
camino que hizo para ñlba, aunque venía de la fundación de Bur-
gos a el monasterio de Avila, a donde a la sazón era priora. Pasó
por mandato del prelado que entonces era, y la hicieron ir a Hlba,
posponiendo su deseo y gusto para obedecer el mandato de su su-
perior. Llegada a ñlba, la dio la enfermedad que fué de muerte, y
llegaron víspera de San jMateo del dicho año de 82, y otro día de
mañana, fué a misa y comulgó. El día de San Miguel, habiendo como
las demás comulgado y caído del todo en la cama, y allí con gran
paciencia y afabilidad padecía su mal, y del quebrantamiento del ca-
mino echó mucha sangre. Llegando a su muerte, todo lo que las en-
310 APÉNDICES
cargó y pidió fué la guarda de su Regla g Constituciones con per-
fección, pidiendo a todas perdón con gran sentimiento g iiumildad
del mal ejemplo que a su parecer les había dado; decía otras pala-
bras como estas muy sentidas y de gran contrición, repitiendo di'
versas veces aquel verso del salmo de David en el Miserere: Sacri-
ficiain Deo spiritus contribalatus etc. Dando muchas gracias diversas
veces, porque la había hecho hija de la Iglesia católica y dejado morir
en ella; confiaba en la sangre de su Esposo; tenía cierta esperanza de
su salvación; recibió los Sacramentos con gran devoción y espíritu,
y mostróle grande viéndole en el Santísimo Sacramento de la Euca-
ristía. Levantóse con gran fervor lo mejor que pudo de la cama
con su rostro inflamado, diciendo palabras muy sentidas y tiernas a
este Señor, en que mostró haber entendido o habérsele revelado ser
ya llegada su muerte, que como dicho tiene, fué jueves, a las nueve
de la noche, día de San Francisco del año 82. Decíase que algunas
personas religiosas vieron señales antes y después de su muerte, ansí
en ñlba como en otras partes; y de un siervo de Nuestro Señor lo
afirmaron casi luego que llegaron a ñlba, que oyendo decir que la
M. Teresa de Jesús estaba en HIba, había dicho que venía a morir,
y supo después de otra persona grave y religiosa que, apareciéndosele
la misma Santa Madre después de muerta, la reprendió porque sentía
su muerte mucho, y dijo que no pensase nadie que había sido por
otra ocasión su muerte sino por ímpetu de amor de Dios, que me vino
tan fuerte, que no le pudo sufrir el natural.
7.a ñ la séptima pregunta dijo: que sabe que el cuerpo de la Santa
Aladre nunca ha sido ni fué embalsamado, y que vio como persona
que se halló presente en ñlba, que después que expiró, quedó su
cuerpo tan hermoso, y blanco y tratable, con un ser y apariencia de
cosa sania, que hacía respetarse, y daba particular gusto y satisfacción
estar con él; y su rostro, manos y pies, que se dejaron descubiertos,
se mostraban trasparentes y claros, y quedó el cuerpo y todas sus
cosas de vestidos y las demás que la habían servido y tocado a ella
con un olor suave, de suerte que aunque estuviesen desechados, o
entre otras cosas olvidados, descubríase el suyo por este olor parti-
cular, que es bien distinto y diferente de los de por acá. Tiene en
sí gran fuerza este olor y hase experimentado diversas veces hasta
el día de hoy y algunas en esta casa de San José de Avila en
diferentes partes y días se ha sentido de improviso, como si allí estu-
viera su cuerpo, y acuérdase de que una vez, por San Francisco, por
tres o cuatro hermanas supo que estando un hermana la noche antes
olvidada de la Santa Madre y muy indispuesta y caída en el coro,
tanto que le parecía no poder acabar Maitines, dióle este olor con
tanta fuerza, que la conortó y alentó tanto, que le parecía estaba
dentro de sí llena de él, y se vokió a la Madre Priora diciéndola que
si no olía a la Santa Madre, y sintióle de suerte que pensó si de
ñlba había venido su cuerpo. Cuando la enterraron, cargaron sobre
su cuerpo gran munición de piedras y cal; y después ha oído que al
cabo de nueve meses quisieron ver las monjas cómo estaba el cuer-
po; lo cual lo contaron y dijeron algunas personas que se hallaban
presentes cómo pidieron al prelado les diese licencia para gUo, y él
APÉNDICES 311
con su compañero estuvieron cuatro días en quitar las piedras, tierra
y cal de la sepultura, y hallaron el ataúd quebrado y mohoso, los ves-
tidos podridos y el cuerpo incorrupto y entero, con un olor admira-
ble, como lo pide la pregunta, sin haber sido jamás abierto ni em-
balsamado. Y pasados tres años, sabe esta declarante y vio cómo trajeron
el dicho santo cuerpo de la Madre Teresa a esta casa de San José de
Avila, donde estaba entonces y está ahora esta testigo, por orden
de sus prelados, quedándose en ñlba el brazo izquierdo, que se cortó
con gran facilidad, y que estando así el cuerpo en ñvila, quitándole la
tierra que todavía tenía pegada y a vueltas de ella un paño que se
le puso cuando murió para tener la mucha sangre que le salía, vio
estaba todo podrido, excepto el pedazo en que había caído la san-
gre, la cual estaba tan viva y roja como si se acabara de derramar.
Guardé este pedazo, el cual han visto muchas personas con mucha
admiración, y a esta testigo y a los demás se la causa ver que los
papeles en que se envolvió este pedazo de lienzo, que es de estopa y
lana, quedaron teñidos de sangre, y no una vez, sino que cada vez
que se ponía entre papeles hacía lo mismo, y para esto bastaba te-
nerlos un dia^ hasta que este paño se puso debajo de un viril, a donde
hoy día le tienen guardado en el dicho convento de San José, con
su color de sangre viva; y en el de Alba vieron este milagro en
otro paño que hallaron, y esta testigo ha visto que un poquito del
que está en esta casa, que se puso en un papel, le dejó teñido en
sangre, y algunos de estos papeles ha tenido en su poder, y vio y
sabe que poniendo un lienzo grande sobre el cuerpo para enviarle
al obispo de Palencia, Don Alvaro de A\endoza, no sólo se sacó
teñido del óleo, pero con una mancha pequeña de sangre, sin que pudie-
sen entender de dónde era y de qué parte de su cuerpo liabía salido.
Dejábase este cuerpo vestir y tratar como uno de cualquiera de las
demás religiosas, y vio esta testigo y las demás, que estaba algunas
veces en pie cuando la levantaban para verle y vestirle, y que se
estaba derecho cuanto querían, con sólo ponerle las manos a las es-
paldas sin caer a una parte ni a otra; y vip que estaba tan lleno
de carne, aunque el color tostado, como pudiera tener cuando viva,
y que su vientre estaba tan macizo y ajeno de corrupción, que cau-
saba más admiración que ver así todo el cuerpo, el cual tenía un
olor tan bueno, tan grande y fuerte, que a veces no había fuerza
para estar allí; henchía todo el capítulo donde estaba de tal olor,
y aun la celda que estaba encima, y cuanto más calor hacía, más
se avivaba este olor; de lo cual, admirado el médico que entraba en
aquella celda a visitar cada día una enferma, decía que, si no era por
milagro, no podía dejar de corromperse un cuerpo muerto y encerrado
en una arca, y más con el calor que aquel verano hizo, si no fuera
santo. Cuando se trajo a esta casa de Avila, como se tiene declarado,
había más de tres años que era muerta, y fué por Santa Catalina
mártir, año de 1585, y vio que luego, el día de año nuevo, estando
todas las hermanas de esta casa de San José de Avila bien descui-
dadas y deseosas de que no se publicase estaba el santo cuerpo en
Avila, vinieron a este convento el Obispo de esta ciudad de Avila,
Don Pedro Fernández Temiño y el P. Prior de San Jerónimo de JWadrid,
312 APÉNDICES
y dos oidores, y dos médicos y otras personas graves, y estando en
la portería de fuera, sacado allí el cuerpo de la Santa Madre Tere-
sa de Jesús, descubriéndole, le miraron con mucha curiosidad y admira-
ción y lágrimas, concluyendo ser cosa milagrosa el estar como estaba
sin haberse hecho ninguna diligencia humana ni haberse embalsamado
para conservarle; y se acuerda también que estando mirando el cuer-
po las hermanas otra vez, teniéndole allá dentro entre ellas, vieron
que la palma de la mano tenía llena de un rocío a manera de aljófar
blanco y trasparente, y pareciendo a esta declarante había visto lo
mismo en otra parte o en dos de su cuerpo, le certificó una hermana
que era así, el cual estuvo en esta casa cosa de nueve meses, y
después le volvieron a llevar a Alba, donde le tienen, según han dicho
a esta declarante, muy descarnado, cortándole pedazos de su carne para
devoción de personas que lo piden.
8.a En la octava pregunta dijo: que como dicho tiene, esta decla-
rante se halló en Hlba a su muerte, que fué jueves día de San Fran-
cisco, a la noche, del año de 82, y vio quedó su cuerpo después de
muerto tan hermoso como tiene declarado, y el óleo que destila de sí
su cuerpo y cualquiera partecita de él o de la tierra que la tocó, es
cierto que le han visto en mucha cantidad del mismo olor que queda
dicho da su cuerpo, y que cuantos papeles y lienzos se han puesto
y mudado, todos quedan empapados de él con el mismo olor.
9.3 En la novena pregunta dijo: que ha oído decir a personas fide-
dignas, que aun siendo la Madre viva, recibieron algunos salud en
breve de algunas enfermedades que tenían con sólo tocarlas la dicha
Madre, o hacerles la señal de la cruz u oración por ellas, y particular-
mente se acuerda haberle dicho esto una monja y afirmado que por
intercesión y medio de la Santa Madre había sanado como de repente
ide un gran mal que la comenzó a dar, que según el curso natural había
de pasar adelante. R la misma oyó decir que otras veces, estando
con dolor de muelas grande, se le quitaba luego que la Santa Madre
hacía sobre ella la señal de la cruz; y viendo la Santa Madre que
aquella hermana acudía muchas veces a tomar este remedio, rehusaba
la Madre de hacerle, y sentía tanto se echase de ver que por interce-
sión suya obraba Nuestro Señor cosas semejantes, que era menester
decirla que no miraban en ello. Y aconteció a esta declarante con
disimulación pedírselo, y decirla que la señal de la cruz quienquiera
la podía hacer, que no se la diese para moverla a que la hiciese.
R ella misma vio algunas veces trabársele la lengua de la perlesía de
que estaba tocada, y luego que recibía la comunión, se le destra-
baba, y quedaba que podía hablar, y hablaba; y que oyó decir que
estando un niño sobrino suyo muerto, y según que a todos les pa-
recía con gran sentimiento de su madre, la Santa Madre, por conso-
larla, le tuvo en sus brazos, y teniéndole sobre sí y tocándole con su
huelgo, se le volvió bueno y sano; y siendo la Madre viva, una vez,
estando mala una hermana de esta casa de Hvila de jaqueca, que es
un dolor de cabeza muy grave, y habiendo tocado velos, que son
los que se ponen en la cabeza, se puso aquel día para comulgar la
dicha hermana uno que era de la Santa Madre, y luego se la quitó
el dolor y se sintió buena, lo cual ha afirmado la dicha hermana; y
APÉNDICES SIS
también dijo a esta declarante, ella y otra hermana, que habían visto
algunas veces a la Santa Madre en sus arrobamientos, que cuando
la daban a la red estando predicando el P. Fr. Domingo Báñez su
confesor, en viéndola así, con un género de respeto, se .]uitaba la
capilla y se estaba descubierto mientras duraba.
10.a En la décima pregunta dijo: que ha oído decir por cosa cierta
de algunos milagros que después de muerta la Santa Madre ha sido
Nuestro Señor servido de hacer por ella y sus reliquias, desde que
murió hasta los días presentes, y que se acuerda haber oído decir
haber aparecido en casos particulares a algunas personas, las más
de ellas religiosas, y también tuvo carta de la hermana del sobrino
de la Santa Madre, de que la pregunta antes de ésta hizo relación,
en que decía que estando a la muerte el dicho sobrino algunos años
después de lo arriba dicho, que la Santa Madre le visitó después
de muerta y le consoló, y que él había dicho serio, si no vían y
sentían que estaba allí su tía que le llamaba, y que quedó allí tan
grandísimo olor del mismo de su cuerpo, que duró en el aposento
aún después de muerto por algunos días, de manera que se echaba
de ver por los que allí entraban.
En las preguntas gratis dijo: que lo que ha dicho es verdad para
el juramento que tiene hecho, y en ello se afirmó y ratificó, y dijo
ser de edad de 50 años; y que, como dicho tiene, es sobrina de la
dicha Santa Madre, y que por esto, ni por otra cosa alguna, no ha
dejado de decir verdad, ni la dejará decir en ninguna manera, y lo
firmó de su nombre y en merced de dicho Sr. Arcediano, Juez Apos-
tólico.
El Dr. Pedro de Tablares. — Teresa de Jesús. Ante mí: Francisco
Fernández de León.
314 APÉNDICES
LVIl
DECLAEACION DE LA H.B TERESA DE JESÚS EN EL SEGUNDO PROCESO DE AVILA
(16Í0) (1).
Estando en el dicho Convento de San José de monjas Carmelitas
Descalzas de la dicha Ciudad de Avila, a nueve días del mes de Sep-
tiembre del dicho año de mil seiscientos y diez años, su merced del
dicho señor Juez, por ante mí el presente notario, tomó su dicho y
declaración a Teresa de Jesús, religiosa del dicho Convento de San
José, testigo presentado por parte de la dicha Orden del Carmen
Descalzo y su Procurador en su nombre, y citados por mandado de
su merced, del cual el dicho señor Juez recibió juramento por Dios
Nuestro Señor y por una cruz, tal como esta f e por las Santas
Escrituras, poniendo la mano derecha sobre un libro misal, que dirá
verdad de lo que supiere y fuere preguntada, y haciéndolo ansí Dios
Nuestro Señor le ayudare, y al contrario se lo demandare, y a la con-
clusión de dicho juramento dijo: sí juro y amen. Y prometió decir
verdad, y siendo preguntada por el tenor del de preguntas del fiscal
y artículos del Rótulo para que era presentada, dijo y declaró lo
siguiente:
AHTICULOS DEL FISCAL
1.0 R\ primer artículo dijo; que se da por advertida de la gra-
vedad del perjurio y más en causa tan grave como esta es, y esta
declarante por nenguna cosa ni respeto dejará de decir verdad.
2.2 R\ artículo segundo dijo: que se llama Teresa de Jesús y es
hija de Lorenzo de Cepeda y de doña Juana de Fuentes y Espinosa,
su legítima mujer, ya difuntos, y el dicho su padre fué natural de
esta ciudad, fijodalgo mayor, y su madre era de la Andalucía; y
que esta declarante hace que está en este convento de San José
treinta y cinco años, poco más o menos, y ha sido supriora y cla-
varia, lo ha sido algunos años y ahora lo es. Y que aunque esta
declarante es sobrina de la Santa Madre Teresa de Jesús, hija del
dicho Lorencio de Cepeda, hermano de la dicha beata Madre, ñor eso
ni por otra cosa dejará de decir verdad, antes en este particular
declara que desde que conoció a la dicha beata Madre, su tía, que
fué desde que esta declarante tenía ocho años, hasta los dieciséis,
1 Quáidase el Proceso, como dijimos antetioimente, ea el palacio episcopal de Avila.
APÉNDICES 315
nunca la tuvo esta declarante amor de parentesco, antes se señalaba
en tener despego y desvío de ella, mucho más que las otras reli-
giosas que no tenían con ella parentesco alguno, y junto con este
natural tan seco, no conocía ni el bien que de su mano recibía esta
declarante, ni los privilegios en que Dios la señalaba en santidad
y otras obras maravillosas, sobre las cuales no la bastaban para
tener estima como la debía tener de sus cosas. Y muchas veces esta
declarante se recelaba de que la dicha beata Madre su tía supiese
sus cosas ansí interiores como exteriores, siéndola ocasión por estas
causas de mortificarla en muchas cosas y darla en qué merecer a la
dicha Santa Madre viendo lo mal que esta declarante correspondía
al mucho bien que la hacía. Que después que la Santa Teresa de
Jesús la llevó para sí Dios, y en el tiempo presente mucho más, ad-
virtiendo esta declarante este modo tan ingrato que tuvo a la dicha
Santa Madre Teresa de Jesús, la parece que todos los trabajos que
después acá ha padecido, ha sido castigo de Dios por lo dicho, y
que en razón de consolarse de su culpa y falta, que lo debía de per-
mitir Dios; lo uno para más méritos de la Santa, y lo otro porque
para la ocasión presente de haber de deponer en este proceso, pu-
diese estar tan cierta esta declarante que no la mueve a decir en
él ni ninguna cosa de las virtudes y santidad de la dicha Santa Ma-
dre el parentesco y ¡sangre que hay de por medio ni otro respeto hu-
mano, sino solamente la prueba de la verdad y maravillas que cada
día obra Nuestro Señor por intercesión de la dicha su sierva. Y
declara que esta testigo es de edad de cuarenta y cuatro años, muy
poco menos, y que esta declarante ha que profesó en este convento
veinte y ocho años, dos meses menos, aunque había entrado en la
Orden en la casa de Sevilla, desde que tenía edad de ocho años.
3.2 Al artículo tercero dijo: que acostumbraba a confesar y co-
mulgar una o dos veces cada semana e ayer comulgó.
4.2 Al artículo cuarto dijo: que no ha estado ni está excomulgada,
que sepa ni entienda.
5.° Al artículo quinto dijo: que esta declarante no ha cido indu-
cida por ninguna para que deponga en esta causa, ni cómo haya de
deponer, ni en ella declarará más de aquello que expresamente fuere
verdad.
aSTICULOS DEL ROTULO
Después de haber sido amonestada por el dicho señor Juez, como
testigo que fué esta declarante en la información que acerca de la
vida y milagros y otras cosas que la dicha Santa Madre Teresa
de Jesús hizo, que pasó su declaración ante el Revdo. Sr. Doctor Don
Pedro de Tablares, Arcediano de la catedral de esta ciudad de Avila,
Juez Apostólico por Comisión del limo, y Revmo. Señor Don Camilo
Caetano, Nuncio de Su Santidad en estos Reinos de España, por
ante Francisco Fernández de León, notario público apostólico, c uno
de los cuatro del número de la Audiencia episcopal de Avila, en
veinte y dos días del raes de Enero de mil y quinientos y noventa
316 APÉNDICES
y seis años, qu€ recorra su memoria y se la acuerda cuanto fuere
posible de las cosas que allí depuso. Y la dicha declarante dijo que
se la leyese su dicho, c yo, el dicho notario, se la leí de verbo
ad i^erbum, en presencia y por mandado del dicho señor -Provisor,
y habiéndole oído y entendido, dijo esta declarante que en él se
ratificaba, ratificó, y en caso necesario lo dice y declara aquí de
nuevo como si palabra por palabra fuere especificado por ser la ver-
dad de lo que ella declaró, de lo que tiene entera y particular noticia.
5.2 Al artículo quinto dijo: que lo que sabe es que el año
de mil y quinientos y ochenta y siete, predicando el Maestro Fray
Domingo Báñez (1), catedrático de Prima en Santa Teología en la
Universidad de Salamanca, dijo en el pulpito que había confesado a
la Santa Madre Teresa de Jesús muchos años, y que en ]os días
que estuvo como muerta, según se hace mención en el artículo, la
había mostrado el Señor el infierno, y esto sin las demás cosas que
en el artículo se refieren; y esto se lo oyó al dicho Padre Maestro
el doctor Ribera, hombre eminente de la Compañía de Jesús, de
quien esta declarante sabe lo que lleva dicho, ai cual conoció y
habló algunas veces, y esto responde.
17. ñl artículo diez y siete dijo: que lo que de él sabe es que
esta declarante en ocho años que conoció g alcanzó a conocer de
días a la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, que parte de ellos
estuvo en este convento con ella y fué en su compañía a otros, siem-
pre conoció y vio que la Santa Madre trataba y comunicaba su es-
píritu y se confesaba con las personas más doctas y eminentes que
se conocían, ansí en las Religiones como en el estado eclesiástico;
en especial conoció esta declarante al Padre Fray Domingo Báñez,
de quien ya lleva hecha mención en el artículo quinto, y al P. Maes-
tro Fray Juan de las Cuevas, de la misma Orden de Santo Domingo,
que después murió obispo de Avila, y al P. Maestro Fray Diego
de Yangüas, lector del Colegio de San Gregorio de Valladolid, de
la dicha Orden de Santo Domingo, y al P. Presentado Fray Pedro
Romero, de la dicha Orden y lector de Santa Teología que fué en
el Convento de Santo Tomás de esta ciudad de Avila, y al Padre
Fray Luis de Barrientos, predicador muy eminente de Ja dicha Or-
den, y al P. Fray Ángel de Salazar, de la Orden de los Carmelitas
Calzados y Provincial que fué de su Orden muchos años, y también
algunos años fué Visitador de la Orden de los Carmelitas Descalzos
y Descalzas, antes de la reparación de esta Provincia, y al P. Maes-
tro Fray Jerónimo de la Madre de Dios, Provincial que fué de
esta Religión Descalza algunos años, y al doctor Pedro de Castro,
canónigo doctoral que fué en la catedral de esta ciudad de Avila, que
ahora es obispo de la ciudad de Segovia, y al P. Fray Diego de
Yepes, de la Orden de San Jerónimo, Prior del convento de San
Lorenzo en el sitio del Escorial y confesor que fué del rey Don Felipe
Segundo, y al doctor Manso, que tenía una canongía en la Metro-
politana de Burgos, estando allí en la fundación la dicha Santa Ma-
1 £1 original dice Domingo Ibá&ez.
APÉNDICES 317
dre, y esta declarante con ella, que dispués fué obispo de Calahorra
y ha sido obispo de aquella ciudad Don Cristóbal Vela, y al P. Gon-
zalo Dávila, de la Compañía de Jesús, que fué Provincial en la
Provincia de Castilla, y al P. Francisco de Vitoria, lector que fué
en este colegio de la Compañía de Jesús de la ciudad de ilvila, y
después pasó a las Indias a la conversión de aquellas almas, el cual
hizo mucho fruto en aquellas partes, y a Don ñlvaro de Mendoza,
obispo que fué de esta ciudad de Avila, y al Maestro Gaspar Daza,
racionero que fué de esta catedral de Avila, y al P, Julián de Avila,
que fué desde el principio de este convento de San José confesor de
él y de la dicha Santa Madre, varón muy fiel y compañero de sus
trabajos en mucha parte de las fundaciones que hizo la Santa Madre,
en cuya compañía andaba el dicho P. Julián de Avila, y a todos
los antes referidos conoció con quien la Santa Madre trató y comu-
nicó su espíritu y con otros muchos que oyó nombrar esta decla-
rante, todos varones, y religiosos, y personas muy doctas y eminen-
tes en virtud, letras y santidad, como es notorio; todos los cuales apro-
baron y dieron por bueno y verdadero el espíritu de la dicha Santa
Madre Teresa de Jesús, y que las mercedes y favores qu2 recibía eran
por participación del cielo y en sí esto lo vio y entendió por cierto
y verdadero todo el tiempo que, como lleva declarado, conoció y estuvo
y anduvo esta declarante con la dicha Santa Madre Teresa de Jesús,
y no sólo la aprobaron por entonces ser bueno, cierto y católico el
espíritu de la dicha Santa Madre, pero de allí en adelante vía y vio
esta declarante que todos los sobredichos la tenían grandísimo res-
peto, y estimaban en tanto su santidad y obras, que venían a consul-
tarla gravísimos negocios con la dicha Santa Madre, ansí propios
como ajenos, para que ella los diese su parecer en ellos, creyendo
que esto sería lo más acertado y mas conformie* a la voluntad de Dios.
Y para que esto se vea más claro, especificará aquí algunas cosas
y casos que en aquel tiempo sucedieron, lo cual dice esta declarante
en esta manera.
De una relación original, que esta declarante tiene en su poder,
habida de la Madre María de San Jerónimo, priora que fué muchos
años de este convento de San José, ya difunta, de cuyo valor y
santidad oyó esta declarante muchas alabanzas a la misma Santa
Madre, sábese la estima que de la dicha Santa Madre tenía uno
de sus confesores, aun antes que saliese a fundar este primer con-
vento de S. José, el cual memorial, según ha podido colegir de otros
memoriales que ha tenido en su poder, fué del P. Fr. Pedro Ibá-
ñez (1), gravísimo Padre en la Orden de Santo Domingo, o del dicho
Maestro Fr. Domingo Báñez, que conforman mucho con unas razones
que puso el dicho Padre Ibáñez en un cuaderno grande en cosas en
que aprobaba el espíritu de la dicha Santa Madre, que poco ha
le envió esta declarante a su P. General, que al presente es; las cua-
1 Para no inducir a error a los leclores, rectificamos la confusión de apellidos que se ad-
vierte en esta Declaración, llamando Báñez al P. Pedro, e Ibáflez al P. Domingo. La H.a Te-
lesa tenía muy presentes los nombres de estos dos célebres Dominicos, pero trastrocó los ape-
llidos en este jj en los demás pasajes en que hace memoria de ellos.
518 21PEKDICES
les dio, entre otras, al dicho sumario para probar ser de Dios el es-
píritu que tenía la dicíia Santa Madre Teresa de Jesús, delante de
una junta que se iiizo de personas muy graves y doctas para cxami-
minar el espíritu de la dicha M. Teresa de Jesús, aunque no se
ha podido entender claro de cuál de los Padres que ha nombrado
es la memoria que aquí irá referida.
La sustancia de la cual dicha aprobación es la siguiente. Pri-
mera razón. El fin de Dios es llegar un alma a Sí y el del de-
monio apartarla de Dios. Nuestro Señor nunca pone medios que apar-
ten a uno de Sí ni el demonio que lleguen a Dios; todas las visio-
nes le llegan más a Dios, la hacen más humilde y obediente. Doc-
trina es de Santo Tomás y de los Santos, que en la paz y quie-
tud de un alma que deja el ángel de luz se conoce; nunca tiene estas
cosas que no quede con grande paz y contento, tanto, que todos los
placeres de la tierra juntos le parece no son como el menor. Ninguna
falta tiene ni imperfección de que no sea reprendida del que la habla
interiormente. Jamás pidió ni deseó otras cosas, sino cumplir en todo
la voluntad del Señor. Todas las cosas que le dice, van conformes
a la Escritura Divina y a lo que la Iglesia enseña y son muy verda-
deras en todo el rigor escolástico.
Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza y deseos fer-
ventísimos de agradar a Dios, y a alcanzar esto atropella cuanto
hay en la tierra.
ílsí le ha dicho que todo cuanto pidiere a Dios, siendo recto
le dará. Muchas ha pedido, y cosas que no son para papel, por ser
largas, y todas se las ha concedido Nuestro Señor. Cuando estas
cosas son de Dios, siempre son ordenadas para bien propio, común
o de alguno.
De su aproveoliamiento tiene experiencia y del de otras muchas
personas. Ninguno la trata, si no lleva sana disposición, que sus
cosas no la mueven a devoción, aunque ella no las diga. Cada día
va creciendo en la perfección, y ansí fundó su discurso del tiempo
y en las mismas visiones ha ido creciendo de la manera que dice
Santo Tomás. Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación,
ni la dicen cosas impertinentes de algunos que han dicho que eran
esclavos del demonio, pero para que entiendan cual está un alma
cuando mortalmente ha ofendido al Señor.
Estilo es del demonio, cuando pretende engañar, avisar que ca-
llen lo que les dice; mas a ella que lo comunique con letrados sier-
vos de Dios, y que cuando callare, por ventura la engañará el demonio.
Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y
la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta
monjas tratan en su casa de grande recogimiento. Estas cosas ordina-
riamente le vienen después de larga oración y de estar muy puesta
en Dios y abrasada en su amor o habiendo comulgado.
Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar y que el de-
monio no la engañe; causa en ella profundísima humildad; conoce
que lo que recibe es de la mano del Señor y lo poco que tiene
de sí. Cuando está sin aquellas cosas suélele dar pena y trabajo
cosas que se le ofrecen; en viniendo aquello no hay memoria de nada,
APEKDICBS 319
sino grande deseo de padecer y de sufrir tanto que espanta. Caúsala
holgarse g consolarse con los trabajos, murmuraciones contra sí y
enfermedades que tiene tan terribles de corazón, vómitos y otros mu-
chos dolores, los cuales, cuando tiene las visiones, todos se ia quitan.
Hace gran penitencia con todo caso de ayunos y disciplinas y mor-
tificaciones; las cosas que en la tierra la pueden dar contento alguno
y los trabajos que ha padecido muchos años, sufre con igualdad de
ánimo sin perder la paz y quietud de su alma. Tiene tan firme pro-
pósito de no ofender al Señor, que tiene hecho voto de ninguna cosa
entender que es más perfección, que se la diga quien la entiende,
que no la haga, y que con tener por santos a los Padres de la
Compañía de Jesús y parecerle que por su medio le hace Nuestro
Señor tantas mercedes, me ha dicho a mí, que si no tratarlos supiese
que es más perfección, que para siempre jamás ni los hablaría ni
vería, con ser ellos los que la han quietado y encaminado en estas
cosas.
Los quebrantos que ordinariamente tiene y sentimientos de Dios
y derretirse en su amor, es cierto que espanta; con ellos se suele
estar casi todo el día arrebatada. En oyendo hablar de Dios, con
devoción y fuerza se suele arrebatar muchas veces, y con probar
a resistir, no puede, y queda entonces tal a los que la ven, que pone
grandísima admiración. No puede sufrir a quien la trata que no le
diga sus faltas y no la reprenda, lo cual recibe con grande humildad.
Con estas cosas no puede sufrir a los que están en estado de per-
fección que no la procuren tener conforme a su virtud.
Está desapegadísima de parientes y de querer tratar con las gen-
tes, muy amiga de soledad, grande devoción con los santos, y en
sus fiestas y misterios que la Iglesia representa, tiene grandísimos
sentimientos de Nuestro Señor.
Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la
tierra le dicen que es demonio o se lo dijesen, teme y tiembla antes
de las visiones, pero estando en oracici y recogimiento, aunque la ha-
gan mil pedazos, no se persuadirá sino que es Dios el que la trata
y habla. Hale dado Dios un tan fuerte y valeroso ánimo que espanta;
solía ser temerosa; agora atropella los demonios; es muy fuera de
melindres y niñerías de mujeres; sin escrúpulo; es rectísima. Con esto
le ha dado Nuestro Señor el don de lugrimas suavísimas, grande com-
pasión de los prójimos, conocimiento de sus propias faltas; abatirse
a sí misma, tener en mucho a los confesores; yo digo, cierto, que hace
mucho provecho a estas personas e yo soy una.
Tal ordinaria memoria de Dios y sentimiento de su aresencia,
ninguna cosa le han dicho jamás que no haya sido así y no se
haya cumplido, y esto es grandísimo argumento. Estas cosas cansan
en ella una claridad de entendimiento y una luz en las cosas de Dios
admirable. Que le dijeron que mirase las Escrituras y que no se
hallaría que jamás alma que deseaba agradar a Dios hubiese estado
engañada tanto tiempo (1).
1 Véase la página 130.
320 APÉNDICES
Aquí acabó la dicha Relación, que de suso va incorporada, la
cual esta declarante ha tenido y tiene por certísima, y que en lo
que experimentó el tiempo que conoció a la dicha Santa Madre Te-
resa de Jesús, echó de ver en ella ser todo lo de suso referido ver-
dad y muy conforme a su vida y a lo que en dicho sumario se re-
fiere. Y también sabe esta declarante otras cosas particulares que
acontecieron a algunos de los confesores nombrados, en ♦•azón del
aprovechamiento de sus almas, por medio de las oraciones y persuasión
de la dicha Santa Madre. Y también sabe que el Padre ya nom-
brado Fr. Luis de Barrientos, estando en esta ciudad de Avila y
juntamente la dicha Santa Madre, no solamente no la trataba, pero
ni tenía tampoco satisfacción de su santidad; que antes se recataba
de tratar con ella, y decía palabras en que mostraba no tener en
nada su santidad. Solamente alababa la de una religiosa, que enton-
ces era priora de este convento de San José, que la confesaba, y
parecióle que esta era la Santa; y aunque es verdad que no le fal-
taba razón, no permitió Nuestro Señor que mucho tiempo estuviese
engañado en el mal sentir que tenía de la dicha Santa Madre Teresa
de Jesús por no la haber comunicado. Sucedió, pues, que un día,
que esta declarante se acuerda muy bien y que de ello fué testigo
de vista, después de haber comulgado, la hizo Nuestro Señor una
grandísima y extraordinaria merced, que por serlo tanto, aunque es-
taba habituada a otras, esta no pudo entender qué era ni qué podía
significar. Y estando en esta confusión la respondió Nuestro Señor
que en la Iglesia estaba quien se la declararía; y fué así, que acertó
a estar en ella confesando el dicho P. Fr. Luis de Barrientos, a la
dicha Madre Priora, e yendo la dicha Madre Teresa de Jesús, quién
estaba en la Iglesia, porque no se le nombraron, supo cómo era él,
y fiada en Dios, se determinó a entrar a hablarle y tratar la merced
recibida. Desde este día que este Padre la comunicó, quedó tan mu-
dado y de diferente parecer que antes, que no sólo le pareció que
era Santa y espíritu de Dios el que tenía, sino que quedó como pre-
gonero público, y piensan que hasta en los pulpitos engrandecía las
virtudes y oración de la dicha Santa Madre. Cambióse también en
él una vida muchísimo más estrecha que antes solía, y se dio tanto
a la oración y isoledad, que no poco las admiró a todas saber los ex-
tremos que acerca de esto hizo; por todo lo cual, y por otras co-
sas que pudiera decir, sabe que varió la fuerza del espíritu y la co-
municación verdadera, buena y eficaz de la dicha Santa Madre Te-
resa de Jesús.
18. Al artículo dieciocho dijo: que sabe que estándose haciendo
la casita pobre que el artículo dice para la primera fundación de
este convento de San José, fué derribada parte de ella por los de-
monios; por lo cual desmayó mucho Doña Guiomar de ülloa, que
está nombrada en el dicho artículo, y dijo a la Santa Madre Teresa
de Jesús que no debía ser voluntad de Dios que aquella obra se hi-
ciese, pues la pared también parecía firme y se había caído. Y la
dicha Santa Madre respondió con mucha paz: «Si se ha caído, levan-
tarla». Y a Doña Juana de Ahumada, hermana de la Santa Madre,
por cuyo título se hacía la obra, le dijo: «Hermana, qué fuerza pone
APÉNDICES 321
€l demonio para estorbar ésto; pues no le ha de aprovechar, y si
es menester, buscare algunos dineros para la dicha obra». Hizo que
la dicha Doña Guiomar hiciese un propio a su madre, que estaba
en Toro, pidiéndola treinta ducados con iiarto miedo que no los daría,
y pasados dos o tres días, le dijo la Santa Madre: «Hermana, alé-
grese, que los treinta ducados son ciertos, que ya están contados y
en poder del hombre que enviamos»; y luego cuando vino el dicho men-
sajero, se supo de él que se los habían dado cuando la dicha Santa
Madre lo había dicho.
En el tiempo que se trataba por la Santa Madre de hacer la
fundación de este convento de San José para defender en algo la
mucha contradicción que había y había de hacer, el Padre Fray Pe-
dro de Alcántara, de quien se hace mención en el artículo precedente,
varón eminentísimo en santidad y espíritu, escribió una cartita breve
y compendiosa al obispo de esta ciudad, que lo era entonces el señor
Ü. Alvaro de Mendoza (1), persuadiéndole y rogándole ayudase todo lo
posible a esta santa obra, para la cual era movida por el espíritu
de Dios la dicha Santa Madre, con otras palabras en que pondera
mucho sus virtudes y el celo de Dios conque se movía para emprender
esta obra tan grande, aunque al parecer de los hombres parecía des-
varío de mujer, que no podía prevalecer. Y la razón de esta carta
hizo tanta operación en el ánimo del dicho Sr. Obispo, junto con
la devoción que se tenía a la dicha Santa Madre, que siempre la
amparó en todos sus trabajos y necesidades, y defendía este con-
vento en todas las contradicciones que contra él se levantaron casi
en toda la ciudad, y se puso a defenderla, y la obra que había de-
lante de las juntas que se hicieron de la gente más grave y letrada
que había en la ciudad para tratar si sería bien que se deshiciese,
y por su medio principalmente no tuvo efecto lo que los contradicto-
res deseaban, y siempre conoció, en él en el tiempo que esta declarante
le alcanzó a conocer, que tenía de la Santa Madre grandísimo con-
cepto de su valor y santidad, y de todas las cosas que en el nuevo
monasterio se hacían, y de su suma pobreza; y actos de mortifica-
ciones y penitencias eran tantas que se edificaba, que traía a todas
las personas que él podía graves para que la viesen. Y no sólo él
se enternecía de devoción, sino que con las cosas que él decía y ellos
vían, les conmovía" a la misma y hacía derramar lágrimas y casi mal-
decir de las riquezas y pompas del mundo, diciendo que lo que en
esta casa había gozado, que hacía el caso y satisfacción a las almas,
de suerte que por algunos días fué creciendo tan sincera devoción
en todos los ánimos, ansí de los hombres de esta ciudad, como fuera
de ella, que les parecía y parece la casa un santuario, y que solas las
paredes mueven los corazones a conocer el poder y misericordia de
Dios, y que Su Majestad les hace mercedes por las oraciones de
sus siervas, que tiene aquí encerradas; y en este particular, de que
esta declarante va hablando, ha visto y oído decir tantas cosas, que
le parece es un verdadero testimonio de ser obra de Dios, y que
si habría de particularizarlas y escribirlas, se hiciera un gran volumen.
Véase la página 127.
II 21
322 APÉNDICES
También escribió el dicho Fray Pedro de Alcántara a la dicha
Santa Madre Teresa de Jesús, preguntándola que cómo iban sus reco-
mendaciones a las personas que le ayudaban a él (1). Estas dos cartas
que lleva referidas en este artículo, las tiene esta declarante al pre-
sente en su poder originalmente, y las otras de la Madre María de
San Jerónimo, priora que fué de este convento, de quien ya he hecho
mención, que por muchos años han estado guardadas en él, como
cosa de reliquia.
19. ñl artículo diecinueve dijo: que lo que sabe es que esta
declarante conoció y comunicó a las tres religiosas de las cuatro que
se nombran en el artículo, que fueron Antonia del Espíritu Santo,
mujer de grandísimo espíritu, penitencia y mortificación, con una con-
tinua y extraordinaria alegría en Dios. Hacía tantas cosas en su ser-
vicio particulares, que se pudiera hacer libro de ellas; la oración
era tanta, que se la quitaban las fuerzas del cuerpo y la debilitaban
de manera que, porque no se le acabase la vida, rr andaban los con-
fesores que la prelada y hermanas procurasen divertirla y ocuparla
en alguna cosa exterior, y que no tuviese las horas de oración que la
Orden manda en algunos tiempos, porque no se le acabase el sujeto;
pero era tanta la fuerza de espíritu, que aunque se ponían esos me-
dios, poco aprovechaban para divertirla. Esta declarante fué algunas
veces inviada de la obediencia para que se estuviese con ella y la
hablase en cosas indiferentes para que no se suspendiese tanto.
La otra religiosa fué María de San José, la cual mostraba en to-
das sus cosas gran pureza de alma, gran afición a las cosas de re-
ligión, humildísima, y tan sin malicia ni doblez, que tratar con ella
era tratar con una niña inocente, no le faltando muy buen entendi-
miento. R su muerte mostró el Señor algunas cosas maravillosas, que
por no ser aquí lugar de ellas, no las declara.
La otra fué María de la Cruz, que por conocerla de poco en
el convento de Valladolid, no dice de ella cosa en particular, y ansí
declara que estas primeras religiosas, que ya van nombradas, con
la otra, que aunque no la alcanzó a conocer, ha oído decir cómo
fué persona de singulares virtudes y que padeció mucho con sus en-
fermedades, que fueron tales, que se creyó bien el Señor las había
señalado el P. Gonzalo, Provincial del Espíritu Santo, como a las
que escogió la Santa Madre por buen principio de su nueva re-
formación.
También ha sabido esta declarante una particularidad que acaeció
en Francia el mismo día de San Bartolomé en que se fundó y puso
el Santísimo Sacramento en este convento de San José, la cual la
escribió a esta declarante desde allá la Madre Ana de San Barto-
lomé, después que fué aquel reino a fundar conventos desta Orden,
de quien en adelante hablará en particular, cuyas palabras formales
que la dicha escribió a esta declarante, son estas: «Cierto que es
cosa milagrosa, que cuentan muchos de los que lo vieron entonces,
que el mismo día que fundó la primera casa en Avila nuestra Santa
1 Véase una de sus cartas a la Santa en la página 125.
APÉNDICES 323
Madre, día de San Bartolomé, este mismo día hubo tan grande ba-
talla entre los cristianos y heréticos; entre calles de muchas ciu-
dades de Francia, corría la sangre de los que morían por ellas como
agua cuando llueve mucho (1); ij aunque murieron de todos, los cris-
tianos tuvieron la victoria, y desde este día se halla sin haberse
derribado templo ninguno por aquel pequefiito que la Santa había
levantado en España, con gran celo de las almas y de las que allí
se juntasen le tuviesen siempre en oración y ejercicios de mortifica-
ción y penitencia para ayudar a Cristo y a sus católicos, en espe-
cial en la conversión del reino de Francia, del que tenía siempre
un deseo vivo en su alma, que la movía a clamar por él. Oyóla el
Señor, porque después que la llevó a gozar de Sí, despertó a algunos
católicos, que deseando la salud de su pueblo, la pedían a Su Ma-
jestad con vigilias, mortificaciones y lágrimas en el tiempo que en
él había tantos trabajos y desconsuelos para los católicos, que había
muchos y muy buenos. Viendo pues que en España se había levantado
la gran Teresa con el espíritu del cíelo y celo de las almas a levantar
nueva reformación de su Orden, procuraron llevar allá el fuego de
las Carmelitas Descalzas». Y escribiéndola esta declarante una lega
a la dicha Madre flna de San Bartolomé la merced que Dios la
había hecho en llevarla a aquellos reinos para que en los trabajos
que en él había padeciese, y en el celo que la movía a admitir
aquella comisión, le respondió en otra carta diferente estas pala-
bras formales: «Siendo priora de Tours, a donde ha tiempo que lo
he sido, yo no lo soy ahora, nada más que otras veces, antes lo
que se ha visto siempre en mí de incapacidad es la verdad, y lo que
ahora se piensa volver es tal verdad, que no soy sino la más pobre
de todas mis hermanas las de la cocina, y por eso se ha querido el
Señor servir de mí, porque se vean más sus misericordias, y que
sus obras se hacen con su poder y no con el de las criaturas. Ha-
bíase de cumplir la profecía del P. Padilla, de la Compañía de
Jesús, que dijo a nuestra Santa Madre que vernía tiempo en que
los frailes de su Orden fuesen fundadores», ñquí acaba, y dice esta
declarante que esto se ha cumplido en la misma Madre ñna de
San Bartolomé, compañera que fué por cinco años de la dicha San-
ta Madre Teresa de Jesús, que fueron en últimos, hasta que Dios
se la llev6, y sabe como testigo de vista y que la trató tantos años,
y por otros medios que ha sabido las cosas particulares que Dios
ha obrado con la dicha Madre ñna de San Bartolomé, desde que
tenía cinco años de edad, y mucho más desde que comenzó acom-
pañar a la dicha Santa Madre; que siempre ha sido mujer señalada
en heroicas virtudes y en el celo y espíritu de la dicha Santa
Madre Teresa de Jesús, por recibirle más que ninguna de cuantas
religiosas ha conocido, e imitadora suya en esta luz y ánimo, por-
que ha emprendido obras grandes y padecido trabajos exquisitos por
todo el discurso de su vida, y más después que está en el dicho
1 Es conocids esta sangrienta lucha en la H'storia con el nombre de Matanza de
San Bartolomé, ocuirida en 1572, diez afios después de la fundación de San José.
32t APÉNDICES
reino de Francia, que ha seis anos (1), y que, a la dicha iWadre Ana
de San Bartolomé tenía la Santa Madre Teresa de Jesús en grande
estima y tomaba su consejo en negocios muy graves, y conocía que
su oración era muy alta y continua, y que para acudir a las cosas
exteriores tenía particular ánimo y fuerza, aún naturalmente; y ansí
por estas cosas, como por particular permisión de Dios, la escogió
por compañera suya en los últimos años de su vida, que más había
de padecer, y la misma Madre ñna de San Bartolomé fué, antes
que esto se efectuase, prevenida en la oración por parte de Dios
Nuestro Señor que se aparejase, que quería fuera ayuda de la Santa
Madre Teresa de Jesús, y acudiese a socorrerla en sus caminos, tra-
bajos y enfermedades, lo cual hizo con tantas veras y con tan sin-
gular devoción, como si se tratase de ver por algunas cosas que
adelante dirá. Y ansí, todo lo que ha referido del valor y virtudes
de la dicha Madre Ana de San Bartolomé, es para que se dé entera
fe y crédito a las cosas que la susodicha ha escrito a esta decla-
rante, de que va hecha mención en este artículo e para lo demás
que falta por decir.
26. ñl artículo veintiséis dijo: que responde lo mismo que lleva
dicho en el artículo diecinueve, a lo cual se refiere.
42. fll artículo cuarenta y dos dijo: que todo lo que en él se re-
fiere, lo ha oído decir haber pasado ansí como en él se refiere,
y en particular declara que cuando la Santa Madre dijo a su pre-
lado que Nuestro Señor la había mandado fuese a la fundación en
Madrid, el prelado la dijo que, no obstante eso, su voluntad era que
fuese primero a fundar en Sevilla; y como la Santa Madre se suje-
tase y rindiese a su parecer, aunque sentía lo contrario en su espíri-
tu, la dijo el Señor que hiciese lo que la mandaba, que El me lo
pagaría. Sucedió que luego que fué a la ciudad de Sevilla, estando
dicho prelado con la dicha Santa Madre en ella, se levantaron tan-
tas persecuciones a dicho prelado y tantos testimonios y trabajos tan
extraordinarios, que se verificó bien el castigo excedió, aunque sin de-
trimento de su akna, que Dios había dicho a la Santa Madre que le
había de dar por no haberla dejado ir a lo que Dios le mandaba,
como va referido, y al tiempo que el dicho prelado tuvo parte de
los dichos trabajos, y casi luego que la Santa Madre había ido
a la fundación de aquella ciudad de Sevilla, entró esta declarante
en el convento que la dicha Santa Madre había fundado allí (2), y fué
esta declarante testigo todo el tiempo que estuvo allí la Santa Ma-
dre de los grandísimos trabajos que ella padeció, y en el mismo tiempo
fueron acusadas la Santa Madre e sus monjas por la Santa Inquisi-
ción, levantándolas gravísimos testimonios y de cosas tan feas y aje-
nas de poderse creer, que no es digno de tomarlas en la boca. Y
al tiempo que anduvo la furia de estas tribulaciones, estaba la dicha
Santa Madre por una parte muy afligida, más por lo que tocaba al
prelado y a sus monjas que por lo que a ella tocaba; y por otra,
1 La venerable Ana fué con otras Carmelitas a fundar conventos de la Reforma en
Francia el año de 1601.
2 Entró de seglar a la edad de ocho años cumplidos.
Apéndices 325
en su alma y acciones exteriores e interiores con una paz del cielo
y con una serenidad tan grande, que ponía admiración; y no pu-
diera ser ansí, si Dios no morara en ella y tuviera tan asegurada su
conciencia de no tener ella misma culpa, no solamente en aquellas
cosas que la levantaban, pero en otras mucho menores. Mas Dios,
para su mayor mérito, ordenó que la Santa, junto con esta paz,
pasase grandes aflicciones. No la deshacían el corazón porque le tenía
firme en Dios, y en la esperanza de que le había de favorecer y
sacar a luz la verdad, como sucedió; pues acusadas delante del Santo
Oficio y tomados testigos, constó más claro de su inocencia y casti-
dad y del agravio tan grande que se le había hecho.
Junto con estos trabajos, a los que la hizo el Señor por particu-
lares favores en la oración, y a veces la hizo padecer muchos tra-
bajos interiores, porque no fuese sola la aflicción de los hombres,
sino que Dios parecía que se retiraba de ella y la pareciese que en
su vida se había hallado tan cobarde como entonces, y que a sí mis-
ma no se conocía; porque aunque siempre tenía confianza en Dios,
estando a su parecer en aquella fundación más de lo que solía es-
tar en otras, que sentía el Señor en alguna manera había apartado
su mano para que viese que el ánimo que solía tener no era suyo
sino del mismo Señor; por cuya providencia, en este tiempo de tan-
tas aflicciones, acertó a llegar allí su padre de esta declarante, lla-
mado Lorencio de Cepeda, hermano de la dicha Santa Madre, que
llegaba de Indias, trayendo consigo a esta declarante y a sus hermanos,
sin saber que la había de hallar allí a la Santa Madre; y antes
que desembarcasen, parece que por providencia de Dios supo de su
llegada la Santa Madre y los envió cierto regalo a mí, estándose en
el brazo de la mar (1); y en aquella sazón, la dicha Santa Madre
andaba al buscar casa para sus monjas; porque no era conveniente
en la que estaban de emprestado. Acogióse a Dios, que era el que
la remediaba en todas sus necesidades y al glorioso San José, hacien-
do mucha oración ella y sus monjas porque el Señor se la diese,
y estando pidiendo esto, la dijo Su Majestad una vez: Ya os he
oído, dejarme a mí. Quedó con esto tan confiada, que hizo cuenta
que ya la tenía, y ansí la tuvo presto muy grande y recreable por
medio de las diligencias de su padre de esta declarante, costán-
dole muchos trabajos el comprar la casa para sus monjas y defen-
derla en lo que se ofreció. Acomodósela para monesterio, y dábales
para el sustento lo que habían de menester; y fué Dios servido que
con esto y con la verdad que se había manifestado en lo que ya va
dicho en este artículo, fué tanto el placer y devoción de los de la
ciudad, que con grandísimo concurso de gente fueron a la casa nue-
va. Y al poner el Santísimo Sacramento, fué el mismo Arzobispo de
aquella ciudad y la Clerecía y Cofradías, y se hicieron grandes fies-
tas y aderezos por las calles en que había de pasar el .Santísimo Sa-
cramento, y en especial en la dicha nueva casa, que fácilmente no
se pueden decir, ni menos las instalaciones curiosas que hubo, y
1 En Sanlúcar de Bñrrameda.
326 APÉNDICES
entre ellas se puso una fuente de agua de azahar en el claustro,
que la Santa Madre no quisiera tanto gasto; pero movió Dios los
corazones de otros a andar en tales cosas como fuera de sí, porque
se viese cómo volvía Dios por la honra suya y de la Santa Aladre
y de sus monjas, las cuales, con grandes veras, procuraban servir
a Su Majestad. Fué esta fiesta domingo infraoctava de la Ascen-
sión, año de 1576. Todo lo cual sabe porque esta declarante se
halló allí presente.
44 y 45. Al articulo cuarenta y cuatro y cuarenta y cinco dijo:
que lo que de ello sabe es, que tiene particular noticia esta de-
clarante de los trabajos que la Santa Madre Teresa de Jesús tuvo
acerca de lo que se refiere y declara en estos artículos; porque
la mayor parte del tiempo que pasaron, estuvo ésta que declara
en su compañía, y que estando en la dicha ciudad de Sevilla y
habiendo hecho Capítulo General los Padres Carmelitas Calzados, y
estando el P. General tan indignado contra la dicha Santa Madre,
como se refiere en el dicho artículo cuarenta y cinco, la enviaron
un mandato antes que saliese de Sevilla, no sólo para que no fun-
dase más monasterios, sino para que eligiese uno de los hechos,
en que viviese y no saliese más. Y ella obedeció con gran pronti-
tud y paz y escogió el convento de Avila, y esto es ansí certísimo,
aunque en los dichos artículos no se especifica. Salió pues la San-
ta Madre de Sevilla juntamente con el dicho Lorencio de Cepe-
da, su hermano y padre de esta declarante, y ansimismo en su com-
pañía esta declarante, y pasaron y estuvieron en el convento de
esta Orden que estaba ya hecho en Malagón, y de allí vinieron
al de Toledo, donde la Santa Madre se detuvo algunos meses, y
no más; y pasados éstos vino a este convento de San José de Avila,
donde es certísimo estuvo dos años o más entonces, que fueron en
el tiempo que pasaron la furia y trabajos contra la Santa Aladre
con los mandatos y preceptos del Sr. Nuncio y las demás cosas de
que se hace mención en estos artículos, y del prendimiento de los
religiosos, a los cuales algunas veces defendieron del poder de sus
contrarios el dicho Lorencio de Cepeda, padre de esta declarante
y sus hermanos, y los escondían mientras y entretanto que había
oportunidad para poderse guardar de las dichas persecuciones; y es-
tando verdaderamente en aquel tiempo su padre y hermanos de esta
declarante en esta ciudad de Avila, se verificó más la asistencia que
hizo en este convento la dicha Santa Madre el tiempo que lleva dicho
de los dichos trabajos, aunque después de ellos, fué necesario salir
para acudir a algunos conventos de los que estaban fundados, que
pienso fué lo más cierto a Toledo, de donde volvió a esta casa y
salió de ella para la fundación de Villanueva de la Jara; y esta
declarante fué testigo de los trabajos grandísimos que padeció y las
cartas de nuevas tristísimas que traían de la corte, en que parecía
que todo lo que había hecho se iba a deshacer. Y aunque estas cosas
la tenían con grandes aflicciones, era cosa muy sobrenatural la paz
y quietud con que estaba en su ánimo y la fortaleza con que lo pa-
saba todo, sin consentir que otras personas ni las religiosas de casa
APÉNDICES 327
hablasen ninguna cosa contra los perseguidores, antes todo parecía
que lo quería abonar.
Y entre estos trabajos recibió del Señor particulares favores en
la oración, y mostróla con el espíritu de profecía cómo su Orden
iiabía de prevalecer, aunque más la persiguiesen; y una, entre estas,
la dijo a esta declarante que no se desharía la Orden de sus frailes
Descalzos, que entonces andaban tan afligidos y perseguidos, sino
que antes iría creciendo. Estando otra vez con los nuevos trabajos
de la Orden, que estaban en mucho riesgo y peligro, la dijo el Señor
a la Santa Madre: ¡Oh mujer de poca fe; sosiégate que muy bien
se va haciendo. Lo cual se experimentó después. Y en el de los
trabajos que esta declarante va hablando, recibió la dicha Santa Ma-
dre unas cartas en que la escribían de la corte nuevas terribles de la
persecución que el Sr. Nuncio y otros habían levantado, y que habían
preso a unos Padres Descalzos; lo cual le dio tanta pena a la dicha
Santa Madre, que dijo: Dios me dé paciencia', y luego, como ha-
ciendo en aquel punto alguna reflexión en su espíritu, exclamó estas
palabras exteriormente: Ahora, Señor, me habéis pagado todos los de-
seos que he tenido de serviros. Y con esta fortaleza y confianza
en Dios, pasó todo este tiempo de las dichas persecuciones, y estuvo
cuatro años sin hacer ningún convento, que fueron desde el año de
1576 hasta el de 1580, en que salió a fundar el de Villanueva de la
Jara, yendo con ella la Aladre Ana de San Bartolomé, de quien
ya lleva hecha mención, y poco después fué al de Palencia, y al
de Soria el año de 1581; porque a este tiempo ya estaban sosegadas
las casas de la Orden con el Breve último que dio Su Santidad
para dividir Provincia, el cual se expidió el 20 de Noviembre, año
de 1580, y se hizo el Capítulo de los Padres Descalzos en Alcalá
de Henares, día de San Cirilo, en Marzo de 1581, y todo esto
fué con el favor de Dios y del rey D. Felipe II. E después de
haber pasado lo que lleva referido, volvió la dicha Santa Madre
a este convento de San José de Avila, a donde fué elegida por
priora con grande sentimiento suyo, porque esta declarante la vio
bien afligida de que la daban este cargo de mayoría, siendo a su parecer
insuficiente e ya muy cargada de enfermedades (1).
50. ñl artículo cincuenta dijo: que estando la dicha Santa Madre
Teresa de Jesús por priora de este convento de San José, como acaba
de decirlo en lo último del capítulo precedente, el año de 1582, otro
día, después de año nuevo, salió de este convento la Santa Madre
para la fundación del convento de Burgos, ansí por lo que de allá
la habían importunado, como principalmente por cumplir la volun-
tad de Dios, que había entendido en la oración ser el que aquella fun-
dación se hiciese; y reparando la Santa Madre que estando tan en-
ferma y que era tiempo de recios fríos y nieves para ir tan largo
camino, la respondió Nuestro Señor, que no hiciese caso de eso,
que El era el verdadero calor. Salieron, pues, con la .Santa Madre al-
gunas religiosas; (que salió la que declara para esta fundación),
1 Fué elegida el iO de Septiembre de 1581. (Véase la página 251.]
328 APÉNDICES
y entre ellas, fué la Madre ñna de San Bartolomé, de quien lleva
hecha mención, y esta declarante, aunque tan indigna de ella. Los
trabajos, y descomodidades y enfermedades que pasó por este ca-
mino, no se pueden fácilmente significar, sin otros que se le ofre-
cieron padecer, pasando de camino por otros conventos de los suyos,
en los cuales mostró bien su humildad y sufrimiento y el ánimo ren-
dido que mostraba aún con sus menores y subditas, que en algunas
cosas la hicieron contradición aunque con santo celo. Echábase de
ver que iba Dios labrando su corona de la Santa Madre con cosas
que más podia pentir en lo último de su vida, en que había de quedar
toda prefeccionada para el grado de gloria que Su Majestad la tenía
aparejada.
Llegada a Burgos la dicha Santa Madre, se la levantaron ma-
yores contradiciones y persecuciones de parte del Sr. Arzobispo de
aquella ciudad y del prelado de su misma Orden que la había acom-
pañado por todo el camino; porque aunque ambos prelados tenían
en mucha estima a la dicha Madre Teresa de Jesús y fiaban en su
buen espíritu, permitió el Señor, para mérito de la dicha Santa, que
ellos fuesen los que más la afligiesen, cada uno por su camino. El
dicho prelado de la Orden se fué y la dejó metida en tantas afli-
ciones, como desconfiando de que aquella fundación no se había de
hacer; lo cual dio mucha pena a la Santa Madre. El Sr. Arzobispo,
por diligencias que con él se hicieron, nunca quiso dar la licencia
para poner el Santísimo Sacramento, y aun para que oyesen misa
dentro de casa, porque no hubiese forma de monasterio, y ansí se
estaban en la de una señora recogidas, yendo a misa sólo las fies-
tas por las calles, y todas con vituperios de los que las vían y
con grandísima mortificación de la Santa Madre y de sus religio-
sas. Finalmente, por no hacer estas salidas, pidió la Santa Madre
que las acogiesen en cierto hospital (1), que estaba fuera de la ciudad
para poder oir misa dentro de casa; y en estos trabajos, sin dar
licencia el Sr, Arzobispo, pasaron tres meses contados desde el prin-
cipio o mediados de Enero en que entró en Burgos la Santa Madre,
hasta 19 de Abril en que dio licencia el Sr. Arzobispo y se dijo
la primera misa y se colocó el Santísimo Sacramento, quedando fun-
dado el monasterio.
Dióse luego el hábito a una hija de la señora que las acogió
e ayudó para esta fundación, y a él predicó el Sr. Arzobispo en la
iglesia nueva del dicho convento, y en público, en el dicho sermón
y con muchas lágrimas, se culpó de no haber dado licencia antes
a aquella Santa, como quien había estado ciego en dilatársela, ala-
bando su Religión y pidiendo perdón de lo que había hecho padecer
a la Santa Madre Teresa de Jesús y a sus monjas por su ocasión.
Cobróla nueva devoción y fué en adelante muy favorable en aquel
convento. En él se detuvo la dicha Santa Madre hasta fin del mes
de Agosto de aquel mismo año, o poco menos, deseando ver si salía
alguna comodidad para aguda al sustento de aquel convento de Bur-
1 Llevaba por nombre «la Concepción», como ya dejamos escrito.
APÉNDICES 329
gos, hasta que Nuestro Señor la dijo: ¿En qué dudas? que ya esto
está acabado; bien te puedes ir. Y con parecer del prelado salió para
volver al convento de Palencia, Valladolid' y Medina del Campo, sien-
do su intento de la Santa Madre hacer este viaje de regreso para
volver a éste de San José de ñvila, para asistir a su oficio de priora
g otros negocios que habían menester su presencia, y principalmente
de dar a esta declarante de su mano la profesión, porque se lle-
gaba ya el tiempo, y ansí caminaba con priesa (1). Y todo lo de suso
referido en este artículo lo ha declarado por saberlo, como lo sabe,
como testigo de vista y persona que a ello se halló presente con
la Santa Madre Teresa de Jesús.
52 y 53. A los artículos cincuentai y idos y cincuenta y tres, dijo
esta declarante: que casi de todas las cosas que en ellos se trata
fué esta declarante testigo de vista, y lo experimentó ser ansí verdad
en los caminos que anduvo con la Santa Madre, y que en el .que
fué a Burgos, de que ha hecho mención en el artículo precedente,
iba con tan gran fe de espíritu, que los ratos que se habían de tomar
de entretenimiento, los pasaba la Santa Madre en hacer actos de
grandísimos martirios, deseando padecerlos por amor de Dios, si en
tal ocasión se viera, y que los Padres Descalzos que con ella iban,
procuraba los hiciesen también y que en público los dijesen para fer-
vorarse los unos a los otros, y ver cuál deseaba padecerlos mayores
por amor de Jesucristo Nuestro Señor.
Y en lo que toca al P. Julián de ñvila, de quien se refiere en
el capítulo cincuenta y dos tenía gran satisfación de la pureza de
su alma y de la virtud y celo y el espíritu particular en su oficio
de confesor, que la Santa Madre dijo a esta declarante, habiendo
estado antes en oración, que era tan suficiente para hacerlo, que no
solamente se podían fiar de él sus monjas, pero que era el confesor
más apropósito que podían liallar para tratar sus espíritus y llevar
adelante su Instituto, guiadas por su consejo, y que ella no hubiera
habido menester otro, si no se hubiera visto necesitada con los gra-
vísimos negocios que en su Orden se ofrecían a tomar el parecer
de otras personas letradas y siervas de Dios para no seguir los de
uno solo, aunque era tan bueno. Con esta satisfación y vida tan
ejemplar que hacía, gustaba la Santa Madre llevarle consigo a las
fundaciones hasta el tiempo que otros padres graves de su Orden
la acompañasen. Y estando el dicho P. Julián de Hvila con la
Santa Madre en Sevilla, y no pudiendo ir ella a la fundación de Ca-
ravaca por las muchas dificultades que se le habían ofrecido en Sevilla,
vio esta declarante que le fió a él solo toda la fundación, y fué
a ella llevando por priora a la Madre ñna de San ñlberto, que es-
taba entonces en el mismo convento de Sevilla. Juntamente con ella
otras religiosas de otro convento, y fué y es una de las casas bien
puestas en lo espiritual y temporal que la Santa Madre tuvo.
55. Al artículo cincuenta y cinco dijo: que sabe cierto que en
vida de la Santa Madre tenía el libro de su vida que en este artículo
1 No tuvo la Santa la satisfacción de ver profesar a su sobrina.
330 APÉNDICES
dice que escribió el Sr. Arzobispo de Toledo, Don Gaspar de Quiro-
ga, guardado en secreto y con mucha estimación de él; al cual,
estando la Santa Madre en este convento, antes que saliese a fun-
dar el de Burgos, le hubo de pedir con grande encarecimiento la
hiciese merced de presentársele, para sólo sacar su traslado, para no
sé que necesidad que se le había ofrecido, para verlo o mostrarle
a sus confesores; y el dicho Sr. Arzobispo se le envió el dicho
libro, confiado de la palabra de la Santa Madre, la cual mandó
que para trasladarle ninguna religiosa le leyese ni viese, sino sólo
esta declarante en secreto, por ser forzoso leerle a quien le tras-
ladaba, diciendo que como esta declarante era niña, no repararía en
ello. Y confiesa esta declarante que con serlo, y con tan sin espíritu
como era y tan desapegada e incrédula de las cosas de la Santa
Madre Teresa de Jesús, que la hacía la lectura del dicho libro un
movimiento particular interior, con un espanto notable de ver que
tenía entre manos mujer tan señalada en virtudes y en favores del
cielo, y procuraba hacerse fuerza así misma para estimarla en lo
que era razón; y con todo eso, pasados aquellos ratos, permitía el
Señor que se escureciesc y encubriese a esta declarante aquella ad-
miración que antes sentía, para que no se dejase descuidar en mos-
trarla amor y estima particular, sino antes le fuese ocasión de más
mortificación su término de él, a pesar de esta declarante, y no mi-
rando el Señor a esto.
Otras veces, por el tiempo que conoció a la Santa Madre, le
daba otras noticias de las grandezas que había puesto en aquella
alma y las obras heroicas que por su medio Dios había hecho y había
de hacer, que la traían a esta declarante algunas veces como fuera de
sí y muy -suspensa en semejantes consideraciones, mirándola como un
prodigio que estaba en el mundo y que presto quizás se la quitaría
de los ojos; las cuales cosas también la pasaban a esta declarante
para el fin que poco ha dijo esta declarante.
56. Al artículo cincuenta y seis dijo: que lo que de él sabe,
es que todo lo referido en él es cosa muy notoria, cierta y verdadera,
y que ha sabido el provecho particular que ha resultado de la lec-
tura del dicho libro en algunas almas, y en especial en una de un
caballero de esta ciudad que vino por ella a ser tan mudado en su
espíritu, que con fortaleza sobrenatural dejó a sus padres y a las
cosas del mundo y se entró religioso en los Descalzos Franciscos;
y quejándosele los padres de que no les quedaba heredero, él res-
pondió que rogaría a Dios se le diese, y dentro de aquel año dicen
que, por intercesión de la Santa Madre Teresa de Jesús, se le dio
Nuestro Señor; y el dicho religioso se dio tanta priesa a las cosas
del servicio de Su Majestad y de la penitencia, que dentro de poco
tiempo le llevó Dios a gozar de Sí en el cielo. Y este caballero
era hijo de Ochoa de Aguirre, vecino y regidor de esta ciudad;
el cual y otro hijo suyo llamado D. Pedro, habrán depuesto cerca
de esta particular, y en él se refiere a sus deposiciones.
Y también sabe esta declarante, que en estos últimos años es
tanta la estima que se tiene en otros reinos de los libros de la Santa
Madre, que los lian hecho traducir en sus lenguas. Y de Indias escri-
APÉNDICES 531
bió a esta declarante uno de sus hermanos, que pienso fué Don
Francisco de Cepeda, que uno que tenía, casi nunca le dejaban en su
casa, llevándole a porfía unos y otros para leerle, por el aprovecha-
miento que en sus almas sentían, y otras cosas particularas, que por
no se le acordar bien, no las declara, aunque la parece haberlo oído
decir a diferentes personas. Y sabe esta declarante, por cosa muy
cierta y verdadera, que el libro original que refiere el Capítulo se
llevó ael convento de la Encarnación por mandado de su prelado,
como han llevado de él otros muchos papeles de mano de la Santa
Madre al fin de que por allá fuesen vistos y más estimados, y que
el estar puesto el dicho libro en tan eminente lugar entre otros
libros de Santos, lo sabe por relación de Francisco de Mora, que vio
el dicho libro muchas veces, como persona que asistía en la pre-
sencia del Rey tantas veces; que por los oficios que tenía en la casa
real y por lo que le querían y valía no había para él en ella
cosa encubierta; el cual fué apasionadísimo por los libros y cosas de
la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, como se relata en otro ar-
tículo cuando se trata de él.
58. Al artículo cincuenta y ocho dijo: que algunas cosas de él
tiene ya respondido en otra deposición que dijo del reverendo señor
Provisor, D. Pedro de Tablares, Arcediano de Avila, por comisión
del ilustrísimo Sr. Nuncio, en la cual deposición ya se ha ratificado
esta declarante en el principio de este su dicho y también en él,
en especial en el artículo diez y siete, tiene referido otras cosas
tocantes a este artículo, a todo lo cual se refiere y esto responde (1).
59. Al artículo cincuenta y nueve dijo esta declarante: que por
lo que vio y ha oído muchas veces, sabe que la dicha Santa Madre
Teresa de Jesús fué aventajadísima en la virtud de la obediencia,
no sólo con sus superiores y confesores, pero aún con personas in-
feriores a ella;' y así vio esta declarante muchas veces que se rendía
al parecer de sus subditas y se le pedía con grande humildad, y
que cuando pasaba por los conventos, con ser fundadora de todos,
no admitía que las religiosas de ellos acudiesen por licencias sino
a las prioras de los mismos conventos, a las cuales respetaba y tra-
taba como si les tuviera la misma obediencia y sujeción que las
demás, y las pedía licencia o perdón de que no hacía tanto como
quisiera por estorbarla los negocios, especialmente porque no hilaba
tanto como las demás, por estorbarla los negocios, en los cuales,
aunque más se cansase y más la estorbasen, buscaba tiempo, aunque
fuese de noche, para estar hilando y ayudando en esto a la comunidad.
También sabe acerca de las comuniones que, con haber muchos
años que la Santa Madre las hacía cada día con orden de sus con-
fesores, las vino a dejar cuando estaba en Burgos por sólo que el
Sr. Manso, de quien ya se ha hecho mención en el artículo diez y
siete, como que no la conocía entonces, aunque la confesaba, la dijo
que no había menester comulgar tanto, ni tenía aparejo para ello,
que bastaba a ella y a sus monjas comulgar de ocho a ocho días,
Véase la Relación hecha poi ella misma en 1596, que ya dejamos publicad;;.
332 APÉNDICES
u de quince a quince; a lo cual, aunque lo sentía mucho por ser una
pérdida grandísima para el consuelo de su alma el no comulgar cada
día, iba por estotra ley, obedeciéndole como si él solo hubiera sidc
siempre su confesor. Y si acaso las demás religiosas o alguna de
ellas se quejaba o le culpaban en este particular, las reprendía ü
no consentía sino que hablasen con mucho respeto de él. Cuando
fué a Alba la Santa Madre, obedeció también con gran contrariedad
en lo que, según ella misma dijo, había sentido más que en cuantas
cosas antes otros prelados la habían mandado, haciéndola desde Me-
dina del Campo torcer el camino de Avila para que fuese a Alba de
Tormes, porque la Duquesa la había pedido así, sintiendo mucho este
viaje no fuese por particular necesidad o provecho de su Religión,
sino digamos por respeto humano de dar gusto a la Duquesa, en que
la fuese a ver pidiéndola al perlado por título de querer ver y ha-
blar a una santa, que es lo que ella sumamente aborrecía que nadie
dijese ni pensase.
63. Al artículo sesenta y tres dijo: que ansí por oídas de con-
fesores fidedignos y graves de la dicha Santa Madre Teresa de Je-
sús, y en especial del Sr. Ribera y de otras personas que la co-
nocieron, y por lo que esta declarante vio y oyó el tiempo que trató
y comunicó a la dicha Santa Madre, sabe que es ansí verdad todo
lo referido en este artículo, según y como en él se contiene, y que
en especial le hacía a la Santa Madre de la grande humildad que
tenía y del conocimiento de lo poco que en sí era, una grande estima
de los prójimos y de cualquier virtud que en ellos vía, y a personas
que tenían cosas particulares de oración las respetaba; y así, viendo
a una religiosa en un arrobamiento, por ser nueva en el monasterio
de Burgos, las demás religiosas comenzaron a alterarse de verla en
aquel éxtasis tanto tiempo en el coro. La Santa Madre Teresa de
Jesús, viéndolo, no sólo mostró respeto, sino que reprendió muy bien
a las demás religiosas por el que no habían mostrado. Otra vez
estaban contando delante de la Santa Madre algunas de las visio-
nes y mercedes que Dios había hecho a Santa Gertrudis, y fué tan
notable la humildad de la Santa Madre que en el exterior mostró
de aquello, que no le faltaba más que postrarse en tierra de la
veneración que le causó oir aquello, con muestra de que ella ja-
más había experimentado cosas semejantes.
Esto fué una cosa tan particular, que la hizo notar a esta decla-
rante no poder ser aquello sino en un alma de profundísima humil-
dad y deseosa de que nadie supiese los favores y mercedes que
Dios la hacía, sino que sólo venerasen los que había hecho a otros
santos. Y ansí mesmo esta declarante ha oído no sé cuántas veces,
y la una a religiosa de las más antiguas que hubo en este conven-
to, que oyó decir a la dicha Santa Madre que quisiera o había de-
seado que su muerte fuera como un rayo del cielo, por ser muerte,
al parecer, de los hombres grandes y honrados.
67. Al artículo sesenta y siete dijo: que no sólo sabe que es
verdad todo lo en él contenido, por lo que ha oído decir, sino que
en los últimos años que esta declarante conoció a la dicha Santa
Madre, la vio algunas veces tan afligidísima de dolores ij con tan
APÉNDICES 333
grandes temblores en la cabeza y golpes en el cuerpo, que no sólo
la podía tener, pero que parecía, en la furia con que era atormen-
tada, que los mismos demonios eran los que la hacían una violencia
tan grande, y que en estos tormentos se acuerda no se quejaba ni
hablaba palabra si no era para alabar a Dios y pedirle su socorro,
o a las hermanas agua bendita, de la cual era devotísima y jamás es-
taba sin ella de noche ni de día, ansí en la celda como en los
caminos, y que en los tiempos de estos temblores, mostraba en su
rostro un aspecto tan grave y recogido dentro de sí, que verla era
como verla en un éxtasis de oración, testimonio claro de la que
tenía aun en aquellas ocasiones en su espíritu.
Otra vez, estando la Santa Madre en este convento de San José
de Avila, un día, primeros de Navidad, en la noche, yendo por una
escalera hacia el coro, según se entiende, la hizo caer el demonio
de ella, de suerte que se quebró cl brazo izquierdo, con un ruido ex-
traordinario en la caída; y con quedar de esta suerte y esta decla-
rante y las demás religiosas tan alborotadas, ella se quedó en su
paz y quietud, y aún piensa que riéndose, y nunca se le oyó quejarse
ni hacer sentimiento del dolor, sino llevarlo con particular sufrimiento;
y después, al tiempo de la cura g concertarla los huesos, fueron los
dolores excesivos, y dijo que para poderlo llevar, había tenido puesta
su consideración en Cristo Nuestro Señor cuando estaba en la cruz,
que estiraron tan cruelmente sus nervios. Con toda esta cura quedó
por toda su vida impedida de no poder sola vestirse, ni tocarse
ni aprovecharse de aquel brazo.
Sabe esta declarante, que con estar la dicha Santa Madre con
tantas enfermedades y cansada de negocios y muchas cartas, hasta
las doce y la una de la noche, no por eso dejaba de ir a los
maitines al coro con las demás religiosas; e yendo allí, una vez dijo a
esta declarante que aunque iba, jamás se sentía sin grandísimo mal
o dolor de cabeza.
68. fll artículo sesenta y ocho dijo: que todo lo que declara
y refiere este artículo sabe ser ansí porque lo ha oído diversas veces
y a diferentes personas, y en especial de tres ha sido informada de
lo que se sigue. Estándose haciendo aquella casita primera a que
dio principio a esta reformación Nuestra Santa Madre, y estando con
su hermana Doña Juana de Ahumada, fueron un día al sermón a la
iglesia parroquial de Santo Tomé de esta ciudad, y un religioso de
cierta Orden que predicaba allí, comenzó a reprender ásperamente,
como de algún gran pecado público, diciendo de las monjas que
salían de sus monasterios a fundar nuevas Ordenes, eran para sus
libertades, y otras palabras tan pesadas, que Doña Juana estaba
afrentada y haciendo propósitos de irse a Riba o a su casa y hacer
a nuestra Santa Madre que se volviese a la suya y dejase las obras.
Con este propósito volvió a mirarla y vio que con gran paz se estaba
riendo. Dióla esto más enojo, y díjola algunas razones sobre ello,
pero luego la mudó Dios, y dejando los propósitos dichos, se quedó
aquí en Avila y tuvo a nuestra Santa Madre en su casa, prosiguien-
do en la obra comenzada. Esto que ha oído esta declarante, es con-
forme a lo que escribió la Madre Priora de Toledo, prima suya.
334 APÉNDICES
que fué hija de la dicha Doña Juana (1), a quien se le oyó muchas
veces contar, y esta declarante también lo sabe por dicho del doc-
tor Ribera.
También sabe por relación de la Madre ñna de San Bartolomé,
de quien ya lleva hecha mención en otros artículos, en especial en
el diez y nueve, que yendo con la dicha Santa Madre Teresa de
Jesús a la Mancha en el templo de la Puebla, estando la Santa Ma-
dre con ella y otras religiosas, los clérigos de la iglesia no las que-
rían comulgar, poniendo dolo en sus personas como gente que an-
daba caminos; y acabadas de comulgar, con muchas voces y alboroto
las echaron de la iglesia y enviaron personas con ellas hasta cerca
de Toledo para ver qué gente eran, lo cual llevó la dicha Santa
Madre con la alegría y sosiego con que llevaba cosas semejantes
y de que Dios la sacaba con más honra que antes.
71. Al artículo setenta y uno dijo: que por lo que ha oído
muchas veces y conoció esta declarante en la dicha Santa Madre Te-
resa de Jesús, sabe que es verdad lo que este artículo dice, en es-
pecial lo que señala cerca de lo que pasó en la fundación de Bur-
gos, de lo cual esta declarante fué testigo de vista, y pasó ansí como
en el artículo se refiere, aunque lo que dice de los seis meses, sabe
no fueron más que tres, como tiene declarado en el artículo cincuen-
ta. Y en lo que en él se trata de la sinceridad de la dicha Santa
Madre, conoció en su tía ser tan grande, que de ninguna cosa parecía
podía tener malicia ni juzgarla a mala parte, ni faltar en cosa a
la verdad por pequeña y leve que fuese, y que en el año último
de su vida, en cuya compañía anduvo esta declarante, estaba tan
adelantada en estas virtudes, que en todas sus acciones y en los
actos exteriores mostraba una sencillez y candidez tan notables, que
parecía era niña de dos años, y que estaba en aquella primera ino-
cencia con que Dios crió en el Paraíso el primer hombre, como lo
tiene apuntado esta declarante en la deposición que dijo ante el
Rvdo. Sr. Provisor, Don Pedro de Tablares, Arcediano de Avila, ante
Francisco Sánchez de León, notario, en que ya va rectificada al prin-
cipio de este dicho, a lo cual ansí mismo se refiere.
72. Al artículo setenta y dos dijo: que lo que de él sabe, es
que muchas veces esta declarante fué testigo de vista que pasó ansí
por verdad lo que en él se dice, y que en especial lo que era
alabar a Dios, la dicha Santa Madre era tan continua, que aun gx-
teriormente nunca estaba sin hacerlo, y refería algunos versos de
los salmos de David. No había cosa, hasta las plantas y flores muy
pequeñas de la huerta y las criaturas que Dios había criado, aún in-
sensibles, que no estuviese siempre diciendo: «Bendito sea el que
te crió», enseñando a esta declarante que hiciese lo propio cuando
ella las viese. Era amiguísima de que en el culto divino sus reli-
giosas se esmerasen en el aderezo de los altares y veneración de las
imágenes; y cualquiera cosa que en esto vía hacer a esta decla-
rante, se lo agradecía como si a ella la hiciera un grandísimo favor.
1 Madre Beatriz de Jesús
APÉNDICES 335
Asistía al Oficio divino en el coro cuanto podía; y cuando no podía
sino rezarle fuera, vio esta declarante muchas veces que estaba tan
embebidísima y recogida dentro de sí, que ponía devoción en quien
la miraba, y no se divertía de ninguna suerte, aunque más anduvie-
sen ni hiciesen ruido en la celda donde estaba. Persuadía a las
religiosas de palabra y también con el ejemplo a estar muy atentas
y compuestas en el Oficio divino, y que el canto de él fuese con
mucha pausa, en especial en aquellas palabras que se dicen en el
Gloria: Qtioniam tu solas Sanctus etc. En el Credo le daba particular
gozo en su alma cada vez que en él se decía, que el reino de
Cristo no había de tener fín, gozándose extraordinariamente de que
Dios fuese quien era, y de los bienes que poseía y había de poseer
para siempre. Y, en lo que toca a la devoción que la Santa 'Ma-
dre tenía con Nuestro Señor, era tan singular, que sólo ver ima ima-
gen suya parece que se derretía en su amor. Hizo una ermita en este
convento, en los años primeros que le fundó, de Nuestra Señora
y del glorioso San José, poniéndola por nombre Nazaret, a la cual
acudía todas las veces que los negocios la daban lugar y se estaba
en ella en oración, y cuando la daba cosa con algún ímpetu par-
ticular procuraba irse de presto, antes que la viesen en algún arro-
bamiento, a acogerse con gran ligereza a otra ermita que hizo de
San Hilarión, de quien fué muy devota, y en que estaba también
San Elias y Elíseo, de la otra ermita que lleva dicho de Nazaret;
adonde, entre otras veces, habló el Señor a la Santa Madre y la
dijo cuatro cosas que dijese de su parte a los prelados religiosos
de su Orden, que las hiciesen conocer y guardar; que siempre que
las guardasen irían en más crecimiento esta Religión, y cuando en
ellas faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. I--a
primera es, que las cabezas estuviesen conformes; la segunda, que
aunque tuviesen nuevas casas, en cada una hubiese pocos frailes; la
tercera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas;
la cuarta, que enseñasen más con obras que con palabras (1). Fué ano
de mil y quinientos y setenta y nueve, en que se colige que fué
al fín de los trabajos de la Orden, y poco antes que se dividiese
la Provincia; y escribiéndoles la Santa Madre entre todas las casas
que era de Dios, dijo que por todo esto era gran verdad lo firmasen
de su nombre, y sólo ésta lo firmó y otra en la profecía de los
milagros que había de haber en esta casa, y en esta misma ermita
han acaecido otras muchas cosas singulares en que Nuestro Señor
ha querido mostrar lo que se agrada de ella por ser de su Madre
y Señora Nuestra.
Tuvo otra imagen suya, con quien tuvo singular devoción, y desde
Sevilla la trajo a este convento de San José; y demás de verla
esta declarante y tener cuidado de vestirla algunos años, oyó decir
y contar algunas veces que, trayéndola de Flandes de un caballero
de allá con título de que se diese a la Santa Madre, sucedieron dos
milagros grandísimos en el camino, que aunque los oyó contar dis-
1 Véase la Relación LXI, p. 86.
336 ' APÉNDICES
tintamente que habían sucedido por la diciía imagen, no los pone
aquí por no se le acordar bien al presente cómo fueron. Sabe tam-
bién esta declarante que la Santa Madre puso otra imagen de bulto
pequeña sobre la portería de este convento por consideración de lo
que la dijo Nuestro Señor cuando se fundó, «que Nuestra Señora
guardaría una puerta y San José la otra». Esta imagen de Nuestra
Señora ha estado puesta a donde se ha dicho todos los años pasados
hasta el próximo que pasó de mil y seiscientos nueve, que por cier-
tos sucesos y devoción de la dicha Santa Madre la llevaron a la
corte.
Acostumbraba la Santa Madre rezar el rosario a Nuestra Se-
ñora desde que era muy niña, y en lo último de su vida, algunos
años antes que Dios la llevase, sabe esta declarante, como testigo
de vista, que por enfermedad que tuviese ni ocupaciones, que no sabía
de sí no dejara por ninguna cosa de rezarla y buscar tiempo para esto,
aunque fuese a las doce o a la una de la noche, antes que diese
ningún sueño a su santo cuerpo. También hizo otra ermita de Santa
Catalina Mártir, e hizo pintar su imagen en la misma pared, y sucedió
que algunos años después, teniendo devoción un caballero de reparar
la ermita del Cristo a la Columna, de que después hará particular
mención, fué necesario derribar para ello la pared donde estaba pin-
tada esta santa, que era de tapia, y revocándola los oficiales sin
cuidado ninguno, ordenó Nuestro Señor que todo el circuito que tenía
el bendito rostro de aquella imagen cayese tan entero entre la de-
más tierra, como si aquel pedazo fuera de piedra; y advirtiendo las
hermanas haber sucedido esto porque no se perdiese la memoria de
lo que la dicha Santa Madre hizo pintar, la encajaron en una pared
de un dormitorio, a donde hoy día permanece, y en la dicha ermita
se puso a costa del dicho caballero otra de pincel, muy su semejan-
te, todo lo cual sabe por haberlo ansí visto (1). Y por lo mismo, también
sabe que hizo otra ermita en el convento de grandísima devoción
de Santo Domingo y Santa Catalina de Sena, que con harto senti-
miento de las religiosas se deshizo por otra obra, como también otra
ermita de San Jerónimo en una cueva debajo de tierra, y cerca de
ella otra junto a un pozo que allí estaba de la Samaritana, con la
pintura de Cristo pidiéndola de beber, porque era devotísima la San-
ta Madre de este misterio, y sobre él escribió algunas cosas muy
altas, que por serlo ha oído decir mandaron quemarlas; y también
ha oído que desde que comenzó a tener oración continuaba pidiendo
a Dios la diese de aquella agua viva que Su Majestad dijo a la
Samaritana, la cual le dio bien abundantemente Dios Nuestro Se-
ñor. Estas tres ermitas, con otra que hubo de San Francisco, faltan
ya por no haber podido excusar el derrumbar por otras obras.
73. R\ artículo setenta y tres dijo: que, por lo que muchas ve-
ces ha oído decir por cierto y verdadero, como por lo que esta de-
clarante vio en el tiempo que alcanzó a conocer a la vSanta Madre
Teresa de Jesús, sabe que es verdad todo lo contenido en este ar-
1 Habla la Santa de estas ermitas en el capítulo XXXVIII de la Vida.
APÉNDICES 337
tículo como en él se refiere, y en especial vio esta declarante al-
gunas veces, o muy ordinario, cuando estaba en la fundación de
Burgos que la apretaba mucho el mal de perlesía, impidiéndola a
que no pudiese hablar; y como esto era tan en detrimento de los
negocios que se le ofrecían cada día, para que pudiese tratar de
ellos tomaban por remedio el comulgarla cada día, lo más pronto
que podían, y con esto veían que cada vez volvía luego a poder
hablar, como si nunca hubiera tenido aquel mal, no impidiendo esto
a lo que declaró esta testigo en el artículo cincuenta y nueve de que
el Sr. Manso no la dejaba comulgar sino de quince a quince días;
lo cual no duró mucho, porque cayó en la cuenta de quién era la
dicha Santa Madre, y ansí hubo lugar para el milagro que lia dicho,
otros muchos días.
Y en la devoción del Santísimo Sacramento del Hitar que tenía
la Santa Madre, señala esta declarante en particular que, aunque a
los principios estaba este convento de San José de Hvila con tan
gran pobreza, insistió mucho en que se hiciese la fiesta del Santísi-
mo Sacramento con el ansia que tenía de que en esta se conformase
con lo que hacía toda la Iglesia católica; y se acuerda bien esta de-
clarante que por esta causa se le levantó a la Santa Madre una gran-
dísima contradicción y altas pesadumbres, siendo ocasión de ellas,
principalmente, uno de sus confesores, persona grave y muy santa,
que aunque conocía lo era la dicha Madre, en esto la contradijo,
como si fuera un desatino grande, y no quería dar lugar a que se
efectuase. Ella, con su acostumbrada paciencia, lo sufrió todo, y con
el favor de Dios salió con su intento y se hizo la fiesta muy bien,
y movió Dios que viniesen a hacerla gente, digamos no conocida,
aunque de calidad, que asistieron con singular devoción, y ordenó
Nuestro Señor que la que la Santa tenía de que esta fiesta se hi-
ciese, se le viniese a cumplir algunos años después, ofreciéndose dos
señoras principales a hacerla cada año, como la hacen, no habiendo
el convento podido hacerla en los años pasados.
Ti. R\ artículo setenta y cuatro dijo: que muchas cosas de las
en él referidas las ha sabido esta declarante por haberlas oído decir
muchas veces a personas graves de verdad, fe y crédito que cono-
cieron a la dicha Santa Madre y por lo que esta declarante vio en
el tiempo que le conoció y trató, y también sabe, por las razones
dichas, que la Santa Madre andaba tan embebida en Dios, que pre-
guntándola un su confesor letrado cómo gastaba el tiempo, pensando
que tenía algunas horas de oración y después se divertía en otras
cosas, le respondió la Santa Madre, que no se podía imaginar per-
sona tan enamorada de otra y que no se pudiese hallar un punto
sin ella como ella lo era con Cristo Nuestro Señor, comunicando
siempre con Eí, y amándole más de lo que se podía entender. Tam-
bién oyó esta declarante a una religiosa muy grave, que si no se
engaña fué la Madre María de San Jerónimo, priora que fué de
este convento, de quien ya ha hecho mención en otros artículos, que
oyó a la dicha Santa Madre decir que había sido providencia de
Dios darle tantas ocupaciones exteriores en que servirle para diver-
tir algo la fuerza del espíritu y grandeza de mercedes interiores que
II 22
338 APÉNDICES
Nuestro Señor la hacía, con las cuales le parecía no pudiera vivir
ni menos tener sentido para tratar con criaturas, si Dios no la pro-
veyera de sujeto sobrenatural para lo uno y lo otro. También sabe del
doctor Ribera que para las ansias que la Santa Madre tenía de
Dios, le era algún alivio ver sus imágenes y las de sus santos y
regalarse con ellos, y en lo que toca al resplandor de su rostro, sabe
esta declarante por relación cierta de la Madre Ana de San Barto-
lomé, de quien ya se ha hecho mención y en particular en el artículo
veinte y nueve, que estando en este convento de S. José de Avila
en compañía de la Santa Madre, vio haciendo un día capítulo como
priora del convento, que le salía del rostro a la Santa Madre muy
grande resplandor, tanto que alumbraba todo el capítulo, que casi
la impedía su vista, y aunque no supo si las demás religiosas lo
vieron, conoció en ellas que salieron de aquel capítulo con extraor-
dinario fervor y consuelo de espíritu. También sabe de la misma
Madre Ana de San Bartolomé, la cual por una obecíiencia que se le
puso para cierto fin no podía encubrir a esta declarante las cosas
interiores que pasaban por su alma, y ansí con profunda humildad
y verdad se las decía, y una de ella es que cuando andaba en com-
pañía de la dicha Santa Madre, la causaba tanto consuelo y respeto
de este Señor, que fué esta declarante buen testigo, que la parecía
que la persona a quien servía era Cristo Nuestro Señor; y que algunas
veces, cuando la ayudaba a acostar o vestir, porque con un brazo
quebrado, como queda dicho tenía, no podía por sí sola, dice que olía
en su cuerpo y vestido de la Santa Madre un olor grande de re-
liquias, cual ahora se ve que tienen todas las suyas; y que un día,
en particular, estando en el convento de Valladolid, yéndola a des-
pertar más de mañana que solía, vio su rostro tan claro y resplan-
deciente como el sol y una gran fragancia de suave olor. Ella se
consoló tanto de esto, que se puso en oración cerca de la cama sin
llamarla, y despertando la Santa, la preguntó, que cómo estaba allí;
y ella calló lo que había visto.
También dice que cuando murió la Santa Madre Teresa de Jesús
sintió pena de su muerte, no sólo por lo que la quería, sino porque
perdía tal madre, maestra y ejemplo de todas las virtudes que vía
en ella, del resplandor de las cuales y de la asistencia de Dios
en su alma cuando vivía en este valle de lágrimas, se causaba en
la de la Madre Ana de San Bartolomé, por singular modo, una pre-
sencia de Cristo Nuestro Señor casi ordinaria, la cual demostraba
Dios en el alma de la Santa Madre, de suerte que en ella tenía
el oratorio e imagen de Cristo intelectualmente para andar casi siem-
pre puesta en oración, sin que la estorbase la continua ocupación
exterior que traía, sirviéndola en sus continuas enfermedades y nego-
cios, en que de noche y de día tenía bien en qué ocuparse; pero
como casi siempre tenía en estos ejercicios presente el objeto en que
se le mostraba la presencia de Cristo Nuestro Señor, ni la impedía
cosa para el recogimiento interior, antes de esta presencia divina traía
tanta fuerza en su alma, que la aligeraba el cuerpo como si no le tu-
viera. Toda aparecía andaba espiritualizada en Dios, de lo que se
infiere que, no solo la Santa Madre tenía oración y presencia de Dios,
APÉNDICES 339
sino cfue por su medio la tenía quien andaba con ella. También dice
esta declarante que sabe, por lo que ha oído a personas graves,
que estando la Santa Madre en el convento de la Encarnación de esta
ciudad de Avila, antes que fundase éste de San José, dándose a los
ejercicios de oración, una de las primeras visiones que tuvo fué que,
estando en la portería, la mostró el Señor un brazo muy llagado, g
arrancándose de él un pedazo de carne de cuando estuvo Su Majestad
atado a la Columna, como quejándose de cuál estaba por ella y cuan
mal se lo pagaba en lo que hacía de hablar allí cosas de vanidad,
de que ella tanto se duele en sus libros. Esta figura que allí vio cuan-
do fundó este monasterio de San José la hizo pintar en una pared
haciendo en aquel sitio una forma de ermita muy pobre, y salió bien
como imagen de oración. Ha oído esta declarante contar a algimas
religiosas por dicho del mismo pintor, a quien muchas veces importuna-
ron que sacase otros retratos como aquél, y respondía que no le era
posible, que pinturas de más arte que él las sacaría, pero que el
espíritu que ésta tenía, él no se le podía poner, porque todo él había
sido milagroso, yendo la Santa Madre cuando él le pintó diciendo
lo que había de hacer y estaba pidiendo a Dios que saliese así. Dicen
que también afirmó el dicho pintor que estándole la Santa Madre di-
ciendo cómo había de hacer un rasgón de carne en el brazo, él no lo
podía entender, y puesto el pincel en aquella posición, volvió a mi-
rarla para que de nuevo le enseñase el cómo, y cuando tomó el pincel,
halló su rasgón hecho sin saber cómo. R otros pintores, sin éste, han
pedido saque retratos como éste, y ninguno ha acertado a sacarle
propio, aunque más lo han procurada y le han estado mirando, en es-
pecial en los ojos tan penetrantes que tiene.
De los milagros que por esta imagen ha obrado el Señor los de-
clarará en su lugar; sólo señala aquí esta declarante, demás de lo
dicho que ha oído decir a una de las religiosas más antiguas de este
convento y que más trató a la dicha Santa Madre, que la dijo que la
dicha figura de este Cristo de que va hablando, era muy parecida a la
del cielo. También dijo a otra religiosa de San Francisco que hizo
pintar en la ermita suya, de que se ha hecho mención por esta decla-
rante en el artículo setenta y dosi, a fin de que le tuviesen en mucho,
porque se parecía al San Francisco vivo del cielo. Declara ansi-
mismo que por relación de la Madre Priora de Toledo, su prima de
ésta declarante, cuya madre fué la Doña Juana de quien ya va hecha
mención, hermana de la Santa Madre, la oyó decir algunas veces
que estando aquí en Avila la Santa Madre en aquella primera casita
para comenzar a fundar este convento en compañía de la dicha Doña
Juana, hizo con ella que pusiese por nombre a un niño que le nació
entonces José, por devoción de este glorioso Santo, al cual la Santa
Madre le tomaba muchas veces en sus brazos diciendo: «José, plegué
a Dios que si no has de ser muy santo que Dios te lleve ansí
angelito». Fué ansí que desde ahí a algunos meses, que aun no fué
año, le dio un mal al niño que entendieron se moría, y estando un
¡día juntas las dos hermanas con el niño, la dicha Santa Madre lo tomó
y se sentó con él, y echándole su velo encima del rostro, quedando
de él el mismo de la Santa Madre y estándole mirando, se le encen-
3^0 APÉNDICES
dio el rostro a la Santa Madre, y se quedó como en éxtasis, sin mo-
verse, y la dicha Doña Juana, aunque vio que el niño se moría, se
estuvo queda sin hablar a su hermana, sino mirando en qué paraba
aquello, y estuvo mucho rato así; y volviendo en sí la Santa Madre,
callando, se levantó con el niño para entrarse en otro aposento, sin
decir a su hermana cómo era muerto, la cual, entendiendo que lo era,
dijo a la Santa Madre la señora: ¿dónde va que ya yo entiendo cómo
es muerto el niño? Respondió la Santa ^adrc: «Es verdad, mas dé
gracias a Nuestro Señor, que le prometo es para alabar a Dios ver
un alma de estos niños ir al cielo, y la multitud de ángeles que vienen
por él», y contóle lo que había visto.
75. Al artículo setenta y cinco dijo: que esta declarante de per-
sonas fidedignas y de verdad ha oído decir y sabe ser ansí verdad lo
que el artículo dice, y por lo que esta declarante alcanzó a conocer a
la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, y en particular vio esta de-
clarante que cuando estaba a la muerte en ñlba, muchas veces la oyó
decir, dando gracias a Dios, aún con la voz alta, de que le había
hecho hija de la Iglesia y que esperaba salvarse como miembro de
ella por la pasión y sangre de Cristo Nuestro Señor. También cuando
esta declarante estaba con la Santa Madre en Sevilla vio que sus
monjas, en la hora que tienen de entretenimiento, hicieron una re-
presentación tan viva y tan fervorosa del martirio de la manera que
en el artículo se hace mención, que esta declarante, como era niña,
se espantó tanto como si fuera verdadero aquel acto, que la hubieron
de esconder. También dice de sí misma, que después que profesó
en este convento de Avila, por algunos años fué gravemente mo-
lestada de continuas tentaciones contra la fe, que, aunque por miseri-
cordia de Dios no sabe que consintiera en ellas, la hacían estar muy
afligida, y hallaba que para la pacificación de ésto, ningún medio la
aprovechaba más que el acordarse de la fe de la Santa Madre y de
las obras maravillosas que por ella y con el favor de Dios había
hecho, y con este alivio ha pasado esta declarante algunos años; y,
finalmente, en estos últimos, sin saber cómo, se le han quitado del
todo estas tentaciones, piensa que por medio de la dicha Santa Ma-
dre, pareciéndola antes que no había de haber medio para salir de
aquel tormento, sintiendo en sí, con la memoria dicha de las obras
de la Santa Madre, una manera de fortificación y certeza en estas
cosas de nuestra santa fe como derivada de la dicha Santa Madre,
y esto responde al artículo.
77 y 78. R los artículos setenta y siete y setenta y ocho dijo:
que casi todo cuanto en ellos se refiere los sabe por haberlo oído de-
cir diversas veces a personas de verdad, fe y crédito, y también por-
que muchas de las cosas declaradas en los dichos artículos las conoció
y en el modo de proceder de la dicha Santa Aladre el testigo que la
conoció, y en particular dice que antes que muriese, en una o dos
partes, halló esta declarante, entre otras cosas escritas de su letra,
esta cifra, leyéndola algunas veces con harta advertencia: -^Octava de
San Martín, treinta y tres; yo por ti e tú por mí» (1). No decía más;
1 Algo más dice el autógrafo. (Véase la página 13].
APÉNDICES 341
pero a lo que esta declarante ha podido entender, fueron estas pa-
labras dichas de Cristo Nuestro Señor en la oración a la dicha Santa
Madre Teresa de Jesús, con excesivo amor, mostrándola la activa
unión que tenía ya con su alma, y que por ella de nuevo la ofrecía
su vida santísima, e que la que ella había de vivir, en retorno de la
suya, serían otros treinta y tres años, contados desde el día que la
hizo esta merced hasta el de su muerte, para que la vida divina del
Criador y la humana de la criatura, la del Esposo y la de la esposa,
quedasen unidas con el vínculo del amor que había de durar por toda
la eternidad, y ha sentido que así fueron las otras palabras que el
Señor dijo a la misma Santa Madre otra vez: «Mi honra es ya tuya,
y la tuya mía». Otra vez la dijo: «Si no hubiera criado los cielos,
sólo por tí los criara», con otras palabras, de tan excesivo amor, que
por ser de tanto favor no quiso la Santa Madre escribirlas en parte
que se pudiesen saber fácilmente, sino piensa que debajo de sello
a un confesor suyo Dominico, llamado Fray García de Toledo, a
quien se dieron unos papeles suyos sellados después de su muerte,
sin que jamás se supiese en este convento qué se hicieron, sucediendo
poco después la muerte del mismo Maestro (1). Había venido de Indias
a esta ciudad de Avila con deseos de verse con la Santa Madre, que
entonces estaba en Burgos, y esta declarante con ella, la cual vio el
que ella tenía de hablarle por ser uno de sus confesores con quien
más declaró cosas de su espíritu, y le escribía desde Burgos a Avila,
y esto responde a estos artículos.
79. fll artículo setenta y nueve dijo: que demás de ser verdad
lo que en él se dice y parte de ello haberlo esta declarante visto, sabe
y declara que del mismo amor que tenía a Dios la Santa Madre la
esforzaba tanto, que atendía a las necesidades de los prójimos y al
consuelo como si no tuviera otra cosa a que acudir. Visitaba a las
enfermas cuanto a menudo podía; muy ordinario estaba oyendo a di-
ferentes personas sus penas, sucesos y negocios con un semblante
y afabilidad y compasión muy sobrenatural. Esta mostraba muy en
particular cuando estaba en Burgos en aquel hospital, como queda
dicho en el artículo cincuenta. Bajaba a visitar los pobres, llevando
por compañera a la Madre Ana de San Bartolomé y alguna vez a
esta declarante, y repartía con ellos los regalos que podía haber,
o a ella la enviaban de limosna personas devotas, sabiendo cuan en-
ferma estaba, particularmente de un mal de garganta, que casi no
podía comer cosa sin derramar sangre de ella, queriendo más que a
ella la faltara que no a los pobres. Mostraba consolarse tanto con
su vista, que cuando hubo de ir del hospital, lo sintieron grandemente.
En los monasterios que fundó, sabe esta declarante de oídas y
de vista, que recibió en ellos muchas personas huérfanas, instando otro
remedio y que tenían virtud para vivir en ellos religiosamente, sin
hacer caso de que no llevaban dote, lo cual no sólo la Santa Madre
hizo los años que vivió, pues dejó muy encargado en la Constitu-
ción que sus religiosas no mirasen tanto el dote como a la virtud y
1 El P. Gatcía de Toledo mutió por los anos de 1590.
342 BENDICES
pobreza de las que habían de recibir, aunque sus monasterios padecie-
sen alguna cosa por acudir a obras de caridad. Era muy desintere-
sada de todas las cosas de hacienda y muy aficionada a hacer bien
a pobres, y nunca la faltaba que darles. Encargaba a la Aladre Ana
de San Bartolomé, como esta declarante lo vio muchas veces, que tu-
viese cuidado de acudir y regalar lo mejor que pudiese a gente ne-
cesitada y a los carreteros y demás mozos que en el camino servían.
Era muy ajena de envidia y de vanidad, que parece no podía ca-
ber en ella; muy sin malicia; muy amiga de tratar con beneplácito a
todos; muy enemiga de murmuraciones, no consintiendo que delante
de ella hubiese ninguna por pequeña que fuese, sino que iiablasen
bien de todos en especial de las personas que la perseguían. Con las
ánimas del purgatorio tenía particular caridad y ofrecíalas muchas
oraciones y obras pías. Decía que poco iba en que ella estuviese
en el purgatorio con tal de ayudar algo desde esta vida a alguna alma
de las muchas que padecían en él. Casi todas sus obras y oraciones
ofrecía por el bien común, ansí de las dichas almas, como por el
aumento de la Iglesia y conversión de los herejes.
En cuantos monasterios fundó, jamás torció un punto en obra ni
en palabra de lo que entendía ser más servicio de Dios, ni por salir
con la fundación, ni por remediar las necesidades de ellas, ni por
haber el favor de personas graves para sus negocios. Todo el buen
suceso de ellos principalmente sucedía y es ser obra de Dios. Todo
lo dicho en el artículo lo vio esta declarante o lo oyó a personas
muy fidedignas.
80. R\ artículo ochenta dijo: que en otros artículos de este su
dicho tiene declarado lo que sabe acerca de lo en él referido, a
lo cual se remite y en el que dijo ante el señor doctor D. Pedro
de Tablares, ñrcediano de la santa Iglesia de Avila, por ante Francisco
Fernández de León, notario, refirió esta declarante cómo vio muchas
veces que de un terrible dolor de muelas que tenía la Madre Ana de
San Bartolomé quedaba luego libre y sana en echándola la bendición
la dicha Santa Madre Teresa de Jesús.
También sabe por dicho de la misma Ana de San Bartolomé, que
estando en Salamanca con la dicha Santa Madre y hallándose la dicha
Santa Madre muy cansada por las muchas cartas que tenía a que
responder, la dijo que si supiera escribir la ayudara a responder a
las cartas. La dicha Madre Ana de San Bartolomé la respondió: ^Déme
vuestra reverencia una materia por donde deprenda»; y la Santa Madre
la dio una carta de buena letra de otra religiosa para que de allí
deprendiese. Ella le replicó que mejor sacaría de la letra de su Re-
verencia, porque lo sentía ansí interiormente. La Santa Madre es-
cribió luego dos renglones de su mano, y dióselos, y a imitación de
ellos escribió una carta aquella tarde para este convento de Avila,
y desde aquel día supo escribir todo lo que fué menester, sin ser
más enseñada en la nota ni en la letra, la cual era parecidísima a
la de la dicha Santa Madre.
81. Al artículo ochenta y uno dijo: que en lo que toca a las
profecías del rey de Portugal, que el artículo refiere, ya esta de-
clarante las sabía por relación del doctor Ribera; y de las demás
APÉNDICES 3t3
tocante a la Orden las tiene referidas y declaradas algunas de ellas
en los artículos cuarenta' y cuatra y cuarenta y cinco, y en este añade
agora unas palabras que halló en una relación, piensa que era de un
padre de la Compañía de Jesús, las cuales palabras formalmente son
éstas: «Hame dicho muchas cosas que sólo Dios las podía saber,
por ser cosas que estaban por venir y que tocaban al corazón y apro-
vechamiento, y que parecían imposibles, y en todas he hallado gran-
dísima verdad». En otra relación muy larga que esta declarante tuvo
en su poder, y que poco ha envió a su Padre General, que entiende
según la letra que fué del Padre Fr. Pedro Ibáñez, dominico, uno de
los más señalados confesores que la Santa Madre tuvo, en la cual dicha
relación, entre otras muchas cosas, estaban escritas las palabras si-
guientes: «Que habiendo concertado él con una persona cómo había
de tratar muy de veras con Dios y pensando que lo hacía así, no
quise volver por donde la Madre Teresa de Jesús estaba; díjome ella
que su Maestro, que así llamaba a Cristo Nuestro Señor, le había man-
dado que me dijese que volviese a aquella persona y le diese el
recado que ella le había dado antes. Dióselo, y fué tal, que con ser
un hombre muy grave y de mucho seso y gobierno, le penetró las
entrañas y comenzó a llorar y descubrióse allí cómo no había comen-
zado lo que había prometido de hacer». Hquí acabó esto.
También ha sabido esta declarante por dicho de personas religio-
sas y una de ellas fué el dicho Doctor Ribera, que la Santa Madre,
antes de su muerte, no sabe en el tiempo que fué, supo en qué ano
había de ser, acaso por algunas palabras que la oyeron como al des-
cuido algunas de sus religiosas, que hecha cuenta de unas con otras,
vino a morir el año que dijo.
También sabe esta declarante que un año antes, poco más o menos,
que la dicha Santa Madre muriese, se hubo su hermano D. Francisco
de Cepeda, sobrino suyo, en un negocio de tomar estado según la
persuasión y parecer de un deudo suyo y de otras personas, y no
conforme al de la Santa Madre; y aun piensa esta declarante que
aun no la dieron cuenta de ello hasta después de hecho, y que la
descubrió Dios con espíritu de profecía el suceso que había de tener
después, y con gran sentimiento suyo se lo dijo la dicha Santa Madre
al dicho D. Francisco, y pocos años después de muerta se le cumplió
a él todo, de manera que con la memoria y esperanza de dio, escri-
bió desde Indias a esta declarante una carta; la fecha de ella es de
Lima, a veinte y cinco de Abril, año de mil y quinientos noventa y
nueve, comenzándola con estas palabras formales: «Tres flotas ha
que escribo a V. md. muy en particular de mis sucesos y de cuanto
se ha cumplido la revelación que nuestra Santa Madre tuvo y me
dijo acerca de mis trabajos; sea Dios bendito, que tantos tenía or-
denado que yo pasase y tan graves, y en parte donde todo lo que
fuese arrimo y amparo de mundo me faltase, en orden a que pade-
ciese sin consuelo». Dice otras palabras en que, para consuelo de
esta declarante, la declara cómo todos aquellos trabajos que padecía
eran camino de salvación y que le habían causado gran aprovecha-
miento en su alma. De lo cual se colige, que junto con haberle pro-
fetizado la dicha Santa Madre tan grandes trabajos, no apartó de él
344 APÉNDICES
un punto su intercesión y ayuda. Y un confesor con quien trataba
aquí en Hvila la dicha Santa Madre, que era de la Compañía de Je-
sús, llamado Francisco de Vitoria, señalado en letras y espíritu, yen-
do después por la conversión de las almas a aquellas Indias a donde
acertó a ser confesor del dicho Don Francisco, y en el tiempo de
sus mayores tribulaciones, y en el que le escribió a esta declarante
la carta que queda referida, la escribió otra este Padre, ponderando
mucho el alto estado en que había llegado aquel alma de virtudes y
fervor de espíritu por el camino de padecer, con palabras tan graves,
que la causaron admiración. También escribieron de Sevilla a esta
declarante que una persona grave que había venido de Indias, ha-
blando del dicho Don Francisco, dijo que hacía Dios en Indias mani-
fiestos milagros por aquel sobrino de la M. Teresa de Jesús.
Y estando esta declarante en Burgos, en el último año que vivió
la dicha Santa Madre, y otra vez estando en un camino que no se
acuerda para dónde, sucedieron a esta declarante las dos que siguen.
Habiendo estado un día, entre otros, esta declarante con varios pensa-
mientos e imaginaciones y entre estas batallando dentro de sí, de si
dejaría esta Orden e iría a otra, y todo esto encubriéndolo mucho
a la Santa Madre, al tiempo que más quiso disimular con ella, con
rostro algo severo dio a entender a esta declarante lo que en su
corazón había pasado y le fué haciendo una contrapetición de lo
que deseaba o pensaba de ir a otra Religión más abierta, dejando
el bien que tenía sin conocerle. Fué este razonamiento tan eficaz y
grave, que esta declarante quedó muy confusa y se determinó de
profesar en esta Orden, como lo hizo pocos días después de la muerte
de la dicha Santa Madre (í). Viniendo luego a este Convento de
San José por saber que era su voluntad, y dejando el de Alba, donde
había pensado de quedarse por respeto de su santo cuerpo, y en esto
como en los demás negocios no se atrevió a salir un punto de lo que
había entendido quería la Santa Madre antes que muriese. Este es
el un suceso de los dos. Y lel otro es, que estando esta declarante
caída en algunas faltas y no muy arrepentida, sino esquivándose y
encubriéndose con la Santa Madre, ella, con severidad suave, dijo a
esta declarante el peligroso estado en que estaba y el mal aparejo que
tenía para profesar, con otras palabras que la traspasaron el corazón,
sin saber qué la responder.
Otra vez, piensa que estando en Valladolid, andaba ansí en cosas
de su alma, como en negocios tocantes al testamento de su padre y
su dote de esta declarante, muy turbada, y apartándose de los con-
sejos y comunicación de la dicha Santa Madre, hacía esta decla-
rante el parecer de otras personas seglares, procurando encubrirlo
todo cuanto podía a la Santa Madre; pero Dios, que todo lo sabe,
dio a entender a esta declarante sus enredos y se los fué diciendo la
Santa Madre, y con un aspecto grave e de alto sentimiento, como
quien no hablaba de suyo, la fué profetizando el castigo que la había
1 A 5 de Noviembre de 1582, como es dicho, pata lo cual se trasladó al convenio de
San José de Avila,
APÉNDICES 3^5
de venir por sus culpas y la poca fidelidad con que la había tratado,
y cómo vernía tiempo que la querría; y no la ternía, con otras palabras
que la causaron tanta confusión, que no la dejaron entonces perci-
birlas mucho. Después lo comenzó a experimentar, y a los tres o
cuatro años después de la muerte de la dicha Santa Madre, fueron
tan fuertes, continuos y exquisitos los trabajos interiores y exteriores
que la vinieron, que la traían como fuera de sí. Los confesores se
espantaban y no sabían qué decir ni qué hacer, especialmente viéndola
con una tentación nunca oída, de que la resultaban otras muchas,
en que duró lo más recio diez años. Procuraba algunos medios para
aliviarse, y permitía Dios que su consuelo no se efectuase, sino que
todo la afligiese más; y aunque no se declaraba con la Madre Ana
de San Bartolomé, entendió en la oración, cuando estaba en este
convento el cuerpo de la Santa ^adre, que no la convenía a esta
declarante lo que pedía. No se lo dijo entonces la dicha Madre Ana
de San Bartolomé, aunque andaba afligidísima; y sin saber cómo, poco
después se la vinieron a quitar a esta declarante todos aquellos traba-
jos, quedándose la causa de ellos, que es lo que más espanta, y ha
algunos años que está tan libre como si nunca hubieran sido, echando
de ver en esto cómo Dios aflige y sana tan ocultamente un alma y
de lo que le ha valido a la suya las oraciones e intercesión de la
dicha Santa Madre, aunque, al parecer, se escondía tanto de ella.
Y en demostración de la profecía que la dicha Santa Madre dejó
escrita de los milagros que se habían de hacer en esta santa iglesia
de San José y cómo había de ser llamada santa, dirá aquí cómo Nues-
tro Señor ha ya mostrado algunos y dado principio a ellos por medio
del Cristo de la Columna, en la ermita que hizo en esta casa, de que
lleva hecha mención en el artículo setenta y cuatro; y así, el año
de mil seiscientos y seis, sucedió que haciendo casi trece años que
estaba en la cama con continua calentura una religiosa de este con-
vento, llamada Ana de San José, y con grandes palpitaciones en el
corazón, un temblor recísimo en la cabeza, que no la dejaba sosegar
un credo, y con unos desmayos que la dejaban sin habla llegando a
estar oleada, pero aunque entonces mejoró algo, los temblores la du-
raban dieciocho horas cada día; luego la dieron unas cuartanas por
largo tiempo; después de esto se le arreció mucho el temblor, añadién-
dosele darle en otras partes del cuerpo e impidiéndola del todo el
no poder comer ni beber con sus manos. Los accidentes del corazón,
golpes y gritos eran terribles; decía el médico que a aquel mal no
le hallaba remedio, ni en su vida tal continuación había visto. Todo
esto que de fuerza sería, dice la misma hermana que era nada en
comparación de lo que sentía fuera de sí. Día de la Natividad de
San Juan del dicho año, por acudir a su devoción, lleváronla con
harto trabajo otras hermanas al coro para que comulgase, como algu-
nas veces había hecho, y antes que lo hiciese, fué grande el temblor
y mal que la dio de sólo esta declarante sacudir muy poco la manga
de su hábito después de sacar unas rosas que llevaba en ella, lo cual
le hizo reparar mucho. A la tarde del dicho día tornaron a advertir
a la dicha enferma, por su consuelo, que mostró se le daría, que la
llevasen a la ermita dicha del Cristo de la Columna, de quien desde
346 APÉNDICES
que entró en esta casa mostraba singular devoción, y había propuesto
de estar treinta y tres días en ella en oración, dándola licencia la
Madre Priora, si Dios por medio de aquella su imagen que hizo pintar
la Santa Madre Teresa de Jesús la daba salud. Lleváronla, pues,
algunas hermanas, aunque con harto trabajo, y la enferma, con gran
temblor, llegada a la puerta de la dicha ermita, se echó en d suelo,
y queriendo entrar en ella arrastrando, sintió allí gran mal, y mo-
viéndose de una vara sintió un nuevo aliento dentro de sí y que se
le quitó una cosa del cerebro, con que pudo tenerse en pie y comenzó
a andar, hasta ponerse a vista de la imagen que está en una capillita
más adentro. Allí dio voces con la gran fuerza de espíritu, diciendo;
«Dios mío y Señor mío», dándola un estremecimiento grande e yén-
dola a tener una hermana, dijo: «Déjeme», y fuese por sí misma
a besar los pies de la santa imagen. Estuvo allí mientras las herma-
nas dijeron una letanía; luego, mientras decían otra, se levantó y
anduvo tres veces por la ermita, con tanta lijereza como si no hubiera
tenido mal. Llamaron a la Madre Priora para que la viese sana. Ve-
nida que fué, anduvo la dicha hermana con extraña admiración de to-
das las demás hermanitas y por la huerta y casa; comió y bebió
con su mano como sana, que lo quedó tanto en aquel punto de todas
aquellas enfermedades, que nunca más hasta hoy la ha visto esta
declarante ningún accidente de los pasados, por ninguna ocasión que
se haya ofrecido de las que antes la hacían tanto daño y afligían.
ñ toda la comunidad sigúela y trabaja en ella y en el coro como las
demás, estando muy agradecida de la merced recibida; todo lo cual
sabe esta declarante, que lo más de ello lo vio y fué cosa muy cierta,
y es fama pública en todo el convento que pasó en la forma y ma-
nera que lo lleva declarado, y el Sr. Obispo de esta ciudad, que a
la sazón tomó por el tiempo este milagro tan claro y patente aquel
mismo año.
Preguntada por el dicho señor juez si acaso es posible que sea
verdad lo contrario de lo que lleva dicho en el suceso referido, y si
en estas cosas pudo suceder como en otras semejantes suceden por
medio de algún medicamento que hubiese precedido, o por otra causa
o virtud natural o accidental, de suerte que este suceso pudiera no
ser milagro y por qué razón juzga lo hubiese sido, respondió a esta
pregunta: que dice lo que dicho tiene; por las razones que lleva de-
claradas cree y tiene por cosa cierta y sin duda alguna ni en ello la
ha puesto que el dicho suceso fué caso milagroso, claro y patente;
porque allí no precedió medicamento ni otra cosa accidental material-
mente, porque, aunque en el discurso de los trece años de la dicha
enfermedad la habían hecho alguna y medicamentos, no habían obrado
ni sido de efecto alguno para la salud de la susodicha, antes decía
el médico o médicos que aquel mal era continuo y extraordinario,
qu2 liO había para él cura ni remedio; y por sanar, como sanó, tan de
repente, claramente, por todas las dichas razones, consta haber sido
y ser suceso y caso milagrosoA y en ello, como tiene dicho, no se ha
puesto cosa alguna, y con haber que pasó cuatro años y más, no la ha
vuelto cosa alguna de la dicha enfermedad ni accidentes de ella, por
donde más se confirma haber sanado milagrosamente por mano del
APÉNDICES 347
Señor, obrando este tan gran milagro en la dicha ermita la imagen de
Dios que hizo pintar la dicha Santa Madre y en cmnpliraiento de la
dicha profecía. Y sabido este milagro fuera del convento, fué grande
la devoción que causó en oirle, ansí a personas religiosas como segla-
res; y un Padre de esta Orden de Descalzos [lo dijo] a un caballero
de esta ciudad, llamado Francisco Guillamas, ^\aestro de la Cámara del
Rey nuestro señor y Tesorero de la Reina, para que él y su mujer se
encomendasen a esta santa imagen, por razón de que la dicha su mu-
jer, llamada Doña Catalina Robles, estaba entonces con una gravísima
enfermedad y iarga, y a este tiempo ya desahuciada y a punto de
expirar. Encomendáronse a ella y enviaron a pedir a este convento
hiciesen oración por ella, y que en especial una religiosa la fuese a
tener con más espacio a la misma ermita del Cristo; y estando en
la dicha oración con gran fervor de espíritu, entendió en él la dicha
religiosa que la dicha Doña Catalina no moriría, sino que sanaría,
y sucedió luego de la misma manera, con lo cual quedaron estos caba-
lleros tan devotísimos de esta santa imagen y su ermita y ofrecieron
luego de reedificarla de nuevo; y para efectuar esto, derribaron la
dicha ermita, y viendo que era tiempo de invierno, de tanta agua ij nie-
ve, dióles cuidado a las hermanas si caerían las dos paredes de tapia,
que en la una estaba pintado el mismo Cristo y la otra enfrente, en
que estaba San Pedro llorando su pecado. Encomendáronlo al ?cñor, y
dos religiosas, entre las demris, entendieron de parte de Nuestro Se-
ñor que no se caería y que serviría mucho de que se reedificase la
dicha ermita, con otras muchas particularidades que por estar vivas
no conviene declararse. Fué cosa espantosa, que no recibieron detri-
mento ninguno las santas imágenes, ni las paredes, con ser de tierra
sola; y en la que estaba San Pedro, sin defensa ni arrimo ninguno,
más del pedazo en que estaba pintado, con caer sobre él mucha agua
y nieve por algunos sitios. Después de reedificada la dicha ermita,
con mucha más obra y riqueza de la que antes tenía, pidieron los
dichos caballeros, por la singular devoción que tenían, que les diesen
a un lado de la iglesia de este convento para hacer una capilla para
sus entierros, concediéndoseles, y en esta obra dio Dios principio a
otras maravillas que se siguen; la cual capilla se comenzó a hacer
por el mes de marzo del año de mil y seiscientos y siete. Hecha, fué
necesario que la iglesia se subiese casi otro tanto de como estaba,
y tratóse de que fuese con la misma madera vieja que tenía al ha-
cerla y sobre las mismas paredes, que se tenía fortaleciéndose con unos
estribos. Sobre esto pasaron muchos dares y tomares, pareciendo a
algunas personas era bien hacerse así por acudir a la santa pobreza;
otras que para su templo e iglesia de Dios era bien hacerse de nuevo
y de bóveda de piedra, pues que la Santa Madre nunca impidió eso
para las iglesias, y al fin se prosiguió la obra para que fuese de
madera.
ñndando las cosas ansí, sucedió que, estando en Madrid un padre
Descalzo francisco, de quien jamás la casa había recibido noticia,
muy teólogo, muy recogido en la celda y dado a la oración y deseos
ferviepíes del martirio, entendió en espíritu todo lo que allá pasaba, y
muchas cosas secretas y del bien que había y había de haber en este
348 APÉNDICES
convento, el cual el primer domingo de cuaresma del año de mil y
seiscientos y ocho, acabando de confesar a Francisco de Mora, que
estaba allí de arquitecto mayor de las obras reales y aposentador del
palacio, le dijo: «En San José de Hvila un criado del Rey va haciendo
la iglesia y no le contenta al Señor, que iglesia donde ha de obrar
grandes maravillas, vaya de la manera que va, sino que sea bien hecha
y que en todo caso sea la bóveda de piedra. Es menester estar con
él y que de suyo le diga que la Santa Madre no dice que las iglesias
sean hechas de madera y sin labrar sino las casas; es menester tam-
bién que luego vaya a flvila y dé la orden de cómo ha de ir».
El dicho Francisco de Mora le puso excusas y que perdería los ser-
mones de la Cuaresma de la corte. El Padre le respondió: <No pide
el negocio dilación, que la obra va muy adelante; buen sermón se oye
haciendo lo que Dios manda; vaya luego, que habrá memoria de él en
aquella casa para siempre». No dijo tan solamente en aquella casa,
sino en toda la Orden, y pareciéndolc al dicho Francisco de Mora que
habría nieve en los puertos, preguntó que por qué camino le parecía
que fuese. Di jóle el Padre: «Vaya por montes, vaya por valles, vaya
por nieves, que por donde quiera que fuese irá el Señor con él y dirá
lo que ha de hacer». Con esto vino a esta ciudad, y luego por la
mañana hizo que en este convento se cantase una misa del Espíritu
Santo. Mandó luego derribar la iglesia por pie; parecióle que todo
el mundo no fuera bastante a impedirle que no la derribase; dio
de limosna al convento veinte escudas y para la obra seiscientos reales.
Antes que viniese no habían querido las religiosas que sólo un estribo
entrase en el capítulo de los que arriba digo que se trataban de hacer
para fortificación de las paredes, y al punto que el dicho Francisco de
Mora trazó la obra de toda la iglesia y las capillas de los lados, con
voz común de todas, dijeron que era obra de Dios y que ya se co-
menzaban a ver los milagros que la dicha Santa Madre Teresa de
Jesús había profetizado en las cosas que se verían en la reedifica-
ción de este santo templo. Confiando que Su Majestad daría con
que toda la obra que se hiciese, sola la Madre Priora que era en-
tonces, como otro San Felipe, dijo al dicho Francisco de Mora: ¿dónde
habremos pan?, pareciéndole que no había aún con que comenzar
la dicha obra. El la respondió con grandísima confianza en Dios:
«Dios proveerá; venderemos un par de monjas», bien confiado que no
tenía menester. Volvió a Madrid, y a la nochecer la primera persona
que vio fué al Padre de quien va hablando, quien le despidió sin
querer que aquella noche le tratase de la obra, sino que otro día
volviese por la mañana. Hablándole, en todas sus acciones y palabras
echó de ver este Padre que aquella noche había tenido larga oración
sobre el negocio, y como el dicho Francisco de Mora desde Avila a
Madrid no se le quitase del pensamiento que no sólo sería bien acu-
dir a las trazas y orden de labrar, sino también a pedir limosna para
la obra, entendió después en sí, por lo que el dicho Padre le dijo, ser
ésta una de las hablas que le había de hacer Dios en el camino. Díjole
más el Padre, que por sí pidiese las limosnas y que lo que se hiciese
para esta iglesia era tan acepto a Nuestro Señor, que tenía librada
en ella la salvación de todos aquellos que la hiciesen, aunque fuese
APÉNDICES
319
muy poca; y el dicho religioso ofreció por sí mil y doscientos rea-
les, encargando al dicho Francisco de Mora que en toda la iglesia
no hubiese armas ni letrero de nadie.
ñ\ tiempo de andar pidiendo estas limosnas, le sucedieron al dicho
Francisco de Mora cosas admirables, en que se echaba bien de ver
cómo Dios movía los corazones para hacerlo, y le pidió al Rey y
Reina para adelante; y respondiéronle con mucho gusto, e con el
mismo le dieron licencia para que muy amenudo viniese a visitar
la obra, ñl principio de sus venidas, le dijo la Madre Priora que si
quería tomar la capilla; él respondió que no, que muy buena la tenía
en Madrid, y con esto tornó allá. Y día de la Resurrección del Señor
se vio con el dicho Padre; éste le dijo cosas de alta admiración de
esta casa, y a Francisco de AVora le dio motivo de alabar así a
Dios, viendo que ansí supiese tales cosas, siendo un hombre que no
salía de su celda y coro, ni trataba ni se escribía con nadie, y su
dormir era sobre una tabla pasándola más en oración. Y pasando con
la plática adelante, le mandó que en todo caso tomara una capilla
en esta iglesia y que fuese la más cercana al quicio de la puerta en
que había mucho bien. Hl diclio Francisco de Mora se le liizo dificul-
toso y quedó confuso; díjole el dicho Padre, que se fuese y que pensa-
se en ello. El se fué a comulgar, y habiéndolo hecho, sintió en sí tan
gran mudanza y una firmeza tan invencible en tomar la capilla y en
aquel sitio que el Padre le había dicho, sin saber qué bien era
aquel que tenía, que todo el mundo junto no le quebrara a mudar
de aquel parecer, dejando la que tenía tan adornada en Madrid, sin
hacer caso de lo que dirían todos de él, por esta novedad ociosa al
parecer humano. Con esta determinación y con grandísima humildad,
se vino luego a este convento pidiendo aquel sitio para su entierro.
Parecióles era muy bajo para él, y quisieran que le tomara más cerca
de la capilla mayor; pero no se pudo acabar con él, ni que dejase
de dar cierta limosna de renta perpetua por el suelo de la capilla
que pedía, por aquel bien que el Padre le había dicho que había en
aquel lugar.
Advirtió luego esta declarante que debía de ser, por ser allí
el capítulo de este convento, en el cual los había hecho la dicha santa
Madre Teresa de Jesús tantas veces siendo priora, y donde después
de su muerte estuvo siempre depositado su santo cuerpo los nueve me-
ses que estuvo acá (1), y donde Nuestro Señor por su medio había he-
cho señaladas mercedes a algunas religiosas. Escribióselo así esta decla-
rante al dicho Francisco de Mora, y él se admiró, y esta declarante
no poco de ver lo que el dicho Padre le había dicho sin poder saber
por ninguna vía humana que aquel lugar servia de lo que había dicho,
y de que antes, no habiendo querido el convento dar en este capítulo
un tan pequeño sitio como era menester para un estribo de los
que decían para la fortificación de las paredes de la iglesia, después
que vino Francisco de Mora a trazarla más rica y costosa de lo
que nunca se pensó, no hubo monja que contradijese el dar todo
1 Desde fines de Noviembre de 1585 al 23 de Agosto del año siguiente.
550 APÉNDICES
el capítulo, y cuanto de celdas u sacristía fuese menester para esa
obra. Yéndose otra vez el dicho Francisco de Mora con el Padre dicho,
le tornó a decir: -^Tome luego este sitio que le he dicho, no se le ade-
lante otro a tomarle; más querría yo estar enterrado en aquella iglesia
que en el Sagrario de la santa iglesia de Toledo; tiempo vemá que
se tenga por bienaventurado el que alcance a enterrarse junto al qui-
cial de la puerta o en el cementerio de aquella iglesia. Esta capilla
de Madrid no la venda, sino déjela a sus padres y él vayase a Hvila;
mire que ha de obrar Dios grandes maravillas en aquella iglesia».
Confesó el dicho Francisco de Mora que parece ya las había visto
y que era grande maravilla del Señor lo que por él había pasado, en
que se encerraban otras cosas particulares. El descubrió debajo de
confesión al Obispo y secretario apostólico, tomándole el dicho para
la canonización de la dicha Santa Madre, honra suya y gloria de
Dios Nuestro Señor, a cuya deposición se refiere y lo de suso re-
ferido lo sabe esta declarante por relación cierta y verdadera del
dicho Francisco de Mora, y por el de otras personas graves y reli-
giosas, y por lo que esta declarante ha visto y experimentado por
sí misma. Otro sí declara, que en el año pasado de mil y seiscientos
y nueve, el día de la Porciúncula, dos días del mes de Agosto, habiendo
estado en este convento enferma dos años y medio una religiosa
llamada Magd^^lena de la Madre de Dios, que la comenzó una ma-
nera de carbunco en un ojo, después un mal de estómago, de que se
le hizo una dureza, la cual creció tanto, que poco más de un año
vino a ser mayor que un ladrillo, que los médicos dijeron que era
scirro, junto con el gran mal de cerebro y corazón, con muchos tem-
blores, gritos y desmayos y otros accidentes tan extraordinarios, que
no sabían qué hacsr, y la comunidad andaba afligida. Dióla después
flota coral y frenesí, y sucedió estar cuatro y cinco días sin comer
cosa de día ni de noche, y piensa que una vez estuvo diez u once;
por lo cual, viendo el médico que no era enfermedad natural ni
podía vivir tantos días sin comer, y que ningún remedio la aprove-
chaba, parecióle sería bien acudir al de la Iglesia de los exorcismos;
y con parecer de otras personas se los hicieron algunos días, pero no
se vio en ella mejoría, sino crecer tanto los accidentes y desmayos.
qu2 no sabe cuántos días antes del día de la Porciúncula comenzaron
unas religiosas a hacer particulares oraciones, y de ir a la dicha er-
mita del Cristo de la Columna a hacerlas para una novena. Estaba tal
la dicha enferma, que dos días antes del que sanó, pedían a Nuestro
Señor la hiciese merced por su santa imagen de sanarla o llevársela
consigo, porque daba inquietud a la comunidad, y la enferma en lo
interior y exterior en tal disposición, que no la faltaba más de des-
esperar. La misma enferma hacía la misma petición, y estando en
este aprieto, como a la una después del mediodía, el día que lleva
dicho o referido de la Porciúncula de San Pedro, fué Dios servido
de inspirarla no solamente de que sanara, si la llevaban a la ermita
del Cristo, por medio de las reliquias de la dicha Santa Madre, y
no se atrevió a qi\2 la llevasen a la dicha ermita, sin que primero
pusiesen en ella una reliquia suya,! y pedida licencia a lá Madre Prio-
ra, y dada, pidió que la vistiesen y la llevaron entre algunas reli-
APÉNDICES 351
glosas, más como persona muerta que no viva; y entrando en la
dicha ermita, lo primero que vio la enferma fué la reliquia de la
dicha Santa Madre, y luego sintió en sí tan grande aliento, que pidió
a las hermanas que la habían llevado que la dejasen poner en pie y
luego con mucha prisa, como si no hubiera tenido mal ninguno, se
fué a los pies del Cristo y recibió en aquel instante entera salud
y estuvo de rodillas a las letanías en memoria de ]a dicha Santa
Madre e otras que hicieron las hermanas en hacimientos de gracias.
Estándose todavía a los pies del Cristo, entró esta declarante y pú-
sose de rodillas con las demás, pidiendo a Dios la diese salud,
sintiendo gran confianza de que las había de hacer merced. Levantóse
la enferma que antes era, con rostro tan apacible y manso, que hizo
a esta declarante nueva admiración, diciendo en voz alta la susodi-
cha: «yo sana estoy», y aunque el caso parecía casi increíble, a esta
declarante se le pu':;o en el corazón que era verdad, y la dio luego
el parabién, y estuvo hablando con ella un poco en cosas de Nuestro
Señor. Trajéronla de comer y beber e hizo como si nunca hubiera
tenido mal ninguno; luego, a las dos, fué al coro con la comunidad
a vísperas, y desde entonces le siguió y ha seguido y ha andado
con la comunidad y guardado la Regla, a Dios gracias, sin haber
jamás vístola esta declarante ni las demás religiosas de este con-
vento señal ninguna de cuantas se han referido, con haber muchas oca-
siones después que antes la hacían tan notabilísimo daño, y advierte
esta declarante que, aunque aquel día quedó sana de las enfermeda-
des, no luego se le quitó el scirro, aunque no la daba pena por estar
ya desasido. Y viéndose con la dureza la dicha hermana, aunque sin
pena, muy confiada en Dios Nuestro Señor que por los méritos c
intercesión de la Santa ; Madre se le había de quitar, se puso un
pañito suyo encima de la dureza, y luego que se le puso sintió en
ella una novedad tan grande, que dijo a las que estaban con ella:
«Sin duda que se me deshace el scirro» y así fué, porque se deshizo
sin quedar rastro de él más que si no lo hubiera tenido. Y eso fué
también en la dicha ermita, ocho o nueve días después de como
había pasado lo que antes llevo referido, habiéndose traído y puesto
esos días el dicho paño en aquella novena. Y lo que lleva referido
por haberlo visto, ser y pasar y haber visto antes esta declarante
la dicha dureza y scirro y tomarla con sus manos, que era una cosa
espantosa la dicha dureza, y después la vló sin género siquiera, aun
de una pequeña opilación, lo cual el médico aprobó, no con poca
admiración de ver el milagro como había sanado la dicha hermana.
Los cuales dos milagros en una persona, se aplican también al
cumplimiento de la profecía de la dicha Santa Madre y a la virtud que
Dios puso a su reliquia y a la imagen que hizo pintar en aquella
ermita; y lo sobredicho fué muy notorio y cosa sabida en este con-
vento, y después lo supieron fuera de él otras personas. Preguntada
por el Sr. Juez al tenor del sexto artículo del Fiscal, y si lo sobre-
dicho pudo tener efecto ij obrar por algún medicamento u obra natu-
ral o accidental, dijo que el caso no fué sucedido de otra manera,
sino rara y milagrosamente, según consta de las razones que lleva
declaradas, y ansí lo sabe esta declarante afirmativamente ser ver-
352 APÉNDICES
dad por otras razones fuera de las dichas, que por ser interiores no
conviene declararlas, y de idiferentes religiosas señaladas en virtud
y oración, y que es cierto fué obra de milagro por sólo el poder y
la intercesión y reliquias de la dicha Santa Madre, en lo cual no se
pone duda alguna. Y !el mismo día de la Ponciúncula, que sanó la
dicha hermana de aquellas dichas enfermedades, oyéndola decir una
religiosa de este convento, dud|ó y no creyó ser milagro, y a la tarde
fué a visitar la i'dicha ermita por no haberse hallado en ella al tiem-
po que sucedió lo dicho, y en poniéndose delante de la dicha imagen
del Cristo, la pareció que ciertamente estaba todo corriendo sangre,
lo cual la hizo tal efecto interior, que quedó muy cierta que el mila-
gro había sido verdadero. Otras religiosas ha habido y han afirmado
en diversas veces y ocasiones de tiempos, que han visto un aspecto
diferente del ordinario, conforme a lo que el Señor quería hacerlas
merced, en sus almas.
82. ñl artículo ochenta y dos dijo: que dice lo referido en
el artículo presente, en especial lo que depone de sí misma esta de-
clarante.
8^. ñl artículo ochenta y cuatro dijo: que dijo lo que dicho tiene
en el artículo ochenta, a lo cual se refiere y más añade, que sabe
de otras dos sanidades: la una de vista, como abajo referirá, y la
otra de una recia ¡calentura. La de vista la cobró una persona muy
grave por las oraciones de la Santa Madre, y si no se engaña, lo
sabe por dos relaciones; una que la Santa Madre dio a un confesor
suyo, y otra no sabe si del mismo confesor o de otro; y la otra
por dicho de la Madre Rna de San Bartolomé, la cual estando en
Valladolid con la Santa Madre, una tarde, teniendo ordenada la par-
tida para Salamanca, le dio a la dicha ñna de San Bartolomé una
calentura tal, que la obligó caer en la cama. Sintió mucho la Santa
Madre, pareciéndole que le había de faltar tan buena compañía; y es-
tando aquella noche en su celda, vino a visitaír a la dicha Madre flna
de San Bartolomé a la media noche y la dijo: «Hija, ¿duerme?» Y
ella respondió: «^adre, dormiendo estaba»; y replicó la Santa que
se levantase a ver cómo se sentía, y ella lo hizo y se sintió buena
sin calentura, y la Santa Madre, holgándose mucho, la dijo: «Bendito
sea el Señor, que he estado suplicándole la dé salud». R la mañana
fueron a la jornada sin sentir más la enfermedad la dicha Madre ñna
de San Bartolomé.
85. ñl artículo ochenta y cinco responde: que sabe por verdadera
relación de la Madre Priora de Toledo, llamada Beatriz de Jesús, de
quien en otros artículos ha hecho mención, que oyó decir a su madre
muchas veces Doña Juana de ñhumada, de quien también ya se ha
dicho en otros artículos, que estando en ñvila haciéndose aquella
casa primera de San José, tenía un niño llamado Don Gonzalo de
Ovalle, de edad de cuatro o cinco años, el cual era sobrino de la dicha
Santa Madre, al cual le hallaron un día al parecer de todos muerto,
porque ninguna señal tenía de vida, sino que poniendo en pie se caía,
y alzándole algún brazo lo mismo. Su padre comenzó a dar voces
a Dios y a alterar la casa; oyólo Nuestra Santa Madre y comenzó
a decir que callase, por amor de Dios, no le oyese Doña Juana, dicién-
APÉNDICES 353
dolé a él que se entrase en un aposento y callase. Y ella tomó al nlfio
en sus brazos, que se veía muerto, porque desde que nació no habla
tenido desmayo ninguno ni cosa semejante, ni la tuvo después a qué
poder atribuir el estar así. Entróse la dicha Santa Madre con el niño
en un aposento, cerró la puerta, quedándose sola con él, y estuvo
espacio de media o una hora, y al cabo de este tiempo, salió con el
niño del aposento, trayéndole de la mano bueno, y lo estuvo siempre
después.
Su madre Doña Juana dijo a la Santa Madre: «Hermana, ¿qué
es esto? El niño era muerto»; y ella se sonrió, diciendo: «Calle, no
dé en eso». El mismo niño después de hombre decía a la Santa Ma-
dre, su tía, que le encomendase mucho a Dios, que le debía el ciclo,
pues le había sacado de él. Esto contó muchas veces su propia madre
del niño, y ansí cree esta declarante que es la relación más verdadera
que se puede dar en este caso, y ansí, aunque ha oído hablar de él
a otras personas, por haber hablado diferentes en cómo fué esta resu-
rrección, tiene por más cierta la relación que aquí ha dado.
86. R\ artículo ochenta y seis responde: que al principio que se
había fundado este monasterio de San José, acordaron algunas reli-
giosas de el que, entre otras penitencias que se hacían, sería bien
añadir otra de andar vestidas con túnicas de sayal a raíz del cuerpo;
hiciéronlas, y puestas, dióles temor de que habían de criarse con una
lana tan grosera muchos piojos, y congojábanse, y con esta razón
trataron de ir en procesión vestidas con las túnicas a donde la Santa
Madre estaba una noche, que piensa fué en el coro, y con grandísima
devoción, pidiendo a Dios las librase de aquella inmundicia, llevando
un crucifijo delante. R la Santa Madre le dio gran devoción, y díjolas
que no temiesen. Fué el caso de manera, que desde entonces hasta hoy,
ni en aquellas túnicas, ni en las de estameña, ni en los demás vestidos
criaron cosa de eso, lo cual ha oído esta declarante contar muchas ve-
ces a las mismas religiosas que fueron en esa procesión, y después
que entró en este convento ha visto en sf y en todas perseverar este
milagro, con una limpieza cual nunca jamás se vló, y no sólo las
antiguas, pero las novicias también por faltas que vengan de esa
limpieza, o en el mismo día o en muy breve tiempo, desaparecién-
dose sin saber cómo lo que antes criaban. Y hase esto experimentado
hasta el día de hoy tan bien, que aquellas novicias a quien no se les
quita, han tenido ocasión para no perseverar en la Religión ni profesar
en ella; que algunas de éstas ha conocido esta declarante, de suerte
que, viendo que a una no se quita esta inmundicia, tienen experiencia
de que no ha de profesar, sin saber por qué ha de ser. Han sucedido
muchos casos en este convento, que van multiplicando el milagro pri-
mero; y uno es que pocos años ha entraron a una huérfana en este
convento, con título que después la darían el hábito para freila; ésta
criaba cantidad de esta inmundicia, sin haber remedio, al parecer,
de quitárselo, sino que de su abundancia lo pegó a otras cuatro; y
andando muy apenadas todas las religiosas por qué causa enviaría
Dios este castigo, entonces más que nunca, advirtió una hermana que
era la causa porque no había entrado por el orden que manda nues-
tra Constitución; y así dijo algunas veces delante de otras, que si
II 23
35^ APÉNDICES
querían que se le quitase, que la diesen los votos y el hábito por el
orden que a las demás. Procuróse hacer así, y al punto que le die-
ron los votos, se le quitó a ella y a las demás aquella inmundicia
de piojos, sin haber más memoria de lo que antes tenía. Y lo dicho
ha experimentado esta declarante en este convento desde que entró
en él, que ha treinta y cinco años, poco más o menos; y demás de
esto, ha oído decir a dos personas graves que en los demás conventos
de monjas Carmelitas Descalzas de esta Reforma hay esta limpieza.
También sabe esta declarante, por dicho de algunas personas muy
graves y icligiosas, que una que había en cierto convento de esta Re-
ligión, con celo a su parecer bueno, trató de fundar un monasterio con
algunas alteraciones o penitencias diferentes de lo que la dicha Santa
Madre puso en su Constitución. Contradijéronla mucho la Madre María
de San Jerónimo, priora que fué de este convento tantos años, que
en aquel trienio que sucedió esto, lo era en otro convento, bien lejos
de éste (1), habiendo llevado por compañera a la A\ idre Ana de San
Bartolomé, de quien ya lleva hecha mención. Ambas dos padecie-
ron grandísimos trabajos y contradiciones por causa de la otra reli-
giosa que quería fundar aquel convento, y afirmó a esta declarante
la dicha María de San Jerónimo, después que volvió a esta casa,
que la había dado Dios a conocer en espíritu, que aquella religiosa
no iba conforme al espíritu de la Santa Madre, y junto con esto sintió
dentro de sí una guerra espiritual y semejante a la que los ángeles
tuvieron en el cielo, unos por ser espíritus buenos y otros malos.
Otras cosas pudiera decir acerca de ésta, bien espantosas, que supo
esta declarante, pero dejándola, viene a su propósito de que la dicha
religiosa salió con su intento; y con otras que la siguieron fué a
fundar a Alcalá de Henares; puso Constituciones y ordenaciones di-
ferentes y más ásperas que las que puso la Santa Madre. Castigólas
Nuestro Señor por cartas de la dicha religiosa, y sintiéndose ron gran-
dísima abundancia de aquella inmundicia, y sobre ella dio a la dicha
fundadora peste, de suerte que la hubieron de sacarla del convento.
Siguiósele también otra enfermedad, tan terrible y afrentosa, que no
es para decir. Después fué Dios servido, con su arrepentimiento, de
remediarla en tanta tribulación, y habiendo alcanzado más sanidad,
las encerraron los Padres en otro convento bien distante de Alcalá
y llevaron a él otra religiosa por priora, más hija de la Santa Ma-
dre Teresa de Jesús, que hizo guardar sus Constituciones, y dejando
las otras impertinentes. Y estando esta declarante en este convento
de Avila, y pasadas estas cosas, vino un religioso de esta Orden,
prelado que ha sido mucho tiempo, y hablando con mucha admiración
de este caso, dijo: «Que si por hal^er una monja querido hacer más
penitencia y asperezas por no ser conformes a las que la dicha Santa
Madre dejó, la había el Señor castigado tan ásperamente a ella y a
las demás, llenándolas de tanta inmundicia, que qué castigo podía
esperar aquella que relajase su Religión»; palabras que a esta de-
clarante y a las demás han dado bien que temer. Olvidábasele a esta
1 De las Carmelita:, de Sunta Ano de .Wndrid.
APÉNDICES 355
declarante, que al punto que fué a Alcalá la priora segunda 9 se guar-
daron las Constituciones de la dicha Santa Madre, luego al punto
quedaron con la limpieza de esta inmundicia que en los demás con-
ventos, y esto es fama y lo ha oído decir algunas veces a personas
fidedignas.
94. fll artículo noventa y cuatro dijo: que se refiere a lo que
lleva declarado en el artículo cincuenta y nueve acerca de la ocasión
que la Santa Madre tuvo para ir a Alba viniendo de la fundación de
Burgos, a lo cual vio que, aunque lo sintió, no mostró pesadumbre,
sino solamente pena, y con mucha sumisión de ánimo la oyó esta
declarante sólo decir que en su vida había sentido otra obediencia tanto
cerno aquella; pero no obstante esto, obedeció con grandísima paz
y prontitud. En este camino que hizo para Alba, vio esta declarante
que la Santa Madre padeció mucho, y que llevaba ya tan quebrantado
el cuerpo del cansancio de los caminos y de la gravedad de las en-
fermedades que padecía, que causaba grandísima compasión; y así,
llegada al monasterio de Alba, aun no estuvo para detenerse con las
religiosas de él, sino que se hubo de ir a la celda, y al otro día
con dificultad se pudo levantar a misa y a comulgar por agravarse
la enfermedad de la muerte, que fué principalmente de efusión de san-
gre; dijeron que de los golpes y cansancio del camino.
En aquellos pocos días que estuvo en la cama padeció muchísimo,
y esta declarante la vio bien afligida, porque permitió Dios que sintiese
mucho la enfermedad y otras descomodidades que tuvo; y poco antes
de su muerte ordenó, para mayor mérito suyo, que el espíritu no es-
forzase tanto a la naturaleza, que dejase de temer los asombros de
la muerte, porque después, al tiempo de ella, no lo había de sentir,
por lo que adelante se verá. También aquellos días antes de aquella
gloriosa muerte la afligía la memoria de sus pecados, como si fueran
grandes, y no hacía sino pedir a Dios perdón de ellos, y que no mi-
rase a lo mal que le había servido, sino a su misericordia; con la
cual, y con su preciosa sangre, esperaba salvarse. Todas sus acciones,
sentimientos y palabras fueron de recabar a este fin; por lo que esta
declarante echó de ver, mostrando mayor profundidad del conocimiento
propio y esperanza en Dios que jamás echó de ver tanto esta decla-
rante las dichas virtudes en la Santa Madre como entonces. Repetía
muchas veces aquel medio verso de David: <^Cor contritam et humi-
liatam Deas non despides*, y también el encargar a las monjas que
mirasen a sus Constituciones y las guardasen con particular cuidado,
y no mirasen a lo que ella había hecho y al mal ejemplo que las había
dado. Y dos días antes de su muerte, declaró a la M. Ana de San
Bartolomé que había de morir de aquella enfermedad y que no se
lo había dicho hasta entonces por no darla pena.
Dijo la misma Ana de San Bartolomé, de quien esta declarante
lo sabe, que la parece que lo que más acabó a la Santa Madre la
vida fué el encendido «y fervoroso deseo y amor que tenia a Dios
y ansias por verse con El, y que esto la debilitaba y enflaquecía.
Víspera de San Francisco, después de las cinco de la tarde, recibió
el Viático con las muestras de espíritu que esta declarante piensa que
dijo en el dicho pasado ante el reverendo Sr. Arcediano de Avila,
356 n.BHN'mrrs
y a las nueve de aquella noche la Extremaunción, y luego, el día d*
este santo, que fué el siguiente y jueves, a las nueve de la noche,
fué su glorioso tránsito, y un poco antes que expiró, se estaba esta
declarante algo apartada de ella, y la Madre Ana de San Bartolomé
a su cabecera, como fuera de sí. Consolóla Nuestro Señor mostrán-
dola en visión una tnanera de nube que aclaraba y hacía resplande-
cer toda la celda, y en la dicha nube la Santísima Trinidad prodivisa
de la persona de Cristo Nuestro Señor, de la cual salía un resplandor
de gloria que hacía una forma de cielo, con mucho acompañamiento de
santos y espíritus bienaventurados, que esperaban a aquella alma santa
para llevarla a la gloria y darla el premio de sus trabajos.
Esta visión, según la misma Ana de San Bartolomé dijo después
a esta declarante, fué con los ojos del alma y sentimientos tales, que
la hacía estar como muerta en lo exterior; y acaecía a este tiempo,
qne del mismo resplandor y luz que vía en espíritu en toda la celda,
reverberaba exteriormente tanta claridad 'en el rostro de la misma
flna de San Bartolomé, que otras religiosas, echándola de ver y no
sabiendo la causa, se embebían en mirarla a ella más que a la Santa
Madre, y ellas se ¡lo dijeron después ansí por la admiración que
las causó.
En expirando la Santa Madre, que fué como un sueño suavísimo,
desapareció esta visión, y la dicha Ana de San Bartolomé, que lo
vía, volvió en sí dando gracias a Dios de la merced que la había
hecho, piensa que por relación de la Santa Madre, cuya muerte la
había afligido tanto y quitado las fuerzas, que dijo luego, por lo
que se le había mostrado tan consolada, que nunca más sintió de
ello pena, y restauradas notablemente las fuerzas que tenía perdidas
para trabajar de nuevo en el servicio de Dios.
96. Rl artículo noventa y seis dijo: que sabe por relación de
dos o tres personas religiosas y muy graves lo que sigue. Muy poco
después que murió la Santa Madre, escribió una de estas personas
a otra que ya no se atrevía a sentir la ausencia de la Santa Madre
Teresa de Jesús porque reprendía mucho a quien la sentía y a quien
se afligía por los trabajos, porque ninguna cosa, según la dijeron en
espíritu, más le premiaron en el cielo que los que acá había padecido,
y que si por alguna cosa pudiera desear volver al mundo, fuera por
sufrir más; y viéndola en visión la misma persona, muy hermosa y
llena de blanquísima luz, la dijo estas palabras que son las originales.
1.3 «flma más y anda con más virtud, que el camino es estrecho.
2.8 »Los del Cielo y los de la tierra seamos una misma cosa
en pureza y amor. Los de acá gozando, los de allá padeciendo. Nos-
otros adorando la Esencia Divina; vosotros al Santísimo Sacramento,
y di estol a mis hijas.
3.a »Lo que los religiosos han menester más, es caridad unos
con otros, llaneza u desasimiento de seglares.
4.a »E1 demonio es tan soberbio, que pretende entrar por las
puertas por donde entra Dios, que son las comuniones, confesión y
oración i) poner ponzoña en lo que es medicina.
.•>.• «Ninguno repniebe el proceder que otro lleva.
APÉNDICES 357
6.a «Nunca quien gobierne se crea de ligero, sino examínelo muy
bien primero que se mueva a nada.
7.8 «Cualquiera cosa grave que se haya de determinar pase pri-
mero por la oración.
8.a «Ninguna cosa espiritual o temporal se procure por los re-
medios que los seglares tratan sus negocios, porque la solicitud tem-
poral causa tinieblas de espíritu.
9.a «Guarde quien gobierna muciía obediencia a su Superior, que
de esta manera se quitan mucbas inquietudes y los subditos se ense-
ñan a obedecer.
10.a «Procure guiar las almas muy desasidas de todo lo criado,
interior y exterior, pues se crían para esposas de un Rey tan celoso,
que quiere que aun de sí mismas se olviden.
11.a «Siempre diga y alabe la penitencia y reprenda cualquiera
abuso y exceso de regalo; porque, a la verdad, como no dañe a la
salud, cualquier penitencia y mortificación son provecliosas al espíritu.
12.a ,E1 libro que más conviene leer es la Cartilla (1), meditando
de día y de noche en la ley de Dios.
13.a «Procuren ser los religiosos muy amigos de pobreza y ale-
gría, que mientras esto durare, durará el espíritu que se lleva.
14.a «Repártanse las virtudes entre todas, porque Dios las dará
a quien se dispusiere a ellas.
15.a «Purifiqúense las almas, que Dios quiere hacer su asiento ea
las almas puras».
Todo lo que se ha dicho en las apariciones y hablas, sucedió
a uno de los confesores más señalados que la Santa Madre tuvo.
Pensando algunas personas que la muerte de la Santa Madre había sido
por la prisa y trabajos del camino desde Burgos a Alba, se le apareció
también la Santa Madre a este mismo confesor y le dijo, que no
pensase nadie que su muerte había sido por otra ocasión, sino por
ímpetu de amor de Dios, que la vino tan fuerte, que no le pudo su-
frir el natural. De este mismo confesor y también del doctor Ribera,
de la Compañía de Jesús, a quien esta declarante conoció y trató
muchas veces, sabe que a veces a la M. Catalina de Jesús se le
reveló la muerte de la dicha Santa Madre luego que sucedió, y estando
enferma en la cama, otro día después de ella, se apartaron dos o
tres monjas a hablar como en secreto, y ella les dijo que no se apartasen,
que si era de la Santa Madre este secreto, que ya lo sabía. Rogáronle
ellas se ío dijese, y díjoles ella, que el día antes había muerto y
se la había aparecido. A la misma M. Catalina de Jesús se le apareció
otra vez, y ella estaba como temerosa, no osando llegar a la Santa
Madre ni creyendo que fuese aquella visión verdadera. Díjola la Santa
Madre: «Bien me parece que no creas fácilmente, porque yo más
quiero que se haga caso en nuestros monasterios de verdaderas virtudes
que de visiones y revelaciones; pero para que veas que esta visión no
es falsa, llégate acá». Y diciendo esto, llególa la mano a una postema
o llaga que tenía debajo de un pecho, que nadie se la había podido
1 Catecismo de la DocUina cristiana.
358 flPENDíCEf
curar, y tocóla también en una mano donde tenía una señal bien
grande, redonda y negra, que tampoco se había podido quitar, y des-
apareciendo la Santa Madre, la dicha Catalina de Jesús quedó sana
de ambas cosas, que no causó pequeña admiración a las personas
que la habían visto primero. R la Madre ñna de San Bartolomé,
de quien ya lleva hecha larga mención en otros artículos, se le ha
aparecido la dicha Santa Madre muchas veces en diferentes tiempos
y ocasiones, de las cuales sólo señalará alguna que ha sabido esta de-
clarante por certísima y verdadera relación que la misma la ha dado,
por respeto de la obediencia que se le puso para que no lo encubriese
a esta declarante por ciertos fines.
Estando en ñlba, luego que murió la Santa Madre, con deseo
de quedarse allí con el santo cuerpo, una mañana, estando sola en
su recogimiento oyó la voz de la Santa Madre conocidamente, la cual
le dijo: «Haz lo que te manda tu superior y vete a Rv'úa*.
Estando otra vez en oración, piensa que era en este convento de
San José, confusa y con escrúpulo si se encomendaría a la Santa
como a tal para que intercediese a Dios por ella, se le apareció muy
gloriosa y la dijo: «Pídeme todo lo que quisieres, que yo lo alcan-
zaré de Dios Nuestro Señor». Entendió bien en su espíritu, aunque
la Santa Madre no lo declaró más, que ia petición había de redun-
dar en bien de su alma.
Estando pocos días después en este convento, un día, al amanecer, y
estando en oración, se la apareció otra vez la dicha Santa Madre,
y la mostró su cuerpo en visión y la dijo que mirase y viese que no
estaba corrompido y que presto vernía a esta casa, y ansí sucedió, que
llegó a ella día de Santa Catalina Mártir.
Y estando ya en este convento de San José el cuerpo de la dicha
Santa Madre, vio la dicha ilna de San Bartolomé en visión a la dicha
Santa Madre, víspera de San Sebastián, y que estando en la silla
prioral echando la bendición a las monjas cuando habían de decir
los maitines, en especial a la madre priora, María de San Jeró-
nimo, que tenía junto así, y cuando hacía capítulo, algunas veces
la vio con ella presidiendo en él.
Otra vez vio que la dicha Santa Madre estaba sobre dos monjas
que hacían profesión con gran resplandor, como amparándolas.
Fué necesario llevar de este convento por priora al de Madrid
a la dicha Madre María de San Jerónimo, y en su compañía fué la
Madre Rna de San Bartolomé; sucedió que un tiempo, por tres meses
continuos, los más días, vio la dicha Madre ñna de San Bartolomé
que la priora María de San Jerónimo traía muy ordinario a su lado
a nuestra Santa Madre, así en práticas como en el coro y en las
demás cosas del gobierno de aquella casa, y que era la que presidía
y gobernaba por ella, y vía esta visión en espíritu, con una luz tan
grande, que siempre que iba a hablar con la dicha priora no le parecía
que hablaba con ella, sino con la Santa Madre Teresa de Jesús; y
que tenía su mismo rostro, haciéndola esto tan gran respeto y re-
verencia, que la hacía temblar y decir dentro de sí: ¡qué es esto,
que yo con la Madre María de San Jerónimo vine y ahora no veo
sino que es la Santa Madre I No es de espantar, dice esta declarante,
APÉNDICES 359
que Dios mostrase esto ansí, porque había mucha necesidad de que
esta prelada fuese de esta manera amparada, según las dificultades y
trabajos que allí se le ofrecieron; y vióse ser verdad, porque las mis-
mas monjas que antes no la querían con gusto, por no ser de su
casa, decían después, sin saber la causa, que no era posible ser mujer
la que les habían traído, sino ángel de paz.
De la misma Madre flna de San Bartolomé supo que antes que
se supiese, cuando el cuerpo de la Santa Madre estaba en este con-
vento, que le procuraban volver a Alba, que se le apareció la Santa
Madre otra vez y la dijo: «No puede ser menos sino que me he
de ir agora de con vosotras, pero pronto se tornará a traer aquí mi
cuerpo» ; y preguntándole ella con la aflicción que tenía de esta nueva,
el cuándo sería, no le respondió.
Otras muchas veces, después que el cuerpo se tornó a Alba, le ha
aparecido y asegurado y dicho que volverá aquí a Avila, y la una
vez de ellas la dijo que creyese cierto que Dios lo quería.
Después que la dicha Madre Ana de San Bartolomé está en Fran-
cia, sabe cierto esta declarante, por algunos papeles que de ella ha re-
cibido, y en particular en uno contándole de un grandísimo trabajo
y contradicciones que había pasado allá, dice estas palabras: <En esta
ocasión se me ha aparecido nuestra Santa Madre y mostrado muy
favorable; no sé cuantas veces ha sido; y el bueno y santo Padre
Julián Dávila se me apareció también muy alegre y gozoso de ayu-
darme, y lo propio la Madre María de San Jerónimo». Estas visitas
me dejan siempre confortada y con nuevos ánimos para padecer. Mu-
cho pueden con Dios los amigos tales como estos, y mucho es de
estimar su favor cuando falten todos los que suelen ayudar en la
tierra y se ve un alma sola y desfavorecida de todas partes, como lo
estaba la mía en aquella tribulación». Sabe también esta declarante
por relación cierta de una persona muy religiosa y espiritual, que por
ninguna cosa del mundo dirá lo que no es, que estando muchas veces
en oración ha visto a la dicha Santa Madre por visión intelectual, y
tan eficaz que no le deja dudar de que es ansí. Viola como alma beati-
ficada y unida con el mismo Dios, en cuya presencia se le muestra
cada vez; y la una de éstas fué en compañía de Nuestra Señora, y
díjola la Santa Madre que lo que más quería de sus monjas era que
guardasen con perfección sus Constituciones, y se amasen unas a otras
y se tratasen con afabilidad.
Otras veces, en estas apariciones, le hablaba la Santa Madre en
razón de avisarle y reprenderle las faltas de su alma; otras animán-
dole en tribulaciones que tiene, o al ejercicio de las virtudes. Otra
vez le advirtió de una falta general que en cierto convento de esta
Orden había, que impedía la caridad unas con otras y no lo echaban
de ver, y esta persona se lo advirtió, y conocieron ser verdad. Otra
vez la vio acompañando a una monja en el tránsito de la muerte,
y la dijo que en la de todas las demás religiosas asistiría con ellas
en compañía de Jesucristo, esposo de ellas, el cual andaba deleitán-
dose con la misma Santa Madre entre ellas, como entre jardín oloroso
y blanco de azucenas. Anslmismo de la madre priora de Toledo, ya
nombrada, sabe esta declarante, por relación suya y de otra carta
560 APÉNDICES
que escribieron del convento de Rlha de Tormes a este de San José
de Avila, que viniendo la dicha Santa MadrQ y siendo la otra Madre
Beatriz de Jesús doncella entonces, deseaba mucho la Santa Madre verla
monja descalza, y nunca por entonces se pudo acabar con ella, de lo
cual fué testigo de vista esta declarante, y perseveró en aquel estado
ide doncella la susodicha hasta algunos años después de la muerte de la
Santa Madre Teresa de Jesús, la cual, una noche, en sueños se la
apareció de esta manera: que la veía en el ataúd donde la enterra-
ron, y que alzando el medio cuerpo, la llamaba muy amorosamente, y
la llegaba a sí y la regalaba como lo solía hacer cuando era viva;
y entre otras cosas que la Santa Madre la dijo, fué esta: «¿Hasta
cuando piensas estar sin meterte monja?». Ella respondió, que ya
lo trataba y que presto lo sería; y era verdad que había comenzado
a hablar en ello, pero no con propósito de hacerlo tan presto, y así
la dijo que reparaba mucho y había miedo que no se había de hallar
bien. Respondióla la Santa Madre, que no lo temiese, que ella le
aseguraba que se hallaría bien y que se determinase y acabase ya;
mandóla también, que no diese parte de ello a nadie, sino a D. Sancho
Dávila, que agora es obispo de Jaén,, y a quien esta declarante habló
algunas veces después de este caso, y que se confesase con él gene-
ralmente. Hizolo, y fué de él ayudada grandemente para su entrada,
que fué luego en el monasterio de Alba de Tormes (1), porque esta
visión la dejó tan mudada y aficionada a lo que antes aborrecía, y
deseosa de lo que tanto temía, que luego lo puso en ejecución y pro-
fesó en el dicho convento de Alba con particular contento, y sólo le
quedó una pena, que era de no haber venido antes a él. Salió tan buena
religiosa, de tanta observancia y buen talento, que a poco tiempo des-
pués que profesó, la llevaron por supriora al monasterio de Ocaña (2),
y fué después priora, y acabado allí su trienio la llevaron al otro
de Toledo, donde todavía preside, aun cuando se han acabado los tres
años de priora.
De su hermano de la dicha Beatriz de Jesús, llamado Don Gon-
zalo de Ovalle, que fué el niño que resucitó la dicha Santa Madre,
como tiene dicho en el artículo ochenta y cinco, por una carta que
escribiendo el caso enviaron del convento de Alba a éste, en especial
a esta declarante, por ser muy público y ansí conforme a lo que escri-
bieron y ella se acuerda dice, que siendo ya muy hombre el dicho
D. Gonzalo, no sabe cuantos años después que la Santa Madre murió,
le dio en Alba el mal de la muerte (3), y estando muy cercano a
ella, mostró gran regocijo y fervor de espíritu, diciendo a los pre-
sentes, que si no echaban de ver que su tía estaba allí, dando mues-
tras cómo se le había aparecido y le acompañaba en aquella hora; y
en expirando, quedó tan grandísima fragancia del olor del cuerpo de
la Santa Madre, como si estuviera en el mismo aposento, el cual dice
que duró en el dicho aposento tres días patentes a cuantas personas
entraban y salían, con admiración del caso.
1 Habla aquí de Beatriz de Jesús hija de Juan de Ovalle y D* Juana de Ahumada,
que tomó el hébltt) el 28 de Octubre de 1584, y profesó el 10 de Noviembre del 85.
2 Ano de 1597
3 Pasó a mejor vida el 3 de Julio de 1588.
APÉNDICES 361
97, 98 y 99. ñ los artículos noventa y siete, noventa y ocho y
noventa y nueve dijo: que se refiere a lo que tiene declarado en el
dicho que dijo ante el reverendo Sr. Arcediano de Avila por ante
Francisco Fernández de León, notario, en que ya está ratificada al
principio de este dicho, y acerca del olor que el cuerpo y reliquias
de la Santa Madre que trata el dicho artículo noventa y nueve, lo
que más sabe esta declarante es que el mismo año que murió la Santa
Madre, la víspera de San Francisco, se sintió comunmente por las
religiosas de este convento, a quien lo ha oído contar por cosa certí-
sima, y en cuya sazón esta declarante estaba en Alba, un olor for-
tísimo y suavísimo en este convento y continuo, a modo del olor de las
reliquias de santos.
En la ermita de San Francisco de este convento, de quien ya trató
en el artículo setenta y dos, preguntábanse unas religiosas a otras,
que si no echaban de ver aquella novedad de olor que había en su
fiesta del santo, qué sería la causa; después conocieron, sabida la muer-
te de la Santa Madre en aquella fiesta, que esa había sido.
También en esta dicha ermita conoció esta declarante, por al-
gunos años, que siempre tenía un olor suavísimo, sin saber distinguir
cómo fuese, sólo echaba de ver que no era olor humano, porque nunca
se perfumaba y ni había flores, y la puerta estaba siempre abierta a
los aires y mudanzas del tiempo. Esto no sólo esta declarante ¡o ex-
perimentó, pero todas las demás religiosas de este convento sin cui-
darse de este olor, porque ya era cosa sabida que le tenía, y es voz
y fama que hubo este olor siempre, hasta que la dicha ermita fué
deshecha.
También sabe esta declarante, por lección que ha tenido en su
poder del doctor Ribera, que siendo vivo tuvo en sus manos el brazo
de la santa Madre Teresa de Jesús que estaba en Alba, y quedóle en
ellas el mismo olor que tenía el brazo (1); habíale tocado por la maña-
na, y siendo hora de comer no se las quisiera lavar porque no se le
quitase aquel olor, que le daba singular consuelo. En fin, se hubo
de lavar, pero no se le quitó dicho olor, sino que antes le duró des-
pués algún tiempo; y demás de esto, dijo que el tocamiento de la
reliquia le causó en el espíritu una devoción tan grande que le echaba
bien de ver, y le duró quince días.
Y antes que el dicho cuerpo viniese a este convento de San José
de Avila, vino un prelado de esta Orden o Religión, y trajo una mano
de la dicha Santa Madre, que la había cortado del brazo que estaba
en Alba, con tanto secreto, que solamente la mostró a la Madre Ana
de San Bartolomé, con advertencia de que no lo dijese a nadie (2). Me-
tióla en un cofrecito, envuelta en dos tafetanes,, y el uno bien grande,
y este cofrecito mandó a otra religiosa que se le guardase en el
coro hasta que él le pidiese; y él se fué y llevó la llave del
cofrecito consigo, sin que supiese la dicha hermana que era reliquia
de la dicha Santa Madre; y estando así guardado algún tiempo y en-
trando una religiosa en el coro descuidada, se movió toda interiormente
1 Véase la página 266.
2 Véase la páolna 246.
562 APÉNDICES
y la hizo temblar toda sin saber qué sería. Y otra religiosa, que enton-
ces era supriora, levantándose un día por la mañana, oyó que la di-
jeron interior o vocalmente, que en él estaba la mano de la Santa
Madre. Hizo! a tal fuerza esta habla, que se certificó de ello como si
lo viera; y después, a hora del mediodía, estando con otras religiosas
y esta declarante con ellas, dijo la dicha madre supriora, que también
estaba allí y era María de San Jerónimo, con grandísimo sentimiento
y lágrimas, que cómo tenía secreto un resto tan grande dentro de
su casa, y aunque la madre priora disimulaba, tanto más lo afirmaba
la dicha Supriora que certísimamcnte estaba en el coro la mano de
la Santa Aladre. Desde entonces se comenzó a venerar y hacer Nuestro
Señor mercedes a algunas por medio de aquesta reliquia sania, hasta
que la tornó a llevar el dicho prelado. De esto hay hasta hoy voz
y fama en este convento, y fué testigo de ello esta declarante, y
también lo es de que los tafetanes en que estaba envuelta esta mano,
quedaron muy Henos de olor, y el cofrecito tanto, que todos sus
forros les traspasó.
Estando en este Convento de San José el cuerpo de la Santa Madre,
se levantó una mañana la Rna de San Bartolomé, tan quebrantada
del cansancio continuo de aquellos días, que le pareció que cada hueso
tenia como desencajado de los demás, y que humanamente no sabía
cómo había de tornar a trabajar; fué como pudo al capítulo donde es-
taba el cuerpo de la Santa Madre y púsose en oración a sus pies,
pidiéndola la ayudase, y de ahí a un rato que había estado asi recogi-
da, sintiendo en sí gran fe, se levantó y se halló tan buena, sana y
recia, que la pareció la habían hecho de nuevo; y con gran alegría
y ligereza, como si su cuerpo fuera una pluma, se fué a la cocina,
y en comenzando a abrir la cínica, olían tanto a las reliquias de la
Santa Madre, como si allí estuviera el cuerpo, y fué tanto espacio el
que duró esa fragancia, que la causó como una refección y sustento
nuevo para el cuerpo y alma, y todas las cosas se le hacían aquel
día como sin sentir ni hacerlas ella por sí. Esto vio esta declarante el
mismo día y lo oijó contar a la dicha ñna de San Bartolomé entonces
y después, como lo lleva dicho.
114. Al artículo ciento catorce dijo: que lo sabe que acabada
de morir la dicha Santa JVladre vio, y supo ésta declarante que pidie-
ron los cuerpos que había traído vestidos para una monja enferma
de calentura continua, que había más de un año que la tenía, piensa
era del monasterio que llaman de Adentro. Lleváronselos por ruegos
de otras religiosas del mismo convento, parientas del Duque de ñlba
y poniéndolas a !la enferma, se le quitó luego la calentura, con gran ad-
miración de las demás que la vieron y oyeron, y hasta el día de hoy
dice esta declarante ha oído esto como por milagro verdadero. De
Francia, después que está ya la M. Ana de S. Bartolomé, ésta y su
sobrino, llamado Toribio Manzanos, cada uno de por sí, escribieron
a esta declarante unos milagros, en los cuales se ratificó otras veces
el dicho sobrino suyo. Viniendo de Francia poco ha a esta ciudad de
Avila a ordenarse de orden sacro y conformel a estas relaciones, tiene
esta dcclaraüte ser verdaderos y por tales los cuenta de esta manera.
Entró en el convento que se había fundado de Descalzas Carme-
APÉNDICES 363
litas en París una doncella, hija de un hombre principal, y ella muy
virtuosa; tuvo muchas contradicciones de sus parientes, y al fin Dios
la ayudó para que se allanasen, que I3 susodicha entrase en el con-
vento, y desde el día primero que tomó el hábito, permitió Dios no
tuviese un día de salud. Dióle una enfermedad gravísima^ y visitada de
muchos médicos, fué desahuciada de ellos; subiósele todo el mal a la
cabeza y cargáronla los humores sobre los ojos, y un médico de los
mejores de París dijo que no vería más en su vida y que ya estaba
tan sin esperanza de vista, que la quaría romper un ojo para dar
fuerza al otro. La Madre Ana de San Bartolomé estaba en aquella
sazón por priora y no lo quiso consentir. Estúvose así algunos días, y
pasando por allí el Marqués de Guadalesa, traía consigo al Padre Fray
Jerónimo de la Madre de Dios, que tenía un dedo de la dicha Santa
Madre. Dióle deseo a la Madre Ana de San Bartolomé de tocarle a
esta hermana enferma e hizo que se le pidiesen, y le trajo su sobrino
Toribio Manzanos, de quien ya ha hecho mención; y traído, ella se
le puso a la dicha enferma sobre la cabeza. Luego comenzó a decir
que sentía gran recreación dentro de sí y hubo una gran fragancia
de olor de la Santa Madre, y la dicha enferma con tanta fe, que a
todas decía: «Yo sanaré por nuestra Santa Madre»; y el día siguiente,
que era de San Pedro, como sintió aquel alivio, rogó a la madre prio-
ra la dejase ir a comulgar, y como estaba ciega la llevaron las her-
manas de la mano hasta la reja del coro, y en el punto que el
sacerdote tomó en la mano el Santísimo Sacramento y lo puso delante
de la enferma, le abrió los ojos tan claros como antes les tenía, y
luego, acabada de comulgar, dijo a todas: «Gracias a Dios por lo
que me ha hecho»; y luego; corriendo a la madre Priora, dijo: «¡que
veo, que veo!», y desde entonces fué tomando fuerzas del mal que
había pasado, y vino a quedar muy buena, y no menos lo fué en la
Religión. El otro milagro fué, que tratando un religioso capuchino, que
aunque antes había sido luterano, ya era grandísimo siervo cic Dios y
devotísimo de la dicha Santa Madre y que dice de él el dicho Toribio
Manzanos que es un santo y que todo su gusto era hablar de la Santa
Madre, díjole que él daría priesa a unas señoras en la ciudad donde
estaba para fundar un convento de monjas Carmelitas; díjole más,
que había hallado un convento muy mal reformado, en el cual estaba
una señora muy devota de la Santa Madre, y que ésta tenía una
estampa suya, y la noche de la Circuncisión del Señor, estando la
abadesa y otras allí con ella a un brasero calentándose, esta señora
tenía su estampa y mostróla a todas diciendo: «Esta es de ima Santa
que yo quiero mucho y leo siempre en sus libros». Coi"nenza,on las
otras a burlarse de ella, y casi jugando con la estampa de la Santa
Madre, se la tomaron y echaron en el brasero, y dicen había gran
llama. Estuvo un- poco sobre el fuego sin que hiciesen caso, y como
veían que no se quemaba, fuéla a sacar una de las que allí estaban.
Sacóla como si no hubiese estado en el fuego, sin quemadura ni sin
mancha, ni aun la mudó el color. A la mañana querían Ir a comulgar
la abadesa y éstas, y no se pudieron menear hasta que de rodillas co-
nocieron su culpa, pidieron perdón a la Santa Madre y luego pudieron
Ir. Han quedado con gran devoción y han puesto esta estampa en un
564 APÉNDICES
gran relicario dorado, con viriles de cristal. Ansí se lo ha contado este
Padre y lo ha dicho por todo París.
También escribió a esta declarante el dicho Toribio Alánzanos,
que la Madre Ana de San Bartolomé, su tía, le había escrito, estaba
en Tours una mujer de un hidalgo principal muy mala, a la muerte,
y la tocaron un pañitico de la dicha Santa Madre, y luego sanó, y el
marido y ella quedaron devotísimos de su Orden. Y prosiguiendo la
misma carta, dice: «De Flandes me ha escrito la Madre Ana de Jesús,
que en Cambray y en aquella tierra se habían hecho muchos milagros
con las reliquias de la dicha Santa Madre».
En Francia espanta ver lo que pasa, porque no hay Religión que
no tenga devoción a la Santa Madre¡, y que no hayan sucedido muchos
milagros, y esta declarante los ha querido hacer tomar por el tiempo
y estos señores no han querido. Dicen que si los herejes lo saben, se
burlarán de todo, de suerte que es cosa certísima que la Santa Madre,
después de su muerte, ha obrado muchos milagros en partes diversas,
de que es fama pública, fuera de lo que lleva dicho, los cuales se
han tenido y tienen por ciertos y verdaderos y se persuade no han
sido obrados por otro camino; y esta declarante ha tenido y tiene
la misma opinión por haber sido las dichas relaciones que aquí ha re-
ferido ciertas y verdaderas, y de personas fidedignas, y en partes
obrados donde era más regular que Nuestro Señor los hiciese para
conocimiento y honra de la dicha Santa Madre y aumento de su Reli-
gión. En este presente año de mil y seiscientos y diez, ha .sucedido
otro milagro en este convento de San José, del cual también está
cierta por haberlo visto y experimentado esta declarante y oirlo contar
con gran admiración a otras religiosas fidedignas y de verdad. Hay
una hermana en este dicho convento, llamada Ana de la Trinidad;
ha pasado once años de grave enfermedad ordinaria. Un médico que
la curó, llamado el licenciado Luis Vázquez y Aviso, dijo que tenía
el hígado opilado y las venas del entresijo. Otro, llamado el doctor
Madrigal, dijo algunas veces, y esta declarante le oyó a las herma-
nas que habían estado presentes cuando él la visitó, que lo que tenía
aquella hermana en el hígado era scirro, y que se espantaba porque era
el tenerle allí fuera del uso natural. Esto la causaba tales accidentes
y congojas, que la asían de manera las cuerdas, en especial de aquel
lado, que ni la dejaban trabajar nada ni podía tomar cosa de peso por
pequeña que fuese. Algunas veces sentía tan terrible dolor en el hí-
gado y espalda, que no la dejaba tenerse en pie, ni estar en la cama
ni beber ni comer por entonces; y dice la misma que pasada esta
enfermedad, que nadie puede entender el mal que sintió estos once
años. Viéndose pues tan impedida, y por otra parte tan obligada a tra-
bajar, afligíase mucho, y agora por la Pascua del Espíritu Santo pró-
xima pasada, dióla una no acostumbrada devoción y fe con la dicha
Santa Madre, pidienciw a Dios por su intercesión la diese, si era
servido, algún alivio para que pudiese trabajar en algo, y con esta
fe se puso una faja que había cortado ella misma de un pedazo de
manta, con que dicen se abrigaba la dicha Santa Madre, sobre el
hígado; y el primer día que se la puso, la dio en él gran dolor
y alteración, de suerte que pensó de quitársela, y sintiendo en sí \m
.-PKMDICES 365
nuevo ánimo propuso de no se le quitar hasta los nueve días, aunque
se congojase, y pasada aquella noche, sintió tanta mejoría, que desde
entonces la parece la dio Dios salud por la reliquia de la Santa Ma-
dre; pero aunque no la daba pena, nada temia que lo que era la du-
reza del scirro no se le habia deshecho, o por lo menos, las durezas
de las opilaciones, de la cual dureza habia dicho otro médico, llamado
■TWontemayor, que creía se iba extendiendo por el vientre. Con esta
duda volvió a pedir al Señor se lo quitase, si no estaba de ello sana,
y con mucha fe y devoción se tornó a poner aquella fajita y un pape-
lito de letra de la Santa Madre otra novena. Con lo cual, luego que se
lo puso, sintió otra alteración mayor que la primera, tanto que se la
quitó; pero luego se animó interiormente y se la tornó a poner, consi-
derando que, pues había sufrido otras medicinas más penosas por orden
de los médicos, por qué no había de sufrir esta tan fácil. Desde aquel
punto no ha sentido más género del mal, durezas ni accidentes de cuan-
tos antes tenía, y trabaja, y toma cosas de peso desde entonces, con
tanta facilidad como si nunca hubiera estado mala; antes lo hace con
particular gusto y con gran admiración en su espíritu de ver en sí
tal novedad, y no querría cesar de dar gracias a Nuestro Señor y
a la Santa Madre Teresa de Jesús por la merced recibida, lo cual,
para mayor certeza de si era verdad, quiso esta declarante un día
de estos pasados verla, y conoció que ninguna dureza tenía, sino más
liso su cuerpo y sano de cuantos ha visto; lo propio dijo el médico
.que es al presente de este convento, que le llamaron para el mismo
efecto, y otras religiosas han hecho la misma prueba, y todos tenídolo
por milagro patente y claro, sin poderse atribuir a cura ni artificio hu-
mano, ni a ninguna cosa de las que dice el artículo sexto del Fiscal.
115. Al artículo ciento quince dijo: que vio y experimentó todo
el tiempo que conoció y anduvo con la Santa Madre, en los ocho últi-
mos años de su vida, que generalmente vistas ya y examinadas sus
obras y el espíritu divino, la tuvieron comunmente todos y en todas
partes por santa y mujer singularísima en virtudes, obras heroicas, es-
píritu y discreción, y como a tal la venían a comunicar muy de ordina-
rio en cada lugar y ciudad donde estaban gravísimas personas, ansí
de las Religiones y la flor de los hombres eminentes de ellas; y con
ella trataban negocios gravísimos y tomaban su consejo, no sólo de
los confesores y personas doctas que ha nombrado, sino de otras
muchas, que aunque las conoció con esta devoción esta declarante,
no los . ha nombrado. Y entre ellos fué uno el P. Fr. Pedro de Al-
cántara, de quien ya ha hecho mención, y de una carta suya qtie
escribió al Obispo de Avila dice estas palabras: «que ayunasen cuanto
pudiesen para un negocio muy importante al servicio de Dios, que
una persona muy espiritual, (que lo dice por la dicha Santa Madre
y por su monasterio nuevo), que con verdadero celo pretende hacer
en este lugar, por amor de Dios pide a V.a S.a le ampare y reciba,
porque entiendo es al aumento del culto divino y bien de esa ciudad.
Yo me satisfago bien de las personas que han de entrar en él, que la
más principal creo yo mora el espíritu de Nuestro Señor en ella*.
Esto mismo dice esta declarante vinieron a conocer los que la
ayudaron y algunas veces la afligieron en aquellos principios en los
366 APÉNDICES
dichos últimos años que esta declarante ha dicho, y en que los comu-
nicó muchas veces a los que dirá, que son el Maestro Daza, Francisco
de Salcedo, Gonzalo de Aranda y otros muchos. También esta de-
clarante conoció del mismo concepto de la santidad de la dicha Madre
Teresa de Jesús, el rey D. Felipe Segundo, el cual, siendo avisado
por medio de la Princesa de una cosa que la dicha Santa Madre
entendió de Nuestro Señor que la dijese, la tomó con mucho respeto; y
aunque no la vio esta declarante, lo ha oído muchas veces a personas
de aquel tiempo. Lo mismo vio esta declarante en algunas personas
de título de este Reino y en Doña María de Mendoza, que por su
calidad y noble sangre fué tan conocida por el mundo, a la cual co-
noció y habló esta declarante y estuvo en su casa en compañía de la
Santa Madre, y vio la veneración grande con que la trataba y sus-
tenté tantos años a su convento de Valladolid. No menos conoce esto
esta declarante en su hermano Don Alvaro de Mendoza, obispo que
fué de esta ciudad de Avila; y esto muchas veces y por algunos años
cuando este convento comenzó, y él fué prelado de ella por diez y
siete años (1); y era tan grandísima la devoción y estima que tenía
el dicho Sr. Obispo de la dicha Santa Madre y de las monjas de este
convento, que se holgaba él mucho de ser su prelado. Y aunque
después de estos diez y siete años le iproveyeron para el obispado de Pa-
lencia (2), no bastó para perder este amor; tanto que estando al fin
de ellos la dicha Santa Madre en Toledo, la dijo el Señor que pro-
curase que las monjas de San José de Avila tuviesen la obediencia a la
Orden, ya que había de venir otro obispo, porque a no hacer esto, presto
se relajaría la Religión de aquella casa.
Ella lo trató con el doctor Velázquez, su confesor y canónigo
que era de allí, y después fué obispo de Osma y arzobispo de San-
tiago. Aconsejóla que lo hiciese, y vino luego a este convento de Avila
y trató de este negocio. Sintiólo también el dicho señor obispo D. Al-
varo, que le parece a esta declarante que debió derramar muchas
lágrimas, y sólo se convenció a admitirlo por quererlo así la dicha
Santa Madre y decirle que Nuestro Señor se lo había mandado así.
Para efectuar este acto, entró el dicho Sr. Obispo en este con-
vento con otras dos personas graves de la Iglesia y con algunos ca-
balleros seglares, y entre ellos, por testigo, el padre de esta decla-
rante Lorenzo de Cepeda. Esta declarante estuvo presente con las
demás religiosas, y la dicha Santa Madre la primera, y todas las
demás en su seguimiento, fueron tomando cada una de por sí la ben-
dición del Sr. Obispo. Llegando luego inmediatamente el P. Provin-
cial de los Descalzos Carmelitas, al cual pidió el dicho Sr. Obispo
que ya que le diera sus monjas por subditas, había de ser a condi-
ción y que lo prometiese, como lo hizo, que tanto fuese hija de
esta casa como hasta allí lo había sido; y aunque a temporadas acu-
diese a los demás Monasterios hechos, o a la fundación de otros nue-
vos, siempre tuviese que volver a éste, como a casa propia; y que
por el respeto dicho, que estuviese la Orden obligada a traerla aquí
1 Fueron solamente quince, desde Agosto de 1562 hast.i el mismo mes del afio de 1577.
2 Pasó a la sede de Palencia en 1577.
APÉNDICES 567
a enterrar s! sucediese morir en otro convento, lo cual admitió la
Santa AVadrc de buena gana, viendo que esto era hecho por obedien-
cia. Y aunque lo advirtió, cuando hubo de morir, sabiendo también muy
bien que entonces era priora de este convento de San José de Avila,
porque se había hecho la elección canónica en la misma Santa Madre
el año de ochenta y uno; por lo cual y por el amor que tenía
a esta primera casa vio esta declarante el particular cuidado que tenía
de acudir a su oficio y el que tenía particularmente en ftlba, en el
mal de la muerte, diciendo a la Madre Ana de San Bartolomé y a
esta declarante, que de dónde comprarían el pan que faltaba para Avila.
También dijo a la Madre Ana de San Bartolomé, cuatro o cinco
días antes que muriese. «Hágame placer, hija, que al punto que me
viere algo aliviada, me busque alguna carruca de las comunes y me
levante y vamos a Avila». Con todo eso, por no mostrarse propietaria
en nada y faltar a la humildad, respondió que a do quier la bastaba
que la diesen un poco de tierra.
Volviendo al concierto que hacía el Sr. Obispo, escogió la capi-
lla mayor de este convento fuese suya, y que esta merced pedía a
todas las monjas de él y al P. Provincial, como a quien hacía las ve-
ces de la Orden; y que ésto hacía por el amor que siempre había teni-
do a esta casa, y lo principal por asegurar con esto el cuerpo de
la Madre Teresa de Jesús, por cuyo ¡espeto principalmente se puso
a esta petición. Pero la Santa, no mirando a él, sino a las grandes
obligaciones que se tenía al Sr. Obispo, hizo todas las diligencias
posibles, y vio esta declarante cuando estaba en Burgos con la dicha
Santa A\adre, que padeció muchas penas y trabajos por esta causa,
y parece que en alguna manera se consolaba con esta declarante y la
decía algunas veces: qué mal parecía, hija, que la iglesia de San
José de Avila se tratase de dar a persona seglar por rica que fuese,
y dejasen al buen Obispo, que ha sido su padre, amparo y prelado
desde el principio que se fundó, que si a esto no miran aquellas mon-
jas, nada les sucederán bien.
El dicho Obispo vino aquí a Avila a concertar su capilla, año
de mil y quinientos y ochenta y cuatro; después el de ochenta y cinco,
por Octubre, hicieron capítulo los Padres Descalzos Carmelitas y de-
terminóse en él, por los respetos pasado^ y tan justos que el santo cuer-
po se trajese luego de Alba a Avila, como se hizo por Santa Catalina.
Todo esto ha dicho esta declarante por haberlo visto y oído por sí
misma y estado presente a lo más ya dicho.
Y para que se vea un caso particular y lo que Dios honró en
vida a la Santa Madre, contará aquí esta declarante lo que ha sabido
por relaciones ciertas que ha tenido en su poder. Cuando fué a Villa-
nueva de la Jara a fundar la dicha Santa Madre, después de los
grandes trabajos que pasó en la Orden y que más que en ninguna
participó nuestra Santa Madre, habiendo ya visto en esta casa la
separación de la Provincia, que principalmente se alcanzó, después
de Dios, por la ayuda y favor que la hizo el rey católico Don Felipe
Segundo, que la estimaba como a persona muy sierva de Dios y ce-
losa de su Iglesia, fué así que a veinte y uno de Febrero, buen rato
antes que llegasen al lugar, repicaron las campanas y salieron muchos
568 KPEnmrKS
niños con gran devoción a recibirla; y en llegando al carro donde
ella iba, se arrodillaron, y quitadas sus caperuzas, iban delante hasta
tfue llegaron a la iglesia. Salieron también todo el Ayuntamiento, y
el cura y otras personas honradas a recibirla. Todo el pueblo estaba
grandemente regocijado. Entrando en la iglesia, comenzaron los clé-
rigos a Cantar el Te Deiim laadamus, en canto de órgano; después de
acabado todo, tomaron el Santísimo Sacramento, que le tenían en
unas andas, y a María Santísima tenían puesta en otras, y los me-
iorcs pendones para ir en procesión hasta la ermita de Santa Ana,
donde había de ser el monasterio. En medio de la procesión, cerca
del Santísimo Sacramento, iba la dicha Santa Madre con sus monjas,
todas con las capas blancas y velos negros delante de los rostros,
y allí junto, sus frailes Descalzos, que habían venido antes, y el mo-
nasterio estaba cerca. En el camino había altares y deteníanse en
ellos cantando algunas letras buenas en loor de Nuestra Señora del
Carmen. En llegando, pusieron con gran solemnidad el Santísimo Sa-
cramento y tomaron la posesión del monasterio.
Ansí la honró Dios entre los hombres, dice esta declarante, que
piensa que oyendo contar estas cosas por algunas veces, venida ya
de vuelta aqu'í a Avila, las oyó decir, no con pequeño sentimiento, que
estando en el mismo acto fué tan grande el ímpetu de espíritu que
le dio a la dicha Santa Madre y a la Madre Ana de San Bartolomé,
que iba con ella, que hubieron menester hacerse grandísima fuerza
para no quedarse en éxtasis delante de tanta gente.
Yendo después a la fundación de Palencia, fué recibida ella y
sus monjas, y en especial la ^Madre Ana de San Bartolomé, con gran-
dísimo aplauso, y alegría y devoción, ansí de la Clerecía como de
toda la ciudad. Después, pasando por allí a la fundación de Burgos,
y llevado esta declarante con ella, fué testigo de vista de todo lo que
acaba de decir con muestras notables de la devoción que la tenían,
que la miraban como a persona santa, haciéndole el aplauso co-
munmente como a tal en toda la ciudad,
116 y 117. En los dos últimos artículos dice esta declarante:
^\\^ siente que es verdad, así porque ha sido testigo de en lo más
(\\\z en ello se dice, como por lo que ha oído muchas veces a personas
muy graves y religiosas, así de seglares como eclesiásticas, que han
contado muchas cosas por haberles pasado a ellos mismos. Sabe esta
declarante que desde el mismo día que murió la Santa Madre Teresa
de Jesús, la tuvieron comunmente y la honraron como a santa. Ha
sido continua y porfiosa la devoción con que han pedido sus reliquias,
y a esta declarante tantas, que la han venido a dejar despojada de
ellas. También han sacado imágenes y estampas suyas de diferentes
misterios; estas no solamente en España sino en otros reinos, como
de Roma y Francia, y de éstas han enviado algunas a esta declarante.
También confiesa que ha visto y tenido en su poder conmemoraciones
hechas en latín para decirlas en honor de la dicha Santa Madre Te-
resa de Jesús y encomendarse a ella en su recogimiento por estas di-
ferentes oraciones. Y In primera que tuvo esta declarante fué recién
muerta la dicha Santa Madre, escrita originalmente del doctor Ri-
bera, de quien la hubo.
APÉNDICES 369
Las demás que después ha tenido esta declarante, han sido im-
presas. También ha visto esta declarante que desde que murió la dicha
Santa Madre comunmente la han llamado la Santa Madre\ y a algunos
ha visto han hecho epítetos honrosísimos en su alabanza y devoción,
en que también han mostrado sus letras y declarádola de ingenio,
de suerte que todos parece andaban a porfía <¿n honrarla y regocijarse
con particulares fiestas; y aunque sólo hable en las Remisoriales y
ansí han advertido que Dios mueve los corazones de grandes y pe-
queños para alegrarse con la memoria. Y para remate de este dicho,
sabe esta declarante, que preguntándole el año pasado Francisco de
Mora a aquel religioso descalzo francisco, con quien le pasó todas
las cosas que están apuntadas «n el artículo de las profecías, por
qué V. paternidad sabiendo tanto de nuestra Santa Madre y llamán-
dola patriarca de la Iglesia de Dios, no dice de ella un gran dicho
de estos que nos piden para su canonización, respondióla el Padre:
«Porque no hay necesidad de que este gusanillo ponga lengua en cosas
tan altas y que todos las conocen; sólo digo que con los merecimien-
tos que en ella sobran, se podrían canonizar otros muchos santos».
Esto y lo demás que esta declarante confesó, según que en el
artículo de las profecías se verá, se lo dijo a esta declarante el
dicho Francisco de Mora, debajo de grandísimo secreto, con las fuer-
zas que se pueden pedir en ley humana y divina, dando licencia a
esta declarante para que sólo a las personas que la habían de tomar
este dicho lo pudiese descubrir, y ansí pide y suplica a su merced
del señor Juez y a mí el presente Notario y al P. Procurador de
esta causa, que no se publique. Y lo que va declarado en todo este
su dicho, dijo ser la verdad de lo que sabe, debajo del juramento, que
tiene hecho, en que se ratificó y lo firmó de su nombre juntamente
con el señor Juez.
Alonso López de Ayala.
Así lo digo yo, Teresa de Jesús.
Pasó ante raí, Antonio Ayala.
\\
370 APÉNDICES
Lvín
DICHO DE FRANCISCO DE MORA PRUR EL PROCESO REMISORIflL DE LA CANONI-
ZACIÓN DE SANTA TERESA (1).
t
JESÚS
En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
tres Personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa Reina de los
Angeles, Virgen y Madre de Dios, Señora nuestra: Yo, Francisco de
Mora, siervo y esclavo de los siervos de Nuestro Señor Jesucristo y
aposentador del palacio del rey D. Felipe Tercero y su arquitecto, pido
y suplico a este grgn Señor se aposente en mi alma, y me dé gracia
para todo lo que aquí dixere, que por condescender con lo que mi con-
fesor me ha mandado, escribo esto. Quiera el Señor que sea para gloria
y honra suya, pues sabe Su Majestad lo que he reusado el hacerlo. Y
así digo, que habiendo los años atrás entendido los Padres Carmelitas
Descalzos la gran devoción que tengo a la Madre Teresa de Jesús, Fun-
dadora de su Orden, y algunas mercedes que el Señor por medio de
esta Santa me ha hecho, me han pedido con encarecimiento que en
esta ocasión de la información que se hace para su canonización diga
mi dicho. Y así, por consejo de mi confesor, la escribo de mi mano,
para darla sellada, que no lo sepa nadie, si no es los señores que
para el dicho efecto en la Corte Romana de N. M. S. P. Paulo Quinto
lo hubieren de ver, a quien suplico con mil encarecimientos que, por
amor del Señor, ninguno otro la vea, pues sólo para este efecto se
escribe.
2. Tuve la primer noticia de esta Santa el año de mil quinientos
setenta y cuatro, poco después que ella fundó el Monasterio de Hlba
en Tormes, donde agora está su cuerpo; porque este año, por el mes
de Marzo, fui desde la ciudad de Salamanca a Alba, y llevé unas cartas
1 De esta importante Declaración de Mora, hecha en 1 de Marzo de 1610, trae un extracto
muü extenso el Ms. 12.763 de la Biblioteca Nacional, que D. Vicente publicó con las Obras de
la Santa, en la edición de Rivadeneyra, t. II. Nosotros la reproducimos íntegra, conforme a una
copia muy exacta debida al P. Manuel de Sta. María, que la hizo en nuestro antiguo convento
de Duruelo, donde la Declaración de Mora se conservaba. Esta copia del P. Manuel pertenece
hoü a las Carmelitas Descalzas de S. losé de Avila, a quienes debo un traslado de ella. Com-
pleta en estas declar.Tciones lo que la sobrina de la Santa nos ha dicho sobre la fábrica de la
iglesia de San José de Avila. Francisco de Mora fué trazador muij aventajado de los reyes
Felipe II a Felipe III, y a él se deben muchas obras artísticas de El Escortal, del Alcázar de
Segovia y otros monumentos. (Véase la obra Felipe II en relación con las artes y las ciencias,
por D. José Fernández Montaña, p, 435).
APÉNDICES 371
a Teresa de Layz, por quien se fundó el dicho Monasterio, 9 enton-
ces hablé a Teresa de Layz, y negocié lo que llevaba con ella, y me
pidió viese cómo iba la labor de su iglesia; mas no vi, ni conocí a
la Madre Teresa de Jesús, que estaba a la sazón allí.
Después del año de mil quinientos ochenta y uno, estando S. M. el
rey D. Felipe II en Lisboa, que ya había dos años que le servía, se
ofreció de haber de hacer un ingenio de labrar moneda al uso de Ale-
mania, y habiendo venido de allá catorce o quince alemanes, enviólos
Su Majestad desde Lisboa a Sevilla, y con ellos a el P. Mariano, de
nación italiano, a quien la M. Teresa dio el hábito en Pastrana,
que por ser este Padre gran ingeniero, le cnviá, y a mí con él, para
ver la disposición del agua y recado que en Sevilla había para asen-
tar el dicho ingenio.
3. Los alemanes y su lengua, posaban siempre en una posada, y
el Padre Mariano y yo en otra. El me decía algunas veces de la Madre
Teresa de Jesús, porque la quería mucho; pero no cosa que yo reparaba,
ni se me daba nada de ello. Sucedió que vuelto S. M. de Lisboa a
Castilla, como yo siempre le servía en las cosas de sus fábricas de San
Lorenzo y otras partes, siempre que andaba con él, por ser el fabricar
tanto de su gusto; y así el año de mil quinientos ochenta y cuatro,
por el mes de Abril, cuando S. M. solía ir a la primavera a Aranjuez,
llegué desde allí a Ocaña, que está dos leguas, y visité un Monasterio
de monjas Descalzas Dominicas y a su Priora, que era una santa
mujer, llamada Beatriz de Jesús, la cual tenía sus monjas Descalzas
tan en observancia, que guardaban su Regla con gran rigor, y grandes
penitencias y las Constituciones de la Aladre Teresa de Jesús (1). Era
la casa estrecha, que tenían el Santísimo Sacramento en un portal;
y yo la tomé afición, y ella a raí muy grande, y me pidió hablase al
Rey que las favoreciese en darles para labrar su casa. Y fué el Señor
servido que lo hiciese, y Su Majestad les dio, como tan piadoso, con
qu<'> labrar dos cuartos, y acomodaron para iglesia una ermita de San
Lorenzo, que era muy buena, y se la había dado el Cardenal Ouiroga,
Arzobispo de Toledo. Hice la traza; viola el Rey; hízose y acabóse
la obra. Y la Sor Beatriz de Jesús, que por otro nombre se llamaba
D.a Beatriz de Vargas, que era de gente muy ilustre de lo bueno de
esta corte, como agradecida, siempre rae encomendaba a Dios; y por-
que deseaba mucho mi salvación, como mil veces me dijo, me dio un
libro escrito de mano que compuso la M. Teresa de Jesús, llamado
Castillo Interior o las Moradas, deseando mucho leyese en él, y me
aprovechase; lo cual yo hice muy mal; porque leía poco, y me-
nos obraba lo que en él dice, y así no me sirvió más de saber
que había una mujer, que se llamaba Teresa de Jesús, fundadora de
las Carmelitas Descalzas; aunque la tomé una poca más afición que
antes.
1. Ella era ya muerta dos años había, y yo trataba aquí en Madrid
con un amigo, llamado Julio de Junta, natural de Florencia, a quien
el Rey tenía mucha afición, y le había dado sitio para labrar casa, y
1 Existe todavía muy floreciente esta Comunidad de Dominicas en Ocaña.
372 APÉNDICES
para hacer la Emprenta Real. Este era aficionada a las Carmelitas Des-
calzas de aquí de Madrid (1). Pidióme fuese allá con él un día, y le
hiciese las trazas para labrar su monasterio. Fui una y muchas veces,
y hícelo; cobré gran afición a estas santas monjas y cada día más a
su Madre.
5. Pues sucedió que él año de mil quinientos ochenta y seis, por
el mes de Julio, el Rey me invió desde el Monasterio de San Lorenzo
el Real a la ciudad de Valladolid y a la de Salamanca, a ver y
trazar las Librerías de los Colegios y Escuelas mayores y menores,
que en estas ciudades hay, para, vistas, trazar la librería y asientos
de libros de la Librería de San Lorenzo, que como Rey tan prudente,
quiso primero verlo todo que trazar su librería. Pues como yo hu-
biese ido primero a Valladolid, y hécholo, fui desde allí a Salamanca;
y en acabando de hacer las trazas de todo, quise venir por /liba, por
ver, si podía, el cuerpo de la Santa Madre Teresa, por haber oído y
ser noticia de muchas maravillas que Dios por medio de esta Santa
y de su cuerpo obraba. Y así, un amigo mío, llamado Martín Cervera,
me dio una carta para la Priora de ñlba, llamada Inés de jesús,
que había dejado elegida Priora antes de su muerte la Madre Teresa
de Jesús. Pidióme el amigo me mostrasen algunas reliquias de la
Santa. Di mi carta en Alba a la dicha Priora, que hoy lo es, y
lo ha sido tres trienios interpolados, y era por la mañana. Respondió-
me, que el cuerpo lo habían llevado; a Avila, y allá estaba, y está con
gran sentimiento; que me volviese a la una hora después de medio día,
que ella me mostraría el brazo por la iglesia. Dióme a esta hora
una andadera (sic) la llave de la iglesia, y abrí y entré solo; y por
la ventanilla de comulgar las monjas a el lado de el Evangelio, la
abrieron y me dieron por ella el brazo, envuelto en un tafetán carmesí.
¡Cosa maravillosa de ver! que con haber cuatro años que era muerta,
no parecía sino de cuerpo vivo. Alabé a Dios, y díjeles a las mon-
jas que mirasen cómo habían fiado el brazo, que me quería ir con
él; pues teniendo las llaves de la iglesia, podía, no porque fuese mi
pensamiento hacer tal. Respondióme la Priora, que bien sabía a quien
lo fiaba.
Yo le cobré desde entonces extrañísima afición a esta Santa, y
sin que las monjas lo viesen, con las uñas de los dedos tomé nn tan-
tico del tamaño de medio garbanzo, y aún menos, y envolvílo en un
papelico pequeño, y metilo en mis horas, y guárdelas, y volvíles el
brazo. A mí me quedaron los dos dedos bañados con óleo, que sale
de él, que me espanté. La Priora, sabiendo que venía de allí a San
Lorenzo, donde estaba el Rey y la infanta Doña Isabel, me dio un
pedazo de la túnica con que enterraron a la Santa, de cuadro en cua-
dro, toda empapada en óleo de su cuerpo, guarnecido este pañito
de perlas menudas alrededor, para que lo diese a la dicha señora In-
fanta; y a mí me dio otro poquito de lo mismo, muy chiquito.
6. Despedíme, y vine aquella tarde cuatro leguas a dormir a un
lugar que llaman Peñaranda; y a la noche saqué del pecho el pañito
1 Cf. Obra3 de Santa Tétese, i. I, p. LXXXV.
APÉNDICES 373
que traía para la Infanta, y de entre las horas el poquito de carne
envuelta en el papelito, el cual hallé todo manchado de óleo; la man-
cha, del tamaño g medida de i€sta señal de la margen, tiénela en
ella figurada; y el pedazo de carne es como la señal del medio,
ñcertóse a meter acaso y de priesa en el oficio de los Difuntos; y
la mancha del óleo de tan pequeña cosa, no sólo pasó el papelillo
en que se envolvía, mag del trasvés, y casi la mitad a la larga, todo
el verso que dice: In capite Libri scriptuin est de me tit facerem vo-
hintatem tiiam: Deas meas, volui, et Legem tuam in medio cordis mei.
Como vi esta cosa tan maravillosa, quedé espantado de ver ima mara-
villa como esta. Y otro día madrugué para proseguir mi camino para
el Escorial, por ver, si podía, este santo Cuerpo y Santa, si había
orden. Traía carta de la Priora de fllba para la de ñvila.
Con hacer grandes calores para llegar a ésta, traía tan grande afi-
ción, que caminaba con la mayor calor de la siesta, de manera que ni
los criados me podían alcanzar, ni yo de dejar con esta ansia de
llegar a ilvila sin ellos. Al bajar de unas cuestas que hay cerca de el
puente de el río que está junto a la ciudad, traía, por el cansancio
del camino, la pierna derecha sobre el arzón de la cabalgadura, y el
pie izquierdo en el estribo. Tropezó un poco la muía, y caí de un
lado al izquierdo, y siempre el quitasol en la mano; y andando la
muía, a mí parecer más de cincuenta pasos, y siempre yo colgado
del arzón de la hebilla de la rodajuela de la espuela, y a mi parecer
venía como sustentado de alguno, tanto que miraba a un caboi y a otro
a ver lo que era; y cuando más descuidado, me hallé en el suelo
de pies, y ¡mi quitasol en la mano, como cuando venía a caballo. Yo por
entonces no caí, que traía conmigo aquellas reliquias, ni caí en ello
hasta pasado más de un año; y conocí que por la misericordia de el
Señor y las reliquias que traía de esta Santa, me había el Señor
librado de este peligro.
7. Llegado a ñvila, fuíme con aquella ansia a apear en el A'Vo-
nasterio de San Joseph; di mi carta a la Priora, la cual me dixo que
era imposible ver el cuerpo de la Santa, porque estaba en su capítulo,
y muy cerrado. Pcdíle me abriese la iglesia, que quería entrar allí.
Hízolo, y estábase a la sazón acabando de labrar, que le faltaba poco,
la capilla mayor de esta iglesia, que de limosna la hacía D. Alvaro
de Mendoza, obispo de Palencia, que había sido de ñvila. Iglesia muy
estrecha y ahogada, y el altar mayor en una capilla muy pequeña, y
todo "muy pobre. Díxele a la Priora, que se llamaba María de San
Jerónimo, que quería sacar la planta de aquella iglesia y de la ca-
pilla nueva que hacía D. ñlvaro de Mendoza. Ella estaba entonces
a la reja de el coro y me dixo que la hiciese. Hícela, y pregunté,
que un nicho con reja que estaba debaxo de la del coro nuevo, que
¿para qué era? Díxome, que para poner el Cuerpo de la Madre Teresa.
Saqué planta y montea de el nicho y reja, tomando la medida para
hacer una traza de una caxa riquísima para meter el Cuerpo de la
Santa y jnostrársela al Rey, y pedirle que la hiciese, ñcabadas las tra-
zas, me fui a San Lorenzo y di a Su Majestad lo que traía de
las librerías, y a la Infanta su reliquia de la Santa Madre. La cual,
en presencia de su padre, la tomó y besó con la boca y los ojos,
374 APÉNDICES
y guardó; y dixo a su padre en mi presencia muchas maravillas de
la Santa Madre, y él las oyó muy bien.
8. Pues a pocos días que tenía hechas las trazas para la caxa
riquísima de bronce dorado y jaspes finos, supliqué al Rey que hicie-
se aquel servicio de aquella caxa a la Madre Teresa de Jesús. Eran
las caxas de tres diferiencias, unas más costosas que otras. Y mostréle
la traza de la iglesia tan pobre, por ver si se aficiona a hacer la
caxa, o labrar algo de la iglesia. Después de vistas y miradas, no
me respondió mas de «guardadlas estas trazas». Y ansí lo hice, ven-
tidos años, como abaxo se verá, número 23.
9. Yo escribí a la Priora de ñvila una carta, diciendo lo que
había pasado. No tuve respuesta; y después escribí otra, y tampoco
la tuve, o porque no recibieron las mías, o no sé por qué; que yo
quedé algo triste, porque deseaba tener amistad con tan santas mon-
jas, y veía que por mis pecados no lo merecía, y así las olvidé por
entonces.
10. Pues como tenía el amigo Julio de Junta, que tenía la Em-
prenta Real, que al presente está en Florencia, sucedió imprimir las
obras de la Madre Teresa, en Salamanca, que tenía allí un agente suyo,
y se imprimieron el año de mil quinientos ochenta y ocho (1). De los
primeros libros, me dio uno, y fui comenzando a leer; y de las más
impresiones que hacía de otros libros me daba uno. Hizo segunda im-
presión el año de mil quinientos ochenta y nueve de el dicho Libro, y
dióme otro. Por manera que por libro no me quedara de aprovechar,
si por mi maldad y descuido no quedara.
Todo el tiempo que los acostumbré a leer, fué el Señor servido
fuese concertando un poco mi descorcertada vida; y sentía me hacía
provecho el leer en ellos; y hícelo pocos años, que mi mal natural y
ruines costumbres me hicieron olvidar de tomallos en las manos, cuanto
más leerlos; y torné a ofender más y más al Señor, tanto que no
sé yo en el mundo pecador mayor que yo. Y fué de manera el olvidar
tanto esta Santa y sus libros, que fui a ñvila a aposentar al Rey Don
Felipe III, el año de mil y seiscientos, y no me acordé, con estar allí
ocho días más, si había monjas Carmelitas, ni tal Madre Teresa hu-
biese habido. Y así, como he dicho, siempre en mi vida y costumbres,
cada día iba peor, y más olvidado de ellas.
11. Pues andando con este discurso de tiempo, el año pasado de
mil seiscientos y siete, estando Su Majestad del rey Don Felipe III
y la reina Doña Margarita, su mujer, el verano en San Lorenzo el Real,
fueron a los primeros de Agosto a la librería, y entre los de la
librería que hay de mano escrita, estaban en un caxón guardados con
un libro, de mano propia de San Agustín, todas las obras que escribió
de su mano la Madre Teresa de Jesús, que el rey Don Felipe II había
mandado recoger por la estimación que de ellos tenía. Y habiéndolos
visto, mandó al bibliotecario que dejase fuera del caxón aquellos li-
bros de la Madre Teresa. Y vueltos Sus Majestades a sus aposentos,
me mandó el Rey a mí ir de su parte a decir al Padre Prior,
que aquellos libros de la Madre Teresa de Jesús, que se los enviase
1 Cfr. Obras de Sta. Teresa, t. I, p. LXXXV.
APÉNDICES 575
conmigo. Fui mandándomelos dar, y tráxelos yo por ral mano. Son
cuatro los libros: uno de su Vida\ otro también grande, y no de tanto
volumen, de las Fundaciones; otro del Camino de Perfección, de el
cuarto de pliego; otro, también en cuarto de pliego y menor volumen,
de las Reglas y Avisos que da a sus monjas; todo de su propia mano,
que por conocer su letra y haber visto muchas cartas y papeles suyos,
lo certifico.
12. Su Majestad iba leyendo d de la Vida, y como estaban en
su aposento, cuando no estaba allí, o era ido fuera, yo leía en ellos,
que era para mí de grandísimo consuelo. Y porque todos los tenía yo
impresos, si no es el de las Fundaciones, que no lo anda, supliqué al
Rey me hiciese merced de prestar aquel libro; hízolo; llévele a mi
aposento; y encerrado en él, lo hice trasladar a dos mancebos; uno
leía, y otro trasladaba. Cuando iba al cabo la traslación de 61, sucedió
que un criado mío, vizcaíno, llamado Domingo de Tal, tuvo un gran
corrimiento a las muelas, y un barbero ignorante, teniéndolas buenas
y sanas, le sacó una; y por estar muy fuerte, le arrancó un poco del
encaje de la muela en la quixada. Estaba el pobre mozo con grandes
dolores del mal suceso. Yo le tuve lástima, y le hice entrar en mi apo-
sento a solas, y le hice hincar de rodillas y dixe, abierto el libro, que
aquel libro era escrito por una Santa, que se encomendase a ella; y
así abierto, se le puse en la quixada. ¡Oh bondad y misericordia de
Dios! que luego, inmediatamente, este mozo estuvo bueno y sano y sin
dolor. Yo le dixe lo callase y no dixese nada; y así lo hizo, dando
gracias a Dios,, y a esta Santa. Yo tuve el libro como veinte días, y
trasladado, le volví al Rey; y como le había leído, continué en leer
el de la Vida, que he dicho leía el Rey y señalaba con un papel
dónde iba.
13. En este de su Vida había una hoja, que cuando la Santa lo
escribió la dejó en blanco, porque se debió de pegar una hoja con
otra, y quedaron en blanco dos planas, que se miran la una a la otra;
y como la Santa lo vio despuás, escribió a la esquina de abajo, de el
tamaño que abajo está: Esta hoja quedó en blanco, pase adelante. Yo
tenía grande ansia de tener siquiera dos letras de mano de esta San-
ta, y así me atreví de cortar esto poquito que no hacía falta al libro,
como lo hice, y pegué por el canto una hoja con otra, y ansí no era
menester el letrero (1). Guardé, y tengo muy guardado el papel, y vine
con él a Madrid, por venirse de allí los Reyes; aunque por haber des-
comunión para los que tomaren libros, o otras cosas de la librería,
yo quedé con algún escrúpulo, pero cada día con más y más afición de
esta Santa.
14. Pues llegados a ^adrid, procuré luego buscar confesor muy
teólogo y santo, y traté con él mi escrúpulo, diciéndole lo que era,
paseándonos, y que me quería confesar con él. Díxome que él no
podía, pero que me daría un confesor que me acordaría de él y le
agradecería el habérmelo encaminado. Este Padre (2) a quien fui, era
1 Así se halla, efectivamente.
2 Llamábase este ejemplar religioso Fr. Domingo de Sta. María, de la Orden de Menores,
que murió en Toledo en olor de santidad.
576 ' APÉNDICES
mi conocido, y díxome: «Muclio me iiuelgo de que traigáis tan buen
escrúpulo». Tomó el papelillo, y holgó mucho con él; y díxome mil
cosas que sabía de esta Santa, y mandóme esperar, y íráxome el con-
fesor que me prometió, muy santo varón y muy teólogo. Plíseme a
confesar muy despacio, y muy de atrás. Díxele cómo iba mi vida per-
dida, y por la voluntad del Señor iba un poco mejorando mientras leía
los libros de esta Santa. Mostréle el papelico; estimólo, y dixo que le
tuviese, que no había de tener escrúpulo, que no hacía falta al libro,
que la descomunión no era para esto. Oída mi confesión, que como
Üigo fué bien larga, me mandó que en todo caso continuase a leer los
libros impresos de la Madre Teresa. Yo le pregunté, si los había él
leído, o visto, o tenido más noticia de esta Santa. Díxome que no
los había visto ni leído, porque no es hombre que sale de una celda,
ni de su casa; mas que para él no era menester saber más de que
era fundadora de una Religión, para entender lo que era. Yo le dixe le
llevaría un libro de dos que tenía, y asi otro día le llevé el de
la segunda impresión que me dio Julio de Junta. Quedé muy aficionado a
este Padre, y supe y me informé de algunos frailes de su casa de
su vida y modo de vivir.
15. Otro día, digo dos días después de dado el libro, volví a
visitar al Padre y hállele sentado en una tabla que tiene por cama,
y en su Orden la tienen todos, y una manta, y a veces un pellejo
sobre la tabla. Estaba muy embebido leyendo su libro. Empezóme a
decir mil bienes de él. Yo no le quise ocupar, y fuíme presto. Y
volví de allí a otros dos días a verle, y hállele de la misma manera.
Díxome: «¡Oh, Fulano! ¡y qué libro este! De todos cuantos libros
he leído en mi vida, que ha sido toda la Sagrada Escriptura, Santo
Tomás, y otros libros, que me nombró de Santos, todos ellos, dice,
no me han movido tanto como este libro; y tanto, que si hoy no
fuera religioso, sólo por lo que he leído de él me metiera luego en
religión». Ibase tanto este Padre encendiendo en amor, cuando me
trataba de esta Santa, que era para alabar al Señor. Pocos días des-
pués se le hurtaron el libro de la celda, como no acostumbran llaves
en la su Orden. Y adviértase que esta Orden no es de Carmelitas
Descalzos ni Calzados, sino de las otras Ordenes de las más estre-
chas. Yo le dixe que no tuviese pena de el libro, que rogase a Dios
aprovechase al que lo llevó, que yo le daría otro. Y así lo hice, que
le compré dos: uno todas las obras impresas de la Madre Teresa, de
la quinta impresión; y otro el que hizo imprimir, y compuso el
obispo de Tarazona. El dixo no los podía recibir si no decía en ellos
los entregaba y daba de limosna a la casa. Y así lo hice, y él
quedó por entonces con ellos.
16. Sucedió, pues, que en el mes de Diciembre, del principio de
él, de este mismo año de mil seiscientos y siete, un criado del Rey,
ayuda de cámara, me dixo estas palabras: «El maestro de la cá-
mara de el Rey, Guillamas, hace de limosna una capilla en San
Joseph de ñvila; dadnos limosna para ella». Yo me acordé que la
otra vez, ventidos años había, no había podido trabar amistad con es-
tas monjas, y que aquella ocasión de darles limosna para esta obra,
era buena coyuntura. Y asi le dixe: «Yo tengo una libranza en el maes-
APÉNDICES 377
tro de la Cámara de seiscientos reales; déme los trescientos, ij los
otros trescientos yo los enviaré a las monjas, que no quiero darla a
él, sino a €llas». Díxome, que estaba bien; que él se lo diría. Y así
lo hizo, g la aceptó, y no lo dio por entonces. Yo también se lo
dixe un día al mismo maestro. Este ayuda de Cámara que he dicho,
que se llama el capitán Triviño, me mostró un día una carta de
mano propia de la Santa, escrita a las Indias a un hermano suyo,
que estaba allá; tiene seis planas escritas. Yo le rogué que me la
diese para trasladarla; hízolo; y a la postrera letra que escribí, me
dio un gran frío, y tras él calentura muy recia. Con el frío me puse
la carta dicha sobre la cabeza, y me hizo luego hacer un gran vó-
mito de cólera. Guardé la carta conmigo, y el mal fué derechaméníe
cuartana. Visitáronme los médicos, y por ser en Diciembre, me decían
tenía buena ropa para el invierno. Yo, confiado en Dios y esta San-
ta, pasaba mi mal. Los días de cuartana poníame el papelico, que
corté de el libro de su Vida, a raíz de las carnes, al lado izquierdo,
sobre el brazo. Sentía con éste y la carta grande alivio. Fué el Señor
servido que, a cinco cuartanas, me faltó.
17. Yo fui a dos días a ver mi confesor, que, como he dicho,
no sale de su casa, ni me fué a ver. Díxelo el caso, y cómo
había tenido el papelico puesto. Y entonces le llevé a mostrar el pe-
dacico de la carne que quité del brazo. Díxome que tomase aquella
poquita de carne; y cuando hubiese de beber, en el agua hiciese con
ella la señal de la cruz, metiéndola en ella, y que confiase en Dios
y en esta Santa, que no me volvería más cuartana. Así lo hice, y
sucedió; sea Dios alabado por ello. Yo me confesé cuando digo le
fui a ver, y le dixe, que en gracias de esta merced, que el Señor
me había hecho por intercesión de esta Santa, quería inviar a las
monjas de Alba, donde estaba su cuerpo, un poco de dinero para
ayuda a su canonización. Díxome le parecía bien; que lo hiciese.
Era mi intento, que aunque era poca, en el mismo lugar se echase
en renta hasta el tiempo de la canonización, y los réditos fuesen en
el ínterin para las monjas. Parecióle bien, y así, otro día, le escribí
a Inés de Jesús (a quien dixe era Priora cuando me mostraron el bra-
zo), diciéndole no otra cosa, que quería hacer a la Santa aquella li-
mosna en aquella forma.
18. Mientras fué la carta, antes de volver respuesta, me fui a
confesar, y después de la confesión me dixo el dicho mi confesor, sin
yo acordarle nada de esto: «Aquella limosna, que había de hacer para
la canonización de la Santa Madre Teresa, envíesela a las monjas, que
están con grande necesidad; y no con obligación de que se eche en
renta, ni sea para canonización». Y con grande alegría me dixo: «Ella
se está harto canonizada. Haga lo que le digo». Yo fui a la posada,
y escribí a Inés de Jesús, que mi confesor, que era un fraile de tal
Orden, me había mandado les enviase el dinero, y no que fuese para
la canonización, sino para el convento, que tenía necesidad, que con
el arriero de Alba se lo inviaría el primer camino, como lo hice. Y
a esto me respondió las palabras siguientes: «Que el religioso con-
fesor, que le había dicho los inviase al convento, que no creyese que era
sino algún ángel que le había alumbrado; porque jamás la casa se
378 APÉNDICES
había hallado cn tanta necesidad como al presente, cuando llegó la li-
mosna. Estas santas monjas son muy agradecidas, y tienen mucho cui-
dado de encomendarme a Dios, y me enviaron algunos días adelante
una carta de la Santa Madre, que no la estimé en poco.
19. Pasóse algún tiempo, y yo siempre acudía a mi Padre espi-
ritual y confesor, amándole, como le amo, extremadamente en el Se-
ñor. La Cuaresma siguiente, que fué el año de mil seiscientos y ocho,
guíseme ir a confesar el Miércoles de Ceniza, y por ocupaciones no
pude, y diferílo para el primer Domingo de Cuaresma, que fué a
veinticuatro de Febrero; y acabando de confesar, a las ocho y media
de la mañana, me dixo, como al descuido, las palabras siguientes:
«En San Joseph de ñvila hay dos almas a quien el Señor ama mucho
en grande manera. La una se llama Fulana, y otra compañera suya (1).
Sepa de un criado de el Rey, que de limosna hace labrar la Igle-
sia de S. Joseph». Por lo que había sabido de el capitán ayuda de
Cámara, le dixe; «¿Quién es?»— «¿Llámase Guillamas?» «Ese, dice, es,
y la obra que van haciendo, no va buena;, y no le contenta al Señor,
que iglesia donde Su Majestad ha de obrar tan grandes maravillas,
vaya como va; ni la cubierta sea de madera, sino que en todo caso
sea de bóveda, y que vaya muy bien hecha. Es menester que hable como
de suyo a Guillamas, y en presencia de su mujer, buscando buena oca-
sión, les diga, que adviertan que la Santa no dice en sus libros que
las iglesias sean hechas de maderas, y toscas, sino las casas de la
habitación, porque sean éstas humildes, que no hagan ruido al caer
el día del Juicio; y que la iglesia en todas maneras la hagan de bó-
veda; y hecho esto, es menester que se llegue a Avila, y dé traza
como la iglesia se haga bien; y en todo caso sea de bóveda». Yo le
dixe, que ahora era Cuaresma, y yo acostumbraba a oír todos los días
sermón en la capilla de palacio, donde hay los mejores predicado-
res. R esto me respondió o replicó: «Buen sermón se oye haciendo
lo que Dios manda. No pide la obra dilación, que van con ella muy
adelante, y no va bien. Procure hacer lo que he dicho y ir luego».
20. Yo, como vi lo que he dicho me dixo, me hallé indigno, como
miserable pecadorcillo, a servir en esto. Obedecí, y díxele que por
hacer mal tiempo y haber de pasar a Avila los puertos por la nieve,
si sería bien ir por el camino breve de las Navas, que es mal puerto
de invierno, o por Guadarrama y el Espinar, que se arrodean tres
leguas. A esto me replicó: «Vaya por do quisiere: vaya por cerros,
vaya por valles, que el Señor irá con él. No tema de el camino». Y
esto replicó otra vez.- Y poniéndome dos dedos de la mano derecha
en el pecho, me dixo: «Vaya, que Dios le hablará en el camino y le
dirá lo que ha de hacer; y téngase por muy dichoso en que Dios
1 Diversas veces habla con cierto misterio de estas religiosas, sin nombrarlas. Creemos
que se trata de la sobrina de la Santa, H.a Teresa de Jesús, que a la sazón era clavaria de la
Comunidad. Como hemos visto en la Declaración segunda, psfa religiosa coincide en todo con
lo que Mora dice del Padre Domingo de Santa María, añadiendo que lo sabía por el mismo
Mora, «debajo de grandísimo secreto». La otra, según tradición de la Comunidad de San Jo."^é,
que tenemos por muy fundada, es la hermana lega, Catalina de Cristo, muy apreciada de la so-
brina de la Santa. Profesó en esta casa el 20 de Abril de 1593, y murió, llena de virtudes, el 19
de Diciembre de 1627.
APÉNDICES S79
le haya escogido entre millares para esta obra suya; y tiene librada
su salvación en este servicio que le ha de hacer. Mire no lo pierda
por su culpa». Yo me aparté de él, con harta confusión mía, viendo mi
pequenez y baxeza, y que jamás he entendido sino en ofender a este
gran Señor, que por todo sea bendito y alabado. Fuíle a recibir con
buen agradecimiento! a tan alta merced, y d« a oir sermón a la capilla
de palacio.
21. Olvidábaseme de decir, que me dixo que aquel hombre había
perdido mucho en creer a su mujer; porque él tenía buena intención
de hacer bien la iglesia, y ella le había vuelto a que no; y así
a ella echaba la culpa. Y me dixo: «Cuando Dios llama por una parte
y no le responden, busca por otra». Esto tornándome! a poner los de-
dos en el pecho, y tornando a decir que fuese confiado. Y debió de
parecerle yo lo tomaba con tibieza, y me dixo: «Vaya, que habrá
memoria de él en aquella casa para siempre». Y me replicó: «No digo
solamente en aquella casa, mas en toda la Orden». Y entendí lo decía
por ponerme más codicia a ir; y así dixe lo haría. Aunque sabe Dios
lo poco que se me da de que haya memoria de mí; porque ¿qué
va que haya memoria, que no la haya de un poco de estiércol?
Pues vuelto de misa y sermón, yendo a comer a mi casa, a el en-
trar en ella (¡oh, lo qua el Señor quiere, cómo allana los montes y
encumbra los valles!), yo a entrar, y un criado de Guillamas atrave-
sar por delante de la puerta, llamado este mancebo Francisco de la
Parra. El me dixo: •'¡Ah, Señor! ¿cuándo nos quiere dar aquellos
trescientos reales de la limosna?» Paréceme, que con ser yo muy
conocido de este mancebo en la corte, ninguna vez le había topado,
ni visto en calle ninguna, sino en casa de su amo, sino sola esta.
Yo le dixe bien disimuladamente: «Venga acá, hermano, ¿para qué
es esta limosna?, haciéndome muy de nuevas». El me dixo: «Para la
iglesia de San Joseph de ñvila de Carmelitas descalzas». Yo le dixe:
«¿Qué oficial la hace?» Díxome: «Los de allá. Y agora quiere mi
Señor enviar allá a Juan de Herrera»; este oficial es de carpinte-
ría. Yo le dixe: «¿H obra de piedra quiere enviar carpintero?» Dixo:
«Fáltale poco», ñ. esto le dixe: «Decidle a vuestro amo, que por ser
de la Madre Teresa quiero yo ir allá a verla y trazarla, y el camino
hacerlo a mi costa, y más dar para esta obra todos los seiscientos
reales de la libranza». El mozo no fué perezoso, que presto fué a su
amo a decírselo. El cual, por estar en la cama malo, en una hora
me envió tres o cuatro veces con mucha priesa, rogándome, que, pues
quería hacer aquella buena obra, que me suplicaba le viese, y vería
unas trazas y condiciones que le habían inviado para cubrir la iglesia,
que él no me venía a' ver por estar malo en la cama. Yo respondí
que iría.
23. Y ese propio día que me lo mandó el Padre, a las cuatro ho-
ras de la tarde, tomé mis trazas que había hecho en la iglesia vieja,
veinte y tantos años había, y el Rey me había mandado guardar, y
fui a verme con Guillamas, que estaba en la cama, y hallé a un lado
de ella a su mujer con el libro impreso de las obras de la Madre
Teresa, que ella y él son bien de devotos suyos. Tratamos de la obra
y lo que ellos pretendían hacer. Pareciéronme muy mal. Mostréles
.W) APÉNDICES
la traza mía antigua, y dixe que bien sabía cómo era lo viejo, y sobre
ello había cargado lo nuevo; que no valdría nada. Híceles mi parla-
mento, que me había mandado mi confesor, lo más disimuladamente
que pude. Oyéronme con grande atención, y mirábanse el uno ni otro,
y dixo la muxer a su marido: «¿Qué le parece?» El respondió: «Ya
lo veis». Y ella volvióse a mí: «ñ fe, señor, que eso que no lo dice
V. m.». Yo le dixe: «¿cómo no? ¿no ve que lo digo yo?» Dixo: «No,
señor». Concertóse que fuese la ida lo más presto que ser pudiese.
Y él escribió a las monjas, que habiendo yo sabido de esta obra, por
ser devoto de la Santa ^adre, queríaf ir a vella. Y él se holgó mucho,
y ellas allá también; aunque ya aquella Priora que me habló tantos
años había, cuando hice la traza, era muerta, y ninguna de el convento
me conocía, ni nadie allí tenía memoria de mí.
24. Despedíme de él, y por ser al anochecer, no fui a decir al
confesor lo que me había sucedido. Hícelo otro día, y me encargó la
brevedad de la partida, diciéndome muchas cosas. Detúveme toda aque-
lla semana; y sábado, a primero de Marzo, día del Ángel de la
Guarda (hoy día que esto escribo, que es el mismo día, hace dos años),
pedí licencia al Rey para llegar a ñvila a ver una iglesia, que llevaban
mal fundada de las Carmelitas Descalzas de San Joseph, que iría
de allí a dos o tres días. Diómelaj y fui luego a hablar al Duque de
Lerma, y decirle lo mismo. Tomólo mal, y dixo: «¿ñgora quiere ir a
Avila? Aguárdeme unos pocos de días, que hemos de ir a Lerma juntos;
y entonces irá por Avila y alcanzaráme en Lerma. ¿Para qué quiere pa-
sar tantas veces los puertos?» Yo ie dixe que no le penase eso; que yo
era el que lo había de pasar; que la obra iba errada, y no permitía
dilación; que qué se le daba que después de vuelto pase otra vez los
puertos con él; y más que el camino para Avila era muy diferente
que para Lerma. Respondióme con un poco de enojo y cólera: «Pues
si ha de ir, vaya luego mañana, para que vuelva a tiempo, que varaos
a Lerma juntos». Vi los cielos abiertos, a manera de decir; recebí con-
tento grande, y dixe que sí. Despedíme de él y de el Rey, que era
un poco antes de anochecer, y fui luego a mí confesor. Díxele el caso,
y mi partida; dióme su bendición. Tornóme a decir: «Vaya en hora
buena, que Dios irá con él». Escribí un papel a Guillamas, que es-
cribiese a las monjas que me iba otro día; que muy de mañana de
paso tomaría las cartas, y trazas y condiciones que le habían traído.
Hízose así, y
25. Domingo, dos de Marzo, de mañana, tomé el camino; y lu-
nes, a tres, a las cuatro y media de la tarde, llegué a Avila;
y sin apearme fui derecho a la iglesia y vi que sobre lo viejo de
la iglesia vieja habían levantado paredes de piedra seca y barro,
y llegaban ya con la obra cerca de la altura de poner las maderas
de el techo. Sabe el Señor si me estrechó el corazón en /er que la
capacidad de la iglesia era pequeña, y en ninguna manera podía
ser grande, respecto del sitio; porque ya por el camino traía imaginado,
y me había puesto el Señor en el corazón de derribar toda la Igle-
sia hasta echarle fuera los cimientos; mas mi ánimo era de hacer
se hiciese una grande iglesia. Mas visto el estrecho sitio, que no podía
ser tan grande como mi ánimo, quedé así. Salí de la iglesia, y hablé
APÉNDICES ^^1
primero en ella a los oficiales que la labraban, y dixe que no se can-
sasen más de trabajar, hasta que resolviésamos lo que se hubiese de
hacer. Fui a hablar a las monjas a la portería, que ya me estaban
esperando, que les hablan dicho habla llegado, como antes había es-
crito Guillamas a ellas y al licenciado Francisco de Mena, su con-
fesor. Fué tanto el contento que recibieron conmigo, que no se puede
imaginar. Estuve con la Priora, que se llama Isabel de Santo Domin-
go, y con la Supriora (1). Contáronme la diferencia que había, en
que les parecía a unas fuese de bóveda» y bien hecha; y a otras, que
por su pobreza y ser de limosna y ellas no tener nada, les parecía
fuese de madera; y ansí tenían determinado que sobre las paredes que
habían levantado de piedra y barro, se pusiese la misma armadura vieja
de madera, que todavía se estaban buenas las maderas. Yo les dixe
que lo encomendasen a Dios, que todo se haría bien; y por ser tarde,
me despedí y fuíme a posar con el dicho Francisco de Mena.
26. Otro día, martes por la mañana, a cuatro, la primera cosa
que se hizo fué decir Mena en el altar mayor una misa del Kspíritu
Santo, cantada. Oficiáronla las monjas; y acabada se comenzaron a
hacer las nuevas trazas; y para algunas medidas del sitio y ver la
correspondencia de adentro, fué forzoso entrar dentro del convento.
Cuando me despedí de mi confesor en Madrid para venir, me dixo,
que a la monja Fulana le dixese de su parte, le pidiese, por las lla-
gas de el Señor, que ella y su compañera le encomendasen mucho
a Dios, y le suplicasen le hiciese buen fraile, y que él las ofrecía
en sus pobres oraciones, sacrificios y disciplinas, hacerlo por ellas
mientras viviese; y que mirasen fiaba mucho de ellas, después de
Dios, su salvación; y esto con grande encarecimiento. Yo le dixe:
«Padre, ¿quién es la compañera de esa monja? >> El me dixo: «Ella
lo sabe. Dígale esto, que ella lo entenderá». Y no quiso decir en
ninguna manera el nombre.
27. Pues como entrásemos dentro de el convento el confesor y dos
oficiales de los que hacían la obra y yo, anduvimos de la casa lo que
era menester. Iba la Priora, y la Supriora, y otra monja, que llaman
Inés de Jesús, con nosotros. Fué forzoso ir a la huerta a tomar unas
medidas; y estando en ella, dixe a las tres monjas: '^¿No hay aquí una
monja que se llama Fulana?» Dixeron: «Sí». Y la Priora dixo: «Llá-
menla». Hiciéronlo así y vino. Yo la saludé sin decirle más. Y andando
todos por la huerta, víla apartada un poquito de las otras, y empécela
a decir «Un Padre, de tal Orden, me mandó que dixese a v. m. que
ella y su compañera»... (2). Llegado aquí, ella me dixo muy pasito: «No
aquí, no aquí». Hízome callar, y fué de manera, que esta vez que fui
a ñvila nunca más la pude hablar, ni hubo medio ni licencia para a
solas, porque la había de dar el General o Provincial y no estaba allí.
Por manera que el recado se quedó sin dar; aunque hablarla en
compañía de las tres ya dichas monjas, tres días que allí estuve,
siempre la hablaba.
1 Isabel Bautista.
2 Véase la nota de la pag. 378.
382 APÉNDICES
28. Tomáronse las medidas, y todo lo que había que hacer; g
un poco antes de salir de el convento llamé a parte de las otras a
la Priora, y dile veinte escudos en oro para ayuda' a la comida suya de
aquellos tres días, que yo allí había de «star, y dixe no lo dixese a
nadie. Parece fué decirlo al pregonero; porque al abrir la portera la
puerta de la portería, dixo recio, que lo oyeron todas: «Veislo, que
no sólo viene a hacernos hacer la iglesia, pero nos ha dado veinte es-
cudos para que comamos». Yo me enojé con ella, y le dixe: -i^éPues esto
le encomendé?» Con las medidas continué en hacer las trazas, que tardé
tres días en hacer plantas, y perfiles y monteas, con tres capillas más
que las que iban hechas; que las dos, dexó la una hecha la Santa
Madre Teresa, y enterrado en ella su hermano (1), y otra, un clé-
rigo, llamado Julián de Avila, su confesor y compañía en el camino
a sus fundaciones (2). Estas dos quedaron, y otra que iba haciendo
Guillamas para sí (3).
29. Pues, hecha la traza, acrecentáronse tres más; como y por
la poca posibilidad pareció a Aleña que por entonces se hiciese sola la
iglesia, y formadas las capillas sin hacerse, concertamos los dos en
esto. Y al postrero día de los tres, jueves, seis, a las cuatro de la
tarde, fué forzoso tornar a entrar en el convento a mostrarles las
trazas, y conferir lo que se había de hacer. Fuimos a la huerta con
ellas, que desde allí se veía la obra que hacían de la iglesia, y sen-
tados junto a íma fuentecilla, en un poyo, el confesor y yo, y la Prio-
ra y Supriora a una parte, y Inés de Jesús y la monja, que me
había dicho mi confesor, a otra, y en medio una mesilla baxa con las
trazas, yo les propuse que aquella iglesia no iba bien, y que convenía
derribarla por el suelo toda, y ya que no se podía ensanchar por el
sitio, que convenía alargarla un pedazo, y formar capillas, ya que
por ahora no se hiciesen las que queda dicho, y hacer un pórtico muy
hermoso. Propúseles tantas cosas, como si tuviéramos cincuenta mil
ducados en una arca para ella, y no había ni una blanca. Pero en mí
corazón más había, que era una grandísima confianza, con im grande
1 Llámase de San Lorenzo, g cae al lado de la epístola. R la izquierda, según se entra
en ella, y a un metro de altura, poco más o meros, está el sepulcro de D. Lorenzo, incrustado
en la par^d y una lápida oue dice: «-Falleció Lorenzo de Cepeda a 26 de Junio del aflo de
1580. Es fundador de esta Capilla y hermano de la Santa Fundadora de esta casa y de todas
las Descalzas Cnrmelitas».
2 Julián de Avila yace en la capilla que para enterramiento propio fundó el canónigo
Gaspar Daza, que aquí reposa con otros parientes suyos. Esta canilla, contigua a la de San
Lorenzo, está dedicada a San Juan de la Cruz, desde mediados del siglo XIX Antes lo estuvo
a la Natividad de Nuestra Señora. Reza la lápida de Julián de Avila: Hic jacet Julianus Davi-
la, clericus intimus magistri Dnza amicus. Obiit anno Domini 1605. D. O. M. etc.
3 La capilla de Guillamas, dedicada actualmente a la Asunción, está al lado del Evange-
lio y la más próxima al presbiterio. Sobre el sepulcro hay una estatua orante, con una inscripción
que dice: Francisco Guillamas Velázquez, Señor de las Villas de la Senw, Badillo y los Po-
lios, Regidor de esta Ciudad, Maestro de Cámara de los Señores Reyes Felipe !I, III y IV,
Tesorero de las Serenísimas Reinas Doña Una, Doña Margarita y Doña Isabel, y consejero
de Hacienda de Felipe IV, fundó esta Capilla. Murió de 82 años en Madrid, a 3Í de Octubre
de 1630. Y aqui yace desde 22 de Marzo de 1657. Enfrente está el sepulcro de su mu)er
D.a Catalina Deroys Bernaldo de Quirós, muerta en Avila en 1637, y la hija D.a María Guilla-
mas, que murió en Madrid el 24 de Junio de 1631. Al día siguiente de morir D.a Catalina De-
roys, fueron inhumados los tres cuerpos en esta capilla.
i
APÉNDICES 38?
afecto, que el Seflor por su misericordia fué servido ponerme. Todas
dixeron que aquello todo estaba muy bien, que yo hiciese lo que qui-
siese. Sola la Priora reparó, y dixo: «Señor, ¿de dónde se ha de hacer
esto, que no hay una blanca?» Yo le dixe: «Madre, Madre, no tenga
cuidado de esto, que Dios lo proveerá». Y mirando a las monjas,
en risa, dixe: «¿Hay más que vender un par de monjas, y se hará
la iglesia?». Con todo, no quedó satisfecha, y los demás, sí, que
tenían la misma confianza; a lo menos con la que yo me antendía, sé
que la tenia, sin haberle más hablado.
30. Una cosa hice, a mi parecer, de poca fe, en aquel punto, de
lo que el Padre confesor me había dicho, que me vino a la imaginación
si aquel Padre sabía o entendía algo de las monjas, o le escribían,
o escribir él. Y pregúnteles allí: «Señoras, ¿hales escrito, o han, a un
fraile de tal Orden sobre esta obra?» Ellas dixeron que no, ni sabían
de nada, ni se trataban sino con muy pocos, y de su Orden. Yo quedé
un poco suspenso, y queriéndome despedir, dixe con buena confianza:
«no hay sino que comencemos luego a derribar esta iglesia, que Dios
nos ha de ayudar, y todos pediremos limosna y ayudaremos a Gui-
llamas a esto».
31. Y con esto nos despedimos el confesor Mena y yo. Y a la
mañana, viernes, de mañana, torné a oir misa en el monasterio, y me
despedí de la Priora y de las otras tres monjas por la grada, y
tomé el camino para El Escorial, que es el derecho para Aladrid; y
sábado tuve una carta de el Duque, que el embajador persiano llegaría
aquella noche a San Lorenzo, que Su Maejstad mandaba asistiese
yo con él, y el Prior a mostrarle la casa, como se hizo el domingo,
desde muy de mañana, hasta las dos después de medio día. Y a esta
hora él se partió su viaje para Lisboa, donde había de embarcar, y
yo para Madrid, donde llegué al anochecer. Resta decir que en todo
el camino, desde ñvila hasta Madrid, no pude apartar de la imagina-
ción, y me daba el espíritu que sería bien pedir yo esta limosna, pues
hacía derribar la iglesia; y que cuando llegara la que fuera menester,
yo, de mi hacienda, aunque tengo bien poca, o aunque me vendiese, la
hiciese. Y así
32. ñpcado en mi posada, inmediatamente fui a hablar a mi con-
fesor, primero que viese a nadie, que querían ya cerrar la portería,
y llevábale todas las trazas viejas y nuevas. El no me dixo otra cosa
sino que nada quería ver aquella noche; sino que otro día lunes, de
mañana, le viese y llevase las trazas. Parecióme que debió de tener
larga oración sobre el caso, como abaxo diré.
Fuíme a reposar a mi posada sin entrar en palacio, ni ver a nadie;
y a la mañana, lunes, a la hora puesta, fui y mostréle las trazas, y
contéle todo cuanto había pasado>, y cómo no pude hablar a la monja
que me encomendó, sino dos palabras. Y por saber quién era la com-
pañera, si me lo decía, pedí en flvila al Padre Mena los nombres y
oficios de todas las monjas, así seglares como del coro. Y pregúntele:
«Padre, ¿cómo se llama la compañera de la monja que me dixo?» A esto
me respondió: «Ella lo sabe, sin querérmelo decir». Y ansí le mos-
tré las trazas, y di todo a entender, y cómo era fuerza derribar toda
la Iglesia, que iba de piedra seca g barro, y tornarla a sacar de sus
38^4 «PENDICES
cimientos, y hacerla de sillería toda. Dixo: «Está bien todo así. Lo
que agora ha de hacer, es ir a QuillamaSi, y en presencia de su mu-
jer, decirle cómo conviene esta iglesia hacerla así, y que será costosa,
y hacerles un requirimiento, una y dos veces, que si no la quiere ha-
cer así, que se la dexe toda, que el la hará, y ofrézcales algo porque
se la dexen. a él solo; y si se la dexan, bienaventurado hombre». Esto
dixo, poniéndome las manos en los hombros: «Más ha de hacer, dice,
si no se la dejan; ha de ayudarle a pedir la limosna. Y pídala al
Rey y a la Reina, y al Duque, y a los Grandes y caballeros de
la corte», nombrándome algunos, «y al obispo de Avila, y al Marques
de Velada; y ¡él, sobre los seiscientos reales que ha ofrecido, cúmplalos
a mil reales, y tome un papel, y vaya escribiendo en él, por la orden
que fueren dando las limosnas, lo que da cada uno, por su orden, como
lo fueren dando; y él escríbase también, que da mil reales para la
obra, sin lo dado». Me lo dixo dos veces que lo pusiese así, y quC/
como de mío, dixese a Guillamas que él también diese limosna y tam-
bién lo escribiese; y que al Rey no le pidiese hasta la postre, de
manera que con la limosna que Su Majestad diese, se echase la clave
a la bóveda y se acabase. Dixo más con un grandísimo afecto, «que
el Señor tenía librada su salvación de todos cuantos diesen limosna
para esta obra en este servicio, que le habían de hacer de darla; y esto
aunque fuese muy poca». Yo quedé muy maravillado de las trazas
del Señor. Sea bendito por ello.
33. Quíseme despedir; y ya que me iba, dixo: «Espere, que queda
otra cosa, y como recorriendo su memoria, dixo que en toda la iglesia
no había de haber armas, ni letrero de nadie. Yo le repliqué: «Las
armas de Nuestra Señora, ¿no las pondremos?» Dixo: «Esas sí». Con
esto me despedí, y fui desde allí en casa de Guillamas; y en pre-
sencia de su mujer, hice el razonamiento, y de cómo me había ido
en él camino, y allá. Y con gran disimulación les hice el requirimiento,
que la obra sería muy costosa; que me la diesen, que yo les daría
mil ducados. Estuvieron suspensos y pensativos un rato, mirándose el
uno al otro. Respondió él, que no me la dexaría a mí solo, aunque
le diese diez mil ducados. Yo le dixe, que pues no quería dejármela,
que yo le ayudaría a pedir la limosna, y cumpliría sobre los seiscien-
tos reales a mil; y así se los di en plata la resta. Y como es
quien paga toda la Casa real, en sus gajes han librado muchos de los
que han dado la limosna. Despedíme de él; volví a decir a mi confe-
sor lo que había pasado, y tornó a lamentarse de la mujer, cómo había
desistido al marido en que desde el principio fuese bien. Tornó a
tratar de las monjas, y preguntó por la Priora; y dixo que en esta
obra ella era mujer de poca fe, más que las otras. Y esto otras muchas
veces me lo ha dicho.
3^1. Hasta hablar a Guillamas, y volver al Padre confesor, en
estas idas y vueltas pasó tres horas, de las ocho a las once. R esta
hora fui a palacio, y vi al Rey y al Duque. Díxeles cómo me había
ido en el camino, y les había trazado de nuevo la iglesia, porque la
llevaban mal fundada. En esto se entró Su Majestad a misa al ora-
torio; y al cabo de un poco, paseando en la galería de el poniente
de la Casa real, el Conde de Nieva me preguntó: «¿Dónde hemos es-
APÉNDICES 385
tado estos días, señor Fulano?» Yo le dixe adonde, y que unas po-
bres monjas de San Joseph de Avila llevaban una iglesia de ial
manera, que era menester derribarla y hacerla de nuevo. Dixo: «¿De
qué dinero?» Yo dixe que de la limosna que daría su señoría y todos
los caballeros de la corte. Díxome: «No se meta en eso, lue anda
todo muy alcanzado»; g dio una vuelta, y volvióme las espaldas.
Sabe Dios si quedé un poco triste, viendo que a la primera persona
a quien había pedido, me había salido en blanco. Mas el Señor pro-
veyó de tal manera, que a tres o cuatro pasos que dio a la parte
contraria, volvió, a mi con gran fervor, y dixo: «Para esa obra yo quie-
ro ser el primero». Y entróse en un cubillo, donde en palacio tengo
las trazas, y tomó tinta y pluma, y hízome una libranza en sus gajes,
de cien ducados. Yo alabé a Dios. Y dende a poco antes de salir el
Rey a comer, le mostré las trazas viejas y nu2vas; y dixe cómo for-
zosamente se había de derribar la iglesia y tornar a fundar, y hacer
de las limosnas que Su Majestad, y los caballeros y personas de su
corte diesen, y que ya había buen principio, porque el Conde de Nieva
rae había dado cien ducados, y mostréle la libranza, que casi no estaba
seca; pero que iba pidiendo a todos; que ahora no le oedía nada a
Su Majestad hasta la postre; que pediría a los caballeros. En esto
llegó el Duque, y díxele lo mismo, y mostré la libranza, y dixe que
a todos pediría, si no a Su Alajestad, que no le pediría hasta la postre.
El Rey dixo: «Bien; pedid por allá».
35. Cogí las trazas y fui pidiendo. No vine ese día a comer a mi
casa, y ya tenía casi cuatrocientos ducados, que fué harto para no
haber pasado sino medio día que vine de ñvila. Fui aquel día, y otro,
y todos, pidiendo a unos y a otros, desde el Grande al caballero, y
otras personas de la Casa real. Los Grandes me dieron, los más,
a quinientos reales en dinero; otros en sus gajes, y a cien ducados.
Dióme la Reina quinientos reales, y su camarera mayor, trescientos;
y el Duque de Lerma, quinientos; y todos los fui asentando por el
orden que lo fueron dando, como me lo habían mandado. Y \]a, como
había con qué, invié mi aparejador de las obras de el alcázar de Ma-
drid a ñvila, con las trazas, a que concertase la obra; y llegó allá
dos días antes de San Joseph, que es a d.iez y nueve de Marzo; y ese
día allá la remató la obra en un tanto, que fué cuatro mil y novecientos
ducados, sin las capillas; que por haber la piedra en aquella tierra
junto a la obra, fué tan barata. Aunque después se ha acrecentado la
obra, que llegará a doce mil, como abaxo diré, número 51.
36. Pues yendo pidiendo la limosna, me acaecieron cosas, que por
no alargar, diré solas dos. Una, que el Duque de Peñaranda, hijo de
el Conde de Miranda, me había de haber dado docientos ducados de
cierta cosa días había, y muchas veces me decía: «Yo libraré aquel
dinero». Y como le pedí limosna para esta obra muy declaradamente, no
le pude catequizar que le pedía limosna, sino los docientos ducados,
con decírselo muchas veces. El no lo tomó sino por esto; y tomó la
pluma, y hízome mi libranza, y diómela. Yo le dixe: «no pido esto,
y ya lo he dicho muchas veces, sino limosna en sus gajes para esto».
Entonces dixo: «A eso, y a esotro». Tornó a tomar la pluma, y hízome
II 25
386 APENDICBS
libranza en Guillamas para este efecto. Yo alabé a Dios de que se
sirviese de hacer mi negocio primero que el suyo.
37. La otra fué, que el día de Señor San Joseph, estando el
oficial concertando la obra, y yo «n Madrid, como he dicho, pidien-
do limosna; y este día de este Santo bendito dixe entre mí como
habían pasado el mediodía, que eran las doce y media del día:
«hoy día de el bendito Santo ¿no nos ha de dar Dios algo para
su iglesia?» ¡Cosa maravillosa! que le pedí a cierto personaje, y es-
tando haciendo una libranza de cien reales, llegó otra persona, y
preguntó: «¿Qué se hace aquí?» No porque lo ignorase, porque me
había dado una poquita limosna para cumplir con sus criados. Con
todo dixímosle el otro y yo lo que era; y fué escribiendo. El que lle-
gó, tiróme disimuladamente de la capa, y dixo, apartándome un poco,
y díxome: «Para esta obra yo daré rail ducados, y de hoy en seis
meses, con condición que no lo ha de saber persona nacida en el mun-
do; porque lo hago por Dios, y no importa que lo sepan los hom-
bres». Yo se lo agradecí, y prometí de no decirlo a nadie, como lo
he cumplido, y cumpliré en no decirlo; pero el caso, sin decir quién,
a muchos lo he dicho, para que se alabe a Dios. Fué tan legal esta
persona, que a los tres meses, menos tres días, me dio los mil
ducados, en reales de a ocho y de a cuatro. Y sé yo que los
tenía en cuartos, y le costó a su mayordomo cuarenta ducados trocar-
los en plata. Yo los envié luego al licenciado Mena, confesor que
he dicho de las monjas; porque es el que asiste a la labor de la
obra, y pagar los oficiales; y esto ha hecho, y hace con grande
cuidado. Díxele por una carta el caso, y a las monjas también.
Escribiéronme que fuese quienquiera no lo querían saber; pero
de encomendarlo mucho a Dios, en su vida se olvidarían.
38. Diferente fué este caballero que otro, que habiéndosela pedido
algunas veces, la última se resolvió que no rae daría una blanca, ni
una tabla para esta obra; y parece se enfadó. Certifico la verdad,
que no pasaron veinte horas de como me dio esta áspera respuesta,
que dentro de ellas perdió al juego treinta mil ducados, y anda bien
alcanzado. H este modo podía decir mucho; pero baste esto, y decir
que mi mesrao confesor, con no poder tener dineros, ni le toma en
su mano jamás, quiso ganar este premio, y me dio para la dicha obra
mil y docientos reales en plata, enviando un billete a un amigo suyo
que me los diese. A otras personas religiosas he pedido, y me han
dado, así frailes, como monjas, lo que cada uno puede; que con nom-
brarles para iglesia de San Joseph, la primera que fundó la Madre
Teresa de Jesús, luego las mueve Dios a darlo. Hasta hoy no he
pedido a persona, que no sea conocida mía. Yo quisiera pedir a mu-
chos, porque ganaran mucho muchos; mas por la bondad de el Señor,
tengo muchos conocidos. De todo lo que hacía, y de lo que me daban,
siempre he acudido a dar parte a raí confesor. Y cuando sabía que
me daban, decía: «¡Oh beatos hombres!». Y cuando decía que no me
daban, le pesaba en gran manera, que en forma se entristecía y la-
mentaba mucho. Y a algunas me dixo que les echasen personas o terce-
ros, amigas o parientes suyos, para que les induciesen a dar.
39. La obra se derribó toda en bien breve, y se deshicieron hasta
APÉNDICES 387
los cimientos viejos, y se empezaron a abrir las zanjas para los nue-
vos. Y los de la ciudad de Avila, como velan que en pocos días
habían levantado la iglesia, y luego la tornaron a deshacer, maravillá-
banse, y preguntaban,' quién hacía aquella obra. Nadie sabía de-
cirlo. Algunos juzgaban que las monjas estaban muy ricas. Y podría
ser algunos lo tuviesen por locura de el que la hacía, en derribar.
Otros decían que aquella era obra de Dios. En fin, a los prin-
cipios hubo diferentes pareceres.
40. Pues, como atrás he dicho, e] Duque de Lerma rae dixo ha-
bíamos de ir juntos a Lerma; por sus ocupaciones no pudo él. Invióme
a mí con su tesorero a que juntos fuésemos y trazásemos lo que
se había de hacer allí en sus obras: digo, yo que lo trazase, y el
otro que lo gastase. Esto fué a tiempo, que el día de Nuestra Señora
de Marzo estábamos dos jornadas antes de Lerma. Y hízose esto
así. Y trazado lo que tenía, tuve carta del Duque, que desde Lerma
me viniese a aguardarle a Valladolid, que estaría allí en San Pablo
para el Domingo de Ramos y toda la Semana Santa. Vine a Valla-
dolid, y también por sus ocupaciones no vino; y así escribió que me
viniese a San Lorenzo, donde el Rey estaba; y en todo caso llegase
para el Jueves Santo. Esta carta recibí Martes Santo en la noche,
y como no podía llegar en un día miércoles, resolvíme de venir miér-
coles a Avila. Y salí de Valladolid con buena cabalgadura ese día,
a las siete de la mañana, y llegué a Avila Jueves Santo, a las siete
también de la mañana, y hay veinte leguas. Hablé a la Priora, y
a las tres monjas, que nos juntamos en la huerta a ver las trazas.
Y el Provincial, que había estado allí pocos días había, dejó licencia
a la Priora, que yo hablase a las monjas que quisiese. Hállelas muy
contentas, y empezada la obra.
41. Fuímonos a los oficios el licenciado Mena y yo, y ellas a su
coro. Y a la tarde pedí licencia para hablar a la monja, para quien
había traído el recado de mi confesor. Habléla en el locutorio, cerra-
dos sus velos y rejas, que nunca se habla allí, menos si no es con Padres
suyos. Y yo, con haber tanto tiempo que la trato, no he visto monja
de ellas, sino una, la que abaxo diré. Pues tratamos muy largo de todo.
Contóme muchísimas cosas, todas correspondientes con las que mi con-
fesor me había dicho, que alabé a Dios. Pregúntele por su compañera,
y cómo se llamaba. Díxomelo; y por la memoria que tenía de todas,
caí luego en ella. Es monja seglar (1), y muy simple o sencilla para
las cosas del mundo; y para las cosas de espíritu, gran persona,
muy gran sierva de el Señor, y recibe de su mano muy grandísimas
mercedes. Entre ellas fué darla parte cuando se hacía la iglesia mal
hecha, que no había de ser así, y que ella lo vería. Y lo mismo
había dicho a su compañera. Y díxome esta monja, que el Señor
fué servido se comunicasen las dos en esto de esta iglesia, y que al
primer principio la seglar había escrito a Guillamas la hiciese; y así
la empezó con aquella pobreza. Díxome muchísimas y grandísimas
cosas de su compañera; y siempre se iba echando fuera, atribuyéndolo
1 Lepa o de velo blanco. Ya hemos dicho que, probablemente, habla de Catalina de
Cristo.
388 APÉNDICES
todo a la segiar, y que ella no era sino como lengua de la otra.
Y como no hablaba con nadie, por ser segla,r, o pocas veces, la de el
coro hablaba por ella y escribía.
^2. Muchísimas cosas me dixo conforme á las de ral confesor;
entre ellas, lo que ganaría con Dios el que hacía limosna para esta
obra, y otras muchísimas cosas, que no son para poner aquí, pues no
son para este efecto. Dile el recado de mi confesor, pues la primera
vez que allí fui no pude. Recibiólo, y que lo diría a su compañera. La
cual dice le había dicho, que en la oración tenía noticia de este Padre,
y que le dixese que esta sierva de Dios, su compañera, era muy
devota de San ñntonio de Padua, y que le había alcanzado de Nuestro
Señor, que este Padre, entre millares de su Orden, fuese el que
entendiese en servir a Su Majestad en esta obra. A mí me dixo otras
cosas de parte de su compañera, que no hay para qué decirlas aquí,
que para el efecto no son apropósito. Mas una, sí, que enmendase
mi vida, y fuese muy humilde en todos mis caminos. Bien veía que
lo había bien menester, pues tanto la he empleado toda ella en
ofender a tan gran Señor. Sea por todo bendito y alabado.
43. En fin, a cabo de estar casi tres horas juntos me despedí; y
dixo dixese al Padre, mi confesor, de parte de entrambas, harían lo
que les pedía, y ella, aunque miserable pecadora, lo haría mientras
viviese, y aceptaba de muy buena gana la participación de sus sa-
crificios y oraciones. Díxome la diferencia que había habido en lo
de el hacer la iglesia de bóveda o madera; y que todo el convento,
las más eran de parecer que de madera; y lo decían en presencia
de ella y su compañera. Como sabían lo que se les había dicho a cada
una de por sí en la oración, callaban y miraban la una a la otra.
Y como veían continuar la obra, y por otra parte habían entendido
al contrario, decían a solas entre sí: «¿Cómo ha de ser esto, que se
nos ha dicho?, que la obra va muy adelante, y pondrán presto las
maderas». Causábales alguna confusión; pero por otra parte tenían
certeza que la palabra había de ser verdadera, como ha sido, y para
siempre será. Díxome una cosa: que para haber de fortificar, y sobre
las paredes y rejas poner y levantar las recuevas, habían dicho los
oficiales que era menester poner un botarete o estribo, que caía dentro
de el capítulo; y que se juntó el convento a tratar de ello, y se
resolvió que no se echase, ni se ocupase el capítulo. Y que las cegó
Dios de tal manera a todas, que cuando yo les traté de derribar
la iglesia para hacer la nueva, fué menester derribar todo el capítulo;
y sin haber réplica ninguna en todas, dieron su voto que se derri-
base capítulo y iglesia. Pues, en verdad, que no podían tener con-
fianza en el trazador que les dixo que la derribasen; pues no le
conocían, ni habían visto otra vez, ni sabían era rico, ni poderoso,
sino un pobrecillo, que es asco pensar que podía ni valía nada; y el
Señor las cegó para que no viesen ni cayesen en esto.
M. Despedido de la monja, que era ya casi noche. Jueves, fuime
a la iglesia, que por estar derribada el cuerpo de ella, y atajado un
pedazo en la capilla mayor, allí hacían los oficios estrechamente.
Estaba entonces el Obispo de la ciudad; y por la ocupación de el
tiempo santo no pude verlo, ni pedirle la limosna que se me había
APÉNDICES 389
mandado. R las diez de la noche fuíme a la procesión de la disci-
plina con el licenciado Mena. Y andando en ella, un caballero cono-
cido mío, y deudo de Guillamas, llevaba un cetro guiando la proce-
sión con los demás. Hablóme, yendo así, pocas palabras. Entre ellas,
sin decirle nada yo, me dixo me daría limosna para ayuda a la
reja de la iglesia. Viernes Santo, de mañana, hube de ir de Áv'úa a
San Lorenzo, y fui a despedir de la Priora. Y como íbamos con la
iglesia con intento de que no se hiciesen por entonces las capillas,
ella, entre otras cosas, me dixo que tomase una de las capillas antes
que las tomasen otros, para mi entierro. Esto debió de decir para afi-
cionarme a que acudiese, con más cuidado que a ella le parecía, a las
cosas de su iglesia; porque la veía derribada, tal cual ella se la tenía,
y no tornada a hacer; porque siempre dudó en que había de ser. Yo,
cierto, como miserable, cobré un enojo contra ella y conmigo, de
repente, porque tenía en Santiago de aquí de Madrid mi capilla, que
había labrado con mucho cuidado, pocos años había, y puesto en
ella a mis padres; y aunque pequeña, muy enriquecida de pinturas,
y con buena arquitectura; y que la Santidad de N. M. Santo Padre
Paulo Quinto me había hecho gracia de altar privilegiado de misa
de alma los lunes, miércoles y viernes, y un jubileo para el día de
San Cosme y San Damián, cuya vocación y de San Andrés, es la
capilla. Y tenía tratado con el hermano Pedro, de la Orden de Juan
de Dios, que había de ir a Roma, y traerme de Su Santidad más ju-
bileos. Como después fué a Roma, y lo hizo, que truxo cinco cada
año perpetuos, las cuatro fiestas principales de Nuestra Señora, y el
día de San Andrés Apóstol, con una cofradía, que en una capilla
Su Santidad instituyó.
'iS. Yo le respondí: «Madre Priora, no tiane que tratar de eso,
porque yo tengo en Madrid capilla de esta y de esta manera; y no
hay que tratar de ello»; y x:on esto cerré la plática. Ella la tomó con
decirme: «Señor, ¿qué habemos de hacer si se nos muere Guillamas?»
Porque aun no le había dicho 'pedía la limosna tan por extenso.
Yo le respondí: «Muérase Guillamas, muérame yo, muérase todo el
mundo, que la iglesia se ha de hacer, y muy bien; y con tanto cum-
plimiento, que después de acabada hemos de andar engastando joyas
por las parades». Ella se consoló, aunque bien poco, viendo su iglesia
derribada, y no teniendo certeza si se había de hacer. Despedíme de
ella, y de las tres monjas, que a ninguna de las demás nunca las
veía, y fui a mi posada, que era de el licenciado Mena, como he dicho;
y queriendo partirme para San Lorenzo, que está nueve leguas, me
dixo Mena: «Señor, tome una capilla en la iglesia antes que las
tomen otros». Yo le respondí lo mismo que a la Priora, también con
un poco de despego, y le dixe, que no tratase de ello, y entre mí:
«jVálame Dios, estos perseguidores que me quieren desviar el gusto
y contento que tengo de mi capilla de Madrid!».
46. Y con esto me despedí, saliendo de Avila, Viernes Santo, a
las ocho de la mañana; y llegué a S. Lorenzo, a las cuatro de la
tarde. Vi luego al Rey, y díxele cómo había venido por Avila, y no
había sido posible llegar de Valladolid a San Lorenzo para el Jueves
Santo, habiendo tenido la orden de venir martes a la noche. Otro
390 APÉNDICES
día, sábado, habiendo acabado los oficios en San Lorenzo, a las doce y
media, salió el Rey y la Reina de ellos a una galería de su casa,
y trataron de mi venida por Avila. Tenía la Reina entre sus damas
una que era muy amiga de una de las tres monjas, que me iiablaban
con la Priora; y juzgo yo, por lo que aiiora diré, que debió de escri-
bir la monja a la dama, que se escribían muclias veces, cómo un
hombre, de esta manera, les había derribado la iglesia. Díxome la
Reina: «Venid acá, hombre, ¿qué os movió a derribar la iglesia a
las pobres monjas?». Y esto con un poco de enojo, como que le
parecía mal. Yo le respondí: <^¿Qué sabe V. Majestad lo que rae movió?»
Ella respondió muy de presto, con el raesrao modo que antes: «¡Qué!
¿habéis tenido alguna revelación de Teresa de Jesús?» Yo, bien aco-
bardado, con mucha blandura le respondí: «No, Señora; mas movióme ver
que iba mal fundada, y si la acababan como iba, dieran con ella en
el suelo; y pudiera ser, estando llena de gente, y !os matara a todos».
Reportóse mucho, y dixo: «De esa manera muy bien hicisteis». Y vol-
vióse al Rey y díxole: «¿No le da V. Majestad limosna a Mora para
esta iglesia, que yo ya se la he dado?», ñ esto respondió Su Majestad;
«El dice que no me la quiere pedir hasta la postre; mas sin que
él me la pida, yo se la mando». Yo dixe: «Beso los pies de V. Ma-
jestad por esa merced, que no soy tan mal criado, que había de
querer dexar a V. Majestad perder tan grande premio como el hacer
limosna para esta iglesia; y a la postre yo lo acordaré a V. Majestad»,
^7. Ese día, sábado, llegué a Madrid, dos horas después de ano-
checido; que me despachó el Duque de Lerma, para que el postrer
día de Pascua partiese de Madrid para Lerma a la traza y obra de
un monasterio de Descalzas Carmelitas, que fundó allí (1). Y así, día
de Pascua de Resurreción, por la mañana, fuíme a confesar, y dixe
a mi confesor cómo había estado en Avila, y dado recado a la monja
y lo que me había respondido. Ya como sabía quién era la monja
compañera, quise probar al Padre, si era la mesma la que él me
decía. Y persuadíle mucho me hiciese merced de decirme quién era
la compañera y cómo se llamaba. Tornóme a decir lo que antes: «Ella
lo sabe»; y yo tornar más y más a porfiar, Al fin me dixo: «Llá-
mase Fulana». Yo le repliqué: «Hay cuatro de ese mismo nombre en
la casa; hágame merced de decirme cuál de éstas es». El, con mu-
cha risa, me dixo el sobrenombre. Que yo alabé a Dios en ver
que sin saberse, ni escribirse, ni el uno de el otro, ni el otro de
el otro, fuese esto. Díxele lo que habíamos tratado la monja y yo.
y cómo ella se hacía nonada, y cómo la compañera era a la que hacía
el Señor merced en esto de esta obra. El me dixo: «Ella es también
como la otra». Yo le dixe: «Padre, díxome que su compañera decía
que le agradeciese V. R. al Señor San Antonio de Padua el haberle
el Señor tomado por instrumento para su iglesia». El bendito Padre volvió
a un lado de la pared, donde tenía pegada una estampica pequeña de
San Antonio, junto a una cruz de madera, que no había otras imagines
1 Inauflutóse el 5 de Julio de 1008. AsisUeton a la ceremonia los Reues. Infantes m
el Duque.
APÉNDICES 391
en la celdilla, con grande alegría le besó, y dixó: «lOh, mí bendito
Hntonio!»; y me acuerdo que se le saltaron las lágrimas, y hizo harto
para reprimirlas, porque yo no lo viese.
48. Sin decirle yo nada de lo que me había pasado con la Priora
y con Mena, porque me pareció disparate, teniéndola yo en Madrid,
díxome: «Tome una capilla de esta iglesia para su entierro, y lábrela,
y sea la más cercana al quicial de la puerta». Yo le respondí: «Padre,
¿no sabe que tengo aquí capilla, y con tantas indulgencias, y altar de
ánima, y consagrado, que lo consagró el obispo de Chiopa, en seis
de Abril de mil seiscientos y seis, y en la capilla de mis padres?». Dí-
xome: «Déxelo todo, y haga lo que le digo. Mire no se adelante otro
a tomar este sitio que le digo. Mas querría, dixo, el estar enterrado
en esta iglesia, que en el Sagrario de la Santa Iglesia de Toledo.
Tiempo vendrá que se tenga por bienaventurado el que alcanzare a
enterrarse junto al quicial de la puerta, o en el cimenterio de esta
iglesia. Mire que ha de obrar Dios grandes maravillas en esta iglesia.
No dude en tomarla». El me convirtió de manera, que desde aquel
punto me detenniné a dexarlo todo, y pensé si sería bien llevar a Avila
mis padres y vender la capilla de Madrid. Díxeselo luego. Díxome: «No
haga tal; sino deje sus padres donde están; que se hace gran servi-
cio a Dios en su capilla con el altar previlegiado, y vayase con sus
hijos a ñvila». Preguntóme por la Priora, si se estaba incrédula, di-
ciendo; «¡Oh mujer de poca fe!» Y diciéndole yo que estaba mejor en
ella, me dixo: «No, no; muy incrédula está en esta obra».
19. Confesé y recibí el Señor. Y vuelto a mediodía a mi posada,
ya como a casa propia, la de Avila, empecé a recoger algunas cosas
que tenía para adorno a la capilla de Madrid, y empaquételas en una
caxa, y segundo día de Pascua escribí al licenciado Mena, y a la
Priora, que yo había mirado en lo que me había dicho de la capilla,
que quería hacerla, y escogía para sitio la más cercana al quicial
de la puerta, a la parte de el convento, que es la de el Evangelio,
que de la otra es la huerta, y dixe avisasen al General o Provincial
para la licencia; y si la daban, me avisasen, a Lerma, donde me volvía
el postrero día de Pascua, y fuese por vía de las monjas Carmelitas
de Burgos, que está allí cerca. Y al Mena le envié la caxa de las
cosas que he dicho, y que se las diese a la Priora; que aquello daba
de limosna cierta persona, sin decirle en ninguna manera quién; y
así lo hizo, y tuvo en hartos meses confusa a las monjas quién
podía ser el que aquello les enviaba, hasta que, a la postre, lo su-
pieron de él.
50. Fuíme, postrero día de Pascua, a Lerma. Fuese labrando el
monasterio de las Carmelitas de allí; y yo haciendo a ratos las trazas
para mi capilla de Avila, que ya por tal la tenía (que era en unas
casas de dos particulares); y para ver algunas dudas que se ofrecían
para el repartimiento de ellas, fui a Burgos;: y con licencia de el Prior
de los frailes Carmelitas, y de el Arzobispo, entré en el monasterio;
y ya la Priora de él había recebido respuesta de mis cartas, que envié,
segundo día de Pascua, a Avila, y vino con ellas la licencia del Pro-
vincial para mi capilla. Hice en Burgos un poder para el licenciado
Mena, que hiciese con las monjas la Escritura, y me obligase a darles
592 APÉNDICES
por g1 sitio cuatro rail maravedís de renta perpetuos, que hoy pago.
El me respondió que se holgaba de mi buena resolución; pero que el
me perdonaba el haber escogido, sin verlo bien, tal sitio, porque lo
quería él para sí; y así que me lo dejaba de muy buena gana; y
que supiese que el sitio que había escogido, era el capítulo, donde a
los principios de la fundación de la Orden y la casa, había tenido la
Santa Madre sus primeros capítulos, y en él había reccbido muchas
mercedes de el Señor. Y, finalmente, que en todo el tiempo que la
Santa estuvo su cuerpo en Avila, cuando lo traxeron de Alba, hasta que
la tornaron, siempre estuvo en aquel sitio, que, sin saber esto, yo
escogía para capilla. Que fuese muy en hora buena, que él holgaba de
ello (1). Yo le respondí a todo desde Burgos.
51. Ya las primeras cartas que tuve en Lerma, fué estaban iiechas
las Escrituras. Envié con un sobrino mío las trazas y dineros para
dar principio a la capilla, junto con la obra. El me respondió, que él
no quería capilla, sino una sepultura; pero que le parecía sería bien,
que para que las monjas no anduviesen tanto tiempo sin acabar la
iglesia, que sería bien que anduviesen en obra todas las capillas por
mi cuenta; o por mejor decir, por la de Dios. Que sea bendito y alabado
por siempre, que así lo ha hecho y lo ha cumplido; pues hoy están
casi acabadas las capillas, y se está cerrando la bóveda de la iglesia de
una piedra hermosísima, que es jaspe blanco y colorado, y toda la
iglesia de piedra de sillería; y el pórtico, de otra más fina, toda de be-
rroqueño, que e^s para alabar a Dios. Y están gastados hasta hoy
nueve mil ducados. Esto, sin San Joseph y el Niño, que va de piedra
mármol de Genova; que la piedra la dio el Rey de limosna, y el Santo
es de cuatro dedos más alto que el natural, y cuesta de hacer de sólo
manos de el artífice, sin las insignias de sierra, vara y diademas, que
han de ser de bronce dorado, seiscientos ducados de sólo manos;
y asentada encima del pórtico de la puerta principal, donde ha de
estar, costará ochocientos y cincuenta. Y la iglesia de todo punto
acabada, sin reja de hierro, retablos, ni adornos de pinturas, llegará,
sin contar lo que cuesta la hechura de el Santo, doce rail y quinientos
ducados, poco más o menos. Las puertas se hacen de madera de
angelín, de la India de Portugal, madera incorruptible, con clavazón
de bronce dorado.
52. Todo esto he dicho para que se alabe a Dios, que es el
que lo hace, y se vean sus trazas, y lo que quiere honrar en esta
vida esta Santa. Que mil veces me he acordado de lo que dice en el
Libro de su Vida, al fin de él, por estas palabras: «Esto era todo en
San Joseph de Avila, adonde también una vez entendí: Tiempo vendrá
que en esta iglesia se hagan muchos railagros: Uaraarle han la iglesia
santa. Esto entendí en San Joseph de Avila, año de rail quinientos
1 A pesar de lo que aqui se dice, la Capilla levantada en el antiguo capítulo de Sta. Te-
resa, que es la primera de la parte izquierda según se entra en la iglesia, y lleva por título la
Natividad del Señor, se debe a Francisco A\ena. Allí descansa su cuerpo y lt)s restos de sus
padres y hermano D. Francisco, confesor y capellán de las Carmelitas, que murió el 2 de Mayo
de 1615. F anci co de Mora, con haber llevado a enterrar dos hijos suyos a San José, seglin
afirma en el número 55, se decidiiia al fin por su capilla de A\adrid paia sepulcro suyo y de su
familia.
APÉNDICES 395
setenta y uno» (1). Parécerae que lleva buen camino para cumplirse
esta profecía. lY qué de veces me ha dicho esto mi confesor, intitulán-
dola no por otro nombre sino la iglesia santal
53. Réstame decir cómo en el tiempo que esta obra ha tardado
en hacerse, no se le ha pedido al Rey limosna, sino agora a la postre,
como me fué mandado, y así se ha hecho. Y Su Majestad lia ofre-
cido, para dar fin a ella, veinte mil reales, y tiene muy grande devo-
ción a esta Santa y a su Orden. Y el Miércoles de Ceniza pasado, que
ha hoy ocho días, estando en San Lorenzo el Real, fué a la librería, y
mandó llevar el Libro de las Fundaciones de esta Santa a su aposento,
y leyó mucha parte de él en presencia de algunos criados suyos, y
recio, que le oían. Doy fe de ello; porque llevé y traxe el libro a
la Librería. Mi confesor de todo esto está muy gozoso, y me ha dicho
que otras cosas tiene de hacer el Rey (Dios le guarde), en servicio
de esta Santa, y a mí me ha dicho que yo lo veré. También me
ha dicho algunas veces, de las que en estos dos años, poco más, que
ha que me confieso con él, después que se dio principio a esta obra,
viendo el poco aprovechamiento de mi vida, y que todavía ando me-
tido en el cenagal de mis vicios y pecados, que no me enmendaba
un día más que otro: «Que mirase que enmendase mi vida, que tenía
grande obligación, más que otros, no me quitase el Señor la joya que
me había dada, y la diese a otro». ¡Oh Señor! por la sangre preciosa
vuestra os suplico, por quien vos sois, no miréis mis maldades, ni
a lo que en esto, ni en todas las cosas os ha servido este miserable
pecador; sino que, según vuestras grandes misericordias, hayáis pie-
dad de mi, y me deis gracia para que en todas las cosas os sirva
y ame. Amén, amén, amén.
54. He suplicado muchas veces a mi confesor, que, pues es tan
devoto de esta Santa, le honre con decir su dicho en esta ocasión
de su canonización, pues sé yo tiene tanto de qué. Y la última vez
se lo escribí por un billete, al cual me respondió por escrito por las
palabras siguientes: «No conviene que ofrezca yo para esto mi cor-
nadillo; porque la diligencia que ahora se hace, es una ceremonia
santa, pero no es el fundamento en que estriba su santa canoniza-
ción; que para ello verán su aspereza de vida, paciencia, y la con-
tinua contemplación, revelaciones y milagros hechos por sus mereci-
mientos. Por tales tengo a cacfa cual de sus monasterios, hijos y hi-
jas santas, a sus dichos y libros. Y vayan a las aprobaciones de sus
libros de los hombres más graves y eminentes de España, y trasla-
den al pie de la letra sus palabras, más divinas que humanas; que
ellas darán suficiente testimonio de las prerogativas y aventajados
grados de gloria de que goza esa gloriosa Patriarca». Después de lo
escrito, me dixo un día, que por ninguna manera diría su dicho; que
lo dixese yo, sin nombrarle a él, ni a las dos monjas; y que para
esto me daba licencia; con que mi dicho lo escribiese yo, y diese ce-
rrado y sellado para los señores que lo han de ver, y no más.
También me ha dicho que con lo que a esta Santa le sobra para su
canonización, se podían canonizar muchos santos.
1 Propiamente no viene en la Vida, sino en las Adiciones a ella. (Cfr. Relación XXII, p. 54).
394 APÉNDICES
55. Bien sé que si se acierta a tomar sus dichos a las monjas de
San Josepii, y entre ellas a estas dos, que a lo menos la lega dirá
mucho; porque, como es tan sencilla, lo dirá a mi parecer. Por-
que en estos dos años que he estado a solas dos veces con ella en
el locutorio, con gran sencillez me dixo muchas cosas, todas sobre la
iglesia; y como el Señor le había dicho, que aunque estaba tan
adelante, que no había de ser aquella la iglesia, como se ha visto.
También la Priora, que siempre ha estado con tanta incredulidad,
tanta, que para asegurarla que yo no me mudaría, ni dejaría de la
mano aquella obra, me fué forzoso llevarle dos hijos míos peque-
ños defuntos, con que se aseguró algo, y los tiene en el coro en el
nicho que tiene hecho para la Santa Madre, que atrás dixe; agora,
a la postre, parece que está más segura de que esto no lo podían
con esta brevedad hacer los hombres sin el favor de Nuestro Señor;
tanto, que ha pocos días que me dixo, como yo voy allí de dos a
dos meses: «Agora, Señor, nosotras podemos decir lo que los de Sa-
maría: Ya no creemos por lo que tú nos dices, sino por lo que nos-
otros vemos». También el Obispo de Hvila, viendo mi continuación,
me dixo un día: «Este es un milagro de la Santa Madre, traer tan
continuo aquí a Francisco de Mora; que si lo hubiéramos menester
para alguna cosa, ni una vez no pudiéramos, por tan ocupado con el
Rey, aunque se lo pagáramos muy bien». También los de la ciudad
no acaban de entender lo que sea. El Señor sea bendito. Amén.—
Francisco de Mora.
APÉNDICES 395
LIX
LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA SUPLICA A SU SANTIDAD LA BEATIFICACIÓN DE
SANTA TERESA, AÑO DE 1602 (1).
Beatísimo Padre: Habiendo sido constituido por la gracia divina
Prepósito en el gobierno de todo el Urbe en estos tiempos de tanta
corrupción moral, para la salud de la República cristiana, y en el
cuidado de volver el rebaño a Vos encomendado por Cristo Señor
Nuestro al buen camino para que consiga su salvación, consumáis día y
noche vuestras fuerzas, consideramos que nada más acepto será a V, B.
como que se ofrezcan ocasiones para manifestar a los fieles la santi-
dad de aquellos que, recibidos ya en la mansión de la gloria, gozan
de perpetua felicidad. Porque no hay preceptos ni prescripciones con
las cuales tan fácilmente se exciten los hombres a enmendar su vida,
como la consideración de las virtudes heroicas que para su imitación
se les presentan. Siendo esto así, juzgó esta vuestra Academia salmanti-
cense que seria muy grato a V. S. consignar en carta presentada a
vuestros pies este su dictamen: y de manera especial cuanto cono-
ciese pertenecer a la santísima mujer Teresa de Jesús, que ha lle-
nado con la fama de sus virtudes, no sólo a España, .sino también
toda la Europa; y de ella hemos de manifestar, no tan sólo aquello
que hubiéremos oído, sino también lo que con nuestros propios ojos
estamos viendo, y casi tocamos con nuestras manos.
Porque esta mujer escogida, durante su vida dio pruebas de ha-
berse ejercitado en el cultivo de excelsas y preclaras virtudes, en tal
grado, que no pudieron ocultarse, y además en ocasiones fueron con-
firmadas con milagros. Estos aumentaron después que ella murió, y
cada día se repiten otros nuevos, para mayor gloria de Dios. Su casto
g virginal cuerpo se conserva íntegro e incorrupto, y sus miembros
destilan un licor de olor suavísimo. Ella instituyó una Orden reli-
giosa de hombres y mujeres, y les dio reglas y estatutos que les
afianzan en la virtudj y les impelen al conseguimiento de la perfección,
según es notorio. Y esta Orden ya no es inferior a las demás, ni en
número de casas religiosas de ambos sexos, ni en el estudio y de-
voción del pueblo. Tanto es así, que parece que tan grande incremento
en tan breve tiempo, dada la imbecilidad humana, no ha podido ser
1 Los tres principales centros de cultura, de fama universal, que entonces tenia lo penín-
sula ibérica, Salamanca, Alcalá y Coimbra, elevaron preces al Sumo Pontífice para obtener Ir.
canonización de la Santa. Por ser muy parecidas las instancias, reproducimos únicamente la de
la Universidad de Salamanca. La de Alcalá fué escrita en 1601, u la de Coimbra en 161L Pueden
verse estos tres documentos en latín, como originalmente fueron escritos, en la Reforma de ¡os
Desonzas de Nuestra Señora del Carmen, t. IV, lib. .XIV, c. II.
.■^96 APÉNDICES
sin orden especial de la divina Providencia. De aquí que, Beatísimo
Padre, toda la España se haya declarado inclinada a favorecer esta
Orden, g con sincera voluntad, suma piedad y constancia, dé culto
y venere a la clarísima Teresa, deseando con increíble anhelo que
V. S. la inscriba en el número de los Santos. A esta voluntad se
asocia esta vuestra Academia, porque ve que la juventud española se
estimula a practicar la virtud con el ejemplo de tales religiosos y re-
ligiosas. Y desea que esta mujer, por cuya virtud y fortaleza tantos y
tan excelentes bienes ha conseguido España, sea declarada Santa y se
celebre su culto por toda la República cristiana. Y tan digna con-
sideramos de V. S. nuestra petición, que no dudamos conseguirlo de
vuestra benignidad.
Dios Nuestro Señor, Óptimo y ,Máximo, se digne conservar bueno
y sano a V. S. para el bien de la Iglesia Católica. Salamanca, 2 de
Febrero del año 1602. Siervos humildísimos que besan los pies de
V. S. D. Francisco de Avila Guzmán, Rector. Doctor Diego Enríquez,
Fr. Agustín Antolínez, Fr. Alfonso de Curiel, Baltasar de Céspedes,
Por mandado de la Academia Salmanticense, Bartolomé Sánchez, no-
tario secretario.
APÉNDICES 397
LX
NUEVA INSTANCIA DE LH MISMA UNIVERSIDAD SOBRE LA BEATIFICACIÓN' DE LA
SANTA, AÑO DE 1611 (1).
Santísimo Padre. Años ha que postrada a los pies de V. Santidad
esta su Universidad de Salamanca, suplicó a V. Beatitud se dignase
de insertar en el Catálogo de los Santos a la Bienaventurada ^'Wadre
Teresa de Jesús, moviéndonos a tan religiosa súplica una no vulgar
certeza, que fuera de toda duda nos persuade, que todo el período de
su vida fué un agregado de verdaderas virtudes, y un maravilloso
dechado de celestiales recibos. De todo lo cual (como los que por
especial favor de la divina mano logramos en esta ciudad por algunos
años de esta Bienaventurada Virgen la asistencia) pudimos examinar
con nuestros ojos, percibir con nuestros oídos, y aún, usurpando de
San Juan en su Apocalipsis las palabras, pudimos tocar con nues-
tras manos. Esta Virgen es, o Santísimo Padre, la que sin duda
alguna adorna y hermosea la Iglesia de Dios en nuestros tiempos:
ésta la que, como hermosísima flor, exhala suavísimas fragancias, esto
es, extraordinarios y prodigiosos ejemplos, sumamente conducentes a
las mayores creces de nuestra santa fe católica, y a los mayores au-
mentos de la caridad cristiana. Obra es sin duda, que pisa de mi-
lagro las líneas, el que una mujer destituida de medios y remedios
humanos, aunque tan favorecida de los divinos, sólo con sus moles-
tos y penosos afanes, venciendo poderosas contradicciones, instituyese
en ambos sexos una tan reformada y religiosa vida, que en la austeri-
dad y reformación de costumbres tan gloriosamente se aventaja, que
en pocos años sea una de las que en estos Reinos más esclarecidamente
resplandece. Ni menos útil a la Iglesia, ni a la consideración menos
admirable, es el que una mujer sin letras participase tanto de las
divinas luces, que dejase escritos muchos libros, enriquecidos de ca-
tólicas y útilísimas doctrinas, con tan dulce, propio y agradable estilo,
que si convida a todos a registrar sus páginas, no menos excita a la
suma piedad y contemplación de las cosas divinas. Estas son, o San-
tísimo Padre, las causas que nos obligaron a proponer nuestras súplicas,
en orden a la canonización de esta Bienaventurada Virgen. Por lo
cual, todos los individuos de esta Universidad y de esta Ciudad todos
los moradores, recibieron increíble gozo cuando llegaron a ella las
Remisoriales que para la última averiguación de esta causa se ha
dignado V. Santidad de despachar. Por lo cual, en reconocimiento de
nuestro agradecimiento a un beneficio tan grande como éste, para nos-
1 Tráela el ñño Teresiano, t. VI, día 13 de (unlo.
.^98 APENDires
otros, y para toda nuestra España, besando los pies de V. Beatitud
le rendimos inmortales gracias, confiados en que por los méritos y
certificados testimonios que de España se remiten, se liará a V. San-
tidad patente la admirable perfección de vida de esta Bienaventurada
Virgen, los multiplicados y esclarecidos milagros que Dios por su
medio obra, la incorruptibilidad y entereza de su venerable Cuerpo,
que en un honorífico sepulcro se reverencia en ñlba, lugar cercano
a esta Universidad de Salamanca, donde cada día concurren de toda
España innumerables fieles a venerar con suma devoción y ansia sus
venerables reliquias. Por todos los cuales títulos, movidos y aun casi
forzados, nosotros también nos acogemos a Vuestra Santidad con nues-
tras súplicas, acompañadas de un reverente y filial afecto, pidiendo,
postrados a los santísimos pies de V. Santidad, se digne de coronar
con la última perfección y cumplimiento, el beneficio que con pater-
nal amor nos ha empezado a comunicar en esta causa de Dios,
Porque, a la verdad, como Cristo Nuestro Señor, Esposo de esta
esclarecida Virgen, ilustre y honre su cuerpo con tantas maravillas,
parece que no sólo quiere darnos a entender la crecida gloria que
concedió a su alma, sino que también nos está explicando le será
muy agradable el que con la debida unidad de los fieles miembros
de la Iglesia, mediante la suprema autoridad de nuestra santa cabeza,
veneremos y consagremos cultos a su venecable cuerpo; lo cual, oh
Santísimo Padre, se verá así ejecutado, si V. Beatitud, así como es
justo y liberal con todos los fieles, lo es con nosotros condescen-
diendo con nuestras súplicas, en poner en la canonización de esta
Bienaventurada Virgen la última mano, lo cual sumamente confiados,
esperamos conseguir de V. Santidad. Y principalmente siguiéndose de
este favor a Dios la mayor gloria, a la católica Iglesia la mayor
hermosura, honra a la Santa Virgen, lustre a su Religión, confusión
a la herética perfidia, y últimamente sumo gozo a nuestra Universidad
y a toda España, al ver cumplidos sus impacientes deseos, de que
con la autoridad de la Iglesia podemos venerar por Santa a la que
todos juzgamos digna de semejantes honores. Dios Omnipotente A\á-
ximo conserve la vida de V. Santidad por prolongados años, para el
sumo bien de la católica Iglesia. De nuestro Claustro de esta Uni-
versidad de Salamanca, y Junio a 13 de 1611 etc.
.APÉNDICES 399
LXI
CARTA DEL B. JUAN DE RIBERA, PATRIARCA DE VALENCIA AÍ3o DE 1602 (1).
Santísimo Padre. Aunque todos pueden llegar a los pies de V. Bea-
titud, prometiéndose buen despacho, esperamos nos suceda otro tanto a
los que ahora llegamos para tratar causas de Santos; porque son muy
repetidos y grandes los argumentos de lo que el ánimo de V. Santidad,
inclinado a lo virtuoso, favorece a los que abrazaron y siguieron la
virtud, cuales fueron los siervos de Dios. Lo cual procede no solamen-
te por lo apasionado que V. Santidad es de la virtud, con utilidad cre-
cida de toda la Iglesia, cuyo timón dichosamente gobierna; sino también
porque el poder, la autoridad y consiguientemente las llaves que habéis
recibido de Cristo Señor nuestro, como Vicegerente suyo en este mun-
do, lo empleáis en levantar más de punto y aumentar más y más
la gloria y el lustre de los Santos; de suerte que con toda ra-
zón podéis y debéis ser llamado Ministro de los Santos, renombre
que da el Apóstol San Pablo al mismo Cristo. Pero vamos al intento.
La vida que hizo, Padre Beatísimo, la religiosísima y piadosísima
Teresa de Jesús resplandeció por ancho y largo en todas las Pro-
vincias españolas; y esto sé que bastantemente lo sabe V. Beatitud;
lo uno, por instrumentos ilustres e indubitables de muchos que os
los han presentado; y lo otro, en virtud de dos libros de dos varones,
no menos insignes en sabiduría que en piedad, que, sacándolos a luz,
dieron público testimonio de lo que ya para nosotros era muy sabido.
A esto se añade, que todos aquellos que a Teresa hemos sobrevivido,
somos testigos, así de oídas como de vista, de la eminentísima pru-
dencia (omitiendo el tratar de las demás virtudes), que en esta aven-
tajada mujer sobresalió y resplandeció en el gobierno de las mon-
jas de su Orden; cuya enseñanza, habiendo echado profundas raíces,
por medio de esta JVlaestra prudentísima, aun permanece y vive firme
y constante. Con todo eso, yo, que entre los obispos de España soy
1 Publicamos la versión castellana, con ligeras correcciones, que de la cart-i del beato
Ribera, escrita en latín, dio el Rño Tetesiano, t. VI, p. 371.
Hemos visto muchas cartas de obispos españoles dirigidas a Clemente VIH, suplid
cando se dignase proceder a la beatificación g canonización de Santa Teresa. Publicarlas
todas sería demasiado monótono, por reducirse a las frases que en casos análogos se esti-
lan. Hacemos una excepción con e.sta del B. Ribera y con la del ilustre confesor y biógrafo
de la Santa, Padre Yepes, firmada por él. Las demás que hemos tenido en las manos, son
muy breves, y también llevan las firmas de los respectivos obispos. Se conoce que al mismo
tiempo que escribían al Papa, mandaban una copla firmada por ellos al Padre General de los
Carmelitas Descalzos. Conserváronse muchas en el Desierto de Batuecas, de donde pasaron
algunas a ¡a casa que actualmente tienen los Carmelitas en Salamanca y otros conventos.
'iOO APÉNDICES
el que los excedo en edad (1), siendo el mínimo en los merecimientos,
quise poner la mano en este negocio; primeramente por el amor
antiguo g afecto que tuve a esta sierva de Cristo cuando vivía en el
mundo; y también, porque con ansia deseo mirar esta luz o esta hacha
colocada sobre el candelero por las manos santísimas de Vuestra Bea-
titud, para que más dilitada y espaciosamente brille. Lo cierto es
que todo este negocio redundará en mayor alabanza y honra de Dios
Omnipotente. Añádese, que de esta nueva canonización y colocación
en el número de los Santos, principalmente en el sexo femenino, ha
de resultar el que se descubran muchos competidores y seguidores de
sus heroicas virtudes. Verdaderamente, que Teresa adornada y lier-
raoseada por Vuestra Santidad con este honradísimo blasón y magní-
fico nombre, seguramente intercederá por Vos a Dios, pidiendo y afec-
tuosamente rogando que os conceda una vida muy larga para el común
provecho de todos. Otorgúeselo así Dios Omnipotente y Máximo con-
curriendo con nuestros deseos. En Valencia, a 20 de Junio de 1602.
Santísimo Padre. Besa los santísimos pies de Vuestra Beatitud su hu-
milde siervo, Juan, Patrch. Antiochen. et Valentinas.
1 El Beato Juan de Ribera había nacido en Sevilla el uño 1532; contaba, por lo tanto, se-
tenta años al escribir esta carta.
APÉNDICES 401
LXII
PETICIÓN DE FRAY DIEGO DE YEPES, OBISPO DE TARAZONA A CLEMENTE VIH
PARA LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1603.
Santísimo Padre. — Como la calificación de los siervos de Dios y
de sus virtudes sea tan importante para despertar los ánimos de los
fieles a que le sirvan y reformen sus costumbres, y el celo de Vuestra
Santidad, obras y decretos, a sólo esto vayan a parar, entiendo que
será muy de su servicio el darle noticia de todos los que en virtud
y santidad se han señalado. En estos reinos de España en tiempo
del rey católico Don Felipe Segundo, floreció una gran sierva de Dios,
llamada Teresa de Jesús, de quien puedo testificar con mucha certidum-
bre, por haberla confesado y tratado familiarmente los diez años úl-
timos de su vida, que fué una de las de mayor santidad y amada de
Nuestro Señor que hubo en nuestros tiempos. Lo primero fué muy
estimada y favorecida del sobredicho Rey, porque le constaba de sus
grandes virtudes, y aunque de muchos hombres graves fué en algún
tiempo perseguida, el mismo Rey la defendió, así con los Sumos
Pontífices, predecesores de Vuestra Santidad, como contra muchos hom-
bres graves y letrados que la tenían por sospechosa, y después que la
conocieron, la amaron, aprobaron y defendieron.
Fué prudentísima y con mucha luz del cielo, y nunca jamás aco-
metió cosa grave, de que no fuese primero amonestada de Dios; pero
su obediencia y humildad era tanta, que aunque tuviese revelación suya,
nunca la ponía por obra, hasta que por sus Prelados o confesores
fuese aprobada, lo cual fué a Nuestro Señor muy agradable.
Tuvo en los principios de su conversión y en el proceso de su
vida muchos y grandes arrobamientos, y pidió a Nuestro Señor que
se los quitase, porque temía parecer mejor de lo que ella se imagi-
naba, y el Señor se lo concedió, conservando siempre en ella el
gusto y consuelo espiritual que siempre solía tener.
Sus enfermedades fueron muy grandes, y muy continuas por más
de cuarenta años, pero no fueron parte para impedir en un punto el
rigor y abstinencia de su Regia, perfección y oración continua.
Sus trabajos y persecuciones fueron sin cuento, hasta que Dios fué
servido de aprobar su virtud y modo de proceder. Fué tan notable
la paciencia con que los sufrió, que la misma persecución era el más
eficaz motivo para amar con más ternura a los que la perseguían.
Díjome un día, que en algún tiempo, cuando Dios la llamó, estaba tan
mal consigo misma, que por vengarse de sí deseaba que la pren-
diesen por la Inquisición, y gustaba de confesarse con los que sabía
que estaban mal con ella, pareciéndole que aquellos le dirían las ver-
il 26
402 APÉNDICES
dades y tíesengaflarían si iba errada. Yo sé la gran suavidad con que
sufrió el haber dicho della los que impedían sus fundaciones, lo último
que de una mujer se puede decir; y con ser sin cuento las contradicio-
nes que tuvo para estas fundaciones y reformación y restitución de
su Regla primitiva, la seguridad de que habían de pasar adelante, como
pasó, es fiel testimonio de que el motivo de su seguridad era del
cielo, porque cuando mayor persecución, mayor seguridad.
Tuvo espíritu de profecía para conocer los sujetos que le con-
venían para la reformación y aumento de su Religión, especialmente
de monjas, y a mí me consta que entendió mis pensamientos y tengo
muchos testimonios de cosas que me previno, y me sucedieron como
ella lo dijo, y algunas bien notables, que por ahora no está bien de-
clararlas.
Y con no poder sufrir que sus monjas fuesen curiosas en saber
latín, ni haberlo ella estudiado, entendió los Cantares de Salomón de
manera que hizo una muy notable exposición y tratado sobre ellos;
pero otras cosas de la Escritura no las entendió como las de aquel
libro, sino las que le importaban para ayuda de su oración y perfec-
ción; y de sus escritos consta la grande luz que tuvo de Nuestro Se-
ñor, así para las cosas dichas, como para entender el misterio de la
Santísima Trinidad, en cuya fiesta recibió grandes mercedes de su
divina Majestad, y como con esta luz se le descubrió la Majestad
de Dios, y cuan digno es de ser amado y servido y la ofensa que
recibe del pecado por leve que sea; algunos años antes de su muerte
hizo voto de no pecar a sabiendas venialmente, y vivió con esto tan
recatada y favorecida, que muchos años comulgó todos los días, y los
efectos que en su alma resultaban de esta frecuencia bien se pueden
colegir de lo que exteriormente parecía.
Soy testigo que siendo esta sierva de Dios de sesenta y seis años,
llegando a comulgar con un rostro y color de difunta, como se puede
presumir de mujer de tal edad, apretada de continuas enfermedades,
disciplinas y abstinencia y cotidianos vómitos por espacio de cuarenta
años, en tocando el Santísimo Sacramento en su labio, antes de sol-
tarle yo de la mano, en un punto se vistió su rostro de un color
rubicundo y trasparente, como si resucitara, que me causaba grande
admiración y reverencia. Y en esta edad y trabajos dichos y comer
pescado y manjares groseros, y tener los dientes negros y podridos,
salía de su boca un olor como de almizcle, especialmente después de
haber comulgado.
No quiero referir, por no ser molesto, milagro ninguno de muchos
que ha hecho esta Santa, ni la incorrupción de su carne, óleo y suave
olor que della procede, remitiendo esto a la vista; sólo diré, que el
testimonio más evidente, son los frutos de vida que dcste árbol proce-
dieron, pues no pueden nacer de árbol que no sea bueno; que se puede
juzgar de una mujer flaca, enferma, pobre, encerrada y criada en
regalo, que con su sola industria, prudencia y vida ejemplar, desde un
rincón y con muchas contradicciones haya restituido en su punto la
Regla primitiva de los Santos Profetas Elias, Elíseo y de los
Santos Cirilo y Alberto, Patriarca de Jerusalén, la cual se había re-
lajado y caído como de entre las manos de los varones sucesores
i
APÉNDICES ^03
de aquellos grandes Profetas, y que en cuarenta años estén fun-
dados más de ciento y treinta monesterios llenos de varones nobles
y letrados, y de doncellas ilustres y discretas, todos de tanta virtud,
y favorecidos de Dios como Vuestra Santidad entenderá, si fuere ser-
vido de mandar se haga información, así de las virtudes y santidad
de la Aladre, como de los hijos y hijas; que es tan notable en estos
Rexnos, por la grande y ejemplar religión que guardan, que son muy
estimados de todos, y bien pudiera encarecerlo más.
Vuestra beatitud haga esta merced a estos Reinos, y este ser-
vicio a Nuestro Señor, que mande hacer información y satisfacerse
desta verdad, y calificar esta Virgen y autorizar sus fundaciones, para
que se despierten más los ánimos a su imitación, Tarazona, a... (1).
Beatissirae Pater
Vcstrae Sanctitatis humilis servus
Fr. Didacus, eps. Tirason.
1 La carta fue escrita n 3 de Mayo de 1605. Las palabras restantes son de letra del
mismo P. Yeoes. Esta caria, si bien conforma en la substancia con la oue trae el ñño Teresio-
no, tomo V, dia 5 de AA.aü0, se diferencia algo en la forma.
404 APÉNDICES
L X 1 1 1
LA REIMfl DOÑA MARGARITA AL MISMO PAULO V, AÑO DE 1607 (1).
Muy Santo Padre. Aunque el Rey mi señor ha representado di-
versas veces la causas y razones que le mueven a desear y procurar la
Canonización de la Bienaventurada ,Madre Teresa de Jesús, y supli-
cádole instantemente le haga este favor y gracia, por el servicio
que de ello se seguirá a Nuestro Señor, y consuelo a todos estos
Reinos, donde esta gloriosa virgen es tan reverenciada y estimada
por su santa vida y heroicas virtudes, yo he querido también por
mi parte hacer el mismo oficio, suplicando a V. B. no falte en esto
al consuelo del Rey mi Señor, y mío, al bien de estos nuestros Rei-
nos, y al universal contento que recibirán todos los fieles y devotos
de la ^adre Teresa, en cuya vida y milagros que Dios ha obrado, y
cada dia obra por medio suyo, se descubre claramente la grandeza de
su santidad y el raro ejemplo con que vivió, siendo evidente testimo-
nio de esto y de cuan familiarmente la trató y enriqueció Nuestro
Señor de sus dones, lo que escribió, la reformación que hizo de una
Religión tan santa y observante, como es la de los Carmelitas Des-
calzos, en tan poco tiempo tan crecida y extendida, no sólo en la
Cristiandad, sino en las remotas partes del Hsia, con tanta gloria y
honra de Dios, que manifiesta bien lo que Su Divina Majestad la
estimó y quiso. Y cuando bien faltaran estas y otras muchas pruebas,
que testifican su gloria, la persuasión universal, arraigada en los co-
razones de los fieles, y heredada de padres a hijos con tanta devo-
ción, nos da una fuertísima y eficacísima credulidad humana de su
santidad; pues no es verisímil que permitiese Dios esto en los hijos
de su Iglesia con falso fundamento. Y porque el Marqués de Aitona
hablará más largamente en esta materia a V. S. de mi parte, le
suplico le dé entera fe y crédito, y a mí me haga en ella la
gracia que espero de V. B., mandando se beatifique su cuerpo, y se
rece de ella en su Religión, mientras se trata y verifica lo que toca a
su canonización; que toda la que V. S. me hiciere en esto, será para
mí de particular estimación. Nuestro Señor guarde la muy santa per-
sona de V. B. al bueno y próspero regimiento de su universal Igle-
sia. De San Lorenzo^ a 11 de Noviembre 1607. De V. S. muy humilde
y devota hija, Margarita, por la gracia de Dios, Reina de las Españas,
de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc., que sus santos pies y manos
besa. La Reina.
1 Cfr. Reformn de los Descalzos de Nuestr ¡ Señora del Carmen, t. IV, lib. XI\', c. II.
APÉNDICES 105
LXIV
SEGISMUNDO, REY DE POLONIA R S. S. PAULO V, AÑO DE 1608 (1).
Santísimo y beatísimo en Cristo Padre Señor S. Clementísimo.
Después de besar los pies beatísimos, y hacer humildísima entrega
de todos mis Reinos y Estados, como los rayos de santidad con que
la bienaventurada virgen Teresa ilustra en nuestros tiempos todo el
orbe cristiano, hayan también penetrado hasta este mi Reino', y la fun-
dación de Religiosos que instituyó resplandezca en él con tan notable
lustre de virtudes y ardor de religiosa piedad, que a todos causa
admiración, yo también, deleitándome sumamente de ver estos tan
gloriosos aumentos de virtud, abrazo y hago particular estima de
esta Religión, y de la diligencia y sumo cuidado que pone en propa-
gar la verdad católica, y despertar en los ánimos de los fieles la pie-
dad cristiana; la cual, como de presente trabaje porque se ponga en
el número de los Santos esta Reformadora de su Instituto, yo tam-
bién con mi voto y solícita intercesión a V. .S. deseo adelantar este
negocio del mejor modo que puedo, suplicando a V. S. quiera tam-
bién por mi causa concluirlo» y cumplirle a esta Religión, tan benemé-
rita de la Iglesia, sus deseos. En el ínterin a mí, a mis Reinos y
Estados fervorosamente encomiendo en las bendiciones de V. S. Dada
en Cracovia, a 17 de Abril 1608. De V. S. obedientísimo hijo, Segis-
mundo, Rey de Polonia.
1 Reforma de los Descalzos, t. IV, llb. XIV, c. II.
406 APÉNDICES
LXV
CARTA DEL REY FELIPE III A SU EMBAJADOR EN ROMA EN QUE LE HABLA DE
LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1610 (1).
Don Francisco de Castro, Duque de Taurisano, Conde de Castro,
de mi Consejo y mi embajador en Roma. Las Informaciones que ei
Papa mandó liacer para la canonización de la B. Aladre Teresa de
Jesús se han concluido y se envían agora, y con esta ocasión escribo
a Su Santidad la carta que va con ésta, con su copia, suplicándole
por el buen despaclio de este negocio, como cosa que yo tanto deseo por
las muchas causas y tantos títulos que para ello hay, como son el de
sus libros, la fundación de la Reformación de Descalzos Carmelitas,
en tan aventajada virtud y los grandes milagros que en todas partes
Nuestro Señor ha obrado por su medio, junto con ser natural de estos
Reinos y la honra y gloria de Dios que dello se ha de seguir; y
así os encargo y mando deis a Su Santidad la carta que sobre esto
le escribo, y le representéis de mi parte el particular contentamiento
que recibiré de que Su Beatitud trate con muchas veras de la con-
clusión de este negocio, haciendo vos sobre ello los oficios y dili-
gencias que os parecieren más a propósito en conformidad de lo dicho
y lo que os advertirá el Procurador General de la dicha Orden, que
ahí asiste; y pediréis también a Su Santidad que estos Procesos de
la canonización se entreguen en la Congregación de Ritos. Y vi-
niendo en ello, como yo lo espero, ordenaréis que los lleve el agente mío
que ahí tenéis, y vos haréis de mi parte con la Sagrada Congregación
particular recomendación para el despacho dello, y rae avisaréis de
lo que se hiciere.
Demás de los dichos oficios, os encargo y mando los hagáis con Su
Santidad de mi parte para que favorezca y ampare esta S. Reli-
gión y las determinaciones de sus Capítulos Generales, la conserva-
ción de sus leyes, la separación que se hizo tantos años ha entre
la Congregación de Italia y la de España, que todo esto es tan
justo y digno de su santa persona y ha de redundar en mucho ser-
vicio de Nuestro Señor. Y, en efecto, los ampararéis en las quejas
que suelen dar los inquietos, en conformidad de lo que os advertirá cJ
dicho Procurador General, que yo me terne por muy servido de todo el
cuidado que en ello pusiéredcs. De Madrid, a 27 de Diciembre, l6iu.
Yo El rey.
1 Consérvase esta caria en el Archivo de Simancas: Secretaría de Estado, núra. 373.
APÉNDICES 407
LXVÍ
CARTA DEL REY FELIPE m A PAULO V, AÍJo DE 1610 (1).
Mug Santo Padre. En conformidad de lo que V. Santidad mandó,
se han hecho las informaciones sobre la canonización de la B. Madre
Teresa de Jesús, y se envían ahora, y con esta ocasión escribo al Con-
de de Castro represente a V. B. las muchas causas que a mí me obli-
gan a desear y procurar este negocio, y cuan propio será de V. San-
tidad el ordenar que se abrevie y despache (2). Pero aquí, aparte,
hs querido suplicarlo a V. B., como lo hago, con el encarecimiento
posible, que demás que será para mucha honra y gloria de Nuestro
Señor, y digno de V. Santidad, yo lo estimaré por particular gracia y
favor, y que tenga por muy encomendada la Religión de los Des-
calzos Carmelitas, y los ampare y favorezca en cuanto se les ofreciere,
como lo entenderá V. B. del Conde de Castro. Nuestro Señor guarde
la muy santa persona de V. S. para el bueno y próspero regimiento
de su universal Iglesia. De Madrid, a 27 de Diciembre de 1610. De
V. S. muy humilde y devoto hijo, Don Felipe, por la gracia de Dios,
Rey de las Españas, de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc., que sus
santos pies y manos besa.— £/ Rey.
1 Reforma de los Descalzos, t. IV, lib. XIV, c. II.
2 Ya por los años de 1591 comenzaron en España las declaraciones de testigos poro fcr-
mar el Proceso canónico de la beatificación de Santa Teresa. En 1604 Clemente VIII mandó a los
Obispos de Avila y Salamanca proseguir las informaciones in genete, sobre la fama de santi-
dad de que gozaba la Vener.ibli Fundadora. Dióse por terminado este trabajo en 1607, d Paulo
V ordenó proceder a las informaciones in specie. acerca de las virtudes y milagros. Este Proce-
so, llamado Remtsorial, fué confiado a los Ordinarios de Toledo, Avila y Salamanca. En sus
declaraciones tomaron paite la nobleza y los hombres más doctos que entonces tenía Espaflo.
El último Proceso es el monumento informativo mes grande que se ha elevado a la buena me-
moria de Santa Teresa.
408 APÉNDICES
LXVII
NUEVA INSTANCIA DE LA REINA SOBRE LO MISMO, AÑO DE 1610 (1).
AVuy Santo Padre. Las obras de caridad me hacen tanta fuerza,
que no me recato da cansar a Vuestra Santidad con las que se ofre-
cen. La Orden de Carmelitas Descalzos florece tanto en estos Reinos,
asi en la decencia g curiosidad del culto divino, como en su doctrina,
clausura y ejemplos, que muestra bien la santidad de su Fundadora,
la Beata Madre Teresa de Jesús; y comoquiera que su vida está tan
calificada en sus milagros y santos libros, siendo hija de estos Reinos
y yo tan obligada del amor y afición que me tienen^ y de la devoción
de estos Religiosos, es fuerza que corra por mi cuenta la solicitación
de su canonización. Suplico a Vuestra Santidad, con la humildad que
puedo, se sirva de abreviarla cuanto sea posible, para que todos en-
tiendan las veras con que he tomado a mi cargo esta diligencia, que
recibiré en ello muy grata complacencia de Vuestra Santidad, cuya muy
Santa Persona nuestro Señor guarde al bueno y feliz regimiento de
su Iglesia. Madrid y Diciembre, 22 de 1610. De Vuestra Santidad,
su muy humilde y devota hija, Margarita, por la gracia de Dios,
Reina de las Españas, etc. La Reina.
1 Publicóla el Jlño Teresiano, t. Xll, día 22 de Diciembre.
APÉNDICES 409
LXVIll
LOS REINOS DE Lfl CORONA DE CASTILLA A PAULO V, AÑO DE 1611 (1).
Beatísimo Padre. Gran consuelo han tenido estos Reinos de Cas-
tilla con la merced que V. S. se ha servido hacerles en la conce-
sión de los Breves para las últimas informaciones de la canonización
de la Venerable Virgen Teresa de Jesiis, mostrando con ellos tan uni-
versal alegría, que cuando no hubiera de su santidad y raras virtu-
des tan grandes testimonios, el universal aplauso que todos han hecho
a sus informaciones, parece indicio claro de la crecida gloria que goza.
Y aunque es causa esta de toda la Cristiandad, en particular tienen
estos Reinos obligación de representarlo a V. S., y las voces co-
munes y encendidos deseos de todos los Estados, que van acompa-
ñando sus informaciones hasta los pies de V. S., solicitando la breve-
dad de su canonización. Y aunque para esto ayuda el ser natural de
estos Reinos y el provecho que en ellos y otros ha hecho por medio
de sus religiosos, y de los muchos milagros que por su medio Nues-
tro Señor ha obrado, hace mucha instancia para suplicar a V. S. con
nueva instancia esta merced, que siendo estos Reinos tan fieles sub-
ditos de la Iglesia y obedientes hijos de V. 9. y tan grande el afecto
general a esta venerable Virgen, no se puede dejar de sentir que no
lleven por guía la determinación y decreto de V. S., porque la devo-
ción de los fieles ha crecido tanto, que en sus necesidades acuden a
socorrerse de su intercesión, con gran certeza que goza en el ciclo
de aventajado lugar entre los santos de él; y haber sido medios efi-
caces para reformación de costumbres y ejercicio de virtudes, la que
hizo en su Religión y doctrina de sus libros; y este fruto sería de
mayor utilidad y eficacia si esta Santa estuviese canonizada. Y así,
como causa, no sólo particular, sino común también de la Iglesia,
suplicamos humildefnente a V. S. que para alabanza de Dios, admi-
rable en sus santos, para bien de las almas, consuelo de los fieles,
confusión de los herejes y honra de estos Reinos, se sirva de mandar,
que con toda brevedad se trate de perfeccionar su canonización, con
que los fieles podrán libremente venerarla con sacrificios, y valerse
con mayor seguridad de su favor; porque sólo falta que el Espíritu
Santo nos certifique de su gloria por medio de V. S., cuya beatitud
guarde Nuestro Señor largos años para bien de su Iglesia. En Madrid,
a 2 días del mes de Febrero de 1611 años. Beatísimo Padre. El hu-
milde y devoto Reino de Castilla, que los santísimos pies de V. S.
besa. Por acuerdo del Reyno de Castilla, Don Juan de Hinestrosa.
1 Este documento, lo mismo que los dos siguientes, pueden verse en la Reforma de los
Descalzos, t. IV, lib. XIV, c. II.
'ilü Al'ENDICES
LXIX
EL señorío de VIZCAYA fl SU SANTIDAD, AÑO DE 1611.
Santísimo Padre. Tiene este Señorío de Vizcaya tan general no-
ticia de la vida que liizo la virgen Teresa de Jesús, y de los grandes
milagros que después de su muerte y por su intercesión Nuestro Se-
ñor ha iiecho, que liabemos estado todos con grandes deseos de que
V, S. haga a estos Reinos la merced que comenzada tiene para la ca-
nonización de esta Virgen, porque será para todos de grandísimo con-
suelo y sublimada devoción, como al presente la tenemos en la le-
yenda de su vida y reliquias que de esta Santa se alcanzan, ñsí, su-
plico a V. S., humildemente y con el encarecimiento que puedo, se
sirva de perficionar esta obra, la cual será de tan grande consuelo
a nuestras almas, como dechado para nuestras vidas. Y la brevedad de
este caso tenemos esperanza de conseguir de V. Beatitud, cuya vida sea
tan larga como ha menester la Cristiandad y lo deseo. De este Con-
sistorio, a 24 de ñbril de 1611. Por decreto de la ciudad de Orduñai,
Cámara del muy noble y leal Señorío de Vizcaya. Su Secretario,
Juan de Vidaurres.
APÉNDICES 411
LX
f»L REINO Y CORONA DE ARAGÓN A SL' SANTIDAD, aRo DE 1611.
Santísimo Padre. Este Reino ha tenido general consuelo con la
merced que V. S. le ha hecho en ia concesión de las ñemisoriales para
las últimas informaciones en orden a la canonización de la Vene-
rable virgen Teresa de Jesús, a quien tenemos particular devoción,
demás de otros títulos generales, como son, el ser ella natural de estos
Reinos de España, el grande y conocido aprovechamiento que con
sus escritos ha hecho en las almas, viendo la experiencia de esta
verdad los aficionados y devotos que los leen, exhortándoles a la vir-
tud, con que se da muestra del precioso tesoro que en sí está ence-
rrado de su celestial doctrina, y también por la Religión a que dio
principio esta Santa, que es una de las más ejemplares y bien acre-
ditadas que hay en la Iglesia de Dios. Y cuanto estas maravillas son
obradas por más flaco sujeto, tan superiores al caudal de una mujer,
tanto descubren más a la clara haber sido Dios el autor principal
de ellas, y los milagros que cada día la Majestad Divina obra por
medio de sus reliquias, son indicios manifiestos de la gloria que esta
santa Virgen tiene en el cielo. Y porque entre los demás piadosos
ruegos, que junto con sus informaciones, llegarán a esa Santa Sede,
es justo les acompañen ios nuestros, suplicamos a V. S., con el afecto
de humildad que podemos, se sirva de honrar este Reino y República
con la brevedad de la canonización que esperan, con aplauso común y
deseo universal; lo cual, junto con la noticia del paternal amor y pia-
doso celo de V. S., nos mueve a que, obligados con nuevos beneficios,
supliquemos a Dios Nuestro Señor guarde y prospere la beatísima
persona de V. S. muchos años para el bien de su Iglesia, como la Cris-
tiandad ha menester y nosotros deseamos. De Zaragoza, a 11 de JWayo
de 1611. Besan los pies de V. S. sus humildes siervos y devotos. El
Obispo de Uíica, Abad de Rueda, Alonso Labajas, Aparicio de Mingue-
jón, Don Martín de Bolea y Castro, Don Luis de Herrera y Quzmán,
Diputados del Reino de Aragón. Pedro López, Secretario.
H\2
APÉNDICES
LXXI
EL ARCHIDUQUE ALBERTO Y LA INFANTA ISABELA, CONDES DE FLANDES,
A S. S. PAULO V, AÑO DE 1611 (1).
Beatísimo Padre. Los afectuosos y devotos obsequios de nuestra
veneración y culto para con la B. Al. Teresa de Jesús, Fundadora
del Orden de Carmelitas Descalzos, por la singularísima integridad de
su santa vida, y señales ciertas de sus virtudes, la hacen en toda Es-
paña, no sin merecerlo, tan celebrada, que vehementemente deseamos,
que cuanto antes se ponga en el número de los Santos; de la manera
que también parece piden lo mismo los muchos y grandes milagros
que Dios ha obrado por los méritos de la bienaventurada Teresa, los
cuales, como sean tan ilustres y públicamente testificados, confiamos
que V. S. ha de comprobarlos con su voto e infalible juicio. Lo cual,
como con ardientes ansias, por el afecto a la dicha Teresa, lo de-
seemos, así eficazmente suplicamos a V. S. no permita diferir esta
canonización más tiempo, ni que la que en los cielos triunfa, inserta
en los coros de los Santos, se defraude en la tierra del culto debido
a sus méritos. Esto redundará en mayor gloria de Dios, alabanza de
V. S., ornamento de la Iglesia Católica, y maravillosa consolación
nuestra. Dios óptimo, máximo, conserve con entera salud a V. S. mucho
tiempo para bien del orbe cristiano. Dada en Bruselas, a 3 de Agosto
1611. Sanctitatis vestrae obsequentissimi Filii. Alberto, Isabela.
1 Reforma de los Descalzos, t, IV, llb. XIV, c. II.
APÉNDICES 413
LXXII
BREVE DE BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, DE 24 DE ABRIL DE 1614 (1).
Paulo Papa V. para perpetua memoria.
Teniendo Nos en la tierra, aunque indignos, las veces del Rey
de la gloria eterna, que corona con diadema de vida inmortal a sus
fieles siervos, por el oficio pastoral que Nos está encomendado, pesa
sobre nosotros la obligación de oir las peticiones de los fieles de
de Cristo, especialmente de los Reyes Católicos, de los príncipes y
de las familias religiosas, cuando se ordenan al acrecentamiento del
honor y de la veneración debidos a los siervos de Jesucristo, por lo
cual de buena gana les hacemos gracia de acoger benignamente sus
votos, según que vemos convenir saludablemente en el Señor, ñhora
bien, en nombre de todos los amados hijos de la Orden de Carme-
litas Descalzos de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo
se nos ha hecho relación de que la Fundadora de dicha Orden de
Carmelitas Descalzos, Teresa de Jesús, de gloriosa memoria, fué ador-
nada por Dios con tantas y tan eximias virtudes, gracias y milagros,
que la devoción a su nombre y su memoria florece en el pueblo cris-
tiano; razón por la cual, no ' solamente la dicha Orden, sino también
Nuestro querido iiijo Felipe, rey católico de las Españas, y casi todos
los Arzobispos, Obispos, Principes, Corporaciones, Universidades y sub-
ditos de los reinos españoles, han elevado a Nosotros repetidas veces
humildes súplicas, pidiéndonos que, mientras la Iglesia concede a Te-
resa los honores de la canonización, los cuales, atendidos sus grandes
merecimientos esperan no ha de tardar mucho en otorgárselos, todos
y cada uno de los religiosos de la dicha Orden puedan celebrar el
sacrosanto sacrificio de la misa y rezar el oficio de dicha Teresa
como de Virgen bienaventurada. Así pues. Nos, examinada con de-
tención esta causa, por medio de nuestros venerables hermanos los
Cardenales de la santa Iglesia Romana, deputados para los sacros
Ritos, a quienes encomendamos su estudio, y oído su consejo favo-
rable a estas peticiones, concedemos que en adelante se pueda ce-
lebrar en todos los monasterios e iglesias de la dicha Orden de Car-
melitas Descalzos y por todos los religiosos de ambos sexos el oficio
y la misa de la bienaventurada Teresa como de Virgen, el día de
su glorioso tránsito, esto es, el día 5 del mes de Octubre (2), y que
en la villa de Alba, diócesis de Salamanca, en el monasterio y en la
1 Bullatium Catmelitanum, t. II, p. 370.
2 Hasta el año de 1Ó29 no se fijó la festividad de Sta. Teiesa en el dio IfJ de Octubre.
¿tH ?iPENDtCES
Iglesia en que se guarda el cuerpo de la bienaventurada Teresa, pue-
dan todos los sacerdotes, tanto seculares como regulares, rezar y cele-
brar el oficio' y la misa, respectivamente, en honor de la dicha Beata
Teresa, según las rúbricas del Breviario y del Misal romanos. Gra-
cia que, en virtud de Nuestra autoridad apostólica y por las presentes
Letras, concedemos a perpetuidad, sin que obsten las Constituciones
y Ordenaciones apostólicas, ni cosa alguna en contrario. Queremos
también que a los traslados de las presentes Letras, aunque sean ira-
presos, firmados por mano de algún notario público, y sellados con
el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica o
por el Procurador General de dicha Orden, se les dé la mism.a fe y
el mismo valor, en juicio y fuera de él, que se daría a nuestras letras,
si se mostraran y exhibieran.
Dado en Roma, junto a San Pedro, y con el anillo del Pescador,
el día 2'i de ñbril del lól'i, año nono de nuestro Pontificado.
APÉNDICES 1Í5
LXXIII
EL DUQUE DE LERMfl DA GRACIAS AL PAPA POR LA BEATIFICACIÓN DE LA SANTA,
AÑO DE 1614 (1).
Santísimo Padre: Ha sido tan grande la alegría y consuelo que
el mundo ha recibido, y yo particularmente, con la nueva de la Beati-
fícación de la Santa Madre Teresa de Jesús, que no he querido faltar
a la obligación que me corre de echarne a los pies de Vuestra San-
tidad por tan singular favor y merced como todos hemos recibido,
quedando con muy ciertas esperanzas de que V. Santidad la canonizará,
pues es Santa tan famosa y prodigiosa; y también es muy grande
el deseo que todos puedan decir misa y oiría de la Santa. Y yo
suplico a V. Santidad tenga por bien, que esto sea generalmente
en Lerma, que es un lugar Cabeza de mis Estados, conforme al misal
romano; que en ello la recibiré muy grande de V. Beatitud, cuya
muy Santa Persona guarde Dios, como su Iglesia ha menester y
este humilde hijo desea. En Madrid, 15 de Junio de 1614.
Añade el Duque de su propia mano:
Vuestra Santidad ha hecho, (Dios nos le guarde), una obra suya
y ha regocijado a toda España. Santísimo Padre: Besa los santísi-
mos pies de Vuestra Santidad su humilde hijo y siervo, El Duque
y Marqués de Denla.
1 Véase el Año Teresiano, t. IV, día 15 de funio.
416 APÉNDICES
LXXIV
CARTA DEL REY FELIPE HI AL CONDE DE CASTRO DANDO GRACIAS POR LA
BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA, AÑO DE 1614 (1).
Ilustrísimo Don Francisco de Castro, Duque de Taurisano, Con-
de de Castro y mi embajador en Roma. He recibido vuestra carta
del 2 del pasado con aviso de haber Su Santidad mandado beatificar
la Santa Madre Teresa de Jesús, y celebrádose al^í a los 27 de Abril,
que me ha sido de muy particular gusto;' y así os doy las gracias por
las diligencias que por vuestra parte habéis hecho para conseguirlo.
Y en confonnidad de lo que apuntáis en vuestra carta, escribo al
Papa y a los cardenales, a quien fué cometida esta causa, agradecién-
doles lo hecho y pidiéndoles, pues se ha dado principio a obra tal,
la perfeccionen, con que se canonice, y que en tanto se extienda
la licencia para que se pueda decir misa de la Santa en todos mis
reinos y por todos sacerdotes, como veréis más particularmente por
las copias de las cartas. Yo os encargoi y mando que, dándolas a Su
Santidad y Cardenales, les digáis a todos cuánto estimaré esta gracia
y cuan justo será que Santa tan ilustre y famosa por sus obras, cuyo
fruto es tan conocido por toda la Cristiandad, se canonice y ponga
en el número de los santos, que yo seré muy bien servido de todo lo
que en esto hiciéredes y de que me aviséis a su tiempo de lo que
Su Santidad ordenare. De Madrid, a 17 de Junio de 1614.
Yo El tev.
1 Archivo de Simancas: Secretaria de Estado, nuni. 37f), Con fecha 2 de Mayo del
mismo año de 16H había escrito al Rey el Conde de Castro, dándole cuenta de las diligen-
cias hechas para la beatificación de la Santa y de su feliz resultado.
APÉNDICES 417
LXXV
CñítTA DE LUIS Xra REY DE FRANCIA fl PAULO V SUPLICANDO LA CANONIZAOON
DE SANTA TERESA, AÑO DE 1615 (1).
Santísimo Padre: La santa vida de la Madre Teresa, y los mila-
gros que Dios ha obrado en crédito de sus merecimientos y ejemplar
virtud, siendo a todos notorios, y llegado, a tal reverencia entre nues-
tros vasallos, que hay ya en nuestro reino fundados muchos monas-
terios de su instituto; hemos juzgado, que vuestra Beatitud, certifi-
cada por nosotros, como ya lo ha sido de los buenos efectos que se
han seguido, aceptará con gusto la súplica que le hacemos de su
canonización, con eficaces ruegos de que Vuestra Beatitud confirme,
en memoria de las buenas obras de esta piadosa matrona, lo que su
dicho instituto ha dado ya a la posteridad; lo cual tanto más se in-
citará a la devoción e imitación de sus virtudes, cuanto vuestra San-
tidad contribuya lo que es de la autoridad de la Santa Sede, y su
particular afecto a la exaltación de la gloria de Dios y su Iglesia
santísima, a que quedaremos muy agradecidos; y así se lo hemos
mandado al Marqués de Treinel, nuestro embajador, se lo insinúe
y represente a Vuestra Beatitud, al cual remitiéndonos, rogamos a Dios,
Santísimo Padre, se digne de mantener, guardar y preservar a Vuestra
Santidad en el buen gobierno y administración de nuestra santa madre
la Iglesia.
Escrita en París, el último día de Enero de 1615.
Vuestro devoto hijo el rey de Francia y de Navarra, Luis.
1 De los muchos documentos que se conservan pidiendo o Su Santidad la canoniza-
ción de Santa Teresa, publicamos estas dos cortas, tal como los trae el Mño Teresiemo.
t. I, p. 568 g 569.
37
'113 APÉNDICES
LXX VI
CARTA DE Lñ REINA MARÍA, MADRE DE LUIS XIII SOBRE LO MISMO, AÑO DE 1615.
Santísimo Padre: Auméntase tanto cada día en este reino la de-
voción por los estatutOiS y santa vida de la buena Madre Teresa, que
algunos particulares han ya edificado muchos monasterios de su Or-
den; por lo cual somos obligados con toda buena voluntad a los mis-
mos ruegos y súplicas hechas a Vuestra Beatitud, acerca de su cano-
nización., pof e." rey nuestro muy amado señor e hijo; atendiendo y
considerando que el cumplimiento de esta buena obra, depende de la
bondad y piedad de Vuestra Santidad, por los efectos más útiles a
la gloria de Dios que de tiempo en tiempo se han seguido por los
méritos de esta esclarecida virgen, hasta hoy, de toda nuestra satis-
facción; y así suplicamos a Vuestra Santidad se digne de dar la
autoridad de la Santa Sede y la suya, y creer que lo tendremos por
singular favor, como se lo dirá a Vuestra Santidad de nuestra parte
el Marqués de Treinel.
Rogando a Dios, Santísimo Padre, se digne de mantener a Vuestra
Beatitud en el buen gobierno y administración de nuestra santa madre
la Iglesia.
Escrita en París, el último día de Enero de 1615.
Vuestra devota hija, la reina de Francia y de Navarra, Maña.
APÉNDICES 419
LXXVII
RULA DE CANONIZACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS (1).
fiREGORIO OBISPO, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS.
Papa perpetua memoria.
El omnipotente sermón o palabra de Dios, como del seno del
Padre hubiese bajado a lo inferior de este mundo, para sacarnos g li-
brarnos de la potestad de las tinieblas, liabiéndose cumplido el tiempo
y término que su Eterno Padre le habia dado para detenerse entre
las criaturas humanas y habiendo de pasar de este mundo al Padre,
de quien era enviado, para extender y amplificar la fe en todo el
mundo y en su Iglesia, mediante sus Discípulos y escogidos, que
había adquirido, redimido y restaurado con su preciosa y santisma
sangre, y enseñándola con la palabra de la vida para confundir la
sabiduría de los sabios, abatir y aniquilar toda la soberbia y altivez
que contra su divina palabra se pretendía oponer y triunfar, no
eligió por sus amados y queridos a los nobles, ni tampoco a los
sabios, ni a los altivos, sino a los menospreciadores del mundo y
cosas terrenas, para que cumpliesen con el ministerio y obra para que
eran nombrados desde ab eterno y predestinados, y asimismo esco-
gidos, para que lo cumpliesen; y esto no en la elegancia de la plática,
ni en la palabra de la humana sabiduría, sino en la sencillez, candidez
y en lo verdadero de ella y para el siglo venidero y siguientes genera-
clones. Como según lo determinadci y establecido por los tiempos, se
dignase visitar y asistir con su presencia a su plebe mediante sus esco-
gidos y siervos fieles, por la mayor parte eligió y escogió para esta
obra a los pequeñuelos y humildes, por medio de los cuales vio
e hizo a la Iglesia Católica grandes y excelentes beneficios, a los
cuales él mismo, según lo que dijo y pronunció su palabra, descu-
briera e hiciera patentes los arcanos del cielo y tesoros de la divi-
nidad, y ocultara de los sabios y prudentes del mundo; y en tanto
grado a €stos pequeñuelos los alumbró e ilustró con la antorcha y luz
de la divina gracia, que confirmaran la Iglesia y establecieran como
columnas de ella con los ejemplos de las cosas celestiales, y le clari-
ficaran e ilustraran con la gloria de sus señales y milagros.
En nuestros tiempos y días dio e hizo grandes cosas por mano
de una doncella, suscitó y levantó en su Iglesia, como otra nueva Dé-
bora, a una virgen Teresa, la cual, después de haber vencido y triun-
1 Tr.ie esta versión el tomo IV ñe la Reforma de Nuestra Señora del Carmen, p. 313.
iJ20 APÉNDICES
fado de su carne con perpetua virginidad, y del mundo con admira-
ble humildad, y de todas las artes y lazos del demonio con grandes
y exuberantes virtudes, abatiendo y desechando de sí las cosas gran-
des y habiendo excedida y sobrepujado con admirable valor y fortaleza
de ánimo la naturaleza femenil, mostrándose vencedora, se pertrechó
y fortaleció su brazo^ y formó en su ánimo ejércitos y escuadrones va-
lerosos, para que pelearan con gran denuedo, fortaleza y ánimo por Ja
casa de Dios de Sabaoth, y por su Ley y por el cumplimiento de sus
mandatos, con las armas espirituales de todas las virtudes; a la cual
el Señor, para que pudiese vencer una obra tan ardua, grande y ex-
celente, largamente y en alto grado la fecundó y llenó de espíritu
de sabiduría, entendimiento y tesoros de su divina gracia, a fin de
que su esplendor y claridad, como estrella en el firmamento, resplan-
deciese siempre en la casa de Dios por perpetuas eternidades.
Juzgamos, pues, conveniente y puesto en razón, que la que Dios
y su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, se dignó de manifestar
a su plebe en la gloria de sus milagros, como esposa . mada suya, coro-
nada y adornada con diadema y corona y con sus atavíos y collares,.
Nosotros, a quien toca y pertenece la solicitud y cuidado de Pastor
en toda la Iglesia, a la cual, aunque sin ningunos merecimientos,
gobernamos, hemos determinado y establecido, que se le haya de
reverenciar, venerar y adorar como a escogida de Dios y prestarla
todo obsequio y reverencia por autoridad Apostólica, para que todos
los pueblos confiesen al Señor en todas sus maravillas y portentos
y conozca y se persuada la caduca y perecedera naturaleza, que
en nuestros días nos favoreció Dios con sus misericordias, que aun-
que por nuestros pecados grandes, que todo lo merecen, nos visita
con la vara de justicia e indignación, sin embargo, no se abstiene
en medio de ella de llenarnos de sus misericordias, y en nuestras
grandes aflicciones nos favorece y multiplica, propagando sus Santos^
para que por medio de ellos, de sus intercesiones, sufragios y sú-
plicas defiendan la Iglesia de todas las asechanzas, y para que todos
los fieles de Cristo entiendan y sepan cuan abundantemente y sin es-
casez haya Dios repartido, dado y multiplicado de su divinidad en su
sierva; y para que cada día crezca y se aumente la devoción con
esta Santa, juzgamos referir en estas Letras las insignes y excelen-
tes virtudes suyas y lo obrado por Dios en virtud de su poderosa
intercesión.
Nació Santa Teresa en ñvila, en el reino de Castilla, el año
de la salud humana de 1515, de padres tan ilustres en sangre, como
excelentes en la austeridad y observancia de los divinos mandatos.
En lo tierno de su infancia y pequenez dio bastantes muestras para ade-
lante de su santidad, porque como la gloriosa Santa se entretuviese
en leer las vidas de los Mártires, tanto se cebó y llenó en su cora-
zón del fuego del Espíritu Santo, que con otro hermano suyo, también
niño, hizo fuga y salió de casa de sus padres con intento de pasar
al África a derramar su sangre y dar la vida por la fe de Cristo;
pero a los ruegos c instancias de su tío y habiéndola impedido de era-
prender, seguir y proseguir en una obra y suerte tan grande como
la que se le ponía delante, y llorando con graves lágrimas y sollozos
APÉNDICES ¿121
semejante pérdida, en el ínterin procuró compensarla y restaurarla
con limosnas y otras obras de piedad y caridad. Mas habiendo lle-
gado al año veinte de su edad, se entregó toda a Cristo y con la
inspiración divina, que por él había tenido, pretendió irse a las
monjas de Santa María del Monte Carmelo de la Orden mitigada,
para que, plantada en la casa del Señor, atrios y umbrales suyos,
floreciera siempre. Y habiendo profesado en la dicha Religión, siendo
ya de veinte y dos años, adoleció y padeció gravísimas enferme-
dades y fué probada con varias tentaciones, y no teniendo alivio supe-
rior, con tanta fortaleza y valor los llevaba y padecía, que la prueba
de su xe y perseverancia fué más preciosa que el oro, que en el
fuego descubre sus quilates, en alabanza, gloria, honra y revelación
de Jesucristo.
Y porque para labrar y construir este sublime edificio, se hubo
de poner y mediar el fundamento necesario, Teresa lo colocó y puso
en grado tan estable y firme, que según la palabra de Dios, esta
bienaventurada virgen es comparada a un varón sabio y prudente, que
edificó su casa sobre piedra. Con tanta firmeza y verdad creía
y confesaba los Santos Sacramentos de la Iglesia y los demás dogmas
de la Católica Religión, que no podía, como muchas veces ella ase-
guraba, tener mayor certeza de otra ninguna cosa. Ilustrada y escla-
recida esta Santa, con esta antorcha y perspicacia de la fe, muchas
veces veía clara y distintamente con los ojos del entendimiento el cuer-
po de Jesucristo en la sacratísima Eucaristía, y afirmaba que no tenía
cosa alguna que envidiar a los que habían visto al Señor con los ojos
corporales; y tanto había puesto y colocado en Dios la viva espe-
ranza suya, que muchas veces vertía vivas lágrimas, porque se de-
tenía en esta vida mortal, siéndola de impedimento y estorbo para
gozar siempre de su Dios g Señor; y no raras veces, antes muchas,
cuando discurría en su memoria y corazón los gozos de la Patria
celestial y Jerusalén triunfante, haciendo esta consideración, era arre-
batada y salía fuera de sí a contemplar este gozo y esta gloria;
pero entre las virtudes de Teresa, fué la principal el amor de
Dios, el cual «en tanto grado resplandeció en su corazón, que los con-
fesores suyos admiraban y celebraban su caridad como propia, no
de mujer, sino de un querubín inflamado, la cual ilustró y aumentó
Muestro Señor Jesucristo admirablemente con muchas visiones y re-
velaciones, principalmente cuando, dándole su mano derecha y mos-
trando el clavo con que había sido herida y taladrada la de su
cuerpo santísimo, la adoptó y recibió por esposa suya, dignándose
decirla estas palabras: «Desde aquí adelante, como verdadera Espo-i
sa, celarás y mirarás por mi honor; ya yo soy todo tuyo y tú toda
eres mía». Otras veces vio un ángel, que arrojando un dardo como
de fuego, la pasaba y llegaba al corazón; con cuyos celestiales dones
y beneficios tanto se inflamaba y ardía en el amor de Dios, que, en-
señada de Su Majestad, hizo un voto grandemente arduo y difi-
cultoso, de hacer siempre lo que entendiese era más perfecto y más
conducía a la mayor gloria de Dios. También, habiendo muerto, se
apareció a cierta religiosa y la dijo y manifestó, que no por fuerza
d« enfermedad había ella pasado de esta presente vida, sino de un
422 APÉNDICES
incendio intolerable del divino amor. Pero con cuánta y perpetua ca-
ridad hubiese amado y querido al prójimo, existen claros y mani-
fiestos argumentos y señales, principalmente el gran deseo y anhelo
con que pretendía la salud de las almas. Lloraba con perpetuas y
continuas lágrimas las tinieblas y el poco conocimiento de nuestra fe
de los infieles y herejes, y por su reconocimiento y conversión, no tan
solamente hacia muchas oraciones, sino también ofrecía ayunos y dis-
ciplinas, y con otros exquisitos tormentos afligía y maceraba su cuer-
po. También la santa virgen propuso en su corazón y hizo firme pro-
pósito de que no se le pasase día sin ejercitarse en alguna obra de
caridad, en lo cual Dios la favoreció y consoló tanto, que nunca poi
medio de su divina Majestad la faltó ocasión en que faltase a este
piadoso ejercicio. ¡Maravillosamente, como en toda dilección, se pa-
reció a Jesucristo en el amor de los enemigos, porque como padeciese
dolorosas persecuciones y adversidades, amaba grandemente a los que
la perseguían, y oraba y rogaba por los mismos que la estaban abo-
rreciendo. También el daño y ofensas que padecía la servían a la
Santa de amor y sustento, con que más le gozaba y crecía su caridad,
y en tanto grado, que los varones grandes y entendidos acostumbraban
a decir en las pláticas y conversaciones en que se hallaban, que el
el que quisiese ser amado de Teresa, convenía que le hiciese algún
agravio o injuria.
Los votos y promesas que en lo tocante a la observancia y profe-
sión de su Religión había ofrecido a Dios, los cumplió con grande
puntualidad, cuidado y diligencia, y no tan solamente perfeccionaba
y acababa todos los actos exteriores con grande humildad al arbitrio
y parecer de sus superiores, sino que propuso firmemente en su corazón
de sujetar y rendirles todos sus pensamientos y obras, de cuya inten-
ción y proposición nos dejó grandes ejemplos. Habiéndosela apa-
recido muchas veces Cristo Señor nuestro, no le dio crédito, por ha-
bérselo mandado así sus confesores, sospechando que el demonio la
engañaba; pero esto no sin grande e inestimable premio de tan pro-
funda obediencia. También el libro que había escrito sobre el Can-
tar de los Cantares, con insigne piedad y reverencia, para obedecer en
todo al confesor, lo echó en el fuego. Solía de continuo decir y afir-
mar, que en esto de ver visiones y revelaciones, con facilidad se
podía engañar, pero no en dar y prestar la obediencia a sus superio-
res. En tanto grado amó la pobreza, que con el trabajo de sus manos,
no tan solamente ganaba el sustento, mas si veía a alguna religiosa
con hábito menos decente que el suyo, al instante se lo daba y tro-
caba con ella, quedándose con el más pobre; y así, cuando le faltaba
lo necesario y conveniente, con grande admiración se alegraba y sal-
taba de contento, dando gracias a Dios, como si le hubiera hecho algún
grande favor o beneficio. Pero entre todas y en cada una de las
virtudes, en las cuales como esposa de Dios resplandeció, singular-
mente se aventajó en la integérrima castidad, a la cual en tanto grado
y con tantas veras reverenció y observó, que no tan solamente guar-
dó e hizo propósito de guardar la virginidad desde los primeros años
de su niñez, pero la pureza angelical la conservó en su cuerpo y corazón
libre de toda mancha o cosa que oliese a ella.
APÉNDICES 423
Las cuales virtudes exornaba y componía con una grande y mara-
villosa humildad de corazón, y como cada día su alma se fortalecía y
enriquecía con divinos dones e inspiraciones, muchas veces clamando
llamaba al Señor y pedía pusiese término y límite en comunicarla
tantos dones y beneficios, ni que tan presto Su Majestad se olvi-
dase de sus grandes culpas y maldades. Siempre deseaba y estaba
sedienta de afrentas y menosprecios; y no tan solamente huía la honra
y pompa mundana, pero el ser conocida de las criaturas lo sentía y
aun abominaba. La invencible paciencia de esta santa virgen la con-
firma y declara aquella voz con que muchas y continuadas veces ex-
clamaba y decía: «Señor, o morir, o padecer».
Fuera de todos estos dones y beneficios de la omnipotencia divina,
con los cuales Su Majestad quiso estuviese adornada su amada y
esposa, como con preseas y collares ricos, la enriqueció largamente con
otros dones ij gracias, y la llenó y fecundó de espíritu de inteligencia
divina, para que no tan solamente en la Iglesia de Dios diera y dejara
ejempios y dechados de buenas obras, sino esparciera y la ilustrara con
los rocíos de la celestial sabiduría, escribiendo tantos libros de mística
Teología y otros llenos de mucha piedad, de los cuales los entendi-
mientos y espíritus de los fieles perciben y sacan abundantísimos frutos
para el alma, y con ellas son encendidos, elevados y guiados a la
patria celestial. Instruida e ilustrada con tantas inspiraciones y nú-
mero de beneficios, emprendió una obra grandísima y para cualquiera
dificultosísima; pero muy provechosa para la Iglesia de Dios, y fué la
Reformación de la Orden Carmelitana; y esto así en los conventos
de monjas, como también en los de frailes, que dejó y están edi-
ficados, no sólo por toda España, mas también por otras partes re-
motas del mundo, no teniendo otro caudal ni dinero, sino sólo la es-
peranza y confianza en Dios; y no tan solamente destituida y desam-
parada de todo humano remedio y socorro, sino también contradicién-
dolo, por la mayor parte, los príncipes y potentados del siglo, la cual
echó raíces, fecundó y perfeccionó su obra, confirmándola el Señor
y dándola el aumento, para que en la casa de Dios se cojan sus
fértilísimos frutos.
Tantas virtudes de Teresa, con las cuales resplandeció el tiempo
que vivió en este mundo, las quiso el Señor ilustrar con muchos y gran-
des milagros, de los cuales en este escrito referiremos algunos. Como
en la diócesis de Cuenca hubiese grande falta y carestía de trigo
y en el monasterio de Villanueva de la Jara apenas se hallase can-
tidad de harina, que fuese bastante para sustentarse diez y ocho mon-
jas por espacio de un mes, por los merecimientos, ruegos e intercesio-
nes de esta santa virgen, e! omnipotente y soberano Dios, que sus-
tenta y ampara a los que en él confían, le hizo que en tanto grado
estuviese sobrado y abundante, que aunque por espacio de seis me-
ses se cociese mucha cantidad de pan, nunca faltase y siempre hu-
biese y sobrase para el sustento de las religiosas siervas de Dios,
y esto nunca se disminuyó, hasta que se cogió el trigo nuevo, -^na de
la Trinidad, monja en el convento de Medina del Campo, estaba afli-
gida con calentura y una hinchazón contagiosa, que se le había hecho,
a la cual, la Santa, habiéndola primero halagado, después tocado con
'i2'i APÉNDICES
SUS manos los miembros y partes de que adolecía, la dijo: ^Ten buen
ánimo, hija, que yo confío en Dios que has de estar buena de esta
enfermedad»; y luego al punto estuvo buena y se limpió de calentura
y dolor. Alberta, priora del mismo monasterio, estaba enferma y asi-
mismo con calentura y con manifiesto y evidente peligro de la vida,
y la virgen Santa Teresa, habiéndola tocado el lado donde tenía
el dolor y mal, dio voces, diciendo estaba sana y ya sin dolor al-
guno, con que la mandó levantar, y ella sana y convalecida, de re-
pente salió y se levantó de la cama, dando gracias al Señor.
Acercándose, pues, el tiempo en el cual había de recibir de
mano de Dios el premio y corona de honor por tantos trabajos he-
chos y padecidos por la honra de Su Majestad y tantas buenas obras
y hazañas, ejecutadas en aprovechamiento de la Iglesia, la dio una
grave enfermedad en ñlba, y como en todo el discurso del tiempo de
ella tuviese frecuentes, incesables y admirables pláticas de la caridad
divina con sus hermanas, muchas veces daba gracias a Dios porque
la hubiese agregado y alistado en el rebaño de la Iglesia Católica.
Encomendando como principales y eximios dones la pobreza y la
obediencia que debían a los prelados y recibido con profundísima hu-
mildad y con total y celestial caridad el Viático para su viaje y parti-
da^ y el santísimo sacramento de la Extremaunción, teniendo asido\ y sin
soltar de las manos una hechura de un Santo Cristo, voló a la patria
celestial. Mostró el Señor con muchísimas señales los grados de gloria
tan eminente, que ya la bienaventurada Santa estaba gozando en el
cielo, juchas religiosas, temerosas de Dios, virtuosas y santas vie-
ron la hermosura y resplandor de su gloria; otra también vio y miró
en el techo de la iglesia, en el coro y en el aposento de la Santa
gran cantidad de resplandores divinos; otra a Cristo Dios y Señor
nuestro, asistiendo a su cabecera vestido de muchos resplandores y ro-
deado de gran cantidad y multitud de ángeles; otra a muchísimos,
adornados con vestiduras blancas, que entraban en su celda y rodeaban
su aposento; otra en el mismo instante que expiró y pasó de esta
vida humana a la Jerusalén triunfante, vio una paloma blanca, que
volaba al cielo y salía de su boca, y otra un rayo a manera de
cristal, que salía por la ventana de su celda. En el mismo instante
y hora de su tránsito, un árbol, antes seco y casi caído y arrancado
por el pie, que estaba próximo al aposento y celda de la Santa, fuera
de su tiempo y de natural sazón, de repente se halló florido y cargado
de flores. El cuerpo sin alma apareció y quedó hermosísimo y sin
tener ninguna arruga, terso e ilustrado y condecorado con una ma-
ravillosa blancura, juntamente con las vestiduras y paños que iiabía
tenido cuando enferma, causando a todos admiración la fragancia y
olor que respiraban. Otras muchas grandezas que Dios obró por inter-
cesión y méritos de la Santa hicieron glorioso su tránsito y alegre
su entrada en el celestial paraíso. Porque una monja que tenía dolor
de cabeza y corrimiento a los ojos, habiendo tomado una mano de la
Santa virgen, llegándola a su cabeza y a los ojos, al instante sanó.
Otra, habiéndola besado los pies, recuperó el olfato, que antes había
perdido, y percibió y olió corporalmente el olor de los ungüentos, con
que el Señor había perfumado y odorificado aquel sacrosanto cuerpo.
APÉNDICES 425
Después de haberle desamparado el alma y vital aliento, sin tener
necesidad de ungirle con ningún ungüento precioso, encerrado en una
caja de madera, fué puesto en una alta y profunda sepultura y cubier-
to con mucha piedra y cal, donde quedó sepultado; pero de este su
sepulcro salía y respiraba un grande y maravilloso olor y fragancia,
en tanto grado, que se determinó desenterrar el sagrado cuerpo, el
cual se halló de verdad entero y con las mismas circunstancias y
calidades que si entonces se acabara de enterrar,, bañado de un pre-
ciosísimo olor y licor, el cual suda continuamente hasta el día de
hoy, testificando Dios y demostrando con este continuo milagro del
sudor, la santidad de su sierva. Por lo cual, vestido y adornado de
nuevos hábitos y colocado en otra nueva caja, por haberse consumido
las primeras, le colocaron en su mismo depósito. Pasado un trie-
nio, como segunda vez se abriese su sepulcro y bóveda para llevar
y transportar su sagrado cuerpo a ñvila y allí delante por mandado
de los delegados apostólicos se volviese a abrir, ver y visitar, siempre
apareció y se halló incorrupto y tratable y con la misma fragancia y
sudando el mismo licor, que ya se ha dicho.
Pero pasados algunos tiempos, manifestó y declaró Dios a las
criaturas su gloria y los beneficios y mercedes hechas de continuo
y sin cesar, por medio e intercesión de su sierva y a los que a
ella de veras se encomendaban y ponían por intercesora. Cuatro años
había que un niño estaba tan contrahecho y torcido, que no se podía
tener en pie, y cuando se acostaba y echaba en la cama mover el
cuerpo, ni menearle; y como aquella enfermedad la tuviese desde que
nació, y sin ningún sentimiento de dolor, por cuya causa de todo punto
parecía incurable y sin remedio de salud, y habiéndole traído por
espacio de nueve días al aposento o cuarto en que viviendo la Santa
virgen, había habitado, sintió en sí que iba consiguiendo la salud
y de repente se halló sano y sin achaque y andando con sus pies, y
admirándose todos los presentes de semejante prodigio, comenzó a
decir y publicar, que por intercesión de la bienaventurada Santa Te-
resa de Jesús había conseguido salud tan milagrosa.
ñna de San Miguel, monja, por espacio de dos años estaba ator-
mentada de gravísimos dolores, afligiendo su corazón dos cancros,
de calidad, que no sólo no la dejaban dormir, pero ni poder volver,
ni revolver a un lado ni a otro el cuello y garganta, ni tampoco le-
vantar arriba los brazos. Habiéndose puesto y aplicado sobre el pe-
cho una partícula de las reliquias de Santa Teresa; y con todo el afecto
de su corazón encomendándose a su patrocinio, no sólo se vio libre
de semejante plaga, que padecía en el cuerpo, sino de otra, que por
mucho tiempo había tenido en su corazón, también sanó en un ins-
tante de tiempo.
En tanto grado era atormentado Francisco Pérez, cura de una
iglesia parroquial, con los dolores procedidos de una apostema, que
en la boca del estómago se le había congelado, que habiéndosele bal-
dado también el brazo, por espacio de más de cinco meses, le im-
pidió y estorbó que pudiese decir misa. Faltando todos los humanos
medicamentos y remedios, se acogió a los divinos, y levantando los
ojoK al cielo, consiguió la salud en una carta escrita de la mano «le la
426 APÉNDICES
Santa Virgen Teresa, y llegándola y aplicándola al pecho en aquella
parte adonde padecía el dolor y enfermedad, al punto se desvaneció
la apostema; y como después, en hacimicnto de gracias, visitase el
sepulcro de la Santa y el brazo que está en Alba y se guarda con
toda veneración, y se lo aplicase al suyo, al punto sintió la divina
virtud, sanando también y volviéndolo a su antigua mejoría;
Juan de Leiva tenía tal aprieto de garganta, que le había puesto
en términos de ahogarle, y estando cercano a la rauertei y para expirar,
habiéndole aplicado el sudario o lienzo que había sido de la gloriosa
Santa Teresa al lugar y sitio donde padecía el achaque, con grandes
veras y confianza, y habiéndose quedado dormido y de allí a im poco
despertado, comenzó a exclamar y decir que por los méritos e intercesión
de la Santa había conseguido de repente la salud.
Pues como la santidad, vida y milagros de Santa Teresa volase
y se divulgase por todas las naciones y gentes, y su nombre en todos
los fieles de Crisio se estimase y tuviese en toda veneración, obrando
Dios, por medio de su intercesión, infinitos beneficios y milagros, los
cuales, juntamente con su veneración cada día crecían y se aumenta-
taban, se formaron e hicieron procesos e informaciones en muchas
partes de España, por mandado de los Ordinarios, conociendo y te-
niendo bastante noticia de su santidad y habiéndolos remitido y enviado
a esta Santa Sede Apostólica y siendo agente y solicitador de ellos
el amado en Cristo hijo Felipe III, rey de las Españas, de gloriosa
memoria, y el negocio, mirado, reconocido y ventilado, así en la Sa-
grada Congregación de Ritos, como en la Rota, el Papa Paulo V.
de feliz recordación, mi predecesor, ordenó, mandó y dispensó, que
en honra, gloria y veneración de la Santa en toda la Orden y Reli-
gión Carmelitana se pudiese celebrar Oficio eclesiástico de virgen.
Y como el mismo rey Felipe, segunda vez instase y suplicase a la
Santidad del Papa Paulo V, predecesor nuestro, por la canonización
de la gloriosa Santa, el mismo Paulo segunda vez cometió el nego-
cio y su determinación a la Sacra Congregación de Cardenales, de los
Ritos y Ceremonias, los cuales determinaron y fueron de parecer, que
se volviesen a hacer nuevas informaciones, y para este efecto nombra-
ron por jueces, para que hiciesen y perfeccionasen esta obra a Ber*
nardo de Rojas, de buena memoria. Cardenal y Arzobispo de To-
ledo, y los Venerables hermanos Obispos de Avila y Salamanca, con
autoridad apostólica, que como hubiesen hecho y acabado diligente-
mente todo lo que se les había mandado, encomendado y cometido,
todo en virtud de la dicha comisión, hecho y ejecutado, lo remitiesen
al mismo Paulo Pontífice, predecesor nuestro, el cual lo remitió a .tres
auditores de causas del palacio apostólico, Francisco, Arzobispo de
Damasco, que presidía, ahora cardenal de la Santa Iglesia de Roma;
Juan Bautista Coccino, decano y Alonso Manzanedo, para que con todo
cuidado, perspicacia y diligencia examinaran y vieran todo lo hecho,
causado y ejecutado, y de lo que sintiesen, diesen su parecer, los
cuales habiendo discurrido con todo cuidado, vigilancia y solercia,
como la calidad del negocio pedía, le dijeron, refirieron y propusieron
al mismo Paulo, que estaba suficientemente probada, justificada y
califTCida la santidad, vida y milagros de la bienaventurada virgen
APÉNDICES ii21
Teresa y que todo constaba larga y cumplidamente para dicho efecto,
según los Cánones requieren y disponen para la canonización, y que
se podía proceder y pasar adelante. Y para que un negocio de tanto
peso c importancia se perfeccionase, concluyese y acabase con la ma-
durez y consejo que convenía, el mismo Paulo cometió el negocio a
los amados hijos Cardenales de la Santa Iglesia de Roma, Prefectos
y Superiores de los Sacros Ritos y Ceremonias, para que con todo
cuidado y diligencia, miraran y reconocieran las dichas informaciones
y procesos y de todo lo principal y esencial de la causa conociesen
con toda vigilancia y cuidado.
Pero como el mismo Paulo hubiese acabado y fenecido la carrera
de la vida humana, y nosotros, aunque sin ningunos merecimieníos,
sino sólo por la misericordia y omnipotencia de Dios fuésemos lla-
mados, elegidos y puestos para regir y gobernar la Iglesia, juzgamos
y tuvimos entendido, que convenía para honra y gloria de Dios, utili-
dad y provecho de la Iglesia, que este negocio se feneciese y acabase;
y también por conveniente y necesario, para aliviar y socorrer la ca-
lamidad y mina de los tiempos, que se aumentase y recreciese la de-
voción con los santos y escogidos de Cristo, para que nos ayuda-
sen y socorriesen en las aflicciones y necesidades; mandamos, pues,
a los ya referidos Cardenales, que concluyesen, acabasen y despacha-
sen la obra y mandato que con tanto cuidado nuestro predecesor les
había encomendado se hiciese. Los cuales como con toda presteza, cui-
dado y vigilancia lo hubiesen ejecutado y todos unánimes y conformes
fuesen de parecer, pidiesen y instasen por la canonización de la
gloriosa Virgen, el venerable hermano nuestro Francisco María, obispo
portuense, cardenal de la Santa Iglesia, intitulado del Monte, declaró
y dio a entender todo el resumen y contestó de todo el proceso en
nuestro Consistorio y presencia y asimismo de los demás compa-
ñeros; lo cual oído, referido y pronunciado, todos los Cardenales y
personas que se hallaron presentes, sin contradecirlo ninguno, fueron
de parecer que se aprobase y diese por bueno lo hasta allí obrado
y que se procediese y pasase adelante en el negocio.
Y habiendo precedido después en el público Consistorio y en
audiencia pública, que el amado hijo Julio Zambecario, ñbogado de
nuestro sagrado Consistorio hubiese instado, hablado y persuadido por
la canonización de la gloriosa Santa y humildemente suplicase a ins-
tancia de nuestro amado hijo Felipe, rey de las Españas, que fuése-
mos servido de proceder a la canonización de la dicha Santa, a que
respondimos, que para una cosa de tanto peso, gravedad c impor-
tancia teníamos necesidad de comunicarlo y consultar a nuestros her-
manos Cardenales de la Santa Iglesia de Roma y Obispos, que a la
sazón se hallaban en la Curia Romana, y en el ínterin pedimos y
exhortamos por las entrañas de Dios Nuestro Señor a los Cardenales
y Obispos, que a la sazón se hallaban presentes, que instando y pi-
pidiendo con oraciones, ayunos y limosnas, pidieran a Dios, Padre
de las lumbres, que desde lo alto nos ilustrara con su divina luz y
claridad y nos enviara al Espíritu Santo para cumplir, obedecer y
poner en ejecución su voluntad, gusto y beneplácito. Y así en el
dicho Consistorio, que luego consiguientemente se celebró, habiendo
-i28 APÉNDICES
convocado y llamado, no tan solamente los Cardenales, Patriarcas,
Arzobispos y Obispos, en la Curia presentes, y estando presentes
los Notarios nuestros y de la Sede Apostólica y los Auditores de
causas del palacio Apostólico, habiéndonos referido muchas y grandes
cosas de la grande santidad de la sierva de Dios y de los continuos
milagros, beneficios y mercedes, que por su intercesión se obraban,
y la devoción, afecto y veneración que todas las naciones cristianas
tenían a esta gloriosa Santa, y declaradas y referidas las continuas
instancias, que en nombre, no sólo de grandes reyes, sino también
del amado en Cristo nuestro hijo rey de romanos, elegido emperador
y las que continuamente y sin cesar, se hacían de otros muchos prín-
cipes cristianos, todos uniformes y conformes y sin discrepar ninguno,
bendiciendo al Señor, que honra y ensalza a sus amigos y escogidos,
sintieron y determinaron que la bienaventurada Teresa se debía ca-
nonizar y poner en el número y catálogo de las santas vírgenes. Y ha-
biendo oído semejante determinación y acuerdo, saltamos todos de con-
tento, júbilo y alegría en el Señor, dándole gracias y a su Unigénito
Hijo, porque con ojos de tanto amor y dilección hubiese mirado y vi-
sitado su Iglesia y determinado que sus escogidos fuesen ilustrados
y esclarecidos, con tanta gloria y premio de sus trabajos, para cuyo
efecto señalamos día de su canonización, y para ello asignamos a los
mismos hermanos y hijos nuestros, para que continuamente perseveraran
y asistieran en la misma oración, ayunos y vigilias, para que en una
obra de tanta importancia y gravedad, el esplendor y luz del Señor
nos ilustrase y enderezase y adiestrase nuestra voluntad, para per-
feccionar, acabar y concluir con una obra de tanto peso.
Finalmente, concluidas, fenecidas y acabadas todas aquellas cosas
que según disponen las Sagradas Constituciones se deben hacer, de
estilo de la Santa Iglesia de Roma, de uso y costumbre, nos juntamos
y congregamos unánimes y conformes en la sacrosanta Iglesia del
Príncipe de los Apóstoles, con los venerables hermanos nuestros Car-
denales de la Santa Iglesia de Roma y también los Patriarcas, Ar-
zobispos y Obispos y Prelados y Superiores de la Curia Romana,
Oficiales y familiares nuestros, el Clero secular y regular y gran
cantidad de gente de todo estado, calidad y condición, donde habiendo
vuelto a repetir el decreto para lo tocante a la canonización de la
gloriosa Santa, a instancias que para ello hacía el amado en Cristo
hijo rey católico: por medio asimismo del amado en Cristo hijo
nuestro, Luis, del título de Santa María Transportina, Cardenal Lu-
dovisio intitulado, sobrino nuestro; y por Julio, Abogado para la
dicha canonización, con repetidos ruegos y oraciones; y cantadas las
letanías y pedida humildemente la asistencia de la gracia del Espíritu
Santo, para emprender una obra tan ardua y grande. Para honra y
gloria de Dios, y de la individua Trinidad, exaltación y aumento de la
fe católica, por la autoridad y omnipotencia del misericordioso Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo y de los bienaventurados Apóstoles, y
por la nuestra, de unánime consejo y parecer de los venerables her-
manos nuestros de la Santa Iglesia de Roma, Cardenales, Patriar-
cas, Arzobispos y Obispos, asistentes y residentes en esta romana
Curia: determinamos, juzgamos y definimos, que la bienaventurada
APÉNDICES 429
Teresa virgen, de gloriosa memoria, nacida en la ciudad de Avila, de
cuya santidad, candidez de ánimo y demás excelencias, milagros y
virtudes, de las cuales bastantemente nos consta, es santa, gloriosa
y alabada. Por lo cual sentimos y estatuímos, definimos y determina-
mos, que se debe poner, asentar y numerar en el catálogo y número
de las santas vírgenes, según y de la forrn,a que por el tenor de
las presentes la ponemos, escribimos y alistamos; por lo cual todos
los fieles de Cristo la deben reverenciar, venerar y tener por ver-
dadera Santa, y por tal mandamos, queremos y ordenamos sea te-
nida y reverenciada. Y asimismo ordenando, mandamos, que por toda
la Iglesia católica de Dios, en honra y veneración suya se construyan
aras, edifiquen templos, capillas y altares, en los cuales se le ofrez-
can victimas y sacrificios, y que todos los años a cinco de Octubre
(que fué el día en que subió a gozar de la gloria de Dios, merecida
por sus trabajos, virtudes y excelencias) se le diga y rece su oficio, se-
gún le tienen señalado las vírgenes scntas (1). Y por la misma autori-
dad, a todos los fieles de Cristo, que verdaderamente confesados, con-
tritos y arrepentidos, todos los años en el mismo día de la fiesta
llegaren devotamente a visitar el sepulcro, en el cual gloriosamente
descansa y está su sagrado cuerpo, un año y una cuarentena de in-
dulgencias; y los que no pudieren el día de sus festividad y concu-
rrieren el día de su octava, cuarenta días de las penitencias a ellos
impuestas y en cualquier manera no cumplidas, inisericordiosamcnte
en el Señor remitimos y perdonamos.
Finaimente, habiendo dado y rendido las debidas gracias a Dios,
como Autor de esta obra y porque hubiese sido servido y dignádose
de ilustrar y condecorar su Iglesia con este nuevo beneficio y antor-
cha, y habiéndose cantado con todo júbilo y regocijo en honra, y gloria
de la bendita y gloriosa Santa Teresa la oración de las Vírgenes,
celebramos misa en el altar del Príncipe de los Apóstoles, haciendo
conmemoración de la bienaventurada Virgen, y entonces concedimos a
todos los fieles de Cristo, que se habían hallado presentes a este
acto, indulgencia plenaria de todos sus pecados. Por cuya causa con-
viene y es justo, que por tan insigne beneficio se le vuelvan las de-
bidas gracias con toda humildad, a quien se debe toda honra, gloria,
bendición y potestad para ahora y para siempre jamás, pidiendo a
su divina Majestad con continuados ruegos y súplicas, que por los
merecimientos de su gloriosa Santa siempre nos mire y se acuerde
de nosotros, que nos muestre la luz de sus misericordias librándo-
nos de caer en cualquiera culpa contra su divina A\ajestad y envíe
su santo temor sobre las gentes enemigas y luz para que le co-
nozcan y sepan que no hay otro Dios y Señor como el nuestro. Y
porque fuera dificultoso, que estas presentes nuestras Letras iJega-
1 Ya (Üjimos que en 1629 se fijó la fiesta de la Santa en el día que hoy la celebramos. En
esta fecha se concedió un oficio de rito doble a la Orden del Carmen, con oración y dos him-
nos propios que compuso el mismo Papa Urbano VIII. Este mismo rezo fué extendido ad libi-
tvm a toda la Igksia el año 1636 con rito semidoble, hasta el año 1668 que fué elevado a doble.
Las lecciones propias del primer i¡ tercer nocturno fueron aprobada.s en 1696 por la Sagrada
Congregación de Ritos. En 1700 se afiadieron a este rezo antífonas, responsos u versículos
propios. En 1720 se le afiadió una misa propia, y, por fin, Pie VI, se dignó conceder el prefacio
que hoy se reza en la misa de Santa Teresa.
430 APÉNDICES
sen y se llevasen a todas las partes, villas y lugares que fuese necesa-
rio, queremos y expresamente ordenamos, que a sus traslados im-
presos, signados por mano de cualquier notario apostólico y sella-
dos con el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiás-
tica, se les de la misma fe y crédito que se diera y exhibiera, si
se mostraran e hicieran presentes nuestras letras originales, ñ ninguno,
pues, de los hombres les sea lícito el romper, rasgar, ni menos ir
contra estas nuestras letras de nuestra definición, decrsto, alistación,
adscripción, mandamiento, determinación, relajación y voluntad. Si al-
guna persona esto presumiese hacer, la indignación del omnipotente
Dios y de los bienaventurados San Pedro y San Pablo, Apóstoles
suyos, venga sobre ellos. Dadas en Roma, junto a San Pedro, en el
año de la Encarnación del Señor de mil seiscientos y veinte y dos,
a doce de Marzo, de nuestro Pontificado el año segundo.
Yo Gregorio,
Obispo de la Iglesia Católica.
.APÉNDICES 431
LXXVIII
RELñaON DE US FIESTAS CELEBRADAS EN SAN PEDRO DE ROAIA EN LA CANO-
NIZACIÓN DE SANTA TERESA Y DECRETO DEL PAPA (1).
Aquel día señalado para esta canonización, que fué el doce de
Marzo, habiendo dado ya las nueve y estando prevenido en la dicha
iglesia, encendidas las hachas, que rodeaban la sacrosanta imagen
de nuestro Salvador, las que habían ú¿ arder en el sagrario, kionde
se adoraba la sagrada lanza, y ante las demás reliquias de Santos,
bajó nuestro santísimo Sr. Gregorio Decimoquinto, Pontífice máximo,
desde su palacio Vaticano, que está en San Pedro, antecediendo los
ilustrísimos señores Cardenales, y trayéndole sentado en su silla a
hombros, con aparato solemne. Apeóse junto a el altar y se hincó
de rodillas a los pies del sitial. ñUí dio principio a su oración, pi-
diendo a Dios, que le diese acierto en aquella función, que para
gloria de Su Majestad y honra de los cinco bienaventurados, preten-
día ejecutar, canonizándolos. Habiendo orado y vuelto a sentarse en
su pontificio trono, fueron llegando los ilustrísimos señores Carde-
nales para adorarle, y con la reverencia debida, dar la obediencia
a Su Santidad. Concluido esto, y habiendo ya tomado todos sus
asientos, parecieron delante de Su Beatitud, asistidos del maestro de
ceremonias, el ilustrísimo señor Cardenal Ludovisio, nepote del Papa,
procurador de las cinco Bienaventurados y su abogado el reverendí-
simo señor Zambecario, ambos señalados, para que por parte del
señor Emperador, de los reyes y príncipes cristianos, hiciesen al Sumo
Pontífice la primera súplica, en la conformidad siguiente: Beatísimo
Padre, el cardenal Ludovisio, que aquí se presenta a vuestra Santidad,
le suplica, con todo aprieto, en nombre de la Majestad Cesárea, de
los reyes y príncipes católicos, tenga por bien de declarar que Isidro
Labrador, Ignacio de Loyola; Francisco Javier, Teresa de Jesús y
■Felipe Neri, tieben ser escritos en el Catálogo de los Santos de
Nuestro Señor Jesucristo; y que como a tales deben ser reveren-
ciados de todos los fieles. H cuya primera petición, el secretario del
Papa respondió, en nombre del Santísimo Padre, así: «No hay vez
alguna, en que se deje ver en el aire algún resplandeciente cometa,
que no juzguen entre alborozos, los simples y guiados solamente de
la apariencia, que sus ojos miran, ser algún desusado astro, que
de nuevo nos ha querido dar a entender, que reside entre los que
adornan estos cielos. Mas los astrólogos expertos válense de instru-
1 La publica el /Iño Teresiano, t. III, pág. 219, conforme a un manuscrito que había en
el archivo de nuestro cori vento de Pastrana.
432 - APÉNDICES
raentos varios, siguen los pareceres de hombres científicos, tantean
una y muclias veces, siempre con solicitud grandísima, el rumbo que
sigue aquella nueva luz; huyendo, ante todas las cosas, de asegurar,
que es estrella de las que están en el firmamento, lo que puede ser
no más, que una leve exhalación, que se encendió en el aire, fl este
modo podemos filosofar, que sucede en la Iglesia, llamada Reino de
los Cielos. Sucedió tal vez resplandecer entre las oscuridades de nues-
tro siglo la virtud de algún sujeto, con especial singularidad, entre
el resto de los demás; ¿no habéis notado la facilidad grande con
que el vulgo, llevado de la piedad, lo encarece hasta las nubes, y ya
le da por santo? Pero la Iglesia, en quien solamente se halla la
suprema autoridad para decidir estas causas, no pasa por indicios tan
inciertos. Siendo constante, que no ya los ínfimos vapores de la
tierra se revisten de tales luces, que parecen estrellas, sino que
aun los demonios mismos se transfiguran en ángeles de luz. Por cuyo
respecto está determinado, con acierto grande, que para declarar a
alguno por santo, se hayan de examinar sus acciones, con averigua-
ciones diligentísimas, se tome juramento a los testigos, se pida dicta-
men a los príncipes de la Iglesia; y aun los milagros, siendo así
que parezcan ser testimonios divinos y oráculos celestiales, también
se averiguan mucho. Y por último, valiéndose de ayunos, limosnas
y oraciones, se solicita que el mismo Dios, que tiene contadas las
estrellas y puesto su especial nombre a cada una de ellas, tenga por
bien de descubrir la verdad y señalar cuál debe ser el resplandor
de virtudes de aquellos sujetos que en el estrellado cielo de la Santa
i/Vladre Iglesia merezca lucir por todas las eternidades. Gozoso está
nuestro Santísimo Señor de que ya todas estas diligencias, siguiendo
a los antecesores Padres, estén ya cumplidas exactamente de calidad,
que con aprobación de los hombres y enseñanza del divino espíritu,
está averiguada la virtud de estos cinco, a quienes desean ver con
los honores, y llaman con nombre de Santos, el Emperador, reyes,
príncipes y repúblicas; ¿pues quién pondrá la menor duda en los mé-
ritos de alguno de ellos?
^Isidoro, labrador triunfante y excelentísimo, así por el culto que
le tributan los reyes, como por el amparo que él mismo ofrece a las
provincias; él cual, en fuerza de su pobreza, arando, sembró tesoros
de divina gracia, para comprar la dignidad de Príncipe en la gloria.
x-Ignacio de Loyola, en cuya meditación ardió el fuego divino,
que su pecho atesoraba, abrazando con su afecto cuantas provincias
se extienden en el mundo, y cuantas edades cuentan los siglos, para
extender la cristiandad en todos tiempos y en todas partes, fué ins-
tituidor de la Compañía, que armada de virtud y letras, introdujera
en los gentiles el nombre de Jesús, y desbaratara, sin sentir, las mal-
vadas máquinas de los herejes.
>R más allá de lo que se extiende el mundo se habrá de dilatar
el que quisiere numerar las alabanzas que Francisco Javier merece,
por el bien que hizo a las naciones; porque habiendo alumbrado con
las luces evangélicas las oscuridades del Oriente, se reconoció deber los
indios mayores beneficios a los caritativos empleos de los sacerdotes
cristianos, que a los benévolos influjos de sus astros; y que aquel
APÉNDICES (133
cielo, que canta la gloria de Dios o la Iglesia católica, es de donde
se descubrió el Sol de justicia a los gentiles, que habitaban en medio
de mortales tinieblas.
»Teresa, coronada de virginales azucenas, y quebrantando en su
propio cuerpo las armas de los apetitos, con mortificaciones volunta-
rias triunfó perpetuamente en la Iglesia militante de las valentías
de los demonios. Tuvo familiares coloquios con la Sabiduría eterna,
y descubrió los secretos divinos. Hubiera logrado la palma de mártir,
si el soberano Esposo, enamorado del sacrificio de su virginal pecho,
no la hubiera reservado, pa a que sin derramar su roja sangre, restitu-
yese sus antiguos verdores Ll Carmelo.
»Por último, el sosiego pacífico e inexpugnable de Felipe Neri, ¿a
qué triunfos, conseguidos a costa de batallas, no se aventaja? Apenas
se atrevía el infernal en migo a combatir con sus sacrilegas armas co-
razón tan defendido de líos y de sus ángeles; porque teniéndole por
un castillo de fortaleza celestial, desesperaba de vencerle, y temía que,
continuándose las victorias de Felipe, se vería precisado a rendirle
nuevos triunfos.
»Pues como todos estos, cuando aun vivían en el mundo, moraban
con sus espíritus en la Soberana Patria, ahora que reinan en la
gloria, dan con maravillas, que todos los días repiten, a entender
al mundo que aun viven en él, y le patrocinan. Por cuya causa, in-
clinado nuestro Santísimo Señor a los ruegos de toda la Cristiandad,
imagina, que el día presente (clarísimo con los resplandores de San
Gregorio), ha amanecido digno de eterna memoria; porque en él pa-
rece que el Rey de la gloria, que a estos Bienaventurados los tenía
mucho tiempo ha entre sus cortesanos celestiales, gusta de que ya
públicamente se propongan a todos los mortales, para que con auto-
ridad apostólica los reverencien y sigan sus ejemplos. Mas siendo
los juicios de Dios unos multiplicados abismos, ni aun la virtud que-
rúbica se atreve a mirar derechamente la inmensa luz del Todopo-
deroso. Y así ahora, particularmente, es cuando se debe acudir con toda
instancia al Señor, que tiene el principado de los Santos, para que
concurriendo las súplicas de la Beatísima Virgen, y de todos los
Bienaventurados, y principalmente favoreciendo esta causa los ruegos
de los Santos Apóstoles (cuyos cuerpos se reverencian públicamente en
ese templo, donde mora la recta Religión), para que la luz divina
clarifique e! entendimiento de nuestro beatísimo Padre, y se concluya
cabalmente, entre aprobaciones de cielos y de tierra, este negocio, de
quien depende ia gloria del linaje humano, el acrecentamiento del di-
vino culto y aun los gozos de la bienaventuranza. Esto es en sus-
tancia lo que me mandó responder nuestro Santísimo Señor».
Dichas estas razones, bajó Su Santidad teniendo puesta la tiara;
se hincó de rodillas junto al sitial y oró un rato, cantándose en el
coro las letanías de los Santos, y otras deprecaciones, que concluidas,
se restituyó a su trono el Sumo Pontífice. Entonces el sobredicho
Cardenal y abogado, propusieron la segunda súplica, en la confor-
imidad misma que lo habían ejecutado la primera. R los cuales respondió
el propio Secretario lo siguiente:
«No es otra cosa decretarse con autoridad Pontificia aclamaciones
TI ?8
434 APÉNDICES
festivas y renombres de Santos, que publicarlos por príncipes de la
gloria y abogados del mundo, haciendo patentes los divinos secretos,
las llaves apostólicas. Lo cual es un negocio de tan grandísima im-
portancia, que habiendo de concluirle presto nuestro Santísimo Se-
ñor, juzga Su Santidad que se deben repetir las oraciones de todo
este Principado Eclesiástico y ayuntamiento agregado de varias gen-
tes, para implorar la luz del espíritu divino, ñsí me ordenó nuestro
Santísimo Señor que respondiese». En acabando de dar esta respuesta,
segunda vez bajó de su silla el Papa, y puesta la tiara, se acercó al
sitial, donde el cardenal Eesté, que serv'3 de diácono, se volvió al
pueblo, y en alta voz dijo: Orad. Y quitando de la cabeza al San-
tísimo Padre la tiara, se arrodilló su Beatitud; y acompañado de
todos los señores Cardenales y de los demás, hizo oración mental-
mente. Luego, el mismo Cardenal diácono, do: «Levantaos». Lo que
ejecutado, trajeron los Cardenales asistentes r Su Santidad el ritual, y
en alta voz entonó el himno: Vetii, Creator Spiritus, que oyeron de
rodillas todos, hasta que la música cantó el primer verso. Dicho éste,
tomó el Papa su asiento y prosiguió el coro el himno, perseverando
todos en pie; y después del verso: Emitte spiritum tuiím, etc., dijo
Su Santidad la oración: Deas, qui corda fidelium, etc. y sentóse.
ñl punto hicieron tercera instancia los que al principio, propo-
niendo su embajada y razones, como las dos veces antecedentes. R
que el referido secretario del Pontífice respondió como se sigue:
«Cielos, escuchad lo que voy a decir y atienda la tierra mis palabras.
Nuestro Santísimo Señor, animado con espíritu divino, determina des-
de esta elevadísima cátedra de la sabiduría cristiana, constituida por
Dios, para oráculo de la Verdad en el mundo, conceder los honores
celestiales a ¡estos cinco Bienaventurados, y que Isidro Labrador, Igna-
cio de Loyolai y Francisco Javier, españoles, Felipe Neri, florentín, sean
escritos en el número de los santos Confesores; y Teresa de Jesús,
española, en el de las santas Vírgenes. Sin más tardanza, el mismo
cardenal Ludovisio, acompañándole el referido ñbogado, dando a su
Beatitud las debidas y muy honoríficas gracias, dijo así: «Beatísimo
Padre, el cardenal Ludovisio, que presente se halla, recibe en nombre
de la Majestad cesárea, de los reyes y príncipes católicos, la oferta
que Vuestra Santidad acaba de hacer, porque le rinde gracias inmor-
tales; y en nombre de los mismos le ruega, tenga por bien de des-
pachar, en orden a la efectuada canonización, sus apostólicas letras; y
a todos y a cada uno de los proto-notarios y notarios, que aquí
se hallan, se les pide, que para perpetua memoria formen instru-
mento o instrumentos públicos, en que se dé testimonio de esta so-
lemne canonización. Entonces Su Santidad, bendiciéndolos con !a cruz,
que hizo con su mano derecha, respondió: «Así lo decretamos». E ins-
tantáneamente, uno de aquellos Prelados asistentes, en voz alta leyó
la sentencia y decreto que Su Santidad hacía sobre la canonización.
APÉNDICES ^35
DECRETO DE CANONIZACIÓN.
«R honra de la Santa e Individua Trinidad y exaltación de la
fe católica y aumento de la Religión cristiana, con la autoridad del
mismo Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de los
Santos Apóstoles Pedro y Paulo y nuestra; habiendo tomado consejo
de nuestros hermanos, determinamos y definimos, que los sujetos, de
buena memoria, isidro Labrador, Patrón de Madrid; Ignacio de Lo-
yola, del lugar de vizcaíno ñzpeitia, fundador de la Compañía; Fran-
cisco Javier, de la misma Compañía de Jesús; Teresa de Jesús y
Ahumada, natural de Avila, Fundadora de la Orden de Carmelitas
Descalzos; y Felipe Neri, florentín. Fundador de la Congregación
del Oratorio, son Santos, dignos de ser escritos en el Catálogo de los
Santos y comp a tales los escribimos en dicho Catálogo; determinando
que todos los años, el día del tránsito de Isidro, Ignacio, Francisco
y Felipe, como a confesores, no pontífices; y en el de Teresa, como
a solamente virgen, celebre la universal Iglesia sus Oficios devota y
solemnemente. Y sobre esto, valiéndonos de la misma autoridad a
todos los que verdaderamente penitentes y confesados, visitaren de-
votamente los sepulcros de los dichos, cualesquiera años, en los días
de sus festividades, concedemos un año y cuarenta días de indulgencias;
y a los que hicieren esta diligencia en las octavas de sus fiestas,
concedemos cuarenta días».
Al acabar de leer esto, regocijándose todo el concurso y sonando
los instrumentos músicos, todo era dar voces de alegríai y hacer reveren-
cia a los nuevos Santos. Sin detención alguna, hicieron fuera de la
iglesia señal las chirimías, las campanas y muchísimas trompetas. En-
tonces también los soldados suizos, de que se formaba la Guardia
de Su Santidad, hicieron salva con repetidos disparos; principalmen-
te en el castillo de San Angelo se dispararon muchas piezas de arti-
llería, en señal de la canonización de los cinco Santos. También se
oía por toda la ciudad el sonido alegre de las campanas. Y de todo
resultaba excitarse mucho los corazones de cuantos fieles había a
alabar y bendecir a Dios en sus Santos. Luego que empezó esta albo-
rozada armonía, entonó Su Santidad el Te Deiitn laudamus, que pro-
seguido, finalizado por las suavísimas voces de la capilla, el señor
Cardenal, que liacía oficio de diácono, entonó este versículo: '<Ovñá
por nosotros, Santos, Isidoro, Ignacio, Francisco, Teresa, Felipe». Y res-
pondió el coro: «Para que seamos dignos de las promesas de Cristo».
Y concluido el verso, dijo el Sumo Pontífice la oración propia de los
cinco Santos. Después el Cardenal diácono dijo la confesión y en
los lugares que les tocaba nombró a los Santos nuevos, diciendo:
Atque Beato Isidoro, Ignacio, Francisco, Thcresiae, Philippo, et ómni-
bus Sanctis, etc. Hecho esto, comenzó Su Santidad la Tercia; y mien-
tras la proseguía el coro, fué revistiéndose con las ceremonias acos-
tumbradas para celebrar la misa solemne. Esta fué de San Grego-
rio, Doctor de la Iglesia, con la segunda oración propia de los cinco
436 APÉNDICES
Santos. Fuese prosiguiendo hasta el ofertorio, y entonces sentóse el
Pontífice; unos señores Cardenales, que estaban prevenidos para la
función, fueron tomando sus ofrendas y presentándoselas a Su San-
tidad, observando la atención de besar primero el don aquel que
le ofrecía, y al darle besar la mano y las rodillas de Su Beatitud.
Los dones fueron, como ahora diremos, y verdaderamente misterio-
sos y merecedores de toda reflexión, diez cirios grandes, muy her-
mosamente dispuestos y adornados, así con los escudos de los San-
tos, como con los del Papa y rey católico. De calidad, que un par
de ellos se ofrecía por cada uno de los Santos, cinco canastillos do-
rados y en cada uno dos blancas tórtolas, cubiertas con unas redeci-
llas de seda, en nombre de cada Santo cada canastillo. Diez grandes
panes, los cinco plateados, y dorados los otros cinco; de calidad, que
un par de esta diferencia se ofreció en honor de cada Santo. Otros
cinco canastillos plateados, que cubiertos con sus redes de seda, guar-
daban un par de palomas blancas cada uno, dedicándose en la misma
conformidad. Diez pipas de madera llenas de vino y plateadas las
cinco, y las restantes doradas, que se presentaron con el orden que
los panes. Otras cinco cestillas muy pintadas y adornadas de plata y
oro, que debajo de redecillas de seda aprisionaban grande copia de
pajarillos. En recibiéndolos Su Santidad, los dio libertad; y volando
a lo superior del templo, alborozaron a los presentes.
Los señores Cardenales, por cuyas manos pasaron estas ofrendas,
fueron los que se siguen, conviene a saber: por San Isidro ofreció
los dos cirios el señor Cardenal de Monte; el Cardenal Pereto los
dos panes; el cardenal iVladrucio las dos pipas de vino. Por San Ig-
nacio ofrecieron los correspondientes dones los cardenales Millino, Lenio
y Cresencio. Por San Francisco Javier, los cardenales jVluto, Sabellio
y Valerio. Por Santa Teresa, los cardenales Zollorens, Gerardo y
Scaglia. Y por San Felipe, los Cardenales Pignatelli, Scrato y Goza-
dino. Asistentes para las ceremonias, fueron el Cardenal de Monte,
obispo Portuense, Boncompaño y ñldobrandino. Los abogados que asis-
tieron con la incumbencia de cuidar de la función, fueron: por San
Isidoro, el abogado Cafarella; por los Santos Ignacio y Francisco,
el reverendísimo señor Zambecario; por Santa Teresa, el abogado A\!-
llino; y por San Felipe, el abogado Spada. Maestros de ceremonias,
fueron el señor Paulo y señor Juan Bautista ñlaleoni, señor Carlos
Antonio Vicario y señor Pedro Ciammarucano. Concluido el ofertorio,
se prosiguió la misa con las acostumbradas ceremonias; y habiéndose
terminado, nuestro Santísimo Señor echó la bendición, y después de
publicar Indulgencia, precediendo los señores Cardenales, fue llevado
en su silla, y restituido festivamente a su palacio.
APÉNDICES 437
LXXIX
DOCUMENTOS ACERCA DEL PATRONATO DE SANTA TERESA EN ESPAÑA.
LAS CORTES DE 1617, A PETICIÓN DE LOS CARMELITAS DESCALZOS, DECLIRAN
A S. TERESA PATRONA DE LOS REINOS DE ESPAÑA (1).
Nos Don Juan de Incstrosa y Rafael Cornejo, escribanos mayores
de Cortes, y Ayuntamiento destos Reinos de Su Majestad: Certifi-
camos que en la villa de Madrid,^ a veinte y cuatro días del mes de
Octubre de mil y seiscientos y diez y siete años, estando el Reino
junto en Cortes en una Cuadra alta de palacio, lugar diputado para
ellas y a voz de Reino, se leyó en el esta petición:
Jesús María
Fray Luis de San Jerónimo, Procurador general de la Orden
de Carmelitas Descalzos: En nombre del Padre General y de toda la
dicha Orden, digo que ya V. S. sabe la mucha devoción que a
nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, Fundadora desta nuestra Re-
forma de Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, tienen todos es-
tos Reinos de España y particularmente los de la Corona de Cas-
tilla, donde la Santa nació y murió y está su cuerpo incorrupto, y
donde fundó tantos monasterios por su propia persona, andando lo
más principal de España,, y los muchos milagros que N. S. ha obrado
en ellos por su intercesión, por donde todo el mundo le desea ser
agradecido y tenerla por su Patrona y abogada, como la han to-
mado muchas ciudades, villas y lugares por tal, esperando recebir
por su intercesión de Nuestro Señor muchos bienes espirituales y
temporales. Y siendo proprio de V. S. honrar y favorecer a los San-
tos, y particularmente a los naturales de sus Reinos, parece que viene
a propósito que se muestre mucho en honrar a una tan ilustre y
grande Santa, tomándola por su Patrona y abogada en nombre de
1 Reproducimos este documento de una copia original hecVia en vitela u artísticamente llu^
minada con variedad de tintas en 1Ó17. Perteneció a la antigua casa generalicia que los Carme-
litas Descalzos tenían en la corte. Hoy está en posesión de los mismos religiosos de Madrtd.
Véase lo que sobre el particular escribimos en El Monte Carmelo, afio de 1915, página 300. En
pro u en contra del Patronato de Santa Teresa se escribió mucho en el siglo XVII. Se creía
entonces por muchos que hacer compatrona a la Santa, cedía en menoscabo del patronato del
apóstol Santiago.
938 APÉNDICES
SUS Reinos y ciudades, para que interceda con Nuestro Señor por
todos ellos, y todos se edifiquen de la devoción de V. S., y con su
ejemplo se animen a honrar a la Santa y su Familia de hijos
y hijas que hay en las ciudades y lugares más principales de nuestra
España, particularmente no habiendo otra santa natural fundadora de
Religión, y que ya Su Santidad ha dado licencia que en todos los
Reinos de España se rece y diga misa della, que es una gracia muy
singular. R V. S. pido y suplico haga este favor y merced a la dicha
Orden, que en recompensa della cuidaremos perpetuamente de su-
plicar a Nuestro Señor por su prosperidad, conservación y augmento.
Fr. Luis de San Jerónimo.
Votó el Reino lo que se verá en lo contenido en la petición, y
acordó, por mayor parte, el voto del señor don Hlvaro de Quiñones,
que dijo, que al pie de la petición dada por el P. F. Luis de
San Jerónimo, en nombre d€ su Religión (que quede escrita en los
libros de las Cortes), le parece que el Reino declare la notoriedad de
la vida y milagros desta gloriosa Santa, y el nacimiento de gracias
que hace a Nuestro Señor de que haya sido servido de que haya
nacido en estos Reinos, para que con particular obligación ruegue
e interceda a Nuestro Señor por ellos, y ellos queden por esta
razón con perpetuo reconocimiento de tenerla por su abogada y Pa-
trona. Y del acuerdo que el Reyno en esta conformidad hiciere, se
dé certificación al dicho P. Fr. Luis de San Jerónimo.
En dieciséis días del mes de Noviembre del dicho año, los Se-
cretarios de las Cortes dijeron, que estando con el señor Don Fer-
nando de Acebedo, Arzobispo de Burgos y Presidente de Castilla,
en presencia de unos Padres Carmelitas Descalzos, les dio un papel
cerca del acuerdo que el Reino hizo en veinte y cuatro días del mes
de Octubre deste año, tomando por Patrona a la Santa JVladre Te-
resa de Jesús, para que el Reino le viese y acordase lo que convi-
niese. Y habiéndose tratado dello y visto el dicho papel, acordó el
Reino, de conformidad, que en veinte y cuatro días del mes de Oc-
tubre deste año, a petición del P. Fr. Luis de San Jerónimo, Procu-
rador general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, se acordó
que se recibiese por particular Patrona y abogada destos Reinos a
la gloriosa Madre la Virgen Santa Teresa de Jesús para invocarla y
valerse perpetuamente de su intercesión en sus necesidades. Y para
que constase de las razones y motivos que tuvieron para resolver ne-
gocio de tanta gravedad e importancia, se declarasen al pie de la
dicha petición las particulares obligaciones que el Reino tiene para
recebirla por tal Patrona, y en su conformidad declara: Que además
de lo que debe ser estimada por sus grandes méritos y heroicas vir-
tudes con que resplandeció y los muchos y continuos milagros que
en confirmación de su santidad ha obrado Nuestro Señor, y obra cada
día por esta Santa, como es notorio, no sólo en estos Reinos, sino
en los extraños que generalmente participan destos favores, este Reino
en particular está reconocido de las mercedes que Nuestro Señor le
ha liccho por haberle dado en estos tiempos esta tan santa y pro-
digiosa mujer, nacida y criada en Castilla, que tanto ha honrado esta
nación, a quien las más remotas y extranjeras estiman y reverencian
APÉNDICES 439
teniendo noticia della, así por sus hijos e hijas, como por sus libros
y admirable doctrina. Y preciándose este Reino de que en él diese
principio esta bienaventurada Santa a una Reformación tan ilustre
de hombres y mujeres, y fuese la primera que comenzase en España
este nuevo modo de vida y delic se derivase por tantas partes del
mundo, con tan grande aumento de la Religión cristiana y servicio
de la santa Iglesia; y teniendo asimismo consideración a lo mucho
que trabajó fundando tantos conventos de religiosos y religiosas, con-
que dejó ilustrados estos Reinos, honrando con su presencia y fun-
dando por su persona en las nobles ciudades de Burgos, Toledo, Se-
villa, ñvila. Salamanca, Soria, Segovia, Valladolid, Palencia, y en las
villas de Medina del Campo, ñlba, Malagón, Villanueva de la Jara,
Beas, Duruelo, Pastrana y otros lugares. Y habiendo hecho en vida
obras tan heroicas en tan grande utilidad destos Reinos, cuando partió
su alma santísima a recebir el premio de sus trabajos y la palma de
su pureza, dejó enriquecida a España con el precioso tesoro de su
virginal cuerpo, cuya incorrupción da testimonio de la estima que
Dios hace de su esposa, confirmándole con tan prodigiosos milagros
como cada día se ven en los que con fe y devoción visitan su santo
sepulcro, que está en la villa de Alba; y asimismo, atendiendo al
singular favor con que nuestro muy Santo Padre Paulo Papa Quinto
ha honrado a la Santa y a estos Reinos, dando licencia para que sea
venerada como santa propria, rezando y diciendo JVlisa desta glo-
riosa virgen en toda España todos los eclesiásticos, así seculares como
regulares; y considerando particularmente, que el motivo que esta
bienaventurada Santa tuvo para la gloriosa empresa de la reforma-
ción y fundación que hizo de su Orden de Religiosos y Religio-
sas, fué para que ayudasen a la Iglesia con su doctrina, oraciones
y penitencias (como se hacen en esta sagrada Religión) contra las
herejías y falsedades de Lutero, y que por el celo que tuvo de las
almas que por sus errores se perdían, la concedió Dios a ella des-
pués de su muerte, que fuese particular Patrona y abogada en las
causas de la Iglesia contra los herejes, deseando que Dios nuestro
Señor conserve estos católicos y cristianísimos Reinos en la integri-
dad y pureza de la fe que constantemente han profesado, parecién-
dole que a esta gloriosa Santa le corren particulares obligaciones
de mirar por ellos, como hija natural nacida y criada en ellos, y de
ampararlos y defenderlos con su intercesión en el cielo, como lo pro-
curó con sus oraciones cuando vivió en la tierra; en reconocimiento
de tan singulares mercedes (de que da a Dios infinitas gracias), la
reciben estos Reinos por su Patrona y particular abogada e interce-
sora, para obligarla con este voluntario servicio a que particularmente
mire por los buenos sucesos y acrecentamientos espirituales y tempora-
les de España, y señaladamente alcance de Nuestro Señor conserve
estos Reinos en su santa fe católica, y con su intercesión los defien-
da y ampare de las herejías, como lo espera. Y para que conste deste
Decreto y haya perpetua memoria de cómo para su defensa reciben
estos Reinos por tal patrona a la gloriosísima Santa para invocarla
perpetuamente en sus necesidades, y pedir a Dios mercedes y mise-
ricordia por su intercesión, el Reino mandó se asiente la petición del
4t0 APÉNDICES
dicho P. Fr. Luis de San Jerónimo en los libros de Cortes, como tiene
acordado, y al pie della este Decreto, y que se le dé certificación del
al dicho Procurador general, para que se publique y venga a noticia
de todas las ciudades, villas y lugares destos Reinos. Y así lo referido
se acordó de conformidad.
Todo lo cual parece por los Libros de las Cortes que quedan en
nuestro poder, a que nos referimos. Y para que dello conste, dimos
esta firmada de nuestros nombres, y sellada con el sello destos Rei-
nos, en la villa de Madrid, a treinta días del mes de Noviembre de
mil y seiscientos y diecisiete años.
Juan de Inestrosa y Rafael Cornejo.
.APÉNDICES 441
LXXX
CARTA DE S. A\. EL SR. D, FELIPE III (1).
El Rey. — Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Ofi-
ciales y hombres buenos de la ciudad... Considerando estos mis
Reinos juntos en Cortes lo que los ha ilustrado el haber sido
en ellos el nacimiento de la bienaventurada virgen Santa Teresa de
Jesús, su admirable y santa vida y dichosa muerte, dejándolos en-
riquecidos con el tesoro de sus reliquias, que con tanta entereza se con-
servan, y las grandes maravillas que Nuestro Señor obró con ella,
sus muchos y calificados milagros, el gran fruto que se conoce en las
plantas que en su Religión se crían, y lo que se va extendiendo su
devoción en las naciones extranjeras; y siendo justo que la suya se
aventajase con particulares demostraciones, han acordado recibirla por
su Patrona y abogada después del Apóstol • Santiago para invocarla
y valerse de su intercesión en todas sus necesidades. Y nuestro muy
Santo Padre, a mi instancia y suplicación, también se ha querido mos-
trar por su parte expidiendo su Breve para que en todos mis Reinos
de España se pueda rezar y decir misa de esta bendita Santa, en
que parece obra Nuestro Señor por todos caminos para que su de-
voción se extienda; y por ser muy particular la que yo tengo, y lo
que deseo que en todos mis subditos se asiente la misma, os he
querido avisar de esto, y mandaros, como lo hago, publiquéis y ha-
gáis notorio en esa ciudad lo uno y lo otro, y con demostraciones
de gozo y regocijo, que ordenaréis se hagan en 5 de Octubre, que
es el día del glorioso tránsito de esta bienaventurada Santa, la admi-
táis y recibáis por Patrona y abogada con el aplauso que se le
debe, en que me tendré de vosotros por servido-, y en que me aviséis
como lo habréis puesto en ejecución. De San Lorenzo el Real, a 4
de ñgosto de 1618. — Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro señor,
Juri^e de Tobar.
1 En virtud del precedente acuerdo tomado en Cortes, el Rey escribió esta carta a todas
las ciudades u villas de España para que lo pusieran en ejecución.
^{42 APENOICl-S
LXXXÍ
CflRTft DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES AL CONDE DE OiMATE ACERCA DEL PATiíO-
NATO DE SANTA TERESA (1).
Dos veces ha votado el Reino, junto en Cortes, por su oatrona y abo-
gada a la Santa Madre Teresa de Jesús, y serále de gran consuelo
que Su Santidad lo confirme. Ofrécense algunas coníradiciones, en
que quizá el cielo no será menos pío; pero como es casi universa]
la devoción de estos reinos a tan gran Santa, justamente podemos se-
guirla y asentarla con nuestro oficios. Escribo sobre esto a los señores
cardenales Pío y Torres; pero V. S. lo ha de favorecer en todas par-
tes, como devoto de la Santa y señor mío.
Suplicóle a V. S. muy de veras, y quiero que sepa, que casi desde
que nací la tengo por abogada, y gran confianza en su protección;
y que por lo menos, ya que de mi cosecha no puedo ofrecerle cosa
buena, he de poner a cuenta de la Santa, lo que debiere a V. S.
en esta ocasión, que ella es tal, que nos pagará bien a todos.
Y yo estimaré esta deuda con particular reconocimiento.
Dios guarde a IV. S. como deseo.
Madrid, 27 de Marzo de 1627.
De letra del Conde: El Rey es hijo de Santa Teresa, y rodos
sus esclavos.
Con que V. S. me solicitará a mx si yo rae descuidare, que no haré,
Don Gaspar de Guzmán.
1 Cft. ñño Tercsiano, t. 111, p. 383.
APÉNDICES 443
LXXXII
CARTA DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES AL CARDENAL TORRES SOBRE EL PA-
TRONATO DE SANTA TERESA (1).
Ilustrísinio y reverendísimo señor: Será gran consuelo para estos
reinos que Su Beatitud confirme por patrona de ellos a la santa
Madre Teresa de Jesús, como lo han votado dos veces, juntos en
Cortes.
Y si bien se ofrecen contradiciones con celo, quizá no menos pío,
vienen a ser tan particulares, que espero cesarán con la aprobación de
Su Beatitud al concurso universal d<¿ los que deseamos merecer con
devoción y confianza la protección de tan gran Santa.
Yo soy devoto suyo y de su Religión casi desde que nací, y cada
día debo a Madre y a liijos mayores demostraciones de que me
valen y favorecen con Dios en todas mis necesidades.
La Santa desea en el cielo lo que hubiere de ser mayor gloria de
Dios, honra de sus escogidos y bien de estos reinos.
La declaración de Su Beatitud ha de ser ley de lo que en la tierra
debemos desear en esta materia.
Entre tanto que llega, manifiesto yo a V. S. I. mi devoción y el
afecto común de España.
Suplico a V. S. L lo favorezca en todo, que digna es la causa
de la piedad de V. S. L; y en su aprobación y amparo cualquier suceso
acrecentará en nuestros ánimos veneración y consuelo, y a mi me
serán de particular estimación los oficios que espero de la merced que
V. S. L me hace.
Dios guarde la ilustrísima persona de V. S. I. con toda prosperidad.
Madrid, 27 de Marzo de 1627.
De su letra: Yo soy hijo de mi Santa Madre; y lo que es más,
y el todo. Su Majestad, Dios le guarde; con que he dicho a V. S. I.
cuanto puedo.
Besa la mano de V. S, I. su mayor servidor, Don Gaspar de Quzmán.
1 /Iño Teresiano, t. III, p. 5'á'i.
4M * APÉNDICES
LXXXIII
OTRA CARTA OEL CONDE-DUQUE AL CARDENAL PIÓ SOBRE EL MISAIO ASUNTO (1).
Ilustrísimo y reverendísimo señor: Los reinos de Castilla y León,
juntos en Cortes, han votado dos veces a la santa madre Teresa de
Jesús por Patrona y Abogada suya; y aunque este acto de devoción
y culto particular de tan gran Santa se ve que será agradable a Dios
y a ¿us escogidos, y los de España tendrán gloria accidental de que
los que caminamos a los que ellos gozan, procuramos merecer la pro-
tección de mujer tan heroica con particulares votos y pía veneración
y confianza, no han faltado contradicciones de las que causa nuestra
flaqueza; y como también descubren piedad y celo, es más debido
que los devotos de la Santa Madre, que sólo deseamos lo que Su Bea-
titud tuviere por más conveniente al bien espiritual de estos Reinos,
manifestemos nuestros afectos, y los pongamos a los pies de Su Bea-
titud y en el pecho de V. S. I. para que los favorezca.
Creo, sin duda, que será de gran consuelo para todos, que el
voto de estos Reinos se confirme, porque su devoción a Santa Teresa
es general y afectuosísima.
Y se la tengo desde mi niñez y gran confianza de que me es in-
tercesora con Dios para que me salve; de justicia le debo esta con-
fesión, y suplicar a V. S. I. honre a la Santa con su piedad y a estos
Reinos con sus oficios, y a mí en la parte que espero de acción
tan devota. Dios guarde la ilustrísima y reverendísima persona de
V. S. L con toda prosperidad.
Madrid, 27 de Marzo de 1627.
De su letra: El Rey, Dios le guarde, es hijo de nuestra santa Ma-
dre, con que no tengo que añadir a V. S. I. en este particular; -y
los demás somos sus esclavos.
Ilustrísimo y reverendísimo señor: besa la mano a V. S. L su
mayor servidor, Don Gaspar de Guzmán.
l Jlño Terasidrio, i. 111, p. 565.
APÉNDICES
445
LXXXIV
BREVE DE URBANO VIH CONFIRMANDO EL PATRONATO DE SANTA TERESA SOBRE
ESPAÑA APROBADO EN CORTES. (21 de Julio de 1627) (1).
Domini nostri Jesu Christi qui
servos et ancillas suas aetcrnae glo-
riae pracmio donat in coelis, vi-
ccs quamquam immeriti gerentes in
tcrris, ex injuncto Nobis Pastora-
lis officii debito procurare tenemur,
ut eorumdem servoruní, et anclUa-
rum Christi dcbitus honor, et ve-
neratio in terris in dies magis pro-
moveatur, et laudetur Dominus in
Sanctis suis. Quamobrem Christi fi-
delium ad eorumdem Sanctorum pa-
trocinium confugientium vota, ut op-
tatum sortiantur effectum, ad exau-
ditionis gratiam libenter admitti-
mus, ac desuper ejusdem officii par-
tes propensis studiis impendinius,
prout conspicimus in Domino sa-
lubriter expediré.
Sane dilecti filii Syndici, seu
Procuratores Regnorum Coronae
Castellae nobis nuper exponi fcce-
runt, quod ipsi attente consideran-
tes, quot, et quanta meritis, et in-
tcrcessione Sanctae Theresiae de
Jesu praepotens Deus illis contule-
rit, et in dies conferat beneficia,
quamque Regna pracdicta illius vi-
tae sanctimonia, ac quae Dominus
per eam operari dignatus cst, mi-
Teniendo Nos en la tierra, aunque
indignos, las veces de nuestro Se-
ñor Jesucristo, que corona con pre-
mio de gloria eterna a sus sier-
vos y siervas en el cielo; por el
oficio pastoral que nos está en-
cargado, nos corre obligación de
procurar que se acreciente más ca-
da día en la tierra la honra y
veneración debida a los mismos
siervos y siervas de Jesucristo, y
que sea Dios alabado en sus santos.
Por tanto, para que los ruegos
de los fieles de Cristo que se aco-
gen al patrocinio de los mismos
santos consigan el efecto deseado,
de buena gana les hacemos gra-
cia de oír sus peticiones, y con ínti-
mo afecto les comunicamos las par-
tes del dicho nuestro oficio, según
que vemos convenir saludablemente
en el Señor.
Los amados hijos procuradores
de los reinos de la corona de Cas-
tilla, ahora de nuevo nos hicieron
relación, que considerando ellos
atentamente los innumerables be-
neficios que la Divina Majestad les
ha hecho y hace cada día por los
méritos e intercesión de Santa Te-
1 Véase el Mño Teresiano, día 21 de Julio.
^46
APÉNDICES
raculis, nec non etiam fundationc
tot Monasteriorum, tam virorum,
quam mulierum Ordinis B. Mariae
de Monte Carmelo discalceatorum
iiuncupaíorum, in quibus primitivae
dicti Ordinis Regulae Observaníia
máxime floret, per eam instituto-
rum, illustrentur; idcirco, et alias
ob singiilarem, quem erga S. 1/he-
resiam gerunt dcvotionis affectum,
in Comitiis, seu Parlamento dicto-
rum Regnorum ultimo loco habito
eamdem S. Theresiam in pra¿ci-
puam Regnorum Coronae hujus-
modi Patronam, et Hdvocatam ele-
gerunt, prout in decreto desuper
emanato plenius dicitur coníineri.
Cum autem, sicut eadem exposi-
tio subjungebat, Syndici, seu í--ro-
curatores praedicti plurimum cu-
piant jelectionem ,hujusmodi, ¡quo fir-
ma perpetuo subsistat, Nostro, et
hujus Sanctae Sedis ñpostolicae pa-
trocinio communiri; Nos Syndico-
rum, seu Procuratorum eorumdem
pietatem, et Consilium hujusmodi
plurimum in Domino commendan-
tes, illosque specialibus favoribus,
et gratiis prosequi volentes, et eo-
rum singulares personas a quibus-
vis excommunicationis, suspensionis,
et interdicti, aliisque ecclesiasticis
sententiis, censuris, et poenis a jure
vel ab homine, quavis occasione,
vcl causa latis, si quibus quomodo-
libet innodatae existunt, ad cffe-
ctum praesentium dumtaxat conse-
quendum harum serie absolventes,
et absolutas fore censentes, suppli-
cationibus tam carissimi in Christo
filii nostri Philippi Hispaniarum
Regis catholici quam eorumdem
resa de Jesús, y cuan ilustrados
están los dichos reinos con la san-
tidad de su vida, con los grandes
milagros que se ha dignado el Se-
ñor de obrar por ella, con la fun-
dación de tantos monasterios de
hombres y mujeres de la Orden
de Nuestra Señora del Carmen de
Descalzos, y en que tanto florece la
observancia de la Regla primitiva
de la dicha Orden, de cuya refor-
mación ella fué la autora; por esto,
y por la gran devoción que tienen
a la misma Santa Teresa, en las
últimas Cortes de los dichos rei-
nos, eligieron por patrona y abo-
gada de los reinos de la tal coro-
na, como consta del decreto hecno
sobre esto, donde más a la lar-
ga nos dicen se pone el hecho.
Y porque, como la dicha relación
añadía, los dichos procuradores de
Cortes tienen gran deseo para que
la dicha relación sea firme y per-
petua, que le apliquemos al patro-
cinio nuestro y de esta Santa Se-
de apostólica: Nos, alabando mu-
cho en el Señor, la piedad y acuer-
do presente de los dichos procu-
radores y queriéndoles hacer espe-
ciales favores y gracias, y absol-
viéndoles a ellas, y a cada una de
sus personas, para efecto de con-
seguir tan solamente la presente
gracia, de cualesquiera sentencias,
censuras y penas eclesiásticas, de
excomunión, suspensión, entredicho,
y otra cualesquiera por derecho o
especial persona, con cualquiera
ocasión o causa puesta, si acaso
están con ellas ligados, inclinán-
donos a los ruegos, que de nuevo
APÉNDICES
447
Syndicorum, sen Procuratorum no-
mine Nobis super hoc humiliter por-
rectis inclinati, de Ven. Fratrum
nostrorum S. R. E. Cardinalium sa-
cris Ritibus praepositorum Consilio,
eicctionem praedictam, ac desuper
emanaium Decretum hujusmodi,
Apostólica auctoritate, tenore prae-
sentium, perpetuo approbamus, et
confirmamus, illisque inviolabilis
Apostolicae firmitatis robur adji-
cimus, atque omnes, et singulos tam
juris, quaní facti dcfectus, si qui de-
super quomodolibet intervenerint,
supplemus: utquc in posterum ea-
dem Sancta Teresia ab ómnibus, et
singulis eorumdem Regnorum pcr-
sonis, tam saecularibus, fet ecclesias-
ticvs, quam regularibus, ut talis Pa-
trona, cum ómnibus, et singulis pri-
vilegiis, gratiis, et indultis, simili-
bus Patronis competentibus, seu
alias concedí solitis, sine tamen
praejudicio, aut innovatione, vel di-
minutione aliqua Patronatus S. Ja-
cobi Apostoli in universa Hispania-
rum Regna, liaberi, et reputari, at-
que ita ab ómnibus, ad quos spe-
ctat, observari deberé eíiam perpe-
tuo statuimus, praecipimus, et man-
damus: Decernentes nihilominus ir-
ritum, et inane quidquid secus su-
per his a quocumque quavis auctori-
tate scienter, vel ignoranter contl-
gerit attentari. Non obstantibus
Constitutionibus, et Ordinationibus
Apostolicis, caeterisque contrariis
quibuscumque. Volumus autem,
quod praesentium transumptis letiam
impressis manu alicujus Notarii pu-
blici subscriptis, et sigillo alicujus
personae in dignitatc ecclesiastica
humildemente se nos han propues-
to, asi en nombre de nuestro muy
amado hijo en Cristo Filipo, cató-
lico rey de las Españas, como de
las dichas Cortes, de consejo de
nuestros venerables hermanos los
cardenales de la Santa Iglesia de
Roma, deputados para los sacos
Ritos, aprobamos y confirmamos,
con autoridad apostólica, la dicha
elección y decreto sobre ella he-
cho, y le damos fuerza de firmeza
apostólica, y suplimos todos y cua-
lesquier defectos, así de hecho como
de derecho, si acaso, alguno por
algún camino en ello hubiese ha-
bido.
Y estatuimos, y icón precepto
mandamos, que de aquí adelante,
para siempre jamás, todas las per-
sonas de los dichos reinos, así se-
glares y "eclesiásticas, como regula-
res, tengan y reputen a la dicha
Santa Teresa por tal patrona, con
todos, y cada uno de los privile-
gios, gracias e indultos competen-
tes a tales patronos, o que de otra
manera se acostumbra concederse,
y que así lo deben observar aque-
llos a quien toca, «sin perjuicio
o innovación alguna del patronato
de Santiago apóstol en todos los
reinos en España».
Y juntamente declaramos por
írrito, y de ningún valor cualquie-
ra cosa, que de otra manera, acer-
ca de esto, con cualquiera autori-
dad, a sabiendas o con ignoran-
cia, acaso por alguno fuere inten-
tada; no obstante otras cualesquie-
ra constituciones y ordenaciones
apostólicas en contrario.
nm
APÉNDICES
constitutae munitis eadem prorsus
fides adhiberetur, ac si litterac ori-
ginales forent exhibitae, vcl osten-
sae.
Datum Romae apud S. Mariam
Majorem sub annulo Piscatoris, die
21 Julii 1627. Pontificatus nostri
anno IV. — V. Theaün.
Y queremos qu€ a los traslados
de las presentes, aunque sean im-
presos, firmados de mano de al-
gún notario público y autorizados
con sello de alguna persona cons-
tituida en dignidad eclesiástica, se
les dé en todo la misma fe que se
dierai a las presentes, si se exhibie-
ran y mostraran.
Dado en Roma en Santa María
la Mayor, con el ñnillo del Pes-
cador, a 21 de Julio de 1627, en
el año cuarto de nuestro pontifi-
cado.— Vulpio teatinense.
APÉNDICES ^49
LXXXV
CARTA DEL SR. D. FELIPE IV (1)
El Rey.— Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Ofi-
ciales y hombres buenos de la ciudad... Estos mis Reinos reci-
bieron por Patrona a Santa Teresa de Jesús, natural de ellos; y
S. S. también se la ha dado por tal por su Breve, cuya copia se
envía con ésta. Y por la particular devoción que yo la tengo, y lo
que estimo que a la bienaventurada Santa se acabe de perfeccionar
en mi tiempo el servicio que mis Reinos comenzaron a hacerle antes
de suceder yo en ellos, os mando la recibáis por tal Patrona, y que
en las necesidades que se ofrecieren la invoquen por tal; pues de
tan grande Santa, tan favorecida de Nuestro Señor, y que tan de
veras debe asistir a su patria, podemos esperar alcanzará para ella
felices sucesos. Y para dar principio a esta invocación, daréis orden
que el día de su fiesta, que será a 5 de Octubre, o en un|o de
los de su octava, se le haga una procesión solemne, que vaya al Mo-
nasterio de frailes Carmelitas, si le hubiere en esa ciudad; y no le
habiendo, al de Monjas de la misma Orden; y en falta de uno y de
otro, a la iglesia que pareciere más a propósito, solemnizando en lo
espiritual esta fiesta todo cuanto se pudiere, sin mezclar con ella nin-
guna seglar o profana por ningún caso. Y para lo que fuere nece-
sario acudiréis vos el mi Corregidor de esa ciudad al Rev. en Cristo
Padre Obispo de ella, a quien escribo sobre esto, para que os ayude,
y avisarme eis cómo se habrá puesto en ejecución, que en ello me ser-
viréis. De Madrid, a 28 de Septiembre de 1627. — Yo el Rey. Por
mandado del Rey nuestro señor, Antonio Alosa Rodar.
1 Por la oposición que se hizo al patronato de la Santa en España, pretextando que mien-
tras no fuese canonizada no podía dársele tal título, no tuvo efecto el acuerdo de las Cortes de 1617.
Las de 1026 volvierjjn a declararla Patrona del Reino, ij tal acuerdo fué confirmado por Urbano
VIII, si bien luego sf revocó a petición de los que defendían el patronato de Santiago. ¡Como
si no pudiera tener la nación dos patronos!
n 29
450 APÉNDICES
LXXXVI
CaRTfl DE LA M. BEATRIZ DE JESÚS, SOBRINA DE LA SANTA A D. FRANCISCO
DE QUEVEDO SOBRE LA CUESTIÓN DEL PATRONATO (1).
Jhs. María. — La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra
merced, cuyo papel recibí ayer muy tarde, que no pude responder. Hame
dado mucha pena el que la hayan dado a vuestra merced con el papel
que me había dicho don Manuel Sarmiento (2) ; que aunque vuestra mer-
ced nos la dio primero con el suyo, no son estas cosas de venganzas,
sino causa de Dios nuestro Señor; y la misma grandeza della da bien
a entender que no fueran bastantes todas las criaturas del mundo para
moverla. Y esté vuestra merced cierto, y todos los que lo contradicen,
que este Breve de ahora (3) (no trato del pasado), no lo negoció ni pidió
■la Religión; que ahora, ya que está en este estado, deja que vaya ade-
lante. Muchas personas graves y desapasionadas lo aconsejan; mas esto,
señor, no es haciendo agravio a nadie, ni era buena manera de obligar
a Dios nuestro Señor el ofenderle.
Bien puedo afirmar, y jurar si fuera necesario, que el papel que
vuestra merced dice le han dado (^), no es de ningún religioso de mi
Orden; que ayer me dijeron los que vinieron! a confesar que con una cu-
bierta y sin firma les dieron uno. Esto crea vuestra merced, como el ser
cristiano, que ansí me lo afirman. Y pues vuestra merced lo es, y tan
desengañado como muestra en sus palabras, deje este negocio a Dios,
que más quiere su divina Majestad al glorioso Santiago que vuestra mer-
ced y ftodos los que traen su hábito;, y más poderoso es que todos ellos,
y podrá hacer lo que quisiere, sin haberlos menester; y no creer esto
ansí, es falta de fe. Y también mira Su Majestad por la honra de la San-
ta, que se lo prometió ;j y yq a vuestra merced, que no deseo sino que se
haga la voluntad de Dios. Y sabe este señor que me entristeció este pa-
1 Sabido es que uno de los que más se opusieron al Patronato de Santa Teresa en Es-
paña fué Quevedo, no por falta de devoción a la indita Reformadora, sino porque creía que
se menoscababa con esto la veneración y confianza en el glorioso Apóstol. Esta cuestión dio
motivos a vivas discusiones. Esta carta, modelo de entereza y devoción a la causa de su santa
Tía, debió de escribirla en 5 de Marzo del año 1028, siendo Priora de las Carmelitas Descalzas
de Madrid.
2 D. Manuel Sarmiento de Mendoza, canónigo magistral de Sevilla ij grande amigo del
Conde-Duque.
3 De Urbano VIII, que lleva fecha de 27 de Septiembre 1627.
4 Liras, a lo que parece, del P. Gaspar de Stn. María, que las publicó con el pseudónimo
de D. Valeriano Vicencio en pro del Patronato de Santa Teresa. La Carta de In M. Beatriz,
junto con estas líneas u otros documentos curiosos, pueden leerse eu el tomo 48 de la Biblio-
teca de Hutotes Españoles, de Rivadeneyra.
APÉNDICES 451
tronazgo, y es la Santa mi madre y mi tía; mas no había menester
esta honra, que le ha dado nuestro Señor mucha; y si quiere que éste
vaya adelante, poco le impedirán las criaturas, sino que le ofenderán en
no lo dejar en sus manos.
Esto deseo yo que hagan todos, y ¡que guarde Su Majestad a vuestra
merced con los augmentos que puede dar. De las Descalzas Carmelitas,
hoy 5 de KíZíxzo. —Beatriz de Jesús. — R D. Francisco de Quevedo, que
nuestro Señor guarde, caballero del hábito de Santiago.
^2 APÉNDICES
LXXXVII
INFORME DE LA COMISIÓN ESPECIAL ECLESIÁSTICA.
Señor: La comisión especial eclesiástica ha examinado el memorial
del Prior y Comunidad de Carmelitas descalzos de esta plaza de
21 de ñbril próximo, y los documentos auténticos que le acompañan.
En él se expone que las Cortes de 1617, junto con el Sr. D. Felipe III,
eligieron y votaron a Santa Teresa de Jesús por Patrona y abogada
de estos Reinos después del Apóstol Santiago, para invocarla y valerse
de su intercesión en todas sus necesidades. Esto lo acreditan con copia
de una carta del Presidente de Castilla al Corregidor de Cádiz fecha
en 18 de ñgosto de 1618, en que, acompañándole el decreto de las dichas
Cortes, le encarga que la reciba esta ciudad y su jurisdicción por
Patrona, y que haga esfuerzos para que el Rev. Obispo y Cabildo hagan
por ello demostraciones públicas de alegría. Exhiben también otra
carta de Felipe III a la ciudad, en que dándole cuenta del dicho
acuerdo de aquellas Cortes, añade que S. S., deseando cooperar al
deseo de la nación, había expedido Breve para que en estos Reinos
se pudiese rezar y decir misa de esta gloriosa Virgen, que se hallaba
sólo beatificada.
Mas no habiendo tenido efecto este acuerdo de las Cortes, como
aparece de una carta del secretario Jorge de Tobar a este Ayuntamien-
to, fecha en 24 de Septiembre del mismo año, en que le dice que S. M-
por justas causas mandaba que el recibirla por Patrona y hacer por
ello fiestas cesase de todo punto hasta que S. M. mande otra cosa,
las Cortes de 1626, después de canonizada la Santa, la declararon
nuevamente Patrona de España, cuyo decrel:o confirmó el Papa Ur-
bano VIII en su Bula expedida en 21 de Julio del año siguiente,
y circulada con el decreto de las Coí-tes a todo el Reino por el Sr. Fe-
lipe IV, en 28 de Septiembre del mismo, añadiendo el Rey: «Os mando
la recibáis por tal Patrona, y que en las necesidades que se ofrecie-
ren, la invoquéis por tal; pues de tan grande Santa, tan favorecida
de Nuestro Señor, y que tan de veras debe asistir a su patria, podemos
esperar alcanzará para ella felices sucesos».
Este mandato fué obedecido con general aplauso en toda la nacióii,
o en la mayor parte de ella, como consta del testimonio del secre-
tario Juan Ortíz de Zarate, cuya copia obra también en el expediente.
1 Únicamente a titulo de información publicamos este extenso alet.'íito, que la Con;i-.ión
nombrada por las celebérrimas Cortes de Cádiz hizo para informar sobre la instancia hecha por
los Carmelitas Descalzos de aquella ciudad, pidip'ido que los diputados allí reunidos declarasen
patrona de Espafia n Santa Teresa. Algunas frases de estp informe se entenderán fácilmente
conociendo las tendencias político-religiosas de aquella asamblea.
APÉNDICES ¡ioS
A pesar de esta voluntad tan decidida de toda la nación, el Ca-
bildo de la Santa Iglesia de Compostela, no contando con los repre-
sentantes de los Reinos, y sin obtener venia del Rey, acudió a Roma,
y alegando que Santiago era el único Patrón de España, pudo con-
seguir la revocación o suspensión de aquel Breve por un decreto que
circuló él mismo a algunos cuerpos y personas que apoyaron su pre-
tensión, como consta de la carta de su Cabildo, que aquí se exhibe.
De este que el Rey miró como un verdadero desaire, se desenten-
dió S. M. por razones políticas, fáciles de entender al que sepa la
historia de aquel reinado; no insistiendo en que se llevase a efecto
la resolución de las Cortes, como pudiera haberlo hecho sin menos-
cabo del respeto debidoi a la Silla Apostólica, así por haber circulado
ya la Bula de S. S., confirmatoria del voto, como por otras razones
que se dirán luego.
Para prueba de que en la Nación y en sus Reyes, aun después
de aquella suspensión, vivía el deseo de cumplir su voto, se alega
en el Memorial la cláusula sexta del codicilo de Carlos II, en que pro-
testando haber deseado toda su vida que tuviese efecto el compatro-
nato de Santa Teresa a favor de estos Reinos, encarga a sus suce-
sores lo dispongan como medio para que alcancen grandes bienes por
su intercesión. Que este deseo subsista aun en la Nación, lo indica,
entre otras pruebas, una proposición que hizo en el Congreso el día 3
de Septiembre del año anterior, por especial encargo de su Provincia,
el Sr. diputado de Guatemala, D. Antonio Larrazaban, en que recor-
dando las dichas palabras de Carlos II, pide que se cumpla aquel
voto de la Nación en estas Cortes tan solemnes y generales.
Fundado el Prior y Comunidad de Carmelitas en estos hechos y
documentos, y alegando que el Patronato de Santa Teresa de ningún
modo puede disminuir la gloria que por tan justos títulos se debe al
Apóstol Santiago, pide a V. M- que haga valer la dicha resolución
de aquellas dos Cortes, declarando que Santa Teresa es Patrona de
estos Reinos, y como tal debe ser venerada e invocada.
Añaden que la razón alegada a favor de este Patronato en las
Cortes de 1617, de ser la Santa Patrona y abogada en las causas
de la Iglesia contra sus enemigos, tiene una nueva fuerza en esta
época en que nuestros pérfidos invasores a los estragos de la inva-
sión añaden las semillas de la impiedad. Por último, recuerdan que este
beneficio de V. M., aun mirado con respecto a la Orden fundada por
Santa Teresa, sería un perpetuo testimonio que inmortalizase la hon-
ra que le ha hecho V. M. habiendo elegido su templo para dar gra-
cias a Dios por haber sancionado la Constitución de la Monarquía.
La Comisión, además de haber examinado este memorial, y los
documentos que justifican su contexto, ha procurado reunir otros para
que aclarada, cuanto es posible, la justicia de esta solicitud, pudiese
dar sobre ella un dictamen acertado. Desde luego halla ser cierto
que el Reino en las Cortes del año 1617, y en las de 1626 votó
por su Patrona y abogada a Santa Teresa de Jesús. Acredítanlo, ade-
más de los testimonios presentes, tres carias del Conde Duque de Oli-
vares, escritas en Madrid a 27 de Marzo, una al Conde de Oñate,
embajador de España cerca de S. S., otra al Cardenal de Torres, y
454 aPENDICES
otra al Cardenal Pío, en que pidiéndoles su mediación para obtener
la Bula de Urbano VIII sobre el rito de la santa Virgen como Patro-
na elegida por estos Reinos, afirma que dos veces la habían votado por
tal juntos en Cortes. Consta, pues, que el voto repetido de nuestras
Cortes a favor de este patronato, y la Bula de Urbano VIII de 1627
que le aprobó, declarando el rito de la santa Virgen como Patrona,
son anteriores al año 1630, en que la sagrada Congregación de Ritos,
con aprobación de Alejandro VII, estableció tres reglas que debían
dirigir en adelante la elección de Patronos. Estas reglas eran, que sólo
se eligiesen por Patronos santos canonizados; que se hiciese esta
elección por los representantes del Pueblo, de la Provincia, o del
Reino, autorizados para ello, y con anuencia del Obispo y del Clero;
y que estas elecciones debiesen ser aprobadas y confirmadas por la
dicha Congregación. Ninguna de estas reglas obligaba al tiempo en
que la Nación hizo el voto; porque, como observa el Papa Benedicto
XIV, las palabras ¿n posterum, de que usa este decreto, denotan que su
observancia sólo debía entenderse desde el día en que se publicó.
Indica esto la Comisión, porque le ha de servir luego para demos-
trar que las dichas Cortes procedieron en este voto legítimamente,
aun cuando al tiempo de celebrarse las primeras no estuviese canoni-
zada la santa Virgen, cuya circunstancia exigió después y para en ade-
lante la sagrada Congregación; por cuya causa no hubo dificultad en
que Urbano VIII confirmase esta elección; al revés de lo que su-
cedió con el Patronato de San José pedido para España por Carlos II
en el año de 1679; cuya petición dejó de ser confirmada por la Silla
Apostólica, no porque perjudicase al Patronato del Apóstol Santiago,
como alegó el Cabildo de Compostela, pues este óbice estaba ya
disuelto por Inocencio XI, que declaró en 15 de Noviembre de 1679
entenderse dicha elección sin perjuicio de aquel Patronato, sino por
haberse hecho entender a la Congregación de Ritos que no intervino
en aquella gestión del Rey el consentimiento de estos Reinos; condi-
ción prescrita igualmente por la Congregación de Ritos en el decreto
de 1630. Por esta misma razón el Consejo Real, en consulta de 5 de
Agosto de 1702, oponiéndose a que el Rey por sí solo, como quería,
nombrase Patrón de España a San Genaro, sienta como principio que
el Rey no puede, sin el asenso del pueblo, elegir ningún Patrón ni
Protector del Reino. Esta es la causa de que Carlos III no hubiese
nombrado por sí solo Patrona principal de España a la Santísima Vir-
gen en su inmaculada Concepción, aguardando a que la proclamasen,
como la proclamaron, tal Patrona y Abogada especial las Cortes ce-
lebradas al principio de su reinado.
Al Patronato de Santa Teresa, votado por la nación en tiempo
de Felipe III, el año 1617, se opusieron D. Pedro Vaca de Castro,
Arzobispo de Sevilla, D. Juan Beltrán de Guevara, y algunos otros
prelados, alegando dos razones: primera, no estar aun canonizada; se-
gunda, no ser este Patronato compatible con el del Apóstol Santiago.
Mas el no estar canonizada Santa Teresa no debió ser obstáculo del
Paíionato, no habiendo aun resuelto nada en contrario la Silla Apos-
tólica; por cuya causa, como dice Benedicto XIV, antes del decreto
de 1630, los pueblos y los reinos elegían libremente por Patronos
APÉNDICES 455
a Santos solamente beatificados. Y cita, entre otros ejemplos, el de
San Isidro Labrador, que no habiendo sido canonizado hasta 12 de
Marzo de 1622, tres años antes, en el de 1619, fué declarado Patrono
de Madrid, y como a tal le concedió rezo propio con octava la Santa
Sede; y el de San Pedro de Alcántara, que siendo Beato el año de
1622 fué declarado Patrón de la Provincia de San José; y el de San
Andrés Avelino, que en 1625, siendo Beato, fué declarado Protector de
Ñapóles y su Reino (1). Aun después de aquel decreto de la Congrega-
ción de Ritos han sido nombrados Patronos de pueblos y de rei-
nos santos igualmente beatificados. Muchos alega Benedicto XIV. Baste
por todos el de Santa Rosa de Lima, que siendo beatificada por Cle-
mente IX, fué elegida Patrona universal, principal y singular de todo
el Reino del Perú, y más adelante de todas las provincias, islas.
Reinos y regiones del continente de ambas Américas, y de las Islas
Filipinas, y de las Indias, con todas las prerrogativas que se deben
a los Patronos principales, como lo dice el mismo Clemente IX en su
Constitución Ortodoxoru/n, de 2 de Enero de 1669, y Clemente X en
su Bula Sacrosancti, de 11 de Agosto de 1670. Tampoco era incompa-
tible este Patronato, como se suponía, con el del Apóstol Santiago;
y por lo mismo no debió impedir el cumplimiento del voto, como se
verá luego, y en efecto no lo fué para que canonizada Santa Teresa,
desatendiendo el Reino aquella primera reclamación, votase segunda
vez su Patronato en las Cortes de 1626.
Publicado este segundo voto de las Cortes, y circulada por el go-
bierno a las iglesias, ciudades y villas de estos reinos, así la deter-
minación del Congreso como la Bula de Urbano VIII, que declaraba
los privilegios del rito eclesiástico que correspondían a Santa Teresa
como a tal Patrona, contestaron los Prelados, Cabildos y Ayuntamien-
tos haber dado cumplimiento al voto de la Nación, y a la Bula de
S. S., haciendo a su consecuencia fiestas solemnes a la nueva Patrona
de España, manifestando los pueblos su gozo por medio de regocijos
públicos y otras demostraciones.
No bien habían pasado dos años, cuando se interrumpió este Pa-
tronato en virtud de un oficio que circuló el Cabildo de Compostela a
las ciudades y villas de estos reinos, anunciando haberse revocado el
Breve de S. S. por un nuevo decretq o sentencia. La Comisión no al-
canza el verdadero origen de esta novedad, aunque sospecha haber
dado motivo a lella la instancia hecha por el dicho Cabildo, sin noticia
del Rey, y menos de las Cortes que ya no existían. Por lo menos no
ha llegado a sus manos documento contrario de nuestro Gobierno, ni
menos le consta que hubiese Decreto o Bula de la Silla Apostólica
que derogase la anterior confirmatoria de Urbano VIII. Porque lo que
dijo el Consejo Real en la citada consulta que en el Reino no se apre-
ciaron aquellas órdenes reales, esto es, no se obedecieron, es tan
ajeno de verdad, como la fábula que da por cierto de que en Toledo, que-
riendo la ciudad publicar el voto, se erró el acuerdo y el pregón,
declarando Patrona en vez de Santa Teresa a Santa Leocadia. Porque
1 De Beatiñc, lib. IV, c. 14, n. 3.
^56 APÉNDICES
esta Santa mártir no necesitaba de esta equivocación, que se pinta
como milagrosa, para ser Patrona de Toledo, constando que lo era
ya desde tiempos muy remotos, como se ve en los breviarios y otros
monumentos antiguos de aquella iglesia.
Traslúcese no obstante que la oposición manifestada en tiempo de
Felipe III so color de no estar canonizada Santa Teresa, continuó en
tiempo de Felipe IV bajo otros títulos, que aunque no menos in-
fundados, bastaron para frustrar el voto del Rey y de toda la Na-
ción en un negocio por una parte muy claro,, y por otra gravísimo.
Habiendo indagado la Comisión estos nuevos títulos con que quiso
entonces justificarse la infracción de aquel voto, que tal debe repu-
tarse la suspensión del dicho Patronato, no puede menos de admirar
que a unos fundamentos muy débiles se les hubiese dado colorido de
verdad y justicia, creyendo por lo mismo que V. iVL., sin necesidad
de votar nuevamente el Patronato de Santa Teresa en estos Reinos,
debe siostener el acuerdo de las dichas Cortes, mandando que se
cumpla lo resuelto entonces por la Nación, y confirmado por la Silla
Apostólica. Examinará, pues, la Comisión los motivos que se alegaron
para la suspensión del voto de las segundas Cortes de 1626, para que
vista la insubsistencia de ellos, pueda acordar V. M. la determinación
que reclama la religión de aquel acto de la voluntad nacional, tan so-
lemnemente manifestada.
El primer título que comenzó a alegarse contra el Patronato de
Santa Teresa, fué la incompatibilidad de muchos Patronos en un mis-
mo Reino, llegando a decir uno de los impugnadores de este Patro-
nato, que el añadir Patrón no lo había hecho, ni siquiera intentado
Reino ninguno. Los que esto dijeron ignoraban la historia de los
Estados católicos, de los cuales dice Benedicto XIV (1): «Antigua y pia-
dosa costumbre es de los pueblos, provincias y reinos elegir uno, o
muchos Santos por Patronos». Tampoco habían leído lo que sobre
esto escribió muchos siglos antes D. ñlonso el Sabio (2), diciendo:
«Non se debe tener la Eglesia por agraviada en tener muchos padro-
nes, ca quantos más fueren, tanto más será mejor guardada». Ni
menos aquella célebre sentencia de Santo Tomás: «A las veces se
alcanza por las oraciones de muchos, lo que por la de uno no se
alcanzaría» (3). Por cuya causa decía San Ambrosio: «Imploro la
intercesión de los Apóstoles, pido las oraciones de los Mártires, anhelo
por las súplicas de los Confesores». Y la misma Iglesia, en la festivi-
dad de todos los Santos, protesta interponer su patrocinio para que
la multitud de intercesores nos alcance las copiosas bendiciones iel
cielo. Con este motivo recuerda la Comisión que la piedad de los pue-
blos para acordar el Patronato de los Santos, sin examinar el mayor
o menor mérito de ellos, ha seguido la regla que dejó escrita Santo
Tomás: «Conviene que imploremos el patrocinio, no sólo de los san-
tos superiores, mas también de los inferiores. A las veces es más efi-
caz la súplica hecha a un Santo inferior que a un superior; porque
1 Ibid., n. 2.
2 Part. I, tit. XIV, lib. 12.
3 IV Dist. 45, q. 3, art. 2, ad 2.
APÉNDICES 457
nos quiere Dios manifestar su santidad» (1). ñ. la cual razón añade
otra nuestro sabio Abulense, y es que puede suceder a las veces que
imploremos con más devoción el patrocinio de los Santos inferiores (2).
Conforme a estos principios no lian dudado varios reinos, pro-
vincias y pueblos elegir dos, tres, y más Patronos, atendiendo sólo
a su devoción, y no examinando el mayor o menor mérito de estos
Santos, cuyo examen no carecería de temeridad, como enseña Santo
Tomás de Vilianuava (3). Y la misma Santa Teresa dice en sus Avisos:
«No hagas comparación de uno a otro, porque es cosa odiosa».
La Ciudad de Málaga, por ejemplo, siendo Obispo de aquella igle-
sia D. Luis Fernández de Córdoba, votó por su especial patrona a
Santa Teresa, no obstante venerar ya como,, a tales a los Santos Már-
tires Ciríaco y Paula. Igual Patronato dio Méjico a la misma Santa
Virgen, después de tener por Patrono a San José. Navarra votó por
su Patrono a San Francisco Javier, no obstante que ya veneraba como
tal a su Obispo y Mártir San Fermín. Valencia eligió por Patrono
a San Vicente Ferrer cuando ya lo era San Vicente Mártir. Lisboa votó
por Patrono a San Antonio de Padua, no obstante que veneraba ya
por tales a San Sebastián y a San Vicente. El Reino de Francia, de
resultas de la victoria de Carlos VII contra los ingleses, eligió por
Patrón a San Miguel, sin que creyese perjudicar en ello a San Dio-
nisio y San Martín, que lo eran muchos siglos antes. Ñapóles, después
de tener por Patronos a San Genaro, Severo, ñspernio y Agripino,
recibió por Patrona a Santa Teresa el año de 1628, siendo virrey
de aquellos estados el Duque de Alba D. Antonio Alvarcz de Toledo,
protestando los Títulos, Barones y Procuradores de aquel Reino, que
a esto les había movido el ejemplo de España, donde se hallaba ya
nombrada Patrona, y cuyos pueblos habían recibido por su intercesión
infinitas gracias del ciclo; y pocos años antes había añadido a este
número a Santo Tomás de Aquino, con aprobación de Clemente VIII, en
cuya Bula se leen estas notables palabras: «Cuanto más fueren, y de
mayor mérito los que en el cielo interceden con Dios por nosotros, tanto
más fácilmente alcanzamos los bienes deseados, y más duraderos son es-
tos bienes.
Esta constante y sólida práctica de los pueblos católicos, la supo-
nen las rúbricas generales del Breviario Romano, donde ss lee: «Será
doble el oficio en las fiestas de los Patronos de algún lugar, sea uno,
o muchos». Y Benedicto XIV (4), suponiendo esta compatibilidad de mu-
chos Patronos, dice que en el caso de ser muchos los de un mismo
Reino o Pueblo, el uno sea principal, y los otros menos principales;
lo cual sólo alude al rito más solemne con que debe ser celebrada
la fiesta del principal, no al mayor influjo de su patrocinio, porque
de esto en tales casos nunca, ha hecho juicio comparativo la Santa
Iglesia. Y aun esta regla del rito más solemne no es ni ha sido siempre
constante, pudiéndose citar ejemplos de Patronos de un mismo Reino
1 S. Thom. II-II, CT, 83, art. 2, ad 'i.
2 fn AJatth., q. 83.
3 Conc. ¡, de D. Mugust., clxca médium.
1 ibid., c. XIII, n. 3.
458 APÉNDICES
celebrados como igualmente principales con un mismo rito. Rsí Ale-
jandro Vil, en su Bula de 14 de Abril de 1657, mandó que San Fran-
cisco Javier, votado Patrón por el Reino de Navarra, fuese venerado
como Patrón igualmente principal que San Fermín, con oficio clásico
y octava. El Reino de Ñapóles, no obstante que tenía por Patrón
principal a San Genaro, votó también por Patrón principal a Santo
Domingo; y el mismo Alejandro VII, en su Bula de 28 de Julio de
1664, declaró su fiesta de guardar y de primera clase con octava en
todo aquel Reino. Inocencio XI, a petición del Rey y Reino de Polo-
nia, en su Bula de 24 de Septiembre de 1686, declaró a San Jacinto
Patrono y protector de Polonia y de Lituania, igualmente principal
que San Estanislao de Kostlta. España celebra ahora como Patrona
principal a la Santísima Virgen en su inmaculada Concepción con ofi-
cio de primera clase y octava, no obstante que antes veneraba ya
a Santiago. No hace mérito la Comisión de los estados y pueblos
que por antigua costumbre tienen muchos Patronos principales, a los
cuales no comprende la Bula de San Pío V sobre la unidad de un
Patrono de esta clase, como declaró la Congregación de Ritos en
6 de Diciembre de 1608. En este caso están Genova, que tiene por
Patronos principales a la Concepción de nuestra Señora, a San Juan
Bautista y San Jorge; Cremona que venera también como principales
a los Santos Mártires Pedro y Marcelino, a San Himerio y a San
Homobono. Aun cuando hubieran intentado las Cortes declarar a San-
ta Teresa Patrona igualmente principal que Santiago, no por eso de-
bería entenderse que fuese colendo el día de su fiesta; porque no
habiéndose comprendido esto en el voto, ni habiéndolo declarado la
autoridad eclesiástica de acuerdo con la civil, debía observarse en este
caso la regla general establecida por Urbano VIII en su Constitución
de 22 de Diciembre de 1642, sobre que no sea festivo sino el día de
uno de los dos Patronos.
Si no se hubiera alegado contra el Patronato de Santa Teresa
el que era mujer, excusaría la Comisión contestar a un obstáculo tan
ajeno del espíritu de la Iglesia. Mas, por desgracia, se opuso ser cosa
nunca vista el que hubiese Santas mujeres Patronas de pueblos; ayu-
dando tal vez esta indicación a que se mirase como extraña aquella
singular devoción de las Cortes a tan insigne española, y lo que es
más, como ridículo el voto de su Patronato. Bastaría reproducir en
este caso los axiomas que acerca de la igualdad de los Santos, así
varones como mujeres en orden a Dios, se hallan en la Sagrada Es-
critura y en los Padres y Doctores de la Iglesia. San Pablo dice
que para Dios no hay varón ni mujer, pues todos somos una misma
cosa en Jesucristo (1). Y Santo Tomás que en las cosas del ánima la
mujer no se diferencia del varón, siendo cierto que a veces se halla
una mujer mejor que muchos varones (2). Por lo mismo, la Silla Apos-
tólica jamás ha opuesto semejante óbice para la elección de Pa-
tronos. Mas contrayéndose la Comisión a ejemplos de España, citará
a Santa Leocadia Patrona de Toledo, a Santa Librada de Sigüenza,
; Galat. III, 2,S.
2 I p., q. 36.
APÉNDICES ¿159
a Santa Justa y Rufina de Sevilla, a Santa Emcrenciana de Teruel,
a las Santas Basilisa y Anastasia de Játiva, a Santa Victoria de Cór-
doba, a Santa fónica de Guadalajara, a Santa Paula de Málaga,
a Santa Eulalia de Mérida y de Oviedo, y a Santa Rosa del Perú,
y de ambas ñméricas. Por lo que toca a Santa Teresa, añadirá la
Comisión que el mismo Jesucristo quitó estos supuestos estorbos de
su sexo para ser Patrona de España, habiéndole prometido, como re-
fiere la misma Santa (1), que ninguna cosa le pediría que no la hiciese.
Oponíase además contra este Patronato el perjuicio que se su-
ponía resultar al de Santiago el Mayor, que además de ser Apóstol,
había sido fundador de la Iglesia de España y vencedor del Reino.
Alguno añadió que la distribución de los patronatos pertenece a Je-
sucristo, el cual eligió a Santiago por Patrón de España cuando en
ella no había Reino. El que esto dijo, no reflexionó que el mismo
Jesucristo dejó a la devoción de los fieles la invocación de los San-
tos, sea general o especial, a cuya clase pertenece la elección de
Patronos para implorar su intercesión y auxilio. Tampoco tuvo pre-
sente el origen del patronato de Santiago, que fué algunos siglos des-
pués de haberse predicado la fe en estos Reinos.
No iban menos descaminados los que alegaron el perjuicio del
patronato del Santo Apóstol. Esta razón la tenía desvanecida nues-
tra misma historia. Es notorio que en el año 616 el Rey Chindas-
vinto nombró Patronos de España a San Justo y Pastor, como consta
de un privilegio de la Iglesia de Astorga. De resultas de la fa-
mosa batalla de Simancas, el conde de Fernán González declaró Patrón
de España junto con Santiago a San Millán, llamado de la CogoUa,
lo cual prueba con documentos el cronista Fr. Antonio de Yepes. Des-
entendíanse también de que las Cortes expresamente habían protestado
recibir a Santa Teresa por Patrona y abogada después del Apóstol
Santiago, como lo dice el Sr. Felipe III, en la circular de 1 de Agosto
de 1618, que obra en este expediente; conforme a lo cual el mismo
Urbano VIII, en la Bula expedida con este motivo, declaró que el nuevo
Patronato de Santa Teresa se entendiese conforme a los deseos de las
Cortes, sin perjuicio ni alteración o diminución del patronato de San-
tiago. Y no debiendo entenderse estas palabras de la diminución es-
piritual del patrocinio del Santo Apóstol, porque sabía aquel sabio
Pontífice que esta no cabe en la perfecta caridad de los Santos; cla-
ramente aluden a que no sufriesen menoscabo los bienes o privilegios
temporales, aun eclesiásticos, anexos al patronato del Santo Apóstol.
De paso advierte la Comisión que en todos estos Breves sobre nuevos
patronatos de pueblos y Reinos, que tenían ya otros Patronos, se pone
esta u otra semejante cláusula. Y sin salir de España tiene el ejem-
plo de Inocencio XI, que en su Breve de 30 de Septiembre de 1679,
en que confirmó el Patronato de San José para España, a petición de
Carlos II, dijo también que esto debía entenderse «sin perjuicio, y sin
la menor diminución del patronato del patrono más antiguo». Y ha-
blando de este Breve la Sagrada Congregación de Ritos, en su de-
1 Vicia, c. XXXIX.
460 APÉNDICES
creto de 31 d<¿ ñgosto de 1680, dice: «El dicho Breve se concedió
sin perjuicio, ni diminución del patronato de Santiago, según ]a forma
y tenor del de Urbano VIII a favor del patronato de Santa Teresa».
De suerte que, como se ha dicho, el no haber quedado entonces San
José Patrón de España, no fué porque de ello se creyese resultar
perjuicio al patronato de Santiago, sino por haberlo pedido Carlos II
sin anuencia del Reino, como observa Benedicto XIV. Esto convence
que era imaginaria aquella razón, esforzada entonces por la Orden
de Santiago, y la Iglesia de Compostela, cuyas rentas y exenciones
quedaron intactas, sin que a nadie le ocurriese defraudar en un ápi-
ce el patronato de Santa Teresa a la fiesta solemne con octava del
Santo Apóstol, y menos a los caudales destinados a su culto.
Ni esta supuesta diminución del culto de Santiago, ni otro ningún
obstáculo se atrevió nadie a oponer en España pocos años después,
cuando eligió el Reino por su Patrón al Hrcángel San iWiguel, votando
ayunar en la víspera de su aparición, y hacer solemnes procesiones
en esta fiesta, en todo lo cual convino el Consejo de Castilla en su
favorable consulta del año 1643. Mucho menos se alegó este patro-
nato de Santiago cuando en tiempo de Felipe IV recibió el Reino por
Patrona a nuestra Señora, dedicándole la fiesta que se intitula del
Patrocinio; ni consta a la Comisión que se opusiese cuando las Cor-
tes celebradas por Carlos III el año 1760 asignaron este patronato es-
pecial de la Santísima Virgen al misterio de su inmaculada Concep-
ción; y si de hecho se alegó en contrario entonces el patronato de
Santiago, como algunos creen, el suceso mismo demuestra que fué
desatendido este óbice.
Aun es, si cabe, más frivolo el pretexto de que en esta elección
de la Santa por Patrona había procedido la nación sin contar con la
Santa Sede. En esto se padecieron dos equivocaciones. La primera
suponer que fuese necesaria esta condición antes que la hubiese exi-
gido la Congregación de Ritos; y es tan cierto no haberse tenido
por necesaria antes de aquella época, que en la elección de los San-
tos, así para el patronato de reinos como de ciudades o provincias
jamás se acudía a Roma, ni aun a la autoridad eclesiástica de la
propia diócesi, como dice Benedicto XÍV: Electiones in patronos fie-
bant a dccurionibiis civitaüs nullo requisito consensu Episcopi et Cleri.
La segunda equivocación es aun más palpable; porque a pesar de no
ser necesario el recurso a Roma para la confirmación del voto, ni del
Patronato, quiso la nación contar con S. S.; y en efecto pidió y ob-
tuvo la Bula confirmatoria de Urbano VIII que aquí se presenta. Esta
Bula no fué derogada solemnemente por la Silla Apostólica, ni menos
se le negó el plácito regio en España; antes bien consta haberla cir-
culado el Rey con el decreto de las Cortes. El decreto de Roma, que
se supone haber revocado la ejecución de la Bula, caso que sea cierto,
pues consta que no existe en este archivo, adonde parece haberse
enviado, fué expedido sin citación ni audiencia del Rey ni del Reino.
Aun siendo auténtico, no pudo extenderse a revocar el decreto de las
Cortes de España en orden al Patronato. Esta elección fué hecha
dos veces por las Cortes en tiempo hábil, antes del año 1630, en que
la Congregación de Ritos prescribió las reglas que debían observarse
APÉNDICES ^61
en g1 nombramiento de patronos, una de las cuales era que fuese apro-
bado por la Congregación de Ritos. Rquel decreto de la Congregación,
como enseña Benedicto XIV. no pudo tener efecto retroactivo com-
prendiendo a las elecciones anteriores; antes bien su mismo contexto
denota que no era valedero sino para adelante: Citm in decreto ipso
habeantur verba <^in poste rum^, hinc infertnr non posse id haber e vim nisi
a die quo latum fuit. Y añade que por lo mismo respecto de los Patro-
nos nombrados antes de aquella época, debe seguirse la regla de Gujjet,
esto es, que no exijan las condiciones prescritas en aquel decreto (1).
Sigúese de aquí que la primera elección de Santa Teresa por el Reino
fué legítima, y que a Roma no se acudió por parte del Rey y del
Reino hasta las segundas Cortes, y aun entonces no por creerse nece-
saria la confirmación del Papa para dar legitimidad a aquel nom-
bramiento, sino para satisfacer la piedad de los diputados. Esto lo
demuestra la circular del Sr. D. Felipe III, de ^ de Agosto de 1618,
que existe original en el archivo del Ayuntamiento de esta ciudad,
donde se lee: «Nuestro muy Santo Padre, Paulo V, a mi instancia y
suplicación, también se ha querido mostrar por su parte, expidiendo
su Breve para que en todos estos mis Reinos de España se pueda
rezar y decir misa de esta bendita Santa»; donde nada se habla de
confirmar el patronato. Y aun más claro la Bula de Urbano VIII,
donde S. S. dice claramente haberse expedido, no porque fuese nece-
saria para dar valor a la segunda elección, sino por satisfacer el ansia
que manifestaron las Cortes de merecer en esto la aprobación de la
Santa Sede: Cum... procuratores praedictí plarinitim ciipiant electionem
hujusmodi... hujus S. Sedis Apostolicae patrocinio communiri.
Estos son los documentos de Roma que aparecen sobre aquel Pa-
tronato. La derogación, aun cuando exista, no fué solemne. Lo único
que tiene a la vista la Comisión es una Real Orden en que se mandó
la suspensión de lo que habían resuelto las primeras Cortes, por justas
consideraciones, como dice la circular del Rey, y hasta que S. M.
mande otra cosa. Por lo demás, no consta que nuestro gobierno tuviese
de oficio dicha revocación. La Comisión, después de varias diligen-
cias que ha practicado para aclarar este hecho, sólo ha podido ave-
riguar que el Cabildo de la Santa Iglesia de Compostela, en una carta
dirigida al Ayuntamiento de esta ciudad de Cádiz, dice que le envía
copia de este decreto, al cual llama sentencia, denotando que fué
efecto de algún juicio. Mas como es cierto no haber habido tal juicio
ni en la sagrada Congregación de Ritos, ni en la Rota, ni en otro
tribunal al cual hubiesen sido citados el Rey ni los Procuradores del
Reino, es claro haber sido aquella providencia revocatoria efecto de
sorpresa; y que Felipe IV, teniendo consideración a las desavenencias
que tenía entonces, y duraron en todo su reinado con la Corte de
Roma, tomó el partido prudente de ceder a aquella violencia, porque no
se atribuyese su oposición a resentimiento, o a otros fines ajenos de
su veneración a la Silla Apostólica.
Y pues aquel Príncipe en las circulares de la suspensión protestó
1 Ibid., c. XIV, n. 9.
t62 APÉNDICES
reservarse el derecho de mandar lo contrario cuando lo tuviese por
conveniente; ya que él no pudo hacerlo, o no quiso por razones polí-
ticas, se halla V. iW. en el caso de suplir su falta de resolución, man-
dando que desde ahora tengan entero cumplimiento aquellos acuerdos
tan solemnes de nuestras Cortes a favor del Patronato de Santa Teresa.
Para atender V. ^. así a la súplica del Prior y Comunidad de
Carmelitas descalzos de esta plaza, como a la proposición anterior
del Sr. Larrazábal, no es necesario que elija V. M. nuevamente a
Santa Teresa por Patrona después del Apóstol Santiago, sino decretar
que tenga efecto el nombramiento y voto del Patronato de esta Santa
Virgen hecho en los mismos términos por las Cortes de los años
1617 y 1626. Porque esta elección, decretada por el Rey y los Procu-
radores del Reino antes del año 1630, en que la sagrada Congrega-
ción estableció las reglas para el nombramiento de Santos Patro-
nos, fué en todo legaül, y conforme al sistema observado entonces acerca
de esto por los estados católicos, sin contradicción de la vSanta Sede,
ni de otra autoridad legítima.
Accediendo V. M. a este dictamen de la Comisión, sobre dar a
nuestros pueblos el testimonio que desea esta Comunidad de haberse
dado gracias al Altísimo por la obra de la Constitución en uno de
los conventos de esta insigne española, les presentará también una
prenda de los bienes que deben prometerse de su intercesión, procla-
mándola nuevamente, en virtud de aquel voto, por su especial Patrona
y Abogada. En ello procederá V. M. no sólo conforme a la doctrina
ya indicada de Benedicto XIV, sino a varias decisiones de la Rota,
que tienen desvanecida la única duda que pudiera detener la decisión
de este punto; y es, si deberá acudirse a la Congregación de Ritos
para que se tenga por válida la elección de las dichas Cortes.
Todos los escritores clásicos, que tratan de esta materia, dicen que
no se necesita esta condición para que tengan su efecto los Patronatos
de Santos votados antes del año 1630, en cuyo caso está el de Santa
Teresa. A los testimonios alegados añadirá la Comisión únicamente
el de Ferraris, cuya autoridad es gravísima en estas materias; porque
además de su justa reputación, habla como testigo calificado de la
práctica actual de la Curia Romana. «Cierto es, dice, que si la
elección de un Santo por Patrono fué anterior al decreto de Urbano
VIII, en que se impuso la necesidad de que fuese aprobada por la
Congregación de Ritos, no se requiere esta condición, aun cuando esta
elección se renueve y confirme después de aquel decreto».
Y en otra parte dice: «Aunque el decreto de Urbano VIII irrite
las elecciones (de Santos Patronos) hechas después, o que hubieren de
hacerse, no irrita las decretadas antes, como lo respondió la sagrada
Congregación de Ritos en 15 de Junio de 1633. Y también sobre el
Patronato de San Francisco Javier en Navarra, en la cual se apro-
bó este decreto de las Cortes de aquel Reino; y este decreto como
jurídico fué aprobado por la Rota a propuesta del Decano, con sola
la advertencia de que para evitar el perjuicio de la antiquísima elec-
ción de San Fermín, deben ser venerados ambos Santos como Patronos,
lo cual supone haber sido válida la elección de San Francisco Javier.
Clara es la aplicación de esta doctrina al caso presente, pues
I
nPENPiCES ^63
(Consta que el llevarse a efecto el Patronato de Santa Teresa, decretado
por aquellas Cortes, debe entenderse sin perjuicio del de Santiago
Apóstol, como ya previno Urbano VIII, y menos del de San Miguel
y de la Santísima Virgen.
Este es el parecer de la Comisión, que sujeta en todoi a Ja ilustrada
piedad y sabiduría de V. M. Y por si acaso mereciese su soberana
aprobación, acompaña la minuta del decreto que a este propósito
pudiera expedirse. Cádiz 14 de Mayo de 1812. — Alfonso Rovira, Fran-
cisco Serró, Vicente Pascual, Pedro Gordillo, Joaquín Lorenzo Villanueva.
Leído este dictamen en la sesión pública del día 23 de Junio, se-
ñaló el Sr. Presidente el día 27 del mismo para deliberar sobre este
negocio. En la sesión de ese día habiéndose anunciado que iba a ,tra-
tarse del Patronato de Santa Teresa, se leyó otra vez la minuta del
decreto presentada por la Comisión, y por absoluta unanimidad de los
Sres. Procuradores de Cortes fué aprobada y remitida a la Regencia
del Reino en la forma ordinaria. Su Alteza le mandó circular en los
términos siguientes:
«Don Fernando VII, por la gracia de Dios y por la Constitución
de la Monarquía Española, Rey de las Españas, y en su ausencia
y cautividad la regencia del Reino, nombrada por las Cortes gene-
rales y extraordinarias, a todos los que las presentes vieren y enten-
dieren, sabed: Que las Cortes han decretado lo siguiente:
»Las Cortes generales y extraordinarias, teniendo en consideración
que las Cortes de los años de 1617 y 1626 eligieron por Patrona y
Abogada de estos Reinos, después del Apóstol Santiago, a Santa
Teresa de Jesús, para invocarla en todas sus necesidades: y deseando
dar un nuevo testimonio, así de la devoción constante de nuestros
pueblos a esta insigne española, como de la confianza que tienen en
su patrocinio, decretan: Que desde luego tenga todo su efecto el
Patronato de Santa Teresa de Jesús a favor de las Españas, decretado
en las Cortes de 1617 y 1626, y que se encargue^ a los M. RR. Arzobis-
pos y RR. Obispas, y a los Prelados de cuerpos y territorios exentos,
dispongan acerca de la solemnidad del rito de Santa Teresa lo que
corresponda en virtud de este Patronato. Lo tendrá entendido la re-
gencia del Reino para su cumplimiento, y lo hará imprimir, publicar
y circular. Juan Polo y Catalina, Presidente; José de Torres y Machi,
Diputado Secretario; Manuel de Llano, Diputado Secretario. Dado en
Cádiz, a 28 de Junio de 1812.— A la Regencia del Reino.
»Por tanto mandamos a todos los Tribunales, Justicias, Jefes, Go-
bernadores y demás Autoridades, así civiles como militares y eclesiás-
ticas, de cualquiera clase y dignidad, que guarden, y hagan guardar,
cumplir y ejecutar el presente decreto en todas sus partes. Tendréislo
entendido para su cumplimiento, y dispondréis se imprima, publique
y circule. — El Duque del Infantado, Joaquín de Mosquera y Fif^ueroa,
Juan de Villavicencio, Ignacio Rodríguez de Rivas, El Conde del Áhisbal.
Dado en Cádiz, a 30 de Junio de 1812.— /I Dr. Antonio Cano Manuel.
46^ APÉNDICES
L X X X V 1 1 1
EL REY DE PORTUGAL DECLARA FIESTA PARA LA UNIVERSIDAD DE COIMBRfl
EL 15 DE OCTUBRE (1).
Yo el Rey. Como Protector que soy de la Universidad de Coim-
bra, hago saber a los que esta mi Provisión vieren, que el Procura-
dor General de la Orden de los Carmelitas Descalzos en estos mis
Reinos y Señoríos, me representó que no sólo en su Religión, mas en
toda la Iglesia universal, por Breve concedido por el Papa Urbano
VIII se celebraba en quince de Octubre la fiesta de la gloriosa Vir-
gen Santa Teresa, ilustre Fundadora de la reformada Regla primitiva
de nuestra Señora del Monte Carmelo; y que por la devoción que
toda Europa, y en especial este Reino, tienei; a esta Santa tan admira-
ble por sus milagros y maravillas, mandase que el dicho día quince
de Octubre, dedicado por la Iglesia para su fiesta, fuese feriado en
nuestros Tribunales de esta Corte, y también en la Universidad de
Coimbra; y porque el cordial afecto que esta Santa tuvo en vida,
y tiene hoy en «1 cielo a este Reino, es manifiesto del libro de su
Vida y profecía, que dejó de las felicidades de él y la muy particular
devoción que la tengo, me obligaron a mandar declararlo así. Y por
lo que toca a la Universidad de Coimbra, sobre que se ha hecho
información y tomado parecer del Rector y Claustro de ella en la
forma de sus Estatutos, tuve por bien y es de mi agrado, que en
dicho día quince de Octubre haya Prestito, esto es, que vaya el Rec-
tor con toda la Universidad en cuerpo de Comunidad al Colegio que
dichos Padres Carmelitas Descalzos tienen en aquella ciudad a asis-
tir a las Vísperas y fiesta de la Santa, y se guarde el dicho Prestito,
como los demás que declaran los Estatutos de aquella Universidad.
Por lo cual, mando al dicho Rector y a las demás personas a quie-
nes por algún caso o vía pueda pertenecer, que así la cumplan y
guarden esta Provisión, tan enteramente como en ella se contiene, sin
duda alguna, la cual quiero, y soy servido que valga como Carta,
puesto que su efecto dure más de un año, sin embargo de la ordena-
ción en contrario. Francisco Méndez la hizo en Lisboa a 13 de Junio
de 1665. El Secretario ,Marcos Rodríguez Tinoco la hizo escribir. Rey.
Provisión, por la cual V. Majestad, como Protector que es de la Uni-
versidad de Coimbra, tiene por bien de mandar, que en el día de la
Bienaventurada Virgen Santa Teresa haya Prestito, como los demás
que declaran los Estatutos, en la manera asimismo declarada, y va
con la cláusula: para V. Majestad ver: cúmplase y regístrese. El Rec-
tor. Por Decreto de Su Majestad de 13 de Junio de 1665. Luis Del-
gado de Abrreva. Martin Alfonso de Mello.
1 Cfr. Uño Teresiano, día 13 de Junio.
APÉNDICES 465
LXXXIX
CENSURA DE FR. LUIS DE LEÓN A LAS OBRAS DE LA SANTA (1).
He visto los libros que compuso la Madre Teresa de Jesús, que se
intitulan de su Vida y las Moradas, y Camino de Perfeción, con lo
demás que se junta con ellos, que son de muy sana y católica dotrina,
y a mi parecer de grandísima utilidad para todos los que los leye-
ren; porque enseñan cuan posible es tener estrecha amistad el hombre
con Dios y descubren los pasos por donde se sube a este bien, y avi-
san de los peligros y engaños que puede haber en este camino; y todo
ello con tanta facilidad y dulzura, por una parte, y por otra, con pala-
bras tan vivas, que ninguno los leerá que, si es espiritual, no halle gran-
de provecho, y si no lo es, no desee serlo y se anime para ello, o
a lo menos no admire la piedad de Dios con los hombres que le bus-
can, y cuan presto le hallan, y el trato dulce que con ellos tiene. Y
ansí, para el loor de Dios y para el provecho común conviene que es-
tos libros se impriman! y publiquen. En San Felipe de Madrid, a ocho
de Septiembre de 1587. Fray Luis de León.
1 Corregida coutormc la ttae la prinura edición de lus oin.i.'^ de la Santa.
II 30
466 APÉNDICES
xc
h LHS MHDRES PRIORA ANA DE JESÚS Y RELIGIOSAS CARMELITAS DESCALZAS
DEL MONASTERIO DE MADRID, EL MAESTRO FRAY LUIS DE LEÓN, SALUD
EN JESUCRISTO (1).
Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo
en la tierra; mas agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi
siempre en dos imagines vivas que nos dejó de sí, que son sus
hijas y sus libros, que, a mi juicio, son también testigos fieles y
mayores de toda excepción de su grande virtud. Porque las figuras
de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo; y sus palabras, si
las oyera, me declararan algo de la virtud de su alma: ij lo primero
era común, y lo segundo sujeto a engaño, de que carecen estas dos
cosas en que la veo agora. Que, como el Sabio dice, el hombre en
sus hijos se conoce. Porque los fructos que cada uno deja de sí
cuando falta, esos son él verdadero testigo de su vida; y por tal le
tiene Cristo, cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del
bueno, nos remite solamente a sus fructos. De sus fructos, dice, los
conoceréis. Ansí que la virtud y sanctidad de la madre Teresa, que
viéndola a ella me pudiera ser dudosa y incierta, esa misma ahora,
no viéndola y viendo sus libros y las obras de sus manos, que son
sus hijas, tengo por cierta y muy clara. Porque por la virtud que
en todas resplandece, se conoce sin engaño la mucha gracia que puso
Dios en la que hizo para madre deste nuevo milagro, que por tal debe
ser tenido, lo que en ellas Dios ahora hace y por ellas. Que si es
milagro lo que aviene fuera de lo que por orden natural acontece,
hay en este hecho tantas cosas extraordinarias y nuevas, que lla-
marle milagro es poco, porque es un ayun^^amiento de muchos mila-
gros. Que un milagro es que una mujer, y sola, haya reducido a per-
feción una Orden en mujeres y en hombres; y otro la grande per-
feción a que los redujo; y otro y tercero el grandísimo crecimiento
a que ha venido en tan pocos años y de tan pequeños principios,
que cada una por sí son cosas muy dignas de considerar. Porque
no siendo de las mujeres el enseñar, sino el ser enseñadas, como lo
escribe San Pablo, luego se ve que es maravilla nueva una flaca
mujer tan animosa que emprendiese una cosa tan grande, y tan sabia
y eficaz que saliese con ella, y robase los corazones que trataba para
hacerlos de Dios, y llevase las gentes en pos de sí a todo lo que
aborrece el sentido. En que, a lo que yo puedo juzgar, quiso Dios
1 Con este mismo título publica esta carta su autor en la primera edición de las Obras de
Santa Teresa, que él hizo en 1588. Por ella se ha corregido con toda la fidelidad posible, aun
en aquellas palabras que Fray Luis escribe de diversas maneras.
aPENDICES ^67
en este tiempo, cuando parece triunfa el demonio en la muchedumbre
de los infieles que Is siguen, y en la porfía de tantos pueblos herejes,
que hacen sus partes, y en los muchos vicios de los fieles que son
de su bando, para envilecerle, y para hacer burla dél, ponerle delante,
no un hombre valiente rodeado de letras, sino una pobre mujer que
-c desafiase y levantase bandera contra él, y hiciese públicamente
gente que le venza y huelle, y acocee; y quiso sin duda, para de-
monstración de lo mucho que puede en esta edad adonde tantos mi-
llares de hombres, unos con sus errados ingenios, y otros con sus per-
didas coshimbres, aportillan su reino, que una mujer alumbrase los
entendimientos, y ordenase las costumbres de muchos que cada día
crecen para reparar estas quiebras. Y en esta vejez de la Iglesia tuvo
por bien de mostrarnos que no se envejece su gracia, ni es agora
menos la virtud de su espíritu que fué en los primeros y felices
tiempos della, pues con medios más flacos en linaje que entonces,
hace lo mismo; o casi lo mismo, que entonces.
Porque, y éste es el segundo milagro, la vida en que vuestras re-
verencias viven y la perfeción en que las puso su madre, ¿qué es sino
un retrato de lá santidad de la Iglesia primera? Que ciertamente lo que
leemos en las historias de aquellos tiempos, eso mismo vemos agora con
los ojos en sus costumbres; y su vida nos demuestra en las obras, lo
que ya por el poco" uso parecía estar en solos los papeles y las pa-
labras; y lo que leído admira, y apenas la carne lo cree, agora lo ve
hecho en vuestra reverencia ¡j en sus compañeras. Que desasidas de
todo lo que no es Dios, y ofrecidas en solos los brazos de su Esposo
divino, y abrazadas con él, con ánimos de varones fuertes en miembros
de mujeres tiernos y flacos, ponen en ejecución la más alta y más
generosa filosofía que jamás los hombres imaginaron; y llegan con las
obras adonde en razón de perfecta vida y de heroica virtud apenas
llegaron con la imaginación los ingenios. Porque huellan la riqueza,
y tienen en odio la libertad, y desprecian la honra, y aman la hu-
mildad y el trabajo, y todo su estudio es con una sancta competencia
procurar adelantarse en la virtud de contino; a que su Esposo les
responde con una fuerza de gozo, que les infunde en el alma, tan
grande, que en el desamparo y desnudez de todo lo que da contento
en la vida, poseen un tesoro de verdadera alegría, y huellan generosa-
mente sobre la naturaleza toda como exentas de sus leyes, o verda-
deramente como superiores a ellas. Que ni el trabajo las cansa, ni el
encerramiento Jas fatiga, ni la enfermedad las descae, ni la muerte
las atemoriza o espanta, antes las alegra y anima. Y lo que entre todo
esto hace maravilla grandísima es el sabor, o si lo habernos de decir
así, la facilidad con que hacen lo que es extremadamejite dificultoso
de hacer. Porque la mortificación les es regocijo, y la resignación
juego, y pasatiempo la aspereza de la penitencia; y como si se an-
duviesen solazando y holgando, van poniendo por obra lo que pone
a la naturaleza en espanto, y el ejercicio de virtudes heroicas le han
convertido en un entretenimiento gustoso, en que muestran bien por
la obra la verdad de la palabra de Cristo, que su yugo es suave y
su carga ligera. Porque ninguna seglar se alegra tanto en sus adere-
zos cuanto a vuestras reverencias les es sabroso el vivir como ánge-
^68 APÉNDICES
les. Que tales son sin duda, no sólo en la perfeción de la vida, sino
también en la semejanza y unidad que entre sí tienen en ella.
Que no hay dos cosas tan semejantes, cuanto lo son todas entre sí y
cada una a la otra en la habla, en la modestia, en la humildad, en ]a
discreción, en la blandura de espíritu, y finalmente, en todo el trato
y estilo. Que como las anima una misma virtud, ansí las figura a todas
de una misma manera, y como en espejos puros resplandece en todas
un rostro, que es el de la madre santa, que se traspasa en las hijas.
Por donde, como decía al principio, sin haberla visto en la vida, la
veo ahora con más evidencia; porque sus hijas, no sólo son retra-
tos de sus semblantes, sino testimonios ciertos de sus perfeciones,
que se les comunican a todas, y van de unas en otras con tanta pres-
teza cundiendo, que, y es la maravilla tercera, en espacio de veinte
años que puede haber desde que la JVladre fundó el primer monasterio
hasta esto que ahora se escribe, tiene ya llena a España de mo-
nasterios en que sirven a Dios más de mil religiosos, entre los cuales
vuestras reverencias las religiosas relucen como los luceros entre las
estrellas menores. Que como dio principio a la reformación una bien-
aventurada mujer, ansí las mujeres della parece que en todo llevan
ventaja, y no solamente en su Orden son luces de guía, sino también
son honra de nuestra nación, y gloria de aquesta edad, y flores her-
mosas que embellecen la esterilidad destos siglos, y ciertamente par-
tes de la Iglesia de las más escogidas, y vivos testimonios de la
eficacia de Cristo, y pruebas manifiestas de su soberana virtud, y ex-
presos dechados en que hacemos casi experiencia de lo que la fe nos
promete. Y esto cuanto a las hijas, que es la primera de las dos
imagines.
Y no es menos clara ni menos milagrosa la segunda que dije,
que son las escrituras y libros; en los cuales sin ninguna duda quiso
el Espíritu Sancto que la Madre Teresa fuese un ejemplo rarísimo;
porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y clari-
dad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del
decir, y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena
compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita
en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con
ellos se iguale. Y ansí, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y
en muchas partes dellos me parece que no es ingenio de hombre
el que oigo; y no dudo sino que hablaba el Espíritu Sancto en ella
en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, que ansí lo
manifiesta la luz que pone en las cosas escuras, y el fuego que en-
ciende con sus palabras en el corazón que las lee. Que dejados aparte
otros muchos y grandes provechos que hallan los que leen estos li-
bros, dos son, a mi parecer, los que con más eficacia hacen. Uno, fa-
cilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud; y otro,
encenderlos en el amor della y de Dios. Porque en lo uno es cosa
maravillosa ver cómo ponen a Dios delante los ojos del alma, y cómo
le muestran tan fácil para ser hallado, y tan dulce y tan amigable
para los que le hallan; y en el otro, no solamente con todas, mas con
cada una de sus palabras pegan al alma fuego del cielo, que la abrasa
y deshace. Y quitándole de los ojos y del sentido todas las dificulta-
APÉNDICES ^6^
tadcs que hay, no para que no las vea, sino para que no las estime
ni precie, déjanla, no solamente desengañada de lo que la falsa ima-
ginación le ofrecía, sino descargada de su peso y tibieza, y tan alen-
tada, y si se puede decir ansí, tan ansiosa del bien, que vuela luego
a él con el deseo que hierve. Que el ardor grande que en aquel pecho
sancto vivía, salió como pegado en sus palabras, de manera que le-
vantan llama por dondequiera que pasan; de que vuestras reveren-
cias entiendo yo son grandes testigos, porque son sus dechados muy
semejantes. Porque ninguna vez me acuerdo leer en estos libros, que
no me parezca oiga hablar a vuestras reverencias; ni al revés, nunca
las oí hablar que no se me figurase que leía en la Madre,; y los
que hicieren experiencia dello, verán que es verdad.
Porque verán la misma luz y grandeza de entendimiento en las co-
sas delicadas y dificultosas de espíritu, la misma facilidad y dulzura en
decirlas, la misma destreza, la misma descreción, sentirán el mismo fuego
de Dios y concibirán los mismos deseos; verán la irisma manera de
sanctidad, no placera ni milagrosa; sino tan infundida por todo el trato
en sustancia, que algunas veces, sin mentar a Dios, dejan enamoradas
del a las almas. Ansí que, tornando al principio, si no la vi mientras
estuvo en la tierra, ahora la veo en sus libros y hijas; o por decirlo
mejor, en vuestras reverencias solas la veo agora, que son sus hijas
de las más parecidas a sus costumbres, y son retrato vivo de sus es-
crituras y libros. Los cuales libros que salen a luz, y el Consejo
Real me los cometió que los viese, puedo yo con derecho endere-
zarlos a ese santo convento, como de hecho lo hago, por el trabajo
que he puesto en ellos, que no ha sido pequeño. Porque no solamente
he trabajado en verlos y examinarlos, que es lo que el Consejo mandó,
sino también en cotejarlos con los originales mismos, que estuvie-
ron en mi poder muchos días, y en reducirlos a su propria pureza en
la misma manera que los dejó escritos de su mano la Madre, sin mu-
darlos ni en palabras, ni en cosas de que se habían apartado mucho
los traslados que andaban, o por descuido de los escribientes, o por
atrevimiento y error. Que, hacer mudanza en las cosas que escribió
un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlas,
fué atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer emendar las pa-
labras; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la
Madre es la misma elegancia. Que aunque en algunas partes de lo
que escribe, antes que acabe la razón que comienza, la mezcla con
otras razones y rompe el hilo comenzado muchas veces con cosas
que ingiere, mas ingiérelas tan diestramente y hace con tan buena
gracia la mezcla, que ese mismo vicio le acarrea hermosura, y es el
lunar del refrán. Ansí que yo los he restituido a su primera pureza.
Mas porque no hay cosa tan buena en que la mala condición de
los hombres no pueda levantar un achaque, será bien aquí, y hablando
con vuestras reverencias, responder con brevedad a los pensamientos
de algunos. Cuéntanse en estos libros revelaciones, y trátanse en ellos
cosas interiores que pasan en la oración, apartadas del sentido ordi-
nario, y habrá por ventura quien diga, en las revelaciones, que es caso
dudoso, y que ansí no convenía que saliesen a luz; y en lo que toca
al trato interior del alma con Dios, que es negocio muy espiritual y de
470 APÉNDICES
pocos, y que ponerlo en público a todos podrá ser ocasión de pe-
ligro; en que verdaderamente no tienen razón, porque en lo pri-
mero de las revelaciones, ansí como es cierto que el demonio se
transfigura algunas veces en ángel de luz, y burla y engaña las almas
con aparencias fingidas, ansí también es cosa sin duda y de fe, que
el Espíritu Sancto habla con los suyos y se les muestra por diferentes
maneras, o para su provechoi o para el ajeno. Y como las revelaciones
primeras no se han de escribir ni curar, porque son ilusiones, an-
sí estas segundas merecen ser sabidas y escritas. Que como el ángel
dijo a Tobías: El secreto del Rey bueno es asconderlo, mas las obras
de Dios, cosa sancta y debida es manifestarlas y descubrirlas, ¿Qué sancto
hay que no haya tenido alguna revelación? ¿o qué vida de sancto
se escribe, en que no se escriban las revelaciones que tuvo? Las his-
torias de las Ordenes de los Sanctos Domingo y Francisco andan
•en las manos y en los ojos de todos, y casi no hay hoja en
ellas sin revelación, o de los fundadores o de sus discípulos.
Habla Dios con sus amigos sin duda ninguna, y no les habla para
que nadie lo sepa, sino para que venga a luz lo que les dice; que como
es luz, ámala en todas sus cosas, y como busca la salud de los hom-
bres, nunca hace estas mercedes especiales a uno sino para aprovechar
por medio del otros muchos. A\ientras se dudó de la virtud de la sancta
Madre Teresa, y mientras hubo gentes que pensaron al revés de lo
que era, porque aun no se vía la manera en que Dios aprobaba sus
obras, bien fué que estas liistorias no saliesen a luz, ni anduviesen en
público, para excusar la temeridad de los juicios de algunos; mas
ahora, después de su muerte, cuando las mismas cosas y e¡ succeso
dellas hacen certidumbre que es Dios, y cuando el milagro de la inco-
rrupción de su cuerpo, y otros milagros, que cada día hace, nos ponen
fuera de toda duda su sanctidad, encubrir las mercedes que Dios le
hizo viviendo, y no querer publicar los medios con que la perficionó
para bien de tantas gentes, sería en cierta manera hacer injuria al Es-
píritu Sancto, y escurecer sus maravillas, y poner velo a su gloria. Y
ansí, ninguno que bien juzgue, tendrá por bueno que estas revelaciones
se encubran. Que lo que algunos dicen ser inconveniente que la Madre
misma escriba sus revelaciones de sí, para lo que toca a ella y a
su humildad y modestia no lo es, porque las escribió mandada y for-
zada; y para lo que toca a nosotros y a nuestro crédito, antes es lo
más conveniente. Porque de cualquier otro que las escribiera, se pu-
diera tener duda si se engañaba, o si quería engañar; lo que no se
puede presumir de la Madre, que escribía lo que pasaba por ella, y era
tan sancta, que no trocara la verdad en cosas tan graves. Lo que yo
de algunos temo, es que desgustan de semejantes escrituras, no por
el engaño que puede haber en ellas, sino por el que ellos tienen en sí,
que no les deja creer que se humana Dios tanto con nadie, que no
lo pensarían si considerasen eso mismo que creen. Porque si confiesan
que Dios se hizo hombre, ¿qué dudan de que hable con el hombre?
Y si creen que fué crucificado y azotado por ellos, ¿qué se espantan
que se regale con ellos? ¿Es más aparecer a un siervo suyo y ha-
blarle, o hacerse el como siervo nuestro y padecer muerte? Anímense
los hombres a buscar a Dios por el camino que él nos enseña, que
APÉNDICE^ 47Í
es la fe, y la caridad, y la verdadera guarda de su ley y consejos,
que lo menos será hacerles semejantes mercedes.
Ansí que los que no juzgan bien destas revelaciones, si es porque no
creen que las hay, viven en grandísimo error; y si es porque algunas de
las que hay son engañosas, obligados están a juzgar bien de las que la
conocida sanctidad de sus autores aprueba por verdaderas, cuales son
las que se escriben aquí, cuya historia, no sólo no es peligrosa en esta
materia de revelaciones, mas es provechosa y necesaria para el cono-
cimiento de las buenas en aquellos que las tuvieren. Porque no cuenta
desnudamente las que Dios comunicó a la Madre Teresa, sino dice
también las diligencias que ella hizo para examinarlas, y muestra las
señales que dejan de sí las verdaderas, y el juicio que debemos hacer
dellas, y si se ha de apetecer o rehusar el tenerlas. Porque lo pri-
mero, esta escritura nos enseña, que las que son de Dios producen
siempre en el alma muchas virtudes, ansí para el bien de quien las
recibe, como para la salud de otros muchos. Y lo segundo, nos avisa
que no habernos de gobernarnos por ellas, porque la regla de la vida
es la doctrina de la Iglesia, y lo que tiene Dios revelado en sus
libros, y lo que dita la sana y verdadera razón. Lo otro nos dice,
que no las apetezcamos ni pensemos que está en ellas ¡a perfeción del
espíritu, o que son señales ciertas de la gracia, porque el bien de las
almas está propriamente en amar a Dios más, y en el padecer más
por él, y en la mayor mortificación de los afetos, y mayor desnudez
y desasimiento de nosotros mismos y de todas las cosas. Y lo mismo
que nos enseña con las palabras aquesta escritura, nos lo demuestra
luego con el ejemplo de la misma Aladre, de quien nos cuenta el re-
celo con que anduvo siempre en todas sus revelaciones, y el examen
que dellas hizo, y cómo siempre se gobernó, no tanto por ellas
cuanto por lo que le mandaban sus perlados y confesores, con ser
ellas tan notoriamente buenas, cuanto mostraron los efetos de re-
formación que en ella hicieron y en toda su Orden. Ansí que las
revelaciones que aquí se cuentan, ni son dudosas, ni abren puerta
para las que lo son, antes descubren luz para conocer las que lo
fueren; y son para aqueste conocimiento como la piedra del toque
estos libros.
Resta ahora decir algo a los que hallan peligro en ellos, por la
delicadeza de lo que tratan, que dicen no es para todos. Porque como
haya tres maneras de gentes, unos que tratan de oración, otros que si
quisiesen, podrían tratar della, otros que no podrían por la con-
dición de su estado, pregunto yo: ¿cuáles son los que destos peli-
gran? ¿Los espirituales? No, si no es daño saber uno eso mismo que
hace y profesa. ¿Los que tienen disposición para serlo? Mucho menos;
porque tienen aquí, no sólo quien los guíe cuando lo fueren, sino
quien los anime y encienda a que lo sean, que es un grandísimo bien.
Pues los terceros, ¿en qué tienen peligro? ¿en saber que es amoroso
Dios con los hombres? ¿que quien se desnuda de todo le halla?
¿los regalos que hace a las almas? ¿la diferencia de gustos que les
da? ¿la manera cómo las apura y afina? ¿qué hay aquí, que sabido
no santifique a quien lo leyere, que no críe en él admiración de Dios
y que no le encienda en su amor? Que si la consideración destas
k
472 APÉNDICES
obras exteriores que hace Dios en la criación y gobernación de las
cosas, es escuela de común provecho para todos los hombres, el cono-
cimiento de sus maravillas secretas, ¿cómo puede ser dañoso a nin-
guno? Y cuando alguno por su mala disposición sacara daño, ¿era
justo por eso cerrar la puerta a tanto provecho, y de tantos?
No se publique el Evangelio, porque en quien no le recibe es ocasión
de mayor perdición, como Sant Pablo decía. ¿Qué escrituras hay, aunque
entren las sagradas en ellas, de que un ánimo mal dispuesto no pueda
concebir un error? En el juzgar de las cosas débese atender a si
ellas son buenas en sí, y convenientes para sus fines, y no a lo que
hará dellas el mal uso de algunos; que si a esto se mira, ninguna
hay tan santa que no se pueda vedar. ¿Qué más santos que los sa-
cramentos? ¿cuántos por el mal uso dellos se hacen peores? El de-
monio, como sagaz y que vela en dañarnos, muda diferentes colores,
y muéstrase en los entendimientos de algunos recatado y cuidadoso del
bien de los prójimos para, por excusar un daño particular, quitar de
los ojos de todos lo que es bueno y provechoso en común; bien sabe
él que perderá más en los que se mejoraren y hicieren espirituales
perfetos, ayudados con la lición destos libros, que ganará en la ig-
norancia o malicia de cuál, o cuál, que por su indisposición se ofen-
diere. Y ansí, por no perder aquéllos, encarece y pone delante los ojos
el daño de aquestos, que él por otros mil caminos tiene dañados,
ñunque, como decía, no sé ninguno tan mal dispuesto, que saque daño
de saber que Dios es dulce con sus amigos, y de saber cuan dulce es,
y de conocer por qué caminos se le llegan las almas, a que se en-
dereza toda aquesta escriptura. Solamente me recelo de unos que quie-
ren guiar por sí a todos, y que aprueban mal lo que no ordenan ellos,
y que procuran no tenga autoridad lo que no es su juicio: a los cuales
no quiero satisfacer, porque nace su error de su voluntad, y ansí no
querrán ser satisfechos; mas quiero rogar a los demás que no les
den crédito, porque no le merecen. Sola una cosa advertiré aquí, que
es necesario se advierta, y es, que la sancta Madre, hablando de la
oración que llama de quietud y de otros grados más altos, y tra-
tando de algunas particulares mercedes que Dios hace a las almas,
en muchas partes destos libros acostumbra decir, que está el alma
junto a Dios, y que ambos se entienden, y que están las almas cier-
tas que Dios les habla, y otras cosas desta manera.
En lo cual no ha de entender ninguno que pone certidumbre en la
gracia y justicia de los que se ocupan en estos ejercicios, ni de otros
ningunos, por sanctos que sean, de manera que ellos estén ciertos de sí
que la tienen, si no son aquellos a quien Dios lo revela. Que la Madre mis-
ma, que gozó de todo lo que en estos libros dice, y de mucho más que
no dice, escribe en uno de ellos estas palabras de sí: «Y lo que no
se puede sufrir. Señor, es no poder saber cierto si os amo, y si son
aceptos mis deseos delante de Vos». Sólo quiere decir lo que es
la verdad, que las almas en estos ejercicios sienten a Dios presente
jDara los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alum-
brarlas, dándoles avisos y gustos; que aunque son grandes mercedes
de Dios, y que muchas veces, o andan con la gracia que justifica, o
encaminan a «lia, pero no por eso son aquella misma gracia, ni nacen
APÉNDICES . ^73
ni se juntan siempre con ella. Como en la profecía se ve, que la puede
haber en el que está en mal estado. El cual entonces está cierto de
que Dios le habla, y no sabe si le justifica, y de hecho no le
justifica Dios entonces, aunque le habla y enseña. V esto se ha
de advertir cuanto a toda la doctrina en común, que en lo que toca
particularmente a la madre, posible es que después que escribió las
palabras que agora yo refería, tuviese alguna propria revelación y
certificación de su gracia. Lo cual, ansí como no es bien que se afirme
por cierto, ansí no es justo que con pertinacia se niegue; porque fue-
ron muy grandes los dones que Dios en ella puso, y las mercedes
que le hizo en sus años postreros, a que aluden algunas cosas de las
que en estos libros escribe. /Was de lo que en ella por ventura pasó
por merced singular, nadie ha de hacer regla en común. Y con esíc
advertimiento queda libre de estropiezo toda aquesta escriptura. Que
según yo juzgo y espero, será tan provechosa a las almas, cuanto en
las de vuestras reverencias que se criaron, y se mantienen con ella,
se ve. R quien suplico se acuerden siempre en sus sanctas oraciones de
mí. En San Felipe de Madrid, a quince de Setiembre de 1587.
474 APÉNDICES
XCI
JHS. M.a JOSEPH.
DE LA VIDA, MUERTE, VIRTUDES Y MILAGROS DE LA SANTA MADRE TERESA
DE JESÚS. LIBRO PRIMERO POR EL MAESTRO FR. LUIS DE LEÓN (1).
Como en las casas de los grandes suele haber unos hijos muy más
favorecidos y regalados que otros, ansí en la de Dios en esta edad
lo fué con grandísima particularidad de gracias y dones la bienaven-
turada madre Teresa de Jesús, cuyas virtudes y vida V. M. es servida
que escriba, que aunque la misma escribió la parte delia que fué
conveniente para que sus confesores conociesen su espíritu, no la es-
cribió toda, ni dijo muchas cosas por su modestia, ni pudo decir las
que le sucedieron después de aquella escritura, que yo he buscado
y he recogido informándome de sus papeles y de personas de mu-
cho crédito que la trataron y conocieron. Las cuales con justa razón
V. M. desea ver para alabar las maravillas de Dios en sus santos,
y porque otros le alaben. Fué esta dichosa mujer natural de ñvila,
ciudad antigua de Castilla, de padres nobles y virtuosos. El padre se
llamó Alonso de Cepeda, y la madre, que fué segunda mujer suya,
D.a Beatriz de Ahumada. Sus abuelos de padre se llamaron Juan de
Cepeda y doña Inés de Toledo; de madre (2), Mateo de Ahumada
y doña Teresa de Tapia, todos vecinos de Avila) y que están enterrados
en San Juan, parroquia de aquella ciudad. Entre ocho hijos varones
y dos hijas que de este segundo matrimonio tuvieron sus padres, tu-
vieron, por su buena dicha, esta santa que les nació, a lo que parece,
al fin del año de 1515: pusiéronle nombre Teresa, guiados, a lo que
entiendo, por Dios que sabía los milagros y maravillas que en ella
había de hacer y por ella, porque Teresa es Tarasia, nombre an-
tiguo de mujeres y griego, que quiere decir milagrosa. Como nacía
para atraer muchos a la virtud criando en ellos, poniéndoles afición
de las cosas del cielo, fabricóla Dios desde las primeras piedras para
este propósito muy hábil y conveniente, y ansí le dio unos naturales
amorosos y no pegajosos; apacibles, agradecidos, agraciados y gratos
1 A ruegos de la empeíatiiz María, hermana de Felioe II jj grande devota de la Santa, y
creemos también que por indicación de la V. /\na de Jesús, propuso el insigne Maestro Fr. Luis
de León escribir la Vida de la Madre Teresa de Jesús, que por desdicha para las buenas letras
dejó muü en los comienzos. No quedaron más papeles sobre esta obra que los publicados
aquí, según la edición completa de sus Obras, editadas en Madrid, año de 1883, pot el Padte
Fr. Antolín Merino, O. S. A.
2 Al margen del autógrafo se dice: »Juan de Ahumada y Teresa de las Cuevas, naturales
de 01medo>.
APÉNDICES 475
a todos, y llenos de una discreción tan amable, que cuando descubrió
con la edad, allegaba a sí y cautivaba (1) cuantos corazones trataba.
Por cierto, rne afirma quien la conoció rnuciios días, que nadie Ja
conversó que no se perdiese por ella; y que niña y doncella, seglar
y monja, reformada y antes que se reformase, fué con cuantos la
veían como la piedra imán con el hierro; que el aseo y buen parecer
de su persona, y la discreción de su habla, y la suavidad templada
con honestidad de su trato, la hermoseaban de manera, que el profano
y el santo, el distraído y el de reformadas costumbres, los de más
y los de menos edad, sin salir ella en nada de lo que debía a
sí misma, quedaban como presos y cautivos de ella, pues en estos
naturales, como en tierra fértil y sazonada, prendió luego con firmes
y hondas raíces la gracia que recibió en el bautismo, de manera que
en los primeros años de su niñez dio claras muestras de lo que después
pareció en ella. Amaba cuando era niña los pobres, inclinábase a con-
tar y jiablar de las vidas y virtudes de los santos, apetecía la soledad
y el silencio, y en la manera que aquellos años sufrían, despreciaba
lo temporal y aspiraba a lo eterno e invisible, y, lo que es de mara-
villar, deseaba padecer muerte por Cristo. De aquí nacían aquellas ra-
zones y palabras, aunque de niños, tan sabias y verdaderas, que pasaban
entre la niña y su hermano y que ella con tanta dulzura cuenta; aquel
para siempre que repetían a veces, aquel huir los de casa y juntarse
a hablar de los santos, aquel buscar medios para (2) volar luego al cielo
¡os que ponían en el suelo entonces los pies, y ansí llegó a los
doce años de su edad, y en este tiempo murió su madre, que era
muy cristiana y virtuosa mujer, y en vez de ella tomó por madre
a N.a S.9, como ella misma lo dice, y ansí quedó con solo el padre
en su casa, acompañada de una su hermana mayor y de otros her-
manos, y pasó ansí casi dos años hasta que entró en los catorce.
Crecían con la edad las virLudes, y su natural gracioso y amoroso y
prudente, que se descubría de cada día más, la hacía señalada y ama-
ble entre todos, mas no haya virtud que no tenga algún vicio que le
parezca, ni cosa tan acertada que no pueda ser de inconveniente
por alguna parte y respecto, y como los grandes bienes de ordi-
nario estén muchas veces ocasionados a grandísimos males, fué así
que en esta edad, y comenzando a tener más vigor la razón, siendo
querida de muchos, comenzó ella también a querer, y como era discreta
y apacible, comenzó a no gustar de estar escondida^ y comenzó a abrir
los ojos al mundo, y tomar favor de lo que en él se estima por
algo, y a preciarse del aderezo y de las galas de mozas, y de la
curiosidad en ello con alguna demasía y exceso, en lo cual ayudó mu-
cho, o por mejor decir, le dañó la lección de algunos libros profanos
a que la llevó su natural ingenioso, y la compañía y conversación
de una doncella deuda suya, no muy asentada, de que dice en su vida.
Es Dios en todo maravilloso, que pudiendo conservar en un mismo
tenor de bien a los que quiere hacer santos, y pudiendo hacer que
conserven siempre limpia la primera inocencia, los deja desdecir de
1 Entre lineas: catraya».
2 Al margen: 'Aquí cosas de su niñez, oídas y vistas».
476 APÉNDICES
ella a las veces y permite que el demonio los prenda, y que entre
sus dones se muestren nuestras flaquezas y males, para que no pa«
rezca la santidad cosa nacida y necesaria, sino cosa de libertad y en
que puede hacer algo y deshacer el que es santo, y para que siendo
la gloria toda de El, les venga a los suyos parte de ella, y para
que el demonio, después de haber probado sus fuerzas, sea vencido de
las más flacas favorecidas de Dios, con que quede Dios glorioso y él
confundido, viéndose al fin rendido de la una flaqueza que tantas
veces rindió, que él tuvo rendida a sí muchas veces. Por este camino
llevó a David, y a San Pablo, y a la gloriosa Magdalena, y a Santa
María Egipciaca, y a San Agustín, y a otros santos muchos, dejándo-
los a tiempos caer para levantarlos después con mayor provecho suyo
y nuestro, que en semejantes concebimos ánimo y esperanza para
no desconfiar de Dios cuando nosotros caemos, mas nunca se asienta
lo que no ha de durar, y lo que no dice con la hechura del alma
e ingenio, aunque en ello nos ensayemos, se cae, y así fué que el
alma de esta santa mujer que la tenía Dios con particular señal para
sí señalada, y en cuyo secreto seno, sin que ella misma lo viese, tenía
el espíritu del cielo que hacía las partes de Dios, y se le traía a
la memoria, y se le figuraba cuando menos se cataba delante, y le
hablaba de contino y a veces le voceaba, por el un breve tiempo
venció aquella pequeña niebla que de la nueva vista del mundo y
de sus cosas nacía, y como le acontece al sol cuando amanece, si el
suelo está húmedo, que por el calor que sus rayos tienen levanta va-
pores, y por ser entonces pequeño el calor no los puede gastar, y
ansí se esparcen como niebla u oscurecen el aire, hasta que después, su-
bido en lo alto (1) del cielo y enviando de allí sus rayos con mayor
fuerza, y como hiriendo a sobre mano la niebla la vence, ansí en
esta santa, al amanecer de la luz, la razón tierna y no experimentada,
comenzó a Sacar nieblas de la apariencia de las cosas del mundo que
se le pusieron delante, hasta que, creciendo más y recibiendo sus fuer-
zas, las deshizo y (Se la dieron sobre la niebla y las deshizo. Murió
su madre antes Ide esto, en este tiempo que, como ella dice, era muy
cristiana y virtuosa mujer, era muerta, como ya dijimos, su madre
había más de dos años, y el padre en este tiempo que había casado
otra su hija mayor, que era del primer matrimonio, comenzó a des-
contentarse de las conversaciones y semejas que en doña Teresa veía,
y aunque la amaba muy tiernamente y la apartaba con mucha pena de
sí, pospuso su disgusto al bien de ella, y púsola en un monasterio de
aquella ciudad muy encerrado, que se llama de Ntra. Sra. de Gracia,
de monjas de la Orden de San Agustín, religiosas mucho, ansí en la
opinión como en la verdad. Criábanse en aquel monasterio otras don-
cellas y seglares y nobles, y como una de ellas entró también allí,
la santa madre, guiándola Dios maravillosamente, que saca siempre
de los males bienes y atrae los suyos a sí por desviados y no conoci-
dos caminos, porque el entibiarse en los deseos de la virtud la ma-
dre Teresa y el desdecir de ella en alguna manera, que era como
1 Al margen: «Lo alto en medio del cielo enviando sus rayos»
HPENDICES 477
para apartarse de Dios, se convirtió por orden suya en atajar para
llegarse a El con más brevedad. Porque en casa de su padre, con el
amor de él y el trato de los seglares parientes, nunca concibiera
esta santa el deseo ardiente de la religión que concibió en este mo-
nasterio qiie digo, a donde, aunque los primeros días sintió sinsabor
porque el íiábito de vanidad que se comenzaba a vestir y aquella
secreta vida no convenía; mas éste cayóse presto como era postizo,
y quedó libre y desnuda de él su buena compostura del alma,, a quien
era muy conforme y muy hecho a su gusto todo lo que en aquella
santa casa se hacía, y así en poco tiempo comenzó a gustar mucho
de ella, y el espíritu de Dios que en su corazón se escondía, en su
alma, aprovechándoss c'e la ocasión, comenzó a abrirle (1) los ojos', y a
resucitar en ella los buenos deseos primeros, y con el trato de todas
y señaladamente con las palabras santas de una de ellas a cuyo cargo
estaban las doncellas seglares (2), iba de día en día en su alma echando
fuerza el espíritu, y el que antes de aquella entrada callaba y estaba
como caído y rendido, se levantaba ya y hablaba en su corazón
y hacía rostro y se oponía al sentido y a lo que la vida seglar
y libre en él puesto había, y trababa entre sí los dos reñida y san-
grienta pelea, porque el espíritu le pedía ser monja y el sentido le
apartaba de ello, y porque tenía ya asentado en el alma el servicio
de Dios, le decía que en la vida de los casados le serviría muy bien,
y representándole muchas comodidades en ella, y ansí peleaban en
su pecho como en estacada o pelea, que metidos en campo estos dos
movimientos, al principio más ayudaba al bueno los ejemplos santos
que a 5os ojos allí de continuo teníai y iCon esto se mejoraba más cada
día contra su combatidor. Fué así, que en espacio de año y medio
que allí estuvo, que fué hasta el quince y diez y seis de su edad,
la que cuando entró aborrecía aun el pensamiento de monja, salió
con deseos de serlo, estuvo en aquel monasterio contenta y con gene-
ral contentamiento de todas, porque era de condición muy amable:
salió porque enfermó gravemente. Llevóla su padre primero a su casa,
y de allí a una aldea! a donde estaba casada su hermana, que era, como
dijimos, medio hermana suya y mayor, y se llamaba doña María de
Cepeda, y la amaba muy tiernamente. Estaba en el camino un tío suyo,
hermano de su padre, que se llamaba Pedro Sánchez de Cepeda,
hombre viudo y que vivía retirado y muy cristiano y virtuoso, que
parece le tenía Dios en el paso para por su medio encenderla más
en sus buenos deseos y traer a perfección lo que El labraba en ella
y el demonio impedía. Este la detuvo consigo algunos días, en que
con sus palabras, que ordinariamente eran de Dios, y con las de
los libros santos que le hacía leer, iba asentando en su alma un per-
fecto desprecio de la vanidad de esta vida y a determinarse de ser
religiosa, venciendo muchas contradicciones que el sentido y el de-
monio le hacían. Tratólo con su padre, en que halló contradicción;
buscó terceros que le persuadiesen lo mismo. Mas el amor que la
tenía no le consentía apartarla de sí, por donde ella se resolvió en
1 Al margan. «Descubiiile, desvendarle».
2 D.a María Briceno.
478 APÉNDICES
seguir el consejo de San Jerónimo y caminar a ejemplo, y si menes-
ter fuese, hollar sobre el padre, que este poder tiene el espíritu que
Dios enciende en las almas, no descansa, no repara en estorbo, no
sufre dilación ni tardanza, por todo rompe, todo lo huella, esle fácil
todo porque es espíritu de caridad: y de amor. Pues con esta resolu-
ción aguardó coyuntura y venida sin dar cuenta (1) a nadie, llena (2)
de Dios, guiada y acompañada de un hermano suyo, que amaba, se fué
al monasterio de la Encarnación, y tomó el hábito en él. Es este
monasterio de la Orden de Ntra. Sra. del Carmen, y es de los prin-
cipales de aquella ciudad por su antigüedad y por el mucho número
de religiosas que tiene, y creo yo (3) y es monasterio a quien nuestro
Dios ama con amor particular y muy grande, pues entre todos le
quiso honrar y enriquecer con una joya tan rica. Inclinóse la Santa
más a este monasterio que a otro, porque tenía en él una grande
amiga suya, cuanto fué de su parte de ella movida de una afición
natural que tenía a una religiosa de él, que se llamaba Juana Juárez,
mas de parte de Dios fué el bien y aumento de aquella Religión
y Orden que determinó Dios encaminarle por medio de aquesta su
sierva. No tenía diez y ocho años cumplidos y careció de misterio,
que el día que tomó el hábito fué el segundo de Noviembre, que
la Iglesia tiene dedicado para rogar por las ánimas, como signifi-
cando Dios el bien de infinitas que nacería de aquella monja, que
había de nacer de aquel hecho. Monja con dolor y soledad de su
padre, y con alegría suya y contento grandísimo, pasó el año del
noviciado con entera salud, amada de todas, porque demás de la
gracia natural que tenía, que era para todas de condición apacible,
éranle también como naturales muchas de las virtudes que servían
para conservar la paz en común y que en los monasterios para va-
dearse bien en ellos, son de mucha importancia. No murmuraba de
nadie ni consentía que delante de ella se murmurase, de todo sentía
bien, y si conocía faltas no las decía; era humilde, por la misma
razón libre de traer competencias, discreta en su habla y conversable
para sus compañeras, y como guardaba, en cuanto era en sí, las
honras de todas, ansí todas la preciaban y honraban; profesó venido
su tiempo y ofreció con los votos de la religión su corazón a Dios,
que como pareció después, le fué gratísima ofrenda, y ansí comenzó
a proceder en su estado y a crecer en virtud, pero faltóle la salud
en este tiempo, porque poco después de profesa, o que lo hizo la
mudanza de la vida, o que a la verdad fuese particular providencia
de Dios que quiso poner freno a su edad, le dieron unos desmayos
tan grandes que le quitaban del todo el sentido. Es cosa maravillosa
considerar los bienes que Dios sacó de estos desmayos; porque, lo
primero, fueron causa que comenzase tener trato con Dios interior,
porque entendiendo en la cura de ellos el tío suyo, que dicho tenemos,
la puso en que tuviese oración, y le dio libros que le fuesen en ella
guía, com.o ella misma lo cuenta; también fueron causa que ganase
1 Entre líneas: tninguna».
2 Entre lineas: «llevada.»
3 Entie lineas: <a lo que uo»
APÉNDICES 479
a Dios una alma de un clérigo que andaba perdida, como también
ella escribe; ejercitóla ansimismo en paciencia, que según fué recia la
cura y los accidentes que de ella le quedaron grandísimos y prolijos,
los remedios y la convalecencia larguísima, fué cosa señalada lo que
padeció, y la igualdad de ánimo con que lo padecía, que como los
que bien edifican, a la proporción del edificio que hacen, levanta,
ahondan siempre y hacen fuerte el cimiento, ansí Dios, porque levan-
taba en esta santa alma un soberano edificio, los cimientos que son
de paciencia y humildad, quiso que fuesen grandísimos,' y ansí lo
hizo, como vamos diciendo. Porque vuelta de la aldea a donde estaba
su hermana, y a donde del monasterio había idof a curarse, y la que
salió con desmayos vuelta consumida y tullida, estuvo ansí en la
enfermería de su monasterio tres años sin poderse mandar, hecha un
ejemplo de humildad y paciencia. Dice ella de sí, que en esta en-
fermedad unas veces se contentaba con ella,' y otras se deseaba salud,
era por llevar adelante el ejercicio de la oración de que había co-
menzado a 'gustar en la aldea, porque como Dios la tenía ordenada para
bienes tan grandes, luego que comenzó a retirarse con El y liablarle
en su corazón a sus solas, le comenzó El a liacer regalos tan grandes,
de que no se podía olvidar, porque sin duda es ansí que el alma que
ha hablado secretamente con Dios, sabido y gustado de i>u blandura
y dulzor, si no pierde mucho por grandísima culpa suya, el sentido
vive siempre que no le habla y conversa, como violentada y como
peregrina y como disgustada en la tierra; y ansí la santa Madre
Teresa, a quien Dios había comenzado a gustar el regalo de sus
amorosos abrazos, sentía en medio de su tullidez y dolores, no los
dolores y tullidez, sino el estorbo de la enfermería y del (1) desaso-
siego y publicidad que en ella de fuerza había, que le impidió el
secreto y sosiego que es mucho para recoger el espíritu; mas como
en esto no buscaba a sí, sino a Dios también (2), le resignaba su volun-
tad en ello y su gusto, y se contentaba con que Dios hiciese en ella
el suyo por cualquiera manera. Acabóse este trabajo, y por medio
del glorioso San José, a quien en aquella enfermedad tomó por de-
voto, fué Dios servido sanarla, y sana volvió luego a sus ejercicios
primeros y a los regalos de ellos en que pasó algunos años y días.
Érale al demonio muy odiosa la virtud y oración de esta Santa, porque
se le traslucía que Dios le iba armando en ella un mortal enemigo,
y afrentábase de que con una mujer quisiese Dios destruirle y des-
terrarle y desposeerle de innumerables almas que él tenía por suyas,
y ansí se ingenió y esforzó a hacer la guerra, y procurar, pues era
mujer, que lo fuese ya enredándola en aficiones y conversaciones
sin orden, aprovechándose para esto de sus naturales, que eran hechos
para tratar y atraer a sí todos cuantos trataba. Espanto (3) es en este
artículo ver y considerar la solicitud que ambos traían, Dios y el
demonio: Dios por hacerla suya, y el demonio, por apartarla de Dios,
1 Entre líneas: «por él».
2 Entre lineas: «al fin».
3 Al margen: «Espanta y espantable negocio en este número g en este artículo cosa es-
pantable».
180 APÉNDICES
metíala en las ocasiones por horas y sacábala de ellas Dios por mo-
mentos; traíale las personas que conforme su natural eran más de
su gusto, y venía Dios, y en medio de la conversación, descubríasele
como agraviado y sentido; saboreábale las pláticas y el entretenimien-
to el demonio, y vuelta de allí a la oración, doblábale Dios en ella
el regalo y favores del mundo y como diciéndole, que aquello de que
se cebaba en la red era falso, y que su dulzor era verdadero dulzor,
y que si gustaba de trato apacible y discreto, el suyo era mucho más
discreto y dulcísimo; y como los que en competencia de otros tienen
alguna afición que se esfuerzan con mayores demostraciones de amor
y con extraordinarios servicios a apartar de los otros y inclinar hacia
sí las voluntades de aquellas personas que aman, ansí parecía que Dios
se esmeraba en descubrírsele más, cuanto el mundo y el demonio
la cebaba más y enredaba. ¡Oh soberano ñmador de las almas y como
evo inifinito en amor! Pues guerreaban en el pecho de esta bienaven-
turada mujer estas dos aficiones, y los autores de ellas hacían sus
diligencias cada uno por encender más la suya, y borraba el oratorio
lo que la red escribía, y a las veces la red vencía y menoscababa los
buenos frutos que la oración producía, de que resultaba agonía y
congoja, con que traía su alma inquieta y perpleja, que aunque estaba
resuelta en ser toda de Dios, no sabía desasirse del mundcr, y a veces
se persuadía a poder darse a manos con ambos, de que le sucedía
casi de ordinario, como ella dice, no gozar bien de ninguno; porque
en el entretenimiento del locutorio poníale acíbar la memoria del se-
creto y dulce trato que tenía con Dios; y, ni más ni menos, cuando con
Dios se retiraba y comenzaba a hablarle, asían de ella las aficiones
y pensamientos que cobraba en la red. En esta lucha continua, el
demonio, por vencer, usó de maña con ella y disimulando su engaño,
púsole en el pensamiento que era soberbia y desacato tener oración
quien andaba tan llena de imperfecciones y faltas, y debajo de esta
falsa humildad quiso quitarle las armas con que resistía a su daño,
y persuadióla en parte y comenzó a abstenerse de la oración aue
solía, y por no parecer atrevida con Dios, comenzó' a ponerle en olvido
y a huir del médico y la medicina, porque se sentía con llagas y
hubiérale sido gran mal si Dios, que la amaba, no la avisara con
tiempo por medio de la enfermedad, en que como un año después deste
su decaimiento y tibieza, cayó su padre y de que vino a morir a la
fin; porque asistiendo a la cura ella, que se permitía en su Orden, y
hallándose presente a la muerte, compungida, parte del dolor que le
hacía y parte de la devoción y santidad que veía en él, determinó de
confesarse con un religioso docto que había confesado a su padre,
que dándole cuenta de lo que solía hacer y de lo que entonces no
hacía, le mandó que tornase a la oración que dejaba, y le demostró
cuan falsa humildad era no ponerse siempre delante del médico, quien
tenía siempre necesidad de remedio. Obedecióle la Santa; obedeció,
y tornando a su primer ejercicio nunca más le dejó. Tendría en este
tiempo como veinticuatro o veinticinco años de edad y llegó hasta
casi los cuarenta y ocho perseverando en él y creciendo por él la luz
de Dios en su alma. Crecía en humildad, en amor de soledad y
recogimiento, en deseo de las cosas de Dios, en deleite en sus plá-
APÉNDICES ^81
ticas, y finalmente en el afección de todo lo bueno, aunque junta-
mente con esto sentía en sí imperfecciones y faltas algunas que la
traían asida en cierta manera y como cautiva, de que procuró y nunca
se podía librar, hasta que, como ella misma refiere, cansada ya de una
tan larga pelea y conocida la poquedad de sus fuerzas, y ansí des-
confiada de ellas y de toda su industria, por ocasión de una imagen
que vio de Cristo muy herido y llagado, movida de él, y ardiendo
en su amor y hecha un río de lágrimas, rasgó del todo en su pre-
sencia su alma dando bien ancha puerta a su gracia para que, en-
trando en ella, arrancase y edificase y plantase. Decía, postrada de-
lante de él, que no se levantaría de allí hasta que la fortaleciese en su
amor (1); pedía al que la solicitaba a pedir, y como otra Magdalena
alcanzó del piadoso Señor lo que demandaba y pedía, porque de allí
salió otra, renovada y fortalecida en espíritu; y como se llegaba ya la
sazón de las obras maravillosas para que desde su Eternidad la tenía
Dios escogida, comenzó a apurarla de cada día más y a volver hacia
Sí todos sus pensamientos y deseos y obras, favoreciéndola con ex-
traordinarias mercedes; porque en la oración, que era su continuo ejer-
cicio, comenzó a sentir de ordinario una presencia de Dios de tanta
eficacia, que sin ver nada no podía dudar della en ninguna manera,
y juntamente con esto suspendíansele muchas veces en la oración
las potencias, y sin poder discurrir gozaba de una grandísima sua-
vidad y deleite, que le dio alegría y contento al principio, mas luego
le comenzó a ser ocasión de cuidado y temor, porque entendía que
era sobrenatural lo que en esto sentía, y ansí conocía que era alguna
virtud superior la que lo obraba (2), y ansí movida de su humildad que
le representaba sus faltas y conociéndose por indigna de que Dios
la tratase, comenzó a temer si era una ilusión del demonio, y fué
orden de Dios que temiese para muchos bienes que deste miedo sacó.
Porque, lo primero, le fué causa este temor de más cuidado en su
vida y en la pureza de su alma y conciencia; y lo segundo forzóla
a comunicarse con hombres doctos y espirituales que la perfeccionaron
del todo; y lo tercero dio por este camino Dios noticia a los hom-
bres del tesoro que para provecho público en aquel alma tenía. El
primero con quien comunicó sus temores fué con el maestro Daza,
un clérigo religioso que en aquel lugar entonces florecía en opinión
de virtud: a éste habló por medio de un caballero grande cristiano,
que se llamaba Francisco de Salcedo, natural también de Avila, a
quien esta santa mujer conocía. Trataban ellos dos el negocio entre
sí y juntando con los gustos que en la oración recibía las imperfec-
ciones y faltas que ella decía de sí, no se persuadían que era Dios
quien le hacía mercedes, y a la verdad no cayeron en la cuenta de
la condición y del ingenio de Dios, que como que es médico visita
alegremente a su enfermo, y como su trato es causa de mejora-
miento y de vida, mejora los suyos entrándose por sus puertas y ha-
ciéndoles particulares mercedes. Al fin se resolvieron en esto, con que
1 Enrrc lincas «grada».
2 Entic lineas: «poi lo cual>.
II
482 APÉNDICES
creció más en ella el temor y la perplejidad de lo que le convenía
y cumplía, porque su indignidad le hacía temer. La luz de Dios al
tiempo que gozaba della la aseguraba con confianza, no osaba fiar-
se de sí, los que le daban consejo no sabían dárselo porque no la
entendían, dejar la oración era dejar su remedio, proseguir en ella
con aquella sospecha era ponerse a peligro, contentarse con meditar
y rezar no estaba en su mano, porque la presencia que Dios le hacía
en volviéndose a ella la suspendía y llevaba a Sí mismo con fuerza
grandísima. Padecía pues, la Santa, peleando en ella por una parte la
humildad y el temor y el crédito que daba a sus padres, y por otra
la luz de Dios y su fuerza, y el provecho u bien de su alma,
porque no sólo sabía que le iba la vida de ella en no dejar la oración,
mas experimentaba que con la que tenía se aprovechaba de cada día
más y crecía. Tomó por remedio velar más sobre sí y guardar las
leyes de Dios con más diligencia, asegurándose que con esto, si era
Dios, le hallaría más cerca, y si mal espíritu no la podría engañar, y
ordenólo Dios ansí para sacar este bien de aquel miedo y para por
aquel camino llevarla a que buscase maestros de espíritu experimen-
tados en aquel arte, por cuyo medio se mejorase más y se perfec-
cionase del todo. Habían por aquel tiempo fundado en aquel lugar
los Padres de la Compañía, y decíase de su religiosa vida mucho y
del provecho que hacían y de los ejercicios de la oración que tenían.
Persuadióla el caballero que dicho tengo, los llamase y se comunicase
con €llos, dándoles noticia entera de su vida y conciencia, que si bien
tenía para sí ser demonio, no por eso la desamparaba ni dejaba de
visitar; antes, movido a piedad, imaginando que algún mal espíritu
se trabajaba por engañarla con envidia de su bondad y virtud, se
desvelaba él por ayudarla contra él y por allegarle socorro. El que
dio el consejo puso también los remedios y negoció con uno de la
Compañía que la confesase y tratase, que como buen médico, luego
que le tocó el pulso, conoció que era buen espíritu el que andaba con
ella, y profetizó lo que fué después, que la escogió Dios para por
su medio ganar las almas de muchos, y ansí la aseguró lo primero,
y como maestro después la fué gobernando los pasos, porque como
había comenzado sin maestro, andaba muy en los fines no habiendo
puesto en algunos principios los pies. Enseñóle a mortificarse en mu-
chas cosas, a quitar de sí todo lo demasiadoi' y superfino, a ejercitarse
en cosas de aspereza. Resistió cuanto le fué posible a aquella sus-
pensión y recogimiento de espíritu, forzando el entendimiento a que
hiciese pie en alguna consideración provechosa, y señaladamente le
puso la humanidad de Cristo delante, puerta cierta y camino único
por do llegan a Dios las almas, para que siempre la meditase y
amase.
Obedecióle alegremente en todo lo que fué de su parte. En el
resistir al movimiento que en su espíritu hacía Dios, no bastaban
sus fuerzas, y de allí adelante mucho menos, que como se disponía
más, como en sujeto más dispuesto obraba con más fuerza en ella
los movimientos del cielo. Pasó con este recogimiento dos meses, y
después dellos acertó a venir allí a la Compañía el Padre Francisco,
duque que fué de Gandía, el general de la Compañía que era en-
APÉNDICES 483
tonces, el que había sido duque de Gandía y se llamábase el Padre
Francisco, que la quiso ver y conocer por la noticia que el Padre
que la confesaba le dio. Vista y entendida, sintió que era obra grande
(de] Dios, y ansí la consoló y la esforzó y aconsejó que comenzase
siempre su oración meditando en algún paso de Cristo; mas que si El
la suspendiese y recogiese, ella se dejase llevar de él sin hacer resis-
tencia. Quedó alegre la Santa con esto, aventajando lo pasado y alar-
gando siempre más el paso en el bien, y apartando de sí aquello
a que solía tener afición; mas no era tanta su priesa en disponer-
se cuanta era la diligencia de Dios; no sólo en ayudarla secretamente,
mas también en mostrarle descubiertamente cjánto la amaba; y ansí
fué que pocos días después la comenzó a hablar muy tiernamente
en el alma, que es un lenguaje secreto de que Dios usa con los que
tiene por suyos, y unas palabras que no se oyen con los oídos, mas
percíbense en el espíritu, tan formadas y distintas y claras, que no
puede dudar dellas ni olvidarlas en muchos días, de que hay algu-
nas diferencias que declara bien esta Santa Madre en sus libros,
pues hablóla Dios y fué bien suya la primera palabra, porque le
dijo: «ya no quiero que tengas conversaciones con hombres sino con
ángeles», y como su decir es hacer, ansí le borró del alma todas las
aficiones del mundo, que halló luego hecho en sí lo que deseaba
ver hecho y lo que procuraba mucho hacer y lo hallaba casi imposible,
y ansí como criada de nuevo por la palabra del que con ella cría y
renueva las cosas, comenzó a vivir en este mundo cuanto al trato e in-
clinación interior como si en él no viviera, y a tener como ajenas y
extrañas de sí todas las cosas que no eran Dios o no caminaban a
El, y verdaderamente como lo que se dijo a la Esposa, levántate y
apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, que ya pasó el
invierno, y fuese, con que el Esposo la clama> y llama a tratar consigo
él a la soledad de los campos, ansí con aquella palabra la apresuró
Dios a sí mismo y la sacó y desasió de aquesto visible, y en medio
del mundo la puso consigo solo, convirtiéndola en desierto y yermo
la vida, y haciéndole El compañía bienaventurada y dulcísima, porque
de ordinario desde aquel día la visitó con sus hablas, unas veces
regalándola y otras avisándola de 'o que a su servicio cumplía, con
un trato tan amoroso que pudiera espantar, si el suceso de él no
nos declarara agora lo que allí pretendía Dios para la salud de las
almas.
Mas siempre andan como hermanados la cruz y las mercedes de
Dios, y siempre junta con su favor algún grande trabajo, porque nues-
tro natural lo pide ansí, que se desvanece de presto; pues estas hablas
y regalos nuevos la pusieron en grandísimo aprieto, porque su con-
fesor, a quien daba de todo cuenta y que era ya entonces otro Padre
de la Compañía, que era entonces el Padre Prádanos, porque había
mudado al primero, mostró tener gran temor, y comunicándolo él
por su parte y ella por su orden con otros, todos sintieron mal dcstas
hablas, y permitía el Señor qu2 se engañasen así para excitar y per-
feccionar más la obediencia y humildad de su sierva, porque pa-
reciéndoles a muchos de ellos que era demonio, y diciéndoselo, aun-
que la luz que sentía y el provecho que en ella hacían las pláticas
989 APÉNDICES
la aseguraban, pero la autoridací y los dichos (1) de tantos criaron (2)
temor en ella grandísimo, y nacía inquietud del temor y andaba como
en continuo tormento con lo uno y lo otro, y no sólo padecía por
esta forma en su alma, mas en la opinión de muchos de fuera
andaba como afrentada y notada, porque comunicando unos a otros
como cosa nueva el secreto de mano en mano, se comenzó a exten-
der en muchos, que comenzaron a avisarla con miedo, y unos huían
della, otros avisaban a su confesor que huyese, y otros, si la habían
lástima, sospechaban mal de su vida y veníales al pensamiento si era
por dicha castigo de algunos grandes pecados secretos. Finalmente
con la imaginación de demonio se les figuraba que ella misma lo
era, y pegábase de la imaginación de los otros según era reconocida
y humilde imaginando ella casi lo mismo de ;sí y temerse a sí misma
y procurar no estar sola, y aunque su confesor nunca la desamparó,
pero vino a mandarle que no se recogiese en secreto y que no se
dejase suspender cuando oraba, que, finalmente, no orase más quien
sacara de las manos de Dios las almas que El ama. Obedecía la Santa,
y por no perder a Dios cortaba (3) como le decían cuanto podía las
ocasiones de sus hablas, y vencía a su mismo juicio y sentido por
seguir con humildad lo que el confesor le decía, y con eso mismo
le hacía más hermosa en los ojos de Dios y le atraía más a sí
y enamorado y vencido de obediencia y humildad tan perfecta, por
donde si ella huía, El la buscaba y si excusaba el oratorio por no
verse con El, El venía a hablar con ella en la claustra, y si no
se recogía por no sentir sus palabras, en medio de la conversación de
las monjas la retiraba súbitamente hacia Sí y se las decía dulcí-
simas: que se puede decir pasó casi dos años padeciendo intolera-
ble tormento, andando como espantada y turbada, diciéndole los más
era demonio, temiendo lo mismo ella de sí, viéndola unos y abomi-
nándola otros, dejándola desamparada todos en las manos de muy
crueles congojas, a términos vino que, faltándole ya las fuerzas un
día y deshaciéndose en lloro, estuvo casi cinco horas sola y revol-
viendo en su alma mil miedos sin hallar en ninguna cosa consuelo.
Mas el que es verdadero, llegada a este extremo la asegura y con-
soló, porque hablándole al alma le dijo: «No hayas miedo, hija, que Yo
soy y no te desampararé, no temas»; que fué de tanta eficacia, que
súbitamente, no sólo le quedó el alma serena, pero tan cierta de que
era de Dios y animosa para no temer al demonio, que hollara sin
miedo sobre él; pero no mucho después le vinieron nuevos miedos
con nuevas y mayores mercedes, porque un día de San Pedro, es-
tando en oración, sintió cabe sí a Nuestro Señor Jesucristo, no por-
que le viese con los ojos corporales ni menos con visión imagina-
ria, sino porque El mismo le hacía entender que estaba allí sin mos-
trársele, y esto era tan cierto que no le dejaba duda dello nin-
guna. Pasa esto en lo muy interior y es negocio muy intelectual, y
por la misma razón negocio de menos sospecha y engaño, y hácese con
1 Entre líneas; •«el dicho».
2 Entre líneas: <ícausaron».
3 Entie lineas: «cenaba».
APÉNDICES 1185
mucha luz espiritual, que recoge a lo interior al alma y la infunde
aquella noticia y se la imprime sin medio de figuras ni de sen-
tidos. Mas no lo sabía la Santa entonces, y la novedad dello le
causó gran espanto luego al principio que la comenzó a fatigar nue-
vamente. Di jólo a su confesor, a quien también le hizo gran nove-
dad por no tener experiencia, mas procedió cuerdamente no atemori-
zándola, sino llevándola siempre a la mayor perfección, con que iba
segura, aunque otros que tuvieron noticia alguna desto no lo estaban,
y mucho menos poco después, porque continuando el Señor las mer-
cedes, vino a descubrírsele a los ojos del alma en visión imaginaria
que llaman, mostrándole su humanidad sacratísima con increíble de-
leite del alma que la veía y con aprovechamiento grandísimo. Esto fué
muchas veces, y a los principios dellas el confesor ordinario temía,
y otro con quien se confesaba en su ausencia temió más, y se resol-
vió ser demonio, y conforme a ello le mandó hiciese la señal de la
cruz si lo viese y le diese higas, a lo cual todo obedecía porque sabía
que agradaba a Dios en obedecerlo, aunque padecía grande tormento
[en] ello, porque las visiones eran tales, que ellas mismas hacían segu-
ridad de sí mismas, mas pasaba con obediencia y sufría lo que otros
decían y sospechaban mal de ella, y vino a tiempo que trataban de
conjurarla como si tuviera demonio, pero al fin subió la luz en su
lugar y deshizo la niebla y declaróse tanto la verdad con el mejo-
ramiento que criaba Dios por medio de aquellas mercedes en aquella
santa alma, que se vino a conocer con los ímpetus de amor que
era Dios, aunque no por eso dejaba de comunicar con letrados todo
lo que le pasaba por ello, que en eso tuvo vigilancia grandísima, ni me-
nos de hacer todas las diligencias que para más certificarse cum-
plían, y entre otras fué ésta. Vino por aquel tiempo a Hvila el padre
Fray Pedro de Alcántara, descalzo francisco, de grande oración y
espíritu, de vida santísima y conocido de todo el reino. Por tal no
le conocía entonces la Madre, mas conocíale mucho doña Guiomar de
Ulloa, mujer viuda y noble señalada de aquel lugar y que tenía gran-
de amistad con la Santa, y con quien ella por dicho de su confe-
sor comunicaba su temor y aflicciones, porque era persona de mu-
cha oración y virtud y en quien siempre halló esfuerzo y consuelo,
porque Dios le daba luz para conocer la verdad de lo que era.
Pues ésta, pareciéndole que tenía en casa el maestro, porque la
Santa Madre mejor pudiese comunicarse con él, hizo con su Provincia]
se la diese para tenerla en su casa ocho días, en que se comunicó con.
el santo fraile, dándole entera cuenta de todo lo que en el alma sen-^
tía. Los buenos espirituales luego se conocen unos a otros, y por lo
que sabía de Dios por experiencia muy larga, luego le conoció cla-
ramente en la madre, y ansí se lo dijo y la aseguró de sus temores
y la dejó con mucho consuelo, bien que su humildad y recato no
consintió que se despidiese el temor del todo, o, por decir la verdad,
no quería el Señor que anduviese sin él por humillarla con él y traerla
sujeta siempre de manera que la grandeza de las visiones que traía
no la desvaneciesen en algo, y hacía contrapeso con el miedo que la
mantenía en el fiel, y ansí como perseveraba el temor, perseveraban
las diligencias. También hizo una entre otras. Vino, como es costura-
486 APÉNDICES
bre en g1 Santo Oficio, a la visita ordinaria de aquella ciudad d
licenciado Salazar, que después murió obispo de Salamanca: deter-
minóse a comunicar con él lo que sentía en su espíritu, pareciéndole
que aquello era dar cuenta de sí a la Iglesia y esperar su juicio para
gobernarse por él. Oyóla con atención y respondióla después que aque-
llo no pertenecía a su tribunal, a quien solamente toca castigar y en-
mendar lo que es culpa; que si era Dios, era grande merced suya;
si demonio, era pena que padecía como no se dejase llevar a lo malo,
si acaso se lo persuadiese o enseñase, pero dióla consejo que pusiese
en un papel en escrito todo lo que sentía y oía y que lo enviase
al maestro Avila, que vivía en Andalucía y florecía entonces con
grande opinión de virtud, que era hombre de muchas letras y es-
píritu, y la entendería mejor. Aprobaron este consejo sus confeso-
res, y así por orden de todos puso en escrito su vida y el suceso
del.la y su espíritu con todo lo que interiormente sentía, e hizo una
relación clara y entera, aunque algo breve, que después de algunos
años la escribió con más distinción, según que anda ésta impresa, y
esta suma que digo la envió al maestro con cartas de algunos conoci-
dos suyas que le pedían la viese y dijese su parecer. Viola y respon-
dióle por escrito y en lo que la escribió dice desta manera:
«En los raptos hallo las señas que tienen los que son verdaderos. El
modo de enseñar Dios al alma sin imaginación y sin palabras inte-
riores ni exteriores es muy seguro y no hallo en él en qué tropezar,
y San Agustín habla bien de él. Las hablas interiores y exteriores son
las menos seguras; el ver que no son del espíritu propio es cosa fácil;
el discernir si son de espíritu bueno o malo es más dificultoso. Danse
muchas reglas para conocer si son del Señor,; y una es que sean di-
chas en tiempo de necesidad y de algún gran provecho, así como para
confortar al hombre tentado o desconfiado y para algún aviso de
peligro, porque como un hombre prudente no habla palabra sin mu-
cho peso, menos las hablará Dios, y mirado esto y ser las palabras
conformes a la Escritura Divina y doctrina de la Iglesia, me parece las
que en el libro están ser de parte de Dios», y añade luego:
«Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen,
y éstas en ninguna manera se deben desear, antes se han de huir
todo lo posible, aunque no por medio de dar higas, si no fuese cuando
de cierto se sabe ser espíritu malo, que cierto a mí me hizo horror
las que en este caso se dieron: debe el hombre suplicar a Nuestro
Señor no le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y
de sus santos guarde para el cielo», y torna a decir:
«Mas si todo esto hecho duran las visiones y el ánima saca dello
provecho, y no induce su vista a vanidad sino a mayor humildad, y
lo que dicen es doctrina de la Iglesia y tiene esto por mucho tiem-
po y con una satisfacción interior que se puede tener mejor que decir,
no hay para qué huir dellas, aunque ninguno se debe fiar en su juicio
en esto, sino comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre, y este
«s medio universal que se ha de tomar en todas estas cosas y esperar en
Dios, que si hay humildad para sujetarse al parecer ajeno, no dejará
engañar a quien desea acertar», y dice:
«Y no se debe nadie atemorizar para condenar de presto estas
APÉNDICES 4S7
cosas por ver que la persona a quien se dan no es perfecta, porque
no es nuevo a la bondad del Señor sacar de malos gustos y aun de
pecados y graves con darles muy dulces gustos suyos según lo he
yo visto: ¿quién pondrá tasa a la bondad del Señor, mayormente que
éstas no se dan por merecimiento ni por ser uno más fuerte, antes
a algunos por ser más flacos y como no hacen a uno más santo no
se dan siempre a los santos?» y prosigue diciendo:
«Ni tienen razón los que por solo esto descreen estas cosas porque
son muy altas y parece cosa increíble bajarse la Majestad infinita a
comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito está que Dios
es amor; y si amor, es amor infinito y bondad infinita, y de tal amor
y bondad no hay que maravillar que haga tales excesos de amor que
turben a los que no le conocen, y aunque mucho le conozcan por fe,
mas la experiencia particular del amoroso y más que amoroso trato
de Dios con quien El quiere, si no se tiene no se podrá bien enten-
der el punto donde llega esta comunicación, y así he visto muchos
escandalizados de ver las hazañas de Dios con sus criaturas; y como
están de aquello muy lejos, no piensan hace Dios con otros lo que
con ellos no hace».
Y finalmente concluye: «paréceme, según en este libro consta, que
vuestra merced ha resistido a estas cosas y aun más de lo justo: pa-
réceme que le han aprovechado a su alma, especialmente le han hecho
más conocer su miseria propia y faltas y enmendarse de ellas; han
durado mucho y siempre con provecho espiritual, incítanla a amar a
Dios y a su propio desprecio y a hacer penitencia, no veo por qué
condenarlas; inclinóme más a tenerlas por buenas».
Con esta respuesta, por ser de hombre tan ejercitado y tan docto,
procedió con más seguridad, aunque siempre con aviso y cautela (1),
entendiendo que con los que habla Dios y les da semejantes visio-
nes, a veces también se disimula el demonio, y se finge luz y quiere
remedar lo que Dios hace, bien que por más que se disimule, siempre
se diferencia en cosas claras a los que tienen la experiencia que la
Madre tenía, la cual sin eso comunicaba siempre lo que sentía, y pe-
día siempre consejo y le seguía, aunque fuese contra lo que sentía (2)
su espíritu, y es señalado ejemplo de esto lo que le aconteció en el
monasterio de Beas cuando se partió para fundar en Sevilla, que es-
tando en su monasterio de Beas, antes que fuese a la fundación de
Sevilla, que como la llamasen de Caravaca para ir a fundar allí,
y el Padre Fray Jerónimo Gracián, que era Comisario apostólico, la
mandase ir primero a Sevilla, aunque le habían dicho a su espíritu
los inconvenientes que había, siguió la obediencia y fué profetizando
a algunas de sus hijas (como lo sé de las mismas), los trabajos que se
seguirían de esta ida al mismo, que las forzaba que fuesen, que su-
cedieron ansí como se dirá en su lugar; ansí que alegre con lo que
le escribió el maestro Avila, y mirando siempre por sí, como quien
camina con temor de ladrones, y guiándose con la obediencia, prose-
guía su camino segura, creciendo Dios en las mercedes y ella en
1 Entre líneas: «recato».
2 Entre líneas: «le daba el».
400 APÉNDICES
las virtudes y amor, porque vencida de El pensaba de continuo cómo
agradaría más a quien tanto debía, y ofreciéndosele que lo primero
era ser perfecta en su estado, guardando que era su llamamiento propio
perfectamente la primera perfección de su Orden, que en su monaste-
rio y en los demás de ella, estaba entonces caída por razón de una
regla mitigada que llaman que en los años... (1).
Les concedió condescendiendo con ellos y templando el primer
rigor de su regla, pues ofreciéndole esto comenzó a tratar consigo
misma, cómo podría hacer una casilla pobre, en que apartada, cerrada
con pocas, viviese como deseaba vivir. Metíala en este pensamiento
el amor, mas sacábanla luego de él las rail imposibilidades que había:
una era el alcanzar la licencia, otra la posibilidad para el edificio
y fundación de la casa, otra la novedad del hecho y el decir de las
gentes, otra quién la querría seguir, y otra el suceso de las que se-
guirla quisiesen. Pero como no era ella el autor, tornaba por horas él
pensamiento y deseo, y siempre más encendido, porque el Señor que
le ponía, le apresuraba conociendo que se llegaba el tiempo determinado
por él. Comunicólo con doña Guiomar de Ulloa, la que arriba dijimos,
que le salió a ello bien y le ofreció algunas cosas que parecían ser de
provecho, y comenzaron ambas a encomendarlo muy de veras a Dios,
que quería hacerlo y ordenaba que se lo rogase y pidiese su sierva
para merecimiento de ella, y para así hacerla más hábil para eso
mismo que se pretendía y pedía; y fué ansí que un día andando en es-
tos hervores y suplicaciones, acabando la santa mujer de comulgar,
y estando en sí recogida, la dijo claramente el Señor se servía de
que se hiciese la casa, que tratase de ella sin desmayar porque se
haría sin duda y sería muy de su servicio, y estrella que extendería
sus rayos, y primeramente con esto para ella y en ella, le aseguró
de su ayuda y de su particular guarda y defensa por medio de la
Virgen Santísima, y del bienaventurado San José, su esposo glorioso.
Animóse mucho con esta habla y en su espíritu, aunque el sentido
se encogía sintiendo la desnudez que seguía, porque se le asentó en
el corazón por muy cierto, y comenzó a desasirse con ello de algu-
nas cosas que le hacían agradable la vivienda de su monasterio, y
aunque se le representaban las dificultades que había y los trabajos
y contradicciones que le podían venir, pero vencía la voluntad del Se-
ñor, el cual no sólo aquella vez, mas otras muchas se lo decía y le
mandaba que lo dijese a su confesor y que la favoreciese en ello,
que El lo mandaba (2). Hízolo y contóselo (3) extensamente todo, que
le puso en confusión, porque ni le parecía justo contradecirlo, ni ha-
llaba cómo ayudarlo poner por obra, porque parecía imposible; resol-
víase en que lo dejase a su Provincial y que sería regla lo que le
respondiese. Era el Provincial hombre muy religioso, que se llamaba
Fray Ángel de Salazar, y dióle cuenta de ello D.a Guiomar diciendo la
comodidad que tenía, y parecióle bien al Provincial y dijo les daría
licencia, y Fr. Pedro de Alcántara, con quien lo comunicaban, tam-
1 Deja el autor aquí un pequeño espacio sin llenar. La regla fué mitigada en H32.
2 Entre lineas: «quería».
3 Entre líneas: «dióle noticia».
APÉNDICES 489
bien lo aprobó con mucha alegría, mas duró poco ésta en la Madre,
porque luego que en el pueblo se comenzó, a entender su propósito, o
el demonio que adivinaba su daño, o la condición natural de los mu-
chos que son grandes e ingeniosos consejeros en lo que menos les
toca, despertó tantos dichos contra las santas mujeres, tantos juicios,
tantas mofas, tantos pareceres diversos, que no sólo lo general del
pueblo se le mostraba contrario, mas también los hombres doctos
g espirituales, del que muchas veces son demasiadamente prudentes,
lo contradecían tanto, que vino el negocio a caso de duda, no sólo
de si se haría, mas de si era lícito hacerse, y a D.a Guiomar le
quitaron por esta causa la absolución, que para su condición natural
y sus escrúpulos fué cosa de trabajo grandísimo. Residía por aquel
tiempo en ñvila un padre dominico, presentado en su Orden, y tenido
en aquel pueblo en grande posesión de letrado, llamado Fray Pedro
Ibáñez, que hasta entonces no había entrado ni salido en aqueste ne-
gocio. A este dieron parte del las dos^ y puesto y con palabra de estar
por lo que él les dijese, aunque ninguna de ellas se persuadía que no
había de ser, mas habláronle con determinación de seguirle, y él se
encargó de ello y pedía espacio; y como después de ir contra ello,
de hacerles estorbo, mas como Dios que había determinado lo que
había de ser, y que escogía este mismo Padre por medio para que
fuese, mudóle de manera en el plazo de los ocho días que había
pedido, que juzgó no sólo poderse hacer, mas ser muy conveniente
que se hiciese, y obra en que mucho Dios se serviría, y ansí lo res-
pondió, y juntamente les enderezó en la manera como mejor se haría
y tomó a su cargo la defensa para contra todos los que lo contrario
sintiesen; que aunque hasta allí era casi todos, desde allí adelante
hubo algunos que comenzaron a ser de su parte, y así concertaron
de comprar una casa y la tuvieron concertada- y a punto de ordenar la
escritura, cuando apretando de nuevo el demonio su obra, y oscure-
ciendo con razones aparentes y de prudencias humanas los ánimos y
los juicios de muchos, y a otros abriendo las bocas con el odio que
por su dañado ánimo tienen al bien, y dándoles colores honestos,
levantó tanta grita y figuró la causa en los oídos del Provincial que
dijimos, de tan mala manera, que no se atrevió a llevar su parecer
adelante y mudó la voluntad y ansí lo dijo y se resolvió (1).
1 Aquí termina el autógrafo de Fr. Luis de León.
490 APÉNDICES
XCII
RELACIÓN DE LA VIDA Y LIBROS DE LA M. TERESA QUE EL P. DIEGO DE
YEPES REAiiTio AL p. FR. LUIS DE LEÓN. (4 de Septiembre de 1588) (1).
Estando yo en San Jerónimo de Madrid y vuestra paternidad
en su monasterio de San Felipe, habiendo comunicado cosas de la
Santa Madre Teresa de Jesús, al tiempo que el Consejo Real enco-
mendó a vuestra paternidad examinase el libro, que ella dejó escrito
de su vida, pareciéndole que algunas que yo le refería eran notables
y que no estaban en él, me mandó se las enviase por escrito, para
que, si pareciese convenir, se pusiesen en sus propios lugares, en la
historia que de su vida y obras se trataba de imprimir. Yo holgué
infinito de ver puesto ese tesoro al examen de vuestra paternidad,
de quien presumo que, entre todos los que le podían mirar, sabrá
penetrar sus riquezas, calificarlas y autorizarlas de manera, que los
hijos y amigos que la tratamos, quedemos muy alegres y satisfe-
chos, y los que no la conocieron, le sean aficionados y se duelan de
no haberla conocido. Yo tengo por singular merced de Nuestro Señor,
y medio muy eficaz de mi salvación, el haberla tratado; porque siem-
pre que della me acuerdo, o veo las paredes de sus monasterios,
se renueva en mí el deseo de mejorar mis costumbres, y así fué
como milagro el motivo que tuve para conocerla. Y según esto, me
parece que puedo dar a vuestra paternidad el parabién de haberle
ofrecido el Consejo esta ocasión tan excelente para emplearse en el
servicio de la Santa Madre, que sabrá pagar muy bien él trabajo,
porque fué la más agradecida mujer del mundo. No pude corresponder
a este mandamiento, a mí muy agradable, mientras estuve en aquella
corte, por ser tan ocupado el oficio de prior, y aunque la ocupación
que ahora traigo, visitando mi Orden, no es menor, en fin, me he deter-
minado de ocuparme en esto los ratos que me quedan para descanso,
porque lo es para mí su memoria.
Revolviendo ahora las cosas que con ella pasé, y otras que yo
me entendí, quedo con tanta confusión de mi tibieza, que yo no sé
cómo me atreva a contarlas, acordándome de lo mucho que fió de mí
y lo poco que de ello me aproveché. Comuniquéla muchos años, escri-
bióme muchas cartas de gran edificación, díjome de propósito algunas
mercedes que Dios le hizo, porque pensaba aprovecharme en esto.
1 Es muy notable esta carta del P. Yepes a Fr. Luis de León al tiempo que éste disponía
los libros de la Santa para darlos a la imprenta. A lo que parece, no tenía pensado escribir la
Vida de la célebre Reformadora cuando la remitió al docto Agustino. Publicóse por vez primera
al frente de la edición de las obras de la Santa que los Carmelitas De.scalzos hicieron en Ñapó-
les, afio de 1604. Una copia antigua se halla en el Ms. 12.703 de la Biblioteca Nacional.
APÉNDICES 491
y otras que con descuido se le caían de las manos, y yo las cogía,
con mucha advertencia. Dióla Dios tanta luz, que, según lo que della
experimenté, presumo que conocía los pensamientos y las cosas que
estaban por venir. Y pues esta relación es para gloria de Nuestro
Señor y testimonio de lo que obra en sus santos, quiero comenzar
por mí, aunque sea con vergüenza. Como yo la comunicase muchas
veces, y otras la escribiese, experimenté con gran certidumbre que
entendía mi dispusición interior, porque tales eran sus palabras y
respuestas, cual yo me sentía acá dentro: si me sentía recogido,
sus pláticas y cartas eran muy largas, todas llenas de afectos de ora-
ción y perfección; si me hallaba distraído, con una gravedad de pala-
bras me respondía que, sin saber cómo, me hacía volver sobre mí; de
suerte que cuando la iba a hablar o recibía alguna carta suya, antes
que Ja hablase ni viese su letra, sabía cómo había de responder;
porque de mí disposición adivinaba el estilo y modo de sus res-
puestas, y así, la dije una vez: «Madre, miedo tengo de hablar
a vuestra reverencia, porque pienso que entiende mi interior; y así,
cuando la vengo a ver, me querría confesar como para decir misa,
porque no me aborrezca viéndome cual soy». Ella se sonrió de manera
que yo quedé más confirmado en mi opinión; porque ni osaba ne-
garlo por no mentir, ni afirmarlo por no escandalizar.
Acabado de ser prior de Zamora, enviáronme a morar a la Rioja,
y pasando por Osma, supe del señor obispo, don Juan de Velázquez,
que estaba esta Santa Madre en una fundación en Soria, y que había
de venir presto allí. Yo la esperé, y llegando a las ocho de la noche,
ful a recibirla a la puerta, y al bajar del carro salúdela; y preguntán-
dome quién era, y diciendo que Fray Diego de Yepes, ella calló.
Yo me encogí temiendo si me tenía olvidado, o no le era agradable mi
presencia. Estando después a solas, la pregunté qué había sido aquel
silencio cuando le dije quién era; ella me respondió: «Túrbeme un
poco, porque se me representaron dos cosas: que debéis de ir peni-
tenciado de vuestra Orden; o si quisiere Nuestro Señor pagarme
el trabajo de esta fundación con toparos aquí: yo me consolé con
este favor». Yo la dije, que lo primero era verdad, mas que lo segimdo,
no querría Dios que lo fuese. Dijo el tiempo que me había de durar
la penitencia; y di jome, disimuladamente, que me corriese cuando se
me acabase, que bien mostraba no estar bien determinado, pues hacía
caso de tan pocas cosas. Y así se cumplió, como ella lo dijo a Ana
de San Bartolomé, su compañera, señalando el tiempo de la penitencia.
Cuando por los años de 75 y de 76 estuvo su Orden en tan grande
aprieto, que Gregorio XIII envió un legado muy sabio y prudente
para deshacerla, y reducir los Descalzos a Regla mitigada del Car-
men (1), ayudando con muchas fuerzas un comisario (2), que había en-
viado el General para este efecto, recibió en Toledo una carta del Pa-
dre fray Jerónimo Gracián, la cual llevó el padre Mariano. La carta
venía tan desconfiada, y el Padre Mariano tan desesperado, que yo, que
me hallé presente, perdí casi la esperanza del estado firme de sus
1 El nuncio Sega.
2 El Tostado.
492 APÉNDICES
monasterios. Y no fui yo sólo de esta opinión, sino otros muchos, que
trataban de estos negocios; y cierto era vehemente ocasión para des-
confiar del todo, porque los frailes eran cuatro o cinco, y esos pobres,
conocidos de pocos, desfavorecidos de muchos, y sin arrimo ni autori-
dad. Las monjas, aunque eran más, no podían aprovechar sino de enco-
mendarlo a JJios. La Santa Madre fundadora, arrinconada y maltratada
de palabras que de ella decian los Padres del Carmen y el mismo
Nuncio; que con la poca satisfacción que de ella tenía, y las sinies-
tras informaciones de sus contrarios, la mandó que no saliese de
su monasterio. Llamábala fcmina inquieta y andariega, y que por
holgarse andaba en devaneos, so color de religión. R los pocos frailes
que eran, les levantaron mil testimonios, poniéndolos faltas en la doc-
trina y en la honestidad. De la Santa Madre dijeron lo último que
de una mujer se puede decir. Los contrarios eran muchos, y fuertes
y atrevidos, con libertad y con poder, y con la autoridad apostólica
de su parte. Oyendo ella, pues, estas cosas, recogióse un poco en sí
misma, dejando de hablar con nosotros, que de industria la dejamos,
entendiendo que lo había con Dios. Y prosiguiendo nosotros nuestra
plática, salió a deshora, y dijo: «Ahora sus trabajos pasaremos, pero
ello no volverá atrás». Yo no sé la respuesta que allí la dieron,
pero desde aquel punto tuve por tan seguro el negocio, que aunque
más cosas oía, ninguna pena me daban; porque tuve esta por profecía;
y aunque ella había fundado esta Orden con mucho fundamento, y con
grandes prendas de Nuestro Señor, allí debió de tener alguna mayor
luz, que la aseguró en el mayor aprieto.
Tuvo también grandísima luz para conocer y distinguir espíritus, y
desengañar almas que so color de espirituales iban erradas, y para co-
nocer las que convenían a sus monasterios, y porque todo esto consta
de sus tratados y de la experiencia que sus monjas tuvieron, no
diré más de una sola cosa, que entre muchas le aconteció. Una doncella
de Toledo, que yo conocí, muy amiga de andar estaciones y de oír ser-
mones, y escribirlos como los oía, quiso ser monja en su monasterio
de Toledo, ij contentándose la Santa Madre de su salud, buena inclina-
ción y entendimiento, que cierto le tenía bueno, aunque despuntaba,
determinó de recibirla; y concertado el dote y la entrada y todas las
cosas necesarias, la tarde antes del día que había de tomar el hábito,
estuvo en la red con ella, y despidiéndome para irse, y puestas en pie,
dijo la doncella: «Madre, también traeré una Biblia que tengo». Ella
sin más pensar, le dijo: «¡Biblia, hija! no vengáis acá, que somos
mujeres ignorantes, y no tratamos más de hacer lo que nos mandan,
que ni queremos a vos ni a vuestra Biblia». Entendió la Santa Madre
por esta palabra, que aquella doncella no le cumplía, porque debía
de ser curiosa, vicio muy reprensible entre sus monjas, y de quien
deben huir todos los que siguen aquella vida, y desean la perfección.
Sucedió que aquella doncella se llegó a unas beatas locas, que, en-
gañadas del diablo y isin autoridad de perlado, sino por sólo su cas-
calillo, quisieron instituir una religión, y procedieron en esto tan
sin orden, que la Inquisición de Toledo las prendió, y las sacaron al
auto el año de 79, y las castigaron con harta misericordia. En fin,
ella entendió su curiosidad, y el peligro que tienen las mujeres que
HPEiroiCES 493
dan en este vicio; porque directamente es contrario a la liumildad,
fundamento de toda virtud.
Y para que vuestra paternidad vea cuan amiga era de las volunta-
des y entendimientos rendidos, diré una cosa que me pasó con ella.
Una señora principal de estos reinos, mujer de buena edad, con mucha
hacienda y vasallos, trató conmigo de ser monja suya, y pidióme que
yo lo negociase con la Santa Madre, y diese orden cómo se pudiesen
ver. Yo le escribí el negocio, encareciéndole mucho la calidad de la
persona y su buen entendimiento y deseos de servir a Nuestro Señor,
pareciéndome que la servia mucho en encaminarle tan buen sujeto.
Ella me respondió, que me agradecía el cuidado y voluntad que tenía
de aprovechar a su Orden, y en procurarle todo bien; pero que en
otra cosa la hiciese merced, y no en llevarles señoras, que como están
avezadas a hacer siempre su voluntad, no sirven sino de estragar
los monasterios donde entran. La señora que digo es santa; pero no
sé qué se coligió la Santa Madre de su embajada, que al fin no se
satisfizo de su humildad; porque a otras señoras rogó ella que to-
masen su hábito, y por voluntad suya le tienen dos hijas del Conde
de Hguilar, que se salieron de las Huelgas de Burgos, y se pasaron
animosamente al monasterio de esta Orden, que allí está, y estas y
otras que ella recibió son espejo de humildad y virtud (1). El celo que
esta Santa Madre tuvo de la salud de las almas, bien consta en el
libro de su Vida y el de sus Fundaciones; pues de sólo oír los es-
tragos que los herejes hacían en los monasterios de Alemania y Ingla-
terra, le hirió de tal manera el corazón, que le quedó perpetuo dolor
en él; y éste fué el primero y principal motivo que tuvo para fundar
estos monasterios: reparar con ellos algunos de los daños que los
herejes hacían en aquellas partes. De esta caridad suya hay infinitos
testimonios; pero yo tengo una muy buena prueba, porque siendo yo
ruin y lella tan recatada en el contar las mercedes que Dios la hacía,
que si no era con necesidad para no ser engañada, mil años tratara
con una persona sin que se entendiera que era más que las otras
mujeres comunes, salvo en lo que tocaba al ejemplo de su virtud, por-
que en esto todos lo echaban de ver; con todo este recato tuvo por
bien de comunicarme una muy grande merced de Nuestro Señor, que
aunque en el libro de su Vida y el de Las Moradas la significa, en
ninguno está tan especificada como a mí me la comunicó, y es para mí
muy grande encarecimiento de su caridad haber querido ir en esto
contra su costumbre, por aprovecharme en algo. Y fué que, pasando
yo de camino de Medina del Campo para Zamora, acertó ella a ir
1 Dice a este propósito la Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen, t. I,
Hb. V, c. XXIV, hab'ando de la fundación de Burgos: «Estos días que la Santa estaba fuera del
monasterio, a petición de los demás de aquella ciudad, con el empeño que lo suelen hacer las
monjas, las visitaba, dejándoles en trueco de la buena voluntad mucha edificación y doctrina de
provecho. Dos hijas del Conde de Aguilar, religiosas del Real Convento de las Huelgas, la
pidieron que, en compañía de sus hijas, las fuese a ver y consolar a todas aquellas señoras, que
con amorosas ansias pedían lo mismo. Estuvo con ellas un día entero, u aficionólas de manera,
que las hijas del Conde, edificadas del estilo de aquellas santas, dejando el regalo y autoridad
de su convento, vistieron el humilde sayal. Llamóse la primera Catalina de la Asunción, y la
segunda, Isabel del Santísimo Sacramento.
194 ' APÉNDICES
de ^Medina a flvila, con tres monjas, y quiso Dios que llegó a posar
al mismo mesón donde yo estaba. Dile mi aposento, que era el
mejor que había en la posada, y fui su portero, porque ellas estuvie-
sen con mayor libertad en su recogimiento, y después que hobieron
tenido sus horas de oración, pasamos muy gran parte de la noche en
pláticas del cielo. Concertóse que a la mañana las dijese misa y las
comulgase en San Francisco; y amaneció aquel día tanta nieve, que
no pudimos partirnos los unos ni los otros. Oyeron misa y comulgaron,
como estaba concertado; y vueltas a la posada, pasaron todo aquel
día con el recogimiento que en sus monesterios. Dióme licencia a la
tarde para que la entrase a hablar; vídome con algún deseo y ne-
cesidad de reformación, y estuvo conmigo tan liberal, que me dijo cosas
,tan admirables, que me parecía que me hablaba un ángel. La más llana,
y la que me atrevo a referir, es la que sigue:
Había deseado esta Santa jWadre ver la hermosura de un alma
que está en gracia, cosa harto de cobdicia para verla y poseerla. Es-
tando en este deseo le mandaron escribir un tratado de oración,
la cual tenía ella muy bien sabida por experiencia. Víspera de la
Santísima Trinidad, pensaido qué motivo tomaría para este tratado
Dios, que dispone las cosas en sus oportunidades, cumplióle este su
deseo, y dióle el motivo para él libro. Mostróle un globo hermosísimo
de cristal, a manera de castillo, con siete moradas, y en la séptima,
que estaba en el centro, el Rey de la gloria con grandísimo resplan-
dor, que ilustraba y hermoseaba aquellas moradas hasta la cerca;
y tanto más luz participaban, cuanto más se acercaban al centro;
no pasaba esta luz de la cerca, y fuera de ella todo era tinieblas
e inmundicias, sapos y víboras y otros animales ponzoñosos. Estando
ella admirada de esta hermosura, que con la gracia de Dios mora
en las almas, súbitamente desapareció la luz, y sin ausentarse el Rey
de la gloria de aquella morada, el cristal se puso y cubrió de os-
curidad, y quedó feo como carbón y con un hedor insufrible; y. las
cosas ponzoñosas, que estaban fuera de la cerca, con licencia de entrar
en el castillo. Esta visión quisiera esta Santa Madre que vieran todos
los hombres, porque le parecía que ninguno de los mortales que
viese aquella hermosura y resplandor de la gracia, que se pierde por
el pecado, y se muda súbitamente en estado de tanta fealdad y mi-
seria, sería posible atreverse a ofender a Dios. Esta visión me dijo
aquel día; y festuvo en esto y en otras cosas tan liberal, que ella
misma lo echó de ver y me dijo a la mañana: «¡Cómo me descuidé
anoche con vos; no sé cómo ha sido! Estos mis deseos y amor que
os tengo, me han hecho salir de medida; plega a Dios que me hayan
aprovechado». Yo le prometí de no decirlo mientras ella viviese;
mas, después que murió, no querría dejar hombre a quien no lo
publicase. De esta visión sacó ella cuatro cosas de harta importancia.
La primera, entendió allí esta proposición por estos términos, sin
jamás haberla oído en toda su vida: Cómo Dios está en todas las
cosas, por esencia, presencia y potencia; y como ella era tan humilde
y tan sujeta y obediente a la doctrina de la Iglesia, y a los letrados
y ministros de Dios, nunca jamás se satisfizo de revelación que tu-
viese, si por sus perlados y doctores no fuese aprobada y hallase
APÉNDICES 495
que era conforme a la Sagrada Escritura. Y en tanta manera era
esto, que decía, que si todos los ángeles del cielo le decían uno,
y sus perlados otro, aunque supiera que eran ángeles, no haría sino
lo que sus perlados la mandasen; porque esto era de fe, y que no puede
engañar, y lo otro podría ser ilusión. Con este respeto a la obe-
diencia, me preguntó un día en Toledo, debía ser cuando ella vio
este castillo, si era verdad que Dios estaba en las cosas por potencia,
presencia y esencia; y yo le dije que sí; y declarándoselo como pude
por autoridad de San Pablo, en especial le dije aquella: Vo tienen
proporción los trabajos de esta vida respecto de la gloria que se
descubrirá en nosotros; haciendo fuerza en aquella palabra, descubrirá
en nosotros, recibió tanto contento, que yo me admiré; y aunque por
una parte me parecía curiosidad, por otra quedé con sospecha que
había en esto algún misterio, porque dijo: «Eso mismo es».
La segunda, quedó con grande admiración que sea tanta la malicia
del pecado, que con no ausentarse Dios del alma, sino quedándose
en nosotros con aquellas presencias, pueda impedir que no se comunique
al alma un tan gran poder y resplandor.
La tercera, quedó de allí tan humillada y enseñada, que desde
aquel punto nunca se acordó de sí, en cosa buena que hiciese; por-
que como vido que toda la hermosura procede de aquel resplandor,
y todas las fuerzas del alma y del cuerpo son vivificadas y esfor-
zadas de aquel poder, que está en su centro, y que de allí mana
todo nuestro bien, y la poca parte que tenemos en todas nuestras
buenas obras; todo el bien que desde aquel punto hacía lo refería
a Dios como' a autor y movedor principal. Quedó asimismo con tanta
libertad y señorío, que se holgaba que la alabasen sus escritos, y
que se estimase mucho su Orden y monasterios. Hablando yo una vez
con ella acerca del libro que intitula: Camino de Perfección, holgóse
mucho que se le alabase, y dijome con mucho contento: ^ñlgunos
hombtes graves me dicen que parece Sagrada Escritura»; que como
era doctrina revelada, parecíale que alabar su libro era alabar a Dios.
La cuarta, tomó de aquí motivo para escribir el libro de Oración
que la mandaron, porque entendió por aquellas siete moradas del cas-
tillo, siete grados de oración, por los cuales entramos dentro de nos-
otros mismos y 'nos vamos allegando a Dios. De manera, que cuando
llegamos al hondo de nuestra alma y perfecto conocimiento de nos-
otros mismos, entonces llegamos al centro del castillo y séptima mo-
rada, donde está Dios, y nos unimos con El por unión perfecta, cual
en esta vida se puede tener, participando de su luz y amor.
No quiero decir más de esta visión y moradas, porque ya vuestra
paternidad habrá visto el libro admirable que desto escribió, y con
cuánto primor y majestad de doctrina y claridad de ejemplos lleva
a un alma, desde las puertas de sí misma hasta este divino centro.
Bien claro se ve en este tratado la comunicación que tuvo con Nues-
tro Señor, y cómo tuvo por bien Su Majestad de meterla en este
centro y unirla consigo mismo con un vínculo, como ella dice, ma-
trimonial y de yugo inseparable. Preguntándole yo, con la licencia
que tenía de hijo, un año antes que muriese, cómo la iba con Nuestro
Señor, me dijo que traía perpetua oración y nunca se apartaba de
496 aPENDICES
la presencia de su Majestad, ni deseaba ya más que el cumplimiento
de su divina voluntad. Yo, como grosero y sin experiencia, ni senti-
miento de aquellas mercedes, le dije: «Mudarse ha ese estado». Ella
me respondió que no mudaría', y que liabía catorce años que la había
puesto el Señor en aquel estado, y que tanto tiempo había que no
tenía arrobamientos, porque si duraran, ya hubiera acabado la vida;
pero que los mismos gustos le comunicaba sin arrobamientos, que en
ellos solía tener. Túvolos a los principios muy grandes; acontecíale
de sólo oír nombrar a Dios, quedar por muchos ratos arrobada; y
leyendo de noche las lecciones de los maitines, con solo este nombre
quedarse así en pie con la linterna en la mano, hasta que Dios la
dejaba volver en sus sentidos. Una cosa rara puedo decir a vuestra
paternidad, que para mí es de gran consuelo y aprobación: de que
fué orden de Nuestro Señor que ella escribiese su Vida; que le acon-
teció por veces, estándola escribiendo, quedarse arrobada, y acordán-
dose muy bien en el punto que dejaba la escritura, cuando volvía en
sí hallaba dos o tres hojas escritas de su letra, mas no de su mano;
y cierto, que quien leyere su vida y sus escritos, bien echará de ver
que muchas veces le aconteció esto; porque la doctrina es más que
humana, y que excede su capacidad y enciende las voluntades con la
fuerza y calor de palabras como si fuese Sagrada Escritura, y con
tener tan alto estilo, en el escribir con términos tan propios y ele-
gantes, y en su conversación tan cortesana^ y discreta. Cuando se con-
fesaba era tan sin artificio y encarecimiento, y con tan comunes g
precisas palabras, que parecía una mujer común y grosera, sin sen-
timientos ni regalos de Dios. Yo digo a vuestra paternidad que me
parecía una cuando la confesaba y otra cuando la conversaba. ¡Oh si
acabasen de entender este punto algunas monjas y beatas y personas,
que se precian de espirituales, de cuántas palabras se ahorrarían ellas
y de cuánto tiempo sus confesores! Piensan que está el negocio en
decillo muy polido y con encarecimientos, que antes disminuyen. No
está sino en acusarse bien, sin disculparse y sin los rodeos de que
algunos usan para darse a entender que son espirituales, ñ esta escuela
habían de venir, y a estos monasterios que ella fundó, que aquí les
enseñarán cómo se han de confesar y decir sus pecados, disimular su
santidad, si la tienen: si con el confesor han de hablar otras cosas
fuera de sus pecados, que son bien pocas, la misma licencia piden que
para hablar a la red con sus parientes; y por tan sacrilegio tienen
mezclar allí palabras impertinentes, como hablar por las ventanas de
la calle.
Del libro de su Vida habrá vuestra paternidad entendido la amistad
grande que tuvo con la Orden de nuestro padre Santo Domingo, y la
ayuda que tuvo en les principales padres de esta Orden, y los bene-
ficios que la suya ha recibido por medio de estos padres: es gusto
que sepa el origen de esta amistad, que fué del cielo. Yendo esta
Santa Madre una Vez de Segovia a fundar otro monasterio, fuese por
el de Santa Cruz, insigne casa de Santo Domingo en aquella ciudad,
a visitar la capilla que el mismo Santo Padre edificó, y donde moró,
y tuvo mucha oración e hizo mucha penitencia, como el día de hoy
hay muchas señales de ello en las paredes. Entrando en la capilla,
APÉNDICES 497
luego al umbral de la puerta, se postró, y estuvo como medía hora
postrada; los que la acompañaban, que eran muchas g graves per-
sonas, estaban esperando en qué había de parar tan larga oración.
El padre fray Diego de Yangües, lector de Teología de San Gre-
gorio, de Valladolid, que era su confesor, g tenía particular amistad
con ella, g uno de los que la acompañaban, como más familiar le pre-
guntó: «JWadre, ¿qué habéis habido, que así nos habéis hecho aquí es-
perar tanto a todos?» Ella le respondió: «Aparecióme nuestro Padre
Santo Domingo, y estuvo hablando conmigo, g dióme su palabra g
mano de agudarme en todas mis fundaciones». Y así ha cumplido el
santo Padre, que todas las cosas graves que han sucedido a su Orden,
les han venido por mano de los religiosos de esta Orden insigne. Los
primeros maestros que esta Santa tuvo en sus principios, fueron destos
padres, que moraban en Avila g en Toledo; ellos la enseñaron, alumbra-
ron, animaron g ayudaron para las cosas grandes que acometió. El
padre fray Bartolomé de Medina, luz de las escuelas de Salamanca,
aunque al principio que oía hablar de ella, murmuraba de sus cosas,
después que la conversó, la amó mucho, y la favoreció y estimó. El
padre fray Domingo Báñez, que al presente es catedrático de Prima
en la misma ciudad, fué mucho tiempo su confesor y maestro; la Santa
Madre le estimó tanto, y quiso de tal manera, que cuando se opuso
a la cátedra que ahora tiene, estaba ella en Toledo, y preguntándome
de aquella oposición, me dijo: «No he pedido en mi vida a Nuestro
Señor cosa temporal para nadie, si no es que dé la cátedra a este
padre»; debía de entender que también sería bien espiritual de mu-
chos, y flsí se la dio Nuestro Señor.
El padre fray Diego Yangües, que queda dicho arriba, fué su
confesor, y tuvo estrecha amistad con esta Santa Madre muchos años.
El padre fray Pedro Hernández, Provincial de su Orden, y gran varón,
fué Visitador apostólico de esta Orden, y fió tanto de esta Santa
Madre, aunque al principio la tuvo por sospecha, que después no
disponía cosa en sus mandatos g constituciones, sino por el parecer
de ella. Con autoridad de este padre, g con los medios de tanta pru-
dencia que puso acerca de esta Orden, comenzó a ganar crédito con
el mundo g autorizarse con las personas.
El padre frag Juan de las Cuevas, que ahora es Provincial, por
comisión del papa Gregorio XIII, asistió en el primer Capítulo pro-
vincial, que celebraron en Alcalá de Henares, cuando les fué dada
excepción del Provincial de la Regla mitigada, quedando inmedia-
tos al General, y esto sólo cuanto a ser visitados por su misma persona.
Diré aquí una cosa notable, que supe del padre frag Nicolás
de Jesús María, Provincial que ahora es de la Orden de los Des-
calzos, hombre muy grave, letrado y santo; y contarla he, porque
le tengo por tan modesto y recatado en estas cosas, que no las dirá
por ser tan en su favor, g no es justo que se callen. Cuando se tra-
taba en Madrid con tantas fuerzas, como está dicho, de deshacer esta
sagrada Religión, estaban algunos frailes descalzos en su defensa, entre
los cuales era uno el sobredicho fray Nicolás, de nación ginovés.
Mandó el Nuncio de Su Santidad que todos los Descalzos se fuesen
de la corte, y no quedase sino el reverendo padre frag Nicolás,
II 32
^9S APÉNDICES ■" ""
parcciéndolc que así se acabarían más presto los negocios, porque
le tenían por hombre de poca maña, y que se avendrían mejor con
él; y es ansí, que aunque tiene una apariencia de hombre muy llano
y fácil, es muy pruderl'te y de mucha industria, y tal, que todos juntos
no valían tanto como él solo, y como le tenían en otra opinión, des-
cuidábanse con él, y él no perdía punto. Verdad es que no bastaran
fuerzas humanas, si Dios no guiara los negocios por su divina dis-
posición, ñndando, pues, en estos pleitos, con poca esperanza de la
victoria, el padre fray Nicolás, que posaba en el Carmen, por te-
nerle más seguro, iba y venía a Nuestra Señora de ñtocha a nego-
ciar con el padre fray Pedro Hernández, su Visitador apostólico, que
era uno de los que más favor les daba, porque conocía a los frailes
g monjas. Saliendo una vez de la villa para ir a hablarle, topó, al
salir de la calle de San Jerónimo, un perro grande, blanco, y con unas
manchas negras, como le suelen pintar, a los pies de santo Domingo,
y fuese delante de él como seis o siete pasos y de rato en rato
volvía la cabeza atrás, como mirando si le seguía, como que le pro-
metía favor, hasta que le puso a la puerta del padre Visitador, y aun-
que entonces lo echó de ver, no dijo nada. Salió otra vez para ir a
lo mismo y echó por otra calle, porque no le espiasen y entendiesen
donde iba, y al salir de la calle topó el mismo perro, que le llevó
de la manera que primero. El padre fray Nicolás preguntó al padre
fray Pedro Hernández si tenía él algún perro como aquél, y contóle
lo que pasaba; él se rió y dijo que no sabía de tal perro. Duró
esto de esta manera hasta que los negocios se acabaron en favor
de la Orden, queriendo el santo Padre santo Domingo dar a entender
en esto, que él era guarda de aquel padre y defensa de su Orden,
y que por medio suyo se guiaban los negocios, cumpliendo la palabra
que había dado en Segovia a la Santa Madre. Después de todo esto,
les fué dada la exención, como ya queda antes dicho. Finalmente,
tiene esta Orden gran obligación al Santo Padre, pues los principios,
medios y fines de toda su prosperidad, les vino por medio suyo, y
por las personas de su Orden.
En estos tiempos no se descuidaba la Santa Madre de los negocios,
por una parte, importunando a Dios con oraciones y lágrimas, y como
si El a solas lo hobiera de hacer todo, y por otra parte puso todos
los medios posibles de prudencia humana, como si por sola su dili-
gencia se hobiera de alcanzar victoria. Rogaba a unos, escribía a
otros, informando de su justicia y de la verdad; entendíase en Ma-
drid con hombres muy discretos y cristianos, que guiaban sus cosas,
especialmente con un hidalgo muy pío y de mucha prudencia, criado
del rey don Felipe, nuestro señor, que se llamaba Juan López de Ve-
lasco. Este la daba aviso de lo que pasaba. Vense muy bien los tra-
bajos y diligencias que esta Santa Madre tuvo, en un gran volumen
de cartas que yo tengo, unas de su letra y otras de su firma, que
escribió en esta sazón a Roque de Huerta. Escribió al rey don Fe-
lipe, nuestro Señor, en abono de un padre y de su Orden, una breve
y compendiosa y discretísima carta que yo tengo, la cual movió a Su
Majestad a que tomase a su cargo las cosas de su Orden; y así se
escribió a Roma; y con estas diligencias se acabaron las diferencias
APÉNDICES 499
y se hizo provisión distinta de la Regla mitigada, con muchos privile-
gios y gracias que les concedió el papa Gregorio XIII. Los trabajos
que hasta esto se pasaron, por espacio de cuatro años, ni se pueden
encarecer ni referir, porque unos estaban presos, otros huidos, otros
arrinconados, otros infamados de cosas muy graves, y la Santa Madre
recogida en un monasterio, con la infamia que queda dicha. Las car-
tas, que dije que escribió de estos negocios, no las envío por ser de
su letra, y que no las ose fiar de nadie; mostrarlas he a vuestra pa-
ternidad cuando nos veamos, con condición que no se me ha de quedar
con ellas.
No quiero que se me pase por alto una cosa que me pasó con
ella en Medina del Campo. Yendo yo a decir misa a su monasterio
de monjas, diéronme un paño muy oloroso para lavarme las manos;
y yo, inconsiderado, me ofendí de ello, y la dije después que mandase
quitar aquel abuso de sus monasterios; porque como me parecía bien
que los corporales y paños que están en el altar estén olorosos, así
me parecía mal que los otros paños comunes, que son para limpiar
las inmundicias, lo estuviesen. Ella me respondió con un donaire y
gracia extremada, y me dijo: «Mire, no se canse, y sepa que esa
imperfección toman mis monjas de mí. Pero cuando me acuerdo que
Nuestro Señor se quejó al fariseo en el convite que le hizo, porque
no le había recibido con mayor regalo, desde el umbral de la puerta
de la Iglesia, querría que todo estuviese bañado en agua de ángeles».
De esta manera confundió mi inconsideración, y me abrió los ojos
para mirar de allí adelante de otra manera las cosas próximas y re-
motas de este Sacramento. De aquí han venido sus frailes y sus
monjas a ser tan esmerados en esto, que no hay semejante limpieza
de altares en ninguna parte del mundo, que yo conozca.
Si no temiera cansar a vuestra paternidad con tantas particula-
ridades, mil cosas de estas le dijera, porque todas sus palabras eran
de gran peso y magisterio de virtud y devoción. Una cosa diré, que
no se puede excusar, para que se vea los términos a que trae Nues-
tro Señor a sus santos y la diferencia de afectos que sienten en di-
versos estados. Tratando una vez de los principios de su vida es-
piritual, me dijo: «Vime un tiempo tan mal conmigo, y con tanto deseo
de vengarme de mi misma, y padecer por Nuestro Señor, que deseaba
me prendieran y castigaran por la Inquisición; porque con menos que
esto no podía satisfacer al aborrecimiento que tenía de mí». Dijo
esto, porque como en aquel tiempo comunicaba con sus confesores
las visiones de Nuestro Señor para no ser engañada, y ellos se es-
candalizaban, estuvo a punto de ser presa, hasta que fué examinada
por los mejores letrados de aquel tiempo; «mas después que comencé
a fundar estos monesterios, me pesaría mucho si me prendiesen, porque
no se desacreditasen por mí»; en fin, que vino a amarse y holgar de
ser honrada y estimada por la gloria de Dios y provecho de sus
hijos. Y con ser sus deseos de verse con Dios vehementísimos, llegó
a desear vivir por padecer más por BI, y pedía con la Esposa: Fulcite
me florihus; y así lo explicó ella en este lugar. ¿Para qué, esposa
de Dios, pedís confortativos para vivir? ¿Qué mejor muerte podéis
desear que de amor? ¿Amáis y véisos morir de amor y deseáis vivir?
500 APÉNDICES
Sí, porque deseo sustentar la vida para servirle g padecer. Estando
con esta llama de amor, decía a Nuestro Señor: «¿Cómo se puede
pasar, Señor, la vida sin Vos? ¿Cómo se puede vivir muriendo?»
Respondióle Su Majestad: «Hija, pensando, que acabada esta vida no
me podrás más servir, ni padecer por mí». Con estas flores y manza-
nas esforzó Dios su enfermedad, e hizo que le fuese agradable la
vida enferma de amor. Por esta misma causa deseaba ser honrada y
estimada, y en algún tiempo pidió importunamente a Nuestro Señor,
que quitase de los hombres la opinión que tenían de que era Santa;
mas después que se vido tan favorecida de Dios, y que Su Majestad
había puesto tantas cosas en ella, y tomádola por instrumento para re-
sucitar esta Orden, vivía con cuidado de que no pareciesen en ella
imperfecciones. Cuando dije la había topado en Osma, me dijo que
se había turbado en verme, y pareciéndole que había dicho mal, y
que me había de parecer demasiado oír que se había turbado, luego se
corrigió y satisfizo, diciendo: «Y poca fué la turbación, que no fue
más que un momento». Yo lo eché de ver mucho, y me maravillé de
verla tan advertida; mas cuando leí que Nuestro Señor la había dicho,
cuando le pedía que quitase de los hombres la opinión de santa que de
ella tenían: «Hija no se te dé, que o murmurarán de ti o me darán
gloria a Mí, y len todo ganarás tú», me consolé y di gracias a Nues-
tro Señor, que tan agradable la hizo en su presencia y me la dejó
conocer y conversar. Paréceme que lesto es muy conforme a lo que
vuestra paternidad dijo en los Cantares, exponiendo aquellas pala-
bras: Qais mihi det te fratrem meiim etc., que como no parece mal
a una doncella que en las plazas besa a un hermanito suyo, así está
muy bien a las almas santas preciarse en todo lugar de esposas de
Jesucristo y desear parecer tales, y a este estado deseaba la esposa
llegar cuando le deseaba hallar niño de teta en los lugares públicos,
y besar y preciarse del sin temor de ser por eso tenida en menos,
sino más estimada. R este estado vienen muy pocos, y a muy pocos
les está bien preciarse de esto, porque les falta el fundamento, que
les asegura de la verdadera humildad. Pero a este estado llegó San
Francisco cuando se alegraba que había de ser tenido por santo;
y San Vicente, cuando entendió que había de ser canonizado; y San
Jerónimo cuando contaba sus virtudes; y, sobre todos, San Pablo,
que se comparaba con San Pedro y se acreditaba con el mundo con-
tando sus trabajos, encareciendo sus virtudes, excusando sus hechos,
defendiendo su autoridad, certificando a la Iglesia que tenía espíritu
de Dios, y que sus palabras y predicación se habían de recibir y
estimar como dichas por el mismo Dios; y así, se ponía a sí mismo
por ejemplo de perfección, diciendo: «Sed mis imitadores, como yo soy
de Jesucristo». R todos estos santos, y especialmente a los fundadores
de las Religiones, les está bien besar en la plaza a este hermanito
que mama los pechos de su madre, y preciarse de hermanos imitado-
res suyos; pues tantos testimonios tienen de que sean la gloria de
Dios, y no se acuerdan de sí en cuanto hacen y dicen, sino de
Hqucl que vive en ellos y en quien ellos viven. R este estado vino
esta santa mujer cuando se temía que pareciesen en ella imperfeccio-
nes, y excusaba sus hechos y se holgaba de sus escritos, obras y
APÉNDICES 501
conversación, pareciese bien a los hombres, porque se imaginaba esposa
de Jesucristo, hermana de este Niño, fundadora de esta Orden, g
maestra de virtud, a quien muchos habían de imitar, y que no bus-
caba sus intereses, sino la gloria de su Esposo.
Para este fin dejó escrita de su mano una discretísima y larga
relación de las personas con quien comunicó su alma, obras y reve-
laciones y coloquios de Nuestro Señor, que había tenido, desde que
comenzó este camino de oración y recogimiento, donde parece haber
comunicado con los principales letrados y más espirituales religiosos
que en su tiempo había en España; especialmente comunicó, del Or-
den de Santo Domingo, a los padres fray Bartolomé de Medina,
fray Domingo Ibáñez, fray Pedro Báñez, de quien ella dice grandes
cosas, fray Pedro Hernández, fray Juan de las Cuevas, fray Diego
de Yangües, todos grandes letrados religiosos y algunos Provincia-
les de su Orden. Del Orden de San Francisco comunicó muchos días
al padre fray Pedro de Alcántara, de quien ella se precia que fué
su maestro, y que fué santO!, y que le vido de esta vida salir derecho
al cielo; comunicó muchos padres de la Compañía, en especial, al
padre Baltasar ñlvarcz y al padre Salazar; finalmente, comunicó toda
su vida y discursó, desde seis años hasta los cincuenta, con el padre
Maestro Avila, a quien envió de esto una larga relación por medio del
padre fray Domingo Báñez; porque, como mujer discreta, temía ser
engañada del demonio, y se veía fundadora de esta Religión, deseaba
ser alumbrada y aprobada; porque como mujer, no fuesen tenidas sus
cosas por ilusión, como las de otras mujeres. De todos los sobre-
dichos y de otros muchos que ella refiere en la dicha Relación, fué
aprobada y estimada en vida y después de muerta.
Muy cierto estoy que hizo muchos milagros en su vida, que, por no
ser necesaria su manifestación, no los dijo a nadie. Refirióme Ana
de San Bartolomé, monja de su monasterio de Avila, que fué su com-
pañera muchos años en sus caminos y fundaciones, de cuya vida
y costumbres se puede presumir mucho, pues tanto tiempo la trajo
consigo. Di jome esta monja, que la aconteció estar un mes en la cama
con calentura continua, y decirle la Madre: mañana nos hemos de
partir a tal parte, y ella excusarse por su enfermedad, y respon-
derle: pues habéis de ir conmigo; y a la medianoche hallarse sin
calentura y con fuerzas para caminar, pues es monja harto delicada
y muy penitente.
Díjome que la acontecía estarse escribiendo y despachando cartas
hasta las dos de la mañana, porque en esto fué muy combatida de
su Orden y de muchos amigos, que deseaban recibir sus cartas; y
elle tan comedida, que no dejaba de responder a todas. Acostábase a
aquella hora y decía que la dejase dormir dos horas, y luego la des-
pertase. Cuando la iba a despertar, hallábala con el rostro inflamado,
y tan hermoso, que la ponía admiración; pero que en dispertando,
poco a poco ge volvía a su color ordinario, que era de mucha peni-
tencia. Alguna vez oyó esta monja, que mientras la Santa Madre
dormía la daban música; no me quiso declarar quién, por su mo-
destia, mas de que era muy suave.
Lo que yo della experimenté, diré aquí. Confeséla y comulgúela dos
502 APÉNDICES
vec€s, cuando dije que la topé en Osma; y como la veía descubierta,
pude experimentar dos cosas que en sus monasterios no podía haber
visto. La una, que con llegar a comulgar con color de tierra, así por
su edad, que era de sesenta y siete años, como por sus grandes y con-
tinuas enfermedades, trabajos y ayunos y vómitos, que por más de
treinta años padeció, como Santa Catalina de Sena, en recibiendo en
la boca a Nuestro Señor, antes de tragar el Sacramento, se le ponía
el rostro hermosísimo y de un color trasparente, y quedaba con una
majestad y gravedad tan grande, que a mí me causaba gran reve-
rencia, porque mostraba bien el Huésped que había recibido y cuan
bien aposentado estaba.
La otra fué, que con tener los dientes gastados, negros y podri-
dos, y ella de la edad y circunstancias dichas, le olía la boca como
almizcle; de manera que yo me escandalicé, y pensé entre mí que no
debía de ser tan santa y penitente como decía, pues usaba de olores
y cosas confortativas, y con esta imaginación pregunté después a
sus monjas si usaba de esos olores. Dijéronme, que, no solamente no
los comía, pero que los aborrecía como fuego, porque le causaban
intolerable dolor de cabeza; y que por no comer algún día bizcocho
con olor, se quedaba sin cenar, porque si le comía no podía dormir,
y su cena ordinaria era esto.
Pero como todos sus deseos tenía puestos en la salud de las
almas, acerca de estas le acontecieron muchas cosas y maravillosas;
y porque ella refiere algunas en el libro de su Vida y Fundaciones,
solamente diré una, que me refirió de sí mismo un perlado principal de
una de las insignes casas de España. Viéndose una vez molestado
de una tentación sensual importuna, y trayéndole ya de vencida, echó
mano a un papel escrito de letra de esta Santa Madre, y besóle con
reverencia y deseó le ayudase en aquel trabajo; y luego, súbitamente,
cesó la tentación, y quedó tan libre de ella, como si saliera de tener
muy larga oración. El me lo refirió con tanta ternura, que a mí me
puso devoción para ayudarme de este remedio en mis trabajos, y
me ha valido.
Las demostraciones de su sanfidad, que Nuestro Señor ha hecho
después de muerta, piden un tratado entero y muy largo, porque son
notables y dignas de gran admiración; solo diré lo que yo vi por
mis ojos, y que cada día experimento en sus reliquias.
Como viniese de la fundación del monasterio que hizo en Burgos,
y cayese mala en el monasterio de Alba, y al cabo de pocos días muriese,
enterráronla los que allí se hallaron, el día de San Francisco, como
si fuera una monja común; y puesta en un ataúd con pu hábito, cu-
briéronla de tanta fierra, piedra, cal y agua, que el ataúd jse quebró,
y el cuerpo se cubrió de tierra y agua. Hicieron esto las monjas,
porque, como temían que se la habían de llevar de allí a su primer
monasterio de Avila, tuvieron mucho cuidado de hacer mazonear to-
dos estos pertrechos de manera, que dos oficiales estuvieron dos días
tapiando la sepultura. Mas como la diligencia humana no puede im-
pedir la disposición divina, esto sirvió para mayor demostración de
su sanfidad y no para salir con su intento; porque como por ordenación
del Capítulo provincial que se celebró en Pastrana el año de 1585,
APEJíDICES 503
siendo Provincial el padre Fray Nicolás de Jesús, tres años después
de su muerte, fuese trasladada de Alba a la ciudad de Añla, de
donde, como está dicho, era natural y priora al tiempo que murió,
abriendo el ataúd, le hallaron lleno de tierra y podrido el hábito con
que la enterraron; mas el cuerpo entero, sin falta de un cabello, aun-
que tan apretada la tierral a su cuerpo, que fueron menester cuchillos
para despegalla. Desta tierra tomó un poco Teresa de Jesús, su so-
brina, y, en^-uelta en unos papeles la puso en su pecho; cuando des-
pués la sacó los halló tan calados y untados como si los hubieran
bañado en aceite. De esta tierra hube yo cantidad de una avellana,
y estando seca como arena, porque de invierno y de verano la traía
en el pecho, hacía el mismo efecto; y hoy día le hace, al cabo de
dos años que se apartó de su cuerpo. Puesta en Avila, y sabido por
algunos lo que pasaba, el señor Licenciado Laguna, oidor del Consejo
Real, muy devoto de esta Religión, yéndose a holgar al Espinar, quiso
ir desde allí a ver esta maravilla. Yo tuve licencia para ir con él,
y el padre Provincial nos la dio para que la pudiésemos ver. Co-
municado nuestro viaje con el señor obispo de aquella ciudad, pa-
recióle sería servicio de Nuestro Señor, que otros se hallasen pre-
sentes para que diesen testimonio de la verdad. Sacóse con toda re-
verencia el cuerpo a la portería, y los sobredichos y otras personas,
los más graves que había en aquella ciudad, y notarios y médicos,
vieron su cuerpo entero y sin corrupción, y con muy buen olor, tan
asidos los huesos y niervos unos de otros, que cuando la sacamos, es-
taba derecho, sin torcerse, como si fuera una tabla; y tal, que cuan-
do las monjas le mudaron el hábito, se tenía en pie. Tenía sus cabellos
tan asidos, que de ellos le levantaron la cabeza, llenos de carne sus
pechos, y su vientre con sus heces, como cuando expiró. Estaba su
carne tratable, que con tacto del dedo se hundía y se levantaba.
Cuando de Alba la trajeron, por consolar las monjas, las dejaron
el brazo izquierdo; y aunque no fué acertado cortarle redondo, fué
manifiesta prueba de esta milagrosa incorrupción lo que se vio, por-
que se descubrió el tuétano amarillo, y el hueso blanco, y la carne
colorada y blanda, quedando el hombro tan cerrado y macizo con su
hebra, como si cortaran una pierna de carne por medio del hueso.
Esto puso mayor admiración, y cierra la puerta a todas las calumnias
que se podían alegar; y con ser cuerpo muerto, tan lleno de carne
y tan macizo, no pesaba tanto como pesara un niño de dos años;
de manera, que parecen aquí tres milagros: la incorrupción, el olor
y la agilidad. El cuarto no es de menos consideración; porque como
la hubiesen puesto un paño para atajar cierta sangre, de que murió,
al tiempo que la limpiaban, hallaron el paño ensangrentado, y la
sangre fresca como si entonces acabara de salir; de manera que todos
los paños y papeles que toca, quedan tenidos de sangre; y en ellos
está al cabo de dos años tan hermosa y colorada, como podrán en-
tender los que vieren el paño que de su cuerpo se tomó, y los papeles
y lienzos que toca, de los cuales yo tengo uno que ha teñido otros
que ha tocado.
Para concluir esta carta, quiero contar a vuestra paternidad una
cosa que el día de hoy experimento, que, si no es milagro, tiene
504 APÉNDICES
de ello mucha apariencia. Por gracia de esta Santa Madre, que quiso
corresponder a mi devoción, iiube un artejo, que parece ser la «parte
de la uña del dedo anular de la mano izquierda, que ha poco menos
de dos años que se cortó. Yo le he traído en el pecho todo este
tiempo, al cabo del cual le envolví en un pañito de holanda, por sa-
tisfacer a Ja (devoción de un racionero de Córdoba; y habiéndole tenido
así un día, cuando se le quise dar, hallóle todo calado de aceite muy
oloroso, y tomé otro e hice lo mismo, y así he hecho veinte y seis
días que han pasado hasta hoy, y todos los cala de la misma manera.
Entiendo que es como fuente manantial, porque si él todo fuera aceite,
ya se hubiera muchas veces consumido, y esto mismo tienen todas
sus reliquias.
Otra experiencia tengo del olor de todas sus reliquias, y es, que
si se juntan a otras cosas olorosas, las hacen perder su olor y toman
el de las reliquias. En una caja que estaba penetrada del olor de unas
pastillas muy olorosas, puse de la tierra y de estos paños, y otras
cosas que de ella he podido haber, y poco a poco fueron consumiendo
el olor de las pastillas, y quedó el olor de las reliquias, sin que se
les pegase cosa, poco ni mucho, del olor de las pastillas. Sólo un hueso
de un santo que puse a vuelta de ellas, ese tomó el olor de la
caja, y el día de hoy le tiene.
No dejaré de referir lo que aconteció en un monasterio de Cuer-
va, cuatro leguas de Toledo. Yo hube una estampa en papel de un
Niño Jesús, sentado y dormido en un corazón inflamado, que fué
registro que traía en su Breviario esta Santa Madre. Pidióraela la
madre Ana de los Angeles, priora de aquel monasterio, y una de
las primeras compañeras que con ella salió de la Encarnación de
Avila a la fundación de su primer monasterio de Descalzas. Ya |se
la di por su consuelo, y porque estaría más bien empleada y reveren-
ciada en su poder. Sucedió, que estando una monja con un brazo medio
tullido de una sangría, y muy triste de verse impedida, que no
podía servir a sus hermanas, la señora doña Aldonza Niño, mujer que
fué de Garcilaso de la Vega, que siendo fundadora de aquel ínonasterio,
tomó el hábito en él, doliéndose de esta sierva de Dios. Ja dijo:
«Espere, hermana, que yo la quiero sanar». Y diciendo esto, con
mucha fe y devoción quitóle los emplastos que tenía puestos en el
brazo, y púsole ¡sobre la postema la estampa del Niño Jesús; y luego,
por espacio de media hora, la salió tan gran fuego por la palma
de la mano, como sí en el brazo estuviera alguna represa de llamas,
y sosegándose este fuego, al punto quedó sana.
Supo esto una buena y sincera mujer, labradora y andadera del
monasterio, que tenía el brazo derecho tan malo de otra sangría, que
cuando con buena cura estuviera sana en dos meses fuera mucho
beneficio, como el cirujano que la curaba lo decía. Pidió a las monjas
alguna reliquia de la Santa ^adre, y diéronle un poco de tierra de
la que tengo dicho que salió pegada a su cuerpo cuando la sacaron
del sepulcro; púsola ¡sobre su brazo a mediodía, y quedándose dormida
en el zaguán de la portería, oyó que la llamaron al torno, a su pa-
recer por la parte de adentro; mas unas monjas que estaban de la
otra parte, oyeron los golpes, y pensando que llamaban afuera, no
APÉNDICES 505
respondieron por ser hora de silencio. Llegando la mujer al torno,
dijéronla, y no supo quién: «Hermana, mañana a tal iiora estaréis
buena». Y así fué, que otro día, que fué de Santa Ana, a la misma
hora, lo estuvo ;¡ y pudo, en testimonio de su salud, traer con el brazo
muchos cántaros de agua, con que llenó una tinaja. Esto supe por
relación de esta señora doña Aldonza y de la mujer, y fué notorio
a todo el lugar y a su Orden (1).
Todo es verdad, y por tal lo firmo.
Fray Diego, Obispo de Tarazona.
1 |íasta aquí la copia del A\s. 12.703 de la Biblioteca Nacional. La mencionada edición
de Ñapóles añade lo siguiente, porque si bien cuando escribió esta Relación era sólo Visitador
de su Orden, cuando la publicaron los Carmelitas Descalzos ocupaba la sede de Tarazona.
506 APÉNDICES
XCIII
ALGUNAS COSAS DE SANTA TERESA DE JESÚS CONTADAS POR SU AMIGA DONA
GUIOMAR (1).
R 19 de ñgosto de 1585, en Salamanca, me contó doña Guiomar de
Ulloa, mujer que fué en ñvila de Francisco de Avila Salobralejo, algu-
nas cosas de la madre Teresa de Jesús, de las cuales escribí éstas.
Tuvo en su casa a la Madre tres años de una vez, que por andar
ella mal dispuesta y desear tener lugar para comunicar su espíritu
con letrados y siervos de Dios se detuvo tanto; y en todo este
tiempo estuvo allí en la misma casa la M. Maridíaz. En este tiempo
vio en ella gran cuidado en la limpieza del alma y en guardarse
de pecados y grandes penitencias de muchas disciplinas y cilicios,
y mucha oración, tanto que en ítodo el día casi no podía gozar de
ella sino un poco después de comer y cenar. Tenía entonces gran-
des enfermedades y dos vómitos ordinarios cada día, uno a la no-
che y otro a la mañana; y el de la mañana quitósele nuestro Señor
para que comulgase.
Después se volvió a la Encarnación; y tenía un cuarto bueno, y
en él unas sobrinas mozas consigo. Estas comenzaron a decirla una
vez: ¡oh, si tuviéramos nosotras en este cuarto encerramiento y pe-
nitencia, y que nadie nos estorbara! Y dijo la Madre a doña Guio-
mar: ¿no sabéis qué han 'dicho estas muchachas? Esto y esto (2). Ella
dijo: ¡pluguiese a Dios nuestro Señor! Otra vez viniéndola a hablar
doña Guiomar, di jola la Madre: más, que sí, sería que fuese esto,
que tuviésemos un monesterio. Y deseándolo la doña Guiomar, dijo
la Madre: ahora yo la prometo :que pienso que ha de ser algo esto.
Y desde allí se comenzó a tratar, y dieron parte de ello a fray
Ángel de Salazar, que era Provincial.
La madre se confesó primero en la Compañía con el Padre Ceti-
na (3), y después con lel Padre Prádanos y con el Padre Baltasar
Alvarez.
El principio de las mercedes que nuestro Señor la hizo, fué que
estando en el oratorio sintió grandísimo olor, de tal manera, que
anduvo informándose con diligencia de sus sobrinas si habían echado
algunos olores por allí, y de la enfermería que estaba cerca, y vio
que de ninguna de aquellas partes venía aquel olor.
1 Copia esta relación el Manuscrito del P. Ribera, que se guarda en la Biblioteca de la
Academia de la Historia, estante 11, grada 5.a, número 132, dado a conocer por D. José Gómez
Centurión en el Boletín de Marzo de 1915 de dicha Real Academia, y por el P. Fito en el nú-
mero de Abril de la misma docta publicación, donde inserta este relato de D.a Guiomar.
2 Al margen dice Ribera: «Estas fueron descalzas, una de [ellas] es María Bautista.»
3 Parece que este Padre estuvo en Avila antes que el P. Prádanos.
APÉNDICES 507
El Padre Frag Pedro de Alcántara dijo de ella: después de la
Sagrada Escritura y de lo demás que la Iglesia manda creer, no hay
cosa más cierta que el espíritu de esta mujer ser de Dios.
El Padre Baltasar ñlvarez decía a Doña Ana Enríquez algunas
veces grandes encarecimientos de su santidad; y decía que era mu-
cho más que lo de Maridíaz; y decía también: ¿Veis a Teresa de
Jesús lo que tiene de Dios y lo que es? Pues con todo eso para
cuanto yo lo digo está como una criatura.
Cuando compraron la casa para hacer el monesterio de san Jo-
seph de Avila pusieron allí un hombre (1) para más disimular, porque
ansí se pudiese hacer alguna obra; y hicieron una pared de piedra
ancha; y para esto doña Guiomar empeñó un cobertor de grana y
allí se quedó, y también una cruz de seda; y a la madre con su
pariente la envió 30 ducados. Un día sin pensar (y al) hallar la pa-
red caída, dijo doña Guiomar: mire, hermana, que esto no lo debe
de querer Dios; ve aquí la pared caída, y no tenemos con que ha-
cer cosa. Ella con paz y con esperanza dijo: Pues si se ha caído,
tornarla a levantar. Después determinaron, para pasar adelante con
la obra, de enviar a pedir a Toro a su madre de doña Guiomar 30
ducados; y estando doña Guiomar en duda si los daría su madre,
dijo la madre Teresa de Jesús: hermana, los 30 ducados ciertos están,
ya el mozo que enviamos los tiene recebidos; y luego de allí a poco
vino el mozo con ellos.
Levántesela gran persecución de los de la ciudad, que en ninguna
manera querían dejar pasar adelante aquella obra; y el mismo día de
la mayor contradicción envió a Toro a doña Guiomar que comprase
una campanilla y unos misales.
Estando desahuciada Inés de Jesús, que es ahora priora de Palen-
cia, y dándola todos por muerta, dijo la madre a doña Guiomar: No
morirá de este mal, que para más que eso la tiene Dios guardada.
También de Juan de Ovalle, estando sin esperanza de vida, dijo
que no moriría. Un niño de Juan de Ovalle, que ahora vive, estando
en todo como muerto y yerto y envarado en el tiempo que Juan de
Ovalle estaba en la casa para que se hiciese la obra del monesterio,
tomóle la madre, y atravesóle sobre sus rodillas, y estuvo un poco
ansí llevando la boca cerca del niño y avahándole; de allí a poco
el niño quedó desenvarado y vivió. lEsto vio doña Guiomar; y después
estando con la madre la dijo: hermana, ¿cómo es esto? Aquel niño,
muerto estaba; ¿cómo vivió? Ella sonreíase y no respondía nada,
aunque otras veces la solía reprehender, cuando decía otras cosas,
y decíala que para qué decía aquellos disparates.
1 Juan de Ovalle, cufiado de la Santa.
508 APÉNDICES
XCIV
REAL DECRETO DECLARANDO FIESTA NACIONAL EL DÍA 28 DE MARZO DE 1915,
EN QUE SE CUMPLE EL CUARTO CENTENARIO DEL NACIMIENTO UE SANTA
TERESA.
Presidencia del Consejo de Ministros.
Señor:
El día 28 de Marzo de 1915 será memorable en los ñnales de
España, porque en él se lia de celebrar el IV Centenario del nacimiento
de la mística Doctora Santa Teresa de Jesús, gloria imperecedera, no
sólo del mundo católico y del literario, sino de ñvila, su cuna, y de
la nación entera.
Con tal motivo, no titubea el Gobierno, seguro de interpretar el
sentir unánime de las provincias todas del Reino, en proponer a V. M.
como tiene la honra de hacerlo el Ministro que suscribe, que se de-
clare y celebre como fiesta nacional, rindiendo con ello tributo insig-
nificante a las virtudes y merecimientos de castellana tan insigne.
Fundado en las precedentes consideraciones, tengo la honra de
someter a V. jM. el adjunto proyecto de decreto. Madrid, 11 de Enero
de 1915. Señor: ñ L. R. P. de V. M., Eduardo Dato.
Real decreto. — R propuesta del Presidente de Mi Consejo de
Ministros,
Vengo en decretar lo siguiente:
Artículo único. Se declara fiesta nacional el día 28 de Marzo del
presente año, en que se cumple el IV Centenario del nacimiento de la
mística Doctora Santa Teresa de Jesús.
Dado en Palacio, a 11 de Eiiaro.— Alfonso.— El Presidente del
Consejo de Ministros, Eduardo Dato.
APÉNDICES 509
xcv
CIRCULAR DEL MINISTRO DE LA GUERRA DECLARANDO A SANTA TERESA PATRONA
DEL CUERPO DE INTENDENCIA MILITAR (1).
Excmo. Sr.:
ñtendicndo al deseo del Cuerpo de Intendencia de tener por tu-
telar a la ínclita Doctora Santa Teresa de Jesús, honra de nuestra
raza y preciado timbre de las letras patrias, el Rey (q. D. g.), de
acuerdo con lo informado por el Provicario general castrense, ha
tenido a bien declarar a tan esclarecida Santa, Patrona del cuerpo
y tropas de Intendencia militar.
De real orden lo digo a V. E. para su conocimiento y demás
efectos. Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 22 de julio de 1915.
Echagüe.
1 Publicóse en el número de 23 de )ulio de 1915, página 279, del Boletín Oficial del Mi-
nisterio de la Guerra, firmado por el Excmo. Sr. D. Ramón Echagüe, Conde del Serrallo.
510
APÉNDICES
XCVI
NOTAS DEL P. JERÓNIMO GRflCIAN A LA VIDA DE SANTA TERESA, ESCRITA
POR ELLA MISMA (1).
Capítulo 1 pág. 5 línea 13:
Llamábase Francisco fllvarez de Cepeda.
Llamábase D.a Beatriz de Ahumada.
Rodrigo de Ahumada.
Llamábase D.a María de Cepeda.
Nuestra S.^ de Gracia de S. Agustín.
D.a María de Cepeda.
Llamábase Juana Suárez.
La Encarnación de Avila.
Fué día de las Animas.
El Mtro. Fr. Domingo Báñez y Fray
García de Toledo.
El P. Fr. Pedro Ibáñez.
Fueron /Waría de San Pablo, Ana de
los Angeles, D.a María de Cepeda.
Fr. Vicente Varrón.
Fr. Vicente Varrón.
La M. M.a Bautista la vio dos veces.
Habla aquí con el P. Fr. García de
Toledo.
El Mtro. Daza.
Francisco de Salcedo.
El P. Zelina.
D.a Guiomar de ülloa, mujer que fué
de Francisco de Avila.
El P. Prádanos.
Habla con el P. Fr. García de Toledo.
El P. Baltasar Alvarez.
Gonzalo de Aranda.
D.a Guiomar de Ulloa.
El P. Baltasar Alvarez.
1 Prometimos en los Preliminares, t. I, página CXXX, publicar estas notas marginales,
que el P. Jerónimo Gracián puso a la Vida de la primera edición de las Obras de la Santa
ü que el P. Andrés de la Encarnación tuvo el buen acuerdo de copiar en sus Memorias His-
toriales, letra R, núm. 138, del mismo ejemplar autógrafo que las Carmelitas Descalzas de Sa-
lamanca enviaron en 1751 al Archivo general de nuestro convento de San Hermenegildo de
Madrid. Nadie hasta el presente, había hecho mérito de estas notas del P. Gracián.
Las citas de línea ¡j página que c! P. Gracián puso a la edición príncipe, corresponden aquí
a nuestro primer tomo.
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APÉNDICES
511
Capítulo 32 pág. 269 línea 20:
32
33
33
33
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3^1
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34
18
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3:
22
24
18
El P. Fr. Ángel de Salazar.
El P. Fr. Pedro Ibañez.
El P. Gaspar de Salazar.
El P. Baltasar Hlvarez.
D. ñlvaro de Mendoza.
D.3 Luisa de la Cerda, mujer que fué
de Arias Pardo.
El P. Fr. García de Toledo.
El P. Fr. García de Toledo.
Martín de Guzmán.
D.3 María de Cepeda.
El P. Domeneque.
Francisco de Salcedo.
Juan de Ovalle.
D.a Isabel de Avila.
Fr. Ángel de Salazar.
El Mtro. Fr. Domingo Báñez.
Gonzalo de Aranda.
Francisco de Salcedo.
El Mtro. Daza.
Fr. Pedro Ibáñez.
Fr. Pedro Ibáñez.
Fr. Pedro Ibáñez.
Baltasar Alvarez,
Compañía de Jesús (no se nombraba
en aquella impresión).
Fr. Matías.
Era su primo hermano, llamábase Pe-
dro Mcxía.
La de Sto. Domingo.
Santo Domingo.
Era el Inquisidor Soto, obispo de Sa-
lamanca.
APÉNDICES A LAS RELACIONES ESPIRITUALES
DE SANTA TERESA DE JESÚS
(Tomo II)
II 53
APÉNDICES 515
XCVII
LAS RELACIONES DE SANTA TERESA A SUS CONFESORES SEGÚN EL CÓDICE DE
TOLEDO (1).
Relación que hizo la Santa Madre Teresa de Jesús de con quien
ha tratado y comunicado de (sic) su espíritu.
1. Esta monja ha cuarenta años que tomó el hábito, y desde el
primero comenzó a pensar en la pasión de Nuestro Señor por los
misterios algunos ratos del día y en sus pecados, sin nunca pensar
en cosa que fuese sobrenatural, sino en las criaturas o cosas, de que
sacaba cuan presto se acaba todo; en mirar por las criaturas la gran-;
deza de Dios y el amor que nos tiene; esto le hacía mucha más
gana de servirle que por el temor nunca fué ni le hacía al caso; siem-
pre con gran deseo de que fuese alabado y su gloria augmentada.
Por esto era cuanto rezaba sin hacer nada por sí, que le parecía
que iba poco en padecer en purgatorio a trueque de questa se acre-
centase, aunque fuese muy poquito. En esto pasó como veinte y dos
años con grandes sequedades, que jamás le pasó por pensamiento de-
sear más, porque se tenía por tal, que aun pensar en Dios le parecía
no merecía, sino que le hacía Su Majestad mucha merced en dexarla
estar delante del rezando y leyendo también en buenos libros. Habrá
como diez y ocho años, cuando se comenzó a tratar del primer mo-
nasterio que fundó de Descalzas, que fué en Avila, tres o dos
años antes, creo son tres, que comenzó a aparecerlc que le hablaba
interiormente algunas veces y ver algunas visiones y revelaciones in-
teriormente con los ojos del alma, que jamás vio cosa con los ojos
corporales ni la oyó. Dos veces le parece que oyó hablar, mas no
entendió cosa alguna. Era una reprensión cuando estas cosas veía
interiormente, que no duraba sino como un relámpago lo más ordi-
nario, mas quedábasele tan impreso y con tanto efecto, como si lo
viera con los ojos corporales y más. Ella era entonces tan temerosí-
sima de su natural, que aun de día no osaba estar sola algunas ve-
ces; y como aunque más lo procuraba no podía excusar esto, anda-
ba afligida mucho, temiendo no fuese engaño del demonio, y comen-^
1 Prometimos en la «Introducción» publicar íntegro el Códice de las Relaciones de las
Carmelitas Descalzas de Toledo, conforme a la reproducción fotográfica que poseemos. En aten-
ción a los lectores, señalamos en nota la Relación equivalente del texto que damos en el pre-
sente tomo, para facilitar así el cotejo a quien guste de hacerlo. Esta primera Relación corres-
ponde a la IV, p. 21. Para mejor distinguir unas de otras relaciones, les ponemos numeración,
aunque no la llevan en el original.
516 APÉNDICES
zólo a tratar con personas espirituales de la Compañía de Jesús,
entre los cuales fueron el P. flraoz, que era Comisario de la Compa-
ñía, que acertó a ir ahí; el P. Francisco, que fué Duque de Gandía
trató dos veces, y a un provincial que está agora en Roma, ques
uno de los cuatro señalados que dicen asistentes, llamado Gil Gon*
zález, y aun a el que agora lo es en Castilla, aunque a éste no
trató tanto. Hl P. Baltasar ñlvarez ques agora Rector en Salamanca,
que la confesó seis años en este tiempo, y al Rector ques agora de
Cuenca, llamado Salazar, y al de Segovia llamado Santander, al de
Burgos llamado Ripalda, el cual estaba mal con ella, de que había
oído estas cosas, hasta que después la trató, ñl Doctor Paulo Her-
nández en Toledo, que era Consultor de la Inquisición, el Rector
que era de Salamanca cuando le habló el licenciado Gutiérrez, y a
otros padres algunos de la Compañía de Jesús, que se entendía ser
espirituales, que como estaban en los lugares do iba a fundar, los
procuraba. Y al P. Fr. Pedro de ñlcántara, que era un varón santo
de los Descalzos de San Francisco, trató mucho, y fué el que pasó mu-
cho porque se entendiese que era buen espíritu. Estuvieron más de
seis años haciendo hartas pruebas, como largamente está escrito y
adelante se dirá, y ella con hartas lágrimas y aflicciones; mientras
más pruebas se hacían, más tenía, y suspensiones o arrobamientos
hartas veces, aunque no sin sentido. Hacíanse hartas oraciones y de-
cíanse misas, porque el Señor la llevase por otro camino, porque su
temor era grandísimo cuando no estaba len la oración, aunque en
todas las cosas que tocaban a estar su alma mucho más aprovechada
se veía gran diferencia, y ninguna vanagloria ni tentación della, ni
soberbia, antes se afrentaba mucho y se corría de ver que se entendía
aunque si no era a confesores y a personas que le habían de dar
luz, jamás trataba nada, y aun esto sentía más decirlo que si fueran
graves pecados, porque le parecía que se sabían della, y que eran
cosas de mujercillas, que siempre las había aborrecido oir.
Habrá como trece años poco más o menos que después de fun-
dado San Josef de ñvila, adonde ella se había pasado del otro mo-
nasterio, fue allí el obispo ques agora de Salamanca, D. Francisco
Soto de Salazar, que era Inquisidor, no sé sí en Toledo o en Ma-
drid y Jo había sido en Sevilla. Ella procuró de hablarle, para asegu-
rarse más, y dióle cuenta de todo, y él dixo que no era todo cosa
que tocaba a su oficio, porque todo lo que ella veía y entendía siem^
pre la afirmaba más en la fe católica, que siempre ésta estuvo y está
firme y con grandísimos deseos de Ja honra de Dios y bien de las
almas, que por una se dejara matar muchas veces; y díxole tam-
bién, como la vio tan fatigada, que lo escribiese todoi y toda su vida
a el Mtro. Avila, que era hombre que entendía mucho de oración,
y que con lo que le escribiese se sosegase; y ella lo hizo así, y es-
cribió sus pecados y vida, y él la escribió y consoló asegurándola
mucho. Fué de suerte esta relación que todos los letrados que la
han visto, que eran sus confesores, decían que era de gran provecho
para aviso de cosas espirituales, y mandáronle que la trasladase, y
hiciese otro libro para sus monjas (que era Priora), adonde les diese
algunos avisos. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, g
APÉNDICES 517
pareciéndoles que personas espirituales también podían estar enga-
ñadas, como ella dixo a su confesor que si quería tratase a algunos
grandes letrados, aunque no fuesen dados a la oración, porque ella
no quería saber sino si era conforme a la Sagrada Escritura todo lo
que tenía. Algunas veces se consolaba pareciéndole que aunque por sus
pecados merecía ser engañada, que tantos buenos como deseaban darla
luz, no permitiría el Señor fuesen engañados. Con este intento comenzó
a tratar con Padres de la Orden de Santo Domingo, con quien antes
destas cosas se había confesadoi, y en esta Orden son éstos los que
ha tratado. El P. Fr. Juan Vicente Barrón la confesó año y medio
en Toledo, que entonces era Consultor del Sto. Oficio, y antes de
estas cosas la había comunicado muchos años, y era gran letrado: éste
la aseguró mucho, y también los de la Compañía. Todos le decían
que si no ofendía a nuestro Señor, y se conocía por ruin, que de
qué temía. Con el P. Presentado Fr. Pedro Ibáñez, que agora está en
Valladolid por regente en el Colegio de S. Gregorio, que la confesó
seis años, y siempre trataba con él por cartas cuando se ofrecía
algo. Con el Mtro. Chaves, con el P. Mtro. Fr. Bartolomé de Me-
dina, Catedrático de Prima en Salamanca, el cual sabía que estaba
muy mal con ella por lo que desto había oído, y parecióle que éste
le diría mejor si iba engañada, por tener tan poco crédito, y esto ha
poco más de dos años. Procuró de confesarse con él, y dándole de
todo grande relación, de todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que
había escripto para que mejor lo entendiese; y él la aseguró tanto
y más que todos los demás y quedó muy su amigo. También se con-
fesaba con Fray Filipe de Meneses algún tiempo, cuando fundó en
Valladolid, y era el Rector de aquel Colegio de S. Gregorio, y antes
había ido a ñvila, habiendo oído estas cosas para hablarla con harta
caridad, queriendo ver si iba engañada para darle luz; y si no
para tornar por ella cuando oyese mormurar; y satisfizo mucho, par-
ticularmente con un provincial de Sto. Domingo que se llamaba Sa^
linas, hombre muy espiritual, y con otro Presentado llamado Lunar,
que era en Sto. Tomás de ñvila, y en Scgovia otro llamado Fr. Diego
de Yanguas, Lector, también la trató. Y entre estos Padres de Sto. Do-
mingo, no dejaban de tener algunos harta oración, y aun quizá to-
dos. Algunos otros que en tantos años ha habido lugar para ello, en
especial como andaba en tantas partes a fundar. Hanse hecho har-
tas pruebas, porque todos deseaban acertar a dar luz, por donde la
han asegurado, y se ha asegurado. Siempre jamás ha deseado estar
sujeta a lo que le mandaban, y así se afligía cuando en estas cosas
sobrenaturales no podía obedecer. Y su oración y la de las mon-
jas que ha fundado siempre es con gran cuidado por el aumento de
la santa fe católica, y por esto comenzó el primer monasterio junto
con el bien de su Orden. Decía ella que cuando algunas cosas destas
le inducieran contra lo que jla fe católica y ley de Dios, que no
hubiere menester andar a buscar letrados ni hacer pruebas, porque
luego viera que era demonio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en
la oración; antes cuando le decían sus confesores que hiciese lo con-
trario, lo hacía sin ninguna pesadumbre, y siempre les daba parte
de todo. Nunca creyó tan determinadamente que era Dios, con todo
518 APÉNDICES
cuanto le decían que sí, que lo jurara; aunque por los efectos y gran-
des mercedes que le había hecho en algunas cosas le parecía buen
espíritu, mas siempre deseaba virtudes más que nada, y en esto ha
puesto sus monjas, diciéndoles que la más humilde y mortificada
aquella será la más espiritual.
Todo lo que está dicha y escripto dio al P. Fr. Domingo Báñez
ques el questá en Valladolid, y es con quien más tiempo ha tratado.
El los ha presentado! a el Santo Oficio en Madrid. En todo lo que se
ha dicho se sujeta a la fe católica y iglesia Romana; ninguno le
ha puesto culpa, porque estas cosas no están en mano de naide y nues-
tro Señor no pide lo imposible.
La causa de haberse divulgado tanto es, que como andaba con te-
mor y lo ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; que también
un desmán que acaeció con esto que había escripto, ha tenido tan
grandísimo tormento y cruz que le cuesta muchas lágrimas. Dice ella
que no por humilde sino por lo que queda dicho; y parecía permisión
de Dios para atormentarla, porque mientras uno decía más mal de lo
que los otros habían dicho, dende a poco decía él más. Tenía extremo
de no se sujetar a quien le parecía que creía era de Dios todo; porque
luego temía les había de engañar a entrambos el demonio; y con
quien vía temeroso trataba su alma de mejor gana; aunque bien le
daban pena, cuando por probarla del todo despreciaban estas co-
sas, porque le parecían algunas muy de Dios, y no quisiera que, pues
no veían causa, las condenaran tan determinadamente. Tampoco como
que creyeran que todo era Dios, porquella entendía muy bien que
podía haber engaño. Jamás se podía asegurar del todo en lo que
podía haber peligro. Procuraba lo más que podía, en ninguna cosa ofen-
der a Dios, y siempre obedecer; y con estas dos cosas se pensaba
librar con el favor divino aunque fuese demonio. Desde que tuvo co-
sas sobrenaturales siempre se inclinaba su espíritu a buscar lo más
perfecto, y casi de ordinario tenía gran deseo de padescer; y en
las tribulaciones que tía tenido, que son muchas, se hallaba consola-
da y con amor particular a quien la perseguía; gran deseo de po-
breza y soledad!», y de salir deste destierro por ver a Dios. Por estos
efectos y otros semejantes se comenzó a sosegar, pareciéndola que
espíritu que la dexaba con estas virtudes no sería malo, y así lo
decían los que la trataban, aunque para dexar de temer no, sino para
no andar tan fatigada como estaba. Jamás su espíritu la persuadía
a que encubriese cosa alguna, sino a que obedeciese siempre. Nunca
con los ojos del cuerpo vio nada, como queda dicho, sino con una
delicadeza y cosa intelectual, que alguna vez pensaba, a los princi-
pios, si se le había antojado; otras no lo podía pensar, y estas cosas
no eran continuas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como
fué una vez que había estado unos días con unos tormentos interio-
res y un desasosiego en el alma interior de temor si la traía enga-t
fiada el demonio, como muy largamente escribió en aquella Relación,
que tan públicos han sido sus pecados, porque están allí como lo
demás, porquel miedo que traía ha hecho olvidar a su crédito.
Estando así con esta aflicción, tal que no se puede creer, con sólo
entender esta palabra en lo interior: yo soy, no hayas miedo, quedaba
APÉNDICES 519
el alma tan quieta, animosa y confiada, que no podía entender de
dónde le habla venido tan grande bien, pues no tiabían bastado con-
fesores, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras para ponella
en aquella paz y quietud, que con una sola le había puesto, y así
otras veces le acontecía que con alguna visión quedaba fortalecida; por-
que, a no ser esto, no pudiera haber pasado tan grandes trabajos
y contradiciones y enfermedades, que han sido sin cuento, y pasa,
aunque no tantas, porque jamás anda sin algún género de padecer.
Hay más y menos; lo ordinario es siempre dolores con otras hartas
enfermedades, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda, mas
no puede mucho detenerse allí, como en los pecados que siempre
la están atormentando lo más ordinario, como un cieno de mal olor;
el haber tenido tantos pecados debe de ser causa de no ser tentada
de vanagloria.
Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese limpia y
casta, ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosa sobrenatural, se
pueda itener, porque queda todo descuidado de su cuerpo, ni hay memo-
ria del que todo semplca en Dios. También tiene un gran temor de no
ofender a Dios Nuestro Señor, y desea hacer en todo su voluntad.
Esto le supliqué siemprel y a ^u parecer estaba determinada a no salir
dello, que jamás le dirán cosa sus confesores que la tratan de que
pensase más servir a Dios, que no lo hiciese con el favor de Dios
y confiada en que Su Majestad ayuda a los que se determinan para
su servicio y para gloria suya; no se acuerda de sí más ni de su pro-
vecho, en comparación desto, que si no fuese, en cuanto puede en-
tender de sí y entienden sus confesores. Es todo gran verdad lo que
va en este papel, y se puede probar con ellos, y con todas las personas
que la tratan, de veinte años a esta parte. Muy ordinario le mueve su
espíritu a alabanzas de Dios, y querría que todo el mundo entendiese
en esto, aunque a ella le costase mucho. De aquí le nace el deseo
del bien de las almas, y viendo cuan basura son las cosas deste
mundo y cuan preciosas las interiores, que no tienen comparación, ha
venido a tener las cosas del en poco. Laus Deo.
La manera de visión que V. m. quiere saber, es que no se vee nin-
guna cosa exterior ni interiormente, porque no es imaginaria; mas sin
verse nada entiende lo que es y hacia donde se representa, más clara-
mente que si lo viese, salvo que no se le representa cosa particular,
sino como si una persona, pongamos, que sintiese questá otra per-
sona cabe ella, y porquestá a escuras no la vee, mas cierto entien-
de questá allí, salvo que no es ésta bastante comparación; porque
questá a escuras por alguna vía oyendo ruido, o habiéndola visto antes,
entiende questá allí o la conoce de antes, pero acá no hay nada desto,
sino que sin palabras exteriores e interiores entiende el alma clarísi-
mamente quién es y hacia qué parte estáj, y a las veces lo que quiere
significar; por dónde o cómo lo entiende, ella no lo sabe, mas ello
pasa así y lo que dura no puede innorarlo; y cuando se quita, aun-
que más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se vee
ques imaginación, y no representación, questo no está en su mano.
Y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no te-
nerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor
520 APÉNDICES
humildad que antes, porque vee que es cosa dada, y que ella allí
no puede quitar ni poner, y queda más amor y deseo de servir a el
Señor tan poderoso que puede lo que acá no podemos entender, así
como, aunque más letras tengan, hay cosas que no se alcanzan. Ben-
dito sea d que lo da. Hmén para siempre.
De la oración de la Santa Madre Teresa de Jesús (1).
2. Son tan dificultosas de decir, y más de manera que se pueden
entender estas cosas del espíritu interior, cuanto más con brevedad
pasan, que si la obediencia no lo hace, será dicha atinar, en especial
en cosas tan dificultosas. Mas poco va en que desatine, pues va a
manos que otras mayores habrá entendido de mí. En todo lo que dixere,
suplico a vuestra merced que entienda que no es mi intento pensar
ques acertado, que yo podré no entenderlo; mas lo que puedo cer-
tificar, es que |no diré cosa que no haya experimentado algunas y
muchas veces. Si es bien o mal, vuestra merced lo verá y me
avisará dello.
Paréceme será dar gusto a vuestra merced comenzar a tratar del
principio de cosas sobrenaturales, quen devoción, ternura, y lágrimas
y meditación que acá podemos adquirir con ayuda del Señor, enten-
didas están.
La primera oración que sentí, a mi parecer sobrenatural, que
llamo yo lo que con mi industria y diligencia no se puede adquirir,
aunque mucho se procure, aunque disponer para ello sí, y debe de
íhacer mucho al caso, es un recogimiento interior que se siente en
el alma, que parece ella tiene allá otros sentidos, como acá los inte-
riores, que ella en sí parece se quiere apartar de los bullicios exte-
riores; y así algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar
los ojos y no ver ni oír, ni entender sino aquello en que el alma
entonces se ocupa, que?í poder tratar con Dios a solas. Aquí no se
pierde ningún sentido ni potencia, que todo está entero; mas estálo
para emplearse en Dios. Y esto, a quien Nuestro Señor lo hubiere
de dar, será más fácil dentender; ^ a quien no, a lo menos serán me-
nester muchas palabras y comparaciones.
Deste recogimiento viene algunas veces una quietud y paz inte-
rior muy regalada, questá el alma que no le parece le falta nada;
que aun el hablar la cansa, digo el rezar y el meditar; no querría
sino amar; dura rato y aun ratos.
Desta oración suele proceder un sueño que llaman de las poten-
tías (2), que ni está absorto, ni tan suspenso que se puede llamar arre-
batamiento. Runque no es del todo unión, alguna vez, y aun muchas,
entiende el alma questá unida sola la voluntad, y sentiende muy claro,
digo claro, a lo que parece. Está empleada toda en Dios, y vee el
alma la falta de poder estar ni obrar en otra cosa; y las otras dos
potencias están libres para negocios y obras del servicio de Dios.
1 Relación V, p. 31.
2 Esta u las cuatro lineas siguientes están repetidas en el Códice.
APÉNDICES 521
En fin, andan juntas ^arta y María. Yo pregunté al Padre Fray
Francisco (1) si sería engaño esto, y me dijo, que muchas veces
acaescia.
Cuando es unión de todas las potencias, es muy diferente; porque
ninguna cosa puede obrar, porque el entendimiento está como espan-
tado. La voluntad ama más quentiende; mas ni entiende si ama ni
qué hace de manera que lo puede decir la memoria,, a mi parecer, que
no hay ninguna, ni pensamiento, ni aun por entonces son los sentidos
dispiertos, sino como quien les perdió para más emplear el alma
en lo que goza, a raí parecer; que para aquel breve espacio se
pierden; pasa presto. En la riqueza que queda en el alma de numildad
y otras virtudes y deseos, sentiende el gran bien que le vino de
aquella merced; mas no se puede decir lo ques; porque, aunque el
alma se da a entender, no sabe cómo lo entiende ni decirlo. R mi
parecer, si ésta es verdad, es la mayor merced que Nuestro Se-
ñor hace en este camino espiritual, a lo menos de las grandes.
Arrobamientos y suspensiones, a mi parecer, todo es imo, sino
que yo acostumbro a decir suspensión, por no decir arrobamiento,
quespanta; y verdaderamente, también se puede llamar suspensión esta
unión que queda dicha. La diferencia que hay del arrobamiento a
ella, es que dura más y siéntese más en esto exterior, porque se va
acortando el huelgo, de manera que no se puede hablar, ni los ojos
abrir; aunquesto mismo se hace en la unión, es acá con mayor fuerza,
porquel calor natural se va no sé yo adonde, que cuando es grande
el arrobamiento, quen todas estas maneras de oración hay más y
menos, cuando es grande, como digo, que todas quedan las manos
heladas y algunas veces extendidas como unos palos; y al cuerpo,
si le toma en pie, ansí se queda, o de rodillas; y es tanto lo
que semplea en el gozo de lo que el Señor le representa, que pa-
rece se le olvida de animar en el cuerpo y le dexa desamparado;
quedan los niervos, si dura, con sentimiento.
Paréceme que quiere aquí el Señor quel alma entienda más de
lo que goza que en la unión, y así se le descubren algunas cosas de
Su Majestad en el rapto muy ordinariamente; y los efectos con que
queda el alma son grandes, y el olvidarse a sí por querer que sea
conocido y alabado tan gran Dios y Señor, ñ. mi parecer, si es de
Dios, que no puede quedar sin un gran conocimiento de que ella
allí no puede nada» y de su miseria y ingratitud de no haber servido
a quien de por sola su bondad hace tan gran merced. Porque el
sentimiento y suavidad hace tan gran exceso, que todo lo que acá se
puede comparar, que si aquella memoria no se le pasase, siempre habría
asco de los contentos de acá; y así viene a tener todas las cosas del
mundo.
La diferencia que hay de arrobamiento y arrebatamiento (2) es,
quel arrobamiento va poco a poco muriéndose a estas cosas exterio-
res, y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios. El arrebatamiento vie-
ne con sola una noticia que Su Majestad da en lo muy íntimo del co-
1 San Francisco de Borja.
2 El Códice equivocadamente dice arrobamiento.
522 APÉNDICES
razón y alma, con una velocidad que le parece que la arrebata a lo
superior della, que a su parecer se le va del cuerpo; y así es menes-
ter ánimo a los principios para entregarse en los brazos del Señor,
llévela do quisiere, hasta que Su Majestad la pone en paz adonde
quiere llevarla; digo llevarla que entienda cosas altas; cierto, es me-
nester a los principios estar bien determinada a morir por El, por-
que la pobre alma no sabe qué ha de ser aquello, digo a los prin-
cipios. Quedan las virtudes, a mi parecer, desto más fuertes; porque
deséase más, y dase más a entender el poder deste gran Dios para
temerle y amarle. Pues así, sin ser más en nuestra mano, arrebata el
alma, bien como Señor della; queda grande arrepentimiento de ha-
berle ofendido, y espanto de cómo se ofende tan gran Majestad, y
grandísima ansia de que no haya quien le ofenda, sino que todos
le alaben. Pienso que deben venir de aquí estos deseos tan grandísi-
mos de que se salven las almas, y de ser alguna parte para ello,
y para queste Dios sea alabado como merece.
El vuelo de espíritu es un no sé cómo le llame, que sube de lo
más íntimo del alma. Sola esta comparación se me acuerda, que puse
adonde vuestra merced sabe, questán largamente declaradas estas ma-
neras de oración y otras, y es tal mi memoria, que luego se me olvi-
da. Paréceme que el alma y el espíritu es una misma cosa; sino
que como un fuego, que si es grande y ha estado dispuniéndose para
arder, echa una llama que llega a lo alto, aunque tan fuego es como
el otro que está en lo bajo, y no porque esta llama suba deja de
quedar el fuego, ansí acá en el alma parece que produce de sí una
cosa tan presto y tan delicada, que sube a la parte superior y va a
donde el Señor quiere; que no se puede declarar más, y parece vuelo,
que yo no sé otra cosa con qué comparallo. Sé que se entiende muy
claro y que no se puede estorbar.
Parece que aquella avecica del espíritu sescapó desta miseria de
la carne y cárcel deste cuerpo, y así puede más emplearse en lo que
le da el Señor. Es cosa tan delicada y tan preciosa, a lo que en-
tiende el alma, que no le parece hay en ella ilusión, ni aun en nin-
guna cosa destas, cuando pasan. Después eran los temores, por ser
tan ruin quien la recibe, que todo le parecía había razón de temer,
aunque en lo interior del alma queda una certidumbre y seguridad,
con que se podía vivir; mas no para dexar de poner diligencia para
no ser engañada.
ímpetu llamo yo un deseo que da a el alma algunas veces, sin
haber precedido antes oración, y aun lo más continuo, sino una memo-
ria que viene de presto de que está ausente de Dios, o de alguna
palabra que oye, que vaya a esto. Es tan poderosa esta memoria y
de tanta fuerza algunas veces, que en un instante parece que desatina;
como cuando se da una nueva de presto muy penosa, que no se sabía,
o un gran sobresalto, que parece que quita el discurso al pensamiento
para consolarse, sino que se queda como absorta. Ansí es acá, salvo
que la pena es por tal causa, que da al alma un conocer, ques bien
empleado morir por ello. Ello es que parece que todo lo que el alma
entiende entonces, es para más pena, y que no quiere el Señor que
todo su ser le aproveche de otra cosa, ni acordarse es su voluntad
APÉNDICES 523
que viva, sino parécele questá en una tan gran soledad y desamparo
de todo, que no se puede escribir; porque todo el mundo y sus
cosas le dan pena, y que ninguna cosa criada le hace compañía, ni
quiere el alma sino al Criador, y esto velo imposible si no muere,
y como ella no se ha de matar, muere por morir, de tal manera
que verdaderamente es peligro de muerte, y vese como colgada entre
cielo y tierra, que no sabe qué hacer de sí. Y de poco en poco
dale Dios una noticia de sí para que vea lo que pierde, de una
manera tan extraña, que no se puede decir; porque ninguna hay
en la tierra, a lo menos de cuantas yo he pasado, que le iguale; y
baste que de media hora que dure, deja tan descaído el cuerpo
y tan abiertas las canillas, que aun no quedan las manos para poder
escribir y con grandísimos dolores.
Desto ninguna cosa siente hasta que se pasa aquel ímpetu. Harto
tiene que hacer en sentir lo interior, ni creo sentirá graves tormentos;
y está con todos sus sentidos, y puede mirar y liablar; andar no,
que le derriba el gran golpe del amor. Esto, aunque se muere por
tenerlo, si no es cuando lo da Dios, no aprovecha. Dexa grandísimos
efectos y ganancia en el alma. Unos letrados dicen que uno, otros
que otro; naide lo condenó. El Maestro ñvila me escribió era bue-
no (1), y así lo dicen todos. El alma bien entiende es gran merced
del Señor: a ser muy a menudo, poco duraría la vida.
El ordinario ímpetu, es que viene este deseo de servir a Dios
con una gran ternura de lágrimas por salir deste destierro; mas como
hay libertad para considerar el alma ques la voluntad del Señor que
viva, con eso se consuela, y le ofrece el vivir, suplicándole no sea sino
para su gloria; con esto pasa.
Otra manera harto ordinaria de oración, es una manera de heri-
da que parece a el alma como si una saeta le metiesen por el co-
razón, o por ella misma. Así causa un dolor grande que hace quejar,
y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el
sentido, ni tampoco es llaga material, sino en lo interior del alma,
sin que parezca o padezca dolor corporal; sino que, como no se
puede dar a entender sino por comparaciones, pónense estas groseras,
que para lo que ella es lo son, mas no sé yo decirlo de otra
suerte. Por eso no son estas cosas para escribir ni decir, porqués im-
posible entenderlo, sino quien lo ha experimentado, digo adonde llega
esta pena, porque las penas del espíritu son diferentísimas de las de
acá. Por aquí saco yo cómo padecen más las almas en el infierno
y purgatorio que acá se puede entender por estas penas corporales.
Otras veces parece questa herida del amor sale de lo íntimo del
alma; los efectos son grandes; y cuando el Señor no lo da, no hay
remedio aunque más se procure, ni tampoco dexarlo de tener cuando
El es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos
y tan delgados, que no se pueden decir; y como el alma se vee atada
pK)r no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento tan grande
con el cuerpo, y parécele como una gran pared que le estorba para
1 Véase la página 208
52^ APÉNDICES
que no goce su alma de lo quenticndc entonces, a su parecer, que goza
en sí, sin embarazo del cuerpo. Entonces vee el gran mal que nos
vino por el pecado de fldán en quitar esta libertad.
Esta oración, antes ¡de los arrobamientos y los ímpetus grandes
que he dicho, se tuvo. Olvídeme de decir, que casi siempre no se
quitan aquellos ímpetus grandes, sino es con un arrobamiento y re-
galo grande del Señor, adonde consuela el alma y la anima para
vivir por El.
Todo esto questá dicho, no puede ser antojo, por algunas causas,
que sería largo decirlas. Si es bueno o no, el Señor lo sabe. Los
efectos y cómo dexa al alma aprovechada, no se puede dexar den-
tender, a todo mi parecer.
Otra oración me acuerdo, ques primero que las últimas, ques
una presencia de Dios que no es visión de ninguna manera, sino que
parece que cada y cuando, a lo menos cuando no hay sequedades,
que una persona se quiere encomendar a Nuestro Señor, aunque sea
rezar vocalmente, le halla. Plegué a Su Majestad que no pierda yo
tantas mercedes por mi culpa y que haya misericordia de mí (1).
3. Estando yo pensando cómo en una visión y aviso que me había
dado el Señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo supli-
caba y pensaba debía de ser demonio, díxorae: «Que no era, quel
me avisaría cuando fuese tiempo» (2).
4. Estando yo pensando con cuánta más limpieza se vive estando
apartada de negocios, y cómo cuando yo ando en ellos debo de
andar mal y con muchas faltas, entendí: «No puede ser menos, hija,
procura siempre en todo recta intención, y desasimiento, y mírame a
Mí, que vaya lo que hicieres conformé a lo que yo hice» (3).
5. Estando pensando qué sería la causa de no tener agora casi nun-
ca arrobamientos en público, entendí: «No conviene agora, bastante cré-
dito tienes para lo que Yo pretendo; vamos mirando la flaqueza de
los maliciosos» (4).
6. El martes después de la Ascensión, habiendo estado un rato en
oración, después de comulgar con pena, porque me divertía de ma-
nera que no podía estar en una cosa, quejábame a el Señor de mi
miserable natural, y comenzó! a inflamarse mi alma, pareciéndomc cla-
ramente tener presente a la Santísima Trinidad en visión intelectual,
adonde entendió mi alma por cierta manera de representación, como
figura de la verdad, para que la pudiese entender mi torpeza, cómo es
Dios trino y uno; y así me parecía hablarme todas tres Personas, y
que se representaban en mi alma distintamente, diciéndome: «Que
desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que cada una des-
tas tres Personas me hacía merced: la una en la charidad y en padcscer
1 Aquí termina la Relación al P. Rodrigo Aivarez.
2 Relación X, p. 45.
3 Relación XI, p. 46.
4 Relación XII, p. 46.
nPENDicES 525
con contento y en sentir esta charidad con encendimiento en el alma.
Entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que estarán con el
alma questá en gracia las tres divinas Personas, porque las veía
delante de mí por la manera dicha». Estando yo después agradeciendo
a el Señor tan gran merced, hallándome indigna della, decía a Su
Majestad, con harto sentimiento, que, pues me había de hacer se-
mejantes mercedes, por qué me había dexado de su mano, para que
fuese tan ruin, porquel día antes había tenido gran pena por mis
pecados, tiniéndolos presentes. Veía claramente lo mucho quel Señor
había puesto de su parte, desde que era niña, para llegarme a sí con
medios harto eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por donde
claro se me representó el excesivo amor que Dios nos tiene en per-
donar todo esto, cuando nos queremos tornar a El, y más conmigo
que con nadie, por muchas causas. Parece quedaron en mi alma tan
imprimidas aquellas tres Personas que vi, siendo un solo Dios, que a
durar así, imposible sería dexar destar recogida con tan divina compa-
ñía. Otras algunas cosas que aquí pasaron, no hay para qué escribir (1).
7. Una vez, poco antes desto, yendo a comulgar, estando la Forma
en el relicario, que aun no se me había dado, vi una manera de pa-
loma que meneaba las alas con ruido. Turbóme tanto y suspendióme,
que con harta fuerza tomé la Forma. Esto era todo en San Josef
de ñvila. Dábame el Santísimo Sacramento el Padre Francisco Sal-
cedo. Otro día, oyendo misa, vi al Señor glorificado en la Hostia; dí-
xome, que le era aceptable su sacrificio (2).
8. Esta presencia de las tres Personas que dixe a el principio, he
traído hasta hoy, día de la Conmemoración de San Pablo, presentes
en mi alma muy de ordinario; y como yo estaba mostrada a traer
a Jesucristo, siempre me parece hacía algún impedimento ver tres
Personas, aunque entiendo es un solo Dios, y díxome el Señor, pen-
sando yo esto: «Que erraba en imaginar las cosas del alma con
la representación que las del cuerpo; que entendiese que eran muy
diferentes y que era capaz el alma para gozar mucho». Parecióme
se me representó como cuando en una esponja se encorpora y embebe
el agua, ansí me parecía mi alma que se hinchía de aquella divini-
dad, y por cierta manera tenía en si y gozaba las tres Personas, y
también entendí: «No trabajes tú de tenerme encerrado a Mí en ti,
sino de encerrarte tú en Mí». Parecíame que dentro de mi alma, es-
taban y veía yo estas tres Personas, se comunicaban a todo lo criado,
no haciendo falta ni faltando dcstar conmigo (3).
9. Estando pocos días después desto que digo, pensando si tenían
razón los que les parecía mal que yo saliese a fundar, y questaría yo
mejor empleándome siempre en oración, entendí: «Mientras se vive
no está la ganancia en procurar gozarme, sino en procurar mi vo-
1 Relación XVI, p. 50.
2 Relnción XVII. p. 51.
3 Relación XVIII, p. 51,
526 APÉNDICES
luntad». Parecíame a mí, que pues San Pablo dice del encerramien-
to de las mujeres, que me han dicho poco ha, y aun antes i lo había
oído, questa sería la voluntad de Dios, díxome: «Diles que no se
sigan por una parte sola de la Scriptura, que miren otras, y que si
podrán por ventura atarme las manos (1).
10. Estando yo un día después de la Octava de la Visitación enco-
mendando a Dios a un hermano mío en una ermita del Monte Carmelo,
dixo el Señor, no sé si en mi pensamiento, porquestá mi hermano
adonde tiene peligro su salvación. Si yo viera. Señor, a un hermano
vuestro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Pareciérame a mí
que no me quedara cosa por hacer. Díxome el Señor: «¡Hija, hija, her-
manas son mías estas de la Encarnación,* y te detienes! Pues ten áni-
mo y Jnira lo que quiero Yo) y no es tan dificultoso como te parece,
y por donde piensas perderán estas otras casas, ganarán lo uno y lo
otro; no resistas, que es grande mi poder» (2).
11. Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña
Catalina de Cardona y cómo yo pudiera haber hecho más, según los
deseos [que] me ha dado algunas veces el Señor de hacerla, si no fuera
por obedescer a los confesores, que si sería mejor no los obedescer
de aquí adelante en eso, me dixo: «Eso no, hija, buen camino llevas y
seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obe-
diencia» (3).
12. Una vez, estando en oración, me mostró el Señor por una extra-
ña manera de visión intelectual, cómo estaba el alma questá en gracia,
en cuya compañía vi la Santísima Trinidad por visión intelectual, de
cuya compañía venía a el alma un poder que señoreaba toda la tierra.
Diéronseme a entender aquellas palabras de los Cantares: Venial dilec-
tas meas in hortum suum et comedat etc. (^1). Mostróme también cómo
está el alma que está en pecado, sin ningún poder, sino como una per-
sona questuviese del todo atadaí y liada, y tapados los ojos, que aun-
que quiere ver, no puede, ni andar, ni oir y en gran obscuridad. Hicié-
ronme tanta lástima las almas que están así, que cualquier trabajo
me parece ligero por librar una. Parecióme, que a entender esto como
yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer ninguno
perder tanto bien ni estar en tanto mal (5).
13. Estando una vez muy penada por el remedio de la Orden, me
dixo el Señor: «Haz lo ques en ti y déxame tú a Mí y no te inquietes
por nada; goza del bien que te ha sido dado, ques muy grande.
Mi padre se deleita contigo y lel Espíritu Santo te ama» (6). «Siempre
deseas los trabajos, y por otra parte los rehusas; Yo dispongo las
cosas conforme a lo que sé de tu voluntad, y no conforme a tu sen-
1
Relación XIX, p. 52.
2
Relación XX, p. 53.
3
Relación XXIII, p. 54.
4
Cant., c. V, V. 1.
5
Relación XXIV, p. 55.
6
Relación XIII, p. 46.
APÉNDICES 527
sualidad y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que te ayudo: he querido
que ganes tú esta corona. En tus días verás muy adelante la Orden
de la Virgen*. Esto entendí del Señor mediado Hebrero, de 1571 (1).
14. La víspera de San Sebastián, del primer año que vine a ser Prio-
ra a la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde
está puesta Nuestra Señora, baxar con gran multitud de ángeles la
Madre de Dios y ponerse allí. R mi parecer, no vi la imagen enton-
ces, sino a esta Señora que digo. Paréceme se parecía algo a la ima-
gen que me dio la Condesa, aunque fué de presto el podella ter-
minar, por suspenderme luego mucho. Parecíame encima de las comas
de las sillas, y sobre los antepechos ángeles, aunque no con forma
corporal, porque era visión intelectual. Estuvo así toda la Salve, y
díxome: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las
alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré». Después des-
to quédeme yo en la oración que traigo destar el alma con la San-
tísima Trinidad, y parecíame que la persona del Padre me llegaba
a Sí y me decía palabras muy agradables. Entre ellas me dixo, mos-
trándome lo que me quería: «Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo
y a esta Virgen: ¿Qué me puedes tú dar a mí? (2).
15. Octava del Espíritu Santo, me hizo el Señor una merced y me
dio esperanza de questa casa se iría mejorando; digo las almas
della (3).
16. Día de la Magdalena, me tornó el Señor a confirmar una merced
que me había hecho en Toledo, eligiéndome en ausencia de cierta
persona en su lugar (¿1).
17. Estando yo en la Encarnación el segundo año que tenía el prio-
rato. Octava de San Martín, estando comulgando, partió la Forma
el Padre Fray Juan de la Cruz, que me daba el Santísimo Sacra-
mento, para otra hermana. Yo pensé que no era falta de Forma, sino
que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba mu-
cho cuando eran grandes las Formas; no porque no entendía no
importaba para dexar destar el Señor entero, aunque fuese muy peque-
ño pedacito. Díxome Su Majestad: «No hayas miedo, hija, que naide
sea parte para quitarte de Mí». Dando, a entender que no importaba.
Entonces representándoseme por visión imaginaria, como otras ve-
ces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díxome: «Mira este
clavo, ques señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta gora no lo
habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como a Rey
y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa la mía es
ya tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que
no podía caber en mí, y quedé como desatinada, y dixe a el Señor,
que o ensanchase mi baxeza, o no me hiciese tanta merced; porque.
1 Relación XIV, p. 47. Si bien el Códice de Toledo hace de ésta y de la anterior una Re-
lación, el de Avila las publica separades muy acprtadamente.
2 Relación XXV, p. 56.
3 Relación XXXI, p. 60.
4 Relación XXXII, p. 61.
528 APÉNDICES
cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el
día embebida. He sentido después muy gran provecho, y mayor con-
fusión y aflicción de ver que no sirvo en nada tan grandes mer-
cedes. (1).
18. Esto me dixo el Señor otro día: «¿Piensas, hija, que está el
merecer en gozar? No está sino en obrar y padecer y en amar. No
habrás oído que San Pablo estuviese gozando de los gozos celes-
tiales más de una vez, y muchas que padesció, y ves mi vida toda
llena de padescer, y sólo en el monte Tabor habrás oído mi gozo.
No pienses, cuando \v€(s a mi Jñadre que me tiene en los brazos, que
gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dixo
Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese
lo que yo había de padescer. Los grandes santos questuvieron en los
disiertos, como eran grandes por Dios, así hacían graves penitencias,
y sin esto tenían graves batallas con el demonio y consigo mismos;
mucho tiempo se pasaban sin consolación alguna espiritual. Cree, hija,
que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos res-
ponde el amor. ¿En qué te le puede más mostrar que en querer
para ti lo que quise para Mí? Mira estas llagas, que nunca llega-
rán aquí tus dolores. Este es el camino de la verdad, flsí me ayudarás
a llorar la perdición que traen los del mundo, entendiendo tú esto,
que todos sus deseos, cuidados y pensamientos se emplean en cómo
tener lo co:itrario». Cuando empecé a tener oración, estaba con tan
grande mal de cabeza, que me parecía casi imposible poderla tener.
Díxome el Señor: «Por aquí verás el premio del padescer, que como
no estabas tú con salud para hablar conmigo, he Yo habládote y re-
galádote». Y es así cierto, que sería hora y media, poco menos, el
tiempo que estuve recogida. En él me dixo las palabras dichas y
todo lo demás. Ni yo me divertía, y con tanto contento, que no sé
cómo decirlo, y quedóme buena la cabeza, que me ha espantado,
y harto deseo de padescer. Es verdad que yo no he oído que el Señor
tuviese otro gozo en la vida sino esa vez, ni San Pablo. También
me dixo que truxese mucho en la memoria las palabras quel Señor dixo
a sus discípulos, «que no había de ser más el siervo quel señor» (2).
19. Todo ayer me hallé con grande soledad, que si no fué cuando
comulgué, no hizo en mí ninguna operación ser día de la Resurrección.
Anoche, estando con todas, dixeron un cantarcito de cómo era recio de
sufrir vivir sin Dios. Como estaba ya sin pena, fué tanta la operación
que me hizo, que se me comenzaron a entumecer las manos, y no
bastó resistencia, sino que como salgo de mí por los arrobamientos de
contento, de la misma manera se suspende el alma con la grandísima
pena, que queda enaxenada, y hasta hoy no lo he entendido; antes de
unos días acá, me parecía no tener tan grandes ímpetus como solía,
y agora me parece ques la causa desto lo que he dicho, no sé yo
si puede ser. Que antes no llegaba la pena a salir de mí, y como es
1 Relación XXXV, p. 63.
2 Relación XXXVI, p. 64.
APÉNDICES 529
tan intolerable, y yo rae estaba en mis sentidos, hacíame dar gritos
grandes sin poderlo excusar. Hgora, como han crecido, han llegado
a términos destc traspasamiento, y entiendo más el que Nuestra Se-
ñora tuvo, que hasta hoy, como digo, no he entendido ques tras-
pasamiento. Queda tan quebrantado el cuerpo, que aun esto escribid
con harta pena, que quedan tan descoyuntadas todas las manos y
con dolor. Dirámc vuestra merced de que me vea, si puede ser este
enajenamiento de pena, o si lo siento como es, o si me engaño.
Hasta esta mañana estaba con esta pena, questando en oración
tuve un gran arrobamiento, y parecióme que Nuestro Señor me había
llevado el espíritu junto a su Padre y díxole: «Esta que me diste
te doy», y parecía me llegaba a sí. Esta no es cosa imaginaria, sino
con una certeza grande y una delicadeza tan espiritual, que todas no
se saben decir. Díxorae algunas palabras que no se me acuerdan; de
hacerme merced eran algunas.
Duró algún espacio tenerme cabe sí. Como vuestra merced se
fué ayer tan presto y yo veo las muchas ocupaciones que tiene para
poderme yo consolar con él, aun lo necesario, porque veo son más
necesarias las ocupaciones de vuestra merced, quedé un rato con pena
y tristeza. Como yo tenía la soledad que he dicho ayudaba, y como
criatura de la tierra, no me parece me tiene asida, dióme algún es-
crúpulo, temiendo no comenzase a perder esta libertad. Esto era ano-
che; y respondióme Nuestro Señor a ello y díxome que no me ma-
ravillase, que así como los mortales desean compañía para comunicar
sus contentos sensuales, ansí el alma le desea cuando haya quien
la entienda, comunicar sus gozos y penas, y se entristece el no tener
con quién. Díxome El: «Hgora vas bien y me agradan tus obras».
Como estuvo algún espacio conmigo, acordóseme que había yo dicho
a vuestra merced que pasaban de presto estas visiones. Y díxome «que
había diferencia destas a las imaginarias, y que no podía en las mer-
cedes que nos hacía haber regla cierta, porque unas veces convenía
de una manera y otras de otra».
20. Después de comulgar, me parece claramente se sentó cabe mí
Nuestro Señor, y comenzóme a consolar con grandes regalos, y díxome
entre otras cosas: Vesme aquí, hija, que yo soy: muestra tus manos; y
parece que me las tomaba y llegaba a su costado, y díxome: Mira mis
llagas, no estás sin mí, pasa la brevedad de la vida.
En algunas cosas que me dixo, entendí que después que subió a los
cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento,
a comunicarse con naide; díxome que en resucitando había visto a
Nuestra Señora : porquestaba ya con grande necesidad, que la pena
la tenía tan absorta y traspasada que aun no tornaba luego en sí
para tornar a gozar de aquel gozo. Por aquí entendí el otro mi
traspasamiento tan diferente; mas ¿cuál debía de ser el de la Virgen?
y que había estado mucho con ella porque había sido menester hasta
consolalla (1).
1 Relación XV, p. 47.
II 34
53C APÉNDICES
21. El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran sus-
pensión, de manera que aun no podía pasar la Forma!, y uniéndomela en
la boca, verdaderamente me pareció, cuando torné un poco en mí, que
toda la boca se me había hinchado (sic) de sangre; y parecíame estar
el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces acababa de de-
rramarla el Señor. Parece que estaba caliente, y era excesiva la sua-
vidad quentonces sentí, y díxome el Señor: «Hija, yo quiero que mi
sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericor-
dia. Yo la derramé con muchos dolores, y gózasla tú con grandes
deleites como vees; bien te pago el convite que me hacías este díav.
Esto dixo, porque ha más de treinta años que yo comulgaba este día,
si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar a el Señor;
porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, des-
pués de tan gran recibimiento, dexarle ir a comer tan lejos, y hacía
yo cuenta de que se quedase conmigo, y harto en mala posada, según
agora veo. Y así hacía unas consideraciones bobas, y debíalas de ad-
mitir el Señor; porque ésta es de las visiones que yo tengo por muy
ciertas, y así, para la comunión, me ha quedado aprovechamiento.
ñntes desto había estado, creo yo tres días, con aquella gran pena,
que traigo más unas veces que otras, de que estoy ausente de Dios,
y estos días había sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir,
y habiendo estado así harto fatigada, vi que era tarde para hacer cola-
ción y no podía; y a causa de los vómitos, háceme mucha flaqueza no
la hacer un rato antes, y !así con harta fuerza puse el pan delante para
hacérmela para comello, y luego se me representó allí el Señor, y pa-
reció que me partía el pan y me lo iba a poner en la boca,
y díxome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que
padeces, mas esto conviene por agora». Quedé quieta de aquella pena
y consolada, porque verdaderamente me pareció sestaba conmigo, y
todo otro día, y con esto se satisfizo el deseo por entonces. Esto de
decir pésame, me hizo reparar, porque a mí no me parece puede tener
pena de nada (1).
Sobre el temor de pensar si no están en gracia:
22. ¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu Dios? ¿No ves
cuan mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te dueles
de mí?» (2).
23. «¡Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel; nai-
de se perderá sin entenderlo. Engañarse ha quien se asegura por regalos
espirituales. La verdadera siguridad es el testimonio de la buena con-
ciencia; mas naide piense que por sí puede estar en luz, así como no
podía hacer que viniese la noche, porque depende de mí la gracia. El
mejor remedio que puede haber para detener la luz, es entender
que no puede nada' y que le viene de mí; porque aunque esté en ella,
en un punto que yo me aparte, venía la noche. Esta es la verdadera
1 Relación XXVI, p. 56.
2 Relación XXVII, p. 58.
APÉNDICES 531
humildad, conocer lo que puede y yo puedo. No dexes describir los
avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres por escripto
los avisos de los hombres, ¿por qué piensas pierdes tiempo en escribir
los que te doy? Tiempo verná que los hayas todos menester» (1).
Sobre darme a entender qué es unión:
24. «No pienses, hija, ques unión estar muy junta conmigo, porque
también lo están los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos
y gustos de la oración, aunque sea con muy subido grado, aunque sean
míos, medios son para ganar las almas muchas veces aunque no estén
en gracia». Estaba yo cuando esto entendía en gran manera levantado
el espíritu. Dióme a entender el Señor qué era espíritu, y cómo estaba
el alma entonces, y cómo se entienden las palabras de la «Magníficat
et exultavit spiritus meus etc.», no lo sabré decir; paréceme se me dio
a entender quel espíritu era lo superior de la voluntad. Tornando a
la unión, entendí que era este espíritu limpio y levantado de todas
las cosas de la tierra, no quedar cosa del, que quiera salir de la vo-
luntad de Dios, sino que de tal manera esté un espíritu y una voluntad
conforme con la suya, y un desasimiento de todo, empleado en Dios,
que no haya memoria en sí de amor en ninguna cosa criada, y yo
pensando si esto es unión; luego un alma que siempre está en esta
determinación, siempre podemos decir questá en oración de unión,
y es verdad questa no puede durar sino es muy poco. Ofréceseme que
cuanto a andar justamente, y mereciendo y ganando se hará, mas no
se puede decir anda unida el alma como en la contemplación; paré-
ceme entendí, aunque no por palabras, questando el polvo de nuestra
miseria y faltas y estorbos en que nos tornamos a enfrascar, que no
sería posible estar con la limpieza questá el espíritu cuando se junta
Con el de Dios, que vaya fuera y levantado de nuestra miserable mi-
seria. Y paréceme a mí que si ésta es unión, estar tan hecha una
nuestra voluntad y espíritu con el de Dios, que no es posible tenerla
sino es quien esté en estado de gracia, que me habían dicho que sí.
ñsí me parece a mí será bien dificultoso entender cuándo es unión,
sino por particular gracia de Dios, pues no se puede entender cuándo
estamos en ella.
Scríbame vuestra merced su parecer, y en lo que desatino, y tór-
neme a enviar este papel (2).
25. Había leído en un libro que era imperfección tener imagines cu-
riosas, y así no quería tener en la celda una que tenía. Y también an-
tes que leyese esto, me parecía pobreza no tener ninguna sino de papel,
y como después un día destos leí esto, ya no las tuviera de otra cosa.
Y entendí esto estando descuidada dello: «Que no era buena mortifi-
cación; que cuál era mejor: la pobreza o la charidad. Que pues era
mejor el amor, que todo lo que me despertase a él que no lo dexase,
ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y cosas curiosas
1 Relación XXVIIl, p. 58.
2 Relación XXIX, p. 59
532 APÉNDICES
en las imagines decía el libro, que no las imagines. Que lo quel de-
monio hacía en los luteranos, era quitarles todos los medios para más
despertar, y así iban perdidos. Mis cristianos, hija, han de hacer agora
más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen». Entendí que
tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora y a Sanct Joseph,
porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus ruegos me tor-
naba Dios a dar salud (1).
26. Un día después de san Mateo, estando como suelo, después que
vi la visión de la Santísima Trinidad y cómo está con el alma questá
en gracia, se me dio a entender muy claramente, de manera que por
ciertas maneras y comparaciones por visión imaginaria lo vi. Y aun-
que otras veces se me ha dado a entender por visión intelectual la
Santísima Trinidad, no me ha quedado después algunos días la ver-
dad, como agora digo, para poderlo pensar y consolarme en esto. Y
agora veo que de la misma manera lo he oído a letrados, y «lo
lo he entendido como agora, aunque siempre sin detenimiento lo creía,
porque no tenía tentaciones de la fe.
R las personas ignorantes parécenos que las Personas de la San-
tísima Trinidad todas tres están, como lo vemos pintado, en una Per-
sona, a manera de cuando se pintan en un cuerpo tres rostros; y
así nos espantan tanto, que parece cosa imposible y que no hay quien
ose pensar en ello; porque el entendimiento se embaraza, y teme
no quede dudoso desta verdad y quita una gran ganancia.
Lo que a raí se me representó, son tres Personas distintas, que
cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he pensado que
sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se vee esta verdad de
la distinción personal. Estas Personas se aman y comunican \¿ se
conocen. Pues si cada una es por sí, ¿cómo decimos que todas tres
son una esencia, y lo creemos, y es muy gran verdad y por ella mo-
riría yo mil muertes? En todas tres Personas no hay más de un
querer y un podeir y un señorío, de manera que ninguna cosa puede
una sin otra, !sino que de cuantas criaturas hay, es sólo un Criador.
¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, ques todo un
poder, y lo mismo el Spíritu Santo, así ques un solo Dios todopode-
roso, y todas tres Personas una Majestad. ¿Podría uno amar a el Pa-
dre sin querer el Hijo y al Espíritu Santo? No, sino quien contentare
a la una destas tres divinas Personas, contentan a todas tres; y quien
le ofendiere, lo mesmo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo y Espíritu
Santo? No, porqués una esencia, y donde está el uno están todas
tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo vemos questán distintas
tres Personas, y cómo tomó carne humana el Hijo, y no el Padre
ni el Spíritu Santo? Esto no lo entendí yo; los teólogos lo saben.
Bien sé yo que en aquella obra tan maravillosa estaban todas tres
Personas, y no me ocupo en pensar mucho esto. Luego se concluye
mi pensamiento con pensar que Dios todopoderoso, y como lo quiso
lo puede, y así podrá todo lo que quisieire; y mientras menos lo
1 Relación XXX, p. 60.
APÉNDICES 533
entiendo, más lo creo y rae hace mayor devoción. Sea por siempre
bendito (1).
27. Estando en San Josef de Avila, víspera del Spíritu Santo, en la
ermita de Nazaret, considerando en una grandísima merced que nues-
tro Señor me había hecho en tal día como éste, veinte años había, poco
más o menos, me comenzó un ímpetu y un hervor grande de espíritu,
que me hizo suspender. En este gran recogimiento entendí de nuestro
Señor lo que agora diré: «Que dixese a estos Padres Descalzos de su
parte, que procurasen guardar cuatro cosas, y que mientras las guar-
dasen, siempre iría en más crecimiento esta Religión, y cuando estas
faltasen, entendiesen que iban menoscabando de su principio. La pri-
mera, que las cabezas estuviesen conformes. La segunda, que aunque
tuviesen muchas casas, en cada una hubiese pocos frailes. La ter-
cera, que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas.
La cuarta, que enseñasen más por obras que con palabras. Esto fué
año 1579. Y porqués gran verdad, lo firmé de mi nombre. Teresa
de Jesús* (2).
28. Si no me hubiera hecho nuestro Señor las mercedes que me
ha hecho, no me parece tuviera ánimo para las obras que se han hecho,
ni fuerzas para los trabajos que se han padescido, y contradiciones y
juicios. Y así, después que se comenzaron las fundaciones, se me qui-
taron los temores que antes traía de ser engañada, y se me puso certi-
dumbre que era Dios, y con esto me arrojaba a cosas dificultosas, aun-
que siempre con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como
quiso Nuestro Señor despertar el principio desta Orden, y por su miseri-
cordia me tomó por medio, había de poner Su Majestad lo que me
faltaba, que era todo, para que hubiese efecto y se mostrase mejor su
grandeza con cosa tan ruin (3).
29. La confesión es para decir culpas, pecados y no virtudes y cosas
semejantes de oración, si no fuere con quien sentiende se puede tra-
tar, y esto vea la priora, y la monja le diga la necesidad para que
vea lo que conviene; porque dice Casiano ques el que no lo sabe, como
el que no sabe ni ha visto que naden los hombres, que pensará sj
los vee echar en el río, que todos se han de ahogar (^).
30. Que quiso Nuestro Señor que Joseph dixese la visión a sus her-
manos, y se supiese aunque le costase tan caro como le costó.
31. Con el temor que siente el alma cuando le quiere Dios hacer una
gran merced sentiende es reverencia que hace el spíritu como los
veinte y tuatro viejos que dice la Sagrada Escriptura.
32. Como se puede entender, cuando las potencias están suspendidas
que se representan al alma algunas cosas para encomendarlas a Dios,
1 Relación XXXIII, p. 61.
2 Relación LXVII, p. 86.
3 Relación XXXIV, p. 63.
'i Este y los tres párrafo.s .siguientes, que también copia el Códice de Avila, los suprimi-
mos en el te.xto para publicarlos entre los «Escritos sueltos», que es su luflar más propio.
534 APÉNDICES
que las representa algún ángel, que se dice en la Escriptura questaba
incensando y ofreciendo las oraciones.
33. Habiendo comenzado a confesarme con una persona en una ciu-
dad que al presente estoy, y ella con haberme tenido mucha voluntad y
tenerla después que admitió el gobierno de mi alma, se apartaba de
venir acá. Estando yo en oración una noche pensando en la falta
que me hacía, entendí que le tenía Dios para que no viniese, porque me
convenía tratar mi alma con una persona del mismo lugar. R mí me
pesó por haber de conocer condición nueva, que podía ser no me en-
tendiese e inquietase y por tener amor a quien me hacía esta caridad;
aunque siempre que veía o oía predicar a esta persona, me hacía
contento espiritual, y con tener muchas ocupaciones también me pa-
recía inconviniente. Díxome el Señor: «Yo haré que te oya y te entien-
da. Declárate con él, que algún remedio te será de tus trabajos». Esto
postrero fué, según pienso, porquestaba yo entonces fatigada destar
ausente de Dios. También me dixo entonces Su Majestad, «que bien
veía el trabajo que tenía; mas que no podía ser menos mientras vi-
viese en este destierro, que todo era para más bien mío», y me consoló
mucho. Así me ha acaecido. Y huelga y busca tiempo y me ha en-
tendido y dado gran alivio. Es muy letrado y santo (1).
34. Estando un día de la Presentación encomendándome mucho a
Dios a una persona, y parecíame que todavía era inconviniente el tener
renta y la libertad, para la santidad grande que yo le deseaba, púsose-
me delante su poca salud y la mucha luz que daba a las almas; en-
tendí: «Mucho me sirve, mas gran cosa es siguirme desnudo como
yo me puse en la cruz. Dile que se fíe de Mí». Esto postrero fué
porque me acordé yo de su poca salud, que no podría llevar tanta
perficción (2).
35. Estando una vez pensando la pena que me daba el comer carne
y no hacer penitencia, entendí: «que algunas veces era más amor pro-
pio que deseo della» (3).
36. Estando una vez con mucha pena de haber ofendido a Nuestro
Señor, me dixo: «Todos tus pecados son delante de Mí como si no fue-
ran; en lo por venir tcsfuerzai, que no son acabados tus trabajos» (4).
37. Estando un día en oración, sentí estar el alma tan dentro de
Dios, que no parecía había mundo, sino embebida en él. Dióseme
aquí a entender aquel verso de la Magníficat «et exultavit spiritus
meus» etc., que no se me puede olvidar (5).
38. Estaba una vez pensando sobre d querer deshacer este monaste-
1 Relación LXIII, p. 84.
2 Relación LXIV, p. 85.
3 Relación LXV, p. 86.
4 Relación LXVI, p. 86.
5 Relación LXI, p, 83.
APÉNDICES 535
rio de Descalzas, si era eJ intento ir poco a poco acabándolas todas.
Entendí: «Eso pretenden, mas no lo verán, sino muy al contrario» (1).
39. Estaba una vez muy recogida encomendando a Dios a una per-
sona. Entendí: «Es mi verdadero hijo, no le dexaré de ayudar», o una
palabra desta suerte, que no me acuerdo bien desto postrero (2).
40. Habiendo un día hablado a una persona que había dexado mu-
cho por Dios y acordándome cómo nunca dexé nada por El, ni en cosa
le he servido, como estoy obligada, y mirando las muchas mercedes que
ha hecho a mi alma, comencé a fatigarme mucho, y díxome el Se-
ñor: «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí; y habiendo esto,
lo que Yo tengo es tuyo, y así te doy todos los trabajos y dolores
que pasé, y con esto puedes pedir a mi Padre como cosa propia». Aun-
que yo he oído decir que somos participantes desio, agora fué desta
manera, que pareció que había quedado en gran señorío, porque la
amistad con que me hizo esta merced no se puede decir aquí.
Parecióme lo admitió el Padre, y desde entonces miro muy de otra suer-
te lo que padesció el Señor, como cosa propia, y dame grande alivio (3),
11. Estando el día de la Magdalena considerando el amistad questoy
obligada a tener a Nuestro Señor conforme a las palabras que me
ha dicho sobre esta Santa, y tiniendo grande deseo de imitarla, me
hizo el Señor una gran merced y me dixo: «Que de aquí adelante
me esforzase, que le había de servir más que hasta aquí». Dióme deseo
de no me morir tan presto, porque hubiese tiempo para emplearme
en esto y quedé con gran determinación de padescer (1).
^2. Una vez entendí cómo estaba el Señor en todas las cosas y
cómo en el alma, y púsome comparación de una esponja que embebe
el agua en sí (5).
^13. Como vinieron mis hermanos, y yo debo al uno tanto, no dexo
de estar con él y tratar un rato lo que conviene a su alma y asiento,
y todo rae daba cansancio y pena; y estándole ofreciendo a Dios y
pareciéndome que lo hacía por estar obligada, acordósemc questá en
nuestras Constituciones, que nos dicen que nos desviemos de deudos,
y estando pensando si estaba obligada, me dixo el Señor: «No, hija,
que vuestros Institutos no han de ir sino conforme a mi Ley*. Verdad
es quel intento de las Constituciones son porque no se asgan a ellos,
y esto, a hii parecer, antes me cansa y deshace más tratarlos (6).
44. Habiendo acabado de comulgar día de San ñgustín, yo no sabré
decir cómo, se me dio a entender, y casi a ver, sino que fué cosa
1
Relación LXII,
p. 83.
2
Relación XLIII,
p. 72.
3
Relación LI, p.
76.
4
Relación XLII,
p. 72.
5
Relación XLV,
p. 73.
6
Relación XLVI,
, P. 74.
536 APÉNDICES
intelectual y que pasó presto, cómo las Tres Personas de la Santí-
sima Trinidad, que yo traigo en el alma esculpidas, son una cosa.
Por una juntura tan extraña se me dio a entender y por ima luz
tan clara, que han hecho bien diferente operación que tenerlo por fe.
He quedado de aqui a no poder pensar ninguna de las Tres Perso-
nas Divinas, sin entender que son todas tres, de manera questaba yo
hoy considerando, cómo siendo tan una cosa, había tomado carne
humana el Hijo solo, y dióme el Señor a entender cómo con ser
una cosa eran tan distintas. Son unas grandezas que de nuevo desea
el alma salir deste embarazo que hace el cuerpo para no gozar
dellas, que aunque parece no son para nuestra baxeza entender algo
dellas, queda una ganancia en el alma, con pasar en un punto, sin
comparación mayor que con muchos años de meditación, y sin saber
cómo entenderlo (1).
^5. El día de la Natividad de Nuestra Señora tengo particular ale-
gría. Cuando este día viene, parecióme sería bien renovar los votos, y
quiriéndolo hacer, se me representó la Virgen Nuestra Señora por vi-
sión iluminativa, y parecióme los hacía en sus manos, y que le eran
agradables. Quedóme esta visión por algunos días, como estaba junto
conmigo, hacia el lado izquierdo (2).
^6. Un día, acabando de comulgar, me pareció verdaderamente que
mi alma se hacía una cosa con aquel cuerpo sacratísimo del Señor,
cuya presencia se me representó y me hizo gran operación y apro-
vechamiento (3).
't?. Estaba una vez pensando si me habían de mandar ir a reformar
un monasterio, y dábame pena. Entendí: «¿Qué teméis? ¿Qué podéis
temer sino las vidas que tantas veces me las habéis ofrecido? Yo os
ayudaré». Fué en una oración de suerte que me satisfizo mucho (4).
48. Estando yo una vez deseando hacer algún servicio a Nuestro
Señor, pensé qué apocadamente podía yo servirle, y dixe entre mí:
¿Para qué. Señor, queréis Vos mis obras? Y díxome: «Para ver tu
voluntad, hija» (5).
49. Dióme el Señor luz una vez en una cosa que yo gusté mucho de
entenderla, y olvidóseme lueyü desde a poco, que no he podido más
tornar a caer len lo que era; y estando yo procurando si se rae acor-
dase, entendí esto: «Ya sabes que te hablo algunas veces; no dejes
describirlo, porque, aunque a ti no aproveche, podrá aprovechar a
otras». Yo estaba pensando si por mis pecados había de aprovechar
a otros y perderme yo, y díxome: «No hayas miedo» (6).
1 Relación XLVII, p. 74.
2 Relación XLVIII, p. 75.
3 Relación XLIX, p. 75. En el Códice viene unida a la anterior.
'! Relación L, p. 76.
5 Relación LIl, p. 77
6 Relación LI!I, p. 77. El Códice la copia a continuación de lo precedente, sin distinción
de párrafos.
APÉNDICES 537
50. Estaba una vez recogida en esta compañía que traigo en el alma,
y pareciéndome estar Dios de manera en. ella, que me acordé de cuan-
do San Pedro dixo: «Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo»(l), porque ansí
estaba Dios vivo en mi alma. Esto no es como otras veces, porque
lleve fuerza con la fe, de manera que no se puede dudar questá la
Trinidad por potencia, presencia y esencia en las almas. Es cosa de
grandísimo provecho entender esta verdad, y como estaba espantada
de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: *No
es baja, hija, pues está hecha a mi imagen». También entendí algunas
cosas de la causa porque Dios se deleita con las almas más que con
otras criaturas, tan delicadas que, aunquel entendimiento las enten-
dió de presto, no la sabrá decir (2).
51. Habiendo estado con tanta pena del mal de mi Padre, que no
sosegaba, y suplicando a el Señor un día acabando de comulgar muy
encarecidamente esta petición, que pues El rae le había dado, no me
viese yo sin él, díxome: «No hayas miedo» (3).
52. Estando una vez con esta presencia de las Tres Personas que
traigo en el alma, era con tanta luz, que no se puede dudar el estar allí
Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a entender cosas que yo
no sabré decir después. Entre ellas era cómo había la Persona del
Hijo tomado carne humana y no las demás. No sabré, como digo,
decir cosa desto, que pasan algunas tan en secreto del alma, que pa-
rece el entendimiento entiende como una persona, que durmiendo o
medio durmiendo le parece entiende lo que se habla. Yo estaba pen-
sando cuan recio era el vivir que nos privaba de no estar así siempre
en aquella admirable compañía, y dixe entre mí: Señor, dadme algún
medio para que yo pueda llevar esta vida. Díxome: «Piensa, hija,
cómo después de acabada no me puedes servir en lo que agora, y
come por Mí y duerme por Mí,, y todo lo que hicieres sea por Mí,
como si no lo vivieses tú ya, sino Yo, questo es lo que decía
san Pablo» (4).
53. Una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este
Sacratísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro en nuestra
alma. Como yo entiendo y he visto están estas Divinas Personas,
y cuan agradable es esta ofrenda a su Hijo, porque se deleita y goza
con El, digamos acá en la tierra, porque su Humanidad (5) no está con
nosotros en el alma, sino su Divinidad, y así les tan acepto y agrada-
ble y nos hace tan grandes mercedes, entendí que también recibe este
sacrificio aunquesté en pecado el sacerdote, salvo que no se comuni-
can las mercedes a su alma como a los questán en gracia; y no por-
que dexen destar estas influencias en su fuerza, que proceden desta
1 Matth.. c. XVI, V. 16.
2 Relación LIV, p. 78.
3 Relación LV, p. 78.
1 Relación LVl, p. 79.
5 Hermandad dice el Manusciito.
538 APÉNDICES
comunión con que el Padre recibe este sacrificio, sino por falta de
quien las ha de recibir; como no es por falta del sol no resplande-
cer cuando da en un pedazo de pez, como en uno de cristal. Si yo
agora lo dixeia, me diera mejor a entender; importa saber cómo es
esto, porque hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga.
Es lástima questos cuerpos no nos lo dexan gozar (1).
54. Octava de Todos Santos, tuve dos o tres días muy trabajosos de
la memoria de mis pecados grandes, y unos temores grandes de per-
secuciones, que no se fundaban sina en que me habían de levantar
grandes testimonios, y todo el ánimo que suelo tener a padescer por
Dios me faltaba. Aunque yo me quería animar y hacía actos y veía
que sería gran ganancia a mi alma, aprovechaba poco, que no se
me quitaba el temor; era una guerra desabrida. Topé con una le-
tra donde dice mi buen Padre, que dice San Pablo que no permite
Dios que seamos tentados más de lo que podemos sufrir. Aquello
me alivió harto, mas no bastaba, antes otro día me dio una aflicción
grande de verme sin él, como no tenía a quien acudir con esta tribula-
ción, que me parecía vivir en una gran soledad. Y ayudaba el ver
que no hallo quien me dé alivio sin él, que lo más había de estar
ausente, que mes harto tormento.
Otra noche después, estando leyendo en un libro, hallé otro dicho
de san Pablo, que me comenzó a consolar, y recogida un poco, estaba
pensando cusn presente había traído de antes a Nuestro Señor, que
tan verdaderamente me parecía ser Dios vivo. En esto pensando,
me dixo y píirecióme muy dentro de mí, como al lado del corazón, por
visión intelectual: «Aquí estoy, sino que quiero que veas lo poco
que puedes sin Mí». Luego me aseguré y se quitaron todos los
miedos, y estando la misma noche en jWaitines, el mismo Señor, por
visión intelectual, tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso
en los brazos a manera de como se pinta en la «Quinta angustia». Hí-
zome temor harto esta visión, porque era muy patente y tan junta a
mí, que me hizo pensar si era ilusión. Díxomc: «No tespantes desto,
que con mayor unión, sin comparación, está mi Padre con tu ánima».
Háscme así quedado esta visión hasta agora representada. Lo que dixe
de Nuestro Señor, me duró más de un mes. Ya se me ha quitado (2).
54. Estando una noche con harta pena porque había mucho que no
sabía de mi Padre, y aun no estaba bueno cuando mescribió la
postrera vez, aunque no era como la primera de su mal, que era
confiada y de aquella manera nunca la tuve después, mas el cuidado
impedía la oración, parecióme de presto, y fué así que no podía
ser imaginación, quen lo interior se me representó una luz, y vi que
venía por el camino alegre^ y rostro blanco, aunque de la luz que vi,
debió hacer blanco el rostro, que así me parece están todos en el
cielo; y he pensado si del resplandor y luz que sale de Nuestro Se-
1 Relación LVII, p. 79.
2 Relación LVUI, p, 80.
APÉNDICES 539
flor les hace estar blancos. Entendí: «Dile Cfuc sin temor comience
luego, que suya es la Vitoria». Un día después que vino, estando yo a
la nociie alabando a Nuestro Señor por tantas mercedes como me había
hecho, me dixo: «¿Qué me pides tú que no haya yo hecho, hija mía?» (1).
56. El día que se presentó el Breve, como yo estuviese con grandí-
sima atención, que me tenía toda turbada, que aun rezar no podía,
porque me habían venido a decir que Nuestro Padre estaba en gran
aprieto, porque no le dexaban salir, y había gran ruido, entendí estas
palabras: «¡Oh mujer de poca fec, sosiégate, que muy bien se va
haciendo!» Era día de la Presentación de Nuestra Señora, año de 1575.
Propuse en mí si esta Virgen acababa con su Hijo que viésemos a
nuestro Padre libre destos frailes, y a nosotras de pedirle ordenase
que en cada casa celebrasen con solemnidad esta fiesta en nuestros
monasterios de Descalzas. Cuando esto propuse, se rae acordaba de
lo quentendí que había destablecer fiesta, en la visión que vi. Agora
tornando a leer este cuadernillo, he pensado si ha de ser ésta
la fiesta (2).
57. Año de 157^1, en el mesmo de Abril, estando yo en la fundación
de Beass acertó a venir allí el Maestro Fray Jerónimo de la Madre
de Dios. Comencéme a confesar con él algunas veces, aunque no
tiniéndole en el lugar que a otros confesores había tenido, para
del todo gobernarme por él. Estando yo un día comiendo sin ningún
recogimiento interior, se comenzó mi alma a suspender y recoger, de
suerte que pensé que me quería venir algún arrobamiento, y repre-
sentóserae esta visión con la brevedad ordinaria, ques como un re-
lámpago. Parecióme ver junto a mí a Nuestro Señor Jesucristo, de
la forma que Su Majestad se me suele representar, y hacia su
lado derecho estaba el mismo Maestro. Tomó el Señor su mano de-
recha y la mía y juntólas y díxome: «Queste quería tomase en
su lugar toda mi vida, y quentrambos nos conformásemos en todo,
porque convenía así». Quedé con una seguridad tan grande de que
era Dios, aunque se me ponían delante dos confesores que había
tenido en veces mucho tiempo y seguido y a quien he debido mucho,
en especial el uno, a quien tengo gran voluntad, me hacía terrible
resistencia. Con todo, no me pudo persuadir a que esta visión era
engaño, porque hizo en mí gran operación y fuerza, junto con de-
cirme otras dos veces que no temiese, quél quería esto, por diferen-
tes palabras, quen fin me determiné a hacerlo, entendiendo era vo-
luntad del Señor y seguir aquel parecer, (entendiendo era voluntad del
Señor), todo lo que viviese, lo que jamás había hecho con naide, ha-
biendo tratado con hartas personas de grandes letras y sanctidad, y
que miraban por mi alma con gran cuidado, mas tampoco había yo
entendido que me convenía y a ellos también. Determinada a esto,
quedé con una paz y alivio tan grande, que me he espantado y cer-
tificado lo quiere el Señor, porquesta paz y consuelo tan grande
1 Relación LIX, p. 81.
2 Relación LX, p. 82,
540 flPEWDICES
del alma no me parece la puede poner el demonio; y así, cuando
se me acuerda, alabo a el Señor, y se me acuerda posuit fines tuos
pacem. Y querríame deshacer en alabanzas de Dios (1).
59. Debía de ser como un mes después desta mi determinación, se-
gundo día de Pascua de Spiritu Santo, viniendo yo a la fundación de
Sevilla, oímos misa en un ermita en Ecija, y allí nos quedamos
la siesta. Estando mis compañeras en la ermita, yo me quedé sola en
una sacristía que había en ella. Comencé a pensar en una merced que
rae había hecho el Spiritu Santo una víspera de fiesta, y vínome un
deseo de hacerle un muy señalado servicio, y no hallaba cosa que no
la tuviese hecha, al menos determinado; que hecho todo debe de ser
falto, y acordé que puesto quel voto de la obediencia tenía hecho
y que se podía hacer con más perfición, y represénteseme que le
sería agradable prometer lo que ya tenía propuesto de obedescer a el
Padre Maestro Fray Jerónimo. Por una parte me parecía no hacía
en ello nada, porque ya estaba determinada de hacerlo; por otra
se me hacía una cosa recísima, considerando que con los prelados
que sie hace voto no se descubre lo interior y se mudan; y si con
uno no se halla bien viene otro; y que esotro era quedar sin ninguna
libertad exterior y interior toda la vida; y apretóme esto harto para
no lo hacer. Esta misma resistencia que hizo mi voluntad me causó
afrenta, y paréceme que ya se ofrecía algo que hacer por Dios, que
no lo hacía, que era cosa necesaria para la determinación que tengo
de servirle (2). El caso íes que apretó de manera la dificultad, que no
me parece que he hecho cosa en mi vida, ni el hacer profisión, que
me la hiciese tan grave, salvo cuando salí de casa de mi padre para
ser monja. Y fué la causa, que se me olvidó lo que Ic quiero, y
las partes que tiene para mi propósito; antes entonces como a ex-
traño le consideraba, que me ha espantado, sino un gran temor si
era servicio de Dios. Y el natural, ques amigo de libertad, debía de
hacer su oficio, aunque yo ha años que no tengo gusto de tenerla;
mas otra cosa me parecía era por voto, como a la verdad lo es.
R\ cabo de gran rato de batalla, dióme el Señor una gran confian-
za, pareciéndome era mejor mientras más sentía, y que pues yo hacía
aquellas promesas por el Spiritu Santo, que obligado quedaba a darle
luz para que me la diese, junto con acordarme que me la había dado
Nuestro Señor; y con esto me hinqué de rodillas y prometí de hacer
cuanto me dixese toda mi vida, por hacer este servicio a el Spiritu
'Santo, como no fuese contra Dios y contra los perlados que tengo más
obligación. Advertí que no obligaba a casos de poco momento, como
si yo importuno una cosa, y me dice que lo dexe, y me descuido y
torno, o en cosías de mi regalo; en fin, que no sean cosas de na-
derías, que se hacen sin advertencia, y de todas mis faltas y pecados,
o interior, no le encubriría cosa a sabiendas, questo también es más
que lo que se hace con los perlados. En fin, tenerle en lugar de Dios,
exterior e interiormente; no sé si es así, mas gran cosa me pa-
1 Relación XXXIX, p. 67.
2 El Códice repite esta palabra.
APÉNDICES 541
recia haber hecho esto por el Spíritu Santo; a lo menos todo lo que
supe, y bien poco para lo que debo. Hlabo a Dios que crió persona
en quien quepa; que desto quedé confiadísima que le ha de hacer
Su Majestad grandes mercedes; y yo tan alegre y contenta, que de
todo punto me parece había quedado libre de mí. Y pensando quedar
apretada con la sujeción, he quedado con muy mayor libertad. Sea el
Señor por todo alabado (1).
59. Una vez entendí: «tiempo vendrá que en esta iglesia se hagan
muchos milagros: llamarla han la iglesia santa». Es en San Joseph
de Avila, año 1571 (2).
60. Acabando de comulgar, segundo día de Cuaresma en San
Joseph de Malagón, se rae representó nuestro Señor Jesucristo en
visión imaginaria como suelo, y estando yo mirándole, vi quen la cabe-
za, en lugar de corona despinas, en toda ella, que debía de ser adonde
hicieron la llaga, tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy
devota deste paso, consolóme mucho y comencé a pensar qué gran
tormento debía de ser, pues había hecho tantas heridais, y a darme pena.
Díxome el Señor que no le hubiese lástima por aquellas heridas, sino
por las muchas que agora le daban. Y yo le dixe, que qué podría yo
hacer para remedio desto, que determinada estaba a todo. Y díxome
que no era agora tiempo de descansar, que me diese priesa a hacer
estas casas, que con las almas dellas tenía él descanso. Que tomase
cuantas me diesen, que había muchas que por no tener adonde, no le
servían, y que las que hiciese en lugares pequeños fuese como ésta,
que tanto podían merecer con deseo de hacer lo quen las otras, y que
procurase anduviesen todas debajo de un gobierno de perlada, y que pu-
siese mucho cuidado que por cosa de mantenimientos corporales no se
perdiese la paz interior, quél nos ayudaría para que nunca faltase. En
especial tuviesen cuenta con las enfermas, que la perlada que no re-
galase y proveyese a las enfermas era como los amigos de Job; quél daba
el azote para el bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la pa-
ciencia; que escribiese la fundación destas casas. Yo pensaba cómo en
la de Medina nunca había entendido nada para escribir su fundación.
Díxome que qué más quería de ver que su fundación había sido mi-
lagrosa. Quiso decir, que haciéndolo solo El, pareciendo ir sin ningún
camino, y determinarme yo a ponerlo por obra (3).
1 Relación XL, p. 69.
2 Relación XXII, p. 54.
3 Relación IX, p. 11.
542 SPENDICES
XCVIII
RELACIÓN QUE HIZO LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS DE CON QUIEN HA
TRATADO Y COMUNICADO SU ESPÍRITU ( CÓDICE DE AVILA) (1).
Esta monja a quarenta años que tomó el abito, y desde el pri-
mero comenzó a pensar en la pasión de nuestro señor por los mis-
terios algunos ratos del idía y en sus pecados, sin nunca pensar en cosa
que fuese sobrenatural, sino en las criaturas o cosas, de que sacava
quán presto se acaba todo; en mirar por las criaturas la grandeza de
dios y el amor que nos tiene; esto le hacía mucha más gana de ser-
virle, que por el temor inunca fué ni le hacía al caso; siempre con
gran deseo de que fuese alabado y su egle^ia aumentada. Por esto
hera quanto resava sin hacer nada por sí, que le parecía que y va poco
en que padeciese en purgatorio a trueque de ésta se acrecentase, aunque
fuese en muy poquito. En esto pasó como veinta y dos años con gran-
des sequedades, que jamás le pasó por pensamiento desear más, por-
que se tenía por tal, que aun pensar en dios le parecía no merescía, sino
que la hacía su majestad mucha merced en dexarla estar delante del
resando, leyendo también en buenos libros. Rhrá como deciocho años,
quando se comenzó a tratar del primer monesterio que fundó de des-
calzas, que fué en avila, tres años o dos antes, creo son tres, que co-
menzó a 'aparecerlc que la hablavan interiormente algunas veces y ver
algunas visiones y revelaciones interiormente con los ojos del alma,
que jamás vio cosa con los ojos corporales ni la oyó. Dos veces le
parece que oyó hablar, mas no entendió ninguna cosa. Hera una repre-
sentación quando estas cosas veya interiormente, que no durava sino
como un relámpago lo más hordinario, mas quedávasele tan imprimido g
con tanto efeto, como >si lo viera con los ojos corporales y más. Ella
hera entonces tan temcrosíssima de su natural, que aun de día no
osava estar sola algunas veces; y como aunque más lo procurava no po-
día escusar esto, andava afligida muy mucho, temiendo no fuese engaño
del demonio, y comenzólo a tratar con personas espirituales de la
compañía de jesús, entre los guales fueron el padre araos (2), que hera
1 Advertimos fn la Introducción al segundo tomo, que de todas las copias antiguas de
Relaciones, la más fiel y completa era la de Avila, que por lo mismo seguíamos en nuestra
edición, donde fallasen los autóorafos, a no ser que otra cosa se dijese en nota. Es la presente
una de las más importantes de Sta. Teresa, dos veces redactada por ella. El original de una de
estas redacciones se venera, como es dicho, en los Padres Carmelitas Descalzos de Viterbo, h
es la que publicamos en el texto. Aquí reproducimos la del Códice de Avila, que algo discrepa
de la de Viterbo, u que bien pudiera ser copia de la segunda redacción de la Santa. Salvo la
puntuación, se reproduce con la ortografía propia, para que los lectores conozcan la usada por
la copista abulense, algiin tanto diferente de la que emplea Santa Teresa.
2 Así se lee en el Códice. Al margen, de distinta letia se corrigió: JIraoz.
APÉNDICES 543
comisario de la compañía, que acertó a yr ay; el padre francisco, que
fué el duque de gandía trató dos veces, y a un provincial que está aora
en roma, ques uno de los cuatro señalados (1), llamado gil gonzáles, y
aun al que aora lo es en castilla (2), aunque a éste no trató tan-
to. R el padre baltazar Alverez ques aora retor en salamanca, y la
confesó seis años en este tiempo, y a el rector ques aora de quenca,
llamado salazar, y al de segovia llamado Santander, al retor de
burgos que se llama ripalda, y aun estava mal con ella, de que avía
oydo estas cosas, hasta después que la trató. R el doctor paulo her-
nándes en tolcdo, que hera consultor de la inquisición, a el rector que
hera de salamanca quando le habló el doctor (3) gutiérez, y a otros pa-
dres algunos de la compañía, que se entendía ser espirituales, que como
estava en los lugares que iva a fundar, los procurava. Y al padre fray
pedro de alcántara, que hera un santo varón de los descalzos de san
francisco, trató mucho, y fué el que mucho puso porque se entendiese
que hera buen espíritu. Estuvieron más de seis años haciendo hartas
pruevas, como largamente tiene escripto y adelante se dirá, y ella con
hartas lágrimas y aflictiones; mientras más pruevas se hacían, más
tenía, y suspensiones u arrobamientos hartas veces, aunque no sin
sentido. Hacíanse hartas oraciones y decíanse misas, porque el señor
la llevase por otro camino, porque su temor hera grandíssimo quando
no estava en la oración, aunque en todas las cosas que tocavan a estar
su alma mucho más aprovechada se veya gran diferencia, y ninguna
vanagloria ni tentación della, ni de sobervia, antes afrentava mucho
y se corría de ver que se entendía, y aunque si no hera a confesores y
personas que le avían de dar luz, jamás tratava nada, y a estos
sentía más decirlo que si fueran graves pecados, porque le parecía que
se sabían della, y que heran cosas de mujercillas, que siempre las avía
aborrecido oyr.
Abrá como trece años, poco más o menos, después de fundado san
Joseph de avila, adonde ella ya se avía pasado del otro monesterio, que
fué allí el obispo ques aora de salamanca, que hera inquisidor, no se si
en toledo o en madrid y lo avía sido en sevilla, que se llama so-
to {^). Ella procuró de hablarle, para asigurarse más, y dióle cuenta
de todo, y él dijo que no hera todo cosa que tocava a su oficio,
porque todo lo quella veya y entendía siempre la afirmaba más en la
fee católica, que siempre estuvo y está firme y con grandíssimos de-
seos de la honra de dios y vien de las almas, que por una se
dexara matar muchas veces; y di jóle también, como la vio tan fati-
gada, que lo escriviese todo y toda su vida, sin dejar nada, al maes-
tro avila, que hera ombre que entendía mucho de oración, y que con
lo que le escriviese se sosegase; y ella lo hizo ansí, y escrivió sus
pecados y vida; él la escrivió y consoló asegurándola mucho. Fué
de suerte esta relación, que todos los letrados que la han visto, que
1 Al margen, de distinta letra; «A éstos se llaman asistentes».
2 En nota marginal y de la misma letra que las dos anteriores: «El P. )uan Suárez, que
decía la M. que todo lo que hablava eran sentencias como Contemptus mundi.»
3 Al margen: licenciado.
í Al margen: D. Francisco de Soto Salazat.
S^^í .APÉNDICES
hcran sus confesores, decían que hera de gran provecho para aviso
de cosas espirituales, y mandáronla que la trasladase, y hiciese otro
librillo para sus hijas, que hera priora, adonde les diese algunos avi-
sos. Con todo esto a tiempos no le faltaban temores, y pareciéndole que
personas espirituales también podían estar engañadas, como ella dijo
a su confesor que si quería tratase algunos grandes letrados, aunque
no fuesen muy dados a -la oración, porque ella no quería saber sino
si hera conforme a la lísagrada escriptura todo lo que tenía. Hlgunas
veces se consolava pareciéndole que aunque por sus pecados merecía
ser engañada, que tantos buenos como dcseavan darle luz, no permite
ría el señor fuesen engañados. Con este intentó comenzó a tratar con
padres de la borden del glorioso santo domingo, con quien antes des-
tas cosas se avía confessadOj y en esta orden son éstos los que des-
pués ha tratado. El padre fray Vicente varron la confessó año y jnedio en
toledo, que hera consultor entonces del santo oficio, y antes destas cosas
la avía comunicado muy muchos años, y hera gran letrado: éste la
asiguró mucho, y también los de la compañía. Todos la decían que
si no ofendía a días, y si se conoscía por ruin, que de qué temía. Con
el padre presentado fray domingo yváñez (1), que aora está en va-
lladolid por regente en el colegio de san gregorio, que la confessó
seis años, y siempre tratava con él por cartas quando se le ofrecía algo.
Con el maestro chaves, con lel padre maestro fray bartolomé de medina,
cathedrático de prima de salamanca, el qual savia que estava muy mal
con ella por lo que desto avía oydo, y parecióle que éste la diría
mejor si iva engañada, por tener tan poco crédito, y esto a poco más
de dos años. Procuró de confesar con él, y dándole de todo grande
relación, todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escripto
para que mejor lo entendiese, y él la siguró tanto y más que todos
los demás y quedó muy su amigo. También se confesaba con fray
felipe de meneses algún tiempo, quando fundó en valladolid, y hera el
rector de aquel colegio de san gregorio, y antes avía hido a avila,
aviendo oydo estas cosas para hablarla con harta caridad, quiriendo
ver si y va engañada para darle luz; y si no para tornar por ella
quando oyesse murmurar; y se satisfiso mucho, particularmente con un
provincial de santo domingo que se llamava salinas, hombre muy es-
piritual, y con otro presentado llamado lunar, que hera prior en santo
tomas de avila, y en segovia [otro] llamado fray diego de yanguas,
lector, también la trató. Y entre estos padres de santo domingo, no
dejavan de tener algunos harta oración, y aun quizá todos, y otros
algunos que en tantos iaños a ávido lugar para ello; en especial como
andava en tantas partes a fundar, anse hecho hartas pruevas, porque
todos deseavan acertar a darla luz, por donde la an asegurado, y se
an asegurado. Siempre jamás deseava estar sujeta a lo que la man-
davan, y (así se afligía quando en estas cosas sobrenaturales no podía
obedecer. Y su oración y la de las monjas que a fundado siempre
es con gran cuidado por el aumento de la santa fee católica, y por
esto comenzó el primer monesterio, junto con el bien de su borden.
1 Primero escribió pedro yváñez. Luego, borrado el nombre, puso Domingo, dejando el
apellido sin corrección, pues sabido es que el P. Domingo no es íbáñez sino Báñez.
flPEKDICES 545
Decía ella que quando algunas cosas destas le inducieran contra lo
quGS fee católica y ley de dios, que no uviera menester andar a
buscar letrados ni a hacer pruevas, por que luego viera que Iiera de-
monio. Jamás hizo cosa por lo que entendía en la oración; antes
quando le decían sus confesores que hiciese lo contrario, lo hacía
sin ninguna pesadumbre, y siempre les dava parte de todo. Nunca
creyó tan determinadamente que hera dios, con todo quanto le decían
que sí, que lo jurara; aunque por los efectos y las grandes mercedes
que le a hecho, en algunas cosas le parecía buen espíritu, mas siem-
pre deseava virtudes más que nada, y en esto a puesto sus monjas,
diciéndoles que la más humilde y mortificada aquella será la más
espiritual.
Todo lo que está dicho y esta escripto, dio al padre fray domingo
váñes, que es el que está en valladolid, que es con quien más tiempo
ha tratado. El los a presentado al santo oficio en madrid. En todo
lo que se ha dicho se subjeta a la fee católica y eglesia romana;
ninguno le ha puesto culpa, porque estas cosas no están en mano
de nadie y nuestro señor no pide lo imposible.
La causa de averse divulgado tanto es, que como andava con temor
y lo ha comunicado a tantos, unos lo decían a otros; y también un
desmán que acaeció con esto que avía escripto, hale sido tan gran-
dísimo tormento y cruz y le cuesta muchas lágrimas. Dice ella que
no por humildad sino por lo que queda dicho; y parecía permissión
de dios para atormentarla, porque mientras uno más mal decía de lo
que los otros avían dicho, dende a poco decía él más. Tenía extremo
de no se subjetar a quien le parecía que creía todo hera de dios; por-
que luego temía los avía de engañar a entrambos el demonio; y con
quien vía temeroso tratava su alma de mejor gana; aunque tan bien le
davan pena, quando por provarla del todo despreciavan estas cosas,
porque le parecían algunas muy de dios, y no quisiera que, pues no
veía causa, las condenaran tan determinadamente. Tampoco como que
creyeran que todo hera dios, porque ella entendía muy bien que podía
haber engaño. Jamás se podía asigurarse del todo en lo que podía
aver peligro. Procurava lo más que podía, en ninguna cosa ofender
a Dios, y siempre obedecer; y con estas dos cosas se pensava librar
con d favor divino aunque fuese demonio. Desde que tuvo cosas so-
brenaturales siempre se inclinava su espíritu a buscar lo más perfecto,
y casi hordinario tenía gran deseo de padecer; y en las tribula-
ciones que a tenido, que son muchas, se allava consolada y con amor
particular a quien la perseguía; gran deseo de pobreza y soledad, y
de salir deste destierro por ver a dios. Por estos efectos y otros
semejantes se comenzó a sosegar, parecíéndole que espíritu que la
dexaba con estas virtudes que no sería malo, y así lo decían los que
la tratavan, aunque para dexar de temer no, sino para no andar tan
fatigada como estava. Jamás su espíritu la persuadía que encubriese
cosa alguna, sino a que obedeciese siempre. Nunca con los ojos del
cuerpo vio nada, como ya €Stá dicho, sino con una delicadeza y cosa
tan intelectual, que algunas veces pensava, a los principios, si se les
avía antojado; otras no lo podía pensar, y estas cosas no heran con-
tinuas, sino por la mayor parte en alguna necesidad, como fué una
II 35
2% APÉNDICES
v€2 quG avía estado unos días con unos tormentos interiores intole-
rables y un desasosiego en el alma de temor si la traya engañada el
demonio, como muy largamente esta escripta en aquella relación, que
tan públicos han sido sus pecados, porque están allí como lo demás,
porque el miedo que traya la hecho olvidar su crédito.
Estando así con esta afflixión, tal que no se puede encarecer, con
sólo entender esta palabra en lo interior: io soy, no ayas miedo,
quedava el alma tan quieta, animosa y confiada, que no podía enten-
der de dónde le avía venido tan grande bien, pues no avía bas-
tado confesores, ni bastaran muchos letrados con muchas palabras
para ponella aquella paz y quietud, que con una se le avía puesto,
y ansí otras veces le acontecía que con alguna visión quedava fortale-
cida; porque, a no ser lesto, no pudiera aver pasado tan grandes tra-
bajos y loontradiciones y lenfermedadcs, que an sido sin quento, y pasa,
aunque no tantas, porque jamás anda sin algún género de padecer, fly
más y menos; lo ordinario es siempre dolores con otras hartas enfer-
medades, aunque después que es monja, la apretaron más, si en algo
sirve al señor. Y las jnercedes que la hace, pasan de presto por su
memoria, aunque de las mercedes muchas veces se acuerda, mas no
puede mucho detenerse allí, como en los pecados que siempre la están
atormentando lo más ordinario, como un cieno de mal olor; el haber
tenido tantos pecados debe ser causa de no ser tentada de vanagloria.
Jamás con cosa de su espíritu tuvo cosa que no fuese toda limpia
y casta, ni le parece, si es buen espíritu, y tiene cosa sobrenatural, se
podría tener, porque queda todo descuydo de su cuerpo, ni ay memo-
ria del que todo se emplea en dios. También tiene un gran temor de
no ofender a dios nuestro señor, y desea hacer en todo su voluntad.
Esto le suplica siempre y a su parecer está tan determinada de no
salir della, que jamás le dirán cosa los confesores que la tratan de que
pensase más servir a dios, que no la hiciese con el favor de dios
y confiada en que su majestad ayuda a los que se determinan para
su servicio y para gloria suya; no se acuerda de sí más ni de su
provecho, en comparación desto, que Isi no fuese, en quanto puede en-
tender de sí y entienden ^us confesores. Es todo gran verdad lo que
va en este papel, y Ise puede provar con ellos, y con todas las personas
que la tratan, de veinte año« a esta parte. Muy ordinario la mueve su
espíritu a alabanzas de dios, y quería que todo el mundo entendiese
en esto, aunque a 'ella le costase mucho. De aquí le nace el deseo del
bien de las almas, y (viendo quán basura son las cosas deste mundo y
quán preciosas las interiores, que no tienen comparación, a venido a
tener en poco las cosas del.
La manera de visión que v. m. quiere saber, es que no se ve
ninguna cosa exterior ni interiormente, porque no es imaginaria; mas
sin verse nada entiende el alma lo que es, y hacia adonde se representa
más claramente que si lo viese, salvo que no se le represente cosa par-
ticular, sino como si una persona, pongamos, que sintiese que está
otra persona cabe ella, y porque está ascuras no la ve, mas cierto
entiende que está allí, salvo que no es ésta bastante comparación; por-
que el que está ascuras por alguna vía oyendo ruido, o aviéndola visto
antes, entiende que está allí o la conosce de antes, pero acá no ay
APÉNDICES 547
nada deso, sino que sin palabra interior ni exterior entiende el alma
claríssimamente quién es y hacia qué parte está, y a las veces lo que
quiere siniñcar; por dónde o cómo lo entiende, ella no lo sabe, mas
ella passa así y lo que dura no puede ingnorarlo; y quando se quita,
aunque más quiere imaginarlo como antes, no aprovecha, porque se
ve que es imaginación, y ino representación, que esto no está en su
mano. Y ansí son todas las cosas sobrenaturales. Y de aquí viene no
tenerse en nada a quien Dios hace estas mercedes, sino muy mayor
humildad que antes, porque ve que es cosa dada, y que ella allí no
puede quitar ni poner, y queda más amor y deseo de servir a señor
tan poderoso que puede lo que acá no podemos entender, así como,
aunque m.ás letras tengan, ay cosas que no se alcanzan. Sea bendito
el que lo da. ñmén para siempre.
2^8 APÉNDICES
XCIX
RELACIONES ESPIRITUALES DE STA. TERESA SEGÚN EL CÓDICE DE SALAMANCA (1).
1. Acabando de comulgar, segundo día de cuaresma en san josehp
(sic) de malagón, se me representó nuestro señor Jesuchristo en visión
ymajinaria como suele, y estando yo mirándole vi que en la cabeza, en
lugar de corona despinas, en toda ella, que devia de ser adonde hi-
cieron llaga, tenía una corona de gran resplandor. Como yo soy de-
vota deste paso, consoléme mucho y comencé a pensar qué gran tor-
mento devía ser, pues avía hecho tantas heridas, y a darme pena.
Díjome el señor que no le ubiese lástima por aquellas heridas, sino por
las muchas que agora le dauan. Y yo le dije, qué podría hacer para
remedio desto, que determinada estaua a todo. Díjome que no era
agora tiempo de descansar, sino que me diese priesa acer (2) estas casas,
que con las almas dellas tenía él descanso. Que tomase quantas rae
diesen, porque avía muchas que por no tener adonde no le seruían,
y que las que hiciese en lugares pequeños fuesen como ésta, que tanto
podían merecer con deseo de hacer lo que en las otras, y que pro-
curase anduviesen todas debajo de un govierno de perlado, y que pu-
siese mucho que por cosa de mantenimiento corporal no se perdiese
la paz ynterior, que él nos aiudaría para que nunca faltase. En espe-
cial tuviesen quenta con las enfermas, que la perlada que no proveyese
y regalase a las enfermas era como los amigos de jop, que él daba el
azote para bien de sus almas, y ellas ponían en aventura la paciencia;
quescribiese la fundación destas casas. Yo pensaba cómo en la de
medina nunca avía entendido nada para escrivir su fundación. Díjome
que qué más quería de ver, que su fundación avía sido milagrosa.
Quiso decir, que haciéndolo solo El, pareciendo ir sin ningún camino,
y determinarme yo a ponerlo por obra.
2. Estando yo pensando cómo en un aviso que rae avía dado el
señor que diese no entendía yo nada, aunque se lo suplicaba y pensava
devía de ser demonio, díjome: «Que no era, quel me avisaría guando
fuese tienpo».
1 En la Introducción hicimos memoria de este precioso Manuscrito, completamente desco-
nocido, de letra de la M. Teresa de Jesús, sobrina de la Santa, lo mismo que los documentos
reproducidos en la pág. 232 y 291. Las Relaciones están copiadas con mucha fidelidad y casi
con el mismo orden que en los Códices de Avila y Toledo, como ya notamos en otro lugar.
Este Manuscrito pertenece hoy a las Carmelitas Descalzas de Salamanca. ¿Cómo fué a paiai a
ellas? No conocemos dato alguno que nos informe de ello, ni hay en la Comunidad tradición
que hable sobre esta copia. Quizá la misma M. Teresa la regalase a alguna monja amiga suya
de aquella ciudad.
2 Para las pronuiiciacioue.s suaves de la c, emplea siempre lii cediUa aiitiyua.
APÉNDICES 549
3. Estando pensando qué sería la causa de no tener agora casi
nunca arrobamientos (1) en público, entendí: «No conviene aora, bastan-
te crédito tienes para lo que yo preterdo; bamos mirando la flaqueza
de los maliciosos».
1. El martes después de la ascensión, aviendo estado [un] rato en
oración, después de comulgar con pena, porque me divertía de manera
que no podía estar en una cosa, quejávame al señor de nuestro mi-
serable natural. Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que cla-
ramente entendía tener presente a toda la santísima trinidad en visión in-
telectual, adonde entendió raí alma por cierta manera de representación,
como figura de la verdad, para que lo pudiese entender mi torpeza, cómo
es dios trino y uno; y ansí me parecía hablarme todas tres Personas, y
que se representavan dentro en mi alma distintamente, diciéndome que
desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que cada una destas
Personas me hacía merced: la una en la charidad y en padecer
con contento; en sentir esta charidad con encendimiento en el alma;
entendía aquellas palabras que dice el Señor, «que estarán con el
alma questá en gracia las tres divinas personas, porque las vía dentro
de mí por la manera dicha». Estando yo después agradeciendo al
señor tan gran merced, hallándome indigna della, decía a su majestad,
con harto sentimiento, que, pues me avía de hacer semejantes mercedes,
que por qué me había dejado de su mano para que fuese í:an ruin, por-
que el día antes avía tenido gran pena por mis pecados, tiniéndolos
presentes. Vía claramente lo mucho quel Señor avía puesto de su
parte, desde que era muy niña, para allegarme a sí con medios harto
eficaces, y cómo todos no me aprovecharon. Por donde claro se me
representó el excesivo amor que dios nos tiene en perdonar todo esto,
guando nos queremos tornar a El, y más conmigo que con nadie, por
muchas causas. Parece quedó en mi alma tan inprimidas aquellas tres
personas que vi, siendo un solo dios, que a durar ansí, inposible sería
dejar destar recogida con tan divina conpañía. Otras algunas cosas y
palabras que aquí se pasaron, no ay para qué escrivir.
5. Estando pensando una vez con quánta más limpieza se vive estan-
do apartado de negocios, y cómo guando yo ando en ellos devo andar
mal y 'con muchas faltas, entendí: «no puede ser menos, hija, procura
siempre en todo recta intención, y desasimiento, y mírame a Mí, que
baia lo que hicieres conforme a lo que yo hice».
6. Una vez, poco antes desto, yendo a comulgar, estando la forma
en el relicario, que aun no se me avía dado, vi una manera de pa-
loma que meneava las alas con ruido. Turvóme tanto y suspendióme,
que con harta fuerza tomé la forma. Esto era todo en San Josehp de
abila. Dávame el santísimo Sacramento el padre francisco de salcedo.
Otro día, oiendo su misa, vi al señor glorificado en la ostia; di jome, que
le era aceptable su sacrificio.
1 Las dos enes en medio de palabra, exprésalas por una mayúscula iflual n la que emplea
al principio de los vocablos que comienzan por esta letra.
550 APÉNDICES
7. Una vez entendí: «tienpo verná que en esta iglesia se agan
muchos milagros; ^llamarla an la iglesia santa. Es en san josehp de
abila, año 1571».
8. Esta presencia de las tres 'personas que dije al principio, e traído
hasta oy, ques día de la conmemoración de san pablo, presentes en mi
alma muy ordinario; y ¡como yo eslava mostrada a traer sólo a jesucbris-
to, siempre parece me hacía algún inpedimento ver tres Personas, aunque
entiendo es un solo dios, y díxome oy el señor, pensando yo en esto:
«Que herraba en ymajinar las cosas del alma con la representación que
las del cuerpo; que entendiese ique eran muy diferentes y que era capaz
el alma para gozar mucho». Parecióme se me representó como quando
en una esponja se encorpora y lembeve el agua, así me parecía mi alma
que se henchía de aquella divinidad, y por cierta manera gozava en sí
y tenía las tres personas. Tanbién entendí: «No travajes tú de tener-
pie a iní encerrado en ti, sino de encerrarte tú en mí». Parecíame que
de dentro de mi alma, questavan" y vía yo estas tres personas, se co-
municaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar
conmigo.
9. Estando pocos días después desto, pensando si tenía razón los
que les parecía mal que yo saliese a fundar, y que estaría yo mejor
enpleándome sienpre en oración, entendí: «Mientras se vive no está
la ganancia en procurar gozarme más, sino en hacer mi voluntad».
Parecíame a mí, que pues san pablo dice del encerramiento de las
mugeres, que me an dicho poco a, y aun antes lo avía oydo, que esta
sería la voluntad de dios, díjome: «Diles que no se sigan por sola una
parte de la escriptura, que mire otras, y que si podrán por bentura
atar me las manos».
10. Estando yo un día después de la octava de la visitación enco-
mendando a dios a un hermano mío en una hermita del monte Carmelo,
dije al señor, no sé si en mi pensamiento, porque está este mi hermano
adonde tiene peligro su salvación. Si yo viera, señor, un hermano vues-
tro en este peligro, ¿qué hiciera por remediarle? Parecíame a mí que
no me quedara cosa que pudiera por hacer. Díjome el señor: «¡o hija,
hija, hermanas son mías estas ide la encarnación, y te detienes! Pues
ten ánimo, mira lo que quiero yo y no es tan dificultoso como te pa-
rece, y por donde pensáis perderán estotras casas, ganará lo uno y lo
otro; no resistas, ques grande mi poder».
11. Una vez, estando en oración, ¡me mostró el Señor por una
extraña manera de visión yntelectual, cómo estava el alma questá en
gracia, en cuya conpañía vi la santísima trinidad por visión yntelec-
tual, de cuya conpañía venía al alma un poder que señoreava toda la
tierra. Diéronseme a entender aquellas palabras de los cantares que
dice: veni dilectas meas in hortam meo et come de d (1). Mostróme
también cómo está el alma questá en pecado, sin ningún poder, sino
1 Cant. c. V, V. 1.
APÉNDICES 551
como una persona questuviese del todo atada y liada, y atapada los ojos,
que aunque quiere ver, no puede, ni andar, ni oyr y en gran obscu-
ridad. Hicicronme tanta lástima las almas questán ansí, que qualquier
travajo me parece lijero para librar una. Parecióme, quie a entender esto
como yo lo vi, que se puede mal decir, que no era posible querer nin-
guno perder tanto bien ni estar en tanto mal.
12. Estando un día muy penada por el remedio de la orden, me
dijo el señor: «Has lo que es en ti y déjame tú a mí g no te
inquietes por nada; goza del bien que te a sido dado, ques muy grande.
Mi padre se deleita contigo y el espíritu santo te ama».
13. «Siempre deseas los travaxos, y por otra parte los reusas;
yo dispongo las cosas conforme a lo que sé de tu voluntad, y no
conforme a tu sensualidad y flaqueza. Esfuérzate, pues ves lo que
te ayudo: e querido que ganes tú esta corona. En tus días verás
muy adelantada la orden de la virgen». Esto entendí del señor me-
diado hcbrero, de 1571.
14. La víspera de san Sebastián, el primer año que vine a ser
priora en la encarnación, comenzando la salbe, vi en la silla prioral,
adonde está puesta nuestra señora, bajar con gran multitud de ánje-
les la madre de dios y ponerse allí. R mi parecer, no vi la ymayen
entonces, sino es la señora que digo. Parecióme se parecía algo a la
ymagen que me dio la condesa, aunque fué de presto el poderla deter-
minar, por suspenderme luego mucho. Parecíame encima de las comas
de las sillas, y sobre los antepechos ángeles, aunque no con forma
corporal, que era visión yntelectual. Estuvo assí toda la salbe, y
díjome: «Bien acertaste en ponerme aquí; y estaré presente a las
alabanzas que hicieren a raí hijo y se las presentaré». Después des-
to quédeme yo en la oración que traygo destar el alma con la san-
tísima trinidad, y parecíame que la persona del padre me Uegava a
sí y decía palabras muy agradables. Entre ellas me dixo, mostrán-
dome lo que me quería: «Yo te di a mi Hijo y al espíritu santo
y a icsta virgen: ¿Qué me puedes tú dar a mí?
15. Octava del espíritu santo, me hizo el señor una merced y me
dio esperanza de que €Sta casa se iría mejorando; digo las almas della,
16. Día de la magdalena, me tornó el señoír a confirmar una mer-
ced que me había hecho en toledo, elijéndome «n absencia de cierta
persona en su lugar.
17. Estando en la encarnación el segundo año que tenía el prio-
rato, octava de san martín, estando comulgando, partió la forma el
padre fray juan de la cruz, que me daba el santísimo sacramento,
para otra hermana. Yo pensé que no era falta de forma, sino que
me quería mortificar, porque yo le avía dicho que gustava mucho
cuando eran grandes las formas; no porque no entendía no inportava
para idejar Ide lestar el señor entero, aunque fuese muy pequeño pedacico.
552 APÉNDICES
Díxorae su majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte
para quitarte de mí». Dándome a entender que no inportava.
Entonces represénteseme por visión ymajinaria, como otras veces,
muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díxome: «Mira este
clavo, ques señal que serás mi esposa desde oy. Hasta aora no lo avías
merecido; de aquí adelante, no sólo como a criador y como a rey y tu
dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía, mi honra es ya
tuya y la tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía
caber en mí, y quedé como desatinada, y dixe al Señor, que o ensan-
chase mi bajeza, o no me hiciese tanta merced; porque, cierto, no
me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve ansí todo el día muy
enbevida. He sentido después gran provecho, y maior confusión y
afligimiento de ver que no sirvo en [na]da tan grandes mercedes.
18. Esto me dijo el señor otro dia: «¿Piensas, hija, que está el
merecer en gozar? No está isino en obrar y en padecer y en amar. No
avías oydo que san paulo estuviese gozando de los gozos celestiales
más de una vez, y ínuchas que padeció, y ves mi vida toda llena de
padecer, y sólo en el monte tabor habrás oydo mi gozo. No pienses,
guando ves a mi madre que me tiene en los brazos, que gozava de
aquellos contentos sin grave tormento. Desde que le dijo simeón aque-
llas palabras, la dio mi padre clara luz para que viese lo que yo
avía de padecer. Los grandes santos que vivieron en los desiertos,
como eran grandes por Dios, así hacían graves penitencias, y sin esto
tenían grandes batallas con el demonio y consigo mesmos; mucho tienpo
se pasavan sin ninguna consolación espiritual. Cree, hija, que a quien
mi padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor.
¿En qué te le puedo más mostrar que querer para tí lo que quise para
mí? Mira estas llagas, que nunca llegaron aquí tus dolores. Este
es el camino de la berdad. Hnsí me ayudarás a llorar la perdición
que traen los del mundo, entendiendo tú esto, que todos sus deseos y
cuidados y pensamientos se emplean en cómo tener lo contrario». Quan-
do enpencé a tener oración, estava con tan gran mal de cabeza, que me
parecía casi imposible poderla tener. Di jome el Señor: «Por aquí ve-
rás el premio del padecer, que como no estavas tú con salud para
hablar conmigo, he yo hablado contigo y regaládote». Y es así cierto,
que sería como ora y media, poco menos, el tienpo que estuve recogida.
En él me dijo las palabras dichas y todo lo demás. Ni yo me divertía,
ni sé adonde estava y con tan gran contento, que no sé decirlo,
y quedóme buena la cabeza, que me a espantado, y harto deseo de
padecer. Es verdad que al menos, yo no e oydo que el señor tuviese
otro gozo en la vida sino esa vez, ni san paulo. Tanbién me dixo
que trajese mucho en la memoria las palabras quel señor dixo a sus
apóstoles, «que no avía de ser más el siervo quel señor».
19. Todo ayr me hallé con gran soledad, que si no fué quando
comulgué, no hizo en mí ninguna operación ser día de la resurreción.
Anoche, estando con todas, dijeron un cantarcillo de cómo era recio de
sufrir vivir sin dios. Como estava ya con pena, fué tanta la operación
que me hizo, que se me comenzaron a cntomecer las manos, y no
APÉNDICES 553
bastó resistencia, sino que como salgo de raí por los arrobamientos de
contento, de la mesma manera se suspende el alma con la grandísima
pena, que queda enajenada, g lasta oy no lo c entendido; antes de
unos días acá, me parecía no tener tan grandes ínpetus como solía,
y aora me parece ques la causa esto que c dicho, no sé yo si
puede ser. Que antes no llegava la pena a salir de mí, y como es
tan yntolerable, y io me estava en mis sentidos, hacíame dar gritos
grandes sin poderlo escusar. Aora, como a crecido, a llegado a tér-
minos de este traspasamiento, y entendiendo más el que nuestra se-
ñora tuvo, que asta oy, como digo, no e entendido que es traspasa-
miento, quedó tan quebrantado el cuerpo, que aun esto cscrivo con
harta pena, que quedan como descoyuntadas las manos y con do-
lor. Diráme v. m. de que me vea, si puede ser este enajenamiento
de pena, y si lo siento como es, o me engaño. Hasta esta mañana
estava con esta pena, que estando en oración tuve un gran arrobamien-
to, y parecíame que nuestro señor me había llebado el espíritu junto
a su padre y díxole: «Esta que me diste te doy», y parecía me lle-
gava a sí. Esto no es cosa ymajinaria, sino con una certeza grande
y una delicadez tan espiritual, que todo no se sabe decir. Díjome
algunas palabras que no se me acuerdan; de hacerme merced eran
algunas. Duró algún espacio tenerme cabe sí. Como v. m. se fué ayer
tan presto y io veo las muchas ocupaciones que tiene para poderme
yo consolar con él, aun lo necesario, porque veo son más necesarias
las ocupaciones de v. m., quedé un rato con pena y tristeza. Como
yo tenia la soledad que e dicho ayudava, y como criatura de la tie-
rra, no me parece me tiene asida, dióme algún escrúpulo, timiendo no
comenzase a perder esta libertad. Esto era anoche; y respondióme
oy nuestro señor a ello y díjome que no me maravillase, que ansí
como los mortales desean compañía para comunicar sus contentos sen-
suales, así el alma la desea quando aya quien la entienda, comunicar
sus gozos y penas, y se entristece no tener con quién. Díxome El:
«ba agora bien y me agradan sus obras». Como estuvo algún espacio
conmigo, acordóseme aue avía yo dicho a v. m. que pasavan de presto
estas visiones. Y díxome «que avía diferencia desto a las ymajinarias,
y que no podía en las mercedes que nos acia aver regla cierta, por-
que unas veces convenía de una manera y otras de otra».
20. Después de comulgar, me parece iclarísimamente se sentó cabe
mí nuestro señor, y comenzóme a consolar con grandes regalos, y dí-
xome entre otras cosas: Vesme aquí, hija, que yo soy: muestra tus
manos; y parecíame que me las tomava y llegava a su costado, y
dijo: Mira mis llagas, no estás sin mí, pasa la brevedad de la v¡da.
En algunas cosas que me dixo, entendí que después que subió a los
cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el santísimo sacramento, a
comunicarse con nadie; díjome que ¡en resucitando avía visto a nues-
tra señora, porque estava ya con gran necesidad, que la pena la tenía
tan absorta y traspasada que aun no tornaba luego en sí para gozar de
aquel gozo. Por aquí entendí esotro mi traspasamiento bien diferente;
mas ¿cuál devía ser el de la virjen? y que avía estado mucho con
ella porque avía sido menester hasta consolarla.
55^ APÉNDICES
21. Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía
doña catalina de Cardona y cómo yo pudiera aver hecho más, sigún
los deseos me ha dado alguna vez el señor de hacerla, si no fuera
por obedecer a Jos confesores, que si sería mejor no los obedecer de
aquí adelante en eso, me dijo: «Eso no, hija, buen camino llebas i
siguro. ¿Ves toda la penitencia que hace? En más tengo tu obediencia».
22. El día de ramos, acabando de comulgar, quedé con gran sus-
pensión, de manera que aun ,no podía pasar la forma, y teniéndomela
en la boca, verdaderamente me pareció, quando torné un poco en mi,
que toda la boca ise me avía henchido de sangre; y parecíame estar
también el rostro y ¡toda ¡yo cuvierta della, como que entonces acabara
de derramarla el señor. Me parece estava caliente, y era excesiva la
suavidad quentonces sentía, y idíxome lel Señor: «Hija, yo quiero que mi
sangre te aproveche, y Jio ayas miedo que te falte mi misericordia. Yo
lo derramé con muchos dolores, y gózaslo tú con tan gran deleite
como ves; bien te pago el convite que me hacías este día». Esto dijo,
porque a más de treinta años que yo comulgava este día, si podía,
y procuraba aparejar mi alma para ospedar al señor; porque me
parecía mucha la crueldad que icieron los judíos, después de tan gran
recibimiento, dejarle yr a comer tan lejos, y acia yo quenta de que se
quedase conmigo, y harto en mala posada, sigún agora veo. Y ansí
hacía unas consideraciones bobas, y idevíalas admitir el señor; porque
ésta es de las visiones que yo tengo por muy ciertas, y ansí, para la
comunión, me a quedado aprovechamiento.
Hntes desto había estado, creo tres días, con aquella gran pena,
que trayo más unas veces que otras, de que estol ausente de Dios,
y estos días avía sido bien grande, que parecía no lo podía sufrir, y
aviendo estado ansí arto fatigada, vi que era tarde para hacer colación
y !no podíai, y a causa de los vómitos, háccme mucha flaqueza no la
hacer un rato antes, y ansí con harta fuerza puse el pan delante para
hacérmela a comerlo, y luego se me representó allí christo, y pa-
recíame que me partía del pan y me lo iva a poner en la boca,
y díxome: «Come, hija, y pasa como pudieres; pésame de lo que
padeces, mas esto te conviene agora». Quedé quitada aquella pena i
consolada, porque verdaderamente me pareció se estava conmigo, y todo
otro día, y con esto se satisfaze el deseo por entonces. Esto decir
pésame, me hizo reparar, porque ya no me parece puede tener pena
de nada.
23. ¿De qué te afliges, pecadorcilla? ¿Yo no soy tu dios? ¿no
ves cuál mal allí soy tratado? Si me amas, ¿por qué no te due-
les de mí?»
2^. Sobre el temor de pensar isi tío están en gracia:
«¡Hija, muy diferente es la luz de las tinieblas. Yo soy fiel;
nadie se perderá sin entenderlo. Engañarse a quien se asigure por re-
galos espirituales. La verdadera seguridad es el testimonio de la buena
conciencia; mas nadie piense que por sí puede estar en luz, ansí como
no podría hacer que no viniese la noche, porque depende de mí la gra-
APÉNDICES 555
cia. El mejor remedio que puede aver para detener la luz, es entender
que no puede nada y que le biene de mí; porque aunque esté en
ella, en un punto que yo me aparte, verná la noche. Esta es la verda-
dera humildad, conocer lo que puede y lo que yo puedo. No dejes de
escrivir los avisos que te doy, porque no se te olviden; pues quieres
por €scripto los de los hombres, ¿por qué piensas pierdes tiempo en
escrivir los que te doy? Tiempo verná que los ayas todos menester».
25. Sobre darme a entender qué es unión:
«No pienses, hija, ques unión estar muy junta conmigo, porque tam-
bién lo están los que me ofenden, aunque no quieren. Ni los regalos
y gustos de la oración, aunque sea en muy subido grado, aunque sean
míos, medios son para ganar las almas muchas veces aunque no estén
en gracia». Estaba yo, cuando lesto entendía, en gran manera lebantado
el espíritu. Dióme a entender lel señor qué era espíritu, y cómo estava
el alma entonces, y cómo se entienden las palabras de la «magnifica:
exultavid spiritus meiis; no lo sabré decir; paréceme se me dio a enten-
der quel espíritu era lo superior de la voluntad. Tornando^ a la unión,
entendí que era este espíritu linpio y lebantado de todas las cosas
de la tierra, no quedar cosa del, que quiera salir de la voluntad de Dios,
sino que de tal manera 'esté un espíritu y una voluntad conforme con
la suya, y un desasimiento de todo, enpleado en dios, que no aya
memoria de amor en sí ni en ninguna cosa criada, y yo pensando
si esto es unión; luego un alma que sienpre está en esta determina-
ción, sienpre podemos decir está en oración de unión, y es verdad
que ésta no puede durar sino muy poco. Ofréceseme que quanto a andar
justamente, y mereciendo y ganando sí hará, mas no se puede decir
anda unida el alma como en la contemplación; paréceme entendí, aun-
que no por palabras, ques tanto el polvo de nuestra miseria y faltas
y estorvos en que nos tornamos a enfoscar, que no sería posible estar
con la linpieza questá el espíritu quando se junta con el de dios, que
vaya fuera y lebantado de nuestra miserable miseria. Y paréceme a
mí que si ésta ^es unión, estar tan hecha una nuestra voluntad; y espíritu
con el de dios, que no es posible tenerla quien no esté en estado de
gracia, que me avían dicho que sí. Ansí me parece a mí será bien
dificultoso entender quándo es unión, sino por particular gracia de
dios, pues no se puede entender quándo estamos en ella. Escrívamc
V. m. su parecer, y en lo que desatino, y tórneme a enbiar este papel.
26. Avía leído en un libro que era inperfeción tener imájines cu-
riosas, y ansí quería no tener en la celda una que tenía. Y tanbién
antes que leyese esto, rae parecía pobreza no tener ninguna sino de
papel, y como después un día desto leí esto, ya no las tuviera de
otra cosa. Y entendí esto estando descuidada dello: «Que no era
buena mortificación; que quál era mejor: la pobreza o la caridad. Que
pues era lo mejor el amor, que todo lo que me despertase a él,
no lo dejase, ni lo quitase a mis monjas, que las muchas molduras y
cosas curiosas en las imájines decía el libro, que no la ymajcn. Que
lo que el demonio hacía en los lutheranos, era quitarles todos los me-
dios para más despertar, y ansí yvan perdidos. Mis christianos, hija.
556 APÉNDICES
an de hacer aora más que nunca, al contrario de lo que ellos hacen».
Entendí que tenía mucha obligación de servir a nuestra señora y a
san Joseph, porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus
ruegos me tornava Dios a jdar salud.
27. Un día después de san matheo, estando como suelo, después
que vi la visión de la santísima trinidad, y cómo está con el alma questá
en gracia, se me dio a entender muy claramente, de manera que por
ciertas maneras y conparaciones por visión ymajinaria lo vi. Y aun-
que otras veces se me a dado a entender por visión la santísima
trinidad yntelectual, no me a quedado después algunos días la verdad,
como agora digo, para poderlo pensar y consolarme en esto. Y agora
veo que de la mesma manera lo e oydo a letrados, y no lo he
entendido como agora, aunque sienpre sin detenimiento lo creya, por-
que no e tenido tentaciones de la fce. R las personas ygnorantes pa-
récenos que las personas de la santísima trinidad todas tres están,
como lo vemos pintado, en una persona, a manera de quando se pinta
en un cuerpo tres' rostros; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa
ynposible y que no ay quien ose pensar en ello; porque el entendimiento
se enbaraza, y teme no quede dudoso desta verdad y quita una gran
ganancia. Lo que a mí se me representó, son tres personas distintas,
que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después e pensado que
sólo el hijo tomó carne humana, por donde se ve esta verdad. Estas
personas se aman y comunican y se conoce. Pues si cada una es por
sí, ¿cómo decimos que todas tres son una esencia, y lo creemos, y es
muy gran verdad y por ella moriría yo mil muertes? En todas tres
personas no ay más de un querer y un poder y un señorío, de manera
que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de quantas criaturas
ay, es sólo un criador. ¿Podría el hijo criar una hormiga sin el
padre? No, ques todo un poder, y lo mismo el espíritu santo, ansí ques
un solo dios todopoderoso, y todas tres personas una majestad. ¿Po-
dría uno amar al padre sin querer al hijo y al espíritu santo? No,
sino quien contentare a la una destas tres personas divinas, contenta
a todas tresi; y quien la ofendiere, lo mesmo. ¿Podría el padre estar sin
el hijo y sin el espíritu santo? No, porque es una esencia, y adonde
está el uno están todas tres, que no se pueden dividir. ¿Pues cómo
vemos questán divisas tres personas, y cómo tomó carne humana el
hijo, y no el padre ni el espíritu santo? Esto no lo entendí yo; los
théologos lo saben. Bien sé yo que en aquella obra tan maravillosa
questavan todas tres, y no rae ocupo en pensar mucho esto. Luego se
concluye mi pensamiento con ver ques dios todopoderoso, y como lo
quiso lo pudo, y ansí podrá todo lo que quisiere; y mientras menos
lo entiendo, más lo creo y me hace mayor devoción. Sea por
sienpre bendito. Amen.
28. Estando en San Joseph de ñvila, víspera del espíritu santo, en
la hermita de nazareth, considerando en una grandísima merced que
nuestro señor me avía hecho en tal día como éste, veinte años avía, poco
más o menos, me comenzó un ínpetu y un hervor grande despíritu,
que me hizo suspender. En este gran recojimiento entendí de nuestro
APÉNDICES 557
señor lo que agora diré: «Que dijese a estos padres descalzos de su
parte, que procurasen guardar quatro cosas, y que mientras las guar-
dasen sienpre yría en más crecimiento esta relijión, y quando en
ellas faltasen, entendiese que yvan menoscabando de su principio. La
primera, que las cabezas estuviesen conformes. La segunda, que aunque
tuviesen muchas casas, en cada una tuviesen pocos frayles. La tercera,
que tratasen poco con seglares, y esto para bien de sus almas. La
cuarta, que enseñasen más con obras que con palabras. Esto fué
año de 1579. Y porque es gran verdad, lo firmo de mi nonbre. Teresa
de Jesús* (1).
29. flviendo comenzado a confesarme con una persona en una ciu-
dad que al presente estoy, y «lia con averme tenido mucha voluntad y
tenerla después que admitió el govierno de mi alma, se apartava de
venir acá. Estando yo en oración una noche pensando en la falta
que me hacía, entendí que le detenía dios para que no viniese, porque
me convenía tratar mi alma con una persona del mismo lugar. R mí me
pesó por aver de conocer condición nueva, que podía ser no me en-
tendiese e inquietase y por tener amor a quien me hiciese esta cha-
ridad; aunque siempre que vía o oya predicar a esta persona, me hacía
contento espiritual, y por tener muchas ocupaciones esta persona tan-
bién me parecía ynconveniente. Díjome el señor: «Yo haré que te oya
i te entienda. Declárate con él, que algún remedio será de tus tra-
vajos». Esto postrero fué, según pienso, porque estava yo entonces fa-
tigadísima de estar absenté de dios. Tanbién me dijo entonces su
majestad, «que bien vía el travajo que tenía; mas que no podía ser
menos mientras biviese en este destierro, que todo era para más bien
mío», y me consoló mucho, ñnsí me a acaecido, que huelga de oyrme
y busca tienpo y me a entendido y dado gran alibio. Es muy le-
trado y santo.
30. Estando un día de la Presentación encomendando mucho a
dios a una persona, y parecíame que todavía era inconveniente el tener
renta y libertad, para la gran santidad que yo le deseaba, púsoseme
delante su poca salud y la mucha luz que dava a las almas y entendí:
«Mucho me sirve, mas gran cosa es siguirme desnudo de todo como
yo me puse en la cruz. Dile que se fíe de mí». Esto postrero fué
porque me acordé yo con su poca salud, llevar tanta perfeción.
31. Estando una vez pensando la pena que me dava el comer
carne y no hacer penitencia, entendí: «que algunas veces era más amor
propio que deseo della».
32. Estando una vez con mucha pena de aver ofendido a dios,
me dijo: «Todos tus pecados son delante de mí como si no fuera; en
lo por venir te esfuerza, que no son acabados tus travajos».
1 Advertimos ya en la Introducción, que la copia de las palabras Teresa de Jesús, parece
nuevo argumento demostrativo de que este Manuscrito es de la sobrina de la Santa, llamada
también Teresa de Jesús, por su semejanza con la firma que ésta puso al pie de su profesión,
según puede verse en el primer Libro de Profesiones de las Carmelitas Descalzas de Avila.
558 ' APÉNDICES
33. Esto era sobre que me aconsejavan que no diese el entera-
miento de Toledo de que no era caballero:
«Mucho te desatinará, hija, si miras las leis del mundo; pon los
ojos en mí pobre y despreciado del: ¿por ventura serán los grandes
del mundo, grandes delante de mí u avéis vosotras de ser estimadas
por linajes o por virtudes?» (1).
Z'i. La confesión es para decir culpas y pecados y no virtudes ni
cosas semejantes de oración, sino fuera con quien se entienda que se
puede tratar, y esto vea la priora, y la monja le diga la necesidad para
que vea lo que conviene; porque dice cassiano que es el que no lo
sabe, como el que nd a visto ni sabido que naden los honbres, que
pensará si los vee hechar en el río, que todos se an de aogar.
35. Que quiso nuestro señor que Josef dijese la visión a sus er-
manos, y se supiese aunque le costase tan caro como le costó.
36. Como el temor que siente el alma quando le quiere Dios
hacer una gran merced, sentiende es reverencia que hace el espíritu
como los quatro viejos que dice la escriptura.
37. Como se puede entender, quando las potencias están suspen-
didas y se representa al alma algunas cosas para encomendarlas a dios,
que las representa algún ángel que se dice en la escriptura que estava
incensando y ofreciendo las oraciones.
38. Si no me uviera nuestro señor hecho las mercedes que me
a echo, no me parece tuviera ánimo para las obras que se an echo,
ni fuerzas para los trabajos que se an padecido, y contradiciones y
juycios. Y ansí, después que se comenzaron las fundaciones, se me
quitaron los temores que antes traya de ser engañada, y se me puso
certidunbre que era dios, y con esto me arrojava a cosas dificultosas,
aunque siempre con consejo y obediencia. Por donde entiendo, que como
quiso nuestro señor despertar el principio desta orden, y por su mi-
sericordia me tomó por medio, avía su majestad de poner lo que me
faltava, que era todo, para que uviese efecto y se mostrase mejor su
grandeza en cosa tan ruyn (2).
1 Esta es la única Relación que no se halla en el Códice de Avila. El autógrafo se ve-
nera en las Carmelitas Descalzas de Lucena (Córdoba). También la publicaron Fr. Luis de León
ü el P. Ribera.
2 Aquí terminan las Relaciones del cuadernillo de la sobrina de ia Santa. La última hoja
sólo lleva escritas cuatro líneas. Ignoramos si las continuó copiando en otros cuadernos. No
cabe dudar, que conocía también las demás Relnciones por la copia de Ana de San Pedro, que
vivió con ella en S. José, ü tampoco desconocería el traslado de las mismas hecho por el Padre
Ribera a más de las que publicó en la vida de la Santa.
nPENOICES
559
RELACIONES ESPIRITUALES DE SANTA TERESA
DE RIBERA (1).
SEGÚN COPIA DEL P. FRANCISCO
«Treslado de un quadernito que se hallo entre los papeles de nra
madre fundadora quando de aquí se fue de sa (2); era de su propia
letra y decía desta man.a:
Escrito de su
mano.
1. Estando yo un día en oración senti estar el alma tan dentro
de dios que no parecía auia mundo sino enbeuida en el; se medio Familiaridad
a entender aquel verso de la magníficat, exultauit spirítus meus, de con dios « a-
man3 que no se me puede oluidar.
mistad intima.
2. Estaua ima vez pensando sobre el querer desazer este mo-
nesterío de descalzos si era el yntento poco a poco yrlos acaban-
do todos; entendí eso pretenden mas nolo verán sino muy al contrario.
Descalzos.
3. Estaua una vez muy rrecogida encomendando a dios a Elí-
seo (3) entendí es un verdadero hijo no le dexarc de ayudar, o una
palabra desta suerte que no me acuerdo bien.
>{. ñbiendo un día ablado a una persona que auia dexado mu-
cho por dios y acordándome como yo nunca deje nada por el ni en
cosa jle c seruido como estoy obligada y mirando las muchas mríjds (4)
que me a echo, comenge a fatigarme mucho.
Díxome el Señor ya saucs el desposorio que ay entre ti y mi;
y avíendo esto lo que yo tengo es tuyo y asi te doy todos los
dolores y trabajos que pase, y concsto puedes pedir a mi padre como
cosa propia; y aunque ya sauía que somos participantes desto agora
fue tan de otra manera que me pareció auia quedado con gran Señorio
porque la amistad con que seme higo esta mrgd no se puede decir aquí.
Parecióme lo admitía el padre y desde entonces miro muy de otra
suerte lo que padeció el Señor como cosa propia y dame gran aliuio.
Amor de dios
con ella.
1 En la Introducción dimos cuenta de este Códice, que .•se guarda en la Biblioteca de la
Academia de la Historia, estante 11, grada 5.a, núm. 132. Menos algunas abreviaturas, que se
imprimen con todas las letras, se publican estas Relaciones conforme a la ortografía de la copia,
que difiere bastante de la usada por Sta. Teresa. La parte que va en bastardilla es de letra del
P. Ribera mismo. Del copista son las notas marginales. Ya publicó estos escritos el P. Fita en
el Boletín de la Real ñcademia de la Historia, tomo LXVI, págs. 391-403.
2 Salamanca.
3 P. Jerónimo Gracián.
í Mercedes.
560
APÉNDICES
Seuilia.
3. Estando el día de la magdalena considerando la amistad que
estoy obligada a tener al Señor conforme alas palabras que me a dicho
sobre esta Sancta y teniendo grandes deseos de ymitarla me hi^o
el Señor una grandissima mr^d y me dijo que de aqui adelante me
esforzase que le auia de servir mas que asta aqui; diome deseo
de no morir me tan presto porque obiese tiempo para emplearme en
esto, y quede con gran determinación de padecer.
6. Acabando la víspera de sanct Loren^io de comulgar estaua el
yngenio tan distraydo y diuertido que no me podía valer y comente
auer ynbidia alos que estañan en los desiertos pareciendome que como
no biesen ni oyesen estarían libres de todo divertimiento; entendí mucho
te engañas hija antes alli tienen mas fuerza las tentaciones del de-
monio, ten pscien? a que mientras se viue en este mundo no se
escusa; estando en esto, súbitamente mebino un Recogimiento con una
luz tan grande interior que me Parece estaua en otro mundo y alióse
el Spiritu dentro de si en una floresta o huerta muy deleytosa tanto
que mehi<;o acordar délo que se diqe en los cantares Veniat dilectus
meue in hortum suum. Vi alli a Elíseo por qierto no nada negro con
una hermosura estraña, encima déla cabeza tenia como una guirnalda
de gran pedrería que no era corona y muchas doncellas que andaban
allí delante del con Ramos en las manos en cánticos de alabanzas de
dios, yo míraua como no auia alli otro hombre ninguno; dixeronme
este mereció estar entre vosotras [e]n esta fiesta [ ... ]ura el dia que
[ ... ] deciere en falabajngas de mi. y date priesa sí quieres llegar
adonde el esta, esto duro hora y media que no me pedia diuertir con
gran deleyte cosa diferente de otras visiones, y lo que de aqui saque
fue mas amor aeliseo y tenerle mas presente con aquella hermosura.
esto no fue posible ser imaginación.
1. Una vez entendí como estaua el Señor en todas las cosas y
Dios en las como en el alma pusoseme conparacion de una esponja que enbeue el
^'^- agua en si.
Deudos.
8. Como Vinieron mis hermanos y yo deuo aluno tanto no dexe
de estar conel y tratar lo que conuenia asa alma y asiento y todo me
daua cansancio y pena .y estandole ofreciendo al Sor y pareciendo
me lo hazia por estar obligada, acordándose me que estaua en las
constitugiones nras que nos dizen que nos desuiemos de deudos, y
estando un dia pensando si yba contra nras constituciones que man-
dan que nos desuiemos de tratar mucho con deudos, por que yo tra-
taua mucho con mi hers el mayor para el bien de su alma y dar
asiento en sus cosas, Díxome el Señor; no hija que vros Institutos
no an deyr sino conforme a mi ley. Verdad es que el yntento de
las constituciones son porque no se asgan a ellos y esto ami parecer
antes me causa y desaze mas tratallos.
9. flbiendo acauado de comulgar el dia de Sanct augustin yo
no sabré decir como se rae dio aentender y casi avcr sino que fue cosa
yntelectual y que paso presto.. Como las tres personas de la Sane-
APÉNDICES 561
tisima Trinidad que yo traigo en mi alma esculpidas son tan una esftigia s.a Trinidad.
por una juntura estraña, semedio aentender y por una luz tan clara
que Pí iiecho bien diferente operación que de solo tenerlo por fee.
E quedado de aqui a no poder pensar en ñinga de las personas
diuinas sin entender que están todas tres de mana que cstaua oy
considerando como siendo tan una cosa aula tomado carne humana
el hijo solo, diome el Señor aentender como con ser una cosa eran
diuinas, son unas grandevas que de nuebo da deseo al alma, deste
embarazo que a(;e el cuerpo para no gogar dellas que aunque pare-
ce no son para nra baxepa de entender algo dellas, queda una ga-
nancia en el alma conpasar en un punto sin conparacion mayor que
muchos años de meditación y sin sauer entender como. /
10. El dia de nra Señora de la natiuidad en quien tengo par- Devoción a
ticular alegría guando este dia biene parecióme seria bien Renouar los ""• ^-^
votos y queriendo lo hazer seme rrepresento la Virgen Señora nra Renouadón
por Vision Iluminatiua y parecíame los acia en sus manos que le eran
agradables, quedo me esta visión por algunos dias como que cstaua junto
conmigo acia el lado yzquierdo.
11. Un dia acabando de comulgar me parecía verdaderamente mi . comunión.
alma se acia una con aquel cuerpo secratissimo del Señor cuya pre-
sencia seme rrepresento y como gran operación y aprouechamíento. /
12. Estaua una vez. pensando si me auian de mandar yr arrefor- n • „
~ ^ Animo para
mar cierto monesterio y dauame pena, entendí de que teméis y que padecer.
podéis perder sino las vidas que tantas vezes me las aueis ofrecido yo /
os ayudare, fue en una oración de suerte que me satisfizo el alma mucho.
13. Estando yo una vez deseando de azer algo en seru.^ de nro voluntad quie-
Señor pense que apocadamente le podía yo seruir y dije entre mi para re Dios.
que Señor queréis vos mis obras, dijome para ver tu voluntad hija.
l'l. Diome una vez. el Señor una luz en una cosa que yo guste
entenderla y oluídoseme luego desde apoco que no epodido mas tornar
acaer lo que era, y estando yo procurando seme acordase entendí esto
ya saues que te ablo algunas veces no dejes de escriuirlo por que aun- Escreuir lo que
que ati no te aproueche podra aprouechar a otros, yo estaua pens° '^ a^^er^.
... , . j j. Reuelaclon
si por mis pecados auia de aprouechar a otro, y perderme yo; dixomc: ^^ ^^ predesti-
no ayais miedo.
nación.
15. Estaua una vez rrccogida con esta conp' que traigo siempre
en el alma y pareció me estar dios de mana en ella que me acorde
de cuando San p2 dixo tu eres Jesu Xpo hijo de dios viuo por que
asi estaua Dios viuo en mi alma, esto no es como otras visiones por
que lleua fuerca con la fee de manera que no se puede dudar que
esta la SSa Trinidad por presencia en nras almas y potencia y esencia,
es cosa de grandísimo prouecho entender esta verdad, yo me estaua
espantando de ver la magestad en cosa tam baxa como mi alma, en-
tendí no es baxa hija pues estaecha ami Imagen.
II 30
Dios en
cosas.
562
APÉNDICES
Y tanbien entendí algunas causas déla causa que Dios se deleyta
con las almas mas que con otras criaturas tan delicadas que aunque
el entendimiento las entendió de presto no las sabré decir.
16. Aviendo estado con tanta pena del mal del Elíseo que no
Dios se de- sosegaua y suplicando al Señor un dia acabando de comulgar muy
leyta con las al-
encaregldamenie que pues el me le auia dado no me viese yo sin el,
dixome, no ayas miedo.
Como el hijo
encarno.
17. Estando una vez con esta presencia de las tres personas que
traigo en el alma era con una luz que no se puede dudar el estar
alli dios viuo y verdadera y alli se me daban aentender cosas que no
las sabré decir después; entre ellas era como auia la persona del hijo
tomado carne humana y no las demás, no sabré como digo decir cosa
desto que pasauan algunas tan en lo secreto del alma que parece el
entendimiento entiende como una persona que durmiendo / o medio
dormida le parece entiende lo que se abla; yo estaua pensando quan
f!^!í''° .ü^l" rrecio era el viuir que nos priuaua de no estar siempre en aquella ad-
mirable conpa y dije entre mi: Señor dadme algún medio para que
yo pueda Ueuar esta vida; dixome Piensa hija como después de aca-
uada no puedes seruir en lo que agora y come por mi y duerme por
mi y todo lo que hicieres sea por mi como si no vinieses tu. y
asi no yo que esto es lo que decia San pablo (I).
llevar esta, vida.
Comunión. 18. Una uez acabando de comulgar seme dio aentender como el
sacratissimo cuerpo de Jesu Xpo le rreciue su padre dentro de una
alma como yo entiendo y ebisto están estas diuinas personas y quan
agradable es lesta / ofrenda de su hijo por que se deleyta y goza
con el digamos acá en la tierra por que su humanidad no esta con
nosotros en el alma sino en la diuinidad, y asi le es tan ageto y
agradable y nos aze tan grandes mr9ds que comulgamos por ser
medio para que se deleyte con su hijo / no lo se de^ir como lo
entiendo por que si es contra escritura lo pongo aqui y creer lo que
seme dixere; ay tan grandes cosas dentro de un alma que el Señor
quiere comunicárselas que no se atinan a decir, entendí que tanbien
rreciue dios este sacrificio aunque este en pecado el sacerdote salvo
que no comunica las mrgdes a su alma como a los que están en gracia,
y no porque dejan de estar estas influencias en su fuerza que pro-
peden desta comunicación, con que el padre rreciue este sacrificio sino
por falta de quien lo a de rreciuir / como no es por falta del
Sol no resplandecer que da en pedapo de pez como en uno de un cris-
tal / si yo agora lo dijera me diera mejor aentender ¡jnporta saber
como es esto por que ay grandes secretos en lo ynterior cuando se
comulga; es lástima que estos cuerpos no nos lo dexan gozar.
20. Octaua de todos Sanctos tube dos / otres dias muy trauajosos
déla mem» de mis grandes pecados y unos temores grandes de perse-
cuciones que no se fundaban sino en que me auian de leuantar gran-
1 ñd Gal. II, 20.
APÉNDICES
563
des testimonios g todo el animo que suelo tener apadecer por dios me
faltaua, aunque me quería animar y a^ia actos 9 via que seria gran
ganan(;ia a mi alma aprouechaua poco que no se quitaua el temor
y era una guerra desabrida, tope con una letra que di(;e san pablo
que no permite dios que seamos tentados mas de lo que podemos sufrir. '«°
aquello me aliuio arto mas no bastaua, antes otro dia me dio una afli-
cion grande de verme sin el como no tenia aqiiien acudir enasta tri-
bulagion que me parecía viuir en una gran soledad y ayudaua el ver
que no halle ya quien me diese aliuio sino el y que lo mas aula
de estar ausente que me fue harto gran tormento, otra noche después
estando leyendo en un libro alie otro dicho de San pablo que me co-
mento a ^consolar y rrecogida un poco, cstaua pensando quan presente
auia traído de antes anro Señor que tan verdaderamente me parecía
ser dios viuo, en esto pensando me dixo y pareció me muy dentro
de mi como al lado del corazón por visión yntelectual aquí estoy sino
que quiero que veas lo poco que tu puedes sin m¿ / luego me asegure
y se quitaron todos los miedos y estando la mesma noche en maytines
el raesmo Señor por visión yntelectual tan grande que casi parecía
Imaginaria seme puso en los bracos amana de como se pinta la quinta
angustia hilóme temor arto esta visión porque era muy patente y tan
junta ami que me higo pensar si era ylusion, / dixome no te espantes
desto que con mayor unión sin conparacion esta mi padre con tu
anima, áseme asi quedado esta visión asta agora rrepresentada. lo que
dixe de nra. señora me duro mas de un mes, ya se me a quitado.
21. El dia que se presento el breue en el Carmen como yo cstu-
biese con grandissima aflicion que me tenia turbada que aun rrezar
no podía por que me auian benído a dezir que nro padre visitador cs-
taua con gran aprieto por que no le dexauan salir y auia gran Ruydo
entendí estas palabras: o muger de poca fe sosiégate que muy bien
se va aziendo era día de la Presentación de nra Sa año de 1575
(21 de Noviembre) propuse en mi sila Virgen acabaua con su hijo que
viésemos nro padre Ubre destos frailes y a nosotras pedir enesie y ^n
cada cabo se celebrase con solemnidad esta fiesta en nros monesterios
de descaigas. Quando esto propuse, ni seme acordaua de lo que entendí
que auia de establecer fiesta en la visión que vi aora tornando a
leer este cuadernillo e pensando si a de ser esta la letra.
22. Estando una noche con harta pena porque auia mucho que no
sabia de elíseo y aun no estaua bueno cuando me escriuio la pos-
trera vez aunque no era como la primera pena de su mal que era
confiada y de aquella manera nunca la tuue después, mas el cuidado
impedia la oración, y parecióme de presto y fue ansí que no pudo
ser imaginación que enlo interior se me represento una luz y vi que
benia por el camino alegre y rostro blanco, aunque de la luz que vi
deuia hacer blanco el rostro, que ansi me parege lo están todos en el cielo
y e pensado si del resplandor y luz que sale de nro Sor les haze
estar blancos, entendí esto, dile que comienge luego que suya es la
victoria, un dia después que vino estando yo a la noche alabando anro
Sor por tantas mdes como me auia hecho, me dixo: que me pides tu
que no haga yo hija mía.
a donde Eli-
Enseñauala
dios la humil-
dad.
Calcados.
Calgados.
Amor que la
tenia dios.
56^
APÉNDICES
Veas. 23. Año 1575 estando yo en la fundación de Veas enel mes de
abril acertó a venir alli eliseo y aviendome yo confesado conel al-
gunas vezes aunque no teniéndole enel lugar que a oíros confesores
aula tenido para del todo gouernar me por el, estando un día co-
miendo sin ningún recogimiento interior se comengo mi alma a sus-
pender y recoger de suerte que pense si me qaeria venir algún arro-
bamiento y represéntaseme esta visión con la vreuedad ordinaria que
es como relámpago. Pareció me que estaua junto ami nro Señor Je-
suchio de la forma que su mag estad se me suele representar y hazia
el lado derecho estaua Elias y yo al izquierdo, tomo nos el Sor fas ma-
nos derechas y juntólas y dixome que este quería tomase en su lagar
mientras viniese y que entre ambos nos conformásemos en todo porque
convenia ansí. Quede con una seguridad tan grande de que era de
dios que aunque seme ponían delante dos confesores que aula tenido
mucho tiempo y a quien aula seguido y deuido mucho, que me hazian
resistencia harta, en especial la una persona me la hazia grande pa-
regiendome le hazia mucho agrauio y era el gran respeto y amor
que le tenia. La seguridad conque de aqui quede de que me conuenia
y el aliuio de parecerme que aula acabado de andar a cada cabo que
y va con diferentes pareceres y algunos que me hazian padecer harto
No dexaua pQ^f^Q ¡jig entender, aunque jamás dexe aningano pareciendome que en
confesores. • ^ i t t a -r j j
mi estaua la culpa hasta que se yvan o yo me yva. Tornóme otras dos
vezes a decir el Señor que no temiese pues el me lo dezia aunque
con diferentes palabras y ansi me determine de no hazer otra cosa
y propuse en mi de llenarlo adelante mientras viuiese siguiendo en
todo su parecer como no fuese notablemente contra dios, délo que yo
estoy bien cierta no sera porque el mesmo proposito que yo tengo de
seguir en todo lo que fuere mas perfecto, creo tiene según por al-
gunas cosas e entendido. E quedado con una paz y aliuio tan grande
que me aespantado y certificado que lo quiere el Señor porque esta paz
tan grande del alma y consuelo no me parece la podría poner el demonio.
Parece me que e quedado sin mi de un arte que nolo se degir sino
que cada vez seme acuerda alabo de nueuo anro Señor y se me acuer-
da de aquel verso que dize. Qui posuit fines tuos pacem (1) y quería
me deshazer en alabanzas de dios, parege me a de ser para gloria
suya y ansí torno aproponer aora de no hazer jamas mudanga.
Camino
Seuilla.
de
Perfección que
lenla.
Obedi.a a
orden.
24. El 2.° día de pascua de Esp St^ como un mes después desta
determinación viniendo a Seuilla ala fundación oímos misa en una
hermíta de Ecifa y nos quedamos allí la siesta estando mis compa-
ñeras en la hermlta y yo sola en una sacristía que alli auia comenge
apensar la mfuíj grande que auia hecho el Spt Sto una bíspera esta
pascua, y dJeron me grandes deseos de hazerle un señalado seruo, y
no hallaua ya cosa que no estuuíese ya hecha y acorde que puesto que
el voto de la obedí^ tenia hecho no en la manera que se podía hazer
de perfegion, y representóse me que le sería agradable prometer lo
que ya tenia propuesto con Eliseo, y por una parte me parecía que no
hazia enello nada, por otra seme hazia una cosa muy rezia considerando
1 Psalm. CXLVIl, 14.
APÉNDICES 565
que con Los perlados no se descubre lo interior y que enfifi se mudan
y viene otro si con uno no se hallan bien y que era quedar sin ninguna
libertad interior y esteriormente toda la vida, y apretóme un poco y
aun harto para no lo hazer. Esta misma resistencia que hizo ami vo-
luntad me causo afrenta y parecer me que ya aula alguna cosa que
no hazla por dios, ofreciéndoseme de lo que yo> e oido siempre, el caso
es que apretó de manera la dificultad que no me parege e hecho cosa
en mi vida ni el hazer profesión que me hiñese tan gran resistencia
fuera de quando sali de casa de mi padre p^ ser monja', y fue la causa
que no se me ponia delante lo que le quiero, antes entonces como a
este año le consideraua, ni las partes que tenia sino solo si quería
bien hazer aquello por el Spt Sto en las dudas que se me representaua
si seria seru^ de dios o no, creo estaua el detenerme. A cabo de un
rato de batalla diome el Señor una gran conflanga pareciendome que
yo hazla aquella gran promesa por el Spt St^ que obligado quedaua
adarle luz para que ami me la diese junto con acordarme que me la
auia dado Jesuchro nro Señor; y con esto me quede de rodillas y
prometí de hazer quanto me dixese por toda mi vida como no fuese
contra dios ni los perlados a quien tenia obligación.
Advertí que no fuese sino en cosas granes por quitar escrúpulos, yy,Q ^^ ^^,
como si importunarle por una sola cosa me dixese no le hablase en ello diemi.i.
famas, o algunas de mi regalo o el suyo que son niñerías que no se
quieren dexar de obedecer, y que de todas mis faltas y pecados no
le encubrirla cosa asabiendas, que también esto es mas délo que se
haze con los perlados, en fin tenerle en lugar de dios interior y es-
teriormente. No se si meregi', mas gran cosa me paregia auia hecho por
el Spt St^, alo menos todo lo que supe y ansí quede con gran satis-
iacion y alegría y lo e estado después acá y pensando quedar apreta-
da quede con mayor libertad y muy confiada le ade hazer nuestro Sor
nueuas mergds por este seru^ que yo le hize para que ami me alcange
parte y en todo me de luz. bendito sea dios que crio persona que me
satisfazlese de manera que yo me atreuiese a hazer esto.*
FE DE ERRATAS
Pég.
Línea
Dice
Léase
21
19
temerorísiraa
temerosísima
52
27
Francia
Valencia
86
5
LX
LXVI
86
10
LXI
LXVII
218
21
Descalzos
Descalzas
218
22
sanctos
sanctas
247
37
1587
1577
índice alfabético de materias (1)
H
Rs\on DE DIOS, pág. 41.
Amor de prójimo, 7.
ñMOR fl LOS POBRES, 14.
/Ir:íobamiento y f.RrEEñTflMiEN:o (Di-
ferencia entre), 33.
Hablas interiores. (Casi todas las
Relaciones contienen alguna.)
Herid.í de amor, 36.
Honra (Desprecio de la), 14.
Humildad, 19, 58.
I
Celo de las almas, 8, 24, 28. ^G'-^^ia (ñmor a la), 18.
Comunión, 9, 51, 56, 63, 74, 75, 79. Ilusiones, 22, 24, 26, 27, 37-
confl^inza en dios, 18.
Cruz, (amor a la), 18. J
José (Devoción a San), 60, 67.
Deseos de servir a dios, 4, 7, 14, L
18, 77.
Distracciones, 50, 72. Lagrimas, 5, 18, 23.
Dolor de los pecados, 11, 27, 51, Lecturas (Las buenas), 21.
86.
M
Fe, 14, 18, 24, 26.
Martirio (Deseo del), 4, 41.
Matrimonio espiritual, 64.
1 Este u el siguiente índice comprenden únicamente la Introducción y el texto de las fíe-
laáones.
570
índice
Muerte (Deseos de la), 51.
OBEDiENCia, 6, 11, 26, 54, 70, 71.
Oración (Cómo la hacía lella), 3, 21.
Oración sobrenatural, 31.
Oración de quietud, unión, éxtasis,
ARROBAMIENTO, ÍMPETU, etC. 31-38.
Sequedades espirituales, 4, 21.
Soledad (Amor a la), 5, ÍH, 27, 47.
Sufrimientos (Mérito de los), 64,
65.
Teaior de dios, 28.
Trinidad (Misterio de la Santísi-
ma), 50, 51, 52, 55, 61, 62.
Transportes místicos, 4, 33, 36, 48.
Penas interiores, 5.
Penitencia (Deseos de), 18, 40, 41,
54, 86.
Persecuciones, 16, 27, 63, 66.
Pobreza (Amor a la), 6, 13, 14,
27, 60.
Presencia de dios, 37, 38.
Santísima virgen (Aparición de la).
56, 75.
Santísima virgen (Devoción a la),
56, 60, 82.
U
Union (Estado de), 59.
Vision, 13, 20.
Vision corporal, 27.
Vision intelectual, 28.
Visiones que tuvo la santa, 40, 44,
50, 55, 56, 57, 61, 66, 68, 73, 75,
81.
índice alfabético de nombres
de personas mencionadas en este tomo
AcosTfl, 37.
floüN, 37.
Rguilr (Juan del), 23.
Ahumada (Agustín de), 53.
HHUMADñ (Pedro de), 74.
Alcántara (S. Pedro de), XII,
XIII, 3, 23.
Alvarez (P. Baltasar), 8, 22, 41.
Alvarez (P. Rodrigo), XIII, XIV,
XIX, 21, 31, 37.
Alvarez (P. Paulino), 25.
Alvarez (Alonso), 44.
Ana de s. Bartolomé, XX, XXI.
Ana de jesús, 61.
Ana de s. pedro, XVIII, XXI.
Antolinez (Fr. Agustín), 61.
Antonio de s. joaquin, XXII.
Antonio de s. jóse, XIII, 43.
Aquaviva, 22.
Aragón (D.a María de Velasco),56.
Araoz (Padre), 22.
Astrain (Padre), 22.
Avila (Beato), 23, 26.
B
Barron (Fray Vicente), 24.
BoRjA (San Francisco), 22, 32, 47.
Calabria (Duquesa de), 54.
Cardona (Catalina de), 54.
Carlos (Don), 54.
Carlos v, 54.
Carmelitas de parís, XXIII, 42, 57,
64.
Centurión (José Gómez), XXI.
Cepeda (D. Lorenzo de), XIX, 42,
43, 74.
Cepeda (Francisco, Lorenzo y Te-
reslta, hijos de D. Lorenzo), 74.
Cerda (D.a Luisa de la), XII, XIII,
13, 15.
Cesar (Duquesa de), 53.
Cetina (Diego de), 23.
Ch
Chaves, 24.
Bañez (P. Domingo), XIII, XV, 17, Davila (Gonzalo), 23.
20, 24, 25, 26, 41. Domenech (Pedro), 23.
572
índice
Elias oe s. ümbbosio, 47.
Isabel de s. francisco, 76.
Isabel de s. Jerónimo, 76.
Fflcí (Padre), 67.
Felipe ii, 24, 54, 66, 67, 84.
Fernandez (P. Pedro), 51, 53.
Fita (P. Fidel), XXI, 44, 49.
Francisco de s. maria, XIII, XVII.
Fuente (D. Vicente de la), XV,
XXIII, 67.
jAaNTO DE STA. TERESA, XIX.
Jerónimo de san jóse, XIII, XVII,
XXIV.
Job, 45.
Juan de la cruz (San), 63, 64.
Juan (Don), 54.
Juan (San), 42, 65.
Germán (Fray), 64.
González (Gil), 22.
González (P. Alonso), 50.
Gracian (P. Jerónimo), XV, XVI,
XIX, XXII, 22, 25, 43, 55, 66,
67, 68, 69, 71, 72, 73, 76, 78, 80,
81, 82, 83, 84.
Gracian (Fr. Lorenzo), XXII, 67,
69.
Gracian (Tomás), XXII, 67, 69.
Gregorio xiii, 84.
Guevara (Fr. Diego de), 61.
Guibon (P. Francisco), 61.
Gutiérrez (P. Martín), 47.
H
HEHRiguEZ (Enrique), XIV, 23.
I
Ibaüez (P. Pedro), XII, XXIV, 3,
13, 20.
Ignacio (San), 22, 24, 67.
Isabel de jesús, 47.
León (Fr. Luis de), XI, XV, XVII.
XVIII, XX, 44, 46, 47, 52, 55,
56, 64.
Lorenzo de s. pablo sueco, XII.
M
AlANCio (Padre), XII, 20.
Manuel de sta. maria, XVIII, XX.
Margarita de la concepción, 76.
María de jesús, 14.
María bautista, 22, 56, 64, 77.
María magdalena (Santa), 32.
María de s. jóse (Priora de Sevi-
lla), XIII, XVI, XXIII, 53, 66,
71, 76, 82, 83.
María de s. jóse (Priora de Con-
suegra), XV, XVII, XXII, 43, 69.
María del nacimiento, 86.
Mariana de cristo, 83.
Marmol (Juan Vázquez del), XXII,
67, 69, 71, 72, 78, 80, 81, 82, 83.
Marta (Santa), 32.
Martin (P. Felipe), 24, 25.
Mateo (San), 78.
DE NOMBRES
573
Medina (Fray Bartolomé de), 24, XVII, XX, XXI, XXII, 3, 11, 14,
41.
Mena (D. Francisco), 24.
Meneses (Fr. Felipe de), 25.
Mercurian (Padre), 22.
Montesinos (Luis de), 61.
MoRETO (Baltasar), XIII, 3.
31, 44, 46, 48, 52, 54, 55, 56, 60,
64, 74, 77, 79.
RiPflLDA (P. Jerónimo), 22, 41.
RiVflDENEYRñ, XXIII, XXIV, 3. 42.
M
NuEROS (Bartolomé Pérez). 23.
Olea (Padre), 84.
Ordoñez, 22.
Ormaneto (Nuncio), 82, 84.
OvALLE (D. Juan de), 74.
Pablo (San), 19, 52, 64, 65,
80, 81.
Paz (D. Antonio de), 61.
Pedro de la anunciación, 3.
Pedro (San), 78.
PiNEL (María), 53, 56, 57.
Pío V (San), 84.
PÓLiT, 53, 74.
Pradanos (Juan de), 23.
79,
Salazar, 22.
Salazar (D. Francisco Soto de),
23.
Salcedo (P. Francisco), 51.
Salinas, 25.
Santander, 22.
Suarez (P. Juan), 22.
Teresa de jesús (sobrina de la
la Santa), XX, XXI. 43.
Teutonio (Don), 22.
Toledo (Pablo Hernández de), 22.
Tomas de jesús, XIII, 3.
Vargas (P. Francisco de), 84.
Velazquez (D. Alonso, XIII, XIV,
39, 42, 84.
Q
QüiROGA (Cardenal), 84.
R
Yanguas (Fr. Diego), 25, 84.
Yepes (Fr. Diego), XII, XVII, 3,
61, 63, 84, 86.
Ribera (P. Francisco), XIV, XVI,
ÍNDICE DE capítulos
Páginas
INTRODUCCIÓN R LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE
SANTA TERESA xi
RELACIÓN PRIMERA.— Eli la Encarnación de Avila, año
de 1560 5
RELACIÓN II.— En el palacio de D.a Luisa de la Cerda,
aflo de 1562 15
RELACIÓN III.— En San José de Avila, año de 1563. . . 17
RELACIÓN IV.— En Sevilla, año de Í576 21
RELACIÓN V.— En Sevilla, año de 1576 51
RELACIÓN VI.— En Palencia, año de 1581 39
RELACIÓN VII 43
RELACIÓN VIII y IX 11
RELACIÓN X. . 15
RELACIÓN XI, XII y XIII %
RELACIÓN XIV y XV 17
RELACIÓN XVI 50
RELACIÓN XVII y XVIII 51
RELACIÓN XIX 52
RELACIÓN XX 53
RELACIÓN XXI, XXII y XXIII 51
RELACIÓN XXIV 55
RELACIÓN XXV y XXVI 56
RELACIÓN XXVII y XXVIII 58
RELACIÓN XXm 59
RELACIÓN XXX y XXXI 60
RELACIÓN XXXII y XXXIII 61
RELACIÓN XXXIV y XXXV 63
576 INDTCE
Páginas
RELRCION XXXVB 6t
RELACIÓN XXXVII y XXXVIII 66
RELACIÓN XXXIX 67
RELACIÓN XL 69
RELACIÓN XLI 71
RELACIÓN XLII, XLIII y XLIV 72
RELACIÓN XLV 73
RELACIÓN XLVI y XLVII • • • • 7t
RELACIÓN XLVIII y XLIX 75
RELACIÓN! L y LI 76
RELACIÓN LII y LIII 77
RELACIÓN LIV y LV 78
RELACIÓN LVI y LVII 79
RELACIÓN LVIII 80
RELACIÓN LIX 81
RELACIÓN LX 82
RELACIÓN LXI y LXII 83
RELACIÓN LXIII 84
RELACIÓN LXIV 85
RELACIÓN LXV, LXVI y LXVII 86
APÉNDICES AL LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA
DE JESÚS 89
I.— Cédula en que D. Alonso Sánchez de Cepeda tenía apun-
tada la fecha del nacimiento de su hija Teresa 91
II.— Escritura de dote hecha por la Santa al tomar el hábito
en la Encarnación 92
III.— Renuncia la Santa su legítima en favor de su hermana
Doña Juana. 95
IV.— Fecha de la muerte de los padres de Santa Teresa y
lugar de su enterramiento 97
V.— Noticias del Santo convento de la Encarnación de Avila,
casa primera de mi Santa Madre Teresa de Jesús 100
VI.— Carta de Doña María Pinel a un Prelado de su Orden,
en la que refiere algunos hechos de Santa Teresa de Jesús. . . 113
VIL — Noticia del monasterio de la Encarnación de Avila, don-
de tomó la Santa el hábito de religiosa carmelita 118
DE capiTULOS 577
Páginas
VIII.— Carta de San Luis Beltrán a Santa Teresa 124
IX.— Carta de San Pedro de ñlcántará a Santa Teresa. . . 125
X. — Carta de San Pedro de Alcántara al Obispo de flvila
sobre la fundación del convento de San José. 127
XI.— Conmutación del voto de perfección que hizo Sta. Teresa. 128
XII.— Dictamen del Padre Pedro Ibáñez sobre el espíritu
de Santa Teresa 130
XIII. — Informe del P. Pedro Ibáñez sobre el espíritu de S, Teresa 133
XIV. — Breve para fundar el convento de San José de Rvila. . 153
XV. — Rescripto de la Sagrada Penitenciaría para que la
Santa pueda fundar sin renta 159
XVI. — Breve de Pío iv, que confirma y ratifica los dos anteriores 161
XVII. — Hctas del Concejo de Avila sobre €l convento de San
José, fundado por Santa Teresa 167
XVIII.— Petición de Santa Teresa al Concejo de Avila. . . 189
XIX. — Relación de lo que ocurrió en la fundación de San Jo-
sé, por Julián de Avila, testigo ocular 191
XX.— Facultad del P. Provincial calzado para que Santa Te-
resa pueda vivir €n San José de Avila 198
XXL— Autorización del Nuncio de Su Santidad para que la
Madre Teresa pueda vivir en San José 200
XXIL— Cédula en que hace constar la Santa la compra de
un palomar a Juan de San Cristóbal 203
XXIIL— Profesión de las cuatro primeras religiosas que toma-
ron el hábito en San José de Avila 204
XXIV.— Carta del Venerable Maestro Juan de Avila a San-
ta Teresa de Jesús 207
XXV.— Carta del Venerable Maestro Avila a la Santa Madre
Teresa de Jesús, aprobando el libro de la Vida 208
XXVL— Aprobación que el Maestro Fr. Domingo Bánez dio del
espíritu de Sta. Teresa y de la relación autógrafa de su Vida . 211
11 57
/
/
578 índice
Páginas
XXVII.— Profesión de Santa Teresa en San José de Avila. 214
XXVIII. — Plática que hizo Santa Teresa a las monjas de la
Encarnación de Avila, cuando habiendo ya renunciado la Regla
mitigada, fué a ser Prelada de aquel Convento, año de 1571. . 216
XXIX.— Carta de Fray Pedro Fernández a la Duquesa de Alba
alabando el gobierno de la M. Teresa en la Encamación. . . . 217
XXX.— Petición de D.a Guiomar de Ulloa a D. Alvaro de
Mendoza, Obispo de Avila, para que la Comunidad de Carmelitas
Pescalzas de San José pase a la obediencia de los Prelados de la
Orden. El Sr. Obispo accedió a la petición 219
XXXI. — Patente por la que se asigna a Santa Teresa conven-
tualidad y enterramiento en San José de Avila 222
XXXII.— Escritura acerca de la capilla de San Pablo entre las
Carmelitas Descalzas de S. José de Avila y Francisco de Salcedo. 223
XXXIII. — Confirmación de la precedente escritura por el Pa-
dre Ángel de Salazar 228
XXXIV. — Causas por donde no parece conviene hacer cape-
llanía de los bienes de Francisco de Salcedo 229
XXXV.— Memoria que envió la Santa al Capítulo de la sepa-
ración, sobre la fundación de San José 230
XXXVI. — Elección de Santa Teresa para Priora de San
José de Avila 231
XXXVII.— Ultimas acciones de la vida de Santa Teresa, por
la Venerable Ana de San Bartolomé 232
XXXVIII.— Testimonio de la muerte de Santa Teresa, por
la Madre María de San Francisco 242
XXXIX.— Breve plática, que Santa Teresa hizo al salir de su
convento de Valladolid, tres semanas antes que muriese 244
XL. — Palabras de Santa Teresa a las monjas de Alba poco
antes de morir 244
XLI. — Testificación del P. Gracián acerca del primer recono-
cimiento del cuerpo de Santa Teresa hecho en Alba de Tormes. 245
DE capítulos 579
Páginas
XLII. — Decreto del Capítulo de Jos Carmelitas Descalzos para
que el cuerpo de Sta. Teresa sea trasladado de Alba a ñvila. 247
XLIII. — Relación del traslado del cuerpo de Santa Teresa
desde Riba al convento de San José de Avila. 249
XLIV.— Mandato del Nuncio de Su Santidad ordenando que
las Carmelitas Descalzas de Avila entreguen el cuerpo de Santa
Teresa al P. Nicolás Doria para que éste lo devuelva a Avila. . 251
XLV. — Apelación por parte del Duque de Alba al Nuncio de Su
Santidad suplicándole falle en el pleito del cuerpo de Sta. Teresa. 253
XLVI. — Sentencia en que se resuelve el pleito entre la Comu-
nidad de San José de Avila y el Duque de Alba y las Carmelitas
de aquella villa acerca de la posesión del cuerpo de S. Teresa. 255
XLVII. — Relación del P. Ribera acerca de la muerte de San-
ta Teresa, traslados de su santo cuerpo e incorrupción de que
fué dotado 257
XLVIII. — Nuevo sepulcro de la Santa hecho en 1588 y
su apertura en 1603 268
XLIX. — Acta de la traslación del sepulcro de la Santa
hecha a 13 de Julio de 1616. 271
L. — Carta del General en que da cuenta del traslado del
cuerpo de la Santa verificado en 1616, del envío a Roma de su
pie derecho y de cómo fué allá recibido 275
LI. — Acta de la apertura del sepulcro de Santa Teresa
en Octubre de 1750 277
LII.— Preámbulo del acta anterior 282
Lili. — Acta del traslado del cuerpo de Santa Teresa en 15
de Octubre de 1760 284
LIV. — Copia del Decreto del R. P. Vicario General Fr. Este-
ban en San José y su Definitorio, en que prometen, en nombre
de toda la Religión, no mover nunca de este convento de Alba
el cuerpo de N. M. Santa Teresa de Jesús. (Año de 1676). . . 288
LV. — Virtudes de nuestra Madre Santa Teresa, según una rela-
ción de su prima la Venerable Madre María de San Jerónimo. 291
\
/
580 índice
Páginas
LVI. — Deposición de la H.a Teresa de Jesús, sobrina de la
Santa, en el Proceso de ñvila (1595) 30c
LVII.— Declaración de la H.a Teresa de Jesús en el se-
gundo Proceso de ñvila. (1610) 314
LVIII. — Dicho de Francisco de Mora para el Proceso remiso-
rial de la canonización de Santa Teresa 370
LIX. — La Universidad de Salamanca suplica a Su Santidad
la beatificación de Santa Teresa, año de 1602 395
LX. — Nueva instancia de la misma Universidad sobre la bea-
tificación de la Santa, año de 1611 397
LXI. — Carta del B, Juan de Ribera, patriarca de Va-
lencia, año de 1602 399
LXII.— Petición de Fr. Diego de Yepes, obispo de Tarazona, a
Clemente VIII para la beatificación de Santa Teresa, año de 1603. ^01
LXIII. — La reina D.a Margarita al mismo Paulo V, año de 1607 40^
LXIV.— Segismundo, rey de Polonia a Su Santidad Pau-
lo V, año de 1608 405
LXV.— Carta del rey Felipe III a su Embajador en Roma, en
que le habla de la beatificación de Sta. Teresa, año de 1610. . 406
LXVI.— Carta del rey Felipe III a Paulo V, año de 1610. . 407
LXVIL— Nueva instancia de la Reina sobre lo mismo,
año de 1610. 408
LXVIII.— Los Reinos de la Corona de Castilla a Paulo
V, año de 1611 409
LXIX.— El señorío de Vizcaya a Su Santidad, año de 1611. 410
LXX— El Reino y Corona de ñragón a Su Santidad, año de 1611 411
LXXI.— El Archiduque Alberto y la Infanta Isabel, Condes
de Flandes, a Su Santidad Paulo V, año da 1611 412
LXXII.— Breve de beatificación de Santa Teresa, de 24
de Abril de 1614 413
LXXIIL— El Duque de Lerma da gracias al Papa por la bea-
tificación de la Santa, año de 1614 415
DE capítulos - 581
Páginas
LXXXIV.— Carta del Rey Felipe III al Conde de Castro dan-
do gracias por la beatificación de Santa Teresa, año de 1614. 416
LXXV. — Carta de Luis XIII, rey de Francia, a Paulo V su-
plicando la Canonización de Santa Teresa, año de 1615. . . . . 417
LXXVI. — Carta de la reina María, madre de Luis Xlll,
sobre lo mismo, año de 1615 418
LXXVII.— Bula de canonización de Sta. Teresa de Jesús. . 419
LXXVIII. — Relación de las fiestas celebradas en San Pedro de
Roma en la canonización de Santa Teresa y Decreto del Papa. 431
LXXIX. — Documentos acerca del Patronato de Santa Te-
resa en España 437
LXXX.— Carta de S. M. el Sr. D. Felipe III 441
LXXXI. — Carta del Conde-Duque de Olivares al Conde de
Oñate acerca del Patronato de Santa Teresa. 442
LXXXII.— Carta del Conde-Duque de Olivares al Cardenal
Torres sobre el Patronato de Santa Teresa. ........ 443
LXXXIII.— Otra carta del Conde-Duque al Cardenal Pío
sobre el mismo asunto. . . . : 444
LXXXIV.— Breve de Urbano VIII confirmando el Patronato
de Santa Teresa sobre España aprobado en Cortes 445
LXXXV.— Carta del Sr. D. Felipe IV 449
LXXXVI.— Carta de la M. Beatriz de Jesús, sobrina de la
Santa, a D. Francisco 'de Quevedo sobre la cuestión del Patronato 450
LXXXVIL— Informe de la Comisión especial eclesiástica de
las Cortes de Cádiz (1812) 452
LXXXVIII. — El rey de Portugal declara fiesta para la Uni-
versidad de Coimbra el 15 de Octubre. 464
LXXXIX. — Censura de Fr. Luis de León a las obras de la
Santa 465
XC. — R las Madres Priora Ana de Jesús y Religiosas Car-
melitas Descalzas del monasterio de Madrid, el Maestro Fray
Luis de León, salud en Jesucristo 466
582 índice
Páginas
XCI.—Dc la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa
Madre Teresa de jesús. Libro primero por el Maestro Pray
Luis de León mu
XCIL — Relación de la vida y libros de la Madre Teresa,
que el P. Diego de Ycpes remitió al P. Fr. Luis de León. . . 490
XCin. — Algunas cosas de Santa Teresa de Jesús contadas
por su amiga Doña Guiomar 506
XCIV.— Real Decreto declarando fiesta nacional el día 28 de
Marzo de 1915, cuarto Centenario del nacimiento de Sía. Teresa. 508
XCV. — Circular del Ministro de la Guerra declarando a Santa
Teresa patrona del Cuerpo de Intendencia militar 509
XCVL — Notas del P. Jerónimo Gracián a la Vida de Santa
Teresa, escrita por ella misma 510
APÉNDICES R LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE SAN-
TA TERESA DE JESÚS 313
XCVIL— Las Relaciones de Santa Teresa a sus confesores
según el Códice de Toledo 515
XCVIII.— Relación que hizo la Santa Madre Teresa de Je-
sús de con quien ha tratado y comunicado su espíritu. (Có-
dice de Avila) 542
XCIX. — Relaciones espirituales de Santa Teresa según el Có-
dice de Salamanca 248
C. — Relaciones espirituales de Santa Teresa según copia
del Padre Francisco de Ribera 559
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