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Full text of "Obras completas de Diego Barros Arana"

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ESTUDIOS     BIOGRÁFICOS 


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«flCüADeBtiiicioa 


OBRAS  COMPLETnS 


DE 


DIEGO  BARROS  ARANA 

TOMO  XII 


ESTUDIOS    BIOQRñFICOS 


WW^ 


SANTIAGO  DE  CHILE 
Imprenta,  Litografía  i  Encuademación  «Barcelona» 

Calle  Moneda,  esquina  de  San  Antonio 
1914. 


^1-3 


•  '  í-^  •*" 


DON  JOSÉ  ANTONIO  MARTÍNEZ 
DE  ALDUNATE 

Obispo  de  Santiago 
1730-1811 


§1 


DON  JOSÉ  ANTONIO  MARTÍNEZ  DE   ALDUNATE  i 

Obispo  de  Santiago 

(173O-1811) 

No,  nosotros  no  debemos  conocer  otro  empleo, 
otra  función  ni  tener  otro  interés  que  el  de  Dios. 
Si  nosotros  guardásemos  esta  lei  de  nuestro  san- 
to ministerio,  no  veríamos  todos  los  dias  invadi- 
dos los  derechos  ni  la  autoridad  del  sacerdocio, 
que  son  los  de  Jesucristo. 
BossuET.  Elevation  sur  les  mystéres,  §  VI. 


En  aquel  memorable  cabildo  abierto  que  tuvo  lugar  el  18 
de  setiembre  de  18  ro,  una  numerosísima  concurrencia  espe- 
raba, con  visibles  muestras  de  ansiedad,  las  propuestas  que 
hacia  don  José  Miguel  Infante  de  los  personajes  que  debie- 
ran formar  la  primera  junta  gubernativa.  Ruidosos  i  prolon- 
gados aplausos  se  siguieron  a  las  palabras  del  procurador  de 
ciudad,  cuando  propuso  para  vice-presidente  al  obispo  elec- 
to de  Santiago,  doctor  don  José  Antonio  Martínez  de  Al- 
dunate. 


I.  Publicado    en   la    Galería  Nacional    de   Hombres    Célebres    de   Chile, 
(Santiago,  1854).  T.  I,  pájs.  39-44. 

Nota  del  Compilador. 


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Estudios  Biográficos 


I  no  porque  hubiese  entrado  el  resorte  i  la  cabala  en  su 
nombramiento,  puesto  que  Aldunate  estaba  fuera  de  Chile 
desde  siete  años  atrás.  Fueron  sus  talentos  i  virtudes,  su 
carácter  elevado  i  sus  distinguidos  antecedentes,  los  que  le 
hicieron  acreedor  a  esta  honra. 

El  obispo  Aldunate,  en  efecto,  pertenecia  a  una  de  las  fa- 
milias mas  encumbradas  de  la  colonia:  era  chileno  de  naci- 
miento: poseia  una  ilustración  vastísima  para  la  época  i  el 
pais:  era  doctor  in  ambahus,  como  entonces  se  decia;  esto  es, 
en  derecho  civil  i  en  ciencias  sagradas:  habia  alcanzado  las 
dignidades  mas  prominentes  en  la  carrera  eclesiástica  i  en  la 
enseñanza:  fué  deán  de  la  catedral  de  Santiago  i  rector_^de  la 
real  universidad  de  san  Felipe:  se  hacia  notable  por  su  es- 
píritu liberal  i  avanzado,  por  su  trato  franco,  por  sus  ele- 
vadas virtudes,  por  sus  afables  i  corteses  modales.  Estos  eran 
sus  verdaderos  méritos. 

Nació  don  José  Antonio  Martínez  de  Aldunate  en  la  ciu- 
dad de  Santiago,  por  los  años  de  1730.  Eran  sus  padres  don 
José  Antonio  Martínez  de  Aldunate,  i  doña  Josefa  Garces 
i  Molina,  de  noble  estirpe  i  de  fortuna  considerable:  entre 
sus  deudos  contábanse  en  aquella  época  un  oidor  de  la  real 
audiencia,  un  deán  i  un  arcediano  de  esta  iglesia  catedral. 

A  las  ventajas  que  le  daba  su  nacimiento,  unió  en  breve 
las  de  una  educación  escojida.  Sus  estudios  fueron  los  mas 
completos  que  se  hacían  en  el  país,  i  sus  adelantos  precoces: 
cursó  latín,  ñlosofía  i  teolojía  en  el  convictorio  jesuítico  de 
san  Francisco  Javier,  con  tanto  aprovechamiento  que  siem^ 
pre  alcanzó  el  aplauso  en  los  exámenes  o  actos  públicos  a 
que  se  sometía  al  estudiante. 

Su  familia  concibió  las  mas  lisonjeras  esperanzas  de  su 
singular  aplicación,  i  de  sus  rápidos  adelantos.  En  efecto, 
Aldunate  era  un  teólogo  de  nota  i  un  jurista  distinguido 
antes  de  los  veinticinco  años.  En  esa  edad  fué  graduado  de 
doctor  en  la  universidad  de  san  Felipe. 

El  joven  Aldunate  se  habia  sentido  con  vocación  a  la  ca- 
rrera eclesiástica  desde  sus  primeros  años.  Educado  en  el  co- 
lejio  jesuítico,  habia  palpado  de  cerca  las  ^ventajas  del  sa- 


J.   A.  Martínez  de  Aldunate 


cerdocio  para  el  cultivo  de  la  intelijencia,  tenia  por  maestros 
a  los  hombres  mas  sabios  del  reino;  i  si  no  quiso  abrazar  la 
vida  del  claustro,  se  resolvió  al  menos  a  recibir  las  órdenes 
sacerdotales.  La  virtud,  que  habia  echado  hondas  raices  en 
su  corazón,  i  el  amor  a  las  ciencias  lo  indujeron  a  pronun- 
ciar sus  votos. 

Entonces,  su  saber  era  aplaudido  por  todo  el  clero  de  San- 
tiago: en  un  examen  jeneral  de  teolojía  a  que  asistió  el  obis- 
po Aldai,  Aldunate  llamó  su  atención  i  la  de  todos  los  pre- 
sentes. La  fortuna  favorecia,  pues,  sus  esfuerzos  desde  sus 
primeros  pasos  en  el  mundo. 

Desde  aquel  dia  su  carrera  fué  la  de  sus  honores  i  distin- 
ciones; el  prestijio  de  su  familia  i  su  ilustración,  lo  elevaron 
a  las  mas  altas  dignidades  de  la  iglesia  de  Santiago.  En 
1755,  un  año  antes  de  celebrar  su  primera  misa,  obtuvo  el 
empleo  de  promotor  fiscal  eclesiástico.  Canónigo  doctoral, 
dos  años  después,  asesor  de  la  audiencia  episcopal,  provisor 
i  vicario,  gobernador  del  obispado  en  dos  ocasiones,  por 
ausencia  de  los  obispos  Aldai  i  Sobrino,  comisario  jeneral 
del  santo  oficio,  canónigo  tesorero,  chantre,  arcediano,  i  final- 
mente deán  en  1797,  habia  recorrido  en  cuarenta  i  dos  años 
los  mas  honrosos  puestos  en  la  carrera  eclesiástica. 

Tantos  honores  no  eran  el  premio  de  una  vida  de  cilicios  i 
mortificaciones:  al  canónigo  Aldunate,  por  el  contrario,  no 
se  le  miraba  como  miembro  de  la  parte  ríjida  i  austera  del 
clero  de  Santiago.  Su  reputación  le  venia  de  su  saber,  de  su 
caridad  i  de  su  conducta  sin  mancha;  pero  era  liberal  en  sus 
ideas,  compuesto  en  el  vestir,  afable  i  cortesano  en  sus  mo- 
dales: jamas  se  hizo  notar  por  fastuoso  si  bien  gustaba  de  al- 
gunas comodidades:  su  jardin  era  uno  de  los  mejores  de  la 
ciudad,  i  su  casa  era  de  ordinario  el  lugar  de  reunión  de  sus 
numerosos  amigos.  Solia  distraerse  con  juegos  inocentes  que 
no  fueron  para  él  objeto  de  lucro,  sino  de  mero  entreteni- 
miento; i  su  reputación  no  sufrió  menoscabo  alguno  en  el 
concepto  de  los  hombres  que  lo  miraban  como  sacerdote  mo- 
ral en  sus  costumbres,  franco  en  su  trato,  caritativo  con 
la  indijencia,  erudito  doctor,  orgullo  i  lumbrera  de  su  patria. 


10  Estudios  Biográficos 


Los  estudios,  en  efecto,  habían  hecho  de  Aldunate  una 
notabilidad  en  derecho  civil  i  canónico,  i  uno  de  los  maes- 
tros mas  distinguidos  del  reino.  En  1755,  a  los  veinticinco 
años  de  edad,  fué  nombrado  examinador  en  sagrados  cáno- 
nes en  la  real  universidad  de  san  Felipe,  por  el  capitán  je- 
neral  Ortiz  de  Rozas:  al  siguiente  año,  cuando  el  presidente 
don  Manuel  de  Amat  hizo  los  primeros  nombramientos  de 
los  catedráticos  que  debian  enseñar  en  la  misma  universi- 
dad, le  encargó  la  cátedra  de  instituta.  De  documentos  au- 
ténticos consta  que  la  rejentó  con  Jeneral  aceptación  por  el 
término  de  doce  años. 

Desempeñaba  aquel  cargo,  cuando  fué  nombrado  rector 
del  cuerpo  universitario,  en  la  elección  anual  de  1764.  Jo- 
ven entonces,  Aldunate  se  veia  elevado  a  una  dignidad  que 
no  alcanzaron  sus  predecesores,  sino  después  de  largos  años 
de  estudio,  i  en  una  edad  próxima  a  la  decrepitud.  Con  ma- 
yor empeño  que  aquéllos,  emprendió  trabajos  en  la  reforma 
de  estudios,  i  en  la  construcción  i  mejora  del  claustro.  Con 
este  motivo  fué  reelecto  al  siguiente  año,  i  nombrado  por 
tercera  vez,  por  el  gobernador  Guill  i  Gonzaga,  con  despre- 
cio de  los  estatutos  de  la  corporación. 

Aldunate  se  sentia  impulsado  en  su  carrera  literaria  por 
cierto  amor  de  gloria  que  le  daba  ahentos  para  proseguir  en 
el  estudio.  En  1768  hizo  oposición  a  la  cátedra  de  prima  de 
leyes,  que  dejaba  vacante  la  muerte  del  doctor  don  Santia- 
go Tordesíllas,  sometiéndose  gustoso  a  las  mas  apremiantes 
pruebas.  Los  doctores  que  componían  la  comisión  examina- 
dora, tuvieron  que  admirar  el  alto  grado  a  que  habia  llega- 
do el  saber  del  pretendiente:  en  la  lectura  de  su  discurso, 
fué  interrumpido  por  los  aplausos,  i  antes  de  concluir,  se  le 
avisó  que  la  comisión  se  hallaba  completamente  satisfecha  de 
su  primera  prueba.  El  claustro  universitario  admiró  sus 
otros  exámenes,  i  le  confirió  la  propiedad  de  la  cátedra. 

El  desempeño  de  ésta  lo  ocupó  hasta  el  año  1782,  en  que 
fué  acordada  por  unanimidad  su  jubilación.  Durante  ese 
tiempo  se  manifestó  empeñoso  en  la  enseñanza,  i  laborioso 
en  el  estudio.  La  tradición  ha  conservado  hasta  el  dia  el  re- 


J.  A.  Martínez  de  Ald uñate  11 

cuerdo  del  tino  superior  i  la  paciente  laboriosidad  con  que 
ilustraba  al  discípulo  en  ese  sutil  embolismo  del  sistema  es- 
colástico. 

Pero  no  solo  se  distinguió  en  la  enseñanza:  en  el  tribunal 
eclesiástico  habia  dado  pruebas  de  gran  prudencia  para  re- 
solver con  sijilo  i  por  los  medios  de  una  honesta  transacción, 
las  escandalosas  cuestiones  que  solian  suscitarse.  Paciente  i 
tolerante  con  los  contendientes,  resolvía  al  fin  en  términos 
corteses  i  afables,  amonestando  con  dulzura  i  aun  con  pala- 
bras chistosas,  que  no  ofendían  a  las  partes,  ni  a  su  propia 
dignidad. 

Esa  misma  jovialidad  le  era  característica:  en  él  la  ale- 
gría fué  habitual,  porque  era  el  reflejo  de  su  conciencia;  mas 
nunca  la  llevó  a  los  asuntos  graves  que  tanto  ocuparon  su 
espíritu.  Encargado  del  gobierno  de  la  diócesis  de  Santiago 
en  1771  por  el  obispo  Aldai,  que  pasaba  a  Lima  para  asistir 
al  concilio  provincial,  se  condujo  con  notorio  acierto.  Sus 
principios  liberales  en  materia  contenciosa  con  el  poder  tem- 
poral, le  valieron  las  honrosas  palabras  que  siguen,  tomadas 
de  un  informe  que  aquel  ilustre  prelado  dirijió  al  reí:  «Regre- 
sado de  Lima  al  cabo  de  dos  años,  hallo  que  ha  gobernado  la 
diócesis  con  celo  i  conservando  la  disciplina  eclesiástica,  el 
buen  arreglo  del  clero,  i  velado  sobre  la  conducta  de  los  curas; 
con  prudencia,  pues,  no  ha  tenido  competencia  alguna  con  las 
justicias  reales,  ni  con  las  relij iones;  por  cuyo  motivo  me 
han  aplaudido  todos  su  gobierno  i  principalmente  vuestro 
gobernador  i  capitán  jeneral  de  este  reino,  i  los  ministros  de 
esta  real  audiencia,  quienes  han  podido  esperimentar  su  ta- 
lento mas  inmediatamente  por  la  asistencia  que  en  este 
tiempo  ha  tenido  a  las  juntas  de  aplicaciones,  i  de  remate  de 
las  temporahdades  de  los  regulares  de  la  Compañía». 

Aldunate,  en  efecto,  formaba  parte  de  la  dirección  jeneral 
de  temporalidades  de  Indias,  encargada  de  enajenar  los  bie- 
nes de  los  regulares  jesuítas.  Esta  comisión,  que  desempeñó 
con  jeneral  aplauso,  era  tanto  mas  desagradable  para  él 
cuanto  tenia  profunda  simpatía  por  aquella  orden.  Entre  sus 
miembros  contaba  numerosos  amigos,  maestros  o  condiscí- 


12  Estudios   Biográficos 


pulos,  a  quienes  protejió  en  su  desgracia  i  proscripción  por 
cuantos  medios  estuvieron  a  su  alcance:  el  sapientísimo  pa- 
dre Lacunza  le  da  el  apodo  de  «benefactor  i  amigo»  en  una 
carta  que  he  tenido  a  la  vista,  fechada  en  Imola  en  23  de  se- 
tiembre de  179 1. 

En  esa  misma  carta  le  anuncia  el  jesuita  Lacunza,  quedar 
concedida  por  su  santidad  para  el  reino  de  Chile,  la  festivi- 
dad del  corazón  de  Jesús,  según  habia  solicitado  Aldunate. 

Esta  nueva  prueba  de  piedad  era  un  mérito  mas  ante  los 
devotos  colonos  i  ante  las  autoridades  del  reino,  que  infor- 
maron al  rei  de  sus  virtudes  i  saber,  i  solicitaron  para  él  los 
puestos  mas  eminentes:  el  presidente  Jáuregui  lo  presentó 
en  1778  para  el  obispado  de  Concepción,  vacante  por  la 
muerte  de  don  Pedro  Anjel  Espiñeira,  designándolo  como  un 
sacerdote  de  jenio  suave,  insinuante,  entendido,  ilustrado  i 
predicador  de  renombre. 

Aldunate  habia  sido,  en  realidad,  uno  de  los  oradores  mas 
distinguidos,  hasta  que  a  causa  de  haber  perdido  los  dien- 
tes, su  pronunciación  se  hizo  difícil  i  confusa. 

Tan  empeñosas  solicitudes  fueron  oidas  al  fin  en  la  metró- 
poli: hicieron  que  fuese  promovido  al  episcopado  de  Gua- 
manga  en  1803. 

En  esa  época,  Aldunate  contaba  73  años.  Sin  ambiciones 
de  ninguna  especie,  cercano  al  sepulcro,  no  celebró  la  pro- 
moción, que  lo  separaba  del  seno  de  su  familia;  pero  resuel- 
to a  embarcarse  para  su  destino,  hizo  jeneral  cesión  de  todos 
sus  bienes  entre  sus  parientes  i  los  pobres,  fomentando  los 
establecimientos  de  beneficencia  i  aliviando  a  los  desgracia- 
dos a  quienes  habia  socorrido  hasta  entonces. 

Este  último  rasgo  de  su  acendrada  caridad  le  valió  las  ben- 
diciones de  toda  la  ciudad  de  Santiago.  Su   carácter  insi- 
nuante le  habia  granjeado  profundas  simpatías  entre  sus. 
amigos  i  discípulos  i  esta  última  prueba  de  desprendimiento, 
convirtió  en  lágrimas  sus  últimos  adioses. 

Los  años^'no  habían  debilitado  su  espíritu  en  aquella  edad. 
Alentado  por  el  deseo  de  plantear  mejoras  en  la  diócesis 
cuyo  gobierno  se  le  confiaba,  inició  una  reforma  radical  en 


J.  A.  Martínez  de  Aldunate  13 

los  estudios  eclesiásticos,  i  construyó  desde  sus  cimientos 
una  casa  destinada  para  la  práctica  de  los  ejercicios  de  san 
Ignacio,  con  sus  propias  rentas,  i  sin  perjuicio  de  las  consi- 
derables limosnas  que  repartia  de  ordinario. 

I  no  fué  esto  todo:  en  un  informe  presentado  en  1804 
al  ministro  de  Indias,  por  el  intendente  de  Guamanga  don 
Demetrio  O'Higgins,  cuyo  principal  objeto  era  pedir  mejoras 
en  el  orden  civil  i  relijioso  contra  los  desmanes  de  los  alcal- 
des i  curas,  no  se  halla  nombrado  Aldunate  mas  que  una 
sola  vez,  para  hacer  presente  su  celoso  empeño  en  proveer 
las  parroquias  vacantes.  Aquel  informe  es  únicamente  una 
acusación  terrible  al  réjimen  eclesiástico  de  la  provincia;  i  el 
silencio  que  guarda  sobre  la  conducta  del  obispo  Aldunate, 
constituye  su  mejor  el  ojio. 

Su  permanencia  en  Guamanga  no  fué  de  larga  duración: 
al  salir  de  Santiago  llevaba  la  persuasión  de  que  lo  dejaba 
para  siempre;  pero  la  muerte  del  obispo  Maran  vino  a  dejar 
vacante  esta  diócesis  en  1807.  Con  este  motivo  todas  las 
corporaciones  de  Santiago  elevaron  sus  súplicas  al  monarca 
español,  a  fin  de  que  se  sirviese  presentar  al  obispo  de  Gua- 
manga para  ocupar  la  sede  vacante.  Los  informes  que  con 
este  motivo  se  enviaron  a  la  metrópoli  eran  altamente  hon- 
rosos a  los  talentos  i  virtudes  de  Aldunate,  i  la  petición  fué 
tan  jeneral  que  el  consejo  de  rejencia,  instalado  en  Cádiz  a 
principios  de  1810,  decretó  el  pase  del  obispo  al  gobierno  de 
la  diócesis  de  Santiago  de  Chile. 

En  ese  mismo  año  esta  ciudad  era  el  teatro  de  una  ajita- 
cion  liberal  que  debia  desligar  para  siempre  el  reino  de  la 
monarquía  española.  Lo  que  no  se  habia  intentado  siquiera 
en  doscientos  sesenta  años,  lo  hicieron  nuestros  padres  en 
unos  pocos  dias:  quitaron  el  gobierno  al  primer  delegado  de 
la  metrópoli,  formaron  una  nueva  administración,  i  posterior- 
mente, en  18  de  setiembre  de  18 10,  crearon  una  junta  gu- 
bernativa, representante  como  se  dijo,  del  monarca  cautivo, 
pero  cuna  en  realidad  de  esa  gloriosa  revolución  que  con- 
movió al  pais  hasta  sus  cimientos,  para  hacerlo  indepen- 
diente. 


14  Estudios  Biográficos 

En  la  elección  de  los  vocales  que  debieran  formarla,  tocó 
al  obispo  Aldunate  el  honroso  puesto  de  vice-presidente. 

Se  hallaba  todavía  en  el  Perú  cuando  llegó  a  su  noticia  la 
elección  que  se  acababa  de  hacer  en  su  persona,  i  con  mayor 
motivo  apresuró  su  vuelta  a  Chile.  Su  arribo  a  Valparaíso, 
acaecido  a  fines  de  1810,  fué  celebrado  grandemente  por  los 
liberales,  i  su  entrada  a  Santiago,  que  tuvo  lugar  a  principios 
del  siguiente  año,  se  hizo  en  medio  de  una  numerosa  concu- 
rrencia, i  con  todo  el  aparato  i  ceremonias  correspondientes 
a  su  rango. 

El  partido  novador  esperaba  un  apoyo  eficaz  en  los  prin- 
cipios hberales  del  ilustre  prelado.  Natural  era  que  el  sacer- 
dote que  supo  conquistar  una  posición  importante  por  su  sa- 
ber i  virtudes,  i  que  siempre  habia  manifestado  inclinaciones 
a  cierta  independencia,  i  por  las  reformas  coloniales,  abraza- 
se de  corazón  la  causa  de  la  libertad,  cuando  todavía  estaba 
en  su  aurora. 

Pero  la  vida  de  Aldunate  llegaba  a  su  término.  Contaba 
entonces  ochenta  i  un  años:  su  cabeza,  debilitada  por  el  es- 
tudio, desfallecía  junto  con  su  cuerpo,  cansado  por  su  persis- 
tencia en  el  cumplimiento  de  sus  obligaciones.  Su  espíritu  se 
hallaba  agostado,  i  su  físico  se  sentía  vencido  por  las  do- 
lencias. 

Vivia  separado  del  mundo  en  una  quinta  de  su  propiedad, 
situada  en  el  barrio  de  la  Cañadilla,  rodeado  de  sus  mas  in- 
mediatos deudos,  i  sustraído  a  las  borrascosas  controversias 
de  la  política. 

Mucho  debieron  influir  sobre  el  prelado  las  sujest iones  de 
sus  parientes,  si  se  atiende  a  la  edad  que  tenia  cuando  fué 
colocado  en  las  filas  de  los  que  iniciaron  el  movimiento  re- 
volucionario. Desempeñó  su  encargo  como  era  de  esperarse 
de  sus  antecedentes,  reemplazando  a  Rodríguez  que  por  en- 
tonces ocupaba  la  provisoria  eclesiástica.  Si  Rodríguez  fué 
un  tenaz  opositor  a  toda  idea  de  libertad,  Aldunate  subro- 
gándolo, trajo  un  apoyo  mas  a  la  causa  de  la  revolución, 
prestándola  en  la  cabeza  de  la  iglesia  nacional. 

Pero  los  achaques  del  prelado  se  agravaron  rápidamente  i 


J.  A.  Martínez  de  Aldunate  15 

el  8  de  abril  de  1811  falleció  en  brazos  de  sus  amigos.  Sus 
últimos  momentos  fueron  los  de  un  santo. 

Decretáronsele  pomposas  exequias,  como  a  jefe  de  la  dió- 
cesis i  como  vocal  de  la  junta  ejecutiva.  Sus  restos  mortales 
fueron  sepultados  en  la  Catedral,  al  lado  derecho  de  la  sa- 
cristía, en  medio  de  las  lágrimas  de  los  pobres  i  de  sus  admi- 
radores. 


DON  JUAN  MARTÍNEZ  DE  ROZAS 
1759-18f3 


TOMO  XII. — 2 


§2 


DON  JUAN  ^MARTÍNEZ  DE  ROZAS  i 

(1759-1813) 

Pocas  figuras  mas  interesantes  que  la  del  doctor  Rozas 
presenta  la  historia  de  la  revolución  hispano-americana. 
Operada  en  su  totalidad  por  jóvenes  audaces  que  supieron 
manifestar  enerjía  en  el  consejo  i  coraje  en  el  campo  de  ba- 
talla, tuvo  en  Chile  el  mas  firme  apoyo  en  su  primer  período, 
i  el  primer  defensor  de  sus  principios  en  un  anciano  que  mi- 
raba con  desprecio  las  preocupaciones  i  hábitos  de  la  socie- 
dad en  que  se  formara,  i  que,  apoyado  en  su  prestijio  i  en 
su  jenio,  supo  dirijirla  por  algún  tiempo. 

Nació  el  doctor  don  Juan  Martínez  de  Rozas  en  la  ciudad 
de  Mendoza,  capital  de  la  dilatada  provincia  de  Cuyo,  en 
1759,  esto  es,  diez  i  siete  años  antes  que  fuese  adjudicada  al 
virreinato  de  Buenos  Aires.  Eran  sus  padres  don  Juan  Mar- 
tínez de  Soto  i  Rozas,  i  doña  María  Prudencia  Correa  i  Ville- 
gas, distinguidos  ambos  por   sus  relaciones  de  familia.  Niño 

I .  Publicado  en  la  Galería  Nacional  de  Hombres  Célebres  de  Chile ,  (San- 
tiago, 1854),  t.  I.  pájs.  13-23. 

Nota  del  Compilador 


20  Estudios  Biográficos 


aun,  tuvo  el  señor  Rozas  que  separarse  de  sus  padres  para 
pasar  al  famoso  colejio  de  Monserrate  de  Córdoba  a  cursar 
filosofía  i  teolojía,  i  del  cual  no  salió  sino  en  1780  para  venir 
a  Santiago  de  Chile  a  estudiar  en  la  universidad  de  san  Fe- 
lipe la  jurisprudencia  civil  i  canónica.  En^el  año  siguiente  se 
le  confirió  el  grado  de  bachiller  en  ambas  facultades. 

Distinguía  a  Rozas  cierta  ambición!  de  gloria  i  honores 
que  le  impulsaba  a  contraerse  con  mayor  empeño  al  estudio: 
apenas  habia  obtenido  el  grado  de  bachiller,  se  opuso  a  la 
cátedra,  pasantía  como  entonces  se  ñamaba,  de  filosofía  del 
colejio  real  de  san  Carlos,  i  la  obtuvo  por  unanimidad  de 
votos.  En  su  desempeño,  que  duró  tres  años,  dictó  a  sus  dis- 
cípulos un  curso  completo  de  aquella  ciencia,  desechando  los 
textos  adoptados  hasta  entonces,  i  otro  de  física  esperimental, 
que  jamas  se  habia  desempeñado  en  Chile;  pero  habiendo 
obtenido  en  otra  oposición  la  cátedra  de  leyes  del  mismo  co- 
lejio, dejó  aquélla  por  ésta,  la  cual  ocupó  hasta  el  año  de 
1787.  Durante  este  mismo  tiempo  fué  miembro  i  secretario 
de  la  academia  de  leyes  i  práctica  forense,  hizo  dos  oposicio- 
nes de  mérito  en  las  cátedras  de  decreto  i  prima  de  leyes  en 
la  real  universidad  de  san  Felipe,  se  recibió  de  abogado  de 
la  real  audiencia  en  7  de  setiembre  de  1784,  sirvió  todo  el 
año  siguiente  el  cargo  de  abogado  de  pobres,  i  en  1786  se 
graduó  de  doctor  en  cánones  i  leyes,  después  de  las  rigorosas 
pruebas  que  se  exijian  para  conceder  esta  condecoración. 

Pero  Rozas  no  habia  descuidado  el  estudio  del  derecho  pú- 
blico, que  en  su  juicio  valia  mas  que  la  teolojía  i  los  cáno- 
nes: a  fuerza  de  contracción  consiguió  traducir  regular- 
mente el  francés  i  leer  en  este  idioma,  desconocido  en  la  co- 
lonia, las  nuevas  teorías  de  Rousseau  i  Montesquieu.  Dotado 
de  una  gran  penetración,  él  habia  podido  prever  las 'conse- 
cuencias de  ciertos  hechos  i  captarse  la  admiración  de  cuan- 
tos le  conocían.  Con  tales  antecedentes  Rozas  atrajo  sobre  sí 
las  miradas  del  capitán  jeneral,  don  Ambrosio  de  Benavídes, 
quien  halló  bien  pronto  una  favorable  ocasión  de  ocuparle 
con  lucimiento  i  provecho.  Por  [  real  cédula  de  San  Ildefon- 
so, de  5  de  agosto  de  1783,  se  mandaba  formar  una  inten- 


Juan  Mabtinez  de  Rozas  21 

dencia  de  cada  obispado  americano  i  i  suprimir  el  cargo  de 
correjidor,  cuyas  atribuciones  debian  dividirse  entre  el  in- 
tendente i  un  asesor  letrado.  Para  el  de  Concepción  de  Chi- 
le, nombró  al  comandante  jeneralde  frontera,  don  Ambro- 
sio O'Higgins,  i  el  doctor  Rozas  le  acompañó  como  su  asesor, 
cuando  mas  que  nunca  se  necesitaba  de  jenio  para  la  adop- 
ción de  medidas  militares  i  arreglo  'de  la  guarnición  fronte- 
riza. 

En  medio  de  las  armas,  Rozas  tomó  afición  por  ellas.  Du- 
rante el  desempeño  de  su  cargo,  prestó  en  repetidas  ocasio- 
nes servicios  militares  visitando  i  arreglando  los  fuertes  de 
la  frontera,  delineó  la  villa  de  San  Ambrosio  de  Linares,  i 
mejoró  el  aseo  de  la  ciudad  de  Concepción. 

Estos  servicios  fueron  premiados  con  el  nombramiento  de 
teniente  coronel  comandante  del  escuadrón  de  caballería  de 
milicias  regladas  de  Concepción,  en  7  de  abril  de  1788,  aten- 
didos su  valor  i  esperiencia  militar, "según  dice  su  despacho, 
i  para  llenar  la  vacante  que  dejaba  don  Agustin  de  Carava- 
jal,  caballero  de  la  orden  de  Santiago,  que  pasaba  a  otro 
(Jestino. 

Llamado  pocos  dias  después  a  desempeñar  el  cargo  de  pre- 
sidente, O'Higgins,  elevado  ya  a  teniente  jeneral,  dejó  el 
mando  de  la  intendencia  de  Concepción,  en  manos  del  bri- 
gadier don  Francisco  de  Mata  Linares.  Rozas,  después  de 
haberlo  ocupado  interinamente  por  algunos  meses,  quedó 
con  él  hasta  el  año  1790,  en  que  llegó  a  Chile,  nombrado 
capitán  jeneral  don  Gabriel  de  Aviles,  quien  le  llamó  a  su 
lado,  ofreciéndole  el  cargo  de  asesor  interino. 

No  trepidó  Rozas  en  admitir  este  puesto:  su  hermano  ma- 
yor, el  doctor  don  Ramón,  que  lo  habia  desempeñado  du- 
rante la  presidencia  de  O'Higgins,  entonces  virrei  del  Perú, 
marchaba  con  el  último  a  Lima,  i  esto  le  hizo  esperar  prontos 
i  rápidos  ascensos. 

Pero  no  sucedió  así:  la  corte  desatendiendo  los  honoríficos 
informes  presentados  sobre  Rozas  por  el  obispo  de  Concep- 
ción, su  intendente  i  la  real  audiencia,  se  contentó  con  rati- 
ficar su  nombramiento  de  asesor  de  la  intendencia,  i  dio  la 


22  Estudios  Biográficos 


propiedad  de  aquel  destino  a  don  Pedro  Díaz  Valdes.  Rozas 
tuvo  entonces  que  volverse  a  Concepción,  donde  habia  con- 
traído matrimonio  con  la  señora  doña  María  de  las  Nieves 
Urrutia  i  Mendiburu,  hija  de  uno  délos  vecinos  mas  acauda- 
lados de  aquella  provincia,  i  donde  poseía  la  rica  estancia  de 
San  Javier.  Según  los  informes  presentados  al  reí  por  algu- 
nos relijiosos  durante  la  ocupación  del  país  por  el  ejército 
realista  en  1814,  Rozas  predicaba  entonces  las  doctrinas  de 
que  mas  tarde  se  hizo  corifeo.  «Es  notorio,  decía  en  el  suyo 
el  padre  Ramón,  que  para  la  seducción,  perdición  i  ruina  de 
la  ciudad  de  Concepción,  contribuyó  mucho  la  doctrina  im- 
pía del  doctor  Rozas  a  una  partida  de  jóvenes  de  distinción 
de  dicha  ciudad,  que  se  juntaba  en  su  casa  con  el  objeto  de 
instruirse  i  esparcir  aquella  semilla  entre  sus  amigos  i  com- 
pañeros». Entre  esos  jóvenes  figuraba  don  Bernardo  O' Hig- 
gins,  teniente  coronel  entonces  de  las  milicias  déla  Laja,  i 
el  primer  campeón  mas  tarde  de  la  emancipación.  Por  una 
memoria  manuscrita,  atribuida  a  él,  que  tenemos  a  la  vista, 
consta  que  desde  diez  años  antes  de  la  instalación  de  la  pri- 
mera junta  gubernativa,  ya  ambos  pensaban  en  reformas 
importantes  i  hablaban  de  desobediencia  a  la  metrópoli. 

Rozas,  sin  embargo,  servia  a  los  intereses  militares  de  la 
colonia  como  consejero  de  los  intendentes  de  Concepción: 
cuando  la  muerte  del  presidente  Muñoz  de  Guzman  fué  a 
despertar  las  ambiciones  del  brigadier  don  Francisco  Gar- 
cía Carrasco,  Rozas  acompañaba  al  coronel  intendente  don 
Luis  de  Álava  en  el  reconocimiento  de  las  aguas  termales  de 
Yumbel,  que  se  acababan  de  descubrir.  En  esta  época  había 
obtenido  un  pasaporte  para  pasar  a  Europa;  pero  a  solicitud 
de  Carrasco,  que  le  llamaba  con  instancias,  desistió  de  su 
viaje. 

Rozas  i  Carrasco  llegaron  a  Santiago  en  22  de  abril  de 
1808,  donde  los  esperaba  una  fría  recepción,  a  consecuencia 
de  los  debates  que  mediaron  entre  el  segundo  i  la  real  au- 
diencia, sobre  competencias  para  tomar  el  mando;  mas  e 
primero  no  pudo  dejar  de  percibir  en  esta  carencia  de  entu- 
siasmo algo  mas  allá  de  lo  que  alcanzaba  el  tribunal:  Carras- 


JtTAN  Martínez  de  Rozas  23 


co  no  arrastraba  simpatías  de  ninguna  especie,  i  él  conoció 
que  la  ojeriza  con  que  se  miraba  a  la  persona  podia  conver- 
tirse contra  el  alto  destino  que  desempeñaba. 

Por  consejo  de  Rozas,  Carrasco  consintió  ;en  la  agregación 
de  doce  rejidores  ausiliares  del  cabildo  de  Santiago  para 
el  mas  pronto  i  espedito  despacho,  i  llamados  en  su  número 
algunos  de  los  hombres  mas  no  tables  por  sus  ideas  avanza- 
das, aquella  corporación  comenzó  a  tomar  el  carácter  nova- 
dor que  produjo  mas  tarde  la  creación  de  un  gobierno  na- 
cional. Mas  no  contento  con  esto,  Rozas  hizo  algunos 
cambios  en  el  personal  de  los  empleados  i  comprometió  al 
capitán  jeneral  con  el  cuerpo  universitario,  queriendo  soste- 
ner contra  sus  estatutos  al  rector  que  cesaba.  La  compañía 
de  armadores  terrestres  para  atacar  los  buques  estranjeros 
que  se  acercasen  a  nuestras  costas  a  contrabandear,  con  el 
pretesto  de  dar  cumplimiento  a  una  leí  de  Indias,  fué  orga- 
nizada en  el  palacio,  con  el  consentimiento  de  Rozas  i  con 
la  aprobación  de  Carrasco,  i  el  pérfido  apresamiento  de  la 
frataga  inglesa  S  cor  pión,  trajo  sobre  ambos  el  descrédito. 
Solo  las  noticias  llegadas  de  la  metrópoli  de  la  renuncia  de 
Carlos  IV  i  de  la  caida  de  Godoi,  pudieron  acallar  la  indigna- 
ción que  el  tal  suceso  produjo. 

Después  de  estas  ocurrencias,  volvióse  Rozas  a  la  provin- 
cia de  Concepción;  pero  comprometido  en  la  revolución,  él 
volvió  a  trabajar  con  mayor  franqueza.  Sus  propósitos  se 
dirijieron  a  captarse  la  voluntad  de  la  tropa  fronteriza.  Des- 
de allí  sostuvo  una  activa  correspondencia  epistolar  con  el 
jeneral  Belgrano  i  otros  eminentes  patriotas  de  Buenos  Ai- 
res, mientras  sus  compañeros  de  la  capital  acumularon  los 
elementos  que  operaron  el  cambio  gubernativo. 

Los  primeros  golpes  del  sistemado  rigor  de  Carrasco  reca- 
yeron sobre  dos  neófitos  a  quienes  don  Bernardo  0*Higgins  i 
Rozas  habían  catequizado  en  el  sur.  Eran  éstos  el  padre  fraí 
Rosauro  Acuña,  prior  del  hospital  de  San  Juan  de  Dios  de 
Chillan,  i  amigo  íntimo  de  O'Híggins,  i  el  coronel  de  mili- 
cias i  antiguo  rejidor  del  cabildo  don  Pedro  Ramón  Arria- 
gada,  hijo  de  un  dependiente  administrador  del  suegro  del 


24  Estudios  Biográficos 

doctor  Rozas,  a  quienes  se  arrestó  por  haber  hablado  en  esa 
ciudad  de  la  necesidad  de  un  gobierno  nacional.  Nuevas 
prisiones  en  Santiago  trajeron  sobre  Carrasco  el  desprestijio, 
i  éste  dio  por  fruto  su  deposición,  i  mas  tarde,  la  junta  gu- 
bernativa, instalada  en    i8  de  setiembre  de  1810. 

En  ella  cupo  a  Rozas,  por  elección  unánime,  puesto  de  vo- 
cal; pero  antes  de  salir  de  Concepción  para  venir  a  ocuparlo, 
quiso  dejar  reconocido  el  nuevo  gobierno.  Esto  fué  causa  de 
que  no  llegara  hasta  el  iP  de  noviembre  a  la  capital;  pero 
informada  la  junta  de  su  arribo,  se  le  mandaron  al  Conven- 
tillo, donde  se  habia  detenido,  veinticinco  dragones  para  que 
alsiguiente  dia  hiciera  su  entrada.  Fué  ésta  un  verdadero 
triunfo  para  Rozas;  jamas  se  habia  usado  de  igual  pompa 
para  celebración  alguna  en  la  vida  colonial.  Sus  antiguos 
discípulos  de  teolojía,  quienes  por  su  saber  le  llamaban  san 
Agustín,  se  habian  empeñado  en  convocar  jentío,  i  la  junta 
gubernativa,  por  su  parte,  habia  ordenado  la  asistencia  de 
todas  las  corporaciones  i  tropas.  Acompañado  de  sus  colegas 
en  el  gobierno,  real  audiencia,  cabildo  i  tribunales  especiales. 
Rozas  pasó  por  entre  dos  filas  de  soldados,  al  son  de  músi- 
cas militares,  en  medio  de  las  salvas  de  artillería,  repiques  de 
campanas  i  vítores  universales,  a  prestar  el  juramento  de 
costumbre,  que  se  celebró  con  iluminación  de  fuegos  artifi- 
ciales en  la  noche. 

Nada  mejor  que  esta  muestra  de  distinción,  daba  a  enten- 
der el  aprecio  que  se  hacia  de  los  importantes  servicios  de 
Rozas. 

Era  él  en  realidad  el  brazo  mas  firme  que  contaba  nues- 
tra revolución  en  su  cuna,  la  intelijencia  mas  elevada  i  el 
hombre  que  arrastraba  mayor  prestijio  de  cuantos  habian 
abrazado  su  causa.  Rozas  venia  ahora  a  dirijirla,  luchando 
con  los  partidarios  del  viejo  réjimen,  numerosos  e  influyen- 
tes, que  trabajaban  por  una  reacción,  i  con  los  mas  tímidos 
de  los  novadores  que  no  se  atrevían  a  romper  de  golpe  con 
el  coloniaje:  era  la  empresa  de  un  triunfo  completo  pero 
aventurado  para  los  unos,  el  terror  para  los  otros. 

Preparábanse  ya  en  aquellos  días  las  levas  de  soldados  pa- 


Juan  Martínez  de  Rozas  25 

ra  los  cuerpos  de  tropa  que  se  pensaba  formar.  Rozas  obró 
esta  vez  con  la  enerjía  de  costumbre:  colocó  en  los  puestos 
mas  distinguidos  a  los  que  creia  mas  pronunciados  por  la  re- 
volución, desechando  las  propuestas  de  algunos  miembros 
del  cabildo  i  de  la  junta,  e  hiriendo  las  susceptibilidades  de 
familias  enteras.  Mas  tarde,  la  adopción  de  ciertas  medidas 
de  hacienda,  contra  el  parecer  del  cabildo,  vino  a  hacer  mas 
notoria  la  división:  de  allí  se  orijinaron  los  dos  partidos  po- 
líticos, cuyas  desavenencias  se  llevaron  al  congreso  i  dieron 
por  fruto  los  movimientos  de  1811  i  1812. 

Rozas  no  pareció  aflijirse  por  esto,  sin  embargo  de  que  los 
pasquines  que  se  esparcían  en  Santiago  le  acusaban  de  abri- 
gar la  ambición  de  coronarse,  i  de  ver  rechazadas  de  vez  en 
cuando,  algunas  de  sus  mociones  en  la  junta  i  siempre  en  el 
Cabildo.  Animado  por  ideas  mas  elevadas,  él  pedia  a  la  Jun- 
ta de  Buenos  Aires,  una  imprenta  para  fomentar  la  ilustra- 
ción en  Chile  i  dar  mas  publicidad  a  los  periódicos  que  hacia 
circular  manuscritos,  reclamando  con  toda  su  enerjía  la  li- 
bertad de  comercio. 

La  muerte  del  conde  de  la  Conquista,  presidente  de  la  jun- 
ta de  gobierno,  acaecida  en  febrero  de  1811,  dio  a  Rozas  la 
suma  de  poderes  que  se  hallaba  en  manos  de  aquél. 

Entonces,  contando  con  el  voto  de  los  vocales  Rosales  i 
Márquez  de  la  Plata,  i  desechando  la  viva  oposición  del  ca- 
bildo i  el  desagrado  j  eneral  que  motivaron  sus  determinacio- 
nes, ofreció  i  envió  a  la  junta  de  Buenos  Aires  un  refuerzo  de 
400  ausiliares  chilenos,  para  ayudarla  en  sus  escaseces  de 
tropas,  con  motivo  de  la  guerra  del  Alto  Perú. 

El  día  iP  de  abril  era  el  fijado  para  la  elección  de  diputa- 
dos por  Santiago  para  el  Congreso  que  debia  instalarse  el  15 
del  mismo  mes.  La  reunión  electoral  tenia  lugar  en  la  Pla- 
zuela del  Consulado;  la  mayor  calma  habia  reinado  en  ella 
hasta  el  momento  en  que  la  compañía  de  dragones  de  Penco, 
encargada  de  velar  por  el  orden,  desobedeció  a  su  capitán  i 
se  volvió  al  cuartel  de  San  Pablo,  donde  estaban  ademas  una 
compañía  de  dragones  de  Chile  i  el  rejimiento  de'húsares. 

Allí  llegó  en  breve  el  comandante  don  Tomas  de  Figueroa 


26  Estudios  Biográficos 

que,  poniéndose  a  la  cabeza  de  toda  la  fuerza,  marchó  a  la 
Plaza,  tendió  su  línea  en  el  costado  norte  de  ella  i  entró  a  la 
sala  de  la  real  audiencia. 

Suceso  tan  inesperado  esparció  repentinamente  la  conster- 
nación en  la  ciudad.  La  junta,  reunida  en  casa  del  vocal  Már- 
quez de  la  Plata,  no  hallaba  qué  resolver,  i  sin  la  serenidad 
de  ánimo  del  doctor  Rozas,  quizá  habria  transado  con  el  mo- 
tin.  Ordenó  Rozas  que  el  comandante  j  eneral  de  armas,  don 
Juan  de  Dios  Vial,  tomase  el  rejimiento  de  granaderos  de 
infantería,  i  seis  piezas  de  artillería  para  imponer  a  Figue- 
roa,  dudando  siempre  que  llegase  el  caso  de  disparar  sus  ar- 
mas. 

Vial  pudo,  gracias  a  su  actividad,  formar  su  línea  en  el 
costado  del  frente,  antes  que  el  jefe  de  la  sublevación  bajara 
de  la  sala  de  la  audiencia  para  tomar  el  mando  de  la  suya. 
Descubierto  éste  en  sus  planes,  avanzó  con  sus  fuerzas  i 
mandó  a  sus  soldados  hacer  fuego  sobre  la  línea  que  tenían 
al  frente,  orden  que  casi  instantáneamente  dio  Vial  a  los  su- 
yos. Una  sola  descarga  de  cada  lado  bastó  para  la  completa 
dispersión  de  ambas  divisiones,  después  de  dejar  por  tierra 
cincuenta  i  cuatro  hombres;  i  sin  el  arrojo  de  algunos  oficia- 
les de  granaderos  que  quisieron  perseguir  a  sus  enemigos,  el 
resultado  del  choque  se  habria  considerado  absolutamente 
indeciso. 

Al  ruido  de  las  descargas,  Rozas  tomó  el  primer  caballo  que 
vio,  i  con  una  actividad  de  que  no  se  hubiera  creído  capaz 
a  un  hombre  de  sus  años,  sacó  de  su  cuartel  la  compañía  ve- 
terana de  dragones  de  la  Reina,  reunió  una  buena  partida  de 
granaderos  al  mando  del  valiente  Bueras,  i  colocó  en  el  cen- 
tro de  la  plaza  los  seis  cañones  que  poco  antes  se  llevaran 
allá.  Seguido  i  vitoreado  por  una  multitud  de  jente,  subió 
a  la  sala  de  la  audiencia  e  improperó  a  sus  miembros  como 
los  autores  de  aquella  asonada  militar,  i  siguió  en  breve  al 
convento  de  santo  Domingo,  donde,  según  se  le  informaba, 
se  hallaba  el  comandante  Figueroa.  Allí  su  actividad  se  es- 
trelló contra  las  precauciones  del  fujitivo;  el  jefe  del  motín 
se  habria  sustraído  a  sus  pesquisas,  sin  la  codicia  de  un  mu- 


Juan  Martínez  de  Rozas  27 


chacho  que,  halagado  por  las  promesas  de  Rozas,  se  ofreció 
a  llevarle  a  un  huertecito  donde  se  encontraba  agazapado, 
debajo  de  un  parrón  i  cubierto  con  una  estera.  Figueroa  fué 
aprehendido,  i  el  muchacho  recompensado  con  una  rica  he- 
billa de  oro  que  Rozas  arrancó  de  sus  vestidos.  Conducido  a 
la  prisión  i  comenzado  el  juicio,  Rozas  redactó  la  sentencia 
de  muerte  que  presentó  a  los  demás  vocales  de  la  junta, 
quienes  la  firmaron  con  alguna  repugnancia.  El  siguiente 
dia,  2  de  abril,  a  las  cuatro  de  la  mañana,  Figueroa  fué  fu- 
silado en  su  calabozo. 

Con  esta  victoria,  la  revolución  se  halló  comprometida  del 
modo  mas  serio:  Rozas  creia  que  ya  no  era  posible  sesgaren 
tales  circunstancias,  que  mas  despejado  el  horizonte  con  los 
sucesos  del  i.^  de  abril,  era  ya  fácil  trazar  la  marcha  de  la 
política. 

El  se  habia  puesto  en  aquellos  dias  al  frente  de  las  patru- 
llas i  conducídose  con  una  actividad  increíble :  habia  despa- 
chado tropas  i  reducido  a  la  obediencia  a  los  dragones  que, 
huyendo  de  la  plaza,  tomaron  el  camino  de  Valparaíso;  pero 
faltábale  proceder  a  castigar  a  los  que  creia  autores  de  la 
asonada.  En  consecuencia,  apresó  en  el  mismo  dia  al  ex-pre- 
sidente  Carrasco,  que  se  habia  retirado  de  la  vida  pública,  i 
poco  mas  tarde  vejó  a  algunos  miembros  de  la  real  audien- 
cia, i  los  obligó  a  pedir  su  retiro;  por  último,  dio  el  golpe 
mortal  al  tribunal,  obligando  a  los  restantes  a  separarse  de 
la  capital. 

Las  elecciones  interrumpidas  en  Santiago  por  el  motín  mi- 
litar, se  habían  hecho  tranquilamente  en  las  provincias.  La 
mayor  parte  de  los  diputados  electos  se  encontraban  en  la 
capital  a  mediados  de  abril.  Entre  ellos  se  distinguían  mu- 
chos amigos  de  Rozas,  que  se  preparaban  a  sostenerle  en  las 
discusiones  del  Congreso.  Su  deudo  don  José  María  de 
Rozas,  don  Bernardo  O'Híggins,  don  Manuel  Salas,  el  canó- 
nigo don  Juan  Pablo  Fretes,  don  Manuel  Antonio  Recabá- 
rren  i  los  coroneles  de  milicia  don  Luis  de  la  Cruz  i  don 
Francisco  Calderón,  eran  de  este  número. 

Estos  venían  en  su  apoyo,  cuando  mas  que  nuncanecesita- 


28  Estudios  Biográficos 


ba  de  ausilios:  el  partido  del  cabildo,    que  encabezaban  don 
José  Miguel  Infante,  don  Gabriel  Tocornal   i  don  José  Agus- 
tin  Eizaguirre,  i  que  apoyaban  en  las  discusiones  de  la  jun- 
ta los  vocales  Carrera  i  Reina,  le  combatia  por  cuantos  me- 
dios estaban  a  sus  alcances:  i  ya  éstos  comenzaban  a  estor- 
bar a  Rozas  en  sus  manejos.  Ellos  veian  con  pesar  que  la  di- 
rección de  la  política  estuviese   confiada  a  un  hombre    a 
quien  la  concesión  de  la  provincia  de   Mendoza  al  virreinato 
de  Buenos  Aires  hacia  arj entino,  que  se  rodeaba  también  de 
arj entines  como  Vera,  Alvarez  Jonte  i  Fretes;  que  miraba 
con  desprecio  las  preocupaciones  relijiosas  i  que  dirijia  los 
negocios  públicos  con  una  audacia  que  solo  su  ambición  podia 
aconsejarle.  Ellos  querían  abatirle,  mientras  el  doctor  Rozas, 
preocupado  con  la  idea  de  sostenerse  en  el  rango  a  que  se 
elevara,  desatendía  los  intereses  de  la  revolución  por  cuidar 
de  los  de  su  partido.  Esto  lo  hizo  recomendar  al  representan- 
te de  Valparaíso,  don  Agustín  Vial,  que  reclamase  déla  jun- 
ta la  incorporación  en  sus  discusiones  de  todos   los  diputa- 
dos ya  elejidos.  Debia  alegar  que  los  pueblos  así  lo  querían, 
por  ser  ellos  sus  verdaderos  representantes,  i  no  un  gobierno 
formado  en  Santiago,  i  cuyos  miembros  fueron  elejidos  por 
su  solo  vecindario,   i  citar  en  su  apoyo  el  ejemplo  de  Bue- 
nos Aires,  donde  se  acababa  de  hacer   otro  tanto.  Esta  se 
creyó  una  razón  poderosa:  el  partido  radical  que  dirijia  Ro- 
zas, en  conexión  inmediata  con  la  revolución  arjentina,  se 
había  empeñado  en  imitarla  en  todos   sus  pasos,  i  mui  parti- 
cularmente en  aquellos  de  que  sacaba  algún  provecho.  Inú- 
til fué,  pues,  que  el  cabildo  se  opusiera;  la  moción  de  Vial  fué 
aprobada,  i  los  miembros  electos  del  Congreso  se  incorpora- 
ron a  la  junta  a  mediados  de  mayo. 

Rozas  fué  entonces  el  jefe  único  i  absoluto  de  la  política: 
perspicaz  refinado,  pensador  profundo,  proyectista  sistemá- 
tico, revolucionario  emprendedor,  él  había  conseguido  hacer 
se  superior  a  la  revolución  i  dirijirla  con  enerjía  i  firmeza. 

Con  un  dominio  absoluto  sobre  sus  pasiones,  Rozas  sabia 
amoldar  su  carácter  a  las  circunstancias  difíciles,  sin  perder 
nada  de  su  tenacidad.   Audaz   para  concebir,  valiente  en  la 


Juan  Martínez  de  Rozas  29 

ejecución,  había  podido  captarse  el  apoyo  de  una  gran  parte 
de  la  sociedad  i  encabezar  un  partido  influente  i  numeroso. 
Sus  escritos,  es  verdad,  contribuían  poderosamente  a  ello: 
él  suplia  la  falta  de  imprenta  con  las  copias  manuscritas  de 
sus  opiniones  en  política.  A  los  dos  primeros  dias  de  instala- 
da la  suprema  junta  de  gobierno,  habia  hecho  circular  el 
Despertador  americano,  periódico  destinado  a  la  difusión 
de  las  nuevas  ideas,  i  poco  después  el  Catecismo  político, 
especie  de  curso  elemental  de  derecho  público.  «Los  desgra- 
ciados americanos»,  decia  en  él,  «han  sido  tratados  como  es- 
clavos; la  opresión  en  que  han  vivido,  la  tiranía  i  despotis- 
mo de  sus  gobernadores,  han  borrado  o  han  sofocado  hasta 
las  semillas  del  heroísmo  i  libertad  en  sus  corazones»;  i  agre- 
gaba principios  liberales  absolutamente  nuevos  en  la  colo- 
nia. En  un  lenguaje  sencillo  a  la  vez  que  lójico  i  enérjico, 
con  un  esquisito  tino  para  adaptar  a  las  circunstancias  sus 
razonamientos,  Rozas  habia  conseguido  que  los  perezosos  e 
indolentes  criollos  se  interesasen  en  los  rudimentos  de  la 
ciencia  social.  El  habia  puesto  algo  de  utópico  en  su  sistema, 
mas  que  por  convicción,  porque  habia  creído  que  para  lla- 
mar la  atención  i  atraerse  a  las  masas  se  necesitaba  mezclar 
la  ficción  a  la  verdad.  Ideaba  una  especie  de  confederación 
de  las  provincias  hispano-ameri canas,  ligándolas  por  medio 
de  un  congreso  jeneral  de  todas  ellas,  que  hiciese  respetable 
sus  resoluciones  i  pudiese  imponer  a  las  naciones  poderosas 
del  viejo  mundo.  Esta  idea  jigantesca  e  irreahzable,  que 
ocupó  después  a  Bolívar,  tuvo  su  oríjen  en  Chile,  en  1810,  i 
fué  el  doctor  Rozas  su  primer  iniciador. 

Su  jenío  le  habia  elevado,  pero  su  elevación  llegó  a  irritar 
mas  aun  los  ánimos  predispuestos  de  sus  enemigos.  Estos  no 
dormían  mientras  él  se  ostentaba  vencedor:  quisieron  activar 
la¿eleccion  de  diputados  por  Santiago,  i  se  prepararon  a  tra- 
bajar con  ahinco  por  el  triunfo  de  los  doce  candidatos  que 
pensaban  proponer:  si  lo  obtenían,  lajmayoría  del  congreso 
era  suya  i  la  caída  de  Rozas  parecía  inevitable.  Esto  fué  lo 
que  sucedió:  sobornado  el  batallón  de  Pardos,  con  cuyo  su- 
frajiocontaba  aquél,  por  los  partidarios  del  cabildo,  sus  can- 


30  Estudios  Biográficos 

didatos  obtuvieron  solo  105  votos  contra  la  gruesa  mayoría 
que  dio  el  triunfo  a  sus  enemigos. 

Pocas  esperanzas  debieron  de  quedar  a  Rozas  después  de 
esta  desgracia.  Entre  los  diputados  elej idos,  habia  algunos 
desafectos  al  nuevo  réjimen,  quienes,  en  vista  de  los  dos  ban- 
dos en  que  iba  a  dividirse  el  congreso,  debian  plegarse  al 
mas  moderado,  al  del  cabildo,  haciendo  mas  poderosa  la 
coalición  contra  él. 

En  tales  circunstancias,  recurrió  a  acusar  de  ilegal  la  elec- 
ción de  Santiago,  por  haber  introducido  en  el  congreso  doce 
diputados,  sin  mas  que  un  simple  acuerdo  de  su  ayuntamien- 
to, en  vez  de  los  seis  que  le  concedía  el  reglamento  electoral; 
pero  su  reclamo  fué  desechado,  a  pesar  de  las  notas  que  el 
cabildo  de  Concepción  presentaba  en  su  apoyo. 

Reunidos  en  Santiago  los  diputados  de  todos  los  pueblos, 
se  aplazó  la  solemne  apertura  del  congreso  para  el  dia  4  de 
julio.  Con  ella  la  revolución  debia  de  cambiar  de  forma  i 
hasta  de  sistema:  era  una  numerosa  corporación  compuesta 
de  elementos  heteroj éneos,  siempre  en  pugna,  apoyada  en 
la  ignorancia  de  todo  réjimen  gubernativo,  laque  tomaba 
a  su  cargo  la  dirección  de  la  política.  Rozas  veia  con  dis- 
gusto que  la  revolución  perdería  indudablemente  el  carácter 
de  unidad  que  habia  sabido  imprimirle,  i  no  podía  resignar- 
se a  dejar  en  raanos  del  enemigo,  a  quien  acusaba  de  flojo 
i  tardío,  la  parte  que  en  ella  le  tocaba.  Disuelta  la  suprema 
junta  por  la  instalación  del  congreso,  él  como  su  presidente, 
quiso  dejar  el  mando,  justificando  las  causas  del  primer  cam- 
bio gubernativo  i  de  la  marcha  revolucionaria,  e  indicando 
a  la  corporación  que  la  subrogaba  el  sendero  que  debia  se- 
guir. El  discurso  que  compuso  para  este  objeto  es  una  de  las 
piezas  mas  notables  de  la  revolución  hispano-americana  i 
descifra  perfectamente  las  verdaderas  tendencias  de  los  mo- 
vimientos que  tuvieron  lugar  en  Chile  en  1810.  El  haberlo 
pronunciado  fué  el  último  servicio  que  aquél  prestara  a  la 
causa  en  que  se  empeñaba. 

El  veia  la  autoridad  ejecutiva  en  un  congreso  compuesto 
de  muchos  miembros  faltos  de  unión  i  enerjía,  dirijidos  por 


Juan  Martínez  de  Rozas  31 


un  presidente  electoral  con  poder  limitado,  i  llegó  a  persua- 
dirse que  una  asonada  le  daría  el  fruto  que  pensaba  obtener. 

Varios  planes  concibió  para  volver  otra  vez  a  tomar  el 
mando,  i  todos  fracasaron  igualmente.  Las  asonadas  del  dia 
27  de  julio  i  9  de  agosto,  infructuosas  i  desgraciadas,  le  hi- 
cieron pensar  que  habia  otro  campo  que  cultivar  con  mejor 
provecho;  i  sus  miradas  se  volvieron  hacia  Concepción. 

La  sola  presencia  de  Rozas  en  Concepción  importaba  el 
pronunciamiento  de  aquella  provincia  contra  el  gobierno  de 
Santiago.  Predispuestos  los  ánimos  de  antemano,  poco  tuvo 
que  trabajar  para  obtener  de  sus  vecinos  una  solicitud  diri- 
jida  al  intendente  coronel  don  Pedro  José  Benavente,  para 
la  reunión  de  un  cabildo  abierto,  a  fin  de  discutir  los  reme- 
dios contra  una  situación  que  Rozas  se  empeñaba  en  pintar 
difícil.  Esta  fué  contestada  con  el  aplazamiento  del  5  de  se- 
tiembre para  su  celebración.  La  discusión  rodó  sobre  la  nece- 
sidad de  la  instalación  de  una  junta  provincial,  para  mejor 
convenir  en  las  medidas  que  se  creia  necesario  adoptar,  i  se 
procedió  a  la  elección  de  las  personas  que  debian  componer 
el  gobierno,  resultando  de  ella  nombrados  presidente  el  mis- 
mo Benavente  i  el  doctor   Rozas  uno  de  sus  vocales. 

Una  vez  instalada  la  junta  provincial,  notificó  al  con- 
greso las  causas  que  habian  hecho  necesaria  su  creación 
i  los  propósitos  que  tenia  en  vista.  Rozas  por  su  parte, 
comunicó  a  sus  partidarios  el  golpe  que  acababa  de  dar  al 
congreso  i  a  sus  enemigos;  pero  en  Santiago  se  habia  efec- 
tuado también  un  movimiento  contra  aquella  corporación, 
que  dio  por  resultado  un  cambio  gubernativo.  Los  radica- 
les se  habian  atraido  a  su  filas  al  joven  don  José  Miguel  Ca- 
rrera, llegado  de  España  en  el  navio  Standart,  i  con  su  coo- 
peración operaron  en  la  capital,  el  dia  4  de  setiembre,  un 
movimiento  revolucionario.  El  directorio  ejecutivo  fué  di- 
suelto, arrancados  del  congreso  seis  de  sus  miembros  mas 
influentes  i  colocado  en  él  el  presbítero  Larrain,  uno  de  los 
mas  exaltados  radicales.  El  gobierno,  cambiando  de  personal, 
cambió  también  de  principios:  desde  la  apertura  del  con- 
greso, el  partido  caido  a  que  pertenecía  Rozas,  se  encontró 


32  Estudios  Biográficos 


ya  en  el  gobierno;  pero  fraccionado  en  dos  juntas,  la  de  San- 
tiago i  de  Concepción. 

Sin  embargo,  este  estado  de  cosas  no  podia  durar  largo 
tiempo.  Carrera,  el  verdadero  autor  del  cambio  gubernativo 
de  la  capital,  habia  podido  descubrir  su  importancia.  El  po- 
co aprecio  que  los  radicales  hicieron  de  sus  servicios  después 
de  la  victoria,  vino  a  enfriar  su  ánimo  por  de  pronto,  i  a 
encenderlo  mas  tarde  contra  ellos.  Creyóse  burlado  por  los 
mismos  a  quienes  elevara,  i  quiso  rebajarlos  i  elevarse  él;  esta 
fué  la  causa  de  la  revolución  de  15  de  noviembre,  en  que. 
apoyado  también  en  la  fuerza  armada,  disolvió  la  junta  de 
gobierno,  i  creó  otra  nueva  compuesta  del  doctor  Rozas,  don 
Gaspar  Marin  i  el  mismo  Carrera:  durante  la  ausencia  del 
primero,  debia  desempeñar  el  cargo  don  Bernardo  O'Hig- 
gins. 

Dos  hombres  igualmente  ambiciosos  hablan  tomado  la 
dirección  de  la  revolución  i  estaban  a  punto  de  romper  en- 
tre sí. 

En  tales  circunstancias  vio  Rozas  amenazada  la  existencia 
de  su  partido,  i  se  atrevió  a  ofrecer  al  congreso  el  auxilio  de 
la  fuerza  armada  de  Concepción  para  desbaratar  al  nuevo 
gobierno.  La  nota  en  que  tales  ofertas  le  hacia  llegó  a  San- 
tiago, bajo  el  epígrafe  de  reservada,  el  3  de  diciembre,  pero 
el  dia  anterior  Carrera,  con  el  apoyo  de  las  milicias  de  la  ca- 
pital, habia  cerrado  aquella  corporación  i  asumido  en  la  juíJ-*-» 
ta  gubernativa  el  mando  supremo. 

La  actitud  amenazadora  de  Rozas  vino  a  turbar  la  tran- 
quilidad que  Carrera  pensaba  disfrutar  una  vez  desembara- 
zado del  congreso.  En  tales  circunstancias  creyó  que  con  el 
envío  de  un  plenipotenciario  cerca  de  la  junta  provincial 
podría  avenirse  i  cortar  un  choque  que  debia  ser  a  mano 
armada.  O'Higgins,  su  colega  en  el  gobierno,  pedia  con  em- 
peño su  retiro  i  en  él  recayó  la  elección  para  tan  delicado  en- 
cargo, atendiendo  al  influjo  que  ejercía  en  el  ánimo  del  Dr. 
Rozas. 

La  penetración  de  éste  Je  hizo  creer  que  la  cuestión  iba  a 
ser  armada;  i  en  tal  persuasión  recurrió  a  aprestos  militares: 


Juan  Martínez  de  Rozas  33 

las  antiguas  rivalidades  de  la  provincia  de  Concepción  con  la 
de  Santiago  engrosaban  sus  filas,  poderosas  de  antemano  con 
las  tropas  veteranas  i  con  las  milicias  regladas  del  Cautin. 
Sabedor  del  arribo  de  O'Higgins,  nombró  también  su  pleni- 
potenciario para  que  se  entendiera  con  él:  entre  ambos  for- 
man en  Concepción  los  tratados  de  12  de  enero  de  1812  que 
ratifica  al  siguiente  dia  la  junta  provincial.  Por  ellos  queda- 
ba ésta  vijente,  se  determinaba  el  pronto  restablecimiento 
del  congreso,  i  se  fijaban  las  bases  liberales  de  una  constitu- 
ción que  asegurase  a  Chile  cierta  independencia  de  la  corona 
i  formas  gubernativas  que  propendiesen  a  su  adelanto  i  civi- 
lización. 

Poco  debió  agradar  tal  tratado  a  Carrera:  en  vista  de  su 
contenido  se  negó  a  firmarlo,  i  comenzó  con  mayor  empeño 
el  acuartelamiento  de  tropas  en  Talca,  a  que  habia  dado  prin- 
cipio a  los  primeros  amagos  del  peligro.  Ellos  acordonaban 
la  ribera  norte  del  rio  Maule,  línea  divisoria  de  ambos  ejér- 
citos, al  mando  de  su  padre  el  brigadier  don  Ignacio  de  la 
Carrera,  hasta  mediados  de  abril,  época  en  que  él  mismo 
dejó  la  capital  para  hacerse  cargo  de  las  operaciones  mili- 
tares. 

A  su  arribo  a  Talca  vino  a  palpar  de  cerca  la  importancia 
del  peligro  que  le  amenazaba.  Rozas,  nombrado  brigadier, 
habia  tomado  el  mando  del  ejército  de  Concepción  compues- 
to de  las  tropas  i  milicias^fronterizas.  Las  relaciones  entre  las 
provincias  centrales  i  las  del  sur,  se  hallaban  perfectamente 
interrumpidas:  rivalidades  de  los  pueblos,  convertidas  en  odio 
profundos,  se  irritaban  mas  i  mas  con  la  división  i  los  apres- 
tos militares.  Lá  cuestión  no  podia  dar  otro  resultado,  se- 
gún el  sentir  jeneral,  que  la  derrota  i  ruina  de  Rozas  o  de  Ca- 
rrera. 

Pero  uno  i  otro  se  temían  en  aquellas  circunstancias,  i 
recurrieron  a  comunicaciones  para  obtener  un  avenimiento 
pacífico.  Rozas,  mas  audaz  en  esta  ocasión  que  Carrera,  cru- 
zó repetidas  veces  el  Maule,  se  internó  en  el  campo  de  su 
enemigo,  mientras  éste,  temeroso  de  caer  en  un  lazo,  se^  ne- 
gaba a  celebrar  una  entrevista  con  la  junta   de  Concepción 

TOMO  xn. — 3 


34  Estudios  Bioar.ÁFicos 


en  la  villa  de  Linares.  Defendiendo  ambos  sus  opiniones  con 
igual  tenacidad,  no  era  fácil  que  arribaran  a  un  resultado 
definitivo;  los  dos  argumentaban  con  la  misma  enerjía,  i  los 
dos  en  nombre  del  patriotismo  mas  puro  isincero/segun  se  es- 
presaban en  sus  notas.  Sin  embargo,  éste  fué  el  que  los  obli- 
gó a  unirse:  «Los  enemigos  de  nuestro  sistema  gubernativo, 
decia  en  una  de  ellas  Carrera  a  Rozas,  acechan  nuestra 
división»;  i  el  temor  de  que  éstos  se  sobrepusieran  les  obligó 
por  fin  a  cruzar  nuevamente  el  Maule,  a  tener  con  aquel  una 
larga  conferencia  en  Fuerte-Destruido,  cerca  del  paso  del 
Duhao.  De  ella  resultó  una  transacción  por  la  cual  se 
reconocían  en  parte  los  tratados  de  12  de  enero,  se  devol- 
vían las  tropas  a  sus  cuarteles,  i  se  dejaba  para  después  lo 
que  aun  quedaba  por  arreglarse.  Tal  resultado  no  agradaba 
a  ambos;  las  intrigas  comenzaron  de  nuevo. 

Rozas  fué  la  victima  de  aquellas  intrigas.  Una  revolución, 
puramente  militar,  efectuada  en  Concepción  en  la  no^e  del 
8  de  julio,  a  instigaciones  de  un  emisario  de  Carrera;  vdisol- 
vió  la  junta  gubernativa;  sus  miembros,  con  escepcion  del 
presidente,  fueron  desterrados  a  diversos  pueblos  del  pais. 
Solo  a  Rozas  se  retuvo  en  Concepción.  Desde  allí  él  comunicó 
a  su  enemigo  los  fundados  temores  que  abrigaba  de  que  los 
partidarios  del  viejo  réjimen,  o  godos,  como  entonces  se  les 
llamaba,  se  aprovecharan  de  sus-  desavenencias  domésticas 
para  obrar  contra  la  revolución  que  ya  se  encontraba  tan 
avanzada. 

Pero  nada  de  esto  le  sirvió;  remitiósele  a  Santiago  con  la 
sola  custodia  de  un  oficial  veterano;  mas  al  entrar  a  la  ciu- 
dad, fué  detenido  por  una  orden  de  Carrera  que  le  mandaba 
pasar  a  la  hacienda  de  San  Vicente,  propiedad  de  uno  de 
sus  deudos,  temeroso  de  que  ocurriese  alguna  excitación  al 
presentarse  Rozas  en  la  capital.  Visitado  allí  por  sus  antiguos 
partidarios,  los  recelos  de  una  conspiración  volvieron  a  en- 
cenderse en  el  pecho  de  Carrera;  por  este  motivo  le  dio  su  pa- 
saporte para  Mendoza  con  fecha  de  10  de  octubre  de  1812, 
intimándole  usase  de  él  prontamente. 

Con  esta  última  desgracia,  Rozas  vio  que  no  le  era  posible 


Juan  Martínez  de  Rozas  35 


sobreponerse  a  la  ruina.  Gastado  su  influjo  en  Chile,  él  miró 
con  indiferencia  i  hasta  con  desprecio  los  honores  que  se  le 
tributaban  en  Mendoza.  Allí  se  le  nombró  en  i6  de  enero 
de  1813,  presidente  de  la  sociedad  patriótica  i  literaria  que 
se  acababa  de  formar;  pero  Rozas  estaba  resuelto  a  pasar 
fuera  de  la  vida  pública  sus  últimos  dias. 

Tocaron  éstos  a  su  término  en  el  mes  de  febrero,  después 
dejuna  lijera  indisposición  que  le  dio  tiempo'para  preparar- 
se espiritualmente  i  para  dictar  el  mas  modesto  de  los  epita- 
fios: Hic  jacet  Johannes  de  Rozas,  pulvis  et  cinis,  era  su  úni- 
co contenido.  Sus  restos  mortales  fueron  sepultados  en  las 
gradas  de  la  iglesia  Matriz  de  Mendoza  1. 


I.  Fueron  repatriados  a  Santiago  de  Chile  en  1892.  El  señor  Barros 
Arana  pronunció  el  4  de  setiembre  de  ese  año,  en  el  Cementerio  Jeneral, 
el  discusso  que  figura  en  el  vol.  XI  de  estas   Obras  Completas,  páj,  7^-77  • 

Nota  DEL  Compilador 


DON  BERNARDO  O'HIGGINS 
1778-1842 


§3. 

DISCURSO  EN  L^  INHUMACIÓN  PE  LOS  RESTOS 
DEL  CAPITÁN  JENERAL  DON  BERNARDO  O'HIG- 
GINS.  1 

Señores: 

No  es  el  dolor  lo  que  nos  reúne  hoi  en  este  lugar  de  tris- 
teza i  de  luto.  La  urna  que  en  estos  momentos  rodea  un  pue- 
blo inmenso,  no  despierta  en  nuestras  almas  los  amargos 
sentimientos  que  siempre  inspira  la  pérdida  de  un  ser  querido 
cuyo  cadáver  venimos  a  depositar  en  la  mansión  de  los  muer- 
tos. En  presencia  de  este  puñado  de  polvo,  que  sirvió  de  ro- 
paje mortal  al  espíritu  del  Capitán  Jeneral  ,don  Bernardo 
O'Higgins,  solo  se  hacej^sentir  el  eco  de  la  gratitud  nacional, 
que  viene  a  rendirle  el  tributo  de  su  admiración  i  de  su  res- 
peto. Estas  cenizas  venerables,  proscritas  por  largo  tiempo 
del  suelo  chileno,  vuelven  hoi  triunfantes  para  recibir  las 
bendiciones  de  la  justiciera  posteridad. 

I  Pronunciado  por  el  señor  Barros  Arana  el  13  de  enero  de  1869  i 
publicado  en  la  Corona  del  Héroe,  (Santiago,  1872)  pájs.  183-187.  El  señor 
Barros  Arana  desempeñaba  a  la  sazón  el  cargo  de  decano  de  la  Facultad 
de  Humanidades  de  la  Universidad  de  Chile. 

Nota  del  Compilador 


40  Estudios  Biográficos 


La  voz  del  patriotismo  se  ha  alzado  en  todas  partes  para  re- 
petir el  elojio  del  primer  campeón  de  la  lucha  de  nuestra  inde- 
pencia.  Pero  O'Higgins  no  fué  solo  el  mas  valiente  i  el  mas 
entendido  de  nuestros  guerreros;  el  glorioso  derrotado  de  Ran- 
cagua  i  de  Talcahuano,  i  el  vencedor  heroico  del  Roble  i  de 
Chacabuco;  el  Jefe  Supremo  del  Estado,  que  con  una  cons- 
tancia nunca  desmentida  i  con  una  intelijencia  superior,  or- 
ganizó ejércitos  i  equipó  escuadras  para  ir  a  arrojar  de  toda 
la  América  a  sus  antiguos  opresores.  ¡Nó!  aliado  de  esos  títu- 
los, a  la  admiración  i  al  reconocimiento  de  sus  conciudadanos, 
O'Higgins  puede  exhibir  otros,  menos  brillantes  sin  duda, 
pero  que  revelan  que  junto  con  el  alma  bien  templada  del 
soldado  i  del  patriota,  poseia  la  cabeza  del  estadista  i  la  mi- 
rada escrutadora  del  hombre  que,  en  la  dirección  de  los  ne- 
gocios públicos,  se  adelanta  siempre  a  las  preocupaciones 
de  sus  contemporáneos. 

Después  de  los  elocuentes  elojios  de  aquel  ilustre  ciudada- 
no que  acabáis  de  oir  2,  permitidme  que  os  recuerde  solo  tres 
actos  de  su  vida,  que  conducen  a  probar  este  concepto. 

En  setiembre  de  1817,  O'Higgins  se  hallaba  en  Concep- 
ción dirijiendo  las  operaciones  de  la  guerra.  «Queriendo — 
son  sus  propias  palabras — desterrar  para  siempre  las  reli- 
quias del  sistema  feudal  que  ha  rejido  en  Chile,  i  que,  por 
efecto  de  una  rutina  ciega,  se  conserva  aun  en  parte  contra 
los  principios  de  este  Gobierno,  decreto  la  abolición  de  todo 
título  de  nobleza  o  de  dignidad  hereditarias  como  opuestas 
al  espíritu  democrático  de  un  pueblo  republicano».  La  junta 
gubernativa  que  mandaba  en  Santiago,  aunque  formada  de 
patriotas  ardorosos,  se  resistía  a  publicar  ese  decreto.  Te- 
míase que   aquella  declaración  apartarse  de  las  filas  de  los 

2.  En  la  ceremonia  de  la  inhumación  de  los  restos  del  Capitán  Jeneral 
habian  hablado  don  Francisco  Echáurren  Huidobro,  Ministro  de  Guerra 
i  Marina,  don  Alvaro  Covarrúbias,  presidente  de  la  Cámara  de  Senadores, 
don  Francisco  Vargas  Fontecilla,  presidente  de  la  Cámara  de  Diputados, 
i  don  Manuel  Blanco  Encalada,  vice-almirante  de  la  Escuadra  Nacional. 

Nota  del  Compilador. 


Bernardo   O'higgins  41 


revolucionarios  a  todos,  o  a  casi  todos  los  señores  de  la  anti- 
gua colonia;  i  sobre  todo  que  predispusiese  contra  la  causa 
de  la  independencia  a  la  poderosa  e  influyente  aristocracia 
del  Perú,  sobre  cuyo  pais  se  preparaba  entonces  una  espe- 
dicion  para  destruir  el  último  baluarte  de  la  dominación  es- 
pañola en  América.  O'Higgins  desoyó  esas  consideraciones; 
i  sin  consultar  otro  consejero  que  su  corazón,  i  buscando 
ante  todo  la  igualdad  de  las  condiciones  sociales  como  es- 
presion  del  respeto  que  nos  debemos  todos  los  hombres,  abo- 
lió para  siempre  en  Chile  los  títulos  de  nobleza,  i  el  uso  de 
cualquiera  distinción  hereditaria.  Así  fué  como  adquirimos 
de  hecho  una  de  las  hermosas  garantías  de  nuestro  derecho 
público: — En  Chile  no  hai  clases  privilejiadas. 

He  aquí  otro  hecho. 

Durante  la  revolución  de  la  independencia  americana, 
hubo  momentos  en  que  algunos  de  sus  mas  ilustres  promo- 
tores perdieron  la  conñanza  en  su  obra,  i  volvieron  la  vista 
hacia  Europa  para  pedir  uno  o  varios  príncipes  que  vinie- 
ran a  reinar  en  los  nuevos  Estados.  Hombres  distinguidos 
por  su  grande  intelij  encía,  patriotas  eminentes,  creían  con 
toda  sinceridad  que  los  americanos  no  podrían  pasar  del  des- 
potismo de  la  colonia  a  la  vida  de  la  libertad  i  de  la  Repú- 
blica. En  Buenos  Aires,  en  donde  las  ideas  de  democracia  es- 
taban profundamente  arraigadas,  se  pensó  en  elevar  un 
trono  para  un  hermano  de  Fernando  VIL  El  mismo  San 
Martín,  republicano  austero  por  principio,  creía  que  la  in- 
dependencia de  América,  no  sería  un  hecho  indestructible, 
ni  alcanzaría  el  reconocimiento  de  las  potencias  estranjeras, 
mientras  las  nuevas  naciones  no  se  constituyeran  en  monar- 
quías, buscando,  así  decia,  las  únicas  instituciones  que  están 
en  armonía  con  los  antecedentes  i  con  la  educación  de  estos 
pueblos. 

En  Chile  esas  ideas  no  obtuvieron  nunca  aceptación,  pero 
fué  O'Higgins  el  que,  haciéndose  superior  a  los  temores  i  a 
las  desconfianzas  de  alguno  de  los  patriotas  americanos,  sal- 
vó a  nuestra  revolución  de  haberse  empañado  con  un  solo  día 


42  Estudios  Biográficos 


de  vacilaciones  sobre  la  futura  forma  de  Gobierno.  «Si  Chile, 
decia  en  un  documento  notable,  ha  de  ser  República  como  lo 
exijen  nuestros  juramentos;  si  nuestros  sacrificios  no  han  te- 
nido un  objeto  insignificante;  si  los  promovedores  de  la  re- 
volución se  propusieron  hacer  libre  i  feliz  a  su  suelo,  i  esto 
solo  se  logra  bajo  un  gobierno  republicano  i  no  por  la  varia- 
ción de  dinastías  distintas,  preciso  es  que  huyamos  de  aque- 
llos frios  calculadores  que  apetecen  el  monarquismo».  I  el 
ardoroso  corazón  de  O'Higgins  rechazó  con  firmezajincontras- 
table  todo  pensamiento  que  tendiese  a  monarquizar  las  anti- 
guas colonias  de  la  España.  «Mientras  yo  tenga  influencia  en 
los  destinos  de  mi  patria,  repetía  constantemente,  arrostraré 
cualquier  sacrificio  antes  que  tolerar  que  se  busquen  reyes 
para  gobernarla». 

Paso  ahora  a  recordaros  el  tercer  acto  de  la  vida  de  Capi- 
tán Jeneral  a  que  he  hecho  alusión  al  comenzar  este  discurso. 

A  principios  de  1818,  todo  estaba  preparado  para  hacer  la 
solemne  declaración  de  la  independencia  de  Chile.  Los  mas 
ilustres  letrados  del  pais  se  hablan  reunido  con  el  objeto  de 
redactar  el  acta  que  debia  firmar  el  Director  Supremo.  Ya 
podéis  imajinaros  el  cuidado  con  que  se  elejian  i  se  coordi- 
naban cada  uno  de  los  pensamientos  i  cada  una  de  las  pala- 
bras de  aquel  documento  importante,  con  que  Chile  se  anun- 
ciaba como  nación  independiente  a  todos  los  pueblos  del 
orbe.  Los  consejeros  de  O'Higgins,  siguiendo  el  ejemplo  tra- 
zado por  otros  pueblos  americanos,  declaraban  en  él  que 
Chile  estaba  resuelto  a  vivir  i  morir  libre,  defendiendo  la  fe 
católica  con  la  esclusion  de  otro  culto. 

¿Sabéis  lo  que  contestó  el  Director  Supremo  cuando  se  le 
presentó  el  manuscrito  para  que  pusiese  su  venerable  firma? 
Vais  a  oirlo:  son  las  palabras  salidas  de  su  alma,  sin  añadir- 
les i  sin  quitarles  nada.  «La  protesta  de  fe  que  observo  en  el 
borrador  cuando  habla  de  nuestro  deseo  de  vivir  i  morir 
libres  defendiendo  la  fe  santa  en  que  nacimos,  me  parece 
suprimible  por  cuanto  no  hai  de  ella  una  necesidad  absoluta 
i  que  acaso  pueda  chocar  algún  dia  con  nuestros  principios 


Bernardo  O'higgixs  43 


de  política.  Los  países  cultos  han  proclamado  abiertamente 
la  libertad  de  creencias:  sin  salir  de  la  América  del  Sur,  el 
Brasil  acaba  de  darnos  ese  notable  ejemplo  de  liberalismo;  e 
importaría  tanto  proclamar  en  Chile  una  relijion  escluyente, 
como  prohibir  la  emigración  hacia  nosotros  de  multitud  de 
talentos  i  brazos  útiles  en  que  abunda  el  otro  continente. 
Yo,  a  lo  menos,  no  descubro  el  motivo  que  nos  obligue  a 
protestar  la  defensa  de  la  fe  en  la  declaración  de  nuestra  in- 
dependencia». 

I  O'Higgins  modificó  el  acta,  i  suprimió  esa  restrictiva 
protestación  de  fe,  dando  así  una  prueba  solemne  de  su  res- 
peto por  todas  las  creencias. 

En  esa  misma  época  O'Higgins  encargaba  al  ájente  de 
Chile  en  Londres  que  contratase  en  el  estranjero  inmigran- 
tes europeos  que  viniesen  a  poblar  nuestras  desiertas  campi- 
ñas. «En  esa  inmigración,  decia,  serán  comprendidos  los  in- 
gleses i  cualquier  otra  nación,  sin  serle  obstáculo  su  opinión 
relijiosa». 

El  medio  siglo  de  vida  independiente  i  republicana  que  lle- 
vamos recorrido  nos  aleja  tanto  de  las  ideas  del  pasado,  que 
la  intelijencia  no  puede  comprender  el  estado  del  pais  en  la 
época  en  que  O'Higgins  pronunciaba  estas  palabras.  Toda  la 
voluntad  del  Supremo  Director  fué  impotente  para  consig- 
nar aquel  principio  en  las  dos  Constituciones  que  se  dictaron 
bajo  su  Gobierno.  Para  que  os  forméis  una  idea  aproximada 
de  lo  que  pensaban  sus  contemporáneos  en  estas  materias, 
recordad  que  se  han  necesitado  mas  de  cuarenta  años  para 
que  la  lei  venga  a  sancionar  los  fervientes  votos  que  en  1818 
hacia  el  padre  de  la  patria. 

Me  parece  que  bastan  estos  hechos  para  daros  a  conocer 
una  de  las  fases  mas  prominentes  del  carácter  de  este  gran 
ciudadano. 

O'Higgins,  republicano  por  convicción,  adelantándose  a  las 
ideas  de  muchos  de  los  mas  distinguidos  entre  sus  contempo- 
ráneos, pensaba  que  la  lei  debia  proclamar  la  igualdad  de 
todos  los  hombres,  i  dispensarles   una  protección  idéntica. 


44  Estudios  Biográficos 


cualquiera  que  fuese  su  nacimiento,  cualesquiera  que  fuesen 
sus  creencias. 

Después  de  referiros  estos  hechos,  es  inútil  que  os  recuer- 
de que  O'Higgins,  luchando  con  arraigadas  preocupaciones, 
estableció  los  cementerios  para  desterrar  la  funesta  costum- 
bre de  sepultar  los  cadáveres  en  las  iglesias,  que  creó  paseos 
públicos  para  dar  salubridad  i  ornato  a  nuestras  poblacio- 
nes, que  fundó  en  ellas  los  primeros  mercados,  que  mandó 
abrir  la  Biblioteca  i  el  Instituto  Nacional,  cerrados  durante 
la  reconquista  española,  que  dispensó  a  la  agricultura  una 
protección  tan  jenerosa  como  benéfica  i  que  llevó  la  acción 
del  Gobierno  a  todas  partes  a  donde  se  lo  permitian  los  esca- 
sos recursos  del  pais. 

He  aquí  en  rápida  reseña  algunos  de  los  hechos  que  la  pos- 
teridad recuerda  cuando  el  pueblo  se  agrupa  en  este  sitio 
para  bendecir  las  cenizas  del  gran  ciudadano,  ya  que  no  le 
es  dado  poner  sobre  sus  sienes  la  corona  inmarcesible  a  que  lo 
hicieron  acreedor  su  heroismo,  su  intelijencia  i  sus  virtudes. 
Pero  O'Higgins  no  ha  muerto:  vive  inmortal  en  las  pajinas 
justicieras  de  la  historia,  en  el  recuerdo  de  sus  compatriotas 
i  en  Chile  entero,  que  tanto  amó,  por  el  cual  hizo  tantos  i  tan 
grandes  sacrificios,  i  cuya  independencia  proclamó  con  su 
palabra  i  afianzó  con  su  espada. 


EL  JENERAL  FREIRÉ 
(1787-t85!) 


§   4 


EL  JENERAL    FREIRÉ  i 
I 

DESDE  EL  NACIMIENTO  DE  FREIRÉ  HASTA  QUE  SE  ALISTÓ  COMO 
CADETE  EN  LOS  DRAGONES  DE  LA   FRONTERA 


En  las  grandes  crisis  de  los  pueblos  es  cuando,  con  mas 
frecuencia,  se  ven  aparecer  grandes  hombres  que  en  las  cir- 
cunstancias normales  quizá  habrían  pasado  desapercibidos. 

La  emancipación  de  la  América  española  ha  sido  una  de 
estas  grandes  crisis,  i  en  ella  hai  que  admirar  no  solo  el  arro- 
jo del  soldado  sino  que  también  las  heroicas  virtudes  de  sus 
jefes.  Los  vastos  talentos  militares  de  Bolívar,  el  desprendi- 
miento de  San  Martin,  la  intrepidez  de  O'Higgins  i  la  jene- 


I  Se  publicó  en  La  Civilización^  periódico  de  Santiago,  en  los  números 
correspondientes  de  12  de  diciembre  de  1851  a  18  de  enero  de  1852, 
i  en  un  folleto  en  8.0  de  j 22  pájs.  (Santiago,  1852)  por  la  Imprenta  de  Julio 
Belin  i  Cia, 

Nota  del  Compilador. 


48  Estudios  Biográficos 


Tosidad  de  Sucre,  no  son  las  solas  cualidades  ni  los  solos 
hombres  que  ella  presenta;  muchos  otros  héroes  han  desco- 
llado para  que  puedan  relegarse  al  olvido. 

Entre  estos  es  justo  colocar  al  jeneral  Freiré. 

El  señor  don  Ramón  Freiré  i  Serrano  nació  en  el  partido 
de  Santiago  por  los  años  de  1788  2.  Niño  aun  tuvo  que  seguir 
a  Concepción  a  su  tio  materno,  el  coronel  de  milicias  don  Ma- 
nuel Serrano,  quien  queria  aliviar  a  sus  padres  de  los  gastos 
necesarios  a  su  enseñanza.  Allí  recibió  el  niño  Freiré  los  pri- 
meros rudimentos  de  una  educación "  que  se  queria  hacer 
mercantil,  para  pasar  en  breve  a  ocuparse  como  dependien- 
te de  una  rica  casa  de  comercio. 

Era  esta  la  casa  délos  Mendiburus,  acaudalados  negocian- 
tes de  Chile  que  hablan  estendido  sus  relaciones  comerciales 
al  virreinato  dellPerú,  en  cuyos  puertos  mantenían  relaciones 
por  medio  de  varios  navios  de  su  propiedad.  De  este  núme- 
ro era  la  fragata  Begoña,  en  que  se  dio  al-  joven  Freiré  el 
destino  de  sobrecargo;  en  su  desempeño,  hizo  repetidos  via- 
jes al  Callao  i  Lima.  Cuando,  a  consecuencia  de  la  guerra 
entre  España  e  Inglaterra,  abrigaban  los  navieros  de  nues- 
tras costas  serios  temores  de  los  corsarios  ingleses,  Freiré  no 
titubeó  por  un  momento  en  seguir  en  su  carrera  haciendo 
alarde  de  un  desprecio  por  el  peligro  que  sus  compañeros 
calificaban  de  fanfarronada,  sin  comprender  que  [ese  mismo 
joven  debia  dar  en  breve  a  su  patria  tantos  i  tan  hermosos 
dias  de  gloria. 

En  sus  respectivas  residencias  en  el  Perú,  Freiré  tuvo  con- 
tinuos choques  motivados  por  el  desprecio  con  que  allí  se 
aparentaba  mirar  a  Chile  i  a  todo  lo  que  le  pertenecía.  En 
ellos  desplegó  una  valentía  i  despejo  poco  comunes  en  un 
joven  que  solo  era  sobrecargo  de  una  fragata,  pero  muí  fre- 
cuentes en  la  j  eneros idad  de  las  almas  de  su  temple. 

Con  los  primeros  síntomas  revolucionarios  de  la  América 
española,  en  1810,  las  transacciones  mercantiles  sufrieron  un 


2.  29  de  noviembre  de  1787. 

Nota  del  Compilador. 


El  jeneral  Freiré  49 


importante  menoscabo,  i  con  la  promulgación  de  la  libertad 
de  comercio  en  las  costas  de  Chile,  en  el  siguiente  año,  las 
negociaciones  con  el  vireinato  del  Perú  quedaron  suspendi- 
das. Por  estas  causas,  Freiré  se  vio  despojado  del  cargo  que 
desempeñaba  en  la  Begoña,  i  obligado  a  buscar  su  vida  si- 
guiendo un  rumbo  diverso  del  que  habia  llevado  hasta  en- 
tonces. 

La  revolución  habia,  pues,  cerrado  a  Freiré  el  camino  de 
la  carrera  mercantil  porque  habia  entrado;  ella  debia  bien 
pronto  darle  en  recompensa  una  brillante  posición  i  abrirle 
el  paso  a  los  primeros  puestos  de  la  patria   que  lo  vio  nacer. 

La  creación  de  una  república  libre  e  independiente  de  la 
capitanía  jeneral  de  Chile,  no  era  en  1811  un  problema  de  di- 
fícil solución  entre  los  hombres  de  pensamiento  político;  esto 
nos  esplica  la  causa  de  esa  marcha  activa  que  habían  toma- 
do ya  los  negocios  póblicos.  Por  todas  partes  bullían  ideas 
que  si  bien  no  eran  las  de  la  emancipación,  reclamaban,  al 
menos,  mejoras  adaptables  i  necesarias.  Formábase  el  espíri- 
tu militar;  organizánbanse  cuerpos  de  tropa  con  qué  sostener 
los  principios  que  debían  proclamarse  en  breve  i  se  remitían 
poderosos  ausilíos  a  Buenos  Aires. 

Entonces  fué  cuando  el  joven  don  Ramón  Freiré  buscó  un 
puesto  entre  los  dragones  de  la  frontera  en  Concepción,  i 
obtuvo  el  de  cadete  solamente. — Ocho  años  mas  tarde,  el 
mismo  don  Ramón  Freiré  desempeñaba  el  importante  des- 
tino de  comandante  jeneral  de  frontera. 

Con  la  sola  graduación  de  cadete.  Freiré  acompañó  a  su 
tío  el  coronel  Serrano,  cuando  éste  pasó  por  orden  del  doctor 
Rozas  a  defender  el  paso  del  Maule  al  Brigadier  don  Ignacio 
de  la  Carrera,  mandado  por  la  junta  jeneral  de  Santiago 
contra  la  provincial  de  Concepción. — La  pacífica  conclusión 
de  este  asunto  antes  de  romper  la  guerra  civil,  impidió  a 
Freiré  el  uso  de  las  armas;  ya  veremos  lo  que  en  él  hizo  des- 
de 1813. 


TOMO   XIL — 4 


II 


SERVICIOS  PRESTADOS  POR  FREIRÉ  EN  EL  AÑO  DE  1813 

Nuestra  revolución  habia  sido  puramente  política  hasta 
principios  de  1813.  La  discusión  i  las  mejoras  adoptadas  por 
el  Gobierno  que  sucedió  al  colonial  habían  influido  tan  con- 
siderablemente en  las  masas,  que  a  la  noticia  del  desembar- 
que del  jeneral  Pareja  se  pudo  reunir  sin  grandes  dificulta- 
des el  ejército  que  se  acababa  de  crear  para  hacer  frente  i 
arrollar  las  huestes  realistas.  Lo  mas  lucido  de  nuestra  ju- 
ventud se  habia  alistado  en  él,  i  todos,  a  porfía,  se  disputa- 
ban el  desempeño  de  comisiones  arriesgadas  que  pudieran 
darles  gloria. 

De  este  número  era  el  alférez  de  dragones  don  Ramón 
Freiré,  arrogante  joven  de  24  años  en  1813,  afiliado  en  181 1 
en  clase  de  cadete  de  caballería. 

El  desembarque  del  jeneral  Pareja  efectuado  en  San  Vi- 
cente, en  la  tarde  del  26  de  marzo  de  1813  con  una  división 
de  poco  mas  de  dos  mil  hombres  de  buena  tropa,  vino  a  sem- 
brar la  consternación  i  el  asombro  entre  los  partidarios  de  la 
causa  patriota  que  habia  en  Concepción.  El  comandante  go- 
bernador^de  armas,  don  Pedro  J.  Benavente,  ignoraba  qué 
providencias  tomar  para  presentarle  alguna  resistencia,  i  en 


52  Estudios  Biográficos 


sus  conflictos,  despachó  al  alférez  Freiré,  mientras  él  reunia 
lo  mas  selecto  del  vecindario  para  acordar  las  providencias 
que  las  circunstancias  parecian  exijir.  Todo  fué  inútil:  la 
junta  acordó  se  entregara  la  plaza  al  enemigo  sin  resistencia 
alguna,  i  traicionado  luego  Bena vente  por  las  tropas,  fuéle 
forzoso  abandonar  a  Concepción  con  los  fieles,  llevándose  los 
caudales  de  la  tesorería. — Freiré  fué  del  número  de  los  que 
lo  acompañaron. 

Sabedor,  entre  tanto,  el  jeneral  don  José  Miguel  Carrera 
^de  lo  ocurrido  en  Concepción,  reunió  prontamente  el  ejérci- 
to, organizado  poco  antes,  i  las  milicias,  marchó  al  Maule  i 
comenzó  por  la  sorpresa  de  Yerbas  Buenas  los  ataques  al 
ejército  realista.  Batido  éste  de  varios  modos,  i  reducido  a 
permanecer  en  el  estrecho  recinto  de  la  plaza  de  Chillan,  Ca- 
rrera creyó  de  gran  utilidad  la  toma  de  Concepción  i  Talca- 
huano,  lo  que  efectuó  en  los  dias  12  i  29  de  mayo;  pacífica- 
mente la  de  la  primera,  con  grande  resistencia  la  del  segim- 
do.  Freiré,  hecho  teniente  poco  antes,  i  jefe  de  una  guerrilla 
de  dragones,  fué  de  los  primeros  en  comenzar  el  ataque  de  la 
plaza,  ataque  en  que  se  condujo]con  bastante  valentía  para 
hacerse  acreedor  a  los  elojios  de  ihas  de  un  cronista. 

Esta  ventaja  fué  seguida  de  otra  no  menos  importante.  A 
los  pocos  dias  de  tomado  el  puerto,  el  7  de  junio,  se  avistó 
en  él  la  fragata  española  2  ornas,  i  como  Carrera  había  teni- 
do cuidado  de  conservar  en  las  fortalezas  el  estandarte  espa- 
ñol, entró  casi  sin  temer  el  peligro  que  corría.  Apresado  lue- 
go un  bote  suyo  con  los  marineros  i  el  oficial  que  lo  monta- 
ban, se  supo  que  conducía  ausílíos  para  el  ejército  realista. 
Armáronse  dos  lanchas  cañoneras,  i  en  la  misma  noche  sa- 
lieron al  apresamiento  de  la  fragata,  mandada  la  una  por  el 
teniente  de  artillería  don  Nicolás  García,  i  por  el  teniente 
don  Ramón  Freiré  la  otra. 

La  captura  de  esta  fragata,  en  que  tanta  parte  tuvo  Freí- 
re,  fué  de  suma  importancia;  tan  solo  en  dinero  se  tomaron 
cincuenta  mil  pesos,  fuera  del  tabaco  i  demás  mercaderías, 
que  se  emplearon  bien  pronto  en  los  gastos  de  la  guerra. 

Hasta  esta  época,  el  triunfo  de  las  armas  Cbtaba  por  núes- 


El  jeneral  Freiré  53 


tro  ejército.  El  jeneral  Pareja  habia  muerto  en  Chillan,  i  el 
coronel  Sánchez  que  le  sucedió  en  el  mando,  no  poáia  mo- 
verse de  la  plaza  por  carecer  de  las  fuerzas  necesarias  para 
ello.  Esta  convicción  hizo  que  Carrera  cometiese  un  error 
grosero  diseminando  sus  fuerzas,  i  dejando  solamente  una 
corta  división  al  mando  del  coronel  de  milicias  don  Luis  de 
la  Cruz,  la  que  fué  hecha  prisionera  al  cabo  de  mui  poco 
tiempo. 

Preciso  fué  entonces  sitiar  a  Chillan;  pero  a  pesar  de  los 
prodijios  de  valor  que  por  todas  partes  hicieron  los  solda- 
dos, oficiales  i  jefes  del  ejército  patriota,  fué  también  pre- 
ciso desistir  de  tan  difícil  empresa.  Los  realistas  conspi- 
raban contra  el  gobierno  en  Concepción,  i  por  todas  partes 
se  veia  una  mina  pronta  a  estallar.  Carrera  no  carecía  de 
penetración  i  entre  otras  grandes  cualidades  de  que  estaba 
dotado,  tenia  la  de  herir  precisamente  en  la  dificultad.  Re- 
clamó de  Santiago  nuevas  tropas,  i  las  suyas  las  diseminó 
en  pequeñas  partidas  en  varios  puntos.  Al  coronel  O'Higgins 
le  tocó  estacionarse  en  Rere  para  someter,  si  le  era  posible, 
la  plaza  de  Araucoi  que  se  habia  insurreccionado  poco  antes. 
A  sus  órdenes  tenii  al  teniente  Freiré. 

Su  división  no  bastaba  para  batir  a  un  enemigo  que  se 
engrosaba  de  dia  en  dia,  i  que  envalentonado  con  la  ventaja 
de  la  insurrección,  tomaba  ya  la  ofensiva.  En  Huilquilemu 
se  le  presentó  en  un  número  mui  superior,  causando  una 
sorpresa  que  hubiera  traido  los  mas  tristes  resultados  si  Freiré 
no  hubiera  caido  de  improviso  con  solo  seis  dragones  so- 
bre los  contrarios,  dando  muerte  a  un  oficial  i  dos  soldados, 
e  introduciendo  de  este  modo  el  desorden  en  las  filas  enemi- 
gas, para  dar  tiempo  a  que  O'Higgins  con  el  grueso  de  la  di- 
visión se  retirara  i  evitase  un  choque  que  no  podia  serle  ven- 
tajoso.— Reforzado  bien  pronto  O'Higgins  por  200  hombres, 
avanzó  de  nuevo  a  Huilquilemu,  mientras  el  enemigo  que  se 
hallaba  en  Gomero  atacaba  una  partida  de  50  que  allí  habia 
mandado  de  observación  el  jefe  patriota.  Atacados  estos 
se  fueron  retirando  poco  a  poco  hasta  que  el  grueso  de  la 
división  de  O'Higgins  pudo  acudir  en  su  socorro,  i  destrozar 


54  Estudios  Biográficos 


completamente  la  fuerza  enemiga  que  mandaba  el  famoso 
Quintanilla. 

Obtenida  esta  victoria,  O'Higgins  dio  de  nuevo  al  tenien- 
te Freiré  la  orden  de  estenderse  con  su  guerrilla  entre  Chi- 
llan i  Concepción  para  impedir  la  comunicación  a  los  realis- 
tas, favorecer,  cuando  le  fuera  posible,  los  convoyes  de  mu- 
niciones i  atacar,  siempre  que  pudiera  hacerlo  con  ventaja, 
las  partidas  enemigas. — No  fué  el  menor  de  los  servicios 
prestados  en  esta  ocasión  el  haber  interceptado  una  carta, 
en  la  noche  del  i6  de  setiembre  en  que  se  daba  cuenta  del 
movimiento  del  ejército  de  la  patria. 

O'Higgins,  entre  tanto,  se  habia  movido  con  dirección 
al  Itata,  acompañado  de  un  respetable  grueso  de  fuerzas  en 
que  habia  alguna  artillería,  i  en  la  tarde  del  mismo  i6  tomó 
posesión  de  una  loma  situada  sobre  el  vado  de  este  rio,  de- 
nominado del  Roble.  Allí  se  hallaba  Carrera  con  algunas 
otras  tropas;  pero  como  fuera  seguido  por  el  famoso  guerri- 
llero español  Eleorreaga,  i  como  éste  se  reuniera  con  Urrejola, 
proyectaron  ambos  sorprenderlo,  lo  que  efectuaron  en  la  si- 
guiente mañana  al  amanecer.  La  parte  del  cuerpo  de  la  Gran 
Guardia  que  allí  se  hallaba  fué  pasada  a  la  bayoneta:  Carre- 
ra se  creyó -perdido  i  en  un  instante  de  desaliento  se  echó  al 
rio  dudando  salvar  la  vida  de  otro  modo.  O'Higgins,  arro- 
gándose en  tales  circunstancias  el  mando,  organizó  una  re- 
sistencia vigorosa:  los  oficiales  de  artillería  García  i  Vidal 
hacían  un  fuego  de  cañón  bien  dirijido  sobre  el  enemigo:  don 
Nicolás  Maruri  los  ayudaba,  detras  de  unas  peñas,  con  una 
partida  de  cívicos  de  Concepción;  se  habia  conseguido  for- 
mar la  línea,  i  se  veía  en  la  altura  de  un  cerro  una  partida 
de  caballería  que  parecía  venir  en  su  ayuda.  Era  esta  la 
guerrilla  de  Freiré;  ignorando  lo  que  pasaba  en  el  Roble 
i  solo  por  haber  oido  los  tiros,  se  puso  en  marcha  precipi- 
tada para  alcanzar  a  batirse;  pero  como  encontrara  un  con- 
junto de  obstáculos  que  le  impedían  reunirse,  se  contentó 
con  escaramucear  para  hacer  creer  al  enemigo  que  mar- 
chaba a  atacarlo. 

Este  se  vio,  por  ñn,  perdido:  vigorosamente  acometido  por 


El  jeneral  Freiré  65 


O^Higgins,  que  dio  la  orden  de  cargar  a  la  bayoneta  i  abri- 
gando serios  temores  de  la  caballería  que  se  dejaba  ver,  se 
entregó  a  una  fuga  precipitada,  abandonando  en  el  campo 
mas  de  cien  fusiles  i  un  número  considerable  de  muni- 
ciones. 


III 


SERVICIOS  PRESTADOS  POR  FREIRÉ  EN  1814 

Freiré  habia  prestado  a  mediados  de  1813  un  número  con- 
siderable de  importantes  servicios.  En  pocos  meses  que  es- 
taba abierta  la  campaña,  el  joven  militar  habia  hecho  ver- 
daderos prodij  ios  de  valor,  dado  pruebas  de  una  sincera 
adhesión  por  la  causa  que  defendia,  i  granjeádose  el  apre- 
cio i  recomendación  de  sus  jefes. 

Con  este  mismo  celo  continuó  sirviendo  el  resto  de  aquel 
año,  mas  no  ya  con  el  grado  de  teniente,  sino  con  el  de  ca- 
pitán. Separado  del  mando  militar  el  jeneral  Carrera,  i  puesto 
en  él  don  Bernardo  O'Higgins,  Freiré  continuó  obedeciendo 
a  aquél  a  quien  la  Suprema  Junta  de  Gobierno  le  dio  a  re- 
conocer como  su  jefe. 

A  consecuencia  de  este  suceso,  la  guerra  tomó  un  rumbo 
mui  diferente.  Las  tropas  se  replegaron  a  Concepción  i  solo 
el  capitán  Freiré  quedó  con  cerca  de  cien  hombres  fuera  de 
la  plaza,  desempeñando,  como  jefe  de  guerrillas,  varias  co- 
misiones del  servicio.  En  diciembre  de  aquel  año  tuvo  que 
sufrir  un^ataque  en  Cuca  de  fuerzas  superiores,  a  las  que  de- 
rrotó tomando  algunos  prisioneros  i  desertores. 

Durante  este  tiempo  las  cosas  seguían  en  un  deplorable 


58  Estudios  Biográficos 


estado:  Carrera^  que  tenia  que  dejar  el  mando^  desatendió 
las  ocupaciones  del  ejército,  i  O'Higgins,  que  aun  no  se  ha- 
cia cargo  de  él,  no  podia  tomar  providencia  alguna.  La  cam- 
paña, durante  este  tiempo,  no  fué  sino  de  guerrillas,  i  quizá 
el  ejército  realista  habria  concluido  con  nuestras  columnas  a 
no  operarse  también  un  cambio  en  el  personal  de  su  jefe:  el 
jeneral  Gainza  acababa  de  desembarcar  en  Arauco  con  al- 
gunos ausilios,  mandado  por  el  virrei  Abascal,  i  venia  a  sus- 
tituir al  coronel  Sánchez,  que,  desde  la  muerte  de  Pareja, 
mandaba  las  fuerzas  realistas. 

O'Higgins  tomó,  por  fin,  el  mando  el  28  de  enero,  i  princi- 
pió la  campaña  dividiendo  las  fuerzas  en  dos  cuerpos.  Con 
uno  de  éstos  despachó  al  coronel  Mackenna  a  ocupar  la  po- 
sición del  Membrillar,  mientras  Gainza,  que  la  habia  comen- 
zado con  una  actividad  superior  a  todo  elojio,  hacia  que 
Eleorreaga  pasara  el  Maule  i  se  posesionase  de  Talca,  que 
acababa  de  dejar  la  Suprema  Junta  de  Gobierno,  lo  que  con- 
siguió no  sin  alguna  resistencia.  En  los  mismos  dias  se  habia 
sufrido  un  pequeño  descalabro  en  Gomero,  i  el  jeneral  Gain- 
za se  habia  acercado  a  Mackenna,  en  sus  posiciones  del  Mem- 
brillar, i  parecía  atacarlo  en  breve. 

En  tan  aciagas  circunstancias,  O'Higgins  reunió  todas  sus 
fuerzas  i  se  puso  en  marcha  para  caer  sobre  Gainza.  Nada 
habria  bastado  para  detener  esta  división  mandada  por  un 
jefe  de  su  valor  i  pericia,  i  en  que  se  hallaban  tantos  i  tan 
valientes  oficiales.  Así  fué  que  solo  el  19  de  marzo,  a  las  on- 
ce del  dia,  descubrió  una  columna  enemiga  de  mas  de  400 
hombres,  que  ocupaba  la  ventajosa  posición  de  las  alturas 
del  Quilo.  Esta  fuerza,  que  se  hallaba  bien  parapetada,  ha- 
bria infundido  respeto  a  otros  soldados  menos  valientes  que 
los  nuestros;  pero  O'Higgins,  sin  intimidarse  por  un  momen- 
to, despachó  gran  parte  de  su  caballería  únicamente,  i  ella 
sola  bastó  para  obligarlo  a  abandonar  sus  posiciones  i  reple- 
garse sobre  otra  partida,  un  poco  inferior  en  número,  que 
se  hallaba  a  distancia  de  una  legua  solamente,  no  sin  dejar 
algunos  muertos  i  prisioneros  en  el  campo. — El  capitán 
Freiré   fué   el  primero  que  con   su  guerrilla    de  dragones 


El  jeneual  Freiré  59 

desalojó  al  enemigo,  infundiendo  en  él  un  pavor  estraordi- 
nario. 

Con  esta  derrota  parecia  quedar  desconcertado  el  plan  de 
operaciones  del  jeneral  Gainza:  O'Higgins,  vencedor  en  el 
Quilo,  no  tardaria  en  caer  sobre  él,  en  cuyo  caso  su  derrota 
era  segura. — Esto  debió  creer  cuando  en  la  tarde  del  siguien- 
te dia,  20,  dio  una  carga  sobre  el  coronel  Mackenna,  en  que 
fué  completamente  rechazado  i  disperso. 

Ventajas  tan  importantes  no  surtieron  el  efecto  que  era 
de  esperar:  una  división  mandada  por  el  coronel  Blanco  Ci- 
cerón fué  destrozada  por  las  tropas  realistas  que  defendían 
a  Talca,  superiores  en  número  i  calidad,  i  se  recurrió  por 
O'Higgins  i  Gainza  a  formar  tratados,  que,  por  lo  menos,  de- 
bían servir  de  treguas. — Por  otra  parte,  Carrera,  dominado 
por  una  desmesurada  ambición  de  mando  que  fué  mas  tar- 
de la  causa  de  su  ruina,  se  posesionó  del  gobierno  en  Santia- 
go, por  medio  de  una  asonada,  i  aprestó  tropas  con  que 
oponerse  al  ejército,  en  caso  que  éste  desconociera  su  auto- 
ridad. Trabóse  con  este  motivo  la  guerra  civil:  O'Higgins 
marcha  sobre  la  capital  para  deponer  el  gobierno  que  acaba- 
ba de  crearse,  mientras  Carrera  organizaba  la  resistencia  i 
salia  de  ella  para  batirlo.  La  batalla  se  empeñó  en  las  lla- 
nuras de  Maipo  el  26  de  agosto  de  1814,  i  aunque  el  triunfo 
de  las  armas  parecia  estar  por  Carrera,  se  habria  vuelto  a 
trabar  el  combate  el  siguiente  dia  a  no  presentarse  el  parla- 
mentario don  Antonio  Pasquel,  que  mandaba  el  brigadier  don 
Mariano  Osorio,  nombrado  poco  antes  jeneral  del  ejército 
realista  por  el  virrei  Abascal.  Era  este  el  portador  de  la  inti- 
mación del  jeneral  Ossorio,  que  quedaba  en  Chillan,  para  que, 
sin  presentar  resistencia  alguna,  se  sometieran  los  pueblos 
de  Chile  al  poder  de  la  España. 

Osorio  era  el  conductor  de  inj  entes  recursos  con  que  creia 
concluir  prontamente  la  guerra;  pero  mas  que  con  los  ejérci- 
tos contaba  con  la  división  que  existia  entre  los  jefes  patrio- 
tas para  tomar  posesión  de  la  capital  i  de  todo  el  territorio 
chileno.  Sin  embargo,  él  ignoraba  que  entre  los  insurjenfes 
que  combatía  pudiese  caber  una  elevación  de   sentimientos 


60  Estudios  Biogbáfico; 


como  la  del  jeneral  O'Higgins,  que  desistiendo  de  sus  justas 
pretensiones  al  mando,  se  sometiese  a  obedecer  las  órdenes 
de  Carrera. 

El  jeneral  realista,  entre  tanto,  habia  salido  de  Chillan  a 
fines  de  agosto  con  cerca  de  cinco  mil  hombres,  mientras  Ca- 
rrera organizaba  un  pié  de  ejército  capaz  de  contener  al 
enemigo,  i  cuya  vanguardia  de  cerca  de  mil  soldados  confió  al 
mismo  O'Higgins;  pero  contenerlos  al  lado  del  sur  rio  Cacha- 
poal  se  creyó  absolutamente  imposible,  i  por  eso  se  designó 
el  departamento  de  Rancagua  para  campo  de  las  operaciones 
militares  en  que  se  iba  a  entrar. 

Osorio  pasó  fácilmente  i  sin  resistencia  alguna  aquel  rio  el 
I. o  de  octubre,  i  desbaratadas  las  primeras  resistencias  que 
O'Higgins  quiso  oponerle,  puso  sitio  i  comenzó  el  fuego  con- 
tra la  ciudad  de  Rancagua,  en  que  éste  se  situó,  con  un  vigor 
estraordinario.  El  bravo  capitán  Freiré,  como  lo  denomina 
en  estas  circunstancias  el  cronista  Ballesteros,  se  presentó 
por  la  punta  de  Cortez  con  alguna  caballería,  i  aunque  ausi- 
liado  por  poco  mas  de  doscientos  hombres,  no  pudo  impedir 
el  que  fuesen  rechazados  por  las  fuerzas  realistas  tan  supe- 
riores en  número.  En  tales  circunstancias.  Freiré  no  pudo  de- 
jar de  presentir  el  descalabro  seguro  de  O'Higgins  si  no  era 
socorrido  por  Carrera,  i  no  ignoraba  que  éste  quería  dejarlo 
allí  abandonado  a  su  valor  i  a  su  desgracia.  Con  todo,  antes 
que  ser  partícipe  de  tal  conducta,  quiso  ser  víctima  de  los 
jenerosos  sentimientos  que  animaban  a  los  sitiados.  Esto  fué 
lo  que  sucedió:  sin  recibir  refuerzo  alguno,  los  soldados  de 
O'Higgins  hicieron  prodijios  de  valor,  i  resistieron  hasta  que 
el  enemigo  estuvo  en  la  misma  plaza.  Preciso  fué  entonces 
abrirse  paso  por  entre  los  sitiadores,  lo  que  consiguieron  con 
grandes  dificultades,  i  dejando  en  su  tránsito  una  calle  de 
cadáveres. 

Ocupada  Rancagua,  se  hizo  necesario  abandonar  el  terri- 
torio chileno,  cruzar  los  Andes  i  buscar  un  refujio  en  las  pro- 
vincias arj entinas.  Freiré  fué  del  número  de  los  valientes  sol- 
dados a  qui'enes  las  pasiones  de  un  caudillo  i  las  desgracias 
que  ellas  trajeron,  hicieron  emigrar  al  otro  lado  de  las  cor- 


El  jen  eral  Freiré  61 


dilleras.  Desde  sus  cumbres,  Freiré  se  despidió  de  su  amada 
patria  abrigando  en  su  pecho  la  esperanza  de  volver  en  breve 
a  ayudar  con  su  poderoso  brazo  a  su  gloriosa  reconquista. 


N^^^ 


IV 


SERVICIOS    PRESTADOS  POR  FREIRÉ   DURANTE  LA  EMIGRACIÓN 
EN  BUENOS  AIRES 


La  emigración  chilena  en  las  provincias  arj entinas  es  el 
episodio  mas  interesante  que  ofrece  la  historia  de  nuestra  re- 
volución. Separados  del  seno  de  sus  familias,  faltos  de  recursos 
pecuniarios,  i  lo  que  es  mas,  de  una  industria  que  pudiera 
serles  fructífera  en  el  estranjero,  fuéles  forzoso  a  les  patrio- 
tas emigrados  buscar  una  ocupación  con  qué  ganar  la  vida. 
En  medio  de  las  miserias  i  sufrimientos  que  tuvieron  que 
pasar,  se  suscitaron  entre  ellos  las  divisiones  en  O'Higginis- 
tas  i  Carrerinos,  i  hasta  a  las  ocurrencias  políticas  de  Bue- 
nos Aires,  en  que  los  emigrados  tomaron  tan  buena  parte, 
llevaron  sus  rencores  i  pasiones,  decidiendo,  las  mas  veces,  la 
cuestión  el  bando  a  que  se  plegaron  los  secuaces  de  O'Hig- 
gins,  cuyas  filas  se  habian  engrosado  con  los  recientes  re- 
cuerdos de  Rancagua. 

El  capitán  Freiré  no  participó  de  estos  sucesos:  ambicioso 
de  la  gloria  militar,  habia  concebido  la  idea  de  ocupar  en 
la  carrera  de  las  armas  el  tiempo  que  trascurriera  antes  de 
la  reconquista  de  Chile,  en  que  ya  pensaban  sus  compatrio- 
tas. Halagado  por  esta  idea,  habia  proyectado  pasar  al  Alto 


64  Estudios  Biográficos 


Perú  a  servir  a  las  órdenes  del  jeneral  Rondeau;  pero  sabe- 
dor de  los  aprestos  que  hacia  el  almirante  Brown,  para  salir 
en  corso  por  las  costas  del  Pacífico,  prefirió  alistarse  entre 
los  interesados  a  la  empresa.  Freiré  habia  navegado  en  los 
primeros  años  de  su  vida,  después  como  militar  habia  dado 
pruebas  de  un  valor  reconocido,  i  estas  recomendaciones  le 
sirvieron  cerca  de  Brown. 

En  1815  salió  Freiré  de  Buenos  Aires,  a  donde  no  volvió  sino 
al  siguiente  año,  llevado  por  la  noticia  de  los  preparativos 
de  tropas  que  se  hacian  para  invadir  a  Chile.  En  su  escursion, 
habia  tocado  en  Juan  Fernández,  Coquimbo,  Piura  i  Guaya- 
quil; allí  efectuó  un  desembarque  Brown,  i  tuvo  la  desgra- 
cia de  caer  prisionero  en  manos  de  las  autoridades  espa- 
ñolas; pero  Freiré,  que  habia  permanecido  a  bordo,  prometió 
bombardear  el  puerto  si  no  se  le  dejaba  en  libertad,  i  llegó  a 
comenzar  el  cañoneo,  antes  que  le  restituyeran  a  su  lado, 
junto  con  una  gran  cantidad  de  víveres  frescos  de  que  care- 
cía. En  esta  escursion  habia  también  obtenido  una  regular 
fortuna,  que  repartió  en  gran  parte  con  los  otros  emigrados. 

En  efecto,  el  jeneral  don  José  de  San  Martin  organizaba 
ya  el  ejército  con  que  mas  tarde  dio  la  libertad  a  Chile  al  pié 
de  los  altos  de  Chacabuco.  Sin  mas  base  que  unos  setecien- 
tos hombres  que  recibió  de  Buenos  Aires,  habia  formado  un 
pié  de  ejército  respetable,  i  a  él  corrían  a  alistarse  todos  los 
chilenos  emigrados,  no  pocos  que  se  atrevieron  a  cruzar  las 
cordilleras  para  juntársele  i  un  número  considerable  de  ar- 
jentínos,  que,  deseosos  de  labrarse  una  carrera  militar,  co- 
rrían de  todas  partes  a  engrosar  sus  filas.  Antes  de  mucho 
tiempo  su  ejército  era  verdaderamente  formidable,  merced  a 
su  celo  i  al  entusiasmo  de  O'Higgins  i  demás  jefes. 

Entonces  fué,  también,  cuando  corrió  el  capitán  Freiré  a 
ofrecerse  para  tomar  el  mando  de  una  compañía  en  las  filas 
del  ejército  que  se  organizaba;  pero  informado  San  Martin 
por  O'Hiq-gins  de  sus  antecedentes,  le  confirió  el  grado  de 
teniente-coronel  de  caballería,  grado  con  que  prestó  en  breve 
importantísimos  servicios. 

San  Martin  no  conocía  nuestro  territorio  sino  por  las  re- 


El  jeneral  Freiré  65 


laciones  que  de  él  se  le  habían  hecho;  pero  a  su  penetración 
no  se  ocultaban  las  dificultades  del  paso  de  las  cordilleras  i 
para  que  éstas  fuesen  menores  dispuso  que  algunas  partidas 
que  habían  logrado  penetrar  en  el  interior  de  Chile  llamaran 
la  atención  por  el  centro,  mientras  sus  tropas  las  pasaban  por 
varías  partes  para  que  no  se  le  pudiera  oponer  una  resisten- 
cia tenaz  en  un  punto  fij  o.  Con  este  objeto  salió  de  su  cam- 
pamento el  17  de  enero,  i  despachó  varios  jefes  para  que  cru- 
zaran las  cordilleras  con  sus  diversas  partidas  por  los  puntos 
que  él  les  indicaba.  Al  teniente-coronel  don  Ramón  Freiré  le 
dio  la  comisión  de  pasarlas  por  la  parte  sur  i  tomar  posesión 
de  Talca. 

Esta  empresa  no  se  presentaba  con  todos  los  visos  de  fa- 
cilidad para  su  ejecución:  los  indios  pehuenches  no  parecían 
dispuestos  a  cumplir  lo  que  habían  pactado  con  San  Martin 
en  la  junta  que  celebraron  en  las  inmediaciones  de  Mendo- 
za; por  otra  parte  no  era  posible  confiarle  mucha  tropa  cuan- 
do ésta  se  necesitaba  con  urjencia,  quizá  superior,  en  las 
otras  divisiones,  causa  por  qué  solo  se  le  concedieron  cuaren- 
ta granaderos  a  caballo  i  sesenta  cazadores. 

La  conciencia  de  que  podía  encontrar  obstáculos  podero- 
sos cuando  solo  tenia  a  sus  órdenes  cíen  hombres,  no  arredró 
a  Freiré  por  un  momento:  felizmente  los  indios  no  le  opusie- 
ron resistencia  i  pudo  llegar  al  partido  de  Talca  i  ocupar  su 
capital  sin  dificultad  de  ninguna  especie. 

Los  cálculos  de  San  Martin  se  vieron,  por  fin  realizados, 
del  mismo  modo  que  su  aventajada  intelijencia  lo  había  pre- 
visto. El  comandante  Cabot  había  pasado  las  cordilleras  por 
Coquimbo  i  ocupado  en  breve  la  Serena,  el  coronel  Las  He- 
ras  desempeñó  igual  comisión  por  Uspallata  para  tomar  po- 
sesión de  Santa  Rosa  de  los  Andes,  el  mismo  jeneral  San 
Martín,  con  el  grueso  del  ejército,  lo  hizo  por  los  Patos,  el 
comandante  Lemus  por  el  Portillo,  mientras  Freiré  las  pasa- 
ba sin  dificultades  por  Talca  i  tomaba  posesión  de  la  ciudad. 
San  Martín  había  pues  ocupado  el  territorio  chileno  sin  que 
el  enemigo  que  lo  defendía  tuviese  una  noticia  cierta  de  su 
aproximación.  Sin   sus  vastos  talentos,   la   reconquista   de 

TOMO  XII. — 5 


66  Estudios  Biográficos 


Chile  habría  ofrecido  grandes  obstáculos;  sin  la  pericia  de 
los  jefes  de  las  diversas  partidas,  la  ocupación  del  territorio 
habria  sido  imposible. 


>^^^ 


v- 


RECONQUISTA    DEL   PAÍS    I     SERVICIOS  DE   FREIRÉ  EN    ELL-^, 
HASTA  MEDIADOS  DE  1817 

Los  primeros  pasos  del  ejército  unido  fueron  señalados  por 
la  espléndida  victoria  de  Chacabuco,  el  12  de  febrero  de 
1817.  El  territorio  chileno  quedó  casi  completamente  aban- 
donado por  las  fuerzas  realistas:  los  fujitivos  de  aquella  jor- 
nada buscaron  un  asilo  en  los  buques  españoles  surtos  en 
Valparaiso,  o  se  retiraron  en  completa  dispersión  a  las  pro- 
vincias del  sur,  al  mismo  tiempo  que  otros  muchos,  entre 
ellos  el  presidente  Marcó,  caian  en  poder  de  nuestras  tropas. 

Pero  esta  dispersión  no  se  habia  estendido  al  lado  sur  del 
caudaloso  Maule.  El  teniente-coronel  Freiré  habia  guarneci- 
do solo  a  Talca  i  no  tenia  fuerzas  suficientes  para  seguir  a 
las  provincias  meridionales,  que  ocupaban  de  antemano  algu- 
nas fuerzas  realistas.  El  coronel  Sánchez  era  el  jefe  militar 
i  político  del  partido  de  Chillan:  creyendo  difícil  la  resisten- 
cia, se  habia  decidido  a  pasar  a  Concepción,  donde  mandaba 
el  coronel  don  José  Ordóñez,  quien,  de  acuerdo  con  otros  je- 
fes subalternos,  determinó  fortificar  la  plaza  de  Talcahuano, 
para  sostenerse  en  ella  mientras  le  llegaban  refuerzos  de  tro- 
pas del  Perú. 


68  Estudios  Biográficos 


Para  atacarlos  fué  comisionado  el  coronel  Las-Heras  por 
el  jeneral  San  Martin,  que  sospechaba  la  resistencia  que  in- 
dudablemente se  organizar ia,  i  el  19  de  febrero  salió  de  San- 
tiago, pero  hasta  muchos  dias  después  no  llegó  a  Talca  a 
juntarse  con  Freiré:  allí  resolvió  el  plan  de  campaña  que  en 
su  juicio  convenia  adoptar,  i  en  consecuencia  despachó  al 
coronel  Merino,  que  lo  acompañaba,  con  una  partida  de  gra- 
naderos por  el  camino  déla  costa;  a  Freiré  por  las  cordilleras 
con  los  cien  hombres  con  que  habia  pasado  de  Mendoza,  i 
él  mismo  siguió  por  el  centro  al  mando  del  batallón  núm.  11 
i  cuatro  piezas  de  cañón. 

Sus  marchas  no  fueron  interrumpidas:  Freiré  i  Las-Heras 
se  reunieron  en  breve  a  las  orillas  del  Nuble  i  sin  detenerse 
siguieron  a  Concepción,  a  cuyas  inmediaciones,  en  Curapali- 
güe,  acamparon  en  la  noche  del  4  de  abril.  Allí  se  les  espe- 
raba una  sorpresa  de  Ordóñez,  quien,  encontrando  una  resis- 
tencia que  no  esperaba,  perdió  diez  muertos  i  algunos  pri- 
sioneros. 

Entonces  conoció  el\jefe  español  cuan  crítica  era  su  situa- 
ción: batido  en  Curapaligüe  i  temiendo  que  el  coronel  Merino 
con  su  partida,  que  debía  hallarse  en  las  inmediaciones,  le  in- 
terceptara el  paso  de  Concepción  a  Talcahuano,  resolvió  ■.re- 
plegarse a  esta  plaza  con  todas  sus  fuerzas,  al  mismo  tiempo 
que  el  coronel  Las-Heras  tomaba  posesión  de  aquella  ciudad 
i  situaba  las  suyas  en  el  cerro  del  Gavilán,  resuelto  a  esperar 
allí  los  refuerzos  que  debían  llegarle  de  Santiago.  A  la  cabe- 
za de  éstos  se  habia  puesto  el  mismo  Director  Supremo  don 
Bernardo  O'Híggins,  i  habia  salido  de  la  capital  el-i7  del 
propio  mes  de  abril. 

Ordóñez,  entre  tanto,  habia  alcanzado  a  vislumbrar  que 
la  división  iba  a  ser  reforzada  i  proyectaba  un  vigoroso  ata- 
que para  impedir  la  reunión  de  las  fuerzas.  Efectuólo  éste 
en  la  mañana  del  5  de  mayo,  después  de  haber  hecho  de  sus 
tropas  dos  divisiones  con  las  que  cayó  sobre  el  campo  pa- 
triota conñado  en  la  considerable  superioridad  numérica. 
No  se  desalentó  por  esto  el  jefe  de  los  independientes:  divi- 
dió también  sus  tropas  i    tomó  él  en  persona   el   mando  de 


Eljeneral  Freiré  69 


una  de  las  partidas  i  la  otra  la  confió  al  teniente- coronel  don 
Ramón  Freiré.  Morgado  era  quien  mandaba  la  que  le  tocó 
batir  a  éste,  i  aunque  Freiré  solo  tenia  a  sus  órdenes  los  cien 
hombres  que  trajo  de  Mendoza  i  dos  piezas  de  artillería,  no 
creyó  difícil  la  victoria  contra  dos  escuadrones  de  caballería, 
mas  de  200  infantes  i  dos  cañones. — Dejóse  ver  esta  división 
por  el  camino  de  Penco,  adonde  marchó  Freiré  a  atacarla, 
comenzando  por  descargas  de  fusilería  i  retirándose  paulati- 
namente para  traerla  a  una  emboscada  que  había  prepara- 
do con  dos  compañías.  Hicieron  ellas  solo  dos  descargas  so- 
bre las  filas  de  Morgado,  al  cabo  de  las  cuales  fuéles  forzoso 
a  éstas  dispersarse,  tanto  mas  cuanto  que  el  grueso  de  la  di- 
visión de  Freiré  caía  sobre  ellas,  con  lo  que  aseguró  su  jefe 
la  victoria  una  hora  antes  que  Las-Heras,  que  combatía  la 
otra  división  mandada  por  el  mismo  Ordóñ^z. 

O'Higgins,  que  venia  en  socorro  de  Las  Heras,  había  alcan- 
zado a  oír  en  Curapaligüe  los  últimos  cañonazos  de  la  jorna- 
da del  Gavilán,  i  no  tardó  mucho  en  juntarse  i  tomar  el 
mando  en  jefe  de  todas  las  fuerzas.  Supo  entonces,  cuan 
digna  de  sus  antecedentes  había  sido  la  conducta  del  tenien- 
te-coronel Freiré,  i  así  fué  que  no  lo  echó  en  olvido  cuando 
comenzó  la  campaña,  conforme  el  plan  que  pensaba  adoptar. 
Consistía  éste  en  posesionarse  de  los  fuertes  de  la  frontera,  i 
para  ello  lo  comisionó  a  fin  de  que  permaneciera  cerca  de  la 
plaza  de  Santa  Juana,  pronto  a  ausiliar  al  capitán  Cienfue- 
gos,  mientras  éste  tomaba  a  viva  fuerza  la  de  Naci- 
miento. A  consecuencia  de  este  suceso,  Santa  Juana  i  San 
Pedro  fueron  abandonados  por  las  guarniciones   realistas. 

Después  de  estas  ventajas  faltaba  solo  tomar  el  fuerte  de 
Arauco,  que  por  su  posición  sobre  el  mar  podía  comunicarse, 
sin  grandes  dificultades,  con  el  puerto  de  Talcahuano;  pero 
esta  empresa  se  consideraba  mas  arriesgada  que  las  intenta- 
das hasta  entonces,  i  por  eso  se  confió  a  Freiré  en  persona. 
Tenia  éste  a  sus  órdenes  cerca  de  doscientos  hombres  i  un 
número  igual  de  enemigos  defendía  las  fortalezas  de  Arauco. 
Pero  ademas  de  esto,  había  otros  obstáculos  naturales  que 
parecían  insuperables:  para  acercarse  al  fuerte  era  preciso 


70  Estudios  Biográficos 


cruzar  el  rio  Carampangue  que  en  la  estación  del  invierno 
pierde  todo  vado  con  bastante  frecuencia. 

Sin  embargo,  Freiré  deseaba  entrar  a  Arauco  a  toda  costa, 
i  con  tal  designio  avanzó  en  medio  de  una  fuerte  lluvia.  En 
la  tarde  del  26  de  mayo,  dia  en  que  llegó  a  la  ribera  norte 
del  Carampangue,  tuvo  que  sufrir  fuertes  descargas  de  cañón 
i^de  fusil,  casi  sin  poder  contestarlas,  en  medio  de  un  deshe- 
cho temporal.  Llegada  la  noche,  lo  cruzó  él  mismo,  con  no 
poco  riesgo  de  perecer  sumerjido  en  sus  aguas,  haciéndose  se- 
guir de  sus  oficiales  i  de  la  caballería  con  algunos  infantes  a 
la  grupa,  mientras  el  resto  de  su  infantería  llamaba  con  sus 
fuegos  la  atención  del  enemigo  por  el  punto  mismo  en  donde 
se  le  había  visto  en  la  tarde.  Salvadas  las  dificultades  del 
paso  e  incorporado  el  resto  de  la  infantería,  avanzó  al  fuerte 
al  amanecer,  mientras  que  su  guarnición,  dudando  poder  re- 
sistir en  él,  lo  abandonaba  para  embarcarse  dejando  entre 
otros  artículos  de  guerra  once  piezas  de  cañón. 

Ocupado  Arauco  por  l\^s  fuerzas  patriotas  faltaba  tan  solo 
tomar  posesión  de  Talcahuano  para  concluir  la  reconquista 
de  todo  el  territorio  chileno.  Con  este  objeto  fué  llamado 
Freiré  por  O'Higgins  i  dejando  en  Arauco  al  valiente  capi- 
tán Cienfuegos,  repasó  el  Bio-Bio  i  se  juntó  al  Supremo  Di- 
rector en  Concepción. 

No  pasó  muchos  días  sin  que  los  dispersos  unidos  a  los 
indios  de  la  costa  inquietasen  a  Cienfuegos  con  sus  ataques, 
i  para  inutilizar  al  enemigo  dejó  las  fortalezas  de  la  plaza  i 
fué  destrozado  completamente.  Freiré  volvió,  entonces,  a 
reconquistarla  i  despreciando  las  trincheras  que  había  for- 
mado el  enemigo  en  la  orilla  sur  del  Carampangue,  tomó  de 
nuevo  posesión  del  fuerte  i  dispersó  completamente  a  las 
fuerzas  que  lo  ocupaban. 

Poco  tiempo  después,  cuando  se  organizara  la  Lejion  de 
Mérito  de  Chile,  se  nombró  oficial,  por  unanimidad  de  votos, 
al  teniente  coronel  don  Ramón  Freiré,  que  tantas  pruebas 
de  valor  había  dado  en  toda  aquella  gloriosa  campaña,  i  que 
por  dos  veces  había  penetrado  a  viva  fuerza  en  la  importante 
plaza  de  Arauco . 


VI 


sus  SERVICIOS    HASTA  LA  BATALLA  DE  MAIPO 


Las  Operaciones  de  la  guerra  quedaron  suspendidas  des- 
pués de  la  reconquista  del  fuerte  de  Arauco.  El  pendón  cas- 
tellano no  flameaba  sino  en  el  puerto  de  Talcahuano,  donde 
se  defendia  el  esforzado  Ordóñez  al  mando  de  un  puñado  de 
valientes.  Todos  los  esfuerzos  que  O'Higgins  pudiera  hacer 
para  tomarlo  parecian  inútiles,  vistas  las  buenas  i  bien 
guardadas  fortificaciones  i  el  número  de  tropas  que  le  obe- 
decian,  número  reducido  para  intentar  tan  arriesgada  em- 
presa. Por  otra  parte,  los  indios  araucanos,  azuzados  i  man- 
dados por  los  españoles  dispersos,  comenzaban  a  cruzar  el 
caudaloso  Bio-Bio  i  a  hacer  sus  correrías,  lo  que  lo  obligaba 
a  mantener  diseminadas  sus  tropas  en  toda  la  estension  de 
la  frontera. 

Ordóñez  no  se  atrevía,  tampoco,  a  hacer  salida  alguna  de 
la  plaza  si  no  era  para  buscar  víveres  en  los  alrededores. 
Las  fuerzas  de  O'Higgins,  temiendo  el  fuego  de]sus  fortifica- 
ciones, se  mantenían  a  distancia,  de  modo  que  solo  algunas 
veces  podían  batir  las  partidas  que  despachaba  aquél. — El 
teniente-coronel  Freiré  era  el  héroe  de  cada  uno  de  estos  en- 
cuentros: despreciando  el  fuego  del  cañón    de  los  castillos. 


72  Estudios  Biográficos 


perseguía  al  enemigo  hasta  sus  trincheras,  desplegando 
siempre  un  valor  mas  que  natural.  En  la  mañana  del  lo  de 
setiembre,  tan  solo  les  hizo  cincuenta  muertos  i  mas  de  vein- 
te prisioneros,  todos  de  buena  tropa  de  caballería,  al  mando 
de  unos  pocos  granaderos  solamente. 

En  tan  apurada  situación,  Ordóñez  esperaba  ansioso  soco- 
rros de  tropas  del  Perú,  i  aunque  el  virrei  Pezuela  parecía 
querer  dejarlo  entregado  a  su  desgracia,  él  estaba  resuelto  a 
resistir  hasta  el  último  estremo  al  enemigo  que  lo  sitiaba. 
Los  víveres  comenzaban  a  escasearle  ya,  i  en  su  desespera- 
ción concibió  la  idea  de  volver  a  ocupar  la  plaza  de  Arauco, 
para  proporcionárselos  allí  como  lo  había  hecho  poco  antes. 
Con  este  objeto  despachó  la  goleta  Montezuma  con  una  cor- 
ta partida  que  debía  desembarcar  en  sus  inmediaciones. 
Unida  esta  con  los  españoles  dispersos  i  los  indios  de  la  cos- 
ta, dieron  un  ataque  a  la  plaza,  en  que  fueron  rechazados 
por  su  gobernador,  el  valiente  capitán  don  Agustín   López. 

A  la  primera  noticia  que  se  tuvo  de  este  suceso,  fué  de 
nuevo  despachado  el  teniente-coronel  Freiré  en  socorro  de 
la  plaza,  que  por  otra  vez  había  sido  sitiada.  Inútil  fué  que 
el  enemigo  intentara  impedirle  el  paso  del  rio  Carampangue; 
Freiré  lo  cruzó  el  24  de  setiembre  i  el  27  destrozó  completa- 
mente las  fuerzas  sitiadoras,  que  se  habían  retirado  a  corta 
distancia. 

La  toma  de  Talcahuano  fué  lo  que  llamó,  después  de  es- 
tas ocurrencias,  todas  las  atenciones.  Había  llegado  a  Chile 
el  jeneral  francés  Brayer,  distinguido  jefe  del  ejército  de  Na- 
poleón: O'Higgins  quiso  darle  el  mando,  conñado  en  la  fama 
esplendente  de  sus  vastos  talentos  militares,  i  aun  llegó  a 
ceder  a  sus  indicaciones,  bastante  erradas,  sobre  el  plan  de 
ataque.  Habíase  fijado  para  éste,  el  día  6  de  diciembre,  i  se 
habia  determinado  la  formación  de  tres  divisiones,  de  las 
cuales  la  tercera  fué  confiada  a  don  Ramón  Freiré,  elevado 
ya  a  coronel.  Debía  ésta  entrar  a  la  población  por  el  rastri- 
llo, así  que  se  lo  abriesen  las  tropas  de  la  primera  división,  i 
posesionarse  de  la  playa  para  impedir  el  embarque  de  los 
fujítivos  realistas.   Semejante  empresa  distaba   mucho    de 


El  jeneral  Freiré  73 


corresponder  a  Freiré,  que  habría  querido  tomar  una  parte 
mas  activa  en  el  asalto  de  la  plaza;  pero  fuéle  preciso  resig- 
narse a  la  obediencia,  i  aguardar  que  las  otras  divisiones, 
mandadas  por  Las  Heras  i  Conde,  hiciesen  su  deber  mien- 
tras él  era  un  mero  espectador.  Prodijios  de  valor  obró  cada 
cual  de  los  jefes  i  soldados;  la  muerte,  que  hacia  los  mayo- 
res estragos  en  las  filas  independientes,  no  las  intimidaba 
por  un  momento.  Antes  de  mucho  tiempo  los  cadáveres  ser- 
vían para  escalarlas  murallas,  mientras  las  baterías  de  los 
buques  destrozaban  columnas  enteras.  Después  de  millares 
de  sacrificios,  forzoso  fué  al  ejército  patriota  desistir  de  su 
empeño. — El  ataque  había  sido  rudo,  i  Freiré  había  visto 
con  sentimiento  que  no  le  era  posible  tomar  parte  en  él. 

Este  fué  el  último  sacrificio  hecho  en  favor  de  la  recon- 
quista de  Talcahuano:  era  necesario  reponerse  de  los  per- 
juicios sufridos,  i  entre  tanto  llegaron  del  Perú  poderosos 
ausilíos  a  las  órdenes  del  jeneral  Osorio,  el  mismo  que  al- 
gunos años  antes  había  sometido  a  Chile  al  dominio  de  la 
España. — La  primera  noticia  que  tuvo  San  Martín  de  la 
próxima  llegada  de  los  últimos  refuerzos  lo  determinó  a  lla- 
mar a  su  lado  al  Supremo  Director  O'Higgíns  para  dirimir 
en  un  solo  día  i  de  un  solo  golpe  la  cuestión  de  nuestra 
emancipación.  En  conformidad  O'Híggins  se  replegó  al  norte 
i  cruzó  el  Maule  mientras  el  coronel  Freiré,  que  había  que- 
dado en  observación,  se  retiraba  igualmente,  sosteniendo  al- 
gunos cortos  tiroteos  con  las  avanzadas  de  Osorio. 

Reunido  todo  el  ejército  patriota  en  San  Fernando,  resol- 
vieron los  jefes  independientes  aproximarse  a  Talca  i  batir  a 
Osorio,  así  que  hubiese  pasado  el  Maule.  Ignorando  éste  los 
propósitos  de  San  Martin,  como  también  el  número  de  tro- 
pas que  tenia  a  sus  órdenes,  se  atrevió  a  cruzarlo  sin  sospe- 
char siquiera  de  la  red  que  la  elevada  intelijencia  de  su  ene- 
migo le  tendía.  Desde  entonces  los  dos  ejércitos  se  encon- 
traron casi  enfrente,  i  separados  solamente  por  el  río  Lontué. 

En  esta  posición,  en  la  mañana  del  15  de  marzo,  se  comi- 
sionó al  coronel  Freiré  para  que,  al  mando  de  dos  escuadro- 
nes de  caballería,  forzara  uno  de  sus  vados  i  fuera  a  inqui- 


74  Estudios  Biográficos 


rir  noticias  del  ejército  realista,  casi  en  su  mismo  campa- 
mento. Efectuólo  así  Freiré  con  su  acostumbrada  valentía  i 
a  pesar  de  la  resistencia  que  se  le  quiso  oponer  al  paso:  tan 
pronto  como  lo  hubo  cruzado  se  le  presentó  un  grupo  de 
fuerzas  al  cual  atacó  a  pesar  de  la  notable  superioridad  nu- 
mérica; pero  no  siendo  reforzado  le  fué  preciso  retirarse  al 
campamento  con  alguna  pérdida. — Poco  después,  el  19  del 
propio  mes,  Freiré  coadyuvó  poderosamente  en  una  carga  de 
caballería  que  se  dio  a  la  enemiga.  Arrollada  ésta,  en  los 
primeros  momentos,  se  reorganizó  en  breve  i  consiguió  ha- 
cer retroceder  a  la  independiente,  que  con  tanto  arrojo  la 
habia  atacado. 

La  noche  de  ese  mismo  dia  estaba  destinada  a  favorecer 
una  sorpresa  dada  por  el  ejército  realista,  la  sorpresa  de 
Cancha  Rayada.  Nuestro  ejército,  si  bien  no  fué  destrozado, 
sufrió  una  dispersión  completa  i  habría  sido  la  ruina  de  la 
naciente  república  a  no  levantarse  en  breve  nuevas  huestes 
que  debían  arrollar  a  Osorio  i  sus  columnas.  El  5  de  abril, 
a  los  pocos  dias  de  aquella  desgraciada  noche,  un  ejército 
poderoso  esperaba  en  las  llanuras  de  Maipo  a  tropas  supe- 
riores en  número  i  disciplina.  El  resultado  de  la  batalla  fué 
la  ruina  completa  del  poder  español  en  Chile,  i  la  confirma- 
ción de  hecho  de  su  libertad  política. — En  ella  mandaba  el 
coronel  Freiré  los  Cazadores  a  caballo:  con  éstos  destrozó 
los  Lanceros  del  reí  i  Dragones  de  Arequipa,  en  lo  mas  re- 
cio de  la  refriega,  i  persiguió,  después  de  la  victoria,  al  infa- 
tigable Rodil,  que  con  una  serenidad  sobrenatural  se  retira- 
ba al  mando  de  una  gruesa  partida  de  jinetes  con  dirección 
a  Talcahuano. 

Estas  fueron  las  bases  de  la  poderosa  resistencia  que  los 
fujitivos  de  Maipo  opusieron  a  sus  vencedores  en  el  sur;  pres- 
to veremos  lo  que  hizo  Freiré  para  batir  las  tropas  realistas 
que  allí  se  organizaron  mas  tarde. 


N^'^ 


VII 

sus  SERVICIOS  EN  EL  SUR    HASTa   QUE  FUÉ  NOMBRADO 
INTENDENTE  DE   CONCEPCIÓN 

Ninguno  de  los  hechos  de  armas  que  han  tenido  lugar  en 
la  América  española  ha  traido  mas  grandes  consecuencias  a 
la  obra  de  su  emancipación  que  la  gloriosa  victoria  de  Mai- 
po.  Libre  ya  la  mayor  parte  de  nuestro  territorio  de  los 
ejércitos  enemigos,  fuéles  posible  a  los  gobernantes  pensar 
en  una  espedicion  sobre  el  Perú  para  destruir  el  poder  espa- 
ñol en  aquel  atrincheramiento,  dando  con  este  paso  el  golpe 
mas  terrible  a  las  pretensiones  del  rei  Fernando  sobre  las 
Américas. 

Pero  aun  quedaban  en  el  sur  de  Chile  los  restos  del  ejér- 
cito que  habia  sido  destrozado  en  Maipo:  desde  la  ribera  sur 
del  Maule,  las  autoridades  que  mandaban  en  cada  uno  de  los 
pueblos  eran  realistas,  i  conociendo  esto  O'Higgins,  como 
también  la  necesidad  que  habia  de  concluir  con  un  enemigo 
que  podia  hacerse  poderoso,  comisionó  al  coronel  Zapiola 
para  que  con  250  hombres  solamente  estableciese  su  cuartel 
jeneral  en  Talca  i  despachara  algunas  partidas  a  reconquis- 
tar aquellas  posesiones.  Zapiola  llegó  allí  a  fines  de  abril  i 
desde  el  siguiente  mes  de  mayo  comenzó  a  operar  con  la  im- 
portante ayuda  del  infatigable  i  arrojado  capitán  de  Grana- 


76  Estudios  Biográficos 


deros  don  Miguel  Cajaraville.  La  toma  del  Parral  i  de  Chi- 
llan fueron  las  mas  importantes  ventajas  obtenidas  por  él 
hasta  mediados  de  noviembre,  en  que  sufrió  un  descalabro 
i  tuvo  que  replegarse  a  Talca. 

El  coronel  Freiré  fué  comisionado,  esta  vez,  para  conti- 
nuar la  campaña,  i  para  ello  salió  de  Santiago  al  mando  de 
una  división:  el  29  de  noviembre  se  juntó  en  Talca  con  Za- 
piola  i  ambos  siguieron  su  marcha  al  sur  con  ánimos  de  vol- 
ver a  ocupar  a  Chillan.  Encargó  Freiré  este  ataque  al  coro- 
nel don  Manuel  Encalada,  con  su  rejimiento  de  Granaderos, 
el  que  pasó  el  Nuble  sin  resistencia  alguna  i  tomó  posesión 
de  la  plaza  el  24  de  noviembre,  sin  hacer  uso  de  las  armas 
mas  que  para  seguir  al  enemigo  que  dejaba  la  población  i 
se  entregaba  a  una  fuga  precipitada.  Freiré,  entre  tanto,  pa- 
saba el  rio  después  de  un  corto  tiroteo  i  entraba  en  la  ciu- 
dad cuando  acababa, de  ocuparla  nuestro  ejército. 

No  parecía  posible  avanzar  a  Concepción,  visto  el  número 
considerable  de  tropas  con  que  contaba  ya  el  enemigo:  Frei- 
ré se  resolvió  a  esperar  en  Chillan  la  llegada  del  jeneral  Bal- 
carce,  que  debia  salir  en  breve  de  Santiago  al  mando  de  una 
columna  de  poco  mas  de  2,000  hombres,  como  efectivamente 
lo  hizo  en  13  de  diciembre.  Reunidos  allí,  acordó  Balcarce  el 
plan  de  campaña  que  en  su  juicio  convenia  adoptar.  Púsose 
él  a  la  cabeza  del  grueso  del  ejército,  i  mientras  seguia  el 
camino  de  la  montaña  i  tomaba  posesión  de  los  Anjeles  i 
otros  fuertes  de  la  frontera.  Freiré,  con  el  propósito  de  es- 
purgar el  territorio  de  los  enemigos  que  lo  ocupaban,  debia 
pasar  el  Itata  por  el  Roble,  seguir  el  camino  de  los  llanos  i 
costas  i  ocupar  a  Quirihue,  Yumbel,  Concepción,  Talcahuano 
i  demás  poblaciones  de  aquel  lado.  En  esta  campaña  fué  a 
Balcarce  a  quien  le  tocó  batirse  con  el  enemigo:  habiéndolo 
hecho  retroceder  desde  el  paso  del  rio  de  la  Laja,  lo  destrozó 
completamente  en  las  márjenes  del  Bio-Bio  el  19  de  enero 
de  1819,  sin  que  hubieran  podido  escapar  muchos,  con  Sán- 
chez, su  jefe.  Freiré,  por  su  parte,  había  desempeñado  fiel  i 
puntualmente  la  comisión  que  se  le  confiara,  sin  necesidad  de 
disparar  un  solo  tiro. 


El  jeneral  Freiré  77 


Con  estos  sucesos,  la  campaña  del  sur  parecía,  por  fin,  con- 
cluida. Sánchez  huia  apresuradamente  a  Valdivia  con  unos 
pocos  soldados  únicamente;  Balcarce  i  Freiré  eran  dueños  de 
toda  la  provincia  de  Concepción,  i  hasta  del  puerto  de  Tal- 
cahuano,  que  en  1817  habia  sido  el  baluarte  de  defensa  dei 
ejercito  realista;  el  chileno  Vicente  Benavides,  patriota  re- 
negado en  1814,  prisionero  en  Maipo,  i  ahora  fiel  servidor  de 
Balcarce,  se  hallaba  en  Angol  reuniendo  con  halagos  los  dis- 
persos de  Sánchez  i  remitiéndolos  a  Concepción,  donde  se 
alistaban  en  el  ejército  independiente. 

Con  tales  antecedentes  se  creyó  reconquistado  todo  el  terri- 
torio chileno  de  las  fuerzas  realistas.  El  jeneral  Balcarce, 
juzgándolo  así,  dejó  el  mando  del  ejército  para  pasar  en 
breve  a  Buenos  Aires,  su  país  natal,  donde  murió  en  el 
mismo  año:  Freiré,  creado  Intendente  de  Concepción,  i  ele- 
vado poco  después  a  Mariscal,  lo  tomó  en  su  lugar  después 
de  haber  recibido  algunas  instrucciones  i  de  haber  oído  de 
su  propia  boca  que  lo  único  que  quedaba  que  hacer  en  la 
campaña  era  recojer  los  dispersos  realistas,  i  que  esta  era 
la  obra  de  Benavides. 

En  efecto,  todo  habría  quedado  concluido  si  el  mismo 
Benavides  no  se  hubiera  puesto  a  la  cabeza  de  esos  disper- 
sos, i  comenzado  la  guerra  con  furor  tal,  como  hasta  enton- 
ces no  se  habia  hecho  en  Chile. — Hallábase,  como  antes,  en 
Angol,  a  principios  de  febrero,  cuando  concibió  violentos 
celos  de  su  esposa,  Teresa  Ferrer,  que  se  hallaba  en  Talca- 
mávida,  ocupada  ya  por  las  fuerzas  independientes:  aviva- 
dos éstos  por  algunas  li jeras  pruebas  que  él  halló  irrecusables, 
se  resolvió  envolver  bajo  el  mismo  anatema  todo  aquello 
que  tenia  relación  con  sus  enemigos  particulares,  i  después 
de  haber  armado  algunos  dispersos  e  indios,  de  quienes  se 
hizo  reconocer  como  su  jefe,  mandó  una  gruesa  partida  a 
tomar  posesión  de  Santa  Juana. 

No  pudo  dudar  Freiré  de  los  designios  de  Benavides:  co- 
noció que  esta  era  una  de  las  tantas  jugadas  hechas  en  el 
curso  de  su  vida,  i  que  sus  propósitos  eran  los  de  declararse 
defensor  de  los  derechos  del  reí  en  Chile,  azuzado  por  una 


78  Estudios  Biográficos 


pasión  que  tantas  lágrimas  i  sangre  costó  mas  tarde.  Para 
combatirlo  creyó  útil  convencerlo  por  medio  de  comunica- 
ciones, presentándole  su  tropa  para  probarle  que  cuanto  in- 
tentara seria  inútil;  pero  Freiré  desconocia  el  número  de  las 
fuerzas  del  nuevo  caudillo  i  por  ello  fué  que  para  atacarlo 
cometió  un  desacierto  de  tanta  importancia. — Dio  sus  órde- 
nes al  capitán  don  Gaspar  Astete,  comandante  de  la  guar- 
nición de  Rere,  para  que  despachara  alguna  fuerza  a  recon- 
quistar á  Santa  Juana:  el  comisionado  fué  el  teniente  don 
José  Antonio  Riveros,  valiente  oficial,  que  sin  tomar  en 
cuenta  el  peligro  que  podia  correr,  cruzó  el  Bio-Bio  con 
unos  pocos  hombres  el  21  de  febrero,  i  tomó  posesión  de 
ella,  desalojando  atrevidamente  al  enemigo  que  la  ocupaba: 
pero  atacado  en  breve  por  cien  soldados  de  buena  tropa, 
tuvo  que  quedar  prisionero  en  poder  de  Benavides  con  27 
de  los  suyos,   con  lo  que  se  dio  principio  a  las  hostilidades. 

Freiré,  sabedor*  de  este  suceso,  despachó  al  teniente  don 
Eujenio  Torres  para  tratar  el  canje  de  prisioneros,  intimado, 
como  se  hallaba,  por  Benavides  que  le  decia  no  poder  con- 
tener ya  a  los  indios  que  lo  seguían.  La  presencia  sola  del 
parlamentario  bastó  para  que  éste  pusiera  en  libertad  a  Ri- 
veros, i  Freiré,  tomando  por  jenerosidad  lo  que  solo  eran 
argucias,  le  remitió  a  su  campo  a  su  esposa.  Tan  pronto 
como  ésta  se  le  hubo  juntado,  Benavides  hizo  morir  a  sabla- 
zos en  una  noche  al  parlamentario  Torres  i  catorce  solda- 
dos que  no  quisieron  seguir  sus  banderas. 

Mientras  sucedía  esto  en  Santa  Juana,  la  plaza  de  los  An- 
jeles  fué  estrechamente  sitiada  por  una  considerable  divi- 
sión de  indios,  destruida  una  partida  de  cincuenta  hombres 
(22  de  febrero),  i  reducida  a  cenizas  una  parte  de  la  pobla- 
ción. 

La  guerra  era,  pues,  jeneral:  al  mismo  tiempo  que  una  par- 
tida atacaba  a  Santa  Juana,  otra  hacia  igual  cosa  con  los 
Anjeles  i  por  todas  partes  se  notaban  los  principios  de  una 
resistencia  que  debia  ser  tenaz.  Freiré,  como  jefe  de  fron- 
tera, fué  quien  tuvo  que  combatir  contra  los  ejércitos  que 
entonces  se  formaban:  la  historia  no  podría  dejar  de  hacerle 


El  jenbeal  Freiré  79 


la  merecida  justicia  por  su  arrojo,  pericia,  constancia,  i 
mas  que  todo  por  una  hidalguía  que  distaba  mucho  de  co- 
rresponder al  enemigo  con  quien  la  usó. 


N^"^ 


VIII. 

CAMPAÑAS    CONTRA  BENAVIDES 

La  nueva  campaña  se  habia  abierto  de  un  modo  atroz 
por  parte  de  Bena vides:  la  muerte  del  parlamentario  Torres 
i  el  incendio  de  los  Anjeles  hacian  presentir  al  coronel  Freiré 
que  su  enemigo  no  se  detenia  ante  ningún  crimen:  pero  él, 
lejos  de  querer  usar  de  represalias,  se  esforzó  en  reco- 
mendar a  sus  subalternos  el  empleo  de  la  jenerosidad  para 
con  un  enemigo  que  la  miraba  en  menos. 

Mas  no  por  esto  descuidaba  las  operaciones  de  la  guerra: 
sabedor  del  estrecho  sitio  puesto  por  el  enemigo  a  la  plaza 
de  los  Anjeles  i  déla  apurada  situación  de  su  comandante 
Thompson,  despachó  en  su  ausilio  al  coronel  don  Andrés  del 
Alcázar,  que  estaba  encargado  del  mando  de  Yumbel,  con 
una  compañía  de  cazadores  que  obligó  a  retirarse  a  las  fuer- 
zas sitiadoras,  después  de  haber  acuchillado  a  una  partida 
de  indios  que  tardaron  algo  mas  en  dispersarse. 

En  vista  de  estos  antecedentes,  i  de  las  noticias  que  sus 
espías  le  comunicaron  sgbre  el  ejército  de  Benavides,  no 
dudó  ya  Freiré  de  que  sus  fuerzas  eran  poderosas.  El  se 
veia  sin  recursos,  i  obligado    a  diseminar   sus   tropas  en  los 

TOMO  XII — 6 


82  Estudios  Biográficos 


fuertes  de  la  frontera:  solo  la  llegada  de  algunos  refuerzos 
lo  impelió  a  desistir  de  sus  intentos  de  abandonar  la  ciudad 
de  Concepción  i  trasladarse  a  la  plaza  de  Talcahuano,  donde 
creia  mas  fácil  la  defensa:  con  ellos  se  juzgó  bastante  fuerte 
para  tomar  la  ofensiva,  tan  luego  como  el  enemigo  se  atre- 
viera a  cruzar  el  Bio-Bio. 

Esta  oportunidad  se  le  presentó  el  14  de  abril,  en  cuya 
noche  Benavides,  al  mando  cerca  de  seiscientos  hombres,  lo 
pasó  por  Talcamávida. — Al  amanecer  del  siguiente  dia,  ya 
Freiré  se  puso  en  marcha,  mientras  el  enemigo  seguia  a  San 
Luis  Gonzaga;  avanzó  allí  aquél  i  éste  pasó  a  Gomero:  mo- 
vióse de  nuevo  Freiré  i  Benavides  se  retiró  a  San  Cristóbal, 
dando  a  entender  con  estos  movimientos  que  no  pensaba 
sino  en  retirarse  i  en  evitar  a  toda  costa  un  encuentro  que 
no  podia  tener  otro  resultado  que  su  derrota.  Por  ellos  co- 
noció Freiré  que  no  pbdria  darle  alcance,  i  creyó  mas  pru- 
dente recorrer  ambas  riberas  del  Bio-Bio,  en  busca  de  par- 
tidas enemigas  que  combatir.  En  conformidad,  hizo  pasar  el 
rio  por  Tanaguillin  al  capitán  don  Manuel  Quintana,  con  80 
granaderos,  para  seguir  por  la  orilla  sur  a  tomar  posesión  de 
Santa  Juana,  mientras  él  mismo  llevaba  una  marcha  parale- 
la por  la  norte  hasta  ocupar  a  Talcamávida,  separada  de 
aquella  por  las  aguas  del  Bio-Bio,  solamente. 

Benavides,  entretanto,  habia  seguido  su  marcha  al  norte; 
pero  temiendo  encontrarse  con  Freiré,  pasó  el  rio  de  la  Laja 
i  se  acercó  a  los  Anjeles,  donde  mandaba  el  coronel  don  An- 
drés del  Alcázar.  Creyéndose  débil  para  dar  el  ataque,  recu- 
rrió al  embuste  de  anunciar  la  completa  derrota  de  Freiré  i 
de  exijir  rendición:  confundido  por  la  negativa  que  le  dio 
Alcázar,  fuéle  forzoso  repasar  el  Bio-Bio  por  Negrete,  sin  ha- 
ber obtenido  en  toda  la  campaña  ventaja  alguna,  por  peque- 
ña que  fuese. 

Freiré,  después  de  haber  tomado  posesión  de  Talcamávida, 
se  volvió  a  Concepción,  mientras  que  Benavides  se  reponía 
en  el  territorio  araucano  de  los  males  sufridos  en  la  anterior 
campaña.  El  22  de  abril  asentó  este  último  su  campo  en 
Curalí,  i  el  24  dio  un  ataque  a  Santa   Juana,  de   donde  fué 


El  jeneral  Freiré  83 


rechazado  por  las  tropas  que  poco  antes  habían  tomado  po- 
sesión de  ella. 

En  una  guerra  como  esta,  en  que  todo  era  la  obra  esclusiva 
de  la  estratejia  en  los  movimientos  i  en  que  el  enemigo  no  se 
atrevía  a  presentar  una  batalla  contra  fuerzas  que  no  fuesen 
muí  inferiores,  no  podía  hacerse  patente  aquel  valor  que 
tanto  distinguía  a  Freiré,  i  con  que  habia  destrozado  al  ene- 
go  en  otras  ocasiones.  Por  otra  parte,  Benavides  espiaba 
cada  uno  de  sus  movimientos  i  sabia  ponerse  en  salvo  cuan- 
do en  estos  presentía  su  derrota:  esto  era  lo  que  habia  suce- 
dido en  el  tiempo  trascurrido  después  de  abierta  la  campa- 
ña; pero,  lejos  de  desalentar  a  Freiré  esta  conducta,  avivaba 
mas  su  entusiasmo  i  lo  inducía  a  seguir  maniobrando  con 
mayor  actividad. 

Como  lo  hemos  dicho,  Benavides  fué  rechazado  en  Santa 
Juana;  pero,  sin  querer  desistir  de  sus  propósitos  de  atacarla 
en  breve  nuevamente,  se  retiró  a  su  campamento  de  Curalí. 
Pocos  días  después,  el  28  de  abril,  volvió  otra  vez  sobre  ella; 
pero  ahora  se  encontraba  allí  el  mismo  Freiré  al  mando  del 
grueso  todo  de  sus  fuerzas,  i  volvió  a  ser  rechazado.  Resolvió 
éste,  por  fin,  ir  a  buscarlo  en  su  guarida,  i  sahó  con  este  ob- 
jeto de  Santa  Juana,  mientras  Benavides,  desconociendo  el 
número  de  tropas  que  acompañaban  a  su  enemigo,  permane- 
cía en  Curalí,  dispuesto  finalmente  a  presentarle  batalla.  En 
la  tarde  del  1.^  de  mayo  tuvo  lugar  ésta,  i  su  resultado  fué 
el  acuchillamiento  completo  del  ejército  de  Benavides.  Des- 
baratado por  la  impetuosidad  de  la  carga,  forzoso  le  fué  al 
enemigo  entregarse  a  una  fuga  precipitada,  sin  alcanzar  a 
sustraer  de  ella  mas  que  una  corta  división.  Persiguiólo 
pocos  días  después  por  Colcura,  Laraqueta,  i  mas  allá  del 
rio  Carampangue  en  que  destrozó  una  partida  de  200  hom- 
bres, dando  por  concluida  la  campaña  con  tan  importantes 
ventajas. 

A  su  vuelta  a  Concepción,  solicitó  Freiré  del  Supremo  Go- 
bierno, con  fecha  30  de  mayo,  la  devolución  de  todas  las 
propiedades  confiscadas  a  los  que  se  hallaban  comprometidos 
en  defensa  de  los  derechos  del  reí,    creyendo  captarse  con 


84  Estudios  Biográficos 


esta  medida  su  voluntad  i  neutralizarlos^  ya  que  no  hacerlos 
adherirse  a  su  causa^  con  tan  jenerosa  conducta. 

Este  hecho  puede  servir  para  caracterizar  a  Freiré  como 
militar  i  como  político.  Valiente  con  el  enemigo,  jenerosocon 
el  vencido,  tales  fueron  las  dotes  que  hicieron  de  él  uno  de 
los  jefes  mas  distinguidos  de  nuestra  emancipación. 


s^^^ 


IX 

CAMPAÑAS  CONTRA  BeNAVIDES  HASTA  NOVIEMBRE  DE    182O 

Con  la  victoria  de  Curalí  i  escursiones  subsiguientes  pare- 
cia  concluida  finalmente  la  guerra  que  tantas  lágrimas  cos- 
taba ya:  Freiré  se  dedicó  entonces  al  mejor  arreglo  de  la 
provincia,  cuyo  mando  político  se  le  habia  confiado;  pero 
al  descuidar  los  aprestos  militares  por  un  momento,  mani- 
festaba desconocer  al  enemigo  a  quien  tenia  que  batir.  Las 
derrotas  tenian  mui  poco  influjo  en  el  ánimo  de  Benavides 
para  que  acobardara  después  de  la  de  Curalí  en  que  habia  sal- 
vado alguna  tropa.  Pronto  se  le  vio  aparecer  de  nuevo,  cru- 
zar el  Bio-Bio  por  el  lado  de  las  montañas,  internarse  en  la 
Isla  de  la  Laja,  i  continuar  allí  la  guerra  de  depredaciones 
i  saqueos  que  hacia.  Batida  casi  siempre  sus  partidas  por 
las  fuerzas  que  mandaba  en  los  Anjeles  el  mariscal  Alcázar, 
engrosaba  de  nuevo  sus  tropas  con  indios  i  dispersos,  al  mis- 
mo tiempo  que  tomaba  posesión  de  algunos  buques  que  sor- 
prendió en  la  costa  de  Arauco. 

Freiré  vino  entonces  a  conocer  cuan  grande  era  el  error  en 
que  habia  caido  al  creer  debilitado  al  enemigo.  Por  otra 
parte,  cada  dia  era  mas  angustiada  su  situación,   ya  por  la 


86  Estudios  Biográficos 


falta  de  tropas  o  por  los  víveres  que  a  fines  del  año  de  1819 
se  hizo  jeneral  en  la  provincia  toda  de  Concepción. 

Sin  embargo,  en  medio  de  tan  apurada  situación,  Bena- 
vides  no  se  atrevía  a  acercarse  al  campamento  de  Freiré 
hasta  mayo  de  1820,  en  que,  sabedor  de  que  éste  había  pa- 
sado a  Santiago  dejando  el  mando  de  las  fuerzas  al  coronel 
Rivera,  dio  un  ataque  a  Talcahuano  favorecido  por  la  oscu- 
ridad de  una  noche  de  invierno,  tomó  posesión  de  él,  saqueó 
las  propiedades,  i  embarcó  a  su  segundo,  don  Juan  Manuel 
Pico,  en  un  bote,  en  que  debía  pasar  a  Arauco,  burlando, 
por  todos  medios,  los  lazos  i  estratejia  de  Rivera. 

El  influjo  moral  de  un  suceso  de  esta  especie  no  podía  de- 
jar de  traer  males  considerables  al  ejército  de  Freiré.  Las 
fuerzas  de  éste,  es  verdad^  eran  superiores  en  número  i  dis- 
ciplina a  las  que  mandaba  Benavides;  pero  era  preciso  tener- 
las diseminadas  en  toda  la  estension  de  la  frontera  para 
impedirle  el  paso  a  la  capital;  reunirías  para  entrar  en  perse- 
guir al  enemigo  era  una  empresa  bien  descabellada  para  que 
Freiré  la  intentara:  por  las  anteriores  persecuciones  había 
venido  en  conocer  que  darle  alcance  i  evitar  sus  movimien- 
tos estratéjicos  era  un  trabajo  casi  imposible.  Por  otra 
parte,  en  aquella  misma  época,  se  organizaba  en  Santiago  la 
espedicion  libertadora  del  Perú,  i  no  comprendiendo  cómo 
los  fujitivos  de  Maipo  pudieran  organizar  una  resistencia  tan 
tenaz  como  la  que  ya  se  formaba,  se  dejaba  a  Freiré  al 
mando  de  la  provincia  de  Concepción,  sin  tener  los  recursos 
para  contener  las  tropas  de  Benavides. 

Las  fuerzas  enemigas,  entre  tanto,  se  habían  engrosado 
considerablemente.  Don  Antonio  Carrero,  uno  de  sus  jefes, 
había  pasado  a  Chiloé  en  busca  de  ausilíos  de  tropas,  i  los 
que  les  dio  Quíntanilla,  junto  con  los  que  le  trajo  Pico  del 
Perú,  a  donde  pasó  a  buscarlos,  hacían  de  las  filas  de  Bena- 
vides un  ejército  respetable.  Con  él  pensaba  hacerse  dueño 
de  toda  la  provincia  de  Concepción  í  pasar  a  la  capital,  que 
había  quedado  sin  tropas  desde  la  salida  de  la  espedicion 
libertadora  del  Perú  (20  de  agosto  de  1820). 

El  18  de  setiembre   pasó  Pico  el  caudaloso  Bio-Bío  por 


El  jeneral  Freiré 


Monterrei,  algunas  leguas  adelante  de  su  confluencia  con 
el  Laja^  i  el  siguiente  dia  se  acercó  a  Yumbel,  donde  apro- 
vechándose de  la  superioridad  numérica,  destrozó  un  escua- 
drón de  granaderos  mandado  por  el  teniente  coronel  don 
Benjamin  Viel. 

Juntóse  éste,  seguido  de  unos  pocos  dispersos,  con  el  co- 
mandante don  Carlos  M.  O'Carrol  en  Rere,  i  entre  ambos 
picaron  la  retaguardia  al  enemigo,  que  habia  seguido  ade- 
lante i  manifestaba  interés  en  pasar  el  Laja,  para  pene- 
trar en  la  isla  de  este  nombre  i  apoderarse  de  los  Anjeles, 
su  capital,  en  que  mandaba  el  mariscal  Alcázar,  con  solo 
250  hombres  del  batallón  Coquimbo.  En  su  marcha,  engro- 
saron sus  filas  con  una  partida  de  cazadores  que  les  remitía 
Freiré,  al  mismo  tiempo  que  el  enemigo  tomaba  cerca  de 
400  hombres  de  las  diversas  montoneras  que  mantenía  en 
las  inmediaciones.  En  el  vado  de  aquel  rio.  denominado  del 
Fangal,  se  resolvió  a  hacer  frente  a  O'Carrol,  que  mandaba 
las  fuerzas  de  la  república:  pero  introdújose  la  división  entre 
los  diferentes  jefes,  i  al  cabo  de  poco  tiempo  todo  era  con- 
fusión: muchos  huian,  mientras  O'Carrol,  mas  valiente  que 
sus  subalternos,  prefería  morir  en  las  puntas  de  las  lanzas 
de  los  indios  de  Pico,  que  lo  tomaron  con  un  lazo,  a  seguir  a 
aquéllos  en  su  fuga. 

Después  de  esta  victoria  aun  le  quedaba  a  Pico  que  to- 
mar los  Anjeles;  pero  como  creyera  que  Alcázar  habia  sido 
reforzado  por  las  tropas  de  Freiré,  se  resolvió  a  esperar  en 
San  Cristóbal  que  se  le  juntara  Benavides,  lo  que  éste  efec- 
tuó el  25  de  setiembre. 

Alcázar,  entre  tanto,  sabedor  de  los  sucesos  de  Yumbel  i 
Pangal,  se  habia  determinado  a  juntarse  con  Freiré;  para 
ello  salió  de  los  Anjeles  el  mismo  dia  que  se  reunieron  Bena- 
vides i  Pico,  i  queriendo  Sustraerse  a  ellos,  pensó  pasar  el 
Laja  por  Tarpellanca,  i  mandó  un  campesino  en  esploracion, 
el  que  dio  parte  al  enemigo  de  su  marcha.  Atacólo  éste  en  la 
ribera  opuesta  del  rio,  i  cuando  Alcázar,  que  habia  cruzado 
la  mitad  de  él,  pensaba  hacerse  fuerte  en  una  isleta  que  tie- 
ne el  nombre  del  vado,  se  comenzó   el  tiroteo  que  concluyó 


88  Estudios  Biográficos 


por  la  rendición  de  Alcázar,  después  de  seis  horas  de  un  fue- 
go vivísimo. — La  atroz  muerte  de  todos  los  oficiales  rendi- 
dos, i  la  del  mismo  Alcázar,  fué  el  modo  como  cumplió  Be- 
navides  los  tratados  de  rendición  por  los  cuales  se  les  asegu- 
raba la  vida  i  la  libertad. 

Las  noticias  del  descalabro  del  Fangal  llegaron  en  breve  a 
oidos  de  Freiré,  i  resolvió  salir  con  el  grueso  de  sus  fuerzas  en 
ausilio  de  los  Anjeles,  para  lo  que  fijó  el  dia  28  de  setiembre: 
el  27  supo  por  el  comandante  del  batallón  Coquimbo,  coro- 
nel Thompson,  el  único  que  habia  escapado  en  Tarpellanca, 
la  triste  suerte  de  Alcázar,  i  lo  inútil  que  era  su  determina- 
nación. 

El  siguiente  dia,  28,  Freiré,  seguido  de  sus  soldados,  se 
trasladó  a  Talcahuano,  donde  creia  mas  posible  sostenerse 
contra  el  enemigo  i  recibir  ausilios  por  mar.  Comenzóse  en- 
tonces aquella  gloriosa  resistencia  que  se  denomina  el  «sitio 
de  Talcahuano»,  en  que  no  hubo  sufrimiento  porque  no  pa- 
sara gustoso  para  defender  aquella  importante  plaza  del 
enemigo  que  la  sitiaba.  Falto  de  víveres  i  demás  recursos, 
sin  poder  obtenerlos  sino  en  mui  pequeñas  cantidades  del 
Supremo  Gobierno,  Freiré  dio  en  aquella  época  los  ejemplos 
mas  elevados  de  una  constancia  mas  que  natural,  i  de  un 
desprecio  por  el  peligro  de  que  se  hallan  pocos  ejemplos.  Una 
sola  ocasión  en  que  se  habia  sacado  del  recinto  de  la  plaza 
la  caballería  a  pacer  en  los  campos  inmediatos,  fué  necesario 
sostener  un  choque,  en  que  perdió  algunos  de  los  suyos. 
Esta  situación  era  tanto  mas  aflictiva,  cuanto  que  el  enemi- 
go no  se  dejaba  ver  en  las  inmediaciones  sino  cuando  la  tro- 
pa salia  de  la  plaza,  i  esto  para  una  sorpresa  solamente,  lo 
que  impedia  a  Freiré  dar  un  ataque  formal,  en  que  pudiera 
tocar  a  su  fin  la  contienda,  sucumbiendo  uno  uotro  ejército. 
Temia,  i  no  sin  razón,  que  esta  in-accion,  agregada  a  la  ínti- 
ma seguridad  de  la  inferioridad  numérica,  introdujera  el  de- 
saliento en  sus  soldados.  Freiré  esperaba  con  ansia  una  opor- 
tunidad de  atacar.  Esta  se  le  presentó  el  25  de  noviembre, 
en  que  el  enemigo  se  dejó  ver  por  el  lado  de  San  Vicente,  en 
número  de  600  hombres  solamente.   No  tardó  mucho  Freiré 


El  jeneral  Freiré  89 


en  aprovecharse  de  ella  para  caer  de  improviso,  cortándolo 
en  todas  direcciones  i  asegurando  en  pocos  momentos  la  glo- 
riosa victoria  de  las  «.Vegas  de  Talcahuano»  con  que  la  co- 
noce la  historia. 

Pero  esta  victoria  no  arruinaba  al  enemigo;  se  necesitaba 
de  algo  mas  todavía  i  esta  fué  la  obra  de  la  no  menos  glorio- 
sa jornada  de  la  «Alameda  de  Concepción»  que  tuvo  lugar  el 
27  del  propio  mes,  en  que  Freiré  destrozó  completamente 
las  filas  de  Benavides,  i  rescató  el  batallón  Coquimbo,  que 
permanecia  en  ellas  desde  la  derrota  de  Tarpellanca. 


caída  de  O'higgins:  Freiré  supremo  director 


Con  la  victoria  de  la  Alameda  de  Concepción,  Benavides 
se  halló  falto  de  hombres  i  demás  elementos  para  proseguir 
la  guerra  por  mas  tiempo;  pero  lejos  de  desistir  de  sus  co- 
natos de  destrucción,  encomendó  a  don  Juan  Manuel  Pico 
el  incendio  de  todas  las  poblaciones  situadas  al  lado  sur  del 
rio  Nuble,  que  hablan  quedado  en  un  total  abandono,  comi- 
sión que  desempeñó  este  antes  de  fines  de  1820. — El  siguien- 
te año  volvió  a  presentarse  Benavides  i  fué  de  nuevo  derro- 
tado en  las  Vegas^  Saldías  por  el  jeneral  Prieto:  los  caudillos 
que  sucedieron  a  aquél  en  el  mando  de  las  hordas  denomi- 
nadas defensores  de  los  derechos  del  rei,  sufrieron  una  suerte 
idéntica  durante  el  de  1822. 

Freiré,  empero,  no  habia  tomado  parte  en  estos  sucesos: 
retirado  en  Santiago,  no  volvió  a  Concepción  hasta  ñnes  de 
este  último  año  para  presenciar  i  tomar  en  breve  la  dirección 
del  movimiento  reaccionario  que  se  operaba  contra  el  go- 
bierno de  O'Higgins.  La  provincia  se  habia  pronunciado;  la 
de  Coquimbo  la  habia  seguido,  i  salieron  de  Santiago  comi- 
siones destinadas  a  tranquilizar  los  ánimos  en  ambos  pun- 
tos.— Pero  la  reacción  era  estensiva  a  todas   las  provincias: 


Estudios    Biográficos 


O'Higgins,  la  primera  espada  de  nuestra  independencia,  el 
.  héroe  de  cien  batallas,  había  querido  sacrificar  su  merecida 
popularidad  a  trueque  de  hacer  respetables  las  leyes^  aun 
usando  las  medidas  violentas;  habia  querido  cimentar  el 
orden  en  el  caos,  i  esta  obra,  que  frecuentemente  arruina  al 
que  la  comienza,  fué  la  causa  principal  de  su  caida.  No  hubo 
crimen  que  sus  enemigos  no  le  imputaran,  i  aun  sus  mismos 
partidarios  llegaron  a  creer  verdad  todo  lo  que  se  decia 
de  él. 

Movido  por  estos  sentimientos,  se  reunió  el  vecindario  en 
la  sala  del  Consulado,  el  28  de  enero  de  1823,  i  allí  acordó  el 
envío  de  una  comisión  al  Supremo  Director  que  debia  hacer- 
le presente  el  jeneral  descontento  que  existia  contra  su  ad- 
ministración. Conoció  entonces  O'Higgins  la  verdadera  dis- 
posición de  los  ánimos,  i  antes  de  organizar  una  resistencia 
con  que  pudo  sostenerse  por  algún  tiempo  mas  en  el  poder, 
hizo  dimisión  de  él  i  pasó  a  Valparaíso,  con  propósitos  de 
embarcarse  para  el  Perú. 

Freiré,  entre  tanto,''habia  llegado  a  este  puerto  al  mando 
de  300  hombres,  mandados  por  la  Asamblea  provincial  de 
Concepción  a  deponer  el  gobierno.  Sabedor  deque  se  halla- 
ba en  Valparaíso  el  jeneral  O'Higgins,  dio  la  orden  de  su 
arresto,  justificando  esta  medida,  en  su  nota  de  fecha  de  6 
de  febrero,  con  el  «derecho  que  tienen  los  pueblos  para  exijir 
de  él  una  justa  residencia».  Una  medida  de  esta  especie,  si 
bien  ejecutada  con  lejítimos  pretestos,  no  pudo  obtener  la 
aprobación  jeneral  ni  mucho  menos  la  de  los  miembros  de  la 
Junta  Gubernativa  que  había  sucedido  a  aquel  gobierno.  De 
su  residencia  no  resultó  cargo  alguno  que  pudiera  mancillar 
su  nombre:  esto  esplica  los  términos  honrosos  en  que  está 
concebida  la  concesión  de  la  licencia  para  salir  de  Chile,  dada 
por  Freiré  al  jeneral  O'Higgins  por  el  solo  término  de  dos 
años,  en  2  de  julio  de  1823. 

No  contentas  las  Asambleas  de  Concepción  i  Coquimbo  con 
la  Junta  de  Gobierno  instalada  el  día  de  la  dimisión  de 
O'Higgins,  mandaron  por  plenipotenciarios  a  don  Manuel 
Novoa  i  a  don  Manuel  Antonio  González,    para  que,  unidos 


El  jeneral  Freiré  93 


con  el  que  debia  nombrar  Santiago,  elijieran  provisoriamen- 
te el  Supremo  Director  mientras  se  instalaba  un  Congreso 
Constituyente:  fué  este  tercer  miembro  el  doctor  don  Juan 
Egaña.  Reunidos  todos  tres  en  31  de  marzo  elijieron  para 
aquel  alto  puesto  al  Mariscal  don  Ramón  Freiré,  que  se  re- 
cibió del  mando  i  prestó  su  juramento  el  4  de  abril  de  1823. 

Residenciados  como  se  hallaban  los  miembros  de  la  pasa- 
da administración,  no  era  posible  siguiesen  en  sus  destinos; 
por  otra  parte  la  reacción  se  habia  operado  mas  por  su  con- 
ducta i  manejos  que  por  la  del  Director  O'Higgins.  En  con- 
secuencia, con  fecha  8  del  propio  mes  de  abril  espidió  los 
nombramientos  de  ministros  en  don  Mariano  Egaña  de  go- 
bierno i  de  relaciones  esteriores,  en  don  Pedro  Nolasco  Mena 
de  hacienda  i  en  el  coronel  don  Juan  de  Dios  Rivera  de  la 
guerra.  Uno  de  los  primeros  decretos  espedidos  por  este  últi- 
mo, fué  la  concesión  de  un  premio  a  los  vencedores  en  la  jor- 
nada de  la  Alameda  de  Concepción,  el  27  de  noviembre 
de  1820. 

De  aquella  época  data  la  vida  política  del  jeneral  Freiré, 
en  que  después  vino  a  ser  tan  desgraciadamente  célebre. 
Educado  en  la  carrera  militar.  Freiré  comprendía  que  una 
nación  se  podia  rejir  como  un  ejército,  i  aunque  jamas  ejer- 
ció los  actos  de  despotismo  que  tan  poco  acordes  estaban 
con  la  grandeza  de  su  alma,  parecía  estrañar  la  ausencia  del 
réjimen  militar  para  sostenerse  con  decoro  en  el  alto  puesto 
en  que  se  hallaba  colocado:  esta  convicción  fué  la  que  moti- 
vó sus  renuncias  de  junio  de  1824. 

El  primer  trabajo  importante  de  la  nueva  administración 
fué  el  equipo  de  una  escuadra  i  un  ejército  para  ayudar  al 
jeneral  don  Simón  Bolívar  en  la  grandiosa  empresa  de  dar 
libertad  al  Perú.  Debia  la  espedicion  reunirse  al  jeneral  San- 
ta Cruz,  que  se  hallaba  en  el  Alto  Perú;  pero  antes  de  su 
arribo  éste  fué  derrotado  completamente,  i  a  su  desembarque 
en  Arica,  se  halló  amenazada  por  el  jeneral  español  Valdés,  i 
fué  necesario  darse  a  la  vela  sin  haber  hecho  frente  una  sola 
ocasión  al  enemigo. 

En  Santiago,  entretanto,  se  trataba  de  formar  una  consti- 


94  Estudios  Biográficos 


tucion  mas  liberal  que  la  de  1822.  Para  esto  se  había  convo- 
cado un  congreso  constituyente,  que  comenzó  a  ejercer  sus 
funciones  en  agosto  del  siguiente  año,  i  formó  la  que  se  juró 
en  29  de  diciembre  de  1823.  La  nueva  organización  que 
ella  introducía  no  filé  del  agrado  de  Freiré:  restrinj  idas  las 
facultades  del  ejecutivo,  conoció  éste  que  en  medio  delvol- 
can  revolucionario  en  que  entonces  se  vivia,  no  era  posible 
gobernar  con  las  sujeciones  i  vallas  puestas  por  la  misma 
Constitución.  Hizo  por  repetidas  veces  la  dimisión  del  alto 
destino  que  ocupaba  i  si  quedó  en  él  fué  solo  por  la  acta  del 
Senado  conservador,  de  fecha  de  21  de  junio  de  1824.  por  la 
cual  se  ampliaban  considerablemente  sus  facultades  guberna- 
tivas. 


XI 


PRIMERA  ESPEDICIONA  CHILOÉ 


Chiloé  habia  sido  el  almacén  de  armas  i  pertrechos  de  la 
guerra  del  sur  en  los  últimos  años.  Ordóñez  habia  recibido 
de  su  gobernador,  en  1817,, durante  el  sitio  de  Talcahuano, 
refuerzos  de  tropas,  que  si  bien  reducidos  en  número,  le  eran 
de  grande  importancia.  Las  hordas  de  Benavides,  Pico,  Ca- 
rrero i  Pincheira  hablan  encontrado  en  el  gobernador  del 
archipiélago,  Quintanilla,  la  fuente  de  sus  recursos,  i  era  pre- 
sumible que  sujetándolo  bajo  el  dominio  i  autoridad  de  la 
República,  cesarla  la  lucha  que  ensangrentaba  las  provincias 
meridionales  de  nuestro  territorio. 

Freiré  necesitaba  de  glorias  militares  para  mantenerse  en 
la  popularid  ad  que  lo  habia  elevado  al  primer  puesto  de  la 
República,  i  mui  particularmente  después  de  la  desgraciada 
espedicion  al  Perú.  La  Constitución  del  Estado,  recien  jura- 
da, consideraba  también  parte  integrante  de  la  República 
chilena  el  archipiélago  de  Chiloé.  Por  otra  parte,  existian 
en  Chile  los  mismos  elementos  que  se  emplearon  en  ¡la 
espedicion  del  Perú:  la  escuadra  estaba  en  nuestros  puer- 
tos i  la  tropa,  falta  de  campañas  que  emprender,  parecía 
amenazar  las  autoridades  en  caso   de  una  revolución.   Era, 


96  Estudios  Biográficos 


pues,  preciso  intentar  alguna  empresa^  i  la  conquista  de  Chi- 
loé,  en  que  todavía  ondeaba  el  pendón  castellano^  se  presen- 
tó con  todas  las  apariencias  de  realizable. 

Hechos  los  primeros  preparativos,  salió  Freiré  de  Valpa- 
raíso a  principios  de  enero  de  1824,  dejando  el  mando  supre- 
mo en  manos  del  presidente  del  Senado,  que  lo  era  don  Fer- 
nando Errázuriz:  pocos  dias  después  se  hallaba  en  la  bahía 
de  Talcahuano,  concluyendo  los  aprestos  de  la  espedicion. 

Constaba  esta  de  mas  de  3,000  hombres,  que  formaban 
tres  brillantes  batallones  de  infantería,  buena  caballería,  un 
buen  tren  de  cañones  i  alguna  tropa  mas;  esta  fuerza  debia 
embarcarse  en  la  Quiriquina  en  nueve  buques,  cinco  de  los 
cuales  eran  de  guerra.  Freiré  había  destinado  para  sí  la  fra- 
gata Lautaro. 

Confiado  en  la  importancia  de  la  empresa  i  en  las  probali- 
dades  de  triunfo,  salió  Freiré  de  la  isla  de  la  Quiriquina  a 
fines  de  marzo  de  1824,  al  mando  de  la  espedicion  conquis- 
tadora. Habíase  acordado  antes  del  embarque  el  plan  de 
campaña  que  convenia  adoptar;  por  él  se  había  dispuesto 
que  la  escuadra  entera  ocupara  el  puerto  de  San  Carlos,  con 
bandera  española,  sospechando  que  Quintanilla  no  podría 
mantener  una  guarnición  respetable  en  sus  fortificaciones,  en 
la  estación  de  las  lluvias  que  ya  había  comenzado. 

En  efecto,  al  cabo  de  pocos  dias  de  haberse  dado  a  la  ve- 
la de  la  Quiriquina,  siete  buques  de  la  escuadra  entraban  en 
la  bahía  de  San  Carlos,  tras  de  la  fragata  Lautaro,  que  mon- 
taba el  Mariscal  Freiré,  despreciando  los  fuegos  de  las  forta- 
lezas; pero  al  acercarse  al  castillo  de  Aguí,  cambió  aquella 
de  rumbo  i  se  acercó  a  los  canales  del  interior.  Ignorando 
los  otros  trasportes  los  propósitos  del  jeneral  en  jefe,  lo  si- 
guieron i  les  fué  forzoso  fondear  en  el  puerto  de  Niepumu- 
ñion,  en  donde  varó  la  corbeta  Voltaire,  por  influjo  de  las 
grandes  corrientes;  este  incidente  obligó  a  nuestras  embar- 
caciones a  abandonar  este  puerto  i  tomar  posesión  del  de 
Chacao  que  defendía  una  lijera  guarnición,  el  día  28  del  pro- 
pio mes  de  marzo. 

Allí  dispuso  el  jeneral  Freiré,    que  el  coronel    Beauchef, 


El  jeneral  Freiré  97 


que  mandaba  el  batallón  número  8,  desembarcase  al  frente 
de  éste,  i  del  7  i  i  que  obedecían  a  los  coroneles  Rondizzoni 
i  Thompson,  por  el  fondeadero  de  Dalcahue,  para  posesio- 
narse del  camino  de  Castro  a  San  Carlos,  lo  que  éste  efectuó 
el  30  de  marzo,  conforme  a  las  órdenes  de  su  jefe. 

Quintanilla,  entre  tanto,  habia  tenido  noticia  de  la  espe- 
dicion  desde  febrero,  i  habia  trabajado  con  una  actividad 
digna  de  los  mayores  elojios  en  reunir  i  adiestrar  las  milicias 
para  presentar  una  resistencia  vigorosa  a  las  tropas  invaso- 
ras.  Con  el  objeto  de  batir  al  enemigo  en  su  desembarque, 
encargó  al  coronel  Ballesteros  el  mando  de  una  división;  los 
obstáculos  con  que  éste  quiso  impedir  tocar  en  tierra  fueron 
inútiles;  Beauchef  desembarcó,  i  el  siguiente  día  se  puso  en 
marcha  para  el  interior.  Pero  Ballesteros,  al  mando  290  hom- 
bres, le  tenia  preparada  una  emboscada  en  las  inmediacio- 
nes de  la  laguna  de  MocopuUi,  de  modo  que  cuando  la  divi- 
sión de  Beauchef  se  hallaba  en  el  desfiladero  que  esta  forma 
con  un  cerro,  sintió  las  primeras  descargas  junto  con  la  pér- 
dida de  cerca  de  150  de  los  suyos.  Acometido  en  breve  por 
el  capitán  Téllez  que  por  la  parte  superior  del  cerro  se  dejó 
ver  con  una  compañía  de  granaderos  veteranos,  la  derrota 
de  la  división  conquistadora  fué  pronta  i  completa.  Beau- 
chef, aprovechándose  de  la  oscuridad  de  la  noche,  se  volvió 
apresuradamente  en  Dalcahue  con  los  restos  de  su  división 
i  al  dia  siguiente,  2  de  abril,  se  dio  a  la  vela  en  la  fragata 
Ceres  i  corbeta  de  guerra  Chacabuco^  que  allí  lo  habían  tras- 
portado, para  Chacao,  en  donde  se  juntó  con  el  jeneral  Frei- 
ré. La  noticia  de  este  desgraciado  suceso,  i  la  pérdida  de  tan 
buena  tropa,  determinaron  a  éste  a  suspender  las  operacio- 
nes de  la  guerra,  i  regresar  a  Concepción,  como  lo  efectuó  el 
15  de  abril  de  1824. 

Tal  fué  el  resultado  de  esta  empresa,  mas  desgraciada  aun 
que  la  intentada  en  1820  por  el  Vice- Almirante  Lord  Cochra- 
ne  con  igual  designio. 


TOMO   XII. — 7 


XII 

OCURRENCIAS   POLÍTICAS   EN    LOS    AÑOS   DE   1824   I    ^^^5 

A  SU  regreso  a  Santiago,  después  de  la  desgraciada  espe- 
dicion  de  Chiloé,  en  julio  del  propio  año,  halló  Freiré  una 
tan  notable  fermentación  política,  que  juzgó  prudente  re- 
nunciar el  mando  supremo,  que  no  podia  sostener  en  sus 
manos  con  las  trabas  que  le  ponia  la  Constitución  del  Esta- 
do. De  aquí  resultó  el  acta  del  Senado  conservador  de  21  de 
julio  de  que  hemos  hablado,  por  la  cual  quedaba  esclusiva- 
mente  encargado  del  mando,  por  solo  tres  meses,  sujeto  al 
código  constitucional,  a  no  ser  que  éste  lo  imposibilitase  para 
proseguir  en  el  gobierno,  en  cuyo  caso  debia  dar  cuenta  al 
Congreso,  que  iba  a  reunirse  al  cabo  de  esos  tres  meses,  de 
las  medidas  que  tomara  separándose  de  lo  dispuesto  en  él. 

Instalóse  éste,  como  se  esperaba,  en  el  mes  de  octubre,  i 
a  él  se  llevaron  las  pasiones  i  odios  políticos  que  dividían  la 
República,  a  tal  punto  que  el  Gobierno  acusó,  en  plena  se- 
sión, a  dos  de  sus  miembros  por  haber  querido  asesinar  a 
otros  dos  que  no  eran  de  sus  opiniones,  i  las  supuestas  víc- 
timas reclamaron  de  voz  en  cuello  su  disolución  aun  por  me- 
dio de  la  fuerza  armada.  Algunos  diputados  de  Concepción 


100  Estudios  Biográficos 


i  Coquimbo  afectos  a  la  administración,  reclamaron  de  sus 
provincias  el  retiro  de  poderes  de  sus  representantes.  Poco 
tiempo  después,  el  i6  de  mayo  de  1825,  los  que  entre  ellos 
eran  partidarios  del  orden,  justificaban  la  disolución  del  Con- 
greso como  una  medida  de  urjente  necesidad  para  mante- 
nerlo, después  de  las  borrascosas  sesiones  de  12,  13,  14  i  15 
de  dicho  mes. 

La  disolución  del  primer  Congreso  Nacional  arreglado  a 
la  Constitución  de  1823,  fué  el  resultado  de  la  solicitud  ele- 
vada al  Ejecutivo  el  15  de  mayo:  esta  providencia,  violenta 
si  se  quiere,  fué  justificada,  como  hemos  dicho,  por  el  mani- 
fiesto del  dia  siguiente.  «Nos  consuela  solamente,  habian 
dicho  los  diputados  cesantes  en  16  de  mayo  de  1825,  al  de- 
clarar disuelto  el  Congreso,  el  apresuramiento  del  Gobierno 
para  reemplazar  la  representación  i  la  esperanza  de  que  los 
pueblos  deben  conocer,  a  pesar  de  la  suerte  infausta  de  los 
Congresos  anteriores,  que  ellos  son  la  única  fuente  de  donde 
debe  emanar  la  felicidad  de  la  República». 

Este  nuevo  Congreso,  prometido  por  el  Ejecutivo,  abrió 
sus  sesiones  el  5  de  setiembre  de  dicho  año,|  después  de  reu- 
niones tumultosas,  que  amagaron  el  orden  público. 

Sin  embargo,  éste  debia  correr  la  misma  suerte  que  el  an- 
terior: a  él  no  concurrieron  los  representantes  de  Concep- 
ción ni  Coquimbo,  i  sí  soloj  los  de  Santiago,  cuyo  número 
componia  mui  cerca  de  las  dos  terceras  partes  de  su  total; 
pero  el  Ejecutivo  quiso  jurarle  obediencia  i  publicó  su  insta- 
lación. Pocos  dias  después,  el  30  de  setiembre,  acaeció  en 
Valparaíso  un  movimiento  ¿popular  con  motivo  de  varias 
providencias  de  hacienda,  i  el  Ejecutivo  quiso  tomar  algu- 
nas medidas  militares  sobre  aquella  plaza,  cuya  comisión 
confió  al  coronel  Borgoño.  El  Congreso  se  opuso  vivamente 
a  éstas;  pero  aquél  estaba  dispuesto  a  desobedecerle,  i  con 
este  objeto  se  disculpó  fútilmente:  en  tales  circunstancias 
algunos  miembros  del  Congreso  alzaron  la  voz  contra  los  que 
llamaban  avances  del  Ejecutivo. 

Con  tan  tenaz  oposición.  Freiré  se  vio  imposibilitado  para 
sofocar  el  movimiento  de  Valparaíso,  a  menos  de  disolver  el 


El  jeneral  Freiee  101 


Congreso,  o  mas  bien  la  Asamblea  de  Santiago,  como  ya  se 
le  denominaba,  a  causa  de  no  haber  asistido  los  representan- 
tes de  Concepción  i  Coquimbo.  Las  tropas  parecian  estar 
dispuestas  a  apoyarlo,  puesto  que  los  comandantes  Rondiz- 
zoni  i  Beauchef,  jefes  de  los  batallones  7  i  8,  únicos  que  ha- 
bia  en  la  capital,  le  prestaron  juramento  de  obediencia. 
Falto  de  todo  apoyo  contra  una  corporación  que  todo  lo 
combatía,  halló  cuerdo  retirarse  en  Santiago  sin  ser  notado, 
para  tomar  en  Concepción  algunas  fuerzas,  atacar  con  ellas 
las  que  habia  en  la  capital,  i  disolver  el  Congreso,  que  tan- 
tas pruebas  de  adhesión  por  el  trastorno  habia  dado  en  su 
corta  vida. 

Semejante  paso  no  podia  dejar  de  traer  el  desprestijio 
sobre  las  autoridades  constituidas;  así  fué  que  al  siguiente 
dia,  7  de  octubre,  el  Congreso  reunido  en  sesión,  confió  el 
mando  supremo  al  coronel  don  José  Santiago  Sánchez,  que 
el  dia  anterior  habia  sido  el  mas  exaltado  de  los  acusadores 
de  Freiré. 

Pero  éste  no  dudaba  volver  a  ocupar  su  puesto  aun  antes 
de  tomar  las  tropas  de  Concepción:  con  este  objeto  se  comu- 
nicó con  los  coroneles  Rondizzoni  i  Beauchef,  haciéndoles 
un  llamado  a  sus  deberes  de  sostenedores  del  orden  i  de  las 
autoridades.  Reuniéronse  éstos,  en  la  mañana  del  siguiente 
dia  8,  al  jeneral  Freiré  en  la  maestranza  sin  ser  notados,  a 
causa  de  haber  efectuado  este  movimiento  antes  de  amanecer, 
i  regresaron  todos  juntos  para  proceder  a  la  disolución  del 
Congreso.  Pocas  horas  después  el  señor  don  Mariano  Ega- 
ña  pasó  al  lugar  de  sus  sesiones  a  comunicar  la  orden  del 
Supremo  Director,  que  decretaba  su  disolución,  como  una 
medida  aconsejada  por  las  circunstancias  i  el  pueblo  se  ha- 
bia reunido  en  la  sala  de  la  Municipalidad,  i  acordaba  reti- 
rar los  poderes  a  sus  diputados. 

Con  este  desenlace  Freiré  vio  salvado  el  :órden;  la  junta 
popular  que  habia  retirado  el  poder  a  los  representantes  de 
Santiago,  habia  también  formado  una  comisión  que  debia 
residenciarlos,  i  en  virtud  de  este  poder  procedióse  a  la  pri- 
sión de  once  de  sus  miembros,  concluyendo  de  este  modo  el 


102  Estudios  Biográficos 


segundo  Congreso  Nacional,  a  los  pocos  dias  de  su  insta- 
lación. 

Tales  fueron  los  sucesos  que  dieron  motivo  a  la  clausura 
dedos  de  los  primeros  cuerpos  lejislativos  de  Chile,  i  ellos 
bastan  para  justificar  los  resultados.  Gobernar  en  confor- 
midad con  una  Constitución  inadecuada  a  nuestras  circuns- 
tancias i  exijencias  era  una  empresa  bastante  difícil,  imui 
particularmente  en  1825,  cuando  los  derechos  i  las  liberta- 
des se  comprendían  por  el  desenfreno,  i  cuando  para  evitar 
éste  se  hollaban  las  leyes  fundamentales  i  se  caia  en  el  des- 
potismo. Era  preciso  que  nuestra  sociedad  palpara,  por 
una  dolorosa  esperiencia,  los  daños  de  sus  primeros  ensayos 
constitucionales,  antes  de  entrar  por  la  verdadera  senda  del 
réjimen  representativo. 


XIII 


SEGUNDA  ESPEDICION  I  CONQUISTA    DE  CHILOÉ 

Entre  los  acuerdos  del  Congreso  que  acababa  de  cerrarse,ha 
bia  uno  por  el  cual  se  facultaba  al  Supremo  Director  del  Esta- 
do para  tomar  todas  las  medidas  que  creyera  conducentes  a 
fin  de  posesionarse  de  Chiloé,  i  aun  para  admitir  un  ausilio 
de  mil  hombres  que  el  Libertador  Bolívar  le  ofreciera.  Freiré, 
sin  embargo,  no  creyó  decoroso  para  la  dignidad  nacional  el 
admitir  éste,  i  para  remediar  la  falta  que  pudieran  hacer,  es- 
pidió el  decreto  de  27  de  setiembre  de  1825;  por  él  mandaba 
aprestar  los  batallones  número  i,  4,  6,  7  i  8,  el  escuadrón 
Guias  i  parte  de  la  Artillería,  aumentando  sus  tropas  respec- 
tivas, conforme  a  los  decretos  anteriores.  Tan  pronto  como 
hubo  vuelto  la  tranquilidad  a  los  ánimos,  Freiré  comenzó  a 
activar  los  aprestos  de  tropas  i  pertrechos  de  guerra,  echan- 
do también  las  bases  de  la  guardia  nacional,  que  debia  ser 
el  sosten  del  orden  durante  la  campaña,  por  decretos  de  24  i 
28  de  octubre.  Pocos  dias  después,  el  12  de  noviembre,  de- 
legaba el  mando  supremo  en  una  junta  compuesta  de  los 
tres  ministros  del  despacho  i  presidida  por  don  José  Miguel 
Infante. 

Tomadas  estas    providencias.  Freiré   pasó  a  Valparaíso, 


104  Estudios  Biográficos 


donde  se  embarcó  con  parte  de  su  ejército  el  dia  28  de  di- 
cho mes,  con  dirección  a  Valdivia,  que  era  el  punto  de  reu- 
nión de  toda  la  escuadra  espedicionaria.  El  18  de  diciembre 
se  hallaba  toda  ésta,  constante  de  diez  embarcaciones  con- 
duciendo a  su  bordo  2,473  hombres  solamente,  en  aquel 
puerto,  de  donde  no  salió  sino  el  2  de  enero  de  1826. 

Los  vientos  contrarios  impidieron  la  incorporación  de  la 
escuadra  antes  del  9,  en  que  Freiré  que  montaba  la  fragata 
Marta  Isabel,  despachó  de  ella  al  capitán  Frijolé  con  70 
hombres,  para  posesionarse  de  la  batería  de  la  Corona,  em- 
presa en  queobtuvo  el  triunfo  sin  grandes  dificultades.  En 
la  tarde  de  ese  mismo  dia,  la  escuadra  tomaba  posesión  de 
la  playa  de  Yuste,  donde  se  comenzó  el  desembarque  en  la 
siguiente  mañana. 

Freiré  pudo  ya  presentir  el  triunfo  con  el  buen  éxito  de 
estos  primeros  pasos,  pero  no  ignoraba  que  Quintanilla  man- 
tenía fuerzas  superiores  a  las  suyas,  i  que  era  preciso  obrar 
con  una  actividad  estraordinaria  para  desanimarlas  con  sus 
operaciones.  En  la  tarde  del  dia  10  comisionó  al  coronel  AI- 
dunate,  para  que  al  mando  de  una  división  de  210  hombres 
se  posesionase  de  la  batería  Barcacura;  a  su  retaguardia 
despachó  el  batallón  número  i,  que  obedecía  al  comandante 
Godoi,  para  ayudarle  en  caso  de  necesidad.  Antes  que  se  le 
juntara,  Aldunate  pudo  dar  una  sorpresa  a  la  batería,  en  la 
madrugada  del  dia  11,  hacerse  dueño  de  ella  i  hacer  prisio- 
neros a  su  comandante  i  una  parte  de  su  guarnición,  sin  gran- 
des dificultades. 

La  toma  de  la  batería  de  Barcacura  fué  el  principio  de  la 
conquista  de  Chíloé,  i  el  feliz  éxito  de  su  primer  ataque  el 
mejor  augurio  de  un  buen  resultado.  A  las  seis  de  la  mañana 
de  ese  mismo  día  se  puso  en  marcha  para  aquel  punto  todo 
el  grueso  de  la  división. 

El  Almirante  Blanco,  entre  tanto,  que  mandaba  las  fuer- 
zas navales,  i  que  desde  el  dia  anterior  se  había  trasborda- 
do de  la  María  Isabel  al  bergantín  Aquíles,  hizo  levar  anclas, 
de  acuerdo  con  el  Jeneral  Freiré,  para  entrar  en  la  bahía 
de  San  Carlos,  en  cuyas   inmediaciones   debía   acampar  el 


El  jekeral  Freiré  106 


ejército  de  tierra.  Dio  orden  que  lo  siguiesen  Ja  Independen- 
cia, Chacabtico  i  Galvarino,  i  consiguió  ocuparlo  i  fondear  bajo 
los  fuegos  de  la  batería  de  Barcacura,  después  de  un  viví- 
simo cañoneo  de  las  diezciocho  piezas  del  castillo  de  Aguí, 
las  que  sufrieron  considerable  deterioro  desde  los  primeros 
tiros,  de  seis  lanchas  cañoneras  de  a  dos  cañones,  i  de  las 
baterías  de  San  Antonio,  Campo  Santo,  el  Carmen  i  Puqui- 
lligue;  en  él  se  habían  inutilizado  siete  hombre  de  la  In- 
dependencia, i  quebrado  el  bauprés  i  mastelero  de  gabia 
del  bergantín  Aquiles. 

Este  nuevo  suceso  hizo  creer  a  Freiré  que  el  enemigo  no 
le  opondría  en  lo  sucesivo  sino  una  débil  resistencia,  i  halló 
mas  cuerdo  ofrecer  una  jenerosa  capitulación  al  jeneral  Quin- 
tanilla;  pero  éste,  lejos  de  querer  admitirla,  se  dispuso  a 
sostenerse  hasta  el  último  momento.  En  vista  de  esta  nega- 
tiva, dio  orden  Freiré  para  que  el  batallón  número  i  i  el  es- 
cuadrón Guías  quedaran  custodiando  la  batería  de  Barca- 
cura,  mientras  el  resto  del  ejército  se  embarcaba  i  se  daba  a 
la  vela,  como  sucedió,  en  la  tarde  del  12.  El  día  siguiente, 
antes  de  amanecer,  ya  se  había  comenzado  el  deseembarque 
en  la  playa  de  Lechagua,  a  la  derecha  de  Cupabulebu,  sin 
que  las  partidas  que  había  destacado  el  enemigo  se  atrevie- 
ran a  impedirlo.  Allí  se  les  juntó  en  breve  el  batallón  nú- 
mero I  i  el  escuadrón  Guias,  que  había  dejado  clavados  los 
cañones  de  Barcacura. 

Reunido  todo  el  ejército,  se  puso  en  marcha  para  San  Car- 
los siguiendo  el  camino  de  la  playa.  La  vanguardia  era  man- 
dada por  el  coronel  Aldunate,  la  primera  división  por  el  co- 
ronel Beauchef  i  la  segunda  por  Rondizzoni.  La  fragata 
María  Isabel,  por  su  parte  también,  se  había  reunido  a  la 
escuadra  después  de  un  vivo  fuego  del  castillo  de  Agüi,  del 
que  le  tocaron  cinco  balazos  en  un  costado.  De  ella  salieron, 
el  día  14,  antes  de  amanecer,  catorce  botes  formados  en 
dos  líneas  i  mandados  por  el  capitán  Bell,  con  orden  de 
marchar  sobre  el  muelle  i  Puquilligue  i  abordar  las  cañone- 
ras, situaíjas  bajo  los  fuegos  de  aquella  batería.  La  pronti- 
tud i  maestría  en  el  ataque  valió  la  captura  de  tres  de  ellas 


106  Estudios  Biográficos 


sin  mas  pérdida  que  la  de  un  hombre  i  lO  heridos,  i  solo  la 
oscura  niebla  que  cubria  el  mar  impidió  la  de  las  otras  tres, 
que  en  la  siguiente  mañana  se  vieron  dar  la  vuelta  de  Pu- 
deto  i  sumerjirse  en  las  aguas  a  causa  de  haberlas  barrenea- 
do sus  jefes  antes  de  abandonarlas. 

En  el  propio  dia  i  hora,  el  ejército  se  puso  en  marcha  i 
tomó  posesión  de  la  playa  de  Yancas,  que  acababa  de  dejar 
el  enemigo,  casi  en  dispersión,  para  replegarse  sobre  Pudeto. 

Este  movimiento  lo  habia  producido  un  vivo  fuego  de  las 
tres  cañoneras  que  Blanco  habia  quitado  al  enemigo,  de 
acuerdo  con  la  artillería  de  tierra  i  que  descompuso  la  caba- 
llería del  comandante  Islas,  haciéndolo  abandonar  sus  pose- 
siones, para  ocupar  la  plaza  de  San  Carlos  i  sus  inmediacio- 
nes. Observado  este  movimiento  por  el  Brigadier  Borgoño, 
que  hacia  de  jefe  de  Estado  Mayor,  marchó  con  la  columna 
de  granaderos  i  la  primera  división  a  tomar  las  alturas  del 
Pudeto,  para  maniobrar  sobre  el  ala  derecha  que  protejia 
una  partida  de  300  jinetes  emboscados,  al  mismo  tiempo 
que  despachaba  a  los  cazadores  de  la  vanguardia  a  tirotear 
en  guerrilla  sóbrela  izquierda.  La  segunda  división, manda- 
da por  el  coronel  Rondizzoni  i  la  reserva,  la  siguieron  en 
breve,  pero  ya  aquélla  habia  obligado  al  enemigo  a  dej  ar  sus 
ventajosas'  posiciones,  apoyada  como  tenia  su  izquierda  por 
un  bosqu'e  impenetrable,  defendido  su  frente  por  los  obs- 
táculos naturales  i  seis  piezas  de  artillería,  mientras  la  divi- 
sión de  Freiré  tenia  una  sola,  i  protejida  su  derecha  por  la  ca- 
ballería. 

Replegadas  a  Bella-Vista  las  fuerzas  de  Quintanilla  no 
pudieron  presentar  mas  que  una  mui  débil  resistencia  a  la 
columna  de  cazadores  i  granaderos  que  las  perseguía.  La 
dispersión  habia  sido  jeneral:  Quintanilla  i  el  comandante 
don  Saturnino  García  se  habían  adelantado  a  Tantauco  a 
reunir  los  dispersos,  de  modo  que  en  la  tarde  cuando  se  plan- 
tó el  tricolor  en  la  plaza  de  San  Carlos,  que  ocuparon  las 
fuerzas  de  las  cañoneras,  se  decía  que  los  habían  vendido  sus 
jefes. 

Tal  fué  el  fin  de  la  dominación  española  en  Chiloé,  su  úl- 


Ejl  jeneral  Freiré  107 


timo  asilo  en  la  República  chilena,  después  de  la  gloriosa  jor- 
nada de  Bella- Vista,  dada  en  14  de  enero.  Freiré,  que  habia 
proyectado  en  1812  la  primer  resistencia  a  las  huestes  realis- 
tas desembarcadas  en  Talcahuano,  fué  quien,  trece  años  mas 
tarde,  en  1826,  dio  el  último  golpe  al  poder  español. 

Después  de  aquel  suceso,  toda  resistencia  se  creyó  inútil 
por  los  autoridades  españolas.  El  15  se  entregó  el  castillo  de 
Agüi  i  el  18  se  firmaron  las  capitulaciones  de  rendición,  en 
las  cuales  Freiré  manifestó  su  jenerosidad,  concediendo  al 
enemigo  cuanto  pedia  en  cambio  de  reconocer  como  parte 
integrante  de  la  República  el  archipiélago,  como  se  juró  so- 
lemnemente en  San  Carlos  el  dia  22.  El  gobierno  se  concedió 
al  coronel  don  José  Santiago  Aldunate  i  para  martener  la 
tranquilidad  se  le  dejó  alguna  fuerza  veterana. 

Tomadas  todas  estas  providencias,  se  embarcó  el  batallón 
núm.  6  para  Concepción,  i  el  resto,  mandado  por  el  Supre- 
mo Director  Freiré,  dióse  a  la  vela  el  30  de  enero  i  llegó  a 
Valparaíso  el  6  del  mes  entrante,  después  de  una  corta  cam- 
paña en  que  habia  dado  fin  a  la  grandiosa  obra  de  la  inde- 
pendencia de  la  República. 


i 


XIV 


OCURRENCIAS  POLÍTICAS    HASTA    EL    DESTIERRO     DE  FrEIRE 


Vuelto  Freiré  al  foco  de  la  fermentación  política,  no  pudo 
dejar  de  conocer  las  tristes  circunstancias  del  pais  i  las  difi- 
cultades que  entorpecían  la  marcha  gubernativa.  La  Consti- 
tución de  1823  formada  bajo  sus  auspicios,  era  mirada  en 
menos  desde  que  él  mismo  había  sido  el  primero  en  hollarla: 
algunas  prácticas  tradicionales,  mas  bien  que  sus  disposi- 
ciones, eran  las  que  normaban  la  conducta  del  gobierno;  pe- 
ro estas,  lejos  de  acallar  los  espíritus  turbulentos,  parecían 
darles  mayores  ánimos. 

En  tal  situación,  Freiré  creyó  mas  prudente  hacer  dimisión 
del  mando,  que  aceptó  el  Congreso  de  1826,  a  los  cuatro  días 
de  instalado,  estoes,  el  8  de  julio:  el  nuevo  nombramiento 
recayó  en  el  teniente  jeneral  don  Manuel  Blanco  Encalada 
para  presidente,  i  en  don  Agustín  Eyzaguirre  para  vice.  Re- 
tiróse, entonces,  a  la  vida  privada  has  taque  habiendo  renun- 
ciado Blanco,  i  habiendo  estallado  en  Santiago  el  motín' de 
26  de  enero  de  1827,  durante  el  interinato  de  Eyzaguirre  el 
mismo  Congreso  le  confió  el  gobierno  que  desempeñó  hasta 
que  fué  sofocado  el  motín  por  el  mayor  Marurí.  La  renuncia 
del  vice  presidente  fué  la  consecuencia  necesaria  de  aquel 


lio  Estudios  Biogbáficos 


suceso,  i  el  nombramiento  del  capitán  jeneral  don  Ramón 
Freiré  i  del  bri  adier  don  Francisco  Antonio  Pinto  para  los 
mas  altos  destinos  del  pais  el  resultado  de  la  renuncia  de 
Eyzaguirre. 

Por  este  conjunto  de  circunstancias.  Freiré  se  halló  de 
nuevo  en  el  poder,  i  volvió  a  abrigar  los  mas  fundados  te- 
mores sobre  la  suerte  del  pais.  Un  espíritu  desordenado  de 
reforma  invadia  todo  i  era  preciso  refrenarlo  o  apoyarse  en 
él:  para  lo  primero,  se  necesitaba  enerjía,  firmeza,  i  de  estas 
dotes  a  la  arbitrariedad  no  hai  mas  que  un  paso  cuando  se 
quiere  desprestijiar  a  la  administración.  No  era  tampoco  po- 
sible adoptar  el  segundo  sistema,  porque  seria  atraerse  las 
enemistades  de  Ips  hombres  que  mas  lo  habian  apoyado 
hasta  entonces,  entre  los  cuales  descollaban  Portales,  Gan- 
darillas  i  otros  eminentes  ciudadanos  i  sobre  todo  chocar  con 
sus  propias  convicciones  políticas,  claramente  manifestadas 
en  los  años  de  1824  i  1825.  En  conformidad  quiso  mas  bien 
dejar  el  mando  en  manos  del  jeneral  Pinto,  i  retirarse  de 
nuevo  de  la  vida  pública,  que  tantos  sinsabores  le  costa- 
ba ya. 

Una  serie  de  conspiraciones  i  dos  motines  militares  forma- 
ron el  interinato  del  jeneral  Pinto,  que,  como  Freiré,  cono- 
ció la  dificultad  de  gobernar  en  aquellas  circunstancias.  Sus 
reiteradas  renuncias  no  le  valieron  cerca  de  los  desorganiza- 
dores, que  en  las  elecciones  de  1829  ^^  empañaron  en  darle 
el  triunfo,  hollando  por  todas  partes  el  código  constucional 
del  año  anterior.  Recibióse  por  fin  del  mando  supremo  el 
19  de  octubre  de  1829,  después  de  haber  tachado  de  ilegal  la 
elección  por   la  cual  se  le  confiaban  las  riendas  del  Estado. 

Pero  ya  era  tarde.  Los  hombres  de  integridad  i  pensamien- 
to político  querían  suprimir  una  constitución  disforme  e  ina- 
decuada'Ja  nuestras  circunstancias,  que  repartía  las  atribu- 
ciones a  los  poderes  públicos  como  el  obús  su  metralla,  que 
para  ensanchar  las  atribuciones  municipales,  cimentaba  los 
principios  federales  i  atizaba  la  discordia  entre  las  diversas 
autoridades.  Ellos  querían  poner  remedio  al  malestar  que 
jeneralmente  se  notaba,  querían  hacer  algo,  ^que  no  fuera  de- 


El  jeneral  Freiré  111 


magojia  de  libertades,  por  el  bien  del  pais.  Por  otra  parte,  las 
tropelías  cometidas  en  las  elecciones  justificaban  los  recla- 
mos, i  el  poco  caso  que  de  éstos  se  hacia,  la  revolución  que 
se  principiaba  ya,  a  falta  de  otros  medios  para  obtener  re- 
paración de  las  injurias  inferidas  ala  República  entera,  por 
los  hombres  que  se  habian  parapetado  en  el  poder. 

La  provincia  de  Concepción  fué  la  que,  como  en  1823,  pri- 
mero alzó  el  grito  contra  el  gobierno  jeneral,  inducidos  sus 
habitantes  por  los  enemigos  de  la  administración  de  la  capi- 
tal. Sus  votos  fueron  públicamente  espresados  en  la  reunión 
del  4  de  octubre:  el  jeneral  don  Joaquin  Prieto,  que  manda- 
ba en  jefe  las  fuerzas  de  la  frontera,  se  disponia  a  marchar 
sobre  Santiago.  Pinto,  que  se  habia  recibido  del  mando,  sa- 
biendo estas  ocurrencias,  que  habia  calificado  de  ilegales  las 
elecciones  de  1829  i  conocia  la  justicia  de  la  reacción,  no  pu- 
do menos  de  renunciar  el  mando  a  los  diez  dias  de  haberlo 
tomado. 

Púsose  entonces  mas  en  claro  lo  defectuoso  de  la  elección. 
Poruña  disposición  con,stitucional  debia  elejirse  el  vice- pre- 
sidente junto  con  el  primer  funcionario:  Pinto  habia  obteni- 
do el  mayor  número  de  sufrajios  para  este  cargo,  i  la  elección 
de  aquel  habia  sido  viciosa,  causa  porque  tocó  la  autoridad 
suprema  al  presidente  del  Senado,  don  Francisco  Ramón  Vi- 
cuña. La  marcha  débil  a  la  par  que  despótica  que  siguió  el 
nuevo  gobierno  dio  alientos  i  exaltación  a  los  revoluciona- 
rios: el  primer  mandatario  fué  depuesto  por  los  vecinos  en 
una  reunión  que  tuvo  lugar  el  7  de  octubre  en  las  salas  del 
Consulado,  i  formada  en  su  lugar  una  junta  de  tres  miem- 
bros, compuesta  del  capitán  jeneral  Freiré,  en  quien  debia 
residir  el  mando  del  ejército,  don  Francisco  Ruiz  Tagle  i  don 
Juan  Agustin  Alcalde;  pero  desobedecida  por  la  fuerza  que 
habia  en  la  capital  i  que  permanecia  adicta  a  las  antiguas 
autoridades,  fuéles  forzoso  a  sus  miembros  esperar  la  llega- 
da de  Prieto,  mientras  Vicuña  pasaba  con  el  despacho  a 
Valparaiso  dejando  el  mando  militar  al  jeneral  de  Brigada 
don  Francisco  de  la  Lastra.  Entre  ambos  ejércitos  tuvo  lu- 
gar la  batalla  de  Ochagavía,  en  14  de  diciembre,  cuyas  con- 


112  Estudios  Biográficos 


secuencias  fueron  las  capitulaciones  del   i6  del  propio    mes. 

Por  ellas,  Freiré  fué  nombrado  jeneral  en  jefe  délos  dos 
ejércitos,  i  constituida  una  junta  de  tres  miembros,  con  los 
cuales  no  pudo  avenirse  aquél,  ni  aun  después  de  haber  to- 
mado el  mando  de  las  tropas  de  Lastra.  Por  otra  parte,  Prie- 
to se  habia  negado  a  entregar  las  suyas  con  algunos  pretes- 
tos,  lo  queí  hizo  que  Freiré  se  creyera  desairado,  i  buscara  el 
apoyo  de  los  hombres  a  quienes  habia  combatido  hasta  en- 
tonces. Con  los  fines  de  hacerse  obedecer  i  aun  de  reducir 
las  fuerzas  que  lo  desobedecían,  pasó  a  Concepción. 

En  Santiago,  entretanto,  se  reunió  el  Congreso  Nacional 
el  17  de  febrero  de  1830,  i  confió  el  mando  supremo  a  los 
señores  don  Francisco  Ruiz  Tagle  como  presidente,  i  don 
José  Tomas  Ovalle  como  vice:  retirándose  el  primero  cupo 
el  mando  al  segundo,  i  éste  decretó  la  separación  de  Freiré 
del  mando  de  las  fuerzas;  pero  estaba  mui  exaltado,  i  con- 
sideraba mui  segura  la  victoria  para  que  obedeciera.  Su  de- 
sengaño fué  la  derrota  de  Lircai,  el  17  de  abril  de  1830,  el 
mismo  día  en  que  el  gobierno  legal  de  Santiago  firmaba  un 
decreto  por  el  cual  se  castigaba  su  desobediencia  dándosele 
de  baja.  Freiré  pasó  sin  embargo  a  la  capital,  de  donde  salió 
en  breve  con  la  pena  de  destierro  por  revolucionario. 

De  este  modo  fué  Freiré  la  víctima  principal  de  la  revo- 
lución de  1829  i  1830,  en  cuyos  detalles  no  hemos  querido 
entrar  de  propósito.  Mediador  propuesto  por  los  dos  ban- 
dos, fué  en  breve  el  holocausto  necesario  del  afianzamiento 
del  orden  inconsistente  hasta  aquella  época.  Las  circuns- 
tancias debian  arrastrar  a  alguno  en  aquella  crisis,  i  Freiré 
fué  destinado  para  ello.  Destino  inevitable  de  las  revolu- 
ciones! 


XV 


su  DESTIERRO,  REGRESO  I  MUERTE 


Freiré  desterrado  de  su  patria,  separado  del  seno  de  su  fa- 
milia, i  obligado  a  seguir  una  vida  errante  [en  la  República 
peruana,  no  pudo  olvidar  por  un  momento  la  causa  de  sus 
desgracias.  La  idea  de  volver  a  Chile  se  le  ocurrió  repetidas 
veces  durante  su  residencia  en  el  Callao  i  Lima,  pero  hasta 
el  año  de  1836,  en  que  según  la  Constitución  debia  hacerse 
la  nueva  elección  de  Presidente  en  Chile,  no  le  fué  posible 
efectuarlo.  Habiendo  hecho  algunos  aprestos  militares  i 
puéstolos  a  bordo  de  los  buques  de  la  república  del  Perú,  se 
hizo  a  la  vela  para  obrar  sobre  las  costas  de  Chile,  persua- 
dido, como  estaba,  de  que  iba  a  encontrar  un  importante 
apoyo  en  la  jeneralidad  de  los  chilenos. 

Este  fué  su  engaño.  El  gobierno  constitucional,  fortale- 
cido con  el  triunfo  de  Lircai  i  compuesto  de  hombres  de 
enerjía,  habia  sabido  sobreponerse  a  las  circunstancias,  pul- 
verizar millares  de  conspiraciones,  dar  respetabilidad  a  las  le- 
yes e  impulsar  a  la  nación  por  el  sendero  del  bienestar;  así 
fué  que  la  espedicion  de  Freiré  no  tuvo  mejor  resultado  que 
las  revoluciones  que  sus  amigos  hablan  intentado  anterior- 
mente. El  año  siguiente,  cuando  la  República  chilena,  rica, 

TOMO  XII. — 8 


114  Estudios  Biográficos 


unida  i  poderosa,  declaraba  la  guerra  a  la  confederación 
Perú -Boliviana,  se  justificaba  esta  medida,  entre  otras  razo- 
nes, por  haber  intentado  el  protector  Santa  Cruz  introducir 
la  discordia  civil  en  su  seno. 

Freiré,  condenado  nuevamente  a  destierro,  fué  dejado  en 
Otahiti,  donde  gobernaba  la  reina  Pomaré.  Poco  tiempo  des- 
pués de  su  arribo  a  aquella  isla,  fué  llamado  por  la  soberana 
para  entregarle  unos  cañones  de  cierto  buque  chileno  que 
allí  los  habia  dejado:  Freiré  se  negó  a  tomarlos,  i  aun  quiso 
enseñarles  a  sus  soldados  el  uso  de  ellos,  estrechando  con 
este  motivo  sus  relaciones  amistosas.  Durante  su  perma- 
nencia, sirvió  también  como  plenipotenciario  a  la  reina  con- 
tra las  pretensiones  del  almirante  Du  Petit  Thouars,  quien 
no  pudo  hacer  en  1837,  por  la  conducta  de  Freiré,  lo  que 
otros  subditos  de  Francia  consiguieron  en  1842. 

Habiendo  llegado  a  Cobija,  al  cabo  de  algún  tiempo,  re- 
cibió orden  del  presidente  Velasco  para  pasar  al  interior  de 
la  República  de  Bolivia,  como  lo  efectuó.  De  allí  no  salió 
sino  a  fines  de  1841,  llamado  a  su  patria  por  el  nuevo  pre- 
sidente, el  jeneral  don  Manuel  Búlnes.  A  la  exaltación  de 
éste,  el  benemérito  señor  don  Manuel  Renjifo  se  negaba  a 
admitir  el  cargo  de  Ministro  de  Hacienda  si  no  se  daba  una 
lei  de  amnistía  jeneral  a  todos  los  perseguidos  por  delitos 
políticos;  apoyado  en  sus  jenerosas  pretensiones  por  el  señor 
don  Manuel  Montt  llamado  al  Ministerio  de  Justicia,  hicieron 
entre  ambos  presente  al  jeneral  Búlnes  lo  político  de  esta 
medida  i  la  necesidad  que  habia  de  acallar  las  pasiones  polí- 
ticas, dando  oído  a  los  sentimientos  de  jenerosidad:  el  resul- 
tado de  sus  empeños  fué  la  promulgación  de  la  citada  lei. 

Los  goces  de  Ja  vida  privada  endulzaron  desde  entonces 
sus  últimos  años.  Retirado  de  la  política  que  tantos  sinsa- 
bores le  habia  costado,  Freiré  halló  en  su  familia  la  dicha 
junto  con  la  tranquilidad:  el  ruido  de  las  pasiones  de  partido 
no  lo  incomodó  en  este  nuevo  estado  porque  supo  sustraerse 
a  él.  La  pompa,  los  honores,  todo,  lo  miró  en  menos  para 
dedicarse  a  cuidar  de  la  educación  de  sus  cuatro  hijos,  ob- 
jetos de  sus  atenciones  i  desvelos.  Durante  los  diez  últimos 


El  jeneral  Fp-eire  115 


años  de  su  vida  su  nombre  no  aparece  en  la  escena  pública 
sino  como  miembro  de  la  comisión  calificadora  de  servicios 
militares,  i¡  propuesto  por  el  partido  triunfante  como  elector 
para  el  colejio  de  185 1. 

Sin  embargo,  en  medio  de  la  calma  de  la  vida  privada, 
tuvo  que  pasar  por  los  sufrimientos  de  una  horrible  enferme- 
dad que  no  pudieron  caracterizar  los  facultativos.  Consistia 
ésta  en  un  cáncer  en  la  lengua  i  quijada,  que  se  creyó  sara- 
tan,  i  que  lo  tuvo  postrado  con  dolores  terribles,  insoporta- 
bles para  otro  hombre  que  él.  Sufriólo  con  resignación  tal 
que  jamas  se  oyó  de  sus  labios  un  quejido,  esforzándose  para 
que  sus  hijos  i  esposa  no^com prendiesen  los  dolores  que  lo 
agobiaban. 

Estos  sufrimientos  no  tocaron  a  su  término  hasta  la  tar- 
de del  9  de  diciembre  de  185 1  en  que  el  capitán  jeneral 
don  Ramón  Freiré  rindió  el  alma  en  medio  de  las  lágrimas 
de  una  familia  que  adoraba  i  de  sus  numerosos  amigos.  Su 
edad  era  la  de  64  años,  empleados  en  su  mayor  parte  en 
trabajar  por  el  bien  de  la  patria  que  lo  vio  nacer  1. 


I.  Acerca  del  Destieffo  del  Jeneral  Freiré  (1836)  i  su  regreso  a  la  patria 
(1 84 i)  véase  el  noticioso  Apéndice  que  el  señor  Barros  Arana  ha  puesto 
en  Un  Decenio  de  la  Historia  de  Chile  (Tomo  XIV  de  estas  Obras  Comple- 
tas, pájs.  289-300)  que  completa  el  presente  estudio  biográfico. 

Nota  del  Compilador. 


XVI 


su  CARÁCTER 


Hasta  ahora  nos  hemos  contentado  con  narrar  la  vida  del 
jeneral  Freiré,  con  esponer  los  hechos  clara  i  sencillamente, 
sin  mas  adorno  que  la  exactitud  del  cronolojista:  ellos,  mas 
bien  que  los  epítetos  que  pudiéramos  haber  empleado,  son 
su  verdadero  el  ojio.  Sin  embargo,  nos  vamos  a  ocupar  de 
lo  que  de  ello  resalta  para  formar  idea  de  su  sistema  como 
militar  i  como  político. 

El  arma  en  que  sirvió  Freiré  fué  la  caballería,  i  su  activi- 
dad, valor  i  amor  al  servicio  le  valieron  desde  el  principio  el 
mando  de  una  guerrilla.  Su  arrojo  rayaba  en  temeridad,  por- 
que peleaba  persuadido  que  a  una  carga  valiente  nada  podia 
resistir.  Sus  convicciones  se  aumentaron  desde  que  con  seis 
dragones  solamente,  desbarató  una  partida  enemiga  en  Cuca, 
i  esta  persuasión  lo  impulsó  a  dar,  en  el  resto  de  su  carrera, 
esos  vigorosos  ataques  que  tanto  asombraban  al  enemigo. 
Según  su  táctica,  el  soldado  que  se  defendía  en  trincheras, 
dejaba  detras  de  ellas  su  valor,  i  por  eso  cuando  se  halló 
sitiado  en  Talcahuano,  dejó  las  fortificacioí;ies  para  destrozar 
al  enemigo.  La  tradición  le  conserva  millares  de  rasgos  de 


118  Estudios  Biográficos 


una  valentía  mas  que  natural.  Hasta  en  sus  últimos  años  su 
rostro  conservaba  las  trazas  marcadas  por  la  pólvora  de  un 
cañón  de  la  fragata  Tomas,  al  tiempo  de  dar  el  abordaje,  al 
mando  de  un  puñado  de  hombres  solamente.  Cuando  sus 
amigos  lo  acusaban  de  temerario,  solia  decir:  «salvé  del  ca- 
ñonazo de  la  Tomas  i  eso  me  prueba  que  no  debo  morir  en  el 
campo  de  batalla».  Solo  esta  persuasión  puede  esplicarnos  la 
causa  de  su  arrojo. 

La  fortuna  lo  favoreció  también  con  sus  dones.  En  el  año 
de  1815,  durante  el  corso  de  Brown,  el  buque  que  montaba 
Freiré  se  separó  de  los  otros  i  se  halló  en  las  inmediaciones 
del  Cabo  de  Hornos,  estrechado  entre  unas  rocas  i  combati- 
do por  las  olas  en  medio  de  una  furiosa  tempestad.  El  capi- 
tán, desesperando  poder  salvar  su  embarcación,  concluyó  con 
su  vida,  con  ayuda  de  una  pistola,  al  mismo  tiempo  que  va- 
rios marineros  ponian  un  término  a  sus  dias,  echándose  al 
agua.  Freiré  trató  de  disuadirlos  de  sus  intentos,  pero  no 
siéndole  posible,  se  dispuso  a  dirij ir  la  maniobra  del  buque- 
hasta  que  violentamente  sacudido  éste,  cayó  de  él.  En  tal  si- 
tuación llegó  a  creerse  perdido,  siéndole  ya  imposible  soste- 
nerse sobre  las  aguas;  pero  una  de  las  marejadas  que  cruza, 
ban  la  embarcación  lo  arrojó  violentamente  sobre  ella.  Freiré 
pudo  incorporarse,  aferrarse  con  mano  ñrme  de  uno  de  los 
mástiles,  hasta  la  conclusión  del  temporal. — «Creo,  le  dijo  a 
Brown  en  tono  de  risa,  al  contarle  después  este  suceso,  que 
la  Providencia  me  destina  para  algo.» — «Capitán  Freiré,  le 
contestó  el  Almirante,  golpeándole  el  hombro,  usted  es  un  va- 
liente i  será  uno  de  los  hombres  mas  importantes  de  su  pais». 
Dos  años  mas  tarde,  el  pronóstico  de  Brown  se  habia  cum- 
plido. 

Su  jenerosidad  para  con  el  vencido  llegó  a  hacerse  prover- 
bial. Freiré  fué  quien  pidió  al  Supremo  Gobierno  la  devolu- 
ción de  las  propiedades  conñscadas  a  los  realistas  de  la  pro- 
vincia de  Concepción,  cuando  éstos  fomentaban  la  horrible 
guerra  del  sur. — Preguntándole  uno  de  los  jefes  subalternos 
por  qué  no  fusilaba  un  espía  tomado  en  Rere,  para  imponer 
a  Benavides  que    poco  antes  habia  hecho  sablear  al  parla- 


El  jeneral  Freiré  119 


mentario  Torres.  «Si  estos  picaros  no  valen  el  plomo  que  se 
necesita  para  fusilarlos»,  contestó  Freiré. 

Si  bien  es  cierto  que  Freiré  no  poseia  la  perspicaz  pene- 
tración de  un  político  consumado,  si  carecía  de  la  ardiente 
imajinacion  de  un  proyectista  reaccionario,  suplía  estas  fal- 
tas con  las  mejores  intenciones,  con  un  desinterés  poco  co- 
mún, con  un  empeño  para  no  separarse  del  recto  camino  de 
la  justicia  i  con  una  jenerosidad  estraordinaria.  En  Freiré 
no  tuvieron  dominio  ni  sus  amigos  ni  sus  consejeros  sino  cuan- 
do se  trataba  de  hacer  el  bien.  Si  en  su  conducta  política 
hai  algunos  lijeros  deslices,  su  buena  intención  es  el  mejor 
de  los  justificativos. 

No  dejaban  de  traslucirse  estas  prendas  por  su  esterior. 
Su  cabeza  era  redonda,  adornada  de  barbas  i  cabellos  cres- 
pos i  rubios,  su  frente  descubierta,  su  tez  fresca,  blanca  i  ro- 
sada, sus  ojos,  de  un  verde  gris,  eran  chicos,  pero  llenos  de 
animación  i  vida,  el  cordón  de  su  nariz  un  poco  sumido,  su 
boca  proporcionada,  su  talla  bien  hecha,  su  estatura  mas 
que  regular:  sus  miembros  todos  indicaban  la  fuerza,  la  ro- 
bustez de  un  cuerpo  que  pudo  soportar  toda  clase  de  priva- 
ciones i  trabajos.  La  dulzura  de  su  fisonomía,  la  amabilidad 
de  su  conversación,  la  franqueza  de  sus  maneras,  la  nobleza 
de  su  porte,  i  su  modestia  característica  que  hacían  dudar 
fuese  el  héroe  de  cien  batallas  la  persona  con  quien  se  ha- 
blaba, junto  con  su  bizarra  dignidad,  le  captábanlas  simpa- 
tías de  todos  los  que  lo  trataron.  Cuando  se  le  preguntaba 
un  incidente  de  su  vida  pública,  tenia  presente  a  algunos 
compañeros  de  armas,  para  compartir  con  ellos  sus  hechos 
militares. 

Tal  es,  en  resumen,  el  carácter  del  hombre  estraordinario 
cuya  vida  acabamos  de  trazar.  Si  ella  nos  ha  resultado  mas 
estensa  de  lo  que  nos  habíamos  propuesto,  no  es  nuestra  la 
culpa  sino  de  los  mismos  hechos  que  hemos  narrado. 


EL  JENERAL 

DON    FRANCISCO  ANTONIO  PINTO 

(1785-1858) 


§5 


EL  JENERAL  DON  FRANCISCO  ANTOiN  10  PINTO  i 

(1785-1858) 

El  nombre  que  encabeza  estas  líneas  es  el  de  uno  de  los 
hombres  que  ha  desempeñado  un  papel  mas  importante  en 
el  drama  de  la  revolución  chilena.  Militar  i  diplomático  a  la 
vez  en  el  tiempo  de  la  guerra  de  nuestra  independencia,  mi- 
nistro de  Estado  en  los  primeros  tiempos  de  la  República,  i 
mas  tarde  su  primer  jefe,  el  jeneral  Pinto  ha  vinculado  su 
nombre  a  las  pajinas  mas   gloriosas  de  la  historia  nacional. 

El  jeneral  Pinto  nació  en  Santiago  por  el  año  de  1785. 
Eran  sus  padres  el  señor  don  Joaquin  Pinto  i  la  señora  doña 
Mercedes  Díaz,  vecinos  de  los  mas  distinguidos  i  caracteri- 
zados de  esta  ciudad  por  su  fortuna  i  por  su  posición  social. 
Hizo  sus  estudios  en  el  real  colejio  carolino;  i  desde  sus  pri- 
meros años  se  distinguió  por  un  espíritu  estudioso  i  observa- 


I.  Se  publicó  en  El  Correo  Literario  (Santiago,  1858),  núm,  2  del  24  de 
julio;  en  la  Galería  de  Hombres  célebres  de  Chile.  (Santiago,  1859),  t.  II,  paji- 
na 189,  i  en  \3iRevista  de Sud  América,  (Valparaiso,   1861),  t.  III,  páj.  212- 

218. 

Nota  del  Compilador 


124  Estudios  Biográficos 


dor  i  por  un  carácter  suave  i  afable,  que  le  granjeó  el  apre- 
cio de  sus  maestros  i  camaradas.  Sus  condiscípulos,  entre  los 
cuales  figuraron  don  José  Miguel  Carrera  i  don  Manuel  Ro- 
dríguez, tenían  por  él  un  singular  cariño,  que  no  pudieron 
entibiar  las  rivalidades  que  el  sistema  de  enseñanza  de  aque- 
lla época  creaba  de  ordinario  en  las  aulas  de  los  colejios  chi- 
lenos, ni  la  superioridad  que  siempre  manifestó  en  sus  estu- 
dios. 

Cuando  apenas  cumplía  veintiún  años,  en  1806,  el  señor 
Pinto  rindió  sus  últimos  exámenes  en  la  universidad  de  san 
Felipe,  i  obtuvo  el  título  de  abogado  de  la  real  audiencia  de 
Chile.  En  ésta  misma  época  era  ya  oficial  del  rejimiento  de 
milicias  de  Santiago,  denominado  del  Reí;  i  en  el  desempeño 
de  las  obligaciones  de  este  cargo  había  manifestado  un  celo 
verdaderamente  prodijioso.  Cuando  a  fines  de  1807  se  orga- 
nizó en  el  lugar  denominado  las  Lomas  un  campamento  de 
todas  las  milicias  chilenas  para  atender  a  la  defensa  de  nues- 
tras costas,  que  por  entonces  se  creían  amenazadas  de  una 
invasión  inglesa,  Pinto  desplegó  una  singular  contracción 
para  disciplinar  a  los  reclutas  i  atender  a  todas  las  necesi- 
dades i  exíj encías  del  servicio. 

Aquella  simple  parada  militar  tuvo  una  grande  influencia 
en  la  obra  de  nuestra  emancipación.  Los  milicianos  de  la  co- 
lonia volvieron  del  campamento  ufanos  i  orgullosos  con  el 
recuerdo  de  aquel  aparato  bélico,  creyéndose  ya  militares 
consumados  por  el  solo  hecho  de  haber  soportado  las  fatigas 
consiguientes  a  un  acantonamiento.  El  jeneral  Pinto  recor- 
daba estos  incidentes  en  sus  últimos  años,  í  les  daba  una 
grande  importancia  histórica.  «Esta  iniciación  de  nuestra 
juventud  en  el  arte  de  la  guerra,  escribía  en  1853,  exaltó 
su  fantasía  i  comenzaron  a  oírse  conversaciones  mas  o  me- 
nos atrevidas  sobre  independencia.  I  la  opinión  pública  co- 
menzó a  pedir  enérjicamente  lo  que  hoí  llamamos  18  de 
setiembre». 

Inútil  parece  advertir  que  el  hombre  que  escribía  esas 
lineas  fué  uno  de  los  mas  decididos  partidarios  de  la  revolu- 
ción de  1810  desde  sus  primeros   tiempos.  Pinto  abrazó  con 


El  Jeneral  Don  Francisco  Antonio  Pinto  125 

calor  la  causa  de  nuestra  emancipación,  i  la  sirvió  con  pro- 
vecho durante  las  turbulentas  ajitaciones  de  su  primer  año. 
Aunque  mui  joven  todavía  para  tomar  un  papel  principal 
en  la  dirección  de  la  cosa  pública,  estrechó,  sin  embargo  re- 
laciones con  los  hombres  mas  caracterizados  de  la  época,  i 
contrajo  una  amistad  íntima  con  el  padre  Camilo  Henríquez 
i  con  el  doctor  don  Bernardo  Vera,  quienes,  en  su  rol  de  es- 
critores, figuraban  entonces  en  primera  línea. 

En  octubre  de  1811  se  abre  la  verdadera  vida  pública  del 
jeneral  Pinto.  Queriendo  el  congreso  chileno  de  aquella  épo- 
ca estrechar  sus  relaciones  con  el  gobierno  revolucionario  de 
Buenos  Aires,  representó,  con  fecha  de  11  de  este  mes,  a  la 
junta  que  reasumía  el  poder  ejecutivo,  la  necesidad  de  acre- 
ditar un  enviado  diplomático  a  ese  país  para  mantener  las 
comunicaciones  de  ambos  estados,  i  trasmitir  al  gobierno 
chileno  noticias  de  Europa  i  del  Brasil.  La  junta  aceptó  la 
indicación;  hízose  el  nombramiento  en  la  persona  de  Pinto; 
i  éste  partió  para  Buenos  Aires  pocos  días  después. 

En  aquella  ciudad  permaneció  tres  años  desempeñando 
todas  las  comisiones  del  servicio  público.  En  1813  recibió 
orden  de  partir  para  Inglaterra,  con  encargo  de  desempeñar 
en  Londres  una  comisión  idéntica.  En  esta  capital  debía  po- 
nerse de  acuerdo  con  los  americanos  de  las  otras  colonias 
sublevadas,  inquirir  noticias  de  España,  comunicarlas  al  go- 
bierno chileno  i  comprarle  armas  i  municiones.  Pinto  partió 
para  Europa  en  los  primeros  días  del  siguiente  año:  el  emi- 
nente patriota  don  José  Miguel  Infante  pasó  poco  después 
a  reemplazarle  en  Buenos  Aires. 

Hallábase  en  Londres  cuando  llegó  a  su  noticia  la  funesta 
derrota  que  los  patriotas  chilenos  sufrieron  en  Rancagua,  i 
la  pérdida  total  de  este  país.  Privado  por  este  accidente  de 
su  destino  i  de  sus  sueldos,  Pinto  se  asoció  al  jeneral  arj en- 
tino don  Manuel  Belgrano,  que,  como  comisionado  del  go- 
bierno de  Buenos  Aires,  desempeñaba  las  mismas  funciones 
que  él.  En  compañía  de  Belgrano,  frecuentó  el  trato  de  va- 
rios personajes  europeos  que  simpatizaban  con  la  causa  de 
la  revolución   americana  i  estrechó  relaciones   con  algunos 


126  Estudios  Biográficos 


militares  i  escritores  mejicanos  i  colombianos  que  pasaban  a 
Inglaterra  a  buscar  ausilios  con  qué  continuar  la  guerra  de 
la  independencia  de  sus  respectivos  paises. 

En  1817  volvió  a  Buenos  Aires  en  compañía  del  jeneral 
Belgrano  i  de  varios  otros  patriotas  arjentinos.  Apenas  lle- 
gado a  esta  ciudad,  se  puso  en  marcha  para  la  frontera  del 
norte  de  aquella  república  a  continuar  la  guerra  con  los  ejér- 
citos españoles  del  Alto  Perú.  Belgrano,  que  debia  dirijir  las 
operaciones  militares  por  parte  de  los  revolucionarios,  le 
dio  el  mando  del  batallón  núm.  10,  i  le  distinguió  con  con- 
sideraciones de  todo  jénero  durante  la  campaña. 

En  aquella  época,  los  gobiernos  chileno  i  arj entino  se  pre- 
paraban para  emprender  una  gran  campaña  militar  contra 
el  virreinato  del  Perú.  Belgrano,  a  la  cabeza  de  los  ejércitos 
de  Buenos  Aires,  debia  atacarlo  por  sus  fronteras  del  sur, 
mientras  San  Martin,  al  frente  de  los  vencedores  de  Chaca- 
buco  i  Maipo,  operaba  por  el  Pacífico  i  atacaba  directamente 
las  costas  del  virreinato  i  su  misma  capital.  El  plan  era  gran- 
dioso, i  había  sido  concebido  con  talento  i  preparado  con 
maña  i  paciencia:  el  Perú  debia  quedar  libre  e  independiente 
después  de  una  campaña  de  uno  o  dos  años  a  lo  mas. 

Por  desgracia,  la  guerra  civil  que  por  entonces  estalló  en 
las  provincias  arj  entinas,  vino  a  embarazar  la  realización  de 
este  hermoso  proyecto.  El  grito  de  federación  lanzado  en 
Santa  Fe  i  Corrientes  por  los  gobernadores  López  i  Ramírez, 
suscitó  un  violento  sacudimiento  que  vino  a  ser  una  confla- 
gración completa  cuando  el  jeneral  chileno  don  José  Miguel 
Carrera  se  asoció  a  ellos,  i  comenzaron  las  operaciones  mili- 
tares. Las  bandas  que  se  llamaban  federales  se  acercaron  a 
las  fronteras  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  i  se  disponían 
a  marchar  hasta  la  misma  capital,  cuando  el  gobierno,  justa- 
mente alarmado  a  la  vista  de  tamaño  peligro,  dio  al  jeneral 
Belgrano  la  orden  de  acudir  con  su  ejército  a  la  defensa  de 
la  capital  amenazada. 

Belgrano  tuvo  que  abandonar  el  Alto  Perú  para  atacar  a 
las  montoneras  federales;  pero  cuando  apenas  comenzaban 
las  operaciones  militares,  en  la   noche  del  17  de  enero   de 


El  Jeneral  Don  Francisco  Antonio  Pinto  127 

i820j  estando  acampado  su  ejército  en  la  posta  de  Arequito, 
estalló  en  su  campo  una  sublevación  militar  capitaneada  por 
el  coronel  don  Juan  Bautista  Bustos.  El  comandante  Pinto 
fué  de  los  últimos  que  rindieron  sus  armas  a  los  sublevados; 
pero  el  espíritu  de  rebelión  habia  tomado  tanto  cuerpo,  que 
el  noble  Belgrano  se  encontró  abandonado  por  casi  todos  sus 
jefes  i  oficiales  subalternos.  La  salud  quebrantada  de  este 
jeneral  comenzó  a  decaer  de  dia  en  dia  hasta  llevarle  al  se- 
pulcro al  cabo  de  pocos  meses. 

Pinto  volvió  a  Chile  poco  tiempo  después  de  este  suceso. 
El  supremo  director  O'Higginsle  encargó  que  pasase  al  Pe- 
rú a  ponerse  a  las  órdenes  del  jeneral  San  Martin,  que  en- 
tonces hacia  la  campaña  de  la  independencia  de  aquellos 
pueblos.  Su  papel  fué  secundario  en  los  primeros  tiempos  de 
aquella  guerra,  pero  a  fines  de  1822  i  principios  de  1823,  hizo 
con  el  cargo  de  segundo  jefe  del  ejército  patriota,  i  a  las 
órdenes  del  jeneral  Al  varado,  toda  la  desgraciada  campaña 
del  sur  del  Perú,  que  terminó  con  los  desastres  de  Torata  i 
Moquegua. 

No  podemos  entrar  aquí  en  detalles  para  referir  la  histo- 
ria de  la  espedicion  chilena  que  bajólas  órdenes  del  jeneral 
Pinto  i  las  del  coronel  Benavente,  hizo  la  corta  i  desgracia- 
da campaña^de  fines  de  1823.  La  historia  esplicará  algún 
dia  la  causa  de  todas  esas  desgracias,  i  referirá  todos  los  he- 
chos por  los  cuales  tenemos  que  pasar  ahora  tan  de  lijera. 

Pinto  volvió  a  Chile  en  los  primeros  meses  de  1824  con  las 
fuerzas  chilenas  que  hicieron  esta  última  espedicion.  Tenia 
entonces  el  grado  de  brigadier  de  nuestro  ejército,  i  gozaba 
en  el  ánimo  del  gobierno  de  consideraciones  de  todo  jénero. 
El  12  de  julio  de  este  mismo  año  fué  nombrado  ministro  de 
Estado  en  el  departamento  de  gobierno  i  relaciones  es  teno- 
res, destino  importante  que  desempeñó  con  jeneral  acepta- 
ción durante  algunos  meses. 

Su  salida  del  ministerio  no  importó  su  separación  comple- 
ta de  la  vida  pública.  El  jeneral  Pinto  representaba  enton- 
ces en  la  política  chilena  un  papel  sobrado  importante  para 
que  pudiera  sustraerse  de  figurar  en  los    primeros   puestos. 


128  Estudios  Biográficos 


Permaneció  un  corto  tiempo  en  Coquimbo  en  calidad  de  in- 
tendente de  la  provincia,  i  a  principios  de  1827,  cuando  a 
consecuencia  de  la  renuncia  que  hizo  don  Agustín  Eizaguirre 
de  la  presidencia  de  la  república  fué  necesario  hacer  nueva 
elección,  cupo  al  jen  eral  Freiré  el  puesto  de  presidente  i'  a 
Pinto  el  de  vice-presidente. 

Pero  el  jeneral  Freiré  estaba  cansado  con  la  vida  pública, 
i  quería  solo  dejar  el  mando.  Hizo,  en  efecto,  su  renuncia 
pretestando  su  mala  salud,  i  el  Congreso  se  la  aceptó  con 
fecha  de  5  de  mayo  de  ese  mismo  año.  El  jeneral  Pinto,  que 
debia  reasumir  el  mando  supremo,  se  negó  a  admitirlo;  pero 
el  Congreso  no  consideró  bastantes  sus  escusas,  i  lo  forzó  a 
que  tomase  las  riendas  del  gobierno. 

La  posteridad  comienza  ahora  apenas  para  los  hombres 
de  aquella  época,  i  todavía  no  ha  pronunciado  su  juicio  acer- 
ca del  gobierno  del  jeneral  Pinto.  Fué  aquella  una  época 
azarosa  i  turbulenta  por  demás,  en  que  las  revoluciones  i  los 
motines  se  seguian  unos  a  otros  sin  descanso  ni  intermisión, 
i  en  que  se  echaron  a  la  circulación  una  multitud  de  ideas  i 
sistemas  políticos  mas  o  menos  avanzados,  que  hicieron  de 
la  república  un  verdadero  pandemónium.  El  código  consti- 
tucional de  1828  que  representa  las  ideas  liberales  de  aque- 
lla época,  i  que  casi  no  tuvo  vida,  queda  todavía  como  la 
enseña  de  un  partido  político  que  se  avanzó  quizá  demasiado 
a  su  época.  La  historia  imparcial  vendrá  mas  tarde  a  hacer 
justicia  a  los  hombres  i  a  desentrañar  ese  caos  oscuro  de  los 
sucesos  que  ocurrieron  en  aquellos  años  1. 

El  jeneral  quedó  en  el  poder  hasta  la  promulgación  del  có- 
digo constitucional.  En  ese  tiempo  sofocó  dos  revoluciones 
militares  i  dio  a  la  república  el  primer  impulso  en  la  nueva 

I.  El  señor  don  Federico  Errázuriz  dio  a  luz  en  1861  una  memoria  histó- 
rica de  sumo  interés,  en  la  que  desenvuelve  la  historia  de  esa  época,  desen- 
trañando ese  oscuro  caos  i  haciendo  justicia  a  sus  hombres.  «Chile  bajo 
el  imperio  déla  constitución  de  1828»,  es  la  historia  imparcial  del  breve 
pero  fecundo  período  que  comienza  con  la  instalación  del  Congreso  consti. 
tuyente  que  sancionó  la  constitución  liberal  de  28,  i  termina  con  la  aboli- 
ción de  este  código,  so  pretesto  de  reformarlo  en  ei  año  de  1833.  (Nota  de 
La  Redacción  déla  revista  de  SudAmérica,  en  1861). 


El  Jeneral  Don  Feanxisco  Antonio  Pinto  129 


marcha  que  debia  seguir.  Cuando  se  hallaba  dispuesto  a 
dejar  el  mando  de  la  república  vinieron  las  elecciones 
de  1829,  las  primeras  que  debian  hacerse  con  arreglo  a 
la  nueva  constitución,  i  en  ellas  fué  electo  presidente  del  Es- 
tado. Su  mando,  sin  embargo,  fué  demasiado  corto;  el  jene- 
ral Pinto  divisó  próxima  una  gran  revolución;  sintió  rujir  la 
tempestad  sin  contar  con  elementos  i  recursos  para  refrenar- 
la; i  dejó  el  mando  de  la  república  para  retirarse  a  la  vida 
privada.  Esto  ocurrió  en  octubre  de  1829;  la  revolución  que 
estalló  en  este  año  i  que  terminó  en  la  llanura  de  Lircai  el 
17  de  abril  de  1830,  le  encontró  alejado  del  poder. 

Desde  1830  fué  mas  bien  espectador  que  actor  en  la  mar- 
cha política  del  pais. 

Si  en  1841  fué  el  candidato  para  la  presidencia  de  la  re- 
pública del  partido  liberal,  eso  sucedió  sin  que  tomara  parte 
alguna  en  los  trabajos  electorales. 

Durante  los  dos  períodos  de  la  administración  Búlnes 
en  el  consejo  de  estado  i  en  el  senado,  contribuyó  poderosa- 
mente a  la  mejora  progresiva  de  la  república.  Dotado  de 
una  intelijencia  clara,  nutrida  por  estudios  sólidos,  adies- 
trado por  una  larga  práctica  en  las  dificultades  del  gobier- 
no, sus  consejos  fueron  siempre  útiles. 

El  carácter  del  hombre  privado  tiene  una  grande  influen- 
cia sobre  las  ideas  i  tendencias  del  funcionario  público.  Ha- 
bía en  el  alma  del  jeneral  Pinto  un  fondo  inmenso  de  bene- 
volencia que  le  hacia  el  mediador  obligado  de  todos  los  que 
se  acercaban  al  gobierno  para  solicitar  gracias,  o  para  pedir 
justicia  contra  poderosos  adversarios. 

De  esa  manera  se  asoció  a  todos  los  actos  dignos,  j enero- 
sos  i  elevados,  que  durante  la  administración  del  jeneral 
Búlnes  se  acometieron. 

Aunque  el  jeneral  Pinto  desde  sus  primeros  años  siguió  la 
carrera  de  las  armas,  tuvo  en  la  vejez  los  gustos  i  los  hábitos 
pacíficos  del  literato.  Hablaba  el  ingles  i  el  francés  como  su 
propio  idioma.  Seguía  con  avidez  el  movimiento  intelectual 
de  la  Europa,  i  no  cesaba  de  estimular  a  los  jóvenes  que  se 
consagraban  al  estudio.  La  muerte  le  encontró  ensusocupa- 

TOMO  XII. — 9 


130  Estudios  Biográficjos 


dones  habituales:  el  estudio  de  los  buenos  libros  i  la  educa- 
ción de  su  familia.  Su  fallecimiento,  ocurrido  el  i8  de  julio 
de  1858,  fué  una  desgracia  lamentada  no  solo  por  sus  hijos, 
sino  también  por  todos  aquellos  que  tuvieron  la  fortuna  de 
tratarle  i  de  conocer  sus  buenas  cualidades. 

Tenemos  algunos  motivos  para  pensar  que  dejó  escritas  sus 
memorias;  i  si  nuestra  conjetura  es  fundada,  no  será  este 
uno  de  los  menores  servicios  que  haya  prestado  al  pais,  Los 
hechos  narrados  por  un  testigo  i  actor  que  estaba  siempre 
preñado  de  moderación  i  sensatez,  i  las  apreciaciones  que  de 
ellos  podia  hacer  una  cabeza  ilustrada  i  vigorosa,  serán  de 
grande  utilidad.  El  jeneral  Pinto  escribía  con  una  corrección 
i  elegancia  nada  comunes. 

Ese  hombre  tan  apto  para  los  negocios  públicos,  era  tan 
singularmente  desinteresado,  tenia  el  dinero  en  tan  poca  es- 
timación, que  no  ha  conservado  siquiera  los  bienes  que  he- 
redó de  su  familia,  no  obstante  que  jamas  fué  disipado  ni 
ostentoso. 

Hemos  diseñado  a  grandes  rasgos  los  hechos  mas  notables 
de  la  carrera  ilustre  del  jeneral  Pinto;  ha  sido  necesario  que 
dejara  de  existir  para  poderlo  hacer.  El  se  negó  constante- 
mente a  suministrar  datos  para  que  se  escribiera  su  biogra- 
fía; pero  el  imperfecto  bosquejo  que  dejamos  trazado  basta 
para  revelar  algo  de  lo  que  debe  el  pais  al  jeneral  Pinto 


DON   JOSÉ  MANUEL  BORGOÑO 
(1792-1848) 


DON  JOSÉ  MANUEL  BORGOÑO  ^ 
(1792-1848) 


El  5  de  abril  de  1818  se  sostenía  en  los  llanos  de  Maipo 
una  batalla  que  debía  decidir  de  la  suerte  de  Chile.  El  ejér- 
cito patriota  dividido  en  dos  cuerpos,  atacaba  vigorosamente 
a  las  tropas  españolas  que  se  mantenian  firmes  i  serenas  en 
la  altura  de  una  loma  que  domina  todo  el  campo.  La  victo- 
ria parecia  coronar  sus  esfuerzos  cuando,  reconcentrándose 
en  la  derecha  realista  la  mayor  parte  de  los  batallones  es- 
pañoles, cargaron  denodadamente  sobre  los  cuerpos  patrio- 
tas que  formaban  el  ala  izquierda  del  ejército  chileno.  La 
defensa  de  esta  división  fué  heroica;  pero  la  sorpresa  pro- 
ducida por  aquel  movimiento  i  el  mayor  número  de  las 
fuerzas  españolas  desorganizaron  por  fin  a  las  patriotas  i  los 
obligaron  a  volver  caras. 


I.  Publicado  en  la  Revista  del  Pacifico  (Valparaíso,  1858)  tm.  i,  páj.  675 
i  en  la  Galería  Nacional  de  Hombres  Célebres  de  Chile.  (Santiago,  1859) 
t.  II,  pájs.  195-203. 

Nota  del  Compilador  . 


134  Estudios  Biográficos 


La  derrota  de  aquellas  división  importaba  sin  duda  la  de- 
rrota del  ejército  entero.  En  el  cuartel  jeneral  de  los  patrio- 
tas quedaban  todavía  algunos  cuerpos  de  reserva  que  podian 
entrar  en  acción;  pero,  antes  de  que  esto  se  lograra,  las  tropas 
españolas  iban  a  caer  en  persecución  de  los  derrotados  i  a  in- 
troducir en  sus  filas  la  turbación  i  el  desorden.  El  jeneral  en 
jefe  de  los  chilenos,  el  hábil  San  Martin,  el  estraté  jico  por 
excelencia,  examinaba  atentamente  cada  uno  de  los  movi- 
mientos del  enemigo,  dictaba  con  toda  actividad  i  acierto 
sus  órdenes,  pero  se  mordia  los  labios  de  rabia  i  de  des- 
pecho. 

Los  cuerpos  españoles,  entretanto,  avanzaban  rápidamente 
en  persecución  de  la  división  chilena,  i  tras  de  ella  comen- 
zaban a  bajar  de  la  colina  que  ocupaban  cuando  cayó  sobre 
sus  columnas  una  inmensa  granizada  de  metralla  que  pro- 
dujo la  turbación  i  el  espanto.  Vueltos  de  la  primera  sor- 
presa, dan  algunos  pasos  adelante,  i  una  nueva  granizada  de 
metralla  cae  de  nuevo  sobre  sus  filas.  La  acción  se  sostuvo  así 
cerca  de  media  hora:  los  cuerpos  patriotas  comenzaron  a 
reorganizarse,  los  batallones  de  la  reserva  pudieron  entrar 
en  acción,  i  algunos  de  los  que  formaban  la  división  de  la 
derecha  patriota  se  corrieron  hacia  el  punto  del  peligro.  La 
batalla  cambió  inmediatamente  de  faz. 

Cuéntase  que  en  esos  momentos  San  Martin  miraba  desde 
el  cuartel  jeneral  el  rumbo  que  tomaba  el  combate  e  impar- 
tía sus  órdenes  para  acelerar  la  marcha  de  las  tropas,  i  que 
no  pudiendo  ocultar  su  júbilo,  esclamó:  «¡La  victoria  es  nues- 
tra! Ese  mayor  Borgoño  sabe  dirijir  las  balas  de  cañón  como, 
un  buen  jugador  puede  picar  las  bolas  de  un  billar». 

En  efecto,  sobre  una  altura  que  enfrentaba  a  la  posición 
de  los  españoles  habia  ocho  piezas  de  artillería  que  mandaba 
un  joven  de  veinte  i  seis  años  de  edad,  de  gallarda  presen- 
cia, de  aire  marcial,  de  espíritu  frió  i  sereno,  que  apuntaba 
personalmente  sus  cañones  para  no  perder  un  solo  tiro.  Ese 
joven  se  llamaba  José  Manuel  Borgoño:  llevaba  apenas  so- 
bre sus  hombros  las  charreteras  de  sarjento  mayor,  pero  ya 
habia  adquirido  una  alta  reputación  militar,  i  su  nombre 


Don  José  Manuel  Borgoño  135 

figuraba  en  los  boletines  oficiales  de  todos  los  combates  a 
que  habia  asistido. 

Nació  don  José  Manuel  Borgoño  en  Petorca  el  año  de 
1792.  Eran  sus  padres  don  Francisco  Borgoño  i  doña  Car- 
men Núñez.  Contaba  apenas  doce  años  de  edad  cuando  su 
padre  le  remitió  a  Concepción  a  que  ocupase  el  puesto  de 
cadete  en  el  batallón  fijo  de  infantería  de  linea,  empleo  que, 
a  causa  de  los  muchos  aspirantes  que  lo  solicitaban,  se  con- 
seguia  con  gran  dificultad.  El  joven  Borgoño  sirvió  su  des- 
tino hasta  1804,  época  en  que  solicitó  una  licencia  de  dos 
años  para  venir  a  Santiago  a  estudiar  matemáticas.  El  pre- 
sidente de  la  colonia  le  concedió  dicha  licencia;  i  el  joven 
militar  pudo  adquirir  en  el  colejio  los  conocimientos  mas 
necesarios  para  desempeñar  con  acierto  en  lo  futuro  las  co- 
misiones que  se  le  confiaran. 

Vuelto  al  sur  después  de  concluir  sus  estudios  pudo  pres- 
tar en  la  frontera  importantes  servicios.  Ocúpesele  en  repa- 
rar algunos  fuertes  militares,  en  montar  las  piezas  de  artille- 
ría i  en  otros  servicios  en  que  podía  ser  útil  un  hombre 
que,  como  él,  poseía  conocimientos  especiales.  En  el  desem- 
peño de  estas  comisiones  pasó  ocupado  hasta  1812. 

En  este  año,  el  gobierno  nacional  que  se  habia  organizado 
en  Santiago,  le  llamó  a  la  capital,  le  dio  el  grado  de  teniente 
í  le  agregó  al  cuerpo  de  artillería  que  mandaba  don  Luis 
Carrera,  i  en  que  servían  los  Gameros  i  otros  oficiales  des- 
tinados a  adquirir  una  alta  reputación  militar.  Pocos  meses 
mas  tarde  le  remitió  a  Valparaíso  a  mandar  la  artillería  de 
las  fortalezas  que  guarnecían  el  puerto.  Allí  permaneció  du- 
rante todo  el  año  do  1813,  mientras  el  ejército  nacional  se 
batía  en  el  sur  contra  los  cuerpos  invasores  que  el  virreí  del 
Perú  remitió  a  Chile  a  las  órdenes  del  brigadier  Pareja.  Du- 
rante este  tiempo,  el  teniente  Borgoño  recibió  solo  una  pe- 
queña parte  de  su  sueldo:  voluntaria  i  jenerosamente  cedia 
el  resto  para  ausiliar  al  Estado  en  los  gastos  de  la  guerra. 

En  noviembre  de  ese  mismo  año  se  organizaba  en  Talca 
una  división  patriota  que  debía  entrar  a  campaña  en  ausílío 
del  ejército  chileno.  El  teniente  Borgoño  recibió   el   encargo 


136  Estudios  Biográficos 


de  preparar  la  brigada  de  artillería  de  esa  división,  i  con  ese 
motivo  se  trasladó  a  Talca.  Sus  servicios  en  el  campamento 
fueron  tan  activos  como  eficaces;  i  cuando  un  mes  después 
marchó  al  sur  la  división  bajo  el  mando  del  coronel  de  inje- 
nieros  don  Juan  Mackenna,  la  brigada  de  artillería,  a  cuyo 
servicio  marchó  también  Borgoño,  formaba  un  cuerpo  redu- 
cido en  su  número,  pero  lucido  i  capaz  de  infundir  las  mas 
lisonjeras  esperanzas  en  el  ánimo  de  los  gobernantes. 

Esa  división  fué  a  acantonarse  a  las  orillas  del  rio  Itata, 
en  el  sitio  denominado  el  Membrillar.  La  historia  ha  referido 
ya  minuciosamente  los  servicios  prestados  por  esa  división, 
sus  sacrificios  i  su  heroísmo.  El  19  de  marzo  de  1814  se  em- 
peñó allí  la  batalla  que  lleva  el  nombre  de  aquel  lugar:  la 
artillería  se  distinguió  particularmente  en  la  jornada  i  el 
nombre  del  teniente  Borgoño  obtuvo  una  mención  honrosa 
en  el  parte  oficial  que  Mackenna  pasó  al  gobierno  chileno. 
En  las  jornadas  subsiguientes,  en  los  Tres  Montes,  paso  del 
rio  Claro  i  Quechereguas,  Borgoño  se  distinguió  nuevamen- 
te, i  su  nombre  vuelve  a  aparecer  en  los  boletines  oficiales 
de  la  victoria.  En  el  paso  del  rio  Claro,  sobre  todo,  dos  ca- 
ñones dirijidos  personalmente  per  él,  destrozaron  las  parti- 
das de  caballería  realista  que  defendían  las  riberas  del  rio,  i 
facilitaron  el  paso  a  los  cuerpos  patriotas.  Desde  ese  día  se 
pudo  ver  en  el  joven  oficial  al  artillero  intelijente  que  tan 
distinguido  papel  debía  desempeñar  en  la  historia  militar  de 
nuestra  revolución. 

El  primer  período  de  la  guerra  de  la  independencia  tocó  a 
su  término  con  el  desastre  de  Rancagua,  el  2  de  octubre  de 
1814.  Borgoño,  que  poco  antes  había  obtenido  el  grado  de 
capitán  en  premio  de  los  servicios  prestados  en  la  anterior 
campaña,  recibió  el  mando  de  seis  cañones,  i  el  cargo  de  mar- 
char con  ellos  en  la  tercera  división  del  ejército  patriota,  que 
no  alcanzó  a  entrar  en  combate.  Después  de  la  derrota,  los 
oficiales  chilenos  tuvieron  que  buscar  su  salvación  al  otro 
lado  de  los  Andes;  pero  aquellos  que  no  alcanzaron  a  tomar 
los  caminos  de  cordillera,  o  que  se  encontraron  cortados  por 
las  fuerzas  realistas,  se  vieron  en  la  precisión  de  ocultarse  en 


Don  José  Manuel  Borgoño  137 

ios  campos  i  de  permanecer  escondidos  todo  el  tiempo  que 
duró  la  dominación  de  los  reconquistadores  de  Chile.  Borgo- 
ño, que  fué  de  este  número,  buscó  un  asilo  en  Talca  i  sus 
inmediaciones,  en  donde  habia  contraido  estrechas  relacio- 
nes de  amistad  en  la  época  que  permaneció  acampado  en  la 
ciudad.  Allí  quedó  oculto  durante  un  año  entero,  hasta  que 
los  ajenies  del  ejército  patriota  que  se  organizaba  en  Mendo- 
za comenzaron  a  formar  guerrillas  en  el  territorio  chileno. 
Entonces  Borgoño  corrió  gustoso  a  prestar  sus  servicios  en 
aquella  grande  empresa:  su  carácter  no  era  el  mas  aparente 
para  capitanear  una  banda  desordenada  de  montoneros,  ni 
podia  exijir  de  éstos  que  observasen  las  reglas  de  táctica  i 
disciplina  que  reclama  el  buen  servicio  militar;  pero  su  ta- 
lento organizador  servia  perfectamente  para  dictar  órdenes 
superiores,  preparar  recursos  i  disponer  los  movimientos  de 
los  guerrilleros.  En  estos  trabajos,  le  fué  necesario  en  una 
ocasión  presentarse  al  famoso  Neira,  el  caudillo  principal  de 
los  montoneros  que  operaban  en  las  serranías  de  la  provincia 
de  Talca,  i  se  presentó  con  su  casaca  de  capitán  para  hacer- 
se respetar  de  los  guerrilleros.  Neira,  que  poco  antes  habia 
tenido  largas  entrevistas  con  él,  finjió  no  conocerlo  i  dio  la 
orden  de  fusilarlo,  pretestando  creer  que  era  un  oficial  rea- 
lista. El  jefe  de  los  montoneros  quería  solo  robarle  la  casaca; 
i  ante  tan  baja  codicia  no  vacilaba  en  cometer  un  crimen 
horrible.  Borgoño,  sin  embargo,  supo  hacerse  respetar,  i  sal- 
var así  de  este  inminente  peligro. 

Los  servicios  que  prestó  en  aquellas  circunstancias  hasta 
después  de  la  recuperación  de  Chile  por  el  ejército  patriota, 
le  pusieron  mil  veces  en  situación  de  correr  riesgos  de  toda 
naturaleza.  Si  él  no  tuvo  la  fortuna  de  hallarse  en  las  filas  de 
ese  ejército  i  combatir  con  él  en  Chacabuco,  pudo,  al  menos, 
prestar  su  importante  cooperación  para  facilitar  las  atrevi- 
das operaciones  estratéjicas  en  que  se  vio  empeñado,  ya  dan- 
do noticias  al  jeneral  San  Martin,  ya  combinando  las  mar- 
chas i  contramarchas  de  los  montoneros  para  mantener  en 
continua  alarma  a  los  cuerpos  realistas  i  ayudar  a  las  divi- 
siones patriotas  que  atravesaban  las  cordilleras. 


138  Estudios  Biográficos 


Después  de  la  victoria  de  Chacabuco,  Borgoño  voló  a  San- 
tiago a  ofrecer  sus  servicios  al  gobierno  nacional  que  acaba- 
ba de  formarse.  El  director  supremo  O'Higgins  lo  incorporó 
de  nuevo  en  la  artillería,  i  le  dio  el  mando  de  una  brigada  de 
esta  arma  para  que  a  su  cabeza  marchara  al  sur,  a  donde  él 
mismo  iba  a  dirijir  la  guerra  contra  los  últimos  restos  del 
ejército  español. 

Durante  toda  la  campaña  de  1817,  que  el  jeneral  O'Higgins 
sostuvo  contra  los  defensores  de  la  plaza  de  Talcahuano, 
Borgoño  manifestólas  dotes  de  un  oficial  intelijente  i  celoso 
por  el  buen  cumplimiento  de  sus  deberes.  En  los  boletines 
de  la  campaña,  su  nombre  se  encuentra  recomendado  a  cada 
paso;  i  en  las  notas  de  O'Higgins  al  gobierno  de  Santiago,  he- 
mos hallado  muchas  palabras  destinadas  a  encomiar  algún 
servicio  suyo.  Fueron,  sin  duda,  estas  recomendaciones  las 
que  le  valieron  el  grado  de  sarjento  mayor,  que  se  le  confií'ió 
en  aquel  mismo  año. 

La  campaña  del  sur  tocó  a  su  término  en  enero  de  1817, 
época  en  que  el  jeneral  O'Higgins  se  retiró  con  su  ejército 
hacia  el  norte  para  evitar  un  combate  con  las  fuerzas  espa- 
ñolas que,  bajo  el  mando  del  brigadier  Osorio,  venian  a  so- 
meter de  nuevo  a  Chile  a  la  dominación  realista.  Borgoño 
tomó  una  parte  principal  en  todos  los  trabajos  consiguientes 
a  la  retirada,  disponiendo  el  trasporte  de  los  bagajes,  i  apres- 
tando sus  cañones  para  que  no  sufrieran  averías  en  una  mar- 
cha precipitada.  No  es  este  el  lugar  de  referir  la  historia  de 
esa  retirada  ni  de  las  operaciones  que  se  le  siguieron  hasta 
la  desastrosa  sorpresa  de  Cancha  Rayada.  En  la  funesta  no- 
che del  19  de  marzo  de  1818  en  que  esa  sorpresa  tuvo  lugar, 
Borgoño,  al  frente  de  una  brigada  de  artillería,  servia  en  la 
tercera  división  del  ejército  patriota,  sobre  la  cual  cayeron 
en  confusos  pelotones  los  derrotados  de  la  segunda  división 
i  después  los  cuerpos  españoles- que  los  atacaban.  En  medio 
de  la  turbación  jeneral,  el  mayor  Borgoño  conservó  su  san- 
gre fria:  dispuso  la  retirada  de  sus  cañones  i  marchó  con  ellos 
por  el  mismo  camino  que  seguían  los  restos  destrozados  de 
aquellas  dos  divisiones  del  ejército.  Al  llegar  alas  orillas  del 


Don  José  Manuel  Borgoño  139 


rio  Lircai,  el  desorden  i  la  confusión  iban  en  aumento  por  la 
tenaz  persecución  de  los  españoles.  El  paso  del  rio  presenta- 
ba por  sus  barrancos  i  cortaduras,  serias  dificultades  para  el 
trasporte  de  los  cañones;  pero  Borgoño,  que  conservaba 
siempre  su  serenidad,  mandó  hacer  unos  grandes  hoyos  en 
las  inmediaciones  del  rio,  arrojó  en  ellos  sus  cañones  i  no  se 
retiró  hasta  no  dejarlos  perfectamente  cubiertos  con  tierra 
para  que  el  enemigo  no  los  percibiera  al  dia  siguiente.  Este 
arbitrio  le  dio  los  resultados  que  esperaba. 

Los  trabajos  que  siguieron  a  ese  desastre  para  la  reorgani- 
zación del  ejército  forman  una  de  las  pajinas  mas  gloriosas 
de  la  historia  de  Chile.  En  esos  trabajos,  tomó  Borgoño  una 
parte  principal  para  la  formación  del  cuerpo  de  artillería  en 
el  campamento  de  Maipo.  Su  conducta  en  esos  dias  de  con- 
flicto como  en  la  batalla  que  les  puso  término,  le  mereció  los 
mas  espontáneos  elojios  del  jeneral  San  Martin. 

Los  militares  dicen  que  para  distinguirse  personalmente  en 
el  campo  de  batalla  se  necesita  servir  en  la  caballería.  En  las 
cargas  que  da  un  ejército,  los  jinetes  pueden  hacer  prodijios 
de  valor,  mientras  los  infantes  tienen  que  permanecer  en  sus 
puestos  haciendo  fuego,  o  que  maniobrar  con  menor  activi- 
dad i  de  un  modo  mas  simultáneo  i  compacto.  Pero  el  arti- 
llero tiene  que  vencer  aun  mayores  dificultades,  puesto  que 
casi  nunca  tiene  que  moverse  de  la  posición  que  ocupa,  i  que 
les  es  forzoso  reducir  sus  esfuerzos  a  ciertas  operaciones  para 
las  cuales  el  empuje  del  héroe  seria  perjudicial,  Borgoño,  con 
todo,  sirvió  siempre  en  la  artillería,  i  quizá  no  se  halló  en  un 
solo  combate  en  que  no  arrancara  elojios  de  sus  jefes  en  los 
boletines  oficiales.  I  sin  embargo,  Borgoño  no  era  un  militar 
de  esos  que  entre  los  valientes  de  nuestros  ejércitos  han  me- 
recido el  epíteto  de  bravos;  pero  era  un  oficial  de  honor:  este 
sentimiento  le  infundía  serenidad;  i  su  intelij  encía  le  permi- 
tía distinguirse  en  el  lugar  que  estuviera.  Esto  esplica  la  cau- 
sa de  las  recomendaciones  que  siempre  mereció  en  los  partes 
oficiales. 

La  batalla  de  Maipo,  afianzó  definitivamente  la  indepen- 
dencia nacional.  Después  de  ese  glorioso  hecho    de  armas, 


140  Estudios  Biográficos 


O'Higgins  i  San  Martin,  el  director  supremo  del  Estado  i  el 
jeneral  en  jefe  del  ejército,  no  pensaron  en  otra  cosa  que  en 
dar  el  golpe  de  muerte  a  la  dominación  española  en  América 
llevando  la  guerra  al  virreinato  del  Perú.  Un  militar  de  la 
intelijencia  de  Borgoño  era  necesario  en  una  campaña  como 
esa;  por  esto  se  le  confió  en  noviembre  de  1818  el  destino 
de  comandante  jeneral  de  la  artillería  chilena,  i  se  le  dio  el 
encargo  de  hacer  todos  los  aprestos  necesarios  para  el  buen 
servicio  de  aquella  arma.  En  estos  trabajos  pasó  ocupado 
Borgoño  hasta  agosto  de  1820;  el  20  de  ese  mes  se  dio  a  la 
vela  para  el  Perú  con  el  ejército  libertador. 

Durante  toda  la  campaña,  el  comandante  Borgoño  desple- 
gó su  celo  habitual,  su  empeño  por  el  buen  servicio  i  las  de- 
mas  prendas  que  hicieron  de  él  un  militar  distinguido;  pero 
esa  campaña  se  redujo  casi  esclusivamente  a  evoluciones 
parciales  que  dirijia  hábilmente  el  jeneral  San  Martin,  i  en 
las  cuales  la  artillería  desempeñaba  un  papel  secundario. 
Esas  evoluciones,  eficazmente  apoyadas  por  la  escuadra  chi- 
lena que  mandaba  Lord  Cochrane,  dieron  por  resultado  la 
evacuación  de  Lima  por  el  ejército  realista  i  un  cambio  al- 
tamente favorable  en  la  faz  de  la  guerra.  En  julio  de  1821  el 
ejército  independiente  ocupó  esa  ciudad:  Borgoño  tuvo  el 
honor  de  recibir  la  comisión  de  entrar  a  la  cabeza  de  las  tro- 
pas chilenas  i  de  tomar  el  mando^político  de  ella.  El  es,  pues, 
el  primer  gobernador  que  haya  tenido  la  capital  del  Perú 
cuyo  poder  no  emanase  del  reí  de  España. 

Durante  el  corto  tiempo  que  desempeñó  aquel  destino, 
Borgoño  dictó  diversas  providencias  para  calmar  la  ajitacion 
de  los  espíritus  consiguiente  a  la  ocupación  de  una  ciudad 
poblada  en  su  mayor  parte  por  familias  acaudaladas  i  ene- 
migas decididas  de  la  causa  revolucionaria.  Al  exijir  contri- 
buciones i  donativos  de  guerra,  se  condujo,  no  solo  con  una 
moderación  ejemplar,  sino  también  con  una  honradez  que  le 
captó  las  simpatías  de  sus  mismos  enemigos.  En  el  ejército 
libertador,  preciso  es  confesarlo,  había  hombres  que  pensa- 
ban que  la  opulenta  capital  del  virreinato  del  Perú  había  de 
hacerlos  ricos  en  mui  poco  tiempo  por  medio  de  las  contri- 


Don  José  Manuel  Borgoño  141 

buciones  que  se  impusieron,  de  los  empréstitos  i  donativos 
que  debían  exijirse.  Borgoño,  cuyo  corazón  poseia  una  mora- 
lidad a  toda  prueba,  no  solo  no  siguió  sus  consejos,  sino  que 
combatió  las  pretensiones  de  sus  camaradas.  En  una  oca- 
sión los  recaudadores  de  esos  empréstitos  i  contribuciones 
llevaron  a  la  casa  de  Borgoño  las  especies  i  dineros  recojidos 
en  un  dia^  por  estar  cerrada  la  oficina  de  su  despacho:  el  go- 
bernador de  Lima  se  sintió  herido  por  este  hecho,  i  casi  in- 
mediatamente elevó  su  renuncia  del  puesto  que  ocupaba. 
Borgoño  no  queria  que  ni  aun  el  mas  insignificante  incidente 
pudiera  empañar  en  lo  mas  mínimo  su  reputación,  ni  dar 
lugar  a  que  mas  tarde  se  le  pudieran]  hacer  reproches  de 
cualquier  j enero. 

Poco  tiempo  después  de  ocupada  Lima  por  el  ejército  chi- 
leno i  de  jurada  la  independencia  del  Perú,  el  jeneral  San 
Martin  recojió  de  uno  de  los  templos  de  aquella  capital  las 
banderas  gloriosas  que  los  españoles  habían  quitado  a  los 
patriotas  en  Rancagua,  después  de  la  evacuación  de  esta  pla- 
za por  O'Higgins  i  sus  soldados,  i  determinó  mandarlas  a 
Chile  como  un  trofeo  de  sus  mas  inmarcesibles  glorías  mili- 
tares. Borgoño  recibió  esta  comisión:  en  la  segunda  mitad 
de  1821  volvió  a  su  patria  trayendo  esas  honrosas  reliquias 
de  aquella  famosa  jornada  para  que  fueran  colocadas  en  un 
lugar  digno  de  ellas.  Esas  banderas  fueron  recibidas  con  la 
pompa  correspondiente  a  su  importancia  i  colocadas  en  la 
iglesia  matriz  de  Rancagua.  Desgraciadamente,  la  jenera- 
cion  que  sucedió  a  los  padres  de  la  patria  no  supo  compren- 
der la  importancia  de  esos  gloriosos  trofeos:  fueron  arran- 
cados del  lugar  en  que  se  les  había  colocado,  relegados  a  un 
oscuro  rincón  i,  por  último,  sustraídos  de  aquel  templo.  Hoí 
no  se  tiene  noticias  exactas  de  su  paradero. 

Borgoño  volvió  al  Perú,  i  siguió  ocupado  en  el  servicio 
hasta  principios  de  1823.  En  este  tiempo  desempeñó  en  el 
ejército  los  mas  elevados  puestos,  hasta  que  ese  ejército, 
derrotado  en  Torata  i  casi  destruido  en  Moquegua,  quedó 
casi  completamente  desorganizado.  Entonces  volvió  a  Chile, 
donde  vino  a  prestar  sus  servicios  en  las  oficinas  militares  i 


142  Estudios  Biográficos 


en  la  instrucción  de  los  cuerpos  del  ejército  permanente.  Des- 
de entonces,  su  vida  se  alternó  entre  el  servicio  militar  i  el 
político:  de  los  campamentos  pasó  a  los  congresos  i  aun  al 
ministerio  de  guerra  i  marina.  Tan  pronto  se  le  empleaba  en 
sofocar  algunos  motines  o  sublevaciones  populares,  como  se 
le  encargaba  la  dirección  de  la  guerra  que  en  el  sur  de  nues- 
tro territorio  se  hacia  a  las  bandas  considerables  de  guerri- 
lleros que,  llamándose  últimos  defensores  de  los  derechos  del 
rei  de  España^  asolaban  aquellos  campos.  A  fines  de  1825 
recibió  el  grado  de  jeneral  de  brigada,  i  el  cargo  de  jefe  de 
estado  mayor  del  ejército  que  marchaba  a  reconquistar  a 
Chiloé  a  las  órdenes  del  supremo  director  Freiré.  No  es  éste 
el  lugar  de  trazar  la  historia  de  esa  campaña:  los  documen- 
tos i  memorias  de  aquella  época  i  las  relaciones  que  se  han 
hecho  después,  manifiestan  bien  claro  cuan  importantes  fue- 
ron sus  servicios  en  toda  ella,  i  particularmente  en  la  jorna- 
da de  Pudeto  en  que  mandó  en  jefe,  i  dispuso  personalmente 
todas  las  operaciones  i  movimientos  del  ejército.  Esta  vic- 
toria terminó  la  campaña:  a  ella  se  siguieron  las  capitula- 
ciones i  la  incorporación  del  archipiélago  al  territorio  de  la 
República.  La  historia,  al  referir  esos  sucesos,  ha  dicho:  Bor- 
goño  fué  el  alma  de  aquella  espedicion. 

En  octubre  de  1826,  Borgoño  volvió  a  salir  a  campaña 
contra  las  bandas  de  montoneros  que  capitaneaba  Pincheira 
i  a  cuya  cabeza  recorria  las  provincias  meridionales  come- 
tiendo saqueos  i  depredaciones  de  todo  j enero.  Esa  guerra 
requería  un  pulso  singular  para  maniobrar  convenientemen- 
te contra  las  guerrillas  que  se  movian  rápidamente  de  un 
punto  a  otro,  evitando  los  ataques  i  acometiendo  a  los  cuer- 
pos patriotas  solo  cuando  podian  hacerlo  con  ventaja.  Bor- 
goño desplegó  las  dotes  requeridas:  no  solo  dispersó  a  los 
montoneros  en  encuentros  parciales,  sino  que  por  medio  de 
una  capitulación,  separó  de  ellos  al  oficial  español  Senosains, 
que  habia  puesto  su  intelijencia  i  su  brazo  al  servicio  de 
aquella  causa. 

Cuando  aseguraba  estas  ventajas,   fué  llamado  al  minis- 
terio de  la  guerra  por  el  jeneral  Pinto,   que  presidia  interi- 


Don  José  Manuel  Borgoño  143 

ñámente  la  república;  esto  no  le  impidió  volver  de  nuevo 
al/ Sur  a  seguir  la  campaña  contra  Pincheira,  en  el  año  si- 
guiente. En  esta  vez,  maniobró  diestramente  apoyado  por 
algunos  jefes  subalternos  entre  los  cuales  se  distinguió  el  va- 
liente coronel  Beauchef,  salvó  infinitos  cautivos  que  habían 
quitado  los  guerrilleros  i  puso  a  éstos  en  el  mas  terrible 
aprieto.  Si  la  campaña  se  hubiera  seguido  con  el  tesón  i  el 
acierto  con  que  la  habia  iniciado  Borgoño,  sin  duda,  Pin- 
cheira no  habria  podido  reorganizarse;  pero  el  Gobierno  lo 
llamó  con  urjencia  al  ministerio,  en  donde  su  presencia  era 
necesaria. 

Volvió,  en  efecto,  a  Santiago  a  ocuparse  en  los  trabajos 
de  este  ramo  de  la  administración  pública.  Durante  el  tiem- 
po que  estuvo  en  aquel  puesto,  tomó  mil  medidas  de  la 
mayor  importancia  para  moralizar  el  ejército,  reducir  su  nú- 
mero separando  de  él  los  miembros  inútiles,  i  limitar  el  de 
los  jenerales  i  jefes,  que  comenzaba  a  hacerse  considerable 
por  la  profusión  de  grados  militares;  i  para  dar  los  ascensos 
según  el  mérito  de  los  oficiales,  ordenó  que  las  propuestas 
fuesen  hechas  por  elección  de  los  oficiales  para  impedir  los 
abusos  del  favoritismo.  A  él  se  debe  la  formación  de  la  corte 
marcial,  instituida  para  juzgar  en  segunda  instancia  las 
causas  militares. 

A  pesar  de  que  ocupaba  un  puesto  de  esta  importancia, 
Borgoño  no  tomó  nunca  parte  odiosa  en  las  cuestiones  polí- 
ticas. Ocupaba  un  asiento  en  casi  todos  los  congresos,  i, 
sin  embargo,  siempre  se  manifestó  digno  i  elevado  en  las 
rencillas  de  partidos.  Rejístrese  la  prensa  de  aquella  época,  i 
solo  se  encontrarán  elojios  de  él:  consúltese  el  recuerdo  de 
los  contemporáneos  i  no  se  oirán  mas  que  recomendaciones. 
Jamás  abrazó  los  partidos  estremos,  ni  se  negó  a  transijir 
con  las  exijencias  de  la  opinión  pública  para  sostener  sus  ca- 
prichos. A  la  época  de  su  separación  del  Ministerio,  en  julio 
de  1829,  los  dos  partidos  que  entonces  se  hostilizaban  con 
gran  calor,  lamentaron  este  acontecimiento. 

Separado  de  los  negocios  públicos,   Borgoño    fué   neutral 
en  la  guerra  civil  que  comenzó  al  terminar  ese  año.    Si  bien 


144  Estudios  Biográficos 


tenia  afecciones  por  el  bando  que  sostenia  la  constitución 
de  1828,  que  él  mismo  habia  firmado,  se  mantuvo  alejado 
de  los  partidos  i  se  negó  a  tomar  las  armas.  Sin  embargo, 
cuando  la  revolución  triunfante  exijió  de  todos  los  jenerales 
chilenos  que  se  prestara  reconocimiento  al  Gobierno  que 
ella  habia  elevado,  Borgoño  se  negó  terminantemente  «por- 
que, según  decia,  habiendo  cesado  el  réjimen  constitucio- 
nal, habia  él  cesado  como  funcionario  público».  Desde  en- 
tonces fué  dado  de  baja,  i  se  vio  espuesto  alas  persecucio- 
nes que  le  acarreó  su  terquedad  para  reconocer  el  nuevo  go- 
bierno. En  medio  de  su  alejamiento  de  la  vida  pública,  le 
sorprendió  el  nombramiento  de  diputado  que  habia  hecho 
en  su  persona  el  pueblo  de  su  nacimiento,  Petorca.  Borgoño 
pudo  protestar  en  el  Congreso  contra  muchos  de  los  actos 
del  gobierno  revolucionario. 

Alejado  de  los  puestos  públicos,  retirado  en  una  pequeña 
propiedad  rústica  en  donde  se  ocupaba  en  la  educación  de 
sus  hijos,  Borgoño  vivió  así  hasta  1838,  año  en  que  el  go- 
bierno le  confirió  el  cargo  de  ministro  plenipotenciario  de 
Chile  cerca  de  la  corte  de  España  para  celebrar  un  tratado 
de  paz  i  amistad  con  la  madre  patria,  cuyas  relaciones  ha- 
bian  quedado  cortadas  desde  la  revolución.  Después  de  lar- 
gos trabajos,  Borgoño  firmó  el  tratado  en  que  la  España  re- 
conoce nuestra  independencia. 

Durante  su  permanencia  en  la  península,  el  gobierno  es- 
pañol le  ofreció  la  cruz  de  Carlos  III;  pero  Borgoño  la  re- 
nunció como  un  distintivo  que  venia  mal  en  el  pecho  de  un 
republicano.  Ya  antes  se  habia  abstenido  de  poner  en  su  ca- 
saca las  condecoraciones  de  la  lejion  de  mérito  de  Chile  i  de 
la  orden  del  sol  del  Perú,  por  igual  razón.  Borgoño  poseía  el 
verdadero  espíritu  de  un  buen  hijo  de  la  república. 

Vuelto  a  Chile  fué  llamado  en  setiembre  de   1846  a  ocupar 
el  ministerio  de  guerra  i  marina.     El  habia  vivido  alejado 
por  largo  tiempo  de  los  negocios  públicos,   i  necesitó  de  al 
gunos  meses  para  imponerse  de  nuevo  de  todas  sus  necesi- 
dades i  exijencias.  La  muerte   le  sorprendió  el  29  de  marzo 


Don  José  Manuel  Borgoño  145 

de  1848  cuando  comenzaba  a  plantear  las   reformas  que  le 
preocupaban. 

En  esedia,  perdió  la  república  un  militar  intelijente  e 
ilustrado  que  constituia  uno  de  los  mas  gloriosos  restos  de 
aquella  falanje  que  nos  dio  patria  i  libertad.  Contaba  ape- 
nas 56  años;  i  su  corazón  i  su  cabeza  podian  todavía  haber 
prestado  a  Chile  importantes  servicios. 


TOMO  XII.  — 10 


EL  JENERAL  DON  JOAQUÍN  PRIETO 
(1786-1854) 


§7 


EL  JENERAL  DON  JOAQUÍN  PRIETO  i. 

(1786-1854) 

El  nombre  que  encabeza  estas  líneas  es  el  de  uno  de  los 
hombres  que  han  hecho  un  papel  mas  importante  en  la  his- 
toria chilena,  en  los  últimos  años  de  la  guerra  de  la  emanci- 
pación i  en  los  primeros  tiertipos  de  la  República.  Buen  solda- 
do del  ejército  insurjente  durante  la  guerra  de  la  indepen- 
dencia, mas  tarde  su  jefe  i  presidente  del  Estado  después,  el 
jeneral  Prieto  ha  vinculado  su  nombre  a  los  grandes  triunfos 
del  pabellón  nacional  i  a  los  mas  gloriosos  pasos  de  la  Re- 
pública. 

Nació  don  Joaquin  Prieto  en  la  ciudad  de  Concepción  el 
20  de  agosto  de  1786.  Era  su  madre  la  señora  doña  Carmen 
Vial  i  su  padre  don  José  María  Prieto,  capitán  entonces  del 
rejimiento^de  dragones  de  la  frontera. 

Apenas  hubo  cumplido  19  años  de  edad  se  alistó  en  un  re- 

I  Publicado  en  la  Gatería  de  Hombres  Célebres  de  Chile  (Santiago^ 
1859),  t.  II,  pájs.  111-117  i  en  la  Revista  de  Sud-América  (Valparaiso, 
1862),  t.l'III,  pájs.  334-341. 

Nota  del  Compilador. 


150  Estudios  BiogrIficos 


jimento  de  milicias  de  caballería  de  aquella  provincia  con  el 
grado  de  teniente.  Un  año  después,  en  18.06,  acompañó  sin 
sueldo  ni  emolumento  alguno  al  teniente  coronel  don  Luis 
de  la  Cruz  en  su  viaje  de  espl oración  por  las  cordilleras  de 
los  Andes  en  busca  de  un  camino  carretero  que  uniese  a  la 
ciudad  de  Concepción  con  la  capital  del  virreinato  del  Plata. 

Apenas  vuelto  a  Chile,  el  joven  Prieto  fué  ascendido  al 
grado  de  capitán  de  milicias  de  Concepción.  Entonces  se  ha- 
cian  sentir  los  primeros  síntomas  de  la  revolución  de  18 10: 
Prieto  se  adhirió  a  ella  desde  luego,  i  en  marzo  de  18 11  se 
alistó  voluntariamente  en  la  división  de  ausiliares  que,  bajo 
el  mando  del  capitán  don  Andrés  del  Alcázar,  partió  de  Chile 
a  apoyar  a  los  revolucionarios  de  Buenos  Aires.  Diósele  en- 
tonces el  grado  de  capitán  de  dragones;  i  con  este  mismo 
grado  entró  a  servir  en  er ejército  chileno  a  su  vuelta^  de 
aquella  campaña. 

La  guerra  de  nuestra  independencia  dio  principio  en  mar- 
zo de  1813.  En  los  primeros  dias  de  abril  se  comenzó  a  orga- 
nizar el  ejército  insurj ente  en  la  ciudad  de  Talca,  i  en  él  se  dio 
a  Prieto  el  mando  de  la  tercera  compañía  del  rejimiento  de 
la  gran  guardia.  Con  ese  grado  se  batió  en  la  jornada  de  San 
Carlos,  en  la  división  de  vanguardia. 

Desde  el  siguiente  dia  de  esa.  acción,  tomó  el  mando  de 
una  guerrilla  con  que  pasó  a  inspeccionar  al  enemigo  en  sus 
posiciones  de  Chillan.  Al  mando  de  esa  ímisma  guerrilla,  hi- 
zo la  mayor  parte  de  la  primera  campaña  cortando  las  co- 
municaciones al  enemigo,  atacando  sus  partidas  i  convoyes, 
inquietándolo  en  sus  posiciones  con  gran  peligro  de  su  vida, 
apoyando  con  acierto  al  ejército  insurjente'en  los  combates, 
i  ausiliándolo  en  sus  necesidades  con  las  presas  que  quitaba 
a  los  realistas.  Su  nombre  ñgura  entre  los  militares  que  hi- 
cieron rendir  a  Concepción  i  tomaron  a  Talcahuano,  i  entre 
los  héroes  de  Quirihue,  Chillan,  Cauquénes,  el  Roble,  el 
Quilo,  Quechereguas.  En  el  Roble,  particularmente,  él  fué 
nno  de  los  jefes  que  apoyaron  con  mas  valor  i  enerjía  al  de- 
nodado O'Higgins. 

En  la  campaña  de  18 14  sirvió  Prieto  en  calidad  de   cuar- 


Don  Joaquín  Prieto  151 


tel  maestre,  o  jefe  de  estado  mayor,  de  una  división  del 
ejército.  Después  de  los  tratados  de  Lircai,  cuando  O'Hig- 
gins  salió  de  Talca  con  el  ejército  en  marcha  para  Santiago, 
quedó   con  el  mando  político  i  militar  de  aquel  cantón. 

La  invasión  de  Osorio  en  agosto  de  1814  le  obligó  a  reple- 
garse a  Santiago  para  juntarse  con  el  ejército  insurjente  que 
disciplinaban  Carrera  y  O^Higgins.  Desde  luego  tomó  el 
mando  de  un  escuadrón  de  caballería:  éste  formaba  parte  de 
la  división  que  mandaba  el  jeneral  en  jefe,  que  no  se  ba- 
tió en  la  funesta  jornada  de  Rancagua. 

Después  de  esta  desgracia,  Prieto,  como  sus  otros  com- 
pañeros de  armas,  tuvo  que  emigrar  a  las  provincias  arj enti- 
nas para  huir  de  la  saña  de  los  invasores.  Estos  venían  a 
sofocar  la  revolución  chilena  i  a  castigar  a  sus  autores;  pe- 
ro, por  fortuna  de  la  buena  causa,  la  mayor  parte  de  los 
hombres  que  podían  tomar  las  armas,  cruzaron  los  Andes  i 
volvieron  después  organizados  en  un  ejército  poderoso. 

Durante  el  tiempo  de  la  emigración,  Prieto  encontró  en 
marzo  de  1816  una  ocupación  honrosa  i  lucrativa  en  los 
arsenales  de  Buenos  Aires  con  el  grado  de  teniente  coronel 
i  jefe  de  una  brigada  de  artillería  de  mar;  pero  sabedor  de 
que  San  Martin  i  O'Higgins  organizaban  un  ejército  en 
Mendoza  para  reconquistar  a  Chile,  elevó  su  renuncia  en  no- 
viembre de  aquel  año,  í  corrió  a  incorporarse  en  él.  Obtuvo 
desde  luego  el  mando  de  un  cuadro  de  oficiales  de  artillería 
para  organizar  en  Chile  una  respetable  brigada.  En  el  servi- 
cio de  esta  arma  se  batió  en  la  gloriosa  jornada  de  Cha- 
cabuco. 

Después  de  esta  victoria,  los  restos  dispersos  del  ejército 
realista  se  embarcai'on  en  confuso  desorden  para  el  Perú  o 
fueron  a  encerrarse  detras  de  las  fortificaciones  de  Talca- 
huano.  Allí  los  estrecharon  algunos  cuerpos  patriotas,  hasta 
que  el  anuncio  de  una  segunda  invasión  realista  capitaneada 
por  el  brigadier  Osorio,  los  obligó  a  replegarse  al  norte  pa- 
ra unirse  con  los  otros  cuerpos  del  ejército  chileno.  Prieto 
se  había  ocupado,  entre  tanto,  en  la  instrucción  i  disciplina 
de  reclutas  hasta  el  mes  de  diciembre  de  1817,  época  en  que 


152  Estudios  Biográficos 


fué  nombrado  comandante  jeneral  de  armas  de  Santiago. 
Con  este  destino  quedó  en  la  capital  cuando  el  ejército  inde- 
pendiente marchó  al  sur  a  las  órdenes  del  jeneral  San  Martin, 
para  rechazar  la  segunda  invasión  de  Osorio. 

Fué  entonces  cuando  sobrevino  la  funesta  sorpresa  de 
Cancha  Rayada.  En  la  angustiada  situación  que  eUa  produ- 
jo, Prieto  prestó  a  la  patria  mas  de  un  servicio  importante; 
i  voluntariamente  se  hizo  cargo  de  instruir  400  reclutas  pa- 
ra organizar  una  división  de  reserva.  Esa  división  recibió 
orden  de  entrar  al  campo  de  batalla  de  Maipo  cuando  esta- 
ba empeñado  el  combate,  y  alcanzó  a  presenciar  aquella  im- 
portante victoria. 

La  independencia  nacional  quedó  perfectamente  asegura- 
da desde  aquel  dia.  Pensó  entonces  el  gobierno  en  la  creación 
de  una  escuadra,  i  en  la  organización  del  ejército  libertador 
del  Perú.  Empresa  tan  audaz,  que  requería  para  su  realiza- 
ción el  apoyo  de  hombres  audaces  i  previsores,  encontró  en 
don  Joaquín  Prieto  un  celoso  colaborador.  Poseia  entonces 
el  grado  de  coronel,  las  medallas  de  Chacabuco  i  Maipo,  i  la 
de  la  Lejion  de  mérito,  i  desempeñaba  todavía  la  comandan- 
cia jeneral  de  armas  de  Santiago.  Sus  servicios  en  ese  pues- 
to no  fueron  puramente  militares:  él  reunia  en  la  maestran- 
za de  ejército  los  elementos  heteroj éneos  que  formaban  los 
donativos  graciosos  para  hacerlos  servibles  a  la  empresa  en 
que  estaba  empeñada  la  patria.  Una  arma  descompuesta, 
una  vara  de  jénero  o  cualquier  otro  objeto  insignificante  pa- 
ra otros  ojos  que  los  suyos,  eran  para  Prieto  un  valioso  pre- 
sente que,  con  dilijencia  i  economía,  hacia  servir  al  ejército 
de  Chile.  Sus  buenos  servicios  fueron  premiados  con  la  me- 
dalla de  la  Orden  del  sol  del  Perú. 

Después  de  la  salida  de  esa  espedicion.  Prieto  quedó  en 
Santiago.  El  ejército  nacional  estaba  dividido  en  dos  frac- 
ciones, de  las  cuales  la  una  combatía  contra  las  bandas  de 
Benavides  en  el  sur,  mientras  la  otra  marchaba  al  Perú. 
Prieto  fué  uno  délos  pocos  oficiales  de  mérito  i  de  elevada 
graduación  militar  que  quedaron  en  la  capital;  el  manteni- 
miento del  orden  público  o  el  temor  de  un  peligro  imprevisto, 


Don  Joaquín  Prieto  153 


requerían  la  asistencia  de  un  cuerpo  de  tropas;  pero  por  des- 
gracia, el  gobierno  no  tenia  a  su  disposición  mas  que  unos 
pocos  jefes  de  valor  i  pericia. 

Ese  peligro  imprevisto  sobrevino  en  la  segunda  mitad  del 
año  de  1820.  En  setiembre  de  ese  año,  el  feroz  Benavides  des- 
trozó las  divisiones  del  ejército  del  sur  i  obligó  a  Freiré  a  ence- 
rrarse en  las  fortificaciones  deTalcahuano.  Un  conjunto  de  des- 
gracias habia  abierto  el  camino  de  la  capital  a  aquel  audaz 
caudillo,  i  era  preciso  ponerle  una  barrera  formidable  que 
le  detuviera  en  sus  conquistas.  Como  queda  dicho,  el  gobier- 
no no  tenia  fuerza  alguna  de  qué  echar  mano;  i  solo  pudo  co- 
misionar a  Prieto,  entonces  brigadier  de  la  república,  para 
que  organizara  un  ejército  en  el  cantón  del  Maule,  capaz  de 
contener  al  caudillo  del  sur,  sin  mas  bases  que  las  esquilma- 
das milicias  de  caballería.  En  el  desempeño  de  tan  impor- 
tante comisión,  falto  de  recursos  de  guerra  i  demás  elemen- 
tos para  una  empresa  de  esta  especie,  alcanzó  varias  victorias 
parciales,  i  concluyó  con  algunas  partidas  del  enemigo. 

A  mediados  del  siguiente  año,  tomó  el  mando  en  jefe  de 
la  provincia  i  la  dirección  de  su  ejército.  Gracias  a  su  activi- 
dad, Prieto  derrotó  completamente  al  ejército  de  Benavides 
qne  por  mas  de  tres  años  consecutivos  habia  destrozado  las 
provincias  del  sur.  La  acción  tuvo  lugar  en  las  Vegas  de  Sal.- 
dias  el  10  de  octubre  de  1821;  desde  ese  dia  no  volvió  a  le- 
vantarse mas  un  ejército  medianamente  organizado  que 
inquietase  la  tranquilidad  pública  de  aquellas  provincias. 

Quedaron,  sin  embargo,  algunas  partidas  de  bandidos 
que  robaban  audazmente  i  huian  a  la  vista  del  ejército.  En- 
tonces i  después  fué  Prieto  uno  de  los  mas  encarnizados 
enemigos  de  esas  bandas;  él  las  batió  repetidas  veces  i  tuvo 
la  dicha  de  verlas  concluidas  bajo  sus  solícitos  cuidados,  en  el 
primer  año  de  su  gobierno,  en  1832. 

Sus  victorias  sobre  Benavides  dieron  a  Prieto  la  importan- 
cia que  merecía;  su  ardor  i  su  pericia  militar  habían  con- 
cluido en  un  solo  día  con  uno  de  los  mas  formidables  ene- 
migos de  la  república,  temible  por  su  carácter  cruel,  por  sn 
audacia  inaudita  i  por  su  talento  superior.  Desde  entonces 


154  Estudios  Biográficos 


comenzó  a  ser  mirado  como  un  hombre  altamente  útil  para 
su  pais,  i  a  figurar  en  la  vida  política.  Durante  el  período 
de  nuestros  primeros  ensayos  en  el  gobierno  representativo^ 
constantemente  ocupó  el  jeneral  Prieto  un  asiento  en  el  Con- 
greso, i  en  una  elección  obtuvo  un  gran  número  de  votos 
para  vice-presidente  de  la  república.  Fué  entonces,  cabal- 
mente, cuando  un  partido  conservador  en  sus  tendencias 
comenzaba  a  protestar  contra  el  orden  de  cosas  entonces 
existente,  i  se  proponía  cimentar  la  tranquilidad  pública 
con  leyes  adecuadas  a  la  situación  del  pais,  dar  respeto  a 
esas  leyes,  introducir  la  moralidad  en  la  administración  i; 
echarlas  bases  de  una  política  mas  moderada  i  sensata  que 
la  que  habían  seguido  los  gobiernos  anteriores. 

El  jeneral  Prieto  se  adhirió  a  estos  propósitos,  i  quiso  ha- 
cerse el  jefe  del  movimiento  que  proclamaba  esos  principios. 
El  mismo  dio  principio  a  la  revolución  con  el  ejército  que 
tenia  a  sus  órdenes. 

Ese  movimiento  no  tocó  a  su  desenlace  hasta  el  17  de 
abril  de  1830.  Para  esto  fueron  necesarias  dos  batallas  i  una 
multitud  de  encuentros  parciales  en  que  corrió  la  sangre  de 
mas  de  una  víctima.  Esa  revolución,  como  todas  las  revolu- 
ciones del  mundo,  costó  mas  de  un  sacrificio  i  fué  causa  de 
mas  de  un  estravío;  pero  ella  fué  moderada  en  cuanto  era 
posible  serlo;  ha  dado  al  pais  frutos  benéficos  i  ha  echado 
las  bases  de  la  prosperidad  actual  de  Chile. 

En  las  campañas  militares  de  esa  revolución,  Prieto  se 
condujo  bien;  con  táctica  i  prudencia,  i  del  mejor  modo  que 
le  permitían  sus  circunstancias,  supo  llevarlas  a  un  desenla- 
ce pronto  i  favorable,  evitando  los  excesos,  i  reprimiendo  el 
encarnizado  furor  de  sus  subalternos.  Si  se  vio  alguna  relaja- 
ción, culpa  fué  de  algunos  de  éstos,  i  no  del  jeneral  en  jefe, 
a  quien  siempre  distinguió  un  corazón  jeneroso  i  un  carác- 
ter humano. 

En  el  parte  que  pasó  Prieto  de  la  batalla  de  Lircaí,  pedia 
al  gobierno  su  pronta  separación  del  mando  del  ejército. 
Fué,  sin  duda,  este  poco  deseo  de  engrandecimiento  personal 
lo  que  le  mantuvo  hasta  cierto  punto  retirado  de  la  política 


Don  Joaquín  Prieto  156 


después  de  la  victoria  con  que  acababa  de  asegurarla  domi- 
nación del  partido  conservador.  Solo  después  de  la  muerte 
del  presidente  O  valle,  eíi  1831,  fué  elejido  el  jeneral  Prieto 
para  ocupar  el  puesto  que  quedaba  vacante,  i  se  recibió  del 
mando  el  18  de  setiembre  de  ese  mismo  año. 

Los  viajeros  que  después  de  esa  época  han  visitado  a  Chi- 
le, han  escrito  con  no  poca  exactitud  sobre  el  gobierno  del 
jeneral  Prieto.  De  algunos  de  ellos  son  los  siguientes  es- 
tractos: 

«El  primer  cuidado  del  jeneral  Prieto,  dice  un  marino  fran- 
cés que  publicó  un  largo  artículo  sobre  Chile  en  la  Presse  de 
Paris,  fué  asegurar  la  tranquilidad  pública  despachando  al 
jeneral  Búlnes  contra  la  formidable  banda  de  Pincheira  que 
habia  cometido  abominables  atrocidades.  Este  bandido  i  to- 
dos los  subalternos  que  mandaba,  cayeron  en  manos  del  je- 
neral chileno. 

«Una  vez  libre  de  este  azote,  el  gobierno  de  Prieto  entró 
de  una  manera  firme  i  atrevida  en  la  via  de  las  reformas. 

«Los  males  que  sus  predecesores  no  hablan  podido  evitar, 
los  reparó  el  gobierno  del  jeneral  Prieto,  llenando  poco  a 
poco  el  abismo  de  una  deuda  amenazadora,  fruto  de  veinte 
años  de  lucha  i  sacrificios  para  dar  a  Chile  su  independencia. 

«También  a  sus  perseverantes  esfuerzos  i  a  su  inalterable 
firmeza  se  ha  debido  la  estincion  de  las  pasiones  políticas 
i  si  algunos  descontentos  interesados  en  la  anarquía  han 
pretendido  hacerlas  revivir,  pudo,  en  su  conducta  hacia  ellos, 
mostrarse  tolerante  sin  imprevisión  i  jeneroso  sin  debili- 
dad. Sus  actos  administrativos  prueban  su  seguridad  i  su 
fuerza. 

«No  podemos  dispensarnos,  en  esta  corta  reseña  sobre  Chi- 
le, dice  aludiendo  a  la  guerra  del  Perú,  de  hacer  mención  de 
un  hecho  que  ocupará  un  lugar  importante  i  honroso  en  su 
historia.  Prueba  a  la  vez  de  lo  que  es  capaz  un  pueblo  por 
el  mantenimiento  de  su  honor,  i  el  apoyo  que  puede  recibir 
un  gobierno  consagrado  a  sus  deberes  i  verdaderamente  na- 
cional. 

«El  jeneral  Prieto  es  el  que  ha  echado  las  bases  i  reunido 


156  Estudios  Biográficos 


los  elementos  de  la  situación  floreciente.de  Chile,  segundado 
en  este  gran  trabajo,  sea  en  el  gabinete,  sea  en  las  cámaras, 
sea  en  fin  en  todas  las  partes  de  la  administración,  por  los 
hombres  mas  eminentes  i  dotados  del  mas  sincero  patriotis- 
mo. Cuando  dejó  la  presidencia,  viendo  en  torno  suyo  la 
prosperidad  del  crédito,  cimentadas  fijamente  las  institucio- 
nes, i  el  orden  en  todo,  ha  debido  aplaudirse  de  su  maravillo- 
sa obra». 

«El  mal  estado  de  los  negocios  públicos  de  Chile,  dice  un 
viajero  norte-americano,  Mr.  Wilkies,  que  visitó  a  Chile  en 
1839,  subsistió  en  mayor  o  menor  escala  hasta  1831,  cuando 
subió  al  poder  la  presente  administración.  Su  política  fué 
totalmente  diferente  de  la  de  sus  predecesores.  Se  adoptaron 
las  medidas  mas  enérjicas  para  establecer  el  orden;  se  intro- 
dujo una  severidad  necesaria,  que  despertó  alguna  alarma 
en  el  país.  El  gobierno  no  desistió,  sin  embargo,  de  sus  pro- 
pósitos. Comenzó  a  correjir  los  abusos,  a  sofocar  las  revo- 
luciones i  a  desterrar  a  sus  autores;  por  un  saludable  terror 
refrenó  a  los  partidos,  i  prosiguió  vigorosamente  reformando 
cada  uno  de  los  ramos  de  la  administración.  Muchos,  con 
todo,  atribuían  sus  mejoras  a  iniciaciones  de  los  otros  go- 
biernos. En  1839  se  había  estínguido  ya  esa  viva  oposición. 
Todos  los  partidos  aprobaban  el  modo  como  se  había  condu- 
ducido  el  gobierno  del  jeneral  Prieto  en  la  paz  i  en  la  gue- 
rra». 

«Es  menester  decir  en  alabanza  de  Prieto  i  de  su  primer 
ministro  Portales,  dice  el  capitán  Lafond  de  Lucy,  en  sus 
Viajes  al  rededor  del  mundo,  que  a  estos  dos  hombres  debe 
Chile  las  mejoras  de  que  goza  ahora.  Ellos  supieron  poner  en 
orden  la  hacienda  pública;  crearon  instituciones  útiles,  cole- 
jios  i  escuelas;  hicieron  caminos;  prepararon  la  fundación  de 
ciudades,  etc.  etc». 

«Gracias  a  la  administración  de  don  Joaquín  Prieto,  dice 
Mr.  Gay,  el  país  se  vio  verdaderamente  constituido,  cortan- 
do de  raíz  las  cabezas  de  la  hidra  de  la  anarquía». 

«De  1831  data  la  importancia  que  Chile  ha  tomado  entre 
las  naciones,   dice  Mr.  de  Mazade.  Este  es  el  punto  de  par- 


Don  Joaquín  Prieto  IS"; 


tida  de  la  situación  de  Chile . . .  Este  periodo  es  el  que  pue- 
de llamarse  el  reinado  de  la  política  conservadora  en  Chile: 
sus  adversarios  están  obligados  a  confesar  hoi  dia,  que  ella 
ha  dado  durante  veinte  años  el  orden  al  pais,  i  que  ella  ha 
protejido  el  mayor  desarrollo  de  los  intereses  públicos». 

Estas  citas  hablan  mas  alto  de  cuanto  pudiera  decirse  en 
elojio  del  gobierno  del  jeneral  Prieto. 

Duró  éste  hasta  1841.  Entonces  fué  elejido  senador  de  la 
república,  i  poco  después  fué  nombrado  intendente  de  Val- 
paraíso. En  este  destino,  en  que  prestó  mui  buenos  servicios 
a  la  provincia^  permaneció  hasta  1846. 

Desde  entonces  se  retiró  para  siempre  de  la  vida  pública, 
con  la  convicción  de  haber  hecho  a  su  patria  todo  el  bien 
posible.  Ha  muerto  el  22  de  noviembre  de  1854,  ocho  años 
después  de  su  separación  de  los  negocios  públicos,  i  trece 
después  de  haber  dejado  la  presidencia.  Mas  feliz  que  mu- 
chos otros  de  los  fundadores  de  la  república  i  que  un  gran 
número  de  sus  mas  ilustres  hijos,  él  ha  podido  ver  antes  de 
cerrar  los  ojos  para  siempre  libre,  rica,  influente  i  poderosa 
a  la  patria  a  que  consagró  la  mayor  parte  de  su  vida,  i 
que  él  conoció  tiranizada,  pobre,  envilecida  i  despreciada. 


I 


NECROLOJÍA 
DEL  JENERAL  DON  RAFAEL  MAROTO 

(1783-1853) 


§8 


NECROLOJIA 
DEL  JENERAL  DON  RAFAEL  MAROTO  i 

(1783-1853) 

Acaba  de  morir  en  el  territorio  chileno  uno  de  los  milita- 
res mas  condecorados  del  ejército  español. 

A  las  cinco  de  la  mañana  del  25  del  presente  ha  fallecido 
en  Valparaiso  el  jeneral  don  Rafael  Maroto,  militar  distin- 
guido en  la  guerra  déla  independencia  española,  en  la  revo- 
lución americana,  i  en  los  últimos  sucesos  de  la  península. 

Pocos  personajes  de  los  tiempos  modernos  han  sufrido 
mas  de  lleno  los  contrastes  de  la  fortuna,  i  mui  pocos  han 
hecho  mayores  sacrificios  por  su  patria  que  el  jeneral  Maro- 
to. Su  vida  es  sumamente  trájica  i  mui  recargada  de  gran- 
diosos incidentes  para  que  podamos  bosquejarla  en  estas  po- 
cas líneas. 

Nació  don  Rafael  Maroto  en  la  ciudad  de  Lorca  el  18  de 
octubre  de  1783.  Su  padre  era  militar,  i  lo  dedicó  desde  su 

I.  Publicada  en  El  Museo,  (Santiago,  1853),  núm.  12  del  27  de  agosto, 
páj.  192. 

Nota  del  Compilador, 
TOMO    XII. — 11 


162  Estudios  Biográficos 


primera  edad  en  esta  carrera,  obteniendo  para  él,  el  grado 
de  cadete  en  el  Tejimiento  de  infantería  de  Asturias,  cuando 
solo  contaba  diez  años.  Sus  primeros  servicios  datan  de  1800 
en  la  guerra  de  Portugal,  en  que  fué  condecorado  con  una 
medalla.  Mas  tarde,  cuando  la  Península  íué  invadida  por  el 
ejército  francés,  Mar  oto  sirvió  con  brillo  en  la  guerra  de  la 
independencia,  ya  en  la  heroica  defensa  de  Zaragoza,  ya  en 
Pusol  i  Valencia,  ya  en  San  Onofre  i  Murredro.  Durante  este 
tiempo  supo  cubrirse  de  glorias  en  los  campos  de  batalla  i 
escapar  atrevidamente  de  las  manos  de  los  enemigos  que  lo 
habían  tomado  prisionero.  A  la  época  de  la  espulsion  de  los 
franceses  de  España,  era  ya  coronel  efectivo. 

Con  tal  graduación,  pasó  a  América  al  mando  de  un  reji- 
miento  de  infantería.  Combatió  en  Chile  i  en  el  Perú  en  las 
filas  realistas  hasta  obtener  el  alto  grado  de  mariscal  de  cam- 
po en  1823.  Si  para  nosotros  los  republicanos  de  América 
estos  servicios  distan  mucho  de  constituir  un  mérito,  ellos 
fueron  juzgados  en  la  corte  de  España,  en  documentos  pú- 
blicos, como  pruebas  de  su  acrisolada  lealtad.  En  premio  de 
ellos,  Fernando  VII  le  concedió  la  gran  cruz  de  Isabel  la  Ca- 
tólica i  la  de  San  Hermenejildo  con  el  destino  de  comandan- 
te jeneral  de  Asturias.  Antes  de  esa  época  ya  tenia  la  cruz 
de  la  defensa  de  Zaragoza  i  tres  medallas  por  diversas  fun- 
ciones de  guerra. 

Entonces  comenzó  para  Maroto  la  época  mas  brillante  de 
su  vida.  Creyendo,  como  ha  dicho,  «que  era  mas  conveniente 
para  España  el  reinado  de  don  Carlos  que  el  de  una  niña  que 
tendría  que  pasar  por  una  larga  minoría»,  abrazó  su  causa 
i  fué  luego  el  jeneral  en  jefe  de  sus  tropas.  Espiado  i  calum- 
niado por  la  camarilla  del  pretendiente,  envenenado  en  dos 
ocasiones,  declarado  traidor  a  su  causa  porque  comprendía 
la  marcha  de  la  guerra  de  diverso  modo,  Maroto  sufrió  todo 
con  paciencia  hasta  que  vio  palpablemente  que  el  reinado 
de  don  Carlos  no  valia  los  sacrificios  de  España,  esas  mortí- 
feras batallas  i  esa  continuada  relajación.  Rindió  su  ejército 
a  Espartero  después  de  una  capitulación  honrosa,  i  él  mismo 
se  retiró  a  la  vida  privada. 


El  jeneral  Don  Rafael  Maroto  163 

Sobre  los  dicterios  de  los  partidos  que  han  intentado  infa- 
mar su  memoria,  existe  un  monumento  indestructible:  la  cesa- 
ción de  esa  guerra  civil  en  que  se  fusilaba  a  las  mujeres,  i  la 
tranquilidad  de  España;  esa  es  la  obra  de  Maroto  i  del  conve- 
nio de  Vergara.  Hai  otro  hecho  que  hará  enmudecer  a 
esos  calumniadores:  después  de  aquel  convenio  se  negó  a 
aceptar  constantemente  destinos  i  empleos  lucrativos  i  toda 
especie  de  honores  con  que  en  diversas  ocasiones  quiso  pre- 
miarlo el  gobierno  español. 

En  su  larga  carrera  militar,  Maroto  fué  un  militar  valien- 
te i  entendido:  sus  grados  los  ganó  en  el  campo  de  batalla 
con  honrosas  heridas  i  recomendaciones  especiales.  Su  sere- 
nidad para  mantener  la  disciplina  fué  excesiva,  i  su  firmeza 
de  carácter  proverbial. 

El  deja  una  reducida  familia,  que  tuvo  por  madre  a  una 
señorita  chilena.  Nosotros  la  acompañamos  en  su  justo  sen- 
timiento. 


DON    SANTIAGO   BALLARNA 
07901856) 


§9 


EL  CORONEL    DE    LNJENIEROS     DON    SANTIAGO 
BALLARNA  ' 

(1790-1856) 

La  República  acaba  de  perder  uno  de  sus  buenos  servido- 
res en  la  persona  del  coronel  de  injenieros  don  Santiago  Ba- 
llarna.  Honrado,  intelijente,  activo  i  laborioso,  él  ha  presta- 
do en  su  patria  adoptiva  importantísimos  servicios  en  las 
campañas  militares,  en  la  enseñanza  de  la  juventud,  en  la  or- 
ganización i  disciplina  del  ejército  i  en  su  calidad  de  oñcial 
del  cuerpo  de  injenieros. 

Don  Santiago  Ballarna  nació  en  Coria,  pueblo  de  Estre- 
madura,  en  España,  por  los  años  de  1790.  Mui  joven  era  to- 
davía cuando  sus  padres  lo  mandaron  a  estudiar  a  Salaman- 
ca; i  allí  se  distinguió  tanto  sobre  sus  camaradas,  que  fué 
colocado  en  un  colejio  real,  conocido  con  el  apodo  de  Tria 
Lingua,  en  donde  cursó  matemáticas,  griego,  sirio  i  hebreo,  i 
aprendió  con  la  mayor  perfección  los  idiomas  francés  e  ingles. 

I  Publicado  en  El  Ferrocerrü  (Santiago)  de  5  de  diciembre  de  1856,  i 
en  los  Anales  de  la  Universidad,  1856,  t.  XV.  páj.  31. 

Nota  del  Compilador. 


168  Estudios  Biográficos 


A  la  época  de  la  invasión  francesa  en  la  península,  Ballar- 
na  dejó  el  colejio  para  incorporarse  en  los  ejércitos  españoles. 
Sirvió  en  diversas  ocasiones,  se  batió  en  muchos  encuentros 
parciales  i  particularmente  en  la  derrota  de  Medellin,  el  28 
de  marzo  de  1809,  desde  cuyo  dia  llevó  por  algunas  sema- 
nas una  vida  errante  para  salvar  de  las  persecusiones  de  los 
vencedores.  Durante  la  guerra,  Ballarna  fué  empleado  tam- 
bién en  calidad  de  profesor  de  matemáticas  en  un  colejio 
militar  que  se  fundó  en  la  isla  de  León,  i  desempeñó  este 
destino  por  algunos  años  consecutivos.  Entre  los  discípulos 
de  entonces,  contó  al  jeneral  don  Baldomero  Espartero,  tan 
famoso  en  España  por  su  vida  posterior,  i  al  coronel  Plas- 
cencia,  oñcial  muí  distinguido  en  el  ejército  peruano,  i  autor 
de  la  relación  de  la  campaña  restauradora  del  Perú  de  1838 
i  1839.  ^^  concluirse  la  guerra  de  la  independencia  española, 
Ballarna  poseía  ya  el  grado  de  capitán  de  injenieros. 

Joven,  liberal,  entusiasta  i  ardoroso,  él  esperaba  la  liber- 
tad de  España,  i  el  término  del  desgobierno  con  la  restaura- 
ción al  trono  español  de  la  familia  de  los  Borbones.  Como  to- 
dos los  liberales  que  hacían  la  guerra  a  la  dinastía  de  Bona- 
parte  i  a  los  ejércitos  franceses,  Ballarna  esperaba  que  la 
vuelta  de  Fernando  VII  al  trono  de  sus  mayores  importaría 
para  la  patria  un  cambio  de  política,  la  ñnal  disolución  del 
infame  tribunal  de  los  inquisidores  i  la  sanción  legal  de  la 
constitución  política  promulgada  en  Cádiz  en  18 12;  pero 
contra  sus  esperanzas,  la  vuelta  de  Fernando  fué  para  la  Es- 
paña el  entronizamiento  del  mas  duro  despotismo,  la  muerte 
de  las  instituciones  liberales  que  habían  usado  las  cortes  del 
reino  durante  la  prisión  del  reí  en  el  suelo  estranjero  i  el  res- 
tablecimiento de  la  inquisición  con  sus  peligrosas  ordenan- 
zas i  sus  horribles  tormentos. 

El  despotismo  de  Fernando  encontró  oposición  i  resisten- 
cia en  todas  partes.  Hubo  motines  militares,  encuentros  i 
ejecuciones;  pero  los  delegados  del  reí  no  pudieron  sojuzgar 
completamente  a  los  hombres  ni  borrar  de  sus  ánimos  los 
principios  liberales,  que  habían  echado  hondas  raices  en  el 
ejército  i  en  todas  las  clases  de  la  sociedad.  Los  ministros  de 


Don  Santiago  Ballarna  169 

Fernando  creyeron  poner  un  atajo  a  tamaño  contratiempo, 
despachando  para  la  América,  entonces  envuelta  en  la  gue- 
rra de  la  independencia,  a  todos  los  cuerpos  del  ejército,  a 
los  jefes  i  oficiales  cuyas  ideas  los  hacian  sospechosos  de 
abrigar  propósitos  de  insurrección.  Para  conocer  cuan  torpe 
era  la  conducta  del  monarca  español  a  este  respecto,  basta- 
rá recordar  que  la  mayor  parte  de  los  liberales  a  quienes 
quería  alejar  de  la  península,  habian  escrito  en  sus  banderas, 
como  una  de  las  principales  bases  de  'su  programa  político, 
sus  deseos  de  reconocer  inmediatamente  la  independencia  de 
América. 

Ballarna  pertenecía  a  este  número:  él  fué  incorporado  a 
los  cuerpos  espedicionarios  que  salieron  de  Cádiz  en  1818, 
con  destino  a  los  puertos  meridionales  de  Chile.  No  es  éste 
el  momento  de  referir  la  historia  de  aquella  espedicion:  bas- 
ta recordar  que  abandonada  la  escuadra  española  por  algu- 
nos buques  que  fueron  a  entregarse  a  Buenos  Aires,  i  com- 
batida i  apresada  en  las  costas  de  Chile,  ella  alcanzó  única- 
mente a  dejar  alguna  parte  de  sus  tropas  en  la  provincia  de 
Concepción,  en  donde  mandaba  el  coronel  realista  don  Juan 
Francisco  Sánchez.  Este  jefe  i  estas  fuerzas  fueron  batidas 
en  la  batalla  de  Santa  Fe,  i  completamente  dispersadas  des- 
pués de  varias  escaramuzas,  en  enero  de  18 19. 

De  la  turbación  i  desaliento  de  los  jefes  realistas,  se  apro- 
vechó un  audaz  caudillo  chileno,  Vicente  Benavides,  para 
organizar  una  banda  de  los  dispersos,  i  seguir  haciendo  la 
guerra  al  gobierno  nacional,  proclamándose  defensor  de  los 
derechos  del  reí  de  España.  Benavides  apenas  tenia  el  título 
de  capitán  en  el  ejército  realista,  i  carecía  de  las  dotes  nece- 
sarias para  mandar  a  oficiales  de  educación  i  de  clase.  Era, 
ante  todo,  ignorante  i  grosero,  duro  i  cruel  con  los  prisione- 
ros enemigos,  a  quienes  jamas  perdonaba  la  vida,  insolente 
i  descomedido  con  los  oficiales  que  servían  a  sus  órdenes,  aun 
cuando  ellos  fuesen  de  mayor  graduación  que  él  mismo.  Su 
ejército  era  compuesto  de  bandas  mal  organizadas,  sin  mu- 
cho orden  i  disciplina  i  bien  dispuestos  siempre  al  pillaje  i  al 
saqueo.  Su  mismo  jefe,  el  atrevido  Benavides,  no  sabia  quí- 


170  Estudios  Biográficos 


zá  darse  cuenta  exacta  acerca  de  las  causas  de  la  guerra  que 
sostenía:  sus  tropas  se  daban  el  apodo  de  sostenedores  de  la 
causa  de  España;  pero  no  cabe  duda  que  aquel  jefe  abrigaba 
mui  diversas  intenciones.  La  causa  de  la  metrópoli  era  para 
él  un  pretesto  únicamente. 

Ballarna  i  algunos  oficiales  españoles  de  distinguida  edu- 
cación se  negaron  a  servir  a  las  órdenes  de  aquel  feroz  cau- 
dillo. ¿Podia  éste  someterse  a  servir  a  las  órdenes  de  un  jefe 
que  no  reconocía  bandera,  i  que  comenzaba  la  guerra  asesi- 
nando infamemente  a  los  parlamentarios  que  le  mandaba  el 
enemigo?  ¿Podia  resignarse  Ballarna  a  obedecer  los  manda- 
tos deun  grosero  caudillo  que  hacia  la  guerra  por  una  causa 
desconocida  i  con  la  ferocidad  de  un  jefe  de  bandoleros? 

Don  Santiago  Ballarna  no  quiso  degradarse  en  el  servicio 
de  tal  causa  i  bajo  las  órdenes  de  tal  jefe.  Venciendo  infini- 
tas dificultades,  vino  a  Santiago  a  presentarse  al  supremo 
director  Don  Bernardo  O'Higgins,  para  que  dispusiese  de  él 
como  lo  creyese  conveniente.  Sus  servicios  podian  ser  suma- 
mente útiles  a  la  república  chilena,  ya  sea  que  se  le  dedica- 
se a  la  enseñanza  de  las  ciencias  físicas  i  matemáticas,  o  que 
se  le  emplease  en  su  calidad  de  injeniero.  O'Higgins  lo  dejó 
a  su  lado,  i  le  dio  el  encargo  de  levantar  los  planos  del  pa- 
seo de  la  Alameda  de  Santiago,  de  traer  el  agua  para  el  rie- 
go de  los  árboles  i  de  hacer  todos  los  trabajos  de  nivelación. 
El  barrio  conocido  hoí  con  el  nombre  de  la  Cañada,  era  en- 
tonces el  basural  de  la  ciudad,  que  en  años  anteriores  había 
servido  de  cauce  a  un  brazo  del  Mapocho:  el  terreno  era 
disparejo  i  pedregoso  i  su  compostura  exijia  un  trabajo  obs- 
tinado i  bien  dirijido.  Ballarna  lo  hizo  todo  en  tres  años: 
formó  los  planos,  dirijió  personalmente  el  trabajo  i  dejó  plan- 
teada su  Alameda  desde  el  tajamar  hasta  el  mismo  sitio  en 
que  hoí  existe  una  pila. 

Desde  entonces  su  vida  ha  estado  enteramente  consagrada 
al  servicio  público.  En  diversas  ocasiones  formó  ordenanzas 
i  reglamentos  para  la  organización  del  ejército,  el  arreglo  de 
la  fuerza  permanente,  la  contabilidad  de  los  cuerpos  i  los 
premios  i  retiros  militares.  En  todos  estos  trabajos  manifes- 


Do2í  Santiago  Ballarna  171 


tó  sus  conocimientos  superiores  i  su  ojo  certero  para  intro- 
ducir entre  nosotros  las  reformas  militares. 

En  su  calidad  de  injeniero  militar,  Ballarna  hizo  la  cam- 
paña de  Chiloé  a  fines  de  1825  i  principios  de  1826;  sirvió 
perfectamente  en  las  comisiones  de  su  especialidad,  levantó 
las  cartas  i  planos  de  la  campaña  i  escribió  una  curiosísima 
i  circunstanciada  relación  de  toda  ella  1. 

En  los  años  posteriores,  en  1838  i  1839,  hizo  toda  la  cam- 
paña restauradora  del  Perú.  Hallóse  en  la  batalla  de  Guias 
i  entrada  de  Lima  en  21  de  agosto  del  primer  año,  i  en  el 
combate  naval  de  Casma  el  12  de  enero  del  segundo. 

Pero  los  mas  importantes  servicios  de  Ballarna  fueron  los 
que  prestó  en  calidad  de  profesor  de  ciencias  exactas  en  los 
col ej ios  de  Santiago.  En  aquellos  tiempos  en  que  tanta  esca- 
sez habia  entre  nosotros  de  profesores  idóneos,  Ballarna  tra- 
bajó en  la  formación  de  la  segunda  academia  militar,  i  de- 
sempeñó diversas  clases  de  matemática  superior  i  todas  las 
de  ciencias  militares,  comprendiendo  en  éstas  hasta  la  topo- 
grafía i  el  dibujo.  Para  esto  dictó  a  sus  discípulos  los  testos 
de  enseñanza  i  tradujo  del  francés,  el  curso  de  matemáticas 
de  Puissant,  el  cual  por  la  especialidad  del  autor,  que  habia 
sido  injeniero  militar  de  los  ejércitos  franceses,  presentaba, 
según  Ballarna,  miles  de  ventajas  para  la  enseñanza  en  aquel 
colejio.  Algunos  ramos  de  traducción  han  servido  ademas 
para  las  clases  preparatorias  de  matemáticas  en  el  Instituto 
Nacional.  A  la  época  de  la  creación  de  la  tercera  academia 
militar  en  1843,  Ballarna  volvió  de  nuevo  a  la  enseñanza, 
fué  por  algún  tiempo  su  director,  i  desempeñó  algunas  cla- 
ses. Todos  estos  títulos  le  valieron  una  honrosa  colocación 


I.  Debe  recordarse  que  por  decreto  de  6  de  marzo  de  1828,  el  gobierno 
del  jeneral  Pinto  nombró  al  teniente  coronel  de  injenieros  Ballarna  direc- 
tor jeneral  de  Puentes  i  Caminos;  pero  aunque  se  le  encargó  que  prestara 
atención  a  este  ramo,  la  modicidad  de  los  recursos  de  que  pudo  disponer, 
no  le  permitió  hacer  mas  que  lijaras  reparaciones;  hecho  que  ha  sido  con- 
signado en  la /físíorfa /ewem/í¿^  C/íí7e,  t.   XV,   (1897)  páj.  291. 

Nota  del  Compilador. 


172  Estudios  Biográficos 


en  la  facultad  de  ciencias  físicas  i  matemáticas  en  la  Uni- 
versidad de  Chile,  cuando  se  creó  esta  corporación. 

En  aquella  misma  época,  Ballarna  redactó  un  curso  com- 
pleto de  matemáticas  destinado  a  los  estudiantes  de  cien- 
cias militares,  que  quiso  imprimir  en  Inglaterra,  durante  un 
viaje  que  hizo  a  aquel  pais  en  1841;  pero  retraído  por  su  na- 
tural modestia,  guardó  sus  manuscritos  i  los  ha  conservado  en 
suescritoriosinínostrarlos  a  nadie.  La  composición  de  un  mi- 
nucioso diccionario  ingles-español  en  que  se  ocupó  por  algu- 
nos años,  quedó  inconclusa  por  igual  causa. 

En  los  años  posteriores,  Ballarna  ha  continuado  prestan- 
do sus  importantes  servicios,  ya  como  inspector  jeneral  del 
ejército,  o  como  comandante  jeneral  de  armas  de  Santiago, 
o  como  miembro'^de  diversas  comisiones  en  asuntos  milita- 
res, o  en  cuestiones  de  su  especialidad  como  injeniero.  En- 
tre estos  últimos  debe  recordarse  el  examen  i  revisión  de  los 
planos  del  nuevo  cuartel  de  artillería. 

Durante  toda  su  vida,  Ballarna  gozó  del  aprecio  i  consi- 
deración de  los  gobiernos  i  de  todos  los  hombres  influyentes 
de  Chile;  pero  una  singular  modestia  que  le  era  muí  carac- 
terística, le  tuvo  siempre  alejado  de  todo  aquello  que  podia 
llamar  sobre  él  la  atención  pública.  Ballarna  vivió  siempre 
contraído  esclusivamente  al  desempeño  de  sus  obligaciones, 
sin  pretender  ascensos  i  sin  exijir  nada  de  los  gobiernos  que 
lo  ocupaban.  La  juventud  estudiosa  debe  recordar  siempre 
su  nombre  como  el  de  uno  de  los  primeros  propagadores  de 
la  instrucción  cientíñca  en  Chile,  i  sus  amigos  i  todos  los  que 
lo  tratamos  i  conocimos  no  debemos  olvidar  la  bondad  de 
su  carácter  i  sus  virtudes  de  hombre  privado. 


EL  CORONEL  DON  ANTONIO  MILLAN 
<í775-t856) 


§     10 


EL  CORONEL  DON  ANTONIO  MIELAN  i 


(1775-1856) 

El  militar  cuyo  nombre  encabeza  estas  líneas  fué  uno  de 
los  mas  valientes  soldados  del  ejército  de  Chile.  Las  cróni- 
cas i  memorias  de  nuestra  revolución,  los  documentos  oficia- 
les de  aquella  época  i  la  tradición  han  conservado  de  el 
honrosos  rasgos  de  enerjía,  coraje  i  patriotismo,  que  le  han 
valido  mas  de  una  hermosa  pajina  en  la  historia  de  nuestra 
emancipación. 

El  teniente  coronel  Millan  era  ya  militar  a  la  época  de  la 
insurrección:  abrazó  con  fe  i  decisión  la  causa  de  la  indepen- 
dencia de  Chile,  combatió  siempre  con  valor,  i  solo  dejó  las 
armas  cuando  la  patria  no  tenia  nada  que  temer  de  la  Es- 
paña. A  diferencia  de  la  mayor  parte  de  nuestros  militares, 
él  no  ha  empañado  jamas  sus  glorias  mezclándose  en  las  di- 
sensiones civiles  que  han  ensangrentado  la  República,  porque 


I.  publicado  en  £/  Pe^'^ocam/  (Santiago)  del  2  ^  de  junio  de  i8í6.'  Se 
hizo  de  esta  bicgraíía  una  tirada  aparte,  por  la  misma  imprenta,  en  un  fo- 
lleto de  5  pajinas,  a  2  columnas. 

Nota  del  Compilador. 


176  Estudios  BioaRÁFicos 

SU  ánimo  no  abrigó  ambición  de  ninguna  especie. — «Mi  misión 
sobre  la  tierra,  decia  Millan  con  la  sencillez  de  un  honrado 
veterano,  fué  la  de  cañonear  a  los  godos:  contra  ellos  peleé 
muchas  veces,  nunca  contra  los  chilenos». 

Es  necesario  pagar  un  justo  tributo  a  la  memoria  de  este 
buen  soldado.  Valiente  hasta  el  heroismo  en  el  campo  de  ba- 
talla, jeneroso  i  desinterado  en  su  carrera  militar,  el  teniente 
coronel  Millan  merece  mui  bien  que  se  consagren  algunas  pa- 
jinas a  trazar  su  biografía.  Al  escribir  nosotros  este  bosquejo, 
apuntamos  los  datos  que  acerca  de  su  persona  hemos  reco- 
jido  en  el  estudio  de  la  historia  nacional. 

Nació  don  Antonio  Millan  en  el  puerto  de  Penco  viejo,  pro- 
vincia de  ^Concepción,  por  los  años  de  1775.  Era  su  padre 
don  Luis  Millan,  alférez  entonces  de  dragones  de  la  frontera, 
i  su  madre  la  señora  doña  Francisca  de  Paula  Gatica.  Don 
Antonio  recibió  su  primera  educación  en  la  capital  de  la 
provincia. 

A  la  edad  de  27  años,  el  primero  de  febrero  de  1802,  se 
alistó  en  el  cuerpo  de  artillería  que  guarnecía  a  Concepción. 
La  real  ordenanza  de  este  cuerpo  daba  gran  importancia  a 
todos  los  militares  que  servían  en  él,  a  tal  punto  que  por  cé 
dula  de  1709  se  disponía  que  el  título  de  teniente  de  artillería 
equivaliese  al  de  coronel  de  ejército;  pero  se  exijia  también 
que,  aun  para  ocupar  la  plaza  de  soldado,  se  rindiesen  cier- 
tos exámenes  i  se  calificasen  pruebas  de  nobleza.  En  aquella 
época,  i  por  disposición  espresa  de  los  soberanos  de  España, 
todos  los  empleados  de  esta  arma  en  América,  de  capitán 
para  arriba,  debían  venir  de  la  metrópoli;  i  nadie,  cualquiera 
que  fuese  su  condición,  podía  alistarse  en  el  cuerpo  en  otro 
rango  que  el  de  soldado  distinguido.  Este  grado  obtuvo  Mi- 
llan, 011er,  Picarte,  Moría  i  muchos  otros  bravos,  que  después 
ilustraron  su  nombre  en  defensa  de  la  independencia  de  Chile, 
fueron  entonces  sus  amigos  i  compañeros  de  armas. 

El  servicio  de  guarnición  no  es  el  mas  favorable  para  los 
ascensos  militares.  Millan,  sin  embargo,  los  obtuvo,  gracias 
solo  a  su  buena  conducta  i  a  su  constancia  en  el  ñel  desem- 
peño de  sus  deberes.  En  18 10,  a  la  época  de  la  creación  del 


El  coronel  don  Antonio  Millan  177 

primer  gobierno  nacional,  era  ya  sarjento  segundo  distingui- 
do i  servia  en  la  sección  de  la  brigada  de  artillería  que  guar- 
necía a  Santiago.  Cuando  los  revolucionarios  aumentaron  la 
fuerza  de  este  cuerpo  Millan  fué  ascendido  a  sarjento  segundo. 
El  movimiento  de  1810  le  encontró,  pues,  en  los  grados  mas 
subalternos  de  la  milicia. 

Las  ocurrencias  de  este  acto  mantenían  en  una  viva  ajita- 
cion  a  la  juventud  chilena.  Millan  tomaba  parte  en  todo:  en 
el  cuartel  se  llamaba  patriota  i  se  manifestaba  mui  dispuesto 
a  secundar  decididamente  los  planes  de  los  revolucionarios; 
pero  queria  mantenerse  alejado  de  las  cuestiones  que  éstos 
sostenían  entre  sí.  Sin  embargo  de  eso,  el  mayor  de  artillería 
don  Luis  Carrera  le  habló  en  una  ocasión  interesándolo  en 
que  entrase  en  una  revolución  que  debía  dirijir  su  hermano 
don  José  Miguel  i  ofreciéndole  el  grado  de  subteniente  si 
prestaba  su  cooperación. — «Mayor  Carrera,  le  contestó  Millan, 
guardaré  en  secreto  su  propuesta,  pero  no  quiero  tomar  parte 
alguna  en  la  revolución;  mas  si  ésta  se  hace  mientras  yo  esté 
en  el  cuartel,  seré  el  primero  en  apresar  a  Ud.  í  a  todos  los 
sospechosos».  De  este  modo  creía  cumplir  a  la  vez  con  sus 
deberes  de  militar  i  de  amigo. 

La  revolución  estalló  a  las  doce  del  día  4  de  setiembre 
de  181 1.  Millan,  en  efecto,  fuera  del  cuartel  cuando  ésta  se 
hizo,  manifestó  públicamente  su  disgusto  por  ella  i  aun  cre- 
yó que  debía  separarse  del  cuerpo.  La  junta  gubernativa  que 
entonces  subió  al  poder  supo  apreciar  su  lealtad  militar,  lo 
dejó  en  el  cuerpo  de  artillería  í  le  dio  el  grado  de  subtenien- 
te, que  no  había  querido  ocupar  con  perjuicio  de  su  honor 
de  soldado. 

Solo  don  José  Miguel  Carrera  no  apreció  su  comporta- 
cion  en  este  suceso.  Queria  éste  que  todo  se  doblegara  a  sus 
deseos,  que  todos  los  militares  lo  siguiesen  fiel  í  decididamen- 
te en  cada  empresa  que  acometiera,  i  la  terquedad  de  Millan 
para  desechar  sus  halagos  i  promesas  le  irritó  sobre  manera. 
Desde  que  aquel  caudillo  subió  a  los  primeros  puestos  del 
gobierno  i  del  ejército,  este  honrado  militar  estuvo  constan- 
temente retirado  de  los  hombres  del  poder,  i  aun  después  de 

TOMO  XII. — 12 


178  Estudios  Biográficos 


comenzada  la  campaña  contra  el  ejército  realista  que  habia 
ocupado  las  provincias  del  sur,  quedó  todavía  en  el  servicio 
de  guarnición. 

Millan  no  salió  de  Santiago  hasta  mediados  de  1813,  cuan- 
do la  junta  gubernativa  reforzó  el  ejército  que  mandaba  el 
jeneral  Carrera  para  entrar  a  Chillan.  En  este  sitio  memora- 
ble se  estrenó  en  el  servicio  activo,  en  calidad  de  oficial  de 
artillería,  colocado  en  la  batería  mas  avanzada  hacia  la  plaza 
que  mandaba  el  coronel  O'Higgins.  Empleado  allí  en  el  ser- 
vicio de  dos  cañones  de  a  24,  Millan  se  mantuvo  en  su  pues- 
to, batiéndose  con  sangre  fria  durante  los  sucesos  del  3  i  5 
de  octubre. 

En  la  tarde  de  este  segundo  dia  se  empeñó  un  nuevo  com- 
bate no  menos  obstinado  i  reñido  que  los  anteriores.  Los 
realistas  hicieron  una  salida  de  la  ciudad,  i  fueron  a  atacar 
otra  batería  mas  retirada  de  la  plaza.  O'Higgins  dejó  su 
puesto  para  ir  a  defender  la  batería  amenazada,  empeñó  la 
acción  en  campo  raso,  i  en  pocos  momentos  la  batalla  fué  je- 
neral. Los  tiros  de  fusil  i  de  cañón  eran  contestados  por  una 
i  otra  parte,  i  una  bala  despedida  por  un  castillo  de  Chillan 
fué  a  causar  los  mas  horribles  estragos  en  la  batería  avan- 
zada donde  servia  Millan.  Cayó  sobre  el  armón  de  uno  de 
los  cañones  de  a  24  e  incendió  la  pólvora  que  contenia,  i 
ésta  la  demás  del  repuesto  i  hasta  las  cartucheras  de  los  sol- 
dados. Levantóse  una  columna  de  fuego  i  humo  en  medio  de 
una  espantosa  esplosion  i  un  terrible  estruendo  que  atrajo 
las  miradas  de  ambos  ejércitos  hacia  aquel  punto.  Los  gritos 
de  los  moribundos  i  los  movimientos  desesperados  de  los  he- 
ridos, que  se  creían  víctimas  de  una  traición,  vinieron  en 
breve  a  aumentar  la  confusión  jeneral  en  la  batería,  i  la  pre- 
sencia del  enemigo,  que  quiso  aprovecharse  de  tan  tristes  cir- 
cunstancias, puso  en  gran  peligro  la  suerte  del  ejército  pa- 
triota. 

En  aquellos  momentos,  todo  el  ejército  desesperó  de  su 
salvación.  Tan  inesperada  desgracia  i  la  actividad  del  ene- 
migo para  aprovecharse  de  ella,  introdujeron  el  desaliento 
por  todas  partes;  pero  por  fortuna  habían  salvado  en  los  fo- 


El  coronel  don  Antonio  Millan  179 

sos  de  la  batería  algunos  artilleros,  el  capitán  Moría  i  los 
subtenientes  Millan,  Laforest,  Cabrera  i  Vásquez,  que  con 
valor  estraordinario  organizaron  una  vigorosa  resistencia  en 
medio  de  la  confusión  i  del  desorden  que  reinaban  en  ella. 
Don  Antonio  Millan  Iparticularmente,  viéndolo  todo  perdido, 
cargó  hasta  la  boca  uno  de  los  cañones  de  a  24,  i  descargán- 
dolo personalmente  sobre  la  columna  mas  avanzada  de  los 
realistas,  hizo  terribles  estragos  i  la  obligó  a  replegarse  en 
desorden. — «Cuando  acerqué  la  mecha,  decia  Millan  refiriendo 
este  suceso,  creí  que  iba  a  reventarse;  pero  entre  morir  acu- 
chillado por  los  godos  o  inutilizando  un  cañón  que  podia 
serles  mui  útil,  no  vacilé  un  solo  instante  i  resolví  sacrificar- 
me. Dios  quiso  que  tan  desesperado  arbitrio  surtiera  su 
efecto». 

Después  de  este  suceso,  Millan  siguió  sirviendo  en  el  ejér- 
cito durante  toda  la  penosa  campaña  de  ese  año.  Se  batió 
con  valor  en  las  jornadas  de  Quilacoya  i  el  Roble,  a  las  ór^ 
denes  del  coronel  O'Higgins,  i  en  ambas  se  distinguió  entre 
sus  camaradas.  En  el  Roble,  sobre  todo,  hizo  cuanto  podia 
esperarse  de  él,  i  mereció  muchas  recomendaciones  en  las 
notas  que  algunos  oficiales  insurj  entes  remitían  al  gobierno 
jeneral^de  Chile.  A  pesar  de  todo  esto,  solo  obtuvo  el  grado 
de  teniente  en  marzo  de  1814. 

En  este  año  hizo  toda  la  primera  campaña,  que  concluyó 
con  los  tratados  de  Lircai.  Se  batió  en  el  Quilo,  paso  del 
Maule,  Tres  Montes,  paso  del  rio  Claro  i  Quechereguas.  En 
esta  última  jornada  los  artilleros  se  condujeron  con  tanta 
actividad  como  acierto,  i  la  conducta  de  Millan  en  toda  la 
campaña  le  valió  el  grado  de  capitán,  concedido  por  las  reco- 
mendaciones del  brigadier  O'Higgins. 

Durante  todo  ese  tiempo  Millan  se  mantuvo  constante- 
mente alejado  de  las  turbulencias  i  discordias  que  ajitaban 
el  cuartel  jeneral  de  los  insurj  entes.  Aun  cuando  tenia  mil 
motivos  de  resentimiento  con  el  jeneral  Carrera,  se  negó  de- 
cididamente a  tomar  parte  en  contra  suya  en  las  discusiones, 
supo  esquivar  todo  compromiso  i  salvó  su  reputación  militar 
de  una  fea  mancha. 


180  Estudios  Biográficos 


Por  eso  no  encontramos  su  nombre  mezclado  en  ninguno 
de  los  sucesos  de  aquel  año,  anteriores  a  la  defensa  de  Ran- 
cagua.  Cúpole  en  ella  el  honroso  puesto  de  jefe  de  tres  ca- 
ñones que  el  brigadier  O'Higgins  hizo  colocar  en  la  trinche- 
ra mas  importante  de  la  plaza,  construida  en  la  calle  de  San 
Francisco,  que  mira  al  sur,  por  donde  según  todas  las  pro- 
babilidades debian  atacar  los  enemigos  con  mayor  empuje. 
El  capitán  Millan  aceptó  el  cargo,  dispuesto  a  pelear  mien- 
tras le  fuera  posible  i  enarboló  una  bandera  negra  en  señal 
de  que  queria  guerra  a  muerte. 

Como  se  esperaba,  una  columna  realista  compuesta  de  mas 
de  mil  hombres  entró  al  pueblo  por  la  calle  de  San  Francisco, 
i  avanzó  a  marchas  regulares  con  intención  de  apoderarse 
<ie  la  trinchera.  Millan  túvola  precaución  de  dejarla  avan- 
zar sin  descargar  un  solo  tiro;  pero  así  que  se  hubo  acercado 
a  la  batería  rompió  un  vivísimo  fuego  de  cañón  con  las  tres 
piezas,  dos  de  las  cuales  habia  cargado  a  metralla.  Los  es- 
tragos fueron  horribles;  la  calle  quedó  sembrada  de  cadáve- 
res i  durante  un  momento  la  columna  realista  no  pudo  mo- 
verse del  puesto  que  ocupaba.  Poseídos  de  un  terror  pánico 
los  soldados  trataron  solo  de  huir,  pero  los  muertos  les  im- 
pidieron retroceder,  i  el  fuego  de  la  trinchera  continuaba 
causando  en  sus  filas  grandes  daños. 

La  defensa  de  Rancagua  se  sostuvo  dos  días  consecutivos. 
Durante  ellos  Millan  permaneció  en  su  puesto  batiéndose 
con  un  coraje  de  que  hai  muí  pocos  ejemplos  en  los  fastos 
nacionales.  La  batería  que  le  estaba  encomendada  sufrió  los 
mas  rudos  ataques;  los  soldados  i  los  oficiales  morían  por  de- 
cenas a  cada  instante;  pero  sus  defensores  continuaron  ba- 
tiéndose con  gran  tenacidad,  sin  intimidarse  por  los  fuegos 
de  fusil  que  caían  sobre  ellos  de  los  tejados  i  ventanas  inme- 
diatos. Faltó  el  agua  a  los  sitiados,  comenzaron  a  escasear 
las  municiones  i  hasta  hubo  un  instante  en  que  se  hizo  sen- 
tir el  desaliento  entre  los  defensores  de  la  plaza,  viéndose 
abandonados  por  el  jeneral  Carrera;  pero  Millan,  a  imita- 
ción del  jefe  de  los  chilenos,  el  valeroso  brigadier  O'Higgins, 
se  manifestó  dispuesto  a  no  rendirse  jamas.  En  los   últimos 


El  coronel  don  Antonio  31illan  181 


momentos  del  sitio  peleó  como  un  león;  cargaba  personal- 
mente sus  cañones  i  alentaba  a  los  pocos  soldados  que  aun 
estaban  con  vida.  Todos  ellos  quedaron  muertos  o  heridos,  i 
Millan  mismo  recibió  un  balazo  casi  a  quema  ropa  que  le 
bandeó  las  dos  piernas.  Solo  entonces  cuando  ya  no  quedaba 
parado  un  solo  hombre  en  la  batería,  Millan  i  los  suyos  de- 
jaron de  defenderla. 

En  ese  mismo  instante  O'Higgins  hacia  tocar  llamada  en 
la  plaza  del  pueblo  para  reunir  los  últimos  restos  de  los  de- 
fensores de  Rancagua.  Millan  creyó  todavía  que  su  deber  lo 
llamaba  a  aquel  punto,  i  fué  a  juntársele  arrastrándose  por 
sobre  los  cadáveres  de  sus  soldados.  Cuando  llegó  ala  plaza, 
ya  el  jeneral  O'Higgins  había  cargado  a  la  cabeza  de  300 
hombres  sobre  una  columna  realista,  i  se  abría  paso  a  filo 
de  sable  por  entre  un  millar  de  enemigos.  Desde  entonces 
había  terminado  la  defensa  de  la  plaza;  Millan  fué  a  buscar 
un  asilo  a  la  iglesia  matriz  del  pueblo;  pero  los  primeros  sol- 
dados realistas  que  entraron  a  aquel  sagrado  recinto,  lo  to- 
maron prisionero,  lo  golpearon  inhumanamente  con  las  cu- 
latas de  sus  fusiles  i  aun  quisieron  obligarlo  a  ponerse  de 
rodillas  para  fusilarlo  allí  mismo.  Solo  su  enerjía  para  deso- 
bedecer sus  mandatos  salvó  a  Millan  de  morir  en  los  prime- 
ros momentos  de  confusión  i  desorden. 

Desde  entonces  quedó  Millan  en  el  presidio  de  patriotas 
que  establecieron  los  realistas  en  Rancagua.  Los  enemigos 
lo  trataron  con  mucha  consideración  i  quisieron  interesarlo 
por  todos  los  medios  a  cambiar  de  bandera  i  alistarse  en  el 
ejército  español.  Millan  se  resistió  tenazmente  a  este  cam- 
bio, pretestando  mil  causas  para  ello,  i  los  realistas  finjieron 
querer  dejarlo  en  completa  libertad,  le  abrieron  las  puertas 
de  la  prisión  i  le  pusieron  por  única  condición  que  llevase  al 
gobernador  de  Valparaíso,  un  pliego  muí  importante,  que 
según  le  dijo  el  jefe  político  de  Rancagua,  no  podía  confiar- 
se a  un  soldado. 

La  libertad  comprada  a  este  precio  era  sin  duda  una  fortu- 
na que  convenia  aprovechar.  Millan  aceptó  las  propuestas,  i 
con  gran  precipitación  se  puso  en  marcha   para  Valparaíso,, 


182  EsTFDios  Biográficos 


sin  escolta  ni  compañía  de  ninguna  especie.  Por  fortuna 
suya,  tuvo  la  curiosidad  de  abrir  el  pliego  de  que  era  con- 
ductor, i  con  gran  sorpresa  vio  entonces  que  era  una  orden 
terminante  para  que  se  le  apresara  en  aquel  puerto  i  se  le 
remitiese  al  Perú  en  primera  oportunidad.  Sin  vacilar  un 
momento  dio  vuelta  a  su  caballo,  i  se  fué  a  esconder  en  las 
montañas  de  la  provincia  de  Colchagua,  en  donde  comenza- 
ban a  organizarse  guerrillas  sueltas  para  incomodar  a  las  au- 
toridades españolas.  Por  dos  o  tres  meses  consecutivos  lle- 
vó allí  una  vida  errante,  comunicándose  en  secreto  con  los 
ajentes  de  San  Martin,  esparciendo  falsas  noticias  para  des- 
prestijiar  a  los  gobernantes  de  Chile  i  excitando  por  todas 
partes  el  espíritu  de  insurrección.  Como  si  estos  servicios  no 
fuesen  bastante  efectivos,  Millan  pasó  la  cordillera  de  los 
Andes  por  el  boquete  del  Planchón  i  fué  a  presentarse  al 
cuartel  jeneral  de  Mendoza  en  los  primeros  dias  de  1816. 
Allí  San  Martin  le  confió,  desde  luego,  el  mando  de  una 
compañía  de  artillería. 

Con  este  grado  hizo  Millan  la  campaña  de  1817.  Al  cuida- 
do del  parque  de  artillería  i  bajo  las  órdenes  del  fraile  capi- 
tán don  Luis  Beltran,  pasó  a  Chile  por  el  boquete  de  Uspa- 
llata,  i  vino  a  batirse  en  las  alturas  de  Chacabuco.  Después 
de  esta  batalla  fué  premiado  con  una  medalla  de  plata.  El 
año  siguiente,  1818,  recibió  otra  medalla  i  el  grado  de  sar- 
jento  mayor  en  recompensa  de  su  brillante  conducta  en  la 
famosa  jornada  de  Maipo.  Servia  en  esta  batalla  en  la  arti- 
llería del  ala  izquierda  al  mando  del  bizarro  mayor  Borgoño: 
quien  conozca  las  peripecias  de  este  combate  comprenderá 
los  esfuerzos  que  hicieron  los  artilleros  del  ala  izquierda  para 
mantenerse  en  sus  puestos  cuando  la  infantería  indepen- 
diente habia  comenzado  a  desorganizarse  en  aquel  punto. 

Fué  esta  la  última  vez  que  Millan  se  encontró  en  batalla 
campal.  Los  golpes  que  recibió  en  Rancagua,  causaron  gra- 
ves daños  en  su  físico  i  le  hicieron  un  apostema  en  el  híga- 
do que  lo  tuvo  repetidas  veces  a  las  puertas  de  la  muerte. 
Un  violento  ataque  que  le  acometió  en  1820  le  impidió  ha- 
cer la  campaña  del  Perú,  i  nuevas  enfermedades  le  tuvieron 


El  coronel  don  Antonio  Millan  183 

casi  siempre  separado  del  servicio  activo.  Solo  en  agosto  de 
1824,  un  poco  restablecido  ya,  fué  a  recibirse  de  una  briga- 
da de  artillería  de  Concepción,  por  encargo  del  supremo 
director  don  Ramón  Freiré;  pero  entonces  sus  trabajos  se 
redujeron  a  los  del  servicio  pasivo  de  guarnición. 

Millan  permaneció,  sin  embargo,  en  el  servicio  hasta  1829. 
Preparábase  ent  ónces  una  revolución  terrible  que  iba  a  cam- 
biar la  faz  de  la  república  i  en  que  tomaban  parte  todos  los 
militares  del  ejército  de  Chile.  Los  hombres  pensadores  divi- 
saban ya  la  guerra  civil:  los  aprestos  eran  mui  considerables 
i  el  calor  de  los  partidos  alejaba  toda  esperanza  de  aveni- 
miento. Los  dos  bandos  buscaron  a  Millan,  le  pidieron  reite- 
radamente, unos  que  tomase  parte  en  la  revolución,  i  otros 
que  ayudase  a  sofocarla,,  ofreciéndole  ambos  honores  i  as  - 
censos.  Desde  1824  tenia  el  grado  de  teniente  coronel  efec- 
tivo, i  sin  duda  habria  alcanzado  a  los  mas  altos  puestos  del 
ejército  si  hubiese  querido  alistarse  en  alguno  de  los  ban- 
dos; pero  Millan  se  negó  a  oir  toda  proposición. — «No  quie- 
ro, dijo,  mezclarme  en  guerras  civiles:  mucho  he  peleado  en 
la  guerra  de  la  independencia,  i  no  distaria  de  volver  a  em- 
puñar las  armas  para  combatir  a  los  enemigos  de  la  patria; 
pero  no  pienso  disparar  un  tiro  contra  los  chilenos». 

Una  vez  en  esta  resolución,  el  valiente  artillero  del  sitio 
de  Chillan  i  de  la  defensa  de  Rancagua,  solicitó  su  reforma 
militar  para  separarse  definitivamente  del  servicio.  La  gue- 
rra civil  vino  antes  que  se  le  hubiese  concedido  lo  que  pedia; 
pero  Millan  se  dio  por  separado  del  servicio  i  no  tomó  parte 
alguna  en  ella.  Desde  entonces  hasta  la  época  de  su  muerte 
no  volvió  a  vestirse  la  casaca  militar. 

Desde  aquellos  sucesos  pasó  Millan  algunos  años  sin  gozar 
el  sueldo  correspondiente  a  su  grado.  El  ministro  Portales  le 
concedió  después  la  mitad  de  él  en  calidad  de  agregado  a 
plaza,  i  en  1843,  después  de  haber  comprobado  mas  de  cua- 
renta años  de  buenos  servicios,  se  le  restituyó  por  fin  al  go- 
ce de  su  sueldo  íntegro.  Durante  este  tiempo  se  mantuvo  ale- 
jado de  todas  los  cuestiones  políticas,  sin  tomar  interés  por 
ninguno  de  los  partidos  que  han  dividido  la  sociedad  chile- 


184  Estudios  Biográficos 


na.  Cuando  creyéndolo  herido  por  la  suspensión  de  su  sueldo, 
se  le  propuso  tomar  parte  en  alguna  de  las  muchas  conspi- 
raciones que  se  fraguaron  durante  la  presidencia  del  jeneral 
Prieto,  Millan  se  negó  decididamente  a  entrar  en  ellas. 

Aparte  de  su  deseo  de  mantenerse  alejado  de  toda  revolu- 
ción, habia  en  su  conducta  algo  que  era  producido  por  su 
natural  modestia.  Millan  no  abrigaba  ambición  de  ningún  jé- 
nero,  ni  se  creia  llamado  a  figurar  en  mayor  escala  de  la  que 
ocupaba.  Sus  relaciones  i  amistades  eran  mui  modestas  de 
ordinario,  i  aun  cuando  contó  entre  sus  amigos  mas  íntimos 
a  muchos  hombres  importantes  por  sus  talentos,  posición  i 
fortuna,  no  pretendi a  hacerse  valer  por  estas  solas  relacio- 
nes. Entre  sus  papeles  hemos  visto  muchas  cartas  amistosas 
de  personas  mui  notables,  i  son  algunas  de  éstas  del  sabio 
canonista  peruano  don  Francisco  de  Paula  Vijil,  a  quien 
conoció  en  Concepción  en  1829,  i  del  jeneral  don  Luis  de  la 
Cruz,  i  nadie  quizá  sabia  que  hubiese  cultivado  tan  honrosas 
amistades. 

Millan  llevaba  esta  modestia  hasta  ocultar  sus  importan- 
tes servicios. — «En  algunas  memorias  sobre  la  época  de  la  in- 
dependencia, decia  hablando  de  su  vida  pasada,  he  encon- 
do  grandes  elojios  de  mi  conducta  que  disto  mucho  de  me- 
recer: yo  solo  fui  un  pobre  soldado». 

Ese  «pobre  soldado»  que  a  pesar  de  su  modestia  fué  uno 
de  los  mejores  defensores  de  la  independencia  de  Chile,  ha 
muerto  a  la  edad  de  81  años,  dejando  entre  sus  amigos  el 
recuerdo  de  sus  virtudes  i  una  memoria  imperecedera  en  las 
pajinas  de  la  historia  nacional. 


DON  VICTORINO  GARRIDO 
(1794-1858) 


§  II 


NECROLOJIA  DE  DON  VICTORINO  GARRIDO  i 

(1794-1858) 

La  República  acaba  de  perder  a  uno  de  sus  mas  importan- 
tes servidores.  El  señor  don  Victorino  Garrido,  superinten- 
dente de  la  casa  de  moneda^  coronel  de  ejército,  senador  i 
nuestro  encargado  de  negocios  en  el  Perú  hace  pocos  años,  ha 
fallecido  el  jueves  4  del  corriente. 

Nació  don  Victorino  Garrido  en  Segovia,  por  los  años  de 
1794.  Apenas  salido  del  colejio,  fué  agraciado  con  un  empleo 
en  una  oficina  de  hacienda,  en  cuyo  desempeño  pudo  prestar 
mui  importantes  servicios  durante  la  guerra  que  sostuvo  la 
España  contra  los  ejércitos  invasores  del  emperador  de  los 
franceses.  En  el  cumplimiento  de  sus  deberes,  manifestó  una 
rara  actividad,  una  contracción  sin  igual  i  una  honradez  a 
toda  prueba;  i  descubrió  ciertas  dotes  de  intelijencia  que 
indicaban  un  hombre  superior.  A  los  veinte  años  don  Victo- 
rino habia  alcanzado  rápidos  ascensos  i  se  habia  conquistado 

I.  De  La  Actualidad;  9~ de  julio  de  1858  i  reproducida  en  El  Ferrocarril 
de  Santiago,  de   13  de  octubre  de  1877, 

Nota  del  Compilador. 


188  Estudios  Biográficos 


las  simpatías  i  el  aprecio  de  los  funcionarios  de  quienes  de- 
pendía. 

La  época  en  que  le  tocó  abrirlos  ojos  a  la  luz  del  mundo, 
imprimió  en  su  carácter  un  temple  que  era  común  en  la 
parte  ilustrada  de  la  juventud  española.  El  habia  visto  los 
inmensos  sacrificios  que  hizo  la  nación  para  reconquistar  su 
independencia  i  para  volver  al  trono  al  monarca  Fernando 
VII;  pero  habia  aplaudido  los  esfuerzos  de  todos  los  hombres 
pensadores  de  la  península  para  formar  una  constitución  que 
restrinjiera  el  poder  absoluto  de  los  reyes  i  estableciera  un 
orden  de  gobierno  mas  liberal  e  ilustrado  que  el  que  había 
rejido  hasta  entonces.  Garrido  pertenecía  al  bando  de  los 
constitucionales,  compuesto  de  hombres  moderados,  en  su 
mayor  parte,  que  reclamaban  una  libertad  limitada  i  ciertas 
garantías  que  los  reyes  habían  arrebatado  a  los  pueblos  es- 
pañoles. 

Ese  partido  estuvo  triunfante  mientras  el  gobierno  de  las 
rej  encías,  esto  es  hasta  1814,  época  de  la  restauración  de 
Fernando  VII  al  trono  de  sus  mayores.  Este  soberano, 
sin  querer  agradecer  a  la  nación  española  los  sacrificios  que 
habia  hecho  por  él,  sin  guardar  consideración  alguna  por  los 
hombres  que  mas  se  habían  distinguido  en  la  defensa  de  la 
independencia  nacional,  apresó  a  muchos  caudillos  del  par- 
tido constitucional,  los  remitió  a  los  presidios  de  África, 
anuló  la  constitución  de  1812  i  cimentó  nuevamente  la  mo- 
narquía absoluta  tal  como  existía  antes  de  1808.  Como  si 
todo  esto  no  bastase,  Fernando  alejaba  del  servicio  público 
a  todos  los  hombres  que  no  hacían  gala  de  absolutismo,  o 
los  embarcaba  en  las  espediciones  que  remitía  a  América  a 
fin  de  sofocar  la  revolución  de  la  independencia, 

A  principios  de  1818  mandó  que  se  organizase  una  espe- 
dicion  de  2,000  hombres  para  ausiliar  a  las  fuerzas  españolas 
que  hubiesen  quedado  en  Chile  después  de  su  derrota  en 
Chacabuco.  Para  formar  esa  división,  los  aj entes  de  Fernan- 
do buscaron  en  los  batallones  i  en  las  oficinas  militares  a 
todos  los  oficiales  i  empleados  cuyos  ideas  constitucionales 
les  inspiraban  algunas  sospechas.  Entonces  fué  embarcado 


Don  Victorino  Garrido  189 


don  Victorino  Garrido,  en  la  fragata  María  Isabel  con  el 
empleo  de  oficial  contador  de  la  espedicion.  Junto  con  él 
fueron  enrolados  en  el  servicio  muchos  jóvenes  distinguidos 
por  sus  talentos  i  luces,  i  señalados  entre  sus  camaradas 
por  su  espíritu  liberal. 

La  espedicion  salió  de  Cádiz  en  mayo  de  1818  i  aportó  a 
Talcahuano  en  octubre  de  ese  mismo  año,  después  de  una 
penosa  navegación,  en  que  los  oficiales  i  soldados  que  la 
componian  tuvieron  que  sufrir  los  estragos  del  escorbuto,  la 
escasez  de  víveres  i  padecimientos  de  todo  jénero.  Entonces, 
el  ejército  realista  de  Chile,  destrozado  en  la  batalla  de  Mai- 
po  i  mui  reducido  con  la  retirada  de  Osorio  al  Perú,  no  se 
hallaba  en  estado  de  emprender  una  nueva  campaña  ni 
aun  contando  con  los  ausilios  que  traía  la  espedicion  de  Cá- 
diz. Los  jefes  de  las  fuerzas  espedicionarias  ordenaron,  sin 
embargo,  el  desembarco  de  sus  tropas  para  darles  algún  des- 
canso, pero  parecían  dispuestos  a  seguir  su  viaje  al  Perú,  al 
cabo  de  poco  tiempo. 

Nuevas  desgracias  vinieron  a  impedir  que  se  realízase  ese 
viaje.  La  república  de  Chile  había  organizado  una  fuerza 
naval  bastante  respetable,  i  se  había  preparado  para  atacar 
la  escuadra  que  venía  de  la  península.  En  la  segunda  mitad 
de  octubre,  cuando  comenzaban  a  llegar  a  Talcahuano  las 
naves  españolas,  se  acercó  a  aquel  puerto  la  escuadra  chilena 
capitaneada  por  el  comandante  don  Manuel  Blanco  Encala- 
da. No  es  este  el  lugar  de  referir  la  historia  de  aquella  cam- 
paña: baste  decir  que  la  María  Isabel  i  la  mayor  parte  de 
las  naves  que  componían  la  espedicion  de  Cádiz  cayeron  en 
poder  de  nuestros  marinos. 

Los  oficiales  españoles  que  habían  alcanzado  a  desembar- 
car en  Talcahuano,  se  encontraron  entonces  en  el  mas  com- 
pleto aislamiento.  Se  ha  dicho  que  muchos  de  ellos,  engan- 
chados por  la  fuerza  i  obligados  a  servir  a  un  gobierno  que 
detestaban,  traían  desde  España  el  propósito  de  abandonar 
las  banderas  del  reí  para  prestar  sus  servicios  en  el  ejército 
de  Chile.  Algunos  de  ellos,  en  efecto,  abandonaron  a  Concep- 


190  Estudios  Biográficos 


cion,  i  vinieron  a  presentarse  a  las  autoridades  patriotas  en 
Chillan  i  Cauquénes. 

Don  Victorino  Garrido  no  fué  de  este  número.  Aunque  de- 
testaba como  el  que  mas  la  política  del  monarca  español  i 
aunque  estaba  resuelto  a  abandonar  su  servicio,  no  pudo,  sin 
embargo,  salir  de  Concepción,  porque  el  destino  que  desem- 
peñaba lo  sometía  a  la  constante  vijilancia  de  sus  jefes.  El  i 
el  capitán  de  injenieros  don  Santiago  Ballrana,  permanecie- 
ron en  el  servicio,  hasta  después  de  la  retirada  a  Valdivia  de 
los  últimos  restos  del  ejército  español.  Ambos  quedaron  en 
la"  banda  sur  del  Bio-Bio  después  de  esta  operación,  i  perma- 
necieron allí  ocultos  i  perseguidos  hasta  los  primeros  días  de 
mayo  de  1819.  Solo  entonces  pudieron  burlar  la'  vijilancia 
de  las  últimas  partidas  realistas  i  presentarse  a  las  autori- 
dades patriotas  que  en  aquella  época  dominaban  en  Con- 
cepcion.  ^fl 

Garrido  i  Ballarna  fueron  remitidos  a  Santiago,  en  donde  ^^ 
ambos  se  presentaron  al  supremo  director  O'Higgins.  Dis- 
pensóles éste  una  favorable  acó j ida,  i  les  dio  una  colocación 
correspondiente  al  carácter  especial  de  cada  uno  de  ellos.  El 
primero  entró  a  servir  en  la  comisaría  de  marina  de  la  Repú- 
blica, i  Ballarna  en  el  cuerpo  de  injenieros. 

De  esta  época  datan  los  servicios  de  don  Victorino  Garrido 
a  la  república  chilena.  La  laboriosidad  que  desplegó  en  el 
desempeño  de  aquel  destino,  la  intelijencia  superior  que  ma- 
nifestó en  las  comisiones  del  servicio  público  i  su  acrisolada 
honradez,  le  valieron  rápidos  ascensos  i  posteriormente  el 
nombramiento  de  comisario  jeneral  de  marina  i  visitador  de 
oficinas  fiscales  de  la  república.  Con  estos  destinos,  recorrió 
casi  todas  las  aduanas  de  Chile;  i  a  su  vuelta  a  Santiago, 
pudo  presentar  al  gobierno,  luminosos  informes  acerca  del  re- 
sultado de  su  visita,  i  algunas  noticias  estadísticas  de  la  mas 
alta  importancia. 

Durante  este  tiempo,  tomó  don  Victorino  una  parte  prin* 
cipal  en  los  debates  de  la  política  militante  i  en  todas  las 
cuestiones  que  le  eran  anexas.  Esos  debates  políticos  entre 
dos  bandos  que  comprendían  el  progreso  i  la  felicidad  de  la 


Don  Victorino  Garrido  191 

república  por  dos  caminos  diversos,  fueron  el  oríjen  de  cues- 
tiones que  se  discutieron  con  calor  en  la  prensa  i  en  los  con- 
gresos i  que  produjeron  esa  serie  de  asonadas  i  revoluciones 
que  constituyen  la  historia  del  primer  decenio  de  la  repúbli- 
ca. Garrido  estaba  alistado  en  un  partido  que  reconocia  por 
jefe  a  un  hombre  superior  por  su  jenio,  su  actividad  i  su 
patriotismo,  don  Diego  Portales;  i  alcanzó  a  ser  uno  de  los 
hombres  mas  importantes  de  este  partido  i  uno  de  los  con- 
sejeros mas  íntimos  de  su  ilustre  jefe.  En  el  servicio  de  ese 
partido,  don  Victorino  Garrido  se  hizo  notar  no  solo  por  su 
entusiasmo  i  su  actividad  sino  también  por  su  talento  i  por 
su  tino  para  sacar  siempre  provecho  de  las  circunstancias  i 
de  los  hombres.  Se  hizo  escritor  para  defender  a  ese  partido 
por  la  prensa,  i  militar  para  combatir  por  él  en  el  campo  de 
batalla.  Escribió  algunas  poesías  satíricas  en  el  periódico  ti- 
tulado El  Verdadero  Liberal,  en  El  Hambriento  i  en  varias 
otras  publicaciones  de  aquella  época;  i  en  1829  se  alistó  en  el 
ejército  que  mandaba  el  jeneral  don  Joaquín  Prieto.  Con  ese 
ejército  hizo  toda  la  campaña  de  1829  i  ^^  1^30  que  terminó 
con  la  jornada  de  Lircai  en  que  quedó  definitivamente  ven- 
cedor el  bando  a  que  pertenecía  Garrido.  Distinguióse  éste 
particularmente  en  la  ocupación  de  Valparaíso,  en  noviem- 
bre de  1829,  i  en  la  última  batalla  de  la  campaña,  a  cuyo 
éxito  contribuyeron  poderosamente  sus  consejos  militares. 
Después  del  triunfo  del  partido  conservador,  don  Victorino 
Garrido  vino  a  ser  uno  de  los  mas  firmes  i  decididos  sostene. 
dores  del  nuevo  gobierno  que  entonces  se  organizó.  Sus  ser- 
vicios no  fueron  ya  ni  literarios  ni  militares;  pero  no  por  esto 
fueron  menos  importantes  que  los  que  había  prestado  hasta 
aquella  época.  En  su  calidad  de  consejero  íntimo  del  gobier- 
no, don  Victorino  ayudó  poderosamente  a  descubrir  varios 
proyectos  revolucionarios  que  entonces  se  tramaron  i  a  ven- 
cer las  infinitas  dificultades  que  por  todas  partes  encontraba 
el  nuevo  orden  de  gobierno  que  cimentaba  el  ministro  Porta- 
les. En  este  servicio  Garrido  no  escusaba  compromiso  de 
ningún  jénero,  i  poco  le  importaba  que  se  le  forjasen  calum- 
nias, que  se  le  atribuyese  una  parte  principal  en  todas  las 


192  Estudios  Biográficos 


medidas  represivas,  i  que  su  participación  en  los  negocios  de 
gobierno  le  atrajese  acendradas  odiosidades,  porque  servia 
con  honradez,  obedecia  a  los  llamados  de  su  conciencia  i  no 
temia  las  consecuencias  que  podian  producir  esas  enemis- 
tades. 

En  aquella  época  prestó  un  servicio  mucho  mas  importante 
todavía  a  la  política  del  ministro  Portales.  Sabíase  en  Chile 
que  el  jeneral  don  Andrés  Santa  Cruz,  que  por  aquella  época 
había  organizado  la  confederación  Peru-boliviana,  declarán- 
dose su  protector  supremo,  fomentaba  las  disensiones  civiles 
en  la  República  chilena.  El  ministro  Portales  concibió  un 
proyecto  sumamente  atrevido  para  escarmentar  al  protector 
de  la  confederación  Perú-boliviana,  i  quitarle  los  medios  de 
acción.  Un  viajero  norte  americano,  el  capitán  Wilkies,  ha 
referido  ese  suceso  del  modo  siguiente: 

«El  gobierno  chileno  despachó  repentinamente  i  con  una 
comisión  secreta  a  los  dos  buques  de  guerra  el  Aquíles  i  la 
Colocólo,  únicos  que  poseía.  Acompañábalos  un  ájente  confi- 
dencial. Llegaron  al  Callao  i  se  apoderaron  de  tres  buques  de 
guerra  peruanos  que  había  en  el  puerto,  con  lo  cual  quitaron 
a  un  gobierno  que  se  había  manifestado  tan  hostil  para  los 
chilenos  el  único  medio  de  ataque.  Hecho  esto,  fueron  lleva- 
dos los  buques  a  la  isla  de  San  Lorenzo,  i  anclados  bajo  los 
fuegos  de  los  buques  chilenos». 

Siguiéronse  algunas  reclamaciones  diplomáticas;  pero  los 
buques  peruanos  vinieron  a  engrosar  las  fuerzas  de  la  escua- 
dra nacional. 

El  ájente  chileno  que  capturó  los  buques  peruanos,  de  que 
habla  el  escritor  citado,  era  don  Victorino  Garrido.  Hasta 
hoi  se  desconocen  los  motivos  inmediatos  que  impulsaron  al 
ministro  Portales  a  tomar  esta  medida  i  todas  las  causas  que 
pueden  hacer  justificable  o  condenable  su  política.  La  histo- 
ria vendrá  un  día  a  descubrir  la  parte  misteriosa  de  este 
hecho;  pero  el  testimonio  de  los  contemporáneos  manifiesta 
que  el  ájente  cumplió  perfectamente  con  el  encargo  que  se 
confió  a  sus  manos. 

A  la  captura  de  estos  buques  se  siguieron  reclamaciones 


Don  Victorino  Garrido 


193 


diplomáticas  que  fueron  sin  resultado  i  que  terminaron 
con  la  declaración  de  guerra  que  hizo  el  gobierno  chileno  a 
la  confederación  Peru-boliviana.  Chile,  a  pesar  de  su  situa- 
ción financiera  nada  halagüeña,  logró  tras  inauditos  esfuerzos 
formar  una  espedicion.  Causas  que  seria  largo  i  fuera  de  lugar 
el  enumerar,  la  hicieron  fracasar.  Sin  embargo,  este  revés  no 
desalentó  al  gobierno  chileno,  i  poco  después,  en  1838,  prepa- 
ró la  espedicion  restauradora  que  hizo  la  campaña  del  Perú  a 
las  órdenes  del  jeneral  don  Manuel  Búlnes. 

Don  Victorino  Garrido,  que  después  de  su  vuelta  del  Perú 
habia  prestado  un  servicio  importante  a  la  causa  del  orden 
púbhco,  cooperando  eficazmente  al  sofocamiento  de  la  revo- 
lución de  Quillota,  fué  nombrado  ahora  comisario  de  ejérci- 
to. Con  este  destino  hizo  toda  la  campaña  restauradora  de 
1838  i  39,  i  se  hizo  notar  no  solo  por  el  cumplimiento  de  las 
obligaciones  de  su  cargo,  sino  como  consejero  i  amigo  de  los 
jefes  chilenos,  i  en  el  desempeño  de  algunas  comisiones  di- 
plomáticas i  militares  que  se  le  encomendaron. 

De  vuelta  a  Chile,  Garrido  se  separó  del  servicio  público 
para  atender  de  cerca  sus  negocios  particulares.  Así  pasó 
diez  años  consecutivos,  consagrado  a  la  educación  de  su  fa- 
milia, i  a  los  trabajos  que  le  imponía  el  acrecentamiento  de 
sus  intereses  privados;  pero  sus  antiguas  afecciones  de  parti- 
do por  una  parte  i  sus  relaciones  políticas  por  otra,  lo  obli- 
garon continuamente  a  injerirse  en  los  asuntos  de  la  política 
i  a  tomar  una  parte  principal  en  ella  desde  1848. 

Muí  frescos  i  muí  recientes  están  aun  los  sucesos  en  que  le 
cupo  figurar  desde  aquel  año,  para  necesitemos  recordar- 
los. Hábil  consejero  del  gobierno  hasta  mediados  de  185 1,  don 
Victorino  volvió  a  hacerse  militar  en  setiembre  de  ese  año^ 
para  tomar  parte  en  las  operaciones  militares  que  trajeron 
por  consecuencia  la  revolución  de  aquel  año. 

Encargado  de  dirijir  la  compaña  contra  los  revolucionarios 
del  norte,  él  los  derrotó  en  la  acción  de  Petorca  i  los  estre- 
chó en  la  Serena.  Durante  el  sitio  de  esta  plaza,  manifestó 
los  talentos  de  un  verdadero  militar.  Teniendo  a  sus  órdenes 
•fuerzas  muí  escasas,  i  en  frente  de  una  ciudad  defendida  con 

TOMO  XII. — 13 


194  Estudios  Biográficos 


mucha  valentía  i  con  un  grande  acierto,  don  Victorino  supo 
sostener  hábilmente  sus  posiciones,  mantener  la  disciplina  de 
su  ejército  i  resistir  a  las  bien  concertadas  i  dispuestas  salidas 
que  hicieron  los  sitiados.  Si  en  su  campo  se  cometieron 
errores  militares,  no  fué  por  cierto  por  culpa  suya.  La  histo- 
ria imparcial  describirá  algún  dia  este  brillante  episodio  de 
nuestras  guerras  civiles,  i  hará  debida  justicia  al  talento  que 
entonces  manifestaron  el  jefe  sitiado  en  la  defensa  de  la  plaza 
i  el  jefe  sitiador  en  la  defensa  de  sus  posiciones. 

Terminado  el  sitio  de  la  Serena,  tuvo  don  Victorino  que 
partir  para  Copiapó,  a  la  cabeza  de  algunas  fuerzas  por  sofo- 
car la  revolución  que  allí  habia  estallado  en  diciembre  de 
1851.  Sofocóla  en  efecto,  en  la  acción  de  Linderos,  i  entró  en 
Copiapó  a  restablecer  el  orden  público,  i  a  ocupar  el  cargo- 
de  intendente  de  la  provincia  que  le  confió  el  gobierno. 

Aparte^de  las  dotes  de  intelijencia  i  enerjía  que  desplegó 
Garrido  en  todas  estas  operaciones,  se  hizo  notar  aun  parti- 
cularmente por  la  nobleza  con  que  hacia  la  guerra  i  por  la  je- 
nerosidad  con  que  trataba  a  los  prisioneros.  Las  persecucio- 
nes que  decretó  como  jefe  militar  en  la  campaña,  no  fueron 
nunca  encarnizadas;  i  el  trato  que  dispensó  a  los  prisioneros 
fué  siempre  franco  i  jeneroso,  digno  de  hermanos  separados 
momentáneamente  i  reconciliados  después  del  combate. 

En  el  desempeño  del  cargo  de  intendente  de  Atacama,  le 
fueron  mas  que  nunca  útiles  estas  dotes.  Empleando  la  mo- 
deración i  la  dulzura,  él  supo  borrar  las  odiosidades  que  ha- 
bia enjendrado  la  anterior  revolución  i  reconciliar  en  gran 
parte  los  ánimos  de  todos  los  habitantes  de  aquella  provin- 
cia. Si  durante  el  tiempo  que  sirvió  aquella  intendencia,  se 
ejercitaron  las  persecuciones  políticas,  si  el  rigor  de  la  justi- 
cia de  partido  se  ensañó  alguna  voz  contra  varias  víctimas, 
es  preciso  advertir  que  Garrido  era  casi  enteramente  estraño 
a  todas  esas  providencias  que  pugnaban  con  los  sentimien- 
tos de  su  corazón. 

Garrido  sirvió  la  intendencia  de  Atacama  interinamente 
i  solo  hasta  mediados  de  1852.  En  esa  época  volvió  a  San- 
tiago al  seno  de  su  familia,  para  descansar  al  fin  de  los  tra-^ 


Don  Viotoeino  Garrido 


195 


bajos  i  sacrificios  que  le  costaba  su  última  aparición  en 
la  vida  pública;  pero  al  fin  de  un  año,  recibió  el  título  de 
encargado  de  negocios  de  Chile  cerca  del  gobierno  peruano; 
i  a  principios  de  1853  se  puso  en  marcha  para  Lima  a  desem- 
peñar el  nuevo  destino  que  se  le  confiaba.  Residió  allí  has- 
ta principios  de  1855:  durante  ese  tiempo  pudo  prestar  im- 
portantes servicios  a  los  intereses  de  su  patria  adoptiva  i  a 
los  chilenos,  que  a  consecuencia  de  las  ocurrencias  políticas 
de  1851,  permanecían  desterrados  en  el  Perú. 

En  Chile  encontró  de  nuevo  algunas  ocupaciones  del  ser- 
vicio público  que  reclamaban  su  persona.  En  esa  época  ya 
era  miembro  de  la  Cámara  de  Senadores;  pero  aquí  se  le 
nombró  Superintente  de  la  Casa  de  Moneda  i  representante 
del  gobierno  en  la  empresa  del  ferrocarril  del  sur.  En  el  de- 
sempeño de  estos  cargos,  manifestó  la  actividad  i  la  inteli* 
jencia  que  le  eran  tan  naturales.  No  nos  toca  a  nosotros  pro- 
nunciar juicio  acerca  de  su  conducta  política  en  el  último 
año  de  su  vida:  estamos  en  guerra  abierta  con  la  causa  a  que 
él  servia,  i  si  bien  nos  hallamos  dispuestos  a  hacer  justicia 
al  hombre  que  vimos  en  la  filas  contrarias,  tememos  perder 
nuestra  imparcialidad  al  hablar  de  los  últimos  años  de  su 
vida  pública. 

En  este  punto,  queremos  guardar  a  su  memoria  las  consi- 
deraciones que  él  tuvo  siempre  por  sus  enemigos.  Cuando  don 
Victorino  Garrido  combatía  en  las  filas  de  la  oposición  o 
cuando  atacaba  a  sus  contrarios  frente  a  frente,  i  en  igual 
terreno,  era  un  enemigo  formidable,  terrible;  pero  cuando 
lograba  sobreponerse  a  ellos,  cuando  vencedor  en  la  refriega^ 
ocupaba  un  puesto  mas  elevado  que  su  contendor,  entonces 
era  un  amigo  noble  i  jeneroso,  dispuesto  a  estender  la  mano 
al  vencido,  a  perdonarle  su  enemistad  i  a  reconciliarse  sin- 
ceramente. Entonces  don  Victorino  se  constituía  en  amigo  i 
protector  del  que  pocos  días  antes  había  sido  su  contrarío, 
intercedía  por  él,  i  si  era  necesario,  hablaba  el  áspero  len- 
guaje de  la  honradez  i  de  la  verdad  en  los  salones  en  donde 
solo  se  habían  hecho  oír  la  adulación  i  la  lisonja. 

Don  Victorino  Garrido  fué  ante  todo  justo  para  con  sus 


196 


Estudios  Biográficos 


amigos  i  para  con  sus  enemigos;  estos  mismos  lo  declaran. 
¡Que  la  posteridad,  que  acaba  de  abrirse  para  él,  sepa  tam- 
bién ser  justa  para  el  hombre  que,  dando  con  el  pié  a  los 
odios  i  rencores  de  partido,  supo  hacer  justicia  a  sus  enemi- 
gos en  los  momentos  en  que  solo  hablaba  la  pasión! 


DON  ROBERTO  SOUPER 
(1818-1881) 


§  12 


APUNTES  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DEL  TENIENTE 
CORONEL  DON  ROBERTO  SOUPER  i 


(1818-1881) 


Don  Roberto  Souper  nació  en  1818,  en  Harwich,  puerto 
militar  de  Inglaterra,  situado  sobre  el  mar  del  Norte  a  unas 
20  leguas  de  Londres.  Su  padre  era  un  coronel  ingles  que,  des- 
pués de  haber  servido  en  la  India  en  la  célebre  guerra  contra 
Tippoo-Saéb,  i  de  haber  hecho  toda  la  campaña  de  la  penín- 
sula ibérica  i  las  de  1814  i  1815  en  los  ejércitos  de  Welling- 
ton,  fué  destinado  a  la  guarnición  de  Harwich. 

El  espíritu  militar  de  este  viejo  soldado  se  trasmitió  a  sus 
herederos.  Su  hijo  mayor,  también  coronel,  e  inválido,  murió 
hace  ocho  o  diez  años  en  el  rango  de  comandante  de  las  fuer- 
zas británicas  de  la  isla  de  Mauricio.  Otro  hermano  que  estu- 
dió la  medicina  en  Francia,  se  enroló  en  el  ejército  de  don 


I.  Publicado  en  El  Heraldo  de  Santiago,  núm.  i86,  de  i6  de  febrero  de 
1 88 1,  i  reproducido  en  la  Revista  de  Historia  i  Jeografía,  t.  VII,  (Santiago, 
1913),  pájs.  221-233. 

Nota  del  Compilador. 


200  Estudios  Biográficos 


Pedro  de  Portugal^  i  murió  en  uno  de  los  combates  contra  e 
usurpador  don  Miguel. 

En  1822  el  gobierno  ingles,  urjido  por  los  apuros  de  su  si- 
tuación económica,  hacia  grandes  reducciones  en  sus  ejérci- 
tos, que  después  de  1815  habian  dejado  de  ser  necesarios.  Al 
coronel  Souper  se  le  dio  su  cédula  de  retiro  con  una  pensión 
bastante  limitada.  Buscando  un  pais  en  que  con  escasa  renta 
le  bastase  para  educar  a  su  familia,  se  trasladó  al  continente 
i  vivió  hasta  el  resto  de  sus  dias,  primero  en  Saint-Omer,  en 
el  norte  de  Francia,  i  después  en  Gante,  en  Béljica.  Allí  mu- 
rió por  los  años  de  183 1. 

Don  Roberto  Souper  hizo  sus  estudios  en  esas  dos  ciuda- 
des, bajo  la  inspección  inmediata  de  su  padre,  que,  por  lo 
que  parece,  no  carecia  de  conocimientos  clásicos.  A  pesar  del 
trascurso  de  una  vida  ajitada  i  aventurera,  don  Roberto 
vSouper  recordaba  hasta  sus  últimos  años  el  latin,  la  histo- 
ria, la  jeometría  i  la  cosmografía,  i  dibujaba  con  una  rara 
facilidad  cuando  quería  tomar  una  vista  o  hacer  la  caricatu- 
ra de  alguno  de  sus  conocidos  *.  Preciso  es  también  decir 
que  siempre  fué  un  lector  infatigable,  i  que  esta  pasión  le 
permitió  tener  conocimientos  jenerales  que  contribuían  a 
hacer  mas  agradable  su  trato. 

Después  de  la  muerte  de  su  padre,  don  Roberto  Souper 
volvió  a  Inglaterra  con  su  madre,  para  procurarse  allí  alguna 
ocupación.  En  esa  época,  el  gobierno  ingles  había  empren- 
dido la  colonización  de  la  Australia  Occidental.  Lord  Ra- 
glán, que  había  sido  camarada  i  amigo  íntimo  de  su  padre, 
lo  determinó  a  trasladarse  a,  aquella  colonia  donde  podía 
hacer  fortuna,  i  al  efecto,  le  dio  para  las  autoridades  de  ella, 
las  mas  valiosas  recomendaciones.  Souper  partió  para  Aus- 
tralia en  1834,  cuando  apenas  contaba  16  años.  Allí  se  le 
dio  un  buen  lote  de  tierra  en  las  inmediaciones  de  la  naciente 
ciudad  de  Perth,  i  se  le  suministraron  los  escasos  recursos 
que  se  daban  a  los  primeros  colonos. 

2.  Algunas  de  las  caricaturas  de  El  Correo  Literario  (Santiago,  1858) 
son  debidas  al  lápiz  de  Souper. 

Nota  del  Compilador. 


Don  Roberto  Souper  201 


Souper  trabajó  con  una  actividad  febril,  i  logró  hacer  de 
sus  terrenos  una  de  las  propiedades  mejor  cultivadas  de  la 
colonia.  Al  mismo  tiempo  prestó  útiles  servicios  a  la  admi- 
nistración en  el  desempeño  de  mil  comisiones,  algunas  de  las 
cuales  eran  mui  peligrosas,  como  los  reconocimientos  de  los 
campos  del  interior,  donde  era  preciso  sostener  reñidos  com- 
bates con  los  indíjenas,  salvajes  mui  atrasados,  pero  mui  as- 
tutos para  sorprender  i  atacar  al  invasor.  Souper  conservaba 
en  su  cuerpo  varias  heridas  recibidas  en  esos  combates.  Su 
brazo  derecho  estaba  atravesado  por  una  lanza  arrojadiza 
disparada  por  un  indíjena  en  una  emboscada. 

El  carácter  de  Souper  no  era  a  propósito  para  soportar 
la  vida  de  pacífico  colono.  En  1841  llegó  a  Perth  la  noti- 
cia de  una  insurrección  en  el  Afganistán:  todos  los  ingle- 
ses habian  sido  bárbaramente  asesinados  o  hechos  prisio- 
neros. El  gobierno  de  la  India  preparaba  una  espedicion 
contra  aquel  reino.  Souper  dejó  su  propiedad  a  un  herma- 
ne menor  que  acababa  de  llegar  de  Inglaterra  i  se  em- 
barcó para  Calcuta.  Después  de  viajes  penosísimos,  logró 
reunirse  al  ejército  e  hizo  como  voluntario  la  campaña  de 
1842. 

Desde  entonces,  su  única  aspiración  fué  la  de  obtener  un 
puesto  de  oficial  en  el  ejército.  Con  este  pensamiento,  se 
trasladó  a  Londres  donde  esperaba  hallar  a  su  madre 
i  alcanzar,  por  medio  de  los  amigos  de  su  padre,  el 
empleo  que  ambicionaba.  Una  i  otra  esperanzas  se  frus- 
traron. Su  madre  habia  partido  poco  meses  antes  para 
Australia  a  juntarse  con  sus  hijos.  Los  amigos  de  su  pa- 
dre le  demostraron  que  eran  tanto  los  aspirantes  a  sentar 
plaza  en  el  ejército,  i  tales  las  dificultades  que  habia  para 
conseguirlo,  que  debia  renunciar  irrevocablemente  a  este 
pensamiento. 

En  esa  época,  don  Ricardo  Price,  rico  comerciante  ingles 
establecido  en  Santiago,  habia  pedido  a  Inglaterra  un  agri- 
cultor intelijente  que  viniera  a  Chile  a  administrar  una  pro- 
piedad suya,  la  estensa  hacienda  de  Zemita,  en  la  montaña 
del  departamento  de  San  Carlos.  Souper  era  primo  hermano 


202  Estudios  Biográficos 


de  la  señora  de  Price.  Esta  relación  fué  causa  de  que  se  le 
diera  el  cargo.  En  efecto,  Souper  se  embarcó  para  Chile  a 
mediados  de  1843. 

Aquí  comienza  la  parte  mas  conocida  de  la  vida  de  Sou- 
per. Reuniendo  los  recuerdos  que  de  él  conservan  sus  nume- 
rosos amigos,  sobre  todo  en  las  provincias  del  sur,  se  po- 
dria  escribir  un  volumen  de  las  mas  curiosas  aventuras  en 
que  resaltaría  un  gran  carácter,  el  de  un  héroe  en  la  mas 
lata  estension  de  la  palabra,  i  el  del  caballero  mas  leal 
i  mas  cumplido  que  puede  concebirse.  Souper  vivia  en 
Zemita,  dirijiendo  con  tanta  contracción  como  intelij  en- 
cía los  trabajos  de  esa  hacienda.  Pero  su  espíritu  aven- 
turero no  podía  estar  tranquilo  en  ese  lugar  cuando  le  fal- 
taba ocupación. 

Así,  pues,  recorrió  las  cordilleras,  fué  a  estudiar  las  cos- 
tumbres de  las  tribus  de  indios  del  sur  de  Mendoza,  a  los 
cuales  quería  atraer  por  medio  de  la  persuasión  a  la  vida  ci- 
vilizada, i  visitó  todos  los  pueblos  del  sur,  i  en  especial  los 
de  la  provincia  del  Maule,  que  entonces  se  estendia  desde  el 
rio  de  este  nombre  hasta  la  línea  formada  por  el  Nuble  i  el 
Itata.  En  esa  época  no  existia  mapa  alguno  de  esa  provin- 
cia. Souper  aprovechó  sus  repetidos  viajes  en  que  siempre 
lo  acompañaba  una  brújula  de  bolsillo;  i  con  los  datos  que 
él  mismo  pudo  recojer,  í  las  noticias  que  le  suministraban 
otras  personas,  bosquejó  una  carta  jeográfica  bastante  exac- 
ta de  toda  la  provincia,  que  desde  luego  fué  muí  útil  al  go- 
bierno de  ella,  i  que  hace  pocos  años  vimos  guardada  en  una 
de  las  oñcinas  de  Santiago. 

En  ese  tiempo,  la  mayor  parte  de  nuestras  provincias  ca- 
recían de  médico.  Souper  compró  en  Valparaíso  algunos  li- 
bros enciclopédicos,  un  botiquín  i  algunos  instrumentos  de 
cirujía,  i  curaba  a  los  pobres  con  mas  acierto  que  los  curan- 
deros de  los  campos.  El  finado  ministro  don  Rafael  Sotoma- 
yor,  que  entonces  era  juez  de  letras  de  Cauquénes,  i  que  fué 
su  amigo  íntimo,  contaba  que  no  «había  conocido  un  mejor 
saca-muelas  que  el  gringo  Souper». 

La  afabilidad  de  su  carácter,  la  distinción  de  sus  modales 


Don  Roberto  Souper  203 


i  de  su  trato,  el  chiste  constante  que  en  sus  labios  rebeldes 
para  hablar  bien  el  español  tenia  aun  mayor  gracia,  la 
perfecta  honorabilidad  de  su  conducta,  la  amistad  franca 
i  sincera  que  profesaba  a  todo  hombre  en  quien  creia 
descubrir  honradez,  lo  hablan  asimilado  de  tal  suerte  a  la 
sociedad  chilena,  que  a  los  cuatro  años  de  residencia  en 
nuestro  pais,  Souper  habia  dejado  de  ser  estranjero.  En 
Talca,  en  donde  pasaba  algunas  temporadas,  contrajo  ma- 
trimonio con  una  de  las  señoritas  mas  estimables  de  la 
ciudad,  doña  Manuela  Guzman  i  Cruz.  Antes  de  mucho 
tiempo,  compró  un  poco  al  norte  de  esta  ciudad,  una  peque- 
ña propiedad  de  campo  denominada  San  Rafael,  i  se  esta- 
bleció allí. 

Conocido  el  carácter  de  Souper,  i  su  asimilación  con  nues- 
tra sociedad,  se  comprenderá  fácilmente  que  no  podia  dejar 
de  interesarse  por  nuestras  cuestiones  políticas  i  que  sus  sim- 
patías debían  inclinarlo  al  partido  liberal.  Sin  embargo,  Sou- 
per no  era  un  revolucionario  incorrejible  como  se  le  ha  creí- 
do. Habia  sido  un  liberal  ardoroso,  pero  hasta  desprovisto 
del  derecho  de  sufrajio,  porque,  aunque  creyéndose  tan  chi- 
leno como  cualquiera  de  sus  vecinos,  nunca  quiso  pedir  car- 
ta de  ciudadanía.  Pero  una  atroz  injusticia  de  que  fué  vícti- 
ma vino  a  hacerlo  tomar  las  armas. 

El  20  de  abril  de  1851  estalló  una  revolución  militar  en 
Santiago,  que  fué  sofocada  en  pocas  horas.  La  noticia  lle- 
gó a  todas  las  provincias  acompañada  de  la  espresion  de  los 
recelos  que  abrigaba  el  gobierno  de  que  estallasen  en  otras 
partes  movimientos  análogos. 

El  intendente  de  Talca,  por  sí  o  por  sujestiones  del  minis- 
terio, procedió  a  apresar  a  varios  vecinos  influyentes  de  esa 
provincia.  Souper,  conocido  como  liberal  a  cara  descubierta, 
i  como  hombre  de  empresa  por  su  valor,  por  su  enerjía  i  por 
su  destreza  para  manejar  las  armas,  fué  capturado  en  su  ha- 
cienda de  San  Rafael,  conducido  a  Talca  y  encerrado  en  un 
cuartel  como  revolucionario.  Allí  permaneció  preso  cerca  de 
cinco  meses.  Al  fin,  a  mediados  de  setiembre  estalló  la  re- 
volución en  el  norte  i   el  sur  de  la  República.  El   intendente 


204  Estudios  Biográficos 


de  Talca  dispuso  que  Souper  i  sus  compañeros  fueran  con- 
ducidos a  Santiago  con  unajbuena  escolta.  Habiéndose  hospe- 
dado la  comitiva  en  una  casa  de  los  alrededores  de  la  villa 
de  Molina,  Souper,  con  esa  audacia  prodijiosa  que  le  era  pe-  j 

culiar,  se  arroja  sobre  uno  de  los  centinelas,  le  quita  la  cara- 
bina, llama  en  su  ayuda  a  unos  campesinos  que  habian  ido  a 
saludarlo  en  su  camino,  consigue  desarmar  a  algunos  de  los 
soldados  que  custodiaban  a  los  presos,  ganarse  a  otros  i 
quedarse  en  completa  libertad.  Allí  mismo,  sabiendo  que  a 
cualquiera  parte  que  fuese  seria  nuevamente  apresado  i 
peor  tratado  que  antes,  armó  una  montonera  i  se  diri- 
jió  al  sur.  Pero  las  orillas  del  Maule  estaban  guardadas  por 
tropas  de  Talca  que  tenian  encargo  de  no  dejar  pasar  a 
nadie.  Souper,  afrontando  todo  jénero  de  penalidades,  se  in- 
ternó en  la  cordillera;  i  dando  un  largo  rodeo,  fué  a  reu- 
nirse en  Chillan  con  el  ejército  que  organizaba  el  j ene- 
ral  Cruz.  Allí  se  le  dio  el  mando  de  un  cuerpo  de  caballería 
a  cuya  cabeza  se  batió  admirablemente  en  Guindos  i  en  Lon- 
comilla. 

Restablecida  la  tranquilidad  interior  de  la  República,  Sou- 
per volvió  a  su  hacienda  de  San  Rafael  a  las  pacíficas  ocu- 
paciones de  la  agricultura.  Su  vida  durante  estos  años,  está 
llena  de  aventuras  i  de  peligros  que  seria  largo  contar. 

Un  dia  que  se  hallaba  en  Talca  en  casa  de  su  suegra,  si- 
tuada en  la  esquina  de  la  plaza,  curándose  el  brazo  izquier- 
do que  tenia  estropeado,  se  esparció  en  la  ciudad  el  alar- 
mante anuncio  de  que  los  presos  de  la  cárcel,  echándose 
sobre  los  centinelas,  habian  tomado  los  fusiles  de  éstos  i  sa- 
lían a  la  plaza  en  abierta  sublevación.  Souper  no  vaciló  un 
instante;  tomó  un  caballo  desensillado  que  había  en  el  patio 
de  la  casa,  i  montando  en  él,  corrió  a  contener  a  los  presos. 
Los  fusiles  de  éstos  estaban  cargados,  a  falta  de  balas,  con 
pedazos  de  clavos  que  tenian  preparados  de  antemano;  i  de 
los  primeros  tiros  que  dirijieron  a  Souper,  uno  solo  lo  tocó;  i 
aun  ese,  dirijido  al  pecho  con  certera  puntería,  fué  a  sepultar 
los  postones  entre  las  vendas  que  envolvían  su  brazo  enfer- 
mo causándole  lijeras  lesiones.  La  heroica  entereza  de  Sou- 


Don  Roberto  Souper  205 


per,  que  no  se  inmutaba  por  el  fuego  que  se  le  hacia,  impu- 
so a  los  malhechores.  El  mayor  número  de  éstos  se  dejó 
arrear  de  nuevo  a  la  prisión  por  el  mismo  Souper,  mientras 
los  soldados,  repuestos  de  la  sorpresa,  llegaban  a  sofocar 
definitivamente  la  sublevación. 

En  esa  época  (1856-1857),  aparecieron  en  aquella  provin- 
cia numerosas  bandas  de  salteadores  que  asolaban  los  cam- 
pos. Souper  pidió  al  intendente  de  Talca,  don  Adrián  Bor- 
goño,  el  puesto  de  subdelegado  de  Pelarco,  armó  a  sus  es- 
pensas  una  partida  de  huasos  animosos  i  resueltos,  i  a  su 
cabeza  comenzó  la  mas  tenaz  i  la  mas  eficaz  persecución  de 
los  bandidos.  La  administración  de  Souper  en" aquella  subde- 
legacion  se  hizo  luego  famosa  en  toda  la  provincia.  El  no 
entendia  de  límites  jurisdiccionales;  i  bastaba  que  un  mal- 
hechor hubiese  pasado  por  Pelarco  para  que  Souper  se  cre- 
yera con  derecho  a  él  i  para  que  fuese  a  buscarlo  a  cualquie- 
ra parte  donde  se  hubiera  ocultado.  Es  incalculable  la 
astucia  que  desplegó  en  la  persecución  de  los  salteadores,  i 
la  sagacidad  que  ponia  enjuego  para  arrancarles  sus  de- 
claraciones antes  de  entregarlos  al  juzgado  del  crimen;  pero 
es  mas  almirable  todavía  la  audacia  inaudita  con  que  des- 
preciaba todos  los  peligros.  Las  correrías  de  Souper  en  esas 
ocasiones,  mas  que  hechos  reales,  parecen  aventuras  de  no- 
vela. Una  noche  penetró  solo  en  un  cuarto  en  que  se  halla- 
ban cuatro  bandidos  en  torno  de  una  mesa.  Al  verlo  entrar, 
éstos  apagaron  la  luz  i'  se  prepararon  a  una  resistencia  a 
todo  trance.  Souper  aceptó  la  lucha  en  esas  condiciones,  i 
ganando  tiempo  para  que  llegaran  los  hombres  de  su  parti- 
da, apresó  a  los  cuatro  criminales.  En  otra  ocasión  hizo  un 
viaje  a  Curepto  en  persecución  de  un  famoso  asesino  que, 
amparado  por  una  familia  amiga,  pretendió  defenderse  sal- 
tando tapias,  detras  de  las  cuales  disparaba  su  revólver  con- 
tra Souper.  Este,  sin  embargo,  gracias  a  su  ajilidad  i  a  sus 
fuerzas  hercúleas,  lo  persiguió  sin  descanso,  lo  tomó  por  la 
garganta  i  lo  trajo  amarrado  a  Talca.  Antes  de  pocos  meses, 
la  subdelegacion  de  Pelarco  i  las  subdelegaciones  vecinas  no 


206 


Estudios  Biográficos 


albergaban  un  solo  salteador.  Souper   renunció    entonces  el 
cargo  que  habia  solicitado. 

En  1858  hizo  un  viaje  a  Santiago  por  asuntos  particulares. 
La  capital  era  entonces  el  foco  de  una  grande  ajitacion  po- 
lítica. Souper,  siempre  ardoroso  e  inflamable,  se  sintió  preo- 
cupado por  esas  cuestiones.  Una  prisión  que  sufrió  en  octu- 
bre de  ese  año,  seguida  de  un  proceso  criminal  sin  otra  causa 
que  el  haber  mandado  limpiar  un  rifle  que  la  autoridad  creia 
destinado  a  una  revolución,  acabó  de  exaltarlo.  Ocurrió 
poco  después  la  clausura  por  la  fuerza  armada  de  un  mi- 
tin que  debia  celebrarse  el  12  de  diciembre  de  ese  año. 
Souper  habia  ido  allí  a  pedir  a  sus  amigos  que  se  retiraran; 
pero  cuando  vio  la  tropa,  se  inflamó  de  ardor,  se  asoció  a  los 
suyos  i  con  ellos  fué  apresado.  Detenido  primero  en  un 
cuartel,  fué  trasportado  luego  a  la  penitenciaría,  i  mas  tar- 
de llevado  a  Valparaíso  i  embarcado  con  otras  doce  perso- 
nas en  un  buque,  la  Olga,  que  debia  zarpar  para  Magallanes. 
Se  conoce  el  desenlace  de  este  viaje;  Souper  preparó  i  enca- 
bezó una  valiente  sublevación.  Apresó  a  la  guarnición  que  se 
habia  puesto  en  el  buque,  i  obligó  al  capitán  a  dirijirse  al  Ca- 
llao, donde  desembarcó  con  sus  compañeros.  Los  detalles  de 
esta  sublevación  servirían  para  hacer  un  drama  verdadera- 
mente heroico. 

Mas  de  dos  años  permaneció  Souper  en  el  Perú,  si  bien  en 
este  tiempo  hizo  un  viaje  de  incógnito  a  Valparaíso,  en  una 
chalupa,  í  pasando  por  los  mayores  peligros  que  es  posible 
concebir,  í  que  produjeron  las  mas  fatales  consecuencias  en  su 
salud.  Este  destierro  causó  también  en  su  pequeña  fortuna 
los  resultados  mas  desastrosos.  Su  familia  tuvo  que  sufrir 
desde  entonces  los  mayores  quebrantos.  Souper  creyó,  sin 
embargo,  que  su  actividad  incansable  para  el  trabaj  o  podría 
repararlo  todo;  i  volvió  a  su  hacienda  con  nuevo  ardor,  me- 
ditando nuevas  empresas. 

Desgraciadamente,  sus  esperanzas  salieron  fallidas.  Sou- 
per pertenecía  al  número  de  hombres  industriosos  i  trabaja- 
dores a  quienes  falta  la  esperíencía  práctica  de  los  negocios 
i  cuya  excesiva  buena  fe  llega  hasta  el  candor  i  los  convierte 


Don  Roberto  S  oupeb  207 

.en  víctimas  de  sus  ilusiones  o  de  la  astucia  de  algunos  de 
los  hombres  con  quienes  tratan.  Así,  pues,  las  empresas  que 
acometió,  si  bien  le  produjeron  buenas  utilidades  por  algún 
tiempo,  fueron  al  fin  causa  de  su  ruina.  Agregúese  a  esto 
que  su  espíritu  jeneroso  e  inflamable,  su  pasión  por  asuntos 
estraños  a  los  negocios,  le  obligó  a  desatender  éstos  en  los 
momentos  en  que  era  mas  necesaria  su  presencia. 

Esto  fué  lo  que  sucedió  en  1864.  Una  escuadrilla  española 
se  había  apoderado  de  las  islas  Chinchas  en  son  de  reinvin- 
dicacion.  Souper  no  fué  dueño  de  sí  mismo,  i  asociándose  al 
capitán  de  navio  don  Patricio  Lynch  se  marchó  a  Lima  a 
ofrecer  al  gobierno  del  Perú  sus  jenerosos  i  desinteresados 
servicios.  No  tenemos  para  qué  recordar  los  sucesos  histó- 
ricos de  esa  época.  Souper  i  Lynch  volvieron  a  Chile  después 
de  cuatro  meses  de  ausencia,  convencidos  de  que  el  ataque 
de  los  españoles  contra  la  integridad  i  la  honra  del  Perú  era 
una  especulación  mercantil  en  que  estaba  interesado  el  go- 
bierno peruano  que  esplotaba  esa  situación  con  todo  j  enero 
de  escándalos  financieros. 

Se  sabe  que  esas  complicaciones,  en  que  Chile  tuvo  el  can- 
dor de  interesarse,  sin  comprender  el  negocio  oculto  que 
Souper  había  creído  descubrir,  produjeron  la  guerra  teme- 
rariamente injusta  que  nos  trajo  la  España  en  1865.  Souper 
volvió  a  abandonar  sus  intereses  i  se  trasladó  a  Chiloé  para 
ayudar  a  la  defensa  del  archipiélago,  que  se  creía  amena- 
zado. 

Mientras  tanto,  su  salud,  debilitada  por  tantos  trabajos,, 
decaía  visiblemente.  A  los  sufrimientos  de  un  cruel  reuma- 
tismo, que  lo  atormentaba  sin  cesar  desde  1859,  había  veni- 
do a  agregarse  una  gravísima  aneurisma  al  corazón  que  desde 
1863  lo  tenia  en  una  lucha  constante  entre  la  vida  i  la 
muerte. 

En  esta  situación  lo  halló  la  guerra  a  que  Chile  fué  provo« 
cado  por  la  perfidia  i  deslealtad  del  Perú  i  de  Bolivía.  Souper 
se  sintió  revivir  ante  el  peligro  de  la  patria. 

Mandó  a  sus  dos  hijos.  Roberto  i  Carlos,  a  enrolarse  eii  el 
ejército,  al  primero  en  la  infantería  i  al  segundo  en  la  caba- 


208  Estudios  Biográficos 

Hería;  i  luego  fué  él  mismo  a  ofrecer  sus  servicios  como  ayu- 
dante de  cualquiera  de  los  jefes.  Por  uno  de  esos  esfuerzos 
de  voluntad  de  que  solo  son  capaces  los  verdaderos  héroes, 
Souper  dominó  todas  sus  enfermedades,  se  creyó  joven  i  fué 
a  pelear  como  bravo  en  todas  batallas  i  a  soportar  contento, 
risueño,  todas  las  privaciones  i  amarguras  de  las  mas  peno- 
sas campañas.  Sirvió  alternativamente  en  mar  i  en  tierra;  i 
desde  el  memorable  combate  de  Angamos  hasta  el  asalto  de 
las  baterías  de  Chorrillos  en  que  le  tocó  caer,  Souper  se  halló 
en  todas  partes,  siempre  valiente,  siempre  leal,  siempre  en- 
tendido para  dirijir  un  movimiento,  siempre'pronto  para  cum- 
plir una  orden  por  peligrosa  que  fuera,  i  por  mas  que  su  esta- 
do físico  pareciera  que  no  podia  acompañar  a  su  voluntad. 

En  Arica,  a  pesar  de  sus  años  i  de  las  inmensas  diñculta- 
des  del  terreno,  fué  del  número  de  los  que  escalaron  el  em- 
pinado Morro  i  llegó  a  tiempo  para  combatir  como  joven  i 
para  calmar  el  furor  de  la  tropa  justamente  excitada  por  las 
minas  i  demás  desleales  defensas  de  los  peruanos.  Souper  fué 
allí  lo  que  habia  sido  siempre,  tan  noble  i  jeneroso  con  los 
vencidos,  como  era  audaz  i  arrojado  en  los  combates. 

Si  no  se  puede  decir  que  Souper  era  el  mas  valiente  de 
nuestros  soldados,  en  cuyas  filas  no  han  escaseado  los  héroes, 
se  debe  reconocer  que  jamas  figuró  en  segunda  línea.  Su  va- 
lor consistía  en  el  desprecio  absoluto  de  todo  peligro,  en  la 
temeridad  mas  audaz  puesta  al  servicio  de  una  intelij  encía 
clara  i  de  un  corazón  noble  i  jeneroso. 

Dotado  por  la  naturaleza  de  una  presencia  arrogante  i  her- 
mosa, de  unas  fuerzas  de  Hércules,  de  una  gran  maestría 
para  manejar  todas  las  armas  o  para  dirijir  su  caballo,  Sou- 
per era  un  niño  fuera  del  combate;  i  ese  hombre  que  pare- 
cía haber  nacido  parala  pelea,  era  el  menos  provocador,  el 
mas  débil  a  la  razón,  el  amigo  mas  afectuoso,  el  padre  mas 
tierno  i  mas  sensible. 

Ingles  por  el  nacimiento,  por  sus  gustos  literarios,  por  sus 
lecturas  a  que  consagraba  algunas  horas  cada  día,  por  sus 
tradiciones  de  familia,  Souper  se  hizo  chileno  por  el  corazón 
aun  antes  de  tener  hijos  chilenos,  i   amaba  a  su  segunda  pa- 


Don  Roberto  Souper  209 


tria  con  toda  la  efusión  de  su  alma  jenerosa.  Sin  embargo, 
como  ya  lo  hemos  dicho,  nunca  quiso  pedir  carta  de  ciuda- 
danía, sin  que  por  esto  pretendiera  hacer  valer  en  ninguna 
ocasión  sus  fueros  de  ciudadano  ingles,  ni  la  protección  que 
la  Gran  Bretaña  dispensa  a  sus  nacionales  en  cualquiera 
parte  donde  se  hallen.  Lejos  de  eso,  cuando  la  diplomacia 
inglesa  entabló  alguna  vez  alarmantes  reclamaciones,  como 
con  la  cuestión  Whitehead  en  1863,  o  con  la  cuestión  oriji- 
nada  por  la  pérdida  del  Tacna  en  1872,  Souper  condenó  con 
todaenerjía  delante  de  los  ingleses  i  délos  chilenos,  la  con- 
ducta de  aquellos  de  sus  compatriotas  que  creian  que  su  ca- 
rácter de  estranjeros  los  facultaba  para  violar  las  leyes  del 
pais  que  les  daba  hospitalidad. 

Estos  lijeros  apuntes,  escritos  al  correr  de  la  pluma,  i  sin 
querer  entrar  en  pormenores  que  harian  conocer  por  com- 
pleto la  noble  i  simpática  figura  de  don  Roberto  Souper,  bas- 
tarán para  recordar  a  sus  numerosos  amigos  algunas  de  las 
eminentes  cualidades  que  lo  distinguieron. 

Los  restos  mortales  de  Souper  deben  ser  trasladados  a  Chile 
por  orden  del  Gobierno.  Aquí,  sus  amigos,  le  daremos  sepul- 
tura i  le  levantaremos  un  modesto  monumento  en  que  se 
graben  estas  sencillas  palabras: 


Roberto  Souper 

(1818-1881) 

Ingles  por  el  nacimiento ^^ chileno  por  él  corazón. 
Murió  como  héroe  defendiendo  el  honor 
de  Chile. 


La  vida  de  Souper  daría  materia  para  un  escrito  mas  es- 
tenso, para  un  libro  entero,  en  que  un  escritor  colorista  sa- 
bría dar  lugar  a  las  aventuras  mas  variadas  i  romanescas  í  a 
las  anécdotas  mas  interesantes. 

TOMO  XII. — 14 


210  Estudios  Biográficos 


En  este  artículo  he  querido  solo  apuntar  los  hechos  prin- 
cipales en  un  orden  cronolójico,  para  que  puedan  servir  de 
punto  de  partida  al  que  quiera  emprender  un  trabajo  mas 
minucioso  i  mas  completo. 


DON   ANTONIO  GARCÍA  REYES 
<I817-1855) 


§  13 


DON  ANTONIO  GARCÍA  REYES  i 

(1817-1855) 

Nació  don  Antonio  García  Reyes  en  la  ciudad  de  Santiago 
el  15  de  abril  de  1817.  Eran  sus  padres  don  Antonio  García 
Haro,  oficial  poco  antes  del  ejército  realista  de  Chile,  jefe 
distinguido  después  en  la  guerra  de  la  independencia  del  Perú 
i  en  las  revoluciones  posteriores  de  España,  i  su  madre,  la 
señora  doña  Tadea  Reyes.  Dos  meses  antes  del  nacimiento 
de  García,  su  padre  habia  emigrado  al  Perú  a  consecuencia 
de  la  reconquista  de  Chile  en  la  batalla  de  Chacabuco.  De 
este  modo  se  vio  introducido  al  mundo  sin  fortuna  i  sin  pres- 
tijio,  pero  él  supo  mas  tarde  vencerlo  todo,  i  elevarse  al 
rango  mas  encumbrado  a  que  puede  aspirar  cualquier 
chileno. 

Las  vicisitudes  de  la  guerra  de  la  independencia  americana 
detuvieron  a  su  padre  en  el  Perú  i  le  llevaron  mas  tarde  a 


I.   Publicado  en  la  Revista  de  Santiago  (1855),  t.  i.  páj.  748  i  en  la  Gale. 
fia  Nacional  de  Hombres  Célebres  de  Chile  (Santiago,  1859)  t.  II  pájs.  178-188. 

Nota  del  Compilador. 


214 


Estudios  Biográficos 


España.  La  educación  de  García  Reyes  quedó  desde  enton- 
ces confiada  al  cuidado  de  sus  tios  maternos,  algunos  de  los 
cuales,  si  bien  no  poseian  una  fortuna  abundante,  no  dejaron 
de  suministrarle  los  recursos  mas  necesarios  para  seguir  sus 
estudios  en  el  Instituto  nacional. 

García  era  en  efecto  mui  acreedor  al  empeño  que  tomaban 
sus  deudos  para  educarle. 

Desde  los  primeros  años  de  su  permanencia  en  el  colejio, 
sobresalió  entre  sus  condicípulos  por  un  talento  precoz,  una 
jmajinacion  vivísima  i  un  carácter  naturalmente  dulce  i  afa- 
ble. La  franqueza  i  su  jenerosidad  habituales  por  una  parte, 
su  despejo  i  cordialidad  por  otra,  le  granjeaban  el  aprecio  i 
simpatías  de  todo  el  mundo. 

Los  ramos  que  entonces  se  cursaban  en  los  colejios  de 
Chile,  no  imponían  a  los  alumnos  la  obligación  de  contraerse 
incesantemente  al  estudio  para  cumplir  con  sus  clases.  Mien- 
tras sus  otros  condiscípulos  perdían  su  tiempo  en  juegos  i 
travesuras,  García  Reyes  concibió  el  proyecto  de  formar  un 
Diccionario  jeográfico  de  Chile.  Para  llevar  a  cabo  una  obra 
tan  atrevida,  tomó  por  base  el  famoso  Diccionario  jeográfico 
de  América  de  Alcedo,  i  sacó  de  él  todos  los  artículos  rela- 
tivos a  Chile.  Ampliaba  éstos  con  las  noticias  que  recojia 
empeñosamente  de  boca  de  sus  camaradas  acerca  de  la  pro- 
vincia o  lugar  de  que  ellos  eran  orijinarios,  con  los  datos  es- 
tadísticos que  publicaba  el  periódico  oficial  de  aquella  época. 
El  Araucano,  i  con  todas  las  variaciones  que  la  independen- 
cia había  introducido  en  la  administración  pública  i  en  la 
división  del  territorio.  Agregaba  después  una  multitud  de 
artículos  que  no  se  hallaban  enunciados  en  el  Diccionario  de 
Alcedo,  sea  por  la  insignificancia  del  lugar  para  que  figurase 
en  aquella  época,  o  porque  fuese  un  sitio  desconocido  hasta 
entonces,  o  algún  pueblo  de  nueva  fundación.  A  fuerza  de 
contracción  i  de  trabajo,  su  autor,  un  muchacho  entonces  de 
diez  i  seis  años,  logró  adelantar  mucho  en  aquella  difícil  tarea. 

Don  Antonio  García  Reyes  conservaba  su  obra  hasta  sus 
últimos  años,  i  aun  la  mostró  a  algunos  de  sus  amigos.  Fá- 
cil es  inferir  que  ella  no  es  un  trabajo  científico   i  concien- 


Don  Antonio  García  Reyes  215 

zudo,  lleno  de  datos  matemáticos  i  jeolójicos,  para  lo  cual 
no  estaba  preparado  su  autor,  ni  se  lo  permitía  su  edad; 
pero  su  Diccionario  contiene  una  infinidad  de  noticias  im- 
portantes i  curiosas,  i  está  redactado  en  un  lenguaje  claro  i 
lucido.  Jamas  pensó  en  publicarlo,  i  en  cierta  ocasión  en 
que  uno  desús  amigos  le  pidió  que  lo  diese  a  luz.  García  Re- 
yes se  escusó  diciendo  que  tendría  que  modificarlo  mucho 
antes  de  entregarlo  al  impresor. 

Desde  esta  época  deploraba  García  la  absoluta  falta  de 
estudios  sobre  la  historia  nacional  i  mui  particularmente 
sobre  la  gloriosa  revolución  de  Chile. 

Alentado  de  un  espíritu  entusiasta,  concibió  la  idea  de 
despertar  el  gusto  por  esos  estudios,  i  no  descansó  hasta  que 
vio  fundada  en  el  Instituto  nacional  una  sociedad  histó- 
rica de  que  eran  miembros  los  mas  distinguidos  alumnos  del 
colejio.  Ellos  se  reunían  periódicamente,  i  aglomeraban  los 
diversos  folletos  que  tenían  alguna  relación  con  la  historia 
del  país.  La  sociedad,  como  era  de  esperarlo,  no  hizo  gran 
cosa  para  realizar  su  programa;  pero  todos  sus  miembros  se 
sintieron  impregnados  del  mismo  espíritu  que  animaba  a 
García. 

La  vida  pública  de  García  Reyes  casi  comienza  en  esa  mis- 
ma época.  La  introducción  a  ella  fué  obra  esclusiva  de  su 
talento.  La  relación  de  este  incidente  de  su  vida  tendrá  al- 
gún interés. 

A  mediados  de  1836  se  publicaban  en  el  periódico  oficial. 
El  Araucano,  largos  i  razonados  artículos  sobre  la  necesi- 
dad de  pedir  al  protector  de  la  confederación  Perú-boliviana 
una  reparación  amplia  por  ciertos  ultrajes  hechos  a  la  nacio- 
nalidad chilena.  García  Reyes  creyó  que  debía  tratarse  la 
cuestión  con  mas  fuego  i  enerjía,  i  en  este  sentido  comenzó 
a  escribir  un  artículo,  que  no  tenia  dónde  publicar.  Vio  por 
casualidad  uno  de  sus  tíos  un  borrador,  i  sin  que  García  su- 
piese nada,  lo  llevó  inmediatamente  al  ministro  de  la  guerra, 
don  Diego  Portales.  Leyólo  éste  con  atención,  i  desde  luego 
creyó  que  el  joven  autor  del  artículo  era  un  hombre  nota- 
ble. El  ministro  le  mandó  llamar  al  ministerio,  i  aun  cuan- 


216 


Estudios  BioaEÁFico= 


do  la  turbación  de  García  le  hizo  dudar  que  él  hubiese  escri- 
to el  artículo,  le  encargó  que  lo  concluyese  para  publicarlo 
en  El  Araucano.  García  volvió  a  su  casa,  revisó  su  trabajo,  i 
en  la  misma  tarde  lo  puso  en  manos  del  ministro  Portales. 
Pocos  dias  después  El  Araucano  publicó  su  artículo;  el  len- 
guaje brillante  i  entusiasta  con  que  estaba  escrito  le  dio 
gran  boga  i  circulación. 

Con  esto  solo  la  carrera  de  García  estaba  comenzada.  El 
ministro  Portales  llamó  a  García  al  ministerio  i  creó  para  él 
un  destino  de  oficial  ausiliar.  Encargósele  entonces  la  redac- 
ción de  documentos  públicos  de  alta  importancia,  i  entre 
otros,  la  memoria  del  ministerio  de  hacienda  de  1836.  Quien 
haya  visto  el  trabajo  de  García  Reyes,  conocerá  cuánto  pro- 
metía ese  joven  a  la  edad  de  diecinueve  años. 

En  el  desempeño  de  su  destino  trabajaba  García  con  gran- 
de actividad,  sin  ambicionar  por  entonces  mejor  posición. 
Ganaba  treinta  pesos  por  único  sueldo,  i  daba  veintiocho  de 
éstos  a  su  virtuosa  madre,  para  subvenir  a  las  necesidades 
de  su  familia,  mientras  él  por  su  parte  se  abstenía  de  todo 
gasto,  i  aun  de  admitir  obsequios  que  no  podía  retornar.  Ca- 
balleroso i  digno  hasta  en  los  mas  insignificantes  rasgos  de 
la  vida  doméstica.  García  era  ya  un  modelo  acabado  de  vir- 
tudes, un  buen  hijo,  buen  amigo  i  buen  ciudadano.  Sus  su- 
periores le  colmaban  de  honores  i  distinciones;  i  a  la  edad 
en  que  todos  los  hombres  son  todavía  niños  frivolos,  él  go- 
zaba de  toda  la  confianza  i  consideración  de  grandes  perso- 
najes. 

Pocos  meses  después  de  la  ocurrencia  que  queda  escrita, 
salió  de  Chile  una  legación  estraordinaria  cerca  del  Gobierno 
de  la  confederación  Perú-boliviana.  Don  Mariano  Egaña 
marchó  entonces  en  calidad  de  ministro  plenipotenciario, 
llevando  consigo  tres  oficiales  de  legación,  que  debían  servir 
la  secretaría.  Eran  éstos  don  Antonio  García  Reyes,  don  Sal- 
vador Sanfuentes  i  don  Juan  Ramírez:  elministro  Portales  ha- 
bía creído  que  convenia  dedicar  estos  tres  jóvenes  a  la  carre- 
ra diplomática. 

Durante  su  viaje.  García  permaneció  una  larga  témpora- 


Don  Antonio  García  Reyes  217 

da  en  el  puerto  del  Callao  sin  desembarcar  una  sola  vez.  Pa- 
só ese  tiempo,  ocupado  en  los  trabajos  de  la  secretaría  de  la 
legación,  i  esplotando,  como  él  decia,  la  ciencia  de  Egaña. 
Sus  conversaciones  rodaban  frecuentemente  sobre  los  estu- 
dios que  habia  dejado  interrumpidos  para  servir  a  la  patria, 
pero  con  mas  frecuencia  García  le  preguntaba  sobre  las 
ocurrencias  i  pormenores  de  algunos  sucesos  de  la  revolu- 
ción chilena,  en  que  Egaña  habia  hecho  un  papel  impor- 
tante. Durante  su  residencia  en  el  Callao,  concibió  el  pro- 
yecto de  narrar  algún  día  las  glorias  navales  de  la  Repú- 
blica. 

A  su  vuelta  a  Chile,  García  quedó  ocupado  en  el  ministe- 
rio. El  ministro  Portales  le  ofreció  entonces  el  destino  de 
profesor  de  filosofía,  que  debia  dejar  don  Ventura  Marín  a 
principios  de  1837.  García  se  consagró  por  algunos  meses 
al  estudio  de  esta  ciencia;  pero  cuando  se  preparaba  para  en- 
señar el  nuevo  curso  que  iba  a  abrirse,  el  profesor  Marín  se 
manifestó  dispuesto  a  seguir  desempeñando  aquella  cátedra. 
Con  este  motivo,  el  gobierno  confió  a  García  la  clase  de  retó- 
rica que  por  muerte  de  don  Juan  Egaña  habia  desempeñado 
el  mismo  Marín.  Entonces  le  fueron  de  grande  utilidad  las 
relaciones  que  habia  contraído  con  don  Mariano  Egaña. 

Este  señor,  animado  de  los  mejores  deseos  en  favor  del 
joven  profesor,  no  solo  le  indicó  las  obras  en  donde  podía 
formarse  un  buen  gusto  literario,  sino  que  despojó  su  biblio- 
teca de  algunos  libros  hasta  entonces  desconocidos  en  Chile, 
i  que  él  había  traído  de  Europa,  para  regalárselos  a  García. 
Este  los  conservó  siempre  como  un  recuerdo  de  benevolen- 
cia i  distinción  del  sabio  Egaña. 

Entonces  comenzó  a  redactar  un  curso  de  retórica  bajo  un 
plan  enteramente  nuevo.  Sea  que  no  tuviese  mucho  empeño 
por  concluir  esta  obra,  o  que  las  ocupaciones  no  se  lo  permi- 
tiesen, el  comenzado  curso  de  retórica  quedó  en  principios. 

Sus  ocupaciones,  sin  embargo,  no  le  impidieron  consagrar- 
se con  preferencia  a  su  estudio  favorito,  la  historia  de  Chile. 
El  supo  sacar  provecho  de  su  permanencia  en  el  ministerio, 
con  un  celo  infatigable  rejistraba  í  compulsaba  los  archivos 


218 


Estudios  Biográficos 


de  gobierno,  tomando  nota  de  todo  aquello  que  le  ofrecía 
mas  interés.  Cada  vez  que  sus  atenciones  se  lo  permitían, 
salía  de  la  oficina  en  busca  del  edecán  de  servicio,  o  lo  lleva- 
ba a  la  sala  del  ministerio,  para  oírle  referir  las  campañas 
militares  de  la  revolución  chilena.  Por  fortuna,  desempeñaban 
entonces  el  destino  de  edecanes  los  coroneles  don  Agustín 
López  i  don  Nicolás  Maruri,  que  habían  servido  en  toda  la 
guerra  de  la  independencia,  i  casi  siempre  en  distintos  pun- 
tos. García  interrogaba  incesantemente  a  ambos,  i  recojia 
de  sus  labios  todas  las  noticias  que  ellos  le  comunicaban. 
Para  conservarlas  mejor  las  escribía  en  un  cuaderno,  i  em- 
pleaba largas  horas  en  cotejar  estas  relaciones  con  los  docu- 
mentos históricos  i  con  los  datos  que  podían  suministrarle 
algunos  otros  militares  de  aquella  época.  García  guardaba 
sus  apuntes  como  una  preciosa  mina  que  algún  día  debía  es- 
plotar. 

Comenzó  entonces  a  trabajar  una  historia  jeneral  de  Chile. 
Su  plan  era  dividirla  en  cuatro  partes  que  debían  llevar  es- 
tos títulos:  Conquista. — Colonia. —  Revolución. — República. 
En  esta  obra  trabajó  largo  tiempo,  i  aun  escribió  algunos 
fragmentos  sobre  sucesos  que  él  juzgaba  de  una  importancia 
primordial.  Entre  éstos  había  una  elegante  descripción  de  la 
batalla  de  San  Carlos,  i  un  grueso  cuaderno  que  contiene  la 
historia  completa  de  la  República  desde  la  dimisión  de 
O'Higgins  hasta  1828.  A  esta  última  parte  le  faltaba  aun  el 
retoque  para  poder  darla  a  luz.  Nuevas  i  mui  urjentes  ocu- 
paciones imposibilitaron  a  García  para  llevar  adelante  su 
importante  trabajo.  Muchas  veces  dijo  a  sus  amigos  que  la 
conclusión  de  esa  obra,  emprendida  en  su  primera  juventud, 
seria  el  solaz  de  su  vejez.  Por  desgracia,  la  muerte  vino  a  lle- 
varse esta  rica  esperanza  de  la  literatura  nacional. 

En  enero  de  1840,  García  Reyes,  de  edad  entonces  de  vein- 
titrés años  escasos,  dio  sus  últimos  exámenes  i  obtuvo  el  título 
de  abogado.  Desde  entonces  pesó  sobre  él,  el  encargo  de  sos- 
tener a  su  familia;  i  con  un  tesón  admirable,  comenzó  su  ca- 
rrera forense.  Sin  prestí]  io,  sin  vastas  relaciones  i  sin  contar 
con  otro  ausilío  que  el  de  su  talento,  supo  abrirse  un  sendero 


Don  Antonio  García  Reyes  219 

brillante  en  mui  poco  tiempo.  Cuatro  años  mas  tarde,  go- 
zaba ya  de  una  reputación  colosal  i  tenia  a  su  cargo  los  asun- 
tos mas  graves  que  por  entonces  se  ventilaban  en  los  tribu- 
nales de  justicia.  Para  atender  a  sus  numerosos  trabajos. 
García  se  vio  reducido  a  estudiar  sin  descanso,  i  a  sustraerse 
por  meses  enteros  del  trato  de  sus  amigos  i  de  toda  distrac- 
ción o  pasatiempo. 

La  reputación  que  alcanzó  García  Reyes  era  mui  justa  i 
merecida.  Si  bien  es  cierto  que  él  no  sentía  inclinación  i  gus- 
to por  los  estudios  forenses,  había  comprendido  perfecta- 
mente su  papel  como  abogado,  i  alcanzó  a  ocupar  el  primer 
puesto  entre  sus  colegas.  Antes  de  pocos  años  de  profesión 
no  necesitaba  ya  tomarse  un  largo  tiempo  para  estudiar  i 
comprender  la  causa  mas  difícil  que  se  ponia  en  sus  manos, 
ijpara  sacar  en  su  defensa  todas  las  ventajas  que  ofrecía  el 
asunto.  Acostumbróse  al  estudio  de  los  espositores  i  comen- 
tadores, i  aprendió  a  conocer  la  importancia  relativa  de  cada 
uno  de  ellos.  Con  un  talento  superior  García  Reyes  desen- 
volvía en  el  primer  momento  el  fondo  de  la  cuestión,  sus 
puntos  mas  importantes  i  el  lado  por  el  cual  le  convenia  to- 
marla. Sus  alegatos  abundaban  en  doctrinas  jurídicas  recoji- 
das  en  el  estudio,  pero  se  distinguían  sobre  todo  por  la  lucida 
facilidad  de  esposicion,  i  los  brillantes  rasgos  de  elocuencia 
con  que  los  adornaba.  En  sus  palabras  había  siempre  senti- 
miento; pero  nunca  la  vana  i  pueril  declamación  con  que  se 
pretende  adornar  los  trabajos  del  foro  i.  Varios  informes 
jurídicos  que  dio  a  luz  en  diversas  épocas  son  un  modelo  en 
su  j enero;  la  gallardía  i  elegancia  de  su  estilo  realzan  el  mé- 
rito intrínseco  del  trabajo. 


I.  «Uno  de  los  miembros  mas  distinguidos  de  la  Suprema  Corte  de  Jus- 
ticia solía  decir:  aCuando  Garda  tiene  que  alegar,  la  asistencia  al  tribunal, 
en  vez  de  ser  un  trabajo  pesado  i  fastidioso,  es  para  mí  un  verdadero  placer». 
Estas  palabras,  que  ftt^fon  suprimidas  en  la  reimpresión  de  1859,  figuran 
en  el  folleto  de  12  grandes  pajinas  que  en  1855  con  el  rubro  de  Hom- 
bres ilustres  de  Chile,  i  con  el  retrato  de  García  Reyes,  circuló  en  Santiago 
en  un  corto  número  de  ejemplares,  con  la  firma  del  señor  Barros  Arana. 

Nota  del  Compilador. 


220 


Estudios  Biográficos 


Llevaba  apenas  un  año  de  profesión  cuando  conoció  la 
falta  que  habia  en  Chile  de  un  periódico  en  que  se  publicasen 
las  sentencias  de  los  tribunales  de  justicia,  i  comenzó  a  tra- 
bajar por  la  creación  de  una  gaceta  oficial  que  llenase  esta 
necesidad.  A  su  juicio,  las  resoluciones  de  los  tribunales  eran 
exactas  interpretaciones  de  la  lei  que  debian  quedar  recopi- 
ladas en  un  cuerpo  para  servir  de  guía  a  los  abogados.  Con 
esta  idea,  García  trabajó  empeñosamente  por  la  creación  de 
este  periódico,  i  alcanzó  a  ser  uno  de  los  fundadores  de  la 
Gaceta  de  los  Tribunales,  cuyo  primer  número  se  publicó  el  6 
de  noviembre  de  1841.  En  este  periódico  escribió  muchos 
artículos  sobre  varios  puntos  de  jurisprudencia. 

La  abogacía,  sin  embargo,  no  separó  enteramente  a  Gar- 
cía Reyes  del  cultivo  de  las  letras.  En  1842  fué  él  uno  de  los 
mas  tenaces  promovedores  de  la  publicación  del  primer  pe- 
riódico literario  que  ha  tenido  Chile,  El  Semanario.  Asocia- 
do a  otros  jóvenes  distinguidos  por  sus  talentos  i  luces,  vio 
realizados  sus  proyectos  después  de  mil  dilij  encías  i  empe- 
ños. García  es  el  autor  de  una  multitud  de  artículos  insertos 
en  ese  periódico,  i  entre  otros,  de  una  brillante  necrolojía 
del  jeneral  O'Higgins,  publicada  inmediatamente  después  de 
haber  llegado  a  Santiago  la  noticia  de  su  muerte. 

Los  trabajos  literarios  de  García  Reyes  son  mas  numero- 
sos de  lo  que  jeneralmente  se  cree.  En  sus  ratos  de  ocio,  co- 
menzó una  multitud  de  trabajos  históricos  i  literarios,  escri- 
bió muchas  biografías  sueltas  i  varias  descripciones  de  las 
batallas  mas  notables  de  nuestra  revolución.  La  historia  mi- 
litar  de  Chile  le  debió  mucha  contracción;  a  su  estudio  dedi- 
caba largas  horas  de  examen  i  de  trabajo,  i  sus  apuntes  i 
borradores  tienen  grande  importancia  para  el  esclarecimien- 
to de  ciertos  sucesos  mal  conocidos  hasta  hoi.  Muchas  pro- 
ducciones publicadas  con  diversos  nombres  fueron  obras  es- 
clusivas  de  su  fecunda  pluma. 

Es  el  caso  de  recordar  aquí  un  servicio  importante  que  en 
su  calidad  de  hombre  privado  prestó  García  Reyes  a  la  lite- 
ratura nacional,  con  toda  la  modestia  que  le  caracterizaba. 
A  su  lado  se  formaron  algunos  distinguidos  j  urisconsultos,  i 


Don  Antonio  García  Reyes  221 

mas  de  uno  de  nuestros  escritores  le  debió  sabias  i  amisto- 
sas lecciones  para  seguir  con  juicio  i  acierto  la  carrera  de  las 
letras.  García  Reyes  fomentaba  en  ellos  el  amor  al  estudio, 
revisaba  escrupulosamente  sus  primeros  ensayos  i  dirijia  por 
buen  camino  sus  inclinaciones;  i  todo  esto  bajo  la  condición 
de  que  no  se  le  dedicase  ningún  trabajo,  ni  se  hiciese  men- 
ción de  él  en  las  notas  ni  en  los  prólogos  de  los  libros. 

A  la  época  de  la  creación  de  la  universidad  de  Chile,  en 
1843,  García  Reyes  fué  nombrado  miembro  de  la  facultad 
de  filosofía  i  humanidades.  En  ese  puesto  trabajó  con  deci- 
sión i  constancia  en  favor  del  programa  de  la  corporación. 
Sin  evitar  esfuerzos  ni  sacrificios,  García  Reyes  no  se  escusó 
jamas  para  desempeñar  las  comisiones  que  se  le  confiaban, 
ni  para  hacerse  cargo  de  los  informes  que  se  le  pedían.  En 
1846  le  cupo  el  cargo  de  presentar  la  memoria  anual  sobre 
algún  hecho  de  la  historia  de  Chile,  i,  dando  de  mano  por  un 
corto  tiempo  a  todos  sus  trabajos,  formó  su  interesante 
Memoria  sobre  la  'primera  escuadra  nacional.  García  Reyes 
empleó  mes  i  medio  para  estudiar  los  documentos  i  demás 
fuentes  históricas,  solo  quince  días  para  redactar  la  memo- 
ria i  una  sola  noche  para  hacer  la  introducción.  ¡Tan  prodi- 
jiosa  era  su  facilidad  para  escribir! 

La  Memoria  de  García  Revés  es  bajo  muchos  aspectos  una 
obra  maestra.  La  elegancia  i  brillantez  de  su  lenguaje,  el  fue- 
go i  colorido  con  que  adorna  la  descripción  de  los  combates 
navales,  la  precisa  claridad  de  su  narración  i  el  ínteres  que 
sabe  darle,  son  las  dotes  de  estilo  mas  prominentes  de  su 
obra;  pero  hai  en  el  fondo  tanta  animación  i  tanto  tino  para 
presentar  los  sucesos  sin  muchos  detalles,  que  basta  leerla 
para  conocer  exactamente  las  campañas  de  la  primera  es. 
cuadra,  sus  prohombres  i  la  época  en  que  les  tocó  figurar. 

En  el  estudio  de  los  documentos.  García  Reyes  concibió 
una  idea,  cuya  realización  habría  sido  altamente  útil  para  la 
historia  nacional,  i  mui  honrosa  para  Chile  i  para  su  propio 
nombre.  Pensaba  García  hacer  una  publicación  de  todos  los 
libros  impresos  i  manuscritos  sobre  la  historia  del  país,  reco- 
pilando en  ella  las  crónicas  i  memorias  importantes,  los  día- 


\ 


222  Estudios  Biográficos 


rios  de  ciertos  militares  i  todos  los  documentos  interesantes 
que  pudiesen  ilustrar  a  los  futuros  historiadores.  Esta  gran- 
de obra  debia  ir  acompañada  de  noticias  biográficas,  i  de  no- 
tas i  comentarios  esplicativos.  Para  llevarla  a  cabo  interesó 
en  ella  a  la  facultad  de  filosofía  i  humanidades  de  la  univer- 
sidad, buscó  algunos  colaboradores  para  tan  colosal  trabajo, 
i  comenzó  a  dar  a  luz  dos  diversos  volúmenes  a  la  vez.  Era 
uno  de  estos  la  Historia  Jeneral  de  Chile  de  Pérez  García,  i 
el  otro  estaba  destinado  a  comprender  todos  los  fragmentos 
relativos  a  Chile  que  contienen  las  historias  antiguas  del 
Perú,  i  las  jenerales  de  toda  la  América.  Habia  ya  publicado 
algunos  capítulos  de  Pérez  García  i  los  fragmentos  de  Go- 
mara, Garcilaso  i  Zarate,  cuando  los  sucesos  políticos  de 
185 1,  en  que  representó  un  papel  principal,  vinieron  a  llamar 
su  atención  hacia  otro  punto. 

En  1853  García  Reyes  fué  elejido  miembro  de  la  facultad 
de  leyes  i  ciencias  políticas  de  la  universidad,  en  reemplazo 
de  don  Francisco  Bello.  El  discurso  de  recepción  que  con 
este  motivo  pronunció  para  incorporarse,  es  sin  disputa  la 
mejor  de  las  piezas  académicas  que  rejistran  los  Anales  de  la 
corporación.  Trazaba  en  él  García  Reyes  el  panejírico  del 
amigo  con  quien  dividió  las  vijilias  i  afanes  del  estudio  i  se- 
ñalaba con  un  tino  superior  los  inconvenientes  i  defectos  que 
hacen  dej enerar  a  la  abogacía  en  Chile  casi  en  un  oficio  me- 
cánico, reducido  a  disputar  sobre  hechos,  i  a  sostener  esté- 
riles i  enojosas  chicanas  en  que  no  se  debaten  los  puntos  de 
la  ciencia. 

Muí  joven  aun,  García  se  vio  llamado  a  servir  la  secretaría 
de  una  sociedad  de  agricultura  que  acababa  de  fundarse  en 
Santiago.  Sin  práctica  alguna  en  esta  industria,  pero  anima- 
do del  deseo  de  hacer  algo  en  favor  de  tan  útil  institución,  se 
incorporó  gustoso  a  la  sociedad,  i  trabajó  incesantemente  por 
la  realización  de  ciertas  ideas.  En  El  Agricultor,  periódico 
que  daba  a  luz  la  sociedad,  García  escribió  muchos  artículos 
sobre  varias  cuestiones  jurídicas  o  industriales  que  tenían 
alguna  relación  con  el  programa  de  aquel  cuerpo. 

En  1843,  cuando  apenas  cumplía  veintiséis  años.  García 


Don  Antonio  García  Reyes  223 

Reyes  ocupó  un  asiento  en  la  cámara  de  diputados,  como  re- 
presentante del  departamento  de  Chillan.  Contrajese  con 
particular  empeño  al  estudio  de  las  cuestiones  mas  impor- 
tantes de  que  se  trataba,  i  tomó  parte  en  algunas  cuestiones 
de  interés.  Desde  luego  se  distinguió  por  sus  ideas  modera- 
das i  progresistas,  por  el  talento  superior  i  por  la  elocuencia 
lucida  i  brillante  con  que  las  sostenia.  Sus  discursos  siempre 
fueron  buenos,  i  algunos  de  ellos  magníficos.  Su  gallarda  pre- 
sencia, su  pronunciación  dulce  i  sonora  i  su  admirable  facili- 
dad de  locución,  eran  sus  menores  dotes  oratorias. 

La  lei  de  la  conveniencia  i  del  interés  no  tenia  vijencia  al- 
guna para  él:  su  conducta  no  tenia  mas  guia  que  los  dictados 
de  su  conciencia.  Cuando  se  trataba  de  decir  la  verdad,  ni 
tenia  los  odios  que  podia  acarrearse,  ni  el  influjo  de  los  po- 
derosos: sus  discursos  eran  entonces  mas  brillantes  i  sus  pa- 
labras mas  espresivas  i  elocuentes  que  nunca.  Abrigando  en 
su  corazón  tan  jenerosos  sentimientos.  García  Reyes  tomó 
una  parte  principal  en  el  debate  de  muchos  asuntos  de  im- 
portancia. Los  ilustró  con  luminosos  discursos,  i  despertó 
por  ellos  todo  el  interés  que  siempre  tomaban  las  cuestiones 
en  sus  manos  i. 

En  diversas  épocas  presentó  a  la  consideración  de  la  cá- 
mara algunos  proyectos  de  lei  de  alta  importancia.  Uno  so- 
bre procedimientos  judiciales  i  otro  sobre  instrucción  públi- 
ca, que  no  han  sido  aprobados  en  todas  sus  partes,  sirvieron 
de  punto  de  partida  para  otros  proyectos.  La  lei  que  regla- 
menta la  desvinculacion  de  mayorazgos  le  debe  a  él  su  pri- 
mer orí  jen. 


I.  «Sus  virulentos  ataques  a  la  lei  de  imprenta  de  1846,  sus  discursos  en 
contra  de  un  proyecto  sobre  abolición  de  mayorazgos  en  1850,  la  defensa 
del  intendente  de  Aconcagua  pronunciada  ante  el  Senado  en  ese  mismo  año, 
i  la  de  un  proyecto  de  lei  que  habia  presentado  a  la  Cámara  de  Diputados 
sobre  la  reacción  de  un  nuevo  recurso  de  nulidad  por  injusticia  notoria,  son 
piezas  oratorias  que  se  recordarán  siempre  en  Chile». 

(Palabras  que  figuraban  en  el  folleto  del  señor  Barros  Arana,  antes  ci- 
tado, i  que  se  suprimieron  en  la  reimpresión  de  la  Galería  Nacional  d& 
Hombres  Célebres  de  Chile). 

Nota  del  Compilador. 


224 


Estudios   BroaRÁFicos 


Los  principios  políticos  de  García  Reyes  fueron  como  que- 
da dicho,  moderados  i  progresistas.  Ni  gustaba  del  impetuo- 
so e  intempestivo  espíritu  de  reforma  de  los  unos  ni  de  la 
calmosa  inacción  de  los  otros:  su  partido  ocupaba  un  térmi- 
no medio  entre  las  opuestas  exajeraciones  de  los  bandos  po- 
líticos, i  en  su  defensa  no  perdonó  nunca  sacrificio  de  ninguna 
especie.  En  este  sentido  las  controversias  de  la  política  le  en- 
contraron siempre  con  las  armas  en  la  mano.  En  1849  fué 
elej  ido  diputado  por  la  Ligua,  a  despecho  del  ministerio  de 
aquella  época,  que  había  combatido  i  seguido  combatiendo 
con  tenacidad  i  audacia  2. 

A  la  caída  del  ministerio  Vial,  García  fué  llamado  a  formar 
parte  del  nuevo  gabinete,  en  el  puesto  de  ministro  de  ha- 
cienda. Sin  conocimientos  teóricos  ni  prácticos  en  la  mate- 
ria, pero  sí  animado  de  los  mejores  deseos  de  ser  útil  al  pais 
en  aquel  destino,  García  hizo  grandes  sacrificios  pecuniarios; 
cerró  su  bufete,  que  le  producía  una  buena  renta,  i  se  pre- 
sentó al  ministerio  dispuesto  a  estudiar  todas  las  cuestiones 
como  un  principiante.  Por  fortuna,  su  capacidad  superior  no 
necesiba  de  mucho  tiempo  para  hacerse  cargo  de  todas  las 
dificultades  que  tenia  que  vencer  3.  García  Reyes  permane- 


2.  «Fué  él  uno  de  los  fundadores  de  La  Tribuna,  periódico  sensato  en 
sus  principios,  i  que  abrió  una  ancha  brecha  en  las  filas  de  sus  enemigos, 
García  escribió  en  ese  periódico  bellísimos  artículos  llenos  de  fuego,  i  de 
patriotismo.  Al  recorrer  los  dos  primeros  meses  de  esa  publicación,  durante 
los  cuales  García  tuvo  en  ella  una  parte  directiva,  es  preciso  confesar  que 
es  lo  mejor  en  su  jénero  que  se  ha  publicado  en  Chile.  La  oposición  de  que 
era  órgano  La  Tribuna  concluyó  con  la  caida  del  ministerio  Vial.»  (Pala- 
bras del  citado  folleto). 

3.  «Las  circunstancias  en  que  García  Reyes  subió  al  poder  eran  suma- 
mente difíciles.  El  ministerio  caido  contaba  con  las  Cámaras  i  las  munici- 
palidades; i  existia  en  toda  la  administración  tal  enlace  de  elementos  con- 
trarios al  nuevo  ministerio,  que  era  casi  imposible  gobernar  el  Estado  en 
aquellos  momentos.  Solo  habia  seis  diputados  que  lo  apoyasen  en  el  prin- 
cipio en  las  ruidosas  cuestiones  que  se  promovieron  en  la  Cámara,  mién- 
ttas  que  la  mayoría  contaba  con  algunos  oradores  tan  elocuentes  como  de. 
cididos  que  lo  hostilizaban  sin  cesar.  El  ministerio  de  García  Reyes  fué  solo 
de  transición:  en  aquella  época  de  ajitacion  i  turbulencias, su  papel  estaba 
casi  reducido  a  sostener  el  debate  de  las  Cámaras,  a  contestar  a  cada  paso 
las  interpelaciones  de  toda  especie,  i  a  mantener  en  las  discusiones  la  dig- 


Don   Antonio  García  Reyes  225 

ció  en  el  ministerio  de  hacienda  diez  meses  escasos .  En  ese 
corto  tiempo  intentó  mejoras  de  la  mas  alta  importancia^  i 
alcanzó  a  realizar  algunos  de  sus  pensamientos,  sin  arredrarse 
jamas  por  las  grandes  dificultades  i  tropiezos  que  a  cada  paso 
encontraba  por  todas  partes.  El  fomentó  con  tino  i  acierto 
la  casa  de  moneda,  que  entonces  daba  anualmente  un  défi- 
cit crecido,  la  puso  en  pié  de  producir  una  pingüe  renta,  i 
pidió  a  Europa  la  magnífica  maquinaria  que  ahora  posee. 
A  él  se  le  deben  una  recopilación  de  todas  las  disposiciones 
,  vij  entes  sobre  aduana,  de  que  se  sirvió  su  sucesor  para  for- 
mar la  actual  ordenanza,  los  primeros  pasos  para  un  cambio 
radical  en  la  moneda,  el  incremento  de  la  quinta  normal  de 
agricultura,  un  juicioso  arreglo  para  el  pago  de  la  deuda  in- 
terior, el  fomento  de  la  colonización  en  la  provincia  de  Val- 
divia, el  ensanche  del  comercio  de  cabotaje  con  el  permiso 
dado  a  las  embarcaciones  estranjeras  para  hacerlo  libre- 
mente, i  mil  otras  medidas  de  alta  importancia  que  seria  lar- 
go enumerar.  A  pesar  de  los  trabajos  que  cuesta  la  plantea- 
cion  de  cualquiera  mejora  en  el  ramo  de  hacienda.  García 
Reyes  hizo  todo  esto  solo  en  el  espacio  de  diez  meses. 

A  su  salida  del  ministerio,  García  se  redujo  de  nuevo  al 
rol  de  campeón  del  partido  que  gobernaba.  Sus  servicios 
fueron  siempre  importantes  i  eficaces,  tanto  en  la  cámara  de 
diputados  como  en  los  demás  trabajos  que  se  necesitaron 
para  el  triunfo  del  candidato  conservador.  Franco  i  caballe- 
roso por  carácter,  García  Reyes  no  se  cansaba  de    aconsejar 


nidad  del  gobierno,  i  por  cierto  que  don  Antonio  García  Reyes  supo  condu- 
cirse como  convenia.  Hizo  oir  su  voz  en  todas  las  cuestiones,  combatió  con 
tanto  talento  como  valentía,  i  desde  la  tribuna  prestó  a  su  partido  i  al  pais 
mas  de  un  señalado  servicio, 

«Sobre  los  obstáculos  que  la  malevolencia  de  las  cámaras  oponía  a  la 
marcha  del  ministerio  de  junio,  García  Reyes,  encontraba  en  el  seno  mis- 
mo de  la  administración  vacilaciones  i  resistencias  capaces  de  resfriar  al 
espíritu  mas  alentado.  Conocida  es  de  todos  la  posición  ambigua  que  en  los 
primeros  meses  de  su  existencia  ocupó  el  ministerio  de  junio  al  lado  del 
Presidente  de  la  República». 

(Palabras  del  folleto  citado). 

Nota  del  Compilador. 
TOMO  XII. — 15 


226  Estudios  Biográficos 


la  jenerosidad  e  hidalguía  aun  en  los  momentos  en  que  la 
lucha  de  partidos  era  mas  tenaz  i  encarnizada.  Si  él  repro- 
baba la  conducta  de  los  que  promovian  la  revolución  arma- 
da, i  se  hallaba  dispuesto  a  servir  por  todos  medios  ala  cau- 
sa del  orden,  no  por  eso  pedia  golpes  violentos  ni  medidas 
atentatorias.  El  pensaba  que  asumiendo  el  gobierno  una  ac- 
titud enérjica  i  decidida,  cumplia  perfectamente  con  su 
deber. 

Con  estas  convicciones,  i  cediendo  a  los  principios  de  or- 
den tan  arraigados  en  su  corazón,  se  prestó  gustoso  a 
acompañar  en  calidad  de  secretario  de  ejército  al  jeneral 
Búlnes,  cuando  éste  salió  de  Santiago  a  sofocar  la  insu- 
rrección que  habia  estallado  en  las  provincias  del  sur 
en  setiembre  de  1851.  El  rol  de  García  Reyes  en  aquellas 
circunstancias  era  el  de  consejero  i  hasta  el  de  mediador  si 
se  ofrecía  una  oportunidad  para  tratar  con  el  enemigo.  Con 
este  carácter  sirvió  en  el  campamento,  marchaba  siempre 
con  el  ejército  i  participaba  de  todas  las  angustias  i  priva- 
ciones de  una  campaña  fatigosa.  En  las  marchas  i  contra- 
marchas del  ejército,  García  Reyes  no  cuidaba  mucho  de  co- 
locarse en  el  punto  de  menor  peligro,  ni  en  el  paso  de  los  to- 
rrentosos ríos  de  las  provincias  meridionales  separaba  de 
sus  ocupaciones  a  ningún  soldado  para  que  le  ayudase  a  atra- 
vesarlos. Su  vida  fué  en  todo  la  de  un  militar;  en  el  desem- 
peño i  comisiones  del  servicio  cruzó  sin  escolta  alguna,  mas 
de  cien  leguas  del  territorio,  ocupado  en  su  mayor  parte  por 
guerrillas  enemigas. 

Después  de  la  batalla  de  Loncomilla,  García  Reyes  admi- 
tió  la  comisión  de  acercarse  al  jefe  enemigo  para  entrar  en 
capitulaciones.  El  ejército  de  éste  se  habia  puesto  en  mar- 
cha hacia  el  sur,  i  ocupaba  los  campos  de  Purapel  cuando 
García  Reyes  se  apersonó  en  su  campamento.  Después  de 
largas  conferencias  con  el  jeneral  Cruz,  que  mandaba  las 
tropas  enemigas,  estendió  i  firmó  los  tratados  con  que  se 
concluyó  esa  desastrosa  campaña. 

Durante  los  tres  meses  que  duró  la  guerra  civil,  García 
Reyes  llevó  un  prolijo  diario  de  todas    las  ocurrencias  de  la 


Don   Antonio  García  Reyes  227 

campaña  del  sur,  i  guardó  cuidadosamente  todos  los  docu- 
mentos que  tienen  alguna  relación  con  ella,  o  por  los  cuales 
se  puede  descubrir  algún  incidente  de  mediano  interés.  La 
historia  completa  de  la  campaña  i  de  las  negociaciones  con 
que  terminó,  está  guardada,  pues,  en  su  cartera  de  papeles 
i  apuntes.  El  informe  que  pasó  al  gobierno  el  jeneral  Búlnes, 
que  fué  redactado  por  García  Reyes,  es  un  lucido  compen- 
dio de  toda  ella.  Los  que  han  leido  algunas  fojas  de  su  curio- 
sísimo diario  han  podido  imponerse  mas  ampliamente  de  la 
verdad,  i  justificarlo  de  los  injustos  cargos  que  algunos  exal- 
tados partidarios  hicieron  a  García  Reyes,  con  motivo  de  la 
capitulación  de  Purapel  i  del  completo  olvido  que  en  ella 
ofrecía  a  nombre  del  gobierno  a  los  militares  revolucionarios. 

Después  de  la  pacificación  de  las  provincias  del  sur,  García 
Reyes  volvió  a  Santiago  dispuesto  a  ocuparse  esclusivamente 
en  su  bufete.  Ofrecíale  éste  una  brillante  espectativa,  i  en 
efecto  le  dio  grandes  ganancias  en  los  primeros  meses  de 
1852.  El  gobierno,  que  proyectaba  la  formación  de  los 
códigos  nacionales,  le  encargó  entonces  la  redacción  del  có- 
digo penal,  trabajo  que  emprendió  García  Reyes  con  entu- 
siasmo i  placer.  Inmediatamente  se  contrajo  con  gran  tesón 
a  estudiar  a  fondo  la  materia  i  dedicándole  todo  el  tiempo 
que  le  quedaba  desocupado  de  sus  otros  afanes,  logró  echar 
las  bases  sóbrelas  cuales  debía  dar  principio  a  los  trabajos 
de  redacción,  i  compuso  los  cincuenta  artículos  primeros  de 
su  proyecto.  El  gobierno  le  asignó  un  sueldo  de  cuatro  mil 
pesos  anuales  por  esta  obra;  pero  García  Reyes,  por  un  ras- 
go de  la  mas  honrosa  jenerosidad,  se  negó  constantemente  a 
admitirlo.  A  pesar  de  sus  trabajos,  tomó  una  parte  principal 
en  los  debates  de  la  comisión  codificadora  cuando  se  discutía 
el  nuevo  código  civil:  a  su  talento  i  a  su  ciencia  se  debe  el 
ver  convertida  en  leí  mas  de  una  bella  idea. 

Hacia  esta  misma  época,  García  Reyes  acabó  un  interesan- 
te trabajo  sobre  lejislacion  de  aguas  i  regadíos.  Estudiando 
incesantemente  las  leyes  de  Francia,  Inglaterra  i  Holanda 
sobre  este  punto,  i  meditando  con  calma  i  detención  acerca 
de  los  medios  de  reformar  el  pésimo  sistema  que  ha  re j ido  en 


228 


Estudios  Biográficos 


Chile,  escribió  un  excelente  tratadito,  i  redactó  un  buen  pro- 
yecto, que  sometió  a  la  consideración  de  la  sociedad  de  agri- 
cultura en  1852.  De  él  se  ha  servido  don  Andrés  Bello  para 
fijar  algunas  disposiciones  que  sobre  este  particular  contiene 
su  código  civil. 

García  Reyes  continuó  ocupado  en  los  trabajos  del  foro, 
hasta  pocos  meses  antes  de  su  muerte.  A  pesar  de  los  sufri- 
mientos que  le  ocasionaba  una  grave  aneurisma,  vivió  consa- 
grado al  estudio  i  dilucidación  de  dos  causas  de  la  mas  alta 
importancia,  que  le  estaban  encomendadas.  En  esas  mismas 
circunstancias  dictó  una  elegante  biografía  del  jeneral  Zen- 
teno,  publicada  en  la  Galería  Nacional  de  hombres  célebres. 

Por  desgracia,  se  habia  debilitado  de  dia  en  dia,  sin  que 
los  recursos  de  la  ciencia  bastasen  a  impedirlo.  Los  médicos 
le  aconsejaron  que  saliese  de  Chile;  i  estaba  resuelto  a  pasar 
al  Perú  cuando  el  gobierno  le  confirió  el  cargo  de  ministro 
plenipotenciario  de  la  República  en  Estados  Unidos.  Halaga- 
do por  las  mas  lisonjeras  esperanzas  de  ser  útil  a  su  patria 
en  aquel  importante  destino,  García  Reyes  lo  aceptó  gusto- 
so, i  formuló  un  estenso  programa  para  sus  trabajos.  Propo- 
níase estudiar  la  agricultura  i  lalejislacion  de  aquel  pais 
para  trasplantar  a  Chile  todo  lo  bueno  que  allí  encontrase; 
i  pensaba  pasar  a  Europa  a  continuar  sus  estudios  en  Ingla- 
terra i  Francia,  i  a  compulsar  en  España  los  archivos  de 
Indias  para  reunir  todos  los  documentos  históricos,  jeográ- 
ficos  i  estadísticos  que  faltan  en  Chile,  a  fin  de  aclarar  infinitos 
puntos  de  nuestra  historia  que  hoi  permanecen  ignorados. 
Sus  deseos  eran  emplear  en  Europa  i  en  los  Estados  Unidos 
todo  el  tiempo  que  le  dejasen  libre  las  ocupaciones  de  su 
cargo  en  estudios  prácticos  de  aplicación  que  hubiesen  sido 
de  grande  utifidad  para  Chile.  Habia  tenido  antes  de  su 
partida  un  especial  cuidado  en  recojer  todos  los  trabajos  de 
interés  literario,  científico  i  administrativo,  publicados  en 
Chile;  i  era  su  propósito  reimprimir  algunos  de  ellos  en  los 
Estados  Unidos  i  en  Europa,  para  presentar  el  pais  a  los 
oj  os  de  las  naciones  cultas  en  su  verdadero  punto  de  vista. 

García  Reyes,  sin  embargo,  no  tuvo  la  fortuna  de  realizar 


9 

Don   Antonio   Gaecía  Reyes  229 

su  programa.  Alcanzó  apenas  a  llegar  al  Perú^  i  durante  un 
mps  que  vivió  en  Lima,  el  mal  estado  de  su  salud  no  le  per- 
mitió salir  del  hotel  que  habitaba.  El  mismo  conocía  ya  que 
se  acercaba  su  fin^  i  que  la  ciencia  médica  no  podia  nada 
para  cortar  su  enfermedad.  Su  único  deseo  era  entonces  vol- 
ver a  Chile  para  morir  en  medio  de  sus  amigos.  «Quisiera 
seguir  mi  viaje  a  los  Estados  Unidos,  escribía  a  uno  de  éstos 
poco  antes  de  su  muerte,  pero  quisiera  mejor  volver  a  Chile: 
lo  uno  i  lo  otro  es  imposible». — «Que  mis  amigos,  decia  en 
otra  carta,  no  me  olviden  porque  he  vuelto  las  espaldas:  que 
no  me  tengan  lejos  del  corazón  porque  me  tienen  lejos  de  la 
vista». 

Su  vida,  en  efecto,  se  apagaba  por  momentos,  i  tocó  a  su 
fin  el  i6  de  octubre  de  1855:  el  dia  anterior,  cumpleaños  de 
su  apreciable  esposa  doña  Teresa  Reyes,  recibió  todos  los 
ausilios  de  la  relijion,  i  se  dispuso  a  emprender  el  camino  de 
la  eternidad.  La  muerte  se  llevó  ese  dia  un  buen  ciudadano, 
un  brillante  escritor,  un  hábil  jurisconsulto,  un  distinguido 
orador  i  un  jeneroso  político  ^ . 


1.  Esta  biografía,  de  la  que  se  hizo,  como  queda  indicado,  una  tirada 
aparte,  termina  así: 

«Dos  palabras  mas:  consecuente  García  Reyes  con  las  ideas  que  habían 
formado  siempre  sus  convicciones,  fué  en  la  pasada  crisis  política  uno  de 
los  mas  activos  defensores  del  principio  conservador.  Sostúvolo  en  la  prensa 
i  en  la  Cámara,  lo  representó  en  el  Ministerio,  i  acompañando  como  secre- 
tario al  jeneral  en  jefe  del  ejército  espedicionario  al  sur,  lo  defendió  en  Lon- 
comilla.  Su  intelijencia  i  su  persona  estuvieron  siempre  al  servicio  de  aque- 
lla idea,  sin  que  ni  los  peligros  de  la  situación,  ni  los  aguijones  del  ínte- 
res privado  fuesen  jamas  causa  bastante  para  contener  los  impulsos  de  su 
ardoroso  espíritu. 

«I  bien;  ¿se  quiere  saber  .cuál  es  el  juicio  que  García  Reyes  ha  merecido 
de  sus  mismos  enemigos  políticos?  La  siguiente  carta  escrita  desde  las 
playas  de  la  proscripción  por  el  joven  don  Manuel  Bilbao,  i  que  honra 
tanto  a  su  autor  como  al  ilustre  finado,  podrá  espresarlo  mejor  que  noso- 
tros: 

«Lma,  octubre  26  de  1855. 

«Señor  don  Santiago  Lémus. 

«Amigo  querido:  sin  tener  a  que  contestarle,  le  escribo  para  manifestarle 
mi  sentimiento  por  la  muerte  del  señor  García  Reyes,  acaecida  el  16  del 


230  Estudios    Biográficos 

corriente.  Murió  bien,  se  le  hicieron  los  honores  de  capitán  jeneral;  todos 
los  emigrados  asistimos  en  cuerpo  al  entierro. 

«He  hecho  cuanto  he  podido  por  el  señor  García  Reyes,  que  aun  cuan- 
do nada  ha  sido,  con  todo  el  sentimiento  i  la  voluntad  han  correspondido 
al  aprecio  que  por  él  i  sus  méritos  tenia. 

«Su  muerte  es  una  pérdida  para  la  patria». 

«Hemos  querido  cerrar  nuestro  trabajo  con  la  carta  precedente,  porque 
es  ella,  a  nuestro  juicio,  el  mas  cumplido  elojio  que  pudiera  hacerse  a 
García  Reyes,  en  su  calidad  de  hombre  ¡público.  Cuando  los  enemigos 
políticos  tributan  espontáneas  i  señaladas  manifestaciones  de  afecto  i  de 
respeto  a  la  memoria  de  aquel  mismo  a  quien  vieron  siempre  combatiendo 
con  infatigable  decisión  en  las  opuestas  filas,  i  cuando  esas  manifestaciones» 
sobre  ser  espontáneas,  se  rinden  en  el  destierro,  vivo  todavía  el  recuerdo 
de  la  luc'ia  i  bajo  la  influencia  de  sus  adversas  consecuencias,  bástale  a  1 
historiador  consignarlas,    porque  ellas   hablan  mui  alto». 

Nota  del  Compilador. 


DON   DIEGO  ANTONIO  BARROS 
<1789-1853) 


§  14 


APUNTES  BIOGRÁFICOS  DE  DON   DIEGO  ANTONIO 

BARROS, 


ANTIGUO  SENADOR  I  CONSEJERO  DE  ESTADO,  ETC.,  ETC. 
(1789-1853)  1- 

La  historia  es  el  monopolio  de  los  héroes  i  de  los  jenios.  El 
hombre  modesto,  sin  ambiciones  de  ninguna  especie,  que  no 
salió  de  la  vida  privada  mas  que  para  servir  a  la  nación  del 
mejor  modo  que  ha  estado  en  sus  manos,  o  para  hacer  el  bien 
a  sus  semejantes,  rara  vez  alcanza  un  lugar  en  sus  pajinas; 
pero  el  personaje  de  quien  vamos  a  ocuparnos,  sin  pretender 
glorias  ni  honores  de  ningún  j enero,  prestó  importantes  ser- 
vicios a  la  patria  que  lo  vio  nacer  i  a  la  humanidad  dohen- 
te,  i  dejó  trazado  un  sendero  de  altas  virtudes  que  es  difícil 
imitar. 


I,  Publicó  el  señor  Barros  Arana,  sin  su  firma,  esta  necrolojía  en  El  Mu- 
seo  (Santiago,  1853),  haciendo  después  una  tirada  aparte  en  un  folleto  de 
39  pajinas,  que  contiene,  ademas,  algunas  notas  del  gobierno  i  estractos  de 
periódigos,  que  dan  cuenta  del  fallecimiento  de  don  Diego  Antonio  Barros. 

Nota  del  Compilador. 


234  Estudios  Biográficos 


Nació  don  Diego  Antonio  Bartosenla  ciudad  de  Santiago 
el  5  de  noviembre  de  1789.  Eran  sus  padres  don  Manuel  Ba- 
rros Andonaegui  i  su  madre  doña  Agustina  Fernández  Leiva, 
herinana  de  don  Joaquin,  orador  distinguido  de  las  cortes 
españolas,  de  que  fué  diputado  por  Chile,  i  uno  de^sus  miem- 
bros que  formaron  la  famosa  constitución  de  Cádiz  de  1812. 

Criado  bajóla  inmediata  inspección  de  su  padre,  Barros 
tomó  de  él  la  gravedad  de  carácter,  el  espíritu  recto  i  relij lo- 
so i  la  afabilidad  i  dulzura  de  modales  que  lo  acompañaron 
hasta  el  último  instante  de  su  vida.  Su  probidad  llegó  a  ha- 
cerse proverbial  entre  sus  compañeros  de  escuela,  a  tal  pun- 
to que  don  Joaquin  Gandarillas,  rico  comerciante  de  Santia- 
go, lo  pidió  a  su  padre,  cuando  solo  tenia  trece  años  de  edad, 
para  darle  un  puesto  en  su  almacén:  antes  de  haber  cumpli- 
do los  dieciocho  fué  mandado  al  Perú  a  cargo  de  una  crecida 
factura  en  que  llevaba  algún  interés,  pero  que,  por  un  con- 
junto de  circunstancias,  no  dio  para  él  ni  para  la  casa  gran- 
des utilidades. 

Sin  embargo,  este  resultado  alentó  a  su  habilitador:  Barros 
habia  dado  pruebas  de  una  bien  entendida  actividad  i  de 
una  escrupulosa  honradez,  i  habria  vuelto  al  Perú  a  no  ha- 
llarse cortadas  las  relaciones  comerciales  que  existían  con 
aquel  virreinato  por  los  primeros  avances  de  la  revolución 
de  Chile.  Sus  miradas  se  dirijieron  entonces  a  Buenos  Aires: 
el  señor  Gandarillas,  en  compañía  con  don  Ramón  Valero, 
otro  poderoso  comerciante  de  Santiago,  le  conñó  en  1812  la 
cantidad  de  ochenta  mil  pesos,  para  que  empleándolos  en 
mercaderías  en  aquella  plaza  los  trajese  a  Chile.  En  aquella 
época.  Barros,  sea  por  sí  o  por  los  servicios  de  su  padre,  ha- 
bia merecido  la  confianza  del  gobierno  revolucionario,  que  le 
encomendó  la  compra  de  armas  en  Buenos  Aires  para  el  ejér- 
cito. Con  estos  dos  objetos,  emprendió  su  viaje  a  cordillera 
cerrada,  en  junio,  i  estuvo  de  vuelta  a  fines  del  mismo  año> 
después  de  haber  desempeñado  ambas  comisiones  del  modo 
mas  satisfactorio:  el  gobierno  le  dio  las  gracias  por  el  buen 
cumplimiento  de  su  encargo;  por  lo  que  respecta  a  los  efec- 
tos de  comercio,  fueron  de  tan  fácil  i  ventajosa  venta  que  en 


Don  Diego  Antonio    Barros  235 

febrero  de  1814  volvió  a  ponerse  en  marcha  para  Buenos 
Aires,  en  busca  de  nuevas  mercaderías. 

Por  entonces,  Barros  habia  sabido  captarse  estensas  e  im- 
portantes relaciones  en  aquella  ciudad.  Durante  su  residen- 
cia, vivia  en  casa  de  un  deudo  suyo,  vecino  de  los  mas  influ- 
yentes i  acaudalados  de  Buenos  Aires,  i  en  este  segundo 
viaje,  contrajo  matrimonio  con  una  de  sus  hijas,  la  señora 
doña  Martina  Arana  i  Andonaegui.  Con  este  enlace  aumen- 
táronse a  tal  punto  sus  relaciones  que  en  18 14,  cuando  aun 
no  cumplía  veinticinco  años,  fué  elejido  rejidor  de  la  munici- 
palidad, honor  que  no  habia  tenido  otro  estranjero  antes  que 
él  i  que  no  se  repitió  hasta  la  disolución  de  aquella  corpora- 
ción en  tiempos  posteriores.  Allí  obtuvo  la  amistad  de  los 
fundadores  de  la  independencia  arj  entina,  entrando  de  este 
modo  en  la  carrera  de  los  honores  i  distinciones,  sin  buscar- 
los i  solo  por  el  mérito  que  se  descubrió  en  la  fijeza  de  sus 
principios  i  en  el  buen  sentido  que  habia  sabido  desplegar. 

Disponíase  a  pasar  de  nuevo  a  Chile  afines  de  1814,  cuan- 
do la  fatar  jornada  de  Rancagua  puso  término  a  la  patria 
que  crearon  los  afanes  de  ese  puñado  de  hombres  a  quienes 
la  posteridad  ha  denominado  padres  de  la  independencia. 
Aquellos  que  pudieron  sustraerse  al  despotismo  asolador  del 
jeneral  realista  Osorio,  cruzaron  las  nevadas  cumbres  de  los 
Andes  para  buscar  un  asilo  a  su  proscripción  en  el  territorio 
arjentino.  Entre  estos  iban  tres  hermanos  de  Barros,  dos  de 
los  cuales  habían  combatido  al  lado  del  jeneral  O'Híggins  en 
la  defensa  de  Rancagua.  Por  ellos  supo  que  otros  dos  her- 
manos habían  sido  remitidos  al  presidio  de  Coquimbo  por 
haber  militado  en  las  filas  independientes  i  que  se  buscaba 
con  empeño  a  su  septuajenario  padre  para  confinarlo  a  Juan 
Fernández.  En  tan  angustiada  situación,  Barros  concibió  el 
proyecto  de  socorrer  a  la  emigración  por  cuantos  medios  es- 
taban a  su  alcance,  para  que,  no  saliendo  de  Buenos  Aires, 
se  organizase  en  ejército  con  que  reconquistar  a  Chile,  si  las 
circunstancias  favorecían  tan  arriesgada  empresa.  Tomó  en 
alquiler  una  casa  que  fué  la  de  todos  los  emigrados  que  en 
ella  cupieron  i  compró  una  imprenta  en  compañía  de  su  cu- 


■  236  Estudios  Biográficos 

nado  don  Felipe  Arana,  para  darles  una  ocupación  lucrativa. 
El  señor  Arana,  ministro,  por  largo  tiempo,  de  relaciones 
esteriores  del  jeneral  Rosas  en  Buenos  Aires,  conocía  en 
aquella  época  a  toda  la  juventud  ilustrada  de  Chile,  a  donde 
habia  pasado  años  atrás  para  graduarse  de  doctor  en  la  Uni- 
versidad de  San  Felipe.  Ahora  iba  a  dar  colocación  a  sus 
compañeros  de  aula. 

De  este  número  era  don  Manuel  José  GandariUas,  el  pres- 
bítero Pineda,  don  Diego  José  Bena vente  i  muchos  otros  pa- 
triotas eminentes  que  debian  cooperar  mas  tarde  a  la  res- 
tauración de  la  República.  Todos  ellos  encontraron  una  ocu- 
pación honrosa  en  aquel  establecimiento,  porque  Barros  hizo 
valer  su  influjo  cerca  del  gobierno  i  obtuvo  el  encargo  de 
hacer  algunas  impresiones,  entre  otras  la  publicación  del 
Censor,  periódico  oficial,  cuya  redacción  confió  al  ilustrado 
Camilo  Henríquez,  que  sufría  entonces  todas  las  miserias  i 
necesidades  del  emigrado.  Aquella  imprenta  dio  a  luz  el  En- 
sayo Histórico  del  deán  Funes,  i  varias  otras  obras  de  educa- 
ción que  fueron  de  gran  utilidad  en  los  coiejios  de  Buenos 
Aires  i  Chile. 

Pero  no  son  estos  los  únicos  servicios  que  prestó  a  sus  com- 
patriotas en  la  proscripción:  lejos  de  eso,  se  podrían  escribir 
muchas  pajinas  si  se  hubieran  de  enumerar  todos  ellos.  Ci- 
taremos uno  solo.  Cuando  se  organizó  la  escuadrilla  que  de- 
bía espedicionar  en  corso  en  las  costas  del  Pacífico  a  las 
órdenes  del  almirante  Brown,  Barros,  que  tenia  con  éste  una 
estrecha  amistad,  obtuvo  el  mando  de  una  de  las  naves  para 
don  Ramón  Freiré,  simple  capitán  de  caballería  en  aquella 
época. 

Gobernaba  en  Buenos  Aires  a  principios  de  1816  don  Car- 
los María  Alvear;pero  medidas  atentatorias  contra  la  autori- 
dad del  cabildo  le  acarrearon  el  desprestijio  i  una  viva  opo- 
sición, que  fué  apoyada  por  una  parte  del  ejército  a  cargo 
del  coronel  Alvarez.  La  guardia  civil  sostuvo  al  cabildo  enér- 
gicamente i  el  supremo  director  Alvear,  viéndose  rodeado  de 
enemigos  por  todas  partes,  se  fugó  a  un  buque  ingles  que  se 
hacia  a  la  vela  para  Rio  de  Janeiro.  El  ayuntamiento  pasó  a 


Dox   Diego  Antonio  Barros  23" 


subrogarlo  interinamente,  constituido  en  Junta  Suprema,  i 
Barros,  siempre  modesto,  se  halló  creado  vocal  de  aquel  go- 
bierno sin  pedirlo  i  aun  sin  desearlo. 

Pero  la  participación  de  un  hombre  de  su  carácter  era  ne- 
cesaria en  aquel  gobierno  para  reclamar  imperiosamente  la 
paz  i  la  reconcihacion.  Los  partidarios  de  Alvear  eran  tenaz- 
mente perseguidos,  i  como  en  este  número  estaban  los  her- 
manos Carrera,  que  durante  la  emigración,  habian  tomado 
un  lugar  en  sus  filas,  fueron  reducidos  a  estrecha  prisión. 
Barros  era  amigo  personal  de  O'Higgins,  i,  a  pesar  del  enco- 
no de  los  partidarios  de  éste  contra  aquéllos,  pidió  i  obtuvo 
de  sus  colegas  la  orden  de  libertad. 

Tratóse,  en  aquellos  dias,  de  organizar  el  ejército  de  los 
Andes,  empresa  atrevida  que  no  habria  podido  llevarse  a 
efecto  sin  el  jenio  de  San  Martin  i  la  decisión  de  los  emigra- 
dos. La  opinión  pública  designaba  al  jeneral  don  Miguel  So- 
ler como  el  mas  aparente  para  tan  colosal  trabajo,  i  en  el 
cabildo  mismo  se  hizo  oir  la  voz  de  sus  admiradores  que  lo 
reclamaban  con  empeño:  pero  Barros  habia  podido  descubrir 
en  el  gobernador  de  Cuyo,  don  José  de  San  Martin,  algo  de 
esa  chispa  magnética  que  le  atraia  partidarios,  i  espuso  deci- 
didamente que  en  la  campaña  que  se  iba  a  abrir  se  necesita- 
ba mas  de  la  insinuativa,  que  de  las  altas  prendas  que  se  le 
atribuian  a  Soler  i  que  él  no  queria  negarle.  «Las  guerras  na- 
cionales, agregó,  no  se  hacen  solo  con  ejércitos;  es  preciso 
que  cada  hombre  se  haga  soldado  i  pelee  por  su  parte  en  la 
causa  en  que  se  le  ha  interesado  con  maña».  Sus  palabras 
dieron  por  resultado  el  nombramiento  del  jeneral  San  Martin 
como  primer  jefe  del  ejército  restaurador,  i  le  valieron  a  Ba- 
rros los  aplausos  i  abrazos  de  efusión  i  patriotismo  de  don 
José  Miguel  Infante,  Henríquez,  Pineda  i  otros  ilustres  pa- 
triotas. 

Desde  entonces,  fué  Barros  el  ájente  del  ejército  en  Bue- 
nos Aires:  le  encargaba  San  Martin  los  armamentos,  muni- 
ciones i  vestuarios,  i  él  lo  proveia  de  ellos  contribuyendo  por 
su  parte  con  algunas  sumas  de  dinero.  Al  mismo  tiempo  que 
prestaba  estos  servicios,  era  miembro  de  varias  sociedades 


238  Estudios  Biográficos 


de  beneficencia,  a  cuyo  nombre  le  dieron  las  mas  espresivas 
gracias  los  periódicos  de  aquella  capital  cuando  resolvió  de- 
finitivamente su  vuelta  a  Chile,  reconquistado  ya  por  la  es- 
pléndida victoria  de  Chacabuco.  Esto  sucedió  en  1817,  i  co- 
mo en  este  mismo  año  se  creara  la  Lejion  de  Mérito  de  Chile, 
O'Higgins  ofreció  desde  el  sur  a  la  Junta  que  lo  subrogaba 
en  Santiago  para  que  se  le  concediese  la  medalla  de  oficial 
de  ella,  en  recompensa  de  sus  buenos  servicios:  Barros, 
fué,  pues,  condecorado  con  el  distintivo  de  Honor  i  premio  al 
patriotismo,  por  el  mérito  contraído  en  comisiones  en  que  no 
buscó  ni  obtuvo  sueldo  ni  ganancia  alguna,  i  alcanzó,  sin  so- 
licitarlas, sinceras  distinciones  por  su  desprendimiento  i  en- 
tusiasmo. 

Pero  estos  no  eran  mas  que  los  primeros  servicios  que  de- 
bía prestar  a  la  restauración  i  adelantamiento  de  la  Repúbli- 
ca. En  Buenos  Aires  habia  podido  proveerse  de  una'^conside- 
rable  partida  de  libros  elementales,  en  latin  i  francés,  muchos 
de  ellos,  que  juntó  con  algunas  publicaciones  de  su  imprenta, 
para  obsequiar  al  Instituto  que  se  restableció  el  mismo  año. 
Los  libros  en  aquella  época  tenian  un  valor  subido,  i  su  pre- 
sente era  mui  importante.  La  junta  suprema  le  dio  las  mas 
espresivas  gracias  por  el  decreto  que  se  copia  a  continuación: 

Santiago^  octubre  4  de  18 17. 

Acéptase  este  ofrecimiento,  digna  efusión  del  amor  patrio 
que  caracteriza  a  este  buen  ciudadano:  se  le  dan  las  mas  es- 
presivas gracias  a  nombre  de  la  patria,  e  imprímase  en  gace- 
ta su  oblación  para  que  la  posteridad  le  reconozca  por  uno  de 
los  que  han  cooperado  a  su  ilustración. — Pérez. — Cruz. — As' 
torga.— Zañar  tu. 

Dos  meses  después  obtuvo  otro  decreto  tan  honorífico 
como  el  anterior.  Sabíase  en  Santiago  el  embarque  de  Osorio 
en  el  Callao  al  mando  del  ejército  que  mandaba  el  virrei  Pe- 
zuela  a  reconquistar  a  Chile,  i  se  hacían  los  aprestos  de  tro- 
pa para  rechazarlo.  Barros  contribuyó  entonces  con  algunos 
efectos  de  su  negocio  para  vestuarios  de  los  soldados  i  una 
cantidad  de  dinero.  He  aquí  el  decreto  a  que  aludimos: 


Don   Diego   Antonio  Barros  239 

Santiago  i  diciembre  13  de  18 17. 

«Repítanse  nuevas  gracias  al  ciudadano  don  Diego  Anto- 
nio Barros  (después  de  otras  oblaciones  que  ha  hecho)  por  la 
presente  en  que  se  incluye  la  de  su  padre  don  Manuel,  según 
enuncian  los  ministros  de  la  tesorería  jeneral  en  su  informe, 
que  con  este  decreto  se  copiarán  en  la  gaceta  para  desengaño 
de  los  enemigos  por  los  continuados  ejemplos  de  estas  virtu- 
des cívicas  republicanas. — Cruz—Astorga —  Pérez— Dr.  Vi- 
llegas>>. 

En  aquella  época,  Barros  era  ya  miembro  de  un  batallón 
cívico  con  elevada  graduación  militar.  Este  cuerpo  fué  uno 
de  los  pocos  que  quedaron  en  Santiago  cuando  San  Martin 
marchó  al  sur  a  juntarse  con  O'Higgins  para  atacar  al  ene- 
migo común  que  avanzaba  hacia  Talca.  Entonces  tuvo  lugar 
la  desgraciada  sorpresa  de  Cancha  Rayada:  llegada  que  fué 
la  noticia  a  la  capital,  el  delegado  supremo  don  Luis  de  la 
Cruz,  por  encargo  de  San  Martin,  comisionó  a  Barros  para 
que  pasase  inmediatamente  a  Mendoza  a  favorecer  la  emigra- 
ción en  caso  de  una  nueva  desgracia  i  a  aprestar  i  poner  en 
diversos  puntos  de  la  cordillera  i  del  camino,  proporcionadas 
partidas  de  caballos  i  animales  de  carga  para  hacer  fácil  el 
tránsito  de  la  tropa  i  el  trasporte  de  equipajes. 

Nada  de  esto  tuvo  lugar:  la  victoria  de  Maipo  libertó  al 
pais  de  enemigos  i  permitió  al  supremo  director  pensar  en  el 
ejército  i  escuadra  libertadores  del  Perú.  Barros  contribuyó 
a  esta  empresa  con  crecidos  donativos  de  dinero,  i  con  un. 
empréstito  de  veinticinco  mil  pesos  sin  el  menor  interés.  El 
estado  miserable  de  la  hacienda  pública,  i  la  poca  confianza 
que  en  ella  se  tenia,  realza  considerablemente  el  mérito 
de  esta  acción.  O'Higgins  le  manifestó  entonces  la  gratitud 
de  la  patria  i  dos  años  después,  cuando  se  creó  la  Orden  del 
Sol  del  Perú,  lo  condecoró  con  la  medalla  de  lejionario.  Pa- 
sado algún  tiempo,  preguntando  en  el  destierro  aquel  bene- 
mérito patriota  por  el  estado  de  su  pais,  dijo:  «Lo  que  hace 
falta  en  Chile  es  una  veintena  de  hombres  tan  desinteresados 
como  mi  amigo  don  Diego». 


240  Estudios  Biográficos 


En  efecto,  era  amigo  de  corazón  de  O'Higgins,  i  uno  de 
sus  mas  firmes  i  decididos  partidarios.  Barros  fué  toda  su 
vida  conservador  por  principios  i  enemigo  tenaz  de  esa  de- 
mago jia  de  libertades  que  ha  levantado  cadalsos  i  ensan- 
grentado las  calles  donde  ha  obtenido  influencia.  Era  par- 
tidario decidido  i  consecuente:  jamas  se  le  vio  arredrarse 
por  los  peligros  del  partido  ni  se  notó  en  él  la  mas  mínima 
apariencia  de  un  cambio  de  principios  a  influjo  del  viento 
de  las  circunstancias.  Mas  no  por  esto  fué  secuaz  del  rigor  i 
despotismo:  a  su  influjo  cerca  del  director  debieron  muchas 
personas  la  revocatoria  de  órdenes  de  destierro  i  de  prisión; 
i  él  mismo  habló  a  O'Higgins  como  amigo,  reprobándole  su 
conducta  tirante  i  pintándole  con  vivos  coloridos  la  excita- 
ción de  un  pueblo  que  se  cansaba  de  ese  réjimen  militar  que 
habia  introducido  en  la  administración.  Mas  tarde,  en  ene- 
ro de  1823,  cuando  el  pueblo  se  reunia  en  el  consulado  a 
pedir  la  renuncia  del  supremo  director,  Barros  recibió  la  co- 
misión de  acompañar  a  don  Fernando  Errázuriz  i  espresarle 
la  voluntad  de  una  reunión  tan  respetable. 

Durante  ese  periodo  de  caos,  que  concluyó  en  1830,  Ba- 
rros siguió  siempre  sostenido  en  sus  principios  conservado- 
res. Era  aquella  una  época  de  ensayos  para  la  vida  repre- 
sentativa en  que  se  vejaba  la  lei  con  el  nombre  de  la  liber- 
tad, en  que  hollaban  todos  los  derechos  que  aparentaba  ga- 
rantir un  cartelon  sin  prestijio  que  llamaban  constitución. 
Los  sucesos  del  año  de  1830  pusieron  un  término  a  tanto 
mal:  en  ellos  le  tocó  a  Barros  hacer  un  papel  importante. 

Su  influencia  como  comerciante  habia  ido  en  aumento 
desde  su  vuelta  de  Buenos  Aires.  En  18 19,  fué  nombrado 
juez  especial  del  ramo,  i  cuando  a  fines  de  1827  se  creó  un 
escuadrón  de  caballería  compuesto  del  comercio  de  Santia- 
go, Barros  fué  nombrado  por  elección  de  todos  sus  miem- 
bros su  comandante  i  don  Felipe  S.  del  Solar  i  don  Manuel 
Huici  sus  capitanes:  este  escuadrón  se  denominaba  del 
Orden.  En  las  elecciones  de  diputados  de  1829,  la  primera 
que  se  hacia  conforme  a  la  constitución  del  año  anterior, 
fué  elejido  por  Coelemu;  pero  Barros  que  distaba  mucho  de 


Don  Diego  Antonio  Barros  241 


pertenecer  al  partido  que  habia  triunfado  en  la  mesa  electo- 
ral, se  pronunció  decididamente  contra  la  legalidad  de  ella. 
Sin  embargo,  no  quiso  dejar  de  asistir  a  las  sesiones  del 
Congreso,  i  cuando  éste  se  trasladó  a  Valparaíso,  pasó  tam- 
bién Barros  a  aquella  ciudad;  cobró  sus  viáticos  i  con  ellos 
fundó  una  escuela  de  primeras  letras  en  el  departamento  de 
Coelemu,  que  lo  habia  elejido. 

Con  las  elecciones  de  1829  cayó  hecha  trizas  la  constitu- 
ción jurada  en  1828.  Los  intereses  particulares  de  unos  po- 
cos, que  se  apoyaban  en  el  honor  militar  de  algunos  jefes  del 
ejército  i  en  los  cuerpos  que  mandaban,  triunfaron  en  ella; 
pero  por  tan  malos  medios  que  el  jeneral  Pinto,  que  por 
esta  elección  debia  tomar  el  mando  supremo,  se  negó  a 
aceptarlo  alegando  las  tropelías  con  que  se  habia  efectuado. 
Las  provincias  del  sur  se  pronunciaron  contra  el  gobierno 
jeneral  de  Santiago,  en  octubre,  i  una  parte  del  ejército  al 
mando  del  jeneral  Prieto,  se  puso  en  marcha  con  ánimos  de 
dar  otro  rumbo  a  las  cosas.  El  partido  opositor,  denomina- 
do pelucon  o  estanquero,  tenia  por  cabeza  al  primer  jenio 
político  de  Chile,  don  Diego  Portales,  i  contaba  en  sus  filas 
hombres  de  talento,  enerjía  i  patriotismo:  éstos  quisieron 
dar  otra  dirección  a  la  nave  del  estado  sin  presentar  batalla 
i  sin  derramar  una  gota  de  sangre,  i  ajitaron  un  pronuncia- 
miento en  la  capital  que  decidiese  al  gobierno  a  hacer  un 
avenimiento.  En  consecuencia.  Barros  fué  encargado  de 
apersonarse  con  el  capitán  jeneral  Freiré  para  que  interpu- 
siese su  influjo  cerca  de  la  tropa  de  la  capital,  i  proclamar  en 
ella  los  mismos  principios  de  la  revolución  del  sur.  Freiré 
accedió,  i  pocos  dias  después,  el  7  de  noviembre,  tuvo  lu- 
gar la  reunión  popular  del  consulado  en  que  se  acordó  la 
creación  de  una  junta  suprema  que  debia  subrogar  al  go- 
bierno. Barros,  en  compañía  de  otros  tres  vecinos  respeta- 
bles, fué  encargado  de  poner  este  acuerdo  en  noticias  del  pre- 
sidente interino;  pero  éste,  débil  por  carácter  i  embarazado 
aun  mas  por  las  circunstancias  apremiantes,  se  trasladó  a 
Valparaíso,  queriendo  siempre  conservar  el  mando.  Una  ba- 
talla campal  fué  inevitable:   el  ejército  del   jeneral  Prieto, 

TOMO  XII — 16 


242 


Estudios  Biográficos 


que  se  habia  acampado  en  Ochagavía,  sostenía  a  ese  partido, 
i  él  debia  hacer  el  último  esfuerzo  ya  que  se  cerraban  las 
vias  pacíficas. 

En  vista  de  estos  sucesos,  Barros  perdió  completamente 
la  esperanza  de  un  avenimiento;  i  como  se  presentaba  el 
ejército  del  sur  como  la  única  áncora  de  salvamento,  co- 
menzó a  protejerlo  con  mayor  decisión  que  hasta  entonces. 
Remitió,  por  conducto  de  sus  dependientes,  fuertes  sumas 
de  dinero  para  su  sosten,  que  fueron  de  gran  utilidad  en 
aquellas  circunstancias. 

Los  principios  conservadores  triunfaron  al  fin:  el  pais  se 
comenzó  a  constituir,  i,  en  sus  primeros  esfuerzos,  necesitó 
el  Gobierno  de  medidas  restrictivas.  Barros,  cuyos  impor- 
tantes servicios  le  valieron  un  alto  influjo  cerca  de  los  hom- 
bres que  lo  componian,  fué  entonces  el  mas  entusiasta  de- 
fensor de  los  perseguidos.  Daba  su  fianza  por  ellos,  los  es- 
condía en  su  propia  casa  i  obtenía  la  suspensión  de  un  des- 
tierro o  de  una  causa  de  morosas  tramitaciones.  A  la  época 
de  la  muerte  del  presidente  Ovalle,  acaecida  en  la  casa  de 
campo  de  Barros,  tenía  ocultos  en  la  misma  casa,  separados 
solo  por  una  pared  de  aquél,  a  dos  de  los  hombres  mas- 
comprometidos  en  las  intentonas  revolucionarias  de  183 1. 
Habiendo  descubierto  el  ministro  Portales,  en  otra  ocasión, 
que  uno  de  los  perseguidos  de  mayor  importancia  había  re- 
cibido asilo  de  Barros  hasta  que  lo  pudo  dejar  fuera  del 
país,  no  pudo  menos  de  decir: — «Sí  esto  lo  hiciera  otro  que 
mi  tocayo,  creería  que  me  traicionaba», 

Sin  embargo,  de  este  principio  de  contradicción  a  ciertas 
órdenes  del  gobierno.  Barros  gozaba  de  un  alto  ascendiente. 
Entonces  fué  nombrado  jefe  del  crédito  público  i  adminis- 
trador del  hospital  de  San  Juan  de  Dios.  Por  el  primero  de 
estos  destinos  tenia  asignado  un  sueldo  de  2,000  pesos  anua- 
les, que  se  negó  a  recibir  en  los  dieciocho  años  que  lo  de- 
sempeñó: cuando  en  1848,  a  consecuencia  del  mal  estado  de 
su  salud,  le  fué  forzoso  dejar  este  cargo,  el  senado  nombró 
una  comisión  de  su  seno  para  darle  las  gracias  por  su  desin- 
terés i  patriotismo. 


Don  Diego  Antonio  Babros  24? 

La  administración  del  hospital  fué  para  Barros  la  causa 
de  mil  afanes:  sin  renta  de  ninguna  especie  tenia  que  ejerci- 
tar allí  la  caridad,  con  una  completa  abnegación,  e  impo- 
niéndose ademas  el  duro  sacrificio  de  consolar  al  paciente  i 
ausiliar  en  persona  al  moribundo.  Al  dia  siguiente  de  haber 
recibido  su  nombramiento,  fué  para  él  la  asistencia  al  hos- 
pital una  obligación  a  que  jamas  faltó  por  un  solo  dia,  cual- 
quiera que  fuese  el  estado  de  su  salud  o  la  intemperie  de  la 
estación.  Durante  los  dieciocho  años  de  su  administración, 
no  volvió  a  su  casa  un  solo  dia  antes  de  las  diez  de  la  noche. 
Si  sus  enfermedades  o  sus  negocios  lo  llamaban  fuera  de  la 
capital,  su  separación  era  corta  porque  estaba  persuadido 
de  que  se  reclamaba  con  urjencia  su  vuelta. 

Pero  no  era  este  desprendimiento  de  sí  mismo  lo  principal 
de  sus  cuidados.  El  padre  Guzman,  que  escribía  en  1835  su 
historia  de  Chile,  se  ha  espresado  como  sigue  a  este  respecto: 
«Hoi  es  su  administrador  don  Diego  Antonio  Barros,  i  está 
perfectamente  asistido  por  el  celo  i  suma  dedicación  con  que 
se  ha  consagrado  dicho  señor  al  desempeño  de  su  cargo, 
quien  con  el  ausilio  de  dos  capellanes  i  treinta  empleados, 
asiste  cuidadosamente  a  los  enfermos  de  todo  cuanto  les  es 
necesario  en  lo  espiritual  i  temporal».  I  mas  adelante:  «La 
pila,  el  jardín  que  se  ve  i  alegra  el  primer  patio  i  la  sala  de 
anatomía  que  últimamente  se  ha  fabricado,  son  obras  del  ac- 
tual administrador  don  Diego  Antonio  Barros,  que  sin  per- 
juicio de  su  cuidadosa  asistencia  a  los  enfermos,  ha  sabido 
construir  unas  obras  tan  útiles  como  necesarias,  principal- 
mente la  pila  que  al  cabo  de  un  año  ahorra  al  hospital  el  cre- 
cido gasto  que  hacia  el  carguío  del  agua  para  las  oficinas». 
Los  mensajes  de  apertura  del  Congreso  del  presidente  de  la 
República,  i  las  memorias  del  ministro  del  interior  se  han 
espresado  en  diversas  ocasiones  en  términos  semejantes  a  los 
del  historiador  Guzman.  De  estos  documentos,  citaremos  uno 
solo,  la  memoria  de  1839.  «Al  hospital  de  San  Juan  de  Dios, 
que  es  el  que  cuenta  con  mas  copiosas  rentas  i  que  tanto 
debe  al  infatigable  celo  de  su  administrador,  después  de  cu- 
biertos todos  sus  gastos,  le  queda  anualmente  un  sobrante. 


244 


Estudios  Biográficos 


que  puesto  a  interés  en  buenas  manos,  servirá  dentro  de 
poco  para  darle  el  ensanche  preciso,  etc.,  etc.» 

En  efecto,  los  servicios  de  Barros  eran  muí  importantes. 
El,  cuya  jenerosidad  personal  con  el  necesitado  rayó  en  pro- 
digalidad, se  hizo  avaro  en  el  hospital,  a  tal  punto  que  pro- 
hibió que  en  el  parte  diario  que  se  le  presentaba  se  gastase 
un  pliego  en  vez  de  la  tirilla  de  dos  pulgadas  de  papel  que 
se  necesitaba  para  anotar  su  contenido.  Con  esta  economía 
introdujo  importantes  reformas  en  la  cocina  i  lavadero,  i 
pudo  fijar  su  atención  en  el  ornato  del  primer  patio,  que 
hasta  su  época  habia  sido  el  basural  del  establecimiento.  A 
este  fin,  planteó  de  su  propio  capital,  un  hermoso  j  ardin  que 
rodeó  con  una  estendida  verja  de  fierro,  i  construyó  una  pila 
de  agua  potable,  que  sirvió  en  breve  para  los  usos  del  esta- 
blecimiento. Pero  no  contento  con  esto,  creó  la  escuela  de 
anatomía  de  que  salieron  distinguidos  facultativos  antes  de 
muchos  años:  a  ésta  la  dotó,  por  medio  de  un  regalo,  del  me- 
jor instrumentaje  de  cirujía  que  haya  existido  en  el  pais, 
cuyo  valor  ascendía  de  dos  mil  pesos,  de  una  Venus  anató- 
mica, de  un  precioso  esqueleto  francés,  cuyo  cráneo  tiene  las 
indicaciones  frenolójicas  de  Gall,  i  de  una  valiosa  máquina 
electro-galvánica. 

Mientras  hacia  estos  obsequios,  habia  reglamentado  la 
mas  perfecta  economía.  Por  medio  de  este  sistema  compró 
dos  casas,  para  acrecentar  los  bienes  del  hospital,  ensanchó 
considerablemente  la  capacidad  para  contener  doble  número 
de  enfermos  i  pudo  sostener  los  gastos  que  fueron  necesa- 
rios para  el  notable  aumento  de  edificio  que  se  hizo  bajo 
su  administración.  No  satisfecho  con  estas  mejoras,  trabajó 
con  empeño  en  suministrar  vestuario  a  los  pacientes  para  el 
tiempo  de  convalecencia,  en  construir  catres  de  fierro  en 
lugar  de  las  tarimas  que  habia,  en  obtener  del  gobierno  el 
tabaco  necesario  para  los  enfermos  a  quienes  hiciese  falta  el 
uso  del  cigarro,  en  poner  en  buen  pié  la  distribución  de  ali- 
mentos i  medicinas,  i  en  reglamentar  la  asistencia  profesio- 
nal de  los  facultativos.  Todos  sus  esfuerzos  fueron  corona- 
dos con  el  mas  feliz  resultado;  i  el  vulgo  perdió,  al  fin,  el 


1 


Don  Diego  Antonio  Barros  245 


horror  que  le  inspiraba  en  épocas  anteriores  la  curación  en 
el  hospital. 

Al  mismo  tiempo  que  Barros  prestaba  estos  servicios,  de- 
sempeñó por  algún  tiempo  la  administración  de  la  casa  de 
huérfanos  i  fué  tesorero  del  hospicio:  en  ambos  cargos  se 
condujo  con  provechosa  actividad,  i  en  el  último  adelantó 
crecidas  cantidades  de  dinero  con  mui  pocas  esperanzas  de 
reembolso. 

En  183 1  se  pensó  en  cicatrizar  las  llagas  de  la  guerra  civil, 
cimentando  un  orden  estable;  i  se  creyó  absolutamente  ne- 
cesario un  cambio  de  constitución.  En  la  asamblea  consti- 
tuyente elejida  con  este  objeto,  Barros  tuvo  un  asiento,  i, 
como  miembro  de  ella,  puso  su  firma  en  el  código  constitu- 
cional de  1833. 

Establecióse,  entonces,  un  nuevo  sistema  que  Barros  apo- 
yó con  todos  sus  recursos.  Fué  nombrado  consejero  de  Es- 
tado, i  elejido  por  unanimidad  senador,  diputado  i  rejidor 
de  la  municipalidad  en  diversas  ocasiones,  i  en  el  desem- 
peño de  estos  cargos  fué  el  mas  decidido  sostenedor  de  la 
causa  del  orden.  El  socorria,  entretanto,  al  gobierno  con 
ausilio  de  dinero  para  el  pago  de  empleados,  mientras  se 
cimentaba  la  hacienda  pública  sobre  las  bases  sólidas  en  que 
la  dejó  la  administración  del  jeneral  Prieto,  i  a  la  época  de 
la  guerra  del  Perú  prestó  al  Estado  la  suma  de  40,000  pesos 
sin  interés  alguno. 

Su  situación,  es  verdad,  habia  cambiado  mucho.  Barros 
era  entonces  uno  de  los  hombres  mas  acaudalados  del  pais. 
Su  fortuna  lo  ponia  en  circunstancias  de  tender  la  mano  al 
menesteroso  i  esto  lo  hizo  con  tal  desprendimiento,  que  privó 
a  sus  hijos  de  considerables  bienes.  Jamas  desatendió  la 
súplica  del  que  le  pedia  su  protección  o  fianza,  a  menos  que 
fuese  para  usarla  en  el  garito  del  jugador;  i  lo  que  parece 
increíble,  si  el  hombre  mismo  que  lo  acababa  de  injuriar  re- 
clamaba de  él  un  servicio,  olvidaba  sus  rencores  para  pro- 
tejerlo.  Estos  favores  eran  altamente  desinteresados:  cuanda 
la  mayor  parte  de  los  españoles  mandados  desde  el  Perú 
por  el  jeneral  San  Martin  en  182 1  hablan  encontrado  una 


246 


Estudios  Biográficos 


ocupación  en  Chile,  el  resto,  que  aun  permanecia  en  el  de- 
pósito, imploró  su  ausilio  para  obtener  su  libertad;  pero 
Barros  hizo  mas  que  esto,  pues  los  socorrió  con  dinero  para 
que  volviesen  a  su  patria,  obteniendo  por  único  resultado 
de  tan  benéfica  obra  el  sincero  agradecimiento  de  hombres 
a  quienes  no  debia  ver  en  lo  sucesivo.  Como  lo  hemos  dicho, 
fué  pródigo  en  la  protección  que  dispensó  al  que  lo  ocupaba: 
en  1834,  el  celoso  ministro  del  tesoro  don  Ramón  Vargas, 
tachó  de  mala  la  fianza  de  Barros  que  ofrecia  un  empleado 
porque,  según  espuso,  la  habia  dado  en  tantas  ocasiones  que 
su  capital,  por  crecido  que  fuese,  no  alcanzaba  a  bastarlas. 
En  efecto,  su  firma  andaba  en  todas  partes:  mui  raro  fué  el 
remate  en  que  no  se  presentó  un  postor  con  su  fianza,  sin 
que  las  continuas  i  considerables  pérdidas  le  obligasen  a 
cambiar  de  conducta.  Su  fortuna  habria  sido  mui  superior 
en  el  doble  a  la  que  ha  dejado  a  la  época  de  su  muerte,  a 
no  haber  sido  tan  pródigo  en  protejer  a  personas  que  no  qui- 
sieron corresponder  a  sus  beneficios. 

Este  espíritu  naturalmente  franco  i  bondadoso,  la  dulzura 
de  su  carácter  i  trato  i  la  suavidad  de  maneras  no  lo  some- 
tieron, sin  embargo,  a  la  voluntad  de  nadie.  Ninguno  de  sus 
amigos  pudo  dominarlo,  i  él  sí  que  dominó  a  la  mayor  parte 
de  ellos,  que  lo  consideraron  siempre  su  consejero.  Distin- 
guíalo cierta  entereza  que  lo  hacia  hablar  con  injenuidad  a 
los  hombres  del  gobierno  cuando  consultaban  su  parecer; 
mas  no  porque  faltase  en  lo  menor  el  respeto  i  considera- 
ciones debidas  al  cargo.  Estas  cualidades  le  dieron  tal  im- 
portancia que  en  la  elección  de  1841  fué  propuesto  elector 
por  dos  de  los  partidos  contendientes. 

Tanta  abnegación,  tanto  desprendimiento  i  tan  importan- 
tes servicios  a  la  beneficencia  pública  fueron  desatendidos 
cuando  las  pasiones  mas  pequeñas  tuvieron  eco  en  el  ánimo 
del  mas  desprestijiado  de  los  ministros  que  ha  habido  en 
Chile.  Pidiósele  por  medio  de  una  nota  que  renunciase  el 
cargo  de  administrador,  incluyéndole  con  ella  la  aceptación 
de  la  renuncia,  en  que  se  le  daban  las  gracias  por  sus  servi- 
cios. En  vista  de  esta  conducta,  Barros  se  negó  a  renunciar 


Don  Diego  Antonio  Barros  247 

i  amenazó  al  ministro  con  un  desmentido  público  si  tal  nota 
llegaba  a  darse  a  luz  en  el  periódico  oficial.  Su  separación 
fué  necesaria:  ella  causó  en  su  ánimo  un  hondo  sentimiento 
con  motivo  de  no  poder  llevar  a  cabo  las  reformas  que  habia 
comenzado,  i  de  verse  separado  de  la  beneficencia  pública 
que  durante  largos  años  habia  sido  su  elemento.  Esto  acae- 
ció en  1848. 

Ajitado  el  pais  en  los  últimos  años  de  su  vida  por  una  de 
las  mas  violentas  convulsiones,  Barros  dio  pruebas  de  su 
firmeza  de  carácter  i  de  su  elevación  de  miras.  En  1848.  su- 
frió un  terrible  ataque  de  apoplejía,  del  que  salvó  perdiendo 
el  entero  uso  de  su  pierna  i  brazo  derechos,  su  antigua  faci- 
lidad para  espresarse  i  la  dulzura  de  su  jenio,  que  se  convir- 
tió en  hipocondriaco  i  terco.  A  pesar  de  sus  dolencias,  él  fué 
el  primero  de  los  conservadores  que  se  presentó  a  ofrecer 
sus  servicios  en  la  lucha  electoral  de  1849,  contra  el  minis- 
terio de  aquella  época.  Hizo  valer,  entonces,  sus  relaciones, 
i  cuando  en  agosto  del  mismo  año,  habiendo  caido  ya  aquel 
ministerio,  se  quiso  hacer  al  jeneral  Búlnes  una  manifesta- 
ción de  los  sentimientos  pacíficos  que  animaban  al  partido 
conservador.  Barros  fué  nombrado,  en  reunión  de  mas  de 
mil  personas,  uno  de  los  miembros  de  la  comisión  que  debia 
apersonarse  al  presidente.  Atrozmente  calumniado  por  la 
prensa,  altamente  comprometido  en  una  causa  que  conside- 
raba santa,  dio  ejemplo  de  la  mayor  enerjía  en  los  mo- 
mentos en  que  vacilaban  los  buenos  principios  por  el  grito 
atronador  de  las  malas  pasiones.  Barros  fué  uno  de  los  pri- 
meros que  pensaron  que  la  salvación  del  pais  estaba  en  la 
elevación  a  la  presidencia  del  señor  don  Manuel  Montt  i  el 
primero  quizas  que  lo  proclamó.  Hizo  valer  su  influjo  con 
todas  sus  relaciones  para  que  sostuviesen  la  causa  del  or- 
den, i  pidió  a  todos  los  miembros  de  su  larga  familia,  para 
quienes  fué  siempre  un  padre,  que  la  apoyasen  i  sirviesen 
por  cuantos  medios  estuviesen  a  su  alcance.  El  mismo  fué 
elejido  elector  de  presidente  en  1851,  i  cuando  la  revolución, 
poderosa  e  imponente,  hacia  los  mayores  estragos  en  el 
norte  i  sur  de  la  República,  Barros,  como  hombre  de  con- 


248  Estudios  Biográficos 

ciencia  en  la  causa  que  defendia,  no  perdió  por  un  momento 
la  confianza,  ni  vaciló  un  instante  en  creer  que  seria  la  lei 
quien  triunfase. 

Durante  ese  periodo  de  justas  i  necesarias  persecuciones, 
Barros  fué,  nuevamente,  el  defensor  de  los  perseguidos.  Los 
ocultaba  en  su  casa,  después  de  comprometerlos  a  no  servir 
en  la  causa  de  la  desorganización,  daba  fianza  de  su  con- 
ducta subsiguiente,  i  obtenía  para  ellos  pasaportes  i  salvo- 
conductos para  dejar  el  pais.  Entonces,  como  en  1831,  tuvo 
lugar  una  rara  coincidencia  en  las  casas  de  su  hacienda.  El 
mismo  dia  en  que  el  presidente  esperaba  en  ellas  aljeneral 
Búlnes  que  volvia  vencedor  de  la  rebelión  del  sur,  estaba 
oculta  allí  una  de  las  personas  comprometidas  en  estos  su- 
cesos. Ni  la  exaltación  de  sus  palabras,  ni  la  firmeza  de  sus 
principios  pudieron  separar  de  su  ánimo  las  ideas  de  recon- 
ciliación i  perdón. 

Después  de  estas  ocurrencias,  Barros  volvió  a  ocuparse 
de  la  beneficencia  pública:  fué  nombrado  uno  de  los  admi- 
nistradores del  hospital  de  locos,  que  se  comenzaba  a  for- 
mar, i  en  tal  cargo  hizo  cuanto  estaba  a  su  alcance  por  el 
mejoramiento  de  aquella  útilísima  institución.  El,  en  com- 
pañía con  los  otros  directores,  compró  a  su  costa  el  terreno 
para  ensanchar  el  local  del  establecimiento,  fué  su  tesorero 
i  contribuyó  con  algunos  donativos  para  su  mejor  arreglo 
i  adelanto.  Las  reformas  que  proyectaba  reahzar  fueron  el 
pensamiento  de  sus  últimos  dias:  enfermo  como  estaba,  no 
se  arredró  por  la  distancia  que  lo  separaba  del  hospital 
para  visitarlo  con  frecuencia,  i  distribuir  allí  algunas  limos- 
nas para  mejorar  los  alimentos  de  los  pacientes.  Quince  dias 
antes  de  morir,  dictaba  desde  el  lecho  en  que  se  hallaba 
postrado,  un  informe  que  le  pedia  el  ministro  del  interior 
sobre  el  estado  de  aquel  establecimiento,  en  que  acababa 
con  las  palabras  que  se  copian  en  seguida:  ellas  forman  el 
mayor  elojio  de  esa  singular  abnegación,  superior  a  las  do- 
lencias físicas  que  no  le  impidieron  dedicarse  al  servicio  de  la 
humanidad  cuando  los  facultativos  i  sus  deudos  querían  dis- 
traer su  atención  por  cug^ntos  medios  estaban  a  su  alcance. — 


Don  Diego  Antonio  Barros  249 


«Debo  aprovecharme,  señor  ministro,  de  esta  oportunidad 
para  hacer  presente  a  US.  el  estado  miserable  a  que  está 
reducida  una  institución  de  tanta  importancia  como  es  la 
casa  de  locos.  Sin  estension,  sin  edificios  i  hasta  sin  cocina, 
el  local  no  presentaba  comodidades  de  ninguna  especie 
cuando  los  actuales  administradores  tomamos  su  dirección. 
A  nuestras  espensas  hemos  aumentado  el  terreno;  pero  los 
edificios  demandan  gastos  considerables  que  no  se  pueden 
hacer  a  costa  de  unos  pocos.  Es  urjente  que  el  Supremo 
Gobierno  provea  a  estas  necesidades  tanto  mas  imperiosas 
cuanto  que  en  el  estado  actual  la  casa  de  locos  no  puede 
llenar  los  propósitos  para  que  fué  creada.  La  carencia  de 
departamentos  nos  reduce  a  la  triste  precisión  de  no  poder 
separar  los  pacientes  sino  por  sexos,  lo  que  produce  riñas 
repetidas  e  inevitables.  La  falta  de  un  sitio  aparente  nos 
imposibilita  para  tener  un  lavadero  cómodo.  En  todas  par- 
tes, en  fin,  se  notan  necesidades  que  llenar  i  a  que  debiera 
atender  prontamente  el  gobierno.  Mui  justa  creo  esta  soli- 
citud, i  me  persuado  que  US.  la  tomará  en  cuenta  para  pre- 
supuestar una  partida  capaz  de  dar  fomento  a  una  institu- 
ción de  tanta  utilidad  i  que  en  su  actual  estado  casi  no 
presenta  ventajas». 

Este  era  el  modo  como  Barros  se  preparaba  para  dej  ar 
esta  vida.  Su  enfermedad,  caracterizada  por  los  mas  distin- 
guidos facultativos  como  una  pulmonía  con  complicaciones 
al  corazón  e  hidropesía,  iba  en  aumento  progresivo,  sin  que 
los  recursos  médicos  bastasen  a  contener  el  mal.  El  habia 
alcanzado  a  conocer  su  gravedad,  a  pesar  de  que  se  le  ocultaba 
con  empeño,  i  quiso  hacer  sus  disposiciones  espirituales.  Ja- 
mas se  mostró  mas  evidentemente  la  resignación  evanjélica 
i  la  confianza  cristiana  en  un  premio  futuro  a  una  vida  sin 
mancha  i  casi  sin  culpas.  El  mismo  consolaba  a  sus  deudos, 
que  veía  con  las  lágrimas  en  los  ojos,  con  palabras  de  dul- 
zura i  resignación,  recomendaba  a  sus  hijos  que  no  se  apar^ 
tasen  del  sendero  del  honor  i  de  la  virtud  i  se  espresaba  en 
términos  de  jovialidad  i  chanza  en  los  momentos  de  espirar. 
«De  nada  me  remuerde  la  conciencia,  a  nadie  he  hecho  el 


250  Estudios  Biográficos 


mal  i  sí  el  bien  cuantas  veces  he  podido»,  decia  a  los  sacer- 
dotes que  lo  acompañaban.  Después  de  haber  recibido  los 
sacramentos  con  toda  la  imponente  suntuosidad  de  las  cere- 
monias cristianas,  después  de  haber  oido  por  mas  de  media 
hora  al  lado  de  su  lecho  los  cánticos  de  la  Iglesia,  los  médi- 
cos hallaron  que  su  pulso  estaba  mas  sereno  i  tranquilo  i  su 
cabeza  mas  despejada:  para  ellos  era  éste  un  fenómeno 
nuevo  i  estraordinario.  Con  esta  entereza  de  espíritu,  rindió 
el  alma  al  Señor  en  la  tarde  del  12  de  julio  de  1853. 

Si  hubiéramos  de  caracterizar  al  señor  don  Diego  Antonio 
Barros  después  de  lo  que  hemos  escrito,  solo  agregaríamos 
unas  pocas  palabras. 

Barros  poseía  una  intelij encía  clara  i  despejada  en  el  con- 
cepto universal,  un  tino  raro  para  herir  la  dificultad,  i  un 
conocimiento  perfecto  de  las  personas;  pero,  preciso  es  de- 
cirlo, no  siempre  hizo  uso  de  la  última  de  estas  dotes, 
puesto  que  fueron  millares  los  petardos  que  le  dieron  espíri- 
tus perversos  que  especularon  con  su  jenerosidad  i  buenas 
intenciones.  Dedicado  desde  su  tierna  edad  a  la  carrera  del 
comercio  no  hizo  los  estudios  superiores  del  colejio,  pero  a 
fuerza  de  contracción  a  la  lectura  adquirió  una  mediana 
ilustración  sobre  todo  en  el  derecho  comercial,  historia  i  es- 
tadística, de  que  sabia  sacar  bastante  provecho:  en  repeti- 
das ocasiones  el  gobierno  consultó  su  opinión  en  asuntos  de 
gran  ínteres,  i  su  firma  se  halla  al  pié  de  informes  de 
alta  importancia:  entre  éstos  recordamos  uno  sobre  coloni- 
zación del  Estrecho  de  Magallanes,  otro  sobre  estableci- 
miento de  un  banco  nacional  i  finalmente  un  tercero  sobre 
creación  de  arbitrios  para  establecer  un  ferrocarril  entre 
Santiago  i  Valparaíso.  Su  parecer  en  asuntos  de  comercio 
fué  siempre  respetado  en  los  tribunales  de  justicia  de  que 
formaba  parte,  i  su  trato  familiar  abundaba  en  chistes  esco- 
jidos  i  de  buen  gusto.  Poseía  ademas  un  tino  práctico  i  un 
golpe  de  vista  admirables  para  sus  negocios  que  le  dieron 
pingües  ganancias  i  lo  pusieron  en  posesión  de  una  gran  for- 
tuna, a  pesar  del  injente  menoscabo  que  ella  sufrió  en  el 


I 


DoJT  Diego  Antonio  Barros 


251 


lasto  de  fianzas,  i  todo  esto  sin  separarse  un  pelo  del  sen- 
dero de  la  honradez  i  de  la  delicadeza.  En  un  gran  número 
de  asuntos  sus  intereses  se  hallaban  favorecidos  por  la  lei, 
pero  él  desatendió  este  apoyo  si  en  su  conciencia  pensaba 
de  otro  modo,  porque  «la  lei,  como  él  decia,  es  basura  cuando 
está  de  por  medio  el  honop>.  Guiado  por  este  principio,  rom- 
pió en  perjuicio  propio,  en  repetidas  ocasiones,  escrituras 
que  comprometían  injustamente,  según  el  fuero  interno,  a 
otros. 

Don  Diego  Antonio  Barros  fué  noblemente  desinteresado: 
por  sus  servicios  públicos  i  particulares  no  obtuvo  nunca 
mas  que  simple  manifestaciones  de  gratitud,  que  jamas  bus- 
có, i  que  aun  quiso  evitar,  i  si  por  alguno  de  sus  empleos 
recibió  sueldo,  fué  para  destinarlo  en  alguna  obra  piadosa  o 
benéfica.  Este  patriótico  desprendimiento  hizo  que  uno  de 
los  mas  distinguidos  senadores,  el  señor  Benavente,  pidiese 
en  la  cámara  que  se  le  tributasen  los  honores  fúnebres  que 
corresponden  a  sus  miembros,  sin  embargo  de  hallarse  sepa- 
rado de  su  seno  desde  mas  de  cuatro  años  antes  de  su 
muerte.  Los  honores  son,  también,  el  premio  de  la  virtud! 

Barros  no  tuvo  mas  enemigos  personales  que  los  que 
lo  fueron  de  la  honradez  i  de  la  decencia,  i  sus  enemigos  po- 
líticos se  convirtieron  en  admiradores  cuando  conocieron  el 
fondo  de  su  corazón.  Sus  amigos  por  el  contrario,  eran  mui 
numerosos:  desde  muchos  años  atrás  no  se  veia  un  acompa- 
ñamiento mas  considerable  i  lucido  que  el  que  dejó  sus  res- 
tos mortales  en  el  cementerio. 

Su  nombre  vivirá  en  la  memoria  de  los  que  lo  trataron  en 
vida  i  de  los  que  conozcan  sus  hechos  todo  el  tiempo  que  se 
aprecien  el  mérito  personal,  la  jenerosidad,  los  principios  de 
delicadeza  i  caballería  i  las  mas  elevadas  virtudes. 


DON  MELCHOR  DE  SANTIAGO  CONCHA 
(17991883) 


§    15 

RASGOS    BIOGRÁFICOS 
DE    DON  MELCHOR   DE  SANTIAGO   CONCHA  i 

(1799-1883) 

I 

El  26  de  mayo  de  1883  se  ha  estinguido  en  Santiago  de 
Chile  una  noble  i  digna  existencia.  El  señor  don  Melchor  de 
Santiago  Concha,  después  de  una  vida  de  ochenta  i  cuatro 
años,  ha  desaparecido  en  medio  del  dolor  de  sus  deudos  i  de 
sus  amigos,  i  en  medio  del  sentimiento  púbhco.  Habia  llega- 
do al  límite  natural  de  la  vida,  cuando  no  era  dado  esperar 
de  él  nuevos  servicios  a  la  patria,  i  cuando  debia  comenzar 
a  dejar  de  ser  útil  a  su  familia  i  a  sus  amigos.  I  sin  embar- 
go, su  muerte  ha  sido  llorada  como  una  gran  desgracia  por 
todos  los  que  tuvimos  la  fortuna  de  conocerlo,  porque 
ese  ilustre  anciano  fué  en  la  vida  política  de  nuestro  pais  el 
modelo  perfecto  de  ciudadano  de  una  República,  i  en  la  vida 
privada  el  tipo  acabado  del  mas  cumplido  caballero. 

I .  Publicó  el  Sr.  Barros  Arana  este  estudio  biográfico  en  un  folleto  de 
48  pajinas.  (Santiago,  1883,  Imprenta  Cervantes). 

Nota  del  Compilador. 


256 


Estudios  Biográficos 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  no  ha  desempeñado  en 
los  sucesos  de  su  tiempo  uno  de  esos  papeles  brillantes  i  pres- 
tijiosos  que  colocan  a  los  hombres  en  los  puestos  mas  cul- 
minantes entre  sus  compatriotas  i  que  les  permiten  conquis- 
tarse una  gran  nombradla  ante  la  historia.  Mas  aun,  a  con- 
secuencia de  sus  convicciones  políticas  i  de  la  derrota  de  su 
partido,  estuvo  alejado  del  gobierno  i  casi  de  toda  interven- 
ción en  los  negocios  públicos,  durante  los  treinta  años  en 
que  por  la  madurez  de  su  juicio  i  por  el  crédito  que  se  habia 
granjeado  en  su  juventud,  habría  debido  ocupar  mas  altos 
puestos,  i  habria  podido  prestar  los  mas  útiles  servicios  a  su 
patria.  Sin  embargo,  la  rectitud  de  su  carácter,  la  firmeza 
incontrastable  de  sus  convicciones,  la  persistencia  i  la  hon- 
radez con  que  siempre  supo  defender  los  principios  liberales 
han  tenido  una  verdadera  influencia  en  los  progresos  po- 
líticos i  sociales  de  nuestro  país. 

En  este  sentido  creemos  que  los  presentes  rasgos  biográ- 
ficos, al  paso  que  contribuirán  a  dar  a  conocer  una  impor- 
tante i  respetable  personalidad  de  nuestras  contiendas  polí- 
ticas en  los  primeros  sesenta  años  de  vida  republicana,  po- 
drán consignar,  aunque  sea  brevemente,  algunos  hechos  que 
no  dejarán  de  interesar  a  los  historiadores  futuros.  Por  nues- 
tra parte,  aunque  amigos  íntimos  i  apasionados  de  aquel 
-egrejio  ciudadano,  creemos  desempeñar  leal  i  justicieramen- 
nuestro  propósito,  limitándonos  a  hacer  una  reseña  breve  i 
compendiosa  de  su  vida  i  de  sus  servicios,  i  absteniéndonos 
de  recargarla  con  esas  jeneralidades  i  declamaciones  con  que 
suelen  revestirse  los  elojios  vulgares. 


II 


Nació  el  señor  don  Melchor  de  Santiago  Concha  i  Cerda 
en  esta  ciudad  de  Santiago  el  17  de  marzo  de  1799.  Al  paso 
que  por  el  lado  materno  era  el  nieto  de  uno  de  los  mas  ricos 
i  considerados  propietarios  del  pais,  era  por  la  línea  paterna 
vastago  de  una  de  las  familias  mas  ilustres  i  de  mas  alto  ran- 
go de  esta  parte  de  la  América.  Esa  familia  poseia  en  el 
Perú  un  valioso  marquesado,  habia  dado  oidores  a  algunas 
4e  las  audiencias  de  estos  paises,  i  a  Chile  un  presidente  in- 
terino que  se  ilustró  por  su  actividad  i  por  su  rectitud.  La 
majistratura  habia  llegado  a  ser  de  padres  a  hijos  un  cargo 
casi  hereditario  en  aquella  familia. 

El  padre  de  don  Melchor  era  don  José  de  Santiago  Con- 
cha, entonces  oidor  decano  de  la  audiencia  de  Chile,  i  mas 
tarde  su  rejente.  Queriendo  dar  a  su  hijo  la  educación 
que  habia  de  habilitarlo  para  seguir  la  carrera  foren- 
se, lo  colocó  en  su  primera  niñez  en  una  sección  preparato- 
ria del  real  colejio  carolino.  Esa  sección  tenia  el  nombre  de 
academia,  i  era  compuesta  de  una  escuela  de  primeras  letras, 
de  una  aula  de  matemáticas  i  de  otra  de  gramática,  esto  es, 
una  clase  de  latin.  Aquella  academia  funcionaba  en  la  calle 
délas  Monjitas,  en  el  sitio quehoi  ocupa  la  casa  tieneque  nú- 

TOMO  XII. — 17 


258 


Estudios  Biográficos 


mero  74.  Don  Melchor  fué  colocado  en  la  clase  de  latin.  Esta- 
ba ésta  a  cargo  de  frai  José  María  Bazaguchascua,  relijioso 
franciscano  nacido  en  la  provincia  de  Cuyo  pero  de  oríj en 
vizcaíno  i  considerado  en  esa  época  el  primer  latinista  de 
Chile.  Allí  recibió  las  primeras  lecciones:  pero  al  abrirse  el 
Instituto  nacional  en  1813,  donMelchor  pasó  a  continuar  sus 
estudios  en  este  establecimiento  bajo  la  dirección  del  mismo 
profesor,  i  allí  terminó  en  efecto  el  curso  de  latin  que  consti- 
tuía el  único  ramo  de  instrucción  preparatoria  para  empren- 
der los  estudios  superiores.  Los  jóvenes  que  entonces  aspira- 
ban al  título  de  abogado,  no  adquirían  en  el  colejio  la  me- 
nor noción  de  gramática  castellana,  de  aritmética  ni  de  jeo- 
grafía.  Mas  tarde,  cuando  cursaban  filosofía  en  latin,  un 
profesor  les  enseñaba  con  el  nombre  de  física^  un  centenar 
de  axiomas  mas  o  menos  faltos  de  sentido,  sobre  el  equili- 
brio, la  caída  délos  cuerpos,  la  luz,  el  sonido,  etc,  etc.  Los 
estudiantes  aprendían  de  memoria  i  en  lengua  latina  estos 
axiomas. 

Aquella  educación,  como  se  comprenderá,  no  era  muí  a 
propósito  para  desenvolver  la  razón  de  los  estudiantes  ni 
para  suministrarles  conocimientos  variados  i  útiles.  Don  Mel- 
chor de  Santiago  Concha,  que  fué  desde  entonces  un  joven 
de  rara  seriedad  i  de  mucha  contracción  al  cumplimiento  de 
sus  deberes,  aprendió  entonces  lo  único  que  se  le  enseñaba. 
Hasta  sus  últimos  años  traducía  corrientemente  el  latin,  no 
solo  el  de  los  comentadores  de  los  códigos  sino  el  de  los  clá- 
sicos de  la  literatura  romana.  En  sus  últimos  años  lo  he  vis- 
to verter  al  castellano  con  rara  facilidad  las  pajinas  latinas 
de  un  volumen  de  Cicerón,  en  que  buscaba  consuelo  para  el 
dolor  que  le  había  ocasionado  la  pérdida  de  un  deudo  que- 
rido. 


III 


En  octubre  de  1814,  cuándo  don  Melchor  acababa  de  ter- 
minar su  curso  de  latin,  Chile,  después  de  cuatro  años  de 
gobierno  propio,  fué  sometido  de  nuevo  a  la  dominación  es- 
pañola. El  Instituto  nacional  fué  cerrado  por  los  vencedores 
i  la  juventud  que  habia  comenzado  allí  sus  estudios,  se  dis- 
persó en  todas  direcciones.  La  persecución  de  muchos  de  los 
mas  ilustres  i  caracterizados  vecinos  de  Santiago,  debia  pro- 
ducir la  dispersión  de  sus  familias.  El  mayor  número  de  aque- 
llos jóvenes,  en  vez  de  volver  a  pensar  en  los  libros,  corrió 
mas  tarde  aenrolarse  en  las  filas  del  ejército  que  debia  afian- 
zar nuestra  independencia,  Pero  don  Melchor  de  Santiago 
Conchase  hallaba  en  una  condición  mui  diferente.  Su  padre 
pasó  entonces  a  desempeñar  las  funciones  de  rejentejde  la  real 
audiencia  de  Chile;  por  tanto  entraba  a  ocupar  uno  de  los 
puestos  mas  encumbrados  de  la  nueva  situación.  Resuelto 
a  llevar  a  término  la  educación  profesional  de  su  hijo,  no 
pensó  mas  que  en  enviarlo  a  continuar  sus  estudios  a  la 
ciudad  de  Lima,  cuyos  establecimientos  literarios  i  científi- 
cos gozaban  de  una  inmensa  reputación  en  toda  esta  parte 
de  América. 

Esos  cuatro  años  de  revolución  habian  hecho   sumamente 


260  Estudios  Biográficos 


raras  las  comunicaciones  entre  Chile  i  el  Perú,  de  tal  suerte 
que  era  difícil  hallar  enjnuestros  puertos  un  buque  que  pudie- 
ra emprender  es  te  viaje.  Losjefes  españoles,  que  acababan  de 
consumar  la  reconquista  de  Chile,  deseosos  de  hacer  lle- 
gar a  Lima  la  noticia  de  sus  triunfos,  tomaron  en  Valparaiso 
una  miserable  goleta  llamada  Mercedes;  i  a  pesar  de  su  mal 
estado,  la  despacharon  para  el  Callao  con  el  parte  oficial  de 
la  victoria.  Ese  buque  conducía  también  nueve  oficiales  del 
ejército  vencedor,  i  las  banderas  ensangrentadas  que  los  es- 
pañoles habían  recojído  en  Rancagua.  La  Mercedes  zarpó  de 
Valparaiso  el  19  de  octubre  de  1814. 

El  rejente  de  la  real  audiencia  había  conseguido  que  en  ese 
barquichuelo  se  diera  pasaje  a  su  hijo.  Don  Melchor  de  San- 
tiago Concha,  recordaba  hasta  en  sus  últimos  años  los  acci- 
dentes de  aquel  viaje  emprendido  en  circunstancias  tan  tris- 
tes para  su  patria.  Se  creería  que  como  hí j  o  de  uno  de  los  mas 
altos  funcionarios  del  reí  de  España,  sus  relaciones  de  fami- 
lia habrían  hecho  nacer  en  su  corazón  infantil  los  sentimien- 
tos de  simpatía  i  de  adhesión  a  la  causa  de  los  vencedores, 
Pero  lejos  de  eso,  el  trato  frecuente  con  sus  camaradas  de  co- 
lejío, i  el  impulso  eléctrico  comunicado  a  los  espíritus  por  el 
entusiasmo  revolucionario,  le  habían  inspirado  un  patriotis- 
mo ardoroso  i  una  fe  profunda  en  el  triunfo  futuro  de  la  in- 
dependencia nacional.  Durante  la  navegación,  sufría  cuanto 
puede  imajínarse  al  oír  a  cada  rato  a  los  oficíales  españoles 
recordar  sus  recien tes.triunfos  en  Chile  i  maldecir  a  los  insur- 
j entes  de  este  país.  El  buque,  por  otra  parte,  no  ofrecía  co- 
modidades de  ningún  j  enero,  tenia  averías  considerables  i 
llevaba  una  provisión  insuficiente  de  víveres.  Por  fortuna, 
el  viaje,  favorecido  por  los  vientos  del  sur  reinantes  en  esa 
estación,  fué  corto  i  feliz.  El  domingo  6  de  noviembre,  la  go- 
leta Mercedes  se  halló  enfrente  del  Callao,  i  desde  temprano 
hacia  señales  a  la  plaza  para  anunciar  el  triunfo  de  las  armas 
españolas. 

Cuando  se  supo  en  Lima  que  estaba  a  la  vista  un  buque 
de  Chile,  se  produjo  en  todas  partes  una  viva  ajitacion.  Se 
esperaban  con  ansiedad  las  noticias  de  este  país.  Creíase  con 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  261 

fundamento  que  ellas  tendrían  una  influencia  trascendental 
en  la  suerte  déla  lucha  jigantesca  en  que  estaba  empeñada 
toda  la  América.  El  virrei  Abascal  se  trasladó  inmediatamen- 
te al  Callao.  Desde  allí  despachó  a  su  secretario  el  brigadier 
don  Simón  Rábago  a  tomar  las  noticias  de  que  era  portado- 
ra la  goleta  Mercedes  que  en  esos  momentos  iba  entrando  al 
puerto. 

El  brigadier  Rábago  estaba  casado  en  Lima  con  una  her- 
mana del  oidor  Concha,  i  era  por  tanto  tio  político  del  joven 
estudiante  que  iba  de  Chile.  Después  derecojer  las  comuni- 
caciones que  conducía  la  goleta  Mercedes,  Rábago  bajó  a 
tierra  llevando  consigo  a  su  sobrino,  i  fué  a  comunicar  al 
virrei  la  noticia  de  los  grandes  triunfos  alcanzados  por  las 
armas  del  reí.  Contaba  don  Melchor  que  aceptando  como  ver- 
dad todas  las  invenciones  que  las  pasiones  políticas  de  la 
época  hacían  circular  en  Chile,  él  estaba  persuadido  de  que  el 
virrei  Abascal  era  una  especie  de  monstruo  intratable  i  sangui- 
nario que  no  pensaba  mas  que  en  degollar  a  todos  los  parti- 
darios de  la  independencia  americana.  En  unos  fuegos  arti- 
ficiales que  se  quemaron  en  la  plaza  de  Santiago  el  i8  de 
setiembre  de  1814,  don  Melchor  había  visto  arder  en  medio 
del  mayor  contento  de  la  concurrencia,  un  maniquí  de  tra- 
po i  relleno  de  cohetes  i  de  pólvora,  con  que  se  habia  queri- 
do representar  al  despótico  e  inhumano  virrei  del  Perú.  Pue- 
de im ajinarse  su  sorpresa  cuando  presentado  por  el  brigadier 
Rábago,  se  halló  delante  de  Abascal  i  cuando  oyó  a  éste 
preguntarle  con  la  mas  sencilla  bondad  por  su  familia  i  por 
el  estado  en  que  quedaba  el  reino  de  Chile.  El  virrei,  ademas 
empleando  un  tono  afable  i  cariñoso,  manifestó  al  mismo 
tiempo  al  joven  chileno  su  deseo  de  restablecer  la  mas  abso- 
luta tranquilidad  en  este  país  i  de  volver  la  paz  i  el  bienestar 
a  las  familias  en  nombre  del  reí  de  España.  Pero  si  estas 
bondadosas  palabras,  que  debían  ser  la  espresion  sincera  de 
las  aspiraciones  del  virrei,  podían  en  cierta  manera  reconci- 
liarlo con  este  potentado,  don  Melchor  pasó  en  esos  días  por 
largas  horas  de  amargura  que  dejaron  en  su  alma  un  recuer- 
do indeleble.  Contra  su  voluntad  i  contra  sus    deseos,  tuvo 


262  Estudios  BiOGr.ÁFicos 


que  ser  testigo  de  las  fiestas    militares  i    relijiosas  que  tu- 
vieron lugar  en  Lima  para  celebrar  los  triunfos  de  los    ejér- 
citos del  rei  contra  los  independientes  de  Chile  i  el  nuevo  so- 
. metimiento  de  su  patria  al  yugo  español. 


r 


IV 


A  principios  de  1815  comenzó  don  Melchor  sus  estudios 
superiores  en  Lima.  Incorporóse  al  efecto  en  calidad  de  in- 
terno en  el  famoso  seminario  Santo  Toribio  que  gozaba  de 
una  reputación  inmensa  en  todos  estos  paises^  i  que  para  la 
familia  de  don  Melchor  tenia  el  prestijio  de  haber  sido  allí 
donde  habian  hecho  sus  estudios  muchos  de  sus  antepasados. 
Según  el  sistema  de  esa  época,  comenzó  por  estudiar  teolojía 
i  filosofía,  i  en  seguida  pasó  a  cursar  jurisprudencia  civil  i 
canónica,  para  optar  al  grado  de  doctor  en  ambos  derechos. 
Todos  esos  estudios,  como  se  sabe,  debían  hacerse  en  len- 
gua latina. 

En  aquel  establecimiento  desplegó  don  Melchor  desde  el 
primer  día  las  dotes  de  carácter  i  de  intelij  encía  por  que  se 
distinguió  toda  su  vida.  Fué  un  modelo  de  seriedad  i  de  bue- 
na educación,  e  hizo  rápidos  i  sólidos  progresos  en  todos  sus 
cursos.  Uno  de  sus  profesores,  el  mas  distinguido  de  todos 
ellos,  fué  un  clérigo  peruano  llamado  don  José  Antonio  Fer- 
nandiní,  que  desempeñaba  el  cargo  de  secretario  del  semina- 
rio, i  que  se  distinguía  de  sus  compañeros  de  profesorado 
por  la  mayor  amplitud  de  sus  conocimientos  i  por  su  espíri- 
tu mas  libre  de  preocupaciones   políticas  i  relijiosas.   Este 


264  Estudios  Biográficos 


profesor  manifestó  una  predilección  particular  por  el  estu- 
diante chileno,  le  daba  lecciones  de  materias  que  no  se  ense- 
ñaban en  el  seminario,  ponia  a  su  disposición  algunos  libros 
en  que  el  estudiante  podia  ensanchar  sus  conocimientos,  i  lo 
estimuló  a  aprender  a  traducir  el  francés.  Gracias  a  este  úl- 
timo estudio,  don  Melchor  pudo  entonces  i  mas  tarde  leer 
muchos  libros  que  eran  desconocidos  de  sus  compatriotas  i 
formarse  ideas  i  convicciones  que  no  eran  las  de  los  jóvenes 
que  se  educaban  en  esa  época.  Un  hecho  característico  de  aquel 
sistema  de  educación  es  que  don  Melchor  de  Santiago  Con- 
cha, a  pesar  de  su  gusto  por  la  lectura,  llegó  a  recibirse  de 
bachiller  en  cánones  i  en  leyes  sin  haber  leido  otro  libro  en 
español  que  las  Instituciones  de  derecho  civil  de  Asso  i  Manuel. 

Su  pasión  por  la  lectura  estuvo  a  punto  de  costarle  caro. 
En  la  biblioteca  particular  del  presbítero  Fernandini  existia 
un  ejemplar  del  célebre  libro  de  Hugo  Grocio  que  lleva  por 
tíulo  De  jure  belli  ac  pacis.  Don  Melchor  lo  tomó  inocente- 
mente i  comenzó  su  lectura.  Esta  obra  capital,  que  puede 
considerarse  el  punto  de  partida  del  derecho  de  jentes  mo- 
derno, contiene  algunas  proposiciones  políticas  mas  que  re- 
lijiosas,  que  han  merecido  que  se  la  coloque  en  el  índice  de 
los  libros  prohibidos.  Grocio  condena  allí  categóricamente  la 
guerra  i  la  persecución  contra  los  idólatras  i  los  herejes 
(Lib.  II,  cap.  XX),  lo  que  importa  una  condenación  termi- 
nante de  la  inquisición  i  de  la  conquista  de  la  América  hecha 
en  nombre  de  Dios  i  de  la  relijion.  El  ejemplar  que  [leía  don 
Melchor  era  mucho  mas  peligroso  todavía.  Estaba  acompa- 
ñado de  las  notas  de  uno  de  los  numerosos  comentadores  de 
Grocio;  i  una  de  ellas,  apoyándose  en  el  testo  mismo  de  la 
Biblia  (lib.  de  Samuel,  cap.  VIII),  sostenía  que  los  reyes  ha- 
bían sido  dados  al  pueblo  hebreo  por  un  castigo  de  Dios. 

Se  comprenderá  fácilmente  la  alarma  que  debió  producirse 
entre  los  profesores  del  real  seminario  de  Santo  Toribio  cuan- 
do se  supo  que  uno  de  los  alumnos  mas  estudiosos  del  esta- 
blecimiento estaba  leyendo  un  libro  que  encerraba  proposi- 
ciones de  esa  clase.  Era  rector  del  seminario  a  la  vez  que 
rector  de  la  universidad  de  San  Marcos,  el  doctor  donlgna- 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  265 

cío  Mier,  arcediano  de  la  iglesia  metropolitana  de  Lima,  i 
examinador  sinodal  del  obispado,  eclesiástico  de  gran  repu- 
tación por  su  saber  teolójico,  i  conocido  ademas  por  su  ca- 
rácter adusto  i  severo.  Por  mas  que  profesara  un  sincero  ca- 
riño al  joven  estudiante,  creyó  que  no  podia  eximirse  de 
cumplir  el  doloroso  deber  de  dar  parte  de  aquel  hecho  al 
santo  tribunal  de  la  inquisición,  pero  cuidó  de  hacer  guardar 
la  mas  estricta  reserva. 

En  otra  época,  don  Melchor  habria  sido  castigado  con  las 
penas  severísimas  que  la  inquisición  aplicaba  al  que  leia  li- 
bros prohibidos.  Pero  esto  ocurria  en  1819,  cuando  los  prin- 
cipios de  libertad  minaban  por  todas  partes  el  edificio  colo- 
nial. En  el  segundo  decenio  del  siglo  XIX,  el  terrible  tribu- 
nal habia  perdido  gran  parte  de  su  prestijio;  i  para  conservar 
el  que  le  quedaba,  tenia  necesidad  de  contemporizar  con  el 
mundo.  El  estudiante  chileno  por  otra  parte,  pertenecia  a 
una  familia  mui  relacionada  i  mui  influyente  en  Chile  i  en  el 
Perú,  i  no  era  posible  tratarlo  como  al  común  de  las  jentes. 
Don  Melchor  fué  llamado  secretamente  al  tribunal.  Uno  de 
los  inquisidores  le  afeó  ásperamente  el  delito  que  habia  co- 
metido leyendo  un  libro  que  enseñaba  proposiciones  vitupe- 
rables i  condenadas;  i  después  de  conminarlo  con  las  penas 
que  debian  recaer  sobre  él  en  caso  de  reincidencia,  se  le  hizo 
prometer  que  no  comunicarla  a  nadie  lo  que  acababa  de 
ocurrir. 

En  el  principio  creyó  don  Melchor  que  aquello  acabaría  en 
esto  solo;fpero  no  sucedió  así.  El  siguiente  dia  todos  los  es- 
tudiantes fueron  convocados  a  la  capilla  del  seminario .  Ha- 
bíanse instalado  en  ella  tres  inquisidores  en  torno  de  una 
mesa  en  que  se  hallaba  un  crucifijo,  alumbrado  por  cuatro 
cirios.  La  capilla  habia  sido  oscurecida  cerrando  todas  las 
ventanas,  para  darle  un  aspecto  lúgubre.  Después  de  recitar 
algunas  oraciones,  uno  de  los  inquisidores  pronunció  un  cor- 
to pero  enérjico  discurso  que  produjo  una  profunda  impre- 
sion~en  todos  los  circunstantes.  Dijo  que  uno  de  los  alumnos 
del  seminario  habia  cometido  el  crimen  horrendo  de  leer  un 
libro  condenado  por  la  iglesia,  i  que  para  que  no  cayera  sobre 


266  Estudios  Biográficos 


ese  joven  el  baldón  de  una  perpetua  infamia,  el  santo  tribu- 
nal habia  resuelto  ocultar  su  nombre;  pero  que  todos  sus 
compañeros  estaban  en  el  deber  de  pedir  a  Dios  en  sus  ora- 
ciones la  remisión  de  un  pecado  tan  abominable.  Referia  don 
Melchor  que  aquella  aparatosa  ceremonia  produjo  en  todos 
sus  compañeros  la  mas  profunda  impresión;  i  que  él  mismo 
guardó  sobre  este  asunto  una  obstinada  reserva  hasta  182 1, 
época  en  que  habiendo  entrado  a  Lima  el  ejército  libertador, 
el  tribunal  de  la  inquisición  se  desplomó  como  un  edificio 
ruinoso  i  fué  suprimido  para  siempre. 


Después  de  mas  de  cinco  años  de  permanencia  en  el  semi- 
nario de  Santo  Toribio,  don  Melchor  de  Santiago  Concha 
habia  terminado  sus  estudios  teolójicos  i  i  jurídicos  para 
optar  al  título  de  bachiller  en  ambos  derechos.  Obtuvo  este 
grado  en  la  universidad  de  San  Marcos  de  Lima  el  6  de  se- 
tiembre de  1820.  Inmediatamente  comenzó  a  iniciarse  en  el 
ejercicio  de  la  práctica  forense  al  lado  del  doctor  don  Ma- 
nuel Pérez  de  Tudela  que  era  considerado  entonces  una  de 
las  lumbreras  del  foro  peruano. 

Pero  las  circunstancias  políticas  eran  poco  propicias  para 


I.  El  estudio  estenso  i  detenido  de  la  teolojía  era  entonces  indispensa- 
ble para  obtener  el  título  de  abogado  i  para  entrar  al  ejercicio  de  esta 
profesión.  Así,  el  señor  don  Melchor  de  Santiago  Concha,  en  el  curso  de 
sus  estudios  superiores,  rindió  en  Lima  nueve  exámenes  de  teolojía,  dis- 
tribuidos en  la  forma  siguiente:  7  de  diciembre  de  1817,  de  lugares  teoló- 
jicos i  prolegómenos  de  teolojía:  10  de  marzo  de  18 18,  de  los  atributos  di- 
vinos: 9  de  julio  del  mismo  año,  del  misterio  de  la  Santísima  Trinidad:  2 
de  setiembre,  de  la  creación;  4  de  octubre,  del  pecado  orijinal:  13  de  di- 
ciembre, del  misterio  de  la  Encarnación;  18  de  marzo  de  18 19,  de  la  gracia; 
12  de  mayo  del  mismo  año,  de  los  sacramentos  en  común;  i  3  de  agosto, 
de  todos  los  sacramentos  en  particular.  Todos  estos  exámenes  se  rendían 
en  latin.  En  todos  ellos  fué  4aprobado  por  todos  los  votos»,  dice  el  libro 
del  seminario. 


268  Estudios  Biográficos 


continuar  los  estudios.  En  8  de  setiembre  de  1820  desem- 
barcaba en  Pisco  el  ejército  libertador  que  llevaba  de  Chile 
el  jeneral  San  Martin,  i  comenzaba  para  Lima  i  para  el  Perú 
una  serie  de  a jit aciones  i  de  trastornos  que  por  algún  tiempo 
debian  impedir  el  funcionamiento  regular  de  la  universidad 
i  de  los  tribunales.  Por  otra  parte,  don  Melchor  de  Santiago 
Concha,  que  se  hallaba  entonces  en  la  edad  de  las  mas  ar- 
dientes espansiones  del  patriotismo,  no  podia  permanecer 
tranquilo  ante  el  espectáculo  que  en  esos  momentos  ofrecia 
la  lucha  de  la  independencia  americana.  Los  triunfos  alcan- 
zados en  Chile  por  las  armas  independientes  en  1817  i  1818^ 
causa  de  grandes  sinsabores  en  la  corte  de  los  virreyes  i  en 
el  seno  mismo  de  algunas  de  las  familias  con  que  don  Mel- 
chor estaba  mas  relacionado,  excitaron  su  entusiasmo  juve- 
nil i  lo  llenaron  de  esperanzas  por  la  suerte  que  en  un  por- 
venir no  lejano  estaba  reservada  a  su  patria.  Pero  el  arribo 
de  San  Martin  i  la  proclamación  en  182 1  de  la  independen- 
cia del  Perú  bajo  el  amparo  de  la  bandera  chilena,  lo  pusie- 
ron fuera  de  sí,  i  casi  le  hicieron  olvidar  sus  estudios. 

Sin  embargo,  le  era  forzoso  pensar  en  ellos  para  atender  a 
la  subsistencia  de  su  famiha.  Después  de  la  batalla  de  Cha- 
cabuco,  en  1817,  su  padre  habia  tenido  que  dejar  el  puesto 
de  rejente  de  la  real  audiencia  de  Chile.  El  carácter  tranqui- 
lo i  bondadoso  de  este  majistrado,  la  probidad  que  siempre 
habia  desplegado  en  el  ejercicio  de  sus  funciones,  i  la  firmeza 
con  que  de  ordinario  habia  combatido  las  medidas  represi- 
vas adoptadas  por  los  realistas,  lo  ponian  fuera  del  alcance 
de  las  persecuciones  que  naturalmente  debian  seguirse  al 
triunfo  de  los  patriotas.  Pero  don  José  de  Santiago  Concha, 
privado  de  su  destino,  sin  ocupación  alguna  i  sin  espectati- 
va  de  obtenerla,  creyó  un  deber  de  consecuencia  el  trasladar- 
se a  España  en  1820  i  seguir  la  suerte  de  los  mas  fieles  sos- 
tenedores de  la  causa  del  rei.  Su  esposa  i  sus  hijos  quedaron 
en  Chile  en  una  situación  precaria,  mui  parecida  a  la  orfan- 
dad i  a  la  pobreza.  Don  Melchor,  impuesto  de  este  estado 
de  cosas,  se  apresuró  a  volver  a  Chile  sin  haber  obtenido  el 
título  de  abogado,  i  llegó  a  nuestro  país  a  principios  de  1822. 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha 


269 


Pocos  meses  mas  tarde,  la  corte  de  apelaciones  de  Santiago 
le  reconocía  el  título  de  bachiller  en  cánones  i  leyes  i  lo  ad- 
mitía al  estudio  de  la  práctica  forense. 


1^ 


VI 


Al  pisar  de  nuevo  el  suelo  de  su  patria,  don  Melchor  de 
Santiago  Concha  contaba  solo  veinte  i  tres  años  de  edad.  No 
poseia  siquiera  el  título  de  abogado,  pero  estaba  revestido 
del  prestijio  de  haber  hecho  con  brillo  sus  estudios  en  la 
mas  famosa  universidad  de  toda  esta  parte  de  la  América. 
Habia,  por  otra  parte,  adquirido  en  la  lectura  de  libros  fran- 
ceses, conocimientos  que  entonces  no  se  daban  en  las  univer- 
sidades americanas,  i  que  por  el  contrario  estaban  proscri- 
tos de  ellas.  Esos  estudios  le  habian  permitido  formarse  un 
orden  de  ideas  i  de  principios  de  libertad  i  de  reforma  que 
en  Chile  debian  ser  una  novedad  aun  después  de  asegurada 
nuestra  independencia.  En  1822,  don  Melchor  de  Santiago 
Concha  era  ya  lo  que  fué  siempre,  un  liberal  verdadero,  de 
convicciones  arraigadas  e  indestructibles,  libre  de  las  preo- 
cupaciones de  todo  orden  que  entonces  avasallaban  todavía 
los  espíritus  de  la  inmensa  mayoría  de  sus  compatriotas^ 
aun  de  aquellos  que  por  su  cultura  relativamente  superior, 
estaban  destinados  a  figurar  en  la  dirección  de  los  negocios 
públicos. 

En  esa  época  (1822)  debía  reunirse  en  Santiago  una  con- 
vención constituyente  encargada  de  dar  una  constitución  a 


272  Estudios  Biográficos 


la  República.  Como  no  estuviesen  representados  todos  los  de- 
partamentos, la  misma  asamblea  se  creyó  autorizada  para 
llenar  esos  vacíos.  Por  este  medio,  designó  para  representar 
a  Valdivia  al  célebre  patriota  Camilo  Henríquez  como  dipu- 
tado propietario,  i  a  don  Melchor  de  Santiago  Concha  como 
suplente.  Este  último,  sin  embargo,  no  tomó  parte  alguna 
en  los  trabajos  de  la  convención.  Camilo  Henríquez,  que 
ocupó  en  ella  el  puesto  de  secretario,  i  que  en  realidad  fué 
el  alma  de  esa  asamblea,  no  faltó  jamas  a  sus  sesiones,  i  por 
tanto  no  dio  entrada  a  su  suplente. 

En  julio  del  año  siguiente  de  1823,  obtenía  don  Melchor 
el  título  de  abogado.  Cada  una  de  las  pruebas  a  que  eran 
sometidos  los  aspirantes  a  ese  título,  fué  para  él  motivo  de 
una  honrosa  recomendación.  Los  abogados  que  lo  examina- 
ron, fueron  el  doctor  don  Bernardo  Vera  i  los  licenciados 
don  Agustín  Vial  i  don  Modestó  Antonio  de  Villegas.  «Con- 
sideramos al  examinando,  dijeron  éstos,  no  solo  acreedor  a 
ser  admitido  en  el  foro,  sino  que  formamos  la  mejor  espe- 
ranza en  sus  luces».  La  corte  de  apelaciones,  por  su  parte, 
certificó  que  don  Melchor  había  contestado  en  su  examen 
«con  la  instrucción  correspondiente  a  la  aptitud  de  jurispru- 
dencia práctica  i  demás  puntos».  Pero  apenas  había  entrado 
al  ejercicio  de  la  profesión,  se  vio  distraído  por  el  desempe- 
ño de  diferentes  cargos  públicos.  En  octubre  de  ese  mismo 
año  fué  nombrado  por  el  cabildo  de  Santiago,  asesor  de  los 
alcaldes  que,  como  se  sabe,  tenían  entonces  a  su  cargo  la  ad- 
ministración de  justicia  en  primera  instancia.  Poco  mas 
tarde,  cuando  la  constitución  de  1823  creó  los  juzgados  de 
letras  que  debían  desempeñar  abogados  titulados,  don  Mel- 
chor de  Santiago  Concha,  a  propuesta  de  la  corte  suprema 
de  justicia,  fué  nombrado,  con  fecha  de  24  de  abril  de  1824, 
juez  de  letras  del  departamento  de  Coquimbo,  que  según  la 
división  administrativa  de  esa  época,  comprendía  todo  el 
estenso  territorio  que  hoí  forman  las  dos  provincias  de  Co- 
quimbo i  de  Atacama. 

Don  Melchor  de  Santiago  Concha  tomó  posesión  del  juzgado 
el  26  de  mayo,  pero  no  lo  desempeñó  sino  un  mes  escaso.  Se- 


Doíí  Melchor  de  Santiago  Concha  273 

gun  su  renuncia,  temia  que  el  clima  de  lá  Serena  comprome- 
tiese su  salud;  pero  en  realidad  habian  mediados  motivos  de 
otro  orden.  En  un  proceso  criminal  habia  recibido  bajo  la 
mayor  reserva  ciertas  confidencias  secretas  que  lo  ponian  en 
la  alternativa  o  de  faltar  a  sus  compromisos  de  caballero  o 
a  sus  deberes  de  juez.  En  esa  situación  halló  mas  espedito 
dejar  el  puesto.  El  ministro  de  gobierno,  don  Diego  José  Be- 
navente,  al  aceptar  la  renuncia  de  don  Melchor  con  fecha  7 
de  julio,  emplea  palabras  i  conceptos  que  revelan  el  aprecio 
que  ya  se  hacia  de  su  persona  i  de  su  carácter.  «Satisfecho, 
decia,  de  la  rectitud,  integridad  i  celo  público  que  caracte- 
rizan la  persona  de  Ud.,  el  supremo  director  siente  profun- 
damente privar  a  la  patria  de  sus  luces  i  desprenderse  de  un 
buen  funcionario  que  ha  sabido  desempeñar  sus  deberes  tan 
a  satisfacción  del  gobierno  que  la  misma  confianza  que  le 
manifiesta  es  el  testimonio  mas  honroso  de  su  conducta». 


TOMO  XII— 18 


VII 


I 


Durante  su  corta  residencia  en  la  Serena,  contrajo  don 
Melchor  una  amistad  que  debia  tener  grande  influencia  en 
su  carrera  posterior.  Era  entonces  gobernador-intendente  del 
departamento  de  Coquimbo  el  jeneral  don  Francisco  Anto- 
nio Pinto.  Hombre  culto  i  afable,  ilustrado  por  una  lectura 
abundante  i  variada  i  por  sus  viajes  en  Europa  i  en  América, 
profesaba  también  los  principios  progresistas  liberales,  i  es- 
taba convencido  de  que  la  revolución  de  la  independencia 
no  seria  mas  que  un  simple  cambio  de  gobierno  pero  no  de 
sistema  político  i  social,  si  se  dejaban  en  pié  las  antiguas 
instituciones  i  mas  que  todo  las  preocupaciones  coloniales. 
Aunque  catorce  años  mayor  que  don  Melchor,  el  jeneral  Pin- 
to dispensó  a  éste  su  amistad  i  su  confianza,  i  contribuyó 
sin  duda  alguna  a  fortificarlo  en  sus  convicciones  políticas  i 
reformistas. 

Casi  al  mismo  tiempo  regresaron  ambos  a  Santiago.  Don 
Melchor  volvía  a  mediados  de  julio  a  abrir  su  estudio  de 
abogado,  i  el  jeneral  Pinto  se  había  venido  poco  antes  a  ha- 
cerse cargo  del  ministerio  de  gobierno  a  que  lo  llamaba  el 
supremo  director  don  Ramón  Freiré.  Suspendida  entonces  la 
constitución  de  1823,  el  gobierno  pudo  introducir  numerosas 


276  Estudios  Biográficos 


reformas  en  la  administración  pública,  una  de  las  cuales  fué 
el  restablecimiento  de  un  juzgado  especial  de  comercio,  co- 
nocido desde  los  tiempos  de  la  colonia  con  el  nombre  de 
tribunal  del  consulado.  Compuesto  de  comerciantes,  debia 
sin  embargo  tener  un  asesor  letrado  encargado  de  ilustrarlo 
con  su  informe  en  los  casos  de  derecho.  Por  decreto  de  17  de 
agosto  de  1824,  que  lleva  la  firma  del  director  Freiré  i  de  su 
ministro  Pinto,  don  Melchor  fué  nombrado  asesor  letrado  i 
secretario  del  consulado  de  Santiago,  funciones  que  desem- 
peñó durante  algunos  años,  sin  que  le  impidiesen  ejercer  la 
abogacía  ante  los  otros  tribunales  de  la  república. 

Hasta  entonces,  don  Melchor  Santiago  Concha  no  habia 
desempeñado  papel  alguno  en  la  política.  Durante  las  ajita- 
ciones  del  año  1825,  fué  simple  espectador,  o  si  manifestó 
sus  simpatías  por  el  gobierno  existente  contra  las  tentativas 
de  los  o'higginistas  fué  solo  en  su  carácter  de  simple  ciuda- 
dano. Pero  en  mayo  del  año  siguiente  se  hicieron  en  todo  el 
país  las  elecciones  para  un  nuevo  congreso  que  debia  reu- 
nirse dos  meses  después.  En  ellas  cupo  a  don  Melchor  el  pues- 
to de  diputado  suplente  por  las  delegaciones  de  Combarbalá 
i  de  Illapel.  Se  sabe  que  son  mui  escasas  i  deficientes  las 
noticias  que  se  tienen  sobre  los  debates  de  aquellos  antiguos 
congresos.  Los  periódicos  del  tiempo  sohan  publicar  reseñas 
mui  sumarias  de  las  sesiones  que  celebraban  esas  asambleas, 
pero  esas  cortas  indicaciones,  no  bastan  en  manera  alguna 
para  darnos  una  noción  de  sus  trabajos  ni  para  apreciar  las 
ideas  i  los  propósitos  de  sus  hombres  mas  prominentes.  Ig- 
noramos por  esta  causa  en  cuáles  de  aquellas  discusiones 
tomó  parte  don  Melchor  de  Santiago  Concha,  pero  sabemos 
que  combatió  entonces  con  grande  enerjía  i  con  buen  resul- 
tado los  enrolamientos  forzosos  con  que  se  llenaban  las  bajas 
en  el  ejército,  i  que  ademas  en  ese  congreso  de  1826  le  tocó 
desempeñar  un  noble  papel.  Habia  estallado  en  Chiloé  una 
insurrección  preparada  i  ejecutada  en  nombre  del  jeneral 
O'Higgins.  El  presidente  interino  don  Manuel  Blanco  Enca- 
lada, en  el  primer  momento  de  exaltación  que  tales  sucesos 
debieron  producir  en  su  ánimo,  ocurrió  al  congreso  a  princi- 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  277 

pios  de  agosto  de  ese  año  para  pedirle  amplias  facultades,  i 
la  adopción  de  ciertas  medidas  que  importaban  la  proscrip- 
ción de  O'Higginis  del  suelo  de  la  patria  a  que  habia  consa- 
grado tanta  abnegación  i  tantos  sacrificios.  Este  asunto  di6 
lugar  a  largos  debates  i  a  complicados  incidentes,  después 
de  los  cuales  fué  rechazada  la  proposición  del  ejecutivo.  Don 
Melchor  de  Santiago  Concha,  aunque  alistado  en  las  filas  de 
los  adversarios  de  O'Higgins,  sostuvo  entonces  con  toda  en- 
tereza que  los  inmensos  servicios  prestados  por  éste  a  la 
causa  de  la  independencia,  debian  declararlo  inviolable;  i  que 
ningún  diputado  podia  sin  deshonra  votar  la  proscripción  de 
tan  ilustre  i  meritorio  ciudadano.  Cuando  en  años  posterio- 
res censuraba  a  O'Higgins  por  no  haber  planteado  en  Chile 
bajo  su  gobierno  tales  o  cuales  reformas  proclamadas  por 
la  escuela  liberal,  don  Melchor  se  sentia  sin  embargo  satisfe- 
cho de  haber  contribuido  con  su  palabra  i  con  su  voto  a  im- 
pedir que  se  sancionase  una  medida  que  a  su  juicio  habria 
sido  un  baldón  para  el  congreso  que  lá  hubiera  votado. 


VIII 


La  actituddecididae  independiente  de  don  Melchor  de  San- 
tiago Concha  en  el  congreso  del  año  de  1826,  estableció  su  cré- 
dito i  su  personalidad  política.  Desde  esa  época  se  le  ve  figu- 
rar, a  pesar  de  sus  cortos  años,  entre  los  hombres  mas  carac- 
terizados del  pais  i  ocupar  altos  puestos  públicos.  Las 
dificultades  entre  el  ejecutivo  i  el  congreso  de  que  hemos 
hablado,  habian  decidido  la  renuncia  del  jeneral  Blanco  en 
setiembre  de  ese  año.  Con  el  título  de  vice-presidente  de  la 
república  fué  elevado  al  gobierno  el  ciudadano  don  Agustín 
de  Eizaguirre,  cuya  administración  fué  también  turbada 
con  motines  i  embarazos  de  varias  clases,  que  eran  el  resul- 
tado natural  de  la  inesperiencia  del  pais  en  la  práctica  del 
gobierno  libre.  El  nuevo  mandatario  ofreció  a  don  Melchor 
el  cargo  de  ministro  de  hacienda  (17  de  enero  de  1827);  pero 
aunque  este  puesto  debía  excitar  la  ambición  natural  de  un 
joven  de  veintiocho  años,  no  le  fué  posible  aceptarlo.  «Su 
excelencia  el  vice-presidente  de  la  república,  decía  el  minis- 
tro don  Manuel  J .  Gandarillas  al  comunicar  a  don  Melchor 
en  19  de  eneróla  aceptación  déla  renuncia,  siente  profun- 
damente que  sus  circunstancias  particulares  no  le  permitan 


280  Estudios  Biográficos 


desempeñar  este  destino  a  que  habia  sido  llamado   por  sus 
luces,  por  su  probidad  i  por  su  patriotismo». 

Desempeñaba  a  la  sazón  don  Melchor  de  Santiago  Concha, 
ademas  del  puesto  de  asesor  del  consulado,  el  cargo  munici- 
pal de  procurador  de  ciudad.  A  fines  de  mayo  i  a  principios 
de  junio  de  1827  ocurrieron  en  casi  todo  Chile  lluvias  to- 
rrenciales de  varios  dias  que  produjeron  creces  estraordina- 
rias  en  los  rios,  i  daños  de  la  mayor  consideración  en  los 
campos  i  en  las  ciudades.  En  Santiago,  el  Mapocho  tomó 
proporciones  de  que  no  habia  recuerdo  ni  tradición,  salió  de 
su  cauce  e  inundó  los  barrios  del  norte  dejando  sin  hogar  a 
millares  de  familias,  en  su  mayor  parte  de  la  clase  mas  po- 
bre de  la  sociedad.  La  avenida,  ademas,  habia  destruido 
varios  molinos,  i  tanto  en  Santiago  como  en  los  campos  ve- 
cinos, habia  ocasionado  la  pérdida  de  algunos  graneros  i 
depósitos  de  víveres.  En  esta  situacion,i  ante  la  espectativa 
de  una  hambre  pública,  algunas  personas  caritativas,  i  el 
cabildo  mismo,  desplegaron  gran  celo  para  dar  albergue,  ali- 
mento i  ropa  a  tantos  infelices.  Don  Melchor  de  Santiago 
Concha  mostró  en  esas  circunstancias  una  actividad  incan- 
sable. Recojió  entre  los  vecinos  erogaciones  en  dinero  i  en 
especies,  excitó  la  caridad  pública,  se  proporcionó  los  recur- 
sos mas  indispensables  para  socorrer  a  tantos  desgraciados, 
i  consiguió  asilar  al  mayor  número  de  ellos  en  los  conventos 
o  en  propiedades  particulares. 

En  esas  circunstancias,  un  anciano  venerable  que  vivia 
alejado  de  la  cosa  pública,  pero  que  volvia  gustoso  a  ella 
cada  vez  que  habia  que  proponer  alguna  medida  de  utilidad 
jeneral,  don  Manuel  Salas,  propuso  al  gobierno  la  adopción 
de  algunas  medidas  trascendentales  para  la  reconstrucción 
de  los  barrios  inundados.  El  jeneral  Pinto,  que  en  esos  mo- 
mentos gobernaba  la  república  en  el  carácter  de  vice-presi- 
dente,  nombró  por  decreto  de  12  de  junio  una  comisión  de 
vecinos  ilustrados  para  estudiar  el  proyecto  de  Salas;  i  en 
ella  dio  un  puesto  al  procurador  de  ciudad,  cuyos  servicios 
en  aquella  ocasión  quedaban  espresamente  reconocidos.  Des- 
graciadamente, la  situación  económica  del  pais,  la  escasez  de 


Don  Melchor  de  Santiago  Concga  281 

las  rentas  nacionales,  i  la  pobreza  jeneral  por  la  suerte  pre- 
caria de  casi  todas  las  industrias  de  Chile  en  esa  época,  ha- 
cían infructuoso  cualquier  esfuerzo  con  que  se  pretendiese 
acometer  obras  de  esa  naturaleza. 


IX 


El  congreso  de  1826,  en  que  habia  hecho  su  estreno  parla- 
mentario don  Melchor  de  Santiago  Concha,  se  disolvia  en 
junio  del  año  siguiente  sin  haber  dado  al  pais  la  constitución 
que  se  le  habia  pedido,  i  sin  haber  resuelto  ninguna  de  las 
cuestiones  mas  vitales  de  organización  política  i  administra- 
tiva. Las  porfiadas  contiendas  entre  federales  i  unitarios 
ocuparon  la  mayor  parte  de  su  tiempo;  i  al  fin,  ese  congreso, 
desprestijiado  ante  la  opinión,  fué  disuelto  al  mismo  tiempo 
que  el  vice-presidente  de  la  república  convocaba  otro  que 
debia  reunirse  el  12  de  febrero  del  año  siguiente. 

Este  es  el  famoso  congreso  constituyente  de  1828,  en  que 
cupo  a  don  Melchor  de  Santiago  Concha  el  honor  de  desem- 
peñar un  papel  mui  distinguido.  Gozaba  entonces  de  tan  gran 
prestijio  entre  los  liberales,  que  en  las  elecciones  verificadas 
en  los  dias  12  i  13  de  enero  de  ese  año,  resultó  designado  re- 
presentante de  dos  distintos  departamentos,  de  Santiago  i 
de  Santa  Rosa  de  los  Andes.  Don  Melchor  optó  por  este  úl- 
timo; i  se  presentó  al  congreso  lleno  de  ardorosas  ilusiones 
sobre  el  resultado  de  la  obra  que  se  iba  a  emprender,  i  re- 
suelto a  poner  de  su  parte  todo  el  empeño  imajinable  para 
dotar  a  su  pais  de  una  constitución  verdaderamente  liberal. 


284  Estudios  Biográficos 


Abrió  sus  sesiones  el  congreso  constituyente  el  25  de  febre- 
ro. Uno  de  sus  primeros  acuerdos  fué  la  designación  de  una 
comisión  que  se  encargase  de  preparar  el  proyecto  de  cons- 
titución que  debia  servir  de  base  a  los  debates  de  la  asam- 
blea. La  elección  de  los  congresales  recayó  en  don  Francisco 
Ramón  Vicuña,  don  Francisco  Ruiz  Tagle,  don  José  Maria 
Novoa,  don  Melchor  de  Santiago  Concha  i  don  Francisco 
Fernández.  Comenzaron  éstos  sus  trabajos  designando  para 
su  presidente  al  primero  de  los  nombrados,  en  cuya  casa  se 
reunian,  i  para  secretario  al  último  de  ellos. 

Habia  en  el  seno  de  aquella  comisión  la  mas  notable  diver- 
jencias  de  opiniones,  sobre  todo  éntrelas  ideas  esencialmente 
conservadoras  de  Ruiz  Tagle  i  los  principios  liberales  i  de- 
mocráticos de  Concha  i  de  Fernández.  Queriendo  regularizar 
el  debate,  i  que  hubiese  una  base  sobre  la  cual  pudiese  re- 
caer la  discucion,  se  acordó  que  cada  uno  de  los  cinco  comi- 
sionados presentara  en  esqueleto  un  plan  del  código  consti- 
tucional. Con  pequeñas  modificaciones,  mereció  la  aprobación 
el  proyecto  elaborado  por  don  Melchor.  Confiósele  entonces 
el  encargo  de  darle  la  forma  dispositiva,  de  relacionar  sus  di- 
versas partes  i  de  introducir  en  los  detalles  las  ideas  domi- 
nantes en  el  seno  de  la  comisión.  Don  Melchor  ej«ecutó  este 
trabajo  con  toda  actividad,  i  con  todo  el  esmero  que  le  fué 
dado  poner;  pero  la  redacción  definitiva  que  dio  a  su  pro- 
yecto, si  bien  arreglada  i  bien  dispuesta  en  su  estructura  i 
en  su  fondo,  se  resentia  de  graves  defectos  en  su  forma  lite- 
raria. A  consecuencia  de  la  dirección  dada  a  sus  estudios,  de 
la  lectura  constante  de  libros  escritos  en  otros  idiomas,  sobre 
todo  en  francés,  i  a  la  ninguna  práctica  de  leer  libros  españo- 
les, don  Melchor  escribia  con  poca  soltura  nuestra  lengua, 
incurría  en  frecuentes  incorrecciones  i  daba  a  su  pensamiento 
una  redacción  defectuosa,  i  a  veces  oscura.  La  comisión  de 
que  hablamos,  encontrando  quizá  estos  inconvenientes  en  el 
proyecto  de  constitución  presentado  por  don  Melchor,  i  que- 
riendo seguramente  que  ese  código  fuese  revestido  de  una 
excelente  forma  literaria  i  de  lamas  esmerada  claridad,  acor- 
dó que  su  secretario  don  Francisco  Fernández  lo  sometiese, 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  285 

antes  de  darlo  a  la  prensa,  a  una  nueva  revisión  con  el  lite- 
rato mas  notable  que  habia  entonces  en  Chile. 

Era  éste  don  José  Joaquín  de  Mora,  escritor  español  de 
conocimientos  latos  i  variados,  i  de  una  admirable  facilidad 
de  estilo.  Estrechamente  unido  al  gobierno  liberal  de  esa 
época,  a  quien  servia  de  consejero  en  muchas  ocasiones, 
Mora  tomaba  grande  interés  por  los  trabajos  administrati- 
vos, i  con  frecuencia  se  encargó  de  la  redacción  de  algunas 
leyes  i  de  importantes  documentos  públicos.  Mediante  un 
trabajo  de  pocos  dias,  dio  al  proyecto  de  constitución  una 
forma  mucho  mas  literaria,  una  redacción  mucho  mas  co- 
rrecta, i  aquella  precisa  i  sólida  claridad  que  debe  ser  la 
primera  condición  de  un  código  de  esa  clase.  Don  Melchor, 
que  nos  referia  estos  incidentes,  contaba  que  en  esta  revisión 
se  introdujeron  en  el  proyecto  dos  artículos  de  los  cuales  no 
tuvo  conocimiento  sino  después  que  estuvo  impreso,  i  que 
contenian  disposiciones  contrarias  a  sus  principios  políticos. 
A  pesar  de  esto,  el  proyecto  fué  presentado  al  congreso  el  30 
de  mayo  de  1828  con  una  discreta  esposicion  que  le  sirve  de 
proemio  i  de  defensa  de  sus  disposiciones.  Dos  meses  des- 
pués, el  8  de  agosto,  sancionado  por  el  congreso,  era  jurado 
como  lei  fundamental  de  la  República. 

No  tenemos  para  qué  hacer  aquí  el  análisis  de  aquella 
constitución  ni  para  qué  repetir  los  juicios  que  acerca  de  ella 
se  han  dado  en  otras  ocasiones.  Puede  creérsela  poco  adap- 
table al  estado  político  i  social  de  nuestro  pais  en  aquella 
época;  pero  no  puede  desconocerse  que  era  inspirada  por 
sentimientos  perfectamente  liberales,  que  era  la  espresion 
clara  i  precisa  de  esos  principios,  i  que  por  su  disposición  je- 
neral  i  hasta  por  su  notable  redacción  no  se  prestaba  a  am- 
bigüedades ni  a  torcidas  interpretaciones.  Reconociendo  la 
organización  central  i  unitaria  en  el  gobierno,  aquel  código 
conciliaba  sin  embargo  ese  sistema  con  las  exij  encías  de  los 
que  pedían  la  federación,  dejando  a  las  asambleas  provin- 
ciales una  lata  libertad  de  acción.  Obedeciendo  a  los  princi- 
pios liberales,  fijaba  límites  estrictos  a  la  autoridad  del  eje- 
cutivo i  sancionaba  todas  las  bases  fundamentales  del  siste- 


286  Estudios  Biográficos 


ma  democrático.  Ante  la  de  1828,  las  otras  constituciones 
que  hasta  entonces  habia  tenido  Chile  eran  leyes  restrictivas 
i  anti-liberales  por  su  fondo,  i  mas  o  menos  desordenadas  e 
incorrectas  en  su  forma. 

El  congreso  constituyente  continuó  funcionando  hasta 
fines  de  enero  de  1829.  En  este  tiempo  sancionó  dos  leyes 
importantes,  la  de  elecciones  i  la  de  imprenta,  concebidas 
ambas  en  un  espíritu  igualmente  liberal  i  democrático.  Don 
Melchor  de  Santiago  Concha  fué  también  el  principal  autor 
de  la  primera  de  ellas;  pero  su  proyecto  pasó  por  la  revisión 
de  don  José  Joaquin  de  Mora,  i  de  otras  personas  hasta  re- 
cibir la  forma  en  que  fué  sancionado.  Desgraciadamente,  to- 
das aquellas  reformas  iban  a  quedar  sin  aplicación.  Los  le- 
jisladores  se  habian  adelantado  a  la  situación  política  del 
pais  creando  instituciones  que  no  podían  plantearse  en  me- 
dio de  la  lucha  de  las  pasiones  i  de  los  intereses  que  estaban 
en  excitación.  Así,  pues,  las  alarmas  de  revuelta  i  los  moti- 
nes militares  no  habian  cesado  de  inquietar  al  gobierno  du- 
rante los  trabajos  del  congreso  constituyente;  i  lejos  de  cal- 
marse después  de  la  promulgación  del  nuevo  código,  se  hizo 
inmediatamente  mucho  mas  grave  i  mucho  mas  difícil  aquel 
estado  de  cosas. 


X 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha,  que  habia  abrazado  la 
causa  liberal  con  todo  el  ardoroso  entusiasmo  de  la  juven- 
tud, i  que  la  servia  con  la  mas  jenerosa  abnegación,  descui- 
daba casi  por  completo  sus  negocios  particulares  i  su  estudio 
de  abogado.  En  esos  momentos,  no  se  preocupaba  de  otra 
cosa  que  de  los  asuntos  políticos.  Su  incansable  laboriosidad, 
la  intelijencia  que  habia  desplegado  en  aquellas  luchas,  la 
moderada  entereza  con  que  en  toda  ocasión  defendia  sus 
ideas,  le  habían  granjeado  un  gran  prestí jio,  i  a  pesar  de  su 
juventud,  lo  habían  colocado  en  primera  fila  entre  los  mas 
distinguidos  sostenedores  de  la  causa  liberal.  Lo  hemos  vis- 
to, en  efecto,  desempeñar  un  papel  muí  importante  en  la 
formación  de  la  constitución  de  1828  i  de  las  leyes  orgánicas 
que  la  completaban;  pero  en  esa  misma  época  ocupaba  tam- 
bién otros  cargos  que  nos  bastará  enumerar  para  dar  a  co- 
nocer la  consideración  que  entonces  merecía  de  sus  correli- 
jionaríos  políticos. 

Antes  que  estuviera  vijente  la  nueva  leí  sobre  la  prensa, 
don  Melchor  desempeñaba,  según  el  anterior  réjimen  legal, 
el  cargo  de  protector  de  la  libertad  de  imprenta.  Era  al  mis- 
mo tiempo  rejidor  del  cabildo  de  Santiago,  de  que  habia  sido 


288  Estudios  Biográficos 


procurador  un  año  antes.  En  i8  de  diciembre  de  1828  fué 
nombrado  miembro  de  la  junta  de  educación,  i  en  25  de  fe- 
brero de  1829,  se  le  llamó  a  desempeñar  interinamente  el 
alto  cargo  de  fiscal  de  la  corte  suprema  de  justicia.  El  con- 
greso constituyente,  al  disolverse,  elijió  la  comisión  perma- 
nente que  debia  funcionar  hasta  la  reunión  del  congreso  le- 
jislativo;  i  en  ella  dio  a  don  Melchor  el  segundo  lugar.  En 
nuestro  pais,  como  se  sabe,  no  han  sido  numerosos  los  casos 
en  que  un  hombre  público  haya  alcanzado  honores  análogos 
al  cumplir  los  treinta  años  de  edad. 

El  congreso  lejislativo  se  reunió  en  Valparaíso  el  4  de  se- 
tiembre de  1829.  Don  Melchor  de  Santiago  Concha,  que  habia 
sido  elejido  diputado  por  la  capital,  fué  designado  por  sus 
colegas  para  ocupar  la  presidencia  de  esta  cámara.  Pero,  no 
fué  ésta  la  única  prueba  de  confianza  que  en  esas  circuns- 
tancias recibió  del  congreso.  Según  la  nueva  constitución,  el 
nombramiento  de  miembros  propietarios  de  la  suprema  corte 
de  justicia,  correspondía  a  las  dos  cámaras  lejislativas,  reu- 
nidas al  efecto  en  una  asamblea  jeneral.  Tuvo  lugar  esa  reu- 
nión el  16  de  setiembre;  i  en  ella  don  Melchor  fué  confirmado 
en  el  puesto  de  fiscal  de  la  corte  suprema.  La  revolución  que 
antes  de  muchos  meses  derrocó  ese  gobierno  i  trastornó  todo 
aquel  sistema,  vino  a  dejar  sin  efecto  este  nombramiento. 


XI 


No  tenemos  para  qué  contar  aquí  las  peripecias  de  aquella 
revolución  trascendental.  Don  Melchor  de  Santiago  Concha 
asistió  a  aquellas  ardorosas  luchas  en  las  filas  liberales,  i  des- 
plegó la  entereza  mas  incontrastable  en  la  defensa  de  sus 
principios  junto  con  una  moderación  caballeresca  respecto  de 
las  personas  de  sus  adversarios.  Su  patriotismo  leal  i  desin- 
teresado, le  hizo  concebir  la  ilusión  de  llegar  a  un  avenimien- 
to con  el  jefe  de  la  insurrección.  Pensaba  que  aunque  ese 
avenimiento  trasfiriese  el  poder  a  manos  de  los  revoluciona- 
rios, evitaria  la  efusión  de  sangre  i  dejaría  en  pié  el  réjimen 
planteado  por  la  constitución  de  1828.  Entró  en  negociacio- 
nes con  algunos  de  los  miembros  mas  influyentes  del  bando 
contrario;  pero  las  pasiones  estaban  mui  encendidas  para 
que  no  fracasaran  aquellas  tentativas  de  avenimiento. 

Asegurado  el  triunfo  definitivo  de  la  revolución  en  abril  de 
1830,  don  Melchor  quiso  volver  a  la  vida  privada.  Sus  ami- 
gos, sin  embargo,  se  ajitaban  todavía  tratando  de  mantener 
la  resistencia  por  la  prensa  i  por  las  elecciones,  i  aun  algunos 
de  ellos  por  medio  de  desacordadas   tentativas  de  contra- 

TOMO  XII. — 19 


290  Estudios  Biográficos 


revolución.  Sus  compromisos  i  sus  convicciones  arrastraron 
a  don  Melchor  a  tomar  parte  en  esta  nueva  lucha,  pero  sin 
salir  de  las  vias  legales,  en  la  redacción  de  varios  periódicos 
de  esa  época. 

Aun  en  esas  circunstancias,  con  fecha  de  24  de  noviembre 
de  1830,  la  corte  de  apelaciones  lo  nombraba  vocal  suplente; 
i  por  mas  que  contrariara  a  don  Melchor  el  desempeñar  estas 
funciones,  no  pudo  desentenderse  de  ellas  durante  dos  años, 
porque  no  se  queria  admitirle  la  renuncia.  En  esa  misma 
época,  el  gobierno  habia  convocado  a  los  pueblos  a  un  con- 
greso que  debia  reunirse  el  I. o  de  junio  de  1831.  Formas 
que  las  elecciones  se  hicieron  bajo  la  presión  de  la  victoria 
de  los  conservadores,  algunos  liberales  prestijiosos  fueron 
aclamados  en  varios  pueblos  de  la  República,  i  unos  cuantos 
de  ellos  alcanzaron  el  triunfo  en  los  comicios.  Uno  de  éstos 
fué^don  Melchor  de  Santiago  Concha,  a  quien  cupo  el  honor 
de' la  diputación  por  el  departamento  de  Elqui.  Sin  embargo» 
no  pudo  tomar  mas  que  una  parte  limitada  en  las  delibera" 
ciones  de  esa  asamblea. 

En  el  congreso  de  183 1  se  discutieron  con  mucho  calor  al- 
gunos de  los  actos  del  nuevo  gobierno,  i  sobre  todo  el  haber 
dado  de  baja  a  los  militares  que  no  hablan  querido  recono- 
cerlo legalmente;  pero  la  mas  importante  de  sus  resoluciones 
fué  la  declaración  de  la  necesidad  de  reforma  inmediata  de 
la  constitución  de  1828,  i  la  organización  del  congreso  cons- 
tituyente que  debia  llevar  a  cabo  esta  reforma.  La  revisión 
de  aquel  código  bajo  la  influencia  de  la  reacción  conservado- 
ra, debia  naturalmente  hacerse  en  un  sentido  mucho  menos 
liberal  que  el  que  habia  inspirado  a  los  constituyentes  de 
1828.  Los  hombres  de  convicciones  i  de  principios  sincera- 
mente liberales  que  figuraron  en  aquella  asamblea,  fueron 
desde  el  primer  momento  adversarios  francos  i  resueltos  de 
la  reforma.  Se  comprende  fácilmente  que  el  congreso  de  183 1 
al  elejir  a  los  individuos  que  debian  componer  la  nueva  cons- 
tituyente, no  diera  lugar  en  ella  a  don  Melchor  de  Santia- 
go Concha  ni  a  ninguno  de  los  hombres  que  por  la  fijeza  de 
sus  principios  liberales  i  por  la  entereza  de  su  carácter,  pu- 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  291 

dieran  embarazar  la  reforma  constitucional.  Así,  pues,  la 
clausura  del  congreso  lejislativo  de  1831  puso  término  por 
largos  años  a  su  carrera  política. 


XII 


Hemos  dicho  que  faltan  los  documentos  para  estudiar  la 
historia  de  aquellas  antiguas  asambleas,  i  para  apreciar  el 
papel  que  en  ellas  desempeñaron  tales  o  cuales  hombres.  Si 
no  podemos  conocer  la  participación  que  don  Melchor  de 
Santiago  Concha  tuvo  en  todas  las  reformas  que  entonces  se 
Uevaron  a  cabo,  sabemos  sí  que  en  la  asamblea  constituyente 
de  1828  i  en  los  congresos  lejislativos  fué  uno  de  los  campeo- 
nes mas  resueltos  de  los  principios  liberales.  En  su  defensa 
mostró  la  convicción  mas  profunda  i  honrada  unida  a  la  mas 
perfecta  moderación  en  la  forma.  A  su  iniciativa  se  debieron 
muchas  de  las  garantías  liberales  consignadas  en  la  constitu- 
ción de  1828  i  en  diversas  leyes  de  esa  época;  pero  en  los  de- 
bates sostuvo  ademas  otros  principios  que  debían  abrirse 
camino  mas  tarde  o  mas  temprano.  Contábanse  entre  éstos 
la  supresión  de  la  pena  de  muerte  por  delitos  políticos,  la 
abolición  de  la  pena  de  azotes  1,  la  abolición  de  la  prisión 
por  deudas,  i  el  establecimiento  de  la  tolerancia  relijiosa. 


I .  La  primera  tentativa  que  en  Chile  se  hizo  para  abolir  la  pena  de  azo- 
tes fué  una  moción  presentada  por  Camilo  Henríquez  en  9  de  agosto  de 
1822  a  la  convención  constituyente  de  ese  año.  Esa  pena   fué  suprimida 


294  Estudios  Biográficos 


Refería  don  Melchor  que  en  el  seno  de  la  comisión  encar- 
gada de  preparar  el  proyecto  de  constitución  de  1828,  él  se 
avanzó  a  proponer  el  reconocimiento  esplícito  i  terminante 
de  este  último  principio.  Esta  indicación,  sin  embargo,  aun- 
que contó  con  el  apoyo  de  don  Francisco  Fernández,  fué  ar- 
dorosamente combatida  por  don  Francisco  Ruiz  Tagle  i  por 
don  Francisco  Ramón  Vicuña.  Convencido  al  fin  de  que  ese 
principio  no  seria  aprobado  jamas,  don  Melchor  se  contentó 
con  dejar  sancionado  el  artículo  4.°  en  la  forma  siguiente: 
«Nadie  será  perseguido  ni  molestado  por  sus  opiniones  pri- 
vadas». Pero,  en  el  informe  con  que  fué  pasado  a  la  asam- 
blea el  proyecto  de  constitución,  cuidó  ademas  de  dejar  con- 
signada la  interpretación  que  debia  darse  a  ese  artículo. 
«Los  pueblos  chilenos,  decia,  quieren  la  relijion  de  sus  pa- 
dres que  es  la  católica,  apostólica,  romana,  i  no  quieren  otra; 
pero  no  propenden  a  una  intolerancia  feroz,  como  la  que  se- 
ñaló los  dias  del  yugo  colonial.  El  proyecto  de  constitución 
ofrece  suficiente  garantía  a  los  estranjeros  de  otras  creencias, 
prohibiendo  toda  especie  de  persecución  por  opiniones  pri- 
vadas». 


por  un  senado  consulto  de  junio  del  año  siguiente,  pero  fué  restablecida 
mas  tarde.  Don  Melchor  la  combatió  en  toda  ocasión  con  una  tenacidad 
incontrastable. 


XIII 


La  caida  del  partido  liberal,  su  separación  absoluta  de  la 
dirección  de  los  negocios  públicos,  alejaron  por  cerca  de 
treinta  años  a  don  Melchor  de  los  puestos  en  que  podia  ha- 
cer o  ir  su  voz  i  ejercitarla  lejítima  influencia  de  su  prestijio. 
Durante  quince  años,  vivió  consagrado  casi  esclusivamente 
al  ejercicio  de  la  abogacía,  conquistándose  a  la  vez  que  la 
reputación  de  la  mas  sólida  e  inalterable  probidad,  una  de 
las  posiciones  mas  ventajosas  del  foro  chileno.  En  1842,  al 
crearse  la  universidad  de  Chile,  el  gobierno  le  dio  uno  de  los 
puestos  en  la  facultad  de  leyes  i  ciencias  políticas,  al  lado 
de  los  jurisconsultos  mas  distinguidos  que  entonces  tenia  el 
pais. 

Si  el  ejercicio  de  la  abogacía  daba  en  esos  años  este  pres- 
tijio, producía  en  cambio  utilidades  pecuniarias  que  no  guar- 
daban relación  con  el  trabajo  i  con  las  fatigas  que  imponía. 
En  1846,  don  Melchor,  en  posesión  de  una  modesta  fortuna, 
cerró  su  estudio  i  se  hizo  agricultor  en  una  hermosa  hacien- 
da del  departamento  de  Melipilla.  Catorce  años  de  tarea 
continua  e  intehjente  le  permitieron  labrarse  una  posición 
regularmente  holgada,  i  buscar  en  el  seno  de  la  familia   el 


296  Estudios  Biográficos 


descanso  que  reclamaba   su  edad,  i  a   que  era  justamente 
merecedor. 

Durante  este  período  de  cerca  de  treinta  año?,  desde  1831 
hasta  1859,  en  que  estuvo  alejado  de  toda  intervención  di- 
recta en  la  política,  don  Melchor  no  dejó  de  seguir  con  el 
mas  vivo  interés  la  marcha  de  los  sucesos  que  interesaban 
al  engrandecimiento  i  a  la  prosperidad  de  la  patria,  o  que 
importaban  un  progreso  de  las  ideas  liberales.  Al  acercarse 
la  renovación  de  presidente  de  la  República  en  1841  i  en 
1851,  su  nombre  volvió  a  aparecer  éntrelos  que  se  afanaban 
por  llevar  al  poder  un  candidato  liberal.  Pero  don  Melchor 
tuvo  ademas  otra  esfera  en  que  prestar  sus  servicios  a  sus 
correlijionarios  políticos.  Se  sabe  que  durante  esos  treinta 
años,  fueron  frecuentes  los  procesos  por  el  delito  verdadero 
o  imajinario  de  conspiración.  Bajo  el  primer  decenio  del  go- 
bierno conservador,  don  Melchor  fué  el  defensor  obligado 
del  mayor  número  de  los  procesados,  i  esa  defensa  debió 
atraerle  un  penoso  trabajo  i  los  mas  amargos  sinsabores. 


XIV 


Su  verdadera  reaparición  en  las  luchas  políticas  data, 
como  ya  dijimos,  de  una  época  mui  posterior.  En  marzo  de 
1858,  don  Melchor  de  Santiago  Concha  habia  sido  elejido 
diputado  por  Melipilla.  Pero  no  hizo  su  aparición  en  el  con- 
greso sino  el  año  siguiente,  en  circunstancias  bien  difíciles. 
El  gobierno  acababa  de  sofocar  una  revolución,  i  se  empe- 
ñaba en  reprimir  con  mano  ñrme  todos  los  jérmenes  de  insu- 
rrección. El  18  de  setiembre  de  1859  había,  estallado  en 
Valparaíso  un  sangriento  motín  popular  que  fué  vencido  fá- 
cilmente por  la  tropa,  pero  en  que  pereció  el  intendente  de 
la  provincia.  Estos  sucesos  habían  provocado  la  mas  rigo- 
rosa represión,  prisiones,  procesos,  destierros,  fusilamientos. 
Los  pocos  liberales  que  tenían  entonces  un  asiento  en  el 
congreso,  casi  en  su  totalidad  estaban  presos  o  desterrados; 
i  todo  dejaba  ver  que  era  mui  peligroso  el  contrariar  por 
cualquier  medio  la  acción  o  las  intenciones  del  gobierno.  Don 
Melchor,  sin  embargo,  se  presentó  valientemente  al  congreso 
a  sostener  los  principios  de  toda  su  vida,  i  a  dar  a  los  go- 
bernantes los  consejos  mas  sanos  i  prudentes  para  salir  de 
aquella  situación. 

En  la  sesión  que  la  cámara  de  diputados  celebró  el  22  de 


298  Estudios    Biográficos 


setiembre,  don  Melchor  presentaba  un  estenso  i  bien  elabo- 
rado proyecto  de  reforma  de  la  constitución  política.  Pro- 
poníase demostrar  que  las  revoluciones  no  se  sofocan  con  los 
fusilamientos  i  los  destierros,  sino  con  la  remoción  franca  i 
resuelta  de  las  causas  que  la  producen.  A  su  juicio,  la  liber- 
tad era  el  único  remedio  contra  los  males  que  se  lamenta- 
ban. La  moción  de  reforma  constitucional  fué  rechazada  en 
medio  de  las  ardientes  imprecaciones  i  de  las  mas  esplícitas 
muestras  de  disgusto,  pero  el  tiempo  vino  en  breve  a  dar  la 
razón  a  don  Melchor  de  Santiago  Concha.  Muí  poco  mas 
tarde,  una  provechosa  esperiencia  demostraba  prácticamente 
que  la  reforma  liberal  de  nuestras  instituciones,  no  solo  no 
ofrecía  ningún  peligro,  sino  que  debia  poner  término  defini- 
tivo a  las  revueltas  i  perturbaciones. 

El  año  siguiente  don  Melchor  sostuvo  en  la  cámara,  en 
compañía  con  otros  tres  diputados  liberales,  una  valiente  i 
honrosa  campaña.  El  gobierno  había  presentado  al  Congreso 
un  proyecto  revestido  con  el  nombre  de  lei  de  responsabili- 
dad civil,  pero  en  el  cual  se  establecía  propiamente  la  confis- 
cación por  delitos  políticos.  Don  Melchor  de  Santiago  Concha 
salió  resueltamente  a  combatir  aquel  proyecto,  i  sin  ser  un 
orador  en  toda  la  estension  de  la  palabra,  alcanzó  un  verda- 
dero triunfo  parlamentario.  En  los  discursos  que  pronunció 
con  este  motivo  no  es  posible  dejar  de  admirar  la  sinceridad 
de  sus  convicciones  liberales,  la  elevación  de  sus  propósitos 
i  la  rectitud  de  su  juicio.  Don  Melchor  i  sus  compañeros  en 
aquel  debate,  salieron  derrotados  ante  la  votación  de  la  cá- 
mara; pero  vencedores  ante  la  opinión  nacional.  La  lei  de 
responsabíHdad  civil,  aunque  modificada  en  el  congreso,  en 
un  sentido  menos  violento,  nació  muerta.  Fué  derogada  an- 
tes de  mucho  tiempo;  i  su  recuerdo  se  conserva  como  el  de 
uno  de  los  mas  deplorables  errores  que  la  pasión  haya  hecho 
cometer  a  los  partidos  políticos  de  Chile. 


XV 


El  cambio  ocurrido  en  la  dirección  de  los  negocios  públicos 
de  Chile  desde  1861,  encontró  a  don  Melchor  de  Santiago 
Concha  invariable  en  las  opiniones  que  habia  sostenido  con 
tan  profunda  convicción  treinta  años  atrás.  Pero  su  edad  ya 
bastante  avanzada,  no  habia  de  permitirle  tomar  una  parte 
principal  en  la  política  activa  militante. 

En  este  último  período  de  su  vida,  don  Melchor  ocupó,  sin 
embargo,  los  puestos  de  diputado,  senador  i  de  consejero  de 
astado.  Diputado  por  Santiago  en  1864,  tres  años  después 
era  elejido  por  Valparaíso.  En  virtud  de  las  elecciones  de 
1870,  pasó  a  ocupar  un  asiento  en  el  senado,  i  perteneció  a 
este  cuerpo  hasta  que  se  hizo  su  renovación  completa  en 
1876  a  consecuencia  de  la  reforma  de  la  constitución.  Desde 
1874,  hasta  1881  no  cesó  de  formar  parte  del  consejo  de 
estado,  por  nombramiento  del  presidente  de  la  República 
durante  los  dos  primeros  años,  i  por  elección  del  senado 
los  cinco  siguientes.  En  este  tiempo,  ademas,  ejerció,  por 
elección  de  sus  colegas,  la  vice-presidencia  del  consejo  de 
estado. 

A  pesar  de  su  edad  avanzada,  i  de  las  dolencias  consi- 
guientes a  ella,  don  Melchor  de  Santiago  Concha  conservaba 


300  Estudios    Biográficos 


su  intelijencia  i  su  enerjía  moral,  tomaba  parte  en  las  discu- 
siones, las  ilustraba  con  sus  estudios  i  con  su  esperiencia,  i 
ejercia  sin  aparato  i  sin  pretenderlo,  una  noble  i  lejítima  in- 
fluencia en  la  dirección  de  los  negocios  públicos.  Firme  e 
inamovible  en  sus  antiguas  convicciones,  don  Melchor  es- 
tuvo hasta  sus  últimos  dias  al  lado  de  toda  reforma  liberal. 
En  su  venerable  vejez  les  prestó  el  apoyo  que  podia  darles  el 
alto  prestijio  de  su  nombre,  así  como  en  su  juventud  les 
prestó  la  colaboración  de  su  ardorosa  actividad  i  de  su  ilus- 
trada iniciativa.  Mas  feliz  que  todos  los  que  con  él  se  hicie- 
ron en  los  primeros  tiempos  de  la  República,  los  iniciadores 
de  las  reformas  liberales,  don  Melchor  de  Santiago  Concha 
alcanzó  a  ver  convertida  en  lei  una  buena  parte  de  las  inno- 
vaciones que  él  había  defendido  en  su  juventud,  i  que  por 
largos  años  fueron  combatidas  por  los  partidos  vencedores. 


XVI 


Las  dotes  de  carácter  que  distinguían  a  don  Melchor  de 
Santiago  Concha  no  tenian  nada  de  artificial  ni  de  aparatoso. 
Era  imposible  hallar  un  hombre  mas  sincero  en  sus  afeccio- 
nes i  mas  convencido  en  sus  propósitos.  Llevando  a  la  vida 
privada  la  misma  rectitud  de  miras,  la  misma  suavidad  de 
trato,  la  misma  induljencia  para  con  los  demás,  habia  for- 
mado en  torno  suyo  un  hogar  tranquilo  i  placentero  en 
que  reinaba  sin  interrupción  la  mas  perfecta  felicidad  do- 
méstica. 

Contribuían  a  este  resultado  la  intelijencia  clara  i  pene- 
trante i  las  altas  virtudes  de  una  esposa  admirable.  En  oc- 
tubre de  1833,  don  Melchor  habia  contraído  matrimonio  con 
la  señora  doña  Damiana  Toro,  i  habia  formado  en  seguida 
una  familia  ejemplar  por  el  cariño  i  por  la  unión.  Durante 
cincuenta  años,  su  casa  fué  el  centro  de  reunión  de  sus  deu- 
dos i  de  sus  numerosos  amigos;  i  allí  se  deslizaban  tranqui- 
los los  años  del  ilustre  anciano.  Todo  parecía  contribuir  a 
mantener  ese  bienestar.  Si  su  edad  avanzada  no  le  permitía 
ya  el  libre  ejercicio  de  sus  miembros,  i  le  impedia  andar  con 
soltura  i  desembarazo,  don  Melchor,  como  los  hombres  de 
espíritu  cultivado,  encontraba  en  la  lectura  el  mas  agrada- 
ble pasatiempo.  Hasta  un  mes  antes  de  su  muerte,  fué  un 
lector  asiduo  de  la  Revue  des  deux  mondes.  Era  agradable 


302  Estudios  Biográficos 

observar  el  vivo  interés  con  que  en  sus  últimos  años  seguia 
el  movimiento  político  europeo. 

Una  serie  de  súbitas  desgracias  vino  a  acelerar  el  fin  na- 
tural de  su  existencia.  A  mediados  de  marzo  de  1883,  don 
Melchor  perdia  un  yerno  querido,  don  Pedro  García  de  la 
Huerta,  caballero  dotado  de  las  mas  nobles  i  estimables 
prendas  de  carácter.  «Yo  había  creído,  decía  con  los  ojos  ba- 
ñados de  lágrimas,  que  mis  ochenta  i  cuatro  años  me  ha- 
brían libertado  de  esta  situación.  Nunca  creí  que  a  esta  edad 
tendría  que  llorar  la  pérdida  de  mis  hijos».  Sin  embargo,  lo- 
gró sobreponerse  en  parte  a  su  aflicción,  i  mes  i  medio  mas 
tarde  parecía  haberse  tranquilizado  un  poco. 

Pero  entonces  recibía  mas  inesperadamente  todavía  un 
nuevo  golpe  que  debía  afectarle  mas  profundamente.  Su  dis- 
tinguida esposa,  la  excelente  compañera  de  cincuenta  años 
de  inalterable  felicidad  doméstica,  fallecía  casi  repentina- 
mente el  día  2  de  mayo,  de  resultas  de  un  violento  ataque 
apoplético.  Don  Melchor  pareció  recibir  con  alguna  resigna- 
ción ese  golpe  fatal.  Conservó  cierta  aparente  tranquilidad 
durante  unos  pocos  días,  sí  bien  se  le  veía  reconcentrado  i 
silencioso.  Sin  embargo,  un  pesar  amargo  i  desgarrador 
agobiaba  su  espíritu  i  aniquilaba  su  salud.  Una  fiebre  lenta 
consumía  sus  fuerzas  sin  que  ni  la  ciencia  de  los  médicos,  ni 
los  cuidados  de  sus  hijos  fuesen  capaces  de  contenerla.  Por 
fin,  el  26  de  mayo  de  1883,  poco  antes  de  la  nueve  de  la  ma- 
ñana, el  ilustre  anciano  espiraba  tranquilamente  rodeado  de 
sus  hijos  i  de  las  personas  que  le  eran  mas  queridas.  Las 
circunstancias  todas  de  su  muerte  revelaban  la  grandeza  i  la 
ternura  de  su  alma. 


XVII 


Hubiéramos  querido  terminar  esta  reseña  biográfica  con- 
signando en  seguida  los  rasgos  distintivos  del  carácter  de  don- 
Melchor  de  Santiago  Concha  para  dejar  trazado  en  pocas  li- 
neas su  retrato  moral.  Ese  retrato  ha  sido  bosquejado  con 
singular  maestría  en  un  discurso  majistral  que  con  palabra 
conmovida  pronunciaba  don  Miguel  Luis  Amunátegui  el 
27  de  mayo  al  borde  del  sepulcro  del  viejo  servidor  de  la 
causa  liberal.  Ese  notable  discurso  es  el  mejor  epilogo  con 
que  podríamos  poner  término  a  estas  pajinas. 

Helo  aquí: 

«Concededme,  señores,  el  honor,  el  alto  honor  de  ser  el  in- 
térprete fiel,  aunque  conmovido,  del  duelo  público  que  aquí 
nos  ha  congregado. 

«No  podemos  separarnos  en  silencio  de  una  sepultura  como 
ésta. 

«Asistimos  a  los  funerales  de  un  patriota  egrejio,  cuya  vida 
perfectamente  empleada,  encierra  provechosas  lecciones  que 
nos  importa  mucho  retener. 

«Don  Melchor  de  Santiago  Concha  ha  sido  uno  de  los  pa- 
triarcas de  la  libertad  en  Chile:  i  por  eso  no  debemos  entre- 


304  Estudios  Biográficos 


gar  a  la  tierra  su  ataúd  sin  que  una  voz  amiga  recuerde,  si- 
quiera someramente,  sus  relevantes  prendas. 

«El  ilustre  ciudadano  que  acabamos  de  perder  ha'prestado 
al  país  entero  servicios  valiosos  i  eminentes  con  una  abnega- 
ción de  que  hai  pocos  ejemplos. 

«Aunque  pertenecia  a  una  de  las  familias  mas  encumbra^ 
das  de  la  América,  patrocinó  con  celo  i  entusiasmo  el  esta- 
blecimiento de  las  instituciones  democráticas. 

«Sus  entronques  i  conexiones  le  vinculaban'¡al  réjimen  an- 
tiguo; pero  su  jenerosidad  nativa,  i  su  instrucción  le  llevaron 
desde  temprano  a  alistarse  entre  los  mas  ardientes  propa- 
adores  de  las  innovaciones  políticas  i  sociales. 

«A  pesar  de  ser  un  hombre  pudiente  de  posición  holgada, 
abrazó  la  causa  de  los  pobres  i  de  los  desheredados. 

«Durante  su  prolongada  existencia,  fué  uno  de  los  cam- 
peones mas  denodados  de  la  libertad,  peleando  por  ella  i  para 
ella  reñidos  combates. 

«Dotado  de  una  intelijencia  perspicaz  i  exenta  de  preocu- 
paciones añejas,  promovió  sin  tregua  ni  reposo  la  reforma 
de  nuestro  código  fundamental;  i  tomó  una  parte  importan- 
tísima en  esta  laboriosa  tarea. 

«En  su  concepto,  la  constitución  escrita  de  un  pueblo  de- 
bía asemejarse  a  la  toga  viril,  que  permite  el  conveniente 
desenvolvimiento  i  el  fácil  ejercicio  del  cuerpo,  i  no  a  la  ca- 
misa de  fuerza,  que  lo  comprime  i  paraliza. 

«Con  el  mismo  ahinco,  trabajó  en  que  se  derogasen  o  mo- 
dificasen todas  las  leyes  opresivas,  que 'menoscababan  en  algo 
las'garantías  individuales,  o  la  dignidad  humana. 

«Don  Melchor  de  Santiago  Concha  sirvió  al  sistema  liberal 
no  solo  en  la  prensa  i  en  el  congreso,  sino  también  en  el 
hogar  doméstico,  donde  era  consultado  amenudo  por  sus  co- 
relijionarios,  que  tributaban  acatamiento  a  su  sagacidad  i 
prudencia. 

«Era  un  estadista  de  criterio  seguro  i  de  corazón  bien  pues- 
to, cuyos  consejos  merecían  ser  escuchados  i  adoptados. 

«Consecuente  con  los  severos  principios  que  guiaban  su 
conducta,  siguió  siempre  la  línea  recta,  sin  esos  estravíos  i 


Don  Melchor  de  Santiago  Concha  30o 

esas  variaciones  a  que  la  pasión  o  el  interés  arrastran  con 
frecuencia. 

«Personas  entendidas  i  esperimentadas  en  la  materia,  pre- 
gonan que  la  política  es  una  especie  de  carbón  hecho  ascua, 
que,  de  ordinario,  tizna  o  quema  a  los  que  se  mezclan  en  ella. 

«El  señor  Concha,  que,  desde  su  primera  juventud  hasta 
su  muerte,  ha  tenido  una  injerencia  inmediata  i  activa  en  la 
política,  ha  salido  no  obstante,  ileso  e  inmaculado. 

«Creo  fácil  esplicar  un  resultado  tan  honroso  para  él. 

«El  señor  Concha  defendía  con  calor  sus  convicciones,  pero 
respetaba  siempre  la  lei,  i  no  hacia  jamas  de  la  cosa  pública 
ni  indigna  farsa,  ni  infame  granjeria. 

«El  mejor  de  los  elojíos  que  pueda  hacérsele  es  el  de  haber 
proporcionado  un  modelo  de  buen  ciudadano  en  una  repúbli- 
ca verdadera. 

«Desde  remoto  tiempo,  ha  venido  repercutiendo  de  edad  en 
edad  como  un  eco  destemplado,  un  pensamiento  amargo  con- 
signado en  un  famoso  verso  griego,  recien  traducido  por  un 
poeta  español. 

«¡Dichoso  aquel  que  cuando  joven  muere! 

«Esa  triste  esclamacion  del  desaliento  seria  por  cierto  harto 
estemporánea  en  las  presentes  circunstancias. 

«El  anciano  venerable  que,  como  el  señor  Concha  llega  al 
término  natural  de  la  existencia,  cargado  de  años  i  de  mere- 
cimientos, es  cien  veces  mas  feliz. 

«¡Corta  vida,  corta  lucha,  corta  cuenta!  es  el  grito  del 
miedo  i  déla  pusilaminidad;  no  el  del  deber  valientemente 
cumplido,  ni  el  de  la  probidad  justamente  orgullosa  de  su 
pureza. 

«La  suerte  envidiable  es  la  del  varón  preclaro  que  ha  inter- 
venido en  gran  número  de  sucesos,  i  solo  deja  recuerdos  gra- 
tos i  saludables  a  sus  deudos,  a  sus  amigos,  a  sus  compatrio- 
tas; que  ha  vivido  muchos  años,  i,  a  pesar  de  ello,  no  tiene 
un  solo  acto  que  ocultar,  ni  de  qué  avergonzarse. 

«El  nombre  de  don  Melchor  de  Santiago  Concha  está  ligado 
a  los  anales  de  Chile,  i  no  podrá  ser  arrancado  de  sus  pa- 
jinas. 

TOMO  XII.— 20 


306  Estudios  Biográficos 


«El  ha  muerto  para  la  tierra;  pero  vive  para  la  historia. 

«El  olvido  no  le  sepultará  bajo  su  espesa  sombra. 

«El  recuerdo  indeleble  de  sus  incesantes  servicios  fulgurará 
sin  intermitencia  en  la  memoria  de  todos,  a  pesar  de  su  fa- 
llecimiento, como  se  percibe  en  el  cielo  la  luz  radiante  de  una 
estrella  de  primera  magnitud  durante  millares  de  años,  aun 
cuando  el  astro  de  que  emanaba  haya  cesado  de  existir». 


DON  JOSÉ  JOAQUÍN   PÉREZ 
(1801-1889) 


§  i6 

DON  JOSÉ  JOAQUÍN  PÉREZ  i 

(1801-1889) 

Acaba  de  bajar  a  la  tumba,  cargada  de  años,  de  méritos  i 
de  servicios,  una  de  las  personalidadesmas  relevantes  i  distin- 
guidas de  nuestra  historia  política  de  nación  libre  e  indepen- 
diente. El  señor  don  José  Joaquín  Pérez,  que  desempeñó  los 
mas  altos  cargos  de  la  República,  ha  fallecido  a  la  avanzada 
edad  de  ochenta  i  ocho  años;  i  aunque  conservaba  siempre 
la  entereza  i  la  elevación  de  su  carácter,  i  la  claridad  de  su 
intelijencia/su  alejamiento  sistemático  de  los  negocios  pú- 
blicos desde  largo  tiempo,  lo  tenia  definitivamente  segregado 
del  movimiento  político  de  nuestros  dias.  Sin  embargo,  su 
muerte  ha  sido  lamentada  en  todas  partes  como  una  desgra- 
cia pública.  En  Santiago  i  en  las  provincias  la  prensa  perió- 
dica, rindiendo  el  debido  homenaje  a  su  nombre  i  a  sus  vir- 
tudes, ha  recordado  con  palabras  de  sentida  simpatía,  los 
servicios  que  el  señor  Pérez  prestó  a  la  patria,  i  sus  altas 
cualidades  de  estadista  i  de  gobernante.  Hoi  que  este  diario 
consagra  un  nuevo  recuerdo  a  la  memoria  de  este  distingui- 

I.  Se  publicó  en  la  Libertad  Electoral,  núm.  del  15  de  junio  de  1889. 

Nota  del  Compilador,  ^ 


310  Estudios  Biográficos 


do  servidor  de  la  nación,  vamos  a  destinarle  este  rápido  bos- 
quejo biográfico. 

Nació  el  señor  José  Joaquin  Pérez  en  la  ciudad  de  Santia- 
go el  6  de  mayo  de  1801.  Sus  padres,  don  Santiago  Pérez  i 
Salas  i  doña  María  de  la  Luz  Mascayano  i  Larrain,  formaban 
parte  de  la  alta  aristocracia  colonial,  i  estaban  relacionados 
por  los  vínculos  déla  sangre  con  muchas  de  las  familias  que  te- 
nían entonces  mas  encumbrada  posición  i  que  mas  parte  to- 
maron en  el  movimiento  revolucionario  de  1810.  El  padrino 
de  bautismo  del  futuro  presidente  de  la  República,  fué  su 
tío  don  Joaquin  Larrain  i  Salas,  entonces  fraile  mercenario, 
secularizado  mas  tarde,  presidente  del  primer  congreso  de 
Chile,  i  uno  de  los  mas  ardorosos  i  resueltos  promotores  de  la 
revolución,  i  de  todas  las  reformas  que  proclamó  en  sus  prin- 
cipios. 

Entre  los  mas  distinguidos  parientes  de  don  José  Joaquin 
Pérez,  debe  recordarse  especialmente  el  nombre  de  su  abuelo 
paterno,  que  fué  el  fundador  de  esta  familia  en  la  sociedad 
chilena.  Llamábase  don  José  Pérez  García.  Español  nacido 
en  la  villa  de  Colindres,  en  el  señorío  de  Vizcaya,  estable- 
cido en  Chile  en  1750,  formó  en  el  comercio  una  fortuna  con- 
siderable, i  se  conquistó  por  su  probidad  i  por  la  rectitud 
de  su  juicio  una  ventajosa  posición  en  la  colonia.  Fué  todo 
lo  que  en  esa  época  podía  ser  en  Chile  un  hombre  de  bien  i 
un  hombre  distinguido,  miembro  del  cabildo,  miembro  del 
tribunal  de  comercio,  teniente  coronel  de  milicias;  i  mereció 
la  confianza  de  alguno  de  los  presidentes  de  Chile.  Aunque 
en  su  juventud  no  había  recibido  una  educación  literaria,  se 
apasionó  aquí,  por  el  estudio  de  nuestras  tradiciones  i  de  los 
papeles  viejos  que  guardaban  los  archivos,  i  reuniólos  ma- 
teriales para  componer  una  historia  jeneral  de  Chile. 

En  1804,  cuando  contaba  ochenta  i  tres  años  de  edad,  don 
José  Pérez  García  dio  la  última  mano  a  sus  trabajos  prepa- 
ratorios, i  emprendió  la  redacción  definitiva  de  su  obra,  que 
vio  terminada  seis  años  después.  Aquella  historia  que  hasta 
hoi  permanece  inédita,  incompleta  por  la  deficiencia  de  los 
materiales    de    que  el   autor    pudo  disponer,     imperfecta 


Dox  José  Joaquín  Pérez  311 

por  la  escasa  preparación  literaria  de  éste  o  mas 
propiamente  por  su  desconocimiento  de  los  modelos  del  arte 
histórico,  i  mas  imperfecta  todavía  por  su  redacción  inco- 
rrecta i  descuidada,  es  sin  embargo  un  monumento  de  per- 
severancia i  en  muchas  ocasiones  de  sagacidad  para  esclare- 
cer algunos  puntos  dudosos.  Don  José  Pérez  García,  padre 
de  una  numerosa  familia,  muí  respetado  por  sus  contemporá- 
neos i  estimado  por  cuantos  han  podido  consultar  sulibro,  falle- 
ció en  Santiago,  en  noviembre  de  1814,  cuando  contaba  no- 
venta i  tres  años  de  edad,  por  efecto  del  pesar  que  le  causó 
el  saber  que  el  mayor  i  el  mas  querido  de  sus  hijos,  don  Fran- 
cisco Antonio  Pérez  García,  había  sido  confinado  al  presidio 
de  Juan  Fernández  por  el  gobierno  español  de  la  reconquis- 
ta. Como  su  ilustre  nieto,  aquel  anciano  venerable  falleció  en 
el  pleno  goce  de  sus  facultades  intelectuales. 

Debe  también  recordarse  entre  los  antepasados  de  don 
José  Joaquín  Pérez  a  don  Manuel  Jerónimo  de  Salas,  vizcaí- 
no, orijínario  también  de  la  villa  de  Colindres,  i  padre  de  doña 
María  del  Rosario  Salas  i  Ramírez,  que  fué  la  esposa  de  don 
José  Pérez  García.  Don  Manuel  Jerónimo  de  Salas,  comer- 
ciante acaudalado  de  Santiago  a  mediados  del  siglo  último, 
tuvo  la  idea  filantrópica  de  fundar  un  enterratorio  para  los 
pobres  que  no  podían  comprar  sepultura  en  las  iglesias,  i 
construyó  a  sus  espensas  la  capilla  de  la  Caridad  que  prestó 
ese  servicio  durante  cerca  de  tres  cuartos  de  siglo.  Aquel 
buen  caballero  (que  sea  dicho  entre  paréntesis,  no  tenia  pa- 
rentesco alguno  con  el  ilustre  don  Manuel  Salas  i  Corvalan), 
i  los  ediles  que  fueron  sus  contemporáneos,  no  hallaron  el 
menor  inconveniente  en  que  ese  cementerio  popular  se  hu- 
biese situado  a  cuadra  i  media  de  la  plaza  central  de  la  ciu- 
dad. Era  aquel  el  tiempo  en  que  en  Madrid  mismo,  según 
cuenta  el  historiador  de  Carlos  III  (Ferrer  del  Rio,  tomo  IV, 
páj.  64),  una  comisión  de  médicos  informaba  a  los  ministros 
de  ese  soberano  que  no  convenia  remover  i  retirar  las  basu- 
ras de  la  ciudad,  porque  ellas  eranun  elemento  de  salubridad. 

Don  José  Joaquín  Pérez  nació  bajo  aquel  réjimen  de  preo- 
cupaciones i  de  ignorancia,  pero  le  tocó  en  suerte  ver  en  su 


312  Estudios  Biogeáficos 


primera  juventud  la  aurora  de  un  nuevo  dia,  i  alcanzar  en 
seguida  una  época  de  luz  i  de  cultura  para  el  espíritu.  Incor- 
porado desde  mui  temprano  en  la  academia  de  San  Luis  que 
habia  fundado  en  Santiago  don  Manuel  Salas,  hizo  allí  don 
José  Joaquín  Pérez  sus  estudios  primarios_,  i  cursó  en  segui- 
da los  primeros  elementos  de  matemáticas  hasta  la  jeome- 
tría,  bajo  la  dirección  del  padre  franciscano  frai  Francisco  de 
la  Puente  (español  de  nacimiento),  quemas  tarde  fué  por  un 
corto  tiempo  rector  del  Instituto  nacional  i  canónigo  de  la 
Catedral  de  Santiago.  Cerrada  esa  academia  en  1813,  al 
abrirse  el  Instituto,  pasó  el  señor  Pérez  a  este  último  esta- 
blecimiento, i  allí  estudió  el  latín,  teniendo  por  profesor  a 
frai  José  María  Bazabuchiascuad,  fraile  franciscano,  orijina- 
rio  de  San  Juan  de  Cuyo,  que  con  razón  era  tenido  por  el 
mas  insigne  latinista  de  todo  el  reino  de  Chile.  En  el  Insti- 
tuto nacional,  tuvo  el  señor  Pérez  por  condiscípulos  a  don 
Diego  Portales,  don  Melchor  de  Santiago  Concha,  don  Pedro 
Palazuelos,  don  Pedro  Godoi  i  otros  hombres  que  en  la  polí- 
tica, en  el  foro  o  en  la  milicia  adquirieron  poco  mas  tarde 
alguna  celebridad. 

Clausurado  el  instituto  en  diciembre  de  1814,  don  José 
Joaquín  Pérez  pasó  a  continuar  sus  estudios  al  convento  de 
San  Agustín.  Tuvo  allí  por  profesor  a  un  fraile  apellidado 
Figueroa,  que  como  los  demás  maestros  de  la  época,  enseña- 
ba la  filosofía  en  el  latín  macarrónico  de  las  escuelas  i  de  las 
sacristías.  Toda  aquella  enseñanza  habría  sido  de  la  mas  es- 
casa utilidad  para  el  señor  Pérez,  sí  éste  no  hubiera  podido 
disponer  de  algunos  libros  en  qué  ensanchar  sus  conocimien- 
tos, sí  no  hubiese  conocido  i  tratado  entonces  mismo  a  mu- 
chos de  los  hombres  mas  distinguidos  de  Chile,  i  sí  no  hu- 
biese viajado  en  el  estranjero  recorriendo  los  países  mas 
cultos  i  avanzados  del  nuevo  i  del  viejo  mundo.  En  la  propia 
casa  de  su  familia  vivía  su  tio  i  padrino  don  Joaquín  La- 
rrain,  en  cuya  sala  se  reunían  noche  a  noche  don  Manuel 
Salas,  el  doctor  don  Bernardo  Vera,  don  Francisco  Antonio 
Pérez  i  Salas,  Camilo  Henríquez,  desde  que  regresó  de  Bue- 


Don  José  Joaquín  Pérez  313 

nos  Aires,  i  otros  caballeros  que  con  justo  motivo  eran  con- 
tados entre  los  hombres  mas  distinguidos  de  Chile. 

Hablaban  allí  principalmente  de  los  acontecimientos  polí- 
ticos del  dia;  pero  la  conversación  versaba  también  sobre 
algunos  países  estranjeros,  i  los  mas  ilustrados  entre  los  ter- 
tulianos daban  noticia  acerca  de  la  historia  i  de  las  institu- 
ciones de  esos  pueblos.  Don  José  Joaquín  Pérez,  que  conser- 
vó hasta  sus  últimos  años  una  memoria  prodijiosa,  que 
referia  con  perfecto  orden  i  con  admirable  colorido  los  suce- 
sos de  la  revolución  de  la  independencia  que  pudo  presenciar 
en  su  niñez  i  en  su  juventud,  describía  con  toda  claridad  el 
carácter  de  aquellos  hombres  en  cuya  conversación  había 
recibido  los  primeros  conocimientos  de  un  orden  mas  eleva- 
do que  los  que  se  adquirían  en  las  escuelas  i  en  los  colejios. 
En  las  apreciaciones  que  hacía  del  carácter,  de  la  intelij  en- 
cía i  de  la  ilustración  de  aquellos  hombres,  don  José  Joaquín 
Pérez  daba  la  preferencia  a  don  Manuel  Salas. 

El  gobierno  de  Chile  estaba  entonces  empeñado  en  entrar 
en  relaciones  diplomáticas  con  algunas  potencias  estranjeras 
para  obtener  que  fuese  reconocida  la  independencia  nacio- 
nal. A  este  propósito  había  correspondido  el  envío  de  una 
legación  a  Roma  i  de  otra  a  Inglaterra.  En  1826  se  resolvió 
enviar  un  ministro  diplomático  a  los  Estados  Unidos  i  a  Mé- 
jico, i  se  confió  este  encargo  a  don  Joaquín  Campino  que 
acababa  de  desempeñar  el  puesto  del  ministro  de  interior. 
Don  José  Joaquín  Pérez,  que  acababa  de  cumplir  veintiséis 
años,  fué  honrado  con  el  cargo  de  secretario  de  esa  legación. 
Con  ese  carácter  residió  cerca  de  dos  años  en  Estados  Uni- 
dos; i  como  los  trabajos  diplomáticos  i  de  oficina  fuesen  muí 
escasos,  empleaba  su  tiempo  en  recorrer  las  ciudades  mas 
notables  de  la  gran  república,  en  visitar  los  establecimientos 
útiles,  i  en  estudiar  las  instituciones  i  las  costumbres  políti- 
cas formadas  allí  bajo  el  réjimen  de  la  libertad  i  de  la  demo- 
cracia. El  señor  Pérez,  que  había  comenzado  en  Chile  el  estu- 
dio del  ingles,  i  que  lo  habia  continuado  en  la  navegación, 
llegó  no  solo  a  leerlo  sino  a  hablarlo  corrientemente.  Esta 
circunstancia,  así  como  su  pasión  por  la  lectura,  le  permi- 


314  Estudios  Biográficos 


tieron  ensanchar  considerablemente  el  círculo  de  sus  cono- 
cimientos. 

En  1829  regresaba  a  Chile  don  Mariano  Egaña,  que  habia 
desempeñado  durante  algún  tiempo  la  legación  que  la  repú- 
blica mantenía  en  Inglaterra.  Aunque  ninguna  nación  euro- 
pea reconocía  aun  nuestra  independencia,  quedaba  allí  su 
último  secretario  don  Miguel  de  la  Barra  con  el  título  de 
cónsul  jeneral  en  Londres  i  en  París,  i  con  poderes  de  encar- 
gado de  negocios  para  presentarlos  cuando  fuera  opor- 
tuno. 

Por  orden  del  gobierno,  don  José  Joaquín  Pérez  fué  trasla- 
dado a  Europa  con  el  cargo  de  secretario  de  aquella  legación  1, 
i  residió  allí  hasta  fines  de  1833.  En  ese  tiempo  le  tocó  ser 
testigo  de  grandes  i  trascendentales  acontecimientos,  la  caída 
de  los  Borbones  del  trono  de  Francia  por  la  revolución  de 
julio  de  1830,  i  la  primera  aparición  del  cólera  morbus  en 
Europa  en  1832,  acontecimientos  que  referia  con  notable 
amenidad  i  con  una  estraordínaria  abundancia  de  detalles 
que  conservaba  su  memoria  prodijiosa.  En  Europa  conoció 
ademas  i  trató  con  mucha  intimidad  al  jeneral  don  José  de 
San  Martin  i  a  algunos  otros  americanos  ilustres  que  des- 
pués de  haber  cooperado  a  la  independencia  de  sus  países 
respectivos,  habían  sido  arrojados  de  ellos  por  la  ola  de  las 
revoluciones  interiores,  i  buscaban  la  paz  i  la  tranquilidad 
en  el  estranjero. 

Los  trabajos  de  esta  segunda  legación  eran  muí  limitados; 
pero  los  emolumentos  eran  casi  nulos.  A  consecuencia  de  la 


I.  El  ájente  de  Chile  que  recibió  la  comunicación  de  la  cancillería  fran- 
cesa sobre  reconocimiento  de  la  independencia  de  los  nuevos  Estados 
hispanos  americanos,  fué  don  José  Joaquin  Pérez  que  de  secretario  de  la 
legación  chilena  en  Washington,  habia  sido  trasladado  a  Paris  con  ei  títu- 
lo de  cónsul.  En  ese  carácter  le  tocó  entablar  relaciones  con  el  gobierno 
francés;  pero  como  hubiera  anunciado  su  propósito  de  regresar  a  Chile, 
el  gobierno  nombró  en  enero  de  1831  encargado  de  negocios  en  Francia,  a 
don  Miguel  de  la  Barra,  que  desempeñaba  el  consulado  chileno  en  Lon- 
dres. En  octubre  siguiente  se'  confió  a  este  último  igual  representación  en 
Inglaterra.  YéAse  Hisi.  Jen.  de  Chile  (190-)  t.  XVI,  páj.  163. 

Nota  del  Compilador. 


Don  José  Joaquín  Pérez  315 

pobreza  i  del  desconcierto  de  nuestros  primeros  gobiernos, 
aquellas  legaciones  eran  pagadas  con  tanta  irregularidad  que 
se  pasaban  a  veces  muchos  meses  sin  que  recibiesen  un  solo 
peso  por  el  sueldo  de  sus  empleados.  Los  padres  de  don  José 
Joaquin  Pérez,  que  poseian  una  fortuna  considerable,  su- 
plían esa  deficiencia,  i  enviaban  a  éste  los  recursos  necesa- 
rios para  que  llevase  en  los  Estados  Unidos  i  después  en 
Europa  una  vida  libre  de  cuidados  de  ese  orden. 

Esta  circunstancia,  unida  a  su  conocimiento  del  ingles  i  del 
francés,  le  permitió  viajar  por  diversos  paises,  i  ensanchar 
así  el  caudal  de  los  conocimientos  que  adquiría  en  la  lectu- 
ra, a  que  habitualmente  consagraba  algunas  horas  cada  dia. 
Al  regresar  a  Chile  a  principios  de  1834,  i  después  de  una  na- 
vegación que  habia  durado  cinco  meses,  don  José  Joaquin 
Pérez,  por  la  estension  i  variedad  de  nociones  que  habia  ad- 
quirido en  sus  viajes,  en  el  trato  con  algunas  personas  distin- 
guidas i  en  los  libros,  era  uno  de  los  hombres  mas  ilustrados 
de  nuestro  pais.  En  la  renovación  de  congreso  efectuada  ese 
mismo  año,  fué  elejido  diputado  suplente  por  dos  departa- 
mentos, por  Santiago  i  por  Itata. 

En  esas  condiciones,  i  contando  ademas  con  el  valimiento 
de  su  familia  i  de  algunos  de  sus  amigos  de  infancia  que  aho- 
ra se  hallaban  cerca  del  gobierno,  no  era  raro  que  se  le  ofre- 
ciesen puestos  públicos  de  mas  o  menos  consideración.  Pero  el 
señor  Pérez  vio  al  partido  dominante  fraccionado  en  dos  ma- 
tices, uno  de  los  cuales,  el  llamado  «filopolita»  pedia  la  cesa- 
ción de  todo  réjimen  de  coacción  i  de  violencia,  i  la  inicia- 
ción de  algunas  reformas  liberales.  La  templanza  de  su  carác- 
ter, el  recuerdo  de  lo  que  habia  visto  en  los  paises  libres,  i 
hasta  algunas  de  sus  relaciones  de  familia,  lo  arrastraban 
hacia  este  bando,  que  desgraciadamente  no  alcanzó  a  ejer- 
cer una  influencia  decisiva  en  la  marcha  de  los  negocios  pú- 
blicos. El  señor  Pérez  vivió  así  cerca  de  tres  años,  en  buenas 
relaciones  con  los  hombres  de  gobierno,  pero  sin  aceptar  car- 
go alguno  de  carácter  administrativo. 

Acontecimientos  inesperados,  lo  hicieron  desistir  de  esa 
prescindencia.  En  esa  época   se  venia  preparando  un  rompí- 


316  Estudios  Biográficos 


miento  entre  Chile  i  la  Confederación  Perú-boliviana  recien- 
temente organizada  por  el  jeneral  Santa  Cruz.  En  la  prensa  i 
en  los  consejos  de  Gobierno  se  trataban  estos  negocios  con 
grande  ardor.  El  señor  Pérez  escribió  sobre  este  asunto  algu- 
nos artículos  que  fueron  publicados  en  El  Araucano,  el  perió- 
dico oficial  de  la  época,  i  que  llamaron  la  atención.  Al  ñn, 
en  diciembre  de  1836,  después  de  estériles  negociaciones  para 
evitar  un  rompimiento,  el  gobierno  de  Chile  declaró  la  gue- 
rra a  la  Confederación. 

Deseando  buscarse  aliados  entre  los  otros  pueblos  ameri- 
canos, resolvió  enviar  una  legación  a  la  República  Arjentina 
con  ese  objeto;  i  la  confió  a  don  José  Joaquín  Pérez.  Esta 
misión  dio  el  resultado  mas  completamente  feliz  que  pedia 
esperarse.  El  gobierno  arj entino  pactó  en  un  tratado  solemne 
la  alianza  con  Chile,  organizó  en  las  provincias  del  norte  un 
cuerpo  de  ejército,  i  lo  hizo  avanzar  sobre  la  frontera  boli- 
viana. 

Si  bien  es  verdad  que  'estas  operaciones  fueron  mucho  me- 
nos eficaces  de  lo  que  habria  convenido,  ellas  sirvieron  al 
menos  para  distraer  la  atención  del  enemigo,  i  para  obligarlo 
a  destinar  una  porción  de  sus  tropas  a  la  defensa  de  esa  parte 
de  su  territorio.  El  señor  Pérez,  obligado  a  permanecer 
en  Buenos  Aires  por  estas  jestiones,  solo  regresó  a  Chile  a 
principios  de  1840. 

Por  entonces  pareció  de  nuevo  dispuesto  a  vivir  alejado 
de  los  cargos  públicos,  o  a  desempeñar  sólo  el  de  diputado  a 
que  fué  llamado  en  las  elecciones  jenerales  de  1840  i  de  1843. 
El  señor  Pérez  acababa  de  contraer  matrimonio  con  la  dis- 
tinguida señora  doña  Tránsito  Flores,  i  se  sentia  inclinado  a 
consagrarse  a  los  trabajos  agrícolas.  Sin  embargo,  habiendo 
caído  gravemente  enfermo  el  ministro  de  hacienda  don  Ma- 
nuel Renjifo,  fué  llamado  el  señor  Pérez  por  decreto  de  12  de 
setiembre  de  1844  a  desempeñar  este  cargo  en  calidad  de 
interino;  i  en  17  de  abril  del  año  siguiente,  por  fallecimiento 
de  aquel  ilustre  hacendista,  fué  nombrado  ministro  propieta- 
rio. Desempeñó  estas  funciones  hasta  la  terminación  del  pri- 
mer período   de  la  presidencia  del  jeneral  Búlnes;  i  en  ellas 


Don  José  Joaquín  Pérez  31' 


demostró  las  dotes  que  siempre  lo  distinguieron  entre  los 
hombres  públicos  de  Chile,  la  claridad  de  intelijencia,  la  ad- 
mirable seguridad  de  su  juicio,  i  la  imperturbable  modera- 
ción que  lo  alejaba  de  todas  las  exajeraciones  i  de  todas  las 
violencias.  En  la  ajitacion  política  que  se  hizo  sentir  en  esos 
años,  aunque  fué  señalada  por  la  destemplanza  de  la  prensa, 
ésta  respetó  la  persona  del  señor  Pérez,  que  ya  desde  entón 
ees  se  diseñaba  como  un  símbolo  de  concordia  i  de  concilia- 
ción. 

Poseedor  de  una  regular  fortuna  hereditaria,  desprovisto  de 
ambición,  exento  de  odios  i  de  entusiasmos,  el  señor  Pérez, 
amando  a  su  patria  e  interesándose  por  su  bienestar  i  su  pro- 
greso, no  aspiraba  entonces  a  tomar  otra  parte  en  la  direc- 
ción de  los  negocios  públicos  que  la  que  le  correspondía  como 
miembro  caracterizado  del  congreso  en  que  volvió  a  tomar 
asiento  en  el  nuevo  período  como  diputado  por  Santiago.  Sin 
embargo,  los  ruidosos  acontecimientos  políticos  de  1849,  la 
caída  del  ministerio  que  encabezaba  don  Manuel  Camilo  Vial, 
i  el  principio  de  una  gran  evolución  que  ajitaba  todos  los 
ánimos,  puso  al  presidente  de  la  República  en  el  caso  de  bus- 
car nuevos  consejeros.  El  jeneral  don  Manuel  Búlnes,  hombre 
sagaz  i  prudente,  creyó  posible  tranquilizar  los  ánimos  i  sal- 
var la  situación  por  los  medios  conciliatorios;  i  al  efecto  lla- 
mó al  ministerio  del  interior  a  don  José  Joaquín  Pérez,  i 
confió  los  de  justicia  i  de  hacienda  a  dos  abogados  jóvenes, 
don  Manuel  Antonio  Tocornal  i  don  Antonio  García  Reyes, 
que  gozaban  de  un  alto  prestijio,  por  el  brillo  del  talento, 
por  la  honorabilidad  de  sus  antecedentes  i  por  la  moderación 
de  sus  caracteres  i  de  sus  principios  políticos,  que  los  hacían 
enemigos  francos  i  resueltos  de  toda  violencia. 

Ese  ministerio  quedó  organizado  el  12  de  junio  de  1849; 
pero  solo  duró  hasta  abril  del  año  siguiente.  Aquellos  hom- 
bres, animados  de  los  propósitos  mas  levantados  que  es  po- 
sible llevar  al  gobierno,  fueron  sin  embargo  mal  compren- 
didos por  sus  adversarios  i  por  sus  propios  amigos.  En  esos 
diez  meses  de  constante  lucha,  en  que  tenían  quebatirse  en 
el   congreso  con  una  mayoría   sistemáticamente  hostil,  en 


318  Estudios  Biográficos 


que  cada  sesión  era  una  ruidosa  batalla  que  excitaba  la  opi- 
nión pública  con  una  gran  violencia,  el  señor  Pérez  i  sus 
compañeros  desplegaron  las  mas  altas  dotes  de  patriotismo 
i  de  entereza;  pero  no  consiguieron  imponer  sus  propósitos 
de  conciliación  i  de  templanza.  Sus  adversarios,  a  quienes  la 
pasión  no  les  permitia  entonces  comprender  claramente  la 
situación,  conocieron  mas  tarde  que,  si  hubieran  prestado  a 
esos  hombres  unjapoyo  mas  o  menos  franco,  o  si  siquiera 
hubieran  hecho  menos  agresivas  i  violentas  las  hostilidades, 
habrían  conseguido  ver  planteadas  muchas  de  las  reformas 
que  los  preocupaban,  i  evitado  la  reacción  anti-liberal  que 
parecia  inminente.'' 

El  señor  Pérez  i  sus  colegas  se  retiraron  del  gobierno  fati- 
gados de  la^  lucha,  disgustados  por  aquel  choque  de  pasio- 
nes^que  los  habia  envuelto,  pero  convencidos  de  haber  he- 
cho en  favor  de  la  paz  i  de  la  conciliación  todo  lo  que  era 
humanamente  posible.  La  crisis  politica,  como  se  sabe,  se 
desenlazó  con  la  elevación  de  don  Manuel  Montt  a  la  presi- 
dencia de  la  República  en  185 1,  i  con  una  tremenda  revolu- 
ción que  solo  fué  sofocada  después  de  las  mas  sangrientas  i 
dolorosas  batallas  que  se  han  empeñado  en  los  campos  de 
Chile.  El  señor  Pérez  que  habia  previsto  estos  desastres,  i 
que  habria  querido  evitarlos,  vivió  en  cierto  modo  alejado 
de^estos  acontecimientos;  pero  fué  llamado  a  prestar  su  coo- 
peración al  nuevo  gobierno  en  los  cargos  de  senador  i  de 
consejero  de  estado.  Su  personalidad  durante  todo  ese  pe- 
ríodo de  diez  años  trascurridos  hasta  186 1,  solo  se  hizo  sen- 
tir en  algunas  discusiones  de  aquellos  altos  cuerpos;  pero 
esa  misma  actitud,  estraña  a  los  ardores  de  las  luchas  polí- 
ticas, fria  i  moderada  en  los  momentos  de  mayor  exaltación, 
sirvió  particularmente  para  señalarlo  a  la  opinión  pública 
como  el  hombre  llamado  a  devolver  la  tranquilidad  a  los 
espíritus. 

En  1861,  en  efecto,  al  terminarse  el  período  de  la  admi- 
nistración Montt,  el  pais  sacudido  por  dos  violentas  revolu- 
ciones, contando  por  millares  las  víctimas  inmoladas  en  la 
guerra  civil  i  por  millares  también  los  presos  i  los  desterra- 


Don  José  Joaquín  Pérez  319 

dos  políticos,  sometido  por  largos  años  ademas  al  réjimen  es- 
cepcional  i  riguroso  de  las  facultades  estraordinarias  i  de  los 
estados  de  sitio,  el  pais,  repetimos,  necesitaba  de  tranquili- 
dad i  de  reposo.  El  gobierno,  dueño  en  esa  situación  de  im- 
poner la  candidatura  que  hubiese  querido  para  la  presiden- 
cia'de  la  República,  se  sintió  sin  embargo  fatigado  con  la 
lucha,  i  buscó  un  presidente  de  conciliación.  Don  José  Joa- 
quin  Pérez  fué  señalado  entonces  por  la  opinión  jeneral  del 
pais  como  un  símbolo  de  paz,  de  moderación  i  de  templan- 
za. La  oposición  lo  habia  proclamado  ya  en  ese  carácter, 
cuando  el  gobierno,  empleando  todas  las  formas  legales  de 
una  elección,  puso  en  manos  del  señor  Pérez  el  mando  supre- 
mo de  la  República. 

La  administración  del  señor  don  José  Joaquín  Pérez,  que 
se  estiende  diez  años,  desde  1861  hasta  1871,  es  uno  de  los 
períodos  mas  interesantes  i  mas  útiles  de  nuestra  historia 
política,  i  merecería  por  esto  mismo  ser  prolijamente  estu- 
diada. La  historia  de  ese  decenio,  recordada  solo  por  la  tra- 
dición, o  mas  o  menos  desfigurada  en  los  escritos  apasiona- 
dos de  polémica,  debe  escribirse  como  una  lección  para  el 
presente  i  el  porvenir.  En  un  artículo  de  periódico,  solo  nos 
es  permitido  recordar  breve  i  sumariamente  los  rasgos  j ene- 
rales. 

Aunque  acusada  de  falta  de  actividad,  esa  administración 
ha  sido,  sin  lugar  a  duda,  una  de  las  mas  laboriosas  que  ha 
tenido  nuestro  pais,  i  lo  que  es  mas,  una  de  las  mas  discreta- 
mente laboriosas.  Su  acción  se  estendió  a  todos  los  ramos 
del  servicio,  i  en  todos  ejecutó  obras  duraderas  de  mayor  o 
menor  importancia.  Algunas  de  ellas,  que  vamos  a  recordar, 
hacen  época  en  nuestra  historia. 

Al  gobierno  del  señor  Pérez  se  debe  el  avance  de  nuestra 
frontera  sobre  el  territorio  araucano,  o  mas  propiamente  la 
resolución  de  un  problema  planteado  hace  trescientos  años, 
que  costaba  ríos  de  sangre  i  ríos  de  dinero,  i  cuya  subsisten- 
cia era  una  mengua  para  la  República,  en  cuyo  seno  se  man- 
tenía la  barbarie  de  las  tribus  salvajes,  con  todos  sus  peli- 
gros  i   con   todos   sus  horrores.  Las   operaciones  militares 


320  Estudios  Biográficos 


pacientemente  practicadas  durante  esos  diez  años,  han  dado 
por  resultado  la  ocupación  definitiva  de  la  Araucanía. 

Se  debe  a  ese  gobierno  el  reconocimiento  legal  de  la  tole- 
rancia relijiosa  en  nuestro  pais. 

Se  le  deben  igualmente  progresos  sólidos  i  seguros  en  el 
ramo  de  instrucción  pública,  la  construcción  de  la  universi- 
dad, la  fundación  de  numerosos  liceos,  i  sobre  todo  la  regla- 
mentación ordenada  e  intelijente  de  estos  establecimientos 
para  sacar  de  ellos  el  provecho  que  correspondiese  a  los  sa- 
crificios que  costaban. 

Aunque  esa  administración  no  pudo  disponer  de  abundan- 
tes recursos,  acometió  numerosas  obras  públicas  de  la  mas 
reconocida  utilidad.  El  ferrocarril  del  norte,  que  solo  llegaba 
a  Quillota,  fué  traido  a  Santiago;  i  se  comenzó  ademas  el  ra- 
mal de  Aconcagua.  El  ferrocarril  del  sur,  que  alcanzaba  a 
Rengo,  fué  llevado  a  Curicó,  iniciándose  en  seguida  el  ramal 
de  la  Palmilla.  Por  ñn,  a  la  administración  del  señor  Pérez  se 
debe  el  ferrocarril  entre  Chillan  i  Talcahuano,  como  se  le  de- 
bieron los  telégrafos  tendidos  en  toda  la  República,  i  mu- 
chos otros  trabajos  públicos  cuya  sola  enumeración  nos  lle- 
varla demasiado  lejos.  Nos  bastará  solo  indicar  aquí  que  la 
administración  que  consiguió  realizar  con  escasos  recursos  i 
con  la  mas  estricta  economía,  las  obras  que  recordamos,  no 
puede  ser  acusada  de  falta  de  actividad. 

Pero  lo  que  caracteriza  propiamente  el  gobierno  de  don 
José  Joaquín  Pérez,  i  lo  que  constituye  su  importancia  i  su 
grandeza,  es  el  espíritu  nuevo  que  supo  imprimir  a  la  mar- 
cha política  del  pais.  Rompiendo  con  todas  las  prácticas  de 
recelo  i  de  represión  que  habían  abrigado  los  antiguos  go- 
biernos creyendo  afianzar  con  ellas  el  mantenimiento  del  or- 
den público,  el  señor  Pérez  demostró  esperimentalmente  que 
era  el  ejercicio  de  esas  prácticas  lo  que  hasta  entonces  había 
impedido  en  Chile  el  afianzamiento  definitivo  de  la  mas  ab- 
soluta tranquilidad.  Mostrando  una  admirable  moderación 
en  el  desempeño  del  poder  público,  i  un  constante  respeto 
por  todas  las  opiniones,  el  señor  Pérez  dejó  prácticamente  a 
Ja  prensa  lamas  completa  i  la  mas  ilimitada  libertad,  i  per- 


Don  José  Joaquín  Pérez  321 


mitió  que  en  todas  partes  se  formasen  asambleas  populares 
para  discutir  los  asuntos  públicos  i  para  censurar,  si  así  lo 
querían,  los  actos  del  gobierno.  Desde  el  i8  de  setiembre  de 
1861  no  se  volvió  a  hablar  en  Chile  de  prisiones  i  de  destie- 
rros por  delitos  políticos,  ni  volvieron  a  juntarse  los  consejos 
de  guerra  para  juzgar  el  crimen  de  conspiración.  Don  José 
Joaquín  Pérez,  con  pleno  conocimiento  de  la  excelencia  de 
su  sistema  de  gobierno,  i  con  mano  firme  i  segura,  borró  de 
nuestro  derecho  público  las  palabras  «estados  de  sitios»  i 
«facultades  estraordinarias»,  que  habían  sido  la  causa  de  tan- 
tas violencias  injustificables,  de  tantos  atropellos  de  la  leí  i 
de  todas  las  garantías. 

Nada  bastó  para  inclinar  al  señor  Pérez  a  desviarse  de  ese 
plan  de  gobierno  que  se  había  trazado.  Jamas  las  discusio- 
nes de  las  cámaras,  los  escritos  de  la  prensa  i  los  discursos 
de  los  meetíngs  fueron  mas  ardorosos  i  violentos  contra  el 
gobierno;  i  sin  embargo,  siempre  hallaron  a  éste  tranquilo, 
inalterable  en  su  moderación  para  oír  sin  inmutarse  las  pro- 
vocaciones mas  audaces.  Hubo  momentos  en  que  por  un  mo- 
tivo o  por  otro  parecían  reunirse  en  un  núcleo  poderoso  e 
irresistible  todos  los  elementos  de  oposición.  Seria  preciso 
recorrer  hoja  por  hoja  la  prensa  de  esos  años,  para  trasladar- 
se por  la  imajinacion  a  aquella  época,  i  apreciar  el  peligro 
de  conflagración  jeneral  que  parecían  envolver  aquellas  ma- 
nifestaciones. 

El  partido  que  había  apoyado  la  anterior  administración, 
poderoso,  no  por  su  número  sino  porque  era  dueño  absoluto 
de  los  tribunales  de  justicia  i  de  una  gran  porción  de  los  po- 
deres públicos,  mantenía  una  guerra  implacable  contra  el 
gobierno.  El  partido  conservador,  que  había  recibido  con 
contento  el  advenimiento  del  señor  Pérez  al  poder,  i  que  le 
había  ofrecido  su  apoyo,  se  manifestó  en  muchas  ocasiones 
retraído  i  hasta  hostil,  aun  en  momentos  muí  difíciles  para 
esa  administración.  En  el  mismo  seno  del  partido  liberal  se 
formaba  el  partido  radical  que  exijia  al  gobierno  no  ya  las 
libertades  prácticas  i  efectivas  que  éste  había  dado,  sino  re- 
formas de  las  instituciones  que  los  demás  partidos  consíde- 

TOMO   XII. — 21 


322  Estudios  Biográficos 


raban  prematuras  o  peligrosas.  La  resistencia  al  gobierno 
parecia  tomar  los  caracteres  mas  alarmantes.  La  prensa  tomó 
un  tono  que  parecia  anunciar  una  próxima  rebelión.  Mas  de 
una  vez  se  llegó  a  creer  amenazado  el  orden  público.  El  go- 
bierno del  señor  Pérez,  que  podia  disponer  de  las  mismas 
leyes  de  que  usaron  los  gobiernos  anteriores  para  reprimir 
los  desmanes  de  la  prensa,  para  cerrar  las  asambleas  popu- 
lares, i  para  reprimir  con  la  fuerza  pública  toda  amenaza  de 
desorden,  permaneció  siempre  inalterable  en  la  confianza 
que  le  inspiraba  el  réjimen  de  absoluta  libertad,  i  desarmó 
esas  tempestades  sin  tomar  jamas  medida  alguna  de  coac- 
ción o  de  violencia. 

En  el  seno  del  gobierno,  en  sus  relaciones  con  sus  minis- 
tros i  consejeros,  el  señor  Pérez  observó  la  misma  modera- 
ción i  la  misma  templanza  que  han  hecho  de  él  el  presidente 
constitucional  por  excelencia.  Interesándose  por  todo  lo  que 
se  relacionaba  con  la  jestion  de  los  negocios  públicos,  e  im- 
primiendo a  éstos  la  dirección  jeneral,  evitando  medidas  in- 
consultas o  que  no  corres pondian  a  su  sistema  de  gobierno, 
el  señor  Pérez  guardaba  a  sus  ministros  la  mas  alta  consi- 
deración, les  dejaba  el  derecho  de  iniciativa  i  una  amplia  li- 
bertad de  acción,  i  se  abstenia  cuidadosamente  de  desauto- 
rizarlos directa  o  indirectamente.  Uno  de  sus  ministros  nos 
decia  en  una  ocasión  que  así  como  nunca  se  vio  a  aquel  dis- 
tinguido mandatario  injerirse  en  los  asuntos  de  gobierno  que 
eran  del  resorte  de  sus  ministros  o  de  otros  funcionarios,  la 
posteridad  no  podria  hallar  documento  alguno,  ni  siquiera 
una  carta  familiar,  en  que  apareciese  aquel  mezclándose  en 
lo  que  estrictamente  no  formaba  parte  de  su  esfera  de  ac- 
ción. Jamas,  nos  agregaba,  se  vio  a  don  José  Joaquin  Pérez 
pedir  en  cuestión  alguna  el  voto  tal  o  cual  a  un  senador  o  a 
un  diputado. 

Al  bajar  del  poder  después  de  diez  años  de  gobierno,  el 
señor  Pérez,  que  en  el  mando  supremo  habia  observado  la 
sencillez  del  mas  modesto  ciudadano,  volvió  a  la  vida  pri- 
vada sin  pesar,  sin  odios  i  sin  remordimientos,  seguro  de  no 
haber  hecho  mal  a  nadie,  i  satisfecho  de  haber  cumplido  su 


Don  José  Joaquín  Pérez  323 

deber.  Sin  pretender  influjo  ni  valimiento  en  el  gobierno  de 
su  sucesor,  manteniéndose  sistemáticamente  alejado  de  las 
luchas  de  la  política,  prestó  todavía  sus  servicios  como  se- 
nador i  como  consejero  de  estado  durante  cinco  años  mas. 
Después  de  éstos,  su  alejamiento  délos  negocios  públicos  fué 
absoluto  i  definitivo. 

Pero  un  espíritu  cultivado  como  el  suyo  no  podia  olvidar- 
se un  solo  dia  de  los  intereses  de  la  patria  i  de  la  sociedad 
en  que  vivía.  El  señor  Pérez,  que  por  un  prodijio  de  solidez 
de  juicio,  conservó  hasta  los  últimos  días  de  su  vida  el  goce 
completo  de  sus  facultades  intelectuales,  pasaba  largas  ho- 
ras entregado  a  las  mas  variadas  lecturas,  amenas  unas,  se- 
rias otras,  gustaba  sobre  manera  estar  al  corriente  de  los 
acontecimientos  públicos,  i  sin  dejarse  arrastrar  por  ningu- 
na pasión,  daba  su  parecer  sobre  ellos  con  aquella  tranquila 
serenidad  i  con  aquel  profundo  e  incontrastable  buen  sentido 
que  constituyeron  las  más  sobresalientes  de  sus  grandes  do- 
tes morales.  En  el  seno  de  ila  familia,  en  el  trato  con  sus 
amigos,  conservó  hasta  esos  últimos  años  la  igualdad  inalte- 
rable de  su  carácter,  la  moderación  en  todas  sus  opiniones  i 
la  viveza  de  espíritu  que  le  permitía  sembrar  su  conversa- 
ción de  conceptos  injeniosos  i  ordinariamente  de  un  grande 
alcance.  El  señor  Pérez  fué  hasta  los  últimos  días  de  su  lar- 
ga vida  lo  que  había  sido  en  su  juventud  i  en  su  edad  ma- 
dura, un  hombre  notable  por  la  solidez  de  su  intelij encía,  i 
mas  notable  aun  por  la  solidez  de  su  carácter,  que  no  cono- 
ció nunca  la  ñccion  ni  la  doblez. 

Las  pasiones  de  partido,  las  exajeraciones  de  la  prensa, 
los  estravíos  de  la  opinión  popular  tan  frecuentes  en  las  lu- 
chas políticas,  pudieron  estraviar  durante  algunos  años  el 
concepto  de  muchas  j entes  sobre  el  ilustre  personaje  que  ha 
servido  de  tema  a  este  artículo.  La  acción  reparadora  del 
tiempo,  habia  hecho  ya  completa  justicia  al  señor  don  José 
Joaquín  Pérez;  i  el  iP  de  junio  del  corriente  año,  al  anun- 
ciarse su  muerte  después  de  una  líjera  enfermedad,  que  su 
avanzada  edad  no  le  permitió  dominar,  se  hizo  sentir  en  todo 
el  pais  la  esplosion  del  dolor  público.  La  posteridad  que  se 


324  Estudios  Biográficos 


ha  abierto  para  él,  habrá  de  contarlo  entre  los  mas  preclaros 
hijos  de  la  patria  chilena,  i  como  el  iniciador  del  réjimen 
verdaderamente  liberal  en  nuestras  costumbres  políticas. 


NECROLOJÍA 
DE  DON  JOSÉ  FRANCISCO  VERGARA 


§  17 
NECROLOJIA  DE  DON  JOSÉ  FRANCISCO  VERGARA  i 

La  noticia  del  repentino  fallecimiento  del  señor  don  José 
Francisco  Vergara  ha  producido  en  toda  la  República  una  es- 
plosion  de  dolor.  En  la  capital  i  en  las  provincias  los  periódi- 
cos han  enlutado  sus  columnas,  i  han  tributado  a  la  memo- 
ria de  este  ilustre  patriota  artículos  necrolójicos  que  reflejan 
bastante  bien  la  intensidad  del  sentimiento  público. 

En  esos  artículos,  en  que  se  ha  tratado  de  trazar  los  ras- 
gos distintivos  de  la  fisonomía  moral  del  señor  Vergara,  se 
han  recordado  principalmente  los  servicios  que  prestó  a 
Chile  en  la  pasada  guerra  contra  la  alianza  Perú-boliviana. 
Abandonando  sus  cuantiosos  intereses,  olvidando  las  como- 
didades que  procura  la  posesión  de  una  crecida  fortuna,  el 
señor  Vergara  acudió  de  los  primeros  a  tomar  su  puesto   en- 


I.  Artículo  editorial  escrito  por  don  Diego  Barros  Arana  para  el  núme- 
ro especial  que  en  homenaj  e  a  la  memoria  del  ilustre  político  publicó  El 
Heraldo  de  Valparaíso,  en  febrero  de  1889,  i  reproducido  en  la  Revista  del 
Progreso,  (Santiago,  1889)  t.  II,  pájs.  262-266  i  en  la  Corona  fúnebre  de 
Vergara  (Santiago,  1890,  pájs.  375-379). 

Nota  del  Compilador, 


328  Estudios  Biográticos 

tre  los  defensores  de  la  patria.  Simple  voluntario  al  iniciarse 
la  campaña^  fué  llamado  a  ocupar  el  puesto  de  secretario 
particular  del  jeneral  en  jefe,  i  por  su  prudencia  i  su  discre- 
ción consiguió  hacer  oir  su  opinión  en  el  consejo,  i  desarmar 
dificultades  que  amenazaban  romper  la  armonía  en  la  di- 
rección superior  de  las  operaciones.  Encargado  en  seguida 
de  algunas  esploraciones  de  reconocimiento,  el  señor  Verga- 
ra,  junto  con  una  incansable  actividad,  desplegó  en  los  com- 
bates de  avanzadas,  aquel  valor  resuelto  i  sereno  i  aquella 
pericia  militar  que  le  valieron  el  ser  nombrado  en  poco 
tiempo  comandante  jeneral  de  la  caballería.  Llamado,  por 
último  al  ministerio  de  la  guerra,  el  señor  Vergara  decidió  al 
gobierno  a  llevar  a  cabo  la  campaña  a  Lima,  en  cuya  pre- 
paración i  en  cuya  ejecución  tomó  una  parte  directa  e  in- 
mediata. En  solo  dos  años  de  servicios  activos  i  afortuna- 
dos, el  señor  Vergara  habia  recorrido  con  el  mas  raro  luci- 
miento todas  las  escalas  de  la  carrera  de  las  armas.  El 
recuerdo  de  estos  hechos  demuestra  superabundantemente 
que  pocas  veces  se  habrá  visto  la  improvisación  mas  rápi- 
da i  feliz  de  un  verdadero  militar. 

Pero  la  personalidad  moral  del  señor  Vergara,  realzada 
sin  duda  alguna  por  sus  brillantes  servicios  en  aquella  gue- 
rra, tenia  ya  una  valiosa  situación  en  las  otras  esferas  de 
nuestra  vida  política  i  social.  El  rango  que  en  ellas  ocupaba, 
i  que  conservó  cuando,  terminada  la  campaña  activa,  aban- 
donó todo  cargo  militar,  hacia  del  señor  Vergara  uno  de  los 
hombres  mas  justamente  prestijiosos  de  nuestro  pais.  En 
las  luchas  políticas  empeñadas  por  los  partidos  liberales 
para  alcanzar  la  reforma  de  nuestras  instituciones,  en  los 
grandes  trabajos  industriales  que  dirijia  con  tanta  intelij en- 
cía, i  en  el  ejercicio  de  la  filantropía  ilustrada  i  discreta,  el 
señor  Vergara  desplegó  las  dotes  de  un  gran  ciudadano;  i  sin 
dejarse  tentar  por  aspiraciones  inmoderadas,  usando  siem- 
pre una  noble  franqueza  i  una  invariable  rectitud,  se  con- 
quistó la  adhesión  decidida  i  sincera  de  sus  numerosos  ami- 
gos, i  la  estimación  de  cuantos  tuvieron  ocasión  de  acercar- 
se a  él  o  de  combatir  en  las  mismas  filas.  Si  en  la  batalla  de 


Don  José  Francisco  Vergara  329 

la  vida  no  es  posible  dejar  de  sostener  choques  i  de  sembrar 
simpatías  i  antipatías,  el  señor  Vergara  fué  singularmente 
afortunado;  i  sus  mismos  adversarios  que  en  vida  respetaron 
la  elevación  de  su  carácter  i  la  honradez  de  sus  propósitos, 
hoi  tributan  sentidos  i  desinteresados  elojios    a  su  memoria. 

Hai,  sin  embargo,  una  faz  de  la  personalidad  moral  del 
señor  Vergara  que  solo  ha  sido  recordada  vagamente,  con 
una  o  dos  plumadas  en  los  artículos  necrolójicos  que  hemos 
leido  en  estos  días.  Nos  referimos  a  su  pasión  ardiente  por 
el  estudio  que  hizo  de  él  uno  de  los  hombres  mas  sólidamente 
instruidos  de  nuestro  país.  Creemos  conveniente  el  insistir  en 
este  punto  para  llamar  sobre  él  la  atención  de  quien  se  pro- 
ponga en  un  trabajo  mas  completo  i  desarrollado,  dar  a  co- 
nocer la  fisonomía  verdadera  del  hombre  distinguido  cuya 
pérdida  ha  sido  lamentada  como  una  desgracia  pública. 

El  señor  Vergara  hizo  sus  estudios  entre  los  años  de  1845 
i  1853,  en  una  época  en  que  la  enseñanza  comenzaba  a  re- 
gularizarse; pero  en  que  los  cursos  de  matemáticas  no  habían 
recibido  un  conveniente  desarrollo  ni  la  necesaria  reglamen- 
tación. Incorporado  a  estos  cursos,  aspirando  a  ppseer  el 
título  de  agrimensor,  el  señor  Vergara,  sin  embargo,  asistió 
a  las  clases  de  gramática,  de  historia  i  de  francés,  i  en  la 
Universidad  fué  alumno  en  185 1  i  1852  de  las  de  física  i 
química  que  dirijia  al  señor  Domeyko.  Cursaba  topografía  i 
estaba  a  punto  de  terminar  sus  estudios,  cuando  en  1853  el 
gobierno  pidió  a  la  Universidad  dos  jóvenes  que  pudiesen 
ser  agregados  al  cuerpo  de  injenieros  que  comenzaba  el  tra- 
zo i  construcción  del  ferrocarril  entre  Valparaíso  i  Santiago. 
Por  elección  de  los  profesores  fueron  designados  don  José 
Francisco  Vergara  i  don  Paulino  del  Barrio.  El  último,  que 
falleció  en  edad  temprana,  cuando  comenzaba  a  conquistarse 
un  nombre  científico,  prefirió  continuar  en  la  Universidad 
los  estudios  de  jeolojía  i  de  metalurjia  para  hacerse  injenie- 
ro  de  minas.  El  señor  Vergara,  por  su  parte,  aceptó  el  cargo 
que  se  le  ofrecía  para  continuar  sus  estudios  de  injeniería 
civil;  i  durante  cinco  años  sirvió  en  aquella  obra  bajo  las 
órdenes  de  maestros  laboriosos  i   competentes    que  le  sumí- 


330  Estudios  Biográficos 


nistraron  buenos  conocimientos  i  que  le  inspiraron  el  espíri- 
tu ordenado  de  constancia  i  de  regularidad  en  el  trabajo. 

En  ese  trabajo  i  mas  tarde  en  la  esplotacion  industrial  de 
la  hacienda  de  Viña  del  Mar,  el  señor  Vergara  halló  siempre 
tiempo  para  consagrarse  a  la  lectura  con  su  pasión  habi- 
tual. 

Poseedor  de  una  gran  fortuna,  viviendo  rodeado  de  todas 
las  comodidades  apetecibles,  el  señor  Vergara  daba  un  cui- 
dado particular  a  la  formación  e  incremento  de  su  bibliote- 
ca, en  que  pasaba  algunas  horas  cada  dia.  Sin  desatender  la 
amena  lectura,  gustando  mucho  de  los  estudios  gramaticales 
i  filólo  jicos,  prefería,  sin  embargo,  la  historia,  la  jeografía 
i  las  ciencias  naturales;  i  en  estas  materias  llegó  a  adquirir 
conocimientos  tan  estensos  como  sólidos. 

Tuve  la  fortuna  de  tratar  mui  de  cerca  i  con  la  mayor  in- 
timidad al  señor  don  José  Francisco  Vergara.  Viví  con  éj 
meses  enteros,  sin  que  durante  algunos  dias  consecutivos  tu- 
viésemos otro  compañero  que  interrumpiese  nuestras  conver- 
saciones. En  ellas  pude  apreciar  en  su  justo  valor  el  poder 
intelectual  i  la  variedad  i  alcance  de  los  conocimientos  que 
habia  logrado  atesorar  este  hombre  distinguido.  En  las  lar- 
gas noches  de  invierno  en  que  con  cualquier  motivo  caia 
nuestra  conversación  sobre  los  tiempos  pasados,  el  señor 
Vergara  recordando  las  nociones  adquiridas  en  la  lectura  de 
las  mas  notables  obras  históricas,  señalaba  los  hechos  con 
una  rara  precisión,  i  emitía  sobre  ellos  juicios  perfectamente 
madurados.  Su  preparación  científica,  reforzada  con  la  lec- 
tura de  muchas  de  las  mejores  obras  modernas  de  ciencias 
exactas  i  naturales,  le  permitía  estar  al  corriente  del  movi- 
miento científico  jeneral  de  nuestra  época,  i  profundizar  cier- 
tos ramos  a  que  habia  prestado  mas  contracción.  Así,  el  señor 
Vergara,  que  habia  estudiado  prolijamente  muchas  cuestio- 
nes de  física,  matemática,  i  que  tenia  sólidas  nociones  teóri- 
cas i  prácticas  de  topografía,  era  también  un  botanista  de 
mérito.  Aunque  habia  hecho  estos  estudios  para  satisfacer  una 
noble  inclinación  de  su  espíritu,  sin  propósito  de  lucro  i  sin 
esperar  utilizarlos  en  la  enseñanza  o  en  algunos  escritos,  ellos 


Don  José  Francisco  Vergara  331 

le  permitieron  dar  a  muchos  de  sus  trabajos  industriales  una 
dirección  mas  práctica  i  mas  segura. 

El  señor  Vergara  estaba  dotado  de  un  vigoroso  talento  de 
escritor.  Vaciaba  su  pensamiento  con  elegancia  i  nitidez;  i 
cuando  era  conveniente,  lo  revestía  de  formas  animadas  por 
un  brillante  colorido  o  por  un  sarcasmo  estigmatizador.  Des- 
graciadamente, el  señor  Vergara  parecia  desconocer  su  poder 
de  escritor;  i  él,  que  manejaba  la  pluma  con  una  rara  faci- 
lidad, casi  no  escribió  mas  que  algunas  docenas  de  artículos 
políticos  que  hicieron  grande  impresión  en  la  época  que  se 
dieron  a  luz,  i  que  serán  recordados  i  leídos  como  verdade- 
ros modelos  en  su  jénero. 

Hace  pocos  meses  leía  Vergara  un  libro  de  Víctor  Hugo 
que  acababa  de  publicarse  en  París.  Ese  libro  titulado  Choses 
vues  (Cosas  vistas)  era  formado  por  una  colección  de  notas  o 
fragmentos  hallados  entre  los  papeles  del  insigne  poeta.  En 
ellas  había  consignado  Víctor  Hugo  su  primera  impresión 
sobre  muchos  sucesos  o  accidentes  de  su  tiempo  de  que  le 
tocó  ser  testigo  presencial,  o  sus  recuerdos  de  una  visita  o  de 
una  conversación  con  un  personaje  mas  o  menos  distinguido. 
La  lectura  de  esas  pajinas  escritas  al  correr  de  la  pluma,  pero 
llenas  de  vida  i  de  color  local,  inspiraron  a  Vergara  la  idea  de 
reunir  en  un  libro  recuerdos  personales  que  conservaba  gra- 
bados en  su  memoria,  i  que  referia  con  el  mas  animado  ínte- 
res. Los  que  conocimos  el  poder  de  su  pluma,  sabemos  cómo 
habría  desempeñado  esa  tarea.  La  sola  campaña  de  1879- 
1881  a  que  había  asistido  tomando  parte  principal  en  todos 
los  actos  decisivos,  en  las  resoluciones  del  consejo  i  en  todas 
las  grandes  batallas,  le  habría  dado  materia  para  una  obra 
de  la  mas  incuestionable  utilidad.  La  enfermedad  que  había 
comenzado  a  enervar  su  vigor  físico,  i  que  al  fin  determinó  su 
muerte  prematura,  le  impidió  acometer  ese  último  trabajo  que 
indudablemente  habría  asentado  su  nombre  de  escritor,  dán- 
dole un  puesto  de  honor  entre  nuestros  mas  distinguidos 
literaltos. 

La  vida  del  señor  Vergara,  su  fisonomía  moral  i  el  bosque- 
jo de  sus  acciones,  no  pueden  ser  la  obra  de  un  artículo  de 


332  Estudios  Biográficos 


diario.  Estos  lijeros  apuntes  pueden  talvez  ser  utilizados  por 
el  que  acometa  ese  trabajo  en  un  escrito  mas  estenso,  i 

I.  Este  trabajo  fué  emprendido  por  el  mismo  señor  Barros  Arana,  i  es 
el  que  figura  en  el  presente_^ volumen,  a  continuación  de  esta  reseña  necró- 
lojica. 

Nota  del  Compilador. 


DON  JOSÉ  FRANCISCO  VERGARA 
(1833-1889) 


i8 


DON  JOSÉ  FRANCISCO  VERGARA  i 

(1833-1889) 

El  nombre  de  don  José  Francisco  Vergara,  querido  por 
sus  deudos  i  'por  sus  numerosos  amigos,  ligado  a  la  histo- 
ria de  nuestro  desenvolvimiento  político  por  la  participación 
que  tomó  en  las  nobles  luchas  en  favor  de  la  causa  liberal,  i 
de  nuestros  progresos  industriales  por  su  intelijente  iniciati- 
va i  por  trabajos  tan  bien  concebidos  como  pacientemente 
ejecutados;  adquirió  mas  tarde  una  gran  notoriedad  por  bri- 
llantes servicios  prestados  a  la  República  en  una  guerra  es- 
terior,  i  ha  merecido  en  los  anales  de  Chile  un  puesto  de  ho- 
nor al  lado  de  los  mas  preclaros  patriotas  que  ellos  recuerdan. 
Corazón  sano  i  abierto  a  todas  las  emociones  jenerosas, 
espíritu  elevado,  intelijencia  privilejiada,  Vergara  mereció  en 
vida  el  afecto  de  sus  conciudadanos  i  merecerá  en  la  historia 
el  respeto  i  el   aplauso  de  la  posteridad. 

Don  José  Francisco  Vergara  nació  el  dia  10  de  octubre  de 
1833  a  pocas  leguas  de  Santiago,  en  una  hacienda  del  valle 

I.  Biografía  colocada  como  introducción  a  sus  Discursos  i  escritos  políti- 
cos i  parlamentarios.  (Santiago,^  1890.) 

Nota  del  Compilador. 


336  Estudios   Biográficos 

de  Colina.  Su  hogar  distinguido  i  honrado,  distaba  mucho 
de  ser  opulento.  Su  madre,  la  señora  doña  Carmen  Echevers, 
vastago  de  una  antigua  familia,  i  heredera  de  sólidas  virtu- 
des sociales,  habia  tenido  un  escaso  patrimonio;  i  su  padre 
don  José  María  Vergara  i  Albano,  era  un  militar  retirado  en- 
tonces del  servicio  que  vivia  consagrado  a  los  trabajos  agrí- 
colas en  un  predio  de  campo  que  arrendaba  i  que  le  sumi- 
nistraba solo  los  recursos  necesarios  para  el  mantenimiento 
de  sus  hijos  i  para  procurarles  la  educación  mas  esmerada 
que  entonces  se  podia  dar  en  nuestro  pais. 

Hombre  de  juicio  claro  i  recto,  de  acrisolada  probidad,  i 
dotado  del  sentimiento  del  deber,  don  José  María  Vergara 
se  habia  alistado  durante  la  guerra  de  la  independencia  en 
las  milicias  movilizadas  de  caballería  del  ejército  de  la  patria. 
El  jeneral  O'Higgins  que  durante  su  niñez  habia  vivido  al 
lado  de  los  abuelos  maternos  del  joven  oficial,  tomó  a  éste 
un  particular  cariño  i  lo  hizo  su  ayudante  en  los  dias  mas 
penosos  de  la  campaña  de  1818.  Vergara,  sin  embargo,  aban- 
donó el  servicio  militar  con  el  grado  de  sarjento  mayor  al 
terminarse  aquella  campaña,  i  vivió  por  muchos  años  ajeno 
a  los  destinos  públicos.  El  presidente  don  Manuel  Búlnes,  que 
habia  sido  su  compañero  de  armas,  lo  llamó  mas  tarde  al 
servicio,  i  le  confió  el  cargo  de  intendente  de  Colchagua,  con 
residencia  en  la  ciudad  de  San  Fernando,  a  donde  acababa 
de  trasladarse  la  capital  de  la  provincia.  Vergara  desempeñó 
ese  destino  con  prudencia  i  moderación  hasta  principios  de 
1847,  ^^  ^.^^  después  de  repetidas  renuncias,  fundadas  en  el 
deplorable  estado  de  su  salud,  se  le  permitió  volver  a  la 
vida  privada. 

La  muerte  de  ese  estimable  caballero,  ocurrida  en  abril 
del  año  siguiente,  dejó  a  su  familia  en  una  situación  preca- 
ria. La  señora  viuda,  sin  embargo,  desplegó  una  grande 
entereza  de  carácter  i,  a  pesar  de  la  limitación  de  sus  recur- 
sos, atendió  con  tanto  celo  como  prudencia  a  la  educación 
de  sus  hijos. 

Don  José  Francisco  Vergara  contaba  entonces  poco  mas 
de  catorce  años,  habia  hecho  sus  estudios  primarios  i  cursa- 


Don  José  Francisco  Vergara  337 

ba  humanidades  en  un  colejio  particular  de  Santiago.  Desde 
su  primera  edad  habia  demostrado  intelijencia  i  una  aplica- 
ción sostenida;  pero  la  situación  creada  a  su  familia  por  el 
fallecimiento  de  su  padre,  fué  un  nuevo  estímulo  para  redo- 
blar sus  esfuerzos.  Inclinado  por  naturaleza  al  trabajo  i  al 
estudio,  i  convencido  ahora  de  que  su  porvenir  dependia  de 
ellos,  Vergara  solicitó  de  su  madre  que  lo  colocara  en  el  Ins- 
tituto nacional;  i  en  efecto  fué  incorporado  en  este  estable- 
cimiento como  alumno  esterno  el  lo  de  mayo  de  1848,  en 
los  cursos  de  matemáticas,  por  los  cuales  mostraba  una  de- 
cidida afición. 

En  esos  años,  en  que  aun  no  existian  las  diversas  carre- 
ras de  injenieros,  creadas  según  indicación  de  don  Ignacio 
Domeyko  i  con  acuerdo  del  consejo  de  la  universidad,  por 
decreto  de  7  de  diciembre  de  1853,  los  estudios  de  matemá- 
ticas, reducidos  a  los  ramos  mas  esenciales  conducían  solo 
a  la  posesión  de  título  de  agrimensor.  Pero  la  instrucción 
pública  habia  comenzado  ya  a  entrar  en  una  vía  de  progre- 
so, i  a  los  aspirantes  a  este  título  se  les  exijian  algunos 
estudios  de  carácter  literario,  gramática,  historia  i  un 
idioma  vivo,  junto  con  el  conocimiento  de  la  física  i  de  la 
química.  Vergara  cursó  todos  estos  ramos  con  lucimiento, 
manifestando  ademas  desde  aquellos  años  una  marcada  pa- 
sión por  la  lectura,  i  un  espíritu  serio  i  reflexivo  que  no 
escluia  la  viveza  de  injenio,  el  buen  humor  en  la  con- 
versación i  los  demás  signos  distintivos  de  la  juventud  i  de 
un  carácter  franco  i  abierto.  Sus  condiscípulos  lo  estimaban 
con  particular  simpatía,  i  casi  todos  ellos  fueron  sus  amigos 
íntimos  hasta  el  fin  de  sus  días. 

Cursaba  en  1853  los  últimos  ramos  de  estudio  exijidos  en- 
tonces para  obtener  el  título  de  agrimensor.  Su  aplicación  i 
la  seriedad  de  su  carácter  habían  llamado  la  atención  de  sus 
profesores,  i  fueron  causa  de  que  se  le  llamara  a  los  diversos 
puestos  públicos  que  desempeñó.  El  12  de  abril  de  ese  año 
fué  nombrado  inspector  de  internos  del  Instituto  nacional 
e  iba  a  ser  nombrado  profesor  del  curso  preparatorio  de  ma- 
temáticas, cuando  se  le  destinó   a  otro  cargo  que   podía  ser- 

TOMO  XII. — 22 


338  Estudios  Biográficos 


virle  de  escuela  práctica  de  injeniería.  Como  se  sabe,  el  año 
anterior  se  habian  iniciado  los  trabajos  de  construcción  del 
ferrocarril  entre  Santiago  i  Valparaíso.  Queriendo  el  gobierno 
que  se  formasen  algunos  injenieros  nacionales,  pidió  a  la 
Universidad  que  designase  dos  estudiantes  del  curso  supe- 
rior de  matemáticas  para  que  sirviesen  como  injenieros  ayu- 
dantes. 

Don  Ignacio  Domeyko,  entonces  delegado  universitario  i 
profesor  de  física  i  química,  i  don  Francisco  de  Borja  Solar, 
profesor  de  topografía  presentaron  a  don  Paulino  del 
Barrio  i  a  don  José  Francisco  Vergara  como  los  mejores 
alumnos  de  sus  cursos.  El  primero  de  ellos,  que  tenia  una 
inclinación  decidida  por  las  ciencias  naturales,  no  aceptó  el 
puesto  que  se  le  ofrecía,  para  consagrarse  a  los  estudios  de 
mineralojía  i  de  jeolojía  en  que  alcanzó  a  preparar  algunas 
memorias  que  dejaban  ver  el  jérmen  de  un  sabio,  i  que  fue- 
ron motivo  para  que  su  temprana  muerte,  ocurrida  dos  años 
mas  tarde,  fuera  sentida  como  una  desgracia  pública. 

Vergara,  que  veía  en  los  trabajos  del  ferrocarril  un  ancho 
campo  de  estudio  i  de  actividad,  aceptó  ese  cargo  el  i6  de 
junio  de  1853,  i  en  consecuencia,  se  trasladó  a  Valparaíso  a 
ponerse  a  disposición  de  sus  jefes. 

Vergara  no  contaba  entonces  veinte  años.  Era  un  joven  de 
hermosa  presencia,  de  facciones  delicadas  i  simpáticas,  i  de 
una  gran  suavidad  de  carácter.  La  claridad  de  su  intelij  en- 
cía, su  actividad  en  el  trabajo  i  su  modestia  habitual,  le  ga- 
naron desde  luego  la  voluntad  i  la  estimación  de  sus  jefes. 
Fueron  éstos  Mr.  Maughan,  distinguido  injeniero  ingles  lla- 
mado a  Chile  para  dirijiresos  trabajos,  i  muerto  desgracia- 
damente ese  mismo  año;  don  Agustín  Verdugo,  que  lo  reem- 
plazó interinamente,  i  por  último  don  Guillermo  Lloyd,  que 
llevó  a  término  la  dirección  científica  de  esa  obra.  Vergara, 
colocado  bajo  la  dependencia  inmediata  de  un  injeniero  se- 
gundo, Mr.  Paddisson,  trabajó  con  éste  en  varios  puntos  de 
la  sección  entre  Valparaíso  i  Quillota,  i  tuvo  en  él  un  maes- 
tro i  luego  un  amigo   de    toda  su   estimación.   Habiéndose 


Don  José  Francisco  Vergara  339 

dado  a  contrata    algunas  de  las  obras  del   camino,  Vergara 
tomó  una  de  ellas,  i  la  ejecutó  con  gran  puntualidad. 

La  construcción  del  ferrocarril  entre  Valparaiso  i  Santiago, 
dadas  las  dificultades  que  presentaban  los  medios  de  ejecu- 
ción conocidos  hasta  entonces,  la  inesperiencia  consiguiente 
a  la  primera  obra  de  esa  clase  i  lo  limitado  de  los  recursos 
de  que  se  podia  disponer,  era  una  empresa  colosal  que  mas 
de  una  vez  se  creyó  irrealizable.  Así  se  comprende  que  la  so- 
la sección  entre  Valparaiso  i  Quillota  tardara  ocho  años  en 
quedarconcluida,  que  mas  de  una  vez  se  modificaran  los  pla- 
nos abandonando  trabajos  hechos!  con  costo  crecido  i  que 
aun  después  de  algunos  años  de  iniciados,  se  pensara  en  ha- 
cer estudios  para  terminarlos,  llevando  la  via  por  otros  pun- 
tos. El  fin,  en  1861  se  entregó  la  obra  a  un  contratista  tan 
emprendedor  como  entendido,  que  le  dio  remate  dos  años 
después. 

Todas  estas  perturbaciones  habian  producido  numerosos 
cambios  en  el  personal  de  los  injenieros.  Don  José  Francisco 
Vergara  se  sintió  fatigado  por  esos  aplazamientos,  i  renunció- 
aquel  puesto  cuando  hubo  hallado  otro  campo  en  que  ejerci- 
tar su  actividad.  Fué  éste  el  arriendo  de  la  estensa  hacienda 
de  Viña  del  Mar,  situada  a  las  puertas  de  Valparaiso,  atrave- 
sada por  el  nuevo  ferrocarril,  i  cuya  producción  limitada 
entonces,  debia  tomar  un  gran  desarrollo  dirijida  por  un 
hombre  dotado  como  Vergara  de  intelijente  iniciativa  i  de 
poderosa  voluntad. 

Como  arrendatario,  i  después  como  poseedor  por  su  enlace 
con  la  distinguida  señora  doña  Mercedes  Alvarez,  nieta  i  he- 
redera de  la  señora  propietaria  de  esa  valiosa  propiedad, 
don  José  Francisco  Vergara  desplegó  una  gran  capacidad 
industrial,  e  hizo  de  ella  por  el  trabajo  i  por  especulaciones 
hábilmente  dirijidas,  la  base  de  una  crecida  fortuna.  Apli- 
cando a  la  industriales  sólidos  conocimientos  de  injeniería 
que  habia  adquirido,  suplió  la  escasez  de  agua  que  habia  en 
esa  hacienda  con  la  construcción  de  grandes  represas  que  le 
permitían  recojer  en  el  invierno  las  aguas  pluviales  i  hacer- 
las servir  en  el  riego  en  los  restantes  meses  del  año.  Pudo 


340  Estudios   Biográficos 

así  estender  los  cultivos,  ejecutar  grandes  plantaciones  i  her- 
mosear los  campos  haciéndolos  mas  productivos.  Después, 
cuando  entró  en  posesión  de  aquella  propiedad,  organizó  i 
facilicitó,  como  veremosimas  adelante,  la  formacion¡  de  uno 
los  pueblos  mas  pintorescos  i  amenos  que  existen  en  toda  la 
República. 

En  medio  de  estos  trabajos,  Vergara  conservaba  su  pa- 
sión por  el  estudio.  En  1856  hizo  un  viaje  a  Santiago  para 
rendir  las  últimas  pruebas  i  obtener  el  título  de  agrimen- 
sor. Solo  rara  vez  ejerció  esta  profesión  en  servicio  de  par- 
ticulares, pero  la  hizo  servir  en  sus  propios  trabajos  indus- 
triales. En  su  residencia  de  campo  fué  formando  una  nu- 
merosa i  escojida  biblioteca  en  que  hallaba  su  solaz  en  las 
horas  de  descanso. 

Lector  infatigable,  con  una  excelente  preparación  adquiri- 
da en  el  colejio,  i  dotado  de  una  intelijencia  metódica  i  or- 
denada, i  de  una  feliz  retentiva,  Vergara  pudo  adquirir  co- 
nocimientos estensos  i  variados  que  hicieron  de  él  al  cabo  de 
algunos  años  uno  de  los  hombres  mas  sólidamente  instruidos 
de  nuestro  pais.  Tenia  un  gusto  particular  por  la  lectura  de 
historia,  devoró  con  una  constancia  sostenida  las  obras  mas 
notables  de  este  j  enero- así  antiguas  como  modernas,  i  llegó 
a  poseer  una  idea  jeneral  i  luminosa  de  toda  ella  i  una  no- 
table erudición  sobre  muchos  puntos.  Como  corolarios  de  la 
historia,  estudió  la  jeografía  en  los  mejores  libros  de  viajes, 
i  adquirió  nociones  fundamentales  de  política  i  de  economía 
política.  No  descuidaba  entre  tanto  los  estudios  de  carácter 
científico;  i  teniendo  que  plantar  i  cultivar  uno  de  los  mas 
estensos  i  hermosos  jardines  que  haya  habido  en  nuestro 
pais,  se  consagró  con  una  paciencia  incontrastable  a  la  lec- 
tura de  los  libros  de  botánica,  acabando  por  poseer  conoci- 
mientos notables  de  esta  ciencia  i  por  estar  al  corriente  de 
sus  progresos  mediante  las  publicaciones  periódicas  que  ha- 
cia venir  de  Europa.  La  circunstancia  de  vivir  ordinaria- 
mente retirado  en  el  campo,  i  mas  que  eso  todavía,  la  mo- 
destia que  le  era  habitual,  fueron  por  mucho  tiempo  causa 
de  que  solo  sus  amigos  íntimos  conocieran  que  el  hacendado 


Don  José  Francisco  Vergaba  341 

de  Viña  del  Mar  era  un  hombre  que  por  su  ilustración  hacia 
honor  al  pais.  Era  preciso  conocerlo  de  cerca,  oirlo  en  el 
trato  familiar,  para  saber  con  cuánta  facilidad  i  con  cuánto 
agrado  esponia  en  la  conversación  las  nociones  con  que  ha- 
bla enriquecido  su  espíritu. 

Aunque  Vergara  poseia  una  rápida  viveza  de  injenio,  i 
aunque  sabia  espresar  sus  ideas  con  claridad,  con  precisión 
i  con  colorido,  no  se  habia  imajinado  que  tenia  las  dotes  de 
un  escritor,  ni  habia  intentado  nunca  escribir  para  el  públi- 
co. Un  dia,  sin  embargo,  tuvo  la  ocurrencia  de  escribir  para 
un  diario  de  Valparaíso  un  artículo  en  que  con  motivo  del 
aniversario  de  la  salida  de  la  espedicion  libertadora  del  Perú 
(20  de  agosto  de  1820)  demostraba  que  ese  hecho  era  el  mas 
atrevido  de  nuestra  revolución,  i,  dadas  las  condiciones  del 
pais  en  esa  época,  el  mas  glorioso  de  nuestra  historia.  La 
aprobación  sincera  que  ese  artículo  mereció  de  algunos  de 
sus  amigos,  lo  estimuló  a  escribir  algunos  otros  sobre  diver- 
sas materias,  i  antes  de  mucho  su  pluma  habia  adquirido  la 
firmeza  que  caracterizó  sus  producciones  subsiguientes.  Aun- 
que Vergara  no  utilizó  sino  algunos  años  mas  tarde  sus  gran- 
des dotes  de  escritor,  preparó  entonces  diversos  trabajos  de 
corto  aliento,  es  verdad,  pero  que  reflejaban  a  la  vez  que 
un  saber  sólido,  un  notable  arte  de  esposicion.  Recordaremos 
entre  éstos  algunas  conferencias  sobre  diversas  cuestiones 
científicas  hechas  ante  las  escuelas  libres  de  Valparaíso,  que 
poseían  un  mérito  real  i  que  con  razón  merecieron  el  aplauso 
de  las  personas  aficionadas  a  ese  orden  de  estudios. 

En  ese  tiempo,  las  luchas  de  la  política  interior,  aunque 
ardientes  i  apasionadas,  habían  entrado  desde  1861  en  una 
era  de  tranquilidad  i  de  libre  discusión  mediante  la  absoluta 
libertad  de  la  prensa  i  el  reconocimiento  del  derecho  de  reu-. 
nion.  El  periodismo  cobró  mucha  mayor  animación,  i  en  to- 
das partes  se  organizaron  asociaciones  populares  destinadas 
a  la  discusión  i  a  la  propagación  de  principios  políticos.  Esas 
asociaciones,  precursoras  de  las  reformas  que  ellas  pedían,  i 
que  una  tras  otra  se  fueron  incorporando  en   nuestro  dere- 


342  Estudios  Biográficos 

cho  público,  encontraron  en  don  José  Francisco  Vergara  un 
decidido  i  entusiasta  cooperador. 

Afiliado  en  el  partido  radical,  el  mas  avanzado  de  los  que 
entraban  en  la  contienda,  Vergara  se  hizo  por  su  talento,  por 
su  carácter,  por  su  prestijio  i  hasta  por  su  raro  desprendi- 
miento, el  verdadero  jefe  del  radicalismo  en  Valparaiso,  i  uno 
de  sus  mas  conspicuos  caudillos  en  toda  la  República.  Alen- 
taba con  su  palabra  i  con  sus  esfuerzos  los  trabajos  reforma- 
dores de  su  partido,  i  contribuía  jenerosamente  con  su  bol- 
sillo a  sostener  las  publicaciones  que  los  defendían.  En  1875 
fundó  a  sus  espensas  en  Valparaiso  un  diario  titulado  El 
Deber,  que  fué  por  algunos  años  el  órgano  del  radicalismo 
i  de  los  principios  reformistas  que  éste  proclamaba. 

Hai  un  documento  público  escrito  i  firmado  por  Vergara 
en  aquellos  dias  que  deja  ver  la  noción  correcta  que  éste  te- 
nia de  la  acción  de  los  bandos  políticos  en  el  gobierno.  El  ra- 
dicalismo, organizado  lejos  del  gobierno,  habia  sido  hasta 
entonces  un  partido  de  lucha.  En  abril  de  1875  fué  llamado 
por  primera  vez  a  tener  una  intervención  mas  definida  en  la 
dirección  de  los  negocios  públicos  con  la  entrada  de  don  Jo- 
sé Alfonso  al  ministerio  de  relaciones  esteriores.  «Eres  tú,  le 
decia  Vergara  en  una  notable  carta  que  entonces  vio  la  luz 
pública,  el  primer  radical  que  llega  al  poder;  i  espero  confia- 
damente que  no  tardarás  en  probar  al  pais  que  nuestra  es- 
cuela no  tanto  enseña  a  demoler  instituciones  caducas  i  en 
desacuerdo  con  las  necesidades  de  la  época,  como  a  rendir 
culto  a  la  lei,  a  respetar  i  ensanchar  los  derechos  de  los  hom- 
bres, a  guardar  la  equidad  i  la  justicia  con  todos,  sin  distin- 
ción de  parciales  ni  de  adversarios».  Esas  palabras  honradas 
eran  la  espresion  sincera  de  sus  aspiraciones. 
.  La  actividad  de  Vergara  se  ejercitó  también  en  otro  orden 
de  trabajos  de  interés  público.  Fué  el  promotor  i  el  mas  em- 
peñoso cooperador  de  la  fundación  de  escuelas  libres,  debidas 
a  la  iniciativa  i  a  las  erogaciones  de  los  particulares,  sin  bus- 
car i  sin  necesitar  la  protección  o  el  ausilio  del  gobierno. 
Concurrió  a  esta  obra  con  su  trabajo  i  con  su  dinero,  se  hizo 
visitador  de  esos  establecimientos,  i  no  se  desdeñó  de  dar  en 


Doií  José  Francisco  Vebgara  343 

ellos,  como  dijimos  antes,  lecciones  i  conferencias  sobre  asun- 
tos científicos  espuestos  en  su  forma  mas  elemental  i  sencilla 
para  ponerlos  al  alcance  de  oyentes  de  escasa  preparación. 
Esas  escuelas  subsisten  todavía,  i  sus  anales  recuerdan  el 
nombre  de  don  José  Francisco  Ver  gara  como  uno  de  sus 
fundadores. 

Por  este  mismo  tiempo  inició  don  José  Francisco  Vergara 
la  formación  del  pueblo  de  Viña  del  Mar,  comprendiendo  con 
tanta  intelijencia  como  franqueza  la  unión  que  habia  entre  su 
interés  particular  i  el  interés  público.  La  población  de  Val- 
paraiso  encerrada  dentro  de  un  recinto  que  cada  dia  se  hacia 
mas  estrecho,  necesitaba  estenderse  en  sus  contornos;  i  nin- 
gún punto  ofrecia  para  ello  mejores  ventajas  que  la  hacienda 
de  Viña  del  Mar,  situada  casi  a  las  puertas  de  aquella  ciudad, 
unida  a  ella  por  el  ferrocarril,  i  favorecida  por  el  clima  be- 
nigno i  templado  que  domina  en  casi  toda  la  rejion  de  la  cos- 
ta de  Chile.  Vergara  acometió  la  empresa  de  convertir  en 
una  ciudad  de  recreo  i  de  salubridad  la  parte  baj  a  i  llana  de 
la  hacienda.  Comenzó  por  trazar  plazas  i  calles,  por  apartar 
los  terrenos  que  debia  ceder  para  el  servicio  público,  i  en  se- 
guida vendió  lotes  para  casas  i  quintas  en  condiciones  i  con 
plazos  ventajosos  para  el  comprador.  Antes  de  mucho  tiem- 
po, la  localidad  fué  cubriéndose  de  casas  pintorescas  i  de  jar- 
dines hermosísimos  que  hicieron  de  ella  una  residencia  ape- 
tecida por  numerosos  habitantes  de  Valparaíso  que  buscaban 
la  comodidad,  la  estension  i  el  agrado.  Los  terrenos  subieron 
considerablemente  de  valor,  a  tal  punto  que  los  sitios  com- 
prados en  un  principio  a  precios  relativamente  bajos,  valían 
antes  de  mucho  dos  i  tres  veces  mas. 

Vergara  habia  previsto  este  resultado,  i  su  ojo  certero  le 
habia  hecho  comprender  que  este  cambio  de  valor  era  en 
realidad  un  beneficio  directo  para  él,  pues  mientras  mas  su- 
biera el  de  los  terrenos  vendidos,  mayor  seria  el  de  los  que 
quedaban  en  su  poder.  Merced  a  su  iniciativa  i  al  empeño  que 
puso  en  fomentar  esta  población.  Viña  del  Mar  adquirió  la 
importancia  en  que  hoi  está  colocada.  Vergara,  que  habia 
establecido  su  residencia  en   este  lugar,  se  habia  reservado 


344  Estudios  Biogeáficos 


para  sí  i  su  familia  una  hermosa  quinta^  donde  mantenia  un 
espacioso  jardín  al  cual  consagraba  un  cuidado  personal  tan 
intelijente  como  asiduo,  i  el  desembolso  anual  de  algunos  mi- 
les de  pesos.  Su  espíritu  emprendedor  i  progresista  fué  mas 
lejos  todavía.  Procurando  el  adelanto  de  ese  pueblo,  i  que- 
riendo dar  facilidades  a  los  individuos  i  familias  que  quisie- 
ran residir  en  él  durante  una  temporada,  construyó  con  gas- 
to considerable  un  suntuoso  hotel,  que  luego  pasó  a  procu- 
rarle una  crecida  entrada. 


A  principios  de  1879  se  hallaba  Vergara  en  su  residencia 
de  Viña  del  Mar  de  vuelta  de  un  viaje  que  acababa  de  hacer 
a  Europa  i  los  Estados  Unidos,  cuando  ocurrieron  el  rompi- 
miento con  Bolivia,  i  las  complicaciones  subsiguientes  que 
produjeron  la  guerra  entre  Chile  i  la  alianza  Perú-boliviana, 
Todo  aquello  anunciaba  una  situación  azarosa  i  sembrada  de 
peligros  para  la  República.  Sumida  en  una  crisis  económica 
que  había  producido  una  disminución  en  las  entradas  públi- 
cas, con  un  ejército  de  línea  que  no  alcanzaba  a  contar  tres 
mil  hombres,  sin  armas  para  equipar  nuevos  batallones  i  en- 
teramente desprevenida  para  la  guerra,  tenia  sin  embargo 
que  hacer  frente  a  ella  o  que  someterse  a  la  humillación  que 
pretendían  inflijirle  sus  arrogantes  enemigos.  Se  sabe  cómo 
contestó  el  patriotismo  chileno  a  ese  reto.  El  gobierno  i  el 
pueblo  aceptaron  la  guerra  sin  la  menor  vacilación;  i  de  todo 
el  ámbito  del  país  acudieron  presurosos  millares  de  volunta- 
rios de  todas  condiciones  a  formar  el  ejército  que  nos  dio  la 
victoria  en  las  batallas  mas  considerables  que  se  hayan  em- 
peñado en  la  América  del  Sur. 

En  esas  circunstancias,  don  José  Francisco  Vergara,  aban- 
donando las  comodidades  de  que  vivía  rodeado,  i  descuidan- 
do la  jestion  de  sus  valiosos  intereses,  se  presentó  entre  los 
primeros  a  pedir  un  puesto  entre  los  combatientes  que  iban 
a  entrar  en  lucha  en  defensa  del  honor  i  del  prestijío  de  la 
patria.  Sin  ante  cedentes  militares,  pero  conocido  ya  por  la 
entereza  de  su  carácter  i  por  las   dotes  de   su  intelijencia. 


Don  José  Francisco  Vergara  345 

Vergara  recibió  el  nombramiento  de  secretario  del  j  ene  ral  en 
jefe  de  nuestras  tropas  junto  con  el  título  de  teniente  coro- 
nel de  guardias  nacionales.  En  este  carácter  partió  casi  inme- 
diatamente para  Antofagasta,  donde  debia  organizarse  el 
ejército  chileno  con  los  continj entes  de  voluntarios  que  se 
enviarían  de  todos  los  puntos  de  la  República. 

La  historia  de  esa  guerra  ha  sido  contada  con  bastante  pro- 
lijidad por  uno  i  otro  lado.  La  publicación  subsiguiente  de 
documentos  que  permanecían  reservados,  ha  venido  a  arro- 
jar nueva  luz  sobre  los  hechos,  i  permitirá  formar  sobre  ellos 
un  juicio  definitivo.  Aunque  Vergara  desempeñó  en  esos 
acontecimientos  un  papel  de  primera  importancia,  no  es  este 
el  lugar  de  referirlos  de  nuevo  en  toda  su  estension  i  desa- 
rrollo, pero  sí  debemos  recordar  en  sus  rasgos  jenerales  la 
parte  que  tomó  en  la  dirección  jeneral  de  la  defensa  del  pais 
i  la  intervención  personal  que  tuvo  en  muchos  de  sus  acci- 
dentes. 

En  los  primeros  aprestos  para  la  lucha,  se  hicieron  sentir 
las  dificultades  consiguientes  a  la  falta  de  preparación  del 
pais  para  emprenderla.  El  campamento  de  Antofagasta  ne- 
cesitó algunos  meses  para  regularizarse,  i  así  el  gobierno 
como  los  jefes  militares,  tardaron  en  acordar  i  combinar  un 
plan  de  campaña  efectiva.  Elíministro  de  la  guerra  don  Rafael 
Soto  mayor  se  trasladó  a  esos  lugares,  i  poniendo  en  ejercicio 
una  voluntad  persistente  e  inflexible  i  un  notable  sentido 
práctico,  se  empeñó  en  dar  cohesión  i  solidez  a  los  elemen- 
tos de  defensa,  en  desarmar  las  contrariedades  que  se  susci- 
taban, armonizando  las  ideas  i  propósitos  de  todos,  i  tuvo  la 
intelijencia  i  la  fortuna  para  salir  airoso  en  esos  trabajos. 
Vergara  que,  impuesto  de  cuanto  pasaba  en  Antofagasta, 
habia  venido  a  Santiago  a  informar  de  ello  al  gobierno  i  re- 
clamar la  presencia  del  ministro  de  la  guerra,  volvía  con 
éste  a  esos  lugares  el  15  de  julio,  i  pasó  a  ser  su  confidente, 
su  consejero  íntimo  i  su  mas  decidido  cooperador.  Desde  en- 
tonces, los  aprestos  fueron  muí  rápidos  i  ordenados,  se  dio 
un  impulso  mas  eficaz  a  las  operaciones  navales,  i  la  captura 
del  acorazado  peruano  Huáscar  vino  a  coronar  esos  esfuerzos 


346  Estudios  Biográficos 

i  a  permitir  preparar  la  ejecución  de  las  operaciones  contra 
el  territorio  enemigo. 

En  efecto,  veinte  dias  mas  tarde  el  ejército  chileno  partia 
de  Antofagasta,  i  después  de  un  heroico  combate^  desembar- 
caba en  Pisagua  i  tomaba  posesión  de  sus  contornos.  Pero 
existia  en  la  rejion  vecina  un  ejército  numeroso  de  tropas 
peruanas  i  bolivianas  cuya  concentración  habria  podido  frus- 
trar todos  los  planes  de  los  jefes  chilenos.  Fué  necesario  ace- 
lerar las  operaciones  para  impedir  la  reunión  de  esas  fuerzas' 
colocadas  al  norte  en  Tacna  i  al  sur  en  Iquique.  Siendo  ne- 
cesario despachar  destacamentos  de  avanzada  para  esplorar 
el  terreno  i  para  observar  cualquier  movimiento  del  enemi- 
go, Vergara  se  ofreció  para  dirijir  ese  reconocimiento.  A  la 
una  de  la  mañana  del  5  de  noviembre  partia  para  el  interior, 
acompañado  por  el  teniente  coronel  de  injenieros  don  Arís- 
tides  Martínez,  i  a  la  cabeza  de  ciento  setenta  i  cinco  caza- 
dores acaballo. 

Dos  dias  consecutivos  anduvo  Vergara  en  el  desierto  con 
rumbo  hacia  el  sureste,  sin  divisar  un  solo  enemigo,  i  sin  tomar 
mas  que  cortos  momentos  de  descanso  en  los  establecimien- 
tos u  oficinas  de  elaboración  de  salitre  donde  podia  procu- 
rarse agua  para  su  tropa  i  para  sus  caballos.  Al  acercarse  a 
la  oficina  de  Jermania,  el  6  de  noviembre,  se  dejó  ver  de  re- 
pente un  grueso  destacamento  de  caballería  peruana  manda- 
do por  el  coronel  Sepúlveda,  resuelto  evidentemente  a  em- 
peñar un  combate  en  que  vista  su  superioridad  numérica, 
debía  esperar  una  victoria  segura.  Vergara  se  replegó  un  mo- 
mento para  organizar  el  ataque  i  para  sacar  al  enemigo  al 
campo  llano,  i  cayendo  en  seguida  impetuosamente  sobre 
éste  lo  destrozó  completamente  en  poco  rato,  persiguiéndolo 
largo  trecho,  causándole  la  muerte  de  cerca  de  sesenta  hom- 
bres i  entre  ellos  el  jefe  del  destacamento,  i  tomándole  unos 
veinticinco  prisioneros.  Este  combate  que  solo  costó  a  los 
vencedores  la  pérdida  de  tres  soldados,  i  en  que  Vergara  re- 
cibió un  golpe  en  la  cabeza,  asentó  el  prestijio  de  la  caballe- 
ría chilena,  i  asentó  igualmente  la  reputación  de  aquel  como 
militar  tan  discreto  como  valeroso.    «Su  acierto  i  esforzado 


Don  José  Francisco  Vergara  347 

arrojo  en  el  desempeño  de  tan  difícil  i  arriesgada  comisión, 
decia  el  jeneral  en  jefe  don  Erasmo  Escala  al  dar  cuenta  al 
gobierno  de  este  combate,  ha  venido  a  aumentar  los  impor- 
tantes servicios  que  desde  el  principio  de  la  campaña  ha 
prestado  con  toda  intelijencia  i  abnegación  al  ejército,  i  que 
dan  un  relevante  testimonio  de  su  desinteresado  patriotismo 
que  ha  comprometido  altamente  la  gratitud  del  supremo  go- 
bierno i  del  que  suscribe».  El  parte  dado  por  Vergara  acerca 
de  esta  operación  es  notable  por  su  excesiva  modestia.  «Es- 
tos resultados,  decia,  son  fáciles  de  obtener  cuando  se  man- 
dan.tropas  como  las  de  los  cazadores  a  caballo». 

Mientras  tanto,  habia  avanzado  al  interior  una  gruesa 
división  del  ejército  chileno,  que  fué  a  estacionarse  en  el  si- 
tio denominado  Dolores.  A  su  regreso  a  ese  campamento, 
Vergara  fué  destinado  a  una  nueva  comisión.  Anunciábase 
que  el  ejército  boliviano  mandado  por  el  presidente  Daza 
se  acercaba  por  el  norte.  A  la  cabeza  de  un  destacamento  de 
granaderos  a  caballo,  marchó  Vergara  hacia  ese  lado,  reco- 
rrió una  gran  estension  de  territorio,  i  después  de  soportar 
con  entereza  las  privaciones  i  las  fatigas  consiguientes  a 
estos  movimientos  en  el  desierto,  regresaba  a  Dolores  el  i8 
de  noviembre  sin  haber  hallado  mas  enemigos  que  algunos 
montoneros  que  se  dejaban  ver  a  lo  lejos  i  que  se  dispersa- 
ban apresuradamente  tan  pronto  como  divisaban  las  tropas 
chilenas. 

Vergara  regresaba  a  ese  campamento  en  el  momento  pre- 
ciso en  que  su  presencia  era  indispensable.  Esa  misma  tarde 
llagaba  allí  la  noticia  de  que  las  fuerzas  aliadas  venían  avan- 
zando de  Iquique  a  las  órdenes  del  jeneral  peruano  Buendía, 
en  número  de  cerca  de  doce  mil  hombres,  i  de  que  ya 
se  encontraban  a  corta  distancia.  La  división  chilena  que 
solo  tenia  la  mitad  de  esa  fuerza,  iba  a  hallarse  en  inminen- 
te peligro.  El  jefe  de  ella,  coronel  don  Emilio  Sotomayor, 
pensó  por  el  momento  cambiar  de  posición.  Vergara,  por  su 
parte,  sostuvo  las  ventajas  del  lugar  ocupado  para  defender- 
se contra  el  ataque  que  se  esperaba,  i  consiguió  hacer  triun- 
far su  parecer.  La  batalla  se  verificó  en  la  tarde   del  19    de 


348  Estudios  Biográficos 


noviembre,  i  ella  fué  una  gloriosa  victoria  de  las  armas  chi- 
lenas. «El  señor  don  José  Francisco  Vergara,  decia  el  jeneral 
en  jefe  en  el  primer  parte  oficial  de  esta  jornada,  se  ha  de- 
sempeñado como  el  mejor  de  los  militares,  encontrándose 
en  lo  mas  recio  del  combate».  I  ampliando  poco  después  sus 
informes  al  gobierno,  decia:  «Es  un  deber  de  mi  parte  hacer 
especial  mención  del  secretario  jeneral  señor  Vergara  que  con 
sus  acertados  conocimientos  influyó  poderosamente  en  la 
disposición  de  las  medidas  que  se  tomaron  para  batir  con 
éxito  al  enemigo,  i  que  durante  el  combate  ayudó  personal- 
mente a  su  ejecución». 

Aquella  primera  campaña  de  la  guerra  contra  las  repúbli- 
cas aliadas,  terminó  como  se  sabe,  con  una  jornada  triste- 
mente sangrienta,  que  sin  ser  una  victoria  de  aquéllas,  costó 
a  Chile  dolorosas  pérdidas.  Las  tropas  peruanas,  dispersadas 
después  de  sus  anteriores  desastres,  se  habian  reconcentrado 
en  número  de  cerca  de  cinco  mil  hombres  en  el  estrecho  va- 
lle de  Tarapacá,  i  se  disponían  a  continuar  su  retirada  hacia 
Arica  i  Tacna.  Los  jefes  chilenos,  sin  acertar  a  comprender 
toda  la  importancia  de  los  triunfos  que  habian  conseguido, 
se  abstuvieron  de  empeñarse  en  el  primer  momento  en  una 
persecución  que  podia  ser  causa  de  un  descalabro.  Vergara  i 
otros  oficiales  tan  animosos  como  él,  insistían  en  perseguir 
al  enemigo;  i  alentados^por  el  éxito  maravillosamente  feliz  de 
las  primeras  operaciones,  i  sin  tener  noticia  exacta  del  nú- 
mero considerable  de  tropas  peruanas  que  se  habian  recon- 
centrado en  Tarapacá,  resolvieron  con  el  consentimiento  del 
jeneral  en  jefe  ir  a  atacarlas  en  aquella  posición.  Organizóse 
una  división  de  cerca  de  dos  mil  doscientos  hombres  cuyo 
mando  en  jefe  tomó  el  coronel  don  Luis  Arteaga,  i  ella  fué  a 
estrellarse  el  27  de  noviembre  contra  fuerzas  superiores  en 
mas  del  doble. 

No  tenemos  para  qué  referir  en  sus  incidentes  aquel  tre- 
mendo combate  que  ha  sido  contado  proh jámente  en  otras 
ocasiones.  Las  tropas  chilenas  se  batieron  con  un  vigor  he- 
roico, perdieron  casi  la  cuarta  parte  de  su  número,  i  después 
de  cerca  ocho  horas  de  pelea,  se  vieron    forzadas  a  dejar  el 


Don  José  Francisco  Vergara  349 

campo  en  poder  del  enemigo.  Pero  éste^  rudamente  quebran- 
tado, no  podia  conservarlo;  i  en  la  misma  noche  emprendía 
su  retirada  hacia  el  norte,  dejando  abandonados  a  sus  heri- 
dos que  no  podia  cargar.  Si  a  Vergara  se  le  podia  reprochar 
el  haber  contribuido  con  su  consejo  a  precipitar  aquella  em- 
presa, su  conducta  en  el  combate,  el  valor  que  allí  desplegó, 
la  serenidad  i  el  acierto  con  que  contribuyó  a  salvar  la  tro- 
pa que  pudo  retirarse,  a  procurarse  los  socorros  necesarios 
para  atender  a  los  heridos,  i  a  restablecer  con  las  medidas 
subsiguientes  la  organización  de  las  tropas,  le  merecieron  los 
mas  calurosos  aplausos  del  jeneral  en  jefe.  «En  esa  delicada 
i  difícil  situación,  decia  éste  en  su  parte  oficial,  el  coronel 
Arteaga  fué  poderosamente  secundado  por  el  señor  secreta- 
rio don  José  Francisco  Vergara  que  una  vez  mas  ha  espues- 
to su  vida  con  inminente  riesgo  ante  los  fuegos  enemigos.  Sus 
conocimientos  especiales,  la  prudencia  i  acierto  que  ha  des- 
plegado en  todos  los  encuentros  a  que  ha  concurrido  perso- 
nalmente, contribuyeron  en  mucho  a  las  acertadas  medidas 
cuya  realización  procuraba  personalmente». 

Este  sangriento  combate,  como  decimos  mas  arriba,  puso 
término  a  la  primera  campaña.  Toda  la  provincia  de  Tara- 
pacá  quedaba  en  poder  de  los  chilenos,  al  mismo  tiempo  que 
en  el  mar  habían  cimentado  éstos  su  superioridad  aniqui- 
lando casi  completamente  la  escuadra  peruana.  Tanto  en  el 
Perú  como  en  Bolivia  había  estallado  la  revolución  interior, 
deponiendo  a  los  gobiernos  respectivos,  a  quienes  se  acusaba 
de  haber  dirijidola  guerra  sin  concierto  i  sin  previsión.  Todo 
hacia  presumir  que  ambas  repúblicas,  desilusionadas  a  la 
vista  de  tantos  desastres,  querrían  desistir  de  una  empresa 
que  no  parecía  prometerles  muchas  esperanzas  de  triunfo. 
El  gobierno  de  Chile  llegó  a  comprenderlo  así;  i  aunque 
conservándose  siempre  sobre  las  armas,  i  aun  engrosando 
sus  elementos  de  guerra,  se  mantuvo  durante  cerca  de  dos 
meses  en  una  actitud  espectante.  Vergara  aprovechó  esa  si- 
tuación para  regresar  a  Valparaíso  llamado  por  la  jestion  de 
sus  negocios  particulares  que  necesitaban  su  inspección  per- 
sonal. Allí  en  Santiago  fué  objeto  departe  del  gobierno  i  del 


350  EsTUD'os  Biográficos 

público  de  manifestaciones  de  simpatía  i  de  aplauso  por  la 
abnegación  con  que  habia  servido  a  su  patria  en  aquella 
crisis,  renunciando  a  su  reposo  i  a  sus  comodidades  i  com- 
prometiendo su  persona  en  espediciones  i  combates  en  que 
esponia  su  vida  a  cada  momento. 

Resuelta  la  continuación  de  la  guerra,  i  acordada  por  el 
gobierno  de  Chile  la  campaña  que  debia  llevarse  [al  territo- 
rio de  Tacna  i  Arica,  Vergara  fué  llamado  de  nuevo  al  ser- 
vicio. En  los  primeros  dias  de  febrero  de  1880  se  embarcaba 
en  Valparaíso  con  rumbo  a  Pisagua,  donde  se  reunía  el  ejér- 
cito espedícionario.  Esta  segunda  campaña,  mas  lenta  que 
la  primera,  por  las  grandes  dificultades  del  terreno,  por  las 
distancias  que  era  preciso  recorrer  i  por  la  escasez  de  recur- 
sos de  todo  j enero  del  pais  en  que  se  operaba,  fué  no  menos 
gloriosa  i  decisiva  en  favor  de  las  armas  de  Chile. 

Desembarcado  el  ejército  en  Pacocha  el  25  de  febrero, 
después  de  un  reconocimiento  de  los¡  campos  inmediatos,  en 
que  Vergara  tomó  una  parte  principal,  avanzó  al  interior  una 
división  chilena  a  cargo  del  jeneralBaquedano.  Esa  división 
ocupó  la  ciudad  de  Moquegua,i  batió  en  las  alturas  de  los  An- 
jeles  el  22  de  marzo  las  fuerzas  peruanas  que  se  habían  reunido 
en  este  distrito.  Vergara,  que  había  desplegado  en  estas  pri- 
meras operaciones  su  actividad  acostumbrada,  demostrando, 
junto  con  un  valor  a  toda  prueba,  las  dotes  militares  de  un 
esperimentado  veterano,  fué  promovido  por  el  ministro  de 
la  guerra  en  campaña  al  rango  de  coronel  de  guardia  nacio- 
nales, i  recibió  ademas  el  nombramiento  de  jefe  de  toda  la 
caballería  chilena.  Esta  designación,  recibida  al  principio 
con  marcado  descontento  por  algunos  oficiales  del  ejército, 
estaba  fundada  en  las  cualidades  que  Vergara  habia  demos- 
trado en  la  campaña  anterior,  i  fué  justificada  por  la  con- 
ducta posterior  de  éste. 

En  efecto,  Vergara  desplegó  en  el  desempeño  de  ese  alto 
cargo  las  mismas  condiciones  militares  con  que  ya  se  habia 
distinguido.  Ala  cabeza  de  cuatrocientos  cincuenta  solda- 
dos de  caballería  partía  de  Moquegua  el  7  de  abril,  i  avan- 
zando al   sur  en  dirección  a  Tacna,  donde  se  hallaba  recon- 


Don  José  Francisco  Vergara  351 

centrado  el  grueso  del  ejército  de  la  alianza  perú- boliviana, 
batió  en  Buenavista  el  i8  de  abril  la  división  de  avanzada 
que  aquel  tenia  para  esplorar  los  movimientos  de  los  chile- 
nos. Ese  combate  en  que  el  enemigo  tuvo  mas  de  cien  muertos 
i  en  que  dejó  veinticinco  prisioneros,  no  costaba  a  la  colum- 
na de  Vergara  mas  que  la  pérdida  de  tres  hombres,  i  produjo 
tal  terror  en  el  campamento  de  los  aliados,  que  desde  ese 
dia  no  volvió  a  salir  de  él  partida  alguna  de  esploracion. 

Libre,  pues,  de  estas  atenciones,  pudo  consagrarse  Vergara 
a  reconocer  el  terreno  para  la  mas  fácil  conducción  de  la  ar- 
tillería gruesa,  que  no  podia  avanzar  en  los  arenales  del  de- 
sierto, i  halló  que  el  mejor  medio  de  trasportarla  hasta  Tac- 
na era  hacerla  desembarcar  en  la  caleta  de  Ite,  ahorrando 
así  algunas  leguas  del  penoso  i  casi  invencible  camino  de 
tierra.  Después  de  una  campaña  de  doce  dias  en  que  habia 
conseguido  este  doble  resultado,  Vergara  regresaba  a  reunir- 
se al  grueso  del  ejército,  i  recibía  las  felicitaciones  del  minis- 
tro de  la  guerra  i  de  los  demás  jefes,  como  recibió  en  seguida 
las  del  gobierno  de  Santiago. 

Durante  el  resto  de  esta  campaña,  en  que  las  operaciones 
militares  eran  ejecutadas  por  el  grueso  del  ejército,  el  papel 
de  Vergara  fué  menos  marcado.  Tomó,  sin  embargo,  parte 
en  un  reconocimiento  hecho  con  una  sólida  división  sobre  el 
campamento  de  los  aliados  el  22  de  mayo,  asistió  a  la  bata- 
lla de  Tacna  el  26  del  propio  mes,  i  en  la  tarde  de  ese  mismo 
dia  ocupó  militarmente  la  ciudad  de  este  nombre  donde  se 
habia  tratado  de  oponer  una  desordenada  e  inútil  resisten- 
cia. Eljempeño  que  entonces  puso  porque  se  despachasen 
tropas  a  la  montaña  en  persecución  de  los  últimos  restos  del 
enemigo,  fué  considerado  temerario;  i  así,  creyendo  que  la 
situación  lo  dejaba  libre  para  trasladarse  a  Santiago  a  dar 
cuenta  al  gobierno  de  los  últimos  sucesos  de  la  campaña,  se 
embarcó  en  el  puerto  de  Ite  en  la  tarde  del  27  de  mayo  con 
destino  a  Valparaíso. 

Se  ha  acusado  a  Vergara  de  haber  trasmitido  al  gobierno 
en  esa  ocasión  desde  Iquique  noticias  telegráficas  del  carác- 
ter mas  alarmante.  Se  ha  dicho  que  ofendido  en  su  vanidad 


352  Estudios  Biográficos 


por  no  haberse  adoptado  en  Tacna  el  plan  de  batalla  que 
proponía,  i  que  consistía  en  dar  un  rodeo  para  atacar  al 
enemigo  por  el  flanco  o  por  la  espalda  para  cortarle  toda  re- 
tirada, Vergara  se  empeñaba  en  demostrar,  el  escaso  resulta- 
do de  esa  costosa  victoria,  i  la  importancia  de  las  fuerzas 
aliadas  que  habían  logrado  retirarse.  Nosotros  que  conocimos 
la  seriedad  i  la  rectitud  de  don  José  Francisco  Vergara,  le 
oímos  esplicar  este  accidente  de  una  manera  que  justifica  su 
conducta.  Referíanos  que  en  los  momentos  en  que  se  embar- 
caba en  Ite,  llegaban  allí  algunos  oficiales  que  le  merecían 
entera  confianza,  los  cuales  le  informaron  que  las  reducidas 
partidas  de  tropa  que  se  habían  internado  en  la  montaña  en 
persecución  de  los  fujitívos,  habían  vuelto  contando  que 
éstos,  en  número  considerable,  se  reconcentraban  en  esos 
lugares;  i  como  se  sabía  que  marchaba  en  ausilio  de  ellos  una 
división  de  refresco  despachada  de  Arequipa,  era  de  temerse 
que  se  organizara  allí  otro  ejército,  lo  que  haría  nuevamente 
crítica  la  situación  de  las  fuerzas  chilenas,  sí  éstos  no  se  apo- 
deraban prontamente  de  Arica.  Estos  informes,  que  tenían 
un  fondo  de  verdad,  pero  que  el  rumor  público  exaj eraba, 
pudieron  estraviar  a  Vergara;  pero  el  hecho  cierto  es  que 
sólo  después  del  heroico  asalto  i  toma  de  Arica  el  7  de  junio 
se  pudo  dar  por  definitivamente  asegurado  el  triunfo  de  las 
armas  chilenas  en  esa  comarca. 

Se  creyó  entonces  de  nuevo,  i  con  mayor  fundamento  que 
después  de  la  primera  campaña,  que  la  guerra  había  llegado 
a  su  término,  i  que  las  dos  repúbhcas  aliadas  en  contra  de 
Chile,  convencidas  al  fin  que  no  podían  continuarla  con  pro- 
babilidades de  triunfo,  pedirían  la  paz.  Estas  espectatívas, 
perfectamente  fundadas,  detuvieron  por  uno  o  dos  meses  los 
aprestos  del  gobierno  chileno,  sin  descuidar  sin  embargo  el 
mantenimiento  del  ejército  i  de  la  armada  en  pié  de  guerra 
en  previsión  de  que  fuera  necesario  continuar  las  hostili- 
dades. 

En  estas  circunstancias  se  operó  en  el  gobierno  de  Chile 
una  completa  modificación  ministerial.  El  ministro  de  la 
guerra  don  Rafael  Sotomayor  había  muerto  en  la  campaña 


Don  José  Francisco  Vergara  353 

de  resultas  de  un  ataque  del  apoplejía  pocos  dias  antes  de  la 
batalla  de  Tacna.  En  el  nuevo  ministerio,  Vergara  fué  lla- 
mado a  ocupar  ese  puesto  por  decreto  de  15  de  julio.  Este 
nombramiento  fué  objeto  de  ardientes  discusiones  en  el  con- 
greso. Sin  negar  nadie  la  importancia  de  los  servicios  pres- 
tados por  Vergara,  sin  poner  en  duda  las  honorables  condi- 
ciones de  su  carácter,  la  elevación  de  su  patriotismo,  ni  su 
reconocida  intelijencia,  se  creia  que  por  las  dificultades  an- 
teriores, por  las  diverjencias  de  pareceres  con  el  jeneral  en 
jefe  del  ejército,  i  por  las  parcialidades  i  banderías  que  po- 
dían aparecer  en  éste,  ese  nombramiento  seria  talvez  causa 
de  perturbaciones.  La  conducta  de  Vergara  en  el  congreso 
contestando  esas  observaciones  i  en  seguida  esponiendo  su 
plan  de  operaciones  militares,  sin  hacer  sin  embargo  revela- 
ciones indiscretas,  mereció  la  aprobación  de  la  mayoría,  como 
mereció  el  aplauso  de  casi  toda  la  prensa. 

Había  entonces  en  el  pueblo  chileno  dos  corrientes  de  opi- 
nión respecto  de  la  marcha  futura  de  la  guerra.  Querían 
unos  que  nuestro  ejército  se  mantuviera  en  posesión  de  los 
territorios  ocupados  al  enemigo,  i  que  se  dejara  a  éste  per- 
der su  tiempo  i  sus  recursos  en  insensatos  aprestos  militares 
que  no  habían  de  servirle  para  recuperar  aquellas  provin- 
cias, hasta  que  convencido  de  su  impotencia  pidiera  la  paz. 
Los  que  sustentaban  esta  opinión  tenían  plena  confianza  en 
el  poder  que  había  desplegado  la  República,  i  sabían  que, 
fuera  que  nuestro  ejército  espedicionase  en  Lima,  o  que  se 
limitase  a  ocupar  la  provincia  peruana  de  Arequipa,  había 
de  alcanzar  la  victoria.  Pero  creían  que  cualesquiera  de  es- 
tas espediciones  costaría  pérdidas  de  sangre  i  desembolsos 
de  dinero  que  no  serían  compensados  con  la  gloría  alcanzada 
en  una  nueva  campaña.  Otros,  i  éstos  eran  los  mas,  soste- 
nían que  la  guerra  no  tendría  otro  término  que  la  espedicion 
a  Lima,  porque  solo  allí,  i  bajo  la  presión  de  las  bayonetas 
chilenas,  se  sometería  el  enemigo  a  aceptar  la  paz.  Esta  úl- 
tima opinión  sostenida  con  grande  ardor  en  el  congreso  i  en 
la  prensa,  encontró  en  Vergara  un  patrocinante  tan  resuelto 

TOMO  XII.— 23 


354  Estudios  Biográficos 


como  convencido  ante  los  consejos  de  gobierno  i  se  impuso 
al  fin  como  un  hecho  ineludible. 

Decidida  la  campaña  sobre  Lima,  i  mientras  se  hacian 
los  grandes  aprestos  que  ella  reclamaba,  se  combinó  una 
espedicion  atrevida  a  los  puertos  del  norte  del  Perú,  desti- 
nada a  obligar  al  gobierno  de  ese  pais,  a  repartir  su  aten- 
ción i  sus  recursos  por  varias  partes,  i  a  demostrarle  su  im- 
potencia para  defender  su  territorio  haciéndole  entender  así 
que  le  habia^Uegado  la  hora  de  solicitar  la  paz.  Esa  espedi- 
cion sembrada  de  peligros  de  todo  jénero,  necesitaba  un 
jefe  de  la  mas  decidida  intrepidez  i  de  una  verdadera  inte- 
lijencia.  Vergara  no  se  engañó  en  su  elección.  Halló  al  hom- 
bre que  buscaba  en  el  capitán  de  navio  don  Patricio  Lynch, 
que  hasta  entonces  habia  desempeñado  en  esta  guerra  car- 
gos secundarios,  en  que  sin  embargo  mostró  una  rara  saga- 
cidad. Contra  las  previsiones  de  muchas  j  entes,  Lynch  co- 
rrespondió dignamente  a  la  confianza  del  gobierno,  dejando 
ver  en  toda  esa  campaña  las  grandes  dotes  políticas  i  mili- 
tares que  hicieron  de  él  uno  de  los  hombres  mas  prominen- 
tes en  todo  el  resto  de  la  guerra. 

Mientras  tanto,  se  continuaban  con  el  mas  decidido  em- 
peño los  aprestos  para  la  espedicion  a  Lima.  Se  creaban 
nuevos  batallones,  se  engrosaban  los  existentes  i  se  reunían 
en  Arica  i  Tacna  todos  los  elementos  necesarios  para  poner 
en  un  brillante  pié  de  guerra  un  ejército  de  veinticinco  a 
treinta  mil  hombres.  La  previsión  del  gobierno  atendía  a 
los  mas  menudos  detalles  de  la  organización  i  del  equipo  de 
esas  tropas.  Ahora,  como  se  habia  hecho  en  las  dos  campa- 
ñas anteriores,  se  prepararon  en  Santiago  mapas  topográfi- 
cos i  descripciones  claras  i  precisas  del  territorio  en  que  se 
iba  a  espedicionar,  i  se  repartían  a  los  oficiales  para  poner- 
los al  corriente  de  este  orden  de  noticias.  En  los  almacenes 
del  ejército  se  acumulaban  en  cantidades  casi  increíbles,  ar- 
mas, municiones,  medicinas,  vendajes,  víveres,  vestuarios, 
calzados,  i  todas  las  herramientas  necesarias  para  recompo- 
ner el  armamento,  para  montar  telégrafos,  para  reparar 
ferrocarriles  i  para  ejecutar  cualquier  trabajo  que  pudieran 


Don  José  Francisco  Vef-gara  355 

reclamar  las  operaciones.  Cuando  comenzaban  a  hacerse  es- 
tos grandes  aprestos,  Vergara  se  embarcó  en  Valparaíso  el 
2  de  octubre  con  algunos  jefes  i  oficiales  para  ir  a  Arica  a 
activar  la  organización  del  ejército  i  a  disponerlo  todo  para 
la  partida  de  la  espedicion. 

En  esas  circunstancias  el  gobierno  del  Perú,  creyendo  de- 
morar los  aprestos  militares  de  Chile  i  darse  tiempo  para 
preparar  su  defensa,  finjió  aceptar  la  mediación  pacífica 
que  ofrecía  el  ministro  plenipotenciario  de  los  Estados  Uni- 
dos en  Lima.  El  gobierno  chileno,  por  su  parte,  pensando 
que  no  le  era  dado  el  negarse  a  oir  proposiciones  de  paz, 
aceptó  [el  ofrecimiento  de  aquel  diplomático,  fijando,  sin 
embargo,  las  condiciones  ventajosas  que  sus  triunfos  le  per- 
mitían exijir,  i  declaran  do, que  mientras  durasen  las  nego- 
ciaciones continuarla  haciendo  sus  aprestos  militares,  i  eje- 
cutando las  operaciones  que  convenían  a  sus  planes  i  a  sus 
propósitos.  Las  conferencias  entre  los  comisionados  del 
Perú,  de  Bolívia  i  de  Chile  se  verificaron  en  el  puerto  de  Ari- 
ca, a  bordo  de  un  buque  de  guerra  norte-americano.  Verga- 
ra, asociado  con  don  Eulojio  Altamirano  i  con  don  Ensebio 
Lillo,  propuso  las  únicas  bases  de  paz  que  el  gobierno  de 
Chile  podía  aceptar;  i  como  éstas  no  fueron  aceptadas  por 
los  representantes  de  los  gobiernos  aliados,  las  negociaciones 
quedaron  rotas  después  de  dos  conferencias.  Todo  aquello  no 
había  retardado  los  aprestos  militares,  ni  producido  otro  re- 
sultado que  la  pérdida  de  unas  cuantas  horas  en  una  discu- 
sión estéril,  que  los  representantes  de  Chile  supieron  simpli- 
ficar reduciéndola  a  su  forma  mas  clara  i  mas  correcta. 

La  presencia  de  Vergara  en  los  campamentos  de  Arica  i 
Tacna  comunicó  una  actividad  prodijiosa  a  los  aprestos  mi- 
litares que  allí  se  hacían.  Ampliamente  autorizado  por  el  go- 
bierno para  dirijir  ese  movimiento,  instado  ademas  por  éste 
para  acelerar  la  partida  de  la  espedicion  sin  detenerse  en 
gastos  ni  en  sacrificios  de  ningún  j enero,  i  desplegando  unas 
enerjía  en  el  trabajo  que  no  se  doblegaba  ante  ningún  obs- 
táculo, Vergara  allanaba  todas  las  dificultades,  impartía  una 
tras  otras  las  órdenes  mas  premiosas,  i  velaba  personalmente 


356  Estudios  Biográficos 


por  su  ejecución.  Esas  órdenes  lastimaron  mas  de  una  vez  las 
susceptibilidades  de  los  jefes  militares;  pero  la  voz  del  pa- 
triotismo se  sobrepuso  a  todo;  i  sobre  las  rencillas  que  tan 
fácilmente  nacen  en  esas  situaciones,  se  hizo  sentir  en  todo 
el  campamento  un  espíritu  levantado  de  sacar  airosa  la  ban- 
dera nacional  en  aquella  empresa,  El  jeneral  en  jefe  don 
Manuel  Baquedano,  lastimado  alguna  vez  en  estos  arreglos 
de  detalle,  manifestó,  sin  embargo,  una  notable  rectitud  de 
juicio,  i  haciéndose  superior  a  las  dificultades  que  habrían 
podido  crear  talvez  serios  embarazos,  correspondió  digna- 
mente a  la  confianza  que  en  él  habia  depositado  el  go- 
bierno. 

La  espedicion  comenzó  a  ponerse  en  movimiento  a  media- 
dos de  noviembre.  El  15  de  ese  mes  zarpaba  de  Arica  la 
primera  división,  i  cuatro  dias  mas  tarde  iba  a  desembarcar 
en  las  cercanías  de  Pisco;  pero,  por  las  dificultades  consi- 
guientes al  trasporte  de  cerca  de  treinta  mil  hombres,  de  un 
inmenso  material  de  guerra,  i  de  grandes  repuestos  de  víve- 
res, el  ejército  chileno  no  se  halló  reunido  sino  un  mes  mas 
tarde.  No  es  este  el  lugar  de  referir  una  campaña  que  ha  sido 
contada  prolijamente  en  los  libros  especiales,  e  ilustrada 
ademas  con  la  publicación  de  sentenares  de  documentos  que 
han  dado  completa  luz  sobre  aquellos  hechos.  Aquella  cam- 
paña, decidida  en  las  mas  grandes  batallas  que  se  han  em- 
peñado en  la  América  del  sur,  se  terminó  con  una  maravi- 
llosa rapidez.  El  16  de  enero  de  1881,  el  ministro  de  guerra 
don  José  Francisco  Vergara,  que  habia  concurrido  con  su 
intelij  encía  i  con  sus  esfuerzos  a  toda  la  campaña,  esponien- 
do valientemente  su  vida  en  las  dos  grandes  batallas  i  en 
numerosos  accidentes  parciales,  comunicaba  al  gobierno 
desde  el  campamento  de  Chorrillos  el  siguiente   telegrama: 

«Gran  batalla  i  brillante  victoria  a  la  altura  de  Chorrillos 
el  dia  13.  Otro  rudo  combate  el  15,  mas  glorioso  que  el  an- 
terior, en  el  campo  de  Miraflores.  El  ejército  enemigo  total- 
mente estinguido  con  enormes  pérdidas  de  vidas.  Mas  de  dos 
mil  prisioneros  i  completa  dispersión  del  resto.  Lima  entre- 
gada sin  condiciones,  será  ocupada  mañana.  Piérola   ha  de- 


Don  José  Francisco  Vergara  357 

saparecido,  i  la  ciudad  no  tiene  mas  autoridades  que  la  mu- 
nicipalidad. El  corazón  se  ensancha  cuando  se  dan  al  pais 
noticias  de  tales  hechos. — Vergara». 

Este  primer  boletín  de  la  victoria,  que  luego  comenzó  a 
ser  ampliado  con  nuevas  i  nuevas  noticias,  dejaba  comple- 
tamente satisfechas  las  aspiraciones  de  Chile. 

Vergara,  que  intervino  en  todos  los  accidentes  militares  de 
esa  campaña,  i  que  a  la  vez  tuvo  que  entender  en  las  nego- 
ciaciones que  mediaron  con  los  ministros  diplomáticos  es- 
tranjeros  para  la  entrega  de  Lima,  permaneció  en  el  Perú 
hasta  los  primeros  dias  de  abril  empeñado  en  regularizar  la 
administración  provisoria  de  los  vencedores.  Recorrió  los 
distritos  vecinos  a  la  capital  colocando  guarniciones  chile- 
nas, i  en  todas  partes  dio  garantías  de  seguridad  a  las  j  entes 
de  paz  i  a  los  que  depusieran  las  armas.  Al  fin,  el  5  de  abril 
se  embarcaba  en  el  Callao,  i  después  de  un  viaje  singular- 
mente rápido,  llegaba  a  Valparaiso  el  10  de  ese  mismo  mes. 
Recibido  con  el  aplauso  popular  a  que  lo  hacian  acreedor 
sus  grandes.servicios,  Vergara  iba  a  hallarse  desgraciadamen- 
te mezclado  en  las  evoluciones  de  la  política  interior  que 
luego  le  procuró  sinsabores  mas  amargos  todavía  que  las  fa- 
tigas soportadas  en  la  guerra  con  tanta  entereza  i  abnegación. 


En  esos  dias  tocaba  a  su  término  la  administración  de  don 
Aníbal  Pinto.  Caracterizada  por  la  probidad  i  por  la  mode- 
ración del  presidente,  ella  había  soportado  rudos  ataques 
en  las  dificultades  políticas  que  al  fin  consiguió  domi- 
nar con  la  prudencia  i  la  tolerancia,  i  había  hecho  frente  a 
las  mas  serias  complicaciones  esteriores  que  resolvió  con  las 
brillantes  victorias  que  acabamos  de  recordar.  Se  trataba 
entonces  de  elejir  un  sucesor  para  el  primer  puesto  del  go- 
bierno, i  la  lucha  estaba  próxima  a  empeñarse  con  un  gran- 
de ardor.  En  vez  de  mantenerse  estraño  a  la  contienda, 
Vergara,  que  volvía  a  asumir  el  puesto  de  ministro  de  gue- 
rra, cometió  el  error  de  tomar  parte  activa  en  ella,  compro- 
metiendo el  prestijio  alcanzado  por  sus  anteriores  servicios  i 


358  Estudios  Biográficos 


por  la  rectitud  de  los  principios  políticos  que  siempre  habia 
sostenido.  Si  bien  es  verdad  que  no  cometió  violencias 
ni  atropellos,  sino  hizo  intervenir  la  autoridad  oficial,  puso 
al  servicio  de  esa  lucha  la  autoridad  moral  de  su  puesto,  i 
contribuyó  a  crear  una  nueva  situación  de  que  no  tardaria 
en  separarse,  comprendiendo  así  el  error  cometido,  i  llevando 
en  su  corazón  honrado  la  amargura  del  desengaño  i  del  arre- 
pentimiento. Recordando  estos  hechos  en  un  brillante  dis- 
curso que  pronunció  en  el  senado  en  agosto  de  1885,  Verga- 
ra  esplicó  su  conducta  con  una  noble  franqueza,  i  aceptando 
como  una  severa  lección  los  reproches  que  se  le  dirijian  por 
los  mismos  que  se  beneficiaron  con  aquellos  actos,  hacia 
votos  porque  ella  sirviera  de  ejemplo  en  lo  futuro. 

Vergara  sirvió  el  ministerio  del  interior  durante  los  pri- 
meros meses  de  la  nueva  administración.  Disgustado  de  la 
marcha  que  se  imprimía  a  la  política,  se  retiró  del  gobierno, 
sin  tener  por  entonces  otra  injerencia  en  los  negocios  públi- 
cos que  la  que  podía  darle  su  puesto  de  senador  por  la  pro- 
vincia de  Coquimbo  a  que  habia  sido  llamado  en  las  elec- 
ciones de  1882.  La  publicación  que  entonces  se  hizo  de  su 
memoria  como  ministro  de  la  guerra  durante  la  última'^cam- 
paña,  suscitó  polémicas  i  controversias  que  debieron  causar- 
le no  pocos  desagrados.  Estas  luchas,  sin  embargo,  no  agria- 
ron su  carácter,  ni  lo  apasionaron  hasta  ser  injusto  con  sus 
impugnadores.  Si  en  los  escritos  a  que  dio  orí  jen  esa  polé- 
mica hubo  ataques  destemplados,  cargos  duros  i  violentos, 
Vergara  conservó  la  rectitud  de  espíritu,  i  entonces  i  mas 
tarde  referia  a  sus  amigos  los  acontecimientos  de  la  guerra 
con  juicio  tranquilo,  sin  vanidad  personal,  apreciando  los 
actos  ajenos  con  templanza  i  tributando  con  frecuencia  elo- 
jios  sinceros  a  los  que  creían  ver  en  él  un  implacable  contra- 
dictor. En  sus  confidencias,  Vergara  manifestaba  que  la  vic- 
toria habia  sido  alcanzada  por  la  unidad  de  los  esfuerzos,  i 
por  el  patriotismo  jeneral  del  país,  pero  no  desconocía  el 
mérito  contraído  por  los  directores  de  la  guerra  ni  el  valor 
de  los  servicios  de  éstos. 

Retirado  en  1882  a  la  vida  privada,  consagrado  al  cuida- 


Dox  José  Fsancisco  Vergara  359 

do  de  sus  intereses  que  habia  desatendido  completamente 
desde  los  primeros  dias  de  la  guerra  en  febrero  de  1879,  Ver- 
gara  no  apareció  por  entonces  en  la  escena  política  sino  to- 
mando parte  en  algunas  discusiones  en  el  senado.  Solo  en 
su  carácter  de  ministro  de  estado  habia  intervenido  poco 
antes  en  las  discusiones  parlamentarias,  i  por  tanto  no  habia 
adquirido  todavía  esa  facilidad  de  palabra  i  esa  posesión  se- 
gura que  de  ordinario  no  se  adquieren  sino  después  de  un 
largo  ejercicio.  Sin  embargo,  la  variedad  i  la  estension  de 
sus  conocimientos,  la  fijeza  de  sus  ideas  i  el  buen  gusto  lite- 
rario formado  en  muchos  años  de  lectura,  dieron  solidez  i 
claridad  a  sus  palabras,  que  con  frecuencia  revestía  de  for- 
mas elegantes,  e  hicieron  de  Vergara  casi  desde  su  estreno, 
un  orador  distinguido,  que  se  dejaba  oír  con  agrado  i  que 
sabia  producir  el  convencimiento,  i  en  muchas  ocasiones 
arranques  de  emoción.  Ilustraba  las  materias  de  la  discu- 
sión; i  cualquiera  que  fuese  el  calor  del  debate,  siempre  man- 
tuvo la  moderación  en  el  tono  del  disciirso,  i  las  convenien- 
cias de  la  oratoria  parlamentaria.  El  presente  volumen^  en 
que  se  han  recopilado  los  principales  discursos  de  don  José 
Francisco  Vergara,  bastará  para  dar  a  conocer  esta  faz  de 
su  personalidad  política;  pero  debemos  advertir  que  separa- 
dos del  cuerpo  del  debate,  sin  conocer  bien  los  antecedentes 
que  los  provocaban,  el  lector  no  puede  apreciar  con  exacti- 
tud toda  su  oportunidad  i  todo  su  alcance,  aunque  las  notas 
que  a  este  respecto  ha  puesto  el  editor  a  muchos  de  ellos, 
llenan  en  lo  posible  ese  vacío.  De  todas  maneras,  aun  en  la 
forma  en  que  hoi  se  publican,  desligados  del  resto  del  deba- 
te, i  sin  poder  apreciarse  debidamente  los  accidentes  de  las 
circunstancias,  i  por  tanto  su  oportunidad,  esos  discursos 
merecen  ser  conservados  i  conocidos  por  mas  de  un  moti- 
vo. Ellos  son  el  fruto  de  una  intelijencia  clara  i  serena,  de 
una  sólida  preparación  adquirida  en  el  estudio  atento  i  pro- 
lijo de  los  asuntos  que  se  tratan,  i  de  un  espíritu  recto  i 

I  Estos  discursos  figuraron  en  el  volumen  Escritos  i  Discursos  parlamen- 
tarios, al  cual  sirvió  de  Introducción  la  presente  biografía. 

Nota  del  Compilador, 


360  Estudios  Biográficos 


franco,  inclinado  a  las  soluciones  resueltamente  liberales,  i 
a  todo  lo  que  significa  respeto  a  la  lei  i  a  los  deberes  que 
imponen  el  honor,  la  probidad  i  el  verdadero  patriotismo. 
Esos  discursos,  que  trataban  una  gran  variedad  de  materias, 
dieron  la  voz  de  alarma  sobre  la  situación  política  del  pais, 
señalaron  los  errores  del  gobierno  i  produjeron  una  gran  im- 
presión en  la  opinión  pública. 

Pero  Vergara  no  pudo  empeñarse  en  esa  campaña  parla- 
mentaria con  todo  el  vigor  a  que  en  otras  circunstancias  lo 
habria  arrastrado  la  entereza  de  su  carácter.  Su  salud  esta- 
ba minada  por  una  enfermedad  que  le  impedia  todo  exceso 
de  trabajo,  i  el  hablar  largo  rato  lo  fatigaba  sobre  manera. 
Como  consecuencia  de  la  vida  de  campaña,  de  los  trabajos 
i  penalidades  soportadas  con  toda  abnegación,  de  las  violen- 
tas transiciones  de  temperatura  entre  el  dia  i  la  noche  en 
los  desiertos  del  litoral  del  Perú,  ora  bajo  un  sol  abrasador, 
ora  envuelto  en  neblinas  frias  i  penetrantes,  Vergara  habia 
contraido  una  enfermedad  al  corazón  que  comenzó  a  mani- 
festarse por  ataques  de  anjina  que  poco  a  poco  fueron  ha- 
ciéndose mas  graves  i  alarmantes.  Por  consejo  de  los  médi- 
cos, se  vio  obligado  a  retirarse  a  su  hacienda  de  Viña  del 
Mar,  i  a  buscar  en  el  estudio  i  en  las  ocupaciones  tranquilas 
de  la  industria,  un  descanso  relativo,  ya  que  el  descanso 
absoluto  era  incompatible  con  la  actividad  de  su  espíritu  i 
con  el  cultivo  de  su  intelijencia.  Sin  embargo,  aun  en  esas 
circunstancias,  haciéndose  superior  a  sus  dolencias  físicas, 
volvía  frecuentemente  a  Santiago  i  mostraba  un  vivo  inte- 
rés por  la  marcha  de  los  negocios  públicos. 

Hasta  esa  época,  Vergara  habia  escrito  pocas  veces  para 
el  público.  Solo  algunos  de  sus  amigos  sabían  que  poseía  una 
notable  facilidad,  i  que  podía  manejar  una  pluma  vigorosa 
en  las  polémicas  mas  ardientes  del  periodismo.  Esta  circuns- 
tancia creaba  para  él  una  situación  escepcíonal:  la  facilidad 
de  guardar  un  incógnito  impenetrable.  La  situación  política 
del  país  cada  vez  mas  inquietante,  le  sujírió  la  idea  de  darla 
a  conocer  i  de  condenar  la  marcha  de  la  administración  pú- 
blica en  una  serie  de  artículos  en  que  se  proponía  examinarla 


Don  José  Francisco  Vergara  361 

bajo  sus  diversas  fases.  Esos  escritos,  dados  a  luz  con  el  tí- 
tulo de  Cartas  políticas,  produjeron  desde  el  primer  momento 
una  impresión  indescriptible,  fueron  reproducidas  por  mu- 
chos diarios  i  leidas  en  todas  partes  con  la  mayor  avidez. 
Bajo  formas  literarias  verdaderamente  irreprochables,  unien- 
do la  censura  vehemente  e  indignada  a  un  sarcasmo  estig- 
matizador,  las  cartas  políticas  de  Vergara  provocaban  alter- 
nativamente la  irritación  del  patriotismo  herido,  i  la  hilaridad 
mas  espontánea. 

Continuando  en  esta  tarea,  i  manteniendo  el  mas  rigoroso 
incógnito,  las  cartas  políticas  de  Vergara  fueron  una  pode- 
rosa palanca  para  mover  la  opinión  i  para  preparar  la  gran 
ajitacion  que  se  hizo  sentir  en  todo  el  pais  en  los  últimos 
meses  de  1885. 

Se  trataba  entonces  de  la  elección  presidencial  que  debia 
verificarse  el  año  siguiente.  Los  miembros  mas  conspicuos  i 
prestijiosos  del  partido  liberal  se  habían  separado  del  go- 
bierno, i  en  torno  de  ellos  se  había  agrupado  un  numeroso 
concurso  de  hombres  de  decisión  i  de  voluntad  que  en  la 
prensa,  en  el  Congreso  i  en  los  meetings  populares  levanta- 
ban la  voz  con  grande  enerjía  i  constituían  una  oposición 
formidable  por  su  número  i  por  su  calidad.  El  partido  con- 
servador, igualmente  hostil  al  gobierno,  llevaba  a  esa  oposi- 
ción un  continjente  poderoso  de  opinión  en  Santiago  i  en 
las  provincias. 

Los  debates  de  las  cámaras  tomaron  un  calor  que  robus- 
tecía la  resistencia  popular  a  la  imposición  de  una  candida- 
tura oficial.  Vergara,  desde  su  puesto  de  senador  i  con  el 
prestí jio  de  su  nombre,  conquistado  con  brillantes  servicios 
a  la  patria,  era  uno  de  los  caudillos  mas  caracterizados,  mas 
animosos  i  resueltos  de  aquel  movimiento.  Su  actitud  tan 
franca  como  bien  dirijida,  le  granjeó  en  esas  circunstancias 
una  popularidad  poderosa  que  lo  señalaba  a  los  pueblos 
como  el  símbolo  de  la  resistencia. 

No  tenemos  para  qué  contar  aquí  todos  los  accidentes  de 
esa  lucha,  referidos  en  muchos  de  sus  pormenores  en  los  es- 
critos reproducidos  en  este  volumen.  Debemos  sí  recordar 


362  Estudios  Biográfico! 


que  cuando  la  oposición  liberal  quiso  presentar  un  candidato 
a  la  presidencia  de  la  República  designado  por  una  conven- 
ción, Vergara  fué  el  ejido  por  una  gran  mayoría. 

Estos  acontecimientos,  verificados  en  medio  de  una  gran 
excitación  de  la  opinión,  parecian  ser  los  precursores 
de  una  lucha  ardiente  i  de  la  mas  obstinada  resistencia  del 
pais  a  la  imposición  de  una  candidatura  oficial. 

Vergara,  sin  embargo,  no  queria  entrar  en  la  lucha  en  las 
condiciones  que  le  creaba  aquella  designación.  Conocía  mui 
bien  que  su  salud  estaba  seriamente  comprometida,  i  que  lo 
imposibilitaba  para  el  trabajo  asiduo  que  se  le  queria  impo- 
ner. Sabia  ademas  que  lainflexibilidad  de  principios  políticos 
que  habia  mantenido  toda  su  vida,  era  un  serio  inconvenien- 
te para  que  pudieran  agruparse  en  torno  suyo  todos  los  ele- 
mentos de  oposición,  sin  cuya  unión  sólida  e  incontrastable 
seria  imposible  el  triunfo  de  una  candidatura  popular  contra 
los  elementos  administrativos  de  que  podia  disponer  la  in- 
tervención. Creía  i  habia  sostenido  que  el  candidato  de  la 
convención  liberal,  debía  ser  un  hombre  de  otras  condiciones 
que  por  sus  principios  moderados  i  por  el  temple  de  su  ca- 
rácter no  suscitase  resistencias  en  ninguno  de  los  círculos 
que  formaba  la  oposición. 

,  Sus  amigos  tuvieron  que  hacer  valer  todo  orden  de  razo- 
nes para  reducirlo  a  aceptar  la  candidatura  que  se  le  ofre- 
cía. Vergara  se  sometió  después  de  larga  discusión  al  pare- 
cer de  éstos,  pero  sin  fe  en  el  resultado  de  la  campaña  que 
se  iba  a  emprender  bajo  su  nombre. 

Las  previsiones  de  don  José  Francisco  Vergara  eran  perfec- 
tamente fundadas,  i  se  realizaron  con  la  mas  puntual  exac- 
titud. Las  agrupaciones  que  formaban  la  oposición,  pode- 
rosas para  trabar  unidas  una  lucha  formidable,  movidas  por 
las  causas  que  Vergara  habia  previsto,  no  se  mostraron  uni- 
formes en  el  apoyo  que  necesitaba  la  candidatura  de  la  con- 
vención liberal;  i  después  de  algunos  trabajos  que  demostra- 
ron lo  posible  que  habría  sido  alcanzar  el  triunfo  en  otras 
condiciones,  renunciaron  a  un  trabajo  efectivo  i  resuelto 
contra  la  candidatura  oficial. 


Don  José  Francisco  Veroara  363 

Estos  acontecimientos  ]  que  habríamos  contado  con  mas 
estension  si  escribiéramos  una  historia  completa  de  la  vida 
de  don  José  Francisco  Vergara  en  lugar  de  un  simple  bos- 
quejo biográfico,  fueron  los  últimos  en  que  su  nombre  figura 
en  la  escena  pública.  La  enfermedad  que  lo  minaba,  habia 
hecho  su  primera  aparición  con  carácter  alarmante  en  1884, 
pero  desde  1886  los  síntomas  de  gravedad  comenzaron  a  ha- 
cerse mas  frecuentes. 

Los  médicos  le  recomendaban  sin  cesar  un  descanso  casi 
absoluto,  i  la  residencia  habitual  en  el  clima  benigno  i  tem- 
plado de  Viña  del  Mar.  El  mismo  Vergara  conocía  el  decai- 
miento gradual  de  su  salud  por  la  fatiga  que  le  causaba  todo 
trabajo  que  lo  obligara  a  salir  de  sus  hábitos  tranquilos,  i 
hasta  el  ejercicio  inmoderado.  Su  espíritu  se  conservaba, 
sin  embargo,  entero  i  en  plena  actividad,  i  en  el  trato  con 
sus  amigos  conservaba  la  suavidad,  la  esquisita  cultura  i  el 
injenio  vivo  i  chispeante  que  hacia  tan  amena  su  conversa- 
ción. Era  verdademente  doloroso  el  contemplar  a  ese  hom- 
bre, joven  todavía  por  los  años  i  por  el  alma,  en  el  pleno 
goce  de  sus  facultades  morales  e  intelectuales,  doblegado  por 
una  dolencia  persistente  e  incurable,  cuya  gravedad  habían 
caracterizado  los  médicos,  i  que  él  presentía  claramente,  pero 
conservando  siempre  la  entereza  i  la  enerjía  de  su  carácter. 
Los  que  lo  trataron  de  cerca  en  este  período  de  su  vida,  no 
podrán  borrar  jamas  de  su  memoria  el  recuerdo  de  las  altas 
virtudes  i  de  la  grandeza  de  alma  que  Vergara  desplegó  en 
medio  de  las  molestias  incesantes  que  eran  consiguientes  al 
debilitamiento  de  su  salud. 

En  esos  años  de  forzado  retiro,  en  que  se  vio  obligado  a 
abandonar  casi  completamente  la  jerencia  de  sus  negocios, 
Vergara  encontró  un  solaz  para  su  espíritu  en  el  estudio  i  en 
el  cuidado  intelijente  del  magnífico  jardín  que  habia  creado. 
Rodeado  de  los  libros  que  formaban  la  abundante  bibliote- 
ca que  había  reunido  en  su  casa  de  campo,  pasaba  largas  ho- 
ras consagrado  a  la  lectura,  se  interesaba  con  el  mas  vivo 
anhelo  por  todo  cuando  se  relaciona  con  la  hteratura  i  con 
las  ciencias,  i  se  complacía  en  conversar  sobre  estas  materias 


364  Estudios  Biográficos 


con  aquellos  de  sus  amigos  que  tenían  gustos  análogos.  El 
cuidado  de  sus  jardines,  la  introducción  i  cultivo  de  nuevas 
plantas,  la  estension  i  mejoramiento  dados  a  sus  parques, 
formaban  otras  de  las  distracciones  a  que  consagraba  tanto 
celo  como  intelijencia.  Interesándose  siempre  por  la  cosa  pú- 
blica, escribiendo  de  vez  en  cuando  en  los  diarios  sobre  al- 
gún asunto  de  actualidad,  Vergara  vivia  tranquilo  en  su  re- 
tiro cuando  su  enfermedad  lo  amenazaba  casi  cada  dia  con 
síntomas  mas  i  mas  inquietantes. 

Vergara  se  esforzaba  en  llevar  en  lo  posible  la  vida  ordina- 
ria de  un  hombre  que  goza  de  buena  salud.  Sometiéndose  a 
las  reglas  hijiénicas  que  le  recomendaban  los  facultativos, 
alimentándose  con  sencillez  í  con  estremada  moderación, 
absteniéndose  de  todo  trabajo  prolongado,  montaba  sin  em- 
bargo a  caballo,  hacia  paseos  a  pié,  í  recibía  con  particular 
agrado  a  los  amigos  i  relaciones  que  frecuentaban  su  hogar 
hospitalario.  En  la  tarde  del  15  de  febrero  de  1889,  después 
de  un  dia  en  que  había  gozado  de  un  relativo  bienestar  de 
salud,  había  salido  a  caballo,  cuando  se  sintió  repentina- 
mente acometido  de  un  ataque  anjinoso  que  en  pocos  instan- 
tes le  causó  la  muerte.  Las  circunstancias  de  esa  catástrofe 
fueron  referidas  con  todos  sus  pormenores  en  los  diarios  de 
esa  época,  cuyos  artículos  se  hallan  reproducidos  al  fin  de 
este  volumen. 

La  noticia  de  la  muerte  de  don  José  Francisco  Vergara, 
trasmitida  por  el  telégrafo,  se  estendió  rápidamente  en  toda 
la  República.  Una  impresión  de  dolor  jeneral  se  hizo  sentir 
en  todas  partes  ante  un  acontecimiento  que  desde  el  primer 
instante  fué  deplorado  como  una  desgracia  nacional.  Nume- 
rosos diarios  enlutaron  sus  columnas;  i  todos,  sin  distinción 
de  colores  políticos,  consagraron  a  su  memoria  artículos  ne- 
crolójícos  en  que  se  tributaba  el  merecido  elojio  alas  gran- 
des virtudes  del  egrej  ío  ciudadano  que  acababa  de  desapa- 
recer. Sus  funerales,  solemnes  por  la  inmensa  concurrencia 
de  jente  que  asistió  a  ellos,  i  mas  todavía  por  el  hecho  de 
haber  reunido  en  torno  de  su  féretro  a  hombres  de  todas  las 
opiniones,  i  por  los  discursos  en  que  se  hizo  el    recuerdo  de 


Don  José  Francisco  Vergara  365 

sus  servicios  públicos  i  de  sus  cualidades  de  caballero,  fue- 
ron, ala  vez  que  la  manifestación  del  dolor,  la  digna  apoteo- 
sis con  que  la  opinión  del  pais  honraba  la  memoria  del  va- 
liente i  entendido  ministro  de  la  guerra  en  campaña  durante 
una  crisis  sembrada  de  peligros  para  la  patria,  i  del  deno- 
dado defensor  délas  ideas  liberales  i  progresistas  en  nuestras 
contiendas  políticas. 

«Cuando  los  hombres  superiores  desaparecen  de  la  tierra, 
decia  Condorcet,  al  primer  estallido  del  entusiasmo,  aumen- 
tado por  el  pesar,  i  a  los  últimos  gritos  de  la  envidia  espiran- 
te, sucede  pronto  un  silencio  temible,  durante  el  cual  se  pre- 
para con  lentitud  el  juicio  de  la  posteridad».  El  nombre  de 
don  José  Francisco  Vergara  saldrá  incólume  de  esa  prueba. 
Sus  contemporáneos  lo  recordarán  con  estimación  i  simpatía; 
i  la  posteridad  lo  colocará  en  el  rango  de  los  mas  ilustres  hi- 
jos de  la  patria  chilena,  a  cuya  gloria  i  a  cuya  prosperidad 
consagró  toda  la  intelijencia  de  una  cabeza  privilejiada,  i 
toda  la  entereza  i  toda  la  actividad  de  un  gran  carácter. 


uA.i»E:tTr>icB 

DOÑA  JERTRÚDIS  GÓMEZ  DE 
AVELLANEDA 

<t8í4-1873) 


DOÑA  JERTRUDIS  GÓMEZ  DE  AVELLANEDA  i 

(1814-1873) 

«Nadie,  sin  hacerle  agravio,  puede  ne- 
gar a  la  señorita  de  Avellaneda  la  pri- 
macía sobre  cuantas  personas  de  su  sexo 
han  pulsado  la  lira  castellana,  así  en  éste 
como  en  los  pasados  siglos.» 

Don  Juan  NicAsio  Gallego 


La  literatura  hispano-americana  acaba  de  perder  a  uno  de 
sus  mas  altos  representantes.  El  2  de  febrero  del  año  co- 
rriente (1873)  ha  fallecido  en  Madrid  la  señora  doña  Jertrú- 
dis  Gómez  de  Avellaneda,  escritora  tan  popular  en  América 
como  en  España,  i  considerada  con  justicia  la  poetisa  mas 
insigne  que  ha  tenido  nuestra  lengua.  Sus  poesías  líricas,  sus 
dramas,  sus  comedias  i  sus  novelas  la  colocan  en  la  fila  de 
los  mas  distinguidos  escritores  castellanos  de  nuestra  época, 
i  le  han  asegurado  una  pajina  duradera  en  los  anales  litera- 
rios de  América. 


I.  Se  publicó  en  la  Revista  de  Santiago,  1873,  t.  I^»  pájs.  597-612. 

Nota  del  Compilador. 
TOMO  XII.— 24 


370  Estudios  Biográficos 


No  nos  proponemos  en  este  artículo  hacer  el  análisis-de  la 
obras  de  la  señora  Gómez  de  Avellaneda,  sino  solo  consignar 
algunas  noticias  biográficas  i  bibliográficas  de  que  convi^jie 
dejar  constancia  en  una  revista  que  aspira  dar  a  conocer  de 
algún  modo  el  movimiento  literario  de  los  pueblos  hispano- 
americanos. 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  nació  en  la  ciudad  de 
Puerto  Príncipe  en  la  isla  de  Cuba,  el  23  de  marzo  de  1816  2. 
Eran  sus  padres  el  teniente  de  navio  don  Manuel  Gómez  de 
Avellaneda,  natural  de  Constantina,  cerca  de  Sevilla,  que 
era  entonces  comandante  de  matrículas  del  distrito,  i  doña 
Francisca  Arteaga  de  Betancour,  orijinaria  de  Cuba,  e  hija 
de  una  de  las  familias  mas  antiguas  de  aquella  población. 
La  señora  Gómez  de  Avellaneda  perdió  a  su  padre  cuando  solo 
contaba  seis  años  de  edad.  Su  madre  pasó  poco  mas  tarde 
a  segundas  nupcias  contrayendo  matrimonio  con  don  Gas- 
par Escalada,  segundo  jefe  del  rejimiento  de  León  que  guar- 
necía a  Puerto  Príncipe. 

Desde  sus  primeros  años  manifestó  la  joven  una  pasión 
singular  por  el  estudio.  En  su  ciudad  natal  faltaban  estable- 
cimientos de  educación  convenientemente  montados.  Ella 
suplió  este  vacío  leyendo  cuanto  libro  caía  a  sus  manos;  i 
luego  que  supo  escribir  corrientemente,  coraenzó  a  compo- 
ner versos  que  rompía,  desesperando  alcanzar  a  hacer  algo 
que  se  acercase  siquiera  a  los  grandes  modelos  que  había  es- 
tudiado. 

Su  natural  despejo  i  su  entusiasmo  por  las  obras  litera- 
rias, atrajeron  luego  la  atención  pública  sobre  su  persona 
mediante  una  circunstancia  que  no  han  conocido  o  que '  nó 
han  recordado  algunos  de  sus  biógrafos.  Como  las  famifias 
de  Puerto  Príncipe  estaban  obligadas  a  mandar  a  sus    hijos 

2.  La  Avellaneda  nació  realmente  en  23  de  marzo  de  1814,  «aunque  ella 
tenia  la  debilidad  de  quitarse  dos  años,  por  lo  cual  la  fecha  está  equivocada 
en  casi  todas  las  biografías»,  según  Menéndez  Pelayo,  Historia  de  la  poe- 
sía hispano-americana^  (Madrid,  191 1).  1. 1,  p.  271. 

Nota  del  Compilador. 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  371 


a  hacer  sus  estudios  a  la  Habana  o  al  estranjero,  algunos  ve- 
cinos promovieron  una  suscripción  popular  cuyo  producido 
debia  de  invertirse  en  la  fundación  de  un  colejio.  Entre 
otros  arbitrios  a  que  se  apeló  para  colectar  fondos,  fué  uno 
el  de  dar  algunas  representaciones  dramáticas  de  aficiona- 
dos. La  joven  Avellaneda  se  ofreció  gustosa  a  contribuir 
con  su  talento  a  esa  obra  de  patriotismo  i  de  ilustración,  i 
desempeñó  con  jeneral  aplauso  el  papel  de  primera  dama  en 
la  representación  de  dos  comedias  de  Moratin  i  en  una  traje- 
día  francesa  que  algunos  años  antes  habia  traducido  al.  cas- 
tellano el  primer  poeta  de  Cuba,  don  José  María  Heredia. 
Estos  aplausos  produjeron  en  el  espíritu  de  la  poetisa  el 
efecto  de  comunicarle  nuevo  ardor  para  seguir  cultivando 
las  letras,  con  las  cuales  habia  estado  a  punto  de  romper  en 
sus  días  de  desaliento. 

A  los  pocos  dias  de  haber  alcanzado  estos  triunfos,  la  se- 
ñora Avellaneda  abandonó  la  isla  de  Cuba.  Su  padrastro,  fa- 
tigado por  los  largos  años  de  servicio  militar,  acababa  de  ob- 
tener una  cédula  de  retiro,  i  quería  pasar  sus  últimos  años 
en  la  provincia  de  Galicia  en  España,  de  donde  era  oriji- 
nario. 

Al  embarcarse  para  Burdeos  en  el  puerto  de  Santiago  de  Cu- 
ba, en  1836,  compuso  su  excelente  soneto  Al  partir,  que  por  ser 
la  primera  de  sus  obras  que  no  quiso  destruir,  fué  colocada 
al  frente  de  sus  poesías  líricas.  Ese  soneto,  que  a  juicio  de  un 
crítico  muí  exijente,  don  Juan  Nicasio  Gallego,  puede 
competir  con  los  mejores  del  parnaso  español,  es,  pues,  la 
obra  de  una  joven  que  apenas  contaba  veinte  años  de 
edad. 

En  esi  época,  las  provincias  del  norte  de  España  estaban 
ocupadas  por  el  ejército  carlista,  que  interceptaba  toda  co- 
municación por  la  vía  de  tierra  entre  la  península  i  la 
Francia. 

La  familia  de  la  señora  Avellaneda  se  vio  forzada  a  per- 
manecer dos  meses  en  Burdeos,  al  cabo  de  los  cuales  se  tras- 
ladó por  mar  a  la  ciudad  de  la  Coruña,  donde  debia  esta- 
blecerse  definitivamente.    Allí  nacieron   en   breve  algunos 


372  Estudios  Biográficos 


disgustos  domésticos,  a  los  cuales  puso  término  doña  Jer- 
trúdis,  yendo  en  1838  a  reunirse  a  la  familia  de  su  padre, 
que  habitaba  la  Andalucía.  No  siendo  posible  hacer  este  via- 
je al  través  de  las  provincias  que  eran  entonces  teatro  de 
una  espantosa  guerra  civil,  la  joven  poetisa  acompañada  por 
su  hermano  don  Manuel  Gómez  de  Avellaneda,  se  embarcó 
•en  Vigo  con  dirección  a  Lisboa,  i  desde  allí  se  trasladó  a 
Cádiz  i  luego  a  Sevilla  i  Constantina,  donde  residían  sus  pa- 
rientes. 

En  estos  lugares,  cuya  naturaleza  ardiente  le  hacia  recor- 
dar de  algún  modo  el  suelo  de  su  patria,  dio  rienda  suelta  a 
su  inspiración,  publicando  en  diversos  diarios  sus  primeras 
poesías  bajo  el  seudónimo  de  la  Peregrina^  i  haciendo  repre- 
sentar en  Sevilla  en  1840  un  drama  titulado  Leoncia,  que 
aunque  fué  mui  aplaudido,  no  quiso  dar  a  la  prensa.  La  ca- 
rrera literaria,  a  que  la  arrastraba  una  vocación  irresistible, 
se  abrió  para  ella  en  aquel  año  en  medio  de  los  aplausos  con 
que  era  saludada  cada  una  de  sus  producciones. 

Entonces  llegaba  también  a  la  mayor  edad.  Emancipada 
de  toda  tutela,  poseedora  de  una  corta  fortuna  que  había 
heredado  de  su  padre,  i  contando  sobre  todo  con  el  proba- 
ble beneficio  que  había  de  producirle  su  pluma,  doña  Jer- 
trúdís  se  trasladó  en  ese  mismo  año  a  Madrid,  donde,  a  pe- 
sarde  la  intranquilidad  producida  por  la  guerra  civil,  existía 
un  notable  movimiento  literario  en  que  tomaban  parte  algu- 
nos poetas  mui  distinguidos. 

La  señora  Avellaneda,  que  ya  había  recibido  los  consejos 
literarios  del  famoso  maestro  don  Alberto  Lista,  cultivó  en 
Madrid  la  amistad  de  muchos  otros  literatos  no  menos  céle- 
bres, como  el  duque  de  Frias,  don  Juan  Nícasío  Gallego, 
don  Manuel  José  Quintana,  Espronceda,  Zorrilla,  Roca  de 
Togores,  Pastor  Díaz,  Bretón  de  los  Herreros  i  Hartzem- 
busch.  «La  aparición  de  la  señorita  Avellaneda  en  el  círculo 
literario  de  la  capital,  ha  dicho  uno  de  esos  escritores  (don 
Nícomédes  Pastor  Díaz),  le  señaló  desde  luego  el  verdadero 
lugar  que  le  correspondía. . .  Habíase  creído  encontrar  en  ella 
una  distinguida  poetisa:  no  era  eso  nuestra  escritora:  fué 


Dona  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  373" 

colocada  desde  luego  en  el  primer  rango  de  nuestros  mejo- 
res poetas.  Uno  de  los  mas  célebres  i  justamente  populares 
injenios  (Bretón  de  los  Herreros),  dijo  de  ella,  al  oir  una  de 
sus  composiciones: — Es  mucho  hombre  esta  mujer.  I  aunque 
las  no  comunes  gracias  i  atractivos  personales  que  tan  pri- 
vilejiadamente  adornan  a  la  ilustre  cubana,  hiciesen  brotar 
en  derredor  suyo  sentimientos  e  impresiones  harto  distin- 
tos que  los  que  supone  el  dicho  agudo  del  poeta  cómico,  la 
verdad  es  que  en  el  círculo  de  la  literatura  se  olvidó  su  sexo 
hasta  para  realzar  la  admiración  i  el  mérito». 

Alentada  por  el  aplauso  de  jueces  tan  competentes,  la  jo- 
ven escritora  se  determinó  a  publicar  en  1841  un  volumen 
de  poesías  líricas.  Salió  a  luz  en  Madrid  precedido  de  un 
prólogo  escrito  por  don  Juan  Nicasio  Gallego,  que  termina 
con  las  mismas  palabras  con  que  nosotros  encabezamos  este 
artículo.  Ese  volumen  de  poesías  es  popular  en  Chile,  por- 
que fué  reproducido  por  don  Juan  María  Gutiérrez  en  la 
América  poética;  fué  reimpreso  en  España,  en  1850,  junto 
con  otras  composiciones  escritas  posteriormente,  i  constitu- 
yen ahora  el  primer  tomo  de  sus  Obras  literarias,  publicado 
en  Madrid  en  1869. 

En  medio  de  los  numerosos  volúmenes  que  cada  año  se 
publicaban  en  España  con  el  título  de  poesías  líricas,  el  li- 
bro de  la  poetisa  cubana  llamó  particularmente  la  atención 
no  solo  por  ser  la  obra  de  una  mujer,  sino  porque  poseía 
un  mérito  mas  real  que  el  de  la  mayor  parte  de  las  produc- 
ciones de  este  j enero.  La  prensa  lo  recibió  con  elojios  unáni- 
mes. «No  vacilamos  en  asegurar,  decia  una  revista  literaria 
muí  aplaudida  en  esa  época,  El  Conservador,  en  su  número 
de  23  de  enero  de  1842,  en  un  estenso  artículo  destinado  a 
analizar  el  libro  de  la  señora  Avellaneda,  que  esta  preciosa 
colección  puede  sostener  ventajosamente  el  parangón  con 
las  colecciones  de  mayor  mérito  que  han  dado  a  luz  en  este 
último  tiempo  los  poetas  masculinos.  Ninguno  de  ellos  le 
excede  en  imajinacion,  en  talento,  en  jenio.  Ninguno,  en  la 
grandeza,  elevación  i  orijinalidad  de  los  pensamientos;  nin- 
guno, en  la  robustez  i  valentía  de  la  espresion;  ninguno,  en 


374  Estudios   Biográficos 


la  facilidad,  pureza  i  armonía  del  lenguaje,  en  la  riqueza  del 
colorido,  en  la  brillantez  i  propiedad  de  las  imájenes;  ningu- 
no, en  la  belleza  i  variedad  de  las  formas;  ninguno,  en  la  es- 
pontaneidad de  la  inspiración;  mui  pocos  i  contados,  en  la 
filosofía  i  profundidad  de  sus  conceptos,  en  la  estension  i 
trascendencia  de  sus  ideas».  Lo  que  mas  llamó  la  atención 
de  los  críticos  españoles  fué  el  vigor  varonil  de  algunas  de 
sus  composiciones.  «No  es  la  Avellaneda  poetisa,  sino  poe- 
ta», decía  algún  tiempo  mas  tarde  el  ilustrado  escritor  don 
Antonio  Ferrer  del  Rio. 

El  mismo  año  de  1841  dio  a  luz  la  poetisa  cubana  un  li- 
bro en  prosa  que  dedicó  a  su  distinguido  amigo  i  consejero 
don  Alberto  Lista.  Era  una  novela  titulada  Sab,  en  que  ha 
descrito  la  exuberante  riqueza  de  Cuba,  la  sociedad  de  su 
pueblo  natal  i  los  dolores  de  la  esclavitud,  pintando  la  pa- 
sión noble  i  jenerosa  de  un  infeliz  esclavo  que  se  enamora 
de  la  hija  de  sus  amos.  Aunque  esta  novela  fué  recibida  con 
grandes  elojios  por  la  prensa  periódica,  la  señora  Avellane- 
da la  creyó  mas  tarde  indigna  de  ser  incluida  en  la  colección 
de  sus  obras. 

La  señora  Avellaneda  no  se  limitó  a  conservar  la  posición 
que  se  había  conquistado  en  la  literatura  española  con  la 
publicación  de  estos  dos  libros.  Lejos  de  eso,  consagrándose 
con  mayor  entusiasmo  al  cultivo  de  las  letras,  alcanzó  en 
breve  nuevos  i  mas  preciados  laureles. 

Al  mismo  tiempo  que  daba  a  luz  en  diversas  publicacio- 
nes periódicas,  algunas  poesías  nuevas,  preparaba  otras 
obras  que  solo  vieron  la  luz  tres  años  mas  tarde,  en  1844. 
Figuran  entre  éstas  dos  novelas.  La  Baronesa  de  Joux,  le- 
yenda en  prosa,  fundada  sobre  una  tradición  del  Franco 
Condado,  del  siglo  XII,  i  Espatolino,  interesante  novela  his- 
tórica cuya  escena  pasa  en  Ñapóles  i  en  Roma  a  principios 
de  este  siglo.  En  ambas  obras,  la  poetisa  cubana  manifiesta 
conocimientos  históricos  superiores  a  los  que  podrían  exijirse 
a  una  mujer  educada  por  sí  sola  en  una  oscura  ciudad  de 
América,  i  desplega  todo  el  poder  de  un  estilo  bien  formado, 
lleno  de  naturahdad  i  de  firmeza.  La  segunda  de  estas  nove- 


Doña  Jebtrúdis  Gómez  de  Avellaneda  375 

las  debe  ser  conocida  de  muchos  lectores  chilenos,  porque 
fué  reimpresa  en  Valparaiso  en  1853. 

En  el  mismo  año  de  1844,  la  señora  Avellaneda  dio  al  tea- 
tro dos  composiciones  suyas  que  le  aseguraron  un  puesto  dis- 
tinguido entre  los  mas  ilustres  dramaturgos  españoles. 

La  primera  de  ellas  por  orden  cronolójico,  i  también  la 
mejor  de  sus  obras  dramáticas,  es  Alfonso  Munio,  drama  co- 
rr'^jido  i  reimpreso  mas  tarde  con  el  nombre  de  Munio  Al- 
fonso. La  señora  Avellaneda  ha  sacado  el  asunto  de  esta  pie- 
za de  un  hecho  conservado  en  las  crónicas  de  su  familia  pa- 
terna. Munio  Alfonso  es  un  jeneral  castellano  mui  famoso  en 
las  luchas  contra  los  sarracenos  en  el  siglo  XII,  que  alcanzó 
el  alto  título  de  alcaide  de  las  fortalezas  de  Toledo  bajo  el 
reinado  de  Alfonso  VII.  Habiendo  sorprendido  a  su  hija 
Fronilde  en  conversación  amorosa  con  el  infante  don  Sancho 
de  Castilla,  la  traspasa  con  su  espada,  sin  saber  que  estaba 
concertado  el  matrimonio  de  esa  hija  única  e  idolatrada  con 
el  heredero  del  trono.  Por  mas  que  esta  pieza  haya  sido  lla- 
mada drama  trájico,  no  puede  considerarse  sino  como  uno 
de  esos  dramas  caballerescos,  de  la  escuela  de  García  del 
Castañar  de  Rojas  Zorrilla,  en  que  se  enaltece  la  lealtad  i  el 
honor  castellano  por  medio  de  violentas  situaciones  dramáti- 
cas. Pero  cualesquiera  que  sean  los  defectos  que  en  el  fondo  o 
en  el  desarrollo  de  la  acción  puedan  encontrarse  en  el  drama 
de  la  señora  Avellaneda,  no  es  posible  dejar  de  ver  en  él  es- 
cenas 'de  un  alto  interés,  i  una  versificación  fácil  i  vigorosa. 
La  narración  de  un  combate  que  hace  Alfonso  Munio  en  la 
última  escena  del  primer  acto,  podria  tener  cabida  en  una 
epopeya  heroica,  i  no  desmerecerla  al  lado  de  los  mejores 
pasajes  de  Ercilla,  el  principe  de  los  poetas  épicos  españoles. 

El  segundo  drama  trájico  de  la  señora  Avellaneda,  repre- 
sentado a  fines  de  ese  mismo  año  de  1844,  se  titula  El  prín- 
cipe de  Viana.  Aunque  mui  inferior  al  primero,  tiene  sin  em- 
bargo escenas  interesantes,  i  esa  versificación  vigorosa  i  fluida 
que  son  el  distintivo  de  todas  las  producciones  poéticas. de 
esta  autora.  Mas  tarde,  cuando  ella  hizo  la  edición  definitiva 
de  sus  obras,  condenó  este  drama  a  la  pena  de  esclusion. 


376  Estudios  Biográficos 


Fueron  necesarias  las  instancias  de  una  amiga  suya,  la  cé- 
lebre novelista  doña  Cecilia  Bohl  de  Faver,  mas  conocida  con 
el  seudónimo  de  Fernán  Caballero,  para  que  lo  salvara  del 
olvido. 

Un  año  mas  tarde,  en  1845,  la  señora  Avellaneda  dio  a  luz 
otra  novela  titulada  La  velada  del  helécho  i  el  donativo  del 
diablo^  interesante  leyenda  basada  sobre  una  tradición  suiza. 
Pero  en  este  mismo  año  alcanzó  un  triunfo  literario  que 
reveló  su  gran  superioridad  sobre  muchos  de  los  poetas  es- 
pañoles de  ese  tiempo.  Los  duques  de  Villahermosa  acaba- 
ban de  abrir  en  su  palacio  un  liceo  o  sociedad  literaria  de 
que  formaban  parte  los  mas  notables  injenios  de  Madrid. 
Habiéndose  descubierto  una  conspiración,  la  reina  Isabel  in- 
dultó al  coronel  Renjifo  i  a  los  otros  conspiradores  que  ha- 
blan sido  condenados  a  la  pena  capital.  El  liceo  abrió  un 
certamen  literario  con  el  objeto  de  premiar  las  dos  mejores 
composiciones  poéticas  que  se  presentaran  para  cantar  la 
clemencia  de  la  reina.  La  señora  Avellaneda  escribió  dos 
odas,  una  titulada  La  clemencia  i  otra  La  gloria  de  los  reyes: 
En  uno  de  los  pliegos  cerrados  que  acompañaban  a  esas  pie- 
zas escribió  su  nombre,  i  en  el  otro  puso  el  de  un  hermano 
suyo,  llamado  Felipe  Escalada,  que  seguia  en  Madrid  sus  es- 
tudios para  injeniero  militar.  El  jurado  que  debia  informar 
sobre  el  mérito  de  las  numerosas  composiciones  presentadas 
al  certamen,  declaró  por  unanimidad  que  las  dos  que  deja- 
mos mencionadas  eran  las  que  merecían  el  premio.  Ya  podrá 
comprenderse  la  admiración  que  se  produjo  entre  los  asocia- 
dos cuando  se  supo  que  ambas  piezas  eran  la  obra  de  la  ilus- 
tre poetisa.  El  liceo  acordó  celebrar  una  sesión  solemne  para 
que  la  joven  cubana  fuese  coronada  con  dos  coronas  de  lau- 
rel por  la  mano  del  infante  don  Francisco  de  Paula. 

Cuando  se  conocen  las  miserias  de  la  corte  de  Madrid,  la 
degradación  de  la  familia  real,  i  las  pasiones  que  jerminaban 
en  el  palacio^  se  siente  un  verdadero  dolor  de  que  una  poeti- 
sa de  tanto  talento  como  la  señora  Avellaneda,  nacida  en  el 
suelo  que  tantas  veces  han  manchado  con  sus  matanzas  i  ra- 
piñas los  soldados  de  esos  reyes,  haya  perdido  su  inspiración 


DoiíA  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  377 

en  cantar  en  esa  i  en  otras  odas  a  Isabel  II.  Pero,  debe  de- 
cirse en  su  disculpa  que  como  mujer,  joven  i  educada  en  las 
ideas  españolas,  casi  no  era  posible  exijir  a  su  musa  esos 
acentos  de  condenación  de  los  reyes  opresores  de  su  patria, 
que  han  hecho  la  gloria  de  Olmedo,  de  López,  de  Lafinur,  de 
Vera  i  de  otros  poetas  de  la  América  libre.  Por  otra  parte,  la 
poetisa  cubana  escribia  esas  odas  en  una  época  en  que  tanto 
en  España  como  en  las  colonias  todos  los  corazones  jenerosos 
abrigaban  grandes  esperanzas  en  una  reina  de  quince  años  a 
quien  se  pintaba  como  un  conjunto  armonioso  de  todas  las 
virtudes  i  de  todas  las  bondades. 

En  1869,  cuando  el  trono  de  Isabel  se  habia  hundido  bajo 
el  peso  de  sus  falta?,  i  cuando  la  poetisa  incluia  esos  cantos 
en  el  tomo  I  de  la  colección  de  sus  obras,  recordaba  como 
sonrojada  esta  circunstancia  atenuante,  para  merecer  la  in- 
duljencia  de  sus  lectores.  «Espero,  decia  con  este  propósito, 
que  no  sea  motivo  de  impopularidad  para  este  libro  la  cir- 
cunstancia de  aparecer  en  algunas  de  sus  pajinas  el  nombre 
de  una  reina  que  toda  España  miraba,  en  la  época  en  que  la 
canté,  como  el  símbolo  de  sus  libertades». 

La  gloria  de  la  ilustre  poetisa  habia  llegado  entonces  a  su 
mayor  auje.  Anteriormente  habia  publicado  algunos  artícu- 
los en  la  Revista  de  Madrid,  1  el  mejor  periódico  literario  es- 
pañol de  aquella  época. 

En  los  meses  que  se  daba  descanso  habia  visitado  varios 
lugares  de  España  i  algunos  países  de  Europa;  i  en  sus  via- 
jes, en  la  lectura  i  en  el  roce  con  los  literatos  habia  adquiri- 
do conocimientos  raros  en  una  mujer  i  muí  poco  comunes 
aun  en  los  hombres  que  en  aquel  país  cultivan  la  amena  li- 
teratura. Sus  escritos  le  proporcionaban  los  medios  de  llevar 
una  vida  holgada,  i  de  tener  en  el  mundo  la  representación 
que  dan  los  bienes  de  fortuna.  Tenia  entrada  en  palacio,  í 
era  convidada  a  los  bailes  de  corte  con  las  grandes  señoras  de 
la  antigua  nobleza  castellana.  Su  casa,  menos  modesta  que 
la  del  común  de  los  literatos,  atraía  muchos   visitantes  que 


I.  Fué  uno  de  ellos  una  biografía  de  la  condesa  deMerlin  i  análisis  de  su 
Viaje,  a  la  Habana,  i  otro  una  biografía  del  jeneral  español  Narváez. 


378  Estudios  Biográficos 


festejaban  en  ella  a  la  poetisa  insigne  i  a  la  mujer  adornada 
de  todas  virtudes  de  su  sexo,  i  que  si  no  era  precisamente 
hermosa,  no  careCia  tampoco  de  esa  belleza  arrogante  de  las 
mujeres  de  la  raza  española  délas  Antillas,  ojos  grandes  i 
negros,  rostro  animado  i  una  gracia  que  cautivaba  las  simpa- 
tías de  los  que  a  ella  se  acercaban. 

Uno  de  éstos  era  don  Pedro  Sabater,  joven  de  distinguido 
talento,  aficionado  a  la  poesía,  diputado  a  cortes  i  jefe  polí- 
tico de  Madrid  en  esa  época.  «Tocada  del  tierno  ínteres  i  de 
la  pasión  profunda  que  ese  joven  le  habia  consagrado,  dice 
uno  de  los  biógrafos  de  la  señora  Avellaneda,  se  resolvió  a 
darle  su  mano  a  principios  de  1846.  Fué  de  parte  de  nuestra 
escritora,  mas  bien  que  la  recompensa  de  un  encendido  amor, 
una  compasión  delicada,  un  consuelo  con  que  quiso  endulzar 
los  últimos  días  de  su  buen  amigo».  En  efecto,  a  pesar  de  las 
apariencias  de  una  salud  robusta,  Sabater  sufría  una  larinjí- 
tis  peligrosa,  que  obligó  a  la  poetisa  americana  a  hacer  el  pa- 
pel de  enfermera  los  pocos  meses  que  aquél  sobrevivió  a  su 
matrimonio.  Inútil  fué  que  los  esposos  pasaran  a  París  a 
consultar  a  los  mas  afamados  médicos  de  Europa:  en  agosto 
de  este  mismo  año,  hallándose  en  viaje  para  España,  Saba- 
ter murió  en  Burdeos  dej  ando  a  su  viuda  sumida  en  la  ma- 
yor aflicción.  En  su  dolor,  la  señora  Avellaneda  buscó  con- 
suelo en  el  sentimiento  relijioso,  i  se  asiló  en  el  monasterio  de 
Loreto  de  esa  ciudad,  donde  permaneció  dos  meses.  Solo  a 
fines  de  aquel  año  volvió  a  Madrid  a  recibir  las  manifesta- 
ciones de  simpatía  de  sus  amigos,  i  donde  pasó  muchos  me- 
ses absorbida  por  sus  pesares  i  sin  escribir  cosa  alguna  para 
el  público. 

Sin  embargo,  en  el  tiempo  que  la  señora  Avellaneda  per- 
maneció casada  compuso  un  drama  bíblico  titulado  Saúl, 
que  solo  se  representó  tres  años  mas  tarde,  en  1849,  mere- 
ciendo una  acoj ida  lisonjera,  pero  inferior  a  la  que  habían  re- 
cibido sus  otras  obras  dramáticas. 

En  los  primeros  días  de  ese  mismo  año  de  1846,  í  en  vís- 
peras de  contraer  matrimonio,  había  dado  a  la  prensa  una 
novela  histórica  americana,  Guatimozin,  último  emperador  de 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  379 


Méjico,  en  cuatro  pequeños  volúmenes,  que  constituye  la 
mas  estensa  de  todas  sus  obras.  Con  un  regular  conocimiento 
de  la  historia  de  la  conquista  [de  Méjico,  adquirida  en  la 
lectura  de  las  cartas  de  Hernán  Cortés  i  de  las  historias  de 
Bernal  Díaz  del  Castillo,  Solis,  Clavijero  i  Robertson  i,  la 
señora  Avellaneda  pudo  narrar  en  forma  novelesca  los  prin- 
cipales sucesos  de  aquella  heroica  epopeya,  realzando  los 
caracteres  históricos,  e  introduciendo  pormenores  romanes- 
cos de  su  invención,  pero  jeneralmente  inverosímiles.  Aun- 
que esta  obra  dista  mucho  de  cumplir  con  todos  los  requisi- 
tos de  retrato  fiel  de  los  hombres  i  de  las  costumbres  del 
tiempo  pasado  que  se  exijen  en  las  novelas  del  j enero  que 
creó  i  llevó  a  la  perfección  Sir  Walter  Scott,  se  lee  con  ver- 
dadero interés,  da  una  idea  aproximativa  de  los  sucesos  que 
consigna,  marcha  i  se  desenvuelve  con  cierta  naturalidad,  i 
constituye  una  de  las  mejores  novelas  históricas  que  se  ha- 
yan escrito  sobre  cualquier  pais  de  la  América  española  2. 
Guatimozin  fué  favorablemente  recibido  por  la  prensa  espa- 
ñola: en  América  se  leyó  con  mucho  gusto  i  fué  reimpreso 
en  Valparaíso  en  1847,  i  según  creemos  en  Méjico. 

La  autora,  sin  embargo,  no  quedó  satisfecha  de  su  libro. 
En  1871,  cuando  publicaba  el  5.^  tomo  de  la  edición  defini- 
tiva de  sus  obras,  habría  querido  revisarlo  i  correjirlo  por 
entero,  i  no  pudiendo  hacer  esto  por  el  mal  estado  de  su  sa- 
lud, prefirió  escluírlo  de  esta  colección,  conservando  solo 
algunos  fragmentos  en  que  está  referido  el  suplicio  i  muerte 


1 .  La  señora  Avellaneda  no  conoció  la  famosa  historia  de  Prescott,  que 
habria  podido  serle  de  gran  utilidad  en  la  composición  de  su  novela.  La 
obra  del  célebre  historiador  norte-americano  habia  sido  publicada  en  Nueva 
York  en  1843,  pero  solo  en  1847  se  empezó  a  publicar  en  Madrid  la  tra- 
ducción castellana  de  Beratarrechea,  que  solo  se  acabó  de  imprimir  en 
1850.  En  cambio,  la  traducción  hecha  en  Méjico  por  don  Joaquin  Nava- 
rro, mas  fiel  que  la  de  Madrid,  habia  sido  publicada  en  los  años  1844  i  1845^ 
pero  era  desconocida  en  España. 

2.  De  las  novelas  históricas  americanas  que  conozco,  solo  dos  pueden 
competir  en  estension  i  en  interés  con  la  de  la  señora  Avellaneda,  Mercedes 
de  Castilla  por  Fenimore  Cooper,  e  Ismael  hen  Kaisar  o  el  descubrimiento 
del  nuevo  mundo,  por  M.  Ferdinand  Denis;  ambas  referentes  a  la  historia 
de  Cristóbal  Colon. 


380  Estudios  Biográficos 


de  Guatimozin,  bajo  el  título  de  Una  anécdota  de  la  vida  de 
Hernán  Cortés. 

Después  de  la  representación  de  Saúl  que,  como  hemos 
dicho,  tuvo  lugar  en  1849,  la  señora  Avellaneda  volvió  con 
nuevo  estusiasmo  al  cultivo  de  las  letras,  que  le  habia  pro- 
porcionado tantos  lauros  i  le  proporcionó  en  seguida  el  con- 
suelo de  sus  penas.  En  octubre  de  1850  hizo  representar  otra 
pieza,  Recuerdo^  drama  en  tres  actos  i  en  variedad  de  me- 
tros; en  enero  de  1852,  La  verdad  vence  apariencias,  drama 
histórico  en  verso,  en  dos  actos  i  un  prólogo;  en  octubre  del 
mismo  año,  La  hija  de  las  flores  o  todos  están  locos,  comedia 
orijinal  en  tres  actos  i  en  verso,  que  ocasionó  el  mas  bri- 
llante triunfo  dramático  que  haya  alcanzado  la  autora,  pues 
esta  comedia  se  representó  noche  a  noche  durante  mas  de 
dos  meses;  i  en  mayo  de  1853,  La  aventurera,  comedia  en  cua- 
tro actos  i  en  verso,  imitada  con  mucha  libertad  de  otra 
composición  que  tiene  el  mismo  título,  del  dramaturgo  fran- 
cés Emilio  Augier.  Al  lado  de  esta  obra  es  casi  inútil  recor- 
dar El  donativo  del  diablo,  drama  sacado  de  una  de  sus  le- 
yendas en  prosa.  La  sonámbula  i  Los  tres  amores,  dramas 
ambos  que  fueron  desfavorablemente  recibidos  por  el  públi- 
co madrileño,  talvez  a  consecuencia  de  intrigas  i  rivalida- 
des, i  que  la  autora  no  quiso  coleccionar  mas  tarde  con  sus 
otras  obras. 

El  amor  propio  de  la  ilustre  poetisa  recibió  otra  herida  en 
ese  mismo  año  de  1853.  La  muerte  de  don  Juan  Nicasio  Ga- 
llego acababa  de  dejar  vacante  un  sillón  en  la  real  acade- 
mia de  la  lengua.  Varios  miembros  de  esta  sabia  corporación, 
el  duque  de  Rivas,  don  Joaquín  Francisco  Pacheco,  don  Ni- 
comédes  Pastor  Díaz,  don  Fermín  de  la  Puente  i  Apecechea  i 
algunos  otros,  instaron  a  la  poetisa  cubana  a  presentarse 
como  candidato  para  ocupar  el  lugar  vacante.  La  señora 
Avellaneda  vaciló  un  momento;  pero  instada  con  particular 
empeño,  aun  por  los  otros  candidatos  que  aspiraban  al  mis- 
mo puesto  i  que  querían  darle  esta  prueba  de  galante  caba- 
llerosidad i  de  acatamiento  a  sus  méritos  literarios,  aceptó 
a  proposición  que  se  le   hacia.   La  ilustre  escritora,  sin  em- 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  381 

bargo,  no  fué  feliz  en  esta  campaña;  la  academia  reconoció 
plenamente  sus  títulos  para  formar  parte  de  aquella  docta 
sociedad;  pero  declaró,  por  una  débil  mayoría,  que  por  el 
espíritu  de  sus  estatutos  no  podia  dar  lugar  a  una  mujer. 
Este  rechazo  indirecto,  no  habría  ofendido  en  lo  menor  a  la 
señora  Avellaneda;  pero  se  dijo  entonces  que  la  real  acade- 
mia no  había  querido  llevar  a  su  seno  a  una  mujer  que  algu- 
nos pintaban  dotada  de  una  altividad  i  de  una  irritabilidad 
de  carácter  que  habrían  podido  ocasionar  embarazos  desa- 
gradables en  las  sesiones  de  la  corporación.  Sea  de  esto  lo 
que  se  quiera,  la  verdad  es  que  la  poetisa  cubana  guardó  un 
profundo  desagrado  por  este  contratiempo  i  que  en  algunos 
escritos  posteriores  dejó  sentir  la  desdeñosa  altanería  con 
que  miraba  a  los  que  creía  sus  injustos  adversarios. 

vSe  hace  notar  particularmente  este  sentimiento  en  una 
comedia  en  cinco  actos  i  en  verso  que  con  el  título  de  Orácu- 
los de  Talia  o  los  duendes  en  palacio,  hizo  representar  en 
Madrid  el  15  de  marzo  de  1855.  Tomando  por  campo  de  la 
acción  la  corte  de  España  bajo  la  menor  edad  del  reí  Car- 
los II,  hace  aparecer  un  poeta  víctima  de  mil  intrigas,  que 
al  fin  merece  el  premio  a  que  lo  hacían  acreedor  su  talento 
i  la  grandeza  de  su  alma.  En  ese  mismo  año,  la  señora  Ave- 
llaneda hizo  representar  otro  drama  en  verso  i  en  un  acto, 
La  hija  del  reí  Rene,  arreglado  del  teatro  francés,  que  obtu- 
vo como  el  anterior  una  favorable  acojida  del  público  de 
Madrid. 

Un  triunfo  mucho  mayor  alcanzó  la  poetisa  cubana  al 
año  siguiente.  El  25  de  marzo  de  1855  se  celebró  en  aquella 
capital  una  fiesta  espléndida  preparada  por  la  admiración 
de  un  pueblo  i  en  homenaje  de  uno  de  los  mas  grandes  poe- 
tas que  haya  producido  la  España,  de  don  Manuel  José 
Quintana.  En  la  sala  del  Senado,  la  reina  colocó  sobre  las 
sienes  del  insigne  poeta  i  del  gran  ciudadano  una  corona  de 
laurel  de  oro  discernida  por  el  pueblo.  Entonces,  la  señora 
Avellaneda,  poniéndose  de  pié,  leyó  con  voz  fuerte  i  segura 
una  de  las  mejores  odas  que  haya  inspirado  su  musa,  i  tam- 
bién una  de  las  mas  notables  a  que  diera   orí  jen  la    corona- 


382  Estudios  Biogeáficos 


don  del  venerable  pceta.  El  público  entero  manifestó  su  en- 
tusiasmo por  el  inspirado  canto  de  la  ilustre  poetisa  cubana. 
«Estimo,  como  mi  primera  gloria,  le  dijo  Quintana,  el  ha- 
ber inspirado  tan  magníficos  versos». 

Aparte  de  esa  i  de  otras  composiciones  líricas  de  un  méri- 
to sobresaliente  que  la  autora  ha  reunido  después  en  la  co- 
lección definitiva  de  sus  poesías,  la  señora  Avellaneda  siguió 
trabajando  para  el  teatro.  Escribió  para  un  teatrillo  de  afi- 
cionados una  comedia  en  prosa  i  en  dos  actos,  titulada  El 
millonario  i  la  maleta,  que  solo  dio  a  luz  en  1870,  refundió  en 
verso  castellano  el  drama  francés  Catilina  de  los  señores 
Dumas  i  Maquet,  que  no  se  representó  nunca,  i  que  solo  se 
pubhcó  en  1869,  e  hizo  representar  en  marzo  de  1858,  una 
comedia  orij  inal  en  prosa  titulada  Tres  amores,  en  tres  actos 
i  un  prólogo. 

Pero  su  verdadero  triunfo  de  este  año  fué  la  representa- 
ción del  drama  bíblico  Baltasar,  en  cuatro  actos  i  en  verso, 
que  se  estrenó  en  el  mes  de  abril  ccn  un  éxito  comparable  al 
que  catorce  años  antes  había  alcanzado  Alfonso  Munio.  La 
prensa  aplaudió  esta  obra  como  una  de  las  mas  preciadas 
joyas  del  teatro  español  moderno.  Se  la  comparó  con  el 
Sardanápalo  de  Byron,  del  cual  se  creía  una  imitación;  i  los 
críticos  madrileños  lo  hallaron  superior  al  drama  del  famoso 
poeta  ingles.  Aunque  no  sea  posible  exijir  de  todos  los  lec- 
tores que  participen  de  esta  admiración,  no  se  puede  dejar 
de  reconocer  en  el  drama  de  la  señora  Avellaneda  una  ac- 
ción bien  concebida  i  desenvuelta,  caracteres  notables  i  una 
versificación  digna  de  sus  mejores  obras. 

Una  gran  desgracia  doméstica  vino  a  perturbar  la  satis- 
facción que  este  triunfo  debía  producir  en  el  ánimo  de  la 
ilustre  escritora.  Después  de  cerca  de  nueve  años  de  viudez, 
había  contraído  segundas  nupcias  en  1855  con  el  coronel  de 
artillería  don  Domingo  Verdugo  Massieu,  edecán  del  rei  don 
Francisco  de  Asís.  Este  matrimonio,  que  tuvo  por  padrinos 
a  los  mismos  reyes,  se  inauguró  bajo  los  mas  felices  auspicios; 
pero  la  prosperidad  no  fué  de  larga  duración.  Verdugo  esta- 
ba afiliado  en  el  partido  vicalvarista  o  de  la  Union  Liberal, 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  383 

que  tenia  por  jefe  al  jeneral  O'Donnell,  i  llegó  a  ser  diputa- 
do a  cortes.  Pero  a  la  caida  de  ese  caudillo  en  octubre  de 
1856,  perdió  los  destinos  que  desempeñaba  en  el  palacio.  En 
abril  de  1858,  al  dirijirse  a  medio  dia  al  Congreso,  donde 
combatía  ardorosamente  al  ministerio  Nocedal,  tuvo  un  al- 
tercado en  la  puerta  de  su  casa  en  la  calle  del  Carmen,  en 
que  recibió  una  herida  de  puñal  que  lo  puso  en  el  acto  en 
las  puertas  del  sepulcro.  «La  circunstancia  de  pertenecer 
Verdugo  a  un  bando  apartado  entonces  del  poder  i  de  supo- 
nerse a  su  adversario  del  bando  contrario,  dice  uno  de  los 
biógrafos  de  la  señora  Avellaneda,  don  Jacóbo  de  la  Pezue- 
la,  dio  lugar  a  que  algunos  i  aun  la  misma  Avellaneda  supu- 
sieran haber  sido  ocasionado  el  lance  por  alguna  venganza 
política.  Aunque  solo  fué  casual  i  puro  efecto  de  provoca- 
ciones, mientras  duró  el  peligro  de  Verdugo,  que  estuvo  por 
espacio  de  muchos  dias  a  las  puertas  de  la  muerte,  su  casa 
estuvo  constantemente  concurrida  por  todas  las  notabihda- 
des  del  partido  vicalvarista».  Al  fin,  el  esposo  de  la  señora 
Avellaneda  se  repuso  un  tanto,  pero  guardó  en  su  cuerpo  el 
jérmen  del  mal  que  lo  llevó  al  sepulcro  pocos  años  mas  tarde. 

La  Union  Liberal  reconquistó  el  poder  en  junio  de  1858. 
El  coronel  Verdugo  volvió  a  gozar  del  favor  del  ministerio; 
pero,  necesitando  reparar  sus  fuerzas,  emprendió  en  compa- 
ñía de  su  esposa  un  viaje  a  los  Pirineos  franceses  en  busca 
de  las  aguas  medicinales  que  los  facultativos  le  habían  re- 
comendado para  su  restablecimiento.  De  vuelta  de  esta  es- 
cursion  veraniega,  i  a  su  tránsito  por  Barcelona,  la  señora 
Avellaneda  fué  hospedada  por  el  capitán  jeneral  de  Catalu- 
ña, don  Domingo  Dulce,  i  recibió  de  las  diferentes  socieda- 
des literarias  i  artísticas  de  esa  ciudad,  ovaciones  ostentosas 
i  conmovedoras.  Poco  mas  tarde,  la  ciudad  de  Valencia,  a 
donde  la  poetisa  cubana  fué  a  pasar  el  invierno  buscando 
un  clima  templado  que  favoreciera  la  convalecencia  de  su 
marido,  le  prodigó  aplausos  i  manifestaciones  no  menos  ar- 
dorosos i  entusiastas. 

Pero,  la  salud  de  Verdugo  no  logró  restablecerse.  La  heri- 
da que  recibió  en  Madrid,  le  había  lastimado  seriamente  un 


384  Estudios  Biográficos 


pulmón,  i  a  pesar  de  la  mejoría  que  había  alcanzado,  estaba 
reducido  a  llevar  una  vida  valetudinaria  i  llena  de  cuida- 
dos. La  señora  Avellaneda  se  acordó  entonces  de  Cuba,  la 
patria  de  los  bosques  de  plácida  verdura,  de  que  había  vivi- 
do ausente  durante  veintitrés  años.  El  ministerio  acababa  de 
nombrar  capitán  jeneral  de  la  isla  al  jeneral  don  Francisco 
de  la  Torre,  i  éste  ofreció  al  coronel  Verdugo  llevarlo  consi- 
go dándole  im  puesto  en  la  administración.  Esta  proposición 
fué  aceptada,  i  a  fines  de  1860  la  señora  Avellaneda  se  em- 
barcó para  la  Habana,  donde  le  esperaban  nuevos  aplausos 
i  nuevos  triunfos. 

En  esa  ciudad  existe  una  asociación  que  con  el  título  de 
Liceo,  propende  al  fomento  i  desarrollo  de  las  bellas  letras. 
Esa  sociedad,  imitando  la  fiesta  celebrada  en  Madrid  para 
coronar  a  don  Manuel  José  Quintana  en  1855,  acordó  otor- 
gar también  una  corona  de  laurel  de  oro  al  injenio  mas  no- 
table que  había  producido  la  isla,  a  la  poetisa  mas  insigne 
que  cuenta  la  literatura  española.  La  coronación  tuvo  lugar 
en  la  noche  del  27  de  enero  de  1860.  El  grandioso  teatro  de 
Tacón,  lujosamente  adornado,  alumbrado  con  profusión, 
concurrido  por  todo  lo  que  la  Habana  tenia  de  notable,  fué 
el  lugar  designado  para  esta  solemnidad.  Celebróse  un 
concierto  en  que  se  hizo  oír  el  piano  de  Gotschalk,  represen- 
tóse una  de  sus  piezas  dramáticas,  la  mas  corta  de  todas. 
La  hija  del  rei  Rene,  i  en  seguida  apareció  el  escenario  ma- 
jestuosamente decorado,  i  ocupado  por  el  capitán  jeneral  de 
la  isla  i  por  todas  las  personas  notables  que  habían  promo- 
vido esta  fiesta.  En  medio  de  los  discursos,  i  de  las  poesías 
compuestas  para  este  acto,  la  ilustre  poetisa  fué  coronada 
por  el  capitán  jeneral;  i  en  seguida,  adelantándose  al  prosce- 
nio, con  voz  conmovida  por  aquel  triunfo  de  que  era  objeto, 
pronunció  cinco  cuartetos  endecasílabos  que  por  el  senti- 
miento i  por  el  vigor  poético  pueden  figurar  al  lado  de  sus 
mejores  cantos. 

Ovaciones  análogas  a  estas  recibió  en  las  otras  ciudades  de 
la  isla  que  visitó  en  seguida.   Este  espléndido  recibimiento 


Dona  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  ^8é 

que  le  acordaba  su  patria,  la  estimularon  a  volver  de  nuevo 
i  con  mayor  entusiasmo  a  la  vida  literaria. 

En  la  Habana  fundó  i  dirijió  una  revista  de  literatura,  pu- 
blicó en  el  Diario  de  la  Marina,  el  periódico  mas  acreditado 
i  popular  de  la  isla,  una  serie  de  artículos  titulados  Mi  úl- 
tima cscursion  a  los  Pirineos,  de  que  solo  ha  querido  conser- 
var algunos  episodios  i  fragmentos;  i  otra  colección  de  ar- 
tículos sobre  La  mujer,  o  consideraciones  jen  erales  sobre  la 
influencia  civilizadora  del  bello  sexo,  i  cuál  debe  ser  su  rol 
en  la  literatura.  Escribió  ademas  dos  novelas,  Dolores,  basa- 
da en  la  historia  de  Castilla  durante  la  primera  mitad  del 
siglo  XV,  i  El  arlista  barquero,  en  que  hace  intervenir  a  Ma- 
dama de  Pompadour  con  caracteres  mas  simpáticos  que  los 
que  le  presta  la  historia  de  Francia  del  siglo  XVIII.  Esta 
última  es  considerada  una  de  las  mejores  novelas  de  la  se- 
ñora Avellaneda. 

La  insigne  poetisa  no  pudo  residir  largo  tiempo  en  la  Ha- 
bana. Su  marido  fué  nombrado  teniente  gobernador  del  dis- 
trito de  Cienfuegos,  i  en  seguida  del  distrito  de  Cárdenas,  i 
le  fué  forzoso  acompañarle  a  estos  lugares.  En  el  último  pue- 
blo se  trataba  de  erijir  una  estatua  a  Cristóbal  Colon,  pri- 
mer descubridor  de  la  isla  de  Cuba.  La  señora  Avellaneda 
prestó  a  esta  idea  todo  su  prestijio  literario  i  toda  la  in- 
fluencia del  gobernador  local.  La  estatua  fué  inaugurada  el  25 
de  diciembre  de  1862  en  medio  de  una  gran  fiesta,  para  la 
cual  la  poetisa  compuso  un  himno  precioso,  que  sin  embargo 
empañan  sus  sentimientos  demasiado  españoles  que  la  lle- 
vaban hasta  celebrar  la  momentánea  incorporación  de  la 
república  dominicana  a  la  corona  de  Castilla,  que  acababa 
de  consumarse  en  esa  época.  En  ese  año  también  la  ciudad 
de  Cárdenas  vio  terminarse  un  hospital,  en  cuya  obra  la  se- 
ñora Avellaneda  hizo  intervenir  toda  su  influencia. 

Nuevas  desgracias  domésticas  aguardaban  a  la  poetisa  en 
aquella  residencia  en  que  contaba  con  tantas  simpatías.  Allí 
recibió  la  noticia  del  fallecimiento  de  su  madre,  muerta  en 
España,  i  cuando  todavía  estaba  agobiada  por  este  dolor,  vio 
desaparecer  a  su  marido  el  3  de  octubre  de  1863,  víctima  de 

TOMO  XII.— 25 


580  Estudios  Biográficos 


los  daños  causados  por  la  herida  que  recibió  en  Madrid  cinco 
años  antes. 

En  los  primeros  momentos  de  angustia  que  le  causó  este 
doble  pesar,  la  señora  Avellaneda  determinó  retirarse  a  un 
convento  para  pasar  allí  sus  últimos  dias  bajo  la  éjida  de  la 
relijion.  La  familia  de  su  padre,  que,  como  hemos  dicho,  re- 
sidia  en  Sevilla,  la  llamó  a  su  lado  con  instancias  tan  cari- 
ñosas que  no  le  fué  posible  resistirse.  Su  hermano,  el  com- 
pañero de  sus  primeras  peregrinaciones  en  España,  pasó  a 
buscarla  a  Cuba;  i  en  su  compañía  se  embarcó  a  principios  de 
mayo  de  1864  para  hacer  un  largo  viaje  que  habia  de  servirle 
de  distracción  en  sus  aflicciones.  Recorrió  una  gran  parte  de 
los  Estados  Unidos,  visitó  la  catarata  del  Niágara,  que  salu- 
dó con  inspirados  acentos  como  todos  los  poetas  que  han 
contemplado  esa  espléndida  maravilla  de  la  naturaleza;  i 
dirijiéndose  en  seguida  a  Inglaterra,  llegó  a  Sevilla  a  fines  de 
ese  año,  después  de  haber  atravesado  de  nuevo  la  Francia  i 
la  España.  La  vida  de  familia  i  el  cultivo  tranquilo  de  las 
letras  iban  a  ser  el  consuelo  de  sus  últimos  dias. 

De  este  tiempo  data  la  última  obra  de  la  señora  de  Avella- 
neda. En  su  residencia  de  Sevilla  compuso  un  Devocionario 
en  verso,  que  fué  publicado  en  Madrid  i  del  cual  solo  cono- 
cemos algunas  piezas  elejidas  por  ella  misma,  i  colocadas  en 
el  primer  tomo  de  la  edición  definitiva  de  sus  obras.  A  juz- 
gar por  estas  muestras,  i  por  los  elojios  que  le  ha  tributado 
la  prensa  española,  el  Devocionario  poético  de  la  poetisa  cu- 
bana es  una  de  las  mejores  obras  que  con  este  título  ha  pro- 
ducido la  literatura  española,  la  cual  cuenta,  sin  embargo, 
un  libro  notable  por  el  sentimiento  poético  i  por  la  elegancia 
de  la  versificación  en  el  Ejercicio  cotidiano  i  novísimo  devocio- 
nario por  don  Miguel  Agustín  Príncipe,  que  fué  publicado  en 
Madrid  en  1844. 

Pero  el  trabajo  mas  importante  a  que  se  contrajo  la  seño- 
ra Avellaneda  durante  su  residencia  en  Sevilla,  fué  la  revi- 
sión de  sus  obras  para  hacer  de  ellas  una  edición  correjida  i 
definitiva.  Su  plan  era  publicar  seis  volúmenes  en  %P,  i  de 
cuatnocientas  a  quinientas  pajinas  i  en  una  forma  bastante 


Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  387 

compacta.  En  efecto,  en  1869  se  publicó  en  Madrid  por  la 
imprenta  de  don  Manuel  Rivadeneira  el  primer  volumen 
q.ue  contiene  las  poesías  líricas,  precedidas  de  la  biografía  de 
la  señora  Avellaneda,  por  don  Nicomédes  Pastor  Díaz;  en 
1869  i  1870  se  dieron  a  luz  los  tomos  II  i  III  con  las  obras 
dramáticas;  i  en  1870  i  en  1871  los  tomos  IV  i  V  que  encie- 
rran las  novelas  i  obras  en  prosa.  El  segundo  de  éstos/que  es 
el  último  de  la  colección,  contiene  algunos  juicios  críticos  pu- 
blicados en  diversas  épocas  acerca  de  las  obras  de  la  autora. 
Pero  a  pesar  del  rubro  de  Colección  completa,  que  lleva  cada 
uno  de  los  cinco  volúmenes  de  esta  edición,  la  señora  Ave- 
llaneda ha  eliminado  de  ellos  los  materiales  para  formar  uno 
o  dos  volúmenes  mas.  Enfermiza  i  achacosa  durante  sus  úl- 
timos años,  harta  de  aplausos  i  de  gloria,  aunque  contraria- 
da en  algunas  de  las  mas  nobles  aspiraciones  de  su  vida,  la 
ilustre  poetisa  sometió  sus  escritos  a  una  severa  revisión, 
corrijió  o  rehizo  algunos  de  ellos;  i  cuando  su  salud  no  le 
permitió  hacer  lo  mismo  con  otros,  preñrió  proscribirlos  de 
la  colección  de  sus  obras,  o  limitarse  a  utilizar  algún  frag- 
mento, un  simple  episodio.  En  ella  faltan  dos  novelas,  Sab  i 
Guatimozin,  i  algunos  dramas  como  Leoncia,  Ejilona,  Erro- 
res del  corazón,  la  Sonámbula  i  Simpatía  i  antipatía.  En  cam- 
bio de  estas  obras,  la  señora  Avellaneda  recopiló  muchas 
leyendas  en  prosa,  publicadas  en  dive/sos  periódicos,  i  que 
ella  creía  dignas  de  salvarse  del  olvido.  La  mas  estensa  de 
éstas,  i  quizá  la  mejor  es  El  cacique  de  Turmequé,  interesante 
novelita  basada  en  la  historia  de  los  primeros  años  de  la  do- 
minación española  en  Nueva  Granada. 

La  ilustre  poetisa  cubana  pasó  en  Sevilla,  ocupada  en  es- 
tos trabajos,  los  últimos  ocho  años  de  su  vida. 

Cada  verano  hacia  una  escursion  a  Madrid,  i  aun  algunas 
veces  llegó  hasta  Francia.  En  1872  determinó  quedarse  en 
aquella  capital  para  someterse  a  una  larga  curación  i  repa- 
rar su  salud  destruida  casi  por  completo.  La  muerte  la  sor- 
prendió allí  el  2  de  febrero  de  1873. 

El  fallecimiento  de  la  señora  Avellaneda  ha  producido 
bien  poca  impresión  en  España.  La  opinión  estaba  ocupada 


388  Estudios  Biográficos 


preferentemente  con  las  ajitaciones  políticas;  i  la  muerte  de 
una  escritora,  aunque  fuese  una  escritora  de  gran  mérito,  no 
ha  podido  atraer  la  atención  pública.  Sin  embargo,  el  re- 
cuerdo de  estas  luchas  pasará  en  breve;  i  los  libros  de  la  in- 
signe poetisa  vivirán  mientras  haya  quien  hable  la  lengua  de 
Castilla  i  quien  tenga  amor  a  los  buenos  versos,  i  a  lo  bello 
en  hteratura.  La  posteridad,  estamos  seguros  de  ello,  acep- 
tará un  juicio  dado  por  M.  Villemain  en  un  estenso  estudio 
sobre  la  poesía  lírica  que  sirve  de  introducción  a  las  obras 
de  Píndaro.  «La  señora  Avellaneda,  ha  dicho  M.  Villemain, 
es  la  heredera  de  la  lira  de  frai  Luis  de  León»    "^ 


*  Sobre  esta  ilustre  poetisa  véanse:  Piñeyro,  El  romanticismo  cu 
España  (Paris,  1904);  M.  Aramburo  i  Machado,  La  Avellaneda:  su 
personalidad  literaria  (Madrid,  1898);  i  Lorenzo  Cruz  de  Fuentes,  La 
Avellaneda:  autobiografía  i  cartas  (Huelva,  1907),  con  datos  miii  interesan- 
tes para  la  psicolojía  de  la  poetisa. 

Nota  del  Compilador. 


ERRATAS  I  CORRECCIONES 


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mas  el 

35 

15 

discusso 

discurso 

49 

16 

póblicos 

públicos 

76 

10 

Manuel  Encalada 

Manuel  Escalada 

103 

13 

pronto 

pronto 

105 

9 

mastelero  de  gabia 

mastelero  de  gavia 

lio 

25 

empañaron 

empeñaron 

133 

16 

las  patriotas 

los  patriotas 

149 

18 

Gatería 

Galería 

167 

16 

Tria  Lingiia 

Tria  Linguae 

167 

18 

Ferrocerrü 

Ferrocarril 

178 

20 

otra  parte 

i  otra  parte 

190 

8 

Ballrana 

Bailar  na 

194 

31 

alguna  voz 

alguna  vez 

201 

29 

tanto 

tantos 

223 

14 

tenia 

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224 

20 

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necesitaba 

229 

17 

3 

I 

234 

I 

Bartos 

Barros 

234 

7 

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bajo  la 

258 

2 

Bazaguchascua 

Bazabuchiascúa 

264 

17 

tíulo 

título 

312 

13 

Bazabuchiascuad 

Bazabuchiascúa 

ijsrnDiOE 


,     I  Estudios   Biográficos 


PÁ.TS 

Don  José  Antonio  Martínez  de   Aldunate,  obispo  de  Santiago 

(1730-18 1 1) 5 

II 

Don  Juan  Martínez  de  Rozas  (1759-1813) 19 

III 

El  Capitán  Jeneral  don  Bernardo  O'Higgins  (1778-1842). — Dis- 
curso en    LA  INHUMACIÓN    DE    SUS  RESTOS  (  1 869) 39 

IV 

El  Jeneral  Freiré  (1787-185 i) 45 

§  I.  Desde  el  nacimiento  de  Freiré  hasta  que   se  alistó  como  ca- 
dete en  los  Dragones  de  la  Frontera 47 


392  Índice 


Pájs. 


§  2,  Servicios  prestados  por  Freiré  en  el  año  de  1 813 51 

$   3.  Servicios  prestados  por  Freiré  en  el  año  de  1 814 $7 

§  4.  Servicios  prestados  por  Freiré  diirinte  la  emigración  en  Bue- 
nos  Aires 6^ 

§   5.  Reconquista  del  pais  i  servicios  de  Freiré  en  ella,  hasta  me- 
diados de  1 8 1 7 (7 

§  6.  Sus  servicios  hasta  la  batalla  de  Maipo 71 

§  7.  Sus  servicios  en  el  sur  hasta  que  fué  nombrado   Intendente 

de  Concepción 75 

§  8.  Campañas  contra  Benavides 81 

§  9,  Campañas  con*ra^  Benavides  hasta  noviembre  de  1820..  ...  85 

§  10.  Caida  de  O'Higgins:  Freiré  Supremo  Director 91 

§  1 1.  Piimera  espedicion  a  Chiloé 95 

§  12.  Ocurrencias  políticas  en  los  años  1824  i  1825 99 

§  i;.  Segunda  espedicion  i  conquista  de  Chiloé 103 

§  14.  Ocurrencias  políticas  hasta  el  destierro  de  Freiré 109 

§  15.  Su  destierro,  regreso  i  muerte 113 

§  t6.  Su  carácter •  •    117 

V 

El  JF.NERAL  DON  FRANCISCO  Antoniq  Pinto  (i7<^5-i858) 123 

VI 

Don  Josí;  Manuel  Borgoño  (1792-1848) 1.33 

Vil 

El  jenrral  don  Joaquín  Prieto  (1786-185^) t49 

VlII 

Necrolojía  del  jeneral  don  Rafael  Maroto  (i 783- i 85 3) 161 

IX 

El  coronel  de  injenieros  don  Santiago  Bali  arna  (1790-1856)...  167 

X 

El  coronel  don  Antonio  Millan  (1775-1856) i75 


Índice  393 


XI 

Necrolojía  de  don  Victorino  Garrido  (1744-1858) 109 

XII 

Apuntes  para  la  biografía  del  coronel  don   Roberto   Souper 

(18 18  1881) 199 

XIII 

Don  Antonio  García  Reyes  (1817-1855) 213 

XIV 

Apuntes  biográficos  de  don  Diego  Antonio  Barros,    antiguo  se- 
nador, consejero  de  estado,  etc.  (1789-1853) 233 

XV 

Rasgos   biográficos    de    don     Melchor    de     Santiago    Concha 

(1799  1883) 255, 

XVÍ 

Don  José  Joaquín  Pérez  (1801-18S9) 309 

XVII 

Necrolojía  de  don  José  Francisco  Vergara  (1833-1889) 325: 

XVIIÍ 
Biografía  de  don  José  Francisco  Vergara  (1833-1889) 333 

APÉNDICE 

Doña  Jertrúdis  Gómez  de  Avellaneda  (1814-1873) 369 

Erratas  i  correcciones 3*9 


TOMO  XII.— 26 


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