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Full text of "Obras de sta. Teresa de Jesús"

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WELLESLEY  COLLEGE 


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LIBRARY  FUTsIDS 


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in  2009  with  funding  from 

Boston  Library  Consortium  Member  Librarles 


http://www.archive.org/details/obrasdestateresa02tere 


BIBUPlECA    MI5irCA    (ARMElflANA 


OBRñS  DE  STñ.  TERESA  DE  JESÚS 


BIBLIOTECA     MÍSTICA     CARMELITANA 


OBRAS 

DE 

STA.  TERESA  DE  JESÚS 

EDITADAS    Y    ANOTADAS    POR    EL 

P.  SILVERIO  DE  SANTA  TERESA,  C.  D. 


TOMO     II 


RELACIONES    ESPIRITUALES 


BURGOS: 
Tipografía   de   «Bl  Monte  Carmelo» 
1915. 


ES    PROPIEDAD 


r? 


<í^-. 


Véí 


APROBACIONES 


Imprimi  potest- 

Fr.  Ezechiel  a  S.  C.  Jgsu,  Provine ialis 

Prou.  S.  Joachim  Navanae. 


Imprimatut. 

f   JosEPHUs,    Archp.   Burgensis. 


CARTA    DE    SU    SANTIDAD 


Oy7y4;^^/^(y' 


-<0eíict>íctii6 

Cki:>/Ceptiiiii  <K  U.  ia,iu><xviuUz  <.oi,toiiuiMi  ii|pi:>^í)cit« 
^  cLcuúoxxuti  tu¿  6\x>'iiti/:>  Vl/totiitii  octipta.  7>c  zc  ^Mnoti 
<i<x  <xtauc  cx?ccUcíX,  a<u3iin/m  Datic  cxat  te  ixcyxtcd'v^^^ 


atiente  tai  ti  coptooc  <>\^czx}it  ,{cL\n  <xJCt(^ . 
<^\y,^  ?cMMi  -p<yl'^eaiuxtlta  iiiixatHieí)  <)4.s?4'nctc  oytatictc^o 
4  11   i  u  ?  toid  1114  <xt  ti  vil  i  ?  OLCvcciioi  «JMieo ,  'ttí  ¿II  De  1 1  laivot^a  1 1 . 
<)a.  v'i^tu^io  V.ei  txtUoiÁí»  vía.  cetcxio  ^^  Diuiím  -pia.^^>tet^j> 
<xc  niaaiottO/wt .  ^^Ikitaiíaiic   íoiítut  ttíñ  <Yiatiaa^uc)/tiU') 
íkuMtuii?,  \\o\\  'vi4'Cx>'io<7tt?  uxüoii:»  optt:? i i>ct^i ai t,c  102 o üa 
tv:>í)inii:>  vctic  ctuopicatitm    nioiuiuicvitio. (pttt  ^itt » 
<Wut  uxiiiXi  >i  tit  utíit/itttti  cotirt<)iiuu?,  c<x  aiioqtic  uccco, 
oeaU  civtOLC  iD  aewu-;»  co<;ptio  coiitcaí  7>\\\\.\.vC  ptiic)eno  Viti  .  • 
OjA.\\í><xrx^\x\\\  i<:/utiu  O^lecUi?,  ^illnll  iittiíD  advtotatioiitt'Vtt 


VIII  CARTA     DE     SU     SANTIDAD 


M^uo  M,í</it  U  CH/Wi/i  ftuxtu  uUii^tcc  pzoj:>oyito  -ac>faJi>  • 

^vtlO|0^i4    oO  íCLid  c  ?culevitt<X  cxSo<?fv?c4^4i.tii — :>. 
^5tpooto&c<xi  1 1  c)6  ct  tcc)  Ictioi  LC  u  u    cae  feo  ti  uvit  co  t  uri . 


Rl   amado   hijo   Silverio    de   Santa    Teresa,    sacerdote   de   la    Ordejj   de 
Carmelitas   Descalzos. 

BENEDICTO    PñPfl   XV 


Amado  hijo:  Salud  y  Bendición  Apostólica. 

Es  ciertamente  mii\'  justo  que  al  emprender  la  meritlsirna  labor 
de  editar  las  obras  de  los  autores  ascéticos  y  místicos  más  esclare- 
cidos de  tu  Orden,  hayas  comenzado  por  los  escritos  de  la  Santa 
Madre  y  Legisladora^  Teresa  de  Jesúo.  Porque  ésta  es  aquella  Virgen 
avilesa  que  trata  tan  colmadamente  de  la  perfección  de  la  vida  cris- 
tiana, y  con  tan  profundo  sentido  sigue  las  maravillosas  ascensiones 
de  la  gracia  divina  en  las  almas  justas,  que  se  presenta  como  guia 
y  maestra  en  el  camino  de  la  virtud  más  encumbrada.  Te  felicitamos 
efusivamente,  asi  por  haber  emprendido  una  obra  de  tanto  empeño, 
como  por  los  valiosos  documentos  que  publicas.  Y  si  a  esto  se  añade, 
como  esperamos,  una  moderada  elegancia  en  el  decir,  que  tan  bien 
parece  en  este  género  de  escritos,  a  la  vez  que  con  oportunas  anota- 
ciones que  los  ilustren,  juzgaremos  desde  luego  que  has  trabajado 
con  provecho  en  la  consecución  de  ambos  fines,  que  son  el  bien  espi- 
ritual de  los  prójimos  y  la  gloria  de  tu  Orden  religiosa.  Te  damos  las 
gracias  de  corazón  por  el  primer  tomo  de  la  obra  que  te  dignaste 
enviarnos,  amado  hijo.  Y  a  fin  de  que  continúes  con  ánimo  hasta  ter- 
minarla según  tus  propósitos,  te  enviamos  cariñosamente  la  Bendición 
Apostólica,  prenda  de  auxilios  celestiales. 

Dado  en  Roma,  junto  a  San  Pedro,  a  8  de  Mayo  de  1915,  año 
primero  de  nuestro  Pontificado  (1). 

Benedicto,  Papa  XV. 


1      La  Carta  de  Su  Santidad  venia  acompañada  de  lo  siguiente  de  Su  Eminencia  el  Carde- 
nal Secrelario  fie  Estado. 


SECRETARIA    DE    ESTADO 
DE    SU    SANTIDAD 

Del  Vaticano,  9  de  Mayo  de  1915. 
Muy  Rdo.  Padre: 
fígradeciendo  el  Padre  Santo  el  primer  volumen  de  ta  Biblioteca  Mística 
Carmelitana,    que   comprende  la  Vida   de  Santa  Teresa   de  Jesús,   ofrecido  por 
V.  R.  como  homenaje  de  veneración  ñlial  a  Su  Santidad,  se  ha  dignado  darle 
las  gracias  en  una  venerada  Carta  autógrafa. 

Me  es  muy  grato  remitirle  el  dicho  documento  pontiñcio,  y  aprovecho  con 
agrado  la  ocasión  para  manifestar  a  V.  R.  los  sentimientos  de  mi  sincera 
estimación. 

De  V.  R.  afmo.  en  el  Señor. 

f  Pedro,  Cardenal  Gasparri. 


R.  P.  Silverio  de  Santa  Teresa,  de  la  Orden  de  Carmelitas  Descalzos. 


INTRODUCCIÓN   A    LAS   RELACIONES   ESPIRITUALES 
DE  SANTA  TERESA 


Santa  Teresa  en  el  Libro  de  la  Vida,  como  se  ha  podido  observar 
por  su  lectura,  se  detiene  particularmente  en  dar  a  conocer  el  estado 
de  su  alma  y  los  grandes  favores  recibidos  de  Dios.  Extremadamente  hu- 
milde, hacía  mucho  caudal  de  sus  faltas,  y  no  acertaba  a  compren- 
der cómo  a  una  persona  tan  ruin  (calificativo  que  con  mal  disimu- 
lada fruición  se  aplica  a  cada  momento),  podía  Dios  otorgar  tan 
levantadas  mercedes.  De  ahí  sus  dudas  de  espíritu,  que  apenas  la  de- 
jaron hasta  descender  al  sepulcro,  y  su  empeño  constante  en  darse 
a  conocer  a  los  hombres  más  doctos  y  santos  de  su  tiempo.  Viene 
a  comprender  la  Autobiografía  casi  los  primeros  cincuenta  años  de 
su  vida,  y  como  en  los  restantes  no  cesaron  los  favores  del  cielo, 
pródigamente  concedidos  a  esta  alma  portentosa,  se  vio  en  la  nece- 
sidad de  escribir  nuevas  relaciones  para  sus  confesores,  y  someter  a 
su  juicio  aquellos  dones  divinos.  Por  lo  mismo,  las  Relaciones  son 
prolongación  de  los  admirables  capítulos  de  su  Vida,  donde  nos  ha 
descrito,  con  la  sencillez  de  la  verdad  misma,  el  interior  de  su  alma, 
hermosa. 

A  este  precioso  diamante  le  faltaban  aún  nuevas  lumbres  por  des- 
cubrir, cada  vez  de  más  subido  valor,  a  medida  que  se  aproximaba 
la  fecha  en  que  había  de  ser  engastado  en  la  primorosa  corona  que  los 
grandes    siervos    de    Dios    labran    diariamente    al    Cordero    inmaculado. 

En  las  Relaciones,  se  observan  la  misma  ingenuidad  y  gracia 
de  narración  que  en  la  Vida^  las  mismas  opulentas  manifestaciones 
de  la  gracia,  el  mismo  candoroso  temor  de  no  ser  engañada  por  ar- 
dides demoníacos,  las  mismas  vigorosas  pinceladas  ascéticas  y  místi- 
cas, los  mismos  abrasamientos  de  caridad,  que  terminaron  por  con- 
sumirla y  transportarla  al  cielo  en  un  suspiro  inefable  de  amor  a  Jesús, 
que   el    corazón    fué    incapaz   de   soportar. 

Lógico  es  que  se  publiquen  a  continuación  de  su  Vida.  Así  lo 
comprendió  Fr.  Luis  de  León,  que  dio  a  la  luz  algunas  de  estas  Reía- 


Xn  INTRODUCCIÓN 

clones  y  mercedes  de  Dios,  aunque  posteriormente  los  editores  no 
han  tenido  criterio  fijo  en  la  colocación  de  ellas,  distribuyéndolas  entre 
las  cartas,  muy  separadas  unas  de  otras,  privándonos  así  de  la  grata 
impresión  de  conjunto  que  nos  producen  seguidas,  como  su  argumento 
reclama.  Además,  se  omitieron  muchas,  y  otras  se  imprimieron  mutiladas. 

Las  que  publicamos  en  este  volumen,  comprenden  desde  el  año 
1560  hasta  el  1581,  poco  antes  de  su  muerte.  Cinco  son  las  Rela- 
ciones dirigidas,  a  sus  confesores,  que  se  han  conservado.  La  primera, 
que  comienza:  «La  manera  de  proceder  en  la  oración  que  ahora  tengo», 
es  de  1560  y  ise  ha  creído  que  fué  escrita  a  San  Pedro  de  ñicántara, 
aunque  la  misma  Santa  parece  contradecirlo  cuando  dice:  «Esta  Rela- 
ción que  no  es  de  mi  letra,  que  va  al  principio,  es  que  la  di 
yo  a  mi  confesor,  y  él,  sin  quitar  ni  poner  cosa,  la  sacó  de  la 
suya.  Era  muy  espiritual  y  teólogo,  con  quien  trataba  todas  las  cosas 
de  imi  alma,  y  él  las  trató  con  otros  letrados;  entre  ellos,  fué  el  P.Man- 
cio».  Estas  palabras  inducen  a  creer  que  el  confesor  de  quien  aquí 
habla  es  el  P. .  Ibáñez,  hombre  muy  docto  y  virtuoso,  como  la  Santa 
afirma  en  diversos  pasajes  de  su  vida.  Sabemos  por  Ycpes  (1)  que 
Ibáñez  consultó  al  P.  Mancio  las  cosas  de  Santa  Teresa,  y  por  medio 
de  él  se  puso  en  comunicación  espiritual  con  el  célebre  catedrático 
de  Prima  de  la  Universidad  salmantina.  Fué  escrita  hacia  mediados 
del  año  1560,  fecha  en  que  consta  ciertamente  comunicaba  la  Santa 
su  conciencia  con  el  P.  Ibáñez.  Pudo,  sin  embargo,  San  Pedro  de  Al- 
cántara conocer  esta  Relación,  porque  en  estos  años  trató  mucho  a  la 
M.  Teresa,  la  consoló  y  dio  seguridades  de  buen  espíritu;  y  aun  con- 
certaron entrambos  que  ella  le  escribiese  cuanto  le  ocurriera  en 
adelante,  lo  cual  no  impidió  que  el  mismo  Santo  le  aconsejase  que  «de  lo 
que  tuviese  alguna  duda,  y  por  más  siguridad  de  todo,  diese  parte 
a  el  confesor»  (2).  Lo  más  probable  es  que  la  Relación  fué  escrita  y 
dirigida  al  P.  Ibáñez  y  que  el  Sanio  tuvo  conocimiento  de  ella. 

La  segunda,  continuación  de  la  primera,  fué  escrita,  según  dice 
la  misma  Santa,  algo  más  de  un  año  después,  en  el  palacio  de  D.«  Lui- 
sa de  la  Cerda  (Toledo),  como  claramente  da  a  entender  en  varios 
pasajes  de  ella.  Permaneció  allí  Santa  Teresa  desde  principios  de 
1562  hasta  los  primeros  días  de  Julio,  que  volvió  a  Avila.  Estaba  en- 
tonces en  la  ciudad  imperial  su  buen  amigo  el  P.  García  de  Toledo, 
quien  seguramente  la  vio  antes  de  enviarla  al  P.  Ibáñez,  a  quien  la 
destinaba  (3). 


1  Vida  de  S.  Teresa,  Próloflo. 

2  Vida,  c.  XXX,  p.  240. 

3  También  de  esta  Relación    pudo    tener  conocimiento   S.    Pedro   de    í'Mcantaia.    Según   el 
P.  Lorenzo,  en    la   Vidn   de    este   Santo,    hallándose    Santa   Teresa  con  D.a  Luiso  de  la  Cerda, 


INTRODÜCCTOK  XÚI 

Ambas  Relaciones  se  completan  por  otra  tercera,  escrita  en  el 
convento  de  la  Encamación,  nueve  meses  después  que  terminó  la  se- 
gunda, hacia  la  primera  mitad  del  año  1563.  También  parece  compuesta 
para  el  P.  García  de  Toledo  o  el  P.  Báñez,  con  quienes  por  esta  fecha 
se  confesaba,  según  presumimos   (1). 

Ribera  y  Yepes  en  sus  vidas  respectivas  de  Santa  Teresa,  fueron 
los  primeros  en  publicar  estas  Relaciones.  En  1615,  las  publicó  el 
padre  Tomás  de  Jesús,  y  lo  mismo  hicieron  el  padre  Jerónimo  de  San 
José  y  el  padre  Francisco  de  Santa  María.  Por  primera  vez 
aparecieron,  aunque  fraccionadas,  en  la  edición  de  las  Obras  de  la 
Santa  hecha  en  ñmberes,  año  de  1630,  por  Baltasar  Moreto,  y  en 
las  siguientes  se  publicaron  como  cartas.  Antonio  de  San  José,  en 
las  notas  a  las  Cartas  de  la  Santa  de  la  edición  de  1778,  dice  que 
los  originales  de  estas  Relaciones  estaban  en  poder  del  intendente 
del  Duque  de  Béjar,  en  la  villa  del  mismo  nombre.  No  sabemos  dónde 
paran  hoy,  si  es  que  se  conservan  todavía  estos  venerandos  originales. 
Según  noticias  que  nos  han  dado  de  ese  lugar,  allí  no  hay  vestigio 
de  ellos,  por  desgracia. 

Otras  tres  Relaciones  han  llegado  hasta  nosotros,  hechas  por  la 
Santa  a  sus  confesores.  Dos  dirigidas  al  P.  Rodrigo  Alvarez,  de  la 
Compañía  de  Jesús,  y  la  tercera  a  D.  Alonso  Velázquez,  canónigo  de 
Toledo,  y  íobispo  después  de  Osma.  Padeció  muchos  trabajos  la  Santa 
en  la  fundación  de  Sevilla,  principalmente  por  las  falsas  acusaciones 
de  una  monja  enfermiza  (histérica  la  llamaríamos  hoy)  (2),  que  no 
contenta  con  traer  afligida  a  la  Comunidad  por  sus  rarezas  y  estrafa- 
larias veleidades,  salió  del  convento  que  la  Santa  acababa  de  fundar  e 
hizo  denuncias  tan  graves  a  la  Inquisición,  que  hubo  ésta  de  tomar 
cartas  en  el  asunto.  Quien  más  sufrió  en  este  negocio  fué  la  M.  Fun- 
dadora. De  nuevo  se  puso  en  tela  de  juicio  la  bondad  de  su  espíritu, 
para  salir  de  nuevo  también  más  acrisolado  y  hermoso.  Gozaba  fama 
de  discreto  y  avisado  director  de  almas  el  P.  Rodrigo  Alvarez,  de 
la    Compañía    de    Jesús,    y    a    él    le   encomendó   el    Santo    Tribunal    el 


concertando  la  fundación  de  su  primer  monasterio  de  Descalzas,  tenía  algunas  dificultades  acerca 
de  la  pobreza  absoluta  en  que  quería  fundarlo,  o  para  consultarlas  a  S.  Pedro  de  Alcántara, 
le  suplicó  fuese  a  Toledo,  donde  D.a  Luisa  le  hospedaría  con  mucho  gusto  en  su  palacio. 
El  Santo  se  determinó  a  ir,  h  pasó  allí  algún  tiempo  con  grande  contento  y  provecho  de 
Santa  Teresa  y  de  D.a  Luisa,  que  le  cobró  singular  cariño  y  le  ofreció  lo  necesario  para  dos 
fundaciones  de  sus  religiosos,  una  en  Paracuellos  y  otra  en  Malagón.  (Cfr.  Dortentum  poeni- 
tentiae  sive  Vita  S.  Detri  de  Hlcantara,  aucthore  Fr.  Laurentio  a  D.  Paulo  Sueco,  lib.  III, 
c.   XIV,  p.  126). 

1  El  P.  Jerónimo  de  San  José  (Historia  del  Carrren  Descalzo,  1.  V,  c.  VI,  p.  807),  se 
inclina  por  e!  P.  García  de  Toledo,  fundado  en  que  el  P.  Báñez  era  poco  amigo  de  que  se 
escribiesen   e.stas  cosav. 

2  Cfr.  Ramillete  de  Mirra,  por  María  de  S.  José,  primera  priora  de  las  Carmelitas  Des- 
calzas de  Sevilla. 


XIV  INTRODUCCIÓN 

examen  de  la  M.  Teresa.  Para  ello  le  escribió  la  Santa  una  Relación 
por  los  meses  de  Febrero  o  Marzo,  y  otra  algunas  semanas  más  tarde, 
aunque  ésta  última,  no  como  a  calificador  del  Santo  Oficio,  sino  como 
a  director  de  su  alma,  según  había  hecho  antes  con  otros  directores. 
El  P.  Rodrigo  consultó  a  varones  discretos,  y  aprobó  el  espíritu  de 
la  Santa  (1). 

En  la  primera  de  las  Relaciones  al  P.  Rodrigo  Alvarez,  habla 
Santa  Teresa  en  tercera  persona  y  enumera  muchos  de  los  directores 
espirituales  que  había  tenido.  Dos  veces  debió  de  redactar  este  escrito, 
con  alguna  leve  diferencia.  El  que  trae  Ribera,  que  dice  haber  tenido 
el  autógrafo  delante  (2),  que  se  halla  en  los  Códices  de  Avila  y 
Toledo,  de  que  luego  hablaremos,  y  el  que  se  conserva  original  en  los 
Carmelitas  Descalzos  de  Viterbo  (Italia),  no  publicado  todavía  en  nin- 
guna de  las  adiciones  españolas  de  las  obras  de  Santa  Teresa. 

De  la  atenta  lectura  de  ambos  documentos,  parece  inferirse,  que  el 
autógrafo  de  Viterbo  fué  el  primer  escrito  de  la  Santa,  que  luego, 
algo  modificado,  le  ísirvió  para  la  redacción  definitiva,  que  había  de  re- 
mitir al  P.  Rodrigo.  Existiendo  el  original  de  esta  Relación,  claro  es 
que  hemos  de  preferirle  a  las  copias  que  de  la  segunda  redacción  nos 
quedan,  por  autorizadas  que  sean,  que  lo  son  mucho;  por  eso,  publica- 
remos el  de  Viterbo  como  texto  de  lectura,  dejando  para  los  Apén- 
dices la  última  redacción  de  él,  según  se  halla  en  los  antiguos  men- 
cionados Códices   de  ñvila  y   Toledo. 

De  la  otra  Relación  al  Padre  Rodrigo,  no  se  conserva  el  original, 
pero  sí  copias  contemporáneas  de  la  Santa,  que  nos  han  servido  para 
editarla.  Publicadas  estas  Relaciones  por  Ribera,  se  han  reproducido 
después  en  las  ediciones  de  las  Obras  de  Santa  Teresa,  entre  las  Cartas. 

La  última  Relación  fué  escrita  en  el  mes  de  Mayo  de  1581,  es- 
tando en  la  fundación  de  Palencia.  Dirígela  al  doctor  Velázquez,  obispo 
de  Osma,  grande  amigo  de  la  Santa,  a  la  que  había  confesado  es- 
tando en  Toledo  (3).  El  Obispo  de  Osma  siempre  había  sentido  bien  del 
espíritu  de  la  Madre  Teresa,  a  quien  tenía  singular  veneración,  y 
deseando  en  su  diócesis  un  convento  de  Carmelitas  Descalzas,  escri- 
bió para  conseguirlo  a  la  M.  Fundadora,  ñntes  de  salir  para  esta  nue- 
va fundación,  la  Santa  dio  cuenta  al  Prelado  de  su  espíritu  en  un  her- 
moso documento,  que  puede  ser  considerado  como  la  última  bellísima 
manifestación    del   estado   de   su   alma,   ya   en    plena   madurez. 


1  Pueden  verse  acerca  de  esto  las  Declaraciones  del  P.  Hennquez,  S.  J.,  en  el  Proceso 
de  canonización  de  la  Santa  hecho  en  Salamanca,  ano  de  1590,  y  la  del  licenciado  Femando 
de  Mata  en  Sevilla,   año  de  1596. 

2  Vida  de  S.    Teresa,  lib.  I,  c.   VII. 

3  Habla  la  Santa  con  giande  elogio  del  Di.  Velázquez  en  su  correspondencia  epistolar. 


INTRODUCCIÓN  XV 

Salió  a  luz  por  primera  vez  este  escrito,  como  carta  de  Santa 
Teresa,  en  Bruselas,  año  de  1647,  y  entre  las  Cartas  ha  venido  publicán- 
dose en  las  ediciones  castellanas,  sin  exceptuar  las  de  La  Fuente.  En 
ésta  saldrá  en  el  lugar  que  le  corresponde,  corregida  conforme  a  dos 
extensos  fragmentos  autógrafos  que  se  veneran  en  las  Carmelitas  Descal- 
zas de  Santa  ñna  de  Madrid, 

Hdemás  de  estas  Relaciones  dirigidas  a  los  confesores,  existen 
otras  de  corta  redacción,  que  declaran  gracias  o  mercedes  recibidas  de 
Dios,  hablas  interiores  y  algunas  revelaciones.  Gran  parte  de  ellas 
están  escritas  después  de  la  comunión.  Son  interesantes  y  completan 
el  cuadro  incomparable  en  que  campea  este  espíritu,  tan  lleno  de 
carismas.  Estas  Mercedes  divinas,  lindamente  narradas,  semejan  a  las 
pequeñas  partículas  que  se  desprenden  de  la  piedra  preciosa  al  enta- 
llarla el  lapidario,  diminutas  ciertamente,  pero  de  facetas  no  menos 
brillantes  y  hermosas  que  la  piedra  misma  de  que  formaron  parte. 
Algunas  hacen  referencia  a  su  alma;  otras  a  distintas  personas,  muy 
conocidas  de  la  Santa,  entre  las  cuales  está  en  lugar  preeminente  el 
P.  Jerónimo  Gracián.  No  faltan  algunas  que  han  debido  de  ser  re- 
laciones escritas  para  sus  confesores,  pero  o  porque  la  Santa  no 
las  completó,  o  porque  se  han  perdido,  se  hallan  hoy  en  estado  muy 
fragmentario. 

De  la  existencia  de  estos  escritos  sueltos  no  cabe  dudar.  R  más 
de  afirmarlo  Fray  Luis  de  León,  lo  testimoniaron  muchos  testigos 
oculares  en  los  Procesos  para  la  canonización  de  la  Santa.  Dice 
a  este  propósito  María  de  San  José,  hermana  del  P.  Gracián,  en 
las  Informaciones  de  Madrid:  «Conoció  en  la  M.  Teresa  de  Jesús  y 
lo  sabe  porque  ha  tenido  muchos  papeles  y  cartas  suyas  escritas  a  la 
M.  María  Bautista,  con  quien  ella  comunicaba  más  en  particular,  y 
otras  cartas  escritas  al  P.  Fray  Domingo  Báñez,  su  confesor,  en  que 
le  daba  cuenta  de  algunas  cosas  particulares  de  su  espíritu  y  avisos 
que  Nuestro  Señor  le  daba.  Y  sabe  esta  testigo  que  muchas  cosas 
dejó  escritas  de  su  mano,  que  después  de  muerta,  esta  testigo  las 
trasladó  (1),  y  el  P.  Fray  Luis  de  León  y  otras  personas  doctas 
fueron  de  parecer  que  algunas  de  ellas  se  imprimiesen,  que  son  las 
que  están  al  cabo  de  la  Vida  de  la  dicha  Madre.  Y  otras,  por 
ser  muy  subidas  de  espíritu  y  que  no  todos  las  alcanzarían,  no  se 
imprimieron;  y  otras  que  tocaban  a  personas  particulares  que,  por 
ser  vivas  las  personas  a  quien  tocaban,  no  se  imprimieron,  y  algunas 


1  Memorias  Historíales,  letia  R,  núm.  50.  El  traslado  de  María  de  S.  José,  inserto  en 
diversos  parajes  del  /Iño  Teresiano,  se  conserva  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Consuegra, 
donde  la   venerable  .V.adre   pasó   la   mauor  parte  de  su  vida   religiosa. 


X\l  INTRODL'CXICN 

de  ellas  tocaban  a  profecía,  y  parte  de  ellas  ha  visto  cinnplidas,  como 
era  que  estando  un  hennano  de  esta  testigo  muy  malo,  y  dándole  pena 
a  la  dicha  Madre  pensar  si  le  había  de  faltar,  dijo  después,  que  ella 
había  de  morir  primero  que  él,  como  fué  ansí,  que  ella  murió  y  él  es 
vivo»   (1). 

Lo  mismo  aseguran  en  las  Informaciones  hechas  para  la  cano- 
nización de  la  Santa  muchas  primitivas  Descalzas  que  la  conocieron, 
vivieron  con  ella,  y  hasta  copiaron  algunas  de  estas  mercedes.  Parece 
que  Santa  Teresa,  terminada  su  primera  fundación  de  San  José,  gozó 
de  relativa  tranquilidad  de  espíritu  y  no  se  curaba  de  escribir  los  fa- 
vores que  iba  recibiendo  de  Dios,  hasta  que  el  mismo  Jesús  se  lo 
avisó,  sobre  todo  desde  1571  en  que  conoció  al  P.  Gradan  y  tuvo 
sobre  él  no  pocas  revelaciones,  ilsí  nos  lo  asegura  María  de  San  José, 
que  en  sus  Recreaciones  dice:  «Y  como  ya  por  la  fundación  de  este 
monasterio  y  por  verse  cumplidas  clara  y  manifiestamente  todas  las 
cosas,  así  la  misma  Madre  como  los  confesores,  satisfechos  del  ver- 
dadero espíritu  de  Dios,  y  con  esto  contenta,  no  se  curaba  de  ir  es- 
cribiendo muchas  grandezas  que  el  Señor  le  manifestaba,  como  yo 
lo  entendí  de  la  misma  Aladre;  hasta  que  después  se  lo  mandó 
Nuestro  Señor,  y  comienza  a  decir  otras  revelaciones  en  un  cuader- 
nito,   y   dice:    «Año   de  mil   y    quinientos   y   setenta   y   uno...»    (2). 

Las  palabras  transcritas  explican  el  número  escaso  de  Relaciones 
que  se  conservan  del  año  1562  al  1571,  abundando  en  cambio  desde 
esta  fecha,  principalmente  del  año  75  hasta  el  año  penúltimo  de  su 
vida.  Las  Relaciones  anteriores  al  71  debían  de  andar  en  hojas  sueltas 
aimque  ordenadas;  pero  desde  esta  fecha  comenzó  a  escribirlas  en 
cuadernos,  como  hemos  visto  en  María  de  San  José,  y  afirma  la  misma 
Santa  en  ima  de  las  últimas  mercedes  donde  dice:  «Ahora,  tomando 
a  leer  este  cuadernillo,   he  pensado  si  ha   de   ser   ésta   la   fiesta». 

El  cuadernillo  donde  la  Santa  apuntaba  las  mercedes  de  Dios, 
debió  de  perderse  muy  pronto.  Las  religiosas  primitivas  hablan  de  él 
g  lo  tuvieron  algimas  en  sus  manos.  También  lo  tuvo  el  P.  Francisco 
de  Ribera,  como  veremos  luego.  Otras  relaciones  aisladas  de  su  letra, 
las  vieron  y  copiaron  biógrafos  primitivos  de  la  Santa  y  muchos  escri- 
tores de  los  primeros  tiempos  de  su  Reforma.  Los  pocos  autógrafos 
conservados  hasta  nosotros,  se  indicarán  en  sus  lugares  propios.  Sólo 
añadimos,  como  prudente  precaución,  que  las  mercedes  veneradas  en 
algunos  lugares  como  originales  de  la  Santa,  están  compuestas  con 
letras  de  la  ínclita  Doctora,  cortadas,  por  lo  regular,  de  cartas  suyas. 


1  Véas«  la  Rc'.acón  LV,  p-  78. 

2  Recreación  rictima. 


INTBODt'CClON  S\,Ü 

y  puestas  en  forma  que  reproduzcan  un  aviso,  relación  o  pensamiento 
de  sus  escritos.  Hemos  visto  algunos  casos  de  estos,  y  es  necesario 
proceder  con  no  poca  diligencia  y  cautela  antes  de  calificar  de  autó- 
grafo de  la  Santa  lo  que  es  solamente  arreglo  infortunado  de  letras 
suyas.  Por  ejemplo,  los  cuatro  avisos  a  los  Superiores  de  la  Reforma, 
que  recibió  en  San  José  de  H;-ila  en  1579,  se  hallan  de  letra  de  la 
Santa  en  las  Carmelitas  Descalzas  dsi  Corpus  Christi  de  Rlcalá  de 
Henares,  pero  no  es  un  original  suyo,  sino  un  papel  en  que  se  fue- 
ron pegando  letras  de  Santa  Teresa  hasta  componer  los  mencionados 
avisos.  Los  editores,  sin  embargo,  los  han  dado  como  autógrafos.  Casos 
parecidos  habremos  de  citar  bastantes  en  esta  edición. 

Fray  Luis  de  León  fué  d  primero  que  publicó  cierto  numero  de 
estas  relaciones  en  la  edición  de  las  Obras  de  la  Santa  hecha  en  Sa- 
lamanca (1).  Maria  de  S.  José  nos  ha  dicho  las  razones  que  tuvo  el  fa- 
moso agustino  para  no  publicar  todas  las  que  tenía  a  la  vista.  Los 
Padres  Ribera,  Yepes,  Jerónimo  de  San  José  y  Francisco  de  Santa 
María  dieron  a  conocer  algunas  nuevas,  y  otras  han  venido  editándose 
como  cartas  incompletas,  avisos  o  fragmentos  sueltos  en  las  ediciones 
de  estos  escritos,  pero  en  número  harto  limitado,  hasta  que  D.  Vicente  de 
la  Fuente  tuvo  el  buen  acuerdo  de  publicarlas  casi  todas,  valiéndose  de 
un  Códice  que  los  diligentes  Carmelitas  que  trabajaban  en  la  segimda 
mitad  del  siglo  XV'III  en  una  nueva  edición  de  las  Obras  de  Santa 
Teresa,  tenían  preparado  (2). 

A  pesar  del  orden  truculento  y  embrollador  y  de  las  innumerables 
faltas  de  texto  y  notas  con  que  las  Relaciones  salieron,  hemos  de 
agradecerle  todavía  que  las  publicase  juntas  y  desglosase  de  las  cartas 
las  que  con  ellas  andaban  mezcladas.  La  citada  copia  es  trasunto  de 
dos  Códices  que  se  conservan  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Avila 
y  Toledo.  Entrambos  contienen  la  colección  más  numerosa  de  Relaciones 
de  Santa  Teresa  que  se  conoce,  y  son  de  absoluta  necesidad  para  la 
ajustada   publicación   de  ellas. 

El  Códice  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  Anla  hace  un  cuaderno  en 
cuarto,  que  se  compone  de  las  Relaciones  de  Santa  Teresa  y  de  otros 
documentos   debidos   a   distintas   plumas.    El   manuscrito   es   del    tianpo 


1  En  la  página  545  de  esta  edición  salmantina  se  lee:  «El  .Waesao  Fr.  Lais  d€  León 
al  lector.  Con  los  criginales  dcste  libro  vinieron  a  mis  manes  unos  papeles  escritos  por  las 
de  !a  santa  madre  Teresa  ce  Jesús,  rn  ene,  o  para  metcoiia  snga,  o  paia  dar  necia  a  sas 
confesores,  tenia  puestas  cosas  qne  Dios  !•  d?cía  g  mercedes  ane  le  hada,  demás  de  las  que 
en  este  libro  se  contienen,  gce  me  pareció  ponerlas  con  el,  por  ser  de  macha  ediñcacioa.  Y 
ansi  las  puse  a  la  letra  como  la  madre  las  escribe,  q'je  dice  aas;».  Pobiicalas  Fr.  Luis  de  L«ón 
con  notables  alteraciones  g  cambio  de  palabras,  g  corresponden,  según  vienen  ec  la  e<iición 
principe,  a  las   que    en    el   texto   lle\-an    los    números    .XX.X\1.    .XX\1,    XXX.  XI,  .XII.    V^UTII, 

XXV,  XV.  IX.  xvi-xvu  g  xxn.  xlx,  xx,  xxui.  xxrv,  .xx\\  vin.  .xiv.  lxvu. 

2  Guáidase  en  la  Bibücieca  >iacioaeI,  .\^s.  1.400. 


XVltl  INTRODUeaON 

de  la  misma  Santa  o  poco  después.  Comparando  la  letra  de  las  Rela- 
ciones con  la  de  las  primitivas  religiosas  de  S.  José,  nos  ha  parecido 
que  €s  de  Rna  de  S.  Pedro,  que  profesó  en  esta  casa  el  día  15  de  ñgos- 
to  de  1571   y  murió  el  año  de  1588  (1).  Fundo  mi  opinión  en  que   las 
profesiones  extendidas  hasta  el  año  1585  en  el  Libro  primitivo  de  San 
José,  están  redactadas  por  la  misma  mano  que  el  Códice  de  las  Rela- 
ciones, y   aquéllas  ¡son  de  letra  de  la  Madre  ñna.  De  1585  a   1589  no 
hubo  ninguna   profesión  ¡en  Avila.   El  28  de  Octubre  de  este  año,  pro- 
fesó   la    M.    ñna    de   la    Madre   de   Dios,    y    ya   la    fórmula   extendida 
en  el  registro  es  de  otra  letra,  lo  que  da  más  firmeza  a  mis  conjeturas. 
La    transcripción   está    hecha    con    mucha    fidelidad    en    cincuenta    y 
cinco  hojas  y  media,  y  es  el  Manuscrito  que  más  Relaciones  copia  de 
Santa  Teresa.  Algo  difiere  su  ortografía  de  la  empleada  por  la  Santa, 
en  determinadas  palabras;    pero  el  respeto  de  la  M.  Ana  a  los  autó- 
grafos  que   hubo   de   trasladar  es   grandísimo.    No   se   advierte   ningún 
cambio  de  palabras  por  otras  que  pudieran  parecer  más  propias,  como 
alguna  vez  se  ¡nota  en  lotros  manuscritos,  ni  se  altera  el  hipérbaton,  ni  se 
hace  mutación  alguna.  No  habiendo  salido  la  M.  Ana  de  S.  Pedro  del 
Convento  de  San  José  de  Avila,  es  muy   verosímil  que  la  Santa  Fun- 
dadora,  aprovechándose  de  la   letra  hermosa  y  clara   de  esta   religiosa, 
la  mandase  sacar  una  copia  de  todas  las  mercedes  de  Dios  que  había 
escrito,  ya  en  papeles  sueltos,  ya  en  cuadernillos.  La  autoridad  de  esta 
copia  es  muy  grande,  y  la  seguimos  en  la  presente  edición  en  todas  las 
Relaciones  de  que  no  se  conservan  autógrafos,  a  no  ser  que  otra  cosa 
advirtamos  en  nota  (2).  A  sesenta  llegan,  sin  contar  las  dos  al  P.  Ro- 
drigo Alvarez,  las  de  este  Códice,  y  están  separadas  unas  de  otras  con 
suficiente   espacio    para   significar   que   son    distintas.    Los   números   de 
orden   puestos   a  cada   Relación,  no   los  creo   de   la   M.   Ana,   sino   del 
P.  Manuel  de  Sta.  María,  que  le  manejó  hacia  el  año  1786  (3),  y  escribió 
al   margen    algunas   indicaciones   con   respecto   al   Códice   de   Toledo   y 
a  las  Adiciones  de  Fr.  Luis  de  León. 


1  Ana  de  S.  Pedro  fWasteels),  natural  de  Flandes,  casó  con  el  hidalgo  Matías  de 
Guzmán,  oriundo  de  Avila,  y  se  establecieron  en  esta  vieja  ciudad  castellana,  cerca  del  mO'- 
nasterio  de  San  José.  Habiendo  enviudado  joven  aún,  se  hizo  Carmelita  descalza  en  la  misma 
ciudad,  donde  profesó  el  15  de  Agosto  de  1571.  Falleció  el  8  de  Mayo  de  1588,  a  los  cin- 
cuenta años  de  edad,  según  dice  el  Libro  de  Profesiones  del  convento. 

2  En  las  palabras  que  la  Santa  escribe  por  modo  uniforme  como  perfeto,  efeto,  Josef, 
ecesivo,  otava.  fe,  ecelencia,  etc.,  etc.,  no  seguimos  a  la  copia  cuando  usa  diferente  orto* 
grafía,  sino  que  las  reproducimos  según  las  empleaba   su  autora. 

3  En  la  primera  hoja  escribe  el  P.  Manuel:  tpavores  de  Su  Magestad  a  N.  Gloriosa 
M.  Sta.  Teresa,  en  los  últimos  20  aiíos  de  su  vida.  Documento  apreciable  de  el  Archivo  del 
primitivo  Convento  de  San  Joseph  de  Avila:  Que  comoquiera  que  se  le  notan  freqüentlsimos 
variantes  y  discrepancias  de  como  la  Santa  se  explicaba  y  lo  escribía  comunmente,  se  tuvo  a 
la  vista  y  sirvió  de  mucho  el  año  de  1786  para  un  asunto  grave  de  las  Obras  de  la  misma 
Santa,  confiado  a  Religiosos  de  esta  Provincia  de  N.  P.  S.  Elias  por  los  Prelados  superiores 
de  Nuestra  Sagrada  Religión». 


INTRODUCCIÓN  XIX 

Otra  copia  importante  de  las  Relaciones  de  Sta.  Teresa  guardan  las 
Carmelitas  Descalzas  de  Toledo,  a  continuación  de  un  Manuscrito  antiguo 
que  traslada  el  libro  de  las  Fundaciones  de  Santa  Teresa  (1).  Ocupan 
las  Relaciones  del  folio  132  al  158,  de  muy  buena  letra,  que  parece  de 
fines  del  siglo  XVI.  Es  tan  completo  este  Códice  como  el  de  Avila,  si 
bien  no  transcribe  con  tanta  fidelidad  los  originales  (2).  En  las  Re- 
laciones se  notan  algunas  variantes  que  el  copista  hizo  atendiendo  al 
rigor  teológico  del  significado  de  ciertas  palabras,  y  sospecho  que  al- 
guna vez  también  al  mejor  giro  literario.  En  algún  caso  suprime  pá- 
rrafos que  no  le  parecen  oportunos;  así,  en  la  segunda  Relación  al 
P.  Rodrigo  Alvarez,  de  los  cuatro  finales,  omite  los  tres,  dejando  sólo 
el  último.  También  corrige  a  Santa  Teresa  las  faltas  ortográficas  de 
latín  de  los  pocos  textos  que  cita.  Tanto  estas  correcciones  como  las 
mencionadas  más  arriba,  indican  que  el  autor  de  esta  copia  era  per- 
sona culta   y   de   no  escaso   saber   teológico. 

Por  la  fidelidad  del  trasunto  es  inferior  a  la  copia  abulense. 
ñlguna  diferencia  hay  en  el  orden  de  las  Relaciones.  El  Códice  de 
Toledo  copia  al  principio  las  dos  al  P.  Rodrigo  que  el  de  ñvila  re- 
produce al  fin,  y  en  las  Relaciones  cortas  también  hay  alguna  discrepan- 
cia levísima.  La  primera  de  Avila  es  la  última  en  el  de  Toledo.  Casi 
todas  las  demás  siguen  el  mismo  orden.  Esto  parece  indicar  que  los 
copistas  sacaron  sus  traslados  de  documentos  análogos,  aunque  no  los 
mismos,  y  que  las  Relaciones  de  la  Santa  debían  de  estar  reunidas 
y  ordenadas,  no  sólo  las  referentes  a  Gracián,  sino  casi  todas  las  que 
hoy  conocemos.  De  otro  modo  no  se  explica  que,  copias  hechas  en 
diversos  tiempos  y  por  distintos  ejemplares,  coincidan  en  el  número  y 
orden  de  documentos  trasladados,  de  correr  las  Relaciones  en  hojas  suel- 
tas y  desperdigadas  por  España  y  otros  países.  Quizá  a  esto  se  deba 
también  el  número  cortísimo  de  autógrafos  que  se  conserva  de  estos 
escritos.  Si  se  juntaron  todos  en  cuaderno,  y  éste  se  ha  perdido,  como 
hmdadamente  creemos,  nada  tiene  de  extraño,  que  no  demos  con  los 
autógrafos,  si  se  exceptúan  los  de  Consuegra,  que,  según  Gracián,  los 
escribió  dos  veces  la  Santa,  el  de  San  Egidio  en  Roma'  y  cuatro  líneas 
en  Lucena.  Las  demás  Relaciones,  que  pasan  por  originales,  como  las 
de  Alcalá  de  Henares,  la  del  Convento  del  Puig,  en  el  antiguo  reino  de 
Valencia,  la  de  Jupille,  en  Bélgica,  y  muchas  otras,  son  composiciones, 
según  es  dicho,  de  letras  de  la  Santa,  tomadas  de  escritos  suyos. 


1  «Libro  de  las  Fundaciones  y  los  Monasterios  que  fundó  la  M.  Theresa  de  Jesús,  de  la 
primera  regla,  que  llaman  Descalzas  de  N.  Sra.  del  Carmen».  Un  volum.  en  4. o,  de  letra  de 
fines  del  siglo  XVI. 

2  Dos  Relaciones  echamos  de  menos  en  esta  Copia,  que  trae  la  de  Avila  bajo  los 
números  XIV  y  XLV,  que  corresponden  en  el  presente  tomo  al   XIV  y  XLIV,  págs.  47  y  72. 


XX  INTRODUCC'.nM 

En  el  Manuscrito  1.^00  de  la  Biblioteca  Nacional  se  halla  un  traslado 
de  estas  Relaciones,  sacado  bajo  la  dirección  del  P.  ñndrés  de  la 
Encarnación,  en  Febrero  de  1579,  para  el  Archivo  general  de  los  Car- 
melitas Descalzos.  El  P.  Manuel  de  Sta.  María,  puso  al  margen  algu- 
nas citas  útiles  y  muy  oportunas.  De  este  religioso  y  del  P.  Jacinto 
de  Sta.  Teresa  son  las  ocho  hojas  y  media  de  variantes  entre  los  Có- 
dices de  Avila  y  Toledo  que  publicaron  en  el  mismo  Manuscrito,  según 
cotejo  de  ambos  Códices  hecho  por  orden  de  sus  Superiores  en  Segovia 
(Febrero  de  1787).  Nosotros,  omitiendo  la  reproducción  de  estas  va- 
riantes, preferimos  publicar  íntegro  el  Manuscrito  de  Toledo  para  que 
los  lectores  por  sí  mismos  puedan  apreciar  las  diferencias  con  el  de 
Avila,  que  publicamos  en  el  texto. 

En  las  Carmelitas  Descalzas  de  Salamanca  tuvimos  años  pasados  la 
buena  fortuna  de  tropezar  con  un  manuscrito  completamente  ignorado  has- 
ta el  presente,  que  al  verlo  nos  pareció  de  letra  de  Teresita,  sobrina  de 
la  Santa  e  hija  de  D.  Lorenzo  de  Cepeda.  Examinado  más  despacio  y 
compulsado  con  otros  originales  suyos,  nos  hemos  confirmado  en  la 
opinión  primera.  Es  un  Cuadernillo,  con  cubierta  de  papel,  de  veinti- 
siete hojas  útiles.  Contiene  treinta  y  ocho  Relaciones,  casi  con  el  mismo 
orden  de  colocación  que  el  Códice  de  Avila  (1).  Sin  embargo,  copia 
una  que  no  se  halla  ni  en  éste  ni  en  el  de  Toledo,  aunque  ya 
la    publicaron    Fr.    Luis    de    León    y    el    P.    Ribera    (2). 

Al  decir  de  la  Santa,  su  sobrina  tenía  muy  linda  letra,  y  no  fué 
ésta  la  única  vez  que  la  escogió  para  amanuense.  En  la  página  cxxix 
de  los  «Preliminares»  vimos  cómo  Teresita  había  sacado  una  copia 
del  Libro  de  la  Vida  por  mandato  de  la  Santa  (3),  y  seguramente 
que  otras  muchas  cosas  le  copiaría,  las  cuales  no  han  llegado  hasta 
nosotros.  Del  presente  traslado  no  parece  que  haya  lugar  a  duda.  La 
letra  es  idéntica  a  la  de  dos  cartas  suyas,  que  tenemos  en  nuestro 
poder,  de  31  de  JiÜio  y  18  de  Agosto  de  1610,  y  a  la  que  la  misma 
M.  Teresa  escribió  en  2^  de  Mayo  del  mismo  aña  a  su  buena  amiga 
Ana  de  San  Bartolomé,  que  entonces  estaba  en  el  Carmelo  de  Tours, 
y  que  luego  llevó  consigo  al  de  Amberes,  donde  hoy  se  guarda.  Los 
rasgos  son  muy  parecidos;  más  seguridad  y  firmeza  se  nota  en  las 
cartas  y  hasta  más  perfección  en  el  trazado,  porque  las  Relaciones 
debió   de  escribirlas  muy   joven,   y   se  conoce  que   las  iba   trasladando 


El  cuaderno  mide  exactaniente  147  por  103  milímetros.  El  orden  de  las  Relaciones  con 
respecto  al  Códice  de  Avila  es  el  siguiente:  !,  2,  S,  5,  3,  6,  7,  8.  9,  10,  12,  13,  14,  15,  16,  17, 
18,  19,  20,  21,  11,  22,  23,  21,  25,  26,  27,  30,  36,  37,  38,  39,  32,  33,  31,  35,  31. 

2  Es  la  Relación  VIII  del  texto,  p.  41. 

3  Véase  la  página  330  del  presente  tomo,  donde  la  misma  religiosa  lo  declara  en  su  De- 
posición del  nfto  1610. 


INTRODUCCIÓN  XXI 

letra  por  letra,  ñparte  de  estas  pequeñas  e  inevitables  diferencias,  el 
trazado  general  es  idéntico.  La  forma  peculiar  de  los  puntos  sobre  las 
íes   de   esta   copia,    persevera   en    las   cartas. 

También  la  encontramos  semejante  a  la  del  manuscrito  antiguo  que 
guardan  las  Carmelitas  Descalzas  de  Hvila,  el  cual  contiene  una  re- 
lación de  las  virtudes  de  la  Santa  hecha  por  su  prima  María  de  San 
Jerónimo  (1),  y  las  últimas  acciones  de  la  misma  contadas  por  Ana 
de  San  Bartolomé  (2).  Para  mí  no  cabe  duda  que  este  Códice  es  de 
letra  de  la  M.  Teresa,  y  lo  mismo  sienten  las  religiosas  de  San  José. 

R  mayor  abundamiento,  la  copia  de  la  firma  de  Santa  Teresa 
al  pie  de  la  Revelación  que  tuvo  en  la  ermita  de  San  José  da  ñvila, 
año  de  1579,  es  igual  a  la  que  la  misma  copista  puso  en  su  profesión 
hecha  el  5  de  Noviembre  de  1582,  que  puede  verse  en  el  Libro  de 
Profesiones  de  dicho  Monasterio.  La  semejanza  de  la  firma,  no  sólo 
nos  cerciora  de  la  procedencia  de  la  copia,  sino  que  nos  advierte,  que 
ésta  debió  de  hacerla  en  vida  de  la  Santa,  o  poco  después  de  muerta, 
porque  su  sobrina,  más  adelante  firmaba  Theresa,  con  hache,  y  con 
esta  letra  viene  asimismo  en  el  citado  Códice  de  Avila,  debido  a  la 
pluma  de  la  misma  religiosa.  Nuestros  lectores  verán  en  los  Apén- 
dices este  hermoso  trasunto  de  la  sobrina  de  Santa  Teresa  de  Jesús. 
¿Copió  más  Relaciones  la  sobrina  de  la  Santa?  Bien  pudo  hacerlo, 
juntas  vivieron  en  San  José  la  M.  Ana  de  San  Pedro  y  ella;  pero 
go  no  he  podido  dar  con  otros  manuscritos  que  las  contengan.  En  el  de 
Salamanca,  la  última  hoja  lleva  únicamente  cuatro  líneas  escritas.  No 
es  inverosímil  que  continuase  trasladando  en  otros  cuadernos  las  demás 
mercedes   divinas  de  su   santa   Tía. 

Del  P.  Ribera  existe  otro  traslado  bastante  completo  y  fiel  de 
las  Relaciones  de  Santa  Teresa  en  la  Biblioteca  de  la  Real  Academia 
de  la  Historia.  Recientemente  le  han  dado  a  conocer  D.  José  Gómez 
Centurión  y  el  P.  Fidel  Fita  (3).  Contiene  este  Códice  un  traslado  del 
Libro  de  las  Fundaciones  (págs.  1-214).  A  continuación  copia  algunas 
Relaciones  precedidas  de  este  epígrafe:  «Relación  que  hizo  la  AVadre 
Teresa  de  Jesús  de  con  quien  había  tratado  y  comunicado  su  espíritu. 
Oración    de    la    Santa    Madre    Teresa    de    Jesús»    (págs.    217-227)    (4). 


1  Véase  la  página  291. 

2  La  reproducimos  en  los  Apéndices,  página  232.  No  estábamos  seguros  entonces  del 
autor  de  la  copia,  Pero  hou,  hechos  nuevos  estudios  de  compulsa,  no  tememos  aftnnai,  que 
tanto  la  relación  que  firma  la  M.  María  de  S.  Jerónimo,  como  el  otro  escrito  de  la  V.  Ana 
de  S.   Bartolomé,  son   de  letra  de  la  M.  Teresa,   sobrina   de  la   SantH. 

3  Véanse  los  números  del  Boletín  de  la  Real  ñcademía  de  la  Histona.  correspondientes 
a  los  meses  de  Marzo,  Abril  y  Septiembre-Octubre  de  1915.  El  Códice  lleva  esta  signatura: 
Estante  11,  grada   5.a,  número  132, 

4  Son  las  dirigidas  al  P.  Rodrigo  Alvarez,  que  nosotros  publicamos  en  los  núms.  IV  ü  V. 


XXII  INTROnurri'^N 

Con  el  título  «Todo  esto  que  se  sigue  saqué  de  catorce  papeles, 
todos  escritos  de  mano  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  salvo  uno»,  con- 
tinúa trasladando  nuevas  Relaciones  (págs.  227-2'10).  Por  fin,  de  la 
página  245  a  la  252,  copia  las  Relaciones,  que  publicamos  en  los 
Apéndices.  Todos  estos  traslados,  en  parte  de  letra  del  mismo  P.  Ri- 
bera, son  de  grande  importancia  y  arguyen  el  exquisito  esmero  que 
puso,  así  en  la  biografía  de  la  Santa,  como  en  la  reproducción  de  textos 
de  sus  escritos.  Bien  podemos  asegurar,  que  no  hay  relación,  ni  mer- 
ced de  Dios,  de  las  que  conocemos,  que  él  ignorase,  y  muchas  están 
citadas  en  su  Vida  de  Santa  Teresa,  publicada  en  1590,  como  notaremos 
al  reproducirlas. 

Sobre  las  mercedes  que  hacen  referencia  al  P.  Jerónimo  Gracián, 
además  de  los  Manuscritos  de  ñvila,  Toledo  y  del  P.  Ribera,  tene- 
mos otras  muchas  fuentes  de  indiscutible  autenticidad.  Juan  Vázquez  del 
Mármol,  notario  apostólico,  sacó  copia  autorizada  de  los  originales  que 
él  mismo  asegura  tener  a  la  vista,  cuando  dice:  «Por  la  presente  Yo, 
Juan  Vázquez  del  Mármol,  doy  fe  como  notario  apostólico,  que  he 
visto  algunas  veces,  y  tenido  en  mi  poder  y  leído  muchas  y  diversas 
veces,  un  pliego  de  papel  de  letra  de  la  M.  Teresa  de  Jesús,  la  cual 
conosco  ser  suya,  per  (sic)  muchas  carta/s  y  otros  papeles  que  he  visto 
de  la  mesma  letra  y  firma  en  poder  de  las  personas  a  quien  las  en- 
viaba y  de  personas  de  su  Religión;  de  (sic)  sobrescrito  decía:  Es 
cosa  de  mi  alma  y  conciencia;  nadie  Las  vea  aunque  me  muera,  sino 
desse  al  Padre  Maestro  Gracián.  Y  allí  de  la  mesma  letra  que  lo  di- 
cho, y  la  carta  está  firmada  Teresa  de  Jesús*.  Traslada  a  continuación 
el  contenido  de  los  dichos  papeles,  que  fué  el  día  30  de  Septiembre  de 
1603.  Esta  copia,  que  se  guarda  en  el  archivo  de  los  Carmelitas  Descal- 
zos de  Hvila^  y  de  la  que  tengo  un  ejemplar  fotografiado,  estuvo  en  po- 
der del  hermano  del  P.  Jerónimo,  Fray  Lorenzo  Gracián,  quien  al  mar- 
gen de  las  palabras  de  Mármol  que  acabamos  de  trasladar,  puso:  «Los 
originales  tiene  al  presente  Tomás  Gracián».  «Este  papel,  de  letra 
de  nuestra  Santa  Me.  Teresa,  vi  yo  y  conocí  ser  letra  suya,  por  cartas 
que  tiene  mi  madre  de  letra  de  la  Santa.  Fr.  Lorenzo  de  la  Madre 
de  Dios».  Estas  notas  no  hay  duda  que  son  del  hermano  del  P.  Jeró- 
nimo, cuya  letra  conozco  por  escritos  suyos  que  he  visto  en  varios 
archivos    de    la    Descalcez    (1). 

Existe  además  de  estos  mismos  papeles,  según  es  dicho,  una  copia 
en  el  Convento  de  Carmelitas  Descalzas  de  Consuegra,  de  letra  de  la 
M.  María  de  S.  José,  hermana  de  Gracián,  de  la  que  trasladó  gran  par- 
te el  P.  Antonio  de  S.  Joaquín,  en  el  tomo  VIII  de  su  Año  Teresiano. 


OUa  copia  análoga,  se  contiene  en  el  Ms.  2.711  de  la  Biblioteca  Nacional. 


INTRODUCCIÓN  XXHI 

María  de  San  José  también  las  menciona  en  su  Libro  de  Recreaciones. 
En  sus  lugares  respectivos  damos  más  pormenores  acerca  de  estas  copias. 

En  la  presente  edición,  las  Relaciones  se  insertan  cada  una  de 
por  sí,  con  entera  independencia,  y  en  cuanto  sea  posible,  según 
el  tiempo  en  cfue  fueron  recibidas,  no  escritas.  K  ciencia  fija  se  sabe 
de  muchas  el  lugar,  día  y  año  en  que  acaecieron;  de  otras  es  más 
dudoso,  y  no  faltan  tampoco  cuya  fecha  es  de  muy  difícil  averigua- 
ción. En  esta  tarea  han  hecho  labor  meritísima  las  Carmelitas  Des- 
calzas del  primer  Monasterio  de  París  en  su  conocida  edición  de  las 
Obras  de  Santa  Teresa,  y  muchos  otros  escritores  desde  el  siglo  XVIII. 
Algún  orden  de  tiempo  se  nota  también  en  los  Códices  antiguos,  aun- 
que no  muy  severo,  y  a  veces  con  notables  quebrantos  o  excepciones 
de  cronología. 

Para  mayor  claridad,  publicaremos  primero  las  Relaciones  a  sus  con- 
fesores y  a  continuación  las  mercedes  y  favores  divinos,  que  para  su  go- 
bierno iba  escribiendo  la  Santa  en  papeles  sueltos  o  cuadernillos.  Si  no 
hay  entre  ellas  la  necesaria  división  de  argumento  para  publicarlas  se- 
paradas, porque  todas  tratan  de  favores  que  Dios  concedía  a  su  alma, 
todavía  hallamos  la  suficiente  diferencia  para  que  las  Relaciones  a  sus 
confesores  vayan  las  primeras  y  no  mezcladas  con  las  Mercedes  divinas. 
No  nos  satisface  tampoco  el  agrupamiento  caprichoso  y  desordenado  con 
que  en  la  edición  de  Rivadeneyra  se  incorporan  bajo  el  nombre  de 
una  Relación,  por  ejemplo,  la  III,  IV,  V  y  IX,  mercedes  que  fueron 
escritas  y  recibidas  en  distintos  tiempos  y  lugares,  sin  más  nexo  o 
lazo  de  unión,  que  el  común  de  ser  mercedes  del  cielo.  R  imitación 
de  los  Códices  antiguos,  se  reproducirán  en  ésta  separadamente,  y 
de  esta  suerte  conservarán  la  independencia  que  les  es  propia  y  será 
más  clara   y   fácil   su   lectura   (1). 

Llamar  a  este  conjunto  de  escritos  sueltos  de  Santa  Teresa  Libro 
de  las  Relaciones,  como  hace  D.  Vicente  de  la  Fuente,  es  muy  impropio, 
atendiendo  al  significado  que  se  da  a  la  palabra  libro.  Basta  la  de- 
nominación de  Relaciones  de  espíritu,  que  no  son  libro  nuevo  de 
Santa  Teresa,  sino  complemento,  como  dejamos  escrito,  de  su  Autobio- 
grafía, la  cual  no  comprende  los  últimos  veinte  años  de  su  vida. 
Con  tal  procedimiento  podrán  presentarse  con  método  estos  escritos  de 
Sta.  Teresa,  indispensables  en  absoluto  para  conocer  las  grandes  mara- 
villas que  la  gracia  obró  en  su  alma  y  obligado  complemento  de 
su  vida  interior.  Las  enmiendas  hechas  a  las  anteriores  ediciones,  prin- 


1  Dejamos  para  la  sección  de  Escritos  sueltos,  cuatro  pensamientos  de  la  Santa,  que 
los  manuscritos  antiguos  copian  entre  las  Relaciones,  no  siendo  éste  su  lugar  propio.  Co- 
mienza  el   primero:  Le  confesión  es  para  decir  culpas... 


XXIV  INTRODUCCIÓN 

cipalmcntc  a  la  de  Rivadeneyra,  son  tan  numerosas,  que  si  las  fué- 
ramos a  notar  todas,  el  texto  quedaría  abrumado  por  ellas,  con  per- 
juicio de  los  lectores  y  de  la  misma  Santa.  Nos  limitamos,  según  las 
normas  que  nos  hemos  propuesto  observar  en  esta  edición,  a  notas 
meramente  históricas,  cronológicas  y  algunas  más.  Ni  siquiera  ad- 
vertiremos las  variantes  que  hay  en  las  copias  antiguas  sobre  una  mis- 
ma frase.  Adoptamos  la  más  autorizada,  y  para  que  los  curiosos  y 
aficionados  a  estos  pormenores  críticos  de  textos,  no  se  nos  quejen, 
verán  en  los  Apéndices  fielmente  reproducidas  las  copias  de  Toledo, 
y  las  demás  inéditas  que  conocemos  y  pueden  tener  alguna  importancia. 
Preferimos  esto,  a  no  estar  interrumpiendo  a  cada  momento  la  lectura 
con  observaciones  y  correcciones. 

Para  evitar  desproporción  en  los  volúmenes,  publicamos  en  éste 
los  documentos  relacionados  con  los  dos  primeros  tomos  de  esta  Bi- 
blioteca, limitándonos  a  los  que  tienen  relación  más  directa  con  Santa 
Teresa  y  dejando  para  otro  lugar  los  pertenecientes  a  sus  padres  y 
parientes,  que  no  son  pocos.  Muchos  de  los  que  insertamos  son  iné- 
ditos, y  algunos  tan  importantes  como  el  Dictamen  del  P.  Ibáñez 
sobre  el  espíritu  de  la  Santa,  que  por  vez  primera  se  publica  íntegro, 
tal  como  lo  trae  Fray  Jerónimo  de  S.  José,  las  Deposiciones  de  Teresa 
de  Jesús  en  el  Proceso  de  Avila,  las  Relaciones  espirituales  que  esta 
misma  religiosa  copió  de  su  santa  Tía,  y  muchísimos  más,  que  verá 
el  curioso  lector.  De  gran  parte  de  ellos  tenemos  copias  fotográficas, 
y  de  otros  nos  hemos  procurado  reproducciones  fieles.  En  su  publi- 
cación, es  muy  difícil  observar  pleno  rigor  lógico  o  cronológico,  por 
la  misma  índole  de  las  materias  que  contienen.  Algún  orden  de  tiem- 
po, aunque  muy  laxo,  se  ha  tenido  presente,  trasladando  orimcro  los  que 
atañen  a  Santa  Teresa  en  la  Encarnación,  y  continuando  por  los  de  su 
Reforma  en  San  José  de  Avila,  muerte,  canonización,  patronato  e  im- 
presión de  sus  escritos.  Por  último,  se  insertan  algunas  copias  antiguas 
de   sus    Relaciones,   en   atención   principalmente   a   los   eruditos. 

Fr.    Silverío    de    Santa    Teresa,    C.    D. 


RELACIONES    ESPIRITUALES 


DE 


STH.  TERESR  DE  JESÚS 

A   SUS    CONFESORES 
Y   MERCEDES   QUE   RECIBIÓ   DE   DIOS 


II 


RELACIONES     ESPIRITUALES 

DIRIGIDAS     POR 

SANTA    TERESA    DE    JESÚS 

A   SUS   CONFESORES 


RELACIÓN    PRIMERA 

EN  Lñ  ENCARNACIÓN  DE  AVILA,  AÑO  DE  1560  (1). 
JESÚS 

La  manera  de  proceder  en  la  oración  que  ahora  tengo, 
es  la  presente.  Pocas  veces  son  las  que  estando  en  oración, 
puedo  tener  discurso  de  entendimiento;  porque  luego  comienza 
a  recogerse  el  alma,  y  estar  en  quietud  u  arrobamiento,  de  tal 
manera  que  ninguna  cosa  puedo  usar  de  las  potencias  y  sentidos; 
tanto  que,  si  no  es  oir,  y  eso  no  para  entender,  otra  cosa  no 
aprovecha. 


1  Dirigida,  como  hemos  dicho  en  la  Introducción,  al  P.  Pedro  Ibáñez,  desde  la  Encarna- 
ción de  Avila  hacia  mediados  o  fines  de  1560.  Primeramente  fué  impresa  por  Ribera  y  Yepes 
ü  reproducida  por  el  P.  Fray  Tomás  de  Jesús.  En  la  edición  de  Amberes  por  Baltasar  Moreto 
(1630),  publicóse  de  nuevo,  dividida  en  dos  partes.  El  P.  Pedro  de  la  Anunciación  la  editó 
entre  las  cartas,  y  asi  ha  venido  imprimiéndose  hasta  la  edición  de  Rivadeneyra.  En  muchos 
manuscritos  antiguos  de  la  Biblioteca  Nacional  la  hemos  visto  copiada.  El  P.  Manuel  de  Santa 
María  le  puso  algunas  enmiendas  al  margen  de  la  edición  de  1752  que  hemos  tenido  en  cuenta 
para  la  corrección  del  texto.  Dejamos  apuntado  que  la  aprobación  en  treinta  y  tres  razones  de 
este  escrito,  que  se  ha  publicado  en  algunas  ediciones  españolas  y  extranjeras,  no  es  de  San 
Pedro  de  Alcántara,  sino  del  P.  Ibáñez. 


H  LAS    RELACIONES 

Acaéceme  muchas  vec€s,  sin  querer  pensar  en  cosas  de  Dios, 
sino  tratando  de  otras  cosas,  y  pareciéndome  que,  aunque  mu- 
cho procurase  tener  oración,  no  lo  podría  hacer  por  estar  con 
gran  sequedad,  ayudando  a  esto  los  dolores  corporales,  darme 
tan  de  presto  este  recogimiento  y  levantamiento  de  espíritu,  que 
no  me  puedo  valer,  y  en  un  punto  dejarse  con  los  efetos  y  apro- 
vechamientos que  después  tray.  Y  esto  sin  haber  tenido  visión, 
ni  entendido  cosa,  ni  sabiendo  dónde  estoy,  sino  que,  parecién- 
dome se  pierde  el  alma,  la  veo  con  ganancias,  que  aunque  en 
un  año  quisiera  ganarlas  yo  por  fuerzas,  me  parece  no  fuera 
posible  sigún  quedo  con  ganancias. 

Otras  veces  me  dan  unos  ímpetus  muy  grandes,  con  un  des- 
hacimiento  por  Dios  que  no  me  puedo  valer.  Parece  se  me  va 
a  acabar  la  vida,  y  ansí  me  hace  dar  voces  y  llamar  a  Dios, 
y  esto  con  gran  furor  me  da.  Algunas  veces  no  puedo  estar  sen- 
tada sigún  me  dan  las  bascas,  y  esta  pena  me  viene  sin  procu- 
rarla, y  es  tal,  que  el  alma  nunca  querría  salir  de  ella  mientras 
viviese.  Y  son  las  ansias  que  tengo  por  no  vivir  y  parecer  que 
se  vive,  sin  poderse  remediar;  pues  el  remedio  para  ver  a  Dios, 
€s  la  muerte,  y  esta  no  puede  tomarla;  y  con  esto  parece  a  mi 
alma  que  todos  están  consoladísimos,  sino  ella,  y  que  todos  ha- 
llan remedio  para  sus  trabajos,  sino  ella.  Es  tanto  lo  que  aprieta 
esto,  que  si  el  Señor  no  lo  remediase  con  algún  arrobamiento, 
donde  todo  se  aplaca,  y  el  alma  queda  con  gran  quietud  y  satis- 
fecha, algunas  veces  con  ver  algo  de  lo  que  desea,  otras  con 
entender  otras  cosas,  sin  nada  de  esto  parece  era  imposible  salir 
de  aquella  pena. 

Otras  veces  me  vienen  unos  deseos  de  servir  a  Dios  con  unos 
ímpetus  tan  grandes,  que  no  lo  sé  encarecer,  y  con  una  pena 
de  ver  de  cuan  poco  provecho  soy.  Paréceme  entonces  que  ningún 
trabajo  ni  cosa  se  me  pornía  delante,  ni  muerte  ni  martirio, 
que  no  los  pasase  con  facilidad.  Esto  es  también  sin  considera- 
ción, sino  en  un  punto,  que  me  revuelve  toda,  y  no  sé  de  dónde 
me  viene  tanto  esfuerzo.  Paréceme  que  querría  dar  voces,  y  dar 
a  entender  a  todos  lo  que  les  va  en  no  se  contentar  con  cosas 
pocas,  y  cuánto  bien  hay  que  nos  dará  Dios  en  dispuniéndonos 


RELACIÓN    PRIMERA  5 

nosotros.  Digo  que  son  estos  deseos  de  manera,  que  me  deshago 
entre  mí  pareciéndome  que  quiero  lo  que  no  puedo.  Paréceme 
me  tiene  atada  este  cuerpo,  por  no  ser  para  servir  a  Dios  en  nada, 
y  al  estado  ( 1 ) ;  porque  a  no  le  tener,  haría  cosas  muy  señaladas, 
en  lo  que  mis  fuerzas  pueden;  y  ansí  de  verme  sin  ningún  poder 
para  servir  a  Dios,  siento  de  manera  esta  pena,  que  no  lo  puedo 
encarecer:   acabo  con  regalo  y  recogimiento  y  consuelo  de  Dios. 

Otras  veces  me  ha  acaecido,  cuando  me  dan  estas  ansias 
por  servirle,  querer  hacer  penitencias,  mas  no  puedo.  Esto  me 
aliviaría  mucho  y  alivia  y  alegra,  aunque  no  son  casi  nada, 
por  la  flaqueza  de  mi  cuerpo;  aunque  si  me  dejase  con  estos 
deseos,  creo  haría  demasiado. 

Algunas  veces  me  da  gran  pena  haber  de  tratar  con  nadie, 
y  me  aflige  tanto,  que  me  hace  llorar  harto,  porque  toda  mi  ansia 
es  por  estar  sola;  y  aunque  algunas  veces  no  rezo,  ni  leo,  me 
consuela  la  soledad,  y  la  conversación,  especial  de  parientes 
y  deudos,  me  parece  pesada,  y  que  estoy  como  vendida,  salvo 
con  los  que  trato  cosas  de  oración  y  de  alma,  que  con  éstos  me 
consuelo  y  alegro,  aunque  algunas  veces  me  hartan  y  querría  no 
verlos,  sino  irme  adonde  estuviese  sola,  aunque  esto  pocas  veces, 
especialmente  con  los  que  trato  mi  conciencia  siempre  me  con- 
suelan. 

Otras  veces  me  da  gran  pena  haber  de  comer  y  dormir,  y 
ver  que  yo,  más  que  nadie,  no  lo  puedo  dejar.  Hágolo  por  ser- 
vir a  Dios,  y  ansí  se  lo  ofrezco.  Todo  el  tiempo  me  parece  breve 
y  que  me  falta  para  rezar,  porque  de  estar  sola  nunca  me  can- 
saría. Siempre  tengo  deseo  de  tener  tiempo  para  leer,  porque  a 
esto  he  sido  muy  aficionada.  Leo  muy  poco,  porque  en  tomando 
el  libro,  me  recojo  en  contentándome,  y  ansí  se  va  la  lición  en 
oración,  y  es  poco,  porque  tengo  muchas  ocupaciones,  y  aunque 
buenas,  no  me  dan  el  contento  que  me  daría  esto.  Y  ansí  ando 
siempre  deseando  tiempo,  y  esto  me  hace  serme  todo  desabri- 
do, sigún  creo,  ver  que  no  se  hace  lo  que  quiero  y  deseo. 

Todos  estos  deseos  y  más  de  virtud,  me  ha  dado  nuestro 


1      Al  estado  religioso  a  que  por  su  profesión   pertenecía. 


b  LñS    RELACIONES 

Señor  después  que  me  dio  esta  oración  quieta  con  estos  arroba- 
mientos, y  hallóme  tan  mijorada,  que  me  parece  era  antes  una 
perdición.  Déjanme  estos  arrobamientos  y  visiones  con  las  ga- 
nancias que  aquí  diré;  y  digo  que  si  algún  bien  tengo,  de 
aquí  me  ha  venido.  Hame  venido  una  determinación  muy  grande 
de  no  ofender  a  Dios  ni  venialmente,  que  antes  moriría  mil  muer- 
tes que  tal  hiciese,  entendiendo  que  lo  hago.  Determinación  de 
que  ninguna  cosa  que  yo  pensare  ser  más  perfeción  y  que  haría 
más  servicio  a  nuestro  Señor,  diciéndolo  quien  de  mí  tiene  cui- 
dado y  me  rige  que  lo  hiciese,  sintiese  cualquiera  cosa,  que  por 
ningún  tesoro  lo  dejaría  de  hacer.  Y  si  lo  contrario  hiciese,  me 
parece  no  ternía  cara  para  pedir  nada  a  Dios  nuestro  Señor,  ni 
para  tener  oración,  aunque  en  todo  esto  hago  muchas  faltas  e 
imperfeciones.  Obediencia  a  quien  me  confiesa  (1),  aunque  con 
imperfeción;  pero  entendiendo  yo  que  quiere  una  cosa  o  me  la 
manda,  sigún  entiendo,  no  la  dejaría  de  hacer;  y  si  la  dejase, 
pensaría  andaba  muy  engañada. 

Deseo  de  pobreza,  aunque  con  imperfeción;  mas  paréceme 
que  aunque  tuviese  muchos  tesoros,  no  ternía  renta  particular, 
ni  dineros  ascendidos  para  mí  sola,  ni  se  me  da  nada;  sólo 
querría  tener  lo  necesario.  Con  todo,  siento  tengo  harta  falta 
en  esta  virtud;  porque  aunque  para  mí  no  lo  deseo,  querríalo 
tener  para  dar,  aunque  no  deseo  renta  ni  cosa  para  mí. 

Casi  con  todas  las  visiones  que  he  tenido  me  he  quedado 
con  aprovechamiento,  si  no  es  engaño  del  demonio;  en  esto 
remítome  a  mis  confesores. 

Cuando  veo  alguna  cosa  hermosa,  rica,  como  agua,  campo, 
flores,  olores,  músicas,  etc.,  paréceme  no  lo  querría  ver  ni  oír: 
tanta  es  la  diferencia  de  ello  a  lo  que  yo  suelo  ver,  y  ansí  se 
me  quita  la  gana  de  ellas.  Y  de  aquí  he  venido  a  dárseme  tan 
poco  por  estas  cosas,  que  si  no  es  primer  movimiento,  otra  cosa 
no  me  ha  quedado  de  ello,  y  esto  me  parece  basura. 

Si  hablo  u  trato  oon  algunas  personas  profanas,  porque  no 
puede  ser  menos,  aunque  sea  de  cosas  de  oración,  si  mucho  lo 


1      Confesábala  pór  este  tiempo  el  P.  Baltasar  Alvaiez. 


RELACIÓN    PRIMERA  7 

trato,  aunque  sea  por  pasatiempo,  si  no  es  necesario,  me  estoy 
forzando,  porque  me  da  gran  pena.  Cosas  de  regocijo,  de  que 
solía  ser  amiga,  y  de  cosas  de  el  mundo,  todo  me  da  en  rostro 
y  no  lo  puedo  ver. 

Estos  deseos  de  amar  y  servir  a  Dios  y  verle,  que  he  dicho 
que  tengo,  no  son  ayudados  con  consideración,  como  tenía  antes, 
cuando  me  parecía  que  estaba  muy  devota  y  con  muchas  lágrimas; 
mas  con  una  inflamación  y  hervor  tan  ecesivo,  que  torno  a  decir, 
que  si  Dios  no  me  remediase  con  algún  arrobamiento,  donde 
me  parece  queda  el  alma  satisfecha,  me  parece  sería  para  acabar 
presto  la  vida. 

A  los  que  veo  más  aprovechados,  y  con  estas  determinacio- 
nes, y  desasidos  y  animosos,  los  amo  mucho,  y  con  tales  querría 
yo  tratar,  y  parece  que  me  ayudan.  Las  personas  que  veo  tími- 
das g  que  me  parece  a  mí  van  atentando  en  las  cosas,  que  con- 
forme a  razón  acá  se  pueden  hacer,  parece  que  me  congojan, 
y  me  hacen  llamar  a  Dios  y  a  los  santos  que  estas  tales  cosas, 
que  ahora  nos  espantan,  acometieron.  No  porque  yo  sea  para 
nada,  pero  porque  me  parece  que  ayuda  Dios  a  los  que  por  El 
se  ponen  a  mucho,  y  que  nunca  falta  a  quien  en  El  solo  confía, 
y  querría  hallar  quien  me  ayudase  a  creerlo  ansí,  y  no  tener 
cuidado  de  lo  que  he  de  comer  y  vestir,  sino  dejarlo  a  Dios. 

No  se  entiende  que  este  dejar  a  Dios  lo  que  he  menester,  es 
de  manera  que  no  lo  procure,  mas  no  con  cuidado,  que  me  dé 
cuidado  digo  (1).  Y  después  que  me  ha  dado  esta  libertad,  vame 
bien  con  esto,  y  procuro  olvidarme  de  mí  cuanto  puedo.  Esto 
no  me  parece  habrá  un  año  que  me  lo  ha  dado  nuestro  Señor. 

Vanagloria,  gloria  a  Dios,  que  yo  entienda,  no  hay  por  qué 
la  tener;  porque  veo  claro  en  estas  cosas  que  Dios  da,  no  poner 
nada  de  mí;  antes  me  da  Dios  a  sentir  miserias  mías,  que  con 
cuanto  yo  pudiera  pensar,  me  parece  no  pudiera  ver  tantas  ver- 
dades como  en  un  rato  conozco. 

Cuando  hablo  de  estas  cosas,  de  pocos  días  acá,  paréceme 
son  como  de  otra  persona.  Antes  me  parecía  algunas  veces  era 


1      Al  margen   de   la   copia   de   esta   Relación,    sacada    por  su  confesor,  puso  la  Santa  las 
cláusulas  aclarativas  que  compienden  estas  dos  líneas. 


8  LAS    RELACIONES 

afrenta  que  las  supiesen  de  mí,  mas  ahora  paréceme  que  no  soy 
por  esto  mijor,  sino  más  ruin,  pues  tan  poco  me  aprovecho  con 
tantas  mercedes.  Y,  cierto,  por  todas  partes  me  parece  no  ha  habido 
otra  peor  en  el  mundo  que  go;  y  ansí  las  virtudes  de  los  otros 
me  parecen  de  harto  más  merecimiento,  y  que  yo  no  hago  sino 
recibir  mercedes,  y  que  a  los  otros  les  ha  de  dar  Dios  por  junto 
lo  que  aquí  me  quiere  dar  a  mí,  y  suplicóle  no  me  quiera  pagar 
en  esta  vida;  y  ansí  creo  que  de  flaca  y  ruin,  me  ha  llevado  Dios 
por  este  camino. 

Estando  en  oración,  y  aun  casi  siempre  que  yo  pueda  consi- 
derar un  poco,  aunque  yo  lo  procurase,  no  puedo  pedir  descan- 
sos, ni  desearlos  de  Dios;  porque  veo  que  no  vivió  El  sino  con 
trabajos,  y  estos  le  suplico  me  dé  dándome  primero  gracia  para 
sufrirlos. 

Todas  las  cosas  de  esta  suerte,  y  de  muy  subida  perfeción, 
parece  se  me  imprimen  en  la  oración,  tanto,  que  me  espanto  de 
ver  tantas  verdades  y  tan  claras,  que  me  parecen  desatino  las  cosas 
del  imundo;  y  ansí  he  menester  cuidado  para  pensar  cómo  me  había 
antes  en  las  cosas  del  mundo,  que  me  parece  que  sentir  las 
muertes  y  trabajos  de  él  es  desatino,  a  lo  menos  que  dure 
mucho  el  dolor  u  el  amor  de  los  parientes,  amigos,  etc.  Digo  que 
ando  con  cuidado,  considerándome  la  que  era  y  lo  que  solía  sentir. 

Si  veo  en  algunas  personas  algunas  cosas  que  a  la  clara 
parecen  pecados,  no  me  puedo  determinar  que  aquéllos  hayan 
ofendido  a  Dios,  y  si  algo  me  detengo  en  ello,  que  es  poco  u 
nada,  nunca  me  determinaba,  aunque  lo  vía  claro:  parecíame 
que  el  cuidado  que  yo  traigo  de  servir  a  Dios,  traen  todos.  Y 
en  esto  me  ha  hecho  gran  merced,  que  nunca  me  detengo  en  cosa 
mala,  que  se  me  acuerde  después,  y  si  se  me  acuerda,  siempre 
veo  otra  virtud  en  la  tal  persona.  Ansí  que  nunca  me  fatigan  estas 
cosas,  sino  es  lo  común,  y  las  herejías,  que  muchas  veces  me 
afligen,  y,  casi  siempre  que  pienso  en  ellas,  me  parece  que  solo 
esto  es  trabajo  de  sentir.  Y  también  siento  si  veo  algunos  que 
trataban  en  oración  y  tornan  atrás;  esto  me  da  pena,  mas  no 
mucha,  porque  procuro  no  detenerme.  También  me  hallo  mijo- 
rada  en  curiosidades  que  solía  tener,  aunque  no  de  el  todo,  que 


RELACIÓN    PRIMERA  9 

no  me  veo  estar  en  esto  siempre  mortificada,  aunque  algunas 
veces  sí. 

Esto  todo  que  he  dicho,  es  lo  ordinario  que  pasa  en  mi  alma, 
sigún  puedo  entender,  y  muy  contino  tener  el  pensamiento  en 
Dios.  Y  aunque  trate  de  otras  cosas,  sin  querer  yo,  como  digo, 
no  entiendo  quién  me  despierta;  y  esto  no  siempre,  sino  cuando 
trato  algunas  cosas  de  importancia;  y  esto,  gloria  a  Dios,  es  a 
ratos  el  pensarlo,  y  no  me  ocupa  siempre. 

Viénenme  algunos  días,  aunque  no  son  muchas  veces,  y  dura 
como  tres  u  cuatro  u  cinco  días,  que  me  parece  que  todas  las 
cosas  buenas  y  hervores  y  visiones  se  me  quitan,  y  aun  de  la 
memoria,  que  aunque  quiera  no  sé  que  cosa  buena  haya  habido 
en  mí.  Todo  me  parece  suefíoi,  u  a  lo  menos  no  me  puedo  acordar 
de  nada.  Apriétanme  los  males  corporales  en  junto;  túrbaseme  el 
entendimiento,  que  ninguna  cosa  de  Dios  puedo  pensar  ni  sé 
en  qué  ley  vivo.  Si  leo  no  lo  entiendo;  paréceme  estoy  llena  de 
faltas,  sin  ningún  ánimo  para  la  virtud;  y  el  grande  ánimo 
que  suelo  tener  queda  en  esto,  que  me  parece  a  la  menor  ten- 
tación y  mormuración  de  el  mundo  no  podría  resistir.  Ofré- 
ceseme entonces  que  no  soy  para  nada,  que  quién  me  mete  en 
más  de  en  lo  común.  Tengo  tristeza,  paréceme  tengo  engañados 
a  todos  los  que  tienen  algún  crédito  de  mí;  querríame  asconder 
donde  nadie  me  viese;  no  deseo  entonces  soledad  para  virtud, 
sino  de  pusilaminidad.  Paréceme  querría  reñir  con  todos  los  que 
me  contradijesen:  trayo  esta  batería,  salvo  que  me  hace  Dios 
esta  merced,  que  no  le  ofendo  más  que  suelo,  ni  le  pido  que  quite 
esto,  mas  que  si  es  su  voluntad  que  esté  ansí  siempre,  que  me 
tenga  de  su  mano  para  que  no  le  ofenda,  y  conformóme  con  El 
de  todo  corazón,  y  creo  que  el  no  me  tener  siempre  ansí,  es 
merced  grandísima  que  me  hace. 

Una  cosa  me  espanta,  que  estando  de  esta  suerte,  una  sola 
palabra  de  las  que  suelo  entender,  u  una  visión,  u  un  poco  de 
recogimiento,  que  dure  un  Avemaria,  u  en  llegándome  a  comul- 
gar, queda  el  alma  y  el  cuerpo  tan  quieto,  tan  sano  y  tan  claro 
el  entendimiento,  con  toda  la  fortaleza  y  deseos  que  suelo.  Y  tengo 
expiriencia  de  esto,  que  son  muchas  veces,  al  menos  cuando  co- 


10  LñS    RELACIONES 

mulgo,  ha  más  de  m^dio  año  que  notablemente  siento  clara  salud 
corporal,  y  con  los  arrobamientos  algunas  veces.  Y  dúrame  más 
de  tres  horas  algunas  veces,  y  otras  todo  el  día  estoy  con  gran 
mijoría,  y  a  mi  parecer  no  es  antojo,  porque  lo  he  echado  de 
ver  y  he  tenido  cuenta  de  ello.  Ansí  que,  cuando  tengo  este 
recogimiento,  no  tengo  miedo  a  ninguna  enfermedad.  Verdad  es 
que  cuando  tengo  la  oración,  como  solía  antes,  no  siento  esta 
mijoría. 

Todas  estas  cosas  que  he  dicho,  me  hacen  a  mí  creer  que 
estas  cosas  son  de  Dios;  porque  como  conozco  quien  yo  era, 
que  llevaba  camino  de  perderme  y  en  poco  tiempo,  con  estas 
cosas  es  cierto  que  mi  alma  se  espantaba,  sin  entender  por  dónde 
me  venían  estas  virtudes:  no  me  conocía,  y  vía  ser  cosa  dada  y 
no  ganada  por  trabajo.  Entiendo  con  toda  verdad  y  claridad, 
y  sé  que  no  me  engaño,  que  no  sólo  ha  sido  medio  para  traerme 
Dios  a  su  servicio,  pero  para  sacarme  de  el  infierno,  lo  cual 
saben   mis   confesores,    a   quien   me   he   confesado   generalmente. 

También  cuando  veo  alguna  persona,  que  sabe  alguna  cosa 
de  mí,  le  querría  dar  a  entender  mi  vida;  porque  me  parece 
ser  honra  mía  que  nuestro  Señor  sea  alabado,  y  ninguna  cosa 
se  me  da  por  lo  demás.  Esto  sabe  El  bien,  u  yo  estoy  muy  cie- 
ga, que  ni  honra,  ni  vida,  ni  gloria,  ni  bien  ninguno  en  cuerpo 
ni  alma  hay  quien  me  detenga,  ni  quiera,  ni  desee  mi  provecho, 
sino  su  gloria.  No  puedo  yo  creer  que  el  demonio  ha  buscado 
tantos  medios  para  ganar  mi  alma,  para  después  perderla,  que  no 
le  tengo  por  tan  necio.  Ni  puedo  creer  de  Dios,  que  ya  que  por 
mis  pecados  mereciese  andar  engañada,  haya  dejado  tantas  ora- 
ciones de  tan  buenos  (1),  como  dos  años  ha  se  hacen,  que  yo 
no  hago  otra  cosa  sino  rogarlo  a  todos,  para  que  el  Señor  me  dé 
a  conocer  si  es  esto  su  gloria,  u  me  lleve  por  otro  camino.  No 
creo  primitirá  su  divina  Majestad  que  siempre  fuesen  adelante 
estas  cosas  si  no  fueran  suyas.  Estas  cosas  y  razones  de  tantos 
santos  me  esfuerzan  cuando  trayo  estos  temores  de  si  no  es  Dios, 
siendo  yo  tan  ruin.  Mas  cuando  estoy  en  oración,  y  en  los  días 


1      Cfr.  Vida,  c.  XXV. 


RELACIÓN    PRIMERA  11 

que  ando  quieta  y  el  pensamiento  en  Dios,  aunque  se  junten 
cuantos  letrados  y  santos  hay  en  el  mundo,  y  me  diesen  todos 
los  tormentos  imaginables,  y  yo  quisiese  creerlo,  no  me  podrían 
hacer  creer  que  esto  es  demonio,  porque  no  puedo.  Y  cuando 
me  quisieron  poner  en  que  lo  creyese,  temía  viendo  quien  lo 
decía,  y  pensaba  que  ellos  debían  decir  verdad,  y  que  yo,  siendo 
la  que  era,  debía  de  estar  engañada.  Mas  a  la  primera  palabra, 
u  recogimiento  u  visión,  era  deshecho  todo  lo  que  me  liabían 
dicho:  yo  no  podía  más  y  creía  que  era  Dios. 

Aunque  puedo  pensar  que  podía  mezclarse  alguna  vez  demo- 
nio, y  esto  es  ansí,  como  lo  he  visto  y  dicho,  mas  tray  diferentes 
efetos;  y  a  quien  tiene  expiriencia,  no  le  engañará,  a  mi  parecer. 
Con  todo  esto  digo,  que,  aunque  creo  que  es  Dios  ciertamente, 
yo  no  haría  cosa  alguna,  si  no  le  pareciese  a  quien  tiene  cargo 
de  mí,  que  es  más  servicio  de  nuestro  Señor,  por  ninguna  cosa; 
y  nunca  he  entendido,  sino  que  obedezca  y  que  no  calle  nada, 
que  esto  me  conviene.  Soy  muy  ordinario  reprendida  de  mis 
faltas,  y  de  manera  que  llega  a  las  entrañas;  y  avisos,  cuando 
hay  u  puede  haber  algún  peligro  en  cosa  que  trato,  que  me  han 
hecho  harto  provecho,  traycndome  los  pecados  pasados  a  la  me- 
moria muchas  veces,  que  me  lastima  harto. 

Mucho  me  he  alargado,  mas  es  ansí,  cierto,  que  en  los  bie- 
nes que  me  veo  cuando  salgo  de  oración,  me  parece  quedo  corta; 
después,  con  muchas  imperfeciones  y  sin  provecho  y  harto  ruin. 
Y  por  ventura  las  cosas  buenas  no  las  entiendo,  mas  que  me  en- 
gaño; pero  la  diferencia  de  mi  vida  es  notoria,  y  me  hace  pen- 
sar en  todo  lo  dicho,  digo  lo  que  me  parece  que  es  verdad  haber 
sentido.  Estas  son  las  perfeciones  que  siento  haber  el  Señor 
obrado  en  mí  tan  ruin  e  imperfeta.  Todo  lo  remito  al  juicio  de 
vuestra  merced,  pues  sabe  toda  mi  alma   (1). 


1  Aquí  añade  Ribera,  1.  IV,  c.  XXVI:  'Esta  Relación  estaba  escrita  de  mano  ajena, 
aunque  después,  como  veremos,  la  misma  Madre  dice  que  está  como  ella  la  escribió.  Lo 
que  se  sigue,  todo  estaba   de   su   misma   mano». 


RELACIÓN  II 

EN  EL  PALACIO  DE  D.a  LUISA  DE  LA  CERDA,  AÑO  DE  1562  (1). 

JESÚS 

Paréceme  ha  más  de  un  año  que  escribí  esto  que  aquí  está. 
Hame  tenido  Dios  de  su  mano  en  todo  él,  que  no  he  andado  peor, 
antes  veo  mucha  mijoría  en  lo  que  diré.  Sea  alabado  por  todo. 

Las  visiones  y  revelaciones  no  han  cesado,  mas  son  más  su- 
bidas mucho.  Hame  enseñado  el  Señor  un  modo  de  oración, 
que  me  hallo  en  él  más  aprovechada,  y  con  muy  mayor  desasi- 
miento en  las  cosas  de  esta  vida,  y  con  más  ánimo  y  libertad. 
Los  arrobamientos  han  crecido,  porque  a  veces  es  con  ímpetu  y 
de  suerte,  que,  sin  poderme  valer  exteriormente,  se  me  conoce, 
y  aun  estando  en  compañía,  porque  es  de  manera  que  no  se  puede 
disimular,  si  no  es  con  dar  a  entender,  como  soy  enferma  de  el 
corazón,  que  es  algún  desmayo.  Aunque  trayo  gran  cuidado  de 
resistir  al  principio,  algunas  veces  no  puedo. 

En  lo  de  la  pobreza,  me  parece  me  ha  hecho  Dios  mucha 
merced,  porque  aun  lo  necesario  no  querría  tener,  si  no  fuese  de 
limosna;  y  ansí  deseo  en  extremo  estar  adonde  no  se  coma  de  otra 
cosa.  Paréceme  a  mí  que  estar  donde  estoy  cierta  que  no  me  ha 


1  Escrita  en  el  palacio  de  D.a  Luisa  de  la  Cerda  en  Toledo,  donde  estuvo  la  Santa,  por 
indicación  de  su  P.  Provincial,  desde  principios  de  1562  hasta  el  mes  de  Julio  del  mismo  año. 
La  escribió,  probablemente,  para  el  P.  Ibáñez,  como  Ib  anterior,  aunque  no  dejaría  de  verla  el 
P.  García  de  Toledo,  que  a  esta  sazón  se  hallaba  en  la  ciudad  imperial.  Tiene  muchos  puntos 
de  referencia  esta  Relación  con  el  capítulo   XXXIV  de  la  Vida. 


14  LñS    RELACIONES 

de  faltar  de  comer  y  de  vestir,  que  no  se  cumple  con  tanta  per- 
feción  el  voto  ni  el  consejo  de  Cristo  como  adonde  no  hay 
renta,  que  alguna  vez  faltará;  y  los  bienes  que  con  la  verdadera 
pobreza  se  ganan,  parécenme  muchos  y  no  los  querría  perder  (1), 
Hallóme  con  una  fe  tan  grande  muchas  veces  en  parecerme  no 
puede  faltar  Dios  a  quien  le  sirve,  y  no  tiniendo  ninguna  duda 
que  hay  ni  ha  de  haber  ningún  tiempo  en  que  falten  sus  pala- 
bras, que  no  puedo  persuadirme  a  otra  cosa,  ni  puedo  temer, 
y  ansí  siento  mucho  cuando  me  aconsejan  tenga  renta,  y  tornó- 
me a  Dios. 

Paréceme  tengo  mucha  más  piadad  de  los  pobres  que  solía, 
tiniendo  yo  una  lástima  grande  y  deseo  de  remediarlos,  que, 
si  mirase  a  mi  voluntad,  les  daría  lo  que  trayo  vestido.  Ningún 
asco  tengo  de  ellos,  aunque  los  trate  y  llegue  a  las  manos;  y 
esto  veo  es  ahora  don  de  Dios,  que  aunque  por  amor  de  El  hacía 
limosna,  piadad  natural  no  la  tenía.  Bien  conocida  mijoría  siento 
en  esto. 

En  cosas  que  dicen  de  mí  de  mormuración,  que  son  hartas, 
y  en  mi  perjuicio,  y  hartos,  también  me  siento  muy  mijorada; 
no  parece  me  hace  casi  impresión  más  que  a  un  bobo.  Pa- 
réceme algunas  veces  tienen  razón,  y  casi  siempre.  Siéntolo  tan 
poco,  que  aun  no  me  parece  tengo  que  ofrecer  a  Dios,  como  tengo 
expiriencia  que  gana  mi  alma  mucho,  antes  me  parece  me  hacen 
bien.  Y  así  ninguna  enemistad  me  queda  con  ellos  en  llegán- 
dome la  primera  v€z  a  la  oración;  que  luego  que  lo  oyó,  un  poco 
de  contradición  me  hace,  no  con  inquietud  ni  alteración,  antes, 
como  veo  algunas  veces  otras  personas,  me  han  lástima.  Es 
ansí  que  entre  raí  me  río  (2),  porque  me  parece  todos  los  agra- 
vios de  tan  poco  tomo  los  de  esta  vida,  que  no  hay  que  sentir; 
porque  me  figuro  andar  en  un  sueño,  y  veo  que  en  despertan- 
do será  todo  nada. 

Dame  Dios  más  vivos  deseos,   más  gana  de  soledad,   muy 


1  En  el  capitulo  XXXV  de  la  Vida  habla  la  Santa  de  la  visita  que  le  hizo  en  Toledo  la 
venerable  María  de  Jesús,  y  de  cómo  aprendió  de  ella  que  la  Regla  del  Carmen  mandaba  no  se 
tuviese  propio. 

2  Así  lo  trae  Ribera,  y  me  parece  en  este  pasaje  más  propio  de  la  Santa  que  no  el  me 
deshago,   que  viene  en  algunos  manuscritos  antiguos. 


RELñCIOM    II  15 

mayor  desasimiento,  como  he  dicho,  con  visiones,  que  se  me  ha 
hecho  entender  lo  que  es  todo,  aunque  deje  cuantos  amigos  y  ami- 
gas y  deudos;  que  esto  es  lo  de  menos,  antes  me  cansan  muy 
mucho  parientes.  Como  sea  por  un  tantico  de  servir  más  a  Dios, 
los  dejo  con  toda  libertad  y  contento,  y  ansí  en  cada  parte  ha- 
llo paz. 

Algunas  cosas  que  en  oración  he  sido  aconsejada,  me  han 
salido  muy  verdaderas.  Ansí  que  de  parte  de  hacerme  Dios  mer- 
cedes, hallóme  muy  más  mijorada;  de  servirle  yo  de  mi  parte 
harto  más  ruin;  porque  el  regalo  he  tenido  más,  que  se  ha 
ofrecido,  aunque  hartas  veces  me  da  harta  pena.  La  penitencia 
es  muy  poca;  la  honra  que  me  hacen,  mucha;  bien  contra  mi 
voluntad  hartas  veces.  Mas,  en  fin,  me  veo  con  vida  regalada, 
y  no  penitente  (1).  Dios  lo  remedie  como  puede. 


1      De   estas   palabtas  se  infiere   con   evidencia    que   escribió   esta  Relación  en  el  casa  de 
Dofia   Luisa. 


RELACIÓN  III 

EN    SAN    JOSÉ    DE    AVILA,     AÑO    DE    1563     (1). 


Esto  que  está  aquí  de  mi  letra,  ha  nueve  meses,  poco  más  u 
menos,  que  lo  escribí.  Después  acá  no  lie  tornado  atrás  de  las  mer- 
cedes que  Dios  me  ha  hecho.  Me  parece  he  recibido  de  nuevo, 
a  lo  que  entiendo,  mucha  mayor  libertad.  Hasta  ahora  parecíame 
había  menester  a  otros,  y  tenía  más  confianza  en  ayudas  de  el 
mundo;  ahora  entiendo  claro  ser  todos  unos  palillos  de  ro- 
mero seco,  y  que  asiéndose  a  ellos  no  hay  siguridad,  que  en 
habiendo  algún  peso  de  contradiciones  u  mormuraciones,  se  quie- 
bran. Y  ansí  tengo  expiriencia  que  el  verdadero  remedio  para  no 
caer,  es  asirnos  a  la  cruz  y  confiar  en  el  que  en  ella  se  puso. 
Hallóle  amigo  verdadero,  y  hallóme  con  esto  con  un  señorío,  que 
me  parece  podría  resistir  a  todo  el  mundo,  que  fuese  contra  mí, 
con  no  me  faltar  Dios. 

Entendiendo  esta  verdad  tan  clara,  solía  ser  muy  amiga  de 
que  me  quisiesen  bien.  Ya  no  se  me  da  nada,  antes  me  parece 
en  parte  me  cansa,  salvo  con  los  que  trato  mi  alma  u  yo  pienso 
aprovechar;  que  los  unos  porque  me  sufran,  y  los  otros  porque 
con  más  afición  crean  lo  que  les  digo  de  la  vanidad  que  es  todo, 
querría  me  la  tuviesen. 

En    muy    grandes    trabajos,    y    persecuciones    y    contradicio- 


I  Dirigida  al  Padre  García  de  Toledo,  o  quizá  al  Padre  Báñez,  que  los  dos  la  confesaban 
en  1563,  cuando  fué  escrita,  en  el  primitivo  monasterio  de  San  José  de  Avila.  En  el  original, 
esta  tercera  Relación  estaba  separada  de  las  precedentes  por  una  taya. 

II  2 


18  LñS    RELACIONES 

n€s  que  he  tenido  estos  meses  (1),  hame  dado  Dios  gran  ánimo; 
y  cuando  mayores,  mayor,  sin  cansarme  en  padecer.  Y  con  las 
personas  que  decían  mal  de  mí,  no  sólo  no  estaba  mal  con  ellas, 
sino  que  me  parece  las  cobraba  amor  de  nuevo;  no  sé  cómo  era 
esto,  bien  dado  de  la  mano  de  el  Señor. 

De  mi  natural  suelo,  cuando  deseo  una  cosa,  ser  impetuo- 
sa en  desearla.  Ahora  van  mis  deseos  con  tanta  quietud,  que 
cuando  los  veo  cumplidos,  aun  no  entiendo  si  me  huelgo.  Que 
pesar  y  placer,  si  no  es  en  cosas  de  oración,  todo  va  templado, 
que  parezco  boba,  y  como  tal  ando  algunos  días. 

Los  ímpetus  que  me  dan  algunas  veces,  y  han  dado  de  ha- 
cer penitencias,  son  grandes,  y  si  alguna  hago,  siéntola  tan 
poco  con  aquel  gran  deseo,  que  alguna  vez  me  parece,  y  casi 
siempre,  que  es  regalo  particular,  aunque  hago  poca,  por  ser 
muy  enferma. 

Es  grandísima  pena  para  mí  muchas  veces,  y  ahora  más 
ecesiva,  el  haber  de  comer,  en  especial  si  estoy  en  oración.  Debe 
ser  grande,  porque  me  hace  llorar  mucho  y  decir  palabras  de 
aflición,  casi  sin  sentirme,  lo  que  yo  no  suelo  hacer.  Por  gran- 
dísimos trabajos  que  he  tenido  en  esta  vida  no  me  acuerdo  ha- 
berlas dicho,  que  no  soy  nada  mujer  en  estas  cosas,  que  tengo 
recio  corazón. 

Deseo  grandísimo,  más  que  suelo,  siento  en  mí  de  que 
tenga  Dios  personas  que  con  todo  desasimiento  le  sirvan,  y  que 
en  nada  de  lo  de  acá  se  detengan,  como  veo  es  todo  burla,  en 
especial  letrados;  que  como  veo  las  grandes  necesidades  de  la 
Ilesia,  que  estas  me  afligen  tanto,  que  me  parece  cosa  de  burla 
tener  por  otra  cosa  pena,  y  ansí  no  hago  sino  encomendarlos  a 
Dios;  porque  veo  yo  que  haría  más  provecho  una  persona  de  el 
todo  perfeta,  con  hervor  verdadero  de  amor  de  Dios,  que  mu- 
chas con  tibieza.  ' 

En  cosas  de  la  fe  me  hallo,  a  mi  parecer,  con  muy  mayor 
fortaleza.  Paréceme  a  mí  que  contra  todos  los  luteranos  me 
pornía  yo  sola  a  hacerles  entender  su  yerro.  Siento  mucho  la  per- 


1      Habla  de  los  que  tuvo  en  la  fundación  de  S.  José  de  Avila. 


RELACIÓN    III  19 

dición  de  tantas  almas.  Veo  muchas  aprovechadas,  que  conozco 
claro  ha  querido  Dios  que  sea  por  mis  medios;  y  conozco  que 
por  su  bondad,  va  en  crecimiento  mi  alma  en  amarle  cada 
día  más. 

Parécemc  que  aunque  con  estudio  quisiese  tener  vanaglo- 
ria, que  no  podría,  ni  veo  cómo  pudiese  pensar  que  ninguna 
de  estas  virtudes  es  mía;  porque  ha  poco  que  me  vi  sin  ninguna 
muchos  años,  y  ahora  de  mi  parte  no  hago  más  de  recibir  merce- 
des, sin  servir,  sino  como  la  cosa  más  sin  provecho  de  el  mundo. 
Y,  es  ansí,  que  considero  algunas  veces  cómo  todos  aprovechan 
sino  yo,  que  para  ninguna  cosa  valgo.  Esto  no  es,  cierto,  humildad, 
sino  verdad,  y  conocerme  tan  sin  provecho,  me  tray  con  temores 
algunas  veces  de  pensar  no  sea  engañada.  Ansí  que  veo  claro 
que  de  estas  revelaciones  y  arrobamientos,  que  yo  ninguna  par- 
te soy,  ni  hago  para  ellos  más  que  una  tabla,  me  vienen  estas 
ganancias.  Esto  me  hace  asigurar  y  traer  más  sosiego,  y  póngo- 
me  en  los  brazos  de  Dios,  y  fío  de  mis  deseos,  que  estos,  cierto, 
entiendo  son  morir  por  El,  y  perder  todo  el  descanso  y  venga 
lo  que  viniere. 

Viénenme  días  que  me  acuerdo  infinitas  veces  de  lo  que  dice 
S.  Pablo  (1),  aunque  a  buen  siguro  que  no  sea  ansí  en  mí.  Que  ni 
me  parece  vivo  yo,  ni  hablo,  ni  tengo  querer,  sino  que  está  en  mí 
quien  me  gobierna  y  da  fuerza;  y  ando  como  casi  fuera  de  mí, 
y  ansí  me  es  grandísima  pena  la  vida.  Y  la  mayor  cosa  que  yo 
ofrezco  a  Dios  por  gran  servicio,  es  cómo  siéndome  tan  p2- 
noso  estar  apartada  de  El,  por  su  amor  quiero  vivir.  Esto  querría 
yo  fuese  con  grandes  trabajos  y  persecuciones;  ya  que  no  soy 
para  aprovechar,  querría  ser  para  sufrir;  y  cuantos  hay  en  el 
mundo  pasaría  por  un  tantico  de  más  mérito,  digo  en  cumplir 
más  su  voluntad. 

Ninguna  cosa  he  entendido  en  la  oración,  aunque  sea  dos 
años  antes,  que  no  la  haya  visto  cumplida.  Son  tantas  las  que 
veo,  y  lo  que  entiendo  de  las  grandezas  de  Dios,  y  cómo  las  ha 
guiado,   que   casi   ninguna   vez   comienzo  a   pensar   en   ello  que 

1      Gal.  II,  20. 


20  LñS    RELACIONES 

no  me  falte  el  entendimiento,  como  quien  ve  cosas  que  van  muy 
adelante  de  lo  que  puedo  entender,  y  quedo  en  recogimiento. 
Guárdame  tanto  Dios  en  no  ofenderle,  que,  cierto,  algunas 
veces  me  espanto,  que  me  parece  veo  el  gran  cuidado  que  tray 
de  mí,  sin  poner  yo  en  ello  casi  nada,  siendo  un  piélago  de 
pecados  y  maldades  antes  de  estas  cosas,  y  sin  parecerme  era 
señora  de  mí  para  dejarlas  de  hacer.  Y  para  lo  que  yo  querría 
se  supiesen,  es  para  que  se  entienda  el  gran  poder  de  Dios.  Sea 
alabado  por  siempre  jamás.  Amén. 


Jesús. — Esta  Relación,  que  no  es  de  mi  letra,  que  va  al 
principio,  es  que  la  di  yo  a  mi  confesor  (1),  y  él,  sin  quitar 
ni  poner  cosa,  la  sacó  de  la  suya.  Era  muy  espiritual  y  teólogo, 
con  quien  trataba  todas  las  cosas  de  mi  alma,  y  él  las  trató 
con  otros  letrados,  y  entre  ellos  fué  el  Padre  Mancio  (2).  Ninguna 
han  hallado  que  no  sea  muy  conforme  a  la  Sagrada  Escritura. 
Esto  me  hace  ya  estar  sosegada,  aunque  entiendo  he  menester, 
mientra  Dios  me  llevare  por  este  camino,  no  me  fiar  de  mí  en 
nada;  y  ansí  lo  he  hecho  siempre,  aunque  siento  mucho.  Mire 
vuestra  merced  que  todo  esto  va  debajo  de  confesión,  como  lo 
supliqué  a  vuestra  merced. 


1  P.  Ibánez. 

2  Nació  este  célebre  hijo  de  Sto.  Domingo  en  Becerril  de  los  Campos  (Palencia),  por  los 
aflos  de  1497.  Tomó  el  hábito  en  los  Dominicos  de  Salamanca,  y  muy  pronto  llegó  a  ser  uno 
de  los  más  profundos  teólogos  de  su  tiempo.  De  él  decía  el  P.  Báñez  «que  sólo  su  nombre 
oprimía  a  los  más  doctos».  Después  de  haber  regentado  cátedras  de  Prima  en  Alcalá  y  Sala- 
manca, murió  santamente  el  9  de  Julio  de  1566. 


RELACIÓN   IV 

EN.  SEVILLA    AÑO    DE    1576    (1). 
JESÚS 

Esta  monja  ha  cuarenta  años  que  tomó  el  hábito,  y  desde 
el  primero  comenzó  a  pensar  en  la  Pasión  de  Nuestro  Señor  por 
los  misterios  y  en  sus  pecados,  sin  nunca  pensar  en  cosa  que 
fuese  sobrenatural,  sino  en  las  criaturas  u  cosas  de  que  sacaba 
cuan  presto  se  acaba  todo,  y  en  esto  gastaba  algunos  ratos  dej 
día  sin  pasarle  por  pensamiento  desear  más,  porque  se  tenía 
por  tal,  que  aun  pensar  en  Dios  vía  que  no  merecía.  En  esto  pasó 
como  ventidós  años  con  grandes  sequedades,  leyendo  también 
en  buenos  libros.  Había  como  deciocho,  cuando  se  comenzó  a 
tratar  del  primer  monesterio  que  fundó  en  Avila  de  Descalzas, 
como  tres  años  antes  que  comenzó  a  parecerle  que  le  hablaban 
interiormente  algunas  veces  y  haber  algunas  visiones  y  tener  re- 
velaciones. Esto  jamás  vio  nada,  ni  lo  ha  visto  con  los  ojos 
corporales,  sino  una  representación  como  un  relámpago;  mas  que- 
dábasele  tan  imprimido  y  con  tantos  efetos,  como  si  lo  viera 
con  los  ojos  corporales,  y  más.  Ella  era  temerorísima,  que  aun 


1  Escribió  la  Sania  Madre  esta  Relación  el  año  de  1576,  estando  en  Sevilla,  para  el  Padre 
Rodrigo  Aivarez,  de  la  Compsnía  de  Jesús,  calificador  del  Santo  Oficio.  Nació  el  P.  Rodrigo  en 
África  año  de  1523,  y  por  los  de  15Ó8  recibió  la  solana  de  la  Compañía.  Murió  en  1587.  Docto, 
discreto  y  virtuoso,  ayudó  mucho  a  la  Santa  con  su  consejo  y  favor  en  las  difíciles  circunstancias 
en  que  hubo  de  verse  por  la  persecución  que  en  mal  hora  se  suscitó  en  aquella  ciudad  contra  las 
Carmelitas  Descalzas.  Hace  en  este  escrito  un  resumen  interesante  de  su  espíritu,  y  enumera  los 
diversos  directores  a  quienes  se  había  confiado  hasta  aquella  fecha.  Por  lo  regular,  habla  en  ella 
en  tercera  persona.  La  Relación  se  publica  conforme  al  autógrafo  que  se  venera  en  el  convento 
de  Carmelitas  Descalzos  de  Viterbo,  del  que  poseemos  copia  fotográfica. 


22  LAS    RELACIONES 

algunas  veces  de  día  no  osaba  estar  sola.  Y  como  aunque  más 
hacía  no  podía  excusar  esto,  andaba  afligidísima,  temiendo  no 
fuese  engaño  del  demonio.  Y  comenzó  a  tratar  con  personas 
espirituales  de  la  Compañía  de  Jesús,  entre  los  cuales  fué  el  Pa- 
dre Araoz  que  acertó  a  ir  allí,  que  era  Comisario  de  la  Compa- 
ñía (1);  y  el  Padre  Francisco,  que  fué  duque  de  Gandía  trató 
dos  veces  (2);  ya  un  provincial  de  la  Compañía  que  está  ahora 
en  Roma,  de  los  cuatro,  llamado  Gil  González  (3);  y  aun  al 
que  ahora  lo  es  en  Castilla,  aunque  a  éste  no  tanto  (4);  a  Baltasar 
Alvarez,  que  es  ahora  Retor  de  Salamanca,  la  confesó  seis 
años  (5);  al  Retor  de  Cuenca  (6)  llamado  Salazar  (7);  ya  el 
de  Segovia  llamado  Santander  (8);  éste  no  tanto  tiempo;  al  Re- 
tor de  Burgos  que  llaman  Ripalda  (9);  y  aun  estaba  harto  mal 
con  ella  hasta  que  la  trató;  a  el  dotor  Pablo  Hernández  de 
Toledo,  que  era  Consultor  de  la  Inquisición  (10);   a  otro  Ordó- 


1  Antonio  Aráoz,  pariente  de  San  Ignacio,  g  uno  de  los  primitivos  padres  de  la  Compa- 
ñía que  más  trabajaron  por  su  crecimiento  y  buen  gobierno.  Natural  de  Vergara,  donde  había 
nacido  en  1516,  murió  en  Madrid,  después  de  haber  desempeñado  importantes  cargos,  en  30  de 
Enero  de  1573.  Verosímilmente  habló  a  Santa  Teresa  cuando  trataba  de  la  fundación  de  San 
José  de  Avila,  siendo  Comisario  general  de  la  Compañía  (1562-1565).  (Cfr.  Astrain,  Historia 
de  la  Compañía,  t.  I,  1.  II,  c.  I  y  IV,  y  t.  II,  1.  I,  c.  VIII). 

2  Véase  el  tomo  I,  c.  XXIV,  p.  186. 

3  Hombre  muy  influyente  en  la  Compañía  durante  los  generalatos  de  los  Padres  AAercurian 
y  Aquaviva,  trató  a  la  Santa  durante  doce  años,  aunque  más  frecuentemente  de  1571  a  1574, 
siendo  ella  Priora  de  la  Encarnación.  De  carácter  dulce  y  comunicativo,  fué  uno  de  los  hombres 
más  eminentes  de  gobierno  que  por  entonces  tuvo  la  Compañía  de  Jesús.  Había  nacido  en  1532 
en  Burujón  (Toledo)  y  murió  en  15%.  (Cfr.  Astrain,  t.  I,  1.  II,  c.  IX,  y  t.  II,  1.  II,  c.  IV). 

4  En  Valladolid,  fundando  el  monasterio  de  las  Descalzas  en  1568,  conoció  Santa  Teresa 
al  P.  Juan  Suárez,  Provincial  que  había  sido  de  Castilla.  Había  nacido  en  Cuenca  el  año  de  1525 
y  murió  en  Valladolid  a  los  setenta  años  de  edad.  Consérvase  una  carta  de  la  Santa  a  este 
Padre,  de  1578,  con  quien  tuvo  un  disgusto  de  consideración  por  algunas  cosas  del  P.  Salazar. 

5  Cfr.  Vida,  c.  XXVIII,  p.  224. 

6  Primero  escribió  la  Santa  Cigüenza,  pero  luego  borró  algunas  letras,  leyendo  Cuenca 
(Cuenca),  donde,  efectivamente,  era  rector. 

7  Cfr.  Libro  de  la  Vida,  c.   XXIV,   p.  188. 

8  Conoció  la  Santa  al  P.  Luis  de  Santander  en  Segovia,  siendo  rector  de  la  casa  que 
la  Compañía  tenía  en  esta  ciudad,  cuando  fué  a  fundar  un  nuevo  monasterio  de  Descalzas 
en  1574.  Escribiendo  Santa  Teresa  a  D.  Teutonio  y  María  Bautista,  habla  con  grande  estima 
de  este  Padre.   (Vid.   Astrain,  t.    II,   1.   I,   c.   III,  y  1.   III,   c.  V). 

9  Yendo  a  fundar  a  Salamanca  tomó  por  confesor  la  Santa  al  célebre  autor  del  Cate- 
cismo, que  lleva  su  nombre,  durante  el  tiempo  que  permaneció  allí.  Antes  de  esta  fecha 
(1573),  ya  había  tratado  al  P.  Jerónimo  Ripalda  en  Avila.  El  aconsejó  a  la  Santa  que  con- 
tinuase el  Libro  de  las  Fundaciones.  Murió  el  ilustre  jesuíta  en  Toledo,  año  de  1618.  Era 
natural  de  Teruel,  donde  había  nacido  en  1535.  Fué  rector  de  los  Colegios  de  Villagarcía, 
Salamanca,  Burgos  y   Valladolid. 

10  Desde  1568  pertenecía  este  Padre  a  la  Residencia  que  la  Compañía  tenía  en  Toledo. 
Frecuentó  mucho  por  este  tiempo  el  trato  con  la  M.  Fundadora,  a  quien  ayudó  no  poco  a 
levantar  aquélla  casa  de  Religiosas  Descalzas.  Escribiendo  la  Santa  en  1578  a  Gracián,  llama 
a  este  Padre   «mi   buen  amigo». 


RELACIÓN    IV  23 

ñez,  quG  fué  R^tor  en  Avila   (1);    como  estaba  en  los  lugares, 
ansí  procuraba  los  que  de  ellos  eran  más  estimados   (2). 

A  Fray  Pedro  de  Alcántara  trató  mucho,  y  fué  el  que  mucho 
puso  por  ella  (3).  Estuvieron  más  de  seis  años  en  este  tiempo  ha- 
ciendo hartas  pruebas,  g  ella  con  hartas  lágrimas  y  afleción; 
y  mientra  más  pruebas  se  hacían,  más  tenía,  y  suspensiones 
hartas  veces  en  la  oración  y  aun  fuera  de  ella.  Hacíanse  hartas 
oraciones  y  decíanse  misas  porque  Dios  la  llevase  por  otro  ca- 
mino; porque  su  temor  era  grandísimo  cuando  no  estaba  en  la 
oración,  aunque  en  todas  las  cosas  que  tocaban  al  servicio  de 
Dios  se  entendía  clara  mejoría  y  ninguna  vanagloria  ni  so- 
berbia; antes  se  corría  de  los  que  lo  sabían,  y  sentía  más  tra- 
tarlo que  si  fueran  pecados,  porque  le  parecía  que  se  reirían 
de  ella  y  que  eran  cosas  de  mujercillas. 

Habrá  como  trece  años,  poco  más  a  menos,  que  fué  allí  el 
Obispo  de  Salamanca,  que  era  Inquisidor,  creo  en  Toledo,  y  lo 
había  sido  aquí  (4).  Ella  procuró  de  hablarle  para  asegurarse 
más,  y  dióle  cuenta  de  todo.  El  le  dijo  que  todo  esto  no  era  cosa 
que  tocaba  a  su  oficio,  porque  todo  lo  que  vía  y  entendía  siempre 
la  afirmaba  más  en  la  fe  católica,  que  ella  siempre  estuvo  y  Cotá 
firme,  y  con  grandísimos  deseos  de  la  honra  de  Dios  y  bien  de 
las  almas,  que  por  una  se  dejara  matar  muchas  veces.  Díjole, 
como  la  vio  tan  fatigada,  que  escribiese  a  el  Maestro  Avila,  que 
era  vivo,  una  larga  relación  de  todo,  que  era  hombre  que  enten- 
día mucho  de  oración,  y  que  con  lo  que  la  escribiese,  se  sosega- 
se. Ella  lo  hizo  ansí,  y  él  la  escribió  asegurándola  mucho  (5). 
Fué  de  suerte  esta  relación,  que  todos  los  letrados  que  la  han 
visto,  que  eran  mis  confesores,  decían  era  de  gran  provecho  para 


1  Mantuvo  relaciones  espirituales  muy  íntimas  con  este  Padre  de  la  Compafiía,  como 
puede  verse  en  la  carta  que  le  dirigió  en  1573,  siendo  Priora  de  la  Encarnación,  cuando  él 
tenía  la  residencia   en  Medina   del  Campo. 

2  Entre  otros,  fueron  el  P.  Domenech  en  Toledo,  Enrique  Henríquez  en  Sevilla,  Bar- 
tolomé Pérez  Nueros  en  diversos  lugares  y  Juan  del  Águila,  Rector  de  Burgos,  Gonzalo 
Dávila,  Diego  de  Cetina  y  el  venerable  Padre  Juan  de  Prádanos,  de  quien  hicimos  mención 
en  el  t.  I,   p.   186. 

3  Cfr.  t.  I,    c.  XXX,   p.   238. 

4  D.  Francisco  Soto  de  Salazar,  de  Bonilla  de  la  Sierra,  canónigo  de  Avila,  inquisidor 
en  Córdoba,  Sevilla  y  Toledo,  fué  obispo  de  Albarracín,  Segorbe  y  Salamanca.  Murió  el  29 
de  Enero  de   1578. 

5  En  los  Apéndices  veremos  las  cartas  del  B.  Avila. 


24  LAS    RELACIONES 

aviso  de  cosas  espirituales,  y  mandáronla  que  lo  trasladase  y 
hiciese  otro  librillo  para  sus  hijas,  que  era  priora,  adonde  las 
diese  algunos  avisos  (1).  Con  todo  esto,  a  tiempos  no  le  faltaban 
temores,  y  parecióle  que  a  gente  espiritual  también  podían  estar 
engañados  como  ella,  que  quería  tratar  con  grandes  letrados, 
aunque  no  fuesen  muy  dados  a  oración,  porque  ella  no  quería 
sino  saber  si  eran  conforme  a  la  Sagrada  Escritura  todo  lo  que 
tenía.  Y  algunas  veces  se  consolaba  pareciéndole  que,  aunque  por 
sus  pecados  mereciese  ser  engañada,  que  a  tantos  buenos  como 
deseaban   darle   luz,   que  no   primitiría   Dios   se   engañasen. 

Con  este  intento  comenzó  a  tratar  con  padres  de  Santo  Do- 
mingo en  estas  cosas,  que  antes  que  las  tuviese,  muchas  veces  se 
confesaba  con  ellos.  Son  estos  los  que  ha  tratado:  Fray  Vicente 
Barrón  la  confesó  un  año  y  medio  en  Toledo,  yendo  a  fundar  allí, 
que  era  consultor  de  la  Inquisición  y  gran  letrado  (2);  éste 
la  aseguró  mucho,  y  todos  le  decían  que  como  no  ofendiese  a 
Dios  y  se  conociese  por  ruin,  que  de  qué  temía.  Con  el  Maestro 
Fray  Domingo  Bañes  (3),  que  es  consultor  del  Santo  Oficio  ahora 
en  Valladolid,  me  confesé  seis  años,  y  siempre  trata  con  él  por 
cartas,  cuando  algo  de  nuevo  se  le  ha  ofrecido.  Con  el  Maestro 
Chaves  (4).  Con  el  segundo  fué  Fray  Pedro  Ibáñez,  que  era  enton- 
ces letor  en  Avila,  y  grandísimo  letrado  (5) ;  y  con  otro  dominico 
que  llaman  Fray  García  de  Toledo  (6).  Con  el  P.  Maestro  Fray 
Bartolomé  de  Medina,  catedrático  de  Salamanca  (7);  y  sabía  que 


1  El  Camino  de  Perfección. 

2  Cfr.  t.  I,  págs.  29  y  50.  El  P.  Barrón  fué  uno  de  los  confesores  que  por  los  años 
de  1568  ü  siguientes  tuvo  la  Santa  en  Toledo,  cuando  trataba  de  aquella  fundación.  En  su 
juventud  ya  se  había  confesado  con  él  en  Santo  Tomás  de  Avila. 

3  Vid.  t.   I,  p.   347. 

4  Afamado  teólogo  dominico,  confesor  de  Felipe  II.  Favoreció  mucho  la  Reforma  de  los 
Descalzos  con  el  gran  prestigio  de  que  gozaba  en  la  corte.  Conoció  a  la  Santa  en  el  tiempo  que 
fué  rector  del  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Avila.  Murió  el  17  de  Junio  de  1592.  (Cfr.  Padre 
Felipe  Martín,  Santa   Teresa  de  Jesús  y  la  Orden  de  Predicadores,  p.  666). 

5  Cfr.  t.  I,  p.  271. 

6  Cfr.  t.  I,  p.  286. 

7  Bartolomé  de  Medina,  de  la  Orden  de  Predicadores,  y  profesor  de  las  Universidades 
de  Alcalá  y  Salamanca.  Mal  dispuesto  contra  la  Santa  antes  de  conocerla,  la  cobró  parti- 
cular estima  después  que  la  trató.  Estando  la  Santa  en  Alba  (1574),  iba  todas  las  semanas  de 
Salamanca  a  confesarla  el  P.  Bartolomé.  Murió  en  1580.  Acerca  del  cambio  que  experimentó 
el  P.  Medina,  así  que  hubo  tratado  a  la  Santa,  he  aquí  lo  que  dice  en  el  Proceso  de  Avila 
D.  Francisco  Mena,  beneficiado  de  la  parroquia  de  San  Vicente:  «Al  artículo  17  dijo:  que  el 
Padre  Maestro  Fray  Bartolomé  de  Medina  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  catedrático  de 
Prima  de  Teología  en   la  Universidad  de  Salamanca,  cuyo  discípulo  fué  este    testigo,   al  prin- 


RELACIÓN    IV  25 

estaba  muy  mal  con  ella,  porque  había  oído  de  estas  cosas;  y  pa- 
recióle que  éste  la  diría  mejor  si  iba  engañada  que  nenguno;  esto 
ha  poco  más  de  dos  años;  y  procuróse  confesar  con  él,  y  dióle 
larga  relación  de  todo,  lo  que  allí  estuvo,  y  procuró  que  viese 
lo  que  había  escrito  para  que  entendiese  mejor  su  vida.  El  la 
asiguró  tanto  y  más  que  todos,  y  quedó  muy  su  amigo.  También 
se  confesó  algún  tiempo  con  el  Padre  Alaestro  Fray  Felipe  de 
Meneses  (1),  que  estuvo  en  Valladolid  a  fundar,  y  era  el  Prior  u 
Retor  de  aquel  Colegio  de  San  Gregorio;  y  habiendo  oído  estas 
cosas,  la  había  ido  a  hablar  en  Avila  con  harta  caridad,  quirien- 
do  saber  si  estaba  engañada,  y  que  si  no  era  razón  porque  la 
mormurasen  tanto;  y  se  satisfizo  mucho.  También  trató  parti- 
cularmente con  un  Provincial  de  Santo  Domingo,  llamado  Sali- 
nas, hombre  muy  espiritual  y  gran  siervo  de  Dios  (2) ;  y  con  otro 
letor  que  es  ahora  en  Segovia,  llamado  Fray  Diego  de  Yanguas, 
harto  de  agudo  ingenio  (3). 

Otros  algunos,  que  en  tantos  años  y  con  temor  ha  habido 
lugar  para  ello,  en  especial  como  andaba  en  tantas  partes  a  fuxi- 
dar,  lianse  hecho  hartas  pruebas,  porque  todos  deseaban  acertar 
a  darla  luz,  por  donde  la  han  asegurado  y  se  han  asegurado. 
Siempre  jamás  estaba  sujeta  y  lo  está  a  todo  lo  que  tiene  la 
santa  fe  católica;  y  toda  su  oración  y  de  las  casas  que  ha  fun- 
dado,  es  porque  vaya  en   aumento.   Decía  ella  que   cuando  al- 


cipio  recibió  mal  las  cosas  de  la  Santa  Madre,  en  tal  forma,  que  públicamente  en  su  cá- 
tedra dijo  que  era  de  mujercillas  andarse  de  lugar  en  lugar  y  que  mejor  estuvieran  en  sus 
casas  rezando  e  hilando,  u  sabido  esto  por  la  Santa  Madre,  deseó  mucho  hablarle  u  comu- 
nicarle su  espíritu  y  el  fin  de  sus  fundaciones;  y  habiéndole  comunicado,  le  satisfizo  de 
suerte,  que  públicamente  en  la  mesraa  cátedra  alabó  y  aprobó  el  espíritu  de  la  Santa  Madre, 
y  entre  otras  palabras  que  de  ella  dijo,  fueron  estas:  «Señores,  el  otro  día  dije  aquí  unas 
palabras  mal  consideradas  de  una  religiosa  que  funda  casas  de  monjas  Descalzas  y  hablé 
mal.  Hela  comunicado  y  tratado,  y  sin  duda  tiene  el  espíritu  de  Dios  y  va  por  muy  buen 
camino». 

1  Aventajado  escritor  ascético  y  ejemplar  religioso,  después  de  haber  desempeñado  una 
cátedra  en  Alcalá,  fué  regente  del  Colegio  de  San  Gregorio  de^  Valladolid.  Murió  el  año  de 
1572  en  su  convento  de   Santa  Marta   (Galicia). 

2  Juan  de  Salinas,  provincial  durante  varios  años,  conoció  a  la  Santa  en  Toledo,  y  la 
confesó  muy  amenudo  durante  el  tiempo  que  permaneció  en  aquella  ciudad.  Murió  el  Padre 
Salinas  en  1569. 

3  Diego  Yanguas,  de  extraordinaria  capacidad  g  virtud  y  célebre  por  sus  comentarios 
de  cátedra  a  la  Suma  de  Santo  Tomás,  confesó  a  la  Santa  Madre  en  Segovia  cuando  hizo 
aquella  fundación  en  1574.  Con  el  P.  Jerónimo  Gracián  examinó,  entre  otros  escritos  de  la 
Santa,  Las  Motadas.  Otros  muchos  Padres  de  la  gloriosa  Orden  de  Santo  Domingo  trataron 
a  la  Santa,  como  puede  verse  en  la  citada  obra  del  P.  Felipe  Martín,  Santa  Teresa  y  la 
Orden  de  Piedicadores  y   en  ¡a  del   P.    Paulino   Alvarez,   Santa   Teresa  y  el  A  Báñez. 


26  LAS    RELACIONES 

guna  cosa  de  estas  la  enducicra  contra  lo  que  es  fe  católica  y  la 
ley  de  Dios,  que  no  hubiera  menester  andar  a  buscar  pruebas, 
que  luego  viera  era  demonio. 

Jamás  hizo  cosa  por  lo  que  entendía  en  la  oración;  antes  si 
le  decían  sus  confesores  al  contrario,  lo  hacía  luego  y  siempre 
daba  parte  de  todo.  Nunca  creyó  tan  determinadamente  que  era 
Dios  con  cuanto  le  decían  que  sí,  que  lo  jurara,  aunque  por  los 
efetos  y  las  grandes  mercedes  que  le  ha  hecho,  en  algunas  cosas 
le  parecía  buen  espíritu,  mas  siempre  deseaba  virtudes,  y  en 
esto  ha  puesto  a  sus  monjas,  diciendo  que  la  más  humilde  y  mor- 
tificada sería  la  más  espiritual. 

Esto  que  ha  escrito  dio  al  Padre  Maestro  Fray  Domingo 
Bañes,  que  está  en  Valladolid,  que  es  con  quien  más  ha  tratado  y 
trata.  Piensa  que  los  habrá  presentado  al  Santo  Oficio  en  Ma- 
drid (1).  En  todo  ello  se  sujeta  a  la  correción  de  la  fe  católica 
y  de  la  Ilesia.  Nenguno  la  ha  puesto  culpa,  porque  son  estas 
cosas  que  no  están  en  mano  de  nadie,  y  Nuestro  Señor  no  pide 
lo  imposible. 

Como  se  ha  dado  cuenta  a  tantos  por  el  gran  temor  que 
traía,  hanse  divulgado  mucho  estas  cosas,  que  ha  sido  para  ella 
harto  grandísimo^  tormento  y  cruz  (2).  Dice  ella  que  no  por  hu- 
mildad, sino  porque  siempre  aborrecía  estas  cosas  que  decían  de 
mujeres.  Tenía  extremo  a  no  se  sujetar  a  quien  le  parecía  que 
creía  era  todo  de  Dios,  porque  luego  temía  los  había  de  engañar 
a  entramos  el  demonio.  Con  quien  vía  temeroso,  trataba  su  alma 
de  mejor  gana,  aunque  también  le  daba  pena  con  los  que  de] 
todo  despreciaban  estas  cosas;  era  por  probarla;  porque  le  pare- 
cían algunas  muy  de  Dios,  y  no  quisiera,  que  pues  no  vían  causa 
las  condenaran  determinadamente,  tampoco  como  que  creyeran 
que  todo  era  de  Dios,  porque  entendía  ella  muy  bien  que  podía 
haber  engaño,  y  por  esto  jamás  le  pareció  asegurarse  del  todo 
en  lo  que  podía  haber  peligro.  Procuraba  lo  más  que  podía  en 
ninguna  cosa  ofender  a  Dios  y  siempre  obedecer;  y  con  estas 
dos  cosas  se  pensaba  librar,  aunque  fuese  demonio. 


1  Cfr.  t.  I,  Preliminares,  págs.  CXVII  y  CXXV. 

2  La  Santa  expresa  esta  palabra  por  una  "f. 


RELACIÓN    IV  27 

Desde  que  tuvo  cosas  sobrenaturales,  siempre  se  inclinaba 
su  espíritu  a  buscar  lo  más  perfeto,  y  casi  ordinario  traía  gran- 
des deseos  de  padecer;  y  en  las  persecuciones,  que  tuvo  hartas, 
se  hallaba  consolada,  y  con  amor  particular  a  quien  la  perseguía, 
Gran  deseo  de  pobreza  y  soledad,  y  de  salir  de  este  destierro 
por  ver  a  Dios.  Por  estos  efetos  y  otros  semejantes,  se  comenzó 
a  asosegar,  pareciéndole  que  espíritu  que  la  dejaba  con  estas  vir- 
tudes no  sería  malo,  y  ansí  se  lo  decían  con  los  que  lo  trataba, 
aunque  para  dejar  de  temer  no,  sino  para  no  andar  tan  fatigada. 
Jamás  su  espíritu  la  persuadía  a  que  encubriese  nada,  sino  a 
que  obedeciese  siempre.  Nunca  con  los  ojos  del  cuerpo  vio  nada, 
como  está  dicho,  sino  con  una  delicadez  y  cosa  tan  inteletual, 
que  algunas  veces  pensaba  a  los  principios  se  le  había  antojado, 
otras  no  lo  podía  pensar.  Tampoco  oyó  jamás  con  los  oídos 
corporales,  si  no  fueron  dos  veces,  y  éstas  no  entendió  cosa  de 
las  que  decían,  ni  sabía  qué. 

Estas  cosas  no  eran  continas,  sino  en  alguna  necesidad  al- 
gunas veces,  como  fué  una  que  había  estado  algunos  días  con 
unos  tormentos  interiores  incomportables  y  un  desasosiego  in- 
terior de  temor  si  la  traía  engañada  el  demonio,  como  más  lar- 
gamente están  en  aquella  Relación,  y  también  están  sus  pecados, 
que  ansí  han  sido  públicos,  como  estotras  cosas,  porque  el  miedo 
que  traía  le  ha  hecho  olvidar  su  crédito.  Y  estando  ansí  con 
aflición  que  no  se  puede  decir,  con  sólo  entender  esta  palabra 
en  lo  interior:  Yo  soy;  no  tengas  miedo,  quedaba  el  alma  tan 
quieta  y  animosa  y  confiada,  que  no  podía  entender  de  dónde 
le  había  venido  tan  gran  bien;  pues  no  había  bastado  confe.sor, 
ni  bastaran  muchos  letrados  con  muchas  palabras  para  ponerle 
aquella  paz  y  quietud  que  con  una  se  le  había  puesto.  Y  ansí 
otras  veces  que  con  alguna  visión  quedaba  fortalecida;  porque 
a  no  ser  esto,  no  pudiera  haber  pasado  tan  grandes  trabajos  y 
contradiciones  y  enfermedades,  que  han  sido  sin  cuento,  y  pasa; 
que  jamás  anda  sin  algún  género  de  padecer.  Hay  más  y  menos, 
mas  lo  ordinario  es  siempre  dolores  con  otras  hartas  enferme- 
dades, aunque  después  que  es  monja  la  han  apretado  más. 

Si  en  algo  sirve  al  Señor,  y  las  mercedes  que  le  hace  pasa 


28  LñS    RELACIONES 

de  presto  por  su,  memoria,  aunque  de  las  mercedes  muchas  veces 
se  acuerda;  mas  no  puede  detenerse  allí  mucho,  como  en  los 
pecados,  que  siempre  están  atormentándola  como  un  cieno  de 
mal  olor.  El  haber  tenido  tantos  pecados  y  servido  a  Dios  tan 
poco,  debe  ser  causa  de  no  ser  tentada  de  vanagloria.  Jamás  con 
cosa  de  su  espíritu  tuvo  persuasión,  ni  cosa  sino  de  toda  lim- 
pieza y  castidad;  y  sobre  todo  un  gran  temor  de  no  ofender  a 
Dios  Nuestro  Señor  y  de  hacer  en  todo  su  voluntad.  Esto  le 
suplica  siempre,  y  a  su  parecer  está  tan  determinada  a  no  salir 
de  ella,  que  no  la  dirían  cosa  en  que  pensase  servir  más  a  Dios 
los  que  la  tratan,  confesores  y  perlados,  que  la  dejase  de  poner 
por  obra,  confiada  en  que  el  Señor  ayuda  a  los  que  se  determinan 
por   su  servicio  y  gloria. 

No  se  acuerda  más  de  sí,  ni  de  su  provecho,  en  comparación 
de  esto,  que  si  no  fuese,  a  cuanto  ella  puede  entender  de  sí,  y 
entienden  sus  confesores.  Es  todo  gran  verdad  lo  que  va  en  este 
papel,  y  lo  puede  probar  con  ellos  v.  m.  si  quiere,  y  qon  todas 
las  personas  que  la  han  tratado  de  veinte  años  a  esta  parte. 
Muy  ordinario  la  mueve  su  espíritu  a  alabanzas  de  Dios,  y  que- 
rría que  todo  el  mundo  entendiese  en  esto,  aunque  a  ella  le 
costase  muy  mucho.  De  aquí  le  viene  el  deseo  del  bien  de  las 
almas;  y  de  ver  cuan  basuras  son  las  cosas  exteriores  de  este 
mundo  y  cuan  preciosas  las  interiores,  que  no  tienen  compara- 
ción, ha  venido  a  tener  en  poco  las  cosas  del. 

La  manera  de  visión  que  v.  m.  me  preguntó,  es  que  no  se 
ve  cosa  ni  interior  ni  exteriormente,  porque  no  es  imaginaria;  mas 
sin  verse  nada,  entiende  el  alma  quién  es,  y  hacia  dónde  se  le 
representa  más  claramente  que  si  lo  viese,  salvo  que  no  se  le 
le  representa  cosa  particular,  sino  como  si  una  persona  sintiese 
que  está  otra  cabe  ella,  y  porque  estuviese  ascuras  no  la  vemos, 
cierto  entiende  que  está  allí,  salvo  que  no  es  comparación  esta 
bastante;  porque  el  que  está  ascuras,  por  alguna  vía,  u  oyendo 
ruido,  u  habiendo  visto  antes  la  persona,  entiende  que  está 
allí,  u  la  conoce  de  antes;  acá  no  hay  nada  de  eso,  sino  que 
sin  palabra  exterior  ni  interior  entiende  el  alma  clarísimamente 
quién   es,   y   hacia  qué  parte  está,   y   a  las   veces   lo  que  quiere 


RELACIÓN    IV  29 

sinificar.  Por  dónde  u  cómo,  no  lo  sabe;  mas  ello  pasa  ansí; 
y  lo  que  dura  no  puede  inorarlo;  y  cuando  se  quita,  aunque 
más  quiere  imaginarlo  como  antes,  no  aprovecha,  porque  se  ve 
que  es  imaginación  y  no  presencia,  que  esta  no  está  en  su  mano; 
y  ansí  son  todas  las  cosas  sobrenaturales.  Y  de  aquí  viene  no 
tenerse  en  nada  a  quien  Dios  hace  esta  merc€d,  porque  ve  que 
es  cosa  dada  y  que  ella  allí  ni  puede  quitar  ni  poner;  y  esto 
hace  quedar  con  mucha  más  humildad  y  amor  de  servir  siempre 
a  este  Señor  tan  poderoso,  que  puede  hacer  lo  que  acá  no  po- 
demos aún  entender,  cómo,  aunque  más  letras  tengan,  hay  cosas 
que  no  se  alcanzan.  Sea  bendito  El  que  lo  da.  Amen,  para  siem- 
pre jamás  (1). 


1       Además  de  los  códices  de  Avila  y  Toledo,  conservaban  copias  antiguas  de  esta  Reln- 
ción  las  Carmelitas  de  Consuegra,  Valladolld,  Málaga  y  Oporto. 


RELACIÓN  V 

EN    SEVILLA,    AÑO    DE     1576     (1). 
JESÚS 

Son  tan  dificultosas  de  decir,  y  más  de  manera  que  se  pue- 
dan entender  estas  cosas  de  el  espíritu  interiores,  cuanto  más 
con  brevedad  pasan,  que  si  la  obediencia  no  lo  hace,  será  dicha 
atinar,  especial  en  cosas  tan  dificultosas.  Mas  poco  va  en  que 
desatine,  pues  va  a  manos  que  otros  mayores  habrá  entendido 
de  mi.  En  todo  lo  que  dijere,  suplico  a  vuestra  merced  que  en- 
tienda que  no  €s  mi  intento  pensar  es  acertado,  que  yo  podré 
no  entenderlo;  mas  lo  que  puedo  certificar  es,  que  no  diré 
cosa  que  no  haya  expirimentado  algunas  y  muchas  veces.  Si  es 
bien  u  mal,  vuestra  merced  lo  verá  y  me  avisará  dello. 

Paréceme  será  dar  a  vuestra  merced  gusto  comenzar  a  tra- 
tar del  principio  de  cosas  sobrenaturales,  que  en  devoción,  y 
ternura,  y  lágrimas  y  meditaciones  que  acá  podemos  adquirir 
con  ayuda  de  <¿\  Señor,  entendidas  están. 

La  primera  oración  que  sentí,  a  mi  parecer  sobrenatural, 
que  llamo  yo  lo  que  con  idustria  ni  deligencia  no  se  puede 
adquirir,  aunque  mucho  se  procure,  aunque  disponerse  para  ello 
sí,   y   debe   de   hacer   mucho   al   caso,   es   un   recogimiento  inte- 


1  Esta  Relación,  como  la  anterior,  es  para  el  P.  Rodrigo  Alvarez,  a  quien  da  cuenta 
de  su  espíritu,  como  a  su  director,  a  diferencia  de  la  anterior  que  le  dirigió  como  a  califi- 
cador del  Santo  Oficio,  y  por  eso  habla  en  ella  en  tercera  persona,  como  hemos  visto.  Esta 
Relación  fué   publicada  ya  por  Ribera,  1.    IV,    c.   III. 


32  LAS    RELACIONES 

rior  que  se  siente  en  el  alma,  que  parece  ella  tiene  allá  otros 
sentidos,  como  acá  los  exteriores,  que  ella  en  sí  parece  se  quie- 
re apartar  de  los  bullicios  exteriores;  y  ansí  algunas  veces  los 
lleva  tras  sí,  que  le  da  gana  de  cerrar  los  ojos  y  no  oír,  ni  ver 
ni  entender  sino  aquello  en  que  el  alma  entonces  se  ocupa,  que 
es  poder  tratar  con  Dios  a  solas.  Aquí  no  se  pierde  ningún 
sentido  ni  potencia,  que  todo  está  entero;  mas  estálo  para  em- 
plearse en  Dios.  Y  esto  a  quien  Nuestro  Señor  lo  hubiere  dado 
será  fácil  de  entender;  y  a  quien  no,  a  lo  menos  será  menester 
muchas  palabras  y  comparaciones. 

De  este  recogimiento  viene  algunas  veces  una  quietud  y  paz 
interior  muy  regalada,  que  está  el  alma  que  no  le  parece  le  falta 
nada;  que  aun  el  hablar  le  cansa,  digo  el  rezar  y  el  meditar, 
no  querría  sino  amar:  dura  rato  y  aún  ratos. 

Desta  oración  suele  proceder  un  sueño  que  llaman  de  las 
potencias,  que  ni  están  asortas,  ni  tan  suspensas  que  se  pueda 
llamar  arrobamiento.  Aunque  no  es  del  todo  unión,  alguna  vez, 
y  aun  muchas,  entiende  el  alma  que  está  unida  sola  la  voluntad,  y 
se  entiende  muy  claro,  digo  claro,  a  lo  que  parece.  Está  empleada 
toda  en  Dios,  y  que  ve  el  alma  la  falta  de  poder  estar  ni  obrar 
en  otra  cosa;  y  las  otras  dos  potencias  están  libres  para  negocios 
y  obras  de  el  servicio  de  Dios.  En  fin,  andan  juntas  Marta  y 
María.  Yo  pregunte  al  Padre  Francisco  si  sería  engaño  esto, 
porque  me  traía  boba;  y  me  dijo,  que  muchas  veces  acaecía  (1). 

Cuando  es  unión  de  todas  las  potencias,  es  muy  diferente; 
porque  ninguna  cosa  puede  obrar,  porque  el  entendimiento  está 
como  espantado.  La  voluntad  ama  más  que  entiende;  mas  ni 
entiende  si  ama  ni  qué  hace  de  manera  que  lo  pueda  decir  la 
memoria,  a  mi  parecer,  que  no  hay  ninguna,  ni  pensamiento, 
ni  aun  por  entonces  son  los  sentidos  despiertos,  sino  como  quien 
los  perdió  para  más  emplear  el  alma  en  lo  que  goza,  a  mi  pa- 
recer; que  por  aquel  breve  espacio  se  pierden:  pasa  presto.  En 
la  riqueza  que  queda  en  el  alma  de  humildad  y  otras  virtudes 
y  deseos,  se  entiende  el  gran  bien  que  le  vino  de  aquella  mer- 


1      San  Francisco   de  Borja.   (Cfr.   t.   I,   c.   XXIV,  p.   186). 


RELACIÓN    V  33 

ced;  mas  no  se  puede  decir  lo  que  es;  porque,  aunque  el 
alma  se  da  a  entender,  no  sabe  cómo  lo  entiende  ni  decirlo.  A 
mi  parecer,  si  esta  es  verdadera,  es  la  mayor  merced  que  Nues- 
tro Señor  hace  en  este  camino  espiritual,  a  lo  menos  de  las 
grandes. 

Arrobamientos  y  suspensión,  a  mi  parecer,  todo  es  uno, 
sino  que  yo  acostumbro  a  decir  suspensión,  por  no  decir  arro- 
bamiento, que  espanta;  y  verdaderamente,  también  se  puede  lla- 
mar suspensión  esta  unión  que  queda  dicha.  La  diferencia  que 
hay  del  arrobamiento  a  ella,  es  ésta:  que  dura  más  y  siéntese 
más  en  esto  exterior,  porque  se  va  acortando  el  huelgo,  de  ma- 
nera que  no  se  puede  hablar,  ni  los  ojos  abrir;  aunque  esto 
mesmo  se  hace  en  la  unión,  es  acá  con  mayor  fuerza,  porque  el 
calor  natural  se  va  no  sé  yo  adonde,  que  cuando  es  grande  el  arro- 
bamiento, que  en  todas  estas  maneras  de  oración  hay  más  y  me- 
nos, cuando  es  grande,  como  digo,  quedan  las  manos  heladas 
y  algunas  veces  extendidas  como  unos  palos;  y  el  cuerpo,  si  toma 
en  pie,  ansí  se  queda,  u  de  rodillas;  y  es  tanto  lo  que  se  emplea 
en  el  gozo  de  lo  que  el  Señor  le  representa,  que  parece  se 
olvida  de  animar  en  el  cuerpo  y  le  deja  desamparado,  y,  si  dura, 
quedan  los  niervos  con  sentimiento. 

Paréceme  que  quiere  aquí  el  Señor  que  el  alma  entienda 
más  de  lo  que  goza,  que  en  la  unión,  y  ansí  se  le  descubren  al- 
gunas cosas  de  Su  Majestad  en  el  rato  muy  ordinariamente; 
y  los  efetos  con  que  queda  el  alma  son  grandes,  y  el  olvidarse 
a  sí  por  querer  que  sea  conocido  y  alabado  tan  gran  Dios  y  Se- 
ñor. A  mi  parecer,  si  es  de  Dios,  que  no  puede  quedar  sin  un 
gran  conocimiento  de  que  ella  allí  no  pudo  nada  y  de  su  miseria 
y  ingratitud  de  no  haber  servido  a  quien  por  solo  su  bondad  le 
hace  tan  gran  merced.  Porque  el  sentimiento  y  suavidad  es  tan 
ecesivo  que  todo  lo  que  acá  se  puede  comparar,  que  si  aquella  me- 
moria no  se  le  pasase,  siempre  habría  asco  de  los  contentos  de 
acá;   y  ansí  viene  a  tener  todas  las  cosas  del  mundo  en  poco. 

La  diferencia  que  hay  de  arrobamiento  y  arrebatamiento  es, 
que  el  arrobamiento  va  poco  a  poco  muriéndose  a  estas  cosas 
exteriores,  y  perdiendo  los  sentidos  y  viviendo  a  Dios.  El  arre- 

II  3 


34  LñS    RELACIONES 

batamiento  viene  con  una  sola  noticia  que  Su  Majestad  da  en  lo 
mug  íntimo  de  el  alma,  con  una  velocidad  que  la  parece  que  la 
arrebata  a  lo  superior  della,  que  a  su  parecer  se  le  va  de  el 
cuerpo;  y  ansí  es  menester  ánimo  a  los  principios  para  entregar- 
se en  los  brazos  de  el  Señor,  que  la  lleve  a  do  quisiere,  porque, 
hasta  que  Su  Majestad  la  pone  en  paz  adonde  quiere  llevarla, 
digo  llevarla  que  entienda  cosas  altas,  cierto,  es  menester  a  los 
principios  estar  bien  determinada  a  morir  por  El;  porque  la 
pobre  alma  no  sabe  qué  ha  de  ser  aquello,  digo  a  los  principios. 
Quedan  las  virtudes,  a  mi  parecer,  de  esto  más  fuertes;  porque 
deséase  más,  y  dase  más  a  entender  el  poder  deste  gran  Dios 
para  temerle  y  amarle.  Pues  ansí,  sin  ser  más  en  nuestra  mano, 
arrebata  el  alma,  bien  como  Señor  de  ella;  queda  gran  arrepen- 
timiento de  haberle  ofendido,  y  espanto  de  cómo  osó  ofender 
tan  gran  Majestad,  y  grandísima  ansia  porque  no  haya  quien 
le  ofenda,  sino  que  todos  le  alaben.  Pienso  que  deben  venir  de 
aquí  estos  deseos  tan  grandísimos  de  que  se  salven  las  almas, 
y  de  ser  alguna  parte  para  ello,  y  para  que  este  Dios  sea  alabado 
como  merece. 

El  vuelo  de  espíritu  es  un  no  sé  cómo  le  llame,  que  sube  de 
lo  más  íntimo  de  el  alma.  Sola  esta  comparación  se  me  acuerda, 
que  puse  adonde  vuestra  merced  sabe,  que  están  largamente  de- 
claradas estas  maneras  de  oración  y  otras,  y  es  tal  mi  memoria, 
que  luego  se  me  olvida  (1).  Paréceme  que  el  alma  y  el  espíritu 
debe  ser  una  cosa;  sino  que  como  un  fuego,  que  si  es  grande  y  ha 
estado  dispuniéndose  para  arder,  ansí  el  alma  de  la  dispusición 
que  tiene  con  Dios,  como  el  fuego,  ya  que  de  presto  arde,  echa 
una  llama  que  llega  a  lo  alto,  aunque  tan  fuego  es  como  el  otro 
que  está  en  lo  bajo,  y  no  porque  esta  llama  suba  deja  de  que- 
dar el  fuego.  Ansí  acá  en  el  alma  parece  que  produce  de  sí 
una  cosa  tan  de  presto  y  tan  delicada,  que  sube  a  la  parte  supe- 
rior y  va  donde  el  Señor  quiere,  que  no  se  puede  declarar 
más,  y  parece  vuelo,  que  yo  no  sé  otra  cosa  como  compararlo. 
Sé  que  se  entiende  muy  claro  y  que  no  se  puede  estorbar. 


1      Vida,  c.   XVII,  p.  132. 


RELACIÓN    V  35 

Parece  que  aquella  avecica  del  espíritu  se  escapó  de  esta 
miseria  de  esta  carne  g  cárcel  deste  cuerpo,  g  ansí  puede  más 
emplearse  en  lo  que  le  da  el  Señor.  Es  cosa  tan  delicada  y  tan 
preciosa,  a  lo  que  entiende  el  alma,  que  no  le  parece  hag  en 
ello  ilusión,  ni  aun  en  ninguna  cosa  de  estas,  cuando  pasan. 
Después  eran  los  temores,  por  ser  tan  ruin  quien  lo  recibe,  que 
todo  le  parecía  había  razón  de  temer,  aunque  en  lo  interior  de  el 
alma  queda  una  certidumbre  g  siguridad,  con  que  se  podía  vivir; 
mas  no  para  dejar  de  poner  deligencias  para  no  ser  engañada. 

ímpetus  llamo  go  a  un  deseo  que  da  el  alma  algunas  veces, 
sin  haber  precedido  antes  oración,  g  aun  lo  más  contino,  sino 
una  memoria  que  viene  de  presto  de  que  está  ausente  de  Dios, 
u  de  alguna  palabra  que  oge,  que  vaga  a  esto.  Es  tan  poderosa 
esta  memoria  g  de  tanta  fuerza  algunas  veces,  que  en  un  instante 
parece  que  desatina;  como  cuando  se  da  una  nueva  de  presto 
mug  penosa,  que  no  sabía,  o  un  gran  sobresalto,  que  parece 
quita  el  discurso  a  el  pensamiento  para  consolarse,  sino  que 
se  queda  como  asorta.  Ansí  es  acá,  salvo  que  la  pena  es  por  tal 
causa,  que  queda  a  el  alma  un  conocer,  que  es  bien  empleado 
morir  por  ella.  Ello  es  que  parece  que  todo  lo  que  el  alma  en- 
tiende entonces,  es  para  más  pena,  g  que  no  quiere  el  Señor 
que  todo  su  ser  le  aproveche  de  otra  cosa,  ni  acordarse  es  su 
voluntad  que  viva,  sino  parécete  que  está  en  una  tan  gran  soledad 
g  desamparo  de  todo,  que  no  se  puede  escribir;  porque  todo  el 
mundo  g  sus  cosas  le  dan  pena,  g  que  ninguna  cosa  criada  le 
hace  compañía,  ni  quiere  el  alma  sino  al  Criador,  g  esto  velo 
imposible  si  no  muere,  g  como  ella  no  se  ha  de  matar,  muere  por 
morir,  de  tal  manera  que  verdaderamente  es  peligro  de  muerte, 
g  vese  como  colgada  entre  cielo  g  tierra,  que  no  sabe  qué  se 
hacer  de  sí.  Y  de  poco  en  poco  dale  Dios  una  noticia  de  sí 
para  que  vea  lo  que  pierde,  de  una  manera  tan  extraña,  que  no 
se  puede  decir;  porque  ninguna  hag  en  la  tierra,  a  lo  menos 
de  cuantas  go  he  pasado,  que  le  iguale;  baste  que  de  media  hora 
que  dure,  deja  tan  descoguntado  el  cuerpo  g  tan  abiertas  las  ca- 
nillas, que  aun  no  quedan  las  manos  para  poder  escribir  g  con 
grandísimos  dolores. 


36  LflS    RELACIONES 

De  esto  ninguna  cosa  siente  hasta  que  se  pasa  aquel  ímpetu. 
Harto  tiene  que  hacer  en  sentir  lo  interior,  ni  creo  sentiría 
graves  tormentos;  y  está  con  todos  sus  sentidos,  y  puede  hablar 
y  aun  mirar;  andar  no,  que  la  derrueca  el  gran  golpe  de  el 
amor.  Esto,  aunque  se  muera  por  tenerlo,  si  no  es  cuando  lo  da 
Dios,  no  aprovecha.  Deja  grandísimos  efetos  y  ganancia  en  el 
alma.  Unos  letrados  dicen  que  es  uno,  otros  otro;  nadie  lo  con- 
dena. El  Maestro  Avila  me  escribió  era  bueno  (1),  y  ansí  lo  dicen 
todos.  El  alma  bien  entiende  es  gran  merced  de  el  Señor:  a  ser 
muy  a  menudo,  podo  duraría  la  vida. 

El  ordinario  ímpetu,  es  que  viene  este  deseo  de  servir  a  Dios 
con  una  gran  ternura  y  lágrimas  por  salir  de  este  destierro; 
mas  como  hay  libertad  para  considerar  el  alma  que  es  la  voluntad 
del  Señor  que  viva,  con  eso  se  consuela,  y  le  ofrece  el  vivir, 
suplicándole  no  sea  sino  para  su  gloria;   con  esto  pasa. 

Otra  manera  harto  ordinaria  de  oración,  es  una  manera  de 
herida  que  parece  a  el  alma  como  si  una  saeta  la  metiesen  por 
el  corazón,  o  por  ella  mesma.  Ansí  causa  un  dolor  grande  que 
hace  quejar,  y  tan  sabroso,  que  nunca  querría  le  faltase.  Este 
dolor  no  es  en  el  sentido,  ni  tampoco  es  llaga  material,  sino 
en  lo  interior  de  el  alma,  sin  que  parezca  dolor  corporal;  sino 
que,  como  no  se  puede  dar  a  entender  sino  por  comparaciones, 
pónense  estas  groseras,  que  para  lo  que  ello  es  lo  son,  mas  no 
sé  yo  decirlo  de  otra  suerte.  Por  eso  no  son  estas  cosas  para 
escribir  ni  decir,  porque  es  imposible  entenderlo,  sino  quien 
lo  ha  expirimentado,  digo  adonde  llega  esta  pena,  porque  las 
penas  del  espíritu  son  diferentísimas  de  las  de  acá.  Por  aquí 
saco  yo  cómo  padecen  más  las  almas  en  el  infierno  y  purgatorio 
que  acá  se  puede  entender  por  estas  penas  corporales. 

Otras  veces  parece  que  esta  herida  del  amor  sale  de  lo  íntimo 
de  el  alma;  los  efetos  son  grandes;  y  cuando  el  Señor  no  lo  da, 
no  hay  remedio  aunque  más  se  procure,  ni  tampoco  dejarlo  de 
tener  cuando  El  es  servido  de  darlo.  Son  como  unos  deseos 
de  Dios  tan  vivds  y  tan  delgados,  que  no  se  pueden  decir;  y  como 


1      Lleva  la  carta  fecha  de  12  de  Septiembre  de  1568. 


RELACIÓN    V  37 

el  alma  se  ve  atada  para  no  gozar  como  querría  de  Dios,  dale 
un  aborrecimiento  grande  con  el  cuerpo,  y  paréoele  como  una 
gran  pared  que  la  estorba  para  que  no  goce  su  alma  de  lo  que 
entiende  entonces,  a  su  parecer,  que  goza  en  sí,  sin  embarazo 
del  cuerpo.  Entonces  ve  el  gran  mal  que  nos  vino  por  el  pecado 
de  Adán  en  quitar  esta  libertad. 

Esta  oración  antes  de  los  arrobamientos  y  los  ímpetus  gran- 
des que  he  dicho,  se  tuvo.  Olvídeme  de  decir,  que  casi  siempre 
no  se  quitan  aquellos  ímpetus  grandes,  si  no  es  con  un  arroba- 
miento y  regalo  grande  de  el  Señor,  adonde  consuela  el  alma 
y  la  anima  para  vivir  por  El. 

Todo  esto  que  está  dicho,  no  puede  ser  antojo,  por  algunas 
causas,  que  sería  largo  de  decir.  Si  es  bueno  u  no,  el  Señor  lo 
sabe.  Los  efetos  y  cómo  deja  aprovechada  el  alma,  no  se  puede 
dejar  de  entender,  a  todo  mi  parecer. 

Las  Personas  veo  claro  ser  distintas  (1),  como  lo  vía  ayer, 
cuando  hablaba  vuestra  merced  con  el  Provincial  (2) ;  salvo  que  ni 
veo  nada,  ni  oyó,  coraio  ya  a  vuestra  merced  he  dicho ;  mas  es  con 
una  certidumbre  extraña,  aunque  no  vean  los  ojos  de  el  alma,  y  en 
faltando  aquella  presencia,  se  ve  que  falta.  El  cómo,  yo  no  lo  sé, 
mas  muy  bien  sé  que  no  es  imaginación;  porque  aunque  después 
me  deshaga  para  tornarlo  a  representar,  no  puedo,  aunque  lo 
he  probado;  y  ansí  es  todo  lo  que  aquí  va,  a  lo  que  yo  puedo 
entender,  que  como  ha  tantos  años,  hase  podido  ver  para  decir- 
lo con  esta  determinación.  Verdad  es,  y  advierta  vuestra  merced 
en  esto,  que  la  Persona  que  habla  siempre,  bien  puedo  afirmarla 
que  me  parece  que  es;  las  demás  no  podría  así  afirmarlo.  La  una 
bien  sé  que  nunca  ha  sido;  la  causa  jamás  lo  he  entendido,  ni 
yo  me  ocupo  más  en  pedir  de  lo  que  Dios  quiere,  porque  luego 
me  parece  me  había  de  engañar  el  demonio,  y  tampoco  lo  pe- 
diré ahora,  que  habría  temor  de  ello. 

La  principal  paréceme  que  alguna  vez;  mas  como  ahora  no 
me  acuerdo  bien,  ni  lo  que  era,  no  lo  osaré  afirmar.  Todo  está 


1  Este  y  los  dos  párrafos  siguientes,  faltan  en  el  códice  de  Toledo. 

2  Alude  al  P.  Rodriao  Alvarez   y   a'  P-  Diego  de  Acosta,  Provincial  de  la  Compañía  en 
Andalucía. 


38  LflS    RELACIONES 

escrito  adonde  vuestra  merced  sabe,  y  esto  muy  largamente  que 
aquí  va,  aunque  no  se  si  por  estas  palabras.  Aunque  se  dan  a 
entender  estas  Personas  distintas  por  una  manera  extraña,  entiende 
el  alma  ser  un  solo  Dios.  No  me  acuerdo  haberme  parecido  que 
habla  Nuestro  Señor,  si  no  es  la  Humanidad,  y,  ya  digo,  esto 
puedo  afirmar  que  no  es  antojo. 

Lo  que  dice  vuestra  merced  del  agua,  yo  no  lo  sé  ni  tam- 
poco he  entendido  adonde  está  el  Paraíso  terrenal.  Ya  he  dicho 
que  lo  que  el  Señor  me  da»  a  entender,  que  yo  no  puedo  excusar, 
enticndolo  porque  no  puedo  más;  mas  pedir  yo  a  Su  Majestad 
que  me  dé  a  entender  ninguna  cosa,  jamás  lo  he  hecho,  que  lue- 
go me  parecería  que  yo  lo  imaginaba,  y  que  me  había  de  engañar 
el  demonio,  y  jamás,  gloria  a  Dios,  fui  curiosa  en  desear  saber 
cosas,  ni  se  me  da  nada  de  saber  más.  Harto  trabajo  me  ha 
costado  esto,  que  sin  querer,  como  digo,  he  entendido,  aunque 
pienso  ha  sido  medio  que  tomó  el  Señor  para  mi  salvación,  como 
me  vio  tan  ruin,  que  los  buenos  no  han  menester  tanto  para 
servir  a  Su  Majestad. 

Otra  oración  me  acuerdo,  que  es  primero  que  la  primera 
que  dije,  que  es  una  presencia  de  Dios  que  no  es  visión  de  nin- 
guna manera,  sino  que  parece  que  cada  y  cuando,  al  menos 
cuando  no  hay  sequedades,  que  una  persona  se  quiere  encomen- 
dar a  Su  Majestad,  aunque  sea  rezar  vocalmente,  le  halla.  Ple- 
ga  a  El  que  no  pierda  yo  tantas  mercedes  por  mi  culpa  y  que 
haya  misericordia  de  mí  (1). 


1  La  inteligencia  de  este  párrafo,  como  tantos  otros  de  la  insigne  Doctora,  ha  dado  ocasión 
a  muchas  controversias,  y  aun  actualmente  se  discute  en  libros  y  revistas  científicas,  nacionales 
y  extranjeras.  No  es  de  incumbencia  del  editor  terciar  en  ellas,  ni  es  posible  siquiera,  ya  que 
exigen  prolijas  exposiciones  de  doctrina  mística,  incompatibles  con  una  nota,  que  necesariamente 
ha  de  ser  breve.  En  cambio,  procuraremos  dar  un  texto  esmerado,  que  es  nuestro  deber  principal, 
a  fln  de  que  los  Doctores  católicos  discutan  sobre  la  base  firme  y  segura  de  una  lección  ajustada 
en  todo  al  pensamiento  de  la  gran  Mística  avilesa. 


RELACIÓN  VI 

EN     PñLENCIA,     AÑO    DE     1581      (1). 
JESÚS 

¡Oh  quién  pudiera  dar  a  entender  bien  a  V.  S.  la  quietud  y 
sosiego  con  que  se  halla  mi  alma! ;  (2)  porque  de  que  ha  de  gozar 
de  Dios  tiene  ya  tanta  certidumbre,  que  le  parece  goza  el  alma 
que  ya  le  ha  dado  la  posesión  aunque  no  el  gozo.  Como  si  uno 
hubiese  dado  una  gran  renta  a  otro  con  muy  firmes  escrituras 
para  que  la  gozara  de  aquí  a  cierto  tiempo  y  llevara  los  frutos; 
mas  hasta  entonces  no  goza  sino  de  la  posesión  que  ya  le  han 
dado  de  que  gozará  esta  renta.  Y  con  el  agradecimiento  que  le 
queda,  ni  la  querría  gozar,  porque  le  parece  no  lo  ha  merecido, 
sino  servir,  aunque  sea  padeciendo  mucho;  y  aun  algunas  veces 
parece  que  de  aquí  a  la  fin  del  mundo  cería  poco  para  servir 
a  quien  le  dio  esta  posesión.  Porque,  a  l.i  verdad,  ya  en  parte 
no  está  sujeta  a  las  miserias  del  mundo  como  solía;  porque 
aunque  pasa  más,  no  parece,  sino  que  es  como  en  la  ropa;   que 


1  Va  dirigida  a  su  antiguo  confesor  en  Toledo,  ahora  obispo  de  Osma,  D.  Alonso  Ve- 
lázquez.  En  el  cap.  XXX  de  las  Fundaciones,  habla  de  él  la  Santa  con  particular  estima,  lo 
mismo  que  en  algunas  cartas.  De  canónigo  de  Toledo,  pasó  a  obispo  de  Osma,  g  por  fin,  a 
la  Sede  compostelana,  de  donde  fué  nombrado  arzobispo  en  Mayo  de  1583.  Murió  el  H  de 
Enero  de  1587. 

La  mayor  parte  de  esta  Relación,  publicada  por  vez  primera  en  el  tomo  II,  carta  IV,  de 
la  edición  de  1671,  ha  sido  reproducida  en  las  demás  del  mismo  modo.  El  autógrafo,  que  se 
halla  bastante  deteriorado,  se  venera  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Santa  Ana  de  Madrid. 
Poseemos  de  él  una   reproducción  fotográfica. 

2  Aquí  comienza  el  original  de  Madrid.  Sobre  esta  primera  línea  del  autógrafo  se  lee: 
Parte  de  una  relación  que  la  M.e  me  embió  consultando  su  spu.  y  manera  de  proceder.  La 
letra  es  de  la  época,  y,  a  lo  que  parece,  del  mismo  doctor  Velázquez.  También  parece  infe-- 
rirse  de  las  palabras  transcritas,  que  a  la  Relación  falta  bastante  para  estar  completa,  si  bien  la 
lectura  de  lo  que  de  ella  se  conserva  inclina  el  ánimo  a  creer  lo  contrario. 


40  LñS    RELACIONES 

el  alma  €stá  como  en  un  castillo  con  señorío,  y  ansí  no  pierde 
la  paz,  aunque  esta  seguridad  no  quita  un  gran  temor  de  no 
ofender  a  Dios,  y  quitar  todo  lo  que  le  puede  impidir  a  no 
le  servir,  antes  anda  con  más  cuidado.  Mas  anda  tan  olvidada 
de  su  propio  provecho,  que  le  parece  ha  perdido  en  parte  e] 
ser,  según  anda  olvidada  de  sí.  En  esto  todo  va  a  la  honra  de 
Dios  y  como  haga  más  su  voluntad  y  sea  glorificado. 

Conque  esto  es  ansí,  de  lo  que  toca  a  su  salud  y  cuerpo, 
me  parece  se  tray  más  cuidado,  y  menos  mortificación  en  comer, 
y  en  hacer  penitencia,  no  los  deseos  que  tenía,  mas,  al  parecer, 
todo  va  a  fin  de  poder  más  servir  a  Dios  en  otras  cosas,  que 
muchas  veces  le  ofrece  como  un  gran  sacrificio  el  cuidado  del 
cuerpo,  y  cansa  harto,  y  algunas  se  prueba  en  algo;  mas  a  todo 
su  parecer  no  lo  puede  hacer  sin  daño  de  su  salud,  y  ponésele 
delante  lo  que  los  perlados  la  mandan.  En  esto,  y  el  deseo  que 
tiene  de  su  salud,  también  debe  entremeterse  harto  amor  propio; 
mas  a  mi  parecer,  entiendo  me  daría  mucho  más  gusto,  y  me  le 
daba,  cuando  podía  hacer  mucha  penitencia;  porque  siquiera  pa- 
recía hacía  algo,  y  daba  buen  ejemplo  y  andaba  sin  este  tra- 
bajo que  da  el  no  servir  a  Dios  en  nada.  V.  S.  mire  lo  que 
en  esto  será  mejor  hacer. 

Lo  de  las  visiones  imaginarias  ha  cesado;  mas  parece  que 
siempre  se  anda  esta  visión  inteletual  de  estas  tres  Personas, 
y  de  la  Humanidad,  que  es,  a  mi  parecer,  cosa  muy  más  subida; 
y  ahora  entiendo,  a  mi  parecer,  que  eran  de  Dios  las  que  he 
tenido,  porque  dispunien  el  alma  para  el  estado  en  que  ahora 
está,  sino  como  tan  miserable  y  de  poca  fortaleza,  íbala  Dios 
llevando  como  vía  era  menester;  mas,  a  mi  parecer,  son  de  pre- 
ciar cuando  son  de  Dios  mucho. 

Las  hablas  interiores  no  se  han  quitado,  que  cuando  es  me- 
nester, me  da  Nuestro  Señor  algunos  avisos;  y  aun  ahora  en 
Palencia  se  hubiera  hecho  un  buen  borrón,  aunque  no  de  pe- 
cado, si  no  fuera  por  esto  (1). 


1      Véase  lo  que  dice  la  Santa  en  el  capítulo  XXIX  de  Las  Fundaciones  sobie   la   adquisi^ 
ción  de  unas  casas  junto  a  Nuestra  SeBora    de  la  Calle,  en  esta  ciudad. 


RELACIÓN    Vi  4Í 

Los  atos  y  deseos  no  parece  lleva  la  fuerza  que  solían,  que 
aunque  son  grandes,  es  tan  mayor  la  que  tiene  el  que  se  haga 
la  voluntad  de  Dios  y  lo  que  sea  más  su  gloria,  que  como  el 
alma  tiene  bien  entendido  que  Su  Majestad  sabe  lo  que  para 
esto  conviene  y  está  tan  apartada  de  interese  propio,  acábanse 
presto  estos  deseos  y  atos,  y  a  mi  parecer  no  llevan  fuerza- 
De  aquí  procede  el  miedo  que  trayo  algunas  veces,  aunque  no 
con  inquietud  y  pena  como  solía,  de  que  está  el  alma  embobada, 
y  yo  sin  hacer  nada,  porque  penitencia  no  puedo.  Atos  de 
padecer  y  martirio  y  de  ver  a  Dios,  no  llevan  fuerza,  y  lo  más 
ordinario  no  puedo.  Parece  vivo  sólo  para  comer  y  dormir  y  no 
tener  pena  de  nada,  y  aun  esto  no  me  la  da,  sino  que  algunas 
veces,  como  digo,  temo  no  sea  engaño;  mas  no  lo  puedo  creer, 
porque  a  todo  mi  parecer,  no  reina  en  mí  con  fuerza  asi- 
miento de  ninguna  criatura  ni  de  toda  la  gloria  del  cielo,  sino 
amar  a  este  Dios,  que  esto  no  se  menoscaba,  antes,  a  mi  pa- 
recer, crece  y  el  desear  que  todos  le  sirvan. 

Mas  con  esto  me  espanta  una  cosa,  que  aquellos  sentimien- 
tos tan  ecesivos  e  interiores  que  me  solían  atormentar  de  ver 
perder  las  almas  y  de  pensar  si  hacía  alguna  ofensa  a  Dios,  tam- 
poco lo  puedo  sentir  ahora  ansí,  aunque,  a  mi  parecer,  no  es 
menor  el  deseo  de  que  no  sea  ofendido. 

Ha  de  advertir  V.  S.,  que  en  todo  esto  ni  en  lo  que  ahora 
tengo,  ni  en  lo  pasado,  puedo  poder  más  ni  es  en  mi  mano;  servir 
más  sí  podría  si  no  fuese  ruin;  mas  digo  que  si  ahora  con  gran 
cuidado  procurase  desear  morirme,  no  podría  ni  hacer  los  atos 
como  solía,  ni  tener  las  penas  por  las  ofensas  de  Dios,  ni  tam- 
poco los  temores  tan  grandes  que  traje  tantos  años,  que  me 
parecía  si  andaba  engañada,  y  ansí  ya  no  he  menester  andar 
con  letrados  ni  decir  a  nadie  nada,  sólo  satisfacerme  si  voy  bien 
ahora  y  puedo  hacer  algo.  Y  esto  he  tratado  con  algunos  que 
había  tratado  lo  demás,  que  es  Fray  Domingo  y  el  Maestro  Me- 
dina y  unos  de  la  Compañía   (1).  Con  lo  que  V.  S.  ahora  me 


1      Puede  referirse  a  los  PP.  Baltasar  Alvarez  y  Jerónimo   Ripalda,   a  quienes  el  aflo  ante- 
rior (1580)  había  hablado  en  Toledo  g  Valladolid,  respectivamente. 


42  LAS    RELACIONES 

dijere,  acabaré  por  el  gran  crédito  que  tengo  de  él;  mírelo  mu- 
cho por  amor  de  Dios.  Tampoco  se  me  ha  quitado  entender  están 
en  €l  cielo  algunas  almas  que  se  mueren,  de  las  que  me  tocan, 
otras  no  (1). 

La  soledad  que  hace  pensar  no  se  puede  dar  aquel  sentido 
a  €l  que  mama  los  pechos  de  mi  madre.  La  ida  de  Egito  (2). 

La  paz  interior  y  la  poca  fuerza  que  tienen  contentos  ni 
descontentos  por  quitarla,  de  manera  que  dure,  esta  presencia, 
tan  sin  poderse  dudar  de  las  tres  Personas,  que  parece  claro, 
se  experimenta  lo  que  dice  S.  Juan  (3),  que  haría  morada  con  el 
alma,  esto  no  sólo  por  gracia,  sino  porque  quiere  dar  a  sentir 
esta  presencia  g  tray  tantos  bienes,  que  no  se  pueden  decir,  en 
especial,  que  no  es  menester  andar  a  buscar  consideraciones 
para  conocer  que  está  allí  Dios.  Esto  es  casi  ordinario,  si  no  es 
cuando  la  mucha  enfermedad  aprieta;  que  algunas  veces  parece 
quiere  Dios  se  padezca  sin  consuelo  interior,  mas  nunca,  ni 
por  primer  movimiento,  tuerce  la  voluntad  de  que  se  haga  en 
ella  la  de  Dios.  Tiene  tanta  fuerza  este  rendimiento  a  ella,  que 
la  muerte,  ni  la  vida  se  quiere,  sino  es  por  poco  tiempo  cuando 
desea  ver  a  Dios;  mas  luego  se  le  representa  con  tanta  fuerza 
estar  presentes  estas  tres  Personas,  que  con  esto  se  ha  remedia- 
do la  pena  de  esta  ausencia  y  queda  el  deseo  de  vivir,  si  él 
quiere,  para  servirle  más;  y  si  pudiese  ser  parte  que  siquiera 
un  alma  le  amase  más  y  alabase  por  mi  intercesión,  que  aunque 
fuese  por  poco  tiempo,  le  parece  importa  más  que  estar  en 
la  gloria   (4). 

Teresa  de   Jesús. 


1  Una  sería  la  de  su  hermano  D.  Lorenzo  de  Cepeda,  muerto  en  1580,  cuando  la  Santa  se 
hallaba  en  Segovia.  En  el  original  estas  dos  líneas  están  escritas  al  margen. 

2  Estas  dos  líneas  envuelven  pensamientos  para  nosotros  incomprensibles.  Quizá  la  Santa 
empleó  este  lenguaje  emblemático  para  ocultarlos  a  los  indiscretos.  El  Sr.  Velázquez  segura- 
mente que  los  entendería  muy  bien.  Puede  ser  también  que  Santa  Teresa  expresase  en  cifra 
estos  conceptos,  que  luego  pudo  exponer  de  palabra  al  piadoso  Obispo  al  ir  a  la  fundación 
de  Soria.  Advertimos  que  la  Santa  pone  la  acostumbrada  línea,  equivalente  al  punto,  antes 
de  las  palabras:  La  ida  de  Egipto,  formando  distinto  período,  y  no  uno  sólo,  como  se  ve  en 
Rivadeneyra  u  muchos  manuscritos  antiguos.  Tampoco  vienen  en  adición  marginal,  como  dicen 
las   Carmelitas  de  París  (Oeuvres,  t.   II,   p.  32'i),   sino  en  el  texto. 

3  Joann,   XIV,  23. 

4  Al  terminar  la  Relación,  y  en  sentido  inverso,  había  escrito  la  Santa:  <tjhs.  La  gracia  del 
Espíritu  Santo  sea  con  v.  m.»,  comienzo,  sin  duda,  de  alguna  carta  que  se  proponía  escribir. 


MERCEDES     DE     DIOS 


VII  (1) 


A  diecisiete  días  de  Noviembre,  otava  de  San  Martín,  año  de 
mil  y  quinientos  y  sesenta  y  nueve,  vi,  para  lo  que  yo  sé,  haber 
pasado  doce  años  para  treinta  y  tres,  que  es  lo  que  vivió  él 
Señor.  Faltan  veinte  y  uno. 

Es  en  Toledo,  en  el  monesterio  del  glorioso  San  Josef 
del  Carmen. 

Yo  por  ti  y  tu  por  mí.  Vida   (2). 

Doce   por   mí,   y   no  por   mi   voluntad,   se   han   vivido. 


1  Estando  en  la  fundación  de  Toledo  escribió  la  Santa  este  señalado  favor,  en  el  que 
parece  habérsele  revelado  la  fecha  de  su  muerte.  No  se  ha  descifrado  nunca  el  sentido  enig- 
mático de  las  palabras  de  esta  revelación.  El  P.  Antonio  de  San  José  discurre  largamente  en 
el  tomo  IV  de  las  Cartas,  página  386  y  siguientes,  de  la  edición  de  1793,  sobre  el  significado 
de  ellas;  pero,  a  mi  juicio,  más  que  aclararlas  las  embrolla.  María  de  San  José,  en  una  de  sus 
Deposiciones  jurídicas  para  la  canonización  de  la  Santa,  asegura  que  su  hermano,  el  P.  Jeró- 
nimo Gracián,  poseía  la  clave  del  misterio.  Se  nos  antoja  que  no  debió  de  conocerlo  tampoco, 
poi  lo  menos  de  una  manera  completa  y  clara.  Hablando  de  esto  en  los  Diálogos  sobre  la 
muerte  de  la  Madre  Teresa  (Burgos,  1915,  p.  19),  dice  el  P.  Gracian:  «Sé  yo  de  esta  Madre 
que  más  de  diez  años  antes  que  muriese,  sabía  el  tiempo  dt  su  muerte  y  lo  traía  escrito  en  su 
breviario;  y  aunque  no  se  colige  con  claridad,  porque  hay  algunas  cifras  suyas,  pero  sácase 
de  la  edad  que  dicen  algunos  que  subió  al  cielo  María  Santísima,  le  reveló  Cristo  que  había 
de  morir,  que  fué  sesenta  y  ocho  años».  No  es  más  explícita  al  hablar  de  esta  revelación  la 
sobrina  de  la  Santa,  Teresa  de  Jesús,  hija  de  D.  Lorenzo,  eíi  la  declaración  del  Proceso  de 
Avila:  tEn  una  o  dos  partes  halló  esta  declarante,  escrita  de  su  letra,  esta  cifra,  leyéndola  algu- 
nas veces  con  harta  advertencia:  Octava  de  San  Martín,  treinta  y  tres;  yo  por  ti  e  tú  por  mi. 
No  decía  más;  pero,  a  lo  que  esta  declarante  ha  podido  entender,  fueron  estas  palabras  dichas 
de  Cristo  Nuestro  Señor  en  la  oración  a  la  dicha  santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  con  excesivo 
amor,  mostrándola  la  activa  unión  que  tenía  ya  con  su  alma,  y  que  por  ella  de  nuevo  la  ofre- 
cía su  vida  santísima,  e  que  la  que  ella  había  de  vivir  en  retorno  de  la  suya,  serían  otros  treinta 
U  tres  años,  contados  desde  el  día  que  la  hizo  esta  merced  hasta  el  de  su  muerte».  Como  se  ve, 
la  explicación  es  inexacta  en  cuanto  al  tiempo  y  nada  aclara  los  demás  puntos.  Publicada  entre 
los  fragmentos  de  la  Santa  en  el  tomo  IV  del  Epistolario,  la  reproducimos  nosotros  aquí  como 
lugar  más  propio.   El  original  se  venera  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Medina  del  Campo. 

2  Separa  la  Santa  esta  última  palabra  de  las  anteriores  por  dos  líneas  verticales.  No  deben 
unirse,  pot  consiguiente,  como  se  ha  hecho  hasta  ahora,  leyendo  por  mí  vida,  y  alterando  com- 
pletamente el  sentido. 


44 


LñS    RELACIONES 


VIII  (1) 

Estando  en  el  monesterio  de  Tokdo,  y  aconsejándome  algu- 
nos que  no  diese  el  enterramiento  de  el  a  quien  no  fuese 
caballero,  díjome  el  Señor:  «Mucho  te  desatinará,  hija,  si  miras 
las  leyes  del  mundo.  Pon  los  ojos  en  mí,  pobre  y  despreciado 
de  él:  ¿por  ventura  serán  los  grandes  del  mundo,  grandes  de- 
lante de  mí,  o  habéis  vosotras  de  ser  estimadas  por  linajes 
u  por  virtudes?» 


IX    (2) 

Acabando  de  comulgar,  segundo  día  de  Cuaresma  en  San 
Josef  de  Malagón,  se  me  representó  nuestro  Señor  Jesucristo  en 
visión  imaginaria  como  suele,  y  estando  yo  mirándole,  vi  que  en 
la  cabeza,  en  lugar  de  corona  de  espinas,  en  toda  ella,  que  debía 
ser  adonde  hicieron  llaga,  tenía  una  corona  de  gran  resplandor. 
Como  yo  soy  devota  de  este  paso,  consoléme  mucho  y  comencé 
a  pensar  qué  gran  tormento  debía  ser,  pues  había  hecho  tantas 


1  Recibió  esta  merced  en  Toledo  en  1569  o  1570.  Hablando  de  ella  el  P.  Ribera  en  el 
libro  II,  c.  14  de  la  Vida  de  Santa  Teresa,  dice  que  estaba  en  un  papel  que  él  vio  y  tenía 
escrito  pot  defuera:  «Esto  era  sobre  que  me  aconsejaban  que  no  diese  el  enterramiento  de  To" 
ledo,  de  que  no  era  caballero».  Por  este  tiempo,  Alonso  Alvarez,  no  muy  hacendado,  pero 
sí  muy  virtuoso  y  devoto  de  la  Santa,  pretendía  de  ella  enterramiento  en  la  capilla  mayor  del 
convento  para  sí  y  sus  descendientes,  y  muchas  personas  aconsejaban  a  la  Fundadora  que 
no  se  lo  concediese,  porque  no  era  noble  ni  caballero.  Habla  de  esto  mismo  en  el  capítulo  XV 
de  Las  Fundaciones.  Esta  merced  es  una  de  las  que  publicó  Fr.  Luis  de  León;  los  códices  de 
Avila  y  Toledo  no  la  traen.  Las  Carmelitas  Descalzas  del  Corpus  Christi  de  Alcalá  de  Henares 
poseen  un  papel  antiguo  en  el  que  se  halla  esta  merced,  compuesta  con  letras  cortadas  de  algún 
escrito  de  la  Santa,  aunque  el  P.  Fidel  Fita  (Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Histsria, 
Noviembre  de  1914),  le  tiene  por  autógrafo.  Otro  papel  como  el  de  Alcalá  poseen  las  Carmelitas 
Descalzas  de  Lucena. 

2  No  recibió  este  favor  el  año  de  1568,  como  opinan  algunos  escritores,  porque  la  pose- 
sión del  nuevo  monasterio  se  tomó  el  Domingo  de  Ramos  de  este  mismo  año,  y  mal  pudo  reci- 
birlo el  segundo  día  de  Cuaresma,  cuando  aun  no  vivía  en  él.  Probablemente,  sería  hacia  el 
año  de  1570,  en  que  andaba  la  Santa  por  tierras  de  Toledo.  De  todas  suertes,  hubo  de  recibirla 
antes  del  73,  año  en  que  dio  comienzo  al  Libro  de  las  Fundaciones.  Es  la  primera  revelación 
que  trae  el  códice  de  Avila.  Publicáronla  Fr.  Luis  de  León  y  Ribera,  lib.  II,  c.  XI. 


I 


MERCEDES    DE    DIOS  45 

heridas  y  a  darme  pena.  Díjome  g1  Señor,  que  no  le  hubiese  lás- 
tima por  aquellas  heridas,  sino  por  las  muchas  que  ahora  le  da- 
ban». Y  yo  le  dije  qué  podría  hacer  para  remedio  de  esto,  que 
determinada  estaba  a  todo.  Díjome  «que  no  era  ahora  tiempo  de 
descansar,  sino  que  me  diese  priesa  a  hacer  estas  casas,  que 
con  las  almas  de  ellas  tenia  él  descanso.  Que  tomase  cuantas 
me  diesen,  porque  había  muchas  que  por  no  tener  adonde  no  le 
servían,  y  que  las  que  hiciese  en  lugares  pequeños  fuesen  como 
ésta,  que  tanto  podían  merecer  con  deseo  de  hacer  lo  que  en 
las  otras,  y  que  procurase  anduviesen  todas  debajo  de  un  go- 
bierno de  perlado,  y  que  pusiese  mucho  que  por  cosa  de  man- 
tenimiento corporal  no  se  perdiese  la  paz  interior,  que  El  nos 
ayudaría  para  que  nunca  faltase.  En  especial  tuviesen  cuenta 
con  las  enfermas,  que  la  perlada  que  no  proveyese  y  regalase 
a  las  enfermas  era  como  los  amigos  de  Job,  que  El  daba  el 
azote  para  bien  de  sus  almas,  y  ellas  ponían  en  aventura  la 
paciencia;  que  escribiese  la  fundación  de  estas  casas».  Yo  pen- 
saba cómo  en  la  de  Medina  nunca  había  entendido  nada  para 
escribir  su  fundación.  Díjome  «que  qué  más  quería  de  ver  que  su 
fundación  había  sido  milagrosa».  Quiso  decir,  que  haciéndolo 
solo  El,  pareciendo  ir  sin  ningún  camino,  y  determinarme  yo  a 
ponerlo  por  obra. 


X  (11 


Estando  yo  pensando  cómo  en  un  aviso  que  me  había  dado 
el  Señor  que  diese  no  entendía  yo  nada,  aunque  se  lo  suplica- 
ba y  pensaba  debía  de  ser  demonio,  díjome:  «Que  no  era,  que  El 
me  avisaría  cuando  fuese  tiempo». 


1      Año  de  1570  o  1571.  Cfr.  Vida,  c.  XXXIV. 


46  LAS    RELACIONES 


XI  (1) 

Estando  pensando  una  vez  con  cuanta  más  limpieza  se  vive 
estando  apartada  de  negocios,  y  cómo  cuando  yo  ando  en  ellos 
debo  andar  mal  y  con  muchas  faltas,  entendí:  «No  puede  ser 
menos,  hija,  procura  siempre  en  todo  reta  intención  y  desasi- 
miento, y  mírame  a  Mí,  que  vaya  lo  que  hicieres  conforme  a  lo  , 
que  yo  hice». 


XII    (2) 

Estando  pensando  qué  sería  la  causa  de  no  tener  ahora  casi 
nunca  arrobamientos  en  público,  entendí:  «No  conviene  ahora, 
bastante  crédito  tienes  para  lo  que  Yo  pretendo;  vamos  mirando 
la  flaqueza  de  los  maliciosos». 


XIII  (3) 

Estando  un  día  muy  penada  por  el  remedio  de  la  Orden, 
me  dijo  el  Señor:  «Has  lo  que  es  en  tí  y  déjame  tú  a  Mí 
y  no  te  inquietes  por  nada;  goza  de  el  bien  que  te  ha  sido  dado, 
que  es  muy  grande.  Mi  Padre  se  deleita  contigo  y  el  Espíritu 
Santo  te  ama». 


1  Esta  merced,  con  las  dos  siguientes,  fueron  hechas  a  la  Santa  hacia  el  1570.  Muchos 
escritores  dicen  que  el  autógrafo  se  conserva  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Calahorra.  No  le 
tengo  por  tal,  sino,  como  tantos  otros,  compuesto  de  letras  de  la  Santa,  cortadas  de  alguna 
carta  suya.  En  él  se  separan  las  cláusulas  e  incisos  con  puntos  y  comas  y  se  escribe  con  c  la 
palabra  recta,  contra  la  costumbre  de  la  Santa.  Cfr.  adiciones  de  Fray  Luis  de  León,  Ribera, 
1.  II,  c.   XVIII. 

2  Cfr.  ñdiciones  de  Fr.  Luis  de  León. 

3  Hállase  únicamente  en  los  códices  de  Avila  y  Toledo. 


MERCEDES    DE    DIOS  47 


XIV  (1) 

Un  día  me  dijo  el  Señor:  «Siempre  deseas  los  trabajos, 
y  por  otra  parte  los  rehusas;  Yo  dispongo  las  cosas  conforme 
a  lo  que  sé  d€  tu  voluntad,  y  no  conforme  a  tu  sensualidad  y 
flaqueza.  Esfuérzate,  pues  ves  lo  que  te  ayudo:  he  querido  que 
ganes  tú  esta  corona.  En  tus  días  verás  muy  adelantada  la 
Orden  de  la  Virgen».  Esto  entendí  de  el  Señor  mediado  Febrero, 
año  de  1571. 


XV  (2) 

Todo  ayer  me  hallé  con  gran  soledad,  que  si  no  fué  cuando 
comulgué,  no  hizo  en  mí  ninguna  operación  ser  día  de  la  Resu- 
rreción.  Anoche  estando  con  todas  dijeron  un  cantarcillo  de  cómo 
era  recio  de  sufrir  vivir  sin  Dios  (3).  Como  estaba  ya  con  pena 


1  Probablemente  en  Alba  de  Termes,  poco  antes  de  salir  para  Salamanca.  Las  Agustinas 
de  jupille  (Bélgica)  conservan,  según  algunos  escritores,  el  autógrafo  de  esta  Relación.  Por  la 
fotografía  que  de  él  poseo,  no  me  atrevo  a  juzgar  si  está  compuesta  de  letras  cortadas  de  la 
Santa,  como  ocurre  con  la  que  se  venera  en  las  Carmelitas  Descalzas  del  Corpus  Christi  de  Al- 
calá, en  el  mismo  papel  que  la  Relación  VIII,  o  si  es  verdadero  autógrafo.  Por  lo  demás,  el  có- 
dice de  Avila  está  conforme  con  el  de  las  Agustinas  de  Bélgica  y  con  las  Hdiciones  de  Fray 
Luis  de  León. 

2  Consérvase  el  original  casi  entero,  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  Egidio  de  Ro- 
ma. Se  conoce  que  debió  de  llegar  a  ellas  fraccionado  en  varias  pyrtes,  que  después  no  se 
se  unieron  con  el  orden  debido.'.  En  los  códices  antiguos,  lo  mismo  que  en  la  edición  principe, 
viene  muij  incompleta  esta  Relación.  Al  .W.  R.  P.  Elias  de  San  Ambrosio,  secretario  de 
N.  M.  R.  P.  General,  debo  una  excelente  fotografía  de  este  precioso  autógrafo.  Parece  pro- 
bable que  este  escrito  lo  destinaba  la  Santa  al  P.  Martín  Gutiérrez,  rector  de  la  Compañía 
en  Salamanca,  por  el  mes  de  Abril  de  1571.  El  P.  Martín  cayó  en  mano  de  los  hugonotes 
en  Francia  cuando  regresaba  de  Roma  de  elegir  sucesor  en  el  generalato  a  San  Francisco  de 
Boria.   Murió  por  la   fe  el   21   de  Febrero  de  1573. 

3  La  autora  del  cantarcillo  que  así  arrobó  a  la  Santa  Fundadora,  fué  la  M.  Isabel  de  Jesús, 
siendo  novicia  en  las  Carmelitas  de  Salamanca.  Ella  misma  nos  da  los  siguientes  pormenores 
de  esta  escena  amorosa  en  las  Deposiciones  jurídicas  de  aquella  ciudad:  «Digo  que  conocí  y 
traté  a  nuestra  Santo  Madre  por  espacio  de  once  aftos,  y  anduve  con  ella  algunas  jornadas,  y 
vi  en  ella  resplandecer  todas  las  virtudes  en  superior  grado.  Resplandecía  especialmente  en  ella 
una  continua  oración  y  presencia  de  Dios,  como  lo  manifestaban  los  continuos  arrobamientos 
que  tenía,  en  los  cuales  la  vi  muchas  veces;  y  especialmente  me  acuerdo,  que  siendo  yo  no- 
vicia, estando  en  la  recreación,  canté  una  letra  que  trataba  de  lo  que  siente  un  alma  el  ausen- 
cia de  su  Dios,  y  estándola  contando,  se  quedó  arrobada  entre  las  demás   religiosas.  Y  habien- 


i 


48  LAS    RELACIONES 

fué  tanta  la  operación  que  me  hizo,  que  se  me  comenzaron  a  ento- 
mecer  las  manos,  y  no  bastó  resistencia,  sino  que  como  salgo  de 
mí  por  los  arrobamientos  de  contento,  de  la  mesma  manera  se 
suspende  el  alma  con  la  grandísima  pena,  que  queda  enajenada, 
y  hasta  hoy  no  lo  he  entendido;  antes  de  unos  días  acá,  me  pa- 
recía no  tener  tan  grandes  ímpetus  como  solía,  y  ahora  me  pa- 
rece que  es  la  causa  esto  que  he  dicho,  no  sé  yo  si  puede  ser. 
Que  antes  no  llegaba  la  pena  a  salir  de  mí,  y  como  es  tan  intole- 
rable, y  yo  me  estaba  en  mis  sentidos,  hacíame  dar  gritos  gran- 
des sin  poderlo  excusar.  Ahora,  como  ha  crecido,  ha  llegado  a 
términos  de  este  traspasamiento,  y  entendiendo  más  el  que  Nues- 
tra Señora  tuvo,  que  hasta  hoy,  como  digo,  no  he  entendido  qué  es 
traspasamiento.  Quedó  tan  quebrantado  el  cuerpo,  que  aun  esto 
escribo  hoy  con  harta  pena,  que  quedan  como  descoyuntadas  las 
manos  y  con  dolor.  Diráme  vuestra  merced  de  que  me  vea,  si 
puede  ser  este  enajenamiento  de  pena,  y  si  lo  siento  como  es, 
u  me  engaño. 


do  esperado  un  rato,  como  no  volvía  en  sí,  la  llevaron  tres  o  cuatro  a  la  su  celda  en  peso,  que 
lo  que  allá  pasó  no  lo  sé;  sólo  que  la  vi  salir  al  otro  día,  después  de  comer,  de  su  celda,  y 
parece  que  estaba  todavía  absorta  y  como  fuera  de  si.  Y  por  un  escrito  que  después  vi  de 
ella,  hallamos  otras  y  yo  que  en  aquel  arrobamiento  le  había  hecho  Dios  Nuestro  Señor  una 
muy  señalada  merced,  porque  cotejamos  el  día  y  hora  en  que  le  sucedió  con  lo  que  ella  escri- 
bía, y  hallamos  ser  así.  Esto  fué  en  Salamanca». 

El  P.  Ribera,  después  de  copiar  esta  Relación,  añade:  «Esto  pasó  en  Salamanca  el  primer 
año  después  de  aquella  fundación,  y  lo  mismo  sabía  yo  de  quien  se  halló  delante,  y  lo  vio  y 
cantó  el  cantar,  el  cual  era:  «Véante  mis  ojos— Dulce  Jesús  bueno»,  con  sus  coplas.  Y  como 
la  tocaron  en  el  deseo  mayor  de  su  alma,  quedó  tan  sin  sentido,  que  la  hubieron  de  llevar 
como  muerta  a  la  celda  y  acostarla,  y  duróla  mucho,  y  aun  al  día  siguiente  andaba  como  fuera 
de  sí.  (Cfr.  1.  IV,  c.  X).  El  cantarcillo  y  sus  coplas,  que  hicieron  caer  en  tan  dulce  éxtasis 
a  la  Santa,  según  un  antiguo  códice  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  Cuerva,  del  que  hay  un 
trasunto  en  el  Ms.  1.400  de  la  Biblioteca  Nacional  y  otros,  es  como  sigue: 

Véante  mis  ojos,  ¿Cuándo  vendrá  el  día 

Dulce  Jesús  bueno.  Que  alcéis  mi  destierro? 

Véante  mis  ojos.  Véante  mis  ojos 

Muérame  yo  luego.  Muérame  yo  luego. 

Vea  quien  quisiere  No  quiero  contento, 

Rosas  y  jazmines,  AVi  Jesús  ausente. 

Que  si  yo  te  viere  Que  todo  es  tormento 

Veré  mil  jardines.  A  quien  esto  siente. 

Flor  de  serafines.  Sólo  me  sustente 

Jesús  Nazareno,  Tu  amor  y  deseo; 

Véante  mis  ojos,  Véante  mis  ojos, 

Muérame  yo  luego.  Dulce  Jesús  bueno. 

Véome  cautivo  Véante  mis  ojos. 

Sin  tal  compañía  Dulce  Jesús  bueno, 

Muerte  es  la  que  vivo  Véante  mis  ojos. 

Sin  vos,  vida  mía.  Muétame  yo  luego. 


MERCEDES    DE    DIOS  49 

Hasta  esta  mañana  estaba  con  esta  pena,  que  estando  en 
oración  tuve  un  gran  arrobamiento,  y  parecíame  que  Nuestro  Se- 
ñor me  había  llevado  el  espíritu  junto  a  su  Padre  y  di  jóle:  «Esta 
que  me  diste  te  doy»,  y  parecíame  que  me  llegaba  a  sí.  Esto  no 
es  cosa  imaginaria,  sino  con  una  certeza  grande  y  una  delicadez 
tan  espiritual,  que  todo  no  se  sabe  decir.  Díjome  algunas  pala- 
bras, que  no  se  me  acuerdan,  de  hacerme  merced  eran  algunas. 
Duró  algún  espacio  tenerme  cabe  sí. 

Como  vuestra  merced  se  fué  ayer  tan  presto  y  yo  veo  las 
muchas  ocupaciones  que  tiene  para  poderme  yo  consolar  con  él, 
aún  lo  necesario,  porque  veo  son  más  necesarias  las  ocupaciones 
de  vuestra  merced,  quedé  un  rato  con  pena  y  tristeza.  Como  yo 
tenía  la  soledad  que  he  dicho  ayudaba,  y  como  criatura  de  la 
tierra  no  me  parece  me  tiene  asida,  dióme  algún  escrúpulo,  te- 
miendo no  comenzase  a  perder  esta  libertad.  Esto  era  anoche, 
y  respondióme  hoy  Nuestro  Señor  a  ello,  y  díjome  que  no  me 
maravillase,  que  ansí  como  los  mortales  desean  compañía  para 
comunicar  sus  contentos  sensuales,  ansí  el  alma  la  desea  cuando 
haya  quien  la  entienda,  comunicar  sus  gozos  y  penas,  y  se  entris- 
tece no  tener  con  quien.  Díjome:  «El  va  ahora  bien  y  me  agradan 
sus  obras».  Como  estuvo  algún  espacio  conmigo,  acordóseme  que 
había  yo  dicho  a  vuestra  merced  que  pasaban  de  presto  estas  vi- 
siones. Y  díjome  «que  había  diferencia  de  esto  a  las  imaginarias, 
y  que  no  podía  en  las  mercedes  que  nos  hacía  haber  regla  cierta, 
porque  unas  veces  convenía  de  una  manera  y  otras  de  otra». 

Un  día,  después  de  comulgar,  me  parece  clarísimamente  se 
sentó  cabe  mí  Nuestro  Señor  y  comenzóme  a  consolar  con  grandes 
regalos,  y  díjome,  entre  otras  cosas:  «Vesme  aquí,  hija,  que  yo 
soy;  muestra  tus  manos»,  y  parecíame  que  me  las  tomaba  y  lle- 
gaba a  su  costado,  y  dijo:  «Mira  mis  llagas;  no  estás  sin  mí; 
pasa  la  brevedad  de  la  vida».  En  algunas  cosas  que  me  dijo, 
entendí  que  después  que  subió  a  los  cielos,  nunca  bajó  a  la  tierra, 
sino  es  en  el  Santísimo  Sacramento,  a  comunicarse  con  nadie  (1). 


I  Estas  ocho  líi  eas  forman  una  Revelación  en  un  papel  que  se  venera  en  las  Carmelitas 
del  Corpus  Christi  de  Alcalá,  y  que  el  P.  Fita,  en  el  lugar  anteriormente  citado,  tiene  equivo- 
cadamente por  autógrafo.  No  conozco  más  autógrafos  de  ella  que  el  de  San  Egidio  de  Roma.  El 

II  •     1 


50  LñS    RELACIONES 

Díjome  «que  en  resucitando  había  visto  a  Nuestra  Señora,  por- 
que estaba  ga  con  gran  necesidad,  que  la  pena  la  tenía  tan 
absorta  y  traspasada,  que  aun  no  tornaba  luego  en  sí  para  gozar 
de  aquel  gozo.  Por  aquí  entendí  esotro  mi  traspasamiento,  bien 
diferente.  Mas  ¡cuál  debía  ser  el  de  la  Virgen!  y  que  había  es- 
tado mucho  con  ella;  porque  había  sido  menester  hasta  con- 
solarla. 


XVI  di 

El  martes  después  de  la  Ascensión,  habiendo  estado  un  rato 
en  oración,  después  de  comulgar  con  pena,  porque  me  devertía 
de  manera  que  no  podía  estar  en  una  cosa,  quejábame  al  Se- 
ñor de  nuestro  miserable  natural.  Comenzó  a  inflamarse  mi  alma, 
pareciéndome  que  claramente  entendía  tener  presente  a  toda  la 
Santísima  Trinidad  en  visión  inteletual,  adonde  entendió  mi  alma 
por  cierta  manera  de  representación,  como  figura  de  la  verdad, 
para  que  lo  pudiese  entender  mi  torpeza,  cómo  es  Dios  trino  y 
uno;  y  ansí  me  parecía  hablarme  todas  tres  Personas,  y  que  se 
representaban  dentro  de  mi  alma  distintamente,  diciéndome  «que 
desde  est€  día  vería  mijoría  en  mí  en  tres  cosas,  que  cada  una 
destas  Personas  me  hacía  merced:  la  una  en  la  caridad  y  en 
padecer  con  contento,  en  sentir  esta  caridad  con  encendimiento 
en  el  alma.  Entendía  aquellas  palabras  que  dice  el  Señor,  «que 
estarán  con  el  alma  que  está  en  gracia  las  tres  divinas  Perso- 
nas, porque  las  vía  dentro  de  mí  por  la  manera  dicha».  Estando 
yo  después  agradeciendo  a  el  Señor  tan  gran  merced,  hallándome 
indina  de  ella,  decía  a  Su  Majestad  con  harto  sentimiento,  que, 


códice  de  Avila  conforma  con  él,  lo  que  aumenta  grandemente  su  fidelidad  y  autoridad  para  las 
Relaciones  de  las  cuales  no  se  conservan  los  originales.  Acababa  de  recibir  una  merced  muy 
tierna  cayendo  en  dulce  anobo  místico  al  canto  de  unas  encendidas  estrofas  el  tercer  día  de 
Pascua  de  Resurrección,  según  ella  declara  en  el  capítulo  XI  de  la  Morada  VI,  y  poco  después, 
el  día  de  la  Octava,  a  cuyo  evangelio  evidentemente  alude,  fué  favorecida  con  esta  segunda.  Por 
eso  se  halla  escrita  a  continuación  de  la  anterior,  y  es  del  mismo  año  que  ella. 

1      En  el  monasterio  de  San  José  de  Avila,  a  29  de  Mayo  de  1571,   donde  se  había  reti- 
rado por  orden  del  provincial  de  los  Calzados,  P.  Alonso   González. 


MERCEDES    DE    DIOS  51 

pues  me  había  de  hacer  semejantes  mercedes,  que  por  qué  me 
había  dejado  de  su  mano  para  qu€  fuese  tan  ruin,  porque  el 
día  antes  había  tenido  gran  pena  por  mis  pecados,  tiniéndolos 
presentes.  Vía  claramente  lo  mucho  que  el  Señor  había  puesto 
de  su  parte,  desde  que  era  muy  nina,  para  allegarme  a  sí  con 
medios  harto  eficaces,  y  cómo  todos  no  me  aprovecharon.  Por 
donde  claro  se  me  representó  el  ecesivo  amor  que  Dios  nos 
tiene  en  perdonar  todo  esto,  cuando  nos  queremos  tornar  a  El, 
y  más  conmigo  que  con  nadie,  por  muchas  causas.  Parece  que- 
dó en  mi  alma  tan  imprimidas  aquellas  tres  Personas  que  vi, 
siendo  un  solo  Dios,  que  a  durar  ansí,  imposible  sería  dejar 
de  estar  recogida  con  tan  divina  compañía.  Otras  algunas  cosas 
y  palabras  que  aquí  se  pasaron,  no  hay  para  qué  escribir. 


XVII  í» 

Una  vez,  poco  antes  de  esto,  yendo  a  comulgar,  estando  la 
Forma  en  el  relicario,  que  aun  no  se  me  había  dado,  vi  una  ma- 
nera de  paloma  que  meneaba  las  alas  con  ruido.  Turbóme  tanto 
y  suspendióme,  que  con  harta  fuerza  tomé  la  Forma.  Esto  era 
todo  en  San  Josef  de  Avila.  Dábame  el  Santísimo  Sacramento  el 
Padre  Francisco  de  Salcedo.  Otro  día,  oyendo  su  misa,  vi  a  el 
Señor  glorificado  en  la  Hostia.  Di  jome  que  le  era  acetable  su 
sacrificio. 


XVIII  í2) 

Esta  presencia  de  las  tres  Personas  que  dije  a  el  principio, 
he  traído  hasta  hoy,   que  es   día   de   la   Comemoración   de  San 


1  En  Avila  como  la  anterior. 

2  Probablemente  recibió  este  favor  en  Medina  del  Campo  el  30  de  Junio  de  1571,  adonde 
se  habia  trasladado  por  indicación  del  P.  Pedro  Fernández,  Visitador  Apostólico,  para  ejercer  el 
cargo  de  priora. 


52  LñS    RELACIONES 

Pablo,  presentes  en  mi  alma  muy  ordinario,  y  como  yo  estaba 
mostrada  a  traer  sólo  a  Jesucristo,  siempre  parece  me  hacia 
algún  impedimento  ver  tres  Personas,  aunque  entiendo  es  un 
solo  Dios,  y  dijome  hoy  el  Señor,  pensando  yo  en  esto:  «Que 
erraba  en  imaginar  las  cosas  del  alma  con  la  representación  que 
las  del  cuerpo;  que  entendiese  que  era  muy  diferentes  y  que 
era  capaz  el  alma  para  gozar  mucho.  Parecióme  se  me  represen- 
tó como  cuando  en  una  esponja  se  encorpora  y  embebe  el  agua, 
ansí  me  parecía  mi  alma  que  se  hinchía  de  aquella  divinidad, 
y  por  cierta  manera  gozaba  en  sí  y  tenía  las  tres  Personas. 
También  entendí:  «No  trabajes  tú  de  tenerme  a  Mí  encerrado 
en  ti,  sino  de  encerrarte  tú  en  Mí».  Parecíame  que  de  dentro 
de  mi  alma,  que  estaban  y  vía  yo  estas  tres  Personas,  se  comu- 
nicaban a  todo  lo  criado,  no  haciendo  falta  ni  faltando  de  estar 
conmigo. 


XIX  (1) 

Estando  pocos  días  después  desto  que  digo,  pensando  si 
tenían  razón  los  que  les  parecía  mal  que  yo  saliese  a  fundar,  y 
que  estaría  yo  mijor  empleándome  siempre  en  oración,  entendí: 
«Mientra  se  vive  no  está  la  ganancia  en  procurar  gozarme  más, 
sino  en  hacer  mi  voluntad».  Parecíame  a  mí,  que  pues  San  Pablo 
dice  del  encerramiento  de  las  mujeres  (2),  que  me  lo  han  dicho 
poco  ha,  y  aun  antes  lo  había  oído,  que  ésta  sería  la  voluntad  de 
Dios,  di  jome:  «Diles  que  no  se  sigan  por  sola  una  parte  de  la 
Escritura,  que  miren  otras,  y  que  si  podrán  por  ventura  atarme 
las  manos». 


1  En  Medina  por  el  mismo  tiempo  que  la  anterior.  Algunas  líneas  de  esta  merced  se  vene- 
ran en  la  iglesia  de  Puig  (Francia).  Cfr.  Hdiciones  de  Fr.  Luis  de  León  y  Ribera,  1.  II,  c.  XVIII. 

2  Bd  Tit.,  II,  5. 


MERCEDES    DE    DIOS  53 


XX  (1) 

Estando  yo  un  día  después  de  la  Otava  de  la  Visitación  en- 
comendando a  Dios  a  un  hermano  mío  en  una  ermita  de  el  Monte 
Carmelo,  dije  al  Señor,  no  sé  si  en  mi  pensamiento,  porque  está 
este  mi  hermano  adonde  tiene  peligro  su  salvación.  Si  ijo  viera. 
Señor,  un  hermano  vuestro  en  este  peligro,  ¿qué  hiciera  por 
remediarle?  Parecíame  a  mí  que  no  me  quedara  cosa  que  pu- 
diera por  hacer.  Díjome  el  Señor:  «¡Oh,  hija,  hija,  hermanas 
son  mías  estas  de  la  Encarnación,  y  te  detienes!  Pues  ten  ánimo, 
mira  lo  quiero  Yo,  y  no  es  tan  dificultoso  como  te  parece,  y  por 
donde  pensáis  perderán  estotras  casas,  ganará  lo  uno  y  lo  otro; 
no  resistas,  que  es  grande  mi  poder»  (2). 


1  Julio  de  1571,  en  Medina,  cuando  fué  llamada  por  el  Visitador  Apostólico  a  desempeñar 
el  cargo  de  priora  en  la  Encarnación  ij  socorrer  el  convento,  que  se  hallaba  en  grande  pobreza. 
Habla  aquí  de  su  hermano  Agustín  de  Ahumada,  entregado  al  cuidado  de  los  bienes  temporales 
en  Chile,  con  detrimento  de  los  eternos.  Cfr.  Pólit,  La  familia  de  Sta.   Teresa  en  Hméríca,  c.  II. 

2  María  de  San  José  en  el  Libro  de  Recreaciones,  después  de  copiar  esta  merced  con 
leves  diferencias  del  texto  que  publica3iios,  añade:  «Bien  se  vio  claro  en  esta  obra  este  poder 
grande  del  Señor,  porque  resistiendo  las  monjas  y  ayudando  los  frailes  a  impedir  esta  reforma 
que  se  quería  hacer,  al  fin  el  Visitador  la  llevó  al  monasterio,  y  usando  de  todo  el  poder  que 
tenía  y  el  que  el  Rey  para  la  reforma  daba,  que  el  uno  y  el  otro  fué  bien  menester  segtin  la 
fuerza  que  pusieron  para  no  recibirla,  no  porque  no  fuese  de  todos  amada  y  bien  recibida  por 
su  persona,  como  aquella  que  era  allí  bien  conocida  su  gran  discreción  y  suavidad,  mas  este 
nombre  de  reforma  que  por  nuestros  pecados  es  el  día  de  hoy  tan  temido,  y  el  demonio  que 
ayuda  temiendo  los  bienes  que  de  entrar  allí  aquella  Santa  .■^c  habían  de  seguir,  levantó  tan 
grande  escándalo  y  ruido,  que  se  hundía  el  monasterio,  y  las  más  conocidas  y  amigas  en 
aquel  tiempo,  no  la  conocían,  y  todas  la  resistían,  que  no  fué  esta  pequeña  guerra.  Y  acon- 
teció una  cosa  muy  graciosa  que  nuestra  Madre  me  contó,  riéndose  de  su  poca  memoria;  y 
fué,  que  habiendo  entrado  en  el  monasterio  con  la  fuerza  que  habernos  dicho,  llevándola  el 
mismo  Visitador  y  ayudando  la  justicia  para  aquietar  las  grandes  voces  que  daban  y  resis- 
tencia que  se  hacía,  y  unas  deshonrándola  y  otras  maldiciéndola,  al  fin  la  llevaron  al  coro, 
y  entrando  por  él,  olvidósele  a  lo  que  iba,  y  fuese  a  su  silla,  a  donde  se  solía  sentar 
cuando  era  monja  de  allí,  sin  se  acordar  que  iba  por  priora;  y  así,  disimulando  su  risa,  que 
era  más  que  pena,  se  fué  a  su  silla  donde  puso  una  imagen  de  Nuestra  Señora,  diciéndoles 
que  aquella  era  Superiora  y  no  ella;  y  con  esto  y  con  su  gran  discreción  y  gracia,  que 
Nuestro  Señor  le  dio,  las  aquietó  y  puso  en  estado».  María  Pinel,  hablando  de  esta  merced  en 
su  Historia  manuscrita  del  Convento  de  la  Encarnación,  añade:  «Vino  con  esto  la  Santa  a  ser 
prelada,  y  aunque  las  religiosas  por  ser  sin  votos  (la  había  nombrado  el  Visitador  Apostólico 
Fray  Pedro  Fernández)  resistían,  pareciéndolas  juzgarían  habían  cometido  alguna  culpa,  no 
obstante,  con  el  mandato  que  traía  de  Dios  y  palabra  de  que  había  de  ayudarlas,  envió  a  decir 
desde  S.  José,  que  si  no  echaban  antes  las  seglares,  había  muchas,  que  no  había  de  ir  a  ser 
priora.   Aunque   la  resistían,   por  la   razón  dicha,   las  echaron  al  punto». 


54 


LAS    RELACIONES 


XXI 


El  deseo  y  ímpetus  tan  grande  de  morir  se  me  han  qui- 
tado, en  especial  desde  el  día  de  la  Madalena  que  determiné  de 
vivir  de  buena  gana  por  servir  mucho  a  Dios,  si  no  es  algunas 
veces;  que  todavía  el  deseo  de  verle,  aunque  más  le  desecho,  no 
puedo  (1). 


XXII 

Una  vez  entendí:  «Tiempo  verná  que  en  esta  ilesia  se  ha- 
gan muchos  milagros:  llamarla  han  la  ilesia  santa».  Es  en  San 
Josef  de  Avila,  año  1571   (2). 


XXIII 

Estando  pensando  una  vez  en  la  gran  penitencia  que  hacía 
doña  Catalina  de  Cardona  y  cómo  yo  pudiera  haber  hecho  más, 
sigún  los  deseos  que  me  ha  dado  alguna  vez  el  Señor  de  hacerla, 
si  no  fuera  por  obedecer  a  los  confesores,  que  si  sería  mijor  no 
los  obedecer  de  quí  adelante  en  eso,  me  dijo:  «Eso  no,  hija, 
buen  camino  llevas  y  siguro.  ¿Ves  toda  la  penitencia  que  hace? 
En  más  tengo  tu  obediencia»  (3). 


1  Ribera,  1.  IV,  c.  X,  dice  haber  tenido  el  original  de  estas  líneas. 

2  El  mismo  P.  Ribera,  lib.  IV,  c.  V,  vio  esta  profecía  escrita  de  mano  de  la  Santa. 

3  Catalina  de  Cardona  nació  en  Ñapóles  en  1519.  Vino  a  España  con  la  Duquesa  de 
Calabria,  y  en  la  corte  llegó  a  ser  aya  del  príncipe  D.  Carlos,  hijo  de  Felipe  II,  g  de  D.  Juan, 
hijo  de  Carlos  V.  Retiróse  a  la  edad  de  cuarenta  y  cuatro  años  a  un  desierto  cerca  de  La  Roda 
(Albacete),   donde   hizo  extraordinaria   penitencia.    Cedido   el   desierto  a  la  Reforma  del  Carmen, 


MERCEDES    DE    DIOS  55 


XXIV  (1) 

Una  v€z,  estando  en  oración,  me  mostró  el  Señor  por  una 
extraña  manera  de  visión  inteletual,  cómo  estaba  el  alma  que 
está  en  gracia,  en  cuya  compañía  vi  la  Santísima  Trinidad  por 
visión  inteletual,  de  cuya  compañía  venía  a  el  alma  un  poder 
que  señoreaba  toda  la  tierra.  Dicronseme  a  entender  aquellas 
palabras  de  los  Cantares  que  dice:  Venial  dilectas  meas  in  hor- 
tuní  suum  el  comedat  (2).  Mostróme  también  cómo  está  el  alma 
que  está  en  pecado,  sin  ningún  poder,  sino  como  una  persona 
que  estuviese  de  el  todo  atada  y  liada,  y  atapado  los  ojos,  que 
aunque  quiere  ver,  no  puede,  ni  andar,  ni  oír  y  en  gran  escuri- 
dad.  Hiciéronme  tanta  lástima  las  almas  que  están  ansí,  que 
cualquier  trabajo  me  parece  ligero  por  librar  una.  Parecióme, 
que  a  entender  esto  como  yo  lo  vi,  que  se  puede  mal  decir,  que 
no  era  posible  querer  ninguno  perder  tanto  bien  ni  estar  en 
tanto  mal  (3). 


tomó  el  hábito  de  carmelita  en  las  Descalzas  de  Pastrana  el  d  de  Mayo  de  1571,  establecién- 
dose luego  en  una  caverna  próxima  al  monasterio,  donde  murió  el  11  de  Mayo  de  1577.  De 
esta  penitente  habla  extensamente  la  Reforma  de  los  Descalros,  t.  I,  lib.  IV,  c.  2-20,  y  mu- 
chos de  nuest.os  escritores  primitivos.  En  las  Carmelitas  de  Consuegra  y  otros  lugares  hemos 
visto  retratos  muy  antiguos  de  ella  en  hábito  de  religioso  cí;rmelita.  Véase  también  el  elogio 
que  hace  de  su  penitencia  Santa  Teresa  en  el  capítulo  XXVlll  de  Las  Fundaciones,  y  Gradan 
en  el  Diálogo  XIII  de  la  Peregrinación  de  JJnastasio.  No  se  sabe  dónde  ocurrió  esta  merced 
a  la  Santa  el  año  de  1571.  Cfr.  Bdiciones  de  Fr:  Luis  de  León  y  Ribera,  1.  IV,  c.  XVIIL 

1  Esta  merced  es    de  1571. 

2  El  códice  de  Avila,  fiel  seguramente  a  la  ortografía  del  original,  escribe:  Veni  dilectas 
meus  in  hortum  meo  et  comeded. 

3  Cfr.  adiciones  de  Fr.  Luis  de  León.    Sobre  el  alma  en  pecado,  véase  lo  que  escribió  en 
el  capítulo  I  de  las  Moradas  VII. 


56  LAS    RELACIONES 


XXV  (1) 

La  víspera  de  San  Sebastián,  el  primer  año  que  vine  a  ser 
Priora  en  la  Encarnación,  comenzando  la  Salve,  vi  en  la  silla  prio- 
ral,  adonde  está  puesta  Nuestra  Señora,  bajar  con  gran  multitud 
de  ángeles  la  Madre  de  Dios  y  ponerse  allí  (2).  A  mi  parecer, 
no  vi  la  imagen  entonces,  sino  esta  Señora  que  digo.  Parecióme 
se  parecía  algo  a  la  imagen  que  me  dio  la  Condesa  (3),  aunque 
fué  de  presto  el  poderla  determinar,  por  suspenderme  luego  mu- 
cho. Parecíame  encima  de  las  comas  de  las  sillas,  g  sobre  los 
antepechos  ángeles,  aunque  no  con  forma  corporal,  que  era  vi- 
sión inteletual.  Estuvo  ansí  toda  la  Salve,  y  díjome:  «Bien 
acertaste  en  ponerme  aquí;  yo  estaré  presente  a  las  alabanzas 
que  hicieren  a  mi  Hijo  y  se  las  presentaré».  Después  de  esto 
quédeme  yo  en  la  oración  que  trayo  de  estar  el  alma  con  la  San- 
tísima Trinidad,  y  parecíame  que  la  persona  de  el  Padre  me 
llegaba  a  Sí  y  decía  palabras  muy  agradables.  Entre  ellas  me 
dijo,  mostrándome  lo  que  me  quería:  v<Yo  te  di  a  mi  Hijo  y  al 
Espíritu  Santo  y  a  esta  Virgen:  ¿Qué  me  puedes  tú  dar 
a  mí?»  (4). 


XXVI 

El  día  de  Ramos,   acabando  de  comulgar,   quedé  con  gran 
suspensión,  de  manera  que  aun  no  podía  pasar  la  Forma,  y  te- 


1  En  el  monasterio  de  la  Encarnación  de  Avila,  el  19  de  Enero  de  1572,  de  donde  era 
priora  desde  el  mes  de  Octubre  del  año   precedente. 

2  Aun  se  conserva  esta  silla  afortunada,  ü  'as  religiosas  cantan  Completas  todos  los  años, 
con  gran  solemnidad,  la  víspera  de  San  Sebastián,  en  conmemoración  de  este  favor  de  la  Reina 
de  los  cielos.  De  él  hablan  la  Madre  María  Bautista  en  las  Informaciones  de  Valladolid  y 
María  Pinel. 

3  El  cuadro  fué  regalado  a  la  Santa  por  D.a  María  de  Velasco  y  Aragón,  Condesa  de 
Osorno,  el  cual  se  venera  hoy  en  San  José  de  Avila. 

4  Cfr.  adiciones  de  Fr.  Luis  de  León,  y  Ribera,  1.  III,  c.  I,  y  1-  IV,  c.  X. 


MERCEDES    DE    DIOS 


67 


niéndomcla  €n  la  boca,  verdaderamente  me  pareció,  cuando  tor- 
né un  poco  en  mí,  que  toda  la  boca  se  m€  había  hinchido  de 
sangre;  y  parecíame  estar  también  el  rostro  y  toda  yo  cubierta 
de  ella,  como  que  entonces  acabara  de  derramarla  el  Señor.  Me 
parece  estaba  caliente,  y  era  ecesiva  la  suavidad  que  entonces 
sentía,  y  díjome  el  Señor:  «Hija,  yo  quiero  que  mi  sangre  te 
aproveche,  y  no  hayas  miedo  que  te  falte  mi  misericordia.  Yo 
lo  derramé  con  muchos  dolores,  y  gózaslo  tú  con  tan  gran  de- 
leite como  ves;  bien  te  pago  el  convite  que  me  hacías  este  día». 
Esto  dijo,  porque  ha  más  de  treinta  años  que  yo  comulgaba  este 
día,  si  podía,  y  procuraba  aparejar  mi  alma  para  hospedar  a  el 
Señor;  porque  me  parecía  mucha  la  crueldad  que  hicieron  los 
judíos,  después  de  tan  gran  recibimiento,  dejarle  ir  a  comer  tan 
lejos,  y  hacía  yo  cuenta  de  que  se  quedase  conmigo,  y  harto  en 
mala  posada,  sigún  ahora  veo.  Y  ansí  hacía  unas  consideraciones 
bobas,  y  debíalas  admitir  el  Señor;  porque  esta  es  de  las  visio- 
nes que  yo  tengo  por  muy  ciertas,  y  ansí,  para  la  comunión,  me 
ha  quedado  aprovechamiento  (1). 

Antes  de  esto  había  estado,  creo  tres  días,  con  aquella  gran 
pena,  que  trayo  más  unas  veces  que  otras,  de  que  estoy  ausente 
de  Dios,  y  estos  días  había  sido  bien  grande,  que  parecía  no 
lo  podía  sufrir,  y  habiendo  estado  ansí  harto  fatigada,  vi  que 
era  tarde  para  hacer  colación  y  no  podía,,  y  a  causa  de  los  vómi- 
tos, háceme  mucha  flaqueza  no  la  hacer  un  rato  antes,  y  ansí 
con  harta  fuerza  puse  el  pan  delante  para  hacérmela  para  comer- 
lo, y  luego  se  me  representó  allí  Cristo,  y  parecíame  que  me  partía 
del  pan  y  me  lo  iba  a  poner  en  la  boca,  y  díjome:  «Come, 
hija,   y   pasa   como  pudieres;    pésame   d€   lo  que   padeces,   mas 


1  En  la  iglesia  de  la  Encarnación  de  Avila,  sobre  el  antiguo  comulgatorio,  se  venera 
un  cuadro  que  reproduce  este  favor  divino,  y  en  él  se  lee  que  la  Santa  lo  recibió  en  aquel 
mismo  lugar.  Lo  mismo  asegura  María  Pinel  en  su  Historia  manuscrita  del  convento  por 
estas  palabras:  «En  el  coro  bajo,  el  Domingo  de  Ramos,  se  halló  toda  bañada  en  la  sangre 
de  Jesús  y  llena  la  boca  de  aquel  néctar  soberano,  pagándole  Nuestro  Señor  el  hospedaje 
que  le  hacía;  porque  además  de  comulgar,  no  comía  hasta  las  tres  de  la  tarde,  y  se  estaba 
acompañando  a  Su  Majestad,  y  dando  la  comida  a  un  pobre.  Y  a  su  imitación,  se  hace  así 
en  esta  casa,  no  comiendo  aunque  vayan  a  refectorio  para  cumplir  con  aquel  acto».  No  sé 
por  qué  las  Carmelitas  de  París  (Oeuvres,  t.  II,  p.  229),  y  otros  escritores,  afirman  que  el 
caso  ocurrió  en  Salamanca,  en  Abril  de  1571.  El  año  en  que  recibió  este  regalado  favor 
fué,  a  lo  que  se  me  alcanza,  el   de   1572,   siendo   priora   del   monasterio  de  la  Encarnación. 


58  LAS    RELACIONES 

Gsto  t€  conviene  ahora».  Quedé  quitada  aquella  pena  y  conso- 
lada, porque  verdaderamente  me  pareció  se  estaba  conmigo,  y 
todo  otro  día,  y  con  esto  se  satisface  el  deseo  por  entonces. 
Esto  decir  pésame,  me  hizo  reparar,  porque  ya  no  me  parece 
puede  tener  pena  de  nada. 


X  X  ^'^  I  í 

«¿De  qué  te  afliges,  pecadorcilla?  ¿Yo  no  soy  tu  Dios? 
¿No  ves  cuan  mal  allí  soy  tratado?  Si  me  amas,  ¿por  qué  no  te 
dueles  de  mí?»  (1). 


XXVIII 

Sobre  el  temor  de  pensar  si  no  están  en  gracia  (2) :  «Hija, 
muy  diferente  es  la  luz  de  las  tinieblas.  Yo  soy  fiel;  nadie  se 
perderá  sin  entenderlo.  Engañarse  ha  quien  se  asigure  por  rega- 
los espirituales.  La  verdadera  siguridad  es  el  testimonio  de  la 
buena  conciencia;  mas  nadie  piense  que  por  sí  puede  estar  en 
luz,  ansí  como  no  podría  hacer  que  no  viniese  la  noche,  porque 
depende  de  mí  la  gracia.  El  mejor  remedio  que  puede  haber 
para  detener  la  luz,  es  entender  que  no  puede  nada  y  que  le 
viene  de  mí;  porque  aunque  esté  en  ella,  en  un  punto  que  yo 
me  aparte,  verná  la  noche.  Esta  es  la  verdadera  humildad,  co- 
nocer lo  que  puede  y  lo  que  yo  puedo.  No  dejes  de  escribir 
los  avisos  que  te  doy,  porque  no  se  te  olviden;  pues  quieres 
por  escrito  los  de  los  hombres,  por  qué  piensas  pierdes  tiem- 
po en  escribir  los  que  te  doy;  tiempo  verná  que  los  hayas 
todos  menester». 


1  Mayo  de   1572,   en   la   Encarnación. 

2  Siempre  se  había  escrito  erróneamente  este  título  diciendo:  «Sobre  el  temor  de  pensar  si 
estou  en  gracia».  Del  contexto  de  la  revelación  parece  deducirse  que  se  refiere  a  otras  personas, 
por  quienes  la  Santa  se  interesaba.  Recibióla  en  la  Encarnación,  año  de  1572. 


MERCEDES    DE    DIOS  59 


XXIX  (1) 

Sobre  darme  a  entender  qué  es  unión.  «No  pienses,  hija, 
que  es  unión  estar  muy  junta  conmigo,  porque  también  lo  están 
los  que  me  ofenden,  aunque  no  quieren.  Ni  los  regalos  y  gustos  de 
la  oración,  aunque  sea  en  muy  subido  grado,  aunque  sean  míos, 
medios  son  para  ganar  las  almas  muchas  veces,  aunque  no  estén 
en  gracia».  Estaba  yo  cuando  esto  entendía  en  gran  manera  le- 
vantado el  espíritu.  Dióme  a  entender  el  Señor  qué  era  espíritu, 
y  cómo  estaba  el  alma  entonces,  y  cómo  se  entienden  las  pala- 
bras de  la  Magnifica:  Exultavit  spiritus  meus  (2),  no  lo  sabré 
decir;  paréceme  se  me  dio  a  entender  que  el  espíritu  era  lo  su- 
perior de  la  voluntad. 

Tornando  a  la  unión,  entendí  que  era  este  espíritu  limpio 
y  levantado  de  todas  las  cosas  de  la  tierra,  no  quedar  cosa  de 
él,  que  quiera  salir  de  la  voluntad  de  Dios,  sino  que  de  tal  ma- 
nera esté  un  espíritu  y  una  voluntad  conforme  con  la  suya,  y  un 
desasimiento  de  todo,  empleado  en  Dios,  que  no  haya  memoria 
de  amor  en  sí  ni  en  ninguna  cosa  criada.  He  yo  pensado  si  esto 
es  unión,  luego  un  alma  que  siempre  está  en  esta  determinación, 
siempre  podemos  decir  está  en  oración  de  unión,  y  es  verdad  que 
ésta  no  puede  durar  sino  muy  poco.  Ofréceseme  que  cuanto  a  an- 
dar justamente,  y  mereciendo  y  ganando  sí  hará,  mas  no  se  puede 
decir  anda  unida  el  alma  como  en  la  contemplación,  paréceme 
entendí,  aunque  no  por  palabras,  que  es  tanto  el  polvo  de  nues- 
tra miseria  y  faltas  y  estorbos  en  que  nos  tornamos  a  enfoscar, 
que  no  sería  posible  estar  con  la  limpieza  que  está  el  espíritu 
cuando  se  junta  con  el  de  Dios,  que  vaya  fuera  y  levantado  de 
nuestra  miserable  miseria.  Y  paréceme  a  mí  que  si  esta  es  unión, 
estar  tan  hecha  una  nuestra  voluntad  y  espíritu  con  el  de  Dios, 
que  no  es  posible  tenerla  quien  no  esté  en  estado  de  gracia,  que 
me  habían  dicho  que  sí.  Ansí  me  parece  a  mí  será  bien  dificulto- 


1  La  Encamación,  1572. 

2  El  Códice  de  Avila:  Exultabit  espíritus  meus. 


60  LAS    RELACIONES 

SO  entender  cuando  es  unión,  sino  por  particular  gracia  de  Dios, 
pues  no  se  puede  entender  cuándo  estamos  en  ella. 

Escríbame  vuestra  merced  su  parecer  y  en  lo  que  desatino, 
y  tórneme  a  enviar  este  papel  (1). 


XXX  (2) 

Había  leído  en  un  libro  que  era  imperfeción  tener  imagines 
curiosas,  y  ansí  quería  no  tener  en  la  celda  una  que  tenía.  Y 
también  antes  que  leyese  esto,  me  parecía  pobreza  no  tener 
ninguna  sino  de  papel,  y  como  después  un  día  de  esto  leí  esto, 
ya  no  las  tuviera  de  otra  cosa.  Y  entendí  esto  estando  descuidada 
de  ello:  «Que  no  era  buena  mortificación;  que  cuál  era  mijor: 
la  pobreza  u  la  caridad.  Que  pues  era  lo  mijor  el  amor,  que 
todo  lo  que  me  despertase  a  él  no  lo  dejase,  ni  lo  quitase  a  mis 
monjas,  que  las  muchas  molduras  y  cosas  curiosas  en  las  imagi- 
nes decía  el  libro,  que  no  la  imagen.  Que  lo  que  el  demonio 
hacía  en  los  luteranos,  era  quitarles  todos  los  medios  para  más 
despertar,  y  ansí  iban  perdidos.  Mis  cristianos,  hija,  han  de  ha- 
cer ahora  más  que  nunca,  al  contrario  de  lo  que  ellos  hacen». 
Entendí  que  tenía  mucha  obligación  de  servir  a  Nuestra  Señora 
y  a  san  Josef,  porque  muchas  veces,  yendo  perdida  de  el  todo, 
por  sus  ruegos  me  tornaba  Dios  a  dar  salud. 


XXXI  (3) 

Otava  de  el  Espíritu  Santo,  me  hizo  el  Señor  una  merced 
y  me  dio  esperanza  de  que  esta  casa  se  iría  mijorando;  digo  las 
almas  de  ella. 


1  Cfr.  Ribera,  1.  IV,  c.  XX.   Estas  palabras  parecen  indicar  que  había  entregado  la  Rela- 
ción a  uno  de  los  confesores  que  entonces  tenía. 

2  En  la  Encarnación.  1572. 

3  Refiérese  esta  merced  a  las    monjas   de   la   Encarnación.  La  mejoría    de   que  en  ella  se 


MERCEDES    DE    DIOS  61 


XXXII   H) 

Día  de  la  Madalena,  me  tornó  el  Señor  a  confirmar  una 
merced  que  me  había  hecho  en  Toledo,  eligiéndome  en  ausencia 
de  cierta  persona  en  su  lugar. 


XXXIII  (2) 

Un  día  después  de  san  Mateo,  estando  como  suelo,  des- 
pués que  vi  la  visión  de  la  Santísima  Trinidad  y  cómo  está 
con  el  alma  que  está  en  gracia,  se  me  dio  a  entender  muy  clara- 
mente, de  manera  que  por  ciertas  maneras  y  comparaciones  por 
visión  imaginaria  lo  vi.  Y  aunque  otras  veces  se  me  ha  dado 
a  entender   por   visión   la  Santísima  Trinidad  inteletual,   no  me 


habla  fué  muy  notable,  como  se  infiere  de  una  carta  de  la  Santa,  escrita  en  el  mes  de  Marzo 
de  1572,  donde  dice:  «Es  para  alabar  a  Nuestro  Señor  la  mudanza  que  en  ellas  ha  hecho... 
Verdaderamente  hay   aquí  grandes  siervas  de  Dios,   y   casi   todas  se   van    mijorando». 

1  En  el  mismo  monasterio,  22  de  )ulio  de  1572.  Para  la  inteligencia  de  estas  palabras, 
dice  Yepes  en  el  libro  I,  c.  XIX  de  la  Vida.-  «Como  un  día  de  la  Magdalena  estuviese  la 
Madre  con  una  envidia  santa  de  lo  mucho  que  el  Señor  la  había  amado,  le  dijo:  /I  esta  tuve 
por  mi  amiga  mientras  estuve  en  la  tierra,  y  a  ti  tengo  ahora  que  estoy  en  el  cielo.  Y  esta 
merced  le  confirmó  el  Señor  después   por  algunos  años  el  mismo  día  de  la  Magdalena». 

2  Hay  una  copia  de  esta  Relación  en  el  Ms.  12.763  de  la  Biblioteca  Nacional.  Allí  se 
dice  que  el  original  estuvo  en  poder  de  Fray  Diego  de  Guevara,  que  profesó  en  el  convento 
de  San  Agustín  de  Madrid,  y  murió  en  San  Felipe  el  Real  año  de  1633.  El  mismo  Padre,  en 
su  Deposición  jurídica  para  la  canonización  de  la  Santa  en  Salamanca,  dice:  «Yo  tengo  un 
papel  escrito  de  su  mano  que  me  dio  la  Madre  Ana  de  Jesús  cuando  se  iba  a  Francia;  y  en 
él  refiere  una  merced  que  Nuestro  Señor  la  hizo  un  día  después  de  S.  Mateo,  infundiéndola 
altísimo  conocimiento  de  la  Santísima  Trinidad.  El  cual  papel  venero  y  reverencio  como  reli- 
quia de  Santo,  y  le  tengo  para  mi  consuelo;  y  una  persona  bien  grave,  el  tiempo  que  le  leía, 
estuvo  descaperuzado;  y  le  han  vi.sto  las  personas  más  doctas  de  España.  Estando  en  Alcalá 
le  mostré  al  doctor  Luis  de  Montesinos,  catedrático  de  Prima  de  aquella  Universidad,  y  se 
consoló  mucho  de  verle,  y  le  tuvo  algunos  días  ij  alababa  a  Dios  de  ver  la  propiedad  y  expe- 
dición con  que  una  mujer  sencilla  declaraba  un  misterio  tan  profundo.  Y  el  mismo  juicio  ha 
hecho  el  P.  M.o  Fray  Agustín  Antolínez,  catedrático  de  Prima  desta  Universidad;  y  el  Padre 
Francisco  Guirón,  Rector  que  fué  del  Colegio  de  la  Compañía  de  Jesús,  le  tuvo  muchos  días 
en  su  poder,  y  le  vieron  personas  graves  deste  colegio,  y  aun  me  parece  se  trasladó».  (Véase  la 
Deposición  íntegra  en  el  Ms.  13.229  de  la  Biblioteca  Nacional).  Según  se  lee  en  la  pág.  223 
del  Ms.  12.763  antes  citado,  el  autógrafo  que  contenía  esta  Relación  de  la  Santa  pasó  a  poder 
de  D.  Antonio   de  Paz,  residente  en  Salamanca.    La    Relación  es  de  22  de  Septiembre  de  1572. 


62  LñS    RELACIONES 

ha  quedado  después  algunos  días  la  verdad,  como  ahora  digo, 
para  poderlo  pensar  y  consolarme  en  esto.  Y  ahora  veo  que  de  la 
mesma  manera  lo  he  oído  a  letrados,  y  no  lo  he  entendido  como 
ahora,  aunque  siempre  sin  detenimiento  lo  creía,  porque  no  he 
tenido  tentaciones  de  la  fe. 

A  las  personas  inorantes  parécenos  que  las  Personas  de  la 
Santísima  Trinidad  todas  tres  están,  como  lo  vemos  pintado,  en 
una  Persona,  a  'manera  de  cuando  se  pinta  en  un  cuerpo  tres  ros- 
tros; y  ansí  nos  espanta  tanto,  que  parece  cosa  imposible  y  que 
no  hay  quien  ose  pensar  en  ello;  porque  el  entendimiento  se  em- 
baraza, y  teme  no  quede  dudoso  de  esta  verdad  y  quita  una 
gran  ganancia. 

Lo  que  a  mí  se  me  representó,  son  tres  Personas  distintas, 
que  cada  una  se  puede  mirar  y  hablar  por  sí.  Y  después  he 
pensado  que  sólo  el  Hijo  tomó  carne  humana,  por  donde  se  ve 
esta  verdad.  Estas  Personas  se  aman  y  comunican  y  se  conocen. 
Pues  si  cada  una  es  por  sí,  ¿cómo  decimos  que  todas  tres  son 
una  esencia,  y  lo  creemos,  y  es  muy  gran  verdad  y  por  ella  mo- 
riría yo  mil  muertes?  En  todas  tres  Personas  no  hay  más  de 
un  querer  y  un  poder  y  un  señorío,  de  manera  que  ninguna  cosa 
puede  una  sin  otra,  sino  que  de  cuantas  criaturas  hay,  es  sólo 
un  Criador.  ¿Podría  el  Hijo  criar  una  hormiga  sin  el  Padre? 
No,  que  es  todo  un  poder,  y  lo  mesmo  el  Espíritu  Santo,  ansí 
que  es  un  solo  Dios  todopoderoso,  y  todas  tres  Personas  una 
Majestad.  ¿Podría  uno  amar  al  Padre  sin  querer  al  Hijo  y  al 
Espíritu  Santo?  No,  sino  quien  contentare  a  la  una  de  estas 
tres  Personas  divinas,  contenta  a  todas  tres;  y  quien  la  ofen- 
diere, lo  mesmo.  ¿Podrá  el  Padre  estar  sin  el  Hijo  y  sin  el 
Espíritu  Santo?  No,  porque  es  una  esencia,  y  adonde  está  el 
uno  están  todas  las  tres,  que  no  se  pueden  dividir.  ¿Pues  cómo 
vemos  que  están  divisas  tres  Personas,  y  cómo  tomó  carne  hu- 
mana el  Hijo,  y  no  el  Padre  ni  el  Espíritu  Santo?  Esto  no  lo 
entendí  yo;  los  teólogos  lo  saben.  Bien  sé  yo  que  en  aquella 
obra  tan  maravillosa,  que  estaban  todas  tres,  y  no  me  ocupo  en 
pensar  mucho  esto.  Luego  se  concluye  mi  pensamiento  con  ver 
que  es   Dios   todopoderoso,   y   como   lo   quiso   lo   pudo,   y   ansí 


MERCEDES    DE    DIOS  63 

podrá  todo  lo  que  quisiere;    y  mientra  menos  lo  entiendo,  más 

lo   creo   y   me  hace   mayor   devoción.   Sea   por  siempre  bendito, 
amen. 


XXXIV  (•) 

Si  no  me  hubiera  nuestro  Señor  hecho  las  mercedes  que 
me  ha  hecho,  no  me  parece  tuviera  ánimo  para  las  obras  que 
se  han  hecho,  ni  fuerzas  para  los  trabajos  que  se  han  padecido,  y 
contradiciones  y  juicios.  Y  ansí,  después  que  se  comenzaron  las 
fundaciones,  se  me  quitaron  los  temores  que  antes  traía  de 
pensar  ser  engañada,  y  se  me  puso  certidumbre  que  era  Dios, 
y  con  esto  me  arrojaba  a  cosas  dificultosas,  aunque  siempre 
con  consejo  y  obediencia.  Por  donde  entiendo,  que  como  quiso 
Nuestro  Señor  despertar  el  principio  de  esta  Orden,  y  por  su 
misericordia  me  tomó  por  medio,  había  Su  Majestad  de  poner 
lo  que  me  faltaba,  que  era  todo,  para  que  hubiese  efeto,  y  se  mos- 
trase mijor  su  grandeza  en  cosa  tan  ruin. 


XXXV  (2) 

Estando  en  la  Encarnación  el  segundo  año  que  tenía  el 
priorato,  Otava  de  San  Martín,  estando  comulgando,  partió  la 
Forma  el  Padre  Fray  Juan  de  la  Cruz  (3),  que  me  daba  el  Santí- 


1  El  original  de  esta  Relnción  se  veneraba  a  fines  del  siglo  XVIII  en  el  Desierto  de  la 
Isla,  cerca  de  Bilbao,  que  para  su  recogimiento  tenían  los  Carmelitas  Descalzos  de  la  Provincia 
de  San  Joaquín. 

2  En  la   Encarnación,   a   mediados   de  Noviembre   de  1572. 

3  San  Juan  de  la  Cruz  c-;!  confesor  del  convento  desde  mediados  de  Mayo  del  mismo 
año.  Hablando  de  este  nombramiento  dice  Ycpcs  (líb.  II,  c.  XXV);  *Ya  que  la  Madre  tenía 
tan  bien  pertrechada  su  casa  por  de  fuera,  y  cerradas  las  puertas  de  los  locutorios  por  donde 
entran  de  ordinario  los  ladrones  que  roban  las  almas  y  quietud  de  las  pobres  religiosas, 
acordó  para  remediar  más  de  raiz  lo  interior  y  más  secreto  del  alma,  que  viniesen  a  la  Encarna- 


64  LñS    RELACIONES 

simo  Sacramento,  para  otra  hermana.  Yo  pensé  que  no  era  falta  de 
Forma,  sino  que  me  quería  mortificar,  porque  yo  le  había  dicho 
que  gustaba  mucho  cuando  eran  grandes  las  Formas;  no  por- 
que no  entendía  no  importaba  para  dejar  de  estar  el  Señor  en- 
tero, aunque  fuese  muy  pequeño  pedacico.  Di  jome  Su  Majestad: 
«No  hayas  miedo,  hija,  que  nadie  sea  parte  para  quitarte  de  Mí». 
Dándome  a  entender  que  no  importaba. 

Entonces  represénteseme  por  visión  imaginaria,  como  otras 
veces,  muy  en  lo  interior,  y  dióme  su  mano  derecha,  y  díjo- 
me:  «Mira  este  clavo,  que  es  señal  que  serás  mi  esposa  desde 
hoy.  Hasta  ahora  no  lo  habías  merecido;  de  aquí  adelante,  no 
sólo  como  Criador  y  como  Rey  y  tu  Dios  mirarás  mi  honra,  sino 
como  verdadera  esposa  mía.  Mi  honra  es  ya  tuya  y  la  tuya  mía». 
Hízome  tanta  operación  esta  merced,  que  no  podía  caber  en  mí, 
y  quedé  como  desatinada,  y  dije  al  Señor,  que  o  ensanchase 
mi  bajeza,  o  no  me  hiciese  tanta  merced;  porque,  cierto,  no 
me  parecía  lo  podía  sufrir  el  natural.  Estuve  ansí  todo  el  día 
muy  embebida.  He  sentido  después  gran  provecho,  y  mayor  con- 
fusión y  afligimiento  de  ver  que  no  sirvo  en  nada  tan  grandes 
mercedes    ( 1 ) . 


XXXVI  (2) 

Esto  me  dijo  el  Señor  otro  día:  «¿Piensas,  hija,  que  está 
el  merecer  en  gozar?  No  está  sino  en  obrar  y  en  padecer  y  en 
amar.  No  habrás  oído  que  San  Pablo  estuviese  gozando  de  los 


ción  confesores  Descalzos  de  la  nueva  Reformación,  que  ija  se  había  fundado;  porque  algunas, 
deseando  comenzar  nueva  vida,  querían  hacer  confesiones  generales  y  estaban  con  grande  ansia 
de  tener  personas  que  las  tratasen  de  espíritu  y  oración.  La  Santa  pidió  al  Visitador  dos  reli- 
giosos Descalzos  para  confesores  de  su  convento,  y  él  señaló  al  P.  Fray  Juan  de  la  Cruz,  y 
a   otro    Padre    llamado   Fray  Germán,   ambos  de  singular  virtud  y  religión». 

1  Cfr.  Fr.  Luis  de  León,  Ribera,  lib.  IV,  c.  X,  y  la  Deposición  de  María  Bautista  en 
Valladolid. 

2  Probablemente  recibió  esta  merced  en  la  Encarnación,  año  de  1572.  De  esta  visión  se 
han  compuesto,  de  letras  de  la  Santa,  algunos  ejemplares.  Las  Carmelitas  Descalzas  de  Alba 
poseen  uno.  Ténga-se  presente  esta  observación,  porque  algunos  escritores,  como  las  Carme- 
Utas   de   París,  lo  consideran  autógrafo. 


fflERCEDES    DE    DIOS  65 

gozos  celestialGs  más  de  una  vez,  y  muchas  que  padeció,  y  ves 
mi  vida  toda  llena  de  padecer,  y  sólo  en  el  monte  Tabor  habrás 
oído  mi  gozo.  No  pienses,  cuando  ves  a  mi  Madre  que  me  tiene 
en  los  brazos,  que  gozaba  de  aquellos  contentos  sin  grave  tor- 
mento. Desde  que  le  dijo  Simeón  aquellas  palabras,  la  dio  mi 
Padre  clara  luz  para  que  viese  lo  que  Yo  había  de  padecer.  Los 
grandes  santos  que  vivieron  en  los  desiertos,  como  eran  guiados 
por  Dios,  ansí  hacían  graves  penitencias,  y  sin  esto  tenían  gran- 
des batallas  con  el  demonio  y  consigo  mesmos;  mucho  tiem- 
po se  pasaban  sin  ninguna  consolación  espiritual.  Cree,  hija, 
que  a  quien  mi  Padre  más  ama,  da  mayores  trabajos,  y  a  éstos 
responde  el  amor.  ¿En  que  te  le  puedo  más  mostrar  que  querer 
para  ti  lo  que  quise  para  Mí?  Mira  estas  llagas,  que  nunca  lle- 
garán aquí  tus  dolores.  Este  es  el  camino  de  la  verdad.  Ansí  me 
ayudarás  a  llorar  la  perdición  que  train  los  del  mundo,  enten- 
diendo tú  esto,  que  todos  sus  deseos,  y  cuidados  y  pensamientos 
se  emplean  en  cómo  tener  lo  contrario».  Cuando  empece  a  te- 
ner oración,  estaba  con  tan  gran  mal  de  cabeza,  que  me  parecía 
casi  imposible  poderla  tener.  Di  jome  el  Señor:  «Por  aquí  verás  el 
premio  de  el  padecer,  que  como  no  estabas  tú  con  salud  para  ha- 
blar conmigo,  he  Yo  hablado  contigo  y  regaládote».  Y  es  ansí 
cierto,  que  sería  como  hora  y  media,  poco  menos,  el  tiempo  que 
estuve  recogida.  En  el  me  dijo  las  palabras  dichas  y  todo  lo 
demás.  Ni  yo  me  divertía,  ni  sé  adonde  estaba,  y  con  tan  gran 
contento,  que  no  sé  decirlo,  y  quedóme  buena  la  cabeza,  que 
me  ha  espantado,  y  harto  deseo  de  padecer.  Es  verdad  que  al 
menos  yo  no  he  oído  que  el  Señor  tuviese  otro  gozo  en  la  vida 
sino  esa  vez,  ni  San  Pablo.  También  me  dijo  que  trajese  mucho 
en  la  memoria  las  palabras  que  el  Señor  dijo  a  sus  Apóstoles, 
«que  no  había  de  ser  más  el  siervo  que  el  Señor»  (1). 


1      Joan,,  XIH,  16. 


II 


66  LñS    RELACIONES 


XXXVII 

Vi  una  gran  tempestad  de  trabajos,  y  que  como  los  egicios 
perseguían  a  los  hijos  de  Israel,  así  habíamos  de  ser  persegui- 
dos; mas  que  Dios  nos  pasaría  a  pie  enjuto,  y  los  enemigos 
serían  envueltos  en  las  olas  (1). 


XXXVIII 

Estando  un  día  en  el  convento  de  Beas,  me  dijo  Nuestro 
Señor,  que,  pues  era  su  esposa,  que  le  pidiese,  que  me  prometía 
que  todo  me  lo  concedería  cuanto  yo  le  pidiese.  Y  por  señas, 
me  dio  un  anillo  hermoso,  con  una  piedra  a  modo  de  amatista, 
mas  con  un  resplandor  muy  diferente  de  acá,  y  me  lo  puso  en 
el  dedo.  Esto  escribo  por  mi  confusión,  viendo  la  bondad  de 
Dios  y   mi  ruin  vida,   que  merecía  estar  en  los  infiernos.  Mas 


1  Explicando  esta  visión,  que  se  refiere  a  los  grandes  trabajos  de  la  santa  y  sus  hijas  en 
Sevilla,  dice  María  de  San  José  en  el  Libro  de  Recreaciones,  pág.  94:  «Pasaron  desde  la 
fundación  de  éste  hasta  la  de  Villanueva  de  la  Jara,  que  fué  el  doceno,  un  mar  tempestuoso  de 
persecuciones,  como  la  misma  Madre  lo  había  profetizado  cuatro  años  antes,  como  yo  lo  vi  es- 
crito en  un  papel  de  su  mano  que  enviaba  al  Padre  Elíseo  (Gracián),  donde  decía  que  había 
visto  un  gran  mar  de  persecuciones,  donde,  así  como  los  egipcios,  viniendo  persiguiendo  a  los 
hijos  de  Israel,  se  habían  ahogado  en  el  mar,  y  los  del  pueblo  de  Dios  pasaron  en  salvo,  así 
serían  nuestros  enemigos  ahogados  y  pasaría  el  ejército  de  la  Virgen  libre.  Y  así  fué,  que 
usando  el  demonio  de  las  armas  que  suele,  que  son  mentiras  y  testimonios,  comenzó  a  divulgar 
abominaciones,  primeramente  de  aquellas  dos  purísimas  almas  de  la  Madre  Angela  y  el  Padre 
Elíseo  (Santa  Teresa  y  Gracián),  y  juntamente  de  toda  la  Congregación  de  religiosas  y  religiosos, 
ü  como  nunca  falta  quien  dé  crédito  a  semejantes  cosas,  y  aun  por  ventura  antes  que  al  bien, 
comenzóse  una  persecución  tal  que  el  demonio  la  había  trazado  y  nuestro  gran  Dios  permitido 
para  que  se  hiciesen  fuertes  los  fundamentos  en  este  edificio.  Y  así  fué  que,  pensando  el  demo- 
nio deshacernos  y  anegarnos,  nos  dio  el  Señor  por  este  medio  paso  enjuto  y  firme,  porque 
nuestro  invictísimo  y  católico  rey  y  señor,  D.  Felipe  II,  estando,  como  dice  el  Sabio,  su  cora- 
zón en  las  manos  de  Dios,  no  fué  engañado,  antes  tomando  la  protección  de  esta  manadita  de 
la  soberana  Virgen,  impetró  y  alcanzó  del  Sumo  Pontífice  aquel  tan  favorable  Breve  con  que  se 
hizo  la  separación  de  la  Provincia,  que  fué  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  uno,  a  seis  de 
Marzo,  día  del  glorioso  San  Cirilo,  de  que  la  felicísima  Angela  no  poco  se  alegró,  y  decía,  con 
el  santo  viejo  Simeón,  que  la  llevase  el  Señor  en  paz,  habiéndole  muchos  años  antes  Su  Ma- 
jestad divina  prometido  que  no  la  llevaría  de  esta  vida  hasta  que  viese  todas  las  coshs  de  su 
Religión  en  gran  prosperidad,  como  con  esto  nos  quedaban.  Teniendo  en  cuenta  que  esta  reve- 
lación ocurrió  cuatro  años  antes  de  su  cumplimiento,  la  hubo  de  recibir  la  Santa  de  1573  a  1574. 


MERCEDES    DE    DIOS  67 

¡ay,  hijas!   Gncomiéndcnm^  a  Dios  y  sean  devotas  de  San  Josef, 
que  puede  mucho.  Esta  bebería  escribo....  (1). 


XXXIX  (2) 

Año  de  MDLXXV,   en  el   mes  de  Abril,   estando  go  en   la 
Fundación  de  Beas,  acertó  a  venir  allí  el  Maestro  Fray  Jeróni- 


1  Por  primera  vez  publicó  esta  merced  el  P.  Fací  en  su  libro  Gracias  efe  la  grada  de 
Sania  Teresa,  pág.  371,  (Zaragoza,  1757).  La  Comunidad  de  Carmelitas  Descalzas  de  Santa 
Teresa  de  Zaragoza  conserva  un  papel  antiguo  en  que  se  halla,  de  donde  la  copió  Faci.  Existe 
la  tradición  entre  las  religiosas  de  que  la  escribió  la  secretaria  de  la  Santa  y  la  firmó  ella.  La 
letra  bien  puede  ser  del  último  tercio  del  siglo  XVI,  pero  la  firma  de  Santa  Teresa  no  se  lee 
en  este  documento.  Fundó  la  Santa  en  Beas  en  el  mes  de  Febrero  de  1575,  tiempo  en  que 
pudo  recibir  esta  merced. 

2  Venérase  el  original  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Consuegra.  La  diferencia  del  autó- 
grafo ü  la  Relación  publicada  por  el  señor  La  Fuente  y  otros  escritores  es  muy  notable,  como 
puede  ver  cualquiera  que  guste  de  compararlos.  En  cambio,  sólo  hemos  notado  pequefias  y  muy 
leves  variantes  con  el  publicado  por  Mármol  en  Excelencias,  vida  y  tr.ibajos  del  P.  Jerónimo 
Gradan  de  la  Madre  de  Dios,  Carmelita,  Parte  I. a,  c.  XVII.  Del  mismo  Mármol  se  conserva 
en  el  archivo  de  los  Carmelitas  Descalzos  de  Avila  un  traslado  auténtico  que  de  varias  Relacio- 
nes referentes  a  Gracián  hizo  en  Valladolid  el  día  30  de  Septiembre  de  1606.  El  traslado  comien- 
za así:  «Visiones  de  N.  Mdre.  S.a  Theresa  de  Ihs.  de  el  P.  Gracián.  Por  la  presente,  Yo,  Juan 
Vázquez  del  A\ármol,  doy  fee,  como  notario  apostólico,  que  he  visto  algunas  veces  y  tenido  en 
mi  poder,  y  'leído  muchas  y  diversas  veces  en  pliego  de  papel,  de  letra  de  la  Madre  Teresa 
de  Jesús,  la  qual  conozco  ser  suya  por  muchas  carta.s  y  otros  papeles  que  he  visto  de  la  mesma 
letra  y  firma  en  poder  de  las  personas  a  quien  las  enviaba,  y  de  personas  de  su  Religión,  que  las 
tenían  y  tienen  por  suyas.  El  qual  estaba  doblado  como  carta,  y  en  lugar  de  sobrescrito,  dezia: 
Es  cosa  de  mi  alma  y  conciencia,  nadie  lo  lea  aunque  me  muera,  sino  dése  al  Padre  maestro 
Gracián.  Y  allí,  de  la  mesma  letra  que  lo  dicho,  y  la  carta  está  firmada  Teresa  de  Jesús.  Del 
qual  dicho  papel  tresladé  (sic),  fiel  y  verdaderamente,  la  presente  copia,  que  es  del  tenor  si- 
guiente». R\  margen,  el  P.  Lorenzo  de  la  Madre  de  Dios,  hermano  del  P.  Gracián,  puso  dos 
notas.  En  una  dice,  que  él  mismo,  que  conocía  bien  la  letra  de  la  Santa,  vio  el  papel;  y  en 
la  otra,  que  los  papeles  estaban  en  poder  de  su  hermano,  el  secretario  de  Felipe  II,  Tomás 
Gracián.  Después  de  copiar  Mármol  con  mucha  fidelidad  la  Relación,  añade:  «En  la  otra  hoja 
del  dicho  papel,  dice  deste  tenor>,  y  traslada  con  no  menor  exactitud  la  que  nosotros  publica- 
mos a  coninuación  de  ésta. 

En  Peregrinación  de  ñnastasio,  Diálogo  XVI,  da  el  P.  Ciracián  pormenores  muy  curiosos 
acerca  de  estas  Relaciones.  Preguntado  Anastasio  la  razón  de  mandar  In  Madre  Teresa  se  las 
entregasen,  que  las  habría  bien  menester,  responde:^'>Lo  que  en  eso  entiendo,  es  que  yo 
me  vi  en  un  tiempo  tan  afrentado,  deshonrado  y  abatido,  que  no  había  nadie  que  volviese  por 
mí,  y  algunos  mostraban  este  papel,  para  que  dándose  crédito  a  la  M.  Teresa,  no  cayese  de 
todo  punto  de  la  reputación,  que  también  alguna.s  veces  es  necesario  para  el  servicio  de  Dios; 
aunque,  a  la  verdad,  algunos  de  mis  émulos  negaban  ser  letra  de  la  M.  Teresa;  otros  daban 
tal  sentido  a  esto  que  dice  de  tomarnos  las  manos,  que  era  mayor  afrenta.  Y  a  mi  parecer,  eso 
de  las  manos  fué  profetizar  la  Madre  lo  que  después  sucedió,  que  desde  que  la  vi  en  Beas 
y  ella  tuvo  esa  revelación  hasta  que  murió,  en  todos  los  negocios  que  se  me  ofrecieron  a  mí 
o  a  ella,  así  de  la  Orden  como  de  otros  particulares,  siempre  fuimos  conformes...  Y  una  vez, 
tomando  mi  dicho  el  Patriarca  de  Valencia  para  la  canonización  del  santo  Padre  Ignacio  de 
Loyola,  fundador  de  la  Compañía  de  Jesú.s,  porque  dicen  en  una  pregunta:  «si  el  testigo  está 
Infamado»,  mostrándole  este  papel  y  reconociendo  el  Patriarca  la  letra  de  la  Madre,  me 
aceptó  por  suficiente  testigo;  y  entonces  vi  cumplido  lo  que  ella  dijo,  que  habría  tiempo  en 
que  le  hubiese  menester». 


68  LAS    RELACIONES 

mo  de  la  Madre  de  Dios  Gracián,  y  habiéndome  yo  confesado 
con  él  algunas  veces,  aunque  no  tiniéndok  en  el  lugar  que  a 
otros  confesores  había  tenido,  para  del  todo  gobernarme  por  él. 
Estando  un  día  comiendo  sin  nengún  recogimiento  interior,  se 
comenzó  mi  alma  a  suspender  y  recoger,  de  suerte  que  pensé 
me  quería  venir  algún  arrobamiento,  y  represénteseme  esta  vi- 
sión con  la  brevedad  ordinaria,  que  es  como  un  relámpago.  Pa- 
recióme que  estaba  junto  a  mí  Nuestro  Señor  Jesucristo,  de 
la  forma  que  Su  Majestad  se  me  suele  representar,  y  hacia  el 
lado  derecho  estaba  el  mesmo  Alaestro  Gracián  y  yo  al  izquierdo. 
Tomónos  el  Señor  las  manos  derechas,  y  juntólas  y  díjome:  «Que 
éste  quería  tomase  en  su  lugar  mientra  viviese,  y  que  entramos 
nos  conformásemos  en  todo,  porque  convenía  ansí».  Quedé  con 
una  siguridad  tan  grande  de  que  era  de  Dios,  que  aunque  se  me 
ponían  delante  dos  confesores  que  había  tenido  mucho  tiempo 
y  a  quien  había  seguido  y  debido  mucho,  que  me  hacían  re- 
sistencia harta;  en  especial  el  uno  me  la  hacía  muy  grande,  pa- 
reciéndome  le  hacía  agravio.  Era  el  gran  respeto  y  amor  que  le 
tenía.  La  seguridad  con  que  de  aquí  quedé  de  que  me  convenía 
aquello,  y  el  alivio  de  parecer  que  había  ya  acabado  de  andar 
a  cada  cabo  que  iba  con  diferentes  pareceres,  y  algunos  que  me 
hacían  padecer  harto  por  no  me  entender,  aunque  jamás  deje 
a  ninguno,  pareciéndome  estaba  la  falta  en  mí,  hasta  que  se  iba 
y  yo  me  iba.  Tornóme  otras  dos  veces  a  decir  el  Señor  que  no 
temiese,  pues  El  me  le  daba  con  diferentes  palabras,  y  ansí 
me  determiné  a  no  hacer  otra  cosa,  y  propuse  en  mí  llevarlo 
adelante  mientra  viviese,  siguiendo  en  todo  su  parecer,  como 
no  fuese  notablemente  contra  Dios,  de  lo  que  estoy  bien  cierta 
no  será.  Porque  el  mesmo  propósito  que  yo  tengo  de  siguir  en 
todo  lo  más  perfeto  creo  tiene,  según  por  algunas  cosas  he  en- 
tendido y  quedado  con  una  paz  y  alivio  tan  grande,  que  me  ha 
espantado  y  certificado  lo  quiere  el  Señor.  Porque  esta  paz  tan 
grhnde  del  alma  y  consuelo  no  me  parece  podría  ponerla  el 
demonio.  Paréceme  queda  ansí  en  mí  de  un  arte  que  no  lo 
sé  decir,  sino  que  cada  vez  que  se  me  acuerda,  alabo  de  nuevo 
a  Nuestro  Señor.  Y  se  me  acuerda  de  aquel  verso  que  dice:   Qu¿ 


MERCEDES    DE    DIOS  69 

posuit  fines  siios  pacem  (1).  Y  querríame  deshacer  en  alabanzas 
ÚG  Dios.  Paréceme  ha  de  ser  pa  gloria  suya,  y  ansí  lo  torno  a 
proponer  ahora  de  no  hacer  jamás  mudanza. 


XL  (2) 

El  segundo  día  de  Pascua  de  Espíritu  Santo,  después  de 
esta  mi  determinación,  viniendo  yo  a  Sevilla,  oímos  misa  en 
una  ermita  en  Ecija,  y  en  ella  nos  quedamos  la  siesta  (3).  Estan- 
do mis  compañeras  en  la  ermita  y  yo  sola  en  una  sacristía 
que  allí  había,  comencé  a  pensar  la  gran  merced  que  me  había 
hecho  el  Espíritu  Santo  una  víspera  de  esta  Pascua  (4),  y  dié- 
ronme  grandes  deseos  de  hacerle  un  señalado  servicio,  y  no  ha- 
llaba cosa  que  no  estuviese  hecha,  y  recordé  que,  pues  puesto 
que  el  voto  de  la  obediencia  tenía  heciio,  no  de  la  manera 
que  se  podía  hacer  de  perfeción,  y  represénteseme  que  le  sería 
agradable  prometer  lo  que  ya  tenía  propuesto  con  el  P.  Fray 
Jerónimo  Y  por  una  parte  me  parecía  no  hacía  en  ello  nada, 
por  otra  se  me  hacía  una  cosa  muy  recia,  considerando  que  con 
los  perlados  no  se  descubre  lo  interior,  y  que,  en  fin,  se  mu- 
dan y  viene  otro,  si  con  uno  no  se  halla  bien;  y  que  era  quedar 
sin  nenguna  libertad,  interior  y  exterior  mente,  toda  la  vida. 

Y  apretóme  un  poco,  y  aun  harto,  no  lo  hacer.  Esta  mesma 
resistencia  que  hizo  a  mi  voluntad,  me  causó  afrenta  y  parecer- 


1  Psalm.  CXLVII,  3.  La  Santa  escribe:  Qui  posuy  fines  saos  in  pace. 

2  23  de  Mayo  de  1575.  El  autógrafo  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Consuegra.  De  este 
y  del  anterior  poseemos  copia  fotográfica,  conforme  a  la  cual  se  han  corregido.  En  uno  de 
sus  Diálogos,  dice  Gracián  hablando  de  este  voto,  que  la  Santa  dejó  dos  traslados,  uno  que 
poseía  él,  y  otro  que  tenía  su  hermana  María  de  San  José  en  las  Carmelitas  Descalzas  de 
Consuegra.  Este  es  el  que  ha  llegado  hasta  nosotros.  El  segundo  quizá  pasase  a  poder  de  To- 
más Gracián,  como  nos  ha  dicho  su  hermano  el  P.  Lorenzo.  Este  mismo  Padre  pone  al  margen 
de  esta  Relación,  en  la  citada  copia  de  Mármol,  la  siguiente  nota:  «Este  papel  de  la  S.  M.  ley 
yo  de  su  letra  propia  conocida.  Fr.  Lorenzo  de  la  Madre  de  Dios».  No  me  cabe  duda  que  son 
del  hermano  del  Padre  Gracián  ésta  y  otras  anotaciones  que  se  hallan  en  esta  copia,  porque 
he  visto  letra  suya  en  diversos  archivos.  » 

3  Siesta,  y  no  fiesta,  como  escriben  algunos,  se  lee  en  el  original.  Quiere  decir  la  Santa, 
que  estuvieron  en  la  ermita  todo  el  tiempo   que  duró  el  resistero  o  mayor  fuerza  del  sol. 

1      Vida,  c.    XXXVin,   p.   332. 


7Ó  LAS    RELACIONES 

m€  ya  había  algo  que  no  hacía  por  Dios,  ofreciéndoseme  de  lo 
que  yo  he  huido  siempre.  El  caso  es'  que  apretó  de  manera  la 
dificultad,  que  no  me  parece  he  hecho  cosa  en  mi  vida,  ni  el 
hacer  profesión,  que  me  hiciese  más  resistencia,  fuera  de  cuando 
salí  de  casa  de  mi  padre  para  ser  monja.  Y  fué  la  causa,  que 
no  se  me  ponía  delante  lo  que  le  quiero;  antes  entonces,  como 
a  otro,  no  le  consideraba,  ni  las  partes  que  tiene,  sino  sólo  si  sería 
bien  hacer  aquello  por  el  Espíritu  Santo. 

En  las  dudas  que  se  me  representaban  si  sería  servicio 
de  Dios  u  no,  creo  estaba  el  detenerme.  A  cabo  de  un  rato  de  ba- 
talla, dióme  el  Señor  una  gran  confianza,  pareciéndome  que  yo 
hacía  aquella  promesa  por  el  Espíritu  Santo,  que  obligado  queda- 
ba a  darle  luz  para  que  me  lo  diese,  junto  con  acordarme  que 
me  la  había  dado  Jesucristo  Nuestro  Señor.  Y  con  esto  me  hinqué 
de  rodillas  y  prometí  de  hacer  todo  cuanto  me  dijese  por  toda 
mi  vida,  como  no  fuese  contra  Dios,  ni  los  perlados  a  quien  tenía 
obligación.  Advertí  que  no  fuese  sino  en  cosas  graves  por  quitar 
escrúpulos,  como  si  importunándole  una  cosa  me  dijese  no  k 
hablase  en  ello  más,  en  algunas  de  mi  regalo  u  el  suyo,  que  son 
niñerías,  que  no  se  quiere  dejar  de  obedecer;  y  que  de  todas 
mis  faltas  y  pecados  no  le  encubriría  cosa  a  sabiendas,  que  tam- 
bién es  esto  más  que  lo  que  se  hace  con  los  perlados.  En  fin, 
tenerle  en  lugar   de  Dios,   interior  y  exterior  mente. 

No  sé  si  merecí  más;  gran  cosa  me  parecía  había  hecho 
por  el  Espíritu  Santo,  al  menos  todo  lo  que  supe.  Y  ansí  quedé 
con  gran  satisf ación  y  alegría,  y  lo  he  estado  después  acá;  y  pen- 
sando quedar  apretada,  con  mayor  libertad  y  muy  confiada  le 
ha  de  hacer  Nuestro  Señor  nuevas  mercedes  por  este  servicio 
que  yo  le  he  hacho,  para  que  a  mí  me  alcance  parte  y  en  todo 
me  dé  luz.  Bendito  sea  el  que  crió  persona  que  me  satisficie- 
se de  manera  que  yo  me  atreviese  a  hacer  esto. 


MERCEDES    DE    DIOS  71 


XLI  ") 

Jesús. — Una  persona,  día  de  Pascua  de  Espíritu  Santo,  es- 
tando en  Ecija,  acordándose  de  una  merced  grande  que  había 
recibido  de  nuestro  Señor  una  víspera  desta  fiesta,  deseando  ha- 
cer una  cosa  muy  particular  por  su  servicio,  le  pareció  sería  bien 
prometer  de  no  encubrir  ninguna  cosa  de  falta  u  pecado  que 
hiciese  en  toda  su  vida,  desde  aquel  punto,  a  un  confesor  a  quien 
tenía  en  lugar  de  Dios,  porque  esta  obligación  no  se  tiene  a 
los  Perlados,  aunque  ya  esta  persona  tenía  hecho  voto  de  obedien- 
cia, parecía  que  era  esto  más.  Y  también  hacer  todo  lo  que  le  di- 
jese como  no  fuese  contra  la  obediencia  que  tenía  prometida,  en 
cosas  graves  se  entiende.  Y  aunque  se  le  hizo  áspero  al  principio, 
lo  prometió.  La  primera  cosa  que  la  hizo  determinar,  fué  enten- 
der hacía  algún  servicio  al  Espíritu  Santo.  La  segunda,  tener  por 
tan  gran  siervo  de  Dios  y  letrado  a  la  persona  que  escogió,  que 
daría  luz  a  su  alma  y  la  ayudaría  a  más  servir  a  Nuestro  Señor. 
Desto  no  supo  nada  la  mesma  persona  hasta  después  de  algunos 
días  que  estaba  hecha  la  promesa.  Es  esta  persona  el  Padre 
Fray  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios  (2). 


1  Es  casi  igual  que  la  anterior.  Después  de  haber  trasladado  las  dos  Relaciones  preceden- 
fes,  dice  Mérmol  en  el  manuscrito  citado:  «Assi  mesmo  doy  fee,  yo  el  dicho  notario  Apostó- 
lico, que  he  visto  y  tenido  en  mi  poder,  y  leydo  y  trasladado  fielmente  otros  papeles  de  la 
mesma  letra  de  la  madre  Teresa  de  Jhs.,  sin  firma,  del  tenor  siguiente,  ñ.  las  espaldas  dice: 
Promesa,-  y  dentro:  «Una  persona,  día  de  Pascua  etc.»  Aquí  copia  esta  Relación  tal  como 
nosotros  la  publicamos.  Al  terminar  la  Relación,  pone  el  siguiente  testimonio:  «Todo  lo  cual 
doy  testimonio  que  está  escrito  de  una  misma  letra,  la  qual,  como  dicho  es,  conozco  ser  de 
la  madre  Teresa  de  Jhs.;  y  por  serme  pedido,  di  éste  que  es  hecho  en  la  ciudad  de  Va- 
lladolid,  último  día  del  mes  de  setiembre,  de  mil  y  seiscientos  y  tres  años.  Y  lo  signé  con  mi 
acostumbrado   signo...   En  testimonio   de   Verdad  Juan  Vázquez  del  Mármol». 

2  En  la  vida  del  P.  Gracián,  después  de  copiar  esta  Relación,  añade  el  mismo  Mármol: 
«He  querido  referir  aquí  esta  promesa,  aunque  se  hacía  relación  delía  en  lo  que  está  escrito 
antes,  sólo  por  ponderar  aqueiids  pobireras  palabras  donde  dice  que  esta  persona  era  el  Padre 
Fr.  Jerónimo  Gracián,  que  no  vaca  de  misterio».  Reproduce  también  esta  merced,  la  M.  María 
de  San  José    en    su    Libro  de  Recreaciones,   p.  103. 


72  LAS    RELACIONES 


XLII  (1) 

Estando  €l  día  de  la  Madalena  considerando  la  amistad  que 
estoy  obligada  a  tener  a  Nuestro  Señor  conforme  a  las  palabras 
que  me  ha  dicho  sobre  esta  Santa,  y  tiniendo  grandes  deseos 
de  imitarla,  y  me  hizo  el  Señor  una  gran  merced  y  me  dijo:  «Que 
de  aquí  adelante  me  esforzase,  que  le  había  de  servir  más  que 
hasta  aquí».  Dióme  deseo  de  no  me  morir  tan  presto,  porque 
hubiese  tiempo  para  emplearme  en  esto,  y  quedé  con  gran  de- 
terminación de  padecer. 


XLIII  (2) 

Estaba  un  día  muy  recogida  encomendando  a  Dios  a  Elí- 
seo (3).  Entendí:  «Es  mi  verdadero  hijo,  no  le  dejaré  de  ayu- 
dar», o  una  palabra  de  esta  suerte,  que  no  me  acuerdo  bien. 


XLIV  ('') 


Acabando  la  víspera  de  San  Laurencio  de  comulgar,  estaba 
el  ingenio  tan  distraído  y  divertido,  que  no  me  podía  valer,  y 
comencé  a  haber  envidia  de   los  que  estaban  en   los   desiertos. 


1  En  Sevilla,   22  de  Julio  de  1575. 

2  En  Sevilla.  Mármol,  en  el  traslado  ya  varias  veces  mencionado,  escribe  antes  de  repro- 
ducir esta  Relación:  «Copia  de  algunos  extiaordinarios  sucesos  de  oración  que  tuvo  la  A\adre 
Teresa  de  Jhs.  acerca  del  P.  Fr.  Jerónimo  Qracián  de  la  Madre  de  Dios,  recopilados  de  un 
cuaderno  de  letra  de  In  misma  madre  Teresa  de  Jhs.,  que  tiene  en  su  poder  el  mismo  Padre 
Gracián,  donde  hay  otros  muchos  más.  Los  que  hablan  del  son  estos».  Entresaca  y  copia  las 
mercedes  que  nosotros  publicamos  bajo  los  números  XLIII,  XLIV,  LV,  LVTII,  LIX  y  LX. 

3  Así  llama  al  P.  Gracián. 

4  En  el  mismo  monasterio  de  Carmelitas,  9  de  Agosto  de   1575. 


MERCEDES    DE    DIOS  73 

parcciéndome  que  como  no  oyesen  ni  viesen  nada,  estaban  libres 
deste  divertimiento.  Entendí:  «Mucho  te  engañas,  hija,  antes  allí 
tienen  más  fuertes  las  tentaciones  de  los  demonios;  ten  paciencia, 
que  mientras  se  vive  no  se  excusa».  Estando  en  esto,  súbitamente 
me  vino  un  recogimiento  con  una  luz  tan  grande  interior,  que  me 
paresce  estaba  en  otro  mundo,  y  hallóse  el  espíritu  dentro  de  sí 
en  una  floresta  y  huerto  muy  deleitoso,  tanto,  que  me  hizo 
acordar  de  lo  que  dice  sn  los  Cantares:  Venial  dilectas  meas 
in  hortam  saam.  Vi  allí  a  mi  Elíseo,  cierto  nonada  negro,  sino 
con  una  hermosura  extraña;  encima  de  la  cabeza  tenía  como 
una  guirnalda  de  gran  pedrería,  y  muchas  doncellas  que  anda- 
ban allí  delante  del,  con  ramas  en  las  manos,  todas  cantando 
cánticos  de  alabanzas  de  Dios.  Yo  no  hacía  sino  abrir  los  ojos 
para  si  me  distraía,  y  no  bastaba  a  quitar  esta  atención,  sino 
que  me  parecía  había  una  música  de  pajaritos  y  ángeles,  de  que 
el  alma  gozaba,  aunque  yo  no  la  oía,  mas  ella  estaba  en  aquel 
deleite.  Yo  miraba  cómo  no  había  allí  otro  hombre  ninguno.  Di- 
jéronme:  «Este  mereció  estar  entre  vosotras,  y  toda  esta  fiesta 
que  ves  habrá  en  el  día  que  estableciere  en  alabanzas  de  mi 
Madre,  y  date  priesa  si  quieres  llegar  a  donde  está  él».  Esto  duró 
más  de  hora  y  media,  que  no  me  podía  divertir,  con  gran  deleite, 
cosa  diferente  de  otras  visiones.  Y  lo  que  de  aquí  saqué,  fué 
amor  a  Elíseo,  y  tenerle  más  presente  en  aquella  hermosura.  He 
habido  rniedo  si  fué  tentación,  que  imaginación  no  fué  posible. 


XLV  (1) 

Una  vez  entendí  cómo  estaba  el  Señor  en  todas  las  cosas  y 
cómo  en  el  alma,  y  púsoseme  comparación  de  una  esponja  (2) 
que  embebe  el  agua  en  sí. 


1  En  Sevilla,  aflo  de  1575. 

2  Esta  misma  comparación  viene  en  la  Merced  XII. 


74  LAS    RELACIONES 


XLVI 

Como  vinieron  mis  hermanos,  y  yo  debo  al  uno  tanto  (1),  no 
dejo  de  estar  con  él  y  tratar  lo  que  conviene  a  su  alma  y  asien- 
to, y  todo  me  daba  cansancio  y  pena;  y  estándole  ofreciendo  a 
el  Señor  y  pareciéndome  lo  hacía  por  estar  obligada,  acordóseme 
que  está  en  las  Costituciones  nuestras,  que  nos  dicen  que  nos  des- 
viemos de  deudos  (2),  y  estando  pensando  si  estaba  obligada, 
me  dijo  el  Señor:  «No,  hija,  que  vuestros  Institutos  no  son  de 
ir  sino  conforme  a  mi  Ley».  Verdad  es  que  el  intento  de  las 
Costituciones  son  porque  no  se  asgan  a  ellos,  y  esto,  a  mi  pa- 
recer,  antes   me   cansa  y   deshace  más  tratarlos. 


XLVII  í5) 

Habiendo  acabado  de  comulgar  el  día  de  San  Agustín,  yo 
no  sabré  decir  cómo,  se  me  dio  a  entender,  y  casi  a  ver,  sino 
que  fué  cosa  inteletual  y  que  pasó  presto,  cómo  las  Tres  Perso- 
nas de  la  Santísima  Trinidad,  que  yo  trayo  en  mi  alma  esculpidas, 


1  Sus  hermanos  Lorenzo  de  Cepeda  y  Pedro  de  Ahumada  llegaron  de  Indias  a  princi- 
pios de  Agosto  de  1575.  Desembarcaron  en  Sanlúcar  de  Barrameda  y  continuaron  el  viaje  a 
Sevilla,  donde  los  esperaba  Santa  Teresa.  A  Sevilla  vinieron  a  saludarles,  desde  Alba  de 
Tormes,  D.a  Juana  de  Ahumada  y  su  marido  Juan  de  Ovalle.  La  Santa  debía  mucho  a  su 
hermano  D.  Lorenzo  por  lo  que  la  ayudó  en  la  fundación  del  primitivo  monasterio  de  San 
José,  como  dijimos  en  el  tomo  I,  p.  279.  Su -llegada  a  Sevilla,  no  pudo  ser  mes  oportuna 
para  la  compra  de  la  casa  de  la  nueva  fundación  de  Descalzas  que  proyectaba.  (Cfr.  Funda- 
ciones, c.  XXV).  Con  D.  Lorenzo  vinieron  sus  hijos  Francisco,  Lorenzo  y  Teresita,  más 
adelante  carmelita  descalza,  con  el  nombre  de  Teresa  de  Jesús,  como  su  santa  tía.  En  varias 
cartas  habla  la  Santa  de  esta  llegada  de  sus  hermanos,  pero  principalmente  en  la  escrita  a  dofla 
Juona  en  15  de  Agosto  de  1575.  El  limo.  Sr.  Pólit  da  interesantes  pormenores  del  viaje  de 
los  hermanos  de  Santa  Teresa  a  E.spaña  en  su  obra  La  familia  de  Santa  Teresa  en  üméríca, 
c.  III.   Cfr.  Ribera,   lib.  IV,  c.  X. 

3  En  las  Constituciones  que  dio  la  Santa  a  sus  monjas  se  lee  a  este  propósito:  «Capí- 
tulo IV,  núm.  5.  De  tratar  mucho  con  deudos  se  desvíen  lo  más  que  pudieren,  porque,  de- 
jado que  se  pegan  mucho  sus  cosas,  será  dificultoso  dejar  de  tratar  con  ellos  alguna  del 
siglo». 

3      Según  Ribera,  1.  IV,  c.  IV,  ocurrió  en  Sevilla.   La  fecha  es  de  28  de  Agosto  de  1575. 


MERCEDES    DE    DIOS  75 

son  una.  Por  una  pintura  tan  extraña  se  me  dio  a  entender  g 
por  una  luz  tan  clara,  que  ha  hecho  bien  diferente  operación  que 
tenerlo  por  fe.  He  quedado  de  aqui  a  no  poder  pensar  ninguna 
de  las  Tres  Personas  Divinas,  sin  entender  que  son  todas  tres, 
de  manera  que  estaba  yo  hoy  considerando,  cómo  siendo  tan 
una,  había  tomado  carne  humana  el  Hijo  solo,  y  dióme  el  Se- 
ñor a  entender  cómo  con  ser  una  cosa  eran  divisas.  Son  unas 
grandezas  que  de  nuevo  desea  el  alma  de  salir  de  este  embarazo 
que  hace  el  cuerpo  para  no  gozar  de  ellas,  que  aunque  pa- 
rece no  son  para  nuestra  bajeza,  entender  algo  dellas,  queda  una 
ganancia  en  el  alma,  con  pasar  en  un  punto,  sin  comparación 
mayor  que  con  muchos  años  de  meditación,  y  sin  saber  entender 
cómo. 


XLVIII  í') 

El  día  de  Nuestra  Señora  de  la  Natividad  tengo  particular 
alegría.  Cuando  este  día  viene,  parecíame  sería  bien  renovar 
los  votos,  y  queriéndolo  hacer,  se  me  representó  la  Virgen  Se- 
ñora nuestra  por  visión  iluminativa,  y  parecióme  los  hacía  en 
sus  manos,  y  que  le  eran  agradables.  Quedóme  esta  visión  por 
algunos  días,  como  estaba,  junto  conmigo,  hacia  el  lado  izquierdo. 


XLIX  (2) 

Un  día,  acabando  de  comulgar,  me  pareció  verdaderamente 
que  mi  alma  se  hacía  una  cosa  con  aquel  cuerpo  sacratísimo  del 
Señor,  cuya  presencia  se  me  representó  y  hízome  gran  operación 
y  aprovechamiento. 


1  En  Sevilla,  8   de  Setiembre  de  1575. 

2  Probablemente  en  Sevilla,  año  de  1575. 


76  LAS    RELACIONES 


L  ID 


Estaba  una  vez  pensando  si  me  habían  de  mandar  ir  a 
reformar  cierto  monesterio,  ij  dábame  pena.  Entendí:  «¿De  qué 
teméis?  ¿Qué  podéis  perder  sino  las  vidas  que  tantas  veces  me 
las  habéis  ofrecido?»  Yo  os  ayudaré.  Fué  en  una  ocasión  (2)  de 
suerte  que  me  satisfizo  el  alma  mucho. 


LI  (3) 

Habiendo  un  día  hablado  a  una  persona  que  había  mucho 
dejado  por  Dios  y  acordándome  cómo  nunca  yo  dejé  nada  por 


1  En  Sevilla,  1575. 

2  Se  trata  de  las  Carmelitas  Calzadas  de  Paterna,  a  quien  Graciún  quiso  reformar  u 
librar  de  algunas  calumnias  que  contra  ellas  corrían.  En  Peregrinación  de  Rrmstasio,  Diá- 
logo I,  escribe:  «Por  defender  de  infamia  las  religiosas  Calzadas  de  Paterna,  enviando  al 
convento  dellas  tres  Descalzas  que  las  reformasen,  las  mesmas  Calzadas  a  quien  defendí  me 
levantaron  tan  falso  testimonio  consigo  mesmas,  que  es  horror  decillo".  Estando  Paterna 
cerca  de  Sevilla,  es  fácil  que  el  P.  Gracián  se  acordara  de  la  Santa  para  este  negocio,  si 
bien  no  llegó  a  efectuarlo.  Más  largos  pormenores  nos  da  de  esta  reforma  de  Paterna 
María  de  San  José  en  el  Libro  de  Recreaciones,  p.  121,  por  estos  términos:  «Estuvimos  con  el 
trabajo  g  soledad  que  he  diclio  desde  que  nuestra  Madre  se  fué  hasta  Octubre,  que  nuestro 
Padre  Gracián,  deseando  reformar  el  monasterio  de  las  monjas  de  Paterna,  que  era  de  las 
Calzadas,  u  quitar  una  mala  fama  que  de  ellas  con  falsedad  de  sus  mismos  frailes  se  había 
sembrado,  y  deseando  saber  la  verdad,  acordó  de  enviar,  y  escogió  para  presidenta,  a  la  madre 
Isabel  de  San  Francisco  y  a  Isabel  de  San  Jerónimo,  mis  dos  buenas  compañeras,  que  no  fué 
menos  trabajo,  o  por  mejor  decir,  el  mayor;  porque  quedamos  tres  solas  de  las  que  habíamos  ve- 
nido a  fundar.  Y  por  mucho  que  diga,  no  acabaré  de  decir  con  qué  quedamos  y  los  trabajos  que 
ellas  en  un  año  que  estuvieron  padecieron,  como  se  puede  entender  habiéndolas  puesto  el  Visi- 
tador para  la  reforma  de  la  casa.  Bastará  decir  sola  una  cosa,  y  es  que  ni  aun  de  comer  las 
querían  dar,  y  así  era  necesario  que  de  otraj  partes  las  socorriesen.  Las  malas  palabras  que  a  cad<i 
paso  oían  no  hay  para  qué  decirlas;  basta  que  hubo  noche  que  las  dos,  con  la  H.a  Margarita  de  la 
Concepción,  lega,  que  las  fué  a  ayudar,  se  alteraron  tanto,  que  aquella  noche  se  encerraron  las  tres 
pobres  monjas  en  un  aposentillo,  y  sentadas  en  un  peldaño  de  estera  en  que  apenas  cabían,  es- 
tuvieron toda  la  noche  sin  dormir  ni  salir  de  allí,  porque  toda  ella  estuvieron  desde  afuera  ame- 
nazándolas que  las  habían  de  matar,  y  haciendo  diligencias  para  entrar. 

»Con  todas  estas  contradicciones  estuvieron  un  año  entero,  y  aunque  con  harto  trabajo,  no  de- 
jaron de  hacer  fruto;  y  tanto,  que  las  mismas  monjas  lo  confesaban  y  que  eran  santas,  jj  las  de- 
jaban confundidas;  y  aunque  aborrecían  sus  casas,  después  de  ellas  vueltas,  lle\'aron  adelante  muchas 
de  las  que  habían  reformado.  A  lo  menos  pusieron  con  forma  de  convento,  e  introdujeron  seguir 
formando  comunidad  en  coro  y  refectorio,  que  ni  de  esto  ni  cosa  de  iglesia  sabían,  con  otros  incon- 
venientes, que  quitaron  no  pocos.  Andando  las  cosas  de  la  visita  como  ya  hemos  dicho  y  cesando 
la  que  el  Padre  Gracián  hacía,  volvieron  las  hermanas,  saliendo  de  allí  día  de  Santa  Bárbara». 

3  En  Sevilla.  1575. 


MERCEDES    DE    DIOS  77 

El,  ni  en  cosa  le  he  servido  como  estoy  obligada,  y  mirando  las 
muchas  mercedes  que  ha  hecho  a  mi  alma,  comencéme  a  fatigar 
mucho,  y  díjome  el  Señor:  «Ya  sabes  el  desposorio  que  hay 
entre  ti  y  Mí,  y  habiendo  esto,  lo  que  Yo  tengo  es  tuyo,  y  ansí 
te  doy  todos  los  trabajos  y  dolores  que  pasé,  y  con  esto  puedes 
pedir  a  mi  Padre  como  cosa  propia.»  Aunque  yo  he  oído  decir 
que  somos  participantes  de  esto,  ahora  fué  tan  de  otra  manera, 
que  pareció  había  quedado  con  gran  señorío,  porque  la  amistad 
con  que  se  me  hizo  esta  merced,  no  se  puede  decir  aquí.  Pare- 
cióme lo  admitía  el  Padre,  y  desde  entonces  miro  muy  de  otra 
suerte  lo  que  padeció  el  Señor,  como  cosa  propia,  y  dame  gran 
alivio   (1). 


LII  (2) 


Estando  yo  una  vez  deseando  de  hacer  algo  en  servicio  de 
Nuestro  Señor,  pensé  qué  apocadamente  podía  yo  servirle,  y  dije 
entre  mí:  ¿Para  qué.  Señor,  queréis  Vos  mis  obras?  Díjome: 
«Para  ver  tu  voluntad,  hija». 


Lili  (5) 

Dióme  una  vez  el  Señor  una  luz  en  una  cosa  que  yo  gusté  de 
entenderla,  y  olvidóseme  luego  desde  a  poco,  que  no  he  podido 
más  tornar  a  caer  en  lo  que  era;   y  estando  yo  procurando  se 


1  Por  Ribera,  1.  IV,  c.  X,  sabemos  que  recibió  este  favor  la  Santa  en  Sevilla.  Habla  de 
él  también  en  Las  Aloradas,  Morada  VI,  c.  V.  María  Bautista  en  las  Deposiciones  de  Valla- 
dolid,  reproduce  esta  merced  y  a  continuación  añade:  «Una  noche  del  día  del  Santísimo  Sacra- 
mento vio  nuestra  Santa  salir  a  Cristo  Nuestro  Señor  de  la  custodia  y  se  vino  a  ella,  toda  la 
cabeza  corriendo  sangre,  y  muij  fatigado  le  dijo:  «Que  las  cabezas  de  su  Iglesia  le  tenían  de 
aquella  manera;  que  no  lo  hiciese,  porque  sería  señal  de  que  también  lo  encubriría  a  Su  Ma- 
(estad  si  pudiera».  Y  así  tuvo  siempre  gran  claridad  con  sus  confesores  y  prelados». 

2  En  Sevilla,  ano  de  1575. 

3  En  el  mismo  convento  y  el  mismo  año. 


78  LAS    RELACIONES 

me  acordase,  entendí  esto:  «Ya  sabes  que  te  hablo  algunas  ve- 
ces; no  dejes  de  escribirlo,  porque,  aunque  a  ti  no  aproveche, 
podrá  aprovechar  a  otros».  Yo  estaba  pensando  si  por  mis  peca- 
dos había  de  aprovechar  a  otros  y  perderme  yo.  Di  jome:  «No 
hayas  miedo». 


LIV  (11 

Estaba  una  vez  recogida  con  esta  compañía  que  trayo  siem- 
pre en  el  alma,  y  parecióme  estar  Dios  de  manera  en  ella,  que 
me  acordé  de  cuando  San  Pedro  dijo:  «Tú  eres  Cristo,  hijo 
de  Dios  vivo»  (2),  porque  ansí  estaba  Dios  vivo  en  mi  alma.  Esto 
no  es  como  otras  visiones,  porque  lleve  fuerza  con  la  fe,  de 
manera  que  no  se  puede  dudar  que  está  la  Trinidad  por  presen- 
cia y  por  potencia  y  esencia  en  nuestras  almas.  Es  cosa  de  gran- 
dísimo provecho  entender  esta  verdad,  y  como  estaba  espantada 
de  ver  tanta  majestad  en  cosa  tan  baja  como  mi  alma,  entendí: 
«No  es  baja,  hija,  pues  está  hecha  a  mi  imagen».  También  en- 
tendí algunas  cosas  de  la  causa  porque  Dios  se  deleita  con  las 
almas  más  que  con  otras  criaturas,  tan  delicadas  que,  aunque 
el  entendimiento  las  entendió  de  presto,  no  las  sabré  decir. 


LV  (5) 

Habiendo  estado  con  tanta  pena  del  mal  de  nuestro  Pa- 
dre (^),  que  no  sosegaba,  y  suplicando  a  el  Señor  un  día  aca- 
bando de  comulgar  muy  encarescidamente  esta  petición,  que  pues 
El  me  le  había  dado,  no  me  viese  yo  sin  él,  me  dijo:  «No  hayas 
miedo». 


1  En  Sevilla,  año  de  1575. 

2  Matth.,  XVI,  16. 

3  En  Sevilla,   1575.  Corregida  por  la  copia  de  A\árniol. 

4  P.  Jerónimo  Gracián. 


MERCEDES    DE    DIOS  79 


LVI   (lí 

Estando  una  v€z  con  esta  presencia  de  las  Tres  Personas 
que  trayo  en  el  alma,  era  con  tanta  luz,  que  no  se  puede  dudar 
el  estar  allí  Dios  vivo  y  verdadero,  y  allí  se  me  daban  a  en- 
tender cosas  que  yo  no  las  sabré  decir  después.  Entre  ellas  era 
cómo  había  la  F^ersona  del  Hijo  tomado  carne  humana  y  no 
las  demás.  No  sabré,  como  digo,  decir  cosa  de  esto,  que  pasan 
algunas  tan  en  secreto  de  el  alma,  que  parece  el  entendimiento 
entiende  como  una  persona  que,  dormiendo  o  medio  dormida,  le 
parece  entiende  lo  que  se  habla.  Yo  estaba  pensando  cuan  recio 
era  el  vivir  que  nos  privaba  de  no  estar  ansí  siempre  en  aquella 
admirable  compañía,  y  dije  entre  mí:  Señor,  dadme  algún  medio 
para  que  yo  pueda  llevar  esta  vida.  Díjome:  «Piensa,  hija, 
cómo  después  de  acabada  no  me  puedes  servir  en  lo  que  ahora, 
y  come  por  Mí  y  duerme  por  Mí,  y  todo  lo  que  hicieres  sea 
por  Mí,  como  si  no  lo  vivieses  tú  ya,  sino  Yo,  que  esto  es  lo 
que  decía  San  Pablo»  (2). 


LV^II  "> 

Una  vez,  acabando  de  comulgar,  se  me  dio  a  entender  cómo 
este  Sacratísimo  Cuerpo  de  Cristo  le  recibe  su  Padre  dentro 
de  nuestra  alma.  Como  yo  entiendo  y  he  visto  están  estas  Divinas 
Personas,  y  cuan  agradable  le  es  esta  ofrenda  de  su  Hijo,  por- 
que se  deleita  y  goza  con  El,  digamos  acá  en  la  tierra,  porque 
su  Humanidad  no  está  con  nosotros  en  el  alma,  sino  la  Divinidad, 
y  ansí  le  es  tan  aceto  y  agradable  y  nos  hace  tan  grandes  mer- 


1  Sevilla,   1575. 

2  Cfr.   Ribera,   1.   IV,  c.   IV. 

3  Sevilla,   1575. 


80  LflS    RELACIONES 

cedes,  entendí  que  también  recibe  este  sacrificio  aunque  esté 
en  pecado  el  sacerdote,  salvo  que  no  se  comunican  las  mercedes 
a  su  alma  como  a  los  que  están  en  gracia;  y  no  porque  dejen 
de  estar  estas  influencias  en  su  fuerza,  que  proceden  de  esta 
comunicación  con  que  el  Padre  recibe  este  sacrificio,  sino  por 
falta  de  quien  le  ha  de  recibir;  como  no  es  por  falta  del  sol 
no  resplandecer  cuando  da  en  un  pedazo  de  pez,  como  en  uno 
de  cristal.  Si  yo  ahora  lo  dijera,  me  diera  mijor  a  entender; 
importa  saber  cómo  es  esto,  porque  hay  grandes  secretos  en  lo 
interior  cuando  se  comulga.  Es  lástima  que  estos  cuerpos  no  nos 
lo  dejan  gozar. 


LVIII  d' 

Otava  de  Todos  Santos,  tuve  dos  o  tres  días  muy  traba- 
josos de  la  memoria  de  mis  grandes  pecados,  y  unos  temores 
grandes  de  persecuciones,  que  no  se  fundaban  sino  en  que  me 
habían  de  levantar  grandes  testimonios,  y  todo  el  ánimo  que  suelo 
tener  a  padecer  por  Dios  me  faltaba.  Aunque  yo  me  quería  ani- 
mar y  hacía  atos  ij  vía  que  sería  gran  ganancia  a  mi  alma,  apro- 
vechaba poco,  que  no  se  me  quitaba  el  temor  y  era  una  guerra 
desabrida.  Tomé  con  una  letra  adonde  dice  mi  buen  Padre  (2). 
que  dice  San  Pablo  que  no  primita  Dios  que  seamos  tentados  más 
de  lo  que  podemos  sufrir  (3).  Aquello  me  alivió  harto,  mas  no 
bastaba,  antes  otro  día  me  dio  una  aflición  grande  de  verme  sin 
él,  como  no  tenía  a  quien  acudir  con  esta  tribulación,  que  me 
parecía  vivir  en  tan  gran  soledad.  Y  ayudaba  el  ver  que  no  hallo 
ya  quien  me  dé  alivio  sino  él,  que  lo  más  había  de  estar  ausente, 
que  me  €s  harto  gran  tormento. 


1  En  Sevilla,  año  de  1575.  Recuérdese  lo  que  dejamos  dicho  en  la  Introducción  sobre 
la  denuncia  que  hizo  la  novicia  a  la  Inquisición  contra  la  Comunidad  de  las  Carmelitas  Des" 
calzas,  estando  allí  la  santa  Fundadora.  Véase  también  el  capítulo  XXV  de  Las  Fundaciones. 
La  publicamos  conforme  a  la  copia  de  Mármol. 

2  Gracián. 

3  !  ad  Cotinth.,  X,  13. 


MERCEDES    DE    DIOS  81 

Otra  noche  después,  estando  leyendo  en  un  libro,  hallé  otro 
dicho  de  san  Pablo,  que  me  comenzó  a  consolar,  y  recogida 
un  poco,  estaba  pensando  cuan  presente  había  traído  d€  antes 
a  Nuestro  Señor,  que  tan  verdaderamente  me  parecía  ser  Dios 
vivo.  Pensando  en  esto,  me  dijo  y  parecióme  muy  dentro  de  mí, 
como  al  lado  del  corazón,  por  visión  intelectual:  «Aquí  estoy,  sino 
que  quiero  que  veas  lo  poco  que  puedes  sin  Mí»  (1).  Luego  me 
asiguré  y  se  quitaron  todos  los  miedos,  y  estando  la  misma  no- 
che €n  Maitines,  el  mesmo  Señor,  por  visión  inteletual,  tan  gran- 
de que  casi  parecía  imaginaria,  se  me  puso  €n  los  brazos  a  manera 
de  como  se  pinta  la  «Quinta  angustia»  (2).  Hízome  temor  harto 
esta  visión,  porque  era  muy  patente  y  tan  junta  a  mí,  que  me  hizo 
pensar  si  era  ilusión.  Di  jome:  «No  te  espantes  de  esto,  que  con 
mayor  unión,  sin  comparación,  está  mi  Padre  con  tu  ánima». 
Máseme  ansí  quedado  esta  visión  hasta  ahora  representada.  Lo 
que  dije  de  Nuestro  Señor,  me  duró  más  de  un  mes.  Ya  se 
me  ha  quitado. 


LIX  O 

Estando  una  noche  con  harta  pena  porque  había  mucho  que 
no  sabía  de  mi  Padre  (4),  y  aun  no  estaba  bueno  cuando  me  es- 
cribió la  postrera  vez,  aunque  no  era  como  la  primera  pena  de 
su  mal,  que  era  confiada  y  de  aquella  manera  nunca  la  tuve  des- 
pués, mas  el  cuidado  impedía  la  oración,  parecióme  de  presto, 
y  fué  ansí  que  no  pudo  ser  imaginación,  que  en  lo  interior  se 
me  representó  una  luz,  y  vi  que  venía  por  el  camino  alegre,  y 
rostro  blanco,   aunque  de  la  luz  que  vi,   debió  hacer  blanco  el 


1  Hasta  aquí  copia  Mármol.  Lo  siguiente  tráenlo  solamente  los  Códices  de  Avila  y 
Toledo. 

2  La  Virgen  de  los  Dolores,  llamada  también  de  las  Angustias,  principalmente  en  An- 
dalucía, que  representa  a  María  teniendo  en  sus  brazos  el  cuerpo  muerto  de  su  Hijo.  Propia- 
mente, no  es  la  Quinfa,  sino  la  Sexta  Angustia  a  la  que  se  refiere  Santa  Teresa. 

3  En  Sevilla,  Noviembre  de  1575. 

-1     'Jerónimo   Gracián  de  la  Madre  de  Dios. 

II  6 


82  LAS    RELACIONES 

rostro,  que  ansí  me  parece  lo  están  todos  en  el  cielo;  y  he 
pensado  si  de  el  resplandor  y  luz  que  sale  de  Nuestro  Señor 
les  hace  estar  blancos.  Entendí:  «Dile  que  sin  temor  comience 
luego,   que  suya  es  la   Vitoria»    (1). 

Un  día  después  que  vino,  estando  yo  a  la  noche  alabando 
a  Nuestro  Señor  por  tantas  mercedes  como  me  había  hecho,  me 
dijo:    «¿Que   me  pides  tú   que  no  haya  yo  hecho,   hija   mía?». 


LX  í2) 

El  día  que  se  presentó  el  Breve  (3),  como  yo  estuviese  con 
grandísima  atención,  que  me  tenía  toda  turbada,  que  aun  rezar 
no  podía,  porque  me  habían  venido  a  decir  que  Nuestro  Padre 
estaba  en  gran  aprieto,  porque  no  le  dejaban  salir,  y  había  gran 
ruido,  entendí  estas  palabras:  «¡Oh  mujer  de  poca  fe,  sosiégate, 
que  muy  bien  se  va  haciendo!»  Era  día  de  la  Presentación  de 
Nuestra  Señora,  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  cinco.  Pro- 
puse en  mi  si  esta  Virgen  acababa  con  su  Hijo  que  viésemos  a 
nuestro  Padre  libre  destos  frailes,  y  a  nosotras  de  pedirle  orde- 
nase que  en  cada  cabo  se  celebrase  con  solenidad  esta  fiesta  en 
nuestros  monesterios  de  Descalzas.  Cuando  esto  propuse,  no  se 
me  acordaba  de  lo  que  entendí  que  había  el  Padre  de  establecer 
fiesta,  en  la  visión  que  vi.  Ahora,  tornando  a  leer  este  cuader- 
nillo   he  pensado  si  ha  de  ser  esta  la  fiesta  (4). 


1  Dice  Gracián  en  la  Deregrínación  de  Hnastasio,  Diálogo  XVI,  después  de  tepio- 
ducir  esta  merced  divina:  «Esto  era  al  tiempo  que  yo  había  sacado  el  Breve  del  nuncio 
Ormaneto  con  cartas  del  Rey  para  la  visita  de  los  Calzado.s  de  Andalucía  y  venia  a  Se- 
villa a  presentarle,  que  había  tenido  una  enfermedad,  aunque  no  muy  grande».  Es  la  última 
de  la  copia  de  Mármol,  por  la  cual  va  corregida. 

2  Sevilla,   22  de   Noviembre   de  1575. 

3  Después  de  copiar  esta  Relación,  añade  por  su  cuenta  Gracián,  que  presentó  el  Breve 
a  los  Calzados  de  Sevilla  el  día  de  la  Presentación.  Cír.  Peregrinaciones  de  Mnastasio,  Diá- 
logo XVI. 

4  Recibió  Santa  Teresa  esta  merced  en  ocasión  en  que  el  P.  Gracián  comenzaba  la  visita 
lie  los  Carmelitas  Calzados  de  Andalucía  por  encargo  del  Nuncio  de  Su  Santidad.  Recordando 
María  de  San  José  este  favor  de  la  Santa,  escribe:  «Comenzó  su  visita,  la  cual  tomaban  los 
Padres  tan  mal,  que  el  día  que  hubo  de  ir  a  tomar  la  obediencia,  estaban  los  frailes  armados 
para  defenderse,    y  hubo  tal  ruido,  que  vinieron  a  decir  a  nuestra    Madre,  que  estaba   en    ora- 


MERCEDES    DE    DIOS  83 


LXI  ") 

Estando  un  día  en  oración,  sentí  estar  el  alma  tan  dentro 
de  Dios,  que  no  parecía  había  mundo,  sino  embebida  en  el. 
Dióscme  aquí  a  entender  aquel  verso  de  la  Magnifica:  Et  exul- 
iavit  spirltus,  de  manera  que  no  se  me  puede  olvidar   (2). 


LXI  I  ^^ 

Estaba  una  vez  pensando  sobre  el  querer  deshacer  este  mo- 
nesterio  de  Descalzas,  si  era  el  intento  poco  a  poco  irlas  acabando 
todas.  Entendí:  «Eso  pretenden,  mas  no  lo  verán,  sino  muy  al 
contrario»    (4), 


ción  con  todas  sus  monjas,  que  había  muerto  el  Padre  Gracián,  u  lue  estaban  las  puertas  del 
monasterio  cerradas;  g  había  tan  gran  grita  y  ruido,  qi'e  la  Santa  se  turbó  harto,  y  ento  ees 
fué  cuando  le  dijo  nuestro  Señor:  «¡Oh  mujer  de  poca  fe,  sosiégate  que  bien  se  va  haciendo!» 
Era  víspera  de  Nuestra  Señora  de  la  Presentación,  y  prometió  nuestra  A\adre,  si  le  libraba  el 
Señor  u  'e  sacaba  Iiien,  que   le   celebraría   aquella   fiesta   con  gran   solemnidad». 

Hablando  Mármol  en  la  Vida  del  P.  Gracián  acerca  de  la  institución  de  esta  fiesta,  dice:  «Por 
este  propósito  que  dice  aquí  nuestra  Santa  Madre,  que  tuvo  de  pedir  se  ordenase  la  fiesta  de  la 
Presentación,  habla  el  mismo  Padre  Maestro  Gracián  en  una  carta  que  escribió  desde  Roma 
a  la  hermana  .'Wariana  de  Christo,  monja  descalza,  en  el  Convento  de  las  Descalzas  Car- 
melitas de  Barcelona,  y  hermana  de  la  Duquesa  de  César,  por  estas  palabras:  «Y  ya  que  vues- 
tra caridad  e."<  profesa,  sea  mil  veces  de  norabuena,  y  el  particular  de  haber  hecho  los  vo- 
tos día  de  la  Presentación  de  Nuestra  Señora,  me  es  para  mi  particular  motivo  de  encomen- 
dársela cada  día,  como  a  mi  propia  alma,  porque  ese  día  estuve  bien  cerca  de  perder  la  vida 
por  la  Orden,  cuando  andábamos  en  los  primeros  golpes  de  las  fundaciones,  y  viendo  la  Madre 
Teresa  de  Jesús  que  me  tenían  a  puerta  cerrada  cercado  cien  personas  (que  si  entonces  me 
mataran  hubiera  ahorrado  tiempo  tan  mal  gastado  como  después  acá  lie  tenido),  hizo  voto 
que  si  Nuestra  Señora  me  escapaba  de  aquel  trago,  celebrar  aquella  fiesta  con  mucha  soleni- 
dad   y  ella   y   sus   hijas,  y   en   un   tiempo   se   guardaba   esto,   ahora   no  se   nada». 

1  En  el  mismo  monasterio  y  por  la  misma  época. 

2  Véase  la  A\erced  XXIX. 

3  En  el  mismo  monasterio. 

4  Para  la  inteligencia  de  estas  palabras,  reproduciremos  lo  que  escribe  María  de  San 
José  en  su  citado  Libro  de  Recreaciones,  recordando  lo  hecho  por  el  Capítulo  general  de  los 
Carmelitas  Calzados  celebrado  en  Plasencia  de  Italia  en  1575;  tMandóse  también  en  este  Ca- 
pítulo, que  se  le  quitase  a  nuestra  Madre  las  patentes  y  comisiones  que  tenía  para  fundar,  y 
estuviese  reclusa  en  un  monasterio  sin  salir  de  é!,  u  que  los  Descalzos  y  Descalzas  se  cal- 
aasen,  y  cantasen  por  punto  u  otras  cosas  asi.  Escandalizarse  ha  cualquleía  que  oyere  decir, 


84  LAS    RELACIONES 


LXIII  (1) 

Habiendo  comenzado  a  confesarme  con  una  persona  en  una 
ciudad  que  al  presente  estoy,  g  ella  con  haberme  tenido  mucha 
voluntad  y  tenerla  después  que  admitió  el  gobierno  de  mi  alma, 
se  apartaba  de  venir  acá  (2).  Estando  yo  en  oración  una  noche, 
pensando  en  la  falta  que  me  hacía,  entendí  que  le  tenía  Dios  para 
que  no  viniese,  porque  me  convenía  tratar  mi  alma  con  una  perso- 


que  un  varón  tan  santo,  como  de  verdad  lo  era  nuestro  Padre  General,  y  tantos  Padres  gra- 
ves ü  siervos  de  Dios,  hiciesen  un  acto  tan  contra  razón  y  mandasen  deshacer  los  conventos 
que  con  autoridad  apostólica  se  habían  fundado.  Mas  cuando  no  se  oye  sino  a  una  parte,  y 
esa  apasionada,  como  lo  estaban  en  aquella  coyuntura  los  Padres  que  de  España  iban  al,  Ca- 
pítulo, es  cosa  ordinaria  errar  el  juicio  y  tener  por  crimen  lo  que  no  lo  es,  y  más  cuando  el 
demonio  atiza,  como  aquí  debía  de  atizar,  por  deshacer  a  los  Descalzos,  como  Nuestro  Señor 
lo  mostró  a  nuestra  Santa  Madre,  estando  en  esta  coyuntura  en  oración,  y  pidiéndole  que 
no  permitiese  se  deshiciesen  aquellas  casas  de  Descalzos,  dijo  el  Señor:  Eso  pretenden,  mas 
no  lo  verán,  sino  muy  al  contrarío*. 

Ya  por  el  mes  de  Agosto  de  1573  había  recibido  el  P.  Jerónimo  Gracián,  cuando  sólo 
contaba  veinte  u  ocho  años  de  edad,  del  Padre  Francisco  de  Vargas,  dominico.  Visita- 
dor Apostólico  de  los  Carmelitas  Calzados  de  Andalucía,  la  comisión  de  sustituirle,  la  cual 
expiró  con  la  muerte  de  San  Pío  V.  De  nuevo  volvió  a  recibir  el  mismo  encargo  por  orden 
del  nuncio  Ormaneto  en  Agosto  de  1575,  como  escribe  el  mismo  P.  Gracián  por  estas  pala- 
bras: «Acaeció,  pues,  llegando  yo  a  Madrid,  que  viendo  el  rey  don  Felipe  II  ser  necesario 
continuar  la  visita  de  los  Calzados  Carmelitas,  y  de  los  Trinitarios,  Mercenarios,  Mínimos, 
y  Calzados  Franciscos  de  Andalucía,  que  estaba  comenzada  con  Breve  de  Pío  V,  envió  al 
Padre  Olea,  de  la  Compañía  de  Jesús,  para  que  informase  cuan  necesaria  era  esta  continuación 
de  visita,  y  decíase  que  la  quería  hacer  por  mano  de  los  Padres  de  la  Compañía.  Ellos  por 
no  meterse  en  este  conflicto  con  frailes,  insistieron  en  ser  mejor  que  se  hiciese  por  frailes 
de  las  mismas  Ordenes,  y  así  con  nuevas  comisiones  del  nuncio  Ormaneto,  que  tenía  facul- 
tad de  Gregorio  XIII  para  ello,  me  enviaron  a  mí  por  Visitador  Apostólico  de  todos  los 
Carmelitas  Descalzos  y  de  los  Calzados  de  Andalucía.  La  primera  parte  de  esta  comisión 
bien  me  agradó,  porque  no  estando  sujetos  los  Descalzos  a  los  Calzados  no  los  podían 
deshacer,  y  podía  yo  fundar,  como  fundé,  más  de  veinte  conventos  de  ellos,  con  que  la  Con- 
gregación de  los  Descalzos  echó  raíces.  Mas  en  la  segunda,  rehusaba  mi  flaqueza,  temiendo 
la  muerte,  que  infamias  y  afrentas  yo  las  tenía  tragadas,  y  diciendo  yo  este  temor  al  car- 
denal Quiroga,  para  que  intercediese  con  el  Rey  me  descargase  de  los  Calzados,  me  dijo 
con  cólera  santa:  Mátenos:  ¿a  quién  hemos  de  fiar  esto  sino  a  hombres  de  sangre  y  no- 
bleza y  conocido  como  vos,  que  no  tema  la  muerte?;  y  así  con  esta  resolución  de  perder 
la  vida  y  con  el  Breve  del  nuncio  Ormaneto  y  cartas  del  Rey,  torné  a  cnminar  la  vuelta  de 
Andalucía».  (Peregrinaciones  de  Rnastasio,  Diálogo  I,  pág.  27). 

1  Toledo,   Agosto  de  1576. 

2  El  P.  Diego  de  Yepes,  de  la  Orden  de  San  Jerónimo,  autor  de  una  piadosa  vida 
de  la  Santa  y  más  tarde  obispo  de  Tarazona.  Por  la  declaración  del  P.  Yanguas  en  las 
Informaciones  de  Segovia,  sabemos  que  este  Padre  aconsejó  a  la  Santa  se  confesase  en 
Toledo  con  Yepes,  Prior  en  aquel  tiempo  del  convento  de  la  Sisla.  Dice  el  P.  Yepes  que 
en  varias  ocasiones,  al  disponerse  para  subir  a  confesarla,  se  le  ofrecían  en  el  momento 
trabajos  y  negocios  que  se  lo  impedían.  A  lo  que  parece,  todo  era  ordenamiento  de  Dios 
para  que  comunicase  su  espíritu  con  el  doctor  Vclázquez,  como  ya  lo  notó  el  P.  Gracián, 
conocedor  de  esta  revelación  de  la  Madre.  La  Santa,  sin  embargo,  continuó  confesándose 
algunas  veces  con  el  P.  Yepes. 


MERCEDES    DE    DIOS  85 

na  del  mismo  lugar.  A  mí  me  pesó  por  haber  de  conocer  condi- 
ción nueva,  que  podía  ser  no  me  entendiese  y  inquietase  y  por 
tener  amor  a  quien  me  hacía  esta  caridad;  aunque  siempre  que 
vía  u  oía  predicar  a  esta  persona,  me  hacía  contento  espiritual, 
y  por  tener  muchas  ocupaciones  esta  persona,  también  me  parecía 
inconveniente.  Díjome  el  Señor:  «Yo  haré  que  te  oya  y  te  en- 
tienda. Declárate  con  él,  que  algún  remedio  será  de  tus  traba- 
jos». Esto  postrero  fué,  sigún  pienso,  porque  estaba  yo  entonces 
fatigadísima  de  estar  ausente  de  Dios.  También  me  dijo  entonces 
Su  Majestad,  «que  bien  vía  el  trabajo  que  tenía;  mas  que  no 
podía  ser  menos  mientra  viviese  en  este  destierro,  que  todo  era 
para  más  bien  mío»,  y  me  consoló  mucho.  Ansí  me  ha  acaecido, 
que  huelga  de  oírme,  y  busca  tiempo  y  me  ha  entendido  y  dado 
gran  alivio.  Es  muy  letrado  y  santo. 


LXIV  (1) 


Estando  un  día  de  la  Presentación  encomendando  mucho 
a  Dios  a  una  persona,  y  parecíame  que  todavía  era  inconvi- 
niente  el  tener  renta  y  libertad,  para  la  gran  santidad  que  yo 
le  deseaba,  púsoseme  delante  su  poca  salud  y  la  mucha  luz  que 
daba  a  las  almas,  y  entendí:  «Mucho  me  sirve,  mas  gran  cosa 
es  siguirme  desnudo  de  todo  como  yo  me  puse  en  la  cruz.  Dile 
que  se  fíe  de  Mí».  Esto  postrero  fué  porque  me  acordé  yo  que 
no  podría  con  su  poca  salud  llevar  tanta  perfeción. 


1      Toledo,   Agosto  de  1576. 


86  LAS    RELACIONES 


LXV 

Estando  una  vez  pensando  la  pena  que  me  daba  el  comer 
carne  y  n¡o  hacer  penitencia,  entendí,  «que  algunas  veces  era 
más  amor  propio  que  deseo  della»  (1). 


LX  (2) 

Estando  una  vez  con  mucha  pena  de  haber  ofendido  a  Dios, 
me  dijo:  «Todos  tus  pecados  son  delante  de  Mí  como  si  no 
fueran;  en  lo  porvenir  te  esfuerza,  que  no  son  acabados  tus 
trabajos». 


LXI  (3) 

Estando  en  San  Josef  de  Avila,  víspera  de  Pascua  del  Es- 
píritu Santo,  en  la  ermita  de  Nazaret,  considerando  en  una  gran- 
dísima merced  que  nuestro  Señor  me  había  hecho  en-  tal  día 
como  éste,  veinte  años  había  (4),  poco  más  a  menos,  me  comenzó 


1  Los  prelados  i)  confesores,  atendiendo  a  las  enfermedades  que  con  harta  frecuencia 
padecía  la  Santa,  la  prohibían  hacer  muchas  <Ie  las  penitencias  que  su  fervor  pedía,  y  hasta  le 
mandaban  en  ocasiones  comer  de  carne.  Dice  Mana  del  i^iacimiento  en  las  Informaciones  de 
Madrid,  que  «estando  en  Toledo  mala  nuestra  Santa,  le  mandaron  los  médicos  comiese  carne, 
lo  cual  ella  repugnó  mucho.  Y  al  fin,  convencida,  dijo  que  no  la  comería  si  no  era  dándole  li- 
cencia primero  su  confesor,  que  era  el  P.  Fray  Diego  de  Yepes,  y  estaba  media  legua  de  allí  (en 
el  monasterio  de  la  Sisla),  y  al  fin  le  hubieron  de  traer». 

2  En  Toledo,  1576  o  1577. 

3  En  San  José  de  Avila,  afio  de  157'),  6  de  Junio.  El  original  de  esta  interesante  merced 
está  en  el  Libro  de  las  Fundaciones,  en  una  hoja  pegada  al  fin  del  capítulo  XXVIl.  El  de  las 
Descalzas  del  Corpus  Christi  de  Alcalá  de  Henares,  no  es  autógrafo,  sino  que  está  compuesto 
de  letras  cortadas  de  otros  escritos  de  la  Santa.  Las  Carmelitas  Descalzas  de  Ñapóles  poseen 
otro   ejemplar  que  pasa  por  autógrafo. 

k      Habla  de  este  favor  en  el  capítulo  XXXVIII  de  la  Vida. 


MERCEDES    DE    DIOS  87 

un  ímpetu  y  hervor  grande  de  espíritu,  que  me  hizo  suspender. 
En  este  gran  recogimiento  entendí  de  nuestro  Señor  lo  que  ahora 
diré:  «Que  dijese  a  jestos  Padres  Descalzos  de  su  parte,  que  pro- 
curasen guardar  estas  cuatro  cosas,  y  que  mientra  las  guardasen, 
siempre  iría  en  más  crecimiento  esta  Relisión,  y  cuando  en  ellas 
faltasen,  entendiesen  que  iban  menoscabando  de  su  principio.  La 
primera,  que  los  cabezas  (1)  estuviesen  conformes.  La  segunda  (2), 
que  aunque  tuviesen  muchas  casas,  en  cada  una  hubiese  pocos 
frailes.  La  tercera,  que  tratasen  poco  con  seglares,  y  esto  para 
bien  de  sus  almas.  La  cuarta,  que  enseñasen  más  con  obras 
que  con  palabras.  Esto  fué  año  de  MDLXXIX.  Y  porque  es 
gran   verdad,   lo  firmo  de  mi   nombre.   Teresa  de   Jesús. 


1  Así  lo  escribe  la  Santa  y  con  mucha  propiedad,  por  cierto,  aunque  en  las  ediciones  pu- 
blicadas hasta  ahora  siempre  se  dice    las  cabezas». 

2  Santa  Teresa  escribe  en  cifra  esta  palabra  en  la  forma  siguiente:    La  ¡I,  que  aunque  etc. 


APÉNDICES 

AL    LIBRO    DE    LA   VIDA    DE    SANTA    TERESA    DE    JESÚS 


APÉNDICES 


DOCUMENTOS    REFERENTES   R   LA   SANTA   Y   A   SUS   OBRAS   (1). 


CÉDULA  EN  QUE  D.  ALONSO  SÁNCHEZ  DE  CEPEDA  TENIA  APUNTADA  LA  FECHA 
UtX  NACIMIENTO  DE  SU  HIJA  TERESA. 


En  miércoles,  veinte  y  ocho  días  del  mes  de  marzo  de  quinientos  y 
quince  años,  nació  Teresa,  mi  hija,  a  las  cinco  horas  de  la  mañana, 
media  hora  más  o  menos,  que  fué  el  dicho  miércoles,  casi  amanecido. 
Fueron  su  compadre  Vela  Núñez,  y  la  madrina  doña  María  del  Águila, 
fija   de    Francisco   de    Pajares    (2). 


1  Para  la  publicación  de  documentos,  en  cuanto  nos  sea  posible,  seguiremos  el  orden 
cronológico  en  relación  con  los  hechos  sucesivos  de  la  biografía  de  la  Santa,  A  no  ser  en  casos 
excepcionales,  adoptamos  la  ortografía  moderna  por  las  razones  que  dejamos  cosignadas  en  las 
páginas  CXIll  y  CXIV  de  los  Preliminares. 

2  La  hoja  donde  el  padre  de  Santa  Teresa  apuntaba  el  nacimiento  de  sus  hijos  estuvo  en 
poder  de  la  M.  María  de  San  José,  como  ella  misma  dice  en  el  Libro  de  Recreaciones,  ha- 
blando de  los  hermanos  de  la  Santa:  «Esto  que  yo  aquí  he  puesto  está  sacado  de  escrituras 
antiguas,  que  dicen  de  sus  abuelos  ser  parroquianos  en  S.  Juan,  adonde  echan  suerte  los  hijos- 
dalgos,  y  así  las  echaron  sus  hijos  y  abuelos,  y  no  he  hallado  más  hermanos,  ni  están  escritos 
en  el  libro  donde  su  padre  escribía  los  nacimientos  de  sus  hijos,  porque  la  hoja  de  esto  tengo 
ÜO  en  mi  poder  de  la  letra,  como  he  dicho,   del  padre  de  nuestra  madre». 

Esta  hoja  vino  a  parar  más  tarde  a  nuestro  convento  de  Pastrana,  como  dice  el  P.  Antonio 
de  S.  Joaquín  en  el  Mño  Teresiano,  día  28  de  Marzo,  La  Santa  solía  llevar  en  su  breviario  la 
fecha  de  su  nacimiento,  que  por  cierto  le  pone  un  día  más  tarde:  «Miércoles,  dice,  día  de  San 
Bertoldi,  de  la  Orden  del  Carmen,  a  29  días  de  Marzo  de  1515,  a  las  cinco  de  la  mañana,  nació 
Teresa  de  Jesús,  la  pecadora'.  El  breviario  donde  estaba  escrita  esta  nota,  venerábase  en  las 
Carmelitas  Descalzas  de  Lisboa  desde  los  tiempos  del  P.  Gracián,  quien  tal  vez  lo  regalaría  a 
aquellas  religiosas.  Este  Padre  puso  en  él  la  siguiente  nota.  «Este  breviario  era  de  la  Madre 
Teresa  de  Jesús,  que  rezaba  en  él  cuando  Nuestro  Señor  la  llevó  al  cielo  desde  Alba,  y  purque 
es  así  verdad,  lo  firmé  de  mi  nombre.— Frsi/  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios».  La  fe- 


92  APÉNDICES 


II 


ESCRITURA   DE   DOTE  HECHA  POR   LA   SANTA   AL  TOMAR   EL  HABITO  EN   LA 
ENCARNACIÓN  (1). 


Entrada,  pues,  en  el  convento  la  santa  doncella  (2),  no  luego  le  die- 
ron el  hábito,  sino  que  primero  avisaron  a  su  padre;  el  cual,  vista  la  de- 
terminación tan  firme  de  su  hija,  aunque  por  amarla  mucho  quisiera  te- 
nerla siempre  consigo,  no  quiso  impedirla  su  santo  propósito,  sino 
ayudarla  en  todo  lo  que  fuese  menester.  Trataron  luego  de  la  dote,  y 
lo  demás  que  era  necesario  para  el  sustento  y  ajuar  de  la  novicia»,  y  se 
hicieron  los  conciertos  y  obligaciones  de  una  y  otra  parte  ante  escri- 
bano y  testigos,  como  consta  de  las  Escrituras  auténticas  que  el  año  de 
mil  seiscientos  y  once  se  hallaron  en  poder  de  Juan  González,  escribano 
público,  y  uno  de  los  cinco  del  número  de  la  villa  de  ñlba  de  Tormes 
y  su  jurisdicción.  Las  cuales  Escrituras  pondré  aquí,  como  en  el  ori- 
ginal se  contienen,  en  lo  que  hacen  a  nuestro  propósito,  por  conservar 


cha  de  la  Santa  está  equivocada;  además,  el  29  de  Marzo  de  aquel  año  no  fué  miércoles  sino 
jueves.  Quizá  se  copiase  mal  el  texto  de  la  Santa;  pero  como  se  ignora  donde  para  actualmente 
el  breviario  de  Lisboa,  no  es  posible  compulsarlo  con  las  versiones  publicadas. 

Fué  bautizada  Santa  Teresa  el  día  4  de  Abril,  Miércoles  de  Semana  Santa,  y  día  en  que 
se  dijo  la  primera  misa  en  el  monasterio  de  la  Encarnación,  como  observa  María  Pinel  en  un 
escrito  que  publicaremos  más  adelante.  Aun  se  conserva  en  la  parroquia  de  San  Juan,  a  la  que 
pertenecían  los  padres  de  Santa  Teresa,  la  pila  en  que  fué  bautizada,  cerrada  hoy  por  un  en" 
verjado,  que  costeó,  según  el  Año  Teresiano,  t.  IV,  p.  59,  D.a  Teresa  Farfán,  con  una  pintura 
que   representa  a  la   Santa  y  una  inscripción  que  dice  así: 

VIGÉSIMA   OCTAVA  MARTII 

TERESIA    OBORTA 

APRILIS  ANTE  NONAS  EST 

SACRO  FONTE  RENATA 

M.   D.   X.   V. 

Francisco  Vela  Nuñez  fué  quien,   con  D.   Blasco   Vela  Núñez,  su  hermano  y  primer  virrey 

del    Perú,    dio  la  famosa   batalla   de   Iñaquito    cerca   de  la    capital    del  Ecuador,    en    Enero   del 

1546,  contra   Gonzalo  Pizarro.   Al  lado  de  los  Velas  luchaban  cinco  hermanos  de  Santa  Teresa, 

según   dejamos  escrito   en  nota  al   capítulo  IV  de   la   Vida,  p.    19.   Doña  María   del  Águila,  era 

hija  de  Francisco  de  Pajares,  deudo  y  grande  amigo  de  D.  Alonso  y  a  quien  la  Madre  de  Santa 

Teresa  nombró  testamentario  suyo. 

1  No  están  de  acuerdo  los  biógrafos  de  la  Santa  en  señalar  el  día  que  tomó  el  hábito. 
El  P.  Ribera,  lib.  I,  c.  IV,  Yepes,  1.  I,  c.  IV,  y  María  Pinel  en  la  Historia  manuscrita  de  la 
Encamación,  dicen  que  fué  en  2  de  Noviembre  de  1535.  Los  Bolandos,  ñcta  S.  Teresiae, 
n.  82,  D.  Vicente  de  la  Fuente,  en  Casas  y  Recuerdos  de  Sta.  Teresa  en  España,  c.  III,  p.  76, 
lo  retrasan  al  año  de  1533.  En  cambio,  los  historiadores  del  Carmen  asignan  el  de  1536;  así 
el  P.  Francisco  de  Santa  María,  Reforma  de  los  Descalzos,  lib.  I,  c.  VIII,  y  el  P.  Jerónimo  de 
San  José,  como  puede  verse  en  los  documentos  que  de  él  copiamos  y  que  dirimen  la  cuestión 
definitivamente.  Santa  Teresa  tomó  el  hábito  el  2  de  Noviembre  de  1536,  a  los  veintiún  años, 
siete  meses  y  seis  días  de  edad.  A  la  escritura  de  dote  que  transcribimos  y  a  la  renuncia  de  su 
legítima  en  su  hermana  D.a  Juana,  añadiremos  luego  una  prueba  más,  que  nos  da  el  Padre 
Andrés  de  la  Encarnación. 

2  Copiado  de  la  Historia  del  Carmen  Descalzo,  lib.  II,  cap.  VIII. 


APÉNDICES  93 

algo  de  la  venerable  antigüedad  y  estilo  de  aquel  tiempo,  dejando 
algunas  cláusulas  que  solamente  son  formulares  y  cauciónales.  La  pri- 
mera escritura  dice  así:  «la  Dei  nomine  Amen.  Sepan  cuantos  este  pú- 
blico instrumento  vieren,  cómo  estando  en  el  monasterio  de  Nuestra 
Señora,  Santa  María  de  la  Encarnación,  extramuros  de  la  noble  ciudad 
de  ñvila,  de  la  Orden  del  Carmen,  a  treinta  y  un  días  del  mes  de 
Otubrc,  año  del  nacimiento  de  nuestro  Salvador  Jesucristo,  de  mil  e 
quinientos  e  treinta  e  seis  años;  estando  las  muy  reverendas  señoras, 
priora,  monjas  e  convento  del  diclio  monasterio  juntas  a  su  Capítulo,  a 
el  locutorio  del  dicho  monasterio,  tras  las  redes,  a  campana  tañida, 
según  que  lo  lian  de  uso  e  de  costumbre,  para  las  cosas  tocantes  al  dicho 
monasterio,  conviene  a  saber:  la  muy  reverenda  y  magnífica  señora  doña 
Francisca  del  Águila,  priora  del  dicho  monasterio,  doña  María  Cimbrón, 
supriora,  e  doña  María  de  Luna,  e  Isabel  Valle,  e  Inés  de  Ceballos, 
Ana  Múñez,  e  Catalina  de  la  Concepción,  e  Inés  de  Oliva,  e  Mari-Bonal, 
y  Elvira  de  Saona,  y  Ana  de  la  Purificación,  e  Beatriz  Bautista,  e 
doña  Aldonza  Loarte,  e  Francisca  Briceño,  e  Ana  de  Vergas,  e  Fran- 
cisca de  Vergas,  e  María  de  Vega,  e  doña  Ana  Girón,  e  Juana  Suárez, 
e  doña  Beatriz  Chacón,  e  doña  Isabel  de  Avila,  e  doña  Beatriz  Juárez, 
e  doña  Juana  del  Águila,  e  Catalina  de  Valdivieso,  e  Francisca  Bullón,  e 
María  Juárez,  e  María  Bautista;  monjas  profesas  del  dicho  monasterio 
e  otras  monjas:  estando  presente  en  el  dicho  monasterio  con  las  dichas 
señoras  religiosas,  tras  las  redes  del  la  señora  doña  Teresa  de  Ahumada, 
hija  de  los  señores  Alonso  Sánchez  de  Cepedaí  e  doña  Beatriz  de  Ahu- 
mada, su  mujer,  ya  difunta,  que  sea  en  gloria;  estando  asímesmo  pre- 
sente en  el  dicho  locutorio,  fuera  de  las  redes,  por  la  parte  de  afuera, 
el  dicho  señor  Alonso  Sánchez  de  Cepeda,  en  presencia  de  mí  el  no- 
tario público,  e  testigos  infraescritos.  Luego  la  dicha  señora  priora, 
monjas  e  convento,  dijeron,  que  por  cuanto  ellas  tenían  concertado  con 
el  dicho  señor  Alonso  Sánchez  de  Cepeda  de  recebir  en  el  dicho  mo- 
nasterio por  monja  e  religiosa  de  velo,  y  del  coro  del  dicho  monasterio 
a  la  dicha  doña  Teresa  de  Ahumada  su  hija,  que  presente  estaba,  con 
el  dote  y  según  que  adelante  hará  mención.  Por  ende,  todas  unánimes 
y  conformes,  e  nemine  discrepante,  por  sí,  e  por  el  dicho  monasterio,  e 
por  las  otras  religiosas  del,  e  por  sus  sucesores,  dijeron  que  recebían 
c  recebieron  desde  agora  por  monja  de  vela  y  del  coro  del  dicho  mo- 
nasterio, a  la  dicha  doña  Teresa  de  Ahumada,  para  la  tener  y  alimentar 
en  el  dicho  monasterio  todos  los  días  de  su  vida  e  dar  los  alimentos  e 
sustentación  que  oviere  menester,  como  a  las  otras  religiosas  del  coro 
del  dicho  monasterio,  por  razón  que  el  dicho  Alonso  Sánchez  da  con  ella 
al  dicho  monasterio  e  convento  de  la  Encarnación  de  la  dicha  ciudad  de 
Avila,  en  dote,  y  para  su  alimento  y  sustentación,  veinte  u  cinco  fanegas 
de  pan  de  renta,  por  mitad  trigo  e  cebada,  en  heredad  que  lo  rente  en 
el  lugar  e  término  de  Goterrendura,  jurisdición  de  la  dicha  ciudad.  La 
cual  heredad  les  ha  de  dar  que  rente  el  dicho  pan,  sin  aboyo  alguno, 
para  el  día  que  la  dicha  doña  Teresa  hiciere  profesión,  e  recibiere  el 
velo,  que  será  después  que  haya  pasado,  e  cumplido  año  e  día  que 
haya  estado  con  el  liábito  en  el  dicho  monasterio.  Y  en  defeto  de  no 
les  dar  el  dicho  pan  de  renta  para  el  dicho  termino,  que  les  de  en 
lugar    dello,    e    por    ello,    dozientos    ducados    de    oro,    en    que    montan 


94  APÉNDICES 

setenta  y  cinco  mil  maravedís;  cual  mas  quisiere  dar  el  dicho  Rlonso 
Sánchez,  o  el  dicho  pan  de  renta,  o  los  dichos  docientos  ducados  de 
oro,  cumplido  el  dicho  año  y  dia  de  noviciado.  E  que  para  el  día  de 
Nuestra  Señora  de  Agosto  del  año  venidero  de  mil  quinientos  e  treinta 
y  siete  años,  les  dé  el  dicho  Alonso  Sánchez  las  dichas  veinte  y  cinco 
fanegas  de  pan,  por  mitad  trigo  e  cebada,  puestas  en  el  dicho  lugar 
de  Goterrendura,  para  los  alimentos  de  la  dicha  doña  Teresa  del  año 
del  noviciado;  e  más  les  ha  de  dar  una  cama  para  la  dicha  doña  Tere- 
sa, que  tenga  una  colcha,  e  unos  paramentos  de  raz  e  una  sobrecama, 
e  una  manta  blanca^,  e  una  frazada,  e  seis  sábanas  de  lienzo,  e  seis  al- 
mohadas, e  Idos  colchones,  e  una  alombra,  e  dos  cogines,  e  una  cama 
de  cordeles.  E  vestir  a  la  dicha  doña  Teresa  de  los  vestidos  e  hábitos 
necesarios  para  su  entrada  y  profesión:  en  que  le  ha  de  dar  para 
todos  hábitos,  uno  de  helarte  y  otro  de  veintidoseno;  e  tres  sayas,  una 
de  grana,  e  otra  blanca  e  otra  de  Palencia;  e  dos  mantos,  uno  de 
grana  e  otro  de  estameña;  e  un  zamarro,  e  sus  tocados,  e  camisas  c 
calzado  y  los  libros,  como  se  da  a  las  otras  religiosas. 

E  mas  ha  de  dar  de  presente,  a  la  entrada,  una  colación  para  todo 
el  convento  e  velas  de  cera.  E  más  para  el  día  que  recibiere  el  velo, 
ha  de  dar  al  dicho  convento  una  colación  e  una  comida,  e  a  cada 
religiosa  un  tocado  o  su  valor,  según  es  costumbre  del  dicho  monasterio. 
Esto  por  razón  de  las  legítimas  herencias  que  a  la  dicha  doña  Teresa 
c  al  dicho  monasterio  e  convento  en  su  nombre,  por  razón  de  su  ingreso 
le  pertenecen  c  pueden  pertenecer  de  los  bienes  y  herencias  y  sucesiones, 
así  de  la  dicha  doña  Beatriz  de  Ahumada,  su  madre,  difunta,  como  del 
dicho  Alonso  Sánchez,  su  padre,  como  de  Hernando  de  Ahumada,  y  Rodri- 
go y  Lorenzo,  e  Antonio,  e  Pedro,  y  Jerónimo,  e  Agustín,  e  doña  juana  de 
Ahumada,  sus  hermanos,  hijos  de  los  dichos  Alonso  Sánchez  e  doña  Bea- 
triz de  Ahumada,  u  de  cualesquier  dellos,  después  de  sus  días,  ex  testa- 
mento, o  ab  intestato,  o  en  otra  cualquiera  manera,  con  tal  que  si  los 
dichos  sus  hermanos  hicieren  alguna  manda  particular  por  donación  o 
otra  última  voluntad  al  dicho  monasterio  e  convento,  o  a  la  dicha 
doña  Teresa,  que  lo  puedan  gozar  c  haber,  conforme  a  derecho  e 
leyes  destos  Reinos,  demás  desta  dicha  dote;  no  obstante  la  renuncia- 
ción que  de  los  dichos  bienes  e  legítimas  adelante  harán  en  el  dicho 
Alonso  Sánchez.  La  cual  dicha  dote  de  las  dichas  veinte  y  cinco  fanegas 
de  pan  de  renta,  u  de  los  dichos  docientos  ducados,  por  el  haber,  cama, 
e  vestidos,  e  gastos  de  entrada  e  profesión,  e  velo,  confesaron  ser 
suficiente  e  competente  para  la  sustentación  e  alimentos  de  la  dicha 
doña  Teresa,  e  por  tal  la  habían  e  tenían,  según  la  cantidad  y  calidad 
desta  hacienda  de  los  dichos  Alonso  Sánchez  y  doña  Beatriz  de  Ahumada, 
su  mujer,  y  el  mucho  número  de  hijos  que  tienen.  E  habida  considera- 
ción a  ser  la  dicha  doña  Teresa  hija  de  nobles  padres  y  deudos,  y 
persona  de  loables  costumbres,  etc.»  Lo  restante  de  la  dicha  escritura, 
son  cláusulas  prolijas,  de  aceptaciones,  renunciaciones  y  cauciones  de 
una  y  otra  parte.  Testificóla  Vicente  de  San  Andrés,  Notario  público 
de  la  ciudad  de  Avila,  y  fueron  testigos  Jerónimo  Xuárez  y  Diego  Mcxía, 
y    Francisco    de    la    Cena,    vecinos    de    la    mesma    ciudad». 


APÉNDICES  95 


III 


RENUNCIA   LA   SANTA   SU   LEGITIMA   EN   FAVOR   DE   SU   HERAIANA   D.a   JUANA. 


Continúa  el  P.  Jerónimo:  «ñquel  mismo  día  se  iiizo  otra  escritura 
en  que  otorgó  la  Santa  una  cesión  y  renunciación  de  la  legítima  de  su 
hermano  Rodrigo  de  Cepeda,  que  se  la  dejaba  por  su  testamento.  De 
la  cual  escritura  también  trasladaremos  otro  pedazo,  que  dice  y  em- 
pieza así:  «Sepan  cuantos  esta  carta  de  cesión  y  renunciación  vieren, 
como  yo  doña  Teresa  de  Ahumada,  hija  de  Alonso  Sánchez  de  Cepeda 
y  de  doña  Beatriz  de  Ahumada,  su  mujer,  ya  difunta,  que  Dios  haya  en 
gloria,  mis  señores  padres,  vecina  de  la  noble  ciudad  de  Avila,  con  licen- 
cia e  autoridad,  y  expreso  consentimiento,  que  para  lo  que  de  yuso  se 
hará  mención,  pido  e  suplico  a  vos  el  dicho  Alonso  Sánchez  de  Cepeda, 
mi  señor  e  padre,  que  presente  estáis,  e  yo  el  dicho  Alonso  Sánchez  de 
Cepeda,  que  presente  estoy,  así  lo  otorgo,  e  conozco  que  doy  e  otorgo 
la  dicha  licencia  a  vos  la  dicha  doña  Teresa  de  Ahumada  mi  !iija,  para 
lo  de  yuso  contenido,  e  para  cada  cosa  dello,  e  consiento  en  ello; 
la  cual  licencia  me  obligo  de  no  revocar,  ni  contradecir,  ahora  ni  en 
tiempo  alguno,  so  obligación  que  hago  de  mi  persona  e  bienes.  Por 
ende,  yo  la  diclia  doña  Teresa,  aceptando,  como  acepto,  la  dicha  licen- 
cia, e  usando  della  digo:  que  por  cuanto  yo  estoy  determinada,  si  plu- 
guiere a  la  voluntad  de  Dios  nuestro  Señor,  de  entrar  en  Religión, 
e  recebir  el  hábito  de  Nuestra  Señora  en  el  Monasterio  c  casa  de 
la  Encarnación,  extramuros  desta  dicha  ciudad,  y  dejar  este  mundo, 
y  las  cosas  del  como  vanas  y  transitorias,  como  siempre  por  mí  ha  sido 
deseado,  para  la  cual  entrada  ha  muchos  días  que  pedí  licencia  al 
dicho  Alonso  Sánchez,  mi  señor;  la  cual  él  me  ha  dado  con  su  ben- 
dición, y  me  dota  suficientemente,  según  lo  tiene  concertado  con  la 
señora  priora  e  convento  del  dicho  monasterio.  E  por  cuanto  Rodrigo 
de  Cepeda,  mi  hermano,  que  está  alísente,  en  un  testamento  que  hizo 
c  otorgó  ante  Alonso  de  Segovia,  escrtbano  público  y  del  número  desta 
dicha  ciudad,  me  mandó  la  legítima  que  a  él  le  pertenecía  de  la  dicha 
doña  Beatriz  de  Ahumada,  nuestra  madre  ya  difunta:  por  ende,  otorgo, 
e  conozco  por  esta  presente  carta,  que  cedo,  e  renuncio,  e  traspaso  para 
siempre  jamás  en  doña  Juana  de  Ahumada,  mi  hermana,  que  está 
ausente,  bien  así  como  si  estuviese  presente,  para  ella  y  para  sus 
herederos  y  sucesores,  la  legítima  que  de  la  dicha  nuestra  madre  per- 
tenece al  dicho  Rodrigo  de  Cepeda,  nuestro  hermano,  según  e  de  la 
manera  quel  dicho  Rodrigo  de  Cepeda  me  lo  mand'ó,  e  manda  por  su 
testamento,  &».  Las  demás  cláusulas  son  como  las  de  la  escritura  pa- 
sada, formulares  y  cauciónales.  Su  fecha  es,  como  se  ha  dicho,  el  mismo 
día  y  año;  el  escribano  que  la  testificó  Francisco  de  Triviño,  de  el 
número  de  los  de  la  dicha  ciudad  de  Avila.  Los  testigos  el  bachiller 


%  APÉNDICES 

Cosme  Martínez,  cura  de  Santiago,  Vicente  de  San  ñndrés  y  Diego 
Mcxía,  vecino  de  la  misma  ciudad. 

»Hechas  estas  escrituras  y  conciertos  se  trató  de  dar  el  hábito  a 
la  novicia;  el  cual  recibió  con  grande  fiesta  y  solemnidad  a  los  dos 
días  del  mes  de  Noviembre  del  año  de  1536,  siendo  la  santa  de  edad 
de  veinte  y  un  años  y  siete  meses,  y  Pontífice  Paulo  III,  emperador 
y  rey  de  España  Carlos  V,  General  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del 
Carmen  Nicolao  Audet,  y  Provincial  de  Castilla  el  Padre  Fr.  Anto- 
nio de  Lara  (1). 

»La  causa  deste  yerro  fué,  que  como  hallaron  que  tomó  el  hábito 
aquel  día  de  las  Animas,  y  la  Santa  en  su  libro  cuenta  seguidamente 
eslo,  con  el  salir  de  casa  de  su  padre  y  tomarle,  creyeron  que  había 
sido  todo  en  un  mismo  día.  El  en  que  salió  no  es  cierto;  pero,  sivalen 
conjeturas,  parece  sería  el  de  la  fiesta  de  San  Simón  y  Judas,  que  es 
a  veinte  ¡j  ocho  de  Octubre  y  la  más  próxima  al  día  en  que  se  hicieron 
las  escribirás,  que  fué,  como  dicho  es,  a  treinta  y  uno;  porque  algo 
habemos  de  dar  de  intervalo,  para  la  novedad  del  caso,  para  el  des- 
consuelo de  su  padre,  para  el  concierto  de  la  dote,  y  lo  demás  que 
se  presume  antecedería  al  acto  de  tomar  el  hábito,  que  se  hizo  con 
solemnidad.  Pero  en  esto  va  poco;  y  lo  que  importa,  que  es  el  día  y 
aíío   en   que  le  tomó,   es  cierto,   como  queda   asentado». 


1  Adei:iás  de  la  Escritura  de  dote  u  renuncia  de  la  legítima,  aprobadas  por  el  Provincial  de 
los  Calzados  con  fecha  11  de  Octubre  de  1537,  el  P.  Andrés  menciona  otra  tercera  que  con  ellos 
estaba  hecha  por  D.  Alonso  Sánchez  de  Cepeda,  a  23  de  Octubre  del  mismo  año,  en  la  que  se 
lee:  «Que  po;  cuanto  su  hija  era  de  próximo  para  hacer  profesión  ij  quedó  en  su  licencia  darla, 
o  200  ducados  o  25  fanegas  de  pan  de  renta,  determinaba  darla  esto  segundo».  Existía  en  tiempo 
del  P.  Andrés  copia  notarial  de  todas  estas  escrituras  en  nuestro  convento  de  Segovia,  pero  se 
perdió  en  los  saqueos  de  la  Francesada,  o  quizá  cuando  la  exclaustración  del  año  35.  Lástima 
que  el  inteligente  investigador  de  las  cosas  de  la  Santa  no  sacase  un  traslado.  Mientras  vivió 
D.  Alonso  pagó  las  fanegas  de  dote  convenidas,  g  después  de  su  muerte  el  cufiado  de  la 
Santa,  D.  Martín  de  Guzmán  Barrientos,  como  veremos  en  el  Epistolario.  (Cfr.  Memorias  His- 
toriales, 1.  R,  n.  288). 


APÉNDICES  97 


IV 


FECHA      DE     Lft     MUERTE     DE     LOS     PADRES     DE     SANTA     TERESA     Y     LUGAR     DE     SU 
ENTERRAMIENTO     (1). 


En  el  capítulo  primero  del  Libro  de  la  Vida  habla  la  Santa  de 
su  buena  madre,  y  dice  que  cuando  murió  tenía  ella  «doce  años, 
poco  menos».  Ni  Ribera  (libro  I,  c.  4),  ni  Ycpes,  (libro  I,  c.  2),  pu- 
sieron ningún  reparo  a  estas  palabras  de  la  inmortal  Fundadora.  De 
ser  cierto  que  Santa  Teresa  tenía  doce  años  solamente  cuando  murió 
su  madre,  la  muerte  hubo  de  ocurrir,  lo  más  tardei,  a  fínes  de  Marzo 
de  1527.  La  fecha  es  evidentemente  equivocada,  porque  el  testamento 
de  D.a  Beatriz,  del  que  sacó  en  1762  una  copia  el  P.  Manuel  de  Santa 
María  de  otra  que  se  conservaba  en  el  hospital  de  la  Misericordia, 
de   Avila,  lleva   fecha   de  2^4  de   Noviembre   de   1528. 

¿Murió  poco  después  D.a  Beatriz  de  Ahumada?  Pudiera  ser  que 
la  madre  de  la  Santa  se  hubiese  resuelto  a  otorgar  testamento  en 
vista  de  una  muerte  próxima;  este  peligro,  sin  embargo,  no  se  con- 
signa en  él.  Nada  se  puede  sacar  de  los  archivos  parroquiales  de  Gota- 
rrendura  ni  de  San  Juan  de  Avila,  porque  no  se  guardan  en  ellos  do- 
cumentos   de    aquella    fecha;    todos    son    bastante    posteriores. 

Por  otra  parte,  las  declaraciones  de  los  testigos  que  en  15  de 
Octubre  de  1544  se  tomaron  en  los  autos  del  pleito  acerca  de  la  cu- 
raduría de  los  bienes  de  D.  Alonso  de  Cepeda,  no  están  concordes 
al  señalar  la  fecha  de  la  muerte  de  D.a  Beatriz.  Mientras  los  testigos 
Juan  Ximénez  y  Alonso  Bengrilla  (Venegrilla),  aseguran  que  haría 
como  trece  o  catorce  años  que  había  muerto,  Sebastián  Gutiérrez  afir- 
ma textualmente:  «A  la  cuarta  pregunta  dixo:  que  lo  que  sabe  es  que 
este  testigo  estuvo  presente  al  tiempo  que  fálleselo  la  dicha  Beatriz 
de  Ahumada,  que  avra  diez  e  seis  o  diez  e  siete  años;  e  este  testigo 
la  traxo  a  enterrar  a  esta  ciudad  de  Avila,  e  la  enterraron  en  San 
Juan».  Si  la  fecha  de  Sebastián  Gutiérrez  es  la  verdadera,  bien  pudo 
morir  D.a  Beatriz  poco  después  de  haber  hecho  el  testamento.  Por  el 
contrario,  si  nos  atenem-  a  las  declaraciones  de  Venegrilla,  D.^  Bea- 
triz no  murió  hasta  1530  o  1531.  De  todas  suertes,  su  muerte  es  pos- 
terior a   la   señalada   por   la   Santa   y  sus  primeros  biógrafos. 

De  los  mismos  autos  de  este  pleito  se  deduce  por  afirmación  uná- 
nime de  los  testigos,  que  D.  Alonso  Sánchez  de  Cepeda,  padre  de  la 
Santa,   murió   a    fines   de    1543.   A   pedimento   del    hermano   del   difunto, 


1  Si  bien  no  tenemos  proDÓsito  en  los  Apéndices  al  tomo  primero  de  traer  documentos 
pertenecientes  a  los  padres  y  parientes  de  Santa  Teresa,  sino  ceñirnos  a  los  que  tienen  relación 
más  directa  con  ella,  hacemos  esta  excepción  para  aclarar  dos  extremos  de  los  que  se  habla  en 
el  Libio  de  la  Vida  con  alguna  vaguedad  e  imprecisión  cronológica. 

II  7 


98  APÉNDICES 

D.  Lorenzo  de  Cepeda,  se  procedió  a  la  apertura  del  testamento  el  dia 
26  de  Diciembre  de  1543.  «E  yo,  el  dicho  escribano,  doy  fe  que  el  dicho 
testamento  de  el  dicho  Alonso  Sánchez,  ante  el  señor  licenciado  Barrio- 
nuevo,  Teniente  que  a  la  sazón  era  de  Corregidor  de  la  dicha  ciudad 
en  veynte  e  seys  días  de  Diciembre,  segundo  día  (de  Pascua),  de  el 
año  de  mili  c  quinientos  e  quarenta  c  quatro  (cuarenta  y  tres  es  la 
verdadera  fecha),  ante  el  dicho  señor  Teniente  e  en  presencia  de  mí 
el  dicho  escribano  e  testigos  de  yuso  escritos,  de  pedimiento  del  señor 
maestro  Lorenzo  de  Cepeda,  testamentario  del  dicho  Alonso  Sánchez- 
Testigos  que  a  ello  fueron  presentes:  Diego  de  Tapia,  e  Antonio  del 
Peso,  e  Pedro  Rengilfo,  vecinos  de  Avila  &».  Llamábase  el  escribano, 
Hernando  Manzanas.  Don  Alonso  murió  el  día  2^  de  Diciembre,  dos 
antes  de  abrirse  el  testamento  (1). 


Sobre  el  lugar  del  enterramiento  de  los  padres  de  la  Santa, 
se  ha  escrito  no  poco.  De  D.a  Beatriz  no  cabe  dudar  que  lo  fué  en 
San  Juan,  según  hemos  visto  por  las  palabras  de  Sebastián  Gutiérrez, 
antiguo  sacristán  de  Gotarrendura,  quien  acompañó  al  cadáver  hasta 
dejarlo  sepultado  en  la  dicha  parroquia  de  Avila.  ¿Lo  fué  también  allí 
su  esposo  D.  Alonso?  No  parece  inverosímil.  Las  excavaciones  hechas 
en  el  convento  de  San  Francisco  de  la  misma  ciudad  en  1641,  donde 
según  algunos  escritores  estaba  enterrado  D.  Alonso,  no  dieron  ningún 
resultado.  Sobre  esto  escribe  el  P.  Juan  del  Espíritu  Santo  bajo  el 
título:  «Razones  que  se  ofrecen  para  entender  que  los  huesos  que  se 
sacaron  del  convento  de  San  Francisco  de  esta  ciudad  de  Avila  en  el 
mes  de  Diciembre  de  641  no  son  de  los  padres  de  nuestra  Madre 
Santa  Teresa   (2): 

»N.  Madre  Sta.  Teresa  dice  en  el  capítulo  38  de  su  Vida  que 
vio  a  sus  padres  en  el  cielo,  y  sería  de  gran  consuelo  para  toda  la 
Religión  encontrar  con  sus  cuerpos,  para  tenerlos  con  la  debida  re- 
verencia. Pero  esto  mismo  obliga  a  que  se  haga  diligencia  para  sa- 
berse con  certeza;  porque  en  duda  no  será  razón  se  veneren  por  cor- 
tesanos   del    cielo    a    los   que   quizá    no   están    allá,    ni    se    salvaron.    El 


]       Cfr.   Ms.  8.713  de   la  Biblioteca  Nacional. 

2-  La  exhumación  fué  hecha  por  el  P.  Fr.  Antonio  de  la  Madre  de  Dios,  de  la  que  dio 
cuenta  por  estos  términos  en  unas  observacione.s  al  Padre  l-rancisco  de  Santa  María,  un  año 
antes  de  la  muerte  de  éste:  «Dice  V.  R.  que  los  padres  de  nuestra  Santa  Madre  están  enterrados 
en  San  Francisco  de  Avila.  La  verdad  es  que  la  fama  comiiri  es  esa,  y  que  guiado  de  ella,  es.- 
tando  yo  en  aquella  ciudad  el  año  de  seiscientos  cuarenta  v  uno,  hice  granees  instancias  para 
que  se  trajesen  sus  cuerpos  a  nuestro  convento  y  se  pusiesen  en  él  con  decencia,  que  la  Santa 
dice  que  vio  sus  almas  en  el  cielo.  Y  iiabiéndolo  negociado  con  los  prelados  y  con  el  Guardián 
de  San  Francisco  con  mucho  secreto,  el  mismo  día  de  Navidad  del  afto  cuarenta  y  uno,  a  las 
diez  de  la  noche  (que  aquel  día  en  que  en  el  convento  de  San  Francisco,  por  estar  más  cansa- 
dos, se  acostaron  más  presto,  pareció  más  a  propósito),  estando  prevenido  el  P.  Guardián  y 
sacristán  solamente,  fui  r.]  convento  con  dos  oficiales  y  un  hermano  donado;  y  después  de  haber 
ayudado  a  levantar  la  losa  de  la  sepultura,  donde  es  fama  que  estaban,  estuve  más  de  una  hora 
de  rodillas,  sacando  los  huesos  uno  por  uno  y  echándolos  en  una  sábana,  y  después  en  un 
cofre;  cerrada  la  sepultura,  los  llevamos  al  convento».  Cfr.  P.  .Wanuel  de  Stinta  María  en  el 
Espicilegio  Historial,  (Ms.  8.713).  Análogas  noticias  se  hallan  en  el  Archivo  de  los  Carmelitas 
Descalzos  de  Avila  y  en  el  del  Sr.  Marqués  de  San  Juan  de  Piedras  Albas. 


APÉNDICES  99 

P.  Fr.  Antonio  de  la  Madre  de  Dios,  lector  en  este  nuestro  convento  de 
Avila,  en  25  de  Diciembre  de  641,  hizo  las  diligencias  para  sacar  unos 
huesos  del  convento  de  San  Francisco  de  una  sepultura  que  dijeron 
ser  de  los  padres  de  nuestra  gloriosa  Madre;  y  con  efecto,  los  trujo 
a  este  nuestro  convento  dicho  de  Avila.  Pero  después,  reparando  en 
algunos  papeles  auténticos  que  hay,  y  se  han  leído,  se  ofrecen  muchas 
razones  para  dudar  si  son  estos  huesos  de  los  padres  de  la  Santa.  La 
primera  razón  y  muy  fuerte  es,  que  los  padres  de  N.  Madre  Santa 
fueron  Alonso  Sánchez  de  CepeÜa  y  D.a  Beatriz  de  Ahumada,  como 
consta  de  la  vida  de  la  misma  Santa,  que  escribieron  el  Sr.  Obispo 
de  Tarazona  y  el  P.  Ribera,  y  consta  del  testamento  de  D.b  Beatriz 
de  Ahumada,  que  entre  los  hijos  nombra  a  N.  Madre  Santa  Teresa, 
y  en  esto  no  hay  duda;  y  el  título  y  inscripción  de  la  sepultura,  de 
donde  el  dicho  P.  Fr.  Antonio  sacó  los  huesos  en  el  dicho  convento 
de  San  Francisco,  dice  así:  Aquí  yacen  los  muy  ilustres  señores  Fran- 
cisco Alvarez  de  Cepeda  y  D.^  María  de  Ahumada,  su  mujer.  De  suerte 
que  la  sepultura  y  entierro  era  de  Francisco  de  Cepeda,  tío  de  N.  Ma- 
dre Santa,  y  hermano  de  su  padre,  y  de  D.a  María  de  Ahumada, 
prima  de  la  Santa,  hija  de  Juan  Alvarez  Cimbrón  y  de  D.a  Fulana 
de  Ahumada  (1),  como  consta  del  testamento  original  de  la  dicha 
D.a  María  de  Ahumada,  que  le  vio  y  leyó  el  dicho  P.  Fr.  Antonio  de 
la  Madre  de  Dios,  y  se  llama  D.a  María  de  Ahumada  por  su  madre, 
y  así  no  era  de  los  padres  de  la  Santa. 

»Diránme  que  se  enterraron  los  padres  de  la  Santa  en  el  entierro 
de  su  tío  Francisco  de  Cepeda;  pero  esto  no  es  verdad  (y  sea  la  se- 
gunda razón  no  menos  fuerte  que  la  primera).  D.s  Beatriz  de  Ahumada, 
madre  de  nuestra  Santa,  en  el  testamento  que  hizo  en  Goterrendura, 
a  24  de  Noviembre  de  1528  (este  testamento  auténtico  ha  visto  el 
dicho  P.  Fr.  Antonio),  se  manda  enterrar  en  San  Juan,  en  la  parte 
que  a  Alonso  Sánchez  de  Cepeda  su  marido  le  pareciere.  Luego  no 
está   enterrada   en    San    Francisco,    donde   sacaron    los   huesos. 

vLa  tercera  razón,  porque  entre  los  muchos  huesos  que  se  sacaron 
de  la  sepultura  de  Francisco  Alvarez  de  Cepeda,  no  se  halló  más 
que  una  calavera  de  mujer,  entre  muchas  de  hombres,  como  consta 
de  las  comisuras,  por  ser  diferentes  que  las  de  los  hombres  (2),  y  esta 
calavera  no  es  de  D.a  Beatriz  de  Ahumada,  madre  de  N.  Madre  Santa 
Teresa:  lo  uno,  porque  esta  señora  se  mandó  enterrar  en  San  Juan; 
lo  segundo,  porque  esta  calavera  es  de  D.s  María  de  Ahumada,  prima 
de  la  Santa,  como  consta  del  testamento  original  de  esta  señora,  en 
que    se    manda    enterrar   en    dicha    sepultura    de    San    Francisco,    y    del 


1  Llamébase  Catalina  de  Tapia,  hija  de  Diego  de  Tapiñ  y  María  Alvarez  de  Aliumaria, 
hermana  de  Juan  de   Ahumada,  abuelo  materno   de   Santa   Teresa. 

2  El  P.  Manuel  de  Santa  María,  que  copia  este  documento,  pone  aquí  esta  nota:  «Si 
lo  dice  por  la  comisura  sagital,  igualmente  se  halla  u  se  echa  de  menos  en  ellas  que  en 
nosotros,  de  quf  tengo  hechas  experiencias  varias,  cuando  no  dijeran  lo  mismo  los  de  la 
facultad,  u  no  se  demostrara  con  lo  que  sucede  en  esta  misma  sepultura,  donde,  como  cons- 
ta del  testamento  de  doña  María,  cuya  cláusula  también  yo  he  visto,  y  del  de  su  hijo  don 
Vicente,  cura  de  Villanueva  del  Aceral,  que  también  se  enterró  en  ella,  estaban  con  los 
cuerpos  de  su  abuelo,  padre  y  marido,  también  los  de  su  madre  Catalina  de  Tapia,  y  con 
todo,  no  bailaron  por  donde  distinguir  de  las  otras  esta  cabeza^. 


100  APÉNDICES 

árbol  de  la  casa;  lo  tercero,  porque  la  inscripción  de  la  sepultura  dic€ 
que  yace  allí  D.^  María  de  Ahumada.  Conque  cesa  toda  duda  que 
no  puede  ser  D.a  Beatriz  de  Ahumada.  Y  el  haberse  dicho  y  corrido 
que  estaban  los  padres  de  la  Santa  en  la  sepultura  de  San  Francisco, 
puede  ser  porque  como  los  sobrenombres  de  marido  y  mujer  de  Cepeda 
y  Ahumada  eran  los  mismos  que  los  apellidos  que  tenían  los  oadres  de 
la  Santa,  por  ser  todos  tan  parientes,  no  reparando  en  los  nombres 
propios,  fácilmente  se  podían  equivocar,  pues  siendo  tan  antiguo  el 
entierro,  eran  pocos  y  raros  los  que  sabían  los  nombres  propios  de  los 
padres  de   N.   iW.   Sta.   Teresa. 

^También  dicen  en  San  Francisco,  y  está  recibido,  que  la  sepul- 
tura de  Francisco  Alvarez  de  Cepeda  es  de  los  Cepedas;  y  no  es  ver- 
dad, porque  aquella  era  de  los  Cimbrones,  y  D.a  María  de  Ahumada, 
mujer  que  fué  de  Francisco  Alvarez  de  Cepeda,  dice  que  la  heredó 
de  su  padre  Juan  Alvarez  Cimbrón.  Consta  del  testamento  original 
de  la  dicha  D.§  María  de  Ahumada.  Y  así,  en  esta  parte,  al  dicho 
y  voz  del  vulgo  debe  dar  poco  crédito  habiendo  razones  tan  eficaces 
en  contrario.  Y  dado  que  estas  razones  no  prueban  del  todo  no  ser 
estos  los  huesos  de  los  padres  de  la  Santa,  por  lo  menos  hacen  el 
caso  muy  dudosio,  y  mucho  más  inclinado  a  que  no  son  dichos  huesos. 
Por  lo  cual  será  cordura  buscar  el  testamento  del  padre  de  la  Santa, 
a  ver  si  da  más  luz  de  lo  dicho;  que  podría  ser  por  allí  se  ave- 
riguase la  verdad.  Entre  tanto,  me  parece  sería  acertado  no  innovar, 
ni  divulgar  que  dichos  huesos  son  de  los  padres  de  N.  Santa  Madre 
Teresa»    (1). 


1  En  el  Libro  de  Difuntos  de  la  iglesia  parroquial  de  San  Pedro  extramuros  de  la  ciudad 
de  Avila,  que  dio  principio  en  6  de  Enero  de  1705,  se  hacf  notar  en  su  primera  hoja,  que  el 
cadáver  del  Excmo.  Sr.  D.  Francisco  Ponce  de  León  Spínola,  Duque  de  Arcos,  «se  depositó 
en  el  convento  de  religiosas  de  Carmelitas  Descalzas  de  N.  M.  Sonta  Teresa,  en  la  capilla  suya 
propia,  que  tienen  en  dicho  convento,  de  donde  son  patronos  de  él  u  donde  están  enterrados  los 
padres  de  N.  M.  Santa  Teresa  de  )esús».  Publicó  este  documento  en  el  cuaderno  de  Marzo  de 
1915  del  Boletín  de  la  Ucademia  de  la  Historia,  D.  Leonardo  Herrero,  teniente  mayor  de  la 
parroquia  de  San  Juan  de  Avila.  El  enterramiento  del  Duque  en  S.  José  es  cierto,  como  consta 
en  documentos  del  Archivo  de  las  Carmelitas  Descalzas,  pero  la  afirmación  de  reposar  allí 
los  padres  de  Sta.  Teresa,  está  fundada  en  una  tradición  que  hasta  el  presente,  por  desgracia, 
no  tiene  ningún  valor  histórico. 

Del  testamento  de  D.  Alonso  Sánchez  de  Cepeda,  tenemos  solamente  la  cláusula  que 
transcribió  el  P.  Manuel  eñ  su  Espicilegio,  con  otras  piezas  pertenecientes  al  pleito  que 
Juan  de  Ovalle  siguió  contra  D.a  Maria  ds  Ahumada,  y  que  terminó  gracias  a  la  intervención 
de  Santa  Teresa.  De  la  citada  cláusula  nada  se  saca  respecto  del  lugar  donde  deseaba  ser 
enlerrado.  El  mismo  P.  Manuel,  después  de  copiarla,  pone  esta  nota  marginal:  «¡Que  lástima 
que  el  secretario  no  hubiese  escrito  un  par  de  renglones  más!  Esto  digo,  porque  habiendo 
buscado  en  Avila  les  papeles  de  Hernando  Manzanas,  ante  quien  se  otorgó  dicho  testamento, 
sólo  consta  haber  habido  alli  un  escribano  de  este  nombre,  pero  no  instrumento  alguno  suyo, 
hallándose  parte  de  los  de  su  sucesor  inmediato,  que  fué  Juan  de  Santo  Domingo.  Puede  ser 
que  el  tiempo  los  descubra  y  así  sabremos  dónde  está  enterrado.  Lo  que  yo  tengo  por  más 
verídico,  es  haberse  f-nterrado  con  su  mujer  en  San  Juan,  como  el  que  los  papeles  de  dicho 
secretarlo  perecieron  en  un  incendio  que  dicen  hubo  en  Avila  en  las  casas  n  oficios  de  Agun- 
tamiento».  Tomándolos  del  Ms.  8.713,  publicó  la  cláusula  del  testamento  de  D.  Alonso  y  demás 
instrumentos  justificativos  del  pleito  citado,  Seirano  y  Sanz  en  sus  Hpuntes para  una  biblioteca 
de  escritoras  españolas,  tomo  II,  págs.  479-500.  Esperamos  que  los  trabajos  del  P.  Manuel  se 
completen  en  breve,  principalmente  con  los  documentos  que  se  guardan  en  el  archivo  de  las 
Carmelitas  Descalzas  de  Alba   de  Termes. 


APF.MDICES  101 


S.1NTA    TERESA     EN     EL    MONASTERIO    DE     LA     ENCARNACIÓN     DE    AVILA     (1). 


No  es  mi  intención  pedir  al  que  leyere  este  breve  compendio,  le 
mire  con  pía  afección,  porque  mi  ignorancia  no  es  digna  de  ningún 
aprecio,  que  desde  luego  concederé  a  todos  la  razón  en  contrario. 
Sólo  digo  que  este  trabajo  no  es  hijo  del  entendimiento,  porque  es 
muy  corto  el  mío,  como  en  cada  cláusula  se  reconocerá;  sino  parto 
de  la  voluntad  y  entrañable  amor  y  veneración  con  que  miro  este 
sagrado  convento,  de  quien  tan  sin  méritos  míos  ss  sirvió  Muestro  Se- 
ñor de  hacerme  hija,  por  bien  varios  rodeos  y  estorbos;  que  unos  dis- 
puso Su  Majestad  y  otros  facilitó  para  que  yo  consiguiese  el  ser  hija 
de  mi  Señora  del  Carmen.  No  caen  sobre  crecidos  méritos,  por  muchos 
que  sean,  el  Iser  bastantes  para  pisar  este  santo  solar  tan  santificado  con 
las  mercedes  que  Nuestro  Señor  y  su  Santísima  Madre  se  sirvieron 
de  hacer  a  mi  Madre  Santa  Teresa  en  él;  cuánto  más  los  cortos  míos, 
y  que  menos  que  ninguna  he  sabido  corresponder  al  agradecimiento  de 
tan  gran  beneficio,  ni  imitar  a  la  menor  de  las  religiosas  que  han  exis- 
tido y  hoy  visten  este  santo  hábito. 

Y  aunque  uno  y  otro  reconozco  la  fuerza  del  amor  a  la  Santa  y 
al  convento,  me  motivan  a  que  publique  al  mundo  que  aquí  fué  donde 
recibió  las  mayores  mercedes  que  Nuestro  Señor  se  sirvió  de  hacer- 
la en  su  santa  vida.  De  sesenta  y  siete  años  que  la  duró,  vivió  los 
veinte  en  casa  de  su  padre  y  en  el  religiosísimo  convento  de  Santa 
María  de  Gracia,  en  cuya  entrada  en  él  dijo  con  espíritu  profético 
Santo    Tomás    de    Villanueva,    que    a    la    sazón    estaba    en    Avila:    «Hoy 


1  Del  excelente  Manuscrito  de  D.a  Meria  Pinel  de  Monroy,  que  contiene  la  historia  del 
monasterio  de  la  Encarnación  de  Avila,  entresacamos  los  siguientes  párrafos,  que  dan  a  co- 
nocer muchos  pormenores  de  la  vida  de  Santa  Teresa  durante  cerca  de  treinta  anos  que  vi- 
vió en  él.  Düña  A\aiia  Pinel,  hiiii  de  una  ilustre  familia  de  Avila,  entró  en  la  Encarnación, 
donde  ya  vivía  una  hermana  suya  llamada  Manuela,  el  año  de  1640,  n  murió  en  1707.  Am- 
bas hermanas  llegaron  a  ser  prioras  del  monasteiio.  Recogió  D.a  María  durante  su  vida  mu- 
chas noticias  referentes  a  la  historia  de  su  comunidad,  en  particular  de  Santa  Teresa,  sobre  la 
cual,  la  tradición,  pura  todavi-i  y  sin  mcz.clas  de  leyenda,  conservaba  muy  rica  información, 
y  hacia  el  ocaso  de  su  vida,  con  sencillo  y  animado  estilo  y  candoroso  entusiasmo  y  devo- 
ción, la  trasladó  a  este   Códice  que  guarda  aún  el  convento. 

Con  esta  religiosa,  no  debe  confundirse  otra  del  mismo  monasterio,  llamada  María  Espinel, 
autora  de  la  Carta  a  un  Prelado  de  su  Orden,  que  publicamos  a  continuación,  página  113.  Esta 
mon)a  entró  en  la  Encarnación  en  1590,  a  los  once  años  de  edad,  y  murió  en  ÍMl.  No  llegó 
a  ver  a  la  Santa,  pero  trató  a  muchas  religiosas  que  la  habían  conocido,  y  de  sus  labios  reco- 
gió las  noticias  que  da  en  la  citada  epístola.  Aunque  muchos  escritores,  y  aun  las  monjas  de 
la  Encarnación,  la  apellidan  Pinel,  y  así  lo  hacemos  nosotros,  no  hay  duda  que  su  verdadero 
nombre  patronímico  es  el   ya  indicado. 


102  APÉNDICES  , 

ha  entrado  en  este  santo  convento  una  gran  lumbrera  de  la  Iglesia 
de  Dios»,  En  él  la  empezó  Nuestro  Sefior  a  dar  las  primeras  alda- 
badas en  su  corazón,  que  después,  con  soberano  impulso,  acabó  de  con- 
quistar. Treinta  años  vivió  en  la  Encarnación,  con  los  tres  en  que 
vino  a  ser  priora;  los  diecisiete  vivió  en  la  Descalcez;  en  ellos  poco 
la  logró  cada  convento;  sólo  en  su  primogénito  San  José  estuvo  cinco 
años,  no  cabales;  aunque  siempre  que  se  ofrecía  pasar  por  Avila  se 
detenía  allí  lo  que  podía,  dando  de  ellos  un  par  de  días  a  este  con- 
vento,   diciendo    al    entrar:     «Vuélveme    a    mi    madre». 

Y  una  vez  que  tuvo  más  tiempo,  estuvo  once  días,  y  queriendo  los 
prelados  que  fuese  a  /Aalagón  a  examinar  el  espíritu  de  la  venerable 
virgen  Ana  de  San  Agustín,  que  juzgo  que  fué  el  año  81,  en  que  se 
detuvo  algunos  meses  en  San  José,  dice  en  una  carta:  «No  sé  qué 
le  liace  esta  pobre  vieja,  que  no  me  dejan  descansar,  y  quieren  que 
vaya  a  Malagón;  como  gran  cosa  sienten  en  la  Encarnación  el  que 
me  vaya  de  aquí,  que  todavía  tienen  esperanza  de  verme  allá».  Como 
gran  cosa,  dice,  que  lo  sienten  en  la  Encarnación;  ¿qué  cosa  mayor 
que    tenerla    tan    cerca    para    su    consuelo? 

Por  lo  diciio  se  conocerá,  cómo  la  mayor  parte  de  su  vida  estuvo 
en  la  Encarnación,  y  que  en  San  José  sólo  estuvo  cinco  años  y  algunas 
muy  breves  temporadas.  Un  año  en  Sevilla,  que  fué  en  la  fundación 
en  que  más  se  detuvo,  por  los  grandes  trabajos  de  ella;  en  Toledo 
otro,  cuando  estuvo  presa;  con  que  en  las  demás  se  detenía  muy 
poco  tiempo,  que  de  unas  a  otras  solía  haber  ya  cuatro  meses,  ya  tres, 
gastándose    de   estos   días   en    sacar    la    licencia   y    buscar   casa. 

Parece  que  este  divino  sol  de  Teresa  obraba  como  este  sol  natu- 
ral, que  dando  los  doce  meses  del  año  vuelta  a  todo  el  zodíaco,  sólo 
un  mes  se  detiene  en  cada  uno,  dejando  que  los  astros  menores  per- 
feccionen sus  influencias.  Así  que  fundaba  en  uno,  decíase  la  primera 
misa,  repartía  los  oficios  de  priora,  supriora,  maestra,  sacristana  y 
portera,  que  para  todos  los  ocho  primeros  sacaba  cuatro  de  la  Encar- 
nación, y  dejando  por  su  cuenta  el  plantar  la  observancia,  detenién- 
dose en  esto  un  mes  o  poco  más,  pasaba  a  otro,  con  la  experiencia 
de  cuan  llenamente  sabían  perfeccionar  los  principios  que  dejaba  ya 
entablados.  Lo  mismo  hizo  después  del  priorato  en  los  conventos  que 
fundó,  satisfecha  de  ver  desempeñarse  a  las  hijas  de  la  Encarnación, 
y  seguir  las  huellas  de  su  capitana,  no  como  bisoñas  en  la  Descalcez, 
sino  como  soldados  muy  expertos  en  aquella  sagrada  milicia...   (1). 

NOTICIAS     DEL     SANTO     CONVENTO     DE     LA     ENCARNACIÓN     DE     AVILA,     CASA     PRIMERA 
DE    MI    SANTA    MADRE    TERESA    DE    JESÚS. 

Queriendo  la  divina  Sabiduría  adornar  con  ornato  hermosísimo  la 
Iglesia  en  estos  postreros  siglos  y  renovar  la  Orden  de  la  Madre  de 
Dios,  restituyéndola  aquel  lustre  primitivo,  quiso  que  esta  obra,  así 
como  la  de  la  restauración  del  género  humano,  fuese  por  ima  mujer, 
porque  las  obras  de  la  gracia,  tanto  cuanto  más  valientes,  piden  y  nece- 


1       Continúa   en   algunas   hojas   lo   que   parece   introducción   o   prólogo   de   este   A\anu,\crito. 


APÉNDICES  103 

Sitan  más  flacos  instrumentos,  para  que  campee  más  el  valor  del  brazo 
que  la  obra.  Quiso  asimismo  que,  siendo  en  honra  de  la  Virgen  Santísima 
y  siendo  reparación  del  mundo  para  mejorarle  en  costumbres,  fuese  me- 
diante la  Encarnación,  pues  sólo  el  nombre  de  este  soberano  misterio 
es  bastante  para  obrar  prodigios  admirables  y  soberanos  portentos. 
Dispuso,  pues,  que  deseosas  de  recogerse  a  vida  virtuosa  unas  personas 
de  esta  ciudad,  se  determinasen  a  hacer  un  Beaterío  donde  vivir  reco- 
gidas, siendo  la  primera  que  se  movía  a  esta  santa  resolución  doña 
Elvira  González  de  Medina,  para  lo  cual  trajeron  un  Breve  en  que  se 
las    daba    licencia    para    ser    beatas,    o    dominicas    o    carmelitas. 

Escogieron  lo  último  y  erigióse  el  Beaterío  año  de  1479,  a  25 
de  Junio,  con  votos  simples  y  no  más  que  una  casa  particular  adonde 
tendrían  su  oratorio.  Y  habiendo  consagrado  en  iglesia  el  señor  Don 
ñlonso  de  Fonseca,  obispo  de  esta  ciudad,  una  sinagoga  de  judíos  cer- 
cana al  Beaterío,  se  la  dio,  y  tomando  un  solar  de  judíos  que  los  di- 
vidía, se  hizo  todo  uno.  Era  el  designio  ser  catorce  beatas,  las  doce 
en  nombre  de  los  doce  Apóstoles,  y  las  dos  en  nombre  de  Jesucristo 
nuestro   Bien   y   su    Santísima   Madre. 

Entre  las  que  entraron  en  el  Beaterío  fué  una  D.3  Beatriz  Higuera, 
hija  del  señor  de  Orígüelos,  la  cual,  habiendo  estado  algunos  años  en  el 
Beaterío,  no  se  llevando  bien  con  la  madre  y  mayor  del  Beaterío, 
se  fué  a  'las  Dueñas  de  Alba,  y  habiendo  muerto  la  Madre  que  le  era 
opuesta,  se  volvió  y  la  eligieron  por  mayor,  de  26  años  de  edad.  Esta 
sierva  de  Nuestro  Señor,  llamándola  Su  Majestad  a  más  perfeción 
de  vida,  las  animó  a  que  fuesen  monjas,  prometiéndose  a  dar  forma 
a  la  vida  religiosa.  Y  para  solicitar  medios  para  fundar  el  convento, 
puso  pleito  a  su  padre  y  le  sacó  su  legítima,  con  que  compró  un 
osario  de  judíos  que  estaba  extramuros  de  la  ciudad,  donde  edificó 
un  convento  capaz;  pero  todo  a  teja  vana,  cercado  de  tapias  de  tie- 
rra, y  con  sumas  incomodidades,  pues  faltando  el  sustento,  no  puede 
haber  ninguna.  Sólo  tenían  pan  por  haberlas  anejado  unos  préstamos 
pequeños  que  tenía  en  este  obispado  el  señor  D.  Gutiérrez  de  Toledo, 
hijo  del  señor  primer  duque  de  Alba,  Don  García  Alvarez  de  Toledo,  y 
agua  de  una  fuente  que  compró  la  venerable  D.a  Beatriz  Higuera.  Esto 
parecía  bastante  al  aliento  y  fervor  de  las  que  empezaron  hazaña  tan 
grande,  sin  saber  los  altos  fines  que  en  esto  tenía  Nuestro  Señor,  y 
como  todos  los  ignoraban,  culpábanla  la  locura  y  contradecían  la  eje- 
cución, pero  todo  lo  venció  la  gracia... 

Dispúsose  el  convento,  y  ordenó  Nuestro  Señor  que  se  dijese  en 
él  la  primera  misa  el  día  que  se  bautizó  mí  gran  Madre,  Santa  Te- 
resa de  Jesús,  a  ^1  de  Abril  del  año  de  1515,  en  la  parroquia  de 
San  Juan,  que  como  fué  el  gran  Presursor  el  que  bautizó  en  el  Jor- 
dán a  Cristo  Nuestro  Bien,  quiso  que  su  amada  esposa  se  bautizase  en 
casa  del  Bautista,  y  porque  fué  el  primer  reformador  del  Orden  del 
Carmen,  que  vino  en  espíritu  y  virtud  de  Elias,  encaminando  sus  dis- 
cípulos a  la  ley  de  gracia,  siendo  San  Andrés  el  primero  que  siguió 
a  Cristo  nuestro  Bien  amador  de  la  cruz... 

Dióla,  pues,  esta  piedra  preciosa  para  corona  de  su  edificio,  que 
hiciese  en  los  ojos  de  Diols  y  de  las  gentes  glorioso  el  solar  de  donde 
descendía,   y   quiso  que,   como  la   reparación   del   mundo   se  obró   por 


104  APÉNDICES 

María  Santísima,  Señora  nuestra,  mediante  la  Encarnación,  así  me- 
diante el  convento  de  la  Encarnación,  dedicado  a  honra  de  este  santo 
misterio,  se  iiiciese  la  reparación  de  la  Orden  de  la  Virgen.  Y  como 
nació  su  precioso  Hijo  en  el  portal  de  Belén  en  tan  suma  pobre- 
za, así  naciese  esta  Reforma  de  un  convento  tan  pobre,  cercado  de  pa- 
redes de  tierra  y  con  un  coro  y  iglesia  a  teja  vana,  como  lioy  lo 
está,  y  el  coro  lo  estuvo  ciento  diez  años,  nevándoles  a  las  religio- 
sas sobre  los  breviarios  en  el  invierno,  y  entrando  el  sol  en  el  verano; 
de  forma  que,  cerradas  las  ventanas,  se  veía  a  leer,  con  gran  daño 
uno  y  otro  de  las  saludes.  Pero  la  iglesia  no  ha  habido  con  que  po- 
der remediarla  como  otros  muchos  sitios  de  la  casa.  Y  así,  siempre 
que  en  sus  cartas  habla  la  Santa  del  convento,  dice:  «las  pob recitas 
de  la  Encarnación». 

Creció  tanto  con  la  devoción  del  hábito  de  la  Virgen  en  tanto  el  nú- 
mero del  nuevo  convento,  que  sin  acobardarlas  el  que  no  les  daban 
más  que  pan,  llegaron  en  breve  a  ser  180  religiosas,  viniendo  a  que- 
dar de  dos  maneras  estrecho,  por  la  falta  de  hacienda,  y  por  no  ser 
capaz  la  fábrica  a  tanta  multitud.  Pero  la  divina  Sabiduría,  que  sabe 
por  líneas  torcidas  escribir  derecho,  dispuso  este  al  paracer  desorden 
para  que  pudiesen  criarse  y  salir  de  este  convento  treinta  religiosas 
selectas  y  consumadas  en  la  virtud  a  ser  primeras  piedras  de  nues- 
tra sagrada  Reforma,  y  las  que  corriesen  con  la  esposa  tras  los  olores 
suavísimos    del    Soberano    Esposo. 

Entre  las  religiosas  que  había  en  el  convento,  estaba  ima  íntima 
amiga  de  mi  gran  Madre,  que  se  llamaba  Juana  Suárez,  por  cuyo  ca- 
riño (ya  que  ,se  resolvió  a  ser  monja),  vino  la  Santa  a  tomar  en  éste 
el  santo  hábito,  siendo  alta  providencia  de  Dios  lo  que  a  la  Santa 
le  parecía  desordenado  afecto  de  una  criatura.  Tomóle  a  2  de  Noviem- 
bre del  año  1535,  día  de  la  Conmemoración  de  las  Hlmas  (1);  o  porque, 
como  la  Santa  dijo,  le  tomaba  para  tener  en  esta  vida  el  purgatorio  que 
merecía  por  sus  pecados,  y  aquel  día  parece  nos  representa  las  penas 
de  este  santo  lugar,  o  porque  la  Virgen  Santísima  y  todos  los  Santos 
apadrinasen    estos    gloriosos    principios. 

Esta,  pues,  tan  gloriosa  hazaña  se  quiso  persuadir  mi  Madre  Santa 
que  la  hizo  sin  amor  de  Dios,  como  ella  lo  dice  en  su  Vida,  c.  IV, 
¿qué  pudiéramos  decir  si  la  hubiéramos  de  dar  crédito  en  esto?  Que 
sin  amor  de  Dios  venció  al  mundo  y  se  negó  a  sí  misma;  no  era 
milagro  que  después,  con  tanto  amor  de  Dios,  triunfase  de  todo  el 
infierno  y  emprendiese  tan  admirables  portentos,  siendo  uno  mesmo 
emprender   y    conseguir. 

Vivió  Nuestra  Madre  en  este  santo  convento  25  años  y  medio; 
porque,  como  hemos  dicho,  tomó  el  santo  hábito  año  de  1535,  no  como 
quiere  el  P.  Cronista  el  de  36,  porque  la  escritura  de  la  dote  se 
hizo  al  tiempo  de  la  profesión,  y  así  mismo  la  renuncia;  y  así  profesó 
el  dicho  año  dfe  36  y  estuvo  hasta  el  de  1563  por  la  cuaresma,  que 
fué  cuando  el  P.  Provincial  la  dio  licencia  para  que  se  fuese  al  nuevo 
convento  de  S.  José,  que  son   los  25  años  y  medio.  Las  virtudes  que 


1      Ya  dejamos  dicho,  pág.  ''3,  que  !a   Santa  tomó  el  hábito  el  2  de  Noviembre  de  1556. 


APE.VDICES  105 

en  este  tiempo  ejercitó,  las  mercedes  que  recibió  en  él,  ¿quién  po- 
drá enteramente  saberlas?  Sólo  Dios,  por  cuyo  amor  las  obró,  podrá, 
saberlas  y  sólo  plumas  de  ángeles,  que  fueron  testigos,  podrán  escri- 
birlas. No  obstante,  muchas  se  saben  por  los  libros  que  la  Santa 
escribió,  muchas  por  lo  que  de  ella  escribieron  sus  tres  cronistas,  el 
el  P.  Francisco  de  Ribera,  de  la  Compañía  de  Jesús,  y  el  Sr.  Obis- 
po de  Tarazona,  D.  Fr.  Diego  de  Ycpes  sus  confesores,  y  el  P.  Fran- 
cisco de  Santa  María,  historiador  general  de  la  Orden,  y  no  pocas 
por  las  religiosas  ique  la  conocieron  y  trataron,  que  la  última,  que  fué 
la  venerable  D.a  María  Suárez,  murió  año  1638,  que  a  esta  religiosa 
y  a  otras  muchas  que  hay  hoy  en  el  convento,  religiosas,  que  la  al- 
canzaron mucho  tiempo.  Lo  primero  es  de  saber,  que  todo  el  libro 
de  su  Vida  le  escribió  antes  de  salir  a  la  fundación  del  convento  de 
S.  José,  porque  lel  libro  se  acabó  año  de  1561,  en  Julio,  y  la  Santa 
salió  el  Agosto  ique  se  siguió  en  el  mismo  año,  y  sólo  lo  que  añadió 
después  fué  la  fundación  de  S.  José,  y  en  esto  concuerdan  todos  los 
autores  dichos;  materia  que  no  admite  duda,  porque  por  las  que  la 
Santa  tenía  de  si  iba  bien  o  no  y  si  eran  ciertas  las  mercedes,  lo  es- 
cribió para  enviar  al  P.  M.  Avila,  aquel  apóstol  de  la  .Plndalucia,  y 
después  ya  estaba  asegurada  en  sus  dudas.  Y  como  seguía  camino  se- 
guro escribió  el  de  Perfección  por  orden  de  sus  confesores,  y  des- 
pués de  éste   las   Moradas. 

Asentando,  pues,  que  todas  aquellas  cosas  pasaron  en  casa,  digo  que 
en  la  portería  vio  a  Cristo  a  la  Columna  en  visión  imaginaria,  como  lo 
dice  la  Santa;  y  en  el  mismo  le  hizo  pintar  años  después,  así  para 
recuerdo  de  aquella  misericordia,  como  para  muestra  de  cómo  se  debe 
obrar  en  las  porterías  de  sus  esposas.  En  el  primero  y  segundo  lo- 
cutorio vio  el  sapo,  que  éstos  están  sin  división  por  la  parte  de  aden- 
tro, santificados,  además  de  la  asistencia  de  la  Santa,  con  la  de  San 
Francisco  de  Borja  y  San  Pedro  de  Alcántara,  adonde,  dándole  de 
comer  un  día,  ivió  que  Nuestro  Señor  entraba  al  Santo  los  bocados 
en  la  boca,  favor  que  después  manifestó  Su  Majestad  a  la  Venerable 
María  Díaz  en  casa  de  Diego  de  Avila  Velázquez.  Y  viendo  la  Santa 
esta  tiernísima  muestra  de  amor  de  la  Soberana  Majestad,  quedó  la 
Santa  arrobada.  En  la  iglesia  de  este  convento,  diciendo  misa  este 
Santo,  vio  que  le  ayudaban  como  diácono  y  subdiácono  San  Francisco 
y  San  Antonio.  En  el  tercer  locutorio,  que  hizo  la  Santa  para  su 
despacho  cuando  fué  priora,  (y  por  eso  se  llama  siempre  el  de  Nues- 
tra Santa  Madre),  fué  donde  muchas  veces  se  arrobaron  la  Santa  y 
nuestro  P.  San  Juan  de  la  Cruz.  De  una  de  las  cuales  fué  testigo  la 
M.  Beatriz  de  Jesús,  sobrina  de  la  Santa,  que  era  portera  y  la  iba 
a  pedir  una  licencia.  Estaba  la  Santa  de  rodillas  asida  a  la  reja,  y 
el  Santo,  con  silla  y  todo,  junto  al  techo,  en  una  pieza  después  de  la 
portería,  que  está  en  el  claustro.  Hablando  otra  vez  los  dos,  fué  a 
suceder  lo  mismo',  y  el  Santo  se  levantó  en  pie  para  resistir  el  ímpetu 
del  espíritu,  que  fué  cuando  dijo  la  Santa:  «No  se  puede  hablar  de 
Dios  con  mi  P.   Fr.  Juan,   porque  luego  se  traspone  o  hace  trasponer». 

En  los  claustros  la  acompañaba  Cristo  con  la  cruz  a  cuestas,  y 
en  el  de  su  celda,  para  avivar  la  ternura  de  su  consideración,  arrodi- 
lló Cristo  nuestro  Bien  como  cuando  llevaba  la  cruz  en  Jerusalén.  En 


106  APÉNDICES 

SU  celda  fueron  infinitas  las  mercedes,  porque  en  viéndose  perdida,  o  por 
mejor  decir,  ganada  toda  y  engolfada  en  el  mar  de  las  misericordias,  se 
iba  a  recoger  a  su  celda,  y  especialmente,  se  sabe  la  merced  del  día 
de  Pentecostés  en  que  bajó  el  Espíritu  Santo  sobre  su  cabeza,  la  pri- 
mera vez.  Que  otra,  veinte  años  después,  acordándose  de  ésta,  se  la 
repitió  Su  Majestad  en  la  Descalcez,  como  la  Santa  dice  en  su  Vida, 
donde  están  -Jambas.  En  una  celda  del  corredor  alto,  donde  estaba, 
después  de  fundado  San  José,  cuando  la  envió  a  llamar  la  prelada,  vio 
a  San  Pedro  de  Alcántara  ya  glorioso  y  la  dijo:  «Dichosa  penitencia 
que  tal  premio  ha  ¡merecido»;  está  con  toda  decencia  el  sitio.  En  el  coro 
bajo,  el  domingo  de  Ramos,  se  halló  toda  bañada  en  la  sangre  de 
Cristo,  y  llena  la  boca  de  aquel  néctar  soberano,  pagándola  Nuestro 
Señor  el  hospedaje  que  le  hacía  aquel  día;  porque  además  de  comul- 
gar, siempre  no  comía  hasta  las  tres  de  la  tarde,  estándose  acompa- 
ñando a  Su  Majestad  hasta  aquella  hora,  y  en  reverencia  suya  daba 
de  comer  ja  un  pobre;  y  a  su  imitación  se  hace  en  esta  casa  así, 
no  comiendo,  aunque  vayan  a  refitorio,  no  más  de  las  que  basten  para 
cumplir  con  aquel  acto  de  comunidad.  Y  ansí  las  que  han  comido, 
como  las  que  están  en  ayunas,  se  van  desde  el  refetorio  al  coro,  de- 
jando a  la  puerta  la  comida  todas  las  que  pueden  por  sí  mismas  para 
el  pobre  que  tienen  [prevenido,  y  solicita  cada  una  a  las  porteras  no 
falte  pobre  para  ella. 

La  merced  del  dardo,  fué  en  el  coro  alto;  y  es  menester  entender 
que  no  fué  una  vez  sola,  sino  muchas  las  que  el  Serafín  hirió  este 
amoroso  pecho,  y  así  lo  siente  el  Sr.  Obispo  de  Tarazona  que  dice: 
«Los  días  que  le  duraba  esta  visión,  que  fueron  algunos,  porque  no  fué 
sola  una  vez  lo  que  el  ángel  la  hería  y  sacaba  el  corazón,  andaba 
enajenada  y  fuera  de  sí,  y  no  quería  ver  ni  hablar,  sino  abrazarse 
con  aquella  sabrosa  pena*.  Hasta  aquí  el  Sr.  Yepes.  Pero  cuando  él 
no  lo  dijera,  lo  afirmaban  las  *  religiosas  de  aquel  tiempo;  así,  una 
de  estas  veces  fué  siendo  priora,  en  un  aposento  de  la  celda  prioral. 
Dormía  en  otro  sobre  aquél  la  venerable  ñna  María  de  Jesús,  su 
tiernísima  hija;  oyó  los  gemidos  y  bajó  a  ver  si  quería  algo,  y  dí- 
jola:  «Vayase,  mi  hija,  y  tal  la  suceda».  A  poco  rato,  abrasándose 
en  fuego  divino,  de  que  también  quiere  Nuestro  Señor  que  participen 
los  cuerpos,  la  llamó  para  que  la  quítase  el  pelo,  y  estándoselo 
quitando,  pensaba  entre  sí  guardarle  por  reliquia  de  su  querida  madre; 
pero  la  Santa,  entendiendo  lo  que  dentro  de  sí  discurría  su  hija,  la 
dijo:  «¿Para  qué  piensa  boberías?  mire  que  la  mando  que  Jo  eche  en 
el  muladar».  Obediencia  que  decía  la  sierva  de  Dios  que  la  había 
costado   terrible   dolor  de   su  corazón. 

Cuando  Nuestro  Señor  dispuso  que  viniese  a  ser  priora  de  esta 
Santa  casa  para  que  gozase  el  fruto  y  la  luz  de  la  oliva  que  había 
producido,  resistiendo  la  Santa,  como  está  en  las  adiciones  de  su 
vida  y  en  los  tres  autores  referidos,  la  dijo  Nuestro  Señor:  «¡Oh 
hija,  hermanas  son  mías  estas  de  la  Encamación,  y  te  detienes!  Pues 
ten  ánimo,  mira  que  lo  quiero  yo,  y  no  es  tan  dificultoso  como  te 
parece,  y  por  donde  piensas  perderán  esotras  casas,  ganará  lo  uno 
y  lo  otro;  no  resistas  que  es  grande  mi  poder».  Vino  con  esto  la 
Santa    a    ser    prelada,    y    aunque    las    religiosas,    por    ser    sin    votos, 


APÉNDICES  107 

resistían,  pareciéndolas  juzgarían  habían  cometido  alguna  culpa,  no 
obstante,  con  el  mandato  que  traía  de  Dios  y  palabra  de  que  había 
de  ayudarlas,  envió  a  decir  desde  San  José,  que  si  no  echaban  antes 
las   seglares,  que  había   muchas,  no   había   de  ir  a   ser  priora. 

Y  aunque  la  resistían,  por  la  razón  dicha,  las  echaron  al  punto, 
obedeciendo  antes  de  haberla  dado  la  obediencia;  una  de  las  cuales 
fué  la  venerable  D.a  María  Juárez.  La  tía  que  la  tenía,  le  envió  a 
Nuestra  Santa  Madre  para  que  se  doliese  de  ella  por  no  tener  padre 
ni  madre.  Compadeciéndose  la  Santa,  la  dio  la  licencia  por  escrito  para 
que  quedase  en  nombre  de  criada,  y  así  volvió,  diciendo:  «Cédula  trai- 
go de  moza  de  mi  tía».  Y  queriendo  valerse  del  ejemplar  otra  reli- 
giosa, se  la  volvió  a  enviar  su  tía,  agradeciendo  a  la  Santa  la  ca- 
ridad, pero  no  quería  que  por  ella  quedase  otra  más.  Y  entonces 
la  Santa  pidió  a  un  caballero  de  esta  ciudad  se  la  tuviese  en  su 
casa,  y  después  la  buscó  obras  pías  para  el  dote,  y  la  dio  el  hábito, 
y  salió  tan  hija  de  la  Santa,  que  guardó  en  esta  santa  casa  muchos 
años  la  Regla  primitiva,  haciendo  en  todo  vida  de  Descalza,  en  co- 
mida,   cama    y    vestido,    y    fué    alma    muy    favorecida    de    Dios. 

Llegó,  en  fin,  el  día  en  que  la  Santa  había  de  venir  a  ser  priora, 
y  fué  en  6  de  Octubre  de  1571.  Vino  abrazada  con  una  imagen  de 
San  José,  mi  padre,  el  que  había  traído  consigo  en  todas  las  funda- 
ciones que  había  hecho  hasta  aquel  día,  del  cual  diremos  adelante. 
Protestaban  las  religiosas  que  las  dejasen  votar;  el  P.  Provincial 
decía:  «pues,  en  fin,  no  quieren  a  la  M.  Teresa  de  Jesús».  Pero 
en  medio  de  la  resistencia,  D.a  Catalina  de  Castro  levantó  la  voz 
y  dijo:  «la  queremos  y  la  amamos;  Te  Deum  landamiis^.  Palabras  que 
hasta  hoy  se  repiten  en  esta  santa  Comunidad  con  la  fuerza  del  amor. 

Con  esto  la  siguieron  muchas,  y  todas  le  dieron  la  obediencia,  y 
como  en  todo  la  ¡guiaba  Nuestro  Señor  y  gobernaba  sus  acciones,  se  valió 
de  un  medio  grande  para  allanar  los  interiores  de  las  que  tuvieran  al- 
guna repugnancia.  Puso  ten  la  silla  prioral  una  imagen  de  Nuestra  Se- 
ñora, hermosísima,  que  tendrá  vara  y  cuarta  de  alta,  (es  vestida  y 
no  sabemos  si  lestaba  en  la  iglesia  o  sí  la  Santa  la  tenía  en  su 
oratorio) ;  en  la  silla  suprioral  puso  a  mi  Padre  San  José,  que  tal 
había  de  ser  el  Suprior  donde  la  Reina  de  los  ángeles  y  hombres 
era  la  Priora.  La  Santa  puso  las  llaves  del  convento  en  las  manos,  y 
tocó  a  capítulo,  y  sentóse  la  Santa  a  sus  pies;  y  hizo  el  capítulo  que 
refieren  los  tres  autores  citados  y  trae  también  el  Sr.  D.  Juan  de 
Palafox,  al  fin  del  libro  de  las  cartas  de  nuestra  Santa  Madre,  con 
que  los  corazones  de  todas  quedaron  derretidos  como  la  cera  en  la 
fuerza  del  sol.  Y  porque  Jesucristo  nuestro  Bien  y  su  Santísima  Ma- 
dre se  esmeraban  en  favorecer  esta  santa  Comunidad,  quiso  la  So- 
berana Reina  bajar  a  aceptar  lel  oficio  perpetuo  de  priora  de  su  con- 
vento, principalmente  por  los  méritos  de  su  sierva  Teresa  y  por  los 
de  tantas  que  ayudaban  a  sus  hazañosas  obras,  siguiendo  como  sol- 
dados esforzados  a  tan  animoso  capitán,  a  su  capitana  para  reformar 
la  Orden  de  esta  Soberana  Señora.  Y  en  manifestación  de  que  acep- 
taba el  oflcio,  la  víspera  de  S.  Sebastián  (como  lo  cuenta  la  Santa 
en  las  Adiciones  de  su  vida,  empezando  la  Salve  cantada  de  Com- 
pletas,   vio   la   Santa,   bajar   a   esta   Soberana   Señora   acompañada    de 


108  APÉNDICES 

los  espíritus  celestiales,  y  que  se  ponía  en  la  silla  prioral.  Y  dice  la 
Santa:  «No  vi  la  imagen,  por  todo  el  espacio  de  la  Salve,  sino  a  la 
del  cielo  en  ella.  Estaban  todas  las  sillas,  coronamientos  y  antepe- 
chos llenos  de  ángeles,  y  díjome  Su  Majestad:  «Bien  acertaste  en 
ponerme  aquí;  yo  estaré  presente  a  las  alabanzas  que  en  este  coro 
se  hicieren  a  ;ni  Hijo  y  se  las  presentaré».  Después  de  esto,  quedando 
la  Santa  en  el  coro  recogida  (como  lo  cuenta  el  P.  Fr.  Francisco 
de  Ribera):  «Después  de  Jesto  quédeme  yo,  dice  la  Santa,  en  la  ora- 
ción que  traigo  de  estar  el  alma  con  la  Santísima  Trinidad  y  pareció- 
me que  la  Persona  del  Padre  me  illegaba  a  sí  y  decía  palabras  muy 
agradables,  entre  ellas  me  dijo,  mostrándome  lo  que  me  quería:  «Yo. 
te  di  a  mi  Hijo  y  al  Espíritu  Santo  y  a  esta  Virgen:  ¿qué  me 
darás  tu  a  mí?»  en  que  se  verá  el  aprecio  que  se  debe  hacer  de 
la  primera  merced.  Pues  el  Padre  le  hace  cargo  de  haberla  dado  esta 
Virgen,  ¿en  cuánto  la  debemos  venerar  y  apreciar  sus  esclavas  y  hi- 
jas,   no   mereciendo   estar   continuamente    a    sus   pies? 

El  mismo  P.  Ribera  y  el  Sr.  Obispo  de  Tarazona  dicen 
ambos:  Otro  favor  recibido  en  esta  casa.  Octava  de  Pascua  de  Es- 
píritu Santo,  que  cuenta  con  palabras  también  de  la  Santa.  «Octa- 
va, dice,  de  Espíritu  Santo  me  hizo  Nuestro  Señor  una  merced  y 
me  dio  esperanza  que  esta  casa  iría  en  aumento,  digo  las  almas 
de  ella;  también  afirmó  la  Santa  que  nunca  faltarían  en  esta  santa 
casa  almas  que  agradasen  a  Dios;  y  que  entonces  había  más  de  ca- 
torce, que  si  las  hubiera  cuando  destruyó  el  mundo  con  agua,  por  su 
respeto  no  le  destruyera».  Cuando  la  daban  quejas  que  sacaba  muchas 
y  las  más  aventajadas,  decía  la  Santa:  «Más  de  cuarenta  quedan  que 
podrían   fundar   una   Religión». 

Salieron  para  la  Reforma,  como  he  dicho,  treinta  religiosas,  y  por 
falta  de  salud  de  algunas,  y  otras  porque  hacían  falta  en  la  casa,  vol- 
vieron hasta  ocho,  quedando  allá  las  veintidós,  y  éstas  sin  tres  segla- 
res, que  una  de  ellas  fué  la  celebradísima  M.  María  Bautista,  sobrina 
de  nuestra  Santa  Madre.  Para  S.  José  salieron  el  año  1562,  cuando 
se  fundó  el  primer  convento:  1.  Ana  de  S.  Juan,  a  quien  hizo  priora 
mi  M.  Santa  Teresa,  y  no  queriendo  aceptarlo  por  conocer  no  era 
justo  que  la  Santa  lo  fundase  y  ella  le  gobernase,  y  el  Sr.  Obispo 
hizo  que  mi  madre  Santa  le  tomase.  2.  Ana  de  los  Angeles,  a  quien 
hizo  supriora.  3.  María  Isabel,  'i.  Isabe!  de  San  Pablo,  que  era  novicia 
en  la  Encarnación,  y  profesó  en  San  José.  Y  otras  fueron  saliendo  tam- 
bién adelante  para  S.  José. — Para  Medina  del  Campo,  Agosto  de  1567: 
5.  Doña  Inés  de  Tapia,  allá  Inés  de  Jesús,  a  quien  hizo  la  Santa 
priora  nueve  años,  y  Idespués  fué  catorce  en  Palencia  y  otros  conven- 
tos; volvió  a  Medina  donde  murió.  6.  Doña  Ana  de  Tapia  su  hermana, 
allá  de  la  Encarnación,  fué  allí  supriora,  y  eran  ambas  primas  her- 
manas de  la  Santa;  padres  hermanos  y  madres  hermanas.  Fué  a  la 
fundación  de  Salamanca,  y  ,fué  priora  trece  años,  donde  murió,  y  su 
hermana  en  Medina;  ambas  en  un  día.  7.  D.a  Isabel  Arias,  allí  de 
la  Cruz,  fué  después  priora  de  Valladolid.  8.  Doña  Teresa  de  Quesada. — 
A  Malagón,  año  de  1568,  a  15  de  Abril:  9.  Isabel  de  Jesús,  donde 
fué  priora  y  maestra  de  novicias  muchos  laños,  y  donde  murió.  Fué  hija 
de  Nicolás  Gutiérrez,  grande  amigo  de  mi  Madre  Santa  Teresa,  natural 


APÉNDICES  109 

de  Salamanca;  fueron  seis  hermanas  y  todas  siguieron  a  la  Santa. 
10.  Su  hermana  Ana  ¡María  de  Jesús  y  después  la  pidieron  en  Salamanca 
para  que  fundase  las  Madres  Recoletas  Agustinas.— fl  Valladolid,  a  15 
de  Agosto  1568:  11.  Su  hermana  Juliana  de  la  Magdalena;  fué  allí 
priora,  después  en  Segovia  y  Soria;  volvió  a  Valladolid,  donde  murió 
en  un  éxtasis  grande  de  amor  de  Dios.  12.  María  del  Sacramento  fué 
priora  después  en  Alba,  donde  murió  muy  anciana. — Toledo,  a  14  de 
Mayo,  año  1569:  13.  Doña  Catalina  Yera.  11.  Doña  Juana  Yera,  allá  del 
Espíritu  Santo,  fué  priora  lallí  y  ¡después  en  Alba,  donde  murió.  15.  Doña 
Antonia  del  Águila,  de  allí  a  Pastrana  y  después  a  Segovia.  16.  Doña 
Isabel  Juárez. — Pastrana,  a  9  de  Julio  de  1569:  17.  Jerónima  de  San 
Agustín;  después  vind  a  Segovia,  cuando  se  trasladó  allí  el  Convento  de 
Pastrana.  Segovia,  19  de  Marzo  del  año  157^1:  18.  la  M.  Juana  Bautista, 
de  las  seis  hijas  de  Nicolás  Gutiérrez,  y  de  allí  a  Soria;  desde  donde 
volvió  a  Segovia  por  priora,  y  desde  allí  por  fundadora  a  Calahorra, 
y  después  a  Pamplona,  donde  murió  priora.  19.  María  de  San  Pe- 
dro, su  hermana,  fué  también  en  adelante  a  Segovia.  20.  Antonia  del 
Espíritu  Santo  la  llevó  la  Santa  a  Valladolid  una  de  las  veces  que 
volvió  allá,  donde  murió.  21.  Isabel  de  San  José  también  fué  a  Va- 
lladolid donde  murió,  que  como  de  los  conventos  ya  fundados  iba  sa- 
cando para  otros,  sabiendo  los  deseos  de  otras  de  la  Encarnación 
y  sus  grandes  virtudes,  cuando  pasaba  por  Avila  las  iba  llevando. 
22.  María  de  la  Visitación,  también  cuando  volvió  a  Toledo  el  año 
de  70  la  llevó  allá,  donde  murió.  Ocaña,  23.  La  A\.  Beatriz  de  Jesús, 
parienta  de  la  Santa,  fué  la  que  la  vio  arrobada  en  el  locutorio  y 
a  raí  P.  San  Juan  de  la  Cruz  en  la  Encarnación.  Salió  a  S.  José, 
que  la  llevó  consigo  cuando  acabó  el  priorato  y  después  salió  a  la 
fundación  de  Ocaña,  donde  murió.  Las  que  se  siguen  salieron  después 
del  año  de  77,  que  como  no  la  pudieron  conseguir  por  priora,  como  io 
solicitaron  a  costa  de  tantos  trabajos,  prisiones  y  descomuniones,  la 
fueron  a  buscar  allá,  siguiendo  ¡el  olor  de  sus  virtudes,  que  como  dice 
el  P.  Francisco  de  Ribera,  refiriendo  las  palabras  que  Cristo  nuestro 
Bien  la  dijo,  cuando  la  mandó  que  fuese  a  ser  priora:  «Ve,  que  por 
donde  piensas  perderá  esto,  ganará  todo»,  y  que  se  verificó;  que  con 
el  asistencia  de  la  Santa  se  perfeccionaron  tantas  en  la  virtud,  que 
la  siguieron  muchas,  que  la  ayudaron  en  adelante  a  las  demás  fun- 
daciones, y  la  una  de  ellas  fué:  24.  D.a  Beatriz  Juárez,  que  íué  tam- 
bién a  Ocaña,  que  se  fundó  después  de  muerta  la  Santa.  25.  D.a  Qui- 
tcria  Dávila  fué  a  ser  priora  de  Medina,  año  de  77  y  también  la  acom- 
pañó a  'Salamanca  cuando  las  alumbraron  los  ángeles.  26.  María  Mag- 
dalena. 27.  doña  María  de  Cepeda,  prima  de  la  Santa.  28.  María  Juá- 
rez. 29.  María  Vela.  30.  Isabel  López.  Estas  fueron  las  treinta  reli- 
giosas que  salieron,  sin  las  dos  que  estaban  seglares,  ambas  sobrinas 
de  la  Santa,  que  una  fué  la  M.  María  Bautista,  que  ofreció  su  dote 
para  la  fundación  de  S.  José.  Fué  después  priora  de  Valladolid,  donde 
murió.  Y  D.a  Beatriz,  a  quien  la  Santa  crió  en  su  celda  y  la  llevó 
consigo,  y  en  traje  de  seglar  la  trajo  en  su  compañía  en  algunas 
fundaciones,  y  después  tomó  el  hábito  y  fué  a  la  de  Madrid,  donde 
murió  antes  de  la  Santa,  con  que  logró  el  tenerla  por  cronista  escri- 
biendo su  vida  en  el  Libro  de  las  Fundaciones. 


lio 


APÉNDICES 


De  las  treinta  que  salieron,  volvieron  ocho:  1.  Doña  Quiteria  de 
Hvila,  acabado  el  priorato  de  Medina,  como  queda  dicho,  porque  la 
eligieron  en  la  Encarnación,  y  el  P.  Provincial  la  obligó  a  que  le 
aceptase.  Fuélo  cinco  veces,  como  se  dirá  adelante,  y  lo  que  debió 
a  mi  Madre  Santa  Teresa,  y  a  mi  Padre  San  Elias,  a  la  hora  de 
su  muerte.  2.  Doña  María  de  Cepeda  volvió  por  sus  grandes  enfer- 
medades, de  que  resultó  estar  tullida  en  la  cama  veinte  años  y  vio 
beatificada  a  su  prima.  3.  D.a  Catalina  Ycra,  también  por  su  falta 
de  salud.  ^.  Por  lo  mismo  volvió  D.a  Beatriz  Juárez.  5.  D.a  Teresa  de 
Quesada  también,  y  aunque  no  perseveraron  en  la  Descalcez,  las  amó 
mucho  la  Santa  y  fueron  muy  observantes  religiosas.  6.  La  V.  Ana 
M.a  de  Jesús  la  pidieron  en  Salamanca  para  que  fundase  las  iV\M.  Re- 
coletas Agustinas  de  aquella  ,€iudad,  las  participase  el  espíritu  de  mi 
Madre  Santa;  plantando  aquella  fundación  con  el  que  la  Santa  ha- 
bía fundado  las  suyas,  como  le  conserva  aquella  santa  Comunidad;  allí 
perseveró  hasta  el  año  1615,  y  volvió  a  la  Encarnación  y  murió  el 
de   18.  7.  D.a  ¡Antonia  del  Águila,  y  la  8  M.  Isabel  López. 

Volvieron  a  la  Encamación  desde  Segovia  después  de  haber  es- 
tado en  tres  fundaciones,  porque  como  habían  salido  tantas  y  habían 
muerto  muchas  de  unas  tercianas  pestilenciales,  fué  forzoso  el  que 
viniesen,  y  fen  la  Encarnación  guardaron  la  Regla  primitiva  hasta  morir 
entrambas  en  su  primitivo  nido. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Santa  María,  y  el  P,  Ribera  y  el  Sr.  Obis- 
po de  Tarazona  traen  una  Relación  que  se  halló  en  poder  de  la  M.  M.a 
Bautista,  de  mercedes  que  tenía  escritas  nuestra  Sta.  Madre  del  tiem- 
po que  fué  Priora  en  esta  casa.  En  una  dice:  «Estando  en  la  En- 
carnación el  segundo  ano  ique  tenía  de  Priorato,  sobre  cierta  ocasión, 
acabando  de  comulgar,  me  dijo  Su  Majestad:  «No  hayas  miedo  hija, 
que  nadie  sea  parte  para  quitarte  de  mi»,  que  dicen  muchos  fué  con- 
firmación de  la  gracia.  Otra  merced  dice  la  misma  Santa  que  es- 
tando recogida  con  la  presencia  de  la  Santísima  Trinidad,  manifestán- 
dola Nuestro  Señor  cosas  altísimas  y  viendo  tan  gran  Majestad  (dice 
la  Santa):  «En  cosa  tan  baja  como  en  mi  alma  entendí:  VV^  es  hnja 
¡mes  está  hecha,  a  mi  imagen^. 

Otra  vez,  lamentándose  la  Santa  como  David  de  que  se  alargaba 
su  destierro  y  duraba  tanto  la  vida,  la  dijo:  Piensa  hija  mía,  como 
después  de  acabada  no  me  puedes  servir  lo  que  ahora;  come  por  mi, 
duerme  por  mí,  y  todo  lo  que  hicieres  sea  por  mí,  como  si  no  vivieras 
tú  ya,  si  no  'es  yo,  que  esto  es  lo  que  decía  San  Pablo.  La  misma 
relación  dice,  que  estando  en  el  coro  una  noche  del  Santísimo  Sacra- 
mento, vio  salir  nuestra  Santa  Madre  a  Cristo  de  la  misma  custodia  y 
que  se  vino  a  ,ella,  toda  la  cabeza  corriendo  sangre  y  como  fatigado,  la 
dijo:  «Que  las  cabezas  íde  la  Iglesia  la  tenían  de  aquella  manera»,  y 
que  se  lo  dij0(  a  una  que  le  hizo  harto  provecho... 

Después  de  esto,  vino  N.  S.  Padre  a  ser  confesor,  conque  dán- 
dose la  mano  el  uno  en  el  gobierno  y  el  otro  en  el  confesonario,  cria- 
ron espíritus  admirables  y  mujeres  insignes,  las  cuales,  entregadas  a 
la  virtud,  pasaban  su  pobreza  con  suma  alegría,  y  la  Santa  hacía  lo 
que  podía  por  su  socorro.  Daba  a  ochenta  un  real  cada  semana,  de 
las  más  pobres,  y  solicitó   después  con   D.    Francisco  de  Guzmán,   her- 


.APÉNDICES  111 

mano  de  la  V.  D.^  Francisca  de  Bracanionte,  de  las  más  finas  hijas 
de  mi  M.  Sta.  Teresa  y  gran  imitadora  suya,  de  la  casa  de  los 
Marqueses  de  Fuente  el  Sol  (llamaban  a  este  caballero  en  casa,  Ven- 
tura de  Bracamente;  pudo  ser  se  llame  D.  Francisco  Ventura  de  Bra- 
camente y  Guzmán,  y  su  santa  y  humilde  hermana,  le  llamase  sólo 
el  nombre  de  Ventura),  que  las  diese  este  mesmo  socorro,  y  lo  hizo 
hasta  que  murió.  Y  estando  en  Salamanca  la  Santa  rezando  Maitines  con 
la  V.  D.9  Quiteria  Dávila,  se  arrobó  la  Santa,  y  instada  de  D.a  Quiteria 
le  dijese  lo  que  había  visto,  la  dijo:  «murió  D.  Francisco  de  Guzmán». 
Y  consolando  a  su  hermana  D.a  Francisca,  la  dijo:  «no  tenga  pena, 
que  en  buen  lugar  está,  que  yo  vi  un  cuerpo  glorificado  muy  her- 
moso; y  aunque  él  no  lo  era,  reconocí  ser  él».  Así  lo  cuenta  el  P. 
Ribera,  libro  2,  cap.  5,  conque  a  un  tiempo  solicitaba  la  Santa  el 
ciclo   a   sus   amigos   en   sus    limosnas   y   los   socorros   a   sus   hijas. 

En  la  carta  'tó,  que  es  a  la  M.  Maria  Bautista,  la  dice  que  le 
busque  unos  dineros  prestados,  porque  va  a  la  Encarnación  y  no  se 
sufre  ir  sin  dineros,  mostrando  en  todo  amor  de  madre.  Pagábala 
N.  Señor  con  finezas  grandes  lo  que  trabajaba  en  su  viña,  y  guardó 
para  esta  ocasión  la  mayor  de  las  mercedes.  Octava  de  S.  Martín, 
segundo  año  del  priorato,  que  por  haber  comenzado  a  Octubre  del 
71  hemos  de  decir  fué  a  18  de  Noviembre,  año  de  72,  dice  la  Santa 
que  fué  el  desposorio  del  clavo  por  arras  ea  el  comulgatorio  de  esta 
santa  casa,  dándola  la  comunión  mi  padre  S.  Juan  de  la  Cruz,  en  que 
le  dijo  aquellas  tan  tiernas  palabras  que  la  Santa  refiere:  «Toma  este 
clavo  en  señal  de  que  serás  mi  esposa  desde  hoy;  hasta  ahora  no  lo 
habías  merecido;  de  aquí  (adelante,  no  sólo  como  Criador  y  romo  tu  Rey 
y  tu  Dios  mirarás  por  mi  honra,  sino  como  verdadera  esposa  mía, 
mi  honra  es  tuya  y  la  tuya  es  mía».  ¡Oh  Dios  mío!  ¿cómo  las  que  lle- 
gamos a  recibiros  en  este  comulgatorio,  tálamo  dichoso  de  tales  des- 
posorios, no  nos  abrasamos  en  vivo  amor  tuyo?  Y  ¿qué  se  admira 
el  mundo  de  que  sean  cada  día  mayores  las  honras  que  Dios  da 
a  esta  Esposa  suya,  si  es  la  honra  de  Dios  la  de  Teresa? 

Otras  muchas  veces  se  Je  manifestó  la  SSma.  Trinidad,  conforme 
suele  hacerlo  a  los  viadores,  que  ya  nos  enseñan  no  será  con  la  vista 
clara  de  aquella  divina  Esencia,  pero  en  la  más  superior  forma  y 
manera  que  se  sufre  a  los  que  están  en  carne  mortal.  Aquí,  llegán- 
dola el  Hijo  al  Padre  Eterno,  le  dijo:  «Esta  que  me  diste  te  doy». 
Aquí,  acabando  de  comulgar  la  tomaba  S.  M.  la  mano,  y  llegándola 
a  su  costado,  le  dijo:  «Mira  mis  llagas,  no  estás  sin  Mí;  pasa  la 
brevedad  de  la  vida».  Otra  vez  la  dijo:  «^Ya  sabes  el  desposorio  que 
hay  entre  Mí  y  Tú;  y  habiendo  éste,  lo  que  yo  tengo  es  tuyo.  Y 
así  te  doy  todos  los  dolores  y  trabajos  que  pasé,  y  con  esto  puedes 
pedir  a  mi  Padre  como  cosa  propia».  Otra  vez,  estando  dando  gra- 
cias a  N.  Señor  por  una  merced,  la  dijo:  «¿qué  me  pedirás  tu  a  Mi 
que  no  haga  yo,  hija  mía?»  (1). 

Todas  estas  mercedes  recibió  en  ©1  coro  bajo,  y  otras  infinitas 
que    guardó   la    relación    de  ellas    la    M.    Maria    Bautista,    con    el    amor 


1       En  cuanto  al  lugar  donde  la  -Santa  recibió  estas  y  otras  mercedes  de  que  habla  este  Có- 
dice, nos  atenemos  a  lo  dicho  en  las  notos  del  texto  de  las  Relaciones. 


112  APÉNDICES 

de  haberse  criado  en  casa  y  saber  el  que  su  Sta.  Tía  y  Madre  tenía 
a  su  convento.  Cuando  iba  y  venia,  o  pasaba  por  la  ciudad,  siempre 
venía  a  ¡estarse  algunos  días  en  casa,  y  decía:  ¿qué  les  parece?;  vuél- 
veme a  mi  madre.  Y  en  estos  tiempos  consolaba  a  unas,  alentaba  a 
otras  y   enseñaba   a   todas. 

Estando  priora  del  convento  murió  una  sobrina  de  la  Santa,  que  se 
llamaba  D.a  Leonor  de  Cepeda,  religiosa  en  casa,  hermana  -de  la 
M.  María  Bautista,  y  fué  Octava  de  Corpus.  La  Santa  hizo  la  en- 
terrasen con  la  Misa  del  Santísimo  y  que  anduviese  la  procesión 
con  Su  Majestad  alrededor  del  cuerpo,  que  entonces  entraba  acá  den- 
tro por  una  puerta  que  había  del  coro  bajo  a  la  iglesia  (a  que  gus- 
taba venir  hartas  veces  el  Sr.  D.  Alvaro  de  Mendoza),  y  hizo  esto  la 
Santa  porque  un  día  antes  que  muriese,  vio  la  Santa  el  dichoso 
fin  que  había  de  tener  y  que  no  había  de  llegar  al  purgatorio.  Y 
cuando  las  religiosas  llevaban  el  cuerpo  en  el  féretro,  vio  que  los  án- 
geles la  ayudaban  a  llevar,  y  dijo  así:  «porque  se  vea  cuanto  honra 
Dios  los  cuerpos  donde  estuvieron  almas  buenas».  También  estando 
en  S.  José  murió  en  casa  Ana  de  S.  Pablo,  y  afirmó  también  no  ha- 
bía pasado  por  el  Purgatorio  (1).  También  siendo  priora,  la  partía 
<el  pan  N.  Señor,  y  se  le  dio  por  su  mano  estando  una  noche 
muy   mala. 

El  año  de  72,  a  primero  de  Marzo,  pasó  a  mejor  vida  el  glo- 
rioso Pontífice  S.  Pío  V,  que  tanto  la  favoreció,  y  en  muestra  de 
lo  que  la  amaba,  'de  camino  del  cielo  se  la  apareció  glorioso  como 
S.  Pedro  de  Alcántara;  y  siendo  el  año  de  72  estaba  la  S.  Priora 
en  esta  santa  casa.  Así  lo  supo  de  boca  de  la  Santa  la  V.  M.  Ana 
de  Jesús,  y  así  )o  testificó  en  la  Deposición  que  hizo  para  la  cano- 
nización de  la  Santa,  afirmándolo  con  juramento.  Así  lo  dice  el  Rdmo. 
P.  Fr.  Francisco  de  Sta.  María  en  la  primera  parte  de  las  Cró- 
nicas,  tom.    I,   lib.   3,   cap.    1,   fol.   398. 

No  eran  menores  las  mercedes,  como  la  Santa  dice,  que  recibió 
de  mi  P.  S.  José;  y  en  orden  a  esta  casa,  dice  la  tradición  de 
todas,  que  el  Santo  que  puso  en  la  silla  suprioral  le  parlaba  cuanto 
las  religiosas  hacían,  y  así  le  nombraba  el  Parlero.  En  testimonio 
de  esta  verdad,  se  quedó  la  boca  abierta  milagrosamente.  Tenía  gran 
devoción  con  esta  santa  Imagen  de  N.  P.  S.  José  el  Inquisidor  Ge- 
neral D.  Diego  Arce  de  Reinoso,  siendo  prelado  de  este  convento,  y 
el  Sr.  'D.  Francisco  de  Rojas,  obispo  hoy  de  Cartajena:,  y  decía  que  siem- 
pre que  le  veía,  le  parecía  iba  a  hablar  alguna  palabra  y  que  quisiera 
merecer  que   fuera   para   Su   Ilustrísima...   (2). 


1  Véase  el  Libro  de  la  Vida.  c.  XXXVIII,  n.  341. 

2  Hasta  aquí  lo  más  principal  que  de  la  Santa  contiene  el  Manuscrilo  de  la  Encarnación. 


APÉNDICES  113 


VI 


CARTA   DE   DOÑA   MARÍA   PINEL   A   UN   PRELADO   DE   SU  ORDEN,   EN   LA   QUE 
REFIERE  ALGUNOS  HECHOS  DE  SANTA  TERESA  DE  JESÚS  (1). 


Pax  Christi.  Por  el  buen  deseo  que  Vuestra  Paternidad  significa 
tener,  y  por  el  término  con  que  procede,  quisiera  tener  noticia  de  muchas 
cosas  para  satisfacer  respondiendo  a  propósito  de  lo  que  pregunta; 
mas  yo  entiendo  que  han  andado  tan  diligentes  los  que  han  escrito, 
que,  o  inquiriendo  de  las  personas  que  pueden  tener  noticia,  o  coli- 
giendo de  lo  que  nuestra  Santa  Madre  escribió,  no  hayan  escrito  todas 
las  cosas  notables  que  podemos  alcanzar;  porque  de  las  interiores  y 
que  sólo  el  Señor  que  las  obró  las  sabe,  no  hablamos,  que  allí  bien 
hubiera  que  decir  si  Su  Majestad  lo  revelara. 

Digo,  pues,  que  la  vida  que  la  Santa  Madre  hizo  en  este  convento 
veintisiete  años  que  fué  religiosa  en  él,  fué  como  ella  de  si  la  escribe, 
que  cuando  su  testimonio  no  fuera  tan  suficiente  como  es,  las  religio- 
sas de  aquel  tiempo  lo  certifican  ansí,  y  entre  ellas  es  la  señora  doña 
Inés  de  Quesada,  que  era  ya  monja  de  velo  cuando  la  santa  Madre 
vino  a  tomar  el  hábito;  y  aun  cuenta  esta  sierva  de  Nuestro  Señor  una 
cosa,  que  aunque  es  menudencia,  me  causa  devoción,  que  dice:  «Yo  rae 
acuerdo  cuando  la  Santa  Madre  venía  seglar  algunas  veces  a  este  con- 
vento, y  doy  por  señas  que  traía  una  saya  naranjada,  con  unos  ribetes 
de  terciopelo  negro»;  hoy  vive  esta  religiosa  y  tiene  más  edad  que 
tuviera   la   Santa   Madre  si   fuera  viva. 

Doña  María  de  Cepeda,  parienta  suya,  dice  que  viniendo  una  noche 
de  Maitines  con  la  Santa  Madre,  dijo:  ¡Oh  hermana!  Si  ella  supiese 
el  escudero  que  llevamos,  cómo  se  holgaría;  y  preguntándola  doña  Ma- 
ría que  quién  era,  respondió  que  Cristo  con  la  cruz  a  cuestas.  La  noche 
que  en  su  oratorio  hacía  desamen  y  no  hallaba  haber  hecho  ninguna 
obra  de  caridad,  se  iba  al  coro,  y  todas  las  capas  que  hallaba  en  las 
antiformas  descosidas  las  cosía,  que  serían  hartas,  pues  había  al  pie 
de  doscientas  religiosas.  Otras  veces  se  iba  con  una  linternica  a  las 
escaleras,  para  que  no  cayesen  las  que  iban  sin  luz  y  para  darla  a  las 
que  la  buscasen.  La  vida  y  modo  de  proceder  que  tuvo  cuando  fué 
priora,  fué  tal  cual  se  puede  entender  de  una  alma  tan  llena  de  Dios, 
y  de  los  efetos  que  hizo  en  el  alma  de  las  religiosas,  pues  haciendo  la 
Santa   Madre   todo   lo  que   quiso   en  el   gobierno   del   convento,   dentro 


1  Esta  carta  autógrafa,  que  la  hemos  visto  entre  los  papeles  que  de  nuestro  Archivo  ge- 
neral de  San  Hermenegildo  se  guardan  en  la  Biblioteca  Nacional,  y  se  publicó  en  un  tomo  de 
Relaciones  Históricas  de  los  siglos  XVI  y  XVII,  por  La  sociedad  de  Bibliófilos  españoles, 
Madrid,  1896,  debió  de  ser  dirigida  a  algún  prelado  de  la  Reforma  Carmelitana  que  pidió  a  la 
venerable   María  Pinel   datos   sobre   Santa   Teresa   en   la    Encarnación. 

II  8 


114  JIPBIIDICBS 

de  muy  pocos  días,  con  su  prudencia,  redujo  a  su  amistad  y  muy  grande 
afición  a  algunas  que  en  el  principio  habían  iieciio  contradicción.  Y  el 
haberse  desenconado  tan  presto,  argumento  es  de  que  no  era  mortal 
el  odio  que  la  teníaní,  y  que  entre  ellas  había  mucha  cristiandad  y  reli- 
gión, pues  tan  presto  mudaron  opinión  para  seguir  la  mejor  parte. 

Estas  y  otras  razones  pudieran  haber  considerado  los  autores  que 
han  escrito  haciendo  tanta  ponderación  y  espanto  de  las  contradicciones 
y  alborotos  deste  convento;  y  si  cada  uno  metiese  la  mano  en  su  pecho 
y  considerase  lo  que  haría  si  en  su  casa  le  quisiesen  meter  inopinada- 
mente quien  le  mandase  y  gobernase,  no  se  espantaría  de  lo  que  en 
aquel  caso  sucedió,  pues  no  ha  tres  años  que  una  comunidad  muy  reli- 
giosa y  reformada,  hubo  hartas  inquietudes  y  pesadumbres  sobre  admi- 
tir un  capellán  de  muy  conocida  virtud,  porque  tenían  puestos  los  ojos 
en  otro,  siendo  tan  diferente  un  capellán  que  las  diga  misa,  de  una 
priora  que  las  gobierne.  Y  si  le  pareciere  alguno  que  por  ser  la  virtud 
y  santidad  de  la  Madre  tan  conocida,  fué  muy  culpable  la  contradicción 
que  se  hizo,  a  eso  se  puede  responder  que,  después  que  la  expiriencia 
hizo  segura  y  libre  de  sospechas  la  santidad  de  la  Madre,  fué  y  es 
tan  estimada  y  venerada  en  esta  casa  y  religiosas,  como  en  las  que 
fundó,  y  ansí  se  puede  decir  más;  porque  los  que  fueron  fundados  de 
la  Madre  gozaron  sólo  el  tiempo  de  la  seguridad,  y  este  convento  y 
religión  gozó  también  del  tiempo  de  principios.  Y  como  en  ellos  todas 
las  cosas,  por  buenas  que  sean,  están  sujetas  a  engaño,  especialmente 
las  que  traen  novedad^  y  desto  habido  tantas  experiencias,  no  es  mara- 
villa hubiese  contradicciones  de  sus  mismos  hermanos  con  santo  celo; 
pues  la  misma  Santa  Madre,  como  ella  confiesa  y  repite  muchas  veces, 
con  ser  las  cosas  que  deseaba  tan  buenas  y  con  hablarla  Nuestro  Señor 
y  asegurarla,  aun  no  se  determinaba  de  una  y  muchas  veces,  ¿qué 
mucho  es  que  los  que  no  tenían  tan  claras  revelaciones  dudasen  y  con- 
tradijesen? 

Y  si  no,  mire  Vuestra  Paternidad,  si  agora  en  su  familia  quisiese 
alguno  introducir  alguna  cosa  nueva,  aunque  fuese  de  mayor  perfección, 
tendría  contradicciones.  Bien  veo  que  lo  que  la  Santa  Madre  introdujo, 
no  fué  novedad  ni  cosa  extraña,  comparado  con  el  modo  de  vivir  de 
nuestros  antiguos  padres,  sino  lo  mismo;  mas  fué  cosa  nueva  compa- 
rado con  la  observancia  de  la  Regla  mitigada  que  en  aquel  tiempo  se 
guardaba.  No  quiero  cansar  más  a  Vuestra  Paternidad  con  estas  cosas, 
que  mejor,  sin  comparación  ninguna,  las  sabrá  disponer  que  yo  decir. 
Olvidábaseme  de  decir  que,  en  el  tiempo  que  la  Madre  fué  priora, 
estuvo  a  la  muerte  de  algunas  religiosas,  y  dio  alegrísimas  nuevas  de 
su  salvación,  diciendo  que  se  iban  dende  las  camas  al  cielo;  y  dicién- 
dola  una  señora  antigua  que  había  algunas  imperfecciones  en  las  ceri- 
monias  de  la  Orden,  la  Santa  Madre  la  respondió:  No  se  aflija,  her- 
mana, que  yo  la  digo  que  hay  más  de  catorce  justas  por  quien  Dios 
hace  mercedes  a  esta  casa;  y  si  Su  Majestad  se  contentaba  con  siete 
para  no  anegar  a  !m  mundo,  de  creer  es  que  le  agradaría  mucho  este 
convento. 

De  lo  que  toca  al  santo  Fray  Juan  de  la  Cruz,  digo  a  Vuestra 
Paternidad  que  le  prendieron  estando  en  esta  casa  de  la  Encarnación 
y  le  llevaron  a  Toledo;  y  de  su  prisión  y  persecuciones  digo  lo  mismo 


APÉNDICES  115 

que  de  las  de  la  Santa  Madre;  el  Padre  Fray  Juan  de  Santa  María, 
en  Toledo  le  tuvo  a  su  cargo.  Dice  que  siempre  vio  en  el  siervo  de 
Dios  una  grandísima  paciencia  en  sus  trabajos,  de  que  le  está  muy  edi- 
ficado, y  que  una  cruz  que  le  dio  el  Santo  en  agradecimiento  de  algún 
regalo  que  le  deseó  hacer,  la  estima  en  tanto,  que  no  la  dará  por  nin- 
guna cosa;  no  dice  más  desto.  Las  señoras  antiguas  que  le  conocieron, 
dicen  mucho  de  su  santidad,  g  que  cuando  salió  de  las  cárceles  de 
Toledo  vino  a  esta  ciudad  y  convento,  y  estando  con  algunas,  les  dijo: 
«¡Oh  monjas  de  la  Encarnación,  qué  de  ello  rae  costáis  y  qué  de  ello 
me  debéis!». 

En  lo  que  toca  a  la  profecía  o  dicho  de  que  había  de  salir  de 
esta  casa  una  Teresa  santa,  no  hay  quien  sepa  con  claridad  el  prin- 
cipio que  tuvo,  más  de  que  en  aquel  tiempo  se  decía,  y  la  santa  Madre 
solía  decir  a  otra  gran  religiosa,  que  se  llamaba  doña  Teresa  de  Que- 
sada  y  era  hermana  de  la  doña  Inés  de  Quesada,  que  dije  arriba,  que 
después  fué  priora  en  Medina  del  Campo  y  se  llamaba  Teresa  de  la 
Coluna;  digo  que  le  solía  decir:  «Mire,  hermana,  que  dicen  que  ha  de 
salir  desta  casa  una  Teresa  santa;  plega  a  Dios  que  sea  una  de  las 
dos  y  que  sea  yo».  Y  la  otra  señora  respondía:  «Plega'  a  Dios  que  yo». 
Yo  entiendo  que  ambas  cumplieron  su  deseo;  lo  que  yo  entiendo  del 
principio,  esto  es,  que  será  lo  que  el  Padre  Ribera  dice  del  zahori,  y 
lo  que  Vuestra  Paternidad  dice  de  Juan  de  Dios,  desta  manera:  que 
Juan  de  Dios  diría  esoí,  y  como  no  todas  conociesen  quién  era,  como  al- 
gunas le  nombrarían  santo  y  le  tendrían  por  tal,  otras  le  llamarían 
zahori,   que  muchas   veces  suceden  semejantes  cosas. 

Lo  que  le  sé  decir  a  Vuestra  Paternidad  de  lo  que  siento,  es  que 
Nuestro  Señor  quiere  muy  bien  a  esta  santa  casa  y  que  ha  tenido  y 
tiene  en  ella  muchas  almas  que  le  desean  agradar.  Que  las  haya  tenido, 
la  Santa  Madre  lo  afirma  en  algunas  partes,  en  aquellos  capítulos  diez 
y  siete  y  diez  y  ocho  de  su  Vida,  y  no  habla  de  cumplimiento,  sino 
verdades;  y  que  lo  sean,  testigos  son  las  obras  de  haber  sacado  de  la 
cantera  deste  convento  veinte  o  más  piedras  fundamentales  de  esc 
gran  edificio  que  con  el  favor  de  Dios  fundó;  y  bien  creo  no  hay  con- 
vento que  pueda  tener  el  blasón  que  éste  tiene,  de  haber  tenido  tanto 
que  dar,  quedándose  con  tanto  bueno  como  tiene;  pues  para  gloria  del 
Señor,  que  lo  hace,  lo  digo,  que  hay  muchas  almas  en  este  santo  convento, 
que  no  sólo  sacan  el  agua  que  la  Santa  Madre  dice  en  su  Vida,  a 
brazos  y  con  la  noria,  y  algunas  a  quien  el  Señor  llueve  por  su  bondad 
la  cuarta  agua  en  grande  abundancia,  que  así  me  lo  ha  certificado  quien 
tiene  alguna  noticia  de  lo  que  pasa  en  las  almas. 

Y  por  el  consuelo  de  Vuestra  Paternidad  y  mío,  le  quiero  contar 
una  cosa  que  sucedió  en  este  convento  pocos  días  ha,  para  que  de  ahí 
infiera  que  la  Santa  Madre  tiene  amor  a  esta  casa,  y  desto  son  testigos 
los  Padres  confesores  que  hay  en  ella,  que  pasó  por  sus  manos  y  tra- 
taron mucho  a  la  señora  doña  Quiteria  de  Avila,  religiosa  que  fué 
priora  en  este  convento  cinco  veces  y  que  anduvo  con  la  Santa  Madre 
en  algunas  fundaciones,  creo  por  espacio  de  dos  años,  porque  eran 
muy  amigas,  y  a  esta  causa  la  Santa  Madre  la  pedía  algunas  veces 
tomase  el  hábito  de  Descalza  y  no  lo  pudo  acabar;  porque  esta  señora 
decía   que  no   se  inclinaba  sino   a   seguir   su   primera  vocación,  en  la 


116 


APÉNDICES 


cual  murió  guardando  perfectísimamente  su  regla.  Cuenta,  pues,  uno 
de  los  Padres  confesores  deste  convento,  el  caso  que  digo,  desta  ma- 
nera: tenía  yo  por  particular  consuelo  y  recreación  hablar  con  la  se- 
ñora doña  Quiteria  de  Avila  en  cosas  de  la  Santa  Madre,  como  testigo 
de  vista  y  compañera  que  había  sido  suya,  y  entre  otras  cosas  que  me 
contó,  me  dijo  algunas  veces:  «Padre,  gran  consuelo  tengo  y  confianza 
en  una  palabra  que  me  dio  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  de  que  me 
había  de  ayudar  en  la  hora  de  mi  muerte.,  y  fué  que,  despidiéndome  de 
ella  para  volverm^e  a  este  convento  de  la  Encarnación,  le  dije:  «AUre, 
Madre,  que  no  se  olvide  Vuestra  Reverencia  de  encomendarme  a  Nues- 
tro Señor»;  y  me  respondió:  «Vaya,  hija,  enhorabuena  y  sirva  a  Muestro 
Señor  y  sea  buena  religiosa,  que  cuando  se  muera  o  cuando  se  haya  de 
morir,  echará  de  ver  lo  que  me  debe  y  la  quiero  y  cómo  la  encomiendo 
a  Dios». 

Después  de  haberme  contado  esto,  algunas  veces  que  he  dicho,  su- 
cedió que  estando  esta  señora  religiosa  en  su  celda,  a  los  últimos  de 
Hgosto  del  año  de  mil  y  seiscientos  y  seis,  un  día,  después  de  medio- 
día, quiriendo  reposar  un  poco  sobre  un  estradillo  donde  estaba  sen- 
tada, reclinó  la  cabeza,  y  antes  que  se  durmiese,  vido  entrar  por  la 
puerta  de  la  celda,  que  estaba  enfrente  de  su  rostro,  una  religiosa 
venerable  con  un  paso  grave;  y  aunque  la  vido  muy  bien,  no  tanto  que 
apercibiese  las  señas  del  rostro  para  conocer  quién  era,  y  llegando 
esta  religiosa,  que  entró  hasta  la  mitad  de  la  celda  sin  hablar  palabra, 
volvió  las  espaldas,  dando  muestras  de  que  se  quería  volver  a  salir 
por  la  puerta;  y  parecisndole  a  la  señora  doña  Quiteria  que  aquella 
religiosa  se  volvía,  pensando  que  dormía,  por  no  despertarla,  la  co- 
menzó a  decir:  «No  se  vaya,  señora,  que  no  duermo»,  y  no  se  fué 
derecha  a  la  puerta  de  la  celda,  sinq  a  la  cama  de  aquella  señora  reli- 
giosa, que  estaba  al  otro  lado  en  par  de  la  puerta,  y  en  llegando  a 
la  cama  se  desapareció,  quedando  desto  la  señora  doña  Quiteria  algo 
turbada,  aunque  como  era  mujer  de  valor  y  ánimo,  luego  volvió  en 
sí.  Luego,  la  noche  siguiente,  acostándose  esta  religiosa  en  su  cama, 
antes  de  dormirse,  oyó  en  su  interior  unas  palabras  claras  y  distintas 
que  le  dijeron:  De  aquí  a  siete  meses  morirás,  ñlgo  de  esto  debía 
de  contar  esta  señora,  de  manera  que  yo  lo  vine  a  oir  de  algunas  re- 
ligiosas, aunque  no  tan  por  extenso,  y  no  le  di  crédito  hasta  que  de  allí 
a  cuatro  o  seis  días  vino  a  mi  confesonario  la  señora  doña  Quiteria 
y  me  contó  todo  el  suceso  de  la  manera  que  yo  le  he  referido,  certifi- 
cándome que  en  ninguna  destas  ocasiones  estaba  dormida.  Yo  la  creí 
porque  conocía  su  mucho  valor  y  verdad.  Preguntóme  qué  me  parecía 
de  aquello  y  qué  sería  bien  hacer;  yo  dije:  «Si  esa  es  merced  ij  aviso 
de  Muestro  Señor,  es  gran  regalo;  y  si  acaso  fuere  ilusión,  tomemos 
lo  que  no  nos  puede  hacer  daño,  que  es  el  apercibimiento».  Parecióle 
bien  y  pusimos  silencio,  haciendo  la  religiosa  de  allí  adelante  una 
vida  ejemplarísima,  aunque  toda  la  que  ella  tuvo,  que  serían  más  de 
ochenta  años,  lo  había  sido. 

Sucedió,  pues,  que  el  día  de  la  Encarnación  del  año  de  mil  y 
seiscientos  y  siete,  que  es  a  los  últimos  de  Marzo,  bajó  esta  señora 
a  confesarse,  y  acabando  de  recibir  el  Santísimo  Sacramento  de  mi 
mano,   por  la  ventanita   donde   Muestro   Señor  hizo   tantas  mercedes  a 


APÉNDICES  117 

nuestra  señora  Madre,  le  dio  un  frío  de  calentura  muy  grande,  y 
luego  dijo:  «Esto  es  morir,  que  ahora  ss  cumplen  los  siete  meses».  Lle- 
váronla a  la  celda,  y  al  cabo  de  cinco  días  se  la  llevó  Nuestro  Señor 
con  una  muerte  sosegada  y  pacífica,  y  el  tiempo  que  le  duró  la  ha- 
bla, que  fué  hasta  muy  poquito  antes  de  expirar,  decía:  «Gran  coa- 
suelo  tengo  y  gran  confianza  que  antes  que  parta  desta  vida,  tengo  de 
ver  a  la  Santa  Madre  y  a  nuestro  Padre  Elias»,  de  quien  era  muy  devo- 
ta. Juntando  agora  la  promesa  de  la  Santa  Madre  con  la  visión,  y  el 
aviso  y  el  cumplimiento  de  las  palabras  que  la  dijeron,  tengo  por 
cierto  que  fué  la  Santa  Madre  la  monja  que  se  le  apareció  y  la  avisó. 
Creo  que  con  mi  largueza  habré  cansado  a  Vuestra  Paternidad; 
suplicóle  me  perdone,  que  porque  entiendo  que  le  causará  devoción,  lo 
he  contado  a  Vuestra  Paternidad.  Le  suplico  me  tenga  por  muy  sierva 
suya,  que  me  tengo  por  muy  favorecida  en  que  se  sirva  de  mandar 
en  cosas  de  su  gusto  y  más  las  que  yo  tan  en  el  alma  tengo, 
que  si  está  más  adonde  ama  que  adonde  anima,  sin  duda  me  la  tiene 
usurpada  la  Santa  Madre,  y  por  el  consiguiente  buenas  mercedes; 
mas  llegando  a  este  punto,  será  cordura  el  callar  aunque  sea  con  lá- 
grimas en  los  ojos.  R  Vuestra  Paternidad  suplico  me  encomiende  a 
Dios  en  sus  oraciones  y  me  mande.  De  ñvila  y  Septiembre,  12,  de 
\6\0.— Doña   Alaría    Pine!. 


118  APÉNDICES 


VII 


NOTICIA      DEL     MONASTERIO      DE      LA      ENCARNACIÓN      DE      AVILA,      DONDE     TOMO      LA 
SANTA     EL     HABITO     DE     RELIGIOSA     CARMELITA     (1). 


El  convento  de  la  Encarnación  de  Avila,  de  la  Orden  de  Nuestra 
Señora  del  Carmen,  donde  nuestra  bienaventurada  Madre  Santa  Tere- 
sa de  Jesús  tomó  el  iiábito,  es  uno  de  los  más  insignes  que  tiene 
aquella  noble  ciudad,  y  después  que  la  Santa  entró  y  vivió  en  él, 
uno  de  los  más  famosos  del  mundo.  Y  porque  este  ilustre  convento 
fué  el  jardín  donde  se  crió  flor  tan  hermosa,  el  campo  donde  flo- 
reció tan  fértil  planta,  y  la  cantera  donde  se  cortó  la  primera  y  fun- 
damental piedra  del  edificio  espiritual  de  nuestra  Reforma,  parece 
obligación  forzosa  hacer  aquí  particular  mención  del.  Fundó  este  mo- 
nasterio D.a  Elvira  de  Medina,  año  de  mil  y  quinientos  y  trece,  dos  años 
antes  que  naciese  nuestra  Santa  Madre,  en  el  mismo  lugar  y  sitio  que 
hoy  tiene,  fuera  de  la  ciudad,  hacia  la  parte  del  Septentrión,  en 
la  casa  y  solar  antiguo  del  mayorazgo  que  se  decía  de  San  Miguel 
del  Arroyo.  Es  muy  dilatado  y  grande  el  edificio;  excelente  la  igle- 
sia y  claustro;  tiene  mucha  habitación,  grande  huerta,  y  abundancia  de 
agua;  y  aunque  no  es  rico,  pero  suficientemente  acomodado.  Creció  en 
breve  tiempo  la  fama  de  su  mucha  religión  y  observancia,  y  con  ella 
el  número  de  sus  religiosas,  de  suerte  que  ya  por  los  años  de  mil 
y  quinientos  y  cincuenta,  morando  allí  nuestra  Santa  Madre,  vinieron 
a  ser  ciento  y  noventa  monjas,  según  consta  de  varias  y  fidedignas 
relaciones. 

Ha  habido  entre  las  religiosas  deste  monasterio  muchas  de  seña- 
lada virtud  y  fama  de  santidad,  de  las  cuales  referiré  algunas  breve- 
mente. Ana  M.a  de  Jesús,  natural  de  Salamanca,  fué  muy  amada  de 
nuestra  Santa  Madre  Teresa,  su  secretaria  y  compañera  de  celda,  y 
hermana  de  otras  tres  religiosas  de  aquel  convento,  que  después,  si- 
guiendo a  la  Santa,  fueron  descalzas,  y  se  llamaron  Isabel  de  Jesús, 
Juliana  de  la  Magdalena  y  Jerónima  de  San  Agustín.  Ana  María, 
perseverando  en  su  primera  vocación,  se  mejoró  mucho  en  ella,  y 
vivió  con  gran  ejemplo  y  reformación.  Hizo  particular  estima  de  su 
virtud  nuestro  venerable  P.  Fr,  Juan  de  la  Cruz,  siendo  confesor 
suyo,  cuando  lo  fué  de  aquel  convento,  y  ella  tuvo  entonces  revela- 
ción de  la  pureza  y  admirable  inocencia  del  alma  del  varón  santo, 
como  se   dirá   en   su   lugar.    Fué   regalada    del    Señor   con    particulares 


1  El  clásico  escrüor  e  historiador  dilifrente  de  la  Reforma  del  Carmen,  P.  Jerónimo  de  San 
José,  lib.  II,  cap.  IX-,  añade  algunos  pormenores  a  las  Relaciones  de  Maria  Pinel,  principalmente 
en  lo  que  atañe  a  la  fábrica  del  Monasterio  y  a  la  celda  habitada  por  la  Santa,  tal  como  se  ha- 
llaba en  el  siglo  XVII,  desde  cuya  fecha,  nu  ha  tenido  modificación  ninfluna  notable. 


APÉNDICES  119 

mercedes  en  la  oración,  y  no  menos  con  trabajos  y  enfermedades, 
los  cuales  padeció  con  grande  igualdad  y  esfuerzo  de  ánimo.  Sacá- 
ronla de  su  convento  por  orden  y  mandato  del  Sr.  Nuncio  de  España, 
para  fundar  uno  de  Agustinas  Recoletas  en  Salamanca,  y  después 
de  haberle  fundado  e  instruido,  volvió  al  suyo  donde  murió  llena  de 
días,  virtudes  y  merecimientos.  Semejante  a  esta  fué  Marina  Maldo- 
nado,  natural  de  Avila,  de  vida  muy  penitente  y  austera.  Solía  revol- 
carse, como  San  Benito,  entre  zarzas.  Dormía  sobre  una  estera, 
vestía  túnicas  muy  ásperas,  y  ayunaba  todo  el  año,  disimulando 
desta  suerte  la  singularidad  de  su  abstinencia  en  la  Comunidad, 
en  lo  cual  perseveró  por  tiempo  de  diez  y  siete  años.  No  trataba  con 
seglares  aunque  fuesen  deudos,  pero  con  Dios  continuamente.  Hizo 
y  bordó  un  frontal  para  una  imagen  de  Nuestra  Señora  que  hay 
muy  venerada  en  aquel  convento,  por  habérsele  aparecido,  y  hablado 
en  ella  la  Virgen  Santísima  a  nuestra  Santa  Madre,  y  sin  haber 
jamás  aprendido  ni  sabido  hasta  entonces  qué  cosa  era  bordar,  salió 
excelente  y  admirable  la  labor.  Dice  le  agradeció  la  Virgen  este 
servicio  y  afecto  con  un  abrazo  que  le  dio  por  medio  de  esta  santa 
imagen.  Vivió  en  todo  muy  ajustada  a  sus  obligaciones,  y  murió  con- 
forme había  vivido,  dejando  en  la  celda  un  olor  del  cielo,  y  en  la 
estimación    de   todas,   opinión    de   verdadera   y    grande    religiosa. 

Doña  Francisca  de  Bracamonte,  natural  y  de  lo  más  noble  de 
Avila,  ilustró  con  su  ejemplar  virtud  aquel  monesterio.  Fué,  cuando 
noble,  humilde  y  despreciadora  de  las  honras  y  estimación  del  mundo. 
Siendo  con  general  aclamación  deseada  de  todo  el  convento  por  prio- 
ra, después  de  haber  ellf»  hecho  muchas  diligencias  con  las  religiosas 
para  que  no  la  eligiesen;  y  pareciendo  imposible  faltarle  voto  alguno, 
acudió  a  Dios,  y  fué  la  instancia  de  su  oración  y  lágrimas  tal,  que 
alcanzó  del  Señor  mudase  de  repente  los  ánimos  y  la  dejasen  libre.  Guar- 
dó la  abstinencia  de  miércoles  y  sábados,  hasta  el  mismo  día  en 
que  murió,  que  fué  miércoles. 

Doña  Antonia  del  Águila,  no  menos  ilusíre  en  sangre  y  virtud, 
natural  de  la  misma  ciudad,  fué  singularmente  señalada  en  el  afec- 
to a  los  pobres  y  a  la  pobreza  religiosa,  socorriendo  a  aquéllos 
y  guardando  ésta  con  ejemplar  demostración.  Comía  una  sola  vez 
y  parcamente  al  día,  gastando  lo  más  del  y  parte  de  la  noche  en 
oración,  en  la  cual,  habiendo  recibido  muchas  misericordias  del  Se- 
ñor, acabó  loablemente  el  curso  de  su  vida.  Francisca  de  Valverde. 
natural  de  la  misma  ciudad,  fué  muy  dada  a  los  mismos  santos 
ejercicios  de  limosna,  pobreza  y  oración;  con  los  cuales,  bien  dis- 
puesta para  el  último  trance,  dijo  alegre  y  gozosa  en  aquel  paso: 
Si  esto  es  morir,  dulcísima  es  la  muerte.  Catalina  de  Jesús,  lega, 
fué  religiosa  de  gran  sencillez  y  virtud.  Comulgaba  por  mandado  de 
su  confesor  todos  los  días,  y  mostróle  Nuestro  Señor  serle  esto  agra- 
dable con  la  visión  que  dicen  tuvo  de  una  mesa  y  convite  muy  esplén- 
dido que  cada  día  se  le  representaba.  Hizo  por  su  cuenta  una  vez 
la  fiesta  de  Nuestra  Señora  de  las  Candelas,  y  con  haber  puesto 
muchas  que  ardiesen,  de  ninguna  se  halló  haberse  gastado  la  cera. 
Murió  con  el  fervor  que  había  vivido;  y  al  tiempo  del  expirar,  se  le 
arrancó  el  alma  con  un  suspiro  de  voz  muy  entera  y  fuerte,  que  causó 


120  APÉNDICES 

admiración.  Doña  Teresa  de  Quesada,  muy  querida  y  estimada  de 
nuestra  Santa  Madre  por  su  gran  virtud,  fué  tan  observante,  pobre 
y  humilde,  que  siendo  muy  noble  y  de  ochenta  años,  no  quiso  tener 
celda  particular  como  la  tenían  las  demás  de  su  calidad  y  antigüedad 
en  la  casa,  y  así  durmió  y  vivió  en  el  dormitorio  y  enfermería  común. 
Doña  Antonia  de  Monroy,  después  de  muy  loable  y  ejemplar  vida 
y  de  una  larga  y  penosa  enfermedad,  es  fama  haberla  regalado  el 
Señor  en  la  muerte  con  una  visión  de  todas  las  virtudes,  que  en 
forma  de  doncellas  hermosísimas,  coronadas  de  gloria,  la  consolaron 
y  acompañaron  al  cielo.  Doña  Quiteria  de  Avila,  prima  de  la  mar- 
quesa de  Velada,  acompañó  a  nuestra  Santa  Madre  en  Ja  lundación 
de  Salamanca,  donde  al  entrar  de  noche  vio  aquellas  dos  milagrosas 
luces,  que,  como  después  se  dirá,  la  alumbraron.  Profetizóle  la  Santa 
el  día  de  su  muerte,  y  apareciósele  en  ella  consolándola.  Pudiérase 
hacer  una  muy  larga  y  digna  historia,  si  hubiéramos  de  referir  las 
demás  que  en  este  gran  convento  han  dejado  fama  de  santidad;  pero 
esto   es   de  otro   asunto,   y  para  el  mío  bastan   las   dichas. 

Todas  estas  religiosas  siervas  de  Dios  ilustran  mucho  el  convento  de 
la  Encarnación  de  Avila;  pero  lo  que  singularmente  lo  ennoblece  son 
tres  cosas:  la  primera,  haber  tenido  por  hija  una  tan  gran  Madre, 
que  se  ha  alzado  con  este  nombre  en  la  Iglesia;  la  segunda,  haber 
sido  allí  vicario  y  confesor  del  convento  nuestro  venerable  Padre  Fray 
Juan  de  la  Cruz,  primer  descalzo  Carmelita,  varón  tan  grande  como 
se  dirá  en  el  tomo  siguiente.  Y  la  tercera,  las  prendas  y  memorias  que 
de  ambos  quedaron  y  se  conservan  en  el  santo  monasterio.  La  primera 
y  segunda  excelencia  se  descucñrá  en  todo  el  discurso  de  esta  historia; 
porque  así  en  las  grandezas  de  la  vida  de  nuestra  Santa  Madre  y  ve- 
nerable Padre,  como  en  las  demás  de  toda  la  Reforma  que  nació  de- 
llos,  tiene  su  parte  este  religiosísimo  Convento.  Pero  la  tercera  ex- 
celencia, especialmente  por  parte  de  la  Santa,  testifican  la  celda,  el 
coro,  la  iglesia,  confesonarios,  tornos,  redes  y  todas  las  paredes  de 
aquella  casa,  en  la  cual  vivió  i;  moró  tantos  años  y  recibió  de  Nuestro 
Señor    tan    singulares    y    frecuentes    mercedes. 

Con  particular  memoria  se  venera  la  puerta  por  donde  entró  a  to- 
mar el  hábito  aquella  dichosísima  doncella,  y  por  donde  salió  después 
a  fundar  su  Religión  y  Reforma,  y  adonde,  estando  hablando  con  una 
persona,  se  le  apareció  Cristo  Señor  nuestro.  También  el  locutorio, 
donde  el  Señor  la  atemorizó  para  apartarla  de  cierta  conversación, 
con  la  figura  de  una  asquerosa  sabandija  (1),  y  mucho  más  otro,  que 
labró  la  misma  Santa,  llamado  por  eso  locutorio  de  la  Santa  Madre, 
donde  hablando  con  nuestro  venerable  Padre  Fray  Juan  de  la  Cruz, 
se  quedaron  ambos  juntamente  arrobados.  El  coro  alto  donde  le  dijo 
nuestro  Señor  que  no  quería  tuviese  ya  conversación  con  hombres, 
sino  con  ángeles  (2);  el  bajo,  donde,  habiendo  comulgado,  se  halló  la 
boca  llena  de  sangre  de  Cristo  Señor  nuestro  (3),  y  donde  después  de 
otra   comunión,   I2   mandó   el    Señor   fundase   el   primer   monasterio    de 


1  Cfr.  Libro  de  la  Vida,  c.  VIII,  p.  45, 

2  Ibid.,  c.  XXIV,  p.  188. 

3  Obras  de  Sta.  Teresa  de  Jesús,  t.  II,  Relación  XXVI,  p.  56. 


APÉNDICES  121 

SU  Reforma.  La  ventanilla  por  donde  comulgaba  tantas  veces  y  re- 
cibía tan  regaladas  mercedes,  que  el  Señor  allí  le  hizo,  9  especial- 
mente aquella  de  darle  el  clavo  y  tomarla  por  esposa  (1),  aunque  ya 
entonces  era  Descalza  y  gobernaba  aquella  casa.  El  claustro  del  coro 
donde  se  le  aparecieron  San  Pedro  y  San  Pablo.  Las  escaleras  y  dor- 
mitorios por  donde  la  acompañaba  el  Señor  con  la  cruz  a  cuestas, 
y  finalmente,  la  celda  donde  gozó  de  tantas  consolaciones,  ilustracio- 
nes y  visitas  celestiales. 

Consérvanse  en  el  mismo  convento  la  imagen  de  nuestra  Seño- 
ra, que  está  en  el  coro,  en  que  la  Santa  vio  bajar  del  cielo  a  la 
Virgen  Santísima  y  ponerse  allí  (2);  un  crucifijo  muy  semejante  al 
de  Burgos,  que  envió  desde  Toledo  a  esta  casa  y  un  San  José  que 
les  llevó  la  misma  Santa,  del  cual  decían  las  monjas,  siendo  priora, 
que  le  parlaba  todo  lo  que  pasaba  en  la  casa;  un  Santo  Cristo  de 
pincel,  que  hizo  pintar  al  modo  que  se  le  representó  en  una  visión, 
y  otras  muchas  prendas  y  reliquias  suyas  que  allí  quedaron  de 
aquel  tiempo. 

Pero  lo  principal  que  de  la  Santa  ha  quedado  y  se  conserva  siem- 
pre, es  una  gran  reformación  e  imitación  de  sus  virtudes  y  obser- 
vancia de  algunas  santas  costumbres  que  introdujo.  Trátase  mucho 
de  oración  y  contemplación,  de  penitencia,  de  recogimiento  y  silencio, 
de  observancia  regular.  No  se  usan  melindres  mujeriles,  ni  los  tra- 
jes y  galas  que  entre  algunas  monjas  suele  haber.  Está  muy  rece- 
bido  el  vestir  pobremente  y  traer  los  hábitos  remendados  aún  las 
de  menos  edad.  No  entran  unas  en  celdas  de  otras,  sino  para  visitar 
alguna  enferma,  o  con  otras  justificadas  causas,  ni  se  juntan  a  di- 
vertimientos que  no  sean  muy  decentes;  y  con  haber  muchas  religiosas 
mozas  y  que  saben  tañer  con  destreza  varios  instrumentos,  sólo  usan 
dellos  y  su  música  para  el  culto  divino.  Todo  lo  cual  es  mucho  de  loar 
y  de  gran  edificación  el  monasterio  donde  las  leyes  no  son  tan  es- 
trechas  como   en   otros. 

Confiesan  habor  quedado  esta  reformación  de  la  que  allí  asentó 
Nuestra  Santa  Madre  con  su  ejemplo  y  doctrina;  la  cual,  para  que 
siempre  les  esté  predicando,  se  lee  en  sus  libros  todo  el  año,  si  no 
sólo  los  días  que  hay  obligación  de  leer  otra  lectura.  Guárdase  invio- 
lablemente una  procesión  que  instituyó  del  Jueves  Santo  por  la  noche 
después  de  Completas,  llevando  en  ella  la  santa  imagen  de  Nuestra 
Señora,  en  la  cual  vio,  como  queda  dicho,  a  la  Virgen  Santísima, 
y  una  de  las  estaciones  que  con  ella  se  hace  es  en  la  celda  de 
la  Santa.  Cántase  por  institución  suya  todos  los  sábados  después  de 
Completas  a  Nuestra  Señora,  delante  desta  imagen,  la  antífona  de 
la  Concepción,  con  las  oraciones  que  señaló  la  misma  Santa  Madre- 
El  lavatorio  del  Jueves  Santo,  que  se  solía  hacer  con  muy  grande 
adorno  y  aparato,  le  hizo  ella,  siendo  priora,  con  sola  una  bacía  y  un 
jarro  de  Talavera;  lo  cual  se  observa  hoy  en  aquel  convento  con  gran 
puntualidad.    También    se    observa    la    fiesta    que    instituyó    de    Nuestra 


1  Obras  de  Sta.  Teresa  de  Jesús,  t.  II,  Relación  XXXV,  p.  W. 

2  Ibld.,  Relación  XXV,  p.  56. 


122  APÉNDICES 

Señora  de  las  Angustias  el  primer  viernes  de  Cuaresma,  y  una  her- 
mandad de  que  cada  religiosa  haga  decir  por  la  que  muere  una  misa. 
Guardan,  a  imitación  de  la  Santa,  el  no  desayunarse  el  Domingo  de 
Ramos,  después  de  haber  comulgado,  hasta  las  cuatro  de  la  tarde, 
y  el  coger  los  mantos  de  las  religiosas,  que  en  el  coro  quedan  des- 
cogidos,  como  ella  lo  hacía   a  horas  extraordinarias. 

De  todas  las  memorias  que  en  aquel  convento  han  quedado  de 
nuestra  gloriosa  Madre,  ha  sido  siempre  y  es  muy  tierna  y  regalada, 
la  de  su  santa  celda,  donde  pasó  tan  gran  parte  de  su  mejor  vida, 
y  gozó  de  tan  crecidos  y  soberanos  beneficios  del  cielo.  Tuvo  dos 
celdas  en  este  monasterio;  una  en  que  vivió,  antes  de  ser  priora, 
veinte  y  siete  años,  y  otra  en  que  moró  los  tres  del  priorato,  siendo 
Descalza.  La  primera  se  dividía  en  dos  aposentos,  uno  en  bajo  y  otro 
en  alto;  en  el  bajo  tenía  su  oratorio,  y  en  él  un  hueco  donde  había 
algunas  imágenes,  y  sobre  él  un  letrero  que  decía:  Non  intres  in 
judicium  cum  servo  tuo,  Domine-,  que  siempre  tuvo  espíritu  de  humildad 
y  contrición.  En  el  aposento  de  arriba,  que  era  muy  alegre  y  apartado 
de  ruido,  dormía  y  se  retiraba  a  tener  oración,  ñmbos  se  convirtieron 
después  en  oratorios.  En  aquel  hueco  del  de  abajo,  donde  la  Santa 
tenía  sus  imágenes,  se  puso  un  retrato  suyo,  que  dicen  le  es  muy 
parecido,  con  una  lámpara  encendida.  En  el  de  arriba  se  hizo  un  re- 
tablo, con  un  excelente  cuadro,  de  cuando  la  hirió  el  serafín,  y  se 
adornaron  las  paredes  de  aquel  oratorio  con  otras  pinturas  de  pasos 
de  su  vida.  Estaba  también  allí  adornado  con  mucha  decencia  el 
Cristo  que  dijimos  hizo  pintar  la  Santa  de  la  manera  que  se  le  había 
aparecido  en  una  visión,  al  cual  todos  los  martes  de  Cuaresma  iba 
la   Comunidad   a   cantar   un   Miserere   a   canto   de   órgano. 

Tenía  este  oratorio,  como  el  de  abajo,  lámpara,  y  algunas  veces, 
que  por  causas  necesarias  entraban  los  prelados  o  confesores,  de- 
cían allí  misa.  Era  frecuentado  de  las  religiosas  con  gran  devoción; 
acudían  a  aquel  lugar  como  a  un  común  refugio  en  todos  sus  trabajos 
a  encomendarse  a  la  Santa,  y  pedirle  favor,  o  darle  gracias  de  las 
misericordias  que  del  Señor  recibían  por  su  medio.  Perseveraban  mu- 
chas allí  en  oración  día  y  noche,  y  eran  allí  consoladas  con  abundancia 
de  favores  del  cielo,  y  sólo  el  ver  las  paredes  de  aquel  santuario 
bastaba  para  sacar  lágrimas,  y  bañar  en  devoción  a  quien  llegaba 
a   verle. 

Pero  habiendo  estado  así  este  devotísimo  sitio  muchos  años,  en 
estos  pasados,  deseando  el  Sr.  Obispo  de  aquella  ciudad,  D.  Francisco 
Márquez  Gaceta,  enterrarse  en  él  y  que  también  el  pueblo  le  gozase 
y  frecuentase,  alcanzó  de  las  monjas  se  le  dejasen  disponer  en  tal 
forma  que,  labrada  allí  una  capilla  suntuosa,  en  la  cual  estuviese 
con  gran  decencia  debajo  de  viriles  de  cristal  patente  siempre  el 
Santísimo  Sacramento,  viniese  a  tener  la  entrada  por  el  cuerpo  de 
la  iglesia,  y  así  se  ha  hecho,  dando  para  ello  el  Sr.  Obispo  toda 
su  hacienda,  de  la  cual  señaló  siete  mil  ducados  para  hacer  la  ca- 
pilla, cuatro  mil  para  capellanes  y  quinientos  ducados  de  renta  para 
el  convento.  Bien  se  ve  en  este  caso  que  ha  sido  particular  providen- 
cia del  cielo  y  premio  concedido  a  los  merecimientos  de  la  Santa, 
que  el  aposento  donde  ella  moró  le  haya  escogido  Nuestro  Señor  para 


APÉNDICES  123 

templo  y  morada  suya.  Como  también  que  de  la  madera  de  su  celda 
se  haya  hecho  la  custodia,  donde  el  cuerpo  sacratísimo  del  Señor  está 
reservado;  que  así  favorece  y  honra  Su  Divina  Majestad  a  su  que- 
rida esposa  Teresa,  cumpliendo  cada  día  la  palabra  que  de  celar  su 
honra  dio  (1). 


1  A  poco  de  comenzar  la  obra  en  1628,  murió  el  señor  Obispo,  u  sus  herederos  no  la 
continuaron  ni  dieron  cosa  alguna  al  convento.  Una  Memoria  que  me  han  enviado  las  religiosas 
de  la  Encarnación,  dice  a  este  propósito;  «Se  empezó  la  obra  el  año  1628,  y  muriendo  el  Pre- 
lado, estando  la  fábrica  en  el  principio,  no  se  pudo  dar  un  paso  adelante,  porque  no  tenían  con 
qué;  que  a  no  haberlas  sustentado  el  amor  ternísimo  tenido  a  estas  santas  paredes  y  ladrillos, 
hubieran  buscado  otras  partes.  Aunque  ahora  está  más  reparada  esta  necesidad,  no  alcanza,  con 
que  no  ha  sido  posible.  Diónos  la  Reina  nuestra  señora,  que  Dios  tiene  en  el  cielo,  una  licencia 
para  pedir  en  las  Indias  para  esta  fábrica;  pero  como  a  la  sazón  pedían  para  Alba  u  para  San 
José,  u  esta  casa  no  tenía  quien  la  favoreciese,  ni  se  encargase  de  ella,  solos  cinco  sujetos  obró 
la  devoción,  siendo  así  que  se  han  enviado  en  diferentes  embarcaciones  cédulas.  De  lo  que  ha 
venido,  se  ha  labrado  la  Capilla,  con  harto  empeño,  por  falta  de  caudal.  Como  ya,  gracias  a 
Dios,  está  acabada,  no  digo  lo  demás. 

»E1  retablo  es  de  la  madera  de  la  misma  celda.  Forma  un  castillo,  por  ser  el  intento  que 
llevaban  de  que  estuviese  en  medio  de  la  Capilla  con  altar  de  cuatro  haces,  porque  es  la  planta 
de  la  Capilla  la  misma  que  San  Isidro  de  Madrid^. 

El  origen  de  la  inscripción  que  hoy  se  lee  en  el  centro  del  pavimento,  según  esta  Memoria, 
fué  el  siguiente.  Por  orden  de  alguna  monja,  fué  a  barrer  la  Capilla  una  criada.  «Ella  debía 
de  ir  con  mucha  devoción;  y  estando  en  su  labor,  oyó  que  la  decían,  sin  saber  quien:  Ista 
tena  sancta  est.  Afervorizóse,  con  lo  que  interiormente  se  le  decía,  aunque  no  entendía;  y  cogió 
la  tierra  y  llevó  a  guardar  por  reliquia.  Luego,  con  el  pavor  que  la  causó,  fué  a  preguntar  a  una 
religiosa  qué  querían  decir  aquellas  palabras.  A  lo  que  contestó  le  religiosa,  que  quién  la  había 
metido  a  ella  en  latines.  Entonces  se  lo  dijo,  y  ella  quedó  muy  consolada  cuando  oyó  la  expli- 
cación que  le  dio  la  religiosa,  y  ésta  conmovida  de  ver  que  el  cielo  enseñaba  por  tan  raro  modo 
la  veneración  que  se  debe  a  tan  santo  lugar».  La  Capilla  tiene  acceso  por  la  iglesia  en  la  que 
se  abre  un  amplio  y  corto  pasadizo  cerca  del  presbiterio,  por  el  lado  del  Evangelio.  Enfrente  de 
la  puerta  está  el  altar  en  forma  de  castillo,  hecho  con  la  madera  de  la  celda  de  la  Santa,  y  a  lo 
izquierda,  según  se  entra,  el  altar  de  S.  José  señala  el  lugar  que  ocupaba  la  puerta  de  la  antigua 
habitación.  La  inscripción  mencionada  del  pavimento,  dice:  La  tierra  que  pisas  es  santa.  Pala" 
bras  oídas  en  la  ediñcación  de  este  templo,  que  dio  principio  el  año  de  1628.  Aunque  espa- 
ciosa, no  encierra  la  Capilla  nada  notable  para  el  arte.  Harto  mejor  habría  sido  respetar  la  celda 
como  estaba  en  tiempo  de  la  Santa,  pero  el  buen  Obispo  de  Avila  no  opinó  así  y  ya  no 
tiene  remedio.  Sin  Santísimo  Sacramento,  carece  del  culto  a  que  la  venerable  estancia,  testigo 
de  tantas  maravillas  de  amor  divino,  parece  tener  derecho.  La  Comunidad  es  pobre  y  no  puede 
hacer  más  de  lo  que  hace.  ¿No  habrá  medio  de  mejorarla  y  de  asegurar  un  culto  más  intenso 
para  que  el  piadoso  visitante  no  reciba  penosa  y  fría  impresión  allí  donde  tanto  se  prodigó  el 
calor  de  la  caridad' 

La  celda  que  ocupó  cuando  fué  de  priora  en  1571,  está  sobre  lo  que  hoy  se  llama  locu- 
torio alto. 


124  APÉNDICES 


VIII 


CARTA     DE     SAN     LUIS     BELTRAN     A     SANTA     TERESA     (1). 


Madre  Teresa:  Recibí  vuestra  carta,  y  porque  el  negocio  sobre  que 
me  pedís  parecer,  es  tan  en  servicio  del  Señor,  he  querido  encomendár- 
selo en  mis  pobres  oraciones  y  sacrificios,  y  ésta  ha  sido  la  causa  de 
haber  tardado  en  responderos.  Agora  digo,  en  nombre  del  mismo  Se- 
ñor, que  os  animéis  para  tan  grande  empresa,  que  El  os  ayudará  y  fa- 
vorecerá; y  de  su  parte  os  certifico  que  no  pasarán  cincuenta  años, 
que  vuestra  Religión  no  sea  una  de  las  más  ilustres  que  haya  en  la 
iglesia  de  Dios,  el  cual  os  guarde,  etc.  En  Valencia.— Fr.  Luis  Beltr.in. 


1  La  fama  de  este  santo  Dominico  llegó  hasta  Santa  Teresa  y  le  escribió  dándole  cuenta 
de  sus  propósitos  de  reforma  de  la  Orden  del  Carmen.  ■  Fr.  Vicente  Justiniano  Antist,  en  las 
Rdiciones  a  la  Vida  de  San  Luis  Beltrán,  dice  a  este  propósito:  «La  bienaventurada  Madre 
Teresa  de  Jesús,  fundadora  de  las  Descalzas  y  Descalzos  Carmelitas,  en  los  primeros  años 
que  empezó  a  fundar  la  vida  recoleta  de  su  Orden,  procuró  de  consultar  sus  intentos  con  muchas 
personas  espirituales,  particularmente  con  el  P.  Fr.  Luis  Beltrán,  que  moraba  entonces  en  esta 
casa  de  Predicadores  (Valencia).  Escribióle  una  cartfi  y  dióle  cuenta  de  su  deseo  y  de  algunas 
revelaciones  que  había  tenido  sobre  ello.  El  P.  Fr.  Luis  encomendó  a  Dios  en  sus  oraciones  y 
sacrificios  los  buenos  intentos  della,  y  al  cabo  de  tres  o  cuatro  meses,  le  respondió  en  esta 
forma».  Copia  la  carta  del  Santo  como  nosotros  la  publicamos,  y  fué  escrita  entre  1561  y  1562. 
El  P,  Vicente  fué  contemporáneo  de  San  Luis  Beltrán. 


APÉNDICES  125 


IX 


CARTA  DE  SAN  PEDRO  DE  ALCÁNTARA  A   SANTA  TERESA  (1). 


El  Espíritu  Santo  hincha  el  alma  de  vuestra  merced.  Una  suya  vi, 
que  me  enseñó  el  señor  Gonzalo  de  Aranda,  y  cierto  que  me  espanté 
que  vuestra  merced  ponía  en  parecer  de  letrados  lo  que  no  es  de  su 
facultad,  que  si  fuera  cosa  de  pleitos  o  caso  de  conciencia,  bien  era 
tomar  parecer  de  juristas  o  teólogos;  mas  en  la  perfeción  de  la  vida 
no  se  ha  de  tratar  sino  con  los  que  la  viven,  porque  no  tiene  ordina- 
riamente alguno  más  conciencia  ni  buen  sentimiento,  de  cuanto  bien 
obra;  y  en  los  consejos  evangélicos  no  hay  que  tomar  parecer  si  será 
bien  seguirlos  o  no,  o  si  son  observables  o  no,  porque  es  ramo  de 
infidelidad.  Porque  el  consejo  de  Dios  no  puede  dejar  de  ser  bueno, 
ni  es  dificultoso  de  guardar,  si  no  es  a  los  incrédulos  y  a  los  que 
fían  poco  de  Dios,  y  a  los  que  solamente  se  guían  por  prudencia  hu- 
mana; porque  el  que  dio  el  consejo  dará  el  remedio,  pues  que  le 
puede  dar,  ni  hay  algún  hombre  bueno  que  dé  consejo  que  no  quiera 
que  salga  bueno,  aunque  de  nuestra  naturaleza  seamos  malos,  cuanto 
más  el  soberanamente  bueno  y  poderoso  quiere  y  puede  que  sus  con- 
sejos valgan  a  quien  los  siguiere. 

Si  vuestra  merced  quiere  seguir  el  consejo  de  Cristo  de  mayor 
perfeción  en  materias  de  pobreza,  sígalo,  porque  no  se  dio  más  a 
hombres  que  a  mujeres,  y  El  hará  que  le  vaya  muy  bien  como  ha  ido 
a  todos  los  que  lo  han  seguido.  Y  si  quiere  tomar  el  consejo  de  letra- 
dos sin  espíritu,  busque  harta  renta,  ?  ver  si  le  valen  ellos  ni  ella 
más  que  el  carecer  della  por  seguir  el  consejo  de  Cristo.  Que  si  vemos 
faltas  en  monesterios  de  mujeres  pobres,  es  porque  son  pobres  contra 
su  voluntad,  y  por  no  poder  más,  y  no  por  seguir  el  consejo  de  Cristo, 
que  yo  no  alabo  simplemente  la  pobreza,  sino  la  sufrida  con  paciencia 
por  amor  de  Cristo,  Señor  Nuestro,  y  mucho  más  la  deseada,  procu- 
rada y  abrazada  por  amor;  porque  si  yo  otra  cosa  sintiese  o  tuviese 
con  determinación,  no  me  tendría   por  seguro  en  la  fe. 

Yo  creo  en  esto  y  en  todo  a  Cristo,  Muestro  Señor,  y  creo  firme- 
mente que  sus  consejos  son  muy  buenos,  como  consejos  de  Dios,  y  creo, 
que  aunque  no  obliguen  a  pecado,  que  obligan  a  un  hombre  a  ser 
mucho  más  perfeto,  siguiéndolos,  que  no  los  siguiendo.  Digo,  que  le 
obligan  que  le  hacen  más  perfeto,  a  lo  menos  en  esto,  y  más  santo  y 
más  agradable  a  Dios.  Tengo  ñor  bienaventuindos,  como  Su  Majestad 
dice,  a   los  pobres  de  espíritu,  que  son  los  pobres  de  voluntad,  y  tén- 


1  Recibió  esta  carta,  escrita  el  H  de  Abril  de  1562,  estando  en  el  palacio  de  D.a  Luisa  de 
la  Cerda  en  Toledo.  Véase  el  capítulo  XXXV  de  la  Vida,  página  296.  Publicó  esta  carta  Yapes, 
11b.  II.  c.  VII.  Tráela  también  el  Ms.  12.763  de  la  Biblioteca  Nacional. 


126  APÉNDICES 

golo  visto,  aunque  creo  más  a  Dios  que  a  mi  experiencia;  y  que  los 
que  son  de  todo  corazón  pobres,  con  la  gracia  del  Señor,  viven  vida 
bienaventurada,  como  en  esta  vida  la  viven  los  que  aman,  confían  y 
esperan  en  Dios. 

Su  Majestad  dé  a  vuestra  merced  luz  para  que  entienda  estas  ver- 
dades y  las  obre.  No  crea  a  los  que  dijeren  lo  contrario  por  falta  de 
luz,  o  por  incredulidad,  o  por  no  haber  gustado  cuan  suave  es  el 
Señor  a  los  que  le  temen  y  aman,  y  renuncian  por  su  amor  todas  las 
cosas  del  mundo  no  necesarias  para  su  mayor  amor;  porque  son  ene- 
migos de  llevar  la  cruz  de  Cristo  y  no  creen  su  gloria,  que  después 
de  ella  se  sigue.  Y  dé  asiraesmo  luz  a  vuestra  merced,  para  que  en 
verdades  tan  manifiestas  no  vacile,  ni  tome  parecer  sino  de  los  se- 
guidores de  los  consejos  de  Cristo,  que  aunque  los  demás  se  salvan, 
si  guardan  lo  que  son  obligados,  comunmente  no  tienen  luz  para  más 
de  lo  que  obran;  y  aunque  su  consejo  sea  bueno,  mejor  es  el  de 
Cristo,  Nuestro  Señor,  que  sabe  lo  que  aconseja  y  da  favor  para  lo 
cumplir,  y  da  al  fin  el  pago  a  los  que  confían  en  El,  y  no  en 
las  cosas  de  la  tierra. 

De  Avila  y  de  ñbril  14  de  1562  años.— Humilde  capellán  de  vuestra 
merced.  Fray  Pedro  de  Alcántara  (1). 


1  Algunas  cartas  más  debió  de  escribir  a  Sta.  Teresa  este  gran  amador  de  la  pobreza, 
pero  se  han  perdido,  o  por  lo  menos  se  ignora  su  paradero.  En  los  sobrescritos  solía  poner: 
H  la  muy  magníñca  y  religiosísima  señora  £)."  Teresa  de  Rhumada,  que  Nuestro  Señor  haga 
Santa.  (Cfr.  Ribera,  lib.  I,  c.  XVII). 


APÉNDICES  127 


CARTA  DE  SAN  PEDRO  DE  ALCÁNTARA  AL  OBISPO  DE  AVILA  SOBRE  LA  FUNDACIÓN 
DEL  CONVENTO  DE  SAN  JOSÉ  (1). 


El  espíritu  de  Cristo  hincha  el  ánima  de  vuestra  señoría:  Reci- 
bida su  santa  bendición.  La  enfermedad  me  ha  agraviado  tanto,  que  ha 
impedido  tratar  un  negocio  muy  importante  al  servicio  de  Nuestro  Se- 
ñor; y  por  ser  tal  y  no  quede  por  hacer  lo  que  es  de  nuestra 
parte,  en  breve  quise  dar  noticia  del  a  vuestra  señoría;  y  es,  que 
una  persona  muy  espiritual,  con  verdadero  celo,  ha  algunos  días  pre- 
tende hacer  en  este  lugar  un  monesterio  religiosísimo  y  de  entera  per- 
feción  de  monjas  de  la  primera  Regl^  y  Orden  de  Nuestra  Señora  del 
Monte  Carmelo,  para  lo  cual  ha  querido  tomar  por  fin  y  remedio  de 
la  observación  de  la  dicha  primera  Regla  dar  la  obediencia  al  Ordinario 
deste  lugar;  y  confiando  en  la  santidad  y  bondad  grande  de  vuestra 
señoría,  después  que  Nuestro  Señor  se  le  dio  por  perlado,  han  traído 
el  negocio  hasta  hora  con  gasto  de  más  de  cinco  mil  reales,  para  lo 
cual  tienen  traído  Breve. 

Es  negocio  que  rae  ha  parecido  bien;  por  lo  cual,  por  amor  de 
Nuestro  Señor,  pido  a  vuestra  señoría  lo  ampare  y  reciba;  porque 
entiendo  es  en  aumento  del  culto  divino  y  bien  desta  ciudad.  Y  si  a 
vuestra  señoría  parece,  pues  yo  no  puedo  ir  a  tomar  su  santa  ben- 
dición y  tratar  esto,  recibiré  mucha  caridad  mande  vuestra  señoría 
el  maestro  Daza  venga  a  que  yo  lo  trate  con  él,  o  con  quien  a 
vuestra  señoría  parezca.  Mas,  a  lo  que  entiendo,  esto  se  podrá  fiar 
y  tratar  con  el  Maestro,  y  desto  recibiré  mucha  consolación  y  caridad. 
Digo  que  puede  vuestra  señoría  tratar  de  esto  con  el  maestro  Daza, 
y  con  Gonzalo  de  Hranda  y  con  Francisco  de  Salcedo,  que  son  las 
personas  que  vuestra  señoría  sabe,  y  tendrán  más  particular  conoci- 
miento de  esto  que  yo;  aunque  yo  me  satisfago  bien  de  las  personas 
principales  que  han  de  entrar,  que  son  gente  aprobada  ij  la  más  prin- 
cipal; creo  yo  que  mora  el  espíritu  de  Nuestro  Señor  en  ella;  el  cual 
Su  Majestad  dé  y  conserve  en  vuestra  señoría,  para  mucha  gloria  suya  y 
universal  provecho  de  su  Iglesia.  Amen,  ñmen.— Siervo  y  capellán  de 
vuestra  señoría   indigno.   Fray   Pedro   de   Alcántara. 


1  El  original,  conforme  al  cual  va  corregida,  se  conserva  en  las  Carmelitas  Descalzas  de 
San  José  de  Avila.  La  carta  fué  escrita  en  Julio  o  Agosto  de  1562.  El  sobrescrito  dice:  Jil  iíus-' 
trísimo  y  reverendísimo  señor  Obispo  de  JJvila,  que  Nuestro  Señor  haga  santo. 


128  APÉNDICES 


XI 


CONMUTACIÓN  DEL  VOTO  DE  PERFECCIÓN  QUE  HIZO  SANTA  TERESA,  1565  (1). 


Fray  ñngel  de  Salazar..  provincial  de  la  Provincia  de  Castilla, 
de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen.  Por  la  presente  damos 
nuestra  autoridad  y  comisión  al  muy  reverendo  padre  prior  de  nuestra 
casa  del  Carmen  de  Avilai,  y  al  muy  reverendo  Fray  García  de  Toledo, 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  que  cualquiera  de  sus  Reverencias, 
administrando  el  sacramento  de  la  penitencia  y  confesión,  a  la  ca- 
rísima hermana  nuestra  Teresa  de  Jesús,  madre  de  las  religiosas  de 
San  José,  la  puedan  relajar  cualquier  voto  que  haya  hecho,  o  comu- 
íárselo,  como  mejor  les  pareciere  convenir  al  servicio  de  Nuestro  Se- 
ñor y  al  sosiego  de  la  conciencia  de  la  sobredicha  nuestra  Hermana. 
Para  lo  cual,  como  dicho  es,  les  damos  nuestras  veces  y  la  autoridad  que 
por  nuestro   oficio   y   ministerio   tenemos.    Fecha   en   Toledo,   a   dos  días 


2  Hacia  el  ano  1560  tenía  ua  hecho  este  voto  la  Santa  cuando  aun  vivía  en  la  Encarna- 
cióu.  «El  modo  pue  tuvo  de  hacerlo,  dice  el  P.  Jerónimo  de  S.  José,  Historia  del  Carmen  Des- 
calzo, lib.  II,  c.  XXVI,  fué  desta  manera:  Andaba  la  santa  virgen  cuando  Nuestro  Señor  la  co- 
menzó a  enternecer  con  su  amor  y  a  regalar  con  sus  misericordias,  por  otra  parte  algo  asida  a 
los  gustos  ü  pasatiempos  del  mundo,  aunque  todos  venían  a  parar  en  un  rato  de  buena  conver- 
sación, lo  cual  traía  el  corazón  como  partido,  ni  bien  puesto  en  las  cosas  de  Dios,  ni  bien  en 
las  del  mundo,  viviendo,  como  dijimos  ya  con  sus  palabras  mismas,  una  vida  penosísima  y  llena 
de  mil  muertes.  Andando,  pues,  desta  manera,  queriéndola  Nuestro  Seftor  hacer  ya  toda  suya,  le 
dijo  en  un  gran  arrobamiento,  que  de  allí  adelante  no  quería  tuviese  conversación  con  hombres, 
sino  con  ángeles.  Y  como  el  decir  de  Dios  es  hacer,  dejó  desde  entonces  su  corazón  tan  des- 
asido de  las  cosas  de  la  tierra  y  tan  entregado  a  las  del  cielo  y  al  gusto  de  Dios,  que  concibió 
luego  un  grande  y  poderoso  deseo  de  amarle  con  todas  sus  fuerzas,  haciendo  propósito  firmísi- 
mo de  no  dejar  de  hacer  cosa  alguna  en  que  más  le  pudiese  agradar  y  servir.  Pasando  adelante 
en  estos  deseos,  y  creciendo  cada  día  más  en  fervor  con  las  muchas  y  nuevas  mercedes  que  el 
Señor  le  hacía,  y  especialmente  con  aquella  del  serafín  que  dulcemente  le  hirió  el  corazón  y 
abrasó  en  el  amor  divino,  solicitada  del  Señor,  e  inspirada  y  enseñada  del  cielo,  le  pareció 
sería  cosa  agradable  a  su  divina  Majestad  el  confirmar  con  voto  el  propósito  que  tenía  hecho  de 
servirle  con  tanta  perfección.  Comunicólo  con  sus  confesores  y  prelados,  y  teniendo  de  unos  y 
otros  el  beneplácito  para  ello,  hizo  el  voto  que  tanto  deseaba,  con  lo  cual  quedó  su  corazón 
descansado  y  desahogado,  ofreciendo  a  Dios  un  sacrificio  de  su  alma  tan  perfecto». 

Debía  de  ocasionarle  este  voto  algunas  dudas  y  ansiedades  de  espíritu  cuando  su  confesor, 
el  Padre  García  de  Toledo,  procuró  que  el  provincial  calzado,  P.  Ángel  de  Salazar,  se  lo 
conmutase,  como  lo  hizo.  Para  mayor  tranquilidad,  el  P.  García  de  Toledo  dio  a  la  Santa  algu- 
nas instrucciones  acerca  del  modo  cómo  había  de  hacerse  de  nuevo.  Jerónimo  de  S.  José,  en  el 
lugar  arriba  citado,  añade:  <;E1  P.  Ribera  y  el  Obispo  de  Tarazona  dicen,  que  por  excusar  escrúpulos 
entendía  la  Santa  este  voto,  no  en  cosas  muy  menudas,  sino  en  las  que  fueren  algo  y  de  im- 
portancia. Yo  no  hallo  esa  limitación  en  la  forma,  ni  en  la  reforma  del,  sino  solas  aquellas  tres 
tan  cuerdas  y  necesarias  condiciones  que  advirtió  el  P.  Maestro  Fr.  García  de  Toledo  en  su  pa- 
recer, cuyo  papel  tengo  por  cierto  no  llegó  a  manos  destos  dos  autores,  como  a  las  mías;  y  así 
no  hay  por  qué  añadamos  esa  limitación,  que  no  puso  la  Santa,  ni  su  confesor,  ni  de  otra  parte 
nos  consta». 


APÉNDICES  129 

del   mes    de   marzo   de   mil    y    quinientos   sesenta   y   cinco   años. — Fray 
Ángel  de  Salazar,  Provincial. 


EN    EL     REVERSO    DEL    MISMO    PAPEL    ESCRIBIÓ    EL    P.    GARCÍA    DE    TOLEDO: 

Oída  la  confesión,  como  aquí  dice  el  Padre  Provincial,  y  enten- 
diendo que  para  el  sosiego  y  quietud  de  la  conciencia  de  vuestra  mer- 
ced y  ds  sus  confesores  (que  en  esto  cs  todo  uno),  yo  anulo  y  irrito 
el   voto   que   hizo:    In   nomine   Patris  et  Filii  et  Spiritus   Sancti.   Amen. 

Como  me  parece  que  le  puede  hacer  de  nuevo,  es  votando  de  que 
en  todo  aquello  que  vuestra  merced  consultare  con  su  confesor,  sobre 
si  es  más  perfección^  o  noi,  y  el,  entendiendo  este  voto,  declarare  lo  que 
es  más  perfección,  que  aquello  sea  obligada  a  seguir.  Y  digo  que 
serán  menester  tres  cosas:  la  primera,  que  el  confesor  sepa  que  tiene 
l^echo  ese  voto;  la  segunda,  que  vuestra  merced  se  lo  pregunte  y  no  de 
otra  manera;  la  tercera,  que  él  declare  lo  que  es  mayor  perfección, 
y  con  estas  tres  condiciones  obligue  el  voto  y  de  otro  arte  no.  Porque 
como  antes  estaba  hecho  el  voto,  era  grandísimo  escrúpulo  para  vuestra 
marced,  y  para  un  confesor  más  mientras  más  delgada  conciencia  tuviere. 
Son    hoy    (1).    Fray    García    de    Toledo    (2). 

Dióme  el  Reverendísimo  General  licencia  para  prometer  este  voto, 
y  para  gastar  todo  lo  que  me  diesen  en  limosna;  dijo  que  me  hacía 
su   procuradora. — Teresa   de   Jesús. 


1  Aqui  parece  quiso  el  P.  Garcia  de  Toledo  poner  la  fecha  de  relajación  del  voto,  que 
seria  poco  después  de  estar  facultado  por  el  P.  Provincial.  El  Prior  de  los  Calzados  de  Avila, 
a  quien  e!  P.  Ángel  de  Salazar  otorgó  la  misma  licencia,  era  el  P.  Antonio  de  Heredia,  el 
pri:Tiero  que  pocos  años  después  abrazó,  con  San  Juan  de  la  Cruz,  la  reforma  de  los  Carme- 
litas. Por  este  voto  y  por  los  dos  informes  del  P.  Ibáñez  que  publicamos  a  continuación,  puede 
barruntarse  el  grado  de  perfección  a  que  había  llegado  Santa  Teresa  cuando  emprendió  la  Refor- 
ma del  Carmen. 

2  Lar  tres  líneas  siguientes,  púsolas  Santa  Teresa  en  15ó7  cuando  habló  en  Avila  con  el 
P.  Juan  Bautista  Rúbeo,  que  vino  a  visitar  los  conventos  que  en  España  tenia  la  Orden  del 
Carmen.  El  original  de  estos  documentos  se  venera  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Calahona. 
Quedan  corregidos  por  una  copia  fotográfica  que  poseemos. 


II 


130  APÉNDICES 


XII 


DICTAMEN    DEL    P.    PEDRO    IBAÑEZ    SOBRE    EL    ESPÍRITU    DE    SANTA    TERESA    (1). 


1.  El  fin  de  Dios  es  llegar  un  alma  a  sí  y  el  del  demonio  apar- 
tarla de  Dios.  Nuestro  Señor  nunca  pone  medios  que  aparten  a  uno  de 
SÍ,  ni  el  demonio  que  lleguen  a  Dios.  Todas  las  visiones  y  las  demás 
cosas  que  pasan  por  ella  la  llegan  más  a  Dios,  y  la  hacen  más  hu- 
milde, obediente  etc. 

2.  Doctrina  es  de  Santo  Tomás,  y  de  todos  los  Santos,  que,  en 
la  paz  y  quietud  del  alma  que  deja  el  ñngel  de  luz,  se  conoce.  Nunca 
tiene  estas  cosas  que  no  quede  con  grande  paz  y  contento,  tanto  que 
todos  los  placeres  de  la  tierra  juntos  la  parecen  no  son  como  el  menor. 

3.  Ninguna  falta  tiene  ni  imperfeción  de  que  no  sea  reprendida 
del  que  la  habla  interiormente. 

y.  Jamás  pidió  ni  deseó  estas  cosas,  sino  cumplir  en  todo  la  vo- 
luntad de  Dios  Nuestro  Señor. 

5.  Todas  las  cosas  que  le  dice  van  conformes  a  la  Escritura  divina 
tí  a  lo  que  la  Iglesia  enseña,  y  son  muy  verdaderas  en  todo  rigor  esco- 
lástico. 


1  Cuando  la  Santa,  pata  acallar  incertidumbtes  de  conciencia,  escribió  las  Relaciones  a  sus 
confesores  que  ya  conocemos,  el  P.  Ibáfiez  compuso  este  magnífico  Dictamen,  defendiéndola  con 
las  razones  gravísimas  que  verá  el  lector.  R  nuestro  juicio,  lo  escribió  con  el  fin  de  leerlo  en  al- 
guna junta  que  por  los  años  de  1559  o  1560  se  celebró  en  Avila,  entre  algunas  personas  espiri- 
tuales ü  doctas,  para  deliberar  acerca  del  espíritu  de  la  M.  Teresa.  No  han  motivo  para  atribuir 
este  escrito  a  San  Pedro  de  Alcántara.  Las  primitivas  religio.'5as  de  San  José  de  seguro  lo  ha- 
brían tenido  muy  presente  de  proceder  de  persona  tan  afamada  y  santa.  Nada  dicen,  sin  em- 
bargo, afirmando  en  cambio  que  el  Dictamen  era  de  un  hijo  de  Sto.  Domingo.  Teresa  de  Jesús, 
sobrina  de  la  Santa,  depone  en  el  Proceso  de  Avila  de  1610:  «De  una  Relación  original  que  esta 
declarante  tiene  en  su  poder,  habida  de  la  Madre  María  de  San  Jerónimo,  priora  que  fué  mu- 
chos aflos  de  este  Convento  de  San  Joseph,  ya  difunta,  de  cuyo  valor  y  santidad  oyó  esta 
declarante  muchas  alabanzas  a  la  misma  Santa  Madre,  sábese  la  estima  que  de  la  dicha  Santa 
Madre  tenía  uno  de  sus  confesores,  aun  antes  que  saliese  a  fundar  este  primer  convento;  el 
cual  memorial,  según  ha  podido  colegir  de  otros  memoriales  que  ha  tenido  en  su  poder,  fué 
del  Padre  Fr.  Pedro  Ibáñez,  gravísimo  Padre  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  o  del  dicho 
P.  Fr.  Domingo  Báñez,  que  conforman  mucho  con  unas  razones  que  puso  el  dicho  P.  Fray 
Pedro  Ibáñez  en  un  cuaderno  grande  de  cosas  en  que  aprobaba  el  espíritu  de  dicha  Santa 
Madre,  que  poco  ha  le  invió  esta  declarante  a  su  Padre  General  que  al  presente  es,  las  cuales 
dio  entre  otras  el  dicho  sumario  para  probar  ser  de  Dios  el  espíritu  que  tenía  la  dicha  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  delante  de  una  junta  que  se  hizo  de  personas  muy  graves  y  doctas 
para  examinar  el  espíritu  de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  aunque  no  se  ha  podido 
entender  claro  de  cuál  de  los  dos  Padres  que  ha  nombrado  es  la  memoria  que  aquí  irá  referida>. 

La  duda  de  la  sobrina  de  la  Santa  entre  Ibáñez  y  Domingo  Báñez,  que  confunde  en  la 
Deposición,  no  ofrece  dificultad  mayor,  sabiendo  que  Báñez  no  conoció  a  la  Fundadora  hasta 
bien  entrado  el  año  62,  cuando  ya  este  papel  estaba  escrito,  y  por  quien  evidentemente  la 
había  tratado  mucho.  En  la  razón  29  dice  la  M.  Teresa,  que  había  hecho  provecho  a  muchas 
personas,  entre  otras,  al  autor  del  escrito,  cosa  que  cuadra  muy  bien  al  P.  Ibáñez,  en  la 
fecha  de  que  venimos  hablando. 


APÉNDICES  131 

6.  Tiene  muy  gran  puridad  de  alma,  gran  limpieza,  deseos  fer- 
ventísimos de  agradar  a  Dios',  y  a  trueco  de  esto,  atropellar  a  cuanto 
hay  en  la  tierra. 

7.  Hanle  dicho  que  todo  lo  que  pidiere  a  Dios,  siendo  justo,  lo 
hará.  Muchas  ha  pedido  y  cosas  que  no  son  para  carta,  por  ser  largas, 
y  todas  se  las  ha  concedido  Nuestro  Señor. 

8.  Cuando  estas  cosas  son  de  Dios,  siempre  son  ordenadas  para 
bien  propio,  común  o  de  alguno.  De  su  aprovechamiento  tiene  expe- 
riencia y  del  de  otras  muchas  personas. 

9.  Ninguno  la  trata,  si  no  lleva  prava  disposición,  que  sus  cosas 
no   le   muevan    a   devoción,   aunque  ella   no   las   dice. 

10.  Cada  día  va  creciendo  en  la  perfeción  de  las  virtudes  y  siem- 
pre la  enseñan  cosas  de  mayor  perfeción.  Y  así,  en  todo  su  discurso 
de  tiempo,  en  las  mismas  visiones  ha  ido  creciendo  de  la  manera  que 
dice   Santo   Tomás. 

11.  Nunca  le  dicen  novedades,  sino  cosas  de  edificación,  ni  le 
dicen  cosas  impertinentes.  De  algunos  le  han  dicho  que  están  llenos  de 
demonios;  pero  para  que  entienda  cuál  está  un  alma  cuando  mortal- 
mente  ha  ofendido  al  Señor. 

12.  Estilo  es  del  demonio,  cuando  pretende  engañar,  avisar  que 
callen  lo  que  les  dice;  mas  a  ella  le  avisan  que  lo  comunique  con  le- 
trados siervos  del  Señor,  y  que  cuando  callare,  por  ventura  la  enga- 
ñará el  demonio. 

13.  Es  tan  grande  el  aprovechamiento  de  su  alma  con  estas  cosas 
y  la  buena  edificación  que  da  con  su  ejemplo,  que  más  de  cuarenta 
monjas  tratan  en  su  casa  de  grande  recogimiento  (1). 

1^1.  Estas  cosas  ordinariamente  le  vienen  después  de  larga  oración, 
y  de  estar  muy  puesta  en  Dios  y  abrasada  en  su  amor,  o  comulgando. 

15.  Estas  cosas  le  ponen  grandísimo  deseo  de  acertar,  y  que  el 
demonio  no  la  engañe. 

16.  Causan  en  ella  profundísima  humildad;  conoce  lo  que  recibe 
ser  de  la  mano  del  Señor,  y  lo  poco  que  tiene  de  sí. 

17.  Cuando  está  sin  aquellas  cosas,  suélenle  dar  pena  y  trabajo 
cosas  que  se  le  ofrecen;  en  viniendo  aquello,  no  hay  memoria  de 
nada,  sino  gran  deseo  de  padecer,  y  desto  gusta  tanto,  que  se  espanta, 

18.  Cáusanle  holgarse  y  consolarse  con  los  trabajos,  murmura- 
ciones contra  sí,  enfermedades,  y  así  las  tiene  terribles,  de  corazón, 
vómitos,  y  otros  muchos  dolores,  los  cuales,  cuando  tiene  las  visiones, 
todos  se  le  quitan. 

19.  Hace  muy  grade  penitencia  con  todo  esto,  de  ayunos,  disci- 
plinas y  mortificaciones. 

20.  Las  cosas  que  en  la  tierra  le  pueden  dar  contento  alguno  y 
los  trabajos,  que  ha  padecido  muchos,  sufre  con  igualdad  de  ánimo, 
sin  perder  la  paz  y  quietud  de  su  alma. 

21.  Tiene  tan  firme  propósito  de  no  ofender  al  Señor,  que  tiene 
hecho  voto  de  ninguna  cosa  entender  que  es  más  perfeción,  o  que  se  la 
diga  quien  lo  entiende,  que  no  la  haga,  y  con  tener  por  santos  a  los 


1       Habla  del  monastetio  de  la  Encarnación. 


152  APÉNDICES 

de  la  Compañía,  y  parecerle  que  por  su  medio  Nuestro  Señor  le  ha  hecho 
tantas  mercedes,  me  ha  dicho  a  mí  que  si  no  tratarlos  supiese  que 
es  más  perfeción,  que  para  siempre  jamás  no  les  hablaría,  ni  vería,  con 
ser  ellos  los  que  la  han  quietado  v,  encaminado  en  estas  cosas. 

22.  Los  gustos  que  ordinariamente  tiene  y  sentimientos  de  Dios, 
y  derretirse  en  su  amor,  es  cierto  que  espanta,  y  con  ellos  se  suele 
estar  casi   todo  el   día   arrebatada. 

23.  En  oyendo  hablar  de  Dios  con  devoción  y  fuerza,  se  suele 
arrebatar  muchas  veces,  y  con  procurar  resistir,  no  puede,  y  queda 
entonces  tal  a  los  que  la  ven,  que  pone  grandísima  devoción. 

24.  No  puede  sufrir  a  quien  la  trata  que  no  le  diga  sus  faltas  y 
no  la  reprenda,  lo  cual  recibe  con  grande  humildad. 

25.  Con  estas  cosas  no  puede  sufrir  a  los  que  están  en  estado  de 
perfeción,  que  no   la   procuren   tener  conforme   a   su  instituto. 

26.  Está  desapegadísima  de  parientes,  de  querer  tratar  con  las 
gentes,  amiga  de  soledad;  tiene  grande  devoción  con  los  Santos,  y  en 
sus  fiestas  y  misterios  que  la  Iglesia  representa,  tiene  grandísimos 
sentimientos  de  Nuestro  Señor. 

27.  Si  todos  los  de  la  Compañía  y  siervos  de  Dios  que  hay  en  la 
tierra  le  dicen  que  es  demonio  o  dijesen,  temei  y  tiembla  antes  de  las 
visiones;  pero  estando  en  oración  y  recogimiento,  aunque  la  hagan  mil 
pedazos,  no  se  persuadirá  sino  que  es  Dios  el  que  trata  y  habla. 

28.  Hale  dado  Dios  un  tan  fuerte  y  valeroso  ánimo  que  espanta. 
Solía  ser  temerosa;  agora  atropella  a  todos  los  demonios.  Es  muy  fuera 
de  melindres  y  niñerías  de  mujeres;   muy  sin  escrúpulos;   es  rectísima. 

29.  Con  esto  le  ha  dado  Nuestro  Señor  el  don  de  lágrimas  suaví- 
simas, grande  compasión  de  los  prójimos,  conocimiento  de  sus  faltas, 
tener  en  mucho  a  los  buenos,  abatirse  a  sí  misma.  Y  digo,  cierto, 
que  ha  hecho  provecho  a  hartas  personas,  y  yo  soy  una. 

30.  Trae  ordinaria  memoria  de  Dios  y  sentimiento  de  su  presencia. 

31.  Ninguna  cosa  le  han  dicho  jamás  que  no  haya  sido  así  y  no 
se  haya  cumplido,  y  esto  es  grandísimo  argumento. 

32.  Estas  cosas  causan  en  ella  una  claridad  de  entendimiento  y 
una  luz  en  las  cosas  de  Dios  admirable. 

33.  Que  le  dijeron  que  mirase  las  Escrituras  y  que  no  se  hallaría 
que  jamás  alma  que  deseaba  agradair  a  Dios  hubiese  estado  engañada 
tanto  tiempo   (1). 


1  Tanto  Ribera  como  Yepes  copiaron  este  escrito,  cuyo  original  se  hallaba  en  la  Encarna- 
ción. Más  tarde  debió  de  pertenecer  a  San  José  de  Avila,  y  allí  lo  tenía  la  M.  Teresa,  sobrina 
de  la  Santa,  cuando  dijo  su  Dicho  en  el  Proceso  de  1610,  u  en  él  lo  trasladó  íntegro.  Alguna 
pequeña  variedad  de  palabras  hay  en  estos  autores,  que  en  nada  alteran  el  sentido.  El  traslado 
de  Ribera  nos  parece  el  más  exacto. 


APÉNDICES  133 


XIII 


INFORME    DEL    P.     PEDRO    IBAÑEZ    SOBRE    EL     ESPÍRITU    DE    SANTA    TERESA     (1). 


En  la  ciudad  de  Avila  hay  una  nueva  casa  de  Religiosas  Descalzas  y 
pobres,  que  viven  de  limosna,  de  la  Orden  del  Carmen;  la  cual  se  ha 
fundado  y  hecho  por  orden  de  una  religiosa  del  monasterio  de  la  En- 
carnación que  hay  en  la  misma  ciudad  y  en  la  misma  Orden.  Llámase 
a  esta  señora  ahora  Teresa  de  Jesús,  y  antes  llamábase  doña  Teresa  de 
Ahumada,  natural  de  aquella  ciudad  y  de  unos  caballeros  de  aquel 
nombre.  Son  tantas  las  cosas  que  a  esta  señora  se  le  revelan  y  muestras 
tan  grandes  de  muy  subida  santidad,  que  ponen  gran  admiración;  y 
como  es  cosa  tan  poco  vista,  especialmente  en  nuestros  tiempos,  virtud 
y  aprovechamiento  espiritual  en  tan  admirable  manera,  no  falta  quien 
diga  ser  cosa  del  enemigo  y  muy  engañosa.  Otros  hay  más  avisados  que 
se  detienen  en  condenarlo;  pero  están  con  duda  si  es  cosa  de  Dios  o 
ilusión  del  demonio;  otros  hay  que  tienen  a  esta  señora  por  muy  sierva 
de  Dios;  pero  esta  su  opinión  va  más  fundada  en  buena  voluntad  que 
le  tienen  que  no  en  razones  bastantes  para  tener  aquella  estima  y  pa- 
recer. Y  por  tanto,  aunque  no  hubiese  otro  fin  en  aclarar  este  negocio, 
sino  confirmar  en  la  verdad  a  los  que  la  han  recibido,  y  desengañar  a 
quien  no  siente  ni  atina  lo  que  en  esto  hay,  parece  muy  bastante  razón 
ésta  para  poner  algún  trabajo  en  manifestar  estas  cosas,  cuanto  más 
que  si  ello  es  verdad  y  de  Dios,  es  para  gran  alabanza  de  Su  Majestad, 
que  cosas  tan  heroicas  obre  en  una  mujer  tan  flaca  y  tan  enferma. 
Ayudará  también  para  que  los  flacos  y  imperfetos  nos  esforcemos  a 
servir    a    Dios,    pues    vemos    delante    nosotros    cuántas    grandezas    obra 


1  En  el  Prólogo  a  la  Vida  de  la  Santa  hace  mención  Yepes  de  este  escrito  del  P.  Pedro 
Jbáñez,  del  cual  copia  algunos  párrafos  tomados  del  original  que  eu  su  tiempo  se  guardaba  en 
S.  José  de  Avila.  En  la  parte  copiada  en  la  nota  de  la  pág.  130  de  la  deposición  de  la  Madre 
Teresa,  dice  que  «poco  ha  le  envió  (el  Memorial)  esta  declarante  a  su  P.  General».  Estas  pala- 
bras están  en  conformidad  con  las  que  escribió  el  P.  Jerónimo  de  San  José  en  su  Historia  del 
Carmen  Descalzo,  lib.  V,  cap.  VII,  p.  812,  en  las  que  asegura  haber  copiado  fielmente  dicho 
original  «que  se  guarda  en  los  Archivos  de  la  Orden».  Bien  pudo  ocurrir  que  estando  en 
San  José  la  Madre  Teresa  lo  remitiese,  como  ella  dice,  al  Padre  General,  para  depositarlo  en  los 
Archivos  de  la  Reforma.  El  original  ha  desaparecido,  ü  sólo  nos  queda  la  copia  íntegra  que 
publicó  el  P.  Jerónimo  en  el  lugar  citado.  Como  de  la  obra  del  docto  P.  Carmelita  se  conserva 
sólo  un  ejemplar  en  la  Biblioteca  de  San  I.sidro  de  Madrid,  ha  sido  desconocido  este  trabajo  del 
P.  Ibáñez  hasta  que  lo  dio  a  la  publicidad,  en  extracto  muy  extenso,  D.  Miguel  Mir  en  su  Santa 
Teresa  de  Jesús,  t.  I,  p.  779.  Por  vez  primera  sale  hoy  íntegra  y  bien  corregida,  según  la  repro- 
ducción fotográfica  que  tenemos  en  nuestro  poder,  esta  profunda  apología  de  la  bondad  del  es- 
píritu de  la  Santa,  escrita  de  1562  a  1561,  por  quien  tanto  la  había  tratado,  y  que  es  de  las  más 
cabales  y  encarecidas  que  han  podido  hacerse  de  una  persona  cuando  aun  peregrinaba  por  este 
mundo.  Contra  costumbre,  no  estuvo  en  lo  firme  el  P.  Ribera  al  afirmar  (lib.  IV,  c  Vj,  hablando 
de  esta  Relación,  que,  a  lo  que  podía  colegir,  el  autor  de  ella  era  de  la  Compañía  de  Jesús. 


134  APÉNDICES 

Dios  en  persona  de  menos  fuerzas  que  nosotros.  Refrescarse  ha  también 
la  memoria  de  las  grandezas  que  Su  Majestad  comunicó  en  aquellos  bue- 
nos tiempos  cuando  tantos  santos  hubo  antes  de  nosotros;  y  también, 
si  esta  religiosa  es  santa,  vendrános  gran  provecho  eiicomendándonos 
en  sus  oraciones  y  aprovechándonos  de  su  favor.  Y  aunque  estos  sean 
motivos  bastantes  para  resolver  esta  dificultad,  otra  cosa  muy  impor- 
tante se  ofrece  cerca  de  esto,  que  es  muy  necesaria  para  cualquier 
cristiano  avisado,  y  es  de  gran  dificultad,  que  es  dar  orden  cómo  se 
conozcan  los  que  verdaderamente  tienen  visiones  y  revelaciones  de  Dios, 
o  cuando  son  engañosas  en  sí  o  en  otras  personas. 

Esta  sierva  de  Dios,  doña  Teresa  de  Ahumada,  de  niña  comenzó 
a  tener  muestras  de  gran  devoción,  y  que  Su  Majestad  la  tenía  para 
que,  dejado  el  mundo,  le  sirviese  en  la  religión  y  apartada  de  conver- 
saciones del  siglo.  Porque  siendo  muy  niña,  como  oyese  hablar  del 
cielo,  y  del  gran  gozo  que  hay  para  los  buenos,  y  el  mucho  tormento 
para  los  malos,  como  se  hablaba  en  casa  de  sus  padres  de  los  már- 
tires que  con  su  pasión  habían  alcanzado  tanto  bien,  deseaba  ella  ir 
a  tierra  de  moros  a  morir  por  nuestro  Señor;  y  como  vía  que  la 
tierna  edad  no  daba  lugar  a  efetuar  esto,  íbase  a  un  huerto  de  su 
casa  a  hacer  ermitas  para  apartarse  del  mundo;  pero  con  algunas 
compañías  de  niñas,  que  no  alcanzaban  tanto,  sino  esta  vanidad  tan 
usada  entre  los  mayores  y  menores.  No  crecieron  sus  deseos,  hasta  que 
de  diez  y  nueve  años  (1)  fué  Dios  servido,  por  ejemplo  de  una  monja 
santa,  que  se  metiese  religiosa  en  el  monasterio  de  la  Encarnación 
de  ñvila,  donde  después  de  muchos  buenos  deseos  y  estorbos  que 
tuvo,  así  por  no  darse  tanto  a  oración,  como  por  no  tener  por  malas 
algunas  conversaciones  que  la  estorbaban  a  tratar  y  gozar  mucho  de 
Dios,  al  fin,  mirando  mejor  lo  que  convenía,  avisada  con  enfermedades 
y  consejos  de  un  fraile  dominico,  que  la  confesó,  entendió  cuan  gran 
embarazo  era,  no  sólo  para  su  aprovechamiento  espiritual,  sino  tam- 
bién para  su  salvación  tener  mucha  amistad  y  familiaridad  con  per- 
sonas que  no  trataban  de  veras  de  Dios.  Y  así,  desechadas  estas  ma- 
rañas, comenzó  a  tomar  muy  de  veras  el  ejercicio  de  la  oración,  ejer- 
citándose mucho  en  penitencia,  en  muchos  rigurosos  ayunos,  siendo 
muy  obediente  a  su  conefsor;  y,  según  lo  que  adelante  se  referirá, 
debieron  de  ser  muchas  y  muy  aventajadas  las  obras  santas  que  esta 
sierva   de   Dios   hizo,   pues   tanto   se   le  quiso   Su   Majestad   comunicar. 

Viniéronle  cosas  muy  particulares,  como  parecerle  verdaderamente, 
a  lo  que  ella  sentía,  que  le  hablaba  Cristo  Nuestro  Señor,  que  la 
enseñaba  muchas  cosas,  que  se  le  revelaban  misterios  y  cosas  muy  se- 
cretas, y  que  habían  de  venir,  como  cerca  de  las  herejías  d»  Francia, 
cerca  de  algunas  cosas  que  había  de  hacer  ella.  También  le  parecía 
que  Dios  le  mandaba  dijese  algunas  cosas  a  sus  confesores  y  a  otras 
personas.  Parecíale  también  que  traía  cabe  sí  al  lado  derecho  a  Nues- 
tro Señor  Jesucristo,  que  la  andaba  amparando  y  gobernando.  Como 
esta  sierva  de  Dios  se  reconocía  por  tan  flaca  y  miserable,  tenía  gran- 
dísima  pena,   pensando   que   era   engaño   del    enemigo,   y    que   ella    no 


1      Ya  hemos   dicho  que  fué   a  los    veintiuno    y    siete  meses.   La  monja  ?;anta    de  que  habla 
el  P.  Ibáflez,  se  llamaba  D.a  Juana  Suárez.  Cfr.  Libro  de  la  Vida,  c.  III,  p.   16. 


APÉNDICES  135 

era  tal  que  mereciese  tanto  favor  y  regalo  de  Dios,  antes  se  lo 
ofrecían  sus  pecados,  y  que  por  ellos  Dios  permitía  fuese  engañada 
y  atormentada.  Ayudaban  también  a  esta  sospecha  los  miserables  casos 
que  acontecieron  entonces  en  estos  Reinos,  porque  mujeres  y  personas 
que  parecían  muy  santas,  y  que  frecuentaban  mucho  los  Sacramentos, 
fueron  declaradas  por  burladoras  y  herejes,  y  con  muy  gran  verdad; 
y  aun  recibióse  entre  muchos,  que  algunas  mujeres  de  las  condenadas 
habían  tenido  algunas  ilusiones  y  apariciones  del  demonio,  que  habían 
ayudado  a  su  perdición,  y  con  esto  fatigábase  mucho  esta  religiosa 
y  lloraba  su  acaecimiento.  Juntamente  con  eso  acrecentaba  sus  temo- 
res lo  que  le  decían  sus  confesores;  porque  certificaban  era  demonio 
todo  esto;  y  no  solos  los  confesores,  sino  también  otras  personas  muy 
virtuosas  y  que  trataban  muy  de  veras  de  espíritu,  la  reñían  y  porfia- 
ban que  era  engaño  y  que  se  apartase  cuanto  pudiese  dello.  Y  todos 
juntos  van  a  ella  después  de  mucho  acuerdo  y  le  dan  esta  resolución; 
de  suerte  que  todos  cuantos  supieron  el  caso  en  Avila  por  entonces,  la 
condenaban  por  cosa  muy  cierta. 

Fatigábase  también  mucho  esta  persona,  porque  aunque  ella  procu- 
raba de  estorbar  las  visiones  y  razones  que  le  hacían  en  la  oración, 
pero  no  podía  resistirlas,  y  así  estaba  la  más  congojada  del  mundo, 
viéndose  como  sin  remedio,  no  pudiendo  dejar  de  creer  a  sus  confesores 
y  a  los  otros,  que  los  tenía  por  letrados  y  muy  acertados  en  cosas 
de  espíritu,  y  teniéndose  a  sí  por  muy  ignorante  y  miserable.  También 
cuando  le  venían  en  aquellos  arrobamientos  las  visiones  y  pláticas  no 
podía  resistirlas,  y  pensaba  que  por  sus  pecados  Dios  la  dejaba  y 
quería  castigar.  Son  estos  arrobamientos  una  manera  que  parece  des- 
amparar el  alma  al  cuerpo  y  que  nada  se  ocupa  en  obrar  con  los  senti- 
dos; es  como  llevada,  y  que  ella  no  se  va  allá.  Esta  manera  de  eleva- 
ción, lio  sólo  se  halla  en  los  buenos  y  por  virtud  divina,  sino  también 
suele  acontecer  por  obra  del  demonio;  por  donde  no  se  convencían  los 
que  trataban  esta  religiosa  a  pensar  que  era  obra  de  Dios. 

Tenía  ella  en  estas  visiones  y  elevaciones,  cuando  actualmente  le 
venían,  gran  certidumbre,  a  su  parecer,  que  no  eran  del  demonio,  sino 
de  Dios;  pero  pasado  aquel  punto,  como  era  temerosa  de  Dios  y  no  se 
creía  a  sí  misma,  tenía  por  cierto  lo  que  los  otros  le  decían;  y  aun  de 
aquí  tomaban  razón  para  pensar  ser  engaño;  porque  el  demonio  muchas 
veces  habla  diciendo  que  es  Dios  y  enviado  del,  y  este  es  su  camino 
ordinario  para  engañar  las  almas  poco  avisadas;  y  aunque  en  con- 
sejos, avisos  y  tentaciones  entra  con  apariencia  de  bien,  pero  mayor 
cuidado  tiene  de  hacerse  ángel  bueno  en  visiones  y   apariciones. 

ñsí  a  estos  siervos  de  Dios,  que  determinadamente  decían  ser  engaño 
lo  que  a  doña  Teresa  pasaba,  como  a  otros  que  sin  ser  consultados  en 
este  caso  hablan  condenando  el  caso,  son  muchas  las  razones  y  de  harta 
fuerza,  que  a  quien  no  estuviere  avisado  en  este  hecho,  con  mucha  apa- 
rencia  le  traerán  a  despreciar  la  persona  y  sus  devociones. 

La  primera  es  por  ver  cuántas  ilusiones  y  mentiras  se  han  visto 
en  personas  que  decían  tener  estas  revelaciones  y  que  Dios  las  hablaba, 
y  juntamente  con  esto  se  han  visto  hombres  doctos  y  religiosos  muy 
engañados  en  aprobar  estas  visiones,  como  al  mismo  tiempo  a  ellos 
mismos   los   enseñó.    Pudiéranse   traer   expresados   personas   engañadas, 


136  APÉNDICES 

que  tuvieron  letrados  que  aprobaban  sus  cosas,  y  después  vio  el  mundo 
claramente  su  engaño,  no  obstante  que  parecían  cosas  de  Dios,  y  que 
para  confirmar  ser  verdad,  al  parecer  hacía  Dios  milagros,  y  estos  en- 
gaños muy  particularmente  acontecen  en  mujeres  y  muy  pocas  veces 
en  hombres;  y  como  la  razón  mande  que  en  aprobar  o  condenar  siga- 
mos lo  que  comunmente  acontece,  parece  que  se  ha  de  condenar  este 
nuestro  caso,  pues  tan  ordinariamente  salen  los  semejantes  con  burla 
y    engaño. 

La  segunda  razón  es,  como  las  revelaciones  y  visiones  sean  mer- 
cedes que  Dios  hace  ordinariamente  a  sus  siervos  y  varones  santos  que 
tienen  gran  familiaridad  con  Dios,  en  saberlas  bien  conocer  hemos  de 
seguir  la  doctrina  y  avisos  de  los  santos,  como  si  dijésemos  que  en 
teología  se  han  de  creer  los  teólogas  y  en  cosas  de  guerra  los  capitanes, 
y  en  cada  arte  se  ha  de  dar  crédito  a  los  que  la  tratan  yexperimcntan, 
y  los  santos  han  siempre  enseñado  que  no  se  reciban  por  verdaderas 
revelaciones,  ni  visiones,  sino  muy  poquísimas,  y  con  gran  necesidad, 
y  que  los  que  quieren  de  veras  aprovechar  en  amar  a  Dios,  no  sólo  no 
las  deseen,  sino  que  las  huyan  como  cosa  dañosa  regularmente;  donde 
viene,  que  muchos  siervos  de  Dios  apareciéndoseles,  a  lo  que  exterior- 
mente  se  podría  juzgar,  ángeles  y  cosas  de  Dios,  no  las  quisieron 
recebir,  como  Fray  Juan  Hurtado  dijo  en  una  destas  apariciones  que  se 
le  hizo  estando  en  oración:  «No  quiero  yo  que  se  me  haga  a  mi  este 
favor,  que  muy  bien  creo  sin  esos  milagros».  Y  Casiano  cuenta  algunos 
ejemplos  cerca  desto  al  mismo  fin;  luego  desta  doctrina  y  experien- 
cia de  los  santos  hemos  de  condenar  estas  visiones  y  apariciones,  es- 
pecialmente en  tanto  número  como  a  esta  religiosa  le  acontecen. 

La  tercera  razón  es,  porque  es  cosa  muy  cierta  que  estas  visiones 
y  apariciones,  si  son  veraderas,  son  milagro;  y  para  haber  de  recebir 
alguna  cosa  por  milagro,  es  menester  gran  necesidad;  porque  cosa 
tan  maravillosa  no  conviene  que  se  haga  sin  mucha  importancia,  y  ésta 
no  se  ve  aquí;  principalmente,  que  los  milagros  ordénanse  para  con- 
firmar la  fe  y  dotrina  que  se  predica  en  nombre  de  Dios,  y  esto  todo 
cesa  en  una  monja  encerrada,  donde  cuanto  pasa  es  entre  Dios  y  ella, 
Y  gran  publicidad  se  requería  en  los  milagros  para  confirmar  la  fe 
contra  los  herejes.  Ni  más  ni  menos  se  requería  para  confirmar  do- 
trina  del  cielo;  cuánto  y  más  que  a  las  mujeres  póneseles  precepto  en 
la  Escritura  que  no  enseñen;  y  así  no  parece  haber  razón  para  que  tan 
fácilmente  se  reciba  en  mujeres  esta  virtud   de  hacer  milagros. 

La  cuarta  razón,  que  también  hace  gran  fuerza,  es  que  no  sólo 
los  santos,  pero  todos  los  sabios  se  ofenden  mucho  de  que  se  publi- 
quen las  mercedes  que  particularmente  les  hace  Dios,  en  especial  cerca 
de  apariciones  y  visiones;  aunque  los  santos  las  tenían  hartas  veces, 
pero  tenían  gran  cuidado  de  encubrirlas,  y  tenían  por  cierto  que,  si 
las  manifestaran.  Dios  les  castigara  y  les  privara  de  tanta  merced.  Y 
aun  parece  claro  que  no  se  compadece  la  humildad  con  publicar  cosas 
tan  grandes  que  particularmente  Dios  hace  a  sus  siervos;  porque  la 
humildad  desea  que  todos  nos  tengan  por  malos  y  que  tenemos  injuriado 
a  Dios;  los  milagros  y  maravillas  son  muestra  que  estamos  en  privanza 
y  gracia  de  Dios. 

La  postrera  es,  que  esto  puede  ser  mentira  y  engaño;   y  no  parece 


APÉNDICES  137 

razón  que  fuerce  a  que  no  sea  tenido  por  tal;  y  así  no  se  ha  de 
recebir  por  verdad;  y  aunque  parezca  por  algunas  razones  ser  verdad, 
no  se  toma  argumento  bastante;  porque  los  engaños  del  demonio  son 
de  €sa  suerte,  que  van  tan  vestidos  de  apariencia  de  verdad,  que  parece 
no  faltarles  nada  para  ella;  y  aun  mezcla  muchas  verdades  para  per- 
suadir una  mentira.  Y  si  juntamente  con  eso  dijésemos  que  aun  los  malos 
pueden  hacer  milagros  y  tener  espíritu  de  profecía,  como  el  Señor  dice, 
no  resta  ninguna  razón  para  tener  esto  por  cosa  verdadera  y  de  autori- 
dad, sino  que  en  este  negocio  sigamos  la  experiencia  de  los  antiguos 
y  su  dotrina,  que  con  tanta  dificultad  se  hacían  creer  ser  cosas  seme- 
jantes de  verdad  y  de  santidad. 

Esto  que  tratamos  fué  negocio  muy  antiguo  en  la  Iglesia,  que  parece 
en  muchos  casos  haber  acontecido  lo  mismo  que  ahora  tratamos,  y  por 
evitar  prolixidad  contarse  ha  uno.  Habrá  ciento  y  cincuenta  años,  en 
tiempo  que  se  celebraba  el  Concilio  Constanciense  en  la  ciudad  de  Cons- 
tancia en  Alemania,  que  Dios  en  Sena  de  Italia  levantó  un  gran  espí- 
ritu y  heroica  santidad  en  una  mujer,  que  se  llamó  Caterina,  que  des- 
pués fué  canonizada,  y  llamada  Santa  Caterina  de  Sena.  Llegó  a  tanta 
privanza  con  Dios,  que  ella  misma  cuenta  cosas  increíbles  al  parecer, 
sin  comer,  ni  meter  en  su  boca  otra  cosa  sino  el  Santísimo  Sacramento; 
que  venía  Nuestro  Señor,  y  le  sacaba  su  propio  corazón,  y  en  su  lugar 
le  daba  otro,  y  otras  cosas  semejantes,  que  conforme  a  la  razón  son 
cosas  repugnantes;  y  como  oyese  algo  dcsto  un  Maestreescuela  de  Pa- 
rís, llamado  Gersón,  varón  señalado  en  virtud'  y  dotrina,  que  nos  dejó 
muchas  obras  suyas  de  gran  espíritu,  escribió  contra  esto,  y  trató 
muy  de  veras  que  se  pusiese  silencio  en  aquellas  revelaciones,  y  tuvo 
por  cosa  muy  acertada  que  el  Concilio  en  esto  pusiese  su  autoridad, 
condenando  y  reprobando  esto;  y  también  leemos,  que  otros  más  prin- 
cipales, y  muy  cabidos  con  el  Papa,  contradijeron  mucho  a  la  bienaven- 
turada, porque  como  no  la  trataron  en  particular,  juzgaban  sus  cosas 
por  razones  humanas,  las  cuales  han  hecho  que  ordinariamente  la  virtud 
y  los  que  de  veras  han  tratado  della  hayan  tenido  gran  contradición, 
y  hayan  tomado  por  principal  negocio  persuadir  que  eran  burladores,  y 
no  hemos  visto,  ni  leemos  persona  espiritual  y  aprovechada  en  amor  de 
Dios,  que  no  haya  tenido  algunos  que  deshiciesen  la  estima  y  precio 
que  entre  los  hombres  aquellos  buenos  tenían.  Y  en  pena  de  los  pecados 
destos  que  son  prudentes,  a  su  parecer,  y  porque  es  cosa  donde  ellos 
son  sobrepujados  en  bienes  tan  grandes,  como  son  estos  regalos  de  Dios, 
como  no  sufriendo  superioridad  con  alguna  envidia  a  su  eminencia  de 
letras  y  manera  de  vivir,  permite  Dios  sean  engañados,  y  persigan  lo 
bueno,  aunque  con  buen  celo.  Algunos  suelen  dar  su  parecer  en  cosas 
semejantes  contra  la  verdad.  Desto  se  saca,  que  por  tener  esta  sierva 
de  Dios  alguna  contradición  en  estos  que  la  contradicen,  no  por  eso 
el  varón  prudente  ha  de  tener  por  engaño  el  favor  que  Su  Majestad  a 
esta  religiosa  hace;  cuánto  más  que  estos  que  perseveran  en  este  errado 
parecer  son  personas  que  jamás  hablaron  ni  trataron  a  doña  Teresa,  ni 
se  han  querido  informar  en  particular  de  sus  cosas,  sino,  por  vía  vulgar, 
por  algunas  de  las  razones  que  pusimos  arriba,  se  determinaron  en  esto. 

También  para  entender  mejor  esta  verdad  que  buscamos  se  ha  de 
advertir  que  hay  muchas  cosas  que,  tomadas  ellas  en  sí,  parecen  malas 


138  APÉNDICES 

y  las  condenan  todos;  pero  si  se  añade  alguna  circunstancia,  hácese 
aquella  obra  muy  santa  y  virtuosa.  Como  quien  dijese,  si  es  lícito  tomar 
lo  ajeno;  todos  responderán  que  es  malo;  pero  si  se  añadiese  que  se 
tomaba  lo  ajeno  para  bien  de  su  dueño  porque  no  se  matase  o  matase 
a  otro,  clara  cosa  es  que  será  cosa  muy  santa.  Por  la  misma  razón, 
creer  revelaciones  y  visiones  frecuentemente  no  es  cosa  de  mucho  aviso 
y  prudencia;  pero  en  algún  caso  particular  y  con  algunas  circunstancias, 
cosa  muy  acertada  es. 

Es  también  necesario  considerar  que  ningún  tiempo  ha  habido  en  el 
mundo  donde  Nuestro  Señor  no  haya  tenido  algunas  personas  con  quie- 
nes tuviese  gran  familiaridad  y  declarase  y  revelase  muchos  secretos 
y  cosas  que  Su  Majestad  determinaba  hacer.  Esto  está  muy  probado 
en  la  Sagrada  Escritura  por  las  revelaciones  que  leemos  hacía  Dios 
a  flbraham  y  a  aquellos  santos  de  la  ley  natural  y  de  la  ley  vieja, 
y  mucho  más  en  la  ley  de  gracia,  donde  ha  habido  infinitos  santos 
y  profetas  y  revelaciones.  Pero  es  muy  manifiesto  el  testimonio  del 
profeta  ñmós,  donde  haciendo  razones  para  probar  que  Dios  le  enviaba 
a  los  judíos  a  decir  algunos  avisos  y  castigos  que  Dios  les  había 
de  enviar,  dice:  ¿Por  ventura  hará  Dios  alguna  cosa  sin  revelarla  a 
sus  Profetas,  y  sin  darles  parte  de  ella?  Como  si  dijera,  que  precia 
ITios  tanto  a  los  hombres,  que  como  ellos  se  huelgan  tanto  de  saber 
secretos,  y  es  parte  de  amistad  decir  sus  cosas  y  secretos  al  amigo, 
esa  ley  quiere  Dios  guardar  con  nosotros.  De  aquí  se  infiere,  que 
todo  el  tiempo  que  el  mundo  durare,  no  fallarán  profetas,  y  privados 
de  Dios  en  la  Iglesia.  Habrá  en  unos  tiempos  más  que  en  otros; 
pero  siempre  los  habrá;  y  ordinariamente  son  estos  a  quien  Dios 
les  hace  grandes  favores,  hombres  muy  dados  a  oración,  y  a  contem- 
plación, y  quietud.  También  se  ha  de  advertir  mucho  que  aunque  en 
tiempos  pasados,  que  fueron  más  cercanos  a  la  Pasión  de  Nuestro 
Señor,  haya  habido  más  número  de  santos  y  comunmente  fuesen  más 
santos,  y  más  enriquecidos  de  bienes  espirituales  que  no  en  estos 
nuestros  miserables  tiempos;  pero  con  todo  eso  no  hay  duda  sino  que  hay 
algunos,  que  aunque  están  ocultos  y  su  Divina  Majestad  no  los  quiere 
declarar  al  mundo  por  sus  pecados,  pero  que  son  tan  aventajados  en  la 
virtud  como  algunos  y  como  muchos  de  los  pasados;  porque  tienen 
tanta  oración  como  ellos  y  se  emplean  todo  cuanto  pueden  en  servir 
a  Su  Majestad;  y  Dios  no  es  acetador  de  personas,  sino  que  como 
al  que  se  apareja  le  da  su  amistadj  y  no  al  que  no  quiere  aparejarse, 
así  también  a  los  que  igualmente  se  aparejan,  sean  los  que  fueren 
y  estén  donde  estuvieren  y  en  cualquier  tiempo,  les  da  Dios  igual  gracia. 
Y  también  hay  otra  razón,  que  como  por  bien  de  su  Iglesia  Dios  da 
santos  para  que  con  sus  oraciones  e  intercesión  aprovechen  a  los  oíros  y 
aplaquen  la  ira  de  Dios,  que  amenaza  al  mundo;  como  estas  necesidades 
se  ofrecen  también  en  estos  tiempos,  y  aún  mayores  que  en  los  pa- 
sados, conviene  a  la  Providencia  de  Dios  que  dé  a  su  Iglesia  algunas 
personas  tan  privadas  con  él,  que  le  aplaquen  al  tiempo  de  sus 
necesidades. 

Destas  consideraciones  se  toma  una  gran  razón  para  lo  que 
hemos  de  tratar.  Que  como  ahora  tenga  Dios  algunos  santos  en  la 
Iglesia,  no  es  razón  que  nadie  se  ofenda,  cuando  en  particular  señala- 


APÉNDICES  139 

ren  algún  santo  los  que  le  conocen  y  han  tratado,  porque  no  puede 
haber  santos,  si  no  es  que  algunos  en  particular  lo  sean.  Y  si  ha 
de  haber  algunos  santos,  y  por  tales  los  hemos  de  tener,  aquéllos 
han  de  ser  que  tienen  en  su  vida  y  manera  más  muestras  y  señales 
de  santidad.  Y  habiendo  duda  si  es  verdaderamente  de  Dios  alguna 
revelación,  o  maravilla  que  de  alguna  persona  oyéremos,  muy  gran 
argumento  es  para  creer  que  es  verdad  y  de  Dios  saber  que  vive 
con  gran  perfeción  cristiana. 

Muchos  han  trabajado  por  dar  señales  y  conocimiento  si  el  es- 
píritu que  parece  bueno  lo  es,  y  si  la  revelación  que  parece  del  cielo, 
verdaderamente  es  de  Dios;  y  con  toda  la  dotrina  que  enseñaron,  no 
se  puede  bien  atinar  en  particular,  pues  sabiendo  todas  aquellas  maneras 
para  conocer  esta  dificultad,  se  han  engañado  muchos.  Y  Qersón  que 
más  habló  en  abrir  camino  para  esto,  poniendo  tantos  documentos,  vino 
a  burlar  de  las  visiones  y  revelaciones  que  Santa  Caterina  de  Sena 
tuvo,  guiándose  por  razones  naturales,  y  por  estas  ciencias  humanas.  Y 
aunque  ayuden  algo  estas  dotrinas  para  eso,  y  la  razón  natural,  pero 
no  son  bastantes  para  determinadamente  reprobar  y  condenar  cosas 
tan  maravillosas.  Lo  uno,  porque  hay  muchos  secretos  en  las  ciencias. 
que  nosotros,  por  mucho  que  estudiemos,  no  los  podemos  alcanzar;  y 
son  más  las  cosas  que  ignoramos,  aun  en  estas  cosas  que  cada  día 
traemos  entre  manos,  que  no  las  que  sabemos.  Lo  otro,  porque  en 
sus  santos  obra  Dios  muchas  cosas  milagrosamente  que  van  sobre 
nuestra  razón  natural.  Pero  con  todo  esto  pondremos  algunas  vías  y 
maneras  que  sean  muy  ciertas,  y  dellas  sacaremos  la  verdad  que 
buscamos. 

Para  lo  cual  se  ha  de  entender  que,  como  los  corazones  de  nuestros 
prójimos  nosotros  no  los  podemos  conocer  en  sí  ni  verlos,  hemos  de 
buscar  otro  medio  para  saber  si  son  buenos  o  malos,  y  éstos  son  los 
efetos  y  el  fruto  que  viene  de  nuestros  corazones;  y  así  como  la  en- 
fermedad interior  del  cuerpo  el  médico  la  conoce  por  su  efeto,  que 
es  el  desconcierto  del  pulso,  así  también  la  verdad  interior  del  alma 
y  su  sanidad  se  conoce  en  alguna  manera  por  las  obras  y  concierto  que 
en  sus  cosas  muestra.  También  es  de  considerar,  que  como  estas  revela- 
ciones y  visiones  no  pueden  ser  sino  buenas  y  verdaderas,  o  malas  y 
mentirosas,  como  lo  bueno  y  verdadero  sea  de  Dios  y  el  pecado  y  en- 
gaño nazca  del  demonio,  por  la  condición  y  ingenio  de  Dios  hemos  de 
sacar,  cuando  hay  duda,  si  aquello  viene  de  Dios.  Y  por  las  mañas  y 
astucias  de  que  usa  el  demonio  hemos  de  colegir  si  es  cosa  del  demonio, 
y  así  se  ponen  estas  reglas  para  conocer  esto. 

La  primera,  cuando  aquella  persona  a  quien  se  hacen  estas  revela- 
ciones! siente  en  ellas  y  después  dellas  menosprecio  de  sí  y  conocimiento 
de  sus  faltas,  y  que  se  rconoce  por  más  flaca  y  miserable  que  a  los 
otros,  es  manifiesta  señal  que  aquella  revelación  es  verdadera  y  de  Dios. 
Esta  señal  se  halló  en  todos  cuantos  siervos  de  Dios  ha  habido  en  el  ¡mun- 
do y  faltó  en  todos  los  burladores  que  el  demonio  les  engañaba.  De  las 
verdaderas  visiones  y  revelaciones  seguíanse  bienes  para  los  prójimos  y 
edificación  dellos;  de  las  que  eran  obra  del  demonio  han  venido  hin- 
chazón y  admiración  en  los  que  las  sabían,  y  no  otra  cosa;  y  como  un 
fuego  por  donde  pasa  calienta  y  abrasa,  y  un  hielo  enfría  y  quita  el 


140  APÉNDICES 

calor,  así  también  cuando  Dios  viene  a  un  alma  por  visión  o  revelación, 
deja  alguna  impresión  de  lo  que  él  causa  y  desea  en  las  almas,  y  esto 
es  humildad  y  amor,  y  el  demonio  pega  soberbia  y  inquietud.  Esto 
claramente  vemos  en  Nuestra  Señora,  y  en  Santa  Isabel,  cuando  tuvie- 
ron aquellas  revelaciones,  y  a  Nuestra  Señora  le  apareció  el  ángel.  Dice 
la  Escritura,  que  Nuestra  Señora  quedó  turbada  con  la  salutación  del 
ángel,  reconociendo  que  aquella  gran  embajada  y  salutación,  a  su 
parecer,  excedía  su  dignidad  y  merecimientos;  y  Santa  Isabel,  luego 
cuando  vio  a  nuestra  Señora  y  fué  llena  de  espíritu  de  revelación, 
dijo  que  no  era  ella  digna  para  que  la  Madre  de  su  Señor  viniese  a 
ella;  y  todo  lo  contrario  se  ha  visto  en  las  personas  que  engañadas  del 
demonio  han  tenido  estas  ilusiones. 

Segunda  regla.  Para  conocer  si  algunas  visiones  y  revelaciones  son 
de  Dios  o  del  demonio,  es  ver  si,  recebidas  estas  cosas,  mueven  a  aquel 
a  quien  son  hechas  a  recogimiento  y  despeganiiento  de  cosas  y  nego- 
cios. Porque  si  se  sigue  después  desto  huir  el  mundo  y  que  no  le 
traten  ni  le  precien,  sino  estarse  muy  olvidado  y  descuidado  del  mundo, 
es  cosa  muy  clara  que  es  de  Dios  y  no  engaño  lo  que  se  recibió. 
Pero  cuando  estas  visiones  y  revelaciones  tienen  libertad  y  querer 
andar  a  ser  visto  y  admirado  del  mundo  y  que  vean  cuántas  mercedes 
le  hace  Dios,  o  que  al  tiempo  que  le  viene  alguna  operación  maravi- 
llosa al  parecer  de  los  hombres,  admiten  a  unos  y  a  otros  no,  o 
quieren  que  sea  en  lugar  donde  todos  le  vean  y  en  tiempo  que  muchos 
concurran  a  ello,  no  se  dude  sino  que  es  engaño.  Pongamos  en  común 
algunos  ejemplos,  sin  nombrar  a  nadie.  Tuvieron  algunos  visiones  y 
apariciones;  luego  en  recibiéndolas  mudaron  manera  de  vivir,  y  se 
fueron  a  los  yermos,  y  otros  se  metieron  monjes  o  frailes,  dejando 
el  mundo.  Aqueilo  fué  cierta  señal  que  Dios  entendió  en  aquella  obra. 
Hubo  otras  personas  que  tuvieron  visiones,  y  luego  vinieron  a  dejar 
el  mal  estado  que  tenían;  colígese  que  era  de  Dios  aquella  obra. 
Otras  personas,  al  revés,  tuvieron  visiones  y  hablas  que  parecían  ser 
de  Dios;  después  de  recibidas,  vinieron  a  dejar  la  soledad  que  tenían, 
a  frecuentar  las  plazas  y  muchedumbre  de  hombres,  y  a  querer  ser 
vistas  en  las  cortes  de  los  reyes,  es  cosa  muy  clara  que  no  es  de 
Dios.  Hemos  visto  también,  que  después  de  algunas  revelaciones  y 
visiones,  han  querido  que  les  viniesen  algunas  maravillas  donde  las 
viesen  y  admirasen,  como  que  al  tiempo  de  la  misa  estuviesen  allí  al- 
gunos caballeros  y  principales,  para  que  viesen  cómo  se  elevaba  de 
tierra  y  estaba  en  éxtasi  arrebatada,  y  que  los  demás  que  eran  pobres 
o  gente  común  no  viese  aquello.  La  razón  para  esto  es  que  la  soberbia 
quiere  que  todos  le  precien  a  quien  está  con  ella,  todos  hablen  del, 
se  admiren  de  las  grandezas  y  singularidades  que  él  tiene  y  no 
los  otros,  y  precia  el  mundo  a  que  tiene  esto;  y  el  amor  y  espíritu 
de  Dios  y  la  humildad  huye  todo  esto  y  no  quiere  sino  que  todos  le 
menosprecien.  Esta  señal,  y  manera  eficaz  para  conocer  cuál  es  la  ver- 
dadera revelación,  y  visión,  y  verdadero  espíritu  de  Dios,  tiene  grandes 
razones,  y  documentos  de  los  Santos,  y  fundamento  en  la  Escritura, 
pero  por  brevedad  se  deja  de  traer  más.  Baste  aquello  del  Profeta 
Isaías  que  dice:  Mi  secreto  para  mí.  Como  si  dijera;  El  regalo  y 
favor   que   Dios   a    mí   me   hace   para   mí,   no   ha    de   ser   publicado,   ni 


APÉNDICES  l'tl 

querer  ser  manifestado.  Es  verdad  que  algunos  santos  que  llegaron  a  gran 
privanza  con  Dios  fueron  mandados  por  el  espíritu  de  Dios  que  hicie- 
sen cosas  en  virtud  de  Nuestro  Señor,  por  donde  vinieron  a  ser  cono- 
cidos por  grandes  siervos  de  Dios;  pero  ya  en  este  caso  ellos  por  su 
voluntad  no  querían  ser  declarados  por  siervos  de  Dios,  sino  forzados 
a  obedecer,  venían  a  hacer  aquella  manifestación;  mas  cuando  esto 
acontecía,  ellos  no  se  publicaban  por  ganar  crédito  y  autoridad  con  el 
mundo,  sino  por  buscar  la  gloria  de  Dios,  obedeciéndole  en  aquello 
contra  su  descanso. 

La  tercera  manera  para  conocer  verdaderamente  si  estas  revela- 
ciones y  visiones  son  de  Dios  o  engañosas,  es  si  aquella  persona  a 
quien  se  hacen  es  muy  dada  a  oración',  o  si  es  poco  ejercitada  en  ella, 
y  ver  también  si  en  sus  palabras,  y  tratas  y  conversación  muestra  amor 
de  Dios,  no  aparente,  sino  verdadero»  y  que  por  tal  se  conozca.  En  lo 
primero,  que  es  la  oración,  hallamos  claramente  ejemplos  en  la  Escri- 
tura, como  cuando  Rebeca  no  tenía  hijos,  fué  a  consultar  al  Señor,  y 
hízosele  revelación  que  había  de  parir  dos  hijos,  y  concebirlos  junta- 
mente, y  la  calidad  dellos;  aquel  consultar  al  Señor  fué  por  oración, 
y  así  se  entendió  ser  verdadera  profecía  y  revelación.  A  Samuel,  estando 
en  la  casa  de  Dios  en  Silo,  le  fueron  hechas  aquellas  hablas  tantas 
veces;  a  Ana  Profetisa,  que  vio  a  nuestro  Señor  niño,  cuando  le  pre- 
sentaba i!j  líeina  de  los  Angeles  en  el  Templo,  dice  primero  San  Lucas, 
de  cuan  gran  oración  era,  y  que  nunca  faltaba  del  Templo.  Y  para 
probar  esto  basta  decir,  que  nunca  jamás  persona  dada  mucho  a  ora- 
ción y  perseverando  en  ella,  fué  engañada  del  demonio,  sino  muy  cora- 
batida  del  para  dejar  la  oración.  Es  verdad  que  algunas  personas  ha 
habido  engañadas,  y  que  vinieron  a  grandes  males  en  la  fe,  y  come- 
tieron otros  vicios,  y  que  parecían  muy  dadas  a  oración,  pero  sin  falta 
ninguna;  no  era  así,  sino  que  eran  muy  dadas  a  mucha  parla,  y  aficio- 
nadísimas a  personas  que  no  les  aprovechaban  a  medrar  en  la  virtud. 
Porque  es  cosa  muy  averiguada  que  la  oración,  hecha  como  se  ha  de 
hacer,  allega  y  aficiona  mucho  a  Dios  y  desapega  desfotras  amis- 
tades que  no  traen  provecho  espiritual  y  no  se  ordenan  a  esto.  El 
demonio  también  es  excluido  grandemente  por  el  amor  de  Dios;  no 
hay  cosa  que  más  aííorrezca;  y  por  eso,  cuando  hay  alguna  visión 
o  revelación  para  enamorar  a  Dios,  es  imposible  que  el  demonio 
tenga  parte  ni  operación  en  aquello;  y  como  este  amor  de  Dios  se 
alcanza  con  mucha  oración,  lo  que  más  principalmente  procura  el 
demonio  es  quitar  la  oración;  porque,  cesando  ella,  el  favor  y  ayuda 
de  Dios  nos   deja  y   quedamos   llenos   de  flaquezas. 

La  cuarta  razón  es  cuando  una  persona,  a  quien  estas  revelaciones 
y  visiones  se  hacen,  tiene  gran  cuidado  de  informarse  de  otros  que 
tienen  ciencia  y  buen  parecer  en  aquello  o  en  otras  cosas  semejantes; 
principalmente  dando  parte  dellas  a  sus  confesores,  y  declarándose- 
lo todo  y  no  ocultando  nada  dello,  es  cosa  cierta  que  no  hay  engaño 
ninguno,   haciendo   lo   que   ellos   quieren   y   le   aconsejaren. 

Esta  es  una  verdad  muy  manifiesta,  así  por  experiencia  como  por 
razón.  Leemos  en  las  vidas  de  los  Padres  y  de  los  Santos,  que  algunos, 
a  los  principios  que  trataban  delicadamente  con  Dios,  el  demonio 
les  hacía  mil   engaños  con  visiones  y   invenciones,   y   parecían  cosa  de 


142  APÉNDICES 

Dios;  pero  los  que  usaban  de  este  remedio  de  ir  luego  a  dar  parte 
de  lo  que  pasaba  a  sus  mayores,  Dios  les  alumbraba  por  sus  siervos 
y  les  guiaba  para  que  conociesen  el  engaño  si  lo  era;  y  los  que  por 
su  juicio  y  parecer  eran  guiados,  venían  a  ser  muy  engañados.  Esta 
también  es  gran  razón  para  ser  esto  cierto,  porque  Nuestro  Señor 
no  deja  a  nadie  sin  remedio;  y  quien  con  buena  intención  y  deseo 
de  no  ser  engañado  usa  de  los  remedios  que  Dios  tiene  puestos, 
es  la  fidelidad  de  Dios  y  su  bondad  tan  grande  que  no  le  dejará 
ser  engañado;  y  aunque  se  puedan  hallar  algunas  ignorancias  en  los 
siervos  de  Dios  entretanto  que  están  en  esta  vida,  pero  cuando  el 
demonio  viene  a  engañar  con  visiones  e  ilusiones;  para  que  no  peque 
aquel  a  quien  son  hechas,  es  menester  que  entienda  son  del  enemigo; 
y  así  cuando  hace  lo  que  en  sí  es  para  ser  desengañado,  Dios  le 
favorecerá  para  que  lo  entienda.  Hay  también  en  esto,  que  cuando 
una  persona  no  se  cree  a  sí,  sino  que  lo  consulta  con  quien  lo  en- 
tiende, queriendo  tomar  su  parecer,  ejercita  un  acto  grande  de  hu- 
mildad, por  donde  merece  que  Nuestro  Señor  le  socorra  y  no  la  deje 
engañar.  Si  lavar  los  pies,  y  servir  a  otro,  y  preferirle  a  nosotros, 
es  gran  humildad,  mucha  mayor  es,  rendir  a  otro  nuestro  entendimien- 
to, que  es  la  mejor  potencia  que  Dios  nos  imprimió  en  el  alma. 
Desta  verdad  se  sigue,  que  cuando  alguna  persona  tiene  alguna  vi- 
sión o  revelación,  que  puede  ser  de  Dios  o  del  demonio,  no  querer 
esta  persona  dar  parte  a  otro  que  entiende  en  aquel  negocio,  sino 
que  por  sí  mismo  aprueba  aquello,  por  la  poca  humildad  que  tiene  y  la 
poca"  diligencia  que  aplica  para  alcanzar  la  verdad,  es  de  creer  que 
es  engaño  del  demonio;  porque  Dios  humildad  pega  cuando  viene 
a  nuestras  almas,  y  reconocimiento  grande  de  nuestra  flaqueza  y  miseria. 
Este  descubrir  a  otro  nuestra  tentación  y  trabajo  para  seguir  su  pa- 
recer,  es   gran   remedio   para   vencerle. 

El  quinto  medio  para  alcanzar  la  verdad  en  estos  casos,  es  el 
parecer  de  aquellos  que  más  entienden  en  aquel  caso  y  también  de 
nuestros  propios  confesores,  a  quienes  nos  descubrimos,  para  ser  guia- 
dos en  la  verdad.  Quiero  decir:  viene  una  persona,  y  con  algunas 
visiones  y  revelaciones  que  se  le  hacen,  viendo  cuan  miserable  es, 
se  aflige,  temiendo  que  Dios  le  quiere  desamparar;  cuando  esta  per- 
sona fuere  con  humildad  y  deseo  de  saber  la  verdad  a  su  confesor, 
y  aquellos  ',ue  mejor  parecer  le  pueden  dar  en  el  caso,  según  la 
opinión  que  en  el  pueblo  hay  de  aquel  negocio,  aunque  otros  digan 
lo  contrario,  no  tema,  ni  deje  de  creer  el  cuerdo,  sino  que  aquello  es 
verdad,  y  que  no  hay  falta  en  ello.  Hay  en  todas  las  cosas  humanas 
diversos  pareceres,  por  haber  diversos  entendimientos,  diversos  deseos, 
y  por  no  tener  igual  relación  y  conocimiento  del  negocio  que  se  trata, 
y  como  la  verdad  sea  una,  y  ellos  sean  contrarios,  no  puede  estar  en 
poder  de  todos,  sino  de  los  unos;  estos  son  los  confesores,  con  aque- 
llos que  tienen  mejor  parecer,  y  que  por  persuasión  del  propio  con- 
fesor son  consultados;  y  así  como  en  otra  cualquier  cosa,  después  de 
tener  el  acuerdo  de  nuestros  confesores,  y  de  aquellos  que  lo  saben 
mejor,  es  imprudencia  tratar  más  dello,  en  especial  con  los  que 
menos  saben;  así  también  en  lo  que  tratamos,  cuando  estuviere  muy 
asentado   por    los   confesores    de    aquella    persona,   y    de   otros   que   en- 


APÉNDICES  145 

tienden  más  en  este  punto,  esta  tal  persona  no  tiene  por  qué  in- 
quietarse más  en  querer  certificarse  más  de  otros,  porque  hay  muchas 
faltas  en  seguir  esa  determinación,  y  ningún  provecho  se  sacará 
della.  Donde  se  han  de  avisar  dos  cosas:  la  una  es  que  en  esto 
que  tratamos,  y  cerca  de  cosas  de  ánima,  que  no  son  contratos,  sino 
tentaciones  espirituales,  no  se  tiene  buen  parecer  con  sola  teología 
escolástica,  sino  requiérese  alguna  noticia  de  cosas  espirituales  y  de 
perfeción,  que  no  se  disputan  en  escuelas,  sino  que  tienen  particular 
dificultad  en  sí,  y  para  entenderlas  es  menester  haber  tratado  o  leído 
cosas  de  vida  espiritual;  y  sin  haber  pasado  por  ellas  no  se  entienden, 
por  muchos  argumentos  que  se  estudien.  Esta  otra  ciencia  es  afectiva 
y  va  por  sus  principios,  que  no  se  pueden  tanto  declarar,  sin  los 
experimentar;  y  así  muy  poco  importa  que  teólogos  que  no  saben 
por  experiencia  cosas  de  oración,  hablen  o  reprueben  esto  que  trata- 
mos. Lo  segundo  es,  que  cuando  aconteciese  que  todos  los  confesores 
del  que  tiene  o  ve  estas  revelaciones  y  visiones,  y  todos  los  que  han 
sido  consultados  sobre  ello  viniesen  a  aprobarlo  por  verdadero,  y  que 
no  había  engaño  en  ello,  no  había  ya  dudar  ni  tratar  otra  cosa,  en 
especial  si  fuesen  consultadas  sobre  este  negocio  personas  de  cien- 
cia y  de  gran  vida  y  santidad,  como  se  dirá  haber  acontecido  en  lo 
que   tratamos. 

El  sexto  camino  para  atinar  bien  en  esto  que  buscamos,  es  si 
aquella  persona  de  quien  tratamos  ha  tenido  grandes  contrariedades 
y  persecuciones  en  sus  cosas,  y  sin  haber  hecho  cosa  alguna  entre  los 
hombres  por  donde  le  hubiese  de  venir  tanto  mal;  y  también  si  en 
la  persecución  que  ha  tenido  en  tiempos  que  le  venían  estas  revelacio- 
ciones  ha  sido  afligida  por  los  buenos,  que  con  buen  celo  y  deseo 
de  acertar  la  reñían  y  perseguían.  Esta  regla  es  muy  verdadera,  porque 
cuando  una  alma  trae  cuidado  de  servir  a  su  Dios  y  de  su  salvación, 
cuando  !e  viene  la  tribulación  y  trabajo,  si  se  toma  con  paciencia,  dice 
la  Escritura,  que  Dios  vive  y  está  aposentado  en  aquel  corazón.  Pues 
estando  Su  Majestad  dentro  de  nuestn  alma,  no  es  de  creer  que  el 
demonio  esté  apoderado  de  nosotros  ni  tenga  por  entonces  poder  para 
destruirnos;  antes  es  argumento  que  aquello  que  padece  la  tal  alma 
es  consolación  enviada  de  Dios  en  premio  del  trabajo  que  había  en- 
viado a  aquella  persona;  porque  no  acostumbra  Nuestro  Señor  a  en- 
viar en  pago  de  la  paciencia  que  hemos  tenido,  algún  engaño  del  de- 
monio. Tenemos  ejemplo  claro  en  Job.  Permitió  Dios  al  demonio  que 
atribulase  a  Job  y  le  hiriese  en  hacienda,  hijos  y  en  su  propio  cuerpo. 
Llevólo  con  mucho  sufrimiento;  viniéronle  después  unas  visiones  y 
revelaciones,  que  fueron  muy  verdaderas  del  mismo  Dios,  en  las  cua- 
les mientras  no  tuvo  entrada  el  enemigo,  y  como  el  trabajo  y  perse- 
cución es  camino  por  donde  Dios  limpia  el  alma,  y  la  purifica  y  la 
enseña  su  dotrina  para  que  no  sea  engañada,  cuanto  mayor  fuere  la 
tentación  y  trabajo,  más  parte  le  cabe  del  favor  de  Dios  para  no  ser 
engañada.  Y  la  cumbre  de  la  persecución  en  los  que  tratan  de  sal- 
varse, es  ver  que  los  siervos  de  Dios  y  los  buenos  les  contradicen, 
y  les  humillan  y  los  persiguen.  Porque  les  viene  entonces  una  gran 
desconfianza  de  Dios;  temen,  que  pues  los  siervos  de  Dios  la  fatigan 
g  la   condenan,   que   Dios,   que   gobierna   aquellos   buenos   y   por  quien 


14^  ftPENDICES 

los  buenos  deshacen  aquella  persona,  tiene  ya  desamparado  al  pobre 
afligido.  Principalmente  cuando  los  confesores,  los  predicadores,  los 
que  son  tenidos  por  más  santos,  contradicen  y  persiguen  al  que  de 
veras  trata  de  salvarse;  porque  cuando  los  que  no  son  tales  hacen 
daño,  es  muy  gran  consolación  ver  que  los  ministros  del  demonio 
nos  hacen  mal,  que  es  como  si  el  demonio  por  sí,  de  envidia  de 
nuestra  virtud,  nos  viniese  a  molestar  para  tentarnos,  no  para  con- 
denarnos. 

Otra  manera  hay  de  conocer  esta  diferencia  de  revelaciones  que, 
aunque  en  parte  la  puedan  conocer  todos,  pero  enteramente  solos  los 
confesores  y  los  que  tratan  la  conciencia  de  aquel  alma;  y  es  la 
puridad  de  su  conciencia  y  la  entereza  en  la  virtud.  Para  declarar 
esto,  base  de  advertir  que  el  hombre  puede  engañar  a  otro  haciéndole 
entender  que  es  bueno,  así  en  la  confesión,  como  fuera  de  ella;  pero 
a  todos  los  que  la  tratan  y  confiesan  no  puede  ser  ordinariamente  que 
sea  mala,  y  que  algunos  con  quienes  ella  trata  no  descubran  algo  de 
sus  flaquezas;  porque  no  se  puede  tanto  disimular  y  encubrir  la  maldad 
de  la  voluntad,  sin  que  en  algo  no  se  entienda  de  los  más  avisados, 
especialmente  cuando  trata  su  alma  con  muchos  y  hombres  doctos  y 
avisados,  y  cuando  dentro  de  su  misma  casa  hay  personas  desaficionadas 
al  vicio  y  desean  y  procuran  mucho  entenderle  para  remediarle  y  pu- 
blicarle. Este  camino  de  oler  si  hay  engaño  en  revelaciones,  es  muy 
seguro  y  eficaz;  porque  los  regalos  que  Dios  recibe  en  los  hombres 
son  de  los  que  guardan  sus  almas  muy  limpias  y  apuradas  del  pecado. 
Estos  son  los  que  con  gran  ánimo  triunfan  del  demonio  y  con  gran 
confusión  suya  le  acocean,  y  así  no  osan  tanto  acometerles.  Es  tan  so- 
berbio el  enemigo,  que  por  no  verse  tan  corrido  y  vencido,  no  osa 
acometer  tantas  veces  a  hombres  tan  aprovechados,  que  tienen  limpia 
conciencia,  y  por  la  envidia  que  tienen  a  la  corona  que  se  gana  re- 
sistiéndoles, no  quiere  tan  fácilmente  acometer  a  estos  que  son  gran- 
des y  de  mucha  virtud.  También  es  aquí  de  notar,  que  los  santos 
que  fueron  regalados  de  Dios,  aun  en  esta  vida,  con  visiones  y  reve- 
laciones, por  tener  tanta  puridad  de  conciencia  les  hizo  Dios  aquel 
favor;  y  así  donde  hubiere  mucho  de  tan  gran  bien,  es  de  creer 
que  Dios  quiere  muy  familiarmente  tratar  con  aquella  alma.  Y  como 
Su  Majestad  dice  por  San  Mateo,  que  los  limpios  de  corazón  sou 
los  que  han  de  ver  a  Dios  en  la  bienaventuranza,  también  se  colige 
de  aquello  que  los  más  limpios  de  corazón  ven  más  de  los  secretos  y 
maravillas  de  Dios,  aun  en  esta  vida,  como  por  razones  muy  bastan- 
tes se  prueba. 

La  otava  vía  para  conocer  si  es  espíritu  de  Dios  o  del  demonio  el 
que  anda  en  estas  visiones  y  revelaciones,  es  ver  lo  que  sacan  y  medran 
aquellos  que  conversan  familiarmente  aquella  persona  y  los  que  la 
hablan.  Porque,  como  los  santos  enseñan,  esta  diferencia  hay  entre  la 
gracia  con  que  estamos  en  amistad  de  Dios  y  entre  las  gracias  que  se 
llaman  dadas  de  gracia:  que  aquella  gracia  por  donde  somos  amigos  de 
Dios,  dase  para  bien  de  nuestras  almas,  justificándolas  y  haciéndolas 
divinas;  pero  las  otras  comunícalas  Dios  para  aprovechar  a  los  próji- 
mos y  traerlos  a  amor  de  Dios.  Donde  se  sigue,  que  como  las  reve- 
laciones y  espíritu  de  profecía  se  cuenten  entre  aquellas  gracias  dadas 


JIPENDTCES  1^5 

para  bien  de  nuestros  prójimos,  cuando  vienen  buenos  efetos  en  edifi- 
car a  los  que  tratamos  y  encaminarlos  a  Dios,  y  esto  no  es  particular 
con  uno,  sino  con  todos  en  lo  que  hubiese  duda  si  era  verdadero  don 
aquél  o  no,  quítase  muy  claramente  con  esto.  Esto  tenemos  muy  expre- 
sado en  San  Mateo,  donde  Su  Majestad  amonestaba  tuviésemos  gran 
recato  en  guardarnos  de  los  falsos  profetas;  y  para  que  no  errásemos 
sobre  este  aviso,  pone  que  se  tenga  atención  a  los  efetos  de  los  Pro- 
fetas, que  así  sabremos  muy  bien  diferenciarlos;  si  lo  que  proviene  de 
las  revelaciones  o  profecías  fuere  libertad,  soberbia  o  buen  tratamiento 
y  regalo,  no  es  de  Dios,  sino  el  demonio  se  enviste  en  ángel  de 
luz  para  engañarnos;  y  cuando  hubiese  muchos  buenos  efetos,  si  ul- 
tiniadaraente  se  conoce  alguno,  el  enemigo  es  aquel  que  más  delicada- 
mente nos  quiere  engañar.  Pero  si  todo  lo  que  de  aquello  resulta  es 
bien  i)  aprovechamiento  de  todos  con  cuantos  trata,  ciertamente  es  de 
Dios;  pues  sola  una  señal  que  dejó  Su  Majestad  para  esto  se  ve 
tan  notoriamente  cumplida  en  aquella  persona.  Visto  hemos,  y  siempre 
ha  habido  algunos,  quo  parecían  ser  privados  de  Dios,  y  haber  recibido 
particulares  dones  de  Dios  para  muy  buenos  efetos,  y  advirtiendo  bien 
en  ello,  no  se  hallaba  sino  un  admirarse  y  un  contento  curioso  de 
haber  visto  cosj  semejante  en  los  Apóstoles  y  siervos  de  Dios  era  ver 
a  estas  personas  quedar  con  gran  aprovechamiento,  con  buenos  deseos, 
con  gran  determinación  de  rendirse  a  Dios. 

La  nona  manera  de  aclarar  con  seguridad  y  certidumbre  esta  duda, 
es  ver  lo  que  se  le  liabla  y  revela  a  esta  persona,  a  quien  le 
son  hechas  estas  visiones  y  revelaciones;  en  lo  cual  puede  haber  dos 
cosas.  La  una  es,  que  aunque  aquella  persona  diga  a  otras  algo  de  lo 
qu3  ve  o  oye,  pero  encubre  algo,  y  no  lo  quiere  manifestar  o  no  lo 
quiere  decir  a  personas  doctas,  sino  huye  dellas  y  trátalas  con  igno- 
rantes; hallamos  en  esto,  cuando  aquel  a  quien  se  hacen  las  revelacio- 
nes no  sabe  letras;  porque  si  fuese  letrado,  otro  negocio  sería.  La 
segunda  es  cuando  en  aquellas  revelaciones  hay  cosas  impertinentes, 
curiosas  o  no  de  tanta  edificación;  porque  en  estos  dos  casos  no  hay 
que  disputar  ni  dudar,  que  notoriamente  son  razón  bastante  para  tener 
por  malas  aquellas  revelaciones  y  espíritu;  pero,  al  contrario,  cuando 
muu  llanamente  se  cuentan  y  refieren  a  todos  los  que  pueden  bien  ju/gar 
y  entender  aquello,  y  sin  dejar  ni  encubrir  nada,  y  todo  ello  es  muy 
asentado,  muy  seguro,  muy  sin  sospecha  de  mal,  y  que  es  en  particular 
lo  que  la  Escritura  en  general  enseña  a  todos,  no  hay  que  temer,  sino 
recebirlo  como  si  manifiestamente  nos  viniese  del  Cielo  aquel  recaudo. 
Es  un  ejemplo  notorio  sacado  de  la  doctrina  de  Cristo  Nuestro  Señor: 
cuando  alguno  se  recata  en  su  dotrina  de  personas  doctas  y  cristianas, 
dice  el  Evangelio  que  por  el  mismo  caso  se  desprecie  aquella  dotrina, 
aunque  parezca  muy  buena.  También  si  no  viene  con  las  verdades  reve- 
ladas de  Dios,  por  el  mismo  caso  se  ha  de  huir  dello. 

Otra  manera  hay  para  sacar  bien  esta  verdad,  y  es  si  aquellos 
que  con  mucha  atención  han  querido  tratar  a  la  persona  que  tiene 
estas  revelaciones  y  ninguna  cosa  han  hallado  en  su  trato  y  conversa- 
ción oue  no  sea  de  muy  entera  virtud',  y  llegando  con  duda,  se  les  ha 
quitado  con  el  tratar  y  oir  a  la  tal  persona,  y  ningún  rastro  de  vani- 
dad   ban   hallado   en   su   conversación    y    palabras,   es   razón   clara   que 

II  10 


146  APÉNDICES 

aquello  es  verdad  cuando  todos  lo  experimentamos;  que  a  un  predica- 
dor, si  es  vano,  en  un  sólo  sermón  se  le  echa  de  ver;  y  si  alguno 
es  avisado  y  docto,  en  una  vez  que  oiga  a  otro  le  cala  las  entra- 
ñas y  le  ve  de  qué  peca.  Cuando  a  una  persona,  especialmente  si  es 
llana  y  trata  sin  doblez  a  todas  cuantas  personas  la  hablan  y  con- 
versan, la  hallan  tan  entera  en  la  virtud  y  sin  ningún  género  de  duda 
ni  sospecha  de  que  haya  engaño,  no  hay  que  temer,  sino  reconocer  que 
es  de  Dios  lo  que  ve  y  oye  en  aquellas  revelaciones.  Oidose  han 
algunas  personas  que  muchos  las  tenían  por  santas  y  buenas  y  creían 
en  sus  apariciones  y  revelaciones;  pero  otros,  que  eran  prudentes,  mirá- 
ronlo mejor  y  vieron  razones  para  condenar  aquello,  y  así  fué  conde- 
nado después;  pero  cuando  todos,  y  más  los  que  más  saben,  aprecian 
alguna  persona,  no  hay  duda  sino  que  es  Dios. 

La  última  razón  y  vía  para  asegurar  esto,  es  entender  qué  hace 
el  demonio  con  aquella  persona.  Si  le  hace  aplauso  u  muestra  algún  con- 
tento 'con  ella,  muy  mala  señal  es;  pero  si  la  persigue  y  le  hace  males 
y  se  le  muestra  horrible  para  espantarla  y  maltratarla,  es  cosa  ciertd 
que  él  no  tiene  ni  posee  aque'  alma;  porque  a  solos  los  siervos  de  Dios 
quiere  espantar  y  con  amenazas  engañar  el  demonio.  Y  en  esta  diferen- 
cia ha  aparecido  hasta  ahora  a  los  santos  y  a  los  malos  el  demonio: 
a  los  buenos  horrible;  a  sus  amigos,  ya  engañados,  apacible.  Y  si  cada 
una  destas  razones  y  reglas  es  bastante  para  sin  atrevimiento  decir  y 
determinar  que  alguna  persona  tiene  verdaderas  revelaciones  y  apari- 
ciones, ¿cuánto  más  será  esto  cierto  si  todas  ellas  se  hallan  en  esta 
persona  de  quien  hablamos? 

En  el  aplicar  todas  estas  reglas  a  esta  sierva  de  Dios  se  podía 
hacer  muy  gran  tratado,  porque  había  en  cada  una  dellas  muchas 
cosas  que  decir;  pero  con  brevedad  contaré  algo  de  lo  mucho  que 
hay.  En  lo  primero,  de  la  humildad  y  menosprecio  de  si,  todas  sus 
hablas,  sus  cartas,  sus  cosas,  van  llenas  de  humildad,  deseando  gran- 
demente que  sus  faltas  y  miserias  pasadas  todo  el  mundo  las  viese 
y  las  hablase,  molestándose  también  muy  mucho  de  que  la  tengan  por 
buena;  y  a  los  principios,  cuando  le  comenzaron  a  crecer  las  mer- 
cedes de  Dios,  moríase  en  que  nadie  entendiese  cosa  dellas,  porque 
no  sospechasen  que  era  buena.  Nunca  se  ha  creído  a  sí  misma,  con 
tener  muy  buen  entendimiento;  siempre  se  ha  querido  gobernar  por 
el  parecer  ajeno,  ñmicísima  de  entender  en  los  oficios  más  bajos  y 
humildes;  y  certifícanme  sus  compañeras,  que  cuando  ella  es  cocinera, 
la  semana  que  le  cabe,  que  ninguna  necesidad  padecen  en  casa,  y 
que  se  nota  mucho  cuan  bien  las  provee  Nuestro  Señor  la  semana 
que  ella  les  ha  de  guisar  de  comer  (1).  Y  tan  gran  pobreza  como  ella 
quiere,    no    habiendo    de    ser    vista    de    nadie,    que    no    pueden    salir,    ni 


1  En  los  comienzos  de  la  fundación  de  S.  José,  la  -Santa  no  admitió  freilns  o  legas, 
U  por  lo  mismo  hacían  la  cocina  por  semanas  las  religiosas  de  coro.  Fra  fama  entre  las 
primitivas  Descalzas  de  Avila  que  la  Santa  cocinaba  con  un  gusto  muy  exquisito  las  po- 
bres viandas  de  que  disponía,  y  a  pesar  de  la  escasez  extremada  en  que  vivieron  los  pri- 
meros años,  la  semana  que  estaba  ella  de  cocina  nunca  faltó  nada  de  lo  necesario.  Aun  se 
conserva  en  el  convento  la  cocina  donde  se  quedó  arrobada  con  la  sartén  en  la  mano,  con 
peligro  de  verter  el  único  aceite  que  había  en  casa,  lo  que  ocasionó  no  poca  fatiga  a  Isa- 
bel  de   Santo   Domingo,  que   a   tal    sazón   entró   allí. 


APÉNDICES  147 

nadie  las  habla,  sino  personas  que  tratan  de  espíritu,  argumento  claro 
es  de  su  gran  humildadl  y  más  con  haber  ya  aprovechado  grandemente 
y  haber  mucho  que  Dios  la  habla.  Y  aunque  a  los  principios  cuando 
Dios  se  quiere  asi  comunicar  no  se  conozca  bien  claramente  si  es 
Su  Majestad  el  que  habla  o  si  es  engaño,  pero  ¡ja  andando  más 
en  las  revelaciones,  distintisimamente  y  con  gran  certidumbre  se  co- 
noce que  es  Dios,  aunque  no  vean  la  esencia  de  Dios,  como  Jeremías 
decia:  «En  verdad  Dios  me  envía  a  vosotros,  y  yo  sé  que  51  me  ha 
hablado  lo  que  os  tengo  de  proponer,  y  soy  enviado  del»;  con  todo 
esto,  ninguna  cosa  se  le  revela  ni  le  habla  que  no  dé  parte  della  a 
su  confesor  o  algún  letrado,  a  quien  ella  escoge  para  con  más  seguridad 
tratar  su  conciencia  y  estas  cosas.  Quiero  contar  algunos  casos  de 
gran    humildad   que   ha   pasado   esta   persona. 

Antes  que  entendiesen  bien  sus  confesores  el  espíritu  de  Dios  en 
D.3  Teresa,  por  algunas  razones  que  tuvieron,  determinaron  de  ha- 
blarla, diciéndola  que  como  cosa  muy  pensada  y  alcanzada  tenían  to- 
dos ellos  (que  eran  muchos  los  que  trataban  esto),  como  la  vían  tan 
afligida,  que  era  engaño  del  demonio,  y  que  el  remedio  era  que,  pues 
ella  no  podía  resistir,  que  cuando  viniese  el  que  la  hablaba  que  le 
diasG  muchas  higas  y  se  santiguase,  no  ostante  que  ella  sentía  gran 
aprovechamiento  interior  con  aquellas  hablas  y  apariciones  que  le  eran 
hechas  (1).  Ella  determinó  de  obedecer;  aunque  ella  entendía  era  cosa 
de  Dios,  no  quiso  creerse;  pero  sintió  mucho  que  la  obediencia  la 
pusiese  en  necesidad  de  tratar  así  a  su  Maestro  y  Esposo,  y  comenzó 
a  llorar,  y  así  rogaba  a  Su  Majestad  no  la  dejase  engañar  del  de- 
monio, y  suplicó  a  San  Pedro  y  San  Pablo,  porque  era  su  fiesta 
entonces,  que  la  favoreciesen  en  que  no  fuese  engañada.  Víalos  des- 
pués cabe  si  muchas  veces  al  lado  izqiiierdoi,  ;j  que  la  aseguraban  no 
la  dejarían  engañar.  Y  como  vino  otra  visión  de  Cristo  y  ella  comenzó 
a  hacer  lo  que  le  mandaban  sus  confesores,  pero  suplicábale  a  Cristo 
la  perdonase,  pues  ella  hacía  aquello  por  obedecer  a  sus  ministros; 
respondíale  Nuestro  Señor  que  no  se  le  diese  nada  y  que  hiciese  lo 
que  le  mandaban,  pero  que  El  haría  que  se  entendiese  la  verdad.  Y  como 
ellos  andaban  errados  entonces,  también  tomaban  remedios  errados,  y  al- 
gunas veces  le  mandaban  no  hiciese  oración,  porque  estando  en  ella 
le  venían  estas  cosas,  y  entonces  se  mostraba  muy  enojado,  y  decía 
que  les  dijese  cómo  aquello  era  tiranía,  y  comenzaba  El  a  darle  ra- 
zones para  que  aquello  no  era  engaño.  Escribíle  yo  cómo  por  ventura 
iría  a  verla  una  señora  muy  principal  que  estaba  muy  persuadida  de  la 
verdad  en  este  caso;  estuvo  con  gran  pena  por  ver  su  poquedad  y  que 
le  sería  gran  tormento  ser  vista  de  grandes  señores,  especialmente  con 
esa  razón,  que  pensasen  que  era  buena.  Respondióle  Nuestro  Señor 
que  no  estuviese  penada  de  aquello,  que  convenía  conociesen  las  mer- 
cedes que  de  Su  Majestad  recebía,  y  que  a  los  que  la  hablasen  de 
esos  señores  y  grandes  en  el  mundo  que  les  hablase  con  libertad  y  lla- 
neza, que  ella  no  los  había  menester  a  ellos  y  ellos  a  ella  sí.  Yo 
le    importuné    en    un    tiempo    tratase    con    Su    Majestad    si    le    serviría 


1      Véanse  el   capitulo  XXIX   u  sÍQUÍentes  del  Libio  de  la  Vida. 


148  APÉNDICES 

yo  más  en  cierta  parte,  y  como  yo  deseaba  (que  no  es  para  decirlo 
yo,  ni  para  traer  cosa  mía  en  tratado  de  mujer  tan  santa),  y  respon- 
dióme que  en  ninguna  manera  le  hablase  de  aquello,  porque  con  pa- 
sar lo  que  yo  sabía  de  las  grandes  mercedes  que  Dios  le  hacía, 
si  pensase  preguntarle  algo,  ni  de  lo  que  a  mí  me  toca,  creería  que 
se  había  de  abrir  la  tierra  y  que  se  había  de  condenar  por  aquel  atre- 
vimiento. En  fin,  su  humildad  es  cosa  increíble,  como  darán  testi- 
monio los  que  más  la  tratan. 

También  en  la  segunda  regla  se  ha  visto  esta  verdad,  porque  des- 
pués que  Su  Majestad  le  hizo  tanta  merced  de  tratarla  tan  familiar- 
mente, no  ha  tratado  sino  de  recogerse  lo  más  que  una  monja  puede 
en  esta  vida,  como  se  ve  en  su  casita;  que  ha  sido  una  cosa  de  gran 
admiración  ver  cómo  emprendió  este  negocio  de  hacer  aquella  casa 
de  San  José,  y  cómo  ha  salido  con  él.  Como  testigo  de  vista,  digo 
que  notoriamente  se  ha  conocido  favorecer  Dios  a  esta  señora  en 
este  caso,  y  que  todo  cuanto  podemos  decir  en  cerf:  car  su  santidad, 
es  verdad.  Hízola  con  expresa  revelación  del  Señor,  que  tuvo  muchas 
veces,  y  la  gran  santidad  que  en  aquella  casa  hay,  da  buen  testimonio 
desto,  y  tengo  por  cosa  muy  averiguada  que  ha  de  ser  de  gran  nom- 
bre en  santidad.  Estando  un  día  después  de  haber  rezado  el  himno  de 
Veni,  Creator  Spiritus,  y  habiendo  estado  casi  dos  horas  en  oración, 
vínole  un  arrobamiento  muy  súbitamente,  y  con  tanto  ímpetu,  que  casi 
la  sacó  de  sí,  y  entendió  estas  palabras:  'Ya  no  quiero  tengas  con- 
versación con  hombres,  sino  con  ángeles»  (1);  y  fué  el  primer  arroba- 
miento que  tuvo;  y  así  quedó  espantada,  aunque  consolada  en  gran 
manera,  y  vino  de  tal  suerte,  que  no  pudo  dudar  sino  que  era  de 
Dios,  cierto.  Desde  entonces  certifica  esta  sierva  de  Dios,  que  nunca 
ha  podido  tener  amistad  particular  con  ninguna  persona,  aunque  fue- 
sen deudos,  sino  con  aquellas  que  ella  entiende  tratan  de  servir  a 
Dios  de  veras. 

En  la  tercera  señal  darán  testimonio  grande  las  compañeras  que 
viven  en  la  misma  casa,  que  nunca  jamás  entiende  sino  en  oración 
o  cosas  della.  Yo  le  pregunté  un  día  que  me  dijese  cómo  gastaba 
el  tiempo,  y  pensaba  yo  que  tenía  algunas  horas  de  oración,  y  que  lo 
demás  gastaba  en  otros  ejercicios.  Respondióme,  cómo  yo  trataba  lo 
dificultoso,  y  que  le  daba  pena  de  su  conciencia,  que  no  se  podía  ima- 
ginar persona  enamorada  tanto  de  otra,  y  que  no  se  pudiese  un  punto 
hallar  sin  lo  que  amaba,  como  ella  era  con  Nuestro  Señor,  consolándo- 
se con  El,  y  hablando  siempre  del  y  con  El.  En  la  cuarta  regla, 
es  verdad  que  ha  tenido  grandísimo  cuidado  de  informarse  de  todos 
cuantos  buenos  letrados  estaban  y  pasaban  por  Hvila,  sin  dejar  uno, 
especialmente  de  aquellos  que  tenían  eminencia  en  Teología,  o  trata- 
ban cosas  de  oración,  juntamente  con  ser  letrados;  y  ella  aconseja 
este  camino  a  personas  que  les  fuere  hecha  la  misma  revelación;  no 
obstante  que  haya  otros  efetos  muy  buenos,  por  donde  aun  la  misma 
persona  entienda  aquello  ser  bueno  y  de  Dios.  Entre  otros  de  quien 
se    informó,    fué    un    santo    fraile    francisco,    que    yo    conocí,    llamado 


l      Libro  d»  ía  Vida,  t.   XXIV,   p.    188. 


APÉNDICES  149 

Fray  Pedro  de  ñlcántara,  de  gran  oración  y  penitencia  y  celo  a  su 
profesión.  Este  Santo,  sin  tener  mucho  a  qué  venir  a  ñvila,  Su  Ma- 
jestad le  trajo  para  consolar  a  esta  su  sierva,  cuando  más  contradi- 
ción le  hacían  en  estas  cosas,  y  la  aseguró  que  era  de  Dios,  y  que 
ao  había  ningún  engaño;  y  en  la  manera  como  vía  a  Dios  y  de 
las  revelaciones  y  habías  que  divinamente  se  le  hacían,  le  dio  en- 
tera luz  y  seguridad.  Y  como  este  varón  le  dio  tanto  crédito,  y 
mostró  gran  particularidad  de  amistad,  todos  se  rindieron  dentonces 
y  ha  tenido  gran  quietud.  De  manera,  que  todos  cuantos  han  sido 
consultados  en  este  caso,  dan  firme  testimonio  que  sin  falta  ninguna 
este  espíritu  es  de  Dios,  sin  haber  en  ello  ningún  engaño;  y  con  ser 
muchos  los  que  ahincadamente  la  contradecían  y  atemorizaban  a  los 
principios,  y  porfiaban  mucho  en  ello,  todos  ahora  la  tienen  por  gran 
sierva  de  Dios,  y  la  honran  en  todo  lo  que  pueden.  Tuvo  en  aquellos 
tiempos  grandes  trabajos,  en  especial  dentro  de  su  casa,  que  era  gran- 
de, donde  había  muchos  pareceres  contra  ella,  y  entonces  sentíalos  mu- 
cho, por  no  estar  tan  aprovechada;  pero  ya  Su  Majestad  ha  hecho 
tan  gran  serenidad  así  en  su  alma  para  estar  muy  cierta,  que  no  hay 
que  temer  en  esto;  y  en  todos  cuantos  tienen  relación  del  caso,  que 
parece,  como  lo  es,  gran  obra  del  Señor,  y  el  mayor  argumento  para 
la   verdad   de   los   que   podemos   hacer. 

Mas  es  de  notar  que  la  pureza  de  la  conciencia  desta  religiosa 
es  tan  grande,  que  nos  admira  a  los  que  la  confesamos  y  comunica- 
mos, y  a  sus  compañeras;  porque  se  puede  decir  que  todo  es  Dios 
lo  que  ella  piensa  y  trata,  todo  va  enderezado  a  la  honra  de  Dios 
y  al  aprovechamiento  espiritual;  y  no  hará  pecado  venial,  por  pe- 
queño que  sea,  si  ella  entiende  ser  malo,  por  ninguna  vía.  De  suerte 
que  todo  su  entender  es  cómo  se  mejorará  cada  día  y  alcanzará  mayor 
perfección.  Y  así  ha  hecho  aquella  casita  de  San  Josef,  poniéndola 
en  toda  la  perfección  que  acá  en  la  tierra  se  puede  poner  en  mujeres 
ni  en  varones,  como  darán  relación  los  que  entienden  la  manera  de 
vida  que  en  aquella  casa  hay. 

Pues  si  queremos  hablar  algo  del  gran  fruto  espiritual  que  sacan 
los  que  tratan  esta  sierva  de  Dios,  será  nunca  acabar,  porque  es 
gran  maravilla  de  Dios  lo  que  pasa.  No  quiero  decir  nada  de  mí 
porque  no  lo  hay  por  mis  deméritos,  aunque  tengo  tanta  experiencia 
en  mí  mismo,  que  después  que  la  trato,  me  ha  favorecido  Nuestro 
Señor  en  muy  muchas  cosas  que  claramente  vía  yo  ser  particular  ayuda 
de  Dios,  que  acá,  dentro  de  mí,  no  puedo  más  de  tenerla  por  Santa 
que  puedo  decir  interiormente  que  no  la  conozco.  Hame  dicho  muchas 
cosas  que  sólo  Dios  las  podía  saber,  por  ser  cosas  futuras  y  que  toca- 
ban al  corazón  y  aprovechamiento,  y  que  parecían  imposibles,  y  en 
todas  he  hallado  grandísima  verdad.  Pero  a  una  persona  que  no 
se  acababa  de  determinar  en  tratar  con  gran  delicadeza  con  Dios, 
pensando  yo  que  había  comenzado  ya,  porque  así  lo  habíamos  con- 
certado él  y  yo,  y  como  en  cosa  hecha  no  quería  yo  volver  por  donde 
esta  persona  estaba,  hablóme  esta  Santa  y  díjome  que  su  Maestro, 
que  es  Cristo,  decía  que  volviese  yo  por  donde  estaba;  y  que  Je  llevase 
un  recaudo  bien  breve,  pero  era  todo  de  Dios  y  de  su  parte,  y  aun 
hasta   entonces   se  quería   excusar   doña  Teresa   con   Dios,  y   díjole   al 


150  APÉNDICES 

Señor:  «¿Por  qué  me  fatigáis  en  esto?  ¿Vos  no  se  lo  podéis  decir 
a  ellos?  ¿Para  qué  ordenáis  que  yo  entienda  en  csto?>  Respondióle 
Nuestro  Señor:  «Hágolo  porque  tú,  como  no  puedes  entender  en  más, 
ayudes  para  que  otros  me  sirvan,,  y  porque  él  no  está  dispuesto  para 
que  yo  le  hable  así  a  él,  y  si  lo  quisiese  hacer,  como  no  trata  tanto 
de  oración,  no  me  creería».  Razones  tan  divinas  muestran  el  espíritu  que 
aquella  sierva  suya  tiene.  Vengo  y  propóngole  mi  recaudo;  comienza 
a  llorar,  que  le  penetró  las  entrañas,  y  es  un  hombrazo  que  puede 
gobernar  el  mundo,  y  que  no  es  nada  mujeril  y  afeminado  para 
llorar,  sino  muy  hombrazo  (1).  Una  señora  hay  en  Avila,  viuda,  que 
su  manera  y  condición  no  era  para  tratar  mucho  de  santidad,  muy 
desacreditada  en  el  pueblo  en  perseverancia  y  en  gastos.  Quiso  Dios 
hacerla  gran  sierva  swja,  y  con  muy  poca  ocasión  vinieron  a  cono- 
cerse, y  quiso  tener  algún  tiempo  a  doña  Teresa  en  su  casa.  Hase 
vuelto  una  santa,  que  deja  su  estado  y  mayorazgo  muy  bueno,  y  se 
mete  en  San  Josef,  y  la  gran  mejora  que  ella  siente  en  su  alma 
por  la  compañía  desta  sierva  de  Dios,  lo  puedo  yo  declarar  con 
papel  (2).  Hay  en  este  punto  muy  muchas  cosas  donde  Su  Majestad, 
por    oraciones    desta    sierva    suya,    hizo    grandes    ei'etos. 

Pues  si  vamos  por  el  nono  camino  para  descubrir  esta  verdad, 
hay  razones  que  convencen  todo  lo  que  a  esta  Santa  se  le  ha  reve- 
lado, es  para  grandes  efetos  espirituales,  para  gran  consolación  de 
afligidos,  todo  para  gran  aprovechamiento  en  el  amor  de  Dios.  Sería 
prolijísimo  querer  contarlo  todo,  ni  buena  parte  de  lo  que  se  le 
ha  revelado,  y,  como  ya  conté,  todo  contra  su  voluntad,  porque  se 
vía  en  grandes  trabajos  con  ello,  y  pasó  sobre  esto  largas  razones  con 
Nuestro  Señor.  Especialmente  una  vez  dijo  a  Su  Majestad  hablándo- 
le:  «Señor,  ¿no  hay  otras  personas,  especialmente  letrados  y  varones, 
que  si  Vos  les  hablásedes  harían  esto  que  Vos  me  mandáis  mucho 
mejor  que  yo,  que  soy  tan  mala?»  Respondió  Su  Majestad,  como  quien 
tenía  dolor  en  su  corazón:  «Porque  los  letrados  y  varones  no  se 
quieren  disponer  para  tratar  conmigo,  vengo  yo,  como  necesitado  y 
desechado  de  ellos,  a  buscar  mujercitas  con  quien  descanse  y  trate 
mis  cosas».  Palabras  son  del  Señor.  Y  cerca  destas  revelaciones  dice 
ella,  que  con  habérsele  hecho  muy  muchas  y  grandes  revelaciones, 
siempre  ha  salido,  así  como  le  dijo  su  Maestro,  sin  haber  en  ello 
faltado  un  punto;  y  clara  cosa  es  que,  a  ser  del  demonio,  se  hubiera 
conocido  alguna  mentira,  pues  Su  Majestad  dio  por  San  Juan  esta 
divisa   para   conocer   al   demonio,   que   es   padre   de   la   mentira. 

Y  antes  que  digamos  de  lo  que  pasa  con  el  demonio,  diré  cerca 
de  este  argumento  lo  que  una  vez  pasó  con  Cristo,  a  quien  ella  llama 
su  Maestro.  Como  ella  andaba  tan  fatigada  con  aquellas  hablas  y 
visiones,  viendo  por  una  parte  que  no  las  podía  excusar  y  que  cuando 
estaba  en  ellas  no  podía  dejar  de  conocer  que  era  Dios  y  no  engaño. 


1  Sospéchase  si  se  refiere  al  P.  Vicente  Barrón.  Lo  que  parece  cierto,  es  que  se  trata 
de  un  Padre  de  Sto.   Domingo. 

2  D.a  Guiomar  de  Ulloa,  que  tanto  fruto  espiritual  reportó  con  el  trato  de  la  Santa. 
£1  propósito  de  entrar  descalza  lo  realizó  en  1578,  pero  hubo  de  salirse  por  falta  de  salud. 
(Cfr.  Libro  de  la  Vida,  c.   XXIV,  p.    187). 


APÉNDICES  15Í 

por  otra  parte,  pasado  aquello,  venían  las  riñas  de  aquellos  siervos  de 
Dios  diciéndole  que  era  demonio  y  aun  caso  de  Inquisición;  y  como 
también  ella  se  vía  tan  mala,  a  su  parecer,  estaba  la  más  congojada 
del  mundo  y  con  lágrimas  suplicaba  a  Su  Majestad  no  la  llevase 
por  aquel  camino.  Vino  Nuestro  Señor  y  hablóla,  consolándola  y  dándo- 
le razones  para  que  viese  no  era  demonio,  por  el  efeto  que  ella  sentía 
cuando  estaba  con  Su  Majestad;  y  acababa  la  plática  que  Su  Majes- 
tad le  hacía  que  mirase  que  el  demonio  no  podía  dar  aquel  sosiego 
interior  y  consolación  espiritual  que  ella  experimentaba  con  él,  ni  de- 
jaba el  demonio  de  sus  pláticas  aquel  amor  y  aprovechamiento  de 
virtudes  que  ella  sentía  tener  cuando  le  hablaba;  y  El  asegurábala  con 
que  El  haría  entender  que  El  era  y  no  el  demonio  el  que  la  hablaba 
y  enseñaba;  y  cierto,  el  demonio  no  tiene  poder  ni  pretende  con  sus 
artes  sosegar  interiormente  nuestras  almas  ni  corazones  y  darles  apro- 
vechamiento de  amor  y  virtudes,  como  el  que  de  Dios  recibe  estos 
particulares  favores  experimenta.  Pues  en  la  última  manera  que  po- 
níamos, se  declara  esto  muy  ciertamente  por  las  veces  que  esta  sicrva 
de  Dios  ha  visto  al  demonio,  y  cómo  le  ha  aparecido  y  lo  que  le  ha 
dicho.  Una  vez,  estando  en  un  oratorio,  le  apareció  en  una  figura  abo- 
minable, especialmente  la  boca  era  espantosísima  y  de  ella  le  salía 
una  gran  llama  de  fuego,  y  díjola  que  bien  se  había  librado  de  sus 
manos,  mas  que  él  la  tornaría  a  ellas,  que  no  pensase  la  habían  de 
librar  los  de  la  Compañía,  que  ellos  la  dejarían.  Quedó  con  gran 
temor  de  esta  habla  y  santiguóse;  pero  volvió  otras  dos  veces,  y  como 
trajo  agua  bendita  y  echó  hacia  él,  se  fué  y  no  volvió  más  por  en- 
tonces (1).  Otra  vez  estuvo  cinco  horas  muy  fatigada  interiormente, 
y  en  lo  exterior  en  tanto  grado  que  no  se  podía  ya  valer,  y  suplicaba 
a  Su  Majestad  que  si  El  se  servía  con  aquello,  fuese  muy  adelante; 
y  luego  quiso  darle  a  entender  Nuestro  Señor  qué  era  y  vio  cabe  sí  un 
negrillo  muy  abominable,  y  regañando  porque  no  halló  ganancia  (2). 
Otras  muchas  veces  se  le  ha  aparecido  para  hacerla  mal  y  espantarla, 
y  no  lo  hiciera  tan  claramente  si  él  la  tuviera  por  suya  y  la  hubiera 
engañado. 

Resta  ya  decir  algo  a  lo  que  se  traía  para  que  esto  fuese  engaño. 

Lo  primero  es  que  en  ninguna  persona  engañada  ha  habido,  no 
sólo  tantas  razones  y  argumentos  para  que  vcidaderamente  Dios  le  hi- 
ciese estas  mercedes;  pero  ni  alguna  destas  se  han  hallado  entera- 
mente, como  aquí  se  ha  dicho,  sino  todo  al  contrario,  y  siempre  hubo 
personas  santas  y  de  letras  que  sabiendo  el  negocio  y  lo  que  pasaba, 
lo    contradijeron    y    prevalecieron. 

Lo  segundo  es  que  los  Santos  no  enseñaron  que  en  ninguna  manera 
recibiésemos  algunas  revelaciones  y  tuviésemos  a  algunos  por  muy 
santos,  porque  eso  lucra  muy  dañoso  a  la  Iglesia  y  a  los  cirstianos, 
i;  fuera  muy  falso  contra  lo  que  ellos  experimentaban.  Lo  que  dicen  es 
que  no  lo  creamos  con  facilidad,  y  donde  hay  cosas  tan  grandes  no 
hay  liviandad  en  creerlo. 


1  Véase  el  capítulo  XXXI  de  la  Vida,  p.  249. 

2  Cfr.   Vida.   c.  XXXI,   p.  250. 


152  APÉNDICES 

Lo  tercero  es  que  para  consolación  de  sus  siervos  y  para  que  otros 
se  salven,  siempre  ha  acostumbrado  Su  Majestad  hacer  a  algunas  per- 
sonas estas  maravillas,  y  pues  tantas  razones  hay  para  que  creamos 
que  esta  religiosa  es  privada  de  Dios,  no  hay  para  qué  negarlo,  pues 
ningún  fundamento  hay.  Entendido  esto  que  se  ha  puesto  aquí,  no 
es  probable  ni   verosímil. 

Lo  cuarto  es  que  a  los  principios  a  solos  sus  confesores  y  a  aque- 
llos que  la  podían  dar  luz  se  descubrió  con  grandes  sacramentos  y 
obligación  que  no  se  dijese  a  nadie.  Después,  contra  toda  su  voluntad, 
se  ha  publicado,  y  ahora  para  informarse  de  lo  que  cada  'lía  pasa 
con  ella  Nuestro  Señor,  y  para  hacer  lo  que  la  mandan  sus  con- 
fesores, pasa  por  ello,  en  que  se  hablen  estas  cosas. 

Quiero  decir,  ultimadamente,  cómo  visitando  a  un  deudo  suyo,  que 
estaba  muy  enfermo  y  sin  remedio  de  la  orina  (1),  llegó  esta  sierva 
de  Dios,  y  de  piedad  que  tuvo  al  enfermo  comenzó  muy  importunamen- 
te a  pedir  a  Nuestro  Señor  su  salud.  Luego  estuvo  bueno  y  nunca 
más  ha  estado  enfermo  dello. 

Otra  vez,  importunando  mucho  a  Nuestro  Señor  por  una  persona 
a  quien  tenía  obligación,  que  había  perdido  la  vista  repentinamente, 
temiendo  no  había  de  ser  oída,  apareciéndole  Nuestro  Señor,  mos- 
trándole la  Haga  del  costado,  y  díjole,  entre  otras  cosas,  que  ninguna 
cosa  le  pediría  que  Su  Majestad  no  la  hiciese;  y  luego  volvió  a  ver 
como  antes,  de  suerte  que  aun  en  los  cuerpos  ha  hecho  ya  milagros 
esta  Santa.  Gloria  a  Su  Majestad. 


1      Cfr.  Vida,   c.    XXXIX,    p.   346. 


APÉNDICES 


163 


XIV 


BRBVE     PASA     FUNDAR     EL     CONVENTO     DE     SAN     JOSÉ     DE     AVILA. 


(7    de    Febrero    de    1562)    (1). 


RaNLTRJS    MlSARATlONK     DlVlNA     TITüLI 

S.    Angelí    Presbiter    Cardinalis. 
Dilectls  in  Christo  Domnae  Aldon- 
cae  de  Guzman,  et  Domnae  Guio- 
mar  de  Ulloa,  mulieribus  illustri- 
bus,  viduis,  incoUs   Abulensis  Ci- 
vitatis,    Salutem    in    Domino. 
Ex  parte  vestra  Nobis  oblata  pe- 
titio  continebat,  quod  vos  zelo  de- 
votionis  accensae,  ad   Del   laudem, 
et  honorem,  desideratis  in  dicta  ci- 
vitate  Abulensi  unum  Monasterium 
numero    et    sub    invocatione    vobis 
bene  visis,  Regulae  et  Ordinis  Be- 
atae  Mariae  de  Monte  Carmelo,  ac 
sub    obedientia   et   correctione    Ve- 
nerabilis  in  Christo  Paíris  Dei  gra- 
tla  Episcopi  Hbulensis  pro  tenipore 
existentis,    cum    ecclesia,    campani- 
li,    campanis,    claustro,    refcctoric, 
dormitorio,    horto,    et    alus    neces- 
sariis  officinis  cónstruere  et  aedi- 
ficare,  nec  non   in  eadem   ecclesia 


Rainucio,  por  la  divina  misericor- 
dia. Presbítero  Cardenal  del  titulo 
de  S.  Angelo,  a  las  amadas  en 
Cristo  doña  Aldonza  de  Guzmán  y 
doña  Guiomar  de  Ulloa,  mujeres 
ilustres,  viudas,  vecinas  de  la  ciudad 
de  Avila,  salud  en  el  Señor  (2). 
De  vuestra  parte  Nos  ha  sido  pre- 
sentada una  petición,  la  cual  con- 
tenía, que  vosotras,  movidas  con 
celo  de  devoción  y  para  alabandii 
y  honra  de  Dios,  deseáis  hacer  y 
edificar  en  la  dicha  ciudad  de  ñvi- 
la  un  monasterio  de  monjas,  del 
número  y  con  la  invocación  que 
bien  visto  os  fuere,  de  la  Regla 
y  Orden  de  Santa  María  del  Mon- 
te Carmelo,  debajo  la  obediencia 
y  corrección  del  venerable  en  Cris- 
to Padre,  por  la  gracia  de  Dios, 
Obispo  de  Avila,  que  por  tiempo 
fuere,  con  iglesia,  campanario,  cam- 
panas,   claustro,    refectorio,    donni- 


1  Convenía  pata  el  éxito  de  la  proyectada  reforma,  que  no  apareciese  la  M.  Teresa,  ver- 
dadera autora  de  ella;  por  eso  se  pide  el  Breve  en  nombre  de  las  dos  piadosas  viudas  amigas  de 
la  Santa,  D.a  Aldonza  de  Guzmán  y  su  hija  D.a  Guiomar  de  Ulloa.  Así  se  lo  aconsejaron  San 
Pedro  de  Alcántara  y  Fray  Pedro  Ibáñez.  Para  la  mejor  inteligencia  de  estos  documentos  pon- 
tificios, léanse  los  capítulos  XXIV,  XXXII  y  XXXVI,  con  las  notas  respectivas,  del  Libro  de  In 
Vida,  de  la  presente  edición. 

Los  tres  documentos  que  aquí  publicamos,  pueden  verse  en  el  Bullaríum  Carmelitanum,  t.  U, 
péfls.  119,  123  y  135. 

2  La  versión  castellana,  así  de  este  como  del  siguiente  documento,  es  del  P.  Jerónimo  de 
San  José.  Cfr.  Historia  del  Carmen  Descalzo,  pégs.  577  y  620. 


154 


APÉNDICES 


unam  scu  plures  Cappellaniam  seu 
Cappcllanias  erigerc,  ac  Monasíe- 
rium  et  Capellaniam  seu  Capella- 
nias  hujusmodi  ex  propriis  vestris 
bonis  compeíenter  dotare:  id  tamen 
vobis  liccre  dubitatis,  absque  Se- 
dis  Apostolicae  speciali  licentia. 
Quare  supplicare  fecistis  humiliter, 
vobis  super  his  per  dicíam  Sedem 
de  opportuno  remedio  misericordi- 
ter  provideri. 

Nos  igitur  attendentcs,  quod  in 
his  quae  in  divini  cultus  augmen- 
tum  tcndunt,  favorabiles  esse  de- 
bemus,  atque  benigne  vestris  in  hac 
parte  supplicationibus  inclinati,  au- 
ctoritate  Domlni  Papac,  cujus  Poe- 
nitentiariae  curam  gcrimus,  et  de 
ejus  speciali  mandato,  super  hoc  vi- 
vae  vocis  oráculo  Nobis  tacto,  vo- 
bis ut  unum  Monasterium  Moxiia- 
lium,  numero  et  sub  invocatione 
vobis  bene  visis,  Regulae  et  Ordi- 
nis  Beatae  Mariae  de  Monte  Car- 
melo, ac  sub  obedientia,  et  corre- 
cíione  dicti  Domini  Episcopi  Abu- 
lensis  pro  tempore  cxistentis, 
cura  ccclesia,  campanili,  campanis, 
claustro,  refectorio,  horto,  et  alus 
necessariis  officinis,  in  aliquo  loco 
seu  situ,  intra  aut  extra  muros  dic- 
tae  civitatis  ñbulensis  vobis  bene 
viso,  sine  lamen  alicujus  piaejudiclo, 
construere  et  aediñcare:  ac  in  ea- 
dem  ecclcsia  unam  seu  plures  Cap- 
pellaniam seu  Cappellanias  erigere, 
ct  Monasterium  et  Cappellaniam 
scu  Cappellanias  hujusmodi  ex  pro- 
priis vestris  bonis  competentcr  do- 
tare. Et  postquam  Monasterium 
praedíctura  constructum  et  erectum 
fuerit,  illud;  illiusque  Moniales  pro 


torio,  huerta  y  otras  oficinas  nece- 
sarias. Y  asimismo  deseáis  fundar 
en  la  misma  iglesia,  una  o  muchas 
capellanías  y  dotar  este  tal  monas- 
terio y  capellanías  de  vuestros  pro- 
pios bienes,  empero  dudáis  seros 
esto  lícito  sin  especial  licencia  de 
la  Sede  Apostólica;  por  lo  cual 
fué  de  vuestra  parte  humildemente 
suplicado  se  os  proveyese  por  la 
dicha  Santa  Sede  misericordiosa- 
mente en  todo  lo  sobredicho  de  re- 
medio oportuno.  Nos,  pues,  aten- 
diendo a  que  en  las  cosas  que  se 
encaminan  al  aumento  del  culto 
divino  debemos  ser  favorables  y 
benignos,  inclinados  en  esta  parte 
a  vuestros  ruegos,  por  autori- 
dad de  nuestro  Santísimo  Padre, 
cuya  Penitenciaría  está  a  nuestro 
cargo,  y  de  su  especial  mandato 
sobre  estas  cosas  a  Nos  de  su 
misma  boca  dado,  por  tenor  de 
las  presentes  os  concedemos,  y  ha- 
cemos gracia,  que  podáis  fundar 
y  edificar  un  monasterio  de  monjas, 
del  número  y  con  la  invocación 
que  os  fuere  bien  visto,  de  la  Re- 
gla y  Orden  de  Santa  María 
del  Monte  Carmelo,  debajo  la  obe- 
diencia y  corrección  del  dicho  se- 
ñor Obispo,  que  por  tiempo  fuere, 
con  iglesia,  campanario,  campanas, 
refectorio,  huerta  y  otras  oficinas 
necesarias  en  algún  lugar  o  sitio, 
dentro  o  fuera  de  los  muros  de 
la  dicha  ciudad  de  Avila,  según  os 
pareciere,  empero  sin  perjuicio 
de  nadie;  y  que  asimismo  podáis 
en  la  misma  iglesia  fundar  una 
o  muchas  capellanías,  y  el  tal  mo- 
nasterio    y     capellanías     dotarlas 


APÉNDICES 


155 


tcmpore  existentes,  ómnibus  et  sin- 
gulis  privilegiis,  immunitatibus, 
cxemptionibus,  praerogativis,  liber- 
tatibus,  concGssionibus  et  indultis, 
quibus  alia  dicti  Ordinis  B.  Mariae 
de  Monte  Carmelo  Monasteria,  et 
illorum  Móntales  de  jure,  usu,  con- 
suctudine,  vel  alias  in  genere  utun- 
tur,  potiuntur  et  gaudent,  ac  iiti, 
potiri  et  gaudere  poterunt  quomo- 
dolibet  in  futurum,  uti,  potiri  et 
gaudere  libere  et  licite  possint,  et 
valeant,  tenore  praesentium  conce- 
dimus   et   indulgemus. 

Vobisque  super  fundatione,  et  do- 
tatione  hujusmodi,  ac  Priorisae,  et 
Monialibus  dicti  Monasterii  pro  tcm- 
pore cxistentibus  super  his  quae  fe- 
lix  régimen  et  gubernium  ejusdem 
Monasterii  concernent,  quaecumque 
statuta  et  Ordinationes  licita  et 
honesta,  et  juri  Canónico  non  con- 
traria, condendi,  et  postquam  con- 
dita et  ordinata  fuerint,  illa  in 
toto  vel  in  parte  juxta  temporuin 
qualitatem  in  melius  mutandi,  re- 
formandi,  altcrandi  et  etiam  in 
totum  toUendi,  eaque  abrogandi,  ac 
alia  similiter  condendi,  licentiam  et 
l^bcram  facultatem  impertiniur.  Ac 
tan;  condita,  quam  mutanda,  refor- 
manda,  alteranda  et  de  novo  con- 
denda  statuta  et  ordinationes  hu- 
jusmodi Apostólica  auctoritate  ex 
nunc  pro  tune,  et  c  contra  confir- 
niata  fuisse  et  esse,  ac  inviolabili- 
ter  observari  deberé.  Sicque  per 
quoscumque  judices  el  personas, 
quav'is,  etiam  Apostólica  auctoritate 
fungentes,  sublata  eis,  eorumque 
cuilibet  quavis  aliter  judicandi,  in- 
terpretandi   et    defiíiicndi   facúltate 


competentemente  de  vuestros  pro- 
pios bienes.  Y  después  que  el  di- 
cho monasterio  fuere  fundado,  así 
él,  como  sus  monjas  que  por  tiem- 
po fueren,  puedan  libre  y  'icita- 
mente  gozar,  usar  y  tener  iodos 
y  cada  uno  de  aquellos  privilegios, 
inmunidades,  exenciones,  prerroga- 
tivas, libertades,  concesiones  e  in- 
dultos, que  por  derecho,  uso  y  cos- 
tumbre, o  en  otra  manera  gene- 
ralmente gozan,  usan  y  tienen,  o  en 
adelante  podrán  de  cualquier  mo- 
do gozar,  usar  y  tener  otros  mo- 
nasterios de  la  dicha  Orden  de 
Santa  María  del  Monte  Carmelo 
y  las  monjas  de  ellos.  Iten,  a  vos- 
otras, sobre  lo  tocante  a  esta  fun- 
dación y  dotación,  y  a  la  Priora  y 
mondas  que  por  tiempo  fueren  en 
lo  concerniente  al  feliz  y  buen  go- 
bierno del  dicho  monasterio,  da- 
mos licencia  y  libre  facultad  de 
hacer  estatutos  y  ordenaciones  lí- 
citas y  honestas,  no  contrarias  al 
Derecho  Canónico,  y  después  de  he- 
chas y  ordenadas,  de  mudarlas  en 
mejor,  establecerlas,  alterarlas,  y 
también  quitarlas  y  del  todo  abro- 
garlas, en  todo  o  en  parte,  según 
la  calidad  de  los  tiempos,  y  hacer 
asimismo  otras  de  nuevo;  y  con 
autoridad  apostólica,  determinamos 
las  tales  constituciones  y  ordena- 
ciones, así  las  hechas  como  las 
mudadas,  reformadas,  alteradas  y 
de  nuevo  establecidas,  haber  sido, 
y  ser  desde  ahora  por  entonces,  o 
al  contrario,  confirmadas,  y  deber- 
se inviolablemente  guardar,  y  que 
así  debe  ser  juzgado,  interpretado, 
y   definido   por   cualesquier   jueces 


156 


APÉNDICES 


et  auctoritate,  judicari,  interpretan, 
et  definiri  deberé:  irritum  que- 
que, ct  Inane,  si  secus  super  his  a 
quoquara  quavis  auctoritate  scienter 
vel  ignoranter  contigerit  attentari, 
decernimus. 

Mandantes  et  districtius  inhiben- 
tes,  in  virtute  sanctae  obedientiae, 
ct  sub  suspensione  a  divinis  quoad 
Episcopos  vel  alios  raajores  Prae- 
latos,  quo  vero  ad  alios,  excommu- 
nicationis  majoris  latac  sententiae 
poena,  quam  contrafacientes  ipso 
facto  incurrere  volumus,  et  a  qua 
non  nisi  per  Nos,  aut  Sedem  ñpo- 
stolicam,  praetcrquam  in  raortis  ar- 
ticulo, absolvi  possint,  quibusvis 
judicibus  et  personis  tam  eccle- 
siasticis  quam  saecularibus,  quavis 
etiam  ñposlolica  auctoritate  fun- 
gentibus,  ne  vos,  et  pro  tempore 
existentes  dicti  Monasterii  Moniales 
directe  vel  indirecte  quovis  quae- 
sito  colore  seu  ingenio  quomodoli- 
bet  indebite  molestare,  perturbare 
vel  inquietare  audeant  sive  praesu- 
mant:  ac  decernentes  irritum,  et 
inane,  si  secus  super  his  a  quo- 
quam  quavis  auctoritate,  scienter 
vel   ignoranter  contigerit   attentari. 

Quocirca  discretis  viris,  Priori 
Conventus  de  Magacela  nullius 
Dioecesls,  et  Cappellano  Majori  To- 
letanae,  ac  Archidiácono  Segovien- 
sis,  Ecclesiarura,  et  eorum  cuilibet, 
auctoritate  et  mandato  praedictis 
committimus  et  mandamus,  quate- 
nus  vobis,  et  dicti  Monasterii  Mo- 
nialibus  pro  tempore  cxistentibus, 
in  praemissis  efficacis  defensionis 
praesidio  assistant,  et  quilibet  eo- 
rum faciat,  vos  et  Moniales  prae- 


y  personas  que  tengan  cualquiera 
autoridad,  aunque  sea  apostólica: 
quitándoles  a  los  tales  y  a  cada 
uno  de  ellos,  toda  facultad  y  au- 
toridad de  juzgar,  interpretar  y 
definir  en  contrario,  y  dando  por 
írrito  y  vano  lo  que  sobre  estas 
cosas,  por  cualquier  que  sea,  y 
con  cualquiera  autoridad  que  lo  ha- 
ga, de  industria  o  por  ignorancia, 
aconteciere  ser  intentado.  Para  lo 
cual  mandamos,  y  rigurosamente  in- 
hibimos, en  virtud  de  santa  obe- 
diencia y  debajo  de  suspensión  a 
divinis,  a  los  Obispos  o  a  otros 
mayores  Prelados,  y  a  los  demás 
debajo  de  pena  de  excomunión  la- 
tae  sententiae;  la  cual  queremos 
incurran  ipso  facto  los  que  lo  con- 
trario hicieren,  y  no  pueden  ser 
absueltos  de  ella  fuera  del  artícu- 
lo de  la  muerte,  sino  es  por  Nos, 
o  por  la  Sede  Apostólica,  a  cuales- 
quier  jueces  y  personas,  así  ecle- 
siásticas como  seculares,  de  cual- 
quier autoridad  que  tengan,  aun- 
que sea  apostólica,  que  ni  a  vos- 
otras, ni  a  las  monjas,  que  por 
tiempo  fueren  del  dicho  monasterio, 
directa  o  indirectamente,  debajo  de 
cualquier  color  o  traza,  en  cual- 
quier manera  se  atrevan  o  presu- 
man indebidamente  molestar,  per- 
turbar o  inquietar.  Y  damos  por 
írrito  y  vano  lo  que  contra  esto 
por  cualquier  persona,  y  con  cual- 
quiera autoridad,  advertida  o  ig- 
norantemente, sucediere  intentarse. 
Por  lo  cual,  en  virtud  de  la  auto- 
ridad y  mandato  sobredicho,  come- 
temos y  mandamos  a  los  discre- 
tos  varones  el   Prior   del   Conven- 


.IFFWnTPrS 


157 


dictas  confessione,  indulto,  licen- 
tia  et  facúltate  hujusmodi,  omni- 
busque  «t  singulis  praemissis  pacifi- 
ce  frui,  et  inviolabiliter  gaudere- 
non  permitientes  vos,  et  eas  de- 
super  dictas  per  dicti  Ordinis  B. 
Mariae  de  Aconte  Carmelo,  eí  alio- 
rum  quorunivis  Ordinum  Superiores. 
Praelatos,  Priores,  Reformatores, 
Visitatores,  et  Fratres,  aut  alios 
cujuscumque  dignitatis,  status,  gra- 
dus,  ordinis  vel  condiíionis  fue- 
rint,  et  quacumque  etiam  pontjfi- 
cali  praefulgeant  dignitate,  vel  au- 
ctoritate  etIam  Apostólica  fungan- 
tur,  publice  vel  occulte,  directe  vel 
/ndirecte,  quovis  quaesito  tolore  seu 
ingenio  quomodolibet  indebite  mo- 
lestari,  perturbar!  vel  inquietari. 
Contradicíores  quoslibet  et  rcbel- 
Ics,  per  censurara  Ecclesiasticam,  et 
alia  juris  opportuna  remedia  ap- 
pellatione  postposita  compescendo: 
invocato  etiam  ad  hoc,  si  opus  fue- 
rit,    auxilio    brachii    saecularis. 

Non  obstantibus  fel.  rec.  Bonifa- 
cil  Papae  octavi  de  una,  et  Concilii 
generalis  de  duabus  dietis,  dummo- 
do  non  ultra  tres,  aliisque  Constitu- 
tlonibus  et  Ordinationibus  /Iposto- 
Ucis,  ac  B.  Mariae  de  Monte  Car- 
melo hujusmodi,  et  illius  Monaste- 
riorum,  etiam  juramento,  confirma- 
tlone  Apostólica,  vel  quavis  lirmi- 
tate  alia   roboratis  statutis  et  con- 


tó de  Magacela,  de  ninguna  dióce- 
sis (I),  y  el  capellán  mayor  de  la 
iglesia  de  Toledo,  y  Arcediano  de 
la  iglesia  de  Segovia,  y  a  cual- 
quiera de  ellos,  que  a  vosotras  y 
a  las  monjas  del  dicho  monasterio, 
que.  por  tiempo  fueren,  en  todo  lo 
sobredicho  asistan  con  presidio  de 
eficaz  defensión,  y  cada  uno  de 
ellos  haga  que  vosotras  y  las  di- 
chas monjas,  pacífica  e  inviolable- 
mente, gocéis  de  esta  concesión,  in- 
dulto, licencia  y  facultad,  y  de  to- 
das y  cada  una  de  las  cosas  so- 
bredichas. No  permitiendo  que  vos- 
otras, ni  las  demás  monjas  seáis 
pública  o  ocultamente,  directa  o  in- 
directamente, debajo  de  cualquier 
color  o  traza,  en  algún  modo  in- 
debidamente, molestadas,  perturba- 
das o  inquietadas  por  los  Superio- 
res, Prelados,  Priores,  Reform'Jido- 
res.  Visitadores  y  frailes  de  la  di- 
cha Orden  de  Santa  María  del 
Monte  Carmelo,  o  por  cualesquier 
otros,  así  eclesiásticos,  como  se- 
culares jueces,  y  personas  de  cual- 
quier dignidad,  estado,  grado,  or- 
den o  condición  que  fueren,  y  en 
cualquier  dignidad,  aunque  sea  pon- 
tifical, que  estuvieren  constituidos,  o 
cualquiera  autoridad  que  tuvieren, 
aunque  sea  apostólica,  reprimiendo 
a  cualesquier  rebeldes  con  censuras 
eclesiásticas,  y  otros  oportunos  re- 


1  Sobre  este  personal^  dice  el  P.  Jerónimo  de  S.  Josc  en  5U  Historin  del  Carmen  Des- 
calzo, lib.  III,  r.  X:  cTamblén  advierto  que  c!  Prior  de  Magarehí  es  de  )a  Orden  de  Cala- 
tiBva,  D  el  lugar  está  en  Andalucía,  aunqup  e)  Prior  (el  cual  tiene  jurisdicción  cuasi  epis- 
copal), no  reside  allí,  sino  en  otro  lugar  cerca  deste,  llamado  Villenueva  de  la  S'rena,  si 
bien  el  título  es  de  Magacela;  u  el  oue  tiene  de  Prior  pudo  sn  causn  oue  en  Roma  s« 
CTeyes?  lo  era  de  algún  convento,  u  así  se  puso  en  el  Breve,  como  si  lo  fueía,  llamán- 
dolo Prior  del  convento  de  Magacela».  Tanto  Magacela  como  Vlllanueva  pertenecen  a  la  pro- 
viacia  de  Badajoz  en  Extremadura. 


158 


APÉNDICES 


Guctudinibus,  privilcgiis  quoque  in- 
dultis,  et  litteris  flpostolicis  cisdcm 
Ordini  et  Monasteriis,  illorumque 
Superioribus,  et  Generali,  sub  qui- 
busvis  vcrborum  formis,  et  clausu- 
lis,  et  derogatoriarum  derogatoriis. 
fortioribusque  et  efficatioribus,  ac 
insolitis,  irritantibusque,  et  alus  de- 
cretis  concessis,  confirmatis,  et 
etiam  iteratis  vicibus  innovalis, 
etiam  Mari  magno,  Bulla  áurea, 
vel  alias  nuncupatis.  Quibus  ómni- 
bus, illorum  tenores  ac  si  de  verbo 
ad  verbum  insererentur  praesenti- 
bus,  pro  plenc  et  sufficienter  ex- 
pressis  hnbentes,  illis  alias  in  suo 
robore  pcrmansuris,  hac  vice  dum- 
taxat,  spccialiter  et  expresse  dero- 
gamus,  caeterisque  contrariis  qui- 
buscumquc. 

Datum  Romae  apud  S.  Petrum 
sub  sigillo  Poenitentiariae,  séptimo 
Idus  Februarii,  Pontificatus  Domini 
Pii    Papae   quarti    anno    tertio. 


medios  de  derecho,  quitada  toda 
apelación,  e  invocando,  si  fuere 
necesario,  el  auxilio  del  brazo  se- 
glar. No  obstantes  las  constitucio- 
nes y  ordenaciones  de  Bonifacio,  de 
felice  recordación.  Papa  Octavo,  de 
una  dieta,  y  la  del  Concilio  gene- 
ral de  dos  dietas,  como  no  pasen 
de  tres;  ni  otras  semejantes  cons- 
tituciones y  ordenaciones  apostóli- 
cas, ni  las  de  la  Orden  de  Santa 
María  del  Monte  Carmelo,  o  los 
demás  monasterios  de  ella,  aun- 
que sean  roboradas  con  juramento, 
confirmación  apostólica  o  cualquier 
otra  firmeza,  ni  otros  estatutos  y 
costumbres,  o  también  privilegios, 
indultos,  letras  apostólicas,  que  a 
la  misma  Orden  y  a  sus  monaste- 
rios, superiores  y  General,  debajo 
de  cualquier  forma  de  palabras,  y 
clausulas  derogatorias  de  derogato- 
rias, y  otras  más  fuertes  y  efica- 
ces, y  no  acostumbradas  e  irritan- 
tes, y  otros  decretos,  fueren  conce- 
didas, confirmadas  y  muchas  ve- 
ces innovadas;  aunque  sea  el  Ma- 
remagno.  Bula  Áurea,  o  en  otra 
manera  nombradas:  a  las  cuales 
todas,  cuyos  tenores  teniendo  por 
suficiente  y  plenamente  expresos, 
como  si  en  las  presentes  Letras 
de  verbo  ad  verbum  fuesen  insertas, 
quedando  para  lo  demás  en  su 
fuerza,  por  esta  sola  vez  especial 
y  expresamente  derogamos,  y  a 
cualesquier  otras  cosas  en  contra- 
rio. Dadas  en  Roma,  en  San  Pedro, 
debajo  del  sello  de  la  Penitencia- 
ría, a  siete  de  Febrero,  el  tercero 
año  del  Pontificado  de  nuestro  san- 
tísimo padre  Papa  Pío  Cuarto. 


APÉNDICES 


159 


XV 


RESCRIPTO     DE     LA     SaORflDA     PENITENCIARIA     PARA     QUE     LA     SANTA     PUEDA     FUNDAR 
SIN     RENTA. 


(5    de    Diciembre    de    1562)    (1). 


Ranutius  Miseratione  Divina  titiili 
S.  Anofli  Presbiter  Cardinalis 
Dllectis  in  Chrisío  Abbatissae  et 
Monialibu  -  Monusterii  S.  Joscph 
Abulensis,  Ordinis  Beatac  Marine 
de  Monte  Carmelo,  snlulem  in 
Domino. 

Ex  parte  vestía  nobis  oblata  pe- 
titio  continebat,  quod  licet  vos  ex 
indulto  speciali  Scdis  Apostolicae 
in  vim  quarumdam  litterarum  Apo- 
stolicarum  per  officium  Sacrae  Poe- 
nitentiariae  expeditarum,  Fundatri- 
cibus  dicti  A\onasterii  nuper  erecti 
concesso,  quaecumquc  bona  in  com- 
muni  et  particulari  habere  et  pos- 
sidcre  valeatis,  nihilominus  ob  me- 
liorem  vitac  frugem  cupitis,  bona 
aliqua  in  communi  aut  particulari 
habere  seu  possidere  minime  posse, 
juxta  formam  Regulae  dicti  Ordi- 
nis, sed  ex  cleemosynis  vobis  per 
Christi  fideles  pie  elargiendis  vos 
sustentare,  prout  aliae  Moniales  di- 
cti Ordinis  in  illis  partibus  degunt; 
id  tamen  vobis  licere  dubitatis  abs- 
que  Sedis  ñpostolicae  licentia  spe 


RaiNucio,  por  la  divina  miseración, 
presbítero  Cardenal  del  título  de 
San  Angelo,  a  las  amadas  en  Cris- 
lo  Abadesa  y  monjas  del  monas- 
terio de  San  fosé  de  la  ciudad  de 
Avila,  de  la  Orden  de  Santa  Ma- 
ría del  Monte  Carmelo,  salud  en 
el  Señor.  De  vuestra  parte  Nos  ha 
sido  presentada  una  petición,  la 
cual  contenia,  que  aunque  por  es- 
pecial indulto  de  la  Sede  Apostó- 
lica, concedido  en  virlud  de  unas 
Lclrus  apostólicas,  despachadas  por 
el  oficio  de  la  sacra  Penitenciaría  a 
las  fundadoras  del  dicho  monaste- 
rio recién  fundado,  podáis  tener 
y  poseer  cualesquier  bienes  en  co- 
mún y  en  particular;  pero  aspi- 
rando a  mayor  perfección  de  vida, 
deseáis  no  poder  tener  ni  ¡loseer 
en  común  ni  en  particular  bienes 
algunos,  según  la  forma  de  la  pri- 
mera Regla  de  la  dicha  Orden,  sino 
sustentaros  de  las  limosnas  que  pia- 
dosamente os  dieren  los  fieles  de 
Cristo,  según  que  otras  monjas  de 
la  misma  Orden  en  aquellas  partes 


1  Tanto  por  la  conversación  que  tuvo  en  Toledo  con  A\aría  de  Jesús,  como  por  los 
conse)os  de  San  Pedro  de  Alcántara,  la  Santa  se  decidió  al  fin  a  fundar  sin  renta,  obte- 
niendo para  ello  este  Rescripto.  Véase  el  capítulo  XXXV  de  la  Vida,  y  la  carta  de  S.  Pedro 
de  Alcántara  que   publicamos  en  este  tomo,  p.   125. 


160 


nPENDíCES 


dali.  Quara  suppUcari  fecistis  hu- 
millter,  vobis  super  his  per  Sedem 
eamdem  de  opportuno  remedio  mi- 
scricorditer   provideri. 

Nos,  igitur,  vestris  in  hac  parte 
supplicationibus  incUnatl,  auctorita- 
te  Domini  Papae,  cujus  Poeniten- 
tiariae  curam  gerimus,  et  de  ejus 
speciali  iTiandato  super  hoc  vivae 
vocis  oráculo  nobis  facto,  Vobis, 
ut  bona  aliqua  in  communi  aut 
in  particulari  habere  seu  possidere 
minime  possitis,  juxta  formam  pri- 
mac  Regulae  dicti  Ordinis,  sed  ele- 
cmosynis  et  charitatis  subsidiis  vo- 
bis per  Christifidcles  pie  elargien- 
dis  vos  sustentare  libere  valeatis, 
tcnore  praesentium  concedimus  el 
indulgemus.  Non  obstantibus  Cons- 
titutionibus  et  Ordinationibus  ñpos- 
tolicis,  caeterisgue  contrariis  qui- 
Duscumque. 

Datum  Romae  apud  S.  Pet-um 
sub  sigillo  Officii  Poenitentiariac, 
ponis  Decembris  Pontificatus  Do- 
mini Pii  Papae  Quarti  anno  Icrtio. 


se  sustentan;  empero  dudáis  el  se- 
ros esto  lícito  sin  especial  Ucencia 
de  la  Sede  Apostólica,  por  lo  cual 
nos  hicisteis  suplicar  humildemente 
os  fuese  misericordiosamente  pro- 
veído por  la  misma  Sede  Apostólica 
de  remedio  oportuno.  Nos,  pues, 
inclinados  en  esta  parte  a  vuestros 
ruegos,  por  autoridad  de  nuestro 
Padre  y  Señor  el  Papa,  cuya  Pe- 
nitenciaria tenemos  a  nuestro  car- 
go, y  de  su  especial  mandato  dado 
a  nosotros  sobre  este  negocio  por 
su  misma  boca,  por  tenor  de  las 
presentes  os  concedemos  y  hace- 
mos gracia,  que  no  podáis  tener 
ni  poseer  bienes  algunos  en  comi'm 
o  en  particular,  según  la  forma  de 
la  primera  Regla  de  la  dicha  Or- 
den, sino  que  libremente  podáis 
sustentaros  de  las  limosnas  y  ca- 
ritativos socorros  que  por  los  fie- 
les de  Cristo  piadosamente  os  fue- 
ren hechos.  No  obstantes  las  cons- 
tituciones y  ordenaciones  apostóli- 
cas, ni  cualesquier  otras  en  con- 
trario. Dadas  en  Roma,  a  cinco  de 
Diciembre,  el  año  tercero  de  nues- 
tro .santísimo  Padre  g  Señor  Pío 
Papa    Cuarto. 


.APÉNDICES 


161 


XVI 


BREVE     DE     Pío     IV     QUE     CONFIRA\fl     Y     RATIFICA     LOS     DOS     ANTERIORES. 

(17    de    Julio   de    1565). 


Pius    Episcopus,    Servus    Servorum 

Dei. 
Dilectis    in    Christo    Filiabas    Prio- 
rissae,    sea     Matri    forsan     nun- 
cupatae,  et  Conventui  Monasterii 
Monialium  S.  Josephi  Abulensis, 
et  Aldoncae  Giizman,  et  Guioma' 
ri  de  Ulloa  maíieribus  viduis,  in- 
colis    Abalen,    salufem    etc. 
Cum    a    Nobis    petitur,    quod    ju- 
stum  est,  tan  vigor  aequitatis  quam 
ordo  exigit  rationis,  ut  id  per  so- 
licitudinem   Officii   nostri   ad   dcbi- 
tum   perducatur   effcctum. 

Sane  pro  parte  vestra  Nobis  nu- 
per  exbibita  petitio  continebat: 
quod  alias  pcstquam  vos  in  Chri- 
sto filiae  ñldonca,  et  Guiomara, 
quae,  ut  asscritis,  illustres  et  vi- 
duae  estis,  pía  dcvotione  motae, 
cupientcs  terrena  pro  coelestibus 
et  transitoria  pro  aeternis  felici 
commercio  commutare,  ac  de  bo- 
nis  vestris  vobis  a  Deo  collatis 
pro  animarum  vestrarum  salute, 
unum  Monasterium  ad  Dei  Omni- 
potentis  laudem  et  honorem,  sub 
vocabulo  et  invocatione  vobis  bene- 


Pio,  Obispo,  siervo  de  los  siervos 

de  Dios. 
A  nuestras  amadas  hijas  la  Priora, 
o   Madre,   y  Comunidad   de   reli- 
glosas  de  San  fosé  de  Avila,  y 
a  las  señoras  Aldonza  de  Guzmán 
y  Guiomar  de  Ulloa,   viudas,   ve- 
cinas de  la  misma  ciudad,  salud... 
Cuando    se    nos    pide    una    cosa 
justa,  la  misma  razón  natural  y  el 
orden  de  la  justicia  exige  que  inter- 
pongamos toda  la  solicitud  de  nues- 
tro   cargo    para    acceder    benigna- 
mente,  ñhora    bien,   no   ha   mucho 
que  de  vuestra   parte  se  nos  hizo 
un  ruego  formulado  en  los  siguien- 
tes   términos:    Que    habiéndoos    ya 
antes    propuesto    vosotras,    amadas 
hijas   en   Cristo,   ñldonza   y   üuio- 
mar,   viudas   ilustres,   según   confe- 
sión   propia,    llevadas    de    vuestra 
devoción,  y  con  el  deseo  de  trocar 
las  cosas  de  la  tierra  por  las  del 
cielo   y   lo   transitorio   por   lo   que 
siempre  dura,  construir  y   edificar 
con  los  bienes  que  de  Dios  habéis 
recibido  y  para  salvación  de  vues- 
tras  almas,   un  monasterio  en   ho- 


1  Este  Breve  confirma  los  precedentes,  autoriza  de  nuevo  a  las  fundadoras  para  que 
puedan  hacer  leyes  o  constituciones  y  asegura  la  residencia  de  la  Madre  Teresa  con  otras 
dos  monjas  de  la  Encarnación  en  el  convento  de  San  José. 

II  11 


I 


162 


APÉNDICES 


visis  construere,  erigcre  et  -lecli- 
ficare  proposueratis  et  desidera- 
retis,  idque  absque  Sedis  Apostc- 
licac  speciali  indulto  faceré  uosse 
dubiíaretis:  quasdam  sub  certa  for- 
ma tune  cxpressa  a  Sede  Apostó- 
lica seu  illius  Sac.  Poenitentiaria, 
et  Ínter  alia,  ut  unurr.  Monaste- 
rium  Monialiura,  in  numero  et  sub 
invocatione  vobis  bene  visis,  Regu- 
lae  et  Ordinis  Beate  Alariae  de 
Monte  Carmelo,  ac  sub  .  obedientia 
et  correctione  pro  tempore  existen- 
tis  Episcopi  Abulensis  cum  Eccle 
sia,  Campanili,  Campanis,  Claustro 
Refectorio,  Dormitorio,  fiorío  et 
alus  necessariis  officinis  construe- 
re et  aedificare;  nec  non  in  ea- 
dem  Ecclesia  unam  seu  plures  Cap- 
pellaniam  seu  Cappellanias  erigere, 
ac  Monasterium  et  Cappellaniam 
seu  Cappellanias  hujusmodi  ex  ve- 
stris  propriis  bonis  competenter  do- 
tare, et  postquara  sic  construct-im, 
et  erectum,  ac  dotatum  foret,  illius 
Moniales  in  eo  pro  tempore  exi- 
stentes, ómnibus  et  singulis  privi- 
Icgüs.  gratiis,  immunitaübus,  exem- 
ptionibus,  prerogativis,  libcrtoti- 
bus,  concessionibus  et  indultis,  aui- 
bus  alia  dicti  Ordinis  Monnste- 
ria  de  jure,  usu  et  consuetudine, 
vel  alias  in  genere  utuntur,  et  po- 
tiuntur,  et  gaudent,  uti,  potiri  et 
gaudere  vobis  concedí  et  indulgen. 
Quodque  vos,  et  Moniales  dictí  Mo- 
nasterii  pro  tempore  existentes,  pro 
illius  felici  regimine,  et  gubernío, 
ac  directíone,  quaticumque  statuta, 
et  ordinationes  licita,  et  honesta, 
ac  juri  canonice  non  contraria  con- 
dcre,  et  ordinare,  et  postquam  con- 


nor  y  alabanza  de  Dios  Omnipo- 
tente, bajo  el  título  y  advocación 
que  bien  os  pareciere,  y  habiendo 
dudado  sí  podríais  realizar  vues- 
tro deseo  sin  especial  indulto  de 
la  Sede  Apostólica,  ésta  os  conce- 
dió algunas  gracias  en  la  rorma 
allí  expresada  por  la  Santa  Sede 
o  por  la  Sagrada  Penitenciaria,  y 
entre  ellas  la  de  que  pudierais 
erigir  un  monasterio  de  religiosas, 
con  el  número)  y  bajo  la  advocación 
que  bien  os  pareciere,  de  la  Regla 
y  Orden  de  la  bienaventurada  Vir- 
gen María  del  Monte  Carmelo,  bajo 
la  obediencia  y  corrección  del  que 
fuere  Obispo  de  Avila,  con  igle- 
sia, campanario,  campanas,  claus- 
tro, refectorio,  dormitorio,  huerta 
y  demás  oficinas  necesarias;  y  asi- 
mismo que  pudierais  fundar  en  la 
misma  iglesia  una  o  muchas  cape- 
llanías., y  dotar  dicho  monasterio  y 
capellanías  de  vuestros  propios  bie- 
nes. Y  después  que  el  dicho  monas- 
terio fuere  fundado,  así  él  como 
las  monjas  que  en  él  moraren,  pue- 
dan libre  y  lícitamente  gozar  y  usar 
de  todos  y  cada  uno  de  aquellos 
privilegios,  inmunidades,  exencio- 
nes, prerrogativas,  libertades,  con- 
cesiones e  indultos  que  por  dere- 
cho, uso  y  costumbre,  o  de  cualquie- 
ra otra  manera,  usan  o  gozan,  o  pue- 
den en  adelante  usar  y  gozar  otros 
monasterios  de  la  dicha  Orden  de 
Santa  María  del  Monte  Carmelo. 
A  vosotras,  además,  en  lo  to- 
cante a  esta  fundación  y  do- 
tación, y  a  la  Priora  y  mon- 
jas que  por  tiempo  fueren  en  lo 
concerniente  al  feliz  y  buen  gobier- 


APÉNDICES 


163 


dita  et  ordinata  forcnt,  illa  in  toto 
vei  in  parte  juxta  temporuin  qua- 
litatem  in  melius  mutarc,  formure, 
alterare,  ac  in  totum  toUere,  abro- 
gare, et  alia  similia  condere,  im- 
partiri,  et  tam  condita,  quam  mu- 
tanda,  reformanda,  alteranda,  ac 
denuo  condenda  statuta,  et  ordi- 
nationes  hujusmodi  Apostólica  au- 
ctoritate  ex  tune  prout  ex  iiunc, 
et  e  contra  confirmata  fuisse,  et 
Gsse,  ac  inviolabiliter  observar!  de- 
beré. Sicque  per  quoscumque  ju- 
dices  et  personas,  quavis,  etiam 
apostólica  auctoritate  fungentes,  su- 
blata  eis,  et  eorum  cuilibet  quavis 
alitcr  judicandi,  interpretandi  et 
dcfiniendi  facúltate  et  auctoritate, 
judicari,  et  interpretar!,  et  def'niri 
deberé;  irritum  quoque,  et  inane, 
si  secus  super  his  a  quoquam  qua- 
vis auctoritate  scicnter,  vel  igno- 
ranter  contigerit  attentari,  decer- 
ni  et  mandari.  Et  districtius  in 
virtute  sanctae  obedientiae,  ac  sub 
suspensione  a  divinis  quoad  Epls- 
copos,  vel  alies  majorcs  Praelatos, 
quo  vero  ad  alios,  excommunica- 
tionis  majoris  latae  sententiae  poe- 
na,  quam  contrahacientes  ipso  facto 
ijicurrere,  et  a  qua  non  iiisi  per 
Sedem  Apostolicr.m,  praeterqiiam  in 
mortis  articulo,  absolví  possint,  de- 
cerni ;  ac  quibusvis  Judicibus,  et  per- 
sonis  tam  ecclesiasticis,  quam  see- 
cularibus  quavis,  etiam  apostólica 
auctoritate,  fungentibus:  ne  vos,  el 
pro  tempere  existentes  dicti  ,Wona- 
sterii  Moniales  directe  vel  indire- 
ctc,  quovis  quaesito  colore  vel  inge- 
nio quomodolibet  indcbite  molesta- 
re,   perturbare    et    inquietare    au- 


no del  dicho  monasterio,  se  os 
daba  licencia,  y  libre  facultad  de 
hacer  estatutos  y  ordenaciones  lí- 
citas y  honestas,  no  contrarias  al 
Derecho  Canónico,  y  después  de  he- 
chas y  ordenadas,  de  mudarlas  en 
mejor,  establecerlas,  alterarlas,  y 
también  quitarlas  y  del  todo  abro- 
garlas, en  todo  o  en  parte,  según 
la  calidad  de  los  tiempos,  y  hacer 
asimismo  otras  de  nuevo;  y  con 
autoridad  apostólica,  determinamos 
las  tales  constituciones  y  ordena- 
ciones, asi  las  hechas  como  las 
mudadas,  reformadas,  alteradas  y 
de  nuevo  establecidas,  haber  sido, 
y  ser  desde  ahora  por  entonces,  o 
al  contrario,  confirmadas,  y  deber- 
se inviolablemente  guardar,  y  que 
así  debe  ser  juzgado,  interpretado, 
y  definido  por  cualesquier  jueces 
y  personas  que  tengan  cualquiera 
autoridad,  aunque  sea  apostólica; 
quitándoles  a  los  tales  y  a  cada 
uno  de  ellos,  toda  facultad  y  au- 
toridad de  juzgar,  interpretar  y 
definir  en  contrario,  y  dando  por 
írrito  y  vano  lo  que  sobre  estas 
cosas,  por  cualquier  que  sea,  y 
con  cualquiera  autoridad  que  lo  ha- 
ga, de  industria  o  por  ignorancia, 
aconteciere  ser  intentado.  Para  lo 
cual  se  mandaba  y  rigurosamente 
inhibía,  en  virtud  de  santa  obe- 
diencia y  debajo  de  suspensión  a 
divinis,  a  los  Obispos  o  a  otros 
mayores  Prelados,  y  a  los  demás 
debajo  de  pena  de  excomunión  la- 
tae sententiae;  la  cual  queremos 
incurran  ipso  facto  los  que  lo  con- 
trario hicieren;  y  no  pueden  ser 
a])sukiH,os  de  ella  fuera  del  artícu- 


164 


aPENDICES 


derent  seu  praesumerent,  inhiberi; 
ac  si  secus  super  iis  a  quoquam, 
quavis  auctoritate,  scienter  vel  ig- 
noranter  contigerit  attentari:  etiam 
irritum  et  inane  etiam  decer- 
ni;  nec  non  quibusdam  Judicibus 
tune  cxpressis,  quatenus  vobis,  et 
dicti  Monasterii  Monialibus  pro 
tempere  existentibus,  in  premJsis 
efficacis  defensionis  praesidio  assis- 
terent,  facerentque,  seu  quilibet  eo- 
rum  facerex,  vos,  et  Moniales  prae- 
fatas  concessis  indulto,  licentia  ac 
facúltate  hujusmodi,  omnibusque,  et 
singulis  praemissis  pacifice  frui,  et 
inviolabiliter  gaudere;  non  permit- 
ientes vos,  et  eos  desuper  per  pre- 
dicti  Ordinis  Beate  Mariae  de  Monte 
Carmelo,  et  aliorum  quorumvis  Or- 
dinum  Superiores,  Prelatos,  Prio- 
res, Reformatores,  Visitatores,  et 
fratres,  aut  alios  quoscumque  tam 
ecclesiasticos,  quam  saeculares  Ju- 
dices,  et  personas,  cujuscumque  sta- 
tus, gradus,  ordinis,  et  cond'tionis 
fueriní,  et  quacumque,  etiam  ponfci- 
ficali  dignitate,  vel  auctoritate, 
etiam  apostólica,  fungantur,  publice 
vel  occulte,  directe  vel  indirecte, 
quovis  quaesito  colore  vel  ingenio 
quomodolibet  indebite  molestar! 
perturban,  vel  inquietari.  Contra- 
dictores quoslibet  ct  rebelles,  per 
censuram  ecclesiasticam  et  alia  ju- 
ris  remedia  opportuna,  appellatione^ 
postposita,  compescendo ;  invocat(j 
etiam  ac  hoc,  si  opus  fuerit,  auxi- 
lio brachii  saecularis,  cum  alus 
clausulis  et  derogalionibus  tune  ex- 
pressis,  Vosque  in  Christo,  Filíae 
Priorissa  et  Conventus,  per  alias 
etiam    ab   eadem   Sede   seu   chacra 


lo  de  la  muerte,  sino  es  por  Nos, 
o  por  la  Sede  Apostólica,  a  cuales- 
quier  jueces  y  personas,  así  ecle- 
siásticas como  seculares,  de  cual- 
quier autoridad  que  tengan,  aun- 
que sea  apostólica,  que  ni  a  vos- 
otras, ni  a  las  monjas,  que  por 
tiem.po  fueren  del  dicho  monasterio, 
directa  o  indirectamente,  debajo  de 
cualquier  color  o  traza,  en  cijal- 
quier  manera  se  atrevan  o  presu- 
man indebidamente  molestar,  per- 
turbar o  inquietar,  dando  por 
írrito  y  vano  lo  que  contra  esto 
por  cualquier  persona,  y  con  cual- 
quiera autoridad,  advertida  o  ig- 
norantemente, sucediere  intentarse. 
No  permitiendo  que  vosotras, 
ni  las  demás  monjas  seáis  pú- 
blica o  ocultamente,  directa  o  in- 
directamente, debajo  de  cualquier 
color  o  traza,  en  algún  modo  in- 
debidamente, molestadas,  perturba- 
das o  inquietadas  por  los  Superio- 
res, Prelados,  Priores,  Reform-jdo- 
res.  Visitadores  y  frailes  de  la  di- 
cha Orden  de  Santa  María  del 
Monte  Carmelo,  o  por  cualesquier 
otros,  así  eclesiásticos,  como  se- 
culares jueces,  y  personas  de  cual- 
quier dignidad,  estado,  grado,  or- 
den o  condición  que  fueren,  y  en 
cualquier  dignidad,  aunque  sea  pon- 
tifical, que  estuvieren  constituidos,  o 
cualquiera  autoridad  que  tuvieren, 
aunque  sea  apostólica,  reprimiendo 
a  cualesquier  rebeldes  con  censuras 
eclesiásticas,  y  otros  oportunos  re- 
medios de  derecho,  quitada  toda 
apelación,  e  invocando,  si  fuere 
necesario,  el  auxilio  del  brazo  se- 
glar,  con   otras   cláusulas   y   dero- 


APÉNDICES 


165 


Poenitentiaria  prefata,  alias  etiam 
sub  certa  forma  tune  expressa, 
etiara  per  quas  ob  melioris  vitae 
frugem  inter  aiia,  ut  bona  aliqua 
iii  conmmuni  aut  particulari  habe- 
re  seu  possidere  minime  possitis 
juxta  íormam  primae  Regulae  d^cti 
Ordinis,  sed  ex  eleemosynis  et  cha- 
ritativis  subsidiis  vobis  per  Christi 
fideles  pie  elargiendis,  vos  susten- 
tare libere  et  licite  valeatis,  con- 
cedi  et  indulgeri,  obtinuistis  lit- 
teras,  prout  in  singulis  litteris  pre- 
dicíis  desuper  confectis  dicitur  ple- 
nius  contineri.  Que  omnia  et  sin- 
gula  pro  illorum  subsistentia  fir- 
raiori  a  Nobis  Apostolice  petistis 
munimine    roborari. 

Nos,  igitur,  vestris  justis  postula- 
tionibus  grato  concurrentes  assen- 
su,  erectionem  Monasterii,  Indul- 
tum,  Voluntatem,  Statuta,  Obedien- 
tiam  eidem  Ordinario  ex  indulto 
predicto  super  dicto  A\onasterio  ac 
dilcctis  in  Christo  filiabus  THERE- 
SIñE  de  JESU,  nunc  modernae 
Abbatissae  seu  Mater  forsan  nun- 
cupatae,  Mariac  Elisabeth,  et  An- 
nae  de  Angelis  olim  in  Monasterio 
A\onialium  Incarnationis  extra  mu- 
ros Abulenses,  nunc  vero  in  dicto 
Monasterio  S.  Josephi  degentibus, 
ac  alus  dicti  Monasterii  Monialibus 
pro  tempore  existentibus  debitam 
dandam:  et  decreta,  ac  omnia  et 
singula  aiia  in  eisdem  litteris  con- 
tenta, et  inde  sequuta  quaequmque, 
licita  Lariicn,  et  honesta,  sicut  rite 
et  provide  gesta  sunt,  rata  et  grata 
habcntes,  illa,  apostólica  auctorita- 
te  confirmamus,  et  presentís  scripti 
patrocinio  communimus. 


gaciones  allí  expresadas.  Asimismo 
manifestabais,  que  aunque  por  es- 
pecial indulto  de  la  Sede  Apostó- 
lica, concedido  en  virtud  de  unas 
Letras  apostólicas,  despachadas  por 
el  oficio  de  la  sacra  Penitenciaría  a 
las  fundadoras  del  dicho  monaste- 
rio recién  fundado,  podáis  tener 
y  poseer  cualesquier  bienes  en  co- 
mún y  en  particular;  pero  aspi- 
rando a  mayor  perfección  de  vida, 
deseáis  no  poder  tener  ni  poseer 
en  común  ni  en  particular  bienes 
algunos,  según  la  forma  de  la  pri- 
mera Regla  de  la  dicha  Orden,  sino 
sustentaros  de  las  limosnas  que  pia- 
dosamente os  dieren  los  fieles  de 
Cristo,  según  que  otras  monjas  de 
la  misma  Orden  en  aquellas  partes 
se    sustentan. 

Todo  lo  cual  pedíais  fuese  re- 
frendado para  mayor  seguridad  con 
Nuestra  Autoridad  apostólica.  A  lo 
cual  Nos  accedemos  gustosos,  y  por 
las  presentes  letras  confirmamos  y 
corroboramos  con  Nuestra  Autori- 
dad apostólica  la  erección  del  mo- 
nasterio, el  indulto,  voluntad,  esta- 
tutos y  la  obediencia  que  en  virtud 
del  mencionado  indulto  acerca  del 
dicho  monasterio  deben  prestar  ai 
Ordinario  nuestras  amadas  hijas 
Teresa  de  Jesús,  Abadesa  o  Ma- 
dre en  la  actualidad,  María  Isa- 
bel y  Ana  de  los  Angeles,  monjas 
en  otro  tiempo  del  monasterio  de 
la  Encarnación,  extramuros  de  Avi- 
la, y  ahora  del  monasterio  dicho  de 
San  José,  y  todas  las  demás  que 
andando  el  tiempo  vivieren  en  la 
misma  Comunidad;  y  asimismo  to- 
dos los  decretos  y  demás  disposi- 


166 


APÉNDICES 


Nulli  ergo  omnino  hominum  lí- 
ccat  hanc  paginam  nostrae  confir- 
mationis  et  communitionis  mfrin- 
gere  vel  ci  auso  temerario  con- 
trairc.    Si    quis    autem    etc. 

Datum  Romae  apud  S.  Marcum 
anno  Incarnationis  Doininicae  1565. 
XVI.  Kal.  ñugusti.  Pontificatus  no- 
stri  anno  sexto. 


cienes  contenidas  en  las  mismas 
Letras  apostólicas;  y  cuanto  en  vir- 
tud de  las  mismas  ordenadamente 
se  ha  liecho,  lo  ratificamos  y  da- 
mos por  bien  hecho,  siempre  que 
sea    lícito   y    honesto. 

Nadie  presuma  contradecir  estas 
nuestras  letras  confirmatorias  ni 
oponerse  temerariamente  a  ellas. 
De  lo  contrario  etc..  Dado  en  Ro- 
ma, junto  a  San  Marcos,  en  el  año 
1565  de  la  Encarnación  del  Señor, 
el  día  decimosexto  de  las  Kalendas 
de  Agosto,  año  sexto  de  nuestro 
Pontificado. 


APÉNDICES  167 


XVII 


ACTAS    DEL    CONCEJO    DE    ,\VILA    SOBRE    EL    CONVENTO     DE    S'ÍN    lOSE,     FUNDADO    POR 
SrtNTH    TERESA    (5562-1564). 


AÍSO     DE     1562. 
CONCEJO    DE    22    DE    AGOSTO. 

En  Avila,  sábado,  veinte  y  dos  días  del  dicho  raes  de  Hgosto  del 
dicho  año  (1562),  estando  en  concejo  juntos,  a  campana  tañida,  según 
que  lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  el  Ilustre 
Señor  Garci  Suárez  Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad  y  su  tie- 
rra por  Su  A\ajestad,  y  Perálvarez  Serrano,  Regidor  de  la  dicha  cibdad, 
ante  mí,  Gómez  Caraporrío,  escribano  público  y  del  dicho  concejo  y 
testigos,   se   hizo   y   mandó   lo   siguiente. 

Testigos:  Diego  Flores  y  Rodrigo  Gallrgo,  Mayordomos  de  la 
dicha  cibdad. 

Los  dichos  Señores  nombraron  Presidente  ül  Señor  Pedro  del  Águila, 
y  en  su  absencia,  al  Señor  Perálvarez. 

Este  día  pareció  en  el  dicho  concejo  Lázaro  Dávila,  cantero  veedor 
de  las  fuentes  y  dixo  que  él  ha  sabido  que  Valle  (1)  que  vive  al 
barrio  de  Señor  San  Roque,  en  las  casas  que  eran  de  Valvellido,  clérigo 
difunto,  quiere  hacer  cierto  edeficio  en  las  dichas  casas,  el  cual,  si  se 
hace  como  se  dice,  es  muy  gran  daño  y  perjuicio  para  el  edeficio  de 
las  fuentes,  por  algunas  cabsas  que  se  pueden  seguir,  especialmente 
porque  subiendo  obra  alguna  en  el  edeficio  que  se  hiciere  queda  cubrió 
por  la  parte  de  las  dichas  fuentes,  y  en  invierno,  especialmente  cuando 
helare,  será  ocasión  y  cabsa  muy  grande  para  que  el  agua  de  las  di- 
chas fuentes  se  hiele  y  no  corra,  de  donde  redundará  muy  gran  daño 
y   perjuicio   a   toda   la   república   desta   cibdad.   Por  ende  que  pedía   y 


1  Las  Actas  del  Concejo  de  Avila  desde  Enero  de  1562  al  mes  de  Abril  de  1564,  refe- 
rentes al  monasterio  de  San  José,  dan  mucha  luz  a  las  cuestiones  y  pleitos  que  hubo  al  prin- 
cipio, los  cuales  terminaron  felizmente,  quedando  en  paz  las  religiosas.  A  estas  Actas  hacen  refe- 
rencia todos  los  biógrafos  antiguo.s  de  Santa  Teresa,  si  bien  ninguno  las  reprodujo.  Andrés  de 
la  Encarnación  hizo  en  el  siglo  XVIII  un  extracto  muy  preciso  para  sus  Memorias  Historiales, 
letra  R.  Don  A\iguel  Mir  también  las  cita  con  alguna  extensión  en  su  libro  sobre  Santa  Te" 
resa,  t.  I,  páginas  539  y  siguientes,  aunque  con  algunos  errores  de  cronología  y  de  apreciación 
histórica.  El  Boletín  de  la  Mcademia  de  la  Historia  publicó  la  mayor  parte  en  su  número 
de  Febrero  de  1915.  Visitando  en  Octubre  de  1914  el  Archivo  del  Ayuntamiento  de  Avila, 
mandamos  sacar  una  copia  de  las  dichas  Actas,  que  creemos  es  completa  en  lo  que  se  refiere 
a  los  primeros  años  de  la  fundación  del  convento  de  San  [osé.  De  las  dificultades  que  hubo 
de  superar  la  Santa  en  la  fundación  del  primer  convento  de  la  Reforma,  habla  en  varios  capítu- 
los del  Libro  de  la  Vida,  principa, mente  en  el  XXXVI. 


168  HPENDICES 

suplicaba  a  los  dichos  Señores  estén  advertidos  para  que  si  la  dicha 
obra  se  comenzare,  se  impida  por  esta  cibdad,  y  los  dichos  Señores 
agradecieron  al  dicho  Lázaro  Dávila  de  haber  advertido  de  lo  susodi- 
cho a  esta  cibdad,  al  cual  encargaron  y  mandaron  que  esté  sobre  gran 
aviso  de  ver  si  se  hiciere  algún  edeficio  en  lo  susodicho,  y  al  punto 
lo  haga  saber  a  esta  cibdad  para  que  se  remedie,  y  acordaron  que 
el  dicho  Señor  Corregidor,  y  con  su  merced  el  Sr.  Perálvarez,  vayan 
mañana  o  el  lunes  a  ver  lo  que  el  dicho  Lázaro  Dávila  dize,  para 
saber  lo  que  conviene  hacerse... 

Garci  Suárez,  Perálvarez  Serrano.  Pasó  ante  mi,  Gómez  Campo- 
rrio.    Rubricado. 

CONCEJO    DE    25    DE    AGOSTO. 

En  ñvila,  veinte  y  cinco  días  del  mes  de  Agosto  de  mil  y  qui- 
nientos y  sesenta  y  dos  años,  estando  en  concejo,  a  campana  tañida,, 
según  que  lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  el 
ilustre  y  muy  magníficos  Señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Corregidor 
en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Perálvarez  Serrano, 
Regidor  de  la  dicha  cibdad,  ante  mi  Pedro  de  Villaquirán,  escribano 
público  de  Avila  y  testigos,  se  hizo  y  proveyó  lo  siguiente... 

Sobre  el  inonesterio  que  nuevamente  se  ha  hecho. — Este  día  los 
dichos  Señores  dixeron,  que  por  cuanto  ahora  nuevamente  es  venido  a 
su  noticia  que  ciertas  mujeres,  diciendo  que  son  monjas  del  Carmen, 
han  tomado  una  casa  que  es  censual  a  esta  cibdad,  y  han  puesto 
altares  y  dicho  misas  en  ella,  y  por  haber,  como  hay,  muchos  mones- 
terios  de  frailes  y  monjas,  e  pobres,  que  padescen  nescesidad,  que  para 
que  se  remedie  y  provea  sobre  ello  lo  que  conviniere  al  bien  univer- 
sal de  esta  cibdad,  se  Harnero  y  junten  los  caballeros  regidores  que  hay 
en  esta  cibdad  para  que  sobre  ello  se  provea  para  mañana  miércoles, 
a  las  nueve  de  la  mañana,  y  que  se  llamen  los  letrados  de  esta  cibdad. 

A  todo  lo  cual  fueron  presentes  por  testigos  Francisco  de  Quiño- 
nes, Procurador  General  del  Común  de  la  dicha  cibdadi,  y  Diego  Flores, 
Mayordomo  de  la  dicha  cibdad. — Garci  Suárez  Carvajal,  Perálvarez  Se- 
rrano.— Rubricado. 

CONCEJO    DE    26    DE    AGOSTO. 

En  la  muy  noble  cibdad  de  Avila,  miércoles,  veinte  y  seis 
días  del  mes  de  Agosto  de  mil  e  quinientos  y  sesenta  y  dos  años, 
estando  juntos  en  ayuntamiento  extraordinario  Justicia  y  Regidores, 
conviene  a  saber:  los  ilustres  señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Corre- 
gidor desta  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Alonso  Yera 
y  Perálvarez  Serrano,  Regidores  desta  cibdad,  en  presencia  y  por  ante 
mí  Pedro  de  Villaquirán,  escribano  público  del  número  desta  cibdad 
y  testigos  de  yuso  scriptos,  abiéndose  juntado  para  cosas  tocantes  a 
la  gobernación  desta  cibdad  y  su  tierra,  ordenaron  y  proveyeron  lo 
siguiente: 


APÉNDICES  169 

Este  día,  los  dichos  Señores,  a  cierta  petición  que  dio  Francisco 
de  Quiñones  en  nombre  desta  cibdad,  le  parece  que  es  gran  inconve- 
niente y  daño  desta  cibdad,  que  la  casa  que  se  haze  agora  nuevamente 
del  nombre  de  San  Josep,  se  contradiga  por  esta  cibdad  y  su  tierra, 
y  que  el  dicho  Francisco  de  Quiñones  siga  la  cabsa,  y  que  los  licen- 
ciados Daza  y  Ortega,  letrados  de  la  cibdad,  entiendan  en  ello,  y  esto 
por  razón  del  perjuizio  que  a  esta  cibdad  resulta  y  al  edeficio  de 
las  fuentes  della,  y  asimismo  por  ser  como  es  la  casa  y  sitio  do  se 
edifica  censual  a  esta  cibdad  y  por  otras  justas  cabsas  que  a  ello  les 
mueve,  y  que  siendo  nescesario  se  invíe  al  Consejo  Real  de  Su  Ma- 
jestad sobre  ello  y  se  ganen  todas  las  provisiones  y  recabdos  necesa- 
rios, y  que  los  dichos  señores,  Alonso  Yera  y  Perálvarez  Serrano, 
hablen  en  el  caso  al  señor  obispo,  dándole  cuenta  de  los  daños  y 
perjuicios  que  de  la  nueva  obra  que  se  hace  viene  a  esta  cibdad,  para 
que  se  remedie,,  y  que  visto  salga  a  la  cabsa  por  la  cibdad,  y  Rodrigo 
Gallego  dé  el  censo  que  tiene  la  cibdad  sobre  las  dichas  casas  para 
que  se  vea  y  provea  justicia,  y  así  lo  proveyeron  y  mandaron  y  fir- 
máronlo de  sus  nombres.  Garci  Suárez  Carvajal,  Alonso  Yera,  Perál- 
varez Serrano.    Rubricado. 

CONCEJO    DE    29    DE    AGOSTO. 

En  ñvila,  sábado,  veinte  y  nueve  días  del  mes  de  Agosto  del  dicho 
año,  estando  en  Concejo  juntos,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han 
de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  el  ilustre  y  muy  mag- 
níficos Señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad 
y  su  tierra  por  Su  Majestad^  y  Juan  de  Henao,  y  Perálvarez  Serrano, 
Regidores  de  la  dicha  cibdad  ante  mí  el  dicho  Gómez  Campo  Río, 
escribano  susodicho  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente: 

...Sobre  lo  del  inonesterio:  Este  día,  en  el  dicho  concejo,  los  dichos 
señores  Justicia,  Regidores,  dixeron  que  para  tratar  y  conferir  sobre 
lo  tocante  al  monesterio  que  nuevamente  se  ha  intentado  hazer,  acor- 
daban y  mandaban  que  para  mañana  domingo,  a  las  tres  después  de 
medio  día.  los  señores  Juan  de  Henao  y  Perálvarez  Serrano,  de  parte 
desta  cibdad,  pidan  por  merced  a  los  señores  Deán  y  Cabildo,  tengan 
por  bien  nombren  personas  que  vengan  a  lo  susodicho  para  tratar 
dello  a  la  dicha  hora,  y  asimismo  lo  pidan  y  digan  a  los  señores 
Don  Francisco  de  Valderrábano  y  Pedro  del  Peso,  el  Viejo,  y  si  el 
Señor  Don  Francisco  tuviere  ocupación,  se  diga  al  Señor  Diego  de 
Bracamonte,  y  asimismo  se  pida  y  haga  saber  a  los  señores  Prior 
de  Santo  Tomás,  y  Guardián  de  San  Francisco,  y  Prior  de  Nuestra 
Señora  del  Carmen,  y  a  los  Abades  del  monesterio  de  Santispíritus, 
y  Nuestra  Señora  del  Antigua,  y  a  los  Rectores  del  nombre  de  Jesús, 
y  a  los  letrados  de  la  cibdad,  y  a  Xrisptobal  Xuárez  y  Alonso  de  Ro- 
bledo, para  que  haya  de  todos  los  Estados  de  la  dicha  cibdad  para  tra- 
tar sobre  lo  susodicho  y  para  que  cada  uno  diga  su  parecer  en  ello, 
sirviendo  a  Dios  Nuestro  Señor  y  a  Su  Majestad  del  Rey,  nuestro 
Señor,   y   procurando   el   bien   de  la   República   desta  cibdad... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Perálvarez  Serrano,  Juan  de  Henao.  Pasó 
ante   mí,    Gómez   Campo    Rio.    Rubricado. 


170  APÉNDICES 


CONCEJO  DE  30  AGOSTO. 

En  la  muy  noble  y  muy  leal  cibdad  de  Avila,  treinta  días  del  mes 
de  Agosto,  año  del  nascimicnto  de  Nuestro  Salvador  Jesucristo  de 
mil  y  quinientos  y  sesenta  y  dos  años,  estando  en  concejo  en  Ja  parte 
y  lugar  que  se  suelen  y  acostumbran  juntar  el  ilustre  y  muy  magníficos 
señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra 
por  Su  Majestad,  y  Don  Antonio  Vela,  y  Antonio  del  Peso,  y  Juan 
de  Hcnao  y  Perálvarez  Serrano,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  en  pre- 
sencia y  por  ante  mi  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  del  número 
en  la  dicha  cibdad  de  Avila  y  su  tierra,  y  escribano  del  concejo  della 
por  Su  Majestad,  y  testigos  yuso  scriptos,  se  hizo  y  pasó  en  el  dicho 
concejo  lo  que  se  sigue: 

Junta  sobre  el  monesterio  nuevamente  hecho  de  San  Josep.  Este 
día,  luego  incontinente,  vinieron  al  dicho  concejo  los  muy  magníficos 
señores  Don  Francisco  de  Valderrábano  y  Pedro  del  Peso,  el  Viejo, 
y  los  muy  magníficos  Señores  el  licenciado  Brizuela,  Provisor  en  la 
dicha  cibdad  y  su  obispado,  y  Don  Pedro  Pérez,  Chantre  de  la  Santa 
iglesia  de  Avila,  y  Don  Xrisptóbal  de  Sedaño,  Arcediano  de  Olmedo, 
y  el  licenciado  Juan  de  Soria,  canónigo  en  la  dicha  Santa  Iglesia  y  Fray 
Pedro  Serrano,  Prior  del  monesterio  y  casa  insinie  de  Señor  Santo 
Tomás  de  Aquino  el  Real,  de  Avila,  y  fray  Pedro,  y  varios  frailes  de 
la  dicha  casa  y  Orden  (1),  y  Fray  Martín  de  Aguirre,  Guardián  del 
monesterio  de  Señor  San  Francisco,  de  los  arrabales  de  la  dicha  cibdad 
de  Avila,  y  fray  Hernando  de  Valderrábano,  predicador  en  la  dicha 
casa,  y  tíon  Fray  Francisco  Blanco,  Abad  de  la  casa  y  monesterio  de 
Señor  Santispiritus,  de  los  arrabales  de  la  dicha  cibdad,  y  Fray  Simón 
pedricador,  y  don  Pedro  de  Antoyano,  Abad  de  la  casa  de  Nuestra 
Señora  del  Antigua  de  la  dicha  cibdad  de  Avila,  y  Fray  Martín  de  Pa- 
lencia,  monje  de  la  dicha  casa  y  monesterio,  y  el  Alaestro  Baltasar 
Alvarez,  y  el  Maestro  Ribaldo,  de  la  Orden  y  casa  del  nombre  de 
Jesús,  que  es  en  los  arrabales  de  la  dicha  cibdad  de  Avila,  y  los  licen- 
ciados Daza,  Cinbrón  y  Ortega,  letrados  en  la  dicha  cibdad,  y  con  su 
Señoría  y  mercedes  Xrisptóbal  Xuárez  del  Yerro  y  Alonso  de  Ro- 
bledo,  del   estado  de  los   cibdadanos  de   la   dicha  cibdad. 

Y  estando  así  juntos  en  el  dicho  concejo,  el  dicho  Señor  licenciado 
Brizuela,  Provisor,  dixo  que  teniendo  entendido  la  junta  que  de  su 
señoría   y   mercedes   se    había    de   hazer   y    para    el    caso   que   se   hacía, 


1  Uno  de  estos  frailes  de  que  se  habla  aquí,  fué  el  P.  Domingo  Báñez,  como  lo  dice  él 
mismo  en  una  nota  puesta  al  margen  del  Capítulo  XXXVI  del  autógrafo  que  contiene  la  Vida  de 
Santa  Teresa.  (Cfr.  el  Libro  de  la  Vida,  p.  311).  En  algunas  copias,  como  en  la  citada  del 
Boletín  de  la  Real  ñcademia  de  la  Historia,  se  ha  publicado  este  pasaje  defectuosamente,  di- 
ciendo: «...y  Fr.  Pedro  Serrano,  prior  del  monasterio  y  casa  insinye  de  Señor  Santo  Tomas  de 
Aquino  el  Real,  de  Avila,  y  Fray  Pedro  ibáñez,  fraile  de  la  dicha  casa  y  borden. ..>,  como  si 
en  aquella  memorable  junta  no  hubiera  habido  más  que  estos  dos  Padres  del  Convento  de  Santo 
Tomes,  cuando  se  sabe  positivamente,  que  asistió  u  defendió  la  nueva  fundación  de  San  )osé 
el  Padte  Búfiez. 


APÉNDICES  171 

el  Obispo,  su  Señor,  le  mandó  que  viniese  al  dicho  concejo  a  decir 
y  mostrar  la  cabsa  porque  había  venido  en  el  efecto  del  dicho  moncs- 
terio,  que  era  por  un  Breve  que  Su  Santidad  había  dado  y  concedido, 
que  allí  traía,  el  cual  mostró  y  se  leyó  a  los  dichos  Señores  que  pre- 
sentes estaban;  el  qual  leído  y  dicho  lo  que  el  dicho  Señor  Provisor 
quiso  decir  cerca  de  lo  susodicho,  se  fué  del  dicho  concejo. 

Y  como  el  dicho  Señor  Provisor  fué  ido  del  dicho  concejo,  el  dicho 
Señor  Corregidor  dixo  a  los  dichos  señores,  que  para  la  cabsa  y 
efecto  que  ha  hecho  llamar  y  juntar  a  sus  mercedes,  es  la  que  de 
suso  por  el  dicho  señor  Provisor  ha  sido  y  está  dicha,  y  para  se  lo 
hacer  saber  para  que  sus  mercedes  fuesen  servidos  tratar  dello  para 
dar  sus  pareceres  de  lo  que  más  y  mejor  conviene  que  se  haga  cerca 
de  lo  susodicho,  para  que  con  tales  pareceres  como  los  que  sus  mercades 
darán,  se  haga  y  determine  lo  que  más  conviene  al  servicio  de  Dios 
nuestro  Señor  y  bien  público  de  la  dicha  cibdad;  lo  cual  así  dicho 
por  el  dicho  señor  Corregidor,  luego  los  dichos  señores  trataron  y 
confirieron  distancia  de  tiempo  en  lo  que  contenía  el  Breve  y  la  fa- 
cultad que  por  él  Su  Santidad  da;  y  tratado  y  conferido,  dixeron  que 
por  ellos  visto  e  oído,  como  no  se  ha  guardado  ni  cumplido  según  y 
conforme  a  la  concesión  que  por  él  Su  Santid.ad  hace,  y  teniendo  en- 
tendido todas  las  cabsas  que  convienen  mirarse  y  tener  presente  para 
que  haya  efecto  o  no  lo  que  está  hecho,  todos  juntos  vinieron  a  re- 
solverse y  se  resumieron  en  que  se  liable  a  su  señoría  del  Señor 
Obispo,  para  que  siéndole  dicho  las  muchas  cabsas  que  hay  para  que 
no  permita  que  el  dicho  monesterio  haya  efecto,  sea  servido  de  lo  re- 
mediar y  evadir  lo  que  en  lo  susodicho  se  puede  tratar  de  pleitos  y 
otros  inconvenientes;  y  siéndole  dicho  y  aviéndoselo  suplicado,  si  su 
señoría  no  viniere  en  ello,  todos  juntos  y  cada  uno  por  sí  dixeron  que 
se  resumían  y  resumieron  atento  lo  que  está  dicho,  y  los  grandes  incon- 
venientes que  hay  y  pueden  suceder,  de  haber  en  esta  cibdad  el  dicho 
monesterio,  y  teniendo  liü  y  respecto  a  que  demás  de  las  cabsas  su- 
sodichas, por  ser  como  es  y  ha  de  ser  el  dicho  monesterio  mendicante, 
por  no  tener  ni  poder  tener  propios  algunos  de  que  se  puedan  sus- 
tentar los  monesterios  pobres  de  Ordenes  muy  confirmadas  en  san- 
tidad, religión,  abtoridad  y  gran  exemplo  de  la  dicha  cibdad,  serán 
muy  agraviados  por  la  nescesidad  que  padescerán  por  cabsa  que  con 
las  demandas  que  para  el  dicho  monesterio  se  hacen,  se  les  quitarán 
a  ellos  las  que  hasta  agora  se  les  hacen,  porque  con  todas  ellas  pa- 
descen  y  tienen  gran  probeza,  y  porque  también,  y  más  principal  de  todo, 
primero  y  ante  todas  cosas,  se  había  de  llevar  y  presentar  el  dicho 
Breve  a  la  Católica  y  Real  Majestad  del  Rey  nuestro  Señor  y  Señores 
del  su  muy  alto  y  Real  Consejo,  para  que  informados  de  lo  que  con- 
tiene, y  oída  la  relación  y  cabsa  justa  que  esta  cibdad  dará  cerca  de 
lo  que  está  dicho.  Su  Majestad  mandase  determinar  lo  que  con  jus- 
ticia, como  Rey  y  Señor  que  a  todos  la  manda  guardar  y  guarda,  pro- 
veyese y  mandase  lo  que  más  servido  fuese;  y  por  no  haberse  hecho 
antecediendo  esto,  primero  que  otra  cosa  se  hiciese,  por  esta  cabsa 
como  principal,  y  todas  las  que  dicho  y  declarado  tienen,  se  resumían 
y  resumieron,  para  que  lo  hecho  en  el  dicho  monesterio  no  haya  efecto, 
se  siga  y  prosiga  ante  Su  Santidad  y  ante  la  Católica  y  Real  Majestad 


172  APÉNDICES 

del  Rey  nuestro  Señor,  y  en  su  Real  Consejo,  y  en  todas  las  otras  par- 
tes que  pareciere  que  conviene;  y  pidieron  y  mandaron  a  mí,  el  dicho 
escribano,  lo  escriba  y  asiente  así.  Garci  Suarez  Carvajal,  Perúbuirez 
Serrano,  Juan  de  ¡ienao.  Pasó  ante  mí,  Gómez  Campo  Río.   Rubricado. 

CONCEJO   DE   5   DE   SETIEMBRE. 

En  Avila,  sábado,  cinco  días  del  mes  de  Septiembre  de  mil  y  qui- 
nientos y  sesenta  y  dos  años,  estando  en  concejo  juntos,  a  campana 
tañida,  según  que  lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  con- 
cejo el  ilustre  y  muy  magníficos  Señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Co- 
rregidor en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad',  y  Hlonso  Yera, 
y  Juan  de  Henao,  y  Gil  de  Villalba  y  Perálvarez  Serrano,  Regidores 
de  la  dicha  cibdad,  ante  raí  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  y 
del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigos: 
Francisco  de  Quiñones,  Procurador  General  del  Común  de  la  dicha  cib- 
dad, y  Diego  Flores  y  Rodrigo  Gallego,  Mayordomos  de  la  dicha  cibdad... 

Sobre  la  casa  de  San  Josep. — Los  dichos  Señores  dixeron,  que 
en  lo  que  toca  al  nuevo  monesterio  que  se  quiere  hacer,  se  hagan  las 
diligencias  necesarias,  y  si  se  tratare  de  doctarse  bastante  y  en  ello 
y  en  lo  demás  que  convenga,  se  diere  asiento  en  lo  demás  que  está 
pedido  y  se  concertare  con  su  señoría,  se  haga  lo  que  pareciere  con- 
viene al  buen  efecto  de  lo  que  se  pretende. 


CONCEJO      DE      12     DE     SETIEMBBE. 

En  Avila,  sábado,  doze  días  del  dicho  mes  de  Septiembre  del  dicho 
año,  estando  en  concejo  juntos,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han 
de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  el  Ilustre  Señor  Garci 
Suárez  Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su 
Majestad  y  Alonso  Guiera  y  Perálvarez  Serrano,  Regidores  de  la  dicha 
cibdad,  en  presencia  de  mí  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  y 
del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigos: 
Francisco  de  Quiñones,  Procurador  General  del  Común,  y  Rodrigo  Ga- 
llego, Mayordomo  de  la  dicha  cibdad... 

Nombramiento  de  Alonso  de  Robledo  para  ir  a  Madrid  a  en- 
tender en  el  negocio  de  las  monjas  de  San  Josep  y  del  cortar  las  casas 
de  Caldandrín. — Los  dichos  Señores  mandaron  que  se  vaya  a  la  vilia 
de  Madrid  al  Consejo  de  Su  Majestad  a  llevar  las  informaciones  que 
están  hechas  sobre  lo  del  monesterio  que  nuevamente  se  quiere  hacer, 
y  sobre  lo  del  derribar  las  casas  de  la  Caldandrín,  la  calle  abaxo  como 
van  a  la  plaza,  desde  las  casas  de  Pinel,  y  nombraron  a  Alonso  de 
Robledo,  vecino  desta  cibdad  que  vaya  a  entender  en  el  dicho  ne- 
gocio, y  mandáronle  dar  por  cada  un  día  de  los  que  en  ello  se  ocupare 
un  ducado... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Alonso  Guiera,  Perálvarez  Serrano,  Gómez 
Campo   Río.   Rubricado. 


APÉNDICES  173 


CONCEJO    DE    22    DE    SETIEMBRE. 

En  Avila,  martes,  veinte  y  dos  días  del  dicho  mes  de  Septiembre 
del  diciio  año,  estando  en  concejo  juntos;,  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  el  ilustre 
y  muy  magníficos  Señores  Garci  Suárez  Carvajal,  Corregidor  en  la 
dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Alonso  Yera  y  Perál- 
varez  Serrano,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  ante  mí  Gómez  Campo 
Río,  escribano  público  y  del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó 
lo  siguiente.  Testigos:  Vicente  Hernández,  Procurador  general  de  los 
pjeblos,  y  Diego  Flores,  Mayordomo  de  la  cibdad.... 

Provisiones  que  se  truxeron  a  concejo  sobre  el  monesterio  y  el  cor- 
tar las  casas  de  Caldandrín. — Este  día  se  vieron  y  leyeron  en  el  dicho 
concejo  dos  provisiones  que  traxo  Alonso  de  Robledo,  a  quien  la  cibdad 
invió  al  Consejo  Real  sobre  lo  del  monesterio  que  nuevamente  se  hace, 
y  sobre  el  derribar  las  casas  de  Caldandrín;  las  guales  vistas,  los  di- 
chos Señores  Regidores  requirieron  con  ellas  al  Sr.  Corregidor  para 
que  las  guarde  y  cumpla  como  en  ellas  se  contiene,  y  el  dicho  Señor 
Corregidor  las  tomó  en  sus  manos,  y  besó,  y  puso  sobre  su  cabeza,  y 
obedeció  con  el  acatamiento  debido,  y  cuanto  al  cumplimiento  dellas,. 
'n  lo  que  toca  al  dicho  monesterio,  la  mandó  notificar  a  la  dicha  cibdad 
ara  que  aleguen  y  pidan  lo  que  a  la  dicha  cibdad  vieren  que  conviene... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Alonso  Gtiiera,  Pcrálvarez  Serrano.  Pasó  ante 
!í,    Gómez  Campo   Río.    Rubricado. 


CONCEJO     DE     27     DE     OCTUBRE. 

En  Avila,  martes,  después  de  medio  día,  veinte  y  siete  días  del 
mes  de  Octubre  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  dos  años,  estando  en 
concejo  juntos,  a  campana  tañida,  según  que  lo  lian  de  uso  y  costumbre, 
el  muy  ilustre  Concejo  de  la  cibdad,  estando  en  él  el  Licenciado  Juan 
Páez  de  Saavedra,  Alcalde  mayor  en  dicha  cibdad  y  su  tierra,  y  Don 
Antonio  Vela,  y  Perálvarez  Serrano,  y  Pedro  del  Águila,  Regidores 
de  la  dicha  cibdad,  ante  mí  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  del 
número  en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  y  escribano  del  concejo  della  por 
Su  Majestad  y  testigos  yuso  scriptos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente. 
Testigo:    Alonso  de  Robledo,   Procurador  general   de  la   dicha   cibdad... 

Sobre  una  carta  que  escribió  Villena  sobre  el  monesterio. — Este  día, 
en  el  dicho  concejo,  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común 
desta  cibdad,  dio  una  carta  de  Diego  de  Villena,  escribano  público  de 
Avila,  abierta,  que  dixo  haberle  dado  el  Señor  Corregidor,  en  que 
hace  saber  lo  que  ha  pasado  sobre  el  pleito  de  las  monjas  con  el  tras- 
lado de  dos  escriptos,  el  uno  presentado  por  parte  de  las  dichas  mon- 
jas, y  el  otro  por  parte  desta  cibdad,  todo  lo  cual  se  leyó  en  el 
dicho  concejo,  y  visto  e  oído  lo  que  contiene,  mandaron  escribir  al 
dicho  Villena  entienda  en  el  dicho  negocio  con  toda  diligencia  y  cuidado 


174  APÉNDICES 

y  haga  lo  que  en  ello  fuere  menester,  y  mandaron  que  Rodrigo  Ga- 
llego, Mayordomo  de  la  dicha  cibdad,  de  'os  maravedís  de  las  sobras 
de  alcabalas,  dé  al  dicho  Robledo  quatro  mil  e  quinientos  maravedís 
para  inviar  al  dicho  Villena  para  las  costas  y  gastos  del  dicho  pleito 
tocantes  a  esta  cibdad,  y  para  ello  le  mandaron  dar  libramiento.  Juan 
P'áez  de  Soavedra,  Pedro  del  Águila.  Paso  ante  mí,  Gómez  Campo  Río. 
Rubricado. 


CONCEJO     DE    6    DE     NOVIEMBRE. 

En  Avila,  viernes,  seis  días  del  mes  de  Noviembre  del  dicho  año, 
estando  el  Ilustre  Concejo  de  la  dicha  cibdad  junto,  en  la  parte  y  lugar 
que  se  suele  y  acostumbra  juntar,  esLando  en  el  dicho  concejo  el  Licen- 
ciado Juan  Páez  de  Saavedra,  Alcalde  mayor  en  la  dicha  cibdad  y 
su  tierra,  y  ñlonso  Quiera  y  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  dicha 
cibdad,  ante  mí  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  y  del  dicho  con- 
cejo y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigo:  Alonso  de  Roble- 
do,   Procurador    General    del    Común. 

Sobre  el  monesterio  de  las  descalzas. — Este  día  trajo  al  dicho  con- 
cejo Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común  desta  cibdad, 
dos  cartas,  una  del  señor  Corregidor  y  otra  del  señor  Juan  de  Henao, 
y  otra  de  Diego  de  Villena,  escribano  del  número,  sobre  lo  tocante  al 
monesterio  que  nuevamente  se  hace  de  las  Descalzas,  y  en  las  del 
señor  Juan  de  Henao  y  Diego  de  Villena  dicen  que  quieren  concierto 
y  que  doctarán  el  monesterio  a  vista  del  señor  Obispo;  y  el  señor 
Corregidor  dice  en  la  suya  que  se  haga  saber  a  los  Regidores  que  están 
instrutos  en  ello  y  tratado  sobre  ello,  la  cibdad  provea  y  responda  lo 
«que  más  viere  que  conviene:  las  guales  dichas  cartas  se  vieron  y 
leyeron,  y  visto  e  oído  lo  que  contienen,  se  voctó  sobre  lo  susodicho 
en  la  manera  siguiente: 

El  señor  Alonso  Guiera  dixo  que  su  vocto  y  parecer  es,  que  pues 
el  dicho  negocio  pende  en  el  Consejo  Real  de  Su  Majestad,  donde 
el  dicho  negocio  se  determinará  con  toda  justicia  y  darán  a  cada  parte 
el  derecho  que  tuviere,  es  su  vocto  y  parecer  que  allí  se  acabe  y  difina, 
porque  haciéndose  así,  la  cibdad  quedará  satisfecha  de  haber  hecho 
lo  que  debe,  y  descargada  su  conciencia  con  lo  que  los  dichos  se- 
ñores determinaren. 

El  señor  Pedro  del  Águila  dixo  que  él  no  se  ha  hallado  en  el 
dicho  concejo  a  tratar  del  dicho  negocio,  pero  que  su  vocto  y  parecer 
es,  que  pues  está  puesto  en  el  Consejo  Real  donde  coa  justicia  lo  de- 
terminarán, su  vocto  es  que  así  se  haga,  porque  haciéndose  así,  la  cib- 
dad hace  lo  que  es  en  ííí,  y  no  le  queda  escrúpulo  de  conciencia  de  lo 
que  se  proveyere  por  los  dichos  señores. 

Y  luego  el  dicho  señor  Alcalde  mayor  dixo  que  deste  dicho  ne- 
gocio se  dio  cuenta  de  lo  que  parecía  hacerse  cerca  dcllo  en  el  Con- 
sejo Real  de  Su  Majestad,  donde  hay  tanta  ciencia  y  conciencia,  y  que 
el  dicho  negocio  determinarán  con  toda  rectitud;  decía  y  dixo  que  así 
se  haga  porque  las  conciencias  de  todos  quedaran  satisfechas  con  aque- 


APÉNDICES  175 

lio  que  los  dichos  Señores  proveyeren  y  mandaren,  y  que  este  es  su 
parecer  conformándose   con   el   de   los   dichos  señores. 

Los  dichos  señores  mandaron  escribir  al  dicho  señor  Corregidor, 
que  vieron  la  carta  que  su  merced  escribió  a  Alonso  de  Robledo,  Pro- 
curador General,  y  las  que  el  Señor  Juan  de  Henao  y  Villena  es- 
cribieron a  la  cibdad  sobre  el  dicho  negocio,  y  que  vistas,  la  cibdad 
determinó  el  dicho  negocio  se  vea  y  determine  por  los  Señores  del 
Consejo  Real  de  Su  Majestad,  porque  con  estof  y  lo  que  está  hecho,  se 
ha  hecho  lo  posible,  y  con  la  determinación  de  los  dichos  señores, 
la  cibdad  quedará  sin  escrúpulos  de  conciencia;  y  asimismo  lo  man- 
daron escribir  al  señor  Juan  de  Henao  y  al  dicho  Diego  de  Villena, 
y  que  el  dicho  Diego  de  Villena  siga  la  dicha  cabsa  con  toda  deli- 
gcncia  y  cuidado  para  que  con  toda  brevedad  el  dicho  negocio  se 
despache,  y  mandaron  que  el  pliego  deste  despacho  lleve  el  mensajero 
que  traxo  las  dichas  cartas... 

Por    ante    mi,    Gómez   Campo    Rio.    Rubricado. 


CONCEJO    DE     17     DE     NOVIEMBRE. 

En  Avila,  martes,  diez  y  siete  días  del  mes  de  Noviembre  de  mil 
y  quinientos  y  sesenta  y  dos  años,  estando  el  muy  Ilustre  Concejo 
juntos,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han  de  uso  y  costumbre,  es- 
tando en  el  dicho  concejo  Garci  Súarez  Carvajal,  Corregidor  en  la 
dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Alonso  Quiera,  y  Pedro 
del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  nnte  mi  Gome?.  Campo  Río, 
escribano  público  y  del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo 
siguiente.  Testigo:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  desta  cibdad 
y   Rodrigo  Gallego,  Mayordomo  della... 

Cómo  vino  un  Receptor  de  pedimiento  de  Las  monjas  de  San 
Jcsepe. — Este  día  pareció  en  el  dicho  concejo  un  hombre  que  se  dixo 
por  su  nombre  Pedro  de  Villaicén,  que  dixo  ser  Recebtor  ganado  a 
pedimento  del  nuevo  monesterio  de  las  Descalzas,  y  nresentó  la  re- 
ccbtoría  que  trae,  la  cual  se  vio  y  leyó  en  el  dicho  concejo,  y  citó 
a  la  cibdad  para  que  vaya'  a  ver  jurar  y  conocer  los  testigos  que  se 
presentaren,   e   luego   se   fué   del   dicho   concejo. 

El  cual  dicho  Recebtor  ido  del  dicho  concejo,  Alonso  de  Robledo, 
Procurador  General  del  Común  de  la  dicha  cibdad,  que  presente  estaba, 
dixo  que  él,  en  nombre  del  dicho  Común,  quiere  entender  en  la 
dicha  cabsa,  y  luego  los  dichos  Señores  Justicia  y  Regidores  dixeron 
que  le  nombraban  y  nombraron  a  él  y  al  bachiller  Ruiz,  solicitador  de 
la  cibdad,  para  que  amos  a  dos  hagan  en  la  dicha  cabsa  lo  que  con- 
venga y  tea  necesario,  y  mandaron  que  acudan  a!  licenciado  Ortega  como 
letrado  de  la  cibdad  para  que  diga  lo  que  conviniere  hacer  en  la 
dicha  cabsa... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Alonso  Quiera,  Pedro  del  A^ui/a.  Pasó 
ante   mí,    Gómez   Campo    Río.    Rubricado. 


176  APÉNDICES 


CONCEJO    DE    22    DE    NOVIEMBRE. 

Libramiento  al  Señor  Corregidor;  seis  ducados  que  dio  a  V Hiena. 
Otro  sí,  los  dichos  Señores  mandaron  que  Rodrigo  Gallego,  iVLayor- 
domo  de  la  dicha  cibdad,  de  los  propios  della,  dé  y  pague  al  dicho 
Señor  Corregidor  dos  mil  y  doscientos  y  cincuenta  maravedís  que 
dio  y  pagó  a  Diego  de  Villena,  escribano  que  está  en  Madrid,  en- 
tendiendo en  el  pleito  que  la  cibdad  trata  con  el  monesterio  de  San 
Josepe,  para  su  cuenta  de  lo  que  hobiere  de  haber  y  hobiere  pagado, 
de  que  ha  de  dar  cuenta  siendo  venido  y  mandaron  dar  libramiento 
para  €llo. 


CONCEJO    DE    2^    DE    NOVIEMBRE. 

Los  dichos  Señores  mandaron  que  Rodrigo  Gallego,  mayordomo 
de  esta  cibdad,  de  los  propios  della,  dé  y  pague  a  ñlonso  de  Roble- 
do, Procurador  general  del  Común  de  esta  cibdad,  cuatro  mil  e  qui- 
nientos maravedís  para  dar  al  Recebtor  que  está  en  esta  cibdad  sobre 
c!  negocio  del  monesterio  que  nuevamente  se  hace  en  esta  cibdad, 
de  San  Josepe,  y  para  otras  cosas  que  se  hobieren  de  pagar  del  dicho 
negocio,  de  que  ha  de  dar  cuenta»  y  mandáronle  dar  libramiento  para 
ello. 


CONCEJO    DE    1     DE    DICIEMBRE. 

En  iívila,  martes,  primero  día  del  mes  de  Diciembre  de  mil  y 
quinientos  y  sesenta  y  dos  años,  estando  el  muy  Ilustre  Concejo  de  la 
dicha  cibdad,  juntó  a  su  ayuntamiento  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  él  Garci  Súarez  Carvajal,  Corre- 
gidor en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Don  Antonio 
Vela,  y  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  ante  mí  Gómez 
Campo  Río,  escribano  pi'iblico  y  del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo 
y  mandó  lo  siguiente.  Testigo:  Juan  Verdugo,  escribano  público  y 
del  dicho  concejo...  '  '^¡  f^^ 

Salario  que  se  señaló  a  Juan  Díaz  sobre  el  acompañamiento  de 
San  Josep. — Los  dichos  Señores  dixeron  que  por  parte  desta  cibdad 
fué  recusado  el  Recebtor  que  está  en  ella  a  hacer  la  probanza  sobre 
el  monesterio  de  Señor  San  Josepe,  y  fué  y  está  nombrado  por  su 
acompañado  Juan  Díaz,  escribano  público  de  Avila,  el  qual  con  él  re- 
side ordinariamente,  al  cual  se  le  ha  de  pagar  el  tiempo  del  dicho 
acompañamiento;  por  tanto  que  le  nombraban  y  nombraron  de  salario  por 
cada  un  día  de  los  que  en  ello  se  ha  ocupado  y  ocupare,  seis  reales, 
atento  que  el  dicho  Juan  Díaz  no  sale  desta  cibdad  al  dicho  negocio... 

Garci  Suárcz  Carvajal,  Pedro  del  Águila.  Por  ante  mí,  Gómez 
Campo  Río.  Rubricado.  '     ,  .-''Tí.  I? 


APÉNDICES  177 


CONCEJO    DE    12    DE    DICIEMBRE. 

En  Avila,  sábado,  doce  días  del  mes  de  Diciembre  de  mil  y 
quinientos  y  s<?senta  y  dos  años,  estando  el  muy  ilustre  Concejo  de  la 
dicha  cibdad,  juntó  a  su  ayuntamiento  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  él  Qarci  Suárez  Carvajal,  Co- 
rregidor en  la  dicha  cibdad  de  Avila  y  su  tierra  por  Su  Majestad, 
y  Perálvarez  Serrano,  y  Pedro  del  Águila,  Regidores  en  la  dicha 
cibdad,  en  presencia  de  mí  Gómez  Campo  Río,  escribano  susodicho  y 
testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigos:  Juan  Verdugo,  es- 
cribano público  y  del  dicho  Concejo  y  Diego  Flores  y  Rodrigo  Ga- 
llego,  Mayordomos   de   la   cibdad... 

Este  día,  en  el  dicho  concejo,  el  bachiller  Ruiz,  Solicitador  de  la 
cibdad,  dio  noticia  a  su  señoría,  cómo  la  probanza  que  la  ciubdad  hacía 
en  el  pleito  de  las  monjas  del  nuevo  moncsterio  de  San  Josep,  es 
acabada,  y  el  Recebtor  se  quiere  partir,  y  porque  no  haga  costa  a 
la  cibdad,  su  señoría  mande  se  le  pague  lo  que  se  le  debe.  Y  luego 
los  dichos  Señores  Justicia,  Regidores,  mandaron  que  lo  que  se  ave- 
riguare que  se  !e  debe  y  diere  firmado  de  su  nombre  Rodrigo  Ga- 
llego, se  lo  pague  de  las  sobras  de  las  alcabalas,  y  desde  agora  man- 
daron dar  libramiento  para  ello. 

Giirci  Suárez  Carvajal,  Perálvarez  Serrano.  Por  ante  mí,  Gómez 
Campo  Rio.  Rubricado. 


AÑO  DE  1563. 
CONCEJO  DE  12  DE  ENERO. 

En  Avila,  ¡nartes,  doce  días  del  mes  de  Enero  de  mil  y  quinientos 
y  sesenta  y  tres  años,  estando  el  muy  ilustre  Concejo  de  la  dicha 
cibdad  en  su  ayuntamiento,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han  de  uso 
y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  Garci  Suárez  Carvajal,  Corre- 
gidor en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad,  y  Perálvarez 
Serrano,  y  Antonio  de  Muño  Hierro,  y  Pedro  del  Águila,  Regidores 
de  la  dicha  cibdad,  ante  mí  Gómez  Campo  Río,  escribano  público  y 
del  dicho  concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigos: 
Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  de  la  repiiblica  de  la  dicha  cib- 
dad, y   Diego  Flores,   Mayordomo   de   la  dicha   cibdad. 

Comisión  al  Señor  Pedro  del  Águila  para  averignar  la  cuenta  con 
Robledo  de  lo  que  ha  pagado  en  el  pleito  de  las  monjas. — Este  día, 
en  el  dicho  concejo,  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común, 
dixo  a  los  dichos  Señores  cómo  él  por  su  servicio  y  mandado  pagó  al 
Recetor  que  vino  a  esta  cibdad  sobre  lo  de!  monesterio  de  Señor 
San  Josepe,  lo  que  se  le  debía  de  los  días  que  en  servicio  de  la 
cibdad  se  ocupó  de  los  derechos  de  las  probanzas,  las  cuales  traxo 
al  dicho  concejo  y  dio  y  entregó  a  mí  el  dicho  Gómez  Campo  Río; 
II  11 


178  APÉNDICES 

pidió  y  suplicó  a  los  dicho  señores  le  manden  pagar  lo  que  dello  se 
le  debe,  y  los  dichos  señores  dixcron  que  cometían  e  cometie- 
ron al  Señor  Pedro  del  Águila  que  vea  la  dicha  cuenta  y  averigüe 
lo  que  se  debe  al  dicho  Alonso  de  Robledo,  y  averiguado  lo  que  pa- 
reciere debérsele,  se  le  libre  en  Rodrigo  Gallego  en  los  maravedís 
de  los  propios  de  la  cibdad,  que  son  a  su  cargo. 

Este  día  los  dichos  señores  Justicia,  Regidores  mandaron  escribir 
al  Señor  Licenciado  Pacheco,  agradeciéndole  mucho  el  cuidado  que 
tiene  de  avisar  a  esta  cibdad  de  las  cosas  que  pasan  en  la  corte  de 
Su  Majestad,  y  que  así  esta  cibdad  le  está  ofrecida  y  obligada  para 
las  cosas  que  le  tocasen  con  aquella  voluntad  que  él  mira  las  desta 
cibdad,  y  que  pues  sabe  el  pleito  que  esta  cibdad  trata  con  el  nuevo 
monesterio  que  se  quiere  hazer  de  la  Orden  de  los  Carmenistas  (sic) 
y  abogación  de  Señor  San  Josepe,  en  el  cual  están  hechas  probanzas 
por  amas  partes  y  las  que  esta  ciudad  hizo  se  le  invían,  que  le  piden 
por  merced  se  presente,  y  en  lo  que  toca  al  negocio,  haga  con  el  pro- 
curador y  letrado  que  esta  cibdad  en  corte  tiene,  lo  que  sea  necesa- 
rio, y  su  merced  haga  en  ello  como  en  cosa  propia,  por  importar, 
como  importa,  mucho  a  esta  cibdad  lo  que  defiende,  y  que  hable  al 
Señor  Juan  de  Henao,  a  quien  esta  cibdad  escribe,  para  que  lo  fa- 
vorezca, como  cosa  que  importa  lo  que  está  dicho,  y  que  esté  cierto 
el  trabajo  se  le  gratificará. 

Otro  sí,  los  dichos  señores  mandaron  escribir  al  Señor  Juan  de 
Henao,  que  pues  su  merced  sabe  que  la  pretensión  que  esta  cibdad 
tiene  defendiendo  el  nuevo  monesterio  que  en  ella  se  hace,  es  justa,  lo 
favorezca  como  hace  las  otras  cosas  que  a  esta  cibdad  tocan  y  dé 
calor  en  ello  al  licenciado  Pacheco,  a  quien  se  escribe,  entienda  en 
ello  como  persona  más  desocupada. 

Asimismo  mandaron  escribir  al  dicho  licenciado  Pacheco,  que  cuan- 
do los  procuradores  de  Cortes  desta  cibdad  fueren  a  ella,  les  hable 
en  el  negocio  para  que  hagan  en  ello  lo  que  conviniere  y  acá  se  les 
encargará  (1). 

Este  día,  en  el  dicho  concejo,  por  Diego  de  Villena  fué  dada  una 
petición  suplicando  le  manden  pagar  cincuenta  días  que  se  ocupó 
por  esta  cibdad  en  la  villa  de  Madrid  sobre  el  negocio  de  las  monjas 
de  San  Josepe,  y  dio  un  memorial  y  cartas  de  pago  de  lo  que  en  el 
dicho  negocio  gastó  y  pagó*,  y  dello  se  le  descuente  los  maravedís  que 
tiene  recibidos.  Y  los  dichos  Señores,  cometieron  a  Alonso  de  Ro- 
bledo, Procurador  Genera!  del  Común  desta  cibdad,  que  vea  la  dicha 
petición,  memorial  y  cartas  de  pago  que  el  dicho  Diego  de  Villena 
presenta  y  traiga  declaración  dello,  para  que  se  vea  y  provea  y  mande 
lo  que  se  debe  hazer  en  ello. 

Garci  Suárez  Carvajal,  Perálvarez  Serrano,  Pedro  del  Águila.  Por 
ante  mí,   Gómez  Campo   Río.   Rubricado. 


1  El  16  de  Febrero  de  1563  se  abrieron  la?  Cortes  generales  del  reino  en  A^adrid,  y  estu- 
vieron abiertas  hasta  el  27  de  Agosto.  Nada  definitivo  debieron  de  acordar  acerca  del  pleito  de 
San  José,  puesto  que  continuó  después  por  mucho  tiempo  todavía. 


APÉNDICES  179 


CONCEJO  DE  16  DE  ENERO. 

En  Avila,  sábado,  diez  y  seis  días  del  raes  de  Enero  de  mil  y 
quinientos  y  sesenta  y  tres  años,  estando  el  muy  Ilustre  Concejo  de 
la  dicha  cibdad  junto  en  su  ayuntamiento,  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  Concejo  Garci  Suárez 
Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdadi  y  su  tierra  por  Su  Majestad, 
y  Perálvarez  Serrano  y  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  dicha 
cibdad,  en  presencia  de  mí  Gómez  Camporrio,  escribano  público  y  del 
dicho  Concejo  y  testigos,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente.  Testigos: 
Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común  de  la  dicha  cib- 
dad,   y    Diego    Flores,    Mayordomo    de    la    dicha    cibdad... 

Sobre  lo  que  pedía  Diego  de  Villena  del  tiempo  que  se  ocupó  en 
Madrid  sobre  el  monesterio  de  las  monjas.  Este  día,  en  el  dicho  Con- 
cejo, Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  Común,  averiguó  la  cuenta 
con  Diego  de  Villena,  escribano,  el  cuai  pareció  haber  recebido  desta 
cibdad  diez  y  ocho  ducados  y  haber  pagado  en  cosas  que  mostró,  cin- 
cuenta y  cinco  reales  y  medio,  y  dice  haber  estado  cincuenta  días;  y 
vista  la  dicha  relación,  los  dichos  Señores  dixeron,  que  el  dicho  Alonso 
de  Robledo  hable  al  dicho  Diego  de  Villena,  que  se  contente  con  los 
trece  ducados  que  le  quedan  sin  los  que  pagó,  conforme  a  lo  que  tiene 
recebido  por  los  días  que  en  el  dicho  negocio  se  pudo  ocupar,  atento 
que    entendería    en    otros    negocios... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Perálvarez  Serrano.  Pasó  ante  mí,  Gómez 
Campo  Río.  Rubricado. 


CONCEJO    DE    23    DE    FEBRERO. 

En  Avila,  martes,  veinte  y  tres  días  del  mes  de  Febrero  de  mil  y 
quinientos  y  sesenta  y  tres  años,  estando  el  muy  Ilustre  Concejo  de 
la  dicha  cibdad  en  su  ayuntamiento,  a  campana  tañida,  según  que  lo 
han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  Concejo  Garci  Suárez 
Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad  y  su  tierra  por  Su  Majestad, 
y  Alonso  Guiera,  y  Perálvarez  Serrano,  Regidores  de  la  dicha  cibdad, 
ante  mí  Gómez  Camporrio,  escribano  público  y  del  dicho  Concejo, 
y    testigos,    se    hizo    y    mandó    lo    siguiente: 

Testigos:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  general  del  Común  de 
la  dicha  cibdad,  y  el  Licenciado  Vicente  Hernández,  Procurador  de  la 
dicha  tierra,  y  Rodrigo  Gallego,  Mayordomo  de  la  cibdad... 

Librar  a  Alonso  de  Robledo  dineros  que  gastó.  Este  día  en  el 
dicho  Concejo,  Alonso  de  Robledo,  Procurador  general  de  la  Repú- 
blica desta  cibdad,  presentó  un  memorial  de  maravedís  que  ha  gastado 
por  mandado  desta  cibdad  en  hacer  aderezar  ciertas  calles  y  en  lo 
del  pleito  del  nuevo  monesterio  de  Señor  San  Josepe,  su  tenor  del 
cual  es  este  que  se  sigue... 


180  APÉNDICES 


PLEITO     DE     LflS     MONJAS 


Que  pagó  a  Juan  Díaz,  escribano,  noventa  y  seis  reales  del 

diez  y  seis  días  que  fué  acompañado,  a  seis  reales  por  IniMiiLxim 
día,    que    se    lo    mando    dar    el    Señor    Corregidor.    . 


De  los  mandamientos  que  se  sacaron  del  Provisor  y  del  Re-i 
ccbtor  para  que  dixesen  los  testigos,  y  de  las  notifica-! 
cienes  y  del  treslado  del  interrogatorio,  tres  reales  yj 
medio j 


ex  IX 


Pagué  al  Receptor  treinta  y  cinco  reales  con  que  se  le  aca-j 

bó  de  pagar  su  salario  y   la  probanza  y  scripturas  que'iMcxc 
dló,  y  dio  carta  de  pago | 


Suma  en  esto  deste  pleito  cuatro  mil  y  quinientos  y  ^6tenta("i -. 
y    tres    maravedís I 


El  cual  dicho  memorial  y  cuenta  asi  presentado  por  el  dicho 
Alonso  de  Robledo,  y  visto  y  oído  por  los  dichos  señores  lo  que 
en  él  contiene,  pidió  y  suplicó  a  los  dichos  señores  le  manden  librar 
y  pagar  los  dichos  maravedís,  e  hizo  juramento  por  el  nombre  de 
Dios  y  de  Santa  María  y  sobre  la  señal  de  la  cruz,  en  que  puso 
su  mano  derecha  corporalmente,  en  forma  debida  de  derecho,  so  car- 
go del  cual  juró  y  declaró  haberse  gastado  y  él  pagado  en  las  cosas 
susodichas  los  maravedís  que  montan  en  el  dicho  memorial,  y  hizo 
el  dicho  juramento  y  respondió  a  la  fuerza  y  confusión  del,  y  dixo: 
así  lo  juro  e  amén.  Y  luego  los  dichos  señores  Justicia,  Regidores, 
visto  el  dicho  memorial  y  gasto  en  él  contenido,  mandaron  librar 
y  pagar  al  dicho  ñlonso  de  Robledo  los  maravedís  contenidos  en 
el  dicho  memorial  en  esta  manera:  los  gastados  en  aderezar  las  dichas 
calles,  en  los  maravedís  de  las  sobras  de  las  alcabalas  desta  cibdad, 
y  los  maravedís  gastados  en  el  dicho  pleito  que  esta  cibdad  con  el  di- 
cho monesterio  trata,  en  los  maravedís  de  los  propios  y  rentas  que 
esta  cibdad  tiene,  y  mandáronle  dar  libramientos  en  la  forma  su- 
sodicha   para    que    Rodrigo    Gallego   se   lo    dé    y    pague    luego... 

Garci  Siiárez  Carvajal,  Perálvurez  Serrano.  Paso  ante  mí,  (lómez 
Campo   Río.    Rubricado. 


CONCEJO     DE     19     DE    JUNIO. 

En  la  muy  noble  y  muy  leal  cibdad  de  Avila,  sábado,  diez  y  nueve 
días  del  dicho  mes  de  Junio  del  dicho  año,  estando  el  muy  Ilustre 
Concejo,  Justicia  y  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  estando  en  el  dicho 
concejo    Garci    Súarez    Carvajal,    Corregidor    en    la    dicha    cibdad    y    su 


APÉNDICES  18Í 

tierra  por  Su  Majestad,  y  Don  Antonio  Vela,  y  Pedro  del  Hguila, 
Regidores  de  la  dicha  cibdad  en  presencia  de  mí,  Gómez  Campo  Río, 
escribano    susodicho    y    testigos,    se    hizo    y    mandó    lo    siguiente: 

Testigo:   Diego  Flores,  Mayordomo  de  la  dicha  cibdad.... 

Que  se  siga  el  pleito  de  Señor  San  Jusepe.  Otro  sí,  los  dichos 
señores  mandaron  que  se  siga  el  pleito  questa  cibdad  trata  en  corte 
con  el  monesterio  de  Sr.  San  Jusepe. 

Garci  Siiárez  Carvajal,  Antonio  Vela.  Pasó  ante  mí,  Gómez  Campo 
Río.    Rubricado. 


CONCEJO    DE    13    DE    NOVIEMBRE. 

En  la  muy  noble  y  muy  leal  cibdad  de  Avila,  sábado,  treze  días 
del  mes  de  Noviembre  del  dicho  año  del  Señor  de  mil  y  quinientos  y 
sesenta  y  tres  años,  estando  junto  el  muy  Ilustre  Concejo,  Justicia, 
Regidores  de  la  dicha  cibdad  de  Avila,  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  y  costumbre,  estando  en  el  dicho  concejo  Qarci  Súarez 
Carvajal,  Corregidor  en  la  dicha  cibdad  de  Avila  y  su  tierra  por  Su 
Majestad,  y  Alonso  Quiera,  y  Perálvarez  Serrano,  y  Pedro  del  Águila, 
Regidores  de  la  dicha  cibdad,  ante  mí,  Gómez  Campo  Río,  escribano 
público  del  número  en  la  dicha  cibdad  de  Avila  y  su  tierra  y  escri- 
bano del  Concejo  deila  por  Su  Majestad,  se  hizo  y  mandó  lo  siguiente: 

Testigo:  Diego  Flores,  Mayordomo  de  la  dicha  cibdad,  y  Pedro  de 
Villaqiiirán,    escribano    público    del    número    y    del    dicho    Concejo... 

Sobre  el  edeficio  que  las  monjas  de  San  Josepe  tienen  hecho  sobre 
las  fuentes.  Este  día  los  dichos  Señores  Regidores  de  suso  declarados, 
dixeron  al  dicho  Señor  Corregidor,  que  ya  su  merced  sabe  lo  que 
está  pedido  y  hecho  por  parte  desta  cibdad  sobre  el  edeficio  que  las 
monjas  del  monesterio  de  Señor  S.  Josepe  nuevamente  tienen  hecho  sobre 
el  edeficio  del  agua  de  las  fuentes  desta  cibdad,  y  porque  como  su  mer- 
ced sabe  es  en  daño  y  perjuizio  della  y  su  república,  por  tanto  que  Je 
pídeiL,  y  si  nescesario  es  le  requieren,  lo  mande  determinar,  y  pidieron  a 
mi  el  dicho  escribano  lo  escriba  y  asiente  asi;  y  el  dicho  Señor  Co- 
rregidor dixo  y  respondió,  que  pidan  lo  que  viere  que  les  conviene 
pedir,  y  se  junte  con  lo  que  está  hecho  y  procesado  y  se  lo  lleven  para 
que  é!  lo  vea,  y  visto  provea  cerca  dello  lo  que  de  justicia  debe  ser 
hecho,   y   mandó   a   mí   el   dicho   escribano   lo  escriba   y   asiente   así. 

E  luego  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común  de  la 
dicha  cibdad,  que  presente  estaba,  dixo  que  pedía  y  pidió,  requería 
y  requirió  al  dicho  Señor  Corregidor  el  tanto  que  los  dichos  Seño- 
res Regidores  lo  tienen  pedido  y  requerido,  y  pidió  a  mí  el  dicho  es- 
cribano lo  escriba  y  asiente  así;  e  luego,  el  dicho  Señor  Corregidor, 
dixo  que  dexía  y  dixo,  respondía  y  respondió  lo  que  tiene  dicho  y  res- 
pondido al  requerimiento  que  los  dichos  señores  regidores  le  tienen 
dicho    y    requerido. 

Este  día  luego,  los  dichos  señores  regidores  dixeron  queste  dicho 
negocio   y    pleito    que   se   trata    por   el   edeficio,   está   cometido    al    Se- 


182  APÉNDICES 

ñor  Perálvarez,  que  presente  está,  y  si  necesario  es,  aliora  se  le 
tornaban  a  cometer  y  cometían  para  que  en  ello  haga  y  mande  hac2r 
lo   que   convenga    hacer   y    lo   que   sea    nescesario... 

Garci    Siiárez    Carvajal,    Perálvarez    Serrano,    Alonso    Quiera.    Pasó 
ante  mí,   Gómez  Campo   Río. 


AÑO  DE  1564. 
CONCEJO  DE  11  DE  ENERO. 

San  Josepe.  Trataron  los  dichos  Señores  Justicia  e  Regidores  sobre 
el  edeficio  que  las  monjas  del  monesterio  de  San  Josepe  tienen  hecho 
sobre  los  arcos  de  las  fuentes  de  la  cibdad,  e  habiendo  platicado 
sobre  ello,  acordaron  e  mandaron  que  el  dicho  Alonso  de  Robledo, 
Procurador  general  del  dicho  Común,  trate  con  las  dichas  monjas  el 
tiempo  que  quieren  para  desnacer  el  dicho  edeficio  y  de  la  manera 
que  ha  de  quedar  para  adelante  e  lo  concierte  con  ellas,  e  concertado 
dé  razón  en  el  dicho  consistorio  para  que  los  letrados  de  la  cibdad, 
ordenen  las  scripturas  que   sobrello  se  hobieren   de  hacer. 


CONCEJO    DE    1     DE    FEBRERO. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  Avila,  martes,  primero  días 
del  mes  de  Febrero,  año  del  Señor  de  mil  e  quinientos  e  sesenta  e 
quatro  años,  estando  juntos  en  el  consitorio  los  Ilustres  Señores  Jus- 
ticia e  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  a  campana  tañida,  según  que 
lo  han  de  uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas  tocantes 
e  convenientes  al  buen  gobierno  e  bien  de  la  República,  y  estando 
presentes,  conviene  a  saber,  los  muy  magníficos  Señores  el  licenciado 
Saavedra,  Alcalde  mayor  de  la  dicha  cibdad,  e  Perálvarez  Serrano, 
e  Pedro  del  Águila,  Regidor  de  la  dicha  cibdad,  e  por  ante  mí  Juan 
Valero,  escribano  público  del  número  e  del  dicho  Concejo,  ordenaron 
e  mandaron  lo  siguiente. 

Testigo:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común  de  la 
dicha  cibdad... 

San  Josepe.  El  dicho  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del 
dicho  Común,  dio  razón  en  el  dicho  Consistorio  cómo  ha  tratado 
con  las  monjas  del  monesterio  de  San  Josepe  lo  que  por  los  dichos 
señores  Justicia  z  Regidores  le  había  sido  cometido,  e  las  monjas 
le  habían  respondido  que  ellas  no  derribarían  el  edificio,  ni  tenían 
orden  de  poderle  hazer  en  otra  parte,  porque  son  muy  pobres;  pero 
que  siendo  los  dichos  señores  Justicia  e  Regidores  contentos,  se  obli- 
garían, que  siempre  que  fuese  menester  entrar  en  dicho  monesterio  a 
ver  o  adobar  el  dicho  edificio  de  las  fuentes,  abrirían  la  puerta  del 
dicho  monesterio  para  que  entrasen,   así  qualquiera   de  los  dichos  Se- 


APÉNDICES  183 

ñores  Regidores  o  el  Procurador  de  la  cibdad,  o  otra  qualquier  per- 
sona que  por  mandado  de  los  dichos  señores  Justicia  o  Regidores  fuese 
menester  entrar,  e  para  ello  darían  fianzas;  o  sino,  que,  atento  su 
pobreza,  si  los  dichos  Señores  Justicia  o  Regidores  fuesen  servidos 
de  ayudarles  con  alguna  limosna  que  les  diese  la  dicha  cibdad  para 
mudar  el  dicho  edificio  a  otra  parte,  le  mudarían.  Los  dichos  Seño- 
res Justicias  c  Regidores,  todos  de  una  conformidad,  dixeron  que  dicho 
Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  dicho  Común,  torne  a  tratar  con 
las  dichas  religiosas,  que  dentro  de  un  breve  término,  el  qual  come- 
tieron al  dicho  Alonso  de  Robledo,  derriben  el  dicho  edificio,  dejando 
libre  el  de  las  dichas  fuentes,  donde  no,  les  aperciba  que  se  prose- 
guirá  la   Justicia... 

Hernando    Saavedra,    Perálvarez    Serrano,    Pedro    del    Águila.    Pasó 
ante  mí,  Juan  Valero.  Rubricado. 


CONCEJO    DE    12    DE    FEBRERO. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  Avila,  sábado,  doze  días  del 
mes  de  Febrero  de  mil  e  quinientos  e  sesenta  e  cuatro  años,  estando 
junios  en  Consistorio  los  Ilustres  Señores  Justicia  e  Regidores  de  la 
dicha  cibdad  de  Avila,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han  de  uso  y  |de 
costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas  tocantes  e  convenientes  al  bien 
de  la  República  e  buena  gobernación  della,  y  estando  presentes  los 
muy  magníficos  Señores  el  licenciado  Saavedra,  Alcalde  mayor  en  la 
dicha  cibdad,  e  Don  Antonio  Vela,  e  Alonso  Yera,  e  Pedro  del  Águila, 
Regidores  de  la  dicha  cibdad,  e  por  ante  mi  Juan  Valero,  escribano 
público  del  numera  e  del  Concejo  de  la  dicha  cibdad,  ordenaron  e  ¡man- 
daron lo  siguiente. 

Testigos:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Común  de 
la   dicha   cibdad,  e    Diego   Flores,  Mayordomo  della... 

San  Josepe.  El  dicho  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del 
Común  de  la  dicha  cibdad,  dixo  en  el  dicho  Consistorio  que  a  él 
se  le  había  cometido  por  los  dichos  Señores  Justicia  e  regidores  tra- 
tase con  las  monjas  del  monesterio  de  San  Josepe  la  resolución  que 
dan  para  derribar  el  edificio  que  tienen  hecho  junto  con  el  de  las 
fuentes  desta  cibdad,  e  que  las  dichas  Señoras  le  habían  respondido 
por  scripto,  que  su  señoría  mande  ver  la  dicha  respuesta  e  proveer 
sobrello  lo  que  sea  justicia;  e  luego  yo,  el  dicho  escribano,  leí  lo 
que  las  dichas  religiosas  responden,  e  habiéndolo  oído  los  dichos 
señores,  cometieron  a  los  señores  Don  Antonio  Vela  e  Alonso  Yera, 
regidores,  que  juntamente  con  el  dicho  Alonso  de  Robledo,  Procura- 
dor de  la  dicha  cibdad,  traten  con  las  dichas  religiosas  derriben  el 
dicho  edificio,  dexándoles  libre  el  de  las  fuentes  de  la  dicha  cibdad; 
donde  no,  sentenciará  el  pleito  que  sobrello  se  trata  y  se  seguirá 
la  justicia... 

Licenciado  Saavedra,  Antonio  Vela,  Alonso  Quiera,  Pedro  del  Águi- 
la. Pasó  ante  mí,  Juan  Valero.  Rubricado. 


184  APÉNDICES 


CONCEJO    DE    11     DE    MARZO. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  Avila,  sábado,  a  onze  días 
del  mes  de  Marzo,  año  del  Señor  de  mil  e  quinientos  y  sesenta  e 
cuatro  años,  estando  juntos  en  consistorio,  a  campana  tañida,  según 
que  lo  han  de  uso  e  de  costumbre  los  Ilustres  Señores  Justicia  e  Re- 
gidores de  la  dicha  cibdad,  de  se  juntar  para  las  cosas  tocantes  c 
convenientes  al  bien  de  la  República  e  buen  gobierno  della,  y  estando 
presentes  el  Ilustre  Señor  Garci  Súarez  Carvajal,  Corregidor  de  la 
dicha  cibdad,  e  los  muy  magníficos  Señores  Gil  de  Villalba,  e  Pedro 
del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  e  por  ante  mí  Juan  Valero, 
escribano  público  del  número  e  del  dicho  Concejo,  ordenaron  e  man- 
daron lo  siguiente. 

Testigo:  el  licenciado  Vicente  Hernández,  Procurador  General  de 
los  pueblos,  c  Alonso  de  Robledo,  Procurador  General  del  Comiín  de 
la  dicha  cibdad... 

San  Josepe.  Dióse  una  petición  por  parte  del  monesterio  de  San  Jo- 
tsepe,  en  que  piden  se  cumpla  el  asiento  que  por  parte  desta  cibdad  les 
ofrescieron  los  Señores  Don  Antonio  Vela  c  Alonso  Quiera,  Regidores,  e 
quel  censo  que  esta  cibdad  tiene  sobre  las  casas  donde  es  el  dicho 
monesterio,  e  síobre  otras  que  quieren  comprar  e  meter  en  él,  la  dicha 
cibdad  lo  resciba  sobre  otras  casas  en  esta  cibdad,  e  que  se  nombre 
persona  por  ella  para  que  lo  concierte.  Los  dichos  Señores  Justicia  e 
Regidores,  habiendo  oído  la  dicha  petición,  dixeron  que  en  lo  que  toca 
a  lo  que  la  cibdad  les  toma,  está  presta  de  pagar  lo  que  fuese  tasado 
por  dos  personas,  e  que  lo  demás  que  piden  se  les  de  tiempo  para 
derribar  el  edificio.  Respondieron,  que  luego  entienden  en  derribarle 
e  se  les  da  tiempo  para  ello  e  para  que  tengan  hecha  la  pared,  e 
cercada  su  casa  por  todo  el  mes  de  Abril;  c  que  en  lo  que  toca 
al  mudar  de  los  censos,  son  contentos  que,  dando  el  dicho  monesterio 
otro  tanto  censo  en  otras  dos  casas,  se  les  dexará  el  que  la  dicha 
cibdad  tiene  sobre  el  dicho  monesterio  e  sobre  las  otras  casas  que 
quieren  comprar,  con  que  en  las  otras  casas  dexen  el  dicho  edifício 
de  las  fuentes:  libre;  e  cometieron  al  Señor  licenciado  Vicente  Hernán- 
dez que  lo  trate  con  las  dichas  religiosas,  e  que  yo,  el  dicho  escri- 
bano, vaya  con  él  para  asentar  lo  que  allí  se  tratare,  e  Alonso  de 
Robledo,  Procurador  General  del  Común  de  la  dicha  cibdad,  que  pre- 
sente estaba,  vino  en  esto... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Gil  de  Villalba,  Pedro  del  Águila.  Pasó 
ante  mí,  Juan  Valero.  Rubricado. 


CONCEJO    DE    18    DE    MARZO. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  Avila,  sábado,  a  diez  e  ocho 
días  del  raes  de  Marzo,  año  del  Señor  de  mil  e  quinientos  e  sesenta 
e  cuatro  años,  estando  juntos  en  consistorio  los  Ilustres  Señores  Jus- 
ticias   e    Regidores    de    la    dicha    cibdad    de    Avila,    a    campana    tañida, 


APÉNDICES  185 

según  que  lo  han  de  uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas 
tocantes  e  convenientes  al  bien  de  la  República  e  buena  gobernación 
della,  y  estando  presentes  el  Ilustre  Señor  Garci  Súarez  Carvajal, 
Corregidor  de  la  dicha  cibdad,  e  los  muy  magníficos  Señores  Don 
Antonio  Vela...  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  e  por  ante  mí  Juan  Va- 
lero, escribano  público  del  número  c  concejo  de  la  dicha  cibdad,  pro- 
veyeron   lo    siguiente. 

Testigo:    Diego    Flores,    Mayordomo    de    la    cibdad... 

Si/ii  Josepc.  El  Señor  Licenciado  Vicente  Hernández,  dio  razón 
en  el  dicho  Concejo  de  la  respuesta  que  le  dieran  las  monjas  de  San 
Josepe  cuando  fué  a  tratar  con  ellas  lo  que  se  le  cometió  sobre  el 
edificio  de  las  fuentes,  que  fué,  que  atento  quel  término  que  se  les  da 
para  derribar  el  edificio  es  breve,  que  suplican  a  Su  Señoría  los  den 
más  término,  e  que  en  todo  lo  demás  resciben  muy  grand  merced, 
de  la  que  se  les  haze.  El  Señor  Don  Antonio  Vela,  pidió  e  requirió 
al  dicho  Señor  Corregidor  mande  executar  la  sentencia  que  sobre 
el  dicho  edificio  está  hecha  e  dada  con  protestación  de  se  quexar  por 
ante  quien  con  derecho  deba.  A  este  requerimiento  se  arrimó  el  dicho 
Alonso  de  Robledo,  e  el  Señor  Corregidor  respondió  que  le  traigan 
el    proceso   e   sentencia   e   está    presto    de   cumplirlo. 

Pidió  Francisco  Jiménez  se  le  dé  licencia  para  que  celebre  la  venta 
que  tiene  hecha  de  una  casa  suya,  que  és  junto  al  monasterio  de  San 
Josepc,  la  qual  es  censual  a  esta  ciudad^  y  la  tiene  vendida  a  Julián 
Dávila,  clérigo,  vecino  de  Avila,  o  si  no,  que  la  tome  la  dicha  cibdad 
por  el  tanto,  por  quel  tiene  necesidad  de  su  dinero.  Los  dichos  Señores 
Justicia  e  Regidores  respondieron,  que  tienen  entendido  que  la  dicha 
casa  se  compra  para  meterla  en  e!  monasterio  de  San  Josepe,  e  que 
la  cibdad  tiene  sesenta  días  para  responder;  que  dentro  dellos  se 
le  responderá  lo  que  ha  de  hazer,  c  que  en  el  entretanto  se  le  manda 
no  disponga  de  la  dicha  casa.  Notifiquélo  al  dicho  Francisco  Ximéncz, 
que  presente  estaba  e  lo  oyó... 

Tornaron  los  dichos  Señores  a  tratar  e  platicar  sobre  el  dicho  edi- 
ficio que  se  lia  de  derribar  a  las  monjas  de  San  Josepe,  e  habiéndolo 
comunicado  con  los  dichos  licenciado  Vicente  Hernández  e  Alonso  Ro- 
bledo, Procurador  del  dicho  Común,  que  presentes  estaban,  acordaron  que, 
atento  que  las  dichas  monjas  son  pobres,  e  que  de  la  una  e  de  la  otra 
parte  del  dicho  edificio  de  las  fuentes  se  les  toma  del  suelo  que  ellas 
tienen  suyo  propio,  que  se  tase  el  dicho  edificio  e  lo  mismo  el  dicho 
suelo  que  se  les  toma,  e  queste  se  les  pague  e  gratifique,  para  que  con 
lo  que  se  les  diere  puedan  comenzar  la  pared  que  para  cerrarse  han 
de  hacer,  e  nombraron  para  tasarlo  a  Xrisptobal  Martin  e  a  Fabián 
Pcrexil,  carpinteros,  vecinos  de   la  dicha  cibdad  de   Avila... 

Garci  Siiárez  Carvajal,  Antonio  Vela.  Pasó  ante  mí,  Jnan  Valero. 
Rubricado. 

CONCEJO    DE    21     DE    A\flRZ0. 

Consistorio.  En  la  muy  noble  cibdad  de  Avila,  martes,  a  veinte 
e    un    días    del    mes    de    Marzo,    año    del    Señor    de    mil    e    quinientos 


186  APÉNDICES 

e  sesenta  e  cuatro  años,  estando  juntos  en  consistorio  los  Ilustres 
Señores  Justicia  e  Regidores  de  la  diclia  cibdad,  a  campana  tañida,  se- 
gún que  lo  han  de  uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas 
tocantes  e  convenientes  al  bien  de  la  República  e  buena  gobernación 
della,  y  estando  presentes  el  Ilustre  Señor  Garci  Súarez  Carvajal,  Co- 
rregidor en  la  diclia  cibdad,  e  los  muy  magníficos  Señores  Don  An- 
tonio Vela  e  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  diciía  cibdad,  e  por 
ante  mí  Juan  Valero,  escribano  público  del  numera^  e  del  dicho  Concejo, 
ordenaron  e  mandaron  lo  siguiente. 

Testigos:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  Común,  e  Diego  Flo- 
res, Mayordomo  de  la  dicha  cibdad  e  vecinos  della... 

Tasación  del  suelo  que  tomó  a  San  Josepe.  Pedro  de  Villaquirán, 
escribano,  vino  al  dicho  Concejo  con  Fabián  Perexil  e  Xrisptobal  Mar- 
tín, carpinteros,  vecinos  de  Avila,  nombrados  por  el  dicho  Concejo 
para  tasar  lo  que  se  toma  a  las  monjas  de  San  Josepe  del  suelo, 
junto  al  edificio  de  los  arcois,  e  presentaron  una  declaración  e  tasación 
firmada  de  sus  nombres  e  del  dicho  Pedro  de  Villaquirán,  escribano, 
la  cual  vista  por  ios  dichos  Señores,  mandaron  que  los  veinte  mil 
maravedís  en  qu€  tasaron  el  dicho  suelo,  se  libren  por  terceras  partes 
en  propios  de  la  cibdad  e  sobras  de  alcabalais  e  fuentes,  e  que  se  dé 
luego  el  dinero  a  Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  Común  para  que 
dellos  haga  traer  piedra  e  comience  luego  el  edificio,  e  de  los  dichos 
dineros  pague  él  estando  alzada  la  pared;  dé  aviso  al  Señor  Corregidor 
para    que    se    derribe    el    dicho    edificio... 

Ordenaron  e  mandaron  loa  dichos  Señores  que  si  el  monesterio 
de  San  Josepe  diere  el  censo  que  tiene  esta  cibdad  sobre  las  casas 
donde  es  el  dicho  monesterio,  e  sobre  las  que  compraron  de  Fran- 
cisco Ximénez,  e  sobre  otras  casas  en  esta  cibdad,  que  se  les  dcxe 
el  dicho  censo  e  se  haga  escriptura  de  transación,  aunque  el  dicho  censo 
la  den  sobre  una  casa  sola,  dando  primero  razón  qué  casa  es,  e  dónde, 
para  que  la  dicha  cibdad  se  satisfaga  del  dicho  censo. 

Garci  Siiárez  Carvajal,  Antonio  Vela,  Pedro  del  Águila.  Pasó  ante 
mí,  Juan  Valero.  Rubricado. 


CONCEJO    DE    1     DE    ABRIL. 

Consistorio.  En  la  nobie  cibdad  de  Avila,  sábado,  a  primero  dia 
del  mes  de  Abril,  año  del  Señor  de  mil  e  quinientos  e  sesenta  e 
cuatro  años,  estando  juntos  en  consistorio  los  Ilustres  Señores  Justicia 
e  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han 
de  uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas  tocantes  c  concer-? 
nientes  al  bien  de  la  República  e  buena  gobernación  della,  y  estando 
presentes  el  Ilustre  Señor  Garci  Súarez  Carvajal,  Corregidor  en  la 
dicha  cibdad,  e  los  muy  magníficos  Señores  D.  Antonio  Vela,  e  Pedro 
del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  Cibdad,  e  por  ante  mí  Juan  Valero, 
escribano  público  del  número'  e  del  Concejo  de  la  dicha  cibdad,  orde- 
naron e  mandaron  lo  siguiente. 

Testigos,  Alonso  de  Robledo,  Procurador  general  del  Común  de 
la  dicha  ciudad. 


APÉNDICES  187 

San  Joscpe.  Dióse  una  petición  por  parte  de  las  monjas  de  San  Jo- 
sepe  en  que  piden  se  les  dé  licencia  para  que  se  celebre  la  venta  de  las 
casas  que  tienen  compradas  de  Francisco  Ximénez,  e  que  en  el  en- 
tretanto que  dan  el  censo  de  la  dicha  casa  e  de  la  del  monesterio  en 
otra  parte,  depositarán  el  dinero  que  puede  valer,  e  pagarán  los  re- 
ditos.  Los  dichos  Señores  Justicia  e  Regidores  mandaron  que  señalen 
primero  el  censo,  o  si  no,  que  den  una  persona  llana  e  abonada  que 
se  obligue  dentro  de  un  año  a  dar  comprado  el  dicho  censo,  y  en  el 
entretanto  le  pagarán  para  lo  cual  a  de  hazer  la  obligación  de  la 
manera  que  por  parte  de  la  cibdad  se  le  pidiere... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Antonio  Vela,  Pedro  del  Águila.  Pasó  ante 
mí,  Juan  Valero.  Rubricado. 


CONCEJO    DE    22    DE    ABRIL. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  ñvila,  sábado,  a  veinte  e  dos 
dias  del  mes  de  Abril,  año  del  Señor  de  mil  e  quinientos  e  sesenta 
e  cuatro  años,  estando  juntos  en  consitorio,  a  campana  tañida,  los 
muy  Ilustres  Señores  Justicia  e  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  según 
que  lo  han  de  uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas  to- 
cantes e  concernientes  al  bien  de  la  República  e  buena  gobernación 
della,  y  estando  presentes  el  muy  Ilustre  Señor  Garci  Súarez  Car- 
vajal, Corregidor  en  la  dicha  cibdad,  e  los  muy  magníficos  Seño- 
res Alonso  Yera  e  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  cibdad  e 
por  ante  mí  Juan  Valero,  escribano  público  del  número  e  del  concejo 
de  la  dicha  cibdad,  proveyeron  lo  siguiente. 

Testigos:  Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  Común,  e  Diego  Flo- 
res, Mayordomo  de  la  dicha  cibdad... 

San  Josepe.  Dióse  una  petición  por  parte  del  monesterio  de  San 
Josepe  en  que  piden  se  les  dé  licencia  para  quel  censo  que  la  cibdad 
tiene  sobre  las  casas  del  dicho  monesterio  e  sobre  las  que  más  ha  com- 
prado, se  pase  sobre  dos  pares  de  casas  que  Francisco  de  Peralta 
tiene  junto  al  dicho  monesterio,  e  así  mismo  piden  se  les  pague  lo 
que  se  tomare  en  un  corral  que  han  comprado,  para  quel  edificio 
de  las  fuentes  quede  libre,  e  si  fuese  posible,  se  les  dexe  un  poco, 
de  manera  quel  dicho  monesterio,  dentro  de  su  casa,  se  pueda  ser- 
vir del.  Los  dichos  Señores  Justicia,  Regidores,  habiéndola  oído,  res- 
pondieron lo  que  tienen  proveído  en  otras  peticiones  que  por  el  dicho 
monesterio  se  han  dado,  e  cometieron  al  señor  Pedro  del  Águila,  Re- 
gidor, e  Alonso  de  Robledo,  Procurador  del  Común,  para  que  vean 
las  dichas  casas  e  se  satisfagan  que  son  libres  de  censo,  e  en  el 
primar  Concejo  den  razón  dello  para  que  se  dé  la  dicha  licencia, 
e  que  con  el  deceno  dinero  se  acuda  a  Rodrigo  Gallego,  mayordomo 
de   la   dicha   cibdad... 

Garci  Suárez  Carvajal,  Pedro  del  Águila.  Pasó  ante  mí,  Juan  Va- 
lero.  Rubricado. 


188  APÉNDICES 


CONCEJO     DE     29     DE     flRRIL. 

Consistorio.  En  la  noble  cibdad  de  Avila,  sábado,  a  veinte  e  nueve 
días  del  mes  de  Abril  de  rail  e  quinientos  e  sesenta  e  cuatro  años, 
estando  juntos  en  consistorio  los  muy  Ilustres  Señores  Justicia  e  Re- 
gidores de  la  dicha  cibdad,  a  campana  tañida,  según  que  lo  han  de 
uso  e  de  costumbre  de  se  juntar  para  las  cosas  tocantes  e  concer- 
nientes al  bien  de  la  República  y  buena  gobernación  della,  y  estando 
presentes  los  muy  magníficos  Señores  el  licenciado  Juan  Páez  de  Saa- 
vedra,  Alcalde  mayor  en  la  dicha  cibdad,  e  los  Señores  Don  Antonio 
Vela  e  Pedro  del  Águila,  Regidores  de  la  dicha  cibdad,  e  por  ante 
mí  Juan  Valero,  escribano  público  del  número  e  del  dicho  Concejo, 
ordenaron  e  tnandaron   lo   siguiente. 

Testigos:  el  licenciado  Vicente  Hernández,  Procurador  General  de 
los  pueblos,  c  Alonso  de  Roliledo,  Procurador  del  Común,  e  Diego 
Flores,  Mayordomo   de  la   dicha   cibdad... 

San  Josepe.  El  dicho  Señor  Regidor  Pedro  del  Águila  dio  razón 
en  el  dicho  Concejo,  cómo  juntamente  con  el  dicho  Alonso  de  Ro- 
bledo, Procurador  del  Común  desta  cibdad,  por  comisión  del  dicho 
Concejo,  había  visto  las  casas  de  Francisco  de  Peralta,  que  las  mon- 
jas de  San  Josepe  han  señalado  para  pagar  sobrellas  el  censo  que  la 
dicha  cibdad  tiene  sobre  las  casas  donde  es  el  dicho  monesterio,  e 
sobre  las  qucran  de  Francisco  Ximénez,  e  sobre  la  cerca  que  agora 
compran,  e  ique  las  dichas  casas  son  buenas,  pero  que  le  paresce  dificul- 
tad no  ser  más  de  un  par  de  casas,  e  sobre  las  que  agora  se 
tiene  el  censo  ser  dos  pares  e  una  cerca,  aunque  para  la  cantidad 
ques  todo  el  dicho  censo,  son  harto  suficientes  las  casas  del  dicho 
Peralta.  Los  dichos  Señores  Justicia  e  Regidores  di.xeron  que,  atento 
que!  dicho  trueco  se  hace  para  el  beneficio  de  las  dichas  religiosas 
e  ques  servicio  de  Dios  Nuestro  Señori,  e  que  la  cibdad  en  la  cantidad 
no  pierde  ninguna  cosa,  que  daban  e  dieron  licencia  para  que  los 
dichos  censos  se  carguen  sobre  las  casas  del  dicho  Francisco  de  Pe- 
ralta, e  cometieron  a  Rodrigo  Gallego,  Mayordomo  de  la  dicha  cibdad. 
que  haga  hacer  las  escrituras,  constándole  primero  del  título  que  tiene 
a  las  dichas  casas,  la  persona  que  se  obligase  al  dicho  censo,  c  así 
mismo  dieron  licencia  para  que  se  pasen  las  ventas  de  la  casa  de 
Francisco  Ximénez  e   de   la   cerca   que   agora  quieren  comprar... 

Licenciado  Saavedra,  Antonio  Vela,  Pedro  del  Águila.  Pasó  ante 
mi,   Juan    Valero.    Rubricado    (1). 


1  No  dicen  más  los  acuerdos  del  Conceio  acerca  de  este  pleito.  Las  Actas  de  1562  están  en 
un  volumen,  y  las  de  l-WS  ij  15ót  en  otro.  I.o  que  traen  acerca  de  los  censos  de  la  ciudad 
sobre  algunas  casas  y  la  compra  de  otras  por  las  religiosas  de  San  José,  está  confotme  con  los 
documentos  del  archivo  de  esta  Comunidad,  y  que  no  reproducimos  porque  no  es  nuestro  pro- 
pósito escribir  la  hisloria  de  este  monasterio,   la  cual  dejamos  para  lugar  más  oportuno. 


APÉNDICES  189 


X  Y  I  I  I 


jhs 


PETICIOK     nE     SANTA     TERESA     AL     CONCEJO     DE     AVILA     (1). 


A\uij  ilustres  Señores: 

Como  nos  informamos  no  hacia  ningiin  daño  al  edificio  del  agua 
estas  ermititas  que  aquí  se  han  hecho,  y  la  necesidad  era  muy  grande, 
nunca  pensamos,  visto  V.  S.  (2)  la  obra  que  está  hecha,  que  sólo  sirve  de 
alabanza  del  Señor  y  tener  nosotras  algún  lugar  apartado  para  ora- 
ción, di€ra  a  V.  S.  pena;  pues  allí  particularmente  pedimos  a  Nuestro 
Señor  la  conservación  de  esta  ciudad  en  su  servicio. 

Visto  V.  S.  lo  toma  con  desgusto,  de  lo  que  todas  estamos  penadas, 
suplicamos  a  V.  S.  lo  vean;  y  estamos  aparejadas  a  todas  las  escritu- 
ras,  y   fianzas  y   censo   que  los   letrados   de   V.   S.   ordenaren,   para   si- 


1  Hállase  el  original  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Medina  del  Campo,  del  que  tcneirios 
fotografía.  Como  se  deduce  de  la  lectura  de  las  Actas  del  Concejo  de  Avila,  son  varias  la.s 
piezas  jurídicas  que  de  las  religiosas  de  San  José  figuraban  en  el  pleito  seguido  con  la  ciudad, 
probablemente  de  letra  de  Santa  Teresa,  como  la  que  aquí  publicamos.  En  la  misma  petición  de 
la  Santa  vienen  las  siguientes  apostillas  notariales,  que  nos  dan  a  conocer  la  fecha  en  qué  fué 
escrita  y  presentndíi: 

^En  7  Diciembre  de  1505.  Del  nionesterio  de  San  Josepe. 

»En  concejo,  martes  a  siete  de  Diciembre  de  mil  e  quinientos  e  sesenta  e  tres  años  se 
leyó  esta  carta  o  petición  de  las  religiosas  de  San  Josepe;  e  proveyeron  los  Señores  Justicia  c 
Regidores  que  estaban  en  su  dicho  concejo,  que  para  el  primer  regimiento  se  llamen  todos  los 
Regidores  que  están  en  la  cibdad,  e  se  les  muestre  la  dicha  petición,  para  que  sobre  ella  se 
tome  el  acuerdo  que  les  paresciere,  o  se  prosiga  la  justicia.  Juan  Valero,  (rubricado). 

>t  Que  para  sábado  (11  de  Diciembre),  se  llamen  todos  los  caballeros,  para  el  sábado 
próximo,   para  que  den  el  medio  que  les  paresciere. 

"En  Avila,  20  de  Enero  de  \^'i  años,  ante  el  señor  Alcalde  mayor,  por  ante  mí  Pedro 
de  Villaquirán,  escribano,  paresció  presente  el  doctor  Francisco  de  Robledo,  Procurador  general 
primero  de  la  dicha  cibdad,  y  en  el  pleito  que  trata  con  el  nionesterio  de  San  Josepe,  para  la 
información  que  le  fué  mandada  dar,  hizo  presentación  de  la  carta  que  las  religiosas  del  dicho 
monesterio  escribieron  a  la  cibdad,  como  parte  para  el  pedimento  de  la  que  está  ante  Juan  Va- 
lero, escribano  del  Concejo  y  del  número.  El  Señor  Alcalde  mayor  la  mandó  poner  en  el  pro- 
ceso, e  que  lo  verá  e  hará  justicia.  Testigos:  Gil  del  Hierro,  escribano,  e  Blas  Martines,  e  /ln~ 
ionio  Gortsales,  presentes,  vecinos  de  Avila-. 

2  Si  bien  la  Santa  trae  en  singular  estas  abreviaturas,  han  de  leerse  en  plural:  «vuestras 
señoría.'!»,  puesto  que  se  dirige  a  los  miembros  que  forman  el  consistorio  abulense.  Un  facsímil 
fotográfico  publicóse  en  el  Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia,  correspondiente  al  mes  de 
Marzo  de  1915,  pero  en  la  versión  que  de  él  se  hace,  se  cometen  algunas  faltas  de  lectura. 


190  APÉNDICES 

guridad  de  que  en  ningún  tiempo  verná  daña,  y  a  esto  siempre  estu- 
vimos determinadas. 

Si  con  todo  esto,  V.  S.  no  se  satisficieren,  que  muciio  de  enliora- 
l^uena  se  quite,  como  V.  S.  vean  primero  el  provecho  y  no  daño  que 
hace;  que  más  queremos  no  esté  V.  S.  dosconten[tos],  que  todo  el 
consuelo  que  allí  se  tiene,  aunque  por  ser  espiritual,  nos  dará  pena 
carecer   dél. 

Nuestro  Señor  las  muy  ilustres  personas  de  V.  S.  guarde  y  con- 
serve  siempre  en   su   servicio,   amén. 

Indinas    siervas,    que    las    manos    de    V.    S.    besan, 

LflS     POBRES     HERMANAS     DE     SaN      JOSEF. 


APÉNDICES  191 


XIX 


RELACIÓN     DE     LO     QUE     OCURRIÓ     EN     LA     FUNDACIÓN     DE     SAN     JOSÉ,     POR     JULIÁN 
DE   AVILA,    TESTIGO   OCULAR    (1). 


Llegado  el  mediodía  después  que  la  casa  e  monesterio  de  Señor 
San  José  se  fundó  e  publicó  por  el  pueblo,  a  mi  parescer  que  nunca 
tan  al  vivo  se  representó  en  la  Iglesia  de  Dios  lo  que  pasó  el  día 
de  Ramos,  cuando  en  Jerusalén  rcscibieron  a  Jesucristo  todo  el  pue- 
blo junto,  con  el  mayor  aplauso  e  fiestas,  que  nunca  a  rey  de  la 
tierra  se  hizo  ni  hará...;  a  este  modo,  ansí  como  la  Santa  Madre,  viendo 
acabado  lo  que  tanto  había  trabajado,  e  tanto  había  deseado,  la  dio 
el  mayor  contento  que  ella  había  tenido  en  la  vida,  ansí  en  sabiéndose 
en  el  pueblo,  y  en  habiéndose  ya  extendido  casi  por  todos  los  vecinos 
de  él,  fué  tanto  el  contento  y  hacimiento  de  gracias  a  Dios,  que  de 
todos  se  hacía,  que  no  faltaba  sino  decir  a  voces,  como  el  día  de  Ra- 
mos dijeron:  «Bendito  sea  el  que  viene  en  el  nombre  del  Señor: 
sálvanos.  Señor,  en  las  alturas».  A  este  modo  daban  todos  gracias 
a  Dios,  alabándole  e  bendiciéndole  de  ver  una  iglesia  nueva,  un  mo- 
nesterio edificado  tan  de  proviso,  un  fundamento  de  religión  tan  per- 
fecto, que,  en  el  contento  común  de  todos,  páresela  esto  pronóstico 
del  servicio  que  a  Dios  se  había  de  hacer;  de  manera,  que  este 
contento  de  todos,  tan  común  c  tan  público,  no  duró  más  de  otras 
tres  o  cuatro  horas,  que  a  lo  más  no  pasó  del  mediodía,  que  parescía 
se  había  medido  el  contento  y  gozo  de  la  Santa  Madre  con  el  de 
todo  el  pueblo.  Pero  después,  como  dio  el  Señor  licencia  a  el  de- 
monio para  que  le  escureciese  el  entendimiento  y  la  causare  tanta 
turbación,  como  lo  dijo  en  el  capítulo  pasado,  ansí  paresce  que  a  esta 
medida  permitió  el  Señor,  por  sus  juicios  secretos,  se  ofuscasen  los 
entendimientos  de  todos  los  principales  de  la  ciudad,  que  les  parescía 


1  Para  completar  en  lo  posible  la  ¡nfoimación  histórica  acerca  de  lo  ocurrido  en  la 
fundación  de  la  primera  casa  de  la  Reforma  carmelitana,  reproducimos  la  relación  siguiente, 
hecha  por  Julián  de  Avila,  que  intervino  directamente  en  ella  y  ayudó  no  poco  a  Santa 
Teresa  en  aquellos  días  de  tan  penosa  tribulación.  Nació  este  siervo  de  Dios  en  Avila  por 
los  años  de  1526.  Intimó  con  la  Santn  cuando  en  1562  se  fundó  el  monasterio  de  San  José. 
Una  hermana  suya,  María  de  San  José,  fué  de  las  cuatro  primeras  que  tomaron  el 
hábito  de  Descalzas.  Muiió  santamente  en  la  misma  ciudad  el  26  de  Febrero  de  1605,  sien- 
do capellán  del  Monasterio  de  San  José  desde  1563.  Sobre  el  Venerable  Julián  de  Avila 
véase  la  Vida  que  acaba  de  publicar  en  Toledo  el  P.  Gerardo  de  S.  Juan  de  la  Cruz,  C.  D. 
La  relación  que  publicamos  está  lomada  de  la  Vida  de  Santn  Teresa  de  Jesús,  escrita  por 
el  Venerable  y  publicada  en  Madrid,  ano  de  1881.  Véanse  los  capítulos  VII  y  VIII  de  la  parte 
primera.  En  sustancia,  repite  lo  mismo  en  la  Declaración  prestada  para  la  beatificación  y  ca- 
nonización de  la  Santa  en  Avila  el  aflo  de  1596,  la  cual  se  conserva  en  el  palacio  epis- 
copal   de    aquella   ciudad. 


192  '  APÉNDICES 

que  todo  el  pueblo  se  había  de  perder  si  no  se  deshacía  aquella  casita 
pequeña  y  pobre,  que  se  había  levantado;  e  para  esto  pusieron  tantas 
diligencias  como  se  podían  poner  cuando  una  ciudad  se  está  abrasando 
con  fuego  para  matarlo,  o  como  se  pueden  poner  para  escaparse 
de  los  enemigos  cuando  la  tienen  cercada;  lo  cual  diremos  en  particu- 
lar, después  que  digamos  de  la  manera  que  se  hobieron  con  la 
Santa   Madre   el   Provincial   y   sus   monjas   de   la   Encarnación. 

Y  fué  que,  como  supieron  la  priora  y  monjas  de  la  Encarnación 
lo  que  pasaba,  hubo  un  alboroto  y  desasosiego  no  menos  que  el 
que  ya  había  en  la  ciudad.  Los  dichos  que  cada  uno  descía  y  de  la 
manera  que  la  culpaban,  ¿quién  lo  podrá  descir?  Parescía  se  ha- 
llaban afrentadas  en  que  se  hiciese  monesterio  de  su  Orden  sin  re- 
lajación; y  dijeron,  que  aun  nunca  la  Madre  liabía  podido  guardar 
lo  relajado,  que  ¿cómo  había  de  guardar  lo  riguroso? ;  que  lo  que 
había  hecho  más  era  por  inquietar  las  comunidades,  que  no  para  otra 
cosa;  finalmente,  sin  más  consideración  envió  la  priora  de  la  Encar- 
nación a  mandar  a  la  Madre  se  saliese  luego  del  monesterio  que  había 
fundado,  e  fuese  e  volviese  luego!  a  su  propia  casa  de  la  Encarnación. 
Y  esto  fué  tan  luego,  que,  pasada  la  hora  de  comer,  que  aún  no  sé 
si  para  desayunarse  la  dieron  lugar,  porque  fué  tan  obediente  como 
esto,  que,  en  oyendo  el  mandato  de  la  priora,  luego  se  fué  a  la  En- 
carnación, dejando  solas  las  cuatro  doncellas  pobres  recién  dadas  el 
iiábilo.  Cualquiera  que  considerase  lo  que  sentiría  la  Santa  iWadre 
en  dejallas  tan  presto  y  lo  que  las  recién  tomadas  el  habito  sen- 
tirían en  verse  quedar  solas  con  los  hábitos  ya  rescibidos,  y 
con  muestras  que  se  los  habían  de  quitar  e  volverse  a  sus  casas; 
esto  bien  se  deja  entender.  Lo  que  se  podría  sentir  e  temer  que  todo 
lo  que  se  había  hecho  se  había  de  deshacer,  principalmente,  que  luego 
entendieron  de  la  suerte  que  también  lo  tomaban  en  la  ciudad;  pero 
en  estos  trances  tan  terribles  mostró  el  Señor  cuan  fortalescida  tenía 
a  su  sierva;  porque,  aunque  todo  esto  era  muy  gran  ocasión  para 
sentir  mucho,  y  aun  para  desconfiar  mucho,  con  todo  eso  fué  a  la 
Encarnación  luegoi,  e  iba  muy  contenta;  lo  uno,  de  que  ya  dejaba  hecho 
el  monesterio;  lo  otro,  de  que  se  la  ofrescían  tan  buenos  lances  de 
trabajos  en  que  se  emplear;  pues  que  no  eran  otros  sus  deseos  sino 
el  de  padescer  por  Jesucristo,  porque  bien  vía  y  entendía  que  para 
eso  la  había  el  Señor  fortalescido  con  tantas  y  tan  señaladas  mer- 
cedes. Ya  llevaba  tragado  que  ¡a  habían  de  meter  en  alguna  cárcel 
oscura,  y  dejarla  a  solas  en  ella,  con  las  demás  circunstancias,  que 
a  los  que  quieren  castigar  suelen  hacer,  y  esto  no  solam.entc  no  la  daba 
pena,  más  antes  la  parescía  la  venia  bien  para  descansar  los  muchos 
días  que  había  trabajado,  y  que  la  habían  de  dar  lugar  para  recu- 
perar el  sueño  que  en  muchas  noches  había  perdido,  e  para  fener  muchas 
horas  de  oración,  que  por  las  muchas  ocupaciones  había  faltado.  Con 
estas  prevenciones  e  presupuestos,  salió  del  monesterio  nuevo  de  San 
José  para  ir  a  el  de  la  Encarnación,  yendo  yo  por  escudero  y  como 
su  capellán.  Desde  aquel  día  me  ofrescí  por  tal,  y  lo  he  sido  hasta 
agora,  y  seré  hasta  la  muerte,  habiéndolo  ya  sido  al  pie  de  cuarenta 
y  dos  años.  Porque  mientras  vivió,  después  que  esta  primera  casa  hizo, 
la  serví  veinte  años,  y   la  acompañé  en  todas  las  más  fundaciones  que 


APÉNDICES  193 

en  su  vida  hizo  (1);  y  ansí  todo  lo  que  de  aquí  adelante  dijere,  lo  diré 
como  testigo  de  vista;  de  manera  que  la  llevamos  y  otros  clérigos 
a  su  casa  de  la  Encarnación.  Y  por  mal  que  fué  rescibida,  no  fué 
tanto  como  la  sierva  de  Dios  llevaba  tragado,  e  ya  encomendado,  a  Dios. 
Porque,  antes  que  saliese  de  San  José  (que  se  me  había  olvidado), 
hizo  oración  a  el  Santísimo  Sacramento,  y  encomendándole  aquellas 
nuevas  plantas,  y  encargándolo  y  poniéndolo  en  las  manos  de  Dios 
y  de  Señor  San  José,  con  esto  salió  consolada  en  que  todo  se  había 
de  hacer  bien.  Y  ansí  como  la  priora  e  monjas  vieron  a  la  Santa 
Madre,  paresce  que  la  furia  que  tenían  se  había  algo  aplacado;  por- 
que, aunque  ella  no  se  disculpaba,  remitióse  el  juicio  de  la  causa  para 
,cuando  viniese  el  Provincial;  y  ansí,  mientras  venía,  la  sierva  de 
Dios,  como  tenía  segura  la  conciencia,  y  antes  entendía  había  hecho 
buena  obra  y  honrado  a  la  Orden,  con  esto  no  teníg  que  temer  mucho 
al  Provincial.  Porque,  si  quería  también  dar  disculpas,  teníalas  muy 
buenas  e  bastantes  para  satisfacer  a  cuantos  la  quisieren  culpar,  y  con 
esto  ni  perdía  la  quietud  de  su  alma,  ni  la  esperanza  de  que  lo  que 
estaba  hecho  se  había  de  aniquilar,  como  toda  la  demás  gente  pen- 
saba, y  aguardaba  la  ruina  y  estallido  que  de  lo  hecho  se  había  de  dar. 

Pero  como  Dios  era  el  que  lo  amparaba  y  guiaba,  fué  muy  a  el 
revés  de  lo  que  pensaban;  porque,  venido  el  Provincial,  como  era 
tan  amigo  de  la  religión  e  deseaba  la  perfección  de  ella,  no  le  pá- 
reselo tan  mal  como  todos  pensaban;  antes  la  dijo  que,  como  el  pue- 
blo se  asosegase,  la  daría  luego  licencia  para  volverse  con  las  nuevas 
monjas,  que,  mirándolo  bien,  no  hobiera  quien  no  las  tuviera  lás- 
tima el  haberlas  dejado  tan  solas,  que  verdaderamente  parescían  ovejas 
entre  lobos.  Porque  fué  tanto  el  conato  y  furia  que  toda  la  ciudad 
puso  en  que  el  monesterio  se  deshiciese,  que  no  parescía  sino  que 
a  cada  uno  le  iba  la  vida  en  ello;  en  tanta  manera,  que  el  Corregidor 
fué  determinado  a  sacarlas  del  monesterio,  y  las  dijo  que,  si  no  que- 
rían salir,  las  quebrantarían  las  puertas;  e  creo  lo  hicieran  de  hecho, 
sino  que,  al  fin,  tuvieron  respeto  al  Santísimo  Sacramento,  que  estaba 
muy  cerca  de  la  portería.  Y  también  como  el  venerable  D.  Alvaro  de 
'Mendoza,  obispo  de  Avila,  había  rescibido  el  monesterio  por  suyo, 
estando  debajo  de  su  obediencia,  no  osaron  desmandarse  a  hacerlo  de 
hecho;  pero  pensaron  que  con  persuasiones  y  amenazas,  que,  como 
era  gente  pobre  las  que  habían  tomado  el  hábito,  de  espantarlas  y 
hacerlas  salir.  Pero  el  Señor,  que  había  dicho  a  la  Santa  Madre  que 
la  Virgen  guardaría  una  puerta  y  señor  San  José  guardaría  la  otra, 
lo  cumplieron,  y  dieron  a  las  cuatro  pobrecitas  tan  grande  espíritu 
y  esfuerzo,  que  no  temiendo  las  amenazas  del  Corregidor,  respondie- 
ron que  ellas  no  habían  de  salir,  sino  era  por  mano  de  quien  allí  las 
había  metido;  que  si  querían  quebrar  las  puertas  las  quebrasen  en 
hora  buena,  que  quien  lo  hiciese  mirase  primero  lo  que  hacía;  y  con 
esto   se   volvieron,  sin   osar   hacer   a   lo   que  venían   determinados. 

E  como  por  este  camino  no  hicieron  nada,  tomaron  otro  más  pru- 
dencial, y  es  que,  como  toda  la  ciudad  era  de  un  parescer  de  que  se 


1       Hasta   que  la   Santa    tuvo    Carmelitas   Uesralzos    que    la    pudieran    acompañar    en  los 
viajes  y   ayudar  en  las  fundaciones,  siempre  llevó   consigo  a   este  virtuoso  sacerdote. 

11  13 


19t  APÉNDICES 

¡deshiciese  el  monesterio,  acordaron  de  hacer  una  junta,  la  más  so- 
lemne que  se  podía  hacer  en  el  mundo,  aunque  fuera  en  ello  sal- 
varse toda  España  o  perderse;  porque  convocaron  los  regidores,  e 
trujeron  a  su  consistorio,  lo  primero  todos  los  regidores,  luego  la 
junta  que  se  hace  del  Común,  luego  hicieron  venir  de  todas  las 
Religiones  dos  religiosos  los  más  letrados  y  de  autoridad  (1),  y  el  Pro- 
visor, y  de  parte  del  Cabildo.  Estando  esta  tan  famosa  junta,  empe- 
zaron a  poner  en  votos  y  paresceres,  si  sería  bien  que  aquel  mones- 
terio, siendo  de  pobreza  y  estando  la  ciudad  pobre,  si  era  bien  se 
deshiciese,  o  si  sería  bien  se  quedase.  Empezáronse  a  declarar  todos 
los  convocados  por  su  orden.  Vinieron  todos  en  parescer  que  era 
bien  que  el  monesterio  se  deshiciese,  porque  era  mucho  cargo  para 
la  ciudad  mantener  a  trece  monjas,  que  entonces  no  se  pretendía  fue- 
sen más,  e  no  advertían  que  estas  trece  entraban  a  servir  a  Dios, 
y  que  en  la  ciudad  se  mantienen  muchos  centenares  de  hombres  y  mu- 
jeres que  con  su  mala  vida  sirven  a  el  demonio,  e  nunca  se  da  orden 
de  quitar  tantos  que  se  mantienen  sin  trabajar,  dando  mal  ejemplo  a 
los  demás,  e  -parescíales  que  se  había  de  destruir  la  ciudad  por  man- 
tener trece  Descalzas. 

Bien  se  echó  de  ver  cuánta  diligencia  ponía  el  demonio  para  cegar 
los  entendimientos  de  todos,  haciéndoles  traer  las  tinieblas  por  luz, 
e  la  luz  por  tinieblas.  En  esto  dije  a  el  principio  se  había  representado 
lo  que  pasó  el  día  de  Ramos,  que  por  la  mañana  rescibieron  a  Jesu- 
cristo con  tanta  alegría  y  autoridad,  y  a  la  tarde  le  dejaron  tan 
a  solas,  que,  viendo  el  Señor  que  todos  le  habían  dejado,  fué  menes- 
ter salirse  de  la  ciudadl,  e  después  todo  fué  hacer  concilios  para  qui- 
tarle la  vida.  Ansí  el  día  de  San  Bartolomé,  luego  por  la  mañana, 
alababan  toda  la  ciudad  a  Dios  por  el  nuevo  monesterio  que  había 
aparescido;  pero  después  de  mediodía  no  paresció  sino  que  San  Bar- 
tolomé había  soltado  a  todos  los  demonios  del  infierno,  para  que 
destruyesen  y  deshiciesen  aquella  casita,  que  había  de  ser  principio 
de  tantas  almas  como  por  ella  se  les  habían  de  ir  de  entre  manos. 
E  cierto  que  también  se  ha  visto  claro  cómo  lo  permitió  el  Señor 
para  mostrar  su  poder  en  cosas  tan  dificultosas,  y  dar  a  entender 
a  la  cristiandad  cómo  esta  obra  más  era  de  la  poderosa  mano  de 
>Dios,  que  no  de  una  mujer!,  y  que  la  quiso  Dios  tomar  por  instrumento 
para  darnos  a  entender,  que  con  lo  flaco  puede  vencer  a  lo  fuerte,  y 
que  la  simplicidad  santa  vence  a  los  sabios  del  mundo.  De  manera, 
que  en  la  junta  tan  solemne  que  se  juntó  para  deshacer  lo  que  Dios 
iquería  hacer,  no  se  hallaron  más  de  el  Provisor  y  un  fraile  dominico  (2) 
que  dieron  algunas  razones  en  contrario  del  parescer  de  todos  y  en 
favor  del  monesterio.  Sed  ¿quid  ínter  tantos?  No  se  hizo  caudal  de 
tan  pocos  que  hablaban  sin  pasión,  habiendo  tantos  que  la  tenían. 
Pero  contra  Dios  no  hay  resistencia,  aunque  salieron  todos  con  que 
se  había  de  deshacer,  como  Dios  quería  que  se  hiciese,  valían  poco 
sus    votos    e   diligencTas.    E    si    el    Obispo    de    Avila    no    estuviera    tan 


1  Algunos  más  asistieron   de   la   Orden    de    Santo    Domingo,    como    hemos    visto    en    la 
página   170. 

2  P.  Dominflo  Báftez. 


APÉNDICES  195 

de  parte  de  la  Madre,  no  dudo  sino  que  de  hecho  la  acabaran  aquel 
día;  pero  esas  son  las  trazas  de  Dios,  para  que  por  medios  humanos 
se    haga   lo   que   quiere. 

También  la  favoresció  mucho  el  Maestro  Gaspar  Daza,  que  era 
por  quien  el  Obispo  se  regía,  y  él  y  yo  decíamos  misa  a  las  cuatro, 
que  habían  quedado  bien  solas  de  las  gentes,  pero  no  de  Dios,  que 
las  miraba  como  plantas  nuevas,  de  las  cuales  había  de  venir  tan  abun- 
dante fruto  a  la  Iglesia  de  Dios.  De  manera  que,  como  vio  la  ciudad 
e  regidores  que  no  les  convenia  de  hecho  derrocar  las  puertas,  e  des- 
hacer el  monesterio,  dieron  en  llevarlo  por  vía  de  pleito,  c  lo  que 
era  tan  espiritual,  hacerlo  negocio  de  Hudiencia,  e  de  estrados  e  pro- 
curadores. E  fué  lo  bueno  que,  aunque  la  Santa  Madre  tuvo  licencia 
de  defender  su  causa  por  vía  de  pleito  ordinario,  ella  no  tenía  dinero 
para  sustentar  el  pleito;  y  aunque  lo  tuviera,  no  la  aprovechara.  Por- 
que como  era  la  ciudad  y  el  regimiento  el  que  lo  contradecía,  no  había 
escribano,  ni  procurador,  ni  letrado  que  quisiere  defender  la  causa; 
a  tanto  que  yo,  como  era  clérigo,  e  no  tenía  miedo  a  los  seglares, 
me  era  forzado  hablar  en  defensa  del  monesterio,  y  si  algún  rcqui- 
rimiento  se  había  de  hacer  a  €l  Corregidor,  yo  le  hacía,  e  iba  y  venía 
a  la  Encarnación  a  dar  cuenta  a  la  Santa  Madre  de  lo  que  pasaba, 
y    ella    servía    de    letrado,    e   yo   de    procuradora. 

Y  aunque  en  cuanto  podía  nos  ayudaba  aquel  caballero  que  la 
sierva  de  Dios  tenía  por  amigo  verdadero  (1),  que  nunca  la  dejó  de 
favorescer,  como  era  hombre  de  tanta  autoridad,  acóntesela  entrar 
yo  en  la  pieza  a  hacer  algún  requirimiento  a  la  justicia,  y  que- 
dábase él  como  ascondido,  porque  no  lo  viesen  en  público  andando 
en  estos  dares  c  tomares.  Gonzalo  de  Aranda,  que  era  un  clérigo  muy 
honrado  y  de  mucha  virtud,  que  también  era  de  nuestra  parte,  se 
movió  a  ir  a  la  corte  de  parte  del  monesterio  de  San  José  (2),  y 
en  poniendo  que  se  puso  la  causa  en  el  Consejo,  mandaron  dar  un 
recetor  que  viniese  a  Avila  c  hiciese  información  de  parte  de  la  ciudad 
c  de  parte  del  monesterio.  Y  vino  y  muy  despacio  hizo  sus  informa- 
ciones y  las,  llevó  a  el  Conseje,  e  fué  de  suerte  que,  como  la  ciudad 
había  gastado  sus  dineros  en  pagar  a  el  recetor,  e  como  la  pasión  c 
tentación  se  había  ya  aplacado,  e  también  entenderían  que  la  infor- 
mación del  monesterio  iba  más  bastante  que  no  la  suya,  no  siguieron 
el  pleito,  y  quedóse  el  monesterio  hecho,  sin  que  hubiese  quien  se 
lo  contradijese.  Y  mientras  el  pleito  duró,  viendo  el  Señor  a  su 
sierva  algo  temerosa,  la  consoló  diciendo:  «¿Qué  temes?  ¿No  sabes 
que  soy  poderoso P»  Bien  se  ha  visto  que  si  el  poder  del  Señor  no 
valiera,  que  una  mujer  encerrada  no  pudiese  librarse  de  las  manos 
de  tíintos  e  tan  poderosos  contrarios.  Y  aun  el  modo  con  que  el 
Señor  favoresció  esta  su  obra,  es  mucho  de  considerar  que  toda  una 
ciudad  no  fuese  para  resistir  una  monja  encerrada  y  sin  dinero,  y 
sin  haber  quien  hable  ni  vuelva  por  ella  sino  personas  que,  movidas 
de  caridad  y  de  la  justicia  o  razón,  ayudaban  con  sus  personas  y  otras 
con  sus  dineros;    de  suerte  que,  según  fué  fama,  más  dejó  la  ciudad 


1  Véase  el  Libro  de  la  Vida,  p.   313. 

2  Vida.  c.  XXXVl,  páoina  313. 


196  APÉNDICES 

de  seguir  el  pleito  por  no  tener  dinero  que  gastar  en  él,  que  por  otra 
causa  alguna;  y  que  a  la  sierva  de  Dios,  no  tiniendo  hacienda,  ni 
dineros,  ni  deudos  que  se  lo  emprestasen,  tuvo  para  sustentar  el  pleito 
en  Avila  y  «n  la  corte,  y  por  falta  de  posibilidad  nunca  lo  dejara... 
Hcabada  tan  gran  contradicción  e  pleito  tan  trabado  como  hubo 
entre  la  ciudad  y  el  nuevo  monesterio,  procuraba  la  Santa  Madre  al- 
calzar  licencia  de  su  Provincial  para  venirse  con  aquellas  nuevas  plan- 
tas, que  tan  a  solas  habían  quedado.  Y  aunque  tuvo  gran  miedo  que 
no  se  la  habían  de  dar,  como  el  Señor  iba  ya  aplacando  las  furias 
de  los  demonios,  no  solamente  la  dio  licencia,  sino  también  a  otras 
dos  monjas,  que  viniesen  con  ella  para  poder  enseñar  las  cuatro  no- 
vicias y  empezar  a  hacer  el  Oficio  divino.  Con  tan  buena  licencia, 
salió  acompañada  de  dos  religiosas  muy  siervas  de  Dios:  la  una  se 
llamaba    ñna    de    los    Angeles,    e    la    otra    María    de    San    Pablo... 

Y  entrando  que  entró  en  la  portería,  junto  a  ella  estaba  una  reja 
de  palo,  e  muy  cerca  de  la  reja  estaba  el  altar,  aunque  con  decencia, 
pero  con  harta  pobreza  y  estrechura;  porque  en  portería  y  coro,  a 
donde  el  Santísimo  Sacramento  estaba,  no  me  paresce  a  raí  habría 
arriba  de  diez  pasos:  representaba  bien  a  el  portalico  de  Belén,  ñl 
lado  de  la  mano  izquierda,  dentro  de  la  reja  que  dividía  la  portería 
y  el  coro,  a  donde  estaba  el  Santísimo  Santísimo  Sacramento,  casi 
junto  al  altar,  estaba  otra  rejica  de  palo,  que  hacía  el  coro  de  las 
monjas;  estaba  todo  junto,  que  casi  no  había  pasos  que  dar  para  ir 
de  una  parte  a  otra. 

Llegó  la  Santa  Madre,  y  abriendo  la  reja  del  coro  de  acá  fuera, 
postróse  delante  del  Santísimo  Sacramento,  antes  que  en  el  monesterio 
entrase,  e  puesta  en  arrobamiento,  vio  a  Jesucristo  que  la  rescibía 
con  grandísimo  amor,  e  púsola  en  la  cabeza  una  corona,  agradescién- 
dola  lo  que  había  hecho  por  su  Santísima  Madre.  E  no  solamente  la 
consoló  con  esto,   sino  que  también   se  la   apáreselo  la   Virgen  María... 

Y  en  esta  casa  e  Iglesia  tan  pobre,  como  se  empezó  a  descir  el 
Oficio  divino  con  devoción,  empezáronla  a  tener  todo  el  pueblo  tan 
grande,  que  los  que  la  habían  perseguido  la  alababan  e  descían  ser 
obra  de  Dios,  y  ayudaban  con  sus  limosnas.  E  frecuentábase  la  Igle- 
sia, aunque  eran  tan  poquitos  los  que  en  ella  cabían,  que,  con  con- 
formidad de  todos,  se  empezaron  a  comprar  las  casas  de  más  cerca, 
e  poco  a  poco  se  ha  venido:  a  hacer  tan  buena  iglesia,  en  su  tanto, 
como  la  hay  en  la  ciudad.  E  tienen  ya  casa  y  huerta,  lo  que  les 
basta  para  pasar  y  guardar  su  Regla;  que,  aunque  en  sí  es  áspera, 
como  se  lleva  con  tanta  voluntad  y  amor  de  Dios,  es  fácil  de  llevar; 
porque,  como  dijo  Jesucristo  en  su  santo  Evangelio:  mi  yugo  es  suave, 
e  mi  carga  es  liviana,  a  los  que  con  amor  verdadero  de  Dios  la  quie- 
ren llevar.  Porque,  donde  no  hay  amor,  lo  liviano  se  hace  pesado,  y 
a  donde  le  hay,  lo  pesado  se  hace  liviano  e  llevadero,  y  lo  dificul- 
toso se  hace  fácil  e  se  lleva  con  contento,  como  se  ha  visto  e  ve 
en  esta  casa  y  en  Ledas  cuantas  de  Descalzas  se  han  edificado;  que, 
con  ser  la  más  áspera  Orden,  y  el  encerramiento  más  estrecho,  e  la 
penitencia  mayor,  se  lleva  con  más  contento  que  en  las  demás  Ordenes. 

La  Regla  es  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  sin  relajación,  como 
la    ordenó    Fr.    Hugo,    cardenal    de    Santa    Sabina,    que    fué    dada    el 


Apéndices  197 

año  de  mil  y  doscientos  y  cuarentai  y  ocho  anos,  en  el  año  quinto  del 
Pontificado  del  Papa  Inocencio  cuarto.  Nunca  jamás  se  ha  de  comer 
carne,  ayunarse  los  ocho  meses  del  año,  y  esto  nunca  se  quebranta  sino 
con  gran  necesidad  de  enfermedad.  Llámase  la  primitiva  Regla,  por- 
que se  procura  guardar  lo  que  guardaban  los  ermitaños  antiguos,  que 
moraban  en  ermitas  en  el  Monte  Carmelo.  Guárdase  el  voto  de  la 
pobreza  con  todo  rigor  posible,  porque  nenguna  monja  puede  poseer 
íii  tener  en  su  celda  cosa  de  adorno,  ni  vestido,  ni  comida,  ni  otra  cosa 
alguna  más  de  un  jergón  de  paja,  en  que  se  acostarán  (porque  no 
duermen  en  colchones),  con  mantas  de  sayal,  ni  en  almohadas  de 
cama.  No  se  usa  lienzo  ni  en  camisas,  sino  siempre  de  estameñas;  y 
aun  yo  vi,  con  el  fervor  que  al  principio  se  tomaban,  que  usaron  en 
algún  tiempo  tener  las  túnicas  primeras  del  sayal  de  que  se  hacen 
los  costales,  hasta  que  el  Perlado  se  les  mandó  quitar,  porque  no 
les  hiciese  maj  a  la  salud.  No  hablan  con  seglares,  sino  es  cuando  con- 
viene al  aprovechamiento  de  sus  almas,  e  por  negocio  particular  e 
nescesario.  Tienen  tres  horas  de  oración  mental  e  lición,  repartidas 
entre  día  y  noche.  Tienen  dos  exámenes  de  conciencia,  el  uno  antes 
de  comer,  y  el  otro  antes  de  acostar;  y  sobre  todo,  se  fundan  en 
humildad  e  mortificación,  y  en  trabajos  como  pobres.  El  vestido  es 
todo  de  sayal,  con  alpargatas  a  los  pies  por  la  honestidad.  No  pue- 
den tener  Don,  aunque  sean  hijas  de  grandes. 


198  APÉNDICES 


XX 


FACULTAD     DEL     P.     PROVINCIAL     CALZADO     PARA     QUE     SANTA     TERESA     PUEDA     VIVIR 
EN     SAN    JOSÉ    DE    AVILA     (1). 


NOS,   Fray   Ángel   de   Salazar,   Provincial   en   la   Provincia   de   Castilla 
de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen. 

Por  la  presente  damos  licencia  a  las  carísimas  y  muy  religiosas 
señoras,  doña  Teresa  de  Ahumada  y  María  Ordóñez,  y  Ana  Gómez,  y 
doña  María  de  Cepeda,  religiosas  profesas  de  nuestro  monesterio  de 
la  Encarnación  de  Avila,  para  que  todas  estas  cuatro  señoras  reli- 
giosas estén  en  la  casa  y  monesterio  de  San  Joseph  desta  sobredicha 
ciudad,  como  hasta  agora  han  estado  para  enseñamiento  y  doctrina 
de  las  religiosas  nuevas  que  en  aquella  casa  agora  se  crían,  y  para 
todo  lo  demás  que  en  la  edificación  spiritual  y  temporal  della  man- 
dare y  ordenare  el  limo,  y  Rmo.  Sr.  Obispo  de  Avila,  en  cuya 
obediencia  y  disposición  la  sobredicha  casa  del  Señor  S.  Joseph  se 
funda,  y  las  religiosas  della  viven.  Y  para  que  las  sobredichas  cuatro 
religiosas  de  nuestra  obediencia  puedan  vivir  más  sosegadamente  y  con 
mayor  descanso  espiritual,  por  la  presente  les  damos  licencia  para 
que  se  puedan  se  confesar  con  cualesquiera  confesores  idóneos,  reli- 
giosos o  clérigos,  y  para  que  puedan  tener  uso  y  administración  de 
cualesquiera  limosnas  y  socorros  que  les  fueren  dados  por  sus  deu- 
dos o  por  otras  qualesquiera  personas,  y  gastarlos  en  sus  usos  y  sus 
necesidades,  sin  perjuicio  ni  ofensa  de  el  santo  voto  de  pobreza 
que  profesaron;  y  juntamente  encargamos  mucho  a  todas  sus  ca- 
ridades que  en  el  sobredicho  monesterio  y  casa  del  Señor  S.  Joseph 
hagan  en  todo  según  la  voluntad  y  disposición  de  su  Illmo.  Señor, 
cuyo  servicio  len  esto  y  en  todo  deseamos,  y  damos  la  sobredicha  li- 
cencia  para  todo  lo   que  dicho   es,   por  espacio   de  un   año;    desde  la 


1  Consérvase  el  original  de  esta  facultad  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  José  de 
Avila.  Pasó  la  Santa  definitivamente  a  su  primer  convento  reformado  a  mediados  de  la  Cuares- 
ma de  1563,  como  hemos  visto  en  María  Pinel  y  otros  escritores.  El  mismo  P.  Ángel  de  Sala- 
zar  dice  en  las  Informaciones  de  Valiadolid  que  demoró  la  licencia  para  que  pasase  a  San  José 
por  algunas  dificultades  que  se  ofrecieron;  pero  al  fin  se  la  dio  «por  conocer  el  espíritu  u  santo 
celo  que  la  movía  a  tal  empre.sa».  Con  ella  fueron  de  la  encarnación  Ana  de  San  Juan,  Ana  de 
los  Angeles,  María  Isabel  e  Isabel  de  San  Pablo.  «El  ajuar  que  entonces  llevó  a  su  nuevo  con- 
vento, dice  el  P.  Jerónimo  de  San  José  en  su  Historia  del  Carmen  Descalzo,  lib.  IV,  c.  VI,  pá- 
gina 630,  sacándolo  prestado  del  monasterio  de  la  Encarnación,  fué  una  esterilla  de  pajas,  un 
cilicio  de  cadenilla,  una  disciplina  y  un  hábito  viejo  y  remendado;  de  lo  cual  dejó  una  memoria 
firmada  de  su  mano  en  el  convento  de  la  Encarnación  para  que  hubiese  cuidado  de  cobrarlo  y 
ella  de  volverlo.  ¡Tanta  era  la  riqueza  con  que  salió  a  fundar!» 


APÉNDICES  199 

fecha  desta  nuestra  licencia,  que  es  fecha  en  nuestra  casa  del  Car- 
raen  de  ñvila,  a  veinte  y  dos  días  del  mes  de  Agosto  (1),  año  de  mil 
y  quinientos  y  sesenta  y  tres  años.  Y  ansí  lo  firmamos  de  nuestro 
nombre  y  sellamos  con  el  sello  de  nuestro  oficio. 

t  (aquí  la  firma) 

t    (aquí   el   sello) 


1  Como  para  esta  fecha  llevaba  ya  la  Santa  viviendo  algunos  meses  en  San  José,  debió 
de  otorgarle  esta  facultad  verbalmente  bastante  antes.  El  P.  Ángel  fué  mug  afecto  a  Santa  Te- 
resa ü  muy  amigo  de  toda  reformación,  así  que  gustaba  de  que,  aun  cuando  vivía  en  la  En- 
carnación, visitase  a  las  religiosas  de  San  José,  harto  necesitadas  de  guía  y  de  consueto. 


200 


APÉNDICES 


XXI 


HUTORIZflCION      DEL      NUNCIO      DE      SU      SANTIDAD      PARA      QUE      LA      MADRE      TERESA 
PUEDA    VIVIR    EN    SAN    JOSÉ. 


(21    de    Agosto    de    ISó'l)    (1). 


Alexandcr  Cribellus.  Dei  et  Apos- 
tolicae  Sedis  gratia,  E  pisco  pus 
Cariatensis  et  Geruníinus,  sanctis- 
simi  in  Christo  Patris  et  Domini 
nostri  Domini  Pii,  divina  providen- 
tia,  Papae  Quarti,  et  dictac  Se- 
dis ciim  potestate  Legati  de  Late- 
re  ad  serenissimum  Dominum  Phi- 
lippum  Hispaniarum  Regem  Catholi- 
ciim,  ct  in  Hispaniarum  regnis  Niin- 
tías.  Dilectae  in  Christo  Theresiae 
de  Ahumada,  moniali  professae  Or- 
dinís  Beatae  Mariae  de  Monte  Car- 
melo, salutem  in  Domino.  Exponi 
nobis  nuper  fecisti,  quod  tu,  ob 
melioris  vitae  frugem  et  singula- 
rem  quem  ad  monasterium  Sancti 
Joseph  Gjusdem  Ordinis  in  civitate 


Alejandro  Críbelo,  por  la  gracia 
de  DiOiS  y  de  la  Santa  Sede  Apos- 
tólica, Obispo  Cariatense  y  Gerun- 
tino,  Nuncio  con  potestad  de  Lega- 
do a  Laterc  de  nuestro  Santísimo 
en  Cristo  Padre  y  Señor,  Pío,  por 
la  divina  Providencia,  Papa  Cuar- 
to, y  de  la  dicha  Sede  Apostólica, 
al  serenísimo  señor  rey  católico  de 
las  Españas  don  Felipe,  en  sus  rei- 
nos de  España.  A  la  amada  en 
Cristo  Teresa  de  Ahumada,  mon- 
ja profesa  de  la  Orden  de  Nuestra 
Señora  del  Monte  Carmelo,  salud 
en  el  Señor.  De  vuestra  parte  se 
nos  ha  hecho  ahora  relación,  cómo 
por  causa  de  servir  a  Nuestro  Se- 
ñor y  del  singular  afecto  que  te- 
néis al  convento  de  San  José,  de 


1  El  original  se  guarda  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  José  de  Avila.  La  traducción 
es  de  Fr.  Jerónimo  de  San  José,  Historia  del  Carmen  Descalzo,  p.  923.  Al  terminar  el  año  con- 
cedido por  el  P.  Ángel  de  Salazar  para  que  la  Santa  morase  en  San  José,  le  otorgó  el  Nuncio 
de  Su  Santidad,  previa  autorización  del  P.  Provincial,  el  permiso  de  continuar  de  conventual  en 
dicho  monasterio.  Aunque  en  el  Breve  se  liice  que  Santa  Teresa  residía  en  la  Encarnación,  ha 
de  entenderse  solamente  de  la  conventualidad,  que  aun  radicaba  en  aquella  casa.  Este  Decreto 
del  Nuncio  tuvo,  por  fin,  confirmación  plena  por  las  Letras  de  Su  Sautidad  Pío  IV,  fechas  a  17 
de  Julio  de  1565,  como  hemos  visto  en  la  página  161. 


APÉNDICES 


201 


Abulensi  nuper  fundatum  et  erec- 
tum  (in  quo  arctior  viget  obser- 
vantia  regularis  dicti  Ordinis  quam 
in  monasterio  Incarnationis  ñbulen- 
si,  in  quo  de  praesenti  commora- 
ris)  geris  affcctum,  cuperes  te 
transferre,  et  inibi,  sub  illius  arcta 
ct  regulari  observantia  debitum  Do- 
mino reddere  famulatum.  Nos  ita- 
que,  te  in  hujusmodi  laudabili  pro- 
posito confoverc  volentes,  et  atten- 
dentes  ea,  quae  a  nobis  petis,  jus- 
ta fore  et  honesta,  tuis  in  hac  parte 
supplicationibus  inclinari,  auctorita- 
te  Apostólica  nobis  concessa,  qua 
fungimur  in  hac  parte,  tibi,  ut,  ac- 
cedente ad  id  licentia  et  assensu 
Ministri  Provincialis  dicti  Ordinis, 
de  dicto  monasterio  Incarnationis 
ad  monasterium  Sancti  Joseph  ejus- 
dem  Ordinis  supra  dictum,  in  quo 
regularis  vigeat  observantia,  te 
transferre,  ac  ómnibus  et  singulis 
privilegiis,  indultis  et  gratiis,  qui- 
bus  caeterae  moniales  in  eo  ab 
initio  receptae  quomodolibet  utun- 
tur,  potiuntur  ct  gaudent,  uti,  po- 
tiri  et  gaudere  libere  et  licite  va- 
leas,  in  ómnibus  et  per  omnia,  te- 
nore  praesentium  licentiam  concedí- 
mus  et  facultatem,  te  postmodum 
a  primo  monasterio  Incarnationis 
ct  illius  observantiis  penitus  ab- 
solventes.  Non  obstantibus  ílposto- 
licis  Constitutionibus  et  Ordinatio- 
nibus  ac  praefati  monasterii  sta- 
tutis  et  consuetudinibus  caeterisque 
contrariis  quibuscumque. 

Datum  in  oppido  de  Madrid, 
tolctanac  dioecesis,  anno  Incarnatio- 
nis   Dominicae    MDLXIV,    duodeci- 


religiosas  de  la  misma  Orden,  poco 
há  fundado  en  la  ciudad  de  Avila, 
en  el  cual  se  guarda  y  florece  más 
la  observancia  regular  que  en  el 
convento  de  la  Encarnación  de  la 
misma  ciudad,  donde  al  presente 
residís,  deseáis  pasaros  a  él,  y 
allí,  y  debajo  de  su  estrecha  y 
regular  observancia  servir  con  per- 
fección a  Nuestro  Señor.  Nos,  que- 
riéndoos ayudar  y  favorecer  tan 
loable  propósito,  y  teniendo  aten- 
ción a  que  lo  que  nos  pedís  es 
justo  y  honesto,  condescendiendo  en 
esta  parte  con  vuestros  ruegos  y 
petición,  por  la  autoridad  apostó- 
lica que  Nos  es  concedida  y  de  que 
usamos  en  esta  parte,  por  el  tenor 
de  las  presentes,  os  concedemos 
licencia  y  facultad,  para  que,  in- 
terviniendo la  licencia  y  consenti- 
miento del  Padre  Provincial  de  la 
dicha  Orden,  os  podáis  pasar 
del  dicho  monasterio  de  la  Encar- 
nación, al  monasterio  sobredicho  de 
San  José  de  la  misma  Orden,  en 
el  cual  florezca  la  regular  obser- 
vancia, y  que  libre  y  lícitamente, 
en  todo  y  por  todo,  podáis  usar, 
gozar  y  aprovecharos  de  todos  y 
cualesquier  privilegios,  indultos  y 
gracias  que  en  cualquier  manera 
usan,  gozan  y  de  que  se  aprove- 
chan las  demás  religiosas  que  allí 
fueron  recibidas  desde  el  principio. 
Y  desde  ahora  en  adelante  os  ab- 
solvemos, y  del  todo  eximimos  de 
la  residencia  y  observancias  "del 
primer  monasterio  de  la  Encarna- 
ción. No  obstantes  las  constitucio- 
nes y  ordenaciones  apostólicas,  y 
estatutos    y    costumbres    del    dicho 


202 


APÉNDICES 


mo  Kal.  Septembris,  Pontiflcatus 
praelibati  sanctissimi  Doniini  no- 
stri  Pii  Papae  Quarti  anno  quinto. 

Alexander    Cribellas,     Episcopus, 
Nuntius  Apostólicus. 

Robe/tus    Tontanus,    Abbreviator. 


monasterio,  y  cualesquier  otras  co- 
sas en  contrario.  Dadas  en  la  vi- 
lla de  Madrid,  diócesis  de  Toledo, 
año  de  la  Encarnación  de  Cristo 
Señor  Nuestro  de  1564.  Día  duo- 
décimo de  las  Calendas  de  Se- 
tiembre, y  del  Pontificado  del  di- 
cho nuestro  Santísimo  en  Cristo 
Padre  y  Señor  Pío  Papa  IV  ,año 
V.  Alejandro  Críbelo,  Obispo,  Nun- 
cio Apostólico.  Roberto  Tontano, 
Abreviador. 


APÉNDICES 


203 


XXII 


CÉDULA     EN    QUE    HACE     CONSTAR     LA    SANTA     LA    COMPRA     DE    UN    PALOMAR    A    JUAN 
DE    SAN     CRISTÓBAL. 


t 

jhs 


Oy,  domingo  de  Casimodo  (1),  de  este  año  de  1564,  se  concertó 
entre  Juan  de  San  Cristóbal  y  Teresa  de  Jesús  la  venta  de  esta 
cerca  del  palomar,  en  cien  (2)  ducados,  libres  de  décima  y  alcabala. 
Dénsele  de  esta  manera:  los  diez  mil  maravedís  luego,  y  los  diez 
mil  para  Pascua  de  Spíritu  Santo  (3);  lo  demás  para  San  Juan  de  este 
presente  año.  Porque  es  verdad  lo  fir[mo]  (4). 


1  9  de  Abril. 

2  Escribió  la  Santa  ducientos,  pero  luego,  ella  o  algún  otro,  borró  la  primera  y  última  sí- 
laba, dejando  cien. 

3  21  de  Mayo. 

4  Del  autógrafo  falta  la  firma,  la  cual,  como  tantas  otras  de  la  Santa  se  cortaría  para  al- 
gún relicario.  El  original  de  este  recibo,  de  letra  de  Santa  Teresa,  se  veneraba  en  las  Carmelitas 
Descalzas  del  Corpus  Christi  de  Alcalá.  Hoy  le  tienen  los  Descalzos  de  Avila,  donde  le  foto- 
grafiamos en  Setiembre  de  IQlí.  Aunque  con  algunas  faltas,  ya  le  habían  publicado  Castro  Pa- 
lomino, t.  VI,  y  D.  Vicente  de  la  Fuente  en  Escritos  de  Santa  Teresa,  t.  1,  pág.  521.  En  el 
número  de  Noviembre  de  1914  del  Boletín  de  la  Real  flcademia  de  la  Historia,  publicó  su 
fotografía  el  P.  Fita,  hecha  por  el  P.  Justo  del  Niño  Jesús,  C.  D.,  conventual  de  Avila.  Tanto  el 
P.  Fita  en  el  número  citado,  como  D.  Bernerdino  Melgar,  en  el  correspondiente  al  mes  de  Diciembre, 
tratan  de  ilustrar  el  autógrafo  teresiano  con  largos  comentarios,  a  mi  juicio,  no  bien  fundados. 
Uno  y  otro  dan  por  averiguado  que  el  palomar  de  que  aquí  se  habla,  es  el  que  Santa  Teresa 
heredó  de  su  madre,  según  se  cree,  en  Gotarrendura,  y  del  cual  habla  la  misma  Santa  en  unas 
cartas  que  por  los  años  de  1546  escribió  a  Alonso  Veneguilla  o  Vinegrilla,  vecino  de  aquel 
lugar.  Presumimos  que  no  se  trata  aquí  de  una  venta  hecha  por  la  Santa,  sino  de  la  adqui- 
sición a  Juan  de  San  Cristóbal  de  una  cerca  con  palomar  que  tenía  junto  al  recién  fundado 
convento  de  San  José,  en  Avila,  de  la  cual  cerca  hizo  la  Santa  algunas  ermitas  por  las 
que  el  Concejo  de  Avila  le  obligó  a  derribar  como  perjudiciales  al  edificio  de  las  fuentes, 
según  hemos  visto  por  las  Actas  del  mencionado  Concejo.  En  la  sesión  por  él  celebrada 
en  29  de  Abril  de  1564,  se  dice  que  Pedro  del  Águila  y  Alonso  de  Robledo,  por  comi- 
sión del  Concejo,  habían  visto  «las  casas  de  Francisco  de  Peralta,  que  las  monjas  de  San  Josepe 
han  señalado  para  pagar  sobre  ellas  el  censo  que  la  dicha  cibdad  tiene  sobre  las  casas  donde 
es  el  dicho  monasterio,  e  sobre  las  queran  del  dicho  Francisco  Ximénez,  e  sobre  la  cerca  que 
agora  compran^.  El  contrato  de  la  cerca  se  había  concertado  en  9  de  aquel  mismo  mes,  cir- 
cunstancia que  bien  pudieron  ignorar  los  ediles  de  Avila,  si  bien  tenían  conocimiento  de  que  las 
religiosas  intentaban  comprarla,  y  aun  dan  por  segura  la  adquisición.  Por  la  pobreza  en  que  se  ha- 
llaba el  monasterio,  se  convino  en  pagarla  en  tres  plazos.  «Dénsele  de  esta  manera»,  dice.  ¿Qué 
prueba  más  evidente  queremos  de  que  no  es  Juan  de  San  Cristóbal  el  comprador,  sino  la 
misma  Santa?  Difícil  nos  parece  también  que  tratándose  de  la  cerca  y  palomar  de  Gotarrendura, 
se  exprese  la  Santa  en  forma  que  da  bien  a  entender  que  el  palomar  en  cuestión  estaba  cerca 
del  convento  donde  ella  residía.    Si    de    la   Santa  fué  el  palomar  de  Gotarrendura,  no  le  faltaría 


204  APÉNDICES 


XXIII 


PROFESIÓN     DE     LAS     CUATRO     PRIMERAS      RELIGIOSAS     QUE     TOMARON      KL     HABITO, 
EN      SAN     JOSÉ     DE     AVILA      (1). 


Profesión    de   Úrsula    de   los   Santos. 

ñ.  veinte  y  lin  días  del  mes  de  Octubre  de  mil  y  quinientos  y  sesenta 
y  cuatro  años,  siendo  obispo  dcsta  ciudad  de  Avila  el  limo,  y  reveren- 
dísimo señor  don  Alvaro  de  Mendoza,  hizo  su  profesión  la  hermana 
Úrsula  de  los  Santos.  Fué  hija  legítima  de  Martín  de  Rivilla  y  de 
María  fllveres  de  ñrévalo,  naturales  desta  ciudad  de  Avila.  Dio  en 
limosna  trecientos  ducados;  fué  la  primera  religiosa  que  tomó  el  hábito 
desta    santa    Observancia.    Su    profesión    fué    del    tenor    siguiente: 

Yo,  Úrsula  de  los  Santos,  hago  mi  profesión,  y  prometo  obedien- 
cia, castidad  y  pobreza'  a  Dios  Nuestro  Señor  y  a  la  bienaventurada 
Virgen  M^ría  del  Monte  Carmelo,  y  al  limo,  y  reverendísimo  señor 
don  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  desta  ciudad  de  Avila  y  a  sus  susce- 
sores,  según  la  Regla  primitiva  de  Nuestra  Señora  del  Monte  Carmelo, 
sin  mitigación  hasta  la  muerte.  Hecha  en  Avila  a  veinte  y  uno  de  Oc- 
tubre de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  cuatro  años.  Y  porqués  ver- 
dad lo  firmo  de  mi  nombre. 

Úrsula  de  los  Santos  (2). 


ocasión    de    venderlo    cuando   en    1562  se  hallaba  tan  alcanzada  de  dineto  por  la  fundación  del 
convento  de  San  José. 

De  la  compra  de  la  cerca  i)  palomar  para  construir  nuevas  ermitas,  tenemos,  además  de  la 
tradición  de  la  Comunidad  de  San  José  de  Avila,  el  claro  y  terminante  testimonio  del  Padre 
Jerónimo  de  San  José,  que  ha  sido  el  que  mejor  ha  estudiado  los  orígenes  de  este  primer 
convento  de  la  Descalcez  carmelitana.  En  la  Historia  del  Carmen  Descalzo,  libro  IV,  capítulo 
XV,  escribe:  «Las  ermitas  que  hay  en  este  convento  para  retirarse  a  tener  ejercicios  espiri- 
tuales las  religiosas,  las  hizo  y  dispuso  nuestra  Madre  Santa  Teresa...  La  primera  se  llama  de 
la  Coluna,  por  una  imagen  que  en  ella  hay  de  Cristo  Señor  Nuestro  a  la  Coluna.  Hizo  esta 
ermita  la  Santa  en  una  casilla  vieja  que  había  dentro  de  la  cerca  del  convento,  que  era  palomar, 
y  la  acomodó  muy  devotamente».  Juan  de  San  Cristóbal  pertenecía  a  la  cuadrilla  de  San  Pedro, 
de  Avila,  y  figura  en  los  Repartimientos  de  Jileábala  que  obran  en  el  Archivo  del  Ayunta- 
miento de  aquella  ciudad. 

1  Del  Libro  primitivo  de  Profesiones  y  Elecciones  que  guardan  las  Carmelitas  Descalzas  de 
Avila,  que  tiene  la  portada  escrita  por  el  V.  P.  Gracián,  trasladaiTios  las  profesiones  siguientes 
de  las  cuatro  novicias  que  inauguraron  el  primer  monasterio  de  la  Reforma  de  Santa  Teresa.  Las 
cuatro  fueron  extendidas  por  la  misma  pluma  ii  firmadas  por  la  Santa,  aunque  hoy  sólo  se  halla 
su  firma  en  la  de  María  de  la  Cruz  y  María  de  San  José. 

2  Después  de  la  firma  de  Úrsula  de  los  Santos,  la  misma  que  escribió  las  fórmulas  de  la 
profesión,  añadió:  «La  H.a  Úrsula  de  los  Santos  y  la  H.a  Antonia  del  Espíritu  Santo,  y  la  H.a 
M.a  de  la  Cruz  y  la  H.a  María  de  San  Joseph,  fueron  las  cuatro  religiosas  que  primero,  y 
todas  juntas,  tomaron  este  santo  hábito».  Al  margen,  de  letra  posterior:  «Edad  de  43».  Es  decir, 
que  la  H.a  Úrsula  hizo  la  profesión  a  los  43  años.  Y  a  continuación:  «Falleció  año  1574,  a  19 
de  Febrero,  de  53  años».    Véase  la  nota  del  tomo  I,  pág.  305. 


APÉNDICES 


205 


Profesión    de    Antonia    del    Espíritu    Santo. 

R  veinte  y  uno  del  mes  de  Octubre  de  mil  y  quinientos  y  sesenta 
y  cuatro  años,  siendo  obispo  desta  ciudad  de  Avila  el  limo,  y  reve- 
rendísimo señor  don  Alvaro  de  Mendoza,  iiizo  su  profesión  la  (lermana 
Antonia  del  Espíritu  Santo,  que  en  el  siglo  se  llamaba  Antonia  de 
Henao.  Fué  hija  legítima  de  Felipe  de  Arévalo  y  de  Elvira  Diez  de 
Henao,  naturales  desta  ciudad  de  Avila.  Dio  de  limosna  decisiete  mil 
maravedís.    Su    profesión    fué    del    tenor    siguiente: 

Yo,  Antonia  del  Espíritu  Santo,  hago  profesión  y  prometo  obe- 
diencia, castidad  y  pobreza  a  Dios  Nuestro  Señor^  y  a  la  bienaventurada 
Virgen  María  del  Monte  Carmelo  y  al  limo,  y  reverendísimo  señor 
don  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  de  Avila  y  a  sus  suscesores,  según  la 
Regla  primitiva  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  sin  mitigación  hasta  la 
muerte.  Y  porque  es  verdad  lo  firmo  de  mi  nombre.  Hecha  en  Avila, 
a  veinte  y  uno  del  mes  de  Octubre  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y 
cuatro  años  (1). 

Antonia    del    Espíritu    Santo. 


Profesión   de   María   de   la   Cruz, 

Yo,  María  de  la  Cruz,  hago  profesión  y  prometo  obediencia,  casti- 
dad y  pobreza  a  Dios  Nuestro  Señor,  y  a  la  bienaventurada  Virgen 
María  del  Monte  Carmelo  y  al  limo,  y  reverendísimo  señor  don  Al- 
varo de  Mendoza,  obispo  de  Avila  y  a  sus  suscesores,  según  la  Regla 
primitiva  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  sin  mitigación  hasta  la  muer- 
te. Fecha  en  Avila,  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  cinco  años,  a 
veinte  y  dos  días  del  mes  de  Abril.  Y  porqués  verdad  lo  firmo  de 
mi   nombre   (2). 

María    de    la    Cruz. 


Profesión   de   María   de  San   José. 

A  dos  días  del  mes  de  Julio  de  mU  y  quinientos  y  sesenta  y  seis 
años,  siendo  obispo  desta  ciudad  de  Avila  el  limo,  y  reverendísimo  se- 
ñor don  Alvaro  de  Mendoza,  hizo  su  profesión  en  esta  casa  de  S.  Joseph 
de  Avila  la  h.a  María  de  S.  Joseph,  que  en  el  siglo  se  llamaba  María 
Dávila  y   fué  una  de  las  cuatro  primeras  que  tomaron  el  hábito,  y  fué 


1  La  M.  Antonia,  después  de  haber  estado  en  los  conventos  de  Medina  del  Campo,  Ma- 
lagón,  Valladolid  y  Granada,  murió  en  el  de  Málaga  el  7  de  Julio  de  1595. 

2  Sin  duda  la  encargada  de  escribir  las  profesiones  en  el  libro,  no  se  acordaba  en  aquel 
momento  de  dónde  era  natural  la  H.a  María  de  la  Cruz,  ni  cómo  se  llamaban  sus  padres  Por  eso 
de)ó  en  blanco  unas  cuantas  líneas  con  intención  de  llenarlas  después,  pero  no  lo  hizo.  Ya  dijimos 
en  el  tomo  I,  pág.  305,  que  se  llamó  en  el  siglo  María  de  la  Paz,  y  fué  natural  de  Ledesma,  en 
la  provincia  de  Salamanca.  Estaba  sirviendo  en  casa  de  D.a  Gniomar  de  Ulloa,  donde  conoció 
a  la  Santa.  Murió  en  Valladolid  a  23  de  Febrero  de  1588. 


206  APÉNDICES 

hija  legítima  de  Cristóbal  Dávila  y  de  Ana  de  Sto.  Domingo,  naturales 
desta  ciudad.  Su  profesión  fué  del  tenor  siguiente: 

Yo,  María  de  S.  Joseph,  hago  mi  profesión  y  prometo  obediencia, 
castidad  y  pobreza  a  Dios  nuestro  Señor,  y  a  la  bienaventurada  Virgen 
María  del  Monte  Carmelo  y  al  limo,  y  reverendísimo  señor  don  /U- 
varo  de  Mendoza,  obispo  de  ñvila  y  a  sus  suscesores,  según  la  Regla 
primitiva  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  sin  mitigación  hasta  la  muer- 
te. Y  porque  es  verdad  lo  firmo  de  mi  nombre.  Hecha  año  de  mil 
y   quinientos   y    sesenta   y    seis,   a    dos   días   del    mes   de   Julio    (1). 

Alaría    de    S.    Josefe. 


1       María  de  San  Josr,  hermana  de  Julián  de  Avila,  primer  capellán  de  San  José,  no  salió 
del  primitivo  convento.  Murió  el  14  de  julio  de  \ü(A,  a  los  setenta  y  nueve  aflos  de  edad. 


APÉNDICES  207 


XXIV 


CARTA    DEL    VENERABLE    MAESTRO    JUAN    DE    AVILA    A    SANTA    TERESA    DE    JESÚS    (1). 


La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  con  vuesa  merced  siempre.  Sea 
en  buen  hora  la  venida  a  esas  tierras;  pues  confío  de  Nuestro  Señor 
'que  ha  de  ser  para  que  El  reciba  mayor  servicio  de  esa  peregrinación, 
que  del  encerramiento  en  la  celda;  que  cierto,  señora,  la  necesidad 
que  en  las  ánimas  hay  es  tanta,  que  hace  a  los  que  un  poco  de  cono- 
cimiento tienen  del  valor  dellas,  apartarse  de  los  abrazos  continuos 
del  Señor  por  ganarle  ánimas  donde  repose,  pues  tanto  trabajó  por 
ellas.  Plega  a  isu  misericordia  haga  a  vuesa  merced  ministro  para  re- 
coger su  preciosísima  sangre,  que  por  las  ánimas  derramó,  porque  no 
se  pierda  en  ellas,  sino  las  riegue  y  haga  dar  fruto,  que  el  Señor 
coma  con  gusto  y  sabor. 

Deseo  que  vuesa  merced  se  sosiegue  en  lo  que  toca  al  examen  de 
aquel  negocio;  porque  habiéndolo  visto  tales  personas,  vuesa  merced 
ha  hecho  lo  que  parece  ser  obligada.  Y,  cierto,  creo  que  yo  no 
puedo   advertir  de  cosa  que  aquellos  padres  no  hayan   advertido. 

En  el  negocio  del  hospital  de  esa  señora,  hago  lo  que  más  puedo 
hacer,  que  es  rogar  a  una  persona  muy  calificada  vaya  allá,  y  se 
informe  del  negocio  y  me  avise  de  lo  que  cumple,  porque  Nuestro 
Señor  sea  servido  se  haga  esa  obra.  Comuníquele  vuesa  merced  y 
creo  se  consolará  de  ello. 

El  Espíritu  Santo  sea  amor  único  ríe  vuesa  merced,  que  para  cum- 
plir con  estado  de  esposa  fiel  esto  le  debe.  No  le  suplico  rueguc  por 
mí,  pues  el  mismo  Señor  le  pone  cuidado  de  ello.  De  Montilla,  dos 
de   Hbril    (2).   Siervo   de   vuesa   merced,   Juan   de   Avila. 


1  Habla  en  esta  carta  el  Beato  Avila  del  libro  de  la  Vida  que  Santa  Teresa  había  escrito, 
y  deseaba,  para  tranquilidad  de  su  espíritu,  que  lo  viese  el  celoso  apóstol  de  Andalucía.  Bien 
conocida  es  la  vida  de  este  siervo  de  Dios.  Nacido  en  Almodóvar  del  Campo  el  6  de  Enero 
de  1500  u  hecho  sacerdote,  consagró  toda  su  vida  a  la  cura  de  almas,  en  la  que  salió  aventa- 
jado maestro,  como  puede  verse  en  la  hermosa  vida  que  de  él  escribió  el  piadoso  P.  Luis  ite 
Granada.  Murió  en  .Y^ontilla  (Córdoba),  a  10  de  Mayo  de  1569.  Autor  de  varias  y  muy  estima- 
das obras  de  piedad,  fué  beatificado  por  León  XIII  el  6  de  Abril  de  1894. 

1  La  caria  fué  escrita  en  1568.  Hallábase  Santa  Teresa  entonces  en  Toledo,  concertando 
con  D.a  Luisa  de  la  Cerda  la  fundación  de  Carmelitas  Descalzas  de  Malagón.  Esta  carta  fué 
ya  publicada  por  el  autor  del  Eño  Teresiñrto,  tomo  IV,  2  de  Abril.  El  P.  Antonio  la  encontró 
en  el  rico  archivo  que  en  Pastrana  tenía  la  Reforma.  Por  desgracia,  en  aquella  villa,  donde 
estuvimos  en  el  otoño  de  1914,  apenas  si  se  ha  salvado  un  documento  de  la  Orden. 


208  APÉNDICES 


XXV 


CARTA     DEL     VENERABLE     MAESTRO     AVILA     fl     LA    SANTA     MADRE    TERESA     DE     JESÚS, 
APROBANDO    EL    LIBRO    DE    LA    VIDA    (1). 


La  gracia  y  paz  de  Jesucristo,  Nuestro  Señor,  sea  con  vuesa  mer- 
ced siempre.  Cuando  acepté  el  leer  el  libro  que  se  me  embió,  no  fué 
tanto  por  pensar  que  yo  era  suficiente  para  juzgar  las  cosas  dél, 
como  por  pensar  que  podría  con  el  favor  de  Nuestro  Señor  aprove- 
cliarme  algo  con  la  doctrina  dél.  Y  gracias  a  Cristo,  que  aunque  lo 
he  visto,  no  con  el  reposo  que  era  menester,  mas  heme  consolado, 
y  podría  sacar  edificación,  si  por  mí  no  queda.  Y  aunque,  cierto, 
yo  me  consolara  con  esta  parte  sin  tocar  en  lo  demás,  no  me  parece 
que  el  respecto  que  debo  al  negocio  y  a  quien  me  lo  encomienda, 
me  da  licencia  para  dejar  de  decir  algo  de  lo  que  siento,  a  lo  menos 
en  general. 

El  libro  no  está  para  salir  a  manos  de  muchos,  por  que  ha  menes- 
ter limar  las  palabras  dél  en  algunas  partes,  en  otras  declararlas; 
y  otras  cosas  hay  que  al  espíritu  de  v.  m.  pueden  ser  provechosas, 
y  no  lo  serían  a  quien  las  siguiese;  por  que  las  cosas  particulares 
por  donde  Dios  lleva|  a  unos  no  son  para  otros,  y  estas  cosas,  o  las 
más  dellas,  me  quedan  acá  apuntadas  para  ponellas  en  orden  cuando 
pudiere,  y  no  faltará  como  enviallas  a  v.  m.;  porque  si  v.  m.  viese 
mis  enfermedades  y  otras  necesarias  ocupaciones,  creo  le  moverían 
más  a  compasión  que  a  culparme  de  negligente  (2). 

La  doctrina  de  la  oración  está  buena  por  la  mayor  parte,  y  muy 
bien  puede  vuesa  merced  fiarse  della  y  seguirla,  y  en  los  raptos 
halló  las  señales  que  tienen  los  que  son  verdaderos. 

El  modo  de  enseñar  Dios  al  ánima  sin  imaginación  y  sin  palabras 


1  Vivía  la  Santa  retirada  en  su  monasterio  de  S.  José  desde  1562,  como  hemos  visto  por 
los  documentos  anteriores.  Fueron  estos  años,  hasta  que  salió  a  fundar  los  demás  conventos 
de  su  Reforma,  los  más  felices  de  su  vida.  En  ellos,  terminados  los  pleitos  con  la  ciudad,  pudo 
darse  con  toda  tranquilidad  al  trato  íntimo  con  Dios.  Redactó  de  nuevo  y  de  manera  más  orde- 
nada y  completa  la  Relación  de  su  vida,  la  cual,  por  indicación  del  inquisidor  Soto  y  otros 
doctos  consejeros  suyos,  la  envió  al  maestro  Avila,  que  gozaba  de  mucha  reputación  de  es- 
piritual y  profundo  conocedor  de  espíritus.  (Véase  nuestra  Introducción  a  la  Vida  de  Santa 
Teresa).  El  B.  Avila  examinó  la  Relación,  y  en  esta  carta  da  cuenta  de  este  examen,  notable 
en  verdad,  y  digno  de  varón  tan  austero  y  prudente.  El  P.  Jerónimo  Gracián  fué  el  primero  que 
publicó  esta  carta  en  su  Dilucidario  del  verdadero  e'-.piritu.  capítulo  IV,  copiándola  del  origi- 
nal que  tuvo  en  su  poder.  Tal  vez  se  le  daría  la  misma  Santa.  Una  copia  antigua  se  conserva 
también  en  la  Biblioteca  Nacional,  Ms.  12.7Ó3.  Ambas  copia?,  hemos  tenido  presentes  para  la 
publicación  de  esta  carta,  que  en  las  Obras  del  Beato  ha  salido  siempre  con  algunos  errores. 

2  Todo  este  párrafo  se  venía  omitiendo  desde  tiempos  muy  antiguos,  no  obstante  haberlo 
publicado  Gracián.  También  le  trae  el  citado  manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional.  No  se  tiene 
noticia  de  las  cosas  que  dice  dejaba  apuntadas  para  ponerlas  en  orden  y  enviárselas  a  la  Santa. 


APÉNDICES  209 

interiores  ni  exteriores,  es  muy  seguro,  y  no  hallo  en  qué  tropezar,  y 
San  Agustín  habla  bien  del. 

Las  hablas  interiores  han  engañado  a  muchos  en  nuestros  tiem- 
pos, y  las  exteriores  son  las  menos  seguras.  El  ver  que  no  son 
de  espíritu  propio,  es  cosa  fácil  el  discernir;  si  son  de  espíritu  bueno  o 
malo,  es  más  dificultoso.  Dansc  muchas  reglas  para  conocer  si  son 
del  Señor,  y  una  es  que  sean  dichas  en  tiempo  de  necesidad  o  de 
algún  gran  provecho,  ansí  como  para  confortar  al  hombre  tentado  o 
desconfiado,  o  para  algún  aviso  de  peligro.  Porque  como  un  hombre 
bueno  no  habla  palabra  sin  mucho  peso,  menos  las  hablará  Dios.  Y 
mirado  esto,  y  ser  las  palabras  conforme  a  la  Escritura  divina  y 
a  la  doctrina  de  la  Iglesia,  me  parece  las  que  en  el  libro  están, 
ser   de   parte   de   Dios. 

Visiones  imaginarias  o  corporales  son  las  que  más  duda  tienen, 
y  éstas  en  ninguna  manera  se  deben  desear;  y  si  vienen  sin  ser 
deseadas,  aun  se  han  de  huir  lo  posible,  aunque  no  por  medio  de 
dar  higas,  sino  fuese  cuando  de  cierto  se  sabe  ser  espíritu  malo; 
y,  cierto,  a  mí  me  hizo  horror  las  que  en  este  caso  se  dieron  y 
me  dio  mucha  pena  (1).  Debe  el  hombre  suplicar  a  Muestro  Señor  no 
le  lleve  por  camino  de  ver,  sino  que  la  buena  vista  suya  y  de  sus 
santos  se  guarde  para  el  cielo,  y  que  acá  le  lleve  por  camino  llano, 
como  lleva  a  sus  fieles,  y  con  otros  buenos  medios  debe  procurar  el 
huir    destas    cosas. 

Mas  si  todo  esto  hecho  duran  las  visiones,  y  el  ánima  saca  dello 
provecho,  y  no  induce  su  vista  a  vanidad  sino  a  mayor  humildad,  y 
lo  que  dicen  es  dotrina  de  la  Iglesia,  y  tiene  esto  por  mucho  tiempo, 
y  con  una  satisfación  interior  que  se  puede  sentir  mejor  que  decir, 
no  hay  para  qué  huir  dellas;  aunque  ninguno  se  debe  fiar  de  su 
juicio  en  esto,  sino  comunicarlo  luego  con  quien  le  pueda  dar  lumbre. 
Y  leste  es  el  medio  universal  que  se  ha  de  tomar  en  todas  estas  cosas, 
y  esperar  en  Dios,  que  si  hay  humildad  para  sujetarse  al  parecer  ajeno, 
no    dejará    engañar    a    quien    desea    acertar. 

Y  no  se  debe  nadie  atemorizar  ni  condenar  de  presto  estas  cosas, 
por  ver  que  la  persona  a  quien  se  dan  no  es  perfeta;  porque  no  es 
nuevo  a  la  bondad  del  Señor  sacar  de  malos,  justos,  y  aun  de  pe- 
cados graves  grandes  bienes  con  darles  muy  dulces  gustos  suyos,  se- 
gún lo  he  yo  visto.  ¿Quién  pond'á  tasa  a  la  bondad  del  Señor? 
Mayormente,  que  estas  cosas  no  se  dan  por  merecimientos,  ni  por 
ser  uno  más  fuerte;  antes  se  dan  a  algunos  por  ser  más  flacos,  y 
como  no  hacen  a  uno  más  santo,  no  se  dan  siempre  a  los  más  santos. 

Ni  tienen  razón  los  que  descreen  estas  cosas,  porque  son 
muy  altas,  y  parece  cosa  no  creíble  abajarse  una  Majestad  in- 
finita a  comunicación  tan  amorosa  con  una  su  criatura.  Escrito  está 
que  Dios  es  amor;  y  si  amor,  es  amor  infinito  y  bondad  infinita;  y  de 
tal  amor  y  bondad  no  hay  que  maravillarse  que  haga  tales  excesos  de 
amor,  que  turben  a  los  que  no  le  conocen.  Y  aunque  muchos  los  co- 
nozcan  por   fe,   mas   la   experiencia   particular   del   amoroso,   y   más  que 


1 .    Cfr    rjhTo  np  ifí  Vida.  cap.  XXIX,  p.  229. 

II  14 


210  APÉNDICES 

amoroso  trato  de  Dios  con  quien  él  quiere,  si  no  se  tiene,  no  se 
podrá  entender  bien  el  punto  donde  llega  esta  comunicación;  y  así, 
lie  v¡st6  a  pinchos  escandalizados  de  oir  las  iiazañas  del  amor  de  Dios 
con  sus  criaturas;  y  como  ellos  están  de  aquello  muy  lejos,  no  pien- 
san hacer  Dios  con  otros  lo  que  con  ellos  no  hace;  siendo  razón 
que  por  ser  la  obra  de  amor,  y  amor  que  pone  en  admiración,  se 
tomase  por  señal  que  es  de  Dios,  pues  es  maravilloso  en  sus  obras, 
y  muy  más  en  las  de  su  misericordia,  y  de  allí  mesmo  sacan  ocasión 
de  descreer  de  donde  la  habían  de  sacar  de  creer,  concurriendo  las 
otras  circunstancias  que  den  testimonio  de  ser  cosa  buena. 

Paréceme,  según  del  libro  consta,  que  vuestra  merced  ha  resistido 
a  estas  cosas,  y  aun  más  de  lo  justo.  Paréceme  que  le  han  aprovecha- 
do a  su  ánima;  y  especialmente  le  han  hecho  más  conocer  su  miseria 
propia  y  faltas  y  enmendarse  dellas.  Han  durado  mucho,  y  siempre 
con  provecho  espiritual.  Incítanle  a  amor  de  DiO|S  y  a  propio  desprecio 
y  a  hacer  penitencia.  No  veo  por  qué  condenarlas;  inclinóme  más  a 
tenerlas  por  buenas,  con  condición  que  siempre  haya  cautela  de  no 
fiarse  del  todo,  especialmente  si  es  cosa  no  acostumbrada,  o  dice  que 
haga  alguna  cosa  particular,  y  no  muy  llana.  En  todos  estos  casos 
y  semejantes,  se  debe  suspender  el  crédito  y  pedir  luego  consejo. 

ítem,  se  advierta,  que  aunque  estas  cosas  sean  de  Dios,  se  sueleti 
mezclar  otras  del  enemigo,  y  por  eso  siempre  ha  de  haber  recelo.  ítem, 
ya  que  se  sepa  que  son  de  Dios,  no  debe  el  hombre  parar  mucho 
en  ellas,  pues  no  consiste  la  santidad  sino  en  amor  humilde  de  Dios 
y  del  prójimo,  y  estotras  cosas  se  deben  tener  en  menos,  aunque  bue- 
nas, y  pasar  su  estudio  en  la  humildad  verdadera  y  amor  del  Señor. 
También  conviene  no  adorar  visiones  destas,  sino  a  Jesucristo  en  el 
rielo  o  en  el  Sacramento,  y  si  es  cosa  de  santos,  alzar  el  corazón 
al  santo  del  cielo,  y  no  a  lo  que  se  representa  en  la  imaginación; 
baste  que  me  sirva  aquello  de  imagen  para  llevarme  a  lo  representado 
por   ella. 

También  digo  que  las  cosas  deste  libro  acaecen,  aun  en  nues- 
tros tiempos,  a  lOtras  personas,  y  con  mucha  certidumbre  que  son  de 
Dios,  cuya  mano  no  es  abreviada  para  hacer  agora  lo  que  en  tiem- 
pos  pasados,   y   en   vasos  flacos   para   que   El   sea   más   glorificado. 

Vuesa  merced  siga  su  camino;  mas  siempre  con  recelo  de  los 
ladrones,  y  ¡preguntando  por  el  camino  derecho,  y  dé  gracias  a  Nues- 
tro Señor  que  le  ha  dado  su  amor,  y  propio  conocimiento  y  amor 
de  penitencia  y  de  cruz;  de  esotras  cosas  no  haga  mucho  caso, 
aunque  tampoco  las  desprecie,  pues  hay  señales  que  muy  muchas  de- 
llas son  de  parte  de  Nuestro  Señor,  y  las  que  no  lo  son,  con  pedir 
consejo  no  le  dañarán. 

Yo  no  puedo  creer  que  he  escrito  esto  con  mis  fuerzas,  pues  no 
las  tengo,  creo  que  la  oración  de  vuesa  merced  lo  ha  hecho.  Pídole  por 
amor  de  Jesucristo  Nuestro  Señor,  se  encargue  de  le  suplicar  por  mí, 
que  El  sabe  que  lo  pido  con  mucha  necesidad,  y  creo  basta  esto  para 
que  vuesa  merced  haga  lo  que  le  suplico,  y  pido  licencia  para  acabar 
ésta,  pues  quedo  obligado  a  escribir  otra.  Jesús  sea  glorificado  de 
todos  y  en  todos,  ümen.  De  Montilla,  12  de  Setiembre  de  1568  años. 
Siervo  de  vuesa  merced   por  Cristo,  Juan  de  Avila. 


SPENDICES  211 


XXVI 


APROBACIÓN      QUE      EL     AMAESTRO      FRAY      DOMINGO      BAÑEZ      DIO     DEL      ESPÍRITU     DE 
SANTA    TERESA    Y    DE    LA    RELACIÓN    AUTÓGRAFA    DE    SU    VIDA    (1). 


Visto  he,  y  con  mucha  atención,  este  libro  en  que  Teresa  de  Jesús, 
monja  carmelita  y  fundadora  de  las  Descalzas  Carmelitas,  da  rela- 
ción llana  de  todo  lo  que  por  su  alma  pasa,  a  fin  de  ser  enseñada  y 
guiada  por  sus  confesores,  y  en  todo  él  no  he  hallado  cosa  que  a 
mi  juicio  sea  mala  doctrina;  antes  tiene  muchas  de  gran  edificación 
y  aviso  para  personas  que  tratan  de  oración.  Porque  su  mucha  ex- 
periencia desta  religiosa  y  su  discreción  y  humildad  en  haber  siem- 
pre buscado  luz  y  letras  en  sus  confesores,  la  hacen  acertar  a  decir 
cosas  de  oración,  que  a  veces  los  muy  letrados  no  aciertan  así  por 
la  falta  de  experiencia.  Sola  una  cosa  hay  en  este  libro  en  que  poder 
reparar,  y  con  razón;  basta  examinarla  muy  bien,  y  es  que  tiene 
muchas  revelaciones  y  visiones,  las  cuales  siempre  son  mucho  de  te- 
mer, especialmente  en  mujeres,  que  son  más  fáciles  en  creer  que  son 
de  Dios,  y  en  poner  en  ellas  la  santidad,  comoquiera  que  no  con- 
sista en  ellas.  Antes  se  han  de  tener  por  trabajos  peligrosos  para  los 
que  pretenden  perfeción,  porque  acostumbra  Satanás  transformarse  en 
ángel  de  luz,  y  engañar  las  almas  curiosas  y  poco  humildes,  como  en 
nuestros  tiempos  se  ha  visto;  mas  no  por  eso  hemos  de  hacer  regla 
general  de  que  todas  las  revelaciones  y  visiones  son  del  demonio. 
Porque  a  ser  así,  no  dixera  San  Pablo  que  Satanás  se  transfigura  en 
ángel  de  luz,  si  el  ángel  de  luz  no  nos  alumbrase  algunas  vezes.  San- 
tos han  tenido  revelaciones,  y  santas,  no  solamente  de  los  tiempos 
antiguos,  mas  aún  en  los  modernos,  como  fué  Santo  Domingo,  San 
Francisco,  San  Vicente  Ferrer,  Santa  Catalina  de  Sena,  Santa  Gertrude 
y  otros  muchos  que  se  podrían  contar,  y  como  siempre  la  Iglesia  de 
Dios  es  y  ha  de  ser  santa  hasta  el  fín,  no  sólo  porque  profesa  san- 
tidad, sino  porque  hay  en  ella  justos  y  perfectos  en  santidad,  no 
es  razón  que  a  carga  cerrada  condenemos  y  atropellemos  las  visiones 
y  revelaciones,  pues  suelen  estar  acompañadas  de  mucha  virtud  y 
cristiandad.  Antes  conviene  seguir  el  dicho  del  Apóstol  en  el  cap.  V  de 
la  1.a  a  los  Tesalonicenses:  Spiritum  nolite  extingúete.  Prophetiaa 
nolite  spernere.  Otnnia  probate,  quod  boniim  est  tenete.  Ah  omni  specie 
mala  ahstinete  vos.  Sobre  el  cual  lugar,  quien  leyere  a  Santo  Tomás, 
entenderá  con  cuánta  diligencia  se  deben  examinar  los  que  en  la  Igle- 


1  Delatado  el  Libro  de  la  Vida  a  !a  Inquisición,  su  buen  amigo,  el  P.  Domingo  Báflet, 
escribió  al  final  del  autógrafo  esta  docta  u  rnuy  discreta  aprobación  del  espíritu  de  la  Santa  y 
de  su  autobiografía.  (Véase  la  Introducción  a  la  Vida  de  Santa  Teresa,  t.  I,  págs.  117'-125. 


212  APÉNDICES  ^ 

sia  de  Dios  descubren  algún  don  particular,  que  puede  ser  para  uti- 
lidad o  daño  de  los  próximos,  y  cuánta  atención  se  haya  de  tener 
de  parte  de  los  examinadores,  para  no  extinguir  el  fervor  del  espíritu 
de  Dios  en  los  buenos,  y  para  que  otros  no  se  acobarden  en  los  ejer- 
cicios   de   la   vida    cristiana   perfecta. 

Esta  mujer,  a  lo  que  muestra  su  relación,  aunque  ella  se  enga- 
ñase en  algo,  a  lo  menos  no  es  engañadora,  porque  habla  tan  llana- 
mente, bueno  y  malo,  y  con  tanta  gana  de  acertar,  que  no  dexa  dudar 
de  su  buena  ¡intención;  y  cuanto  más  razón  hay  de  que  semejantes  es- 
píritus sean  examinados  por  haber  visto  en  nuestros  tiempos  gente  bur- 
ladora, so  color  de  virtud,  tanto  más  conviene  amparar  a  los  que 
con  el  color  parece  tienen  la  verdad  de  la  virtud.  Porque  es  cosa 
extraña  lo  que  se  huelga  la  gente  floxa  y  mundana  de  ver  desautori- 
zados a  los  que  llevaban  especie  de  virtud.  Quexábase  Dios  antigua- 
mente por  el  profeta  Ezequiel,  cap.  XIII,  de  los  falsos  profetas,  que 
a  los  justos  apretaban  y  a  los  pecadores  lisonjeaban,  ij  díceles:  Moerere 
fecistis  cor  justi  mendaciter,  quem  ego  non  contristavi:  et  confortastis 
manas  impii.  En  alguna  manera  se  puede  esto  decir  contra  los  que 
espantan  las  almas,  que  van  por  el  camino  de  oración  y  perfeción, 
diciendo  que  son  caminos  peligrosos  y  singularidades,  y  que  muchos 
han  caído  en  errores  yendo  por  este  camino,  y  que  lo  más  seguro 
es    un    camino    llano    y    común    y    carretero. 

De  semejantes  palabras,  claro  está,  se  entristecen  los  que  quieren 
seguir  los  consejos  y  perfeción  con  oración  contina,  cuanto  les  fuere 
posible,  y  con  muchos  ayunos  y  vigilias  y  disciplinas;  y  por  otra 
parte  los  floxos,  los  viciosos  se  animan  y  pierden  el  temor  de  Dios, 
porque  tienen  por  más  seguro  su  camino,  y  este  es  el  engaño,  que 
llaman  camino  llano  y  seguro,  la  falta  del  conocimiento  y  considera- 
ción de  los  despeñaderos  y  peligros  por  do  caminamos  todos  en 
este  mundo.  Comoquiera  que  no  haya  otra  seguridad  sino,  conociendo 
nuestros  cuotidianos  enemigos,  invocar  humildemente  la  misericordia 
de  Dios,  si  no  queremos  ser  cautivos  dellos.  Cuánto  más,  que  hay 
almas  a  quien  Dios  aprieta  de  manera,  para  que  entren  el  cami- 
no de  perfeción,  que  en  cesando  del  fervor,  no  pueden  tener  medio, 
sino  luego  dan  en  otro  extremo  de  pecados;  y  estas  tales  tienen 
extrema  necesidad  de  velar  y  orar  muy  contino;  y  en  fin,  a  nadie 
dexó  de  hacer  mal  la  tibieza.  Meta  cada  uno  la  mano  en  su  seno, 
y  hallará  ser  esto  verdad.  Creo,  cierto,  que  si  algún  tiempo  sufre 
Dios  a  los  tibios,  que  es  por  las  oraciones  de  los  fervorosos,  que 
de   contino   claman:    Et   ne   nos   inducas   in    tentaüonem. 

He  dicho  esto,  no  para  que  luego  canonicemos  a  los  que  nos  pa- 
rece van  por  camino  de  contemplación,  que  este  es  otro  extremo  del 
mundo  y  solapada  persecución  de  la  virtud,  santificar  luego  a  los 
que  tienen  especie  Idella.  Porque  a  ellos  les  dan  motivo  de  vana- 
gloria, y  a  la  virtud  no  hacen  mucha  honra,  antes  la  ponen  en  lugar 
peligroso;  porque  cuando  los  que  fueron  tan  alabados  cayeren,  más 
detrimento  padece  el  honor  de  la  virtud,  que  si  nunca  fueran  tan  es- 
timados; y  así,  tengo  por  tentación  del  demonio  estos  encarecimientos 
de  la  santidad  de  Jos  que  viven  en  este  mundo.  Que  tengamos  buena 
opinión   de   los   siervos   de   Dios,   muy   justo   es;    mas   siempre   los  mi- 


APÉNDICES  2lá 

remos  como  gente  que  está  en  peligro,  por  buenos  que  sean,  y  que  el 
ser  buenos  no  nos  es  manifiesto  tanto  que  nos  podamos  segurar 
aún   de   presente.  < 

Considerando  yo  ser  así  verdad  lo  que  tengo  dicho,  siempre  he 
procedido  con  recato  en  la  examinación  desta  relación  de  la  oración 
y  vida  desta  religiosa,  y  ninguno  ha  sido  más  incrédulo  que  yo  en 
lo  que  toca  a  jsus  visiones  y  revelaciones,  aunque  no  en  lo  que  toca  a 
la  virtud  y  buenos  deseos  suyos;  porque  dcsto  tengo  grande  expe- 
riencia de  su  verdad,  de  su  obediencia,  penitencia,  paciencia  y  ca- 
ridad con  los  que  la  persiguen,  y  otras  virtudes,  que  quienquiera 
que  la  tratare,  verá  en  ella;  y  esto  es  lo  que  se  puede  preciar  como 
más  cierta  señal  del  verdadero  amor  de  Dios,  que  las  visiones  g  re- 
velaciones. Y  tampoco  menosprecio  sus  revelaciones,  y  visiones  y  arro- 
bamientos, antes  sospecho  que  podrían  ser  de  Dios,  como  en  otros 
santos  lo  fueron,  mas  en  este  caso  siempre  es  más  seguro  quedar  con 
miedo  y  recato;  porque  en  habiendo  seguridad,  tiene  lugar  el  diablo 
de  hacer  sus  tiros,  y  lo  que  antes  era  quizá  de  Dios,  se  trocará  y 
será    del    demonio. 

Y  resuélveme  en  que  este  libro  no  está  para  que  se  comunique  a 
quienquiera,  sino  a  los  hombres  doctos  y  de  experiencia  y  dis- 
creción cristiana.  El  está  muy  a  propósito  del  fin  para  que  se  es- 
cribió, que  fué  dar  noticia  esta  religiosa  de  su  alma  a  los  que  la 
han  de  guiar  para  no  ser  engañada.  De  una  cosa  estoy  yo  bien  cierto, 
cuanto  humanamente  puede  ser,  que  ella  no  es  engañadora;  y  así 
merece  su  claridad  que  todos  la  favorezcan  en  sus  buenos  propósi- 
tos y  buenas  obras.  Porque  de  trece  años  a  esta  parte,  ha  hecho 
hasta  una  docena,  creo  son  los  monesterios  de  monjas  descalzas  Car- 
melitas (1),  con  tanto  rigor  y  perfeción  como  los  que  más,  de  que  darán 
buen  testimonio  los  que  los  han  visitado,  como  es  el  Provincial  domi- 
nico, Maestro  en  sagrada  Teología,  Fr.  Pedro  Fernández,  y  el  Maes- 
tro Fr.  Hernando  de  Castillo  y  otros  muchos.  Esto  es  lo  que  por 
ahora  me  parece  acerca  de  la  censura  deste  libro,  sujetando  mi 
parecer  al  de  la  Santa  Madre  Iglesia  y  de  sus  ministros.  Fecha  en 
el  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid,  en  siete  días  de  Julio 
de    1575    años. — Fr.    Domingo    Bañes. 


1      Once  había  íundado  para  esta  techa:    Avila,   Medina  del  Campo,   Malagón,    Valladolid, 
Toledo,  Pastrana,  Salamanca,  Alba  de  Tormes,  Segovia,  Beas  y  Sevilla.  ' 


214  APÉNDICES 


XXVII 


PROFESIÓN      DE      SANTA      TERESA      EN      SAN      JOSÉ      DE     AVILA      (1). 


Digo  yo,  Teresa  de  Jesús,  monja  de  Nuestra  Señora  del  Carmen, 
profesa  en  la  Encarnación  de  Avila  y  aiiora  de  presente  estoy  en  San 
Josef  de  Avila,  adonde  se  guarda  la  primera  Regla,  y  hasta  ahora 
yo  la  he  guardado  aquí  con  licencia  de  nuestro  reverendísimo  padre 
General,  Fray  Juan  Bautista,  y  también  me  la  dio  para  que,  aunque  me 
mandasen  los  perlados  tornar  a  la  Encarnación,  allí  la  guardase.  Es 
mi  voluntad  de  guardarla  toda  mi  vida,  y  ansí  lo  prometo,  y  renuncio 
todos  los  Breves  que  hayan  dado  los  Pontífices  para  la  mitigación  de 
la  dicha  primera  Regla,  que  con  el  favor  de  Nuestro  Señor  la  pienso 
y  prometo  guardar  hasta  la  muerte,  y  porque  es  verdad,  lo  firmo  de 
mí  nombre.  Hecha  a  XIII  días  del  mes  de  Julio,  año  de  JVl.DLXXI.— 
Teresa  de  Jesús,  Carmelita. 

Presens  fui: 

El  Maestro  Daza.— Fray  Mariano  de  Sto.  Benedicto,  presens  fui. — 


1  El  original  se  venera  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Calahorra,  de  letra  de  la  misma 
Santa.  R  continuación  de  la  firma  de  ella,  pusieron  la  sutja  los  testigos  que  aquí  se  expre- 
san, g  por  último,  el  P.  Pedro  Fernández  confirmó  en  e!  mismo  documento,  de  su  puño  y  letra, 
la  renuncia  de  la  Santa  a  la  Regla  mitigada  y  le  señaló  conventualidad  en  los  monasterios  de 
la  Reforma.  En  cuanto  al  dia  de  la  profesión,  en  que  discrepan  los  manuscritos  antiguos,  fué  el 
13  de  Julio.  Proviene  la  discrepancia  de  haber  puesto  primero  en  números  romanos,  el  día  VIII, 
y  luego,  sin  borrar  enteramente  el  V,  le  cruzó  con  una  linea,  para  indicar  el  trece.  El  día  trece 
seflala  también  María  de  San  José  en  su  Libro  de  Recreaciones,  página  89,  grande  autoridad  en 
la  materia.  La  razón  de  haber  hecho  la  profesión  de  Descalza  después  de  tanto  tiempo  como  se 
había  fundado  la  Reforma,  fué,  adema."?  de  la  que  expresa  la  Santa,  haber  ordenado  el  P.  Comi- 
sario apostólico  que  las  que  pasasen  de  la  Regla  mitigada  debían  primero  renunciar  a  ella  y 
profesar  la  Descalcez.    Dice  María  de  San  José  en  el  lugar  citado: 

«Otra  duda  podrá  quedar,  a  la  cual  quiero  satisfacer,  y  es  cómo  habiendo  ya  nueve  años 
que  se  había  fundado  el  primer  monasterio,  estando  ya  fundados  ocho,  renunció  ahora  nuestra 
Madre  la  Regla  mitigada  y  promete  vivir  en  la  primitiva,  y  cómo  en  su  renunciación  no  hace 
memoria  de  que  ella  fundó,  ni  comenzó  esta  vida.  A  esto  último,  respondido  está  en  su  gran 
humildad;  a  lo  primero,  digo  que  ya  tenía  renunciado  desde  el  principio,  como  de  la  misma  re- 
nunciación se  puede  colegir,  y  fué  con  licencia  de  nuestro  reverendísimo  Padre  General,  Fray  Juan 
Bautista  <de  Ravena,  que  había  estado  en  España  al  principio  de  la  fundación  del  primer  monas- 
terio; con  que  se  alegró  mucho,  y  mostró  grande  amor  y  favoreció  a  nuestra  Madre  y  religiosas 
de  él,  como  tan  santo  y  deseoso  de  la  reformación  de  la  Orden  de  la  Virgen,  de  quien  era  tan 
devoto,  como  verdadero  hijo  de  esta  Santísima  Madre,  aunque  sintió  verle  sujeto  al  Ordinario  y 
leprendió  a  los  religiosos  por  no  la  haber  querido  admitir.  Pero,  por  remediar  este  dolor,  que  lo  era 
para  él  grande  tener  fuera  de  su  obediencia  aquella  casa,  que  él  llamaba  santuario,  dio  a  nues- 
tra Madre  facultades  para  fundar  donde  se  ofreciese,  y  obligóla  con  precepto  a  que  ninguna 
fundación  que  saliere,  dejase  de  admitir,  en  cualquiera  de  los  lugares  de  España.  Y  conclu- 
Uendo,  cuanto  al  renunciarlo  ahora  en  público,  fué  porque  el  Padre  Visitador  había  hecho  una 
ley  que,  cualquiera  de  las  monjas  de  la  Mitigación  que  quisiese  quedar  en  nuestros  conventos 
obligándose  a  guardar  la  Regla  primitiva,  hiciese  su  renunclacióu  de  la  mitigada  en  público, 
como  se  hace  la  profesión,  y  así  comenzó  nuestra  Madre». 


APÉNDICES  215 

Prcscns   fui:    Francisco   de   Salcedo. — Hálleme   presente:    Fray   Joan    de 
la  Miseria. — Presens  fui:   Julián  Dávilo. 

Yo,  fray  Pedro  Fernández,  Comisario  apostólico  en  la  Provincia  de 
Castilla  de  la  Orden  del  Carmen,  acepto  la  dicha  renunciación  a  peti- 
ción de  la  dicha  Madre,  como  prelado  della,  y  la  quito  de  la  con- 
ventualidad de  la  Encarnación,  y  hago  conventual  de  los  conventos 
de  la  primera  Regla,  y  agora  la  asigno  y  hago  conventual  del  mo- 
nasterio de  Descalzas  de  Salamanca,  y  por  cualquier  vía  que  acabe 
el  oficio  de  priora  de  la  Encarnación,  que  al  presente  tiene,  la  revoco 
del  dicho  monasterio  y  la  hago  moradora  del  dicho  monasterio  de 
Salamanca,  y  durante  el  dicho  oficio  también  quiero  que,  en  cuanto 
a  la  conventualidad,  pertenezca  al  dicho  monasterio  de  Salamanca; 
aunque  por  esto  no  le  quito  el  oficio  de  priora  de  la  Encarnación, 
que  bien  lo  puede  ser  con  pertenecer  su  conventualidad  a  Salamanca; 
y  si  acaso  en  la  Orden  del  Carmen  hay  ley  en  contrario,  por  esta 
vez  yo  la  revoco  y  de  mi  autoridad  uso  lo  dicho.  Fecha  en  Medina 
del  Campo,  a  seis  de  Octubre  de  rail  y  quinientos  y  setenta  y  un 
años. — Fray    Pedro    Fernández,    Comisario    apostólico    (1). 


1  En  e!  archivo  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  Salamanca  se  llalla  un  traslado  muy 
antiguo  de  este  documento.  Queda  corregido  por  la  fotografía  que  poseemos  del  autógrafo 
de  Calahorra.  Encabezando  este  autógrafo,  de  letra  que  nos  parece  del  P.  Gracián,  se  lee:  «Pro- 
fesión de  la  M.  Theresa  de  Jhs.,  que  me  dio  para  que  la  guardase  con  otros  papeles  suyos*'. 


216  APÉNDICES 


XXVIII 


PLATICA  QUE  HIZO  SANTA  TERESA  A  LAS  MONJAS  DE  LA  ENCARNaCION  DE  AVILA, 
CUANDO  HABIENDO  YA  RENUNCIADO  LA  REGLA  MITIGADA,  FUE  A  SEH  PRE- 
LADA    DE     AQUEL     CONVENTO,     AÑO     DE     1571     (1). 


Señoras,  madres  y  hermanas  mías:  Nuestro  Señor,  por  medio  de  la 
obediencia,  me  ha  enviado  a  esta  casa,  para  hacer  este  oficio,  de  que 
estaba  yo  descuidada,  cuan  lejos  de  merecerlo. 

Hame  dado  mucha  pena  esta  cleción,  ansí  por  haberme  puesto  en 
cosa  que  yo  no  sabré  hacer,  como  porque  a  vuestras  mercedes  les  hayan 
quitado  la  mano  que  tenían  para  hacer  sus  eleciones,  y  les  hayan  dado 
priora  contra  su  voluntad  y  gusto,  y  priora  que  haría  harto  si  acer- 
tase a  aprender  de  la  menor  que  aquí  está,  lo  mucho  bueno  que  tiene. 

Sólo  vengo  para  servirlas  y  regalarlas  en  todo  lo  que  yo  pudiere;  y 
a  esto  espero  que  me  ha  de  ayudar  mucho  el  Señor,  que  en  lo  demás 
cualquiera  me  puede  enseñar  y  reformarme.  Por  eso  vean,  señoras  mías, 
lo  que  yo  puedo  hacer  por  cualquiera;  aunque  sea  dar  la  sangre  y  la 
vida,  lo  haré  de  muy  buena  voluntad. 

Hija  soy  de  esta  casa,  y  hermana  de  todas  vuestras  mercedes.  De 
todas,  o  de  la  mayor  parte,  conozco  la  condición  y  las  necesidades;  no 
hay    para   que   se   extrañen   de   quien   es  tan   propia   suya. 

No  teman  mi  gobierno,  que,  aunque  hasta  aquí  he  vivido  y  gobernado 
entre  Descalzas,  sé  bien,  por  la  bondad  del  Señor,  cómo  se  han  de  gober- 
nar las  que  no  lo  son.  Mi  deseu  es  que  sirvamos  todas  al  Señor  con 
suavidad;  y  eso  poco  que  nos  manda  nuestra  Regla  y  Costituciones,  lo 
hagamos  por  amor  de  aquel  Señor  a  quien  tanto  debemos.  Bien  conozco 
nuestra  flaqueza,  que  es  grande;  pero  ya  que  aquí  no  lleguemos  con  las 
obras,  lleguemos  con  los  deseos,  que  piadoso  es  el  Señor,  y  hará  que 
poco  a  poco  las  obras  igualen  con  la  intención  y  deseo. 


1  Hecha  la  profesión  de  Descalza  carmelita,  hubo  la  Santa  de  rendirse  a  la  obediencia  del 
Comisario  apostólico,  P.  Pedro  Fernández,  que,  después  de  haberlo  consultado  con  el  Defini- 
torio  de  los  Calzados,  la  nombró  Priora  de  la  Encarnación.  Segim  María  Pinel,  tomó  posesión, 
no  sin  resistencia  por  parte  de  algunas  religiosas,  el  6  de  Octubre  de  1571.  La  plática  que  en 
esta  ocasión  dirigió  a  la  Comunidad,  es  un  modelo  acabado  de  discreción  religiosa  y  rara  habi- 
lidad de  gobierno,  perfectamente  acomodada  a  las  difíciles  circunstancias  con  que  entraba  a 
desempeñar  su  oficio.  Pronto  conocieron  las  más  enemigas  de  la  nueva  Priora  su  yerro  y  termi- 
naron por  amarla  entrañíiblemente.  No  escribió  Santa  Teresa  esta  plática;  pero  la  buena  memoria 
de  las  religiosas  que  la  oyeron,  la  reprodujo  después  con  bastante  fidelidad,  no  sólo  en  los  con- 
ceptos, sino  también  en  las  palabras.  Yepes  publicó  esta  plática  en  el  capítulo  XXV  del  libro  II 
de  la  Vida  de  Santa  Teresa.  En  algunas  ediciones  del  siglo  XVIII  se  reprodujo  como  fragmento 
de  la  Santa.  María  Pinei  describe  muy  bien  todo  lo  hecho  por  la  nueva  Priora  al  tomar  po- 
sesión de  su  cargo    Véa.se  la  página  107  de  iste  tomo. 


"iPENplCES  217 


XXIX 


CARTA      DE      FRAY     PEDRO     FERNANDEZ      A      LA      DUQUESA      DE      ALBA      ALABANDO     EL 
GOBIERNO    DE    LA    M.    TERESA    EN    LA    ENCARNACIÓN     (1). 


lima,   y    Exorna.   Señora: 

Cuando  V.  E.  me  mandó  que  diese  ucencia  a  la  Madre  Teresa  de 
Jesús,  se  me  representaron  algunos  inconvenientes;  y  ninguno  me  pa- 
reció mayor  que  no  hazer  lo  que  V.  E.  me  mandaba,  y  ansí  gusté  de 
comunicar  mi  escrúpulo,  y  mucho  más  de  hallar  quien  en  alguna  ma- 
nera  le   quitase. 

Venido  aquí,  hallo  a  la  Madre  con  tan  grande  escrúpulo,  que  me 
lo  ha  puesto  a  mí  también,  y  no  sin  fundamento.  Dezirlo  he  a  V.  E. 
y  lo  que  más  hay  de  nuevo;  y,  si  V.  E.  juzgare  no  ser  bastante, 
yo  fiaré  mi  alma  de  la  de  V.  E. 

El  escrúpulo  de  la  Madre  es,  diciéndole  que  por  algún  tiempo 
era  necesario  ir  a  Alba,  porque  V.  E.  se  servía  dello,  fuera  de  ser 
necesario  para  esa  casa  que  ahí  se  halle,  me  respondió  quel  Señor 
Obispo  de  /\vila  había  escripto  a  Su  Santidad  de  Pío  V  la  necesidad  que 
había  de  que  esta  Madre  viese  los  monesterios  que  había  fundado 
y  acabase  lo  comenzado,  y  muchas  cosas  en  esta  razón.  Su  Santidad 
respondió  que  no  saliese  de  su  monesterio;  y  el  Sr.  Obispo  tiene  esta 
respuesta,  contra  la  cual  ya  V.   E.  vee  lo  que  yo  puedo  hacer. 

Y  cuando  esto  no  fuere  ansí,  sabiendo  V.  E.  lo  de  acá,  entiendo 
que  juzgará  que  se  esté  por  agora. 

El  monesterio  de  la  Encarnación  es  de  ciento  e  treinta  monjas. 
Están  todas  con  la  quietud  y  sanctidad  que  están  las  diez  o  doce 
Descalzas  que  hay  en  ese  monesterio,  que  a  mí  me  ha  hecho  extraña 
admiración  y  consuelo.  Todo  esto  es  por  la  presencia  de  la  Madre; 
y  a  faltar  ella  agora  un  solo  día,  como  la  costumbre  de  la  libertad 
dcsta  casa  ha  sido  tan  añeja  y  las  raíces  de  la  bondad  que  agora  hay 
tan  cortas,  porque  son,  cuando  mucho,  de  un  año,  quitado  el  freno  y 
el  respeto  de  andar  sobre  esta  labor,  se  volvería  como  antes,  porque 
esta  flaco  el  fundamento. 

Y  esto  es  tan  cierto,  que  todas  las  que  aquí  tienen  más  celo,  lo 
entienden  así;    y  la  Madre  lo   vee  tan  claro  que  dice  que,  aunque  de 


1  Ciertas  dificultades  que  se  habían  suscitado  entre  las  Carmelitas  y  algunos  vecinos  de 
Alba  de  Tormes,  reclamaban  la  presencia  de  Santa  Teresa  en  aquella  villa.  Pidiéronselo  con 
instancia  al  P.  Comisario  Apostólico  de  la  Orden  del  Carmen,  entre  otras  personas,  la  Excelen- 
tísima Duquesa  de  Alba.  La  petición  dio  lugar  a  que  el  P.  Pedro  Fernández  escribiese  esta 
carta,  que  incluye  un  elogio  magnífico  del  gobierno  de  Santa  Teresa  en  la  Encarnación.  Esta 
es  la  razón  de  traerla  aquí,  tomada  de  la  obra  Documentos  escogidos  del  Urchivo  de  la  Casa 
de  ñlba.  p.  455. 


218  APÉNDICES 

no  salir  de  aquí  se  siguiese  que  se  deshiciesen  dos  o  más  monesterios 
de  Descalzas,  lo  tendría  por  menos  inconveniente  que  dexar  a  tal 
sazón  éste,  donde,  con  su  presencia,  hay  esperanza  de  dar  asiento  y 
firmeza  en  lo  porvenir. 

Fuera  de  esto,  como  la  Madre  vino  aquí  con  tanta  violencia  y 
ruido,  y  a  tanta  costa  del  sosiego  destas  religiosas,  a  las  cuales  yo 
he  tenido  penitenciadas,  al  tiempo  que  las  va  ganando  y  que  está 
la  labor  en  flor  y  no  ha  llegado  a  grano,  dexarla  es  de  grande  in- 
conveniente y  escrúpulo. 

Yo  sé  que  si  V.  E.  viera  el  estado  en  que  está  el  negocio,  que 
me  mandara  que  en  ningún  caso  tratara  de  mudanza,  y  que  inpidiera 
las  licencias  del  Papa,  si  las  hubiera;  porque  todo  lo  de  las  Descal- 
zas es  tener,  por  un  año  o  dos,  descomodidad  de  casa  y  abrigo  en 
cosas  temporales;  lo  de  acá  es  quedar  sin  fundamento  y  sin  asiento  en 
lo  espiritual;  porque  pasada  esta  ocasión,  ninguna  esperanza  queda  para 
adelante,  y  porque  del  todo  se  haga  lo  posible  para  el  buen  orden 
desta  casa  y  ,para  que  persevere. 

Yo  me  he  detenido  aquí,  casi  quince  días,  en  ordenar  el  convento 
de  los  frailes  de  modo  que  pueda  hacer  ayuda  y  no  estorbo  al  de  las 
monjas,  y  traído  aquí  algunos  descalzos,  no  para  que  el  convento  sea 
de  Descalzos,  sino  para  que  le  gobiernen  conforme  a  sus  leyes,  que  si 
las  guardan,  serán  sanctos. 

Dexo  por  presidente  al  P.  Fray  Antonio,  Prior  de  Toledo,  y  Su- 
prior otro  padre  de  pancera;  y,  para  dar  a  estos  padres  aliento, 
es  necesario  la  presencia  de  la  Madre. 

Con  el  buen  orden  que  se  toma,  y  la  buena  esperanza  que  hay 
de  firmeza  en  él,  después  que  yo  aquí  vine,  se  le  ha  quitado  del  todo 
a  la  JWadre  la  cuartana  y  está  buena.  Espero  en  Dios  que  ha  de  llevar 
esta  labor  tan  adelante  y  tan  presto,  que  la  Madre  pueda  en  breve 
dexar  el  oficio. 

De  la  muerte  de  la  Sra.  Marquesa  de  Velada  me  ha  cabido  a  mí 
la  parte  que  es  razón;  y,  como  capellán  de  la  casa,  he  hecho  lo  que 
he  podido:  encomendarla  a  Dios.  Ella  era  tal,  que  entiendo  que  está 
gozando  del. 

ñl  Francisco  Velázquez  yo  le  escribo  que  yo  daba  la  licencia  que 
V.  E.  me  mandó,  y  que  por  la  Madre  ha  quedado,  y  también  por 
el  estado  en  que  están  los  negocios  de  aquí. 

Guarde  nuestro  Señor  la  excelentísima  persona  de  V.  E.  en  su 
gracia,  etc.  De  Avila',  a  22  de  Enero  de  1573. 

Siervo   y   capellán   de  V.   E. 

Fray   Pedro  Fernández. 


APÉNDICES  219 


XXX 


PLTICION  DE  D.8  GUIOMAR  DE  ULUOrt  A  D.  ALVARO  DE  MENDOZA,  OBISPO 
DK  AVILA,  PARA  QUE  LA  COMUNIDAD  DE  CARMELITAS  DESCALZAS  DE  SAN 
JOSÉ  PASE  A  LA  OBEDIENCIA  DE  LOS  PRELADOS  DE  LA  ORDEN.  EL  SR.  OBISPO 
ACCEDIÓ    A     LA    PETICIÓN    (1). 


¡n  Deí  nomine,  Amen.  Sea  notorio  a  los  quel  presente  público 
testimonio  vieren,  cómo  en  la  muy  noble  ciudad  de  Avila,  a  veinte  y 
siete  días  del  mes  de  Julio,  año  del  nascimiento  de  Nuestro  Salvador 
Jesucristo  de  mil  e  quinientos  y  setenta  e  siete  años,  estando  ante  el 
ilustrísimo  y  reverendísimo  señor  D.  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  de 
Avila,  del  Consejo  Real  de  su  Majestad,  en  presencia  de  mí  Gaspar 
Vázquez  Salazar,  notario  público  del  número  de  la  audiencia  eclesiástica 
de  la  ciudad  e  obispado  de  Avila  y  de  los  testigos  yuso  ascriptos,  fué 
ante  su  Señoría  Ilustrísima  presentada,  y  por  mí,  el  dicho  notario 
leída,  una  petición  del  tenor  siguiente: 

Ilustrísimo  e  Reverendísimo  Señor:  D."  Yomar  de  Ulloa,  vecina 
desta  ciudad  de  Avila,  digo  que  por  la  Bula  apostólica  que  yo  obtuve  de 
Su  Santidad  para  fundar  el  monesterio  de  San  Joseph,  extramuros  desla 
ciudad,  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  Descalzas,  recorrí 
a  V.  s.  y  le  pedí  y  supliqué  diese  facultad  y  licencia  para  que  se 
fundase  el  dicho  monesterio,  quedando  debaxo  de  la  obediencia  y  sub- 
jeción  de  v.  s.  y  de  los  otros  señores  perlados  obispos  que  por  tiempo 
fueren  de  la  ciudad  de  Avila;  y  ansí  v.  s.  dio  la  dicha  licencia  y 
facultad  para  le  fundar.  E  se  fundó  y  ha  estado  siempre  debaxo 
de  la  gobernación  de  v.  s.  Y  porque  en  algunos  arzobispados  y  obis- 
pados están  fundados  muchos  monesterios  de  monjas  de  la  dicha  Or- 
den  debaxo   de  la   obediencia   y   subjección   de  sus  superiores  perlados 


1  Santa  Teresa  siempre  se  inclinó  a  dar  la  obediencia  de  sus  conventos  a  los  superiores 
de  la  Orden;  por  circunstancias  bien  especiales  hubo  de  poner  el  de  San  José  de  Avila  bajo  la 
jurisdicción  del  Ordinario,  no  sin  haber  pedido  antes  la  del  Provincial  de  los  Carmelitas  Calza- 
dos. Vencidas  ya  las  dificultades,  de  nuevo  intentó  ponerlo  debajo  de  los  prelados  de  la  Reli- 
gión, a  lo  cual  la  urgió  Nuestro  Seflor,  según  dice  ella  misma  en  el  Libro  de  las  Fundaciones 
por  estas  palabras:  «Convenía  que  las  monjas  de  S.  Josef  diesen  la  obediencia  a  la  Orden,  que 
lo  procurase,  porque  a  no  hacer  esto,  presto  vendría  en  relajamiento  aquella  casa».  Estaba  en- 
tonces la  Santa  en  Toledo  y  sometió  el  intento  al  Doctor  Velázquez  que  a  la  sazón  la  confesa- 
ba, aprobándolo  sin  reparo.  Temía  lo  sintiese  D.  Alvaro  de  Mendoza,  quien  tanto  había  favo- 
lecido  al  monasterio  de  S.  José,  pero  el  Sr.  Obispo,  vistas  las  razones  que  había  para  tal  deter- 
minación, vino  pronto  en  ello,  no  sin  manifestar  su  deseo  de  ser  enterrado  en  la  capilla  mayor 
del  convento  de  S.  José,  muriese  donde  muriese,  y  de  que  la  Santa  también  reposase  en  la  misma 
iglesia.  Hizo  la  petición  al  seftor  Obispo  D.a  Gulomar  de  Ulloa,  la  buena  y  fiel  amiga  de  la 
Santa.  Por  primera  vez  se  publica  este  documento  interesante  según  la  fotografía  que  sacamos 
de  la  copia  notarial  que  del  mismo  Gaspar  Vázquez  de  Salazar  poseen  las  Carmelitas  Descalzas 
de  Avila. 


220  APÉNDICES 

de  la  dicha  Orden  y  este  dicho  monesterio  está  solo  debaxo  de  la 
obediencia  del  obispo  de  Avila,  y  por  muchas  causas  y  razones  sería 
y  es  gran  inconveniente  estar  sólo  debaxo  de  la  sujección  del  obis- 
po, porque  pido  e  suplico  a  v.  s.  sea  servido  de  mandar  absolver  a  la 
priora  y  monjas  del  dicho  monesterio  de  la  obidencia  y  subjectión  que 
le  tiene  prestada,  y  asi  absueltas  remitillas  al  perlado  superior  de  la 
dicha  Orden  del  Carmen,  y  que  le  presten  la  obidencia  y  subjectión  y 
andar  debaxo  de  su  gobernación  conforme  a  como  andan  estos  mones- 
terios  de  la  misma  Orden;  para  lo  cual  todo  y  en  lo  necesario  el  per- 
miso de  V.  s.  imploro  e  pido  justicia.  Doña  GiUomar  de  Ullon.  E 
presentada  en  la  manera  que  dicha  es  e  por  s.  s.  admitida,  s.  s.  mandó 
a  ímí  el  dicho  notario  que  se  notifique  e  dé  traslado  a  la  priora,  mon- 
jas e  Iconvento  del  dicho  monesterio  de  Señor  S.  Joseph  desta  ciudad, 
para  si  quisieren  decir  alguna  cosa  de  su  parte  acerca  de  lo  en  la 
dicha  petición  contenido  lo  digan  ante  su  señoría,  por  sí  o  por  su  pro- 
curador, que  Su  Señoría  las  oirá  e  guardará  justicia,  h  todo  lo  cual 
fueron  presentes  por  testigos  Juan  Valiño  y  Juan  de  Castañeda  y 
JWateo  Sánchez,  vecinos  de  la  dicha  ciudad,  familiares  de  su  seño- 
ría   Ilustrísima.    Pasó    ante    mí:    Gaspar   Vázquez   Salazar. 

E  después  de  lo  susodicho,  en  la  dicha  ciudad  de  Hvila,  a  veinte 
e  ocho  días  del  dicho  mes  de  Julio  del  dicho  año,  en  cumplimiento 
de  lo  por  su  Señoría  Ilustrísima  mandado  e  proveído,  yo,  el  dicho 
Gaspar  Vázquez,  noté  estando  dentro  del  monesterio  de  Señor  S.  Jo- 
seph de  la  dicha  ciudad,  a  la  red  del  locutorio,  juntas  y  congregadas 
en  la  sala  del  dicho  locutorio  por  dentro,  a  campana  tañida,  según 
lo  han  de  uso  c  costumbre  congregarse  las  señoras  Teresa  de  Jesús, 
priora  del  dicho  monesterio,  e  María  de  S.  Jerónimo,  sopriora,  e  Isabel 
de  S.  Pablo,  e  María  de  S.  José,  e  Ana  de  Jesús,  e  María  de 
Cristo,  e  Petronila  Bautista,  e  Isabel  Bautista,  e  Ana  de  San  Pedro 
Mariana  de  Jesús  monjas  profesas  del  dicho  monesterio,  las  leí  e 
intimé  e  notifiqué  la  dicha  petición,  e  lo  en  ella  contenido,  e  por 
su  señoría  proveído'  e  mandado.  Las  cuales,  habiéndolo  oído  y  enten- 
dido, respondieron  que  ellas  no  tenían  qué  decir  e  alegar  contra  lo 
en  la  dicha  petición  contenido,  antes  todas  ellas,  e  uno  a  uno  y  con- 
formes, nemine  discrepante,  dixeron  que  lo  mismo  que  la  dicha  doña 
Yomar  por  su  petición  tiene  pedida  e  suplicado  a  Su  S.a,  eso  mismo 
le  piden,  e  suplican  las  dichas  señoras  priora  e  monjas  del  dicho  mones- 
terio susodichas,  y  consienten  por  sí  e  por  las  demás  monjas  ausentes 
profesas  de  la  dicha  casa,  que  S.  S.a  lima,  las  absuelva  de  la  obe- 
diencia que  le  tienen  prestada  por  perlado,  a  él  y  a  los  otros  sus 
subcesores,  y  las  remitió  para  ser  gobernadas  del  superior  de  la  Orden 
de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  y  al  que  sus  veces  tuviere  para  go- 
bernar las  monjas  desta  Orden  de  Descalzas;  para  que  ellas  así  absuel- 
tas y  dadas  por  libres  de  la  obediencia  que  tienen  dada  a  Su  S.3  y  sus 
subcesores,  la  puedan  prestar  y  dar  de  nuevo  al  superior  de  la 
dicha  üraen,  para  estar  e  permanecer  subjetas  debajo  de  su  go- 
bernación y  jurisdicción,  a  lo  cual  fueron  presentes  por  testigos  Julián 
Dávila,  clérigoi,  y  Francisco  Alonso,  vecinos  de  la  ciudad  de  Avila.  Pasó 
ante  mí,  Gaspar  Vázquez  Salazar. 

E  después  de  lo  susodicho,  en  la  dicha  ciudad  de  Avila,  a  dos  días 


APÉNDICES  221 

del  mes  de  Agosto  del  dicho  año  estando  Su  S.a  Illma.  don  ñlvaro 
de  Mendoza,  obispo  de  ñvila,  del  Consejo  de  Su  Majestad,  susodicho, 
visto  por  S.  S.3  la  petición  presentada  por  parte  de  doña  Yomar  de 
Ulloa  e  por  parte  del  dicho  monesterio,  priora,  monjas  e  convento,  e  lo 
por  ellas  respondido  autuado  e  hecho,  e  visto  que  de  la  Orden  de 
las  Descalzas  de  Nuestra  Señora  no  hay  más  de  este  monesterio  sub- 
jecto  al  obispo  y  los  demás  monesterios  fundados  de  esta  orden  estar 
subjectos  a  los  superiores  della,  si  lo  que  por  justas  causas  e  ra- 
zones que  a  ello  le  mueven,  e  usando  e  conformándose  con  lo  que 
en  este  caso  de  derecho  está  escripto  absolvía  e  absolvió  a  la  priora, 
monjas  c  convento  del  dicho  monesterio  de  la  obediencia  que  le 
tenían  prestada,  e  dada  como  a  obispo  de  Avila  e  a  sus  subceso- 
res,  e  las  libraba  de  la  dicha  obediencia,  e  así  libradas  e  absueltas,  las 
remitía  e  remitió,  trasfería  e  trasfirió  al  superior  de  la  Orden  de 
nuestra  Señora  del  Carmen,  y  a  quien  sus  veces  tuviere,  para  que  de 
nuevo  le  den  la  obediencia  y  subjección  para  que  perpetuamente  anden 
debajo  de  su  gobernación  e  amparo,  según  y  de  la  manera  que 
los  demás  monesterios  de  monjas  descalzas  de  la  dicha  Orden  están 
fundados  en  cualesquier  arzobispados  e  obispados  de  los  reinos  de 
Castilla,  e  ansí  lo  proveyó,  e  mandó  e  firmó  de  su  nombre,  siendo 
presentes  por  testigos  los  señores  don  Diego  del  Águila,  e  Alonso  Yera, 
c  Lorencio  de  Cepeda,  vecinos  de  la  dicha  ciudad  de  Avila. 
Pasó    ante    mí,    Gaspar    Vázquez   Salazar. 


222  APÉNDICES 


XXXI 


PATENTE    POR    I.A    QUE    SE    ASIGNA     A    SANTA    TF,RKSA     CONVENTUALIDAD    Y    ENTERRA- 
MIENTO   EN    SAN    JOSÉ    DE    AVILA    (1). 


Fray  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  Comisario  Apos- 
tólico de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen  en  la  Provincia 
de  Andalucía,  y  Descalzos  de  Castilla,  así  frailes  como  monjas,  etc. 
Por  la  presente  y  por  la  autoridad  Apostólica  a  mí  concedida,  asigno 
por  conventual  del  ^Monesterio  de  las  Descalzas  de  Señor  San  Joseph 
de  Avila  a  la  Reverenda  Madre  Teresa  de  Jesús,  fundadora  de  las 
Monjas  Descalzas  desta  Orden,  y  que,  cuando  Dios  fuere  servido  de 
llevársela,  se  entierre  €n  este  dicho  Convento,  atento  que  esta  casa 
fué  la  primera  casa  de  la  Fundación  desta  Orden  donde  la  dicha 
Madre  hizo  profesión  de  Descalza,  y  principalmente  atento  que  en 
esto  se  dará  algún  gusto  y  se  hace  algún  servicio  al  Ilustrísimo  señor 
don  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  de  Avila,  a  quien  toda  nuestra  Orden 
tiene  por  padre  y  señor  y  fundador  desta  casa  y  de  toda  la  Orden, 
no  obstante  que  el  muy  Reverendo  Padre  Fray  Pedro  Fernández, 
Visitador  Apostólico,  la  asignó  fundación  de  San  Joseph  de  Sala- 
manca, porque  aquello  se  entiende  por  tiempo  de  los  tres  años  en  que 
se  entienden  las  filiaciones,  los  cuales  cumplidos  queda  libre  de  la 
dicha  casa,  y  atento  que  entonces  esta  casa  era  subiecta  al  Reveren- 
dísimo Ordinario.  En  fe  de  lo  cual  di  esta,  firmada  de  mi  nombre, 
sellada  con  el  sello  de  nuestro  oficio.  Fecha  a  31  de  Agosto  1577. 

Fr.   Jerónimo   Gracián   de   la   Madre   de   Dios. 


1  El  original  firmado  por  el  P.  Gracián  se  halla  en  el  Archivo  Histórico  Nacional:  Papeles 
de  las  Carmelitas  de  S.  José  de  ñvila.  Con  esta  patente  satisfacía  el  venerable  Padre  les  de- 
seos de  aquella  Comunidad,  los  del  buen  obispo  y  protector  de  ella,  D.  Alvaro  de  Mendoza, 
y  los  de  la  Reforma  de  la  Descalcez  carmelitana.  Es  de  notar  que  el  P.  Gracián  extendió  esta 
patente  pocos  días  después  de  haber  pasado  a  la  obediencia  de  la  Orden  el  convento  de  las 
Descalzas  de  Avila. 


APÉNDICES  223 


XXXII 


ESCRITURA    ACERCfl    DE    Lfl    CAPILLA    DE    S.    PABLO    ENTRE    LAS    CARMELITAS    DESCAL 
ZAS    DE    SAN    JOSÉ    DE    AVILA    Y    FRANCISCO    DE    SALCEDO. 


(22  de  Abril  de   1579)   (1). 


In  Dei  nomine,  Amen.  Conoscida  cosa  sea  a  todos  los  que  la  pre- 
sente Escritura  vieren,  cómo  nos,  la  madre  fundadora  Teresa  de  Jesús, 
priora,  monjas  c  convento  del  Monesterio  de  San  Jusepe,  extramuros 
de  la  ciudad  de  Avila,  estando,  como  estamos,  juntas  e  congregadas  a 
nuestro  capítulo,  a  la  red  del  locutorio  del  dicho  monesterio,  llamadas 
a  son  de  campana,  según  lo  tenemos  de  uso  e  costumbre  de  nos  juntar 
para  las  cosas  tocantes  al  dicho  monesterio,  y  estando  especialmente 
presentes  nos,  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  fundadora  de  dicho  mo- 
nesterio, e  María  de  Cristo,  priora,  e  Isabel  de  San  Pablo,  Antonia 
del  Espíritu  Santo,  ,María  de  San  Jerónimo,  María  de  San  Jusepe,  Ana 
de  Jesús,  Petronila  Batista,  Isabel  Batista,  Ana  de  San  Pedro,  e  Ma- 
riana de  Jesús  e  Catalina  de  Jesús,  e  Catalina  del  Espíritu  Santo, 
todas  monjas  profesas  e  capitulares  del  dicho  monesterio,  por  nos- 
otras mismas  e  por  las  ausentes,  e  por  las  que  después  de  nos  su- 
cedieren en  el  dicho  monesterio  para  siempre  jamás,  de  la  una  parte, 
e  de  la  otra  yo,  Francisco  de  Salcedo,  clérigo,  vecino  desta  dicha  ciudad 
de  Avila,  cada  parte  por  lo  que  le  toca  de  lo  que  yuso  en  esta 
Escritura  será  declarado,  decimos:  que  por  cuanto  de  consentimiento 
e  voluntad  de  nos,  la  dicha  Fundadora  e  convento,  el  dicho  Señor  Fran- 
cisco de  Salcedo  hizo  e  fundó  la  Capilla  que  dicen  de  el  Señor  San 
Pablo,  que  está  junto  y  pegada  al  dicho  monesterio  de  San  Jusepe,  la 
qual  hizo  y  edificó  desde  sus  cimientos  en  suelo  propio  del  dicho  mo- 
nesterio, lo  cual  se  hizo  para  que  el  dicho  Señor  Francisco  de  Sal- 
cedo, de  sus  bienes  propios,  dotase  la  dicha  Capilla  por  la  forma  que 
conviniese  al  servicio  de  Dios  Nuestro  Señor  e  utilidad  del  dicho  mo- 
nesterio,  y   el   dicho   señor   Francisco   de   Salcedo  quiere  dotar   la  dicha 


1  El  caballero  santo,  como  llamaba  Santa  Teresa  a  Francisco  de  Salcedo,  conservó  su 
buena  amistnd  con  la  M.  Fundadora  hasta  su  muerte,  acaecida  en  1580.  Eligió  para  enterramiento 
la  capilla  de  S.  Pablo,  que  él  había  edificado,  adosada  al  primitivo  convento  de  S.  José,  dotán- 
dola de  algunos  bienes,  según  las  condiciones  estipuladas  entre  él  y  la  Comunidad.  Publicamos 
hoy  esta  Escritura  sacada  de  un  traslado  que  en  Iñ  de  Julio  de  1615  hizo,  a  pedimento  de  Do- 
mingo González,  en  nombre  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  Avila,  Juan  Díaz,  escribano  pú- 
blico del  número  de  aquella  ciudad.  Perteneció  la  copia  al  convento  de  Avila.  Hog  se  halla  en 
el  Archivo  Histórico  Nacional.  (Papeles  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  José  de  ñvila). 
En  el  Archivo  de  las  dichas  religiosas  se  conserva  otro  traslado  antiguo,  que  también  hemos 
tenido  presente  para  la  corrección  de  pruebas. 


224  APÉNDICES 

Capilla,  e  para  que  en  ella  haya  perpetuidad  e  sea  propia  del  dicho  Se- 
ñor Francisco  de  Salcedo,  de  la  manera  e  forma  que  abajo  se  dirá, 
nos,  ambas  las  dichas  partes,  nos  hemos  convenido  e  convenimos  en  la 
forma  c  manera  siguiente. 

Condiciones. — Primeramente  que  nos,  la  dicha  Fundadora,  monjas  e 
convento  del  dicho  monesterio  de  San  Jusepe,  por  nosotras  mismas  y 
en  nombre  del  dicho  monesterio  e  por  las  religiosas  que  en  el  suce- 
dieren de  aquí  adelante  para  siempre  jamás,  no  estante  que  la  dicha 
Capilla  esté  fundada  y  hecha  en  suelo  propio  del  dicho  monesterio, 
seamos  obligadas  e  nos  obligamos,  y  el  dicho  monesterio  e  convento, 
de  no  pedir,  ni  pediremos,  a  el  dicho  señor  Francisco  de  Salcedo,  ni  a 
sus  herederos  ni  subcesores,  cosa  alguna  por  razón  de  lo  susodicho, 
y  si  alguna  cosa  se  ie  pidiere  o  demandare,  que  sobre  ello  no  seamos 
oídas  en  juicio  ni  fuera  dól,  y  queremos  e  tenemos  por  bien  que  agora 
e  de  aquí  adelante,  para  siempre  jamás,  se  dequede  la  dicha  Capilla 
para  el  dicho  señor  Francisco  de  Salcedo,  en  propiedad  y  posesión,  y 
que  el  dicho  señor  Francisco  de  Salcedo  se  pueda  enterrar  y  en- 
íierre  libremente  en  ella,  en  la  parte  o  lugar  que  él  o  sus  testamen- 
tarios escogieren  e  señalaren,  y  ansiraismo  se  pueda  enterrar  y  entierre 
cíi  la  dicha  Capilla  los  subcesores  del  vínculo  que  dejó  el  señor  Ra- 
cionero, Vicente  de  Salcedo,  y  en  los  bienes  del,  o  parte  de  ellos, 
para  siempre  jamás,  sin  que  se  les  pueda  impedir  ni  estorbar,  e  con 
que  otra  persona  ninguna  no  se  pueda  enterra!-  ni  entierre  en  la  dicha 
Capilla,  salvo  si  las  monjas  o  religiosas  del  dicho  monesterio  se  qui- 
siesen enterrar  en  la  dicha  capilla  lo  puedan  hacer;  y  enterrándose 
las  dichas  religiosas  en  la  dicha  Capilla  no  se  pueda  enterrar  otra 
persona  ninguna  de  los  susodichos,  salvo  el  dicho  señor  Francisco 
de  Salcedo,  e  en  la  sepultura  que  él  se  enterrare  no  se  pueda  enterrar 
en  ningún  tiempo,  para  siempre  jamás,  otra  persona  alguna,  ora  sea 
religiosa,  o  de  otra  calidad. 

Iten,  nos,  el  dicho  convento,  prometemos  e  nos  obligamos  e  al 
dicho  monasterio  e  sucesoras  en  él,  de  que  no  cubriremos  ni  se  cubri- 
rá, agora  ni  para  siempre  jamás,  el  patio  que  está  delante  de  las 
puertas  de  la  iglesia  del  dicho  monesterio  e  capilla  de  San  Pablo, 
ni  se  alargará  la  dicha  iglesia  más  hacia  el  dicho  patio  y  capilla,  sino 
que  por  la  parte  de  la  puerta  de  la  dicha  iglesia  e  capilla  se  estará 
como  al  presente  está,  e  nos,  la  dicha  Priora,  monjas  e  convento 
hemos  de  tener  las  llaves  de  la  dicha  capilla  de  San  Pablo  para  la 
tener   con   la   limpieza   e  decencia   que  conviene. 

Iten,  yo,  el  dicho  Francisco  de  Salcedo,  prometo  e  me  obligo  de 
dotar  e  que  dotaré  la  dicha  Capilla  de  hacienda  bastante  para  que 
se  den  en  cada  un  año  al  capellán,  que  sirviere  la  dicha  Capilla, 
seis  mil  maravedís,  e  cuatro  mil  maravedís  para  un  sacristán  que  sirva 
la  dicha  Capilla  en  cada  un  año,  e  ansimismo  para  aceite  a  la  lám- 
para e  para  cera,  vino  y  hostias,  e  reparos  de  la  dicha  Capilla  lo 
necesario,  por  la  traza  e  orden,  formai,  e  manera  e  condiciones  que  yo 
porné  c  dejaré  en  mi  testamento,  y  postrimera  voluntad  e  memoria, 
lo  dejaré  al  tiempo  de  mi  fin  y  muerte,  o  en  otra  cualquier  manera.  La 
hacienda   que   yo   así   dejare   para   la   dicha   dotación   de   la   dicha   Ca- 


APÉNDICES  225 

pilla,  se  ha  de  beneficiar  e  beneficie  por  el  capellán  que  fuere  de  la 
dicha  Capilla,  el  qual  ha  de  arrendar  g  arriende  la  dicha  hacien- 
da, con  parecer  del  señor  Doctor  Rueda,  canónigo  en  la  Calonxía 
de  Letura  de  la  Santa  Iglesia  Catredal  de  esta  ciudad  de  ñvila,  e  de 
los  que  sucedieren  en  la  dicha  calonxía  e  prebenda  después  del,  el 
cual  dicho  capellán  haya  de  cobrar  e  cobre  los  frutos  e  rentas  de  la 
dicha  hacienda;  e  por  el  trabajo  que  en  esto  ha  de  tener  e  tomar, 
se  le  dé  e  ha  de  dar  lo  que  al  dicho  señor  Doctor  Rueda  e  sucesores 
en  la  dicha  su  calonxía  e  prebenda  pareciere;  y  si  al  dicho  señor  Doc- 
tor Rueda  y  sucesores  en  la  dicha  calonxía  pareciere  que  el  cuidado 
e  administración  de  la  dicha  hacienda  le  tenga  el  mayordomo  del 
dicho  monesterio,  si  en  algún  tiempo  le  hobiere,  o  el  capellán  del 
dicho  monesterio,  que  en  tal  caso  se  lo  pueda  encargar  e  darle 
lo  que  le  pareciere  por  su  trabajo. 

Iten,  que  el  dicho  señor  Doctor  Rueda  y  el  que  sucediere  en  la 
dicha  su  calonxía  e  prebenda,  haya  de  tomar  e  tome  cuenta  al  cape- 
llán e  persona  que  administrare  y  arrendare  la  dicha  hacienda  en  cada 
un  año,  para  siempre  jamás,  por  el  fin  del  mes  de  Mayo,  las  cuales 
cuentas  se  han  de  hacer  en  su  casa;  e  por  su  trabaxo  e  cuidado  que 
ha  de  tener  en  lo  susodicho,  se  le  dé  e  pague  mil  maravedís  en  cada 
un    año,    fenecidas   las   dichas   cuentas. 

Nombramiento  de  Capellán  y  Sacristán. — Iten,  para  que  los  ca- 
pellanes c  sacristanes  que  hobieren  de  servir  y  estar  en  la  dicha  Ca- 
pilla, sea  a  contento  de  la  dicha  señora  Priora,  e  religiosas  e  con- 
vento e  del  dicho  monesterio,  la  dicha  señora  Priora  y  religiosas  hayan 
de  nombrar  e  nombren  para  siempre  jamás  capellanes  e  sacristanes 
para  la  dicha  Capilla,  contando  que  éstos  no  sean  ni  han  de  ser 
capellanes  ni  sacristanes  de  la  dicha  iglesia^  e  monasterio  de  San  Jusepe, 
ni    criados    del    dicho    monesterio. 

Iten,  que  cada  c  cuando  y  en  cualquier  tiempo  que  al  dicho 
señor  Doctor  Rueda  y  sucesor  en  la  dicha  su  calonxía  y  prebenda 
pareciere  que  los  dichos  capellanes  e  sacristanes,  o  qualquier  de  ellos, 
no  sirven  bien  la  dicha  Capilla,  ni  son  convenientes  para  el  dicho 
servicio,  por  sola  su  voluntad,  sin  otra  causa  ni  enformación  algu- 
na, los  puedan  quitar  y  remover,  e  la  dicha  señora  Priora  e  religio- 
sas del  dicho  monesterio  puedan  nombrar  y  nombren  otros  capella- 
nes e  sacristanes  que  convengan  a  la  dicha  Capilla;  e  siempre  que 
parezcan  no  ser  convenientes  para  el  servicio  de  la  dicha  Capilla 
los  tales  capellanes  e  sacristanes,  puedan  ser  y  sean  removidos  e 
quitados  por  la  orden  susodicha;  e  muriéndose  los  dichos  capella- 
nes e  sacristanes  e  siendo  removidos,  como  dicho  es,  la  dicha  se- 
ñora Priora  e  religiosas  del  dicho  monesterio,  para  siempre  jamás, 
puedan  nombrar  e  nombren  los  tales  capellanes  e  sacristanes,  por  la 
orden  susodicha. 

Iten,  reservo  en  mí,  yo,  el  dicho  Francisco  de  Salcedo,  facultad  para 
que  en  mi  vida,  por  disposición  entre  vivos,  e  por  mi  testamento,  o  en 
otra  cualquier  manera,  puedan  dar  y  señalar  a  los  dichos  capellanes  c 
sacristanes  que  han  de  ser  de  la  dicha  Capilla,  más  o  menos  salarlo  del 
que  de  suso  va  puesto  e  señalado,  y   aquello  que  yo  así  declarare  y 

II  15 


226  flPEnmcES 

esefialarc  se  guarde;  e  cumpla,  sin  embargo  de  esta  Escritura  e  de  lo 
que  en  ella  va  declarado.  Todo  lo  cual,  que  dicho  es  e  en  esta  Es- 
critura se  contiene,  nos,  ambas  las  dichas  partes,  prometemos  e  nos 
obligamos  de  lo  guardar  y  cumplir  en  todo  y  por  todo,  según  'j  de  la 
manera  y  forma  que  arriba  va  declarado,  inviolablemente,  de  manera 
que  para  siempre  jamás  en  todo  tiempo  sea  firme  y  se  cumpla  como 
dicho  es;  e  nos,  el  dicho  convento,  prometemos  e  nos  obligamos  y  el 
dicho  monesterio  e  sucesoras  en  él,  de  no  reclamar  de  esta  Escritura, 
ni  decir,  ni  alegar  haber  sido  en  ella  lesas  ni  engañadas,  ni  otra  causa, 
ni  excución  ni  defensión  alguna,  aunque  nos  competiese,  declarando,  como 
declaramos,  decimos  e  confesamos,  que  no  enbargantc  que  la  dicha 
Capilla  está  hecha  y  edificada  en  suelo  propio  del  dicho  monesterio, 
se  hizo,  labró  y  edificó  a  la  propia  costa  y  expensa  del  dicho  señor 
Francisco  de  Salcedo^,  e  de  sus  bienes  e  para  él,  e  que  la  dicha  Ca- 
pilla y  edificio  della  es  en  gran  beneficio  e  utilidad,  ornato  y  apro- 
vechamiento del  dicho  monesterio,  ansí  por  la  dotación  que  en  ella  se 
ha  de  hacer  e  hace,  como  por  la  eleción  que  el  dicho  convento  ha  de 
hacer  de  capellanes  e  sacristanes  para  el  servicio  de  dicha  Capilla, 
como  por  lo  demás  que  va  especificado  en  esta  Escritura  de  suso. 
E  otro  sí,  nos,  las  dichas  Priora  y  religiosas  del  dicho  monesterio,  pro- 
metemos y  nos  obligamos,  e  ponemos  con  el  dicho  señor  Francisco 
de  Salcedo,  que  dentro  de  dos  meses  primeros  siguientes,  traeremos 
aprobación  y  ratificación  de  esta  Escritura  e  de  todo  lo  en  ella  con- 
tenido de  nuestro  P.  Provincial  de  la  Regla  de  nuestra  Orden,  e  que 
apruebe,  e  ratifique,  e  dé  por  buena  esta  Escritura  e  todo  lo  contenido 
en  ella,  para  que  tenga  cumplido  e  verdadero  efecto  para  siempre  jamás; 
para  lo  cual,  todo  que  dicho  es  e  cada  cosa  c  parte  de  ello,  ansí 
cumplir  e  guardar,  e  haber  por  firme,  nos,  la  dicha  Fundadora,  Priora, 
e  religiosas,  monjas,'  e  convento  del  dicho  monesterio,  obligamos  los  bie- 
nes propios,  frutos  y  rentas  de  él;  e  yo,  el  dicho  Francisco  de  Salcedo, 
obligo  mi  persona  e  bienes  muebles  e  raíces,  habidos  e  por  haber, 
e  ambas  partes,  cada  uno  por  lo  que  le  toca,  damos  poder  e  juris- 
dición  a  todgs  e  cualesquier  justicias  y  jueces  de  Su  Majestad  de  todas 
las  ciudades,  villas  e  lugares  de  estos  Regnos  e  Señoríos  de  Su 
Majestad,  que  de  ello  puedan  y  deban  conocer,  a  cuya  jurisdición  nos 
sometemos,  e  renunciamos  nuestro  propio  fuero,  jurisdición  e  dominio 
y  el  privilegio  de  la  ley  Si  convenerit  furisdic.  omniam  judicum,  para 
que  por  todo  rigor  e  premio  del  derecho  nos  compelan  e  apremien  a 
lo  ansí  cumplir,  e  pagar  e  haber  por  firme,  bien  e  tan  cumplida- 
mente como  si  lo  que  dicho  es  y  cada  cosa  e  parte  dello  fuese  sen- 
tencia difinitiva  de  juez  competente,  dadq)  a  nuestro  pedimento  y  oor  nos 
fuese  consentida,  no  apelada,  pasada  en  cosa  juzgada,  de  que  no  ho- 
biese  apelación,  ni  otro  remedio  alguno;  sobre  lo  cual  renunciamos 
todas  e  cualesquier  leyes,  fueros  e  derechos  e  ordenamientos  canó- 
nicos €  previlegios,  escritos  y  non  escritos,  ansí  en  general  como  en  es- 
pecial, g  especialmente  renunciamos  la  ley  y  derecho  en  que  dice, 
que  general  renunciación  de  leyes  fecha  non  vala.  E  nos,  la  dicha 
Priora,  monjas  e  convento  del  dicho  monesterio,  por  lo  que  nos  toca, 
para  más  firmeza  e  validación  de  esta  Escritura,  juramos  g  prome- 
temos  por   Dios    Nuestro    Señor   e   por    su    gloriosa   Madre,    y   por   la 


XPENDICES  227 

señal  de  la  Cruz,  e  por  las  palabras  de  los  santos  cuatro  Evange- 
lios, do  quier  que  son  escritas,  que  tememos,  guardaremos  e  cum- 
pliremos esta  Escritura  y  lo  en  ella  contenido,  en  todo  e  por  todo, 
como  en  ella  se  contiene;  e  contra  ella,  ni  parte,  no  iremos,  ni  vernemos, 
ni  de  ella  reclamaremos,  ni  alegaremos  la  una  parte,  ni  otra  haber  sido 
lesos  ni  dañineados,  ni  pediremos  contra  ella  ningún  beneficio  de 
restitución  in  integrum,  ni  alegaremos  otra  causa,  exceción  ni  defen- 
sión alguna,  aunque  nos  competiese  e  lo  pudiéramos  hacer,  sopeña 
de  perjuros  e  de  caer  en  caso  de  menos  valer;  y  si  lo  hiciéremos 
c  cumpliéremos  según  dicho  es.  Dios  nuestro  Señor  nos  ayude  en 
este  mundo  a  los  cuerpos  y  en  el  otro  a  las  ánimas;  e  por  el 
contrario,  nos  lo  demande  mal  y  caramente  como  a  malos  cristianos, 
que  a  sabiendas  juran,  y  jurando  se  perjuran  en  el  santo  nombre  de 
Dios  en  vano,  y  a  la  fuerza  del  dicho  juramento  cada  uno  de  nos 
decimos:   ansí  lo  juroi,  e  amén. 

E  otrosí,  debajo  del  dicho  juramento,  volvemos  a  jurar,  según 
de  suso,  que  de  este  juramento  o  juramentos,  ni  del  perjuicio  del, 
si  en  él  cayéremos,  no  pediremos  asolución  ni  relajación  a  nuestro 
muy  Santo  Padre,  ni  a  su  Nuncio,  Vice-canciller,  Sumo  Penitenciario, 
Arzobispo,  ni  Obispo,  ni  otro  Prelado  ni  Juez  alguno  que  poder  tenga 
para  nos  le  relajar  e  conceder,  y  en  caso  que  propio  motu,  y  cierta  cien- 
cia e  poderío  asoluto,  nos  sea  suelto  e  relajado,  no  usaremos  de  la  tal 
asolución  e  relajación,  aunque  sea  ud  finen  agendi  tnnUitnmodo,  ni 
en  otra  manera:  c  tantas  cuantas  veces  lo  pidiéremos  e  nos  fuere 
ralajado,  se  entienda  le  hacemos  de  nuevo,  de  manera  que  siempre 
haya  un  juramento  más  que  relajaciones;  sobre  lo  qual  renunciamos 
y  apartamos  de  nuestro  favor  e  ayucja  las  Bulas  de  San  Pedro  de 
Roma,  y  de  Cruzada,  y  otros  qualesquiera  breves,  gracias  e  indul- 
gencias, concedidas  e  por  ccnceder,  de  que  nos  pudiésemos  apro- 
vechar, que  no  nos  valan  en  juicio,  ni  fuera  del.  En  testimonio  de  lo 
cual  otorgamos,  desto  que  dicho  es,  dos  cartas  en  un  tenor,  para  cada 
parte  la  suya,  ante  el  presente  escribano  y  testigos  de  suso  escrito, 
que  es  fecha  e  otorgada  en  la  dicha  ciudad  de  Avila,  dentro  del  dicho 
moncsterio,  a  veinte  y  dos  días  del  mes  de  Abril  de  mil  y  quinientos 
setenta  e  nueve  años,  siendo  presentes  por  testigos,  a  lo  que  dicho 
es,  el  Licenciado  Vareo  y  Julián  de  Avila,  clérigo,  y  Pedro  López,  ve- 
cinos de  Avila,  y  lo  firmó  de  su  nombre  el  dicho  señor  Francisco  de 
Salcedo,  e  las  dichas  Fundadora,  e  Priora,  e  Isabel  de  San  Pablo,  e 
Antonia  del  Espíritu  Santo.  María  de  Cristo,  Priora,  Teresa  de  Jesús, 
Antonia  del  Espíritu  Santo  (1),  Isabel  de  San  Pablo,  Francisco  de 
Salcedo.   Ante  mí,    Alonso  Díaz. 

E  yo,  Alonso  Díaz,  escribano  público  de  Avila  fui  presente  a  lo 
que  dicho  ca  y  fice  mi  signo. 


1      Como  por  e.ste  tiempo  no  había  tnés  de  una  Antonia  del  Espíritu  Santo  en  San  José  iW 
Avtla,  parece  eriu)vocn'~l(^n  de  copia  la  repetición  de  este  nombre. 


228  APÉNDICES 


XXXIII 


CONFIHMAaON    DE    Lfl    PRECEDENTE    ESCRITURA    POR    EL    P.    ÁNGEL    DE    SALAZflR    (1). 


En  la  Villa  de  Madrid,  a  veinte  y  siete  días  del  mes  de  Junio, 
de  rail  y  quinientos  y  setenta  y  nueve  años,  yo.  Fray  Hngel  de  Sa- 
lazar,  Vicario  general  de  los  frailes  y  monjas  Descalzos  Carmelitas 
de  la  primera  Regla,  vi  y  leí  esta  Escritura  de  contrato  arriba  con- 
tenida y  otorgada  por  parte  de  la  Priora  y  Convento  de  San  Josef 
de  la  ciudad  de  Avila,  que  son  de  nuestra  Congregación,  y  lo  loo 
y  ratifico,  y  apruebo,  según  y  como  en  ella  se  contiene;  y  a  todo 
lo  en  ella  contenido  interpongo  mi  autoridad  y  decreto,  por  cuanto 
tengo  entendido  que  es  en  pro,  bien  y  utilidad  del  dicho  monasterio 
de  San  Josef  de  ñvila.  Y  en  fée  y  testimonio  de  esto,  otorgué  esta 
carta  de  aprobación  y  ratificación  ante  Roque  de  Huerta,  notario 
público  y  escribano  de  Su  Majestad,  y  testigos  abajo  escriptos,  y  lo 
firmé  de  mi  nombre,  y  signé  con  mi  signo;  que  fueron  testigos  a  lo 
sobredicho,  el  Padre  Fray  Nicolás  de  Jesús  María,  y  Juan  de  Casas  y 
Andrés  Ximenes,  criados  de  la  casa  y  monasterio  de  Nuestra  Señora 
del  Carmen  de  Madrid,  estantes  en  esta  Corte.  Fray  Ángel  de  Salazar, 
Vicario  general. 

E  yo,  Roque  de  Huerta,  escribano  de  Su  Majestad  y  su  notario 
público  en  la  su  Corte,  Reynos  y  Señoríos,  residente  en  ella,  presente 
fui  a  lo  que  dicho  es  puntualmente  con  los  dichos  testigos,  y  doy  fée, 
conosco  al  dicho  muy  Reverendo  Padre  Fray  Ángel  de  Salazar,  Vi- 
cario general,  que  confirmando  y  aprobando  esta  Escriptura,  aquí  fir- 
mó y  selló;  y  en  fée  y  testimonio  de  verdad  lo  escribí,  signé  y  fir- 
mé. En  fée  y  testimonio  de  verdad  Roque  de  Huerta,  notario  público 
y  escribano  de  Su  Majestad  (2). 


1  En  conformidad  con  lo  acordado  en  la  escritura  anterior,  el  Provincial  del  Carmen  rntl-' 
flcó  el  convenio,  que  va  adjunto  al  traslado  de  este  documento,  el  cual,  según  dejamos  dicho, 
se  halla  en  el  /Irchivo  Histórico  Nacional. 

2  /llonso  Díaz,  aflade:  «Fecho  y  sacado  fué  este  traslado  de  la  dicha  aprobación  original 
I)  con  él  corregido  u  concertado  en  la  ciudad  de  Avila  a  tres  días  de  el  mes  de  Enero  de  mil  u 
quinientos  u  ochenta  g  nueve  años,  siendo  testigos  Juan  Díaz  g  Lucas  Vázquez,  vecinos  de 
Avila,  ü  go  Alonso  Díaz,  escribano  público  de  Avila,  fui  presente  a  lo  ver  corregir  g  concertar, 
D  fice  mi  signo  etc.». 


APÉNDICES  2Íd 


XXXIV 


CAUSAS     POH     DONDE     NO     PARECE     CONVIENE     HACEB    CAPELLANÍA     DE     LOS     BIENES 
DE    FRANaSCO    DE    SALCEDO    (1). 


I.  Porque  se  tuerce  la  voluntad  del  señor  Francisco  (le  Salcedo 
de  todo  en  todo,  porque  yo  sé  bien  que  todo  su  intento  era  dar  auto- 
ridad a  esa  ilesia,  y  que  jamás  faltase  de  ir  muy  adelante,  y, 
porque  San  Pablo  fuese  honrado,  pospuso  la  ganancia,  que  a  su  alma 
había  de  venir  de  las  misas,  que  en  redimiento  y  santidad  tenía  para 
hacerla  decir  si  quisiera. 

II.  Que  habiendo  poca  fábrica,  si  por  tiempo  se  viniere  a  caer 
la  ilesia,  que  con  las  de  bóveda  lo  suelen  hacer,  no  hay  con  qué 
repararla. 

III.  Meter  al  Ordinario  en  lo  que  no  está  metido,  y  que  se  dé 
susidio,  que  era  lo  que  él  defendiera  si  fuera  vivo. 

IV.  Quítase  a  mi  parecer  mucho  de  la  autoridad  que  puede  tener 
San  Pablo;  porque  con  buena  fábrica  la  tiene,  y  con  una  capellanía 
ni  hace  ni  deshace,  pues  ansí  como  ansí  dirán  allí  muchas  misas. 

V.  Que  no  es  inconveniente  hacer  muy  ricos  ternos,  que  pues  se 
han  de  hacer  fiestas,  no  es  razón  ande  cada  vez  a  buscar  prestado, 
y  como  esto  se  haga  no  sobrará  mucho  dinero,  y  cuando  sobre,  se  cum- 
pliría mejor  su  voluntad  en  hacer  mayor  la  ilesia,  y  de  bóveda,  que 
pues  aquí  no  la  hay  de  San  Pablo  en  este  lugar,  sería  bien  fuese 
grande  para  celebrar  sus  fiestas. 


1  Por  la  anterior  escritura  hemos  visto  el  concierto  que  hubo  entre  Francisco  de  Salcedo 
U  Santa  Teresa  y  sus  monjas  sobre  la  capilla  de  San  Pablo,  que  aquél  fundó  jj  dotó.  Muerto  el 
donante,  surgieron  ciertas  dificultades  acerca  de  la  aplicación  de  algunas  cláusulas  de  la  Escri- 
tura, que  la  Santa,  como  testamentaria,  aclara  en  este  documento.  No  es  posible  en  una  nota 
hacer  la  historia  de  la  devota  capilla,  que  todavía  existe  adosada  a  la  iglesia  de  San  José.  En 
ella  reposan  los  restos  de  este  bueno  y  constante  amigo  de  Santa  Teresa.  (Cfr.  tomo  IV  de  las 
Caitas,  anot.idas  por  el  P.  Antonio  de  S.  José,  frag.  LXXXIII  de  la  edición  de  1793). 

Otras  memorias  y  escrituras,  análogas  a  esta,  se  hicieron  en  el  siglo  XVI.  Don  Lorenzo  de 
Cepeda,  quiso  y  fué  enterrado  en  la  iglesia  de  S.  José,  y  como  él  tantos  otros  esclaieddos  va- 
rones de  Avila,  amigos  de  la  Santa. 


230  APÉNDICES 


XXXV 


MKMORIA      QUE      ENVIÓ      LA       SANTA      AL      CAPITULO      Dfi      LA       SEPAHACION,      SOBRE 
LA    FUNDACIÓN    DE    SAN    JOSÉ    (1). 


Fundóse  esta  casa  de  San  Joscf  de  Avila,  año  de  1562,  día  de  San 
Bartolomé.  Es  la  primera  que  fundó  la  madre  Teresa  de  Jesús,  con 
ayuda  de  doña  Aldonza  de  Guzmán  y  doña  Guiomar  de  UUoa,  su  hija, 
en  cuyo  nombre  se  trajo  el  Breve  de  la  fundación;  aunque  ellas 
gastaron  poco,  que  no  lo  tenían.  Fué  menester  ser  en  su  nombre; 
porque  no  se  entendiese  lo  hacía  la  Madre  Teresa  de  Jesús  en  el 
monesterio  a  donde  estaba;  y  por  no  le  admitir  la  Orden,  se  sujetó 
al  Ordinario.  Era  entonces  el  reverendísimo  señor  don  .Alvaro  de 
Mendoza,  y  cuando  estuvo  en  Avila,  le  favoreció  mucho,  y  daba  siempre 
pan  y  botica,  y  otras  muchas  limosnas.  Cuando  quiso  salir  de  Avila 
para  ser  obispo  de  Palencia,  él  mesmo  procuró  diésemos  la  obediencia  a 
la  Orden,  porque  le  pareció  ser  más  servicio  de  Dios,  y  todos  lo 
quisimos.  Está  bien  hecho;  habrá  casi  tres  años  y  echo  meses  (2).  Hase 
vivido  de  pobreza  hasta  ahora,  con  el  ayuda  que  su  señoría  hacía,  y 
Francisco  de  Salcedo,  que  haya  gloria,  Lorencio  de  Cepeda,  que  esté 
en  gloria,  y  otras  muchas  personas  de  la  ciudad,  y  héchose  ilesia  y 
casa,  y  comprado  sitio. 


1  En  3  de  Marzo  de  1581,  se  reunieron  en  Alcalá  de  Henares,  bdjo  la  presidencia  del 
Comisario  Apostólico,  P.  Juan  de  las  Cuevas,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  en  Capitulo  pro- 
vincial los  Carmelitas  Descalzos  para  hacer  efectivo  el  Breve  de  separación  de  los  Calzados, 
erigiendo  provincia  propia,  si  bien  sujeta  al  Generalísimo  de  la  Orden.  La  Sania  escribió  al  Ca- 
pítulo algunas  cartas  encaminadas  principalmente  al  buen  gobierno  de  sus  monjas,  y  este  corto 
resumen  histórico  del  primer  convento  reformado.  Fray  Antonio  de  San  José,  que  le  reproduce 
en  el  tomo  IV  de  las  Cartas,  fragmento  85,  dice  que  en  su  tiempo  se  hallaba  el  original  *n  las 
Carmelitas  Descalzas  de  Jaén.  Hemos  visto  su  archivo  y,  por  desgracia,  no  hemos  dado  con  el 
autógrafo,  ni  sabemos  su  paradero. 

2  Hizo  la  petición  D.a  Guiomar  de  Ulloa,  según  acabamos  de  ver,  el  27  de  Julio  de  1577. 


APÉNDICES  231 


XXXVI 


ELECCIÓN     DE     SANTA     TEBESA     PARA     PRIORA     Ub     SAN     jOSE     DE     AVILA. 


(10  de  Setiembre  de  1581)  (1). 


En  este  monesterio  de  S.  José  de  Avila,  lunes,  a  diez  de  Setiembre, 
año  de  rail  y  quinientos  y  ochenta  y  uno,  dejó  el  oficio  de  priora  la 
M.  María  de  Cristo.  Fué  elegida  la  M.  Teresa  de  Jesús  por  priora, 
presidienao  en  la  eleción  el  muy  R.  P.  maestro  Fr.  Jerónimo  Gracián 
de  la  Madre  de  Dios,  Provincial  de  los  Descalzos  y  Descalzas,  habiendo 
para  la  dicha  eleción  casi  todos  los  votos  del  convento,  haciéndose 
eleción  canónica.  Y  por  que  es  ansí  lo  firmo  de  mi  nombre  yo,  el 
sobredicho  Provincial,  y  lo  firman  también  la  dicha  priora  y  supriora 
y  clavarias. 

Fr.  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios,  Provincial. 

Alaría    de    S.    Jerónimo.  Teresa    de    Jesús. 

Isabel    de    S.    Pablo. 


1       La  lomamos  del    Libro    primitivo   «le   Profesiones    y   Ek-cciones  de  San  José.  Las  firmas 
son  autógrafas.  Falta  la  de  Santa  Teresa,  que  se  cortó  de  la  hoja  donde  se  extendió  su  elección. 


232  APENOICBS 


XXXVII 


ULTIMAS  ACCIONES  OE  LA  VIDA   DE  SANTA  TERESA,   POK   LA   VENEBABLE  ANA 
DE  SAN  BARTOLOMÉ  (1). 


Llegó  Nuestra  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  a  esta  casa  de  San 
José  de  Avila,  año  de  1581,  al  principio  del  mes  de  Septiembre.  Venía 
de  la  fundación  del  monesterio  de  Soria,  y  como  en  esta  casa  de  San 
José  tuvieron  siempre  deseo  de  tenerla  por  perlada,  así  lo  procuraron 
en  llegando;  y  la  que  lo  era  entonces  desta  casa,  acabó  con  el  Padre 
Provincial  que  la  absolviese  del  oficio  para  elegir  luego  a  Nuestra 
Santa  ,Madre,  y  así  se  hizo. 

Fué  esto  en  un  tiempo  que  estaba  esta  casa  en  extrema  nece- 
sidad de  lo  temporal,  y  fué  cosa  para  alabar  a  Dios  que  dende  aquel 
mesmo  día  nunca  a  esta  casa  le  ha  faltado  lo  necesario,  antes  ha 
Ido  tanto  creciendo  en  esto,  que  con  estar  con  hartas  deudas,  lo  ha 
el  Señor  de  tal  manera  remediado,  que  no  sólo  éstas  están  pagadas, 
•mas  tiene  ya  la  casa  con  que  poder  pasar  sin  el  trabajo  y  apretura  que 
hasta  entonces  se  tuvo.  Pues  si  en  lo  espiritual  hubiera  yo  de  hablar, 
había  mucho  que  decir,  sino  que  esto  se  queda  para  que  los  perlados 
lo  digan,  como  quien  mejor  lo  sabe,  que  yo  no  tengo  de  hacer  más 
de   dar  esta   relación   que   Nuestro   Padre   Provincial   me   ha   mandado. 

Pues  estando  todas  muy  contentas  en  tener  aquí  a  Nuestra  Santa 
Madre  y  perlada  desta  casa,  comenzó  Nuestro  Señor  a  mover  a  una 
persona  de  la  ciudad  de  Burgos  para  que  se  hiciese  allí  un  monesterio 
nuestro,  y  así  escribió  a  la  Madre  para  que  fuese  a  fundarle  (2).  Ella 


1  Por  primera  vez  se  publica  en  castellano  esta  relación  de  los  últimos  días  de  Santa  Te- 
resa, debida  a  su  fiel  y  caritativa  enfermera,  /\na  de  San  Bartolomé,  que,  como  es  sabido,  la 
acompañaba  en  las  fundaciones,  ij  tenía  especial  gracia  para  cuidar  de  las  enfermedades  de  la 
Madre,  que  no  fueron  pocns  en  los  últimos  años  de  su  vida.  Hállase  esta  relación  en  las  Carme- 
litas Descalzas  de  Avila,  en  un  cuaderno  en  cuarto,  no  de  letra  de  la  venerable  Ana,  que  la 
tenía  bastante  mediana  y  de  lectura  difícil,  sino  de  una  religiosa  contemporánea  suya,  que  la  copió 
a  instancias  de  la  Madre  María  de  San  Jerónimo.  Antes  de  esta  relación,  viene  otra  de  esta 
Madre  en  el  mismo  Códice  y  de  igual  letra.  Es  de  presumir  que  María  de  San  Jerónimo  tenilria 
el  original  para  trasladarlo,  como  hizo  con  otros  apuntes  relacionados  con  su  santa  prima. 
Poseemos  de  todo  este  Códice  copia  fotográfica.  Si  bien  solamente  al  último  de  la  relación  habla 
de  la  muerte  de  la  Santa,  preferimos  publicarla  íntegra  a  dejarla  dislocada  y  en  estado  frag- 
mentario. 

Ana  de  San  Bartolomé,  natural  de  Almendral  (Avila),  profesó  de  lega  en  Sen  José  de  Avila 
el  15  de  Agosto  de  1572,  cuando  contaba  cerca  de  22  años  de  edad.  Acompañó  en  muchos 
viajes  a  Santa  Teresa  y  no  la  dejó  hasta  su  muerte,  a  la  cual  la  V.  Ana  estuvo  presente.  En 
1604  salió  con  otras  Descalzas  a  fundar  en  Francia,  y  allí  la  obediencia  la  obligó  a  hacerse  de 
coro,  por  ser  de  más  utilidad  a  la  Reforma.  Murió  en  Amberes  a  7  de  Junio  de  1626.  Su  causa 
de  beatificación  está  introducida  en  Roma.  En  29  de  Junio  de  1735  declaró  Clemente  XII  la  he- 
roicidad de  las  virtudes  de  esta  Venerable. 

2  D.a  Catalina  de  Tolosa. 


APÉNDICES  233 

la  respondió  que  procurase  la  licencia  del  señor  Arzobispo  (1),  y  que 
en  teniéndola  la  avisasen.  Y  esto  no  era  con  intento  de  ir  ella  a  fun- 
darle, sino  de  enviar  monjas,  Y  estando  con  esta  determinación,  en- 
tendió quera  la  voluntad  de  Dios  quella  mesraa  fuese  en  persona  a 
fundarle;  y  entendióse  bien  ser  esto  así  verdad  por  los  trabajos  y  con- 
tradiciones que  en  esta  fundación  se  pasaron,  que  a  no  ir  ella,  fuera 
imposible    hacerse    como    adelante    se    verá. 

En  este  tiempo  vino  el  Padre  Fray  Juan  de  la  Cruz,  ques  el 
primer  fraile  descalzo  que  hubo  en  nuestra  Orden.  Traía  cabalga- 
duras y  recaudo  para  llevar  a  Nuestra  Santa  Madre  a  fundar  en  Gra- 
nada, que  les  parecía  que  por  ser  aquella  fundación  la  primera  en 
aquel  reino,  convenía  que  fuese  ella  la  que  la  hiciese.  Como  la  Santa 
Madre  vio  que  no  podía  ir  por  haber  de  acudir  a  la  de  Burgos, 
escogió  dos  monjas  cuales  convenía  para  tal  jornada;  la  una  dellas 
era  la  Priora  quera  desta  casa  cuando  eligieron  a  Nuestra  Santa  Ma- 
dre, la  otra  era  una  monja  de  mucho  espíritu  y  perfeción  (2).  Y 
porque  en  aquella  fundación  se  dirá  lo  mucho  que  hay  que  decir 
dellas,  no  digo  aquí  más  de  que  en  esta  casa  dejaron  mucho  senti- 
miento y  soledad  de  carecer  de  tan  buena  compañía. 

Partiéronse  la  víspera  de  San  Andrés,  y  nuestra  Santa  Madre  se 
partió  para  la  de  Burgos  otro  día  después  de  año  nuevo  de  82.  Fueron 
con  ella  dos  monjas  que  había  hecho  traer  de  Alba  para  este  efecto 
y  con  su  compañera.  Iba  con  ella  el  Padre  Provincial  Fr.  Jerónimo 
de  la  Madre  de  Dios,  y  otros  dos  frailes  que  trajo  consigo  (3).  La  más 
parte  deste  día  que  partieron  de  aquí,  le  llevaron  de  agua  y  nieve, 
donde  fué  causa  de  comenzarle  la  perlesía,  queste  mal  le  apretaba 
algunas  veces,  y  así  llegamos  a  Medina  con  harto  trabajo  por  pasarse 
casi  todo  el  camino  lloviendo.  Detúvose  en  esta  casa  tres  días;  de 
ahí  pasamos  a  Valladolid,  donde  le  apretó  tanto  el  mal,  que  la  di- 
jeron los  médicos  que  si  no  salía  luego  de  allí,  le  cargaría  una  enfer- 
medad, que  no  sería  posible  salir  de  allí  tan  aína,  y  así  nos  fuimos 
luego  de  allí  a  Palencia,  donde  se  había  fundado  una  casa  nuestra 
un  año  había  (4),  y  de  entonces  habían  quedado  en  el  pueblo  con  tanta 
devoción  con  nuestra  Santa  Madre,  que  como  supieron  que  iba,  se 
juntó  tanta  gente,  que  al  tiempo  que  se  hubo  de  apear  ella  y  las  monjas 
del  coche  en  que  iban,  con  mucha  dificultad  nos  dejaron  bajar  por 
la  gente  que  cargó  a  hablarla  y  pedirla  la  bendición,  y  los  que  no 
podían  alcanzar  esto,  se  contentaban  con  oiría  hablar. 

Pues  entrando  en  el  monesterio,  recibiéronla  con  un  Te  Denm, 
como  lo  hacían  en  todos  los  monesterios.  El  contento  y  regocijo 
de  las  monjas  se  echaba  bien  de  ver  en  el  aderezo  que  tenían  en  el 
patio,  donde  no  faltaban  altares  y  otras  cosas,  que  parecía  lo  tenían 
hecho  un  cielo.  Los  días  que  estuvimos  en  esta  casa,  estuvo  nuestra 
Santa  Madre  harto  mala  y  d  tiempo  hizo  muy  recio  de  muchas  aguas. 


1  Llamábase  D.  Cristóbal  Vela,  pariente  letano  de  la  Santa. 

2  Matía  de  Cristo,  que  acababa   de   ser   priora    y    Antonia  del  Espíritu  Santo,  una  de  las 
cuatro  primeras  que  tomaron  el  hábito  en  San  José. 

3  Fray  Pedro  de  la  Purificación  y  otro,  cuyo  nombre  se  Iflnora. 

4  A  flnes  de  Diciembre  de  1580. 


234  APÉNDICES 

Todo  esto  no  era  parte  para  dejar  de  querer  proseguir  su  camino 
para  Burgos.  Decíanla  que  no  se  sufría  ponerse  en  camino  con  tal 
tiempo,  porque  podrían  perecer,  y  ansí  enviaron  un  hombre  para  que 
mirase  cómo  estaban  los  caminos.  El  volvió  y  trajo  harto  malas  nue- 
vas de  cómo  estaban. 

Estando  la  Santa  JVladre  en  esta  congoja,  que  no  sabía  qué  se 
hacer,  se  entendió  después  que  le  había  dicho  Nuestro  Señor  que 
saliese,  quél  nos  ayudaría;  y  bien  se  vio  después  según  los  peligros 
en  que  nos  vimos,  que  si  Su  iWajestad  no  nos  guardara,  era  muy 
cierto  el  perecer  a  la  mitad  del  camino.  Yendo  caminando  orilla  de 
un  río,  eran  tan  grandes  los  lodos,  que  fué  necesario  apearnos,  por- 
que atollaban  los  carros.  Subiendo  ya  por  una  cuesta,  habiendo  sa- 
lido deste  peligro,  vimos  a  ios  ojos  otro  muy  mayor,  y  fué  que  vio 
la  Santa  Madre  el  carro  donde  iban  sus  monjas  trastornarse  de 
manera  que  iban  a  caer  en  el  río,  y  la  cuesta  en  que  íbamos  era 
tan  agria,  que  mucha  gente  no  fuera  parte  para  librarlas  ni  detener 
el  carro  para  no  caer.  En  este  punto  lo  vio  un  mozo  de  los  que  lle- 
vábamos, y  asióse  de  la  rueda  y  tuvo  el  carro  para  que  no  cayese: 
que  más  pareció  el  ángel  de  la  guarda  que  hombre,  porque  no  era 
posible  poderle  tener  el  solo  si  Dios  no  las  quisiera  librar. 

A  nuestra  Santa  Madre  le  dio  harto  trabajo  el  ver  esto,  porque 
le  pareció  que  sus  monjas  se  iban  ahogar;  y  dende  que  vio  esto 
quiso  ir  adelante,  porque  los  demás  peligros  que  se  ofreciesen  fuese 
ella  la  primera  en  ellos.  Y  para  el  descanso  deste  trabajo  que  se 
había  pasado,  llegamos  aquella  noche  a  una  venta  donde  no  había 
para  poder  hacer  una  cama  a  nuestra  Santa  Madre,  y  con  este  poco 
abrigo  aun  parecía  que  fuera  bueno  detenemos  allí  algunos  días,  por 
las  nuevas  que  nos  daban  de  cuál  estaba  el  camino,  que  los  ríos 
iban  tan  crecidos,  quel  agua  subía  sobre  las  puentes  más  de  media 
vara.  El  ventero  era  tan  buen  hombre  y  nos  tuvo  tanta  lástima,  que 
se  ofreció  a  ir  delante  para  guiarnos  por  el  agua;  porque  como  iba  tan 
turbio  y  las  puentes  cubiertas,  no  se  vía  el  camino  por  donde  se  había 
de  ir.  Estas  eran  tan  angostas  y  de  madera,  que  sólo  cabía  en  ellas 
las  ruedas,  que  por  muy  poquito  que  ladearan  caíamos  en  el  río.  Para 
entrar  en  este  peligro  nos  confesamos  y  pedimos  a  nuestra  Santa 
Madre  nos  echase  su  bendición,  como  gente  que  iba  a  morir,  y  así 
decíamos  el  credo.  La  Santa  Madre,  como  nos  vía  tan  desanimadas, 
conformábase  en  algunas  cosas  con  nosotras,  y  como  ella  llevaba  más 
fe  de  que  Nuestro  Señor  nos  había  de  sacar  con  bien  deste  pe- 
ligro, decíanos  con  mucha  alegría:  ¡Ea,  mis  hijas!  ¿qué  más  bien  quie- 
ren ellas  que  ser  aquí  mártires  por  amor  de  Nuestro  Señor?».  Y  dijo 
más,  quella  pasaría  primero,  y  que  si  se  ahogase,  que  les  rogaba 
que  no  pasasen  más  adelante,  sino  que  se  volviesen  a  la  venta.  ñ\ 
fin,  fué  Dios  servido  que  salimos  libres  deste  peligro. 

Con  estos  trabajos  iba  tan  mala  nuestra  Santa  Madre  y  tan  tra- 
bada la  lengua  de  la  perlesía,  quera  lástima  de  vella.  Llegamos  a  un 
lugar  antes  de  mediodía,  y  luego  procuró  quel  P.  Provincial  se  fuese 
a  decir  misa;  comulgó  a  ella  y  luego  se  le  destrabó  la  lengua  y  quedó 
mejor.  De  aquí  fuimos  a  Burgos  aquella  noche,  y  llegamos  con  tan 
grande  agua,  que  iban  las  calles  como  ríos.  La  señora  que  nos  estaba 


APÉNDICES  235 

esperando    para    aposentarnos    en    su    casa    (1),    es    persona    de    tanta 
caridad,  que  nos  tenía  muy  buena  lumbre  y  muy  bien  que  nos  aposentó. 

Como  nuestra  Madre  iba  tan  mojada,  detúvose  más  aquella  noche 
a  la  lumbre  de  lo  quella  solía;  hízole  tanto  mal,  quesa  mesma  noche 
le  dio  un  vahído»  y  tan  recios  vómitos,  que  como  llevaba  la  garganta 
enconada,  se  le  hizo  en  ella  una  llaga  que  escupía  sangre,  de  suerte 
que  no  estuvo  el  día  siguiente  para  levantarse  a  negociar,  sino  era 
echada  en  una  camilla  que  la  pusieron  a  una  ventana  que  salía  a 
un  corredor,  donde  estaban  los  que  la  hablaban.  Fueron  a  decir  al 
señor  Arzobispo  cómo  era  venida.  Lo  que  respondió  fué,  que  para 
qué  traía  monjas,  quél  no  había  dicho  sino  quella  viniese  a  negociar; 
y  pidiéndole  licencia  para  que  se  pusiese  el  Santísimo  Sacramento 
y  se  dijese  misa,  porque  en  aquella  mesma  casa  donde  estábamos  se 
había  de  hacer  el  monesterio,  respondió  Su  Señoría  que  bien  nos 
podíamos  sosegar,  porque  se  había  de  mirar  despacio.  Echáronle  al- 
gunas personas  que  le  hablasen;  nada  bastaba;  fué  nuestro  Padre 
Provincial,  y  la  respuesta  que  trajo,  fué  que  bien  nos  podíamos  tor- 
nar, que  no  había  necesidad  en  su  pueblo  de  reformación,  que  muy 
reformados  estaban  los  monesterios.  Dendc  algunos  días  le  fué  otra 
persona  a  hablar,  y  lo  que  la  respondió,  fué  que  ya  pensó  queramos 
idas,  que  bien  nos  podíamos  volver. 

En  este  tiempo  estaba  la  Santa  Madre  muy  mala,  de  manera 
que  no  podía  comer  sino  cosas  bebidas,  por  el  gran  mal  que  tenía  en 
la  garganta,  y  como  estaba  desta  manera,  que  aun  para  levantarse 
de  la  cama  no  estaba,  érale  muy  gran  trabajo  el  haber  de  ir  a  oir 
misa  las  fiestas,  y  a  esta  causa  fueron  a  pedir  licencia  al  señor  Arzo- 
bispo para  que  pudiesen  decir  misa  en  casa,  y  también  porque  las 
monjas  era  tanto  lo  que  sentían  el  verse  entre  los  seglares  en  la 
iglesia,  que  les  acaecía  de  lo  que  lloraban  dejar  mojado  el  suelo  donde 
se  sentaban,  y  el  remedio  que  dio  Su  Señoría  para  este  sentimiento 
fué  decir  que  no  importaba,  que  antes  darían  buen  ejemplo.  Esto 
bien  se  entiende  que  no  nacía  de  falta  de  caridad  de  Su  Señoría,  que 
ya  todos  conocen  su  mucha  santidad,  sino  que  Dios  lo  ordenaba  así  para 
que  la  Santa  Madre  y  las  hermanas  padeciesen.  Y  bien  se  echaba  esto 
de  ver  en  la  conformidad  y  perfeción  con  que  la  Madre  lo  llevaba, 
porque  yéndole  algunas  personas  a  hablar,  venían  tan  desgustados  y 
desabridos  de  ver  lo  poco  que  alcanzaban.  La  Santa  Madre  le  disculpaba 
tanto  y  les  decía  tales  palabras,  que  les  quitaba  la  mohína  con  que 
venían.  En  esto  se  pasaron  algunas  semanas,  que  con  todo  su  mal  iba 
las  fiestas  a  oir  misa  y  comulgar,  con  estar  las  calles  harto  trabajosas 
del  tiempo  que  hacía;  y  todo  esto  no  era  el  trabajo  mayor  que  tenía, 
sino  ver  al  P.  Provincial  con  el  disgusto  y  pena  que  le  daba  ver  esto, 
y  asimesmo  a  la  señora  que  nos  había  llevado  para  hacer  el  mones- 
terio; que  la  acaecía  irse  a  confesar  y  no  la  querer  absolver,  porque 
nos  tenía  en  su  casal  y  había  sido  ella  la  ocasión  de  nuestra  ida. 

Y  en  estando  la  Santa  Madre  un  poco  mejor,  fué  a  hablar  al  Señor 
Arzobispo  a  ver  si  ella  podía  acabar  lo  que  los  demás  no  habían  po- 


1       D.a  Catalina  de   Tolosa, 


236  APÉNDICES 

dido,  quedando  mientras  quella  iba,  tomando  las  hermanas  disciplina; 
y  de  manera  concertaron  esto,  que  duró  toda  la  tarde  mientras  la  Santa 
Madre  estuvo  con  el  señor  Arzobispo.  Y  estando  con  él  en  la  plática, 
di  jóle:  «JViire  vuestra  señoría  que  mis  monjas  se  están  disciplinando». 
R  esto  respondió,  «que  bien  podían  disciplinarse  harto,  porque  él  no 
tenía  entonces  determinación  de  dar  la  licencia»,  g  así  se  volvió  sin 
ella  la  Santa  Madre;  y  cuando  la  vimos  venir,  salimos  a  preguntarla 
qué  traía,  porque  en  su  semblante  mostraba  mucho  contento.  Cuando 
supimos  que  no  traía  recaudo,  nos  pusimos  harto  tristes,  mostrando 
alguna  queja  del  señor  Arzobispo.  Ella  nos  comenzó  a  consolar,  di- 
ciendo quera  un  santo  y  que  daba  muy  buenas  razones,  que  a  ella 
le  contentaban  y  se  había  holgado  mucho  con  él,  que  no  tuviésemos 
pena   y   confiásemos   en   Dios,   que  no   se   dejaría   de   hacer. 

Pues  viendo  que  no  había  remedio  de  la  licencia  para  el  mones- 
terio  ni  para  poder  decir  misa  en  casa,  y  lo  que  la  Santa  Madre  y 
todas  sentíamos  de  irla  a  oír  fuera,  dióse  orden  para  que  fuésemos 
a  parte  que  pudiésemos  oír  misa  sin  salir  de  casa,  y  así  nos  fuimos  a 
un  hospital  (1),  y  allí  dieron  al  P.  Provincial  un  cuarto  alto,  donde  ha- 
bía una  tribunita,  donde  podíamos  oír  misa.  Esto  estaba  desembarazado, 
por  estar  ello  de  suerte  que  nadie  había  gana  de  vivir  en  ello, 
que  tenía  fama  quen  todo  Burgos  no  se  juntaban  tantas  brujas  como 
allí.  Y  algo  debía  de  ser  lo  que  decían,  porque  no  dejó  de  aconte- 
cemos algo  el  tiempo  que  allí  estuvimos.  Y  fuera  desto,  era  un  cuarto 
muy  desabrigado,  que  para  la  enfermedad  que  la  Santa  Madre  tenía, 
pasó  harto  trabajo,  y  compadeciéndonos  nosotras  dello,  nos  i-espondía, 
que  demasiado  de  buen  lugar  era,  que  no  lo  merecía  ella,  que  de 
nosotras  le  pesaba  a  ella,  que  de  sí  no  tenía  ninguna  pena,  que  no 
merecía  que  la  hubiesen  recibido  en  aquel  hospital.  Y  cuando  le  hacían 
una  pobre  camilla,  decía:  ¡Oh,  Señor  mío,  qué  cama  tan  regalada 
es  esta  estando  Vos  en  una  cruz!  Y  cada  vez  que  comía,  le  salía 
sangre  de  la  llaga  de  la  garganta,  y  habiéndola  compasión,  decía: 
«No  me  hayan  lástima,  que  más  padeció  mi  Señor  por  mí  cuando 
bebió  la  hiél  y  vinagre». 

Dijo  un  día,  como  tenía  tan  gran  hastío,  que  de  unas  naranjas 
dulces  comiera,  y  el  mesmo  día  se  las  envió  una  señora;  y  trayén- 
dole  unas  pocas  muy  buenas,  en  viéndolas,  echóselas  en  la  manga 
y  dijo  quería  bajar  a  ver  a  un  pobre  que  se  había  quejado  mucho;  y 
así  fué,  y  repartiólas  a  los  pobres,  y  volviendo,  dijímosla  que  cómo 
las  había  dado.  Dijo:  «Más  las  quiero  yo  para  ellos  que  para  mí; 
vengo  muy  alegre  que  quedan  muy  consolados».  Y  bien  se  vio  en 
el  rostro  el  contento  que  traía.  Otra  vez  la  trajeron  unas  limas,  y 
como  las  vio,  dijo:  «Bendito  sea  Dios,  que  me  ha  dado  que  lleve  a 
mis  pobrecitos».  Un  día  curaban  a  uno  de  unas  postemas,  y  daba  tan 
terribles  voces,  que  atormentaba  a  los  otros,  y  compadeciéndose  la 
Santa  Madre  del,  bajó,  y  viéndola  el  pobre,  calló.  Díjole  ella:  «Hijo, 
¿cómo  dais  tales  voces?  ¿No  lo  llevaréis  por  amor  de  Dios  con  pa- 
ciencia?».  Respondió  él:    «Parece  que  se  me  arranca  la  vida»;    y  cs- 


1      Hospital  de  la  Concepción. 


APÉNDICES  237 

tando  allí  la  Santa  Madre  un  poco,  dijo  que  se  le  habían  quitado  los 
dolores,   y    después,    aunque   le   curaban,   nunca   más   le   oímos   quejar. 

Decían  los  pobres  a  la  hospitalera,  que  les  llevase  muchas  veces 
allá  aquella  santa  mujer,  que  les  consolaba  mucho  sólo  verla  y  les 
parecía  se  les  aliviaban  los  males.  Díjonos  la  mesma  hospitalera,  que 
cuando  supieron  que  nos  íbamos  de  allí,  que  los  había  hallado  llo- 
rando y  muy  afligidos  por  saber  se  iba  la  Santa  Madre;  pues  es- 
tándolo  nosotras  la  víspera  de  San  José,  porque  se  acercaba  el  tiempo 
en  que  nos  habían  de  echar  del  hospital,  que  no  nos  le  dieron  más  de 
hasta  Pascua  Florida,  y  si  entonces  no  tuviésemos  casa,  que  nos  pu- 
diesen echar  del,  y  ésta  no  se  hallaba;  pues  estando  de  la  manera  que 
he  dicho  la  víspera  de  nuestro  Padre  San  José,  nos  la  deparó  Nuestro 
Señor  por  una  vía  que  más  pareció  milagro  que  otra  cosa,  y  por  en- 
tender que  nuestra  Santa  Madre  lo  tiene  dicho  en  esta  fundación, 
no  digo  aquí  más  desto. 

Concertada  ya  esta  casa,  nos  pasamos  a  ella  dentro  de  dos  o 
tres  días;  dende  este  tiempo  hasta  Pascua  Florida  se  gastó  en  aco- 
modar la  casa.  Después  que  estuvimos  en  ella,  fué  dos  o  tres  veces 
el  señor  Arzobispo  a  ver  a  nuestra  Santa  Madre  y  para  ver  el  có- 
modo que  tenía  la  casa  para  el  monasterio  dándola  esperanzas  que 
para  Pascua  Florida  le  daría  licencia.  Y  estando  un  día  Su  Señoría 
con  nosotras,  pidió  un  jarro  de  agua  y  la  Santa  Madre  hizo  que  le 
sacasen  con  él  no  sé  que  regalillo  que  la  habían  enviado.  Como  él  lo 
vio,  dijo:  «Harto  ha  alcanzado.  Madre,  conmigo,  porque  en  todo  Burgos 
no  he  tomado  otro  tanto  como  esto  por  ser  de  su  mano».  La  Madre 
le  respondió:  «También  quería  yo  alcanzar  la  licencia  de  la  de  Vuestra 
Señoría».  Y  con  no  se  la  dar,  quedó  tan  contenta  y  alabando  a  Nues- 
tro Señor  como  si  se  la  hubiera  dado,  y  loándole  mucho  su  santidad 
y  cuan  bien  parecían  en  la  iglesia  de  Dios  tales  perlados,  y  nunca 
la  oímos  palabra  en  contrario  desto. 

Estuvimos  así  hasta  la  Pascua  Florida  aguardando  la  licencia,  y  la 
Semana  Santa  íbamos  a  una  iglesia  ^  oir  los  Oficios,  y  estando  el 
Jueves  Santo  en  ella,  quiriendo  pasar  unos  hombres  por  donde  la 
Santa  Madre  estaba,  como  no  se  levantó  tan  presto  como  ellos  qui- 
sieran, la  dieron  de  coces  por  echalla  a  un  cabo  para  pasar;  cuando 
yo  fui  a  ayudarla  a  levantar,  hállela  con  tanta  risa  y  contento,  por 
esto  que  me  hizo  alabar  a  Dios.  Con  esto,  estuvimos  esperando  que  nos 
traerían  la  licencia  para  que  se  dijese  misa  en  casa  el  día  de  Pascua. 
Aquí  quiso  Dios  probar  más  la  paciencia  de  la  Santa  Madre,  y  por 
mejor  decir,  la  de  las  hermanas,  quella  harta  tenía,  y  aguardándola 
todos  tres  días,  ningún  día  dellos  vino  a  tiempo  que  nos  excusase  de 
ir  fuera  a  misa  toda  la  Pascua.  El  postrer  día,  ya  estaban  las  herma- 
nas tan  trabajadas  y  la  señora  que  nos  había  llevado  mucho  más,  de 
manera  que  se  despidió  de  la  Santa  Madte  y  sus  monjas  para  no  las 
tornar  más  a  ver  hasta  que  supiese  que  la  fundación  estaba  hecha. 
En  este  tiempo  quedaba  la  Santa  Madre  con  harta  pena  de  ver  con  la 
que  iba  esta  señora  y  tenían  las  hermanas,  y  en  el  mesmo  punto 
entró  un  caballero,  a  quien  debíamos  mucho,  con  la  licencia  del  señor 
Arzobispo  para  hacerse  el  raonesterio;  y  como  él  venía  tan  contento, 
en  entrando,  antes  que  nos  dijese  nada,  se  fué  con  grandísima  priesa 


238 


APÉNDICES 


a  tañer  la  campanilla  questaba  puesta.  En  esto  entendimos  que  traía 
la  licencia.  Con  esto  fué  grande  el  regocijo  de  todas;  con  éste,  se 
puso  otro  día  el  Santísimo  Sacramento  (1)  y  se  dijo  la  primera  misa, 
donde  quedamos  ya  con  nuestra  clausura,  no  poco  deseada  de  todas. 
Dijo  la  primera  misa  y  puso  el  Santísimo  Sacramento  unos  Padres 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  que  siempre  los  de  ella  han  ayudado 
a  nuestra  Santa  Madre^  y  favorecídola  en  sus  necesidades. 

Daquí  a  pocos  días,  se  dio  e!  hábito  a  una  doncella  hija  de  la 
Señora  que  procuró  se  hiciese  allí  nuestro  monesterio;  predicó  a  él 
el  señor  Arzobispo,  con  tantas  lágrimas  y  humildad,  que  fué  harta 
confusión  para  todas  y  devoción  para  el  demás  auditorio,  porque 
mostró,  entre  otras  cosas  que  dijo,  haberle  pesado  de  haber  dilatado 
nuestro  negocio.  Loó  mucho  a  la  señora  que  nos  llevó  a  aquella  ciu- 
dad, y  fué  mucho  el  amor  que  cobró  a  nuestra  Santa  Madre. 

Dende  ahí  adelante  fuese  acreditando  la  casa  de  manera  que 
comenzó  alguna  gente  principal  a  visitar  a  nuestra  Santa  Madre, 
entre  ellas  fué  una  señora  que  había  algunos  años  que  deseaba  que 
Dios  le  diese  hijos,  y  con  tal  fe  se  encomendó  a  Nuestra  Madre  que 
lo  pidiese  a  Su  Majestad,  que  se  cumplió  su  deseo.  Ella  quedó  bien 
agradecida   por   esta   merced   que   Dios   la   hizo. 

Pues  en  este  tiempo,  estando  Nuestra  Madre  y  todas  contentísi- 
mas en  nuestra  casa  y  de  vernos  ya  encerradas,  con  que  todo  se  había 
hecho  muy  bien,  quiso  Nuestro  Señor  templarnos  este  contento  con  el 
trabajo  que  sobrevino  luego,  así  para  nuestra  casa,  como  para  toda  la 
ciudad,  y  fué  quel  día  de  la  Hscensión  creció  tanto  el  río  y  la  mucha 
agua  que  vinq  a  la  ciudad,  que  llegó  a  términos  que  los  monesterios 
se  despoblaban  por  no  ser  anegados.  Nosotras  también  nos  vimos 
en  este  mesmo  peligro,  y  por  estarlo,  aconsejaban  a  la  Madre  saliese 
de  la  casa.  Ella  nunca  lo  quiso  esto  aceptar,  sino  hizo  poner  el  San- 
tísimo Sacramento  en  una  pieza  alta  donde  nos  hizo  a  todas  recoger 
y  estar  diciendo  letanías.  En  fin,  el  trabajo  venía  a  tanto,  que  los 
muertos  desenterraba,  y  las  casas  se  hundían  y  la  nuestra  era  la  que 
tenía  más  peligro  por  estar  en  un  llano  y  más  cerca  del  río.  En  fin, 
Dor  no  me  alargar  tanto,  aunque  había  mucho  que  decir  desto,  con- 
cluyo con  decir,  que  la  voz  de  mucha  gente,  especial  del  Sr.  Hrzobispo, 
era  decir  que  por  estar  allí  nuestra  Santa  Madre,  había  atado  las 
manos   a   Dios  para   que  no   pereciese   aquel   pueblo. 

Pasado  este  trabajo,  que  fué  harto  mayor  del  que  yo  aquí  signi- 
fico, estando  la  dicha  Madre  con  Nuestro  Señor,  le  dijo:  «Señor, 
¿estáis  ya  contento?».  Y  la  respuesta  que  la  dio  en  esto  fué  de- 
cirla: «Hnda  que  otro  mayor  trabajo  te  queda  agora  presto  por  pasar». 
Ella  al  presente  no  entendió  el  porqué;  después  se  vio  bien  en  los 
trabajos  que  pasó  dende  allí  hasta  que  llegó  a  Alba,  ansí  en  la  poca 
salud  como  en  otros  trabajos  que  se  le  ofrecieron  graves,  pues  es- 
tándose en  Burgos  con  cuidado  de  no  saber  si  se  vernía  luego  o  si  se 
deternía  más  allí,  le  dijo  Nuestro  Señor,  que  se  viniese,  que  ya  allí 
no  había  más  que  hacer,  que  ya  aquello  estaba  acabado;   y  así  se  vino 


1      18  de  Abril  de  1582, 


.IPENDICES  239 

luego  para  Patencia,  y  dende  allí  a  Medina,  con  intento  de  venirse 
derecha  a  Avila.  Halló  allí  al  P.  Vicario  Provincial,  Fr.  Antonio  de 
Jesús,  que  la  estaba  esperando  para  mandarla  que  fuese  a  Alba,  y  con 
haberla  Dios  hecho  tanta  merced  en  esta  virtud  de  la  obediencia,  fue 
tanto  lo  que  ésta  sintió  por  parccerle  que  a  petición  de  la  Duquesa  la 
hacían  ir  allá,  que  nunca  la  vi  sentir  tanto  cosa  que  los  perlados  la 
mandasen   como   ésta. 

Fuimos  de  aquí  en  una  carroza,  que  llevó  el  camino  con  tan 
gran  trabajo,  que  cuando  llegamos  a  un  lugarito  cerca  de  Peñaranda,  iba 
la  Santa  Madre  con  tantos  dolores  y  flaqueza,  que  la  dio  allí  un 
desmayo,  que  a  todos  nos  hizo  harta  lástima  verla,  y  para  esto  no 
llevábamos  cosa  que  la  poder  dar  sino  eran  unos  higos,  y  con  eso 
se  quedó  aquella  noche,  porque  ni  aun  un  huevo  no  se  pudo  fiallar 
en  todo  el  lugar;  y  congojándome  yo  de  verla  con  tanta  necesidad 
y  no  tener  con  que  la  socorrer,  consolábame  ella  diciendo  que  no  tu- 
viese pena,  que  demasiados  de  buenos  eran  aquellos  higos,  que  mu- 
chos pobres  no  temían  tanto  regalo.  Esto  decía  por  consolarme;  mas 
como  yo  ya  conocía  la  gran  paciencia  y  sufrimiento  que  tenía  y  el 
gozo  que  le  era  padecer,  creía  ser  más  su  trabajo  del  que  significaba, 
!J  para  remediarse  esta  necesidad  fuimos  otro  día  a  otro  lugar,  y  lo 
que  hallamos  para  comer  fué  unas  berzas  cocidas  con  harta  cebolla, 
de  las  cuales  comió  aunque  era  muy  contrario  para  su  mal.  Rste  día 
llegamos  a  Alba,  y  tan  mala  nuestra  Madre,  que  no  estuvo  para  en- 
tretenerse con  sus  monjas.  Dijo  que  se  sentía  tan  quebrantada,  que 
a  su  parecer  no  tenía  hueso  sano.  Dende  este  día,  quera  víspera 
de  San  Mateo,  anduvo  en  pie  con  todo  su  trabajo  hasta  el  día  de 
San  A\iguel,  que  fué  a  comulgar.  Viniendo  de  hacerlo,  se  echó  luego 
en  la  cama,  porque  no  venía  para  otra  cosa,  que  le  dio  un  flujo  de 
sangre,  de  lo  cual  se  entiende  que  murió.  Dos  días  antes  pidió  que 
le  diesen  el  Santísimo  Sacramento,  porque  entendía  ya  que  se  moría. 
Cuando  vio  que  se  le  llevaban,  sentóse  en  la  cama  con  gran  ímpetu 
dcspíritu,  de  manera  que  fué  menester  tenerla,  porque  parecía  que  se 
quería  echar  de  la  cama.  Decía  con  gran  alegría:  «Señor  mío,  ya 
es  tiempo  de  caminar;  sea  muy  enhorabuena  y  cúmplase  vuestra  vo- 
luntad». Daba  muchas  gracias  a  Dios  por  verse  hija  de  la  Iglesia 
y  que  moría  en  ella,  diciendo  que  por  los  méritos  de  Cristo  esperaba 
ser  salva,  y  pedíanos  a  todas  que  lo  suplicásemos  a  Dios  que  la  per- 
donase sus  pecados,  y  que  no  mirase  a  ellos,  sino  a  su  misericordia. 
Pedía  perdón  a  todas  con  mucha  humildad,  diciendo  que  no  mirasen 
lo  que  ella   había   hecho  y   el  mal  ejemplo   que   las  había   dado. 

Como  vieron  las  hermanas  que  se  moría,  pidiéronla  mucho  que 
les  dijese  algo  para  su  aprovechamiento,  y  lo  que  las  dijo  fué,  que 
por  amor  de  Dios  las  pedía  guardasen  mucho  su  Regla  y  Constitucio- 
nes. No  les  quiso  decir  otra  cosa.  *  Después  desto,  todo  lo  que  más 
habló,  fué  repetir  muchas  veces  aquel  verso  de  David  que  dice:  Sacrifi- 
cium  Deo  spiritus  contri hulatus;  cor  contritum  et  hiimiliatum,  Deas, 
non  despides  (1).   Especialmente  dende  cor  contritum;    ésto  era  lo  que 


1      Salmo  L. 


240  APÉNDICES 

decía  hasta  que  se  le  quitó  el  habla.  Rntes  que  se  le  quitase,  pidió 
la  Extremaunción,  y   recibióla  con  gran  devoción. 

El  día  de  San  Francisco  por  la  tarde,  a  la  noche,  a  las  nueve, 
la  llevó  Nuestro  Señor  consigo,  quedando  todas  con  tanta  tristeza  y 
trabajo,  que  si  lo  hubiera  de  decir  aquí,  había  bien  qué;  y  algunas 
cosas  supe  yo  que  habían  pasado  en  expirando  la  Santa  Madre,  que 
por  ser  señaladas  no  las  pongo  aquí;  si  a  los  perlados  les  pareciere, 
ellos  lo   podrán   decir. 

El  día  siguiente  la  enterraron  con  la  solenidad  que  se  pudo  hacer 
en  aquel  lugar.  Pusieron  su  cuerpo  en  un  ataúd;  cargaron  sobre  él 
tanta  piedra,  cal  y  ladrillo,  que  se  quebró  el  ataúd  y  se  entró  dentro 
todo  esto.  Esto  hizo  la  que  dotó  aquella  casa,  que  se  llamaba  Teresa 
de  Láiz;  no  bastando  nadie  a  estorbárselo,  pareciéndole  que  por  cargar 
tanto    desto,    la    ternía    más    segura    que    no    se    la    sacasen    de    allí. 

Pasados  nueve  meses,  fué  a  aquella  casa  el  P.  Provincial,  quera 
entonces  Fray  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  y  las  hermanas 
della  le  dieron  mucha  priesa  para  que  abriese  el  sepulcro,  diciendo 
questaban  con  escrúpulo  de  cómo  estaba  puesto  aquel  santo  cuer- 
po; y  así,  a  petición  suya,  comenzó  a  quererle  abrir,  y  como  le 
habían  cargado  tanto  de  piedra  y  lo  demás,  nos  dijeron  que  habían 
estado  cuatro  días  él  y  su  compañero  quitando  lo  que  tenía  encima  (1). 
Hallaron  eí  santo  cuerpo  tan  lleno  de  tierra  y  maltratado,  como  se 
habla  quebrado  el  ataúd,  quera  lástima  de  ver.  Dicen  estaba  tan  fres- 
co como  si  acabara  de  morir,  y  muy  hinchado  de  la  humedad  y  lleno 
de  moho,  y  los  vestidos  también,  y  todos  podridos.  Con  esto  estaba 
g!  cuerpo  tan  sin  corrompimiento  ninguno  y  entero,  que  ninguna  parte 
dé)  tenía  decentado,  y  no  sólo  no  tenía  mal  olor,  sino  tan  bueno  como 
hoy   día   se  ve. 

Pusiéronle  otros  vestidos  y  metiéronla  en  un  arca  en  el  mesmo  lu- 
gar en  que  antes  estaba;,  y  de  ahí  a  dos  años  y  medio,  poco  menos  (2), 
cuando  fueron  a  sacarla  para  traerla  a  esta  casa  de  San  José  de 
Avila,  hallaron  otra  vez  los  vestidos  casi  podridos,  y  su  santo  cuerpo 
tan  sin  corrupción  como  de  antes,  aunque  muy  enjuto,  y  con  tan  buen 
olor,   ques   para    alabar   a    Dios.    El   sea   bendito   para    siempre. 

De  que  Dios  haya  hecho  esta  merced  a  nuestra  Madre  en  que  su 
cuerpo  esté  asina,  no  nos  ha  espantado  a  las  que  la  vimos  y  tra- 
tamos, porque  si  se  hubiera  de  explicar  aquí  los  trabajos  y  denuestos 
que  padeció,  y  con  la  paciencia  que  lo  llevaba,  y  principalmente  en 
este  camino  postrero  de  Burgos,  dende  que  salió  de  aquí  de  ñvila 
hasta  que  volvió  a  ñlba,  donde  Dios  la  llevó,  porque  fué  todo  un  pro- 
lijo martirio,  el  cual  no  se  puede  declarar  por  agora.  Por  algunas 
justas  causas  diré  una  palabra  que  la  oí,  que  para  su  gran  ánimo 
y  espíritu  fué  mucho  decirla:  «Que  por  muchos  trabajos  que  había 
pasado  en  todo  el  discurso  de  su  vida,  dijo,  que  nunca  se  había  visto 
tan   apretada   y   afligida   como  en  este  tiempo».  Y  yo   no  me  maravillo 


1  Abrióse  el  4  de  Julio  de  1583. 

2  El  traslado  del  cuerpo  de  Santa  Teresa  se  acordó  el  27  de  Octubre  de  1585,  en  el  Capí' 
tule  que  los  Carmelitas  Descalzos  celebraron  en  Pastrana. 


APÉNDICES  2^1 

desto;  porque,  cierto,  puedo  decir  con  toda  verdad  que  me  parecía 
muclias  veces  liabía  Dios  dado  licencia  a  los  demonios  para  que  la 
atormentasen,  y  no  sólo  a  ellos,  sino  a  todo  género  de  gentes  que 
con  ella  trataba,  y  por  mejor  decir,  para  que  labrasen  su  corona;  que 
cuando  agora  se  me  acuerda  de  lo  que  entonces  vía,  no  lo  puedo  con- 
siderar sin  muciía  ternura  y  lástima  que  me  liace,  y  así  vi  yo  bien 
cumplida  aquella  palabra  que  Nuestro  Señor  la  dijo  en  Burgos,  «que 
otro  trabajo  mayor  la  quedaba  presto  por  pasar».  El  sea  bendito  para 
siempre  jamás,  que  tan  largo  es  en  dar  materia  de  merecimiento 
a  sus  escogidos. 

Su  iVlaj estad  me  de  gracia  para  que  sea  una  dellas. 


11  16 


242  APÉNDICES 


XXXVIII 


TESTIMONIO      DE     Lfl      MUERTE      DE      SANTA      TERESA,      POR      LA      M.      MARÍA      DE     SAN 
FRANCISCO    (1). 


Digo,  que  yo  me  hallé  a  su  muerte  y  a  lo  demás  que  en  ella 
sucedió,  y  me  dijo  el  Padre  Fray  Domingo  Báñez,  y  lo  predicó  en 
un  sermón  de  las  honras  de  nuestra  Santa  Madre,  cómo  ocho  antes 
profetizó  su  muerte,  y  que  había  de  ser  en  Alba  de  Tormes.  Lo  mismo 
supe  del  Padre  Mariano,  y  delante  de  mí  el  Padre  Fray  Antonio 
de  Jesús,  acabando  de  confesar  a  nuestra  Santa  Madre,  puesto  de 
rodillas,  la  dijo:  «Madre,  pida  al  Señor  no  nos  la  lleve  ahora,  ni 
nos  deje  tan  presto».  A  lo  cual  respondió:  «Calla,  Padre,  ¿y  tú  has 
de  decir  eso?  Ya  no  soy  menester  en  este  mundo».  Y  desde  entonces 
comenzó  a  dejar  cuidados  y  tratar  de  morirse.  A  las  cinco  de  la 
tarde,  víspera  de  San  Francisco,  pidió  el  Santísimo  Sacramento,  y 
estaba  ya  tan  mala,  que  no  se  podía  revolver  en  la  cama,  sino  que 
dos  religiosas  la  volviesen,  y  mientras  que  no  venía  el  Viático,  co- 
menzó a  decir  a  todas  las  religiosas,  puestas  las  manos,  y  con  lágri- 
mas en  sus  ojos:  «Hijas  mías  y  señoras  mías,  por  amor  de  Dios  las 
pido  tengan  gran  cuenta  con  la  guarda  de  la  Regla  y  Costituciones. 
que  si  la  guardan  con  la  puntualidad  que  deben,  no  es  menester  otro 
milagro  para  canonizarlas,  ni  miren  el  mal  ejemplo  que  esta  mala 
monja  las  dio  y  ha  dado,  y  perdónenme».  Y  en  este  punto  acertó 
a  llegar  el  Santísimo  Sacramento,  y  con  estar  tan  rendida,  se  levantó 
encima  de  la  cama,  de  rodillas,  sin  ayuda  de  nadie,  y  se  iba  a  echar 
della  si  no  la  tuvieran;  y  poniéndosele  el  rostro  con  grande  hermosura 
y  resplandor,  c  inflamada  en  el  divino  amor,  con  gran  demostración 
de  espíritu  y  alegría,  dijo  al  Señor  cosas  tan  altas  y  divinas,  que  a 
todos  ponía  gran  devoción.  Entre  otras  le  oí  decir:  «¡Señor  mío 
y  esposo  mío!,  ya  es  llegada  la  hora  deseada;  tiempo  es  ya  que 
nos  veamos,  amado  mío  y  Señor  mío;  ya  es  tiempo  de  caminar;  vamos 
muy  en  hora  buena;  cúmplase  vuestra  voluntad;  ya  es  llegada  la 
hora  en  que  yo  salga  deste  destierro,  y  mi  alma  goce,  en  uno,  de 
Vos  que  tanto  ha  deseado!».  Y  si  el  perlado  no  la  estorbara,  man- 
dando en  obediencia  que  callara,  porque  no  la  hiciera  más  mal,  no 
cesara    de   aquellos   coloquios. 

Después  de  haber  recibido  a  Nuestro  Señor,  le  daba  muchas  gra- 
cias,   porque   la    había    hecho    hija    de    la    Iglesia   y    porque   moría   en 


1  Esta  relación  de  la  Madre  María  de  S.  Francisco,  hecha  para  las  Informaciones  de  bea- 
MflcBclón  y  canonización  de  la  Santa  en  Medina  del  Campo,  coincide  en  todo  u  completa  la  de 
la  venerable  Ana  de  Jesús. 


flPEKDICES  2^3 

ella.  Muchas  veces  repetía:  -^iEn  fin,  Señor,  soy  hija  de  la  Iglesia!». 
Pidióle  perdón  con  mucha  devoción  de  sus  pecados,  y  decía  que  por 
)a  sangre  de  Jesucristo  había  de  ser  salva.  Y  a  las  religiosas  pedía 
la  ayudasen  mucho  a  salir  del  purgatorio.  Repetía  muchas  veces  aque- 
llos versos:  Sacrificium  Deo  spiritus  contribulatus,  cor  contritnm  etc. 
Ne  pro} idas  me  a  facie  tua,  etc.  Cor  mundum  crea  in  me  Deus;  y 
lo  volvía  en  romance. 

Preguntándole  el  Padre  Fray  Antonio  de  Jesús  si  quería  que 
llevasen  su  cuerpo  a  ñvila,  respondió:  «¡Jesús!  ¿eso  hase  de  preguntar, 
Padre  mío?  ¿Tengo  de  tener  yo  cosa  propia?  ¿flquí  no  me  harán 
caridad  de  darme  un  poco  de  tierra?».  Toda  aquella  noche  repitió 
los  dichos  versos,  y  a  la  mañana,  día  de  San  Francisco,  como  a  las 
siete,  se  echó  de  un  lado  como  pintan  a  la  Madalena,  el  rostro  vuelto 
a  las  religiosas  con  un  Cristo,  el  rostro  muy  bello  y  encendido,  con 
tanta  hermosura,  que  me  pareció  no  se  la  había  visto  mayor  en 
mi  vida;  y  no  sé  a  dónde  se  escondieron  las  arrugas,  que  tenía  hartas, 
por  ser  de  tanta  edad  y   vivir  muy   enferma. 

Desta  suerte  se  estuvo  en  oración  con  grande  quietud  y  paz,  ha- 
ciendo algunas  señas  exteriores,  ya  de  encogimiento,  ya  de  admira- 
ción, como  si  la  hablaran  y  ella  respondiera;  mas  con  gran  serenidad 
todo,  y  con  maravillosas  mudanzas  de  rostro,  de  encendimiento  e 
inflamación,  que  no  parecía  sino  una  luna  llena,  y  a  ratos,  dando  de 
sí  grandísimo  olor.  Y  perseverando  en  la  oración,  muy  alborozada  y 
alegre,  como  sonriéndose,  dando  tres  suaves  y  devotos  gemidos,  como 
de  una  una  alma  que  está  con  Dios  en  la  oración,  que  apenas  se  oían, 
dio  su  alma  al  Señor,  quedando  con  aventajada  hermosura  y  resplan- 
dor su  rostro  como  un  sol  encendido.  Antes  que  muriera  llegó  a  la 
.Santa,  Isabel  de  la  Cruz,  que  padecía  gran  dolor  de  cabeza  y  mal  de 
ojos,  y  cogiéndole  las  manos  a  la  Santa,  ella  misma  se  las  puso  sobre 
le  cabeza,  y  al  punto  quedó  libre  de  todo  su  mal.  Luego  que  murió, 
besando  sus  pies  Catalina  Baptista,  cobró  el  olfato,  que  había  perdido, 
1!   sintió   gran   fragancia  en   los   pies  de  la   Santa.  Todo  esto  vi. 


244  A9&NDICCS 


XXXIX 


BREVE      PLATICA,      QUE      SANTA     TERESA      HIZO     AL     SALIR     DE     SU      CO.WRNTO     DB 
VALLADOLID,     TRES    SEAIANAS    ANTES    QUE    MURIESE     (1). 


Hijas  mías,  harto  consolada  voy  desta  casa,  y  de  la  perfeción 
que  en  ella  veo,  y  de  la  pobreza,  y  de  la  caridad  que  unas  tienen 
con   otras;    y   si    va   como    ahora,    Nuestro   Señor    les    ayudará    mucho. 

Procure  cada  una,  que  no  falte  por  ella  un  punto  de  la  perfeción 
de  la  Religión. 

No  hagan  los  ejercicios  della  como  por  costumbre,  sino  haciendo 
atos   heroicos,   y   cada   día   de   mayor   perfeción. 

Dense  a  tener  grandes  deseos,  que  se  sacan  grandes  provechos, 
aunque  no  se  puedan   poner  por  obra. 


XL 


PALABRAS  DE  SANTA  TERESA  A  LAS  MONJAS  DE  ALBA  POCO  ANTES  DE  MOMR  (2). 


Hijas  y  señoras  mías:  Perdónenme  el  mal  ejemplo  que  les  he 
dado,  y  no  aprendan  de  mí,  que  he  sido  la  mayor  pecadora  del 
mundo,  y  la  que  más  mal  ha  guardado  su  Regla  y  Costituciones.  Pí- 
deles por  amor  de  Dios,  mis  hijas,  que  las  guarden  con  mucha  per- 
feción y  obedezcan   a  sus  superiores. 


1  Publicó  el  P.  Francisco  de  S.  María  en  el  tomo  I,  libro  II,  capítulo  XVIII  de  su  Refor- 
ma de  los  Descalzos  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  esta  breve  plática  que  la  Santa  dirigió  a 
las  Carmelitas  Descalzas  de  Valladolid  cuando  en  Setiembre,  de  regreso  de  la  fundación  de 
Burgos,  se  dirigía  a  Medina  y  de  allí  a  Alba,  donde  murió.  No  debe  tenerse  como  escrito  de  la 
Santa;  ella  no  hizo  más  que  proferir  estas  discretas  palabras,  que  la  memoria  de  sus  buenas 
hijas  de  Valladolid  nos  han  conservado  u  trasmitido. 

2  Lo  mismo  que  las  anteriores,  fueron  recogidas  estas  palabras  por  sus  atribuladas  hijas  de 
Alba  al  expirar  Santa  Teresa.  Tráelas  la  Historia  de  la  Reforma  de  los  Descalzos,  t.  I,  p.  847. 
Conviniendo  en  la  substancia,  discrepan  algo  de  las  que  leemos  en  algunas  Deposiciones  del 
Proceso  de  canonización  de  la  Santa. 


APENOICBS  245 


XLI 


TESTIFICACIÓN     DEL    P.    GRACIAN    ACERCA    DEL    PRIMER     RECONOCIAUENTO    DEL     CUER- 
PO   DE    SANTA    TERES.^    HECHO    EN    ALBA    DE    TORMES    (1). 


Yo,  Fray  Jerónimo  Gracián  de  la  Madre  de  Dios,  Prior  de  San  Fe- 
lipe y  Vicario  Provincial  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen 
de  los  Carmelitas  Descalzos  de  este  reino  de  Portugal,  por  la  presente 
doy  noticia  y  testimonio  de  verdad  a  todos  los  que  la  presente  vieren, 
que  en  los  años  pasados  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cuatro, 
siendo  Provincial  en  esta  misma  Orden  de  Carmelitas  Descalzos,  y 
visitando  el  convento  de  Nuestra  Señora  de  la  ñnunciación  de  reli- 
giosas Descalzas  de  la  villa  de  Alba,  donde  estaba  el  cuerpo  de  la 
Santa  fl/ladre  Teresa  de  Jesús,  fui  rogado  e  requerido  por  parte  de 
las  religiosas  del  mismo  convento,  descubriese  el  sepulcro  de  la  Santa 
Aladre,  para  poner  bien  el  cuerpo,  porque  le  habían  metido  en  un 
hueco  de  una  pared  que  está  en  el  coro  bajo,  y  echado  gran  cantidad 
de  cal,  y  temían  que  lo  consumiese. 

Y  así,  entrando  en  el  coro  bajo  con  mi  compañero,  Fray  Cristóbal 
de  San  Alberto,  descubrimos  el  santo  cuerpo,  del  cual  salía  una  fra- 
gancia y  olor  suavísima,  y  lo  hallamos  entero  y  oloroso  y  con  los  pe- 
chos altos,  como  si  estuviera  viva,  y  con  sangre  fresca,  como  si  aca- 
bara de  expirar,  habiendo  dos  años  que  estaba  sepultada;  aunque  la 
cara  y  las  manos  que  estaban  descubiertas,  se  habían  puesto  dene- 
gridas con  la  cal;  lo  demás  estaba  con  hermoso  color.  Y  yo  corté 
la  mano  izquierda  de  dicho  cuerpo,  la  cual  traía  conmigo  en  una 
toquilla  con  papeles,  de  la  cual  manaba  como  un  aceite,  que  manchaba 


1  Es  interesante  este  Documento  por  las  noticias  que  contiene  u  por  rectificar,  además,  la 
fecha  en  que  por  vez  primera  fué  descubierto  el  cuerpo  de  Santa  Teresa.  Según  liemos  leído  en 
la  Relación  de  Rna  de  San  Bartolomé,  pág.  240,  el  P.  Gracián  pasando  por  Alba  nueve  meses 
después  de  la  muerte  de  la  Santa,  a  ruego  de  las  religiosas  de  aquel  convento,  lo  desenterró. 
La  misma  opinión  siguen  Ribera,  Yepes,  Francisco  de  Sta.  María  ¡j  otros  escritores,  señalando 
el  4  de  Julio  de  1563  como  fecha  de  la  exhumación,  como  hemos  visto  en  la  nota  primera  de  la 
página  poco  lia  dicha,  que  es  la  señalada  por  Ribera.  Es  muy  extraño  que  tratándose  de  un 
hecho  tan  notable  y  reciente,  en  el  que  personalmente  había  intervenido,  se  equivocara  el  Padre 
Gracián,  fijando  la  fecha  cerca  de  año  y  medio  más  tarde  de  lo  debido.  Forzoso  parece  concluir, 
que  Gracián  está  en  lo  cierto  al  fijar  la  fecha  de  este  descubrimiento  del  santo  cuerpo,  dos  años 
más  tarde  de  la  muerte,  es  decir,  en  Octubre  de  1584.  Y  sin  embargo,  como  veremos  luego,  en 
las  notas  que  el  mismo  P.  Gracián  puso  a  la  Vida  de  la  Santa  por  Ribera,  nada  dice  de  la 
fecha  que  asigna  el  docto  biógrafo  al  primer  descubrimiento  del  cuerpo  de  Sta.  Teresa,  siendo 
asi  que  a  cada  paso  está  confirmando  o  declarando  con  apostillas  pasajes  menos  Importantes  del 
texto.  El  autógrafo  de  esta  declaración  lo  guardaban,  hasta  la  funesta  revolución  de  Portugal, 
ocurrida  en  1910,  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  Alberto  de  Lisboa.  Nosotros  la  hemos  tra^ 
ducido  de  la  Chronica  de  Carmelitas  Descalzos,  de  nuestra  antigua  Provincia  de  Portugal,  t.  I, 
pág.  210,  que  la  trasladó  y  publicó  en  portugués. 


246  APÉNDICES 

los  papeles  ij  paños  en  que  estaba  envuelta.  Después  la  deposité 
en  un  cofrecito  juntamente  con  la  llave  del  sepulcro,  en  que  dejé 
el  cuerpo  mejor  acomodado,  y  di  a  guardar  el  cofrecito,  cerrado  con 
llave,  a  las  monjas  del  monasterio  de  Avila,  con  intento  de  que  si 
el  cuerpo  no  iba  a  Avila,  gozasen  ellas  de  la  mano ;  y  si  era  lle- 
vado a  Avila,  tornase  yo  a  tomarla. 

No  sabiendo  las  religiosas  lo  que  había  en  el  cofrecito,  sucedió 
que  entrando  una  noche  a  encomendarse  a  Dios  en  el  coro  la  iW.  flna 
de  San  Pedro,  supriora  del  dicho  convento,  vio  visiblemente  a  la  mis- 
ma M.  Teresa  de  Jesús  en  el  coro  con  mucho  resplandor,  la  cual, 
alargando  la  mano  hacía  la  parte  del  cofrecito,  le  dijo:  Tenga  cuenta 
con  aquel  cofrecito,  que  está  allí  mi  mano,  y  luego  desapareció.  Acon- 
teció desde  entonces  también  algunas  veces  a  la  M.  Priora,  María 
de  San  Jerónimo,  tomar  un  jarro  para  beber  y  pedir  la  bendición 
a  la  Santa  Madre,  como  si  estuviera  presente,  y  ver  visiblemente  la 
mano  que  la  bendecía;  y  asimismo  acudir  al  dicho  cofrecito  algunas 
religiosas  que  se  vían  atribuladas  con  algunas  tentaciones  y  afligidas 
con  algunos  dolores  y  tornar  sanas  y  quietas. 

Después,  en  el  año  1585,  celebrándose  Capítulo  provincial  de  nues- 
tra Orden  en  la  villa  de  Pastrana,  se  ordenó  que  el  santo  cuerpo 
se  trasladase  de  Alba  a  Avila,  y  yo  pasé  por  Avila  y  pedí  el  co- 
frecito para  sacar  la  llave  que  allí  estaba,  y  saqué  juntamente  la  mano, 
la  cual  hallé  olorosa  y  que  había  henchido  de  aceite  todas  las  sedas 
en  que  estaba  envuelta,  y  la  traje  a  Portugal,  depositándola  en  el 
monasterio  de  San  Alberto  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  esta  ciudad 
de  Lisboa,  y  el  dedo  meñique,  que  la  falta,  se  cortó  para  mandar 
a  nuestro  P.  Provincial,  Fray  Nicolao  de  Jesús  María.  Y  por  esta 
mano  ha  hecho  Nuestro  Señor  algunas  maravillas  en  el  monasterio 
de  San  Alberto. 

En  fe  de  lo  cual  di  ésta,  firmada  de  mi  nombre  y  sellada  con  el 
sello  de  nuestro  oficio,  en  este  monasterio  de  San  Felipe  de  los 
Carmelitas  Descalzos  de  Lisboa,  a  doce  días  del  mes  de  Marzo  de 
1587   años 

Fr.    Jerónimo    Gradan    de    la    Madre    de    Dios, 

Vicario   Provincial. 


APÉNDICES  247 


XLII 


DECRETO  DEL  CAPITULO  DE  LOS  CARMELITAS  DESCALZOS  PARA  QUE  EL  CUERPO 
DE  SANTA  TERESA  SEA  TRASLADADO  DE  ALBA  A  AVILA  (1). 


Fray  Nicolás  de  Jesús  María,  Provincial  de  los  Carmelitas  Des- 
calzos, y  los  cuatro  Difinidores  deste  nuestro  Capítulo  provincial  de 
Pastrana,  por  la  presente  damos  licencia  al  Reverendo  Padre  Fray 
Gregorio  Nazianceno,  Vicario  del  nuestro  districto  de  Castilla  la  Vie- 
ja, para  que  lleve  el  cuerpo  de  nuestra  Madre  buena  Teresa  de  Jesús, 
que  al  presente  está  depositado  en  el  nuestro  monasterio  de  monjas 
de  Alba,  y  con  la  compañía  y  honra  funeral  conveniente  a  tan  buena 
Madre,  lo  lleve  al  nuestro  convento  de  monjas  de  Hvila  y  le  ponga 
en  la  sepultura  que  el  Ilustrísimo  y  Reverendísimo  Obispo  de  Pa* 
lencia   (2)   le  tiene  aparejado,   por  ser  más  decente  a  la  virtud  de  la 


1  Dice  la  Crónica  de  la  Descalcez  carmelitana  hablando  de  este  decreto  capitular:  «El 
aflode15S5  hicieron  los  Descalzos  en  Pastrana  su  Capitulo  para  recibir  al  Padre  Fray  Nicolás  de 
Jesús  Alaria,  que  volvía  de  Italia  a  tomar  posesión  del  oficio  de  Provincial  que  el  año  antes  le  había 
dado  la  Religión  en  el  Capítulo  de  Lisboa.  En  éste  propuso  el  P.  Fray  Jerónimo  Gracián,  Pro- 
vincial que  acababa  de  ser,  electo  ya  Vicario  Provincial  de  Portugal,  cómo  atendiendo  a  los 
grandes  favores  y  mercedes  que  toda  la  Orden  había  recibido  del  señor  D.  Alvaro  de  Mendoza, 
obispo  de  Palencia,  le  había  dado  palabra  y  cédula  firmada  de  llevar  el  santo  cuerpo  a  la  iglesia  de 
las  religiosas  de  Avila,  cuya  capilla  mayor  él  había  labrado,  para  que  al  lado  del  Evangelio  fuese 
elevado  y  colocado.  Añadió  que  la  ciudad  de  Avila,  por  ser  madre  de  la  Santa,  tenía  más  dere- 
cho a  su  cuerpo  que  Alba,  que  la  justicia  de  aquel  convento,  por  ser  original  de  toda  la  Reli- 
gión, era  manifiesta,  que  la  veneración  de  la  Santa  pedía  lo  mesmo,  por  haber  de  ser  forzosa- 
mente más  crecida  en  una  ciudad  populosa,  noble,  autorizada  con  iglesia  catedral  y  muchos 
conventos  de  religiosos  y  religiosas,  de  todo  lo  cual  carecía  .'^Mba.  Que  la  Santa,  cuando  salió 
de  Burgos,  a  Avila  caminaba,  donde  era  priora,  y  en  Alba  .sólo  tenía  el  hospedaje...  Esforzó 
estas  razones  una  embajada  que  el  Obispo  envió  al  Capítulo  con  D.  Juan  Carrillo,  tesorero  de 
la  santa  iglesia  de  Avila  y  después  canónigo  de  la  de  Toledo,  pidiendo  se  le  cumpliese  la  obligación 
que  aun  en  vida  de  la  mesma  Santa  le  había  hecho  el  P.  Provincial,  como  en  otra  parte  vimos, 
en  remuneración  de  el  afecto  que  a  la  Orden  había  tenido».  (Cfr.  Historia  de  la  Reforma  de  los 
Descalzos,  t.  I,  lib.  V,  c.  30).  Estas  eran  las  razones  que  tenían  los  superiores  de  la  Reforma 
para  el  traslado  del  cuerpo  de  Sla.  Teresa  y  por  ellas  verá  nuestro  docto  amigo  D.  José  Lama- 
no,  (Cfr.  Santa  Teresa  de  Jesús  en  Riba  de  Tormes,  p.  326),  que  no  hay  fundamento  para 
sospechar  que  la  patente  de  Gracián  señalando  conventualidad  y  enterramiento  a  la  Sauta  en 
San  José  de  Avila,  que  hemos  publicado  en  la  pág.  222,  sea  un  documento  amañado  «para  co- 
lorear el  decreto  acordado  y  promulgado  por  el  Capítulo  provincial  reunido  en  Pastrana». 

2  D.  Alvaro  de  Mendoza  había  pasado  del  obispado  de  Avila  a  Palencia  en  1587.  Cuando 
el  monasterio  de  S.  José  de  Avila  se  puso  bajo  la  obediencia  de  la  Orden,  D.  Alvaro  manifestó  su 
devoción  al  Provincial  de  los  Descalzos,  P.  Jerónimo  Gracián,  de  ser  enterrado  en  aquella  igle- 
sia, lo  mismo  que  la  Santa;  y  para  su  cumplimiento  preparó  su  sepultura  en  el  presbiterio,  al 
lado  de  la  epístola,  y  enfrente  la  de  Santa  Teresa  de  Jesús.  En  las  Informaciones  hechas  en 
Avila  en  1610  para  la  canonización  de  la  Santn,  dice  su  sobrina  la  M.  Teresa:  «El  señor  obispo 
escogió  la  capilla  mayor  de  este  convento  fuese  suya,  y  que  esta  merced  pedía  a  todas  las  mon- 
jas de  él  y  al  P.  Provincial,  como  a  quien  hacía  las  veces  de  la  Orden;  y  que  esto  hacía  por  el 
amor  que  siempre  había  tenido  a  esta  casa;  y  lo  principal  por  asegurar  con  esto  el  cuerpo  de  la 


248  APÉNDICES 

dicha  Aladre,  ü  por  ser  ese  el  primer  convento  que  ella  fundó,  g  por 
ser  Priora  del  al  tiempo  que  murió  y  al  cual  iba  cuando  enfermó, 
y  por  lo  mucho  que  a  su  Señoría  Ilustrísima  se  debe,  y  por  la  de- 
voción y  deseo  grande  que  tiene  de  ello,  y  por  otras  muchas  razones 
que  nos  mueven.  Por  lo  cual  mandamos,  en  virtud  de  Espíritu  Santo 
y  santa  obediencia,  et  sub  praecepto,  a  las  monjas  del  dicho  monasterio 
de  Alba  que  no  lo  contiadigan  ni  impidan.  Fecho  en  este  Convento 
de  San  Pedro  de  Pastrana,  a  veintisiete  días  del  mes  de  Octubre 
de  1585. 

Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  Provincial. — Fr.  Gerónimo  de  la  Madre 
de  Dios,  Diffinidor.— fr.  Juan  de  la  Cruz,  Diffinidor.— /"/•.  Gregorio 
Nazianceno,    Diffinidor. — Fr.    Bartolomé    de    Jesús. 


M.  Teresa  de  Jesús,  por  cuyo  respeto  principalmente  se  puso  a  esta  petición».  No  faltaron  difi- 
cultades para  conseguirlo,  por  tener  las  mismas  pretensiones  otras  personas  muy  poderosas.  Al- 
gunos malos  ratos  pasó  la  Santa  por  este  negocio  estando  en  la  fundación  de  Burgos,  como  se 
infiere  de  estas  palabras  de  su  sobrina  en  el  lugar  arriba  citado:  «La  Santa,  no  mirando  a  él, 
Sino  a  las  grandes  obligaciones  que  se  tenía  al  señor  Obispo,  hizo  todas  las  diligencias  posibles; 
U  vio  esta  declarante  cuando  estaba  en  Burgos  con  dicha  Santa  Madre,  que  padeció  muchas  pe- 
nas u  trabajos  por  esta  causa...  La  decía  algunas  veces:  «¡Qué  mal  parecía,  hija,  que  la  iglesia 
de  San  José  de  Avila  se  tratase  de  dar  a  persona  seglar,  por  rica  que  fuese  y  dejasen  al  buen 
Obispo,  que  ha  sido  su  padre,  amparo  y  perlado  desde  el  principio  que  se  fundó!»  D.  Alvaro 
está  enterrado  en  San  José  de  Avila,  como  vimos  en  el  tomo  I,  pág.  282.  Este  y  los  cuatro  do- 
cumentos siguientes,  con  muchos  otros  que  no  publicamos,  pueden  verse  en  el  Archivo  Históri- 
co Nacional:  Dapeles  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  S.  José  de  Rvila, 


APÉNDICES  249 


X  i  i  i  í 


EELflCION     DEL    TRASLADO     DEL     CUERPO     DE    SANTA     TERESA    DESDE     ALBA     AL     CON- 
VENTO    DE     SAN     JOSÉ    DE    AVILA     (1). 


Partimos  el  P.  Julián  de  Avila  y  yo  el  viernes,  veintitrés  deste 
mes  de  Nobierabre  de  1585,  y  el  sábado  siguiente  llegamos  [a  Alba] 
muy  temprano,  conforme  a  lo  que  me  había  escrito  el  P.  Fr.  Gre- 
gorio Nacianceno;  y  antes  de  entrar  en  el  lugar,  le  avisé  cómo  es- 
tábamos allí,  y  escribióme  que  entrásemos  con  mucho  recato  y  secreto, 
y  que  aquella  noche  me  viese  con  él  en  su  posada,  a  las  siete  horas; 
y  fui  y  [le]  hallé  solo  y  vino  luego  el  P.  Fr.  Jerónimo  Gracián,  que 
había  llegado  aquel  día  de  Salamanca.  Tratamos  de  la  manera  que 
Nuestro  Señor  había  ordenado  que  fuese  agora  la  traslación  del  cuer- 
po de  la  Santa  Madre,  por  medios  muy  singulares  que  habían  pues- 
to para  ella,  y  desterrando  de  Alba  todas  las  personas  que  podían 
ser  algún  impedimento,  y  había  en  el  pueblo  la  soledad  que  no  se 
vio  en  muchos  anos,  habiéndose  partido  el  día  antes  la  Duquesa; 
y  que  el  domingo  luego  siguiente,  nos  juntásemos  en  aquella  misma 
parte  y  hora  y  no  pareciésemos  en  el  lugar.  Ansí  se  hizo;  aquella 
tarde,  víspera  de  Santa  Catalina  (2),  después  de  las  cuatro,  el  Padre 
Fr.  Gregorio,  que  estaba  bien  deseoso  de  acabar  con  este  hecho  y 
menos  temeroso  quel  P.  Gracián,  ambos  entraron  en  el  monesterio  y, 
con  ocasión  de  ver  el  santo  cuerpo  y  condescender  con  las  monjas 
que  se  lo  pedían  con  instancia,  dispusieron  el  sepulcro  de  la  Santa 
Madre  y,  al  anochecer,  sacaron  su  cuerpo  del  arca  donde  estaba  y 
hallaron  muy  gastados  los  hábitos  y  ropa  que  tenía  encima.  Sacaron 
el  santo  cuerpo  y  pusiéronle  a  donde  todas  las  hermanas  le  vieron 
con  sumo  contento  y  alegría.  Idas  ellas  a  decir  Completas  y  una  Vi- 
gilia, lo  cual  rezaron  tan  apriesa,  con  deseo  de  volverse,  que  fué  ne- 
cesario mandarles  a  decir  Maitines  al  coro  alto,  se  quedaron  los  Padres, 
y  con  ellos  la  Priora  y  Supriora  (3)  y  Juana  del  Espíritu  Santo; 
y,  pareciéndoles  buen  tiempo,  notificaron  a  las  tres  la  patente  del  Ca- 
pítulo para  la  traslación  del  santo  cuerpo  a  San  Joseph  de  Avila,  que 
les  causó  infinita  turbación  y  pena;  y  le  quitaron  un  brazo  que  pu- 
sieron en  un  baúl,  que  de  acá  se  había  llevado;  y  con  <;er  de  vara 
y  media  en  largo,  no  cupo  en  él  el  santo  cuerpo,  y  con  dos  llaves 
le  metieron  en  el   arca  que  estaba   antes,   y   cerrado  con  tres  llaves, 


1  La  ejecución  del  anterior  Decreto  se  efectuó  al  mes  de  ser  publicado,  con  los  pormenores 
que  se  verán  en  esta  relación.  Por  primera  vez  lo  dio  a  la  luz  pública  Serrano  y  Sanz  en  su 
obra  Mpuntes  para  un^  Biblioteca  de  escritoras  españolas,  t.  II,  p.  563. 

2  24  de  Noviembre. 

3  Llamábase  la  primera,  María  de  San  Jerónimo,  g  Ana  de  San  Pedro,  la  sejjunda. 


250  APÉNDICES 

la  dejaron  en  el  mesnio  lugar  que  estaba,  y  vistieron  el  cuerpo  de 
sus  hábitos  y  ;envuelto  en  una  sábana  y  una  manta  de  sayal.  Abrazado 
con  él,  [elj  P.  Fr.  Gregorio  le  pasó  a  su  aposento,  que  era  enfrente 
de  la  portería  del  monesterio,  a  donde  yo  estaba  y  Julián  de  Rvila 
y  un  compañero  del  P.  Vicario  Provincial,  y  pasó  tras  él  el  P.  Fr.  Je- 
rónimo Gracián  y,  puesto  el  santo  cuerpo  encima  de  una  cama,  le 
descubrió  y  le  vimos  tan  entero  como  se  enterró,  sin  faltarle  un 
cabello,  tan  lleno  de  carne  todo  él,  desde  los  pies  a  la  cabeza,  y  el 
vientre  y  pechos  de  manera  como  si  allí  no  hubiese  cosa  corruptible, 
de  tal  suerte,  que  llegando  con  la  mano  a  la  carne,  se  deja  asir  y 
tocar  como  si  acabara  de  morir,  aunque  pesa  poco;  el  color  del  cuer- 
po es  semejante  al  de  unos  cuerecillos  de  vejigas  en  que  se  echa 
manteca  de  vacas;  el  rostro  está  algo  aplanado,  porque  se  ve  bien 
que,  cuando  le  enterraron,  echaron  tanta  cal,  ladrillo  y  piedra,  que  al- 
guna le  dio  gran  golpe  en  él,  aunque  no  hay  cosa  rompida  ni  que- 
brada; el  olor  que  sale  deste  santo  cuerpo,  llegados  muy  cerca,  es 
eficacísimo  y  muy  extraordinariamente  bueno;  y  apartados,  no  es  tan 
recio,  y  es  el  mesmo  olor,  que  nadie  sabe  decir  qué  semejanza  tiene, 
y  si  algo  parece  es  a  trébol,  aunque  poco.  Después  de  haberle  visto 
este  santo  cuerpo  bien  y  tomado  entera  satisfación  de  lo  que  aquí 
digo,  que  es  ansí,  se  envolvió  y  cosió  en  una  sábana  ansí  vestido,  y 
se  le  envolvió  en  una  frazada  de  sayal  y  otras  cosas,  y  todo  cosido 
y  liado,  se  llevó  a  mi  posada  luego,  y  tuvimos  en  nuestro  aposento 
Julián  de  ñvila  y  yo  aquella  noche  una  tan  grande  y  santa  con- 
pañía  con  tanta  fragancia  de  aquel  buen  olor  que,  después  de  puesto 
en  un  macho  entre  dos  costales  de  paja,  como  caminó,  quedó  en  el 
aposento  notable  seníiniiento  deste  olor.  Salimos  de  ñlba  el  lunes, 
a  las  cuatro  de  la  mañana,  y  hizo  la  noche  y  mañana  tan  sin  frío 
y  serena  como  de  Junio;  y  lo  mesmo  ha  sido  desde  que  salimos 
de  ñvila  hasta  esta  noche  que  llegamos  a  ella,  a  las  seis  dadas,  y 
se  entregó  esta  tan  gran  reliquia  a  las  hermanas  de  San  Joseph,  que  es- 
tán tan  alegres  con  tenerla,  cuanto  las  de  ñlba  desconsaladas  de  ha- 
berla perdido;  de  las  cuales,  la  sacristana  y  otra  religiosa,  estando 
en  el  coro  la  noche  antes  que  la  sacasen  de  su  sepulcro,  oyeron  en 
el  arca  del  nueve  golpes,  dados  en  poco  espacio  de  tiempo,  de  tres 
en  tres;  y  el  domingo,  a  las  cinco  de  la  mañana,  otra  religiosa  vio 
sobre  su  sepulcro  andar  una  gran  mariposa  blanca  buen  rato;  y  la 
mesma  vio  otra  religiosa  acabando  de  morir  la  Santa  Madre,  sobre 
su  cuerpo;  y  ellas  lo  dijeron  el  domingo  a  los  padres  y  liermanas 
con  gran  sencillez.  Todo  esto  es  poco  para  lo  que  se  ha  visto  con 
los  ojos  en  este  santo  cuerpo  y  para  lo  que  Nuestro  Señor  puede 
hacer  en  sus  santos.  El  sea  bendito  que  ha  traído  a  Vuestra  Se- 
ñoría un  tal  huésped  a  su  capilla,  por  cuya  intercesión  puede  Vues- 
tra Señoría  estar  cierto  que  le  dará  acá  vida  para  gozarla  aca- 
bada   y    perfecionada,    y    después    le    acompañará    en    la    ctcriia. 

Fray  Gregorio  Nacianreno. 

D.    Juan    Carrillo. 


APÉNDICES  J51 


XLI  V 


AlANDATO  DEL  MUNCIO  DE  SU  SANTIDAD  ORDENANDO  QUE  LAS  CARAVELITAS  DES- 
CALZAS DE  AVILA  ENTREGUEN  EL  CUERPO  UE  SANTA  TE.HESA  AL  P.  i>JICOLAS 
DORIA    PARA    QUE    ESTE    LO    DEVUELVA    A    ALBA    (1). 


Nos,  D.  César  Especiano,  por  la  gracia  de  Dios  y  de  la  Santa 
Sede  Apostólica  Obispo  de  Novara,  Nuncio  en  estos  Reinos  de  Es- 
paña por  nuestro  muy  Sancto  Padre  Sixto,  por  la  Divina  Providencia 
Papa  quinto,  con  facultad  de  Legado  de  latere,  etc. 

R  vos,  el  Rvdo.  P.  Fr.  Nicolás  de  Oria  de  Jesús  María,  Provincial 
de  la  Orden  de  los  Carmelitas  Descalzos,  e  a  la  M.  Maria  de  San 
Jerónimo,  Priora  del  Monesterio  de  San  Josef,  de  la  ciudad  de  ñvila, 
de  la  dicha  Orden,  salud  e  gracia. 

Sabed  que  habiendo  venido  a  noticia  de  Su  Santidad  que  la 
Madre  Teresa  de  Jesús,  fundadora  que  fué  de  las  Monjas  Des- 
calzas Carmelitas,  murió,  habrá  cuatro  años,  poco  más  o  menos,  en 
el  convento  de  la  Anunciación  de  la  villa  de  Alba  de  Formes,  de 
la  dicha  Orden  de  las  Descalzas,  y  que  estando  enterrada  y  sepultada 
en  el  dicho  convento,  por  orden  del  Capítulo  [y]  del  Provincial  de  la 
dicha  Orden  habían  trasladado  su  cuerpo  al  dicho  convento  de  San 
Josef  de  la  dicha  ciudad  de  Avila,  donde  al  presente  estaba;  y  por- 
que convenía,  por  obviar  algunos  debates  y  diferencias  que  el  dicho 
cuerpo  de  la  dicha  monja  fuese  vuelto  enteramente  al  dicho  mones- 
terio  de  la  Anunciación  de  la  dicha  villa  de  Alba  de  Tormes,  Nos  ha 
cometido  y  mandado  por  sus  Letras  lo  proveamos  y  mandemos.  Ansí 
y  para  el  dicho  efecto  mandamos  dar  y  dimos  las  presentes  nues- 
tras Letras  para  vos,  por  el  tenor  de  las  cuales  y  por  la  autoridad 
apostólica  a  Nos  concedida,  de  que  en  esta  parte  usamos,  mandamos 
a  vos  la  dicha  María  de  San  Jerónimo,  Priora  del  dicho  monesterio 
de  San  Josef  de  la  dicha  ciudad  de  Avila,  en  virtud  de  sancta  obe- 
diencia y  so  pena  de  excomunión  mayor,  latae  sententiac,  ipso  jacto 
incurrenda  in  eventum  contraventionis,  y  a  las  demás  monjas  del 
dicho  monesterio,  que,  dentro  de  tres  días  primeros  siguientes  después 
de  la   notificación  de  las  presentes  nuestras  Letras,  hecha  en  vuestras 


1  Desde  el  momento  que  el  cuerpo  de  Sr.nta  Teresa  fué  trasladado  a  Avila,  así  el  Duque 
de  Alba  como  su  tío  D.  Hernando  de  Toledo,  acudieron  al  Papa  para  que  de  nuevo  fuese  res- 
tituido a  Alba.  Con  esto  se  entabló  pleito  entre  ambas  Comunidades,  representando  a  las  Des- 
calzas de  Avila  el  P.  Gregorio  Narianceno,  y  el  Duque  defendía  a  las  de  Alba  de  Tormes.  El 
cuerpo  entró  en  Alba  la  víspera  de  S.  Bartolomé,  23  de  Agosto  de  1586,  después  de  haber  es- 
tado en  Avila  nueve  meses.  Con  la  restitución  del  cuerpo,  no  se  terminó  el  pleito,  pues  vemos 
que  el  Nuncio  de  Su  Santidad  falló  de  nuevo  en  favor  del  convento  de  Alba  en  1588,  g 
Sixto  V  ratificó  la  sentencia  el  10  de  Julio  del  año  sifluiente. 


252  APÉNDICES 

personas,  deis  y  entreguéis  al  dicho  Fr.  Nicolás  Doria,  Provincial  su- 
sodicho, el  cuerpo  entero  de  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  como 
está  en  vuestro  raonesterio,  sin  faltar  cosa  del,  para  quel  dicho  Pro- 
vincial le  lleve  o  haga  llevar,  de  noche  y  sin  estrépito  ni  ruido,  al 
dicho  convento  de  Alba,  donde  la  susodicha  murió  y  primero  estaba; 
lo  cual  haga  con  toda  brevedad  y  so  la  dicha  sentencia  de  exco- 
munión mayor  latae  sententiae\  esto  sin  perjuicio  del  derecho  de  cual- 
quier persona  que  le  pretendiere  tener  al  dicho  cuerpo,  y  si  algún 
interesado  sobre  ello  hubiere,  acuda  a  Su  Santidad,  que  le  oirá  y 
guardará  justicia.  Dada  en  la  villa  de  Madrid,  a  diez  y  ocho  días 
del  mes  de  ñgosto  de  mil  e  quinientos  y  ochenta  y  seis  años. — Epis- 
copas    novariensis,    Nuntins    et    Commissariiis    apostólicas. 

Por    mando    de    su    Ilustrísima,    Alonso    de    Robles,    notario. 


APEin)icES  253 


XLV 


ftPELiíaON     POR     PRRTE     DEL     DUQUE     DE     ALBA     ñL     NUNCIO     DE     SU     SANTIDAD     SU- 
PLICaNDOLE     FALLE     EN     EL    PLEITO     DEL     CUERPO    DE     SANTA     TERESA     (1). 


Pedro  del  Castillo,  en  nombre  de  D.  Fernando  de  Toledo  y  duque 
de  ñlba,  en  el  pleito  con  el  convento  de  S.  Joseph  del  de  Descalzas 
Carmelitas  de  Avila,  respondiendo  a  lo  alegado  por  la  parte  contraria 
digo:  Que  Su  Señoría  ha  de  hacer  según  y  como  por  mi  parte  está 
pedido,  y  lo  en  contrario  dicho  cesa  y  se  excluye  por  lo  siguiente.  Lo 
primero,  por  lo  general.  Lo  otro,  porque  mi  parte  es  legítima  para 
contradecir  que  dicho  cuerpo  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús  se  tras- 
lade al  monasterio  de  Descalzas  de  Avila,  por  ser  señor  de  la  dicha 
villa  de  Alba  y  habérsele  adquirido  derecho  para  que  cuerpo  tan  justo 
se  conserve  en  la  dicha  villa,  por  los  beneficios  que  se  siguen,  para 
que  Dios  sea  glorificado  en  sus  siervos;  y  pues  permitió  que  muriese 
dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  en  la  dicha  villa,-  siendo  de  tan  exera- 
plar  vida,  es  piedad  cristiana  creer  que  en  el  dicho  lugar  sea  Dios 
glorificado  por  medio  de  su  sierva;  y  no  obsta  decir  que  la  dicha 
madre  Teresa  era  Priora  y  conventual  del  Monasterio  de  S.  Joseph 
de  Avila,  pues,  como  está  alegado,  las  sepulturas  de  los  religiosos 
se  dan  a  los  monasterios  donde  mueren,  por  obrar  (ahorrar)  pompas 
y  traslación  de  huesos,  y  no  es  considerable  en  derecho  que  los  religio- 
sos mueran  estando  per  transiíum  o  de  asiento;  y  no  obsta  decir 
que  su  perlado  le  señaló  sepultura,  pues  no  lo  pudo  hacer,  siendo  con- 
tra derecho,  y  el  cxemplo  del  hijo  y  esclavo  donde  hay  expresa  de- 
terminación en  derecho,  no  ha  lugar  traerlo. 

A  consecuencia,  y  así  el  auto  capitular  Provincial,  no  pudo  con- 
firmar lo  que  de  principio  fué  nulo,  y  menos  obsta  la  conveniencia 
y  trato  que  se  hizo  con  el  Obispo,  pues  en  perjuicio  de  tercero  no 
pudo  tener  efcto.  Y  las  palabras  enunciativas  que  dijo  la  dicha  madre 
Teresa  de  Jesús,  que  no  le  faltarían  siete  pies  de  sepultura,  son 
confirmatorias  del  trato  que  tenía  hecho  con  la  Duquesa  de  Alba, 
que  sea  en  gloria,  y  tienen  mayor  fuerza  y  son  de  más  cfeto  cuando 
con  la  obra  se  cumple  lo  tratado,  en  especial  cuando  son  reguladas 
conforme  a  derecho,  como  ha  sido  en  este  caso.  Y  no  obsta  la  presenta- 
ción de  escritura  y  respuesta  de  la  citada  queja  por  la  parte  contraria 
de  las  monjas  de  la  Encarnación  de  Alba,  pues  en  ello  hay  y  ha  habido 
violencia,   y   como   superiores,    los   dichos   frailes   con   excomuniones   les 


1  En  este  alegato  las  partes  del  Duque  tratan  de  refutar  las  razones  que  el  Capítulo  de 
Carmelitas  Descalzos  de  Pastrana  aducía  para  legitimar  el  derecho  de  las  Descalzas  de  Avila  al 
cuerpo  de  su  santa  Fundadora.  El  documento  lleva  fecha  de  21  de  Julio  de  1587. 


251  APÉNDICES 

han  hecho  hacer  el  permiso  y  declaración  (1),  pues  lo  contrario  han  siem- 
pre dicho  las  dichas  monjas,  en  particular  y  al  tiempo  que  los  di- 
chos frailes,  clandestinamente  y  con  violencia  y  censuras,  sacaron  el 
cuerpo  de  la  dicha  madre  Teresa  de  Jesús  de  dicho  monasterio,  como 
consta  desta  información  de  que  hago  presentación,  por  las  cuales 
razones  y  por  las  dichas  y  alegadas,  a  V.  S.  pido  y  suplico  haga  se- 
gún y  como  tengo  pedido.  Para  lo  cual  etc. — Pedro  de  Castillo.  (Es 
original). 


1  En  una  carta  del  P.  Gregorio  Nacianceno,  que  se  halla  en  el  lugar  antes  citado  del 
Archivo  Histórico  Nacional,  dice  que  las  monjas  de  la  Encarnación  de  Alba  no  se  oponen 
al  traslado  del  cuerpo  a  Avila,  sino  que  acatarán  lo  que  la  Provincia  de  los  Descalzos  dis- 
pusiere. Poco  después  de  esta  carta,  viene  una  Exposición  del  Concejo  de  Avila  al  Nuncio 
de  Su  Santidad,  suplicando  que  la  Santa,  por  ser  de  aquella  ciudad,  por  haber  fundado  en  ella 
el  primer  convento  de  su  Reforma  g  por  otras  razones,   quedase  en  San  José. 


aPENDiCES  255 


SENTENCIA  EN  QUE  SE  RESUELVE  EL  PLEITO  ENTRE  Lñ  C0MUNID.1D  DB  SAN 
JOSÉ  DE  flVILR  Y  EL  DUQUE  DE  ALBA  Y  LflS  CARAíELITñS  DF  RQUELLA 
VILLA    aCERCH    DE    LA     POSESIÓN    DEL    CUERPO    DE    SAVT^     TERESA     (1). 


Christi  nomine  invocato,  pro  tribunali  sedcns  et  solum  Deum  prac 
oculis  habentes,  per  hanc  nostrara  deñnitivam  sententiam  quam  de  juris- 
peritoruní  consilio  fecimus  in  his  scriptis  in  causa  ct  causis  quae  Ínter 
Monasterium  seu  conventum  Sancti  Josephi  de  Avila  et  litis  consor- 
tes, agentes  ex  una  et  Illustrissimos  DD.  Ducera  Albae  ac  D.  Her- 
nandum  de  Toledo,  Magnum  Priorem  Sancti  Joannis,  communitatem  et 
homines  dictae  villae  de  Alba  ac  lites  consortes  et  eos  conventos  de 
et  super  exhumatione  corporis  et  ossium  bonae  memoriae  Theresiae 
de  Jesús,  monialis  et  fundatricis  dictorum  monasíeriorum,  ac  restitu- 
tione  in  pretenso  spolio,  rebusque  alus  in  actos  causae  et  causarum 
iiuiusmodi  latius  deductis  et  illorum  occasione  coram  nobis  in  prima 
seu  veriori  versae  sunt  et  vertuntur  instantia  parte  ex  altera,  dicimus, 
pronuntiamus.  sententiamus,  decernimus  et  declaramus  corpus  ct  ossa 
bonae  memoriae  Theresiae  minime  amovendum  nec  amovenda,  sed  in 
dicto  monasterio  monialium  de  Incarnatione  de  Alba  perpetuo  dimitten- 
dum  et  reliquendum,  dictumque  monasterium  de  Incarnatione  et  alios 
oranes  litis  consortes  ab  impetitis  per  dictum  monasterium  Sancti  Jo- 
sephi de  Avila  et  litis  consortes  absolvendum  ac  penitus  liberandum 
fore  et  esse  absolvimus  et  liberamus;  molestationes,  perturbationes,  In- 
quietationes  et  impedimenta  quaecumque  per  praedictum  monasterium 
Sancti  Josephi  et  litis  consortes  factas  monasterio  praedicto  de  In- 
carnatione de  Alba  et  litis  consortes,  fuisse  nullas  injustas,  iniquas 
ct  de  facto  falsas,  nullaque  iniqua  injusta  et  de  facto  facta  illasque 
et  illa  faceré  minime  licuisse,  nec  licere  de  jure,  et  propterea  cisdera 
Monasterio  Sancti  Josephi  de  Avila  et  alus  litis  consortibus  perpe- 
tuum   desuper   silentium    iraponendum   fore   et   esse   et   imponiraus,   par- 


1  Debidamente  autorizado,  el  Nuncio  falló  en  este  pleito,  mandando  que  pora  siempre 
quedase  el  cuerpo  de  Sta.  Teresa  en  la  villa  ducal.  La  sentencia  fué  confirmada  a  10  de  JuUo 
de  1589  pot  la  Santidad  de  SUto  V. 


256  APÉNDICES 

tes  tamen  ambas  justis  de  causis  animum  nostrum  raoventibus,  ac 
expcnsis  in  hujusmodi  causa  factis,  absolviraus  et  liberamus  orani  me- 
liori   modo. 

Episcopus  Novarensís,  Nuntius  Apostólicas. 

En  la  villa  de  Madrid,  a  primero  día  del  mes  de  Diciembre  de 
mi¡  y  quinientos  y  ochenta  y  ocho  años,  el  íllustrísimo  Señor  Don 
César  Speciano,  obispo  de  Novara,  Nuncio  de  su  Santidad,  estando  en 
audiencia  pública,  dio  y  pronunció  la  sentencia  suprascripta  y  en  ella 
firmó  su  nombre  y  la  mandó  notificar  a  las  partes,  siendo  testigos 
Vicencio  Rayóla  y  Francisco  de  Hita,  estantes  en  esta  villa. — Pasó  ante 
mí.   Juan  Baptista  de  la  Canal,  escribano   (1). 


1      El  original  hace  una  ho)a  en  folio. 


APÉNDICES  257 


XLVII 


REE/ICION     DEL    P.     RIBERA     ACERCA     DE     LA    MUERTE    DE    SANTA     TERESA,     TRASLADOS 
DE     SU     SANTO     CUERPO     E    INCORRUPCIÓN     DE    QUE    FUE     DOTADO     (1). 


Aquella  noche  llegó  a  Alba,  que  fué  víspera  del  glorioso  apóstol 
y  evangelista  San  Mateo.  Llegó  muy  cansada  y  congojada  con  la  en- 
fermedad que  traía,  y  luego  la  priora,  que  era  entonces  la  iWadre 
Juana  del  Espíritu  Santo,  y  las  monjas,  la  pidieron  mucho  que  se 
acostase,  y  «lia  lo  hizo  diciendo:  «Vélame  Dios,  qué  cansada  me  sien- 
to; más  ha  de  veinte  años  que  nunca  rae  acosté  temprano,  sino  ahora». 
A  la  mañana  se  levantó,  y  anduvo  mirando  la  casa,  y  fuese  a  misa, 
y  comulgó  con  mucho  espíritu  y  devoción,  y  de  esta  manera  anduvo 
cayendo  y  levantando;  pero  comulgando  cada  día  con  su  acostum- 
brada devoción,  hasta  el  día  de  San  Miguel  que,  habiendo  ido  a  misa 
y  comulgado,  se  echó  en  la  cama,  porque  no  venía  para  otra  cosa, 
que  la  dio  un  flujo  de  sangre,  de  que  se  entiende  que  murió». 

Tres  días  antes  del  día  en  que  murió,  estuvo  casi  toda  la  noche 
en  gran  oraciónl,  y  a  la  mañana  dijo  que  la  viniese  a  confesar  el  Pa- 
dre Fray  Antonio  de  Jesús,  y  entendióse  que  la  había  Nuestro  Señor 
revelado  su  muerte,  porque  unas  hermanas  oyeron  decir  al  Padre  Fray 
Antonio,  en  acabando  de  la  confesar,  que  suplicase  a  nuestro  Señor 
no  la  llevase  ahora,  ni  les  dejase  tan  presto.  Y  la  Madre  respondía, 
que  ya  ella  no  era  menester  en  este  mundo.  Desde  entonces  co- 
menzó a  decir  a  sus  monjas  muchos  consejos  santos,  y  aunque  siem- 
pre los  decía,  entonces,  como  quien  estaba  de  partida,  con  más  veras 
y  con  mayores  muestras  de  amor.  Víspera  de  San  Francisco,  a  las 
cinco  de  la  tarde,  pidió  el  Santísimo  Sacramento,  estando  ya  tan  mala, 
que  en  la  cama  no  se  podía  menear,  ni  volver  de  un  lado  a  otro, 
si  no  la  volvían.  Y  entretanto  que  se  le  traían,  comenzó  a  decir  a 
las  monjas,  las  manos  puestas:  «Hijas  mías  y  señoras  mías,  por  amor 
<le  Dios  las  pido  tengan  gran  cuenta  con  la  guarda  de  la  Regla  y  Cons- 
tituciones, y  no  miren  el  mal  ejemplo  que  esta  mala  monja  las  ha 
dado,  y  perdónenmele».  Cuando  le  traían  y  vio  entrar  por  la  puerta 
de  la  celda  aquel  Señor  a  quien  tanto  amaba,  con  estar  antes  tan 
caída    y    con    una    pesadumbre    mortal,    y    que    no    se    podía    revolver. 


1  Con  su  acostumbrada  exactitud  y  claridad,  resume  el  P.  Ribera  en  la  Vida  de  la  Santa, 
lo  acaecido  en  su  muerte,  sepultura,  traslado  de  su  cuerpo  a  Avila  tj  de  nuevo  a  Alba  de  Tor- 
mes,  i)  el  estado  de  incorrupción  que  gozó  durante  muchos  años,  descrito  con  grande  precisión 
y  elegancia.  Véanse  los  capítulos  XV  y  XVI  del  libro  III,  y  el  I,  II  y  III  del  libro  V.  Leídos  más 
tarde  estos  capítulos  por  el  P.  Jerónimo  Gracián,  les  dio  su  aprobación  y  puso  algunas  notas 
marginales  de  gran  valor  en  el  ejemplar  que  él  usó  y  del  que  ya  habló  en  diversos  lugares  del 
ñño  Teresiano  el  P.  Antonio  de  San  Joaquín. 

II  17 


258  APÉNDICES 

se  levantó  en  la  cama  sin  ayuda  de  nadie,  que  parecía  se  quería  echar 
de  ella,  y  fué  menester  tenerla.  Púsosele  un  rostro  muy  hermoso  y 
encendido,  y  muy  diferente  del  que  antes  tenia,  y  muy  más  venerable, 
no  de  la  edad  que  ella  era,  sino  de  mucho  menos.  Y  puestas  las  manos, 
con  grandísimo  espíritu,  y  llena  de  alegría,  comenzó  aquel  blanquísimo 
cisne  a  cantar  al  fin  de  su  vida  con  mayor  dulzura  que  en  toda  ella 
había  cantado,  y  hablando  con  todo  su  bien,  que  tenía  delante,  decía 
cosas  altas,  amorosas  y  dulces,  que  a  todas  ponían  gran  devoción. 
Decía  éstas,  entre  otras:  «¡Oh  Señor  mío  y  esposo  mío,  ya  es  llegada 
la  hora  deseada,  tiempo  es  ya  que  nos  veamos!  ¡Señor  mío,  ya  es 
tiempo  de  caminar,  sea  muy  enhorabuena,  y  cúmplase  vuestra  santísi- 
ma voluntad!  Ya  es  llegada  la  hora  en  que  yo  salga  de  este  destierro, 
y   mi    alma    goce,   en   uno   con   vos,    de   lo   que   tanto   ha    deseado*. 

Dábale  muchas  gracias  porque  la  había  hecho  hija  de  la  Iglesia,  y 
porque  moría  en  ella,  y  muchas  veces  repetía  esto:  «En  fin,  Señor, 
soy    hija    de    la    Iglesia». 

Pedía  con  mucha  devoción  perdón  a  Nuestro  Señor  de  sus  pecados, 
y  decía  que  por  los  merecimientos  de  Jesucristo  Nuestro  Señor  espe- 
raba ser  salva,  y  a  las  hermanas  las  pedía  rogasen  esto  a  Nuestro 
Señor,  y  con  mucha  humildad  las  pedía  perdón.  Después,  pidiéndola 
las  hermanas  que  las  dijese  algo,  no  las  quiso  decir  más  de  que  guar- 
dasen muy  bien  la  Regla  y  Constituciones,  y  obedeciesen  siempre  a 
sus   prelados,   y   esto   decía   algunas   veces. 

En  todo  este  tiempo  repetía  muchas  veces  estos  versos:  Sacrifi- 
ctíim  Deo  spiritus  cotitribulatus.  Cor  confritiim  et  humiliatam,  Deas, 
non  despides.  Ne  projicias  me  a  facie  Um,  et  Spiritum  Sanctnm  tnum 
ne  aaferas  a  me.  Cor  mundum  crea  in  me,  Deas.  Y  particularmente 
este  medio  verso:  Cor  contritiim  et  hamiliatum,  Deas,  non  despides, 
no  se  le  cayó  de  la  boca  hasta  que  se  le  quitó  la  habla.  Pidió 
la  Extremaunción,  y  recibióla  con  grande  reverencia  a  las  nueve  de 
la  noche  del  mismo  día,  víspera  de  San  Francisco,  y  ayudaba  a  decir 
los  salmos,  y  respondía  a  las  oraciones,  y  en  recibiéndola,  tornó  a 
dar  gracias  a  Nuestro  Señor,  porque  la  había  hecho  hija  de  la  Iglesia. 
Después  preguntóla  el  Padre  Fray  Antonio  de  Jesús  si  quería  que 
llevasen  su  cuerpo  a  ñvila,  o  que  se  quedase  en  Alba.  A  esto  res- 
pondió dando  con  el  rostro  a  entender  que  la  pesaba  de  aquella  pre- 
gunta, y  (dijo:  «¿Tengo  yo  de  tener  cosa  propia?  ¿aquí  no  me  darán 
un  poco  de  tierra?». 

En  toda  esta  noche  no  dejó  de  padecer  muchos  dolores,  saliendo 
de  cuando  en  cuando  con  sus  versos  acostumbrados;  y  el  día  siguien- 
te, a  las  siete  de  la  mañan^,  se  echó  de  un  lado,  de  la  manera 
que  pintan  a  la  Magdalena,  y  con  un  crucifijo  en  la  mano,  el  cual 
tuvo  hasta  que  se  le  quitaron  para  enterrarla.  El  rostro  tenía  encen- 
dido, y  asi  se  estuvo  en  oración  con  grandísimo  sosiego  y  quietud,  sin 
menearse  más.  Cuando  estaba  en  el  artículo  de  la  muerte,  una  her- 
mana la  estaba  mirando  con  grande  atención,  y  parecíala  que  veía 
en  ella  señales  de  que  la  estaba  hablando  Nuestro  Señor,  y  mostrán- 
dola grandes  cosas,  porque  hacía  meneos,  como  quien  se  maravillaba 
de  lo  mucho  que  veía.  Así  estuvo  hasta  las  nueve  de  la  noche,  en  que 
dio  su  santa  alma   a   su  Criador,  jueves,  día  de  San   Francisco,  que  es 


ÁPF.NniCFS  259 

a  cuatro  de  octubre,  año  de  1582,  que  fué  el  año  en  que  se  enmen- 
daron los  tiempos  (1),  quitando  diez  días  que  andaban  adelantados; 
así  el  día  siguiente  se  contaron  quince  de  Octubre,  presidiendo  en  la 
silla  de  San  Pedro  el  Papa  Gregorio  XIII,  de  gloriosa  memoria,  y 
reinando  en  España  el  católico  rey  don  Felipe,  segundo  de  este  nom- 
bre. Nació  esta  santa,  como  queda  dicho  al  principio,  a  veinte  y  ocho 
de  marzo,  año  de  1515,  de  donde  se  ve  haber  vivido  sesenta  y  siete 
años,  y  seis  meses  y  siete  días.  Vivió  en  la  Religión  cuarenta  y  siete 
años;  los  veinte  y  siete  en  la  Encarnación,  y  los  veinte  postreros  en 
la  primitiva  Regla  del  Carmen.  Su  muerte  fué  tan  sosegada,  que  a 
las  que  muchas  veces  la  habían  visto  en  oración  no  las  parecía  sino 
que  estaba  todavía  en  ella...   (2). 

Quedó  su  rostro  hermosísimo,  como  murió,  y  sin  arruga  ninguna, 
aunque  solía  tener  hartas;  todo  el  cuerpo  muy  blanco  y  también  sin 
arrugas,  que  parecía  alabastro;  la  carne  tan  blanda  y  tan  tratable 
como  la  suelen  tener  los  niños  de  dos  o  tres  años.  Vióse  en  ella  lo 
que  San  Buenaventura  escribe  de  San  Francisco  en.  su  Vida,  capítulo 
quince,  que  quedó  su  carne  muy  blanca,  figurando  la  gloria  que  des- 
pués había  de  tener.  Y  sus  miembros  se  mostraban  tan  blandos  y  tan 
tratables  a  los  que  los  tocaban,  que  parece  tenían  la  ternura  de  la 
niñez,  y  se  veían  hermoseados  con  manifiestas  señales  de  inocencia  y 
santidad. 

De  todo  el  cuerpo  salía  un  olor  muy  suave,  que  nadie  pudiera  de- 
cir a  qué  olor  se  parecía,  y  de  rato  a  rato  venía  más  suave,  y 
era  tan  fuerte,  que  hubieron  menester  abrir  la  ventana,  porque  dolía 
la  cabeza  a  las  que  estaban  allí.  Esto  era  en  una  pieza  baja  que  es- 
taba en  Is  claustra,  que  ahora  sirve  de  capítulo,  y  a  otra  que  estaba 
encima  pasaba  aún  mucho  olor,  y  por  toda  la  casa  andaba  aquella 
noche,  y  el  día  siguiente,  y  quedó  entonces  este  olor  en  sus  vestidos 
y  ropa,  y  (én  las  cosas  que  sirvieron  en  su  enfermedad,  en  tanto  ex- 
tremo, que  de  allí  a  muchos  días  una  hermana,  oliendo  siempre  aquel 
olor  en  la  cocina  y  buscando  dónde  salía,  halló  debajo  de  im  arca 
una  salserita  de  sal,  con  los  dedos  señalados  en  ella,  que  la  llevaban 
cuando  estaba  enferma,  y  de  allí  salía  aquel  olor.  También  quedó 
en  los  platos,  y  aun  en  el  agua  con  que  los  lavaban;  y  si  en  algún 
rincón  o  entre  paños  sucios  había  algo  que  la  hubiese  tocado,  sentían 
el  olor,  y  veían  que  era  algo  suyo.  Una  hermana,  en  acabándola  de 
amortajar,  fuese  a  lavar  las  manos  descuidadamente,  y  comenzó  a 
salir  tan  grande  olor  de  ellas,  y  tan  suave,  que  la  parecía  cosa  del 
cielo,  porque  acá  nunca  había  visto  cosa  semejante.... 


1  Esta  reforma  del  Calendario  se  promulgó  en  EspaPa  por  medio  de  una  pragmática  fir.- 
mnda  por  Felice  II  el  19  de  Septiembre,  en  Lisboa.  La  pírtp  dispositiva  dice:  «Nuestro  muy 
santo  padre  Gregorio  XIII,  conformándose  con  la  costunibre  jj  tradición  de  la  Iglesia  católica.... 
ordenó  un  calendario  eclesiástico,  en  el  cual,  para  enm-^ndar  g  reformar  el  yerro  que  se  había  ido 
causando  en  la  cuenta  del  curso  del  sol  g  de  la  luna,  se  mandan  quitar-  diez  días  del  mes  de 
Octubre  de  este  afio  de  ochenta  ¡j  dos,  contando  quincf  de  Octubre  cuando  se  habían  de  contar 
clncü'-. 

2  Capítulo  I  del  libro  V  de  la  Vida,  por  Ribera.  En  las  notas  que  el  P.  Gracián  tenia 
puestas  al  ejemplar  que  él  usó,  decía:  «Todo  lo  de  este  raDÍtulo  sé  como  testigo  de  vista,  porque 
pasó.' por  mi  mano*. 


260  APÉNDICES 

Aquel  año  primero  venían  las  monjas  a  visitar  el  cuerpo  de  su 
Madre,  y  si  acontecía  alguna  dormirse  cabe  él,  oía  algunas  veces  un 
ruido  que  la  despertaba  para  hacer  oración.  Sentían  muchas  veces 
gran  olor  que  salía  de  él,  con  estar  debajo  de  tanta  piedra  y  cal,  y 
particularmente  se  sentía  este  olor  los  días  de  los  santos  con  quien 
ella  había  tenido  particular  devoción;  y  en  fin,  en  el  sepulcro  era  el 
olor  casi  ordinario.  Este  era  muy  suave,  y  no  siempre  de  una  manera: 
unas  veces  como  de  azucenas,  otras  como  de  jazmines  y  violetas, 
otras   no   sabían   a   qué   le   comparar. 

Ponía  esto  a  las  religiosas  mucho  deseo  de  ver  el  cuerpo,  porque 
no  parecía  posible  estar  corrupto,  echando  de  sí  tan  suave  olor,  y  éste 
sentían  también  personas  de  fuera;  y  llegando  allí  el  Padre  Maestro 
Fray  Jerónimo  Gracián,  Provincial,  dijéronle  lo  que  pasaba,  y  rogá- 
ronle que  se  viese  aquel  Santo  cuerpo.  Parecióle  bien  al  Padre,  y  co- 
mienzan a  quitar  las  piedras  con  mucho  secreto  (1);  pero  eran  tantas, 
que  estuvieron  él  y  su  compañero  cuatro  días  en  quitarlas.  Algunas  de 
estas  piedras  echaron  sobre  unas  pajas  (2),  y  hartos  días  después,  en- 
fundando con  ellas  un  jergón  para  una  novicia  que  se  había  recibido, 
sintió  la  hermana  que  le  enfundaba  un  suave  olor  en  las  pajas,  y  ma- 
ravillándose mucho,  y  deseando  saber  de  dónde  venía,  halló  que  le 
habían  tomado  las  pajas  de  las  piedras  del  sepulcro  que  cayeron  acaso 
sobre  ellas. 

Abrieron  el  ataúd  a  H  'de  Julio  de  1583,  nueve  meses  después  del 
entierro  (3),  y  halláronle  quebrado  por  encima  y  medio  podrido  y  lleno 
de  moho,  con  mucho  olor,  de  la  mucha  humedad  que  tenía;  porque 
para  poner  las  piedras,  habían  echado  primero  cal  sobre  él,  y  aquella 
humedad  pasó  abajo.  Los  vestidos  también  estaban  podridos,  y  olien- 
do a  humedad  (1).  El  santo  cuerpo  estaba  lleno  de  la  tierra  que  había 
entrado  por  el  ataúd,  y  también  lleno  de  moho,  pero  sano  y  entero 
como  si  entonces  le  acabaran  de  enterrar;  porque  como  Nuestro  Señor 
en  la  vida  le  guardó  enteramente  de  toda  deshonestidad,  con  perfec- 
tísima  virginidad,  así  después  de  la  muerte  le  guardó  de  toda  corrup- 
ción, y  no  quiso  que  tocasen  los  gusanos  al  que  los  ardores  de  la  des- 
honestidad habían  perdonado  (5).  Quitáronle  casi  todos  los  vestidos 
(porque  se  había  enterrado  con  todos  sus  hábitos),  y  laváronle,  y  qui- 
taron aquella  tierra;  y  era  grande  y  maravilloso  el  olor  que  se  de- 
rramó por  toda  la  casa,)  y  duró  algunos  días  en  ella.  De  la  tierra  que 
he  dicho  tuve  yo  alguna  poca  que  me  dieron,  y  tenía  un  muy  lindo 
olor,  que  nadie  podía  decir  a  qué  olor  se  parecía;  di  jome  a  mí  un 
Padre  de  la  Compañía,  mostrándosela  yo,  que  tenían  en  el  colegio  de 
Avila,    donde   él   estaba,   una    reliquia   buena    del   mártir   San   Lorenzo, 


1  «Entrábamos  poco  rato».  (Nota  del  P.  Gracián). 

2  Aflade  Gracián:  «Echaron  las  piedras  y  ladrillos  j)  la  tierra  mug  suavemente». 

3  Véase  lo  que  dejamos  dicho  en  la  pág.  245.  Maravilla  que  Gracián  no  corrija  la  fecha 
del  P.  Ribera. 

4  «Los  vestidos,  apartados  del  cuerpo,  olían  mal  y  los  mandé  quemar;  cuando  estaban  en 
el  cuerpo  olían  muy  bien».  (Nota  de  Gracián). 

5  «Estaba  tan  entera,  advierte  Gracián,  que  mi  compañero,  Fr.  Cristóbal  de  San  Alberto, 
ü  yo  nos  salimos  fuera  mientras  la  desnudaron;  y  después,  teniéndola  cubierta  con  una  sábana, 
me  llamaron,  y  descubriendo  los  pechos,  me  admiré  de  verlos  tan  llenos  y  altos". 


APÉNDICES  261 

que  tenía  el  mismo  olor.  Pero  el  del  cuerpo  es  grande  y  fuerte,  y  tan 
nuevo,  que  nadie  ha  visto  olor  semejante. 

Con  esto,  la  pusieron  otros  vestidos  nuevos  y  la  envolvieron  en 
una  sábana  y  la  pusieron  en  una  arca,  en  el  mismo  lugar  donde  antes 
estaba,  que  ven  ahora  todos  los  que  entran  en  la  iglesia,  porque  está 
abierta  y  descubierta.  Pero  antes  de  hacerse  esto,  la  quitó  la  mano 
izquierda  el  Padre  Provincial  (1),  y  él  mismo  la  llevó  después  a  Lisboa, 
y  la  puso  en  el  monasterio  de  las  Descalzas,  que  poco  antes  allí  se 
había  fundado  (2).  Quedóse,  pues,  allí  el  santo  cuerpo  con  mucho  con- 
suelo de  las  monjas,  y  teníanle  puesto  lo  mejor  que  podían,  y  visitá- 
banle con  mucha  devoción.  Después  de  esto,  los  Padres  Descalzos 
hicieron  Capítulo  en  Pastrana,  por  Octubre  del  año  de  1585,  y  el  día 
de  San  Lucas,  que  es  a  diez  y  ocho,  determinaron  que  el  santo  cuerpo 
se  sacase  secretamente  de  Riba  y  se  llevase  a  San  José  de  ñvila, 
donde  la  Madre  había  comenzado,  y  de  donde  era  priora  cuando 
murió.  Movíales  también  a  esto  que  el  obispo  de  Palencia,  Don  Alvaro 
de  Mendoza,  había  tratado  con  ellos  de  hacer  la  capilla  mayor  del 
mismo  monasterio,  y  en  ella,  en  el  mejor  lugar,  hacer  un  sepulcro  para 
la  Madre  y  después  otro  para  sí,  por  la  devoción  que  la  tenía;  nó  que- 
riendo, aun  en  la  muerte,  apartarse  de  ella,  y  así  se  le  concedió.  Dan 
el  cargo  de  esto  al  Padre  Fray  Gregorio  Macianceno,  Vicario  pro- 
vincial de  Castilla,  ordenándole  que  para  consuelo  de  las  monjas  de 
Alba  les  dejase  allí  un  brazo;  y  hácese  la  patente  para  que  le  den 
el  cuerpo,  y  firmase  el  mismo  día,  como  a  las  siete  y  media  de  la 
noche   (3). 

Cosa  fué  maravillosa,  pero  muy  cierta,  y  que  quien  quisiere  la 
puede  saber  de  las  monjas  de  Alba,  que  aquella  misma  hora,  estando 
todas  en  recreación  tratando  de  las  cosas  que  pensaban  que  se  trata- 
rían en  el  Capítulo,  oyeron  dar  tres  golpes  juntos,  recios,  cerca  de  sí, 
y  esto  por  dos  veces;  y  pensaron  que  era  en  el  torno  de  la  sacristía, 
y  temieron  que  alguno  se  había  quedado  allí.  De  allí  a  un  poco, 
haciendo  la  portera  la  diligencia  que  podía  para  ver  si  había  quedado 
alguna  persona  en  la  iglesia,  oyó  otros  golpes  de  la  misma  manera, 
y  dijo  la  Priora:  No  se  nos  dé  nada,  que  el  demonio  nos  debe  querer 
turbar.  Y  otra  monja  dijo,  que  sin  duda  aquel  ruido  era  en  el  arca 
donde  estaba  el  santo  cuerpo,  que  estaba  cerca  del  torno  ya  dicho,  y 
era  así;  pero  no  sabían  qué  fuese  aquello,  hasta  que  después,  contán- 
dolo al  Padre  Fray  Gregorio,  dijo  que  a  aquella  misma  hora  se  esta- 


1  Añade  Gracián:  «Esta  mano  traía  ijo  en  una  toquilla  con  papeles,  y  destilaba  de  ella 
aceite,  que  me  los  manchó.  Déjela  en  Avila  en  un  cofrecito  cerrado,  y  dentro  la  llave  del  arca, 
donde  quedaba  el  cuerpo,  diciendo  a  las  monjas  que  me  guardasen  aquel  cofrecito,  que  tenía 
algunas  reliquias.  Preguntóme  Inés  de  San  Pedro  que  de  quién  eran  las  reliquias  que  traía  en 
aquel  cofrecito;  y  diciéndole  que  oor  qué  me  lo  preguntaba,  dijo  que,  entrando  en  el  coro,  había 
visto  visiblemente  a  la  Madre  Santa  Teresa,  y  le  había  dicho:  Tened  cuenta  con  aquel  cofre'- 
cito,  que  está  allí  su  mano.  Y  otras  monjas  vían,  cuando  iban  a  besar,  una  mano  que  les  echa- 
ba la  bendición». 

2  «Cuando  le  corté  la  mano,  dice  Gracián,  corté  también  un  dedo  meñique,  que  traigo  con- 
migo; y  desde  entonces  acá,  gloria  a  Dios,  no  he  tenido  enfermedad  notable.  Y  cuando  me  cap- 
fivaron,  rae  lo  tomaron  los  turcos,  y  lo  rescaté  por  unos  veinte  reales  y  unas  sortijas  de  oro, 
que  hice  hacer  con  unos  rubinlcos  que  traía  el  dedo». 

3  Véase  la  pág.  247. 


262  APÉNDICES 

ba  firmando  la  patente  para  sacarle  ,de  allí,  y  entendieron  que  había 
sido  como  aviso  o  despedida  Ú2  la  Santa  Madre,  que  las  quería  dejar. 
Y  así  fué,  porque  luego  por  Noviembre  vino  el  Padre  Fray  Gregorio  a 
fllba  (1),  y  la  víspera  de  Santa  Catalina,  que  es  a  veinte  y  cuatro  del 
mismo  mes,  hizo  que  las  monjas  se  subiesen  al  coro  alto  a  decir  mai- 
tines, y  quedóse  en  el  bajo  con  la  Priora  y  con  otras  dos  o  tres 
de  las  más  antiguas,  y  notificólas  la  patente  y  mandato  que  traía 
del  Capítulo,  y  con  mucho  secreto  y  presteza,  sacaron  el  cuerpo,  que 
estaba  tan  entero  como  al  principio»,  y  con  el  mismo  olor  que  habemos 
dicho,  aunque  algo  más  enjuto,  pero  los  vestidos  estaban  casi  podridos. 

Dos  milagros,  ó  mi  juicio,  manifiestos,  se  vieron  aquí  entonces, 
fuera  del  principal  de  la  incorrupción  de  aquel  purísimo  y  virginal 
cuerpo.  El  uno  fué  que,  como  a  la  Madre  la  salía  sangre  cuando 
murió,  la  pusieron  un  manteico  pequeño  de  estameña  blanca  nueva,  y 
éste  se  hinchió  de  sangre,  y  hallaron  entonces,  a  cabo  de  tres  años  y 
dos  meses,  la  sangre  en  él,  con  un  excelente  olor,  y  de  manera  que 
poniendo  alguna  parte  de  aquel  manteico  entre  lienzo,  le  iba  tiñendo 
poco  a  poco,  y  quedaba  colorado.  Yo  vi  parte  de  este  paño^  y  he  visto 
otros  muchos  que  se  han  teñido  con  él,  sin  mojarle  ni  hacer  cosa  nin- 
guna, más  de  tenerlos  algún  día  con  él;  y  es  cosa  maravillosa,  ver  un 
olor  tan  lindo  en  aquella  sangre.  El  otro  fué  que,  como  se  sacó  el 
cuerpo,  el  Padre  Fray  Gregorio  Nacianceno,  harto  contra  su  volun- 
tad, porque  me  decía  que  era  aquel  el  mayor  sacrificio  que  había 
hecho  a  Nuestro  Señor  de  sí,  por  cumplir  su  obediencia,  sacó  un  cu- 
chillo que  traía  colgado  de  la  cinta  para  cortar  el  brazo  que  liabía  de 
dejar  en  el  monasterio  de  Alba,  y  púsole  debajo  del  brazo  izquierdo, 
aquel  de  donde  faltaba  la  mano,  y  el  que  se  le  mancó  cuando  el  demo- 
nio la  derribó  de  la  escalera.  Fué  cosa  maravillosa,  que  sin  poner 
fuerza  más  que  si  cortara  un  melón  o  un  poco  de  queso  fresco,  como 
él  decía,  partió  el  brazo  por  sus  coyunturas,  como  si  buen  rato  estu- 
viera mirando  para  acertarlas  (2).  Y  quedó  el  cuerpo  a  una  parte,  y  lel 
brazo  a  otra. 

Y  luego  tomó  el  santo  cuerpo,  envuelto  en  una  sábana,  y  se  fué 
con  él  a  la  portería.  En  esto,  como  salía  tan  gran  olor,  las  monjas 
arriba  en  el  coro,  sospecharon  que  las  llevaban  su  tesoro,  y  fueron, 
por  el  rastro  del  olor,  a  la  portería;  pero  ya  el  Padre  Fray  Gregorio 
había  salido,  y  la  puerta  estaba  cerrada;  y  así  se  hubieron  de  volver 
harto  tristes,  quedándose  solamente  con  el  brazo  y  con  una  parte  del 
paño  de  la  sangre.  El  Padre,  luego  sin  detenerse,  aquella  misma 
noche  se  partió  para  Avila,  y  fué  allá  el  cuerpo,  muy  alegremente 
recibido,  y  puesto  muy  decentemente  donde  todas  las  monjas  le  goza- 
sen y  se  alegrasen  con  él.  Tuviéronle  al  principio  en  el  Capítulo,  en 
unas  andas,  con  sus  cortinas  muy  bien  puestas;  después  hicieron  un 
cofre  largo,  a  manera  de  tumba,  aforrado  por  dentro  de  tafetán  negro, 


1  Dice  aquí  Qracián:  «Yo  vine  con  Fr.  Gregorio,  y  llegando  de  Avila,  pedí  el  cofrecito 
para  sacar  la  llave,  y  escondidamente  saqué  la  mano  y  me  la  llevé  después  conmigo  a  Portugal, 
donde  iba  elegido  por  Vicario  Provincial,  y  saqué  el  cuerpo,  sin  el  brazo,  del  convento,  y  quedé 
quietando  las  monjas  mientras  el  P.  Fr.  Gregorio  se  fué  luego  a  Avila». 

2  cNo  tuve  yo  ánimo  para  cortáiselú*.  (Mola  de  Graciúii). 


APÉNDICES  263 

con  pasamanos  de  plata  y  seda,,  y  por  de  fuera,  de  terciopelo  negro, 
con  pasamanos  de  oro  y  seda,  y  la  clavazón  dorada,  como  lo  son 
también  las  cerraduras  y  llaves  y  aldabas  y  dos  escudos  de  oro  y 
de  plata,  uno  de  la  Orden,  otro  del  Santísimo  nombre  de  Jesús.  Y  en- 
cima de  esta  tumba,  un  letrero  de  tela  de  oro  bordado,  que  dice:  «La 
Madre  Teresa  de  Jesús»  (1).  Esta  vi  yo,  y  aunque  no  estaba  allí  el 
cuerpo,    se    tenía    todavía   el   olor. 

Procurábase  en  esle  tiempo  mucho  secreto,  así  en  lo  del  milagro 
del  santo  cuerpo,  como  en  haberle  traído  a  Avila,  porque  por  enton- 
ces parecía  convenir  así;  pero'  a  algunos  de  los  que  lo  sabían,  les  pa- 
recía que  era  ra/:ón  que  entrasen  médicos  y  teólogos,  para  que  le 
viesen  y  juzgasen  si  podía  ser  cosa  natural,  o  si  era  milagrosa,  y  se 
tomase  por  testimonio.  Y  para  esto  pidieron  a  la  Madre  María  de 
San  Jerónimo,  priora  de  aquella  casa,  una  relación  de  todo  lo  que 
había  pasado;  pero  ella  no  la  dio  hasta  tener  licencia  de  su  su- 
perior, a  quien  pareció  muy  bien  lo  que  se  quería  hacer;  y  ésta 
vino,  víspera  de  año  nuevo,  en  la  tarde.  Y  porque  quería  Nuestro 
Señor  que  esto  se  abreviase,  y  se  comenzasen  a  descubrir  sus  gran- 
dezas, a  la  misma  hora  llegan  a  Avila  el  Padre  Fray  Diego  de  Ye- 
pes  (2),  prior  que  era  entonces  de  San  Jerónimo  de  Madrid,  y  el 
licenciado  Laguna,  oidor  del  Consejo  Real,  y  don  Francisco  de  Con- 
treras,  oidor  que  es  ahora  de  Granada,  que,  con  mucho  frío  y  tra- 
bajo venían  de  Madrid,  sólo  a  ver  esta  maravilla  de  Dios.  Fuéronse 
a  apear  en  casa  del  obispo  don  Pedro  Fernández  de  Temiño,  y  de- 
claráronle el  secreto,  y  el  tesoro  que  en  su  ciudad  tenía.  El  se  in- 
formó enteramente  del  tesorero  don  Juan  Carrillo,  que  lo  sabía  bien, 
y  luego  Ciivió  a  decir  a  la  Priora  que  irían  allá  todos  el  día  siguiente 
a  las  nueve.  Luego  al  día  siguiente,  que  era  día  de  la  Circuncisión, 
principio  del  año  de  1586,  a  las  nueve,  fué  el  Obispo  con  los  oido- 
res y  dos  médicos  y  otras  personas,  que  por  todas  serían  como  veinte, 
y  entraron  por  e\  santo  cuerpo  el  Padre  Fray  Diego  de  Yepes,  y  Ju- 
lián de  Avila,  clérigo,  y  los  dos  médicos,  y  sacáronle  a  la  por- 
tería !j  pusiéronle  sobre  una  alfombra,  cerrada  la  puerta  de  la  calle; 
y  teniendo  casi  todos  hachas  encendidas,  se  descubrió  el  cuerpo,  te- 
niendo el  Obispo  descubierta  la  cabeza  y  todos  los  que  estaban  con 
él,  y  puestos  todos  de  rodillas  le  miraron  con  grande  admiración  y 
con   hartas  lágrimas. 

Los  médicos  le  miraron  con  mucha  curiosidad,  y  se  resolvieron 
en  que  era  imposible  ser  aquello  cosa  natural,  sino  verdaderamente 
milagrosa,  como  después,  a  la  tarde,  lo  tornaron  a  decir  al  Obispo, 
trayendo  para  ello  algunas  razones,  Pero  la  cosa  estaba  tan  clara, 
que  eran  menester  pocas.  Porque  un  cuerpo  que  nunca  jamás  se  abrió, 
ñi  le  echaron  bálsamo,  ni  la  menor  cosa  del  mundo,  estar,  a  cabo  de 
tres  años  y  tres  meses,  tan  entero  que  no  le  faltase  nada,  y  con  un 
olor  tan  admirable,  ¿quién  podía  dejar  de  entender  ser  obra  de  la 
mano    derecha    de   Dios,    y    sobre    toda    virtud    natural?    No   menos   se 


1  Venérase  todavía  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Avila. 

2  De  este  viaje  a  Avila  da  cuenta  por  extenso  el  P.  Yepes  en  su  Vida  de  la  bienaventu- 
rada viiíjcn  Teresa  u'e  ¡t.si.s,  liLi.  lí,  cap.  XLII, 


26-'l  APÉNDICES 

espantaron  de  ver  el  paño  teñido  en  sangre  tan  fresca  y  tan  oloro- 
sa. El  Obispo  decía  a  las  monjas  que  era  grande  el  tesoro  que  tenían, 
y  que  no  tenían  más  que  desear  en  esta  vida,  y  encomendó  mucho 
que  le  tuviesen  con  gran  decencia,  y  no  se  tornasen  a  servir  de  la 
alfombra  que  se  había  puesto  para  él.  Después  de  esto  puso  des- 
comunión para  que  no  publicasen  lo  que  habían  visto,  pero  ellos 
andaban  diciendo:  ¡Oh!  que  habernos  visto  grandes  maravillas;  y 
estaban  tan  ganosos  de  decirlo,  que  en  fin,  el  Obispo  hubo  de  alzar 
la    descomunión,    y    se    publicó    por    toda    la    ciudad. 

De  esta  manera  andaban  las  cosas  en  Avila;  pero  en  Hlba  anda- 
ban muy  de  otra,  porque  cuando  se  sacó  el  cuerpo  de  allí,  el  Duque 
don  ñntonio  de  Toledo,  no  era  venido  de  Navarra,  y  el  Prior  de  san 
Juan,  don  Hernando  de  Toledo,  su  tío,  también  estaba  ausente;  y 
cuando  lo  supo,  tomó  grande  enojo,  así  por  ser  él  muy  devoto  de  la 
santa  Madre,  como  por  entender  el  tesoro  que  aquella  villa  había 
perdido;  y  parecióle  que  el  agravio  se  había  hecho  no  tanto  al  Duque 
como  a  él,  a  cuyo  cargo  estaban  todas  las  cosas  del  Duque,  Después 
vino  al  monasterio,  y  hizo,  ante  un  escribano,  un  gran  requerimiento 
a  la  Priorai  y  a  las  monjas,  mandando,  debajo  de  graves  penas,  que 
en  ninguna  manera  dejasen  sacar  de  allí  el  brazo  que  las  había  que- 
dado. Y  no  se  descuidó  con  esto  del  cuerpo,  antes .  escribió  a  Roma,  y 
negoció  tan  bien,  que  Su  Santidad  mandó  a  los  Padres  Descalzos, 
que  luego  volviesen  el  cuerpo'  a  Alba  y  se  le  entregasen  a  la  Priora 
y  al  convento,  y  si  algo  tuviesen  que  alegar  por  su  parte,  pareciesen 
por  isí,  o  por  medio  de  procurador,  ante  él. 

El  Padre  Fray  Nicolás  de  Jesús  María,  que  era  entonces  Provin- 
cial, como  le  fué  notificado  el  mandamiento  de  Su  Santidad,  sin  dila- 
ción ninguna  fué  a  Avila,  y  desde  allí,  con  mucho  secreto,  envió  al 
Padre  Fray  Juan  Bautista,  que  era  entonces  prior  en  Pastrana,  con 
el  cuerpo;  y  él  y  el  Padre  Fray  Nicolás  de  San  Cirilo,  prior  que  era 
del  monasterio  de  Mancera,  llegaron  con  el  cuerpo  a  Alba,  a  23  de 
Agosto,  víspera  de  San  Bartolomé,  del  mismo  año  de  1586,  pero  tan 
disimulado  el  cuerpo,  que  nadie  pudiera  entender  lo  que  traían;  y 
luego  lo  metieron  en  el  monasterio,  como  a  las  ocho  de  la  mañana, 
poco  más  o  menos. 

Bien  poco  había  que  ellos  habían  llegado,  cuando  yo  llegué  al 
mismo  monasterio,  y  era  mi  camino  a  Avila,  a  visitar  el  santo  cuerpo 
y  verle,  que  lo  deseaba  mucho;  así  que,  al  llegar  poquito  antes,  le 
hallara  a  Ja  portería,  y  se  cumpliera  mi  deseo.  Como  esto  se  supo  en 
Alba,  vinieron  los  clérigos  con  deseo  de  hacer  mucha  fiesta,  con  su 
procesión  y  con  música;  pero  el  Padre  Provincial,  que  no  ponía  allí 
el  cuerpo  para  que  se  quedase,  sino  como  de  prestado  solamente, 
para  cumplir  lo  que  el  Papa  mandaba,  ordenó  que  no  se  hiciese  fiesta 
ninguna,  sino  solamente  se  entregase  a  las  monjas,  de  manera  que 
se  llevase  testimonio  de  ello;  y  el  Padre  Fray  Juan  Bautista,  cum- 
pliendo en  todo  su  obediencia,  no  se  desvió  un  punto  de  la  orden 
que   traía. 

Pusieron,  pues,  el  cuerpo  en  el  coro  bajo,  y  estando  el  Duque  a  la 
reja,  y  la  Condesa  de  Lerín,  su  madre,  y  toda  la  iglesia  llena  de  gente, 
mostraron  el  santo  cuerpo  con  luz  suficiente;    y  preguntando  el  Padre 


APÉNDICES  265 

Prior  de  Pastrana  a  las  monjas  si  conocían  ser  aquel  cuerpo  de  la 
Madre  Teresa  de  Jesús,  y  si  se  daban  por  entregadas  de  él,  respon- 
cTíeron  que  sí;  y  los  de  fuera  también  dijeron  que  conocían  bien  ser 
aquél  el  cuerpo,  y  de  todo  dio  testimonio  un  escribano.  Y  ftié  bien 
menester  estar  detrás  de  reja,  porque  según  era  la  muchedumbre  y 
devoción  y  ímpetu  de  la  gente,  si  estuviera  fuera,  liicieran  pedazos 
el  hábito  para  tomar  reliquias,  y  aun  el  cuerpo  corriera  peligro. 
Toda  la  tarde  estuvo  la  iglesia  tan  llena  de  gente  que  venía  a  ver 
aquella  maravilla,  que  ni  los  podían  echar,  ni  los  que  estábamos  más 
adentro  podíamos  salir  hasta  muy  tarde,  porque  no  se  hartaban  de  verla. 

Los  de  la  villa,  no  creyendo  que  los  Padres  le  querían  dejar  allí, 
pusieron  guardas  para  que  no  le  sacasen,  y  querían  hacer,  c  hicieron 
también,  requerimiento  para  que  las  monjas  no  le  diesen,  y  estaban 
muy  alegres  de  que  le  hubiesen  vuelto.  De  todo  esto  fui  yo  testigo, 
y  la  vi  despacio  desde  la  reja,  y  después  la  besé  los  pies,  aunque  muy 
de  priesa,  porque  aun  siendo  de  noche  y  cerrando  las  puertas  de  la 
iglesia,  no  nos  dejaban  los  de  fuera.  Diré  también  otra  cosa,  de  que 
soy  buen  testigo,  que  pasó  por  mí.  Aquella  misma  noche,  estando  de 
camino  los  Padres  que  la  habían  traído,  vinieron  a  la  posada  a  hacer 
colación,  y  yo  posaba  también  en  la  misma  casa;  y  trajéronles  allí  el 
hábito  que  había  traído  el  cuerpo  de  la  Santa,  para  volverle  a  Avila, 
porque  en  Alba  le  habían  puesto  otro;  y  vino  cogido  y  envuelto  en 
una  manta,  de  manera  que  los  dobleces  de  él  salían  afuera,  y  llegué 
a  olerle,  y  tenía  excelente  olor;  estaría  allí  como  tres  cuartos  de 
hora,  y  luego  fuéronse  los  Padres,  y  yo  me  pasé  a  aquella  pieza  donde 
ellos  habían  estado,  y  de  lo  poco  que  estuvo  en  ella  el  hábito, 
cogido  de  la  manera  que  he  dicho,  quedó  un  olor  en  la  cámara,  que 
luego  le  sentí  y  conocí  muy  bien.  De  allí  a  un  poco,  vino  mi  compa- 
ñero, y  pregúntele  si  olía  algo;  respondió  que  sí,  y  que  se  echaba 
muy  bien  de  ver.  Dormí  yo  en  la  misma  cámara  aquella  noche,  y 
todas  las  veces  que  despertaba  sentía  el  mismo  olor,  y  le  conocía  bien. 

Desde  entonces  hasta  ahora,  se  ha  estado  siempre  el  santo  cuer- 
po en  Alba,  juntamente  con  el  brazo,  aunque  no  se  muestra  sino  muy 
pocas  veces.  La  causa  de  estar  ahí  es  que  el  monasterio  de  Avila, 
ayudando  a  ello  la  misma  ciudad,  pretendió  que  se  había  de  volver 
el  cuerpo  allá,  y  contradiciéndolo  mucho  don  Antonio  de  Toledo, 
duque  de  Alba  y  condestable  de  Navarra,  y  don  Hernando  de  Toledo, 
prior  de  San  Juan,  por  parte  suya  y  del  monasterio  y  villa  de  Alba, 
nuestro  muy  santo  Padre  Sixto  V  cometió  el  negocio  a  su  Nuncio 
César  Speciano,  obispo  de  Novara;  el  cual  dio  sentencia,  en  que  para 
siempre  quedase  en  Alba,  en  Diciembre  de  1588  años  (1).  Después  se 
apeló  de  esta  sentencia  para  Su  Santidad.  Y  el  mismo  Sixto  V  la  con- 
firmó, con  toda  la  autoridad  y  gravedad  de  palabras  que  era  nece- 
sario, y  con  toda  la  firmeza  que  se  podía  desear,  a  10  de  Julio  de 
1589  años.  Y  así  quedará  allí  en  un  muy  buen  sepulcro  que  el  Prior 
de  San  Juan,  a  quien  se  debe  el  quedar  el  cuerpo  en  Alba,  ha  dicho 
que  hará... 


Véase  la  pág.  256. 


266  APÉNDICES 

Paréceme  que  los  que  esto  leyeren,  desearán  tener  más  particu- 
lar noticia  de  cómo  está  el  cuerpo,  y  darésela  yo  de  muy  buena 
gana,  porque  lo  he  mirado  con  mucha  atención  y  cuidado,  para  po- 
der dar  esta  cuenta  que  ahora  daré.  Mas  comenzaré  del  brazo,  que 
le  he  tenido  muchas  veces  en  mis  manos,  y  después  diré  del  cuerpo. 
El  brazo  es  todo  entero  desde  la  coyuntura  del  hombro;  fáltale  la 
mano,  como  ya  he  dicho,  que  está  en  Lisboa;  y  así  por  ser  éste  el 
que  se  mancó  y  quebró  en  la  caída  de  la  escalera,  como  por  haberle 
quitado  la  mano,  y  haber  por  allí  salido  de  la  virtud,  tiene  menos 
carne  que  el  otro  que  está  en  el  cuerpo;  pero  tiene  harta,  y  al  prin- 
cipio tenia  más,  sino  que  se  ha  algo  enjugado.  La  color  es  puramente 
del  dátil,  la  carne  está  como  cecina,  el  cuero  tiene  rugas  a  la  larga, 
como  suele  quedar  flaco  en  las  personas  que  han  sido  gordas  y  no  lo 
son.  F^ero  está  entero,  que  tiene  su  vello,  yo  le  he  visto  muchas  ve- 
ces, y  asídole.  Siempre  le  tienen  envuelto  en  un  paño  limpio,  y  de 
allí  a  poco  se  hinche  el  paño  de  un  óleo  o  grasa  que  sale  de 
él,  y  queda  como  si  le  hubieran  metido  en  aceite,  o  en  cosa  se- 
mejante; pero  tiene  este  óleo  aquel  lindo  olor  que  tiene  el  brazo 
y  el  cuerpo. 

Son  muchísimos  los  paños  que  se  han  teñido  ele  esta  manera,  y 
dado  por  reliquias,  y  cada  día  se  dan  y  se  tiñen,  aunque  algo  me- 
nos, como  la  carne  se  va  enjugando  más.  En  esta  carne,  no  hay  en- 
trar corrupción,  en  ninguna  manera  del  mundo,  más  que  si  fuese 
de  acero,  aunque  no  sea  más  que  media  uña;  y  aunque  más  calores 
haga,  y  la  traigan  en  el  pecho,  o  en  cualquiera  otra  parte  donde 
haya   mucho   calor,   ni   aun   perderá   su   olor,   si   la   traen   bien   envuelta. 

Esto  es  cosa  muy  probada  y  vista,  de  manera  que,  tener  carne  de 
la  Madre  Teresa  de  Jesús,  poca  o  mucha,  es  como  tener  huesos  de 
otros  santos,  para  lo  que  es  ef  durar  y  no  se  corromper.  La  primera 
vez  que  yo  tomé  este  santo  brazo  en  las  manos,  era  antes  de  comer, 
y  quedóme  en  ellas  el  mismo  olor  que  él  tiene,  y  dábame  tanto  con- 
suero, que  no  me  qurse  lavar,  cuandío  hube  de  comer,  porque  no  se  me 
quitase  el  olor.  En  fin,  después  me  hube  de  lavar,  y  no  se  quitó; 
porque,  aun  después  de  acostacio,  sentía  el  mismo  olor  en  las  manos. 
Y  fuera  de  esto,  pegóseme  de  él  una  devoción,  que  la  echaba  bien  de 
ver,    y    me    duró    de    esta    manera    como    quince    días. 

El  santo  cuerpo  vi  muy'  a  raí  contento  a  25  de  Marzo,  que  es  el 
día  de  la  Encarnación  de  Nuestro  Salvador  y  Señor,  de  este  año 
de  1588;  y  porque  le  vi  muy  bien,  como  quien  pensaba  dar  este  testi- 
monio que  aquí  doy,  podré  dar  buenas  señas.  Está  enhiesto,  aunque 
algo  inclinado  para  adelante,  como  suelen  andar  los  viejos,  y  en  él  se 
ve  bien  cómo  era  de  harto  buena  estatura.  Está  de  manera,  que  una 
mano  que  le  pongan  en  las  espaldas,  a  que  se  arrime,  se  tiene  en  pie; 
y  le  visten  y  'desnudan,  como  si  estuviera  vivo.  Todo  él  es  de  color  de 
dátil,  como  ya  dije  del  brazo,  aunque  en  algunas  partes  está  más 
blanco.  Lo  que  más  escura  color  tiene  es  el  rostro,  porque  como  cayó 
el  velo  sobre  él  y  se  juntó  mucho,  y  mucho  polvo,  quedó  más  maltra- 
tado que  otras  partes  del  cuerpo;  pero  muy  entero,  de  tal  manera 
que,  ni  en  el  pico  de  la  nariz,  no  le  falta  poco  ni  mucho.  La 
cabeza    tiene    todo    su    cabello,    como    cuando    la    enterraron.    Los    ojos 


APÉNDICES  267 

están  secos,  porque  se  ha  gastado  ya  la  humedad  que  tenían,  pero, 
en  lo  demás,  enteros.  En  los  lunares  que  tenía  en  la  cara,  se  tiene 
aún  los  pelos.  La  boca  tiene  del  todo  cerrada,  que  no  se  puede  abrir. 
En   las   espaldas   particularmente   tiene   mucha   carne. 

Aquella  parte,  donde  se  cortó  el  brazo,  está  jugosa,  y  el  jugo 
se  pega  a  la  mano,  y  deja  el  mismo  olor  que  el  cuerpo.  La  mano 
muy  bien  hecha,  y  puesta  como  quien  echa  la  bendición,  aunque  no 
tiene  los  dedos  enteros.  Hicieron  mal  en  quitárselos,  porque  mano 
que  tan  grandes  cosas  hizo,  y  que  Dios  la  dejó  entera,  siempre 
lo  había  de  estar.  Los  pies  están  muy  lindos  y  muy  proporcionados, 
y  en  fin,  todo  el  cuerpo  está  muy  lleno  de  carne.  El  olor  del  cuerpo, 
es  €l  mismo  que  el  del  brazo,  pero  más  fuerte.  Fuéme  de  tan  gran 
consuelo  ver  este  tesoro  escondido,  que,  a  mi  parecer,  no  debo  de 
haber  Tenido  mejor  día  en  mi  vida,  y  nunca  me  hartaba  de  verle. 
Quédame  una  lástima,  si  le  han  de  partir  algún  día^  o  por  ruego  de 
personas  graves,  o  a  instancia  de  los  monasterios;  porque  en  ninguna 
manera  se  debía  hacer,  sino  que  esté  como  Dios  le  ha  dejado,  dando 
testimonio  de  la  grandeza  de  Dios  y  de  la  purísima  virginidad  y  san- 
tidad admirable  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  ñ  mi  parecer,  no  harán 
como  buenos  hijos  suyos,  ni  quien  lo  pidiere,  ni  quien  lo  conce- 
diere.. 


268  APÉNDICES 


XLVIII 


NUEVO  SEPULCRO  DE  LA  SANTA  HECHO  EN  1588  Y  SU  APERTURA  EN  Í603  (1). 


Después  de  esto,  el  año  de  mil  quinientos  y  ochental  y  ocho,  siendo 
General  nuestro  Rvdo.  P.  Fr.  Elias  de  San  Martín  y  Provincial  de 
Castilla  la  Vieja  el  Padre  Fray  Tomás  de  Jesús,  grande  hijo  de  la 
Santa,  considerando  los  Prelados  que  la  grandeza  de  los  méritos  de 
la  Santa  y  devoción  de  España,  pedía  más  culto  exterior  para  el 
santo  cuerpo  que  el  que  hasta  entonces  había  tenido,  trataron  de 
hacerle  un  sepulcro  elevado.  Eligieron  para  él  la  pared  de  la  capilla 
mayor  del  lado  del  Evangelio,  que  pasa  de  veintidós  pies  de  ancho, 
y  treinta  y  dos  de  alto,  donde  eran  los  coros  alto  y  bajo  de  las 
religiosas,  y  acomodaron  lo  uno  y  lo  otro  de  esta  suerte.  Fabricaron 
una  como  portada  de  iglesia  de  piedra  franca  alabastrada,  de  excelente 
grano,  y  con  gran  primor  labrada,  con  dos  pilastras  a  cada  lado,  dis- 
tantes entre  sí  menos  de  cuatro  pies,  dejando  más  de  ocho  entre  las 
dos  pilastras  principales  para  las  rejas  de  los  coros.  Sobre  las  cuatro 
pilastras  y  capiteles  corintos  corre  la  cornisa,  y  sobre  ella  se  levanta 
el  segundo  cuerpo  de  diez  pies  de  ancho,  entrando  en  ellos  las  pi- 
lastras suyas  y  catorce  de  alto,  hasta  la  punta  del  frontispicio,  acom- 
pañado a  un  lado  y  a  otro  de  airosos  remates.  Del  cuerpo  principal 
de  esta  fábrica  escogieron  las  religiosas  para  su  coro  la  parte  baja, 
dejando  el  segundo  cuerpo  para  el  arca  del  santísimo  cuerpo.  Ador- 
naron esta  parte  de  colgaduras  de  tela  de  plata  muy  rica  que  dio  la 
Duquesa  de  ñlba,  D.a  A\cncía  de  A\endoza.  En  medio  de  esta  como 
capilla  sentaron  el  arca  aforrada  de  terciopelo  carmesí,  tachonada  de 
clavos  y  chapas  doradas  que  había  dado  D.s  María  de  Toledo  y  En- 
ríquez,  Duquesa  que  asimismo  fué  de  Alba.  Cubrieron  el  arca  con  un 
dosel  de  brocado  que,  por  orden  del  Rey  D.  Felipe  el  ÍI,  envió  la 
Sra.  Infanta  su  hija,  D.3  Isabel  Clara  Eugenia,  mujer  del  .archiduque 
Alberto,  y  Condesa  de  Flandes.  Con  esto  se  cumplió  la  revelación  que 
la  Santa  tuvo,  en  aquel  divino  parasismo  que  padeció  antes  de  ser 
monja  (1),  en  que  vio  que  su  cuerpo  había  de  estar  debajo  de  un  paño 
de  brocado,  como  ya  en  otro  lugar  dijimos.  Dentro  del  arca,  en  unas 
planchas  doradas,  se  abrieron  unos  versos  que  compuso  el  P.  M.  Fray 
Diego  de  Yangües,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  hombre  muy 
docto  y   confesor   de   la   Santa   Virgen,   y   decían   así: 


1  Cfr.  Reforma  de  los  Descalzos  de  Nuestra  Señoril  del  Carmen,  t.  I,  lib.  V,  c  XXXI. 

2  Éralo  ya  en  la  Encarnación. 


APÉNDICES  269 


Arca   Domini  in   qua   erat   manna,   et    virga,   quae  fronduerat,   ct   tabula 
testamenti.    (Hebr.,    IX). 

En  esta  Arca  de  la  Ley 
Se  encierra   por  cosa   rara 
Las  tablas,  Maná,  y  la  Vara 
Con   que   Cristo   Nuestro    Rey 
Hace    a    su    Virgen    más    clara. 

Las    tablas    de    su    obediencia, 
El    JVlaná    de   su    oración, 
La  Vara  de  perfección. 
Con   vara   de   penitencia, 
Y    carne    sin    corrupción. 


Mon  extinguetur  in  nocte  lucerna  e/us.  (Proverb.,  capítulo  XXXI). 

Aquí    yace    recogida 
La    Mujer   dichosa    y    fuerte, 
Que   en    la    noche   de    la   muerte 
Quedó  con   más   luz   y   vida, 

Y  con   más    felice   suerte. 
El   alma   pura   y   sincera 

Llena    de    lumbre    de    gloria: 

Y  para    eterna    memoria, 
La   carne   sana   y   entera. 

¿Dó    está    muerte    tu    victoria? 


Por  dentro  del  convento  estaba  esta  capilla  cerrada,  dejando  una 
puerta  pequeña  para  entrar  a  cuidar  de  su  ornato  y  limpieza.  Por  la 
parte  de  la  iglesia  pusieron  una  reja  de  hierro,  muy  bien  artizada  y 
dorada;  y  delante  de  todo  una  lámpara  de  plata  de  grandeza  y  pri- 
mor, que  representase  al  Duque  de  Alba  D.  Antonio,  que  la  dio.  En 
las  distancias  que  hacían  entre  sí  las  dos  pilastras,  se  esculpieron 
dos  inscripciones  en  la  piedra:  una  latina  y  oirá  castellana,  que  da 
noticia  del  tesoro  que  guarda,  y  a  que  se  ordenó  toda  la  fábrica. 

Rigidis  Carmeli  Patrnm  restituiis  Regalis:  pluriinis  virorum  foc mi- 
nar uinquc  ercctis  claustris:  multis  vcram  virtuteni  docentihus  lihris  edi- 
lis,  futuri  praescia,  signis  clara,  roeleste  sidas  ad  sídera  advolavit  Reata 
Virgo   Thercsa,  IV  non.  Octob.  MDLXXXII. 

'Maneí  sub  marmore  non  cinis,  sed  madidutn  corpas  incorruptum, 
proprio  suavissimo  odore  ostentuin  gloriae. 

Quiere  decir  en  romance: 

Restituida  a  su  aspereza  la  Regla  de  los  Padres  del  Carmelo: 
fundados  muchos  conventos  de  frailes  y  monjas:  escritos  muchos  libros 


270  APÉNDICES 

que  enseñan  la  perfección  de  la  virtud:  projetizadas  cosas  futuras  y 
resplandeciendo  en  milagros:  como  celestial  estrella,  voló  a  las  estrellas 
la  Beata  Virgen  Teresa,  a  IV  del  mes  de  Octubre  de  el  año  MDLXXXII. 
Ha  quedado  en  su  sepultura,  no  su  ceniza,  sino  su  cuerpo  fresco  v 
sin  corrupción,  con  propio  olor  suavísimo  por  señal  de  su  gloria. 

El  año  de  seiscientos  y  tres,  el  Rvdo.  P.  Fr.  Francisco  de  la 
JWadre  de  Dios,  tercero  General,  informado  que  algunas  personas  graves 
y  devotas,  interpretando  las  descomuniones  que  Sixto  V,  en  Breve 
particular,  había  despachado  para  que  el  santo  cuerpo  estuviese  siem- 
pre entero,  con  instancias  urgentes  obligaban  a  los  religiosos  a  que 
les  diesen  pedazos  de  carne,  mandó  al  P.  Fr.  Tomás  de  Jesús,  Difi- 
nidor  General,  y  Procurador  de  la  canonización  de  la  Santa,  que  de 
tal  manera  enclavase  el  arca,  que  no  se  pudiese  abrir  sin  romperla. 
Fué  a  Salamanca,  donde  yo  cuidaba  de  aquella  casa,  y  habiendo 
hecho  muy  fuertes  abrazaderas  y  visagras  de  hierro,  con  clavazón 
apropósito,  me  llevó  en  su  compañía  a  Alba.  Y  habiendo  avisado 
a)  Duque  D.  Antonio,  y  a  D.a  Mencía  de  Mendoza,  su  mujer,  y  a 
D.  Antonio  de  Toledo,  Señor  de  la  Horcajada,  muy  cercano  pariente, 
entrando  en  el  convento,  subimos  al  coro  con  todas  las  religiosas.  Y, 
habiendo  puesto  sobre  una  tarima  el  arca  que  trajeron  de  la  capilla 
o  nicho,  la  abrió  el  P.  Fr.  Tomás,  y,  hincados  de  rodillas,  habiendo 
desenvuelto  el  sagrado  cuerpo  con  toda  decencia  y  veneración,  de  una 
sábana  de  holanda  muy  delgada,  lo  primero  con  que  nos  regaló  fué  con 
un  rocío  de  olor  celestial  que  de  la  carne  y  de  la  sábana,  traspasada 
del  olio,  salía.  Detuvímonos  un  rato  en  la  visita  de  aquella  maravilla,, 
y  en  la  ponderación  de  las  misericordias  de  Dios.  Pidieron  aquellos 
señores  reliquias  de  la  virginal  carne,  y  no  se  les  pudo  negar.  A  las 
religiosas  repartió  el  P.  Fr.  Tomás,  y  para  sí  tomó  buenos  pedazos. 
Yo,  aunque  no  me  atreví  a  tanto,  quedé  con  uno,  poco  menos  que  la 
bola  de  la  mano;  y  el  Padre  le  arrancó  una  costilla,  con  más  devo- 
ción que  piedad,  de  que  todos  quedamos  sentidos.  Clavóse  el  arca 
fortísimamente,  y  envióse  testimonio  de  lo  hecho,  con  fe  de  los  que 
allí  estábamos,   al   P.   General. 


APÉNDICES  271 


XLIX 


ACTA  DE  LA  TRASLACIÓN  DEL  SEPULCRO  DE  LA  SANTA  HECHA  A  13  DE  JULIO 
DE  1616  (1). 


In  nomine  Domini  Nostri  Jesu  Christi. — Siendo  pontífice  Romano 
N.  JW.  S.  Padre  Paulo  V,  y  reinando  en  España  el  católico  Rey  Don 
Felipe  III,  y  siendo  Duque  de  ñlba  D.  Antonio  Alvarez  de  Toledo, 
Conficstablc  de  Navarra;  Obispo  de  Salamanca,  D.  Francisco  de  A\en- 
doza;  Genera)  quinto  de  nuestra  Religión  de  Carmelitas  Descalzos, 
N.  Padre  Fray  Joseph  de  Jesús  María;  Provincial,  el  Padre  Fray  Pedro 
^de  los  Angeles,  y  Priora  de  esta  casa  la  Madre  Catalina  de  San  Angelo, 
en  presencia  de  D.  Antonio  de  Toledo,  Señor  de  la  Horcajada  (el  cual 
por  haber  tenido  deseo  y  devoción  el  Duque  de  hallarse  presente,  y  no 
haber  podido  venir  a  este  acto,  asistió  por  él,  representando  su  persona), 
el  Santo  cuerpo  de  nuestra  Fundadora  la  gloriosa  virgen  Santa  Teresa 
fui  trasladado  a  este  lugar,  habiendo  antes  sido  enterrado  en  el  suelo 
del  hueco  de  esta  pared,  debajo  de  la  reja  del  coro,  desde  el  día  de 
su  glorioso  tránsito,  que  fué  a  5  de  Octubre,  cuando  el  Papa  Gregorio 
XIII,  de  felice  recordación,  hizo  la  corrección  del  año,  quitando  los  diez 
días,  que  fué  el  de  1582,  reinando  Felipe  II,  hasta  que  después  de 
algún  tiempo,  por  ser  tanta  la  fragancia  y  buen  olor  que  salía  del 
sepulcro,  fué  desenterrado,  y  hallado  entero,  incorrupto  y  que  manaba 
óleo  de  suavísimo  olor,  en  tanta  abundancia,  que  por  muchos  años 
duró  el  empapar  las  sábanas  y  lienzos  en  que  se  envolvían;  y  lo  mismo 
hacen  hoy  todas  las  reliquias  de  su  carne  virginal,  por  pequeñas  que 
sean,  y  hasta  los  mismos  pañitos  tocados  del  óleo  lo  comunican  y  pasan 
los  dobleces  de  los  papeles  en  que  se  envuelven.  Ahora  últimamente  en 


1  Hablando  de  psta  nueva  disposición  del  sepulcro,  dice  la  Reforma  de  los  Descalzos, 
t.  I,  lib.  V.  c.  XXXI,  pág.  860:  «En  tiempo  del  quinto,  que  fué  nuestro  P.  Fr.  José  de 
Jesús  María,  aflo  de  mi!  seiscientos  y  quince,  se  dispuso  diferentempnte  el  sepulcro,  aten- 
diendo siempre  a  su  mayor  veneración  y  custodia.  Repartióse  en  tres  partes  el  cuerpo  mayor 
del  ediftcio,  que  antes  estaba  repartido  en  dos:  la  más  baja  dedicó  para  una  capilla  donde 
se  dice  misa,  tomando  del  coro  lo  que  pareció  necesario,  y  para  darle  algún  descuello,  se 
cavó  lo  conveniente.  Adornó  las  paredes  de  esta  capilla,  de  buena  pintura  de  historias  de  la 
santa.  El  hoyo  original  donde  estuvo  el  santo  cuerpo  quedó  guarnecido  con  unas  losas, 
pero  de  suerte  que  pueden  entrar  los  rosarios  y  medallas  en  él.  Sobre  esta  capilla  dio  lu- 
gar al  coro  de  las  religiosas,  dejándole  capaz  bastantemente  para  poder  oficiar  desde  él. 
Sobre  el  coro,  que  es'i  la  parte  superior  y  segundo  cuerpo  de  la  fábrica,  está  el  sagrado 
cuerpo  en  una  caja  nueva,  que  se  encerró  en  una  urna  de  piedra  blanca  alabastrada,  muy 
bien  floreteada  de  oro,  y  cerróla  por  la  parte  del  convento,  de  suerte  que  no  se  puede  lle- 
gar a  ella,  y  por  defuera  la  reja  dorada  que  antes  tenía.  La  Religión  y  otras  personas  par- 
ticulares han  hecho  presentallas  de  lámparas  de  plata,  que  hoy  llegan  a  veinte,  entre  chicas 
y  grandes,  siendo  la  mayor  de  todas,  la  que  el  Duque  D.  Antonio  envió*  siendo  Virrey  de 
Ñapóles,   con   que  se   halla   aquella   capilla   bien   adornada». 


272  rtPENDlCES 

honor  de  la  Santa  hizo  la  Religión  la  capilla  que  está  debajo  del  coro, 
dispuso  el  sepulcro,  como  se  ve,  en  gracia  de  los  fieles,  que  por  su  devo- 
ción, o  por  voto  le  vienen  a  visitar,  y  esta  urna  de  piedra  para  colocar 
en  ella  el  santo  cuarpo,  como  se  ha  hecho,  para  mayor  perpetuidad  y 
conservación  de  su  entereza;  porque  en  tiempos  pasados  se  cortó  de 
él  tanta  cantidad  de  carne,  que  ha  habido,  y  hay  de  ella  reliquias  innu- 
merables. Las  más  principales  son  el  brazo  y  corazón,  que  tiene  esta 
casa  engastados  en  plata,  y  la  mano  que  está  en  Lisboa.  Han  corrido 
estas  santas  reliquias  por  todos  los  reinos  y  provincias  de  la  cristian- 
dad con  singular  estima  y  extraordinaria  veneración  de  todo  género  de 
personas,  por  los  muchos  milagros  que  Dios  nuestro  Señor  ha  obrado 
por  su  medio. 

Fué  beatificada  esta  gloriosa  virgen,  sábado  a  24  de  Abril  de  lól^t, 
según  consta  del  Breve  de  la  beatificación.  Espérase  cada  día  la  cano- 
nización, por  estar  ya  hechas  todas  las  diligencias  en  orden  a  ella,  y 
satisfecha  la  Rota  en  todo  lo  tocante  a  justicia,  y  sólo  falta  el  fiat 
de  Su  Santidad.  Hízose  ¡esta  última  traslación,  asistiendo  a  ella  N.  Padre 
General,  miércoles  13  de  Julio  de  1616,  siendo  testigos  el  dicho  Señor 
de  la  Horcajada,  D.  Antonio  de  Toledo,  y  el  Padre  Fray  Juan  de  San 
Angelo,  socio  y  secretario  de  N.  Padre  General.  Y  para  que  de  ello 
quede  perpetua  memoria,  yo.  Fray  Diego  de  San  José,  Difinidor  Ge- 
neral y  secretario  de  la  dicha  Orden,  que  presente  fui  a  lo  susodicho,, 
juntamente  con  los  testigos  referidos,  que  aquí  pusieron  sus  firmas, 
por  especial  ordeni  y  expreso  mandato  que  tuve  de  N.  Padre  General,  el 
cual,  con  su  firma  autorizó  estas  letras,  las  escribí  de  mi  mano,  firmé 
'de  mi  nombre,  y  sellé  con  el  sello  principal  y  primitivo  de  nuestra  sa- 
grada Religión.  Dadas  en  Alba  de  Tormes,  día,  mes  y  año  susodicho,  en 
que  doy  fe  la  dicha  traslación  fus  hecha.  De  esta  Provincia  de  nuestro 
Padre  San  Elias  en  los  reinos  de  Castilla  la  Vieja  y  Navarra. 

Fray  José  de  Jesús  María,  General.~/5o«  Antonio  de  Toledo. — 
Fray  Juan  de  San  Angelo. — Fray  Diego  de  San  Joseph,  Difinidor  y 
secretario. 


APÉNDICES  273 


CARTA  DEL  GENERAL  EN  QUE  DA  CUENTA  DEL  TRASLADO  DEL  CUERPO  DE  LA 
SANTA  VERIFICADO  EN  1616,  DEL  ENVIÓ  A  ROMA  DE  SU  PIE  DERECHO  Y  DE 
COMO  FUE  ALLÁ  RECIBIDO  (1). 


Viniendo,  pues,  al  caso,  digo  que  ya  les  consta  a  todos  vuestras 
reverencias  cómo  el  año  próximo  pasado  trasladamos  el  cuerpo  virginal 
de  nuestra  gloriosa  Madre  a  un  honorífico  y  sumptuoso  sepulcro,  don- 
de aquel  precioso  tesoro  estuviese  con  más  autoridad,  seguridad  y  de- 
cencia. Y  como  fué  necesario  abrir  la  rica  caja  donde  estaba  depositado, 
para  que  se  diese  fe  cómo  real  y  verdaderamente  se  trasladaba  el 
santo  cuerpo,  y  para  desterrar  el  falso  rumor  que  había  esparcido  de 
que  le  habían  hurtado,  asistieron  conmigo  a  este  acto  un  caballero 
principal,  llamado  Don  Antonio  de  Toledo,  señor  de  las  villas  de 
la  Horcajada  y  Booyos,  primo  del  Duque  de  Alba,  representando 
su  persona,  por  no  haberse  podido  hallar  presente  su  excelencia,  y  los 
padres  Fray  Diego  de  San  Joseph,  Difinidor  general,  y  Fray  Juan 
de  San  Angelo,  nuestro  secretario.  Hallamos  aquel  purísimo  cuerpo, 
que  fué  templo  del  Espíritu  Santo,  no  solamente  incorrupto,  pero  tan 
fragante  y  oloroso,  que  llenó  de  suavísimo  olor  toda  la  casa  y  iglesia. 
Viéronle  después  más  de  treinta  y  cinco  o  cuarenta  personas  de  todos 
estados,  con  notable  devoción,  admiración  y  ternura,  según  más  larga- 
mente vuestras  reverencias  habrán  visto  por  la  relación  que  desto 
anda  impresa. 

Lo  que  no  saben  es  que,  considerando  que  aquel  sagrado  cuerpo 
se  ocultaba  de  manera  que  quedábamos  imposibilitados  de  volverle 
a  ver,  habiéndome  primero  hecho  instancia  el  muy  reverendo  padre 
Fray  Ferdinando  de  Santa  María,  Prepósito  General  de  la  Congrega- 
ción de  nuestros  Padres  Descalzos  de  Italia,  que  estimaba  mucho  aque- 
lla Santa  Congregación  alguna  reliquia,  y  que  nuestro  Santísimo  Padre 
y  Señor  gustaba  dello,  y  había  ordenado  al  ilustrísimo  señor  Cardenal 
Gayo  me  escribiese,  y  yo  había  alcanzado  del  Padre  Prepósito  de- 
sistiese de  aquella  pretensión  hasta  que  la  Santa  estuviese  canonizada, 
porque  hasta  entonces,  por  algunos  respectos  considerables,  no  convenía 
abrir  dicho  santo  sepulcro.  Viéndose  antes  obligado  a  abrirle  por  las 
causas  referidas,  aunque  no  tuve  nueva  petición,  me  pareció  era  llegado 
el  plazo  de  cumplir  a  aquella  Santa  Congregación  su  deseo;  y  constán- 
dome  el   gusto  de  Su  Santidad,  me  atreví  a  sacar  una  santa   reliquia 


Amplfa  el  P.  General  en  esta  Carta  las  noticias  dadas  en  el  documento  anterior,  en  el 
cua  no  se  menciona  para  nada  el  magnífico  presente  del  pie  de  la  Santa,  que  la  Congrena" 
ción  de  Carmelitas  Descalzos  de  España  hacía  a  la  de  sus  hermanos  de  Italia.  Véase  el  Jlño 
Teresiano,  i.  V,  día  25.  De  la  carta  publicamos  únicamente  lo  que  hace  a  nuestro  propósito. 

II  18 


274  APÉNDICES 

notable,  y  no  más,  como  verdaderamente  la  sacaron,  para  satisfacer 
a  otras  grandes  y  estrechas  obligaciones,  si  no  me  lo  impidiera  un 
Breve  de  la  buena  memoria  de  Sixto  V. 

La  reliquias  que  sacamos  fué  el  pie  derecho  entero,  cortado  por 
la  choquezuela,  con  su  empeine  carnal  y  planta,  vestido  de  carne,  y 
con  demostración  conocida  de  sus  venas  y  nervios;  que  aspiraba  un 
olor  celestial  el  hueso  por  donde  se  dividió,  que  fué  la  choquezuela 
entera. 

Quedó  tan  bañado  de  óleo,  que  pasando  el  dedo  por  encima,  se 
echaba  de  ver  claramente.  Y  lo  que  más  es  de  ponderar,  y  yo  lo  tengo 
por  evidente  milagro,  es,  que  habiéndome  yo  quedado  aquel  verano  en 
aquella  villa,  estando  un  día  con  dolor  de  cabeza  y  alguna  melancolía, 
hice  sacar  al  padre  secretario  la  santa  reliquia  sobre  una  mesa  para 
besarla  y  venerarla,  y  poner  sobre  mi  cabeza  aquel  sagrado  pie,  qni 
stetit  in  directo,  a  quien  Dios  tomó  por  medio  ad  dirigendos  pedes 
nostros  in  viam  pacis;  para  encaminarnos  por  el  suive  camino  de  la 
paz  que  consiste  en  la  regular  observancia  de  nuestro  instituto  primitivo. 
Desenvuelto  el  santo  pie  de  unos  lienzos,  que  tenía  bañados  de  óleo 
suavísimo,  y  habiéndole  hecho  veneración  con  todas  las  ceremonias  que 
he  referido,  comenzó  a  sudar  gotas  conocidamente,  como  unas  perlitas 
o  como  sudor,  regalando  la  piadosa  TWadre  a  sus  hijuelos  que  con 
devoción  y  gozo  veneraban  su  santa  reliquia,  y  las  enjugábamos  con 
un  paño  con  harta  ternura. 

Habiendo  yo  de  hacer  viaje  a  visita  de  Portugal,  por  haberme  caído 
enfermos  ambos  compañeros,  y  estando  secreto  el  caso,  yo  mesmo  fui 
en  persona  en  una  litera;  a  Madrid,  y  se  lo  entregué  al  P.  Fr.  Alonso 
de  Jesús  María,  prior  de  aquel  convento,  para  que  le  tuviese  en 
custodia  hasta  que  viniesen  por  él  de  Italia,  donde  yo  había  escripto 
al  P.  Prepósito  General  y  al  P.  Fray  Domingo  de  Jesús  María,  que 
ahora  está  en  el  mesmo  oficio,  cómo  les  tenía  para  enviar  aquel  sobe- 
rano tesoro.  Vinieron  por  él  el  compañero  del  Padre  General  y  otro  re- 
ligioso grave.  Entregóselo  el  P,  Prior;  y  habiendo  visitado  al  Capítulo 
genera!,  cuando  estaban  congregados  los  capitulares  de  Italia,  Francia, 
Flandes,  ñlemania  y  Bolonia,  fué  increíble  el  gozo  de  estos  religio- 
sísimos hijos  al  ver  que  su  Santa  Madre  fuese  por  su  pie  a  presidir 
en  el  Capítulo,  y  a  tomar  la  posesión  de  aquel  su  rebaño.  Esparcióse 
la  fama  por  la  romana  Corte,  vinieron  muchos  Cardenales  y  personas 
graves  a  ver  y  venerar  aquella  Santa  Reliquia,  teniendo  lo  que  veían 
por  cosa  milagrosa  y  extraordinaria,  como  lo  es, 

En  lo  que  agora  se  dirá.  Padres  míos,  hay  tanto  que  ver,  que  es- 
timar y  agradecer  a  Dios  Nuestro  Señor  y  a  su  Sacratísimo  Vicario, 
que  las  más  bien  cortadas  plumas  escribieran  borrones,  y  las  más  ex- 
peditas lenguas  fueran  balbucientes  habiéndolo  de  tratar;  y  así  yo  lo 
remito  a  pluma  ajena  y  cierto  original,  trasladando  aquí  las  palabras 
de  los  capítulos  de  cartas  de  Roma  que  recebl  agora.  El  primero 
es  de  una  de  26  de  A\ayo,  que  me  escribe  el  P.  Fray  Domingo  de 
Jesús  María,  General,  recién  electo  de  aquella  Congregación  Santa, 
que  dice  así:  *Pax  Christi.  Padre  nuestro:  pague  Dios  a  vuestra  reve- 
rencia el  consuelo,  que  nos  ha  dado  con  el  gran  tesoro  que  nos  ha 
enviado,   ül  fin,  lo  ha  hecho  vuestra   reverencia  como  quien  es,  ij  ha 


aPF.NDiCES  275 

cumplido  muy  bien  con  lo  que  esperábamos  g  nos  prometíamos  del 
amor  que  nos  ha  siempre  mostrado.  No  se  podría  imaginar  cuánta 
haya  sido  la  alegría  y  devoción  que  tía  causado  en  estos  sus  liijos, 
y  en  particular  en  los  Capitulares,  que  iian  venido  de  partes  tan  re- 
motas. El  contento  ha  sido  particular,  y  universal:  particular  en  nos- 
sotros  sus  siervos,  y  universal  de  los  Cardenales  y  Prelados  devotos 
nuestros,  de  la  Corte  toda,  y  del  mundo;  que  tal  se  puede  decir 
esta  ciudad,  pues  comprende  todas  naciones.  Llegaron  los  Padres,  que 
fueron  allá,  tan  agradecidos  de  los  regalos,  que  en  todos  esos  con- 
ventos de  vuestra  reverencia  les  hicieron,  que  no  se  puede  encarecer. 
Estos  señores  Cardenales,  luego  que  supieron  su  llegada,  vinieron  todos 
a  ver  la  Santa  Reliquia,  y  quedaron  maravillados,  alabando  al  Señor 
de  verla  tan  entera,  y  con  tan  admirable  olor.  Su  Santidad  no  quiso 
que  se  la  llevásemos  a  palacio,  diciendo  que  él  mismo  quería  venir  a 
verla  en  nuestro  convento.  Y  asi,  habiendo  primero  enviado  algunos 
días  antes  al  Cardenal  Burgesio,  su  sobrino,  ayer,  después  de  Víspe- 
ras, día  del  Corpus  Christi,  vino  él  mesmo,  con  mucho  acompañamiento 
de  Cardenales  y  Prelados  y  otros  cortesanos,  no  obstante  que  se 
hallase  muy  cansado  por  la  procesión  de  la  mañana;  y  dijo,  que  se 
había  quedado  en  San  Pedro  a  comer,  a  posta,  por  poder  hacer  esta 
visita.  Fué  muy  grande  el  consuelo  que  tuvo  con  el  santo  pie;  y  de 
ver  con  sus  ojos  lo  que  había  entendido  de  las  maravillas  que  obra 
Dios  en  el  venerable  cuerpo  de  nuestra  Santa,  dijo:  «Que  aquel  olor 
era  olor  de  Santa»;  y  apretándole  yo  mucho  por  la  canonización,  dijo: 
«Que  lo  merecía  muy  bien»,  y  otras  palabras  llenas  de  buenas  esperan- 
zas, con  mucha  mayor  demostración  de  las  que  ha  dado  en  otras 
ocasiones;  con  que  pienso  se  ha  de  verificar  los  que  vuestra  reverencia 
escribió  a  nuestro  P.  Fray  Fernando  y  a  mí,  que  nuestra  Santa  JWadre 
vendría  aquí  con  su  pie  a  tratsr  personalmente  la  causa  de  su  ca- 
nonización. Habléle  también  sobre  la  extensión  del  Breve,  que  pre- 
tendemos, y  de  lo  que  respondió,  espero  lo  alcanzaremos  muy  presto. 
Pido  a  vuestra  reverencia  muy  encarecidamente  la  ayuda  de  sus  ora- 
ciones, y  la  de  todos  sus  hijos,  y  las  de  los  amigos,  y  los  mande 
vuestra  reverencia  saludar  de  mi  parte  en  el  Señor.  De  vuestra  reve- 
rencia   indigno   y   siervo,    Fr.    Domingo   de   Jesús   María». 

El  segundo  testigo  es  nuestro  Procurador  General  de  la  Corte  ro- 
mana, de  cuya  carta,  fecha  el  mismo  día  26  de  Mayo,  se  trasladó 
el  siguiente  capítulo,  que  viniendo  a  la  reliquia  de  nuestra  Santa  Ma- 
dre, «digo  que  ha  sido  muy  bien  recibida,,  y  ha  sido  la  cosa  más  acer- 
tada el  haberla  enviado,  que  se  pudiera  desear.  Hanla  visto  muchos 
Cardenales  y  se  han  admirado  y  alabado  al  Señor.  Hl  señor  Car- 
denal Melino  le  enterneció  tanto  el  corazón,  que  habla  con  grande 
afición  de  la  Santa.  Fueron  a  Su  Santidad  el  Padre  General  nuevo 
g  el  pasado  y  le  pidieron  licencia  para  traerla,  y  que  Su  Santidad  la 
viese.  Holgóse  de  saber  hubiese  allegado,  y  dijo  que  él  quería  ir  a 
la  Scala  a  verla,  cosa  que  es  mucho  de  estimar.  Cumplióse  su  pa- 
labra ayer,  día  del  Corpus  por  la  tarde,  quedándose  de  propósito  en 
San  Pedro,  para  desde  allí  venirse  por  la  Scala. 

»Vino  acompañado  de  diez  y  ocho  Cardenales,  y  después  de  haber 
hecho   oración    al    Santísimo   Sacramento,    subió   al   oratorio   de   arriba, 


276  APÉNDICES 

donde  está  la  reliquia,  y  se  hincó  de  rodillas  delante  de  ella  y  hizo 
oración.  Enseñáronsela  y  besó  Su  Santidad  el  pie  de  la  Santa,  y 
advirtiendo  el  olor  que  tenía,  dijo  que  era  olor  de  Santa.  Luego  lle- 
garon todos  los  Cardenales,  uno  a  uno,  y  hicieron  otro  tanto.  Hpretó 
el  pie  Fray  Domingo  a  Su  Santidad  en  orden  a  la  canonización,  y  el 
Papa  dijo  que  la  merecía  muy  bien.  En  lo  de  la  extensión  dio  buenas 
esperanzas;  espero  en  Dios  que  el  haber  visto  el  santo  pie  ha  de  ser 
de  mucha  importancia  para  lo  uno  y  para  lo  otro. 

»Ida  Su  Santidad,  se  bajó  la  santa  Reliquia  a  su  altar,  y  en  el 
resto  de  la  tarde  la  mostraron  mucha  gente  que  estuvo  en  los  Mai- 
tines, y  entre  ella  a  la  Princesa  Peretti,  al  Conde  Espada,  y  otras  mu- 
chas personas  de  cuenta.  Está  su  capilla  muy  bien  adornada;  tiene  ya 
tres  lámparas  de  plata,  muchas  presentallas  y  votos,  y  cada  día  crece 
grandemente  la  devoción  y  el  común  aplauso  y  deseo  de  verla  cano- 
nizada.  Dios  nos  lo   deje  ver». 

¿Qué  podremos  decir.  Padres  míos,  viendo  al  que  es  Vice-Dios  en 
la  tierra,  a  cuyos  sagrados  pies  se  postran  todos  los  monarcas  y 
príncipes  della,  honrar  con  tan  grandes  demostraciones  el  pie  de  una 
pobre  Descalza,  sino  pronunciar  aquellas  tan  repetidas  palabras  del 
Salmista:  Ni  mis  honorati  siint  amici  tai  Deas,  repitiendo  aquel  nimís 
tres  o  cuatro  veces  en  este  admirable  espectáculo?  Y  aunque  nimis 
en  este  lugar  quiere  decir  valde,  que  es  mucho;  si  en  alguna  acción 
podemos  declarar  esta  palabra  en  todo  su  vigor,  que  es  demasia- 
damente en  este  extraordinario  y  estupendo  acto. 

Quedó  admirada  la  Curia,  creció  la  devoción  de  la  Santa,  exten- 
dióse  la  grandeza  y  piedad  de  este  hecho  por  toda  la  Iglesia.  ¿Qué 
nos  falta,  Padres  míos,  para  tener  canonizada  nuestra  .Santa,  pues  el 
Santo,  lugarteniente  del  Santo  de  los  Santos,  así  la  venera?  Los 
efectos  que  causó  esta  acción  en  el  piadosísimo  pecho  del  sagrado 
Pontífice,  ya  lo  experimentamos  en  la  nueva  gracia  y  favor  que  Su 
Santidad  ha  hecho  en  la  extensión  para  todo  España  (1),  gustándose 
que  en  toda  ella  se  rece  y  diga  misa  de  la  Santa,  cosa  que  en  esta 
Provincia  se  celebra  con  universal  regocijo.  Y  lo  propio  será  en 
todas  las  demás,  pues  sabemos  con  cuan  vivos  deseos  esperaban  este 
día,   y   mucho  más   el    de   su   canonización. 


1  Paulo  V  concedió  en  16H,  que  pudieran  rezar  de  Sta.  Teresa  los  religiosos  y  religiosas 
carmelitas.  En  1616  a  ambos  Cleros  de  Castilla  la  Vieja;  extendiólo  al  año  siguiente  a  los  reinos 
de  España  g  Portugal;  y  por  fin,  Urbano  VIH  a  toda  la  Iglesia  en  1636.  Véanse  los  curiosos 
pormenores  que  sobre  esto  publicamos  en  El  Monte  Carmelo,  año  de  1915,  pág.  265. 


KPENDICES  277 


LI 


ACTA  DE  LA  APERTURA  DEL  SEPULCRO  DE  SANTA  TERESA  EN  OCTUBRE  DE  1750  (1). 


In  nomine  Domini,  Amen.  Notum  sit  ómnibus,  como  en  el  año  de 
la  Natividad  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  1750,  el  día  2  de  Octubre, 
dedicado  a  los  santos  Angeles  de  la  Guarda,  siendo  Sumo  Pontífice 
nuestro  santísimo  Padre  Benedicto  XIV;  reyes  de  España,  D.  Fernando 
el  VI  y  doña  María  Bárbara  de  Portugal:  duquesa  de  Alba  la  excelen- 
tísima señora  doña  jWaría  Teresa  Alvarez  de  Toledo,  etc.  General 
de  nuestra  sagrada  Reforma,  N.  M.  R.  Padre  Fray  Nicolás  de  Jesús 
María;  Provincial  de  esta  Provincia  de  San  Elias  el  Padre  Fray 
Juan  de  la  Madre  de  Dios,  y  Priora  del  Convento  de  nuestras  re- 
ligiosas descalzas  de  la  Encarnación  de  esta  villa  de  Alba,  la  Madre 
Alfonsa  María  de  la  Presentación;  con  la  ocasión  y  motivo  de  haber 
resuelto  las  mencionadas  católicas  Majestades  pasar  a  Alba,  a  fin 
de  ver  y  adorar  ^1  santo  cuerpo  de  nuestra  seráfica  Madre  Santa 
Teresa  de  Jesús  en  su  fiesta  el  día  15  del  susodicho  mes,  se  descu- 
brió la  urna  de  piedra  blanca,  que  llaman  de  Villamayor,  quitándole  de 
encima  una  grande  máquina,  compuesta  de  varías  piedras  de  la  misma 
especie  en  que  estaba  encerrada  el  arca,  que  contenía  el  expresado 
santo  cuerpo  de  nuestra  Mística  Doctora.  Toda  esta  mole  estaba  en- 
cerrada en  el  hueco  de  la  pared  del  altar  mayor  de  dicho  Convento 
de  la  Encarnación,  entre  dos  rejas  grandes;  la  una  que  cae  hacia 
la  iglesia,  y  la  otra  que  cae  hacia  el  convento,  y  está  dividida  en 
dos  partes,  la  una  que  se  abrió  con  tres  llaves;  la  una  que  tenía 
y  tine  la  Excma.  casa  de  Alba,  la  otra  el  General  de  la  Orden,  y 
la  tercera  la  madre  Priora  del  mencionado  convento.  Sacóse  de  dicha 
urna  con  asistencia  del  Excmo.  Señor  Don  Fernando  de  Silva  Alvarez 
de  Toledo,  Duque  de  Huesear,  Iiijo  primogénito  de  dicha  Excma.  se- 
ñora Duquesa  de  Alba,  del  expresado  General  de  la  Orden,  y  de  la 
susodicha  madre  Priora,  en  presencia  del  Padre  Definidor  General 
primero,  Fr.  Bartolomé  del  Espíritu  Santo,  de  Fray  Paulino  de  San 
José,    Procurador    General    de    la    Religión    para    la    corte    de    Madrid, 


1  Véase  el  Uño  Teresiano,  Julio,  día  1."  No  habla  el  P.  Antonio  de  S.  Joaquín  de  la  so- 
lemne traslación  del  santo  cuerpo  a  la  nueva  capilla  en  la  iglesia  de  Alba,  celebrada  en  1677. 
Menciona  las  fiestas  que  entonces  se  celebraron  el  P.  A'\artín  de  San  José  en  el  tomo  de  ser- 
mones que  publicó,  pág.  388  u  siguientes.  En  la  405  dice  expresamente  que  vio  el  cuerpo  de  la 
Santa.  Las  Descalzas  de  Alba  conservan  en  su  arcliivo  un  «Libro  de  asiento  de  recibo  y  gasto 
de  la  obra  y  capilla  que  se  hace  para  N.  Sta.  Madre»,  de  unas  148  hojas.  Asiéntanse  en  él  to- 
das las  limosnas  que  para  esle  fin  se  iban  recogiendo.  Contribuyeron  con  grandes  cantidades  los 
Reyes  de  Espaiía,  el  Conde  de  Peñaranda  y  otras  personas  acomodadas.  Las  obras  se  inaugu- 
raron el  24  de  Septiembre  de  1070  y  costaron  más  de  medio  millón  de  reales.  La  mayor  parte 
de  esta  cantidad  la  tenían  ya  reunida  al  terminar  las  obras. 


278  APÉNDICES 

de  Fray  José  de  Jesús  María,  Prior  del  Convento  de  nuestro  Padre 
San  Juan  de  la  Cruz  de  esta  misma  villa,  del  H.o  Fr.  Juan  de  San 
Pablo,  lego,  conventual  de  Madrid;,  y  de  la  Comunidad  toda  de  dichas 
religiosas  del  susodicho  convento  de  la  Anunciación,  de  Don  Alonso 
de  Oviedo,  Alcaide  la  fortaleza  y  guarda  de  la  legua  de  los  excelentí- 
simos Duques,  y  de  cuatro  albañiles,  que  fueron  llamados  y  sirvieron 
para  la  maniobra  susodicha,  y  se  llaman  Roque  Sotino,  Pedro  Ro- 
dríguez, José  Rodríguez,  todos  vecinos  de  esta  misma  villa  de  Alba, 
y  Juan  Antonio  Barros,  vecino  de  San  Lorenzo  de  la  Guardia  en 
Galicia,  y  de  mí,  el  infrascripto  secretario.  Es  dicha  arca  de  madera, 
tiene  de  largo  algo  menos  de  dos  varas,  de  alto  palmo  y  medio,  y 
algo  más,  y  de  ancho  algo  más  de  dos  cuartas.  Está  aforrada  por 
de  fuera  de  terciopelo  carmesí,  tachonado  con  tachones  dorados,  ador- 
nada de  cuatro  dragones  de  dos  cabezas  de  bronce  doradas  en  fi- 
gura de  tarjetones;  las  dos  están  en  la  tapa  del  Arca  por  encima, 
la  una  corresponde  al  lado,  que  es  cabecera,  en  que  están  gravadas, 
y  esmaltadas  de  tinta  las  siguientes  palabras:  Arca  Domini,  in  qiia 
erat  Manna,  et  Virga,  qaae  fronduerat,  et  Tabulae  testimonii.  (Hebr.  IX), 
y  después  estas  quintillas  (1). 

Al  lado  que  toca  a  los  pies,  corresponde  la  otra  lámina,,  o  tarjctón, 
donde  del  mismo  modo  están  escritas  estas  palabras:  Non  extingaetur 
in  noctc  lucerna  e/'us.  (Proverb.  XXXI),  y  después  estas  quintillas  (2). 

En  el  frontispicio  del  arca,  donde  corresponden  las  cerraduras, 
están  las  otras  dos  láminas  o  tarjetones  dorados  a  proporción  de 
los  dichos,  que  contienen  los  mismos  textos  y  quintillas,  con  la  di- 
ferencia que  el  texto  y  quintillas  que  en  la  tapa  están  en  la  ca- 
becera, en  el  frontispicio  están  a  los  pies;  y  el  texto  y  quinti- 
llas, que  en  la  tapa  están  a  los  pies,  en  el  frontispicio  están  en 
la  cabecera.  Cíñela  toda,  excepta  la  cubierta  o  tapa,  dos  visagras 
de  media  caña  doradas,  que  le  sirven  de  goznes  para  abrirla  y  ce- 
rrarla. En  la  cubierta  tiene  tres  varritas,  asimismo  de  media  caña 
doradas,  y  son  de  casi  dos  palmos  de  largo,  y  la  del  medio  remata 
con  una  lámina  en  forma  de  escudo  con  sus  adornos  alrededor,  en 
cuyo  campo  se  divisa  grabada  una  letra  F  mayúscula.  Adornan  a  los 
cuatro  ángulos  dos  cantoneras  doradas  en  cada  esquina;  y  bajo  de  cada 
ángulo  hay  por  estribo  una  bola  dorada.  Está  asegurada  por  abajo 
con  seis  visagras  de  hierro  doradas,  que  al  mismo  tiempo  le  sirven  de 
adorno;  y  encima  de  las  dos,  que  están  en  la  testera,  y  a  los  pies, 
hay  una  cruz  de  la  misma  materia  dorada.  Estaba  cerrada  con  nueve 
visagras  de  hierro  doradas,  y  asimismo  con  una  cerraja  de  la  misma 
materia  dorada,  la  que  por  no  hallarse  e  ignorarse  la  llave,  se  des- 
cerrajó; y  abriéndose  en  presencia  de  todas  las  mencionadas  perso- 
nas, se  halló  estar  por  adentro  aforrada  de  damasco  carmesí  muy 
hermoso,  y  tan  lindo  como  si  se  hubiera  entonces  cortado  de  su 
pieza  nueva;  lo  que  asimismo  se  notó  del  terciopelo  de  que  estaba 
aforrado  por  de  fuera.  Hallóse  el  santo  cuerpo  entero  e  incorrupto, 
faltándole   el   pie   derecho,   que   se   venera   en    Roma   en   nuestro   Con- 


1  Son  las  que  publicamos  en  la  página  369. 

2  Véase  la  página  269. 


APEKDICES  27d 

vento  de  Santa  ^aría  de  la  Escala;  la  mano  izquierda,  que  está  en 
Lisboa;  el  brazo  izquierdo  y  corazón,  que  separados  se  veneran  en 
dos  preciosos  relicarios  de  este  mismo  Convento  de  la  Encarnación; 
un  pedazo  de  la  mandíbula  superior  de  la  parte  derecha,  que  está  en 
nuestro  Colegio  de  San  Pancracio  en-  Roma;  el  ojo  izquierdo;  algunas 
costillas;  algunos  pedazos  de  carne  y  huesos,  que  le  habían  sacado 
y  están  repartidos  por  la  Cristiandad,  Todo  lo  demás  del  cuerpo,  se 
conserva  con  piel,  carne  y  huesos.  La  cabeza  está  dividida  del  busto, 
porque  le  sacaron  la  mayor  parte  del  cuello;  se  conserva,  pero,  entera 
con  piel  y  carne,  y  aun  en  el  ojo  derecho  se  distinguen  con  claridad 
la  niña  o  pupila,  y  las  pestañas.  Lo  más  admirable  es,  que  el  brazo 
derecho  está  tan  flexible,  como  si  estuviera  vivo.  Conócese,  que  a 
pedazos,  y  con  fuerza  le  han  arrancado  la  mano  y  solo  con  parte  de 
algunos  tendones  le  ha  quedado  el  hueso  de  medio  muy  blando  y  her- 
moso. Asimismo  en  el  pie  izquierdo  se  divisan  con  toda  distinción  los 
dedos  y  sus  uñas.  Estaba  el  santo  cuerpo  cubierto  con  un  lienzo  sutil 
de  holanda  y  encima  de  él  un  paño  de  seda  sutil  encarnada,  ñl  lado 
del  cuerpo  de  la  misma  arca,  se  encontró  una  caja  de  plomo  cuadran- 
gular  de  dos  dedos  de  alto  y  de  ancho,  y  largo  de  medio  palmo,  y 
en  ella  un  pergamino,  en  que  se  halla  con  bellísima  letra  el  auto,  que 
dio  con  toda  individuación  de  la  identidad  del  cuerpo  de  nuestra 
Santa  iWadre,  que  con  la  misma  arca  estaba  colocado,  el  Padre  Fray 
Diego  de  San  Joseph,  Difinidor  General  y  Secretario,  firmado  del 
mismo  R.  P.  General  Fray  Joseph  de  Jesús  María,  de  Don  Antonio 
de  Toledo,  y  del  Padre  Fray  Juan  de  San  Angelo  (1). 

H  izóse  este  descubrimiento  ciento  y  veinte  y  ocho  años  y  seis 
meses  después  de  la  solemne  canonización  de  la  susodicha  nuestra 
Santa  Madre  Teresa,  la  que  sucedió  el  año  de  1521,  a  12  de  Marzo, 
siendo  Sumo  Pontífice  Gregorio  XV,  como  consta  de  la  Bula  que 
expidió  en  dicho  día,  mes  y  año  en  Roma  el  mismo  Pontífice,  y  comien- 
za: Omnipotens  Sermo.  Todos  los  presentes  veneraron  y  adoraron  con 
grande  devoción  y  júbilo  el  santo  cuerpo;  y  habiendo  llamado  un  ce- 
rrajero, le  hicimos  poner  una  cerraja,  con  la  que  cerrada  el  arca,  y 
quedándose  con  la  llave  de  ella  el  insinuado  Excmo.  Duque,  nos  sali- 
mos todos  del  camarín,  para  que  nadie  pudiese  acercarse  a  la  dicha 
arca,  y  entretanto  se  dio  orden  al  mismo  cerrajero,  hiciese  llave  a 
la  cerraja  dorada  susodicha,  y  dos  candados  bien  fuertes,  con  los 
que  quedó  del  todo  asegurada  la  arca,  quedándose  la  llave  de  dicha 
cerraja  para  el  Excmo.  Sr.  Duque;  la  del  candado  de  la  testera,  para 
N.  M.  R.  P.  General;  y  la  del  candado  de  la  parte  de  los  pies, 
para  la  Madre  Priora.  Quedó  dicha  arca,  así  cerrada,  expuesta  en  el 
mismo  hueco  de  la  pared  del  altar  mayor  entre  las  dos  rejas  arriba 
dichas,  el  día  de  la  Santa,  y  por  toda  su  octava;  y  como  la  venida 
de  sus  Majestades  no  tuvo  efecto,  por  haber  enfermado  estando  ya 
de  viaje  en  el  Escorial  la  Reina  nuestra  señora,  se  resolvió,  que  pa- 
sada dicha  octava  se  encerrase  otra  vez  la  arca  en  su  insinuada  urna 
sepulcral,  poniéndole  otra  vez  encima  las  piedras  mismas  que  se  ha- 
bían levantado,  aunque  la  más  pesada  en  la  que  se  halla  esculpido  el 


1      Queda  publicada  en  la  página  271. 


280  APÉNDICES 

verso  de  Isaías:  Et  erit  Sepulcruin  ejus  glorio sum,  se  aserró  y  dividió 
en  tres  trozos,  para  que  si  viniese  otra  ocasión  de  ser  preciso  descu- 
brir el  cuerpo  de  la  Santa,  se  pudiese  ejecutar  con  menos  dificul- 
tad y  trabajo.  En  cuya  consecuencia,  siendo  convenientísimo,  para  ma- 
yor justificación  de  la  identidad  del  sagrado  cuerpo  de  nuestra  Será- 
fica Maestra,  el  que  asistiesen  al  encerramiento  en  dicha  urna  sepul- 
cral todos  aquellos  que  habían  asistido  a  la  saca  y  descubrimiento 
de  él,  y  siendo  entre  todos  de  especialísima  distinción  y  autoridad 
el  expresado  Excmo.  Sr.  Duque  de  Huesear  Don  Fernando  de  Silva 
ñlvarez  de  Toledo,  habiendo  sido  preventivamente  llamado  del  Rey 
nuestro  señor  al  Escorial,  para  que  se  supliese  su  ausencia,  el  día  18 
del  expresado  mes  de  Octubre  entró  en  la  clausura  del  mencionado 
Convento  de  la  ilnunciación,  con  asistencia  del  susodicho  N.  M.  R.  P.  Ge- 
neral Fray  Nicolás  de  Jesús  María,  y  mía,  de  Bernardo  González  de 
Luis,  escribano  público  de  esta  villa  de  ñlba,  y  de  varios  testigos,  que 
escogió  su  excelencia  y  en  presencia  de  todos,  y  asimismo  de  la  Madre 
Priora  y  de  toda  su  Comunidad,  se  abrió  la  arca  y,  descubierto  el 
santo  cuerpo,  declaró  su  excelencia,  bajo  de  juramento,  puesta  la  mano 
en  el  real  toisón,  que  aquel  cuerpo  que  allí  se  veía,  era  el  mismo 
que  con  la  misma  arca,  el  sobredicho  día  dos  del  corriente  mes  y  año, 
en  presencia  suya  se  había  sacado  de  la  mencionada  urna;  y  que  por 
cuando  se  hallaba  llamado  del  Rey  nuestro  señor,  y  no  podía  asistir 
a  la  restitución  de  los  dichos  arca  y  cuerpo  a  su  urna,  daba,  como  en 
efecto  dio,  poder  con  toda  amplitud  a  Don  Antonio  de  Oviedo,  padre 
de  Don  Alonso  de  Oviedo,  arriba  mencionado,  que  asimismo  se  ha- 
llaba allí  presente,  para  que  asistiese  en  su  nombre  a  dicha  restitu- 
ción del  arca  y  cuerpo  santo  a  su  urna,  firmase  el  auto,  que  de  ella 
se  estipularía,  e  hiciese  todo  aquello  que  haría  su  excelencia  si  se 
hallase  presente,  para  cuyo  fin  le  entregó  delante  de  todos  la  llave, 
que  su  excelencia  tenía  de  dicha  arca;  y  el  expresado  D.  Antonio 
de  Oviedo  aceptó  asimismo,  en  presencia  de  todos  los  mencionados, 
e  inmediatamente  se  cerró  con  las  tres  llaves  la  dicha  arca.  Todo  consta 
del  auto,  que  pasó  ante  dicho  escribano,  y  los  testigos  en  el  mismo 
auto  expresados,  el  mencionado  día  18  del  corriente,  como  parece  de 
dicho  auto,  que  dentro  de  la  misma  arca  se  encerrará  con  éste.  Esto 
supuesto,  estando  ya  todo  pronto  para  el  mencionado  encerramiento 
del  santo  cuerpo,  entraron  el  día  29  de  los  susodichos  mes  y  año,  a 
las  dos  horas  de  la  tarde,  en  la  clausura  del  expresado  Convento  de 
la  Anunciación,  N.  M-  R-  P-  Fr.  Nicolás  de  Jesús  María,  y  todos  los 
religiosos  y  seglares  susodichos,  que  se  hallaron  presentes,  como  queda 
expresado  arriba,  a  la  saca  y  descubrimiento  del  santo  cuerpo,  excep- 
tuado el  Excmo.  señor  Duque  de  Huesear,  en  cuyo  lugar  y  nombre 
entró  el  sobredicho  D.  Antonio  de  Oviedo;  subieron  juntos  al  camarín 
de  arriba,  en  donde  está  la  urna  sepulcral  en  el  hueco  de  la  pared 
del  altar  mayor,  y  ¡estaba  asimismo  la  arca  cerrada  con  su  cerraja  y  dos 
candados;  y  en  abriéndose  ésta  en  presencia  de  todos,  de  la  Madre 
Priora  y  Comunidad  del  mismo  Convento,  se  reconoció  ser  la  misma 
arca,  y  en  ella  el  mismo  cuerpo  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  que  se 
habían  sacado  el  susodicho  día  2  del  corriente  mes  y  año  de  la  insi- 
nuada urna  sepulcral;    y   afirmando   todos   ser  una  misma   dicha   arca. 


APÉNDICES  281 

con  sola  la  añadidura  de  dos  candados  de  hierro  dorados  que  se  le 
habían  puesto  para  más  seguridad,,  y  ser  uno  mismo  el  cuerpo  en  ella 
contenido,  esto  es,  el  cuerpo  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  a  quien  para 
más  decencia,  habiéndole  quitado  de  encima  una  sábana  de  holanda 
g  un  paño  de  tafetán  colorado,  con  que  se  halló  cubierto,  a  fin  de 
repartirlos  por  reliquias,  se  le  cubrió  inmediatamente  con  una  sábana 
de  media  holanda  en  tres  dobleces;  encima  de  esta  se  puso  otra 
sábana  de  media  holanda  con  encajes  muy  ricos,  y  sobre  ésta  un 
tapete  de  tela  de  flores  de  oro,  aforrado  de  tafetán  encarnado  con 
puntilla  de  oro.  La  cabeza  de  la  santa  quedó  cubierta  con  una  toca  de 
media  holanda,  y  encima  de  esta  dos  velos,  el  uno  de  tocar,  y  el 
otro  de  comulgar,  ambos  de  tafetán  negro  con  puntilla  de  plata,  y 
bajo  de  dicha  cabeza  una  almohada  de  media  holanda  con  sus  en- 
cajes, y  se  cerró  la  arca  delante  de  todos  con  las  tres  llaves,  que- 
dándose con  la  del  candado  de  la  testera  N.  M,  R.  P.  General,  con 
la  de  la  cerraja  de  medio  D.  Antonio  de  Oviedo  para  el  Excmo.  señor 
Duque,  y  con  la  del  candado  de  la  parte  de  los  pies,  la  mencionada 
/Wadre  Priora;  y  a  más  de  esto  se  clavó  dicha  arca  con  siete  visagras 
de  hierro  doradas,  e  inmediatamente,  en  presencia  de  todos  los  suso- 
dichos, a  excepción  del  hermano  Fr.  Juan  de  San  Pablo,  que  por 
enfermo  no  pudo  asistir,  se  encerró  en  su  mencionada  urna  sepul- 
cral, poniéndole  encima  todas  las  piedras  arriba  expresadas.  Y  para 
que  de  todo  quede  en  lo  futuro  perpetua  memoria,  yo  Fr.  Francisco 
de  San  Antonio,  secretario  de  N.  M.  R.  P.  General  Fr.  Nicolás  de 
Jesús  iVlaria,  que  presente  fui  a  lo  susodicho,  juntamente  con  los 
testigos  arriba  mencionados,  que  aquí  pusieron  sus  firmas,  por  espe- 
cial orden  y  expreso  mandato,  que  tuve  de  su  reverencia,  el  cual 
autorizó  estas  letras  con  su  firma,  las  escribí  de  mi  mano,  firmé  de 
mi  nombre,  y  sellé  con  el  sello  de  oficio  del  dicho  N.  JA.  R.  P.  Ge- 
neral, en  Alba  de  Tormes  de  esta  Provincia  de  N.  P.  vSan  Elias,  en 
el  reino  de  Castilla  la  Vieja,  día,  mes  y  año  susodicho,  en  que  de 
todo  lo  que  en  estas  letras  queda  expresado  doy  fe  y  verdadero  tes- 
timonio. Fray  Nicolás  de  Jesús  María,  General;  Fr.  Bartolomé  del 
Espíritu  Sanio,  Definidor  primero;  Fr.  Paulino  de  San  Joseph,  Procura- 
dor General;  Fray  Joseph  de  Jesús  María,  Prior;  Don  Alonso  de 
Oviedo,  alcalde  de  la  fortaleza.  Por  el  Excmo.  Sr.  Duque,  yo,  Antonio 
de  Oviedo,  lo  firmo.  Alfonsa  María  de  la  Presentación,  Priora;  Ca- 
talina de  la  Santísima  Trinidad,  Supriora;  María  Teresa  del  Santí- 
simo Sacramento,  Teresa  de  San  Joseph,  Josefa  Bernarda  de  la  Anun- 
ciación, Inés  Francisca  de  San  Joseph,  Manuela  de  Jesús,  Narcisa 
del  Espíritu  Santo,  Jerónima  de  Santa  Ana,  Francisca  de  San  Joa- 
quín, Antonia  de  la  Santísima  Trinidad,  Teresa  Joaquina  de  la  Asun- 
ción, Rosa  de  la  Madre  de  Dios,  Antonia  de  Cristo,  María  Clemen- 
tina  de  San  José,  Anastasia  de  Santa  Teresa,  Teresa  María  de  San 
José,  Jerónima  de  Jesús  María  y  José,  Josefa  de  Santa  Teresa,  Fray 
Francisco   de   San   Antonio,   secretario. 


282  APtN01C£S 


LII 


PREÁMBULO   DEL   ACTA   ANTERIOR   (1). 


¡n  Dei  nomine,  Amen.  Fray  Diego  de  San  joseph,  Difinidor  Gene- 
ral de  la  Orden  de  los  Descalzos  Carmelitas  y  Secretario  de  la 
dicha  Orden,  por  las  presentes  doy  fe  y  verdadero  testimonio,  certi- 
fico y  hago  saber  a  los  que  su  tenor  vieren,  cómo  en  la  villa  de 
ñlba  de  Tormes,  lunes,  a  once  días  del  mes  de  Julio  de  este  pre- 
sente año  de  mil  y  seiscientos  y  diez  y  seis,  habiendo  llegado  a  esta 
villa  nuestro  Padre  General,  Fr.  José  de  Jesús  Maria,  juntamente 
con  el  señor  de  las  villas  de  la  Horcajada'  y  Bohoyos,  D.  ñntonio  de 
Toledo,  conmigo  y  con  su  socio  el  Padre  Fr.  Juan  de  San  /Ingelo, 
y  habiendo  entrado  dentro  de  la  clausura  del  convento  de  la  Encar- 
nación, que  es  de  Religiosas  de  nuestra  Orden,  desclavamos  las  visa- 
gras  y  abrimos  Q^  arca  donde  estaba  €l  santo  cuerpo  de  nuestra  glo- 
riosa Madre  y  fundadora,  la  virgen  Santa  Teresa,  y  hallándole  con 
la  misma  entereza  y  frescura  de  carne  que  estaba  cuando  se  encerró 
¿n  la  dicha  arca  habrá  trece  años  en  presencia  de  los  Duques  y  de 
otras  muchas  personas  graves.  Quedó  aquella  noche  en  competente 
en  la  dicha  arca  habrá  trece  años  en  presencia  de  los  Duques  y  de 
la  arca  en  lo  más  alto  de  la  casa,  fué  tanta  la  fragancia  de  olor 
que  se  esparció  por  toda  ello  y  en  la  iglesia,  que  sin  saber  cuándo 
se  abría,  así  los  oficiales  que  trabajaban  en  la  iglesia,  como  las  mon- 
jas que  andaban  por  la  casa,  lo  sintieron  luego,  y  conocieron  en  esto 
haberse  abierto,  según  unos  y  otros  afirmaron  después.  Y  habiéndose 
de  poner  y  colocar  en  la  urna  de  piedra,  que  para  el  efecto  había 
hecho  la  Religión,  no  obstante  que  por  la  mayor  decencia  deste 
sagrado  tesoro,  y  por  otras  razones  y  motivos,  había  nuestro  Padre 
General  tratado  con  los  dichos  Duque  y  Duquesa  de  Alba,  que  sólo 
se  hallase  a  lia  visura  del  santo  cuerpo,  su  reverencia  conmigo,  con  el 
dicho  P.  Fr.  Juan  de  San  ñngelo,  su  socio,  y  con  el  dicho  señor  de  la 
Horcajada,  el  día  siguiente  acordó  nuestro  Padre  General  de  consolar 
al  pueblo,  y  que  por  vista  de  ojos  le  constase  y  a  todos  fuese  ma- 
nifiesto estar  el  dicho  santo  cuerpo  hoy  con  la  entereza  e  incorrup- 
ción que  tenía  cuando  allí  se  puso.  Para  lo  cual  hizo  convocar  las 
cabezas  de  los  dos  estados  eclesiástico  y  secular  desta  República,  g 
asistieron  a  verlo  el  licenciado  Medina  y  el  licenciado  Villa  Gutiérrez, 
oidores  del  Consejo  del  Duque,  el  corregidor  y  algunos  de  los  caba- 
lleros regidores  desta  villa,  y  del  Clero  vino  el  Vicario,  acompañado 
de   personas   graves  y   calificadas   de   su   Cabildo,   y   otros  muchos  del 


1       El  acta  de  apertura  del  cuerpo  de  la  Santa,  que  acabamos  de  ver,  iba  precedida  de  este 
preámbulo  del  secretario  general,  Fr.  Diego  de  San  José. 


APÉNDICES  283 

pueblo;  todos  los  cuales  vieron  el  santo  cuerpo,  llegaron  a  besar 
con  grande  veneración  y  devoción  sus  pies  por  verlos  llenos  de  carne 
tratable,  y  tocaron  sus  rosarios,  dando  muchas  gracias  a  Dios  Nuestro 
Señor,  por  lo  que  habían  visto.  Y  los  rosarios  de  sólo  haber  tocado 
aquella  santa  carne,  conservaron  después  el  santísimo  olor  que  della 
salía,  con  admiración  de  sus  dueños,  de  manera  que  los  andaban 
dando  a  oler  a  otros.  Vino  entre  la  gente  referida  el  Doctor  Juan 
López,  médico  del  Duque,  persona  grave  y  muy  opinada  en  filosofía 
y  medicina,  i;  en  mi  presencia  testificó  ser  evidente  milagro  hallarse 
tan  entero  el  santo  cuerpo,  después  de  tantos  años  como  ha  que  está 
allí  encerrado,  y  ¡en  parte  tan  expuesta  a  corrupción  cómo  es  aquella 
donde  ha  estado;  porque  naturalmente  era  imposible  haberse  con- 
servado así.  Lo  cual  hecho  en  presencia  de  nuestro  Padre  General,  del 
dicho  señor  de  la  Horcajada  y  del  P.  Fr.  Juan,  socio  de  nuestro 
Padre  (quedando  el  dicho  santo  cuerpo  con  la  entereza  y  frescura 
de  carne  referida,  envuelto  en  la  propia  sábana  que  se  tenía),  yo  por 
mi  mano  cerré  y  clavé  la  dicha  arca  con  sus  grapas  y  quedó  esta  se- 
gunda noche  con  la  clausura  que  la  pasada.  Y  en  hacimiento  de  gra- 
cias se  solemnizó  con  la  música  de  chirimías  y  repique  de  campa- 
nas de  toda  la  villa,  la  merced  que  Dios  nuestro  Señor  había  hecho 
a  este  estado  en  hallarse  incorrupto  este  santo  cuerpo.  El  día  si- 
guiente, que  fué  miércoles,  a  trece  del  dicho  mes  y  año,  vino  al  dicho 
convento  el  Cabildo  eclesiástiro  en  forma,  con  su  música,  a  la  cele- 
bración de  la  Misa,  que  cantó  nuestro  Padre  General,  con  mucha 
solemnidad,  asistiendo  a  ella  el  Consejo  y  Regimiento  y  todo  el  pue- 
blo, y  estando  la  arca  que  contenía  el  santo  cuerpo  sobre  un  bufete 
cubierto  con  un  dosel  de  tela  de  oro  a  vista  del  pueblo,  cerrada  y 
clavadas  en  ella  catorce  visagras  enteras  de  hierro  doradas,  y  con 
seis  clavos  cada  una,  como  antes  estaba,  y  quedó  en  ella  incluso 
un  testimonio  escrito  en  pergamino  de  mi  letrai  y  mano,  sellado  con  el 
sello  grande  de  la  Orden,  de  que  en  las  cosas  más  graves  della  se 
usa,  y  metido  en  una  caja  de  plomo,  cuyo  tenor  de  verbo  ad  verbum 
era  en  la  forma  que  se  sigue  (1). 


1  Copia  aquí  el  Acta  según  !a  conocen  ya  los  lectores,  o  al  pie  de  ella  escribe  el  citado 
P.  Diego:  «Y  acabada  la  misa,  subimos  a  donde  estaba  preparada  !a  urna,  ios  cuatro  contenidos 
en  este  testimonio,  u  en  presencia  nuestra,  u  de  otras  personas  que  había  allá  arriba  en  el  an- 
damio, la  dicha  arca,  que  está  por  de  dentro  forrada  en  damasco,  y  por  fuera  cubierta  de  tercio- 
pelo carmesí,  con  unas  planchas,  o  tarjetas  de  plata  dorada  sobrepuestas  de  a  medio  relieve,  y 
esmaltadas  en  ellas  unas  letras  que  contienen  autoridades  de  la  Sagrada  Escritura,  con  el  cuerpo 
de  la  dicha  Santa  Virgen,  nuestra  fundadora  y  Madre,  se  metió  en  la  dicha  urna  de  piedra,  con 
que  se  despidió  la  gente.  Y  para  que  de  esta  úllima  traslación  y  colocación  quede  memoria  en 
los  Archivos  de  nuestra  Religión,  para  los  siglos  venideros,  y  del  modo  y  solemnidad  con  que 
se  hizo,  de  que  doy  fe,  yo  el  dicho  Fr.  Diego  de  San  José,  Difinidor  y  Secretario  sobredicho, 
di  estas  letras  firmadas  de  mi  nombre  y  .selladas  con  el  sello  grande  de  nuestra  Religión,  jj 
nuestro  Padre  General  las  quiso  autorizar  con  su  firma,  interponiendo  la  autoridad  de  su  oficio, 
y  el  dicho  seflor  de  la  Horcajada,  lo  firmó  de  su  nombre.  Que  son  fechas  en  la  dicha  villa  de 
Alba  de  Tornies.  H^iy  Jueves,  a  catorce  de  Julio  de  y  mil  seiscientos  diez  y  seis  años  (en  lugar 
t  del  sello).  Fr.  José  de  Jesús  María  General.  Don  ñntonio  de  Toledo,  Ft.  Diego  de  San  José, 
Definidor  general  y  secretario». 

Tomamos  estos  documentos  de  un  original  Impreso  que  poseen  las  Carmelitas  Descalzas  de 
Salamanca,  autorizado  por  el  P.  Diego  de  San  José,  que  escribe  de  su  letra:  «Concuerda  con  el 
original.  Fr.  Diego  de  San  José.  Diffinidor  y  .secret.». 


284  APÉNDICES 


Lili 


flCTfl  DEL  TRASLADO  DEL  CUERPO  DE  SANTA  TERESA  EN  13  DE  OCTUBRE  DE 

1760  (1). 


En  el  nombre  de  Dios  Todopoderoso.  Notorio  y  manifiesto  sea 
a  todos  los  que  el  presente  vieren,  cómo  el  año  de  la  Natividad  de 
Nuestro  Señor  Jesucristo  de  1760,  en  el  día  13  de  Octubre,  gober- 
nando la  Iglesia  nuestro  muy  Santo  Padre  Clemente  XIII,  de  feliz 
memoria,  y  estos  reinos  de  España  el  muy  augusto  monarca  D.  Carlos 
III,  siendo  Obispo  de  Salamanca  el  limo.  Sr.  Dr.  José  Zorrilla  de 
San   Martín,   y   su   auxiliar   el   limo.   D.    Fr.    Francisco   de   San   Andrés, 


1  No  pudieron  realizar  en  1750  su  proyectado  viaje  a  Alba  Fernando  VI  ij  su  esposa  doña 
Bárbara  de  Portugal.  Diez  años  más  tarde,  reinando  Carlos  III  (Fernando  VI  había  muerto  en 
1759),  se  colocó  en  la  magnífica  urna  de  plata  que  D.  Fernando  y  su  esposa  habían  regalado,  el 
cuerpo  de  Santa  Teresa,  y  se  trasladó  definitivamente  al  camarín  del  altar  mayor  donde  hoy  se 
venera.  Araujo,  en  su  Guía  de  Riba,  dice  hablando  de  este  camarín  y  sepulcro:  «En  el  centro 
(del  altar  mayor),  se  descubre  el  camarín  del  sepulcro  de  Santa  Teresa,  cerrado  por  doble  verja, 
plateada  la  exterior  que  da  a  la  iglesia,  y  dorada  la  interior  que  da  al  convento;  toda  la  obra 
fué  ejecutada  a  expensas  de  los  reyes  Fernando  VI  y  su  esposa,  que  habiendo  sabido  cuando 
su  proyectada  peregrinación  en  1750  que,  descubiertos  los  restos  de  la  Santa,  se  conservaban 
incorruptos  y  viendo  frustrados  sus  piadosos  deseos,  quisieron  embellecer  la  iglesia  que  gozaba 
tan  insigne  honra  y  encerrar  tan  santas  reliquias  en  sepulcro  digno  en  lo  posible  de  su  inmenso 
valor;  entonces  fué  cuando  se  rehicieron  los  dos  altares  laterales,  se  doró  de  nuevo  el  altar  ma- 
yor, se  reconstruyó  en  mármol  la  arcada  destinada  a  servir  de  camarín  al  sepulcro,  revistiéndole 
también,  lo  mismo  que  su  pavimento,  de  ricos  jaspes,  y  se  labró  por  los  mejores  artistas  de  la 
época  la  suntuosa  urna  de  mármol  negro  jaspeado,  sobre  la  que  se  asientan  dos  preciosos  ange- 
litos, uno  de  los  cuales  lleva  el  dardo  de  la  Transverberación,  y  el  otro  la  preciada  corona  de 
las  vírgenes.  Cuando  estuvo  a  punto,  el  13  de  Octubre  de  1760  (ya  Fernando  VI  había  fallecido), 
celebróse  la  solemnísima  traslación  del  sagrado  cuerpo  a  las  cuatro  de  la  tarde,  a  cuya  ceremo- 
nia acudieron  de  todas  partes  tan  gran  número  de  peregrinos,  que  jamás  se  había  visto  en  toda 
Castilla  concurrencia  igual;  la  antigua  caja  de  madera  forrada  de  terciopelo  carmesí,  regalo  de  la 
Infanta  D.a  Isabel  Clara  Eugenia,  esposa  del  Archiduque  Alberto,  es  sustituida  por  otra  más  rica 
de  plata,  con  paredes  labradas  en  relieve  exteriormente,  y  tapizadas  en  el  interior  de  terciopelo 
carmesí  con  cojines  cubiertos  de  seda  roja  en  el  fondo;  allí  se  deposita  el  sagrado  cuerpo  en- 
galanado con  preciosos  vestidos  y  llevando  al  cuello  un  collar  semejante  a  los  de  la  insigne 
Orden  del  Toisón  de  oro,  se  guardan  con  él  los  procesos  verbales  de  las  anteriores  exhumacio- 
nes y  el  instruido  entonces». 

Debo  una  copia  del  Acta  transcrita  a  las  Carmelitas  Descalzas  de  Alba  de  Termes.  Es  la 
última  vez  que  se  abrió  el  sepulcro  de  Santa  Teresa  hasta  19H.  Cuando  la  invasión  francesa,  en 
tiempos  de  Napoleón,  corrió  mucho  peligro  el  sepulcro;  pero,  al  fin,  no  se  tocó  su  santo  cuerpo 
y  las  religiosas  lo  pasaron  harto  mejor  que  de  las  circunstancias  podía  esperarse,  como  veremos 
en  el  Libro  de  las  Fundaciones.  En  virtud  de  un  Moíu  proprío,  concedido  por  Pío  X,  con  fecha 
C  de  Junio  de  1914  al  General  de  los  Carmelitas  Descalzos,  P.  Clemente  de  los  SS.  Faustino  g 
Jovita,  procedió  éste,  acompañado  de  su  secretario,  del  P.  Provincial  de  Castilla  y  otros  Padres 
Carmelitas  Descalzos,  en  presencia  de  las  religiosas,  a  la  apertura  del  sepulcro.  El  cuerpo  de  la  Santa 
se  halló  lo  mismo  que  dice  el  Acta  de  1760.  Merced  a  un  acto  de  bondad  del  mismo  P.  General, 
pudimos  verlo  y  venerarlo  con  detenimiento.  Fáltanle  las  partes  del  cuerpo  que  todos  saben,  g 
las  demás  ya  no  gozan  del  estado  de  incorrupción  de  otros  tiempos.  De  la  cara  ha  desaparecido 


APÉNDICES  285 

obispo  de  Zela;  Duque  de  Hlba,  el  Excmo.  Sr.  D.  Fernando  de  Silva 
fllvarez  de  Toledo;  su  inmediato  sucesor  y  primogénito  D.  Fr.  de  Paula, 
Duque  de  Huesear;  General  de  la  Sgda.  Reforma  de  Carmelitas  Des- 
calzos, el  Rvmo.  P.  Fr.  Pablo  de  la  Encarnación;  Provincial  de  esta 
Provincia  de  N.  P.  S.  Elias  de  Castilla  la  Vieja,  el  Rvmo.  P.  Fr.  José 
de  San  Francisco;  Priora  del  convento  de  Carmelitas  Descalzas  de 
esta  villa  de  Rlha  de  Tormes,  la  R.  M.  M.a  Teresa  del  Santísimo 
Sacramento. 

En  esta  villa  de  Riba,  expresados  día,  mes  y  año,  con  el  especia- 
lísimo  motivo  de  haberse  trasportado  a  ella  una  urna  de  plata,  ricamente 
adornada  de  realce,  de  la  misma  materia,  constando  su  longitud  de  dos 
varas,  ancho  correspondiente  a  una  urna  sepulcral,  de  altura  como  tres 
cuartas,  forrada  toda  por  dentro  de  terciopelo  carmesí,  cuya  espe- 
cial alhaja  mandaron  en  vida  para  mayor  culto  y  veneración  de  la 
seráfica  Madre  Santa  Teresa  de  Jesús  los  muy  augustos  y  católicos 
reyes  D.  Fernando  VI  y  D.^  María  Bárbara  de  Portugal,  que  santa 
gloria  hayan,  predecesores  de  nuestro  ínclito  actual  monarca  ya  ci- 
tado, a  efecto  de  que  le  tuviera  la  voluntad  de  colocar  en  ella  el 
glorioso  cuerpo  de  la  Santa  Madre  Seráfica,  según  y  como  lo  qui- 
sieron los  regios  donantes  expresados.  Dichos  señores  ilustrísimos  y 
reverendísimos  PP.  General  y  Provincial,  acompañados  de  todo  el  santo 
Definitorio,  que  lo  compone  los  Rvmos.  Fr.  ñgustín  de  la  Concep- 
ción, Fr.  José  de  la  Encarnación,  Fr.  Juan  de  San  Gregorio,  Fr.  Benito 
de  San  Bernardo,  Fr.  Manuel  de  San  Juan  Evangelista,  Fr.  Fran- 
cisco de  la  Encarnación,  con  asistencia  del  Rvmo.  Fr.  Fernando  de 
San  José,  Procurador  General  de  Madrid  y  Fr.  ñntonio  de  San  Joa- 
quín, escritor  del  Año  Teresiano,  y  otros  diferentes  Padres,  así  de 
esta  Provincia  como  de  Castilla  la  Nueva,  entraron  en  la  clausura  de 
dicho  convento,  acompañados  asimismo  de  la  expresada  M.  Priora, 
de  la  M.  Josefa  Bernarda  de  la  Anunciación,  Subpriora,  la  iVl.  Tere- 
sa de  San  José  y  la  M.  Manuela  de  Jesús,  claveras  de  dicho  convento, 
con  las  demás  religiosas  de  que  se  compone;  habiendo  reconocido 
antes  que  la  urna  en  que  se  hallaba  dicho  santo  cuerpo  aparecía  ser 
la  misma  que  consta  en  el  testimonio  del  dorso  i)  estaba  con  los 
mismos  signos,  y  en  la  capilla  donde  se  colocó  por  vía  de  depósito, 
que  es  el  mismo  paraje  que  sirvió  a  dicha  Santa  Madre  en  su  vida  de 
habitación;  tomando  dicha  arca  que  servía  de  urna  por  seis  religio- 
sas que  para  esto  deputó  el  Rvmo.  P.  General,  se  llevó  procesio- 
nalmente  con  velas  encendidas  de  todos  los  asistentes  al  camarín 
bajo    de    dicho    convento,    a    donde    con    asistencia    de    los    ya    citados 


toda  la  piel,  y  lo  restante  del  cuetpo  está  en  plena  momificación.  Hoy  no  podríamos  decir  con 
Ribera  y  otros  escritores,  que  bastaba  un  dedo  para  sostenerla  en  pié.  Sería  peligroso  sacarla  de 
la  urna  de  plata  en  que  yace,  porque  el  movimiento  menos  prudente  reduciría  a  polvo  aquellos 
santos  despolos.  Para  gloria  de  su  sierva,  la  dotó  Dios  de  incorrupción  por  el  tiempo  que  estimó 
oportuno;  hoy,  que  ya  no  es  necesario,  ha  cesado,  a  lo  que  lealmente  creemos,  el  prodigio  que 
fué  la  admiración  de  muchas  generaciones.  En  mi  juicio,  la  parte  mejor  conservada  de  la  Santa, 
es  el  brazo  que  cortó  el  P.  Gregorio  Nacianceno,  y  que  se  conserva  en  la  misma  iglesia  de 
Alba,  en  un  relicario  de  plata.  Expuesto  el  santo  cuerpo  en  el  oratorio  del  camarín  por  algunos 
días,  el  mismo  P.  General,  en  presencia  de  la  Comunidad  y  de  varios  testigos,  clausuró  el  se- 
pulcro, quedando  intacto,  lo  mismo  que  se  halló  al  abrirlo. 


286  HPENDICES 

compareció  D.  Hlonso  de  Oviedo,  apoderado  del  Excmo.  Sr.  Duque 
de  Alba,  D.  Jaime  TVlárquez,  arquitecto  de  Su  Majestad,  a  efecto  de 
abrir  dicha  arca  en  que  se  hallaba  el  santo  cuerpo  de  la  seráfica  Aladre 
vSanta  Teresa  de  Jesús.  Y  permaneciendo  todos  los  asistentes  con  lu- 
ces encendidas,  con  toda  devoción  y  ternura,  se  pasó  a  dicha  abertura 
a  que  prestó  su  llave  el  Rvmo.  P.  General,  que  es  la  que  corresponde 
al  candado  de  yerro  dorado  que  está  a  la  parte  superior  de  la  citada 
arca;  el  dicho  D.  Alonso  de  Oviedo,  en  nombre  de  dicho  excelentísimo 
señor  Duque,  con  la  llave  que  corresponde  a  la  cerradura  de  yerro  do- 
rado de  enmedio,  y  la  expresada  JA.  Priora  con  la  llave  que  corresponde 
al  candado  de  yerro  dorado  de  parte  inferior  de  los  pies;  y  abierta 
en  esta  forma  dicha  arca,  se  reconoció  el  santo  Cuerpo  de  la  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús  en  el  mesmo  ser  y  estado  que  aparecía  tener 
en  el  año  de  1750,  que  consta  por  menor  del  testimonio  de  la  vuelta 
y  con  la  misma  positura,  velos,  sábanas  y  cubiertas  que  en  él  se 
expresan,  que  se  omite  de  exponer  por  menor  por  constar  de  dicho 
testimonio  con  toda  especialidad.  Y  así,  reconocido  dicho  santo  Cuer- 
po por  todos  los  asistentes,  se  adoró  y  dio  el  culto  y  veneración 
que  corresponde,  y  tocaron  a  él  por  mano  de  varios  religiosos,  dife- 
rentes reliquias,  rosarios,  cintas  y  pedazos  de  tela,  con  lo  que  se 
volvió  a  cerrar,  hasta  hoy  14  de  este  expresado  mes  y  año,  en  que, 
para  consuelo  de  este  pueblo  como  de  muchos  circunvecinos,  se  de- 
terminó poner  el  santo  Cuerpo  en  el  coro  bajo  que  tiene  sus  rejas 
que  dan  a  la  parte  de  la  iglesia  de  dicho  convento,  en  que  concu- 
rriendo los  expresados,  en  cuyo  poder  obran  las  llaves  de  dicha  urna, 
se  abrió  quedando  manifiesto  en  dicho  coro  el  glorioso  Cuerpo,  sien- 
do visible  a  ios  que  lo  registraron  de  la  parte  de  la  iglesia  por  dichas 
rejas,  la  cabeíra  de  la  Santa,  por  hallarse  lo  demás  cubierto  como  se 
expresa  antecedentemente;  en  cuyo  estado  se  mantuvo  por  espacio  de 
siete  horas.  Y  por  esto,  siendo  como  las  cuatro  de  la  tarde,  con  asis- 
tencia de  los  ya  referidos  en  el  principio  de  este  testimonio  y  del 
Excmo.  Sr.  D.  Francisco  'Soiís,  Arzobispo  de  Sevilla,  Presbítero  Car- 
denal de  la  santa  Iglesia  Romana,  por  seis  religiosas  deputadas  por 
el  Rvmo.  P.  General  y  ¡M.  Priora,  ya  citadas,  con  las  mismas  sábanas 
y  demás  compostura  de  dicho  santo  Cuerpo  de  Santa  Teresa,  se  co- 
locó y  trasladó  en  dicha  urna  de  plata  nueva,  a  donde  se  adoró  y 
veneró  por  »os  asistentes;  que  todos,  en  acompañamiento  procesional- 
mente,  con  velas  encendidas,  transportaron  al  camarín  de  dicho  con- 
vento, colocándose  en  su  altar  mayor,  introduciéndose  dicha  urna  de 
plata  en  otra  exquisitamente  labrada  de  mármol  de  San  Pablo,  con 
sus  adornos  de  bronce  dorados  de  oro  molido,  que  se  halla  embutida 
en  un  arco  del  mismo  mármol  en  dicho  altar,  con  toda  magnificencia,  y 
dos  ángeles  en  la  superficie  de  dicha  urna,  de  la  misma  materia.  V 
para  que  de  todo  ello  quede  en  lo  futuro  perpetua  memoria,  yo,  el 
licenciado  D.  Manuel  Francisco  Gutiérrez  Varona,  abogado  notarlo, 
y  secretario  de  Cámara  de  dicho  limo.  Sr.  Obispo  de  Salamanca  y  su 
obispado,  en  que  se  comprende  esta  villa  ds  Alba,  que  presente  fui 
a  lo  susodicho,  y  nosotros  Fr.  Francisco  de  la  Presentación,  Secretarlo 
General,  y  Fr.  Antonio  de  la  Encamación,  Secretario  asimismo  Ge- 
neral de  los  Carmelitas  Descalzos  y  Notario  apostólico,  que  igualmente 


APE^fDíCES  287 

presentes  fuimos,  juntamente  con  los  testigos  arriba  mencionados,  que 
aquí  pusieron  sus  firmas,  !o  firmamos,  signamos  y  autorizamos  y  re- 
frendamos con  los  respectivos  sellos  de  nuestros  Secretarios,  damos 
fe  y  verdadero  testimonio. 

José,  Obispo  de  Salamanca;  Fr.  Cardinalis  de  5o//s,  Arzobispo  de  Se- 
villa; Fr.  Francisco,  de  Zcla;  Fr.  Pablo  de  la  Concepción,  General;  Fray 
Agustín  de  la  Concepción,  Definidor;  Fr.  José  de  la  Encarnación,  ídem; 
Fr.  Juan  de  San  Gregorio,  ídem;  Fr.  Benito  de  San  Bernardo,  ídem; 
Fr.  Manuel  de  San  Juan  Evangelista,  ídem;  Fr.  Francisco  de  la  En- 
carnación, ídem;  Fr.  José  de  San  Francisco,  Provincial;  Fr.  Fernando 
de  San  José,  Fr.  Antonio  de  San  Joaquín,  M.^  Teresa  del  Sanfí<^inio 
Sacramento,  Priora;  Josefa  Bernarda  de  la  Anunciación,  Subpriora; 
Teresa  de  San  José,  Manuela  de  Jesús,  Clavarias;  Licenciado  D.  Ma- 
nuel Francisco  Gutiérrez  Varona,  N.^  y  S.^;  Fr.  Francisco  de  la  Pre- 
sentación y  Fr.   Antonio  de  la  Encarnación,  S.Q  G. 

Concuerda  con  su  original,  que  obra  en  la  urna  de  plata  en  que 
se  colocó  el  cuerpo  de  la  gloriosa  Madre  Santa  Teresa  de  jesús,  y 
otro  de  igual  expresión  que  se  halla  en  el  archivo  general  de  la  Or- 
den de  Carmelitas  Descalzos  a  que  me  remito.  Y  en  fe  de  ello,  a  pedi- 
mento de  la  M.  Priora  y  religiosas  del  convento  de  Carmelitas  Des- 
calzas, doy  el  presente  que  signo  y  firmo;  asimismo  doy  fe  y  verda- 
dero testimonio  que  en  dicha  urna  de  plata  en  que  se  colocó  el  cuer- 
po de  la  Santa  Madre,  entre  las  sábanas  se  pusieron  unos  papeles 
de  polvos  que  del  mismo  cuerpo,  según  aparecía,  se  habían  recogido 
de  las  sábanas  en  que  S3  hallaba  dicho  santo  cuerpo,  con  lo  que  se 
cerró  dicha  urna  con  cuatro  llaves,  de  las  que  se  recogiííron  dos  por 
el  Rvmo.  Padre  General  y  Priora  de  este  convento,,  y  las  dos  restantes 
por  D,  ñlonso  de  Oviedo,  apoderado  del  Excmo.  Sr.  Duque  de  fllba, 
de  las  que  por  S.  E.  se  habrá  de  entregar  una  a  Su  Majestad  Ca- 
tólica; y  cerrada  dicha  urna  en  esta  forma,  se  incluyó  en  la  de  mármol 
y  se  cerró  con  tres  llaves,  que  manifiestan  en  una  tapa  de  bronce  que 
está  a  la  parte  de  afuera;  y  para  que  conste  del  mismo  pedimento 
doy  el  presente  que  fírmo  entre  renglones:  Fr.  D.  Francisco,  Obispo 
de  Zela. — Vale. — Licenciado  D.  Manuel  Francisco  Gutiérrez  Varona,  N." 
S.o — Firmas  originales  de  las  Monjas:  M.^  Teresa  del  Sontísimo  Sa- 
cramento, Priora;  Josefa  B.  de  la  Anunciación,  Subpriora  y  Clava- 
ria; Teresa  de  .San  José,  Clavaria;  Manuela  de  Jesús,  Clavaria;  María 
Elena  de  San  José,  Catalina  de  la  Santísima  Trinidad.  Antonia  de  la 
Santísima  Trinidad,  Jerónima  de  Santa  Ana,  Francisca  de  San  Joaquín, 
Teresa  Joaquina  de  la  Asunción.  Anastasia  de  Santa  Teresa.  Josefa 
de  San  Miguel.  María  Benita  de  Santo  Domingo.  Isabel  /W.«  de  Jesús, 
Josefa   de    Santo    Teresa,    Teresa    María   de   San   José. 


288  APÉNDICES 


LIV 


COPIA  DEL  DECRETO  DEL  R.  P.  VICARIO  GENERAL  FR.  ESTEBAN  DE  SAN  JOSÉ, 
Y  SU  DEFINITORIO,  EN  QUE  PROMETEN,  EN  NOMBRE  DE  TODA  LA  RELIGIÓN, 
NO  MOVER  NUNCA  DE  ESTE  CONVENTO  DE  ALBA  EL  CUERPO  DE  N.  M.  SANTA 
TERESA    DE    JESÚS.     (aÑO    DE    1676)     (1). 


J.   ^.   t    J.   T. 


Nos,  Fr.  Esteban  de  San  Joseph,  Vicario  General  de  la  Orden 
de  Carmelitas  Descalzos,  Fr.  Luis  de  Jesús  M.a,  Definidor  General  por 
la  Provincia  de  Castilla  la  Vieja,  Fr.  Rodrigo  de  San  Joseph  por  la  de 
ñndalucia,  Fr.  Joseph  de  Jesús  María  por  la  de  ñragón  y  Cataluña, 
Fr.  Juan  de  Jesús  por  la  de  Portugal,  Fr.  Antonio  de  San  Joseph  por 
la  de  Castilla  la  Nueva)  y  Fr.  Blas  de  San  Jerónimo  por  la  de  Nueva 
España  en  el  Reino  de  ^éxico,  juntos  en  este  nuestro  Colegio  de 
N.  P.  S.  Cirilo  de  la  villa  de  Alcalá  de  Henares,  en  junta  extraor- 
dinaria que  celebramos  en  este  dicho  Colegio,  decimos  que  por  cuanto 
habiendo  muerto  N.  gloriosa  y  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  el 
convento  de  nuestras  religiosas  de  la  villa  de  Hlba  de  Tormes,  es- 
tanto  huéspeda  en  dicho  convento,  en  4  de  Octubre  de  mil  y  qui- 
nientos y  ochenta  y  dos  años,  y  de  paso  para  su  convento  de  Avila, 
donde  era  actualmente  Priora,  llevaron  los  Prelados  que  entonces  eran 
de  la  Religión  su  santo  cuerpo  al  dicho  nuestro  convento  de  religio- 
sas de  Avila,  y  por  parte  del  Excmo.  Sr.  Duque  de  Alba,  D.  Antonio 
Alvarez  de  Toledo  se  consiguió  Breve  de  la  Santidad  de  nuestro 
muy  santo  Padre  Sixto  V;  a  instancia  y  súplica  del  Excmo.  Sr.  D.  Fer- 
nando de  Toledo,  su  tío,  gran  Prior  de  San  Juan,  para  que  el  dicho 
santo  cuerpo  de  N.  gloriosa  Santa  Madre  se  volviese  al  dicho  convento 
de  nuestras  religiosas  de  Alba,  de  donde  se  había  sacado,  y  que 
puesto    allí    no   se   innovase    por    la    Religión,   y    que   en    cumplimiento 


1  No  obstante  la  sentencia  del  nuncio  Speciano  de  l.o  de  Diciembre  de  1588,  confirmada 
al  año  siguiente  por  Sixto  V,  según  hemos  visto  en  la  página  255,  ni  la  ciudad  ni  las  Carmeli- 
tas de  Avila  se  resignaban  a  perder  el  derecho  que  creían  tener  al  cuerpo  de  la  Santa.  En  la 
declaración  jurídica  que  Ana  de  Jesús  prestó  el  año  de  1597  en  Salamanca,  da  a  entender  que 
aun  estaba  «en  contienda  de  si  ha  de  quedar  allí  (en  Alba)  o  no».  Sabemos  por  un  índice  anti- 
guo de  los  instrumentos  y  papeles  que  había  en  el  Archivo  de  los  Carmelitas  Descalzos  de 
Avila,  que  todavía  se  conserva,  si  bien  los  documentos  de  que  hace  mención  han  desaparecido 
casi  todos,  que  en  1673  se  elevó  a  Su  Majestad  un  memorial  para  trasladar  a  Avila  el  cuerpo 
de  la  Santa.  Más  tarde  se  renovaron  estos  deseos.  A  ellos  quizá  se  responde  en  el  decreto  que 
aquí  publicamos,  según  el  original  que  se  guarda  en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Alba. 


APÉNDICES  289 

y  ejecución  del  dicho  Breve,  los  dichos  Prelados  restituyeron  el  dicho 
santo  cuerpo  al  dicho  convento  de  Hlba,  en  veinte  y  tres  de  Agosto 
de  mil  quinientos  y  ochenta  y  seis  años,  y  ha  estado  desde  este 
tiempo  en  este  lugar,  sin  que  por  la  Religión  se  haya  innovado, 
ni  'pretendido  nunca  sacar  dicho  santo  cuerpo;  y  deseando  ahora  nos- 
otros dar  a  esto  firmeza,  permanencia  y  estabilidad  perpetua,  en 
atención  a  la  gran  piedad,  afecto  y  devoción  que  nuestra  sagrada 
Religión  ha  experimentado  siempre  en  los  Excmos.  Sres.  Duques  de 
Hlba  que  han  sido,  y  que  se  contina  hoy  por  el  Excmo.  Sr.  D.  An- 
tonio ñlvarez  de  Toledo,  que  al  presente  lo  es,  y  de  cuya  grandeza 
hemos  recibido  singularísimos  beneficios  con  un  cordial  amparo  y  pro- 
tección, y  hoy  de  nuevo  recibimos  el  que  Su  Excelencia  se  ha  ser- 
vido de  dar  licencia  para  que  en  dicha  su  villa  de  Hlba  de  Tormes 
pueda  fundar  la  Religión  hospicio  de  religiosos  secular  o  eclesiás- 
tico, y  que  habiendo  oportunidad  de  medios  podamos  pasar  a  la  fun- 
dación de  convento  de  religiosos,  siendo  único  fin  de  dicho  excelen- 
tísimo señor  la  mayor  veneración  y  culto  de  nuestra  Santa  Madre,  que 
ha  solicitado  siempre  Su  Excelencia  con  todo  estudio  y  devoción,  y 
que  en  dicho  Convento  y  lugar  le  ha  tenido  nuestra  gloriosa  y  santa 
A'iadrc  el  tiempo  que  ha  estado,  yendo  cada  día  a  mayor  aumento,  y 
que  esperamos  vaya  siempre  a  más,  estando  a  la  protección  de  dichos 
Excmos.  Señores,  especialmente  por  el  medio  de  la  asistencia  de  re- 
ligiosos que  Su  Exea,  se  ha  servido  conceder,  juntándose  a  esto 
la  gran  veneración  que  ha  tenido  dicho  santo  cuerpo  y  los  grandes 
favores  que  Su  Majestad  ha  hecho  por  su  intercesión,  indicios  de  que 
se  califica  su  voluntad  divina,  persevere  dicho  santo  cuerpo,  en  el 
lugar  donae  murió  y  que  con  tanta  veneración  se  halla  colocado. 
En  atención  a  todo  lo  referido  y  en  remuneración  y  reconocimiento  de 
los  singulares  beneficios  que,  como  hemos  confesado,  y  es  cierto,  hemos 
recibido  de  los  dichos  Excmos.  Sres.  Duques  de  Alba,  y  muy  principal- 
mente de  los  quQ  reconocemos  al  dicho  Excmo.  Sr.  D.  Hntonio  illva- 
rez  de  Toledo,  que  lo  es  al  presente:  En  nombre  de  toda  la  Reli- 
gión y  Én  la  mejor  vía  y  forma  que  podemos  y  haya  lugar  de  dere- 
cho, nos  apartamos  de  cualquier  título,  derecho  o  acción  que  tengamos 
o  podemos  tener  para  que  el  dicho  santo  Cuerpo  se  remueva  o  pueda 
llevar  a  ningún  convento  o  a  otra  cualquiera  parte;  y  desde  luego 
queremos  y  consentimos  en  que  el  dicho  santo  cuerpo  sea  venerado 
y  persevere  en  el  dicho  convento  de  nuestras  religiosas  de  la  dicha 
villa  de  Alba  de  Tormes,  sin  que  nunca  por  nosotros  o  por  los  que 
después  de  nos  viniesen,  se  pueda  intentar,  pedir  o  reclamar  en  contra- 
rio; M  caso  que  se  pida,  queremos  no  ser  oídos,  porque  por  este 
apartamiento  desistimos  y  nos  apartamos  de  cualquiera  acción  o  tí- 
tulo oue  tengamos  o  podamos  tener;  y  a  mayor  abundancia  lo  renim- 
ciamos  a  favor  de  dicho  convento  de  Religiosas  de  la  Villa  de  Alba 
de  Tormes,  y  de  los  Excmos.  Sres.  Duaues  de  Alba,  como  sus  pro- 
tectores, y  queremos  se  estime  este  apartamiento  siempre  por  con- 
trato oneroso  y  que  tenga  contra  nosotros  y  contra  la  dicha  nuestra 
Religión  las  mayores  fuerzas  que  en  derecho  hayan  lugar,  respecto 
de    que    declaramos    y    confesamos    sernos    útil    y    conveniente,    y    para 

II  19 


290  APÉNDICES 

SU  mayor  firmeza,  ofrecemos  y  nos  obligamos  a  nunca  reclamar  con- 
tra él  y  que  los  que  vinieren  harán  lo  mismo,  y  a  la  seguridad  de 
todo  lo  sobredicho  obligamos  todos  los  bienes  espirituales  y  tempo- 
rales de  la  dicha  nuestra  Religión.  Y  por  la  verdad,  lo  firmamos  de 
nuestros   nombres,   en   Alcalá   de   Henares,   a   15  de  Hbril   de   1676. 

Fray  Esteban  de  San  José,  Vicario  General;  Fr.  Rodrigo  de  San 
José,  Definidor  General;  Fr.  Juan  de  Jesús,  Definidor  General;  Fr.  An- 
tonio de  San  José,  Definidor;  Fr.  Luis  de  Jesús  María,  Definidor  Ge- 
neral; Fr.  José  de  Jesús  María,  Definidor  General;  Fr.  Blas  de  San 
Jerónimo,    Definidor   General. 


üPENCices  291 


LV 


VIRTUDES    DE    NUESTRA    MADRE    SñNTfl    TERESA    SEGÚN    UNA    RELACIÓN    DE    SU    PRUWA 
LA    VENERABLE    MADRE    MARÍA    DE    SAN    JERÓNIMO    (1). 


Harto  me  holgara  no  tener  tanta  falta  de  memoria  para  cumplir 
lo  que  la  obediencia  me  ha  mandado,  que  es  que  diga  algunas  cosas  de 
las  que  vi  y  oí  a  nuestra  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  el  tiempo 
que  la  tuvimos  en  esta  casa;  y  si  no  fuera  por  la  falta  dicha,  pudiera 
decir  muchas  y  también  por  haber  pasado  más  de  veinte  años,  digo 
de  los  principios  desta  casa,  donde  nos  dio  tantos  ejemplos  a  las  que 
acabábamos  de  venir  a  ella,  y  también  porque  en  aquel  tiempo  se  to- 
maban las  cosas  tan  al  descuido,  que  nunca  se  miraban  con  pensamiento 
de  escribirse,  y  ansí  las  dejábamos  todas  olvidar.  Y  con  esto  lo  que 
de  aquel  tiempo  sólo  se  podrá  decir,  es  cosas  generales,  como  es  la 
mucha  humildad  y  caridad  y  afabilidad  con  que  trataba  con  todas. 

En  aquellos  principios  no  se  tenían  freilas,  y  andábamos  a  sema- 
nas en  la  cocina,  y  con  todas  sus  ocupaciones,  que  eran  muchas,  cum- 
plía la  semana  que  le  venía  como  las  demás  hermanas,  y  no  nos  daba 
poco  contento  verla  en  la  cocina,  porque  lo  hacía  con  gran  alegría  y 
cuidado  de  regalar  a  todas,  y  así  parece  que  le  tenía  Su  Majestad  de 
enviar  aquella  semana  más  limosna  que  otras;  y  ansí  decía  que  condes- 
cendía Nuestro  Señor  con  su  deseo,  que  como  le  tenía  de  darnos  bien 
de  comer,  le  enviaba  con  qué  lo  hiciese,  ñcaecía  algunas  veces  haber 
un  huevo  o  dos,  o  cosa  semejante,  para  dar  a  todo  el  convento,  y 
diciendo  questo  se  diese  a  quien  tenía  más  necesidad,  parcciéndonos 
quella  era  quien  más  la  tenía,  por  ser  mujer  de  muchas  enfermedades. 


1  La  fama  de  santidad  que  aun  en  vida  gozó  Sania  Teresa,  se  acrecentó  rápidamente 
después  de  su  muerte,  merced  a  los  prodigios  que  por  su  Intercesión  comenzaron  a  obrarse. 
Los  Superiores  de  la  Descalcez  carmelitana  pusieron  buen  cuidado  en  recoger  de  labios  de  per^ 
sonas  autorizadas,  que  habían  conocido  y  tratado  a  la  Santa,  todo  lo  más  notable  de  su  vida 
admirable  u  edificativa,  aun  antes  que  comenzasen  a  Incoarse  los  diversos  procesos  de  beati- 
ficación 1)  canonización.  Una  de  estas  interesantes  relaciones,  debida  a  la  A\.  María  de  S.  leró- 
nlmo,  ha  llegado  hasta  nosotros,  y  se  conserva,  firmada  por  ella,  en  el  manuscrito,  mencionado 
ga  en  la  página  232,  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  S.  José,  del  que  poseemos  reproducción 
fotográfica.  Fué  María  de  S.  Jerónimo,  prima  de  Santa  Teresa,  y  natural  de  Avila,  donde  nació 
por  los  años  de  15*11.  Llamábanse  sus  padres  Alonso  Alvarez  Dávila  y  Agencia  de  Salazar.  El 
30  de  Septiembre  de  1563  tomó  el  hábito  en  San  José  de  su  ciudad  natal;  en  él  desempeñó 
muchos  años  el  oficio  de  priora.  La  Santa  hizo  de  la  venerable  María  mucha  estima  por  sus 
grandes  virtudes,  claro  talento  y  apreciables  dotes  de  gobierno.  En  1591  fué  a  Madrid  para  diri- 
gir aquella  comunidad  de  Carmelitas  Descalzas,  y  en  1595  pasó  a  fundar  en  Ocafia  un  nuevo 
convento.  Llena  de  méritos,  murió  en  Avila  el  Ó  de  Abril  de  1602,  según  consta  en  el  Libro  de 
Defunciones  de  aquella  casa.  María  de  S.  Jerónimo  fué  grande  amiga  de  Ana  de  S.  Bartolomé, 
U  buena  parte  de  lo  que  aquí  refiere,    de   esta  venerable   lo   supo. 


292  APÉNDICES 

con  todo  nunca  admitía  que  se  lo  diesen,  diciendo  quella  no  tenía  ne- 
cesidad para  ello,  porque  sus  hijas  lo  comiesen,  quen  quitarles  a  ellas 
el   trabajo  y  tomarle  para  sí  tenia  extremo. 

En  la  virtud  de  la  caridad  tenía  gran  extremo,  especial  con  las  en- 
fermas que  no  les  faltase  todo  lo  necesario,  y  ansí  víamos  muchas 
veces  que  acudía  Nuestro  Señor  a  proveer  las  necesidades,  y  corres- 
pondía a  la  gran  fe  que  ella  tenia,  y  así  nos  decía  muchas  veces  que 
tuviésemos  por  cierto,  que  si  no  faltásemos  en  el  servicio  de  Nuestro 
Señor,  quél  nunca  nos  faltaría.  Y  decía  esto  como  quien  tenía  tan 
buena  experiencia  acerca  desto  de  la  fe  con  que  comenzaba  las  cosas. 
La  oí  decir  un  día,  luego  que  se  fundó  esta  casa,  que  tuvo  necesidad  de 
hacer  un  poco  de  obra  y  que  ella  no  tenía  blanca  para  ello,  ni  sabía 
de  dónde  la  tener;  con  todo  esto,  como  vio  la  necesidad,  determinóse 
a  concertar  la  obra,  que  fué  cantidad  de  ochenta  ducados.  Acabado  de 
hacer  el  concierto,  vino  una  persona  a  verla,  y  dicléndole  lo  que  había 
concertado,  díjole  que  para  qué  había  hecho  tal  cosii  no  teniendo  de 
dónde  lo  pagar.  Respondióle  que  Dios  lo  proveería,  y  así  fué,  que  luego 
otro  día  le  trajeron  cartas  de  un  hermano  que  tenía  en  las  Indias,  en 
que  le  enviaba,  creo,  más  de  docientos  ducados  (1). 

Otra  vez  hubo  necesidad  de  hacerse  en  esta  casa  iglesia,  antes  de  la 
que  agora  tenemos,  de  manera  que  aunque  no  era  hacerla  de  principio, 
se  habían  de  gastar  hartos  reales  para  acomodarla.  Ella  no  tenía 
blanca  ni  sabía  qué  se  hacer.  Llamó  a  la  hermana  quera  provisora,  y 
díjola  que  si  tenía  algo  que  la  dar  para  comenzar  aquella  obra.  Res- 
pondióle la  hermana  que  sólo  un  cuarto  tenía  en  su  poder,  ñ.  ella  le 
dio  harto  placer  desto,  mas  no  se  desanimó  para  dejar  de  comenzar 
la  obra,  y  así  la  comenzó  y  acabó  en  breve  tiempo,  porque  Nuestro 
Señor  la  proveyó  de  limosna  con  que  se  hizo. 

Pues  si  tractase  del  efecto  que  hacia  en  las  almas  su  oración, 
había  mucho  que  tractar  desto.  Yo  supe  de  una  persona  principal  destos 
reinos,  que  vino  a  su  noticia  questaba  en  una  necesidad,  y  era  que  tenía 
deseo  de  apartarse  de  cierta  ocasión  de  pecado,  y  no  podía,  porque  la 
traía  delante  de  los  ojos  y  no  tenía  fuerza  para  quitarla.  Ella  la  tuvo 
con  Nuestro  Señor  de  manera  que  dentro  de  poco  tiempo,  lo  que 
había  harto  que  duraba,  se  quitó  todo.  Ella  dio  orden  cómo  hablar  y 
escribir  a  esta  persona;  y  con  esto,  y  la  oración  y  muchas  penitencias 
que  hizo  por  ella,  no  sólo  se  quitó  la  ocasión  y  escándalo  que  había, 
mas  fué  grande  el  bien  y  aprovechamiento  que  hubo  después  en  esta 
alma,  donde  quedó  bien  agradecida  de  la  merced  que  Nuestro  Señor 
le  había  hecho  por  medio  de  la  Santa  Madre. 

Oí  decir  que  había  un  clérigo  en  cierto  pueblo  que  había  dos  años 
questaba  en  pecado  mortal.  Como  1?  Santa  Madre  lo  supo,  escribióle 
una  carta;  fué  de  tanto  efecto,  que  dicen  que  con  ésta  salió  de  pecado 
y  que  traía  la  carta  consigo.  R  ella  le  debía  de  costar  este  negocio  no 
poca  oración,  porque  lo  víamos  muchas  veces  cuando  se  ofrecía  así 
cosas  semejantes  de  pedir  a  Nuestro  Señor  por  almas  questaban  en 
tal   estado,   la   oración   que   le   costaban   y   la   batería   que   los  demonios 


1      Véase  el  tomo  I,  pág.  279. 


APÉNDICES  293 

la  daban  sobre  ello,  que  algunas  veces  la  víamos  de  manera  que  nos 
hacía  gran  lástima  ver  cuál  la  paraban  el  cuerpo.  Y  aunque  la  batería 
era  interior,  era  de  manera  que  redundaba  en  darla  muchos  golpes  en 
el  cuerpo,  y  vía  ella  los  demonios  la  rabia  que  les  daba  lo  que  ella 
hacía  por  estas  almas,  y  amenazábanla  diciendo  quellos  se  vengarían 
della.  Después  de  pasado,  me  lo  contaba  ella  algunas  veces,  y  decíame 
que  cuando  vía  algún  alma  destas  con  aprovechamiento  y  que  iba  me- 
jorando, que  ya  ella  vía  que  lo  había  de  pagar.  Destas  cosas  le  acae- 
cían muchas,  porque  era  grande  el  ansia  que  tenía  del  bien  de  las 
almas. 

Traía  grandes  deseos  de  penitencia,  y  con  esto  siempre  andaba 
buscando  invenciones  para  hacer  más,  que  con  tener  grandes  enferme- 
dades, no  se  le  ponía  cosa  delante,  y  ansí  concertó  un  día  con  las  her- 
manas de  que  todas  nos  vistiésemos  de  jerga  y  que  lo  trajésemos  en 
lugar  de  estameña,  que  agora  traemos  junto  al  cuerpo,  y  que  desto 
fuesen  las  sábanas  y  las  almohadas,  y  con  esto  dijo  quella  era  la 
primera  que  se  lo  había  de  poner  y  ansí  lo  hizo;  porque  decía  que  si 
hacía  daño,  quella  lo  quería  experimentar  primero  que  las  hermanas 
se  lo  pusiesen,  y  lo  trajo  ella  y  todas  hasta  quel  perlado  mandó  que 
se  quitase,  porque  decían  era  muy  enfermo  para  la  salud.  En  discipli- 
nas y  cilicios  era  lo  que  pasaba  de  manera  hasta  hacérsele  llagas. 

En  lo  que  toca  en  lo  de  la  oración,  pasó  mucho  trabajo  por  que- 
rerla encubrir,  y  tanto  cuanto  ella  más  hacía  desto,  más  parece  que 
hacía  Nuestro  Señor  para  descubrirla.  Dábale  gran  pena  que  la  tuvie- 
sen en  posesión  de  santa.  Yo  vi  un  papel  escripto  de  su  letra  sobre 
una  relación  que  daba  a  un  confesor  suyo,  entendiendo  que  se  tenía 
della  la  opinión  dicha.  Deseábalo  y  tratábalo  de  irse  a  un  monesterio 
lejos  de  aquí  (1),  y  entrar  por  freila,  para  disimular  más  y  no  ser 
cognocida;  y  como  el  Señor  la  guardaba  para  otras  obras  mayores,  no 
permitía  questo  pasase  adelante,  porque  era  antes  que  se  ñmdase 
esta  casa. 

Oí  decir  a  un  confesor  suyo,  harto  letrado  y  avisado,  que  su  trato 
más  parecía  de  ángel  que  de  criatura  humana,  y  no  me  espanto  que 
dijese  esto,  porque  fuera  de  lo  quél  sabia  del  mucho  bien  que  había 
venido  a  almas  por  tratarla,  en  sí  mesmo  tenía  buena  experiencia  desto 
en  el  aprovechamiento  que  liabía  sentido  después  que  la  trataba.  Por- 
que aunque  él  era  bueno,  fué  mucho  el  aprovechamiento  de  virtud  que 
después  se  vio  en  este  Padre.  Oíla  decir  un  día  questándole  encomen- 
dando a  Dios  a  este  mesmo,  había  dicho  a  Su  Majestad:  «Señor,  este 
es  bueno  para  nuestro  amigo»,  que  con  esta  familiaridad  tractaba  con 
Dios. 

Tornando  a  lo  que  decía  del  cuidado  que  traía  de  encubrir  su  ora- 
ción, comenzóle  de  manera  una  vez,  que  le  levantaba  el  cuerpo  de  la 
tierra;  fué  a  tiempo  que  llegaba  a  comulgar,  y  como  ella  comenzó  a 
sentir  esto,  asióse  con  entrambas  manos  a  la  reja  para  tenerse  fuerte- 
mente, porque  le  dio  gran  pena  que  le  comenzasen  cosas  tan  exteriores, 
y  asi  decía  que  le  había  costado  mucha  oración  pedir  al  Señor  se  lo 


1      Cfr.  Libro  de  la  Vida.  pág.  265. 


29^  APÉNDICES 

quitase  y  así  se  lo  quitó.  Que  aunque  también  le  daba  pena  los  arroba- 
mientos delante  de  nosotras,  ya  en  fin  lo  pasaba;  mas  de  la  gente 
de  fuera,  era  mucho  lo  que  sentía,  y  disimulábalo  con  decir  quera 
enferma  del  corazón;  y  así,  cuando  esto  le  acaecía  delante  de  alguien, 
pedía  que  le  diesen  algo  de  comer  y  de  beber,  para  por  aquí  dar  a 
entender   quera   necesidad    de   enfermedad. 

Andando  en  estos  ejercicios  de  oración  y  penitencia  y  aprovecha- 
miento de  almas,  y  con  gran  ejemplo  de  humildad  que  nos  daba  siem- 
pre, vino  el  Generalísimo  de  Roma  y  dióle  las  patentes  para  fundar  los 
monesterios.  Cuando  salió  a  fundar  el  primero,  había  cinco  años  questa 
casa  se  había  hecho  (1).  Fué  mucho  lo  que  todas  sentimos  el  día  que 
la  vimos  salir  della,  porque  era  en  extremo  lo  que  la  amábamos,  y  así 
cada  una  de  nosotras  tuviéramos  por  gran  dicha  que  nos  quisiera  llevar 
en  su  compañía.  Procuró  antes  que  fuese,  dejarnos  acomodadas  de 
casa  y  huerta,  para  que  no  sintiésemos  tanto  su  ausencia,  y  con  no 
tener  blanca  para  esto,  se  adeudó  en  nueve  mil  reales,  y  esto  hizo  con 
la  fe  que  hacía  otras  cosas  de  que  Nuestro  Señor  se  lo  había  de  reme- 
diar, y  así  le  deparó  monjas  que  trajeron  esta  limosna,  y  tales  como 
se  podían  desear  de  virtudes;  que  no  fué  poco  en  tal  coyuntura  haber 
quien  quisiese  venir  a  tomar  aquí  el  hábito;  porque  en  sabiendo  que 
se  supo  que  la  Santa  Madre  salía  desta  casa,  les  parecía  a  todos  que- 
daba perdida  y  que  todo  se  había  de  deshacer  luego.  Desto  no  tenía- 
mos pena  las  que  quedábamos  en  ella,  que  bien  echábamos  de  ver 
ser  obra  de  Dios,  por  las  cosas  que  habíamos  visto  que  Su  iVlajestad 
había  hecho  después  questábamos  en  ella;  y  ansí  sólo  teníamos  pena 
de  vernos  sin  nuestra  Santa  Madre.  Y  aunque  ella  también  sentía  el 
dejarnos,  procuraba  disimularlo  por  no  nos  dar  pena.  R  la  hora  que 
se  hubo  de  partir,  se  fué  a  una  ermita  que  hay  en  esta  casa  de  un 
Cristo  a  la  Columna,  a  suplicarle  muy  de  veras  fuese  servido  de 
que  cuando  ella  volviese  a  esta  casa,  la  hallase  ella  como  la  dejaba. 
Concedióselo  Nuestro  Señor  tan  bien  como  se  ha  visto  por  la  obra,  que 
no  sólo  en  lo  espiritual,  sino  en  lo  temporal  se  ha  visto  claramente 
lo  que  Su  Majestad  ha  favorecido  esta  casa,  y  se  vía  claramente  que 
era  por  medio  de  su  oración;  que  aunque  andaba  en  las  fundaciones, 
tenía  cuidado  della  y  era  priora  della,  y  así  la  que  quedó  entonces 
por  mayor,  se  vio  claro  lo  poco  que  hacía  en  su  gobierno. 

Y  porque  este  discurso  de  tiempo  que  pasó  fundando  los  mones- 
terios, ella  lo  dejó  escripto,  no  diré  aquí  nada  más  de  que  sé  claro  que 
lo  menos  de  lo  que  pasó  fué  lo  que  escribió,  porque  si  las  cosas  que  yo 
la  oía  contar  de  persecuciones  y  trabajos  se  hubieran  de  escribir,  se 
podía  hacer  un  libro  dello.  Lo  que  yo  podré  decir  aquí  es  de  la  pa- 
ciencia que  la  vi  en  dos  años  que  estuvo  en  esta  casa,  después  que 
fundó  la  de  Sevilla.  Vino  de  Toledo  aquí  cuando  hubimos  de  dar  la 
obediencia  a  la  Orden  (2).  Hecho  esto,  que  fué  una  cosa  de  mucho  con- 
tento para  ella,  aguósele  bien  con  los  trabajos  y  persecuciones  que 
sobrevinieron  luego,  que  fué  cuando  se  andaba  tratando  de  hacer  pro- 
vincia,  que  fueron  tantos   los  enredos  y   marañas   que  el   demonio   le- 


1  El  primero  después  de  San  José,  fué  el  de  Medina  del  Campo,  fundado  en  15fi7. 

2  Por  Julio  de  1577.   (Véase  la  página  219). 


APÉNDICES  295 

vantó,  que  fué  bien  menester  la  perfeción  que  Dios  la  había  dado 
para  llevarlo;  porque  no  sólo  procuraba  que  no  pasase  adelante  el 
hacerse  la  provincia,  sino  deshacer  los  raonesterios  que  estaban  hechos, 
y  para  esto  inventaba  de  desacreditar  a  los  frailes  y  a  la  Madre,  levan- 
tándoles terribles  testimonios  de  cosas  tan  graves  y  malas,  que  sólo 
oirlo   no   se   podía   sufrir. 

Destas  cosas  y  de  otras  venían  muy  a  menudo  cartas  dándole  cuenta 
de  todo  lo  que  pasaba,  porque  se  la  daban  muy  por  menudo  de  todos 
los  negocios,  que  nada  se  meneaba  sin  su  parecer.  Todas  estas  cosas 
pasaban  entre  personas  graves  y  delante  del  Nuncio.  Veamos  agora 
cómo  lo  tomaba  la  Santa  Madre  cuando  oía  decir  que  tal  la  paraban 
y  que  tanta  diligencia  y  cuidado  se  ponía  en  deshacer  con  oprobio  lo 
que  tanto  trabajo  a  ella  le  había  costado.  Llamábanos  a  todas  y  leía- 
nos las  cartas,  y  ella  se  quedaba  con  la  mayor  paz  y  sosiego  del 
mundo,  y  hartas  veces  con  risa  de  ver  lo  que  decían  della;  nunca  la 
vi  enojada,  ni  turbada  ni  con  la  menor  alteración  del  mundo  por  cosa 
que  della  dijesen,  sino  que  decía  que  cobraba  amor  a  estas  personas 
y  las  encomendaba  mucho  a  Dios.  Y  no  paraba  en  esto,  sino  que  la 
oí  decir,  que  muchas  veces  le  era  esto  causa  de  mucho  gozo  interior, 
y  mostrábalo  bien  el  contento  y  regocijo  que  exteriormente  le  víamos 
cuando  estas  cosas  se  ofrecían.  Decía  que  le  hacían  mucho  Dien,  porque 
ya  que  en  aquello  no  tenía  culpa,  que  en  otras  cosas  había  ofendido 
a  Dios,  que  se  iría  lo  uno  por  lo  otro.  Venían  otras  veces  nuevas  de  que 
todos  los  negocios  iban  perdidos,  porque  parecía  que  cada  día  se  iban 
las  cosas  puniendo  peor.  Estaba  en  esto  con  un  ánimo  y  confianza  tan 
grande,  que  no  sólo  no  tenia  necesidad  de  que  la  consolasen  en  ello, 
mas  ella  lo  hacía  a  nosotras  viéndonos  penadas,  y  nos  decía  que  lo 
encomendásemos  a  Nuestro  Señor  y  no  tuviésemos  pena,  que  todo  se 
haría  muy  bien;  y  al  tiempo  que  todos  decían  que  los  negocios  iban 
perdidos,  entonces  parecía  que  salía  con  nuevas  confianzas,  y  respon- 
día a  quien  se  lo  decía:  ¿Ven  todo  esto  que  pasa?  pues  todo  es 
por  mejor.  Y  así  parecía  que  lo  era  para  ella,  porque  la  oía  decir  el 
gran  bien  que  en  su  alma  había  sentido  y  provecho  de  los  trabajos  y 
contradiciones   que   había   tenido. 

La  que  tuvo  de  los  amigos  no  fué  la  menor,  sino  mayor  que  todas; 
porque,  como  es  de  quien  más  se  siente,  daban  ocasión  de  mayor  tra- 
bajo, ñ  ella  se  le  dieron  harto,  porque,  como  los  vía  que  andaban  con 
buen  celo  y  la  querían  bien,  parecíale  que  ellos  eran  los  que  acertaban 
y  quella  debía  de  ser  la  que  erraba;  y  como  eran  personas  buenas, 
era  ocasión  de  ponella  en  mucha  confusión,  porque  decía  algunas  veces 
que  le  parecía  que  ellos  eran  los  que  acertaban  y  que  ella  era  la  que 
erraba,  y  con  todo  cuanto  la  apretaban,  nunca  la  oí  decir  de  todas 
estas  personas  sino  palabras  de  mucha  edificación,  diciendo  que  eran 
unos  santos,  y  que  todo  lo  que  hacían  lo  era.  Mientras  pasaban  estas 
persecuciones,  que  fueron  dos  años  en  esta  furia,  el  tiempo  que  le  que- 
daba de  escribir  para  los  negocios,  escribía  a  los  monesterios  de  las 
monjas  consolándolas,  que  lo  habían  bien  menester,  que  como  en  lo  que 
se  daba  era  deshacerlos,  estaban  fatigadas,  y  con  ver  letra  suya  les 
era   de  mucho  consuelo. 

Este  no  les  duró  mucho,  porque  el  demonio  puso  sus  diligencias 


296  APÉNDICES 

para  estorbarle;  y  fué  que  una  noche  cayó  de  unas  escaleras  abajo,  y 
fué  de  arte  la  caída,  que  no  se  pudo  entender  sino  que  el  demonio  la 
había  echado  de  las  escaleras;  porque  iba  con  su  luz  en  la  mano,  y 
después  de  la  haber  subido  toda,  estando  para  entrar  en  el  coro  a 
Completas,  dijo  que  se  le  desatinó  la  cabeza  de  arte  que  la  hizo  tornar 
atrás  y  caer.  Lisióse  de  tal  manera  en  un  brazo,  que  nunca  más  le  pudo 
tornar  a  mandar  como  antes  (1).  Pasó  grandísimos  dolores  del;  duróle 
años  que  casi  no  le  pudo  menear.  Fué  esto  una  cosa  de  harto  trabajo 
para  las  que  la  víamos  y  para  ella:  lo  uno,  porque  en  toda  su  vida 
pudo  vestirse  ni  desnudarse  ni  ponerse  un  velo  sobre  la  cabeza;  lo 
otro,  porque  no  podía  escribir  en  tiempo  que  había  tanta  necesidad  de 
ello,  y  sabiendo  en  los  monesterios  que  estaba  de  esta  manera,  sentí- 
anlo mucho.  Llevábalo  todo  con  grandísima  paciencia  y  alegría.  Pre- 
guntóla una  hermana  que  si  no  tenía  muchas  ansias  de  comulgar, 
porque  había  un  mes  que  no  lo  había  hecho,  porque  no  estaba  para 
poderla  levantar.  Respondió  que  no,  que  estaba  tan  conforme  con  lo 
que  Nuestro  Señor  había  hecho,  que  no  sentía  más  que  si  comulgara 
cada  día. 

Tuvo  mucho  hastío  en  este  mal,  y  dijo  un  dís^  a  la  enfermera,  que 
le  parecía  que  comiera  bien  de  un  melón,  por  la  mucha  sequedad  que 
tenía  en  la  boca,  mas  que  si  no  le  había  en  casa,  que  no  le  fuesen 
a  buscar.  No  le  había  en  casa;  mas  como  había  mandado  que  no  le 
buscasen,  no  osaron  enviar  por  él,  aunque  vían  ia  necesidad;  y  dándola 
de  comer  sin  él,  era  tanto  su  hastío,  que  no  pudo  comer,  y  así  le 
quitaban  ya  la  comida  de  delante.  En  esto  llamaron  al  torno;  yendo 
a  responder,  hallaron  en  él  medio  melón,  y  no  hallaron  a  nadie  que 
le  pusiese,  ni  hasta  hoy  se  supo  quién,  y  así  se  puede  entender  que 
Nuestro  Señor  movió  alguna  persona  que  socorriese  la  necesidad  de 
su  sierva. 

Pasados  los  dos  años  dichos  de  esta  gran  persecución,  que  de 
otras  que  no  fueron  en  este  extremo,  más  fueron  de  quince  años  y  aun 


1  Le  ocurrió  este  percance  en  la  noche  de  Navidad  de  1577.  «Iba  la  Madre  a  completas 
con  su  luz  en  la  mano,  u  después  de  haber  subido  toda  la  escalera,  estando  para  entrar  en  el 
coro,  quedó  de  presto  como  desatinada  de  la  cabeza,  y  volvió  atrás,  \j  cayó  u  quebróse  el 
brazo  izquierdo.  Fué  grande  el  valor  que  tuvo  de  presente,  y  mayor  el  que  tuvo  después  con 
la  cura;  porque  pasó  mucho  tiempo  sin  haber  quien  se  le  concertase,  por  estar  a  la  sazón 
mala  una  mujer  de  cerca  de  Medina,  que  tenía  esta  gracia.  Y  como  no  pudo  venir,  envió 
a  decir  que  la  pusiesen  algunas  cosas,  entreta¡ito  que  ella  iba.  Y  ya  cuando  fué,  estaba  el 
brazo  añudado  y  manco.  Y  con  todo  eso  se  puso  en  sus  manos,  para  que  hiciese  lo  que 
quisiese,  con  el  deseo  que  tenía  de  padecer.  Para  esto  mandó  la  Madre  a  las  monjas  que 
se  fuesen  todas  al  coro  a  encomendarla  a  Dios,  y  quedóse  sola  con  la  mujer,  y  con  otra 
labradora  su  compañera.  Las  dos,  que  eran  grandes  y  de  muchas  fuerzas,  comenzaron  a 
tirarla  fuertemente  del  brazo,  hasta  hacer  dar  un  estallido  a  la  choquezuela  del  hombro,  como 
estaba  ya  el  brazo  añudado,  y  hiciéronla  pasar  intolerables  dolores.  En  éstos  estaba  ella  con- 
siderando el  que  Nuestro  Señor  había  sufrido  cuando  le  estiraron  los  brazos  en  la  cruz. 
Cuando  volvieron  las  monjas,  la  hallaron  como  si  no  hubiera  pasado  nada,  antes  muy  con- 
tenta, y  decía  que  no  quisiera  haber  dejado  de  pasar  aquello  por  todas  las  cosas  de  la  tierra. 
Duróle  harto  tiempo,  que  casi  no  le  pudo  menear,  y  en  fin,  quedó  manca  de  él,  y  en  toda 
su  vida  pudo  vestirse  ni  desnudarse,  ni  ponerse  un  velo  sobre  la  cabeza.  La  caída  fué  tal, 
y  tan  sin  pensar,  y  tan  sin  ocasión,  y  tan  grande,  que  todas  las  de  casa  tuvieron  por  cierto 
haber  sido  el  demonio  el  que  se  la  hizo  dar,  y  pareció  más  claro,  porque,  diciéndola  una  her- 
mana que  el  demonio  debía  de  haber  hecho  aquello,  respondió  la  Madre:  «Más  mal  quisiera 
aún  el  hacer,  si  le  dejaran*.  (Cfr.  Ribera,  lib.  IV,  c.  XVII). 


APÉNDICES  297 

veinte.  Mandó  el  Nuncio  que  estuviesen  sujetos  estos  monesterios  al 
Provincial  de  los  Calzados,  que  aquella  sazón  era  Fr.  Ángel  de  Salazar, 
y  así  él  comenzó  luego  a  visitar  los  monesterios.  Yendo  a  la  casa  de 
Salamanca,  halló  que  había  gran  necesidad  de  que  la  Santa  Madre 
fuese  allí  por  ciertos  pleitos  que  traían  sobre  la  compra  de  una  casa, 
y  envióla  obediencia  de  que  fuese  allí,  y  juntamente  la  mandó  que 
fuese  a  Valladolid,  porque  se  lo  había  pedido  mucho  la  señora  doña 
María  de  Mendoza,  que  esté  en  el  cielo,  al  P.  Fr.  ñngel,  que  se  lo 
mandase,  que  era  grande  la  devoción  que  esta  señora  la  tenía;  y  así 
se  partió  de  esta  casa  a  hacer  estas  dos  jornadas.  Llevó  consigo  una 
hermana  desta  casa,  que  la  trajo  por  compañera  hasta  que  murió,  y 
así  todo  lo  que  de  aquí  adelante  se  dijere,  es  ella  la  que  lo  dice 
como  testigo  de  vista,  que  anduvo  siempre  a  su  lado,  y  es  mujer  a 
quien  se  le  puede  dar  crédito,  porque  es  mucha  su  virtud  y  el  talento 
que  Dios  le  ha  dado  (1).  Sé  que  nuestra  Santa  Madre  la  tenía  en  mucho 
y  que  se  aconsejaba  mejor  con  ella  que  con  muchas  monjas  del  coro, 
porque  es  ella  una  freila.  Yo  la  he  tratado  muchos  años  y  sé  harto 
de  su  conciencia,  y  me  hace  harto  alabar  a  Dios  oiría  y  ver  lo  que 
Dios  ha  puesto  en  esta  alma.  Yo  creo  que  no  dejarán  de  salir  algunas 
cosas  suyas  a  luz,  a  su  tiempo,  para  gloria  de  Nuestro  Señor.  He 
dicho  estas  razones,  porque  se  entienda  que  todo  lo  que  agora  se  dijere, 
es  de  testigo  de  vista  y  persona  a  quien  podemos  dar  crédito. — María 
de  San  Jerónimo   (1). 

Saliendo,  pues,  nuestra  Santa  Madre  de  esta  casa  de  San  Joseph  de 
Avila  para  la  jornada  que  queda  dicha,  diéronla  por  su  compañía  un 
sacerdote  de  los  más  contrarios  que  ella  tenía,  y  que  andaba  con 
harto  cuidado  para  mirar  todo  lo  que  ella  hacía  y  contradecir  sus 
cosas.  Ella  recibió  esta  compañía  como  de  la  mano  de  Dios;  como 
vía  que  la  venía  por  la  obediencia,  fué  con  un  amor  y  beneplácito  trac- 
tando  con  este  Padre  por  el  camino,  que  nos  hacía  alabar  a  Dios,  y 
no  sólo  le  regalaba  con  lo  que  podía,  mas  como  a  amigo  le  daba  las 
imágenes  y  estampas  que  ella  tenía  para  su  regalo,  y  le  decía:  xMirc, 
mi  Padre,  si  le  contenta  otra  cosa  de  lo  que  yo  traigo,  que  se  lo 
daré  de  muy  buena  voluntad».  Dióle  una  imagen  del  Espíritu  Santo, 
que  ella  quería  mucho  y  no  la  había  querido  dar  a  otras  personas,  y 
díjole  que  por  lo  mucho  que  le  quería  se  la  daba.  Había  un  monesterio 
cerca  de  este  camino  que  iba,  y  sabiendo  la  Santa  Madre  que  las  per- 
sonas de  este  monesterio  le  eran  contrarias,  pidió  a  este  sacerdote  que 
la  llevaba,  que  se  fuesen  por  allí  aunque  rodeaban  alguna  legua;  él 
sabía  bien  la  contradicción  que  en  esta  casa  tenían  con  ella,  y  viendo 
la  humildad  con  que  ella  lo  pedía,  se  lo  concedió.  Llegando  a  la  casa 
y  nombrando  a  la  Santa  Madre  que  está  allí,  a  mi  parecer,  que  se  tur- 
baron los  que  en  ella  estaban,  porque,  aunque  anduvimos  buen  rato 
por  ella,  no  parecía  criatura.  La  Santa  Madre  los  llamó,  y  viniendo 
donde  ella  estaba,  los  abrazó  a  cada  uno  de  por  sí,  mostrándolos  tanto 
amoi,    que    parecia    los    quería    meter    en    su    alma.    Estuvo    aquí    desde 


1  Venerable  Ana  de  San  Bartolomé. 

2  La  firma  e:s  autógrafa.   £1  Códice  continúa  luego   con  la  misma  letra  la  relación  de  la 
V.  Ana  de  San  Bartolomé,  recogida  por  María  dv;  San  Jerónimo. 


298  APÉNDICES 

hora  de  misa  hasta  la  tarde  con  esta  alegría  y  beneplácito.  Cuando  se 
hubo  de  ir,  salieron  acompañándola  fuera  del  lugar.  Decían  les  hacía 
ternura  y  soledad  verla  ir  tan  presto  y  mostraban  tener  harta  confusión 
de  la  santidad  que  veían  en  ella.  Al  Padre  que  iba  con  ella  le  pesó 
harto  cuando  vía  que  se  acababa  la  jornada  del  camino,  porque  iba 
ya  tan  devoto  y  aficionado  a  la  Santa  Madre,  que  la  dijo  mirase  si 
quería  servirse  del  para  pasar  más  adelante,  que  le  sería  mucho 
regalo. 

Otras  muchas  personas  vi  muy  contrarias  a  la  buena  opinión  que 
se  podía  tener  de  sus  cosas,  y  en  sabiéndolo  la  Santa  Madre,  los  bus- 
caba si  estaban  en  parte  donde  los  podía  haber,  y  trataba  con  ellos  lo 
que  le  parecía  les  hacía  más  durar,  y  quedaban  tan  llanos  y  satis- 
fechos, que  era  para  alabar  a  Dios.  Espantábanse  mucho  los  que  la 
acompañaban  por  los  caminos  de  ver  los  trabajos  e  infortunios  que 
se  nos  ofrecían,  que  a  ellos  les  hacía  desmayar  g  ver  a  la  Santa  con 
tan  buen  ánimo  en  todo,  y  alentallos  como  si  no  pasara  por  ella  mal 
ninguno.  Algunos  días  caminaba  siendo  todo  el  día  de  agua  o  nieve 
y  sin  hallar  poblado  en  algunas  leguas,  ni  llevar  alguna  defensa  para 
no  se  mojar,  y  llegaba  a  la  noche  algunas  posadas  donde  no  había 
lumbre  ni  con  qué  la  hacer,  ni  qué  comer,  y  el  abrigo  de  la  cama 
y  aposento  donde  estaba,  era  verse  el  cielo,  y  el  agua  que  caía  del 
entraba  en  el  mesmo  aposento,  y  acaecíale  algunas  veces  tener  los 
vestidos  calados.  De  esta  manera  y  otras  semejantes,  la  vi  andar  por 
los  caminos,  y  con  tanto  espíritu  y  alegría,  que  parecía  que  se  iba 
deleitando  en  padecer.  Y  bien  mostraba  esto,  porque  nunca  reparaba, 
por  mal  tiempo  que  hiciese,  en  dejar  de  proseguir  sus  caminos  con 
todas  las  enfermedades  que  tenía.  Decía  a  los  que  iban  con  ella  en 
tales  tiempos:  «Tengan  mucho  ánimo,  que  estos  días  son  muy  ricos 
para  ganar  el  cielo».  Respondió  el  que  iba  con  ella,  que  debía  de  Ir 
bien  trabajado:    «También  me  le  ganaba  yo  dende  mi  casa». 

Aconteció  llegar  a  una  posada  una  noche  de  las  dichas,  bien  nece- 
sitada de  abrigo,  porque  de  la  mucha  humedad  de  los  vestidos  le  había 
dado  mal  de  hijada  y  perlesía;  y  estando  yo  con  ella  y  viéndola  con 
grandes  temblores,  salí  a  buscar  lumbre  para  calentarla  un  paño. 
Viendo  esto  una  persona  de  bien  que  estaba  en  la  posada,  empenzó  a 
decir  muchos  baldones  sobre  la  Santa  Madre  y  cosas  que  parecía  le 
movía  el  demonio,  porque  de  personas  semejantes  no  se  podía  creer  tal, 
porque  era  un  religioso;  sino  que  lo  debía  Dios  de  ordenar  para  que 
la  Santa  padeciese,  y  con  todo  su  mal  lo  llevó  con  mucha  alegría  u 
conformidad,  pareciéndole  no  merecía  ella  oir  otras  cosas  de  sí. 

Llegando  un  día  a  un  lugar  que  se  llama  La  Puebla,  en  la  Mancha, 
era  día  de  la  Encarnación,  y  fuese  a  apear  a  la  iglesia  para  oir  misa 
y  comulgar;  y  viéndola  los  de  la  iglesia,  dijeron  que  aquella  mujer 
parecía  que  traía  malos  pasos,  que  sería  bien  prendella;  y  como  la 
vieron  recibir  el  Santísimo  Sacramento,  llegáronse  a  ella  muy  escan- 
dalizados; que  cómo  y  cómo  había  comulgado,  que  primero  que  de  allí 
saliese  harían  probanza  de  quién  era.  A  la  Santa  Madre  le  dio  mucho 
gozo  de  ver  la  opinión  en  que  la  tenían,  y  así  no  les  respondió  cosa 
alguna. 

Aquí  pasó  tanto  en  el  alboroto  que  hubo  en  la  Iglesia,  que  no  es 


APÉNDICES  299 

nada  lo  que  se  puede  decir,  sigún  lo  que  yo  vi,  y  había  grandes 
fiestas  que  tenían  para  aquel  día,  porque  era  la  vocación  de  la  igle- 
sia; y  todo  estuvo  suspenso,  porque  todos  estaban  tan  alborotados, 
hasta  averiguar  qué  gente  era  ésta,  que  no  estaban  para  entender  en 
fiesta  ninguna.  Y  a  tanto  llegó  este  alboroto,  que  fué  menester  que  la 
Santa  Madre  y  las  que  veníamos  con  ella  nos  metiésemos  en  el  coche 
para  que  no  nos  viesen,  aun  antes  que  comiésemos  bocado;  y  a  no 
traer  entonces  la  compañía  que  traía,  que  era  el  P.  Fr.  Antonio  de 
Jesús,  que  le  conocían  por  aquellas  tierras,  pasara  la  turbación  más 
adelante,  y  con  cuantas  satisfacciones  él  les  daba,  dijeron  que  querían 
enviar  un  hombre  con  ellas  para  ver  dónde  iban^  y  a  todas  estas  cosas 
nunca   la    Santa    Madre    respondió    cosa. 

JVIuchas  veces  la  vi  en  ocasiones  semejantes,  o  otros  trabajos  que 
se  le  ofrecían  por  los  caminos  darle  tanto  ánimo  el  padecer,  que  aunque 
venía  mala,  parecía  quedaba  buena  y  que  aquello  la  daba  la  salud. 
Yendo  una  vez  a  Malagón,  y  habiendo  llevado  muy  mal  camino  y  malas 
noches,  llegó  tan  mala,  que  le  parecía  no  tenía  cosa  en  todo  su  cuerpo 
que  no  la  doliese  y  que  no  estaba  para  menearse  de  una  cama;  y 
llevando  intento  de  pasar  las  monjas  de  una  casa  en  que  estaban  a 
otra  nueva,  dijéronle  los  oficiales  en  llegando,  que  más  de  medio 
año  era  menester  labrar  antes  que  se  pudiesen  pasar  a  ella.  Y  dióle 
esto  pena  a  la  Santa  A\adre,  y  en  amaneciendo  otro  día,  porque  el 
que  llegamos  era  ya  muy  tarde,  fuimos  a  ver  la  casa  y  vió  que  era 
verdad  lo  que  los  oficiales  decían;  y  con  todo  esto  dijo  que  se  había 
de  hacer  de  manera  que  para  la  Concepción  se  pasasen  las  monjas, 
y  esto  era  día  de  Santa  Catarina  Mártir  (1). 

Espantáronse  los  oficiales  cuando  tal  oyeron  por  parecerles  impo- 
sible, y  aun  yo  me  espantaba  también  de  haberla  visto  la  noche  antes 
tan  mala  y  inhabilitada  de  sus  miembros,  y  de  verla  que  parecía  no 
tenía  mal  según  el  ánimo  y  aliento  que  mostraba.  Hl  fin  se  dio  tan 
buena  maña,  que  se  acomodó  la  casa  como  quería  para  el  día  dicho, 
y  hízose  con  mucha  solemnidad  del  pueblo  y  de  todas  las  aldeas. 
Fueron  las  monjas  en  procesión  con  el  Santísimo  Sacramento.  En  todo 
este  tiempo  que  se  acomodó  la  casa,  anduvo  la  Santa  Madre  desde 
que  amanecía  hasta  las  medias  noches  con  los  oficiales,  y  la  primera 
que  tomaba  la  espuerta  y  la  escoba  era  ella,  y  a  las  once  de  la 
noche,  que  se  iba  a  descansar,  rezaba  el  Oficio  divino.  Y  después  de 
venidas  las  monjas  y  la  priora,  las  pedía  perdón  de  las  faltas  y  de 
lo  que  no  estuviese  tan  a  su  gusto,  y  así  se  postraba  a  sus  pies 
como  si  fuera  la  menor  de  todas.  En  todo  nos  daba  gran  ejemplo  de 
humildad;  si  algunas  veces  mandando  hacer  algunas  cosas,  o  siendo 
necesario,  reprender  otras,  y  vía  que  lo  tomaban  no  tan  bien  y  que 
les  duraba  algún  día  la  pena,  iba  a  aquella  hermana  que  estaba  de 
esta  arte  y  la  pedía  perdón,  echándose  a  sus  pies  y  diciendo  que  no 
había  mirado  lo  que  había  dicho,  que  la  perdonase.  Era  muy  amiga 
de  pedir  a  todas  parecer  en  cualquier  cosa  que  hiciese. 

Pues  estándose  en  esta  casa  dicha,  y  habiéndose  acabado  de  aco- 
.noda:  el  mesmo  día  de  la  Concepción,  en  la  noche  le  tornó  el  mesrao 


Día  25  de  Noviembre. 


300  APÉNDICES 

mal  y  tullimiento  en  los  huesos,  y  dolores,  que  parecía  no  tenía  cosa 
sana,  ni  más  ni  menos  que  lo  que  tuvo  cuando  llegó  del  camino; 
que  se  vio  bien  notablemente  se  lo  había  Dios  quitado  porque  tenía 
que  hacer,  y  luego  se  lo  volvió.  Llegando  la  Pascua,  fué  tanto  su 
espíritu  y  gozo,  que  a  todas  nos  le  pegaba,  y  como  ya  estaba  algo 
mejor  y  levantada,  fué  al  coro  y  dijo  una  lición  y  erró  un  poco  en 
ella,  y  por  esto  se  postró  en  medio  del  coro,  y  fueron  tantas  las 
lágrimas   de   las   hermanas,   que   algunas   no   pudieron   decir   nada. 

Y  como  ya  tenía  Nuestro  Señor  otro  trabajo  aparejado  en  que  la 
ejercitar,  fuéla  dando  más  salud,  y  así,  antes  que  llegasen  Carnesto- 
lendas, vino  allí  el  P.  Fr,  Antonio  de  Jesús  y  el  P.  Fr.  Gabriel  de 
la  Asunción  para  llevarla  a  la  fundación  de  Villanueva  de  la  Jara, 
y  como  estos  Padres  eran  tan  cognocidos  por  toda  la  Mancha,  en  todos 
los  lugares  que  llegaban  con  nuestra  Santa  Madre,  era  tanta  la  gente 
que  cargaba  a  verla,  que  no  nos  podíamos  revolver.  Llegamos  a  un 
lugar  que  llamaban  Robledo,  y  en  oyendo  misa  y  comulgando  la 
Santa  Madre,  lleváronnos  los  Padres  en  casa  de  una  su  devota  a 
comer.  Era  una  dueña  muy  honrada  y  aficionada  a  las  cosas  de  la 
virtud,  y  así  hizo  muy  buen  recogimiento  a  la  Santa  Madre  y  a  su 
compañía.  Cargó  tanta  gente,  que  fué  necesario  que  pusiesen  dos  al- 
guaciles a  la  puerta  para  que  nos  dejasen  comer;  porque  fué  de  ma- 
nera, que  por  las  paredes  entraban  y  nada  bastaba,  y  fué  menester 
encarcelar  alguna  gente  para  que  pudiésemos  salir,  que  toda  su  ansia 
era  por  ver  a  la  Madre,  que  hablalla  no  había  remedio.  Por  esta 
misma  ocasión,  en  otro  lugar  cerca  de  este  donde  a  la  entrada  hubo  el 
mismo  concurso  de  gente,  procuró  la  Santa  Madre  que  otro  día  saliese-, 
mos  tres  horas  antes  que  amaneciese  por  librarse  de  la  gente.  En 
saliendo  del  lugar,  se  quebró  el  coche,  y  como  era  de  noche,  no  se 
echó  tanto  de  ver  lo  que  se  había  hecho,  y  así  anduvimos  tres  leguas 
hasta  llegar  al  lugar,  que  cuando  amaneció  y  vimos  lo  que  pasaba, 
nos  espantamos  cómo  había  sido  posible  poder  caminar  con  él,  y 
así  decía  quien  iba  con  la  Santa  Madre  que  parecía  milagro. 

La  devoción  de  todos  estos  lugares  fué  muy  grande,  y  así,  sabien- 
do en  otro  que  la  Santa  Madre  había  de  pasar  por  allí,  estaba  allí 
un  labrador  muy  rico;  en  casa  de  éste  la  tenían  aparejado  gran  cola- 
ción y  comida,  y  juntó  sus  hijos  yernos  que  los  trajo  de  otros  lugares 
para  que  les  echase  la  bendición.  Y  no  paró  en  esto  la  devoción 
de  esta  buena  gente,  sino  que  el  ganado  también  tenían  junto  para 
que  le  bendijese.  Llegando  la  Madre  Santa  aquí,  no  quiso  detenerse 
ni  apearse  por  más  que  se  lo  importunaron,  y  así  trajo  toda  su 
gente  para  que  allí  la  hablasen  y  los  bendijese  a  todos,  y  dende  aquí 
nos  fuimos  luego. 

Antes  que  llegásemos  a  Villanueva,  había  un  monesterio  de  nues- 
tros frailes,  que  habíamos  de  pasar  por  allí  (1).  Ellos,  como  supieron  que 
la  Santa  Madre  llegaba,  saliéronla  a  recibir  en  procesión  buen  trecho 
antes  que  llegásemos  al  monesterio,  y  como  era  un  campo  raso,  y  ellos 
que    debían    de    venir    con    harto    espíritu,    pegábanle    a    quien    los    vía. 


La  Roda,  célebre  en  los  primeros  años  de  la  Descalcez. 


APÉNDICES  301 

Decía  la  Santa  Madre  que  le  había  sido  mucho  consuelo  el  verlos, 
porque  le  habían  representado  los  santos  del  Yermo  de  nuestra  Orden. 
Llegaron  todos  de  rodillas  a  pedirla  la  bendición  y  la  llevaron  en 
procesión  a  la  iglesia.  El  tiempo  que  aquí  se  detuvo,  como  se  supo  por 
aquellos    lugares    alrededor,    venía    mucha    gente    a    verla. 

De  aquí  nos  partimos  para  Villanueva  de  la  Jara,  y  buen  rato  antes 
que  llegásemos  al  lugar,  salieron  muchos  niños  con  gran  devoción  a 
recibir  a  la  Santa  Madre,  y  en  llegando  al  carro  donde  ella  iba,  se 
arrodillaba,  y  que  descaperuzados  iban  delante  de  ella,  hasta  que  lle- 
garon a  la  iglesia,  a  donde  nos  apeamos;  y  como  lo  que  toca  a  esta 
fundación  la  Santa  JVladre  lo  tiene  escrípto,  no  diré  yo  aquí  mas  de 
como  se  hubo  con  aquellas  beatas  que  estaban  en  aquella  casa.  Hecho 
el  monesterio,  andaba  en  los  oficios  como  las  demás;  y  aunque  no  se 
podía  aprovechar  de  más  de  una  mano,  barría  y  servía  en  refitorio  y 
andaba  lo  que  podía  en  la  cocina.  Quedándose  un  día  fuera  del  re- 
fitorio con  un  oficial  que  hacía  un  torno  para  un  pozo  (1),  que  era  bien 
grande,  cayóscle  al  oficial  y  dio  sobre  la  Santa  Madre  y  derribóla 
en  el  suelo.  Quedóse  él  como  pasmado,  que  no  tuvo  ánimo  para  levan- 
tarla; ella  se  levantó  con  un  aliento  y  ánimo  como  si  no  se  hubiera 
hecho  nada.  Decían  había  sido  milagro  no  la  haber  muerto,  y  la  parte 
del  cuerpo  que  la  cogió  el  torno  se  le  oaro  negro;  era  víspera  de  San 
José,  y  así  echamos  al  Santo  el  haberla  guardado. 

De  aqui  nos  venimos  a  Toledo;  andaba  con  tanto  agradecimiento 
por  los  caminos,  que  todos  gustaban  de  acompañarla.  La  orden  que 
en  ellos  traía:  lo  primero  era  oír  misa  y  comulgar  cada  día,  que  esto 
por  más  priesa  que  hubiese  nunca  lo  dejaba;  traía  siempre  agua 
bendita  y  su  campanilla  para  tañer  a  silencio  y  la  tañíamos  a  su  hora; 
ya  sabían  los  que  iban  allí  que  lo  habían  de  guardar  en  tañendo. 
Traía  su  relox  para  tomar  las  horas  de  oración,  y  cuando  tañíamos  al 
salir  de  oración  o  silencio,  no  había  más  que  ver,  cuando  iban  algunos 
mozos,  la  fiesta  que  hacían  y  el  alegría  que  les  daba  el  poder  ya  hablar, 
y  siempre  tenía  la  Santa  cuidado  de  nuc  en  estos  tiempos  les  diesen 
algo  que  comer  por  lo  bien  que  lo  habían   hecho  en  callar. 

Era  muy  afable  a  todos  los  que  la  tractaban.  Algunas  veces  venían 
algunas  personas  a  hablarla  con  intento  de  si  la  podían  coger  algo,  no 
creyendo  lo  que  della  oían.  Ella  les  hablaba  en  su  lenguaje  acostum- 
brado, que  era  tractar  cosas  donde  las  almas  saliesen  con  ganancia,  y 
así  lo  salieron  éstas,  que  viniendo  dos  mancebos  con  la  intención  dicha, 
antes  que  de  con  ella  se  quitasen,  los  tocó  Nuestro  Señor  y  le  confe- 
saron su  culpa,  diciendo  con  el  intento  que  habían  venido;  en  fin, 
cuando  ellos  se  fueron,  iban  muy  mudados  de  como  habían  venido. 

Era  muy  piadosa  con  los  subditos  humildes  y  subjectos  a  la  obe- 
diencia, y  muy  rigurosa  con  los  que  mostraban  libertad;  no  era  amiga 
de  gente  triste,  ni  lo  era  ella,  ni  quería  que  los  que  iban  en  su 
compañía  lo  fuesen.  Decía:  «Dios  me  libre  de  santos  encapotados». 
Sacaba  pláticas  de  Dios  por  los  caminos,  de  suerte  que  los  que  suelen 
ir    jurando    y    traveseando,    gustaban    más    de    oírla    que    de    todos    los 


1      Consérvase  aún  el  pozo  en  un  patio  del  Convento. 


502  APÉNDICES 

placeres  del  mundo;  que  así  se  lo  oí  yo  decir  a  ellos.  Siempre  en  los 
caminos  era  la  primera  que  despertaba  a  todos  y  la  postrera  que  se 
sosegaba   de   noche. 

Yendo  a  una  fundación,  había  gran  necesidad  de  agua  por  aquella 
tierra,  y  los  que  iban  con  la  Santa  /Aadre,  pidiéronla  mucho  que  supli- 
case a  Nuestro  Señor  les  diese  agua.  Ella  hizo  que  todas  las  hermanas 
que  iban  allí  dijesen  una  letanía,  y  así  la  dijeron  luego  todas,  y  antes 
que  se  acabase,  comenzó  a  llover,  y  toda  esa  noche  llovió  mucho. 
Luego  dijo  que  cantasen  un  Te  Deum  dando  gracias  a  Nuestro  Señor 
por  la  merced  que  les  había  hecho  en  darles  agua.  Hízoles  tanta  de- 
voción esto  a  los  que  iban  allí,  que  lloraban  de  ver  que  lo  que  habían 
pedido  a  la  Santa  que  les  alcanzase,  en  tan  poco  espacio  lo  habían 
visto  cumplido;  y  desto  y  otras  cosas  hartas  que  la  acaecían,  estaba 
tan  lejos  de  vanagloria,  que  la  oí  yo  decir  que  en  su  vida  había  tenido 
que  confesar  de  este  pecado. 

Y  porque  se  vea  las  diferencias  que  hace  el  mundo,  otro  día,  lle- 
gando a  otro  lugar,  salía  alguna  gente  y  decía  [cosas]  amargas  de 
ellas,  que  las  llevan  presas  a  la  Inquisición;  y  juzgaban  esto,  porque 
entre  las  personas  que  iban  con  la  Santa  Madre  en  este  camino,  iba 
un  alguacil  con  su  vara,  que  era  del  Obispo  de  Osma,  que  había  en- 
viado por  la  Santa  Madre  para  la  fundación  de  Soria.  Cuando  llegó, 
estaba  él  aguardándola,  puesto  a  una  ventana,  de  donde  nos  echó 
la  bendición;  y  porque  ella  tiene  escripia  esta  fundación  de  Soria, 
no  diré  yo  aquí  nada  de  ella;  y  dende  aquí  se  fué  al  convento  de 
esta  casa  de  San  José  de  Avila  (1). 


1  Lo  misma  copistp,  si  bien  con  letra  más  grande  u  gruesa,  continúa  trasladando  lo  res- 
tante de  esta  Relación,  que  ya  queda  publicado  en  las  páginas  232  a  241,  hablando  de  los  últi- 
mos días  de  Santa  Teresa. 


flPKNDICBS  303 


LVl 


DEPOSICIÓN     DF.     Lfl     H.a     TERESA     DE     JESÚS,     SOBRINA     DE     Lfl     SHNTfl    EN     EL     PRO- 
CESO   DE    flVILñ     (1596)     (1). 


1.8  fl  la  primera  pregunta.— Siendo  preguntada  si  conoció  a  la  Ma- 
dre Teresa  de  Jesús,  y  si  conoció  a  sus  padres,  y  dónde  era  natural,  y 
quiénes  fueron  sus  padrinos,  y  dónde  se  bautizó,  dijo:  esta  decla- 
rante es  sobrina  de  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  hija  de  her- 
mano, y  que  la  conoció,  trató  y  comunicó  por  tiempo  de  ocho  años,  en 
veces,  las  que  la  Santa  Madre  vino  a  esta  casa,  a  la  cual  acompañó 
desde  Sevilla  hasta  la  casa  de  San  José  de  Rvila,  y  de  ella  salió 
en  su  compañía  a  cabo  de  algunos  días  (o  años),  a  la  fundación 
de  Burgos,  y  en  el  último  año  en  que  la  Santa  Madre  murió,  siempre 
anduvo  en  su  compañía,  y  se  halló  a  su  muerte  en  la  villa  de  ñlba 
cuando  murió;  y  sabe  que  fué  natural  de  ñvila,  y  que  su  padre  se  llamó 
Rlonso  Sánchez  de  Cepeda,  y  su  madre  Doña  Beatriz  de  Ahumada, 
y  ha  entendido  que  a  los  veinte  años  y  medio  de  su  edad  tomó  el 
hábito  en  la  Encarnación  (2),  día  de  los  difuntos,  y  que  vivió  en  la 
Religión  47  años;  los  27  en  la  Encarnación,  y  los  20  postreros  en 
esta   Orden   de  Descalzas  que  ella   fundó. 

2.a  R  la  segunda,  siendo  preguntada  si  sabe  que  la  Madre  Teresa 
de  Jesús  fuese  mujer  de  grande  espíritu  y  de  mucha  oración  y  que  por 
medio  de  ella  tuvo   gran   trato  con   Dios  Nuestro   Señor,   dijo:    que  lo 


1  De  entre  las  numerosas  informaciones  que  de  los  Procesos  de  canonización  de  la  Santa 
tenemos  en  nuestro  poder  para  publicarlos  algún  día,  si  Dios  es  servido,  reproducimos  hoy 
las  dos  siguientes  Declaraciones  de  la  hija  de  D.  Lorenzo  de  Cepeda,  Teresa  de  Jesús,  así 
pot  traer  muchos  pormenores  referentes  a  la  vida  de  su  santa  tía,  como  por  hablar  larga-- 
mente  del  convento  de  S.  José  de  Avila.  Una  y  otra  están  tomadas  del  Proceso  incoado  en 
Avila,  que  en  dos  abultados  tomos  se  guarda  hoy  en  el  palacio  episcopal  de  aquella  ciudad. 
Esta  primera  declaración  es  de  22  de  Enero  de  1596,  hecha  al  arcediano  de  Avila,  D.  Pedro 
de  Tablares,  Juez  apostólico,  delegado   para  ello. 

Nació  la  sobrina  de  la  Santa  en  Quito,  año  de  1566.  Conoció  a  la  Santa  en  Sevilla 
cuando  en  Agosto  de  1575,  después  de  haber  desembarcado  con  su  padre  D.  Lorenzo  en 
Sanlúcar  de  Barrameda,  se  dirigió  a  la  capital  andaluza,  donde  su  tía  estaba  procurando  una 
fundación  de  Descalzas.  Teresita  entró  con  su  hábito  seglar  en  el  convento  de  Sevilla,  cuando 
contaba  cerca  de  nueve  años,  y  de  allí  pasó  a  S.  José  de  Avila  para  comenzar  su  novi- 
ciado en  Julio  de  1576.  Acompafió  a  la  Santa  en  la  fundación  de  Burgos,  y  de  aquí  salie- 
ron con  intención  de  ir  a  Avila  para  que  hiciera  la  profesión  en  aquella  casa.  La  muerte 
de  Santa  Teresa  la  retrasó  hasta  el  5  de  Noviembre  de  1582.  En  S.  José  desempetló  diversos 
oficios  con  gran  edificación  de  todas.  Murió  el  10  de  Septiembre  de  1610,  a  la  edad  de 
cuarenta  y  tres  años.  La  Relación  de  1596  es  mucho  menos  importante  que  la  de  1610,  pero 
como  en  ésta  hace  referencia  a  menudo  a  la  primera,  publicamos  las  dos,  aun  a  trueque  de 
repetir  algunos  párrafos. 

2  Ya  dijimos  en  la  página  92,  que  la  Santa,  al  entrar  en  la  Encarnación,  tenía  veintiún 
afios  siete  meses  u  seis  días. 


309  APÉNDICES 

que  esta  declarante  pudo  conocer  del  tiempo  que  la  trató  y  lo  que 
después  oía,  y  antes  ha  entendido  y  oído  a  personas  religiosas  de 
esta  Orden  y  otras,  es  haber  sido  una  alma  de  las  más  ejercitadas 
y  señaladas  que  ha  habido  en  nuestros  tiempos  en  la  oración,  en  la 
cual  recibió  grandísimas  mercedes  y  favores  de  Su  Majestad,  con 
grande  presencia  y  comunicación  suya  y  aumento  de  virtudes;  e  ansí, 
en  los  últimos  años  de  su  vida,  estaba  ya  tan  llegada  a  Dios  y  tan 
habituada  a  las  cosas  espirituales,  que  ansí  parecía  no  vivir  ya  sino 
en  lo  exterior,  y  eran  cosas  tan  levantadas  las  que  en  su  alma  pasa- 
ban, que  no  eran  comunicables,  y  decía  le  faltaba  tiempo  para  de- 
cirlas; y  ansí  no  le  gastaba  ya  en  tratar  de  ellas  como  solía,  porque 
su  espíritu  gozaba  ya  de  gran  tranquilidad  y  sosiego,  y  con  este 
alivio  padecer  (aia)  los  grandes  trabajos  que  en  la  fundación  de  Bur- 
gos se  le  ofrecieron.  Tenía  una  afabilidad  extraña;  en  toda  ella  mos- 
traba un  ser  más  que  humano  y  una  sencillez  y  nobleza,  que  decía 
algo  con  aquella  primera  inocencia.  Tenía  gran  devoción  con  los  san- 
tos; recibió  por  intercesión  de  ellos  grandes  favores  de  Dios;  y  apa- 
rcciéndolc  algunas  veces  y  hallándola  esta  declarante  un  día  en  so- 
ledad y  muy  recogida,  viniendo^  a  plática,  la  dijo  del  favor  que  Santa 
Clara  la  hacía,  y  que  apareciéndosele,  la  había  animado  a  que  prosi- 
guiese en  fundar  estos  monasterios,  que  ella  la  ayudaría,  y  harían 
bien,  dondequiera  que  estuviesen,  los  de  sus  monjas.  Esto  se  ha  visto 
bien  cumplido,  ansí  en  Burgas  y  en  Palencia  y  en  esta  ciudad,  a  las 
cuales  ayudaron  en  sustentar  en  sus  principios  las  de  la  Orden  de 
Santa  Clara. 

Hizo  grandísimo  provecho  a  muchas  personas,  ansí  para  que  sa- 
liesen de  pecados  graves  como  para  que  otras  se  adelantasen  mucho 
en  virtud  y  oración,  por  medio  de  la  suya  y  de  su  comunicación; 
e  a  esto  de  que  se  aprovechasen  las  almas  se  inclinaba  mucho  su  espí- 
ritu; y  desde  que  era  de  poca  edad,  comenzó  a  hacer  fruto  en  per- 
sonas que  trataban  con  ella,  y  este  fruto  ha  sido  hasta  hoy  día  en 
tantas  personas,  que  no  se  le  puede  poner  número  fácilmente.  Tenía 
mucha  luz  para  conocer  espíritus  y  modos  de  oración,  y  algunas  ve- 
ces lo  entendía  sin  decirla  nada,  y  otras  cosas  que  naturalmente  era 
imposible  saberlas,  si  no  era  con  espíritu  de  profecía.  Y  sabe  esta 
declarante  que  le  tuvo  conocidamente,  y  que  algunas  cosas  que  Nues- 
tro Señor  le  reveló  o  dijo^  se  vieron  cumplidas  antes  y  después  de  su 
muerte,  y  que  muchas  de  las  vis'ones  que  tuvo,  pertenecieron  a  este 
espíritu.  Era  devotísima  del  Santísimo  Sacramento;  recibíale  aún  desde 
que  estaba  en  la  Encarnación  cada  día,  o  los  más,  por  orden  de 
sus  confesores,  con  grande  fe,  sentimiento  y  reverencia  y  provecho; 
G  muchas  de  las  revelaciones  que  tuvo  fueron  queriendo  comulgar  o 
después  de  haber  comulgado;  quedaba  su  alma  que  se  deshacía  de 
amor  y  gozo;  otras  en  lágrimas;  y  de  éstas  acaeció  a  esta  decla- 
rante verla  como  echando  fuego  de  su  rostro,  y  con  hacer  en  ella  ad- 
mirables efectos,  y  tener  gran  hambre  de  recibirle,  tenía  tanto  rendi- 
miento, que  si  por  mortificarle  la  quitaban  la  comunión,  o  no  había 
oportunidad  para  recibirla,  aunque  fuera  por  algunos  días,  lo  pasaba 
con  mucha  conformidad,  y  conocimiento  de  su  indignidad  y  buen  celo 
de  los  que  se  la  quitaban. 


APÉNDICES  305 

3.a  En  la  tercera  pregunta  dijo:  que  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús  fué  la  que  dio  principio  a  la  Orden  que  llaman  de 
Carmelitas  Descalzas,  y  que  lo  que  la  movió  para  este  principio  fué, 
como  tiene  dicho,  la  gloria  de  Dios  Nuestro  Señor  y  bien  de  las 
almas,  y  del  deseo  entrañable  que  Dios  le  dio  desde  que  se  comen- 
zó a  dar  de  veras  a  la  oración  de  hacer  obras  de  mucho  servicio  suyo 
y  honra  y  gloria  y  de  provecho  para  las  almas,  y  el  pretender  vivir  y 
hacer  que  viviesen  las  gentes  donde  con  más  encerramiento,  y  peni- 
tencia y  pobreza  pudiesen  guardar  lo  que  había  prometido,  no  tratando 
de  Religión  nueva,  sino  de  renovar  la  antigua  suya  mitigada,  y  emplear 
ella  y  las  que  la  siguiesen  toda  su  vida  y  oración  en  rogar  por  el 
aumento  de  la  Iglesia  católica  y  destrucción  de  las  herejías;  las 
cuales,  y  en  especial  las  de  Francia,  le  daban  tanta  pena,  que  le  parecía 
que  mil  vidas  pusiera  para  remedio  de  una  alma  de  las  muchas  que 
allí  se  perdían;  y  viéndose  mujer  inhabilitada  para  aprovecharles  en 
lo  que  quisiera,  determinó  hacer  esta  obra  para  hacer  guerra  con  las 
oraciones  y  vida  suya  y  de  sus  religiosas  a  los  herejes,  y  ayudar  a 
los  católicos  con  ejercicios  espirituales  y  continua  oración.  Decía  le  daba 
gran  gozo  ver  una  iglesia  más  en  que  estuviese  el  Santísimo  Sa- 
cramento. 

Acuérdase  haber  oído  decir,  ansí  a  la  Santa  Madre,  como  a  otras 
personas,  y  en  particular  a  una  religiosa  que  se  llamaba  Isabel  de 
San  Pablo,  supriora  que  fué  de  esta  casa  de  las  Descalzas  de  ñvila 
y  contemporánea  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  cuando  estaba 
en  la  Encarnación,  que  ya  es  muerta  y  habrá  que  murió  quince  años, 
poco  más  o  menos,  que  diversas  veces  le  ordenó  y  mandó  Nuestro 
Señor  en  la  oración  el  comenzar  y  proseguir  la  fundación  de  estos 
monasterios  con  particulares  favores  y  ayuda  suya,  como  se  ve  en  el 
aumento  con  que  ha  ido  esta  Religión  de  Monjas  y  Frailes,  sin  trazas 
ni  favores  humanos.  Vese  esto  claro  porque  ella  le  dio  principio  a  los 
Religiosos  Descalzos,  y  esto  le  costó  muchas  y  fervorosas  oraciones, 
y  con  sus  vivas  razones  alcanzó  licencia  del  P.  Generalísimo;  y  al- 
canzada, dábale  gran  cuidado  no  entender  hubiese  fraile  en  la  Pro- 
vincia de  los  Calzados  que  le  pudiese  ayudar  a  ponerlo  por  obra,  ni 
seglar  que  quisiese  hacer  tal  comienzo  de  vida  y  religión;  y  ansí  no 
hacía  sino  suplicar  a  Nuestro  Señor  que  siquiera  una  persona  deputase. 
Púsose  a  tratarlo  con  un  Padre  que  era  Prior  de  los  Carmelitas  miti- 
gados de  Medina,  y  con  otro  Padre,  que  se  llamaban,  el  primero  Fray 
Antonio  de  Heredia,  y  el  segundo  Fr.  Juan  de  la  Cruz.  Rmbos  que- 
rían irse  a  los  Cartujos,  y  la  Santa  Madre  les  impuso  y  rogó  lo  de- 
jasen y  diesen  principio  al  deseo  que  ella  tenía  de  que  hubiese  Des- 
calzos Carmelitas;  y  supo  decirles  tales  razones,  que  con  la  ayuda 
de  Dios  Nuestro  Señor,  de  voluntad  lo  aceptaron;  y  ha  oído  decir 
que  uno  de  estos  dos  religiosos,  que  es  Fr.  Juan  de  la  Cruz,  que  ha 
años  murió,  está  su  cuerpo  en  la  ciudad  de  Segovia,  y  que  hace 
milagros,  y  que  está  entero,  sin  corrupción.  Y  no  sabiendo  la  Madre 
Teresa  qué  se  hacer  de  casa  para  do  en  ella  hiciesen  principio  estos 
dos  religiosos,  proveyó  Dios  Nuestro  Señor  que  un  caballero  de  Avila 
se  la  ofreció,  aunque  pobre,  en  un  lugarcillo  llamado  Duruelo.  La 
Santa  Madre  la  fué  a  ver,  y  allí  comenzó  la  primera  fundación  de  Re- 

II  20 


306  APÉNDICES 

ligiosos  Descalzos  Carmelitas;  y  ella  informaba  a  sus  dos  frailes  del 
modo  de  vida  que  habían  de  tener,  y  con  esto  y  acomodar  sus  cosas 
para  la  fundación,  les  ayudó  cuanto  pudo:  y  con  sus  continuas  oracio- 
nes. Quedaron  los  frailes  en  la  casa,  a  donde  se  dijo  la  primera  misa 
un  domingo  de  Adviento,   año  de  1568. 

4.3  En  la  cuarta  pregunta  dijo:  que  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre 
tuvo  grande  fe,  esperanza  y  caridad,  y  fué  dotada  de  humildad,  pa- 
ciencia, pobreza  penitencia  y  otras  virtudes.  En  la  fe  la  hizo  Dios 
tanta  merced,  que  no  sólo  la  tuvo  grande,  sino  que  jamás  tuvo  ten- 
taciones contra  ella.  Teníala  tan  arraigada  en  su  alma,  que  la  parecía 
que  contra  todos  los  herejes  se  pusiera  ha  hacerles  entender  iban 
errados.  Decía  que  las  cosas  de  la  fe,  mientras  menos  las  entendía, 
más  las  creía  y  mayor  devoción  la  hacían.  Y  aunque  siempre  estaba 
con  letrados,  nunca  preguntaba,  ni  aún  lo  deseaba  saber,  cómo  hizo 
Dios  esto,  o  cómo  pudo  ser;  porque  para  ella  no  había  menester 
más  de:  hízolo  Dios  iodo,  y  con  esto  no  tenía  que  espantarse  sino 
que  le  alabar.  Decía  que  cuando  algunas  cosas  de  las  que  vía  o 
entendía  en  la  oración  la  llevaran  a  cosa  contra  la  fe  o  ley  de  Dios, 
no  hubiera  menester  buscar  letrados  ni  hacer  pruebas,  porque  luego 
viera  que  era  demonio,  y  que  sabía  bien  de  sí  que  en  cosa  de  la 
fe  o  contra  la  menor  ceremonia  de  la  Iglesia,  que  quien  viere  que 
ella  había,  o  por  cualquiera  verdad  de  la  Santa  Escritura,  pasara  ella 
mil  muertes;  y  si  pensara  de  sí  otra  cosa,  ella  misma  fuera  a  de- 
nunciar  de   sí    a    la    Santa    Inquisición. 

De  la  virtud  de  la  esperanza  estaba  tan  llena  y  era  tanta  su 
confianza  en  Nuestro  Señor  y  sus  palabras,  que  por  desbaratados  que 
viera  los  negocios  de  sus  fundaciones  y  sin  remedio  al  parecer  humano, 
no  desmayaba,  sino  con  un  ánimo  tan  grande  y  confiado  se  había 
en  ellos,  que  nada  le  parecía  le  podía  faltar  ni  dejar  de  ser  lo  que 
esperaba,  antes  mientras  más  persecuciones  y  contradicción  tenía  en 
sus  fundaciones  y  santos  propósitos  y  deseos,  más  le  crecía  el  áni- 
mo y  satisfacción  de  aquella  obra;  y  aquellos  monasterios  estimaba 
en  más,  que  habían  sido  fundados  con  mayores  contradicciones  y  tra- 
bajo suyo.  Es  prueba  de  esto,  ver  que  siendo  una  mujer  sola,  ence- 
rrada, atada  con  obediencia,  y  sin  dineros  ni  favores  humanos,  antes 
con  tantas  contradicciones,  saliese  con  una  Orden,  como  se  ha  visto, 
de  religiosos  y  religiosas. 

Cuanto  a  la  caridad  tenía  un  amor  de  Dios  encendidísimo,  y  la 
iba  creciendo  cada  día  más,  y  el  deseo  de  su  honra  y  gloria  y  una 
sed  vehemente  de  verle,  y  con  tan  grandes  ímpetus,  que  la  dejaba 
fuera  de  sí  y  hacía  desear  la  muerte  con  grandes  ansias  y  otros  efec- 
tos particulares  de  amor.  Tenía  hecho  voto  de  hacer  siempre  lo  más 
perfecto  (1),  y  persuadía  con  veras  que  con  advertencia  no  nos  arro- 
jásemos a  hacer  ni  a  decir  cosa  que  fuese  pecado  venial.  De  or- 
dinario andaba  alabando  a  Dios  Nuestro  Señor,  y  esta  testigo  la 
oyó  decir  palabras  devotísimas  y  sentidas  y  algunos  versos  en  latín. 
Veníanle    unos    ímpetus    tan    grandes    de    amor    de    Dios,    que    no    se 


1      Véase  la  página  12S. 


aPENDICES  307 

podía  valer  ni  cabía  en  sí,  sino  que  1g  parecía  que  se  le  acababa  la 
vida  y  le  daban  grandes  arrobamientos.  Decía  que  con  ver  a  otros  en 
el  cielo  con  más  gloria  que  a  sí,  se  liolgaría,  pero  no  llevaría  en  pacien- 
cia de  que  otros  amasen  más  a  Dios  que  ella.  Todos  los  trabajos  le  pa- 
recían pequeños  por  su  amor,  y  ansí  decía  que  le  parecía  pasara  mu- 
chas muertes,  porque  una  alma  le  sirviera,  y  hubiera  para  ella  otra 
más  recia  ni  más  trabajosa  que  pensar  si  le  tenía  ofendido.  Tenía 
gran  humildad  y  conocimiento  propio,  y  mostrábale  bien  en  las  cosas 
que  se  ofrecían;  humillábase  y  obedecía  a  sus  propias  monjas;  tra- 
tábalas con  gran  amor  y  llaneza,  y  a  las  preladas  con  mucho  respeto 
y  sujeción,  y  esto  hacía  la  tuviesen  las  subditas,  sin  que  a  ella  la 
tuviesen  por  superior,  ni  tuviese  licencia,  aunque  estuviese  presente. 
Sentía  de  sí  bajamente,  junto  con  la  estima  que  tenía  de  lo  que  Dios 
hacía  con  ella  y  de  la  virtud  de  sus  prójimos.  Con  todas  sus  enfer- 
medades, que  eran  muchas,  acudía,  pudiendo,  a  trabajar  en  la  cocina 
y  otros  oficios  bajos,  y  a  la  labor  de  manos  como  la  menor  de  todas. 
Procuraba,  todo  lo  que  podía,  encubrir  sus  ejercicios,  sin  dar  mues- 
tras exteriores  de  santidad  ni  composturas  fingidas;  antes  tenía  un 
exterior  tan  desenfadado  y  cortesano,  que  nadie  por  eso  la  juzgaba 
por  santa;  pero  tenía  en  toda  ella  un  no  sé  qué  tan  de  sustancia, 
que  hacía  fuerza  que  creyesen  y  viesen  los  que  la  tildaban,  que  lo  era 
mucho  sin  diligencia  suya.  Nunca  estaba  ociosa,  ni  la  faltaba  en  qué 
ejercitarse  aun  hasta  las  doce  y  la  una  de  la  noche.  Sentía  mucho 
cuando  los  arrobamientos  la  daban  en  público,  y  de  decir,  aun  a  sus 
confesores,  la  merced  que  Dios  la  hacía,  tanto  y  más  que  si  tuviese 
que  decir  grandes  pecados.  Deseaba  que  los  que  pensaban  bien  de 
ella  supieran  cómo  había  vivido,  y  procuraba  que  la  tuviesen  y  cono- 
ciesen  por  muy   pecadora. 

En  su  condición  y  trato  era  muy  afable,  gustosa  y  apacible,  y 
llana  y  de  gran  virtud,  enemiga  de  hipocresías,  y  más  de  mostrarlas 
ella  en  sí,  ni  desvanecerse  por  las  obras  que  hacía;  de  lo  cual  la  veían 
tan  lejos  los  que  la  trataban,  que  para  esto  no  parecía  había  en  ella 
más  que  naturaleza  ni  ser  que  si  no  fuera;  y  échase  bien  de  ver  ser 
verdad  lo  que  viviendo  les  decía,  que  nunca  había  tenido  que  confe- 
sarse de  cosa  de  vanagloria,  ni  tenía  de  qué  tenerla.  Parecíales  que 
ella  no  hacía  nada  en  las  fundaciones,  sino  que  era  Dios  el  que  las 
obraba  por  su  medio.  Y  acuérdase  que  dijo  a  esta  declarante,  con 
muestra  de  sentimiento:  «No  sé  para  qué  me  llaman  fundadora,  pues 
que  Dios,  y  no  yo,  es  el  que  ha  fundado  estas  casas».  No  temía  la 
pobreza  sino  que  la  amaba,  y  al  principio  fundaba  las  casas  y  mo- 
nasterios sin  que  tuviesen  renta,  sino  que  viviesen  de  limosna,  y  de 
ella  se  sustentasen;  pero  creciendo  el  número  y  la  pobreza  de  los 
lugares,  con  parecer  de  personas  doctas  y  graves,  la  admitió  en  común. 

5.»  En  la  quinta  pregunta  dijo:  que  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre 
tuvo  en  esta  vida  y  pasó  grandes  trabajos,  y  los  llevó  con  grande 
ánimo  y  paciencia  por  amor  de  Dios  Nuestro  Señor,  de  diversas  ma- 
neras, y  que  se  levantaron  contra  ella  grandes  trabajos,  y  persecu- 
ciones y  murmuraciones,  en  especial  en  el  comienzo  de  estos  mo- 
nasterios y  en  su  modo  de  espíritu,  levantándole  falsos  testimonios 
y  de  cosas  bien  graves.  Venían   días  que  apenas  había  quien  la  qui- 


308  APÉNDICES 

sicre  confesar,  pareciéndoles  que  andaba  engañada  con  ilusiones  del 
demonio,  y  recelándose  de  tratar  con  ella;  todo  lo  cual  recibía  con 
un  gran  ser  y  conformidad  que  mostraba  bien  dársela  Nuestro  Se- 
ñor sobrenaturalmente.  Otras  veces,  aunque  se  afligía,  era  con  sumo 
recogimiento  y  oración,  y  sumo  cuidado  de  no  decir  cosa  contra  los 
que  la  perseguían,  si  no  era  para  disculparlos  y  decir  bien  de  ellos; 
amábalos  como  bienhechores  suyos,  y  que  miraban  por  el  bien  de  su 
alma;  reprendía  a  sus  monjas  cuando  decían  algo  de  ellos  que  no 
fuese  en  su  favor.  Tratábalos  con  tanta  llaneza  y  amabilidad,  que  los 
venía  a  mudar  de  su  propósito  con  la  fuerza  de  su  virtud  y  volverlos  sus 
amigos.  De  dos  en  particular  sabe  esta  declarante,  que  de  muy  con- 
trarios suyos,  viniero^rt  a  serla  muy  favorables  y  ayudarla  a  sus  obras, 
que  eran  personas  graves. 

Por  los  caminos  y  fundaciones  padeció  grandes  descomodidades, 
y  trabajos  y  enfermedades,  y  esto  no  fuera  parte  para  que  la  excu- 
sase lo  comenzado,  ni  alargó  un  día  esperando  que  otro  fuese  mejor 
para  su  jornada;  y  aunque  caminaba,  nunca  dejó  su  oración  ni  co- 
munión,   ni    perdía    un   punto    su    recogimiento    y    alegría    espiritual. 

En  Sevilla  y  en  Burgos  padeció  grandes  trabajos  en  sus  ñmda- 
clones,  y  con  gran  paciencia  los  padeció;  tenía  gran  sed  de  ellos, 
y  con  el  espíritu  le  iba  creciendo  la  estima  de  ellos,  tanto  que  nada 
bastaba  para  quitársele.  Era  el  lenguaje  suyo  muy  ordinario:  «O  morir 
o  padecer:^.  Tuvo  grandes  enfermedades,  y  con  todo  seguía  a  la  co- 
munidad, y  en  cuanto  podía  acudía  a  sus  ejercicios,  acudía  al  coro 
y  oración;  y  aunque  tenía  siempre  mal  de  cabeza  por  el  continuo 
escribir,  no  faltaba  a  los  negocios  ni  a  los  caminos  que  parece  ex- 
cedían a  fuerzas  humanas.  Las  penitencias,  por  grandes  que  fuesen, 
le  parecían  nada  según  el  deseo  grande  con  que  salía  de  ellas,  y  el 
gusto  y  fervor  con  que  las  hacía;  esto  es  en  cuanto  los  confesores 
la  daban  lugar  y  su  falta  de  salud.  Y  con  esto  la  vio  esta  declarante 
hacer  hartas,  y  en  sus  principios  oyó  decir  que  eran  tan  recias  las 
disciplinas,  que  se  venía  a  criar  materia  en  las  llagas,  y  sobre  ellas 
las  volvía  a  tomar  con  hortigas.  y  aunque  era  vieja  y  enferma,  ayunaba. 
Hacía  otras  cosas  muchas  de  mortificaciones,  y  algunas  por  orden  de 
sus  confesores,  para  más  probar  su  espíritu;  y  por  mortificarse,  la  oyó 
decir  esta  declarante,  que  estando  en  la  Encarnación,  pidió  la  diesen 
el  oficio  de  la  enfermería.  Condolíase  mucho  con  gente  pobre  y  en- 
ferma; procuraba  fuesen  regalados  y  amados  con  cuidado,  y  esto  en- 
cargaba mucho  en  sus  monasterios,  y  mientras  se  daba  licencia  para 
fundar  el  de  Burgos,  estaba  recogida  con  sus  monjas  en  lo  alto  de 
un  hospital  que  cae  al  cuarto  sobre  la  enfermería  de  los  pobres  (1).  Se 
compadecía  sumamente  de  oir  los  enfermos  que  se  quejaban,  y  en- 
traba a  consolarlos  y  animarlos  cuando  bajaba  a  la  iglesia,  llevándoles 
todo  lo  que  ella  podía:  y  Quitándose  a  sí  misma  lo  necesario,  con  estar 
muy  mala,  por  dejárselo  a  ellos.  Y  era  tanto  y  tan  particular  el  con- 
suelo que  sentían  con  lo  que  les  decía  y  animabak  y  con  la  misericor- 
dia que  con  ellos  usaba,  condoliéndose  de  sus  trabajos  y  dolores,  que 
cuando  se  iba,   lloraban   de   perder   aquella   santa   de   su  hospital. 


1      Hospital  de  la  Concepción. 


APÉNDICES  309 

Tenía  mucha  fuerza  en  su  alma,  y  en  toda  su  vida  y  trato,  acom- 
pañada con  una  claridad  de  entendimiento  y  una  discreción  tan  asen- 
tada, que  ponía  admiración  a  todos  los  que  la  trataban;  con  esto 
tiene  por  cierto,  por  indicios  probables  que  ha  tenido  para  ello,  que 
fué  virgen  toda  su  vida.  Y  uno  es,  que  tratando  con  ella  una  persona 
que  esta  testigo  conoce,  de  algunas  tentaciones  de  carne,  la  respondió  la 
Santa  Aladre:  «No  entiendo  eso,  porque  me  ha  hecho  el  Señor  mer- 
ced que  en  cosas  de  esas  toda  mi  vida  no  las  haya  tenido».  Y  aunque 
en  su  libro  encarece  tanto  los  pecados  de  sus  primeros  años,  sabe 
de  un  Padre  de  la  Compañía,  que  examinó  harto  estas  cosas,  que 
nunca  llegó  a  ninguna  que  la  hiciese  perder  esta  virtud.  Era  de 
grande  ánimo,  y  solía  decir  que,  sirviendo  ella  a  Dios,  como  le  servía, 
a  quien  los  demonios  y  todas  las  cosas  están  sujetas,  por  qué  había 
de  temer  a  nadie  ni  dejar  de  tener  fortaleza  para  combatir  con  todo 
el  infierno;  y  la  acaeció  desafiar  a  los  demonios  y  decirles  que 
viniesen  a  ver  lo  que  la  podían  hacer,  que  ningún  trabajo  ni  dificultad 
la  espantaría  para  que  dejara  de  hacer  lo  que  veía  que  era  más  ser- 
vicio   de    Dios    Nuestro    Señor. 

En  la  fundación  de  ñvila  gastó  muchos  dineros,  sin  tenerlos, 
cuando  comenzaba  la  obra,  ni  saber  de  dónde  los  podía  haber;  y  cuan- 
do entró  a  fundar  a  Sevilla,  no  entró  más  que  con  una  blanca,  no 
conociendo  en  la  ciudad  a  nadie  que  la  pudiese  ayudar;  y  antes  que 
de  allí  saliese,  con  estar  tan  lejos  de  ñvila  y  de  personas  que  la 
conocían,  dejó  comprada  casa  de  6.000  ducados.  Y  no  fué  sólo  esta 
vez  la  que  se  puso  a  hacer  tales  obras,  sino  otras,  sin  tener  caudal 
para  ellas,  y  con  todo  salía  bien  y  se  lo  proveía  Dios  Nuestro  Señor. 
De  los  demonios  era  muy  molestada,  y  ordinariamente,  cuando  por  sus 
oraciones  sacaba  alguna  persona  de  su  poder  y  se  mejoraba  mucho 
de  vida,  luego  la  atormentaban  reciamente;  y  una  vez,  en  especial, 
pareció  haber  sido  demonio  factor  o  causa  de  una  gran  caída  que 
dio,  yendo  a  completas,  de  que  quedó  el  brazo  izquierdo  quebrado; 
y  aunque  en  la  cura  padeció  grandes  dolores,  nunca  más  pudo  man- 
darle, ni  hacer  casi  nada  con  él,  en  los  años  que  después  vivió. 

6.a  En  la  sexta  pregunta  dijo:  que  sabe  y  se  acuerda  que  la  dicha 
M.  Teresa  de  Jesús  murió  en  ñlba,  hallándose  esta  testigo  presente 
en  el  monasterio  de  Descalzas  Carmelitas  que  allí  fundó,  día  de  San 
Francisco,  4  de  Octubre  del  año  1582,  a  las  9  horas  de  la  noche, 
y  que  sabe  que  por  entonces  la  enterraron,  y  le  vio  en  el  dicho  mo- 
nasterio en  la  reja  del  coro  bajo,  en  el  hueco  de  ella.  Lo  cual  vio 
esta  testigo,  porque  acompañaba  a  la  dicha  Santa  Madre  en  el  último 
camino  que  hizo  para  ñlba,  aunque  venía  de  la  fundación  de  Bur- 
gos a  el  monasterio  de  Avila,  a  donde  a  la  sazón  era  priora.  Pasó 
por  mandato  del  prelado  que  entonces  era,  y  la  hicieron  ir  a  Hlba, 
posponiendo  su  deseo  y  gusto  para  obedecer  el  mandato  de  su  su- 
perior. Llegada  a  ñlba,  la  dio  la  enfermedad  que  fué  de  muerte,  y 
llegaron  víspera  de  San  jMateo  del  dicho  año  de  82,  y  otro  día  de 
mañana,  fué  a  misa  y  comulgó.  El  día  de  San  Miguel,  habiendo  como 
las  demás  comulgado  y  caído  del  todo  en  la  cama,  y  allí  con  gran 
paciencia  y  afabilidad  padecía  su  mal,  y  del  quebrantamiento  del  ca- 
mino echó  mucha  sangre.  Llegando  a  su  muerte,  todo  lo  que  las  en- 


310  APÉNDICES 

cargó  y  pidió  fué  la  guarda  de  su  Regla  g  Constituciones  con  per- 
fección, pidiendo  a  todas  perdón  con  gran  sentimiento  g  iiumildad 
del  mal  ejemplo  que  a  su  parecer  les  había  dado;  decía  otras  pala- 
bras como  estas  muy  sentidas  y  de  gran  contrición,  repitiendo  di' 
versas  veces  aquel  verso  del  salmo  de  David  en  el  Miserere:  Sacri- 
ficiain  Deo  spiritus  contribalatus  etc.  Dando  muchas  gracias  diversas 
veces,  porque  la  había  hecho  hija  de  la  Iglesia  católica  y  dejado  morir 
en  ella;  confiaba  en  la  sangre  de  su  Esposo;  tenía  cierta  esperanza  de 
su  salvación;  recibió  los  Sacramentos  con  gran  devoción  y  espíritu, 
y  mostróle  grande  viéndole  en  el  Santísimo  Sacramento  de  la  Euca- 
ristía. Levantóse  con  gran  fervor  lo  mejor  que  pudo  de  la  cama 
con  su  rostro  inflamado,  diciendo  palabras  muy  sentidas  y  tiernas  a 
este  Señor,  en  que  mostró  haber  entendido  o  habérsele  revelado  ser 
ya  llegada  su  muerte,  que  como  dicho  tiene,  fué  jueves,  a  las  nueve 
de  la  noche,  día  de  San  Francisco  del  año  82.  Decíase  que  algunas 
personas  religiosas  vieron  señales  antes  y  después  de  su  muerte,  ansí 
en  ñlba  como  en  otras  partes;  y  de  un  siervo  de  Nuestro  Señor  lo 
afirmaron  casi  luego  que  llegaron  a  ñlba,  que  oyendo  decir  que  la 
M.  Teresa  de  Jesús  estaba  en  HIba,  había  dicho  que  venía  a  morir, 
y  supo  después  de  otra  persona  grave  y  religiosa  que,  apareciéndosele 
la  misma  Santa  Madre  después  de  muerta,  la  reprendió  porque  sentía 
su  muerte  mucho,  y  dijo  que  no  pensase  nadie  que  había  sido  por 
otra  ocasión  su  muerte  sino  por  ímpetu  de  amor  de  Dios,  que  me  vino 
tan  fuerte,  que  no  le  pudo  sufrir  el  natural. 

7.a  ñ  la  séptima  pregunta  dijo:  que  sabe  que  el  cuerpo  de  la  Santa 
Aladre  nunca  ha  sido  ni  fué  embalsamado,  y  que  vio  como  persona 
que  se  halló  presente  en  ñlba,  que  después  que  expiró,  quedó  su 
cuerpo  tan  hermoso,  y  blanco  y  tratable,  con  un  ser  y  apariencia  de 
cosa  sania,  que  hacía  respetarse,  y  daba  particular  gusto  y  satisfacción 
estar  con  él;  y  su  rostro,  manos  y  pies,  que  se  dejaron  descubiertos, 
se  mostraban  trasparentes  y  claros,  y  quedó  el  cuerpo  y  todas  sus 
cosas  de  vestidos  y  las  demás  que  la  habían  servido  y  tocado  a  ella 
con  un  olor  suave,  de  suerte  que  aunque  estuviesen  desechados,  o 
entre  otras  cosas  olvidados,  descubríase  el  suyo  por  este  olor  parti- 
cular, que  es  bien  distinto  y  diferente  de  los  de  por  acá.  Tiene  en 
sí  gran  fuerza  este  olor  y  hase  experimentado  diversas  veces  hasta 
el  día  de  hoy  y  algunas  en  esta  casa  de  San  José  de  Avila  en 
diferentes  partes  y  días  se  ha  sentido  de  improviso,  como  si  allí  estu- 
viera su  cuerpo,  y  acuérdase  de  que  una  vez,  por  San  Francisco,  por 
tres  o  cuatro  hermanas  supo  que  estando  un  hermana  la  noche  antes 
olvidada  de  la  Santa  Madre  y  muy  indispuesta  y  caída  en  el  coro, 
tanto  que  le  parecía  no  poder  acabar  Maitines,  dióle  este  olor  con 
tanta  fuerza,  que  la  conortó  y  alentó  tanto,  que  le  parecía  estaba 
dentro  de  sí  llena  de  él,  y  se  vokió  a  la  Madre  Priora  diciéndola  que 
si  no  olía  a  la  Santa  Madre,  y  sintióle  de  suerte  que  pensó  si  de 
ñlba  había  venido  su  cuerpo.  Cuando  la  enterraron,  cargaron  sobre 
su  cuerpo  gran  munición  de  piedras  y  cal;  y  después  ha  oído  que  al 
cabo  de  nueve  meses  quisieron  ver  las  monjas  cómo  estaba  el  cuer- 
po; lo  cual  lo  contaron  y  dijeron  algunas  personas  que  se  hallaban 
presentes  cómo  pidieron   al   prelado   les  diese  licencia  para  gUo,  y  él 


APÉNDICES  311 

con  su  compañero  estuvieron  cuatro  días  en  quitar  las  piedras,  tierra 
y  cal  de  la  sepultura,  y  hallaron  el  ataúd  quebrado  y  mohoso,  los  ves- 
tidos podridos  y  el  cuerpo  incorrupto  y  entero,  con  un  olor  admira- 
ble, como  lo  pide  la  pregunta,  sin  haber  sido  jamás  abierto  ni  em- 
balsamado. Y  pasados  tres  años,  sabe  esta  declarante  y  vio  cómo  trajeron 
el  dicho  santo  cuerpo  de  la  Madre  Teresa  a  esta  casa  de  San  José  de 
Avila,  donde  estaba  entonces  y  está  ahora  esta  testigo,  por  orden 
de  sus  prelados,  quedándose  en  ñlba  el  brazo  izquierdo,  que  se  cortó 
con  gran  facilidad,  y  que  estando  así  el  cuerpo  en  ñvila,  quitándole  la 
tierra  que  todavía  tenía  pegada  y  a  vueltas  de  ella  un  paño  que  se 
le  puso  cuando  murió  para  tener  la  mucha  sangre  que  le  salía,  vio 
estaba  todo  podrido,  excepto  el  pedazo  en  que  había  caído  la  san- 
gre, la  cual  estaba  tan  viva  y  roja  como  si  se  acabara  de  derramar. 
Guardé  este  pedazo,  el  cual  han  visto  muchas  personas  con  mucha 
admiración,  y  a  esta  testigo  y  a  los  demás  se  la  causa  ver  que  los 
papeles  en  que  se  envolvió  este  pedazo  de  lienzo,  que  es  de  estopa  y 
lana,  quedaron  teñidos  de  sangre,  y  no  una  vez,  sino  que  cada  vez 
que  se  ponía  entre  papeles  hacía  lo  mismo,  y  para  esto  bastaba  te- 
nerlos un  dia^  hasta  que  este  paño  se  puso  debajo  de  un  viril,  a  donde 
hoy  día  le  tienen  guardado  en  el  dicho  convento  de  San  José,  con 
su  color  de  sangre  viva;  y  en  el  de  Alba  vieron  este  milagro  en 
otro  paño  que  hallaron,  y  esta  testigo  ha  visto  que  un  poquito  del 
que  está  en  esta  casa,  que  se  puso  en  un  papel,  le  dejó  teñido  en 
sangre,  y  algunos  de  estos  papeles  ha  tenido  en  su  poder,  y  vio  y 
sabe  que  poniendo  un  lienzo  grande  sobre  el  cuerpo  para  enviarle 
al  obispo  de  Palencia,  Don  Alvaro  de  A\endoza,  no  sólo  se  sacó 
teñido  del  óleo,  pero  con  una  mancha  pequeña  de  sangre,  sin  que  pudie- 
sen entender  de  dónde  era  y  de  qué  parte  de  su  cuerpo  liabía  salido. 
Dejábase  este  cuerpo  vestir  y  tratar  como  uno  de  cualquiera  de  las 
demás  religiosas,  y  vio  esta  testigo  y  las  demás,  que  estaba  algunas 
veces  en  pie  cuando  la  levantaban  para  verle  y  vestirle,  y  que  se 
estaba  derecho  cuanto  querían,  con  sólo  ponerle  las  manos  a  las  es- 
paldas sin  caer  a  una  parte  ni  a  otra;  y  vip  que  estaba  tan  lleno 
de  carne,  aunque  el  color  tostado,  como  pudiera  tener  cuando  viva, 
y  que  su  vientre  estaba  tan  macizo  y  ajeno  de  corrupción,  que  cau- 
saba más  admiración  que  ver  así  todo  el  cuerpo,  el  cual  tenía  un 
olor  tan  bueno,  tan  grande  y  fuerte,  que  a  veces  no  había  fuerza 
para  estar  allí;  henchía  todo  el  capítulo  donde  estaba  de  tal  olor, 
y  aun  la  celda  que  estaba  encima,  y  cuanto  más  calor  hacía,  más 
se  avivaba  este  olor;  de  lo  cual,  admirado  el  médico  que  entraba  en 
aquella  celda  a  visitar  cada  día  una  enferma,  decía  que,  si  no  era  por 
milagro,  no  podía  dejar  de  corromperse  un  cuerpo  muerto  y  encerrado 
en  una  arca,  y  más  con  el  calor  que  aquel  verano  hizo,  si  no  fuera 
santo.  Cuando  se  trajo  a  esta  casa  de  Avila,  como  se  tiene  declarado, 
había  más  de  tres  años  que  era  muerta,  y  fué  por  Santa  Catalina 
mártir,  año  de  1585,  y  vio  que  luego,  el  día  de  año  nuevo,  estando 
todas  las  hermanas  de  esta  casa  de  San  José  de  Avila  bien  descui- 
dadas y  deseosas  de  que  no  se  publicase  estaba  el  santo  cuerpo  en 
Avila,  vinieron  a  este  convento  el  Obispo  de  esta  ciudad  de  Avila, 
Don  Pedro  Fernández  Temiño  y  el  P.  Prior  de  San  Jerónimo  de  JWadrid, 


312  APÉNDICES 

y  dos  oidores,  y  dos  médicos  y  otras  personas  graves,  y  estando  en 
la  portería  de  fuera,  sacado  allí  el  cuerpo  de  la  Santa  Madre  Tere- 
sa de  Jesús,  descubriéndole,  le  miraron  con  mucha  curiosidad  y  admira- 
ción y  lágrimas,  concluyendo  ser  cosa  milagrosa  el  estar  como  estaba 
sin  haberse  hecho  ninguna  diligencia  humana  ni  haberse  embalsamado 
para  conservarle;  y  se  acuerda  también  que  estando  mirando  el  cuer- 
po las  hermanas  otra  vez,  teniéndole  allá  dentro  entre  ellas,  vieron 
que  la  palma  de  la  mano  tenía  llena  de  un  rocío  a  manera  de  aljófar 
blanco  y  trasparente,  y  pareciendo  a  esta  declarante  había  visto  lo 
mismo  en  otra  parte  o  en  dos  de  su  cuerpo,  le  certificó  una  hermana 
que  era  así,  el  cual  estuvo  en  esta  casa  cosa  de  nueve  meses,  y 
después  le  volvieron  a  llevar  a  Alba,  donde  le  tienen,  según  han  dicho 
a  esta  declarante,  muy  descarnado,  cortándole  pedazos  de  su  carne  para 
devoción  de  personas  que  lo  piden. 

8.a  En  la  octava  pregunta  dijo:  que  como  dicho  tiene,  esta  decla- 
rante se  halló  en  Hlba  a  su  muerte,  que  fué  jueves  día  de  San  Fran- 
cisco, a  la  noche,  del  año  de  82,  y  vio  quedó  su  cuerpo  después  de 
muerto  tan  hermoso  como  tiene  declarado,  y  el  óleo  que  destila  de  sí 
su  cuerpo  y  cualquiera  partecita  de  él  o  de  la  tierra  que  la  tocó,  es 
cierto  que  le  han  visto  en  mucha  cantidad  del  mismo  olor  que  queda 
dicho  da  su  cuerpo,  y  que  cuantos  papeles  y  lienzos  se  han  puesto 
y  mudado,  todos  quedan  empapados  de  él  con  el  mismo  olor. 

9.3  En  la  novena  pregunta  dijo:  que  ha  oído  decir  a  personas  fide- 
dignas, que  aun  siendo  la  Madre  viva,  recibieron  algunos  salud  en 
breve  de  algunas  enfermedades  que  tenían  con  sólo  tocarlas  la  dicha 
Madre,  o  hacerles  la  señal  de  la  cruz  u  oración  por  ellas,  y  particular- 
mente se  acuerda  haberle  dicho  esto  una  monja  y  afirmado  que  por 
intercesión  y  medio  de  la  Santa  Madre  había  sanado  como  de  repente 
ide  un  gran  mal  que  la  comenzó  a  dar,  que  según  el  curso  natural  había 
de  pasar  adelante.  R  la  misma  oyó  decir  que  otras  veces,  estando 
con  dolor  de  muelas  grande,  se  le  quitaba  luego  que  la  Santa  Madre 
hacía  sobre  ella  la  señal  de  la  cruz;  y  viendo  la  Santa  Madre  que 
aquella  hermana  acudía  muchas  veces  a  tomar  este  remedio,  rehusaba 
la  Madre  de  hacerle,  y  sentía  tanto  se  echase  de  ver  que  por  interce- 
sión suya  obraba  Nuestro  Señor  cosas  semejantes,  que  era  menester 
decirla  que  no  miraban  en  ello.  Y  aconteció  a  esta  declarante  con 
disimulación  pedírselo,  y  decirla  que  la  señal  de  la  cruz  quienquiera 
la  podía  hacer,  que  no  se  la  diese  para  moverla  a  que  la  hiciese. 
R  ella  misma  vio  algunas  veces  trabársele  la  lengua  de  la  perlesía  de 
que  estaba  tocada,  y  luego  que  recibía  la  comunión,  se  le  destra- 
baba, y  quedaba  que  podía  hablar,  y  hablaba;  y  que  oyó  decir  que 
estando  un  niño  sobrino  suyo  muerto,  y  según  que  a  todos  les  pa- 
recía con  gran  sentimiento  de  su  madre,  la  Santa  Madre,  por  conso- 
larla, le  tuvo  en  sus  brazos,  y  teniéndole  sobre  sí  y  tocándole  con  su 
huelgo,  se  le  volvió  bueno  y  sano;  y  siendo  la  Madre  viva,  una  vez, 
estando  mala  una  hermana  de  esta  casa  de  Hvila  de  jaqueca,  que  es 
un  dolor  de  cabeza  muy  grave,  y  habiendo  tocado  velos,  que  son 
los  que  se  ponen  en  la  cabeza,  se  puso  aquel  día  para  comulgar  la 
dicha  hermana  uno  que  era  de  la  Santa  Madre,  y  luego  se  la  quitó 
el  dolor  y  se  sintió  buena,  lo  cual  ha  afirmado  la  dicha  hermana;    y 


APÉNDICES  SIS 

también  dijo  a  esta  declarante,  ella  y  otra  hermana,  que  habían  visto 
algunas  veces  a  la  Santa  Madre  en  sus  arrobamientos,  que  cuando 
la  daban  a  la  red  estando  predicando  el  P.  Fr.  Domingo  Báñez  su 
confesor,  en  viéndola  así,  con  un  género  de  respeto,  se  .]uitaba  la 
capilla    y    se    estaba    descubierto    mientras    duraba. 

10.a  En  la  décima  pregunta  dijo:  que  ha  oído  decir  por  cosa  cierta 
de  algunos  milagros  que  después  de  muerta  la  Santa  Madre  ha  sido 
Nuestro  Señor  servido  de  hacer  por  ella  y  sus  reliquias,  desde  que 
murió  hasta  los  días  presentes,  y  que  se  acuerda  haber  oído  decir 
haber  aparecido  en  casos  particulares  a  algunas  personas,  las  más 
de  ellas  religiosas,  y  también  tuvo  carta  de  la  hermana  del  sobrino 
de  la  Santa  Madre,  de  que  la  pregunta  antes  de  ésta  hizo  relación, 
en  que  decía  que  estando  a  la  muerte  el  dicho  sobrino  algunos  años 
después  de  lo  arriba  dicho,  que  la  Santa  Madre  le  visitó  después 
de  muerta  y  le  consoló,  y  que  él  había  dicho  serio,  si  no  vían  y 
sentían  que  estaba  allí  su  tía  que  le  llamaba,  y  que  quedó  allí  tan 
grandísimo  olor  del  mismo  de  su  cuerpo,  que  duró  en  el  aposento 
aún  después  de  muerto  por  algunos  días,  de  manera  que  se  echaba 
de  ver  por  los  que  allí  entraban. 

En  las  preguntas  gratis  dijo:  que  lo  que  ha  dicho  es  verdad  para 
el  juramento  que  tiene  hecho,  y  en  ello  se  afirmó  y  ratificó,  y  dijo 
ser  de  edad  de  50  años;  y  que,  como  dicho  tiene,  es  sobrina  de  la 
dicha  Santa  Madre,  y  que  por  esto,  ni  por  otra  cosa  alguna,  no  ha 
dejado  de  decir  verdad,  ni  la  dejará  decir  en  ninguna  manera,  y  lo 
firmó  de  su  nombre  y  en  merced  de  dicho  Sr.  Arcediano,  Juez  Apos- 
tólico. 

El  Dr.  Pedro  de  Tablares. — Teresa  de  Jesús.  Ante  mí:  Francisco 
Fernández    de    León. 


314  APÉNDICES 


LVIl 


DECLAEACION    DE    LA    H.B    TERESA    DE    JESÚS    EN    EL    SEGUNDO    PROCESO    DE    AVILA 

(16Í0)    (1). 


Estando  en  el  dicho  Convento  de  San  José  de  monjas  Carmelitas 
Descalzas  de  la  dicha  Ciudad  de  Avila,  a  nueve  días  del  mes  de  Sep- 
tiembre del  dicho  año  de  mil  seiscientos  y  diez  años,  su  merced  del 
dicho  señor  Juez,  por  ante  mí  el  presente  notario,  tomó  su  dicho  y 
declaración  a  Teresa  de  Jesús,  religiosa  del  dicho  Convento  de  San 
José,  testigo  presentado  por  parte  de  la  dicha  Orden  del  Carmen 
Descalzo  y  su  Procurador  en  su  nombre,  y  citados  por  mandado  de 
su  merced,  del  cual  el  dicho  señor  Juez  recibió  juramento  por  Dios 
Nuestro  Señor  y  por  una  cruz,  tal  como  esta  f  e  por  las  Santas 
Escrituras,  poniendo  la  mano  derecha  sobre  un  libro  misal,  que  dirá 
verdad  de  lo  que  supiere  y  fuere  preguntada,  y  haciéndolo  ansí  Dios 
Nuestro  Señor  le  ayudare,  y  al  contrario  se  lo  demandare,  y  a  la  con- 
clusión de  dicho  juramento  dijo:  sí  juro  y  amen.  Y  prometió  decir 
verdad,  y  siendo  preguntada  por  el  tenor  del  de  preguntas  del  fiscal 
y  artículos  del  Rótulo  para  que  era  presentada,  dijo  y  declaró  lo 
siguiente: 


AHTICULOS     DEL    FISCAL 

1.0  R\  primer  artículo  dijo;  que  se  da  por  advertida  de  la  gra- 
vedad del  perjurio  y  más  en  causa  tan  grave  como  esta  es,  y  esta 
declarante  por  nenguna  cosa  ni   respeto  dejará  de  decir  verdad. 

2.2  R\  artículo  segundo  dijo:  que  se  llama  Teresa  de  Jesús  y  es 
hija  de  Lorenzo  de  Cepeda  y  de  doña  Juana  de  Fuentes  y  Espinosa, 
su  legítima  mujer,  ya  difuntos,  y  el  dicho  su  padre  fué  natural  de 
esta  ciudad,  fijodalgo  mayor,  y  su  madre  era  de  la  Andalucía;  y 
que  esta  declarante  hace  que  está  en  este  convento  de  San  José 
treinta  y  cinco  años,  poco  más  o  menos,  y  ha  sido  supriora  y  cla- 
varia, lo  ha  sido  algunos  años  y  ahora  lo  es.  Y  que  aunque  esta 
declarante  es  sobrina  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  hija  del 
dicho  Lorencio  de  Cepeda,  hermano  de  la  dicha  beata  Madre,  ñor  eso 
ni  por  otra  cosa  dejará  de  decir  verdad,  antes  en  este  particular 
declara  que  desde  que  conoció  a  la  dicha  beata  Madre,  su  tía,  que 
fué    desde    que    esta    declarante    tenía    ocho    años,    hasta    los    dieciséis, 


1      Quáidase  el  Proceso,  como  dijimos  antetioimente,  ea  el  palacio  episcopal  de  Avila. 


APÉNDICES  315 

nunca  la  tuvo  esta  declarante  amor  de  parentesco,  antes  se  señalaba 
en  tener  despego  y  desvío  de  ella,  mucho  más  que  las  otras  reli- 
giosas que  no  tenían  con  ella  parentesco  alguno,  y  junto  con  este 
natural  tan  seco,  no  conocía  ni  el  bien  que  de  su  mano  recibía  esta 
declarante,  ni  los  privilegios  en  que  Dios  la  señalaba  en  santidad 
y  otras  obras  maravillosas,  sobre  las  cuales  no  la  bastaban  para 
tener  estima  como  la  debía  tener  de  sus  cosas.  Y  muchas  veces  esta 
declarante  se  recelaba  de  que  la  dicha  beata  Madre  su  tía  supiese 
sus  cosas  ansí  interiores  como  exteriores,  siéndola  ocasión  por  estas 
causas  de  mortificarla  en  muchas  cosas  y  darla  en  qué  merecer  a  la 
dicha  Santa  Madre  viendo  lo  mal  que  esta  declarante  correspondía 
al  mucho  bien  que  la  hacía.  Que  después  que  la  Santa  Teresa  de 
Jesús  la  llevó  para  sí  Dios,  y  en  el  tiempo  presente  mucho  más,  ad- 
virtiendo esta  declarante  este  modo  tan  ingrato  que  tuvo  a  la  dicha 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  la  parece  que  todos  los  trabajos  que 
después  acá  ha  padecido,  ha  sido  castigo  de  Dios  por  lo  dicho,  y 
que  en  razón  de  consolarse  de  su  culpa  y  falta,  que  lo  debía  de  per- 
mitir Dios;  lo  uno  para  más  méritos  de  la  Santa,  y  lo  otro  porque 
para  la  ocasión  presente  de  haber  de  deponer  en  este  proceso,  pu- 
diese estar  tan  cierta  esta  declarante  que  no  la  mueve  a  decir  en 
él  ni  ninguna  cosa  de  las  virtudes  y  santidad  de  la  dicha  Santa  Ma- 
dre el  parentesco  y  ¡sangre  que  hay  de  por  medio  ni  otro  respeto  hu- 
mano, sino  solamente  la  prueba  de  la  verdad  y  maravillas  que  cada 
día  obra  Nuestro  Señor  por  intercesión  de  la  dicha  su  sierva.  Y 
declara  que  esta  testigo  es  de  edad  de  cuarenta  y  cuatro  años,  muy 
poco  menos,  y  que  esta  declarante  ha  que  profesó  en  este  convento 
veinte  y  ocho  años,  dos  meses  menos,  aunque  había  entrado  en  la 
Orden  en  la  casa  de  Sevilla,  desde  que  tenía  edad  de  ocho  años. 

3.2  Al  artículo  tercero  dijo:  que  acostumbraba  a  confesar  y  co- 
mulgar  una    o   dos   veces   cada   semana   e   ayer   comulgó. 

4.2  Al  artículo  cuarto  dijo:  que  no  ha  estado  ni  está  excomulgada, 
que  sepa  ni  entienda. 

5.°  Al  artículo  quinto  dijo:  que  esta  declarante  no  ha  cido  indu- 
cida por  ninguna  para  que  deponga  en  esta  causa,  ni  cómo  haya  de 
deponer,  ni  en  ella  declarará  más  de  aquello  que  expresamente  fuere 
verdad. 


aSTICULOS    DEL    ROTULO 

Después  de  haber  sido  amonestada  por  el  dicho  señor  Juez,  como 
testigo  que  fué  esta  declarante  en  la  información  que  acerca  de  la 
vida  y  milagros  y  otras  cosas  que  la  dicha  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús  hizo,  que  pasó  su  declaración  ante  el  Revdo.  Sr.  Doctor  Don 
Pedro  de  Tablares,  Arcediano  de  la  catedral  de  esta  ciudad  de  Avila, 
Juez  Apostólico  por  Comisión  del  limo,  y  Revmo.  Señor  Don  Camilo 
Caetano,  Nuncio  de  Su  Santidad  en  estos  Reinos  de  España,  por 
ante  Francisco  Fernández  de  León,  notario  público  apostólico,  c  uno 
de  los  cuatro  del  número  de  la  Audiencia  episcopal  de  Avila,  en 
veinte  y  dos  días  del  raes  de  Enero  de  mil  y  quinientos  y  noventa 


316  APÉNDICES 

y  seis  años,  qu€  recorra  su  memoria  y  se  la  acuerda  cuanto  fuere 
posible  de  las  cosas  que  allí  depuso.  Y  la  dicha  declarante  dijo  que 
se  la  leyese  su  dicho,  c  yo,  el  dicho  notario,  se  la  leí  de  verbo 
ad  i^erbum,  en  presencia  y  por  mandado  del  dicho  señor  -Provisor, 
y  habiéndole  oído  y  entendido,  dijo  esta  declarante  que  en  él  se 
ratificaba,  ratificó,  y  en  caso  necesario  lo  dice  y  declara  aquí  de 
nuevo  como  si  palabra  por  palabra  fuere  especificado  por  ser  la  ver- 
dad de  lo  que  ella  declaró,  de  lo  que  tiene  entera  y  particular  noticia. 

5.2  Al  artículo  quinto  dijo:  que  lo  que  sabe  es  que  el  año 
de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  siete,  predicando  el  Maestro  Fray 
Domingo  Báñez  (1),  catedrático  de  Prima  en  Santa  Teología  en  la 
Universidad  de  Salamanca,  dijo  en  el  pulpito  que  había  confesado  a 
la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  muchos  años,  y  que  en  ]os  días 
que  estuvo  como  muerta,  según  se  hace  mención  en  el  artículo,  la 
había  mostrado  el  Señor  el  infierno,  y  esto  sin  las  demás  cosas  que 
en  el  artículo  se  refieren;  y  esto  se  lo  oyó  al  dicho  Padre  Maestro 
el  doctor  Ribera,  hombre  eminente  de  la  Compañía  de  Jesús,  de 
quien  esta  declarante  sabe  lo  que  lleva  dicho,  ai  cual  conoció  y 
habló    algunas    veces,    y    esto    responde. 

17.  ñl  artículo  diez  y  siete  dijo:  que  lo  que  de  él  sabe  es  que 
esta  declarante  en  ocho  años  que  conoció  g  alcanzó  a  conocer  de 
días  a  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  parte  de  ellos 
estuvo  en  este  convento  con  ella  y  fué  en  su  compañía  a  otros,  siem- 
pre conoció  y  vio  que  la  Santa  Madre  trataba  y  comunicaba  su  es- 
píritu y  se  confesaba  con  las  personas  más  doctas  y  eminentes  que 
se  conocían,  ansí  en  las  Religiones  como  en  el  estado  eclesiástico; 
en  especial  conoció  esta  declarante  al  Padre  Fray  Domingo  Báñez, 
de  quien  ya  lleva  hecha  mención  en  el  artículo  quinto,  y  al  P.  Maes- 
tro Fray  Juan  de  las  Cuevas,  de  la  misma  Orden  de  Santo  Domingo, 
que  después  murió  obispo  de  Avila,  y  al  P.  Maestro  Fray  Diego 
de  Yangüas,  lector  del  Colegio  de  San  Gregorio  de  Valladolid,  de 
la  dicha  Orden  de  Santo  Domingo,  y  al  P.  Presentado  Fray  Pedro 
Romero,  de  la  dicha  Orden  y  lector  de  Santa  Teología  que  fué  en 
el  Convento  de  Santo  Tomás  de  esta  ciudad  de  Avila,  y  al  Padre 
Fray  Luis  de  Barrientos,  predicador  muy  eminente  de  Ja  dicha  Or- 
den, y  al  P.  Fray  Ángel  de  Salazar,  de  la  Orden  de  los  Carmelitas 
Calzados  y  Provincial  que  fué  de  su  Orden  muchos  años,  y  también 
algunos  años  fué  Visitador  de  la  Orden  de  los  Carmelitas  Descalzos 
y  Descalzas,  antes  de  la  reparación  de  esta  Provincia,  y  al  P.  Maes- 
tro Fray  Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios,  Provincial  que  fué  de 
esta  Religión  Descalza  algunos  años,  y  al  doctor  Pedro  de  Castro, 
canónigo  doctoral  que  fué  en  la  catedral  de  esta  ciudad  de  Avila,  que 
ahora  es  obispo  de  la  ciudad  de  Segovia,  y  al  P.  Fray  Diego  de 
Yepes,  de  la  Orden  de  San  Jerónimo,  Prior  del  convento  de  San 
Lorenzo  en  el  sitio  del  Escorial  y  confesor  que  fué  del  rey  Don  Felipe 
Segundo,  y  al  doctor  Manso,  que  tenía  una  canongía  en  la  Metro- 
politana  de   Burgos,  estando   allí   en   la   fundación   la  dicha   Santa   Ma- 


1      £1  original  dice  Domingo  Ibá&ez. 


APÉNDICES  317 

dre,  y  esta  declarante  con  ella,  que  dispués  fué  obispo  de  Calahorra 
y  ha  sido  obispo  de  aquella  ciudad  Don  Cristóbal  Vela,  y  al  P.  Gon- 
zalo Dávila,  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  fué  Provincial  en  la 
Provincia  de  Castilla,  y  al  P.  Francisco  de  Vitoria,  lector  que  fué 
en  este  colegio  de  la  Compañía  de  Jesús  de  la  ciudad  de  ilvila,  y 
después  pasó  a  las  Indias  a  la  conversión  de  aquellas  almas,  el  cual 
hizo  mucho  fruto  en  aquellas  partes,  y  a  Don  ñlvaro  de  Mendoza, 
obispo  que  fué  de  esta  ciudad  de  Avila,  y  al  Maestro  Gaspar  Daza, 
racionero  que  fué  de  esta  catedral  de  Avila,  y  al  P,  Julián  de  Avila, 
que  fué  desde  el  principio  de  este  convento  de  San  José  confesor  de 
él  y  de  la  dicha  Santa  Madre,  varón  muy  fiel  y  compañero  de  sus 
trabajos  en  mucha  parte  de  las  fundaciones  que  hizo  la  Santa  Madre, 
en  cuya  compañía  andaba  el  dicho  P.  Julián  de  Avila,  y  a  todos 
los  antes  referidos  conoció  con  quien  la  Santa  Madre  trató  y  comu- 
nicó su  espíritu  y  con  otros  muchos  que  oyó  nombrar  esta  decla- 
rante, todos  varones,  y  religiosos,  y  personas  muy  doctas  y  eminen- 
tes en  virtud,  letras  y  santidad,  como  es  notorio;  todos  los  cuales  apro- 
baron y  dieron  por  bueno  y  verdadero  el  espíritu  de  la  dicha  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  y  que  las  mercedes  y  favores  qu2  recibía  eran 
por  participación  del  cielo  y  en  sí  esto  lo  vio  y  entendió  por  cierto 
y  verdadero  todo  el  tiempo  que,  como  lleva  declarado,  conoció  y  estuvo 
y  anduvo  esta  declarante  con  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús, 
y  no  sólo  la  aprobaron  por  entonces  ser  bueno,  cierto  y  católico  el 
espíritu  de  la  dicha  Santa  Madre,  pero  de  allí  en  adelante  vía  y  vio 
esta  declarante  que  todos  los  sobredichos  la  tenían  grandísimo  res- 
peto, y  estimaban  en  tanto  su  santidad  y  obras,  que  venían  a  consul- 
tarla gravísimos  negocios  con  la  dicha  Santa  Madre,  ansí  propios 
como  ajenos,  para  que  ella  los  diese  su  parecer  en  ellos,  creyendo 
que  esto  sería  lo  más  acertado  y  mas  conformie*  a  la  voluntad  de  Dios. 
Y  para  que  esto  se  vea  más  claro,  especificará  aquí  algunas  cosas 
y  casos  que  en  aquel  tiempo  sucedieron,  lo  cual  dice  esta  declarante 
en   esta   manera. 

De  una  relación  original,  que  esta  declarante  tiene  en  su  poder, 
habida  de  la  Madre  María  de  San  Jerónimo,  priora  que  fué  muchos 
años  de  este  convento  de  San  José,  ya  difunta,  de  cuyo  valor  y 
santidad  oyó  esta  declarante  muchas  alabanzas  a  la  misma  Santa 
Madre,  sábese  la  estima  que  de  la  dicha  Santa  Madre  tenía  uno 
de  sus  confesores,  aun  antes  que  saliese  a  fundar  este  primer  con- 
vento de  S.  José,  el  cual  memorial,  según  ha  podido  colegir  de  otros 
memoriales  que  ha  tenido  en  su  poder,  fué  del  P.  Fr.  Pedro  Ibá- 
ñez  (1),  gravísimo  Padre  en  la  Orden  de  Santo  Domingo,  o  del  dicho 
Maestro  Fr.  Domingo  Báñez,  que  conforman  mucho  con  unas  razones 
que  puso  el  dicho  Padre  Ibáñez  en  un  cuaderno  grande  en  cosas  en 
que  aprobaba  el  espíritu  de  la  dicha  Santa  Madre,  que  poco  ha 
le  envió  esta  declarante  a  su  P.  General,  que  al  presente  es;   las  cua- 


1  Para  no  inducir  a  error  a  los  leclores,  rectificamos  la  confusión  de  apellidos  que  se  ad- 
vierte en  esta  Declaración,  llamando  Báñez  al  P.  Pedro,  e  Ibáflez  al  P.  Domingo.  La  H.a  Te- 
lesa  tenía  muy  presentes  los  nombres  de  estos  dos  célebres  Dominicos,  pero  trastrocó  los  ape- 
llidos en  este  jj  en  los  demás  pasajes  en  que  hace  memoria  de  ellos. 


518  21PEKDICES 

les  dio,  entre  otras,  al  dicho  sumario  para  probar  ser  de  Dios  el  es- 
píritu que  tenía  la  dicíia  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  delante  de 
una  junta  que  se  iiizo  de  personas  muy  graves  y  doctas  para  cxami- 
minar  el  espíritu  de  la  dicha  M.  Teresa  de  Jesús,  aunque  no  se 
ha  podido  entender  claro  de  cuál  de  los  Padres  que  ha  nombrado 
es  la  memoria  que   aquí   irá   referida. 

La  sustancia  de  la  cual  dicha  aprobación  es  la  siguiente.  Pri- 
mera razón.  El  fin  de  Dios  es  llegar  un  alma  a  Sí  y  el  del  de- 
monio apartarla  de  Dios.  Nuestro  Señor  nunca  pone  medios  que  apar- 
ten a  uno  de  Sí  ni  el  demonio  que  lleguen  a  Dios;  todas  las  visio- 
nes le  llegan  más  a  Dios,  la  hacen  más  humilde  y  obediente.  Doc- 
trina es  de  Santo  Tomás  y  de  los  Santos,  que  en  la  paz  y  quie- 
tud de  un  alma  que  deja  el  ángel  de  luz  se  conoce;  nunca  tiene  estas 
cosas  que  no  quede  con  grande  paz  y  contento,  tanto,  que  todos  los 
placeres  de  la  tierra  juntos  le  parece  no  son  como  el  menor.  Ninguna 
falta  tiene  ni  imperfección  de  que  no  sea  reprendida  del  que  la  habla 
interiormente.  Jamás  pidió  ni  deseó  otras  cosas,  sino  cumplir  en  todo 
la  voluntad  del  Señor.  Todas  las  cosas  que  le  dice,  van  conformes 
a  la  Escritura  Divina  y  a  lo  que  la  Iglesia  enseña  y  son  muy  verda- 
deras  en    todo   el    rigor   escolástico. 

Tiene  muy  gran  puridad  de  alma,  gran  limpieza  y  deseos  fer- 
ventísimos de  agradar  a  Dios,  y  a  alcanzar  esto  atropella  cuanto 
hay  en  la  tierra. 

ílsí  le  ha  dicho  que  todo  cuanto  pidiere  a  Dios,  siendo  recto 
le  dará.  Muchas  ha  pedido,  y  cosas  que  no  son  para  papel,  por  ser 
largas,  y  todas  se  las  ha  concedido  Nuestro  Señor.  Cuando  estas 
cosas  son  de  Dios,  siempre  son  ordenadas  para  bien  propio,  común 
o  de  alguno. 

De  su  aproveoliamiento  tiene  experiencia  y  del  de  otras  muchas 
personas.  Ninguno  la  trata,  si  no  lleva  sana  disposición,  que  sus 
cosas  no  la  mueven  a  devoción,  aunque  ella  no  las  diga.  Cada  día 
va  creciendo  en  la  perfección,  y  ansí  fundó  su  discurso  del  tiempo 
y  en  las  mismas  visiones  ha  ido  creciendo  de  la  manera  que  dice 
Santo  Tomás.  Nunca  le  dicen  novedades,  sino  cosas  de  edificación, 
ni  la  dicen  cosas  impertinentes  de  algunos  que  han  dicho  que  eran 
esclavos  del  demonio,  pero  para  que  entiendan  cual  está  un  alma 
cuando  mortalmente  ha  ofendido  al  Señor. 

Estilo  es  del  demonio,  cuando  pretende  engañar,  avisar  que  ca- 
llen lo  que  les  dice;  mas  a  ella  que  lo  comunique  con  letrados  sier- 
vos de  Dios,  y  que  cuando  callare,  por  ventura  la  engañará  el  demonio. 

Es  tan  grande  el  aprovechamiento  de  su  alma  con  estas  cosas  y 
la  buena  edificación  que  da  con  su  ejemplo,  que  más  de  cuarenta 
monjas  tratan  en  su  casa  de  grande  recogimiento.  Estas  cosas  ordina- 
riamente le  vienen  después  de  larga  oración  y  de  estar  muy  puesta 
en   Dios   y    abrasada   en   su    amor   o   habiendo   comulgado. 

Estas  cosas  le  ponen  grandísimo  deseo  de  acertar  y  que  el  de- 
monio no  la  engañe;  causa  en  ella  profundísima  humildad;  conoce 
que  lo  que  recibe  es  de  la  mano  del  Señor  y  lo  poco  que  tiene 
de  sí.  Cuando  está  sin  aquellas  cosas  suélele  dar  pena  y  trabajo 
cosas  que  se  le  ofrecen;  en  viniendo  aquello  no  hay  memoria  de  nada, 


APEKDICBS  319 

sino  grande  deseo  de  padecer  y  de  sufrir  tanto  que  espanta.  Caúsala 
holgarse  g  consolarse  con  los  trabajos,  murmuraciones  contra  sí  y 
enfermedades  que  tiene  tan  terribles  de  corazón,  vómitos  y  otros  mu- 
chos dolores,   los  cuales,  cuando  tiene  las  visiones,  todos  se  ia  quitan. 

Hace  gran  penitencia  con  todo  caso  de  ayunos  y  disciplinas  y  mor- 
tificaciones; las  cosas  que  en  la  tierra  la  pueden  dar  contento  alguno 
y  los  trabajos  que  ha  padecido  muchos  años,  sufre  con  igualdad  de 
ánimo  sin  perder  la  paz  y  quietud  de  su  alma.  Tiene  tan  firme  pro- 
pósito de  no  ofender  al  Señor,  que  tiene  hecho  voto  de  ninguna  cosa 
entender  que  es  más  perfección,  que  se  la  diga  quien  la  entiende, 
que  no  la  haga,  y  que  con  tener  por  santos  a  los  Padres  de  la 
Compañía  de  Jesús  y  parecerle  que  por  su  medio  le  hace  Nuestro 
Señor  tantas  mercedes,  me  ha  dicho  a  mí,  que  si  no  tratarlos  supiese 
que  es  más  perfección,  que  para  siempre  jamás  ni  los  hablaría  ni 
vería,  con  ser  ellos  los  que  la  han  quietado  y  encaminado  en  estas 
cosas. 

Los  quebrantos  que  ordinariamente  tiene  y  sentimientos  de  Dios 
y  derretirse  en  su  amor,  es  cierto  que  espanta;  con  ellos  se  suele 
estar  casi  todo  el  día  arrebatada.  En  oyendo  hablar  de  Dios,  con 
devoción  y  fuerza  se  suele  arrebatar  muchas  veces,  y  con  probar 
a  resistir,  no  puede,  y  queda  entonces  tal  a  los  que  la  ven,  que  pone 
grandísima  admiración.  No  puede  sufrir  a  quien  la  trata  que  no  le 
diga  sus  faltas  y  no  la  reprenda,  lo  cual  recibe  con  grande  humildad. 
Con  estas  cosas  no  puede  sufrir  a  los  que  están  en  estado  de  per- 
fección que  no  la  procuren  tener  conforme  a  su  virtud. 

Está  desapegadísima  de  parientes  y  de  querer  tratar  con  las  gen- 
tes, muy  amiga  de  soledad,  grande  devoción  con  los  santos,  y  en 
sus  fiestas  y  misterios  que  la  Iglesia  representa,  tiene  grandísimos 
sentimientos   de   Nuestro   Señor. 

Si  todos  los  de  la  Compañía  y  siervos  de  Dios  que  hay  en  la 
tierra  le  dicen  que  es  demonio  o  se  lo  dijesen,  teme  y  tiembla  antes 
de  las  visiones,  pero  estando  en  oracici  y  recogimiento,  aunque  la  ha- 
gan mil  pedazos,  no  se  persuadirá  sino  que  es  Dios  el  que  la  trata 
y  habla.  Hale  dado  Dios  un  tan  fuerte  y  valeroso  ánimo  que  espanta; 
solía  ser  temerosa;  agora  atropella  los  demonios;  es  muy  fuera  de 
melindres  y  niñerías  de  mujeres;  sin  escrúpulo;  es  rectísima.  Con  esto 
le  ha  dado  Nuestro  Señor  el  don  de  lugrimas  suavísimas,  grande  com- 
pasión de  los  prójimos,  conocimiento  de  sus  propias  faltas;  abatirse 
a  sí  misma,  tener  en  mucho  a  los  confesores;  yo  digo,  cierto,  que  hace 
mucho  provecho  a  estas  personas  e  yo  soy  una. 

Tal  ordinaria  memoria  de  Dios  y  sentimiento  de  su  aresencia, 
ninguna  cosa  le  han  dicho  jamás  que  no  haya  sido  así  y  no  se 
haya  cumplido,  y  esto  es  grandísimo  argumento.  Estas  cosas  cansan 
en  ella  una  claridad  de  entendimiento  y  una  luz  en  las  cosas  de  Dios 
admirable.  Que  le  dijeron  que  mirase  las  Escrituras  y  que  no  se 
hallaría  que  jamás  alma  que  deseaba  agradar  a  Dios  hubiese  estado 
engañada  tanto  tiempo  (1). 


1      Véase  la  página  130. 


320  APÉNDICES 

Aquí  acabó  la  dicha  Relación,  que  de  suso  va  incorporada,  la 
cual  esta  declarante  ha  tenido  y  tiene  por  certísima,  y  que  en  lo 
que  experimentó  el  tiempo  que  conoció  a  la  dicha  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús,  echó  de  ver  en  ella  ser  todo  lo  de  suso  referido  ver- 
dad y  muy  conforme  a  su  vida  y  a  lo  que  en  dicho  sumario  se  re- 
fiere. Y  también  sabe  esta  declarante  otras  cosas  particulares  que 
acontecieron  a  algunos  de  los  confesores  nombrados,  en  ♦•azón  del 
aprovechamiento  de  sus  almas,  por  medio  de  las  oraciones  y  persuasión 
de  la  dicha  Santa  Madre.  Y  también  sabe  que  el  Padre  ya  nom- 
brado Fr.  Luis  de  Barrientos,  estando  en  esta  ciudad  de  Avila  y 
juntamente  la  dicha  Santa  Madre,  no  solamente  no  la  trataba,  pero 
ni  tenía  tampoco  satisfacción  de  su  santidad;  que  antes  se  recataba 
de  tratar  con  ella,  y  decía  palabras  en  que  mostraba  no  tener  en 
nada  su  santidad.  Solamente  alababa  la  de  una  religiosa,  que  enton- 
ces era  priora  de  este  convento  de  San  José,  que  la  confesaba,  y 
parecióle  que  esta  era  la  Santa;  y  aunque  es  verdad  que  no  le  fal- 
taba razón,  no  permitió  Nuestro  Señor  que  mucho  tiempo  estuviese 
engañado  en  el  mal  sentir  que  tenía  de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús  por  no  la  haber  comunicado.  Sucedió,  pues,  que  un  día, 
que  esta  declarante  se  acuerda  muy  bien  y  que  de  ello  fué  testigo 
de  vista,  después  de  haber  comulgado,  la  hizo  Nuestro  Señor  una 
grandísima  y  extraordinaria  merced,  que  por  serlo  tanto,  aunque  es- 
taba habituada  a  otras,  esta  no  pudo  entender  qué  era  ni  qué  podía 
significar.  Y  estando  en  esta  confusión  la  respondió  Nuestro  Señor 
que  en  la  Iglesia  estaba  quien  se  la  declararía;  y  fué  así,  que  acertó 
a  estar  en  ella  confesando  el  dicho  P.  Fr.  Luis  de  Barrientos,  a  la 
dicha  Madre  Priora,  e  yendo  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús,  quién 
estaba  en  la  Iglesia,  porque  no  se  le  nombraron,  supo  cómo  era  él, 
y  fiada  en  Dios,  se  determinó  a  entrar  a  hablarle  y  tratar  la  merced 
recibida.  Desde  este  día  que  este  Padre  la  comunicó,  quedó  tan  mu- 
dado y  de  diferente  parecer  que  antes,  que  no  sólo  le  pareció  que 
era  Santa  y  espíritu  de  Dios  el  que  tenía,  sino  que  quedó  como  pre- 
gonero público,  y  piensan  que  hasta  en  los  pulpitos  engrandecía  las 
virtudes  y  oración  de  la  dicha  Santa  Madre.  Cambióse  también  en 
él  una  vida  muchísimo  más  estrecha  que  antes  solía,  y  se  dio  tanto 
a  la  oración  y  isoledad,  que  no  poco  las  admiró  a  todas  saber  los  ex- 
tremos que  acerca  de  esto  hizo;  por  todo  lo  cual,  y  por  otras  co- 
sas que  pudiera  decir,  sabe  que  varió  la  fuerza  del  espíritu  y  la  co- 
municación verdadera,  buena  y  eficaz  de  la  dicha  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús. 

18.  Al  artículo  dieciocho  dijo:  que  sabe  que  estándose  haciendo 
la  casita  pobre  que  el  artículo  dice  para  la  primera  fundación  de 
este  convento  de  San  José,  fué  derribada  parte  de  ella  por  los  de- 
monios; por  lo  cual  desmayó  mucho  Doña  Guiomar  de  ülloa,  que 
está  nombrada  en  el  dicho  artículo,  y  dijo  a  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús  que  no  debía  ser  voluntad  de  Dios  que  aquella  obra  se  hi- 
ciese, pues  la  pared  también  parecía  firme  y  se  había  caído.  Y  la 
dicha  Santa  Madre  respondió  con  mucha  paz:  «Si  se  ha  caído,  levan- 
tarla». Y  a  Doña  Juana  de  Ahumada,  hermana  de  la  Santa  Madre, 
por  cuyo  título  se  hacía  la  obra,  le  dijo:    «Hermana,  qué  fuerza  pone 


APÉNDICES  321 

€l  demonio  para  estorbar  ésto;  pues  no  le  ha  de  aprovechar,  y  si 
es  menester,  buscare  algunos  dineros  para  la  dicha  obra».  Hizo  que 
la  dicha  Doña  Guiomar  hiciese  un  propio  a  su  madre,  que  estaba 
en  Toro,  pidiéndola  treinta  ducados  con  iiarto  miedo  que  no  los  daría, 
y  pasados  dos  o  tres  días,  le  dijo  la  Santa  Madre:  «Hermana,  alé- 
grese, que  los  treinta  ducados  son  ciertos,  que  ya  están  contados  y 
en  poder  del  hombre  que  enviamos»;  y  luego  cuando  vino  el  dicho  men- 
sajero, se  supo  de  él  que  se  los  habían  dado  cuando  la  dicha  Santa 
Madre  lo   había  dicho. 

En  el  tiempo  que  se  trataba  por  la  Santa  Madre  de  hacer  la 
fundación  de  este  convento  de  San  José  para  defender  en  algo  la 
mucha  contradicción  que  había  y  había  de  hacer,  el  Padre  Fray  Pe- 
dro de  Alcántara,  de  quien  se  hace  mención  en  el  artículo  precedente, 
varón  eminentísimo  en  santidad  y  espíritu,  escribió  una  cartita  breve 
y  compendiosa  al  obispo  de  esta  ciudad,  que  lo  era  entonces  el  señor 
Ü.  Alvaro  de  Mendoza  (1),  persuadiéndole  y  rogándole  ayudase  todo  lo 
posible  a  esta  santa  obra,  para  la  cual  era  movida  por  el  espíritu 
de  Dios  la  dicha  Santa  Madre,  con  otras  palabras  en  que  pondera 
mucho  sus  virtudes  y  el  celo  de  Dios  conque  se  movía  para  emprender 
esta  obra  tan  grande,  aunque  al  parecer  de  los  hombres  parecía  des- 
varío de  mujer,  que  no  podía  prevalecer.  Y  la  razón  de  esta  carta 
hizo  tanta  operación  en  el  ánimo  del  dicho  Sr.  Obispo,  junto  con 
la  devoción  que  se  tenía  a  la  dicha  Santa  Madre,  que  siempre  la 
amparó  en  todos  sus  trabajos  y  necesidades,  y  defendía  este  con- 
vento en  todas  las  contradicciones  que  contra  él  se  levantaron  casi 
en  toda  la  ciudad,  y  se  puso  a  defenderla,  y  la  obra  que  había  de- 
lante de  las  juntas  que  se  hicieron  de  la  gente  más  grave  y  letrada 
que  había  en  la  ciudad  para  tratar  si  sería  bien  que  se  deshiciese, 
y  por  su  medio  principalmente  no  tuvo  efecto  lo  que  los  contradicto- 
res deseaban,  y  siempre  conoció,  en  él  en  el  tiempo  que  esta  declarante 
le  alcanzó  a  conocer,  que  tenía  de  la  Santa  Madre  grandísimo  con- 
cepto de  su  valor  y  santidad,  y  de  todas  las  cosas  que  en  el  nuevo 
monasterio  se  hacían,  y  de  su  suma  pobreza;  y  actos  de  mortifica- 
ciones y  penitencias  eran  tantas  que  se  edificaba,  que  traía  a  todas 
las  personas  que  él  podía  graves  para  que  la  viesen.  Y  no  sólo  él 
se  enternecía  de  devoción,  sino  que  con  las  cosas  que  él  decía  y  ellos 
vían,  les  conmovía"  a  la  misma  y  hacía  derramar  lágrimas  y  casi  mal- 
decir de  las  riquezas  y  pompas  del  mundo,  diciendo  que  lo  que  en 
esta  casa  había  gozado,  que  hacía  el  caso  y  satisfacción  a  las  almas, 
de  suerte  que  por  algunos  días  fué  creciendo  tan  sincera  devoción 
en  todos  los  ánimos,  ansí  de  los  hombres  de  esta  ciudad,  como  fuera 
de  ella,  que  les  parecía  y  parece  la  casa  un  santuario,  y  que  solas  las 
paredes  mueven  los  corazones  a  conocer  el  poder  y  misericordia  de 
Dios,  y  que  Su  Majestad  les  hace  mercedes  por  las  oraciones  de 
sus  siervas,  que  tiene  aquí  encerradas;  y  en  este  particular,  de  que 
esta  declarante  va  hablando,  ha  visto  y  oído  decir  tantas  cosas,  que 
le  parece  es  un  verdadero  testimonio  de  ser  obra  de  Dios,  y  que 
si  habría  de  particularizarlas  y  escribirlas,  se  hiciera  un  gran  volumen. 


Véase  la  página  127. 

II  21 


322  APÉNDICES 

También  escribió  el  dicho  Fray  Pedro  de  Alcántara  a  la  dicha 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  preguntándola  que  cómo  iban  sus  reco- 
mendaciones a  las  personas  que  le  ayudaban  a  él  (1).  Estas  dos  cartas 
que  lleva  referidas  en  este  artículo,  las  tiene  esta  declarante  al  pre- 
sente en  su  poder  originalmente,  y  las  otras  de  la  Madre  María  de 
San  Jerónimo,  priora  que  fué  de  este  convento,  de  quien  ya  he  hecho 
mención,  que  por  muchos  años  han  estado  guardadas  en  él,  como 
cosa    de    reliquia. 

19.  ñl  artículo  diecinueve  dijo:  que  lo  que  sabe  es  que  esta 
declarante  conoció  y  comunicó  a  las  tres  religiosas  de  las  cuatro  que 
se  nombran  en  el  artículo,  que  fueron  Antonia  del  Espíritu  Santo, 
mujer  de  grandísimo  espíritu,  penitencia  y  mortificación,  con  una  con- 
tinua y  extraordinaria  alegría  en  Dios.  Hacía  tantas  cosas  en  su  ser- 
vicio particulares,  que  se  pudiera  hacer  libro  de  ellas;  la  oración 
era  tanta,  que  se  la  quitaban  las  fuerzas  del  cuerpo  y  la  debilitaban 
de  manera  que,  porque  no  se  le  acabase  la  vida,  rr  andaban  los  con- 
fesores que  la  prelada  y  hermanas  procurasen  divertirla  y  ocuparla 
en  alguna  cosa  exterior,  y  que  no  tuviese  las  horas  de  oración  que  la 
Orden  manda  en  algunos  tiempos,  porque  no  se  le  acabase  el  sujeto; 
pero  era  tanta  la  fuerza  de  espíritu,  que  aunque  se  ponían  esos  me- 
dios, poco  aprovechaban  para  divertirla.  Esta  declarante  fué  algunas 
veces  inviada  de  la  obediencia  para  que  se  estuviese  con  ella  y  la 
hablase  en  cosas  indiferentes  para  que  no  se  suspendiese  tanto. 

La  otra  religiosa  fué  María  de  San  José,  la  cual  mostraba  en  to- 
das sus  cosas  gran  pureza  de  alma,  gran  afición  a  las  cosas  de  re- 
ligión, humildísima,  y  tan  sin  malicia  ni  doblez,  que  tratar  con  ella 
era  tratar  con  una  niña  inocente,  no  le  faltando  muy  buen  entendi- 
miento. R  su  muerte  mostró  el  Señor  algunas  cosas  maravillosas,  que 
por   no   ser   aquí   lugar   de   ellas,   no   las   declara. 

La  otra  fué  María  de  la  Cruz,  que  por  conocerla  de  poco  en 
el  convento  de  Valladolid,  no  dice  de  ella  cosa  en  particular,  y  ansí 
declara  que  estas  primeras  religiosas,  que  ya  van  nombradas,  con 
la  otra,  que  aunque  no  la  alcanzó  a  conocer,  ha  oído  decir  cómo 
fué  persona  de  singulares  virtudes  y  que  padeció  mucho  con  sus  en- 
fermedades, que  fueron  tales,  que  se  creyó  bien  el  Señor  las  había 
señalado  el  P.  Gonzalo,  Provincial  del  Espíritu  Santo,  como  a  las 
que  escogió  la  Santa  Madre  por  buen  principio  de  su  nueva  re- 
formación. 

También  ha  sabido  esta  declarante  una  particularidad  que  acaeció 
en  Francia  el  mismo  día  de  San  Bartolomé  en  que  se  fundó  y  puso 
el  Santísimo  Sacramento  en  este  convento  de  San  José,  la  cual  la 
escribió  a  esta  declarante  desde  allá  la  Madre  Ana  de  San  Barto- 
lomé, después  que  fué  aquel  reino  a  fundar  conventos  desta  Orden, 
de  quien  en  adelante  hablará  en  particular,  cuyas  palabras  formales 
que  la  dicha  escribió  a  esta  declarante,  son  estas:  «Cierto  que  es 
cosa  milagrosa,  que  cuentan  muchos  de  los  que  lo  vieron  entonces, 
que  el  mismo  día  que  fundó  la  primera  casa  en  Avila  nuestra  Santa 


1      Véase  una  de  sus  cartas  a  la  Santa  en  la  página  125. 


APÉNDICES  323 

Madre,  día  de  San  Bartolomé,  este  mismo  día  hubo  tan  grande  ba- 
talla entre  los  cristianos  y  heréticos;  entre  calles  de  muchas  ciu- 
dades de  Francia,  corría  la  sangre  de  los  que  morían  por  ellas  como 
agua  cuando  llueve  mucho  (1);  ij  aunque  murieron  de  todos,  los  cris- 
tianos tuvieron  la  victoria,  y  desde  este  día  se  halla  sin  haberse 
derribado  templo  ninguno  por  aquel  pequefiito  que  la  Santa  había 
levantado  en  España,  con  gran  celo  de  las  almas  y  de  las  que  allí 
se  juntasen  le  tuviesen  siempre  en  oración  y  ejercicios  de  mortifica- 
ción y  penitencia  para  ayudar  a  Cristo  y  a  sus  católicos,  en  espe- 
cial en  la  conversión  del  reino  de  Francia,  del  que  tenía  siempre 
un  deseo  vivo  en  su  alma,  que  la  movía  a  clamar  por  él.  Oyóla  el 
Señor,  porque  después  que  la  llevó  a  gozar  de  Sí,  despertó  a  algunos 
católicos,  que  deseando  la  salud  de  su  pueblo,  la  pedían  a  Su  Ma- 
jestad con  vigilias,  mortificaciones  y  lágrimas  en  el  tiempo  que  en 
él  había  tantos  trabajos  y  desconsuelos  para  los  católicos,  que  había 
muchos  y  muy  buenos.  Viendo  pues  que  en  España  se  había  levantado 
la  gran  Teresa  con  el  espíritu  del  cíelo  y  celo  de  las  almas  a  levantar 
nueva  reformación  de  su  Orden,  procuraron  llevar  allá  el  fuego  de 
las  Carmelitas  Descalzas».  Y  escribiéndola  esta  declarante  una  lega 
a  la  dicha  Madre  flna  de  San  Bartolomé  la  merced  que  Dios  la 
había  hecho  en  llevarla  a  aquellos  reinos  para  que  en  los  trabajos 
que  en  él  había  padeciese,  y  en  el  celo  que  la  movía  a  admitir 
aquella  comisión,  le  respondió  en  otra  carta  diferente  estas  pala- 
bras formales:  «Siendo  priora  de  Tours,  a  donde  ha  tiempo  que  lo 
he  sido,  yo  no  lo  soy  ahora,  nada  más  que  otras  veces,  antes  lo 
que  se  ha  visto  siempre  en  mí  de  incapacidad  es  la  verdad,  y  lo  que 
ahora  se  piensa  volver  es  tal  verdad,  que  no  soy  sino  la  más  pobre 
de  todas  mis  hermanas  las  de  la  cocina,  y  por  eso  se  ha  querido  el 
Señor  servir  de  mí,  porque  se  vean  más  sus  misericordias,  y  que 
sus  obras  se  hacen  con  su  poder  y  no  con  el  de  las  criaturas.  Ha- 
bíase de  cumplir  la  profecía  del  P.  Padilla,  de  la  Compañía  de 
Jesús,  que  dijo  a  nuestra  Santa  Madre  que  vernía  tiempo  en  que 
los  frailes  de  su  Orden  fuesen  fundadores»,  ñquí  acaba,  y  dice  esta 
declarante  que  esto  se  ha  cumplido  en  la  misma  Madre  ñna  de 
San  Bartolomé,  compañera  que  fué  por  cinco  años  de  la  dicha  San- 
ta Madre  Teresa  de  Jesús,  que  fueron  en  últimos,  hasta  que  Dios 
se  la  llev6,  y  sabe  como  testigo  de  vista  y  que  la  trató  tantos  años, 
y  por  otros  medios  que  ha  sabido  las  cosas  particulares  que  Dios 
ha  obrado  con  la  dicha  Madre  ñna  de  San  Bartolomé,  desde  que 
tenía  cinco  años  de  edad,  y  mucho  más  desde  que  comenzó  acom- 
pañar a  la  dicha  Santa  Madre;  que  siempre  ha  sido  mujer  señalada 
en  heroicas  virtudes  y  en  el  celo  y  espíritu  de  la  dicha  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  por  recibirle  más  que  ninguna  de  cuantas 
religiosas  ha  conocido,  e  imitadora  suya  en  esta  luz  y  ánimo,  por- 
que ha  emprendido  obras  grandes  y  padecido  trabajos  exquisitos  por 
todo   el    discurso   de   su   vida,   y   más   después   que   está   en   el    dicho 


1      Es    conocids    esta    sangrienta    lucha    en    la    H'storia    con    el    nombre    de    Matanza   de 
San  Bartolomé,  ocuirida  en  1572,  diez  afios  después  de  la  fundación  de  San  José. 


32t  APÉNDICES 

reino  de  Francia,  que  ha  seis  anos  (1),  y  que,  a  la  dicha  iWadre  Ana 
de  San  Bartolomé  tenía  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  en  grande 
estima  y  tomaba  su  consejo  en  negocios  muy  graves,  y  conocía  que 
su  oración  era  muy  alta  y  continua,  y  que  para  acudir  a  las  cosas 
exteriores  tenía  particular  ánimo  y  fuerza,  aún  naturalmente;  y  ansí 
por  estas  cosas,  como  por  particular  permisión  de  Dios,  la  escogió 
por  compañera  suya  en  los  últimos  años  de  su  vida,  que  más  había 
de  padecer,  y  la  misma  Madre  ñna  de  San  Bartolomé  fué,  antes 
que  esto  se  efectuase,  prevenida  en  la  oración  por  parte  de  Dios 
Nuestro  Señor  que  se  aparejase,  que  quería  fuera  ayuda  de  la  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  y  acudiese  a  socorrerla  en  sus  caminos,  tra- 
bajos y  enfermedades,  lo  cual  hizo  con  tantas  veras  y  con  tan  sin- 
gular devoción,  como  si  se  tratase  de  ver  por  algunas  cosas  que 
adelante  dirá.  Y  ansí,  todo  lo  que  ha  referido  del  valor  y  virtudes 
de  la  dicha  Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  es  para  que  se  dé  entera 
fe  y  crédito  a  las  cosas  que  la  susodicha  ha  escrito  a  esta  decla- 
rante, de  que  va  hecha  mención  en  este  artículo  e  para  lo  demás 
que  falta  por  decir. 

26.  ñl  artículo  veintiséis  dijo:  que  responde  lo  mismo  que  lleva 
dicho    en    el    artículo    diecinueve,    a    lo    cual    se    refiere. 

42.  fll  artículo  cuarenta  y  dos  dijo:  que  todo  lo  que  en  él  se  re- 
fiere, lo  ha  oído  decir  haber  pasado  ansí  como  en  él  se  refiere, 
y  en  particular  declara  que  cuando  la  Santa  Madre  dijo  a  su  pre- 
lado que  Nuestro  Señor  la  había  mandado  fuese  a  la  fundación  en 
Madrid,  el  prelado  la  dijo  que,  no  obstante  eso,  su  voluntad  era  que 
fuese  primero  a  fundar  en  Sevilla;  y  como  la  Santa  Madre  se  suje- 
tase y  rindiese  a  su  parecer,  aunque  sentía  lo  contrario  en  su  espíri- 
tu, la  dijo  el  Señor  que  hiciese  lo  que  la  mandaba,  que  El  me  lo 
pagaría.  Sucedió  que  luego  que  fué  a  la  ciudad  de  Sevilla,  estando 
dicho  prelado  con  la  dicha  Santa  Madre  en  ella,  se  levantaron  tan- 
tas persecuciones  a  dicho  prelado  y  tantos  testimonios  y  trabajos  tan 
extraordinarios,  que  se  verificó  bien  el  castigo  excedió,  aunque  sin  de- 
trimento de  su  akna,  que  Dios  había  dicho  a  la  Santa  Madre  que  le 
había  de  dar  por  no  haberla  dejado  ir  a  lo  que  Dios  le  mandaba, 
como  va  referido,  y  al  tiempo  que  el  dicho  prelado  tuvo  parte  de 
los  dichos  trabajos,  y  casi  luego  que  la  Santa  Madre  había  ido 
a  la  fundación  de  aquella  ciudad  de  Sevilla,  entró  esta  declarante 
en  el  convento  que  la  dicha  Santa  Madre  había  fundado  allí  (2),  y  fué 
esta  declarante  testigo  todo  el  tiempo  que  estuvo  allí  la  Santa  Ma- 
dre de  los  grandísimos  trabajos  que  ella  padeció,  y  en  el  mismo  tiempo 
fueron  acusadas  la  Santa  Madre  e  sus  monjas  por  la  Santa  Inquisi- 
ción, levantándolas  gravísimos  testimonios  y  de  cosas  tan  feas  y  aje- 
nas de  poderse  creer,  que  no  es  digno  de  tomarlas  en  la  boca.  Y 
al  tiempo  que  anduvo  la  furia  de  estas  tribulaciones,  estaba  la  dicha 
Santa  Madre  por  una  parte  muy  afligida,  más  por  lo  que  tocaba  al 
prelado  y   a  sus   monjas   que  por   lo   que   a   ella   tocaba;    y   por  otra, 


1  La  venerable   Ana  fué  con  otras    Carmelitas    a    fundar    conventos    de   la    Reforma    en 
Francia  el  año   de   1601. 

2  Entró  de  seglar  a  la  edad  de  ocho  años  cumplidos. 


Apéndices  325 

en  su  alma  y  acciones  exteriores  e  interiores  con  una  paz  del  cielo 
y  con  una  serenidad  tan  grande,  que  ponía  admiración;  y  no  pu- 
diera ser  ansí,  si  Dios  no  morara  en  ella  y  tuviera  tan  asegurada  su 
conciencia  de  no  tener  ella  misma  culpa,  no  solamente  en  aquellas 
cosas  que  la  levantaban,  pero  en  otras  mucho  menores.  Mas  Dios, 
para  su  mayor  mérito,  ordenó  que  la  Santa,  junto  con  esta  paz, 
pasase  grandes  aflicciones.  No  la  deshacían  el  corazón  porque  le  tenía 
firme  en  Dios,  y  en  la  esperanza  de  que  le  había  de  favorecer  y 
sacar  a  luz  la  verdad,  como  sucedió;  pues  acusadas  delante  del  Santo 
Oficio  y  tomados  testigos,  constó  más  claro  de  su  inocencia  y  casti- 
dad   y    del    agravio    tan    grande    que    se    le    había    hecho. 

Junto  con  estos  trabajos,  a  los  que  la  hizo  el  Señor  por  particu- 
lares favores  en  la  oración,  y  a  veces  la  hizo  padecer  muchos  tra- 
bajos interiores,  porque  no  fuese  sola  la  aflicción  de  los  hombres, 
sino  que  Dios  parecía  que  se  retiraba  de  ella  y  la  pareciese  que  en 
su  vida  se  había  hallado  tan  cobarde  como  entonces,  y  que  a  sí  mis- 
ma no  se  conocía;  porque  aunque  siempre  tenía  confianza  en  Dios, 
estando  a  su  parecer  en  aquella  fundación  más  de  lo  que  solía  es- 
tar en  otras,  que  sentía  el  Señor  en  alguna  manera  había  apartado 
su  mano  para  que  viese  que  el  ánimo  que  solía  tener  no  era  suyo 
sino  del  mismo  Señor;  por  cuya  providencia,  en  este  tiempo  de  tan- 
tas aflicciones,  acertó  a  llegar  allí  su  padre  de  esta  declarante,  lla- 
mado Lorencio  de  Cepeda,  hermano  de  la  dicha  Santa  Madre,  que 
llegaba  de  Indias,  trayendo  consigo  a  esta  declarante  y  a  sus  hermanos, 
sin  saber  que  la  había  de  hallar  allí  a  la  Santa  Madre;  y  antes 
que  desembarcasen,  parece  que  por  providencia  de  Dios  supo  de  su 
llegada  la  Santa  Madre  y  los  envió  cierto  regalo  a  mí,  estándose  en 
el  brazo  de  la  mar  (1);  y  en  aquella  sazón,  la  dicha  Santa  Madre 
andaba  al  buscar  casa  para  sus  monjas;  porque  no  era  conveniente 
en  la  que  estaban  de  emprestado.  Acogióse  a  Dios,  que  era  el  que 
la  remediaba  en  todas  sus  necesidades  y  al  glorioso  San  José,  hacien- 
do mucha  oración  ella  y  sus  monjas  porque  el  Señor  se  la  diese, 
y  estando  pidiendo  esto,  la  dijo  Su  Majestad  una  vez:  Ya  os  he 
oído,  dejarme  a  mí.  Quedó  con  esto  tan  confiada,  que  hizo  cuenta 
que  ya  la  tenía,  y  ansí  la  tuvo  presto  muy  grande  y  recreable  por 
medio  de  las  diligencias  de  su  padre  de  esta  declarante,  costán- 
dole  muchos  trabajos  el  comprar  la  casa  para  sus  monjas  y  defen- 
derla en  lo  que  se  ofreció.  Acomodósela  para  monesterio,  y  dábales 
para  el  sustento  lo  que  habían  de  menester;  y  fué  Dios  servido  que 
con  esto  y  con  la  verdad  que  se  había  manifestado  en  lo  que  ya  va 
dicho  en  este  artículo,  fué  tanto  el  placer  y  devoción  de  los  de  la 
ciudad,  que  con  grandísimo  concurso  de  gente  fueron  a  la  casa  nue- 
va. Y  al  poner  el  Santísimo  Sacramento,  fué  el  mismo  Arzobispo  de 
aquella  ciudad  y  la  Clerecía  y  Cofradías,  y  se  hicieron  grandes  fies- 
tas y  aderezos  por  las  calles  en  que  había  de  pasar  el  .Santísimo  Sa- 
cramento, y  en  especial  en  la  dicha  nueva  casa,  que  fácilmente  no 
se    pueden    decir,    ni    menos    las    instalaciones    curiosas    que    hubo,    y 


1      En  Sanlúcar  de  Bñrrameda. 


326  APÉNDICES 

entre  ellas  se  puso  una  fuente  de  agua  de  azahar  en  el  claustro, 
que  la  Santa  Madre  no  quisiera  tanto  gasto;  pero  movió  Dios  los 
corazones  de  otros  a  andar  en  tales  cosas  como  fuera  de  sí,  porque 
se  viese  cómo  volvía  Dios  por  la  honra  suya  y  de  la  Santa  Aladre 
y  de  sus  monjas,  las  cuales,  con  grandes  veras,  procuraban  servir 
a  Su  Majestad.  Fué  esta  fiesta  domingo  infraoctava  de  la  Ascen- 
sión, año  de  1576.  Todo  lo  cual  sabe  porque  esta  declarante  se 
halló  allí  presente. 

44  y  45.  Al  articulo  cuarenta  y  cuatro  y  cuarenta  y  cinco  dijo: 
que  lo  que  de  ello  sabe  es,  que  tiene  particular  noticia  esta  de- 
clarante de  los  trabajos  que  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  tuvo 
acerca  de  lo  que  se  refiere  y  declara  en  estos  artículos;  porque 
la  mayor  parte  del  tiempo  que  pasaron,  estuvo  ésta  que  declara 
en  su  compañía,  y  que  estando  en  la  dicha  ciudad  de  Sevilla  y 
habiendo  hecho  Capítulo  General  los  Padres  Carmelitas  Calzados,  y 
estando  el  P.  General  tan  indignado  contra  la  dicha  Santa  Madre, 
como  se  refiere  en  el  dicho  artículo  cuarenta  y  cinco,  la  enviaron 
un  mandato  antes  que  saliese  de  Sevilla,  no  sólo  para  que  no  fun- 
dase más  monasterios,  sino  para  que  eligiese  uno  de  los  hechos, 
en  que  viviese  y  no  saliese  más.  Y  ella  obedeció  con  gran  pronti- 
tud y  paz  y  escogió  el  convento  de  Avila,  y  esto  es  ansí  certísimo, 
aunque  en  los  dichos  artículos  no  se  especifica.  Salió  pues  la  San- 
ta Madre  de  Sevilla  juntamente  con  el  dicho  Lorencio  de  Cepe- 
da, su  hermano  y  padre  de  esta  declarante,  y  ansimismo  en  su  com- 
pañía esta  declarante,  y  pasaron  y  estuvieron  en  el  convento  de 
esta  Orden  que  estaba  ya  hecho  en  Malagón,  y  de  allí  vinieron 
al  de  Toledo,  donde  la  Santa  Madre  se  detuvo  algunos  meses,  y 
no  más;  y  pasados  éstos  vino  a  este  convento  de  San  José  de  Avila, 
donde  es  certísimo  estuvo  dos  años  o  más  entonces,  que  fueron  en 
el  tiempo  que  pasaron  la  furia  y  trabajos  contra  la  Santa  Aladre 
con  los  mandatos  y  preceptos  del  Sr.  Nuncio  y  las  demás  cosas  de 
que  se  hace  mención  en  estos  artículos,  y  del  prendimiento  de  los 
religiosos,  a  los  cuales  algunas  veces  defendieron  del  poder  de  sus 
contrarios  el  dicho  Lorencio  de  Cepeda,  padre  de  esta  declarante 
y  sus  hermanos,  y  los  escondían  mientras  y  entretanto  que  había 
oportunidad  para  poderse  guardar  de  las  dichas  persecuciones;  y  es- 
tando verdaderamente  en  aquel  tiempo  su  padre  y  hermanos  de  esta 
declarante  en  esta  ciudad  de  Avila,  se  verificó  más  la  asistencia  que 
hizo  en  este  convento  la  dicha  Santa  Madre  el  tiempo  que  lleva  dicho 
de  los  dichos  trabajos,  aunque  después  de  ellos,  fué  necesario  salir 
para  acudir  a  algunos  conventos  de  los  que  estaban  fundados,  que 
pienso  fué  lo  más  cierto  a  Toledo,  de  donde  volvió  a  esta  casa  y 
salió  de  ella  para  la  fundación  de  Villanueva  de  la  Jara;  y  esta 
declarante  fué  testigo  de  los  trabajos  grandísimos  que  padeció  y  las 
cartas  de  nuevas  tristísimas  que  traían  de  la  corte,  en  que  parecía 
que  todo  lo  que  había  hecho  se  iba  a  deshacer.  Y  aunque  estas  cosas 
la  tenían  con  grandes  aflicciones,  era  cosa  muy  sobrenatural  la  paz 
y  quietud  con  que  estaba  en  su  ánimo  y  la  fortaleza  con  que  lo  pa- 
saba todo,  sin  consentir  que  otras  personas  ni  las  religiosas  de  casa 


APÉNDICES  327 

hablasen  ninguna  cosa  contra  los  perseguidores,  antes  todo  parecía 
que  lo  quería  abonar. 

Y  entre  estos  trabajos  recibió  del  Señor  particulares  favores  en 
la  oración,  y  mostróla  con  el  espíritu  de  profecía  cómo  su  Orden 
iiabía  de  prevalecer,  aunque  más  la  persiguiesen;  y  una,  entre  estas, 
la  dijo  a  esta  declarante  que  no  se  desharía  la  Orden  de  sus  frailes 
Descalzos,  que  entonces  andaban  tan  afligidos  y  perseguidos,  sino 
que  antes  iría  creciendo.  Estando  otra  vez  con  los  nuevos  trabajos 
de  la  Orden,  que  estaban  en  mucho  riesgo  y  peligro,  la  dijo  el  Señor 
a  la  Santa  Madre:  ¡Oh  mujer  de  poca  fe;  sosiégate  que  muy  bien 
se  va  haciendo.  Lo  cual  se  experimentó  después.  Y  en  el  de  los 
trabajos  que  esta  declarante  va  hablando,  recibió  la  dicha  Santa  Ma- 
dre unas  cartas  en  que  la  escribían  de  la  corte  nuevas  terribles  de  la 
persecución  que  el  Sr.  Nuncio  y  otros  habían  levantado,  y  que  habían 
preso  a  unos  Padres  Descalzos;  lo  cual  le  dio  tanta  pena  a  la  dicha 
Santa  Madre,  que  dijo:  Dios  me  dé  paciencia',  y  luego,  como  ha- 
ciendo en  aquel  punto  alguna  reflexión  en  su  espíritu,  exclamó  estas 
palabras  exteriormente:  Ahora,  Señor,  me  habéis  pagado  todos  los  de- 
seos que  he  tenido  de  serviros.  Y  con  esta  fortaleza  y  confianza 
en  Dios,  pasó  todo  este  tiempo  de  las  dichas  persecuciones,  y  estuvo 
cuatro  años  sin  hacer  ningún  convento,  que  fueron  desde  el  año  de 
1576  hasta  el  de  1580,  en  que  salió  a  fundar  el  de  Villanueva  de  la 
Jara,  yendo  con  ella  la  Aladre  Ana  de  San  Bartolomé,  de  quien 
ya  lleva  hecha  mención,  y  poco  después  fué  al  de  Palencia,  y  al 
de  Soria  el  año  de  1581;  porque  a  este  tiempo  ya  estaban  sosegadas 
las  casas  de  la  Orden  con  el  Breve  último  que  dio  Su  Santidad 
para  dividir  Provincia,  el  cual  se  expidió  el  20  de  Noviembre,  año 
de  1580,  y  se  hizo  el  Capítulo  de  los  Padres  Descalzos  en  Alcalá 
de  Henares,  día  de  San  Cirilo,  en  Marzo  de  1581,  y  todo  esto 
fué  con  el  favor  de  Dios  y  del  rey  D.  Felipe  II.  E  después  de 
haber  pasado  lo  que  lleva  referido,  volvió  la  dicha  Santa  Madre 
a  este  convento  de  San  José  de  Avila,  a  donde  fué  elegida  por 
priora  con  grande  sentimiento  suyo,  porque  esta  declarante  la  vio 
bien  afligida  de  que  la  daban  este  cargo  de  mayoría,  siendo  a  su  parecer 
insuficiente    e    ya    muy    cargada    de    enfermedades    (1). 

50.  ñl  artículo  cincuenta  dijo:  que  estando  la  dicha  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús  por  priora  de  este  convento  de  San  José,  como  acaba 
de  decirlo  en  lo  último  del  capítulo  precedente,  el  año  de  1582,  otro 
día,  después  de  año  nuevo,  salió  de  este  convento  la  Santa  Madre 
para  la  fundación  del  convento  de  Burgos,  ansí  por  lo  que  de  allá 
la  habían  importunado,  como  principalmente  por  cumplir  la  volun- 
tad de  Dios,  que  había  entendido  en  la  oración  ser  el  que  aquella  fun- 
dación se  hiciese;  y  reparando  la  Santa  Madre  que  estando  tan  en- 
ferma y  que  era  tiempo  de  recios  fríos  y  nieves  para  ir  tan  largo 
camino,  la  respondió  Nuestro  Señor,  que  no  hiciese  caso  de  eso, 
que  El  era  el  verdadero  calor.  Salieron,  pues,  con  la  .Santa  Madre  al- 
gunas   religiosas;     (que    salió    la    que    declara    para    esta    fundación), 


1      Fué  elegida  el  iO  de  Septiembre  de  1581.  (Véase  la  página  251.] 


328  APÉNDICES 

y  entre  ellas,  fué  la  Madre  ñna  de  San  Bartolomé,  de  quien  lleva 
hecha  mención,  y  esta  declarante,  aunque  tan  indigna  de  ella.  Los 
trabajos,  y  descomodidades  y  enfermedades  que  pasó  por  este  ca- 
mino, no  se  pueden  fácilmente  significar,  sin  otros  que  se  le  ofre- 
cieron padecer,  pasando  de  camino  por  otros  conventos  de  los  suyos, 
en  los  cuales  mostró  bien  su  humildad  y  sufrimiento  y  el  ánimo  ren- 
dido que  mostraba  aún  con  sus  menores  y  subditas,  que  en  algunas 
cosas  la  hicieron  contradición  aunque  con  santo  celo.  Echábase  de 
ver  que  iba  Dios  labrando  su  corona  de  la  Santa  Madre  con  cosas 
que  más  podia  pentir  en  lo  último  de  su  vida,  en  que  había  de  quedar 
toda  prefeccionada  para  el  grado  de  gloria  que  Su  Majestad  la  tenía 
aparejada. 

Llegada  a  Burgos  la  dicha  Santa  Madre,  se  la  levantaron  ma- 
yores contradiciones  y  persecuciones  de  parte  del  Sr.  Arzobispo  de 
aquella  ciudad  y  del  prelado  de  su  misma  Orden  que  la  había  acom- 
pañado por  todo  el  camino;  porque  aunque  ambos  prelados  tenían 
en  mucha  estima  a  la  dicha  Madre  Teresa  de  Jesús  y  fiaban  en  su 
buen  espíritu,  permitió  el  Señor,  para  mérito  de  la  dicha  Santa,  que 
ellos  fuesen  los  que  más  la  afligiesen,  cada  uno  por  su  camino.  El 
dicho  prelado  de  la  Orden  se  fué  y  la  dejó  metida  en  tantas  afli- 
ciones,  como  desconfiando  de  que  aquella  fundación  no  se  había  de 
hacer;  lo  cual  dio  mucha  pena  a  la  Santa  Madre.  El  Sr.  Arzobispo, 
por  diligencias  que  con  él  se  hicieron,  nunca  quiso  dar  la  licencia 
para  poner  el  Santísimo  Sacramento,  y  aun  para  que  oyesen  misa 
dentro  de  casa,  porque  no  hubiese  forma  de  monasterio,  y  ansí  se 
estaban  en  la  de  una  señora  recogidas,  yendo  a  misa  sólo  las  fies- 
tas por  las  calles,  y  todas  con  vituperios  de  los  que  las  vían  y 
con  grandísima  mortificación  de  la  Santa  Madre  y  de  sus  religio- 
sas. Finalmente,  por  no  hacer  estas  salidas,  pidió  la  Santa  Madre 
que  las  acogiesen  en  cierto  hospital  (1),  que  estaba  fuera  de  la  ciudad 
para  poder  oir  misa  dentro  de  casa;  y  en  estos  trabajos,  sin  dar 
licencia  el  Sr,  Arzobispo,  pasaron  tres  meses  contados  desde  el  prin- 
cipio o  mediados  de  Enero  en  que  entró  en  Burgos  la  Santa  Madre, 
hasta  19  de  Abril  en  que  dio  licencia  el  Sr.  Arzobispo  y  se  dijo 
la  primera  misa  y  se  colocó  el  Santísimo  Sacramento,  quedando  fun- 
dado el   monasterio. 

Dióse  luego  el  hábito  a  una  hija  de  la  señora  que  las  acogió 
e  ayudó  para  esta  fundación,  y  a  él  predicó  el  Sr.  Arzobispo  en  la 
iglesia  nueva  del  dicho  convento,  y  en  público,  en  el  dicho  sermón 
y  con  muchas  lágrimas,  se  culpó  de  no  haber  dado  licencia  antes 
a  aquella  Santa,  como  quien  había  estado  ciego  en  dilatársela,  ala- 
bando su  Religión  y  pidiendo  perdón  de  lo  que  había  hecho  padecer 
a  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  y  a  sus  monjas  por  su  ocasión. 
Cobróla  nueva  devoción  y  fué  en  adelante  muy  favorable  en  aquel 
convento.  En  él  se  detuvo  la  dicha  Santa  Madre  hasta  fin  del  mes 
de  Agosto  de  aquel  mismo  año,  o  poco  menos,  deseando  ver  si  salía 
alguna  comodidad   para  aguda   al   sustento  de  aquel  convento  de  Bur- 


1      Llevaba  por  nombre  «la  Concepción»,  como  ya  dejamos  escrito. 


APÉNDICES  329 

gos,  hasta  que  Nuestro  Señor  la  dijo:  ¿En  qué  dudas?  que  ya  esto 
está  acabado;  bien  te  puedes  ir.  Y  con  parecer  del  prelado  salió  para 
volver  al  convento  de  Palencia,  Valladolid'  y  Medina  del  Campo,  sien- 
do su  intento  de  la  Santa  Madre  hacer  este  viaje  de  regreso  para 
volver  a  éste  de  San  José  de  ñvila,  para  asistir  a  su  oficio  de  priora 
g  otros  negocios  que  habían  menester  su  presencia,  y  principalmente 
de  dar  a  esta  declarante  de  su  mano  la  profesión,  porque  se  lle- 
gaba ya  el  tiempo,  y  ansí  caminaba  con  priesa  (1).  Y  todo  lo  de  suso 
referido  en  este  artículo  lo  ha  declarado  por  saberlo,  como  lo  sabe, 
como  testigo  de  vista  y  persona  que  a  ello  se  halló  presente  con 
la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús. 

52  y  53.  A  los  artículos  cincuentai  y  idos  y  cincuenta  y  tres,  dijo 
esta  declarante:  que  casi  de  todas  las  cosas  que  en  ellos  se  trata 
fué  esta  declarante  testigo  de  vista,  y  lo  experimentó  ser  ansí  verdad 
en  los  caminos  que  anduvo  con  la  Santa  Madre,  y  que  en  el  .que 
fué  a  Burgos,  de  que  ha  hecho  mención  en  el  artículo  precedente, 
iba  con  tan  gran  fe  de  espíritu,  que  los  ratos  que  se  habían  de  tomar 
de  entretenimiento,  los  pasaba  la  Santa  Madre  en  hacer  actos  de 
grandísimos  martirios,  deseando  padecerlos  por  amor  de  Dios,  si  en 
tal  ocasión  se  viera,  y  que  los  Padres  Descalzos  que  con  ella  iban, 
procuraba  los  hiciesen  también  y  que  en  público  los  dijesen  para  fer- 
vorarse los  unos  a  los  otros,  y  ver  cuál  deseaba  padecerlos  mayores 
por    amor    de    Jesucristo    Nuestro    Señor. 

Y  en  lo  que  toca  al  P.  Julián  de  ñvila,  de  quien  se  refiere  en 
el  capítulo  cincuenta  y  dos  tenía  gran  satisfación  de  la  pureza  de 
su  alma  y  de  la  virtud  y  celo  y  el  espíritu  particular  en  su  oficio 
de  confesor,  que  la  Santa  Madre  dijo  a  esta  declarante,  habiendo 
estado  antes  en  oración,  que  era  tan  suficiente  para  hacerlo,  que  no 
solamente  se  podían  fiar  de  él  sus  monjas,  pero  que  era  el  confesor 
más  apropósito  que  podían  liallar  para  tratar  sus  espíritus  y  llevar 
adelante  su  Instituto,  guiadas  por  su  consejo,  y  que  ella  no  hubiera 
habido  menester  otro,  si  no  se  hubiera  visto  necesitada  con  los  gra- 
vísimos negocios  que  en  su  Orden  se  ofrecían  a  tomar  el  parecer 
de  otras  personas  letradas  y  siervas  de  Dios  para  no  seguir  los  de 
uno  solo,  aunque  era  tan  bueno.  Con  esta  satisfación  y  vida  tan 
ejemplar  que  hacía,  gustaba  la  Santa  Madre  llevarle  consigo  a  las 
fundaciones  hasta  el  tiempo  que  otros  padres  graves  de  su  Orden 
la  acompañasen.  Y  estando  el  dicho  P.  Julián  de  Hvila  con  la 
Santa  Madre  en  Sevilla,  y  no  pudiendo  ir  ella  a  la  fundación  de  Ca- 
ravaca  por  las  muchas  dificultades  que  se  le  habían  ofrecido  en  Sevilla, 
vio  esta  declarante  que  le  fió  a  él  solo  toda  la  fundación,  y  fué 
a  ella  llevando  por  priora  a  la  Madre  ñna  de  San  ñlberto,  que  es- 
taba entonces  en  el  mismo  convento  de  Sevilla.  Juntamente  con  ella 
otras  religiosas  de  otro  convento,  y  fué  y  es  una  de  las  casas  bien 
puestas    en    lo    espiritual    y    temporal    que    la    Santa    Madre    tuvo. 

55.  Al  artículo  cincuenta  y  cinco  dijo:  que  sabe  cierto  que  en 
vida  de  la  Santa  Madre  tenía  el  libro  de  su  vida  que  en  este  artículo 


1      No  tuvo  la  Santa  la  satisfacción  de  ver  profesar  a  su  sobrina. 


330  APÉNDICES 

dice  que  escribió  el  Sr.  Arzobispo  de  Toledo,  Don  Gaspar  de  Quiro- 
ga,  guardado  en  secreto  y  con  mucha  estimación  de  él;  al  cual, 
estando  la  Santa  Madre  en  este  convento,  antes  que  saliese  a  fun- 
dar el  de  Burgos,  le  hubo  de  pedir  con  grande  encarecimiento  la 
hiciese  merced  de  presentársele,  para  sólo  sacar  su  traslado,  para  no 
sé  que  necesidad  que  se  le  había  ofrecido,  para  verlo  o  mostrarle 
a  sus  confesores;  y  el  dicho  Sr.  Arzobispo  se  le  envió  el  dicho 
libro,  confiado  de  la  palabra  de  la  Santa  Madre,  la  cual  mandó 
que  para  trasladarle  ninguna  religiosa  le  leyese  ni  viese,  sino  sólo 
esta  declarante  en  secreto,  por  ser  forzoso  leerle  a  quien  le  tras- 
ladaba, diciendo  que  como  esta  declarante  era  niña,  no  repararía  en 
ello.  Y  confiesa  esta  declarante  que  con  serlo,  y  con  tan  sin  espíritu 
como  era  y  tan  desapegada  e  incrédula  de  las  cosas  de  la  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  que  la  hacía  la  lectura  del  dicho  libro  un 
movimiento  particular  interior,  con  un  espanto  notable  de  ver  que 
tenía  entre  manos  mujer  tan  señalada  en  virtudes  y  en  favores  del 
cielo,  y  procuraba  hacerse  fuerza  así  misma  para  estimarla  en  lo 
que  era  razón;  y  con  todo  eso,  pasados  aquellos  ratos,  permitía  el 
Señor  que  se  escureciesc  y  encubriese  a  esta  declarante  aquella  ad- 
miración que  antes  sentía,  para  que  no  se  dejase  descuidar  en  mos- 
trarla amor  y  estima  particular,  sino  antes  le  fuese  ocasión  de  más 
mortificación  su  término  de  él,  a  pesar  de  esta  declarante,  y  no  mi- 
rando el  Señor  a  esto. 

Otras  veces,  por  el  tiempo  que  conoció  a  la  Santa  Madre,  le 
daba  otras  noticias  de  las  grandezas  que  había  puesto  en  aquella 
alma  y  las  obras  heroicas  que  por  su  medio  Dios  había  hecho  y  había 
de  hacer,  que  la  traían  a  esta  declarante  algunas  veces  como  fuera  de 
sí  y  muy  -suspensa  en  semejantes  consideraciones,  mirándola  como  un 
prodigio  que  estaba  en  el  mundo  y  que  presto  quizás  se  la  quitaría 
de  los  ojos;  las  cuales  cosas  también  la  pasaban  a  esta  declarante 
para  el  fin  que  poco  ha  dijo  esta  declarante. 

56.  Al  artículo  cincuenta  y  seis  dijo:  que  lo  que  de  él  sabe, 
es  que  todo  lo  referido  en  él  es  cosa  muy  notoria,  cierta  y  verdadera, 
y  que  ha  sabido  el  provecho  particular  que  ha  resultado  de  la  lec- 
tura del  dicho  libro  en  algunas  almas,  y  en  especial  en  una  de  un 
caballero  de  esta  ciudad  que  vino  por  ella  a  ser  tan  mudado  en  su 
espíritu,  que  con  fortaleza  sobrenatural  dejó  a  sus  padres  y  a  las 
cosas  del  mundo  y  se  entró  religioso  en  los  Descalzos  Franciscos; 
y  quejándosele  los  padres  de  que  no  les  quedaba  heredero,  él  res- 
pondió que  rogaría  a  Dios  se  le  diese,  y  dentro  de  aquel  año  dicen 
que,  por  intercesión  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  se  le  dio 
Nuestro  Señor;  y  el  dicho  religioso  se  dio  tanta  priesa  a  las  cosas 
del  servicio  de  Su  Majestad  y  de  la  penitencia,  que  dentro  de  poco 
tiempo  le  llevó  Dios  a  gozar  de  Sí  en  el  cielo.  Y  este  caballero 
era  hijo  de  Ochoa  de  Aguirre,  vecino  y  regidor  de  esta  ciudad; 
el  cual  y  otro  hijo  suyo  llamado  D.  Pedro,  habrán  depuesto  cerca 
de    esta    particular,   y    en    él    se    refiere    a    sus   deposiciones. 

Y  también  sabe  esta  declarante,  que  en  estos  últimos  años  es 
tanta  la  estima  que  se  tiene  en  otros  reinos  de  los  libros  de  la  Santa 
Madre,  que  los  lian  hecho   traducir  en  sus  lenguas.  Y  de  Indias  escri- 


APÉNDICES  531 

bió  a  esta  declarante  uno  de  sus  hermanos,  que  pienso  fué  Don 
Francisco  de  Cepeda,  que  uno  que  tenía,  casi  nunca  le  dejaban  en  su 
casa,  llevándole  a  porfía  unos  y  otros  para  leerle,  por  el  aprovecha- 
miento que  en  sus  almas  sentían,  y  otras  cosas  particularas,  que  por 
no  se  le  acordar  bien,  no  las  declara,  aunque  la  parece  haberlo  oído 
decir  a  diferentes  personas.  Y  sabe  esta  declarante,  por  cosa  muy 
cierta  y  verdadera,  que  el  libro  original  que  refiere  el  Capítulo  se 
llevó  ael  convento  de  la  Encarnación  por  mandado  de  su  prelado, 
como  han  llevado  de  él  otros  muchos  papeles  de  mano  de  la  Santa 
Madre  al  fin  de  que  por  allá  fuesen  vistos  y  más  estimados,  y  que 
el  estar  puesto  el  dicho  libro  en  tan  eminente  lugar  entre  otros 
libros  de  Santos,  lo  sabe  por  relación  de  Francisco  de  Mora,  que  vio 
el  dicho  libro  muchas  veces,  como  persona  que  asistía  en  la  pre- 
sencia del  Rey  tantas  veces;  que  por  los  oficios  que  tenía  en  la  casa 
real  y  por  lo  que  le  querían  y  valía  no  había  para  él  en  ella 
cosa  encubierta;  el  cual  fué  apasionadísimo  por  los  libros  y  cosas  de 
la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  como  se  relata  en  otro  ar- 
tículo cuando  se  trata  de  él. 

58.  Al  artículo  cincuenta  y  ocho  dijo:  que  algunas  cosas  de  él 
tiene  ya  respondido  en  otra  deposición  que  dijo  del  reverendo  señor 
Provisor,  D.  Pedro  de  Tablares,  Arcediano  de  Avila,  por  comisión 
del  ilustrísimo  Sr.  Nuncio,  en  la  cual  deposición  ya  se  ha  ratificado 
esta  declarante  en  el  principio  de  este  su  dicho  y  también  en  él, 
en  especial  en  el  artículo  diez  y  siete,  tiene  referido  otras  cosas 
tocantes  a  este  artículo,  a  todo  lo  cual  se  refiere  y  esto  responde  (1). 
59.  Al  artículo  cincuenta  y  nueve  dijo  esta  declarante:  que  por 
lo  que  vio  y  ha  oído  muchas  veces,  sabe  que  la  dicha  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús  fué  aventajadísima  en  la  virtud  de  la  obediencia, 
no  sólo  con  sus  superiores  y  confesores,  pero  aún  con  personas  in- 
feriores a  ella;'  y  así  vio  esta  declarante  muchas  veces  que  se  rendía 
al  parecer  de  sus  subditas  y  se  le  pedía  con  grande  humildad,  y 
que  cuando  pasaba  por  los  conventos,  con  ser  fundadora  de  todos, 
no  admitía  que  las  religiosas  de  ellos  acudiesen  por  licencias  sino 
a  las  prioras  de  los  mismos  conventos,  a  las  cuales  respetaba  y  tra- 
taba como  si  les  tuviera  la  misma  obediencia  y  sujeción  que  las 
demás,  y  las  pedía  licencia  o  perdón  de  que  no  hacía  tanto  como 
quisiera  por  estorbarla  los  negocios,  especialmente  porque  no  hilaba 
tanto  como  las  demás,  por  estorbarla  los  negocios,  en  los  cuales, 
aunque  más  se  cansase  y  más  la  estorbasen,  buscaba  tiempo,  aunque 
fuese  de  noche,  para  estar  hilando  y  ayudando  en  esto  a  la  comunidad. 
También  sabe  acerca  de  las  comuniones  que,  con  haber  muchos 
años  que  la  Santa  Madre  las  hacía  cada  día  con  orden  de  sus  con- 
fesores, las  vino  a  dejar  cuando  estaba  en  Burgos  por  sólo  que  el 
Sr.  Manso,  de  quien  ya  se  ha  hecho  mención  en  el  artículo  diez  y 
siete,  como  que  no  la  conocía  entonces,  aunque  la  confesaba,  la  dijo 
que  no  había  menester  comulgar  tanto,  ni  tenía  aparejo  para  ello, 
que   bastaba    a   ella   y    a   sus   monjas   comulgar   de   ocho   a   ocho    días, 


Véase  la  Relación  hecha  poi  ella  misma  en  1596,  que  ya  dejamos  publicad;;. 


332  APÉNDICES 

u  de  quince  a  quince;  a  lo  cual,  aunque  lo  sentía  mucho  por  ser  una 
pérdida  grandísima  para  el  consuelo  de  su  alma  el  no  comulgar  cada 
día,  iba  por  estotra  ley,  obedeciéndole  como  si  él  solo  hubiera  sidc 
siempre  su  confesor.  Y  si  acaso  las  demás  religiosas  o  alguna  de 
ellas  se  quejaba  o  le  culpaban  en  este  particular,  las  reprendía  ü 
no  consentía  sino  que  hablasen  con  mucho  respeto  de  él.  Cuando 
fué  a  Alba  la  Santa  Madre,  obedeció  también  con  gran  contrariedad 
en  lo  que,  según  ella  misma  dijo,  había  sentido  más  que  en  cuantas 
cosas  antes  otros  prelados  la  habían  mandado,  haciéndola  desde  Me- 
dina del  Campo  torcer  el  camino  de  Avila  para  que  fuese  a  Alba  de 
Tormes,  porque  la  Duquesa  la  había  pedido  así,  sintiendo  mucho  este 
viaje  no  fuese  por  particular  necesidad  o  provecho  de  su  Religión, 
sino  digamos  por  respeto  humano  de  dar  gusto  a  la  Duquesa,  en  que 
la  fuese  a  ver  pidiéndola  al  perlado  por  título  de  querer  ver  y  ha- 
blar a  una  santa,  que  es  lo  que  ella  sumamente  aborrecía  que  nadie 
dijese  ni  pensase. 

63.  Al  artículo  sesenta  y  tres  dijo:  que  ansí  por  oídas  de  con- 
fesores fidedignos  y  graves  de  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Je- 
sús, y  en  especial  del  Sr.  Ribera  y  de  otras  personas  que  la  co- 
nocieron, y  por  lo  que  esta  declarante  vio  y  oyó  el  tiempo  que  trató 
y  comunicó  a  la  dicha  Santa  Madre,  sabe  que  es  ansí  verdad  todo 
lo  referido  en  este  artículo,  según  y  como  en  él  se  contiene,  y  que 
en  especial  le  hacía  a  la  Santa  Madre  de  la  grande  humildad  que 
tenía  y  del  conocimiento  de  lo  poco  que  en  sí  era,  una  grande  estima 
de  los  prójimos  y  de  cualquier  virtud  que  en  ellos  vía,  y  a  personas 
que  tenían  cosas  particulares  de  oración  las  respetaba;  y  así,  viendo 
a  una  religiosa  en  un  arrobamiento,  por  ser  nueva  en  el  monasterio 
de  Burgos,  las  demás  religiosas  comenzaron  a  alterarse  de  verla  en 
aquel  éxtasis  tanto  tiempo  en  el  coro.  La  Santa  Madre  Teresa  de 
Jesús,  viéndolo,  no  sólo  mostró  respeto,  sino  que  reprendió  muy  bien 
a  las  demás  religiosas  por  el  que  no  habían  mostrado.  Otra  vez 
estaban  contando  delante  de  la  Santa  Madre  algunas  de  las  visio- 
nes y  mercedes  que  Dios  había  hecho  a  Santa  Gertrudis,  y  fué  tan 
notable  la  humildad  de  la  Santa  Madre  que  en  el  exterior  mostró 
de  aquello,  que  no  le  faltaba  más  que  postrarse  en  tierra  de  la 
veneración  que  le  causó  oir  aquello,  con  muestra  de  que  ella  ja- 
más   había    experimentado    cosas    semejantes. 

Esto  fué  una  cosa  tan  particular,  que  la  hizo  notar  a  esta  decla- 
rante no  poder  ser  aquello  sino  en  un  alma  de  profundísima  humil- 
dad y  deseosa  de  que  nadie  supiese  los  favores  y  mercedes  que 
Dios  la  hacía,  sino  que  sólo  venerasen  los  que  había  hecho  a  otros 
santos.  Y  ansí  mesmo  esta  declarante  ha  oído  no  sé  cuántas  veces, 
y  la  una  a  religiosa  de  las  más  antiguas  que  hubo  en  este  conven- 
to, que  oyó  decir  a  la  dicha  Santa  Madre  que  quisiera  o  había  de- 
seado que  su  muerte  fuera  como  un  rayo  del  cielo,  por  ser  muerte, 
al  parecer,  de  los  hombres  grandes  y   honrados. 

67.  Al  artículo  sesenta  y  siete  dijo:  que  no  sólo  sabe  que  es 
verdad  todo  lo  en  él  contenido,  por  lo  que  ha  oído  decir,  sino  que 
en  los  últimos  años  que  esta  declarante  conoció  a  la  dicha  Santa 
Madre,   la   vio   algunas   veces   tan   afligidísima   de   dolores   ij   con   tan 


APÉNDICES  333 

grandes  temblores  en  la  cabeza  y  golpes  en  el  cuerpo,  que  no  sólo 
la  podía  tener,  pero  que  parecía,  en  la  furia  con  que  era  atormen- 
tada, que  los  mismos  demonios  eran  los  que  la  hacían  una  violencia 
tan  grande,  y  que  en  estos  tormentos  se  acuerda  no  se  quejaba  ni 
hablaba  palabra  si  no  era  para  alabar  a  Dios  y  pedirle  su  socorro, 
o  a  las  hermanas  agua  bendita,  de  la  cual  era  devotísima  y  jamás  es- 
taba sin  ella  de  noche  ni  de  día,  ansí  en  la  celda  como  en  los 
caminos,  y  que  en  los  tiempos  de  estos  temblores,  mostraba  en  su 
rostro  un  aspecto  tan  grave  y  recogido  dentro  de  sí,  que  verla  era 
como  verla  en  un  éxtasis  de  oración,  testimonio  claro  de  la  que 
tenía    aun    en    aquellas    ocasiones    en    su    espíritu. 

Otra  vez,  estando  la  Santa  Madre  en  este  convento  de  San  José 
de  Avila,  un  día,  primeros  de  Navidad,  en  la  noche,  yendo  por  una 
escalera  hacia  el  coro,  según  se  entiende,  la  hizo  caer  el  demonio 
de  ella,  de  suerte  que  se  quebró  cl  brazo  izquierdo,  con  un  ruido  ex- 
traordinario en  la  caída;  y  con  quedar  de  esta  suerte  y  esta  decla- 
rante y  las  demás  religiosas  tan  alborotadas,  ella  se  quedó  en  su 
paz  y  quietud,  y  aún  piensa  que  riéndose,  y  nunca  se  le  oyó  quejarse 
ni  hacer  sentimiento  del  dolor,  sino  llevarlo  con  particular  sufrimiento; 
y  después,  al  tiempo  de  la  cura  g  concertarla  los  huesos,  fueron  los 
dolores  excesivos,  y  dijo  que  para  poderlo  llevar,  había  tenido  puesta 
su  consideración  en  Cristo  Nuestro  Señor  cuando  estaba  en  la  cruz, 
que  estiraron  tan  cruelmente  sus  nervios.  Con  toda  esta  cura  quedó 
por  toda  su  vida  impedida  de  no  poder  sola  vestirse,  ni  tocarse 
ni    aprovecharse   de    aquel    brazo. 

Sabe  esta  declarante,  que  con  estar  la  dicha  Santa  Madre  con 
tantas  enfermedades  y  cansada  de  negocios  y  muchas  cartas,  hasta 
las  doce  y  la  una  de  la  noche,  no  por  eso  dejaba  de  ir  a  los 
maitines  al  coro  con  las  demás  religiosas;  e  yendo  allí,  una  vez  dijo  a 
esta  declarante  que  aunque  iba,  jamás  se  sentía  sin  grandísimo  mal 
o  dolor  de  cabeza. 

68.  fll  artículo  sesenta  y  ocho  dijo:  que  todo  lo  que  declara 
y  refiere  este  artículo  sabe  ser  ansí  porque  lo  ha  oído  diversas  veces 
y  a  diferentes  personas,  y  en  especial  de  tres  ha  sido  informada  de 
lo  que  se  sigue.  Estándose  haciendo  aquella  casita  primera  a  que 
dio  principio  a  esta  reformación  Nuestra  Santa  Madre,  y  estando  con 
su  hermana  Doña  Juana  de  Ahumada,  fueron  un  día  al  sermón  a  la 
iglesia  parroquial  de  Santo  Tomé  de  esta  ciudad,  y  un  religioso  de 
cierta  Orden  que  predicaba  allí,  comenzó  a  reprender  ásperamente, 
como  de  algún  gran  pecado  público,  diciendo  de  las  monjas  que 
salían  de  sus  monasterios  a  fundar  nuevas  Ordenes,  eran  para  sus 
libertades,  y  otras  palabras  tan  pesadas,  que  Doña  Juana  estaba 
afrentada  y  haciendo  propósitos  de  irse  a  Riba  o  a  su  casa  y  hacer 
a  nuestra  Santa  Madre  que  se  volviese  a  la  suya  y  dejase  las  obras. 
Con  este  propósito  volvió  a  mirarla  y  vio  que  con  gran  paz  se  estaba 
riendo.  Dióla  esto  más  enojo,  y  díjola  algunas  razones  sobre  ello, 
pero  luego  la  mudó  Dios,  y  dejando  los  propósitos  dichos,  se  quedó 
aquí  en  Avila  y  tuvo  a  nuestra  Santa  Madre  en  su  casa,  prosiguien- 
do en  la  obra  comenzada.  Esto  que  ha  oído  esta  declarante,  es  con- 
forme   a    lo    que    escribió    la    Madre    Priora    de    Toledo,    prima    suya. 


334  APÉNDICES 

que  fué  hija  de  la  dicha  Doña  Juana  (1),  a  quien  se  le  oyó  muchas 
veces  contar,  y  esta  declarante  también  lo  sabe  por  dicho  del  doc- 
tor  Ribera. 

También  sabe  por  relación  de  la  Madre  ñna  de  San  Bartolomé, 
de  quien  ya  lleva  hecha  mención  en  otros  artículos,  en  especial  en 
el  diez  y  nueve,  que  yendo  con  la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de 
Jesús  a  la  Mancha  en  el  templo  de  la  Puebla,  estando  la  Santa  Ma- 
dre con  ella  y  otras  religiosas,  los  clérigos  de  la  iglesia  no  las  que- 
rían comulgar,  poniendo  dolo  en  sus  personas  como  gente  que  an- 
daba caminos;  y  acabadas  de  comulgar,  con  muchas  voces  y  alboroto 
las  echaron  de  la  iglesia  y  enviaron  personas  con  ellas  hasta  cerca 
de  Toledo  para  ver  qué  gente  eran,  lo  cual  llevó  la  dicha  Santa 
Madre  con  la  alegría  y  sosiego  con  que  llevaba  cosas  semejantes 
y  de  que  Dios  la  sacaba  con  más  honra  que  antes. 

71.  Al  artículo  setenta  y  uno  dijo:  que  por  lo  que  ha  oído 
muchas  veces  y  conoció  esta  declarante  en  la  dicha  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús,  sabe  que  es  verdad  lo  que  este  artículo  dice,  en  es- 
pecial lo  que  señala  cerca  de  lo  que  pasó  en  la  fundación  de  Bur- 
gos, de  lo  cual  esta  declarante  fué  testigo  de  vista,  y  pasó  ansí  como 
en  el  artículo  se  refiere,  aunque  lo  que  dice  de  los  seis  meses,  sabe 
no  fueron  más  que  tres,  como  tiene  declarado  en  el  artículo  cincuen- 
ta. Y  en  lo  que  en  él  se  trata  de  la  sinceridad  de  la  dicha  Santa 
Madre,  conoció  en  su  tía  ser  tan  grande,  que  de  ninguna  cosa  parecía 
podía  tener  malicia  ni  juzgarla  a  mala  parte,  ni  faltar  en  cosa  a 
la  verdad  por  pequeña  y  leve  que  fuese,  y  que  en  el  año  último 
de  su  vida,  en  cuya  compañía  anduvo  esta  declarante,  estaba  tan 
adelantada  en  estas  virtudes,  que  en  todas  sus  acciones  y  en  los 
actos  exteriores  mostraba  una  sencillez  y  candidez  tan  notables,  que 
parecía  era  niña  de  dos  años,  y  que  estaba  en  aquella  primera  ino- 
cencia con  que  Dios  crió  en  el  Paraíso  el  primer  hombre,  como  lo 
tiene  apuntado  esta  declarante  en  la  deposición  que  dijo  ante  el 
Rvdo.  Sr.  Provisor,  Don  Pedro  de  Tablares,  Arcediano  de  Avila,  ante 
Francisco  Sánchez  de  León,  notario,  en  que  ya  va  rectificada  al  prin- 
cipio de  este  dicho,  a  lo  cual  ansí  mismo  se  refiere. 

72.  Al  artículo  setenta  y  dos  dijo:  que  lo  que  de  él  sabe,  es 
que  muchas  veces  esta  declarante  fué  testigo  de  vista  que  pasó  ansí 
por  verdad  lo  que  en  él  se  dice,  y  que  en  especial  lo  que  era 
alabar  a  Dios,  la  dicha  Santa  Madre  era  tan  continua,  que  aun  gx- 
teriormente  nunca  estaba  sin  hacerlo,  y  refería  algunos  versos  de 
los  salmos  de  David.  No  había  cosa,  hasta  las  plantas  y  flores  muy 
pequeñas  de  la  huerta  y  las  criaturas  que  Dios  había  criado,  aún  in- 
sensibles, que  no  estuviese  siempre  diciendo:  «Bendito  sea  el  que 
te  crió»,  enseñando  a  esta  declarante  que  hiciese  lo  propio  cuando 
ella  las  viese.  Era  amiguísima  de  que  en  el  culto  divino  sus  reli- 
giosas se  esmerasen  en  el  aderezo  de  los  altares  y  veneración  de  las 
imágenes;  y  cualquiera  cosa  que  en  esto  vía  hacer  a  esta  decla- 
rante, se  lo  agradecía  como  si  a  ella  la  hiciera  un  grandísimo  favor. 


1      Madre  Beatriz  de  Jesús 


APÉNDICES  335 

Asistía  al  Oficio  divino  en  el  coro  cuanto  podía;  y  cuando  no  podía 
sino  rezarle  fuera,  vio  esta  declarante  muchas  veces  que  estaba  tan 
embebidísima  y  recogida  dentro  de  sí,  que  ponía  devoción  en  quien 
la  miraba,  y  no  se  divertía  de  ninguna  suerte,  aunque  más  anduvie- 
sen ni  hiciesen  ruido  en  la  celda  donde  estaba.  Persuadía  a  las 
religiosas  de  palabra  y  también  con  el  ejemplo  a  estar  muy  atentas 
y  compuestas  en  el  Oficio  divino,  y  que  el  canto  de  él  fuese  con 
mucha  pausa,  en  especial  en  aquellas  palabras  que  se  dicen  en  el 
Gloria:  Qtioniam  tu  solas  Sanctus  etc.  En  el  Credo  le  daba  particular 
gozo  en  su  alma  cada  vez  que  en  él  se  decía,  que  el  reino  de 
Cristo  no  había  de  tener  fín,  gozándose  extraordinariamente  de  que 
Dios  fuese  quien  era,  y  de  los  bienes  que  poseía  y  había  de  poseer 
para  siempre.  Y,  en  lo  que  toca  a  la  devoción  que  la  Santa  'Ma- 
dre tenía  con  Nuestro  Señor,  era  tan  singular,  que  sólo  ver  ima  ima- 
gen suya  parece  que  se  derretía  en  su  amor.  Hizo  una  ermita  en  este 
convento,  en  los  años  primeros  que  le  fundó,  de  Nuestra  Señora 
y  del  glorioso  San  José,  poniéndola  por  nombre  Nazaret,  a  la  cual 
acudía  todas  las  veces  que  los  negocios  la  daban  lugar  y  se  estaba 
en  ella  en  oración,  y  cuando  la  daba  cosa  con  algún  ímpetu  par- 
ticular procuraba  irse  de  presto,  antes  que  la  viesen  en  algún  arro- 
bamiento, a  acogerse  con  gran  ligereza  a  otra  ermita  que  hizo  de 
San  Hilarión,  de  quien  fué  muy  devota,  y  en  que  estaba  también 
San  Elias  y  Elíseo,  de  la  otra  ermita  que  lleva  dicho  de  Nazaret; 
adonde,  entre  otras  veces,  habló  el  Señor  a  la  Santa  Madre  y  la 
dijo  cuatro  cosas  que  dijese  de  su  parte  a  los  prelados  religiosos 
de  su  Orden,  que  las  hiciesen  conocer  y  guardar;  que  siempre  que 
las  guardasen  irían  en  más  crecimiento  esta  Religión,  y  cuando  en 
ellas  faltasen,  entendiesen  que  iban  menoscabando  de  su  principio.  I--a 
primera  es,  que  las  cabezas  estuviesen  conformes;  la  segunda,  que 
aunque  tuviesen  nuevas  casas,  en  cada  una  hubiese  pocos  frailes;  la 
tercera,  que  tratasen  poco  con  seglares,  y  esto  para  bien  de  sus  almas; 
la  cuarta,  que  enseñasen  más  con  obras  que  con  palabras  (1).  Fué  ano 
de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  nueve,  en  que  se  colige  que  fué 
al  fín  de  los  trabajos  de  la  Orden,  y  poco  antes  que  se  dividiese 
la  Provincia;  y  escribiéndoles  la  Santa  Madre  entre  todas  las  casas 
que  era  de  Dios,  dijo  que  por  todo  esto  era  gran  verdad  lo  firmasen 
de  su  nombre,  y  sólo  ésta  lo  firmó  y  otra  en  la  profecía  de  los 
milagros  que  había  de  haber  en  esta  casa,  y  en  esta  misma  ermita 
han  acaecido  otras  muchas  cosas  singulares  en  que  Nuestro  Señor 
ha  querido  mostrar  lo  que  se  agrada  de  ella  por  ser  de  su  Madre 
y  Señora  Nuestra. 

Tuvo  otra  imagen  suya,  con  quien  tuvo  singular  devoción,  y  desde 
Sevilla  la  trajo  a  este  convento  de  San  José;  y  demás  de  verla 
esta  declarante  y  tener  cuidado  de  vestirla  algunos  años,  oyó  decir 
y  contar  algunas  veces  que,  trayéndola  de  Flandes  de  un  caballero 
de  allá  con  título  de  que  se  diese  a  la  Santa  Madre,  sucedieron  dos 
milagros   grandísimos   en   el   camino,   que    aunque   los   oyó   contar   dis- 


1      Véase  la  Relación   LXI,  p.  86. 


336  '  APÉNDICES 

tintamente  que  habían  sucedido  por  la  diciía  imagen,  no  los  pone 
aquí  por  no  se  le  acordar  bien  al  presente  cómo  fueron.  Sabe  tam- 
bién esta  declarante  que  la  Santa  Madre  puso  otra  imagen  de  bulto 
pequeña  sobre  la  portería  de  este  convento  por  consideración  de  lo 
que  la  dijo  Nuestro  Señor  cuando  se  fundó,  «que  Nuestra  Señora 
guardaría  una  puerta  y  San  José  la  otra».  Esta  imagen  de  Nuestra 
Señora  ha  estado  puesta  a  donde  se  ha  dicho  todos  los  años  pasados 
hasta  el  próximo  que  pasó  de  mil  y  seiscientos  nueve,  que  por  cier- 
tos sucesos  y  devoción  de  la  dicha  Santa  Madre  la  llevaron  a  la 
corte. 

Acostumbraba  la  Santa  Madre  rezar  el  rosario  a  Nuestra  Se- 
ñora desde  que  era  muy  niña,  y  en  lo  último  de  su  vida,  algunos 
años  antes  que  Dios  la  llevase,  sabe  esta  declarante,  como  testigo 
de  vista,  que  por  enfermedad  que  tuviese  ni  ocupaciones,  que  no  sabía 
de  sí  no  dejara  por  ninguna  cosa  de  rezarla  y  buscar  tiempo  para  esto, 
aunque  fuese  a  las  doce  o  a  la  una  de  la  noche,  antes  que  diese 
ningún  sueño  a  su  santo  cuerpo.  También  hizo  otra  ermita  de  Santa 
Catalina  Mártir,  e  hizo  pintar  su  imagen  en  la  misma  pared,  y  sucedió 
que  algunos  años  después,  teniendo  devoción  un  caballero  de  reparar 
la  ermita  del  Cristo  a  la  Columna,  de  que  después  hará  particular 
mención,  fué  necesario  derribar  para  ello  la  pared  donde  estaba  pin- 
tada esta  santa,  que  era  de  tapia,  y  revocándola  los  oficiales  sin 
cuidado  ninguno,  ordenó  Nuestro  Señor  que  todo  el  circuito  que  tenía 
el  bendito  rostro  de  aquella  imagen  cayese  tan  entero  entre  la  de- 
más tierra,  como  si  aquel  pedazo  fuera  de  piedra;  y  advirtiendo  las 
hermanas  haber  sucedido  esto  porque  no  se  perdiese  la  memoria  de 
lo  que  la  dicha  Santa  Madre  hizo  pintar,  la  encajaron  en  una  pared 
de  un  dormitorio,  a  donde  hoy  día  permanece,  y  en  la  dicha  ermita 
se  puso  a  costa  del  dicho  caballero  otra  de  pincel,  muy  su  semejan- 
te, todo  lo  cual  sabe  por  haberlo  ansí  visto  (1).  Y  por  lo  mismo,  también 
sabe  que  hizo  otra  ermita  en  el  convento  de  grandísima  devoción 
de  Santo  Domingo  y  Santa  Catalina  de  Sena,  que  con  harto  senti- 
miento de  las  religiosas  se  deshizo  por  otra  obra,  como  también  otra 
ermita  de  San  Jerónimo  en  una  cueva  debajo  de  tierra,  y  cerca  de 
ella  otra  junto  a  un  pozo  que  allí  estaba  de  la  Samaritana,  con  la 
pintura  de  Cristo  pidiéndola  de  beber,  porque  era  devotísima  la  San- 
ta Madre  de  este  misterio,  y  sobre  él  escribió  algunas  cosas  muy 
altas,  que  por  serlo  ha  oído  decir  mandaron  quemarlas;  y  también 
ha  oído  que  desde  que  comenzó  a  tener  oración  continuaba  pidiendo 
a  Dios  la  diese  de  aquella  agua  viva  que  Su  Majestad  dijo  a  la 
Samaritana,  la  cual  le  dio  bien  abundantemente  Dios  Nuestro  Se- 
ñor. Estas  tres  ermitas,  con  otra  que  hubo  de  San  Francisco,  faltan 
ya    por    no    haber    podido    excusar    el    derrumbar    por    otras    obras. 

73.  R\  artículo  setenta  y  tres  dijo:  que,  por  lo  que  muchas  ve- 
ces ha  oído  decir  por  cierto  y  verdadero,  como  por  lo  que  esta  de- 
clarante vio  en  el  tiempo  que  alcanzó  a  conocer  a  la  vSanta  Madre 
Teresa   de   Jesús,   sabe   que   es   verdad   todo   lo   contenido   en   este   ar- 


1      Habla  la  Santa  de  estas  ermitas  en  el  capítulo  XXXVIII  de  la  Vida. 


APÉNDICES  337 

tículo  como  en  él  se  refiere,  y  en  especial  vio  esta  declarante  al- 
gunas veces,  o  muy  ordinario,  cuando  estaba  en  la  fundación  de 
Burgos  que  la  apretaba  mucho  el  mal  de  perlesía,  impidiéndola  a 
que  no  pudiese  hablar;  y  como  esto  era  tan  en  detrimento  de  los 
negocios  que  se  le  ofrecían  cada  día,  para  que  pudiese  tratar  de 
ellos  tomaban  por  remedio  el  comulgarla  cada  día,  lo  más  pronto 
que  podían,  y  con  esto  veían  que  cada  vez  volvía  luego  a  poder 
hablar,  como  si  nunca  hubiera  tenido  aquel  mal,  no  impidiendo  esto 
a  lo  que  declaró  esta  testigo  en  el  artículo  cincuenta  y  nueve  de  que 
el  Sr.  Manso  no  la  dejaba  comulgar  sino  de  quince  a  quince  días; 
lo  cual  no  duró  mucho,  porque  cayó  en  la  cuenta  de  quién  era  la 
dicha  Santa  Madre,  y  ansí  hubo  lugar  para  el  milagro  que  lia  dicho, 
otros   muchos   días. 

Y  en  la  devoción  del  Santísimo  Sacramento  del  Hitar  que  tenía 
la  Santa  Madre,  señala  esta  declarante  en  particular  que,  aunque  a 
los  principios  estaba  este  convento  de  San  José  de  Hvila  con  tan 
gran  pobreza,  insistió  mucho  en  que  se  hiciese  la  fiesta  del  Santísi- 
mo Sacramento  con  el  ansia  que  tenía  de  que  en  esta  se  conformase 
con  lo  que  hacía  toda  la  Iglesia  católica;  y  se  acuerda  bien  esta  de- 
clarante que  por  esta  causa  se  le  levantó  a  la  Santa  Madre  una  gran- 
dísima contradicción  y  altas  pesadumbres,  siendo  ocasión  de  ellas, 
principalmente,  uno  de  sus  confesores,  persona  grave  y  muy  santa, 
que  aunque  conocía  lo  era  la  dicha  Madre,  en  esto  la  contradijo, 
como  si  fuera  un  desatino  grande,  y  no  quería  dar  lugar  a  que  se 
efectuase.  Ella,  con  su  acostumbrada  paciencia,  lo  sufrió  todo,  y  con 
el  favor  de  Dios  salió  con  su  intento  y  se  hizo  la  fiesta  muy  bien, 
y  movió  Dios  que  viniesen  a  hacerla  gente,  digamos  no  conocida, 
aunque  de  calidad,  que  asistieron  con  singular  devoción,  y  ordenó 
Nuestro  Señor  que  la  que  la  Santa  tenía  de  que  esta  fiesta  se  hi- 
ciese, se  le  viniese  a  cumplir  algunos  años  después,  ofreciéndose  dos 
señoras  principales  a  hacerla  cada  año,  como  la  hacen,  no  habiendo 
el    convento    podido    hacerla    en    los    años    pasados. 

Ti.  R\  artículo  setenta  y  cuatro  dijo:  que  muchas  cosas  de  las 
en  él  referidas  las  ha  sabido  esta  declarante  por  haberlas  oído  decir 
muchas  veces  a  personas  graves  de  verdad,  fe  y  crédito  que  cono- 
cieron a  la  dicha  Santa  Madre  y  por  lo  que  esta  declarante  vio  en 
el  tiempo  que  le  conoció  y  trató,  y  también  sabe,  por  las  razones 
dichas,  que  la  Santa  Madre  andaba  tan  embebida  en  Dios,  que  pre- 
guntándola un  su  confesor  letrado  cómo  gastaba  el  tiempo,  pensando 
que  tenía  algunas  horas  de  oración  y  después  se  divertía  en  otras 
cosas,  le  respondió  la  Santa  Madre,  que  no  se  podía  imaginar  per- 
sona tan  enamorada  de  otra  y  que  no  se  pudiese  hallar  un  punto 
sin  ella  como  ella  lo  era  con  Cristo  Nuestro  Señor,  comunicando 
siempre  con  Eí,  y  amándole  más  de  lo  que  se  podía  entender.  Tam- 
bién oyó  esta  declarante  a  una  religiosa  muy  grave,  que  si  no  se 
engaña  fué  la  Madre  María  de  San  Jerónimo,  priora  que  fué  de 
este  convento,  de  quien  ya  ha  hecho  mención  en  otros  artículos,  que 
oyó  a  la  dicha  Santa  Madre  decir  que  había  sido  providencia  de 
Dios  darle  tantas  ocupaciones  exteriores  en  que  servirle  para  diver- 
tir algo   la  fuerza  del  espíritu  y   grandeza  de  mercedes  interiores  que 

II  22 


338  APÉNDICES 

Nuestro  Señor  la  hacía,  con  las  cuales  le  parecía  no  pudiera  vivir 
ni  menos  tener  sentido  para  tratar  con  criaturas,  si  Dios  no  la  pro- 
veyera de  sujeto  sobrenatural  para  lo  uno  y  lo  otro.  También  sabe  del 
doctor  Ribera  que  para  las  ansias  que  la  Santa  Madre  tenía  de 
Dios,  le  era  algún  alivio  ver  sus  imágenes  y  las  de  sus  santos  y 
regalarse  con  ellos,  y  en  lo  que  toca  al  resplandor  de  su  rostro,  sabe 
esta  declarante  por  relación  cierta  de  la  Madre  Ana  de  San  Barto- 
lomé, de  quien  ya  se  ha  hecho  mención  y  en  particular  en  el  artículo 
veinte  y  nueve,  que  estando  en  este  convento  de  S.  José  de  Avila 
en  compañía  de  la  Santa  Madre,  vio  haciendo  un  día  capítulo  como 
priora  del  convento,  que  le  salía  del  rostro  a  la  Santa  Madre  muy 
grande  resplandor,  tanto  que  alumbraba  todo  el  capítulo,  que  casi 
la  impedía  su  vista,  y  aunque  no  supo  si  las  demás  religiosas  lo 
vieron,  conoció  en  ellas  que  salieron  de  aquel  capítulo  con  extraor- 
dinario fervor  y  consuelo  de  espíritu.  También  sabe  de  la  misma 
Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  la  cual  por  una  obecíiencia  que  se  le 
puso  para  cierto  fin  no  podía  encubrir  a  esta  declarante  las  cosas 
interiores  que  pasaban  por  su  alma,  y  ansí  con  profunda  humildad 
y  verdad  se  las  decía,  y  una  de  ella  es  que  cuando  andaba  en  com- 
pañía de  la  dicha  Santa  Madre,  la  causaba  tanto  consuelo  y  respeto 
de  este  Señor,  que  fué  esta  declarante  buen  testigo,  que  la  parecía 
que  la  persona  a  quien  servía  era  Cristo  Nuestro  Señor;  y  que  algunas 
veces,  cuando  la  ayudaba  a  acostar  o  vestir,  porque  con  un  brazo 
quebrado,  como  queda  dicho  tenía,  no  podía  por  sí  sola,  dice  que  olía 
en  su  cuerpo  y  vestido  de  la  Santa  Madre  un  olor  grande  de  re- 
liquias, cual  ahora  se  ve  que  tienen  todas  las  suyas;  y  que  un  día, 
en  particular,  estando  en  el  convento  de  Valladolid,  yéndola  a  des- 
pertar más  de  mañana  que  solía,  vio  su  rostro  tan  claro  y  resplan- 
deciente como  el  sol  y  una  gran  fragancia  de  suave  olor.  Ella  se 
consoló  tanto  de  esto,  que  se  puso  en  oración  cerca  de  la  cama  sin 
llamarla,  y  despertando  la  Santa,  la  preguntó,  que  cómo  estaba  allí; 
y   ella   calló   lo   que   había   visto. 

También  dice  que  cuando  murió  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús 
sintió  pena  de  su  muerte,  no  sólo  por  lo  que  la  quería,  sino  porque 
perdía  tal  madre,  maestra  y  ejemplo  de  todas  las  virtudes  que  vía 
en  ella,  del  resplandor  de  las  cuales  y  de  la  asistencia  de  Dios 
en  su  alma  cuando  vivía  en  este  valle  de  lágrimas,  se  causaba  en 
la  de  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  por  singular  modo,  una  pre- 
sencia de  Cristo  Nuestro  Señor  casi  ordinaria,  la  cual  demostraba 
Dios  en  el  alma  de  la  Santa  Madre,  de  suerte  que  en  ella  tenía 
el  oratorio  e  imagen  de  Cristo  intelectualmente  para  andar  casi  siem- 
pre puesta  en  oración,  sin  que  la  estorbase  la  continua  ocupación 
exterior  que  traía,  sirviéndola  en  sus  continuas  enfermedades  y  nego- 
cios, en  que  de  noche  y  de  día  tenía  bien  en  qué  ocuparse;  pero 
como  casi  siempre  tenía  en  estos  ejercicios  presente  el  objeto  en  que 
se  le  mostraba  la  presencia  de  Cristo  Nuestro  Señor,  ni  la  impedía 
cosa  para  el  recogimiento  interior,  antes  de  esta  presencia  divina  traía 
tanta  fuerza  en  su  alma,  que  la  aligeraba  el  cuerpo  como  si  no  le  tu- 
viera. Toda  aparecía  andaba  espiritualizada  en  Dios,  de  lo  que  se 
infiere  que,  no  solo  la  Santa  Madre  tenía  oración  y  presencia  de  Dios, 


APÉNDICES  339 

sino  cfue  por  su  medio  la  tenía  quien  andaba  con  ella.  También  dice 
esta  declarante  que  sabe,  por  lo  que  ha  oído  a  personas  graves, 
que  estando  la  Santa  Madre  en  el  convento  de  la  Encarnación  de  esta 
ciudad  de  Avila,  antes  que  fundase  éste  de  San  José,  dándose  a  los 
ejercicios  de  oración,  una  de  las  primeras  visiones  que  tuvo  fué  que, 
estando  en  la  portería,  la  mostró  el  Señor  un  brazo  muy  llagado,  g 
arrancándose  de  él  un  pedazo  de  carne  de  cuando  estuvo  Su  Majestad 
atado  a  la  Columna,  como  quejándose  de  cuál  estaba  por  ella  y  cuan 
mal  se  lo  pagaba  en  lo  que  hacía  de  hablar  allí  cosas  de  vanidad, 
de  que  ella  tanto  se  duele  en  sus  libros.  Esta  figura  que  allí  vio  cuan- 
do fundó  este  monasterio  de  San  José  la  hizo  pintar  en  una  pared 
haciendo  en  aquel  sitio  una  forma  de  ermita  muy  pobre,  y  salió  bien 
como  imagen  de  oración.  Ha  oído  esta  declarante  contar  a  algimas 
religiosas  por  dicho  del  mismo  pintor,  a  quien  muchas  veces  importuna- 
ron que  sacase  otros  retratos  como  aquél,  y  respondía  que  no  le  era 
posible,  que  pinturas  de  más  arte  que  él  las  sacaría,  pero  que  el 
espíritu  que  ésta  tenía,  él  no  se  le  podía  poner,  porque  todo  él  había 
sido  milagroso,  yendo  la  Santa  Madre  cuando  él  le  pintó  diciendo 
lo  que  había  de  hacer  y  estaba  pidiendo  a  Dios  que  saliese  así.  Dicen 
que  también  afirmó  el  dicho  pintor  que  estándole  la  Santa  Madre  di- 
ciendo cómo  había  de  hacer  un  rasgón  de  carne  en  el  brazo,  él  no  lo 
podía  entender,  y  puesto  el  pincel  en  aquella  posición,  volvió  a  mi- 
rarla para  que  de  nuevo  le  enseñase  el  cómo,  y  cuando  tomó  el  pincel, 
halló  su  rasgón  hecho  sin  saber  cómo.  R  otros  pintores,  sin  éste,  han 
pedido  saque  retratos  como  éste,  y  ninguno  ha  acertado  a  sacarle 
propio,  aunque  más  lo  han  procurada  y  le  han  estado  mirando,  en  es- 
pecial en   los  ojos  tan   penetrantes  que   tiene. 

De  los  milagros  que  por  esta  imagen  ha  obrado  el  Señor  los  de- 
clarará en  su  lugar;  sólo  señala  aquí  esta  declarante,  demás  de  lo 
dicho  que  ha  oído  decir  a  una  de  las  religiosas  más  antiguas  de  este 
convento  y  que  más  trató  a  la  dicha  Santa  Madre,  que  la  dijo  que  la 
dicha  figura  de  este  Cristo  de  que  va  hablando,  era  muy  parecida  a  la 
del  cielo.  También  dijo  a  otra  religiosa  de  San  Francisco  que  hizo 
pintar  en  la  ermita  suya,  de  que  se  ha  hecho  mención  por  esta  decla- 
rante en  el  artículo  setenta  y  dosi,  a  fin  de  que  le  tuviesen  en  mucho, 
porque  se  parecía  al  San  Francisco  vivo  del  cielo.  Declara  ansi- 
mismo  que  por  relación  de  la  Madre  Priora  de  Toledo,  su  prima  de 
ésta  declarante,  cuya  madre  fué  la  Doña  Juana  de  quien  ya  va  hecha 
mención,  hermana  de  la  Santa  Madre,  la  oyó  decir  algunas  veces 
que  estando  aquí  en  Avila  la  Santa  Madre  en  aquella  primera  casita 
para  comenzar  a  fundar  este  convento  en  compañía  de  la  dicha  Doña 
Juana,  hizo  con  ella  que  pusiese  por  nombre  a  un  niño  que  le  nació 
entonces  José,  por  devoción  de  este  glorioso  Santo,  al  cual  la  Santa 
Madre  le  tomaba  muchas  veces  en  sus  brazos  diciendo:  «José,  plegué 
a  Dios  que  si  no  has  de  ser  muy  santo  que  Dios  te  lleve  ansí 
angelito».  Fué  ansí  que  desde  ahí  a  algunos  meses,  que  aun  no  fué 
año,  le  dio  un  mal  al  niño  que  entendieron  se  moría,  y  estando  un 
¡día  juntas  las  dos  hermanas  con  el  niño,  la  dicha  Santa  Madre  lo  tomó 
y  se  sentó  con  él,  y  echándole  su  velo  encima  del  rostro,  quedando 
de  él  el  mismo  de  la  Santa  Madre  y  estándole  mirando,  se  le  encen- 


3^0  APÉNDICES 

dio  el  rostro  a  la  Santa  Madre,  y  se  quedó  como  en  éxtasis,  sin  mo- 
verse, y  la  dicha  Doña  Juana,  aunque  vio  que  el  niño  se  moría,  se 
estuvo  queda  sin  hablar  a  su  hermana,  sino  mirando  en  qué  paraba 
aquello,  y  estuvo  mucho  rato  así;  y  volviendo  en  sí  la  Santa  Madre, 
callando,  se  levantó  con  el  niño  para  entrarse  en  otro  aposento,  sin 
decir  a  su  hermana  cómo  era  muerto,  la  cual,  entendiendo  que  lo  era, 
dijo  a  la  Santa  Madre  la  señora:  ¿dónde  va  que  ya  yo  entiendo  cómo 
es  muerto  el  niño?  Respondió  la  Santa  ^adrc:  «Es  verdad,  mas  dé 
gracias  a  Nuestro  Señor,  que  le  prometo  es  para  alabar  a  Dios  ver 
un  alma  de  estos  niños  ir  al  cielo,  y  la  multitud  de  ángeles  que  vienen 
por  él»,  y  contóle  lo  que  había  visto. 

75.  Al  artículo  setenta  y  cinco  dijo:  que  esta  declarante  de  per- 
sonas fidedignas  y  de  verdad  ha  oído  decir  y  sabe  ser  ansí  verdad  lo 
que  el  artículo  dice,  y  por  lo  que  esta  declarante  alcanzó  a  conocer  a 
la  dicha  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  en  particular  vio  esta  de- 
clarante que  cuando  estaba  a  la  muerte  en  ñlba,  muchas  veces  la  oyó 
decir,  dando  gracias  a  Dios,  aún  con  la  voz  alta,  de  que  le  había 
hecho  hija  de  la  Iglesia  y  que  esperaba  salvarse  como  miembro  de 
ella  por  la  pasión  y  sangre  de  Cristo  Nuestro  Señor.  También  cuando 
esta  declarante  estaba  con  la  Santa  Madre  en  Sevilla  vio  que  sus 
monjas,  en  la  hora  que  tienen  de  entretenimiento,  hicieron  una  re- 
presentación tan  viva  y  tan  fervorosa  del  martirio  de  la  manera  que 
en  el  artículo  se  hace  mención,  que  esta  declarante,  como  era  niña, 
se  espantó  tanto  como  si  fuera  verdadero  aquel  acto,  que  la  hubieron 
de  esconder.  También  dice  de  sí  misma,  que  después  que  profesó 
en  este  convento  de  Avila,  por  algunos  años  fué  gravemente  mo- 
lestada de  continuas  tentaciones  contra  la  fe,  que,  aunque  por  miseri- 
cordia de  Dios  no  sabe  que  consintiera  en  ellas,  la  hacían  estar  muy 
afligida,  y  hallaba  que  para  la  pacificación  de  ésto,  ningún  medio  la 
aprovechaba  más  que  el  acordarse  de  la  fe  de  la  Santa  Madre  y  de 
las  obras  maravillosas  que  por  ella  y  con  el  favor  de  Dios  había 
hecho,  y  con  este  alivio  ha  pasado  esta  declarante  algunos  años;  y, 
finalmente,  en  estos  últimos,  sin  saber  cómo,  se  le  han  quitado  del 
todo  estas  tentaciones,  piensa  que  por  medio  de  la  dicha  Santa  Ma- 
dre, pareciéndola  antes  que  no  había  de  haber  medio  para  salir  de 
aquel  tormento,  sintiendo  en  sí,  con  la  memoria  dicha  de  las  obras 
de  la  Santa  Madre,  una  manera  de  fortificación  y  certeza  en  estas 
cosas  de  nuestra  santa  fe  como  derivada  de  la  dicha  Santa  Madre, 
y  esto  responde  al  artículo. 

77  y  78.  R  los  artículos  setenta  y  siete  y  setenta  y  ocho  dijo: 
que  casi  todo  cuanto  en  ellos  se  refiere  los  sabe  por  haberlo  oído  de- 
cir diversas  veces  a  personas  de  verdad,  fe  y  crédito,  y  también  por- 
que muchas  de  las  cosas  declaradas  en  los  dichos  artículos  las  conoció 
y  en  el  modo  de  proceder  de  la  dicha  Santa  Aladre  el  testigo  que  la 
conoció,  y  en  particular  dice  que  antes  que  muriese,  en  una  o  dos 
partes,  halló  esta  declarante,  entre  otras  cosas  escritas  de  su  letra, 
esta  cifra,  leyéndola  algunas  veces  con  harta  advertencia:  -^Octava  de 
San  Martín,  treinta  y  tres;   yo  por  ti  e  tú  por  mí»  (1).  No  decía  más; 


1      Algo  más   dice   el  autógrafo.   (Véase   la  página  13]. 


APÉNDICES  341 

pero  a  lo  que  esta  declarante  ha  podido  entender,  fueron  estas  pa- 
labras dichas  de  Cristo  Nuestro  Señor  en  la  oración  a  la  dicha  Santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  con  excesivo  amor,  mostrándola  la  activa 
unión  que  tenía  ya  con  su  alma,  y  que  por  ella  de  nuevo  la  ofrecía 
su  vida  santísima,  e  que  la  que  ella  había  de  vivir,  en  retorno  de  la 
suya,  serían  otros  treinta  y  tres  años,  contados  desde  el  día  que  la 
hizo  esta  merced  hasta  el  de  su  muerte,  para  que  la  vida  divina  del 
Criador  y  la  humana  de  la  criatura,  la  del  Esposo  y  la  de  la  esposa, 
quedasen  unidas  con  el  vínculo  del  amor  que  había  de  durar  por  toda 
la  eternidad,  y  ha  sentido  que  así  fueron  las  otras  palabras  que  el 
Señor  dijo  a  la  misma  Santa  Madre  otra  vez:  «Mi  honra  es  ya  tuya, 
y  la  tuya  mía».  Otra  vez  la  dijo:  «Si  no  hubiera  criado  los  cielos, 
sólo  por  tí  los  criara»,  con  otras  palabras,  de  tan  excesivo  amor,  que 
por  ser  de  tanto  favor  no  quiso  la  Santa  Madre  escribirlas  en  parte 
que  se  pudiesen  saber  fácilmente,  sino  piensa  que  debajo  de  sello 
a  un  confesor  suyo  Dominico,  llamado  Fray  García  de  Toledo,  a 
quien  se  dieron  unos  papeles  suyos  sellados  después  de  su  muerte, 
sin  que  jamás  se  supiese  en  este  convento  qué  se  hicieron,  sucediendo 
poco  después  la  muerte  del  mismo  Maestro  (1).  Había  venido  de  Indias 
a  esta  ciudad  de  Avila  con  deseos  de  verse  con  la  Santa  Madre,  que 
entonces  estaba  en  Burgos,  y  esta  declarante  con  ella,  la  cual  vio  el 
que  ella  tenía  de  hablarle  por  ser  uno  de  sus  confesores  con  quien 
más  declaró  cosas  de  su  espíritu,  y  le  escribía  desde  Burgos  a  Avila, 
y  esto  responde  a  estos  artículos. 

79.  fll  artículo  setenta  y  nueve  dijo:  que  demás  de  ser  verdad 
lo  que  en  él  se  dice  y  parte  de  ello  haberlo  esta  declarante  visto,  sabe 
y  declara  que  del  mismo  amor  que  tenía  a  Dios  la  Santa  Madre  la 
esforzaba  tanto,  que  atendía  a  las  necesidades  de  los  prójimos  y  al 
consuelo  como  si  no  tuviera  otra  cosa  a  que  acudir.  Visitaba  a  las 
enfermas  cuanto  a  menudo  podía;  muy  ordinario  estaba  oyendo  a  di- 
ferentes personas  sus  penas,  sucesos  y  negocios  con  un  semblante 
y  afabilidad  y  compasión  muy  sobrenatural.  Esta  mostraba  muy  en 
particular  cuando  estaba  en  Burgos  en  aquel  hospital,  como  queda 
dicho  en  el  artículo  cincuenta.  Bajaba  a  visitar  los  pobres,  llevando 
por  compañera  a  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  y  alguna  vez  a 
esta  declarante,  y  repartía  con  ellos  los  regalos  que  podía  haber, 
o  a  ella  la  enviaban  de  limosna  personas  devotas,  sabiendo  cuan  en- 
ferma estaba,  particularmente  de  un  mal  de  garganta,  que  casi  no 
podía  comer  cosa  sin  derramar  sangre  de  ella,  queriendo  más  que  a 
ella  la  faltara  que  no  a  los  pobres.  Mostraba  consolarse  tanto  con 
su  vista,  que  cuando  hubo  de  ir  del  hospital,  lo  sintieron  grandemente. 

En  los  monasterios  que  fundó,  sabe  esta  declarante  de  oídas  y 
de  vista,  que  recibió  en  ellos  muchas  personas  huérfanas,  instando  otro 
remedio  y  que  tenían  virtud  para  vivir  en  ellos  religiosamente,  sin 
hacer  caso  de  que  no  llevaban  dote,  lo  cual  no  sólo  la  Santa  Madre 
hizo  los  años  que  vivió,  pues  dejó  muy  encargado  en  la  Constitu- 
ción que  sus   religiosas  no  mirasen  tanto  el   dote  como  a  la   virtud  y 


1      El  P.  Gatcía  de  Toledo  mutió  por  los  anos  de  1590. 


342  BENDICES 

pobreza  de  las  que  habían  de  recibir,  aunque  sus  monasterios  padecie- 
sen alguna  cosa  por  acudir  a  obras  de  caridad.  Era  muy  desintere- 
sada de  todas  las  cosas  de  hacienda  y  muy  aficionada  a  hacer  bien 
a  pobres,  y  nunca  la  faltaba  que  darles.  Encargaba  a  la  Aladre  Ana 
de  San  Bartolomé,  como  esta  declarante  lo  vio  muchas  veces,  que  tu- 
viese cuidado  de  acudir  y  regalar  lo  mejor  que  pudiese  a  gente  ne- 
cesitada y  a  los  carreteros  y  demás  mozos  que  en  el  camino  servían. 

Era  muy  ajena  de  envidia  y  de  vanidad,  que  parece  no  podía  ca- 
ber en  ella;  muy  sin  malicia;  muy  amiga  de  tratar  con  beneplácito  a 
todos;  muy  enemiga  de  murmuraciones,  no  consintiendo  que  delante 
de  ella  hubiese  ninguna  por  pequeña  que  fuese,  sino  que  iiablasen 
bien  de  todos  en  especial  de  las  personas  que  la  perseguían.  Con  las 
ánimas  del  purgatorio  tenía  particular  caridad  y  ofrecíalas  muchas 
oraciones  y  obras  pías.  Decía  que  poco  iba  en  que  ella  estuviese 
en  el  purgatorio  con  tal  de  ayudar  algo  desde  esta  vida  a  alguna  alma 
de  las  muchas  que  padecían  en  él.  Casi  todas  sus  obras  y  oraciones 
ofrecía  por  el  bien  común,  ansí  de  las  dichas  almas,  como  por  el 
aumento    de    la    Iglesia    y    conversión    de    los    herejes. 

En  cuantos  monasterios  fundó,  jamás  torció  un  punto  en  obra  ni 
en  palabra  de  lo  que  entendía  ser  más  servicio  de  Dios,  ni  por  salir 
con  la  fundación,  ni  por  remediar  las  necesidades  de  ellas,  ni  por 
haber  el  favor  de  personas  graves  para  sus  negocios.  Todo  el  buen 
suceso  de  ellos  principalmente  sucedía  y  es  ser  obra  de  Dios.  Todo 
lo  dicho  en  el  artículo  lo  vio  esta  declarante  o  lo  oyó  a  personas 
muy  fidedignas. 

80.  R\  artículo  ochenta  dijo:  que  en  otros  artículos  de  este  su 
dicho  tiene  declarado  lo  que  sabe  acerca  de  lo  en  él  referido,  a 
lo  cual  se  remite  y  en  el  que  dijo  ante  el  señor  doctor  D.  Pedro 
de  Tablares,  ñrcediano  de  la  santa  Iglesia  de  Avila,  por  ante  Francisco 
Fernández  de  León,  notario,  refirió  esta  declarante  cómo  vio  muchas 
veces  que  de  un  terrible  dolor  de  muelas  que  tenía  la  Madre  Ana  de 
San  Bartolomé  quedaba  luego  libre  y  sana  en  echándola  la  bendición 
la   dicha   Santa   Madre  Teresa   de   Jesús. 

También  sabe  por  dicho  de  la  misma  Ana  de  San  Bartolomé,  que 
estando  en  Salamanca  con  la  dicha  Santa  Madre  y  hallándose  la  dicha 
Santa  Madre  muy  cansada  por  las  muchas  cartas  que  tenía  a  que 
responder,  la  dijo  que  si  supiera  escribir  la  ayudara  a  responder  a 
las  cartas.  La  dicha  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  la  respondió:  ^Déme 
vuestra  reverencia  una  materia  por  donde  deprenda»;  y  la  Santa  Madre 
la  dio  una  carta  de  buena  letra  de  otra  religiosa  para  que  de  allí 
deprendiese.  Ella  le  replicó  que  mejor  sacaría  de  la  letra  de  su  Re- 
verencia, porque  lo  sentía  ansí  interiormente.  La  Santa  Madre  es- 
cribió luego  dos  renglones  de  su  mano,  y  dióselos,  y  a  imitación  de 
ellos  escribió  una  carta  aquella  tarde  para  este  convento  de  Avila, 
y  desde  aquel  día  supo  escribir  todo  lo  que  fué  menester,  sin  ser 
más  enseñada  en  la  nota  ni  en  la  letra,  la  cual  era  parecidísima  a 
la  de  la  dicha  Santa  Madre. 

81.  Al  artículo  ochenta  y  uno  dijo:  que  en  lo  que  toca  a  las 
profecías  del  rey  de  Portugal,  que  el  artículo  refiere,  ya  esta  de- 
clarante  las   sabía   por   relación  del   doctor    Ribera;    y    de   las   demás 


APÉNDICES  3t3 

tocante  a  la  Orden  las  tiene  referidas  y  declaradas  algunas  de  ellas 
en  los  artículos  cuarenta'  y  cuatra  y  cuarenta  y  cinco,  y  en  este  añade 
agora  unas  palabras  que  halló  en  una  relación,  piensa  que  era  de  un 
padre  de  la  Compañía  de  Jesús,  las  cuales  palabras  formalmente  son 
éstas:  «Hame  dicho  muchas  cosas  que  sólo  Dios  las  podía  saber, 
por  ser  cosas  que  estaban  por  venir  y  que  tocaban  al  corazón  y  apro- 
vechamiento, y  que  parecían  imposibles,  y  en  todas  he  hallado  gran- 
dísima verdad».  En  otra  relación  muy  larga  que  esta  declarante  tuvo 
en  su  poder,  y  que  poco  ha  envió  a  su  Padre  General,  que  entiende 
según  la  letra  que  fué  del  Padre  Fr.  Pedro  Ibáñez,  dominico,  uno  de 
los  más  señalados  confesores  que  la  Santa  Madre  tuvo,  en  la  cual  dicha 
relación,  entre  otras  muchas  cosas,  estaban  escritas  las  palabras  si- 
guientes: «Que  habiendo  concertado  él  con  una  persona  cómo  había 
de  tratar  muy  de  veras  con  Dios  y  pensando  que  lo  hacía  así,  no 
quise  volver  por  donde  la  Madre  Teresa  de  Jesús  estaba;  díjome  ella 
que  su  Maestro,  que  así  llamaba  a  Cristo  Nuestro  Señor,  le  había  man- 
dado que  me  dijese  que  volviese  a  aquella  persona  y  le  diese  el 
recado  que  ella  le  había  dado  antes.  Dióselo,  y  fué  tal,  que  con  ser 
un  hombre  muy  grave  y  de  mucho  seso  y  gobierno,  le  penetró  las 
entrañas  y  comenzó  a  llorar  y  descubrióse  allí  cómo  no  había  comen- 
zado  lo  que   había   prometido   de   hacer».   Hquí   acabó   esto. 

También  ha  sabido  esta  declarante  por  dicho  de  personas  religio- 
sas y  una  de  ellas  fué  el  dicho  Doctor  Ribera,  que  la  Santa  Madre, 
antes  de  su  muerte,  no  sabe  en  el  tiempo  que  fué,  supo  en  qué  ano 
había  de  ser,  acaso  por  algunas  palabras  que  la  oyeron  como  al  des- 
cuido algunas  de  sus  religiosas,  que  hecha  cuenta  de  unas  con  otras, 
vino  a  morir  el   año  que  dijo. 

También  sabe  esta  declarante  que  un  año  antes,  poco  más  o  menos, 
que  la  dicha  Santa  Madre  muriese,  se  hubo  su  hermano  D.  Francisco 
de  Cepeda,  sobrino  suyo,  en  un  negocio  de  tomar  estado  según  la 
persuasión  y  parecer  de  un  deudo  suyo  y  de  otras  personas,  y  no 
conforme  al  de  la  Santa  Madre;  y  aun  piensa  esta  declarante  que 
aun  no  la  dieron  cuenta  de  ello  hasta  después  de  hecho,  y  que  la 
descubrió  Dios  con  espíritu  de  profecía  el  suceso  que  había  de  tener 
después,  y  con  gran  sentimiento  suyo  se  lo  dijo  la  dicha  Santa  Madre 
al  dicho  D.  Francisco,  y  pocos  años  después  de  muerta  se  le  cumplió 
a  él  todo,  de  manera  que  con  la  memoria  y  esperanza  de  dio,  escri- 
bió desde  Indias  a  esta  declarante  una  carta;  la  fecha  de  ella  es  de 
Lima,  a  veinte  y  cinco  de  Abril,  año  de  mil  y  quinientos  noventa  y 
nueve,  comenzándola  con  estas  palabras  formales:  «Tres  flotas  ha 
que  escribo  a  V.  md.  muy  en  particular  de  mis  sucesos  y  de  cuanto 
se  ha  cumplido  la  revelación  que  nuestra  Santa  Madre  tuvo  y  me 
dijo  acerca  de  mis  trabajos;  sea  Dios  bendito,  que  tantos  tenía  or- 
denado que  yo  pasase  y  tan  graves,  y  en  parte  donde  todo  lo  que 
fuese  arrimo  y  amparo  de  mundo  me  faltase,  en  orden  a  que  pade- 
ciese sin  consuelo».  Dice  otras  palabras  en  que,  para  consuelo  de 
esta  declarante,  la  declara  cómo  todos  aquellos  trabajos  que  padecía 
eran  camino  de  salvación  y  que  le  habían  causado  gran  aprovecha- 
miento en  su  alma.  De  lo  cual  se  colige,  que  junto  con  haberle  pro- 
fetizado la  dicha  Santa  Madre  tan  grandes  trabajos,  no  apartó  de  él 


344  APÉNDICES 

un  punto  su  intercesión  y  ayuda.  Y  un  confesor  con  quien  trataba 
aquí  en  Hvila  la  dicha  Santa  Madre,  que  era  de  la  Compañía  de  Je- 
sús, llamado  Francisco  de  Vitoria,  señalado  en  letras  y  espíritu,  yen- 
do después  por  la  conversión  de  las  almas  a  aquellas  Indias  a  donde 
acertó  a  ser  confesor  del  dicho  Don  Francisco,  y  en  el  tiempo  de 
sus  mayores  tribulaciones,  y  en  el  que  le  escribió  a  esta  declarante 
la  carta  que  queda  referida,  la  escribió  otra  este  Padre,  ponderando 
mucho  el  alto  estado  en  que  había  llegado  aquel  alma  de  virtudes  y 
fervor  de  espíritu  por  el  camino  de  padecer,  con  palabras  tan  graves, 
que  la  causaron  admiración.  También  escribieron  de  Sevilla  a  esta 
declarante  que  una  persona  grave  que  había  venido  de  Indias,  ha- 
blando del  dicho  Don  Francisco,  dijo  que  hacía  Dios  en  Indias  mani- 
fiestos  milagros   por    aquel    sobrino   de   la   M.   Teresa   de   Jesús. 

Y  estando  esta  declarante  en  Burgos,  en  el  último  año  que  vivió 
la  dicha  Santa  Madre,  y  otra  vez  estando  en  un  camino  que  no  se 
acuerda  para  dónde,  sucedieron  a  esta  declarante  las  dos  que  siguen. 
Habiendo  estado  un  día,  entre  otros,  esta  declarante  con  varios  pensa- 
mientos e  imaginaciones  y  entre  estas  batallando  dentro  de  sí,  de  si 
dejaría  esta  Orden  e  iría  a  otra,  y  todo  esto  encubriéndolo  mucho 
a  la  Santa  Madre,  al  tiempo  que  más  quiso  disimular  con  ella,  con 
rostro  algo  severo  dio  a  entender  a  esta  declarante  lo  que  en  su 
corazón  había  pasado  y  le  fué  haciendo  una  contrapetición  de  lo 
que  deseaba  o  pensaba  de  ir  a  otra  Religión  más  abierta,  dejando 
el  bien  que  tenía  sin  conocerle.  Fué  este  razonamiento  tan  eficaz  y 
grave,  que  esta  declarante  quedó  muy  confusa  y  se  determinó  de 
profesar  en  esta  Orden,  como  lo  hizo  pocos  días  después  de  la  muerte 
de  la  dicha  Santa  Madre  (í).  Viniendo  luego  a  este  Convento  de 
San  José  por  saber  que  era  su  voluntad,  y  dejando  el  de  Alba,  donde 
había  pensado  de  quedarse  por  respeto  de  su  santo  cuerpo,  y  en  esto 
como  en  los  demás  negocios  no  se  atrevió  a  salir  un  punto  de  lo  que 
había  entendido  quería  la  Santa  Madre  antes  que  muriese.  Este  es 
el  un  suceso  de  los  dos.  Y  lel  otro  es,  que  estando  esta  declarante 
caída  en  algunas  faltas  y  no  muy  arrepentida,  sino  esquivándose  y 
encubriéndose  con  la  Santa  Madre,  ella,  con  severidad  suave,  dijo  a 
esta  declarante  el  peligroso  estado  en  que  estaba  y  el  mal  aparejo  que 
tenía  para  profesar,  con  otras  palabras  que  la  traspasaron  el  corazón, 
sin  saber  qué  la  responder. 

Otra  vez,  piensa  que  estando  en  Valladolid,  andaba  ansí  en  cosas 
de  su  alma,  como  en  negocios  tocantes  al  testamento  de  su  padre  y 
su  dote  de  esta  declarante,  muy  turbada,  y  apartándose  de  los  con- 
sejos y  comunicación  de  la  dicha  Santa  Madre,  hacía  esta  decla- 
rante el  parecer  de  otras  personas  seglares,  procurando  encubrirlo 
todo  cuanto  podía  a  la  Santa  Madre;  pero  Dios,  que  todo  lo  sabe, 
dio  a  entender  a  esta  declarante  sus  enredos  y  se  los  fué  diciendo  la 
Santa  Madre,  y  con  un  aspecto  grave  e  de  alto  sentimiento,  como 
quien  no  hablaba  de  suyo,  la  fué  profetizando  el  castigo  que  la  había 


1      A  5  de  Noviembre  de   1582,   como   es  dicho,  pata  lo  cual  se  trasladó  al   convenio  de 
San  José  de  Avila, 


APÉNDICES  3^5 

de  venir  por  sus  culpas  y  la  poca  fidelidad  con  que  la  había  tratado, 
y  cómo  vernía  tiempo  que  la  querría;  y  no  la  ternía,  con  otras  palabras 
que  la  causaron  tanta  confusión,  que  no  la  dejaron  entonces  perci- 
birlas mucho.  Después  lo  comenzó  a  experimentar,  y  a  los  tres  o 
cuatro  años  después  de  la  muerte  de  la  dicha  Santa  Madre,  fueron 
tan  fuertes,  continuos  y  exquisitos  los  trabajos  interiores  y  exteriores 
que  la  vinieron,  que  la  traían  como  fuera  de  sí.  Los  confesores  se 
espantaban  y  no  sabían  qué  decir  ni  qué  hacer,  especialmente  viéndola 
con  una  tentación  nunca  oída,  de  que  la  resultaban  otras  muchas, 
en  que  duró  lo  más  recio  diez  años.  Procuraba  algunos  medios  para 
aliviarse,  y  permitía  Dios  que  su  consuelo  no  se  efectuase,  sino  que 
todo  la  afligiese  más;  y  aunque  no  se  declaraba  con  la  Madre  Ana 
de  San  Bartolomé,  entendió  en  la  oración,  cuando  estaba  en  este 
convento  el  cuerpo  de  la  Santa  ^adre,  que  no  la  convenía  a  esta 
declarante  lo  que  pedía.  No  se  lo  dijo  entonces  la  dicha  Madre  Ana 
de  San  Bartolomé,  aunque  andaba  afligidísima;  y  sin  saber  cómo,  poco 
después  se  la  vinieron  a  quitar  a  esta  declarante  todos  aquellos  traba- 
jos, quedándose  la  causa  de  ellos,  que  es  lo  que  más  espanta,  y  ha 
algunos  años  que  está  tan  libre  como  si  nunca  hubieran  sido,  echando 
de  ver  en  esto  cómo  Dios  aflige  y  sana  tan  ocultamente  un  alma  y 
de  lo  que  le  ha  valido  a  la  suya  las  oraciones  e  intercesión  de  la 
dicha  Santa  Madre,  aunque,  al  parecer,  se  escondía  tanto  de  ella. 
Y  en  demostración  de  la  profecía  que  la  dicha  Santa  Madre  dejó 
escrita  de  los  milagros  que  se  habían  de  hacer  en  esta  santa  iglesia 
de  San  José  y  cómo  había  de  ser  llamada  santa,  dirá  aquí  cómo  Nues- 
tro Señor  ha  ya  mostrado  algunos  y  dado  principio  a  ellos  por  medio 
del  Cristo  de  la  Columna,  en  la  ermita  que  hizo  en  esta  casa,  de  que 
lleva  hecha  mención  en  el  artículo  setenta  y  cuatro;  y  así,  el  año 
de  mil  seiscientos  y  seis,  sucedió  que  haciendo  casi  trece  años  que 
estaba  en  la  cama  con  continua  calentura  una  religiosa  de  este  con- 
vento, llamada  Ana  de  San  José,  y  con  grandes  palpitaciones  en  el 
corazón,  un  temblor  recísimo  en  la  cabeza,  que  no  la  dejaba  sosegar 
un  credo,  y  con  unos  desmayos  que  la  dejaban  sin  habla  llegando  a 
estar  oleada,  pero  aunque  entonces  mejoró  algo,  los  temblores  la  du- 
raban dieciocho  horas  cada  día;  luego  la  dieron  unas  cuartanas  por 
largo  tiempo;  después  de  esto  se  le  arreció  mucho  el  temblor,  añadién- 
dosele darle  en  otras  partes  del  cuerpo  e  impidiéndola  del  todo  el 
no  poder  comer  ni  beber  con  sus  manos.  Los  accidentes  del  corazón, 
golpes  y  gritos  eran  terribles;  decía  el  médico  que  a  aquel  mal  no 
le  hallaba  remedio,  ni  en  su  vida  tal  continuación  había  visto.  Todo 
esto  que  de  fuerza  sería,  dice  la  misma  hermana  que  era  nada  en 
comparación  de  lo  que  sentía  fuera  de  sí.  Día  de  la  Natividad  de 
San  Juan  del  dicho  año,  por  acudir  a  su  devoción,  lleváronla  con 
harto  trabajo  otras  hermanas  al  coro  para  que  comulgase,  como  algu- 
nas veces  había  hecho,  y  antes  que  lo  hiciese,  fué  grande  el  temblor 
y  mal  que  la  dio  de  sólo  esta  declarante  sacudir  muy  poco  la  manga 
de  su  hábito  después  de  sacar  unas  rosas  que  llevaba  en  ella,  lo  cual 
le  hizo  reparar  mucho.  A  la  tarde  del  dicho  día  tornaron  a  advertir 
a  la  dicha  enferma,  por  su  consuelo,  que  mostró  se  le  daría,  que  la 
llevasen  a  la  ermita  dicha  del  Cristo  de  la  Columna,  de  quien  desde 


346  APÉNDICES 

que  entró  en  esta  casa  mostraba  singular  devoción,  y  había  propuesto 
de  estar  treinta  y  tres  días  en  ella  en  oración,  dándola  licencia  la 
Madre  Priora,  si  Dios  por  medio  de  aquella  su  imagen  que  hizo  pintar 
la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  la  daba  salud.  Lleváronla,  pues, 
algunas  hermanas,  aunque  con  harto  trabajo,  y  la  enferma,  con  gran 
temblor,  llegada  a  la  puerta  de  la  dicha  ermita,  se  echó  en  d  suelo, 
y  queriendo  entrar  en  ella  arrastrando,  sintió  allí  gran  mal,  y  mo- 
viéndose de  una  vara  sintió  un  nuevo  aliento  dentro  de  sí  y  que  se 
le  quitó  una  cosa  del  cerebro,  con  que  pudo  tenerse  en  pie  y  comenzó 
a  andar,  hasta  ponerse  a  vista  de  la  imagen  que  está  en  una  capillita 
más  adentro.  Allí  dio  voces  con  la  gran  fuerza  de  espíritu,  diciendo; 
«Dios  mío  y  Señor  mío»,  dándola  un  estremecimiento  grande  e  yén- 
dola  a  tener  una  hermana,  dijo:  «Déjeme»,  y  fuese  por  sí  misma 
a  besar  los  pies  de  la  santa  imagen.  Estuvo  allí  mientras  las  herma- 
nas dijeron  una  letanía;  luego,  mientras  decían  otra,  se  levantó  y 
anduvo  tres  veces  por  la  ermita,  con  tanta  lijereza  como  si  no  hubiera 
tenido  mal.  Llamaron  a  la  Madre  Priora  para  que  la  viese  sana.  Ve- 
nida que  fué,  anduvo  la  dicha  hermana  con  extraña  admiración  de  to- 
das las  demás  hermanitas  y  por  la  huerta  y  casa;  comió  y  bebió 
con  su  mano  como  sana,  que  lo  quedó  tanto  en  aquel  punto  de  todas 
aquellas  enfermedades,  que  nunca  más  hasta  hoy  la  ha  visto  esta 
declarante  ningún  accidente  de  los  pasados,  por  ninguna  ocasión  que 
se  haya  ofrecido  de  las  que  antes  la  hacían  tanto  daño  y  afligían. 
ñ  toda  la  comunidad  sigúela  y  trabaja  en  ella  y  en  el  coro  como  las 
demás,  estando  muy  agradecida  de  la  merced  recibida;  todo  lo  cual 
sabe  esta  declarante,  que  lo  más  de  ello  lo  vio  y  fué  cosa  muy  cierta, 
y  es  fama  pública  en  todo  el  convento  que  pasó  en  la  forma  y  ma- 
nera que  lo  lleva  declarado,  y  el  Sr.  Obispo  de  esta  ciudad,  que  a 
la  sazón  tomó  por  el  tiempo  este  milagro  tan  claro  y  patente  aquel 
mismo  año. 

Preguntada  por  el  dicho  señor  juez  si  acaso  es  posible  que  sea 
verdad  lo  contrario  de  lo  que  lleva  dicho  en  el  suceso  referido,  y  si 
en  estas  cosas  pudo  suceder  como  en  otras  semejantes  suceden  por 
medio  de  algún  medicamento  que  hubiese  precedido,  o  por  otra  causa 
o  virtud  natural  o  accidental,  de  suerte  que  este  suceso  pudiera  no 
ser  milagro  y  por  qué  razón  juzga  lo  hubiese  sido,  respondió  a  esta 
pregunta:  que  dice  lo  que  dicho  tiene;  por  las  razones  que  lleva  de- 
claradas cree  y  tiene  por  cosa  cierta  y  sin  duda  alguna  ni  en  ello  la 
ha  puesto  que  el  dicho  suceso  fué  caso  milagroso,  claro  y  patente; 
porque  allí  no  precedió  medicamento  ni  otra  cosa  accidental  material- 
mente, porque,  aunque  en  el  discurso  de  los  trece  años  de  la  dicha 
enfermedad  la  habían  hecho  alguna  y  medicamentos,  no  habían  obrado 
ni  sido  de  efecto  alguno  para  la  salud  de  la  susodicha,  antes  decía 
el  médico  o  médicos  que  aquel  mal  era  continuo  y  extraordinario, 
qu2  liO  había  para  él  cura  ni  remedio;  y  por  sanar,  como  sanó,  tan  de 
repente,  claramente,  por  todas  las  dichas  razones,  consta  haber  sido 
y  ser  suceso  y  caso  milagrosoA  y  en  ello,  como  tiene  dicho,  no  se  ha 
puesto  cosa  alguna,  y  con  haber  que  pasó  cuatro  años  y  más,  no  la  ha 
vuelto  cosa  alguna  de  la  dicha  enfermedad  ni  accidentes  de  ella,  por 
donde   más    se   confirma    haber   sanado    milagrosamente    por   mano    del 


APÉNDICES  347 

Señor,  obrando  este  tan  gran  milagro  en  la  dicha  ermita  la  imagen  de 
Dios  que  hizo  pintar  la  dicha  Santa  Madre  y  en  cmnpliraiento  de  la 
dicha  profecía.  Y  sabido  este  milagro  fuera  del  convento,  fué  grande 
la  devoción  que  causó  en  oirle,  ansí  a  personas  religiosas  como  segla- 
res; y  un  Padre  de  esta  Orden  de  Descalzos  [lo  dijo]  a  un  caballero 
de  esta  ciudad,  llamado  Francisco  Guillamas,  ^\aestro  de  la  Cámara  del 
Rey  nuestro  señor  y  Tesorero  de  la  Reina,  para  que  él  y  su  mujer  se 
encomendasen  a  esta  santa  imagen,  por  razón  de  que  la  dicha  su  mu- 
jer, llamada  Doña  Catalina  Robles,  estaba  entonces  con  una  gravísima 
enfermedad  y  iarga,  y  a  este  tiempo  ya  desahuciada  y  a  punto  de 
expirar.  Encomendáronse  a  ella  y  enviaron  a  pedir  a  este  convento 
hiciesen  oración  por  ella,  y  que  en  especial  una  religiosa  la  fuese  a 
tener  con  más  espacio  a  la  misma  ermita  del  Cristo;  y  estando  en 
la  dicha  oración  con  gran  fervor  de  espíritu,  entendió  en  él  la  dicha 
religiosa  que  la  dicha  Doña  Catalina  no  moriría,  sino  que  sanaría, 
y  sucedió  luego  de  la  misma  manera,  con  lo  cual  quedaron  estos  caba- 
lleros tan  devotísimos  de  esta  santa  imagen  y  su  ermita  y  ofrecieron 
luego  de  reedificarla  de  nuevo;  y  para  efectuar  esto,  derribaron  la 
dicha  ermita,  y  viendo  que  era  tiempo  de  invierno,  de  tanta  agua  ij  nie- 
ve, dióles  cuidado  a  las  hermanas  si  caerían  las  dos  paredes  de  tapia, 
que  en  la  una  estaba  pintado  el  mismo  Cristo  y  la  otra  enfrente,  en 
que  estaba  San  Pedro  llorando  su  pecado.  Encomendáronlo  al  ?cñor,  y 
dos  religiosas,  entre  las  demris,  entendieron  de  parte  de  Nuestro  Se- 
ñor que  no  se  caería  y  que  serviría  mucho  de  que  se  reedificase  la 
dicha  ermita,  con  otras  muchas  particularidades  que  por  estar  vivas 
no  conviene  declararse.  Fué  cosa  espantosa,  que  no  recibieron  detri- 
mento ninguno  las  santas  imágenes,  ni  las  paredes,  con  ser  de  tierra 
sola;  y  en  la  que  estaba  San  Pedro,  sin  defensa  ni  arrimo  ninguno, 
más  del  pedazo  en  que  estaba  pintado,  con  caer  sobre  él  mucha  agua 
y  nieve  por  algunos  sitios.  Después  de  reedificada  la  dicha  ermita, 
con  mucha  más  obra  y  riqueza  de  la  que  antes  tenía,  pidieron  los 
dichos  caballeros,  por  la  singular  devoción  que  tenían,  que  les  diesen 
a  un  lado  de  la  iglesia  de  este  convento  para  hacer  una  capilla  para 
sus  entierros,  concediéndoseles,  y  en  esta  obra  dio  Dios  principio  a 
otras  maravillas  que  se  siguen;  la  cual  capilla  se  comenzó  a  hacer 
por  el  mes  de  marzo  del  año  de  mil  y  seiscientos  y  siete.  Hecha,  fué 
necesario  que  la  iglesia  se  subiese  casi  otro  tanto  de  como  estaba, 
y  tratóse  de  que  fuese  con  la  misma  madera  vieja  que  tenía  al  ha- 
cerla y  sobre  las  mismas  paredes,  que  se  tenía  fortaleciéndose  con  unos 
estribos.  Sobre  esto  pasaron  muchos  dares  y  tomares,  pareciendo  a 
algunas  personas  era  bien  hacerse  así  por  acudir  a  la  santa  pobreza; 
otras  que  para  su  templo  e  iglesia  de  Dios  era  bien  hacerse  de  nuevo 
y  de  bóveda  de  piedra,  pues  que  la  Santa  Madre  nunca  impidió  eso 
para  las  iglesias,  y  al  fin  se  prosiguió  la  obra  para  que  fuese  de 
madera. 

ñndando  las  cosas  ansí,  sucedió  que,  estando  en  Madrid  un  padre 
Descalzo  francisco,  de  quien  jamás  la  casa  había  recibido  noticia, 
muy  teólogo,  muy  recogido  en  la  celda  y  dado  a  la  oración  y  deseos 
ferviepíes  del  martirio,  entendió  en  espíritu  todo  lo  que  allá  pasaba,  y 
muchas  cosas  secretas  y  del  bien  que  había  y  había  de  haber  en  este 


348  APÉNDICES 

convento,   el   cual   el   primer   domingo   de  cuaresma   del   año   de   mil   y 
seiscientos   y    ocho,    acabando    de   confesar   a    Francisco   de   Mora,   que 
estaba  allí  de  arquitecto  mayor  de  las  obras  reales  y  aposentador  del 
palacio,  le  dijo:   «En  San  José  de  Hvila  un  criado  del  Rey  va  haciendo 
la   iglesia  y   no  le  contenta   al   Señor,  que  iglesia  donde  ha   de  obrar 
grandes  maravillas,  vaya  de  la  manera  que  va,  sino  que  sea  bien  hecha 
y   que  en   todo  caso  sea   la  bóveda   de  piedra.   Es  menester  estar  con 
él  y  que  de  suyo  le  diga  que  la  Santa  Madre  no  dice  que  las  iglesias 
sean  hechas  de  madera  y  sin  labrar  sino  las  casas;    es  menester  tam- 
bién   que    luego    vaya    a    flvila    y    dé    la    orden    de    cómo    ha    de    ir». 
El  dicho   Francisco   de  Mora  le  puso  excusas  y  que  perdería  los  ser- 
mones de  la  Cuaresma  de  la  corte.  El  Padre  le  respondió:    <No  pide 
el  negocio  dilación,  que  la  obra  va  muy  adelante;   buen  sermón  se  oye 
haciendo  lo  que  Dios  manda;   vaya  luego,  que  habrá  memoria  de  él  en 
aquella    casa    para    siempre».    No    dijo    tan    solamente    en    aquella    casa, 
sino  en  toda  la  Orden,  y  pareciéndolc  al  dicho  Francisco  de  Mora  que 
habría   nieve   en   los   puertos,   preguntó   que   por   qué   camino   le   parecía 
que  fuese.  Di  jóle  el   Padre:    «Vaya  por  montes,   vaya  por  valles,  vaya 
por  nieves,  que  por  donde  quiera  que  fuese  irá  el  Señor  con  él  y  dirá 
lo   que    ha    de    hacer».    Con    esto    vino    a   esta    ciudad,    y    luego    por    la 
mañana   hizo   que   en   este   convento  se   cantase  una   misa   del    Espíritu 
Santo.   Mandó   luego    derribar    la    iglesia    por   pie;    parecióle   que   todo 
el    mundo    no    fuera    bastante    a    impedirle    que    no    la    derribase;    dio 
de  limosna  al  convento  veinte  escudas  y  para  la  obra  seiscientos  reales. 
Antes  que  viniese  no  habían  querido  las  religiosas  que  sólo  un  estribo 
entrase  en  el  capítulo  de  los  que  arriba  digo  que  se  trataban  de  hacer 
para  fortificación  de  las  paredes,  y  al  punto  que  el  dicho  Francisco  de 
Mora  trazó  la  obra  de  toda  la  iglesia  y  las  capillas  de  los  lados,  con 
voz   común   de   todas,   dijeron   que  era   obra   de   Dios  y   que   ya   se   co- 
menzaban   a    ver    los   milagros   que    la    dicha    Santa    Madre   Teresa   de 
Jesús   había    profetizado   en    las   cosas   que   se   verían   en   la    reedifica- 
ción   de    este    santo    templo.    Confiando    que    Su    Majestad    daría    con 
que   toda   la   obra   que   se   hiciese,   sola   la   Madre   Priora   que   era  en- 
tonces, como  otro  San  Felipe,  dijo  al  dicho  Francisco  de  Mora:  ¿dónde 
habremos    pan?,    pareciéndole    que    no    había    aún    con    que    comenzar 
la    dicha    obra.    El    la    respondió    con    grandísima    confianza    en    Dios: 
«Dios  proveerá;    venderemos  un  par  de  monjas»,  bien  confiado  que  no 
tenía  menester.  Volvió  a  Madrid,   y   a  la  nochecer  la   primera   persona 
que    vio    fué    al    Padre    de    quien    va    hablando,    quien    le    despidió    sin 
querer   que    aquella    noche    le    tratase    de    la    obra,    sino   que   otro    día 
volviese  por  la   mañana.    Hablándole,   en   todas  sus   acciones  y   palabras 
echó  de  ver  este   Padre  que  aquella   noche  había  tenido  larga  oración 
sobre  el  negocio,  y   como  el   dicho   Francisco   de  Mora   desde  Avila   a 
Madrid  no  se  le  quitase  del  pensamiento  que  no  sólo  sería  bien  acu- 
dir a  las  trazas  y  orden  de  labrar,  sino  también  a  pedir  limosna  para 
la  obra,  entendió  después  en  sí,  por  lo  que  el  dicho  Padre  le  dijo,  ser 
ésta  una  de  las  hablas  que  le  había  de  hacer  Dios  en  el  camino.  Díjole 
más  el  Padre,  que  por  sí  pidiese  las  limosnas  y  que  lo  que  se  hiciese 
para   esta   iglesia   era   tan   acepto   a   Nuestro   Señor,   que   tenía   librada 
en  ella  la   salvación   de  todos  aquellos  que  la  hiciesen,   aunque  fuese 


APÉNDICES 


319 


muy  poca;  y  el  dicho  religioso  ofreció  por  sí  mil  y  doscientos  rea- 
les, encargando  al  dicho  Francisco  de  Mora  que  en  toda  la  iglesia 
no  hubiese  armas  ni  letrero  de  nadie. 

ñ\  tiempo  de  andar  pidiendo  estas  limosnas,  le  sucedieron  al  dicho 
Francisco  de  Mora  cosas  admirables,  en  que  se  echaba  bien  de  ver 
cómo  Dios  movía  los  corazones  para  hacerlo,  y  le  pidió  al  Rey  y 
Reina  para  adelante;  y  respondiéronle  con  mucho  gusto,  e  con  el 
mismo  le  dieron  licencia  para  que  muy  amenudo  viniese  a  visitar 
la  obra,  ñl  principio  de  sus  venidas,  le  dijo  la  Madre  Priora  que  si 
quería  tomar  la  capilla;  él  respondió  que  no,  que  muy  buena  la  tenía 
en  Madrid,  y  con  esto  tornó  allá.  Y  día  de  la  Resurrección  del  Señor 
se  vio  con  el  dicho  Padre;  éste  le  dijo  cosas  de  alta  admiración  de 
esta  casa,  y  a  Francisco  de  AVora  le  dio  motivo  de  alabar  así  a 
Dios,  viendo  que  ansí  supiese  tales  cosas,  siendo  un  hombre  que  no 
salía  de  su  celda  y  coro,  ni  trataba  ni  se  escribía  con  nadie,  y  su 
dormir  era  sobre  una  tabla  pasándola  más  en  oración.  Y  pasando  con 
la  plática  adelante,  le  mandó  que  en  todo  caso  tomara  una  capilla 
en  esta  iglesia  y  que  fuese  la  más  cercana  al  quicio  de  la  puerta  en 
que  había  mucho  bien.  Hl  diclio  Francisco  de  Mora  se  le  liizo  dificul- 
toso y  quedó  confuso;  díjole  el  dicho  Padre,  que  se  fuese  y  que  pensa- 
se en  ello.  El  se  fué  a  comulgar,  y  habiéndolo  hecho,  sintió  en  sí  tan 
gran  mudanza  y  una  firmeza  tan  invencible  en  tomar  la  capilla  y  en 
aquel  sitio  que  el  Padre  le  había  dicho,  sin  saber  qué  bien  era 
aquel  que  tenía,  que  todo  el  mundo  junto  no  le  quebrara  a  mudar 
de  aquel  parecer,  dejando  la  que  tenía  tan  adornada  en  Madrid,  sin 
hacer  caso  de  lo  que  dirían  todos  de  él,  por  esta  novedad  ociosa  al 
parecer  humano.  Con  esta  determinación  y  con  grandísima  humildad, 
se  vino  luego  a  este  convento  pidiendo  aquel  sitio  para  su  entierro. 
Parecióles  era  muy  bajo  para  él,  y  quisieran  que  le  tomara  más  cerca 
de  la  capilla  mayor;  pero  no  se  pudo  acabar  con  él,  ni  que  dejase 
de  dar  cierta  limosna  de  renta  perpetua  por  el  suelo  de  la  capilla 
que  pedía,  por  aquel  bien  que  el  Padre  le  había  dicho  que  había  en 
aquel   lugar. 

Advirtió  luego  esta  declarante  que  debía  de  ser,  por  ser  allí 
el  capítulo  de  este  convento,  en  el  cual  los  había  hecho  la  dicha  santa 
Madre  Teresa  de  Jesús  tantas  veces  siendo  priora,  y  donde  después 
de  su  muerte  estuvo  siempre  depositado  su  santo  cuerpo  los  nueve  me- 
ses que  estuvo  acá  (1),  y  donde  Nuestro  Señor  por  su  medio  había  he- 
cho señaladas  mercedes  a  algunas  religiosas.  Escribióselo  así  esta  decla- 
rante al  dicho  Francisco  de  Mora,  y  él  se  admiró,  y  esta  declarante 
no  poco  de  ver  lo  que  el  dicho  Padre  le  había  dicho  sin  poder  saber 
por  ninguna  vía  humana  que  aquel  lugar  servia  de  lo  que  había  dicho, 
y  de  que  antes,  no  habiendo  querido  el  convento  dar  en  este  capítulo 
un  tan  pequeño  sitio  como  era  menester  para  un  estribo  de  los 
que  decían  para  la  fortificación  de  las  paredes  de  la  iglesia,  después 
que  vino  Francisco  de  Mora  a  trazarla  más  rica  y  costosa  de  lo 
que    nunca    se    pensó,    no    hubo    monja    que    contradijese    el    dar    todo 


1      Desde  fines  de  Noviembre  de  1585  al  23  de  Agosto  del  año  siguiente. 


550  APÉNDICES 

el  capítulo,  y  cuanto  de  celdas  u  sacristía  fuese  menester  para  esa 
obra.  Yéndose  otra  vez  el  dicho  Francisco  de  Mora  con  el  Padre  dicho, 
le  tornó  a  decir:  -^Tome  luego  este  sitio  que  le  he  dicho,  no  se  le  ade- 
lante otro  a  tomarle;  más  querría  yo  estar  enterrado  en  aquella  iglesia 
que  en  el  Sagrario  de  la  santa  iglesia  de  Toledo;  tiempo  vemá  que 
se  tenga  por  bienaventurado  el  que  alcance  a  enterrarse  junto  al  qui- 
cial de  la  puerta  o  en  el  cementerio  de  aquella  iglesia.  Esta  capilla 
de  Madrid  no  la  venda,  sino  déjela  a  sus  padres  y  él  vayase  a  Hvila; 
mire  que  ha  de  obrar  Dios  grandes  maravillas  en  aquella  iglesia». 
Confesó  el  dicho  Francisco  de  Mora  que  parece  ya  las  había  visto 
y  que  era  grande  maravilla  del  Señor  lo  que  por  él  había  pasado,  en 
que  se  encerraban  otras  cosas  particulares.  El  descubrió  debajo  de 
confesión  al  Obispo  y  secretario  apostólico,  tomándole  el  dicho  para 
la  canonización  de  la  dicha  Santa  Madre,  honra  suya  y  gloria  de 
Dios  Nuestro  Señor,  a  cuya  deposición  se  refiere  y  lo  de  suso  re- 
ferido lo  sabe  esta  declarante  por  relación  cierta  y  verdadera  del 
dicho  Francisco  de  Mora,  y  por  el  de  otras  personas  graves  y  reli- 
giosas, y  por  lo  que  esta  declarante  ha  visto  y  experimentado  por 
sí  misma.  Otro  sí  declara,  que  en  el  año  pasado  de  mil  y  seiscientos 
y  nueve,  el  día  de  la  Porciúncula,  dos  días  del  mes  de  Agosto,  habiendo 
estado  en  este  convento  enferma  dos  años  y  medio  una  religiosa 
llamada  Magd^^lena  de  la  Madre  de  Dios,  que  la  comenzó  una  ma- 
nera de  carbunco  en  un  ojo,  después  un  mal  de  estómago,  de  que  se 
le  hizo  una  dureza,  la  cual  creció  tanto,  que  poco  más  de  un  año 
vino  a  ser  mayor  que  un  ladrillo,  que  los  médicos  dijeron  que  era 
scirro,  junto  con  el  gran  mal  de  cerebro  y  corazón,  con  muchos  tem- 
blores, gritos  y  desmayos  y  otros  accidentes  tan  extraordinarios,  que 
no  sabían  qué  hacsr,  y  la  comunidad  andaba  afligida.  Dióla  después 
flota  coral  y  frenesí,  y  sucedió  estar  cuatro  y  cinco  días  sin  comer 
cosa  de  día  ni  de  noche,  y  piensa  que  una  vez  estuvo  diez  u  once; 
por  lo  cual,  viendo  el  médico  que  no  era  enfermedad  natural  ni 
podía  vivir  tantos  días  sin  comer,  y  que  ningún  remedio  la  aprove- 
chaba, parecióle  sería  bien  acudir  al  de  la  Iglesia  de  los  exorcismos; 
y  con  parecer  de  otras  personas  se  los  hicieron  algunos  días,  pero  no 
se  vio  en  ella  mejoría,  sino  crecer  tanto  los  accidentes  y  desmayos. 
qu2  no  sabe  cuántos  días  antes  del  día  de  la  Porciúncula  comenzaron 
unas  religiosas  a  hacer  particulares  oraciones,  y  de  ir  a  la  dicha  er- 
mita del  Cristo  de  la  Columna  a  hacerlas  para  una  novena.  Estaba  tal 
la  dicha  enferma,  que  dos  días  antes  del  que  sanó,  pedían  a  Nuestro 
Señor  la  hiciese  merced  por  su  santa  imagen  de  sanarla  o  llevársela 
consigo,  porque  daba  inquietud  a  la  comunidad,  y  la  enferma  en  lo 
interior  y  exterior  en  tal  disposición,  que  no  la  faltaba  más  de  des- 
esperar. La  misma  enferma  hacía  la  misma  petición,  y  estando  en 
este  aprieto,  como  a  la  una  después  del  mediodía,  el  día  que  lleva 
dicho  o  referido  de  la  Porciúncula  de  San  Pedro,  fué  Dios  servido 
de  inspirarla  no  solamente  de  que  sanara,  si  la  llevaban  a  la  ermita 
del  Cristo,  por  medio  de  las  reliquias  de  la  dicha  Santa  Madre,  y 
no  se  atrevió  a  qi\2  la  llevasen  a  la  dicha  ermita,  sin  que  primero 
pusiesen  en  ella  una  reliquia  suya,!  y  pedida  licencia  a  lá  Madre  Prio- 
ra,  y    dada,    pidió   que   la    vistiesen   y    la   llevaron   entre   algunas   reli- 


APÉNDICES  351 

glosas,  más  como  persona  muerta  que  no  viva;  y  entrando  en  la 
dicha  ermita,  lo  primero  que  vio  la  enferma  fué  la  reliquia  de  la 
dicha  Santa  Madre,  y  luego  sintió  en  sí  tan  grande  aliento,  que  pidió 
a  las  hermanas  que  la  habían  llevado  que  la  dejasen  poner  en  pie  y 
luego  con  mucha  prisa,  como  si  no  hubiera  tenido  mal  ninguno,  se 
fué  a  los  pies  del  Cristo  y  recibió  en  aquel  instante  entera  salud 
y  estuvo  de  rodillas  a  las  letanías  en  memoria  de  ]a  dicha  Santa 
Madre  e  otras  que  hicieron  las  hermanas  en  hacimientos  de  gracias. 
Estándose  todavía  a  los  pies  del  Cristo,  entró  esta  declarante  y  pú- 
sose de  rodillas  con  las  demás,  pidiendo  a  Dios  la  diese  salud, 
sintiendo  gran  confianza  de  que  las  había  de  hacer  merced.  Levantóse 
la  enferma  que  antes  era,  con  rostro  tan  apacible  y  manso,  que  hizo 
a  esta  declarante  nueva  admiración,  diciendo  en  voz  alta  la  susodi- 
cha: «yo  sana  estoy»,  y  aunque  el  caso  parecía  casi  increíble,  a  esta 
declarante  se  le  pu':;o  en  el  corazón  que  era  verdad,  y  la  dio  luego 
el  parabién,  y  estuvo  hablando  con  ella  un  poco  en  cosas  de  Nuestro 
Señor.  Trajéronla  de  comer  y  beber  e  hizo  como  si  nunca  hubiera 
tenido  mal  ninguno;  luego,  a  las  dos,  fué  al  coro  con  la  comunidad 
a  vísperas,  y  desde  entonces  le  siguió  y  ha  seguido  y  ha  andado 
con  la  comunidad  y  guardado  la  Regla,  a  Dios  gracias,  sin  haber 
jamás  vístola  esta  declarante  ni  las  demás  religiosas  de  este  con- 
vento señal  ninguna  de  cuantas  se  han  referido,  con  haber  muchas  oca- 
siones después  que  antes  la  hacían  tan  notabilísimo  daño,  y  advierte 
esta  declarante  que,  aunque  aquel  día  quedó  sana  de  las  enfermeda- 
des, no  luego  se  le  quitó  el  scirro,  aunque  no  la  daba  pena  por  estar 
ya  desasido.  Y  viéndose  con  la  dureza  la  dicha  hermana,  aunque  sin 
pena,  muy  confiada  en  Dios  Nuestro  Señor  que  por  los  méritos  c 
intercesión  de  la  Santa  ;  Madre  se  le  había  de  quitar,  se  puso  un 
pañito  suyo  encima  de  la  dureza,  y  luego  que  se  le  puso  sintió  en 
ella  una  novedad  tan  grande,  que  dijo  a  las  que  estaban  con  ella: 
«Sin  duda  que  se  me  deshace  el  scirro»  y  así  fué,  porque  se  deshizo 
sin  quedar  rastro  de  él  más  que  si  no  lo  hubiera  tenido.  Y  eso  fué 
también  en  la  dicha  ermita,  ocho  o  nueve  días  después  de  como 
había  pasado  lo  que  antes  llevo  referido,  habiéndose  traído  y  puesto 
esos  días  el  dicho  paño  en  aquella  novena.  Y  lo  que  lleva  referido 
por  haberlo  visto,  ser  y  pasar  y  haber  visto  antes  esta  declarante 
la  dicha  dureza  y  scirro  y  tomarla  con  sus  manos,  que  era  una  cosa 
espantosa  la  dicha  dureza,  y  después  la  vló  sin  género  siquiera,  aun 
de  una  pequeña  opilación,  lo  cual  el  médico  aprobó,  no  con  poca 
admiración  de  ver  el  milagro  como  había  sanado  la  dicha  hermana. 

Los  cuales  dos  milagros  en  una  persona,  se  aplican  también  al 
cumplimiento  de  la  profecía  de  la  dicha  Santa  Madre  y  a  la  virtud  que 
Dios  puso  a  su  reliquia  y  a  la  imagen  que  hizo  pintar  en  aquella 
ermita;  y  lo  sobredicho  fué  muy  notorio  y  cosa  sabida  en  este  con- 
vento, y  después  lo  supieron  fuera  de  él  otras  personas.  Preguntada 
por  el  Sr.  Juez  al  tenor  del  sexto  artículo  del  Fiscal,  y  si  lo  sobre- 
dicho pudo  tener  efecto  ij  obrar  por  algún  medicamento  u  obra  natu- 
ral o  accidental,  dijo  que  el  caso  no  fué  sucedido  de  otra  manera, 
sino  rara  y  milagrosamente,  según  consta  de  las  razones  que  lleva 
declaradas,    y    ansí    lo    sabe    esta    declarante    afirmativamente    ser    ver- 


352  APÉNDICES 

dad  por  otras  razones  fuera  de  las  dichas,  que  por  ser  interiores  no 
conviene  declararlas,  y  de  idiferentes  religiosas  señaladas  en  virtud 
y  oración,  y  que  es  cierto  fué  obra  de  milagro  por  sólo  el  poder  y 
la  intercesión  y  reliquias  de  la  dicha  Santa  Madre,  en  lo  cual  no  se 
pone  duda  alguna.  Y  !el  mismo  día  de  la  Ponciúncula,  que  sanó  la 
dicha  hermana  de  aquellas  dichas  enfermedades,  oyéndola  decir  una 
religiosa  de  este  convento,  dud|ó  y  no  creyó  ser  milagro,  y  a  la  tarde 
fué  a  visitar  la  i'dicha  ermita  por  no  haberse  hallado  en  ella  al  tiem- 
po que  sucedió  lo  dicho,  y  en  poniéndose  delante  de  la  dicha  imagen 
del  Cristo,  la  pareció  que  ciertamente  estaba  todo  corriendo  sangre, 
lo  cual  la  hizo  tal  efecto  interior,  que  quedó  muy  cierta  que  el  mila- 
gro había  sido  verdadero.  Otras  religiosas  ha  habido  y  han  afirmado 
en  diversas  veces  y  ocasiones  de  tiempos,  que  han  visto  un  aspecto 
diferente  del  ordinario,  conforme  a  lo  que  el  Señor  quería  hacerlas 
merced,  en  sus  almas. 

82.  ñl  artículo  ochenta  y  dos  dijo:  que  dice  lo  referido  en 
el  artículo  presente,  en  especial  lo  que  depone  de  sí  misma  esta  de- 
clarante. 

8^.  ñl  artículo  ochenta  y  cuatro  dijo:  que  dijo  lo  que  dicho  tiene 
en  el  artículo  ochenta,  a  lo  cual  se  refiere  y  más  añade,  que  sabe 
de  otras  dos  sanidades:  la  una  de  vista,  como  abajo  referirá,  y  la 
otra  de  una  recia  ¡calentura.  La  de  vista  la  cobró  una  persona  muy 
grave  por  las  oraciones  de  la  Santa  Madre,  y  si  no  se  engaña,  lo 
sabe  por  dos  relaciones;  una  que  la  Santa  Madre  dio  a  un  confesor 
suyo,  y  otra  no  sabe  si  del  mismo  confesor  o  de  otro;  y  la  otra 
por  dicho  de  la  Madre  Rna  de  San  Bartolomé,  la  cual  estando  en 
Valladolid  con  la  Santa  Madre,  una  tarde,  teniendo  ordenada  la  par- 
tida para  Salamanca,  le  dio  a  la  dicha  ñna  de  San  Bartolomé  una 
calentura  tal,  que  la  obligó  caer  en  la  cama.  Sintió  mucho  la  Santa 
Madre,  pareciéndole  que  le  había  de  faltar  tan  buena  compañía;  y  es- 
tando aquella  noche  en  su  celda,  vino  a  visitaír  a  la  dicha  Madre  flna 
de  San  Bartolomé  a  la  media  noche  y  la  dijo:  «Hija,  ¿duerme?»  Y 
ella  respondió:  «^adre,  dormiendo  estaba»;  y  replicó  la  Santa  que 
se  levantase  a  ver  cómo  se  sentía,  y  ella  lo  hizo  y  se  sintió  buena 
sin  calentura,  y  la  Santa  Madre,  holgándose  mucho,  la  dijo:  «Bendito 
sea  el  Señor,  que  he  estado  suplicándole  la  dé  salud».  R  la  mañana 
fueron  a  la  jornada  sin  sentir  más  la  enfermedad  la  dicha  Madre  ñna 
de  San  Bartolomé. 

85.  ñl  artículo  ochenta  y  cinco  responde:  que  sabe  por  verdadera 
relación  de  la  Madre  Priora  de  Toledo,  llamada  Beatriz  de  Jesús,  de 
quien  en  otros  artículos  ha  hecho  mención,  que  oyó  decir  a  su  madre 
muchas  veces  Doña  Juana  de  ñhumada,  de  quien  también  ya  se  ha 
dicho  en  otros  artículos,  que  estando  en  ñvila  haciéndose  aquella 
casa  primera  de  San  José,  tenía  un  niño  llamado  Don  Gonzalo  de 
Ovalle,  de  edad  de  cuatro  o  cinco  años,  el  cual  era  sobrino  de  la  dicha 
Santa  Madre,  al  cual  le  hallaron  un  día  al  parecer  de  todos  muerto, 
porque  ninguna  señal  tenía  de  vida,  sino  que  poniendo  en  pie  se  caía, 
y  alzándole  algún  brazo  lo  mismo.  Su  padre  comenzó  a  dar  voces 
a  Dios  y  a  alterar  la  casa;  oyólo  Nuestra  Santa  Madre  y  comenzó 
a  decir  que  callase,  por  amor  de  Dios,  no  le  oyese  Doña  Juana,  dicién- 


APÉNDICES  353 

dolé  a  él  que  se  entrase  en  un  aposento  y  callase.  Y  ella  tomó  al  nlfio 
en  sus  brazos,  que  se  veía  muerto,  porque  desde  que  nació  no  habla 
tenido  desmayo  ninguno  ni  cosa  semejante,  ni  la  tuvo  después  a  qué 
poder  atribuir  el  estar  así.  Entróse  la  dicha  Santa  Madre  con  el  niño 
en  un  aposento,  cerró  la  puerta,  quedándose  sola  con  él,  y  estuvo 
espacio  de  media  o  una  hora,  y  al  cabo  de  este  tiempo,  salió  con  el 
niño  del  aposento,  trayéndole  de  la  mano  bueno,  y  lo  estuvo  siempre 
después. 

Su  madre  Doña  Juana  dijo  a  la  Santa  Madre:  «Hermana,  ¿qué 
es  esto?  El  niño  era  muerto»;  y  ella  se  sonrió,  diciendo:  «Calle,  no 
dé  en  eso».  El  mismo  niño  después  de  hombre  decía  a  la  Santa  Ma- 
dre, su  tía,  que  le  encomendase  mucho  a  Dios,  que  le  debía  el  ciclo, 
pues  le  había  sacado  de  él.  Esto  contó  muchas  veces  su  propia  madre 
del  niño,  y  ansí  cree  esta  declarante  que  es  la  relación  más  verdadera 
que  se  puede  dar  en  este  caso,  y  ansí,  aunque  ha  oído  hablar  de  él 
a  otras  personas,  por  haber  hablado  diferentes  en  cómo  fué  esta  resu- 
rrección,   tiene   por   más    cierta   la    relación    que    aquí    ha    dado. 

86.  R\  artículo  ochenta  y  seis  responde:  que  al  principio  que  se 
había  fundado  este  monasterio  de  San  José,  acordaron  algunas  reli- 
giosas de  el  que,  entre  otras  penitencias  que  se  hacían,  sería  bien 
añadir  otra  de  andar  vestidas  con  túnicas  de  sayal  a  raíz  del  cuerpo; 
hiciéronlas,  y  puestas,  dióles  temor  de  que  habían  de  criarse  con  una 
lana  tan  grosera  muchos  piojos,  y  congojábanse,  y  con  esta  razón 
trataron  de  ir  en  procesión  vestidas  con  las  túnicas  a  donde  la  Santa 
Madre  estaba  una  noche,  que  piensa  fué  en  el  coro,  y  con  grandísima 
devoción,  pidiendo  a  Dios  las  librase  de  aquella  inmundicia,  llevando 
un  crucifijo  delante.  R  la  Santa  Madre  le  dio  gran  devoción,  y  díjolas 
que  no  temiesen.  Fué  el  caso  de  manera,  que  desde  entonces  hasta  hoy, 
ni  en  aquellas  túnicas,  ni  en  las  de  estameña,  ni  en  los  demás  vestidos 
criaron  cosa  de  eso,  lo  cual  ha  oído  esta  declarante  contar  muchas  ve- 
ces a  las  mismas  religiosas  que  fueron  en  esa  procesión,  y  después 
que  entró  en  este  convento  ha  visto  en  sf  y  en  todas  perseverar  este 
milagro,  con  una  limpieza  cual  nunca  jamás  se  vló,  y  no  sólo  las 
antiguas,  pero  las  novicias  también  por  faltas  que  vengan  de  esa 
limpieza,  o  en  el  mismo  día  o  en  muy  breve  tiempo,  desaparecién- 
dose sin  saber  cómo  lo  que  antes  criaban.  Y  hase  esto  experimentado 
hasta  el  día  de  hoy  tan  bien,  que  aquellas  novicias  a  quien  no  se  les 
quita,  han  tenido  ocasión  para  no  perseverar  en  la  Religión  ni  profesar 
en  ella;  que  algunas  de  éstas  ha  conocido  esta  declarante,  de  suerte 
que,  viendo  que  a  una  no  se  quita  esta  inmundicia,  tienen  experiencia 
de  que  no  ha  de  profesar,  sin  saber  por  qué  ha  de  ser.  Han  sucedido 
muchos  casos  en  este  convento,  que  van  multiplicando  el  milagro  pri- 
mero; y  uno  es  que  pocos  años  ha  entraron  a  una  huérfana  en  este 
convento,  con  título  que  después  la  darían  el  hábito  para  freila;  ésta 
criaba  cantidad  de  esta  inmundicia,  sin  haber  remedio,  al  parecer, 
de  quitárselo,  sino  que  de  su  abundancia  lo  pegó  a  otras  cuatro;  y 
andando  muy  apenadas  todas  las  religiosas  por  qué  causa  enviaría 
Dios  este  castigo,  entonces  más  que  nunca,  advirtió  una  hermana  que 
era  la  causa  porque  no  había  entrado  por  el  orden  que  manda  nues- 
tra  Constitución;    y    así   dijo    algunas    veces   delante   de   otras,   que   si 

II  23 


35^  APÉNDICES 

querían  que  se  le  quitase,  que  la  diesen  los  votos  y  el  hábito  por  el 
orden  que  a  las  demás.  Procuróse  hacer  así,  y  al  punto  que  le  die- 
ron los  votos,  se  le  quitó  a  ella  y  a  las  demás  aquella  inmundicia 
de  piojos,  sin  haber  más  memoria  de  lo  que  antes  tenía.  Y  lo  dicho 
ha  experimentado  esta  declarante  en  este  convento  desde  que  entró 
en  él,  que  ha  treinta  y  cinco  años,  poco  más  o  menos;  y  demás  de 
esto,  ha  oído  decir  a  dos  personas  graves  que  en  los  demás  conventos 
de  monjas  Carmelitas  Descalzas  de  esta  Reforma  hay  esta  limpieza. 
También  sabe  esta  declarante,  por  dicho  de  algunas  personas  muy 
graves  y  icligiosas,  que  una  que  había  en  cierto  convento  de  esta  Re- 
ligión, con  celo  a  su  parecer  bueno,  trató  de  fundar  un  monasterio  con 
algunas  alteraciones  o  penitencias  diferentes  de  lo  que  la  dicha  Santa 
Madre  puso  en  su  Constitución.  Contradijéronla  mucho  la  Madre  María 
de  San  Jerónimo,  priora  que  fué  de  este  convento  tantos  años,  que 
en  aquel  trienio  que  sucedió  esto,  lo  era  en  otro  convento,  bien  lejos 
de  éste  (1),  habiendo  llevado  por  compañera  a  la  A\  idre  Ana  de  San 
Bartolomé,  de  quien  ya  lleva  hecha  mención.  Ambas  dos  padecie- 
ron grandísimos  trabajos  y  contradiciones  por  causa  de  la  otra  reli- 
giosa que  quería  fundar  aquel  convento,  y  afirmó  a  esta  declarante 
la  dicha  María  de  San  Jerónimo,  después  que  volvió  a  esta  casa, 
que  la  había  dado  Dios  a  conocer  en  espíritu,  que  aquella  religiosa 
no  iba  conforme  al  espíritu  de  la  Santa  Madre,  y  junto  con  esto  sintió 
dentro  de  sí  una  guerra  espiritual  y  semejante  a  la  que  los  ángeles 
tuvieron  en  el  cielo,  unos  por  ser  espíritus  buenos  y  otros  malos. 
Otras  cosas  pudiera  decir  acerca  de  ésta,  bien  espantosas,  que  supo 
esta  declarante,  pero  dejándola,  viene  a  su  propósito  de  que  la  dicha 
religiosa  salió  con  su  intento;  y  con  otras  que  la  siguieron  fué  a 
fundar  a  Alcalá  de  Henares;  puso  Constituciones  y  ordenaciones  di- 
ferentes y  más  ásperas  que  las  que  puso  la  Santa  Madre.  Castigólas 
Nuestro  Señor  por  cartas  de  la  dicha  religiosa,  y  sintiéndose  ron  gran- 
dísima abundancia  de  aquella  inmundicia,  y  sobre  ella  dio  a  la  dicha 
fundadora  peste,  de  suerte  que  la  hubieron  de  sacarla  del  convento. 
Siguiósele  también  otra  enfermedad,  tan  terrible  y  afrentosa,  que  no 
es  para  decir.  Después  fué  Dios  servido,  con  su  arrepentimiento,  de 
remediarla  en  tanta  tribulación,  y  habiendo  alcanzado  más  sanidad, 
las  encerraron  los  Padres  en  otro  convento  bien  distante  de  Alcalá 
y  llevaron  a  él  otra  religiosa  por  priora,  más  hija  de  la  Santa  Ma- 
dre Teresa  de  Jesús,  que  hizo  guardar  sus  Constituciones,  y  dejando 
las  otras  impertinentes.  Y  estando  esta  declarante  en  este  convento 
de  Avila,  y  pasadas  estas  cosas,  vino  un  religioso  de  esta  Orden, 
prelado  que  ha  sido  mucho  tiempo,  y  hablando  con  mucha  admiración 
de  este  caso,  dijo:  «Que  si  por  hal^er  una  monja  querido  hacer  más 
penitencia  y  asperezas  por  no  ser  conformes  a  las  que  la  dicha  Santa 
Madre  dejó,  la  había  el  Señor  castigado  tan  ásperamente  a  ella  y  a 
las  demás,  llenándolas  de  tanta  inmundicia,  que  qué  castigo  podía 
esperar  aquella  que  relajase  su  Religión»;  palabras  que  a  esta  de- 
clarante y   a  las   demás  han  dado  bien  que  temer.   Olvidábasele  a  esta 


1       De   las  Carmelita:,    de    Sunta   Ano   de   .Wndrid. 


APÉNDICES  355 

declarante,  que  al  punto  que  fué  a  Alcalá  la  priora  segunda  9  se  guar- 
daron las  Constituciones  de  la  dicha  Santa  Madre,  luego  al  punto 
quedaron  con  la  limpieza  de  esta  inmundicia  que  en  los  demás  con- 
ventos, y  esto  es  fama  y  lo  ha  oído  decir  algunas  veces  a  personas 
fidedignas. 

94.  fll  artículo  noventa  y  cuatro  dijo:  que  se  refiere  a  lo  que 
lleva  declarado  en  el  artículo  cincuenta  y  nueve  acerca  de  la  ocasión 
que  la  Santa  Madre  tuvo  para  ir  a  Alba  viniendo  de  la  fundación  de 
Burgos,  a  lo  cual  vio  que,  aunque  lo  sintió,  no  mostró  pesadumbre, 
sino  solamente  pena,  y  con  mucha  sumisión  de  ánimo  la  oyó  esta 
declarante  sólo  decir  que  en  su  vida  había  sentido  otra  obediencia  tanto 
cerno  aquella;  pero  no  obstante  esto,  obedeció  con  grandísima  paz 
y  prontitud.  En  este  camino  que  hizo  para  Alba,  vio  esta  declarante 
que  la  Santa  Madre  padeció  mucho,  y  que  llevaba  ya  tan  quebrantado 
el  cuerpo  del  cansancio  de  los  caminos  y  de  la  gravedad  de  las  en- 
fermedades que  padecía,  que  causaba  grandísima  compasión;  y  así, 
llegada  al  monasterio  de  Alba,  aun  no  estuvo  para  detenerse  con  las 
religiosas  de  él,  sino  que  se  hubo  de  ir  a  la  celda,  y  al  otro  día 
con  dificultad  se  pudo  levantar  a  misa  y  a  comulgar  por  agravarse 
la  enfermedad  de  la  muerte,  que  fué  principalmente  de  efusión  de  san- 
gre;   dijeron   que   de   los   golpes  y   cansancio   del   camino. 

En  aquellos  pocos  días  que  estuvo  en  la  cama  padeció  muchísimo, 
y  esta  declarante  la  vio  bien  afligida,  porque  permitió  Dios  que  sintiese 
mucho  la  enfermedad  y  otras  descomodidades  que  tuvo;  y  poco  antes 
de  su  muerte  ordenó,  para  mayor  mérito  suyo,  que  el  espíritu  no  es- 
forzase tanto  a  la  naturaleza,  que  dejase  de  temer  los  asombros  de 
la  muerte,  porque  después,  al  tiempo  de  ella,  no  lo  había  de  sentir, 
por  lo  que  adelante  se  verá.  También  aquellos  días  antes  de  aquella 
gloriosa  muerte  la  afligía  la  memoria  de  sus  pecados,  como  si  fueran 
grandes,  y  no  hacía  sino  pedir  a  Dios  perdón  de  ellos,  y  que  no  mi- 
rase a  lo  mal  que  le  había  servido,  sino  a  su  misericordia;  con  la 
cual,  y  con  su  preciosa  sangre,  esperaba  salvarse.  Todas  sus  acciones, 
sentimientos  y  palabras  fueron  de  recabar  a  este  fin;  por  lo  que  esta 
declarante  echó  de  ver,  mostrando  mayor  profundidad  del  conocimiento 
propio  y  esperanza  en  Dios  que  jamás  echó  de  ver  tanto  esta  decla- 
rante las  dichas  virtudes  en  la  Santa  Madre  como  entonces.  Repetía 
muchas  veces  aquel  medio  verso  de  David:  <^Cor  contritam  et  humi- 
liatam  Deas  non  despides*,  y  también  el  encargar  a  las  monjas  que 
mirasen  a  sus  Constituciones  y  las  guardasen  con  particular  cuidado, 
y  no  mirasen  a  lo  que  ella  había  hecho  y  al  mal  ejemplo  que  las  había 
dado.  Y  dos  días  antes  de  su  muerte,  declaró  a  la  M.  Ana  de  San 
Bartolomé  que  había  de  morir  de  aquella  enfermedad  y  que  no  se 
lo    había    dicho    hasta   entonces   por   no    darla    pena. 

Dijo  la  misma  Ana  de  San  Bartolomé,  de  quien  esta  declarante 
lo  sabe,  que  la  parece  que  lo  que  más  acabó  a  la  Santa  Madre  la 
vida  fué  el  encendido  «y  fervoroso  deseo  y  amor  que  tenia  a  Dios 
y  ansias  por  verse  con  El,  y  que  esto  la  debilitaba  y  enflaquecía. 
Víspera  de  San  Francisco,  después  de  las  cinco  de  la  tarde,  recibió 
el  Viático  con  las  muestras  de  espíritu  que  esta  declarante  piensa  que 
dijo   en    el    dicho    pasado    ante   el    reverendo    Sr.    Arcediano   de   Avila, 


356  n.BHN'mrrs 

y  a  las  nueve  de  aquella  noche  la  Extremaunción,  y  luego,  el  día  d* 
este  santo,  que  fué  el  siguiente  y  jueves,  a  las  nueve  de  la  noche, 
fué  su  glorioso  tránsito,  y  un  poco  antes  que  expiró,  se  estaba  esta 
declarante  algo  apartada  de  ella,  y  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé 
a  su  cabecera,  como  fuera  de  sí.  Consolóla  Nuestro  Señor  mostrán- 
dola en  visión  una  tnanera  de  nube  que  aclaraba  y  hacía  resplande- 
cer toda  la  celda,  y  en  la  dicha  nube  la  Santísima  Trinidad  prodivisa 
de  la  persona  de  Cristo  Nuestro  Señor,  de  la  cual  salía  un  resplandor 
de  gloria  que  hacía  una  forma  de  cielo,  con  mucho  acompañamiento  de 
santos  y  espíritus  bienaventurados,  que  esperaban  a  aquella  alma  santa 
para  llevarla  a  la   gloria  y  darla  el  premio  de  sus  trabajos. 

Esta  visión,  según  la  misma  Ana  de  San  Bartolomé  dijo  después 
a  esta  declarante,  fué  con  los  ojos  del  alma  y  sentimientos  tales,  que 
la  hacía  estar  como  muerta  en  lo  exterior;  y  acaecía  a  este  tiempo, 
qne  del  mismo  resplandor  y  luz  que  vía  en  espíritu  en  toda  la  celda, 
reverberaba  exteriormente  tanta  claridad  'en  el  rostro  de  la  misma 
flna  de  San  Bartolomé,  que  otras  religiosas,  echándola  de  ver  y  no 
sabiendo  la  causa,  se  embebían  en  mirarla  a  ella  más  que  a  la  Santa 
Madre,  y  ellas  se  ¡lo  dijeron  después  ansí  por  la  admiración  que 
las  causó. 

En  expirando  la  Santa  Madre,  que  fué  como  un  sueño  suavísimo, 
desapareció  esta  visión,  y  la  dicha  Ana  de  San  Bartolomé,  que  lo 
vía,  volvió  en  sí  dando  gracias  a  Dios  de  la  merced  que  la  había 
hecho,  piensa  que  por  relación  de  la  Santa  Madre,  cuya  muerte  la 
había  afligido  tanto  y  quitado  las  fuerzas,  que  dijo  luego,  por  lo 
que  se  le  había  mostrado  tan  consolada,  que  nunca  más  sintió  de 
ello  pena,  y  restauradas  notablemente  las  fuerzas  que  tenía  perdidas 
para    trabajar    de    nuevo    en    el    servicio    de    Dios. 

96.  Rl  artículo  noventa  y  seis  dijo:  que  sabe  por  relación  de 
dos  o  tres  personas  religiosas  y  muy  graves  lo  que  sigue.  Muy  poco 
después  que  murió  la  Santa  Madre,  escribió  una  de  estas  personas 
a  otra  que  ya  no  se  atrevía  a  sentir  la  ausencia  de  la  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús  porque  reprendía  mucho  a  quien  la  sentía  y  a  quien 
se  afligía  por  los  trabajos,  porque  ninguna  cosa,  según  la  dijeron  en 
espíritu,  más  le  premiaron  en  el  cielo  que  los  que  acá  había  padecido, 
y  que  si  por  alguna  cosa  pudiera  desear  volver  al  mundo,  fuera  por 
sufrir  más;  y  viéndola  en  visión  la  misma  persona,  muy  hermosa  y 
llena  de  blanquísima  luz,  la  dijo  estas  palabras  que  son  las  originales. 

1.3     «flma  más  y   anda  con  más  virtud,  que  el  camino  es  estrecho. 

2.8  »Los  del  Cielo  y  los  de  la  tierra  seamos  una  misma  cosa 
en  pureza  y  amor.  Los  de  acá  gozando,  los  de  allá  padeciendo.  Nos- 
otros adorando  la  Esencia  Divina;  vosotros  al  Santísimo  Sacramento, 
y  di  estol  a  mis  hijas. 

3.a  »Lo  que  los  religiosos  han  menester  más,  es  caridad  unos 
con  otros,   llaneza   u   desasimiento   de  seglares. 

4.a  »E1  demonio  es  tan  soberbio,  que  pretende  entrar  por  las 
puertas  por  donde  entra  Dios,  que  son  las  comuniones,  confesión  y 
oración   i)    poner   ponzoña    en   lo   que   es   medicina. 

.•>.•    «Ninguno   repniebe   el    proceder   que   otro   lleva. 


APÉNDICES  357 

6.a  «Nunca  quien  gobierne  se  crea  de  ligero,  sino  examínelo  muy 
bien  primero  que  se  mueva  a  nada. 

7.8  «Cualquiera  cosa  grave  que  se  haya  de  determinar  pase  pri- 
mero por  la  oración. 

8.a  «Ninguna  cosa  espiritual  o  temporal  se  procure  por  los  re- 
medios que  los  seglares  tratan  sus  negocios,  porque  la  solicitud  tem- 
poral   causa    tinieblas    de    espíritu. 

9.a  «Guarde  quien  gobierna  muciía  obediencia  a  su  Superior,  que 
de  esta  manera  se  quitan  mucbas  inquietudes  y  los  subditos  se  ense- 
ñan a  obedecer. 

10.a  «Procure  guiar  las  almas  muy  desasidas  de  todo  lo  criado, 
interior  y  exterior,  pues  se  crían  para  esposas  de  un  Rey  tan  celoso, 
que   quiere   que   aun   de   sí   mismas   se   olviden. 

11.a  «Siempre  diga  y  alabe  la  penitencia  y  reprenda  cualquiera 
abuso  y  exceso  de  regalo;  porque,  a  la  verdad,  como  no  dañe  a  la 
salud,  cualquier  penitencia  y   mortificación  son  provecliosas  al  espíritu. 

12.a  ,E1  libro  que  más  conviene  leer  es  la  Cartilla  (1),  meditando 
de  día  y  de  noche  en  la  ley  de  Dios. 

13.a  «Procuren  ser  los  religiosos  muy  amigos  de  pobreza  y  ale- 
gría,  que   mientras   esto   durare,   durará   el   espíritu   que   se   lleva. 

14.a  «Repártanse  las  virtudes  entre  todas,  porque  Dios  las  dará 
a  quien  se  dispusiere  a  ellas. 

15.a  «Purifiqúense  las  almas,  que  Dios  quiere  hacer  su  asiento  ea 
las  almas  puras». 

Todo  lo  que  se  ha  dicho  en  las  apariciones  y  hablas,  sucedió 
a  uno  de  los  confesores  más  señalados  que  la  Santa  Madre  tuvo. 
Pensando  algunas  personas  que  la  muerte  de  la  Santa  Madre  había  sido 
por  la  prisa  y  trabajos  del  camino  desde  Burgos  a  Alba,  se  le  apareció 
también  la  Santa  Madre  a  este  mismo  confesor  y  le  dijo,  que  no 
pensase  nadie  que  su  muerte  había  sido  por  otra  ocasión,  sino  por 
ímpetu  de  amor  de  Dios,  que  la  vino  tan  fuerte,  que  no  le  pudo  su- 
frir el  natural.  De  este  mismo  confesor  y  también  del  doctor  Ribera, 
de  la  Compañía  de  Jesús,  a  quien  esta  declarante  conoció  y  trató 
muchas  veces,  sabe  que  a  veces  a  la  M.  Catalina  de  Jesús  se  le 
reveló  la  muerte  de  la  dicha  Santa  Madre  luego  que  sucedió,  y  estando 
enferma  en  la  cama,  otro  día  después  de  ella,  se  apartaron  dos  o 
tres  monjas  a  hablar  como  en  secreto,  y  ella  les  dijo  que  no  se  apartasen, 
que  si  era  de  la  Santa  Madre  este  secreto,  que  ya  lo  sabía.  Rogáronle 
ellas  se  ío  dijese,  y  díjoles  ella,  que  el  día  antes  había  muerto  y 
se  la  había  aparecido.  A  la  misma  M.  Catalina  de  Jesús  se  le  apareció 
otra  vez,  y  ella  estaba  como  temerosa,  no  osando  llegar  a  la  Santa 
Madre  ni  creyendo  que  fuese  aquella  visión  verdadera.  Díjola  la  Santa 
Madre:  «Bien  me  parece  que  no  creas  fácilmente,  porque  yo  más 
quiero  que  se  haga  caso  en  nuestros  monasterios  de  verdaderas  virtudes 
que  de  visiones  y  revelaciones;  pero  para  que  veas  que  esta  visión  no 
es  falsa,  llégate  acá».  Y  diciendo  esto,  llególa  la  mano  a  una  postema 
o  llaga  que  tenía  debajo  de  un  pecho,  que  nadie  se  la  había  podido 


1      Catecismo  de  la  DocUina  cristiana. 


358  flPENDíCEf 

curar,  y  tocóla  también  en  una  mano  donde  tenía  una  señal  bien 
grande,  redonda  y  negra,  que  tampoco  se  había  podido  quitar,  y  des- 
apareciendo la  Santa  Madre,  la  dicha  Catalina  de  Jesús  quedó  sana 
de  ambas  cosas,  que  no  causó  pequeña  admiración  a  las  personas 
que  la  habían  visto  primero.  R  la  Madre  ñna  de  San  Bartolomé, 
de  quien  ya  lleva  hecha  larga  mención  en  otros  artículos,  se  le  ha 
aparecido  la  dicha  Santa  Madre  muchas  veces  en  diferentes  tiempos 
y  ocasiones,  de  las  cuales  sólo  señalará  alguna  que  ha  sabido  esta  de- 
clarante por  certísima  y  verdadera  relación  que  la  misma  la  ha  dado, 
por  respeto  de  la  obediencia  que  se  le  puso  para  que  no  lo  encubriese 
a  esta  declarante  por  ciertos  fines. 

Estando  en  ñlba,  luego  que  murió  la  Santa  Madre,  con  deseo 
de  quedarse  allí  con  el  santo  cuerpo,  una  mañana,  estando  sola  en 
su  recogimiento  oyó  la  voz  de  la  Santa  Madre  conocidamente,  la  cual 
le  dijo:  «Haz  lo  que  te  manda  tu  superior  y  vete  a  Rv'úa*. 

Estando  otra  vez  en  oración,  piensa  que  era  en  este  convento  de 
San  José,  confusa  y  con  escrúpulo  si  se  encomendaría  a  la  Santa 
como  a  tal  para  que  intercediese  a  Dios  por  ella,  se  le  apareció  muy 
gloriosa  y  la  dijo:  «Pídeme  todo  lo  que  quisieres,  que  yo  lo  alcan- 
zaré de  Dios  Nuestro  Señor».  Entendió  bien  en  su  espíritu,  aunque 
la  Santa  Madre  no  lo  declaró  más,  que  ia  petición  había  de  redun- 
dar en  bien  de  su  alma. 

Estando  pocos  días  después  en  este  convento,  un  día,  al  amanecer,  y 
estando  en  oración,  se  la  apareció  otra  vez  la  dicha  Santa  Madre, 
y  la  mostró  su  cuerpo  en  visión  y  la  dijo  que  mirase  y  viese  que  no 
estaba  corrompido  y  que  presto  vernía  a  esta  casa,  y  ansí  sucedió,  que 
llegó  a  ella  día  de  Santa  Catalina  Mártir. 

Y  estando  ya  en  este  convento  de  San  José  el  cuerpo  de  la  dicha 
Santa  Madre,  vio  la  dicha  ilna  de  San  Bartolomé  en  visión  a  la  dicha 
Santa  Madre,  víspera  de  San  Sebastián,  y  que  estando  en  la  silla 
prioral  echando  la  bendición  a  las  monjas  cuando  habían  de  decir 
los  maitines,  en  especial  a  la  madre  priora,  María  de  San  Jeró- 
nimo, que  tenía  junto  así,  y  cuando  hacía  capítulo,  algunas  veces 
la  vio  con  ella  presidiendo  en  él. 

Otra  vez  vio  que  la  dicha  Santa  Madre  estaba  sobre  dos  monjas 
que   hacían    profesión   con    gran    resplandor,    como    amparándolas. 

Fué  necesario  llevar  de  este  convento  por  priora  al  de  Madrid 
a  la  dicha  Madre  María  de  San  Jerónimo,  y  en  su  compañía  fué  la 
Madre  Rna  de  San  Bartolomé;  sucedió  que  un  tiempo,  por  tres  meses 
continuos,  los  más  días,  vio  la  dicha  Madre  ñna  de  San  Bartolomé 
que  la  priora  María  de  San  Jerónimo  traía  muy  ordinario  a  su  lado 
a  nuestra  Santa  Madre,  así  en  práticas  como  en  el  coro  y  en  las 
demás  cosas  del  gobierno  de  aquella  casa,  y  que  era  la  que  presidía 
y  gobernaba  por  ella,  y  vía  esta  visión  en  espíritu,  con  una  luz  tan 
grande,  que  siempre  que  iba  a  hablar  con  la  dicha  priora  no  le  parecía 
que  hablaba  con  ella,  sino  con  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús;  y 
que  tenía  su  mismo  rostro,  haciéndola  esto  tan  gran  respeto  y  re- 
verencia, que  la  hacía  temblar  y  decir  dentro  de  sí:  ¡qué  es  esto, 
que  yo  con  la  Madre  María  de  San  Jerónimo  vine  y  ahora  no  veo 
sino  que  es  la  Santa  Madre  I   No  es  de  espantar,  dice  esta  declarante, 


APÉNDICES  359 

que  Dios  mostrase  esto  ansí,  porque  había  mucha  necesidad  de  que 
esta  prelada  fuese  de  esta  manera  amparada,  según  las  dificultades  y 
trabajos  que  allí  se  le  ofrecieron;  y  vióse  ser  verdad,  porque  las  mis- 
mas monjas  que  antes  no  la  querían  con  gusto,  por  no  ser  de  su 
casa,  decían  después,  sin  saber  la  causa,  que  no  era  posible  ser  mujer 
la  que  les   habían   traído,   sino  ángel   de  paz. 

De  la  misma  Madre  flna  de  San  Bartolomé  supo  que  antes  que 
se  supiese,  cuando  el  cuerpo  de  la  Santa  Madre  estaba  en  este  con- 
vento, que  le  procuraban  volver  a  Alba,  que  se  le  apareció  la  Santa 
Madre  otra  vez  y  la  dijo:  «No  puede  ser  menos  sino  que  me  he 
de  ir  agora  de  con  vosotras,  pero  pronto  se  tornará  a  traer  aquí  mi 
cuerpo» ;  y  preguntándole  ella  con  la  aflicción  que  tenía  de  esta  nueva, 
el  cuándo  sería,  no  le   respondió. 

Otras  muchas  veces,  después  que  el  cuerpo  se  tornó  a  Alba,  le  ha 
aparecido  y  asegurado  y  dicho  que  volverá  aquí  a  Avila,  y  la  una 
vez  de  ellas  la  dijo  que  creyese  cierto  que  Dios  lo  quería. 

Después  que  la  dicha  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  está  en  Fran- 
cia, sabe  cierto  esta  declarante,  por  algunos  papeles  que  de  ella  ha  re- 
cibido, y  en  particular  en  uno  contándole  de  un  grandísimo  trabajo 
y  contradicciones  que  había  pasado  allá,  dice  estas  palabras:  <En  esta 
ocasión  se  me  ha  aparecido  nuestra  Santa  Madre  y  mostrado  muy 
favorable;  no  sé  cuantas  veces  ha  sido;  y  el  bueno  y  santo  Padre 
Julián  Dávila  se  me  apareció  también  muy  alegre  y  gozoso  de  ayu- 
darme, y  lo  propio  la  Madre  María  de  San  Jerónimo».  Estas  visitas 
me  dejan  siempre  confortada  y  con  nuevos  ánimos  para  padecer.  Mu- 
cho pueden  con  Dios  los  amigos  tales  como  estos,  y  mucho  es  de 
estimar  su  favor  cuando  falten  todos  los  que  suelen  ayudar  en  la 
tierra  y  se  ve  un  alma  sola  y  desfavorecida  de  todas  partes,  como  lo 
estaba  la  mía  en  aquella  tribulación».  Sabe  también  esta  declarante 
por  relación  cierta  de  una  persona  muy  religiosa  y  espiritual,  que  por 
ninguna  cosa  del  mundo  dirá  lo  que  no  es,  que  estando  muchas  veces 
en  oración  ha  visto  a  la  dicha  Santa  Madre  por  visión  intelectual,  y 
tan  eficaz  que  no  le  deja  dudar  de  que  es  ansí.  Viola  como  alma  beati- 
ficada y  unida  con  el  mismo  Dios,  en  cuya  presencia  se  le  muestra 
cada  vez;  y  la  una  de  éstas  fué  en  compañía  de  Nuestra  Señora,  y 
díjola  la  Santa  Madre  que  lo  que  más  quería  de  sus  monjas  era  que 
guardasen  con  perfección  sus  Constituciones,  y  se  amasen  unas  a  otras 
y  se  tratasen  con  afabilidad. 

Otras  veces,  en  estas  apariciones,  le  hablaba  la  Santa  Madre  en 
razón  de  avisarle  y  reprenderle  las  faltas  de  su  alma;  otras  animán- 
dole en  tribulaciones  que  tiene,  o  al  ejercicio  de  las  virtudes.  Otra 
vez  le  advirtió  de  una  falta  general  que  en  cierto  convento  de  esta 
Orden  había,  que  impedía  la  caridad  unas  con  otras  y  no  lo  echaban 
de  ver,  y  esta  persona  se  lo  advirtió,  y  conocieron  ser  verdad.  Otra 
vez  la  vio  acompañando  a  una  monja  en  el  tránsito  de  la  muerte, 
y  la  dijo  que  en  la  de  todas  las  demás  religiosas  asistiría  con  ellas 
en  compañía  de  Jesucristo,  esposo  de  ellas,  el  cual  andaba  deleitán- 
dose con  la  misma  Santa  Madre  entre  ellas,  como  entre  jardín  oloroso 
y  blanco  de  azucenas.  Anslmismo  de  la  madre  priora  de  Toledo,  ya 
nombrada,    sabe    esta    declarante,    por    relación    suya    y    de    otra    carta 


560  APÉNDICES 

que  escribieron  del  convento  de  Rlha  de  Tormes  a  este  de  San  José 
de  Avila,  que  viniendo  la  dicha  Santa  MadrQ  y  siendo  la  otra  Madre 
Beatriz  de  Jesús  doncella  entonces,  deseaba  mucho  la  Santa  Madre  verla 
monja  descalza,  y  nunca  por  entonces  se  pudo  acabar  con  ella,  de  lo 
cual  fué  testigo  de  vista  esta  declarante,  y  perseveró  en  aquel  estado 
ide  doncella  la  susodicha  hasta  algunos  años  después  de  la  muerte  de  la 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  la  cual,  una  noche,  en  sueños  se  la 
apareció  de  esta  manera:  que  la  veía  en  el  ataúd  donde  la  enterra- 
ron, y  que  alzando  el  medio  cuerpo,  la  llamaba  muy  amorosamente,  y 
la  llegaba  a  sí  y  la  regalaba  como  lo  solía  hacer  cuando  era  viva; 
y  entre  otras  cosas  que  la  Santa  Madre  la  dijo,  fué  esta:  «¿Hasta 
cuando  piensas  estar  sin  meterte  monja?».  Ella  respondió,  que  ya 
lo  trataba  y  que  presto  lo  sería;  y  era  verdad  que  había  comenzado 
a  hablar  en  ello,  pero  no  con  propósito  de  hacerlo  tan  presto,  y  así 
la  dijo  que  reparaba  mucho  y  había  miedo  que  no  se  había  de  hallar 
bien.  Respondióla  la  Santa  Madre,  que  no  lo  temiese,  que  ella  le 
aseguraba  que  se  hallaría  bien  y  que  se  determinase  y  acabase  ya; 
mandóla  también,  que  no  diese  parte  de  ello  a  nadie,  sino  a  D.  Sancho 
Dávila,  que  agora  es  obispo  de  Jaén,,  y  a  quien  esta  declarante  habló 
algunas  veces  después  de  este  caso,  y  que  se  confesase  con  él  gene- 
ralmente. Hizolo,  y  fué  de  él  ayudada  grandemente  para  su  entrada, 
que  fué  luego  en  el  monasterio  de  Alba  de  Tormes  (1),  porque  esta 
visión  la  dejó  tan  mudada  y  aficionada  a  lo  que  antes  aborrecía,  y 
deseosa  de  lo  que  tanto  temía,  que  luego  lo  puso  en  ejecución  y  pro- 
fesó en  el  dicho  convento  de  Alba  con  particular  contento,  y  sólo  le 
quedó  una  pena,  que  era  de  no  haber  venido  antes  a  él.  Salió  tan  buena 
religiosa,  de  tanta  observancia  y  buen  talento,  que  a  poco  tiempo  des- 
pués que  profesó,  la  llevaron  por  supriora  al  monasterio  de  Ocaña  (2), 
y  fué  después  priora,  y  acabado  allí  su  trienio  la  llevaron  al  otro 
de  Toledo,  donde  todavía  preside,  aun  cuando  se  han  acabado  los  tres 
años  de  priora. 

De  su  hermano  de  la  dicha  Beatriz  de  Jesús,  llamado  Don  Gon- 
zalo de  Ovalle,  que  fué  el  niño  que  resucitó  la  dicha  Santa  Madre, 
como  tiene  dicho  en  el  artículo  ochenta  y  cinco,  por  una  carta  que 
escribiendo  el  caso  enviaron  del  convento  de  Alba  a  éste,  en  especial 
a  esta  declarante,  por  ser  muy  público  y  ansí  conforme  a  lo  que  escri- 
bieron y  ella  se  acuerda  dice,  que  siendo  ya  muy  hombre  el  dicho 
D.  Gonzalo,  no  sabe  cuantos  años  después  que  la  Santa  Madre  murió, 
le  dio  en  Alba  el  mal  de  la  muerte  (3),  y  estando  muy  cercano  a 
ella,  mostró  gran  regocijo  y  fervor  de  espíritu,  diciendo  a  los  pre- 
sentes, que  si  no  echaban  de  ver  que  su  tía  estaba  allí,  dando  mues- 
tras cómo  se  le  había  aparecido  y  le  acompañaba  en  aquella  hora;  y 
en  expirando,  quedó  tan  grandísima  fragancia  del  olor  del  cuerpo  de 
la  Santa  Madre,  como  si  estuviera  en  el  mismo  aposento,  el  cual  dice 
que  duró  en  el  dicho  aposento  tres  días  patentes  a  cuantas  personas 
entraban   y   salían,   con    admiración    del   caso. 


1  Habla   aquí   de  Beatriz   de  Jesús  hija    de    Juan   de   Ovalle   y    D*  Juana    de  Ahumada, 
que  tomó   el   hébltt)  el   28  de  Octubre  de   1584,   y   profesó  el  10  de  Noviembre  del  85. 

2  Ano   de   1597 

3  Pasó  a  mejor  vida  el  3  de  Julio  de  1588. 


APÉNDICES  361 

97,  98  y  99.  ñ  los  artículos  noventa  y  siete,  noventa  y  ocho  y 
noventa  y  nueve  dijo:  que  se  refiere  a  lo  que  tiene  declarado  en  el 
dicho  que  dijo  ante  el  reverendo  Sr.  Arcediano  de  Avila  por  ante 
Francisco  Fernández  de  León,  notario,  en  que  ya  está  ratificada  al 
principio  de  este  dicho,  y  acerca  del  olor  que  el  cuerpo  y  reliquias 
de  la  Santa  Madre  que  trata  el  dicho  artículo  noventa  y  nueve,  lo 
que  más  sabe  esta  declarante  es  que  el  mismo  año  que  murió  la  Santa 
Madre,  la  víspera  de  San  Francisco,  se  sintió  comunmente  por  las 
religiosas  de  este  convento,  a  quien  lo  ha  oído  contar  por  cosa  certí- 
sima, y  en  cuya  sazón  esta  declarante  estaba  en  Alba,  un  olor  for- 
tísimo  y  suavísimo  en  este  convento  y  continuo,  a  modo  del  olor  de  las 
reliquias  de  santos. 

En  la  ermita  de  San  Francisco  de  este  convento,  de  quien  ya  trató 
en  el  artículo  setenta  y  dos,  preguntábanse  unas  religiosas  a  otras, 
que  si  no  echaban  de  ver  aquella  novedad  de  olor  que  había  en  su 
fiesta  del  santo,  qué  sería  la  causa;  después  conocieron,  sabida  la  muer- 
te de  la  Santa  Madre  en  aquella  fiesta,  que  esa  había  sido. 

También  en  esta  dicha  ermita  conoció  esta  declarante,  por  al- 
gunos años,  que  siempre  tenía  un  olor  suavísimo,  sin  saber  distinguir 
cómo  fuese,  sólo  echaba  de  ver  que  no  era  olor  humano,  porque  nunca 
se  perfumaba  y  ni  había  flores,  y  la  puerta  estaba  siempre  abierta  a 
los  aires  y  mudanzas  del  tiempo.  Esto  no  sólo  esta  declarante  ¡o  ex- 
perimentó, pero  todas  las  demás  religiosas  de  este  convento  sin  cui- 
darse de  este  olor,  porque  ya  era  cosa  sabida  que  le  tenía,  y  es  voz 
y  fama  que  hubo  este  olor  siempre,  hasta  que  la  dicha  ermita  fué 
deshecha. 

También  sabe  esta  declarante,  por  lección  que  ha  tenido  en  su 
poder  del  doctor  Ribera,  que  siendo  vivo  tuvo  en  sus  manos  el  brazo 
de  la  santa  Madre  Teresa  de  Jesús  que  estaba  en  Alba,  y  quedóle  en 
ellas  el  mismo  olor  que  tenía  el  brazo  (1);  habíale  tocado  por  la  maña- 
na, y  siendo  hora  de  comer  no  se  las  quisiera  lavar  porque  no  se  le 
quitase  aquel  olor,  que  le  daba  singular  consuelo.  En  fin,  se  hubo 
de  lavar,  pero  no  se  le  quitó  dicho  olor,  sino  que  antes  le  duró  des- 
pués algún  tiempo;  y  demás  de  esto,  dijo  que  el  tocamiento  de  la 
reliquia  le  causó  en  el  espíritu  una  devoción  tan  grande  que  le  echaba 
bien  de  ver,  y  le  duró  quince  días. 

Y  antes  que  el  dicho  cuerpo  viniese  a  este  convento  de  San  José 
de  Avila,  vino  un  prelado  de  esta  Orden  o  Religión,  y  trajo  una  mano 
de  la  dicha  Santa  Madre,  que  la  había  cortado  del  brazo  que  estaba 
en  Alba,  con  tanto  secreto,  que  solamente  la  mostró  a  la  Madre  Ana 
de  San  Bartolomé,  con  advertencia  de  que  no  lo  dijese  a  nadie  (2).  Me- 
tióla en  un  cofrecito,  envuelta  en  dos  tafetanes,,  y  el  uno  bien  grande, 
y  este  cofrecito  mandó  a  otra  religiosa  que  se  le  guardase  en  el 
coro  hasta  que  él  le  pidiese;  y  él  se  fué  y  llevó  la  llave  del 
cofrecito  consigo,  sin  que  supiese  la  dicha  hermana  que  era  reliquia 
de  la  dicha  Santa  Madre;  y  estando  así  guardado  algún  tiempo  y  en- 
trando una  religiosa  en  el  coro  descuidada,  se  movió  toda  interiormente 


1  Véase  la  página  266. 

2  Véase  la  páolna  246. 


562  APÉNDICES 

y  la  hizo  temblar  toda  sin  saber  qué  sería.  Y  otra  religiosa,  que  enton- 
ces era  supriora,  levantándose  un  día  por  la  mañana,  oyó  que  la  di- 
jeron interior  o  vocalmente,  que  en  él  estaba  la  mano  de  la  Santa 
Madre.  Hizo! a  tal  fuerza  esta  habla,  que  se  certificó  de  ello  como  si 
lo  viera;  y  después,  a  hora  del  mediodía,  estando  con  otras  religiosas 
y  esta  declarante  con  ellas,  dijo  la  dicha  madre  supriora,  que  también 
estaba  allí  y  era  María  de  San  Jerónimo,  con  grandísimo  sentimiento 
y  lágrimas,  que  cómo  tenía  secreto  un  resto  tan  grande  dentro  de 
su  casa,  y  aunque  la  madre  priora  disimulaba,  tanto  más  lo  afirmaba 
la  dicha  Supriora  que  certísimamcnte  estaba  en  el  coro  la  mano  de 
la  Santa  Aladre.  Desde  entonces  se  comenzó  a  venerar  y  hacer  Nuestro 
Señor  mercedes  a  algunas  por  medio  de  aquesta  reliquia  sania,  hasta 
que  la  tornó  a  llevar  el  dicho  prelado.  De  esto  hay  hasta  hoy  voz 
y  fama  en  este  convento,  y  fué  testigo  de  ello  esta  declarante,  y 
también  lo  es  de  que  los  tafetanes  en  que  estaba  envuelta  esta  mano, 
quedaron  muy  Henos  de  olor,  y  el  cofrecito  tanto,  que  todos  sus 
forros  les  traspasó. 

Estando  en  este  Convento  de  San  José  el  cuerpo  de  la  Santa  Madre, 
se  levantó  una  mañana  la  Rna  de  San  Bartolomé,  tan  quebrantada 
del  cansancio  continuo  de  aquellos  días,  que  le  pareció  que  cada  hueso 
tenia  como  desencajado  de  los  demás,  y  que  humanamente  no  sabía 
cómo  había  de  tornar  a  trabajar;  fué  como  pudo  al  capítulo  donde  es- 
taba el  cuerpo  de  la  Santa  Madre  y  púsose  en  oración  a  sus  pies, 
pidiéndola  la  ayudase,  y  de  ahí  a  un  rato  que  había  estado  asi  recogi- 
da, sintiendo  en  sí  gran  fe,  se  levantó  y  se  halló  tan  buena,  sana  y 
recia,  que  la  pareció  la  habían  hecho  de  nuevo;  y  con  gran  alegría 
y  ligereza,  como  si  su  cuerpo  fuera  una  pluma,  se  fué  a  la  cocina, 
y  en  comenzando  a  abrir  la  cínica,  olían  tanto  a  las  reliquias  de  la 
Santa  Madre,  como  si  allí  estuviera  el  cuerpo,  y  fué  tanto  espacio  el 
que  duró  esa  fragancia,  que  la  causó  como  una  refección  y  sustento 
nuevo  para  el  cuerpo  y  alma,  y  todas  las  cosas  se  le  hacían  aquel 
día  como  sin  sentir  ni  hacerlas  ella  por  sí.  Esto  vio  esta  declarante  el 
mismo  día  y  lo  oijó  contar  a  la  dicha  ñna  de  San  Bartolomé  entonces 
y  después,  como  lo  lleva  dicho. 

114.  Al  artículo  ciento  catorce  dijo:  que  lo  sabe  que  acabada 
de  morir  la  dicha  Santa  JVladre  vio,  y  supo  ésta  declarante  que  pidie- 
ron los  cuerpos  que  había  traído  vestidos  para  una  monja  enferma 
de  calentura  continua,  que  había  más  de  un  año  que  la  tenía,  piensa 
era  del  monasterio  que  llaman  de  Adentro.  Lleváronselos  por  ruegos 
de  otras  religiosas  del  mismo  convento,  parientas  del  Duque  de  ñlba 
y  poniéndolas  a  !la  enferma,  se  le  quitó  luego  la  calentura,  con  gran  ad- 
miración de  las  demás  que  la  vieron  y  oyeron,  y  hasta  el  día  de  hoy 
dice  esta  declarante  ha  oído  esto  como  por  milagro  verdadero.  De 
Francia,  después  que  está  ya  la  M.  Ana  de  S.  Bartolomé,  ésta  y  su 
sobrino,  llamado  Toribio  Manzanos,  cada  uno  de  por  sí,  escribieron 
a  esta  declarante  unos  milagros,  en  los  cuales  se  ratificó  otras  veces 
el  dicho  sobrino  suyo.  Viniendo  de  Francia  poco  ha  a  esta  ciudad  de 
Avila  a  ordenarse  de  orden  sacro  y  conformel  a  estas  relaciones,  tiene 
esta   dcclaraüte  ser  verdaderos  y   por  tales  los  cuenta   de  esta   manera. 

Entró  en  el  convento  que  se  había  fundado   de   Descalzas  Carme- 


APÉNDICES  363 

litas  en  París  una  doncella,  hija  de  un  hombre  principal,  y  ella  muy 
virtuosa;  tuvo  muchas  contradicciones  de  sus  parientes,  y  al  fin  Dios 
la  ayudó  para  que  se  allanasen,  que  I3  susodicha  entrase  en  el  con- 
vento, y  desde  el  día  primero  que  tomó  el  hábito,  permitió  Dios  no 
tuviese  un  día  de  salud.  Dióle  una  enfermedad  gravísima^  y  visitada  de 
muchos  médicos,  fué  desahuciada  de  ellos;  subiósele  todo  el  mal  a  la 
cabeza  y  cargáronla  los  humores  sobre  los  ojos,  y  un  médico  de  los 
mejores  de  París  dijo  que  no  vería  más  en  su  vida  y  que  ya  estaba 
tan  sin  esperanza  de  vista,  que  la  quaría  romper  un  ojo  para  dar 
fuerza  al  otro.  La  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  estaba  en  aquella 
sazón  por  priora  y  no  lo  quiso  consentir.  Estúvose  así  algunos  días,  y 
pasando  por  allí  el  Marqués  de  Guadalesa,  traía  consigo  al  Padre  Fray 
Jerónimo  de  la  Madre  de  Dios,  que  tenía  un  dedo  de  la  dicha  Santa 
Madre.  Dióle  deseo  a  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  de  tocarle  a 
esta  hermana  enferma  e  hizo  que  se  le  pidiesen,  y  le  trajo  su  sobrino 
Toribio  Manzanos,  de  quien  ya  ha  hecho  mención;  y  traído,  ella  se 
le  puso  a  la  dicha  enferma  sobre  la  cabeza.  Luego  comenzó  a  decir 
que  sentía  gran  recreación  dentro  de  sí  y  hubo  una  gran  fragancia 
de  olor  de  la  Santa  Madre,  y  la  dicha  enferma  con  tanta  fe,  que  a 
todas  decía:  «Yo  sanaré  por  nuestra  Santa  Madre»;  y  el  día  siguiente, 
que  era  de  San  Pedro,  como  sintió  aquel  alivio,  rogó  a  la  madre  prio- 
ra la  dejase  ir  a  comulgar,  y  como  estaba  ciega  la  llevaron  las  her- 
manas de  la  mano  hasta  la  reja  del  coro,  y  en  el  punto  que  el 
sacerdote  tomó  en  la  mano  el  Santísimo  Sacramento  y  lo  puso  delante 
de  la  enferma,  le  abrió  los  ojos  tan  claros  como  antes  les  tenía,  y 
luego,  acabada  de  comulgar,  dijo  a  todas:  «Gracias  a  Dios  por  lo 
que  me  ha  hecho»;  y  luego;  corriendo  a  la  madre  Priora,  dijo:  «¡que 
veo,  que  veo!»,  y  desde  entonces  fué  tomando  fuerzas  del  mal  que 
había  pasado,  y  vino  a  quedar  muy  buena,  y  no  menos  lo  fué  en  la 
Religión.  El  otro  milagro  fué,  que  tratando  un  religioso  capuchino,  que 
aunque  antes  había  sido  luterano,  ya  era  grandísimo  siervo  cic  Dios  y 
devotísimo  de  la  dicha  Santa  Madre  y  que  dice  de  él  el  dicho  Toribio 
Manzanos  que  es  un  santo  y  que  todo  su  gusto  era  hablar  de  la  Santa 
Madre,  díjole  que  él  daría  priesa  a  unas  señoras  en  la  ciudad  donde 
estaba  para  fundar  un  convento  de  monjas  Carmelitas;  díjole  más, 
que  había  hallado  un  convento  muy  mal  reformado,  en  el  cual  estaba 
una  señora  muy  devota  de  la  Santa  Madre,  y  que  ésta  tenía  una 
estampa  suya,  y  la  noche  de  la  Circuncisión  del  Señor,  estando  la 
abadesa  y  otras  allí  con  ella  a  un  brasero  calentándose,  esta  señora 
tenía  su  estampa  y  mostróla  a  todas  diciendo:  «Esta  es  de  ima  Santa 
que  yo  quiero  mucho  y  leo  siempre  en  sus  libros».  Coi"nenza,on  las 
otras  a  burlarse  de  ella,  y  casi  jugando  con  la  estampa  de  la  Santa 
Madre,  se  la  tomaron  y  echaron  en  el  brasero,  y  dicen  había  gran 
llama.  Estuvo  un-  poco  sobre  el  fuego  sin  que  hiciesen  caso,  y  como 
veían  que  no  se  quemaba,  fuéla  a  sacar  una  de  las  que  allí  estaban. 
Sacóla  como  si  no  hubiese  estado  en  el  fuego,  sin  quemadura  ni  sin 
mancha,  ni  aun  la  mudó  el  color.  A  la  mañana  querían  Ir  a  comulgar 
la  abadesa  y  éstas,  y  no  se  pudieron  menear  hasta  que  de  rodillas  co- 
nocieron su  culpa,  pidieron  perdón  a  la  Santa  Madre  y  luego  pudieron 
Ir.  Han  quedado  con  gran  devoción  y  han  puesto  esta  estampa  en  un 


564  APÉNDICES 

gran  relicario  dorado,  con  viriles  de  cristal.  Ansí  se  lo  ha  contado  este 
Padre  y  lo  ha  dicho  por  todo  París. 

También  escribió  a  esta  declarante  el  dicho  Toribio  Alánzanos, 
que  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  su  tía,  le  había  escrito,  estaba 
en  Tours  una  mujer  de  un  hidalgo  principal  muy  mala,  a  la  muerte, 
y  la  tocaron  un  pañitico  de  la  dicha  Santa  Madre,  y  luego  sanó,  y  el 
marido  y  ella  quedaron  devotísimos  de  su  Orden.  Y  prosiguiendo  la 
misma  carta,  dice:  «De  Flandes  me  ha  escrito  la  Madre  Ana  de  Jesús, 
que  en  Cambray  y  en  aquella  tierra  se  habían  hecho  muchos  milagros 
con  las  reliquias  de  la  dicha  Santa  Madre». 

En  Francia  espanta  ver  lo  que  pasa,  porque  no  hay  Religión  que 
no  tenga  devoción  a  la  Santa  Madre¡,  y  que  no  hayan  sucedido  muchos 
milagros,  y  esta  declarante  los  ha  querido  hacer  tomar  por  el  tiempo 
y  estos  señores  no  han  querido.  Dicen  que  si  los  herejes  lo  saben,  se 
burlarán  de  todo,  de  suerte  que  es  cosa  certísima  que  la  Santa  Madre, 
después  de  su  muerte,  ha  obrado  muchos  milagros  en  partes  diversas, 
de  que  es  fama  pública,  fuera  de  lo  que  lleva  dicho,  los  cuales  se 
han  tenido  y  tienen  por  ciertos  y  verdaderos  y  se  persuade  no  han 
sido  obrados  por  otro  camino;  y  esta  declarante  ha  tenido  y  tiene 
la  misma  opinión  por  haber  sido  las  dichas  relaciones  que  aquí  ha  re- 
ferido ciertas  y  verdaderas,  y  de  personas  fidedignas,  y  en  partes 
obrados  donde  era  más  regular  que  Nuestro  Señor  los  hiciese  para 
conocimiento  y  honra  de  la  dicha  Santa  Madre  y  aumento  de  su  Reli- 
gión. En  este  presente  año  de  mil  y  seiscientos  y  diez,  ha  .sucedido 
otro  milagro  en  este  convento  de  San  José,  del  cual  también  está 
cierta  por  haberlo  visto  y  experimentado  esta  declarante  y  oirlo  contar 
con  gran  admiración  a  otras  religiosas  fidedignas  y  de  verdad.  Hay 
una  hermana  en  este  dicho  convento,  llamada  Ana  de  la  Trinidad; 
ha  pasado  once  años  de  grave  enfermedad  ordinaria.  Un  médico  que 
la  curó,  llamado  el  licenciado  Luis  Vázquez  y  Aviso,  dijo  que  tenía 
el  hígado  opilado  y  las  venas  del  entresijo.  Otro,  llamado  el  doctor 
Madrigal,  dijo  algunas  veces,  y  esta  declarante  le  oyó  a  las  herma- 
nas que  habían  estado  presentes  cuando  él  la  visitó,  que  lo  que  tenía 
aquella  hermana  en  el  hígado  era  scirro,  y  que  se  espantaba  porque  era 
el  tenerle  allí  fuera  del  uso  natural.  Esto  la  causaba  tales  accidentes 
y  congojas,  que  la  asían  de  manera  las  cuerdas,  en  especial  de  aquel 
lado,  que  ni  la  dejaban  trabajar  nada  ni  podía  tomar  cosa  de  peso  por 
pequeña  que  fuese.  Algunas  veces  sentía  tan  terrible  dolor  en  el  hí- 
gado y  espalda,  que  no  la  dejaba  tenerse  en  pie,  ni  estar  en  la  cama 
ni  beber  ni  comer  por  entonces;  y  dice  la  misma  que  pasada  esta 
enfermedad,  que  nadie  puede  entender  el  mal  que  sintió  estos  once 
años.  Viéndose  pues  tan  impedida,  y  por  otra  parte  tan  obligada  a  tra- 
bajar, afligíase  mucho,  y  agora  por  la  Pascua  del  Espíritu  Santo  pró- 
xima pasada,  dióla  una  no  acostumbrada  devoción  y  fe  con  la  dicha 
Santa  Madre,  pidienciw  a  Dios  por  su  intercesión  la  diese,  si  era 
servido,  algún  alivio  para  que  pudiese  trabajar  en  algo,  y  con  esta 
fe  se  puso  una  faja  que  había  cortado  ella  misma  de  un  pedazo  de 
manta,  con  que  dicen  se  abrigaba  la  dicha  Santa  Madre,  sobre  el 
hígado;  y  el  primer  día  que  se  la  puso,  la  dio  en  él  gran  dolor 
y  alteración,  de  suerte  que  pensó  de  quitársela,  y  sintiendo  en  sí  \m 


.-PKMDICES  365 

nuevo  ánimo  propuso  de  no  se  le  quitar  hasta  los  nueve  días,  aunque 
se  congojase,  y  pasada  aquella  noche,  sintió  tanta  mejoría,  que  desde 
entonces  la  parece  la  dio  Dios  salud  por  la  reliquia  de  la  Santa  Ma- 
dre; pero  aunque  no  la  daba  pena,  nada  temia  que  lo  que  era  la  du- 
reza del  scirro  no  se  le  habia  deshecho,  o  por  lo  menos,  las  durezas 
de  las  opilaciones,  de  la  cual  dureza  habia  dicho  otro  médico,  llamado 
■TWontemayor,  que  creía  se  iba  extendiendo  por  el  vientre.  Con  esta 
duda  volvió  a  pedir  al  Señor  se  lo  quitase,  si  no  estaba  de  ello  sana, 
y  con  mucha  fe  y  devoción  se  tornó  a  poner  aquella  fajita  y  un  pape- 
lito  de  letra  de  la  Santa  Madre  otra  novena.  Con  lo  cual,  luego  que  se 
lo  puso,  sintió  otra  alteración  mayor  que  la  primera,  tanto  que  se  la 
quitó;  pero  luego  se  animó  interiormente  y  se  la  tornó  a  poner,  consi- 
derando que,  pues  había  sufrido  otras  medicinas  más  penosas  por  orden 
de  los  médicos,  por  qué  no  había  de  sufrir  esta  tan  fácil.  Desde  aquel 
punto  no  ha  sentido  más  género  del  mal,  durezas  ni  accidentes  de  cuan- 
tos antes  tenía,  y  trabaja,  y  toma  cosas  de  peso  desde  entonces,  con 
tanta  facilidad  como  si  nunca  hubiera  estado  mala;  antes  lo  hace  con 
particular  gusto  y  con  gran  admiración  en  su  espíritu  de  ver  en  sí 
tal  novedad,  y  no  querría  cesar  de  dar  gracias  a  Nuestro  Señor  y 
a  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  por  la  merced  recibida,  lo  cual, 
para  mayor  certeza  de  si  era  verdad,  quiso  esta  declarante  un  día 
de  estos  pasados  verla,  y  conoció  que  ninguna  dureza  tenía,  sino  más 
liso  su  cuerpo  y  sano  de  cuantos  ha  visto;  lo  propio  dijo  el  médico 
.que  es  al  presente  de  este  convento,  que  le  llamaron  para  el  mismo 
efecto,  y  otras  religiosas  han  hecho  la  misma  prueba,  y  todos  tenídolo 
por  milagro  patente  y  claro,  sin  poderse  atribuir  a  cura  ni  artificio  hu- 
mano, ni   a  ninguna  cosa  de  las  que  dice  el   artículo  sexto  del   Fiscal. 

115.  Al  artículo  ciento  quince  dijo:  que  vio  y  experimentó  todo 
el  tiempo  que  conoció  y  anduvo  con  la  Santa  Madre,  en  los  ocho  últi- 
mos años  de  su  vida,  que  generalmente  vistas  ya  y  examinadas  sus 
obras  y  el  espíritu  divino,  la  tuvieron  comunmente  todos  y  en  todas 
partes  por  santa  y  mujer  singularísima  en  virtudes,  obras  heroicas,  es- 
píritu y  discreción,  y  como  a  tal  la  venían  a  comunicar  muy  de  ordina- 
rio en  cada  lugar  y  ciudad  donde  estaban  gravísimas  personas,  ansí 
de  las  Religiones  y  la  flor  de  los  hombres  eminentes  de  ellas;  y  con 
ella  trataban  negocios  gravísimos  y  tomaban  su  consejo,  no  sólo  de 
los  confesores  y  personas  doctas  que  ha  nombrado,  sino  de  otras 
muchas,  que  aunque  las  conoció  con  esta  devoción  esta  declarante, 
no  los .  ha  nombrado.  Y  entre  ellos  fué  uno  el  P.  Fr.  Pedro  de  Al- 
cántara, de  quien  ya  ha  hecho  mención,  y  de  una  carta  suya  qtie 
escribió  al  Obispo  de  Avila  dice  estas  palabras:  «que  ayunasen  cuanto 
pudiesen  para  un  negocio  muy  importante  al  servicio  de  Dios,  que 
una  persona  muy  espiritual,  (que  lo  dice  por  la  dicha  Santa  Madre 
y  por  su  monasterio  nuevo),  que  con  verdadero  celo  pretende  hacer 
en  este  lugar,  por  amor  de  Dios  pide  a  V.a  S.a  le  ampare  y  reciba, 
porque  entiendo  es  al  aumento  del  culto  divino  y  bien  de  esa  ciudad. 
Yo  me  satisfago  bien  de  las  personas  que  han  de  entrar  en  él,  que  la 
más  principal   creo  yo  mora  el  espíritu  de  Nuestro  Señor  en  ella*. 

Esto  mismo  dice  esta  declarante  vinieron  a  conocer  los  que  la 
ayudaron   y    algunas   veces   la    afligieron   en    aquellos   principios   en   los 


366  APÉNDICES 

dichos  últimos  años  que  esta  declarante  ha  dicho,  y  en  que  los  comu- 
nicó muchas  veces  a  los  que  dirá,  que  son  el  Maestro  Daza,  Francisco 
de  Salcedo,  Gonzalo  de  Aranda  y  otros  muchos.  También  esta  de- 
clarante conoció  del  mismo  concepto  de  la  santidad  de  la  dicha  Madre 
Teresa  de  Jesús,  el  rey  D.  Felipe  Segundo,  el  cual,  siendo  avisado 
por  medio  de  la  Princesa  de  una  cosa  que  la  dicha  Santa  Madre 
entendió  de  Nuestro  Señor  que  la  dijese,  la  tomó  con  mucho  respeto;  y 
aunque  no  la  vio  esta  declarante,  lo  ha  oído  muchas  veces  a  personas 
de  aquel  tiempo.  Lo  mismo  vio  esta  declarante  en  algunas  personas 
de  título  de  este  Reino  y  en  Doña  María  de  Mendoza,  que  por  su 
calidad  y  noble  sangre  fué  tan  conocida  por  el  mundo,  a  la  cual  co- 
noció y  habló  esta  declarante  y  estuvo  en  su  casa  en  compañía  de  la 
Santa  Madre,  y  vio  la  veneración  grande  con  que  la  trataba  y  sus- 
tenté tantos  años  a  su  convento  de  Valladolid.  No  menos  conoce  esto 
esta  declarante  en  su  hermano  Don  Alvaro  de  Mendoza,  obispo  que 
fué  de  esta  ciudad  de  Avila;  y  esto  muchas  veces  y  por  algunos  años 
cuando  este  convento  comenzó,  y  él  fué  prelado  de  ella  por  diez  y 
siete  años  (1);  y  era  tan  grandísima  la  devoción  y  estima  que  tenía 
el  dicho  Sr.  Obispo  de  la  dicha  Santa  Madre  y  de  las  monjas  de  este 
convento,  que  se  holgaba  él  mucho  de  ser  su  prelado.  Y  aunque 
después  de  estos  diez  y  siete  años  le  iproveyeron  para  el  obispado  de  Pa- 
lencia  (2),  no  bastó  para  perder  este  amor;  tanto  que  estando  al  fin 
de  ellos  la  dicha  Santa  Madre  en  Toledo,  la  dijo  el  Señor  que  pro- 
curase que  las  monjas  de  San  José  de  Avila  tuviesen  la  obediencia  a  la 
Orden,  ya  que  había  de  venir  otro  obispo,  porque  a  no  hacer  esto,  presto 
se    relajaría    la    Religión    de    aquella    casa. 

Ella  lo  trató  con  el  doctor  Velázquez,  su  confesor  y  canónigo 
que  era  de  allí,  y  después  fué  obispo  de  Osma  y  arzobispo  de  San- 
tiago. Aconsejóla  que  lo  hiciese,  y  vino  luego  a  este  convento  de  Avila 
y  trató  de  este  negocio.  Sintiólo  también  el  dicho  señor  obispo  D.  Al- 
varo, que  le  parece  a  esta  declarante  que  debió  derramar  muchas 
lágrimas,  y  sólo  se  convenció  a  admitirlo  por  quererlo  así  la  dicha 
Santa   Madre   y    decirle   que   Nuestro    Señor   se   lo   había   mandado   así. 

Para  efectuar  este  acto,  entró  el  dicho  Sr.  Obispo  en  este  con- 
vento con  otras  dos  personas  graves  de  la  Iglesia  y  con  algunos  ca- 
balleros seglares,  y  entre  ellos,  por  testigo,  el  padre  de  esta  decla- 
rante Lorenzo  de  Cepeda.  Esta  declarante  estuvo  presente  con  las 
demás  religiosas,  y  la  dicha  Santa  Madre  la  primera,  y  todas  las 
demás  en  su  seguimiento,  fueron  tomando  cada  una  de  por  sí  la  ben- 
dición del  Sr.  Obispo.  Llegando  luego  inmediatamente  el  P.  Provin- 
cial de  los  Descalzos  Carmelitas,  al  cual  pidió  el  dicho  Sr.  Obispo 
que  ya  que  le  diera  sus  monjas  por  subditas,  había  de  ser  a  condi- 
ción y  que  lo  prometiese,  como  lo  hizo,  que  tanto  fuese  hija  de 
esta  casa  como  hasta  allí  lo  había  sido;  y  aunque  a  temporadas  acu- 
diese a  los  demás  Monasterios  hechos,  o  a  la  fundación  de  otros  nue- 
vos, siempre  tuviese  que  volver  a  éste,  como  a  casa  propia;  y  que 
por  el   respeto   dicho,   que  estuviese   la   Orden   obligada   a   traerla   aquí 


1  Fueron   solamente   quince,   desde  Agosto  de   1562  hast.i  el  mismo  mes  del  afio   de  1577. 

2  Pasó   a   la   sede   de   Palencia  en    1577. 


APÉNDICES  567 

a  enterrar  s!  sucediese  morir  en  otro  convento,  lo  cual  admitió  la 
Santa  AVadrc  de  buena  gana,  viendo  que  esto  era  hecho  por  obedien- 
cia. Y  aunque  lo  advirtió,  cuando  hubo  de  morir,  sabiendo  también  muy 
bien  que  entonces  era  priora  de  este  convento  de  San  José  de  Avila, 
porque  se  había  hecho  la  elección  canónica  en  la  misma  Santa  Madre 
el  año  de  ochenta  y  uno;  por  lo  cual  y  por  el  amor  que  tenía 
a  esta  primera  casa  vio  esta  declarante  el  particular  cuidado  que  tenía 
de  acudir  a  su  oficio  y  el  que  tenía  particularmente  en  ftlba,  en  el 
mal  de  la  muerte,  diciendo  a  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé  y  a 
esta  declarante,  que  de  dónde  comprarían  el  pan  que  faltaba  para  Avila. 

También  dijo  a  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  cuatro  o  cinco 
días  antes  que  muriese.  «Hágame  placer,  hija,  que  al  punto  que  me 
viere  algo  aliviada,  me  busque  alguna  carruca  de  las  comunes  y  me 
levante  y  vamos  a  Avila».  Con  todo  eso,  por  no  mostrarse  propietaria 
en  nada  y  faltar  a  la  humildad,  respondió  que  a  do  quier  la  bastaba 
que  la  diesen  un  poco  de  tierra. 

Volviendo  al  concierto  que  hacía  el  Sr.  Obispo,  escogió  la  capi- 
lla mayor  de  este  convento  fuese  suya,  y  que  esta  merced  pedía  a 
todas  las  monjas  de  él  y  al  P.  Provincial,  como  a  quien  hacía  las  ve- 
ces de  la  Orden;  y  que  ésto  hacía  por  el  amor  que  siempre  había  teni- 
do a  esta  casa,  y  lo  principal  por  asegurar  con  esto  el  cuerpo  de 
la  Madre  Teresa  de  Jesús,  por  cuyo  ¡espeto  principalmente  se  puso 
a  esta  petición.  Pero  la  Santa,  no  mirando  a  él,  sino  a  las  grandes 
obligaciones  que  se  tenía  al  Sr.  Obispo,  hizo  todas  las  diligencias 
posibles,  y  vio  esta  declarante  cuando  estaba  en  Burgos  con  la  dicha 
Santa  A\adre,  que  padeció  muchas  penas  y  trabajos  por  esta  causa, 
y  parece  que  en  alguna  manera  se  consolaba  con  esta  declarante  y  la 
decía  algunas  veces:  qué  mal  parecía,  hija,  que  la  iglesia  de  San 
José  de  Avila  se  tratase  de  dar  a  persona  seglar  por  rica  que  fuese, 
y  dejasen  al  buen  Obispo,  que  ha  sido  su  padre,  amparo  y  prelado 
desde  el  principio  que  se  fundó,  que  si  a  esto  no  miran  aquellas  mon- 
jas,  nada   les  sucederán   bien. 

El  dicho  Obispo  vino  aquí  a  Avila  a  concertar  su  capilla,  año 
de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cuatro;  después  el  de  ochenta  y  cinco, 
por  Octubre,  hicieron  capítulo  los  Padres  Descalzos  Carmelitas  y  de- 
terminóse en  él,  por  los  respetos  pasado^  y  tan  justos  que  el  santo  cuer- 
po se  trajese  luego  de  Alba  a  Avila,  como  se  hizo  por  Santa  Catalina. 
Todo  esto  ha  dicho  esta  declarante  por  haberlo  visto  y  oído  por  sí 
misma  y  estado  presente  a  lo  más  ya  dicho. 

Y  para  que  se  vea  un  caso  particular  y  lo  que  Dios  honró  en 
vida  a  la  Santa  Madre,  contará  aquí  esta  declarante  lo  que  ha  sabido 
por  relaciones  ciertas  que  ha  tenido  en  su  poder.  Cuando  fué  a  Villa- 
nueva  de  la  Jara  a  fundar  la  dicha  Santa  Madre,  después  de  los 
grandes  trabajos  que  pasó  en  la  Orden  y  que  más  que  en  ninguna 
participó  nuestra  Santa  Madre,  habiendo  ya  visto  en  esta  casa  la 
separación  de  la  Provincia,  que  principalmente  se  alcanzó,  después 
de  Dios,  por  la  ayuda  y  favor  que  la  hizo  el  rey  católico  Don  Felipe 
Segundo,  que  la  estimaba  como  a  persona  muy  sierva  de  Dios  y  ce- 
losa de  su  Iglesia,  fué  así  que  a  veinte  y  uno  de  Febrero,  buen  rato 
antes  que  llegasen  al  lugar,   repicaron  las  campanas  y  salieron  muchos 


568  KPEnmrKS 

niños  con  gran  devoción  a  recibirla;  y  en  llegando  al  carro  donde 
ella  iba,  se  arrodillaron,  y  quitadas  sus  caperuzas,  iban  delante  hasta 
tfue  llegaron  a  la  iglesia.  Salieron  también  todo  el  Ayuntamiento,  y 
el  cura  y  otras  personas  honradas  a  recibirla.  Todo  el  pueblo  estaba 
grandemente  regocijado.  Entrando  en  la  iglesia,  comenzaron  los  clé- 
rigos a  Cantar  el  Te  Deiim  laadamus,  en  canto  de  órgano;  después  de 
acabado  todo,  tomaron  el  Santísimo  Sacramento,  que  le  tenían  en 
unas  andas,  y  a  María  Santísima  tenían  puesta  en  otras,  y  los  me- 
iorcs  pendones  para  ir  en  procesión  hasta  la  ermita  de  Santa  Ana, 
donde  había  de  ser  el  monasterio.  En  medio  de  la  procesión,  cerca 
del  Santísimo  Sacramento,  iba  la  dicha  Santa  Madre  con  sus  monjas, 
todas  con  las  capas  blancas  y  velos  negros  delante  de  los  rostros, 
y  allí  junto,  sus  frailes  Descalzos,  que  habían  venido  antes,  y  el  mo- 
nasterio estaba  cerca.  En  el  camino  había  altares  y  deteníanse  en 
ellos  cantando  algunas  letras  buenas  en  loor  de  Nuestra  Señora  del 
Carmen.  En  llegando,  pusieron  con  gran  solemnidad  el  Santísimo  Sa- 
cramento   y    tomaron    la    posesión    del    monasterio. 

Ansí  la  honró  Dios  entre  los  hombres,  dice  esta  declarante,  que 
piensa  que  oyendo  contar  estas  cosas  por  algunas  veces,  venida  ya 
de  vuelta  aqu'í  a  Avila,  las  oyó  decir,  no  con  pequeño  sentimiento,  que 
estando  en  el  mismo  acto  fué  tan  grande  el  ímpetu  de  espíritu  que 
le  dio  a  la  dicha  Santa  Madre  y  a  la  Madre  Ana  de  San  Bartolomé, 
que  iba  con  ella,  que  hubieron  menester  hacerse  grandísima  fuerza 
para  no  quedarse  en  éxtasis  delante  de  tanta  gente. 

Yendo  después  a  la  fundación  de  Palencia,  fué  recibida  ella  y 
sus  monjas,  y  en  especial  la  ^Madre  Ana  de  San  Bartolomé,  con  gran- 
dísimo aplauso,  y  alegría  y  devoción,  ansí  de  la  Clerecía  como  de 
toda  la  ciudad.  Después,  pasando  por  allí  a  la  fundación  de  Burgos, 
y  llevado  esta  declarante  con  ella,  fué  testigo  de  vista  de  todo  lo  que 
acaba  de  decir  con  muestras  notables  de  la  devoción  que  la  tenían, 
que  la  miraban  como  a  persona  santa,  haciéndole  el  aplauso  co- 
munmente  como   a   tal    en   toda   la   ciudad, 

116  y  117.  En  los  dos  últimos  artículos  dice  esta  declarante: 
^\\^  siente  que  es  verdad,  así  porque  ha  sido  testigo  de  en  lo  más 
(\\\z  en  ello  se  dice,  como  por  lo  que  ha  oído  muchas  veces  a  personas 
muy  graves  y  religiosas,  así  de  seglares  como  eclesiásticas,  que  han 
contado  muchas  cosas  por  haberles  pasado  a  ellos  mismos.  Sabe  esta 
declarante  que  desde  el  mismo  día  que  murió  la  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús,  la  tuvieron  comunmente  y  la  honraron  como  a  santa.  Ha 
sido  continua  y  porfiosa  la  devoción  con  que  han  pedido  sus  reliquias, 
y  a  esta  declarante  tantas,  que  la  han  venido  a  dejar  despojada  de 
ellas.  También  han  sacado  imágenes  y  estampas  suyas  de  diferentes 
misterios;  estas  no  solamente  en  España  sino  en  otros  reinos,  como 
de  Roma  y  Francia,  y  de  éstas  han  enviado  algunas  a  esta  declarante. 
También  confiesa  que  ha  visto  y  tenido  en  su  poder  conmemoraciones 
hechas  en  latín  para  decirlas  en  honor  de  la  dicha  Santa  Madre  Te- 
resa de  Jesús  y  encomendarse  a  ella  en  su  recogimiento  por  estas  di- 
ferentes oraciones.  Y  In  primera  que  tuvo  esta  declarante  fué  recién 
muerta  la  dicha  Santa  Madre,  escrita  originalmente  del  doctor  Ri- 
bera, de  quien  la  hubo. 


APÉNDICES  369 

Las  demás  que  después  ha  tenido  esta  declarante,  han  sido  im- 
presas. También  ha  visto  esta  declarante  que  desde  que  murió  la  dicha 
Santa  Madre  comunmente  la  han  llamado  la  Santa  Madre\  y  a  algunos 
ha  visto  han  hecho  epítetos  honrosísimos  en  su  alabanza  y  devoción, 
en  que  también  han  mostrado  sus  letras  y  declarádola  de  ingenio, 
de  suerte  que  todos  parece  andaban  a  porfía  <¿n  honrarla  y  regocijarse 
con  particulares  fiestas;  y  aunque  sólo  hable  en  las  Remisoriales  y 
ansí  han  advertido  que  Dios  mueve  los  corazones  de  grandes  y  pe- 
queños para  alegrarse  con  la  memoria.  Y  para  remate  de  este  dicho, 
sabe  esta  declarante,  que  preguntándole  el  año  pasado  Francisco  de 
Mora  a  aquel  religioso  descalzo  francisco,  con  quien  le  pasó  todas 
las  cosas  que  están  apuntadas  «n  el  artículo  de  las  profecías,  por 
qué  V.  paternidad  sabiendo  tanto  de  nuestra  Santa  Madre  y  llamán- 
dola patriarca  de  la  Iglesia  de  Dios,  no  dice  de  ella  un  gran  dicho 
de  estos  que  nos  piden  para  su  canonización,  respondióla  el  Padre: 
«Porque  no  hay  necesidad  de  que  este  gusanillo  ponga  lengua  en  cosas 
tan  altas  y  que  todos  las  conocen;  sólo  digo  que  con  los  merecimien- 
tos   que    en    ella    sobran,    se    podrían    canonizar    otros    muchos    santos». 

Esto  y  lo  demás  que  esta  declarante  confesó,  según  que  en  el 
artículo  de  las  profecías  se  verá,  se  lo  dijo  a  esta  declarante  el 
dicho  Francisco  de  Mora,  debajo  de  grandísimo  secreto,  con  las  fuer- 
zas que  se  pueden  pedir  en  ley  humana  y  divina,  dando  licencia  a 
esta  declarante  para  que  sólo  a  las  personas  que  la  habían  de  tomar 
este  dicho  lo  pudiese  descubrir,  y  ansí  pide  y  suplica  a  su  merced 
del  señor  Juez  y  a  mí  el  presente  Notario  y  al  P.  Procurador  de 
esta  causa,  que  no  se  publique.  Y  lo  que  va  declarado  en  todo  este 
su  dicho,  dijo  ser  la  verdad  de  lo  que  sabe,  debajo  del  juramento,  que 
tiene  hecho,  en  que  se  ratificó  y  lo  firmó  de  su  nombre  juntamente 
con  el  señor  Juez. 

Alonso   López  de   Ayala. 

Así  lo  digo  yo,    Teresa  de  Jesús. 

Pasó    ante    raí,    Antonio    Ayala. 


\\ 


370  APÉNDICES 


Lvín 


DICHO    DE    FRANCISCO    DE    MORA     PRUR     EL    PROCESO     REMISORIflL    DE     LA    CANONI- 
ZACIÓN   DE    SANTA    TERESA    (1). 


t 
JESÚS 


En  nombre  de  la  Santísima  Trinidad,  Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo, 
tres  Personas  y  un  solo  Dios  verdadero,  y  de  la  gloriosa  Reina  de  los 
Angeles,  Virgen  y  Madre  de  Dios,  Señora  nuestra:  Yo,  Francisco  de 
Mora,  siervo  y  esclavo  de  los  siervos  de  Nuestro  Señor  Jesucristo  y 
aposentador  del  palacio  del  rey  D.  Felipe  Tercero  y  su  arquitecto,  pido 
y  suplico  a  este  grgn  Señor  se  aposente  en  mi  alma,  y  me  dé  gracia 
para  todo  lo  que  aquí  dixere,  que  por  condescender  con  lo  que  mi  con- 
fesor me  ha  mandado,  escribo  esto.  Quiera  el  Señor  que  sea  para  gloria 
y  honra  suya,  pues  sabe  Su  Majestad  lo  que  he  reusado  el  hacerlo.  Y 
así  digo,  que  habiendo  los  años  atrás  entendido  los  Padres  Carmelitas 
Descalzos  la  gran  devoción  que  tengo  a  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  Fun- 
dadora de  su  Orden,  y  algunas  mercedes  que  el  Señor  por  medio  de 
esta  Santa  me  ha  hecho,  me  han  pedido  con  encarecimiento  que  en 
esta  ocasión  de  la  información  que  se  hace  para  su  canonización  diga 
mi  dicho.  Y  así,  por  consejo  de  mi  confesor,  la  escribo  de  mi  mano, 
para  darla  sellada,  que  no  lo  sepa  nadie,  si  no  es  los  señores  que 
para  el  dicho  efecto  en  la  Corte  Romana  de  N.  M.  S.  P.  Paulo  Quinto 
lo  hubieren  de  ver,  a  quien  suplico  con  mil  encarecimientos  que,  por 
amor  del  Señor,  ninguno  otro  la  vea,  pues  sólo  para  este  efecto  se 
escribe. 

2.  Tuve  la  primer  noticia  de  esta  Santa  el  año  de  mil  quinientos 
setenta  y  cuatro,  poco  después  que  ella  fundó  el  Monasterio  de  Hlba 
en  Tormes,  donde  agora  está  su  cuerpo;  porque  este  año,  por  el  mes 
de  Marzo,  fui  desde  la  ciudad  de  Salamanca  a  Alba,  y  llevé  unas  cartas 


1  De  esta  importante  Declaración  de  Mora,  hecha  en  1  de  Marzo  de  1610,  trae  un  extracto 
muü  extenso  el  Ms.  12.763  de  la  Biblioteca  Nacional,  que  D.  Vicente  publicó  con  las  Obras  de 
la  Santa,  en  la  edición  de  Rivadeneyra,  t.  II.  Nosotros  la  reproducimos  íntegra,  conforme  a  una 
copia  muy  exacta  debida  al  P.  Manuel  de  Sta.  María,  que  la  hizo  en  nuestro  antiguo  convento 
de  Duruelo,  donde  la  Declaración  de  Mora  se  conservaba.  Esta  copia  del  P.  Manuel  pertenece 
hoü  a  las  Carmelitas  Descalzas  de  S.  losé  de  Avila,  a  quienes  debo  un  traslado  de  ella.  Com- 
pleta en  estas  declar.Tciones  lo  que  la  sobrina  de  la  Santa  nos  ha  dicho  sobre  la  fábrica  de  la 
iglesia  de  San  José  de  Avila.  Francisco  de  Mora  fué  trazador  muij  aventajado  de  los  reyes 
Felipe  II  a  Felipe  III,  y  a  él  se  deben  muchas  obras  artísticas  de  El  Escortal,  del  Alcázar  de 
Segovia  y  otros  monumentos.  (Véase  la  obra  Felipe  II  en  relación  con  las  artes  y  las  ciencias, 
por  D.  José  Fernández  Montaña,  p,  435). 


APÉNDICES  371 

a  Teresa  de  Layz,  por  quien  se  fundó  el  dicho  Monasterio,  9  enton- 
ces hablé  a  Teresa  de  Layz,  y  negocié  lo  que  llevaba  con  ella,  y  me 
pidió  viese  cómo  iba  la  labor  de  su  iglesia;  mas  no  vi,  ni  conocí  a 
la  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  estaba  a  la  sazón  allí. 

Después  del  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  uno,  estando  S.  M.  el 
rey  D.  Felipe  II  en  Lisboa,  que  ya  había  dos  años  que  le  servía,  se 
ofreció  de  haber  de  hacer  un  ingenio  de  labrar  moneda  al  uso  de  Ale- 
mania, y  habiendo  venido  de  allá  catorce  o  quince  alemanes,  enviólos 
Su  Majestad  desde  Lisboa  a  Sevilla,  y  con  ellos  a  el  P.  Mariano,  de 
nación  italiano,  a  quien  la  M.  Teresa  dio  el  hábito  en  Pastrana, 
que  por  ser  este  Padre  gran  ingeniero,  le  cnviá,  y  a  mí  con  él,  para 
ver  la  disposición  del  agua  y  recado  que  en  Sevilla  había  para  asen- 
tar el  dicho  ingenio. 

3.  Los  alemanes  y  su  lengua,  posaban  siempre  en  una  posada,  y 
el  Padre  Mariano  y  yo  en  otra.  El  me  decía  algunas  veces  de  la  Madre 
Teresa  de  Jesús,  porque  la  quería  mucho;  pero  no  cosa  que  yo  reparaba, 
ni  se  me  daba  nada  de  ello.  Sucedió  que  vuelto  S.  M.  de  Lisboa  a 
Castilla,  como  yo  siempre  le  servía  en  las  cosas  de  sus  fábricas  de  San 
Lorenzo  y  otras  partes,  siempre  que  andaba  con  él,  por  ser  el  fabricar 
tanto  de  su  gusto;  y  así  el  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  cuatro, 
por  el  mes  de  Abril,  cuando  S.  M.  solía  ir  a  la  primavera  a  Aranjuez, 
llegué  desde  allí  a  Ocaña,  que  está  dos  leguas,  y  visité  un  Monasterio 
de  monjas  Descalzas  Dominicas  y  a  su  Priora,  que  era  una  santa 
mujer,  llamada  Beatriz  de  Jesús,  la  cual  tenía  sus  monjas  Descalzas 
tan  en  observancia,  que  guardaban  su  Regla  con  gran  rigor,  y  grandes 
penitencias  y  las  Constituciones  de  la  Aladre  Teresa  de  Jesús  (1).  Era 
la  casa  estrecha,  que  tenían  el  Santísimo  Sacramento  en  un  portal; 
y  yo  la  tomé  afición,  y  ella  a  raí  muy  grande,  y  me  pidió  hablase  al 
Rey  que  las  favoreciese  en  darles  para  labrar  su  casa.  Y  fué  el  Señor 
servido  que  lo  hiciese,  y  Su  Majestad  les  dio,  como  tan  piadoso,  con 
qu<'>  labrar  dos  cuartos,  y  acomodaron  para  iglesia  una  ermita  de  San 
Lorenzo,  que  era  muy  buena,  y  se  la  había  dado  el  Cardenal  Ouiroga, 
Arzobispo  de  Toledo.  Hice  la  traza;  viola  el  Rey;  hízose  y  acabóse 
la  obra.  Y  la  Sor  Beatriz  de  Jesús,  que  por  otro  nombre  se  llamaba 
D.a  Beatriz  de  Vargas,  que  era  de  gente  muy  ilustre  de  lo  bueno  de 
esta  corte,  como  agradecida,  siempre  rae  encomendaba  a  Dios;  y  por- 
que deseaba  mucho  mi  salvación,  como  mil  veces  me  dijo,  me  dio  un 
libro  escrito  de  mano  que  compuso  la  M.  Teresa  de  Jesús,  llamado 
Castillo  Interior  o  las  Moradas,  deseando  mucho  leyese  en  él,  y  me 
aprovechase;  lo  cual  yo  hice  muy  mal;  porque  leía  poco,  y  me- 
nos obraba  lo  que  en  él  dice,  y  así  no  me  sirvió  más  de  saber 
que  había  una  mujer,  que  se  llamaba  Teresa  de  Jesús,  fundadora  de 
las  Carmelitas  Descalzas;  aunque  la  tomé  una  poca  más  afición  que 
antes. 

1.  Ella  era  ya  muerta  dos  años  había,  y  yo  trataba  aquí  en  Madrid 
con  un  amigo,  llamado  Julio  de  Junta,  natural  de  Florencia,  a  quien 
el   Rey  tenía  mucha  afición,  y  le  había  dado  sitio  para  labrar  casa,  y 


1      Existe  todavía  muy  floreciente  esta  Comunidad  de  Dominicas  en  Ocaña. 


372  APÉNDICES 

para  hacer  la  Emprenta  Real.  Este  era  aficionada  a  las  Carmelitas  Des- 
calzas de  aquí  de  Madrid  (1).  Pidióme  fuese  allá  con  él  un  día,  y  le 
hiciese  las  trazas  para  labrar  su  monasterio.  Fui  una  y  muchas  veces, 
y  hícelo;  cobré  gran  afición  a  estas  santas  monjas  y  cada  día  más  a 
su  Madre. 

5.  Pues  sucedió  que  él  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  seis,  por 
el  mes  de  Julio,  el  Rey  me  invió  desde  el  Monasterio  de  San  Lorenzo 
el  Real  a  la  ciudad  de  Valladolid  y  a  la  de  Salamanca,  a  ver  y 
trazar  las  Librerías  de  los  Colegios  y  Escuelas  mayores  y  menores, 
que  en  estas  ciudades  hay,  para,  vistas,  trazar  la  librería  y  asientos 
de  libros  de  la  Librería  de  San  Lorenzo,  que  como  Rey  tan  prudente, 
quiso  primero  verlo  todo  que  trazar  su  librería.  Pues  como  yo  hu- 
biese ido  primero  a  Valladolid,  y  hécholo,  fui  desde  allí  a  Salamanca; 
y  en  acabando  de  hacer  las  trazas  de  todo,  quise  venir  por  /liba,  por 
ver,  si  podía,  el  cuerpo  de  la  Santa  Madre  Teresa,  por  haber  oído  y 
ser  noticia  de  muchas  maravillas  que  Dios  por  medio  de  esta  Santa 
y  de  su  cuerpo  obraba.  Y  así,  un  amigo  mío,  llamado  Martín  Cervera, 
me  dio  una  carta  para  la  Priora  de  ñlba,  llamada  Inés  de  jesús, 
que  había  dejado  elegida  Priora  antes  de  su  muerte  la  Madre  Teresa 
de  Jesús.  Pidióme  el  amigo  me  mostrasen  algunas  reliquias  de  la 
Santa.  Di  mi  carta  en  Alba  a  la  dicha  Priora,  que  hoy  lo  es,  y 
lo  ha  sido  tres  trienios  interpolados,  y  era  por  la  mañana.  Respondió- 
me, que  el  cuerpo  lo  habían  llevado;  a  Avila,  y  allá  estaba,  y  está  con 
gran  sentimiento;  que  me  volviese  a  la  una  hora  después  de  medio  día, 
que  ella  me  mostraría  el  brazo  por  la  iglesia.  Dióme  a  esta  hora 
una  andadera  (sic)  la  llave  de  la  iglesia,  y  abrí  y  entré  solo;  y  por 
la  ventanilla  de  comulgar  las  monjas  a  el  lado  de  el  Evangelio,  la 
abrieron  y  me  dieron  por  ella  el  brazo,  envuelto  en  un  tafetán  carmesí. 
¡Cosa  maravillosa  de  ver!  que  con  haber  cuatro  años  que  era  muerta, 
no  parecía  sino  de  cuerpo  vivo.  Alabé  a  Dios,  y  díjeles  a  las  mon- 
jas que  mirasen  cómo  habían  fiado  el  brazo,  que  me  quería  ir  con 
él;  pues  teniendo  las  llaves  de  la  iglesia,  podía,  no  porque  fuese  mi 
pensamiento  hacer  tal.  Respondióme  la  Priora,  que  bien  sabía  a  quien 
lo  fiaba. 

Yo  le  cobré  desde  entonces  extrañísima  afición  a  esta  Santa,  y 
sin  que  las  monjas  lo  viesen,  con  las  uñas  de  los  dedos  tomé  nn  tan- 
tico del  tamaño  de  medio  garbanzo,  y  aún  menos,  y  envolvílo  en  un 
papelico  pequeño,  y  metilo  en  mis  horas,  y  guárdelas,  y  volvíles  el 
brazo.  A  mí  me  quedaron  los  dos  dedos  bañados  con  óleo,  que  sale 
de  él,  que  me  espanté.  La  Priora,  sabiendo  que  venía  de  allí  a  San 
Lorenzo,  donde  estaba  el  Rey  y  la  infanta  Doña  Isabel,  me  dio  un 
pedazo  de  la  túnica  con  que  enterraron  a  la  Santa,  de  cuadro  en  cua- 
dro, toda  empapada  en  óleo  de  su  cuerpo,  guarnecido  este  pañito 
de  perlas  menudas  alrededor,  para  que  lo  diese  a  la  dicha  señora  In- 
fanta;  y  a  mí  me  dio  otro  poquito  de  lo  mismo,  muy  chiquito. 

6.  Despedíme,  y  vine  aquella  tarde  cuatro  leguas  a  dormir  a  un 
lugar  que  llaman  Peñaranda;   y  a  la  noche  saqué  del  pecho  el  pañito 


1      Cf.  Obra3  de  Santa  Tétese,  i.  I,  p.  LXXXV. 


APÉNDICES  373 

que  traía  para  la  Infanta,  y  de  entre  las  horas  el  poquito  de  carne 
envuelta  en  el  papelito,  el  cual  hallé  todo  manchado  de  óleo;  la  man- 
cha, del  tamaño  g  medida  de  i€sta  señal  de  la  margen,  tiénela  en 
ella  figurada;  y  el  pedazo  de  carne  es  como  la  señal  del  medio, 
ñcertóse  a  meter  acaso  y  de  priesa  en  el  oficio  de  los  Difuntos;  y 
la  mancha  del  óleo  de  tan  pequeña  cosa,  no  sólo  pasó  el  papelillo 
en  que  se  envolvía,  mag  del  trasvés,  y  casi  la  mitad  a  la  larga,  todo 
el  verso  que  dice:  In  capite  Libri  scriptuin  est  de  me  tit  facerem  vo- 
hintatem  tiiam:  Deas  meas,  volui,  et  Legem  tuam  in  medio  cordis  mei. 
Como  vi  esta  cosa  tan  maravillosa,  quedé  espantado  de  ver  ima  mara- 
villa como  esta.  Y  otro  día  madrugué  para  proseguir  mi  camino  para 
el  Escorial,  por  ver,  si  podía,  este  santo  Cuerpo  y  Santa,  si  había 
orden.  Traía  carta  de  la  Priora  de  fllba  para  la  de  ñvila. 

Con  hacer  grandes  calores  para  llegar  a  ésta,  traía  tan  grande  afi- 
ción, que  caminaba  con  la  mayor  calor  de  la  siesta,  de  manera  que  ni 
los  criados  me  podían  alcanzar,  ni  yo  de  dejar  con  esta  ansia  de 
llegar  a  ilvila  sin  ellos.  Al  bajar  de  unas  cuestas  que  hay  cerca  de  el 
puente  de  el  río  que  está  junto  a  la  ciudad,  traía,  por  el  cansancio 
del  camino,  la  pierna  derecha  sobre  el  arzón  de  la  cabalgadura,  y  el 
pie  izquierdo  en  el  estribo.  Tropezó  un  poco  la  muía,  y  caí  de  un 
lado  al  izquierdo,  y  siempre  el  quitasol  en  la  mano;  y  andando  la 
muía,  a  mí  parecer  más  de  cincuenta  pasos,  y  siempre  yo  colgado 
del  arzón  de  la  hebilla  de  la  rodajuela  de  la  espuela,  y  a  mi  parecer 
venía  como  sustentado  de  alguno,  tanto  que  miraba  a  un  caboi  y  a  otro 
a  ver  lo  que  era;  y  cuando  más  descuidado,  me  hallé  en  el  suelo 
de  pies,  y  ¡mi  quitasol  en  la  mano,  como  cuando  venía  a  caballo.  Yo  por 
entonces  no  caí,  que  traía  conmigo  aquellas  reliquias,  ni  caí  en  ello 
hasta  pasado  más  de  un  año;  y  conocí  que  por  la  misericordia  de  el 
Señor  y  las  reliquias  que  traía  de  esta  Santa,  me  había  el  Señor 
librado  de  este  peligro. 

7.  Llegado  a  ñvila,  fuíme  con  aquella  ansia  a  apear  en  el  A'Vo- 
nasterio  de  San  Joseph;  di  mi  carta  a  la  Priora,  la  cual  me  dixo  que 
era  imposible  ver  el  cuerpo  de  la  Santa,  porque  estaba  en  su  capítulo, 
y  muy  cerrado.  Pcdíle  me  abriese  la  iglesia,  que  quería  entrar  allí. 
Hízolo,  y  estábase  a  la  sazón  acabando  de  labrar,  que  le  faltaba  poco, 
la  capilla  mayor  de  esta  iglesia,  que  de  limosna  la  hacía  D.  Alvaro 
de  Mendoza,  obispo  de  Palencia,  que  había  sido  de  ñvila.  Iglesia  muy 
estrecha  y  ahogada,  y  el  altar  mayor  en  una  capilla  muy  pequeña,  y 
todo  "muy  pobre.  Díxele  a  la  Priora,  que  se  llamaba  María  de  San 
Jerónimo,  que  quería  sacar  la  planta  de  aquella  iglesia  y  de  la  ca- 
pilla nueva  que  hacía  D.  ñlvaro  de  Mendoza.  Ella  estaba  entonces 
a  la  reja  de  el  coro  y  me  dixo  que  la  hiciese.  Hícela,  y  pregunté, 
que  un  nicho  con  reja  que  estaba  debaxo  de  la  del  coro  nuevo,  que 
¿para  qué  era?  Díxome,  que  para  poner  el  Cuerpo  de  la  Madre  Teresa. 
Saqué  planta  y  montea  de  el  nicho  y  reja,  tomando  la  medida  para 
hacer  una  traza  de  una  caxa  riquísima  para  meter  el  Cuerpo  de  la 
Santa  y  jnostrársela  al  Rey,  y  pedirle  que  la  hiciese,  ñcabadas  las  tra- 
zas, me  fui  a  San  Lorenzo  y  di  a  Su  Majestad  lo  que  traía  de 
las  librerías,  y  a  la  Infanta  su  reliquia  de  la  Santa  Madre.  La  cual, 
en   presencia   de  su   padre,   la   tomó   y   besó  con   la   boca  y   los  ojos, 


374  APÉNDICES 

y   guardó;    y   dixo  a  su  padre  en  mi  presencia  muchas  maravillas  de 
la  Santa  Madre,  y  él  las  oyó  muy  bien. 

8.  Pues  a  pocos  días  que  tenía  hechas  las  trazas  para  la  caxa 
riquísima  de  bronce  dorado  y  jaspes  finos,  supliqué  al  Rey  que  hicie- 
se aquel  servicio  de  aquella  caxa  a  la  Madre  Teresa  de  Jesús.  Eran 
las  caxas  de  tres  diferiencias,  unas  más  costosas  que  otras.  Y  mostréle 
la  traza  de  la  iglesia  tan  pobre,  por  ver  si  se  aficiona  a  hacer  la 
caxa,  o  labrar  algo  de  la  iglesia.  Después  de  vistas  y  miradas,  no 
me  respondió  mas  de  «guardadlas  estas  trazas».  Y  ansí  lo  hice,  ven- 
tidos  años,  como  abaxo  se  verá,  número  23. 

9.  Yo  escribí  a  la  Priora  de  ñvila  una  carta,  diciendo  lo  que 
había  pasado.  No  tuve  respuesta;  y  después  escribí  otra,  y  tampoco 
la  tuve,  o  porque  no  recibieron  las  mías,  o  no  sé  por  qué;  que  yo 
quedé  algo  triste,  porque  deseaba  tener  amistad  con  tan  santas  mon- 
jas, y  veía  que  por  mis  pecados  no  lo  merecía,  y  así  las  olvidé  por 
entonces. 

10.  Pues  como  tenía  el  amigo  Julio  de  Junta,  que  tenía  la  Em- 
prenta Real,  que  al  presente  está  en  Florencia,  sucedió  imprimir  las 
obras  de  la  Madre  Teresa,  en  Salamanca,  que  tenía  allí  un  agente  suyo, 
y  se  imprimieron  el  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  ocho  (1).  De  los 
primeros  libros,  me  dio  uno,  y  fui  comenzando  a  leer;  y  de  las  más 
impresiones  que  hacía  de  otros  libros  me  daba  uno.  Hizo  segunda  im- 
presión el  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  nueve  de  el  dicho  Libro,  y 
dióme  otro.  Por  manera  que  por  libro  no  me  quedara  de  aprovechar, 
si  por  mi  maldad  y  descuido  no  quedara. 

Todo  el  tiempo  que  los  acostumbré  a  leer,  fué  el  Señor  servido 
fuese  concertando  un  poco  mi  descorcertada  vida;  y  sentía  me  hacía 
provecho  el  leer  en  ellos;  y  hícelo  pocos  años,  que  mi  mal  natural  y 
ruines  costumbres  me  hicieron  olvidar  de  tomallos  en  las  manos,  cuanto 
más  leerlos;  y  torné  a  ofender  más  y  más  al  Señor,  tanto  que  no 
sé  yo  en  el  mundo  pecador  mayor  que  yo.  Y  fué  de  manera  el  olvidar 
tanto  esta  Santa  y  sus  libros,  que  fui  a  ñvila  a  aposentar  al  Rey  Don 
Felipe  III,  el  año  de  mil  y  seiscientos,  y  no  me  acordé,  con  estar  allí 
ocho  días  más,  si  había  monjas  Carmelitas,  ni  tal  Madre  Teresa  hu- 
biese habido.  Y  así,  como  he  dicho,  siempre  en  mi  vida  y  costumbres, 
cada  día  iba  peor,  y  más  olvidado  de  ellas. 

11.  Pues  andando  con  este  discurso  de  tiempo,  el  año  pasado  de 
mil  seiscientos  y  siete,  estando  Su  Majestad  del  rey  Don  Felipe  III 
y  la  reina  Doña  Margarita,  su  mujer,  el  verano  en  San  Lorenzo  el  Real, 
fueron  a  los  primeros  de  Agosto  a  la  librería,  y  entre  los  de  la 
librería  que  hay  de  mano  escrita,  estaban  en  un  caxón  guardados  con 
un  libro,  de  mano  propia  de  San  Agustín,  todas  las  obras  que  escribió 
de  su  mano  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  el  rey  Don  Felipe  II  había 
mandado  recoger  por  la  estimación  que  de  ellos  tenía.  Y  habiéndolos 
visto,  mandó  al  bibliotecario  que  dejase  fuera  del  caxón  aquellos  li- 
bros de  la  Madre  Teresa.  Y  vueltos  Sus  Majestades  a  sus  aposentos, 
me  mandó  el  Rey  a  mí  ir  de  su  parte  a  decir  al  Padre  Prior, 
que  aquellos  libros  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  se  los  enviase 

1      Cfr.  Obras  de  Sta.  Teresa,  t.  I,  p.  LXXXV. 


APÉNDICES  575 

conmigo.  Fui  mandándomelos  dar,  y  tráxelos  yo  por  ral  mano.  Son 
cuatro  los  libros:  uno  de  su  Vida\  otro  también  grande,  y  no  de  tanto 
volumen,  de  las  Fundaciones;  otro  del  Camino  de  Perfección,  de  el 
cuarto  de  pliego;  otro,  también  en  cuarto  de  pliego  y  menor  volumen, 
de  las  Reglas  y  Avisos  que  da  a  sus  monjas;  todo  de  su  propia  mano, 
que  por  conocer  su  letra  y  haber  visto  muchas  cartas  y  papeles  suyos, 
lo  certifico. 

12.  Su  Majestad  iba  leyendo  d  de  la  Vida,  y  como  estaban  en 
su  aposento,  cuando  no  estaba  allí,  o  era  ido  fuera,  yo  leía  en  ellos, 
que  era  para  mí  de  grandísimo  consuelo.  Y  porque  todos  los  tenía  yo 
impresos,  si  no  es  el  de  las  Fundaciones,  que  no  lo  anda,  supliqué  al 
Rey  me  hiciese  merced  de  prestar  aquel  libro;  hízolo;  llévele  a  mi 
aposento;  y  encerrado  en  él,  lo  hice  trasladar  a  dos  mancebos;  uno 
leía,  y  otro  trasladaba.  Cuando  iba  al  cabo  la  traslación  de  61,  sucedió 
que  un  criado  mío,  vizcaíno,  llamado  Domingo  de  Tal,  tuvo  un  gran 
corrimiento  a  las  muelas,  y  un  barbero  ignorante,  teniéndolas  buenas 
y  sanas,  le  sacó  una;  y  por  estar  muy  fuerte,  le  arrancó  un  poco  del 
encaje  de  la  muela  en  la  quixada.  Estaba  el  pobre  mozo  con  grandes 
dolores  del  mal  suceso.  Yo  le  tuve  lástima,  y  le  hice  entrar  en  mi  apo- 
sento a  solas,  y  le  hice  hincar  de  rodillas  y  dixe,  abierto  el  libro,  que 
aquel  libro  era  escrito  por  una  Santa,  que  se  encomendase  a  ella;  y 
así  abierto,  se  le  puse  en  la  quixada.  ¡Oh  bondad  y  misericordia  de 
Dios!  que  luego,  inmediatamente,  este  mozo  estuvo  bueno  y  sano  y  sin 
dolor.  Yo  le  dixe  lo  callase  y  no  dixese  nada;  y  así  lo  hizo,  dando 
gracias  a  Dios,,  y  a  esta  Santa.  Yo  tuve  el  libro  como  veinte  días,  y 
trasladado,  le  volví  al  Rey;  y  como  le  había  leído,  continué  en  leer 
el  de  la  Vida,  que  he  dicho  leía  el  Rey  y  señalaba  con  un  papel 
dónde  iba. 

13.  En  este  de  su  Vida  había  una  hoja,  que  cuando  la  Santa  lo 
escribió  la  dejó  en  blanco,  porque  se  debió  de  pegar  una  hoja  con 
otra,  y  quedaron  en  blanco  dos  planas,  que  se  miran  la  una  a  la  otra; 
y  como  la  Santa  lo  vio  despuás,  escribió  a  la  esquina  de  abajo,  de  el 
tamaño  que  abajo  está:  Esta  hoja  quedó  en  blanco,  pase  adelante.  Yo 
tenía  grande  ansia  de  tener  siquiera  dos  letras  de  mano  de  esta  San- 
ta, y  así  me  atreví  de  cortar  esto  poquito  que  no  hacía  falta  al  libro, 
como  lo  hice,  y  pegué  por  el  canto  una  hoja  con  otra,  y  ansí  no  era 
menester  el  letrero  (1).  Guardé,  y  tengo  muy  guardado  el  papel,  y  vine 
con  él  a  Madrid,  por  venirse  de  allí  los  Reyes;  aunque  por  haber  des- 
comunión para  los  que  tomaren  libros,  o  otras  cosas  de  la  librería, 
yo  quedé  con  algún  escrúpulo,  pero  cada  día  con  más  y  más  afición  de 
esta  Santa. 

14.  Pues  llegados  a  ^adrid,  procuré  luego  buscar  confesor  muy 
teólogo  y  santo,  y  traté  con  él  mi  escrúpulo,  diciéndole  lo  que  era, 
paseándonos,  y  que  me  quería  confesar  con  él.  Díxome  que  él  no 
podía,  pero  que  me  daría  un  confesor  que  me  acordaría  de  él  y  le 
agradecería  el  habérmelo  encaminado.  Este  Padre  (2)   a  quien  fui,  era 


1  Así  se  halla,  efectivamente. 

2  Llamábase  este  ejemplar  religioso  Fr.  Domingo  de  Sta.  María,  de  la  Orden  de  Menores, 
que  murió  en  Toledo  en  olor  de  santidad. 


576  '  APÉNDICES 

mi  conocido,  y  díxome:  «Muclio  me  iiuelgo  de  que  traigáis  tan  buen 
escrúpulo».  Tomó  el  papelillo,  y  holgó  mucho  con  él;  y  díxome  mil 
cosas  que  sabía  de  esta  Santa,  y  mandóme  esperar,  y  íráxome  el  con- 
fesor que  me  prometió,  muy  santo  varón  y  muy  teólogo.  Plíseme  a 
confesar  muy  despacio,  y  muy  de  atrás.  Díxele  cómo  iba  mi  vida  per- 
dida, y  por  la  voluntad  del  Señor  iba  un  poco  mejorando  mientras  leía 
los  libros  de  esta  Santa.  Mostréle  el  papelico;  estimólo,  y  dixo  que  le 
tuviese,  que  no  había  de  tener  escrúpulo,  que  no  hacía  falta  al  libro, 
que  la  descomunión  no  era  para  esto.  Oída  mi  confesión,  que  como 
Üigo  fué  bien  larga,  me  mandó  que  en  todo  caso  continuase  a  leer  los 
libros  impresos  de  la  Madre  Teresa.  Yo  le  pregunté,  si  los  había  él 
leído,  o  visto,  o  tenido  más  noticia  de  esta  Santa.  Díxome  que  no 
los  había  visto  ni  leído,  porque  no  es  hombre  que  sale  de  una  celda, 
ni  de  su  casa;  mas  que  para  él  no  era  menester  saber  más  de  que 
era  fundadora  de  una  Religión,  para  entender  lo  que  era.  Yo  le  dixe  le 
llevaría  un  libro  de  dos  que  tenía,  y  asi  otro  día  le  llevé  el  de 
la  segunda  impresión  que  me  dio  Julio  de  Junta.  Quedé  muy  aficionado  a 
este  Padre,  y  supe  y  me  informé  de  algunos  frailes  de  su  casa  de 
su  vida  y  modo  de  vivir. 

15.  Otro  día,  digo  dos  días  después  de  dado  el  libro,  volví  a 
visitar  al  Padre  y  hállele  sentado  en  una  tabla  que  tiene  por  cama, 
y  en  su  Orden  la  tienen  todos,  y  una  manta,  y  a  veces  un  pellejo 
sobre  la  tabla.  Estaba  muy  embebido  leyendo  su  libro.  Empezóme  a 
decir  mil  bienes  de  él.  Yo  no  le  quise  ocupar,  y  fuíme  presto.  Y 
volví  de  allí  a  otros  dos  días  a  verle,  y  hállele  de  la  misma  manera. 
Díxome:  «¡Oh,  Fulano!  ¡y  qué  libro  este!  De  todos  cuantos  libros 
he  leído  en  mi  vida,  que  ha  sido  toda  la  Sagrada  Escriptura,  Santo 
Tomás,  y  otros  libros,  que  me  nombró  de  Santos,  todos  ellos,  dice, 
no  me  han  movido  tanto  como  este  libro;  y  tanto,  que  si  hoy  no 
fuera  religioso,  sólo  por  lo  que  he  leído  de  él  me  metiera  luego  en 
religión».  Ibase  tanto  este  Padre  encendiendo  en  amor,  cuando  me 
trataba  de  esta  Santa,  que  era  para  alabar  al  Señor.  Pocos  días  des- 
pués se  le  hurtaron  el  libro  de  la  celda,  como  no  acostumbran  llaves 
en  la  su  Orden.  Y  adviértase  que  esta  Orden  no  es  de  Carmelitas 
Descalzos  ni  Calzados,  sino  de  las  otras  Ordenes  de  las  más  estre- 
chas. Yo  le  dixe  que  no  tuviese  pena  de  el  libro,  que  rogase  a  Dios 
aprovechase  al  que  lo  llevó,  que  yo  le  daría  otro.  Y  así  lo  hice,  que 
le  compré  dos:  uno  todas  las  obras  impresas  de  la  Madre  Teresa,  de 
la  quinta  impresión;  y  otro  el  que  hizo  imprimir,  y  compuso  el 
obispo  de  Tarazona.  El  dixo  no  los  podía  recibir  si  no  decía  en  ellos 
los  entregaba  y  daba  de  limosna  a  la  casa.  Y  así  lo  hice,  y  él 
quedó  por  entonces  con  ellos. 

16.  Sucedió,  pues,  que  en  el  mes  de  Diciembre,  del  principio  de 
él,  de  este  mismo  año  de  mil  seiscientos  y  siete,  un  criado  del  Rey, 
ayuda  de  cámara,  me  dixo  estas  palabras:  «El  maestro  de  la  cá- 
mara de  el  Rey,  Guillamas,  hace  de  limosna  una  capilla  en  San 
Joseph  de  ñvila;  dadnos  limosna  para  ella».  Yo  me  acordé  que  la 
otra  vez,  ventidos  años  había,  no  había  podido  trabar  amistad  con  es- 
tas monjas,  y  que  aquella  ocasión  de  darles  limosna  para  esta  obra, 
era  buena  coyuntura.  Y  asi  le  dixe:  «Yo  tengo  una  libranza  en  el  maes- 


APÉNDICES  377 

tro  de  la  Cámara  de  seiscientos  reales;  déme  los  trescientos,  ij  los 
otros  trescientos  yo  los  enviaré  a  las  monjas,  que  no  quiero  darla  a 
él,  sino  a  €llas».  Díxome,  que  estaba  bien;  que  él  se  lo  diría.  Y  así 
lo  hizo,  g  la  aceptó,  y  no  lo  dio  por  entonces.  Yo  también  se  lo 
dixe  un  día  al  mismo  maestro.  Este  ayuda  de  Cámara  que  he  dicho, 
que  se  llama  el  capitán  Triviño,  me  mostró  un  día  una  carta  de 
mano  propia  de  la  Santa,  escrita  a  las  Indias  a  un  hermano  suyo, 
que  estaba  allá;  tiene  seis  planas  escritas.  Yo  le  rogué  que  me  la 
diese  para  trasladarla;  hízolo;  y  a  la  postrera  letra  que  escribí,  me 
dio  un  gran  frío,  y  tras  él  calentura  muy  recia.  Con  el  frío  me  puse 
la  carta  dicha  sobre  la  cabeza,  y  me  hizo  luego  hacer  un  gran  vó- 
mito de  cólera.  Guardé  la  carta  conmigo,  y  el  mal  fué  derechaméníe 
cuartana.  Visitáronme  los  médicos,  y  por  ser  en  Diciembre,  me  decían 
tenía  buena  ropa  para  el  invierno.  Yo,  confiado  en  Dios  y  esta  San- 
ta, pasaba  mi  mal.  Los  días  de  cuartana  poníame  el  papelico,  que 
corté  de  el  libro  de  su  Vida,  a  raíz  de  las  carnes,  al  lado  izquierdo, 
sobre  el  brazo.  Sentía  con  éste  y  la  carta  grande  alivio.  Fué  el  Señor 
servido  que,  a  cinco  cuartanas,  me  faltó. 

17.  Yo  fui  a  dos  días  a  ver  mi  confesor,  que,  como  he  dicho, 
no  sale  de  su  casa,  ni  me  fué  a  ver.  Díxelo  el  caso,  y  cómo 
había  tenido  el  papelico  puesto.  Y  entonces  le  llevé  a  mostrar  el  pe- 
dacico  de  la  carne  que  quité  del  brazo.  Díxome  que  tomase  aquella 
poquita  de  carne;  y  cuando  hubiese  de  beber,  en  el  agua  hiciese  con 
ella  la  señal  de  la  cruz,  metiéndola  en  ella,  y  que  confiase  en  Dios 
y  en  esta  Santa,  que  no  me  volvería  más  cuartana.  Así  lo  hice,  y 
sucedió;  sea  Dios  alabado  por  ello.  Yo  me  confesé  cuando  digo  le 
fui  a  ver,  y  le  dixe,  que  en  gracias  de  esta  merced,  que  el  Señor 
me  había  hecho  por  intercesión  de  esta  Santa,  quería  inviar  a  las 
monjas  de  Alba,  donde  estaba  su  cuerpo,  un  poco  de  dinero  para 
ayuda  a  su  canonización.  Díxome  le  parecía  bien;  que  lo  hiciese. 
Era  mi  intento,  que  aunque  era  poca,  en  el  mismo  lugar  se  echase 
en  renta  hasta  el  tiempo  de  la  canonización,  y  los  réditos  fuesen  en 
el  ínterin  para  las  monjas.  Parecióle  bien,  y  así,  otro  día,  le  escribí 
a  Inés  de  Jesús  (a  quien  dixe  era  Priora  cuando  me  mostraron  el  bra- 
zo), diciéndole  no  otra  cosa,  que  quería  hacer  a  la  Santa  aquella  li- 
mosna en  aquella  forma. 

18.  Mientras  fué  la  carta,  antes  de  volver  respuesta,  me  fui  a 
confesar,  y  después  de  la  confesión  me  dixo  el  dicho  mi  confesor,  sin 
yo  acordarle  nada  de  esto:  «Aquella  limosna,  que  había  de  hacer  para 
la  canonización  de  la  Santa  Madre  Teresa,  envíesela  a  las  monjas,  que 
están  con  grande  necesidad;  y  no  con  obligación  de  que  se  eche  en 
renta,  ni  sea  para  canonización».  Y  con  grande  alegría  me  dixo:  «Ella 
se  está  harto  canonizada.  Haga  lo  que  le  digo».  Yo  fui  a  la  posada, 
y  escribí  a  Inés  de  Jesús,  que  mi  confesor,  que  era  un  fraile  de  tal 
Orden,  me  había  mandado  les  enviase  el  dinero,  y  no  que  fuese  para 
la  canonización,  sino  para  el  convento,  que  tenía  necesidad,  que  con 
el  arriero  de  Alba  se  lo  inviaría  el  primer  camino,  como  lo  hice.  Y 
a  esto  me  respondió  las  palabras  siguientes:  «Que  el  religioso  con- 
fesor, que  le  había  dicho  los  inviase  al  convento,  que  no  creyese  que  era 
sino   algún   ángel   que  le  había   alumbrado;    porque  jamás   la   casa   se 


378  APÉNDICES 

había  hallado  cn  tanta  necesidad  como  al  presente,  cuando  llegó  la  li- 
mosna. Estas  santas  monjas  son  muy  agradecidas,  y  tienen  mucho  cui- 
dado de  encomendarme  a  Dios,  y  me  enviaron  algunos  días  adelante 
una  carta  de  la  Santa  Madre,  que  no  la  estimé  en  poco. 

19.  Pasóse  algún  tiempo,  y  yo  siempre  acudía  a  mi  Padre  espi- 
ritual y  confesor,  amándole,  como  le  amo,  extremadamente  en  el  Se- 
ñor. La  Cuaresma  siguiente,  que  fué  el  año  de  mil  seiscientos  y  ocho, 
guíseme  ir  a  confesar  el  Miércoles  de  Ceniza,  y  por  ocupaciones  no 
pude,  y  diferílo  para  el  primer  Domingo  de  Cuaresma,  que  fué  a 
veinticuatro  de  Febrero;  y  acabando  de  confesar,  a  las  ocho  y  media 
de  la  mañana,  me  dixo,  como  al  descuido,  las  palabras  siguientes: 
«En  San  Joseph  de  ñvila  hay  dos  almas  a  quien  el  Señor  ama  mucho 
en  grande  manera.  La  una  se  llama  Fulana,  y  otra  compañera  suya  (1). 
Sepa  de  un  criado  de  el  Rey,  que  de  limosna  hace  labrar  la  Igle- 
sia de  S.  Joseph».  Por  lo  que  había  sabido  de  el  capitán  ayuda  de 
Cámara,  le  dixe;  «¿Quién  es?»— «¿Llámase  Guillamas?»  «Ese,  dice,  es, 
y  la  obra  que  van  haciendo,  no  va  buena;,  y  no  le  contenta  al  Señor, 
que  iglesia  donde  Su  Majestad  ha  de  obrar  tan  grandes  maravillas, 
vaya  como  va;  ni  la  cubierta  sea  de  madera,  sino  que  en  todo  caso 
sea  de  bóveda,  y  que  vaya  muy  bien  hecha.  Es  menester  que  hable  como 
de  suyo  a  Guillamas,  y  en  presencia  de  su  mujer,  buscando  buena  oca- 
sión, les  diga,  que  adviertan  que  la  Santa  no  dice  en  sus  libros  que 
las  iglesias  sean  hechas  de  maderas,  y  toscas,  sino  las  casas  de  la 
habitación,  porque  sean  éstas  humildes,  que  no  hagan  ruido  al  caer 
el  día  del  Juicio;  y  que  la  iglesia  en  todas  maneras  la  hagan  de  bó- 
veda; y  hecho  esto,  es  menester  que  se  llegue  a  Avila,  y  dé  traza 
como  la  iglesia  se  haga  bien;  y  en  todo  caso  sea  de  bóveda».  Yo  le 
dixe,  que  ahora  era  Cuaresma,  y  yo  acostumbraba  a  oír  todos  los  días 
sermón  en  la  capilla  de  palacio,  donde  hay  los  mejores  predicado- 
res. R  esto  me  respondió  o  replicó:  «Buen  sermón  se  oye  haciendo 
lo  que  Dios  manda.  No  pide  la  obra  dilación,  que  van  con  ella  muy 
adelante,   y   no   va  bien.   Procure  hacer  lo  que  he  dicho  y   ir  luego». 

20.  Yo,  como  vi  lo  que  he  dicho  me  dixo,  me  hallé  indigno,  como 
miserable  pecadorcillo,  a  servir  en  esto.  Obedecí,  y  díxele  que  por 
hacer  mal  tiempo  y  haber  de  pasar  a  Avila  los  puertos  por  la  nieve, 
si  sería  bien  ir  por  el  camino  breve  de  las  Navas,  que  es  mal  puerto 
de  invierno,  o  por  Guadarrama  y  el  Espinar,  que  se  arrodean  tres 
leguas.  A  esto  me  replicó:  «Vaya  por  do  quisiere:  vaya  por  cerros, 
vaya  por  valles,  que  el  Señor  irá  con  él.  No  tema  de  el  camino».  Y 
esto  replicó  otra  vez.-  Y  poniéndome  dos  dedos  de  la  mano  derecha 
en  el  pecho,  me  dixo:  «Vaya,  que  Dios  le  hablará  en  el  camino  y  le 
dirá   lo   que   ha   de   hacer;    y    téngase   por   muy   dichoso   en   que   Dios 


1  Diversas  veces  habla  con  cierto  misterio  de  estas  religiosas,  sin  nombrarlas.  Creemos 
que  se  trata  de  la  sobrina  de  la  Santa,  H.a  Teresa  de  Jesús,  que  a  la  sazón  era  clavaria  de  la 
Comunidad.  Como  hemos  visto  en  la  Declaración  segunda,  psfa  religiosa  coincide  en  todo  con 
lo  que  Mora  dice  del  Padre  Domingo  de  Santa  María,  añadiendo  que  lo  sabía  por  el  mismo 
Mora,  «debajo  de  grandísimo  secreto».  La  otra,  según  tradición  de  la  Comunidad  de  San  Jo."^é, 
que  tenemos  por  muy  fundada,  es  la  hermana  lega,  Catalina  de  Cristo,  muy  apreciada  de  la  so- 
brina de  la  Santa.  Profesó  en  esta  casa  el  20  de  Abril  de  1593,  y  murió,  llena  de  virtudes,  el  19 
de  Diciembre  de  1627. 


APÉNDICES  S79 

le  haya  escogido  entre  millares  para  esta  obra  suya;  y  tiene  librada 
su  salvación  en  este  servicio  que  le  ha  de  hacer.  Mire  no  lo  pierda 
por  su  culpa».  Yo  me  aparté  de  él,  con  harta  confusión  mía,  viendo  mi 
pequenez  y  baxeza,  y  que  jamás  he  entendido  sino  en  ofender  a  este 
gran  Señor,  que  por  todo  sea  bendito  y  alabado.  Fuíle  a  recibir  con 
buen  agradecimiento!  a  tan  alta  merced,  y  d«  a  oir  sermón  a  la  capilla 
de  palacio. 

21.  Olvidábaseme  de  decir,  que  me  dixo  que  aquel  hombre  había 
perdido  mucho  en  creer  a  su  mujer;  porque  él  tenía  buena  intención 
de  hacer  bien  la  iglesia,  y  ella  le  había  vuelto  a  que  no;  y  así 
a  ella  echaba  la  culpa.  Y  me  dixo:  «Cuando  Dios  llama  por  una  parte 
y  no  le  responden,  busca  por  otra».  Esto  tornándome!  a  poner  los  de- 
dos en  el  pecho,  y  tornando  a  decir  que  fuese  confiado.  Y  debió  de 
parecerle  yo  lo  tomaba  con  tibieza,  y  me  dixo:  «Vaya,  que  habrá 
memoria  de  él  en  aquella  casa  para  siempre».  Y  me  replicó:  «No  digo 
solamente  en  aquella  casa,  mas  en  toda  la  Orden».  Y  entendí  lo  decía 
por  ponerme  más  codicia  a  ir;  y  así  dixe  lo  haría.  Aunque  sabe  Dios 
lo  poco  que  se  me  da  de  que  haya  memoria  de  mí;  porque  ¿qué 
va  que  haya  memoria,  que  no  la  haya  de  un  poco  de  estiércol? 

Pues  vuelto  de  misa  y  sermón,  yendo  a  comer  a  mi  casa,  a  el  en- 
trar en  ella  (¡oh,  lo  qua  el  Señor  quiere,  cómo  allana  los  montes  y 
encumbra  los  valles!),  yo  a  entrar,  y  un  criado  de  Guillamas  atrave- 
sar por  delante  de  la  puerta,  llamado  este  mancebo  Francisco  de  la 
Parra.  El  me  dixo:  •'¡Ah,  Señor!  ¿cuándo  nos  quiere  dar  aquellos 
trescientos  reales  de  la  limosna?»  Paréceme,  que  con  ser  yo  muy 
conocido  de  este  mancebo  en  la  corte,  ninguna  vez  le  había  topado, 
ni  visto  en  calle  ninguna,  sino  en  casa  de  su  amo,  sino  sola  esta. 
Yo  le  dixe  bien  disimuladamente:  «Venga  acá,  hermano,  ¿para  qué 
es  esta  limosna?,  haciéndome  muy  de  nuevas».  El  me  dixo:  «Para  la 
iglesia  de  San  Joseph  de  ñvila  de  Carmelitas  descalzas».  Yo  le  dixe: 
«¿Qué  oficial  la  hace?»  Díxome:  «Los  de  allá.  Y  agora  quiere  mi 
Señor  enviar  allá  a  Juan  de  Herrera»;  este  oficial  es  de  carpinte- 
ría. Yo  le  dixe:  «¿H  obra  de  piedra  quiere  enviar  carpintero?»  Dixo: 
«Fáltale  poco»,  ñ.  esto  le  dixe:  «Decidle  a  vuestro  amo,  que  por  ser 
de  la  Madre  Teresa  quiero  yo  ir  allá  a  verla  y  trazarla,  y  el  camino 
hacerlo  a  mi  costa,  y  más  dar  para  esta  obra  todos  los  seiscientos 
reales  de  la  libranza».  El  mozo  no  fué  perezoso,  que  presto  fué  a  su 
amo  a  decírselo.  El  cual,  por  estar  en  la  cama  malo,  en  una  hora 
me  envió  tres  o  cuatro  veces  con  mucha  priesa,  rogándome,  que,  pues 
quería  hacer  aquella  buena  obra,  que  me  suplicaba  le  viese,  y  vería 
unas  trazas  y  condiciones  que  le  habían  inviado  para  cubrir  la  iglesia, 
que  él  no  me  venía  a'  ver  por  estar  malo  en  la  cama.  Yo  respondí 
que  iría. 

23.  Y  ese  propio  día  que  me  lo  mandó  el  Padre,  a  las  cuatro  ho- 
ras de  la  tarde,  tomé  mis  trazas  que  había  hecho  en  la  iglesia  vieja, 
veinte  y  tantos  años  había,  y  el  Rey  me  había  mandado  guardar,  y 
fui  a  verme  con  Guillamas,  que  estaba  en  la  cama,  y  hallé  a  un  lado 
de  ella  a  su  mujer  con  el  libro  impreso  de  las  obras  de  la  Madre 
Teresa,  que  ella  y  él  son  bien  de  devotos  suyos.  Tratamos  de  la  obra 
y    lo    que    ellos    pretendían    hacer.    Pareciéronme    muy    mal.    Mostréles 


.W)  APÉNDICES 

la  traza  mía  antigua,  y  dixe  que  bien  sabía  cómo  era  lo  viejo,  y  sobre 
ello  había  cargado  lo  nuevo;  que  no  valdría  nada.  Híceles  mi  parla- 
mento, que  me  había  mandado  mi  confesor,  lo  más  disimuladamente 
que  pude.  Oyéronme  con  grande  atención,  y  mirábanse  el  uno  ni  otro, 
y  dixo  la  muxer  a  su  marido:  «¿Qué  le  parece?»  El  respondió:  «Ya 
lo  veis».  Y  ella  volvióse  a  mí:  «ñ  fe,  señor,  que  eso  que  no  lo  dice 
V.  m.».  Yo  le  dixe:  «¿cómo  no?  ¿no  ve  que  lo  digo  yo?»  Dixo:  «No, 
señor».  Concertóse  que  fuese  la  ida  lo  más  presto  que  ser  pudiese. 
Y  él  escribió  a  las  monjas,  que  habiendo  yo  sabido  de  esta  obra,  por 
ser  devoto  de  la  Santa  ^adre,  queríaf  ir  a  vella.  Y  él  se  holgó  mucho, 
y  ellas  allá  también;  aunque  ya  aquella  Priora  que  me  habló  tantos 
años  había,  cuando  hice  la  traza,  era  muerta,  y  ninguna  de  el  convento 
me  conocía,  ni  nadie  allí  tenía  memoria  de  mí. 

24.  Despedíme  de  él,  y  por  ser  al  anochecer,  no  fui  a  decir  al 
confesor  lo  que  me  había  sucedido.  Hícelo  otro  día,  y  me  encargó  la 
brevedad  de  la  partida,  diciéndome  muchas  cosas.  Detúveme  toda  aque- 
lla semana;  y  sábado,  a  primero  de  Marzo,  día  del  Ángel  de  la 
Guarda  (hoy  día  que  esto  escribo,  que  es  el  mismo  día,  hace  dos  años), 
pedí  licencia  al  Rey  para  llegar  a  ñvila  a  ver  una  iglesia,  que  llevaban 
mal  fundada  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  San  Joseph,  que  iría 
de  allí  a  dos  o  tres  días.  Diómelaj  y  fui  luego  a  hablar  al  Duque  de 
Lerma,  y  decirle  lo  mismo.  Tomólo  mal,  y  dixo:  «¿ñgora  quiere  ir  a 
Avila?  Aguárdeme  unos  pocos  de  días,  que  hemos  de  ir  a  Lerma  juntos; 
y  entonces  irá  por  Avila  y  alcanzaráme  en  Lerma.  ¿Para  qué  quiere  pa- 
sar tantas  veces  los  puertos?»  Yo  ie  dixe  que  no  le  penase  eso;  que  yo 
era  el  que  lo  había  de  pasar;  que  la  obra  iba  errada,  y  no  permitía 
dilación;  que  qué  se  le  daba  que  después  de  vuelto  pase  otra  vez  los 
puertos  con  él;  y  más  que  el  camino  para  Avila  era  muy  diferente 
que  para  Lerma.  Respondióme  con  un  poco  de  enojo  y  cólera:  «Pues 
si  ha  de  ir,  vaya  luego  mañana,  para  que  vuelva  a  tiempo,  que  varaos 
a  Lerma  juntos».  Vi  los  cielos  abiertos,  a  manera  de  decir;  recebí  con- 
tento grande,  y  dixe  que  sí.  Despedíme  de  él  y  de  el  Rey,  que  era 
un  poco  antes  de  anochecer,  y  fui  luego  a  mí  confesor.  Díxele  el  caso, 
y  mi  partida;  dióme  su  bendición.  Tornóme  a  decir:  «Vaya  en  hora 
buena,  que  Dios  irá  con  él».  Escribí  un  papel  a  Guillamas,  que  es- 
cribiese a  las  monjas  que  me  iba  otro  día;  que  muy  de  mañana  de 
paso  tomaría  las  cartas,  y  trazas  y  condiciones  que  le  habían  traído. 
Hízose    así,    y 

25.  Domingo,  dos  de  Marzo,  de  mañana,  tomé  el  camino;  y  lu- 
nes, a  tres,  a  las  cuatro  y  media  de  la  tarde,  llegué  a  Avila; 
y  sin  apearme  fui  derecho  a  la  iglesia  y  vi  que  sobre  lo  viejo  de 
la  iglesia  vieja  habían  levantado  paredes  de  piedra  seca  y  barro, 
y  llegaban  ya  con  la  obra  cerca  de  la  altura  de  poner  las  maderas 
de  el  techo.  Sabe  el  Señor  si  me  estrechó  el  corazón  en  /er  que  la 
capacidad  de  la  iglesia  era  pequeña,  y  en  ninguna  manera  podía 
ser  grande,  respecto  del  sitio;  porque  ya  por  el  camino  traía  imaginado, 
y  me  había  puesto  el  Señor  en  el  corazón  de  derribar  toda  la  Igle- 
sia hasta  echarle  fuera  los  cimientos;  mas  mi  ánimo  era  de  hacer 
se  hiciese  una  grande  iglesia.  Mas  visto  el  estrecho  sitio,  que  no  podía 
ser  tan  grande  como  mi  ánimo,  quedé  así.  Salí  de  la  iglesia,  y  hablé 


APÉNDICES  ^^1 

primero  en  ella  a  los  oficiales  que  la  labraban,  y  dixe  que  no  se  can- 
sasen más  de  trabajar,  hasta  que  resolviésamos  lo  que  se  hubiese  de 
hacer.  Fui  a  hablar  a  las  monjas  a  la  portería,  que  ya  me  estaban 
esperando,  que  les  hablan  dicho  habla  llegado,  como  antes  había  es- 
crito Guillamas  a  ellas  y  al  licenciado  Francisco  de  Mena,  su  con- 
fesor. Fué  tanto  el  contento  que  recibieron  conmigo,  que  no  se  puede 
imaginar.  Estuve  con  la  Priora,  que  se  llama  Isabel  de  Santo  Domin- 
go, y  con  la  Supriora  (1).  Contáronme  la  diferencia  que  había,  en 
que  les  parecía  a  unas  fuese  de  bóveda»  y  bien  hecha;  y  a  otras,  que 
por  su  pobreza  y  ser  de  limosna  y  ellas  no  tener  nada,  les  parecía 
fuese  de  madera;  y  ansí  tenían  determinado  que  sobre  las  paredes  que 
habían  levantado  de  piedra  y  barro,  se  pusiese  la  misma  armadura  vieja 
de  madera,  que  todavía  se  estaban  buenas  las  maderas.  Yo  les  dixe 
que  lo  encomendasen  a  Dios,  que  todo  se  haría  bien;  y  por  ser  tarde, 
me  despedí  y  fuíme  a  posar  con  el  dicho  Francisco  de  Mena. 

26.  Otro  día,  martes  por  la  mañana,  a  cuatro,  la  primera  cosa 
que  se  hizo  fué  decir  Mena  en  el  altar  mayor  una  misa  del  Kspíritu 
Santo,  cantada.  Oficiáronla  las  monjas;  y  acabada  se  comenzaron  a 
hacer  las  nuevas  trazas;  y  para  algunas  medidas  del  sitio  y  ver  la 
correspondencia  de  adentro,  fué  forzoso  entrar  dentro  del  convento. 
Cuando  me  despedí  de  mi  confesor  en  Madrid  para  venir,  me  dixo, 
que  a  la  monja  Fulana  le  dixese  de  su  parte,  le  pidiese,  por  las  lla- 
gas de  el  Señor,  que  ella  y  su  compañera  le  encomendasen  mucho 
a  Dios,  y  le  suplicasen  le  hiciese  buen  fraile,  y  que  él  las  ofrecía 
en  sus  pobres  oraciones,  sacrificios  y  disciplinas,  hacerlo  por  ellas 
mientras  viviese;  y  que  mirasen  fiaba  mucho  de  ellas,  después  de 
Dios,  su  salvación;  y  esto  con  grande  encarecimiento.  Yo  le  dixe: 
«Padre,  ¿quién  es  la  compañera  de  esa  monja?  >>  El  me  dixo:  «Ella 
lo  sabe.  Dígale  esto,  que  ella  lo  entenderá».  Y  no  quiso  decir  en 
ninguna  manera  el  nombre. 

27.  Pues  como  entrásemos  dentro  de  el  convento  el  confesor  y  dos 
oficiales  de  los  que  hacían  la  obra  y  yo,  anduvimos  de  la  casa  lo  que 
era  menester.  Iba  la  Priora,  y  la  Supriora,  y  otra  monja,  que  llaman 
Inés  de  Jesús,  con  nosotros.  Fué  forzoso  ir  a  la  huerta  a  tomar  unas 
medidas;  y  estando  en  ella,  dixe  a  las  tres  monjas:  '^¿No  hay  aquí  una 
monja  que  se  llama  Fulana?»  Dixeron:  «Sí».  Y  la  Priora  dixo:  «Llá- 
menla». Hiciéronlo  así  y  vino.  Yo  la  saludé  sin  decirle  más.  Y  andando 
todos  por  la  huerta,  víla  apartada  un  poquito  de  las  otras,  y  empécela 
a  decir  «Un  Padre,  de  tal  Orden,  me  mandó  que  dixese  a  v.  m.  que 
ella  y  su  compañera»...  (2).  Llegado  aquí,  ella  me  dixo  muy  pasito:  «No 
aquí,  no  aquí».  Hízome  callar,  y  fué  de  manera,  que  esta  vez  que  fui 
a  ñvila  nunca  más  la  pude  hablar,  ni  hubo  medio  ni  licencia  para  a 
solas,  porque  la  había  de  dar  el  General  o  Provincial  y  no  estaba  allí. 
Por  manera  que  el  recado  se  quedó  sin  dar;  aunque  hablarla  en 
compañía  de  las  tres  ya  dichas  monjas,  tres  días  que  allí  estuve, 
siempre   la    hablaba. 


1  Isabel  Bautista. 

2  Véase  la  nota  de  la  pag.   378. 


382  APÉNDICES 

28.  Tomáronse  las  medidas,  y  todo  lo  que  había  que  hacer;  g 
un  poco  antes  de  salir  de  el  convento  llamé  a  parte  de  las  otras  a 
la  Priora,  y  dile  veinte  escudos  en  oro  para  ayuda'  a  la  comida  suya  de 
aquellos  tres  días,  que  yo  allí  había  de  «star,  y  dixe  no  lo  dixese  a 
nadie.  Parece  fué  decirlo  al  pregonero;  porque  al  abrir  la  portera  la 
puerta  de  la  portería,  dixo  recio,  que  lo  oyeron  todas:  «Veislo,  que 
no  sólo  viene  a  hacernos  hacer  la  iglesia,  pero  nos  ha  dado  veinte  es- 
cudos para  que  comamos».  Yo  me  enojé  con  ella,  y  le  dixe:  -i^éPues  esto 
le  encomendé?»  Con  las  medidas  continué  en  hacer  las  trazas,  que  tardé 
tres  días  en  hacer  plantas,  y  perfiles  y  monteas,  con  tres  capillas  más 
que  las  que  iban  hechas;  que  las  dos,  dexó  la  una  hecha  la  Santa 
Madre  Teresa,  y  enterrado  en  ella  su  hermano  (1),  y  otra,  un  clé- 
rigo, llamado  Julián  de  Avila,  su  confesor  y  compañía  en  el  camino 
a  sus  fundaciones  (2).  Estas  dos  quedaron,  y  otra  que  iba  haciendo 
Guillamas  para  sí  (3). 

29.  Pues,  hecha  la  traza,  acrecentáronse  tres  más;  como  y  por 
la  poca  posibilidad  pareció  a  Aleña  que  por  entonces  se  hiciese  sola  la 
iglesia,  y  formadas  las  capillas  sin  hacerse,  concertamos  los  dos  en 
esto.  Y  al  postrero  día  de  los  tres,  jueves,  seis,  a  las  cuatro  de  la 
tarde,  fué  forzoso  tornar  a  entrar  en  el  convento  a  mostrarles  las 
trazas,  y  conferir  lo  que  se  había  de  hacer.  Fuimos  a  la  huerta  con 
ellas,  que  desde  allí  se  veía  la  obra  que  hacían  de  la  iglesia,  y  sen- 
tados junto  a  íma  fuentecilla,  en  un  poyo,  el  confesor  y  yo,  y  la  Prio- 
ra y  Supriora  a  una  parte,  y  Inés  de  Jesús  y  la  monja,  que  me 
había  dicho  mi  confesor,  a  otra,  y  en  medio  una  mesilla  baxa  con  las 
trazas,  yo  les  propuse  que  aquella  iglesia  no  iba  bien,  y  que  convenía 
derribarla  por  el  suelo  toda,  y  ya  que  no  se  podía  ensanchar  por  el 
sitio,  que  convenía  alargarla  un  pedazo,  y  formar  capillas,  ya  que 
por  ahora  no  se  hiciesen  las  que  queda  dicho,  y  hacer  un  pórtico  muy 
hermoso.  Propúseles  tantas  cosas,  como  si  tuviéramos  cincuenta  mil 
ducados  en  una  arca  para  ella,  y  no  había  ni  una  blanca.  Pero  en  mí 
corazón  más  había,  que  era  una  grandísima  confianza,  con  im  grande 


1  Llámase  de  San  Lorenzo,  g  cae  al  lado  de  la  epístola.  R  la  izquierda,  según  se  entra 
en  ella,  y  a  un  metro  de  altura,  poco  más  o  meros,  está  el  sepulcro  de  D.  Lorenzo,  incrustado 
en  la  par^d  y  una  lápida  oue  dice:  «-Falleció  Lorenzo  de  Cepeda  a  26  de  Junio  del  aflo  de 
1580.  Es  fundador  de  esta  Capilla  y  hermano  de  la  Santa  Fundadora  de  esta  casa  y  de  todas 
las  Descalzas  Cnrmelitas». 

2  Julián  de  Avila  yace  en  la  capilla  que  para  enterramiento  propio  fundó  el  canónigo 
Gaspar  Daza,  que  aquí  reposa  con  otros  parientes  suyos.  Esta  canilla,  contigua  a  la  de  San 
Lorenzo,  está  dedicada  a  San  Juan  de  la  Cruz,  desde  mediados  del  siglo  XIX  Antes  lo  estuvo 
a  la  Natividad  de  Nuestra  Señora.  Reza  la  lápida  de  Julián  de  Avila:  Hic  jacet  Julianus  Davi- 
la,  clericus  intimus  magistri  Dnza  amicus.  Obiit  anno  Domini  1605.  D.  O.  M.  etc. 

3  La  capilla  de  Guillamas,  dedicada  actualmente  a  la  Asunción,  está  al  lado  del  Evange- 
lio y  la  más  próxima  al  presbiterio.  Sobre  el  sepulcro  hay  una  estatua  orante,  con  una  inscripción 
que  dice:  Francisco  Guillamas  Velázquez,  Señor  de  las  Villas  de  la  Senw,  Badillo  y  los  Po- 
lios, Regidor  de  esta  Ciudad,  Maestro  de  Cámara  de  los  Señores  Reyes  Felipe  !I,  III  y  IV, 
Tesorero  de  las  Serenísimas  Reinas  Doña  Una,  Doña  Margarita  y  Doña  Isabel,  y  consejero 
de  Hacienda  de  Felipe  IV,  fundó  esta  Capilla.  Murió  de  82  años  en  Madrid,  a  3Í  de  Octubre 
de  1630.  Y  aqui  yace  desde  22  de  Marzo  de  1657.  Enfrente  está  el  sepulcro  de  su  mu)er 
D.a  Catalina  Deroys  Bernaldo  de  Quirós,  muerta  en  Avila  en  1637,  y  la  hija  D.a  María  Guilla- 
mas,  que  murió  en  Madrid  el  24  de  Junio  de  1631.  Al  día  siguiente  de  morir  D.a  Catalina  De- 
roys, fueron  inhumados  los  tres  cuerpos  en  esta  capilla. 


i 


APÉNDICES  38? 

afecto,  que  el  Seflor  por  su  misericordia  fué  servido  ponerme.  Todas 
dixeron  que  aquello  todo  estaba  muy  bien,  que  yo  hiciese  lo  que  qui- 
siese. Sola  la  Priora  reparó,  y  dixo:  «Señor,  ¿de  dónde  se  ha  de  hacer 
esto,  que  no  hay  una  blanca?»  Yo  le  dixe:  «Madre,  Madre,  no  tenga 
cuidado  de  esto,  que  Dios  lo  proveerá».  Y  mirando  a  las  monjas, 
en  risa,  dixe:  «¿Hay  más  que  vender  un  par  de  monjas,  y  se  hará 
la  iglesia?».  Con  todo,  no  quedó  satisfecha,  y  los  demás,  sí,  que 
tenían  la  misma  confianza;  a  lo  menos  con  la  que  yo  me  antendía,  sé 
que  la  tenia,  sin  haberle  más  hablado. 

30.  Una  cosa  hice,  a  mi  parecer,  de  poca  fe,  en  aquel  punto,  de 
lo  que  el  Padre  confesor  me  había  dicho,  que  me  vino  a  la  imaginación 
si  aquel  Padre  sabía  o  entendía  algo  de  las  monjas,  o  le  escribían, 
o  escribir  él.  Y  pregúnteles  allí:  «Señoras,  ¿hales  escrito,  o  han,  a  un 
fraile  de  tal  Orden  sobre  esta  obra?»  Ellas  dixeron  que  no,  ni  sabían 
de  nada,  ni  se  trataban  sino  con  muy  pocos,  y  de  su  Orden.  Yo  quedé 
un  poco  suspenso,  y  queriéndome  despedir,  dixe  con  buena  confianza: 
«no  hay  sino  que  comencemos  luego  a  derribar  esta  iglesia,  que  Dios 
nos  ha  de  ayudar,  y  todos  pediremos  limosna  y  ayudaremos  a  Gui- 
llamas  a  esto». 

31.  Y  con  esto  nos  despedimos  el  confesor  Mena  y  yo.  Y  a  la 
mañana,  viernes,  de  mañana,  torné  a  oir  misa  en  el  monasterio,  y  me 
despedí  de  la  Priora  y  de  las  otras  tres  monjas  por  la  grada,  y 
tomé  el  camino  para  El  Escorial,  que  es  el  derecho  para  Aladrid;  y 
sábado  tuve  una  carta  de  el  Duque,  que  el  embajador  persiano  llegaría 
aquella  noche  a  San  Lorenzo,  que  Su  Maejstad  mandaba  asistiese 
yo  con  él,  y  el  Prior  a  mostrarle  la  casa,  como  se  hizo  el  domingo, 
desde  muy  de  mañana,  hasta  las  dos  después  de  medio  día.  Y  a  esta 
hora  él  se  partió  su  viaje  para  Lisboa,  donde  había  de  embarcar,  y 
yo  para  Madrid,  donde  llegué  al  anochecer.  Resta  decir  que  en  todo 
el  camino,  desde  ñvila  hasta  Madrid,  no  pude  apartar  de  la  imagina- 
ción, y  me  daba  el  espíritu  que  sería  bien  pedir  yo  esta  limosna,  pues 
hacía  derribar  la  iglesia;  y  que  cuando  llegara  la  que  fuera  menester, 
yo,  de  mi  hacienda,  aunque  tengo  bien  poca,  o  aunque  me  vendiese,  la 
hiciese.  Y  así 

32.  ñpcado  en  mi  posada,  inmediatamente  fui  a  hablar  a  mi  con- 
fesor, primero  que  viese  a  nadie,  que  querían  ya  cerrar  la  portería, 
y  llevábale  todas  las  trazas  viejas  y  nuevas.  El  no  me  dixo  otra  cosa 
sino  que  nada  quería  ver  aquella  noche;  sino  que  otro  día  lunes,  de 
mañana,  le  viese  y  llevase  las  trazas.  Parecióme  que  debió  de  tener 
larga  oración  sobre  el  caso,  como  abaxo  diré. 

Fuíme  a  reposar  a  mi  posada  sin  entrar  en  palacio,  ni  ver  a  nadie; 
y  a  la  mañana,  lunes,  a  la  hora  puesta,  fui  y  mostréle  las  trazas,  y 
contéle  todo  cuanto  había  pasado>,  y  cómo  no  pude  hablar  a  la  monja 
que  me  encomendó,  sino  dos  palabras.  Y  por  saber  quién  era  la  com- 
pañera, si  me  lo  decía,  pedí  en  flvila  al  Padre  Mena  los  nombres  y 
oficios  de  todas  las  monjas,  así  seglares  como  del  coro.  Y  pregúntele: 
«Padre,  ¿cómo  se  llama  la  compañera  de  la  monja  que  me  dixo?»  A  esto 
me  respondió:  «Ella  lo  sabe,  sin  querérmelo  decir».  Y  ansí  le  mos- 
tré las  trazas,  y  di  todo  a  entender,  y  cómo  era  fuerza  derribar  toda 
la  Iglesia,  que  iba  de  piedra  seca  g  barro,  y  tornarla  a  sacar  de  sus 


38^4  «PENDICES 

cimientos,  y  hacerla  de  sillería  toda.  Dixo:  «Está  bien  todo  así.  Lo 
que  agora  ha  de  hacer,  es  ir  a  QuillamaSi,  y  en  presencia  de  su  mu- 
jer, decirle  cómo  conviene  esta  iglesia  hacerla  así,  y  que  será  costosa, 
y  hacerles  un  requirimiento,  una  y  dos  veces,  que  si  no  la  quiere  ha- 
cer así,  que  se  la  dexe  toda,  que  el  la  hará,  y  ofrézcales  algo  porque 
se  la  dexen.  a  él  solo;  y  si  se  la  dexan,  bienaventurado  hombre».  Esto 
dixo,  poniéndome  las  manos  en  los  hombros:  «Más  ha  de  hacer,  dice, 
si  no  se  la  dejan;  ha  de  ayudarle  a  pedir  la  limosna.  Y  pídala  al 
Rey  y  a  la  Reina,  y  al  Duque,  y  a  los  Grandes  y  caballeros  de 
la  corte»,  nombrándome  algunos,  «y  al  obispo  de  Avila,  y  al  Marques 
de  Velada;  y  ¡él,  sobre  los  seiscientos  reales  que  ha  ofrecido,  cúmplalos 
a  mil  reales,  y  tome  un  papel,  y  vaya  escribiendo  en  él,  por  la  orden 
que  fueren  dando  las  limosnas,  lo  que  da  cada  uno,  por  su  orden,  como 
lo  fueren  dando;  y  él  escríbase  también,  que  da  mil  reales  para  la 
obra,  sin  lo  dado».  Me  lo  dixo  dos  veces  que  lo  pusiese  así,  y  quC/ 
como  de  mío,  dixese  a  Guillamas  que  él  también  diese  limosna  y  tam- 
bién lo  escribiese;  y  que  al  Rey  no  le  pidiese  hasta  la  postre,  de 
manera  que  con  la  limosna  que  Su  Majestad  diese,  se  echase  la  clave 
a  la  bóveda  y  se  acabase.  Dixo  más  con  un  grandísimo  afecto,  «que 
el  Señor  tenía  librada  su  salvación  de  todos  cuantos  diesen  limosna 
para  esta  obra  en  este  servicio,  que  le  habían  de  hacer  de  darla;  y  esto 
aunque  fuese  muy  poca».  Yo  quedé  muy  maravillado  de  las  trazas 
del  Señor.  Sea  bendito  por  ello. 

33.  Quíseme  despedir;  y  ya  que  me  iba,  dixo:  «Espere,  que  queda 
otra  cosa,  y  como  recorriendo  su  memoria,  dixo  que  en  toda  la  iglesia 
no  había  de  haber  armas,  ni  letrero  de  nadie.  Yo  le  repliqué:  «Las 
armas  de  Nuestra  Señora,  ¿no  las  pondremos?»  Dixo:  «Esas  sí».  Con 
esto  me  despedí,  y  fui  desde  allí  en  casa  de  Guillamas;  y  en  pre- 
sencia de  su  mujer,  hice  el  razonamiento,  y  de  cómo  me  había  ido 
en  él  camino,  y  allá.  Y  con  gran  disimulación  les  hice  el  requirimiento, 
que  la  obra  sería  muy  costosa;  que  me  la  diesen,  que  yo  les  daría 
mil  ducados.  Estuvieron  suspensos  y  pensativos  un  rato,  mirándose  el 
uno  al  otro.  Respondió  él,  que  no  me  la  dexaría  a  mí  solo,  aunque 
le  diese  diez  mil  ducados.  Yo  le  dixe,  que  pues  no  quería  dejármela, 
que  yo  le  ayudaría  a  pedir  la  limosna,  y  cumpliría  sobre  los  seiscien- 
tos reales  a  mil;  y  así  se  los  di  en  plata  la  resta.  Y  como  es 
quien  paga  toda  la  Casa  real,  en  sus  gajes  han  librado  muchos  de  los 
que  han  dado  la  limosna.  Despedíme  de  él;  volví  a  decir  a  mi  confe- 
sor lo  que  había  pasado,  y  tornó  a  lamentarse  de  la  mujer,  cómo  había 
desistido  al  marido  en  que  desde  el  principio  fuese  bien.  Tornó  a 
tratar  de  las  monjas,  y  preguntó  por  la  Priora;  y  dixo  que  en  esta 
obra  ella  era  mujer  de  poca  fe,  más  que  las  otras.  Y  esto  otras  muchas 
veces  me  lo  ha  dicho. 

3^1.  Hasta  hablar  a  Guillamas,  y  volver  al  Padre  confesor,  en 
estas  idas  y  vueltas  pasó  tres  horas,  de  las  ocho  a  las  once.  R  esta 
hora  fui  a  palacio,  y  vi  al  Rey  y  al  Duque.  Díxeles  cómo  me  había 
ido  en  el  camino,  y  les  había  trazado  de  nuevo  la  iglesia,  porque  la 
llevaban  mal  fundada.  En  esto  se  entró  Su  Majestad  a  misa  al  ora- 
torio; y  al  cabo  de  un  poco,  paseando  en  la  galería  de  el  poniente 
de  la  Casa  real,  el  Conde  de  Nieva  me  preguntó:    «¿Dónde  hemos  es- 


APÉNDICES  385 

tado  estos  días,  señor  Fulano?»  Yo  le  dixe  adonde,  y  que  unas  po- 
bres monjas  de  San  Joseph  de  Avila  llevaban  una  iglesia  de  ial 
manera,  que  era  menester  derribarla  y  hacerla  de  nuevo.  Dixo:  «¿De 
qué  dinero?»  Yo  dixe  que  de  la  limosna  que  daría  su  señoría  y  todos 
los  caballeros  de  la  corte.  Díxome:  «No  se  meta  en  eso,  lue  anda 
todo  muy  alcanzado»;  g  dio  una  vuelta,  y  volvióme  las  espaldas. 
Sabe  Dios  si  quedé  un  poco  triste,  viendo  que  a  la  primera  persona 
a  quien  había  pedido,  me  había  salido  en  blanco.  Mas  el  Señor  pro- 
veyó de  tal  manera,  que  a  tres  o  cuatro  pasos  que  dio  a  la  parte 
contraria,  volvió,  a  mi  con  gran  fervor,  y  dixo:  «Para  esa  obra  yo  quie- 
ro ser  el  primero».  Y  entróse  en  un  cubillo,  donde  en  palacio  tengo 
las  trazas,  y  tomó  tinta  y  pluma,  y  hízome  una  libranza  en  sus  gajes, 
de  cien  ducados.  Yo  alabé  a  Dios.  Y  dende  a  poco  antes  de  salir  el 
Rey  a  comer,  le  mostré  las  trazas  viejas  y  nu2vas;  y  dixe  cómo  for- 
zosamente se  había  de  derribar  la  iglesia  y  tornar  a  fundar,  y  hacer 
de  las  limosnas  que  Su  Majestad,  y  los  caballeros  y  personas  de  su 
corte  diesen,  y  que  ya  había  buen  principio,  porque  el  Conde  de  Nieva 
rae  había  dado  cien  ducados,  y  mostréle  la  libranza,  que  casi  no  estaba 
seca;  pero  que  iba  pidiendo  a  todos;  que  ahora  no  le  oedía  nada  a 
Su  Majestad  hasta  la  postre;  que  pediría  a  los  caballeros.  En  esto 
llegó  el  Duque,  y  díxele  lo  mismo,  y  mostré  la  libranza,  y  dixe  que 
a  todos  pediría,  si  no  a  Su  Alajestad,  que  no  le  pediría  hasta  la  postre. 
El   Rey   dixo:    «Bien;    pedid  por  allá». 

35.  Cogí  las  trazas  y  fui  pidiendo.  No  vine  ese  día  a  comer  a  mi 
casa,  y  ya  tenía  casi  cuatrocientos  ducados,  que  fué  harto  para  no 
haber  pasado  sino  medio  día  que  vine  de  ñvila.  Fui  aquel  día,  y  otro, 
y  todos,  pidiendo  a  unos  y  a  otros,  desde  el  Grande  al  caballero,  y 
otras  personas  de  la  Casa  real.  Los  Grandes  me  dieron,  los  más, 
a  quinientos  reales  en  dinero;  otros  en  sus  gajes,  y  a  cien  ducados. 
Dióme  la  Reina  quinientos  reales,  y  su  camarera  mayor,  trescientos; 
y  el  Duque  de  Lerma,  quinientos;  y  todos  los  fui  asentando  por  el 
orden  que  lo  fueron  dando,  como  me  lo  habían  mandado.  Y  \]a,  como 
había  con  qué,  invié  mi  aparejador  de  las  obras  de  el  alcázar  de  Ma- 
drid a  ñvila,  con  las  trazas,  a  que  concertase  la  obra;  y  llegó  allá 
dos  días  antes  de  San  Joseph,  que  es  a  d.iez  y  nueve  de  Marzo;  y  ese 
día  allá  la  remató  la  obra  en  un  tanto,  que  fué  cuatro  mil  y  novecientos 
ducados,  sin  las  capillas;  que  por  haber  la  piedra  en  aquella  tierra 
junto  a  la  obra,  fué  tan  barata.  Aunque  después  se  ha  acrecentado  la 
obra,  que  llegará  a  doce  mil,  como  abaxo  diré,  número  51. 

36.  Pues  yendo  pidiendo  la  limosna,  me  acaecieron  cosas,  que  por 
no  alargar,  diré  solas  dos.  Una,  que  el  Duque  de  Peñaranda,  hijo  de 
el  Conde  de  Miranda,  me  había  de  haber  dado  docientos  ducados  de 
cierta  cosa  días  había,  y  muchas  veces  me  decía:  «Yo  libraré  aquel 
dinero».  Y  como  le  pedí  limosna  para  esta  obra  muy  declaradamente,  no 
le  pude  catequizar  que  le  pedía  limosna,  sino  los  docientos  ducados, 
con  decírselo  muchas  veces.  El  no  lo  tomó  sino  por  esto;  y  tomó  la 
pluma,  y  hízome  mi  libranza,  y  diómela.  Yo  le  dixe:  «no  pido  esto, 
y  ya  lo  he  dicho  muchas  veces,  sino  limosna  en  sus  gajes  para  esto». 
Entonces  dixo:   «A  eso,  y  a  esotro».  Tornó  a  tomar  la  pluma,  y  hízome 

II  25 


386  APENDICBS 

libranza  en   Guillamas  para  este  efecto.   Yo   alabé   a  Dios  de  que  se 
sirviese  de  hacer  mi  negocio  primero  que  el  suyo. 

37.  La  otra  fué,  que  el  día  de  Señor  San  Joseph,  estando  el 
oficial  concertando  la  obra,  y  yo  «n  Madrid,  como  he  dicho,  pidien- 
do limosna;  y  este  día  de  este  Santo  bendito  dixe  entre  mí  como 
habían  pasado  el  mediodía,  que  eran  las  doce  y  media  del  día: 
«hoy  día  de  el  bendito  Santo  ¿no  nos  ha  de  dar  Dios  algo  para 
su  iglesia?»  ¡Cosa  maravillosa!  que  le  pedí  a  cierto  personaje,  y  es- 
tando haciendo  una  libranza  de  cien  reales,  llegó  otra  persona,  y 
preguntó:  «¿Qué  se  hace  aquí?»  No  porque  lo  ignorase,  porque  me 
había  dado  una  poquita  limosna  para  cumplir  con  sus  criados.  Con 
todo  dixímosle  el  otro  y  yo  lo  que  era;  y  fué  escribiendo.  El  que  lle- 
gó, tiróme  disimuladamente  de  la  capa,  y  dixo,  apartándome  un  poco, 
y  díxome:  «Para  esta  obra  yo  daré  rail  ducados,  y  de  hoy  en  seis 
meses,  con  condición  que  no  lo  ha  de  saber  persona  nacida  en  el  mun- 
do; porque  lo  hago  por  Dios,  y  no  importa  que  lo  sepan  los  hom- 
bres». Yo  se  lo  agradecí,  y  prometí  de  no  decirlo  a  nadie,  como  lo 
he  cumplido,  y  cumpliré  en  no  decirlo;  pero  el  caso,  sin  decir  quién, 
a  muchos  lo  he  dicho,  para  que  se  alabe  a  Dios.  Fué  tan  legal  esta 
persona,  que  a  los  tres  meses,  menos  tres  días,  me  dio  los  mil 
ducados,  en  reales  de  a  ocho  y  de  a  cuatro.  Y  sé  yo  que  los 
tenía  en  cuartos,  y  le  costó  a  su  mayordomo  cuarenta  ducados  trocar- 
los en  plata.  Yo  los  envié  luego  al  licenciado  Mena,  confesor  que 
he  dicho  de  las  monjas;  porque  es  el  que  asiste  a  la  labor  de  la 
obra,  y  pagar  los  oficiales;  y  esto  ha  hecho,  y  hace  con  grande 
cuidado.    Díxele    por    una    carta    el    caso,    y    a    las    monjas    también. 

Escribiéronme  que  fuese  quienquiera  no  lo  querían  saber;  pero 
de  encomendarlo  mucho  a  Dios,  en  su  vida  se  olvidarían. 

38.  Diferente  fué  este  caballero  que  otro,  que  habiéndosela  pedido 
algunas  veces,  la  última  se  resolvió  que  no  rae  daría  una  blanca,  ni 
una  tabla  para  esta  obra;  y  parece  se  enfadó.  Certifico  la  verdad, 
que  no  pasaron  veinte  horas  de  como  me  dio  esta  áspera  respuesta, 
que  dentro  de  ellas  perdió  al  juego  treinta  mil  ducados,  y  anda  bien 
alcanzado.  H  este  modo  podía  decir  mucho;  pero  baste  esto,  y  decir 
que  mi  mesrao  confesor,  con  no  poder  tener  dineros,  ni  le  toma  en 
su  mano  jamás,  quiso  ganar  este  premio,  y  me  dio  para  la  dicha  obra 
mil  y  docientos  reales  en  plata,  enviando  un  billete  a  un  amigo  suyo 
que  me  los  diese.  A  otras  personas  religiosas  he  pedido,  y  me  han 
dado,  así  frailes,  como  monjas,  lo  que  cada  uno  puede;  que  con  nom- 
brarles para  iglesia  de  San  Joseph,  la  primera  que  fundó  la  Madre 
Teresa  de  Jesús,  luego  las  mueve  Dios  a  darlo.  Hasta  hoy  no  he 
pedido  a  persona,  que  no  sea  conocida  mía.  Yo  quisiera  pedir  a  mu- 
chos, porque  ganaran  mucho  muchos;  mas  por  la  bondad  de  el  Señor, 
tengo  muchos  conocidos.  De  todo  lo  que  hacía,  y  de  lo  que  me  daban, 
siempre  he  acudido  a  dar  parte  a  raí  confesor.  Y  cuando  sabía  que 
me  daban,  decía:  «¡Oh  beatos  hombres!».  Y  cuando  decía  que  no  me 
daban,  le  pesaba  en  gran  manera,  que  en  forma  se  entristecía  y  la- 
mentaba mucho.  Y  a  algunas  me  dixo  que  les  echasen  personas  o  terce- 
ros, amigas  o  parientes  suyos,  para  que  les  induciesen  a  dar. 

39.  La  obra  se  derribó  toda  en  bien  breve,  y  se  deshicieron  hasta 


APÉNDICES  387 

los  cimientos  viejos,  y  se  empezaron  a  abrir  las  zanjas  para  los  nue- 
vos. Y  los  de  la  ciudad  de  Avila,  como  velan  que  en  pocos  días 
habían  levantado  la  iglesia,  y  luego  la  tornaron  a  deshacer,  maravillá- 
banse, y  preguntaban,'  quién  hacía  aquella  obra.  Nadie  sabía  de- 
cirlo. Algunos  juzgaban  que  las  monjas  estaban  muy  ricas.  Y  podría 
ser  algunos  lo  tuviesen  por  locura  de  el  que  la  hacía,  en  derribar. 
Otros  decían  que  aquella  era  obra  de  Dios.  En  fin,  a  los  prin- 
cipios hubo  diferentes  pareceres. 

40.  Pues,  como  atrás  he  dicho,  e]  Duque  de  Lerma  rae  dixo  ha- 
bíamos de  ir  juntos  a  Lerma;  por  sus  ocupaciones  no  pudo  él.  Invióme 
a  mí  con  su  tesorero  a  que  juntos  fuésemos  y  trazásemos  lo  que 
se  había  de  hacer  allí  en  sus  obras:  digo,  yo  que  lo  trazase,  y  el 
otro  que  lo  gastase.  Esto  fué  a  tiempo,  que  el  día  de  Nuestra  Señora 
de  Marzo  estábamos  dos  jornadas  antes  de  Lerma.  Y  hízose  esto 
así.  Y  trazado  lo  que  tenía,  tuve  carta  del  Duque,  que  desde  Lerma 
me  viniese  a  aguardarle  a  Valladolid,  que  estaría  allí  en  San  Pablo 
para  el  Domingo  de  Ramos  y  toda  la  Semana  Santa.  Vine  a  Valla- 
dolid, y  también  por  sus  ocupaciones  no  vino;  y  así  escribió  que  me 
viniese  a  San  Lorenzo,  donde  el  Rey  estaba;  y  en  todo  caso  llegase 
para  el  Jueves  Santo.  Esta  carta  recibí  Martes  Santo  en  la  noche, 
y  como  no  podía  llegar  en  un  día  miércoles,  resolvíme  de  venir  miér- 
coles a  Avila.  Y  salí  de  Valladolid  con  buena  cabalgadura  ese  día, 
a  las  siete  de  la  mañana,  y  llegué  a  Avila  Jueves  Santo,  a  las  siete 
también  de  la  mañana,  y  hay  veinte  leguas.  Hablé  a  la  Priora,  y 
a  las  tres  monjas,  que  nos  juntamos  en  la  huerta  a  ver  las  trazas. 
Y  el  Provincial,  que  había  estado  allí  pocos  días  había,  dejó  licencia 
a  la  Priora,  que  yo  hablase  a  las  monjas  que  quisiese.  Hállelas  muy 
contentas,  y  empezada  la  obra. 

41.  Fuímonos  a  los  oficios  el  licenciado  Mena  y  yo,  y  ellas  a  su 
coro.  Y  a  la  tarde  pedí  licencia  para  hablar  a  la  monja,  para  quien 
había  traído  el  recado  de  mi  confesor.  Habléla  en  el  locutorio,  cerra- 
dos sus  velos  y  rejas,  que  nunca  se  habla  allí,  menos  si  no  es  con  Padres 
suyos.  Y  yo,  con  haber  tanto  tiempo  que  la  trato,  no  he  visto  monja 
de  ellas,  sino  una,  la  que  abaxo  diré.  Pues  tratamos  muy  largo  de  todo. 
Contóme  muchísimas  cosas,  todas  correspondientes  con  las  que  mi  con- 
fesor me  había  dicho,  que  alabé  a  Dios.  Pregúntele  por  su  compañera, 
y  cómo  se  llamaba.  Díxomelo;  y  por  la  memoria  que  tenía  de  todas, 
caí  luego  en  ella.  Es  monja  seglar  (1),  y  muy  simple  o  sencilla  para 
las  cosas  del  mundo;  y  para  las  cosas  de  espíritu,  gran  persona, 
muy  gran  sierva  de  el  Señor,  y  recibe  de  su  mano  muy  grandísimas 
mercedes.  Entre  ellas  fué  darla  parte  cuando  se  hacía  la  iglesia  mal 
hecha,  que  no  había  de  ser  así,  y  que  ella  lo  vería.  Y  lo  mismo 
había  dicho  a  su  compañera.  Y  díxome  esta  monja,  que  el  Señor 
fué  servido  se  comunicasen  las  dos  en  esto  de  esta  iglesia,  y  que  al 
primer  principio  la  seglar  había  escrito  a  Guillamas  la  hiciese;  y  así 
la  empezó  con  aquella  pobreza.  Díxome  muchísimas  y  grandísimas 
cosas  de  su  compañera;   y  siempre  se  iba  echando  fuera,  atribuyéndolo 


1       Lepa   o   de    velo   blanco.    Ya    hemos   dicho    que,   probablemente,   habla   de  Catalina  de 
Cristo. 


388  APÉNDICES 

todo   a   la   segiar,   y   que   ella   no   era   sino   como  lengua   de   la   otra. 

Y  como  no  hablaba  con  nadie,  por  ser  segla,r,  o  pocas  veces,  la  de  el 
coro   hablaba   por  ella  y   escribía. 

^2.  Muchísimas  cosas  me  dixo  conforme  á  las  de  ral  confesor; 
entre  ellas,  lo  que  ganaría  con  Dios  el  que  hacía  limosna  para  esta 
obra,  y  otras  muchísimas  cosas,  que  no  son  para  poner  aquí,  pues  no 
son  para  este  efecto.  Dile  el  recado  de  mi  confesor,  pues  la  primera 
vez  que  allí  fui  no  pude.  Recibiólo,  y  que  lo  diría  a  su  compañera.  La 
cual  dice  le  había  dicho,  que  en  la  oración  tenía  noticia  de  este  Padre, 
y  que  le  dixese  que  esta  sierva  de  Dios,  su  compañera,  era  muy 
devota  de  San  ñntonio  de  Padua,  y  que  le  había  alcanzado  de  Nuestro 
Señor,  que  este  Padre,  entre  millares  de  su  Orden,  fuese  el  que 
entendiese  en  servir  a  Su  Majestad  en  esta  obra.  A  mí  me  dixo  otras 
cosas  de  parte  de  su  compañera,  que  no  hay  para  qué  decirlas  aquí, 
que  para  el  efecto  no  son  apropósito.  Mas  una,  sí,  que  enmendase 
mi  vida,  y  fuese  muy  humilde  en  todos  mis  caminos.  Bien  veía  que 
lo  había  bien  menester,  pues  tanto  la  he  empleado  toda  ella  en 
ofender  a  tan  gran   Señor.  Sea  por  todo  bendito  y   alabado. 

43.  En  fin,  a  cabo  de  estar  casi  tres  horas  juntos  me  despedí;  y 
dixo  dixese  al  Padre,  mi  confesor,  de  parte  de  entrambas,  harían  lo 
que  les  pedía,  y  ella,  aunque  miserable  pecadora,  lo  haría  mientras 
viviese,  y  aceptaba  de  muy  buena  gana  la  participación  de  sus  sa- 
crificios y  oraciones.  Díxome  la  diferencia  que  había  habido  en  lo 
de  el  hacer  la  iglesia  de  bóveda  o  madera;  y  que  todo  el  convento, 
las  más  eran  de  parecer  que  de  madera;  y  lo  decían  en  presencia 
de  ella  y  su  compañera.  Como  sabían  lo  que  se  les  había  dicho  a  cada 
una    de   por   sí   en   la    oración,   callaban   y    miraban   la   una    a   la   otra. 

Y  como  veían  continuar  la  obra,  y  por  otra  parte  habían  entendido 
al  contrario,  decían  a  solas  entre  sí:  «¿Cómo  ha  de  ser  esto,  que  se 
nos  ha  dicho?,  que  la  obra  va  muy  adelante,  y  pondrán  presto  las 
maderas».  Causábales  alguna  confusión;  pero  por  otra  parte  tenían 
certeza  que  la  palabra  había  de  ser  verdadera,  como  ha  sido,  y  para 
siempre  será.  Díxome  una  cosa:  que  para  haber  de  fortificar,  y  sobre 
las  paredes  y  rejas  poner  y  levantar  las  recuevas,  habían  dicho  los 
oficiales  que  era  menester  poner  un  botarete  o  estribo,  que  caía  dentro 
de  el  capítulo;  y  que  se  juntó  el  convento  a  tratar  de  ello,  y  se 
resolvió  que  no  se  echase,  ni  se  ocupase  el  capítulo.  Y  que  las  cegó 
Dios  de  tal  manera  a  todas,  que  cuando  yo  les  traté  de  derribar 
la  iglesia  para  hacer  la  nueva,  fué  menester  derribar  todo  el  capítulo; 
y  sin  haber  réplica  ninguna  en  todas,  dieron  su  voto  que  se  derri- 
base capítulo  y  iglesia.  Pues,  en  verdad,  que  no  podían  tener  con- 
fianza en  el  trazador  que  les  dixo  que  la  derribasen;  pues  no  le 
conocían,  ni  habían  visto  otra  vez,  ni  sabían  era  rico,  ni  poderoso, 
sino  un  pobrecillo,  que  es  asco  pensar  que  podía  ni  valía  nada;  y  el 
Señor  las  cegó  para  que  no  viesen  ni  cayesen  en  esto. 

M.  Despedido  de  la  monja,  que  era  ya  casi  noche.  Jueves,  fuime 
a  la  iglesia,  que  por  estar  derribada  el  cuerpo  de  ella,  y  atajado  un 
pedazo  en  la  capilla  mayor,  allí  hacían  los  oficios  estrechamente. 
Estaba  entonces  el  Obispo  de  la  ciudad;  y  por  la  ocupación  de  el 
tiempo   santo   no   pude   verlo,   ni   pedirle   la  limosna   que  se  me  había 


APÉNDICES  389 

mandado.  R  las  diez  de  la  noche  fuíme  a  la  procesión  de  la  disci- 
plina con  el  licenciado  Mena.  Y  andando  en  ella,  un  caballero  cono- 
cido mío,  y  deudo  de  Guillamas,  llevaba  un  cetro  guiando  la  proce- 
sión con  los  demás.  Hablóme,  yendo  así,  pocas  palabras.  Entre  ellas, 
sin  decirle  nada  yo,  me  dixo  me  daría  limosna  para  ayuda  a  la 
reja  de  la  iglesia.  Viernes  Santo,  de  mañana,  hube  de  ir  de  Áv'úa  a 
San  Lorenzo,  y  fui  a  despedir  de  la  Priora.  Y  como  íbamos  con  la 
iglesia  con  intento  de  que  no  se  hiciesen  por  entonces  las  capillas, 
ella,  entre  otras  cosas,  me  dixo  que  tomase  una  de  las  capillas  antes 
que  las  tomasen  otros,  para  mi  entierro.  Esto  debió  de  decir  para  afi- 
cionarme a  que  acudiese,  con  más  cuidado  que  a  ella  le  parecía,  a  las 
cosas  de  su  iglesia;  porque  la  veía  derribada,  tal  cual  ella  se  la  tenía, 
y  no  tornada  a  hacer;  porque  siempre  dudó  en  que  había  de  ser.  Yo, 
cierto,  como  miserable,  cobré  un  enojo  contra  ella  y  conmigo,  de 
repente,  porque  tenía  en  Santiago  de  aquí  de  Madrid  mi  capilla,  que 
había  labrado  con  mucho  cuidado,  pocos  años  había,  y  puesto  en 
ella  a  mis  padres;  y  aunque  pequeña,  muy  enriquecida  de  pinturas, 
y  con  buena  arquitectura;  y  que  la  Santidad  de  N.  M.  Santo  Padre 
Paulo  Quinto  me  había  hecho  gracia  de  altar  privilegiado  de  misa 
de  alma  los  lunes,  miércoles  y  viernes,  y  un  jubileo  para  el  día  de 
San  Cosme  y  San  Damián,  cuya  vocación  y  de  San  Andrés,  es  la 
capilla.  Y  tenía  tratado  con  el  hermano  Pedro,  de  la  Orden  de  Juan 
de  Dios,  que  había  de  ir  a  Roma,  y  traerme  de  Su  Santidad  más  ju- 
bileos. Como  después  fué  a  Roma,  y  lo  hizo,  que  truxo  cinco  cada 
año  perpetuos,  las  cuatro  fiestas  principales  de  Nuestra  Señora,  y  el 
día  de  San  Andrés  Apóstol,  con  una  cofradía,  que  en  una  capilla 
Su  Santidad  instituyó. 

'iS.  Yo  le  respondí:  «Madre  Priora,  no  tiane  que  tratar  de  eso, 
porque  yo  tengo  en  Madrid  capilla  de  esta  y  de  esta  manera;  y  no 
hay  que  tratar  de  ello»;  y  x:on  esto  cerré  la  plática.  Ella  la  tomó  con 
decirme:  «Señor,  ¿qué  habemos  de  hacer  si  se  nos  muere  Guillamas?» 
Porque  aun  no  le  había  dicho  'pedía  la  limosna  tan  por  extenso. 
Yo  le  respondí:  «Muérase  Guillamas,  muérame  yo,  muérase  todo  el 
mundo,  que  la  iglesia  se  ha  de  hacer,  y  muy  bien;  y  con  tanto  cum- 
plimiento, que  después  de  acabada  hemos  de  andar  engastando  joyas 
por  las  parades».  Ella  se  consoló,  aunque  bien  poco,  viendo  su  iglesia 
derribada,  y  no  teniendo  certeza  si  se  había  de  hacer.  Despedíme  de 
ella,  y  de  las  tres  monjas,  que  a  ninguna  de  las  demás  nunca  las 
veía,  y  fui  a  mi  posada,  que  era  de  el  licenciado  Mena,  como  he  dicho; 
y  queriendo  partirme  para  San  Lorenzo,  que  está  nueve  leguas,  me 
dixo  Mena:  «Señor,  tome  una  capilla  en  la  iglesia  antes  que  las 
tomen  otros».  Yo  le  respondí  lo  mismo  que  a  la  Priora,  también  con 
un  poco  de  despego,  y  le  dixe,  que  no  tratase  de  ello,  y  entre  mí: 
«jVálame  Dios,  estos  perseguidores  que  me  quieren  desviar  el  gusto 
y    contento   que   tengo   de   mi    capilla    de   Madrid!». 

46.  Y  con  esto  me  despedí,  saliendo  de  Avila,  Viernes  Santo,  a 
las  ocho  de  la  mañana;  y  llegué  a  S.  Lorenzo,  a  las  cuatro  de  la 
tarde.  Vi  luego  al  Rey,  y  díxele  cómo  había  venido  por  Avila,  y  no 
había  sido  posible  llegar  de  Valladolid  a  San  Lorenzo  para  el  Jueves 
Santo,    habiendo    tenido    la    orden    de    venir   martes    a    la    noche.    Otro 


390  APÉNDICES 

día,  sábado,  habiendo  acabado  los  oficios  en  San  Lorenzo,  a  las  doce  y 
media,  salió  el   Rey   y   la   Reina  de  ellos  a  una   galería  de  su  casa, 
y   trataron  de  mi   venida  por  Avila.   Tenía  la   Reina  entre  sus  damas 
una  que  era  muy  amiga  de  una  de  las  tres  monjas,  que  me  iiablaban 
con  la  Priora;   y  juzgo  yo,  por  lo  que  aiiora  diré,  que  debió  de  escri- 
bir  la   monja    a   la    dama,    que    se   escribían   muclias    veces,    cómo   un 
hombre,    de   esta   manera,    les    había    derribado    la    iglesia.    Díxome   la 
Reina:    «Venid    acá,    hombre,    ¿qué    os   movió    a    derribar   la    iglesia   a 
las    pobres   monjas?».    Y    esto    con    un    poco    de    enojo,    como    que    le 
parecía  mal.  Yo  le  respondí:  <^¿Qué  sabe  V.  Majestad  lo  que  rae  movió?» 
Ella  respondió  muy  de  presto,  con  el  raesrao  modo  que  antes:    «¡Qué! 
¿habéis  tenido  alguna   revelación  de  Teresa   de  Jesús?»   Yo,  bien  aco- 
bardado, con  mucha  blandura  le  respondí:  «No,  Señora;  mas  movióme  ver 
que  iba  mal  fundada,  y  si  la  acababan  como  iba,  dieran  con  ella  en 
el  suelo;  y  pudiera  ser,  estando  llena  de  gente,  y  !os  matara  a  todos». 
Reportóse  mucho,  y  dixo:    «De  esa  manera  muy  bien  hicisteis».  Y  vol- 
vióse al  Rey  y  díxole:    «¿No  le  da  V.  Majestad  limosna  a  Mora  para 
esta  iglesia,  que  yo  ya  se  la  he  dado?»,  ñ  esto  respondió  Su  Majestad; 
«El   dice   que   no   me   la   quiere   pedir   hasta   la    postre;    mas   sin   que 
él  me  la  pida,  yo  se  la  mando».  Yo  dixe:    «Beso  los  pies  de  V.  Ma- 
jestad   por   esa   merced,    que    no    soy    tan    mal    criado,    que    había    de 
querer  dexar  a  V.  Majestad  perder  tan  grande  premio  como  el  hacer 
limosna  para  esta  iglesia;  y  a  la  postre  yo  lo  acordaré  a  V.  Majestad», 
^7.    Ese  día,  sábado,  llegué  a  Madrid,  dos  horas  después  de  ano- 
checido;   que   me   despachó   el   Duque  de   Lerma,   para   que  el   postrer 
día  de  Pascua  partiese  de  Madrid  para  Lerma  a  la  traza  y  obra  de 
un  monasterio  de  Descalzas  Carmelitas,  que  fundó  allí  (1).  Y  así,  día 
de   Pascua   de   Resurreción,   por  la  mañana,   fuíme   a   confesar,   y   dixe 
a  mi  confesor  cómo  había  estado  en  Avila,  y  dado  recado  a  la  monja 
y   lo   que   me   había   respondido.    Ya   como   sabía   quién   era   la   monja 
compañera,    quise    probar    al    Padre,    si   era    la   mesma    la   que   él   me 
decía.   Y   persuadíle   mucho   me   hiciese   merced    de   decirme   quién   era 
la  compañera  y  cómo  se  llamaba.  Tornóme  a  decir  lo  que  antes:   «Ella 
lo  sabe»;    y  yo  tornar  más  y  más  a  porfiar,  Al  fin  me  dixo:    «Llá- 
mase Fulana».  Yo  le  repliqué:    «Hay  cuatro  de  ese  mismo  nombre  en 
la  casa;    hágame  merced   de   decirme   cuál   de   éstas  es».    El,  con  mu- 
cha   risa,    me    dixo    el    sobrenombre.    Que    yo    alabé    a    Dios    en    ver 
que   sin   saberse,   ni   escribirse,   ni   el   uno   de   el   otro,   ni   el   otro   de 
el   otro,   fuese  esto.   Díxele   lo   que   habíamos   tratado   la   monja   y   yo. 
y  cómo  ella  se  hacía  nonada,  y  cómo  la  compañera  era  a  la  que  hacía 
el  Señor  merced  en  esto  de  esta  obra.  El  me  dixo:    «Ella  es  también 
como  la  otra».  Yo  le  dixe:    «Padre,   díxome  que  su  compañera   decía 
que  le  agradeciese  V.   R.  al  Señor  San  Antonio  de  Padua  el  haberle 
el  Señor  tomado  por  instrumento  para  su  iglesia».  El  bendito  Padre  volvió 
a  un  lado  de  la  pared,  donde  tenía  pegada  una  estampica  pequeña  de 
San  Antonio,  junto  a  una  cruz  de  madera,  que  no  había  otras  imagines 


1       Inauflutóse   el    5    de  Julio   de  1008.    AsisUeton    a   la  ceremonia  los   Reues.    Infantes    m 
el   Duque. 


APÉNDICES  391 

en  la  celdilla,  con  grande  alegría  le  besó,  y  dixó:  «lOh,  mí  bendito 
Hntonio!»;  y  me  acuerdo  que  se  le  saltaron  las  lágrimas,  y  hizo  harto 
para   reprimirlas,  porque  yo  no  lo  viese. 

48.  Sin  decirle  yo  nada  de  lo  que  me  había  pasado  con  la  Priora 
y  con  Mena,  porque  me  pareció  disparate,  teniéndola  yo  en  Madrid, 
díxome:  «Tome  una  capilla  de  esta  iglesia  para  su  entierro,  y  lábrela, 
y  sea  la  más  cercana  al  quicial  de  la  puerta».  Yo  le  respondí:  «Padre, 
¿no  sabe  que  tengo  aquí  capilla,  y  con  tantas  indulgencias,  y  altar  de 
ánima,  y  consagrado,  que  lo  consagró  el  obispo  de  Chiopa,  en  seis 
de  Abril  de  mil  seiscientos  y  seis,  y  en  la  capilla  de  mis  padres?».  Dí- 
xome: «Déxelo  todo,  y  haga  lo  que  le  digo.  Mire  no  se  adelante  otro 
a  tomar  este  sitio  que  le  digo.  Mas  querría,  dixo,  el  estar  enterrado 
en  esta  iglesia,  que  en  el  Sagrario  de  la  Santa  Iglesia  de  Toledo. 
Tiempo  vendrá  que  se  tenga  por  bienaventurado  el  que  alcanzare  a 
enterrarse  junto  al  quicial  de  la  puerta,  o  en  el  cimenterio  de  esta 
iglesia.  Mire  que  ha  de  obrar  Dios  grandes  maravillas  en  esta  iglesia. 
No  dude  en  tomarla».  El  me  convirtió  de  manera,  que  desde  aquel 
punto  me  detenniné  a  dexarlo  todo,  y  pensé  si  sería  bien  llevar  a  Avila 
mis  padres  y  vender  la  capilla  de  Madrid.  Díxeselo  luego.  Díxome:  «No 
haga  tal;  sino  deje  sus  padres  donde  están;  que  se  hace  gran  servi- 
cio a  Dios  en  su  capilla  con  el  altar  previlegiado,  y  vayase  con  sus 
hijos  a  ñvila».  Preguntóme  por  la  Priora,  si  se  estaba  incrédula,  di- 
ciendo; «¡Oh  mujer  de  poca  fe!»  Y  diciéndole  yo  que  estaba  mejor  en 
ella,   me   dixo:    «No,    no;    muy    incrédula   está    en   esta   obra». 

19.  Confesé  y  recibí  el  Señor.  Y  vuelto  a  mediodía  a  mi  posada, 
ya  como  a  casa  propia,  la  de  Avila,  empecé  a  recoger  algunas  cosas 
que  tenía  para  adorno  a  la  capilla  de  Madrid,  y  empaquételas  en  una 
caxa,  y  segundo  día  de  Pascua  escribí  al  licenciado  Mena,  y  a  la 
Priora,  que  yo  había  mirado  en  lo  que  me  había  dicho  de  la  capilla, 
que  quería  hacerla,  y  escogía  para  sitio  la  más  cercana  al  quicial 
de  la  puerta,  a  la  parte  de  el  convento,  que  es  la  de  el  Evangelio, 
que  de  la  otra  es  la  huerta,  y  dixe  avisasen  al  General  o  Provincial 
para  la  licencia;  y  si  la  daban,  me  avisasen,  a  Lerma,  donde  me  volvía 
el  postrero  día  de  Pascua,  y  fuese  por  vía  de  las  monjas  Carmelitas 
de  Burgos,  que  está  allí  cerca.  Y  al  Mena  le  envié  la  caxa  de  las 
cosas  que  he  dicho,  y  que  se  las  diese  a  la  Priora;  que  aquello  daba 
de  limosna  cierta  persona,  sin  decirle  en  ninguna  manera  quién;  y 
así  lo  hizo,  y  tuvo  en  hartos  meses  confusa  a  las  monjas  quién 
podía  ser  el  que  aquello  les  enviaba,  hasta  que,  a  la  postre,  lo  su- 
pieron de  él. 

50.  Fuíme,  postrero  día  de  Pascua,  a  Lerma.  Fuese  labrando  el 
monasterio  de  las  Carmelitas  de  allí;  y  yo  haciendo  a  ratos  las  trazas 
para  mi  capilla  de  Avila,  que  ya  por  tal  la  tenía  (que  era  en  unas 
casas  de  dos  particulares);  y  para  ver  algunas  dudas  que  se  ofrecían 
para  el  repartimiento  de  ellas,  fui  a  Burgos;:  y  con  licencia  de  el  Prior 
de  los  frailes  Carmelitas,  y  de  el  Arzobispo,  entré  en  el  monasterio; 
y  ya  la  Priora  de  él  había  recebido  respuesta  de  mis  cartas,  que  envié, 
segundo  día  de  Pascua,  a  Avila,  y  vino  con  ellas  la  licencia  del  Pro- 
vincial para  mi  capilla.  Hice  en  Burgos  un  poder  para  el  licenciado 
Mena,  que  hiciese  con  las  monjas  la  Escritura,  y  me  obligase  a  darles 


592  APÉNDICES 

por  g1  sitio  cuatro  rail  maravedís  de  renta  perpetuos,  que  hoy  pago. 
El  me  respondió  que  se  holgaba  de  mi  buena  resolución;  pero  que  el 
me  perdonaba  el  haber  escogido,  sin  verlo  bien,  tal  sitio,  porque  lo 
quería  él  para  sí;  y  así  que  me  lo  dejaba  de  muy  buena  gana;  y 
que  supiese  que  el  sitio  que  había  escogido,  era  el  capítulo,  donde  a 
los  principios  de  la  fundación  de  la  Orden  y  la  casa,  había  tenido  la 
Santa  Madre  sus  primeros  capítulos,  y  en  él  había  reccbido  muchas 
mercedes  de  el  Señor.  Y,  finalmente,  que  en  todo  el  tiempo  que  la 
Santa  estuvo  su  cuerpo  en  Avila,  cuando  lo  traxeron  de  Alba,  hasta  que 
la  tornaron,  siempre  estuvo  en  aquel  sitio,  que,  sin  saber  esto,  yo 
escogía  para  capilla.  Que  fuese  muy  en  hora  buena,  que  él  holgaba  de 
ello   (1).   Yo   le   respondí   a   todo   desde  Burgos. 

51.  Ya  las  primeras  cartas  que  tuve  en  Lerma,  fué  estaban  iiechas 
las  Escrituras.  Envié  con  un  sobrino  mío  las  trazas  y  dineros  para 
dar  principio  a  la  capilla,  junto  con  la  obra.  El  me  respondió,  que  él 
no  quería  capilla,  sino  una  sepultura;  pero  que  le  parecía  sería  bien, 
que  para  que  las  monjas  no  anduviesen  tanto  tiempo  sin  acabar  la 
iglesia,  que  sería  bien  que  anduviesen  en  obra  todas  las  capillas  por 
mi  cuenta;  o  por  mejor  decir,  por  la  de  Dios.  Que  sea  bendito  y  alabado 
por  siempre,  que  así  lo  ha  hecho  y  lo  ha  cumplido;  pues  hoy  están 
casi  acabadas  las  capillas,  y  se  está  cerrando  la  bóveda  de  la  iglesia  de 
una  piedra  hermosísima,  que  es  jaspe  blanco  y  colorado,  y  toda  la 
iglesia  de  piedra  de  sillería;  y  el  pórtico,  de  otra  más  fina,  toda  de  be- 
rroqueño,  que  e^s  para  alabar  a  Dios.  Y  están  gastados  hasta  hoy 
nueve  mil  ducados.  Esto,  sin  San  Joseph  y  el  Niño,  que  va  de  piedra 
mármol  de  Genova;  que  la  piedra  la  dio  el  Rey  de  limosna,  y  el  Santo 
es  de  cuatro  dedos  más  alto  que  el  natural,  y  cuesta  de  hacer  de  sólo 
manos  de  el  artífice,  sin  las  insignias  de  sierra,  vara  y  diademas,  que 
han  de  ser  de  bronce  dorado,  seiscientos  ducados  de  sólo  manos; 
y  asentada  encima  del  pórtico  de  la  puerta  principal,  donde  ha  de 
estar,  costará  ochocientos  y  cincuenta.  Y  la  iglesia  de  todo  punto 
acabada,  sin  reja  de  hierro,  retablos,  ni  adornos  de  pinturas,  llegará, 
sin  contar  lo  que  cuesta  la  hechura  de  el  Santo,  doce  rail  y  quinientos 
ducados,  poco  más  o  menos.  Las  puertas  se  hacen  de  madera  de 
angelín,  de  la  India  de  Portugal,  madera  incorruptible,  con  clavazón 
de  bronce  dorado. 

52.  Todo  esto  he  dicho  para  que  se  alabe  a  Dios,  que  es  el 
que  lo  hace,  y  se  vean  sus  trazas,  y  lo  que  quiere  honrar  en  esta 
vida  esta  Santa.  Que  mil  veces  me  he  acordado  de  lo  que  dice  en  el 
Libro  de  su  Vida,  al  fin  de  él,  por  estas  palabras:  «Esto  era  todo  en 
San  Joseph  de  Avila,  adonde  también  una  vez  entendí:  Tiempo  vendrá 
que  en  esta  iglesia  se  hagan  muchos  railagros:  Uaraarle  han  la  iglesia 
santa.   Esto   entendí   en    San   Joseph   de   Avila,   año   de   rail   quinientos 


1  A  pesar  de  lo  que  aqui  se  dice,  la  Capilla  levantada  en  el  antiguo  capítulo  de  Sta.  Te- 
resa, que  es  la  primera  de  la  parte  izquierda  según  se  entra  en  la  iglesia,  y  lleva  por  título  la 
Natividad  del  Señor,  se  debe  a  Francisco  A\ena.  Allí  descansa  su  cuerpo  y  lt)s  restos  de  sus 
padres  y  hermano  D.  Francisco,  confesor  y  capellán  de  las  Carmelitas,  que  murió  el  2  de  Mayo 
de  1615.  F  anci  co  de  Mora,  con  haber  llevado  a  enterrar  dos  hijos  suyos  a  San  José,  seglin 
afirma  en  el  número  55,  se  decidiiia  al  fin  por  su  capilla  de  A\adrid  paia  sepulcro  suyo  y  de  su 
familia. 


APÉNDICES  395 

setenta  y  uno»  (1).  Parécerae  que  lleva  buen  camino  para  cumplirse 
esta  profecía.  lY  qué  de  veces  me  ha  dicho  esto  mi  confesor,  intitulán- 
dola no  por  otro  nombre  sino  la  iglesia  santal 

53.  Réstame  decir  cómo  en  el  tiempo  que  esta  obra  ha  tardado 
en  hacerse,  no  se  le  ha  pedido  al  Rey  limosna,  sino  agora  a  la  postre, 
como  me  fué  mandado,  y  así  se  ha  hecho.  Y  Su  Majestad  lia  ofre- 
cido, para  dar  fin  a  ella,  veinte  mil  reales,  y  tiene  muy  grande  devo- 
ción a  esta  Santa  y  a  su  Orden.  Y  el  Miércoles  de  Ceniza  pasado,  que 
ha  hoy  ocho  días,  estando  en  San  Lorenzo  el  Real,  fué  a  la  librería,  y 
mandó  llevar  el  Libro  de  las  Fundaciones  de  esta  Santa  a  su  aposento, 
y  leyó  mucha  parte  de  él  en  presencia  de  algunos  criados  suyos,  y 
recio,  que  le  oían.  Doy  fe  de  ello;  porque  llevé  y  traxe  el  libro  a 
la  Librería.  Mi  confesor  de  todo  esto  está  muy  gozoso,  y  me  ha  dicho 
que  otras  cosas  tiene  de  hacer  el  Rey  (Dios  le  guarde),  en  servicio 
de  esta  Santa,  y  a  mí  me  ha  dicho  que  yo  lo  veré.  También  me 
ha  dicho  algunas  veces,  de  las  que  en  estos  dos  años,  poco  más,  que 
ha  que  me  confieso  con  él,  después  que  se  dio  principio  a  esta  obra, 
viendo  el  poco  aprovechamiento  de  mi  vida,  y  que  todavía  ando  me- 
tido en  el  cenagal  de  mis  vicios  y  pecados,  que  no  me  enmendaba 
un  día  más  que  otro:  «Que  mirase  que  enmendase  mi  vida,  que  tenía 
grande  obligación,  más  que  otros,  no  me  quitase  el  Señor  la  joya  que 
me  había  dada,  y  la  diese  a  otro».  ¡Oh  Señor!  por  la  sangre  preciosa 
vuestra  os  suplico,  por  quien  vos  sois,  no  miréis  mis  maldades,  ni 
a  lo  que  en  esto,  ni  en  todas  las  cosas  os  ha  servido  este  miserable 
pecador;  sino  que,  según  vuestras  grandes  misericordias,  hayáis  pie- 
dad de  mi,  y  me  deis  gracia  para  que  en  todas  las  cosas  os  sirva 
y  ame.  Amén,  amén,  amén. 

54.  He  suplicado  muchas  veces  a  mi  confesor,  que,  pues  es  tan 
devoto  de  esta  Santa,  le  honre  con  decir  su  dicho  en  esta  ocasión 
de  su  canonización,  pues  sé  yo  tiene  tanto  de  qué.  Y  la  última  vez 
se  lo  escribí  por  un  billete,  al  cual  me  respondió  por  escrito  por  las 
palabras  siguientes:  «No  conviene  que  ofrezca  yo  para  esto  mi  cor- 
nadillo; porque  la  diligencia  que  ahora  se  hace,  es  una  ceremonia 
santa,  pero  no  es  el  fundamento  en  que  estriba  su  santa  canoniza- 
ción; que  para  ello  verán  su  aspereza  de  vida,  paciencia,  y  la  con- 
tinua contemplación,  revelaciones  y  milagros  hechos  por  sus  mereci- 
mientos. Por  tales  tengo  a  cacfa  cual  de  sus  monasterios,  hijos  y  hi- 
jas santas,  a  sus  dichos  y  libros.  Y  vayan  a  las  aprobaciones  de  sus 
libros  de  los  hombres  más  graves  y  eminentes  de  España,  y  trasla- 
den al  pie  de  la  letra  sus  palabras,  más  divinas  que  humanas;  que 
ellas  darán  suficiente  testimonio  de  las  prerogativas  y  aventajados 
grados  de  gloria  de  que  goza  esa  gloriosa  Patriarca».  Después  de  lo 
escrito,  me  dixo  un  día,  que  por  ninguna  manera  diría  su  dicho;  que 
lo  dixese  yo,  sin  nombrarle  a  él,  ni  a  las  dos  monjas;  y  que  para 
esto  me  daba  licencia;  con  que  mi  dicho  lo  escribiese  yo,  y  diese  ce- 
rrado y  sellado  para  los  señores  que  lo  han  de  ver,  y  no  más. 
También  me  ha  dicho  que  con  lo  que  a  esta  Santa  le  sobra  para  su 
canonización,  se  podían  canonizar  muchos  santos. 


1      Propiamente  no  viene  en  la  Vida,  sino  en  las  Adiciones  a  ella.  (Cfr.  Relación  XXII,  p.  54). 


394  APÉNDICES 

55.  Bien  sé  que  si  se  acierta  a  tomar  sus  dichos  a  las  monjas  de 
San  Josepii,  y  entre  ellas  a  estas  dos,  que  a  lo  menos  la  lega  dirá 
mucho;  porque,  como  es  tan  sencilla,  lo  dirá  a  mi  parecer.  Por- 
que en  estos  dos  años  que  he  estado  a  solas  dos  veces  con  ella  en 
el  locutorio,  con  gran  sencillez  me  dixo  muchas  cosas,  todas  sobre  la 
iglesia;  y  como  el  Señor  le  había  dicho,  que  aunque  estaba  tan 
adelante,  que  no  había  de  ser  aquella  la  iglesia,  como  se  ha  visto. 
También  la  Priora,  que  siempre  ha  estado  con  tanta  incredulidad, 
tanta,  que  para  asegurarla  que  yo  no  me  mudaría,  ni  dejaría  de  la 
mano  aquella  obra,  me  fué  forzoso  llevarle  dos  hijos  míos  peque- 
ños defuntos,  con  que  se  aseguró  algo,  y  los  tiene  en  el  coro  en  el 
nicho  que  tiene  hecho  para  la  Santa  Madre,  que  atrás  dixe;  agora, 
a  la  postre,  parece  que  está  más  segura  de  que  esto  no  lo  podían 
con  esta  brevedad  hacer  los  hombres  sin  el  favor  de  Nuestro  Señor; 
tanto,  que  ha  pocos  días  que  me  dixo,  como  yo  voy  allí  de  dos  a 
dos  meses:  «Agora,  Señor,  nosotras  podemos  decir  lo  que  los  de  Sa- 
maría: Ya  no  creemos  por  lo  que  tú  nos  dices,  sino  por  lo  que  nos- 
otros vemos».  También  el  Obispo  de  Hvila,  viendo  mi  continuación, 
me  dixo  un  día:  «Este  es  un  milagro  de  la  Santa  Madre,  traer  tan 
continuo  aquí  a  Francisco  de  Mora;  que  si  lo  hubiéramos  menester 
para  alguna  cosa,  ni  una  vez  no  pudiéramos,  por  tan  ocupado  con  el 
Rey,  aunque  se  lo  pagáramos  muy  bien».  También  los  de  la  ciudad 
no  acaban  de  entender  lo  que  sea.  El  Señor  sea  bendito.  Amén.— 
Francisco  de  Mora. 


APÉNDICES  395 


LIX 


LA     UNIVERSIDAD     DE     SALAMANCA     SUPLICA     A     SU    SANTIDAD     LA     BEATIFICACIÓN     DE 
SANTA    TERESA,    AÑO    DE    1602    (1). 


Beatísimo  Padre:  Habiendo  sido  constituido  por  la  gracia  divina 
Prepósito  en  el  gobierno  de  todo  el  Urbe  en  estos  tiempos  de  tanta 
corrupción  moral,  para  la  salud  de  la  República  cristiana,  y  en  el 
cuidado  de  volver  el  rebaño  a  Vos  encomendado  por  Cristo  Señor 
Nuestro  al  buen  camino  para  que  consiga  su  salvación,  consumáis  día  y 
noche  vuestras  fuerzas,  consideramos  que  nada  más  acepto  será  a  V,  B. 
como  que  se  ofrezcan  ocasiones  para  manifestar  a  los  fieles  la  santi- 
dad de  aquellos  que,  recibidos  ya  en  la  mansión  de  la  gloria,  gozan 
de  perpetua  felicidad.  Porque  no  hay  preceptos  ni  prescripciones  con 
las  cuales  tan  fácilmente  se  exciten  los  hombres  a  enmendar  su  vida, 
como  la  consideración  de  las  virtudes  heroicas  que  para  su  imitación 
se  les  presentan.  Siendo  esto  así,  juzgó  esta  vuestra  Academia  salmanti- 
cense que  seria  muy  grato  a  V.  S.  consignar  en  carta  presentada  a 
vuestros  pies  este  su  dictamen:  y  de  manera  especial  cuanto  cono- 
ciese pertenecer  a  la  santísima  mujer  Teresa  de  Jesús,  que  ha  lle- 
nado con  la  fama  de  sus  virtudes,  no  sólo  a  España,  .sino  también 
toda  la  Europa;  y  de  ella  hemos  de  manifestar,  no  tan  sólo  aquello 
que  hubiéremos  oído,  sino  también  lo  que  con  nuestros  propios  ojos 
estamos   viendo,   y   casi    tocamos   con   nuestras   manos. 

Porque  esta  mujer  escogida,  durante  su  vida  dio  pruebas  de  ha- 
berse ejercitado  en  el  cultivo  de  excelsas  y  preclaras  virtudes,  en  tal 
grado,  que  no  pudieron  ocultarse,  y  además  en  ocasiones  fueron  con- 
firmadas con  milagros.  Estos  aumentaron  después  que  ella  murió,  y 
cada  día  se  repiten  otros  nuevos,  para  mayor  gloria  de  Dios.  Su  casto 
g  virginal  cuerpo  se  conserva  íntegro  e  incorrupto,  y  sus  miembros 
destilan  un  licor  de  olor  suavísimo.  Ella  instituyó  una  Orden  reli- 
giosa de  hombres  y  mujeres,  y  les  dio  reglas  y  estatutos  que  les 
afianzan  en  la  virtudj  y  les  impelen  al  conseguimiento  de  la  perfección, 
según  es  notorio.  Y  esta  Orden  ya  no  es  inferior  a  las  demás,  ni  en 
número  de  casas  religiosas  de  ambos  sexos,  ni  en  el  estudio  y  de- 
voción del  pueblo.  Tanto  es  así,  que  parece  que  tan  grande  incremento 
en  tan   breve  tiempo,   dada   la   imbecilidad   humana,   no  ha  podido  ser 


1  Los  tres  principales  centros  de  cultura,  de  fama  universal,  que  entonces  tenia  lo  penín- 
sula ibérica,  Salamanca,  Alcalá  y  Coimbra,  elevaron  preces  al  Sumo  Pontífice  para  obtener  Ir. 
canonización  de  la  Santa.  Por  ser  muy  parecidas  las  instancias,  reproducimos  únicamente  la  de 
la  Universidad  de  Salamanca.  La  de  Alcalá  fué  escrita  en  1601,  u  la  de  Coimbra  en  161L  Pueden 
verse  estos  tres  documentos  en  latín,  como  originalmente  fueron  escritos,  en  la  Reforma  de  ¡os 
Desonzas  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  t.   IV,  lib.  .XIV,  c.    II. 


.■^96  APÉNDICES 

sin  orden  especial  de  la  divina  Providencia.  De  aquí  que,  Beatísimo 
Padre,  toda  la  España  se  haya  declarado  inclinada  a  favorecer  esta 
Orden,  g  con  sincera  voluntad,  suma  piedad  y  constancia,  dé  culto 
y  venere  a  la  clarísima  Teresa,  deseando  con  increíble  anhelo  que 
V.  S.  la  inscriba  en  el  número  de  los  Santos.  A  esta  voluntad  se 
asocia  esta  vuestra  Academia,  porque  ve  que  la  juventud  española  se 
estimula  a  practicar  la  virtud  con  el  ejemplo  de  tales  religiosos  y  re- 
ligiosas. Y  desea  que  esta  mujer,  por  cuya  virtud  y  fortaleza  tantos  y 
tan  excelentes  bienes  ha  conseguido  España,  sea  declarada  Santa  y  se 
celebre  su  culto  por  toda  la  República  cristiana.  Y  tan  digna  con- 
sideramos de  V.  S.  nuestra  petición,  que  no  dudamos  conseguirlo  de 
vuestra   benignidad. 

Dios  Nuestro  Señor,  Óptimo  y  ,Máximo,  se  digne  conservar  bueno 
y  sano  a  V.  S.  para  el  bien  de  la  Iglesia  Católica.  Salamanca,  2  de 
Febrero  del  año  1602.  Siervos  humildísimos  que  besan  los  pies  de 
V.  S.  D.  Francisco  de  Avila  Guzmán,  Rector.  Doctor  Diego  Enríquez, 
Fr.  Agustín  Antolínez,  Fr.  Alfonso  de  Curiel,  Baltasar  de  Céspedes, 
Por  mandado  de  la  Academia  Salmanticense,  Bartolomé  Sánchez,  no- 
tario secretario. 


APÉNDICES  397 


LX 


NUEVA     INSTANCIA     DE     LH     MISMA     UNIVERSIDAD     SOBRE     LA     BEATIFICACIÓN'     DE     LA 
SANTA,     AÑO     DE     1611     (1). 


Santísimo  Padre.  Años  ha  que  postrada  a  los  pies  de  V.  Santidad 
esta  su  Universidad  de  Salamanca,  suplicó  a  V.  Beatitud  se  dignase 
de  insertar  en  el  Catálogo  de  los  Santos  a  la  Bienaventurada  ^'Wadre 
Teresa  de  Jesús,  moviéndonos  a  tan  religiosa  súplica  una  no  vulgar 
certeza,  que  fuera  de  toda  duda  nos  persuade,  que  todo  el  período  de 
su  vida  fué  un  agregado  de  verdaderas  virtudes,  y  un  maravilloso 
dechado  de  celestiales  recibos.  De  todo  lo  cual  (como  los  que  por 
especial  favor  de  la  divina  mano  logramos  en  esta  ciudad  por  algunos 
años  de  esta  Bienaventurada  Virgen  la  asistencia)  pudimos  examinar 
con  nuestros  ojos,  percibir  con  nuestros  oídos,  y  aún,  usurpando  de 
San  Juan  en  su  Apocalipsis  las  palabras,  pudimos  tocar  con  nues- 
tras manos.  Esta  Virgen  es,  o  Santísimo  Padre,  la  que  sin  duda 
alguna  adorna  y  hermosea  la  Iglesia  de  Dios  en  nuestros  tiempos: 
ésta  la  que,  como  hermosísima  flor,  exhala  suavísimas  fragancias,  esto 
es,  extraordinarios  y  prodigiosos  ejemplos,  sumamente  conducentes  a 
las  mayores  creces  de  nuestra  santa  fe  católica,  y  a  los  mayores  au- 
mentos de  la  caridad  cristiana.  Obra  es  sin  duda,  que  pisa  de  mi- 
lagro las  líneas,  el  que  una  mujer  destituida  de  medios  y  remedios 
humanos,  aunque  tan  favorecida  de  los  divinos,  sólo  con  sus  moles- 
tos y  penosos  afanes,  venciendo  poderosas  contradicciones,  instituyese 
en  ambos  sexos  una  tan  reformada  y  religiosa  vida,  que  en  la  austeri- 
dad y  reformación  de  costumbres  tan  gloriosamente  se  aventaja,  que 
en  pocos  años  sea  una  de  las  que  en  estos  Reinos  más  esclarecidamente 
resplandece.  Ni  menos  útil  a  la  Iglesia,  ni  a  la  consideración  menos 
admirable,  es  el  que  una  mujer  sin  letras  participase  tanto  de  las 
divinas  luces,  que  dejase  escritos  muchos  libros,  enriquecidos  de  ca- 
tólicas y  útilísimas  doctrinas,  con  tan  dulce,  propio  y  agradable  estilo, 
que  si  convida  a  todos  a  registrar  sus  páginas,  no  menos  excita  a  la 
suma  piedad  y  contemplación  de  las  cosas  divinas.  Estas  son,  o  San- 
tísimo Padre,  las  causas  que  nos  obligaron  a  proponer  nuestras  súplicas, 
en  orden  a  la  canonización  de  esta  Bienaventurada  Virgen.  Por  lo 
cual,  todos  los  individuos  de  esta  Universidad  y  de  esta  Ciudad  todos 
los  moradores,  recibieron  increíble  gozo  cuando  llegaron  a  ella  las 
Remisoriales  que  para  la  última  averiguación  de  esta  causa  se  ha 
dignado  V.  Santidad  de  despachar.  Por  lo  cual,  en  reconocimiento  de 
nuestro  agradecimiento  a  un  beneficio  tan  grande  como  éste,  para  nos- 


1      Tráela  el  ñño  Teresiano,  t.  VI,  día  13  de  (unlo. 


.^98  APENDires 

otros,  y  para  toda  nuestra  España,  besando  los  pies  de  V.  Beatitud 
le  rendimos  inmortales  gracias,  confiados  en  que  por  los  méritos  y 
certificados  testimonios  que  de  España  se  remiten,  se  liará  a  V.  San- 
tidad patente  la  admirable  perfección  de  vida  de  esta  Bienaventurada 
Virgen,  los  multiplicados  y  esclarecidos  milagros  que  Dios  por  su 
medio  obra,  la  incorruptibilidad  y  entereza  de  su  venerable  Cuerpo, 
que  en  un  honorífico  sepulcro  se  reverencia  en  ñlba,  lugar  cercano 
a  esta  Universidad  de  Salamanca,  donde  cada  día  concurren  de  toda 
España  innumerables  fieles  a  venerar  con  suma  devoción  y  ansia  sus 
venerables  reliquias.  Por  todos  los  cuales  títulos,  movidos  y  aun  casi 
forzados,  nosotros  también  nos  acogemos  a  Vuestra  Santidad  con  nues- 
tras súplicas,  acompañadas  de  un  reverente  y  filial  afecto,  pidiendo, 
postrados  a  los  santísimos  pies  de  V.  Santidad,  se  digne  de  coronar 
con  la  última  perfección  y  cumplimiento,  el  beneficio  que  con  pater- 
nal amor  nos  ha  empezado  a  comunicar  en  esta  causa  de  Dios, 
Porque,  a  la  verdad,  como  Cristo  Nuestro  Señor,  Esposo  de  esta 
esclarecida  Virgen,  ilustre  y  honre  su  cuerpo  con  tantas  maravillas, 
parece  que  no  sólo  quiere  darnos  a  entender  la  crecida  gloria  que 
concedió  a  su  alma,  sino  que  también  nos  está  explicando  le  será 
muy  agradable  el  que  con  la  debida  unidad  de  los  fieles  miembros 
de  la  Iglesia,  mediante  la  suprema  autoridad  de  nuestra  santa  cabeza, 
veneremos  y  consagremos  cultos  a  su  venecable  cuerpo;  lo  cual,  oh 
Santísimo  Padre,  se  verá  así  ejecutado,  si  V.  Beatitud,  así  como  es 
justo  y  liberal  con  todos  los  fieles,  lo  es  con  nosotros  condescen- 
diendo con  nuestras  súplicas,  en  poner  en  la  canonización  de  esta 
Bienaventurada  Virgen  la  última  mano,  lo  cual  sumamente  confiados, 
esperamos  conseguir  de  V.  Santidad.  Y  principalmente  siguiéndose  de 
este  favor  a  Dios  la  mayor  gloria,  a  la  católica  Iglesia  la  mayor 
hermosura,  honra  a  la  Santa  Virgen,  lustre  a  su  Religión,  confusión 
a  la  herética  perfidia,  y  últimamente  sumo  gozo  a  nuestra  Universidad 
y  a  toda  España,  al  ver  cumplidos  sus  impacientes  deseos,  de  que 
con  la  autoridad  de  la  Iglesia  podemos  venerar  por  Santa  a  la  que 
todos  juzgamos  digna  de  semejantes  honores.  Dios  Omnipotente  A\á- 
ximo  conserve  la  vida  de  V.  Santidad  por  prolongados  años,  para  el 
sumo  bien  de  la  católica  Iglesia.  De  nuestro  Claustro  de  esta  Uni- 
versidad de  Salamanca,  y  Junio  a  13  de  1611  etc. 


.APÉNDICES  399 


LXI 


CARTA     DEL     B.     JUAN     DE     RIBERA,     PATRIARCA     DE     VALENCIA     AÍ3o     DE     1602     (1). 


Santísimo  Padre.  Aunque  todos  pueden  llegar  a  los  pies  de  V.  Bea- 
titud, prometiéndose  buen  despacho,  esperamos  nos  suceda  otro  tanto  a 
los  que  ahora  llegamos  para  tratar  causas  de  Santos;  porque  son  muy 
repetidos  y  grandes  los  argumentos  de  lo  que  el  ánimo  de  V.  Santidad, 
inclinado  a  lo  virtuoso,  favorece  a  los  que  abrazaron  y  siguieron  la 
virtud,  cuales  fueron  los  siervos  de  Dios.  Lo  cual  procede  no  solamen- 
te por  lo  apasionado  que  V.  Santidad  es  de  la  virtud,  con  utilidad  cre- 
cida de  toda  la  Iglesia,  cuyo  timón  dichosamente  gobierna;  sino  también 
porque  el  poder,  la  autoridad  y  consiguientemente  las  llaves  que  habéis 
recibido  de  Cristo  Señor  nuestro,  como  Vicegerente  suyo  en  este  mun- 
do, lo  empleáis  en  levantar  más  de  punto  y  aumentar  más  y  más 
la  gloria  y  el  lustre  de  los  Santos;  de  suerte  que  con  toda  ra- 
zón podéis  y  debéis  ser  llamado  Ministro  de  los  Santos,  renombre 
que  da  el  Apóstol  San  Pablo  al  mismo  Cristo.  Pero  vamos  al  intento. 
La  vida  que  hizo,  Padre  Beatísimo,  la  religiosísima  y  piadosísima 
Teresa  de  Jesús  resplandeció  por  ancho  y  largo  en  todas  las  Pro- 
vincias españolas;  y  esto  sé  que  bastantemente  lo  sabe  V.  Beatitud; 
lo  uno,  por  instrumentos  ilustres  e  indubitables  de  muchos  que  os 
los  han  presentado;  y  lo  otro,  en  virtud  de  dos  libros  de  dos  varones, 
no  menos  insignes  en  sabiduría  que  en  piedad,  que,  sacándolos  a  luz, 
dieron  público  testimonio  de  lo  que  ya  para  nosotros  era  muy  sabido. 
A  esto  se  añade,  que  todos  aquellos  que  a  Teresa  hemos  sobrevivido, 
somos  testigos,  así  de  oídas  como  de  vista,  de  la  eminentísima  pru- 
dencia (omitiendo  el  tratar  de  las  demás  virtudes),  que  en  esta  aven- 
tajada mujer  sobresalió  y  resplandeció  en  el  gobierno  de  las  mon- 
jas de  su  Orden;  cuya  enseñanza,  habiendo  echado  profundas  raíces, 
por  medio  de  esta  JVlaestra  prudentísima,  aun  permanece  y  vive  firme 
y   constante.   Con   todo  eso,   yo,   que  entre  los   obispos  de   España   soy 


1  Publicamos  la  versión  castellana,  con  ligeras  correcciones,  que  de  la  cart-i  del  beato 
Ribera,  escrita  en  latín,  dio  el  Rño  Tetesiano,  t.  VI,  p.  371. 

Hemos  visto  muchas  cartas  de  obispos  españoles  dirigidas  a  Clemente  VIH,  suplid 
cando  se  dignase  proceder  a  la  beatificación  g  canonización  de  Santa  Teresa.  Publicarlas 
todas  sería  demasiado  monótono,  por  reducirse  a  las  frases  que  en  casos  análogos  se  esti- 
lan. Hacemos  una  excepción  con  e.sta  del  B.  Ribera  y  con  la  del  ilustre  confesor  y  biógrafo 
de  la  Santa,  Padre  Yepes,  firmada  por  él.  Las  demás  que  hemos  tenido  en  las  manos,  son 
muy  breves,  y  también  llevan  las  firmas  de  los  respectivos  obispos.  Se  conoce  que  al  mismo 
tiempo  que  escribían  al  Papa,  mandaban  una  copla  firmada  por  ellos  al  Padre  General  de  los 
Carmelitas  Descalzos.  Conserváronse  muchas  en  el  Desierto  de  Batuecas,  de  donde  pasaron 
algunas  a  ¡a  casa  que  actualmente  tienen  los  Carmelitas  en  Salamanca  y  otros  conventos. 


'iOO  APÉNDICES 

el  que  los  excedo  en  edad  (1),  siendo  el  mínimo  en  los  merecimientos, 
quise  poner  la  mano  en  este  negocio;  primeramente  por  el  amor 
antiguo  g  afecto  que  tuve  a  esta  sierva  de  Cristo  cuando  vivía  en  el 
mundo;  y  también,  porque  con  ansia  deseo  mirar  esta  luz  o  esta  hacha 
colocada  sobre  el  candelero  por  las  manos  santísimas  de  Vuestra  Bea- 
titud, para  que  más  dilitada  y  espaciosamente  brille.  Lo  cierto  es 
que  todo  este  negocio  redundará  en  mayor  alabanza  y  honra  de  Dios 
Omnipotente.  Añádese,  que  de  esta  nueva  canonización  y  colocación 
en  el  número  de  los  Santos,  principalmente  en  el  sexo  femenino,  ha 
de  resultar  el  que  se  descubran  muchos  competidores  y  seguidores  de 
sus  heroicas  virtudes.  Verdaderamente,  que  Teresa  adornada  y  lier- 
raoseada  por  Vuestra  Santidad  con  este  honradísimo  blasón  y  magní- 
fico nombre,  seguramente  intercederá  por  Vos  a  Dios,  pidiendo  y  afec- 
tuosamente rogando  que  os  conceda  una  vida  muy  larga  para  el  común 
provecho  de  todos.  Otorgúeselo  así  Dios  Omnipotente  y  Máximo  con- 
curriendo con  nuestros  deseos.  En  Valencia,  a  20  de  Junio  de  1602. 
Santísimo  Padre.  Besa  los  santísimos  pies  de  Vuestra  Beatitud  su  hu- 
milde  siervo,    Juan,    Patrch.    Antiochen.    et    Valentinas. 


1      El  Beato  Juan  de  Ribera  había  nacido  en  Sevilla  el  uño  1532;  contaba,  por  lo  tanto,  se- 
tenta años  al  escribir  esta  carta. 


APÉNDICES  401 


LXII 


PETICIÓN     DE     FRAY     DIEGO     DE     YEPES,     OBISPO     DE     TARAZONA     A     CLEMENTE     VIH 
PARA     LA     BEATIFICACIÓN     DE     SANTA    TERESA,     AÑO     DE     1603. 


Santísimo  Padre. — Como  la  calificación  de  los  siervos  de  Dios  y 
de  sus  virtudes  sea  tan  importante  para  despertar  los  ánimos  de  los 
fieles  a  que  le  sirvan  y  reformen  sus  costumbres,  y  el  celo  de  Vuestra 
Santidad,  obras  y  decretos,  a  sólo  esto  vayan  a  parar,  entiendo  que 
será  muy  de  su  servicio  el  darle  noticia  de  todos  los  que  en  virtud 
y  santidad  se  han  señalado.  En  estos  reinos  de  España  en  tiempo 
del  rey  católico  Don  Felipe  Segundo,  floreció  una  gran  sierva  de  Dios, 
llamada  Teresa  de  Jesús,  de  quien  puedo  testificar  con  mucha  certidum- 
bre, por  haberla  confesado  y  tratado  familiarmente  los  diez  años  úl- 
timos de  su  vida,  que  fué  una  de  las  de  mayor  santidad  y  amada  de 
Nuestro  Señor  que  hubo  en  nuestros  tiempos.  Lo  primero  fué  muy 
estimada  y  favorecida  del  sobredicho  Rey,  porque  le  constaba  de  sus 
grandes  virtudes,  y  aunque  de  muchos  hombres  graves  fué  en  algún 
tiempo  perseguida,  el  mismo  Rey  la  defendió,  así  con  los  Sumos 
Pontífices,  predecesores  de  Vuestra  Santidad,  como  contra  muchos  hom- 
bres graves  y  letrados  que  la  tenían  por  sospechosa,  y  después  que  la 
conocieron,   la   amaron,   aprobaron   y   defendieron. 

Fué  prudentísima  y  con  mucha  luz  del  cielo,  y  nunca  jamás  aco- 
metió cosa  grave,  de  que  no  fuese  primero  amonestada  de  Dios;  pero 
su  obediencia  y  humildad  era  tanta,  que  aunque  tuviese  revelación  suya, 
nunca  la  ponía  por  obra,  hasta  que  por  sus  Prelados  o  confesores 
fuese  aprobada,   lo  cual  fué  a  Nuestro   Señor  muy   agradable. 

Tuvo  en  los  principios  de  su  conversión  y  en  el  proceso  de  su 
vida  muchos  y  grandes  arrobamientos,  y  pidió  a  Nuestro  Señor  que 
se  los  quitase,  porque  temía  parecer  mejor  de  lo  que  ella  se  imagi- 
naba, y  el  Señor  se  lo  concedió,  conservando  siempre  en  ella  el 
gusto    y    consuelo    espiritual    que    siempre    solía    tener. 

Sus  enfermedades  fueron  muy  grandes,  y  muy  continuas  por  más 
de  cuarenta  años,  pero  no  fueron  parte  para  impedir  en  un  punto  el 
rigor  y  abstinencia  de  su   Regia,  perfección  y  oración  continua. 

Sus  trabajos  y  persecuciones  fueron  sin  cuento,  hasta  que  Dios  fué 
servido  de  aprobar  su  virtud  y  modo  de  proceder.  Fué  tan  notable 
la  paciencia  con  que  los  sufrió,  que  la  misma  persecución  era  el  más 
eficaz  motivo  para  amar  con  más  ternura  a  los  que  la  perseguían. 
Díjome  un  día,  que  en  algún  tiempo,  cuando  Dios  la  llamó,  estaba  tan 
mal  consigo  misma,  que  por  vengarse  de  sí  deseaba  que  la  pren- 
diesen por  la  Inquisición,  y  gustaba  de  confesarse  con  los  que  sabía 
que  estaban  mal  con  ella,  pareciéndole  que  aquellos  le  dirían  las  ver- 
il 26 


402  APÉNDICES 

dades  y  tíesengaflarían  si  iba  errada.  Yo  sé  la  gran  suavidad  con  que 
sufrió  el  haber  dicho  della  los  que  impedían  sus  fundaciones,  lo  último 
que  de  una  mujer  se  puede  decir;  y  con  ser  sin  cuento  las  contradicio- 
nes que  tuvo  para  estas  fundaciones  y  reformación  y  restitución  de 
su  Regla  primitiva,  la  seguridad  de  que  habían  de  pasar  adelante,  como 
pasó,  es  fiel  testimonio  de  que  el  motivo  de  su  seguridad  era  del 
cielo,    porque    cuando    mayor    persecución,    mayor    seguridad. 

Tuvo  espíritu  de  profecía  para  conocer  los  sujetos  que  le  con- 
venían para  la  reformación  y  aumento  de  su  Religión,  especialmente 
de  monjas,  y  a  mí  me  consta  que  entendió  mis  pensamientos  y  tengo 
muchos  testimonios  de  cosas  que  me  previno,  y  me  sucedieron  como 
ella  lo  dijo,  y  algunas  bien  notables,  que  por  ahora  no  está  bien  de- 
clararlas. 

Y  con  no  poder  sufrir  que  sus  monjas  fuesen  curiosas  en  saber 
latín,  ni  haberlo  ella  estudiado,  entendió  los  Cantares  de  Salomón  de 
manera  que  hizo  una  muy  notable  exposición  y  tratado  sobre  ellos; 
pero  otras  cosas  de  la  Escritura  no  las  entendió  como  las  de  aquel 
libro,  sino  las  que  le  importaban  para  ayuda  de  su  oración  y  perfec- 
ción; y  de  sus  escritos  consta  la  grande  luz  que  tuvo  de  Nuestro  Se- 
ñor, así  para  las  cosas  dichas,  como  para  entender  el  misterio  de  la 
Santísima  Trinidad,  en  cuya  fiesta  recibió  grandes  mercedes  de  su 
divina  Majestad,  y  como  con  esta  luz  se  le  descubrió  la  Majestad 
de  Dios,  y  cuan  digno  es  de  ser  amado  y  servido  y  la  ofensa  que 
recibe  del  pecado  por  leve  que  sea;  algunos  años  antes  de  su  muerte 
hizo  voto  de  no  pecar  a  sabiendas  venialmente,  y  vivió  con  esto  tan 
recatada  y  favorecida,  que  muchos  años  comulgó  todos  los  días,  y  los 
efectos  que  en  su  alma  resultaban  de  esta  frecuencia  bien  se  pueden 
colegir  de  lo  que  exteriormente  parecía. 

Soy  testigo  que  siendo  esta  sierva  de  Dios  de  sesenta  y  seis  años, 
llegando  a  comulgar  con  un  rostro  y  color  de  difunta,  como  se  puede 
presumir  de  mujer  de  tal  edad,  apretada  de  continuas  enfermedades, 
disciplinas  y  abstinencia  y  cotidianos  vómitos  por  espacio  de  cuarenta 
años,  en  tocando  el  Santísimo  Sacramento  en  su  labio,  antes  de  sol- 
tarle yo  de  la  mano,  en  un  punto  se  vistió  su  rostro  de  un  color 
rubicundo  y  trasparente,  como  si  resucitara,  que  me  causaba  grande 
admiración  y  reverencia.  Y  en  esta  edad  y  trabajos  dichos  y  comer 
pescado  y  manjares  groseros,  y  tener  los  dientes  negros  y  podridos, 
salía  de  su  boca  un  olor  como  de  almizcle,  especialmente  después  de 
haber  comulgado. 

No  quiero  referir,  por  no  ser  molesto,  milagro  ninguno  de  muchos 
que  ha  hecho  esta  Santa,  ni  la  incorrupción  de  su  carne,  óleo  y  suave 
olor  que  della  procede,  remitiendo  esto  a  la  vista;  sólo  diré,  que  el 
testimonio  más  evidente,  son  los  frutos  de  vida  que  dcste  árbol  proce- 
dieron, pues  no  pueden  nacer  de  árbol  que  no  sea  bueno;  que  se  puede 
juzgar  de  una  mujer  flaca,  enferma,  pobre,  encerrada  y  criada  en 
regalo,  que  con  su  sola  industria,  prudencia  y  vida  ejemplar,  desde  un 
rincón  y  con  muchas  contradicciones  haya  restituido  en  su  punto  la 
Regla  primitiva  de  los  Santos  Profetas  Elias,  Elíseo  y  de  los 
Santos  Cirilo  y  Alberto,  Patriarca  de  Jerusalén,  la  cual  se  había  re- 
lajado  y    caído    como    de    entre    las   manos   de    los    varones   sucesores 


i 


APÉNDICES  ^03 

de  aquellos  grandes  Profetas,  y  que  en  cuarenta  años  estén  fun- 
dados más  de  ciento  y  treinta  monesterios  llenos  de  varones  nobles 
y  letrados,  y  de  doncellas  ilustres  y  discretas,  todos  de  tanta  virtud, 
y  favorecidos  de  Dios  como  Vuestra  Santidad  entenderá,  si  fuere  ser- 
vido de  mandar  se  haga  información,  así  de  las  virtudes  y  santidad 
de  la  Aladre,  como  de  los  hijos  y  hijas;  que  es  tan  notable  en  estos 
Rexnos,  por  la  grande  y  ejemplar  religión  que  guardan,  que  son  muy 
estimados   de   todos,   y   bien   pudiera   encarecerlo  más. 

Vuestra    beatitud    haga    esta    merced    a    estos    Reinos,    y    este    ser- 
vicio   a    Nuestro    Señor,    que    mande    hacer    información    y    satisfacerse 
desta  verdad,  y  calificar  esta  Virgen  y  autorizar  sus  fundaciones,  para 
que  se  despierten  más  los  ánimos  a  su  imitación,  Tarazona,   a...   (1). 
Beatissirae  Pater 

Vcstrae  Sanctitatis   humilis  servus 

Fr.   Didacus,   eps.   Tirason. 


1  La  carta  fue  escrita  n  3  de  Mayo  de  1605.  Las  palabras  restantes  son  de  letra  del 
mismo  P.  Yeoes.  Esta  caria,  si  bien  conforma  en  la  substancia  con  la  oue  trae  el  ñño  Teresio- 
no,  tomo  V,  dia  5  de  AA.aü0,  se  diferencia  algo  en  la  forma. 


404  APÉNDICES 


L  X  1 1 1 


LA    REIMfl    DOÑA    MARGARITA    AL    MISMO    PAULO    V,    AÑO    DE    1607     (1). 


Muy  Santo  Padre.  Aunque  el  Rey  mi  señor  ha  representado  di- 
versas veces  la  causas  y  razones  que  le  mueven  a  desear  y  procurar  la 
Canonización  de  la  Bienaventurada  ,Madre  Teresa  de  Jesús,  y  supli- 
cádole  instantemente  le  haga  este  favor  y  gracia,  por  el  servicio 
que  de  ello  se  seguirá  a  Nuestro  Señor,  y  consuelo  a  todos  estos 
Reinos,  donde  esta  gloriosa  virgen  es  tan  reverenciada  y  estimada 
por  su  santa  vida  y  heroicas  virtudes,  yo  he  querido  también  por 
mi  parte  hacer  el  mismo  oficio,  suplicando  a  V.  B.  no  falte  en  esto 
al  consuelo  del  Rey  mi  Señor,  y  mío,  al  bien  de  estos  nuestros  Rei- 
nos, y  al  universal  contento  que  recibirán  todos  los  fieles  y  devotos 
de  la  ^adre  Teresa,  en  cuya  vida  y  milagros  que  Dios  ha  obrado,  y 
cada  dia  obra  por  medio  suyo,  se  descubre  claramente  la  grandeza  de 
su  santidad  y  el  raro  ejemplo  con  que  vivió,  siendo  evidente  testimo- 
nio de  esto  y  de  cuan  familiarmente  la  trató  y  enriqueció  Nuestro 
Señor  de  sus  dones,  lo  que  escribió,  la  reformación  que  hizo  de  una 
Religión  tan  santa  y  observante,  como  es  la  de  los  Carmelitas  Des- 
calzos, en  tan  poco  tiempo  tan  crecida  y  extendida,  no  sólo  en  la 
Cristiandad,  sino  en  las  remotas  partes  del  Hsia,  con  tanta  gloria  y 
honra  de  Dios,  que  manifiesta  bien  lo  que  Su  Divina  Majestad  la 
estimó  y  quiso.  Y  cuando  bien  faltaran  estas  y  otras  muchas  pruebas, 
que  testifican  su  gloria,  la  persuasión  universal,  arraigada  en  los  co- 
razones de  los  fieles,  y  heredada  de  padres  a  hijos  con  tanta  devo- 
ción, nos  da  una  fuertísima  y  eficacísima  credulidad  humana  de  su 
santidad;  pues  no  es  verisímil  que  permitiese  Dios  esto  en  los  hijos 
de  su  Iglesia  con  falso  fundamento.  Y  porque  el  Marqués  de  Aitona 
hablará  más  largamente  en  esta  materia  a  V.  S.  de  mi  parte,  le 
suplico  le  dé  entera  fe  y  crédito,  y  a  mí  me  haga  en  ella  la 
gracia  que  espero  de  V.  B.,  mandando  se  beatifique  su  cuerpo,  y  se 
rece  de  ella  en  su  Religión,  mientras  se  trata  y  verifica  lo  que  toca  a 
su  canonización;  que  toda  la  que  V.  S.  me  hiciere  en  esto,  será  para 
mí  de  particular  estimación.  Nuestro  Señor  guarde  la  muy  santa  per- 
sona de  V.  B.  al  bueno  y  próspero  regimiento  de  su  universal  Igle- 
sia. De  San  Lorenzo^  a  11  de  Noviembre  1607.  De  V.  S.  muy  humilde 
y  devota  hija,  Margarita,  por  la  gracia  de  Dios,  Reina  de  las  Españas, 
de  las  dos  Sicilias,  de  Jerusalén,  etc.,  que  sus  santos  pies  y  manos 
besa.  La  Reina. 


1       Cfr.   Reformn  de  los  Descalzos  de   Nuestr  ¡  Señora  del  Carmen,   t.    IV,  lib.  XI\',  c.  II. 


APÉNDICES  105 


LXIV 


SEGISMUNDO,  REY  DE  POLONIA  R    S.  S.  PAULO  V,  AÑO  DE  1608  (1). 


Santísimo  y  beatísimo  en  Cristo  Padre  Señor  S.  Clementísimo. 
Después  de  besar  los  pies  beatísimos,  y  hacer  humildísima  entrega 
de  todos  mis  Reinos  y  Estados,  como  los  rayos  de  santidad  con  que 
la  bienaventurada  virgen  Teresa  ilustra  en  nuestros  tiempos  todo  el 
orbe  cristiano,  hayan  también  penetrado  hasta  este  mi  Reino',  y  la  fun- 
dación de  Religiosos  que  instituyó  resplandezca  en  él  con  tan  notable 
lustre  de  virtudes  y  ardor  de  religiosa  piedad,  que  a  todos  causa 
admiración,  yo  también,  deleitándome  sumamente  de  ver  estos  tan 
gloriosos  aumentos  de  virtud,  abrazo  y  hago  particular  estima  de 
esta  Religión,  y  de  la  diligencia  y  sumo  cuidado  que  pone  en  propa- 
gar la  verdad  católica,  y  despertar  en  los  ánimos  de  los  fieles  la  pie- 
dad cristiana;  la  cual,  como  de  presente  trabaje  porque  se  ponga  en 
el  número  de  los  Santos  esta  Reformadora  de  su  Instituto,  yo  tam- 
bién con  mi  voto  y  solícita  intercesión  a  V.  .S.  deseo  adelantar  este 
negocio  del  mejor  modo  que  puedo,  suplicando  a  V.  S.  quiera  tam- 
bién por  mi  causa  concluirlo»  y  cumplirle  a  esta  Religión,  tan  benemé- 
rita de  la  Iglesia,  sus  deseos.  En  el  ínterin  a  mí,  a  mis  Reinos  y 
Estados  fervorosamente  encomiendo  en  las  bendiciones  de  V.  S.  Dada 
en  Cracovia,  a  17  de  Abril  1608.  De  V.  S.  obedientísimo  hijo,  Segis- 
mundo, Rey  de  Polonia. 


1      Reforma  de  los  Descalzos,  t.  IV,  llb.  XIV,  c.  II. 


406  APÉNDICES 


LXV 


CARTA     DEL     REY     FELIPE     III     A     SU     EMBAJADOR     EN     ROMA     EN    QUE     LE    HABLA     DE 
LA    BEATIFICACIÓN    DE    SANTA    TERESA,    AÑO    DE    1610    (1). 


Don  Francisco  de  Castro,  Duque  de  Taurisano,  Conde  de  Castro, 
de  mi  Consejo  y  mi  embajador  en  Roma.  Las  Informaciones  que  ei 
Papa  mandó  liacer  para  la  canonización  de  la  B.  Aladre  Teresa  de 
Jesús  se  han  concluido  y  se  envían  agora,  y  con  esta  ocasión  escribo 
a  Su  Santidad  la  carta  que  va  con  ésta,  con  su  copia,  suplicándole 
por  el  buen  despaclio  de  este  negocio,  como  cosa  que  yo  tanto  deseo  por 
las  muchas  causas  y  tantos  títulos  que  para  ello  hay,  como  son  el  de 
sus  libros,  la  fundación  de  la  Reformación  de  Descalzos  Carmelitas, 
en  tan  aventajada  virtud  y  los  grandes  milagros  que  en  todas  partes 
Nuestro  Señor  ha  obrado  por  su  medio,  junto  con  ser  natural  de  estos 
Reinos  y  la  honra  y  gloria  de  Dios  que  dello  se  ha  de  seguir;  y 
así  os  encargo  y  mando  deis  a  Su  Santidad  la  carta  que  sobre  esto 
le  escribo,  y  le  representéis  de  mi  parte  el  particular  contentamiento 
que  recibiré  de  que  Su  Beatitud  trate  con  muchas  veras  de  la  con- 
clusión de  este  negocio,  haciendo  vos  sobre  ello  los  oficios  y  dili- 
gencias que  os  parecieren  más  a  propósito  en  conformidad  de  lo  dicho 
y  lo  que  os  advertirá  el  Procurador  General  de  la  dicha  Orden,  que 
ahí  asiste;  y  pediréis  también  a  Su  Santidad  que  estos  Procesos  de 
la  canonización  se  entreguen  en  la  Congregación  de  Ritos.  Y  vi- 
niendo en  ello,  como  yo  lo  espero,  ordenaréis  que  los  lleve  el  agente  mío 
que  ahí  tenéis,  y  vos  haréis  de  mi  parte  con  la  Sagrada  Congregación 
particular  recomendación  para  el  despacho  dello,  y  rae  avisaréis  de 
lo  que  se  hiciere. 

Demás  de  los  dichos  oficios,  os  encargo  y  mando  los  hagáis  con  Su 
Santidad  de  mi  parte  para  que  favorezca  y  ampare  esta  S.  Reli- 
gión y  las  determinaciones  de  sus  Capítulos  Generales,  la  conserva- 
ción de  sus  leyes,  la  separación  que  se  hizo  tantos  años  ha  entre 
la  Congregación  de  Italia  y  la  de  España,  que  todo  esto  es  tan 
justo  y  digno  de  su  santa  persona  y  ha  de  redundar  en  mucho  ser- 
vicio de  Nuestro  Señor.  Y,  en  efecto,  los  ampararéis  en  las  quejas 
que  suelen  dar  los  inquietos,  en  conformidad  de  lo  que  os  advertirá  cJ 
dicho  Procurador  General,  que  yo  me  terne  por  muy  servido  de  todo  el 
cuidado   que   en   ello   pusiéredcs.   De  Madrid,   a   27   de  Diciembre,    l6iu. 

Yo    El    rey. 


1       Consérvase  esta  caria  en  el   Archivo  de  Simancas:   Secretaría   de  Estado,  núra.  373. 


APÉNDICES  407 


LXVÍ 


CARTA     DEL     REY    FELIPE    m    A     PAULO    V,    AÍJo    DE     1610     (1). 


Mug  Santo  Padre.  En  conformidad  de  lo  que  V.  Santidad  mandó, 
se  han  hecho  las  informaciones  sobre  la  canonización  de  la  B.  Madre 
Teresa  de  Jesús,  y  se  envían  ahora,  y  con  esta  ocasión  escribo  al  Con- 
de de  Castro  represente  a  V.  B.  las  muchas  causas  que  a  mí  me  obli- 
gan a  desear  y  procurar  este  negocio,  y  cuan  propio  será  de  V.  San- 
tidad el  ordenar  que  se  abrevie  y  despache  (2).  Pero  aquí,  aparte, 
hs  querido  suplicarlo  a  V.  B.,  como  lo  hago,  con  el  encarecimiento 
posible,  que  demás  que  será  para  mucha  honra  y  gloria  de  Nuestro 
Señor,  y  digno  de  V.  Santidad,  yo  lo  estimaré  por  particular  gracia  y 
favor,  y  que  tenga  por  muy  encomendada  la  Religión  de  los  Des- 
calzos Carmelitas,  y  los  ampare  y  favorezca  en  cuanto  se  les  ofreciere, 
como  lo  entenderá  V.  B.  del  Conde  de  Castro.  Nuestro  Señor  guarde 
la  muy  santa  persona  de  V.  S.  para  el  bueno  y  próspero  regimiento 
de  su  universal  Iglesia.  De  Madrid,  a  27  de  Diciembre  de  1610.  De 
V.  S.  muy  humilde  y  devoto  hijo,  Don  Felipe,  por  la  gracia  de  Dios, 
Rey  de  las  Españas,  de  las  dos  Sicilias,  de  Jerusalén,  etc.,  que  sus 
santos  pies  y  manos  besa.— £/  Rey. 


1  Reforma  de  los  Descalzos,  t.  IV,  lib.  XIV,  c.  II. 

2  Ya  por  los  años  de  1591  comenzaron  en  España  las  declaraciones  de  testigos  poro  fcr- 
mar  el  Proceso  canónico  de  la  beatificación  de  Santa  Teresa.  En  1604  Clemente  VIII  mandó  a  los 
Obispos  de  Avila  y  Salamanca  proseguir  las  informaciones  in  genete,  sobre  la  fama  de  santi- 
dad de  que  gozaba  la  Vener.ibli  Fundadora.  Dióse  por  terminado  este  trabajo  en  1607,  d  Paulo 
V  ordenó  proceder  a  las  informaciones  in  specie.  acerca  de  las  virtudes  y  milagros.  Este  Proce- 
so, llamado  Remtsorial,  fué  confiado  a  los  Ordinarios  de  Toledo,  Avila  y  Salamanca.  En  sus 
declaraciones  tomaron  paite  la  nobleza  y  los  hombres  más  doctos  que  entonces  tenía  Espaflo. 
El  último  Proceso  es  el  monumento  informativo  mes  grande  que  se  ha  elevado  a  la  buena  me- 
moria de  Santa  Teresa. 


408  APÉNDICES 


LXVII 


NUEVA     INSTANCIA      DE      LA      REINA      SOBRE      LO     MISMO,      AÑO      DE      1610      (1). 


AVuy  Santo  Padre.  Las  obras  de  caridad  me  hacen  tanta  fuerza, 
que  no  me  recato  da  cansar  a  Vuestra  Santidad  con  las  que  se  ofre- 
cen. La  Orden  de  Carmelitas  Descalzos  florece  tanto  en  estos  Reinos, 
asi  en  la  decencia  g  curiosidad  del  culto  divino,  como  en  su  doctrina, 
clausura  y  ejemplos,  que  muestra  bien  la  santidad  de  su  Fundadora, 
la  Beata  Madre  Teresa  de  Jesús;  y  comoquiera  que  su  vida  está  tan 
calificada  en  sus  milagros  y  santos  libros,  siendo  hija  de  estos  Reinos 
y  yo  tan  obligada  del  amor  y  afición  que  me  tienen^  y  de  la  devoción 
de  estos  Religiosos,  es  fuerza  que  corra  por  mi  cuenta  la  solicitación 
de  su  canonización.  Suplico  a  Vuestra  Santidad,  con  la  humildad  que 
puedo,  se  sirva  de  abreviarla  cuanto  sea  posible,  para  que  todos  en- 
tiendan las  veras  con  que  he  tomado  a  mi  cargo  esta  diligencia,  que 
recibiré  en  ello  muy  grata  complacencia  de  Vuestra  Santidad,  cuya  muy 
Santa  Persona  nuestro  Señor  guarde  al  bueno  y  feliz  regimiento  de 
su  Iglesia.  Madrid  y  Diciembre,  22  de  1610.  De  Vuestra  Santidad, 
su  muy  humilde  y  devota  hija,  Margarita,  por  la  gracia  de  Dios, 
Reina  de  las  Españas,  etc.   La  Reina. 


1       Publicóla  el  Jlño  Teresiano,  t.  Xll,  día  22  de  Diciembre. 


APÉNDICES  409 


LXVIll 


LOS    REINOS    DE    Lfl    CORONA    DE    CASTILLA    A    PAULO    V,    AÑO    DE     1611    (1). 


Beatísimo  Padre.  Gran  consuelo  han  tenido  estos  Reinos  de  Cas- 
tilla con  la  merced  que  V.  S.  se  ha  servido  hacerles  en  la  conce- 
sión de  los  Breves  para  las  últimas  informaciones  de  la  canonización 
de  la  Venerable  Virgen  Teresa  de  Jesiis,  mostrando  con  ellos  tan  uni- 
versal alegría,  que  cuando  no  hubiera  de  su  santidad  y  raras  virtu- 
des tan  grandes  testimonios,  el  universal  aplauso  que  todos  han  hecho 
a  sus  informaciones,  parece  indicio  claro  de  la  crecida  gloria  que  goza. 
Y  aunque  es  causa  esta  de  toda  la  Cristiandad,  en  particular  tienen 
estos  Reinos  obligación  de  representarlo  a  V.  S.,  y  las  voces  co- 
munes y  encendidos  deseos  de  todos  los  Estados,  que  van  acompa- 
ñando sus  informaciones  hasta  los  pies  de  V.  S.,  solicitando  la  breve- 
dad de  su  canonización.  Y  aunque  para  esto  ayuda  el  ser  natural  de 
estos  Reinos  y  el  provecho  que  en  ellos  y  otros  ha  hecho  por  medio 
de  sus  religiosos,  y  de  los  muchos  milagros  que  por  su  medio  Nues- 
tro Señor  ha  obrado,  hace  mucha  instancia  para  suplicar  a  V.  S.  con 
nueva  instancia  esta  merced,  que  siendo  estos  Reinos  tan  fieles  sub- 
ditos de  la  Iglesia  y  obedientes  hijos  de  V.  9.  y  tan  grande  el  afecto 
general  a  esta  venerable  Virgen,  no  se  puede  dejar  de  sentir  que  no 
lleven  por  guía  la  determinación  y  decreto  de  V.  S.,  porque  la  devo- 
ción de  los  fieles  ha  crecido  tanto,  que  en  sus  necesidades  acuden  a 
socorrerse  de  su  intercesión,  con  gran  certeza  que  goza  en  el  ciclo 
de  aventajado  lugar  entre  los  santos  de  él;  y  haber  sido  medios  efi- 
caces para  reformación  de  costumbres  y  ejercicio  de  virtudes,  la  que 
hizo  en  su  Religión  y  doctrina  de  sus  libros;  y  este  fruto  sería  de 
mayor  utilidad  y  eficacia  si  esta  Santa  estuviese  canonizada.  Y  así, 
como  causa,  no  sólo  particular,  sino  común  también  de  la  Iglesia, 
suplicamos  humildefnente  a  V.  S.  que  para  alabanza  de  Dios,  admi- 
rable en  sus  santos,  para  bien  de  las  almas,  consuelo  de  los  fieles, 
confusión  de  los  herejes  y  honra  de  estos  Reinos,  se  sirva  de  mandar, 
que  con  toda  brevedad  se  trate  de  perfeccionar  su  canonización,  con 
que  los  fieles  podrán  libremente  venerarla  con  sacrificios,  y  valerse 
con  mayor  seguridad  de  su  favor;  porque  sólo  falta  que  el  Espíritu 
Santo  nos  certifique  de  su  gloria  por  medio  de  V.  S.,  cuya  beatitud 
guarde  Nuestro  Señor  largos  años  para  bien  de  su  Iglesia.  En  Madrid, 
a  2  días  del  mes  de  Febrero  de  1611  años.  Beatísimo  Padre.  El  hu- 
milde y  devoto  Reino  de  Castilla,  que  los  santísimos  pies  de  V.  S. 
besa.    Por    acuerdo    del    Reyno    de    Castilla,    Don    Juan    de    Hinestrosa. 


1      Este  documento,  lo  mismo  que  los  dos  siguientes,  pueden  verse  en  la  Reforma  de  los 
Descalzos,  t.  IV,  lib.  XIV,  c.  II. 


'ilü  Al'ENDICES 


LXIX 


EL   señorío  de   VIZCAYA  fl   SU   SANTIDAD,  AÑO  DE   1611. 


Santísimo  Padre.  Tiene  este  Señorío  de  Vizcaya  tan  general  no- 
ticia de  la  vida  que  liizo  la  virgen  Teresa  de  Jesús,  y  de  los  grandes 
milagros  que  después  de  su  muerte  y  por  su  intercesión  Nuestro  Se- 
ñor ha  iiecho,  que  liabemos  estado  todos  con  grandes  deseos  de  que 
V,  S.  haga  a  estos  Reinos  la  merced  que  comenzada  tiene  para  la  ca- 
nonización de  esta  Virgen,  porque  será  para  todos  de  grandísimo  con- 
suelo y  sublimada  devoción,  como  al  presente  la  tenemos  en  la  le- 
yenda de  su  vida  y  reliquias  que  de  esta  Santa  se  alcanzan,  ñsí,  su- 
plico a  V.  S.,  humildemente  y  con  el  encarecimiento  que  puedo,  se 
sirva  de  perficionar  esta  obra,  la  cual  será  de  tan  grande  consuelo 
a  nuestras  almas,  como  dechado  para  nuestras  vidas.  Y  la  brevedad  de 
este  caso  tenemos  esperanza  de  conseguir  de  V.  Beatitud,  cuya  vida  sea 
tan  larga  como  ha  menester  la  Cristiandad  y  lo  deseo.  De  este  Con- 
sistorio, a  24  de  ñbril  de  1611.  Por  decreto  de  la  ciudad  de  Orduñai, 
Cámara  del  muy  noble  y  leal  Señorío  de  Vizcaya.  Su  Secretario, 
Juan  de  Vidaurres. 


APÉNDICES  411 


LX 


f»L    REINO    Y    CORONA    DE    ARAGÓN    A    SL'    SANTIDAD,    aRo    DE    1611. 


Santísimo  Padre.  Este  Reino  ha  tenido  general  consuelo  con  la 
merced  que  V.  S.  le  ha  hecho  en  ia  concesión  de  las  ñemisoriales  para 
las  últimas  informaciones  en  orden  a  la  canonización  de  la  Vene- 
rable virgen  Teresa  de  Jesús,  a  quien  tenemos  particular  devoción, 
demás  de  otros  títulos  generales,  como  son,  el  ser  ella  natural  de  estos 
Reinos  de  España,  el  grande  y  conocido  aprovechamiento  que  con 
sus  escritos  ha  hecho  en  las  almas,  viendo  la  experiencia  de  esta 
verdad  los  aficionados  y  devotos  que  los  leen,  exhortándoles  a  la  vir- 
tud, con  que  se  da  muestra  del  precioso  tesoro  que  en  sí  está  ence- 
rrado de  su  celestial  doctrina,  y  también  por  la  Religión  a  que  dio 
principio  esta  Santa,  que  es  una  de  las  más  ejemplares  y  bien  acre- 
ditadas que  hay  en  la  Iglesia  de  Dios.  Y  cuanto  estas  maravillas  son 
obradas  por  más  flaco  sujeto,  tan  superiores  al  caudal  de  una  mujer, 
tanto  descubren  más  a  la  clara  haber  sido  Dios  el  autor  principal 
de  ellas,  y  los  milagros  que  cada  día  la  Majestad  Divina  obra  por 
medio  de  sus  reliquias,  son  indicios  manifiestos  de  la  gloria  que  esta 
santa  Virgen  tiene  en  el  cielo.  Y  porque  entre  los  demás  piadosos 
ruegos,  que  junto  con  sus  informaciones,  llegarán  a  esa  Santa  Sede, 
es  justo  les  acompañen  ios  nuestros,  suplicamos  a  V.  S.,  con  el  afecto 
de  humildad  que  podemos,  se  sirva  de  honrar  este  Reino  y  República 
con  la  brevedad  de  la  canonización  que  esperan,  con  aplauso  común  y 
deseo  universal;  lo  cual,  junto  con  la  noticia  del  paternal  amor  y  pia- 
doso celo  de  V.  S.,  nos  mueve  a  que,  obligados  con  nuevos  beneficios, 
supliquemos  a  Dios  Nuestro  Señor  guarde  y  prospere  la  beatísima 
persona  de  V.  S.  muchos  años  para  el  bien  de  su  Iglesia,  como  la  Cris- 
tiandad ha  menester  y  nosotros  deseamos.  De  Zaragoza,  a  11  de  JWayo 
de  1611.  Besan  los  pies  de  V.  S.  sus  humildes  siervos  y  devotos.  El 
Obispo  de  Uíica,  Abad  de  Rueda,  Alonso  Labajas,  Aparicio  de  Mingue- 
jón,  Don  Martín  de  Bolea  y  Castro,  Don  Luis  de  Herrera  y  Quzmán, 
Diputados   del   Reino  de  Aragón.  Pedro  López,   Secretario. 


H\2 


APÉNDICES 


LXXI 


EL       ARCHIDUQUE       ALBERTO       Y       LA       INFANTA       ISABELA,       CONDES       DE       FLANDES, 
A    S.     S.     PAULO    V,     AÑO     DE     1611    (1). 


Beatísimo  Padre.  Los  afectuosos  y  devotos  obsequios  de  nuestra 
veneración  y  culto  para  con  la  B.  Al.  Teresa  de  Jesús,  Fundadora 
del  Orden  de  Carmelitas  Descalzos,  por  la  singularísima  integridad  de 
su  santa  vida,  y  señales  ciertas  de  sus  virtudes,  la  hacen  en  toda  Es- 
paña, no  sin  merecerlo,  tan  celebrada,  que  vehementemente  deseamos, 
que  cuanto  antes  se  ponga  en  el  número  de  los  Santos;  de  la  manera 
que  también  parece  piden  lo  mismo  los  muchos  y  grandes  milagros 
que  Dios  ha  obrado  por  los  méritos  de  la  bienaventurada  Teresa,  los 
cuales,  como  sean  tan  ilustres  y  públicamente  testificados,  confiamos 
que  V.  S.  ha  de  comprobarlos  con  su  voto  e  infalible  juicio.  Lo  cual, 
como  con  ardientes  ansias,  por  el  afecto  a  la  dicha  Teresa,  lo  de- 
seemos, así  eficazmente  suplicamos  a  V.  S.  no  permita  diferir  esta 
canonización  más  tiempo,  ni  que  la  que  en  los  cielos  triunfa,  inserta 
en  los  coros  de  los  Santos,  se  defraude  en  la  tierra  del  culto  debido 
a  sus  méritos.  Esto  redundará  en  mayor  gloria  de  Dios,  alabanza  de 
V.  S.,  ornamento  de  la  Iglesia  Católica,  y  maravillosa  consolación 
nuestra.  Dios  óptimo,  máximo,  conserve  con  entera  salud  a  V.  S.  mucho 
tiempo  para  bien  del  orbe  cristiano.  Dada  en  Bruselas,  a  3  de  Agosto 
1611.    Sanctitatis     vestrae    obsequentissimi    Filii.    Alberto,    Isabela. 


1      Reforma  de  los  Descalzos,  t,  IV,  llb.  XIV,  c.  II. 


APÉNDICES  413 


LXXII 


BREVE    DE    BEATIFICACIÓN    DE    SANTA    TERESA,     DE    24    DE    ABRIL    DE    1614    (1). 


Paulo   Papa   V.   para   perpetua   memoria. 

Teniendo  Nos  en  la  tierra,  aunque  indignos,  las  veces  del  Rey 
de  la  gloria  eterna,  que  corona  con  diadema  de  vida  inmortal  a  sus 
fieles  siervos,  por  el  oficio  pastoral  que  Nos  está  encomendado,  pesa 
sobre  nosotros  la  obligación  de  oir  las  peticiones  de  los  fieles  de 
de  Cristo,  especialmente  de  los  Reyes  Católicos,  de  los  príncipes  y 
de  las  familias  religiosas,  cuando  se  ordenan  al  acrecentamiento  del 
honor  y  de  la  veneración  debidos  a  los  siervos  de  Jesucristo,  por  lo 
cual  de  buena  gana  les  hacemos  gracia  de  acoger  benignamente  sus 
votos,  según  que  vemos  convenir  saludablemente  en  el  Señor,  ñhora 
bien,  en  nombre  de  todos  los  amados  hijos  de  la  Orden  de  Carme- 
litas Descalzos  de  la  Santísima  Virgen  María  del  Monte  Carmelo 
se  nos  ha  hecho  relación  de  que  la  Fundadora  de  dicha  Orden  de 
Carmelitas  Descalzos,  Teresa  de  Jesús,  de  gloriosa  memoria,  fué  ador- 
nada por  Dios  con  tantas  y  tan  eximias  virtudes,  gracias  y  milagros, 
que  la  devoción  a  su  nombre  y  su  memoria  florece  en  el  pueblo  cris- 
tiano; razón  por  la  cual,  no '  solamente  la  dicha  Orden,  sino  también 
Nuestro  querido  iiijo  Felipe,  rey  católico  de  las  Españas,  y  casi  todos 
los  Arzobispos,  Obispos,  Principes,  Corporaciones,  Universidades  y  sub- 
ditos de  los  reinos  españoles,  han  elevado  a  Nosotros  repetidas  veces 
humildes  súplicas,  pidiéndonos  que,  mientras  la  Iglesia  concede  a  Te- 
resa los  honores  de  la  canonización,  los  cuales,  atendidos  sus  grandes 
merecimientos  esperan  no  ha  de  tardar  mucho  en  otorgárselos,  todos 
y  cada  uno  de  los  religiosos  de  la  dicha  Orden  puedan  celebrar  el 
sacrosanto  sacrificio  de  la  misa  y  rezar  el  oficio  de  dicha  Teresa 
como  de  Virgen  bienaventurada.  Así  pues.  Nos,  examinada  con  de- 
tención esta  causa,  por  medio  de  nuestros  venerables  hermanos  los 
Cardenales  de  la  santa  Iglesia  Romana,  deputados  para  los  sacros 
Ritos,  a  quienes  encomendamos  su  estudio,  y  oído  su  consejo  favo- 
rable a  estas  peticiones,  concedemos  que  en  adelante  se  pueda  ce- 
lebrar en  todos  los  monasterios  e  iglesias  de  la  dicha  Orden  de  Car- 
melitas Descalzos  y  por  todos  los  religiosos  de  ambos  sexos  el  oficio 
y  la  misa  de  la  bienaventurada  Teresa  como  de  Virgen,  el  día  de 
su  glorioso  tránsito,  esto  es,  el  día  5  del  mes  de  Octubre  (2),  y  que 
en   la  villa   de  Alba,  diócesis  de  Salamanca,  en   el  monasterio  y  en  la 


1  Bullatium  Catmelitanum,  t.  II,  p.  370. 

2  Hasta  el  año  de  1Ó29  no  se  fijó  la  festividad  de  Sta.  Teiesa  en  el  dio  IfJ  de  Octubre. 


¿tH  ?iPENDtCES 

Iglesia  en  que  se  guarda  el  cuerpo  de  la  bienaventurada  Teresa,  pue- 
dan todos  los  sacerdotes,  tanto  seculares  como  regulares,  rezar  y  cele- 
brar el  oficio'  y  la  misa,  respectivamente,  en  honor  de  la  dicha  Beata 
Teresa,  según  las  rúbricas  del  Breviario  y  del  Misal  romanos.  Gra- 
cia que,  en  virtud  de  Nuestra  autoridad  apostólica  y  por  las  presentes 
Letras,  concedemos  a  perpetuidad,  sin  que  obsten  las  Constituciones 
y  Ordenaciones  apostólicas,  ni  cosa  alguna  en  contrario.  Queremos 
también  que  a  los  traslados  de  las  presentes  Letras,  aunque  sean  ira- 
presos,  firmados  por  mano  de  algún  notario  público,  y  sellados  con 
el  sello  de  cualquier  persona  constituida  en  dignidad  eclesiástica  o 
por  el  Procurador  General  de  dicha  Orden,  se  les  dé  la  mism.a  fe  y 
el  mismo  valor,  en  juicio  y  fuera  de  él,  que  se  daría  a  nuestras  letras, 
si   se  mostraran  y   exhibieran. 

Dado  en  Roma,  junto  a  San  Pedro,  y  con  el  anillo  del  Pescador, 
el   día   2'i   de   ñbril   del    lól'i,   año   nono   de   nuestro   Pontificado. 


APÉNDICES  1Í5 


LXXIII 


EL    DUQUE    DE    LERMfl    DA    GRACIAS    AL    PAPA    POR    LA     BEATIFICACIÓN    DE    LA    SANTA, 
AÑO    DE    1614    (1). 


Santísimo  Padre:  Ha  sido  tan  grande  la  alegría  y  consuelo  que 
el  mundo  ha  recibido,  y  yo  particularmente,  con  la  nueva  de  la  Beati- 
fícación  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  no  he  querido  faltar 
a  la  obligación  que  me  corre  de  echarne  a  los  pies  de  Vuestra  San- 
tidad por  tan  singular  favor  y  merced  como  todos  hemos  recibido, 
quedando  con  muy  ciertas  esperanzas  de  que  V.  Santidad  la  canonizará, 
pues  es  Santa  tan  famosa  y  prodigiosa;  y  también  es  muy  grande 
el  deseo  que  todos  puedan  decir  misa  y  oiría  de  la  Santa.  Y  yo 
suplico  a  V.  Santidad  tenga  por  bien,  que  esto  sea  generalmente 
en  Lerma,  que  es  un  lugar  Cabeza  de  mis  Estados,  conforme  al  misal 
romano;  que  en  ello  la  recibiré  muy  grande  de  V.  Beatitud,  cuya 
muy  Santa  Persona  guarde  Dios,  como  su  Iglesia  ha  menester  y 
este    humilde    hijo    desea.    En    Madrid,    15    de    Junio    de    1614. 

Añade  el  Duque   de  su  propia   mano: 

Vuestra  Santidad  ha  hecho,  (Dios  nos  le  guarde),  una  obra  suya 
y  ha  regocijado  a  toda  España.  Santísimo  Padre:  Besa  los  santísi- 
mos pies  de  Vuestra  Santidad  su  humilde  hijo  y  siervo,  El  Duque 
y  Marqués  de  Denla. 


1      Véase  el  Año   Teresiano,  t.  IV,  día  15  de  funio. 


416  APÉNDICES 


LXXIV 


CARTA      DEL      REY     FELIPE     HI      AL      CONDE     DE      CASTRO      DANDO     GRACIAS     POR      LA 
BEATIFICACIÓN     DE     SANTA     TERESA,     AÑO     DE     1614     (1). 


Ilustrísimo  Don  Francisco  de  Castro,  Duque  de  Taurisano,  Con- 
de de  Castro  y  mi  embajador  en  Roma.  He  recibido  vuestra  carta 
del  2  del  pasado  con  aviso  de  haber  Su  Santidad  mandado  beatificar 
la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  celebrádose  al^í  a  los  27  de  Abril, 
que  me  ha  sido  de  muy  particular  gusto;'  y  así  os  doy  las  gracias  por 
las  diligencias  que  por  vuestra  parte  habéis  hecho  para  conseguirlo. 
Y  en  confonnidad  de  lo  que  apuntáis  en  vuestra  carta,  escribo  al 
Papa  y  a  los  cardenales,  a  quien  fué  cometida  esta  causa,  agradecién- 
doles lo  hecho  y  pidiéndoles,  pues  se  ha  dado  principio  a  obra  tal, 
la  perfeccionen,  con  que  se  canonice,  y  que  en  tanto  se  extienda 
la  licencia  para  que  se  pueda  decir  misa  de  la  Santa  en  todos  mis 
reinos  y  por  todos  sacerdotes,  como  veréis  más  particularmente  por 
las  copias  de  las  cartas.  Yo  os  encargoi  y  mando  que,  dándolas  a  Su 
Santidad  y  Cardenales,  les  digáis  a  todos  cuánto  estimaré  esta  gracia 
y  cuan  justo  será  que  Santa  tan  ilustre  y  famosa  por  sus  obras,  cuyo 
fruto  es  tan  conocido  por  toda  la  Cristiandad,  se  canonice  y  ponga 
en  el  número  de  los  santos,  que  yo  seré  muy  bien  servido  de  todo  lo 
que  en  esto  hiciéredes  y  de  que  me  aviséis  a  su  tiempo  de  lo  que 
Su  Santidad  ordenare.   De  Madrid,   a   17  de  Junio  de  1614. 

Yo    El    tev. 


1  Archivo  de  Simancas:  Secretaria  de  Estado,  nuni.  37f),  Con  fecha  2  de  Mayo  del 
mismo  año  de  16H  había  escrito  al  Rey  el  Conde  de  Castro,  dándole  cuenta  de  las  diligen- 
cias  hechas  para   la  beatificación   de  la  Santa   y  de  su   feliz   resultado. 


APÉNDICES  417 


LXXV 


CñítTA    DE     LUIS    Xra     REY     DE    FRANCIA     fl     PAULO    V    SUPLICANDO    LA    CANONIZAOON 
DE    SANTA    TERESA,    AÑO    DE    1615     (1). 


Santísimo  Padre:  La  santa  vida  de  la  Madre  Teresa,  y  los  mila- 
gros que  Dios  ha  obrado  en  crédito  de  sus  merecimientos  y  ejemplar 
virtud,  siendo  a  todos  notorios,  y  llegado,  a  tal  reverencia  entre  nues- 
tros vasallos,  que  hay  ya  en  nuestro  reino  fundados  muchos  monas- 
terios de  su  instituto;  hemos  juzgado,  que  vuestra  Beatitud,  certifi- 
cada por  nosotros,  como  ya  lo  ha  sido  de  los  buenos  efectos  que  se 
han  seguido,  aceptará  con  gusto  la  súplica  que  le  hacemos  de  su 
canonización,  con  eficaces  ruegos  de  que  Vuestra  Beatitud  confirme, 
en  memoria  de  las  buenas  obras  de  esta  piadosa  matrona,  lo  que  su 
dicho  instituto  ha  dado  ya  a  la  posteridad;  lo  cual  tanto  más  se  in- 
citará a  la  devoción  e  imitación  de  sus  virtudes,  cuanto  vuestra  San- 
tidad contribuya  lo  que  es  de  la  autoridad  de  la  Santa  Sede,  y  su 
particular  afecto  a  la  exaltación  de  la  gloria  de  Dios  y  su  Iglesia 
santísima,  a  que  quedaremos  muy  agradecidos;  y  así  se  lo  hemos 
mandado  al  Marqués  de  Treinel,  nuestro  embajador,  se  lo  insinúe 
y  represente  a  Vuestra  Beatitud,  al  cual  remitiéndonos,  rogamos  a  Dios, 
Santísimo  Padre,  se  digne  de  mantener,  guardar  y  preservar  a  Vuestra 
Santidad  en  el  buen  gobierno  y  administración  de  nuestra  santa  madre 
la  Iglesia. 

Escrita   en    París,   el    último   día    de   Enero   de   1615. 

Vuestro  devoto  hijo  el  rey  de  Francia  y  de  Navarra,  Luis. 


1  De  los  muchos  documentos  que  se  conservan  pidiendo  o  Su  Santidad  la  canoniza- 
ción de  Santa  Teresa,  publicamos  estas  dos  cortas,  tal  como  los  trae  el  Mño  Teresiemo. 
t.  I,  p.  568  g   569. 


37 


'113  APÉNDICES 


LXX  VI 


CARTA    DE    Lñ    REINA    MARÍA,    MADRE    DE    LUIS    XIII    SOBRE    LO    MISMO,    AÑO    DE    1615. 


Santísimo  Padre:  Auméntase  tanto  cada  día  en  este  reino  la  de- 
voción por  los  estatutOiS  y  santa  vida  de  la  buena  Madre  Teresa,  que 
algunos  particulares  han  ya  edificado  muchos  monasterios  de  su  Or- 
den; por  lo  cual  somos  obligados  con  toda  buena  voluntad  a  los  mis- 
mos ruegos  y  súplicas  hechas  a  Vuestra  Beatitud,  acerca  de  su  cano- 
nización., pof  e."  rey  nuestro  muy  amado  señor  e  hijo;  atendiendo  y 
considerando  que  el  cumplimiento  de  esta  buena  obra,  depende  de  la 
bondad  y  piedad  de  Vuestra  Santidad,  por  los  efectos  más  útiles  a 
la  gloria  de  Dios  que  de  tiempo  en  tiempo  se  han  seguido  por  los 
méritos  de  esta  esclarecida  virgen,  hasta  hoy,  de  toda  nuestra  satis- 
facción; y  así  suplicamos  a  Vuestra  Santidad  se  digne  de  dar  la 
autoridad  de  la  Santa  Sede  y  la  suya,  y  creer  que  lo  tendremos  por 
singular  favor,  como  se  lo  dirá  a  Vuestra  Santidad  de  nuestra  parte 
el  Marqués  de  Treinel. 

Rogando  a  Dios,  Santísimo  Padre,  se  digne  de  mantener  a  Vuestra 
Beatitud  en  el  buen  gobierno  y  administración  de  nuestra  santa  madre 
la  Iglesia. 

Escrita  en  París,  el  último  día  de  Enero  de  1615. 

Vuestra    devota    hija,    la    reina    de    Francia    y    de    Navarra,    Maña. 


APÉNDICES  419 


LXXVII 


RULA      DE      CANONIZACIÓN      DE      SANTA      TERESA      DE      JESÚS      (1). 
fiREGORIO     OBISPO,     SIERVO     DE     LOS     SIERVOS     DE     DIOS. 

Papa  perpetua  memoria. 

El  omnipotente  sermón  o  palabra  de  Dios,  como  del  seno  del 
Padre  hubiese  bajado  a  lo  inferior  de  este  mundo,  para  sacarnos  g  li- 
brarnos de  la  potestad  de  las  tinieblas,  liabiéndose  cumplido  el  tiempo 
y  término  que  su  Eterno  Padre  le  habia  dado  para  detenerse  entre 
las  criaturas  humanas  y  habiendo  de  pasar  de  este  mundo  al  Padre, 
de  quien  era  enviado,  para  extender  y  amplificar  la  fe  en  todo  el 
mundo  y  en  su  Iglesia,  mediante  sus  Discípulos  y  escogidos,  que 
había  adquirido,  redimido  y  restaurado  con  su  preciosa  y  santisma 
sangre,  y  enseñándola  con  la  palabra  de  la  vida  para  confundir  la 
sabiduría  de  los  sabios,  abatir  y  aniquilar  toda  la  soberbia  y  altivez 
que  contra  su  divina  palabra  se  pretendía  oponer  y  triunfar,  no 
eligió  por  sus  amados  y  queridos  a  los  nobles,  ni  tampoco  a  los 
sabios,  ni  a  los  altivos,  sino  a  los  menospreciadores  del  mundo  y 
cosas  terrenas,  para  que  cumpliesen  con  el  ministerio  y  obra  para  que 
eran  nombrados  desde  ab  eterno  y  predestinados,  y  asimismo  esco- 
gidos, para  que  lo  cumpliesen;  y  esto  no  en  la  elegancia  de  la  plática, 
ni  en  la  palabra  de  la  humana  sabiduría,  sino  en  la  sencillez,  candidez 
y  en  lo  verdadero  de  ella  y  para  el  siglo  venidero  y  siguientes  genera- 
clones.  Como  según  lo  determinadci  y  establecido  por  los  tiempos,  se 
dignase  visitar  y  asistir  con  su  presencia  a  su  plebe  mediante  sus  esco- 
gidos y  siervos  fieles,  por  la  mayor  parte  eligió  y  escogió  para  esta 
obra  a  los  pequeñuelos  y  humildes,  por  medio  de  los  cuales  vio 
e  hizo  a  la  Iglesia  Católica  grandes  y  excelentes  beneficios,  a  los 
cuales  él  mismo,  según  lo  que  dijo  y  pronunció  su  palabra,  descu- 
briera e  hiciera  patentes  los  arcanos  del  cielo  y  tesoros  de  la  divi- 
nidad, y  ocultara  de  los  sabios  y  prudentes  del  mundo;  y  en  tanto 
grado  a  €stos  pequeñuelos  los  alumbró  e  ilustró  con  la  antorcha  y  luz 
de  la  divina  gracia,  que  confirmaran  la  Iglesia  y  establecieran  como 
columnas  de  ella  con  los  ejemplos  de  las  cosas  celestiales,  y  le  clari- 
ficaran  e  ilustraran   con   la   gloria   de  sus  señales  y   milagros. 

En  nuestros  tiempos  y  días  dio  e  hizo  grandes  cosas  por  mano 
de  una  doncella,  suscitó  y  levantó  en  su  Iglesia,  como  otra  nueva  Dé- 
bora,  a  una  virgen  Teresa,  la  cual,  después  de  haber  vencido  y  triun- 

1       Tr.ie  esta   versión  el  tomo  IV  ñe  la  Reforma  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  p.  313. 


iJ20  APÉNDICES 

fado  de  su  carne  con  perpetua  virginidad,  y  del  mundo  con  admira- 
ble humildad,  y  de  todas  las  artes  y  lazos  del  demonio  con  grandes 
y  exuberantes  virtudes,  abatiendo  y  desechando  de  sí  las  cosas  gran- 
des y  habiendo  excedida  y  sobrepujado  con  admirable  valor  y  fortaleza 
de  ánimo  la  naturaleza  femenil,  mostrándose  vencedora,  se  pertrechó 
y  fortaleció  su  brazo^  y  formó  en  su  ánimo  ejércitos  y  escuadrones  va- 
lerosos, para  que  pelearan  con  gran  denuedo,  fortaleza  y  ánimo  por  Ja 
casa  de  Dios  de  Sabaoth,  y  por  su  Ley  y  por  el  cumplimiento  de  sus 
mandatos,  con  las  armas  espirituales  de  todas  las  virtudes;  a  la  cual 
el  Señor,  para  que  pudiese  vencer  una  obra  tan  ardua,  grande  y  ex- 
celente, largamente  y  en  alto  grado  la  fecundó  y  llenó  de  espíritu 
de  sabiduría,  entendimiento  y  tesoros  de  su  divina  gracia,  a  fin  de 
que  su  esplendor  y  claridad,  como  estrella  en  el  firmamento,  resplan- 
deciese   siempre   en    la   casa    de    Dios    por    perpetuas    eternidades. 

Juzgamos,  pues,  conveniente  y  puesto  en  razón,  que  la  que  Dios 
y  su  divino  Hijo,  Nuestro  Señor  Jesucristo,  se  dignó  de  manifestar 
a  su  plebe  en  la  gloria  de  sus  milagros,  como  esposa  .  mada  suya,  coro- 
nada y  adornada  con  diadema  y  corona  y  con  sus  atavíos  y  collares,. 
Nosotros,  a  quien  toca  y  pertenece  la  solicitud  y  cuidado  de  Pastor 
en  toda  la  Iglesia,  a  la  cual,  aunque  sin  ningunos  merecimientos, 
gobernamos,  hemos  determinado  y  establecido,  que  se  le  haya  de 
reverenciar,  venerar  y  adorar  como  a  escogida  de  Dios  y  prestarla 
todo  obsequio  y  reverencia  por  autoridad  Apostólica,  para  que  todos 
los  pueblos  confiesen  al  Señor  en  todas  sus  maravillas  y  portentos 
y  conozca  y  se  persuada  la  caduca  y  perecedera  naturaleza,  que 
en  nuestros  días  nos  favoreció  Dios  con  sus  misericordias,  que  aun- 
que por  nuestros  pecados  grandes,  que  todo  lo  merecen,  nos  visita 
con  la  vara  de  justicia  e  indignación,  sin  embargo,  no  se  abstiene 
en  medio  de  ella  de  llenarnos  de  sus  misericordias,  y  en  nuestras 
grandes  aflicciones  nos  favorece  y  multiplica,  propagando  sus  Santos^ 
para  que  por  medio  de  ellos,  de  sus  intercesiones,  sufragios  y  sú- 
plicas defiendan  la  Iglesia  de  todas  las  asechanzas,  y  para  que  todos 
los  fieles  de  Cristo  entiendan  y  sepan  cuan  abundantemente  y  sin  es- 
casez haya  Dios  repartido,  dado  y  multiplicado  de  su  divinidad  en  su 
sierva;  y  para  que  cada  día  crezca  y  se  aumente  la  devoción  con 
esta  Santa,  juzgamos  referir  en  estas  Letras  las  insignes  y  excelen- 
tes virtudes  suyas  y  lo  obrado  por  Dios  en  virtud  de  su  poderosa 
intercesión. 

Nació  Santa  Teresa  en  ñvila,  en  el  reino  de  Castilla,  el  año 
de  la  salud  humana  de  1515,  de  padres  tan  ilustres  en  sangre,  como 
excelentes  en  la  austeridad  y  observancia  de  los  divinos  mandatos. 
En  lo  tierno  de  su  infancia  y  pequenez  dio  bastantes  muestras  para  ade- 
lante de  su  santidad,  porque  como  la  gloriosa  Santa  se  entretuviese 
en  leer  las  vidas  de  los  Mártires,  tanto  se  cebó  y  llenó  en  su  cora- 
zón del  fuego  del  Espíritu  Santo,  que  con  otro  hermano  suyo,  también 
niño,  hizo  fuga  y  salió  de  casa  de  sus  padres  con  intento  de  pasar 
al  África  a  derramar  su  sangre  y  dar  la  vida  por  la  fe  de  Cristo; 
pero  a  los  ruegos  c  instancias  de  su  tío  y  habiéndola  impedido  de  era- 
prender,  seguir  y  proseguir  en  una  obra  y  suerte  tan  grande  como 
la   que  se  le  ponía   delante,  y   llorando  con  graves  lágrimas  y   sollozos 


APÉNDICES  ¿121 

semejante  pérdida,  en  el  ínterin  procuró  compensarla  y  restaurarla 
con  limosnas  y  otras  obras  de  piedad  y  caridad.  Mas  habiendo  lle- 
gado al  año  veinte  de  su  edad,  se  entregó  toda  a  Cristo  y  con  la 
inspiración  divina,  que  por  él  había  tenido,  pretendió  irse  a  las 
monjas  de  Santa  María  del  Monte  Carmelo  de  la  Orden  mitigada, 
para  que,  plantada  en  la  casa  del  Señor,  atrios  y  umbrales  suyos, 
floreciera  siempre.  Y  habiendo  profesado  en  la  dicha  Religión,  siendo 
ya  de  veinte  y  dos  años,  adoleció  y  padeció  gravísimas  enferme- 
dades y  fué  probada  con  varias  tentaciones,  y  no  teniendo  alivio  supe- 
rior, con  tanta  fortaleza  y  valor  los  llevaba  y  padecía,  que  la  prueba 
de  su  xe  y  perseverancia  fué  más  preciosa  que  el  oro,  que  en  el 
fuego  descubre  sus  quilates,  en  alabanza,  gloria,  honra  y  revelación 
de  Jesucristo. 

Y  porque  para  labrar  y  construir  este  sublime  edificio,  se  hubo 
de  poner  y  mediar  el  fundamento  necesario,  Teresa  lo  colocó  y  puso 
en  grado  tan  estable  y  firme,  que  según  la  palabra  de  Dios,  esta 
bienaventurada  virgen  es  comparada  a  un  varón  sabio  y  prudente,  que 
edificó  su  casa  sobre  piedra.  Con  tanta  firmeza  y  verdad  creía 
y  confesaba  los  Santos  Sacramentos  de  la  Iglesia  y  los  demás  dogmas 
de  la  Católica  Religión,  que  no  podía,  como  muchas  veces  ella  ase- 
guraba, tener  mayor  certeza  de  otra  ninguna  cosa.  Ilustrada  y  escla- 
recida esta  Santa,  con  esta  antorcha  y  perspicacia  de  la  fe,  muchas 
veces  veía  clara  y  distintamente  con  los  ojos  del  entendimiento  el  cuer- 
po de  Jesucristo  en  la  sacratísima  Eucaristía,  y  afirmaba  que  no  tenía 
cosa  alguna  que  envidiar  a  los  que  habían  visto  al  Señor  con  los  ojos 
corporales;  y  tanto  había  puesto  y  colocado  en  Dios  la  viva  espe- 
ranza suya,  que  muchas  veces  vertía  vivas  lágrimas,  porque  se  de- 
tenía en  esta  vida  mortal,  siéndola  de  impedimento  y  estorbo  para 
gozar  siempre  de  su  Dios  g  Señor;  y  no  raras  veces,  antes  muchas, 
cuando  discurría  en  su  memoria  y  corazón  los  gozos  de  la  Patria 
celestial  y  Jerusalén  triunfante,  haciendo  esta  consideración,  era  arre- 
batada y  salía  fuera  de  sí  a  contemplar  este  gozo  y  esta  gloria; 
pero  entre  las  virtudes  de  Teresa,  fué  la  principal  el  amor  de 
Dios,  el  cual  «en  tanto  grado  resplandeció  en  su  corazón,  que  los  con- 
fesores suyos  admiraban  y  celebraban  su  caridad  como  propia,  no 
de  mujer,  sino  de  un  querubín  inflamado,  la  cual  ilustró  y  aumentó 
Muestro  Señor  Jesucristo  admirablemente  con  muchas  visiones  y  re- 
velaciones, principalmente  cuando,  dándole  su  mano  derecha  y  mos- 
trando el  clavo  con  que  había  sido  herida  y  taladrada  la  de  su 
cuerpo  santísimo,  la  adoptó  y  recibió  por  esposa  suya,  dignándose 
decirla  estas  palabras:  «Desde  aquí  adelante,  como  verdadera  Espo-i 
sa,  celarás  y  mirarás  por  mi  honor;  ya  yo  soy  todo  tuyo  y  tú  toda 
eres  mía».  Otras  veces  vio  un  ángel,  que  arrojando  un  dardo  como 
de  fuego,  la  pasaba  y  llegaba  al  corazón;  con  cuyos  celestiales  dones 
y  beneficios  tanto  se  inflamaba  y  ardía  en  el  amor  de  Dios,  que,  en- 
señada de  Su  Majestad,  hizo  un  voto  grandemente  arduo  y  difi- 
cultoso, de  hacer  siempre  lo  que  entendiese  era  más  perfecto  y  más 
conducía  a  la  mayor  gloria  de  Dios.  También,  habiendo  muerto,  se 
apareció  a  cierta  religiosa  y  la  dijo  y  manifestó,  que  no  por  fuerza 
d«   enfermedad    había   ella   pasado   de   esta   presente  vida,   sino   de   un 


422  APÉNDICES 

incendio  intolerable  del  divino  amor.  Pero  con  cuánta  y  perpetua  ca- 
ridad hubiese  amado  y  querido  al  prójimo,  existen  claros  y  mani- 
fiestos argumentos  y  señales,  principalmente  el  gran  deseo  y  anhelo 
con  que  pretendía  la  salud  de  las  almas.  Lloraba  con  perpetuas  y 
continuas  lágrimas  las  tinieblas  y  el  poco  conocimiento  de  nuestra  fe 
de  los  infieles  y  herejes,  y  por  su  reconocimiento  y  conversión,  no  tan 
solamente  hacia  muchas  oraciones,  sino  también  ofrecía  ayunos  y  dis- 
ciplinas, y  con  otros  exquisitos  tormentos  afligía  y  maceraba  su  cuer- 
po. También  la  santa  virgen  propuso  en  su  corazón  y  hizo  firme  pro- 
pósito de  que  no  se  le  pasase  día  sin  ejercitarse  en  alguna  obra  de 
caridad,  en  lo  cual  Dios  la  favoreció  y  consoló  tanto,  que  nunca  poi 
medio  de  su  divina  Majestad  la  faltó  ocasión  en  que  faltase  a  este 
piadoso  ejercicio.  ¡Maravillosamente,  como  en  toda  dilección,  se  pa- 
reció a  Jesucristo  en  el  amor  de  los  enemigos,  porque  como  padeciese 
dolorosas  persecuciones  y  adversidades,  amaba  grandemente  a  los  que 
la  perseguían,  y  oraba  y  rogaba  por  los  mismos  que  la  estaban  abo- 
rreciendo. También  el  daño  y  ofensas  que  padecía  la  servían  a  la 
Santa  de  amor  y  sustento,  con  que  más  le  gozaba  y  crecía  su  caridad, 
y  en  tanto  grado,  que  los  varones  grandes  y  entendidos  acostumbraban 
a  decir  en  las  pláticas  y  conversaciones  en  que  se  hallaban,  que  el 
el  que  quisiese  ser  amado  de  Teresa,  convenía  que  le  hiciese  algún 
agravio   o  injuria. 

Los  votos  y  promesas  que  en  lo  tocante  a  la  observancia  y  profe- 
sión de  su  Religión  había  ofrecido  a  Dios,  los  cumplió  con  grande 
puntualidad,  cuidado  y  diligencia,  y  no  tan  solamente  perfeccionaba 
y  acababa  todos  los  actos  exteriores  con  grande  humildad  al  arbitrio 
y  parecer  de  sus  superiores,  sino  que  propuso  firmemente  en  su  corazón 
de  sujetar  y  rendirles  todos  sus  pensamientos  y  obras,  de  cuya  inten- 
ción y  proposición  nos  dejó  grandes  ejemplos.  Habiéndosela  apa- 
recido muchas  veces  Cristo  Señor  nuestro,  no  le  dio  crédito,  por  ha- 
bérselo mandado  así  sus  confesores,  sospechando  que  el  demonio  la 
engañaba;  pero  esto  no  sin  grande  e  inestimable  premio  de  tan  pro- 
funda obediencia.  También  el  libro  que  había  escrito  sobre  el  Can- 
tar de  los  Cantares,  con  insigne  piedad  y  reverencia,  para  obedecer  en 
todo  al  confesor,  lo  echó  en  el  fuego.  Solía  de  continuo  decir  y  afir- 
mar, que  en  esto  de  ver  visiones  y  revelaciones,  con  facilidad  se 
podía  engañar,  pero  no  en  dar  y  prestar  la  obediencia  a  sus  superio- 
res. En  tanto  grado  amó  la  pobreza,  que  con  el  trabajo  de  sus  manos, 
no  tan  solamente  ganaba  el  sustento,  mas  si  veía  a  alguna  religiosa 
con  hábito  menos  decente  que  el  suyo,  al  instante  se  lo  daba  y  tro- 
caba con  ella,  quedándose  con  el  más  pobre;  y  así,  cuando  le  faltaba 
lo  necesario  y  conveniente,  con  grande  admiración  se  alegraba  y  sal- 
taba de  contento,  dando  gracias  a  Dios,  como  si  le  hubiera  hecho  algún 
grande  favor  o  beneficio.  Pero  entre  todas  y  en  cada  una  de  las 
virtudes,  en  las  cuales  como  esposa  de  Dios  resplandeció,  singular- 
mente se  aventajó  en  la  integérrima  castidad,  a  la  cual  en  tanto  grado 
y  con  tantas  veras  reverenció  y  observó,  que  no  tan  solamente  guar- 
dó e  hizo  propósito  de  guardar  la  virginidad  desde  los  primeros  años 
de  su  niñez,  pero  la  pureza  angelical  la  conservó  en  su  cuerpo  y  corazón 
libre  de  toda  mancha  o  cosa  que  oliese  a  ella. 


APÉNDICES  423 

Las  cuales  virtudes  exornaba  y  componía  con  una  grande  y  mara- 
villosa humildad  de  corazón,  y  como  cada  día  su  alma  se  fortalecía  y 
enriquecía  con  divinos  dones  e  inspiraciones,  muchas  veces  clamando 
llamaba  al  Señor  y  pedía  pusiese  término  y  límite  en  comunicarla 
tantos  dones  y  beneficios,  ni  que  tan  presto  Su  Majestad  se  olvi- 
dase de  sus  grandes  culpas  y  maldades.  Siempre  deseaba  y  estaba 
sedienta  de  afrentas  y  menosprecios;  y  no  tan  solamente  huía  la  honra 
y  pompa  mundana,  pero  el  ser  conocida  de  las  criaturas  lo  sentía  y 
aun  abominaba.  La  invencible  paciencia  de  esta  santa  virgen  la  con- 
firma y  declara  aquella  voz  con  que  muchas  y  continuadas  veces  ex- 
clamaba  y   decía:    «Señor,   o   morir,   o   padecer». 

Fuera  de  todos  estos  dones  y  beneficios  de  la  omnipotencia  divina, 
con  los  cuales  Su  Majestad  quiso  estuviese  adornada  su  amada  y 
esposa,  como  con  preseas  y  collares  ricos,  la  enriqueció  largamente  con 
otros  dones  ij  gracias,  y  la  llenó  y  fecundó  de  espíritu  de  inteligencia 
divina,  para  que  no  tan  solamente  en  la  Iglesia  de  Dios  diera  y  dejara 
ejempios  y  dechados  de  buenas  obras,  sino  esparciera  y  la  ilustrara  con 
los  rocíos  de  la  celestial  sabiduría,  escribiendo  tantos  libros  de  mística 
Teología  y  otros  llenos  de  mucha  piedad,  de  los  cuales  los  entendi- 
mientos y  espíritus  de  los  fieles  perciben  y  sacan  abundantísimos  frutos 
para  el  alma,  y  con  ellas  son  encendidos,  elevados  y  guiados  a  la 
patria  celestial.  Instruida  e  ilustrada  con  tantas  inspiraciones  y  nú- 
mero de  beneficios,  emprendió  una  obra  grandísima  y  para  cualquiera 
dificultosísima;  pero  muy  provechosa  para  la  Iglesia  de  Dios,  y  fué  la 
Reformación  de  la  Orden  Carmelitana;  y  esto  así  en  los  conventos 
de  monjas,  como  también  en  los  de  frailes,  que  dejó  y  están  edi- 
ficados, no  sólo  por  toda  España,  mas  también  por  otras  partes  re- 
motas del  mundo,  no  teniendo  otro  caudal  ni  dinero,  sino  sólo  la  es- 
peranza y  confianza  en  Dios;  y  no  tan  solamente  destituida  y  desam- 
parada de  todo  humano  remedio  y  socorro,  sino  también  contradicién- 
dolo,  por  la  mayor  parte,  los  príncipes  y  potentados  del  siglo,  la  cual 
echó  raíces,  fecundó  y  perfeccionó  su  obra,  confirmándola  el  Señor 
y  dándola  el  aumento,  para  que  en  la  casa  de  Dios  se  cojan  sus 
fértilísimos   frutos. 

Tantas  virtudes  de  Teresa,  con  las  cuales  resplandeció  el  tiempo 
que  vivió  en  este  mundo,  las  quiso  el  Señor  ilustrar  con  muchos  y  gran- 
des milagros,  de  los  cuales  en  este  escrito  referiremos  algunos.  Como 
en  la  diócesis  de  Cuenca  hubiese  grande  falta  y  carestía  de  trigo 
y  en  el  monasterio  de  Villanueva  de  la  Jara  apenas  se  hallase  can- 
tidad de  harina,  que  fuese  bastante  para  sustentarse  diez  y  ocho  mon- 
jas por  espacio  de  un  mes,  por  los  merecimientos,  ruegos  e  intercesio- 
nes de  esta  santa  virgen,  e!  omnipotente  y  soberano  Dios,  que  sus- 
tenta y  ampara  a  los  que  en  él  confían,  le  hizo  que  en  tanto  grado 
estuviese  sobrado  y  abundante,  que  aunque  por  espacio  de  seis  me- 
ses se  cociese  mucha  cantidad  de  pan,  nunca  faltase  y  siempre  hu- 
biese y  sobrase  para  el  sustento  de  las  religiosas  siervas  de  Dios, 
y  esto  nunca  se  disminuyó,  hasta  que  se  cogió  el  trigo  nuevo,  -^na  de 
la  Trinidad,  monja  en  el  convento  de  Medina  del  Campo,  estaba  afli- 
gida con  calentura  y  una  hinchazón  contagiosa,  que  se  le  había  hecho, 
a  la  cual,  la  Santa,  habiéndola  primero  halagado,  después  tocado  con 


'i2'i  APÉNDICES 

SUS  manos  los  miembros  y  partes  de  que  adolecía,  la  dijo:  ^Ten  buen 
ánimo,  hija,  que  yo  confío  en  Dios  que  has  de  estar  buena  de  esta 
enfermedad»;  y  luego  al  punto  estuvo  buena  y  se  limpió  de  calentura 
y  dolor.  Alberta,  priora  del  mismo  monasterio,  estaba  enferma  y  asi- 
mismo con  calentura  y  con  manifiesto  y  evidente  peligro  de  la  vida, 
y  la  virgen  Santa  Teresa,  habiéndola  tocado  el  lado  donde  tenía 
el  dolor  y  mal,  dio  voces,  diciendo  estaba  sana  y  ya  sin  dolor  al- 
guno, con  que  la  mandó  levantar,  y  ella  sana  y  convalecida,  de  re- 
pente salió  y  se  levantó  de  la  cama,  dando  gracias  al  Señor. 

Acercándose,  pues,  el  tiempo  en  el  cual  había  de  recibir  de 
mano  de  Dios  el  premio  y  corona  de  honor  por  tantos  trabajos  he- 
chos y  padecidos  por  la  honra  de  Su  Majestad  y  tantas  buenas  obras 
y  hazañas,  ejecutadas  en  aprovechamiento  de  la  Iglesia,  la  dio  una 
grave  enfermedad  en  ñlba,  y  como  en  todo  el  discurso  del  tiempo  de 
ella  tuviese  frecuentes,  incesables  y  admirables  pláticas  de  la  caridad 
divina  con  sus  hermanas,  muchas  veces  daba  gracias  a  Dios  porque 
la  hubiese  agregado  y  alistado  en  el  rebaño  de  la  Iglesia  Católica. 
Encomendando  como  principales  y  eximios  dones  la  pobreza  y  la 
obediencia  que  debían  a  los  prelados  y  recibido  con  profundísima  hu- 
mildad y  con  total  y  celestial  caridad  el  Viático  para  su  viaje  y  parti- 
da^  y  el  santísimo  sacramento  de  la  Extremaunción,  teniendo  asido\  y  sin 
soltar  de  las  manos  una  hechura  de  un  Santo  Cristo,  voló  a  la  patria 
celestial.  Mostró  el  Señor  con  muchísimas  señales  los  grados  de  gloria 
tan  eminente,  que  ya  la  bienaventurada  Santa  estaba  gozando  en  el 
cielo,  juchas  religiosas,  temerosas  de  Dios,  virtuosas  y  santas  vie- 
ron la  hermosura  y  resplandor  de  su  gloria;  otra  también  vio  y  miró 
en  el  techo  de  la  iglesia,  en  el  coro  y  en  el  aposento  de  la  Santa 
gran  cantidad  de  resplandores  divinos;  otra  a  Cristo  Dios  y  Señor 
nuestro,  asistiendo  a  su  cabecera  vestido  de  muchos  resplandores  y  ro- 
deado de  gran  cantidad  y  multitud  de  ángeles;  otra  a  muchísimos, 
adornados  con  vestiduras  blancas,  que  entraban  en  su  celda  y  rodeaban 
su  aposento;  otra  en  el  mismo  instante  que  expiró  y  pasó  de  esta 
vida  humana  a  la  Jerusalén  triunfante,  vio  una  paloma  blanca,  que 
volaba  al  cielo  y  salía  de  su  boca,  y  otra  un  rayo  a  manera  de 
cristal,  que  salía  por  la  ventana  de  su  celda.  En  el  mismo  instante 
y  hora  de  su  tránsito,  un  árbol,  antes  seco  y  casi  caído  y  arrancado 
por  el  pie,  que  estaba  próximo  al  aposento  y  celda  de  la  Santa,  fuera 
de  su  tiempo  y  de  natural  sazón,  de  repente  se  halló  florido  y  cargado 
de  flores.  El  cuerpo  sin  alma  apareció  y  quedó  hermosísimo  y  sin 
tener  ninguna  arruga,  terso  e  ilustrado  y  condecorado  con  una  ma- 
ravillosa blancura,  juntamente  con  las  vestiduras  y  paños  que  iiabía 
tenido  cuando  enferma,  causando  a  todos  admiración  la  fragancia  y 
olor  que  respiraban.  Otras  muchas  grandezas  que  Dios  obró  por  inter- 
cesión y  méritos  de  la  Santa  hicieron  glorioso  su  tránsito  y  alegre 
su  entrada  en  el  celestial  paraíso.  Porque  una  monja  que  tenía  dolor 
de  cabeza  y  corrimiento  a  los  ojos,  habiendo  tomado  una  mano  de  la 
Santa  virgen,  llegándola  a  su  cabeza  y  a  los  ojos,  al  instante  sanó. 
Otra,  habiéndola  besado  los  pies,  recuperó  el  olfato,  que  antes  había 
perdido,  y  percibió  y  olió  corporalmente  el  olor  de  los  ungüentos,  con 
que  el   Señor  había   perfumado  y   odorificado   aquel  sacrosanto  cuerpo. 


APÉNDICES  425 

Después  de  haberle  desamparado  el  alma  y  vital  aliento,  sin  tener 
necesidad  de  ungirle  con  ningún  ungüento  precioso,  encerrado  en  una 
caja  de  madera,  fué  puesto  en  una  alta  y  profunda  sepultura  y  cubier- 
to con  mucha  piedra  y  cal,  donde  quedó  sepultado;  pero  de  este  su 
sepulcro  salía  y  respiraba  un  grande  y  maravilloso  olor  y  fragancia, 
en  tanto  grado,  que  se  determinó  desenterrar  el  sagrado  cuerpo,  el 
cual  se  halló  de  verdad  entero  y  con  las  mismas  circunstancias  y 
calidades  que  si  entonces  se  acabara  de  enterrar,,  bañado  de  un  pre- 
ciosísimo olor  y  licor,  el  cual  suda  continuamente  hasta  el  día  de 
hoy,  testificando  Dios  y  demostrando  con  este  continuo  milagro  del 
sudor,  la  santidad  de  su  sierva.  Por  lo  cual,  vestido  y  adornado  de 
nuevos  hábitos  y  colocado  en  otra  nueva  caja,  por  haberse  consumido 
las  primeras,  le  colocaron  en  su  mismo  depósito.  Pasado  un  trie- 
nio, como  segunda  vez  se  abriese  su  sepulcro  y  bóveda  para  llevar 
y  transportar  su  sagrado  cuerpo  a  ñvila  y  allí  delante  por  mandado 
de  los  delegados  apostólicos  se  volviese  a  abrir,  ver  y  visitar,  siempre 
apareció  y  se  halló  incorrupto  y  tratable  y  con  la  misma  fragancia  y 
sudando  el  mismo  licor,  que  ya  se  ha  dicho. 

Pero  pasados  algunos  tiempos,  manifestó  y  declaró  Dios  a  las 
criaturas  su  gloria  y  los  beneficios  y  mercedes  hechas  de  continuo 
y  sin  cesar,  por  medio  e  intercesión  de  su  sierva  y  a  los  que  a 
ella  de  veras  se  encomendaban  y  ponían  por  intercesora.  Cuatro  años 
había  que  un  niño  estaba  tan  contrahecho  y  torcido,  que  no  se  podía 
tener  en  pie,  y  cuando  se  acostaba  y  echaba  en  la  cama  mover  el 
cuerpo,  ni  menearle;  y  como  aquella  enfermedad  la  tuviese  desde  que 
nació,  y  sin  ningún  sentimiento  de  dolor,  por  cuya  causa  de  todo  punto 
parecía  incurable  y  sin  remedio  de  salud,  y  habiéndole  traído  por 
espacio  de  nueve  días  al  aposento  o  cuarto  en  que  viviendo  la  Santa 
virgen,  había  habitado,  sintió  en  sí  que  iba  consiguiendo  la  salud 
y  de  repente  se  halló  sano  y  sin  achaque  y  andando  con  sus  pies,  y 
admirándose  todos  los  presentes  de  semejante  prodigio,  comenzó  a 
decir  y  publicar,  que  por  intercesión  de  la  bienaventurada  Santa  Te- 
resa de  Jesús  había  conseguido  salud  tan  milagrosa. 

ñna  de  San  Miguel,  monja,  por  espacio  de  dos  años  estaba  ator- 
mentada de  gravísimos  dolores,  afligiendo  su  corazón  dos  cancros, 
de  calidad,  que  no  sólo  no  la  dejaban  dormir,  pero  ni  poder  volver, 
ni  revolver  a  un  lado  ni  a  otro  el  cuello  y  garganta,  ni  tampoco  le- 
vantar arriba  los  brazos.  Habiéndose  puesto  y  aplicado  sobre  el  pe- 
cho una  partícula  de  las  reliquias  de  Santa  Teresa;  y  con  todo  el  afecto 
de  su  corazón  encomendándose  a  su  patrocinio,  no  sólo  se  vio  libre 
de  semejante  plaga,  que  padecía  en  el  cuerpo,  sino  de  otra,  que  por 
mucho  tiempo  había  tenido  en  su  corazón,  también  sanó  en  un  ins- 
tante de  tiempo. 

En  tanto  grado  era  atormentado  Francisco  Pérez,  cura  de  una 
iglesia  parroquial,  con  los  dolores  procedidos  de  una  apostema,  que 
en  la  boca  del  estómago  se  le  había  congelado,  que  habiéndosele  bal- 
dado también  el  brazo,  por  espacio  de  más  de  cinco  meses,  le  im- 
pidió y  estorbó  que  pudiese  decir  misa.  Faltando  todos  los  humanos 
medicamentos  y  remedios,  se  acogió  a  los  divinos,  y  levantando  los 
ojoK  al  cielo,  consiguió  la  salud  en  una  carta  escrita  de  la  mano  «le  la 


426  APÉNDICES 

Santa  Virgen  Teresa,  y  llegándola  y  aplicándola  al  pecho  en  aquella 
parte  adonde  padecía  el  dolor  y  enfermedad,  al  punto  se  desvaneció 
la  apostema;  y  como  después,  en  hacimicnto  de  gracias,  visitase  el 
sepulcro  de  la  Santa  y  el  brazo  que  está  en  Alba  y  se  guarda  con 
toda  veneración,  y  se  lo  aplicase  al  suyo,  al  punto  sintió  la  divina 
virtud,    sanando    también    y    volviéndolo    a    su    antigua    mejoría; 

Juan  de  Leiva  tenía  tal  aprieto  de  garganta,  que  le  había  puesto 
en  términos  de  ahogarle,  y  estando  cercano  a  la  rauertei  y  para  expirar, 
habiéndole  aplicado  el  sudario  o  lienzo  que  había  sido  de  la  gloriosa 
Santa  Teresa  al  lugar  y  sitio  donde  padecía  el  achaque,  con  grandes 
veras  y  confianza,  y  habiéndose  quedado  dormido  y  de  allí  a  im  poco 
despertado,  comenzó  a  exclamar  y  decir  que  por  los  méritos  e  intercesión 
de  la  Santa  había  conseguido  de  repente  la  salud. 

Pues  como  la  santidad,  vida  y  milagros  de  Santa  Teresa  volase 
y  se  divulgase  por  todas  las  naciones  y  gentes,  y  su  nombre  en  todos 
los  fieles  de  Crisio  se  estimase  y  tuviese  en  toda  veneración,  obrando 
Dios,  por  medio  de  su  intercesión,  infinitos  beneficios  y  milagros,  los 
cuales,  juntamente  con  su  veneración  cada  día  crecían  y  se  aumenta- 
taban,  se  formaron  e  hicieron  procesos  e  informaciones  en  muchas 
partes  de  España,  por  mandado  de  los  Ordinarios,  conociendo  y  te- 
niendo bastante  noticia  de  su  santidad  y  habiéndolos  remitido  y  enviado 
a  esta  Santa  Sede  Apostólica  y  siendo  agente  y  solicitador  de  ellos 
el  amado  en  Cristo  hijo  Felipe  III,  rey  de  las  Españas,  de  gloriosa 
memoria,  y  el  negocio,  mirado,  reconocido  y  ventilado,  así  en  la  Sa- 
grada Congregación  de  Ritos,  como  en  la  Rota,  el  Papa  Paulo  V. 
de  feliz  recordación,  mi  predecesor,  ordenó,  mandó  y  dispensó,  que 
en  honra,  gloria  y  veneración  de  la  Santa  en  toda  la  Orden  y  Reli- 
gión Carmelitana  se  pudiese  celebrar  Oficio  eclesiástico  de  virgen. 
Y  como  el  mismo  rey  Felipe,  segunda  vez  instase  y  suplicase  a  la 
Santidad  del  Papa  Paulo  V,  predecesor  nuestro,  por  la  canonización 
de  la  gloriosa  Santa,  el  mismo  Paulo  segunda  vez  cometió  el  nego- 
cio y  su  determinación  a  la  Sacra  Congregación  de  Cardenales,  de  los 
Ritos  y  Ceremonias,  los  cuales  determinaron  y  fueron  de  parecer,  que 
se  volviesen  a  hacer  nuevas  informaciones,  y  para  este  efecto  nombra- 
ron por  jueces,  para  que  hiciesen  y  perfeccionasen  esta  obra  a  Ber* 
nardo  de  Rojas,  de  buena  memoria.  Cardenal  y  Arzobispo  de  To- 
ledo, y  los  Venerables  hermanos  Obispos  de  Avila  y  Salamanca,  con 
autoridad  apostólica,  que  como  hubiesen  hecho  y  acabado  diligente- 
mente todo  lo  que  se  les  había  mandado,  encomendado  y  cometido, 
todo  en  virtud  de  la  dicha  comisión,  hecho  y  ejecutado,  lo  remitiesen 
al  mismo  Paulo  Pontífice,  predecesor  nuestro,  el  cual  lo  remitió  a  .tres 
auditores  de  causas  del  palacio  apostólico,  Francisco,  Arzobispo  de 
Damasco,  que  presidía,  ahora  cardenal  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma; 
Juan  Bautista  Coccino,  decano  y  Alonso  Manzanedo,  para  que  con  todo 
cuidado,  perspicacia  y  diligencia  examinaran  y  vieran  todo  lo  hecho, 
causado  y  ejecutado,  y  de  lo  que  sintiesen,  diesen  su  parecer,  los 
cuales  habiendo  discurrido  con  todo  cuidado,  vigilancia  y  solercia, 
como  la  calidad  del  negocio  pedía,  le  dijeron,  refirieron  y  propusieron 
al  mismo  Paulo,  que  estaba  suficientemente  probada,  justificada  y 
califTCida    la    santidad,    vida    y    milagros    de    la    bienaventurada    virgen 


APÉNDICES  ii21 

Teresa  y  que  todo  constaba  larga  y  cumplidamente  para  dicho  efecto, 
según  los  Cánones  requieren  y  disponen  para  la  canonización,  y  que 
se  podía  proceder  y  pasar  adelante.  Y  para  que  un  negocio  de  tanto 
peso  c  importancia  se  perfeccionase,  concluyese  y  acabase  con  la  ma- 
durez y  consejo  que  convenía,  el  mismo  Paulo  cometió  el  negocio  a 
los  amados  hijos  Cardenales  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma,  Prefectos 
y  Superiores  de  los  Sacros  Ritos  y  Ceremonias,  para  que  con  todo 
cuidado  y  diligencia,  miraran  y  reconocieran  las  dichas  informaciones 
y  procesos  y  de  todo  lo  principal  y  esencial  de  la  causa  conociesen 
con  toda  vigilancia  y  cuidado. 

Pero  como  el  mismo  Paulo  hubiese  acabado  y  fenecido  la  carrera 
de  la  vida  humana,  y  nosotros,  aunque  sin  ningunos  merecimieníos, 
sino  sólo  por  la  misericordia  y  omnipotencia  de  Dios  fuésemos  lla- 
mados, elegidos  y  puestos  para  regir  y  gobernar  la  Iglesia,  juzgamos 
y  tuvimos  entendido,  que  convenía  para  honra  y  gloria  de  Dios,  utili- 
dad y  provecho  de  la  Iglesia,  que  este  negocio  se  feneciese  y  acabase; 
y  también  por  conveniente  y  necesario,  para  aliviar  y  socorrer  la  ca- 
lamidad y  mina  de  los  tiempos,  que  se  aumentase  y  recreciese  la  de- 
voción con  los  santos  y  escogidos  de  Cristo,  para  que  nos  ayuda- 
sen y  socorriesen  en  las  aflicciones  y  necesidades;  mandamos,  pues, 
a  los  ya  referidos  Cardenales,  que  concluyesen,  acabasen  y  despacha- 
sen la  obra  y  mandato  que  con  tanto  cuidado  nuestro  predecesor  les 
había  encomendado  se  hiciese.  Los  cuales  como  con  toda  presteza,  cui- 
dado y  vigilancia  lo  hubiesen  ejecutado  y  todos  unánimes  y  conformes 
fuesen  de  parecer,  pidiesen  y  instasen  por  la  canonización  de  la 
gloriosa  Virgen,  el  venerable  hermano  nuestro  Francisco  María,  obispo 
portuense,  cardenal  de  la  Santa  Iglesia,  intitulado  del  Monte,  declaró 
y  dio  a  entender  todo  el  resumen  y  contestó  de  todo  el  proceso  en 
nuestro  Consistorio  y  presencia  y  asimismo  de  los  demás  compa- 
ñeros; lo  cual  oído,  referido  y  pronunciado,  todos  los  Cardenales  y 
personas  que  se  hallaron  presentes,  sin  contradecirlo  ninguno,  fueron 
de  parecer  que  se  aprobase  y  diese  por  bueno  lo  hasta  allí  obrado 
y  que  se  procediese  y   pasase  adelante  en  el  negocio. 

Y  habiendo  precedido  después  en  el  público  Consistorio  y  en 
audiencia  pública,  que  el  amado  hijo  Julio  Zambecario,  ñbogado  de 
nuestro  sagrado  Consistorio  hubiese  instado,  hablado  y  persuadido  por 
la  canonización  de  la  gloriosa  Santa  y  humildemente  suplicase  a  ins- 
tancia de  nuestro  amado  hijo  Felipe,  rey  de  las  Españas,  que  fuése- 
mos servido  de  proceder  a  la  canonización  de  la  dicha  Santa,  a  que 
respondimos,  que  para  una  cosa  de  tanto  peso,  gravedad  c  impor- 
tancia teníamos  necesidad  de  comunicarlo  y  consultar  a  nuestros  her- 
manos Cardenales  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma  y  Obispos,  que  a  la 
sazón  se  hallaban  en  la  Curia  Romana,  y  en  el  ínterin  pedimos  y 
exhortamos  por  las  entrañas  de  Dios  Nuestro  Señor  a  los  Cardenales 
y  Obispos,  que  a  la  sazón  se  hallaban  presentes,  que  instando  y  pi- 
pidiendo  con  oraciones,  ayunos  y  limosnas,  pidieran  a  Dios,  Padre 
de  las  lumbres,  que  desde  lo  alto  nos  ilustrara  con  su  divina  luz  y 
claridad  y  nos  enviara  al  Espíritu  Santo  para  cumplir,  obedecer  y 
poner  en  ejecución  su  voluntad,  gusto  y  beneplácito.  Y  así  en  el 
dicho    Consistorio,    que    luego    consiguientemente    se    celebró,    habiendo 


-i28  APÉNDICES 

convocado  y  llamado,  no  tan  solamente  los  Cardenales,  Patriarcas, 
Arzobispos  y  Obispos,  en  la  Curia  presentes,  y  estando  presentes 
los  Notarios  nuestros  y  de  la  Sede  Apostólica  y  los  Auditores  de 
causas  del  palacio  Apostólico,  habiéndonos  referido  muchas  y  grandes 
cosas  de  la  grande  santidad  de  la  sierva  de  Dios  y  de  los  continuos 
milagros,  beneficios  y  mercedes,  que  por  su  intercesión  se  obraban, 
y  la  devoción,  afecto  y  veneración  que  todas  las  naciones  cristianas 
tenían  a  esta  gloriosa  Santa,  y  declaradas  y  referidas  las  continuas 
instancias,  que  en  nombre,  no  sólo  de  grandes  reyes,  sino  también 
del  amado  en  Cristo  nuestro  hijo  rey  de  romanos,  elegido  emperador 
y  las  que  continuamente  y  sin  cesar,  se  hacían  de  otros  muchos  prín- 
cipes cristianos,  todos  uniformes  y  conformes  y  sin  discrepar  ninguno, 
bendiciendo  al  Señor,  que  honra  y  ensalza  a  sus  amigos  y  escogidos, 
sintieron  y  determinaron  que  la  bienaventurada  Teresa  se  debía  ca- 
nonizar y  poner  en  el  número  y  catálogo  de  las  santas  vírgenes.  Y  ha- 
biendo oído  semejante  determinación  y  acuerdo,  saltamos  todos  de  con- 
tento, júbilo  y  alegría  en  el  Señor,  dándole  gracias  y  a  su  Unigénito 
Hijo,  porque  con  ojos  de  tanto  amor  y  dilección  hubiese  mirado  y  vi- 
sitado su  Iglesia  y  determinado  que  sus  escogidos  fuesen  ilustrados 
y  esclarecidos,  con  tanta  gloria  y  premio  de  sus  trabajos,  para  cuyo 
efecto  señalamos  día  de  su  canonización,  y  para  ello  asignamos  a  los 
mismos  hermanos  y  hijos  nuestros,  para  que  continuamente  perseveraran 
y  asistieran  en  la  misma  oración,  ayunos  y  vigilias,  para  que  en  una 
obra  de  tanta  importancia  y  gravedad,  el  esplendor  y  luz  del  Señor 
nos  ilustrase  y  enderezase  y  adiestrase  nuestra  voluntad,  para  per- 
feccionar,   acabar   y   concluir   con   una   obra   de  tanto   peso. 

Finalmente,  concluidas,  fenecidas  y  acabadas  todas  aquellas  cosas 
que  según  disponen  las  Sagradas  Constituciones  se  deben  hacer,  de 
estilo  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma,  de  uso  y  costumbre,  nos  juntamos 
y  congregamos  unánimes  y  conformes  en  la  sacrosanta  Iglesia  del 
Príncipe  de  los  Apóstoles,  con  los  venerables  hermanos  nuestros  Car- 
denales de  la  Santa  Iglesia  de  Roma  y  también  los  Patriarcas,  Ar- 
zobispos y  Obispos  y  Prelados  y  Superiores  de  la  Curia  Romana, 
Oficiales  y  familiares  nuestros,  el  Clero  secular  y  regular  y  gran 
cantidad  de  gente  de  todo  estado,  calidad  y  condición,  donde  habiendo 
vuelto  a  repetir  el  decreto  para  lo  tocante  a  la  canonización  de  la 
gloriosa  Santa,  a  instancias  que  para  ello  hacía  el  amado  en  Cristo 
hijo  rey  católico:  por  medio  asimismo  del  amado  en  Cristo  hijo 
nuestro,  Luis,  del  título  de  Santa  María  Transportina,  Cardenal  Lu- 
dovisio  intitulado,  sobrino  nuestro;  y  por  Julio,  Abogado  para  la 
dicha  canonización,  con  repetidos  ruegos  y  oraciones;  y  cantadas  las 
letanías  y  pedida  humildemente  la  asistencia  de  la  gracia  del  Espíritu 
Santo,  para  emprender  una  obra  tan  ardua  y  grande.  Para  honra  y 
gloria  de  Dios,  y  de  la  individua  Trinidad,  exaltación  y  aumento  de  la 
fe  católica,  por  la  autoridad  y  omnipotencia  del  misericordioso  Dios, 
Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo  y  de  los  bienaventurados  Apóstoles,  y 
por  la  nuestra,  de  unánime  consejo  y  parecer  de  los  venerables  her- 
manos nuestros  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma,  Cardenales,  Patriar- 
cas, Arzobispos  y  Obispos,  asistentes  y  residentes  en  esta  romana 
Curia:     determinamos,    juzgamos    y    definimos,    que    la    bienaventurada 


APÉNDICES  429 

Teresa  virgen,  de  gloriosa  memoria,  nacida  en  la  ciudad  de  Avila,  de 
cuya  santidad,  candidez  de  ánimo  y  demás  excelencias,  milagros  y 
virtudes,  de  las  cuales  bastantemente  nos  consta,  es  santa,  gloriosa 
y  alabada.  Por  lo  cual  sentimos  y  estatuímos,  definimos  y  determina- 
mos, que  se  debe  poner,  asentar  y  numerar  en  el  catálogo  y  número 
de  las  santas  vírgenes,  según  y  de  la  forrn,a  que  por  el  tenor  de 
las  presentes  la  ponemos,  escribimos  y  alistamos;  por  lo  cual  todos 
los  fieles  de  Cristo  la  deben  reverenciar,  venerar  y  tener  por  ver- 
dadera Santa,  y  por  tal  mandamos,  queremos  y  ordenamos  sea  te- 
nida y  reverenciada.  Y  asimismo  ordenando,  mandamos,  que  por  toda 
la  Iglesia  católica  de  Dios,  en  honra  y  veneración  suya  se  construyan 
aras,  edifiquen  templos,  capillas  y  altares,  en  los  cuales  se  le  ofrez- 
can victimas  y  sacrificios,  y  que  todos  los  años  a  cinco  de  Octubre 
(que  fué  el  día  en  que  subió  a  gozar  de  la  gloria  de  Dios,  merecida 
por  sus  trabajos,  virtudes  y  excelencias)  se  le  diga  y  rece  su  oficio,  se- 
gún le  tienen  señalado  las  vírgenes  scntas  (1).  Y  por  la  misma  autori- 
dad, a  todos  los  fieles  de  Cristo,  que  verdaderamente  confesados,  con- 
tritos y  arrepentidos,  todos  los  años  en  el  mismo  día  de  la  fiesta 
llegaren  devotamente  a  visitar  el  sepulcro,  en  el  cual  gloriosamente 
descansa  y  está  su  sagrado  cuerpo,  un  año  y  una  cuarentena  de  in- 
dulgencias; y  los  que  no  pudieren  el  día  de  sus  festividad  y  concu- 
rrieren el  día  de  su  octava,  cuarenta  días  de  las  penitencias  a  ellos 
impuestas  y  en  cualquier  manera  no  cumplidas,  inisericordiosamcnte 
en   el   Señor   remitimos   y   perdonamos. 

Finaimente,  habiendo  dado  y  rendido  las  debidas  gracias  a  Dios, 
como  Autor  de  esta  obra  y  porque  hubiese  sido  servido  y  dignádose 
de  ilustrar  y  condecorar  su  Iglesia  con  este  nuevo  beneficio  y  antor- 
cha, y  habiéndose  cantado  con  todo  júbilo  y  regocijo  en  honra,  y  gloria 
de  la  bendita  y  gloriosa  Santa  Teresa  la  oración  de  las  Vírgenes, 
celebramos  misa  en  el  altar  del  Príncipe  de  los  Apóstoles,  haciendo 
conmemoración  de  la  bienaventurada  Virgen,  y  entonces  concedimos  a 
todos  los  fieles  de  Cristo,  que  se  habían  hallado  presentes  a  este 
acto,  indulgencia  plenaria  de  todos  sus  pecados.  Por  cuya  causa  con- 
viene y  es  justo,  que  por  tan  insigne  beneficio  se  le  vuelvan  las  de- 
bidas gracias  con  toda  humildad,  a  quien  se  debe  toda  honra,  gloria, 
bendición  y  potestad  para  ahora  y  para  siempre  jamás,  pidiendo  a 
su  divina  Majestad  con  continuados  ruegos  y  súplicas,  que  por  los 
merecimientos  de  su  gloriosa  Santa  siempre  nos  mire  y  se  acuerde 
de  nosotros,  que  nos  muestre  la  luz  de  sus  misericordias  librándo- 
nos de  caer  en  cualquiera  culpa  contra  su  divina  A\ajestad  y  envíe 
su  santo  temor  sobre  las  gentes  enemigas  y  luz  para  que  le  co- 
nozcan y  sepan  que  no  hay  otro  Dios  y  Señor  como  el  nuestro.  Y 
porque    fuera    dificultoso,    que    estas    presentes    nuestras    Letras    iJega- 


1  Ya  (Üjimos  que  en  1629  se  fijó  la  fiesta  de  la  Santa  en  el  día  que  hoy  la  celebramos.  En 
esta  fecha  se  concedió  un  oficio  de  rito  doble  a  la  Orden  del  Carmen,  con  oración  y  dos  him- 
nos propios  que  compuso  el  mismo  Papa  Urbano  VIII.  Este  mismo  rezo  fué  extendido  ad  libi- 
tvm  a  toda  la  Igksia  el  año  1636  con  rito  semidoble,  hasta  el  año  1668  que  fué  elevado  a  doble. 
Las  lecciones  propias  del  primer  i¡  tercer  nocturno  fueron  aprobada.s  en  1696  por  la  Sagrada 
Congregación  de  Ritos.  En  1700  se  afiadieron  a  este  rezo  antífonas,  responsos  u  versículos 
propios.  En  1720  se  le  afiadió  una  misa  propia,  y,  por  fin,  Pie  VI,  se  dignó  conceder  el  prefacio 
que  hoy  se  reza  en  la  misa  de  Santa  Teresa. 


430  APÉNDICES 

sen  y  se  llevasen  a  todas  las  partes,  villas  y  lugares  que  fuese  necesa- 
rio, queremos  y  expresamente  ordenamos,  que  a  sus  traslados  im- 
presos, signados  por  mano  de  cualquier  notario  apostólico  y  sella- 
dos con  el  sello  de  cualquier  persona  constituida  en  dignidad  eclesiás- 
tica, se  les  de  la  misma  fe  y  crédito  que  se  diera  y  exhibiera,  si 
se  mostraran  e  hicieran  presentes  nuestras  letras  originales,  ñ  ninguno, 
pues,  de  los  hombres  les  sea  lícito  el  romper,  rasgar,  ni  menos  ir 
contra  estas  nuestras  letras  de  nuestra  definición,  decrsto,  alistación, 
adscripción,  mandamiento,  determinación,  relajación  y  voluntad.  Si  al- 
guna persona  esto  presumiese  hacer,  la  indignación  del  omnipotente 
Dios  y  de  los  bienaventurados  San  Pedro  y  San  Pablo,  Apóstoles 
suyos,  venga  sobre  ellos.  Dadas  en  Roma,  junto  a  San  Pedro,  en  el 
año  de  la  Encarnación  del  Señor  de  mil  seiscientos  y  veinte  y  dos, 
a    doce   de   Marzo,    de   nuestro   Pontificado   el    año   segundo. 

Yo    Gregorio, 
Obispo    de    la    Iglesia    Católica. 


.APÉNDICES  431 


LXXVIII 


RELñaON     DE     US     FIESTAS     CELEBRADAS     EN    SAN     PEDRO    DE     ROAIA     EN     LA     CANO- 
NIZACIÓN   DE    SANTA    TERESA    Y    DECRETO    DEL    PAPA    (1). 


Aquel  día  señalado  para  esta  canonización,  que  fué  el  doce  de 
Marzo,  habiendo  dado  ya  las  nueve  y  estando  prevenido  en  la  dicha 
iglesia,  encendidas  las  hachas,  que  rodeaban  la  sacrosanta  imagen 
de  nuestro  Salvador,  las  que  habían  ú¿  arder  en  el  sagrario,  kionde 
se  adoraba  la  sagrada  lanza,  y  ante  las  demás  reliquias  de  Santos, 
bajó  nuestro  santísimo  Sr.  Gregorio  Decimoquinto,  Pontífice  máximo, 
desde  su  palacio  Vaticano,  que  está  en  San  Pedro,  antecediendo  los 
ilustrísimos  señores  Cardenales,  y  trayéndole  sentado  en  su  silla  a 
hombros,  con  aparato  solemne.  Apeóse  junto  a  el  altar  y  se  hincó 
de  rodillas  a  los  pies  del  sitial.  ñUí  dio  principio  a  su  oración,  pi- 
diendo a  Dios,  que  le  diese  acierto  en  aquella  función,  que  para 
gloria  de  Su  Majestad  y  honra  de  los  cinco  bienaventurados,  preten- 
día ejecutar,  canonizándolos.  Habiendo  orado  y  vuelto  a  sentarse  en 
su  pontificio  trono,  fueron  llegando  los  ilustrísimos  señores  Carde- 
nales para  adorarle,  y  con  la  reverencia  debida,  dar  la  obediencia 
a  Su  Santidad.  Concluido  esto,  y  habiendo  ya  tomado  todos  sus 
asientos,  parecieron  delante  de  Su  Beatitud,  asistidos  del  maestro  de 
ceremonias,  el  ilustrísimo  señor  Cardenal  Ludovisio,  nepote  del  Papa, 
procurador  de  las  cinco  Bienaventurados  y  su  abogado  el  reverendí- 
simo señor  Zambecario,  ambos  señalados,  para  que  por  parte  del 
señor  Emperador,  de  los  reyes  y  príncipes  cristianos,  hiciesen  al  Sumo 
Pontífice  la  primera  súplica,  en  la  conformidad  siguiente:  Beatísimo 
Padre,  el  cardenal  Ludovisio,  que  aquí  se  presenta  a  vuestra  Santidad, 
le  suplica,  con  todo  aprieto,  en  nombre  de  la  Majestad  Cesárea,  de 
los  reyes  y  príncipes  católicos,  tenga  por  bien  de  declarar  que  Isidro 
Labrador,  Ignacio  de  Loyola;  Francisco  Javier,  Teresa  de  Jesús  y 
■Felipe  Neri,  tieben  ser  escritos  en  el  Catálogo  de  los  Santos  de 
Nuestro  Señor  Jesucristo;  y  que  como  a  tales  deben  ser  reveren- 
ciados de  todos  los  fieles.  H  cuya  primera  petición,  el  secretario  del 
Papa  respondió,  en  nombre  del  Santísimo  Padre,  así:  «No  hay  vez 
alguna,  en  que  se  deje  ver  en  el  aire  algún  resplandeciente  cometa, 
que  no  juzguen  entre  alborozos,  los  simples  y  guiados  solamente  de 
la  apariencia,  que  sus  ojos  miran,  ser  algún  desusado  astro,  que 
de  nuevo  nos  ha  querido  dar  a  entender,  que  reside  entre  los  que 
adornan    estos    cielos.    Mas    los    astrólogos    expertos    válense    de    instru- 


1      La  publica  el  /Iño  Teresiano,  t.  III,  pág.  219,  conforme  a  un  manuscrito  que  había  en 
el  archivo  de  nuestro  cori vento  de  Pastrana. 


432  -  APÉNDICES 

raentos  varios,  siguen  los  pareceres  de  hombres  científicos,  tantean 
una  y  muclias  veces,  siempre  con  solicitud  grandísima,  el  rumbo  que 
sigue  aquella  nueva  luz;  huyendo,  ante  todas  las  cosas,  de  asegurar, 
que  es  estrella  de  las  que  están  en  el  firmamento,  lo  que  puede  ser 
no  más,  que  una  leve  exhalación,  que  se  encendió  en  el  aire,  fl  este 
modo  podemos  filosofar,  que  sucede  en  la  Iglesia,  llamada  Reino  de 
los  Cielos.  Sucedió  tal  vez  resplandecer  entre  las  oscuridades  de  nues- 
tro siglo  la  virtud  de  algún  sujeto,  con  especial  singularidad,  entre 
el  resto  de  los  demás;  ¿no  habéis  notado  la  facilidad  grande  con 
que  el  vulgo,  llevado  de  la  piedad,  lo  encarece  hasta  las  nubes,  y  ya 
le  da  por  santo?  Pero  la  Iglesia,  en  quien  solamente  se  halla  la 
suprema  autoridad  para  decidir  estas  causas,  no  pasa  por  indicios  tan 
inciertos.  Siendo  constante,  que  no  ya  los  ínfimos  vapores  de  la 
tierra  se  revisten  de  tales  luces,  que  parecen  estrellas,  sino  que 
aun  los  demonios  mismos  se  transfiguran  en  ángeles  de  luz.  Por  cuyo 
respecto  está  determinado,  con  acierto  grande,  que  para  declarar  a 
alguno  por  santo,  se  hayan  de  examinar  sus  acciones,  con  averigua- 
ciones diligentísimas,  se  tome  juramento  a  los  testigos,  se  pida  dicta- 
men a  los  príncipes  de  la  Iglesia;  y  aun  los  milagros,  siendo  así 
que  parezcan  ser  testimonios  divinos  y  oráculos  celestiales,  también 
se  averiguan  mucho.  Y  por  último,  valiéndose  de  ayunos,  limosnas 
y  oraciones,  se  solicita  que  el  mismo  Dios,  que  tiene  contadas  las 
estrellas  y  puesto  su  especial  nombre  a  cada  una  de  ellas,  tenga  por 
bien  de  descubrir  la  verdad  y  señalar  cuál  debe  ser  el  resplandor 
de  virtudes  de  aquellos  sujetos  que  en  el  estrellado  cielo  de  la  Santa 
i/Vladre  Iglesia  merezca  lucir  por  todas  las  eternidades.  Gozoso  está 
nuestro  Santísimo  Señor  de  que  ya  todas  estas  diligencias,  siguiendo 
a  los  antecesores  Padres,  estén  ya  cumplidas  exactamente  de  calidad, 
que  con  aprobación  de  los  hombres  y  enseñanza  del  divino  espíritu, 
está  averiguada  la  virtud  de  estos  cinco,  a  quienes  desean  ver  con 
los  honores,  y  llaman  con  nombre  de  Santos,  el  Emperador,  reyes, 
príncipes  y  repúblicas;  ¿pues  quién  pondrá  la  menor  duda  en  los  mé- 
ritos de  alguno  de  ellos? 

^Isidoro,  labrador  triunfante  y  excelentísimo,  así  por  el  culto  que 
le  tributan  los  reyes,  como  por  el  amparo  que  él  mismo  ofrece  a  las 
provincias;  él  cual,  en  fuerza  de  su  pobreza,  arando,  sembró  tesoros 
de  divina  gracia,   para  comprar  la  dignidad  de  Príncipe  en  la  gloria. 

x-Ignacio  de  Loyola,  en  cuya  meditación  ardió  el  fuego  divino, 
que  su  pecho  atesoraba,  abrazando  con  su  afecto  cuantas  provincias 
se  extienden  en  el  mundo,  y  cuantas  edades  cuentan  los  siglos,  para 
extender  la  cristiandad  en  todos  tiempos  y  en  todas  partes,  fué  ins- 
tituidor de  la  Compañía,  que  armada  de  virtud  y  letras,  introdujera 
en  los  gentiles  el  nombre  de  Jesús,  y  desbaratara,  sin  sentir,  las  mal- 
vadas máquinas   de   los  herejes. 

>R  más  allá  de  lo  que  se  extiende  el  mundo  se  habrá  de  dilatar 
el  que  quisiere  numerar  las  alabanzas  que  Francisco  Javier  merece, 
por  el  bien  que  hizo  a  las  naciones;  porque  habiendo  alumbrado  con 
las  luces  evangélicas  las  oscuridades  del  Oriente,  se  reconoció  deber  los 
indios  mayores  beneficios  a  los  caritativos  empleos  de  los  sacerdotes 
cristianos,    que    a    los    benévolos    influjos    de    sus    astros;    y    que    aquel 


APÉNDICES  (133 

cielo,  que  canta  la  gloria  de  Dios  o  la  Iglesia  católica,  es  de  donde 
se  descubrió  el  Sol  de  justicia  a  los  gentiles,  que  habitaban  en  medio 
de  mortales   tinieblas. 

»Teresa,  coronada  de  virginales  azucenas,  y  quebrantando  en  su 
propio  cuerpo  las  armas  de  los  apetitos,  con  mortificaciones  volunta- 
rias triunfó  perpetuamente  en  la  Iglesia  militante  de  las  valentías 
de  los  demonios.  Tuvo  familiares  coloquios  con  la  Sabiduría  eterna, 
y  descubrió  los  secretos  divinos.  Hubiera  logrado  la  palma  de  mártir, 
si  el  soberano  Esposo,  enamorado  del  sacrificio  de  su  virginal  pecho, 
no  la  hubiera  reservado,  pa  a  que  sin  derramar  su  roja  sangre,  restitu- 
yese sus  antiguos  verdores  Ll  Carmelo. 

»Por  último,  el  sosiego  pacífico  e  inexpugnable  de  Felipe  Neri,  ¿a 
qué  triunfos,  conseguidos  a  costa  de  batallas,  no  se  aventaja?  Apenas 
se  atrevía  el  infernal  en  migo  a  combatir  con  sus  sacrilegas  armas  co- 
razón tan  defendido  de  líos  y  de  sus  ángeles;  porque  teniéndole  por 
un  castillo  de  fortaleza  celestial,  desesperaba  de  vencerle,  y  temía  que, 
continuándose  las  victorias  de  Felipe,  se  vería  precisado  a  rendirle 
nuevos  triunfos. 

»Pues  como  todos  estos,  cuando  aun  vivían  en  el  mundo,  moraban 
con  sus  espíritus  en  la  Soberana  Patria,  ahora  que  reinan  en  la 
gloria,  dan  con  maravillas,  que  todos  los  días  repiten,  a  entender 
al  mundo  que  aun  viven  en  él,  y  le  patrocinan.  Por  cuya  causa,  in- 
clinado nuestro  Santísimo  Señor  a  los  ruegos  de  toda  la  Cristiandad, 
imagina,  que  el  día  presente  (clarísimo  con  los  resplandores  de  San 
Gregorio),  ha  amanecido  digno  de  eterna  memoria;  porque  en  él  pa- 
rece que  el  Rey  de  la  gloria,  que  a  estos  Bienaventurados  los  tenía 
mucho  tiempo  ha  entre  sus  cortesanos  celestiales,  gusta  de  que  ya 
públicamente  se  propongan  a  todos  los  mortales,  para  que  con  auto- 
ridad apostólica  los  reverencien  y  sigan  sus  ejemplos.  Mas  siendo 
los  juicios  de  Dios  unos  multiplicados  abismos,  ni  aun  la  virtud  que- 
rúbica se  atreve  a  mirar  derechamente  la  inmensa  luz  del  Todopo- 
deroso. Y  así  ahora,  particularmente,  es  cuando  se  debe  acudir  con  toda 
instancia  al  Señor,  que  tiene  el  principado  de  los  Santos,  para  que 
concurriendo  las  súplicas  de  la  Beatísima  Virgen,  y  de  todos  los 
Bienaventurados,  y  principalmente  favoreciendo  esta  causa  los  ruegos 
de  los  Santos  Apóstoles  (cuyos  cuerpos  se  reverencian  públicamente  en 
ese  templo,  donde  mora  la  recta  Religión),  para  que  la  luz  divina 
clarifique  e!  entendimiento  de  nuestro  beatísimo  Padre,  y  se  concluya 
cabalmente,  entre  aprobaciones  de  cielos  y  de  tierra,  este  negocio,  de 
quien  depende  ia  gloria  del  linaje  humano,  el  acrecentamiento  del  di- 
vino culto  y  aun  los  gozos  de  la  bienaventuranza.  Esto  es  en  sus- 
tancia  lo   que  me   mandó   responder  nuestro   Santísimo   Señor». 

Dichas  estas  razones,  bajó  Su  Santidad  teniendo  puesta  la  tiara; 
se  hincó  de  rodillas  junto  al  sitial  y  oró  un  rato,  cantándose  en  el 
coro  las  letanías  de  los  Santos,  y  otras  deprecaciones,  que  concluidas, 
se  restituyó  a  su  trono  el  Sumo  Pontífice.  Entonces  el  sobredicho 
Cardenal  y  abogado,  propusieron  la  segunda  súplica,  en  la  confor- 
imidad  misma  que  lo  habían  ejecutado  la  primera.  R  los  cuales  respondió 
el  propio  Secretario  lo  siguiente: 

«No  es  otra  cosa  decretarse  con   autoridad   Pontificia  aclamaciones 

TI  ?8 


434  APÉNDICES 

festivas  y  renombres  de  Santos,  que  publicarlos  por  príncipes  de  la 
gloria  y  abogados  del  mundo,  haciendo  patentes  los  divinos  secretos, 
las  llaves  apostólicas.  Lo  cual  es  un  negocio  de  tan  grandísima  im- 
portancia, que  habiendo  de  concluirle  presto  nuestro  Santísimo  Se- 
ñor, juzga  Su  Santidad  que  se  deben  repetir  las  oraciones  de  todo 
este  Principado  Eclesiástico  y  ayuntamiento  agregado  de  varias  gen- 
tes, para  implorar  la  luz  del  espíritu  divino,  ñsí  me  ordenó  nuestro 
Santísimo  Señor  que  respondiese».  En  acabando  de  dar  esta  respuesta, 
segunda  vez  bajó  de  su  silla  el  Papa,  y  puesta  la  tiara,  se  acercó  al 
sitial,  donde  el  cardenal  Eesté,  que  serv'3  de  diácono,  se  volvió  al 
pueblo,  y  en  alta  voz  dijo:  Orad.  Y  quitando  de  la  cabeza  al  San- 
tísimo Padre  la  tiara,  se  arrodilló  su  Beatitud;  y  acompañado  de 
todos  los  señores  Cardenales  y  de  los  demás,  hizo  oración  mental- 
mente. Luego,  el  mismo  Cardenal  diácono,  do:  «Levantaos».  Lo  que 
ejecutado,  trajeron  los  Cardenales  asistentes  r  Su  Santidad  el  ritual,  y 
en  alta  voz  entonó  el  himno:  Vetii,  Creator  Spiritus,  que  oyeron  de 
rodillas  todos,  hasta  que  la  música  cantó  el  primer  verso.  Dicho  éste, 
tomó  el  Papa  su  asiento  y  prosiguió  el  coro  el  himno,  perseverando 
todos  en  pie;  y  después  del  verso:  Emitte  spiritum  tuiím,  etc.,  dijo 
Su   Santidad   la   oración:    Deas,   qui  corda  fidelium,   etc.  y   sentóse. 

ñl  punto  hicieron  tercera  instancia  los  que  al  principio,  propo- 
niendo su  embajada  y  razones,  como  las  dos  veces  antecedentes.  R 
que  el  referido  secretario  del  Pontífice  respondió  como  se  sigue: 
«Cielos,  escuchad  lo  que  voy  a  decir  y  atienda  la  tierra  mis  palabras. 
Nuestro  Santísimo  Señor,  animado  con  espíritu  divino,  determina  des- 
de esta  elevadísima  cátedra  de  la  sabiduría  cristiana,  constituida  por 
Dios,  para  oráculo  de  la  Verdad  en  el  mundo,  conceder  los  honores 
celestiales  a  ¡estos  cinco  Bienaventurados,  y  que  Isidro  Labrador,  Igna- 
cio de  Loyolai  y  Francisco  Javier,  españoles,  Felipe  Neri,  florentín,  sean 
escritos  en  el  número  de  los  santos  Confesores;  y  Teresa  de  Jesús, 
española,  en  el  de  las  santas  Vírgenes.  Sin  más  tardanza,  el  mismo 
cardenal  Ludovisio,  acompañándole  el  referido  ñbogado,  dando  a  su 
Beatitud  las  debidas  y  muy  honoríficas  gracias,  dijo  así:  «Beatísimo 
Padre,  el  cardenal  Ludovisio,  que  presente  se  halla,  recibe  en  nombre 
de  la  Majestad  cesárea,  de  los  reyes  y  príncipes  católicos,  la  oferta 
que  Vuestra  Santidad  acaba  de  hacer,  porque  le  rinde  gracias  inmor- 
tales; y  en  nombre  de  los  mismos  le  ruega,  tenga  por  bien  de  des- 
pachar, en  orden  a  la  efectuada  canonización,  sus  apostólicas  letras;  y 
a  todos  y  a  cada  uno  de  los  proto-notarios  y  notarios,  que  aquí 
se  hallan,  se  les  pide,  que  para  perpetua  memoria  formen  instru- 
mento o  instrumentos  públicos,  en  que  se  dé  testimonio  de  esta  so- 
lemne canonización.  Entonces  Su  Santidad,  bendiciéndolos  con  !a  cruz, 
que  hizo  con  su  mano  derecha,  respondió:  «Así  lo  decretamos».  E  ins- 
tantáneamente, uno  de  aquellos  Prelados  asistentes,  en  voz  alta  leyó 
la    sentencia    y    decreto   que   Su   Santidad    hacía    sobre   la   canonización. 


APÉNDICES  ^35 


DECRETO     DE     CANONIZACIÓN. 


«R  honra  de  la  Santa  e  Individua  Trinidad  y  exaltación  de  la 
fe  católica  y  aumento  de  la  Religión  cristiana,  con  la  autoridad  del 
mismo  Dios  Todopoderoso,  Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo,  y  de  los 
Santos  Apóstoles  Pedro  y  Paulo  y  nuestra;  habiendo  tomado  consejo 
de  nuestros  hermanos,  determinamos  y  definimos,  que  los  sujetos,  de 
buena  memoria,  isidro  Labrador,  Patrón  de  Madrid;  Ignacio  de  Lo- 
yola,  del  lugar  de  vizcaíno  ñzpeitia,  fundador  de  la  Compañía;  Fran- 
cisco Javier,  de  la  misma  Compañía  de  Jesús;  Teresa  de  Jesús  y 
Ahumada,  natural  de  Avila,  Fundadora  de  la  Orden  de  Carmelitas 
Descalzos;  y  Felipe  Neri,  florentín.  Fundador  de  la  Congregación 
del  Oratorio,  son  Santos,  dignos  de  ser  escritos  en  el  Catálogo  de  los 
Santos  y  comp  a  tales  los  escribimos  en  dicho  Catálogo;  determinando 
que  todos  los  años,  el  día  del  tránsito  de  Isidro,  Ignacio,  Francisco 
y  Felipe,  como  a  confesores,  no  pontífices;  y  en  el  de  Teresa,  como 
a  solamente  virgen,  celebre  la  universal  Iglesia  sus  Oficios  devota  y 
solemnemente.  Y  sobre  esto,  valiéndonos  de  la  misma  autoridad  a 
todos  los  que  verdaderamente  penitentes  y  confesados,  visitaren  de- 
votamente los  sepulcros  de  los  dichos,  cualesquiera  años,  en  los  días 
de  sus  festividades,  concedemos  un  año  y  cuarenta  días  de  indulgencias; 
y  a  los  que  hicieren  esta  diligencia  en  las  octavas  de  sus  fiestas, 
concedemos   cuarenta    días». 

Al  acabar  de  leer  esto,  regocijándose  todo  el  concurso  y  sonando 
los  instrumentos  músicos,  todo  era  dar  voces  de  alegríai  y  hacer  reveren- 
cia a  los  nuevos  Santos.  Sin  detención  alguna,  hicieron  fuera  de  la 
iglesia  señal  las  chirimías,  las  campanas  y  muchísimas  trompetas.  En- 
tonces también  los  soldados  suizos,  de  que  se  formaba  la  Guardia 
de  Su  Santidad,  hicieron  salva  con  repetidos  disparos;  principalmen- 
te en  el  castillo  de  San  Angelo  se  dispararon  muchas  piezas  de  arti- 
llería, en  señal  de  la  canonización  de  los  cinco  Santos.  También  se 
oía  por  toda  la  ciudad  el  sonido  alegre  de  las  campanas.  Y  de  todo 
resultaba  excitarse  mucho  los  corazones  de  cuantos  fieles  había  a 
alabar  y  bendecir  a  Dios  en  sus  Santos.  Luego  que  empezó  esta  albo- 
rozada armonía,  entonó  Su  Santidad  el  Te  Deiitn  laudamus,  que  pro- 
seguido, finalizado  por  las  suavísimas  voces  de  la  capilla,  el  señor 
Cardenal,  que  liacía  oficio  de  diácono,  entonó  este  versículo:  '<Ovñá 
por  nosotros,  Santos,  Isidoro,  Ignacio,  Francisco,  Teresa,  Felipe».  Y  res- 
pondió el  coro:  «Para  que  seamos  dignos  de  las  promesas  de  Cristo». 
Y  concluido  el  verso,  dijo  el  Sumo  Pontífice  la  oración  propia  de  los 
cinco  Santos.  Después  el  Cardenal  diácono  dijo  la  confesión  y  en 
los  lugares  que  les  tocaba  nombró  a  los  Santos  nuevos,  diciendo: 
Atque  Beato  Isidoro,  Ignacio,  Francisco,  Thcresiae,  Philippo,  et  ómni- 
bus Sanctis,  etc.  Hecho  esto,  comenzó  Su  Santidad  la  Tercia;  y  mien- 
tras la  proseguía  el  coro,  fué  revistiéndose  con  las  ceremonias  acos- 
tumbradas para  celebrar  la  misa  solemne.  Esta  fué  de  San  Grego- 
rio, Doctor  de  la   Iglesia,  con   la  segunda  oración  propia  de  los  cinco 


436  APÉNDICES 

Santos.  Fuese  prosiguiendo  hasta  el  ofertorio,  y  entonces  sentóse  el 
Pontífice;  unos  señores  Cardenales,  que  estaban  prevenidos  para  la 
función,  fueron  tomando  sus  ofrendas  y  presentándoselas  a  Su  San- 
tidad, observando  la  atención  de  besar  primero  el  don  aquel  que 
le  ofrecía,  y  al  darle  besar  la  mano  y  las  rodillas  de  Su  Beatitud. 
Los  dones  fueron,  como  ahora  diremos,  y  verdaderamente  misterio- 
sos y  merecedores  de  toda  reflexión,  diez  cirios  grandes,  muy  her- 
mosamente dispuestos  y  adornados,  así  con  los  escudos  de  los  San- 
tos, como  con  los  del  Papa  y  rey  católico.  De  calidad,  que  un  par 
de  ellos  se  ofrecía  por  cada  uno  de  los  Santos,  cinco  canastillos  do- 
rados y  en  cada  uno  dos  blancas  tórtolas,  cubiertas  con  unas  redeci- 
llas de  seda,  en  nombre  de  cada  Santo  cada  canastillo.  Diez  grandes 
panes,  los  cinco  plateados,  y  dorados  los  otros  cinco;  de  calidad,  que 
un  par  de  esta  diferencia  se  ofreció  en  honor  de  cada  Santo.  Otros 
cinco  canastillos  plateados,  que  cubiertos  con  sus  redes  de  seda,  guar- 
daban un  par  de  palomas  blancas  cada  uno,  dedicándose  en  la  misma 
conformidad.  Diez  pipas  de  madera  llenas  de  vino  y  plateadas  las 
cinco,  y  las  restantes  doradas,  que  se  presentaron  con  el  orden  que 
los  panes.  Otras  cinco  cestillas  muy  pintadas  y  adornadas  de  plata  y 
oro,  que  debajo  de  redecillas  de  seda  aprisionaban  grande  copia  de 
pajarillos.  En  recibiéndolos  Su  Santidad,  los  dio  libertad;  y  volando 
a    lo   superior   del    templo,    alborozaron   a    los   presentes. 

Los  señores  Cardenales,  por  cuyas  manos  pasaron  estas  ofrendas, 
fueron  los  que  se  siguen,  conviene  a  saber:  por  San  Isidro  ofreció 
los  dos  cirios  el  señor  Cardenal  de  Monte;  el  Cardenal  Pereto  los 
dos  panes;  el  cardenal  iVladrucio  las  dos  pipas  de  vino.  Por  San  Ig- 
nacio ofrecieron  los  correspondientes  dones  los  cardenales  Millino,  Lenio 
y  Cresencio.  Por  San  Francisco  Javier,  los  cardenales  jVluto,  Sabellio 
y  Valerio.  Por  Santa  Teresa,  los  cardenales  Zollorens,  Gerardo  y 
Scaglia.  Y  por  San  Felipe,  los  Cardenales  Pignatelli,  Scrato  y  Goza- 
dino.  Asistentes  para  las  ceremonias,  fueron  el  Cardenal  de  Monte, 
obispo  Portuense,  Boncompaño  y  ñldobrandino.  Los  abogados  que  asis- 
tieron con  la  incumbencia  de  cuidar  de  la  función,  fueron:  por  San 
Isidoro,  el  abogado  Cafarella;  por  los  Santos  Ignacio  y  Francisco, 
el  reverendísimo  señor  Zambecario;  por  Santa  Teresa,  el  abogado  A\!- 
llino;  y  por  San  Felipe,  el  abogado  Spada.  Maestros  de  ceremonias, 
fueron  el  señor  Paulo  y  señor  Juan  Bautista  ñlaleoni,  señor  Carlos 
Antonio  Vicario  y  señor  Pedro  Ciammarucano.  Concluido  el  ofertorio, 
se  prosiguió  la  misa  con  las  acostumbradas  ceremonias;  y  habiéndose 
terminado,  nuestro  Santísimo  Señor  echó  la  bendición,  y  después  de 
publicar  Indulgencia,  precediendo  los  señores  Cardenales,  fue  llevado 
en  su  silla,  y  restituido  festivamente  a  su  palacio. 


APÉNDICES  437 


LXXIX 


DOCUMENTOS     ACERCA     DEL     PATRONATO     DE     SANTA     TERESA      EN     ESPAÑA. 


LAS     CORTES     DE     1617,     A     PETICIÓN     DE     LOS     CARMELITAS     DESCALZOS,     DECLIRAN 
A    S.    TERESA    PATRONA    DE    LOS    REINOS    DE    ESPAÑA    (1). 


Nos  Don  Juan  de  Incstrosa  y  Rafael  Cornejo,  escribanos  mayores 
de  Cortes,  y  Ayuntamiento  destos  Reinos  de  Su  Majestad:  Certifi- 
camos que  en  la  villa  de  Madrid,^  a  veinte  y  cuatro  días  del  mes  de 
Octubre  de  mil  y  seiscientos  y  diez  y  siete  años,  estando  el  Reino 
junto  en  Cortes  en  una  Cuadra  alta  de  palacio,  lugar  diputado  para 
ellas  y  a  voz  de  Reino,  se  leyó  en  el  esta  petición: 


Jesús    María 

Fray  Luis  de  San  Jerónimo,  Procurador  general  de  la  Orden 
de  Carmelitas  Descalzos:  En  nombre  del  Padre  General  y  de  toda  la 
dicha  Orden,  digo  que  ya  V.  S.  sabe  la  mucha  devoción  que  a 
nuestra  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  Fundadora  desta  nuestra  Re- 
forma de  Descalzos  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  tienen  todos  es- 
tos Reinos  de  España  y  particularmente  los  de  la  Corona  de  Cas- 
tilla, donde  la  Santa  nació  y  murió  y  está  su  cuerpo  incorrupto,  y 
donde  fundó  tantos  monasterios  por  su  propia  persona,  andando  lo 
más  principal  de  España,,  y  los  muchos  milagros  que  N.  S.  ha  obrado 
en  ellos  por  su  intercesión,  por  donde  todo  el  mundo  le  desea  ser 
agradecido  y  tenerla  por  su  Patrona  y  abogada,  como  la  han  to- 
mado muchas  ciudades,  villas  y  lugares  por  tal,  esperando  recebir 
por  su  intercesión  de  Nuestro  Señor  muchos  bienes  espirituales  y 
temporales.  Y  siendo  proprio  de  V.  S.  honrar  y  favorecer  a  los  San- 
tos, y  particularmente  a  los  naturales  de  sus  Reinos,  parece  que  viene 
a  propósito  que  se  muestre  mucho  en  honrar  a  una  tan  ilustre  y 
grande    Santa,    tomándola    por   su    Patrona    y    abogada    en    nombre   de 


1  Reproducimos  este  documento  de  una  copia  original  hecVia  en  vitela  u  artísticamente  llu^ 
minada  con  variedad  de  tintas  en  1Ó17.  Perteneció  a  la  antigua  casa  generalicia  que  los  Carme- 
litas Descalzos  tenían  en  la  corte.  Hoy  está  en  posesión  de  los  mismos  religiosos  de  Madrtd. 
Véase  lo  que  sobre  el  particular  escribimos  en  El  Monte  Carmelo,  afio  de  1915,  página  300.  En 
pro  u  en  contra  del  Patronato  de  Santa  Teresa  se  escribió  mucho  en  el  siglo  XVII.  Se  creía 
entonces  por  muchos  que  hacer  compatrona  a  la  Santa,  cedía  en  menoscabo  del  patronato  del 
apóstol  Santiago. 


938  APÉNDICES 

SUS  Reinos  y  ciudades,  para  que  interceda  con  Nuestro  Señor  por 
todos  ellos,  y  todos  se  edifiquen  de  la  devoción  de  V.  S.,  y  con  su 
ejemplo  se  animen  a  honrar  a  la  Santa  y  su  Familia  de  hijos 
y  hijas  que  hay  en  las  ciudades  y  lugares  más  principales  de  nuestra 
España,  particularmente  no  habiendo  otra  santa  natural  fundadora  de 
Religión,  y  que  ya  Su  Santidad  ha  dado  licencia  que  en  todos  los 
Reinos  de  España  se  rece  y  diga  misa  della,  que  es  una  gracia  muy 
singular.  R  V.  S.  pido  y  suplico  haga  este  favor  y  merced  a  la  dicha 
Orden,  que  en  recompensa  della  cuidaremos  perpetuamente  de  su- 
plicar a  Nuestro  Señor  por  su  prosperidad,  conservación  y  augmento. 
Fr.   Luis   de   San   Jerónimo. 

Votó  el  Reino  lo  que  se  verá  en  lo  contenido  en  la  petición,  y 
acordó,  por  mayor  parte,  el  voto  del  señor  don  Hlvaro  de  Quiñones, 
que  dijo,  que  al  pie  de  la  petición  dada  por  el  P.  F.  Luis  de 
San  Jerónimo,  en  nombre  d€  su  Religión  (que  quede  escrita  en  los 
libros  de  las  Cortes),  le  parece  que  el  Reino  declare  la  notoriedad  de 
la  vida  y  milagros  desta  gloriosa  Santa,  y  el  nacimiento  de  gracias 
que  hace  a  Nuestro  Señor  de  que  haya  sido  servido  de  que  haya 
nacido  en  estos  Reinos,  para  que  con  particular  obligación  ruegue 
e  interceda  a  Nuestro  Señor  por  ellos,  y  ellos  queden  por  esta 
razón  con  perpetuo  reconocimiento  de  tenerla  por  su  abogada  y  Pa- 
trona.  Y  del  acuerdo  que  el  Reyno  en  esta  conformidad  hiciere,  se 
dé  certificación  al  dicho  P.  Fr.  Luis  de  San  Jerónimo. 

En  dieciséis  días  del  mes  de  Noviembre  del  dicho  año,  los  Se- 
cretarios de  las  Cortes  dijeron,  que  estando  con  el  señor  Don  Fer- 
nando de  Acebedo,  Arzobispo  de  Burgos  y  Presidente  de  Castilla, 
en  presencia  de  unos  Padres  Carmelitas  Descalzos,  les  dio  un  papel 
cerca  del  acuerdo  que  el  Reino  hizo  en  veinte  y  cuatro  días  del  mes 
de  Octubre  deste  año,  tomando  por  Patrona  a  la  Santa  JVladre  Te- 
resa de  Jesús,  para  que  el  Reino  le  viese  y  acordase  lo  que  convi- 
niese. Y  habiéndose  tratado  dello  y  visto  el  dicho  papel,  acordó  el 
Reino,  de  conformidad,  que  en  veinte  y  cuatro  días  del  mes  de  Oc- 
tubre deste  año,  a  petición  del  P.  Fr.  Luis  de  San  Jerónimo,  Procu- 
rador general  de  la  Orden  de  los  Carmelitas  Descalzos,  se  acordó 
que  se  recibiese  por  particular  Patrona  y  abogada  destos  Reinos  a 
la  gloriosa  Madre  la  Virgen  Santa  Teresa  de  Jesús  para  invocarla  y 
valerse  perpetuamente  de  su  intercesión  en  sus  necesidades.  Y  para 
que  constase  de  las  razones  y  motivos  que  tuvieron  para  resolver  ne- 
gocio de  tanta  gravedad  e  importancia,  se  declarasen  al  pie  de  la 
dicha  petición  las  particulares  obligaciones  que  el  Reino  tiene  para 
recebirla  por  tal  Patrona,  y  en  su  conformidad  declara:  Que  además 
de  lo  que  debe  ser  estimada  por  sus  grandes  méritos  y  heroicas  vir- 
tudes con  que  resplandeció  y  los  muchos  y  continuos  milagros  que 
en  confirmación  de  su  santidad  ha  obrado  Nuestro  Señor,  y  obra  cada 
día  por  esta  Santa,  como  es  notorio,  no  sólo  en  estos  Reinos,  sino 
en  los  extraños  que  generalmente  participan  destos  favores,  este  Reino 
en  particular  está  reconocido  de  las  mercedes  que  Nuestro  Señor  le 
ha  liccho  por  haberle  dado  en  estos  tiempos  esta  tan  santa  y  pro- 
digiosa mujer,  nacida  y  criada  en  Castilla,  que  tanto  ha  honrado  esta 
nación,   a   quien   las   más   remotas  y   extranjeras   estiman   y    reverencian 


APÉNDICES  439 

teniendo  noticia  della,  así  por  sus  hijos  e  hijas,  como  por  sus  libros 
y  admirable  doctrina.  Y  preciándose  este  Reino  de  que  en  él  diese 
principio  esta  bienaventurada  Santa  a  una  Reformación  tan  ilustre 
de  hombres  y  mujeres,  y  fuese  la  primera  que  comenzase  en  España 
este  nuevo  modo  de  vida  y  delic  se  derivase  por  tantas  partes  del 
mundo,  con  tan  grande  aumento  de  la  Religión  cristiana  y  servicio 
de  la  santa  Iglesia;  y  teniendo  asimismo  consideración  a  lo  mucho 
que  trabajó  fundando  tantos  conventos  de  religiosos  y  religiosas,  con- 
que dejó  ilustrados  estos  Reinos,  honrando  con  su  presencia  y  fun- 
dando por  su  persona  en  las  nobles  ciudades  de  Burgos,  Toledo,  Se- 
villa, ñvila.  Salamanca,  Soria,  Segovia,  Valladolid,  Palencia,  y  en  las 
villas  de  Medina  del  Campo,  ñlba,  Malagón,  Villanueva  de  la  Jara, 
Beas,  Duruelo,  Pastrana  y  otros  lugares.  Y  habiendo  hecho  en  vida 
obras  tan  heroicas  en  tan  grande  utilidad  destos  Reinos,  cuando  partió 
su  alma  santísima  a  recebir  el  premio  de  sus  trabajos  y  la  palma  de 
su  pureza,  dejó  enriquecida  a  España  con  el  precioso  tesoro  de  su 
virginal  cuerpo,  cuya  incorrupción  da  testimonio  de  la  estima  que 
Dios  hace  de  su  esposa,  confirmándole  con  tan  prodigiosos  milagros 
como  cada  día  se  ven  en  los  que  con  fe  y  devoción  visitan  su  santo 
sepulcro,  que  está  en  la  villa  de  Alba;  y  asimismo,  atendiendo  al 
singular  favor  con  que  nuestro  muy  Santo  Padre  Paulo  Papa  Quinto 
ha  honrado  a  la  Santa  y  a  estos  Reinos,  dando  licencia  para  que  sea 
venerada  como  santa  propria,  rezando  y  diciendo  JVlisa  desta  glo- 
riosa virgen  en  toda  España  todos  los  eclesiásticos,  así  seculares  como 
regulares;  y  considerando  particularmente,  que  el  motivo  que  esta 
bienaventurada  Santa  tuvo  para  la  gloriosa  empresa  de  la  reforma- 
ción y  fundación  que  hizo  de  su  Orden  de  Religiosos  y  Religio- 
sas, fué  para  que  ayudasen  a  la  Iglesia  con  su  doctrina,  oraciones 
y  penitencias  (como  se  hacen  en  esta  sagrada  Religión)  contra  las 
herejías  y  falsedades  de  Lutero,  y  que  por  el  celo  que  tuvo  de  las 
almas  que  por  sus  errores  se  perdían,  la  concedió  Dios  a  ella  des- 
pués de  su  muerte,  que  fuese  particular  Patrona  y  abogada  en  las 
causas  de  la  Iglesia  contra  los  herejes,  deseando  que  Dios  nuestro 
Señor  conserve  estos  católicos  y  cristianísimos  Reinos  en  la  integri- 
dad y  pureza  de  la  fe  que  constantemente  han  profesado,  parecién- 
dole  que  a  esta  gloriosa  Santa  le  corren  particulares  obligaciones 
de  mirar  por  ellos,  como  hija  natural  nacida  y  criada  en  ellos,  y  de 
ampararlos  y  defenderlos  con  su  intercesión  en  el  cielo,  como  lo  pro- 
curó con  sus  oraciones  cuando  vivió  en  la  tierra;  en  reconocimiento 
de  tan  singulares  mercedes  (de  que  da  a  Dios  infinitas  gracias),  la 
reciben  estos  Reinos  por  su  Patrona  y  particular  abogada  e  interce- 
sora,  para  obligarla  con  este  voluntario  servicio  a  que  particularmente 
mire  por  los  buenos  sucesos  y  acrecentamientos  espirituales  y  tempora- 
les de  España,  y  señaladamente  alcance  de  Nuestro  Señor  conserve 
estos  Reinos  en  su  santa  fe  católica,  y  con  su  intercesión  los  defien- 
da y  ampare  de  las  herejías,  como  lo  espera.  Y  para  que  conste  deste 
Decreto  y  haya  perpetua  memoria  de  cómo  para  su  defensa  reciben 
estos  Reinos  por  tal  patrona  a  la  gloriosísima  Santa  para  invocarla 
perpetuamente  en  sus  necesidades,  y  pedir  a  Dios  mercedes  y  mise- 
ricordia  por  su  intercesión,   el   Reino  mandó  se   asiente  la   petición   del 


4t0  APÉNDICES 

dicho  P.  Fr.  Luis  de  San  Jerónimo  en  los  libros  de  Cortes,  como  tiene 
acordado,  y  al  pie  della  este  Decreto,  y  que  se  le  dé  certificación  del 
al  dicho  Procurador  general,  para  que  se  publique  y  venga  a  noticia 
de  todas  las  ciudades,  villas  y  lugares  destos  Reinos.  Y  así  lo  referido 
se  acordó  de  conformidad. 

Todo  lo  cual  parece  por  los  Libros  de  las  Cortes  que  quedan  en 
nuestro  poder,  a  que  nos  referimos.  Y  para  que  dello  conste,  dimos 
esta  firmada  de  nuestros  nombres,  y  sellada  con  el  sello  destos  Rei- 
nos, en  la  villa  de  Madrid,  a  treinta  días  del  mes  de  Noviembre  de 
mil  y  seiscientos  y  diecisiete  años. 

Juan    de    Inestrosa    y    Rafael   Cornejo. 


.APÉNDICES  441 


LXXX 


CARTA    DE    S.    A\.    EL    SR.    D,     FELIPE     III    (1). 


El  Rey. — Concejo,  Justicia,  Regidores,  Caballeros,  Escuderos,  Ofi- 
ciales y  hombres  buenos  de  la  ciudad...  Considerando  estos  mis 
Reinos  juntos  en  Cortes  lo  que  los  ha  ilustrado  el  haber  sido 
en  ellos  el  nacimiento  de  la  bienaventurada  virgen  Santa  Teresa  de 
Jesús,  su  admirable  y  santa  vida  y  dichosa  muerte,  dejándolos  en- 
riquecidos con  el  tesoro  de  sus  reliquias,  que  con  tanta  entereza  se  con- 
servan, y  las  grandes  maravillas  que  Nuestro  Señor  obró  con  ella, 
sus  muchos  y  calificados  milagros,  el  gran  fruto  que  se  conoce  en  las 
plantas  que  en  su  Religión  se  crían,  y  lo  que  se  va  extendiendo  su 
devoción  en  las  naciones  extranjeras;  y  siendo  justo  que  la  suya  se 
aventajase  con  particulares  demostraciones,  han  acordado  recibirla  por 
su  Patrona  y  abogada  después  del  Apóstol  •  Santiago  para  invocarla 
y  valerse  de  su  intercesión  en  todas  sus  necesidades.  Y  nuestro  muy 
Santo  Padre,  a  mi  instancia  y  suplicación,  también  se  ha  querido  mos- 
trar por  su  parte  expidiendo  su  Breve  para  que  en  todos  mis  Reinos 
de  España  se  pueda  rezar  y  decir  misa  de  esta  bendita  Santa,  en 
que  parece  obra  Nuestro  Señor  por  todos  caminos  para  que  su  de- 
voción se  extienda;  y  por  ser  muy  particular  la  que  yo  tengo,  y  lo 
que  deseo  que  en  todos  mis  subditos  se  asiente  la  misma,  os  he 
querido  avisar  de  esto,  y  mandaros,  como  lo  hago,  publiquéis  y  ha- 
gáis notorio  en  esa  ciudad  lo  uno  y  lo  otro,  y  con  demostraciones 
de  gozo  y  regocijo,  que  ordenaréis  se  hagan  en  5  de  Octubre,  que 
es  el  día  del  glorioso  tránsito  de  esta  bienaventurada  Santa,  la  admi- 
táis y  recibáis  por  Patrona  y  abogada  con  el  aplauso  que  se  le 
debe,  en  que  me  tendré  de  vosotros  por  servido-,  y  en  que  me  aviséis 
como  lo  habréis  puesto  en  ejecución.  De  San  Lorenzo  el  Real,  a  4 
de  ñgosto  de  1618. — Yo  el  Rey.  Por  mandado  del  Rey  nuestro  señor, 
Juri^e  de   Tobar. 


1       En  virtud  del  precedente   acuerdo   tomado  en  Cortes,   el   Rey  escribió  esta   carta  a   todas 
las  ciudades  u  villas  de  España  para  que  lo  pusieran  en  ejecución. 


^{42  APENOICl-S 


LXXXÍ 


CflRTft    DEL    CONDE-DUQUE    DE    OLIVARES    AL    CONDE    DE    OiMATE    ACERCA    DEL    PATiíO- 
NATO     DE     SANTA     TERESA     (1). 


Dos  veces  ha  votado  el  Reino,  junto  en  Cortes,  por  su  oatrona  y  abo- 
gada a  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  y  serále  de  gran  consuelo 
que  Su  Santidad  lo  confirme.  Ofrécense  algunas  coníradiciones,  en 
que  quizá  el  cielo  no  será  menos  pío;  pero  como  es  casi  universa] 
la  devoción  de  estos  reinos  a  tan  gran  Santa,  justamente  podemos  se- 
guirla y  asentarla  con  nuestro  oficios.  Escribo  sobre  esto  a  los  señores 
cardenales  Pío  y  Torres;  pero  V.  S.  lo  ha  de  favorecer  en  todas  par- 
tes, como  devoto  de  la  Santa  y  señor  mío. 

Suplicóle  a  V.  S.  muy  de  veras,  y  quiero  que  sepa,  que  casi  desde 
que  nací  la  tengo  por  abogada,  y  gran  confianza  en  su  protección; 
y  que  por  lo  menos,  ya  que  de  mi  cosecha  no  puedo  ofrecerle  cosa 
buena,  he  de  poner  a  cuenta  de  la  Santa,  lo  que  debiere  a  V.  S. 
en   esta   ocasión,   que  ella   es   tal,   que  nos   pagará   bien   a   todos. 

Y    yo    estimaré    esta    deuda    con    particular    reconocimiento. 

Dios  guarde  a  IV.   S.   como  deseo. 

Madrid,    27    de   Marzo   de    1627. 

De  letra  del  Conde:  El  Rey  es  hijo  de  Santa  Teresa,  y  rodos 
sus  esclavos. 

Con  que  V.  S.  me  solicitará  a  mx  si  yo  rae  descuidare,  que  no  haré, 
Don   Gaspar   de  Guzmán. 


1       Cft.  ñño  Tercsiano,  t.  111,  p.  383. 


APÉNDICES  443 


LXXXII 


CARTA     DEL     CONDE-DUQUE     DE     OLIVARES     AL     CARDENAL    TORRES      SOBRE      EL     PA- 
TRONATO   DE    SANTA    TERESA    (1). 


Ilustrísinio  y  reverendísimo  señor:  Será  gran  consuelo  para  estos 
reinos  que  Su  Beatitud  confirme  por  patrona  de  ellos  a  la  santa 
Madre  Teresa  de  Jesús,  como  lo  han  votado  dos  veces,  juntos  en 
Cortes. 

Y  si  bien  se  ofrecen  contradiciones  con  celo,  quizá  no  menos  pío, 
vienen  a  ser  tan  particulares,  que  espero  cesarán  con  la  aprobación  de 
Su  Beatitud  al  concurso  universal  d<¿  los  que  deseamos  merecer  con 
devoción    y    confianza    la    protección    de    tan    gran    Santa. 

Yo  soy  devoto  suyo  y  de  su  Religión  casi  desde  que  nací,  y  cada 
día  debo  a  Madre  y  a  liijos  mayores  demostraciones  de  que  me 
valen    y    favorecen    con    Dios    en    todas    mis    necesidades. 

La  Santa  desea  en  el  cielo  lo  que  hubiere  de  ser  mayor  gloria  de 
Dios,    honra    de    sus    escogidos    y    bien    de    estos    reinos. 

La  declaración  de  Su  Beatitud  ha  de  ser  ley  de  lo  que  en  la  tierra 
debemos  desear  en  esta  materia. 

Entre  tanto  que  llega,  manifiesto  yo  a  V.  S.  I.  mi  devoción  y  el 
afecto   común   de   España. 

Suplico  a  V.  S.  L  lo  favorezca  en  todo,  que  digna  es  la  causa 
de  la  piedad  de  V.  S.  L;  y  en  su  aprobación  y  amparo  cualquier  suceso 
acrecentará  en  nuestros  ánimos  veneración  y  consuelo,  y  a  mi  me 
serán  de  particular  estimación  los  oficios  que  espero  de  la  merced  que 
V.   S.   L  me  hace. 

Dios  guarde  la  ilustrísima  persona  de  V.  S.  I.  con  toda  prosperidad. 

Madrid,   27   de  Marzo   de   1627. 

De  su  letra:  Yo  soy  hijo  de  mi  Santa  Madre;  y  lo  que  es  más, 
y  el  todo.  Su  Majestad,  Dios  le  guarde;  con  que  he  dicho  a  V.  S.  I. 
cuanto  puedo. 

Besa  la  mano  de  V.  S,  I.  su  mayor  servidor,  Don  Gaspar  de  Quzmán. 


1       /Iño   Teresiano,   t.  III,  p.  5'á'i. 


4M  *  APÉNDICES 


LXXXIII 


OTRA    CARTA    OEL    CONDE-DUQUE    AL    CARDENAL    PIÓ    SOBRE     EL   MISAIO   ASUNTO    (1). 


Ilustrísimo  y  reverendísimo  señor:  Los  reinos  de  Castilla  y  León, 
juntos  en  Cortes,  han  votado  dos  veces  a  la  santa  madre  Teresa  de 
Jesús  por  Patrona  y  Abogada  suya;  y  aunque  este  acto  de  devoción 
y  culto  particular  de  tan  gran  Santa  se  ve  que  será  agradable  a  Dios 
y  a  ¿us  escogidos,  y  los  de  España  tendrán  gloria  accidental  de  que 
los  que  caminamos  a  los  que  ellos  gozan,  procuramos  merecer  la  pro- 
tección de  mujer  tan  heroica  con  particulares  votos  y  pía  veneración 
y  confianza,  no  han  faltado  contradicciones  de  las  que  causa  nuestra 
flaqueza;  y  como  también  descubren  piedad  y  celo,  es  más  debido 
que  los  devotos  de  la  Santa  Madre,  que  sólo  deseamos  lo  que  Su  Bea- 
titud tuviere  por  más  conveniente  al  bien  espiritual  de  estos  Reinos, 
manifestemos  nuestros  afectos,  y  los  pongamos  a  los  pies  de  Su  Bea- 
titud y   en  el   pecho   de  V.   S.   I.   para   que  los  favorezca. 

Creo,  sin  duda,  que  será  de  gran  consuelo  para  todos,  que  el 
voto  de  estos  Reinos  se  confirme,  porque  su  devoción  a  Santa  Teresa 
es    general    y    afectuosísima. 

Y  se  la  tengo  desde  mi  niñez  y  gran  confianza  de  que  me  es  in- 
tercesora  con  Dios  para  que  me  salve;  de  justicia  le  debo  esta  con- 
fesión, y  suplicar  a  V.  S.  I.  honre  a  la  Santa  con  su  piedad  y  a  estos 
Reinos  con  sus  oficios,  y  a  mí  en  la  parte  que  espero  de  acción 
tan  devota.  Dios  guarde  la  ilustrísima  y  reverendísima  persona  de 
V.    S.    L    con   toda    prosperidad. 

Madrid,   27    de   Marzo   de    1627. 

De  su  letra:  El  Rey,  Dios  le  guarde,  es  hijo  de  nuestra  santa  Ma- 
dre, con  que  no  tengo  que  añadir  a  V.  S.  I.  en  este  particular;  -y 
los   demás   somos   sus   esclavos. 

Ilustrísimo  y  reverendísimo  señor:  besa  la  mano  a  V.  S.  L  su 
mayor  servidor,  Don  Gaspar  de  Guzmán. 


l      Jlño  Terasidrio,   i.   111,   p.  565. 


APÉNDICES 


445 


LXXXIV 


BREVE     DE     URBANO     VIH     CONFIRMANDO     EL     PATRONATO     DE     SANTA     TERESA     SOBRE 

ESPAÑA    APROBADO    EN    CORTES.    (21    de    Julio    de    1627)    (1). 


Domini  nostri  Jesu  Christi  qui 
servos  et  ancillas  suas  aetcrnae  glo- 
riae  pracmio  donat  in  coelis,  vi- 
ccs  quamquam  immeriti  gerentes  in 
tcrris,  ex  injuncto  Nobis  Pastora- 
lis  officii  debito  procurare  tenemur, 
ut  eorumdem  servoruní,  et  anclUa- 
rum  Christi  dcbitus  honor,  et  ve- 
neratio  in  terris  in  dies  magis  pro- 
moveatur,  et  laudetur  Dominus  in 
Sanctis  suis.  Quamobrem  Christi  fi- 
delium  ad  eorumdem  Sanctorum  pa- 
trocinium  confugientium  vota,  ut  op- 
tatum  sortiantur  effectum,  ad  exau- 
ditionis  gratiam  libenter  admitti- 
mus,  ac  desuper  ejusdem  officii  par- 
tes propensis  studiis  impendinius, 
prout  conspicimus  in  Domino  sa- 
lubriter   expediré. 

Sane  dilecti  filii  Syndici,  seu 
Procuratores  Regnorum  Coronae 
Castellae  nobis  nuper  exponi  fcce- 
runt,  quod  ipsi  attente  consideran- 
tes, quot,  et  quanta  meritis,  et  in- 
tcrcessione  Sanctae  Theresiae  de 
Jesu  praepotens  Deus  illis  contule- 
rit,  et  in  dies  conferat  beneficia, 
quamque  Regna  pracdicta  illius  vi- 
tae  sanctimonia,  ac  quae  Dominus 
per  eam  operari  dignatus  cst,  mi- 


Teniendo  Nos  en  la  tierra,  aunque 
indignos,  las  veces  de  nuestro  Se- 
ñor Jesucristo,  que  corona  con  pre- 
mio de  gloria  eterna  a  sus  sier- 
vos y  siervas  en  el  cielo;  por  el 
oficio  pastoral  que  nos  está  en- 
cargado, nos  corre  obligación  de 
procurar  que  se  acreciente  más  ca- 
da día  en  la  tierra  la  honra  y 
veneración  debida  a  los  mismos 
siervos  y  siervas  de  Jesucristo,  y 
que  sea  Dios  alabado  en  sus  santos. 

Por  tanto,  para  que  los  ruegos 
de  los  fieles  de  Cristo  que  se  aco- 
gen al  patrocinio  de  los  mismos 
santos  consigan  el  efecto  deseado, 
de  buena  gana  les  hacemos  gra- 
cia de  oír  sus  peticiones,  y  con  ínti- 
mo afecto  les  comunicamos  las  par- 
tes del  dicho  nuestro  oficio,  según 
que  vemos  convenir  saludablemente 
en    el    Señor. 

Los  amados  hijos  procuradores 
de  los  reinos  de  la  corona  de  Cas- 
tilla, ahora  de  nuevo  nos  hicieron 
relación,  que  considerando  ellos 
atentamente  los  innumerables  be- 
neficios que  la  Divina  Majestad  les 
ha  hecho  y  hace  cada  día  por  los 
méritos  e  intercesión  de  Santa  Te- 


1      Véase  el  Mño  Teresiano,  día  21  de  Julio. 


^46 


APÉNDICES 


raculis,  nec  non  etiam  fundationc 
tot  Monasteriorum,  tam  virorum, 
quam  mulierum  Ordinis  B.  Mariae 
de  Monte  Carmelo  discalceatorum 
iiuncupaíorum,  in  quibus  primitivae 
dicti  Ordinis  Regulae  Observaníia 
máxime  floret,  per  eam  instituto- 
rum,  illustrentur;  idcirco,  et  alias 
ob  singiilarem,  quem  erga  S.  1/he- 
resiam  gerunt  dcvotionis  affectum, 
in  Comitiis,  seu  Parlamento  dicto- 
rum  Regnorum  ultimo  loco  habito 
eamdem  S.  Theresiam  in  pra¿ci- 
puam  Regnorum  Coronae  hujus- 
modi  Patronam,  et  Hdvocatam  ele- 
gerunt,  prout  in  decreto  desuper 
emanato  plenius  dicitur  coníineri. 
Cum  autem,  sicut  eadem  exposi- 
tio  subjungebat,  Syndici,  seu  í--ro- 
curatores  praedicti  plurimum  cu- 
piant  jelectionem  ,hujusmodi,  ¡quo  fir- 
ma perpetuo  subsistat,  Nostro,  et 
hujus  Sanctae  Sedis  ñpostolicae  pa- 
trocinio communiri;  Nos  Syndico- 
rum,  seu  Procuratorum  eorumdem 
pietatem,  et  Consilium  hujusmodi 
plurimum  in  Domino  commendan- 
tes,  illosque  specialibus  favoribus, 
et  gratiis  prosequi  volentes,  et  eo- 
rum  singulares  personas  a  quibus- 
vis  excommunicationis,  suspensionis, 
et  interdicti,  aliisque  ecclesiasticis 
sententiis,  censuris,  et  poenis  a  jure 
vel  ab  homine,  quavis  occasione, 
vcl  causa  latis,  si  quibus  quomodo- 
libet  innodatae  existunt,  ad  cffe- 
ctum  praesentium  dumtaxat  conse- 
quendum  harum  serie  absolventes, 
et  absolutas  fore  censentes,  suppli- 
cationibus  tam  carissimi  in  Christo 
filii  nostri  Philippi  Hispaniarum 
Regis     catholici     quam     eorumdem 


resa  de  Jesús,  y  cuan  ilustrados 
están  los  dichos  reinos  con  la  san- 
tidad de  su  vida,  con  los  grandes 
milagros  que  se  ha  dignado  el  Se- 
ñor de  obrar  por  ella,  con  la  fun- 
dación de  tantos  monasterios  de 
hombres  y  mujeres  de  la  Orden 
de  Nuestra  Señora  del  Carmen  de 
Descalzos,  y  en  que  tanto  florece  la 
observancia  de  la  Regla  primitiva 
de  la  dicha  Orden,  de  cuya  refor- 
mación ella  fué  la  autora;  por  esto, 
y  por  la  gran  devoción  que  tienen 
a  la  misma  Santa  Teresa,  en  las 
últimas  Cortes  de  los  dichos  rei- 
nos, eligieron  por  patrona  y  abo- 
gada de  los  reinos  de  la  tal  coro- 
na, como  consta  del  decreto  hecno 
sobre  esto,  donde  más  a  la  lar- 
ga nos  dicen  se  pone  el  hecho. 

Y  porque,  como  la  dicha  relación 
añadía,  los  dichos  procuradores  de 
Cortes  tienen  gran  deseo  para  que 
la  dicha  relación  sea  firme  y  per- 
petua, que  le  apliquemos  al  patro- 
cinio nuestro  y  de  esta  Santa  Se- 
de apostólica:  Nos,  alabando  mu- 
cho en  el  Señor,  la  piedad  y  acuer- 
do presente  de  los  dichos  procu- 
radores y  queriéndoles  hacer  espe- 
ciales favores  y  gracias,  y  absol- 
viéndoles a  ellas,  y  a  cada  una  de 
sus  personas,  para  efecto  de  con- 
seguir tan  solamente  la  presente 
gracia,  de  cualesquiera  sentencias, 
censuras  y  penas  eclesiásticas,  de 
excomunión,  suspensión,  entredicho, 
y  otra  cualesquiera  por  derecho  o 
especial  persona,  con  cualquiera 
ocasión  o  causa  puesta,  si  acaso 
están  con  ellas  ligados,  inclinán- 
donos a  los  ruegos,  que  de  nuevo 


APÉNDICES 


447 


Syndicorum,  sen  Procuratorum  no- 
mine Nobis  super  hoc  humiliter  por- 
rectis  inclinati,  de  Ven.  Fratrum 
nostrorum  S.  R.  E.  Cardinalium  sa- 
cris  Ritibus  praepositorum  Consilio, 
eicctionem  praedictam,  ac  desuper 
emanaium  Decretum  hujusmodi, 
Apostólica  auctoritate,  tenore  prae- 
sentium,  perpetuo  approbamus,  et 
confirmamus,  illisque  inviolabilis 
Apostolicae  firmitatis  robur  adji- 
cimus,  atque  omnes,  et  singulos  tam 
juris,  quaní  facti  dcfectus,  si  qui  de- 
super quomodolibet  intervenerint, 
supplemus:  utquc  in  posterum  ea- 
dem  Sancta  Teresia  ab  ómnibus,  et 
singulis  eorumdem  Regnorum  pcr- 
sonis,  tam  saecularibus,  fet  ecclesias- 
ticvs,  quam  regularibus,  ut  talis  Pa- 
trona,  cum  ómnibus,  et  singulis  pri- 
vilegiis,  gratiis,  et  indultis,  simili- 
bus  Patronis  competentibus,  seu 
alias  concedí  solitis,  sine  tamen 
praejudicio,  aut  innovatione,  vel  di- 
minutione  aliqua  Patronatus  S.  Ja- 
cobi  Apostoli  in  universa  Hispania- 
rum  Regna,  liaberi,  et  reputari,  at- 
que ita  ab  ómnibus,  ad  quos  spe- 
ctat,  observari  deberé  eíiam  perpe- 
tuo statuimus,  praecipimus,  et  man- 
damus:  Decernentes  nihilominus  ir- 
ritum,  et  inane  quidquid  secus  su- 
per his  a  quocumque  quavis  auctori- 
tate scienter,  vel  ignoranter  contl- 
gerit  attentari.  Non  obstantibus 
Constitutionibus,  et  Ordinationibus 
Apostolicis,  caeterisque  contrariis 
quibuscumque.  Volumus  autem, 
quod  praesentium  transumptis  letiam 
impressis  manu  alicujus  Notarii  pu- 
blici  subscriptis,  et  sigillo  alicujus 
personae   in   dignitatc   ecclesiastica 


humildemente  se  nos  han  propues- 
to, asi  en  nombre  de  nuestro  muy 
amado  hijo  en  Cristo  Filipo,  cató- 
lico rey  de  las  Españas,  como  de 
las  dichas  Cortes,  de  consejo  de 
nuestros  venerables  hermanos  los 
cardenales  de  la  Santa  Iglesia  de 
Roma,  deputados  para  los  sacos 
Ritos,  aprobamos  y  confirmamos, 
con  autoridad  apostólica,  la  dicha 
elección  y  decreto  sobre  ella  he- 
cho, y  le  damos  fuerza  de  firmeza 
apostólica,  y  suplimos  todos  y  cua- 
lesquier  defectos,  así  de  hecho  como 
de  derecho,  si  acaso,  alguno  por 
algún  camino  en  ello  hubiese  ha- 
bido. 

Y  estatuimos,  y  icón  precepto 
mandamos,  que  de  aquí  adelante, 
para  siempre  jamás,  todas  las  per- 
sonas de  los  dichos  reinos,  así  se- 
glares y  "eclesiásticas,  como  regula- 
res, tengan  y  reputen  a  la  dicha 
Santa  Teresa  por  tal  patrona,  con 
todos,  y  cada  uno  de  los  privile- 
gios, gracias  e  indultos  competen- 
tes a  tales  patronos,  o  que  de  otra 
manera  se  acostumbra  concederse, 
y  que  así  lo  deben  observar  aque- 
llos a  quien  toca,  «sin  perjuicio 
o  innovación  alguna  del  patronato 
de  Santiago  apóstol  en  todos  los 
reinos   en   España». 

Y  juntamente  declaramos  por 
írrito,  y  de  ningún  valor  cualquie- 
ra cosa,  que  de  otra  manera,  acer- 
ca de  esto,  con  cualquiera  autori- 
dad, a  sabiendas  o  con  ignoran- 
cia, acaso  por  alguno  fuere  inten- 
tada; no  obstante  otras  cualesquie- 
ra constituciones  y  ordenaciones 
apostólicas    en    contrario. 


nm 


APÉNDICES 


constitutae  munitis  eadem  prorsus 
fides  adhiberetur,  ac  si  litterac  ori- 
ginales forent  exhibitae,  vcl  osten- 
sae. 

Datum  Romae  apud  S.  Mariam 
Majorem  sub  annulo  Piscatoris,  die 
21  Julii  1627.  Pontificatus  nostri 
anno    IV. — V.    Theaün. 


Y  queremos  qu€  a  los  traslados 
de  las  presentes,  aunque  sean  im- 
presos, firmados  de  mano  de  al- 
gún notario  público  y  autorizados 
con  sello  de  alguna  persona  cons- 
tituida en  dignidad  eclesiástica,  se 
les  dé  en  todo  la  misma  fe  que  se 
dierai  a  las  presentes,  si  se  exhibie- 
ran   y   mostraran. 

Dado  en  Roma  en  Santa  María 
la  Mayor,  con  el  ñnillo  del  Pes- 
cador, a  21  de  Julio  de  1627,  en 
el  año  cuarto  de  nuestro  pontifi- 
cado.— Vulpio    teatinense. 


APÉNDICES  ^49 


LXXXV 


CARTA     DEL     SR.     D.     FELIPE     IV     (1) 


El  Rey.— Concejo,  Justicia,  Regidores,  Caballeros,  Escuderos,  Ofi- 
ciales y  hombres  buenos  de  la  ciudad...  Estos  mis  Reinos  reci- 
bieron por  Patrona  a  Santa  Teresa  de  Jesús,  natural  de  ellos;  y 
S.  S.  también  se  la  ha  dado  por  tal  por  su  Breve,  cuya  copia  se 
envía  con  ésta.  Y  por  la  particular  devoción  que  yo  la  tengo,  y  lo 
que  estimo  que  a  la  bienaventurada  Santa  se  acabe  de  perfeccionar 
en  mi  tiempo  el  servicio  que  mis  Reinos  comenzaron  a  hacerle  antes 
de  suceder  yo  en  ellos,  os  mando  la  recibáis  por  tal  Patrona,  y  que 
en  las  necesidades  que  se  ofrecieren  la  invoquen  por  tal;  pues  de 
tan  grande  Santa,  tan  favorecida  de  Nuestro  Señor,  y  que  tan  de 
veras  debe  asistir  a  su  patria,  podemos  esperar  alcanzará  para  ella 
felices  sucesos.  Y  para  dar  principio  a  esta  invocación,  daréis  orden 
que  el  día  de  su  fiesta,  que  será  a  5  de  Octubre,  o  en  un|o  de 
los  de  su  octava,  se  le  haga  una  procesión  solemne,  que  vaya  al  Mo- 
nasterio de  frailes  Carmelitas,  si  le  hubiere  en  esa  ciudad;  y  no  le 
habiendo,  al  de  Monjas  de  la  misma  Orden;  y  en  falta  de  uno  y  de 
otro,  a  la  iglesia  que  pareciere  más  a  propósito,  solemnizando  en  lo 
espiritual  esta  fiesta  todo  cuanto  se  pudiere,  sin  mezclar  con  ella  nin- 
guna seglar  o  profana  por  ningún  caso.  Y  para  lo  que  fuere  nece- 
sario acudiréis  vos  el  mi  Corregidor  de  esa  ciudad  al  Rev.  en  Cristo 
Padre  Obispo  de  ella,  a  quien  escribo  sobre  esto,  para  que  os  ayude, 
y  avisarme  eis  cómo  se  habrá  puesto  en  ejecución,  que  en  ello  me  ser- 
viréis. De  Madrid,  a  28  de  Septiembre  de  1627. — Yo  el  Rey.  Por 
mandado    del    Rey    nuestro    señor,    Antonio    Alosa    Rodar. 


1  Por  la  oposición  que  se  hizo  al  patronato  de  la  Santa  en  España,  pretextando  que  mien- 
tras no  fuese  canonizada  no  podía  dársele  tal  título,  no  tuvo  efecto  el  acuerdo  de  las  Cortes  de  1617. 
Las  de  1026  volvierjjn  a  declararla  Patrona  del  Reino,  ij  tal  acuerdo  fué  confirmado  por  Urbano 
VIII,  si  bien  luego  sf  revocó  a  petición  de  los  que  defendían  el  patronato  de  Santiago.  ¡Como 
si  no  pudiera  tener  la  nación  dos  patronos! 


n  29 


450  APÉNDICES 


LXXXVI 


CaRTfl     DE     LA     M.     BEATRIZ     DE     JESÚS,     SOBRINA     DE     LA     SANTA     A     D.     FRANCISCO 
DE    QUEVEDO    SOBRE    LA    CUESTIÓN    DEL    PATRONATO    (1). 


Jhs.  María. — La  gracia  del  Espíritu  Santo  sea  siempre  con  vuestra 
merced,  cuyo  papel  recibí  ayer  muy  tarde,  que  no  pude  responder.  Hame 
dado  mucha  pena  el  que  la  hayan  dado  a  vuestra  merced  con  el  papel 
que  me  había  dicho  don  Manuel  Sarmiento  (2) ;  que  aunque  vuestra  mer- 
ced nos  la  dio  primero  con  el  suyo,  no  son  estas  cosas  de  venganzas, 
sino  causa  de  Dios  nuestro  Señor;  y  la  misma  grandeza  della  da  bien 
a  entender  que  no  fueran  bastantes  todas  las  criaturas  del  mundo  para 
moverla.  Y  esté  vuestra  merced  cierto,  y  todos  los  que  lo  contradicen, 
que  este  Breve  de  ahora  (3)  (no  trato  del  pasado),  no  lo  negoció  ni  pidió 
■la  Religión;  que  ahora,  ya  que  está  en  este  estado,  deja  que  vaya  ade- 
lante. Muchas  personas  graves  y  desapasionadas  lo  aconsejan;  mas  esto, 
señor,  no  es  haciendo  agravio  a  nadie,  ni  era  buena  manera  de  obligar 
a   Dios  nuestro   Señor   el   ofenderle. 

Bien  puedo  afirmar,  y  jurar  si  fuera  necesario,  que  el  papel  que 
vuestra  merced  dice  le  han  dado  (^),  no  es  de  ningún  religioso  de  mi 
Orden;  que  ayer  me  dijeron  los  que  vinieron!  a  confesar  que  con  una  cu- 
bierta y  sin  firma  les  dieron  uno.  Esto  crea  vuestra  merced,  como  el  ser 
cristiano,  que  ansí  me  lo  afirman.  Y  pues  vuestra  merced  lo  es,  y  tan 
desengañado  como  muestra  en  sus  palabras,  deje  este  negocio  a  Dios, 
que  más  quiere  su  divina  Majestad  al  glorioso  Santiago  que  vuestra  mer- 
ced y  ftodos  los  que  traen  su  hábito;,  y  más  poderoso  es  que  todos  ellos, 
y  podrá  hacer  lo  que  quisiere,  sin  haberlos  menester;  y  no  creer  esto 
ansí,  es  falta  de  fe.  Y  también  mira  Su  Majestad  por  la  honra  de  la  San- 
ta, que  se  lo  prometió  ;j  y  yq  a  vuestra  merced,  que  no  deseo  sino  que  se 
haga  la  voluntad  de  Dios.  Y  sabe  este  señor  que  me  entristeció  este  pa- 


1  Sabido  es  que  uno  de  los  que  más  se  opusieron  al  Patronato  de  Santa  Teresa  en  Es- 
paña fué  Quevedo,  no  por  falta  de  devoción  a  la  indita  Reformadora,  sino  porque  creía  que 
se  menoscababa  con  esto  la  veneración  y  confianza  en  el  glorioso  Apóstol.  Esta  cuestión  dio 
motivos  a  vivas  discusiones.  Esta  carta,  modelo  de  entereza  y  devoción  a  la  causa  de  su  santa 
Tía,  debió  de  escribirla  en  5  de  Marzo  del  año  1028,  siendo  Priora  de  las  Carmelitas  Descalzas 
de  Madrid. 

2  D.  Manuel  Sarmiento  de  Mendoza,  canónigo  magistral  de  Sevilla  ij  grande  amigo  del 
Conde-Duque. 

3  De  Urbano  VIII,  que  lleva  fecha  de  27  de  Septiembre  1627. 

4  Liras,  a  lo  que  parece,  del  P.  Gaspar  de  Stn.  María,  que  las  publicó  con  el  pseudónimo 
de  D.  Valeriano  Vicencio  en  pro  del  Patronato  de  Santa  Teresa.  La  Carta  de  In  M.  Beatriz, 
junto  con  estas  líneas  u  otros  documentos  curiosos,  pueden  leerse  eu  el  tomo  48  de  la  Biblio- 
teca de  Hutotes  Españoles,  de  Rivadeneyra. 


APÉNDICES  451 

tronazgo,  y  es  la  Santa  mi  madre  y  mi  tía;  mas  no  había  menester 
esta  honra,  que  le  ha  dado  nuestro  Señor  mucha;  y  si  quiere  que  éste 
vaya  adelante,  poco  le  impedirán  las  criaturas,  sino  que  le  ofenderán  en 
no   lo   dejar   en   sus   manos. 

Esto  deseo  yo  que  hagan  todos,  y  ¡que  guarde  Su  Majestad  a  vuestra 
merced  con  los  augmentos  que  puede  dar.  De  las  Descalzas  Carmelitas, 
hoy  5  de  KíZíxzo. —Beatriz  de  Jesús. — R  D.  Francisco  de  Quevedo,  que 
nuestro  Señor  guarde,  caballero  del  hábito  de  Santiago. 


^2  APÉNDICES 


LXXXVII 


INFORME     DE     LA     COMISIÓN     ESPECIAL     ECLESIÁSTICA. 


Señor:  La  comisión  especial  eclesiástica  ha  examinado  el  memorial 
del  Prior  y  Comunidad  de  Carmelitas  descalzos  de  esta  plaza  de 
21  de  ñbril  próximo,  y  los  documentos  auténticos  que  le  acompañan. 
En  él  se  expone  que  las  Cortes  de  1617,  junto  con  el  Sr.  D.  Felipe  III, 
eligieron  y  votaron  a  Santa  Teresa  de  Jesús  por  Patrona  y  abogada 
de  estos  Reinos  después  del  Apóstol  Santiago,  para  invocarla  y  valerse 
de  su  intercesión  en  todas  sus  necesidades.  Esto  lo  acreditan  con  copia 
de  una  carta  del  Presidente  de  Castilla  al  Corregidor  de  Cádiz  fecha 
en  18  de  ñgosto  de  1618,  en  que,  acompañándole  el  decreto  de  las  dichas 
Cortes,  le  encarga  que  la  reciba  esta  ciudad  y  su  jurisdicción  por 
Patrona,  y  que  haga  esfuerzos  para  que  el  Rev.  Obispo  y  Cabildo  hagan 
por  ello  demostraciones  públicas  de  alegría.  Exhiben  también  otra 
carta  de  Felipe  III  a  la  ciudad,  en  que  dándole  cuenta  del  dicho 
acuerdo  de  aquellas  Cortes,  añade  que  S.  S.,  deseando  cooperar  al 
deseo  de  la  nación,  había  expedido  Breve  para  que  en  estos  Reinos 
se  pudiese  rezar  y  decir  misa  de  esta  gloriosa  Virgen,  que  se  hallaba 
sólo  beatificada. 

Mas  no  habiendo  tenido  efecto  este  acuerdo  de  las  Cortes,  como 
aparece  de  una  carta  del  secretario  Jorge  de  Tobar  a  este  Ayuntamien- 
to, fecha  en  24  de  Septiembre  del  mismo  año,  en  que  le  dice  que  S.  M- 
por  justas  causas  mandaba  que  el  recibirla  por  Patrona  y  hacer  por 
ello  fiestas  cesase  de  todo  punto  hasta  que  S.  M.  mande  otra  cosa, 
las  Cortes  de  1626,  después  de  canonizada  la  Santa,  la  declararon 
nuevamente  Patrona  de  España,  cuyo  decrel:o  confirmó  el  Papa  Ur- 
bano VIII  en  su  Bula  expedida  en  21  de  Julio  del  año  siguiente, 
y  circulada  con  el  decreto  de  las  Coí-tes  a  todo  el  Reino  por  el  Sr.  Fe- 
lipe IV,  en  28  de  Septiembre  del  mismo,  añadiendo  el  Rey:  «Os  mando 
la  recibáis  por  tal  Patrona,  y  que  en  las  necesidades  que  se  ofrecie- 
ren, la  invoquéis  por  tal;  pues  de  tan  grande  Santa,  tan  favorecida 
de  Nuestro  Señor,  y  que  tan  de  veras  debe  asistir  a  su  patria,  podemos 
esperar    alcanzará    para    ella    felices    sucesos». 

Este  mandato  fué  obedecido  con  general  aplauso  en  toda  la  nacióii, 
o  en  la  mayor  parte  de  ella,  como  consta  del  testimonio  del  secre- 
tario Juan  Ortíz  de  Zarate,  cuya  copia  obra  también  en  el  expediente. 


1  Únicamente  a  titulo  de  información  publicamos  este  extenso  alet.'íito,  que  la  Con;i-.ión 
nombrada  por  las  celebérrimas  Cortes  de  Cádiz  hizo  para  informar  sobre  la  instancia  hecha  por 
los  Carmelitas  Descalzos  de  aquella  ciudad,  pidip'ido  que  los  diputados  allí  reunidos  declarasen 
patrona  de  Espafia  n  Santa  Teresa.  Algunas  frases  de  estp  informe  se  entenderán  fácilmente 
conociendo  las  tendencias  político-religiosas  de  aquella  asamblea. 


APÉNDICES  ¡ioS 

A  pesar  de  esta  voluntad  tan  decidida  de  toda  la  nación,  el  Ca- 
bildo de  la  Santa  Iglesia  de  Compostela,  no  contando  con  los  repre- 
sentantes de  los  Reinos,  y  sin  obtener  venia  del  Rey,  acudió  a  Roma, 
y  alegando  que  Santiago  era  el  único  Patrón  de  España,  pudo  con- 
seguir la  revocación  o  suspensión  de  aquel  Breve  por  un  decreto  que 
circuló  él  mismo  a  algunos  cuerpos  y  personas  que  apoyaron  su  pre- 
tensión,  como   consta   de   la   carta   de   su   Cabildo,   que   aquí   se  exhibe. 

De  este  que  el  Rey  miró  como  un  verdadero  desaire,  se  desenten- 
dió S.  M.  por  razones  políticas,  fáciles  de  entender  al  que  sepa  la 
historia  de  aquel  reinado;  no  insistiendo  en  que  se  llevase  a  efecto 
la  resolución  de  las  Cortes,  como  pudiera  haberlo  hecho  sin  menos- 
cabo del  respeto  debidoi  a  la  Silla  Apostólica,  así  por  haber  circulado 
ya  la  Bula  de  S.  S.,  confirmatoria  del  voto,  como  por  otras  razones 
que  se  dirán  luego. 

Para  prueba  de  que  en  la  Nación  y  en  sus  Reyes,  aun  después 
de  aquella  suspensión,  vivía  el  deseo  de  cumplir  su  voto,  se  alega 
en  el  Memorial  la  cláusula  sexta  del  codicilo  de  Carlos  II,  en  que  pro- 
testando haber  deseado  toda  su  vida  que  tuviese  efecto  el  compatro- 
nato de  Santa  Teresa  a  favor  de  estos  Reinos,  encarga  a  sus  suce- 
sores lo  dispongan  como  medio  para  que  alcancen  grandes  bienes  por 
su  intercesión.  Que  este  deseo  subsista  aun  en  la  Nación,  lo  indica, 
entre  otras  pruebas,  una  proposición  que  hizo  en  el  Congreso  el  día  3 
de  Septiembre  del  año  anterior,  por  especial  encargo  de  su  Provincia, 
el  Sr.  diputado  de  Guatemala,  D.  Antonio  Larrazaban,  en  que  recor- 
dando las  dichas  palabras  de  Carlos  II,  pide  que  se  cumpla  aquel 
voto   de  la   Nación   en  estas  Cortes  tan  solemnes   y    generales. 

Fundado  el  Prior  y  Comunidad  de  Carmelitas  en  estos  hechos  y 
documentos,  y  alegando  que  el  Patronato  de  Santa  Teresa  de  ningún 
modo  puede  disminuir  la  gloria  que  por  tan  justos  títulos  se  debe  al 
Apóstol  Santiago,  pide  a  V.  M-  que  haga  valer  la  dicha  resolución 
de  aquellas  dos  Cortes,  declarando  que  Santa  Teresa  es  Patrona  de 
estos   Reinos,   y   como   tal   debe   ser  venerada   e  invocada. 

Añaden  que  la  razón  alegada  a  favor  de  este  Patronato  en  las 
Cortes  de  1617,  de  ser  la  Santa  Patrona  y  abogada  en  las  causas 
de  la  Iglesia  contra  sus  enemigos,  tiene  una  nueva  fuerza  en  esta 
época  en  que  nuestros  pérfidos  invasores  a  los  estragos  de  la  inva- 
sión añaden  las  semillas  de  la  impiedad.  Por  último,  recuerdan  que  este 
beneficio  de  V.  M.,  aun  mirado  con  respecto  a  la  Orden  fundada  por 
Santa  Teresa,  sería  un  perpetuo  testimonio  que  inmortalizase  la  hon- 
ra que  le  ha  hecho  V.  M.  habiendo  elegido  su  templo  para  dar  gra- 
cias   a    Dios    por   haber   sancionado    la    Constitución    de    la   Monarquía. 

La  Comisión,  además  de  haber  examinado  este  memorial,  y  los 
documentos  que  justifican  su  contexto,  ha  procurado  reunir  otros  para 
que  aclarada,  cuanto  es  posible,  la  justicia  de  esta  solicitud,  pudiese 
dar  sobre  ella  un  dictamen  acertado.  Desde  luego  halla  ser  cierto 
que  el  Reino  en  las  Cortes  del  año  1617,  y  en  las  de  1626  votó 
por  su  Patrona  y  abogada  a  Santa  Teresa  de  Jesús.  Acredítanlo,  ade- 
más de  los  testimonios  presentes,  tres  carias  del  Conde  Duque  de  Oli- 
vares, escritas  en  Madrid  a  27  de  Marzo,  una  al  Conde  de  Oñate, 
embajador  de   España  cerca   de   S.   S.,   otra   al  Cardenal  de   Torres,  y 


454  aPENDICES 

otra  al  Cardenal  Pío,  en  que  pidiéndoles  su  mediación  para  obtener 
la  Bula  de  Urbano  VIII  sobre  el  rito  de  la  santa  Virgen  como  Patro- 
na  elegida  por  estos  Reinos,  afirma  que  dos  veces  la  habían  votado  por 
tal  juntos  en  Cortes.  Consta,  pues,  que  el  voto  repetido  de  nuestras 
Cortes  a  favor  de  este  patronato,  y  la  Bula  de  Urbano  VIII  de  1627 
que  le  aprobó,  declarando  el  rito  de  la  santa  Virgen  como  Patrona, 
son  anteriores  al  año  1630,  en  que  la  sagrada  Congregación  de  Ritos, 
con  aprobación  de  Alejandro  VII,  estableció  tres  reglas  que  debían 
dirigir  en  adelante  la  elección  de  Patronos.  Estas  reglas  eran,  que  sólo 
se  eligiesen  por  Patronos  santos  canonizados;  que  se  hiciese  esta 
elección  por  los  representantes  del  Pueblo,  de  la  Provincia,  o  del 
Reino,  autorizados  para  ello,  y  con  anuencia  del  Obispo  y  del  Clero; 
y  que  estas  elecciones  debiesen  ser  aprobadas  y  confirmadas  por  la 
dicha  Congregación.  Ninguna  de  estas  reglas  obligaba  al  tiempo  en 
que  la  Nación  hizo  el  voto;  porque,  como  observa  el  Papa  Benedicto 
XIV,  las  palabras  ¿n  posterum,  de  que  usa  este  decreto,  denotan  que  su 
observancia  sólo  debía  entenderse  desde  el  día  en  que  se  publicó. 
Indica  esto  la  Comisión,  porque  le  ha  de  servir  luego  para  demos- 
trar que  las  dichas  Cortes  procedieron  en  este  voto  legítimamente, 
aun  cuando  al  tiempo  de  celebrarse  las  primeras  no  estuviese  canoni- 
zada la  santa  Virgen,  cuya  circunstancia  exigió  después  y  para  en  ade- 
lante la  sagrada  Congregación;  por  cuya  causa  no  hubo  dificultad  en 
que  Urbano  VIII  confirmase  esta  elección;  al  revés  de  lo  que  su- 
cedió con  el  Patronato  de  San  José  pedido  para  España  por  Carlos  II 
en  el  año  de  1679;  cuya  petición  dejó  de  ser  confirmada  por  la  Silla 
Apostólica,  no  porque  perjudicase  al  Patronato  del  Apóstol  Santiago, 
como  alegó  el  Cabildo  de  Compostela,  pues  este  óbice  estaba  ya 
disuelto  por  Inocencio  XI,  que  declaró  en  15  de  Noviembre  de  1679 
entenderse  dicha  elección  sin  perjuicio  de  aquel  Patronato,  sino  por 
haberse  hecho  entender  a  la  Congregación  de  Ritos  que  no  intervino 
en  aquella  gestión  del  Rey  el  consentimiento  de  estos  Reinos;  condi- 
ción prescrita  igualmente  por  la  Congregación  de  Ritos  en  el  decreto 
de  1630.  Por  esta  misma  razón  el  Consejo  Real,  en  consulta  de  5  de 
Agosto  de  1702,  oponiéndose  a  que  el  Rey  por  sí  solo,  como  quería, 
nombrase  Patrón  de  España  a  San  Genaro,  sienta  como  principio  que 
el  Rey  no  puede,  sin  el  asenso  del  pueblo,  elegir  ningún  Patrón  ni 
Protector  del  Reino.  Esta  es  la  causa  de  que  Carlos  III  no  hubiese 
nombrado  por  sí  solo  Patrona  principal  de  España  a  la  Santísima  Vir- 
gen en  su  inmaculada  Concepción,  aguardando  a  que  la  proclamasen, 
como  la  proclamaron,  tal  Patrona  y  Abogada  especial  las  Cortes  ce- 
lebradas al  principio  de  su  reinado. 

Al  Patronato  de  Santa  Teresa,  votado  por  la  nación  en  tiempo 
de  Felipe  III,  el  año  1617,  se  opusieron  D.  Pedro  Vaca  de  Castro, 
Arzobispo  de  Sevilla,  D.  Juan  Beltrán  de  Guevara,  y  algunos  otros 
prelados,  alegando  dos  razones:  primera,  no  estar  aun  canonizada;  se- 
gunda, no  ser  este  Patronato  compatible  con  el  del  Apóstol  Santiago. 
Mas  el  no  estar  canonizada  Santa  Teresa  no  debió  ser  obstáculo  del 
Paíionato,  no  habiendo  aun  resuelto  nada  en  contrario  la  Silla  Apos- 
tólica; por  cuya  causa,  como  dice  Benedicto  XIV,  antes  del  decreto 
de    1630,    los    pueblos    y    los    reinos    elegían    libremente    por    Patronos 


APÉNDICES  455 

a  Santos  solamente  beatificados.  Y  cita,  entre  otros  ejemplos,  el  de 
San  Isidro  Labrador,  que  no  habiendo  sido  canonizado  hasta  12  de 
Marzo  de  1622,  tres  años  antes,  en  el  de  1619,  fué  declarado  Patrono 
de  Madrid,  y  como  a  tal  le  concedió  rezo  propio  con  octava  la  Santa 
Sede;  y  el  de  San  Pedro  de  Alcántara,  que  siendo  Beato  el  año  de 
1622  fué  declarado  Patrón  de  la  Provincia  de  San  José;  y  el  de  San 
Andrés  Avelino,  que  en  1625,  siendo  Beato,  fué  declarado  Protector  de 
Ñapóles  y  su  Reino  (1).  Aun  después  de  aquel  decreto  de  la  Congrega- 
ción de  Ritos  han  sido  nombrados  Patronos  de  pueblos  y  de  rei- 
nos santos  igualmente  beatificados.  Muchos  alega  Benedicto  XIV.  Baste 
por  todos  el  de  Santa  Rosa  de  Lima,  que  siendo  beatificada  por  Cle- 
mente IX,  fué  elegida  Patrona  universal,  principal  y  singular  de  todo 
el  Reino  del  Perú,  y  más  adelante  de  todas  las  provincias,  islas. 
Reinos  y  regiones  del  continente  de  ambas  Américas,  y  de  las  Islas 
Filipinas,  y  de  las  Indias,  con  todas  las  prerrogativas  que  se  deben 
a  los  Patronos  principales,  como  lo  dice  el  mismo  Clemente  IX  en  su 
Constitución  Ortodoxoru/n,  de  2  de  Enero  de  1669,  y  Clemente  X  en 
su  Bula  Sacrosancti,  de  11  de  Agosto  de  1670.  Tampoco  era  incompa- 
tible este  Patronato,  como  se  suponía,  con  el  del  Apóstol  Santiago; 
y  por  lo  mismo  no  debió  impedir  el  cumplimiento  del  voto,  como  se 
verá  luego,  y  en  efecto  no  lo  fué  para  que  canonizada  Santa  Teresa, 
desatendiendo  el  Reino  aquella  primera  reclamación,  votase  segunda 
vez  su  Patronato  en  las  Cortes  de  1626. 

Publicado  este  segundo  voto  de  las  Cortes,  y  circulada  por  el  go- 
bierno a  las  iglesias,  ciudades  y  villas  de  estos  reinos,  así  la  deter- 
minación del  Congreso  como  la  Bula  de  Urbano  VIII,  que  declaraba 
los  privilegios  del  rito  eclesiástico  que  correspondían  a  Santa  Teresa 
como  a  tal  Patrona,  contestaron  los  Prelados,  Cabildos  y  Ayuntamien- 
tos haber  dado  cumplimiento  al  voto  de  la  Nación,  y  a  la  Bula  de 
S.  S.,  haciendo  a  su  consecuencia  fiestas  solemnes  a  la  nueva  Patrona 
de  España,  manifestando  los  pueblos  su  gozo  por  medio  de  regocijos 
públicos  y  otras  demostraciones. 

No  bien  habían  pasado  dos  años,  cuando  se  interrumpió  este  Pa- 
tronato en  virtud  de  un  oficio  que  circuló  el  Cabildo  de  Compostela  a 
las  ciudades  y  villas  de  estos  reinos,  anunciando  haberse  revocado  el 
Breve  de  S.  S.  por  un  nuevo  decretq  o  sentencia.  La  Comisión  no  al- 
canza el  verdadero  origen  de  esta  novedad,  aunque  sospecha  haber 
dado  motivo  a  lella  la  instancia  hecha  por  el  dicho  Cabildo,  sin  noticia 
del  Rey,  y  menos  de  las  Cortes  que  ya  no  existían.  Por  lo  menos  no 
ha  llegado  a  sus  manos  documento  contrario  de  nuestro  Gobierno,  ni 
menos  le  consta  que  hubiese  Decreto  o  Bula  de  la  Silla  Apostólica 
que  derogase  la  anterior  confirmatoria  de  Urbano  VIII.  Porque  lo  que 
dijo  el  Consejo  Real  en  la  citada  consulta  que  en  el  Reino  no  se  apre- 
ciaron aquellas  órdenes  reales,  esto  es,  no  se  obedecieron,  es  tan 
ajeno  de  verdad,  como  la  fábula  que  da  por  cierto  de  que  en  Toledo,  que- 
riendo la  ciudad  publicar  el  voto,  se  erró  el  acuerdo  y  el  pregón, 
declarando  Patrona  en  vez  de  Santa  Teresa  a  Santa  Leocadia.  Porque 


1      De  Beatiñc,  lib.  IV,  c.  14,  n.  3. 


^56  APÉNDICES 

esta  Santa  mártir  no  necesitaba  de  esta  equivocación,  que  se  pinta 
como  milagrosa,  para  ser  Patrona  de  Toledo,  constando  que  lo  era 
ya  desde  tiempos  muy  remotos,  como  se  ve  en  los  breviarios  y  otros 
monumentos   antiguos   de   aquella   iglesia. 

Traslúcese  no  obstante  que  la  oposición  manifestada  en  tiempo  de 
Felipe  III  so  color  de  no  estar  canonizada  Santa  Teresa,  continuó  en 
tiempo  de  Felipe  IV  bajo  otros  títulos,  que  aunque  no  menos  in- 
fundados, bastaron  para  frustrar  el  voto  del  Rey  y  de  toda  la  Na- 
ción en   un  negocio   por  una   parte   muy   claro,,  y   por   otra   gravísimo. 

Habiendo  indagado  la  Comisión  estos  nuevos  títulos  con  que  quiso 
entonces  justificarse  la  infracción  de  aquel  voto,  que  tal  debe  repu- 
tarse la  suspensión  del  dicho  Patronato,  no  puede  menos  de  admirar 
que  a  unos  fundamentos  muy  débiles  se  les  hubiese  dado  colorido  de 
verdad  y  justicia,  creyendo  por  lo  mismo  que  V.  iVL.,  sin  necesidad 
de  votar  nuevamente  el  Patronato  de  Santa  Teresa  en  estos  Reinos, 
debe  siostener  el  acuerdo  de  las  dichas  Cortes,  mandando  que  se 
cumpla  lo  resuelto  entonces  por  la  Nación,  y  confirmado  por  la  Silla 
Apostólica.  Examinará,  pues,  la  Comisión  los  motivos  que  se  alegaron 
para  la  suspensión  del  voto  de  las  segundas  Cortes  de  1626,  para  que 
vista  la  insubsistencia  de  ellos,  pueda  acordar  V.  M.  la  determinación 
que  reclama  la  religión  de  aquel  acto  de  la  voluntad  nacional,  tan  so- 
lemnemente  manifestada. 

El  primer  título  que  comenzó  a  alegarse  contra  el  Patronato  de 
Santa  Teresa,  fué  la  incompatibilidad  de  muchos  Patronos  en  un  mis- 
mo Reino,  llegando  a  decir  uno  de  los  impugnadores  de  este  Patro- 
nato, que  el  añadir  Patrón  no  lo  había  hecho,  ni  siquiera  intentado 
Reino  ninguno.  Los  que  esto  dijeron  ignoraban  la  historia  de  los 
Estados  católicos,  de  los  cuales  dice  Benedicto  XIV  (1):  «Antigua  y  pia- 
dosa costumbre  es  de  los  pueblos,  provincias  y  reinos  elegir  uno,  o 
muchos  Santos  por  Patronos».  Tampoco  habían  leído  lo  que  sobre 
esto  escribió  muchos  siglos  antes  D.  ñlonso  el  Sabio  (2),  diciendo: 
«Non  se  debe  tener  la  Eglesia  por  agraviada  en  tener  muchos  padro- 
nes, ca  quantos  más  fueren,  tanto  más  será  mejor  guardada».  Ni 
menos  aquella  célebre  sentencia  de  Santo  Tomás:  «A  las  veces  se 
alcanza  por  las  oraciones  de  muchos,  lo  que  por  la  de  uno  no  se 
alcanzaría»  (3).  Por  cuya  causa  decía  San  Ambrosio:  «Imploro  la 
intercesión  de  los  Apóstoles,  pido  las  oraciones  de  los  Mártires,  anhelo 
por  las  súplicas  de  los  Confesores».  Y  la  misma  Iglesia,  en  la  festivi- 
dad de  todos  los  Santos,  protesta  interponer  su  patrocinio  para  que 
la  multitud  de  intercesores  nos  alcance  las  copiosas  bendiciones  iel 
cielo.  Con  este  motivo  recuerda  la  Comisión  que  la  piedad  de  los  pue- 
blos para  acordar  el  Patronato  de  los  Santos,  sin  examinar  el  mayor 
o  menor  mérito  de  ellos,  ha  seguido  la  regla  que  dejó  escrita  Santo 
Tomás:  «Conviene  que  imploremos  el  patrocinio,  no  sólo  de  los  san- 
tos superiores,  mas  también  de  los  inferiores.  A  las  veces  es  más  efi- 
caz la  súplica  hecha   a  un   Santo   inferior  que  a   un   superior;    porque 


1  Ibid.,  n.  2. 

2  Part.  I,  tit.  XIV,  lib.  12. 

3  IV  Dist.  45,  q.  3,  art.  2,  ad  2. 


APÉNDICES  457 

nos  quiere  Dios  manifestar  su  santidad»  (1).  ñ.  la  cual  razón  añade 
otra  nuestro  sabio  Abulense,  y  es  que  puede  suceder  a  las  veces  que 
imploremos  con  más  devoción  el  patrocinio  de  los  Santos  inferiores  (2). 

Conforme  a  estos  principios  no  lian  dudado  varios  reinos,  pro- 
vincias y  pueblos  elegir  dos,  tres,  y  más  Patronos,  atendiendo  sólo 
a  su  devoción,  y  no  examinando  el  mayor  o  menor  mérito  de  estos 
Santos,  cuyo  examen  no  carecería  de  temeridad,  como  enseña  Santo 
Tomás  de  Vilianuava  (3).  Y  la  misma  Santa  Teresa  dice  en  sus  Avisos: 
«No  hagas  comparación  de  uno  a  otro,  porque  es  cosa  odiosa». 
La  Ciudad  de  Málaga,  por  ejemplo,  siendo  Obispo  de  aquella  igle- 
sia D.  Luis  Fernández  de  Córdoba,  votó  por  su  especial  patrona  a 
Santa  Teresa,  no  obstante  venerar  ya  como,,  a  tales  a  los  Santos  Már- 
tires Ciríaco  y  Paula.  Igual  Patronato  dio  Méjico  a  la  misma  Santa 
Virgen,  después  de  tener  por  Patrono  a  San  José.  Navarra  votó  por 
su  Patrono  a  San  Francisco  Javier,  no  obstante  que  ya  veneraba  como 
tal  a  su  Obispo  y  Mártir  San  Fermín.  Valencia  eligió  por  Patrono 
a  San  Vicente  Ferrer  cuando  ya  lo  era  San  Vicente  Mártir.  Lisboa  votó 
por  Patrono  a  San  Antonio  de  Padua,  no  obstante  que  veneraba  ya 
por  tales  a  San  Sebastián  y  a  San  Vicente.  El  Reino  de  Francia,  de 
resultas  de  la  victoria  de  Carlos  VII  contra  los  ingleses,  eligió  por 
Patrón  a  San  Miguel,  sin  que  creyese  perjudicar  en  ello  a  San  Dio- 
nisio y  San  Martín,  que  lo  eran  muchos  siglos  antes.  Ñapóles,  después 
de  tener  por  Patronos  a  San  Genaro,  Severo,  ñspernio  y  Agripino, 
recibió  por  Patrona  a  Santa  Teresa  el  año  de  1628,  siendo  virrey 
de  aquellos  estados  el  Duque  de  Alba  D.  Antonio  Alvarcz  de  Toledo, 
protestando  los  Títulos,  Barones  y  Procuradores  de  aquel  Reino,  que 
a  esto  les  había  movido  el  ejemplo  de  España,  donde  se  hallaba  ya 
nombrada  Patrona,  y  cuyos  pueblos  habían  recibido  por  su  intercesión 
infinitas  gracias  del  ciclo;  y  pocos  años  antes  había  añadido  a  este 
número  a  Santo  Tomás  de  Aquino,  con  aprobación  de  Clemente  VIII,  en 
cuya  Bula  se  leen  estas  notables  palabras:  «Cuanto  más  fueren,  y  de 
mayor  mérito  los  que  en  el  cielo  interceden  con  Dios  por  nosotros,  tanto 
más  fácilmente  alcanzamos  los  bienes  deseados,  y  más  duraderos  son  es- 
tos bienes. 

Esta  constante  y  sólida  práctica  de  los  pueblos  católicos,  la  supo- 
nen las  rúbricas  generales  del  Breviario  Romano,  donde  ss  lee:  «Será 
doble  el  oficio  en  las  fiestas  de  los  Patronos  de  algún  lugar,  sea  uno, 
o  muchos».  Y  Benedicto  XIV  (4),  suponiendo  esta  compatibilidad  de  mu- 
chos Patronos,  dice  que  en  el  caso  de  ser  muchos  los  de  un  mismo 
Reino  o  Pueblo,  el  uno  sea  principal,  y  los  otros  menos  principales; 
lo  cual  sólo  alude  al  rito  más  solemne  con  que  debe  ser  celebrada 
la  fiesta  del  principal,  no  al  mayor  influjo  de  su  patrocinio,  porque 
de  esto  en  tales  casos  nunca,  ha  hecho  juicio  comparativo  la  Santa 
Iglesia.  Y  aun  esta  regla  del  rito  más  solemne  no  es  ni  ha  sido  siempre 
constante,   pudiéndose  citar  ejemplos   de   Patronos   de  un  mismo   Reino 


1  S.  Thom.  II-II,  CT,  83,  art.  2,  ad  'i. 

2  fn  AJatth.,  q.  83. 

3  Conc.  ¡,  de  D.  Mugust.,  clxca  médium. 
1  ibid.,  c.  XIII,  n.  3. 


458  APÉNDICES 

celebrados  como  igualmente  principales  con  un  mismo  rito.  Rsí  Ale- 
jandro Vil,  en  su  Bula  de  14  de  Abril  de  1657,  mandó  que  San  Fran- 
cisco Javier,  votado  Patrón  por  el  Reino  de  Navarra,  fuese  venerado 
como  Patrón  igualmente  principal  que  San  Fermín,  con  oficio  clásico 
y  octava.  El  Reino  de  Ñapóles,  no  obstante  que  tenía  por  Patrón 
principal  a  San  Genaro,  votó  también  por  Patrón  principal  a  Santo 
Domingo;  y  el  mismo  Alejandro  VII,  en  su  Bula  de  28  de  Julio  de 
1664,  declaró  su  fiesta  de  guardar  y  de  primera  clase  con  octava  en 
todo  aquel  Reino.  Inocencio  XI,  a  petición  del  Rey  y  Reino  de  Polo- 
nia, en  su  Bula  de  24  de  Septiembre  de  1686,  declaró  a  San  Jacinto 
Patrono  y  protector  de  Polonia  y  de  Lituania,  igualmente  principal 
que  San  Estanislao  de  Kostlta.  España  celebra  ahora  como  Patrona 
principal  a  la  Santísima  Virgen  en  su  inmaculada  Concepción  con  ofi- 
cio de  primera  clase  y  octava,  no  obstante  que  antes  veneraba  ya 
a  Santiago.  No  hace  mérito  la  Comisión  de  los  estados  y  pueblos 
que  por  antigua  costumbre  tienen  muchos  Patronos  principales,  a  los 
cuales  no  comprende  la  Bula  de  San  Pío  V  sobre  la  unidad  de  un 
Patrono  de  esta  clase,  como  declaró  la  Congregación  de  Ritos  en 
6  de  Diciembre  de  1608.  En  este  caso  están  Genova,  que  tiene  por 
Patronos  principales  a  la  Concepción  de  nuestra  Señora,  a  San  Juan 
Bautista  y  San  Jorge;  Cremona  que  venera  también  como  principales 
a  los  Santos  Mártires  Pedro  y  Marcelino,  a  San  Himerio  y  a  San 
Homobono.  Aun  cuando  hubieran  intentado  las  Cortes  declarar  a  San- 
ta Teresa  Patrona  igualmente  principal  que  Santiago,  no  por  eso  de- 
bería entenderse  que  fuese  colendo  el  día  de  su  fiesta;  porque  no 
habiéndose  comprendido  esto  en  el  voto,  ni  habiéndolo  declarado  la 
autoridad  eclesiástica  de  acuerdo  con  la  civil,  debía  observarse  en  este 
caso  la  regla  general  establecida  por  Urbano  VIII  en  su  Constitución 
de  22  de  Diciembre  de  1642,  sobre  que  no  sea  festivo  sino  el  día  de 
uno  de  los  dos  Patronos. 

Si  no  se  hubiera  alegado  contra  el  Patronato  de  Santa  Teresa 
el  que  era  mujer,  excusaría  la  Comisión  contestar  a  un  obstáculo  tan 
ajeno  del  espíritu  de  la  Iglesia.  Mas,  por  desgracia,  se  opuso  ser  cosa 
nunca  vista  el  que  hubiese  Santas  mujeres  Patronas  de  pueblos;  ayu- 
dando tal  vez  esta  indicación  a  que  se  mirase  como  extraña  aquella 
singular  devoción  de  las  Cortes  a  tan  insigne  española,  y  lo  que  es 
más,  como  ridículo  el  voto  de  su  Patronato.  Bastaría  reproducir  en 
este  caso  los  axiomas  que  acerca  de  la  igualdad  de  los  Santos,  así 
varones  como  mujeres  en  orden  a  Dios,  se  hallan  en  la  Sagrada  Es- 
critura y  en  los  Padres  y  Doctores  de  la  Iglesia.  San  Pablo  dice 
que  para  Dios  no  hay  varón  ni  mujer,  pues  todos  somos  una  misma 
cosa  en  Jesucristo  (1).  Y  Santo  Tomás  que  en  las  cosas  del  ánima  la 
mujer  no  se  diferencia  del  varón,  siendo  cierto  que  a  veces  se  halla 
una  mujer  mejor  que  muchos  varones  (2).  Por  lo  mismo,  la  Silla  Apos- 
tólica jamás  ha  opuesto  semejante  óbice  para  la  elección  de  Pa- 
tronos. Mas  contrayéndose  la  Comisión  a  ejemplos  de  España,  citará 
a    Santa   Leocadia    Patrona    de   Toledo,    a    Santa   Librada    de   Sigüenza, 


;       Galat.  III,  2,S. 
2      I  p.,  q.  36. 


APÉNDICES  ¿159 

a  Santa  Justa  y  Rufina  de  Sevilla,  a  Santa  Emcrenciana  de  Teruel, 
a  las  Santas  Basilisa  y  Anastasia  de  Játiva,  a  Santa  Victoria  de  Cór- 
doba, a  Santa  fónica  de  Guadalajara,  a  Santa  Paula  de  Málaga, 
a  Santa  Eulalia  de  Mérida  y  de  Oviedo,  y  a  Santa  Rosa  del  Perú, 
y  de  ambas  ñméricas.  Por  lo  que  toca  a  Santa  Teresa,  añadirá  la 
Comisión  que  el  mismo  Jesucristo  quitó  estos  supuestos  estorbos  de 
su  sexo  para  ser  Patrona  de  España,  habiéndole  prometido,  como  re- 
fiere la  misma  Santa  (1),  que  ninguna  cosa  le  pediría  que  no  la  hiciese. 

Oponíase  además  contra  este  Patronato  el  perjuicio  que  se  su- 
ponía resultar  al  de  Santiago  el  Mayor,  que  además  de  ser  Apóstol, 
había  sido  fundador  de  la  Iglesia  de  España  y  vencedor  del  Reino. 
Alguno  añadió  que  la  distribución  de  los  patronatos  pertenece  a  Je- 
sucristo, el  cual  eligió  a  Santiago  por  Patrón  de  España  cuando  en 
ella  no  había  Reino.  El  que  esto  dijo,  no  reflexionó  que  el  mismo 
Jesucristo  dejó  a  la  devoción  de  los  fieles  la  invocación  de  los  San- 
tos, sea  general  o  especial,  a  cuya  clase  pertenece  la  elección  de 
Patronos  para  implorar  su  intercesión  y  auxilio.  Tampoco  tuvo  pre- 
sente el  origen  del  patronato  de  Santiago,  que  fué  algunos  siglos  des- 
pués de  haberse  predicado  la  fe  en  estos  Reinos. 

No  iban  menos  descaminados  los  que  alegaron  el  perjuicio  del 
patronato  del  Santo  Apóstol.  Esta  razón  la  tenía  desvanecida  nues- 
tra misma  historia.  Es  notorio  que  en  el  año  616  el  Rey  Chindas- 
vinto  nombró  Patronos  de  España  a  San  Justo  y  Pastor,  como  consta 
de  un  privilegio  de  la  Iglesia  de  Astorga.  De  resultas  de  la  fa- 
mosa batalla  de  Simancas,  el  conde  de  Fernán  González  declaró  Patrón 
de  España  junto  con  Santiago  a  San  Millán,  llamado  de  la  CogoUa, 
lo  cual  prueba  con  documentos  el  cronista  Fr.  Antonio  de  Yepes.  Des- 
entendíanse también  de  que  las  Cortes  expresamente  habían  protestado 
recibir  a  Santa  Teresa  por  Patrona  y  abogada  después  del  Apóstol 
Santiago,  como  lo  dice  el  Sr.  Felipe  III,  en  la  circular  de  1  de  Agosto 
de  1618,  que  obra  en  este  expediente;  conforme  a  lo  cual  el  mismo 
Urbano  VIII,  en  la  Bula  expedida  con  este  motivo,  declaró  que  el  nuevo 
Patronato  de  Santa  Teresa  se  entendiese  conforme  a  los  deseos  de  las 
Cortes,  sin  perjuicio  ni  alteración  o  diminución  del  patronato  de  San- 
tiago. Y  no  debiendo  entenderse  estas  palabras  de  la  diminución  es- 
piritual del  patrocinio  del  Santo  Apóstol,  porque  sabía  aquel  sabio 
Pontífice  que  esta  no  cabe  en  la  perfecta  caridad  de  los  Santos;  cla- 
ramente aluden  a  que  no  sufriesen  menoscabo  los  bienes  o  privilegios 
temporales,  aun  eclesiásticos,  anexos  al  patronato  del  Santo  Apóstol. 
De  paso  advierte  la  Comisión  que  en  todos  estos  Breves  sobre  nuevos 
patronatos  de  pueblos  y  Reinos,  que  tenían  ya  otros  Patronos,  se  pone 
esta  u  otra  semejante  cláusula.  Y  sin  salir  de  España  tiene  el  ejem- 
plo de  Inocencio  XI,  que  en  su  Breve  de  30  de  Septiembre  de  1679, 
en  que  confirmó  el  Patronato  de  San  José  para  España,  a  petición  de 
Carlos  II,  dijo  también  que  esto  debía  entenderse  «sin  perjuicio,  y  sin 
la  menor  diminución  del  patronato  del  patrono  más  antiguo».  Y  ha- 
blando   de   este    Breve   la    Sagrada    Congregación    de    Ritos,    en    su   de- 


1      Vicia,  c.  XXXIX. 


460  APÉNDICES 

creto  de  31  d<¿  ñgosto  de  1680,  dice:  «El  dicho  Breve  se  concedió 
sin  perjuicio,  ni  diminución  del  patronato  de  Santiago,  según  ]a  forma 
y  tenor  del  de  Urbano  VIII  a  favor  del  patronato  de  Santa  Teresa». 
De  suerte  que,  como  se  ha  dicho,  el  no  haber  quedado  entonces  San 
José  Patrón  de  España,  no  fué  porque  de  ello  se  creyese  resultar 
perjuicio  al  patronato  de  Santiago,  sino  por  haberlo  pedido  Carlos  II 
sin  anuencia  del  Reino,  como  observa  Benedicto  XIV.  Esto  convence 
que  era  imaginaria  aquella  razón,  esforzada  entonces  por  la  Orden 
de  Santiago,  y  la  Iglesia  de  Compostela,  cuyas  rentas  y  exenciones 
quedaron  intactas,  sin  que  a  nadie  le  ocurriese  defraudar  en  un  ápi- 
ce el  patronato  de  Santa  Teresa  a  la  fiesta  solemne  con  octava  del 
Santo  Apóstol,  y  menos  a  los  caudales  destinados  a  su  culto. 

Ni  esta  supuesta  diminución  del  culto  de  Santiago,  ni  otro  ningún 
obstáculo  se  atrevió  nadie  a  oponer  en  España  pocos  años  después, 
cuando  eligió  el  Reino  por  su  Patrón  al  Hrcángel  San  iWiguel,  votando 
ayunar  en  la  víspera  de  su  aparición,  y  hacer  solemnes  procesiones 
en  esta  fiesta,  en  todo  lo  cual  convino  el  Consejo  de  Castilla  en  su 
favorable  consulta  del  año  1643.  Mucho  menos  se  alegó  este  patro- 
nato de  Santiago  cuando  en  tiempo  de  Felipe  IV  recibió  el  Reino  por 
Patrona  a  nuestra  Señora,  dedicándole  la  fiesta  que  se  intitula  del 
Patrocinio;  ni  consta  a  la  Comisión  que  se  opusiese  cuando  las  Cor- 
tes celebradas  por  Carlos  III  el  año  1760  asignaron  este  patronato  es- 
pecial de  la  Santísima  Virgen  al  misterio  de  su  inmaculada  Concep- 
ción; y  si  de  hecho  se  alegó  en  contrario  entonces  el  patronato  de 
Santiago,  como  algunos  creen,  el  suceso  mismo  demuestra  que  fué 
desatendido  este  óbice. 

Aun  es,  si  cabe,  más  frivolo  el  pretexto  de  que  en  esta  elección 
de  la  Santa  por  Patrona  había  procedido  la  nación  sin  contar  con  la 
Santa  Sede.  En  esto  se  padecieron  dos  equivocaciones.  La  primera 
suponer  que  fuese  necesaria  esta  condición  antes  que  la  hubiese  exi- 
gido la  Congregación  de  Ritos;  y  es  tan  cierto  no  haberse  tenido 
por  necesaria  antes  de  aquella  época,  que  en  la  elección  de  los  San- 
tos, así  para  el  patronato  de  reinos  como  de  ciudades  o  provincias 
jamás  se  acudía  a  Roma,  ni  aun  a  la  autoridad  eclesiástica  de  la 
propia  diócesi,  como  dice  Benedicto  XÍV:  Electiones  in  patronos  fie- 
bant  a  dccurionibiis  civitaüs  nullo  requisito  consensu  Episcopi  et  Cleri. 
La  segunda  equivocación  es  aun  más  palpable;  porque  a  pesar  de  no 
ser  necesario  el  recurso  a  Roma  para  la  confirmación  del  voto,  ni  del 
Patronato,  quiso  la  nación  contar  con  S.  S.;  y  en  efecto  pidió  y  ob- 
tuvo la  Bula  confirmatoria  de  Urbano  VIII  que  aquí  se  presenta.  Esta 
Bula  no  fué  derogada  solemnemente  por  la  Silla  Apostólica,  ni  menos 
se  le  negó  el  plácito  regio  en  España;  antes  bien  consta  haberla  cir- 
culado el  Rey  con  el  decreto  de  las  Cortes.  El  decreto  de  Roma,  que 
se  supone  haber  revocado  la  ejecución  de  la  Bula,  caso  que  sea  cierto, 
pues  consta  que  no  existe  en  este  archivo,  adonde  parece  haberse 
enviado,  fué  expedido  sin  citación  ni  audiencia  del  Rey  ni  del  Reino. 
Aun  siendo  auténtico,  no  pudo  extenderse  a  revocar  el  decreto  de  las 
Cortes  de  España  en  orden  al  Patronato.  Esta  elección  fué  hecha 
dos  veces  por  las  Cortes  en  tiempo  hábil,  antes  del  año  1630,  en  que 
la  Congregación   de   Ritos  prescribió   las  reglas  que  debían   observarse 


APÉNDICES  ^61 

en  g1  nombramiento  de  patronos,  una  de  las  cuales  era  que  fuese  apro- 
bado por  la  Congregación  de  Ritos.  Rquel  decreto  de  la  Congregación, 
como  enseña  Benedicto  XIV.  no  pudo  tener  efecto  retroactivo  com- 
prendiendo a  las  elecciones  anteriores;  antes  bien  su  mismo  contexto 
denota  que  no  era  valedero  sino  para  adelante:  Citm  in  decreto  ipso 
habeantur  verba  <^in  poste rum^,  hinc  infertnr  non  posse  id  haber e  vim  nisi 
a  die  quo  latum  fuit.  Y  añade  que  por  lo  mismo  respecto  de  los  Patro- 
nos nombrados  antes  de  aquella  época,  debe  seguirse  la  regla  de  Gujjet, 
esto  es,  que  no  exijan  las  condiciones  prescritas  en  aquel  decreto  (1). 
Sigúese  de  aquí  que  la  primera  elección  de  Santa  Teresa  por  el  Reino 
fué  legítima,  y  que  a  Roma  no  se  acudió  por  parte  del  Rey  y  del 
Reino  hasta  las  segundas  Cortes,  y  aun  entonces  no  por  creerse  nece- 
saria la  confirmación  del  Papa  para  dar  legitimidad  a  aquel  nom- 
bramiento, sino  para  satisfacer  la  piedad  de  los  diputados.  Esto  lo 
demuestra  la  circular  del  Sr.  D.  Felipe  III,  de  ^  de  Agosto  de  1618, 
que  existe  original  en  el  archivo  del  Ayuntamiento  de  esta  ciudad, 
donde  se  lee:  «Nuestro  muy  Santo  Padre,  Paulo  V,  a  mi  instancia  y 
suplicación,  también  se  ha  querido  mostrar  por  su  parte,  expidiendo 
su  Breve  para  que  en  todos  estos  mis  Reinos  de  España  se  pueda 
rezar  y  decir  misa  de  esta  bendita  Santa»;  donde  nada  se  habla  de 
confirmar  el  patronato.  Y  aun  más  claro  la  Bula  de  Urbano  VIII, 
donde  S.  S.  dice  claramente  haberse  expedido,  no  porque  fuese  nece- 
saria para  dar  valor  a  la  segunda  elección,  sino  por  satisfacer  el  ansia 
que  manifestaron  las  Cortes  de  merecer  en  esto  la  aprobación  de  la 
Santa  Sede:  Cum...  procuratores  praedictí  plarinitim  ciipiant  electionem 
hujusmodi...    hujus    S.    Sedis    Apostolicae    patrocinio    communiri. 

Estos  son  los  documentos  de  Roma  que  aparecen  sobre  aquel  Pa- 
tronato. La  derogación,  aun  cuando  exista,  no  fué  solemne.  Lo  único 
que  tiene  a  la  vista  la  Comisión  es  una  Real  Orden  en  que  se  mandó 
la  suspensión  de  lo  que  habían  resuelto  las  primeras  Cortes,  por  justas 
consideraciones,  como  dice  la  circular  del  Rey,  y  hasta  que  S.  M. 
mande  otra  cosa.  Por  lo  demás,  no  consta  que  nuestro  gobierno  tuviese 
de  oficio  dicha  revocación.  La  Comisión,  después  de  varias  diligen- 
cias que  ha  practicado  para  aclarar  este  hecho,  sólo  ha  podido  ave- 
riguar que  el  Cabildo  de  la  Santa  Iglesia  de  Compostela,  en  una  carta 
dirigida  al  Ayuntamiento  de  esta  ciudad  de  Cádiz,  dice  que  le  envía 
copia  de  este  decreto,  al  cual  llama  sentencia,  denotando  que  fué 
efecto  de  algún  juicio.  Mas  como  es  cierto  no  haber  habido  tal  juicio 
ni  en  la  sagrada  Congregación  de  Ritos,  ni  en  la  Rota,  ni  en  otro 
tribunal  al  cual  hubiesen  sido  citados  el  Rey  ni  los  Procuradores  del 
Reino,  es  claro  haber  sido  aquella  providencia  revocatoria  efecto  de 
sorpresa;  y  que  Felipe  IV,  teniendo  consideración  a  las  desavenencias 
que  tenía  entonces,  y  duraron  en  todo  su  reinado  con  la  Corte  de 
Roma,  tomó  el  partido  prudente  de  ceder  a  aquella  violencia,  porque  no 
se  atribuyese  su  oposición  a  resentimiento,  o  a  otros  fines  ajenos  de 
su  veneración  a  la  Silla  Apostólica. 

Y  pues   aquel    Príncipe  en   las  circulares   de   la  suspensión   protestó 


1       Ibid.,  c.  XIV,  n.  9. 


t62  APÉNDICES 

reservarse  el  derecho  de  mandar  lo  contrario  cuando  lo  tuviese  por 
conveniente;  ya  que  él  no  pudo  hacerlo,  o  no  quiso  por  razones  polí- 
ticas, se  halla  V.  iW.  en  el  caso  de  suplir  su  falta  de  resolución,  man- 
dando que  desde  ahora  tengan  entero  cumplimiento  aquellos  acuerdos 
tan  solemnes  de  nuestras  Cortes  a  favor  del  Patronato  de  Santa  Teresa. 

Para  atender  V.  ^.  así  a  la  súplica  del  Prior  y  Comunidad  de 
Carmelitas  descalzos  de  esta  plaza,  como  a  la  proposición  anterior 
del  Sr.  Larrazábal,  no  es  necesario  que  elija  V.  M.  nuevamente  a 
Santa  Teresa  por  Patrona  después  del  Apóstol  Santiago,  sino  decretar 
que  tenga  efecto  el  nombramiento  y  voto  del  Patronato  de  esta  Santa 
Virgen  hecho  en  los  mismos  términos  por  las  Cortes  de  los  años 
1617  y  1626.  Porque  esta  elección,  decretada  por  el  Rey  y  los  Procu- 
radores del  Reino  antes  del  año  1630,  en  que  la  sagrada  Congrega- 
ción estableció  las  reglas  para  el  nombramiento  de  Santos  Patro- 
nos, fué  en  todo  legaül,  y  conforme  al  sistema  observado  entonces  acerca 
de  esto  por  los  estados  católicos,  sin  contradicción  de  la  vSanta  Sede, 
ni  de  otra  autoridad  legítima. 

Accediendo  V.  M.  a  este  dictamen  de  la  Comisión,  sobre  dar  a 
nuestros  pueblos  el  testimonio  que  desea  esta  Comunidad  de  haberse 
dado  gracias  al  Altísimo  por  la  obra  de  la  Constitución  en  uno  de 
los  conventos  de  esta  insigne  española,  les  presentará  también  una 
prenda  de  los  bienes  que  deben  prometerse  de  su  intercesión,  procla- 
mándola nuevamente,  en  virtud  de  aquel  voto,  por  su  especial  Patrona 
y  Abogada.  En  ello  procederá  V.  M.  no  sólo  conforme  a  la  doctrina 
ya  indicada  de  Benedicto  XIV,  sino  a  varias  decisiones  de  la  Rota, 
que  tienen  desvanecida  la  única  duda  que  pudiera  detener  la  decisión 
de  este  punto;  y  es,  si  deberá  acudirse  a  la  Congregación  de  Ritos 
para  que  se  tenga  por  válida  la  elección  de  las  dichas  Cortes. 

Todos  los  escritores  clásicos,  que  tratan  de  esta  materia,  dicen  que 
no  se  necesita  esta  condición  para  que  tengan  su  efecto  los  Patronatos 
de  Santos  votados  antes  del  año  1630,  en  cuyo  caso  está  el  de  Santa 
Teresa.  A  los  testimonios  alegados  añadirá  la  Comisión  únicamente 
el  de  Ferraris,  cuya  autoridad  es  gravísima  en  estas  materias;  porque 
además  de  su  justa  reputación,  habla  como  testigo  calificado  de  la 
práctica  actual  de  la  Curia  Romana.  «Cierto  es,  dice,  que  si  la 
elección  de  un  Santo  por  Patrono  fué  anterior  al  decreto  de  Urbano 
VIII,  en  que  se  impuso  la  necesidad  de  que  fuese  aprobada  por  la 
Congregación  de  Ritos,  no  se  requiere  esta  condición,  aun  cuando  esta 
elección  se  renueve  y  confirme  después  de  aquel  decreto». 

Y  en  otra  parte  dice:  «Aunque  el  decreto  de  Urbano  VIII  irrite 
las  elecciones  (de  Santos  Patronos)  hechas  después,  o  que  hubieren  de 
hacerse,  no  irrita  las  decretadas  antes,  como  lo  respondió  la  sagrada 
Congregación  de  Ritos  en  15  de  Junio  de  1633.  Y  también  sobre  el 
Patronato  de  San  Francisco  Javier  en  Navarra,  en  la  cual  se  apro- 
bó este  decreto  de  las  Cortes  de  aquel  Reino;  y  este  decreto  como 
jurídico  fué  aprobado  por  la  Rota  a  propuesta  del  Decano,  con  sola 
la  advertencia  de  que  para  evitar  el  perjuicio  de  la  antiquísima  elec- 
ción de  San  Fermín,  deben  ser  venerados  ambos  Santos  como  Patronos, 
lo  cual  supone  haber  sido  válida  la  elección  de  San  Francisco  Javier. 

Clara    es    la    aplicación    de    esta    doctrina    al    caso    presente,    pues 


I 


nPENPiCES  ^63 

(Consta  que  el  llevarse  a  efecto  el  Patronato  de  Santa  Teresa,  decretado 
por  aquellas  Cortes,  debe  entenderse  sin  perjuicio  del  de  Santiago 
Apóstol,  como  ya  previno  Urbano  VIII,  y  menos  del  de  San  Miguel 
y  de  la  Santísima  Virgen. 

Este  es  el  parecer  de  la  Comisión,  que  sujeta  en  todoi  a  Ja  ilustrada 
piedad  y  sabiduría  de  V.  M.  Y  por  si  acaso  mereciese  su  soberana 
aprobación,  acompaña  la  minuta  del  decreto  que  a  este  propósito 
pudiera  expedirse.  Cádiz  14  de  Mayo  de  1812. — Alfonso  Rovira,  Fran- 
cisco Serró,  Vicente  Pascual,  Pedro  Gordillo,  Joaquín  Lorenzo  Villanueva. 

Leído  este  dictamen  en  la  sesión  pública  del  día  23  de  Junio,  se- 
ñaló el  Sr.  Presidente  el  día  27  del  mismo  para  deliberar  sobre  este 
negocio.  En  la  sesión  de  ese  día  habiéndose  anunciado  que  iba  a  ,tra- 
tarse  del  Patronato  de  Santa  Teresa,  se  leyó  otra  vez  la  minuta  del 
decreto  presentada  por  la  Comisión,  y  por  absoluta  unanimidad  de  los 
Sres.  Procuradores  de  Cortes  fué  aprobada  y  remitida  a  la  Regencia 
del  Reino  en  la  forma  ordinaria.  Su  Alteza  le  mandó  circular  en  los 
términos  siguientes: 

«Don  Fernando  VII,  por  la  gracia  de  Dios  y  por  la  Constitución 
de  la  Monarquía  Española,  Rey  de  las  Españas,  y  en  su  ausencia 
y  cautividad  la  regencia  del  Reino,  nombrada  por  las  Cortes  gene- 
rales y  extraordinarias,  a  todos  los  que  las  presentes  vieren  y  enten- 
dieren,  sabed:    Que   las   Cortes   han   decretado   lo   siguiente: 

»Las  Cortes  generales  y  extraordinarias,  teniendo  en  consideración 
que  las  Cortes  de  los  años  de  1617  y  1626  eligieron  por  Patrona  y 
Abogada  de  estos  Reinos,  después  del  Apóstol  Santiago,  a  Santa 
Teresa  de  Jesús,  para  invocarla  en  todas  sus  necesidades:  y  deseando 
dar  un  nuevo  testimonio,  así  de  la  devoción  constante  de  nuestros 
pueblos  a  esta  insigne  española,  como  de  la  confianza  que  tienen  en 
su  patrocinio,  decretan:  Que  desde  luego  tenga  todo  su  efecto  el 
Patronato  de  Santa  Teresa  de  Jesús  a  favor  de  las  Españas,  decretado 
en  las  Cortes  de  1617  y  1626,  y  que  se  encargue^  a  los  M.  RR.  Arzobis- 
pos y  RR.  Obispas,  y  a  los  Prelados  de  cuerpos  y  territorios  exentos, 
dispongan  acerca  de  la  solemnidad  del  rito  de  Santa  Teresa  lo  que 
corresponda  en  virtud  de  este  Patronato.  Lo  tendrá  entendido  la  re- 
gencia del  Reino  para  su  cumplimiento,  y  lo  hará  imprimir,  publicar 
y  circular.  Juan  Polo  y  Catalina,  Presidente;  José  de  Torres  y  Machi, 
Diputado  Secretario;  Manuel  de  Llano,  Diputado  Secretario.  Dado  en 
Cádiz,   a   28   de   Junio   de   1812.— A   la    Regencia   del    Reino. 

»Por  tanto  mandamos  a  todos  los  Tribunales,  Justicias,  Jefes,  Go- 
bernadores y  demás  Autoridades,  así  civiles  como  militares  y  eclesiás- 
ticas, de  cualquiera  clase  y  dignidad,  que  guarden,  y  hagan  guardar, 
cumplir  y  ejecutar  el  presente  decreto  en  todas  sus  partes.  Tendréislo 
entendido  para  su  cumplimiento,  y  dispondréis  se  imprima,  publique 
y  circule. — El  Duque  del  Infantado,  Joaquín  de  Mosquera  y  Fif^ueroa, 
Juan  de  Villavicencio,  Ignacio  Rodríguez  de  Rivas,  El  Conde  del  Áhisbal. 
Dado  en  Cádiz,  a  30  de  Junio  de  1812.— /I  Dr.  Antonio  Cano  Manuel. 


46^  APÉNDICES 


L  X  X  X  V  1 1 1 


EL      REY      DE      PORTUGAL      DECLARA      FIESTA      PARA      LA      UNIVERSIDAD      DE      COIMBRfl 
EL    15    DE    OCTUBRE    (1). 


Yo  el  Rey.  Como  Protector  que  soy  de  la  Universidad  de  Coim- 
bra,  hago  saber  a  los  que  esta  mi  Provisión  vieren,  que  el  Procura- 
dor General  de  la  Orden  de  los  Carmelitas  Descalzos  en  estos  mis 
Reinos  y  Señoríos,  me  representó  que  no  sólo  en  su  Religión,  mas  en 
toda  la  Iglesia  universal,  por  Breve  concedido  por  el  Papa  Urbano 
VIII  se  celebraba  en  quince  de  Octubre  la  fiesta  de  la  gloriosa  Vir- 
gen Santa  Teresa,  ilustre  Fundadora  de  la  reformada  Regla  primitiva 
de  nuestra  Señora  del  Monte  Carmelo;  y  que  por  la  devoción  que 
toda  Europa,  y  en  especial  este  Reino,  tienei;  a  esta  Santa  tan  admira- 
ble por  sus  milagros  y  maravillas,  mandase  que  el  dicho  día  quince 
de  Octubre,  dedicado  por  la  Iglesia  para  su  fiesta,  fuese  feriado  en 
nuestros  Tribunales  de  esta  Corte,  y  también  en  la  Universidad  de 
Coimbra;  y  porque  el  cordial  afecto  que  esta  Santa  tuvo  en  vida, 
y  tiene  hoy  en  «1  cielo  a  este  Reino,  es  manifiesto  del  libro  de  su 
Vida  y  profecía,  que  dejó  de  las  felicidades  de  él  y  la  muy  particular 
devoción  que  la  tengo,  me  obligaron  a  mandar  declararlo  así.  Y  por 
lo  que  toca  a  la  Universidad  de  Coimbra,  sobre  que  se  ha  hecho 
información  y  tomado  parecer  del  Rector  y  Claustro  de  ella  en  la 
forma  de  sus  Estatutos,  tuve  por  bien  y  es  de  mi  agrado,  que  en 
dicho  día  quince  de  Octubre  haya  Prestito,  esto  es,  que  vaya  el  Rec- 
tor con  toda  la  Universidad  en  cuerpo  de  Comunidad  al  Colegio  que 
dichos  Padres  Carmelitas  Descalzos  tienen  en  aquella  ciudad  a  asis- 
tir a  las  Vísperas  y  fiesta  de  la  Santa,  y  se  guarde  el  dicho  Prestito, 
como  los  demás  que  declaran  los  Estatutos  de  aquella  Universidad. 
Por  lo  cual,  mando  al  dicho  Rector  y  a  las  demás  personas  a  quie- 
nes por  algún  caso  o  vía  pueda  pertenecer,  que  así  la  cumplan  y 
guarden  esta  Provisión,  tan  enteramente  como  en  ella  se  contiene,  sin 
duda  alguna,  la  cual  quiero,  y  soy  servido  que  valga  como  Carta, 
puesto  que  su  efecto  dure  más  de  un  año,  sin  embargo  de  la  ordena- 
ción en  contrario.  Francisco  Méndez  la  hizo  en  Lisboa  a  13  de  Junio 
de  1665.  El  Secretario  ,Marcos  Rodríguez  Tinoco  la  hizo  escribir.  Rey. 
Provisión,  por  la  cual  V.  Majestad,  como  Protector  que  es  de  la  Uni- 
versidad de  Coimbra,  tiene  por  bien  de  mandar,  que  en  el  día  de  la 
Bienaventurada  Virgen  Santa  Teresa  haya  Prestito,  como  los  demás 
que  declaran  los  Estatutos,  en  la  manera  asimismo  declarada,  y  va 
con  la  cláusula:  para  V.  Majestad  ver:  cúmplase  y  regístrese.  El  Rec- 
tor. Por  Decreto  de  Su  Majestad  de  13  de  Junio  de  1665.  Luis  Del- 
gado   de    Abrreva.    Martin    Alfonso    de    Mello. 


1      Cfr.  Uño  Teresiano,  día  13  de  Junio. 


APÉNDICES  465 


LXXXIX 


CENSURA    DE    FR.     LUIS    DE    LEÓN    A    LAS    OBRAS    DE    LA    SANTA    (1). 


He  visto  los  libros  que  compuso  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  se 
intitulan  de  su  Vida  y  las  Moradas,  y  Camino  de  Perfeción,  con  lo 
demás  que  se  junta  con  ellos,  que  son  de  muy  sana  y  católica  dotrina, 
y  a  mi  parecer  de  grandísima  utilidad  para  todos  los  que  los  leye- 
ren; porque  enseñan  cuan  posible  es  tener  estrecha  amistad  el  hombre 
con  Dios  y  descubren  los  pasos  por  donde  se  sube  a  este  bien,  y  avi- 
san de  los  peligros  y  engaños  que  puede  haber  en  este  camino;  y  todo 
ello  con  tanta  facilidad  y  dulzura,  por  una  parte,  y  por  otra,  con  pala- 
bras tan  vivas,  que  ninguno  los  leerá  que,  si  es  espiritual,  no  halle  gran- 
de provecho,  y  si  no  lo  es,  no  desee  serlo  y  se  anime  para  ello,  o 
a  lo  menos  no  admire  la  piedad  de  Dios  con  los  hombres  que  le  bus- 
can, y  cuan  presto  le  hallan,  y  el  trato  dulce  que  con  ellos  tiene.  Y 
ansí,  para  el  loor  de  Dios  y  para  el  provecho  común  conviene  que  es- 
tos libros  se  impriman!  y  publiquen.  En  San  Felipe  de  Madrid,  a  ocho 
de  Septiembre  de  1587.  Fray  Luis  de  León. 


1       Corregida  coutormc  la  ttae  la  prinura  edición  de  lus  oin.i.'^  de  la  Santa. 


II  30 


466  APÉNDICES 


xc 


h  LHS  MHDRES  PRIORA  ANA  DE  JESÚS  Y  RELIGIOSAS  CARMELITAS  DESCALZAS 
DEL  MONASTERIO  DE  MADRID,  EL  MAESTRO  FRAY  LUIS  DE  LEÓN,  SALUD 
EN    JESUCRISTO    (1). 


Yo  no  conocí,  ni  vi,  a  la  madre  Teresa  de  Jesús  mientras  estuvo 
en  la  tierra;  mas  agora,  que  vive  en  el  cielo,  la  conozco  y  veo  casi 
siempre  en  dos  imagines  vivas  que  nos  dejó  de  sí,  que  son  sus 
hijas  y  sus  libros,  que,  a  mi  juicio,  son  también  testigos  fieles  y 
mayores  de  toda  excepción  de  su  grande  virtud.  Porque  las  figuras 
de  su  rostro,  si  las  viera,  mostráranme  su  cuerpo;  y  sus  palabras,  si 
las  oyera,  me  declararan  algo  de  la  virtud  de  su  alma:  ij  lo  primero 
era  común,  y  lo  segundo  sujeto  a  engaño,  de  que  carecen  estas  dos 
cosas  en  que  la  veo  agora.  Que,  como  el  Sabio  dice,  el  hombre  en 
sus  hijos  se  conoce.  Porque  los  fructos  que  cada  uno  deja  de  sí 
cuando  falta,  esos  son  él  verdadero  testigo  de  su  vida;  y  por  tal  le 
tiene  Cristo,  cuando  en  el  Evangelio,  para  diferenciar  al  malo  del 
bueno,  nos  remite  solamente  a  sus  fructos.  De  sus  fructos,  dice,  los 
conoceréis.  Ansí  que  la  virtud  y  sanctidad  de  la  madre  Teresa,  que 
viéndola  a  ella  me  pudiera  ser  dudosa  y  incierta,  esa  misma  ahora, 
no  viéndola  y  viendo  sus  libros  y  las  obras  de  sus  manos,  que  son 
sus  hijas,  tengo  por  cierta  y  muy  clara.  Porque  por  la  virtud  que 
en  todas  resplandece,  se  conoce  sin  engaño  la  mucha  gracia  que  puso 
Dios  en  la  que  hizo  para  madre  deste  nuevo  milagro,  que  por  tal  debe 
ser  tenido,  lo  que  en  ellas  Dios  ahora  hace  y  por  ellas.  Que  si  es 
milagro  lo  que  aviene  fuera  de  lo  que  por  orden  natural  acontece, 
hay  en  este  hecho  tantas  cosas  extraordinarias  y  nuevas,  que  lla- 
marle milagro  es  poco,  porque  es  un  ayun^^amiento  de  muchos  mila- 
gros. Que  un  milagro  es  que  una  mujer,  y  sola,  haya  reducido  a  per- 
feción  una  Orden  en  mujeres  y  en  hombres;  y  otro  la  grande  per- 
feción  a  que  los  redujo;  y  otro  y  tercero  el  grandísimo  crecimiento 
a  que  ha  venido  en  tan  pocos  años  y  de  tan  pequeños  principios, 
que  cada  una  por  sí  son  cosas  muy  dignas  de  considerar.  Porque 
no  siendo  de  las  mujeres  el  enseñar,  sino  el  ser  enseñadas,  como  lo 
escribe  San  Pablo,  luego  se  ve  que  es  maravilla  nueva  una  flaca 
mujer  tan  animosa  que  emprendiese  una  cosa  tan  grande,  y  tan  sabia 
y  eficaz  que  saliese  con  ella,  y  robase  los  corazones  que  trataba  para 
hacerlos  de  Dios,  y  llevase  las  gentes  en  pos  de  sí  a  todo  lo  que 
aborrece  el   sentido.   En   que,   a   lo   que   yo   puedo   juzgar,   quiso   Dios 


1  Con  este  mismo  título  publica  esta  carta  su  autor  en  la  primera  edición  de  las  Obras  de 
Santa  Teresa,  que  él  hizo  en  1588.  Por  ella  se  ha  corregido  con  toda  la  fidelidad  posible,  aun 
en  aquellas  palabras  que  Fray  Luis  escribe  de  diversas  maneras. 


aPENDICES  ^67 

en  este  tiempo,  cuando  parece  triunfa  el  demonio  en  la  muchedumbre 
de  los  infieles  que  Is  siguen,  y  en  la  porfía  de  tantos  pueblos  herejes, 
que  hacen  sus  partes,  y  en  los  muchos  vicios  de  los  fieles  que  son 
de  su  bando,  para  envilecerle,  y  para  hacer  burla  dél,  ponerle  delante, 
no  un  hombre  valiente  rodeado  de  letras,  sino  una  pobre  mujer  que 
-c  desafiase  y  levantase  bandera  contra  él,  y  hiciese  públicamente 
gente  que  le  venza  y  huelle,  y  acocee;  y  quiso  sin  duda,  para  de- 
monstración  de  lo  mucho  que  puede  en  esta  edad  adonde  tantos  mi- 
llares de  hombres,  unos  con  sus  errados  ingenios,  y  otros  con  sus  per- 
didas coshimbres,  aportillan  su  reino,  que  una  mujer  alumbrase  los 
entendimientos,  y  ordenase  las  costumbres  de  muchos  que  cada  día 
crecen  para  reparar  estas  quiebras.  Y  en  esta  vejez  de  la  Iglesia  tuvo 
por  bien  de  mostrarnos  que  no  se  envejece  su  gracia,  ni  es  agora 
menos  la  virtud  de  su  espíritu  que  fué  en  los  primeros  y  felices 
tiempos  della,  pues  con  medios  más  flacos  en  linaje  que  entonces, 
hace  lo  mismo;  o  casi  lo  mismo,  que  entonces. 

Porque,  y  éste  es  el  segundo  milagro,  la  vida  en  que  vuestras  re- 
verencias viven  y  la  perfeción  en  que  las  puso  su  madre,  ¿qué  es  sino 
un  retrato  de  lá  santidad  de  la  Iglesia  primera?  Que  ciertamente  lo  que 
leemos  en  las  historias  de  aquellos  tiempos,  eso  mismo  vemos  agora  con 
los  ojos  en  sus  costumbres;  y  su  vida  nos  demuestra  en  las  obras,  lo 
que  ya  por  el  poco"  uso  parecía  estar  en  solos  los  papeles  y  las  pa- 
labras; y  lo  que  leído  admira,  y  apenas  la  carne  lo  cree,  agora  lo  ve 
hecho  en  vuestra  reverencia  ¡j  en  sus  compañeras.  Que  desasidas  de 
todo  lo  que  no  es  Dios,  y  ofrecidas  en  solos  los  brazos  de  su  Esposo 
divino,  y  abrazadas  con  él,  con  ánimos  de  varones  fuertes  en  miembros 
de  mujeres  tiernos  y  flacos,  ponen  en  ejecución  la  más  alta  y  más 
generosa  filosofía  que  jamás  los  hombres  imaginaron;  y  llegan  con  las 
obras  adonde  en  razón  de  perfecta  vida  y  de  heroica  virtud  apenas 
llegaron  con  la  imaginación  los  ingenios.  Porque  huellan  la  riqueza, 
y  tienen  en  odio  la  libertad,  y  desprecian  la  honra,  y  aman  la  hu- 
mildad y  el  trabajo,  y  todo  su  estudio  es  con  una  sancta  competencia 
procurar  adelantarse  en  la  virtud  de  contino;  a  que  su  Esposo  les 
responde  con  una  fuerza  de  gozo,  que  les  infunde  en  el  alma,  tan 
grande,  que  en  el  desamparo  y  desnudez  de  todo  lo  que  da  contento 
en  la  vida,  poseen  un  tesoro  de  verdadera  alegría,  y  huellan  generosa- 
mente sobre  la  naturaleza  toda  como  exentas  de  sus  leyes,  o  verda- 
deramente como  superiores  a  ellas.  Que  ni  el  trabajo  las  cansa,  ni  el 
encerramiento  Jas  fatiga,  ni  la  enfermedad  las  descae,  ni  la  muerte 
las  atemoriza  o  espanta,  antes  las  alegra  y  anima.  Y  lo  que  entre  todo 
esto  hace  maravilla  grandísima  es  el  sabor,  o  si  lo  habernos  de  decir 
así,  la  facilidad  con  que  hacen  lo  que  es  extremadamejite  dificultoso 
de  hacer.  Porque  la  mortificación  les  es  regocijo,  y  la  resignación 
juego,  y  pasatiempo  la  aspereza  de  la  penitencia;  y  como  si  se  an- 
duviesen solazando  y  holgando,  van  poniendo  por  obra  lo  que  pone 
a  la  naturaleza  en  espanto,  y  el  ejercicio  de  virtudes  heroicas  le  han 
convertido  en  un  entretenimiento  gustoso,  en  que  muestran  bien  por 
la  obra  la  verdad  de  la  palabra  de  Cristo,  que  su  yugo  es  suave  y 
su  carga  ligera.  Porque  ninguna  seglar  se  alegra  tanto  en  sus  adere- 
zos cuanto   a   vuestras   reverencias   les  es  sabroso  el  vivir  como  ánge- 


^68  APÉNDICES 

les.  Que  tales  son  sin  duda,  no  sólo  en  la  perfeción  de  la  vida,  sino 
también  en  la  semejanza  y  unidad  que  entre  sí  tienen  en  ella. 

Que  no  hay  dos  cosas  tan  semejantes,  cuanto  lo  son  todas  entre  sí  y 
cada  una  a  la  otra  en  la  habla,  en  la  modestia,  en  la  humildad,  en  ]a 
discreción,  en  la  blandura  de  espíritu,  y  finalmente,  en  todo  el  trato 
y  estilo.  Que  como  las  anima  una  misma  virtud,  ansí  las  figura  a  todas 
de  una  misma  manera,  y  como  en  espejos  puros  resplandece  en  todas 
un  rostro,  que  es  el  de  la  madre  santa,  que  se  traspasa  en  las  hijas. 
Por  donde,  como  decía  al  principio,  sin  haberla  visto  en  la  vida,  la 
veo  ahora  con  más  evidencia;  porque  sus  hijas,  no  sólo  son  retra- 
tos de  sus  semblantes,  sino  testimonios  ciertos  de  sus  perfeciones, 
que  se  les  comunican  a  todas,  y  van  de  unas  en  otras  con  tanta  pres- 
teza cundiendo,  que,  y  es  la  maravilla  tercera,  en  espacio  de  veinte 
años  que  puede  haber  desde  que  la  JVladre  fundó  el  primer  monasterio 
hasta  esto  que  ahora  se  escribe,  tiene  ya  llena  a  España  de  mo- 
nasterios en  que  sirven  a  Dios  más  de  mil  religiosos,  entre  los  cuales 
vuestras  reverencias  las  religiosas  relucen  como  los  luceros  entre  las 
estrellas  menores.  Que  como  dio  principio  a  la  reformación  una  bien- 
aventurada mujer,  ansí  las  mujeres  della  parece  que  en  todo  llevan 
ventaja,  y  no  solamente  en  su  Orden  son  luces  de  guía,  sino  también 
son  honra  de  nuestra  nación,  y  gloria  de  aquesta  edad,  y  flores  her- 
mosas que  embellecen  la  esterilidad  destos  siglos,  y  ciertamente  par- 
tes de  la  Iglesia  de  las  más  escogidas,  y  vivos  testimonios  de  la 
eficacia  de  Cristo,  y  pruebas  manifiestas  de  su  soberana  virtud,  y  ex- 
presos dechados  en  que  hacemos  casi  experiencia  de  lo  que  la  fe  nos 
promete.  Y  esto  cuanto  a  las  hijas,  que  es  la  primera  de  las  dos 
imagines. 

Y  no  es  menos  clara  ni  menos  milagrosa  la  segunda  que  dije, 
que  son  las  escrituras  y  libros;  en  los  cuales  sin  ninguna  duda  quiso 
el  Espíritu  Sancto  que  la  Madre  Teresa  fuese  un  ejemplo  rarísimo; 
porque  en  la  alteza  de  las  cosas  que  trata,  y  en  la  delicadeza  y  clari- 
dad con  que  las  trata,  excede  a  muchos  ingenios;  y  en  la  forma  del 
decir,  y  en  la  pureza  y  facilidad  del  estilo,  y  en  la  gracia  y  buena 
compostura  de  las  palabras,  y  en  una  elegancia  desafeitada,  que  deleita 
en  extremo,  dudo  yo  que  haya  en  nuestra  lengua  escritura  que  con 
ellos  se  iguale.  Y  ansí,  siempre  que  los  leo,  me  admiro  de  nuevo,  y 
en  muchas  partes  dellos  me  parece  que  no  es  ingenio  de  hombre 
el  que  oigo;  y  no  dudo  sino  que  hablaba  el  Espíritu  Sancto  en  ella 
en  muchos  lugares,  y  que  le  regía  la  pluma  y  la  mano,  que  ansí  lo 
manifiesta  la  luz  que  pone  en  las  cosas  escuras,  y  el  fuego  que  en- 
ciende con  sus  palabras  en  el  corazón  que  las  lee.  Que  dejados  aparte 
otros  muchos  y  grandes  provechos  que  hallan  los  que  leen  estos  li- 
bros, dos  son,  a  mi  parecer,  los  que  con  más  eficacia  hacen.  Uno,  fa- 
cilitar en  el  ánimo  de  los  lectores  el  camino  de  la  virtud;  y  otro, 
encenderlos  en  el  amor  della  y  de  Dios.  Porque  en  lo  uno  es  cosa 
maravillosa  ver  cómo  ponen  a  Dios  delante  los  ojos  del  alma,  y  cómo 
le  muestran  tan  fácil  para  ser  hallado,  y  tan  dulce  y  tan  amigable 
para  los  que  le  hallan;  y  en  el  otro,  no  solamente  con  todas,  mas  con 
cada  una  de  sus  palabras  pegan  al  alma  fuego  del  cielo,  que  la  abrasa 
y  deshace.  Y  quitándole  de  los  ojos  y  del  sentido  todas  las  dificulta- 


APÉNDICES  ^6^ 

tadcs  que  hay,  no  para  que  no  las  vea,  sino  para  que  no  las  estime 
ni  precie,  déjanla,  no  solamente  desengañada  de  lo  que  la  falsa  ima- 
ginación le  ofrecía,  sino  descargada  de  su  peso  y  tibieza,  y  tan  alen- 
tada, y  si  se  puede  decir  ansí,  tan  ansiosa  del  bien,  que  vuela  luego 
a  él  con  el  deseo  que  hierve.  Que  el  ardor  grande  que  en  aquel  pecho 
sancto  vivía,  salió  como  pegado  en  sus  palabras,  de  manera  que  le- 
vantan llama  por  dondequiera  que  pasan;  de  que  vuestras  reveren- 
cias entiendo  yo  son  grandes  testigos,  porque  son  sus  dechados  muy 
semejantes.  Porque  ninguna  vez  me  acuerdo  leer  en  estos  libros,  que 
no  me  parezca  oiga  hablar  a  vuestras  reverencias;  ni  al  revés,  nunca 
las  oí  hablar  que  no  se  me  figurase  que  leía  en  la  Madre,;  y  los 
que  hicieren  experiencia  dello,  verán  que  es  verdad. 

Porque  verán  la  misma  luz  y  grandeza  de  entendimiento  en  las  co- 
sas delicadas  y  dificultosas  de  espíritu,  la  misma  facilidad  y  dulzura  en 
decirlas,  la  misma  destreza,  la  misma  descreción,  sentirán  el  mismo  fuego 
de  Dios  y  concibirán  los  mismos  deseos;  verán  la  irisma  manera  de 
sanctidad,  no  placera  ni  milagrosa;  sino  tan  infundida  por  todo  el  trato 
en  sustancia,  que  algunas  veces,  sin  mentar  a  Dios,  dejan  enamoradas 
del  a  las  almas.  Ansí  que,  tornando  al  principio,  si  no  la  vi  mientras 
estuvo  en  la  tierra,  ahora  la  veo  en  sus  libros  y  hijas;  o  por  decirlo 
mejor,  en  vuestras  reverencias  solas  la  veo  agora,  que  son  sus  hijas 
de  las  más  parecidas  a  sus  costumbres,  y  son  retrato  vivo  de  sus  es- 
crituras y  libros.  Los  cuales  libros  que  salen  a  luz,  y  el  Consejo 
Real  me  los  cometió  que  los  viese,  puedo  yo  con  derecho  endere- 
zarlos a  ese  santo  convento,  como  de  hecho  lo  hago,  por  el  trabajo 
que  he  puesto  en  ellos,  que  no  ha  sido  pequeño.  Porque  no  solamente 
he  trabajado  en  verlos  y  examinarlos,  que  es  lo  que  el  Consejo  mandó, 
sino  también  en  cotejarlos  con  los  originales  mismos,  que  estuvie- 
ron en  mi  poder  muchos  días,  y  en  reducirlos  a  su  propria  pureza  en 
la  misma  manera  que  los  dejó  escritos  de  su  mano  la  Madre,  sin  mu- 
darlos ni  en  palabras,  ni  en  cosas  de  que  se  habían  apartado  mucho 
los  traslados  que  andaban,  o  por  descuido  de  los  escribientes,  o  por 
atrevimiento  y  error.  Que,  hacer  mudanza  en  las  cosas  que  escribió 
un  pecho  en  quien  Dios  vivía,  y  que  se  presume  le  movía  a  escribirlas, 
fué  atrevimiento  grandísimo,  y  error  muy  feo  querer  emendar  las  pa- 
labras; porque  si  entendieran  bien  castellano,  vieran  que  el  de  la 
Madre  es  la  misma  elegancia.  Que  aunque  en  algunas  partes  de  lo 
que  escribe,  antes  que  acabe  la  razón  que  comienza,  la  mezcla  con 
otras  razones  y  rompe  el  hilo  comenzado  muchas  veces  con  cosas 
que  ingiere,  mas  ingiérelas  tan  diestramente  y  hace  con  tan  buena 
gracia  la  mezcla,  que  ese  mismo  vicio  le  acarrea  hermosura,  y  es  el 
lunar   del    refrán.   Ansí   que   yo   los  he   restituido   a   su   primera   pureza. 

Mas  porque  no  hay  cosa  tan  buena  en  que  la  mala  condición  de 
los  hombres  no  pueda  levantar  un  achaque,  será  bien  aquí,  y  hablando 
con  vuestras  reverencias,  responder  con  brevedad  a  los  pensamientos 
de  algunos.  Cuéntanse  en  estos  libros  revelaciones,  y  trátanse  en  ellos 
cosas  interiores  que  pasan  en  la  oración,  apartadas  del  sentido  ordi- 
nario, y  habrá  por  ventura  quien  diga,  en  las  revelaciones,  que  es  caso 
dudoso,  y  que  ansí  no  convenía  que  saliesen  a  luz;  y  en  lo  que  toca 
al  trato  interior  del  alma  con  Dios,  que  es  negocio  muy  espiritual  y  de 


470  APÉNDICES 

pocos,  y  que  ponerlo  en  público  a  todos  podrá  ser  ocasión  de  pe- 
ligro; en  que  verdaderamente  no  tienen  razón,  porque  en  lo  pri- 
mero de  las  revelaciones,  ansí  como  es  cierto  que  el  demonio  se 
transfigura  algunas  veces  en  ángel  de  luz,  y  burla  y  engaña  las  almas 
con  aparencias  fingidas,  ansí  también  es  cosa  sin  duda  y  de  fe,  que 
el  Espíritu  Sancto  habla  con  los  suyos  y  se  les  muestra  por  diferentes 
maneras,  o  para  su  provechoi  o  para  el  ajeno.  Y  como  las  revelaciones 
primeras  no  se  han  de  escribir  ni  curar,  porque  son  ilusiones,  an- 
sí estas  segundas  merecen  ser  sabidas  y  escritas.  Que  como  el  ángel 
dijo  a  Tobías:  El  secreto  del  Rey  bueno  es  asconderlo,  mas  las  obras 
de  Dios,  cosa  sancta  y  debida  es  manifestarlas  y  descubrirlas,  ¿Qué  sancto 
hay  que  no  haya  tenido  alguna  revelación?  ¿o  qué  vida  de  sancto 
se  escribe,  en  que  no  se  escriban  las  revelaciones  que  tuvo?  Las  his- 
torias de  las  Ordenes  de  los  Sanctos  Domingo  y  Francisco  andan 
•en  las  manos  y  en  los  ojos  de  todos,  y  casi  no  hay  hoja  en 
ellas  sin  revelación,  o  de  los  fundadores  o  de  sus  discípulos. 

Habla  Dios  con  sus  amigos  sin  duda  ninguna,  y  no  les  habla  para 
que  nadie  lo  sepa,  sino  para  que  venga  a  luz  lo  que  les  dice;  que  como 
es  luz,  ámala  en  todas  sus  cosas,  y  como  busca  la  salud  de  los  hom- 
bres, nunca  hace  estas  mercedes  especiales  a  uno  sino  para  aprovechar 
por  medio  del  otros  muchos.  A\ientras  se  dudó  de  la  virtud  de  la  sancta 
Madre  Teresa,  y  mientras  hubo  gentes  que  pensaron  al  revés  de  lo 
que  era,  porque  aun  no  se  vía  la  manera  en  que  Dios  aprobaba  sus 
obras,  bien  fué  que  estas  liistorias  no  saliesen  a  luz,  ni  anduviesen  en 
público,  para  excusar  la  temeridad  de  los  juicios  de  algunos;  mas 
ahora,  después  de  su  muerte,  cuando  las  mismas  cosas  y  e¡  succeso 
dellas  hacen  certidumbre  que  es  Dios,  y  cuando  el  milagro  de  la  inco- 
rrupción de  su  cuerpo,  y  otros  milagros,  que  cada  día  hace,  nos  ponen 
fuera  de  toda  duda  su  sanctidad,  encubrir  las  mercedes  que  Dios  le 
hizo  viviendo,  y  no  querer  publicar  los  medios  con  que  la  perficionó 
para  bien  de  tantas  gentes,  sería  en  cierta  manera  hacer  injuria  al  Es- 
píritu Sancto,  y  escurecer  sus  maravillas,  y  poner  velo  a  su  gloria.  Y 
ansí,  ninguno  que  bien  juzgue,  tendrá  por  bueno  que  estas  revelaciones 
se  encubran.  Que  lo  que  algunos  dicen  ser  inconveniente  que  la  Madre 
misma  escriba  sus  revelaciones  de  sí,  para  lo  que  toca  a  ella  y  a 
su  humildad  y  modestia  no  lo  es,  porque  las  escribió  mandada  y  for- 
zada; y  para  lo  que  toca  a  nosotros  y  a  nuestro  crédito,  antes  es  lo 
más  conveniente.  Porque  de  cualquier  otro  que  las  escribiera,  se  pu- 
diera tener  duda  si  se  engañaba,  o  si  quería  engañar;  lo  que  no  se 
puede  presumir  de  la  Madre,  que  escribía  lo  que  pasaba  por  ella,  y  era 
tan  sancta,  que  no  trocara  la  verdad  en  cosas  tan  graves.  Lo  que  yo 
de  algunos  temo,  es  que  desgustan  de  semejantes  escrituras,  no  por 
el  engaño  que  puede  haber  en  ellas,  sino  por  el  que  ellos  tienen  en  sí, 
que  no  les  deja  creer  que  se  humana  Dios  tanto  con  nadie,  que  no 
lo  pensarían  si  considerasen  eso  mismo  que  creen.  Porque  si  confiesan 
que  Dios  se  hizo  hombre,  ¿qué  dudan  de  que  hable  con  el  hombre? 
Y  si  creen  que  fué  crucificado  y  azotado  por  ellos,  ¿qué  se  espantan 
que  se  regale  con  ellos?  ¿Es  más  aparecer  a  un  siervo  suyo  y  ha- 
blarle, o  hacerse  el  como  siervo  nuestro  y  padecer  muerte?  Anímense 
los  hombres   a   buscar   a   Dios   por  el  camino  que  él  nos  enseña,   que 


APÉNDICE^  47Í 

es  la  fe,  y  la  caridad,  y  la  verdadera  guarda  de  su  ley  y  consejos, 
que    lo    menos    será    hacerles    semejantes    mercedes. 

Ansí  que  los  que  no  juzgan  bien  destas  revelaciones,  si  es  porque  no 
creen  que  las  hay,  viven  en  grandísimo  error;  y  si  es  porque  algunas  de 
las  que  hay  son  engañosas,  obligados  están  a  juzgar  bien  de  las  que  la 
conocida  sanctidad  de  sus  autores  aprueba  por  verdaderas,  cuales  son 
las  que  se  escriben  aquí,  cuya  historia,  no  sólo  no  es  peligrosa  en  esta 
materia  de  revelaciones,  mas  es  provechosa  y  necesaria  para  el  cono- 
cimiento de  las  buenas  en  aquellos  que  las  tuvieren.  Porque  no  cuenta 
desnudamente  las  que  Dios  comunicó  a  la  Madre  Teresa,  sino  dice 
también  las  diligencias  que  ella  hizo  para  examinarlas,  y  muestra  las 
señales  que  dejan  de  sí  las  verdaderas,  y  el  juicio  que  debemos  hacer 
dellas,  y  si  se  ha  de  apetecer  o  rehusar  el  tenerlas.  Porque  lo  pri- 
mero, esta  escritura  nos  enseña,  que  las  que  son  de  Dios  producen 
siempre  en  el  alma  muchas  virtudes,  ansí  para  el  bien  de  quien  las 
recibe,  como  para  la  salud  de  otros  muchos.  Y  lo  segundo,  nos  avisa 
que  no  habernos  de  gobernarnos  por  ellas,  porque  la  regla  de  la  vida 
es  la  doctrina  de  la  Iglesia,  y  lo  que  tiene  Dios  revelado  en  sus 
libros,  y  lo  que  dita  la  sana  y  verdadera  razón.  Lo  otro  nos  dice, 
que  no  las  apetezcamos  ni  pensemos  que  está  en  ellas  ¡a  perfeción  del 
espíritu,  o  que  son  señales  ciertas  de  la  gracia,  porque  el  bien  de  las 
almas  está  propriamente  en  amar  a  Dios  más,  y  en  el  padecer  más 
por  él,  y  en  la  mayor  mortificación  de  los  afetos,  y  mayor  desnudez 
y  desasimiento  de  nosotros  mismos  y  de  todas  las  cosas.  Y  lo  mismo 
que  nos  enseña  con  las  palabras  aquesta  escritura,  nos  lo  demuestra 
luego  con  el  ejemplo  de  la  misma  Aladre,  de  quien  nos  cuenta  el  re- 
celo con  que  anduvo  siempre  en  todas  sus  revelaciones,  y  el  examen 
que  dellas  hizo,  y  cómo  siempre  se  gobernó,  no  tanto  por  ellas 
cuanto  por  lo  que  le  mandaban  sus  perlados  y  confesores,  con  ser 
ellas  tan  notoriamente  buenas,  cuanto  mostraron  los  efetos  de  re- 
formación que  en  ella  hicieron  y  en  toda  su  Orden.  Ansí  que  las 
revelaciones  que  aquí  se  cuentan,  ni  son  dudosas,  ni  abren  puerta 
para  las  que  lo  son,  antes  descubren  luz  para  conocer  las  que  lo 
fueren;  y  son  para  aqueste  conocimiento  como  la  piedra  del  toque 
estos  libros. 

Resta  ahora  decir  algo  a  los  que  hallan  peligro  en  ellos,  por  la 
delicadeza  de  lo  que  tratan,  que  dicen  no  es  para  todos.  Porque  como 
haya  tres  maneras  de  gentes,  unos  que  tratan  de  oración,  otros  que  si 
quisiesen,  podrían  tratar  della,  otros  que  no  podrían  por  la  con- 
dición de  su  estado,  pregunto  yo:  ¿cuáles  son  los  que  destos  peli- 
gran? ¿Los  espirituales?  No,  si  no  es  daño  saber  uno  eso  mismo  que 
hace  y  profesa.  ¿Los  que  tienen  disposición  para  serlo?  Mucho  menos; 
porque  tienen  aquí,  no  sólo  quien  los  guíe  cuando  lo  fueren,  sino 
quien  los  anime  y  encienda  a  que  lo  sean,  que  es  un  grandísimo  bien. 
Pues  los  terceros,  ¿en  qué  tienen  peligro?  ¿en  saber  que  es  amoroso 
Dios  con  los  hombres?  ¿que  quien  se  desnuda  de  todo  le  halla? 
¿los  regalos  que  hace  a  las  almas?  ¿la  diferencia  de  gustos  que  les 
da?  ¿la  manera  cómo  las  apura  y  afina?  ¿qué  hay  aquí,  que  sabido 
no  santifique  a  quien  lo  leyere,  que  no  críe  en  él  admiración  de  Dios 
y    que   no    le   encienda    en    su    amor?    Que    si    la   consideración    destas 


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472  APÉNDICES 

obras  exteriores  que  hace  Dios  en  la  criación  y  gobernación  de  las 
cosas,  es  escuela  de  común  provecho  para  todos  los  hombres,  el  cono- 
cimiento de  sus  maravillas  secretas,  ¿cómo  puede  ser  dañoso  a  nin- 
guno? Y  cuando  alguno  por  su  mala  disposición  sacara  daño,  ¿era 
justo   por  eso   cerrar  la   puerta   a   tanto   provecho,   y   de  tantos? 

No  se  publique  el  Evangelio,  porque  en  quien  no  le  recibe  es  ocasión 
de  mayor  perdición,  como  Sant  Pablo  decía.  ¿Qué  escrituras  hay,  aunque 
entren  las  sagradas  en  ellas,  de  que  un  ánimo  mal  dispuesto  no  pueda 
concebir  un  error?  En  el  juzgar  de  las  cosas  débese  atender  a  si 
ellas  son  buenas  en  sí,  y  convenientes  para  sus  fines,  y  no  a  lo  que 
hará  dellas  el  mal  uso  de  algunos;  que  si  a  esto  se  mira,  ninguna 
hay  tan  santa  que  no  se  pueda  vedar.  ¿Qué  más  santos  que  los  sa- 
cramentos? ¿cuántos  por  el  mal  uso  dellos  se  hacen  peores?  El  de- 
monio, como  sagaz  y  que  vela  en  dañarnos,  muda  diferentes  colores, 
y  muéstrase  en  los  entendimientos  de  algunos  recatado  y  cuidadoso  del 
bien  de  los  prójimos  para,  por  excusar  un  daño  particular,  quitar  de 
los  ojos  de  todos  lo  que  es  bueno  y  provechoso  en  común;  bien  sabe 
él  que  perderá  más  en  los  que  se  mejoraren  y  hicieren  espirituales 
perfetos,  ayudados  con  la  lición  destos  libros,  que  ganará  en  la  ig- 
norancia o  malicia  de  cuál,  o  cuál,  que  por  su  indisposición  se  ofen- 
diere. Y  ansí,  por  no  perder  aquéllos,  encarece  y  pone  delante  los  ojos 
el  daño  de  aquestos,  que  él  por  otros  mil  caminos  tiene  dañados, 
ñunque,  como  decía,  no  sé  ninguno  tan  mal  dispuesto,  que  saque  daño 
de  saber  que  Dios  es  dulce  con  sus  amigos,  y  de  saber  cuan  dulce  es, 
y  de  conocer  por  qué  caminos  se  le  llegan  las  almas,  a  que  se  en- 
dereza toda  aquesta  escriptura.  Solamente  me  recelo  de  unos  que  quie- 
ren guiar  por  sí  a  todos,  y  que  aprueban  mal  lo  que  no  ordenan  ellos, 
y  que  procuran  no  tenga  autoridad  lo  que  no  es  su  juicio:  a  los  cuales 
no  quiero  satisfacer,  porque  nace  su  error  de  su  voluntad,  y  ansí  no 
querrán  ser  satisfechos;  mas  quiero  rogar  a  los  demás  que  no  les 
den  crédito,  porque  no  le  merecen.  Sola  una  cosa  advertiré  aquí,  que 
es  necesario  se  advierta,  y  es,  que  la  sancta  Madre,  hablando  de  la 
oración  que  llama  de  quietud  y  de  otros  grados  más  altos,  y  tra- 
tando de  algunas  particulares  mercedes  que  Dios  hace  a  las  almas, 
en  muchas  partes  destos  libros  acostumbra  decir,  que  está  el  alma 
junto  a  Dios,  y  que  ambos  se  entienden,  y  que  están  las  almas  cier- 
tas que  Dios  les  habla,  y  otras  cosas  desta  manera. 

En  lo  cual  no  ha  de  entender  ninguno  que  pone  certidumbre  en  la 
gracia  y  justicia  de  los  que  se  ocupan  en  estos  ejercicios,  ni  de  otros 
ningunos,  por  sanctos  que  sean,  de  manera  que  ellos  estén  ciertos  de  sí 
que  la  tienen,  si  no  son  aquellos  a  quien  Dios  lo  revela.  Que  la  Madre  mis- 
ma, que  gozó  de  todo  lo  que  en  estos  libros  dice,  y  de  mucho  más  que 
no  dice,  escribe  en  uno  de  ellos  estas  palabras  de  sí:  «Y  lo  que  no 
se  puede  sufrir.  Señor,  es  no  poder  saber  cierto  si  os  amo,  y  si  son 
aceptos  mis  deseos  delante  de  Vos».  Sólo  quiere  decir  lo  que  es 
la  verdad,  que  las  almas  en  estos  ejercicios  sienten  a  Dios  presente 
jDara  los  efectos  que  en  ellas  entonces  hace,  que  son  deleitarlas  y  alum- 
brarlas, dándoles  avisos  y  gustos;  que  aunque  son  grandes  mercedes 
de  Dios,  y  que  muchas  veces,  o  andan  con  la  gracia  que  justifica,  o 
encaminan  a  «lia,  pero  no  por  eso  son  aquella  misma  gracia,  ni  nacen 


APÉNDICES      .  ^73 

ni  se  juntan  siempre  con  ella.  Como  en  la  profecía  se  ve,  que  la  puede 
haber  en  el  que  está  en  mal  estado.  El  cual  entonces  está  cierto  de 
que  Dios  le  habla,  y  no  sabe  si  le  justifica,  y  de  hecho  no  le 
justifica  Dios  entonces,  aunque  le  habla  y  enseña.  V  esto  se  ha 
de  advertir  cuanto  a  toda  la  doctrina  en  común,  que  en  lo  que  toca 
particularmente  a  la  madre,  posible  es  que  después  que  escribió  las 
palabras  que  agora  yo  refería,  tuviese  alguna  propria  revelación  y 
certificación  de  su  gracia.  Lo  cual,  ansí  como  no  es  bien  que  se  afirme 
por  cierto,  ansí  no  es  justo  que  con  pertinacia  se  niegue;  porque  fue- 
ron muy  grandes  los  dones  que  Dios  en  ella  puso,  y  las  mercedes 
que  le  hizo  en  sus  años  postreros,  a  que  aluden  algunas  cosas  de  las 
que  en  estos  libros  escribe.  /Was  de  lo  que  en  ella  por  ventura  pasó 
por  merced  singular,  nadie  ha  de  hacer  regla  en  común.  Y  con  esíc 
advertimiento  queda  libre  de  estropiezo  toda  aquesta  escriptura.  Que 
según  yo  juzgo  y  espero,  será  tan  provechosa  a  las  almas,  cuanto  en 
las  de  vuestras  reverencias  que  se  criaron,  y  se  mantienen  con  ella, 
se  ve.  R  quien  suplico  se  acuerden  siempre  en  sus  sanctas  oraciones  de 
mí.  En  San  Felipe  de  Madrid,  a  quince  de  Setiembre  de  1587. 


474  APÉNDICES 


XCI 


JHS.   M.a    JOSEPH. 


DE     LA     VIDA,     MUERTE,     VIRTUDES     Y     MILAGROS     DE     LA     SANTA     MADRE     TERESA 
DE    JESÚS.    LIBRO    PRIMERO    POR    EL    MAESTRO    FR.    LUIS    DE    LEÓN    (1). 


Como  en  las  casas  de  los  grandes  suele  haber  unos  hijos  muy  más 
favorecidos  y  regalados  que  otros,  ansí  en  la  de  Dios  en  esta  edad 
lo  fué  con  grandísima  particularidad  de  gracias  y  dones  la  bienaven- 
turada madre  Teresa  de  Jesús,  cuyas  virtudes  y  vida  V.  M.  es  servida 
que  escriba,  que  aunque  la  misma  escribió  la  parte  delia  que  fué 
conveniente  para  que  sus  confesores  conociesen  su  espíritu,  no  la  es- 
cribió toda,  ni  dijo  muchas  cosas  por  su  modestia,  ni  pudo  decir  las 
que  le  sucedieron  después  de  aquella  escritura,  que  yo  he  buscado 
y  he  recogido  informándome  de  sus  papeles  y  de  personas  de  mu- 
cho crédito  que  la  trataron  y  conocieron.  Las  cuales  con  justa  razón 
V.  M.  desea  ver  para  alabar  las  maravillas  de  Dios  en  sus  santos, 
y  porque  otros  le  alaben.  Fué  esta  dichosa  mujer  natural  de  ñvila, 
ciudad  antigua  de  Castilla,  de  padres  nobles  y  virtuosos.  El  padre  se 
llamó  Alonso  de  Cepeda,  y  la  madre,  que  fué  segunda  mujer  suya, 
D.a  Beatriz  de  Ahumada.  Sus  abuelos  de  padre  se  llamaron  Juan  de 
Cepeda  y  doña  Inés  de  Toledo;  de  madre  (2),  Mateo  de  Ahumada 
y  doña  Teresa  de  Tapia,  todos  vecinos  de  Avila)  y  que  están  enterrados 
en  San  Juan,  parroquia  de  aquella  ciudad.  Entre  ocho  hijos  varones 
y  dos  hijas  que  de  este  segundo  matrimonio  tuvieron  sus  padres,  tu- 
vieron, por  su  buena  dicha,  esta  santa  que  les  nació,  a  lo  que  parece, 
al  fin  del  año  de  1515:  pusiéronle  nombre  Teresa,  guiados,  a  lo  que 
entiendo,  por  Dios  que  sabía  los  milagros  y  maravillas  que  en  ella 
había  de  hacer  y  por  ella,  porque  Teresa  es  Tarasia,  nombre  an- 
tiguo de  mujeres  y  griego,  que  quiere  decir  milagrosa.  Como  nacía 
para  atraer  muchos  a  la  virtud  criando  en  ellos,  poniéndoles  afición 
de  las  cosas  del  cielo,  fabricóla  Dios  desde  las  primeras  piedras  para 
este  propósito  muy  hábil  y  conveniente,  y  ansí  le  dio  unos  naturales 
amorosos   y   no   pegajosos;    apacibles,   agradecidos,   agraciados  y    gratos 


1  A  ruegos  de  la  empeíatiiz  María,  hermana  de  Felioe  II  jj  grande  devota  de  la  Santa,  y 
creemos  también  que  por  indicación  de  la  V.  /\na  de  Jesús,  propuso  el  insigne  Maestro  Fr.  Luis 
de  León  escribir  la  Vida  de  la  Madre  Teresa  de  Jesús,  que  por  desdicha  para  las  buenas  letras 
dejó  muü  en  los  comienzos.  No  quedaron  más  papeles  sobre  esta  obra  que  los  publicados 
aquí,  según  la  edición  completa  de  sus  Obras,  editadas  en  Madrid,  año  de  1883,  pot  el  Padte 
Fr.  Antolín  Merino,  O.  S.  A. 

2  Al  margen  del  autógrafo  se  dice:  »Juan  de  Ahumada  y  Teresa  de  las  Cuevas,  naturales 
de  01medo>. 


APÉNDICES  475 

a  todos,  y  llenos  de  una  discreción  tan  amable,  que  cuando  descubrió 

con  la  edad,  allegaba  a  sí  y  cautivaba  (1)  cuantos  corazones  trataba. 

Por  cierto,  rne  afirma  quien  la  conoció  rnuciios  días,  que  nadie  Ja 
conversó  que  no  se  perdiese  por  ella;  y  que  niña  y  doncella,  seglar 
y  monja,  reformada  y  antes  que  se  reformase,  fué  con  cuantos  la 
veían  como  la  piedra  imán  con  el  hierro;  que  el  aseo  y  buen  parecer 
de  su  persona,  y  la  discreción  de  su  habla,  y  la  suavidad  templada 
con  honestidad  de  su  trato,  la  hermoseaban  de  manera,  que  el  profano 
y  el  santo,  el  distraído  y  el  de  reformadas  costumbres,  los  de  más 
y  los  de  menos  edad,  sin  salir  ella  en  nada  de  lo  que  debía  a 
sí  misma,  quedaban  como  presos  y  cautivos  de  ella,  pues  en  estos 
naturales,  como  en  tierra  fértil  y  sazonada,  prendió  luego  con  firmes 
y  hondas  raíces  la  gracia  que  recibió  en  el  bautismo,  de  manera  que 
en  los  primeros  años  de  su  niñez  dio  claras  muestras  de  lo  que  después 
pareció  en  ella.  Amaba  cuando  era  niña  los  pobres,  inclinábase  a  con- 
tar y  jiablar  de  las  vidas  y  virtudes  de  los  santos,  apetecía  la  soledad 
y  el  silencio,  y  en  la  manera  que  aquellos  años  sufrían,  despreciaba 
lo  temporal  y  aspiraba  a  lo  eterno  e  invisible,  y,  lo  que  es  de  mara- 
villar, deseaba  padecer  muerte  por  Cristo.  De  aquí  nacían  aquellas  ra- 
zones y  palabras,  aunque  de  niños,  tan  sabias  y  verdaderas,  que  pasaban 
entre  la  niña  y  su  hermano  y  que  ella  con  tanta  dulzura  cuenta;  aquel 
para  siempre  que  repetían  a  veces,  aquel  huir  los  de  casa  y  juntarse 
a  hablar  de  los  santos,  aquel  buscar  medios  para  (2)  volar  luego  al  cielo 
¡os  que  ponían  en  el  suelo  entonces  los  pies,  y  ansí  llegó  a  los 
doce  años  de  su  edad,  y  en  este  tiempo  murió  su  madre,  que  era 
muy  cristiana  y  virtuosa  mujer,  y  en  vez  de  ella  tomó  por  madre 
a  N.a  S.9,  como  ella  misma  lo  dice,  y  ansí  quedó  con  solo  el  padre 
en  su  casa,  acompañada  de  una  su  hermana  mayor  y  de  otros  her- 
manos,   y    pasó    ansí    casi    dos    años    hasta    que    entró    en    los   catorce. 

Crecían  con  la  edad  las  virLudes,  y  su  natural  gracioso  y  amoroso  y 
prudente,  que  se  descubría  de  cada  día  más,  la  hacía  señalada  y  ama- 
ble entre  todos,  mas  no  haya  virtud  que  no  tenga  algún  vicio  que  le 
parezca,  ni  cosa  tan  acertada  que  no  pueda  ser  de  inconveniente 
por  alguna  parte  y  respecto,  y  como  los  grandes  bienes  de  ordi- 
nario estén  muchas  veces  ocasionados  a  grandísimos  males,  fué  así 
que  en  esta  edad,  y  comenzando  a  tener  más  vigor  la  razón,  siendo 
querida  de  muchos,  comenzó  ella  también  a  querer,  y  como  era  discreta 
y  apacible,  comenzó  a  no  gustar  de  estar  escondida^  y  comenzó  a  abrir 
los  ojos  al  mundo,  y  tomar  favor  de  lo  que  en  él  se  estima  por 
algo,  y  a  preciarse  del  aderezo  y  de  las  galas  de  mozas,  y  de  la 
curiosidad  en  ello  con  alguna  demasía  y  exceso,  en  lo  cual  ayudó  mu- 
cho, o  por  mejor  decir,  le  dañó  la  lección  de  algunos  libros  profanos 
a  que  la  llevó  su  natural  ingenioso,  y  la  compañía  y  conversación 
de  una  doncella  deuda  suya,  no  muy  asentada,  de  que  dice  en  su  vida. 

Es  Dios  en  todo  maravilloso,  que  pudiendo  conservar  en  un  mismo 
tenor  de  bien  a  los  que  quiere  hacer  santos,  y  pudiendo  hacer  que 
conserven    siempre   limpia   la   primera    inocencia,    los   deja   desdecir   de 


1  Entre  lineas:  catraya». 

2  Al  margen:  'Aquí  cosas  de  su  niñez,  oídas  y  vistas». 


476  APÉNDICES 

ella   a   las   veces  y   permite   que  el   demonio   los   prenda,   y   que  entre 
sus   dones   se  muestren   nuestras   flaquezas   y   males,   para   que   no   pa« 
rezca  la  santidad  cosa  nacida  y  necesaria,  sino  cosa  de  libertad  y  en 
que  puede  hacer  algo  y   deshacer  el  que  es  santo,  y  para  que  siendo 
la    gloria   toda   de    El,    les   venga    a   los    suyos    parte    de    ella,    y    para 
que  el  demonio,  después  de  haber  probado  sus  fuerzas,  sea  vencido  de 
las  más  flacas  favorecidas  de  Dios,  con  que  quede  Dios  glorioso  y  él 
confundido,    viéndose    al    fin    rendido    de    la    una    flaqueza    que    tantas 
veces  rindió,  que  él  tuvo  rendida  a  sí  muchas  veces.  Por  este  camino 
llevó  a  David,  y  a  San  Pablo,  y  a  la  gloriosa  Magdalena,  y  a  Santa 
María   Egipciaca,  y   a  San  Agustín,  y   a  otros  santos  muchos,   dejándo- 
los a  tiempos  caer  para   levantarlos  después  con  mayor  provecho  suyo 
y    nuestro,    que    en    semejantes    concebimos    ánimo    y    esperanza    para 
no  desconfiar  de  Dios  cuando  nosotros  caemos,  mas  nunca  se  asienta 
lo  que   no   ha   de   durar,   y   lo   que  no   dice  con   la   hechura   del   alma 
e   ingenio,   aunque  en   ello   nos   ensayemos,   se   cae,   y    así   fué   que   el 
alma  de  esta  santa  mujer  que  la  tenía  Dios  con  particular  señal  para 
sí  señalada,  y  en  cuyo  secreto  seno,  sin  que  ella  misma  lo  viese,  tenía 
el   espíritu   del    cielo   que   hacía   las   partes   de   Dios,   y   se   le   traía   a 
la   memoria,   y   se   le   figuraba   cuando   menos   se   cataba   delante,  y   le 
hablaba    de    contino    y    a    veces    le    voceaba,    por   el   un    breve   tiempo 
venció    aquella    pequeña    niebla    que    de    la    nueva    vista    del    mundo    y 
de  sus  cosas  nacía,  y  como  le  acontece  al  sol  cuando  amanece,  si  el 
suelo  está  húmedo,  que  por  el  calor  que  sus  rayos  tienen  levanta  va- 
pores,  y    por   ser   entonces   pequeño   el   calor   no   los   puede   gastar,   y 
ansí  se  esparcen  como  niebla  u  oscurecen  el  aire,  hasta  que  después,  su- 
bido en  lo  alto  (1)   del  cielo  y  enviando  de  allí  sus  rayos  con  mayor 
fuerza,    y    como   hiriendo    a    sobre   mano    la    niebla    la    vence,    ansí   en 
esta  santa,  al  amanecer  de  la  luz,  la  razón  tierna  y  no  experimentada, 
comenzó  a  Sacar  nieblas  de  la  apariencia  de  las  cosas  del  mundo  que 
se  le  pusieron  delante,  hasta  que,  creciendo  más  y  recibiendo  sus  fuer- 
zas, las  deshizo  y  (Se  la   dieron  sobre  la  niebla  y   las  deshizo.   Murió 
su  madre  antes  Ide  esto,  en   este  tiempo  que,  como  ella  dice,  era  muy 
cristiana    y    virtuosa    mujer,    era    muerta,    como    ya    dijimos,   su    madre 
había  más  de  dos  años,  y  el  padre  en  este  tiempo  que  había  casado 
otra   su   hija   mayor,   que  era   del   primer  matrimonio,  comenzó   a   des- 
contentarse de  las  conversaciones  y  semejas  que  en  doña  Teresa  veía, 
y  aunque  la  amaba  muy  tiernamente  y  la  apartaba  con  mucha  pena  de 
sí,  pospuso  su  disgusto  al  bien  de  ella,  y  púsola  en  un  monasterio  de 
aquella  ciudad  muy  encerrado,  que  se  llama  de  Ntra.  Sra.   de  Gracia, 
de  monjas  de  la  Orden  de  San  Agustín,  religiosas  mucho,  ansí  en  la 
opinión  como  en  la  verdad.  Criábanse  en  aquel  monasterio  otras  don- 
cellas  y    seglares  y   nobles,   y   como   una   de  ellas   entró   también   allí, 
la    santa    madre,    guiándola    Dios    maravillosamente,    que    saca    siempre 
de  los  males  bienes  y  atrae  los  suyos  a  sí  por  desviados  y  no  conoci- 
dos caminos,   porque  el   entibiarse  en   los  deseos  de  la  virtud  la  ma- 
dre  Teresa   y   el    desdecir   de   ella   en   alguna   manera,   que   era   como 


1      Al  margen:  «Lo  alto  en  medio  del  cielo  enviando  sus  rayos» 


HPENDICES  477 

para  apartarse  de  Dios,  se  convirtió  por  orden  suya  en  atajar  para 
llegarse  a  El  con  más  brevedad.  Porque  en  casa  de  su  padre,  con  el 
amor  de  él  y  el  trato  de  los  seglares  parientes,  nunca  concibiera 
esta  santa  el  deseo  ardiente  de  la  religión  que  concibió  en  este  mo- 
nasterio qiie  digo,  a  donde,  aunque  los  primeros  días  sintió  sinsabor 
porque  el  íiábito  de  vanidad  que  se  comenzaba  a  vestir  y  aquella 
secreta  vida  no  convenía;  mas  éste  cayóse  presto  como  era  postizo, 
y  quedó  libre  y  desnuda  de  él  su  buena  compostura  del  alma,,  a  quien 
era  muy  conforme  y  muy  hecho  a  su  gusto  todo  lo  que  en  aquella 
santa  casa  se  hacía,  y  así  en  poco  tiempo  comenzó  a  gustar  mucho 
de  ella,  y  el  espíritu  de  Dios  que  en  su  corazón  se  escondía,  en  su 
alma,  aprovechándoss  c'e  la  ocasión,  comenzó  a  abrirle  (1)  los  ojos',  y  a 
resucitar  en  ella  los  buenos  deseos  primeros,  y  con  el  trato  de  todas 
y  señaladamente  con  las  palabras  santas  de  una  de  ellas  a  cuyo  cargo 
estaban  las  doncellas  seglares  (2),  iba  de  día  en  día  en  su  alma  echando 
fuerza  el  espíritu,  y  el  que  antes  de  aquella  entrada  callaba  y  estaba 
como  caído  y  rendido,  se  levantaba  ya  y  hablaba  en  su  corazón 
y  hacía  rostro  y  se  oponía  al  sentido  y  a  lo  que  la  vida  seglar 
y  libre  en  él  puesto  había,  y  trababa  entre  sí  los  dos  reñida  y  san- 
grienta pelea,  porque  el  espíritu  le  pedía  ser  monja  y  el  sentido  le 
apartaba  de  ello,  y  porque  tenía  ya  asentado  en  el  alma  el  servicio 
de  Dios,  le  decía  que  en  la  vida  de  los  casados  le  serviría  muy  bien, 
y  representándole  muchas  comodidades  en  ella,  y  ansí  peleaban  en 
su  pecho  como  en  estacada  o  pelea,  que  metidos  en  campo  estos  dos 
movimientos,  al  principio  más  ayudaba  al  bueno  los  ejemplos  santos 
que  a  5os  ojos  allí  de  continuo  teníai  y  iCon  esto  se  mejoraba  más  cada 
día  contra  su  combatidor.  Fué  así,  que  en  espacio  de  año  y  medio 
que  allí  estuvo,  que  fué  hasta  el  quince  y  diez  y  seis  de  su  edad, 
la  que  cuando  entró  aborrecía  aun  el  pensamiento  de  monja,  salió 
con  deseos  de  serlo,  estuvo  en  aquel  monasterio  contenta  y  con  gene- 
ral contentamiento  de  todas,  porque  era  de  condición  muy  amable: 
salió  porque  enfermó  gravemente.  Llevóla  su  padre  primero  a  su  casa, 
y  de  allí  a  una  aldea!  a  donde  estaba  casada  su  hermana,  que  era,  como 
dijimos,  medio  hermana  suya  y  mayor,  y  se  llamaba  doña  María  de 
Cepeda,  y  la  amaba  muy  tiernamente.  Estaba  en  el  camino  un  tío  suyo, 
hermano  de  su  padre,  que  se  llamaba  Pedro  Sánchez  de  Cepeda, 
hombre  viudo  y  que  vivía  retirado  y  muy  cristiano  y  virtuoso,  que 
parece  le  tenía  Dios  en  el  paso  para  por  su  medio  encenderla  más 
en  sus  buenos  deseos  y  traer  a  perfección  lo  que  El  labraba  en  ella 
y  el  demonio  impedía.  Este  la  detuvo  consigo  algunos  días,  en  que 
con  sus  palabras,  que  ordinariamente  eran  de  Dios,  y  con  las  de 
los  libros  santos  que  le  hacía  leer,  iba  asentando  en  su  alma  un  per- 
fecto desprecio  de  la  vanidad  de  esta  vida  y  a  determinarse  de  ser 
religiosa,  venciendo  muchas  contradicciones  que  el  sentido  y  el  de- 
monio le  hacían.  Tratólo  con  su  padre,  en  que  halló  contradicción; 
buscó  terceros  que  le  persuadiesen  lo  mismo.  Mas  el  amor  que  la 
tenía   no   le  consentía   apartarla  de   sí,   por  donde  ella   se   resolvió   en 


1  Al  margan.  «Descubiiile,  desvendarle». 

2  D.a  María  Briceno. 


478  APÉNDICES 

seguir  el  consejo  de  San  Jerónimo  y  caminar  a  ejemplo,  y  si  menes- 
ter fuese,  hollar  sobre  el  padre,  que  este  poder  tiene  el  espíritu  que 
Dios  enciende  en  las  almas,  no  descansa,  no  repara  en  estorbo,  no 
sufre  dilación  ni  tardanza,  por  todo  rompe,  todo  lo  huella,  esle  fácil 
todo  porque  es  espíritu  de  caridad:  y  de  amor.  Pues  con  esta  resolu- 
ción aguardó  coyuntura  y  venida  sin  dar  cuenta  (1)  a  nadie,  llena  (2) 
de  Dios,  guiada  y  acompañada  de  un  hermano  suyo,  que  amaba,  se  fué 
al  monasterio  de  la  Encarnación,  y  tomó  el  hábito  en  él.  Es  este 
monasterio  de  la  Orden  de  Ntra.  Sra.  del  Carmen,  y  es  de  los  prin- 
cipales de  aquella  ciudad  por  su  antigüedad  y  por  el  mucho  número 
de  religiosas  que  tiene,  y  creo  yo  (3)  y  es  monasterio  a  quien  nuestro 
Dios  ama  con  amor  particular  y  muy  grande,  pues  entre  todos  le 
quiso  honrar  y  enriquecer  con  una  joya  tan  rica.  Inclinóse  la  Santa 
más  a  este  monasterio  que  a  otro,  porque  tenía  en  él  una  grande 
amiga  suya,  cuanto  fué  de  su  parte  de  ella  movida  de  una  afición 
natural  que  tenía  a  una  religiosa  de  él,  que  se  llamaba  Juana  Juárez, 
mas  de  parte  de  Dios  fué  el  bien  y  aumento  de  aquella  Religión 
y  Orden  que  determinó  Dios  encaminarle  por  medio  de  aquesta  su 
sierva.  No  tenía  diez  y  ocho  años  cumplidos  y  careció  de  misterio, 
que  el  día  que  tomó  el  hábito  fué  el  segundo  de  Noviembre,  que 
la  Iglesia  tiene  dedicado  para  rogar  por  las  ánimas,  como  signifi- 
cando Dios  el  bien  de  infinitas  que  nacería  de  aquella  monja,  que 
había  de  nacer  de  aquel  hecho.  Monja  con  dolor  y  soledad  de  su 
padre,  y  con  alegría  suya  y  contento  grandísimo,  pasó  el  año  del 
noviciado  con  entera  salud,  amada  de  todas,  porque  demás  de  la 
gracia  natural  que  tenía,  que  era  para  todas  de  condición  apacible, 
éranle  también  como  naturales  muchas  de  las  virtudes  que  servían 
para  conservar  la  paz  en  común  y  que  en  los  monasterios  para  va- 
dearse bien  en  ellos,  son  de  mucha  importancia.  No  murmuraba  de 
nadie  ni  consentía  que  delante  de  ella  se  murmurase,  de  todo  sentía 
bien,  y  si  conocía  faltas  no  las  decía;  era  humilde,  por  la  misma 
razón  libre  de  traer  competencias,  discreta  en  su  habla  y  conversable 
para  sus  compañeras,  y  como  guardaba,  en  cuanto  era  en  sí,  las 
honras  de  todas,  ansí  todas  la  preciaban  y  honraban;  profesó  venido 
su  tiempo  y  ofreció  con  los  votos  de  la  religión  su  corazón  a  Dios, 
que  como  pareció  después,  le  fué  gratísima  ofrenda,  y  ansí  comenzó 
a  proceder  en  su  estado  y  a  crecer  en  virtud,  pero  faltóle  la  salud 
en  este  tiempo,  porque  poco  después  de  profesa,  o  que  lo  hizo  la 
mudanza  de  la  vida,  o  que  a  la  verdad  fuese  particular  providencia 
de  Dios  que  quiso  poner  freno  a  su  edad,  le  dieron  unos  desmayos 
tan  grandes  que  le  quitaban  del  todo  el  sentido.  Es  cosa  maravillosa 
considerar  los  bienes  que  Dios  sacó  de  estos  desmayos;  porque,  lo 
primero,  fueron  causa  que  comenzase  tener  trato  con  Dios  interior, 
porque  entendiendo  en  la  cura  de  ellos  el  tío  suyo,  que  dicho  tenemos, 
la  puso  en  que  tuviese  oración,  y  le  dio  libros  que  le  fuesen  en  ella 
guía,    com.o    ella    misma    lo    cuenta;    también    fueron    causa    que    ganase 


1  Entre  líneas:  tninguna». 

2  Entre  lineas:  «llevada.» 

3  Entie  lineas:  <a  lo  que  uo» 


APÉNDICES  479 

a  Dios  una  alma  de  un  clérigo  que  andaba  perdida,  como  también 
ella  escribe;  ejercitóla  ansimismo  en  paciencia,  que  según  fué  recia  la 
cura  y  los  accidentes  que  de  ella  le  quedaron  grandísimos  y  prolijos, 
los  remedios  y  la  convalecencia  larguísima,  fué  cosa  señalada  lo  que 
padeció,  y  la  igualdad  de  ánimo  con  que  lo  padecía,  que  como  los 
que  bien  edifican,  a  la  proporción  del  edificio  que  hacen,  levanta, 
ahondan  siempre  y  hacen  fuerte  el  cimiento,  ansí  Dios,  porque  levan- 
taba en  esta  santa  alma  un  soberano  edificio,  los  cimientos  que  son 
de  paciencia  y  humildad,  quiso  que  fuesen  grandísimos,'  y  ansí  lo 
hizo,  como  vamos  diciendo.  Porque  vuelta  de  la  aldea  a  donde  estaba 
su  hermana,  y  a  donde  del  monasterio  había  idof  a  curarse,  y  la  que 
salió  con  desmayos  vuelta  consumida  y  tullida,  estuvo  ansí  en  la 
enfermería  de  su  monasterio  tres  años  sin  poderse  mandar,  hecha  un 
ejemplo  de  humildad  y  paciencia.  Dice  ella  de  sí,  que  en  esta  en- 
fermedad unas  veces  se  contentaba  con  ella,'  y  otras  se  deseaba  salud, 
era  por  llevar  adelante  el  ejercicio  de  la  oración  de  que  había  co- 
menzado a  'gustar  en  la  aldea,  porque  como  Dios  la  tenía  ordenada  para 
bienes  tan  grandes,  luego  que  comenzó  a  retirarse  con  El  y  liablarle 
en  su  corazón  a  sus  solas,  le  comenzó  El  a  liacer  regalos  tan  grandes, 
de  que  no  se  podía  olvidar,  porque  sin  duda  es  ansí  que  el  alma  que 
ha  hablado  secretamente  con  Dios,  sabido  y  gustado  de  i>u  blandura 
y  dulzor,  si  no  pierde  mucho  por  grandísima  culpa  suya,  el  sentido 
vive  siempre  que  no  le  habla  y  conversa,  como  violentada  y  como 
peregrina  y  como  disgustada  en  la  tierra;  y  ansí  la  santa  Madre 
Teresa,  a  quien  Dios  había  comenzado  a  gustar  el  regalo  de  sus 
amorosos  abrazos,  sentía  en  medio  de  su  tullidez  y  dolores,  no  los 
dolores  y  tullidez,  sino  el  estorbo  de  la  enfermería  y  del  (1)  desaso- 
siego y  publicidad  que  en  ella  de  fuerza  había,  que  le  impidió  el 
secreto  y  sosiego  que  es  mucho  para  recoger  el  espíritu;  mas  como 
en  esto  no  buscaba  a  sí,  sino  a  Dios  también  (2),  le  resignaba  su  volun- 
tad en  ello  y  su  gusto,  y  se  contentaba  con  que  Dios  hiciese  en  ella 
el  suyo  por  cualquiera  manera.  Acabóse  este  trabajo,  y  por  medio 
del  glorioso  San  José,  a  quien  en  aquella  enfermedad  tomó  por  de- 
voto, fué  Dios  servido  sanarla,  y  sana  volvió  luego  a  sus  ejercicios 
primeros  y  a  los  regalos  de  ellos  en  que  pasó  algunos  años  y  días. 
Érale  al  demonio  muy  odiosa  la  virtud  y  oración  de  esta  Santa,  porque 
se  le  traslucía  que  Dios  le  iba  armando  en  ella  un  mortal  enemigo, 
y  afrentábase  de  que  con  una  mujer  quisiese  Dios  destruirle  y  des- 
terrarle y  desposeerle  de  innumerables  almas  que  él  tenía  por  suyas, 
y  ansí  se  ingenió  y  esforzó  a  hacer  la  guerra,  y  procurar,  pues  era 
mujer,  que  lo  fuese  ya  enredándola  en  aficiones  y  conversaciones 
sin  orden,  aprovechándose  para  esto  de  sus  naturales,  que  eran  hechos 
para  tratar  y  atraer  a  sí  todos  cuantos  trataba.  Espanto  (3)  es  en  este 
artículo  ver  y  considerar  la  solicitud  que  ambos  traían,  Dios  y  el 
demonio:    Dios  por  hacerla  suya,  y  el  demonio,  por  apartarla  de  Dios, 


1  Entre  líneas:  «por  él». 

2  Entre  lineas:  «al  fin». 

3  Al  margen:  «Espanta  y  espantable  negocio  en  este  número  g  en  este  artículo  cosa  es- 
pantable». 


180  APÉNDICES 

metíala  en  las  ocasiones  por  horas  y  sacábala  de  ellas  Dios  por  mo- 
mentos; traíale  las  personas  que  conforme  su  natural  eran  más  de 
su  gusto,  y  venía  Dios,  y  en  medio  de  la  conversación,  descubríasele 
como  agraviado  y  sentido;  saboreábale  las  pláticas  y  el  entretenimien- 
to el  demonio,  y  vuelta  de  allí  a  la  oración,  doblábale  Dios  en  ella 
el  regalo  y  favores  del  mundo  y  como  diciéndole,  que  aquello  de  que 
se  cebaba  en  la  red  era  falso,  y  que  su  dulzor  era  verdadero  dulzor, 
y  que  si  gustaba  de  trato  apacible  y  discreto,  el  suyo  era  mucho  más 
discreto  y  dulcísimo;  y  como  los  que  en  competencia  de  otros  tienen 
alguna  afición  que  se  esfuerzan  con  mayores  demostraciones  de  amor 
y  con  extraordinarios  servicios  a  apartar  de  los  otros  y  inclinar  hacia 
sí  las  voluntades  de  aquellas  personas  que  aman,  ansí  parecía  que  Dios 
se  esmeraba  en  descubrírsele  más,  cuanto  el  mundo  y  el  demonio 
la  cebaba  más  y  enredaba.  ¡Oh  soberano  ñmador  de  las  almas  y  como 
evo  inifinito  en  amor!  Pues  guerreaban  en  el  pecho  de  esta  bienaven- 
turada mujer  estas  dos  aficiones,  y  los  autores  de  ellas  hacían  sus 
diligencias  cada  uno  por  encender  más  la  suya,  y  borraba  el  oratorio 
lo  que  la  red  escribía,  y  a  las  veces  la  red  vencía  y  menoscababa  los 
buenos  frutos  que  la  oración  producía,  de  que  resultaba  agonía  y 
congoja,  con  que  traía  su  alma  inquieta  y  perpleja,  que  aunque  estaba 
resuelta  en  ser  toda  de  Dios,  no  sabía  desasirse  del  mundcr,  y  a  veces 
se  persuadía  a  poder  darse  a  manos  con  ambos,  de  que  le  sucedía 
casi  de  ordinario,  como  ella  dice,  no  gozar  bien  de  ninguno;  porque 
en  el  entretenimiento  del  locutorio  poníale  acíbar  la  memoria  del  se- 
creto y  dulce  trato  que  tenía  con  Dios;  y,  ni  más  ni  menos,  cuando  con 
Dios  se  retiraba  y  comenzaba  a  hablarle,  asían  de  ella  las  aficiones 
y  pensamientos  que  cobraba  en  la  red.  En  esta  lucha  continua,  el 
demonio,  por  vencer,  usó  de  maña  con  ella  y  disimulando  su  engaño, 
púsole  en  el  pensamiento  que  era  soberbia  y  desacato  tener  oración 
quien  andaba  tan  llena  de  imperfecciones  y  faltas,  y  debajo  de  esta 
falsa  humildad  quiso  quitarle  las  armas  con  que  resistía  a  su  daño, 
y  persuadióla  en  parte  y  comenzó  a  abstenerse  de  la  oración  aue 
solía,  y  por  no  parecer  atrevida  con  Dios,  comenzó'  a  ponerle  en  olvido 
y  a  huir  del  médico  y  la  medicina,  porque  se  sentía  con  llagas  y 
hubiérale  sido  gran  mal  si  Dios,  que  la  amaba,  no  la  avisara  con 
tiempo  por  medio  de  la  enfermedad,  en  que  como  un  año  después  deste 
su  decaimiento  y  tibieza,  cayó  su  padre  y  de  que  vino  a  morir  a  la 
fin;  porque  asistiendo  a  la  cura  ella,  que  se  permitía  en  su  Orden,  y 
hallándose  presente  a  la  muerte,  compungida,  parte  del  dolor  que  le 
hacía  y  parte  de  la  devoción  y  santidad  que  veía  en  él,  determinó  de 
confesarse  con  un  religioso  docto  que  había  confesado  a  su  padre, 
que  dándole  cuenta  de  lo  que  solía  hacer  y  de  lo  que  entonces  no 
hacía,  le  mandó  que  tornase  a  la  oración  que  dejaba,  y  le  demostró 
cuan  falsa  humildad  era  no  ponerse  siempre  delante  del  médico,  quien 
tenía  siempre  necesidad  de  remedio.  Obedecióle  la  Santa;  obedeció, 
y  tornando  a  su  primer  ejercicio  nunca  más  le  dejó.  Tendría  en  este 
tiempo  como  veinticuatro  o  veinticinco  años  de  edad  y  llegó  hasta 
casi  los  cuarenta  y  ocho  perseverando  en  él  y  creciendo  por  él  la  luz 
de  Dios  en  su  alma.  Crecía  en  humildad,  en  amor  de  soledad  y 
recogimiento,  en   deseo   de   las  cosas  de   Dios,  en   deleite  en   sus  plá- 


APÉNDICES  ^81 

ticas,  y  finalmente  en  el  afección  de  todo  lo  bueno,  aunque  junta- 
mente con  esto  sentía  en  sí  imperfecciones  y  faltas  algunas  que  la 
traían  asida  en  cierta  manera  y  como  cautiva,  de  que  procuró  y  nunca 
se  podía  librar,  hasta  que,  como  ella  misma  refiere,  cansada  ya  de  una 
tan  larga  pelea  y  conocida  la  poquedad  de  sus  fuerzas,  y  ansí  des- 
confiada de  ellas  y  de  toda  su  industria,  por  ocasión  de  una  imagen 
que  vio  de  Cristo  muy  herido  y  llagado,  movida  de  él,  y  ardiendo 
en  su  amor  y  hecha  un  río  de  lágrimas,  rasgó  del  todo  en  su  pre- 
sencia su  alma  dando  bien  ancha  puerta  a  su  gracia  para  que,  en- 
trando en  ella,  arrancase  y  edificase  y  plantase.  Decía,  postrada  de- 
lante de  él,  que  no  se  levantaría  de  allí  hasta  que  la  fortaleciese  en  su 
amor  (1);  pedía  al  que  la  solicitaba  a  pedir,  y  como  otra  Magdalena 
alcanzó  del  piadoso  Señor  lo  que  demandaba  y  pedía,  porque  de  allí 
salió  otra,  renovada  y  fortalecida  en  espíritu;  y  como  se  llegaba  ya  la 
sazón  de  las  obras  maravillosas  para  que  desde  su  Eternidad  la  tenía 
Dios  escogida,  comenzó  a  apurarla  de  cada  día  más  y  a  volver  hacia 
Sí  todos  sus  pensamientos  y  deseos  y  obras,  favoreciéndola  con  ex- 
traordinarias mercedes;  porque  en  la  oración,  que  era  su  continuo  ejer- 
cicio, comenzó  a  sentir  de  ordinario  una  presencia  de  Dios  de  tanta 
eficacia,  que  sin  ver  nada  no  podía  dudar  della  en  ninguna  manera, 
y  juntamente  con  esto  suspendíansele  muchas  veces  en  la  oración 
las  potencias,  y  sin  poder  discurrir  gozaba  de  una  grandísima  sua- 
vidad y  deleite,  que  le  dio  alegría  y  contento  al  principio,  mas  luego 
le  comenzó  a  ser  ocasión  de  cuidado  y  temor,  porque  entendía  que 
era  sobrenatural  lo  que  en  esto  sentía,  y  ansí  conocía  que  era  alguna 
virtud  superior  la  que  lo  obraba  (2),  y  ansí  movida  de  su  humildad  que 
le  representaba  sus  faltas  y  conociéndose  por  indigna  de  que  Dios 
la  tratase,  comenzó  a  temer  si  era  una  ilusión  del  demonio,  y  fué 
orden  de  Dios  que  temiese  para  muchos  bienes  que  deste  miedo  sacó. 
Porque,  lo  primero,  le  fué  causa  este  temor  de  más  cuidado  en  su 
vida  y  en  la  pureza  de  su  alma  y  conciencia;  y  lo  segundo  forzóla 
a  comunicarse  con  hombres  doctos  y  espirituales  que  la  perfeccionaron 
del  todo;  y  lo  tercero  dio  por  este  camino  Dios  noticia  a  los  hom- 
bres del  tesoro  que  para  provecho  público  en  aquel  alma  tenía.  El 
primero  con  quien  comunicó  sus  temores  fué  con  el  maestro  Daza, 
un  clérigo  religioso  que  en  aquel  lugar  entonces  florecía  en  opinión 
de  virtud:  a  éste  habló  por  medio  de  un  caballero  grande  cristiano, 
que  se  llamaba  Francisco  de  Salcedo,  natural  también  de  Avila,  a 
quien  esta  santa  mujer  conocía.  Trataban  ellos  dos  el  negocio  entre 
sí  y  juntando  con  los  gustos  que  en  la  oración  recibía  las  imperfec- 
ciones y  faltas  que  ella  decía  de  sí,  no  se  persuadían  que  era  Dios 
quien  le  hacía  mercedes,  y  a  la  verdad  no  cayeron  en  la  cuenta  de 
la  condición  y  del  ingenio  de  Dios,  que  como  que  es  médico  visita 
alegremente  a  su  enfermo,  y  como  su  trato  es  causa  de  mejora- 
miento y  de  vida,  mejora  los  suyos  entrándose  por  sus  puertas  y  ha- 
ciéndoles particulares  mercedes.  Al  fin  se  resolvieron  en  esto,  con  que 


1  Enrrc  lincas  «grada». 

2  Entic  lineas:  «poi  lo  cual>. 
II 


482  APÉNDICES 

creció  más  en  ella  el  temor  y  la  perplejidad  de  lo  que  le  convenía 
y  cumplía,  porque  su  indignidad  le  hacía  temer.  La  luz  de  Dios  al 
tiempo  que  gozaba  della  la  aseguraba  con  confianza,  no  osaba  fiar- 
se de  sí,  los  que  le  daban  consejo  no  sabían  dárselo  porque  no  la 
entendían,  dejar  la  oración  era  dejar  su  remedio,  proseguir  en  ella 
con  aquella  sospecha  era  ponerse  a  peligro,  contentarse  con  meditar 
y  rezar  no  estaba  en  su  mano,  porque  la  presencia  que  Dios  le  hacía 
en  volviéndose  a  ella  la  suspendía  y  llevaba  a  Sí  mismo  con  fuerza 
grandísima.  Padecía  pues,  la  Santa,  peleando  en  ella  por  una  parte  la 
humildad  y  el  temor  y  el  crédito  que  daba  a  sus  padres,  y  por  otra 
la  luz  de  Dios  y  su  fuerza,  y  el  provecho  u  bien  de  su  alma, 
porque  no  sólo  sabía  que  le  iba  la  vida  de  ella  en  no  dejar  la  oración, 
mas  experimentaba  que  con  la  que  tenía  se  aprovechaba  de  cada  día 
más  y  crecía.  Tomó  por  remedio  velar  más  sobre  sí  y  guardar  las 
leyes  de  Dios  con  más  diligencia,  asegurándose  que  con  esto,  si  era 
Dios,  le  hallaría  más  cerca,  y  si  mal  espíritu  no  la  podría  engañar,  y 
ordenólo  Dios  ansí  para  sacar  este  bien  de  aquel  miedo  y  para  por 
aquel  camino  llevarla  a  que  buscase  maestros  de  espíritu  experimen- 
tados en  aquel  arte,  por  cuyo  medio  se  mejorase  más  y  se  perfec- 
cionase del  todo.  Habían  por  aquel  tiempo  fundado  en  aquel  lugar 
los  Padres  de  la  Compañía,  y  decíase  de  su  religiosa  vida  mucho  y 
del  provecho  que  hacían  y  de  los  ejercicios  de  la  oración  que  tenían. 

Persuadióla  el  caballero  que  dicho  tengo,  los  llamase  y  se  comunicase 
con  €llos,  dándoles  noticia  entera  de  su  vida  y  conciencia,  que  si  bien 
tenía  para  sí  ser  demonio,  no  por  eso  la  desamparaba  ni  dejaba  de 
visitar;  antes,  movido  a  piedad,  imaginando  que  algún  mal  espíritu 
se  trabajaba  por  engañarla  con  envidia  de  su  bondad  y  virtud,  se 
desvelaba  él  por  ayudarla  contra  él  y  por  allegarle  socorro.  El  que 
dio  el  consejo  puso  también  los  remedios  y  negoció  con  uno  de  la 
Compañía  que  la  confesase  y  tratase,  que  como  buen  médico,  luego 
que  le  tocó  el  pulso,  conoció  que  era  buen  espíritu  el  que  andaba  con 
ella,  y  profetizó  lo  que  fué  después,  que  la  escogió  Dios  para  por 
su  medio  ganar  las  almas  de  muchos,  y  ansí  la  aseguró  lo  primero, 
y  como  maestro  después  la  fué  gobernando  los  pasos,  porque  como 
había  comenzado  sin  maestro,  andaba  muy  en  los  fines  no  habiendo 
puesto  en  algunos  principios  los  pies.  Enseñóle  a  mortificarse  en  mu- 
chas cosas,  a  quitar  de  sí  todo  lo  demasiadoi'  y  superfino,  a  ejercitarse 
en  cosas  de  aspereza.  Resistió  cuanto  le  fué  posible  a  aquella  sus- 
pensión y  recogimiento  de  espíritu,  forzando  el  entendimiento  a  que 
hiciese  pie  en  alguna  consideración  provechosa,  y  señaladamente  le 
puso  la  humanidad  de  Cristo  delante,  puerta  cierta  y  camino  único 
por  do  llegan  a  Dios  las  almas,  para  que  siempre  la  meditase  y 
amase. 

Obedecióle  alegremente  en  todo  lo  que  fué  de  su  parte.  En  el 
resistir  al  movimiento  que  en  su  espíritu  hacía  Dios,  no  bastaban 
sus  fuerzas,  y  de  allí  adelante  mucho  menos,  que  como  se  disponía 
más,  como  en  sujeto  más  dispuesto  obraba  con  más  fuerza  en  ella 
los  movimientos  del  cielo.  Pasó  con  este  recogimiento  dos  meses,  y 
después  dellos  acertó  a  venir  allí  a  la  Compañía  el  Padre  Francisco, 
duque   que   fué   de    Gandía,   el    general    de   la   Compañía    que   era   en- 


APÉNDICES  483 

tonces,  el  que  había  sido  duque  de  Gandía  y  se  llamábase  el  Padre 
Francisco,  que  la  quiso  ver  y  conocer  por  la  noticia  que  el  Padre 
que  la  confesaba  le  dio.  Vista  y  entendida,  sintió  que  era  obra  grande 
(de]  Dios,  y  ansí  la  consoló  y  la  esforzó  y  aconsejó  que  comenzase 
siempre  su  oración  meditando  en  algún  paso  de  Cristo;  mas  que  si  El 
la  suspendiese  y  recogiese,  ella  se  dejase  llevar  de  él  sin  hacer  resis- 
tencia. Quedó  alegre  la  Santa  con  esto,  aventajando  lo  pasado  y  alar- 
gando siempre  más  el  paso  en  el  bien,  y  apartando  de  sí  aquello 
a  que  solía  tener  afición;  mas  no  era  tanta  su  priesa  en  disponer- 
se cuanta  era  la  diligencia  de  Dios;  no  sólo  en  ayudarla  secretamente, 
mas  también  en  mostrarle  descubiertamente  cjánto  la  amaba;  y  ansí 
fué  que  pocos  días  después  la  comenzó  a  hablar  muy  tiernamente 
en  el  alma,  que  es  un  lenguaje  secreto  de  que  Dios  usa  con  los  que 
tiene  por  suyos,  y  unas  palabras  que  no  se  oyen  con  los  oídos,  mas 
percíbense  en  el  espíritu,  tan  formadas  y  distintas  y  claras,  que  no 
puede  dudar  dellas  ni  olvidarlas  en  muchos  días,  de  que  hay  algu- 
nas diferencias  que  declara  bien  esta  Santa  Madre  en  sus  libros, 
pues  hablóla  Dios  y  fué  bien  suya  la  primera  palabra,  porque  le 
dijo:  «ya  no  quiero  que  tengas  conversaciones  con  hombres  sino  con 
ángeles»,  y  como  su  decir  es  hacer,  ansí  le  borró  del  alma  todas  las 
aficiones  del  mundo,  que  halló  luego  hecho  en  sí  lo  que  deseaba 
ver  hecho  y  lo  que  procuraba  mucho  hacer  y  lo  hallaba  casi  imposible, 
y  ansí  como  criada  de  nuevo  por  la  palabra  del  que  con  ella  cría  y 
renueva  las  cosas,  comenzó  a  vivir  en  este  mundo  cuanto  al  trato  e  in- 
clinación interior  como  si  en  él  no  viviera,  y  a  tener  como  ajenas  y 
extrañas  de  sí  todas  las  cosas  que  no  eran  Dios  o  no  caminaban  a 
El,  y  verdaderamente  como  lo  que  se  dijo  a  la  Esposa,  levántate  y 
apresúrate,  amiga  mía,  paloma  mía,  hermosa  mía,  que  ya  pasó  el 
invierno,  y  fuese,  con  que  el  Esposo  la  clama>  y  llama  a  tratar  consigo 
él  a  la  soledad  de  los  campos,  ansí  con  aquella  palabra  la  apresuró 
Dios  a  sí  mismo  y  la  sacó  y  desasió  de  aquesto  visible,  y  en  medio 
del  mundo  la  puso  consigo  solo,  convirtiéndola  en  desierto  y  yermo 
la  vida,  y  haciéndole  El  compañía  bienaventurada  y  dulcísima,  porque 
de  ordinario  desde  aquel  día  la  visitó  con  sus  hablas,  unas  veces 
regalándola  y  otras  avisándola  de  'o  que  a  su  servicio  cumplía,  con 
un  trato  tan  amoroso  que  pudiera  espantar,  si  el  suceso  de  él  no 
nos  declarara  agora  lo  que  allí  pretendía  Dios  para  la  salud  de  las 
almas. 

Mas  siempre  andan  como  hermanados  la  cruz  y  las  mercedes  de 
Dios,  y  siempre  junta  con  su  favor  algún  grande  trabajo,  porque  nues- 
tro natural  lo  pide  ansí,  que  se  desvanece  de  presto;  pues  estas  hablas 
y  regalos  nuevos  la  pusieron  en  grandísimo  aprieto,  porque  su  con- 
fesor, a  quien  daba  de  todo  cuenta  y  que  era  ya  entonces  otro  Padre 
de  la  Compañía,  que  era  entonces  el  Padre  Prádanos,  porque  había 
mudado  al  primero,  mostró  tener  gran  temor,  y  comunicándolo  él 
por  su  parte  y  ella  por  su  orden  con  otros,  todos  sintieron  mal  dcstas 
hablas,  y  permitía  el  Señor  qu2  se  engañasen  así  para  excitar  y  per- 
feccionar más  la  obediencia  y  humildad  de  su  sierva,  porque  pa- 
reciéndoles  a  muchos  de  ellos  que  era  demonio,  y  diciéndoselo,  aun- 
que la  luz  que  sentía  y  el  provecho  que  en  ella  hacían  las  pláticas 


989  APÉNDICES 

la  aseguraban,  pero  la  autoridací  y  los  dichos  (1)  de  tantos  criaron  (2) 
temor  en  ella  grandísimo,  y  nacía  inquietud  del  temor  y  andaba  como 
en  continuo  tormento  con  lo  uno  y  lo  otro,  y  no  sólo  padecía  por 
esta  forma  en  su  alma,  mas  en  la  opinión  de  muchos  de  fuera 
andaba  como  afrentada  y  notada,  porque  comunicando  unos  a  otros 
como  cosa  nueva  el  secreto  de  mano  en  mano,  se  comenzó  a  exten- 
der en  muchos,  que  comenzaron  a  avisarla  con  miedo,  y  unos  huían 
della,  otros  avisaban  a  su  confesor  que  huyese,  y  otros,  si  la  habían 
lástima,  sospechaban  mal  de  su  vida  y  veníales  al  pensamiento  si  era 
por  dicha  castigo  de  algunos  grandes  pecados  secretos.  Finalmente 
con  la  imaginación  de  demonio  se  les  figuraba  que  ella  misma  lo 
era,  y  pegábase  de  la  imaginación  de  los  otros  según  era  reconocida 
y  humilde  imaginando  ella  casi  lo  mismo  de  ;sí  y  temerse  a  sí  misma 
y  procurar  no  estar  sola,  y  aunque  su  confesor  nunca  la  desamparó, 
pero  vino  a  mandarle  que  no  se  recogiese  en  secreto  y  que  no  se 
dejase  suspender  cuando  oraba,  que,  finalmente,  no  orase  más  quien 
sacara  de  las  manos  de  Dios  las  almas  que  El  ama.  Obedecía  la  Santa, 
y  por  no  perder  a  Dios  cortaba  (3)  como  le  decían  cuanto  podía  las 
ocasiones  de  sus  hablas,  y  vencía  a  su  mismo  juicio  y  sentido  por 
seguir  con  humildad  lo  que  el  confesor  le  decía,  y  con  eso  mismo 
le  hacía  más  hermosa  en  los  ojos  de  Dios  y  le  atraía  más  a  sí 
y  enamorado  y  vencido  de  obediencia  y  humildad  tan  perfecta,  por 
donde  si  ella  huía,  El  la  buscaba  y  si  excusaba  el  oratorio  por  no 
verse  con  El,  El  venía  a  hablar  con  ella  en  la  claustra,  y  si  no 
se  recogía  por  no  sentir  sus  palabras,  en  medio  de  la  conversación  de 
las  monjas  la  retiraba  súbitamente  hacia  Sí  y  se  las  decía  dulcí- 
simas: que  se  puede  decir  pasó  casi  dos  años  padeciendo  intolera- 
ble tormento,  andando  como  espantada  y  turbada,  diciéndole  los  más 
era  demonio,  temiendo  lo  mismo  ella  de  sí,  viéndola  unos  y  abomi- 
nándola otros,  dejándola  desamparada  todos  en  las  manos  de  muy 
crueles  congojas,  a  términos  vino  que,  faltándole  ya  las  fuerzas  un 
día  y  deshaciéndose  en  lloro,  estuvo  casi  cinco  horas  sola  y  revol- 
viendo en  su  alma  mil  miedos  sin  hallar  en  ninguna  cosa  consuelo. 
Mas  el  que  es  verdadero,  llegada  a  este  extremo  la  asegura  y  con- 
soló, porque  hablándole  al  alma  le  dijo:  «No  hayas  miedo,  hija,  que  Yo 
soy  y  no  te  desampararé,  no  temas»;  que  fué  de  tanta  eficacia,  que 
súbitamente,  no  sólo  le  quedó  el  alma  serena,  pero  tan  cierta  de  que 
era  de  Dios  y  animosa  para  no  temer  al  demonio,  que  hollara  sin 
miedo  sobre  él;  pero  no  mucho  después  le  vinieron  nuevos  miedos 
con  nuevas  y  mayores  mercedes,  porque  un  día  de  San  Pedro,  es- 
tando en  oración,  sintió  cabe  sí  a  Nuestro  Señor  Jesucristo,  no  por- 
que le  viese  con  los  ojos  corporales  ni  menos  con  visión  imagina- 
ria, sino  porque  El  mismo  le  hacía  entender  que  estaba  allí  sin  mos- 
trársele, y  esto  era  tan  cierto  que  no  le  dejaba  duda  dello  nin- 
guna. Pasa  esto  en  lo  muy  interior  y  es  negocio  muy  intelectual,  y 
por  la  misma  razón  negocio  de  menos  sospecha  y  engaño,  y  hácese  con 


1  Entre  líneas;  •«el  dicho». 

2  Entre  líneas:  <ícausaron». 

3  Entie  lineas:  «cenaba». 


APÉNDICES  1185 

mucha  luz  espiritual,  que  recoge  a  lo  interior  al  alma  y  la  infunde 
aquella  noticia  y  se  la  imprime  sin  medio  de  figuras  ni  de  sen- 
tidos. Mas  no  lo  sabía  la  Santa  entonces,  y  la  novedad  dello  le 
causó  gran  espanto  luego  al  principio  que  la  comenzó  a  fatigar  nue- 
vamente. Di  jólo  a  su  confesor,  a  quien  también  le  hizo  gran  nove- 
dad por  no  tener  experiencia,  mas  procedió  cuerdamente  no  atemori- 
zándola, sino  llevándola  siempre  a  la  mayor  perfección,  con  que  iba 
segura,  aunque  otros  que  tuvieron  noticia  alguna  desto  no  lo  estaban, 
y  mucho  menos  poco  después,  porque  continuando  el  Señor  las  mer- 
cedes, vino  a  descubrírsele  a  los  ojos  del  alma  en  visión  imaginaria 
que  llaman,  mostrándole  su  humanidad  sacratísima  con  increíble  de- 
leite del  alma  que  la  veía  y  con  aprovechamiento  grandísimo.  Esto  fué 
muchas  veces,  y  a  los  principios  dellas  el  confesor  ordinario  temía, 
y  otro  con  quien  se  confesaba  en  su  ausencia  temió  más,  y  se  resol- 
vió ser  demonio,  y  conforme  a  ello  le  mandó  hiciese  la  señal  de  la 
cruz  si  lo  viese  y  le  diese  higas,  a  lo  cual  todo  obedecía  porque  sabía 
que  agradaba  a  Dios  en  obedecerlo,  aunque  padecía  grande  tormento 
[en]  ello,  porque  las  visiones  eran  tales,  que  ellas  mismas  hacían  segu- 
ridad de  sí  mismas,  mas  pasaba  con  obediencia  y  sufría  lo  que  otros 
decían  y  sospechaban  mal  de  ella,  y  vino  a  tiempo  que  trataban  de 
conjurarla  como  si  tuviera  demonio,  pero  al  fin  subió  la  luz  en  su 
lugar  y  deshizo  la  niebla  y  declaróse  tanto  la  verdad  con  el  mejo- 
ramiento que  criaba  Dios  por  medio  de  aquellas  mercedes  en  aquella 
santa  alma,  que  se  vino  a  conocer  con  los  ímpetus  de  amor  que 
era  Dios,  aunque  no  por  eso  dejaba  de  comunicar  con  letrados  todo 
lo  que  le  pasaba  por  ello,  que  en  eso  tuvo  vigilancia  grandísima,  ni  me- 
nos de  hacer  todas  las  diligencias  que  para  más  certificarse  cum- 
plían, y  entre  otras  fué  ésta.  Vino  por  aquel  tiempo  a  Hvila  el  padre 
Fray  Pedro  de  Alcántara,  descalzo  francisco,  de  grande  oración  y 
espíritu,  de  vida  santísima  y  conocido  de  todo  el  reino.  Por  tal  no 
le  conocía  entonces  la  Madre,  mas  conocíale  mucho  doña  Guiomar  de 
Ulloa,  mujer  viuda  y  noble  señalada  de  aquel  lugar  y  que  tenía  gran- 
de amistad  con  la  Santa,  y  con  quien  ella  por  dicho  de  su  confe- 
sor comunicaba  su  temor  y  aflicciones,  porque  era  persona  de  mu- 
cha oración  y  virtud  y  en  quien  siempre  halló  esfuerzo  y  consuelo, 
porque   Dios   le   daba   luz  para  conocer  la   verdad   de  lo   que  era. 

Pues  ésta,  pareciéndole  que  tenía  en  casa  el  maestro,  porque  la 
Santa  Madre  mejor  pudiese  comunicarse  con  él,  hizo  con  su  Provincia] 
se  la  diese  para  tenerla  en  su  casa  ocho  días,  en  que  se  comunicó  con. 
el  santo  fraile,  dándole  entera  cuenta  de  todo  lo  que  en  el  alma  sen-^ 
tía.  Los  buenos  espirituales  luego  se  conocen  unos  a  otros,  y  por  lo 
que  sabía  de  Dios  por  experiencia  muy  larga,  luego  le  conoció  cla- 
ramente en  la  madre,  y  ansí  se  lo  dijo  y  la  aseguró  de  sus  temores 
y  la  dejó  con  mucho  consuelo,  bien  que  su  humildad  y  recato  no 
consintió  que  se  despidiese  el  temor  del  todo,  o,  por  decir  la  verdad, 
no  quería  el  Señor  que  anduviese  sin  él  por  humillarla  con  él  y  traerla 
sujeta  siempre  de  manera  que  la  grandeza  de  las  visiones  que  traía 
no  la  desvaneciesen  en  algo,  y  hacía  contrapeso  con  el  miedo  que  la 
mantenía  en  el  fiel,  y  ansí  como  perseveraba  el  temor,  perseveraban 
las  diligencias.   También   hizo   una  entre  otras.  Vino,   como  es  costura- 


486  APÉNDICES 

bre  en  g1  Santo  Oficio,  a  la  visita  ordinaria  de  aquella  ciudad  d 
licenciado  Salazar,  que  después  murió  obispo  de  Salamanca:  deter- 
minóse a  comunicar  con  él  lo  que  sentía  en  su  espíritu,  pareciéndole 
que  aquello  era  dar  cuenta  de  sí  a  la  Iglesia  y  esperar  su  juicio  para 
gobernarse  por  él.  Oyóla  con  atención  y  respondióla  después  que  aque- 
llo no  pertenecía  a  su  tribunal,  a  quien  solamente  toca  castigar  y  en- 
mendar lo  que  es  culpa;  que  si  era  Dios,  era  grande  merced  suya; 
si  demonio,  era  pena  que  padecía  como  no  se  dejase  llevar  a  lo  malo, 
si  acaso  se  lo  persuadiese  o  enseñase,  pero  dióla  consejo  que  pusiese 
en  un  papel  en  escrito  todo  lo  que  sentía  y  oía  y  que  lo  enviase 
al  maestro  Avila,  que  vivía  en  Andalucía  y  florecía  entonces  con 
grande  opinión  de  virtud,  que  era  hombre  de  muchas  letras  y  es- 
píritu, y  la  entendería  mejor.  Aprobaron  este  consejo  sus  confeso- 
res, y  así  por  orden  de  todos  puso  en  escrito  su  vida  y  el  suceso 
del.la  y  su  espíritu  con  todo  lo  que  interiormente  sentía,  e  hizo  una 
relación  clara  y  entera,  aunque  algo  breve,  que  después  de  algunos 
años  la  escribió  con  más  distinción,  según  que  anda  ésta  impresa,  y 
esta  suma  que  digo  la  envió  al  maestro  con  cartas  de  algunos  conoci- 
dos suyas  que  le  pedían  la  viese  y  dijese  su  parecer.  Viola  y  respon- 
dióle  por   escrito   y   en   lo   que   la   escribió   dice   desta   manera: 

«En  los  raptos  hallo  las  señas  que  tienen  los  que  son  verdaderos.  El 
modo  de  enseñar  Dios  al  alma  sin  imaginación  y  sin  palabras  inte- 
riores ni  exteriores  es  muy  seguro  y  no  hallo  en  él  en  qué  tropezar, 
y  San  Agustín  habla  bien  de  él.  Las  hablas  interiores  y  exteriores  son 
las  menos  seguras;  el  ver  que  no  son  del  espíritu  propio  es  cosa  fácil; 
el  discernir  si  son  de  espíritu  bueno  o  malo  es  más  dificultoso.  Danse 
muchas  reglas  para  conocer  si  son  del  Señor,;  y  una  es  que  sean  di- 
chas en  tiempo  de  necesidad  y  de  algún  gran  provecho,  así  como  para 
confortar  al  hombre  tentado  o  desconfiado  y  para  algún  aviso  de 
peligro,  porque  como  un  hombre  prudente  no  habla  palabra  sin  mu- 
cho peso,  menos  las  hablará  Dios,  y  mirado  esto  y  ser  las  palabras 
conformes  a  la  Escritura  Divina  y  doctrina  de  la  Iglesia,  me  parece  las 
que  en  el  libro  están  ser  de  parte  de  Dios»,  y  añade  luego: 

«Visiones  imaginarias  o  corporales  son  las  que  más  duda  tienen, 
y  éstas  en  ninguna  manera  se  deben  desear,  antes  se  han  de  huir 
todo  lo  posible,  aunque  no  por  medio  de  dar  higas,  si  no  fuese  cuando 
de  cierto  se  sabe  ser  espíritu  malo,  que  cierto  a  mí  me  hizo  horror 
las  que  en  este  caso  se  dieron:  debe  el  hombre  suplicar  a  Nuestro 
Señor  no  le  lleve  por  camino  de  ver,  sino  que  la  buena  vista  suya  y 
de  sus  santos  guarde  para  el  cielo»,  y  torna  a  decir: 

«Mas  si  todo  esto  hecho  duran  las  visiones  y  el  ánima  saca  dello 
provecho,  y  no  induce  su  vista  a  vanidad  sino  a  mayor  humildad,  y 
lo  que  dicen  es  doctrina  de  la  Iglesia  y  tiene  esto  por  mucho  tiem- 
po y  con  una  satisfacción  interior  que  se  puede  tener  mejor  que  decir, 
no  hay  para  qué  huir  dellas,  aunque  ninguno  se  debe  fiar  en  su  juicio 
en  esto,  sino  comunicarlo  luego  con  quien  le  pueda  dar  lumbre,  y  este 
«s  medio  universal  que  se  ha  de  tomar  en  todas  estas  cosas  y  esperar  en 
Dios,  que  si  hay  humildad  para  sujetarse  al  parecer  ajeno,  no  dejará 
engañar  a  quien  desea  acertar»,  y  dice: 

«Y   no   se   debe   nadie   atemorizar   para   condenar   de   presto   estas 


APÉNDICES  4S7 

cosas  por  ver  que  la  persona  a  quien  se  dan  no  es  perfecta,  porque 
no  es  nuevo  a  la  bondad  del  Señor  sacar  de  malos  gustos  y  aun  de 
pecados  y  graves  con  darles  muy  dulces  gustos  suyos  según  lo  he 
yo  visto:  ¿quién  pondrá  tasa  a  la  bondad  del  Señor,  mayormente  que 
éstas  no  se  dan  por  merecimiento  ni  por  ser  uno  más  fuerte,  antes 
a  algunos  por  ser  más  flacos  y  como  no  hacen  a  uno  más  santo  no 
se  dan  siempre  a  los  santos?»  y  prosigue  diciendo: 

«Ni  tienen  razón  los  que  por  solo  esto  descreen  estas  cosas  porque 
son  muy  altas  y  parece  cosa  increíble  bajarse  la  Majestad  infinita  a 
comunicación  tan  amorosa  con  una  su  criatura.  Escrito  está  que  Dios 
es  amor;  y  si  amor,  es  amor  infinito  y  bondad  infinita,  y  de  tal  amor 
y  bondad  no  hay  que  maravillar  que  haga  tales  excesos  de  amor  que 
turben  a  los  que  no  le  conocen,  y  aunque  mucho  le  conozcan  por  fe, 
mas  la  experiencia  particular  del  amoroso  y  más  que  amoroso  trato 
de  Dios  con  quien  El  quiere,  si  no  se  tiene  no  se  podrá  bien  enten- 
der el  punto  donde  llega  esta  comunicación,  y  así  he  visto  muchos 
escandalizados  de  ver  las  hazañas  de  Dios  con  sus  criaturas;  y  como 
están  de  aquello  muy  lejos,  no  piensan  hace  Dios  con  otros  lo  que 
con  ellos  no  hace». 

Y  finalmente  concluye:  «paréceme,  según  en  este  libro  consta,  que 
vuestra  merced  ha  resistido  a  estas  cosas  y  aun  más  de  lo  justo:  pa- 
réceme  que  le  han  aprovechado  a  su  alma,  especialmente  le  han  hecho 
más  conocer  su  miseria  propia  y  faltas  y  enmendarse  de  ellas;  han 
durado  mucho  y  siempre  con  provecho  espiritual,  incítanla  a  amar  a 
Dios  y  a  su  propio  desprecio  y  a  hacer  penitencia,  no  veo  por  qué 
condenarlas;    inclinóme   más   a   tenerlas   por   buenas». 

Con  esta  respuesta,  por  ser  de  hombre  tan  ejercitado  y  tan  docto, 
procedió  con  más  seguridad,  aunque  siempre  con  aviso  y  cautela  (1), 
entendiendo  que  con  los  que  habla  Dios  y  les  da  semejantes  visio- 
nes, a  veces  también  se  disimula  el  demonio,  y  se  finge  luz  y  quiere 
remedar  lo  que  Dios  hace,  bien  que  por  más  que  se  disimule,  siempre 
se  diferencia  en  cosas  claras  a  los  que  tienen  la  experiencia  que  la 
Madre  tenía,  la  cual  sin  eso  comunicaba  siempre  lo  que  sentía,  y  pe- 
día siempre  consejo  y  le  seguía,  aunque  fuese  contra  lo  que  sentía  (2) 
su  espíritu,  y  es  señalado  ejemplo  de  esto  lo  que  le  aconteció  en  el 
monasterio  de  Beas  cuando  se  partió  para  fundar  en  Sevilla,  que  es- 
tando en  su  monasterio  de  Beas,  antes  que  fuese  a  la  fundación  de 
Sevilla,  que  como  la  llamasen  de  Caravaca  para  ir  a  fundar  allí, 
y  el  Padre  Fray  Jerónimo  Gracián,  que  era  Comisario  apostólico,  la 
mandase  ir  primero  a  Sevilla,  aunque  le  habían  dicho  a  su  espíritu 
los  inconvenientes  que  había,  siguió  la  obediencia  y  fué  profetizando 
a  algunas  de  sus  hijas  (como  lo  sé  de  las  mismas),  los  trabajos  que  se 
seguirían  de  esta  ida  al  mismo,  que  las  forzaba  que  fuesen,  que  su- 
cedieron ansí  como  se  dirá  en  su  lugar;  ansí  que  alegre  con  lo  que 
le  escribió  el  maestro  Avila,  y  mirando  siempre  por  sí,  como  quien 
camina  con  temor  de  ladrones,  y  guiándose  con  la  obediencia,  prose- 
guía   su    camino    segura,    creciendo    Dios   en    las    mercedes    y    ella    en 


1  Entre  líneas:  «recato». 

2  Entre  líneas:  «le  daba  el». 


400  APÉNDICES 

las  virtudes  y  amor,  porque  vencida  de  El  pensaba  de  continuo  cómo 
agradaría  más  a  quien  tanto  debía,  y  ofreciéndosele  que  lo  primero 
era  ser  perfecta  en  su  estado,  guardando  que  era  su  llamamiento  propio 
perfectamente  la  primera  perfección  de  su  Orden,  que  en  su  monaste- 
rio y  en  los  demás  de  ella,  estaba  entonces  caída  por  razón  de  una 
regla  mitigada  que  llaman  que  en  los  años...  (1). 

Les    concedió    condescendiendo    con    ellos    y    templando    el    primer 
rigor    de   su    regla,    pues   ofreciéndole   esto    comenzó    a    tratar   consigo 
misma,  cómo  podría  hacer  una  casilla  pobre,  en  que  apartada,  cerrada 
con    pocas,    viviese   como    deseaba    vivir.    Metíala    en    este   pensamiento 
el  amor,  mas  sacábanla  luego  de  él  las  rail  imposibilidades  que  había: 
una   era   el    alcanzar   la   licencia,    otra   la    posibilidad   para   el   edificio 
y  fundación  de  la  casa,  otra  la  novedad  del  hecho  y  el  decir  de  las 
gentes,  otra  quién  la  querría  seguir,  y   otra  el  suceso  de  las  que  se- 
guirla quisiesen.  Pero  como  no  era  ella  el  autor,  tornaba  por  horas  él 
pensamiento  y   deseo,   y   siempre  más  encendido,   porque  el   Señor  que 
le  ponía,  le  apresuraba  conociendo  que  se  llegaba  el  tiempo  determinado 
por  él.  Comunicólo  con  doña  Guiomar  de  Ulloa,  la  que  arriba  dijimos, 
que  le  salió  a  ello  bien  y  le  ofreció  algunas  cosas  que  parecían  ser  de 
provecho,  y  comenzaron   ambas  a  encomendarlo  muy  de  veras  a  Dios, 
que  quería  hacerlo  y   ordenaba  que  se  lo   rogase  y   pidiese  su  sierva 
para   merecimiento   de   ella,    y    para    así    hacerla   más    hábil    para   eso 
mismo  que  se  pretendía  y  pedía;  y  fué  ansí  que  un  día  andando  en  es- 
tos  hervores    y    suplicaciones,    acabando    la    santa    mujer   de    comulgar, 
y   estando  en   sí   recogida,   la   dijo   claramente  el   Señor   se  servía  de 
que   se   hiciese   la   casa,   que   tratase   de  ella   sin   desmayar   porque  se 
haría  sin  duda  y   sería  muy   de  su  servicio,  y  estrella  que  extendería 
sus   rayos,   y   primeramente   con  esto   para   ella   y   en   ella,   le   aseguró 
de   su   ayuda   y   de   su   particular   guarda   y   defensa   por  medio   de  la 
Virgen   Santísima,   y   del  bienaventurado  San   José,  su  esposo  glorioso. 
Animóse  mucho  con  esta  habla  y  en  su  espíritu,  aunque  el  sentido 
se  encogía  sintiendo  la   desnudez  que  seguía,   porque  se  le  asentó  en 
el   corazón   por  muy   cierto,   y   comenzó   a   desasirse  con   ello   de  algu- 
nas  cosas   que   le   hacían   agradable   la   vivienda   de   su   monasterio,   y 
aunque   se   le   representaban   las   dificultades  que   había  y   los  trabajos 
y  contradicciones  que  le  podían  venir,  pero  vencía  la  voluntad  del  Se- 
ñor, el  cual  no  sólo  aquella  vez,  mas  otras  muchas  se  lo  decía  y  le 
mandaba   que   lo   dijese   a   su   confesor   y   que   la   favoreciese   en   ello, 
que  El  lo  mandaba  (2).  Hízolo  y  contóselo  (3)  extensamente  todo,  que 
le  puso  en  confusión,  porque  ni  le  parecía  justo  contradecirlo,  ni  ha- 
llaba cómo  ayudarlo  poner  por  obra,  porque  parecía  imposible;    resol- 
víase en  que  lo  dejase   a   su   Provincial  y  que  sería   regla  lo  que  le 
respondiese.   Era  el   Provincial   hombre  muy    religioso,   que   se  llamaba 
Fray  Ángel  de  Salazar,  y  dióle  cuenta  de  ello  D.a  Guiomar  diciendo  la 
comodidad  que  tenía,  y   parecióle  bien   al   Provincial  y   dijo   les  daría 
licencia,   y    Fr.   Pedro   de  Alcántara,   con   quien   lo   comunicaban,   tam- 


1  Deja  el  autor  aquí  un  pequeño  espacio  sin  llenar.  La  regla  fué  mitigada  en  H32. 

2  Entre  lineas:  «quería». 

3  Entre  líneas:  «dióle  noticia». 


APÉNDICES  489 

bien  lo  aprobó  con  mucha  alegría,  mas  duró  poco  ésta  en  la  Madre, 
porque  luego  que  en  el  pueblo  se  comenzó,  a  entender  su  propósito,  o 
el  demonio  que  adivinaba  su  daño,  o  la  condición  natural  de  los  mu- 
chos que  son  grandes  e  ingeniosos  consejeros  en  lo  que  menos  les 
toca,  despertó  tantos  dichos  contra  las  santas  mujeres,  tantos  juicios, 
tantas  mofas,  tantos  pareceres  diversos,  que  no  sólo  lo  general  del 
pueblo  se  le  mostraba  contrario,  mas  también  los  hombres  doctos 
g  espirituales,  del  que  muchas  veces  son  demasiadamente  prudentes, 
lo  contradecían  tanto,  que  vino  el  negocio  a  caso  de  duda,  no  sólo 
de  si  se  haría,  mas  de  si  era  lícito  hacerse,  y  a  D.a  Guiomar  le 
quitaron  por  esta  causa  la  absolución,  que  para  su  condición  natural 
y  sus  escrúpulos  fué  cosa  de  trabajo  grandísimo.  Residía  por  aquel 
tiempo  en  ñvila  un  padre  dominico,  presentado  en  su  Orden,  y  tenido 
en  aquel  pueblo  en  grande  posesión  de  letrado,  llamado  Fray  Pedro 
Ibáñez,  que  hasta  entonces  no  había  entrado  ni  salido  en  aqueste  ne- 
gocio. A  este  dieron  parte  del  las  dos^  y  puesto  y  con  palabra  de  estar 
por  lo  que  él  les  dijese,  aunque  ninguna  de  ellas  se  persuadía  que  no 
había  de  ser,  mas  habláronle  con  determinación  de  seguirle,  y  él  se 
encargó  de  ello  y  pedía  espacio;  y  como  después  de  ir  contra  ello, 
de  hacerles  estorbo,  mas  como  Dios  que  había  determinado  lo  que 
había  de  ser,  y  que  escogía  este  mismo  Padre  por  medio  para  que 
fuese,  mudóle  de  manera  en  el  plazo  de  los  ocho  días  que  había 
pedido,  que  juzgó  no  sólo  poderse  hacer,  mas  ser  muy  conveniente 
que  se  hiciese,  y  obra  en  que  mucho  Dios  se  serviría,  y  ansí  lo  res- 
pondió, y  juntamente  les  enderezó  en  la  manera  como  mejor  se  haría 
y  tomó  a  su  cargo  la  defensa  para  contra  todos  los  que  lo  contrario 
sintiesen;  que  aunque  hasta  allí  era  casi  todos,  desde  allí  adelante 
hubo  algunos  que  comenzaron  a  ser  de  su  parte,  y  así  concertaron 
de  comprar  una  casa  y  la  tuvieron  concertada-  y  a  punto  de  ordenar  la 
escritura,  cuando  apretando  de  nuevo  el  demonio  su  obra,  y  oscure- 
ciendo con  razones  aparentes  y  de  prudencias  humanas  los  ánimos  y 
los  juicios  de  muchos,  y  a  otros  abriendo  las  bocas  con  el  odio  que 
por  su  dañado  ánimo  tienen  al  bien,  y  dándoles  colores  honestos, 
levantó  tanta  grita  y  figuró  la  causa  en  los  oídos  del  Provincial  que 
dijimos,  de  tan  mala  manera,  que  no  se  atrevió  a  llevar  su  parecer 
adelante  y  mudó  la  voluntad  y   ansí  lo  dijo  y   se   resolvió  (1). 


1      Aquí  termina  el  autógrafo  de  Fr.  Luis  de  León. 


490  APÉNDICES 


XCII 


RELACIÓN     DE     LA     VIDA     Y     LIBROS     DE     LA     M.     TERESA     QUE     EL     P.     DIEGO     DE 

YEPES  REAiiTio  AL  p.  FR.  LUIS  DE  LEÓN.  (4  de  Septiembre  de  1588)  (1). 


Estando  yo  en  San  Jerónimo  de  Madrid  y  vuestra  paternidad 
en  su  monasterio  de  San  Felipe,  habiendo  comunicado  cosas  de  la 
Santa  Madre  Teresa  de  Jesús,  al  tiempo  que  el  Consejo  Real  enco- 
mendó a  vuestra  paternidad  examinase  el  libro,  que  ella  dejó  escrito 
de  su  vida,  pareciéndole  que  algunas  que  yo  le  refería  eran  notables 
y  que  no  estaban  en  él,  me  mandó  se  las  enviase  por  escrito,  para 
que,  si  pareciese  convenir,  se  pusiesen  en  sus  propios  lugares,  en  la 
historia  que  de  su  vida  y  obras  se  trataba  de  imprimir.  Yo  holgué 
infinito  de  ver  puesto  ese  tesoro  al  examen  de  vuestra  paternidad, 
de  quien  presumo  que,  entre  todos  los  que  le  podían  mirar,  sabrá 
penetrar  sus  riquezas,  calificarlas  y  autorizarlas  de  manera,  que  los 
hijos  y  amigos  que  la  tratamos,  quedemos  muy  alegres  y  satisfe- 
chos, y  los  que  no  la  conocieron,  le  sean  aficionados  y  se  duelan  de 
no  haberla  conocido.  Yo  tengo  por  singular  merced  de  Nuestro  Señor, 
y  medio  muy  eficaz  de  mi  salvación,  el  haberla  tratado;  porque  siem- 
pre que  della  me  acuerdo,  o  veo  las  paredes  de  sus  monasterios, 
se  renueva  en  mí  el  deseo  de  mejorar  mis  costumbres,  y  así  fué 
como  milagro  el  motivo  que  tuve  para  conocerla.  Y  según  esto,  me 
parece  que  puedo  dar  a  vuestra  paternidad  el  parabién  de  haberle 
ofrecido  el  Consejo  esta  ocasión  tan  excelente  para  emplearse  en  el 
servicio  de  la  Santa  Madre,  que  sabrá  pagar  muy  bien  él  trabajo, 
porque  fué  la  más  agradecida  mujer  del  mundo.  No  pude  corresponder 
a  este  mandamiento,  a  mí  muy  agradable,  mientras  estuve  en  aquella 
corte,  por  ser  tan  ocupado  el  oficio  de  prior,  y  aunque  la  ocupación 
que  ahora  traigo,  visitando  mi  Orden,  no  es  menor,  en  fin,  me  he  deter- 
minado de  ocuparme  en  esto  los  ratos  que  me  quedan  para  descanso, 
porque  lo  es  para  mí  su  memoria. 

Revolviendo  ahora  las  cosas  que  con  ella  pasé,  y  otras  que  yo 
me  entendí,  quedo  con  tanta  confusión  de  mi  tibieza,  que  yo  no  sé 
cómo  me  atreva  a  contarlas,  acordándome  de  lo  mucho  que  fió  de  mí 
y  lo  poco  que  de  ello  me  aproveché.  Comuniquéla  muchos  años,  escri- 
bióme muchas  cartas  de  gran  edificación,  díjome  de  propósito  algunas 
mercedes    que    Dios    le    hizo,    porque    pensaba    aprovecharme    en    esto. 


1  Es  muy  notable  esta  carta  del  P.  Yepes  a  Fr.  Luis  de  León  al  tiempo  que  éste  disponía 
los  libros  de  la  Santa  para  darlos  a  la  imprenta.  A  lo  que  parece,  no  tenía  pensado  escribir  la 
Vida  de  la  célebre  Reformadora  cuando  la  remitió  al  docto  Agustino.  Publicóse  por  vez  primera 
al  frente  de  la  edición  de  las  obras  de  la  Santa  que  los  Carmelitas  De.scalzos  hicieron  en  Ñapó- 
les, afio  de  1604.  Una  copia  antigua  se  halla  en  el  Ms.  12.703  de  la  Biblioteca  Nacional. 


APÉNDICES  491 

y  otras  que  con  descuido  se  le  caían  de  las  manos,  y  yo  las  cogía, 
con  mucha  advertencia.  Dióla  Dios  tanta  luz,  que,  según  lo  que  della 
experimenté,  presumo  que  conocía  los  pensamientos  y  las  cosas  que 
estaban  por  venir.  Y  pues  esta  relación  es  para  gloria  de  Nuestro 
Señor  y  testimonio  de  lo  que  obra  en  sus  santos,  quiero  comenzar 
por  mí,  aunque  sea  con  vergüenza.  Como  yo  la  comunicase  muchas 
veces,  y  otras  la  escribiese,  experimenté  con  gran  certidumbre  que 
entendía  mi  dispusición  interior,  porque  tales  eran  sus  palabras  y 
respuestas,  cual  yo  me  sentía  acá  dentro:  si  me  sentía  recogido, 
sus  pláticas  y  cartas  eran  muy  largas,  todas  llenas  de  afectos  de  ora- 
ción y  perfección;  si  me  hallaba  distraído,  con  una  gravedad  de  pala- 
bras me  respondía  que,  sin  saber  cómo,  me  hacía  volver  sobre  mí;  de 
suerte  que  cuando  la  iba  a  hablar  o  recibía  alguna  carta  suya,  antes 
que  Ja  hablase  ni  viese  su  letra,  sabía  cómo  había  de  responder; 
porque  de  mí  disposición  adivinaba  el  estilo  y  modo  de  sus  res- 
puestas, y  así,  la  dije  una  vez:  «Madre,  miedo  tengo  de  hablar 
a  vuestra  reverencia,  porque  pienso  que  entiende  mi  interior;  y  así, 
cuando  la  vengo  a  ver,  me  querría  confesar  como  para  decir  misa, 
porque  no  me  aborrezca  viéndome  cual  soy».  Ella  se  sonrió  de  manera 
que  yo  quedé  más  confirmado  en  mi  opinión;  porque  ni  osaba  ne- 
garlo por  no  mentir,  ni  afirmarlo  por  no  escandalizar. 

Acabado  de  ser  prior  de  Zamora,  enviáronme  a  morar  a  la  Rioja, 
y  pasando  por  Osma,  supe  del  señor  obispo,  don  Juan  de  Velázquez, 
que  estaba  esta  Santa  Madre  en  una  fundación  en  Soria,  y  que  había 
de  venir  presto  allí.  Yo  la  esperé,  y  llegando  a  las  ocho  de  la  noche, 
ful  a  recibirla  a  la  puerta,  y  al  bajar  del  carro  salúdela;  y  preguntán- 
dome quién  era,  y  diciendo  que  Fray  Diego  de  Yepes,  ella  calló. 
Yo  me  encogí  temiendo  si  me  tenía  olvidado,  o  no  le  era  agradable  mi 
presencia.  Estando  después  a  solas,  la  pregunté  qué  había  sido  aquel 
silencio  cuando  le  dije  quién  era;  ella  me  respondió:  «Túrbeme  un 
poco,  porque  se  me  representaron  dos  cosas:  que  debéis  de  ir  peni- 
tenciado de  vuestra  Orden;  o  si  quisiere  Nuestro  Señor  pagarme 
el  trabajo  de  esta  fundación  con  toparos  aquí:  yo  me  consolé  con 
este  favor».  Yo  la  dije,  que  lo  primero  era  verdad,  mas  que  lo  segimdo, 
no  querría  Dios  que  lo  fuese.  Dijo  el  tiempo  que  me  había  de  durar 
la  penitencia;  y  di  jome,  disimuladamente,  que  me  corriese  cuando  se 
me  acabase,  que  bien  mostraba  no  estar  bien  determinado,  pues  hacía 
caso  de  tan  pocas  cosas.  Y  así  se  cumplió,  como  ella  lo  dijo  a  Ana 
de  San  Bartolomé,  su  compañera,  señalando  el  tiempo  de  la  penitencia. 

Cuando  por  los  años  de  75  y  de  76  estuvo  su  Orden  en  tan  grande 
aprieto,  que  Gregorio  XIII  envió  un  legado  muy  sabio  y  prudente 
para  deshacerla,  y  reducir  los  Descalzos  a  Regla  mitigada  del  Car- 
men (1),  ayudando  con  muchas  fuerzas  un  comisario  (2),  que  había  en- 
viado el  General  para  este  efecto,  recibió  en  Toledo  una  carta  del  Pa- 
dre fray  Jerónimo  Gracián,  la  cual  llevó  el  padre  Mariano.  La  carta 
venía  tan  desconfiada,  y  el  Padre  Mariano  tan  desesperado,  que  yo,  que 
me   hallé   presente,    perdí   casi   la   esperanza   del   estado   firme   de   sus 


1  El  nuncio  Sega. 

2  El  Tostado. 


492  APÉNDICES 

monasterios.  Y  no  fui  yo  sólo  de  esta  opinión,  sino  otros  muchos,  que 
trataban  de  estos  negocios;  y  cierto  era  vehemente  ocasión  para  des- 
confiar del  todo,  porque  los  frailes  eran  cuatro  o  cinco,  y  esos  pobres, 
conocidos  de  pocos,  desfavorecidos  de  muchos,  y  sin  arrimo  ni  autori- 
dad. Las  monjas,  aunque  eran  más,  no  podían  aprovechar  sino  de  enco- 
mendarlo a  JJios.  La  Santa  Madre  fundadora,  arrinconada  y  maltratada 
de  palabras  que  de  ella  decian  los  Padres  del  Carmen  y  el  mismo 
Nuncio;  que  con  la  poca  satisfacción  que  de  ella  tenía,  y  las  sinies- 
tras informaciones  de  sus  contrarios,  la  mandó  que  no  saliese  de 
su  monasterio.  Llamábala  fcmina  inquieta  y  andariega,  y  que  por 
holgarse  andaba  en  devaneos,  so  color  de  religión.  R  los  pocos  frailes 
que  eran,  les  levantaron  mil  testimonios,  poniéndolos  faltas  en  la  doc- 
trina y  en  la  honestidad.  De  la  Santa  Madre  dijeron  lo  último  que 
de  una  mujer  se  puede  decir.  Los  contrarios  eran  muchos,  y  fuertes 
y  atrevidos,  con  libertad  y  con  poder,  y  con  la  autoridad  apostólica 
de  su  parte.  Oyendo  ella,  pues,  estas  cosas,  recogióse  un  poco  en  sí 
misma,  dejando  de  hablar  con  nosotros,  que  de  industria  la  dejamos, 
entendiendo  que  lo  había  con  Dios.  Y  prosiguiendo  nosotros  nuestra 
plática,  salió  a  deshora,  y  dijo:  «Ahora  sus  trabajos  pasaremos,  pero 
ello  no  volverá  atrás».  Yo  no  sé  la  respuesta  que  allí  la  dieron, 
pero  desde  aquel  punto  tuve  por  tan  seguro  el  negocio,  que  aunque 
más  cosas  oía,  ninguna  pena  me  daban;  porque  tuve  esta  por  profecía; 
y  aunque  ella  había  fundado  esta  Orden  con  mucho  fundamento,  y  con 
grandes  prendas  de  Nuestro  Señor,  allí  debió  de  tener  alguna  mayor 
luz,  que  la  aseguró  en  el  mayor  aprieto. 

Tuvo  también  grandísima  luz  para  conocer  y  distinguir  espíritus,  y 
desengañar  almas  que  so  color  de  espirituales  iban  erradas,  y  para  co- 
nocer las  que  convenían  a  sus  monasterios,  y  porque  todo  esto  consta 
de  sus  tratados  y  de  la  experiencia  que  sus  monjas  tuvieron,  no 
diré  más  de  una  sola  cosa,  que  entre  muchas  le  aconteció.  Una  doncella 
de  Toledo,  que  yo  conocí,  muy  amiga  de  andar  estaciones  y  de  oír  ser- 
mones, y  escribirlos  como  los  oía,  quiso  ser  monja  en  su  monasterio 
de  Toledo,  ij  contentándose  la  Santa  Madre  de  su  salud,  buena  inclina- 
ción y  entendimiento,  que  cierto  le  tenía  bueno,  aunque  despuntaba, 
determinó  de  recibirla;  y  concertado  el  dote  y  la  entrada  y  todas  las 
cosas  necesarias,  la  tarde  antes  del  día  que  había  de  tomar  el  hábito, 
estuvo  en  la  red  con  ella,  y  despidiéndome  para  irse,  y  puestas  en  pie, 
dijo  la  doncella:  «Madre,  también  traeré  una  Biblia  que  tengo».  Ella 
sin  más  pensar,  le  dijo:  «¡Biblia,  hija!  no  vengáis  acá,  que  somos 
mujeres  ignorantes,  y  no  tratamos  más  de  hacer  lo  que  nos  mandan, 
que  ni  queremos  a  vos  ni  a  vuestra  Biblia».  Entendió  la  Santa  Madre 
por  esta  palabra,  que  aquella  doncella  no  le  cumplía,  porque  debía 
de  ser  curiosa,  vicio  muy  reprensible  entre  sus  monjas,  y  de  quien 
deben  huir  todos  los  que  siguen  aquella  vida,  y  desean  la  perfección. 
Sucedió  que  aquella  doncella  se  llegó  a  unas  beatas  locas,  que,  en- 
gañadas del  diablo  y  isin  autoridad  de  perlado,  sino  por  sólo  su  cas- 
calillo,  quisieron  instituir  una  religión,  y  procedieron  en  esto  tan 
sin  orden,  que  la  Inquisición  de  Toledo  las  prendió,  y  las  sacaron  al 
auto  el  año  de  79,  y  las  castigaron  con  harta  misericordia.  En  fin, 
ella  entendió  su  curiosidad,  y  el  peligro  que  tienen  las  mujeres  que 


HPEiroiCES  493 

dan  en  este   vicio;   porque  directamente   es   contrario   a   la   liumildad, 
fundamento    de    toda    virtud. 

Y  para  que  vuestra  paternidad  vea  cuan  amiga  era  de  las  volunta- 
des y  entendimientos  rendidos,  diré  una  cosa  que  me  pasó  con  ella. 
Una  señora  principal  de  estos  reinos,  mujer  de  buena  edad,  con  mucha 
hacienda  y  vasallos,  trató  conmigo  de  ser  monja  suya,  y  pidióme  que 
yo  lo  negociase  con  la  Santa  Madre,  y  diese  orden  cómo  se  pudiesen 
ver.  Yo  le  escribí  el  negocio,  encareciéndole  mucho  la  calidad  de  la 
persona  y  su  buen  entendimiento  y  deseos  de  servir  a  Nuestro  Señor, 
pareciéndome  que  la  servia  mucho  en  encaminarle  tan  buen  sujeto. 
Ella  me  respondió,  que  me  agradecía  el  cuidado  y  voluntad  que  tenía 
de  aprovechar  a  su  Orden,  y  en  procurarle  todo  bien;  pero  que  en 
otra  cosa  la  hiciese  merced,  y  no  en  llevarles  señoras,  que  como  están 
avezadas  a  hacer  siempre  su  voluntad,  no  sirven  sino  de  estragar 
los  monasterios  donde  entran.  La  señora  que  digo  es  santa;  pero  no 
sé  qué  se  coligió  la  Santa  Madre  de  su  embajada,  que  al  fin  no  se 
satisfizo  de  su  humildad;  porque  a  otras  señoras  rogó  ella  que  to- 
masen su  hábito,  y  por  voluntad  suya  le  tienen  dos  hijas  del  Conde 
de  Hguilar,  que  se  salieron  de  las  Huelgas  de  Burgos,  y  se  pasaron 
animosamente  al  monasterio  de  esta  Orden,  que  allí  está,  y  estas  y 
otras  que  ella  recibió  son  espejo  de  humildad  y  virtud  (1).  El  celo  que 
esta  Santa  Madre  tuvo  de  la  salud  de  las  almas,  bien  consta  en  el 
libro  de  su  Vida  y  el  de  sus  Fundaciones;  pues  de  sólo  oír  los  es- 
tragos que  los  herejes  hacían  en  los  monasterios  de  Alemania  y  Ingla- 
terra, le  hirió  de  tal  manera  el  corazón,  que  le  quedó  perpetuo  dolor 
en  él;  y  éste  fué  el  primero  y  principal  motivo  que  tuvo  para  fundar 
estos  monasterios:  reparar  con  ellos  algunos  de  los  daños  que  los 
herejes  hacían  en  aquellas  partes.  De  esta  caridad  suya  hay  infinitos 
testimonios;  pero  yo  tengo  una  muy  buena  prueba,  porque  siendo  yo 
ruin  y  lella  tan  recatada  en  el  contar  las  mercedes  que  Dios  la  hacía, 
que  si  no  era  con  necesidad  para  no  ser  engañada,  mil  años  tratara 
con  una  persona  sin  que  se  entendiera  que  era  más  que  las  otras 
mujeres  comunes,  salvo  en  lo  que  tocaba  al  ejemplo  de  su  virtud,  por- 
que en  esto  todos  lo  echaban  de  ver;  con  todo  este  recato  tuvo  por 
bien  de  comunicarme  una  muy  grande  merced  de  Nuestro  Señor,  que 
aunque  en  el  libro  de  su  Vida  y  el  de  Las  Moradas  la  significa,  en 
ninguno  está  tan  especificada  como  a  mí  me  la  comunicó,  y  es  para  mí 
muy  grande  encarecimiento  de  su  caridad  haber  querido  ir  en  esto 
contra  su  costumbre,  por  aprovecharme  en  algo.  Y  fué  que,  pasando 
yo  de  camino  de   Medina   del   Campo   para   Zamora,   acertó  ella   a   ir 


1  Dice  a  este  propósito  la  Reforma  de  los  Descalzos  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  t.  I, 
Hb.  V,  c.  XXIV,  hab'ando  de  la  fundación  de  Burgos:  «Estos  días  que  la  Santa  estaba  fuera  del 
monasterio,  a  petición  de  los  demás  de  aquella  ciudad,  con  el  empeño  que  lo  suelen  hacer  las 
monjas,  las  visitaba,  dejándoles  en  trueco  de  la  buena  voluntad  mucha  edificación  y  doctrina  de 
provecho.  Dos  hijas  del  Conde  de  Aguilar,  religiosas  del  Real  Convento  de  las  Huelgas,  la 
pidieron  que,  en  compañía  de  sus  hijas,  las  fuese  a  ver  y  consolar  a  todas  aquellas  señoras,  que 
con  amorosas  ansias  pedían  lo  mismo.  Estuvo  con  ellas  un  día  entero,  u  aficionólas  de  manera, 
que  las  hijas  del  Conde,  edificadas  del  estilo  de  aquellas  santas,  dejando  el  regalo  y  autoridad 
de  su  convento,  vistieron  el  humilde  sayal.  Llamóse  la  primera  Catalina  de  la  Asunción,  y  la 
segunda,  Isabel  del  Santísimo  Sacramento. 


194  '  APÉNDICES 

de  ^Medina  a  flvila,  con  tres  monjas,  y  quiso  Dios  que  llegó  a  posar 
al  mismo  mesón  donde  yo  estaba.  Dile  mi  aposento,  que  era  el 
mejor  que  había  en  la  posada,  y  fui  su  portero,  porque  ellas  estuvie- 
sen con  mayor  libertad  en  su  recogimiento,  y  después  que  hobieron 
tenido  sus  horas  de  oración,  pasamos  muy  gran  parte  de  la  noche  en 
pláticas  del  cielo.  Concertóse  que  a  la  mañana  las  dijese  misa  y  las 
comulgase  en  San  Francisco;  y  amaneció  aquel  día  tanta  nieve,  que 
no  pudimos  partirnos  los  unos  ni  los  otros.  Oyeron  misa  y  comulgaron, 
como  estaba  concertado;  y  vueltas  a  la  posada,  pasaron  todo  aquel 
día  con  el  recogimiento  que  en  sus  monesterios.  Dióme  licencia  a  la 
tarde  para  que  la  entrase  a  hablar;  vídome  con  algún  deseo  y  ne- 
cesidad de  reformación,  y  estuvo  conmigo  tan  liberal,  que  me  dijo  cosas 
,tan  admirables,  que  me  parecía  que  me  hablaba  un  ángel.  La  más  llana, 
y  la  que  me  atrevo  a  referir,  es  la  que  sigue: 

Había  deseado  esta  Santa  jWadre  ver  la  hermosura  de  un  alma 
que  está  en  gracia,  cosa  harto  de  cobdicia  para  verla  y  poseerla.  Es- 
tando en  este  deseo  le  mandaron  escribir  un  tratado  de  oración, 
la  cual  tenía  ella  muy  bien  sabida  por  experiencia.  Víspera  de  la 
Santísima  Trinidad,  pensaido  qué  motivo  tomaría  para  este  tratado 
Dios,  que  dispone  las  cosas  en  sus  oportunidades,  cumplióle  este  su 
deseo,  y  dióle  el  motivo  para  él  libro.  Mostróle  un  globo  hermosísimo 
de  cristal,  a  manera  de  castillo,  con  siete  moradas,  y  en  la  séptima, 
que  estaba  en  el  centro,  el  Rey  de  la  gloria  con  grandísimo  resplan- 
dor, que  ilustraba  y  hermoseaba  aquellas  moradas  hasta  la  cerca; 
y  tanto  más  luz  participaban,  cuanto  más  se  acercaban  al  centro; 
no  pasaba  esta  luz  de  la  cerca,  y  fuera  de  ella  todo  era  tinieblas 
e  inmundicias,  sapos  y  víboras  y  otros  animales  ponzoñosos.  Estando 
ella  admirada  de  esta  hermosura,  que  con  la  gracia  de  Dios  mora 
en  las  almas,  súbitamente  desapareció  la  luz,  y  sin  ausentarse  el  Rey 
de  la  gloria  de  aquella  morada,  el  cristal  se  puso  y  cubrió  de  os- 
curidad, y  quedó  feo  como  carbón  y  con  un  hedor  insufrible;  y.  las 
cosas  ponzoñosas,  que  estaban  fuera  de  la  cerca,  con  licencia  de  entrar 
en  el  castillo.  Esta  visión  quisiera  esta  Santa  Madre  que  vieran  todos 
los  hombres,  porque  le  parecía  que  ninguno  de  los  mortales  que 
viese  aquella  hermosura  y  resplandor  de  la  gracia,  que  se  pierde  por 
el  pecado,  y  se  muda  súbitamente  en  estado  de  tanta  fealdad  y  mi- 
seria, sería  posible  atreverse  a  ofender  a  Dios.  Esta  visión  me  dijo 
aquel  día;  y  festuvo  en  esto  y  en  otras  cosas  tan  liberal,  que  ella 
misma  lo  echó  de  ver  y  me  dijo  a  la  mañana:  «¡Cómo  me  descuidé 
anoche  con  vos;  no  sé  cómo  ha  sido!  Estos  mis  deseos  y  amor  que 
os  tengo,  me  han  hecho  salir  de  medida;  plega  a  Dios  que  me  hayan 
aprovechado».  Yo  le  prometí  de  no  decirlo  mientras  ella  viviese; 
mas,  después  que  murió,  no  querría  dejar  hombre  a  quien  no  lo 
publicase.  De  esta  visión  sacó  ella  cuatro  cosas  de  harta  importancia. 
La  primera,  entendió  allí  esta  proposición  por  estos  términos,  sin 
jamás  haberla  oído  en  toda  su  vida:  Cómo  Dios  está  en  todas  las 
cosas,  por  esencia,  presencia  y  potencia;  y  como  ella  era  tan  humilde 
y  tan  sujeta  y  obediente  a  la  doctrina  de  la  Iglesia,  y  a  los  letrados 
y  ministros  de  Dios,  nunca  jamás  se  satisfizo  de  revelación  que  tu- 
viese,   si    por   sus   perlados   y    doctores   no   fuese    aprobada   y    hallase 


APÉNDICES  495 

que  era  conforme  a  la  Sagrada  Escritura.  Y  en  tanta  manera  era 
esto,  que  decía,  que  si  todos  los  ángeles  del  cielo  le  decían  uno, 
y  sus  perlados  otro,  aunque  supiera  que  eran  ángeles,  no  haría  sino 
lo  que  sus  perlados  la  mandasen;  porque  esto  era  de  fe,  y  que  no  puede 
engañar,  y  lo  otro  podría  ser  ilusión.  Con  este  respeto  a  la  obe- 
diencia, me  preguntó  un  día  en  Toledo,  debía  ser  cuando  ella  vio 
este  castillo,  si  era  verdad  que  Dios  estaba  en  las  cosas  por  potencia, 
presencia  y  esencia;  y  yo  le  dije  que  sí;  y  declarándoselo  como  pude 
por  autoridad  de  San  Pablo,  en  especial  le  dije  aquella:  Vo  tienen 
proporción  los  trabajos  de  esta  vida  respecto  de  la  gloria  que  se 
descubrirá  en  nosotros;  haciendo  fuerza  en  aquella  palabra,  descubrirá 
en  nosotros,  recibió  tanto  contento,  que  yo  me  admiré;  y  aunque  por 
una  parte  me  parecía  curiosidad,  por  otra  quedé  con  sospecha  que 
había    en   esto    algún    misterio,    porque    dijo:    «Eso   mismo    es». 

La  segunda,  quedó  con  grande  admiración  que  sea  tanta  la  malicia 
del  pecado,  que  con  no  ausentarse  Dios  del  alma,  sino  quedándose 
en  nosotros  con  aquellas  presencias,  pueda  impedir  que  no  se  comunique 
al  alma  un  tan  gran  poder  y  resplandor. 

La  tercera,  quedó  de  allí  tan  humillada  y  enseñada,  que  desde 
aquel  punto  nunca  se  acordó  de  sí,  en  cosa  buena  que  hiciese;  por- 
que como  vido  que  toda  la  hermosura  procede  de  aquel  resplandor, 
y  todas  las  fuerzas  del  alma  y  del  cuerpo  son  vivificadas  y  esfor- 
zadas de  aquel  poder,  que  está  en  su  centro,  y  que  de  allí  mana 
todo  nuestro  bien,  y  la  poca  parte  que  tenemos  en  todas  nuestras 
buenas  obras;  todo  el  bien  que  desde  aquel  punto  hacía  lo  refería 
a  Dios  como'  a  autor  y  movedor  principal.  Quedó  asimismo  con  tanta 
libertad  y  señorío,  que  se  holgaba  que  la  alabasen  sus  escritos,  y 
que  se  estimase  mucho  su  Orden  y  monasterios.  Hablando  yo  una  vez 
con  ella  acerca  del  libro  que  intitula:  Camino  de  Perfección,  holgóse 
mucho  que  se  le  alabase,  y  dijome  con  mucho  contento:  ^ñlgunos 
hombtes  graves  me  dicen  que  parece  Sagrada  Escritura»;  que  como 
era  doctrina  revelada,  parecíale  que  alabar  su  libro  era  alabar  a  Dios. 

La  cuarta,  tomó  de  aquí  motivo  para  escribir  el  libro  de  Oración 
que  la  mandaron,  porque  entendió  por  aquellas  siete  moradas  del  cas- 
tillo, siete  grados  de  oración,  por  los  cuales  entramos  dentro  de  nos- 
otros mismos  y  'nos  vamos  allegando  a  Dios.  De  manera,  que  cuando 
llegamos  al  hondo  de  nuestra  alma  y  perfecto  conocimiento  de  nos- 
otros mismos,  entonces  llegamos  al  centro  del  castillo  y  séptima  mo- 
rada, donde  está  Dios,  y  nos  unimos  con  El  por  unión  perfecta,  cual 
en  esta   vida  se  puede  tener,   participando   de  su   luz  y   amor. 

No  quiero  decir  más  de  esta  visión  y  moradas,  porque  ya  vuestra 
paternidad  habrá  visto  el  libro  admirable  que  desto  escribió,  y  con 
cuánto  primor  y  majestad  de  doctrina  y  claridad  de  ejemplos  lleva 
a  un  alma,  desde  las  puertas  de  sí  misma  hasta  este  divino  centro. 
Bien  claro  se  ve  en  este  tratado  la  comunicación  que  tuvo  con  Nues- 
tro Señor,  y  cómo  tuvo  por  bien  Su  Majestad  de  meterla  en  este 
centro  y  unirla  consigo  mismo  con  un  vínculo,  como  ella  dice,  ma- 
trimonial y  de  yugo  inseparable.  Preguntándole  yo,  con  la  licencia 
que  tenía  de  hijo,  un  año  antes  que  muriese,  cómo  la  iba  con  Nuestro 
Señor,   me   dijo   que   traía   perpetua   oración   y   nunca   se   apartaba   de 


496  aPENDICES 

la  presencia  de  su  Majestad,  ni  deseaba  ya  más  que  el  cumplimiento 
de  su  divina  voluntad.  Yo,  como  grosero  y  sin  experiencia,  ni  senti- 
miento de  aquellas  mercedes,  le  dije:  «Mudarse  ha  ese  estado».  Ella 
me  respondió  que  no  mudaría',  y  que  liabía  catorce  años  que  la  había 
puesto  el  Señor  en  aquel  estado,  y  que  tanto  tiempo  había  que  no 
tenía  arrobamientos,  porque  si  duraran,  ya  hubiera  acabado  la  vida; 
pero  que  los  mismos  gustos  le  comunicaba  sin  arrobamientos,  que  en 
ellos  solía  tener.  Túvolos  a  los  principios  muy  grandes;  acontecíale 
de  sólo  oír  nombrar  a  Dios,  quedar  por  muchos  ratos  arrobada;  y 
leyendo  de  noche  las  lecciones  de  los  maitines,  con  solo  este  nombre 
quedarse  así  en  pie  con  la  linterna  en  la  mano,  hasta  que  Dios  la 
dejaba  volver  en  sus  sentidos.  Una  cosa  rara  puedo  decir  a  vuestra 
paternidad,  que  para  mí  es  de  gran  consuelo  y  aprobación:  de  que 
fué  orden  de  Nuestro  Señor  que  ella  escribiese  su  Vida;  que  le  acon- 
teció por  veces,  estándola  escribiendo,  quedarse  arrobada,  y  acordán- 
dose muy  bien  en  el  punto  que  dejaba  la  escritura,  cuando  volvía  en 
sí  hallaba  dos  o  tres  hojas  escritas  de  su  letra,  mas  no  de  su  mano; 
y  cierto,  que  quien  leyere  su  vida  y  sus  escritos,  bien  echará  de  ver 
que  muchas  veces  le  aconteció  esto;  porque  la  doctrina  es  más  que 
humana,  y  que  excede  su  capacidad  y  enciende  las  voluntades  con  la 
fuerza  y  calor  de  palabras  como  si  fuese  Sagrada  Escritura,  y  con 
tener  tan  alto  estilo,  en  el  escribir  con  términos  tan  propios  y  ele- 
gantes, y  en  su  conversación  tan  cortesana^  y  discreta.  Cuando  se  con- 
fesaba era  tan  sin  artificio  y  encarecimiento,  y  con  tan  comunes  g 
precisas  palabras,  que  parecía  una  mujer  común  y  grosera,  sin  sen- 
timientos ni  regalos  de  Dios.  Yo  digo  a  vuestra  paternidad  que  me 
parecía  una  cuando  la  confesaba  y  otra  cuando  la  conversaba.  ¡Oh  si 
acabasen  de  entender  este  punto  algunas  monjas  y  beatas  y  personas, 
que  se  precian  de  espirituales,  de  cuántas  palabras  se  ahorrarían  ellas 
y  de  cuánto  tiempo  sus  confesores!  Piensan  que  está  el  negocio  en 
decillo  muy  polido  y  con  encarecimientos,  que  antes  disminuyen.  No 
está  sino  en  acusarse  bien,  sin  disculparse  y  sin  los  rodeos  de  que 
algunos  usan  para  darse  a  entender  que  son  espirituales,  ñ  esta  escuela 
habían  de  venir,  y  a  estos  monasterios  que  ella  fundó,  que  aquí  les 
enseñarán  cómo  se  han  de  confesar  y  decir  sus  pecados,  disimular  su 
santidad,  si  la  tienen:  si  con  el  confesor  han  de  hablar  otras  cosas 
fuera  de  sus  pecados,  que  son  bien  pocas,  la  misma  licencia  piden  que 
para  hablar  a  la  red  con  sus  parientes;  y  por  tan  sacrilegio  tienen 
mezclar  allí  palabras  impertinentes,  como  hablar  por  las  ventanas  de 
la  calle. 

Del  libro  de  su  Vida  habrá  vuestra  paternidad  entendido  la  amistad 
grande  que  tuvo  con  la  Orden  de  nuestro  padre  Santo  Domingo,  y  la 
ayuda  que  tuvo  en  les  principales  padres  de  esta  Orden,  y  los  bene- 
ficios que  la  suya  ha  recibido  por  medio  de  estos  padres:  es  gusto 
que  sepa  el  origen  de  esta  amistad,  que  fué  del  cielo.  Yendo  esta 
Santa  Madre  una  Vez  de  Segovia  a  fundar  otro  monasterio,  fuese  por 
el  de  Santa  Cruz,  insigne  casa  de  Santo  Domingo  en  aquella  ciudad, 
a  visitar  la  capilla  que  el  mismo  Santo  Padre  edificó,  y  donde  moró, 
y  tuvo  mucha  oración  e  hizo  mucha  penitencia,  como  el  día  de  hoy 
hay   muchas  señales  de  ello  en  las  paredes.   Entrando  en  la  capilla, 


APÉNDICES  497 

luego  al  umbral  de  la  puerta,  se  postró,  y  estuvo  como  medía  hora 
postrada;  los  que  la  acompañaban,  que  eran  muchas  g  graves  per- 
sonas, estaban  esperando  en  qué  había  de  parar  tan  larga  oración. 
El  padre  fray  Diego  de  Yangües,  lector  de  Teología  de  San  Gre- 
gorio, de  Valladolid,  que  era  su  confesor,  g  tenía  particular  amistad 
con  ella,  g  uno  de  los  que  la  acompañaban,  como  más  familiar  le  pre- 
guntó: «JWadre,  ¿qué  habéis  habido,  que  así  nos  habéis  hecho  aquí  es- 
perar tanto  a  todos?»  Ella  le  respondió:  «Aparecióme  nuestro  Padre 
Santo  Domingo,  y  estuvo  hablando  conmigo,  g  dióme  su  palabra  g 
mano  de  agudarme  en  todas  mis  fundaciones».  Y  así  ha  cumplido  el 
santo  Padre,  que  todas  las  cosas  graves  que  han  sucedido  a  su  Orden, 
les  han  venido  por  mano  de  los  religiosos  de  esta  Orden  insigne.  Los 
primeros  maestros  que  esta  Santa  tuvo  en  sus  principios,  fueron  destos 
padres,  que  moraban  en  Avila  g  en  Toledo;  ellos  la  enseñaron,  alumbra- 
ron, animaron  g  ayudaron  para  las  cosas  grandes  que  acometió.  El 
padre  fray  Bartolomé  de  Medina,  luz  de  las  escuelas  de  Salamanca, 
aunque  al  principio  que  oía  hablar  de  ella,  murmuraba  de  sus  cosas, 
después  que  la  conversó,  la  amó  mucho,  y  la  favoreció  y  estimó.  El 
padre  fray  Domingo  Báñez,  que  al  presente  es  catedrático  de  Prima 
en  la  misma  ciudad,  fué  mucho  tiempo  su  confesor  y  maestro;  la  Santa 
Madre  le  estimó  tanto,  y  quiso  de  tal  manera,  que  cuando  se  opuso 
a  la  cátedra  que  ahora  tiene,  estaba  ella  en  Toledo,  y  preguntándome 
de  aquella  oposición,  me  dijo:  «No  he  pedido  en  mi  vida  a  Nuestro 
Señor  cosa  temporal  para  nadie,  si  no  es  que  dé  la  cátedra  a  este 
padre»;  debía  de  entender  que  también  sería  bien  espiritual  de  mu- 
chos, y  flsí  se  la  dio  Nuestro  Señor. 

El  padre  fray  Diego  Yangües,  que  queda  dicho  arriba,  fué  su 
confesor,  y  tuvo  estrecha  amistad  con  esta  Santa  Madre  muchos  años. 
El  padre  fray  Pedro  Hernández,  Provincial  de  su  Orden,  y  gran  varón, 
fué  Visitador  apostólico  de  esta  Orden,  y  fió  tanto  de  esta  Santa 
Madre,  aunque  al  principio  la  tuvo  por  sospecha,  que  después  no 
disponía  cosa  en  sus  mandatos  g  constituciones,  sino  por  el  parecer 
de  ella.  Con  autoridad  de  este  padre,  g  con  los  medios  de  tanta  pru- 
dencia que  puso  acerca  de  esta  Orden,  comenzó  a  ganar  crédito  con 
el   mundo   g   autorizarse  con  las  personas. 

El  padre  frag  Juan  de  las  Cuevas,  que  ahora  es  Provincial,  por 
comisión  del  papa  Gregorio  XIII,  asistió  en  el  primer  Capítulo  pro- 
vincial, que  celebraron  en  Alcalá  de  Henares,  cuando  les  fué  dada 
excepción  del  Provincial  de  la  Regla  mitigada,  quedando  inmedia- 
tos al  General,  y  esto  sólo  cuanto  a  ser  visitados  por  su  misma  persona. 

Diré  aquí  una  cosa  notable,  que  supe  del  padre  frag  Nicolás 
de  Jesús  María,  Provincial  que  ahora  es  de  la  Orden  de  los  Des- 
calzos, hombre  muy  grave,  letrado  y  santo;  y  contarla  he,  porque 
le  tengo  por  tan  modesto  y  recatado  en  estas  cosas,  que  no  las  dirá 
por  ser  tan  en  su  favor,  g  no  es  justo  que  se  callen.  Cuando  se  tra- 
taba en  Madrid  con  tantas  fuerzas,  como  está  dicho,  de  deshacer  esta 
sagrada  Religión,  estaban  algunos  frailes  descalzos  en  su  defensa,  entre 
los  cuales  era  uno  el  sobredicho  fray  Nicolás,  de  nación  ginovés. 
Mandó  el  Nuncio  de  Su  Santidad  que  todos  los  Descalzos  se  fuesen 
de  la  corte,  y  no  quedase  sino  el  reverendo  padre  frag  Nicolás, 
II  32 


^9S  APÉNDICES  ■"  "" 

parcciéndolc  que  así  se  acabarían  más  presto  los  negocios,  porque 
le  tenían  por  hombre  de  poca  maña,  y  que  se  avendrían  mejor  con 
él;  y  es  ansí,  que  aunque  tiene  una  apariencia  de  hombre  muy  llano 
y  fácil,  es  muy  pruderl'te  y  de  mucha  industria,  y  tal,  que  todos  juntos 
no  valían  tanto  como  él  solo,  y  como  le  tenían  en  otra  opinión,  des- 
cuidábanse con  él,  y  él  no  perdía  punto.  Verdad  es  que  no  bastaran 
fuerzas  humanas,  si  Dios  no  guiara  los  negocios  por  su  divina  dis- 
posición, ñndando,  pues,  en  estos  pleitos,  con  poca  esperanza  de  la 
victoria,  el  padre  fray  Nicolás,  que  posaba  en  el  Carmen,  por  te- 
nerle más  seguro,  iba  y  venía  a  Nuestra  Señora  de  ñtocha  a  nego- 
ciar con  el  padre  fray  Pedro  Hernández,  su  Visitador  apostólico,  que 
era  uno  de  los  que  más  favor  les  daba,  porque  conocía  a  los  frailes 
g  monjas.  Saliendo  una  vez  de  la  villa  para  ir  a  hablarle,  topó,  al 
salir  de  la  calle  de  San  Jerónimo,  un  perro  grande,  blanco,  y  con  unas 
manchas  negras,  como  le  suelen  pintar,  a  los  pies  de  santo  Domingo, 
y  fuese  delante  de  él  como  seis  o  siete  pasos  y  de  rato  en  rato 
volvía  la  cabeza  atrás,  como  mirando  si  le  seguía,  como  que  le  pro- 
metía favor,  hasta  que  le  puso  a  la  puerta  del  padre  Visitador,  y  aun- 
que entonces  lo  echó  de  ver,  no  dijo  nada.  Salió  otra  vez  para  ir  a 
lo  mismo  y  echó  por  otra  calle,  porque  no  le  espiasen  y  entendiesen 
donde  iba,  y  al  salir  de  la  calle  topó  el  mismo  perro,  que  le  llevó 
de  la  manera  que  primero.  El  padre  fray  Nicolás  preguntó  al  padre 
fray  Pedro  Hernández  si  tenía  él  algún  perro  como  aquél,  y  contóle 
lo  que  pasaba;  él  se  rió  y  dijo  que  no  sabía  de  tal  perro.  Duró 
esto  de  esta  manera  hasta  que  los  negocios  se  acabaron  en  favor 
de  la  Orden,  queriendo  el  santo  Padre  santo  Domingo  dar  a  entender 
en  esto,  que  él  era  guarda  de  aquel  padre  y  defensa  de  su  Orden, 
y  que  por  medio  suyo  se  guiaban  los  negocios,  cumpliendo  la  palabra 
que  había  dado  en  Segovia  a  la  Santa  Madre.  Después  de  todo  esto, 
les  fué  dada  la  exención,  como  ya  queda  antes  dicho.  Finalmente, 
tiene  esta  Orden  gran  obligación  al  Santo  Padre,  pues  los  principios, 
medios  y  fines  de  toda  su  prosperidad,  les  vino  por  medio  suyo,  y 
por  las  personas  de  su  Orden. 

En  estos  tiempos  no  se  descuidaba  la  Santa  Madre  de  los  negocios, 
por  una  parte,  importunando  a  Dios  con  oraciones  y  lágrimas,  y  como 
si  El  a  solas  lo  hobiera  de  hacer  todo,  y  por  otra  parte  puso  todos 
los  medios  posibles  de  prudencia  humana,  como  si  por  sola  su  dili- 
gencia se  hobiera  de  alcanzar  victoria.  Rogaba  a  unos,  escribía  a 
otros,  informando  de  su  justicia  y  de  la  verdad;  entendíase  en  Ma- 
drid con  hombres  muy  discretos  y  cristianos,  que  guiaban  sus  cosas, 
especialmente  con  un  hidalgo  muy  pío  y  de  mucha  prudencia,  criado 
del  rey  don  Felipe,  nuestro  señor,  que  se  llamaba  Juan  López  de  Ve- 
lasco.  Este  la  daba  aviso  de  lo  que  pasaba.  Vense  muy  bien  los  tra- 
bajos y  diligencias  que  esta  Santa  Madre  tuvo,  en  un  gran  volumen 
de  cartas  que  yo  tengo,  unas  de  su  letra  y  otras  de  su  firma,  que 
escribió  en  esta  sazón  a  Roque  de  Huerta.  Escribió  al  rey  don  Fe- 
lipe, nuestro  Señor,  en  abono  de  un  padre  y  de  su  Orden,  una  breve 
y  compendiosa  y  discretísima  carta  que  yo  tengo,  la  cual  movió  a  Su 
Majestad  a  que  tomase  a  su  cargo  las  cosas  de  su  Orden;  y  así  se 
escribió  a   Roma;    y   con  estas   diligencias  se  acabaron   las   diferencias 


APÉNDICES  499 

y  se  hizo  provisión  distinta  de  la  Regla  mitigada,  con  muchos  privile- 
gios y  gracias  que  les  concedió  el  papa  Gregorio  XIII.  Los  trabajos 
que  hasta  esto  se  pasaron,  por  espacio  de  cuatro  años,  ni  se  pueden 
encarecer  ni  referir,  porque  unos  estaban  presos,  otros  huidos,  otros 
arrinconados,  otros  infamados  de  cosas  muy  graves,  y  la  Santa  Madre 
recogida  en  un  monasterio,  con  la  infamia  que  queda  dicha.  Las  car- 
tas, que  dije  que  escribió  de  estos  negocios,  no  las  envío  por  ser  de 
su  letra,  y  que  no  las  ose  fiar  de  nadie;  mostrarlas  he  a  vuestra  pa- 
ternidad cuando  nos  veamos,  con  condición  que  no  se  me  ha  de  quedar 
con  ellas. 

No  quiero  que  se  me  pase  por  alto  una  cosa  que  me  pasó  con 
ella  en  Medina  del  Campo.  Yendo  yo  a  decir  misa  a  su  monasterio 
de  monjas,  diéronme  un  paño  muy  oloroso  para  lavarme  las  manos; 
y  yo,  inconsiderado,  me  ofendí  de  ello,  y  la  dije  después  que  mandase 
quitar  aquel  abuso  de  sus  monasterios;  porque  como  me  parecía  bien 
que  los  corporales  y  paños  que  están  en  el  altar  estén  olorosos,  así 
me  parecía  mal  que  los  otros  paños  comunes,  que  son  para  limpiar 
las  inmundicias,  lo  estuviesen.  Ella  me  respondió  con  un  donaire  y 
gracia  extremada,  y  me  dijo:  «Mire,  no  se  canse,  y  sepa  que  esa 
imperfección  toman  mis  monjas  de  mí.  Pero  cuando  me  acuerdo  que 
Nuestro  Señor  se  quejó  al  fariseo  en  el  convite  que  le  hizo,  porque 
no  le  había  recibido  con  mayor  regalo,  desde  el  umbral  de  la  puerta 
de  la  Iglesia,  querría  que  todo  estuviese  bañado  en  agua  de  ángeles». 
De  esta  manera  confundió  mi  inconsideración,  y  me  abrió  los  ojos 
para  mirar  de  allí  adelante  de  otra  manera  las  cosas  próximas  y  re- 
motas de  este  Sacramento.  De  aquí  han  venido  sus  frailes  y  sus 
monjas  a  ser  tan  esmerados  en  esto,  que  no  hay  semejante  limpieza 
de  altares  en  ninguna   parte  del  mundo,  que  yo  conozca. 

Si  no  temiera  cansar  a  vuestra  paternidad  con  tantas  particula- 
ridades, mil  cosas  de  estas  le  dijera,  porque  todas  sus  palabras  eran 
de  gran  peso  y  magisterio  de  virtud  y  devoción.  Una  cosa  diré,  que 
no  se  puede  excusar,  para  que  se  vea  los  términos  a  que  trae  Nues- 
tro Señor  a  sus  santos  y  la  diferencia  de  afectos  que  sienten  en  di- 
versos estados.  Tratando  una  vez  de  los  principios  de  su  vida  es- 
piritual, me  dijo:  «Vime  un  tiempo  tan  mal  conmigo,  y  con  tanto  deseo 
de  vengarme  de  mi  misma,  y  padecer  por  Nuestro  Señor,  que  deseaba 
me  prendieran  y  castigaran  por  la  Inquisición;  porque  con  menos  que 
esto  no  podía  satisfacer  al  aborrecimiento  que  tenía  de  mí».  Dijo 
esto,  porque  como  en  aquel  tiempo  comunicaba  con  sus  confesores 
las  visiones  de  Nuestro  Señor  para  no  ser  engañada,  y  ellos  se  es- 
candalizaban, estuvo  a  punto  de  ser  presa,  hasta  que  fué  examinada 
por  los  mejores  letrados  de  aquel  tiempo;  «mas  después  que  comencé 
a  fundar  estos  monesterios,  me  pesaría  mucho  si  me  prendiesen,  porque 
no  se  desacreditasen  por  mí»;  en  fin,  que  vino  a  amarse  y  holgar  de 
ser  honrada  y  estimada  por  la  gloria  de  Dios  y  provecho  de  sus 
hijos.  Y  con  ser  sus  deseos  de  verse  con  Dios  vehementísimos,  llegó 
a  desear  vivir  por  padecer  más  por  BI,  y  pedía  con  la  Esposa:  Fulcite 
me  florihus;  y  así  lo  explicó  ella  en  este  lugar.  ¿Para  qué,  esposa 
de  Dios,  pedís  confortativos  para  vivir?  ¿Qué  mejor  muerte  podéis 
desear  que  de  amor?   ¿Amáis  y  véisos  morir  de  amor  y  deseáis  vivir? 


500  APÉNDICES 

Sí,  porque  deseo  sustentar  la  vida  para  servirle  g  padecer.  Estando 
con  esta  llama  de  amor,  decía  a  Nuestro  Señor:  «¿Cómo  se  puede 
pasar,  Señor,  la  vida  sin  Vos?  ¿Cómo  se  puede  vivir  muriendo?» 
Respondióle  Su  Majestad:  «Hija,  pensando,  que  acabada  esta  vida  no 
me  podrás  más  servir,  ni  padecer  por  mí».  Con  estas  flores  y  manza- 
nas esforzó  Dios  su  enfermedad,  e  hizo  que  le  fuese  agradable  la 
vida  enferma  de  amor.  Por  esta  misma  causa  deseaba  ser  honrada  y 
estimada,  y  en  algún  tiempo  pidió  importunamente  a  Nuestro  Señor, 
que  quitase  de  los  hombres  la  opinión  que  tenían  de  que  era  Santa; 
mas  después  que  se  vido  tan  favorecida  de  Dios,  y  que  Su  Majestad 
había  puesto  tantas  cosas  en  ella,  y  tomádola  por  instrumento  para  re- 
sucitar esta  Orden,  vivía  con  cuidado  de  que  no  pareciesen  en  ella 
imperfecciones.  Cuando  dije  la  había  topado  en  Osma,  me  dijo  que 
se  había  turbado  en  verme,  y  pareciéndole  que  había  dicho  mal,  y 
que  me  había  de  parecer  demasiado  oír  que  se  había  turbado,  luego  se 
corrigió  y  satisfizo,  diciendo:  «Y  poca  fué  la  turbación,  que  no  fue 
más  que  un  momento».  Yo  lo  eché  de  ver  mucho,  y  me  maravillé  de 
verla  tan  advertida;  mas  cuando  leí  que  Nuestro  Señor  la  había  dicho, 
cuando  le  pedía  que  quitase  de  los  hombres  la  opinión  de  santa  que  de 
ella  tenían:  «Hija  no  se  te  dé,  que  o  murmurarán  de  ti  o  me  darán 
gloria  a  Mí,  y  len  todo  ganarás  tú»,  me  consolé  y  di  gracias  a  Nues- 
tro Señor,  que  tan  agradable  la  hizo  en  su  presencia  y  me  la  dejó 
conocer  y  conversar.  Paréceme  que  lesto  es  muy  conforme  a  lo  que 
vuestra  paternidad  dijo  en  los  Cantares,  exponiendo  aquellas  pala- 
bras: Qais  mihi  det  te  fratrem  meiim  etc.,  que  como  no  parece  mal 
a  una  doncella  que  en  las  plazas  besa  a  un  hermanito  suyo,  así  está 
muy  bien  a  las  almas  santas  preciarse  en  todo  lugar  de  esposas  de 
Jesucristo  y  desear  parecer  tales,  y  a  este  estado  deseaba  la  esposa 
llegar  cuando  le  deseaba  hallar  niño  de  teta  en  los  lugares  públicos, 
y  besar  y  preciarse  del  sin  temor  de  ser  por  eso  tenida  en  menos, 
sino  más  estimada.  R  este  estado  vienen  muy  pocos,  y  a  muy  pocos 
les  está  bien  preciarse  de  esto,  porque  les  falta  el  fundamento,  que 
les  asegura  de  la  verdadera  humildad.  Pero  a  este  estado  llegó  San 
Francisco  cuando  se  alegraba  que  había  de  ser  tenido  por  santo; 
y  San  Vicente,  cuando  entendió  que  había  de  ser  canonizado;  y  San 
Jerónimo  cuando  contaba  sus  virtudes;  y,  sobre  todos,  San  Pablo, 
que  se  comparaba  con  San  Pedro  y  se  acreditaba  con  el  mundo  con- 
tando sus  trabajos,  encareciendo  sus  virtudes,  excusando  sus  hechos, 
defendiendo  su  autoridad,  certificando  a  la  Iglesia  que  tenía  espíritu 
de  Dios,  y  que  sus  palabras  y  predicación  se  habían  de  recibir  y 
estimar  como  dichas  por  el  mismo  Dios;  y  así,  se  ponía  a  sí  mismo 
por  ejemplo  de  perfección,  diciendo:  «Sed  mis  imitadores,  como  yo  soy 
de  Jesucristo».  R  todos  estos  santos,  y  especialmente  a  los  fundadores 
de  las  Religiones,  les  está  bien  besar  en  la  plaza  a  este  hermanito 
que  mama  los  pechos  de  su  madre,  y  preciarse  de  hermanos  imitado- 
res suyos;  pues  tantos  testimonios  tienen  de  que  sean  la  gloria  de 
Dios,  y  no  se  acuerdan  de  sí  en  cuanto  hacen  y  dicen,  sino  de 
Hqucl  que  vive  en  ellos  y  en  quien  ellos  viven.  R  este  estado  vino 
esta  santa  mujer  cuando  se  temía  que  pareciesen  en  ella  imperfeccio- 
nes,  y    excusaba    sus    hechos   y    se    holgaba    de   sus    escritos,    obras   y 


APÉNDICES  501 

conversación,  pareciese  bien  a  los  hombres,  porque  se  imaginaba  esposa 
de  Jesucristo,  hermana  de  este  Niño,  fundadora  de  esta  Orden,  g 
maestra  de  virtud,  a  quien  muchos  habían  de  imitar,  y  que  no  bus- 
caba  sus   intereses,   sino   la   gloria   de   su   Esposo. 

Para  este  fin  dejó  escrita  de  su  mano  una  discretísima  y  larga 
relación  de  las  personas  con  quien  comunicó  su  alma,  obras  y  reve- 
laciones y  coloquios  de  Nuestro  Señor,  que  había  tenido,  desde  que 
comenzó  este  camino  de  oración  y  recogimiento,  donde  parece  haber 
comunicado  con  los  principales  letrados  y  más  espirituales  religiosos 
que  en  su  tiempo  había  en  España;  especialmente  comunicó,  del  Or- 
den de  Santo  Domingo,  a  los  padres  fray  Bartolomé  de  Medina, 
fray  Domingo  Ibáñez,  fray  Pedro  Báñez,  de  quien  ella  dice  grandes 
cosas,  fray  Pedro  Hernández,  fray  Juan  de  las  Cuevas,  fray  Diego 
de  Yangües,  todos  grandes  letrados  religiosos  y  algunos  Provincia- 
les de  su  Orden.  Del  Orden  de  San  Francisco  comunicó  muchos  días 
al  padre  fray  Pedro  de  Alcántara,  de  quien  ella  se  precia  que  fué 
su  maestro,  y  que  fué  santO!,  y  que  le  vido  de  esta  vida  salir  derecho 
al  cielo;  comunicó  muchos  padres  de  la  Compañía,  en  especial,  al 
padre  Baltasar  ñlvarcz  y  al  padre  Salazar;  finalmente,  comunicó  toda 
su  vida  y  discursó,  desde  seis  años  hasta  los  cincuenta,  con  el  padre 
Maestro  Avila,  a  quien  envió  de  esto  una  larga  relación  por  medio  del 
padre  fray  Domingo  Báñez;  porque,  como  mujer  discreta,  temía  ser 
engañada  del  demonio,  y  se  veía  fundadora  de  esta  Religión,  deseaba 
ser  alumbrada  y  aprobada;  porque  como  mujer,  no  fuesen  tenidas  sus 
cosas  por  ilusión,  como  las  de  otras  mujeres.  De  todos  los  sobre- 
dichos y  de  otros  muchos  que  ella  refiere  en  la  dicha  Relación,  fué 
aprobada   y   estimada   en   vida   y    después   de  muerta. 

Muy  cierto  estoy  que  hizo  muchos  milagros  en  su  vida,  que,  por  no 
ser  necesaria  su  manifestación,  no  los  dijo  a  nadie.  Refirióme  Ana 
de  San  Bartolomé,  monja  de  su  monasterio  de  Avila,  que  fué  su  com- 
pañera muchos  años  en  sus  caminos  y  fundaciones,  de  cuya  vida 
y  costumbres  se  puede  presumir  mucho,  pues  tanto  tiempo  la  trajo 
consigo.  Di  jome  esta  monja,  que  la  aconteció  estar  un  mes  en  la  cama 
con  calentura  continua,  y  decirle  la  Madre:  mañana  nos  hemos  de 
partir  a  tal  parte,  y  ella  excusarse  por  su  enfermedad,  y  respon- 
derle: pues  habéis  de  ir  conmigo;  y  a  la  medianoche  hallarse  sin 
calentura  y  con  fuerzas  para  caminar,  pues  es  monja  harto  delicada 
y   muy   penitente. 

Díjome  que  la  acontecía  estarse  escribiendo  y  despachando  cartas 
hasta  las  dos  de  la  mañana,  porque  en  esto  fué  muy  combatida  de 
su  Orden  y  de  muchos  amigos,  que  deseaban  recibir  sus  cartas;  y 
elle  tan  comedida,  que  no  dejaba  de  responder  a  todas.  Acostábase  a 
aquella  hora  y  decía  que  la  dejase  dormir  dos  horas,  y  luego  la  des- 
pertase. Cuando  la  iba  a  despertar,  hallábala  con  el  rostro  inflamado, 
y  tan  hermoso,  que  la  ponía  admiración;  pero  que  en  dispertando, 
poco  a  poco  ge  volvía  a  su  color  ordinario,  que  era  de  mucha  peni- 
tencia. Alguna  vez  oyó  esta  monja,  que  mientras  la  Santa  Madre 
dormía  la  daban  música;  no  me  quiso  declarar  quién,  por  su  mo- 
destia, mas  de  que  era  muy  suave. 

Lo  que  yo  della  experimenté,  diré  aquí.  Confeséla  y  comulgúela  dos 


502  APÉNDICES 

vec€s,  cuando  dije  que  la  topé  en  Osma;  y  como  la  veía  descubierta, 
pude  experimentar  dos  cosas  que  en  sus  monasterios  no  podía  haber 
visto.  La  una,  que  con  llegar  a  comulgar  con  color  de  tierra,  así  por 
su  edad,  que  era  de  sesenta  y  siete  años,  como  por  sus  grandes  y  con- 
tinuas enfermedades,  trabajos  y  ayunos  y  vómitos,  que  por  más  de 
treinta  años  padeció,  como  Santa  Catalina  de  Sena,  en  recibiendo  en 
la  boca  a  Nuestro  Señor,  antes  de  tragar  el  Sacramento,  se  le  ponía 
el  rostro  hermosísimo  y  de  un  color  trasparente,  y  quedaba  con  una 
majestad  y  gravedad  tan  grande,  que  a  mí  me  causaba  gran  reve- 
rencia, porque  mostraba  bien  el  Huésped  que  había  recibido  y  cuan 
bien   aposentado  estaba. 

La  otra  fué,  que  con  tener  los  dientes  gastados,  negros  y  podri- 
dos, y  ella  de  la  edad  y  circunstancias  dichas,  le  olía  la  boca  como 
almizcle;  de  manera  que  yo  me  escandalicé,  y  pensé  entre  mí  que  no 
debía  de  ser  tan  santa  y  penitente  como  decía,  pues  usaba  de  olores 
y  cosas  confortativas,  y  con  esta  imaginación  pregunté  después  a 
sus  monjas  si  usaba  de  esos  olores.  Dijéronme,  que,  no  solamente  no 
los  comía,  pero  que  los  aborrecía  como  fuego,  porque  le  causaban 
intolerable  dolor  de  cabeza;  y  que  por  no  comer  algún  día  bizcocho 
con  olor,  se  quedaba  sin  cenar,  porque  si  le  comía  no  podía  dormir, 
y   su   cena  ordinaria   era   esto. 

Pero  como  todos  sus  deseos  tenía  puestos  en  la  salud  de  las 
almas,  acerca  de  estas  le  acontecieron  muchas  cosas  y  maravillosas; 
y  porque  ella  refiere  algunas  en  el  libro  de  su  Vida  y  Fundaciones, 
solamente  diré  una,  que  me  refirió  de  sí  mismo  un  perlado  principal  de 
una  de  las  insignes  casas  de  España.  Viéndose  una  vez  molestado 
de  una  tentación  sensual  importuna,  y  trayéndole  ya  de  vencida,  echó 
mano  a  un  papel  escrito  de  letra  de  esta  Santa  Madre,  y  besóle  con 
reverencia  y  deseó  le  ayudase  en  aquel  trabajo;  y  luego,  súbitamente, 
cesó  la  tentación,  y  quedó  tan  libre  de  ella,  como  si  saliera  de  tener 
muy  larga  oración.  El  me  lo  refirió  con  tanta  ternura,  que  a  mí  me 
puso  devoción  para  ayudarme  de  este  remedio  en  mis  trabajos,  y 
me  ha  valido. 

Las  demostraciones  de  su  sanfidad,  que  Nuestro  Señor  ha  hecho 
después  de  muerta,  piden  un  tratado  entero  y  muy  largo,  porque  son 
notables  y  dignas  de  gran  admiración;  solo  diré  lo  que  yo  vi  por 
mis   ojos,   y   que   cada   día   experimento   en   sus    reliquias. 

Como  viniese  de  la  fundación  del  monasterio  que  hizo  en  Burgos, 
y  cayese  mala  en  el  monasterio  de  Alba,  y  al  cabo  de  pocos  días  muriese, 
enterráronla  los  que  allí  se  hallaron,  el  día  de  San  Francisco,  como 
si  fuera  una  monja  común;  y  puesta  en  un  ataúd  con  pu  hábito,  cu- 
briéronla de  tanta  fierra,  piedra,  cal  y  agua,  que  el  ataúd  jse  quebró, 
y  el  cuerpo  se  cubrió  de  tierra  y  agua.  Hicieron  esto  las  monjas, 
porque,  como  temían  que  se  la  habían  de  llevar  de  allí  a  su  primer 
monasterio  de  Avila,  tuvieron  mucho  cuidado  de  hacer  mazonear  to- 
dos estos  pertrechos  de  manera,  que  dos  oficiales  estuvieron  dos  días 
tapiando  la  sepultura.  Mas  como  la  diligencia  humana  no  puede  im- 
pedir la  disposición  divina,  esto  sirvió  para  mayor  demostración  de 
su  sanfidad  y  no  para  salir  con  su  intento;  porque  como  por  ordenación 
del    Capítulo   provincial   que   se   celebró  en   Pastrana   el   año   de    1585, 


APEJíDICES  503 

siendo  Provincial  el  padre  Fray  Nicolás  de  Jesús,  tres  años  después 
de  su  muerte,  fuese  trasladada  de  Alba  a  la  ciudad  de  Añla,  de 
donde,  como  está  dicho,  era  natural  y  priora  al  tiempo  que  murió, 
abriendo  el  ataúd,  le  hallaron  lleno  de  tierra  y  podrido  el  hábito  con 
que  la  enterraron;  mas  el  cuerpo  entero,  sin  falta  de  un  cabello,  aun- 
que tan  apretada  la  tierral  a  su  cuerpo,  que  fueron  menester  cuchillos 
para  despegalla.  Desta  tierra  tomó  un  poco  Teresa  de  Jesús,  su  so- 
brina, y,  en^-uelta  en  unos  papeles  la  puso  en  su  pecho;  cuando  des- 
pués la  sacó  los  halló  tan  calados  y  untados  como  si  los  hubieran 
bañado  en  aceite.  De  esta  tierra  hube  yo  cantidad  de  una  avellana, 
y  estando  seca  como  arena,  porque  de  invierno  y  de  verano  la  traía 
en  el  pecho,  hacía  el  mismo  efecto;  y  hoy  día  le  hace,  al  cabo  de 
dos  años  que  se  apartó  de  su  cuerpo.  Puesta  en  Avila,  y  sabido  por 
algunos  lo  que  pasaba,  el  señor  Licenciado  Laguna,  oidor  del  Consejo 
Real,  muy  devoto  de  esta  Religión,  yéndose  a  holgar  al  Espinar,  quiso 
ir  desde  allí  a  ver  esta  maravilla.  Yo  tuve  licencia  para  ir  con  él, 
y  el  padre  Provincial  nos  la  dio  para  que  la  pudiésemos  ver.  Co- 
municado nuestro  viaje  con  el  señor  obispo  de  aquella  ciudad,  pa- 
recióle sería  servicio  de  Nuestro  Señor,  que  otros  se  hallasen  pre- 
sentes para  que  diesen  testimonio  de  la  verdad.  Sacóse  con  toda  re- 
verencia el  cuerpo  a  la  portería,  y  los  sobredichos  y  otras  personas, 
los  más  graves  que  había  en  aquella  ciudad,  y  notarios  y  médicos, 
vieron  su  cuerpo  entero  y  sin  corrupción,  y  con  muy  buen  olor,  tan 
asidos  los  huesos  y  niervos  unos  de  otros,  que  cuando  la  sacamos,  es- 
taba derecho,  sin  torcerse,  como  si  fuera  una  tabla;  y  tal,  que  cuan- 
do las  monjas  le  mudaron  el  hábito,  se  tenía  en  pie.  Tenía  sus  cabellos 
tan  asidos,  que  de  ellos  le  levantaron  la  cabeza,  llenos  de  carne  sus 
pechos,  y  su  vientre  con  sus  heces,  como  cuando  expiró.  Estaba  su 
carne  tratable,  que  con  tacto  del  dedo  se  hundía  y  se  levantaba. 

Cuando  de  Alba  la  trajeron,  por  consolar  las  monjas,  las  dejaron 
el  brazo  izquierdo;  y  aunque  no  fué  acertado  cortarle  redondo,  fué 
manifiesta  prueba  de  esta  milagrosa  incorrupción  lo  que  se  vio,  por- 
que se  descubrió  el  tuétano  amarillo,  y  el  hueso  blanco,  y  la  carne 
colorada  y  blanda,  quedando  el  hombro  tan  cerrado  y  macizo  con  su 
hebra,  como  si  cortaran  una  pierna  de  carne  por  medio  del  hueso. 
Esto  puso  mayor  admiración,  y  cierra  la  puerta  a  todas  las  calumnias 
que  se  podían  alegar;  y  con  ser  cuerpo  muerto,  tan  lleno  de  carne 
y  tan  macizo,  no  pesaba  tanto  como  pesara  un  niño  de  dos  años; 
de  manera,  que  parecen  aquí  tres  milagros:  la  incorrupción,  el  olor 
y  la  agilidad.  El  cuarto  no  es  de  menos  consideración;  porque  como 
la  hubiesen  puesto  un  paño  para  atajar  cierta  sangre,  de  que  murió, 
al  tiempo  que  la  limpiaban,  hallaron  el  paño  ensangrentado,  y  la 
sangre  fresca  como  si  entonces  acabara  de  salir;  de  manera  que  todos 
los  paños  y  papeles  que  toca,  quedan  tenidos  de  sangre;  y  en  ellos 
está  al  cabo  de  dos  años  tan  hermosa  y  colorada,  como  podrán  en- 
tender los  que  vieren  el  paño  que  de  su  cuerpo  se  tomó,  y  los  papeles 
y  lienzos  que  toca,  de  los  cuales  yo  tengo  uno  que  ha  teñido  otros 
que  ha  tocado. 

Para  concluir  esta  carta,  quiero  contar  a  vuestra  paternidad  una 
cosa    que    el    día    de    hoy    experimento,    que,    si    no    es   milagro,    tiene 


504  APÉNDICES 

de  ello  mucha  apariencia.  Por  gracia  de  esta  Santa  Madre,  que  quiso 
corresponder  a  mi  devoción,  iiube  un  artejo,  que  parece  ser  la  «parte 
de  la  uña  del  dedo  anular  de  la  mano  izquierda,  que  ha  poco  menos 
de  dos  años  que  se  cortó.  Yo  le  he  traído  en  el  pecho  todo  este 
tiempo,  al  cabo  del  cual  le  envolví  en  un  pañito  de  holanda,  por  sa- 
tisfacer a  Ja  (devoción  de  un  racionero  de  Córdoba;  y  habiéndole  tenido 
así  un  día,  cuando  se  le  quise  dar,  hallóle  todo  calado  de  aceite  muy 
oloroso,  y  tomé  otro  e  hice  lo  mismo,  y  así  he  hecho  veinte  y  seis 
días  que  han  pasado  hasta  hoy,  y  todos  los  cala  de  la  misma  manera. 
Entiendo  que  es  como  fuente  manantial,  porque  si  él  todo  fuera  aceite, 
ya  se  hubiera  muchas  veces  consumido,  y  esto  mismo  tienen  todas 
sus  reliquias. 

Otra  experiencia  tengo  del  olor  de  todas  sus  reliquias,  y  es,  que 
si  se  juntan  a  otras  cosas  olorosas,  las  hacen  perder  su  olor  y  toman 
el  de  las  reliquias.  En  una  caja  que  estaba  penetrada  del  olor  de  unas 
pastillas  muy  olorosas,  puse  de  la  tierra  y  de  estos  paños,  y  otras 
cosas  que  de  ella  he  podido  haber,  y  poco  a  poco  fueron  consumiendo 
el  olor  de  las  pastillas,  y  quedó  el  olor  de  las  reliquias,  sin  que  se 
les  pegase  cosa,  poco  ni  mucho,  del  olor  de  las  pastillas.  Sólo  un  hueso 
de  un  santo  que  puse  a  vuelta  de  ellas,  ese  tomó  el  olor  de  la 
caja,  y  el  día  de  hoy  le  tiene. 

No  dejaré  de  referir  lo  que  aconteció  en  un  monasterio  de  Cuer- 
va, cuatro  leguas  de  Toledo.  Yo  hube  una  estampa  en  papel  de  un 
Niño  Jesús,  sentado  y  dormido  en  un  corazón  inflamado,  que  fué 
registro  que  traía  en  su  Breviario  esta  Santa  Madre.  Pidióraela  la 
madre  Ana  de  los  Angeles,  priora  de  aquel  monasterio,  y  una  de 
las  primeras  compañeras  que  con  ella  salió  de  la  Encarnación  de 
Avila  a  la  fundación  de  su  primer  monasterio  de  Descalzas.  Ya  |se 
la  di  por  su  consuelo,  y  porque  estaría  más  bien  empleada  y  reveren- 
ciada en  su  poder.  Sucedió,  que  estando  una  monja  con  un  brazo  medio 
tullido  de  una  sangría,  y  muy  triste  de  verse  impedida,  que  no 
podía  servir  a  sus  hermanas,  la  señora  doña  Aldonza  Niño,  mujer  que 
fué  de  Garcilaso  de  la  Vega,  que  siendo  fundadora  de  aquel  ínonasterio, 
tomó  el  hábito  en  él,  doliéndose  de  esta  sierva  de  Dios.  Ja  dijo: 
«Espere,  hermana,  que  yo  la  quiero  sanar».  Y  diciendo  esto,  con 
mucha  fe  y  devoción  quitóle  los  emplastos  que  tenía  puestos  en  el 
brazo,  y  púsole  ¡sobre  la  postema  la  estampa  del  Niño  Jesús;  y  luego, 
por  espacio  de  media  hora,  la  salió  tan  gran  fuego  por  la  palma 
de  la  mano,  como  sí  en  el  brazo  estuviera  alguna  represa  de  llamas, 
y    sosegándose    este    fuego,    al    punto    quedó    sana. 

Supo  esto  una  buena  y  sincera  mujer,  labradora  y  andadera  del 
monasterio,  que  tenía  el  brazo  derecho  tan  malo  de  otra  sangría,  que 
cuando  con  buena  cura  estuviera  sana  en  dos  meses  fuera  mucho 
beneficio,  como  el  cirujano  que  la  curaba  lo  decía.  Pidió  a  las  monjas 
alguna  reliquia  de  la  Santa  ^adre,  y  diéronle  un  poco  de  tierra  de 
la  que  tengo  dicho  que  salió  pegada  a  su  cuerpo  cuando  la  sacaron 
del  sepulcro;  púsola  ¡sobre  su  brazo  a  mediodía,  y  quedándose  dormida 
en  el  zaguán  de  la  portería,  oyó  que  la  llamaron  al  torno,  a  su  pa- 
recer por  la  parte  de  adentro;  mas  unas  monjas  que  estaban  de  la 
otra    parte,    oyeron   los   golpes,   y    pensando   que   llamaban    afuera,   no 


APÉNDICES  505 

respondieron  por  ser  hora  de  silencio.  Llegando  la  mujer  al  torno, 
dijéronla,  y  no  supo  quién:  «Hermana,  mañana  a  tal  iiora  estaréis 
buena».  Y  así  fué,  que  otro  día,  que  fué  de  Santa  Ana,  a  la  misma 
hora,  lo  estuvo  ;¡  y  pudo,  en  testimonio  de  su  salud,  traer  con  el  brazo 
muchos  cántaros  de  agua,  con  que  llenó  una  tinaja.  Esto  supe  por 
relación  de  esta  señora  doña  Aldonza  y  de  la  mujer,  y  fué  notorio 
a  todo  el  lugar  y  a  su  Orden  (1). 
Todo  es  verdad,  y  por  tal  lo  firmo. 

Fray  Diego,  Obispo  de  Tarazona. 


1  |íasta  aquí  la  copia  del  A\s.  12.703  de  la  Biblioteca  Nacional.  La  mencionada  edición 
de  Ñapóles  añade  lo  siguiente,  porque  si  bien  cuando  escribió  esta  Relación  era  sólo  Visitador 
de  su  Orden,  cuando  la  publicaron  los  Carmelitas  Descalzos  ocupaba  la  sede  de  Tarazona. 


506  APÉNDICES 


XCIII 


ALGUNAS  COSAS  DE  SANTA  TERESA  DE  JESÚS  CONTADAS  POR  SU  AMIGA   DONA 
GUIOMAR  (1). 


R  19  de  ñgosto  de  1585,  en  Salamanca,  me  contó  doña  Guiomar  de 
Ulloa,  mujer  que  fué  en  ñvila  de  Francisco  de  Avila  Salobralejo,  algu- 
nas  cosas   de   la   madre  Teresa   de   Jesús,   de   las  cuales   escribí  éstas. 

Tuvo  en  su  casa  a  la  Madre  tres  años  de  una  vez,  que  por  andar 
ella  mal  dispuesta  y  desear  tener  lugar  para  comunicar  su  espíritu 
con  letrados  y  siervos  de  Dios  se  detuvo  tanto;  y  en  todo  este 
tiempo  estuvo  allí  en  la  misma  casa  la  M.  Maridíaz.  En  este  tiempo 
vio  en  ella  gran  cuidado  en  la  limpieza  del  alma  y  en  guardarse 
de  pecados  y  grandes  penitencias  de  muchas  disciplinas  y  cilicios, 
y  mucha  oración,  tanto  que  en  ítodo  el  día  casi  no  podía  gozar  de 
ella  sino  un  poco  después  de  comer  y  cenar.  Tenía  entonces  gran- 
des enfermedades  y  dos  vómitos  ordinarios  cada  día,  uno  a  la  no- 
che y  otro  a  la  mañana;  y  el  de  la  mañana  quitósele  nuestro  Señor 
para  que  comulgase. 

Después  se  volvió  a  la  Encarnación;  y  tenía  un  cuarto  bueno,  y 
en  él  unas  sobrinas  mozas  consigo.  Estas  comenzaron  a  decirla  una 
vez:  ¡oh,  si  tuviéramos  nosotras  en  este  cuarto  encerramiento  y  pe- 
nitencia, y  que  nadie  nos  estorbara!  Y  dijo  la  Madre  a  doña  Guio- 
mar:  ¿no  sabéis  qué  han  'dicho  estas  muchachas?  Esto  y  esto  (2).  Ella 
dijo:  ¡pluguiese  a  Dios  nuestro  Señor!  Otra  vez  viniéndola  a  hablar 
doña  Guiomar,  di  jola  la  Madre:  más,  que  sí,  sería  que  fuese  esto, 
que  tuviésemos  un  monesterio.  Y  deseándolo  la  doña  Guiomar,  dijo 
la  Madre:  ahora  yo  la  prometo  :que  pienso  que  ha  de  ser  algo  esto. 
Y  desde  allí  se  comenzó  a  tratar,  y  dieron  parte  de  ello  a  fray 
Ángel   de   Salazar,   que  era   Provincial. 

La  madre  se  confesó  primero  en  la  Compañía  con  el  Padre  Ceti- 
na (3),  y  después  con  lel  Padre  Prádanos  y  con  el  Padre  Baltasar 
Alvarez. 

El  principio  de  las  mercedes  que  nuestro  Señor  la  hizo,  fué  que 
estando  en  el  oratorio  sintió  grandísimo  olor,  de  tal  manera,  que 
anduvo  informándose  con  diligencia  de  sus  sobrinas  si  habían  echado 
algunos  olores  por  allí,  y  de  la  enfermería  que  estaba  cerca,  y  vio 
que   de  ninguna   de   aquellas  partes   venía   aquel   olor. 


1  Copia  esta  relación  el  Manuscrito  del  P.  Ribera,  que  se  guarda  en  la  Biblioteca  de  la 
Academia  de  la  Historia,  estante  11,  grada  5.a,  número  132,  dado  a  conocer  por  D.  José  Gómez 
Centurión  en  el  Boletín  de  Marzo  de  1915  de  dicha  Real  Academia,  y  por  el  P.  Fito  en  el  nú- 
mero de  Abril  de  la  misma  docta  publicación,  donde  inserta  este  relato  de  D.a  Guiomar. 

2  Al  margen  dice  Ribera:  «Estas  fueron  descalzas,  una  de  [ellas]  es  María  Bautista.» 

3  Parece  que  este  Padre  estuvo  en  Avila  antes  que  el  P.  Prádanos. 


APÉNDICES  507 

El  Padre  Frag  Pedro  de  Alcántara  dijo  de  ella:  después  de  la 
Sagrada  Escritura  y  de  lo  demás  que  la  Iglesia  manda  creer,  no  hay 
cosa    más    cierta    que    el    espíritu    de    esta    mujer    ser    de    Dios. 

El  Padre  Baltasar  ñlvarez  decía  a  Doña  Ana  Enríquez  algunas 
veces  grandes  encarecimientos  de  su  santidad;  y  decía  que  era  mu- 
cho más  que  lo  de  Maridíaz;  y  decía  también:  ¿Veis  a  Teresa  de 
Jesús  lo  que  tiene  de  Dios  y  lo  que  es?  Pues  con  todo  eso  para 
cuanto  yo  lo  digo  está  como  una  criatura. 

Cuando  compraron  la  casa  para  hacer  el  monesterio  de  san  Jo- 
seph  de  Avila  pusieron  allí  un  hombre  (1)  para  más  disimular,  porque 
ansí  se  pudiese  hacer  alguna  obra;  y  hicieron  una  pared  de  piedra 
ancha;  y  para  esto  doña  Guiomar  empeñó  un  cobertor  de  grana  y 
allí  se  quedó,  y  también  una  cruz  de  seda;  y  a  la  madre  con  su 
pariente  la  envió  30  ducados.  Un  día  sin  pensar  (y  al)  hallar  la  pa- 
red caída,  dijo  doña  Guiomar:  mire,  hermana,  que  esto  no  lo  debe 
de  querer  Dios;  ve  aquí  la  pared  caída,  y  no  tenemos  con  que  ha- 
cer cosa.  Ella  con  paz  y  con  esperanza  dijo:  Pues  si  se  ha  caído, 
tornarla  a  levantar.  Después  determinaron,  para  pasar  adelante  con 
la  obra,  de  enviar  a  pedir  a  Toro  a  su  madre  de  doña  Guiomar  30 
ducados;  y  estando  doña  Guiomar  en  duda  si  los  daría  su  madre, 
dijo  la  madre  Teresa  de  Jesús:  hermana,  los  30  ducados  ciertos  están, 
ya  el  mozo  que  enviamos  los  tiene  recebidos;  y  luego  de  allí  a  poco 
vino  el  mozo  con  ellos. 

Levántesela  gran  persecución  de  los  de  la  ciudad,  que  en  ninguna 
manera  querían  dejar  pasar  adelante  aquella  obra;  y  el  mismo  día  de 
la  mayor  contradicción  envió  a  Toro  a  doña  Guiomar  que  comprase 
una  campanilla  y  unos  misales. 

Estando  desahuciada  Inés  de  Jesús,  que  es  ahora  priora  de  Palen- 
cia,  y  dándola  todos  por  muerta,  dijo  la  madre  a  doña  Guiomar:  No 
morirá   de  este  mal,   que   para   más   que   eso   la   tiene   Dios   guardada. 

También  de  Juan  de  Ovalle,  estando  sin  esperanza  de  vida,  dijo 
que  no  moriría.  Un  niño  de  Juan  de  Ovalle,  que  ahora  vive,  estando 
en  todo  como  muerto  y  yerto  y  envarado  en  el  tiempo  que  Juan  de 
Ovalle  estaba  en  la  casa  para  que  se  hiciese  la  obra  del  monesterio, 
tomóle  la  madre,  y  atravesóle  sobre  sus  rodillas,  y  estuvo  un  poco 
ansí  llevando  la  boca  cerca  del  niño  y  avahándole;  de  allí  a  poco 
el  niño  quedó  desenvarado  y  vivió.  lEsto  vio  doña  Guiomar;  y  después 
estando  con  la  madre  la  dijo:  hermana,  ¿cómo  es  esto?  Aquel  niño, 
muerto  estaba;  ¿cómo  vivió?  Ella  sonreíase  y  no  respondía  nada, 
aunque  otras  veces  la  solía  reprehender,  cuando  decía  otras  cosas, 
y  decíala  que  para  qué  decía  aquellos  disparates. 


1      Juan  de  Ovalle,  cufiado  de  la  Santa. 


508  APÉNDICES 


XCIV 


REAL  DECRETO  DECLARANDO  FIESTA  NACIONAL  EL  DÍA  28  DE  MARZO  DE  1915, 
EN  QUE  SE  CUMPLE  EL  CUARTO  CENTENARIO  DEL  NACIMIENTO  UE  SANTA 
TERESA. 


Presidencia    del    Consejo    de    Ministros. 
Señor: 

El  día  28  de  Marzo  de  1915  será  memorable  en  los  ñnales  de 
España,  porque  en  él  se  lia  de  celebrar  el  IV  Centenario  del  nacimiento 
de  la  mística  Doctora  Santa  Teresa  de  Jesús,  gloria  imperecedera,  no 
sólo  del  mundo  católico  y  del  literario,  sino  de  ñvila,  su  cuna,  y  de 
la  nación  entera. 

Con  tal  motivo,  no  titubea  el  Gobierno,  seguro  de  interpretar  el 
sentir  unánime  de  las  provincias  todas  del  Reino,  en  proponer  a  V.  M. 
como  tiene  la  honra  de  hacerlo  el  Ministro  que  suscribe,  que  se  de- 
clare y  celebre  como  fiesta  nacional,  rindiendo  con  ello  tributo  insig- 
nificante   a    las    virtudes    y    merecimientos    de    castellana    tan    insigne. 

Fundado  en  las  precedentes  consideraciones,  tengo  la  honra  de 
someter  a  V.  jM.  el  adjunto  proyecto  de  decreto.  Madrid,  11  de  Enero 
de    1915.    Señor:    ñ   L.    R.    P.    de   V.   M.,   Eduardo   Dato. 

Real  decreto. — R  propuesta  del  Presidente  de  Mi  Consejo  de 
Ministros, 

Vengo   en    decretar   lo   siguiente: 

Artículo  único.  Se  declara  fiesta  nacional  el  día  28  de  Marzo  del 
presente  año,  en  que  se  cumple  el  IV  Centenario  del  nacimiento  de  la 
mística   Doctora   Santa   Teresa   de   Jesús. 

Dado  en  Palacio,  a  11  de  Eiiaro.— Alfonso.— El  Presidente  del 
Consejo   de   Ministros,   Eduardo   Dato. 


APÉNDICES  509 


xcv 


CIRCULAR     DEL    MINISTRO     DE     LA    GUERRA     DECLARANDO     A     SANTA    TERESA     PATRONA 
DEL    CUERPO    DE    INTENDENCIA    MILITAR    (1). 


Excmo.   Sr.: 

ñtendicndo  al  deseo  del  Cuerpo  de  Intendencia  de  tener  por  tu- 
telar a  la  ínclita  Doctora  Santa  Teresa  de  Jesús,  honra  de  nuestra 
raza  y  preciado  timbre  de  las  letras  patrias,  el  Rey  (q.  D.  g.),  de 
acuerdo  con  lo  informado  por  el  Provicario  general  castrense,  ha 
tenido  a  bien  declarar  a  tan  esclarecida  Santa,  Patrona  del  cuerpo 
y   tropas   de   Intendencia   militar. 

De  real  orden  lo  digo  a  V.  E.  para  su  conocimiento  y  demás 
efectos.  Dios  guarde  a  V.  E.  muchos  años.  Madrid  22  de  julio  de  1915. 

Echagüe. 


1      Publicóse  en  el  número  de  23  de  )ulio  de  1915,  página  279,  del  Boletín  Oficial  del  Mi- 
nisterio de  la  Guerra,  firmado  por  el  Excmo.  Sr.  D.  Ramón  Echagüe,  Conde  del  Serrallo. 


510 


APÉNDICES 


XCVI 


NOTAS      DEL      P.      JERÓNIMO      GRflCIAN      A      LA      VIDA      DE      SANTA      TERESA,      ESCRITA 
POR     ELLA    MISMA     (1). 


Capítulo   1    pág.       5  línea   13: 


Llamábase  Francisco  fllvarez  de  Cepeda. 

Llamábase   D.a    Beatriz   de   Ahumada. 

Rodrigo    de    Ahumada. 

Llamábase    D.a    María    de    Cepeda. 

Nuestra   S.^   de   Gracia   de   S.   Agustín. 

D.a   María   de   Cepeda. 

Llamábase   Juana   Suárez. 

La   Encarnación   de  Avila. 

Fué    día    de    las    Animas. 

El   Mtro.    Fr.   Domingo   Báñez   y    Fray 

García   de  Toledo. 
El    P.    Fr.    Pedro    Ibáñez. 
Fueron  /Waría   de   San    Pablo,   Ana   de 

los  Angeles,   D.a   María   de  Cepeda. 
Fr.  Vicente  Varrón. 
Fr.  Vicente  Varrón. 

La  M.   M.a   Bautista   la   vio   dos   veces. 
Habla    aquí   con   el    P.    Fr.    García    de 

Toledo. 
El   Mtro.   Daza. 
Francisco   de  Salcedo. 
El  P.  Zelina. 
D.a    Guiomar   de   ülloa,   mujer   que   fué 

de    Francisco   de   Avila. 
El  P.   Prádanos. 

Habla  con  el  P.  Fr.  García  de  Toledo. 
El    P.    Baltasar    Alvarez. 
Gonzalo    de    Aranda. 
D.a   Guiomar   de  Ulloa. 
El    P.   Baltasar   Alvarez. 


1  Prometimos  en  los  Preliminares,  t.  I,  página  CXXX,  publicar  estas  notas  marginales, 
que  el  P.  Jerónimo  Gracián  puso  a  la  Vida  de  la  primera  edición  de  las  Obras  de  la  Santa 
ü  que  el  P.  Andrés  de  la  Encarnación  tuvo  el  buen  acuerdo  de  copiar  en  sus  Memorias  His- 
toriales, letra  R,  núm.  138,  del  mismo  ejemplar  autógrafo  que  las  Carmelitas  Descalzas  de  Sa- 
lamanca enviaron  en  1751  al  Archivo  general  de  nuestro  convento  de  San  Hermenegildo  de 
Madrid.  Nadie  hasta  el  presente,  había  hecho  mérito  de  estas  notas  del  P.  Gracián. 

Las  citas  de  línea  ¡j  página  que  c!  P.  Gracián  puso  a  la  edición  príncipe,  corresponden  aquí 
a  nuestro  primer  tomo. 


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3 

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238 

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1 

» 

30 

» 

239 

» 

1 

APÉNDICES 


511 


Capítulo  32   pág.   269   línea  20: 


32 
33 
33 
33 
34 

3^1 
34 
34 
34 
35 
36 
36 
36 
36 
36 
36 
36 
36 
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38 
38 
38 
38 

38 
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40 
40 
40 


271 
276 
277 
282 
283 

286 
292 
292 
292 
300 
303 
304 
309 
310 
311 
313 
313 
313 
315 
334 
334 
335 
335 

342 
346 

364 
364 
365 


9: 
31; 
19: 
18: 


11 

8 
25 
27 

6 
10 
14 
16 

2 

5 

1 

3 
11 
13 
30 
34 
18 
30 

16: 
3: 

22 
24 
18 


El    P.    Fr.    Ángel    de    Salazar. 

El    P.    Fr.    Pedro    Ibañez. 

El    P.   Gaspar   de   Salazar. 

El    P.    Baltasar    Hlvarez. 

D.   ñlvaro    de   Mendoza. 

D.3  Luisa  de  la  Cerda,  mujer  que  fué 
de   Arias   Pardo. 

El   P.    Fr.   García   de   Toledo. 

El   P.   Fr.   García   de   Toledo. 

Martín    de    Guzmán. 

D.3  María  de  Cepeda. 

El    P.    Domeneque. 

Francisco   de   Salcedo. 

Juan    de    Ovalle. 

D.a    Isabel    de    Avila. 

Fr.   Ángel    de   Salazar. 

El   Mtro.    Fr.   Domingo   Báñez. 

Gonzalo  de  Aranda. 

Francisco    de    Salcedo. 

El  Mtro.  Daza. 

Fr.  Pedro  Ibáñez. 

Fr.  Pedro  Ibáñez. 

Fr.   Pedro   Ibáñez. 

Baltasar   Alvarez, 

Compañía  de  Jesús  (no  se  nombraba 
en    aquella    impresión). 

Fr.   Matías. 

Era  su  primo  hermano,  llamábase  Pe- 
dro Mcxía. 

La    de    Sto.    Domingo. 

Santo    Domingo. 

Era  el  Inquisidor  Soto,  obispo  de  Sa- 
lamanca. 


APÉNDICES  A   LAS   RELACIONES   ESPIRITUALES 

DE  SANTA  TERESA  DE  JESÚS 

(Tomo  II) 


II  53 


APÉNDICES  515 


XCVII 


LAS  RELACIONES  DE  SANTA  TERESA  A  SUS  CONFESORES  SEGÚN  EL  CÓDICE  DE 
TOLEDO   (1). 


Relación  que  hizo  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  de  con  quien 
ha  tratado  y  comunicado  de  (sic)  su  espíritu. 

1.  Esta  monja  ha  cuarenta  años  que  tomó  el  hábito,  y  desde  el 
primero  comenzó  a  pensar  en  la  pasión  de  Nuestro  Señor  por  los 
misterios  algunos  ratos  del  día  y  en  sus  pecados,  sin  nunca  pensar 
en  cosa  que  fuese  sobrenatural,  sino  en  las  criaturas  o  cosas,  de  que 
sacaba  cuan  presto  se  acaba  todo;  en  mirar  por  las  criaturas  la  gran-; 
deza  de  Dios  y  el  amor  que  nos  tiene;  esto  le  hacía  mucha  más 
gana  de  servirle  que  por  el  temor  nunca  fué  ni  le  hacía  al  caso;  siem- 
pre con  gran  deseo  de  que  fuese  alabado  y  su  gloria  augmentada. 
Por  esto  era  cuanto  rezaba  sin  hacer  nada  por  sí,  que  le  parecía 
que  iba  poco  en  padecer  en  purgatorio  a  trueque  de  questa  se  acre- 
centase, aunque  fuese  muy  poquito.  En  esto  pasó  como  veinte  y  dos 
años  con  grandes  sequedades,  que  jamás  le  pasó  por  pensamiento  de- 
sear más,  porque  se  tenía  por  tal,  que  aun  pensar  en  Dios  le  parecía 
no  merecía,  sino  que  le  hacía  Su  Majestad  mucha  merced  en  dexarla 
estar  delante  del  rezando  y  leyendo  también  en  buenos  libros.  Habrá 
como  diez  y  ocho  años,  cuando  se  comenzó  a  tratar  del  primer  mo- 
nasterio que  fundó  de  Descalzas,  que  fué  en  Avila,  tres  o  dos 
años  antes,  creo  son  tres,  que  comenzó  a  aparecerlc  que  le  hablaba 
interiormente  algunas  veces  y  ver  algunas  visiones  y  revelaciones  in- 
teriormente con  los  ojos  del  alma,  que  jamás  vio  cosa  con  los  ojos 
corporales  ni  la  oyó.  Dos  veces  le  parece  que  oyó  hablar,  mas  no 
entendió  cosa  alguna.  Era  una  reprensión  cuando  estas  cosas  veía 
interiormente,  que  no  duraba  sino  como  un  relámpago  lo  más  ordi- 
nario, mas  quedábasele  tan  impreso  y  con  tanto  efecto,  como  si  lo 
viera  con  los  ojos  corporales  y  más.  Ella  era  entonces  tan  temerosí- 
sima de  su  natural,  que  aun  de  día  no  osaba  estar  sola  algunas  ve- 
ces; y  como  aunque  más  lo  procuraba  no  podía  excusar  esto,  anda- 
ba  afligida   mucho,   temiendo  no   fuese  engaño   del   demonio,  y   comen-^ 


1  Prometimos  en  la  «Introducción»  publicar  íntegro  el  Códice  de  las  Relaciones  de  las 
Carmelitas  Descalzas  de  Toledo,  conforme  a  la  reproducción  fotográfica  que  poseemos.  En  aten- 
ción a  los  lectores,  señalamos  en  nota  la  Relación  equivalente  del  texto  que  damos  en  el  pre- 
sente tomo,  para  facilitar  así  el  cotejo  a  quien  guste  de  hacerlo.  Esta  primera  Relación  corres- 
ponde a  la  IV,  p.  21.  Para  mejor  distinguir  unas  de  otras  relaciones,  les  ponemos  numeración, 
aunque  no  la  llevan  en  el  original. 


516  APÉNDICES 

zólo  a  tratar  con  personas  espirituales  de  la  Compañía  de  Jesús, 
entre  los  cuales  fueron  el  P.  flraoz,  que  era  Comisario  de  la  Compa- 
ñía, que  acertó  a  ir  ahí;  el  P.  Francisco,  que  fué  Duque  de  Gandía 
trató  dos  veces,  y  a  un  provincial  que  está  agora  en  Roma,  ques 
uno  de  los  cuatro  señalados  que  dicen  asistentes,  llamado  Gil  Gon* 
zález,  y  aun  a  el  que  agora  lo  es  en  Castilla,  aunque  a  éste  no 
trató  tanto.  Hl  P.  Baltasar  ñlvarez  ques  agora  Rector  en  Salamanca, 
que  la  confesó  seis  años  en  este  tiempo,  y  al  Rector  ques  agora  de 
Cuenca,  llamado  Salazar,  y  al  de  Segovia  llamado  Santander,  al  de 
Burgos  llamado  Ripalda,  el  cual  estaba  mal  con  ella,  de  que  había 
oído  estas  cosas,  hasta  que  después  la  trató,  ñl  Doctor  Paulo  Her- 
nández en  Toledo,  que  era  Consultor  de  la  Inquisición,  el  Rector 
que  era  de  Salamanca  cuando  le  habló  el  licenciado  Gutiérrez,  y  a 
otros  padres  algunos  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  se  entendía  ser 
espirituales,  que  como  estaban  en  los  lugares  do  iba  a  fundar,  los 
procuraba.  Y  al  P.  Fr.  Pedro  de  ñlcántara,  que  era  un  varón  santo 
de  los  Descalzos  de  San  Francisco,  trató  mucho,  y  fué  el  que  pasó  mu- 
cho porque  se  entendiese  que  era  buen  espíritu.  Estuvieron  más  de 
seis  años  haciendo  hartas  pruebas,  como  largamente  está  escrito  y 
adelante  se  dirá,  y  ella  con  hartas  lágrimas  y  aflicciones;  mientras 
más  pruebas  se  hacían,  más  tenía,  y  suspensiones  o  arrobamientos 
hartas  veces,  aunque  no  sin  sentido.  Hacíanse  hartas  oraciones  y  de- 
cíanse misas,  porque  el  Señor  la  llevase  por  otro  camino,  porque  su 
temor  era  grandísimo  cuando  no  estaba  len  la  oración,  aunque  en 
todas  las  cosas  que  tocaban  a  estar  su  alma  mucho  más  aprovechada 
se  veía  gran  diferencia,  y  ninguna  vanagloria  ni  tentación  della,  ni 
soberbia,  antes  se  afrentaba  mucho  y  se  corría  de  ver  que  se  entendía 
aunque  si  no  era  a  confesores  y  a  personas  que  le  habían  de  dar 
luz,  jamás  trataba  nada,  y  aun  esto  sentía  más  decirlo  que  si  fueran 
graves  pecados,  porque  le  parecía  que  se  sabían  della,  y  que  eran 
cosas   de   mujercillas,    que   siempre    las   había    aborrecido    oir. 

Habrá  como  trece  años  poco  más  o  menos  que  después  de  fun- 
dado San  Josef  de  ñvila,  adonde  ella  se  había  pasado  del  otro  mo- 
nasterio, fue  allí  el  obispo  ques  agora  de  Salamanca,  D.  Francisco 
Soto  de  Salazar,  que  era  Inquisidor,  no  sé  sí  en  Toledo  o  en  Ma- 
drid y  Jo  había  sido  en  Sevilla.  Ella  procuró  de  hablarle,  para  asegu- 
rarse más,  y  dióle  cuenta  de  todo,  y  él  dixo  que  no  era  todo  cosa 
que  tocaba  a  su  oficio,  porque  todo  lo  que  ella  veía  y  entendía  siem^ 
pre  la  afirmaba  más  en  la  fe  católica,  que  siempre  ésta  estuvo  y  está 
firme  y  con  grandísimos  deseos  de  Ja  honra  de  Dios  y  bien  de  las 
almas,  que  por  una  se  dejara  matar  muchas  veces;  y  díxole  tam- 
bién, como  la  vio  tan  fatigada,  que  lo  escribiese  todoi  y  toda  su  vida 
a  el  Mtro.  Avila,  que  era  hombre  que  entendía  mucho  de  oración, 
y  que  con  lo  que  le  escribiese  se  sosegase;  y  ella  lo  hizo  así,  y  es- 
cribió sus  pecados  y  vida,  y  él  la  escribió  y  consoló  asegurándola 
mucho.  Fué  de  suerte  esta  relación  que  todos  los  letrados  que  la 
han  visto,  que  eran  sus  confesores,  decían  que  era  de  gran  provecho 
para  aviso  de  cosas  espirituales,  y  mandáronle  que  la  trasladase,  y 
hiciese  otro  libro  para  sus  monjas  (que  era  Priora),  adonde  les  diese 
algunos   avisos.   Con   todo   esto   a   tiempos   no   le   faltaban   temores,   g 


APÉNDICES  517 

pareciéndoles    que    personas    espirituales    también    podían    estar    enga- 
ñadas,  como  ella  dixo   a  su  confesor  que  si  quería  tratase  a  algunos 
grandes   letrados,    aunque   no   fuesen   dados   a   la   oración,   porque   ella 
no  quería  saber  sino  si  era  conforme  a  la  Sagrada  Escritura  todo  lo 
que  tenía.  Algunas  veces  se  consolaba  pareciéndole  que  aunque  por  sus 
pecados  merecía  ser  engañada,  que  tantos  buenos  como  deseaban  darla 
luz,  no  permitiría  el  Señor  fuesen  engañados.  Con  este  intento  comenzó 
a  tratar  con  Padres  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  con  quien  antes 
destas  cosas  se  había  confesadoi,   y  en  esta   Orden  son  éstos  los  que 
ha   tratado.    El    P.    Fr.   Juan   Vicente   Barrón   la   confesó   año   y   medio 
en    Toledo,    que    entonces    era    Consultor    del    Sto.    Oficio,    y    antes    de 
estas  cosas  la  había  comunicado  muchos  años,  y  era  gran  letrado:  éste 
la    aseguró   mucho,    y    también   los   de    la   Compañía.    Todos    le   decían 
que   si    no    ofendía   a   nuestro   Señor,   y    se   conocía    por   ruin,   que    de 
qué  temía.  Con  el   P.   Presentado  Fr.  Pedro  Ibáñez,  que  agora  está  en 
Valladolid   por   regente  en  el   Colegio  de   S.   Gregorio,   que  la  confesó 
seis    años,    y    siempre    trataba    con    él    por    cartas    cuando    se    ofrecía 
algo.   Con   el   Mtro.   Chaves,   con   el    P.    Mtro.    Fr.    Bartolomé   de   Me- 
dina,   Catedrático    de    Prima   en    Salamanca,    el    cual    sabía    que   estaba 
muy   mal   con  ella   por  lo  que  desto  había  oído,   y   parecióle  que  éste 
le  diría  mejor  si  iba  engañada,  por  tener  tan  poco  crédito,  y  esto  ha 
poco   más   de   dos   años.    Procuró   de   confesarse   con   él,   y   dándole   de 
todo  grande  relación,  de  todo  el  tiempo  que  allí  estuvo,  y  vio  lo  que 
había   escripto   para   que   mejor   lo  entendiese;    y   él   la    aseguró   tanto 
y   más  que  todos  los  demás  y   quedó  muy   su   amigo.  También  se  con- 
fesaba   con    Fray    Filipe   de    Meneses    algún    tiempo,    cuando   fundó   en 
Valladolid,  y  era  el   Rector  de  aquel  Colegio  de  S.  Gregorio,  y  antes 
había  ido  a  ñvila,  habiendo  oído  estas  cosas  para  hablarla  con  harta 
caridad,    queriendo    ver    si    iba    engañada    para    darle    luz;    y    si    no 
para   tornar  por  ella  cuando  oyese  mormurar;    y   satisfizo  mucho,   par- 
ticularmente  con    un    provincial    de    Sto.    Domingo   que   se    llamaba    Sa^ 
linas,    hombre    muy    espiritual,    y    con    otro    Presentado    llamado    Lunar, 
que  era  en  Sto.  Tomás  de  ñvila,  y  en  Scgovia  otro  llamado  Fr.  Diego 
de  Yanguas,  Lector,  también  la  trató.  Y  entre  estos  Padres  de  Sto.  Do- 
mingo,   no    dejaban    de   tener    algunos    harta    oración,    y    aun    quizá    to- 
dos. Algunos  otros  que  en  tantos  años  ha  habido  lugar  para  ello,  en 
especial    como    andaba   en   tantas    partes   a    fundar.    Hanse    hecho    har- 
tas  pruebas,   porque   todos   deseaban    acertar   a   dar   luz,   por   donde   la 
han   asegurado,   y   se   ha   asegurado.   Siempre   jamás   ha   deseado   estar 
sujeta  a  lo  que  le  mandaban,  y   así  se  afligía  cuando  en  estas  cosas 
sobrenaturales    no    podía    obedecer.    Y    su    oración    y    la    de    las    mon- 
jas que  ha  fundado  siempre  es  con   gran  cuidado  por  el   aumento  de 
la   santa   fe  católica,   y   por  esto  comenzó  el   primer  monasterio   junto 
con  el  bien  de  su  Orden.  Decía  ella  que  cuando  algunas  cosas  destas 
le    inducieran    contra    lo    que   jla    fe   católica    y    ley    de    Dios,    que   no 
hubiere    menester    andar    a    buscar    letrados    ni    hacer    pruebas,    porque 
luego  viera  que  era  demonio.  Jamás  hizo  cosa  por  lo  que  entendía  en 
la  oración;    antes  cuando  le  decían  sus  confesores  que  hiciese  lo  con- 
trario,   lo    hacía    sin   ninguna    pesadumbre,    y    siempre   les    daba   parte 
de   todo.   Nunca   creyó   tan   determinadamente   que   era   Dios,   con    todo 


518  APÉNDICES 

cuanto  le  decían  que  sí,  que  lo  jurara;  aunque  por  los  efectos  y  gran- 
des mercedes  que  le  había  hecho  en  algunas  cosas  le  parecía  buen 
espíritu,  mas  siempre  deseaba  virtudes  más  que  nada,  y  en  esto  ha 
puesto  sus  monjas,  diciéndoles  que  la  más  humilde  y  mortificada 
aquella    será    la    más    espiritual. 

Todo  lo  que  está  dicha  y  escripto  dio  al  P.  Fr.  Domingo  Báñez 
ques  el  questá  en  Valladolid,  y  es  con  quien  más  tiempo  ha  tratado. 
El  los  ha  presentado!  a  el  Santo  Oficio  en  Madrid.  En  todo  lo  que  se 
ha  dicho  se  sujeta  a  la  fe  católica  y  iglesia  Romana;  ninguno  le 
ha  puesto  culpa,  porque  estas  cosas  no  están  en  mano  de  naide  y  nues- 
tro  Señor  no  pide  lo  imposible. 

La  causa  de  haberse  divulgado  tanto  es,  que  como  andaba  con  te- 
mor y  lo  ha  comunicado  a  tantos,  unos  lo  decían  a  otros;  que  también 
un  desmán  que  acaeció  con  esto  que  había  escripto,  ha  tenido  tan 
grandísimo  tormento  y  cruz  que  le  cuesta  muchas  lágrimas.  Dice  ella 
que  no  por  humilde  sino  por  lo  que  queda  dicho;  y  parecía  permisión 
de  Dios  para  atormentarla,  porque  mientras  uno  decía  más  mal  de  lo 
que  los  otros  habían  dicho,  dende  a  poco  decía  él  más.  Tenía  extremo 
de  no  se  sujetar  a  quien  le  parecía  que  creía  era  de  Dios  todo;  porque 
luego  temía  les  había  de  engañar  a  entrambos  el  demonio;  y  con 
quien  vía  temeroso  trataba  su  alma  de  mejor  gana;  aunque  bien  le 
daban  pena,  cuando  por  probarla  del  todo  despreciaban  estas  co- 
sas, porque  le  parecían  algunas  muy  de  Dios,  y  no  quisiera  que,  pues 
no  veían  causa,  las  condenaran  tan  determinadamente.  Tampoco  como 
que  creyeran  que  todo  era  Dios,  porquella  entendía  muy  bien  que 
podía  haber  engaño.  Jamás  se  podía  asegurar  del  todo  en  lo  que 
podía  haber  peligro.  Procuraba  lo  más  que  podía,  en  ninguna  cosa  ofen- 
der a  Dios,  y  siempre  obedecer;  y  con  estas  dos  cosas  se  pensaba 
librar  con  el  favor  divino  aunque  fuese  demonio.  Desde  que  tuvo  co- 
sas sobrenaturales  siempre  se  inclinaba  su  espíritu  a  buscar  lo  más 
perfecto,  y  casi  de  ordinario  tenía  gran  deseo  de  padescer;  y  en 
las  tribulaciones  que  tía  tenido,  que  son  muchas,  se  hallaba  consola- 
da y  con  amor  particular  a  quien  la  perseguía;  gran  deseo  de  po- 
breza y  soledad!»,  y  de  salir  deste  destierro  por  ver  a  Dios.  Por  estos 
efectos  y  otros  semejantes  se  comenzó  a  sosegar,  pareciéndola  que 
espíritu  que  la  dexaba  con  estas  virtudes  no  sería  malo,  y  así  lo 
decían  los  que  la  trataban,  aunque  para  dexar  de  temer  no,  sino  para 
no  andar  tan  fatigada  como  estaba.  Jamás  su  espíritu  la  persuadía 
a  que  encubriese  cosa  alguna,  sino  a  que  obedeciese  siempre.  Nunca 
con  los  ojos  del  cuerpo  vio  nada,  como  queda  dicho,  sino  con  una 
delicadeza  y  cosa  intelectual,  que  alguna  vez  pensaba,  a  los  princi- 
pios, si  se  le  había  antojado;  otras  no  lo  podía  pensar,  y  estas  cosas 
no  eran  continuas,  sino  por  la  mayor  parte  en  alguna  necesidad,  como 
fué  una  vez  que  había  estado  unos  días  con  unos  tormentos  interio- 
res y  un  desasosiego  en  el  alma  interior  de  temor  si  la  traía  enga-t 
fiada  el  demonio,  como  muy  largamente  escribió  en  aquella  Relación, 
que  tan  públicos  han  sido  sus  pecados,  porque  están  allí  como  lo 
demás,   porquel  miedo  que  traía  ha  hecho  olvidar  a  su  crédito. 

Estando  así  con  esta  aflicción,  tal  que  no  se  puede  creer,  con  sólo 
entender  esta  palabra  en  lo  interior:  yo  soy,  no  hayas  miedo,  quedaba 


APÉNDICES  519 

el  alma  tan  quieta,  animosa  y  confiada,  que  no  podía  entender  de 
dónde  le  habla  venido  tan  grande  bien,  pues  no  tiabían  bastado  con- 
fesores, ni  bastaran  muchos  letrados  con  muchas  palabras  para  ponella 
en  aquella  paz  y  quietud,  que  con  una  sola  le  había  puesto,  y  así 
otras  veces  le  acontecía  que  con  alguna  visión  quedaba  fortalecida;  por- 
que, a  no  ser  esto,  no  pudiera  haber  pasado  tan  grandes  trabajos 
y  contradiciones  y  enfermedades,  que  han  sido  sin  cuento,  y  pasa, 
aunque  no  tantas,  porque  jamás  anda  sin  algún  género  de  padecer. 
Hay  más  y  menos;  lo  ordinario  es  siempre  dolores  con  otras  hartas 
enfermedades,  aunque  de  las  mercedes  muchas  veces  se  acuerda,  mas 
no  puede  mucho  detenerse  allí,  como  en  los  pecados  que  siempre 
la  están  atormentando  lo  más  ordinario,  como  un  cieno  de  mal  olor; 
el  haber  tenido  tantos  pecados  debe  de  ser  causa  de  no  ser  tentada 
de  vanagloria. 

Jamás  con  cosa  de  su  espíritu  tuvo  cosa  que  no  fuese  limpia  y 
casta,  ni  le  parece,  si  es  buen  espíritu,  y  tiene  cosa  sobrenatural,  se 
pueda  itener,  porque  queda  todo  descuidado  de  su  cuerpo,  ni  hay  memo- 
ria del  que  todo  semplca  en  Dios.  También  tiene  un  gran  temor  de  no 
ofender  a  Dios  Nuestro  Señor,  y  desea  hacer  en  todo  su  voluntad. 
Esto  le  supliqué  siemprel  y  a  ^u  parecer  estaba  determinada  a  no  salir 
dello,  que  jamás  le  dirán  cosa  sus  confesores  que  la  tratan  de  que 
pensase  más  servir  a  Dios,  que  no  lo  hiciese  con  el  favor  de  Dios 
y  confiada  en  que  Su  Majestad  ayuda  a  los  que  se  determinan  para 
su  servicio  y  para  gloria  suya;  no  se  acuerda  de  sí  más  ni  de  su  pro- 
vecho, en  comparación  desto,  que  si  no  fuese,  en  cuanto  puede  en- 
tender de  sí  y  entienden  sus  confesores.  Es  todo  gran  verdad  lo  que 
va  en  este  papel,  y  se  puede  probar  con  ellos,  y  con  todas  las  personas 
que  la  tratan,  de  veinte  años  a  esta  parte.  Muy  ordinario  le  mueve  su 
espíritu  a  alabanzas  de  Dios,  y  querría  que  todo  el  mundo  entendiese 
en  esto,  aunque  a  ella  le  costase  mucho.  De  aquí  le  nace  el  deseo 
del  bien  de  las  almas,  y  viendo  cuan  basura  son  las  cosas  deste 
mundo  y  cuan  preciosas  las  interiores,  que  no  tienen  comparación,  ha 
venido    a    tener   las   cosas    del   en    poco.    Laus   Deo. 

La  manera  de  visión  que  V.  m.  quiere  saber,  es  que  no  se  vee  nin- 
guna cosa  exterior  ni  interiormente,  porque  no  es  imaginaria;  mas  sin 
verse  nada  entiende  lo  que  es  y  hacia  donde  se  representa,  más  clara- 
mente que  si  lo  viese,  salvo  que  no  se  le  representa  cosa  particular, 
sino  como  si  una  persona,  pongamos,  que  sintiese  questá  otra  per- 
sona cabe  ella,  y  porquestá  a  escuras  no  la  vee,  mas  cierto  entien- 
de questá  allí,  salvo  que  no  es  ésta  bastante  comparación;  porque 
questá  a  escuras  por  alguna  vía  oyendo  ruido,  o  habiéndola  visto  antes, 
entiende  questá  allí  o  la  conoce  de  antes,  pero  acá  no  hay  nada  desto, 
sino  que  sin  palabras  exteriores  e  interiores  entiende  el  alma  clarísi- 
mamente  quién  es  y  hacia  qué  parte  estáj,  y  a  las  veces  lo  que  quiere 
significar;  por  dónde  o  cómo  lo  entiende,  ella  no  lo  sabe,  mas  ello 
pasa  así  y  lo  que  dura  no  puede  innorarlo;  y  cuando  se  quita,  aun- 
que más  quiere  imaginarlo  como  antes,  no  aprovecha,  porque  se  vee 
ques  imaginación,  y  no  representación,  questo  no  está  en  su  mano. 
Y  ansí  son  todas  las  cosas  sobrenaturales.  Y  de  aquí  viene  no  te- 
nerse  en    nada    a   quien    Dios   hace   estas   mercedes,    sino   muy   mayor 


520  APÉNDICES 

humildad  que  antes,  porque  vee  que  es  cosa  dada,  y  que  ella  allí 
no  puede  quitar  ni  poner,  y  queda  más  amor  y  deseo  de  servir  a  el 
Señor  tan  poderoso  que  puede  lo  que  acá  no  podemos  entender,  así 
como,  aunque  más  letras  tengan,  hay  cosas  que  no  se  alcanzan.  Ben- 
dito  sea  d   que  lo   da.   Hmén   para  siempre. 

De  la  oración  de  la  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús  (1). 

2.  Son  tan  dificultosas  de  decir,  y  más  de  manera  que  se  pueden 
entender  estas  cosas  del  espíritu  interior,  cuanto  más  con  brevedad 
pasan,  que  si  la  obediencia  no  lo  hace,  será  dicha  atinar,  en  especial 
en  cosas  tan  dificultosas.  Mas  poco  va  en  que  desatine,  pues  va  a 
manos  que  otras  mayores  habrá  entendido  de  mí.  En  todo  lo  que  dixere, 
suplico  a  vuestra  merced  que  entienda  que  no  es  mi  intento  pensar 
ques  acertado,  que  yo  podré  no  entenderlo;  mas  lo  que  puedo  cer- 
tificar, es  que  |no  diré  cosa  que  no  haya  experimentado  algunas  y 
muchas  veces.  Si  es  bien  o  mal,  vuestra  merced  lo  verá  y  me 
avisará  dello. 

Paréceme  será  dar  gusto  a  vuestra  merced  comenzar  a  tratar  del 
principio  de  cosas  sobrenaturales,  quen  devoción,  ternura,  y  lágrimas 
y  meditación  que  acá  podemos  adquirir  con  ayuda  del  Señor,  enten- 
didas están. 

La  primera  oración  que  sentí,  a  mi  parecer  sobrenatural,  que 
llamo  yo  lo  que  con  mi  industria  y  diligencia  no  se  puede  adquirir, 
aunque  mucho  se  procure,  aunque  disponer  para  ello  sí,  y  debe  de 
íhacer  mucho  al  caso,  es  un  recogimiento  interior  que  se  siente  en 
el  alma,  que  parece  ella  tiene  allá  otros  sentidos,  como  acá  los  inte- 
riores, que  ella  en  sí  parece  se  quiere  apartar  de  los  bullicios  exte- 
riores; y  así  algunas  veces  los  lleva  tras  sí,  que  le  da  gana  de  cerrar 
los  ojos  y  no  ver  ni  oír,  ni  entender  sino  aquello  en  que  el  alma 
entonces  se  ocupa,  que?í  poder  tratar  con  Dios  a  solas.  Aquí  no  se 
pierde  ningún  sentido  ni  potencia,  que  todo  está  entero;  mas  estálo 
para  emplearse  en  Dios.  Y  esto,  a  quien  Nuestro  Señor  lo  hubiere 
de  dar,  será  más  fácil  dentender;  ^  a  quien  no,  a  lo  menos  serán  me- 
nester  muchas    palabras    y    comparaciones. 

Deste  recogimiento  viene  algunas  veces  una  quietud  y  paz  inte- 
rior muy  regalada,  questá  el  alma  que  no  le  parece  le  falta  nada; 
que  aun  el  hablar  la  cansa,  digo  el  rezar  y  el  meditar;  no  querría 
sino    amar;    dura    rato   y    aun    ratos. 

Desta  oración  suele  proceder  un  sueño  que  llaman  de  las  poten- 
tías  (2),  que  ni  está  absorto,  ni  tan  suspenso  que  se  puede  llamar  arre- 
batamiento. Runque  no  es  del  todo  unión,  alguna  vez,  y  aun  muchas, 
entiende  el  alma  questá  unida  sola  la  voluntad,  y  sentiende  muy  claro, 
digo  claro,  a  lo  que  parece.  Está  empleada  toda  en  Dios,  y  vee  el 
alma  la  falta  de  poder  estar  ni  obrar  en  otra  cosa;  y  las  otras  dos 
potencias   están    libres    para    negocios    y    obras    del    servicio    de    Dios. 


1  Relación  V,  p.  31. 

2  Esta  u  las  cuatro  lineas  siguientes  están  repetidas  en  el  Códice. 


APÉNDICES  521 

En  fin,  andan  juntas  ^arta  y  María.  Yo  pregunté  al  Padre  Fray 
Francisco  (1)  si  sería  engaño  esto,  y  me  dijo,  que  muchas  veces 
acaescia. 

Cuando  es  unión  de  todas  las  potencias,  es  muy  diferente;  porque 
ninguna  cosa  puede  obrar,  porque  el  entendimiento  está  como  espan- 
tado. La  voluntad  ama  más  quentiende;  mas  ni  entiende  si  ama  ni 
qué  hace  de  manera  que  lo  puede  decir  la  memoria,,  a  mi  parecer,  que 
no  hay  ninguna,  ni  pensamiento,  ni  aun  por  entonces  son  los  sentidos 
dispiertos,  sino  como  quien  les  perdió  para  más  emplear  el  alma 
en  lo  que  goza,  a  raí  parecer;  que  para  aquel  breve  espacio  se 
pierden;  pasa  presto.  En  la  riqueza  que  queda  en  el  alma  de  numildad 
y  otras  virtudes  y  deseos,  sentiende  el  gran  bien  que  le  vino  de 
aquella  merced;  mas  no  se  puede  decir  lo  ques;  porque,  aunque  el 
alma  se  da  a  entender,  no  sabe  cómo  lo  entiende  ni  decirlo.  R  mi 
parecer,  si  ésta  es  verdad,  es  la  mayor  merced  que  Nuestro  Se- 
ñor hace  en  este  camino  espiritual,  a  lo  menos  de  las  grandes. 

Arrobamientos  y  suspensiones,  a  mi  parecer,  todo  es  imo,  sino 
que  yo  acostumbro  a  decir  suspensión,  por  no  decir  arrobamiento, 
quespanta;  y  verdaderamente,  también  se  puede  llamar  suspensión  esta 
unión  que  queda  dicha.  La  diferencia  que  hay  del  arrobamiento  a 
ella,  es  que  dura  más  y  siéntese  más  en  esto  exterior,  porque  se  va 
acortando  el  huelgo,  de  manera  que  no  se  puede  hablar,  ni  los  ojos 
abrir;  aunquesto  mismo  se  hace  en  la  unión,  es  acá  con  mayor  fuerza, 
porquel  calor  natural  se  va  no  sé  yo  adonde,  que  cuando  es  grande 
el  arrobamiento,  quen  todas  estas  maneras  de  oración  hay  más  y 
menos,  cuando  es  grande,  como  digo,  que  todas  quedan  las  manos 
heladas  y  algunas  veces  extendidas  como  unos  palos;  y  al  cuerpo, 
si  le  toma  en  pie,  ansí  se  queda,  o  de  rodillas;  y  es  tanto  lo 
que  semplea  en  el  gozo  de  lo  que  el  Señor  le  representa,  que  pa- 
rece se  le  olvida  de  animar  en  el  cuerpo  y  le  dexa  desamparado; 
quedan    los    niervos,    si    dura,    con    sentimiento. 

Paréceme  que  quiere  aquí  el  Señor  quel  alma  entienda  más  de 
lo  que  goza  que  en  la  unión,  y  así  se  le  descubren  algunas  cosas  de 
Su  Majestad  en  el  rapto  muy  ordinariamente;  y  los  efectos  con  que 
queda  el  alma  son  grandes,  y  el  olvidarse  a  sí  por  querer  que  sea 
conocido  y  alabado  tan  gran  Dios  y  Señor,  ñ.  mi  parecer,  si  es  de 
Dios,  que  no  puede  quedar  sin  un  gran  conocimiento  de  que  ella 
allí  no  puede  nada»  y  de  su  miseria  y  ingratitud  de  no  haber  servido 
a  quien  de  por  sola  su  bondad  hace  tan  gran  merced.  Porque  el 
sentimiento  y  suavidad  hace  tan  gran  exceso,  que  todo  lo  que  acá  se 
puede  comparar,  que  si  aquella  memoria  no  se  le  pasase,  siempre  habría 
asco  de  los  contentos  de  acá;  y  así  viene  a  tener  todas  las  cosas  del 
mundo. 

La  diferencia  que  hay  de  arrobamiento  y  arrebatamiento  (2)  es, 
quel  arrobamiento  va  poco  a  poco  muriéndose  a  estas  cosas  exterio- 
res, y  perdiendo  los  sentidos  y  viviendo  a  Dios.  El  arrebatamiento  vie- 
ne con  sola  una  noticia  que  Su  Majestad  da  en  lo  muy  íntimo  del  co- 


1  San  Francisco  de  Borja. 

2  El  Códice  equivocadamente  dice  arrobamiento. 


522  APÉNDICES 

razón  y  alma,  con  una  velocidad  que  le  parece  que  la  arrebata  a  lo 
superior  della,  que  a  su  parecer  se  le  va  del  cuerpo;  y  así  es  menes- 
ter ánimo  a  los  principios  para  entregarse  en  los  brazos  del  Señor, 
llévela  do  quisiere,  hasta  que  Su  Majestad  la  pone  en  paz  adonde 
quiere  llevarla;  digo  llevarla  que  entienda  cosas  altas;  cierto,  es  me- 
nester a  los  principios  estar  bien  determinada  a  morir  por  El,  por- 
que la  pobre  alma  no  sabe  qué  ha  de  ser  aquello,  digo  a  los  prin- 
cipios. Quedan  las  virtudes,  a  mi  parecer,  desto  más  fuertes;  porque 
deséase  más,  y  dase  más  a  entender  el  poder  deste  gran  Dios  para 
temerle  y  amarle.  Pues  así,  sin  ser  más  en  nuestra  mano,  arrebata  el 
alma,  bien  como  Señor  della;  queda  grande  arrepentimiento  de  ha- 
berle ofendido,  y  espanto  de  cómo  se  ofende  tan  gran  Majestad,  y 
grandísima  ansia  de  que  no  haya  quien  le  ofenda,  sino  que  todos 
le  alaben.  Pienso  que  deben  venir  de  aquí  estos  deseos  tan  grandísi- 
mos de  que  se  salven  las  almas,  y  de  ser  alguna  parte  para  ello, 
y  para  queste  Dios  sea  alabado  como  merece. 

El  vuelo  de  espíritu  es  un  no  sé  cómo  le  llame,  que  sube  de  lo 
más  íntimo  del  alma.  Sola  esta  comparación  se  me  acuerda,  que  puse 
adonde  vuestra  merced  sabe,  questán  largamente  declaradas  estas  ma- 
neras de  oración  y  otras,  y  es  tal  mi  memoria,  que  luego  se  me  olvi- 
da. Paréceme  que  el  alma  y  el  espíritu  es  una  misma  cosa;  sino 
que  como  un  fuego,  que  si  es  grande  y  ha  estado  dispuniéndose  para 
arder,  echa  una  llama  que  llega  a  lo  alto,  aunque  tan  fuego  es  como 
el  otro  que  está  en  lo  bajo,  y  no  porque  esta  llama  suba  deja  de 
quedar  el  fuego,  ansí  acá  en  el  alma  parece  que  produce  de  sí  una 
cosa  tan  presto  y  tan  delicada,  que  sube  a  la  parte  superior  y  va  a 
donde  el  Señor  quiere;  que  no  se  puede  declarar  más,  y  parece  vuelo, 
que  yo  no  sé  otra  cosa  con  qué  comparallo.  Sé  que  se  entiende  muy 
claro  y  que  no  se  puede  estorbar. 

Parece  que  aquella  avecica  del  espíritu  sescapó  desta  miseria  de 
la  carne  y  cárcel  deste  cuerpo,  y  así  puede  más  emplearse  en  lo  que 
le  da  el  Señor.  Es  cosa  tan  delicada  y  tan  preciosa,  a  lo  que  en- 
tiende el  alma,  que  no  le  parece  hay  en  ella  ilusión,  ni  aun  en  nin- 
guna cosa  destas,  cuando  pasan.  Después  eran  los  temores,  por  ser 
tan  ruin  quien  la  recibe,  que  todo  le  parecía  había  razón  de  temer, 
aunque  en  lo  interior  del  alma  queda  una  certidumbre  y  seguridad, 
con  que  se  podía  vivir;  mas  no  para  dexar  de  poner  diligencia  para 
no  ser  engañada. 

ímpetu  llamo  yo  un  deseo  que  da  a  el  alma  algunas  veces,  sin 
haber  precedido  antes  oración,  y  aun  lo  más  continuo,  sino  una  memo- 
ria que  viene  de  presto  de  que  está  ausente  de  Dios,  o  de  alguna 
palabra  que  oye,  que  vaya  a  esto.  Es  tan  poderosa  esta  memoria  y 
de  tanta  fuerza  algunas  veces,  que  en  un  instante  parece  que  desatina; 
como  cuando  se  da  una  nueva  de  presto  muy  penosa,  que  no  se  sabía, 
o  un  gran  sobresalto,  que  parece  que  quita  el  discurso  al  pensamiento 
para  consolarse,  sino  que  se  queda  como  absorta.  Ansí  es  acá,  salvo 
que  la  pena  es  por  tal  causa,  que  da  al  alma  un  conocer,  ques  bien 
empleado  morir  por  ello.  Ello  es  que  parece  que  todo  lo  que  el  alma 
entiende  entonces,  es  para  más  pena,  y  que  no  quiere  el  Señor  que 
todo    su    ser    le   aproveche   de   otra   cosa,   ni    acordarse   es   su    voluntad 


APÉNDICES  523 

que  viva,  sino  parécele  questá  en  una  tan  gran  soledad  y  desamparo 
de  todo,  que  no  se  puede  escribir;  porque  todo  el  mundo  y  sus 
cosas  le  dan  pena,  y  que  ninguna  cosa  criada  le  hace  compañía,  ni 
quiere  el  alma  sino  al  Criador,  y  esto  velo  imposible  si  no  muere, 
y  como  ella  no  se  ha  de  matar,  muere  por  morir,  de  tal  manera 
que  verdaderamente  es  peligro  de  muerte,  y  vese  como  colgada  entre 
cielo  y  tierra,  que  no  sabe  qué  hacer  de  sí.  Y  de  poco  en  poco 
dale  Dios  una  noticia  de  sí  para  que  vea  lo  que  pierde,  de  una 
manera  tan  extraña,  que  no  se  puede  decir;  porque  ninguna  hay 
en  la  tierra,  a  lo  menos  de  cuantas  yo  he  pasado,  que  le  iguale;  y 
baste  que  de  media  hora  que  dure,  deja  tan  descaído  el  cuerpo 
y  tan  abiertas  las  canillas,  que  aun  no  quedan  las  manos  para  poder 
escribir   y    con    grandísimos    dolores. 

Desto  ninguna  cosa  siente  hasta  que  se  pasa  aquel  ímpetu.  Harto 
tiene  que  hacer  en  sentir  lo  interior,  ni  creo  sentirá  graves  tormentos; 
y  está  con  todos  sus  sentidos,  y  puede  mirar  y  liablar;  andar  no, 
que  le  derriba  el  gran  golpe  del  amor.  Esto,  aunque  se  muere  por 
tenerlo,  si  no  es  cuando  lo  da  Dios,  no  aprovecha.  Dexa  grandísimos 
efectos  y  ganancia  en  el  alma.  Unos  letrados  dicen  que  uno,  otros 
que  otro;  naide  lo  condenó.  El  Maestro  ñvila  me  escribió  era  bue- 
no (1),  y  así  lo  dicen  todos.  El  alma  bien  entiende  es  gran  merced 
del    Señor:     a    ser    muy    a    menudo,    poco    duraría    la    vida. 

El  ordinario  ímpetu,  es  que  viene  este  deseo  de  servir  a  Dios 
con  una  gran  ternura  de  lágrimas  por  salir  deste  destierro;  mas  como 
hay  libertad  para  considerar  el  alma  ques  la  voluntad  del  Señor  que 
viva,  con  eso  se  consuela,  y  le  ofrece  el  vivir,  suplicándole  no  sea  sino 
para   su   gloria;    con  esto  pasa. 

Otra  manera  harto  ordinaria  de  oración,  es  una  manera  de  heri- 
da que  parece  a  el  alma  como  si  una  saeta  le  metiesen  por  el  co- 
razón, o  por  ella  misma.  Así  causa  un  dolor  grande  que  hace  quejar, 
y  tan  sabroso,  que  nunca  querría  le  faltase.  Este  dolor  no  es  en  el 
sentido,  ni  tampoco  es  llaga  material,  sino  en  lo  interior  del  alma, 
sin  que  parezca  o  padezca  dolor  corporal;  sino  que,  como  no  se 
puede  dar  a  entender  sino  por  comparaciones,  pónense  estas  groseras, 
que  para  lo  que  ella  es  lo  son,  mas  no  sé  yo  decirlo  de  otra 
suerte.  Por  eso  no  son  estas  cosas  para  escribir  ni  decir,  porqués  im- 
posible entenderlo,  sino  quien  lo  ha  experimentado,  digo  adonde  llega 
esta  pena,  porque  las  penas  del  espíritu  son  diferentísimas  de  las  de 
acá.  Por  aquí  saco  yo  cómo  padecen  más  las  almas  en  el  infierno 
y    purgatorio    que    acá    se    puede   entender    por   estas    penas   corporales. 

Otras  veces  parece  questa  herida  del  amor  sale  de  lo  íntimo  del 
alma;  los  efectos  son  grandes;  y  cuando  el  Señor  no  lo  da,  no  hay 
remedio  aunque  más  se  procure,  ni  tampoco  dexarlo  de  tener  cuando 
El  es  servido  de  darlo.  Son  como  unos  deseos  de  Dios  tan  vivos 
y  tan  delgados,  que  no  se  pueden  decir;  y  como  el  alma  se  vee  atada 
pK)r  no  gozar  como  querría  de  Dios,  dale  un  aborrecimiento  tan  grande 
con  el   cuerpo,   y   parécele  como  una   gran   pared  que  le  estorba  para 


1      Véase  la  página  208 


52^  APÉNDICES 

que  no  goce  su  alma  de  lo  quenticndc  entonces,  a  su  parecer,  que  goza 
en  sí,  sin  embarazo  del  cuerpo.  Entonces  vee  el  gran  mal  que  nos 
vino   por   el    pecado   de   fldán  en   quitar   esta   libertad. 

Esta  oración,  antes  ¡de  los  arrobamientos  y  los  ímpetus  grandes 
que  he  dicho,  se  tuvo.  Olvídeme  de  decir,  que  casi  siempre  no  se 
quitan  aquellos  ímpetus  grandes,  sino  es  con  un  arrobamiento  y  re- 
galo grande  del  Señor,  adonde  consuela  el  alma  y  la  anima  para 
vivir  por  El. 

Todo  esto  questá  dicho,  no  puede  ser  antojo,  por  algunas  causas, 
que  sería  largo  decirlas.  Si  es  bueno  o  no,  el  Señor  lo  sabe.  Los 
efectos  y  cómo  dexa  al  alma  aprovechada,  no  se  puede  dexar  den- 
tender,  a  todo  mi  parecer. 

Otra  oración  me  acuerdo,  ques  primero  que  las  últimas,  ques 
una  presencia  de  Dios  que  no  es  visión  de  ninguna  manera,  sino  que 
parece  que  cada  y  cuando,  a  lo  menos  cuando  no  hay  sequedades, 
que  una  persona  se  quiere  encomendar  a  Nuestro  Señor,  aunque  sea 
rezar  vocalmente,  le  halla.  Plegué  a  Su  Majestad  que  no  pierda  yo 
tantas  mercedes  por  mi  culpa  y  que  haya  misericordia  de  mí  (1). 

3.  Estando  yo  pensando  cómo  en  una  visión  y  aviso  que  me  había 
dado  el  Señor  que  diese  no  entendía  yo  nada,  aunque  se  lo  supli- 
caba y  pensaba  debía  de  ser  demonio,  díxorae:  «Que  no  era,  quel 
me  avisaría  cuando  fuese  tiempo»   (2). 

4.  Estando  yo  pensando  con  cuánta  más  limpieza  se  vive  estando 
apartada  de  negocios,  y  cómo  cuando  yo  ando  en  ellos  debo  de 
andar  mal  y  con  muchas  faltas,  entendí:  «No  puede  ser  menos,  hija, 
procura  siempre  en  todo  recta  intención,  y  desasimiento,  y  mírame  a 
Mí,  que  vaya  lo  que  hicieres  conformé  a  lo  que  yo  hice»  (3). 

5.  Estando  pensando  qué  sería  la  causa  de  no  tener  agora  casi  nun- 
ca arrobamientos  en  público,  entendí:  «No  conviene  agora,  bastante  cré- 
dito tienes  para  lo  que  Yo  pretendo;  vamos  mirando  la  flaqueza  de 
los  maliciosos»  (4). 

6.  El  martes  después  de  la  Ascensión,  habiendo  estado  un  rato  en 
oración,  después  de  comulgar  con  pena,  porque  me  divertía  de  ma- 
nera que  no  podía  estar  en  una  cosa,  quejábame  a  el  Señor  de  mi 
miserable  natural,  y  comenzó!  a  inflamarse  mi  alma,  pareciéndomc  cla- 
ramente tener  presente  a  la  Santísima  Trinidad  en  visión  intelectual, 
adonde  entendió  mi  alma  por  cierta  manera  de  representación,  como 
figura  de  la  verdad,  para  que  la  pudiese  entender  mi  torpeza,  cómo  es 
Dios  trino  y  uno;  y  así  me  parecía  hablarme  todas  tres  Personas,  y 
que  se  representaban  en  mi  alma  distintamente,  diciéndome:  «Que 
desde  este  día  vería  mejoría  en  mí  en  tres  cosas,  que  cada  una  des- 
tas  tres  Personas  me  hacía  merced:  la  una  en  la  charidad  y  en  padcscer 


1  Aquí  termina  la  Relación  al  P.  Rodrigo  Aivarez. 

2  Relación  X,  p.  45. 

3  Relación  XI,  p.  46. 

4  Relación  XII,  p.  46. 


nPENDicES  525 

con  contento  y  en  sentir  esta  charidad  con  encendimiento  en  el  alma. 
Entendía  aquellas  palabras  que  dice  el  Señor,  «que  estarán  con  el 
alma  questá  en  gracia  las  tres  divinas  Personas,  porque  las  veía 
delante  de  mí  por  la  manera  dicha».  Estando  yo  después  agradeciendo 
a  el  Señor  tan  gran  merced,  hallándome  indigna  della,  decía  a  Su 
Majestad,  con  harto  sentimiento,  que,  pues  me  había  de  hacer  se- 
mejantes mercedes,  por  qué  me  había  dexado  de  su  mano,  para  que 
fuese  tan  ruin,  porquel  día  antes  había  tenido  gran  pena  por  mis 
pecados,  tiniéndolos  presentes.  Veía  claramente  lo  mucho  quel  Señor 
había  puesto  de  su  parte,  desde  que  era  niña,  para  llegarme  a  sí  con 
medios  harto  eficaces,  y  cómo  todos  no  me  aprovecharon.  Por  donde 
claro  se  me  representó  el  excesivo  amor  que  Dios  nos  tiene  en  per- 
donar todo  esto,  cuando  nos  queremos  tornar  a  El,  y  más  conmigo 
que  con  nadie,  por  muchas  causas.  Parece  quedaron  en  mi  alma  tan 
imprimidas  aquellas  tres  Personas  que  vi,  siendo  un  solo  Dios,  que  a 
durar  así,  imposible  sería  dexar  destar  recogida  con  tan  divina  compa- 
ñía. Otras  algunas  cosas  que  aquí  pasaron,  no  hay  para  qué  escribir  (1). 

7.  Una  vez,  poco  antes  desto,  yendo  a  comulgar,  estando  la  Forma 
en  el  relicario,  que  aun  no  se  me  había  dado,  vi  una  manera  de  pa- 
loma que  meneaba  las  alas  con  ruido.  Turbóme  tanto  y  suspendióme, 
que  con  harta  fuerza  tomé  la  Forma.  Esto  era  todo  en  San  Josef 
de  ñvila.  Dábame  el  Santísimo  Sacramento  el  Padre  Francisco  Sal- 
cedo. Otro  día,  oyendo  misa,  vi  al  Señor  glorificado  en  la  Hostia;  dí- 
xome,   que   le  era   aceptable   su   sacrificio   (2). 

8.  Esta  presencia  de  las  tres  Personas  que  dixe  a  el  principio,  he 
traído  hasta  hoy,  día  de  la  Conmemoración  de  San  Pablo,  presentes 
en  mi  alma  muy  de  ordinario;  y  como  yo  estaba  mostrada  a  traer 
a  Jesucristo,  siempre  me  parece  hacía  algún  impedimento  ver  tres 
Personas,  aunque  entiendo  es  un  solo  Dios,  y  díxome  el  Señor,  pen- 
sando yo  esto:  «Que  erraba  en  imaginar  las  cosas  del  alma  con 
la  representación  que  las  del  cuerpo;  que  entendiese  que  eran  muy 
diferentes  y  que  era  capaz  el  alma  para  gozar  mucho».  Parecióme 
se  me  representó  como  cuando  en  una  esponja  se  encorpora  y  embebe 
el  agua,  ansí  me  parecía  mi  alma  que  se  hinchía  de  aquella  divini- 
dad, y  por  cierta  manera  tenía  en  si  y  gozaba  las  tres  Personas,  y 
también  entendí:  «No  trabajes  tú  de  tenerme  encerrado  a  Mí  en  ti, 
sino  de  encerrarte  tú  en  Mí».  Parecíame  que  dentro  de  mi  alma,  es- 
taban y  veía  yo  estas  tres  Personas,  se  comunicaban  a  todo  lo  criado, 
no  haciendo  falta  ni  faltando  dcstar  conmigo   (3). 

9.  Estando  pocos  días  después  desto  que  digo,  pensando  si  tenían 
razón  los  que  les  parecía  mal  que  yo  saliese  a  fundar,  y  questaría  yo 
mejor  empleándome  siempre  en  oración,  entendí:  «Mientras  se  vive 
no    está    la    ganancia    en    procurar    gozarme,    sino    en    procurar    mi    vo- 


1  Relación  XVI,  p.  50. 

2  Relnción  XVII.  p.  51. 

3  Relación  XVIII,  p.  51, 


526  APÉNDICES 

luntad».  Parecíame  a  mí,  que  pues  San  Pablo  dice  del  encerramien- 
to de  las  mujeres,  que  me  han  dicho  poco  ha,  y  aun  antes  i  lo  había 
oído,  questa  sería  la  voluntad  de  Dios,  díxome:  «Diles  que  no  se 
sigan  por  una  parte  sola  de  la  Scriptura,  que  miren  otras,  y  que  si 
podrán   por   ventura    atarme   las   manos   (1). 

10.  Estando  yo  un  día  después  de  la  Octava  de  la  Visitación  enco- 
mendando a  Dios  a  un  hermano  mío  en  una  ermita  del  Monte  Carmelo, 
dixo  el  Señor,  no  sé  si  en  mi  pensamiento,  porquestá  mi  hermano 
adonde  tiene  peligro  su  salvación.  Si  yo  viera.  Señor,  a  un  hermano 
vuestro  en  este  peligro,  ¿qué  hiciera  por  remediarle?  Pareciérame  a  mí 
que  no  me  quedara  cosa  por  hacer.  Díxome  el  Señor:  «¡Hija,  hija,  her- 
manas son  mías  estas  de  la  Encarnación,*  y  te  detienes!  Pues  ten  áni- 
mo y  Jnira  lo  que  quiero  Yo)  y  no  es  tan  dificultoso  como  te  parece, 
y  por  donde  piensas  perderán  estas  otras  casas,  ganarán  lo  uno  y  lo 
otro;    no  resistas,  que  es  grande  mi  poder»   (2). 

11.  Estando  pensando  una  vez  en  la  gran  penitencia  que  hacía  doña 
Catalina  de  Cardona  y  cómo  yo  pudiera  haber  hecho  más,  según  los 
deseos  [que]  me  ha  dado  algunas  veces  el  Señor  de  hacerla,  si  no  fuera 
por  obedescer  a  los  confesores,  que  si  sería  mejor  no  los  obedescer 
de  aquí  adelante  en  eso,  me  dixo:  «Eso  no,  hija,  buen  camino  llevas  y 
seguro.  ¿Ves  toda  la  penitencia  que  hace?  En  más  tengo  tu  obe- 
diencia»  (3). 

12.  Una  vez,  estando  en  oración,  me  mostró  el  Señor  por  una  extra- 
ña manera  de  visión  intelectual,  cómo  estaba  el  alma  questá  en  gracia, 
en  cuya  compañía  vi  la  Santísima  Trinidad  por  visión  intelectual,  de 
cuya  compañía  venía  a  el  alma  un  poder  que  señoreaba  toda  la  tierra. 
Diéronseme  a  entender  aquellas  palabras  de  los  Cantares:  Venial  dilec- 
tas meas  in  hortum  suum  et  comedat  etc.  (^1).  Mostróme  también  cómo 
está  el  alma  que  está  en  pecado,  sin  ningún  poder,  sino  como  una  per- 
sona questuviese  del  todo  atadaí  y  liada,  y  tapados  los  ojos,  que  aun- 
que quiere  ver,  no  puede,  ni  andar,  ni  oir  y  en  gran  obscuridad.  Hicié- 
ronme  tanta  lástima  las  almas  que  están  así,  que  cualquier  trabajo 
me  parece  ligero  por  librar  una.  Parecióme,  que  a  entender  esto  como 
yo  lo  vi,  que  se  puede  mal  decir,  que  no  era  posible  querer  ninguno 
perder   tanto   bien   ni   estar   en   tanto   mal    (5). 

13.  Estando  una  vez  muy  penada  por  el  remedio  de  la  Orden,  me 
dixo  el  Señor:  «Haz  lo  ques  en  ti  y  déxame  tú  a  Mí  y  no  te  inquietes 
por  nada;  goza  del  bien  que  te  ha  sido  dado,  ques  muy  grande. 
Mi  padre  se  deleita  contigo  y  lel  Espíritu  Santo  te  ama»  (6).  «Siempre 
deseas  los  trabajos,  y  por  otra  parte  los  rehusas;  Yo  dispongo  las 
cosas  conforme  a  lo  que  sé  de  tu  voluntad,  y  no  conforme  a  tu  sen- 


1 

Relación  XIX,  p.  52. 

2 

Relación  XX,  p.  53. 

3 

Relación  XXIII,  p.  54. 

4 

Cant.,  c.  V,  V.  1. 

5 

Relación  XXIV,  p.  55. 

6 

Relación  XIII,  p.  46. 

APÉNDICES  527 

sualidad  y  flaqueza.  Esfuérzate,  pues  ves  lo  que  te  ayudo:  he  querido 
que  ganes  tú  esta  corona.  En  tus  días  verás  muy  adelante  la  Orden 
de  la  Virgen*.  Esto  entendí  del  Señor  mediado  Hebrero,  de  1571   (1). 

14.  La  víspera  de  San  Sebastián,  del  primer  año  que  vine  a  ser  Prio- 
ra a  la  Encarnación,  comenzando  la  Salve,  vi  en  la  silla  prioral,  adonde 
está  puesta  Nuestra  Señora,  baxar  con  gran  multitud  de  ángeles  la 
Madre  de  Dios  y  ponerse  allí.  R  mi  parecer,  no  vi  la  imagen  enton- 
ces, sino  a  esta  Señora  que  digo.  Paréceme  se  parecía  algo  a  la  ima- 
gen que  me  dio  la  Condesa,  aunque  fué  de  presto  el  podella  ter- 
minar, por  suspenderme  luego  mucho.  Parecíame  encima  de  las  comas 
de  las  sillas,  y  sobre  los  antepechos  ángeles,  aunque  no  con  forma 
corporal,  porque  era  visión  intelectual.  Estuvo  así  toda  la  Salve,  y 
díxome:  «Bien  acertaste  en  ponerme  aquí;  yo  estaré  presente  a  las 
alabanzas  que  hicieren  a  mi  Hijo  y  se  las  presentaré».  Después  des- 
to  quédeme  yo  en  la  oración  que  traigo  destar  el  alma  con  la  San- 
tísima Trinidad,  y  parecíame  que  la  persona  del  Padre  me  llegaba 
a  Sí  y  me  decía  palabras  muy  agradables.  Entre  ellas  me  dixo,  mos- 
trándome lo  que  me  quería:  «Yo  te  di  a  mi  Hijo  y  al  Espíritu  Santo 
y  a  esta  Virgen:   ¿Qué  me  puedes  tú  dar  a  mí?    (2). 

15.  Octava  del  Espíritu  Santo,  me  hizo  el  Señor  una  merced  y  me 
dio  esperanza  de  questa  casa  se  iría  mejorando;  digo  las  almas 
della  (3). 

16.  Día  de  la  Magdalena,  me  tornó  el  Señor  a  confirmar  una  merced 
que  me  había  hecho  en  Toledo,  eligiéndome  en  ausencia  de  cierta 
persona  en  su  lugar  (¿1). 

17.  Estando  yo  en  la  Encarnación  el  segundo  año  que  tenía  el  prio- 
rato. Octava  de  San  Martín,  estando  comulgando,  partió  la  Forma 
el  Padre  Fray  Juan  de  la  Cruz,  que  me  daba  el  Santísimo  Sacra- 
mento, para  otra  hermana.  Yo  pensé  que  no  era  falta  de  Forma,  sino 
que  me  quería  mortificar,  porque  yo  le  había  dicho  que  gustaba  mu- 
cho cuando  eran  grandes  las  Formas;  no  porque  no  entendía  no 
importaba  para  dexar  destar  el  Señor  entero,  aunque  fuese  muy  peque- 
ño pedacito.  Díxome  Su  Majestad:  «No  hayas  miedo,  hija,  que  naide 
sea  parte  para  quitarte  de  Mí».   Dando,  a  entender  que  no  importaba. 

Entonces  representándoseme  por  visión  imaginaria,  como  otras  ve- 
ces, muy  en  lo  interior,  y  dióme  su  mano  derecha,  y  díxome:  «Mira  este 
clavo,  ques  señal  que  serás  mi  esposa  desde  hoy.  Hasta  gora  no  lo 
habías  merecido;  de  aquí  adelante,  no  sólo  como  Criador  y  como  a  Rey 
y  tu  Dios  mirarás  mi  honra,  sino  como  verdadera  esposa  la  mía  es 
ya  tuya  y  la  tuya  mía».  Hízome  tanta  operación  esta  merced,  que 
no  podía  caber  en  mí,  y  quedé  como  desatinada,  y  dixe  a  el  Señor, 
que  o  ensanchase  mi   baxeza,   o   no  me  hiciese  tanta  merced;    porque. 


1  Relación  XIV,  p.  47.  Si  bien  el  Códice  de  Toledo  hace  de  ésta  y  de  la  anterior  una  Re- 
lación, el  de  Avila  las  publica  separades  muy  acprtadamente. 

2  Relación  XXV,  p.  56. 

3  Relación  XXXI,  p.  60. 

4  Relación  XXXII,  p.  61. 


528  APÉNDICES 

cierto,  no  me  parecía  lo  podía  sufrir  el  natural.  Estuve  así  todo  el 
día  embebida.  He  sentido  después  muy  gran  provecho,  y  mayor  con- 
fusión y  aflicción  de  ver  que  no  sirvo  en  nada  tan  grandes  mer- 
cedes.   (1). 

18.  Esto  me  dixo  el  Señor  otro  día:  «¿Piensas,  hija,  que  está  el 
merecer  en  gozar?  No  está  sino  en  obrar  y  padecer  y  en  amar.  No 
habrás  oído  que  San  Pablo  estuviese  gozando  de  los  gozos  celes- 
tiales más  de  una  vez,  y  muchas  que  padesció,  y  ves  mi  vida  toda 
llena  de  padescer,  y  sólo  en  el  monte  Tabor  habrás  oído  mi  gozo. 
No  pienses,  cuando  \v€(s  a  mi  Jñadre  que  me  tiene  en  los  brazos,  que 
gozaba  de  aquellos  contentos  sin  graves  tormentos.  Desde  que  le  dixo 
Simeón  aquellas  palabras,  la  dio  mi  Padre  clara  luz  para  que  viese 
lo  que  yo  había  de  padescer.  Los  grandes  santos  questuvieron  en  los 
disiertos,  como  eran  grandes  por  Dios,  así  hacían  graves  penitencias, 
y  sin  esto  tenían  graves  batallas  con  el  demonio  y  consigo  mismos; 
mucho  tiempo  se  pasaban  sin  consolación  alguna  espiritual.  Cree,  hija, 
que  a  quien  mi  Padre  más  ama,  da  mayores  trabajos,  y  a  éstos  res- 
ponde el  amor.  ¿En  qué  te  le  puede  más  mostrar  que  en  querer 
para  ti  lo  que  quise  para  Mí?  Mira  estas  llagas,  que  nunca  llega- 
rán aquí  tus  dolores.  Este  es  el  camino  de  la  verdad,  flsí  me  ayudarás 
a  llorar  la  perdición  que  traen  los  del  mundo,  entendiendo  tú  esto, 
que  todos  sus  deseos,  cuidados  y  pensamientos  se  emplean  en  cómo 
tener  lo  co:itrario».  Cuando  empecé  a  tener  oración,  estaba  con  tan 
grande  mal  de  cabeza,  que  me  parecía  casi  imposible  poderla  tener. 
Díxome  el  Señor:  «Por  aquí  verás  el  premio  del  padescer,  que  como 
no  estabas  tú  con  salud  para  hablar  conmigo,  he  Yo  habládote  y  re- 
galádote».  Y  es  así  cierto,  que  sería  hora  y  media,  poco  menos,  el 
tiempo  que  estuve  recogida.  En  él  me  dixo  las  palabras  dichas  y 
todo  lo  demás.  Ni  yo  me  divertía,  y  con  tanto  contento,  que  no  sé 
cómo  decirlo,  y  quedóme  buena  la  cabeza,  que  me  ha  espantado, 
y  harto  deseo  de  padescer.  Es  verdad  que  yo  no  he  oído  que  el  Señor 
tuviese  otro  gozo  en  la  vida  sino  esa  vez,  ni  San  Pablo.  También 
me  dixo  que  truxese  mucho  en  la  memoria  las  palabras  quel  Señor  dixo 
a  sus  discípulos,   «que  no  había  de  ser  más  el  siervo  quel  señor»   (2). 

19.  Todo  ayer  me  hallé  con  grande  soledad,  que  si  no  fué  cuando 
comulgué,  no  hizo  en  mí  ninguna  operación  ser  día  de  la  Resurrección. 
Anoche,  estando  con  todas,  dixeron  un  cantarcito  de  cómo  era  recio  de 
sufrir  vivir  sin  Dios.  Como  estaba  ya  sin  pena,  fué  tanta  la  operación 
que  me  hizo,  que  se  me  comenzaron  a  entumecer  las  manos,  y  no 
bastó  resistencia,  sino  que  como  salgo  de  mí  por  los  arrobamientos  de 
contento,  de  la  misma  manera  se  suspende  el  alma  con  la  grandísima 
pena,  que  queda  enaxenada,  y  hasta  hoy  no  lo  he  entendido;  antes  de 
unos  días  acá,  me  parecía  no  tener  tan  grandes  ímpetus  como  solía, 
y  agora  me  parece  ques  la  causa  desto  lo  que  he  dicho,  no  sé  yo 
si  puede  ser.  Que  antes  no  llegaba  la  pena  a  salir  de  mí,  y  como  es 


1  Relación  XXXV,  p.  63. 

2  Relación  XXXVI,  p.  64. 


APÉNDICES  529 

tan  intolerable,  y  yo  rae  estaba  en  mis  sentidos,  hacíame  dar  gritos 
grandes  sin  poderlo  excusar.  Hgora,  como  han  crecido,  han  llegado 
a  términos  destc  traspasamiento,  y  entiendo  más  el  que  Nuestra  Se- 
ñora tuvo,  que  hasta  hoy,  como  digo,  no  he  entendido  ques  tras- 
pasamiento. Queda  tan  quebrantado  el  cuerpo,  que  aun  esto  escribid 
con  harta  pena,  que  quedan  tan  descoyuntadas  todas  las  manos  y 
con  dolor.  Dirámc  vuestra  merced  de  que  me  vea,  si  puede  ser  este 
enajenamiento   de  pena,   o  si  lo  siento  como   es,   o  si  me  engaño. 

Hasta  esta  mañana  estaba  con  esta  pena,  questando  en  oración 
tuve  un  gran  arrobamiento,  y  parecióme  que  Nuestro  Señor  me  había 
llevado  el  espíritu  junto  a  su  Padre  y  díxole:  «Esta  que  me  diste 
te  doy»,  y  parecía  me  llegaba  a  sí.  Esta  no  es  cosa  imaginaria,  sino 
con  una  certeza  grande  y  una  delicadeza  tan  espiritual,  que  todas  no 
se  saben  decir.  Díxorae  algunas  palabras  que  no  se  me  acuerdan;  de 
hacerme  merced  eran   algunas. 

Duró  algún  espacio  tenerme  cabe  sí.  Como  vuestra  merced  se 
fué  ayer  tan  presto  y  yo  veo  las  muchas  ocupaciones  que  tiene  para 
poderme  yo  consolar  con  él,  aun  lo  necesario,  porque  veo  son  más 
necesarias  las  ocupaciones  de  vuestra  merced,  quedé  un  rato  con  pena 
y  tristeza.  Como  yo  tenía  la  soledad  que  he  dicho  ayudaba,  y  como 
criatura  de  la  tierra,  no  me  parece  me  tiene  asida,  dióme  algún  es- 
crúpulo, temiendo  no  comenzase  a  perder  esta  libertad.  Esto  era  ano- 
che; y  respondióme  Nuestro  Señor  a  ello  y  díxome  que  no  me  ma- 
ravillase, que  así  como  los  mortales  desean  compañía  para  comunicar 
sus  contentos  sensuales,  ansí  el  alma  le  desea  cuando  haya  quien 
la  entienda,  comunicar  sus  gozos  y  penas,  y  se  entristece  el  no  tener 
con  quién.  Díxome  El:  «Hgora  vas  bien  y  me  agradan  tus  obras». 
Como  estuvo  algún  espacio  conmigo,  acordóseme  que  había  yo  dicho 
a  vuestra  merced  que  pasaban  de  presto  estas  visiones.  Y  díxome  «que 
había  diferencia  destas  a  las  imaginarias,  y  que  no  podía  en  las  mer- 
cedes que  nos  hacía  haber  regla  cierta,  porque  unas  veces  convenía 
de  una  manera  y  otras  de  otra». 

20.  Después  de  comulgar,  me  parece  claramente  se  sentó  cabe  mí 
Nuestro  Señor,  y  comenzóme  a  consolar  con  grandes  regalos,  y  díxome 
entre  otras  cosas:  Vesme  aquí,  hija,  que  yo  soy:  muestra  tus  manos;  y 
parece  que  me  las  tomaba  y  llegaba  a  su  costado,  y  díxome:  Mira  mis 
llagas,    no    estás    sin    mí,    pasa    la    brevedad    de    la    vida. 

En  algunas  cosas  que  me  dixo,  entendí  que  después  que  subió  a  los 
cielos,  nunca  bajó  a  la  tierra,  si  no  es  en  el  Santísimo  Sacramento, 
a  comunicarse  con  naide;  díxome  que  en  resucitando  había  visto  a 
Nuestra  Señora :  porquestaba  ya  con  grande  necesidad,  que  la  pena 
la  tenía  tan  absorta  y  traspasada  que  aun  no  tornaba  luego  en  sí 
para  tornar  a  gozar  de  aquel  gozo.  Por  aquí  entendí  el  otro  mi 
traspasamiento  tan  diferente;  mas  ¿cuál  debía  de  ser  el  de  la  Virgen? 
y  que  había  estado  mucho  con  ella  porque  había  sido  menester  hasta 
consolalla  (1). 


1      Relación  XV,  p.  47. 

II  34 


53C  APÉNDICES 

21.  El  día  de  Ramos,  acabando  de  comulgar,  quedé  con  gran  sus- 
pensión, de  manera  que  aun  no  podía  pasar  la  Forma!,  y  uniéndomela  en 
la  boca,  verdaderamente  me  pareció,  cuando  torné  un  poco  en  mí,  que 
toda  la  boca  se  me  había  hinchado  (sic)  de  sangre;  y  parecíame  estar 
el  rostro  y  toda  yo  cubierta  de  ella,  como  que  entonces  acababa  de  de- 
rramarla el  Señor.  Parece  que  estaba  caliente,  y  era  excesiva  la  sua- 
vidad quentonces  sentí,  y  díxome  el  Señor:  «Hija,  yo  quiero  que  mi 
sangre  te  aproveche,  y  no  hayas  miedo  que  te  falte  mi  misericor- 
dia. Yo  la  derramé  con  muchos  dolores,  y  gózasla  tú  con  grandes 
deleites  como  vees;  bien  te  pago  el  convite  que  me  hacías  este  díav. 
Esto  dixo,  porque  ha  más  de  treinta  años  que  yo  comulgaba  este  día, 
si  podía,  y  procuraba  aparejar  mi  alma  para  hospedar  a  el  Señor; 
porque  me  parecía  mucha  la  crueldad  que  hicieron  los  judíos,  des- 
pués de  tan  gran  recibimiento,  dexarle  ir  a  comer  tan  lejos,  y  hacía 
yo  cuenta  de  que  se  quedase  conmigo,  y  harto  en  mala  posada,  según 
agora  veo.  Y  así  hacía  unas  consideraciones  bobas,  y  debíalas  de  ad- 
mitir el  Señor;  porque  ésta  es  de  las  visiones  que  yo  tengo  por  muy 
ciertas,  y   así,  para  la  comunión,  me  ha  quedado  aprovechamiento. 

ñntes  desto  había  estado,  creo  yo  tres  días,  con  aquella  gran  pena, 
que  traigo  más  unas  veces  que  otras,  de  que  estoy  ausente  de  Dios, 
y  estos  días  había  sido  bien  grande,  que  parecía  no  lo  podía  sufrir, 
y  habiendo  estado  así  harto  fatigada,  vi  que  era  tarde  para  hacer  cola- 
ción y  no  podía;  y  a  causa  de  los  vómitos,  háceme  mucha  flaqueza  no 
la  hacer  un  rato  antes,  y  !así  con  harta  fuerza  puse  el  pan  delante  para 
hacérmela  para  comello,  y  luego  se  me  representó  allí  el  Señor,  y  pa- 
reció que  me  partía  el  pan  y  me  lo  iba  a  poner  en  la  boca, 
y  díxome:  «Come,  hija,  y  pasa  como  pudieres;  pésame  de  lo  que 
padeces,  mas  esto  conviene  por  agora».  Quedé  quieta  de  aquella  pena 
y  consolada,  porque  verdaderamente  me  pareció  sestaba  conmigo,  y 
todo  otro  día,  y  con  esto  se  satisfizo  el  deseo  por  entonces.  Esto  de 
decir  pésame,  me  hizo  reparar,  porque  a  mí  no  me  parece  puede  tener 
pena  de  nada  (1). 

Sobre  el  temor  de  pensar  si  no  están  en  gracia: 

22.  ¿De  qué  te  afliges,  pecadorcilla?  ¿Yo  no  soy  tu  Dios?  ¿No  ves 
cuan  mal  allí  soy  tratado?  Si  me  amas,  ¿por  qué  no  te  dueles 
de  mí?»  (2). 

23.  «¡Hija, muy  diferente  es  la  luz  de  las  tinieblas.  Yo  soy  fiel;  nai- 
de se  perderá  sin  entenderlo.  Engañarse  ha  quien  se  asegura  por  regalos 
espirituales.  La  verdadera  siguridad  es  el  testimonio  de  la  buena  con- 
ciencia; mas  naide  piense  que  por  sí  puede  estar  en  luz,  así  como  no 
podía  hacer  que  viniese  la  noche,  porque  depende  de  mí  la  gracia.  El 
mejor  remedio  que  puede  haber  para  detener  la  luz,  es  entender 
que  no  puede  nada'  y  que  le  viene  de  mí;  porque  aunque  esté  en  ella, 
en  un  punto  que  yo  me  aparte,  venía  la  noche.  Esta  es  la  verdadera 


1  Relación  XXVI,  p.  56. 

2  Relación  XXVII,  p.  58. 


APÉNDICES  531 

humildad,  conocer  lo  que  puede  y  yo  puedo.  No  dexes  describir  los 
avisos  que  te  doy,  porque  no  se  te  olviden;  pues  quieres  por  escripto 
los  avisos  de  los  hombres,  ¿por  qué  piensas  pierdes  tiempo  en  escribir 
los  que  te  doy?   Tiempo  verná  que  los  hayas  todos  menester»  (1). 

Sobre  darme  a  entender  qué  es  unión: 

24.  «No  pienses,  hija,  ques  unión  estar  muy  junta  conmigo,  porque 
también  lo  están  los  que  me  ofenden,  aunque  no  quieren.  Ni  los  regalos 
y  gustos  de  la  oración,  aunque  sea  con  muy  subido  grado,  aunque  sean 
míos,  medios  son  para  ganar  las  almas  muchas  veces  aunque  no  estén 
en  gracia».  Estaba  yo  cuando  esto  entendía  en  gran  manera  levantado 
el  espíritu.  Dióme  a  entender  el  Señor  qué  era  espíritu,  y  cómo  estaba 
el  alma  entonces,  y  cómo  se  entienden  las  palabras  de  la  «Magníficat 
et  exultavit  spiritus  meus  etc.»,  no  lo  sabré  decir;  paréceme  se  me  dio 
a  entender  quel  espíritu  era  lo  superior  de  la  voluntad.  Tornando  a 
la  unión,  entendí  que  era  este  espíritu  limpio  y  levantado  de  todas 
las  cosas  de  la  tierra,  no  quedar  cosa  del,  que  quiera  salir  de  la  vo- 
luntad de  Dios,  sino  que  de  tal  manera  esté  un  espíritu  y  una  voluntad 
conforme  con  la  suya,  y  un  desasimiento  de  todo,  empleado  en  Dios, 
que  no  haya  memoria  en  sí  de  amor  en  ninguna  cosa  criada,  y  yo 
pensando  si  esto  es  unión;  luego  un  alma  que  siempre  está  en  esta 
determinación,  siempre  podemos  decir  questá  en  oración  de  unión, 
y  es  verdad  questa  no  puede  durar  sino  es  muy  poco.  Ofréceseme  que 
cuanto  a  andar  justamente,  y  mereciendo  y  ganando  se  hará,  mas  no 
se  puede  decir  anda  unida  el  alma  como  en  la  contemplación;  paré- 
ceme entendí,  aunque  no  por  palabras,  questando  el  polvo  de  nuestra 
miseria  y  faltas  y  estorbos  en  que  nos  tornamos  a  enfrascar,  que  no 
sería  posible  estar  con  la  limpieza  questá  el  espíritu  cuando  se  junta 
Con  el  de  Dios,  que  vaya  fuera  y  levantado  de  nuestra  miserable  mi- 
seria. Y  paréceme  a  mí  que  si  ésta  es  unión,  estar  tan  hecha  una 
nuestra  voluntad  y  espíritu  con  el  de  Dios,  que  no  es  posible  tenerla 
sino  es  quien  esté  en  estado  de  gracia,  que  me  habían  dicho  que  sí. 
ñsí  me  parece  a  mí  será  bien  dificultoso  entender  cuándo  es  unión, 
sino  por  particular  gracia  de  Dios,  pues  no  se  puede  entender  cuándo 
estamos  en  ella. 

Scríbame  vuestra  merced  su  parecer,  y  en  lo  que  desatino,  y  tór- 
neme a  enviar  este  papel  (2). 

25.  Había  leído  en  un  libro  que  era  imperfección  tener  imagines  cu- 
riosas, y  así  no  quería  tener  en  la  celda  una  que  tenía.  Y  también  an- 
tes que  leyese  esto,  me  parecía  pobreza  no  tener  ninguna  sino  de  papel, 
y  como  después  un  día  destos  leí  esto,  ya  no  las  tuviera  de  otra  cosa. 
Y  entendí  esto  estando  descuidada  dello:  «Que  no  era  buena  mortifi- 
cación; que  cuál  era  mejor:  la  pobreza  o  la  charidad.  Que  pues  era 
mejor  el  amor,  que  todo  lo  que  me  despertase  a  él  que  no  lo  dexase, 
ni  lo  quitase  a  mis  monjas,  que  las  muchas  molduras  y  cosas  curiosas 


1  Relación  XXVIIl,  p.  58. 

2  Relación  XXIX,  p.  59 


532  APÉNDICES 

en  las  imagines  decía  el  libro,  que  no  las  imagines.  Que  lo  quel  de- 
monio hacía  en  los  luteranos,  era  quitarles  todos  los  medios  para  más 
despertar,  y  así  iban  perdidos.  Mis  cristianos,  hija,  han  de  hacer  agora 
más  que  nunca,  al  contrario  de  lo  que  ellos  hacen».  Entendí  que 
tenía  mucha  obligación  de  servir  a  Nuestra  Señora  y  a  Sanct  Joseph, 
porque  muchas  veces,  yendo  perdida  del  todo,  por  sus  ruegos  me  tor- 
naba Dios  a  dar  salud  (1). 

26.  Un  día  después  de  san  Mateo,  estando  como  suelo,  después  que 
vi  la  visión  de  la  Santísima  Trinidad  y  cómo  está  con  el  alma  questá 
en  gracia,  se  me  dio  a  entender  muy  claramente,  de  manera  que  por 
ciertas  maneras  y  comparaciones  por  visión  imaginaria  lo  vi.  Y  aun- 
que otras  veces  se  me  ha  dado  a  entender  por  visión  intelectual  la 
Santísima  Trinidad,  no  me  ha  quedado  después  algunos  días  la  ver- 
dad, como  agora  digo,  para  poderlo  pensar  y  consolarme  en  esto.  Y 
agora  veo  que  de  la  misma  manera  lo  he  oído  a  letrados,  y  «lo 
lo  he  entendido  como  agora,  aunque  siempre  sin  detenimiento  lo  creía, 
porque  no  tenía  tentaciones  de  la  fe. 

R  las  personas  ignorantes  parécenos  que  las  Personas  de  la  San- 
tísima Trinidad  todas  tres  están,  como  lo  vemos  pintado,  en  una  Per- 
sona, a  manera  de  cuando  se  pintan  en  un  cuerpo  tres  rostros;  y 
así  nos  espantan  tanto,  que  parece  cosa  imposible  y  que  no  hay  quien 
ose  pensar  en  ello;  porque  el  entendimiento  se  embaraza,  y  teme 
no    quede    dudoso   desta   verdad    y   quita   una    gran    ganancia. 

Lo  que  a  raí  se  me  representó,  son  tres  Personas  distintas,  que 
cada  una  se  puede  mirar  y  hablar  por  sí.  Y  después  he  pensado  que 
sólo  el  Hijo  tomó  carne  humana,  por  donde  se  vee  esta  verdad  de 
la  distinción  personal.  Estas  Personas  se  aman  y  comunican  \¿  se 
conocen.  Pues  si  cada  una  es  por  sí,  ¿cómo  decimos  que  todas  tres 
son  una  esencia,  y  lo  creemos,  y  es  muy  gran  verdad  y  por  ella  mo- 
riría yo  mil  muertes?  En  todas  tres  Personas  no  hay  más  de  un 
querer  y  un  podeir  y  un  señorío,  de  manera  que  ninguna  cosa  puede 
una  sin  otra,  !sino  que  de  cuantas  criaturas  hay,  es  sólo  un  Criador. 
¿Podría  el  Hijo  criar  una  hormiga  sin  el  Padre?  No,  ques  todo  un 
poder,  y  lo  mismo  el  Spíritu  Santo,  así  ques  un  solo  Dios  todopode- 
roso, y  todas  tres  Personas  una  Majestad.  ¿Podría  uno  amar  a  el  Pa- 
dre sin  querer  el  Hijo  y  al  Espíritu  Santo?  No,  sino  quien  contentare 
a  la  una  destas  tres  divinas  Personas,  contentan  a  todas  tres;  y  quien 
le  ofendiere,  lo  mesmo.  ¿Podrá  el  Padre  estar  sin  el  Hijo  y  Espíritu 
Santo?  No,  porqués  una  esencia,  y  donde  está  el  uno  están  todas 
tres,  que  no  se  pueden  dividir.  ¿Pues  cómo  vemos  questán  distintas 
tres  Personas,  y  cómo  tomó  carne  humana  el  Hijo,  y  no  el  Padre 
ni  el  Spíritu  Santo?  Esto  no  lo  entendí  yo;  los  teólogos  lo  saben. 
Bien  sé  yo  que  en  aquella  obra  tan  maravillosa  estaban  todas  tres 
Personas,  y  no  me  ocupo  en  pensar  mucho  esto.  Luego  se  concluye 
mi  pensamiento  con  pensar  que  Dios  todopoderoso,  y  como  lo  quiso 
lo   puede,    y    así    podrá   todo    lo    que   quisieire;    y    mientras   menos    lo 


1      Relación  XXX,  p.  60. 


APÉNDICES  533 

entiendo,   más   lo   creo   y   rae   hace   mayor   devoción.    Sea    por   siempre 
bendito  (1). 

27.  Estando  en  San  Josef  de  Avila,  víspera  del  Spíritu  Santo,  en  la 
ermita  de  Nazaret,  considerando  en  una  grandísima  merced  que  nues- 
tro Señor  me  había  hecho  en  tal  día  como  éste,  veinte  años  había,  poco 
más  o  menos,  me  comenzó  un  ímpetu  y  un  hervor  grande  de  espíritu, 
que  me  hizo  suspender.  En  este  gran  recogimiento  entendí  de  nuestro 
Señor  lo  que  agora  diré:  «Que  dixese  a  estos  Padres  Descalzos  de  su 
parte,  que  procurasen  guardar  cuatro  cosas,  y  que  mientras  las  guar- 
dasen, siempre  iría  en  más  crecimiento  esta  Religión,  y  cuando  estas 
faltasen,  entendiesen  que  iban  menoscabando  de  su  principio.  La  pri- 
mera, que  las  cabezas  estuviesen  conformes.  La  segunda,  que  aunque 
tuviesen  muchas  casas,  en  cada  una  hubiese  pocos  frailes.  La  ter- 
cera, que  tratasen  poco  con  seglares,  y  esto  para  bien  de  sus  almas. 
La  cuarta,  que  enseñasen  más  por  obras  que  con  palabras.  Esto  fué 
año  1579.  Y  porqués  gran  verdad,  lo  firmé  de  mi  nombre.  Teresa 
de  Jesús*  (2). 

28.  Si  no  me  hubiera  hecho  nuestro  Señor  las  mercedes  que  me 
ha  hecho,  no  me  parece  tuviera  ánimo  para  las  obras  que  se  han  hecho, 
ni  fuerzas  para  los  trabajos  que  se  han  padescido,  y  contradiciones  y 
juicios.  Y  así,  después  que  se  comenzaron  las  fundaciones,  se  me  qui- 
taron los  temores  que  antes  traía  de  ser  engañada,  y  se  me  puso  certi- 
dumbre que  era  Dios,  y  con  esto  me  arrojaba  a  cosas  dificultosas,  aun- 
que siempre  con  consejo  y  obediencia.  Por  donde  entiendo,  que  como 
quiso  Nuestro  Señor  despertar  el  principio  desta  Orden,  y  por  su  miseri- 
cordia me  tomó  por  medio,  había  de  poner  Su  Majestad  lo  que  me 
faltaba,  que  era  todo,  para  que  hubiese  efecto  y  se  mostrase  mejor  su 
grandeza  con  cosa  tan  ruin  (3). 

29.  La  confesión  es  para  decir  culpas,  pecados  y  no  virtudes  y  cosas 
semejantes  de  oración,  si  no  fuere  con  quien  sentiende  se  puede  tra- 
tar, y  esto  vea  la  priora,  y  la  monja  le  diga  la  necesidad  para  que 
vea  lo  que  conviene;  porque  dice  Casiano  ques  el  que  no  lo  sabe,  como 
el  que  no  sabe  ni  ha  visto  que  naden  los  hombres,  que  pensará  sj 
los   vee  echar  en  el    río,   que  todos   se  han   de   ahogar   (^). 

30.  Que  quiso  Nuestro  Señor  que  Joseph  dixese  la  visión  a  sus  her- 
manos, y  se  supiese  aunque  le  costase  tan  caro  como  le  costó. 

31.  Con  el  temor  que  siente  el  alma  cuando  le  quiere  Dios  hacer  una 
gran  merced  sentiende  es  reverencia  que  hace  el  spíritu  como  los 
veinte  y  tuatro  viejos  que  dice  la  Sagrada  Escriptura. 

32.  Como  se  puede  entender,  cuando  las  potencias  están  suspendidas 
que  se  representan  al  alma  algunas  cosas  para  encomendarlas  a  Dios, 


1  Relación  XXXIII,  p.  61. 

2  Relación  LXVII,  p.  86. 

3  Relación  XXXIV,  p.  63. 

'i      Este  y  los  tres  párrafo.s  .siguientes,   que  también  copia  el  Códice  de  Avila,  los  suprimi- 
mos en  el  te.xto  para  publicarlos  entre  los  «Escritos  sueltos»,  que  es  su  luflar  más  propio. 


534  APÉNDICES 

que  las  representa  algún  ángel,  que  se  dice  en  la  Escriptura  questaba 
incensando   y    ofreciendo   las   oraciones. 

33.  Habiendo  comenzado  a  confesarme  con  una  persona  en  una  ciu- 
dad que  al  presente  estoy,  y  ella  con  haberme  tenido  mucha  voluntad  y 
tenerla  después  que  admitió  el  gobierno  de  mi  alma,  se  apartaba  de 
venir  acá.  Estando  yo  en  oración  una  noche  pensando  en  la  falta 
que  me  hacía,  entendí  que  le  tenía  Dios  para  que  no  viniese,  porque  me 
convenía  tratar  mi  alma  con  una  persona  del  mismo  lugar.  R  mí  me 
pesó  por  haber  de  conocer  condición  nueva,  que  podía  ser  no  me  en- 
tendiese e  inquietase  y  por  tener  amor  a  quien  me  hacía  esta  caridad; 
aunque  siempre  que  veía  o  oía  predicar  a  esta  persona,  me  hacía 
contento  espiritual,  y  con  tener  muchas  ocupaciones  también  me  pa- 
recía inconviniente.  Díxome  el  Señor:  «Yo  haré  que  te  oya  y  te  entien- 
da. Declárate  con  él,  que  algún  remedio  te  será  de  tus  trabajos».  Esto 
postrero  fué,  según  pienso,  porquestaba  yo  entonces  fatigada  destar 
ausente  de  Dios.  También  me  dixo  entonces  Su  Majestad,  «que  bien 
veía  el  trabajo  que  tenía;  mas  que  no  podía  ser  menos  mientras  vi- 
viese en  este  destierro,  que  todo  era  para  más  bien  mío»,  y  me  consoló 
mucho.  Así  me  ha  acaecido.  Y  huelga  y  busca  tiempo  y  me  ha  en- 
tendido y  dado  gran  alivio.  Es  muy  letrado  y  santo  (1). 

34.  Estando  un  día  de  la  Presentación  encomendándome  mucho  a 
Dios  a  una  persona,  y  parecíame  que  todavía  era  inconviniente  el  tener 
renta  y  la  libertad,  para  la  santidad  grande  que  yo  le  deseaba,  púsose- 
me  delante  su  poca  salud  y  la  mucha  luz  que  daba  a  las  almas;  en- 
tendí: «Mucho  me  sirve,  mas  gran  cosa  es  siguirme  desnudo  como 
yo  me  puse  en  la  cruz.  Dile  que  se  fíe  de  Mí».  Esto  postrero  fué 
porque  me  acordé  yo  de  su  poca  salud,  que  no  podría  llevar  tanta 
perficción   (2). 

35.  Estando  una  vez  pensando  la  pena  que  me  daba  el  comer  carne 
y  no  hacer  penitencia,  entendí:  «que  algunas  veces  era  más  amor  pro- 
pio que  deseo  della»  (3). 

36.  Estando  una  vez  con  mucha  pena  de  haber  ofendido  a  Nuestro 
Señor,  me  dixo:  «Todos  tus  pecados  son  delante  de  Mí  como  si  no  fue- 
ran; en  lo  por  venir  tcsfuerzai,  que  no  son  acabados  tus  trabajos»  (4). 

37.  Estando  un  día  en  oración,  sentí  estar  el  alma  tan  dentro  de 
Dios,  que  no  parecía  había  mundo,  sino  embebida  en  él.  Dióseme 
aquí  a  entender  aquel  verso  de  la  Magníficat  «et  exultavit  spiritus 
meus»  etc.,  que  no  se  me  puede  olvidar  (5). 

38.  Estaba  una  vez  pensando  sobre  d  querer  deshacer  este  monaste- 


1  Relación  LXIII,  p.  84. 

2  Relación  LXIV,  p.  85. 

3  Relación  LXV,  p.  86. 

4  Relación  LXVI,  p.  86. 

5  Relación  LXI,  p,  83. 


APÉNDICES  535 

rio  de  Descalzas,  si  era  eJ  intento  ir  poco  a  poco  acabándolas  todas. 
Entendí:    «Eso  pretenden,  mas  no  lo  verán,  sino  muy  al  contrario»  (1). 

39.  Estaba  una  vez  muy  recogida  encomendando  a  Dios  a  una  per- 
sona. Entendí:  «Es  mi  verdadero  hijo,  no  le  dexaré  de  ayudar»,  o  una 
palabra  desta  suerte,  que  no  me  acuerdo  bien  desto  postrero   (2). 

40.  Habiendo  un  día  hablado  a  una  persona  que  había  dexado  mu- 
cho por  Dios  y  acordándome  cómo  nunca  dexé  nada  por  El,  ni  en  cosa 
le  he  servido,  como  estoy  obligada,  y  mirando  las  muchas  mercedes  que 
ha  hecho  a  mi  alma,  comencé  a  fatigarme  mucho,  y  díxome  el  Se- 
ñor: «Ya  sabes  el  desposorio  que  hay  entre  ti  y  Mí;  y  habiendo  esto, 
lo  que  Yo  tengo  es  tuyo,  y  así  te  doy  todos  los  trabajos  y  dolores 
que  pasé,  y  con  esto  puedes  pedir  a  mi  Padre  como  cosa  propia».  Aun- 
que yo  he  oído  decir  que  somos  participantes  desio,  agora  fué  desta 
manera,  que  pareció  que  había  quedado  en  gran  señorío,  porque  la 
amistad  con  que  me  hizo  esta  merced  no  se  puede  decir  aquí. 
Parecióme  lo  admitió  el  Padre,  y  desde  entonces  miro  muy  de  otra  suer- 
te lo  que  padesció  el  Señor,  como  cosa  propia,  y  dame  grande  alivio  (3), 

11.  Estando  el  día  de  la  Magdalena  considerando  el  amistad  questoy 
obligada  a  tener  a  Nuestro  Señor  conforme  a  las  palabras  que  me 
ha  dicho  sobre  esta  Santa,  y  tiniendo  grande  deseo  de  imitarla,  me 
hizo  el  Señor  una  gran  merced  y  me  dixo:  «Que  de  aquí  adelante 
me  esforzase,  que  le  había  de  servir  más  que  hasta  aquí».  Dióme  deseo 
de  no  me  morir  tan  presto,  porque  hubiese  tiempo  para  emplearme 
en   esto   y   quedé  con   gran   determinación   de  padescer   (1). 

^2.  Una  vez  entendí  cómo  estaba  el  Señor  en  todas  las  cosas  y 
cómo  en  el  alma,  y  púsome  comparación  de  una  esponja  que  embebe 
el  agua  en  sí  (5). 

^13.  Como  vinieron  mis  hermanos,  y  yo  debo  al  uno  tanto,  no  dexo 
de  estar  con  él  y  tratar  un  rato  lo  que  conviene  a  su  alma  y  asiento, 
y  todo  rae  daba  cansancio  y  pena;  y  estándole  ofreciendo  a  Dios  y 
pareciéndome  que  lo  hacía  por  estar  obligada,  acordósemc  questá  en 
nuestras  Constituciones,  que  nos  dicen  que  nos  desviemos  de  deudos, 
y  estando  pensando  si  estaba  obligada,  me  dixo  el  Señor:  «No,  hija, 
que  vuestros  Institutos  no  han  de  ir  sino  conforme  a  mi  Ley*.  Verdad 
es  quel  intento  de  las  Constituciones  son  porque  no  se  asgan  a  ellos, 
y  esto,  a  hii  parecer,  antes  me  cansa  y  deshace  más  tratarlos  (6). 

44.  Habiendo  acabado  de  comulgar  día  de  San  ñgustín,  yo  no  sabré 
decir   cómo,   se  me   dio   a  entender,   y   casi   a  ver,   sino   que  fué  cosa 


1 

Relación  LXII, 

p.  83. 

2 

Relación  XLIII, 

p.  72. 

3 

Relación  LI,  p. 

76. 

4 

Relación  XLII, 

p.  72. 

5 

Relación  XLV, 

p.  73. 

6 

Relación  XLVI, 

,  P.  74. 

536  APÉNDICES 

intelectual  y  que  pasó  presto,  cómo  las  Tres  Personas  de  la  Santí- 
sima Trinidad,  que  yo  traigo  en  el  alma  esculpidas,  son  una  cosa. 
Por  una  juntura  tan  extraña  se  me  dio  a  entender  y  por  ima  luz 
tan  clara,  que  han  hecho  bien  diferente  operación  que  tenerlo  por  fe. 
He  quedado  de  aqui  a  no  poder  pensar  ninguna  de  las  Tres  Perso- 
nas Divinas,  sin  entender  que  son  todas  tres,  de  manera  questaba  yo 
hoy  considerando,  cómo  siendo  tan  una  cosa,  había  tomado  carne 
humana  el  Hijo  solo,  y  dióme  el  Señor  a  entender  cómo  con  ser 
una  cosa  eran  tan  distintas.  Son  unas  grandezas  que  de  nuevo  desea 
el  alma  salir  deste  embarazo  que  hace  el  cuerpo  para  no  gozar 
dellas,  que  aunque  parece  no  son  para  nuestra  baxeza  entender  algo 
dellas,  queda  una  ganancia  en  el  alma,  con  pasar  en  un  punto,  sin 
comparación  mayor  que  con  muchos  años  de  meditación,  y  sin  saber 
cómo  entenderlo   (1). 

^5.  El  día  de  la  Natividad  de  Nuestra  Señora  tengo  particular  ale- 
gría. Cuando  este  día  viene,  parecióme  sería  bien  renovar  los  votos,  y 
quiriéndolo  hacer,  se  me  representó  la  Virgen  Nuestra  Señora  por  vi- 
sión iluminativa,  y  parecióme  los  hacía  en  sus  manos,  y  que  le  eran 
agradables.  Quedóme  esta  visión  por  algunos  días,  como  estaba  junto 
conmigo,    hacia   el   lado   izquierdo    (2). 

^6.  Un  día,  acabando  de  comulgar,  me  pareció  verdaderamente  que 
mi  alma  se  hacía  una  cosa  con  aquel  cuerpo  sacratísimo  del  Señor, 
cuya  presencia  se  me  representó  y  me  hizo  gran  operación  y  apro- 
vechamiento (3). 

't?.  Estaba  una  vez  pensando  si  me  habían  de  mandar  ir  a  reformar 
un  monasterio,  y  dábame  pena.  Entendí:  «¿Qué  teméis?  ¿Qué  podéis 
temer  sino  las  vidas  que  tantas  veces  me  las  habéis  ofrecido?  Yo  os 
ayudaré».   Fué  en  una  oración   de  suerte  que  me  satisfizo  mucho   (4). 

48.  Estando  yo  una  vez  deseando  hacer  algún  servicio  a  Nuestro 
Señor,  pensé  qué  apocadamente  podía  yo  servirle,  y  dixe  entre  mí: 
¿Para  qué.  Señor,  queréis  Vos  mis  obras?  Y  díxome:  «Para  ver  tu 
voluntad,    hija»    (5). 

49.  Dióme  el  Señor  luz  una  vez  en  una  cosa  que  yo  gusté  mucho  de 
entenderla,  y  olvidóseme  lueyü  desde  a  poco,  que  no  he  podido  más 
tornar  a  caer  len  lo  que  era;  y  estando  yo  procurando  si  se  rae  acor- 
dase, entendí  esto:  «Ya  sabes  que  te  hablo  algunas  veces;  no  dejes 
describirlo,  porque,  aunque  a  ti  no  aproveche,  podrá  aprovechar  a 
otras».  Yo  estaba  pensando  si  por  mis  pecados  había  de  aprovechar 
a  otros  y   perderme  yo,  y   díxome:    «No  hayas  miedo»   (6). 


1  Relación  XLVII,  p.  74. 

2  Relación  XLVIII,  p.  75. 

3  Relación  XLIX,  p.  75.  En  el  Códice  viene  unida  a  la  anterior. 
'!  Relación  L,  p.  76. 

5  Relación  LIl,   p.  77 

6  Relación  LI!I,  p.  77.  El  Códice  la  copia  a  continuación  de  lo  precedente,  sin  distinción 
de  párrafos. 


APÉNDICES  537 

50.  Estaba  una  vez  recogida  en  esta  compañía  que  traigo  en  el  alma, 
y  pareciéndome  estar  Dios  de  manera  en. ella,  que  me  acordé  de  cuan- 
do San  Pedro  dixo:  «Tú  eres  Cristo,  hijo  de  Dios  vivo»(l),  porque  ansí 
estaba  Dios  vivo  en  mi  alma.  Esto  no  es  como  otras  veces,  porque 
lleve  fuerza  con  la  fe,  de  manera  que  no  se  puede  dudar  questá  la 
Trinidad  por  potencia,  presencia  y  esencia  en  las  almas.  Es  cosa  de 
grandísimo  provecho  entender  esta  verdad,  y  como  estaba  espantada 
de  ver  tanta  majestad  en  cosa  tan  baja  como  mi  alma,  entendí:  *No 
es  baja,  hija,  pues  está  hecha  a  mi  imagen».  También  entendí  algunas 
cosas  de  la  causa  porque  Dios  se  deleita  con  las  almas  más  que  con 
otras  criaturas,  tan  delicadas  que,  aunquel  entendimiento  las  enten- 
dió de  presto,  no  la  sabrá  decir  (2). 

51.  Habiendo  estado  con  tanta  pena  del  mal  de  mi  Padre,  que  no 
sosegaba,  y  suplicando  a  el  Señor  un  día  acabando  de  comulgar  muy 
encarecidamente  esta  petición,  que  pues  El  rae  le  había  dado,  no  me 
viese  yo  sin   él,   díxome:    «No  hayas  miedo»   (3). 

52.  Estando  una  vez  con  esta  presencia  de  las  Tres  Personas  que 
traigo  en  el  alma,  era  con  tanta  luz,  que  no  se  puede  dudar  el  estar  allí 
Dios  vivo  y  verdadero,  y  allí  se  me  daban  a  entender  cosas  que  yo 
no  sabré  decir  después.  Entre  ellas  era  cómo  había  la  Persona  del 
Hijo  tomado  carne  humana  y  no  las  demás.  No  sabré,  como  digo, 
decir  cosa  desto,  que  pasan  algunas  tan  en  secreto  del  alma,  que  pa- 
rece el  entendimiento  entiende  como  una  persona,  que  durmiendo  o 
medio  durmiendo  le  parece  entiende  lo  que  se  habla.  Yo  estaba  pen- 
sando cuan  recio  era  el  vivir  que  nos  privaba  de  no  estar  así  siempre 
en  aquella  admirable  compañía,  y  dixe  entre  mí:  Señor,  dadme  algún 
medio  para  que  yo  pueda  llevar  esta  vida.  Díxome:  «Piensa,  hija, 
cómo  después  de  acabada  no  me  puedes  servir  en  lo  que  agora,  y 
come  por  Mí  y  duerme  por  Mí,,  y  todo  lo  que  hicieres  sea  por  Mí, 
como  si  no  lo  vivieses  tú  ya,  sino  Yo,  questo  es  lo  que  decía 
san  Pablo»  (4). 

53.  Una  vez,  acabando  de  comulgar,  se  me  dio  a  entender  cómo  este 
Sacratísimo  Cuerpo  de  Cristo  le  recibe  su  Padre  dentro  en  nuestra 
alma.  Como  yo  entiendo  y  he  visto  están  estas  Divinas  Personas, 
y  cuan  agradable  es  esta  ofrenda  a  su  Hijo,  porque  se  deleita  y  goza 
con  El,  digamos  acá  en  la  tierra,  porque  su  Humanidad  (5)  no  está  con 
nosotros  en  el  alma,  sino  su  Divinidad,  y  así  les  tan  acepto  y  agrada- 
ble y  nos  hace  tan  grandes  mercedes,  entendí  que  también  recibe  este 
sacrificio  aunquesté  en  pecado  el  sacerdote,  salvo  que  no  se  comuni- 
can las  mercedes  a  su  alma  como  a  los  questán  en  gracia;  y  no  por- 
que dexen  destar  estas   influencias  en   su  fuerza,  que  proceden   desta 


1  Matth..  c.  XVI,  V.  16. 

2  Relación  LIV,  p.  78. 

3  Relación  LV,  p.  78. 
1  Relación  LVl,  p.  79. 

5  Hermandad  dice  el  Manusciito. 


538  APÉNDICES 

comunión  con  que  el  Padre  recibe  este  sacrificio,  sino  por  falta  de 
quien  las  ha  de  recibir;  como  no  es  por  falta  del  sol  no  resplande- 
cer cuando  da  en  un  pedazo  de  pez,  como  en  uno  de  cristal.  Si  yo 
agora  lo  dixeia,  me  diera  mejor  a  entender;  importa  saber  cómo  es 
esto,  porque  hay  grandes  secretos  en  lo  interior  cuando  se  comulga. 
Es  lástima  questos  cuerpos  no  nos  lo  dexan  gozar  (1). 

54.  Octava  de  Todos  Santos,  tuve  dos  o  tres  días  muy  trabajosos  de 
la  memoria  de  mis  pecados  grandes,  y  unos  temores  grandes  de  per- 
secuciones, que  no  se  fundaban  sina  en  que  me  habían  de  levantar 
grandes  testimonios,  y  todo  el  ánimo  que  suelo  tener  a  padescer  por 
Dios  me  faltaba.  Aunque  yo  me  quería  animar  y  hacía  actos  y  veía 
que  sería  gran  ganancia  a  mi  alma,  aprovechaba  poco,  que  no  se 
me  quitaba  el  temor;  era  una  guerra  desabrida.  Topé  con  una  le- 
tra donde  dice  mi  buen  Padre,  que  dice  San  Pablo  que  no  permite 
Dios  que  seamos  tentados  más  de  lo  que  podemos  sufrir.  Aquello 
me  alivió  harto,  mas  no  bastaba,  antes  otro  día  me  dio  una  aflicción 
grande  de  verme  sin  él,  como  no  tenía  a  quien  acudir  con  esta  tribula- 
ción, que  me  parecía  vivir  en  una  gran  soledad.  Y  ayudaba  el  ver 
que  no  hallo  quien  me  dé  alivio  sin  él,  que  lo  más  había  de  estar 
ausente,  que  mes  harto  tormento. 

Otra  noche  después,  estando  leyendo  en  un  libro,  hallé  otro  dicho 
de  san  Pablo,  que  me  comenzó  a  consolar,  y  recogida  un  poco,  estaba 
pensando  cusn  presente  había  traído  de  antes  a  Nuestro  Señor,  que 
tan  verdaderamente  me  parecía  ser  Dios  vivo.  En  esto  pensando, 
me  dixo  y  píirecióme  muy  dentro  de  mí,  como  al  lado  del  corazón,  por 
visión  intelectual:  «Aquí  estoy,  sino  que  quiero  que  veas  lo  poco 
que  puedes  sin  Mí».  Luego  me  aseguré  y  se  quitaron  todos  los 
miedos,  y  estando  la  misma  noche  en  jWaitines,  el  mismo  Señor,  por 
visión  intelectual,  tan  grande  que  casi  parecía  imaginaria,  se  me  puso 
en  los  brazos  a  manera  de  como  se  pinta  en  la  «Quinta  angustia».  Hí- 
zome  temor  harto  esta  visión,  porque  era  muy  patente  y  tan  junta  a 
mí,  que  me  hizo  pensar  si  era  ilusión.  Díxomc:  «No  tespantes  desto, 
que  con  mayor  unión,  sin  comparación,  está  mi  Padre  con  tu  ánima». 
Háscme  así  quedado  esta  visión  hasta  agora  representada.  Lo  que  dixe 
de  Nuestro  Señor,  me  duró  más  de  un  mes.  Ya  se  me  ha  quitado  (2). 

54.  Estando  una  noche  con  harta  pena  porque  había  mucho  que  no 
sabía  de  mi  Padre,  y  aun  no  estaba  bueno  cuando  mescribió  la 
postrera  vez,  aunque  no  era  como  la  primera  de  su  mal,  que  era 
confiada  y  de  aquella  manera  nunca  la  tuve  después,  mas  el  cuidado 
impedía  la  oración,  parecióme  de  presto,  y  fué  así  que  no  podía 
ser  imaginación,  quen  lo  interior  se  me  representó  una  luz,  y  vi  que 
venía  por  el  camino  alegre^  y  rostro  blanco,  aunque  de  la  luz  que  vi, 
debió  hacer  blanco  el  rostro,  que  así  me  parece  están  todos  en  el 
cielo;   y  he  pensado  si  del  resplandor  y  luz  que  sale  de  Nuestro  Se- 


1  Relación  LVII,  p.  79. 

2  Relación  LVUI,  p,  80. 


APÉNDICES  539 

flor  les  hace  estar  blancos.  Entendí:  «Dile  Cfuc  sin  temor  comience 
luego,  que  suya  es  la  Vitoria».  Un  día  después  que  vino,  estando  yo  a 
la  nociie  alabando  a  Nuestro  Señor  por  tantas  mercedes  como  me  había 
hecho,  me  dixo:  «¿Qué  me  pides  tú  que  no  haya  yo  hecho,  hija  mía?»  (1). 

56.  El  día  que  se  presentó  el  Breve,  como  yo  estuviese  con  grandí- 
sima atención,  que  me  tenía  toda  turbada,  que  aun  rezar  no  podía, 
porque  me  habían  venido  a  decir  que  Nuestro  Padre  estaba  en  gran 
aprieto,  porque  no  le  dexaban  salir,  y  había  gran  ruido,  entendí  estas 
palabras:  «¡Oh  mujer  de  poca  fec,  sosiégate,  que  muy  bien  se  va 
haciendo!»  Era  día  de  la  Presentación  de  Nuestra  Señora,  año  de  1575. 
Propuse  en  mí  si  esta  Virgen  acababa  con  su  Hijo  que  viésemos  a 
nuestro  Padre  libre  destos  frailes,  y  a  nosotras  de  pedirle  ordenase 
que  en  cada  casa  celebrasen  con  solemnidad  esta  fiesta  en  nuestros 
monasterios  de  Descalzas.  Cuando  esto  propuse,  se  rae  acordaba  de 
lo  quentendí  que  había  destablecer  fiesta,  en  la  visión  que  vi.  Agora 
tornando  a  leer  este  cuadernillo,  he  pensado  si  ha  de  ser  ésta 
la  fiesta  (2). 

57.  Año  de  157^1,  en  el  mesmo  de  Abril,  estando  yo  en  la  fundación 
de  Beass  acertó  a  venir  allí  el  Maestro  Fray  Jerónimo  de  la  Madre 
de  Dios.  Comencéme  a  confesar  con  él  algunas  veces,  aunque  no 
tiniéndole  en  el  lugar  que  a  otros  confesores  había  tenido,  para 
del  todo  gobernarme  por  él.  Estando  yo  un  día  comiendo  sin  ningún 
recogimiento  interior,  se  comenzó  mi  alma  a  suspender  y  recoger,  de 
suerte  que  pensé  que  me  quería  venir  algún  arrobamiento,  y  repre- 
sentóserae  esta  visión  con  la  brevedad  ordinaria,  ques  como  un  re- 
lámpago. Parecióme  ver  junto  a  mí  a  Nuestro  Señor  Jesucristo,  de 
la  forma  que  Su  Majestad  se  me  suele  representar,  y  hacia  su 
lado  derecho  estaba  el  mismo  Maestro.  Tomó  el  Señor  su  mano  de- 
recha y  la  mía  y  juntólas  y  díxome:  «Queste  quería  tomase  en 
su  lugar  toda  mi  vida,  y  quentrambos  nos  conformásemos  en  todo, 
porque  convenía  así».  Quedé  con  una  seguridad  tan  grande  de  que 
era  Dios,  aunque  se  me  ponían  delante  dos  confesores  que  había 
tenido  en  veces  mucho  tiempo  y  seguido  y  a  quien  he  debido  mucho, 
en  especial  el  uno,  a  quien  tengo  gran  voluntad,  me  hacía  terrible 
resistencia.  Con  todo,  no  me  pudo  persuadir  a  que  esta  visión  era 
engaño,  porque  hizo  en  mí  gran  operación  y  fuerza,  junto  con  de- 
cirme otras  dos  veces  que  no  temiese,  quél  quería  esto,  por  diferen- 
tes palabras,  quen  fin  me  determiné  a  hacerlo,  entendiendo  era  vo- 
luntad del  Señor  y  seguir  aquel  parecer,  (entendiendo  era  voluntad  del 
Señor),  todo  lo  que  viviese,  lo  que  jamás  había  hecho  con  naide,  ha- 
biendo tratado  con  hartas  personas  de  grandes  letras  y  sanctidad,  y 
que  miraban  por  mi  alma  con  gran  cuidado,  mas  tampoco  había  yo 
entendido  que  me  convenía  y  a  ellos  también.  Determinada  a  esto, 
quedé  con  una  paz  y  alivio  tan  grande,  que  me  he  espantado  y  cer- 
tificado   lo    quiere    el    Señor,    porquesta    paz    y    consuelo    tan    grande 


1  Relación  LIX,  p.  81. 

2  Relación  LX,  p.  82, 


540  flPEWDICES 

del  alma  no  me  parece  la  puede  poner  el  demonio;  y  así,  cuando 
se  me  acuerda,  alabo  a  el  Señor,  y  se  me  acuerda  posuit  fines  tuos 
pacem.  Y  querríame  deshacer  en  alabanzas  de  Dios  (1). 

59.  Debía  de  ser  como  un  mes  después  desta  mi  determinación,  se- 
gundo día  de  Pascua  de  Spiritu  Santo,  viniendo  yo  a  la  fundación  de 
Sevilla,  oímos  misa  en  un  ermita  en  Ecija,  y  allí  nos  quedamos 
la  siesta.  Estando  mis  compañeras  en  la  ermita,  yo  me  quedé  sola  en 
una  sacristía  que  había  en  ella.  Comencé  a  pensar  en  una  merced  que 
rae  había  hecho  el  Spiritu  Santo  una  víspera  de  fiesta,  y  vínome  un 
deseo  de  hacerle  un  muy  señalado  servicio,  y  no  hallaba  cosa  que  no 
la  tuviese  hecha,  al  menos  determinado;  que  hecho  todo  debe  de  ser 
falto,  y  acordé  que  puesto  quel  voto  de  la  obediencia  tenía  hecho 
y  que  se  podía  hacer  con  más  perfición,  y  represénteseme  que  le 
sería  agradable  prometer  lo  que  ya  tenía  propuesto  de  obedescer  a  el 
Padre  Maestro  Fray  Jerónimo.  Por  una  parte  me  parecía  no  hacía 
en  ello  nada,  porque  ya  estaba  determinada  de  hacerlo;  por  otra 
se  me  hacía  una  cosa  recísima,  considerando  que  con  los  prelados 
que  sie  hace  voto  no  se  descubre  lo  interior  y  se  mudan;  y  si  con 
uno  no  se  halla  bien  viene  otro;  y  que  esotro  era  quedar  sin  ninguna 
libertad  exterior  y  interior  toda  la  vida;  y  apretóme  esto  harto  para 
no  lo  hacer.  Esta  misma  resistencia  que  hizo  mi  voluntad  me  causó 
afrenta,  y  paréceme  que  ya  se  ofrecía  algo  que  hacer  por  Dios,  que 
no  lo  hacía,  que  era  cosa  necesaria  para  la  determinación  que  tengo 
de  servirle  (2).  El  caso  íes  que  apretó  de  manera  la  dificultad,  que  no 
me  parece  que  he  hecho  cosa  en  mi  vida,  ni  el  hacer  profisión,  que 
me  la  hiciese  tan  grave,  salvo  cuando  salí  de  casa  de  mi  padre  para 
ser  monja.  Y  fué  la  causa,  que  se  me  olvidó  lo  que  Ic  quiero,  y 
las  partes  que  tiene  para  mi  propósito;  antes  entonces  como  a  ex- 
traño le  consideraba,  que  me  ha  espantado,  sino  un  gran  temor  si 
era  servicio  de  Dios.  Y  el  natural,  ques  amigo  de  libertad,  debía  de 
hacer  su  oficio,  aunque  yo  ha  años  que  no  tengo  gusto  de  tenerla; 
mas  otra  cosa  me  parecía  era  por  voto,  como  a  la  verdad  lo  es. 
R\  cabo  de  gran  rato  de  batalla,  dióme  el  Señor  una  gran  confian- 
za, pareciéndome  era  mejor  mientras  más  sentía,  y  que  pues  yo  hacía 
aquellas  promesas  por  el  Spiritu  Santo,  que  obligado  quedaba  a  darle 
luz  para  que  me  la  diese,  junto  con  acordarme  que  me  la  había  dado 
Nuestro  Señor;  y  con  esto  me  hinqué  de  rodillas  y  prometí  de  hacer 
cuanto  me  dixese  toda  mi  vida,  por  hacer  este  servicio  a  el  Spiritu 
'Santo,  como  no  fuese  contra  Dios  y  contra  los  perlados  que  tengo  más 
obligación.  Advertí  que  no  obligaba  a  casos  de  poco  momento,  como 
si  yo  importuno  una  cosa,  y  me  dice  que  lo  dexe,  y  me  descuido  y 
torno,  o  en  cosías  de  mi  regalo;  en  fin,  que  no  sean  cosas  de  na- 
derías, que  se  hacen  sin  advertencia,  y  de  todas  mis  faltas  y  pecados, 
o  interior,  no  le  encubriría  cosa  a  sabiendas,  questo  también  es  más 
que  lo  que  se  hace  con  los  perlados.  En  fin,  tenerle  en  lugar  de  Dios, 
exterior    e    interiormente;    no    sé    si    es    así,    mas    gran    cosa    me    pa- 


1  Relación  XXXIX,  p.  67. 

2  El  Códice  repite  esta  palabra. 


APÉNDICES  541 

recia  haber  hecho  esto  por  el  Spíritu  Santo;  a  lo  menos  todo  lo  que 
supe,  y  bien  poco  para  lo  que  debo.  Hlabo  a  Dios  que  crió  persona 
en  quien  quepa;  que  desto  quedé  confiadísima  que  le  ha  de  hacer 
Su  Majestad  grandes  mercedes;  y  yo  tan  alegre  y  contenta,  que  de 
todo  punto  me  parece  había  quedado  libre  de  mí.  Y  pensando  quedar 
apretada  con  la  sujeción,  he  quedado  con  muy  mayor  libertad.  Sea  el 
Señor  por  todo  alabado  (1). 

59.  Una  vez  entendí:  «tiempo  vendrá  que  en  esta  iglesia  se  hagan 
muchos  milagros:  llamarla  han  la  iglesia  santa».  Es  en  San  Joseph 
de  Avila,  año  1571  (2). 

60.  Acabando  de  comulgar,  segundo  día  de  Cuaresma  en  San 
Joseph  de  Malagón,  se  rae  representó  nuestro  Señor  Jesucristo  en 
visión  imaginaria  como  suelo,  y  estando  yo  mirándole,  vi  quen  la  cabe- 
za, en  lugar  de  corona  despinas,  en  toda  ella,  que  debía  de  ser  adonde 
hicieron  la  llaga,  tenía  una  corona  de  gran  resplandor.  Como  yo  soy 
devota  deste  paso,  consolóme  mucho  y  comencé  a  pensar  qué  gran 
tormento  debía  de  ser,  pues  había  hecho  tantas  heridais,  y  a  darme  pena. 
Díxome  el  Señor  que  no  le  hubiese  lástima  por  aquellas  heridas,  sino 
por  las  muchas  que  agora  le  daban.  Y  yo  le  dixe,  que  qué  podría  yo 
hacer  para  remedio  desto,  que  determinada  estaba  a  todo.  Y  díxome 
que  no  era  agora  tiempo  de  descansar,  que  me  diese  priesa  a  hacer 
estas  casas,  que  con  las  almas  dellas  tenía  él  descanso.  Que  tomase 
cuantas  me  diesen,  que  había  muchas  que  por  no  tener  adonde,  no  le 
servían,  y  que  las  que  hiciese  en  lugares  pequeños  fuese  como  ésta, 
que  tanto  podían  merecer  con  deseo  de  hacer  lo  quen  las  otras,  y  que 
procurase  anduviesen  todas  debajo  de  un  gobierno  de  perlada,  y  que  pu- 
siese mucho  cuidado  que  por  cosa  de  mantenimientos  corporales  no  se 
perdiese  la  paz  interior,  quél  nos  ayudaría  para  que  nunca  faltase.  En 
especial  tuviesen  cuenta  con  las  enfermas,  que  la  perlada  que  no  re- 
galase y  proveyese  a  las  enfermas  era  como  los  amigos  de  Job;  quél  daba 
el  azote  para  el  bien  de  sus  almas,  y  ellas  ponían  en  aventura  la  pa- 
ciencia; que  escribiese  la  fundación  destas  casas.  Yo  pensaba  cómo  en 
la  de  Medina  nunca  había  entendido  nada  para  escribir  su  fundación. 
Díxome  que  qué  más  quería  de  ver  que  su  fundación  había  sido  mi- 
lagrosa. Quiso  decir,  que  haciéndolo  solo  El,  pareciendo  ir  sin  ningún 
camino,  y   determinarme  yo   a   ponerlo  por  obra   (3). 


1  Relación  XL,  p.  69. 

2  Relación  XXII,  p.  54. 

3  Relación  IX,  p.  11. 


542  SPENDICES 


XCVIII 


RELACIÓN     QUE     HIZO     LA     SANTA     MADRE     TERESA     DE     JESÚS     DE     CON     QUIEN     HA 
TRATADO     Y     COMUNICADO     SU     ESPÍRITU     ( CÓDICE     DE     AVILA)      (1). 


Esta  monja  a  quarenta  años  que  tomó  el  abito,  y  desde  el  pri- 
mero comenzó  a  pensar  en  la  pasión  de  nuestro  señor  por  los  mis- 
terios algunos  ratos  del  idía  y  en  sus  pecados,  sin  nunca  pensar  en  cosa 
que  fuese  sobrenatural,  sino  en  las  criaturas  o  cosas,  de  que  sacava 
quán  presto  se  acaba  todo;  en  mirar  por  las  criaturas  la  grandeza  de 
dios  y  el  amor  que  nos  tiene;  esto  le  hacía  mucha  más  gana  de  ser- 
virle, que  por  el  temor  inunca  fué  ni  le  hacía  al  caso;  siempre  con 
gran  deseo  de  que  fuese  alabado  y  su  egle^ia  aumentada.  Por  esto 
hera  quanto  resava  sin  hacer  nada  por  sí,  que  le  parecía  que  y  va  poco 
en  que  padeciese  en  purgatorio  a  trueque  de  ésta  se  acrecentase,  aunque 
fuese  en  muy  poquito.  En  esto  pasó  como  veinta  y  dos  años  con  gran- 
des sequedades,  que  jamás  le  pasó  por  pensamiento  desear  más,  por- 
que se  tenía  por  tal,  que  aun  pensar  en  dios  le  parecía  no  merescía,  sino 
que  la  hacía  su  majestad  mucha  merced  en  dexarla  estar  delante  del 
resando,  leyendo  también  en  buenos  libros.  Rhrá  como  deciocho  años, 
quando  se  comenzó  a  tratar  del  primer  monesterio  que  fundó  de  des- 
calzas, que  fué  en  avila,  tres  años  o  dos  antes,  creo  son  tres,  que  co- 
menzó a  'aparecerlc  que  la  hablavan  interiormente  algunas  veces  y  ver 
algunas  visiones  y  revelaciones  interiormente  con  los  ojos  del  alma, 
que  jamás  vio  cosa  con  los  ojos  corporales  ni  la  oyó.  Dos  veces  le 
parece  que  oyó  hablar,  mas  no  entendió  ninguna  cosa.  Hera  una  repre- 
sentación quando  estas  cosas  veya  interiormente,  que  no  durava  sino 
como  un  relámpago  lo  más  hordinario,  mas  quedávasele  tan  imprimido  g 
con  tanto  efeto,  como  >si  lo  viera  con  los  ojos  corporales  y  más.  Ella 
hera  entonces  tan  temcrosíssima  de  su  natural,  que  aun  de  día  no 
osava  estar  sola  algunas  veces;  y  como  aunque  más  lo  procurava  no  po- 
día escusar  esto,  andava  afligida  muy  mucho,  temiendo  no  fuese  engaño 
del  demonio,  y  comenzólo  a  tratar  con  personas  espirituales  de  la 
compañía  de  jesús,  entre  los  guales  fueron  el  padre  araos  (2),  que  hera 


1  Advertimos  fn  la  Introducción  al  segundo  tomo,  que  de  todas  las  copias  antiguas  de 
Relaciones,  la  más  fiel  y  completa  era  la  de  Avila,  que  por  lo  mismo  seguíamos  en  nuestra 
edición,  donde  fallasen  los  autóorafos,  a  no  ser  que  otra  cosa  se  dijese  en  nota.  Es  la  presente 
una  de  las  más  importantes  de  Sta.  Teresa,  dos  veces  redactada  por  ella.  El  original  de  una  de 
estas  redacciones  se  venera,  como  es  dicho,  en  los  Padres  Carmelitas  Descalzos  de  Viterbo,  h 
es  la  que  publicamos  en  el  texto.  Aquí  reproducimos  la  del  Códice  de  Avila,  que  algo  discrepa 
de  la  de  Viterbo,  u  que  bien  pudiera  ser  copia  de  la  segunda  redacción  de  la  Santa.  Salvo  la 
puntuación,  se  reproduce  con  la  ortografía  propia,  para  que  los  lectores  conozcan  la  usada  por 
la  copista  abulense,  algiin  tanto  diferente  de  la  que  emplea  Santa  Teresa. 

2  Así  se  lee  en  el  Códice.  Al  margen,  de  distinta  letia  se  corrigió:  JIraoz. 


APÉNDICES  543 

comisario  de  la  compañía,  que  acertó  a  yr  ay;  el  padre  francisco,  que 
fué  el  duque  de  gandía  trató  dos  veces,  y  a  un  provincial  que  está  aora 
en  roma,  ques  uno  de  los  cuatro  señalados  (1),  llamado  gil  gonzáles,  y 
aun  al  que  aora  lo  es  en  castilla  (2),  aunque  a  éste  no  trató  tan- 
to. R  el  padre  baltazar  Alverez  ques  aora  retor  en  salamanca,  y  la 
confesó  seis  años  en  este  tiempo,  y  a  el  rector  ques  aora  de  quenca, 
llamado  salazar,  y  al  de  segovia  llamado  Santander,  al  retor  de 
burgos  que  se  llama  ripalda,  y  aun  estava  mal  con  ella,  de  que  avía 
oydo  estas  cosas,  hasta  después  que  la  trató.  R  el  doctor  paulo  her- 
nándes  en  tolcdo,  que  hera  consultor  de  la  inquisición,  a  el  rector  que 
hera  de  salamanca  quando  le  habló  el  doctor  (3)  gutiérez,  y  a  otros  pa- 
dres algunos  de  la  compañía,  que  se  entendía  ser  espirituales,  que  como 
estava  en  los  lugares  que  iva  a  fundar,  los  procurava.  Y  al  padre  fray 
pedro  de  alcántara,  que  hera  un  santo  varón  de  los  descalzos  de  san 
francisco,  trató  mucho,  y  fué  el  que  mucho  puso  porque  se  entendiese 
que  hera  buen  espíritu.  Estuvieron  más  de  seis  años  haciendo  hartas 
pruevas,  como  largamente  tiene  escripto  y  adelante  se  dirá,  y  ella  con 
hartas  lágrimas  y  aflictiones;  mientras  más  pruevas  se  hacían,  más 
tenía,  y  suspensiones  u  arrobamientos  hartas  veces,  aunque  no  sin 
sentido.  Hacíanse  hartas  oraciones  y  decíanse  misas,  porque  el  señor 
la  llevase  por  otro  camino,  porque  su  temor  hera  grandíssimo  quando 
no  estava  en  la  oración,  aunque  en  todas  las  cosas  que  tocavan  a  estar 
su  alma  mucho  más  aprovechada  se  veya  gran  diferencia,  y  ninguna 
vanagloria  ni  tentación  della,  ni  de  sobervia,  antes  afrentava  mucho 
y  se  corría  de  ver  que  se  entendía,  y  aunque  si  no  hera  a  confesores  y 
personas  que  le  avían  de  dar  luz,  jamás  tratava  nada,  y  a  estos 
sentía  más  decirlo  que  si  fueran  graves  pecados,  porque  le  parecía  que 
se  sabían  della,  y  que  heran  cosas  de  mujercillas,  que  siempre  las  avía 
aborrecido  oyr. 

Abrá  como  trece  años,  poco  más  o  menos,  después  de  fundado  san 
Joseph  de  avila,  adonde  ella  ya  se  avía  pasado  del  otro  monesterio,  que 
fué  allí  el  obispo  ques  aora  de  salamanca,  que  hera  inquisidor,  no  se  si 
en  toledo  o  en  madrid  y  lo  avía  sido  en  sevilla,  que  se  llama  so- 
to {^).  Ella  procuró  de  hablarle,  para  asigurarse  más,  y  dióle  cuenta 
de  todo,  y  él  dijo  que  no  hera  todo  cosa  que  tocava  a  su  oficio, 
porque  todo  lo  quella  veya  y  entendía  siempre  la  afirmaba  más  en  la 
fee  católica,  que  siempre  estuvo  y  está  firme  y  con  grandíssimos  de- 
seos de  la  honra  de  dios  y  vien  de  las  almas,  que  por  una  se 
dexara  matar  muchas  veces;  y  di  jóle  también,  como  la  vio  tan  fati- 
gada, que  lo  escriviese  todo  y  toda  su  vida,  sin  dejar  nada,  al  maes- 
tro avila,  que  hera  ombre  que  entendía  mucho  de  oración,  y  que  con 
lo  que  le  escriviese  se  sosegase;  y  ella  lo  hizo  ansí,  y  escrivió  sus 
pecados  y  vida;  él  la  escrivió  y  consoló  asegurándola  mucho.  Fué 
de  suerte  esta   relación,  que  todos  los  letrados  que  la  han  visto,  que 


1  Al  margen,  de  distinta  letra;  «A  éstos  se  llaman  asistentes». 

2  En  nota  marginal  y  de  la  misma  letra  que  las  dos  anteriores:  «El  P.  )uan  Suárez,  que 
decía  la  M.  que  todo  lo  que  hablava  eran  sentencias  como  Contemptus  mundi.» 

3  Al  margen:  licenciado. 

í      Al  margen:  D.  Francisco  de  Soto  Salazat. 


S^^í  .APÉNDICES 

hcran  sus  confesores,  decían  que  hera  de  gran  provecho  para  aviso 
de  cosas  espirituales,  y  mandáronla  que  la  trasladase,  y  hiciese  otro 
librillo  para  sus  hijas,  que  hera  priora,  adonde  les  diese  algunos  avi- 
sos. Con  todo  esto  a  tiempos  no  le  faltaban  temores,  y  pareciéndole  que 
personas  espirituales  también  podían  estar  engañadas,  como  ella  dijo 
a  su  confesor  que  si  quería  tratase  algunos  grandes  letrados,  aunque 
no  fuesen  muy  dados  a  -la  oración,  porque  ella  no  quería  saber  sino 
si  hera  conforme  a  la  lísagrada  escriptura  todo  lo  que  tenía.  Hlgunas 
veces  se  consolava  pareciéndole  que  aunque  por  sus  pecados  merecía 
ser  engañada,  que  tantos  buenos  como  dcseavan  darle  luz,  no  permite 
ría  el  señor  fuesen  engañados.  Con  este  intentó  comenzó  a  tratar  con 
padres  de  la  borden  del  glorioso  santo  domingo,  con  quien  antes  des- 
tas  cosas  se  avía  confessadOj  y  en  esta  orden  son  éstos  los  que  des- 
pués ha  tratado.  El  padre  fray  Vicente  varron  la  confessó  año  y  jnedio  en 
toledo,  que  hera  consultor  entonces  del  santo  oficio,  y  antes  destas  cosas 
la  avía  comunicado  muy  muchos  años,  y  hera  gran  letrado:  éste  la 
asiguró  mucho,  y  también  los  de  la  compañía.  Todos  la  decían  que 
si  no  ofendía  a  días,  y  si  se  conoscía  por  ruin,  que  de  qué  temía.  Con 
el  padre  presentado  fray  domingo  yváñez  (1),  que  aora  está  en  va- 
lladolid  por  regente  en  el  colegio  de  san  gregorio,  que  la  confessó 
seis  años,  y  siempre  tratava  con  él  por  cartas  quando  se  le  ofrecía  algo. 
Con  el  maestro  chaves,  con  lel  padre  maestro  fray  bartolomé  de  medina, 
cathedrático  de  prima  de  salamanca,  el  qual  savia  que  estava  muy  mal 
con  ella  por  lo  que  desto  avía  oydo,  y  parecióle  que  éste  la  diría 
mejor  si  iva  engañada,  por  tener  tan  poco  crédito,  y  esto  a  poco  más 
de  dos  años.  Procuró  de  confesar  con  él,  y  dándole  de  todo  grande 
relación,  todo  el  tiempo  que  allí  estuvo,  y  vio  lo  que  había  escripto 
para  que  mejor  lo  entendiese,  y  él  la  siguró  tanto  y  más  que  todos 
los  demás  y  quedó  muy  su  amigo.  También  se  confesaba  con  fray 
felipe  de  meneses  algún  tiempo,  quando  fundó  en  valladolid,  y  hera  el 
rector  de  aquel  colegio  de  san  gregorio,  y  antes  avía  hido  a  avila, 
aviendo  oydo  estas  cosas  para  hablarla  con  harta  caridad,  quiriendo 
ver  si  y  va  engañada  para  darle  luz;  y  si  no  para  tornar  por  ella 
quando  oyesse  murmurar;  y  se  satisfiso  mucho,  particularmente  con  un 
provincial  de  santo  domingo  que  se  llamava  salinas,  hombre  muy  es- 
piritual, y  con  otro  presentado  llamado  lunar,  que  hera  prior  en  santo 
tomas  de  avila,  y  en  segovia  [otro]  llamado  fray  diego  de  yanguas, 
lector,  también  la  trató.  Y  entre  estos  padres  de  santo  domingo,  no 
dejavan  de  tener  algunos  harta  oración,  y  aun  quizá  todos,  y  otros 
algunos  que  en  tantos  iaños  a  ávido  lugar  para  ello;  en  especial  como 
andava  en  tantas  partes  a  fundar,  anse  hecho  hartas  pruevas,  porque 
todos  deseavan  acertar  a  darla  luz,  por  donde  la  an  asegurado,  y  se 
an  asegurado.  Siempre  jamás  deseava  estar  sujeta  a  lo  que  la  man- 
davan,  y  (así  se  afligía  quando  en  estas  cosas  sobrenaturales  no  podía 
obedecer.  Y  su  oración  y  la  de  las  monjas  que  a  fundado  siempre 
es  con  gran  cuidado  por  el  aumento  de  la  santa  fee  católica,  y  por 
esto  comenzó   el   primer  monesterio,   junto  con  el   bien   de  su   borden. 


1      Primero  escribió   pedro  yváñez.    Luego,  borrado  el  nombre,  puso  Domingo,  dejando  el 
apellido  sin  corrección,  pues  sabido  es  que  el  P.  Domingo  no  es  íbáñez  sino  Báñez. 


flPEKDICES  545 

Decía  ella  que  quando  algunas  cosas  destas  le  inducieran  contra  lo 
quGS  fee  católica  y  ley  de  dios,  que  no  uviera  menester  andar  a 
buscar  letrados  ni  a  hacer  pruevas,  por  que  luego  viera  que  Iiera  de- 
monio. Jamás  hizo  cosa  por  lo  que  entendía  en  la  oración;  antes 
quando  le  decían  sus  confesores  que  hiciese  lo  contrario,  lo  hacía 
sin  ninguna  pesadumbre,  y  siempre  les  dava  parte  de  todo.  Nunca 
creyó  tan  determinadamente  que  hera  dios,  con  todo  quanto  le  decían 
que  sí,  que  lo  jurara;  aunque  por  los  efectos  y  las  grandes  mercedes 
que  le  a  hecho,  en  algunas  cosas  le  parecía  buen  espíritu,  mas  siem- 
pre deseava  virtudes  más  que  nada,  y  en  esto  a  puesto  sus  monjas, 
diciéndoles  que  la  más  humilde  y  mortificada  aquella  será  la  más 
espiritual. 

Todo  lo  que  está  dicho  y  esta  escripto,  dio  al  padre  fray  domingo 
váñes,  que  es  el  que  está  en  valladolid,  que  es  con  quien  más  tiempo 
ha  tratado.  El  los  a  presentado  al  santo  oficio  en  madrid.  En  todo 
lo  que  se  ha  dicho  se  subjeta  a  la  fee  católica  y  eglesia  romana; 
ninguno  le  ha  puesto  culpa,  porque  estas  cosas  no  están  en  mano 
de  nadie  y  nuestro  señor  no  pide  lo  imposible. 

La  causa  de  averse  divulgado  tanto  es,  que  como  andava  con  temor 
y  lo  ha  comunicado  a  tantos,  unos  lo  decían  a  otros;  y  también  un 
desmán  que  acaeció  con  esto  que  avía  escripto,  hale  sido  tan  gran- 
dísimo tormento  y  cruz  y  le  cuesta  muchas  lágrimas.  Dice  ella  que 
no  por  humildad  sino  por  lo  que  queda  dicho;  y  parecía  permissión 
de  dios  para  atormentarla,  porque  mientras  uno  más  mal  decía  de  lo 
que  los  otros  avían  dicho,  dende  a  poco  decía  él  más.  Tenía  extremo 
de  no  se  subjetar  a  quien  le  parecía  que  creía  todo  hera  de  dios;  por- 
que luego  temía  los  avía  de  engañar  a  entrambos  el  demonio;  y  con 
quien  vía  temeroso  tratava  su  alma  de  mejor  gana;  aunque  tan  bien  le 
davan  pena,  quando  por  provarla  del  todo  despreciavan  estas  cosas, 
porque  le  parecían  algunas  muy  de  dios,  y  no  quisiera  que,  pues  no 
veía  causa,  las  condenaran  tan  determinadamente.  Tampoco  como  que 
creyeran  que  todo  hera  dios,  porque  ella  entendía  muy  bien  que  podía 
haber  engaño.  Jamás  se  podía  asigurarse  del  todo  en  lo  que  podía 
aver  peligro.  Procurava  lo  más  que  podía,  en  ninguna  cosa  ofender 
a  Dios,  y  siempre  obedecer;  y  con  estas  dos  cosas  se  pensava  librar 
con  d  favor  divino  aunque  fuese  demonio.  Desde  que  tuvo  cosas  so- 
brenaturales siempre  se  inclinava  su  espíritu  a  buscar  lo  más  perfecto, 
y  casi  hordinario  tenía  gran  deseo  de  padecer;  y  en  las  tribula- 
ciones que  a  tenido,  que  son  muchas,  se  allava  consolada  y  con  amor 
particular  a  quien  la  perseguía;  gran  deseo  de  pobreza  y  soledad,  y 
de  salir  deste  destierro  por  ver  a  dios.  Por  estos  efectos  y  otros 
semejantes  se  comenzó  a  sosegar,  parecíéndole  que  espíritu  que  la 
dexaba  con  estas  virtudes  que  no  sería  malo,  y  así  lo  decían  los  que 
la  tratavan,  aunque  para  dexar  de  temer  no,  sino  para  no  andar  tan 
fatigada  como  estava.  Jamás  su  espíritu  la  persuadía  que  encubriese 
cosa  alguna,  sino  a  que  obedeciese  siempre.  Nunca  con  los  ojos  del 
cuerpo  vio  nada,  como  ya  €Stá  dicho,  sino  con  una  delicadeza  y  cosa 
tan  intelectual,  que  algunas  veces  pensava,  a  los  principios,  si  se  les 
avía  antojado;  otras  no  lo  podía  pensar,  y  estas  cosas  no  heran  con- 
tinuas, sino  por  la  mayor  parte  en  alguna  necesidad,  como  fué  una 
II  35 


2%  APÉNDICES 

v€2  quG  avía  estado  unos  días  con  unos  tormentos  interiores  intole- 
rables y  un  desasosiego  en  el  alma  de  temor  si  la  traya  engañada  el 
demonio,  como  muy  largamente  esta  escripta  en  aquella  relación,  que 
tan  públicos  han  sido  sus  pecados,  porque  están  allí  como  lo  demás, 
porque  el  miedo  que  traya  la  hecho  olvidar  su   crédito. 

Estando  así  con  esta  afflixión,  tal  que  no  se  puede  encarecer,  con 
sólo  entender  esta  palabra  en  lo  interior:  io  soy,  no  ayas  miedo, 
quedava  el  alma  tan  quieta,  animosa  y  confiada,  que  no  podía  enten- 
der de  dónde  le  avía  venido  tan  grande  bien,  pues  no  avía  bas- 
tado confesores,  ni  bastaran  muchos  letrados  con  muchas  palabras 
para  ponella  aquella  paz  y  quietud,  que  con  una  se  le  avía  puesto, 
y  ansí  otras  veces  le  acontecía  que  con  alguna  visión  quedava  fortale- 
cida; porque,  a  no  ser  lesto,  no  pudiera  aver  pasado  tan  grandes  tra- 
bajos y  loontradiciones  y  lenfermedadcs,  que  an  sido  sin  quento,  y  pasa, 
aunque  no  tantas,  porque  jamás  anda  sin  algún  género  de  padecer,  fly 
más  y  menos;  lo  ordinario  es  siempre  dolores  con  otras  hartas  enfer- 
medades, aunque  después  que  es  monja,  la  apretaron  más,  si  en  algo 
sirve  al  señor.  Y  las  jnercedes  que  la  hace,  pasan  de  presto  por  su 
memoria,  aunque  de  las  mercedes  muchas  veces  se  acuerda,  mas  no 
puede  mucho  detenerse  allí,  como  en  los  pecados  que  siempre  la  están 
atormentando  lo  más  ordinario,  como  un  cieno  de  mal  olor;  el  haber 
tenido  tantos  pecados  debe  ser  causa  de  no  ser  tentada  de  vanagloria. 

Jamás  con  cosa  de  su  espíritu  tuvo  cosa  que  no  fuese  toda  limpia 
y  casta,  ni  le  parece,  si  es  buen  espíritu,  y  tiene  cosa  sobrenatural,  se 
podría  tener,  porque  queda  todo  descuydo  de  su  cuerpo,  ni  ay  memo- 
ria del  que  todo  se  emplea  en  dios.  También  tiene  un  gran  temor  de 
no  ofender  a  dios  nuestro  señor,  y  desea  hacer  en  todo  su  voluntad. 
Esto  le  suplica  siempre  y  a  su  parecer  está  tan  determinada  de  no 
salir  della,  que  jamás  le  dirán  cosa  los  confesores  que  la  tratan  de  que 
pensase  más  servir  a  dios,  que  no  la  hiciese  con  el  favor  de  dios 
y  confiada  en  que  su  majestad  ayuda  a  los  que  se  determinan  para 
su  servicio  y  para  gloria  suya;  no  se  acuerda  de  sí  más  ni  de  su 
provecho,  en  comparación  desto,  que  Isi  no  fuese,  en  quanto  puede  en- 
tender de  sí  y  entienden  ^us  confesores.  Es  todo  gran  verdad  lo  que 
va  en  este  papel,  y  Ise  puede  provar  con  ellos,  y  con  todas  las  personas 
que  la  tratan,  de  veinte  año«  a  esta  parte.  Muy  ordinario  la  mueve  su 
espíritu  a  alabanzas  de  dios,  y  quería  que  todo  el  mundo  entendiese 
en  esto,  aunque  a  'ella  le  costase  mucho.  De  aquí  le  nace  el  deseo  del 
bien  de  las  almas,  y  (viendo  quán  basura  son  las  cosas  deste  mundo  y 
quán  preciosas  las  interiores,  que  no  tienen  comparación,  a  venido  a 
tener  en  poco  las  cosas  del. 

La  manera  de  visión  que  v.  m.  quiere  saber,  es  que  no  se  ve 
ninguna  cosa  exterior  ni  interiormente,  porque  no  es  imaginaria;  mas 
sin  verse  nada  entiende  el  alma  lo  que  es,  y  hacia  adonde  se  representa 
más  claramente  que  si  lo  viese,  salvo  que  no  se  le  represente  cosa  par- 
ticular, sino  como  si  una  persona,  pongamos,  que  sintiese  que  está 
otra  persona  cabe  ella,  y  porque  está  ascuras  no  la  ve,  mas  cierto 
entiende  que  está  allí,  salvo  que  no  es  ésta  bastante  comparación;  por- 
que el  que  está  ascuras  por  alguna  vía  oyendo  ruido,  o  aviéndola  visto 
antes,   entiende   que  está    allí   o   la   conosce   de   antes,   pero   acá   no   ay 


APÉNDICES  547 

nada  deso,  sino  que  sin  palabra  interior  ni  exterior  entiende  el  alma 
claríssimamente  quién  es  y  hacia  qué  parte  está,  y  a  las  veces  lo  que 
quiere  siniñcar;  por  dónde  o  cómo  lo  entiende,  ella  no  lo  sabe,  mas 
ella  passa  así  y  lo  que  dura  no  puede  ingnorarlo;  y  quando  se  quita, 
aunque  más  quiere  imaginarlo  como  antes,  no  aprovecha,  porque  se 
ve  que  es  imaginación,  y  ino  representación,  que  esto  no  está  en  su 
mano.  Y  ansí  son  todas  las  cosas  sobrenaturales.  Y  de  aquí  viene  no 
tenerse  en  nada  a  quien  Dios  hace  estas  mercedes,  sino  muy  mayor 
humildad  que  antes,  porque  ve  que  es  cosa  dada,  y  que  ella  allí  no 
puede  quitar  ni  poner,  y  queda  más  amor  y  deseo  de  servir  a  señor 
tan  poderoso  que  puede  lo  que  acá  no  podemos  entender,  así  como, 
aunque  m.ás  letras  tengan,  ay  cosas  que  no  se  alcanzan.  Sea  bendito 
el  que  lo  da.  ñmén  para  siempre. 


2^8  APÉNDICES 


XCIX 


RELACIONES    ESPIRITUALES    DE    STA.    TERESA    SEGÚN    EL    CÓDICE    DE    SALAMANCA    (1). 


1.  Acabando  de  comulgar,  segundo  día  de  cuaresma  en  san  josehp 
(sic)  de  malagón,  se  me  representó  nuestro  señor  Jesuchristo  en  visión 
ymajinaria  como  suele,  y  estando  yo  mirándole  vi  que  en  la  cabeza,  en 
lugar  de  corona  despinas,  en  toda  ella,  que  devia  de  ser  adonde  hi- 
cieron llaga,  tenía  una  corona  de  gran  resplandor.  Como  yo  soy  de- 
vota deste  paso,  consoléme  mucho  y  comencé  a  pensar  qué  gran  tor- 
mento devía  ser,  pues  avía  hecho  tantas  heridas,  y  a  darme  pena. 
Díjome  el  señor  que  no  le  ubiese  lástima  por  aquellas  heridas,  sino  por 
las  muchas  que  agora  le  dauan.  Y  yo  le  dije,  qué  podría  hacer  para 
remedio  desto,  que  determinada  estaua  a  todo.  Díjome  que  no  era 
agora  tiempo  de  descansar,  sino  que  me  diese  priesa  acer  (2)  estas  casas, 
que  con  las  almas  dellas  tenía  él  descanso.  Que  tomase  quantas  rae 
diesen,  porque  avía  muchas  que  por  no  tener  adonde  no  le  seruían, 
y  que  las  que  hiciese  en  lugares  pequeños  fuesen  como  ésta,  que  tanto 
podían  merecer  con  deseo  de  hacer  lo  que  en  las  otras,  y  que  pro- 
curase anduviesen  todas  debajo  de  un  govierno  de  perlado,  y  que  pu- 
siese mucho  que  por  cosa  de  mantenimiento  corporal  no  se  perdiese 
la  paz  ynterior,  que  él  nos  aiudaría  para  que  nunca  faltase.  En  espe- 
cial tuviesen  quenta  con  las  enfermas,  que  la  perlada  que  no  proveyese 
y  regalase  a  las  enfermas  era  como  los  amigos  de  jop,  que  él  daba  el 
azote  para  bien  de  sus  almas,  y  ellas  ponían  en  aventura  la  paciencia; 
quescribiese  la  fundación  destas  casas.  Yo  pensaba  cómo  en  la  de 
medina  nunca  avía  entendido  nada  para  escrivir  su  fundación.  Díjome 
que  qué  más  quería  de  ver,  que  su  fundación  avía  sido  milagrosa. 
Quiso  decir,  que  haciéndolo  solo  El,  pareciendo  ir  sin  ningún  camino, 
y  determinarme  yo  a  ponerlo  por  obra. 

2.  Estando  yo  pensando  cómo  en  un  aviso  que  rae  avía  dado  el 
señor  que  diese  no  entendía  yo  nada,  aunque  se  lo  suplicaba  y  pensava 
devía  de  ser  demonio,  díjome:  «Que  no  era,  quel  me  avisaría  guando 
fuese  tienpo». 


1  En  la  Introducción  hicimos  memoria  de  este  precioso  Manuscrito,  completamente  desco- 
nocido, de  letra  de  la  M.  Teresa  de  Jesús,  sobrina  de  la  Santa,  lo  mismo  que  los  documentos 
reproducidos  en  la  pág.  232  y  291.  Las  Relaciones  están  copiadas  con  mucha  fidelidad  y  casi 
con  el  mismo  orden  que  en  los  Códices  de  Avila  y  Toledo,  como  ya  notamos  en  otro  lugar. 
Este  Manuscrito  pertenece  hoy  a  las  Carmelitas  Descalzas  de  Salamanca.  ¿Cómo  fué  a  paiai  a 
ellas?  No  conocemos  dato  alguno  que  nos  informe  de  ello,  ni  hay  en  la  Comunidad  tradición 
que  hable  sobre  esta  copia.  Quizá  la  misma  M.  Teresa  la  regalase  a  alguna  monja  amiga  suya 
de  aquella  ciudad. 

2  Para  las  pronuiiciacioue.s  suaves  de  la  c,  emplea  siempre  lii  cediUa  aiitiyua. 


APÉNDICES  549 

3.  Estando  pensando  qué  sería  la  causa  de  no  tener  agora  casi 
nunca  arrobamientos  (1)  en  público,  entendí:  «No  conviene  aora,  bastan- 
te crédito  tienes  para  lo  que  yo  preterdo;  bamos  mirando  la  flaqueza 
de  los  maliciosos». 

1.  El  martes  después  de  la  ascensión,  aviendo  estado  [un]  rato  en 
oración,  después  de  comulgar  con  pena,  porque  me  divertía  de  manera 
que  no  podía  estar  en  una  cosa,  quejávame  al  señor  de  nuestro  mi- 
serable natural.  Comenzó  a  inflamarse  mi  alma,  pareciéndome  que  cla- 
ramente entendía  tener  presente  a  toda  la  santísima  trinidad  en  visión  in- 
telectual, adonde  entendió  raí  alma  por  cierta  manera  de  representación, 
como  figura  de  la  verdad,  para  que  lo  pudiese  entender  mi  torpeza,  cómo 
es  dios  trino  y  uno;  y  ansí  me  parecía  hablarme  todas  tres  Personas,  y 
que  se  representavan  dentro  en  mi  alma  distintamente,  diciéndome  que 
desde  este  día  vería  mejoría  en  mí  en  tres  cosas,  que  cada  una  destas 
Personas  me  hacía  merced:  la  una  en  la  charidad  y  en  padecer 
con  contento;  en  sentir  esta  charidad  con  encendimiento  en  el  alma; 
entendía  aquellas  palabras  que  dice  el  Señor,  «que  estarán  con  el 
alma  questá  en  gracia  las  tres  divinas  personas,  porque  las  vía  dentro 
de  mí  por  la  manera  dicha».  Estando  yo  después  agradeciendo  al 
señor  tan  gran  merced,  hallándome  indigna  della,  decía  a  su  majestad, 
con  harto  sentimiento,  que,  pues  me  avía  de  hacer  semejantes  mercedes, 
que  por  qué  me  había  dejado  de  su  mano  para  que  fuese  í:an  ruin,  por- 
que el  día  antes  avía  tenido  gran  pena  por  mis  pecados,  tiniéndolos 
presentes.  Vía  claramente  lo  mucho  quel  Señor  avía  puesto  de  su 
parte,  desde  que  era  muy  niña,  para  allegarme  a  sí  con  medios  harto 
eficaces,  y  cómo  todos  no  me  aprovecharon.  Por  donde  claro  se  me 
representó  el  excesivo  amor  que  dios  nos  tiene  en  perdonar  todo  esto, 
guando  nos  queremos  tornar  a  El,  y  más  conmigo  que  con  nadie,  por 
muchas  causas.  Parece  quedó  en  mi  alma  tan  inprimidas  aquellas  tres 
personas  que  vi,  siendo  un  solo  dios,  que  a  durar  ansí,  inposible  sería 
dejar  destar  recogida  con  tan  divina  conpañía.  Otras  algunas  cosas  y 
palabras  que  aquí  se  pasaron,  no  ay  para  qué  escrivir. 

5.  Estando  pensando  una  vez  con  quánta  más  limpieza  se  vive  estan- 
do apartado  de  negocios,  y  cómo  guando  yo  ando  en  ellos  devo  andar 
mal  y  'con  muchas  faltas,  entendí:  «no  puede  ser  menos,  hija,  procura 
siempre  en  todo  recta  intención,  y  desasimiento,  y  mírame  a  Mí,  que 
baia  lo  que  hicieres  conforme  a  lo  que  yo  hice». 

6.  Una  vez,  poco  antes  desto,  yendo  a  comulgar,  estando  la  forma 
en  el  relicario,  que  aun  no  se  me  avía  dado,  vi  una  manera  de  pa- 
loma que  meneava  las  alas  con  ruido.  Turvóme  tanto  y  suspendióme, 
que  con  harta  fuerza  tomé  la  forma.  Esto  era  todo  en  San  Josehp  de 
abila.  Dávame  el  santísimo  Sacramento  el  padre  francisco  de  salcedo. 
Otro  día,  oiendo  su  misa,  vi  al  señor  glorificado  en  la  ostia;  di  jome,  que 
le  era  aceptable  su  sacrificio. 


1      Las  dos  enes  en  medio  de  palabra,  exprésalas  por  una  mayúscula  iflual  n  la  que  emplea 
al  principio  de  los  vocablos  que  comienzan  por  esta  letra. 


550  APÉNDICES 

7.  Una  vez  entendí:  «tienpo  verná  que  en  esta  iglesia  se  agan 
muchos  milagros;  ^llamarla  an  la  iglesia  santa.  Es  en  san  josehp  de 
abila,  año   1571». 

8.  Esta  presencia  de  las  tres  'personas  que  dije  al  principio,  e  traído 
hasta  oy,  ques  día  de  la  conmemoración  de  san  pablo,  presentes  en  mi 
alma  muy  ordinario;  y  ¡como  yo  eslava  mostrada  a  traer  sólo  a  jesucbris- 
to,  siempre  parece  me  hacía  algún  inpedimento  ver  tres  Personas,  aunque 
entiendo  es  un  solo  dios,  y  díxome  oy  el  señor,  pensando  yo  en  esto: 
«Que  herraba  en  ymajinar  las  cosas  del  alma  con  la  representación  que 
las  del  cuerpo;  que  entendiese  ique  eran  muy  diferentes  y  que  era  capaz 
el  alma  para  gozar  mucho».  Parecióme  se  me  representó  como  quando 
en  una  esponja  se  encorpora  y  lembeve  el  agua,  así  me  parecía  mi  alma 
que  se  henchía  de  aquella  divinidad,  y  por  cierta  manera  gozava  en  sí 
y  tenía  las  tres  personas.  Tanbién  entendí:  «No  travajes  tú  de  tener- 
pie  a  iní  encerrado  en  ti,  sino  de  encerrarte  tú  en  mí».  Parecíame  que 
de  dentro  de  mi  alma,  questavan"  y  vía  yo  estas  tres  personas,  se  co- 
municaban a  todo  lo  criado,  no  haciendo  falta  ni  faltando  de  estar 
conmigo. 

9.  Estando  pocos  días  después  desto,  pensando  si  tenía  razón  los 
que  les  parecía  mal  que  yo  saliese  a  fundar,  y  que  estaría  yo  mejor 
enpleándome  sienpre  en  oración,  entendí:  «Mientras  se  vive  no  está 
la  ganancia  en  procurar  gozarme  más,  sino  en  hacer  mi  voluntad». 
Parecíame  a  mí,  que  pues  san  pablo  dice  del  encerramiento  de  las 
mugeres,  que  me  an  dicho  poco  a,  y  aun  antes  lo  avía  oydo,  que  esta 
sería  la  voluntad  de  dios,  díjome:  «Diles  que  no  se  sigan  por  sola  una 
parte  de  la  escriptura,  que  mire  otras,  y  que  si  podrán  por  bentura 
atar  me  las  manos». 

10.  Estando  yo  un  día  después  de  la  octava  de  la  visitación  enco- 
mendando a  dios  a  un  hermano  mío  en  una  hermita  del  monte  Carmelo, 
dije  al  señor,  no  sé  si  en  mi  pensamiento,  porque  está  este  mi  hermano 
adonde  tiene  peligro  su  salvación.  Si  yo  viera,  señor,  un  hermano  vues- 
tro en  este  peligro,  ¿qué  hiciera  por  remediarle?  Parecíame  a  mí  que 
no  me  quedara  cosa  que  pudiera  por  hacer.  Díjome  el  señor:  «¡o  hija, 
hija,  hermanas  son  mías  estas  ide  la  encarnación,  y  te  detienes!  Pues 
ten  ánimo,  mira  lo  que  quiero  yo  y  no  es  tan  dificultoso  como  te  pa- 
rece, y  por  donde  pensáis  perderán  estotras  casas,  ganará  lo  uno  y  lo 
otro;  no  resistas,  ques  grande  mi  poder». 

11.  Una  vez,  estando  en  oración,  ¡me  mostró  el  Señor  por  una 
extraña  manera  de  visión  yntelectual,  cómo  estava  el  alma  questá  en 
gracia,  en  cuya  conpañía  vi  la  santísima  trinidad  por  visión  yntelec- 
tual, de  cuya  conpañía  venía  al  alma  un  poder  que  señoreava  toda  la 
tierra.  Diéronseme  a  entender  aquellas  palabras  de  los  cantares  que 
dice:  veni  dilectas  meas  in  hortam  meo  et  come  de  d  (1).  Mostróme 
también  cómo  está  el  alma  questá  en  pecado,  sin  ningún  poder,  sino 


1      Cant.  c.  V,  V.  1. 


APÉNDICES  551 

como  una  persona  questuviese  del  todo  atada  y  liada,  y  atapada  los  ojos, 
que  aunque  quiere  ver,  no  puede,  ni  andar,  ni  oyr  y  en  gran  obscu- 
ridad. Hicicronme  tanta  lástima  las  almas  questán  ansí,  que  qualquier 
travajo  me  parece  lijero  para  librar  una.  Parecióme,  quie  a  entender  esto 
como  yo  lo  vi,  que  se  puede  mal  decir,  que  no  era  posible  querer  nin- 
guno perder  tanto  bien  ni  estar  en  tanto  mal. 

12.  Estando  un  día  muy  penada  por  el  remedio  de  la  orden,  me 
dijo  el  señor:  «Has  lo  que  es  en  ti  y  déjame  tú  a  mí  g  no  te 
inquietes  por  nada;  goza  del  bien  que  te  a  sido  dado,  ques  muy  grande. 
Mi  padre  se  deleita  contigo  y  el  espíritu  santo  te  ama». 

13.  «Siempre  deseas  los  travaxos,  y  por  otra  parte  los  reusas; 
yo  dispongo  las  cosas  conforme  a  lo  que  sé  de  tu  voluntad,  y  no 
conforme  a  tu  sensualidad  y  flaqueza.  Esfuérzate,  pues  ves  lo  que 
te  ayudo:  e  querido  que  ganes  tú  esta  corona.  En  tus  días  verás 
muy  adelantada  la  orden  de  la  virgen».  Esto  entendí  del  señor  me- 
diado hcbrero,  de  1571. 

14.  La  víspera  de  san  Sebastián,  el  primer  año  que  vine  a  ser 
priora  en  la  encarnación,  comenzando  la  salbe,  vi  en  la  silla  prioral, 
adonde  está  puesta  nuestra  señora,  bajar  con  gran  multitud  de  ánje- 
les  la  madre  de  dios  y  ponerse  allí.  R  mi  parecer,  no  vi  la  ymayen 
entonces,  sino  es  la  señora  que  digo.  Parecióme  se  parecía  algo  a  la 
ymagen  que  me  dio  la  condesa,  aunque  fué  de  presto  el  poderla  deter- 
minar, por  suspenderme  luego  mucho.  Parecíame  encima  de  las  comas 
de  las  sillas,  y  sobre  los  antepechos  ángeles,  aunque  no  con  forma 
corporal,  que  era  visión  yntelectual.  Estuvo  assí  toda  la  salbe,  y 
díjome:  «Bien  acertaste  en  ponerme  aquí;  y  estaré  presente  a  las 
alabanzas  que  hicieren  a  raí  hijo  y  se  las  presentaré».  Después  des- 
to  quédeme  yo  en  la  oración  que  traygo  destar  el  alma  con  la  san- 
tísima trinidad,  y  parecíame  que  la  persona  del  padre  me  Uegava  a 
sí  y  decía  palabras  muy  agradables.  Entre  ellas  me  dixo,  mostrán- 
dome lo  que  me  quería:  «Yo  te  di  a  mi  Hijo  y  al  espíritu  santo 
y  a  icsta   virgen:    ¿Qué  me  puedes  tú   dar  a  mí? 

15.  Octava  del  espíritu  santo,  me  hizo  el  señor  una  merced  y  me 
dio  esperanza  de  que  €Sta  casa  se  iría  mejorando;  digo  las  almas  della, 

16.  Día  de  la  magdalena,  me  tornó  el  señoír  a  confirmar  una  mer- 
ced que  me  había  hecho  en  toledo,  elijéndome  «n  absencia  de  cierta 
persona  en  su  lugar. 

17.  Estando  en  la  encarnación  el  segundo  año  que  tenía  el  prio- 
rato, octava  de  san  martín,  estando  comulgando,  partió  la  forma  el 
padre  fray  juan  de  la  cruz,  que  me  daba  el  santísimo  sacramento, 
para  otra  hermana.  Yo  pensé  que  no  era  falta  de  forma,  sino  que 
me  quería  mortificar,  porque  yo  le  avía  dicho  que  gustava  mucho 
cuando  eran  grandes  las  formas;  no  porque  no  entendía  no  inportava 
para  idejar  Ide  lestar  el  señor  entero,  aunque  fuese  muy  pequeño  pedacico. 


552  APÉNDICES 

Díxorae    su   majestad:    «No    hayas   miedo,    hija,    que    nadie    sea    parte 
para    quitarte   de   mí».    Dándome    a    entender   que   no    inportava. 

Entonces  represénteseme  por  visión  ymajinaria,  como  otras  veces, 
muy  en  lo  interior,  y  dióme  su  mano  derecha,  y  díxome:  «Mira  este 
clavo,  ques  señal  que  serás  mi  esposa  desde  oy.  Hasta  aora  no  lo  avías 
merecido;  de  aquí  adelante,  no  sólo  como  a  criador  y  como  a  rey  y  tu 
dios  mirarás  mi  honra,  sino  como  verdadera  esposa  mía,  mi  honra  es  ya 
tuya  y  la  tuya  mía».  Hízome  tanta  operación  esta  merced,  que  no  podía 
caber  en  mí,  y  quedé  como  desatinada,  y  dixe  al  Señor,  que  o  ensan- 
chase mi  bajeza,  o  no  me  hiciese  tanta  merced;  porque,  cierto,  no 
me  parecía  lo  podía  sufrir  el  natural.  Estuve  ansí  todo  el  día  muy 
enbevida.  He  sentido  después  gran  provecho,  y  maior  confusión  y 
afligimiento  de  ver  que  no  sirvo  en   [na]da  tan  grandes  mercedes. 

18.  Esto  me  dijo  el  señor  otro  dia:  «¿Piensas,  hija,  que  está  el 
merecer  en  gozar?  No  está  isino  en  obrar  y  en  padecer  y  en  amar.  No 
avías  oydo  que  san  paulo  estuviese  gozando  de  los  gozos  celestiales 
más  de  una  vez,  y  ínuchas  que  padeció,  y  ves  mi  vida  toda  llena  de 
padecer,  y  sólo  en  el  monte  tabor  habrás  oydo  mi  gozo.  No  pienses, 
guando  ves  a  mi  madre  que  me  tiene  en  los  brazos,  que  gozava  de 
aquellos  contentos  sin  grave  tormento.  Desde  que  le  dijo  simeón  aque- 
llas palabras,  la  dio  mi  padre  clara  luz  para  que  viese  lo  que  yo 
avía  de  padecer.  Los  grandes  santos  que  vivieron  en  los  desiertos, 
como  eran  grandes  por  Dios,  así  hacían  graves  penitencias,  y  sin  esto 
tenían  grandes  batallas  con  el  demonio  y  consigo  mesmos;  mucho  tienpo 
se  pasavan  sin  ninguna  consolación  espiritual.  Cree,  hija,  que  a  quien 
mi  padre  más  ama,  da  mayores  trabajos,  y  a  éstos  responde  el  amor. 
¿En  qué  te  le  puedo  más  mostrar  que  querer  para  tí  lo  que  quise  para 
mí?  Mira  estas  llagas,  que  nunca  llegaron  aquí  tus  dolores.  Este 
es  el  camino  de  la  berdad.  Hnsí  me  ayudarás  a  llorar  la  perdición 
que  traen  los  del  mundo,  entendiendo  tú  esto,  que  todos  sus  deseos  y 
cuidados  y  pensamientos  se  emplean  en  cómo  tener  lo  contrario».  Quan- 
do  enpencé  a  tener  oración,  estava  con  tan  gran  mal  de  cabeza,  que  me 
parecía  casi  imposible  poderla  tener.  Di  jome  el  Señor:  «Por  aquí  ve- 
rás el  premio  del  padecer,  que  como  no  estavas  tú  con  salud  para 
hablar  conmigo,  he  yo  hablado  contigo  y  regaládote».  Y  es  así  cierto, 
que  sería  como  ora  y  media,  poco  menos,  el  tienpo  que  estuve  recogida. 
En  él  me  dijo  las  palabras  dichas  y  todo  lo  demás.  Ni  yo  me  divertía, 
ni  sé  adonde  estava  y  con  tan  gran  contento,  que  no  sé  decirlo, 
y  quedóme  buena  la  cabeza,  que  me  a  espantado,  y  harto  deseo  de 
padecer.  Es  verdad  que  al  menos,  yo  no  e  oydo  que  el  señor  tuviese 
otro  gozo  en  la  vida  sino  esa  vez,  ni  san  paulo.  Tanbién  me  dixo 
que  trajese  mucho  en  la  memoria  las  palabras  quel  señor  dixo  a  sus 
apóstoles,   «que  no  avía  de  ser  más  el  siervo  quel  señor». 

19.  Todo  ayr  me  hallé  con  gran  soledad,  que  si  no  fué  quando 
comulgué,  no  hizo  en  mí  ninguna  operación  ser  día  de  la  resurreción. 
Anoche,  estando  con  todas,  dijeron  un  cantarcillo  de  cómo  era  recio  de 
sufrir  vivir  sin  dios.  Como  estava  ya  con  pena,  fué  tanta  la  operación 
que   me   hizo,   que   se   me   comenzaron    a   cntomecer   las   manos,   y    no 


APÉNDICES  553 

bastó  resistencia,  sino  que  como  salgo  de  raí  por  los  arrobamientos  de 
contento,  de  la  mesma  manera  se  suspende  el  alma  con  la  grandísima 
pena,  que  queda  enajenada,  g  lasta  oy  no  lo  c  entendido;  antes  de 
unos  días  acá,  me  parecía  no  tener  tan  grandes  ínpetus  como  solía, 
y  aora  me  parece  ques  la  causa  esto  que  c  dicho,  no  sé  yo  si 
puede  ser.  Que  antes  no  llegava  la  pena  a  salir  de  mí,  y  como  es 
tan  yntolerable,  y  io  me  estava  en  mis  sentidos,  hacíame  dar  gritos 
grandes  sin  poderlo  escusar.  Aora,  como  a  crecido,  a  llegado  a  tér- 
minos de  este  traspasamiento,  y  entendiendo  más  el  que  nuestra  se- 
ñora tuvo,  que  asta  oy,  como  digo,  no  e  entendido  que  es  traspasa- 
miento, quedó  tan  quebrantado  el  cuerpo,  que  aun  esto  cscrivo  con 
harta  pena,  que  quedan  como  descoyuntadas  las  manos  y  con  do- 
lor. Diráme  v.  m.  de  que  me  vea,  si  puede  ser  este  enajenamiento 
de  pena,  y  si  lo  siento  como  es,  o  me  engaño.  Hasta  esta  mañana 
estava  con  esta  pena,  que  estando  en  oración  tuve  un  gran  arrobamien- 
to, y  parecíame  que  nuestro  señor  me  había  llebado  el  espíritu  junto 
a  su  padre  y  díxole:  «Esta  que  me  diste  te  doy»,  y  parecía  me  lle- 
gava a  sí.  Esto  no  es  cosa  ymajinaria,  sino  con  una  certeza  grande 
y  una  delicadez  tan  espiritual,  que  todo  no  se  sabe  decir.  Díjome 
algunas  palabras  que  no  se  me  acuerdan;  de  hacerme  merced  eran 
algunas.  Duró  algún  espacio  tenerme  cabe  sí.  Como  v.  m.  se  fué  ayer 
tan  presto  y  io  veo  las  muchas  ocupaciones  que  tiene  para  poderme 
yo  consolar  con  él,  aun  lo  necesario,  porque  veo  son  más  necesarias 
las  ocupaciones  de  v.  m.,  quedé  un  rato  con  pena  y  tristeza.  Como 
yo  tenia  la  soledad  que  e  dicho  ayudava,  y  como  criatura  de  la  tie- 
rra, no  me  parece  me  tiene  asida,  dióme  algún  escrúpulo,  timiendo  no 
comenzase  a  perder  esta  libertad.  Esto  era  anoche;  y  respondióme 
oy  nuestro  señor  a  ello  y  díjome  que  no  me  maravillase,  que  ansí 
como  los  mortales  desean  compañía  para  comunicar  sus  contentos  sen- 
suales, así  el  alma  la  desea  quando  aya  quien  la  entienda,  comunicar 
sus  gozos  y  penas,  y  se  entristece  no  tener  con  quién.  Díxome  El: 
«ba  agora  bien  y  me  agradan  sus  obras».  Como  estuvo  algún  espacio 
conmigo,  acordóseme  aue  avía  yo  dicho  a  v.  m.  que  pasavan  de  presto 
estas  visiones.  Y  díxome  «que  avía  diferencia  desto  a  las  ymajinarias, 
y  que  no  podía  en  las  mercedes  que  nos  acia  aver  regla  cierta,  por- 
que  unas  veces  convenía  de  una  manera  y   otras   de  otra». 

20.  Después  de  comulgar,  me  parece  iclarísimamente  se  sentó  cabe 
mí  nuestro  señor,  y  comenzóme  a  consolar  con  grandes  regalos,  y  dí- 
xome entre  otras  cosas:  Vesme  aquí,  hija,  que  yo  soy:  muestra  tus 
manos;  y  parecíame  que  me  las  tomava  y  llegava  a  su  costado,  y 
dijo:  Mira  mis  llagas,  no  estás  sin  mí,  pasa  la  brevedad  de  la  v¡da. 
En  algunas  cosas  que  me  dixo,  entendí  que  después  que  subió  a  los 
cielos,  nunca  bajó  a  la  tierra,  si  no  es  en  el  santísimo  sacramento,  a 
comunicarse  con  nadie;  díjome  que  ¡en  resucitando  avía  visto  a  nues- 
tra señora,  porque  estava  ya  con  gran  necesidad,  que  la  pena  la  tenía 
tan  absorta  y  traspasada  que  aun  no  tornaba  luego  en  sí  para  gozar  de 
aquel  gozo.  Por  aquí  entendí  esotro  mi  traspasamiento  bien  diferente; 
mas  ¿cuál  devía  ser  el  de  la  virjen?  y  que  avía  estado  mucho  con 
ella    porque    avía    sido    menester    hasta    consolarla. 


55^  APÉNDICES 

21.  Estando  pensando  una  vez  en  la  gran  penitencia  que  hacía 
doña  catalina  de  Cardona  y  cómo  yo  pudiera  aver  hecho  más,  sigún 
los  deseos  me  ha  dado  alguna  vez  el  señor  de  hacerla,  si  no  fuera 
por  obedecer  a  Jos  confesores,  que  si  sería  mejor  no  los  obedecer  de 
aquí  adelante  en  eso,  me  dijo:  «Eso  no,  hija,  buen  camino  llebas  i 
siguro.  ¿Ves  toda  la  penitencia  que  hace?   En  más  tengo  tu  obediencia». 

22.  El  día  de  ramos,  acabando  de  comulgar,  quedé  con  gran  sus- 
pensión, de  manera  que  aun  ,no  podía  pasar  la  forma,  y  teniéndomela 
en  la  boca,  verdaderamente  me  pareció,  quando  torné  un  poco  en  mi, 
que  toda  la  boca  ise  me  avía  henchido  de  sangre;  y  parecíame  estar 
también  el  rostro  y  ¡toda  ¡yo  cuvierta  della,  como  que  entonces  acabara 
de  derramarla  el  señor.  Me  parece  estava  caliente,  y  era  excesiva  la 
suavidad  quentonces  sentía,  y  idíxome  lel  Señor:  «Hija,  yo  quiero  que  mi 
sangre  te  aproveche,  y  Jio  ayas  miedo  que  te  falte  mi  misericordia.  Yo 
lo  derramé  con  muchos  dolores,  y  gózaslo  tú  con  tan  gran  deleite 
como  ves;  bien  te  pago  el  convite  que  me  hacías  este  día».  Esto  dijo, 
porque  a  más  de  treinta  años  que  yo  comulgava  este  día,  si  podía, 
y  procuraba  aparejar  mi  alma  para  ospedar  al  señor;  porque  me 
parecía  mucha  la  crueldad  que  icieron  los  judíos,  después  de  tan  gran 
recibimiento,  dejarle  yr  a  comer  tan  lejos,  y  acia  yo  quenta  de  que  se 
quedase  conmigo,  y  harto  en  mala  posada,  sigún  agora  veo.  Y  ansí 
hacía  unas  consideraciones  bobas,  y  idevíalas  admitir  el  señor;  porque 
ésta  es  de  las  visiones  que  yo  tengo  por  muy  ciertas,  y  ansí,  para  la 
comunión,   me   a   quedado   aprovechamiento. 

Hntes  desto  había  estado,  creo  tres  días,  con  aquella  gran  pena, 
que  trayo  más  unas  veces  que  otras,  de  que  estol  ausente  de  Dios, 
y  estos  días  avía  sido  bien  grande,  que  parecía  no  lo  podía  sufrir,  y 
aviendo  estado  ansí  arto  fatigada,  vi  que  era  tarde  para  hacer  colación 
y  !no  podíai,  y  a  causa  de  los  vómitos,  háccme  mucha  flaqueza  no  la 
hacer  un  rato  antes,  y  ansí  con  harta  fuerza  puse  el  pan  delante  para 
hacérmela  a  comerlo,  y  luego  se  me  representó  allí  christo,  y  pa- 
recíame que  me  partía  del  pan  y  me  lo  iva  a  poner  en  la  boca, 
y  díxome:  «Come,  hija,  y  pasa  como  pudieres;  pésame  de  lo  que 
padeces,  mas  esto  te  conviene  agora».  Quedé  quitada  aquella  pena  i 
consolada,  porque  verdaderamente  me  pareció  se  estava  conmigo,  y  todo 
otro  día,  y  con  esto  se  satisfaze  el  deseo  por  entonces.  Esto  decir 
pésame,  me  hizo  reparar,  porque  ya  no  me  parece  puede  tener  pena 
de  nada. 

23.  ¿De  qué  te  afliges,  pecadorcilla?  ¿Yo  no  soy  tu  dios?  ¿no 
ves  cuál  mal  allí  soy  tratado?  Si  me  amas,  ¿por  qué  no  te  due- 
les de  mí?» 

2^.    Sobre  el  temor  de  pensar  isi  tío  están  en  gracia: 

«¡Hija,  muy  diferente  es  la  luz  de  las  tinieblas.  Yo  soy  fiel; 
nadie  se  perderá  sin  entenderlo.  Engañarse  a  quien  se  asigure  por  re- 
galos espirituales.  La  verdadera  seguridad  es  el  testimonio  de  la  buena 
conciencia;  mas  nadie  piense  que  por  sí  puede  estar  en  luz,  ansí  como 
no  podría  hacer  que  no  viniese  la  noche,  porque  depende  de  mí  la  gra- 


APÉNDICES  555 

cia.  El  mejor  remedio  que  puede  aver  para  detener  la  luz,  es  entender 
que  no  puede  nada  y  que  le  biene  de  mí;  porque  aunque  esté  en 
ella,  en  un  punto  que  yo  me  aparte,  verná  la  noche.  Esta  es  la  verda- 
dera humildad,  conocer  lo  que  puede  y  lo  que  yo  puedo.  No  dejes  de 
escrivir  los  avisos  que  te  doy,  porque  no  se  te  olviden;  pues  quieres 
por  €scripto  los  de  los  hombres,  ¿por  qué  piensas  pierdes  tiempo  en 
escrivir  los  que  te  doy?    Tiempo  verná  que  los  ayas  todos  menester». 

25.  Sobre    darme    a    entender    qué    es    unión: 

«No  pienses,  hija,  ques  unión  estar  muy  junta  conmigo,  porque  tam- 
bién lo  están  los  que  me  ofenden,  aunque  no  quieren.  Ni  los  regalos 
y  gustos  de  la  oración,  aunque  sea  en  muy  subido  grado,  aunque  sean 
míos,  medios  son  para  ganar  las  almas  muchas  veces  aunque  no  estén 
en  gracia».  Estaba  yo,  cuando  lesto  entendía,  en  gran  manera  lebantado 
el  espíritu.  Dióme  a  entender  lel  señor  qué  era  espíritu,  y  cómo  estava 
el  alma  entonces,  y  cómo  se  entienden  las  palabras  de  la  «magnifica: 
exultavid  spiritus  meiis;  no  lo  sabré  decir;  paréceme  se  me  dio  a  enten- 
der quel  espíritu  era  lo  superior  de  la  voluntad.  Tornando^  a  la  unión, 
entendí  que  era  este  espíritu  linpio  y  lebantado  de  todas  las  cosas 
de  la  tierra,  no  quedar  cosa  del,  que  quiera  salir  de  la  voluntad  de  Dios, 
sino  que  de  tal  manera  'esté  un  espíritu  y  una  voluntad  conforme  con 
la  suya,  y  un  desasimiento  de  todo,  enpleado  en  dios,  que  no  aya 
memoria  de  amor  en  sí  ni  en  ninguna  cosa  criada,  y  yo  pensando 
si  esto  es  unión;  luego  un  alma  que  sienpre  está  en  esta  determina- 
ción, sienpre  podemos  decir  está  en  oración  de  unión,  y  es  verdad 
que  ésta  no  puede  durar  sino  muy  poco.  Ofréceseme  que  quanto  a  andar 
justamente,  y  mereciendo  y  ganando  sí  hará,  mas  no  se  puede  decir 
anda  unida  el  alma  como  en  la  contemplación;  paréceme  entendí,  aun- 
que no  por  palabras,  ques  tanto  el  polvo  de  nuestra  miseria  y  faltas 
y  estorvos  en  que  nos  tornamos  a  enfoscar,  que  no  sería  posible  estar 
con  la  linpieza  questá  el  espíritu  quando  se  junta  con  el  de  dios,  que 
vaya  fuera  y  lebantado  de  nuestra  miserable  miseria.  Y  paréceme  a 
mí  que  si  ésta  ^es  unión,  estar  tan  hecha  una  nuestra  voluntad;  y  espíritu 
con  el  de  dios,  que  no  es  posible  tenerla  quien  no  esté  en  estado  de 
gracia,  que  me  avían  dicho  que  sí.  Ansí  me  parece  a  mí  será  bien 
dificultoso  entender  quándo  es  unión,  sino  por  particular  gracia  de 
dios,  pues  no  se  puede  entender  quándo  estamos  en  ella.  Escrívamc 
V.  m.  su  parecer,  y  en  lo  que  desatino,  y  tórneme  a  enbiar  este  papel. 

26.  Avía  leído  en  un  libro  que  era  inperfeción  tener  imájines  cu- 
riosas, y  ansí  quería  no  tener  en  la  celda  una  que  tenía.  Y  tanbién 
antes  que  leyese  esto,  rae  parecía  pobreza  no  tener  ninguna  sino  de 
papel,  y  como  después  un  día  desto  leí  esto,  ya  no  las  tuviera  de 
otra  cosa.  Y  entendí  esto  estando  descuidada  dello:  «Que  no  era 
buena  mortificación;  que  quál  era  mejor:  la  pobreza  o  la  caridad.  Que 
pues  era  lo  mejor  el  amor,  que  todo  lo  que  me  despertase  a  él, 
no  lo  dejase,  ni  lo  quitase  a  mis  monjas,  que  las  muchas  molduras  y 
cosas  curiosas  en  las  imájines  decía  el  libro,  que  no  la  ymajcn.  Que 
lo  que  el  demonio  hacía  en  los  lutheranos,  era  quitarles  todos  los  me- 
dios para  más  despertar,  y   ansí  yvan  perdidos.  Mis  christianos,  hija. 


556  APÉNDICES 

an  de  hacer  aora  más  que  nunca,  al  contrario  de  lo  que  ellos  hacen». 
Entendí  que  tenía  mucha  obligación  de  servir  a  nuestra  señora  y  a 
san  Joseph,  porque  muchas  veces,  yendo  perdida  del  todo,  por  sus 
ruegos  me  tornava  Dios  a  jdar  salud. 

27.  Un  día  después  de  san  matheo,  estando  como  suelo,  después 
que  vi  la  visión  de  la  santísima  trinidad,  y  cómo  está  con  el  alma  questá 
en  gracia,  se  me  dio  a  entender  muy  claramente,  de  manera  que  por 
ciertas  maneras  y  conparaciones  por  visión  ymajinaria  lo  vi.  Y  aun- 
que otras  veces  se  me  a  dado  a  entender  por  visión  la  santísima 
trinidad  yntelectual,  no  me  a  quedado  después  algunos  días  la  verdad, 
como  agora  digo,  para  poderlo  pensar  y  consolarme  en  esto.  Y  agora 
veo  que  de  la  mesma  manera  lo  e  oydo  a  letrados,  y  no  lo  he 
entendido  como  agora,  aunque  sienpre  sin  detenimiento  lo  creya,  por- 
que no  e  tenido  tentaciones  de  la  fce.  R  las  personas  ygnorantes  pa- 
récenos  que  las  personas  de  la  santísima  trinidad  todas  tres  están, 
como  lo  vemos  pintado,  en  una  persona,  a  manera  de  quando  se  pinta 
en  un  cuerpo  tres'  rostros;  y  ansí  nos  espanta  tanto,  que  parece  cosa 
ynposible  y  que  no  ay  quien  ose  pensar  en  ello;  porque  el  entendimiento 
se  enbaraza,  y  teme  no  quede  dudoso  desta  verdad  y  quita  una  gran 
ganancia.  Lo  que  a  mí  se  me  representó,  son  tres  personas  distintas, 
que  cada  una  se  puede  mirar  y  hablar  por  sí.  Y  después  e  pensado  que 
sólo  el  hijo  tomó  carne  humana,  por  donde  se  ve  esta  verdad.  Estas 
personas  se  aman  y  comunican  y  se  conoce.  Pues  si  cada  una  es  por 
sí,  ¿cómo  decimos  que  todas  tres  son  una  esencia,  y  lo  creemos,  y  es 
muy  gran  verdad  y  por  ella  moriría  yo  mil  muertes?  En  todas  tres 
personas  no  ay  más  de  un  querer  y  un  poder  y  un  señorío,  de  manera 
que  ninguna  cosa  puede  una  sin  otra,  sino  que  de  quantas  criaturas 
ay,  es  sólo  un  criador.  ¿Podría  el  hijo  criar  una  hormiga  sin  el 
padre?  No,  ques  todo  un  poder,  y  lo  mismo  el  espíritu  santo,  ansí  ques 
un  solo  dios  todopoderoso,  y  todas  tres  personas  una  majestad.  ¿Po- 
dría uno  amar  al  padre  sin  querer  al  hijo  y  al  espíritu  santo?  No, 
sino  quien  contentare  a  la  una  destas  tres  personas  divinas,  contenta 
a  todas  tresi;  y  quien  la  ofendiere,  lo  mesmo.  ¿Podría  el  padre  estar  sin 
el  hijo  y  sin  el  espíritu  santo?  No,  porque  es  una  esencia,  y  adonde 
está  el  uno  están  todas  tres,  que  no  se  pueden  dividir.  ¿Pues  cómo 
vemos  questán  divisas  tres  personas,  y  cómo  tomó  carne  humana  el 
hijo,  y  no  el  padre  ni  el  espíritu  santo?  Esto  no  lo  entendí  yo;  los 
théologos  lo  saben.  Bien  sé  yo  que  en  aquella  obra  tan  maravillosa 
questavan  todas  tres,  y  no  rae  ocupo  en  pensar  mucho  esto.  Luego  se 
concluye  mi  pensamiento  con  ver  ques  dios  todopoderoso,  y  como  lo 
quiso  lo  pudo,  y  ansí  podrá  todo  lo  que  quisiere;  y  mientras  menos 
lo  entiendo,  más  lo  creo  y  me  hace  mayor  devoción.  Sea  por 
sienpre  bendito.  Amen. 

28.  Estando  en  San  Joseph  de  ñvila,  víspera  del  espíritu  santo,  en 
la  hermita  de  nazareth,  considerando  en  una  grandísima  merced  que 
nuestro  señor  me  avía  hecho  en  tal  día  como  éste,  veinte  años  avía,  poco 
más  o  menos,  me  comenzó  un  ínpetu  y  un  hervor  grande  despíritu, 
que  me   hizo  suspender.   En  este  gran   recojimiento  entendí  de  nuestro 


APÉNDICES  557 

señor  lo  que  agora  diré:  «Que  dijese  a  estos  padres  descalzos  de  su 
parte,  que  procurasen  guardar  quatro  cosas,  y  que  mientras  las  guar- 
dasen sienpre  yría  en  más  crecimiento  esta  relijión,  y  quando  en 
ellas  faltasen,  entendiese  que  yvan  menoscabando  de  su  principio.  La 
primera,  que  las  cabezas  estuviesen  conformes.  La  segunda,  que  aunque 
tuviesen  muchas  casas,  en  cada  una  tuviesen  pocos  frayles.  La  tercera, 
que  tratasen  poco  con  seglares,  y  esto  para  bien  de  sus  almas.  La 
cuarta,  que  enseñasen  más  con  obras  que  con  palabras.  Esto  fué 
año  de  1579.  Y  porque  es  gran  verdad,  lo  firmo  de  mi  nonbre.  Teresa 
de    Jesús*    (1). 

29.  flviendo  comenzado  a  confesarme  con  una  persona  en  una  ciu- 
dad que  al  presente  estoy,  y  «lia  con  averme  tenido  mucha  voluntad  y 
tenerla  después  que  admitió  el  govierno  de  mi  alma,  se  apartava  de 
venir  acá.  Estando  yo  en  oración  una  noche  pensando  en  la  falta 
que  me  hacía,  entendí  que  le  detenía  dios  para  que  no  viniese,  porque 
me  convenía  tratar  mi  alma  con  una  persona  del  mismo  lugar.  R  mí  me 
pesó  por  aver  de  conocer  condición  nueva,  que  podía  ser  no  me  en- 
tendiese e  inquietase  y  por  tener  amor  a  quien  me  hiciese  esta  cha- 
ridad;  aunque  siempre  que  vía  o  oya  predicar  a  esta  persona,  me  hacía 
contento  espiritual,  y  por  tener  muchas  ocupaciones  esta  persona  tan- 
bién  me  parecía  ynconveniente.  Díjome  el  señor:  «Yo  haré  que  te  oya 
i  te  entienda.  Declárate  con  él,  que  algún  remedio  será  de  tus  tra- 
vajos».  Esto  postrero  fué,  según  pienso,  porque  estava  yo  entonces  fa- 
tigadísima  de  estar  absenté  de  dios.  Tanbién  me  dijo  entonces  su 
majestad,  «que  bien  vía  el  travajo  que  tenía;  mas  que  no  podía  ser 
menos  mientras  biviese  en  este  destierro,  que  todo  era  para  más  bien 
mío»,  y  me  consoló  mucho,  ñnsí  me  a  acaecido,  que  huelga  de  oyrme 
y  busca  tienpo  y  me  a  entendido  y  dado  gran  alibio.  Es  muy  le- 
trado y  santo. 

30.  Estando  un  día  de  la  Presentación  encomendando  mucho  a 
dios  a  una  persona,  y  parecíame  que  todavía  era  inconveniente  el  tener 
renta  y  libertad,  para  la  gran  santidad  que  yo  le  deseaba,  púsoseme 
delante  su  poca  salud  y  la  mucha  luz  que  dava  a  las  almas  y  entendí: 
«Mucho  me  sirve,  mas  gran  cosa  es  siguirme  desnudo  de  todo  como 
yo  me  puse  en  la  cruz.  Dile  que  se  fíe  de  mí».  Esto  postrero  fué 
porque  me   acordé   yo  con   su   poca   salud,   llevar  tanta   perfeción. 

31.  Estando  una  vez  pensando  la  pena  que  me  dava  el  comer 
carne  y  no  hacer  penitencia,  entendí:  «que  algunas  veces  era  más  amor 
propio  que  deseo  della». 

32.  Estando  una  vez  con  mucha  pena  de  aver  ofendido  a  dios, 
me  dijo:  «Todos  tus  pecados  son  delante  de  mí  como  si  no  fuera;  en 
lo   por   venir   te   esfuerza,   que   no   son    acabados   tus   travajos». 


1  Advertimos  ya  en  la  Introducción,  que  la  copia  de  las  palabras  Teresa  de  Jesús,  parece 
nuevo  argumento  demostrativo  de  que  este  Manuscrito  es  de  la  sobrina  de  la  Santa,  llamada 
también  Teresa  de  Jesús,  por  su  semejanza  con  la  firma  que  ésta  puso  al  pie  de  su  profesión, 
según  puede  verse  en  el  primer  Libro  de  Profesiones  de  las  Carmelitas  Descalzas  de  Avila. 


558  '  APÉNDICES 

33.  Esto  era  sobre  que  me  aconsejavan  que  no  diese  el  entera- 
miento   de   Toledo   de   que   no   era   caballero: 

«Mucho  te  desatinará,  hija,  si  miras  las  leis  del  mundo;    pon  los 

ojos  en  mí  pobre  y   despreciado   del:    ¿por  ventura  serán  los  grandes 

del  mundo,  grandes  delante  de  mí   u   avéis   vosotras  de  ser  estimadas 

por   linajes  o   por    virtudes?»    (1). 

Z'i.  La  confesión  es  para  decir  culpas  y  pecados  y  no  virtudes  ni 
cosas  semejantes  de  oración,  sino  fuera  con  quien  se  entienda  que  se 
puede  tratar,  y  esto  vea  la  priora,  y  la  monja  le  diga  la  necesidad  para 
que  vea  lo  que  conviene;  porque  dice  cassiano  que  es  el  que  no  lo 
sabe,  como  el  que  nd  a  visto  ni  sabido  que  naden  los  honbres,  que 
pensará  si  los  vee  hechar  en  el  río,  que  todos  se  an  de  aogar. 

35.  Que  quiso  nuestro  señor  que  Josef  dijese  la  visión  a  sus  er- 
manos,  y  se  supiese  aunque  le  costase  tan  caro  como  le  costó. 

36.  Como  el  temor  que  siente  el  alma  quando  le  quiere  Dios 
hacer  una  gran  merced,  sentiende  es  reverencia  que  hace  el  espíritu 
como   los   quatro   viejos  que   dice  la  escriptura. 

37.  Como  se  puede  entender,  quando  las  potencias  están  suspen- 
didas y  se  representa  al  alma  algunas  cosas  para  encomendarlas  a  dios, 
que  las  representa  algún  ángel  que  se  dice  en  la  escriptura  que  estava 
incensando   y    ofreciendo   las   oraciones. 

38.  Si  no  me  uviera  nuestro  señor  hecho  las  mercedes  que  me 
a  echo,  no  me  parece  tuviera  ánimo  para  las  obras  que  se  an  echo, 
ni  fuerzas  para  los  trabajos  que  se  an  padecido,  y  contradiciones  y 
juycios.  Y  ansí,  después  que  se  comenzaron  las  fundaciones,  se  me 
quitaron  los  temores  que  antes  traya  de  ser  engañada,  y  se  me  puso 
certidunbre  que  era  dios,  y  con  esto  me  arrojava  a  cosas  dificultosas, 
aunque  siempre  con  consejo  y  obediencia.  Por  donde  entiendo,  que  como 
quiso  nuestro  señor  despertar  el  principio  desta  orden,  y  por  su  mi- 
sericordia me  tomó  por  medio,  avía  su  majestad  de  poner  lo  que  me 
faltava,  que  era  todo,  para  que  uviese  efecto  y  se  mostrase  mejor  su 
grandeza  en  cosa  tan  ruyn  (2). 


1  Esta  es  la  única  Relación  que  no  se  halla  en  el  Códice  de  Avila.  El  autógrafo  se  ve- 
nera en  las  Carmelitas  Descalzas  de  Lucena  (Córdoba).  También  la  publicaron  Fr.  Luis  de  León 
ü  el  P.  Ribera. 

2  Aquí  terminan  las  Relaciones  del  cuadernillo  de  la  sobrina  de  ia  Santa.  La  última  hoja 
sólo  lleva  escritas  cuatro  líneas.  Ignoramos  si  las  continuó  copiando  en  otros  cuadernos.  No 
cabe  dudar,  que  conocía  también  las  demás  Relnciones  por  la  copia  de  Ana  de  San  Pedro,  que 
vivió  con  ella  en  S.  José,  ü  tampoco  desconocería  el  traslado  de  las  mismas  hecho  por  el  Padre 
Ribera  a  más  de  las  que  publicó  en  la  vida  de  la  Santa. 


nPENOICES 


559 


RELACIONES     ESPIRITUALES     DE     SANTA     TERESA 
DE    RIBERA    (1). 


SEGÚN     COPIA     DEL     P.     FRANCISCO 


«Treslado  de  un  quadernito  que  se  hallo  entre  los  papeles  de  nra 
madre  fundadora  quando  de  aquí  se  fue  de  sa  (2);  era  de  su  propia 
letra  y  decía  desta  man.a: 


Escrito  de  su 
mano. 


1.    Estando  yo  un   día  en   oración  senti  estar  el  alma   tan   dentro 
de   dios   que   no   parecía    auia   mundo   sino   enbeuida  en   el;    se  medio         Familiaridad 
a   entender    aquel    verso   de   la   magníficat,    exultauit   spirítus  meus,   de  con  dios  «  a- 
man3   que  no  se  me   puede   oluidar. 


mistad   intima. 


2.  Estaua  ima  vez  pensando  sobre  el  querer  desazer  este  mo- 
nesterío  de  descalzos  si  era  el  yntento  poco  a  poco  yrlos  acaban- 
do todos;   entendí  eso  pretenden  mas  nolo  verán  sino  muy  al  contrario. 


Descalzos. 


3.  Estaua  una  vez  muy  rrecogida  encomendando  a  dios  a  Elí- 
seo (3)  entendí  es  un  verdadero  hijo  no  le  dexarc  de  ayudar,  o  una 
palabra   desta   suerte   que   no    me   acuerdo   bien. 


>{.  ñbiendo  un  día  ablado  a  una  persona  que  auia  dexado  mu- 
cho por  dios  y  acordándome  como  yo  nunca  deje  nada  por  el  ni  en 
cosa  jle  c  seruido  como  estoy  obligada  y  mirando  las  muchas  mríjds  (4) 
que  me   a  echo,   comenge   a   fatigarme  mucho. 

Díxome  el  Señor  ya  saucs  el  desposorio  que  ay  entre  ti  y  mi; 
y  avíendo  esto  lo  que  yo  tengo  es  tuyo  y  asi  te  doy  todos  los 
dolores  y  trabajos  que  pase,  y  concsto  puedes  pedir  a  mi  padre  como 
cosa  propia;  y  aunque  ya  sauía  que  somos  participantes  desto  agora 
fue  tan  de  otra  manera  que  me  pareció  auia  quedado  con  gran  Señorio 
porque  la  amistad  con  que  seme  higo  esta  mrgd  no  se  puede  decir  aquí. 

Parecióme  lo  admitía  el  padre  y  desde  entonces  miro  muy  de  otra 
suerte  lo  que  padeció  el   Señor  como  cosa  propia  y   dame  gran  aliuio. 


Amor  de  dios 
con  ella. 


1  En  la  Introducción  dimos  cuenta  de  este  Códice,  que  .•se  guarda  en  la  Biblioteca  de  la 
Academia  de  la  Historia,  estante  11,  grada  5.a,  núm.  132.  Menos  algunas  abreviaturas,  que  se 
imprimen  con  todas  las  letras,  se  publican  estas  Relaciones  conforme  a  la  ortografía  de  la  copia, 
que  difiere  bastante  de  la  usada  por  Sta.  Teresa.  La  parte  que  va  en  bastardilla  es  de  letra  del 
P.  Ribera  mismo.  Del  copista  son  las  notas  marginales.  Ya  publicó  estos  escritos  el  P.  Fita  en 
el  Boletín  de  la  Real  ñcademia  de  la  Historia,  tomo  LXVI,  págs.  391-403. 

2  Salamanca. 

3  P.  Jerónimo  Gracián. 
í      Mercedes. 


560 


APÉNDICES 


Seuilia. 


3.  Estando  el  día  de  la  magdalena  considerando  la  amistad  que 
estoy  obligada  a  tener  al  Señor  conforme  alas  palabras  que  me  a  dicho 
sobre  esta  Sancta  y  teniendo  grandes  deseos  de  ymitarla  me  hi^o 
el  Señor  una  grandissima  mr^d  y  me  dijo  que  de  aqui  adelante  me 
esforzase  que  le  auia  de  servir  mas  que  asta  aqui;  diome  deseo 
de  no  morir  me  tan  presto  porque  obiese  tiempo  para  emplearme  en 
esto,   y   quede   con   gran   determinación   de   padecer. 


6.  Acabando  la  víspera  de  sanct  Loren^io  de  comulgar  estaua  el 
yngenio  tan  distraydo  y  diuertido  que  no  me  podía  valer  y  comente 
auer  ynbidia  alos  que  estañan  en  los  desiertos  pareciendome  que  como 
no  biesen  ni  oyesen  estarían  libres  de  todo  divertimiento;  entendí  mucho 
te  engañas  hija  antes  alli  tienen  mas  fuerza  las  tentaciones  del  de- 
monio, ten  pscien?  a  que  mientras  se  viue  en  este  mundo  no  se 
escusa;  estando  en  esto,  súbitamente  mebino  un  Recogimiento  con  una 
luz  tan  grande  interior  que  me  Parece  estaua  en  otro  mundo  y  alióse 
el  Spiritu  dentro  de  si  en  una  floresta  o  huerta  muy  deleytosa  tanto 
que  mehi<;o  acordar  délo  que  se  diqe  en  los  cantares  Veniat  dilectus 
meue  in  hortum  suum.  Vi  alli  a  Elíseo  por  qierto  no  nada  negro  con 
una  hermosura  estraña,  encima  déla  cabeza  tenia  como  una  guirnalda 
de  gran  pedrería  que  no  era  corona  y  muchas  doncellas  que  andaban 
allí  delante  del  con  Ramos  en  las  manos  en  cánticos  de  alabanzas  de 
dios,  yo  míraua  como  no  auia  alli  otro  hombre  ninguno;  dixeronme 
este  mereció  estar  entre  vosotras  [e]n  esta  fiesta  [ ...  ]ura  el  dia  que 
[ ...  ]  deciere  en  falabajngas  de  mi.  y  date  priesa  sí  quieres  llegar 
adonde  el  esta,  esto  duro  hora  y  media  que  no  me  pedia  diuertir  con 
gran  deleyte  cosa  diferente  de  otras  visiones,  y  lo  que  de  aqui  saque 
fue  mas  amor  aeliseo  y  tenerle  mas  presente  con  aquella  hermosura. 
esto   no   fue   posible  ser  imaginación. 

1.  Una  vez  entendí  como  estaua  el  Señor  en  todas  las  cosas  y 
Dios  en  las  como  en  el  alma  pusoseme  conparacion  de  una  esponja  que  enbeue  el 
^'^-  agua  en   si. 


Deudos. 


8.  Como  Vinieron  mis  hermanos  y  yo  deuo  aluno  tanto  no  dexe 
de  estar  conel  y  tratar  lo  que  conuenia  asa  alma  y  asiento  y  todo  me 
daua  cansancio  y  pena  .y  estandole  ofreciendo  al  Sor  y  pareciendo 
me  lo  hazia  por  estar  obligada,  acordándose  me  que  estaua  en  las 
constitugiones  nras  que  nos  dizen  que  nos  desuiemos  de  deudos,  y 
estando  un  dia  pensando  si  yba  contra  nras  constituciones  que  man- 
dan que  nos  desuiemos  de  tratar  mucho  con  deudos,  por  que  yo  tra- 
taua  mucho  con  mi  hers  el  mayor  para  el  bien  de  su  alma  y  dar 
asiento  en  sus  cosas,  Díxome  el  Señor;  no  hija  que  vros  Institutos 
no  an  deyr  sino  conforme  a  mi  ley.  Verdad  es  que  el  yntento  de 
las  constituciones  son  porque  no  se  asgan  a  ellos  y  esto  ami  parecer 
antes  me  causa  y   desaze  mas  tratallos. 


9.  flbiendo  acauado  de  comulgar  el  dia  de  Sanct  augustin  yo 
no  sabré  decir  como  se  rae  dio  aentender  y  casi  avcr  sino  que  fue  cosa 
yntelectual   y    que   paso   presto..   Como   las   tres   personas   de   la   Sane- 


APÉNDICES  561 

tisima  Trinidad  que  yo  traigo  en  mi  alma  esculpidas  son  tan  una  esftigia  s.a  Trinidad. 
por  una  juntura  estraña,  semedio  aentender  y  por  una  luz  tan  clara 
que  Pí  iiecho  bien  diferente  operación  que  de  solo  tenerlo  por  fee. 
E  quedado  de  aqui  a  no  poder  pensar  en  ñinga  de  las  personas 
diuinas  sin  entender  que  están  todas  tres  de  mana  que  cstaua  oy 
considerando  como  siendo  tan  una  cosa  aula  tomado  carne  humana 
el  hijo  solo,  diome  el  Señor  aentender  como  con  ser  una  cosa  eran 
diuinas,  son  unas  grandevas  que  de  nuebo  da  deseo  al  alma,  deste 
embarazo  que  a(;e  el  cuerpo  para  no  gogar  dellas  que  aunque  pare- 
ce no  son  para  nra  baxepa  de  entender  algo  dellas,  queda  una  ga- 
nancia en  el  alma  conpasar  en  un  punto  sin  conparacion  mayor  que 
muchos  años  de  meditación  y  sin  sauer  entender  como.  / 

10.  El   dia   de   nra   Señora    de   la   natiuidad   en   quien   tengo   par-        Devoción  a 
ticular  alegría  guando  este  dia  biene  parecióme  seria  bien  Renouar  los   ""•  ^-^ 
votos    y    queriendo    lo    hazer    seme    rrepresento    la    Virgen    Señora    nra          Renouadón 
por  Vision  Iluminatiua  y  parecíame  los  acia  en  sus  manos  que  le  eran 
agradables,  quedo  me  esta  visión  por  algunos  dias  como  que  cstaua  junto 

conmigo  acia  el  lado  yzquierdo. 

11.  Un   dia   acabando  de  comulgar  me  parecía  verdaderamente  mi     .  comunión. 
alma   se   acia  una   con   aquel  cuerpo   secratissimo   del   Señor  cuya   pre- 
sencia  seme   rrepresento  y   como   gran   operación   y   aprouechamíento.   / 

12.  Estaua  una  vez.  pensando  si  me  auian  de  mandar  yr  arrefor-        n  •  „    

~  ^  Animo    para 

mar   cierto   monesterio   y    dauame   pena,   entendí   de   que   teméis  y   que  padecer. 
podéis  perder  sino  las  vidas  que  tantas  vezes  me  las  aueis  ofrecido  yo  / 
os  ayudare,  fue  en  una  oración  de  suerte  que  me  satisfizo  el  alma  mucho. 

13.  Estando  yo  una  vez  deseando  de  azer  algo  en  seru.^   de  nro     voluntad  quie- 
Señor  pense  que  apocadamente  le  podía  yo  seruir  y  dije  entre  mi  para  re  Dios. 

que   Señor   queréis   vos   mis   obras,    dijome    para    ver   tu    voluntad    hija. 

l'l.    Diome   una   vez.   el   Señor   una   luz   en   una   cosa   que   yo   guste 
entenderla  y  oluídoseme  luego  desde  apoco  que  no  epodido  mas  tornar 
acaer  lo  que  era,  y  estando  yo  procurando  seme  acordase  entendí  esto 
ya  saues  que  te  ablo  algunas  veces  no  dejes  de  escriuirlo  por  que  aun-     Escreuir  lo  que 
que    ati    no    te    aproueche    podra    aprouechar   a    otros,   yo    estaua    pens°   '^  a^^er^. 

...  ,  .  j  j.  Reuelaclon 

si  por  mis  pecados  auia  de  aprouechar  a  otro,  y  perderme  yo;  dixomc:    ^^  ^^  predesti- 
no ayais  miedo. 


nación. 


15.  Estaua  una  vez  rrccogida  con  esta  conp'  que  traigo  siempre 
en  el  alma  y  pareció  me  estar  dios  de  mana  en  ella  que  me  acorde 
de  cuando  San  p2  dixo  tu  eres  Jesu  Xpo  hijo  de  dios  viuo  por  que 
asi  estaua  Dios  viuo  en  mi  alma,  esto  no  es  como  otras  visiones  por 
que  lleua  fuerca  con  la  fee  de  manera  que  no  se  puede  dudar  que 
esta  la  SSa  Trinidad  por  presencia  en  nras  almas  y  potencia  y  esencia, 
es  cosa  de  grandísimo  prouecho  entender  esta  verdad,  yo  me  estaua 
espantando  de  ver  la  magestad  en  cosa  tam  baxa  como  mi  alma,  en- 
tendí no  es  baxa  hija  pues  estaecha  ami  Imagen. 

II  30 


Dios    en 
cosas. 


562 


APÉNDICES 


Y  tanbien  entendí  algunas  causas  déla  causa  que  Dios  se  deleyta 
con  las  almas  mas  que  con  otras  criaturas  tan  delicadas  que  aunque 
el  entendimiento  las  entendió  de  presto  no  las  sabré  decir. 

16.    Aviendo    estado    con    tanta    pena    del    mal    del    Elíseo    que    no 
Dios  se  de-   sosegaua    y    suplicando    al    Señor    un    dia    acabando    de    comulgar    muy 


leyta  con  las  al- 


encaregldamenie   que  pues  el  me   le  auia   dado   no   me   viese  yo   sin  el, 
dixome,  no  ayas  miedo. 


Como  el  hijo 
encarno. 


17.  Estando  una  vez  con  esta  presencia  de  las  tres  personas  que 
traigo  en  el  alma  era  con  una  luz  que  no  se  puede  dudar  el  estar 
alli  dios  viuo  y  verdadera  y  alli  se  me  daban  aentender  cosas  que  no 
las  sabré  decir  después;  entre  ellas  era  como  auia  la  persona  del  hijo 
tomado  carne  humana  y  no  las  demás,  no  sabré  como  digo  decir  cosa 
desto  que  pasauan  algunas  tan  en  lo  secreto  del  alma  que  parece  el 
entendimiento  entiende  como  una  persona  que  durmiendo  /  o  medio 
dormida  le  parece  entiende  lo  que  se  abla;  yo  estaua  pensando  quan 
f!^!í''°  .ü^l"  rrecio  era  el  viuir  que  nos  priuaua  de  no  estar  siempre  en  aquella  ad- 
mirable conpa  y  dije  entre  mi:  Señor  dadme  algún  medio  para  que 
yo  pueda  Ueuar  esta  vida;  dixome  Piensa  hija  como  después  de  aca- 
uada  no  puedes  seruir  en  lo  que  agora  y  come  por  mi  y  duerme  por 
mi  y  todo  lo  que  hicieres  sea  por  mi  como  si  no  vinieses  tu.  y 
asi  no  yo  que  esto  es  lo  que  decia  San  pablo  (I). 


llevar  esta, vida. 


Comunión.  18.    Una   uez   acabando   de   comulgar   seme    dio   aentender   como   el 

sacratissimo  cuerpo  de  Jesu  Xpo  le  rreciue  su  padre  dentro  de  una 
alma  como  yo  entiendo  y  ebisto  están  estas  diuinas  personas  y  quan 
agradable  es  lesta  /  ofrenda  de  su  hijo  por  que  se  deleyta  y  goza 
con  el  digamos  acá  en  la  tierra  por  que  su  humanidad  no  esta  con 
nosotros  en  el  alma  sino  en  la  diuinidad,  y  asi  le  es  tan  ageto  y 
agradable  y  nos  aze  tan  grandes  mr9ds  que  comulgamos  por  ser 
medio  para  que  se  deleyte  con  su  hijo  /  no  lo  se  de^ir  como  lo 
entiendo  por  que  si  es  contra  escritura  lo  pongo  aqui  y  creer  lo  que 
seme  dixere;  ay  tan  grandes  cosas  dentro  de  un  alma  que  el  Señor 
quiere  comunicárselas  que  no  se  atinan  a  decir,  entendí  que  tanbien 
rreciue  dios  este  sacrificio  aunque  este  en  pecado  el  sacerdote  salvo 
que  no  comunica  las  mrgdes  a  su  alma  como  a  los  que  están  en  gracia, 
y  no  porque  dejan  de  estar  estas  influencias  en  su  fuerza  que  pro- 
peden  desta  comunicación,  con  que  el  padre  rreciue  este  sacrificio  sino 
por  falta  de  quien  lo  a  de  rreciuir  /  como  no  es  por  falta  del 
Sol  no  resplandecer  que  da  en  pedapo  de  pez  como  en  uno  de  un  cris- 
tal /  si  yo  agora  lo  dijera  me  diera  mejor  aentender  ¡jnporta  saber 
como  es  esto  por  que  ay  grandes  secretos  en  lo  ynterior  cuando  se 
comulga;    es    lástima    que    estos    cuerpos    no    nos    lo    dexan    gozar. 

20.  Octaua  de  todos  Sanctos  tube  dos  /  otres  dias  muy  trauajosos 
déla  mem»  de  mis  grandes  pecados  y  unos  temores  grandes  de  perse- 
cuciones que  no  se  fundaban  sino  en  que  me  auian   de  leuantar  gran- 


1      ñd  Gal.  II,  20. 


APÉNDICES 


563 


des  testimonios  g  todo  el  animo  que  suelo  tener  apadecer  por  dios  me 
faltaua,  aunque  me  quería  animar  y  a^ia  actos  9  via  que  seria  gran 
ganan(;ia  a  mi  alma  aprouechaua  poco  que  no  se  quitaua  el  temor 
y  era  una  guerra  desabrida,  tope  con  una  letra  que  di(;e  san  pablo 
que  no  permite  dios  que  seamos  tentados  mas  de  lo  que  podemos  sufrir.  '«° 
aquello  me  aliuio  arto  mas  no  bastaua,  antes  otro  dia  me  dio  una  afli- 
cion  grande  de  verme  sin  el  como  no  tenia  aqiiien  acudir  enasta  tri- 
bulagion  que  me  parecía  viuir  en  una  gran  soledad  y  ayudaua  el  ver 
que  no  halle  ya  quien  me  diese  aliuio  sino  el  y  que  lo  mas  aula 
de  estar  ausente  que  me  fue  harto  gran  tormento,  otra  noche  después 
estando  leyendo  en  un  libro  alie  otro  dicho  de  San  pablo  que  me  co- 
mento a  ^consolar  y  rrecogida  un  poco,  cstaua  pensando  quan  presente 
auia  traído  de  antes  anro  Señor  que  tan  verdaderamente  me  parecía 
ser  dios  viuo,  en  esto  pensando  me  dixo  y  pareció  me  muy  dentro 
de  mi  como  al  lado  del  corazón  por  visión  yntelectual  aquí  estoy  sino 
que  quiero  que  veas  lo  poco  que  tu  puedes  sin  m¿  /  luego  me  asegure 
y  se  quitaron  todos  los  miedos  y  estando  la  mesma  noche  en  maytines 
el  raesmo  Señor  por  visión  yntelectual  tan  grande  que  casi  parecía 
Imaginaria  seme  puso  en  los  bracos  amana  de  como  se  pinta  la  quinta 
angustia  hilóme  temor  arto  esta  visión  porque  era  muy  patente  y  tan 
junta  ami  que  me  higo  pensar  si  era  ylusion,  /  dixome  no  te  espantes 
desto  que  con  mayor  unión  sin  conparacion  esta  mi  padre  con  tu 
anima,  áseme  asi  quedado  esta  visión  asta  agora  rrepresentada.  lo  que 
dixe  de  nra.  señora  me  duro  mas  de  un  mes,  ya  se  me  a  quitado. 


21.  El  dia  que  se  presento  el  breue  en  el  Carmen  como  yo  cstu- 
biese  con  grandissima  aflicion  que  me  tenia  turbada  que  aun  rrezar 
no  podía  por  que  me  auian  benído  a  dezir  que  nro  padre  visitador  cs- 
taua con  gran  aprieto  por  que  no  le  dexauan  salir  y  auia  gran  Ruydo 
entendí  estas  palabras:  o  muger  de  poca  fe  sosiégate  que  muy  bien 
se  va  aziendo  era  día  de  la  Presentación  de  nra  Sa  año  de  1575 
(21  de  Noviembre)  propuse  en  mi  sila  Virgen  acabaua  con  su  hijo  que 
viésemos  nro  padre  Ubre  destos  frailes  y  a  nosotras  pedir  enesie  y  ^n 
cada  cabo  se  celebrase  con  solemnidad  esta  fiesta  en  nros  monesterios 
de  descaigas.  Quando  esto  propuse,  ni  seme  acordaua  de  lo  que  entendí 
que  auia  de  establecer  fiesta  en  la  visión  que  vi  aora  tornando  a 
leer   este   cuadernillo   e   pensando   si   a   de   ser  esta   la   letra. 

22.  Estando  una  noche  con  harta  pena  porque  auia  mucho  que  no 
sabia  de  elíseo  y  aun  no  estaua  bueno  cuando  me  escriuio  la  pos- 
trera vez  aunque  no  era  como  la  primera  pena  de  su  mal  que  era 
confiada  y  de  aquella  manera  nunca  la  tuue  después,  mas  el  cuidado 
impedia  la  oración,  y  parecióme  de  presto  y  fue  ansí  que  no  pudo 
ser  imaginación  que  enlo  interior  se  me  represento  una  luz  y  vi  que 
benia  por  el  camino  alegre  y  rostro  blanco,  aunque  de  la  luz  que  vi 
deuia  hacer  blanco  el  rostro,  que  ansi  me  parege  lo  están  todos  en  el  cielo 
y  e  pensado  si  del  resplandor  y  luz  que  sale  de  nro  Sor  les  haze 
estar  blancos,  entendí  esto,  dile  que  comienge  luego  que  suya  es  la 
victoria,  un  dia  después  que  vino  estando  yo  a  la  noche  alabando  anro 
Sor  por  tantas  mdes  como  me  auia  hecho,  me  dixo:  que  me  pides  tu 
que  no  haga  yo  hija  mía. 


a  donde  Eli- 


Enseñauala 
dios  la  humil- 
dad. 


Calcados. 


Calgados. 


Amor  que  la 
tenia  dios. 


56^ 


APÉNDICES 


Veas.  23.    Año    1575    estando   yo    en    la   fundación    de   Veas   enel   mes   de 

abril  acertó  a  venir  alli  eliseo  y  aviendome  yo  confesado  conel  al- 
gunas vezes  aunque  no  teniéndole  enel  lugar  que  a  oíros  confesores 
aula  tenido  para  del  todo  gouernar  me  por  el,  estando  un  día  co- 
miendo sin  ningún  recogimiento  interior  se  comengo  mi  alma  a  sus- 
pender y  recoger  de  suerte  que  pense  si  me  qaeria  venir  algún  arro- 
bamiento y  represéntaseme  esta  visión  con  la  vreuedad  ordinaria  que 
es  como  relámpago.  Pareció  me  que  estaua  junto  ami  nro  Señor  Je- 
suchio  de  la  forma  que  su  mag  estad  se  me  suele  representar  y  hazia 
el  lado  derecho  estaua  Elias  y  yo  al  izquierdo,  tomo  nos  el  Sor  fas  ma- 
nos derechas  y  juntólas  y  dixome  que  este  quería  tomase  en  su  lagar 
mientras  viniese  y  que  entre  ambos  nos  conformásemos  en  todo  porque 
convenia  ansí.  Quede  con  una  seguridad  tan  grande  de  que  era  de 
dios  que  aunque  seme  ponían  delante  dos  confesores  que  aula  tenido 
mucho  tiempo  y  a  quien  aula  seguido  y  deuido  mucho,  que  me  hazian 
resistencia  harta,  en  especial  la  una  persona  me  la  hazia  grande  pa- 
regiendome  le  hazia  mucho  agrauio  y  era  el  gran  respeto  y  amor 
que  le  tenia.  La  seguridad  conque  de  aqui  quede  de  que  me  conuenia 
y  el  aliuio  de  parecerme  que  aula  acabado  de  andar  a  cada  cabo  que 
y  va  con  diferentes  pareceres  y  algunos  que  me  hazian  padecer  harto 
No   dexaua   pQ^f^Q  ¡jig  entender,  aunque  jamás   dexe  aningano  pareciendome  que  en 

confesores.  •        ^  i  t         t      a  -r  j  j 

mi  estaua  la  culpa  hasta  que  se  yvan  o  yo  me  yva.  Tornóme  otras  dos 
vezes  a  decir  el  Señor  que  no  temiese  pues  el  me  lo  dezia  aunque 
con  diferentes  palabras  y  ansi  me  determine  de  no  hazer  otra  cosa 
y  propuse  en  mi  de  llenarlo  adelante  mientras  viuiese  siguiendo  en 
todo  su  parecer  como  no  fuese  notablemente  contra  dios,  délo  que  yo 
estoy  bien  cierta  no  sera  porque  el  mesmo  proposito  que  yo  tengo  de 
seguir  en  todo  lo  que  fuere  mas  perfecto,  creo  tiene  según  por  al- 
gunas cosas  e  entendido.  E  quedado  con  una  paz  y  aliuio  tan  grande 
que  me  aespantado  y  certificado  que  lo  quiere  el  Señor  porque  esta  paz 
tan  grande  del  alma  y  consuelo  no  me  parece  la  podría  poner  el  demonio. 
Parece  me  que  e  quedado  sin  mi  de  un  arte  que  nolo  se  degir  sino 
que  cada  vez  seme  acuerda  alabo  de  nueuo  anro  Señor  y  se  me  acuer- 
da de  aquel  verso  que  dize.  Qui  posuit  fines  tuos  pacem  (1)  y  quería 
me  deshazer  en  alabanzas  de  dios,  parege  me  a  de  ser  para  gloria 
suya    y   ansí    torno    aproponer   aora    de    no   hazer   jamas   mudanga. 


Camino 
Seuilla. 


de 


Perfección  que 
lenla. 


Obedi.a   a 
orden. 


24.  El  2.°  día  de  pascua  de  Esp  St^  como  un  mes  después  desta 
determinación  viniendo  a  Seuilla  ala  fundación  oímos  misa  en  una 
hermíta  de  Ecifa  y  nos  quedamos  allí  la  siesta  estando  mis  compa- 
ñeras en  la  hermlta  y  yo  sola  en  una  sacristía  que  alli  auia  comenge 
apensar  la  mfuíj  grande  que  auia  hecho  el  Spt  Sto  una  bíspera  esta 
pascua,  y  dJeron  me  grandes  deseos  de  hazerle  un  señalado  seruo,  y 
no  hallaua  ya  cosa  que  no  estuuíese  ya  hecha  y  acorde  que  puesto  que 
el  voto  de  la  obedí^  tenia  hecho  no  en  la  manera  que  se  podía  hazer 
de  perfegion,  y  representóse  me  que  le  sería  agradable  prometer  lo 
que  ya  tenia  propuesto  con  Eliseo,  y  por  una  parte  me  parecía  que  no 
hazia  enello  nada,  por  otra  seme  hazia  una  cosa  muy  rezia  considerando 


1      Psalm.  CXLVIl,  14. 


APÉNDICES  565 

que  con  Los  perlados  no  se  descubre  lo  interior  y  que  enfifi  se  mudan 
y  viene  otro  si  con  uno  no  se  hallan  bien  y  que  era  quedar  sin  ninguna 
libertad  interior  y  esteriormente  toda  la  vida,  y  apretóme  un  poco  y 
aun  harto  para  no  lo  hazer.  Esta  misma  resistencia  que  hizo  ami  vo- 
luntad me  causo  afrenta  y  parecer  me  que  ya  aula  alguna  cosa  que 
no  hazla  por  dios,  ofreciéndoseme  de  lo  que  yo>  e  oido  siempre,  el  caso 
es  que  apretó  de  manera  la  dificultad  que  no  me  parege  e  hecho  cosa 
en  mi  vida  ni  el  hazer  profesión  que  me  hiñese  tan  gran  resistencia 
fuera  de  quando  sali  de  casa  de  mi  padre  p^  ser  monja',  y  fue  la  causa 
que  no  se  me  ponia  delante  lo  que  le  quiero,  antes  entonces  como  a 
este  año  le  consideraua,  ni  las  partes  que  tenia  sino  solo  si  quería 
bien  hazer  aquello  por  el  Spt  Sto  en  las  dudas  que  se  me  representaua 
si  seria  seru^  de  dios  o  no,  creo  estaua  el  detenerme.  A  cabo  de  un 
rato  de  batalla  diome  el  Señor  una  gran  conflanga  pareciendome  que 
yo  hazla  aquella  gran  promesa  por  el  Spt  St^  que  obligado  quedaua 
adarle  luz  para  que  ami  me  la  diese  junto  con  acordarme  que  me  la 
auia  dado  Jesuchro  nro  Señor;  y  con  esto  me  quede  de  rodillas  y 
prometí  de  hazer  quanto  me  dixese  por  toda  mi  vida  como  no  fuese 
contra  dios  ni  los  perlados  a  quien   tenia  obligación. 

Advertí  que  no  fuese  sino  en  cosas  granes  por  quitar  escrúpulos,  yy,Q  ^^  ^^, 
como  si  importunarle  por  una  sola  cosa  me  dixese  no  le  hablase  en  ello  diemi.i. 
famas,  o  algunas  de  mi  regalo  o  el  suyo  que  son  niñerías  que  no  se 
quieren  dexar  de  obedecer,  y  que  de  todas  mis  faltas  y  pecados  no 
le  encubrirla  cosa  asabiendas,  que  también  esto  es  mas  délo  que  se 
haze  con  los  perlados,  en  fin  tenerle  en  lugar  de  dios  interior  y  es- 
teriormente. No  se  si  meregi',  mas  gran  cosa  me  paregia  auia  hecho  por 
el  Spt  St^,  alo  menos  todo  lo  que  supe  y  ansí  quede  con  gran  satis- 
iacion  y  alegría  y  lo  e  estado  después  acá  y  pensando  quedar  apreta- 
da quede  con  mayor  libertad  y  muy  confiada  le  ade  hazer  nuestro  Sor 
nueuas  mergds  por  este  seru^  que  yo  le  hize  para  que  ami  me  alcange 
parte  y  en  todo  me  de  luz.  bendito  sea  dios  que  crio  persona  que  me 
satisfazlese    de   manera    que   yo    me    atreuiese    a    hazer   esto.* 


FE    DE    ERRATAS 


Pég. 


Línea 


Dice 


Léase 


21 

19 

temerorísiraa 

temerosísima 

52 

27 

Francia 

Valencia 

86 

5 

LX 

LXVI 

86 

10 

LXI 

LXVII 

218 

21 

Descalzos 

Descalzas 

218 

22 

sanctos 

sanctas 

247 

37 

1587 

1577 

índice  alfabético  de  materias  (1) 


H 


Rs\on   DE   DIOS,   pág.   41. 
Amor    de    prójimo,    7. 

ñMOR     fl     LOS     POBRES,     14. 

/Ir:íobamiento  y  f.RrEEñTflMiEN:o  (Di- 
ferencia  entre),    33. 


Hablas  interiores.   (Casi  todas  las 

Relaciones  contienen  alguna.) 
Herid.í    de    amor,    36. 
Honra    (Desprecio    de    la),    14. 
Humildad,    19,    58. 


I 


Celo    de    las    almas,    8,    24,    28.  ^G'-^^ia    (ñmor   a   la),   18. 

Comunión,  9,  51,  56,  63,  74,  75,  79.  Ilusiones,    22,    24,    26,    27,    37- 
confl^inza    en    dios,    18. 
Cruz,    (amor    a    la),    18.  J 

José   (Devoción   a   San),   60,   67. 

Deseos  de  servir  a  dios,  4,  7,  14,  L 

18,    77. 
Distracciones,    50,    72.  Lagrimas,   5,   18,   23. 

Dolor  de   los  pecados,   11,  27,  51,      Lecturas    (Las   buenas),   21. 

86. 

M 


Fe,    14,    18,    24,    26. 


Martirio    (Deseo    del),    4,    41. 
Matrimonio   espiritual,   64. 


1      Este  u  el  siguiente  índice  comprenden  únicamente  la  Introducción  y  el  texto  de  las  fíe- 
laáones. 


570 


índice 


Muerte    (Deseos   de   la),   51. 


OBEDiENCia,    6,    11,    26,    54,    70,    71. 
Oración  (Cómo  la  hacía  lella),  3,  21. 
Oración   sobrenatural,   31. 
Oración  de  quietud,  unión,   éxtasis, 

ARROBAMIENTO,     ÍMPETU,     etC.     31-38. 


Sequedades    espirituales,    4,    21. 
Soledad  (Amor  a  la),  5,  ÍH,  27,  47. 
Sufrimientos    (Mérito    de    los),    64, 
65. 


Teaior    de    dios,    28. 
Trinidad    (Misterio    de    la    Santísi- 
ma),  50,    51,   52,   55,   61,   62. 
Transportes  místicos,  4,  33,  36,  48. 


Penas   interiores,    5. 

Penitencia  (Deseos  de),   18,  40,  41, 

54,  86. 
Persecuciones,    16,   27,  63,  66. 
Pobreza    (Amor    a    la),    6,    13,    14, 

27,    60. 
Presencia   de   dios,   37,   38. 


Santísima  virgen  (Aparición  de  la). 

56,   75. 
Santísima   virgen   (Devoción   a   la), 

56,    60,    82. 


U 


Union    (Estado    de),    59. 


Vision,    13,    20. 

Vision    corporal,    27. 

Vision    intelectual,    28. 

Visiones  que  tuvo  la  santa,  40,  44, 

50,  55,  56,  57,  61,  66,  68,  73,  75, 

81. 


índice  alfabético  de  nombres 
de  personas  mencionadas  en  este  tomo 


AcosTfl,  37. 

floüN,   37. 

Rguilr   (Juan   del),   23. 

Ahumada    (Agustín    de),   53. 

HHUMADñ   (Pedro  de),  74. 

Alcántara     (S.     Pedro     de),     XII, 
XIII,  3,  23. 

Alvarez    (P.    Baltasar),    8,    22,    41. 

Alvarez    (P.    Rodrigo),    XIII,   XIV, 

XIX,  21,  31,  37. 
Alvarez  (P.  Paulino),  25. 
Alvarez    (Alonso),    44. 
Ana    de    s.    Bartolomé,    XX,    XXI. 
Ana   de   jesús,   61. 
Ana   de   s.   pedro,   XVIII,    XXI. 
Antolinez   (Fr.   Agustín),   61. 
Antonio    de    s.    joaquin,    XXII. 
Antonio    de    s.    jóse,    XIII,    43. 
Aquaviva,   22. 

Aragón  (D.a  María  de  Velasco),56. 
Araoz    (Padre),    22. 
Astrain    (Padre),    22. 
Avila    (Beato),   23,   26. 


B 


Barron    (Fray    Vicente),    24. 
BoRjA   (San   Francisco),  22,  32,  47. 


Calabria  (Duquesa  de),  54. 

Cardona   (Catalina   de),   54. 

Carlos   (Don),   54. 

Carlos  v,  54. 

Carmelitas  de  parís,  XXIII,  42,  57, 

64. 
Centurión    (José    Gómez),    XXI. 
Cepeda  (D.  Lorenzo  de),  XIX,  42, 

43,    74. 
Cepeda   (Francisco,   Lorenzo  y  Te- 

reslta,  hijos  de  D.  Lorenzo),  74. 
Cerda  (D.a  Luisa  de  la),  XII,  XIII, 

13,    15. 
Cesar    (Duquesa    de),    53. 
Cetina   (Diego  de),  23. 


Ch 


Chaves,    24. 


Bañez  (P.  Domingo),  XIII,  XV,  17,      Davila   (Gonzalo),   23. 
20,    24,    25,    26,   41.  Domenech    (Pedro),    23. 


572 


índice 


Elias    oe    s.    ümbbosio,    47. 


Isabel  de  s.  francisco,  76. 
Isabel    de    s.    Jerónimo,    76. 


Fflcí    (Padre),   67. 
Felipe   ii,   24,   54,  66,   67,   84. 
Fernandez  (P.  Pedro),  51,  53. 
Fita   (P.  Fidel),  XXI,  44,  49. 
Francisco  de  s.  maria,  XIII,  XVII. 
Fuente    (D.    Vicente    de    la),    XV, 
XXIII,   67. 


jAaNTO      DE      STA.      TERESA,      XIX. 

Jerónimo   de  san   jóse,   XIII,  XVII, 

XXIV. 
Job,    45. 

Juan    de    la  cruz    (San),    63,    64. 

Juan   (Don),  54. 

Juan    (San),  42,    65. 


Germán   (Fray),  64. 
González   (Gil),  22. 
González    (P.    Alonso),    50. 
Gracian    (P.    Jerónimo),    XV,    XVI, 

XIX,    XXII,    22,    25,    43,    55,    66, 

67,  68,  69,  71,  72,  73,  76,  78,  80, 

81,    82,    83,    84. 
Gracian    (Fr.    Lorenzo),    XXII,   67, 

69. 
Gracian    (Tomás),   XXII,   67,   69. 
Gregorio   xiii,   84. 
Guevara    (Fr.    Diego    de),    61. 
Guibon  (P.  Francisco),  61. 
Gutiérrez    (P.    Martín),   47. 


H 


HEHRiguEZ    (Enrique),    XIV,    23. 


I 


Ibaüez    (P.    Pedro),   XII,   XXIV,   3, 

13,   20. 
Ignacio    (San),    22,    24,   67. 
Isabel    de    jesús,    47. 


León  (Fr.  Luis  de),  XI,  XV,  XVII. 

XVIII,    XX,    44,    46,    47,    52,    55, 

56,   64. 
Lorenzo    de    s.    pablo    sueco,    XII. 


M 


AlANCio  (Padre),  XII,  20. 

Manuel  de  sta.  maria,  XVIII,  XX. 

Margarita   de   la   concepción,   76. 

María   de   jesús,    14. 

María    bautista,    22,    56,    64,    77. 

María    magdalena    (Santa),    32. 

María  de  s.  jóse  (Priora  de  Sevi- 
lla), XIII,  XVI,  XXIII,  53,  66, 
71,    76,    82,    83. 

María  de  s.  jóse  (Priora  de  Con- 
suegra), XV,  XVII,  XXII,  43,  69. 

María  del  nacimiento,  86. 

Mariana   de   cristo,   83. 

Marmol  (Juan  Vázquez  del),  XXII, 
67,  69,  71,  72,  78,  80,  81,  82,  83. 

Marta    (Santa),    32. 

Martin    (P.    Felipe),    24,    25. 

Mateo   (San),   78. 


DE     NOMBRES 


573 


Medina    (Fray    Bartolomé    de),    24,         XVII,  XX,  XXI,  XXII,  3,  11,  14, 


41. 
Mena    (D.    Francisco),    24. 
Meneses    (Fr.    Felipe    de),    25. 
Mercurian   (Padre),   22. 
Montesinos    (Luis    de),    61. 
MoRETO    (Baltasar),    XIII,    3. 


31,  44,  46,  48,  52,  54,  55,  56,  60, 

64,    74,    77,    79. 
RiPflLDA    (P.    Jerónimo),   22,   41. 
RiVflDENEYRñ,    XXIII,    XXIV,    3.    42. 


M 


NuEROS    (Bartolomé    Pérez).   23. 


Olea    (Padre),    84. 
Ordoñez,    22. 

Ormaneto    (Nuncio),    82,    84. 
OvALLE    (D.    Juan    de),    74. 


Pablo    (San),    19,    52,    64,    65, 

80,   81. 
Paz    (D.    Antonio    de),   61. 
Pedro    de    la    anunciación,    3. 
Pedro    (San),   78. 
PiNEL    (María),    53,    56,    57. 
Pío    V    (San),    84. 
PÓLiT,   53,   74. 
Pradanos    (Juan   de),   23. 


79, 


Salazar,   22. 

Salazar    (D.    Francisco    Soto    de), 

23. 
Salcedo    (P.    Francisco),    51. 
Salinas,    25. 
Santander,  22. 
Suarez    (P.    Juan),   22. 


Teresa    de    jesús     (sobrina     de    la 

la   Santa),   XX,   XXI.  43. 
Teutonio   (Don),  22. 
Toledo   (Pablo   Hernández  de),  22. 
Tomas  de  jesús,   XIII,  3. 


Vargas    (P.    Francisco   de),    84. 
Velazquez    (D.    Alonso,   XIII,   XIV, 
39,   42,   84. 


Q 

QüiROGA  (Cardenal),  84. 
R 


Yanguas    (Fr.    Diego),    25,    84. 
Yepes   (Fr.   Diego),   XII,   XVII,   3, 
61,  63,  84,  86. 


Ribera    (P.    Francisco),   XIV,   XVI, 


ÍNDICE   DE   capítulos 


Páginas 

INTRODUCCIÓN   R  LAS   RELACIONES  ESPIRITUALES  DE 

SANTA     TERESA xi 

RELACIÓN    PRIMERA.— Eli    la    Encarnación    de    Avila,    año 

de     1560 5 

RELACIÓN    II.— En    el    palacio    de    D.a    Luisa    de    la    Cerda, 

aflo  de   1562 15 

RELACIÓN    III.— En    San    José    de    Avila,    año    de    1563.    .    .  17 

RELACIÓN    IV.— En    Sevilla,    año    de    Í576 21 

RELACIÓN    V.— En    Sevilla,    año    de    1576 51 

RELACIÓN   VI.— En    Palencia,   año   de    1581 39 

RELACIÓN   VII 43 

RELACIÓN    VIII    y    IX 11 

RELACIÓN    X.     . 15 

RELACIÓN    XI,   XII   y    XIII % 

RELACIÓN    XIV    y    XV 17 

RELACIÓN    XVI 50 

RELACIÓN   XVII  y   XVIII 51 

RELACIÓN    XIX 52 

RELACIÓN     XX 53 

RELACIÓN    XXI,    XXII    y    XXIII 51 

RELACIÓN     XXIV 55 

RELACIÓN   XXV  y   XXVI 56 

RELACIÓN  XXVII  y  XXVIII 58 

RELACIÓN    XXm 59 

RELACIÓN   XXX  y   XXXI 60 

RELACIÓN    XXXII    y    XXXIII 61 

RELACIÓN    XXXIV    y    XXXV 63 


576  INDTCE 


Páginas 


RELRCION  XXXVB 6t 

RELACIÓN    XXXVII    y    XXXVIII 66 

RELACIÓN    XXXIX 67 

RELACIÓN     XL 69 

RELACIÓN     XLI 71 

RELACIÓN    XLII,   XLIII   y   XLIV 72 

RELACIÓN    XLV 73 

RELACIÓN    XLVI    y    XLVII •    •    •    •  7t 

RELACIÓN   XLVIII   y   XLIX 75 

RELACIÓN!  L  y  LI 76 

RELACIÓN    LII   y   LIII 77 

RELACIÓN    LIV  y   LV 78 

RELACIÓN    LVI  y  LVII 79 

RELACIÓN     LVIII 80 

RELACIÓN    LIX 81 

RELACIÓN     LX 82 

RELACIÓN  LXI  y  LXII 83 

RELACIÓN    LXIII 84 

RELACIÓN    LXIV 85 

RELACIÓN   LXV,   LXVI   y   LXVII 86 

APÉNDICES  AL  LIBRO  DE  LA  VIDA  DE  SANTA  TERESA 

DE    JESÚS 89 

I.— Cédula  en  que  D.  Alonso  Sánchez  de  Cepeda  tenía  apun- 
tada la  fecha  del  nacimiento  de  su  hija  Teresa 91 

II.— Escritura  de  dote  hecha  por  la  Santa  al  tomar  el  hábito 

en    la     Encarnación 92 

III.— Renuncia  la  Santa  su  legítima  en  favor  de  su  hermana 

Doña    Juana. 95 

IV.— Fecha   de   la  muerte   de   los   padres   de   Santa  Teresa  y 

lugar   de   su  enterramiento 97 

V.— Noticias  del  Santo  convento  de  la  Encarnación  de  Avila, 

casa  primera  de  mi  Santa  Madre  Teresa  de  Jesús 100 

VI.— Carta  de  Doña  María  Pinel  a  un  Prelado  de  su  Orden, 

en  la  que  refiere  algunos  hechos  de  Santa  Teresa  de  Jesús.    .    .  113 

VIL — Noticia  del  monasterio  de  la  Encarnación  de  Avila,  don- 
de  tomó   la   Santa  el   hábito   de   religiosa   carmelita 118 


DE   capiTULOS  577 

Páginas 

VIII.— Carta   de  San  Luis  Beltrán   a  Santa  Teresa 124 

IX.— Carta  de  San  Pedro  de  ñlcántará  a  Santa  Teresa.    .    .      125 

X. — Carta    de    San    Pedro   de   Alcántara    al   Obispo   de   flvila 
sobre   la   fundación   del   convento   de   San   José. 127 

XI.— Conmutación  del  voto  de  perfección  que  hizo  Sta.  Teresa.      128 

XII.— Dictamen    del    Padre    Pedro    Ibáñez    sobre    el    espíritu 
de    Santa    Teresa 130 

XIII. — Informe  del  P.  Pedro  Ibáñez  sobre  el  espíritu  de  S,  Teresa      133 

XIV. — Breve  para  fundar  el  convento  de  San  José  de  Rvila.    .      153 

XV. — Rescripto   de    la    Sagrada    Penitenciaría    para    que    la 
Santa    pueda    fundar  sin    renta 159 

XVI. — Breve  de  Pío  iv,  que  confirma  y  ratifica  los  dos  anteriores      161 

XVII. — Hctas  del  Concejo  de  Avila  sobre  €l  convento  de  San 
José,    fundado    por    Santa    Teresa 167 

XVIII.— Petición    de    Santa   Teresa    al    Concejo    de   Avila.    .    .      189 

XIX. — Relación  de  lo  que  ocurrió  en  la  fundación  de  San  Jo- 
sé,   por   Julián   de   Avila,   testigo   ocular 191 

XX.— Facultad   del   P.  Provincial  calzado  para  que  Santa  Te- 
resa pueda  vivir  €n  San  José  de  Avila 198 

XXL— Autorización   del   Nuncio  de  Su   Santidad   para   que  la 
Madre    Teresa    pueda    vivir   en    San    José 200 

XXIL— Cédula   en   que   hace   constar   la   Santa   la   compra   de 
un  palomar  a  Juan  de  San  Cristóbal 203 

XXIIL— Profesión  de  las  cuatro  primeras  religiosas  que  toma- 
ron el  hábito  en  San  José  de  Avila 204 

XXIV.— Carta   del  Venerable  Maestro   Juan   de  Avila   a   San- 
ta   Teresa    de    Jesús 207 

XXV.— Carta   del  Venerable  Maestro  Avila  a  la  Santa  Madre 
Teresa  de  Jesús,  aprobando  el  libro  de  la  Vida 208 

XXVL— Aprobación  que  el  Maestro  Fr.  Domingo  Bánez  dio  del 
espíritu  de  Sta.  Teresa  y  de  la  relación  autógrafa  de  su  Vida    .      211 

11  57 


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578  índice 

Páginas 

XXVII.— Profesión    de    Santa    Teresa    en    San    José    de    Avila.      214 

XXVIII. — Plática  que  hizo  Santa  Teresa  a  las  monjas  de  la 
Encarnación  de  Avila,  cuando  habiendo  ya  renunciado  la  Regla 
mitigada,   fué   a   ser   Prelada   de   aquel   Convento,   año   de   1571.    .      216 

XXIX.— Carta  de  Fray  Pedro  Fernández  a  la  Duquesa  de  Alba 
alabando  el  gobierno  de  la  M.  Teresa  en  la   Encamación.    .    .    .      217 

XXX.— Petición  de  D.a  Guiomar  de  Ulloa  a  D.  Alvaro  de 
Mendoza,  Obispo  de  Avila,  para  que  la  Comunidad  de  Carmelitas 
Pescalzas  de  San  José  pase  a  la  obediencia  de  los  Prelados  de  la 
Orden.    El    Sr.    Obispo    accedió    a    la    petición 219 

XXXI. — Patente  por  la  que  se  asigna  a  Santa  Teresa  conven- 
tualidad y  enterramiento  en  San  José  de  Avila 222 

XXXII.— Escritura  acerca  de  la  capilla  de  San  Pablo  entre  las 
Carmelitas  Descalzas  de  S.  José  de  Avila  y  Francisco  de  Salcedo.      223 

XXXIII. — Confirmación  de  la  precedente  escritura  por  el  Pa- 
dre Ángel   de   Salazar 228 

XXXIV. — Causas  por  donde  no  parece  conviene  hacer  cape- 
llanía de  los  bienes  de  Francisco  de  Salcedo 229 

XXXV.— Memoria  que  envió  la  Santa  al  Capítulo  de  la  sepa- 
ración,   sobre    la    fundación    de    San    José 230 

XXXVI. — Elección  de  Santa  Teresa  para  Priora  de  San 
José     de     Avila 231 

XXXVII.— Ultimas  acciones  de  la  vida  de  Santa  Teresa,  por 
la  Venerable  Ana   de   San   Bartolomé 232 

XXXVIII.— Testimonio  de  la  muerte  de  Santa  Teresa,  por 
la  Madre  María  de  San   Francisco 242 

XXXIX.— Breve  plática,  que  Santa  Teresa  hizo  al  salir  de  su 
convento  de  Valladolid,  tres  semanas  antes  que  muriese 244 

XL. — Palabras  de  Santa  Teresa  a  las  monjas  de  Alba  poco 
antes    de    morir 244 

XLI. — Testificación  del  P.  Gracián  acerca  del  primer  recono- 
cimiento del  cuerpo  de  Santa  Teresa  hecho  en  Alba  de  Tormes.      245 


DE   capítulos  579 

Páginas 

XLII. — Decreto  del  Capítulo  de  Jos  Carmelitas  Descalzos  para 
que   el   cuerpo   de   Sta.    Teresa   sea    trasladado   de   Alba   a   ñvila.      247 

XLIII. — Relación  del  traslado  del  cuerpo  de  Santa  Teresa 
desde  Riba  al  convento  de  San   José  de  Avila. 249 

XLIV.— Mandato  del  Nuncio  de  Su  Santidad  ordenando  que 
las  Carmelitas  Descalzas  de  Avila  entreguen  el  cuerpo  de  Santa 
Teresa  al  P.  Nicolás  Doria  para  que  éste  lo  devuelva  a  Avila.    .      251 

XLV. — Apelación  por  parte  del  Duque  de  Alba  al  Nuncio  de  Su 
Santidad  suplicándole  falle  en  el  pleito  del  cuerpo  de  Sta.  Teresa.      253 

XLVI. — Sentencia  en  que  se  resuelve  el  pleito  entre  la  Comu- 
nidad de  San  José  de  Avila  y  el  Duque  de  Alba  y  las  Carmelitas 
de   aquella   villa  acerca   de  la   posesión   del   cuerpo   de  S.  Teresa.      255 

XLVII. — Relación  del  P.  Ribera  acerca  de  la  muerte  de  San- 
ta Teresa,  traslados  de  su  santo  cuerpo  e  incorrupción  de  que 
fué     dotado 257 

XLVIII. — Nuevo  sepulcro  de  la  Santa  hecho  en  1588  y 
su    apertura    en     1603 268 

XLIX. — Acta  de  la  traslación  del  sepulcro  de  la  Santa 
hecha    a    13    de    Julio    de    1616. 271 

L. — Carta  del  General  en  que  da  cuenta  del  traslado  del 
cuerpo  de  la  Santa  verificado  en  1616,  del  envío  a  Roma  de  su 
pie  derecho  y  de  cómo  fué  allá  recibido 275 

LI. — Acta  de  la  apertura  del  sepulcro  de  Santa  Teresa 
en    Octubre   de   1750 277 

LII.— Preámbulo  del  acta  anterior 282 

Lili. — Acta  del  traslado  del  cuerpo  de  Santa  Teresa  en  15 
de    Octubre    de    1760 284 

LIV. — Copia  del  Decreto  del  R.  P.  Vicario  General  Fr.  Este- 
ban en  San  José  y  su  Definitorio,  en  que  prometen,  en  nombre 
de  toda  la  Religión,  no  mover  nunca  de  este  convento  de  Alba 
el  cuerpo  de  N.  M.  Santa  Teresa  de  Jesús.   (Año  de  1676).    .    .      288 

LV. — Virtudes  de  nuestra  Madre  Santa  Teresa,  según  una  rela- 
ción de  su  prima  la  Venerable  Madre  María  de  San   Jerónimo.      291 


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580  índice 

Páginas 

LVI. — Deposición   de  la   H.a   Teresa   de   Jesús,   sobrina   de   la 
Santa,    en    el    Proceso    de    ñvila    (1595) 30c 

LVII.— Declaración    de    la    H.a    Teresa    de    Jesús    en    el    se- 
gundo  Proceso   de  ñvila.   (1610) 314 

LVIII. — Dicho  de  Francisco  de  Mora   para  el  Proceso   remiso- 
rial    de    la    canonización    de    Santa    Teresa 370 

LIX. — La    Universidad    de   Salamanca   suplica    a    Su    Santidad 
la  beatificación  de  Santa  Teresa,  año  de  1602 395 

LX. — Nueva  instancia  de  la  misma  Universidad  sobre  la  bea- 
tificación  de   la   Santa,    año   de    1611 397 

LXI. — Carta     del     B,     Juan     de     Ribera,     patriarca     de     Va- 
lencia,    año     de     1602 399 

LXII.— Petición  de  Fr.  Diego  de  Yepes,  obispo  de  Tarazona,  a 
Clemente  VIII  para  la  beatificación  de  Santa  Teresa,  año  de  1603.      ^01 

LXIII. — La  reina  D.a  Margarita  al  mismo  Paulo  V,  año  de  1607      40^ 

LXIV.— Segismundo,    rey    de    Polonia    a    Su    Santidad    Pau- 
lo   V,    año    de    1608 405 

LXV.— Carta  del  rey  Felipe  III  a  su  Embajador  en  Roma,  en 
que  le  habla  de  la  beatificación  de  Sta.  Teresa,  año  de  1610.    .      406 

LXVI.— Carta   del   rey   Felipe  III   a   Paulo  V,   año   de   1610.    .      407 

LXVIL— Nueva     instancia     de     la     Reina     sobre     lo     mismo, 
año     de     1610. 408 

LXVIII.— Los    Reinos    de    la    Corona    de    Castilla    a    Paulo 
V,     año    de     1611 409 

LXIX.— El   señorío   de  Vizcaya   a   Su   Santidad,   año   de   1611.      410 

LXX— El  Reino  y  Corona  de  ñragón  a  Su  Santidad,  año  de  1611      411 

LXXI.— El    Archiduque   Alberto   y    la    Infanta    Isabel,    Condes 
de  Flandes,  a  Su  Santidad  Paulo  V,  año  da  1611 412 

LXXII.— Breve    de    beatificación    de    Santa    Teresa,     de    24 
de     Abril     de     1614 413 

LXXIIL— El  Duque  de  Lerma  da  gracias  al  Papa  por  la  bea- 
tificación  de   la   Santa,    año   de    1614 415 


DE   capítulos  -  581 

Páginas 

LXXXIV.— Carta  del  Rey  Felipe  III  al  Conde  de  Castro  dan- 
do   gracias    por   la    beatificación    de    Santa   Teresa,    año    de    1614.      416 

LXXV. — Carta  de  Luis  XIII,  rey  de  Francia,  a  Paulo  V  su- 
plicando la  Canonización  de  Santa  Teresa,  año  de  1615.    .    .    .    .      417 

LXXVI. — Carta  de  la  reina  María,  madre  de  Luis  Xlll, 
sobre    lo    mismo,    año    de    1615 418 

LXXVII.— Bula    de    canonización    de    Sta.    Teresa    de    Jesús.    .      419 

LXXVIII. — Relación  de  las  fiestas  celebradas  en  San  Pedro  de 
Roma   en   la   canonización   de   Santa   Teresa   y   Decreto   del    Papa.      431 

LXXIX. — Documentos  acerca  del  Patronato  de  Santa  Te- 
resa   en    España 437 

LXXX.— Carta   de   S.   M.   el   Sr.   D.    Felipe   III 441 

LXXXI. — Carta  del  Conde-Duque  de  Olivares  al  Conde  de 
Oñate  acerca  del  Patronato  de  Santa  Teresa. 442 

LXXXII.— Carta  del  Conde-Duque  de  Olivares  al  Cardenal 
Torres    sobre   el    Patronato    de   Santa    Teresa.    ........      443 

LXXXIII.— Otra  carta  del  Conde-Duque  al  Cardenal  Pío 
sobre    el    mismo    asunto.    .    .    .     : 444 

LXXXIV.— Breve  de  Urbano  VIII  confirmando  el  Patronato 
de   Santa   Teresa   sobre   España   aprobado   en   Cortes 445 

LXXXV.— Carta    del    Sr.    D.    Felipe    IV 449 

LXXXVI.— Carta  de  la  M.  Beatriz  de  Jesús,  sobrina  de  la 
Santa,  a  D.  Francisco  'de  Quevedo  sobre  la  cuestión  del  Patronato      450 

LXXXVIL— Informe  de  la  Comisión  especial  eclesiástica  de 
las  Cortes  de  Cádiz  (1812) 452 

LXXXVIII. — El  rey  de  Portugal  declara  fiesta  para  la  Uni- 
versidad   de   Coimbra  el    15   de   Octubre. 464 

LXXXIX. — Censura  de  Fr.  Luis  de  León  a  las  obras  de  la 
Santa 465 

XC. — R  las  Madres  Priora  Ana  de  Jesús  y  Religiosas  Car- 
melitas Descalzas  del  monasterio  de  Madrid,  el  Maestro  Fray 
Luis    de    León,    salud    en    Jesucristo 466 


582  índice 

Páginas 

XCI.—Dc  la  vida,  muerte,  virtudes  y  milagros  de  la  Santa 
Madre  Teresa  de  jesús.  Libro  primero  por  el  Maestro  Pray 
Luis    de    León mu 

XCIL — Relación  de  la  vida  y  libros  de  la  Madre  Teresa, 
que  el  P.  Diego  de  Ycpes  remitió  al  P.   Fr.  Luis  de  León.    .    .      490 

XCin. — Algunas  cosas  de  Santa  Teresa  de  Jesús  contadas 
por   su   amiga   Doña   Guiomar 506 

XCIV.— Real  Decreto  declarando  fiesta  nacional  el  día  28  de 
Marzo  de  1915,  cuarto  Centenario  del  nacimiento  de  Sía.  Teresa.      508 

XCV. — Circular  del  Ministro  de  la  Guerra  declarando  a  Santa 
Teresa  patrona  del  Cuerpo  de  Intendencia  militar 509 

XCVL — Notas  del  P.  Jerónimo  Gracián  a  la  Vida  de  Santa 
Teresa,     escrita     por    ella     misma 510 

APÉNDICES  R  LAS  RELACIONES  ESPIRITUALES  DE  SAN- 
TA  TERESA   DE   JESÚS 313 

XCVIL— Las  Relaciones  de  Santa  Teresa  a  sus  confesores 
según  el  Códice  de  Toledo 515 

XCVIII.— Relación  que  hizo  la  Santa  Madre  Teresa  de  Je- 
sús de  con  quien  ha  tratado  y  comunicado  su  espíritu.  (Có- 
dice    de    Avila) 542 

XCIX. — Relaciones  espirituales  de  Santa  Teresa  según  el  Có- 
dice   de    Salamanca 248 

C. — Relaciones    espirituales    de    Santa    Teresa    según    copia 
del  Padre  Francisco  de  Ribera 559 


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